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Full text of "Revista de España"

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ITALIA-ESPAÑA 


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PRESENTED  TO 

THE    LIBRARY 

BY 

PROFESSOR  MILTON  A.  BUCHANAN 

OF  THE 

DEPARTMENT  OF  ITALIAN  AND  SPANISH 

1906-1946 


REVISTA  DE  ESPAÑA. 


REVISTA 


DE  ESPAÑA. 


TERCER  AÑO, 


TOIVIO    XLV. 


MADRID, 


REDACCIÓN  Y  ADMINISTRACIÓN,       I        TIPOGRAFÍA  DE  GREGORIO  ESTRADA, 

Paseo  del  Prado,  22,  I  Hiedra,  7» 


1870. 


A.*?'^ 


Hh^rr^7 


60 
tlí 


CASTELLO  BRANCO, 


O  observador  penetrante  da  sociedade  portugueza 
contemporánea,  o  pintor  tantas  vezes  inspirado  das 
virtudes  modestas,  que  a  ennobrecem,  ou  dos  vicios 
e  ruins  paixoes,  de  que  ella  adoece  no  raeio  das  pom- 
pas luxosas  do  seu  cortejo,  o  auctor  de  tantos  qua- 
dros  nota  veis  pela  correc^áo  e  verdade  das  figuras, 
paineis  que  podiam  ser  firmados  por  grandes  mestres 
estrangeiros,  nao  deve  a  sua  realesa,  senáo  á  si  mes- 
rao,  senáo  á  Deus,  que  o  prendou  de  dotes  privile- 
giados, senáo  a  perseveran^a,  mae  de  todos  os  pro- 
digios. 

L.  A.  Rebello  da  Silva. — Revista  contem- 
poránea.— Anno  4.° 

E  Camilo  Castello  Branco  urna  das  mais  fecundas 
e  originaes  intelligencias  da  nossa  litteratura  contem- 
poránea. 

Luciano    Coedeiro.  —  Livro  de  critica,  pá- 
gina 224. 


Camilo  Castello  Branco  nada  pede  ao  estrangeiro, 
e  reduz-se  únicamente  a  copiar  os  typos,  os  costumes 
e  o  viver  da  sua  térra. 

Ernesto  BiESTER.—Crowí ca  Utteraria  de  la 
Revista. — 31  de  Diciembre  de  1861. 


En  un  libro  de  critica  literaria,  que  se  titula  O  Aristarco  por- 
tugués^, hemos  leido  hace  tiempo  las  siguientes  palabras: 

«¿Quién  no  conoce  á  Camilo  Castello  Branco,  al  hombre  de  los 
»setenta  y  tantos  libros,  al  escritor  de  admirable  estilo,  al  drama- 
^turg-o,  al  poeta,  al  teólog-o,  al  político,  al  novelista  y  hacedor  de 
» sátiras?  Nadie:  lo  aseguramos.»  (1) 

Este  párrafo  laudatorio  podria  muy  bien  servir  de  epígrafe  para 
el  presente  articulo,  sin  más  variantes  que  la  supresión  de  un  ad- 
verbio y  la  adición  de  otro:  bastarla  suprimir  el  adverbio  no ,  y 
adicionar  el  adverbio  aqui,  en  esta  forma: 


íl)     o  Aristarco  portuguez.  Goimbra,  1868,  pág.  15. 


6  CA8TKI,L0    BRANCO. 

«¿Quién....  conoce  aqui  á  Camilo  Castello Branco,  al  hombre  de 
»los  setenta  y  tantos  libros,  al  escritor  de  admirable  estilo,  al  dra- 
^ímaturg-o,  al  poeta,  al  teólog-o,  al  político,  al  novelista  y  hacedor 
»de  sátiras?  Nadie:  lo  aseguramos.» 

En  efecto;  aquí  nadie  conoce  á  Castello  Branco  como  dramatur- 
go, ni  como  poeta,  ni  como  teólogo,  ni  como  político,  ni  como  no- 
velista, ni  como  nada.  Y  sin  embargo,  ese  literato,  inferior  por  sus 
versos  á  Zorrilla,  por  sus  comedias  á  Bretón  de  los  Herreros  y  por 
su  ingenio  satírico  á  Mariano  José  de  Larra,  es  el  primer  novelista 
contemporáneo  de  la  Península  ibérica.  ¡Ahí  Si  tuviese  por  patria 
á  la  Francia,  á  la  Inglaterra  ó  á  la  Alemania,  seria  tan  celebrado, 
de  seguro,  y  con  tan  justos  títulos,  cuando  menos,  como  Balzac, 
como  Carlos  Dickens  y  como  Roberto  Auerbach;  pero  ha  nacido 
allá  donde  el  Tajo  confunde  ¿us  aguas  con  las  del  Océano,  y  sus 
excelentes  obras  no  traspasan  las  reducidas  fronteras  de  la  Monar- 
quía de  Alfonso  Enriquez,  como  no  sea  para  circular  por  el  atra- 
sado Imperio  del  Brasil.  ¡Triste  condición  la  de  los  escritores  lusi- 
tanos, condenados  desde  la  estéril  segregación  de  1640  á  perma- 
necer más  oscurecidos  é  ignorados  en  medio  del  continente,  que  si 
habitasen  una  apartada  región  del  Asia!  (1)  ¡Triste  condición  la  de 
los  pueblos  español  y  portugués,  tan  unidos  por  la  voluntad  de  la 
Providencia,  y  tan  separados  por  las  preocupaciones  tradicionales 
de  sus  indolentes  moradores! 

¿Quién  es  responsable  de  este  aislamiento  absoluto?  Ellos  y  no- 
sotros: ellos,  que,  vertiendo  al  idioma  lusitano,  con  afanosa  dili- 
gencia, todas  las  producciones  selectas  que  ven  la  luz  en  Francia, 
en  Inglaterra  y  en  Italia,  rechazan  sistemáticamente,  con  pueril 
tenacidad  y  como  peligroso  contrabando,  todo  lo  que  procede  de 
las  imprentas  de  Espaiia:  nosotros,  que,  aun  prescindiendo  de  las 
razones  históricas,  geográficas,  políticas,  económicas  y  sociales  que 
nos  aconsejan  la  más  estrecha  alianza  con  el  vecino  reino,  debié- 
ramos estudiarle  detenida  y  concienzudamente  por  su  importancia 
intrínseca;  y  que,  sin  embargo,  mientras  damos  un  lugar  prefe- 


(1)  En  los  tiempos  de  Cervantes  era  tan  popular  en  España  el  idioma 
portugués,  que  se  representaban  en  nuestros  teatros  comedias  portuguesas. 
iiTraemos  estudiftdas  dos  églogas,  una  del  famoso  poeta  ÍTarcilaso,  i  otra  del 
iiexcelentisirao  Camóes  en  su  misma  lengua  portuguesa,  los  cuales  hasta  ahora 
lino  hemos  representado." — Kl  ingeniom  hidalgo  Don  Quiote  de  la  Mancha. 
Edición  de  Argamasilla  de  Alba,  tora.  IV,  pág.  174. 


CASTELLÜ   BRANCO.  7 

rente  en  nuestras  bibliotecas  particulares  á  I  pr  ornes  si  spossi,  del 
italiano  Manzoni;  á  N%estra  Señora,  del  francés  Víctor  Hu^o;  á 
Pickhevich,  del  inglés  Dickens;  y  á  las  Historias  extraordinarias, 
del  norte- americano  Edgard  Poe,  no  tenemos  la  menor  noticia  del 
primoroso  libro  Onde  esta  a  felioidade,  del  portugués  Castello 
Branco.  ¿Hay  algo  que  justifique,  ó  que  disculpe  siquiera,  esta  la- 
mentable indiferencia?  ¿Presenta,  acaso,  ninguna  nación  europea 
un  número  mayor  de  inteligencias  superiores,  atendida  la  propor- 
ción estadística  de  los  habitantes?  ¿Conocéis  algún  Estado  que,  re- 
lativamente á  su  población,  ofrezca  una  suma  más  respetable  de 
eminencias  científicas  y  literarias?  Ese  pueblo,  extraño  para  no- 
sotros, tiene  sus  historiadores,  sus  poetas,  sus  novelistas,  sus  filó- 
sofos, sus  oradores  y  sus  artistas  de  primer  orden:  Fr.  Luis  dos 
Anjos  (1),  Manuel  Ayres  de  Azebedo  (2),  Antonio  Macedo  (3)  y 
Fr.  Juan  de  San  Pedro,  bajo  el  seudónimo  de  Froes  Perim  (4),  han 
recopilado  curiosas  noticias  sobre  las  portuguesas  ilustres  (5);  pero 
aqui  no  nos  acomodamos  á  considerar  el  Portugal  como  nación 


(1)  Jardim  de  Portugal  de  mulheres  illustres  em  santidade.—CoimhTSi,  1626. 

(2)  Portugal  illustrado  pelo  sexo  feme^iino.— Breve  csitalogo  de  muchas  heroí- 
nas portuguesas  que  florecieron  en  santidad,  letras  y  armas. — Lisboa,  1734. 

(3)  Tratado  das  senlwras  mais  devotas  e  nomeadas  em  Portugal. — 'Este  tratado 
no  se  ha  impreso,  y  se  halla  entre  las  obras  de  este  jesuita  en  la  biblioteca 
lusitana  del  Padre  Francisco  da  Cruz,  según  leemos  en  Damiam  Froes  Perim. 

(4)  Theatro  heroino,  ahcedario  histórico  e  catalogo  das  mulheres  illustres  em  armas, 
letras,  acgoes  heroicas,  e  artes  liberaes,por  Damiam  de  Froes  Perim. — Lisboa,  1736. 

(5)  Entre  las  heroínas  citadas  por  Froes  Perim,  figuran  Antonia  Rodríguez , 
Catanla,  Deonadeo  Martins,  Elena  Peres,  Jerónlma  de  Moraes,  Isabel  de 
Castro,  Juana  da  Silva,  Jerónlma  de  Mendes,  Leonor  Lopes  de  Fonseca, 
Brites  de  Almeida,  con  otras  tres  que  se  hicieron  célebres  en  Aljubarrota;  Isabel 
da  Velga,  y  otras  varias  que  se  distinguieron  en  el  famoso  cerco  de  Dio:  como 
poetisas  menciona  á  Margarita  de  Castro,  Isabel  Correa,  Sor  María  de  Jesús, 
Mónica  Joaquina,  María  de  Mezquita  Pimentel,  Paula  Vicente.  Paula  de  Sá, 
Rosa  Soares,  Violante  de  Ceo,  Elena  de  Tavares,  Angela  de  Azebedo,  Guiomar 
do  Deserto,  é  Isabel  Senhorinha  da  Silva:  como  escritoras  en  prosa  y  verso, 
enumera  á  Antonia  de  San  Caetano,  Bernarda  Ferrelra,  Condesa  de  Ericeira, 
Condesa  de  Atouguia,  y  Sor  María  do  Ceo:  como  escritoras  religiosas  y  ascé- 
ticas, designa  á  Beatriz  da  Silva,  Duquesa  de  Avelro,  Brites  de  Sonsa,  Sor 
María  Magdalena,  la  Infanta  Doña  Catalina:  conmemora  como  prosistas,  á 
Mariana  de  Abren  y  Mariana  de  Luna.  Habla  además  de  í\.rcángela  Josefa 
de  Sonsa,  que  tradujo  al  portugués  las  obras  de  Góngora;  de  Ana  de  Noro- 
nha,  cronista,  de  la  Condesa  de  Vidigueira,  que  escribió  un  libro  de  Caballé" 
rías,  y  de  las  pintoras  María  da  Cruz  y  Teodora  María. 


8  CASTELLO   BRANCO. 

independiente  y  con  existencia  propia,  sino  como  provincia  rebel- 
de, desprendida  de  nuestra  Monarquía  por  la  inhabilidad  y  la  im- 
previsión de  los  Ministros  de  Felipe  IV.  ¡Qué  error  I  Un  pais  que 
posee  su  literatura,  su  historia,  sus  tradiciones,  sus  recuerdos  de 
gloria  y  sus  genios  populares,  puede  vivir  por  si  mismo.  La  lengua 
es  el  signo  más  característico  de  toda  nacionalidad;  y  la  lengua 
flexible,  dulce,  clara,  precisa,  onomatópica  y  abundante  de  Juan 
de  Barros,  de  Fr.  Luis  de  Sonsa,  y  de  Camoes,  no  perecerá. 

Se  ha  pretendido  también  rebajar  á  los  ingenios  portugueses  de 
nuestros  días ,  comparándolos  con  los  de  épocas  anteriores.  El  Viz- 
conde de  Juromenha ,  legitimista  fogoso ,  ha  publicado  reciente- 
mente y  con  motivo  de  la  apertura  del  itsmo  de  Suez,  un  erudito 
opúsculo  en  el  que,  suponiendo  que  su  nación  ha  caído  en  la  más 
lastimosa  decadencia  por  efecto  del  liberalismo,  afirma  que  la  lite- 
ratura lusitana  del  siglo  pasado  y  del  primer  tercio  del  actual  aven- 
taja á  la  presente  (1).  Para  refutar  esta  aseveración  equivocada 
bastan  dos  palabras.  En  Portugal  no  existia  el  teatro  antes  de  Al- 
meida  Garrett ,  ni  existia  la  historia  antes  de  Herculano,  ni  exis- 
tia la  novela  de  costumbres  antes  de  Castello  Branco. 

Se  nota  ahora,  es  verdad,  en  los  escritores  lisbonenses,  general- 
mente hablando,  cierto  espíritu  enciclopedista,  un  tanto  atrevido  y 
libre.  Apenas  se  habría  dado  á  la  estampa  uno  sólo  de  los  tomos  de 
poesías  posteriores  á  1820,  si  hubieran  sido  sometidos  á  la  censura 
de  aquellos  teólogos  que  comenzaban  así  sus  informes:  «No  he- 
mos hallado  nada  contra  nuestra  fe  y  buenas  costumbres.»  Pero 
¿es  este  un  juicio  peculiar  y  exclusivo  del  período  que  atravesa- 
mos ?  No  hay  para  qué  recordar  la  torpe  licencia  de  aquellos  anti- 
guos tiempos  que  echan  de  menos  los  tradicionalistas  (2) ;  y  en 


(1)  .iNo  puede  dejar  de  confesarse  que  hay  mucha  hteratura  de  lente- 
"juela,  y  que  en  duelo  el  siglo  presente  será  vencido  por  el  pasado  y  por  el 
"primer  tercio  del  actual,"  O  isthmo  de  Suez  e  os  portitgtiezen,  pelo  Vizconde  de 
Juromeriha.  Lisboa,  1870,  pág.  6. 

(2)  As  freirás  de  Santa  Clara 
quando  nao  resam  no  coro 
dizem  urnas  para  as  outras 

,  ah ,  se  me  nao  caso  morro. 

As  freirás  de  Santa  Clara 
quando  nao  rezam  o  ter^o 
dizem  urnas  para  as  outras 
ah,  se  nao  caso  endoide^o. 


CASTELLO    BRANCO.  9 

cuanto  á  los  poemas  de  los  nuevos  Arcades,  donde  abundan  las  fra- 
ses de  mal  gasto  y  las  expresiones  obscenas ,  no  diremos  que  deba 
hacerse  con  ellos  lo  que  hicieron  el  cura,  el  ama  y  Maese  Nicolás 
en  el  aposento  del  Ingenioso  Hidalgo  de  la  Mancha  con  las  Sergas 
de  Esplandian,  con  Amadis  de  Qrecia,  con  Florismarte  de  Éir- 
cania  y  con  otros  libros  de  caballerías ;  pero  si  que,  antes  de  leer- 
los ,  conviene  rociar  sus  páginas  con  cloruro  de  cal,  para  fumigar 
la  atmósfera.  Es  lo  cierto,  que  el  Vizconde  de  Juromenha  no  se 
atrevería  á  emitir  una  opinión  tan  errónea  si  hubiese  crítica  en 


Canción  popular  comprendida  en  el  Gancioneiro  e  romanceiro  geral  portu- 
guez,  de  Teófilo  Braga.  Tomo  II,  pág.  170. 
Á  freirá  arrependida. 

Nao  sei  para  que  nasci 
de  táo  bello  parecer; 
formosa  e  gentil  mulher 

e  tao  bonita. 
Metteram-me  a  caijuchinha 
cá  n'  este  pobre  mosteiro 
meus  pecados 


La  juncto  ao  dormitorio 
onde  dormen  as  mais  madres 
siispiram  por  seculares 
ca  entre  nos. 
Em  ver  que  que  dormimos  sos 
me  causa  grande  agonia, 
pois  la  pela  noite  fria 
ja  me  alevanto. 


Rezando  as  horas  devinas 

la  por  esos  corredores 

me  lembram  os  meus  amores 

por  quem  morro. 
Toda  a  minba  celia  corro 
indo-me  ver  ao  espelho, 
meu  rosto  ja  vexo  velho, 

sem  que  eu  queira. 
e  a  abadesa  ligeira 
como  malvada  leOa 
manda  que  tanjam  a  nóa 

e  a  disciplina 
Triste,  coitada,  mofina 
que  estas  metida  entre  redes 
entre  táo  fortes  paredes 
ém  casa  escura,  etc. 

Gancioneiro  e  romanceiro  geral^   por  Theophilo  Braga  ^  Tomo   III,    pá- 
gina 161. 


10  CASTELLO    BRANCO. 

Portugal :  pero  ni  la  ha  habido  ni  la  hay ,  salvando  excepciones 
muy  contados ,  como  Lopes  de  Mendonca  y  Revello  da  Silva ;  y  lo 
vamos  á  comprobar  con  algunas  autoridades  nada  sospechosas. 

«Falta,  sobre  tudo  em  Portugal,  una  apreciaciáo  recta  e  uma 
critica  severa. » 

MendeS  Leal. — Prólogo  a  un  sonho  da  vida. 

«Se  O  apresentasse  em  publico. ..  saltavam-me  todos  os  críticos  de 
»folego  curto e  letras  rabudas,  que  ha  n'esta  bemaventurada  térra 
»de  Portugal,  e  eu  pello-me  dos  sobr edictos  críticos;  porque  de  mais 
»sciencia,  tacto  e  agudesa  nao  creio  que  se  achem  em  todo  o  mun- 
»de  sem  exceptuar  o  reino  do  Pegú,  a  Polignesia  e  a  Cafraria.» 

Herculano. — o  monge  do  Cister,  tomo  I,  pág.  188 

«Tratase  de  critica.  Tratase  de  una  coisa  muito  fallada  e  pouco 
»sabida,  muito  pedida  e  pouco  aceita.  Todos  Ihe  lamentam  a  falta, 
»todos  Ihe  reconhecema  necesidade,  todos  a  apedrejam  na  appa- 
»ricao. » 

Luciano  Cobdeiro.— i/¿i;ro  d^  critica  arte  e  litteratura  dlwje  pág.  2L 

«Os  nossos  críticos  nao  saven  elogiar  sem  favor,  nem  censurar 
»sem  paixao.» 

o  Aristarco  portuguez. — Coimbra,  1868,  pág.  8. 

Y  he  aquí  expuesto  incidentalmente  el  pensamiento  que  ha  ins- 
pirado estos  estudios.  Hemos  adoptado  la  forma  que  más  convenia 
á  nuestro  propósito.  Si  en  vez  de  redactar  una  obra  didáctica  de- 
lineamos semblanzas,  es  porque  asi  como  se  puede  ensenar  fisiolo- 
gía á  la  cabecera  de  los  enfermos ,  asi  pueden  darse  lecciones  de 
critica,  ejerciendo  al  lado  de  cada  escritor  esta  especie  de  clínica 
literaria. 

Terminada  esta  digresión,  sigamos  nuestra  tarea. 

Camilo  Castello  Branco  nació  en  Lisboa  el  10  de  Marzo  de  1826. 
Su  juventud  ha  sido  poco  venturosa.  Fruto  desgraciado  de  un  en- 
lace semejante  al  que  unió  á  los  padres  de  Emilio  Girardin,  vióse 
privado  en  sus  primeros  anos  de  las  tiernas  afecciones  que  forman 
y  suavizan  el  carácter  del  hombre. 

Miiiha  mae  quando  crean<¿a 
nao  te  vi  ja  sobre  a  térra, 


CASTELLO    BRANCO.  11 

procurava-te  amor  e  esperaiií^a 
ñas  estrellas  d'outro  ceo. 
Com  que  fe  eu  te  pedia 
um  carinho  maternal 
pois  na  térra  eu  nao  sabia 
•  quanto  um  doce  afago  val ! 

E  eram  mudas  as  estrellas 
mudo  o  altar  e  a  solidáo, 
mas  eu  tinha  imagens  bellas 
tao  formosas  ..  mais  que  ellas 
no  meu  ceo  do  cora^ao  (1). 

Este  incidente  doloroso,  que  tan  aciaga  influencia  ha  debido 
ejercer  en  su  vida  moral,  explica  tal  vez  el  triste  orig-en  de  la  pri- 
sión de  ano  y  medio  que  ha  sufrido  más  tarde  en  la  cárcel  de  Opor- 
to,  en  el  mismo  calabozo  donde  pasó  el  consejero  Gravito  sus  últi- 
mas horas  antes  de  salir  para  la  horca,  y  donde  estuvo  detenido 
por  la  junta  revolucionaria  el  ilustre  Duque  da  Terceira.  No  reve- 
laremos nosotros  el  motivo  inmediato  de  tamaña  desventura,  pero 
nos  cumple  consignar  aquí,  para  evitar  suposiciones  malévolas, 
que  no  le  ha  hecho  perder  la  estimación  pública ,  pues  fué  enton- 
ces visitado  por  Julio  César  Machado,  el  folletinista  de  alma  no- 
bilísima, por  Antonio  Rodriguez  Sampayo,  el  publicista  eminente 
y  por  José  Estebao,  el  Demóstenes  portugués. 

Siendo  estos  artículos  puramente  literarios,  no  hemos  de  juzgar- 
le bajo  el  punto  de  vista  político.  ¿Qué  nos  importa  que  haya  te- 
nido en  sus  mocedades,  como  Víctor  Hugo  y  como  Lamartine,  cier- 
tas inclinaciones  legitímistas ?  Además,  desde  que  se  ha  retirado 
del  Nacional,  donde  sostuvo  una  campana  poco  venturosa,  no  per- 
tenece á  ningún  partido  militante.  Si  perteneciese,  si  en  vez  de 
confeccionar  libros  amenos  hubiese  confeccionado  una  mayoría  se- 
gura en  cualquier  círculo  electoral  del  reino,  no  habrían  recibido 
sus  oficiosos  amigos  tan  repetidos  desaires  cuando,  al  verle  ago- 
biado con  un  trabajo  incesante  y  mal  retribuido,  solicitaron  plaza 
para  él  en  una  oficina  del  Estado. 

Tampoco  le  hemos  de  juzgar  como  teólogo.  Ni  lo  permite  la  ín- 
dole de  este  libro,  ni  nos  place  enredarnos  en  cuestiones  tan  hon- 
das é  intrincadas.  Por  otra  parte,  confesamos  nuestra  insuficiencia 
para  escribir  á  la  usanza  teológica ;  y  no  es  que  no  conozcamos  las 


(1)     Umlihro,  2.'  edición.— Porto,  1868, 


12  CASTELLO    BRANCO. 

obras  de  los  maestros,  es  que  no  sabemos  imitarlas.  Sobre  la  mesa 
tenemos  el  juicio  de  Voltaire  por  el  R.  P.  Fr.  Fernando  de  Ceballos, 
que  es  un  modelo  en  su  clase.  Hé  aquí  cómo  refiere  el  nacimiento 
del  filósofo  de  Ferney : 

«Este  Voltaire  ha  sido  hombre  de  d-js  bautismos:  el  primero, 
»luego  que  nació  en  20  de  Febrero  de  1694,  y  el  seg-undo,  cuando 
»marca  el  cura.  Parece  que  nació  tan  débil,  lacio  y  flojo  como  las 
» víboras  y  las  lombrices  (1).» 

Ni  el  mismo  Nordberg-  ha  sido  tan  perspicaz.  Trasladaremos 
ahora  su  retrato,  y  digan  las  personas  imparciales,  los  que  hayan 
estudiado  la  vida  y  las  lucubraciones  del  autor  del  Edipo,  si  han 
visto  nada  más  parecido,  más  acabado,  ni  más  perfecto.  Imagina 
el  reverendo  biógrafo  que  se  le  presenta  el  espectro  de  Voltaire  y 
lo  describe  de  esta  manera  delicada,  imparcial,  elegante  y  bíblica: 

«  Era  un  sátiro  grande,  todo  nervioso  y  cubierto  de  una  piel  sudo- 
»sa ;  pero  sudaba  una  tinta  hedionda  y  corrosiva ,  ¡de  modo  que 
»hervia  y  deshacía  las  piedras  sobre  que  cala  alguna  gota.  La  ca- 
»beza  era  de  una  serpiente  con  orejas,  y  por  ellas  respiraba  humo 
»como  por  las  narices  yjpor  la  boca,  que  tenia  armada  de  dos  hi- 
»leras  de  colmillos.  La]^negra  piel  no  impedía  conocer  las  comisu- 
»ras  del  duro  cráneo.  En  su  frente  tenia  dos  cuernos  de  color  y  tes- 
»tura  de  hierro,  y  entre  sus  arrugas  se  entre  vían  impresas  con  una 
»marca  de  fuego  estas  palabras  abreviadas,  Ecrassez  V infame. 
»De  buitre  le  quedaron  las  corvas  garras,  llenas  de  sangre  y  car- 
»ne  repodrida.  Desde  el  vientre  hasta  las  rodillas  se  cubría  de  lá- 
»minas  ó  escamas  de  lepra  entre  las  cuales  hervía  un  prurito  que 
»le  hacia  despedazarse.  Desde  la  nuca  hasta  el  fin  de  un  largo  ra- 
»bo,  con  que  daba  vueltas  á  su  cuerpo,  estaba  armado  con  una  hi- 
»lera  de  espinas  corvas  o  de  agudas  uíias.  De  las  espaldillas  le  na- 
»cian  unas  aletas  de  membrana  ó  de  costillas  y  cuero  que  le  daban 
»un  vuelo  torpe  y  trémulo  como  el  de  un  dragón.  Agitaban  su 
cuerpo  cuatro  demonios  que  le  hablan  sido  siempre  familiares ,  y 
»eran  la  impiedad,  la  lujuria,  la  calumnia  y  la  avaricia  (2).  » 


(1)  JuvAo  final  de,  VoUaire  con  su  historia  civil  y  literaria  y  el  resultado  de  su  filo- 
sofía en  la  funesta  revolución  de  Europa.  Escrito  por  el  viajero  de  Ijemnos  {el  R-  P- 
Fr.  Femando  CebaXlos).  La  da  á  luz  D.  León  Carbonero  y  Sol,  antiguo  director  de  la. 
Cruz.  Sevilla  1856. —Tomo  l.«  pág.  63. 

(2)  El  mismo  tomo,  pág.  37. 


CASTELLO   BRINCO.  13 

¿Habrá  alguno  tan  ignorante  que  desconozca  en  estas  soberbias 
pinceladas  á  Voltaire?  Esto  es  retratar.  Después  de  haber  exami- 
nado esa  fotografía,  se  nos  caen  de  las  manos  todas  las  biografías 
y  semblanzas  que  han  sido  lanzadas  á  los  cuatro  vientos  de  la  pu- 
blicidad desde  Plutarco  hasta  Cormenin. 

Careciendo  de  fuerzas  para  seguir  el  alto  ejemplo  de  Fr.  Fer- 
nando de  Ceballos,  nos  limitaremos  á  fijar  hechos,  sin  comentario 
alguno.  Campeón  Castello  Branco  en  su  edad  juvenil  del  catolicis- 
mo, ha  reprobado  más  tarde  con  desusada  severidad  en  a  hruxd 
do  monte  Córdoba,  los  abusos  de  la  confesión  y  ios  excesos  del  fa- 
natismo. Después  de  haber  vertido  al  portugués  varios  libros  reli- 
giosos extranjeros,  pintó  con  irreverente  franqueza  en  Amor  de 
perdigao  las  costumbres  livianas  de  las  órdenes  monásticas.  Para 
que  nuestros  lectores  puedan  apreciar  su  ortodoxia ,  transcribire- 
mos algunos  pensamientos,  entresacados  de  sus  novelas,  ad virtien- 
do, sin  embargo,  porque  asi  lo  exije  la  buena  fé,  que  no  todos  los 
ha  expresado  por  cuenta  propia,  pues  los  hay  entre  ellos  que  están 
puestos  en  boca  de  personajes  de  su  invención. 

« ¡Como  has  sido  ultrajado,  mártir  del  Gólgota,  por  los  que  sir- 
» ven  el  aceite  de  la  lámpara  de  tu  templo  hace  diezinueve  si- 
»glos  (1)!» 

«  Quise  ser  sacerdote  y  lo  seria ,  si  hubiese  nacido  en  la  escuela 
» luterana,  donde  el  sacerdote  no  sufre  la  cruelísima  amputación 
»de  la  vida  del  alma  en  el  comercio  del  mundo  (2).» 

«Las  hermanas  del  general  hablaban  mucho  de  virtud  y  de  hon- 
»ra.  Quien  no  las  conociese,  añadiría  dos  mártires  á  las  once  mil 
» vírgenes  conocidas,  de  las  que  dudó  Byron  y  en  las  que  no  me 
» siento  propenso  á  creer  (3).» 

«Como  saciaban  la  sed  de  sangre  con  el  fervor  beatifico  de  sus 
» creencias,  lo  explican  mejor  millares  de  hechos  semejantes  que 
» acompañan  siempre  la  edificante  historia  de  la  integridad  reli- 
»giosa,  tanto  en  Roma  como  en  Constan tinopla  (4).» 


( 1 )  Onde  esta  a  felicidade  ?  Prólogo. 

(2)  Scenas  contemporáneas ^  pág.  142. 

(3)  Id.,  pág.  36. 

(4)  Id.,  pág.  145. 


14  CASTELLO    BRANCO. 

«  Era  una  de  estas  desgraciadas  que  la  gente  ve  caer,  caer,  caer 
»á  despecho  de  todos  los  estorbos.  ¿Qué  dios  ó  qué  demonio  im- 
» prime  el  movimiento  en  estas  máquinas  sin  corazón  ni  cabeza? 
»No  se  sabe.  La  verdad  es  que  yo  siento  voluntad  de  llorar  esas 
»victimas  ciegas  de  un  destino  bárbaro ,  y  tengo  furias  de  blas- 
»femo  cuando  me  dicen  que  Dios  se  entromete  en  las  cosas  de  este 
»  mundo  (1).» 

Escasa  reputación  ha  alcanzado  Castello  Branco  con  sus  pro- 
ducciones dramáticas.  Llevan  todas  ellas  el  sello  de  la  nacionali- 
dad lusitana ,  y  este  es  el  mérito  principal  del  Mor  gado  de  Fafe 
em  Lisboa,  cuyo  protagonista  está  descrito  con  maestría.  Respecto 
á  su  fin  moral ,  no  nos  permitiremos  grandes  elogios.  Sirva  de 
ejemplo  el  drama  Pathologia  do  casamento.  Julia  y  Leocadia  aman 
á  Jorg*e ,  que  corresponde  simultáneamente  al  cariño  de  ambas, 
aunque  prefiere  á  la  primera,  solicitada  también  por  Alvaro.  Des- 
pués de  algunas  escenas  de  celos  y  desconfianzas  se  casan,  en  parte 
por  amor  y  en  parte  por  despecho ,  Leocadia  con  Jorge  y  Julia  con 
Alvaro.  Pasada  la  luna  de  miel,  y  cansados  los  dos  maridos  de  sus 
caras  mitades,  hacen  un  cambio  amistoso,  cediéndoselas  recípro- 
camente. Oigamos  los  términos  del  contrato. 

<i  Jorge. — No  prolonguemos  esta  situación.  V.  va  á  pedirme  una 
»  satisfacción. 

»Aharo.—  Está  V.  engañado.  No  tengo  por  qué  pedir  á  V.  sa- 
» tisf acción. .. .  Hace  V.  bien....  No  le  disgustan  los  ojos  de  aquella 
»señora  y  pone  V.  sus  medios.  Todo  es  natural....  ¿Qué  satisfac- 
»cion  le  he  de  pedir? 

» Jorge. — Acabemos,  D.  Alvaro.... 

»Álvaro. — Tranquilícese  V.  caballero.  Aun  no  he  dicho  más  que 
»la  mitad.  Visto  que  á  V,  le  gustan  los  ojos  de  mi  mujer,  yo  apro- 
»vecho  la  ocasión  para  decirle  que  no  me  disgustan  los  ojos  de  la 
»suya....  Visto  que  nos  encontramos  en  el  mercado,  permutaremos 
»los  ojos  de  nuestras  caras  mujeres.  V.  se  queda  con  los  ojos  de  la 
»mia  y  yo  con  los  ojos  de  la  suya.  Me  parece  que  va  V.  á  pedirme 
j>una  satisfacción.... 

»/or^^.— No  sé  con  qué  intención  me  hace  V.  esa  propuesta.... 


(1)    SccnOB  contemporanemy  pág.  37. 


CASTELLO    BRANCO.  15 

»Alvaro. — Con  la  mejor  intención  del  mundo Es  un  contrato 

»bilateral sin  testigos.  Yo  consiento  que  V.  frecuente  mi  casa 

»para  que  estudie  bien  los  ojos  de  mi  mujer  y  V.  me  proporciona 
»ocasion  de  estudiar  los  ojos  de  la  suya. 

»Jor^e. — Y  si  la  sociedad  sospecha  este  convenio? 

y> Alvaro, —  Déjese  V.  de  eso.  La  sociedad  nos  ha  dado  diplomas 
»de  hombres  de  bien.  Creo  que  ambos  tenemos  la  discreción  nece- 
»saria  para  desempeñar  nuestros  papeles  sin  ruido.  Ahora  voy  á 
»tomar  el  baño.  Esta  noche  lo  espero  á  V.  con  su  señora  en  mi 
»casa,  á  tomar  una  taza  de  té.  (Estrechándole  la  mano.)  Av,  revoir, 
»mi  caro  amigo.» 

Librenos  Dios  de  asegurar  que  este  pacto  repugnante  es  invero- 
símil :  lo  que  afirmamos  es  que  lastima  con  demasiada  impudencia 
todos  los  sentimientos  de  honra  y  de  dignidad  para  que  pueda  re- 
presentarse ante  un  público  culto  y  noble. 

La  musa  de  Castello  Branco  es  monótonamente  sentimental,  la- 
crimosa y  tétrica. 

Melancoüa,  bem  hajas! 
Desee,  desee  sobre  a  lyra 
o  teu  crepé  luctuoso. 

Sus  rimas  lánguidas  é  incorrectas,  no  merecen  encomio.  Han 
sido,  no  obstante ,  excesivamente  severos  con  él  los  que  han  dicho 
que  carece  por  completo  de  dotes  poéticas ,  y  que  ni  aun  sabe  me- 
dir los  versos.  Para  contradecir  este  apasionado  aserto .  copiaremos 
A  mensa geira  do  ceo  que  es  una  balada,  rica  de  ternura  y  de  li- 
rismo. 


Estavam  sobre  reivas  matigadas 

de  candidas  boninas , 

tres  formosas  meninas 

brincando  com  as  flores. 
A  mais  nova  das  tres,  inda  creancinha, 

batia  as  palmas  fitando 

o  ceo,  onde  ia  voejando 
e  chilreando  a  provida  andorinha. 
"Ai !  quem  me  dera  ir  assim  voando 

«como  aquella  avecinhaln 
Ficou  suspirando, 
as  nuvens  olhando, 


.íJi 


16  CASTKLLO   BRANCO. 

onde  ia  voejando 
a  leve  andorinha. 
Táo  alta  voejava, 
tao  Jonge  a  avesinha  ! 
e  a  linda  creansinha 
por  ella  chamava 
e  ella  nao  vinha  ! 
E  desde  aquella  hora  urna  tristeza 
impropia  de  tao  branda  natureza, 
as  faces  desmaiou  da  creancinlia. 
De  vez  em  quando  á  mae  com  voz  maviosa 
á  mae  que  a  tinha  em  brazos  lagrimosa, 
pergunta  se  voltara  a  avecinha. 
— Todas  voltaram — Ihe  dizia  a  mae— "A  minha 
(I nao  e  nenhuma !  a  andorinha 
fique  eu  vi  táo  alta  ir  nao  torno  a  vel-a  !.i 
E  a  mae  quantas  passavam  Ihe  mostrava, 
dizendo  :  la  vem  ella ! — e  a  creanga  olhava 
e  dizia  a  chorar  :  "  nao  e  aquella  \,< 
Assim  n'este  ancear  se  foi  finando 
em  quatro  primaveras,  esperando, 

a  avecinha ! 
Morreu  ao  quinto  abril,  esperando  ainda. 
Ja  perto  de  morrer  f ez-se  táo  linda 
como  flor  a  quem  Deus  dissese  :  "  es  minha  !» 

O  que  isto  foi quem  save^ ! 

em  vida  e  morte  a  veus 
que  á  máo  do  homen  nao  cabe 
erguer  tentando  a  Deus. 
Mas  ver  a  creancinha 
morrer  d'aquell  e  amor ! . . .  . 
eu  creio  que  a  andorinha 
foi  anjo  do  senhor. 

En  sus  novelas  encontramos  algunas  composiciones  satíricas  que 
no  le  colocan  ciertamente  á  la  altura  de  Nicolás  Tolentino  ni  de 
Antonio  Diniz.   " 

Eu  ja  fui  rapaz  do  tom 
e  com  pesar  de  o  ter  sido, 
resolvi  fazer-me  bom  ; 
e  ao  mundo  que  hei  offendido, 
em  paga  fa9o-lhe  um  dom. 

Dos  meus  collegas,  e  certo, 
que  os  artificios  traidores 
heide  mostrar  bem  de  perto» 


CASTELLO  BRANCO.  17 

Quero  por  áo  descoberto 
seus  planos  seductores. 

Quando  á  victima  incauta, 
(quero  dizer  a  doncella) 
chilreando  em  tom  de  flauta, 
langa  á  noite  da  janella 
cartinha  escripta  por  pauta. 

O  poetastro  entra  em  casa , 
devora,  sof fregó,  a  empada, 
e  senáo  é  mare  vasa 
de  inspiragao  desgrenhada , 
vate  do  estro  a  negra  aza. 

O  que  primeiro  Ihe  acode 
nao  é  o  ardente  dizer, 
que  pintal-o  mellior  pode ; 
primeiro  cumpre  saver 
se  ha  de  ser  cangao  ou  ode. 

Vae,  depois,  pondo  em  fileira 
as  regrinhas  desazadas ; 
arrepella  a  cabelleira, 
roe  as  unhas  mal  lavadas, 
e,  por  fin,  rebenta  asneira. 

Borra  a  pintura  que  fez, 
e  versos  novos  maquina ; 
recorda  d'outros  que,  ha  um  mez, 
mandara  a  certa  menina, 
que  com  elle,  amava  trez. 

Nova  edigáo  incorrecta 
da  cataplasma  damninha 
impinge  ó  vésgo  poeta 
á  analphabeta  visinha 
que  engole  os  versos  e  a  peta. 

Engole  digo,  pois  quando 
ella,  com  custo,  os  soletra, 
parece  estal-os  mascando; 
e  admira  nao  ver  setra 
com  dois  coragoes  sangrando! 

Kepete  os  versos  a  amiga 
que  diz  nunca  os  vira  eguaes; 
mas  nao  savendo  o  que  diga 
em  resposta  a  mimos  taes, 
manda-lhe  velha  cantiga. 

Os  diques  da  inspiragao 
rompem-se  al  fim  em  torrentes 
de  fructos  de  maldigáo; 
nao  sao  trovas,  sao  candentes 
jorros  de  acceso  vulc¿o. 


TOMO  XV. 


18  CASTBLLO    BRANCO. 

Ja  cometa  a  dar  gemidos 
a  imprensa  poiico  honesta 
com  os  versos  nunca  lidos, 
que  o  leitor  grave  detesta 
porque  os  fins  ja  sao  savidos. 

E  nao  leva  a  velha  a  mal 
que  o  mundo  diga  que  e  ella 
quem  figura  no  jornal, 
disfarQada  em  nivea  estrella 
com  promessas  de  immortal. 

A  inveja  de  certa  amiga 
nem  isto  quer  que  se  esconda ; 
e ,  soverba ,  se  impertiga, 
vendo-se  em  letra  redonda 
do  pae  cruel  inimiga. 

Ja  o  vate  eximio  abarca 
um  pensamento  profundo, 
vem  Ihe  á  memoria  Petrarcha, 
que  deixou  cá  n'  este  mundo 
Laura  zombando  da  parca. 

E  est'outra  Laura  táo  sua, 
quer  fazel-a  eterna  em  verso ; 
e ,  quando  pensa  que  actúa 
na  admira^áo  do  universo, 
nao  no  conhecem  na  rúa. 

Trinta  cadernos  aprompta 
de  pavorosa  escriptura, 
tira  prospectos  por  conta 
de  equivoca  assignatura , 
que  por  um  tergo  desconta. 

Sao  a  lume  e  em  trovas  mor  re. 
filbo  da  asneira  e  do  amor 
livrO  que  insomnias  socorre: 
mas  quem  risco  amargo  corre 
é  decerto  o  impressor. 

Entretanto,  a  virgem  meiga, 
os  versinhos,  doce  prenda , 
cada  vez  mais  n'  alma  arreiga, 
a  tempo  la  que  na  tenda 
86  embrulha  n'  elles  manteiga. 

Vive  na  fe ,  todavía , 
que  do  amante  a  loquaz  fama, 
que  até  aos  jistros  a  envia, 
ja  Hcu  talento  proclama 
muito  alem  da  freguezia. 

E  convicto  d'  isto  assim, 
teudo-se  eni  conta  de  eterna , 


CASTELLO  BRANCO.  19 

julga  ser  mister  ruim, 
coser  ceroula  paterna 
ou  remendar  o  carpim. 
Infeliz  pae !  que  afflicgoes 
nao  tens  tu  de  amargurar 
ao  tirar  dos  gavetoes 
a  pinga  sem  calcanhar, 
e  a  camissa  sem  botoes ! 
Em  velhice  desditosa 
doe-me  ao  verte  submerso ! 
em  quanto  a  filha  radiosa 
se  fez  immortal  en  verso, 
morres  tu  em  chilra  prosa. 


Mas,  o  patusea  poesia, 
es  varinha  de  condáo, 
es  no  deserto  agua  fria, 
es  taboa  de  salva9ao, 
es  phanal  que  á  patria  guia ! 

Sem  ti,  doce  companheira, 
amiga,  socia  fiel, 
a  fabrica  da  Abelheira 
nao  vendería  o  papel , 
nem  tenia  premio  a  asneira. 

Nem  seria  a  mulher  rola, 
nem  celeste  o  seu  sorríso, 
tal  vez  fosse  menos  tola, 
e  tivesse  mais  juiso ; 
mas  isto  de  que  consola? 


No  compararemos  el  sig-uiente  soneto  con  los  admirables  de 
Barbosa  du  Bocage;  sin  embarg-o,  es  indudable  que  su  autor  lo  ha 
rebajado  en  demasía  al  decir,  con  modestia  excesiva,  que  tiene  un 
gran  merecimiento ,  el  de  ser  el  último. 

Abri  meu  coragao  ás  mil  chimeras ; 
encheram-m'  o  de  f el ,  e  tedio  e  lama, 
tive,  em  paga  do  amor,  riso  que  imfama.... 
ai !  pobre  cora^ao !  quáo  tolo  eras ! 
Dobrei-me  da  rasáo  ás  leis  austeras ; 
quiz  moldar-me  ao  viver  que  o  mundo  ama : 
o  escarneo,  a  detrac^áo  me  suja  a  fama , 
e  a  lei  me  pune  as  inteuQÓes  severas. 
CabcQa  e  coragáo  senti  sem  vida. 
No  estomago  busquei  urna  alma  nova 


20  CASTELLO   BRANCO. 

e  encontral-a  pensei....  Cren9a  perdida! 
Muiher  aos  pes  o  coraqáo  me  sova ; 
foge  ao  mundo  a  rasao  espavorida ; 
e  por  mmto  comer  eu  desgo  á  cova ! 

Hay  una  novela  histórica  de  Castello  Branco,  O  Judeu ;  pero  no 
es  en  ese  género,  teniendo  por  rival  poderoso  á  Herculano,  al  in- 
mortal cantor  del  E úrico,  donde  se  ha  distinguido,  sino  en  sus  cua- 
dro- de  actualidad.  El  ha  sido  para  la  novela  de  costumbres,  cuando 
menos,  lo  que  ha  sido  el  Vizconde  de  Almeida  Garrett  para  el  dra- 
ma. No  tan  sólo  supera  en  ese  ramo  de  la  literatura  á  todos  los  que 
le  precedieron,  sino  á  sus  contemporáneos.  Anteriormente  no  hubo 
novela  de  costumbres  en  Portugal,  á  no  ser  que  se  tenga  por  tal  el 
libro  de  Fernandes  Trancoso,  titulado  Contos  e  Historias  depro- 
veiCo  e  exemplo  (1),  ó  la  historia  dos  tres  corcovados  de  Setuval  (2). 
Inútil  nos  parece  citar  las  novelas  pastoriles,  parte  en  prosa  y  parte 
en  verso,  que  á  principios  del  siglo  XVI  escribió  Francisco  Ro- 
drigues Lobo,  en  las  que  la  acción  tiene  tal  falta  de  unidad, 
que  asi  pueden  darse  por  terminadas  al  fin  del  primer  capítulo, 
como  al  concluir  el  último.  Tampoco  necesitamos  mencionar  las 
que  nadie  recuerda  ya   de  Pereira   Aragao   (3),  Elias  Fonse- 

(1)  Entre  os  contos  populares  cita-se  tambem  o  libro  de  Gonc^alo  Fernan- 
des Trancoso,  intitulado  Contos  e  historias  dejyroveito  e  egemplo:  nao  se  pode 
aceitar  o  que  diz  Manuel  de  Faria  e  Sonsa  [Eicropa  yortugueza ,  tomo  III, 
parte  4.%  cap.  VIII,  núm.  87.)  ser  este  o  primeiro  libro  de  novellas  que  saiu 
a  luz  em  Hespanha,  porque  muitos  contos  sao  tirados  das  collecgoes  primiti- 
vas, e  alguns  até  das  mais  conhecidas  como  do  Decameron  de  Bocado,  etc. 
Gancioneiro  e  romanceiro  geral  portugiiez^por  Theophilo  Braga.  Lisboa,  1867, 
tomo  I,  pág.  196. 

(2)  A  historia  dos  tres  corcovados  de  Setuval  e  una  imitagao  do  contó  po- 
pular francés,  Histoire  des  trois  bossus  de  Besangon,  ja  variante  dos  que  vem 
nos  contos  tártaros  de  GueuUete,  e  derivado  da  N'otte  piaccevoli  de  Stropa- 
vole.  Gancioneiro  de  Tltsophilo  Braga,  tomo  I,  pág.  197. 

(3)  Antonio  Pereira  Aragao  nació  en  la  provincia  de  Tras  os  Montes,  en 
1801,  y  murió  en  11  de  Octubre  de  1857.  Fué  doctor  en  matemáticas  por  la 
Universidad  de  Paris,  profesor  de  humanidades,  director  de  varios  colegios 
de  educación  en  Lisboa,  y  escribano  del  Tribunal  de  la  Relación  en  la  misma 
corte.  Escribió  Elisa  ou  a  portugaeza  virtuosa,  novela  original.  Lisboa, 
8 i  4.— -á  orph~  portugueza  e  o  seu  tutor  ou  as  duas  ultimas  venerandas  vic- 
timas da  usurpa^ao  dos  F Hipes ,  novela  original.  Lisboa,  1847. —  Virginia^ 
A  Ifoiiso  e  Gorinna,  ou  o  mais  nobre  sacrificio  do  cora^ao  de  duas  virgens, 
novela.  Lisboa,  1853. — Se  han  publicado  además  del  mismo  autor  "O  cago 
da  fonte  da  Santa  Cathariuan  ,  drama  uriginal.  Lisboa,  1842.— "Don  Pedro 


CASTELLO   BRANCO.  21 

ca  (1),  Moraes  Sarmentó  (2),  j  Botello  de  Lacerda  (3).  Castello 
Branco  está  hoy  al  frente  de  esa  pleyada  de  novelistas ,  en  que 
figuran,  con  más  ó^ménos  merecimientos,  TeixeiraVasconcellos  (4), 


duque  de  Coimbran,  drama  original.  Lisboa,  1853. — "A  rainha  Santa  Isabel 
e  d-Dinizn,  drama  original.  Lisboa,  1854. — "Alfonso  e  Virginian,  drama  ori- 
ginal. Lisboa,  3  854. — "As  duas  orpbans  portuguezasn ,  drama  original.  Lis- 
boa, 1857.— Episodio  pela  chorada  falta  do  Exmo.  Sr.  Antonio  Lopes  Vieira 
de  Castro.  Lisboa,  1842. — Ode  dedicada  a  Sua  Santidade  Pió  IX.  Lisboa, 
1848.— 0(ie  dedicada  a  el  Rei  o  Sr.  D.  Fernando  II.  Lisboa,  \SbO.—  Ode  de- 
dicada á  sua  magehtade  a  Rainha.  Lisboa,  1852. — As  meditagoes ^  poema  di- 
dascalico.  Lisboa,  1851. — Arte  latina  mnemotechnica  para  aprender  a  decli- 
nar e  conjugar  rápidamente  e  a  traducir  com  facilidade.  Lisboa,  1852.—  Ode 
ao  senhor  D.  Pedro  F,  1854. — Statutos  do  Instituto  litterario  e  scientifico. 
Lisboa,  1856.  Fué  colaborador  de  los  periódicos  Diario  do  gobernó.  Vigilia 
do  Capitolio,  Diario  do  Povo,  Revolue^ao  de  Septemhro,  Nacional,  Patriota, 
Portuguez,  etc. 

(1)  Elias  Antonio  de  Fonseca  nació  en  1779,  y  murió  en  1833.  Fué 
maestro  de  primeras  letras  en  Lisboa.  Publicó  "Lizarda  ou  a  dama  infeliz. , 
novela.  Lisboa,  1806. — "Dorotean,  novela.  Lisboa,  1816. — " Jaquelina. i, nove- 
la. Lisboa,  1817.— "Guillerme  ou  a  esposa  encontrada..,  novela.  Lisboa, 
1818. — "Sofía  ou  o  consorcio  violentado...  Lisboa,  1818. — ..Armindo  e  Theo- 
tonio  ou  a  consorte  fiel...  Lisboa,  1819. — "A  forga  de  uma  paixáo,  historia 
verdadeira...  Lisboa,  1840.  Escribió  además  Versos  de  Eliano  Aonio.  Lisboa, 
\80Q.~- Obras  poéticas  de  Beliza,  publicadas  por  Eliano  Aonio.  Lisboa, 
1825. — Elegia  a  morte  de  sua  magesfade  o  senhor  D.  Joo  VI.  Lisboa,  1826. 
Dice  de  este  escritor  Inocencio  da  Silva  que  fué  menos  que  mediano,  y  que 
sólo  escribió  para  ganar  algunos  maravedises. 

(2)  Alejandro  Tomas  de  Moraes  Sarmentó,  primer  Vizconde  del  Baño,  Co- 
mendador de  la  Concepción,  gran  cruz  de  Isabel  la  Católica,  Par  del  reino. 
Consejero  del  Supremo  Tribunal  de  Justicia,  Diputado  á  Cortes,  etc.  Nació 
en  Babia  en  11  de  Abril  de  1876,  y  murió  en  16  de  Abril  de  1840.  Escribió 
"Bussell  de  Alburquerque,  contó  moral  por  um  portuguez...  Cintra,  1833. 
Publicó  además  Apontamento?,  geraes  para  um  systema  provisional  de  publica 
administrar' o ,  logo  que  sej a  restaurada  a  legitima  autoridade  da  rainha 
D.  Maria  II.  Lisboa,  1833. 

(3)  Joaquín  Maria  Botelho  de  Lacerda  Villaga  Bacellar,  abogado,  nació 
en  Villa  Keal,  y  murió'en  Oporto  en  1858.  Publicó  una  novela  en  dos  to- 
mos, "Merlinda,  duquesa  de  Arnau...  Porto,  1848. 

(4)  Antonio  Augusto  Teixeira  de  Vasconcellcs,  Comendador  de  Carlos  III 
y  de  Isabel  la  Católica,  y  Diputado  á  Cortes,  nació  en  Loura.  Publicó  "  Ro 
berto  Valen^a.,,  novela.  Lisboa,  1816.  Escribió  además  Sucinta  narra<¿ao  das 
circunstancias  que  precederam  e  seguiram  a  uniáo  dos  realistas  insurgentes 
com  a  junta  do  Porto.  Lisboa,  1848. — Oragao  fúnebre  recitada  ñas  exequias 
do  I.  e  E.  Sr.  Pedro  Alexandrino  de  Cunha.  Loanda,  1851.  — Caria  acerca  do 
trafico  dos  escravos  na  provincia  d"  Angolas.  Lisboa,  1853. — Les  contemporaim 


22  CASTELLO    BRANCO. 

Coelho  Lousada  (1),  Couto  Monteiro  (2),   Eduardo  de  Faria  (3), 
Eduardo  lavares  (4),  Sousa  Telles  (5),  Bórdalo,  Nogeirade  Bar- 


portugais-cspagnol  e  hrasüiens.  París,  1859.  Fué  redactor  principal  deL^Illus- 
trct^'o  y  del  Arauto,  y  colaborador  de  la  Chronica  litteraria  da  nova  Acade- 
mia dramática  de  Coimbra. 

(1)  Antonio  Coelho  Lousada,  nació  en  Oporto  en  4  de  Noviembre  de  1828. 
Escribió  A  rúa  escura^  tradi(¿ao  portuense.  Porto,  1857. — Na  consciencia,  no- 
vela. Porto,  1857. — A  caldeira  de  Pedro  Botelko,  novela.  Fué  colaborador  de 
la  PenÍ7isula  y  del  Clamor  j^úblico,  diarios  de  Oporto. 

(2)  Antonio  María  de  Couto  Monteiro ,  juez  de  derecho,  nació  en  Coim- 
bra en  1821.  Publicó  Gonzalo  Hermingiies  o  Trax)a-mouro<i\  novela.  Lisboa, 
1842. — Coimbra^  trecho  descriptivo.  Lisboa,  18^^.— Saudades  da  minha  in- 
fancia.— Ode  ao  Sr.  Antonio  Feliciano  de  Castillio.  Lisboa,  1840. — Manuel 
do  processo  eleitoral,  ou  exposi^  o  system^tica  da  legisla^' o  em  vigor  sobre  as 
operagoes  de  recenseamento  e  eleigoes  de  deputados.  Lisboa,  1844. — A  ponte 
monumental,  sátira  política.  Porto,  1847. 

(3)  Eduardo  de  Faria,  hidalgo  de  la  Casa  Real,  nació  en  Lisboa  en  1823. 
Publicó  A  estrella  brilliante ,  novela.  Lisboa,  1845. — A  feiticeira  do  Douro, 
novela.  Lisboa,  1847.  Escribió  además  Novo  diccionario  da  lingua  portugue- 
za  o  mais  exacto  e  mais  completo  de  todos  os  diccionarios  ate  hoje  publicados^ 
contendo  todus  as  vozes  da  lingua  portugueza,  antigás  ou  modernas  y  com  as 
SKAJLS  varias  acepgoes  accentuaúas  conforme  a  melhor  ptronuncia,  etc. ,  seguido 
deum  diccionario  de  synonimos.  Tercera  edición.  Lisboa,  1857.  Ha  traducido 
los  siguientes  libros :  Ruy  Braz,  drama  de  Víctor  Hugo.  Lisboa,  1840. — Nos- 
sa  Senhora  de  Paris.  Lisboa,  1841. — O  libro  azul  o  a  correspondencia  relativa 
a  os  negocios  de  Portugal.  Lisboa,  1847.  — O  Conde  de  Monte-CriMo.  Lisboa, 
1850.  -As  duas  Dianas.  Lisboa,  1850. — Biblioteca  económica.  Comprende 
veintisiete  novelas  de  varios  autores. — Debates  do  Parlamento  británico  so- 
bre os  negofíios  de  Portugal.  Lisboa,  1847. — Memorias  do  povo  ou  historia 
d^um^  familia  de  propietarios.  Lisboa,  1850. 

(4)  Eduardo  Tavares,  nació  en  Almada  en  1832.  Escribió  Uma  noute  ds 
San  Jo~o  em  Almada^  novela.  Lisboa,  1848. — Enrique  e  Leonor ,  novela. 
Lisboa,  1855. — Ouro  e  crime.  Misterios  dJ uma  fortuna  ganha  no  Brazil.  Lis- 
boa, 1855.  Escribió  también  Qual  d*elles  e  mais  ladr'o  ?  Comedia  Lisboa, 
1856.— A  inda  08  ha,  comedia, '— Galeria  pittoresca  da  Cámara  dos  Pares, 
contendo  uma  aprecia(f  o  imparcial  de  cada  um  dos  membros  da  Cámara  he- 
reditaria.  Lisboa,  1858.  —  Galeria  parlamentaron  para  lamentar  de  185S. 
Lisboa,  1858.  — Galeria  burocrática  portugu£za.  Fué  redactor  délos  diarios 
Alm/idense,  Esperanza,  Ecco  Iliterario,  Campero  do  Vouga,  Aurora,  Revista 
de  teatros,  etc. 

(5)  Juan  de  Sousa  Telles,  nació  en  Lisboa  en  16  de  Julio  de  1826.  Publicó 
Ajilluida  caridade,  novela.  Lisboa,  1845.— -4  a(;u(;,ena,  novela.  Lisboa, 
1849. — EacriVñó  también  Visitas  ao  Ii/>r(o  botánico  da  scliola  m^diro-eirurgica 
de  Lisboa.  Lisboa,  1846. — Rejlexoes  acerca  d<t.  Farmacopea  do  doutor  Agosti- 
nho  Albaro  da  Silva.  Lisboa,   1856. — O  cicero  da  Mouraria^  etc.  Lisboa, 


CASTELLO   BRANCO.  23 

ros  (1),  Santos  Lima  (2),  Arnaldo  de  Sousa  (3),  Pinheiro  Chagas, 
Andrade  Ferreira  (4),  César  Machado,  Ernesto  Maréeos,  Eugenio 
de  Castilho,  A.  Vidal,  Bulhao  Pato,  Eduardo  Coelho,  Carlos 
Borges  (5),  Climaco  dos  Reis  (6),  Simoes  Diaz  y  Julio  Diniz  (7). 
Si  hay  en  el  país  vecino  un  escritor  que  no  se  haya  formado  en 
ninguna  escuela  exótica,  que  no  copie  ni  imite  modelos  extraños, 
que  comunique  á  todas  sus  obras  el  espíritu  de  su  nacionalidad,  ese 
escritor  es  Castello  Branco.  Quien  desee  conocer  á  fondo  el  pueblo 
lusitano,  su  modo  de  ser  peculiar,  su  estado  social,  sus  adelanta- 
mientos, sus  preocupaciones,  sus  hábitos  y  sus  vicios,  que  lea  las 


1856. — Compendio  elementar  de  botánica.  Lisboa,  1859.  Fué  colaborador  de 
los  periódicos  Esculapio^  Boletin  de  medicina,  Jornal  de  farmacia,  etc. 

(1 )  José  Antonio  Nogueira  de  Barros ,  doctor  en  medicina  y  cirugía ,  ex- 
viceconsul  de  Portugal  en  Angra,  nació  en  Oeiras  el  3  de  Enero  de  1811. 
A  sua  mullier,  episodio  de  1828  á  1830,  novela.  Eio  Janeiro,  1847. — Mathilde 
ou  o  erro  reparado.  Rio  Janeiro,  1849. — O  sehastianista.  Lisboa,  1856. — Ba- 
chel  BaezOy  episodio  de  I840.  Lisboa,  1857. — O  monge  deOlinda,  novela. 
Pernambuc5,  1859.— Cartas  de  Manuel  Tagarella.  Pernambuco,  J859.  Se 
han  representado  los  siguientes  dramas  suyos:  "O  pirata  negro m.  — 'Agonía  e 
conforto II. — "Uma  entrevista  a  meia  nouten. — "Os  encantos  que  o  fado  tem", 
y  "O  caixeiro  physionomistan. 

(2)  José  Guillermo  dos  Santos  Lima,  nació  en  Lisboa  en  22  de  Mayo  de 
1828.  Escribió  O  renegado,  novela.  1858. — O  ermitao,  novela.  Lisboa,  1858.— 
Paulina,  novela.— nEra  una  vez  un  rey!i.  comedia.  Lisboa,  1854. — "Modes- 
tan, drama.  Lisboa,  1858. — "LTma  mulher  por  duas  horas n ,  saínete.  Lis- 
boa, 1854. 

(3)  Arnaldo  de  Sousa  Dantas  da  Gama,  nació  en  1.*  de  Agosto  de  1828. 
Publicó  O  genio  do  mal,  novela.  Porto,  1857.  Publicó  además  Pom«5  e  con- 
tos.  Porto,  1857. 

(4)  De  este  autor  hemos  leido  Santa  Catharina  de  Rihamar  y  a  noite  de 
Santo  Antonio  &n  la  colección  de  novelas  titulada  "Brinde  aos  senhores  assig- 
nantes  do  Diario  de  notician.  Esa  colección  comprende  además  Pero  Esteves, 
por  Eduardo  Coelho;  Agonias  obscuras  y  A  feiticeira  de  Smolensko,  por  M.  Pi- 
nheiro Chagas  ;  O  arraial  y  Galhardo,  por  J.  C.  Machado  ;  O  retrato  da  in- 
gleza,  por  E.  A.  Vidal;  O  párente  de  cincoenta  e  tres  monarchas,  por  Cas- 
tello Branco ;  O  amor  de  um  operario  y  O  casamento  de  Manuel  Torquato, 
por  E.  Maréeos;  O  casal  da  Encosta,  por  Bulhao  Pato ;  ^5  columnas  da  rúa 
nova,  por  Coelho,  y  Sinos  ao  luar  por  Eugenio  Castilho. 

(5)  Eulalia,  novela  original.  Lisboa,  1868. 

(6)  Os  homens  de  bem,  novela.  Ponta  Delgada,  1848. 

(7)  As  pupilas  do  Sr.  Rector;  Chronica  d' aldea.  Porto,  1868.  Julio  Diniz 
es  sinónimo  de  Gomes  Coelho.  —  Uma  familia  ingleza  y  A  morgadinha  dos 
canaviaes. 


24  CASTELLO    BRANCO. 

novelas  de  Castello  Branco.  En  los  cuadros  que  salen  de  su  pincel 
nada  hay  que  no  sea  portugués:  el  asunto,  la  expresión  de  los 
personajes,  el  dibujo,  el  colorido,  el  conjunto,  los  detalles,  todo.  Es 
el  más  portugués  entre  los  literatos  portugueses ,  asemejándosele 
únicamente ,  bajo  este  punto  de  vista ,  el  poeta  popular  Luis  Au- 
gusto Palmeirim. 

Ha  examinado  con  diligente  y  escrupulosa  atención  las  diversas 
capas  de  la  sociedad  en  que  vive,  principalmente  las  inferiores.  Ha 
subido  á  los  salones  aristocráticos  de  Lisboa;  ha  bajado  á  los  cala- 
bozos infectos  de  las  cárceles;  ha  penetrado  en  los  escritorios  de  los 
improvisados  capitalistas  de  Oporto,  en  los  viejos  castillos  de  los 
engreídos  hidalgos  de  provincia,  en  las  humildes  chozas  de  los 
campesinos,  en  los  dorados  gabinetes  de  los  ministros,  en  las  soli- 
tarias bohardillas  de  los  cesantes,  en  las  cofradías,  en  los  locuto- 
rios y  en  los  talleres;  y  sus  lienzos  lo  han  reflejado  todo  con  la 
fidelidad  de  una  lámina  fotográfica. 

Se  le  ha  acusado,  por  algún  critico  superficial,  de  esterilidad  y 
monotonía  en  la  creación  de  los  tipos:  de  que  siempre  figuran  en 
sus  composiciones  romancescas  el  rico  brasileño,  tosco  y  cínico;  el 
petimetre  disipado,  ridiculamente  jactancioso  y  poetastro;  la  mu- 
jer, hipócrita  é  inmoral;  y  el  mayorazgo,  labriego  y  valentón. 
Cuando  esto  fuera  exacto,  que  no  lo  es,  no  tendría  él  la  culpa  de 
que  no  ofreciese  más  variedades  la  sociedad  portuguesa.  No  nega- 
mos que  toma  frecuentemente  por  blanco  de  sus  epigramas  á  los 
habitantes  de  Oporto,  y  con  especialidad  á  los  nuevos  barones, 
aristócratas  de  ayer,  que  han  trocado  su  humilde  condición  de  hor- 
teras por  una  categoría  nobiliaria;  pero  esto,  si  hemos  de  dar  cré- 
dito á  ciertas  noticias  que  privadamente  se  nos  han  comunicado,  no 
es  más  que  la  compensación  de  desaires  sufridos  por  el  autor  en  la 
ciudad  invicta.  El  más  ardiente  de  sus  apologistas  no  se  atreverla 
á  compararlo  con  Antinóo,  ni  por  la  gallardía  de  su  aspecto,  débil 
y  enfermizo,  ni  por  la  belleza  de  su  semblante,  que  desfiguran 
hondos  hoyos  de  viruelas.  Cuéntase,  no  obstante,  que,  siendo  jo- 
ven, habla  llegado  á  adquirir,  entre  los  padres  y  los  maridos,  re- 
putación universal  de  galanteador  peligroso.  Hay  en  su  drama 
Pathologia  do  casamento  un  Eduardo  que  todos  creen  libertino,  y 
á^quien,  sin  embargo,  otros  calaveras  más  cautos  exceden  en  ver- 
satilidad y  en  cinismo.  Sin  haber  hecho  una  sola  victima  entre  las 
mujeres  cuyo  trato  frecuenta,  la  opinión  le  seíiala  como  seductor 


CASTELLO    BRANCO.  25 

inmoral  y  corrompido.  Se  nos  antoja  que  Castello  Branco  se  ha 
retratado  en  Eduardo.  Por  esa  prevención,  ó  por  otra  análoga,  se 
habían  despertado  contra  él  grandes  odios,  que  sólo  aguardaban 
ocasión  para  manifestarse,  j  ésta  no  se  ha  hecho  esperar.  Dicese 
que,  habiendo  pretendido  ingresar  en  un  casino  de  Oporto,  los  so- 
cios depositaron  en  la  urna  tan  crecido  número  de  bolas  negras, 
que  le  cerraron  la  entrada.  jOh!  Si  el  hecho  ha  sido  cierto,  los 
portuenses  deben  estar  arrepentidos  de  haber  provocado  al  impla- 
cable epigramático,  pues  éste  se  ha  lanzado  con  fria  y  perseverante 
saña  sobre  ellos,  los  ha  desnudado  de  sus  oropeles,  y  los  ha  expuesto 
en  la  picota  de  sus  novelas  al  desprecio  de  los  hombres  honrados, 
y  á  la  befa ,  al  escarnio  y  á  los  silbidos  de  la  maldiciente  muche- 
dumbre. Si  el  hecho  ha  sido  cierto,  Castello  Branco  ha  debido  sabo- 
rear hasta  saciarse  el  placer  de  la  venganza.  Dejando  por  un  mo- 
mento su  habitual  tono  irónico,  exclsuñSi  en  fScenas  contemporáneas: 

«Me  he  cansado  de  oir  decir  que  la  segunda  ciudad  de  Portugal 
»es  un  enjambre  de  monederos  falsos,  de  contrabandistas,  de  mer- 
»caderes  de  negros,  de  exportadores  de  esclavos,  y  de  magistrados 
»de  alquiler.  Venalidad,  crueldad  y  latrocinio  son  los  tres  ejes 
»capitales  sobre  que  rueda,  en  el  entender  de  la  critica  mordaz,  el 
»maquinismo  social  de  cien  mil  almas.» 

Novelistas  hay  que  fian  el  éxito  de  sus  novelas,  como  Bouchardy 
el  de  sus  dramas,  á  la  complicación  de  los  argumentos.  Por  el  con- 
trario, Castello  Branco  elige  un  tipo,  lo  disena,  lo  perfila,  lo  ex- 
pone bajo  todas  sus  fases ,  y  termina  su  tarea.  En  vez  de  pintar 
cuadros  de  grandes  dimensiones,  dibuja  rápidamente  bocetos.  No 
se  busque  en  él  eso  que  hemos  dado  en  llamar  caracteres  bien  sos- 
tenidos. Ha  estudiado  el  corazón  humano,  y  lo  presenta  tal  cual 
es,  con  sus  inconsecuencias,  con  sus  continuas  trasformac iones  y 
con  sus  eternas  metamorfosis. 

Su  estilo  es  espontáneo,  fácil,  lijero  y  ordinariamente  jovial: 
y  decimos  ordinariamente ,  porque  si  sus  Aventuras  d*  um  botica- 
rio d' aldea  nos  recuerdan  el  JDecameron  de  Giovanni  Boccaccio, 
en  cambio  A  engeitada  y  Romance  de  um  homem  rico  no  pueden 
leerse  con  ojos  enjutos. 

¡  Qué  fondo  de  melancolía  hay  en  toda  la  acción  de  A  engeitadaX 
A  fines  de  1809  sostuvieron  los  guerrilleros  portugueses  una  em- 
peñada refriega  con  las  tropas  napoleónicas,  desde  un  convento  de 


26  CASTELLO   BRANCO. 

monges  benedictinos,  situado  á  corta  distancia  de  Guimaraes. 
Allí  fué  herido  y  ocultado  lueg-o  por  un  fraile,  en  su  celda,  el  co- 
sonel  francés  Alfredo  Gassiot,  joven  de  treinta  años,  de  noble 
presencia,  que  hablaba  correctamente  el  castellano,  como  hijo  de 
una  madrileña.  Si  consintió  que  le  amputaran  el  brazo  izquierdo 
fué  acordándose  de  dos  niños  que  dejara  en  Francia ,  habidos  de 
una  prima  suya,  con  la  que  le  impidieron  casarse.  Restablecido  de 
la  herida  visitó  á  la  viuda  de  un  oidor,  muerto  á  manos  de  las 
turbas  por  afrancesado.  Vivian  con  ella  dos  hijos  suyos,  Miquelina, 
poco  inclinada  á  la  vida  monástica,  y  Roberta,  que  se  preparaba 
con  la  lectura  de  Santa  Teresa  á  cumplir  su  vocación  de  monja. 
Alfredo  procuró  caballerosamente  dominarla  pasión  que  le  inspiraba 
la  belleza  de  Miquelina,  por  respeto  á  los  vínculos  que  dejara  en 
su  país  natal ;  pero  pudo  más  el  amor  que  la  prudencia,  á  despecho 
de  los  amigos  y  parientes  de  la  joven,  que  veían  con  espanto  la  po- 
sibilidad de  casarse  una  portuguesa  católica  con  un  jacobino.  Este 
odio  de  familia  y  de  pueblo  tomó  un  carácter  tan  amenazador,  que 
Alfredo  tuvo  necesidad  de  huir  á  España  para  evitar  que  los  pa- 
triotas le  asesinaran.  Incorporado  nuevamente  al  grande  ejército 
ganó  con  su  espada  en  los  campos  de  batalla  la  faja  de  Mariscal 
del  Imperio,  y  se  casó  con  su  prima.  Cuando  Napoleón,  vencido 
por  la  coalición  europea,  partió  para  Santa  Elena,  Alfredo  se  re- 
tiró á  Madrid,  enviando  dos  de  sus  hijos  á  la  Coruña.  Mientras 
tanto  la  abandonada  Miquelina  había  descendido  al  sepulcro,  de- 
jando en  poder  de  una  pobre  mujer  á  la  recien  nacida  Flavia,  fru- 
to ilícito  de  sus  desventurados  amores. 

La  huérfana  infeliz  llegó  á  un  extremo  tal  de  miseria  que  se  vio 
obligada  á  implorar  la  caridad  de  los  transeúntes.  A  la  edad  de 
siete  años  se  fugó  con  una  compañía  de  titiriteros,  fascinada  por 
la  brillantez  de  sus  pintados  trajes.  Estando  en  la  Coruña  se  es- 
capó otra  vez  para  entrar  como  criada  en  un  colegio  de  niñas, 
donde  una  educanda,  llamada  Carlota,  no  tan  sólo  exigió  que  la  tra- 
tasen como  compañera  suya,  sino  que  más  tarde  se  la  llevó  consigo 
á  Madrid.  Nuestros  lectores  habrán  adivinado  ya  que  Carlota  era 
una  de  las  hijas  del  general,  y  que  así  vino  á  encontrarse  Flavia 
al  lado  de  su  padre,  aunque  ignorando  ambos  el  estrecho  paren- 
tesco que  los  unía.  Aquellos  días  de  felicidad  fueron  breves.  La  es- 
posa de  Alfredo,  por  haber  descubierto  que  su  hijo  Ernesto  galan- 
teaba á  Flavia,  la  arrojó  á  la  cara  la  nota  de  engeUada,  expósita. 


CASTELLO   BRANCO.  27 

Esto  produjo  la  tercera  fuga  de  la  desdichada  huérfana:  habia  hui- 
do primero  de  la  choza  de  su  nodriza;  huyó  después  de  la  compa- 
ñía de  los  titiriteros,  y  huyó  últimamente  de  la  morada  de  sus  pro- 
tectores, á  pesar  de  las  lágrimas  de  su  amiga  Carlota  y  de  la  bon- 
dadosa resistencia  del  general. 

Ernesto,  después  de  pelear  denodadamente  en  África  vino  á  mo- 
rir delante  de  Oporto,  como  soldado  de  aquella  heroica  legión  or- 
ganizada por  el  Emperador  D.  Pedro  en  la  isla  Tercera.  Exhaló 
su  último  aliento  en  los  amorosos  brazos  de  Flavia,  que  habia  ido 
de  Francia  con  el  propósito  de  encontrarle.  Retirada  á  Guimaraes 
compró  por  casualidad  la  casa  donde  falleciera  su  madre,  y  ha- 
llando en  un  mueble  viejo  los  papeles  que  ésta  dejara,  descubrió 
que  era  hija  de  Alfredo,  y  hermana  del  hombre  á  quien  tanto  ha- 
bia amado.  En  esta  novela,  que  se  diferencia  de  las  otras  del  mis- 
mo autor  por  la  seriedad  de  su  entonación  y  por  el  enredo  de  la 
trama,  hay  escenas  de  la  guerra  peninsular,  que  compiten  en  exac- 
titud con  las  del  Mario  de  Silva  Gaio. 

Se  ha  censurado  á  Castello  Branco,  lo  mismo  que  á  Dickens, 
por  seguir  con  persistente  y  cansada  uniformidad  la  escuela  hu- 
morística, que  fundaron  en  el  siglo  XVIII  Smollet,  Sterne  y  Eied- 
ling.  ¡Como  si  el  estilo  de  cada  escritor,  cuando  éste  renuncia  á 
la  afectación  y  al  artificio,  no  fuera  el  reñejo  de  su  inteligencia, 
de  su  idiosincrasia,  de  su  manera  de  ser!  Todo  literato  debe  á  Dios 
su  estilo,  como  todo  hombre  debe  á  Dios  su  fisonomía. 

Castello  Branco  retrata  tipos  y  no  personas;  sin  embargo  en 
la  Queda  d'um  anjo  aparece  de  una  manera  asaz  transparente  el 
ex-ministro  Ayres  de  Gouveia.  El  interés  de  esta  fingida  historia 
se  sostiene  más  por  su  lenguaje  festivo  y  por  su  diálogo  vivo  y 
chispeante,  que  por  las  peripecias  del  argumento.  Calixto  Eloy  de 
Siles ,  mayorazgo  de  Agrá  de  Freimas ,  de  49  años  de  edad ,  ca- 
sado con  Doña  Teodora  Barbuda ,  mayorozga  de  Travancos ,  es  el 
protagonista.  Hidalgo  rico,  preciado  de  la  antigüedad  y  nobleza 
de  su  casa ,  apegado  á  los  antiguos  usos  y  á  las  leyes  antiguas, 
dado  á  la  lectura  de  los  clásicos  griegos  y  latinos ,  censor  perpetuo 
desde  la  oscura  aldea  en  que  vive ,  de  todas  las  innovaciones  de  la 
civilización ,  legitimista  de  pura  sangre  y  católico  á  macha  marti- 
llo, tal  es  en  un  principio  Calixto  Eloy.  Elegido  diputado  por  su 
distrito  se  exhibe  en  el  Congreso,  como  verdadero  procer  rural,  pe- 
rorando contra  el  lujo ,  contra  la  perversión  de  las  costumbres  y 


28  CASTELLO   BRANCO. 

contra  el  despilfarro  de  veinte  mil  duros  con  que  el  Estado  sub- 
venciona anualmente  á  la  empresa  del  Teatro  de  San  Carlos.  En- 
cuéntrase en  las  discusiones  frente  á  frente  de  otro  representante 
de  Oporto  llamado  Liborio,  que  ha  viajado  por  el  extranjero,  y 
que  después  de  haber  impreso  algunos  libros  ruines,  pretende 
darse  importancia  haciendo  discursos  pedantescos ,  altisonoros  y 
soporíferos.  Este  Liborio  es  Ayres  de  Gouveia,  diputado  y  ministro 
en  varias  ocasiones,  y  autor  de  A  reforma  das  prisdes.  Las  alu- 
siones son  tan  desembozadas ,  que  muchas  de  las  frases  que  pro- 
nuncia están  copiadas  literalmente  de  ese  volumen.  El  leg-itimista 
Calixto,  especie  de  D.  Quijote,  que  ha  tomado  sobre  sus  hombros 
la  audaz  empresa  de  desfacer  entuertos  y  amparar  doncellas ,  no 
tan  sólo  clama  en  la  tribuna  parlamentaria  contra  las  instituciones 
modernas,  sino  que  interviene  oficiosamente  en  la  vida  doméstica 
de  familias  determinadas ,  para  corregir  y  moralizar  sus  costum- 
bres. Aconseja  sucesivamente  á  Doña  Catalina,  esposa  de  Duarte 
Malafaca  y  á  su  amante  Bruno  Mascarenhas  que  rompan  sus  rela- 
ciones criminales.  En  efecto ,  Bruno  se  aparta  de  Catalina.  Pero 
¡oh  fragilidad  humana!  Calixto,  el  católico  severo,  comienza  por 
sentir  en  su  corazón  la  necesidad  de  amar  y  ser  amado,  y  concluye 
por  apasionarse  de  Ingenia  de  Teive,  por  regalarle  una  casa  en 
Cintra  y  por  marcharse  con  ella  al  extranjero ,  olvidándose  com- 
pletamente de  su  prosaica  mujer ,  la  buena  Dona  Teodora.  Hay 
más  aún :  el  ardiente  legitimista  se  trasforma  en  ministerial ,  y 
acepta  del  Gobierno  revolucionario  el  titulo  de  Barón  de  Agrá  de 
Freimas  para  si ,  y  numerosas  condecoraciones  para  ciertas  influen- 
cias electorales.  A  su  vez  Teodora ,  antes  hacendosa  y  consagrada 
á  los  quehaceres  de  su  casa,  se  deja  seducir  por  su  primo  Lope 
de  Gamboa.  Marido  y  mujer  siguen  hasta  el  fin  una  senda  de  per- 
dición :  él  tuvo  dos  hijos  de  Ifigenia ,  y  ella  uno  de  Lope.  Completa 
metamorfosis :  el  legitimista  se  hace  constitucional ,  el  inflexible 
Catón  se  hace  adúltero.  Esto  es  lo  que  motiva  el  titulo  de  A  queda 
d'  um  anjo ,  aunque  á  semejanza  de  Aventuras  de  Bazilio  debiera 
denominarse  más  bien  Aventuras  de  Calixto.  Esta  novela  correría 
peligro  de  ser  denunciada  en  España,  porque  hay  en  ella  perso- 
najes que  parecen  tomados  daprés  nature  de  nuestra  galería  par- 
lamentaria. 

Originalidad  en  la  invención ,  soltura  en  el  estilo  ,  elegancia  en 
la  frase ,  primorosos  cuadros  de  costumbres  ,  ironía  delicada  ,  diá- 


CASTELLO   BRANCO.  29 

log-os  fáciles  y  picantes,  y  descripciones  bellisimas,  todo  esto  abun- 
da y  resalta  en  las  novelas  de  Castello  Branco ,  pero  nada  más.  No 
se  busque  en  ellas  un  propósito  trascendental,  porque  no  lo  tienen; 
no  se  busque  tampoco  una  tendencia  fija  y  determinada ,  pues  po- 
dríamos copiar  máximas  opuestas  y  sentencias  contradictorias.  No 
vamos  á  demostrar  si  esto  es  un  mal  ó  es  un  bien :  problema  difí- 
cil que  exigirla  de  nosotros  extensas  consideraciones.  Diremos  tan 
sólo  que  el  novelista  llena  su  cometido  mientras  se  concreta  á  cor- 
regir deleitando ,  á  reproducir  tipos  y  usos ,  á  bacer  simpática  la 
virtud  y  odioso  el  vicio ,  y  á  exponer ,  para  condenarlos ,  errores 
del  entendimiento ,  extravies  de  la  pasión  y  abusos  de  las  institu- 
ciones humanas ;  y  que  extralimita  la  esfera  de  su  acción  si  pre- 
tende definir  y  sostener  y  propagar  sistemas  politices ,  filosóficos 
y  sociales.  Miguel  de  Cervantes  Saavedra  ha  conquistado  la  in- 
mortalidad ridiculizando  en  su  Quijote  los  libros  de  caballerías ,  y 
Enriqueta  Beccher  Stove  ha  llamado  profundamente  la  atención 
de  ambos  mundos  denunciando  las  iniquidades  de  la  esclavitud  en 
su  Cabana  del  Tio  Tomás  ;  pero  no  sobrevivirán  á  nuestra  época 
de  escentricidades  aquellos  escritores  franceses  y  alemanes  que  se 
han  propuesto  convertir  la  novela  en  cátedra  de  ciencias  físicas  y 
morales  :  como  Julio  Verne  que  enseña  geología  en  su  viaje  al  cen- 
tro de  la  tierra :  como  Gutzkow  que  pinta  en  su  Mago  de  Roma 
el  estado  general  de  Europa:  como  Roberto  Byr  que  desenvuelve 
en  su  Lucha  por  la  existencia  las  teorías  de  Darwin  sobre  la  trans- 
formación de  los  seres :  como  Federico  Spielhagen  que  amplifica 
en  sus  Naturalezas  problemáticas  las  doctrinas  filosófico-pesimis- 
tas  de  Schopenhauer. 

Tomad  al  acaso  un  libro  de  Castello  Branco  ,  y  contestadnos  á 
esta  pregunta:  ¿cuál  es  su  espíritu?  Sea  ese  libro  As  meritorias 
do  carcere.  El  autor  no  habrá  presumido  al  redactarlo  que  llegarla 
á  ser  tan  leido  como  las  memorias  de  Silvio  Pellico ,  ni  como  les 
prisons  de  VEurope  per  Alboise  y  Maqueten,  en  las  que  se  relatan 
las  sangrientas  y  célebres  tragedias  de  que  fueron  teatro  los  encierros 
de  Bicétre,  de  Fort  Tevéque,  del  Temple,  de  la  Conserjería,  de 
Santa  Pelagia ,  de  l'abbaye  y  de  San  Lázaro.  ¿Qué  intento  ha 
guiado  su  pluma  ?  ¿  Dar  á  conocer  el  sistema  carcelario  de  Portu- 
gal ,  presentar  en  relieve  sus  defectos  y  aconsejar  sus  reformas? 
Ciertamente  que  nó ;  pues  si  bien  se  ocupa  de  esto ,  es  de  una  ma- 
nera rápida ,  incidental  y  secundaria :  ¿  revelar  las  irregularidades 


30  CASTELLO   BRANCO. 

de  la  legislación  penal  ó  los  vicios  del  procedimiento?  Tampoco: 
hacer  observaciones  sobre  la  estadistica  de  la  delincuencia  ?  Me- 
nos aún.  No  ha  remontado  tan  alto  su  vuelo.  No  ha  tenido  otro 
propósito  que  el  de  entretener  agradablemente  á  sus  lectores.  Lo 
mismo  exactamente  acontece  en  todas  sus  novelas.  De  ellas  vamos 
á  entresacar  algunos  pensamientos ,  que  quizás  nos  descubrirán  las 
ideas  filosóficas  y  sociales  del  autor. 

«  Creo  en  Dios  como  creo  en  la  vida.  Creo  en  la  vida  como  creo 
»en  el  dolor.  En  lo  que  no  creo  es  en  la  muerte.  La  muerte  es  una 
» palabra  convencional  con  que  los  hombres  expresan  el  tránsito 
» sobre  la  tierra  hacia  el  seno  de  una  nueva  existencia.  La  inmór- 
»talidad  es  una  idea  abstracta  de  todo  lo  que  es  comprensible  á 
»los  hombres.  El  hombre  no  explica  la  inmortalidad  en  cuanto  no 
»sube  un  grado  en  la  escala  de  los  seres  inteligentes.  Hay  una  es- 
»  cala  de  seres  que  principia  en  la  materia  bruta  y  termina  en  los 
» espíritus.  Las  funciones  del  espíritu  sin  formas  corpóreas,  perte- 
»necen  á  la  criatura  superior  al  hombre.  El  hombre  no  explica 
»esas  funciones  ,  que  deben  ser  su  existencia  futura ,  por  la  misma 
» razón  que  el  animal,  inferior  al  hombre,  no  comprende  las  fun- 
»  clones  del  pensamiento  perfeccionadas,  pero  no  perfectas  en  el  h  om- 
»bre.  Todos  los  seres,  por  lo  tanto,  van  subiendo  en  la  escala  de 
»la  inteligencia.  Todos  se  transfiguran  de  forma  en  forma  hasta 
» dejar  la  envoltura  de  la  materia,  y  vagar  en  los  espacios  incóg- 
»nitos  como  vagan  los  espíritus.  Es  allá  en  las  ruinas .  en  las  pro- 
»  ximidades  del  gran  misterio ,  á  la  claridad  de  la  eterna  luz ,  don- 
»de  se  lee  el  libro  de  Dios.  Es  en  las  regiones  que  mi  alma  adi- 
» vina ,  que  yo  debo  sentir  por  el  órgano  espiritual  en  que  recibí 
» la  interminable  impresión  de  agonía  que  fué  en  la  tierra  mi  len- 
»ta  peregrinación  ( 1 ).  » 

«No  caigo  en  el  absurdo  de  reprobar  el  castigo,  pues  sería  tanto 
como  pregonar  la  impunidad  del  latrocinio.  Hasta  ignoro  si  Dios 
»dejó  remedio  para  los  defectos  de  sus  obras :  confieso  solamente 
»que  es  un  blasfemo  atrevimiento  el  querer  corregirlas.  Si  los  cri- 
«menes  son  involuntarios,  ¿cómo  se  ha  de  penitenciar  al  delincuen  - 
»te?  ¿Con  qué  derecho  racional  se  le  escálpela,  fibra  á  fibra,  la  vi- 


( I )    Scenat  conUmporanecu ,  pág.  1 62. 


CASTELLO   BRANCO.  31 

»da?  ¿Cómo  se  ha  de  considerar  social,  humana  y  justa  la  ley  que 
»abre  un  túmulo  entre  cuatro  paredes  á  Margarita,  que  es  ladrona, 
;>por  la  misma  razón  por  la  que  el  tigre  es  feroz,  y  la  víbora  vene- 
»nosa,  y  el  poeta  poeta?  Abundo  en  las  ideas  de  un  filósofo  que  di- 
»ce:  el  Creador  conserva  al  hombre,  á  la  mujer  y  al  mundo  tales 
y>cuales  son,  por  honra  de  la  4rma  (1).» 

«Tomar  por  lo  serio  la  sociedad ,  es  enloquecer.  Vivir  con  ella 
»en  buena  paz,  es  escarnecerla.  O  loco,  ó  cínico  (2).» 

«La  sociedad,  la  familia  y  el  hombre  expían  incesantemente  la 
»culpa  del  hombre,  de  la  familia  y  de  la  sociedad.  Se  opera  una 
»contínua  redención  del  género  humano.  El  hombre  es  desde  su 
^principio  la  víctima  de  la  culpa,  con  el  labio  colocado  en  el  cáliz 
»de  la  agonía.  La  vida  sobre  la  tierra  es  una  interminable  expia- 
»cion.  Yo  pago  los  crímenes  de  mi  padre ,  mis  hijos  expiarán  mis 
»crímenes,  y  el  último  ser  vivo  de  la  animalidad  inteligente  será 
»el  holocausto  del  primer  hombre  criminal  (3).» 

«Digno  de  estos  tiempos  D.  Juan  (hijo  de  un  herrero) ,  sería  hoy 
»afablemente  recibido  por  la  vieja  nobleza ,  con  tal  que  las  dife- 
»rencias  en  lo  azul  de  la  sangre  fuesen  saldadas  con  lo  amarillo 
»del  oro  (4).» 

«El  hombre  de  talento  es  siempre  un  mal  hombre.  Algunos  co- 
»nozco  yo  que  el  mundo  proclama  virtuosos  y  sabios.  Dejadlos 
i>proclamar.  El  talento  no  es  la  sabiduría.  Sabiduría  es  el  trabajo 
^incesante  del  espíritu  sobre  la  ciencia.  El  talento  es  la  vibración 
»convulsiva  del  espíritu ,  la  originalidad  inventiva  y  rebelde  á  la 
»autoridad,  el  viaje  extático  por  las  regiones  de  la  idea. San  Agus- 
»tin,  Fenelon ,  madama  de  Stael  y  Benthan  son  sabidurías.  Lute- 
»ro,  Ninon  de  Léñelos,  Voltaire  y  Byron  son  talentos.  Comparad 
»los  servicios  prestados  á  la  humanidad  por  esos  hombres,  y  ha- 
»breis  encontrado  el  antagonismo  social  en  que  luchan  el  talento 
»con  la  sabiduría  (5).» 


(1) 

Memorias  do  carcere. 

(2) 

Id.,^kg.  158. 

(3) 

Scenas  contemporáneas,  pág.  158. 

(4) 

/á.,pág.  139. 

(5) 

Ai,  pág.  97. 

32  CASTELLO   BRANCO. 

La  moralidad  de  sus  novelas  es  la  de  la  sociedad  que  reflejan.  El 
no  tiene  la  culpa  de  que  Portugal  sea  lo  que  es ,  como  no  la  tiene 
el  fotógrafo  que  os  retrata  de  que  vuestras  facciones  sean  imper- 
fectas. ¡Es  de  ver  el  donoso  fervor  con  que  algún  académico  neo- 
católico lamenta  la  inverisimilitud  y  la  licencia  en  que  han  caido 
la  novela  y  la  comedia,  echando  de  menos  la  sencillez ,  la  verdad 
y  el  candor  de  nuestros  antiguos  escritores !  ¡  Como  si  fuera  más 
inverisímil  el  Conde  de  Montecristo  con  su  fuga  del  castillo  y  con 
su  arribo  á  la  ínsula  desconocida,  que  el  Primaleon  de  Grecia  con 
su  gigante  Baledon ,  vencido  por  el  fiero  Palmendos ,  y  con  sus 
doncellas  encantadas  bajo  la  forma  de  serpientes !  ¡  Como  si  fue- 
ran más  edificantes  los  versos  del  Arcipreste  de  Hita  que  las  can- 
ciones de  Beranger ,  ni  más  licenciosa  la  comedia  El  Rey  se  di- 
vierte que  la  Celestina ! 

Entre  cuantos  escriben  para  el  público  de  la  Península  no  hay 
uno  más  laborioso  ni  más  fecundo  que  Castello  Branco.  Tiene  cua- 
renta y  cuatro  años ,  y  ha  dado  á  luz  ochenta  tomos  ( 1 ) ,  tradu- 


(1)  Hé  aquí  una  nota  de  las  producciones  Hterarias  de  Castello  Branco: 
«Amor  de  perdi^ao  (Memorias  d*uma  familia).»  Porto,  1862. --«Onde  está  a 
felicidades»  Porto,  1860. —o Estrellas  funestas.»  Porto,  1862.— «Um  homemde 
brios.»  Segunda  edición.  Porto,  1864. -—«Aventuras  de  Bazilio  Fernandes  en- 
xertado.»  Lisboa,  1863.— «Memorias  do  carcere.»  Porto,  1862.  Son  dos  volú- 
menes.—«A  queda  d'umanjo.»  Lisboa,  1866. ~« O  párente  de  cincoenta  e  tres 
monarchas.»  Lisboa,  i 867.  «Um  libro.»  Segunda  edición.  Porto,  1858. — 
aVinte  horas  de  liteira.»  Porto,  1864.  ■  «Aengeitada.»Porto,  1866.— «Agulha 
empalheiro.»  Porto,  1865.— «Amor  de  salvagáo.»-» Anuos  de  prosa.»— «O  bem 
e  o  mal.» — «Carlota  Angela.» — «Coisas  espantosas.» — «Cora9áo,  cabeza  e  es- 
tomago.» Lisboa,  1862.— «Dozecasamentosfehces.»  Los  seis  primeros  capítu- 
los se  han  publicado  en  el  tomo  I  de  la  Revista  contemporánea  de  Portíigal  e 
Brazil.n  Lisboa,  1861.— «Divindade  de  Jesús.  Duas  horas  de  leitura.-  Esbo- 
zos de  aprecia9Íóes Htterarias . » — «O  esqueleto.»— «Estrellas  propicias.»— «A 
filha  do  arcediago.»— «A  filha  do  doctor  negro. » — «Horas  de  paz.» — «Lagri- 
mas aben9oadas.»— «O  Ubronegro.»— «O  marquez  de  Torres  Novas.»— «Me- 
morias de  Guilherme  de  Amaral.» — «O  mundo  elegante.»— «Mysterios  de 
Lisboa.»- «A  neta  do  arcediago.»— «No  bom  Jesús  do  monte.» — «Noites  de 
Lamego.» — «O  que  fazen  mulheres.»— «Romance  d'um  homem  rico.» — «Sce- 
nas  contemporáneas.»  Segunda  edición.  Porto,  1862.— «Scenas  da  foz.»— 
«Scenas  innocentes  da  comedia  humana.»— «A  sereia.»— «As  tres  irmás.»— 
«Vingan^a.» — «A  Bruxa  do  monte  Cordova.» — «Cavar  em  ruinas.» — «Coisaa 
leves  e  pezadas.»— «A  doida  do  candal.»— «O  judeu.»— «Luta  de  gigantea.»— 
aMosaico.»— «O  olho  devidro.»— «O  retrato  de  Ricardina.»— «O  sangue.»— 
«O  santo  da  montauha.»— «Virtudes  antigás. u-^u Duas  épocas  da  vida(poe- 


CASTELLO   BRANCO.  33 

ciendo  además  varias  obras  del  francés,  tan  voluminosas  como  El 
genio  del  cristianismo  y  Los  mártires^  y  habiendo  sido  colabora- 
dor de  diferentes  periódicos  de  Oporto  y  de  Lisboa. 

Esta  fecundidad  es  su  defecto,  y  no  ciertamente  porque  se  repita 
ó  se  plagie  á  si  mismo.  Lejos  de  eso,  hay  en  su  imaginación  un 
venero  tan  abundante  de  argumentos  que  no  se  agota  jamas;  y  él, 
que  lo  sabe,  lejos  de  escasearlos  los  prodiga.  Otro  ingenio  de  me- 
nos recursos  encontraría  en  sus  Memorias  do  carcere,  en  sus  veinte 
loras  de  liteira,  en  corando,  cabeza  e  estomago^  y  en  scenas  con- 
temporáneas asuntos  suficientes  para  dar  interés  y  novedad  á  cin- 
cuenta novelas.  La  fecundidades  su  defecto,  porque  á  veces  se  ha- 
ce lánguido  y  difuso  como  en  Estrellas  funestas  y  en  las  Aventu- 
ras de  Bazilio.  Pero  no  le  culpemos  por  esa  falta,  que  harto  la  co- 
noce él  y  la  deplora.  El  arte  del  novelista,  tan  filosófica  y  tan  poé- 
tica, es  ordinariamente  un  oficio,  un  modo  de  vivir  como  otro  cual- 
quiera. Un  novelista  hace  novelas  como  un  alfarero  hace  vasijas, 
para  ganarse  la  vida  y  sustentar  á  su  familia.  Es  un  obrero  que 
labra  la  piedra  arrancada  de  su  propio  cerebro  Esas  escenas  tan 
ricas  de  sentimiento,  de  ternura  y  de  esplritualismo  que  conmue- 
ven dulcemente  vuestra  alma,  son  monedas  que  el  autor  ha  fundi- 
do en  el  crisol  de  su  inteligencia  para  saldar  prosaicamente  las 
cuentas  del  sastre  y  del  casero.  Vende  al  editor,  que  lo  explota,  una 
obra  de  tantos  pliegos,  y  queda  obligado  á  entregárselos  sin  que 
falte  uno  sólo,  y  si  al  efecto  es  necesario  alargar  y  extender  el  ar- 
gumento, lo  alarg'a  y  lo  extiende  hasta  llenar  esa  cláusula  esen- 
cial del  contrato.  La  acción  terminaba  quizá  naturalmente  en  el 
casamiento,  en  el  divorcio  ó  en  la  muerte  del  protagonista:  ese  era 
su  desenlace  verdadero  ó  su  fin;  pero  faltan  cuarenta  ó  sesenta  pá- 
ginas, que  el  calculista  editor  no  perdona,  y  es  forzoso  inventar 
un  incidente,  un  episodio,  un  aditamento,  un  epilogo  y  emborro- 
nar del  mejor  modo  las  hojas  estipuladas.  Si  se  quiere  la  prueba 


sías).»— «Preceitos  do  coragáo  (poesías).»— «Misterios  de  Fafe.» — «Brilhantes 
do  Brazileiro.»  — «A  mulher  fatal.»  -«Preceitos  de  consciencia  (poesías)))  Ha 
escrito  también  los  siguientes  dramas  y  comedias:  «Abengoadas  lagrimas.» 
«Agostinho  de  Ceuta.))— «Espinhos  e  flores.» — «Justica.»— «O  mongado  de 
Fafe  em  Lisboa.» — «O  mongado  de  Fafe  amoroso.» — «Poesía  ou  dinheiro'?» 
«Purgatorio  eparaizo.»— «O  ultimo  acto.»  Ha  traducido  «Fanny,»  «Genio  do 
christianismo,»  «Inmortalidade,  a  morte  e  a  vida,»  «Os  mártires,»  y  «Roman- 
d'um  rapaz  pobre. » 

TOMO  XV.  3 


34  CASTELLO   BRANCO. 

de  esto  léase  el  último  capítulo  de  Virtudes  antigás,  titulado  um 
poeta  portuguez rico. 

El  mercado  literario  es  en  Portug-al  reducido  y  escaso,  como  no 
puede  menos  de  serlo  en  un  país  de  tres  á  cuatro  millones  de  habi- 
tantes. Lo  que  no  se  gana  en  calidad  hay  que  ganarlo  en  cantidad. 
No  basta  que  los  libros  que  el  autor  produzca  sean  buenos:  es  me- 
nester además  que  sean  muchos.  El  dia  en  que  deje  de  producir  se 
encuentra  en  la  triste  alternativa  de  pedir  limosna,  como  Camóes, 
ó  de  reunir  sus  escuálidos  hijos  é  irse  con  ellos  en  procesión  silen- 
ciosa á  llamar  á  las  puertas  de  un  asilo  de  beneficencia. 

Castello  Branco  es  hombre  escéntrico,  de  una  franqueza  increí- 
ble. Cuenta  al  público,  es  decir,  á  amigos  y  á  enemigos,  á  la  ge- 
neración presente  y  á  las  venideras,  lo  que  muy  pocos  osarían  de- 
positar en  el  seno  de  la  más  estrecha  intimidad .  Piensa  en  alta  voz 
y  ha  elegido  por  confidentes  de  sus  secretos  á  sus  numerosos  suscri- 
tores.  ¿Habéis  leído  los  de  Eofienstein  de  Spielhagen?  ¿Recordáis 
el  raro  valor  y  la  ausencia  de  aprensión  con  que  el  demag'ogo  Ca- 
yus  comienza  su  lamentable  historia,  profiriendo  esta  frase  horri- 
ble que  debia  quemar  sus  labios  y  que  la  pluma  se  resiste  á  copiar: 
«mí  padre  era  un  borracho  y  mi  madre  una  mujer  pública?»  Pues 
si  nuestro  novelista  se  viese  en  tan  desdichadas  y  humillantes  cir- 
cunstancias sería  capaz  de  imitar  á  Cayus.  En  Amor  de  perdicdo 
refiere  las  debilidades,  los  deslices  y  los  crímenes  de  una  familia 
desventurada.  Domingo  Botelho,  hidalgo  de  una  antigua  casa  de 
Villa  Real ,  se  sostiene  enCoimbra  como  flautista,  porque  sus  mer- 
madas rentas  apenas  llegan  para  salvar  de  manos  de  la  justicia  á 
su  hermano  Luis,  perseguido  como  asesino.  A  pesar  de  su  inteli- 
gencia limitada,  y  merced  á  la  compasiva  tolerancia  de  los  exami- 
nadores, recibe  el  título  de  abogado.  La  cualidad  que  más  sobre- 
sale en  él,  y  que  le  dá  cierta  nombradla  poco  envidiable,  es  su 
tacañería  proverbial.  Se  casa  con  Dona  Teresa  Castello  Branco,  y 
nacen  de  este  matrimonio,  entre  otros  hijos,  Manuel  y  Simón:  Ma- 
nuel que  deserta  del  regimiento  de  infantería  de  Numancia  para 
huir  á  España  con  una  mujer  casada,  y  Simón  que,  después  de 
haber  sido  condenado  á  morir  en  la  horca  por  homicidio  premedi  - 
tado,  consigue  la  conmutación  de  su  pena  en  la  de  presidio  por 
diez  años.  Al  fin  de  la  novela,  y  como  por  vía  de  epílogo  se  halla 
esta n ota  inverisímil: 

De  la  familia  de  Simón  Botelho  vive  aun  en  Villa  Real  de  Tras- 


CASTELLO   BRANCO.  35 

OS  montes  la  señora  Dona  Rita  Emilia  Gastello  Branco,  su  her- 
mana predilecta.  La  última  persona  fallecida  hace  veinticinco 
años,  fué  Manuel  Botelho,  padre  del  autor  de  este  libro. 

Camilo  Castello  Branco,  joven  aún  por  su  edad,  pero  anciano 
por  sus  achaques,  triste  herencia  de  una  juventud  nada  austera: 
joven  porque  acaha  de  cumplir  cuarenta  y  cuatro  años,  pero  an- 
ciano porque,  como  José  de  Espronceda,  «siempre  juguete  fué  de  sus 
pasiones,»  vive  en  la  soledad  del  campo,  consagrado  á  la  literatura, 
que  es  su  más  fiel  amiga,  que  es  su  únicopatrimonio,queessu  gloria. 
Después  de  producir  ochenta  volúmenes,  con  los  que  ha  enriqueci- 
do á  sus  avaros  editores,  permanece  pobre.  ; Dichoso  él,  teólogo  de 
ortodoxia  dudosa,  si  encuentra  en  los  consuelos  de  la  religión  el  bál- 
samo que  há  menester  para  alivio  de  sus  amargurasl  Político  ver- 
sátil, que  ha  caminado  desde  las  regiones  heladas  de  Bonald  hasta 
las  cumbres  volcánicas  de  Víctor  Hugo,  termina  su  peregrinación 
fatigosa,  como  Carlos  Dickens,  sin  haber  recibido  auxilio,  ni  fa- 
vor, ni  amparo  de  la  corte.  Poeta  sentimental  y  jeremiaco,  y  me- 
nos buen  rimador  que  poeta,  es,  como  decia  Cervantes  de  si  mis- 
mo, más  versado  en  desdichas  que  en  versos.  Su  talento  superior 
no  le  ha  revelado  el  secreto  de  agradar  y  conmover  en  el  teatro, 
de  interesar  la  atención  de  los  espectadores  con  el  dominio  de  los 
recursos  dramáticos  y  de  los  efectos  escénicos.   Su  popularidad, 
que  es  grande,  se  la  debe  toda  á  la  novela,  en  la  que  descuella  por 
su  espíritu  observador  sin  pretensiones  filosóficas,  por  su  fecunda 
invectiva  y  por  su  estilo  humorístico,  que  le  permite  mezclar  es- 
cépticamente  lo  sublime  con  lo  prosaico  y  lo  jovial  con  lo  patético, 
como  anda  siempre  mezclado  en  este  dichoso  mundo  que  habi- 
tamos. Reputaciones  que  presumen  de  inmortales ,  se  desvanece- 
rán sin  duda  bajo  la  acción  deletérea  del  tiempo;  pero  el  siglo  XIX 
trasmitirá  á  los  venideros  los  nombres  de  tres  literatos  ilustres;  el 
de  Herculano  que  ha  fundado  la  historia;  el  de  Almeida  Garret 
que  ha  fundado  el  teatro,  y  el  de  Castello  Branco  que  ha  fundado 
la  novela  de  actualidad:  aventajando  este  último  á  los  dos  prime- 
ros, porque  Herculano  fué  precedido  por  Juan  de  Barros,  y  Almeida 
Garret  fué  precedido  por  Gil  Vicente,  mientras  que  él  no  ha  teni- 
do un  solo  predecesor  como  novelista  de  costumbres. 

Antonío  Romkro  Ortiz. 


NOVELISTAS  CONTEMPORÁNEOS 


DE  LA 


GRAN    BRETAÑA 


APUNTES    LITERARIOS. 

Los  novelistas  contemporáueos  en  la  Gran  Bretaña  son  tantos, 
que  sólo  la  enumeración  de  sus  nombres  llenaria  un  volumen.  Des- 
de la  época  en  que  marió  Walter  Scott,  hasta  el  dia  de  la  fecha, 
los  tomos  de  novelas  inglesas  publicadas  se  calculan  en  20 .  000  (1). 

Aun  cuando  la  paciencia  y  la  vida  alcanzaran  para  examinar 
una  masa  tan  formidable  de  impresos,  no  habrá  muchos,  de  seguro, 
que  por  completo  hayan  ejecutado  tarea  semejante.  Excusado  es 
advertir,  que  estos  breves  apuntes  sólo  aluden  á  las  novelas  que 
hemos  leido.  Si  muchas  están  aquí  omitidas .  es  porque  nosotros, 


(1)  Dicho  número  está  sacado  del  Athenwum  y  de  otras  publicaciones  bibliográfi- 
cas y  críticas. 

En  Inglaterra ,  g^eneralmente  se  publica  lal."  edición  de  una  novela  en  tres  to- 
mos (8.°  mayor)  y  se  vende  por  lo  común  al  precio  de  una  guinea  (100  reales)  cada 
ejemplar.  Desde  hace  algunos  años,  sin  embargo,  varios  novelistas  tienen  periódicos 
literarios,  donde  imprimen  sus  obras  de  este  género.  Así  Dickens  posee  el  periódico: 
All  the  year  Round;  Mistress  Wood :  The  Argoxy;  Miss  Braddon  :  Belgravia,  y  otros  no- 
velistas también  los  suyos.  De  estos,  muchos  escriben  bajo  el  anónimo ,  y  otros  con 
pseudónimos,  como  en  sos  primeras  obras,  Dickens  con  el  de  Boz,  Thackeray  con  el 
de  Michael  Angelo  Titnwrnh,  etc.  Varios  novelistas  publican  bajo  el  anónimo  su  prime- 
ra obra,  y  en  las  demás  expresan  que  está  escrita  por  el  autor  de  dicho  primer  traba- 
jo, imitando  en  esto,  á  Scotl,  que  dio  á  luz  las  suyas  poniendo  en  todas:  por  el  autor 
de  WüDerley. 

El  escribir  buena«  novelas  produce  ganancias  muy  grandes  en  Inglaterra,  y  los  no' 


NOVELISTAS    CONTEMPORÁNEOS,    ETC.  87 

y  la  generalidad  de  cuantos  aman  la  lectura,  únicamente  nos 
enteramos  de  tales  libros  como  distracción ,  y  solaz  en  medio  de 
otros  trabajos  más  áridos  y  pesados ,  para  saciar  el  placer  natural 
á  la  bumana  índole  de  recrearse  con  la  relación  de  hechos  ame- 
nos y  curiosos,  y  deleitar  la  fantasía  con  un  entretenimiento  tan 
sabroso,  que  á  veces  llega  hasta  convertirse  en  poderosa  pasión, 
según  sucede  á  menudo ,  especialmente  entre  las  jóvenes  de  Ingla- 
terra, á  quienes  cautiva,  arrastra  y  embelesa. 

Con  seguridad  puede  afirmarse,  que  es  ley  de  nuestra  natura- 
leza ,  la  que  ordena  que  para  el  ánimo  las  diversiones  agradables 
son  tan  necesarias  como  el  ejercicio  para  el  cuerpo.  Los  novelistas 
ingleses,  mejor  que  nadie,  suministran  lo  que  aquella  ley  exije,  al 
ofrecer  abundante  y  casi  inmensurable  cantidad  de  obras  tan  castas 
y  morales,  como  deliciosamente  amenas  y  maravillosas.  Esos  nove- 
listas ponen  de  relieve  las  glorias  de  pasados  tiempos ;  animan 
las  escenas  y  los  acontecimientos  históricos ;  pintan  los  triunfos  de 
la  virtud  y  del  patriotismo  y  la  miserable  vileza  de  los  vicios ; 
despiertan  nuestros  buenos  sentimientos  en  favor  de  los  olvida- 
dos y  oprimidos,  de  los  pobres  y  desgraciados  ;  tales  autores  su- 
ministran un  banquete  intelectual  con  manjares  tan  sanos  como 
sabrosos  y  variados ;  forman  con  sus  obras  un  cuadro  animadísimo 
y  pintoresco  en  grado  supremo,  por  su  vasta  erudición,  por  sus  ob- 
servaciones delicadas  y  profundas ,  y  merced  al  embellecimiento 
que  derraman  las  luces  de  su  imaginación  lozana  y  viva,  y  un 
buen  gusto  literario  correcto,  lleno  de  gracia  y  elegancia.  En  el 
número  y  diversidad  de  bus  concepciones  y  caracteres ,  los  nove- 


velistas  célebres  poseen  inmensos  caudales  alcanzados  con  la  pluma.  Á  Wilkie  Collin. 
le  ha  abonado  su  editor  5.000  lihras  (25.000  duros)  por  la  novi-la  The  Woman  in  White. 
y  á  Miss  Evans  (George  EUiot)  7.000  libras  (35.000  duros)  por  su  Romola.  Tales  sumas 
se  pagan  por  la  puijücacion  de  dichas  novelas  en  Revistas  mensuales,  y  además  que- 
dan ios  autores  dueños  de  la  propiedad  de  las  obras,  que  reimprimen  y  expenden 
en  tomos. 

No  conocemos  libros  modernos  sobre  los  novelistas  británicos,  Taine,  en  el  último 
tomo  de  su  Histoire  de  la  Littérature  anglaise,  sólo  habla  de  dos  novelistas  contemporá 
neos,  que  son:  Dickens  y  Thackeray.  Dicha  obra  de  Taine,  cuya  2/  edición  se  bá 
dado  á  luz  hace  cuatro  meses ,  ha  merecido  durísimas  calificaciones  de  críticos  que 
prueban  que  el  autor  ig-nora  la  materia  que  trata  (V. :  The  Saturday  Review  del  20  de 
Noviembre  de  1869,  y  el  Athenceum  del  mes  de  Octubre  del  año  último).  Importantes 
obras  acerca  de  la  novela  en  general,  son  las  sig-uientes;  Hisfory  of  Fiction  (Historia  de 
la  ñccion),  por  Dunlop,  (3."  edición,  Londres  1843);  Allgemeine  Geschichte  des  Romans 
(Historia  general  de  la  Novela),  por  Eichendorff  (2."  edición,  Jena  1850);  iVoü«/s  and 
Novelists  (Novelas  y  Novelistas),  por  Jeaffreson  (Londres  1858);  y  otras  varias. 


38  NOVELIiSTAS   CONTEMPORÁNEOS 

listas  aludidos  pueden  colocarse  junto  á  los  primeros  autores  de 
fiiccion  de  cualquier  pais  del  mundo  y  nadie  les  supera  ni  en  la 
abundancia,  ni  en  la  originalidad,  ni  en  la  variedad  de  sus  obras. 
Natural  parece,  pues,  que  el  dar  apuntes,  aunque  pocos  y  breves, 
sobre  ciertos  trabajos  contemporáneos  de  tales  novelistas ,  no  ca- 
rezca enteramente  de  interés,  tratándose  de  asunto  tan  vasto  y  de 
gran  importancia,  que  como  parte  de  la  historia  de  la  literatura, 
está  cada  dia  más  estrechamente  ligada  á  la  política  y  social  de  cual- 
quier nación  culta.  Más  todavía  que  en  otros  países,  esta  clase  de 
estudio  debe  interesar  en  España ,  cuyo  esplendente  blasón  y  cuya 
incomparable  gloria  es  el  rey  ce  los  escritores  de  novelas:  Miguel 
de  Cervantes  Saavedra.  Su  inmortal  Quijote,  según  escribió 
Heine,  por  la  unánime  aprobación  degeneraciones  y  generaciones, 
está  declarado  la  primer  novela  del  mundo;  el  eterno  modelo  de 
cuantos  se  propongan  enlazar  la  realidad  á  la  ficción ;  obra,  esa,  á 
la  que  ni  en  fuerza  de  observación,  ni  en  verdad  de  caracteres,  ni 
en  profundidad  de  pensamientos,  ni  en  gala  de  estilo  y  de  colores, 
ni  en  lo  exacto ,  ni  en  lo  ideal  llega ,  se  acerca  ninguna  otra  de 
cuantas  el  ingenio  humano  ha  concebido;  siempre  fresca  y  lozana 
á  pesar  de  sus  doscientos  sesenta  y  cuatro  anos;  siempre  leida  con 
el  mismo  placer  y  admirada  con  el  propio  entusiasmo  que  en  los 
primeros  dias;  única  en  el  orbe  que,  cuando  parecía  que  no  tuviese 
ya  objeto  ni  razón,  sigue  deleitando  á  toda  clase  de  personas,  á  la 
par  que  desesperando  á  cuantos  cultivan  tales  flores  del  espíritu,  y 
se  afanan  por  encontrar  algo  que  la  imite,  ya  que  no  la  iguale. 

Decíamos,  pues,  que,  á  nuestro  juicio,  este  trabajo,  por  el  asun- 
to de  que  trata,  pudiera  tener  algún  ínteres,  y  eso  nos  mueve  á 
emprenderlo  para  quien  no  esté  familiarizado  con  el  movimiento 
intelectual  en  ramo  tan  fecundo  de  la  literatura  inglesa.  No  vamos 
á  dar  ahora,  ni  breves  juicios,  ni  tampoco  siquiera  datos  biblio- 
gráficos completos  acerca  de  las  obras  de  todos  los  novelistas  con- 
temporáneos de  la  Gran  Bretaña .  Ni  el  artículo  de  una  Revista  lo 
consiente,  ni  la  regla  á  que  deben  sujetarse  los  estudios  para  este 
género  de  publicaciones  lo  autoriza.  De  otra  parte,  sin  invertir 
varios  tomos,  seria  imposible  presentar  detalladamente  nuestro 
asunto,  pues  hoy  dia  en  Inglaterra,  como  novelistas,  figuran  per- 
sonas en  número  inmenso:  aquí  nobles,  allí  plebeyos;  ya  ignoran- 
tes, ya  eruditos;  ora  hombres,  ora  mujeres;  allá  clérigos,  acá  se- 
glares; en  fin,  gente  de  cada  clase,  circunstancia,  edad  y  condi- 


DE  LA  GRAN  BKKTAÑA.  39 

cion;  los  que,  poco  ó  mucho,  pero  los  más  sin  treg-ua  ni  descanso, 
cultivan,  explotan  y  sin  cesar  producen  las  obras  de  este  género. 
Se  limitarán,  pues,  nuestros  rápidos  apuntes  á  aquellos  autores 
«uyas  novelas,  merced  á  su  mérito,  puedan  considerarse  como  joyas 
de  arte,  á  las  que  por  sus  atractivos  alcanzan  unánimes  aplausos 
y  gran  celebridad,  embelesando  al  público  inglés  y  pasando  luego 
á  formar  parte  del  patrimonio  de  la  literatura  europea.  Únicamente 
indicaremos,  entre  algunos  libros  de  novelistas  modernos  de  Ingla- 
terra, los  que  son  como  faros,  cuya  luz  sirve  de  norte  y  guia  en 
el  derrotero  que  conduce  al  conocimiento  del  estado  actual  de  tan 
abundosa  y  prolifica  materia.  La  índole  de  ésta  exige,  empero,  que 
se  antepongan  observaciones,  que  aqui  serán  brevísimas,  sobre  la 
novela,  y  aquellos  de  sus  géneros  que  en  dicho  país,  hoy  dia  de  la 
fecha,  más  se  cultivan. 


I. 


La  novela,  según  Goethe  y  otros,  es  la  epopeya  moderna.  La 
epopeya  propiamente  dicha,  la  epopeya  grande  y  heroica,  como 
todos  saben,  no  es  posible  en  nuestros  dias,  debiendo  concurrir 
para  su  formación  circunstancias  poco  comunes,  que  el  hombre  no 
puede  crear,  porque  son  obra  de  los  tiempos,  y  sólo  existen  algu- 
nw  épocas  distantes,  únicas  tal  vez  en  la  vida  de  los  pueblos,  en 
que  ese  poema  sea  posible. 

Mas  así  como  éste,  en  tiempos  antiguaos,  era  el  libro  de  los  tem- 
plos, el  libro  de  las  plazas,  de  los  teatros  y  de  los  juegos  circenses, 
de  los  grandes  concursos,  de  las  solemnidades  públicas;  la  novela 
es  el  libro  del  hogar  doméstico,  del  gabinete,  del  sofá  modernos,  el 
libro  de  los  sentimientos  solitarios  de  cada  corazón,  el  poema  de 
las  actuales  aisladas  pasiones  de  todas  esas  almas,  que  no  se  reúnen 
en  ninguna  parte  para  cantar,  para  orar,  para  sentir  y  llorar  algo 
en  común.  Dicho  esto  más  brevemente:  en  la  vida  individual  de 
las  sociedades  modernas,  la  novela  ha  remplazado  al  interés  social 
del  poema  antiguo. 

Por  otra  parte,  existe  una  circunstancia  notable  que  nadie  igno- 
ra: la  relativa  ano  haber  en  nuestro  siglo  lectura  más  generalizada 
que  la  de  novelas,  la  cual  ha  deshancado  y  oscurecido  por  com- 
pleto á  todas  las  demás.  Con  avidez  devoran  multitud  de  personas 


40  NOVELISTAS    CONTEMPORÁNEOS 

hasta  las  novelas  más  insípidas,  y  á  esto  es  debido  que  doctos  escri- 
tores, sobresalientes  por  sus  obras  serías  y  profundas,  abandonan  á 
veces  tales  trabajos  áridos  y  pesados  para  dedicarse  á  este  género 
de  composiciones  literarias.  Teniendo  presente  circunstancia  se- 
mejante M.  Caxton,  dirigiéndose  á  su  hijo  Pisistratus,  personajes 
ambos  de  una  de  las  novelas  más  recientes  de  Bulwer,  le  dice:  «La 
>)aovela  se  ha  hecho  un  artículo  de  primera  necesidad  en  nuestro 
»siglo.  Escribe  algún  libro,  hijo  mío,  escribe  algún  libro,  no  de 
»tal  suerte  que  necesariamente  resulte  despreciable,  sino  cualquier 
»novela,  que,  aun  sin  valor,  la  gente  no  puede  menos  de  leer.» 

Claro  es  que  la  novela  corresponde  á  la  comarca  de  la  poesía, 
puesto  que  resulta  producida  por  la  imaginación;  pero  difiere  de 
ella,  por  cuanto  que  casi  siempre  se  escribe  en  prosa. 

Así  como  suelen  hacerse  tres  subdivisiones  de  la  poesía,  á  saber: 
la  lírica,  la  narrativa  ó  épica,  y  la  dramática,  también  se  pueden 
establecer  igual  número  de  partes  correspondientes  á  las  mismas 
en  las  obras  en  prosa  de  la  imaginación.  A  la  poesía  lírica  cor- 
responde la  oratoria,  ó  al  menos  algunos  de  sus  géneros;  al  drama 
métrico,  el  drama  en  prosa,  y  á  la  poesía  narrativa  ó  épica,  la 
novela. 

La  teoría  que  considera  la  novela  como  la  epopeya,  es  impor- 
tante; pero  su  desenvolvimiento  no  puede  establecerse  dentro  de 
los  límites  de  este  articulo.  «Toda  novela,  dice  Bunsen,  debe  ser 
una  nueva  Iliada  ú  Odisea.»  No  faltará  quien  califique  tal  aserto 
de  estra vagancia  filosófica;  pero  el  mismo  Bunsen,  para  demostrar 
su  teoría ,  pasa  revista  á  las  novelas  de  los  tres  últimos  siglos,  y 
halla  que ,  sólo  las  que  reúnen  condiciones  épicas ,  son  las  que 
han  conseguido  fijar  la  atención  por  más  de  una  ó  dos  genera- 
ciones. 

Nace  la  oposición  y  violencia  para  aceptar  el  anterior  aserto  de 
la  circunstancia  de  que,  cuando  se  quiere  comprobar  su  verdad,  se 
piensa  sólo  en  los  grandes  poemas  épicos,  comparándolos  con  todas 
las  novelas,  sin  distinguir  sus  respectivos  géneros,  méritos,  ni 
condiciones.  Fijándose  en  la  Riada  ó  en  la  Odisea,  en  la  Jerusalen 
del  Tasso,  ó  en  el  Paraíso  Perdido  de  Milton,  es  de  seguro  muy 
difícil  hallar  más  de  una  ó  dos  novelas  que  puedan  ponerse  en  pa- 
rangón contales  obras  del  genio  épico.  Mas  de  otra  parte,  también 
hay  muchas  obras  que  se  clasifican  juntamente  con  aquellos  poe- 
mas, que  son  muy  inferiores  á  algunas  de  las  mejores  novelas, — 


DE    LA    GRAN    BRETAÑA.  41 

Pongamos,  por  ejemplo,  al  Quijote  (1).  Pocos  vacilarán  en  colocar 
esta  grandiosa  obra  á  la  misma  altura  que  los  tres  ó  cuatro  poemas 
épicos,  que  el  mundo  prefiere  á  todos  los  demás,  y  es  seguro  que 
nadie  dejará  de  ponerla  á  mucha  mayor  elevación  que  tienen  otras 
afamadas  composiciones  poéticas,  en  el  género  aludido,  de  autores 
que  gozan  de  universal  renombre.  Asi,  la  comparación  de  que  se 
trata,  sólo  debe  establecerse  entre  obras  que  en  ambas  esferas 
reúnan  iguales  condiciones,  y  entonces  resultará  una  analogía 
perfecta  entre  la  novela  y  la  epopeya. 

n. 

Admitido  lo  que  antecede,  y  procediendo  con  rigorosa  lógica, 
deberla  únicamente  establecerse  en  la  novela  la  misma  división 
que  se  hace  en  la  epopeya,  distinguiendo  la  seria  de  la  cómica. 
Edward  Bulwer  Lytton,  empero,  cuyas  obras  de  ficción  todos  ad- 
miran y  el  que  con  tanta  conciencia  ha  planteado  una  teoría  de 
la  novela ,  las  clasifica  sin  excepción  alguna  en  tres  clases ,  á  sa- 
ber :  en  novelas  familiares ,  en  pintorescas  y  en  intelectuales; 
clasificación  esa  muy  poco  científica  por  cierto ,  pero  que  contiene 
un  significado  obvio,  que  varios  críticos  aprueban,  por  referirse  al 
estilo  y  contenido  interno  de  estas  composiciones. 

Tales  clasificaciones ,  sin  embargo ,  y  otras  que  omitimos ,  pa- 
recen poco  adecuadas  para  servir  de  norte  y  guia  á  través  de  la 
inmensa  masa  de  novelas  contemporáneas  inglesas ;  porque  de  és- 
tas hay  sobre  todo  linaje  de  asuntos ,  sobre  cada  clase  de  la  socie- 
dad humana,  relativas  á  cuestiones  éticas  y  políticas,  y  á  cuantos 
problemas  se  han  propuesto  en  las  regiones  intelectuales  y  mora- 
les. Sin  embargo,  como  en  la  mayor  parte  de  las  publicaciones  de 
este  género,  aparece  siempre  que  el  objeto  que  más  resalta  es  pin- 
tar la  sociedad  moderna,  creemos  preferible,  de  acuerdo  con  críti- 
cos autorizados,  circunscribirnos  á  una  división  externa  de  estas 
composiciones ,  arreglada  á  las  materias  de  que  principal  y  res- 
pectivamente traten ,  sin  fijarse  en  los  fines  peculiares  que  bajo 
una  ú  otra  forma  se  haya  propuesto  alcanzar  con  especialidad  cada 
autor. 


(1)  Es,  ciertamente,  muy  extraño  que  el  novelista  inglés  Bulwer,  dig-a,  en  una 
nota  del  capítulo  LlI  de  Pelham,  que  no  es  novela  el  Quijote,  y  que  en  todo  el  mundo 
no  existe  ni  una  sola  novela  perfecta. 


42  NOVELISTAS    CONTEMPORÁNEOS 

Nuestro  punto  de  arranque  al  echar  una  ojeada  rápida  sobre  tan 
vasta  comarca ,  comienza  en  la  época  inmediata  á  la  muerte  de 
Walter  Scott  y  dentro  de  tales  límites  existen  trece  variedades  dis- 
tintas de  la  novela  británica. 

I.  La  novela  de  la  vida  y  costumbres  de  Escocia  — En  este  gé- 
nero es  fácil  hallar  la  influencia  ejercida  por  Scott ,  cuyas  huellas 
han  seg-uido  Galt,  Mistress  Johnstone,  Miss  Ferrier ,  Hog-g-,  Alian 
Cunningham,  Lockhart,  Wilson,  Sir  Thomas  Dick  Lauder,  Picken 
y  Moir.  Entre  los  anteriores,  sin  embargo,  hay  varios  cuya  origi- 
nalidad es  notoria  y  que  presentan  condiciones  diferentes  de  las 
peculiares  á  Scott,  ya  sea  esto  debido  á  su  organización  inental, 
ya  porque  habitasen  distintas  partes  de  Escocia,  ó  ya  bien  á  causa 
de  practicar  observaciones  en  otras  esferas  de  la  vida  escocesa. 
Asi,  vése  sólo  en  Hogg  la  vida  humilde  de  pastores  en  las  tierras 
bajas  de  dicho  país;  en  Galt  y  Picken  predominan  representacio- 
nes del  genio  astuto  de  la  región  del  Oeste;  y  de  la  del  Norte,  en 
Hugh  Miller.  Galt ,  en  una  de  sus  novelas ,  traslada  su  Escoces 
á  América ,  desarrollando  su  carácter  en  sitios  y  en  condiciones 
adonde  Scott  jamás  llegó.  También  Lockart  y  Wilson,  autores  de 
erudición  y  cultura ,  aunque  eligieron  temas  nacionales  y  figuran 
en  la  escuela  de  que  se  trata,  tienen  escritas  escenas  de  la  vida  es- 
cocesa, concebidas  en  un  espíritu  literario  diverso,  y  presentadas, 
asimismo,  con  luces  características  y  propias.  Wilson  suministra 
en  sus  L%ces  y  sombra  de  la  vida  escocesa,  en  sus  otras  novelas  y 
principalmente  en  sus  N ocies  Ambrosianoi ,  ya  un  sentimiento  de 
poesía  patética  dando  sombra,  mas  no  oscureciendo  el  espíritu  es- 
coces, ya  una  gracia  tan  grande  y  un  humor  delicado  tan  original, 
profundo  y  nuevo,  que  según  varios  críticos  autorizados,  dejó  á 
Scott  muy  atrás,  aunque  sólo  se  miren  los  cuadros  del  último  en 
este  género,  más  acabados  y  perfectos.  El  Pastor  de  Ettrich  de 
Wilson  es,  de  cuantos  trabajos  de  ficción  recientes  han  visto  la  es- 
tampa, una  de  las  creaciones  más  extraordinarias. 

No  son,  empero,  únicamente  novelistas  naturales  de  Escocia  los 
que  se  han  ocupado  en  delinear,  desde  la  época  de  Scott,  el  carác- 
ter, costumbres ,  naturaleza  y  vida  de  ese  país,  sino  que  muchos 
ingleses  lo  toman  por  tierra  romántica  é  ideal ,  tanto  física  como 
moralmente;  y  hallándola  en  estado  más  primitivo  y  menos  cor- 
rompido que  los  otros  dominios  británicos ,  la  eligen  para  escenas 
de  sus  composiciones,  y  buscan  en  ella  caracteres,  ya  sencillos, 


DE    LA    GRAN    BRETAÑA.  43 

ja  rudos,  ó  ya  bien  por  otro  estilo  peculiares.  Véase  un  ejemplo 
en  la  novela  AUon  Loche  de  Mr.  C.  Kingsley,  donde  Sandy  Mac- 
kaye,  escoces  viejo  y  cínico,  que  tiene  un  puesto  de  libros  en  Lon- 
dres, destruye  las  supersticiones  del  joven  sastre  y,  hasta  cierto 
punto,  endereza  cuantos  entuertos  existían  en  su  vecindad. 

II.  La  novela  de  las  constumhres  y  vida  en  Irlanda,  es  la  se- 
gunda división  de  nuestro  asunto.  ~  Antes  que  Scott  estableciera 
la  novela  escocesa,  inició  la  de  Irlanda  Miss  Edgeworth,  á  quien 
siguieron  Miss  Owenson  y  otros ;  mas  como  era  natural ,  el  ejem- 
plo de  Scott  estimuló  nuevamente  el  genio  irlandés  y  le  imprimió 
un  fresco  impulso  y  una  dirección  más  peculiarmente  patriótica. 
Ejemplos  para  esta  segunda  división  son  las  novelas  de  Banim, 
Crofton,  Croker,  Griffin,  Carleton  y  Lover,  más  algunas  de  M.  Le- 
ver  y  Mistress  S.  C.  Hall. 

III.  La  novela  de  la  vida  y  costumbres  inglesas,  no  presenta, 
respecto  á  Inglaterra,  el  mismo  carácter,  peculiarmente  distintivo 
que  las  novelas  contemporáneas  de  las  dos  clases,  antes  indicadas, 
demuestran,  con  relación  á  Escocia  é  Irlanda.  Por  supuesto,  que 
compuesta  la  mayoría  de  novelistas  británicos ,  desde  Scott,  por 
ingleses  de  ambos  sexos ,  es  natural  que  hayan  tomado  á  Ingla- 
terra para  escena  de  sus  composiciones,  y  como  asunto  de  sus  ar- 
gumentos ,  la  vida  y  costumbres  inglesas. 

Tal  vemos  en  las  obras  de  Lady  Caroline  Lamb,  Mr.  Peacok, 
Theodore  Hook,  Mr.  Plumer  Ward,  Mr.  Disraeli,  Edward  Bulwer 
Lytton,  Mistress  Gore,  Mistress  Trollope,  Lady  Blessington,  Miss 
Martineau,  Mr.  Samuel  Warren,  Douglas  Jerrold,  Mr.  C.  A.  Mur- 
ray,  Mistress  Crowe,  Miss  Jewsbury,  Albert  Smith,  Mr.  Lewes, 
Mr.  Shirley  Brooks,  Anthony  Trollope,  Mistress  Marsh,  Miss  Mu- 
lock,  Dickens,  Thackeray,  Wilkie  Collins,  Mistress  Oliphant,  Char- 
les Reade,  Mistress  Woulfe,  Miss  Amelia  B.  Edwards,  Sarah 
Tytler,  Mistress  Edwards ,  Miss  Craik ,  Miss  Braddon ,  Lady  Ful- 
lerton ,  Miss  Cummins ,  Mistress  Riddell,  George  Elliot  y  otros 
muchos ,  cuyas  novelas  corresponden  á  esta  tercera  división  adop- 
tada. Varios  de  los  citados  prosiguen  el  estilo  exquisito  de  la  fic- 
ción doméstica  inglesa,  que  comenzó  Miss  Austen,  y  otros  han  in- 
troducido en  la  novela  peculiaridades  originales,  extendiéndola 
ya  sobre  gran  espacio  de  la  superficie  de  la  vida  inglesa ,  ya  hasta 
penetrar  en  sus  rincones  apartados  y  en  sus  más  remotos  limites. 
Sin  embargo,  la  mayor  parte  de  los  novelistas  de  que  ahora  se 


44  NOVELISTAS   CONTEMPORÁNEOS 

trata ,  sólo  presentan  escenas  ^de  dicha  vida  tomadas  en  las  clases 
superiores  de  la  sociedad  ó  de  los  habitantes  de  Londres  y  sus  cer- 
canías. 

Nótase,  empero,  cierta  tendencia  á  describir  las  costumbres  pro- 
vinciales. Asi  Miss  Bronte  pinta  caracteres  y  escenas  de  Yorkshire 
y  hasta  emplea  el  dialecto  de  este  condado :  Mistress  Gaskell  di- 
buja la  vida  de  los  artesanos  en  Lancashire  y  dá  muestras  del  dia- 
lecto  de  esta  provincia;  y  Mr.  King-sley  ha  presentado  esquicios 
de  Devonshire  y  de  otros  varios  condados.  También  se  hallan  ilus- 
traciones de  la  naturaleza  y  vida  inglesa,  tal  como  existen  varia- 
mente fuera  de  la  metrópoli,  en  las  novelas  de  Miss  Mitford,  en 
algunas  de  Theodore  Hook,  Mr.  Peacock,  Edward  Bulwer  Lytton, 
Dickens,  Thackeray,  Anthony  Trollope  y  otros  varios. 

Mas  estando  todo  el  movimiento  literario  inglés  concentrado  en 
Londres,  quizás,  merced  á  semejante  contralizacion  ña  brotado  (IV) 
La  Novela  de  la  moda,  que  trata  de  describir  la  vida  de  la  sociedad 
aristocrática,  tanto  de  aquella  capital  como  de  los  puntos  donde 
suele  tener  su  residencia  la  gente  elegante  que  priva  y  está  en 
boga.  Cultivaron  este  género  Lady  Caroline  Lamb  ,  Theodore 
Hooke  y  también  lo  han  explotado,  Mr.  Disraeli,  Edward  Bulwer 
Lytton,  Mistress  Gore,  Mistress  Trollope  y  su  hijo  Anthony,  Lady 
Blessington,  etc. ,  etc. 

Otra  clase  de  novelases  (V)  La  de  los  Crímenes  y  Criminales ,  ácuyo 
género,  en  Inglaterra,  hoy  dia  de  la  fecha  se  llama:  novela  de  sen- 
sación ( sensation  novel )  y  el  cual  hace  muchísimo  ruido  en  la  ac- 
tualidad ;  porque  los  autores  que  lo  cultivan  han  logrado  excitar 
poderosamente  la  curiosidad ,  causando  extrañeza  y  admiración  al 
apelar  al  misterio  y  al  terror,  con  los  que  producen  tan  grande  he 
chizo  y  embeleso,  que  no  es  posible  soltar  la  novela  de  las  manos 
sin  terminarla,  siendo  inmensa  la  sorpresa  y  arrebato  que  origina. 
Ejemplos  de  este  género,  tan  en  boga,  son:  el  Pablo  Clifford  de 
Edward  Bulwer  Lytton,  el  Jack  Sheppard  de  Ainsworth  ,  algunas 
novelas  de  Mr.  Wilkie  Collins ,  de  Misiiress  Wood,  Miss  Braddon  y 
de  otros  autores.  Esta  clase  de  novela  no  es  la  misma  que  el 
Jonathan  Wild  de  Fielding,  ni  que  las  novelas  picarescas  españo- 
las; si  bien  trata  de  hechos  de  gente  mala,  de  asesinatos  cometi- 
dos y  de  aventuras  criminales. 

Otra  variedad  es  (VI)  La  Novela  del  Viajero,  cuyo  género  con- 
siste en  trasladar  fuera  de  la  (Jran  Bretaña  á  los  personajes,  que 


DE    LA    GRAN   BRETAÑA.  45 

como  gente  de  moda,  hace  excursiones  en  el  continente,  residien- 
do, ya  en  París ,  ya  en  los  baños  alemanes,  ó  ya  bien  en  Floren- 
cia ó  en  otras  ciudades  italianas.  Algo  de  esto  se  encuentra  en 
casi  todas  las  novelas  de  la  clase  IV;  mas  muy  especialmente  cor- 
responden al  género  que  ahora  designamos  varias  novelas  de  Ed- 
ward  Bulwer  Lytton ,  y  aún  más ,  algunas  de  Mistress  Gore  y  de 
Mistress  Trollope.  También  Mr.  Thackeray,  en  su  manera  pecu- 
liar, solía  hacer  viajar  por  el  Rhin ,  á  los  Kickleburys  ó  algunas 
otras  de  sus  familias  inglesas. 

Del  género  anterior  nacen  dos  clases  más,  que  merecen  distin- 
guirse, á  saber  (VII):  La  Novela  de  las  Costumbres  y  Sociedad 
americana  ,  de  que  han  escrito  Mistress  Trollope  ,  el  capitán 
Marryat;  y  hasta  cierto  punto  también  Dickens  y  Thackeray  y 
(VIII)  La  Novela  Oriental,  ó  de  las  Costumbres  y  Sociedad  de 
Oriente,  de  que  son  ejemplos  las  novelas  persas  é  indianas  de 
Mr.  Morier,  Mr.  Bailie  Fraser  y  de  algunos  otros.  No  dejan  de  te- 
ner importancia  las  dos  últimas  clases,  por  cuanto  que  enseñan 
nuevas  regiones  de  la  naturaleza;  costumbres  antes  casi  ignoradas, 
y  una  sociedad  totalmente  diversa  de  la  europea. 

Hay  dos  géneros  en  las  composiciones  de  que  tratamos ,  cuyo 
interés  principal  también  nace ,  hasta  cierto  punto ,  de  una  loco- 
moción imaginaria ,  tales  son :  (IX)  La  novela  militar ;  y  (X)  La 
novela  naval.  Aquella  está  representada  por  los  tomos  que  han 
publicado  el  cura  protestante  Mr.  G.  R.  Gleig,  Mr.  W.  H.  Max- 
well y  Mr.  Lever,  sobre  aventuras  militares ,  y  además  inciden- 
talmente  por  ciertas  partes  de  las  ficciones  de  Thackeray  y  de  otros 
autores  que  con  gracia  y  originalidad  reseñan  la  vida  del  soldado, 
ya  en  paz ,  ya  en  guerra ,  ó  ya  bien  de  vuelta  á  su  casa ,  refiriendo 
los  peligros  y  peripecias  de  su  azarosa  carrera. 

Las  obras  de  los  capitanes  Marryat  y  Charnier ,  de  Mr.  James 
Hannay,  Mr.  Cupples  y  otros  torman  la  clase  X.  Gran  parte  del 
interés  que  tienen  las  novelas  recientes  de  este  género  está ,  no 
sólo  en  la  representación  del  carácter  de  los  marinos  y  de  los  inci- 
dentes de  la  vida  á  bordo ,  igual  al  que  imprimió  Smollett  en  sus 
cuentos  marítimos  en  tiempos  anteriores ,  sino  que  se  funda  prin- 
cipalmente en  la  poesía  de  la  mar  misma ,  en  las  relaciones  entre 
compañeros  de  fatigas  y  penalidades  á  bordo ,  en  lo  variado  y  pro- 
celoso del  elemento  sobre  que  flotan;  en  el  cielo  bajo  el  cual  na- 
vegan, ya  despejado  y  bonancible ,  ya  cubierto  de  negros  nubar- 


46  NOVELISTAS    CONTEMPORÁNEOS 

roñes  que  rugen ,  revientan  y  se  desencadenan  con  huracanes  hor- 
rorosos ,  soplando  tremendamente  sobre  las  bravias  ag-uas ,  hasta 
levantarlas  más  altas  que  gigantescas  montanas  con  sus  espantosos 
abismos  de  inmensurable  y  tenebrosa  profundidad. 

La  del  marino  es  símbolo  poético  de  la  humana  vida  en  general, 
pues  presenta  una  conjunción  de  dos  series  de  relaciones ,  consis- 
tiendo unas  en  las  que  mantienen  los  navegantes  como  individuos 
de  una,  misma  tripulación  que  reunidos  prosiguen  su  viaje,  y  otras 
formadas  por  las  de  la  dotación  del  buque  considerada  como  un 
todo,  respecto  á  los  elementos  infinitos  y  visibles  donde  se  halla 
y  en  que  vuelan  los  augurios  que  notan  amagando  y  espantando 
á  la  vez  cuantos  espíritus  infernales  temen.  Todo  lo  anterior  se 
observa  en  las  descripciones  de  algunos  de  los  novelistas  navales 
más  recientes,  que  narran  ya  supersticiones  de  timoneles,  ya  cuen- 
tos de  marineros  viejos ,  velando  en  noches  serenas  y  estrelladas, 
al  referirse  sus  ideas  vagas  y  ásperas  sobre  religión  marina ,  ó  ya 
bien ,  pintando  escenas  donde  todos  sobre  cubierta  sólo  atienden 
la  voz  de  mando  del  capitán  en  la  tormenta,  ó  cuando  el  barco, 
listo  para  el  combate ,  presenta  toda  su  gente  con  pecho  y  brazos 
descubiertos,  al  lado  de  los  cañones,  las  mechas  encendidas,  armas 
de  abordaje  y  de  combate  preparadas,  y  todo  dispuesto  para  llevar 
en  breve  de  uno  á  otro  buque  la  destrucción  y  la  muerte. 

Tan  gran  cantidad  de  novelas  sobre  acciones.de  la  vida  y  refe- 
rentes á  todo  linaje  de  aventuras  como  llevamos  indicada,  todavía 
no  termina  la  serie  de  semejante  género  de  composiciones ;  por- 
que en  ella  también  tenemos  (XI)  La  novela  de  fantasía  sobrena- 
tural, de  la  que  son  ejemplos:  Franhenstein  por  Mistress  Shelley, 
Zanoni  por  Bulwer  Lytton ;  algunos  cuentos  de  Douglas  Jerrold, 
asi  como  las  de  NocJie  Buena  de  Dickens. 

Distingüese  además  la  clase  (XII),  que  comprende  La  novela  de 
la  cultura  intelectual ,  y  cuyo  objeto  es  exponer  el  desarrollo  y 
educación  del  carácter  de  algún  individuo  de  Índole  reflexiva  su- 
perior. La  idea  para  este  género  de  composiciones,  la  han  tomado 
Jos  novelistas  británicos  de  la  traducción  inglesa  del  Wilhelm 
Meister  de  Goethe.  Cuantos  cultivan  la  clase  antes  anotada  con  el 
número  IV ,  que  han  escrito  buenas  novelas ,  lo  deben ,  en  mu- 
cha parte,  al  haber  introducido  ingeniosamente  en  su  plan  algo 
de  lo  que  el  género  de  que  ahora  tratamos  comprende.  Dentro 
de  este  último,  Bulwer  sobresale  en  varias  de  sus  novelas,  y  ade- 


DE    LA    GRAN    BRETAÑA.  47 

más  otros  escritores  muy  modernos  que  adelante  mencionaremos. 
Queda  por  último  que  hacer  mención  de  la  clase  (XIII),  que 
comprende:  La,  novela  histórica.  El  g-énio  de  Scott  demostró  lo 
que  podia  hacerse  en  este  linaje  de  composiciones,  ya  coleccionan- 
do los  materiales  y  frag-mentos  esparcidos  por  indag-aciones  ar- 
queológicas é  históricas ,  ya  penetrando  y  amaestrándose  con  ha- 
bilidad y  talento  en  costumbres  y  sucesos  de  pasadas  edades.  Lo 
acaecido  en  tiempos  atrás,  Scott  no  lo  describe,  sino  que  lo  vivifi- 
ca, dándole  cuerpo  y  animación.  Asi  fué  como  esta  clase  de  nove- 
las recibieron  de  Scott  tan  grandísimo  vigor ,  predominio  é  im- 
pulso. 

Desde  entonces ,  las  novelas  históricas  que  han  visto  la  luz  pú- 
blica en  la  Gran  Bretaña,  son  numerosísimas,  y  tratan  de  las  más 
diversas  épocas,  de  distintos  personajes  y  pueblos,  y  de  períodos 
variados  en  las  crónicas  de  muchas  naciones.  Así  Galt ,  publicó 
novelas  sobre  la  historia  escocesa  de  los  siglos  XVI  y  XVIí ,  Sir 
Thomas  Dick  Lauder  y  también  otros ,  siendo  algunas  relativas  á 
épocas  todavía  más  remotas  de  dicha  historia ;  los  novelistas  ir- 
landeses antes  mencionados ,  tienen  impresas  composiciones  sobre 
la  de  Irlanda ;  relativas  á  la  historia  inglesa ,  son  varias  de  God- 
win ,  Bulwer  Ly tton ,  Horace  Smith ,  Mistress  Bray ,  Ainsworth . 
y  principalmente  de  Mr.  G.  P.  R.  James.  Mr.  O.  Kingsley  también 
ha  invadido  de  nuevo  esta  comarca  en  su  Westward  J^of;  Tacke- 
ray  en  su  Esmond\  y  Dickens  en  su  Barnaby  Rudge,  donde  des- 
cribe los  motines  de  Gordon.   Varios  de  estos  novelistas  derraman 
luz  clara  sobre  cuestiones  oscuras  de  distintas  épocas  en  la  historia 
de  Inglaterra,  al¿ mismo  tiempo  que  fascinan  la  imaginación  y 
estimulan  la  curiosidad  del  lector. 

De  la  historia  de  los  demás  países  de  Europa ,  James  ha  escrito 
muchas  novelas  y  Bulwer  su  Bienzi. 

Aunque  la  pasión  de  Scott  por  el  género  histórico  se  limitó  al 
período  gótico  del  pasado  europeo ,  el  gusto  actual  de  lo  histórico 
en  la  ficción,  ó  de  lo  ficticio  en  la  historia,  ha  traspasado  dicha 
época  extendiéndose  por  todas  partes  ,  así  cronológica  como  geo* 
gráficamente.  En  el  primer  sentido  comprenden  las  novelas  con- 
temporáneas inglesas  la  historia  clásica  antigua,  de  que  son  ejem- 
plos :  el  Valerius  de  Lockhart ;  Los  últimos  días  de  Pompeya  de 
Bulwer;  Antonina  de  Wilkie  Gollins,  Hypatia  de  Kingsley;  y 
otras  muchas  de  épocas  todavía  más  remotas.  Geográficamente 


48  NOVELISTAS   CONTEMPORÁNEOS 

variadas,  hay  además  de  las  novelas  contemporáneas  sobre  socie- 
dad y  costumbres  orientales,  que  de  suso  quedan  indicadas,  otras 
sobre  la  historia  de  Oriente.  De  estas,  la  más  célebre  es  el  Anasta- 
sius  de  Hope,  quien  describe  en  ella  la  sociedad  decrépita  del  Im- 
perio |turco  á  fines  del  siglo  XVIII ,  sus  costumbres  y  naturaleza, 
con  la  minuciosidad  y  exactitud  del  más  consumado  artista.  Va- 
rios críticos  autorizados,  sin  excluir  á  Bunsen,  la  alaban  sobre  ma 
ñera,  dando  al  Anastasius  una  importancia  épica  mucho  mayor 
que  la  que  pueda  tsner  la  más  perfecta  de  las  novelas  de  Scott. 


m. 


Admitiendo  la  anterior  clasificación ,  ora  otra  cualquiera^  siem- 
pre resulta  que  ning-un  novelista  contemporáneo  ha  cultivado  más 
géneros  de  este  linaje  de  composiciones  que  Bulwer,  pues  ha  es- 
crito, por  lo  menos ,  en  siete  de  las  diversas  clases  antes  enume- 
radas. 

Á  Bulwer  (1),  hoy  Lord  Lytton,  que  siempre  será  conocido  en  el 
mundo  literario  por  dicho  apellido ,  con  el  que  se  ha  conquistado 
fama  universal  de  autor  erudito ,  profundo  y  filosófico ,  como  los 
demás  literatos  ingleses  que  han  estudiado  en  Alemania ,  le  con- 
viene exactamente  el  epitafio  que  Johnson  redactó  para  la  tumba 
de  Goldsmith  en  la  abadía  de  Westminster  :  Nullum  feré  scri- 
hendi  genus  non  tetigit;  nullum  quod  tetigit  no  ornavit.  Estos 
apuntes ,  naturalmente  tienen  que  excluir  cuanto  se  refiere  á  las 
obras  poéticas ,  dramáticas ,  arqueológicas ,  biográficas ,  históricas 
y  demás  clases  donde  se  ha  distinguido  Bulwer  y  han  de  reducirse 
á  pocas  y  rápidas  indicaciones  sobre  sus  novelas ;  comarca  en  la 
que  ha  ocupado,  muerto  Scott,  el  más  alto  y  principal  lugar,  rei- 


(I)  Edward  Bulwer  ha  sido  autorizado  á  cambiar  su  apellido  en  Lytton .  Nombrado, 
en  1858,  Ministro  de  las  Colonias,  ha  recibido  en  1866  la  dig^nidad  de  Par  del  reino,  y 
desde  entonces  es  Lord  Lytton.  Su  esposa  Rosina,  hija  de  Francis  Whcoler  y  nieta 
de  Lord  Massey,  ha  publicado  muchos  trabajos  literarios,  y  entre  estos,  novelas  nota- 
bles que  están  traducidas  al  alemán.  Pinta  en  ellas  con  maestría  la  vida  aristocrática 
Inglesa,  expone  sus  escándalos,  hipocresías  y  vicios  de  todas  clases.  Su  mejor  novela 
es  la  intitulada  Miriam  Sedley.  En  Junio  de  1858,  desempeñando  Bulwer  el  cargo  de 
Ministro,  se  presentó  en  Ilertfordshire  candidato  para  miembro  del  Parlamento,  y  a] 
verificarse  la  votación,  acudió  su  esposa  al  colegio  electoral,  donde  públicamente  ma- 
nifestó las  quejas  y  agravios  que  tenia  contra  su  esposo,  de  quien  desde  entonces  per- 
manece separada. 


DE    LA    GRAN    BRETAÑA.  49 

nando  sobre  todos  los  demás  escritores  de  obras  de  ficción ,  y  sólo 
conservando  el  cetro  en  este  género  literario ,  basta  que  se  lo  ba 
arrebatado  Dickens  primero,  y  disputado  después  otros  varios  au- 
tores británicos. 

Seg-un  consta  en  diversas  biografías  de  Bulwer,  á  los  cinco  años 
de  edad  ya  componia  versos ;  pero  á  la  novela  se  dedicó  bastante 
tiempo  después  teniendo  veintiuno.  Falkland ^  su  primera  obra  de 
ficción  en  prosa ,  está  inspirada  por  Byron ;  es  un  cuento  de  amor 
apasionado  é  intenso ,  calculado  para  excitar  é  inflamar ;  cuento 
basado  en  la  admiración  de  su  autor  á  dicho  poeta ,  cuyo  genio 
peculiar  y  hasta  sus  errores  seductores  imita ,  empleando  vivo  y 
hermosísimo  colorido ,  sin  que  con  esto ,  empero ,  logre  producir 
más  que  un  cuadro  desproporcionado,  falto  de  los  toques  necesarios 
para  darle  armonía  y  unidad. 

En  la  época  cuando  causaban  fanatismo  las  novelas  de  la  socie- 
dad elegante ,  puestas  á  la  moda  por  Theodore  Hook ,  apareció  el 
Pelham  de  Bulwer,  donde  abunda  la  gracia  más  delicada  y  se  di- 
bujan con  exactitud  grandísima  la  vida  y  costumbres  de  la  aristo- 
cracia, presentándose  escenas  de  profundo  y  romántico  interés,  sin 
que  falten  agudezas  ingeniosas ,  chistes  de  buen  tono  y  ocurren- 
cias felices,  tan  nuevas  como  oportunas.  Adolece,  empero,  de  arte 
en  el  desarrollo  del  argumento ,  no  estando  combinados  armonio- 
samente lo  satírico  con  lo  trágico ,  y  apareciendo  varios  defectos 
debidos  á  la  poca  experiencia  del  autor,  y  que  hoy  dia  destacan  en 
mayor  grado ;  porque  la  crítica  es  más  severa ,  y  porque  compa- 
ramos esta  obra  con  varias  recientes  de  mérito  superior.  Sin  em- 
bargo ,  el  tipo  perfecto  del  pisaverde ,  que  según  Carlyle  :  «  es  un 
» hombre  cuya  ocupación,  oficio  y  existencia,  se  reducen  á  vestirse 
»bien  y  sabiamente,  consagrando  con  heroísmo  á  ese  objeto  todas 
»las  facultades  de  su  alma,  talento,  fortuna  y  persona  entera;  de 
» forma,  que  así  como  los  demás  se  visten  para  vivir,  él  vive  para 
» vestir»  está  retratado  con  tanta  verdad  en  Pelham,  y  reúne 
además  esta  novela  tantos  atractivos  irresistibles,  que  llamó  pode- 
rosamente la  atención  del  público ,  consiguiendo  en  breve  popu- 
laridad grandísima,  y  conquistando  para  su  autor  sitio  principal 
entre  los  novelistas  británicos. 

Las  otras  novelas  del  primer  período  de  nuestro  autor  son  muy  di- 
versas así  con  re3p3cto  á  los  asuntos  que  comprenden,  como  rela- 
tivamente al  estilo  que  las  distinguen;  habiendo  querido  Bulwer, 

TOMO  XV.  4 


50  NOVELISTAS   CONTEMPORÁNEOS 

con  tanta  abundancia  y  variedad,  demostrar  la  riqueza  de  su  ima- 
ginación y  la  fuerza  grande  de  su  talento.  The  Disowned  que  es 
lo  opuesto  á  PelJiam,  pero  mucho  más  perfecto  que  éste  como  com- 
posición artística,  es  la  historia  de  un  héroe  de  virtud  estoica  que, 
en  medio  de  las  ruinas  de  su  fortuna  y  á  pesar  de  muchas  desgra- 
cias y  desengaños ,  conserva  grandeza  de  carácter,  demostrando 
sentimientos  levantados ,  generosos  y  nobles.  Esta  novela,  dice  su 
autor:  «contiene  escenas  del  mayor  interés,  vivo  colorido,  pensa- 
»mientos  expresados  menos  superficialmente,  pasiones  intensas  y 
»enérgicas  y  una  tendencia  más  moral  y  sensible  que  todo  lo  pe- 
»netra.»  El  argumento  es  complicadísimo,  demostrando  el  talento 
peregrino  de  Bulwer  para  combinar  incidentes  nuevos  y  extraor- 
dinarios; pero  á  pesar  del  juicio  favorable  de  muchos  críticos,  esta 
novela  goza  de  escasa  popularidad  y  no  ha  logrado  tantos  aplausos 
como  otros  trabajos  de  Bulwer.  Los  estudios  históricos  de  este  co- 
menzaron á  dar  frutos,  y  como  tales  aparece  primero  la  novela  in- 
titulada Devereux  donde  están  representadas,  con  viveza  y  perfec- 
ción, las  cortes  de  Inglaterra  y  Francia,  en  los  tiempos  de  la  reina 
Ana  y  Jorge  I,  y  del  regente  Orleans  con  el  intrigante  espléndido 
Bolingbroke.  Toda  esta  obra  resulta  animada  con  una  entonación 
moral  muy  superior  á  las  anteriores  del  mismo  autor,  y  tiene  pá- 
ginas elocuentísimas,  que  parecen  consagradas  á  enaltecer  el  sen- 
timiento del  amor  puro,  de  la  lealtad,  del  honor  y  de  la  religión. 

Mas  como  si  el  novelista,  que  nos  ocupa,  hubiera  querido  des- 
truir el  buen  efecto  de  Devereux^  inmediatamente  después  dio  á 
luz  composiciones  de  una  especie  que  ha  fundado,  donde  brillan 
trabajos  suyos  notabilísimos,  habiendo  servido  de  norte  y  guia  á 
los  que  recientemente  han  puesto  el  género  tan  en  boga.  Aludimos 
á  la  clase  V  de  nuestra  anterior  clasificación,  siendo  su  primera 
obra  de  este  linaje,  Paul  Clifforá,  cuyo  héroe,  bandolero  román- 
tico, recorre  la  lóbrega  y  repugnante  senda  de  los  vicios  más  as- 
querosos y  vulgares;  pero  por  último  llega  á  reformarse  y  consi- 
gue cierta  elevación  merced  á  la  influencia  del  amor.  Algunas 
partes  de  esa  novela  están  escritas  de  mano  maestra;  pero  es  indu- 
dable que  en  Inglaterra  ha  producido  efectos  perniciosos  sobre  el 
gusto  del  público;  y  hasta  el  perpetramiento  de  varios  crímenes 
horribles,  lo  atribuyen  algunos  á  la  influencia  y  enseñanza  de  li- 
bros de  ese  género. 

Prosiguiendo  éste  mismo,  publicó  Eugene  Aram,  novela  de  es- 


BE    LA.    GRAN    BRETAÑA.  '  51 

tructura  artística  y  trabajo  digno  de  un  gran  maestro.  En  ella  se 
poetiza  el  carácter  de  Aram,  asesino  inglés,  al  que  convierte  el 
novelista  en  hombre  estudioso,  en  amante  refinado,  lleno  de  gene- 
roso apasionamiento  y  hasta  en  filántropo,  que  ansia  redimir  de 
males  á  la  especie  humana.  Aram  intenta  casarse  con  la  intere- 
sante Madeline,  muchacha  noble  de  espíritu,  y  cuantas  escenas 
hay  relativas  á  estos  amores  desgraciados,  presentan  interés  trágico 
de  orden  superior.  En  toda  la  obra  se  hallan  reflexiones  morales 
expresadas  con  tal  sentimiento  y  poesía,  que  embelesan  profunda- 
mente. Los  incidentes  se  relatan  combinados  tan  bien,  que  despier- 
tan curiosidad  intensa  y  excitan  la  atención  con  fuerza  descomu- 
nal, deleitando  siempre  sobremanera  las  muchas  escenas  tiernas, 
patéticas  y  trágicas  que  abundan  en  esta  novela.  Toda  ella  es  bri- 
llante ejemplar  del  arte  con  que  una  pluma  mágica  traza  admira- 
blemente la  ejecución  del  crimen,  las  agonías  de  una  conciencia 
culpable,  las  peripecias  que  al  descubrimiento  del  delito  conducen; 
y  aun  cuando  este  asunto  sea  repugnante  y  detestable,  y  aun 
cuando  también  se  falte,  hasta  cierto  punto,  á  la  verdad  en  el  di- 
bujo y  desarrollo  de  los  caractére?!,  no  se  puede  por  menos  de  dis- 
culpar eso,  tratándose  de  un  autor  que  embelesa  con  su  imagina- 
ción tan  fecunda  ,  original  y  lozana,  y  que  tanto  fascina  con  su 
genio  superiormente  extraordinario. 

Muchos  años  después  que  la  anterior  novela ,  Bulwer  ha  dado  á 
la  estampa  otra  del  mismo  género  con  igual  mérito  artístico ;  pero 
si  cabe,  todavía  el  argumento  es  más  repulsivo.  Está  intitulada: 
Lucretia ;  or ,  tJie  CMldren  of  Night ,  y  es  una  aglomeración  de 
cuanto  hay  de  aborrecible ,  inicuo  y  detestable  para  la  conciencia 
y  el  corazón  humano.  No  falta  en  ella  ningún  elemento  del  mal: 
traición,  malicia,  celos,  envidia,  avaricia,  torpes  ambiciones, 
fraudes ,  hipocresías ,  apetitos  contra  naturaleza ,  asesinatos  atro- 
ces, y  todo  linaje  de  desenfrenadas  pasiones.  Sólo  un  talento  de 
primer  orden  es  capaz  de  interesar  al  lector  con  tal  argumento, 
sin  obedecer  á  aquella  regla  de  Horacio ,  que  previene  que  el  poeta 
debe  instruir  ó  deleitar. 

Apartando  la  vista  de  esos  escritos  tan  contrarios  á  la  moral, 
consignemos  ahora  alguna  breve  observación  referente  á  novelas 
de  nuestro  autor ,  que  son  resultados  de  sus  estudios  clásicos  y  pro- 
fundos sobre  historia  y  filosofía.  Como  tales  aparecen  primero:  The 
Last  Days  of  Pompeii  [Los  últimos  dias  de  Pompeya)  y  Rienzi, 


52  <  NOVELISTAS   CONTEMPORÁNEOS 

Traducidas  ambas  al  español,  ¿qué  hemos  de  poner  en  su  elogio 
que  no  se  sepa?  Las  dos  han  alcanzado  aplausos  unánimes  de  todas 
las  personas  de  buen  gusto. — En  Los  últimos  días  de  Pompeya  se 
hallan  hermosamente  dibujadas  las  costumbres  sociales  y  domés- 
ticas de  una  población  de  la  antigua  Roma ,  de  la  alegre  ciudad 
en  la  bahia  napolitana ,  cuya  destrucción  maravillosa  es  uno  de 
los  más  imponentes  acontecimientos  históricos.  Los  griegos  y  ro- 
manos ,  Diomed ,  Glaucus ,  Nydie  y  demás  que  en  la  narración 
figuran,  son  simpáticos ,  á  pesar  de  la  época  remotísima  de  que  se 
trata,  hasta  para  lectores  que  no  han  cultivado  los  estudios  arqueo- 
lógicos; y  el  argumento  de  dicha  novela,  si  bien  menos  complicado 
que  el  de  otras  de  Bulwer ,  está  combinado  con  arte  perfecto  y 
reúne  condiciones  de  un  mérito  muy  superior.  El  Rienzi  tomado 
de  la  historia  del  Mazzini  del  siglo  XIV,  contiene  relaciones  cu- 
riosas de  hechos  importantes.  Estas  dos  novelas  históricas  fueron, 
después  de  las  de  Scott,  las  mejores  que  se  hablan  escrito,  y  dieron 
con  razón  á  Bulwer  el  puesto  que  ocupó  aquel  gran  novelista 
escoces - 

Bulwer,  empero,  no  ha  querido  dedicar  mucho  tiempo  al  género 
histórico ,  el  que  sólo  ha  aumentado  con  otras  dos  novelas  relati- 
vas á  la  crónica  nacional  inglesa ,  que  son :  Harold ,  y  Tke  Last 
of  the  Barons ;  demostrando  en  ambas  que  sabe  sostenerse  á  la 
altura  de  su  brillante  reputación. 

Sólo  la  enumeración  completa ,  sin  entrar  siquiera  en  somerisi- 
ma  critica  de  las  novelas  del  autor  que  nos  ocupa ,  requiere  mucho 
mayor  espacio  del  que  disponemos ,  lo  que  forzosamente  obliga  á 
concluir  aqui  lo  relativo  á  Bulwer;  si  bien  á  sus  escritos  más  re- 
cientes de  esta  clase,  hay  que  añadir  aún  pocas  palabras.  Precisa- 
pues,  omitir  juicios  de  obras  tan  populares  como  Ernest  Maltra, 
vers  y  Alice,  novelas  de  amor  ambas  donde  bellamente  se  pinta 
un  noble  afán  de  apasionado  cariño ,  libros  esos  que  si  bien  han 
sido  censurados  por  los  que  reclaman  que  las  plumas  mágicas  con- 
sagradas á  la  ficción,  difundan  sólo  la  moral  más  sana  y  severa, 
y  aunque ,  por  otra  parte ,  imitan  dichas  novelas  á  Goethe  en  su 
Wahlverwandschaften  y  en  su  Qeschroister ^  las  dos,  empero,  están 
reconocidas  como  trabajos  de  una  imaginación  extraordinaria,  que 
demuestra  ya,  adelantos  prodigiosos  en  facultades  artísticas  y 
profundísimo  análisis  de  los  móviles  que  impulsan  al  humano 
carácter. 


DE    LA    GRAN   BRETAÑA.  53 

También  tenemos  que  callar  sobre  la  Leila ,  cuyo  argumento  se 
refiere  á  España ,  y  sobre  NigM  and  Morning ,  relativa  á  la  socie- 
dad moderna  ing-lesa  con  escenas  de  aventuras  en  Paris..  dibujadas 
de  tal  manera  que  de  seguro  hubiera  envidiado  el  mismo  Balzac. 

Buhver  abordó  la  región  de  lo  sobrenatural  en  Zanoni ,  novela 
por  demás  extravagante ,  que  únicamente  aplauden  los  que  leen 
para  recrearse  con  excitaciones  engendradas  por  cuentos  maravi- 
llosos de  la  más  salvaje  fantasía. 

La  prodigiosa  actividad  de  Bulwer  jamás  se  ha  visto  decaer,  y 
ni  aun  las  tareas  arduas  de  Ministro  de  la  Corona  le  han  impedido 
continuar  sus  trabajos  literarios.  Asi  vemos  que,  cuando  formaba 
parte  del  Ministerio  Derby,  ha  dado  á  luz  la  interesantísima  novela 
intitulada  What  willhe  do  with  ití  En  el  Strange  Story,  publicada 
después,  expresa  Bulwer  sus  ideas  místicas,  á  las  que  ahora  parece 
que  confiere  marcadísima  predilección. 

Antes  tenía  escrita  nuestro  autor  la  novela  The  Caxtons,  donde, 
hasta  cierto  punto,  se  imita  á  Trisiam  Shandy,  y  que,  careciendo 
de  originalidad  é  ínteres,  no  ha  merecido  tanta  aprobación  como 
la  que,  enlazada  con  la  primera,  ha  dado  á  luz  bajo  el  título  de 
My  Novel.  Ésta,  muy  diversa  de  cuanto  ha  publicado  Bulwer,  es 
una  de  las  composiciones  más  bellas  y  de  mayor  naturalidad  que 
se  ha  escrito,  á  la  par  que  un  cuadro  admirablemente  animado, 
donde  con  extraordinaria  verdad,  Trde  la  manera  más  feliz,  se  ve 
el  movimiento  y  la  vida  social  en  Inglaterra.  Ninguna  de  las  no- 
velas contemporáneas  supera  á  ésta  respecto  á  la  sana  moral  que 
enseña,  al  buen  sentido  que  por  todas  sus  partes  predomina,  á  la 
exactitud  y  verdad  con  que  están  representados  los  caracteres  de 
sus  personajes,  ni  tampoco  en  cuanto  á  la  bondad,  tolerancia  y 
agudeza  de  los  juicios  y  máximas  que  contiene. 

Los  anteriores  ligeros  apuntes  pueden  servir  para  formar  una 
idea  de  Bulwer,  como  novelista,  quien,  después  de  Scott,  es  uno 
de  los  más  populares  en  la  Gran  Bretaña  y  en  Norte-América,  y 
quizá  el  más  conocido  en  los  otros  países,  á  cuyos  idiomas,  con  ra- 
ras excepciones,  están  todas  sus  obras  traducidas.  Pocos  autores  le 
igualan  en  la  pureza,  elegancia  y  armonía  con  que  escribe  la  len- 
gua inglesa,  en  saber  dominar  el  asunto  de  que  trate  con  profun- 
didad filosófica,  utilizando  hábilmente  su  tema,  presentándolo  con 
la  debida  unidad  y  en  proporciones  adecuadas  para  conseguir  el 
resultado  propuesto.  En  fuerza  de  observación  intensa,   conocí- 


54  NOVELISTAS   CONTEMPORÁNEOS 

mientos  psicológicos  y  facundia  de  invención  ,  á  Bulwer  sólo 
le  aventajan  algunos  pocos  novelistas  modernos  que  han  elegido 
argumentos  grandiosos,  que  dibujan  los  caracteres  con  mayor 
variedad  y  verdad,  pintándolos  con  colorido  más  vivo  y  brillante, 
demostrando  alteza  superior  en  las  concepciones ,  sentimiento  y 
apasionamiento  que  conmueve,  y  una  inspiración  tal,  que  arrastra 
y  fascina  por  completo. 


IV. 


Benjamín  Disraeli  (1),  más  que  como  novelista,  es  conocido  por 
ser  hombre  político.  Sin  embargo,  su  primera  obra,  Vivían  Grey, 
está  escrita  con  una  imaginación  brillante,  si  bien,  algo  desenfre- 
nada, como  fruto  de  la  juventud  falta  de  experiencia;  pero  con- 
tiene preciosas  descripciones  de  la  vida  en  la  alta  sociedad.  Es 
menos  notable  el  Young  Buhe,  su  segunda  composición ;  pero  en 
Contarini  Fleming,  ha  demostrado  que  sabe  representar  y  analizar 
las  humanas  pasiones ,  dibujando  con  exactitud  varios  fenómenos 
psicológicos. 

El  amor,  con  sus  efectos  que  conmueven  el  alma,  con  la  efusión 
que  al  corazón  infunde,  y  con  todos  sus  incidentes  y  peripecias,  lo 
describe  Disraeli  en  Henrietta  Temple;  mientras  que  en  sus  pu- 
blicaciones más  modernas,  como  Coningshy ,  Syhil  y  Tañer ed, 
mezcla  la  política  con  la  novela,  enaltece  la  Edad  Media  y  glori- 
fica á  los  Judíos,  sus  correligionarios. 

Autorizados  críticos  niegan,  empero,  á  este  autor  una  impor- 
tancia literaria  de  primer  orden;  censuran  el  estilo  pretencioso  con 
que  á  veces  escribe,  y  desaprueban  las  exageraciones,  que  no  son 
difíciles  hallar,  tanto  en  las  novelas  citadas,  como  en  otras  que 
callamos. 

Aunque  tampoco  libre  de  defectos,  ocupa  William  Harrison 
Ainsworth  mucho  más  alto  y  principal  lugar,  por  el  gran  número 
de  novelas  que  ha  escrito,  y  merced  á  la  importancia  de  algunas 
que  le  han  conquistado  notable  reputación  y  popularidad,  no  sólo 
en  la  Gran  Bretaña,   sino  también  en  Norte-América  y   en  los 


(1)  Cuando  se  escribió  este  artículo  no  habia  visto  la  luz  Lothair,  la  última  novela 
del  citado  autor.  Esta  obra  conñrma  lo  que  expresa  el  texto  respecto  á  Disraeli  como 
novelista. 


DE    LA    GRAN   BRETAÑA.  55 

países  donde  se  conocen  las  traducciones  de  varias  de  sus  obras. 
Ya  antes  idicamos  que  imitó  la  clase  V,  renovada  por  Bulwer,  de 
la  novela  de  Los  Crímenes  y  Criminales  en  Jach  SJieppard,  donde 
Ainsworth  pinta  las  guaridas  y  hechos  de  ladrones  y  asesinos  en 
Londres,  escenas  misteriosas  y  terroríficas  de  la  g-ran  metrópoli, 
presentando  un  conjunto  repugnantemente  inmoral,  el  que,  no 
obstante,  siempre  ha  sido  admirado  y  leido  con  afán  por  la  mu- 
chedumbre en  Inglaterra. — Sué  tomó  del  Jack  Sheppard  la  idea 
para  Los  Misterios  de  Paris,  y  Feval  en  Los  Misterios  de  Lon- 
dres, y  otros  novelistas  franceses  y  alemanes  también  plagian  di- 
cha novela  de  Ainsworth,  sin  duda  alguna  la  peor  y  menos  poé- 
tica entre  las  muchísimas  que  ha  escrito.  Además  de  la  citada, 
dicho  autor  tiene  dadas  á  luz  otras  veintitantas,  casi  todas  his- 
tóricas, y  relativas  á  Inglaterra  la  mayor  parte,  donde  se  exponen 
los  acontecimientos  verídicos ,  adornados  con  detalles ,  intrigas  y 
diálogos,  muchas  veces  faltos  de  viveza  y  animación,  resultando 
obras  poco  divertidas  y  algo  pesadas,  si  bien  demuestran  algunas, 
notables  facultades  dramáticas  extraordinarias  y  conocimientos 
artísticos.  Sus  novelas  más  recientes  son  relativas  á  una  pequeña 
parte  de  la  historia  de  España,  y  están  intituladas:  Cardinal 
Pole,  or  the  Days  of  Philip  and  Mary  (El  Cardenal  Pole,  ó  la 
Época  de  Felipe  y  María),  y  Spanish  Match,  or  Charles  Stuart 
in  Madrid  (El  Matrimonio  español,  ó  Carlos  Estuardo  en  Ma- 
drid). 

Frederick  Marryat ,  difunto  desde  hace  algunos  años ,  figura 
entre  los  novelistas  posteriores  á  Scott,  y  es  muy  notable,  porque 
después  de  Smollett ,  nadie  ha  escrito  con  mayor  agudeza ,  donaire 
y  talento  la  novela  naval.  Sus  obras  de  esta  clase  son  en  número 
de  veinte,  y  poseen  admirables  descripciones;  reseñan  gran  varie- 
dad de  tipos  y  caracteres  originales  ,  y  contienen  abundantes  chis- 
tes llenos  de  grandísima  gracia.  Brilla  Marryat  (1),  porque  cuanto 
escribió  carece  de  afectación ,  demostrando  siempre  tan  buen  hu- 
mor, naturalidad  y  gracejo,  que  divierte  sobremanera,  y  merced 
á  esto  consiguió  la  popularidad  de  que  sus  obras  disfrutan,  á  pesar 


(1)  Una  hija  de  Marryat,  Miss  Florence ,  hoy  Mistress  Rose  Church,  ha  escrito  va- 
rias novelas ,  y  actualmente  se  ocupa  en  concluir  una,  relativa  á  la  sociedad  en  la 
India,  asunto  que  ha  ocupado  principal nr  ente  su  pluma.  Las  novelas  más  aplaudidas 
de  esta  señora  son  :  Lcve's  Conflict ;  For  Ever  and  Ever,  The  Confessions  of  Gerald  Es(- 
courí  y  Nelly  Brooke. 


5d  NOVELISTAS   CONTEMPORÁNEOS 

de  que  sus  severos  críticos,  respecto  de  ellas,  tienen  manifestado, 
que  no  satisfacen  las  exig-encias  elevadas  del  arte,  correspondien- 
tes al  género  de  que  se  trata. 

Otros  autores ,  imitando  al  anterior,  han  dado  á  luz  cuadros  ex- 
celentes de  la  vida  y  aventuras  marítimas.  El  capitán  Glasscok, 
en  sus  varias  novelas ,  reseña  con  exactitud  peripecias  de  los  na- 
vegantes ,  aunque  casi  todos  los  argumentos  que  inventa  adolecen 
de  grandísima  irregularidad.  Mr.  Howard  escribe  más  ordenada- 
mente; pero  no  tiene  tanta  gracia,  mientras  que  el  capitán  Chamier 
jMichael  Scott  han  publicado  diferentes  novelas  de  la  vida  naval, 
llenas  de  naturalidad,  de  observaciones  ag-udísimas,  y  de  unos  diá- 
logos tan  animados  y  chistosos,  que  entretienen  y  divierten  sobre 
manera. 

Catharine  Gore,  desde  no  hace  mucho  difunta,  figura  entre  los 
que  mejor  han  cultivado  la  novela  de  la  moda.  Publicó  muchísi- 
mas obras  de  este  género,  donde  con  cierta  novedad  y  exactitud 
extraordinaria,  están  dibujadas  las  ocupaciones  de  la  gente  elegan- 
te, sus  bailes,  banquetes  y  fiestas ;  sus  modas,  opiniones  y  peculia- 
ridades; sus  aficiones  frivolas,  hipocresías,  vanidades  y  demás 
vicios ;  todo  en  estilo  sarcástico ;  pero  lleno  de  mucha  gracia  y 
originalidad ,  de  admirable  talento,  y  eñ  tan  grandísimo  número, 
que  dejó  impresas  setenta  novelas  en  doscientos  tC;mos. 

Callando  aquí  nombres  y  obras  de  muchos  otros  autores  nota- 
bles de  ambos  sexos  que  escriben  novelas ,  debemos  indicar  á  Miss 
Harriet  Martineau,  señora  que  por  sus  publicaciones  religiosas, 
pedagógicas ,  políticas ,  de  economía  política ,  de  historia  y  de  fi- 
losofía, ocupa  alto  y  distinguido  lugar  en  la  literatura  contempo- 
ránea inglesa,  donde  como  novelista  no  es  menos  señalada,  abun- 
dando sus  escritos  de  esta  clase,  en  pensamientos  delicados,  en  des- 
cripciones elegantes  y  poéticas  ,  llenas  á  veces  de  elocuencia  y  no- 
vedad, y  produciendo  á  menudo  con  todo  esto  sorprendentes  y  agra- 
dables efectos. 

Miss  Martineau ,  en  varias  de  sus  novelas,  demuestra  vivo  inte- 
rés ,  respecto  á  la  clase  obrera,  por  cuya  enseñanza ,  adelantos  y 
bienestar  aboga,  habiendo  logrado  dar  impulso  á  la  publicación 
de  otros  escritos  con  semejante  tendencia.  Á  ésta  se  han  consagrado 
muchos  otros  novelistas,  y  entre  tantos,  sobresale  Miss  Catherine 
Marsh ,  la  que  parece  que  tiene  destinada  su  vida  entera  á  tan 
laudable  objeto ,  y  cuantas  novelas  ha  dado  á  luz,  bastante  nume- 


DE    LA   GRAN    BRETAÑA.  57 

rosas  y  con  cierto  carácter  relig-ioso,  están  dedicadas  á  la  instruc- 
ción y  mejora  de  esa  clase  tan  útil ,  y  desgraciadamente  tan  des- 
provista de  intelectual  cultura. 

Distingüese  también  Elizabeth  C.  Gaskell,  autora  de  la  novela 
Mar  y  Burton,  donde  con  igual  verdad  que  si  fuese  fotografía,  se 
representa  la  vida  de  la  clase  obrera,  y  en  la  que  bay  un  episodio 
sobre  las  huelgas  de  los  operarios  de  una  fábrica,  que  produce  el 
efecto  más  sorprendente  y  maravilloso.  El  fariseísmo  de  la  vida 
pública  inglesa,  está  maestramente  dibujado  en  su  novela  Ruth; 
en  Syhia's  Lovers,  que  es  un  idilio,  asi  como  en  sus  demás  no- 
velas demuestra  profundos  conocimientos  del  humano  corazón  y 
arte  admirable,  para  infundir  interés  dramático  á  los  aconteci- 
mientos ordinarios  de  la  vida.  La  novela  NortJi  and  South  des- 
cribe las  condiciones  de  los  obreros ,  y  representa  los  esfuerzos  que 
practican  en  balde ,  para  que  no  les  oprima  la  aristocracia  del  di- 
nero: aunque  muerta  esta  señora,  desde  hace  cuatro  años,  las 
obras  citadas  y  otras  que  no  mencionamos ,  vivirán  eternamente. 

Nadie,  empero,  ha  trabajado  más  por  dicha  clase  obrera,  que 
el  cura  protestante  Charles  Kingsley,  hoy  catedrático  de  historia 
moderna  en  la  universidad  de  Cambridge ,  y  autor  de  la  novela 
extraordinariamente  célebre,  intitulada  :  Alton  Loche,  interesan- 
tísima como  pocas,  y  en  la  que  con  portentoso  talento  hace  con- 
mover lo  más  hondo  del  corazón,  con  escenas  de  sufrimientos  y 
miserias  de  los  pobres,  por  quienes  logra  excitar  poderosa  simpa- 
tía, si  bien  á  menudo  entristece  y  aflige  penosa  é  intensamente  los 
ánimos. 

Pocos  autores,  exceptuando  á  May  he  w  en  su  libro  sobre  El  tra- 
bajo y  los  pobres  en  Londres,  se  han  ocupado  más  de  los  pobres, 
ni  presentado  tantas  sombras  de  negrísimo  color,  que  hacen  resal- 
tar las  escenas  brillantes  de  la  vida  de  los  ricos  y  poderosos.  Las 
verdades  que  revela  oprimen  el  pecho  y  nos  crispan  los  nervios  con 
horrible  angustia.  Reseña  cómo  millares  de  seres  humanos,  resul- 
tan aniquilados  y  triturados  por  el  hambre  y  por  el  trabajo.  Nos 
habla  de  privaciones ,  de  enfermedades ,  de  prostitución ,  de  crí- 
menes, de  todo  linaje  de  envilecimiento  físico  y  moral,  á  que  pa- 
recen condenados  sin  misericordia  los  desgraciados  nacidos  en  el 
último  escalón  de  la  sociedad  inglesa.  Para  esos  no  hay  esperanza, 
nacieron  en  la  miseria  y  ésta,  más  ó  menos  pronto,  concluirá  por 
anonadarlos.  Educación,  religión,  ideas  políticas  ó  sociales,  las 


58  NOVELISTAS   CONTEMPORÁNEOS 

ciencias  con  su  pompa  y  sus  g-lorias ,  cuantos  resultados  han  con- 
seguido las  luces  y  progresos  modernos ,  todo  lo  ignoran  y  no  es 
para  ellos  más  que  una  fantasmagoría  dedicada  á  la  diversión  de 
la  gente  rica.  ¿Y  de  qué  le  serviria  todo  eso  al  que  no  puede  lo- 
grar pan  con  qué  sustentarse,  aunque  se  mate  trabajando?  Tratar 
de  distraer  su  miseria,  sin  darle  pan,  seria  decepción  vana  y  cruel. 
C.  Kingsley  hace  conocer  la  vida  interna  de  esos  hombres  desdi- 
chados y  las  luchas  por  la  existencia  de  una  clase  tan  digna  de 
compasión. 

i  El  citado  C.  Kingsley,  poeta  lírico,  dramático,  historiador,  teó- 
logo y  economista,  además  de  la  anterior  novela,  ha  escrito  otras, 
bien  del  género  aludido ,  ó  bien  históricas ,  de  las  cuales  antes  se 
anotaran  dos.  Su  obra  más  reciente  Hereward  es  muy  notable.  íln 
casi  todas  sus  novelas,  según  queda  apuntado,  y  en  sus  otras  com- 
posiciones, la  actividad  de  este  autor  está  consagrada  á  fines 
filantrópicos  y  á  mejorar  la  suerte  de  la  parte  más  pobre  de  la 
clase  obrera ,  á  la  que  intenta  instruir  para  librarla  de  los  males 
que  la  ignorancia  engendra;  pero  las  máximas  que  escribe  y  todo 
el  sistema  de  C.  Kingsley,  á  pesar  del  objeto  á  que  se  refiere,  nada 
tiene  de  común  con  las  ideas  socialistas  de  Francia  y  x\lemania. 

Henry  Kingsley,  hermano  del  autor  que  acabamos  de  citar,  es 
otro  novelista  distinguido,  cuyas  obras  también  están  coronadas 
por  la  aprobación  del  público  en  Inglaterra.  Cuantas  novelas  tiene 
escritas,  desde  la  primera  RavensJioe ,  hasta  la  terminada  poco  há 
Mademoiselle  MatJiilde ,  lo  mismo  que  las  demás  publicadas  estos 
últimos  años,  que  son  Austvi  Elliot ,  Geoffry  Hamlyn,  The  Hi- 
llyars  and  the  Burtons,  LeigMon  Court  y  otras  varias,  deleitan 
no  sólo  por  su  estilo  vigoroso ,  sino  merced  también ,  tanto  á  su 
ausencia  de  afectación  y  vulgaridad ,  como  á  lo  delicado  de  los 
sentimientos ,  á  la  nobleza  y  alteza  de  numerosas  ideas  sublimes 
que,  expresadas  con  elegancia  y  superior  talento,  en  todas  esas 
obras  resplandecen. 

Para  el  objeto  de  este  articulo,  que  según  antes  indicamos,  con- 
siste en  dar  noticias,  si  bien  incompletas,  que  al  menos  no  omitie- 
sen ninguno  de  aquellos  novelistas  contemporáneos  de  la  Gran  Bre- 
taña, cuyas  obras,  por  sus  cualidades  sobresalientes  hayan  de  pasar 
á  la  posteridad,  nos  falta  el  espacio  necesario,  aunque  al  desenvol- 
ver semejante  programa,  empleásemos  observaciones  tan  conden- 
sadas,  áridas  y  lacónicas  como  las  precedentes.  Antes  de  escribir, 


DE  LA  GRAN  BRETAÑA.  59 

pues,  sobre  Dickens,  Thackeray,  Wilkie  Coilins  y  los  demás  no- 
velistas que  hoy  áia  gozan  de  celebridad  extraordinaria  y  que  des- 
tinamos para  tema  de  nuestro  siguiente  articulo,  en  éste,  forzosa- 
mente tenemos  que  callar  sobre  las  novelas  cuya  calificación  con 
alguna  palabra  aqui  correspondería ,  de  autores  tan  distinguidos 
como  son  los  siguientes  :  Miss  Landon  aplaudida  en  su  Francesca 
Carrara  y  en  Ethel  Churchill,  cuadro  brillante  de  la  vida  ingle- 
sa ;  Miss  Ellen  Pickering  que  sabe  pintar  con  gran  animación  los 
caracteres  y  argumentos  en  sus  novelas  intituladas  WJio  shall  he 
Heir,  The  secret  Foe  y  Sir  MicJiael  Maulet;  Mr.  John  Poole  en  su 
Little  Pedlington  and  the  Pedlingto%ias\Z  L.  Peacock  en  su  Crot- 
chet  Oastle  y  demás  novelas;  Mr.  Thomas  Ingoldsby  en  The  In- 
goldshy  Legends ,  y  Douglas  Ferrold  en  Men  of  Ckaracter  y  en 
otras  obras,  demuestran  todos  que  saben  manejar  la  sátira,  el  sar- 
casmo y  la  gracia  cómica  deliciosamente,  en  diálogos  chispeantes, 
llenos  de  frases  aceradas  é  incisivas ,  y  en  esquicios  admirables  de 
caracteres  escéntricos  y  ridiculos. 

También  deberíamos  haber  apuntado  algo  de  Thomas  Miller  (1), 
que  nacido  en  la  clase  de  artesanos,  ha  conquistado  una  gran  re- 
putación como  poeta,  novelista  y  escritor  de  obras  de  otras  clases. 
Sus  novelas  históricas  Fair  Rosamond  y  Jane  Grey,  son  tan  pin- 
torescas en  las  descripciones,  los  argumentos  se  desenvuelven  con 
tanta  naturalidad  y  tienen  toques  tan  patéticos  y  variados ,  que 
demuestran  el  talento  grande  de  su  autor.  Las  publicaciones  de 
éste  son  numerosas,  y  entre  las  más  populares  se  cuentan  sus  li- 
bros relativos  al  campo.  Hoy  dia  escribe  principalmente  sobre 
política,  para  la  prensa  periódica. 

George  P.  R.  James,  cuya  última  novela  se  ha  publicado  hace 
cuatro  años,  después  de  muerto  su  autor,  figura  entre  los  novelis- 
tas posteriores  á  Scott,  como  uno  de  los  que  más  obras  de  este  gé- 
nero tienen  dadas  á  luz,  pues  se  cuentan  ciento  veinte  tomos  de 
novelas  suyas ,  la  mayor  parte  históricas  y  muy  leidas  en  Ingla- 
terra y  en  Alemania ,  donde  están  traducidas.  La  inventiva  de  este 
autor  parece  que  no  tenia  limites,  sobresaliendo  por  la  facilidad  con 
que  figura  escenas  variadas,  incidentes,  contratiempos,  escaramu- 


(1)  Es  curioso  que  del  mismo  apellido  haya  existido  en  Alemania  otro  novelista  de 
gran  celebridad.  El  alemán  Miller,  que  murió  de  diácono  en  Ulm  en  1814,  es  autor  de 
Siegwart,  donde  abunda  el  sentimentalismo  más  intenso  que  jamás  se  ha  visto,  y  de 
otras  muchas  novelas  del  mismo  género ,  de  poesías  líricas ,  sermones  religiosos,  etc. 


60  NOVELISTAS  CONTEMPORÁNEOS 

zas,  zalagardas,  batallas, ¡duelos,  desafíos,  disfraces,  fugas,  jus- 
tas y  aventuras  de  todas  clases.  Acumula  nombres,  trajes,  pertre- 
chos de  paz  y  de  g-uerra,  ceremonias  de  cuantos  linajes  pueden 
idearse,  trenes  y  todo  lo  que  atañe  á  la  más  completa  indumenta- 
ria. Agotó  todas  las  situaciones  dramáticas  y  no  hay  vestimentas, 
muebles,  ni  utensilios  que  no  tenga  descritos.  En  reseñas  heráldi- 
cas, de  grandeza  feudal  y  de  ceremonias  de  la  Edad  Media,  James 
no  tiene  rival.  Mas  su  tendencia  irresistible  á  amontonar  detalles 
y  particulares  circunstanciados  con  minuciosidad,  perjudican  las 
formas  artisticas  y  dañan  las  escenas  donde  las  pasiones  intensas 
exigen  que  se  conmueva  el  corazón.  Ningún  novelista  debiera  olvi- 
dar lo  que  decia  Alfred  de  Musset:  Akl  frappe-toile  cosur,  c*est  lá 
qu'est  le  génie. 

No  omitiriamos  por  cierto,  á  no  existir  la  causa  citada,  el  ano- 
tar aquí  algo  respecto  á  otros  muchos  novelistas  que  escriben,  bien 
sobre  los  diversos  géneros  enumerados  al  principio,  ó  bien  acerca 
de  muy  distintos  y  variados  argumentos  de  difícil  clasificación 
metódica;  pero  escritores  todos  que  se  levantan  del  nivel  ordinario, 
siendo  sus  novelas  importantes,  con  popularidad  notable  y  extensa. 

Siempre  ha  de  ser  rara  la  gloria  de  distinguirse  por  origina- 
lidad portentosa,  inventiva  superior  y  extraordinario  talento; 
pero  en  ningún  otro  periodo  de  la  literatura  inglesa,  una  de  las 
más  ricas  y  grandes  del  mundo,  se  ha  visto,  como  actualmente  su- 
cede, mayor  abundancia  de  capacidad  intelectual,  conocimientos 
más  profundos,  ni  imaginaciones  más  perfectas  y  brillantes,  dedi- 
cadas en  tan  gran  número  á  componer  obras  de  ficción. 

Si  Richardson,  Fielding,  Smollett,  Sterne,  Goldsmith,  Macken- 
zie  y  otros  novelistas  ingleses  alcanzaron  gran  renombre ,  en  el 
siglo  XVIII;  si  á  principios  del  actual,  Francés  Burney,  Ann  Rad 
cliffe,  Mistress  Inchbald,  William  Godwin,  Miss  Edgeworth, 
Miss  Austen,  Mistress  Brunton,  Mistress  Hamilton,  Lady  Mor- 
gan, Walter  Scott  y  otros,  llegaron  á  tan  descomunal  y  gran  al- 
tura, que  difícilmente  podrá  haber  jamás  quien  los  supere;  hoy  en 
dia,  los  autores  nombrados  en  este  articulo,  y  algunos  que  en  el 
siguiente  citaremos,  demuestran  que  la  novela  en  la  Gran  Bretaña, 
lejos  de  decaer,  continúa  siempre  luciendo  con  claridad  tan  pura 
y  brillo  tan  intenso ,  que  sus  resplandores  circundan  y  alumbran 
toda  la  extensión  del  mundo  literario. 

Que  léanlos  autores  nombrados  en  estos  sumarios  apuntes,  cuan- 


DE   LA    GRAN   BRETAÑA.  61 

tos  busquen  novelas  que  no  falsifican  la  historia  y  sean  aficiona- 
dos al  movimiento  y  complicación  en  narraciones  peregrinas,  á  las 
emociones  palpitantes  de  raros  sucesos,  incidentes,  peripecias,  ca- 
tástrofes con  escenas  variadas,  entretenidas  y  patéticas,  y  caracte- 
res naturales  hábilmente  contrastados.  Fíjense  en  esas  obras  cuan- 
tos amen  un  espléndido  colorido,  inventiva  dramática^  encanto  del 
misterio,  sorpresa  de  aventuras,  interés  de  pasión,  angustia  y  ti- 
rantez en  situaciones ,  que  conmueven  agradablemente  el  ánimo, 
suspenden  hasta  encumbrado  punto  la  atención  y  obligan  á  leerlas 
con  incansable  afán,  sin  descanso  ni  respiro ,  estimulando  en  grado 
prodigioso  el  apetito  intelectual,  deleitando  el  paladar  del  enten- 
dimiento masque  todo  manjar  sabroso  y  delicado,  al  mismo  tiempo 
que  arrastran  el  alma  ligada  por  mágicas  cadenas  de  oro ,  perlas 
y  brillantes,  y  la  fascinan  merced  á  cuanto  es  propio  para  hechizar 
y  embelesar  la  imaginación. 

{ Se  concluirá.) 

Emilio  Huelin. 
3  Enero  1870. 


LAS  GENERACIONES  ARTÍSTICAS 


EN 


LA   CIUDAD  DE   TOLEDO. 


( Continuación. ) 
VL 


Muerto  Pedro  Pérez  en  1275,  la  fábrica  continuó  dirigida  por 
otros  maestros  cuyo  nombre  se  ignora;  y  sólo  afines  del  siglo  XIV 
se  sabe  que  la  dirigia  Alvar  Gómez,  predecesor  de  Egas  y  Juan 
Guas,  que  la  dieron  por  terminada  en  los  mismos  años  en  que  el 
Renacimiento  comenzaba  á  invadirlo  todo. 

Reinando  D.  Alfonso  el  Sabio,  que  habia  nacido  en  Toledo  y  dejó 
allí  recuerdos  imperecederos,  la  ciudad  recibe  algunas  modificacio- 
nes. El  Rey  habitó  mucho  tiempo  los  Palacios  de  Galiana,  donde 
en  unión  con  los  rabinos  toledanos  compuso  el  famoso  saber  de  as- 
ir onomia.  Hé  aqui  convertidos  en  observatorios  aquellos  famosos 
recintos  donde  estaba  el  incomprensible  oroloxio,  sitio  que  la  lite- 
ratura caballeresca  convirtió  en  retablo  de  Maese  Pedro  para  mi- 
rar en  él  las  figurillas  de  Galiana,  Carlo-Magnoy  el  feroz  Brada- 
mante.  El  noble  destino  que  la  permanencia  en  ellos  de  D.  Alfonso 
les  dio,  no  les  ha  salvado  de  llegar  á  ser  uno  de  los  más  desapaci- 
bles lugares  que  pueden  verse.  ¡Cuantas generaciones  han  habitado 
en  él!  Para  que  fuera  más  rica  su  historia,  era  preciso  que  el  Rey 
melancólico  y  desventurado  llevara  allí  la  ingratitud  de  su  hijo  y 
las  congojas  que  la  corona  de  Alemania  le  causó. 

En  este  tiempo  la  basilica  de  Santa  Leocadia,  que  conocemos 
desde  hace  seis  siglos,  experimenta  una  modificación  radical.  Es  la 


LAS   GENERACIONES   ARTÍSTICAS,    ETC.  63 

Última  basílica  latina  que  quedaba;  pero  al  construirla  como  hoy 
está,  los  arquitectos  conservaron  su  forma  general  primitiva,  em- 
pleándola también  en  Santiago  del  Arrabal,  casi  coetáneo.  Santa 
Leocadia  es  edificada  de  nueva  planta,  y  en  esta  segunda  forma  se 
conserva  la  disposición  antigua,  adoptando  el  ábside  circular,  que 
la  influencia  arábiga  decora  con  tres  series  de  arcos  de  ladrillo,  de 
un  hermoso  carácter  bizantino.  En  Toledo  abundan  mucho  estos 
ábsides,  aunque  algunos  han  sido  cubiertos  de  una  espesa  capa  de 
3^eso  ó  bárbaramente  mutilados  por  los  arquitectos  del  siglo  pasado, 
que  han  dejado  en  la  antigua  ciudad  huellas  harto  tristes  de  su 
pedantesco  dogmatismo. 

Ahora  Santa  Leocadia  nos  presenta  otra  tradición  que ,  compara- 
da con  la  que  anteriormente  referimos,  nos  manifiesta  cuánto  ha 
cambiado  en  seis  siglos  el  sentimiento  popular.  Aquella,  entera- 
mente mística,  concuerda  bien  con  el  espíritu  de  los  primeros  tiem- 
pos de  la  civilización  cristiana,  cuando  no  concluida  aún  la  elabo- 
ración de  las  creencias,  aparece  continuamente  la  intervención 
divina  en  todos  los  problemas  que  se  plantean  en  este  bajo  mundo: 
pertenece  á  la  época  del  milagro,  á  la  época  de  la  formación  de  esa 
gran  comunidad  que  se  aumenta  cada  dia  con  miles  de  adeptos,  á 
quienes  sorprende  lo  bello  de  1^  doctrina  y  los  hechos  maravillosos 
que  su  práctica  produce.  La  segunda  tradición  es  más  humana; 
mejor  dicho,  puramente  humana;  porque  pertenece  ala  época  en  que 
la  gran  comunidad  está  formada,  y  el  hombre,  ya  tranquilo  en  lo 
que  concierne  á  sus  relaciones  con  Dios,  se  ocupa  en  arreglar  sus 
asuntos  mundanos,  en  dirimir  sus  querellas:  pertenece  á  los  tiem- 
pos de  las  luchas  de  los  hombres,  tiempos  determinados  por  la  apa- 
rición de  un  sentimiento  que  desde  entonces  se  apoderó  del  cora- 
zón humano  subyugándolo  con  extraordinaria  fuerza,  el  senti- 
miento del  honor . 

La  iglesia  citada  impresionó  siempre  las  imaginaciones  popula- 
res. La  edad  caballeresca  no  podia  menos  de  referir  á  aquel  sitio 
algunas  de  sus  leyendas,  como  la  que  sirve  de  explicación  á  la  ex- 
traña actitud  del  Cristo  que  alli  se  venera.  Cuentan  que  un  caba- 
llero dio  palabra  de  matrimonio  á  una  joven  toledana.  Ella  era  po- 
bre, él  hidalgo  de  ejecutoria;  y  como  suele  suceder  en  semejantes 
casos,  los  hombres,  máxime  si  son  de  más  elevada  cuna  que  las 
doncellas,  no  ponen  el  mayor  cuidado  en  cumplir  juramentos  he- 
chos tal  vez  cuando  la  mente  no  tiene  serenidad  suficiente  para 


64  LAS   GENERACIONES  ARTÍSTICAS 

medir  la  gravedad  de  las  palabras .  Pero  esta  vez  el  galán  dio  su 
palabra  ante  el  Cristo  que  en  las  puertas  de  la  iglesia  estaba,  y  la 
doncella  lo  puso  por  testigo,  después  de  lo  cual  creyó  sin  duda  que 
la  fortaleza  de  su  honor  habia  adquirido  el  más  celoso  alcaide.  Pasa 
el  tiempo  y  llega  el  instante  en  que  fué  preciso  cumplir  la  prome- 
sa. El  hombre  se  resiste:  ella  no  sabe  qué  partido  tomar,  porque 
el  único  testigo  es  un  Cristo  de  palo  de  quien  no  es  razonable,  ni 
aun  en  plena  Edad  Media,  esperar  una  declaración  y  una  firma. 
Ella,  sin  embargo,  llena  de  fé  y  angustia,  lleva  á  su  amante  en 
presencia  del  Cristo,  y  pregunta  á  la  divina  imagen  si  no  es  cierto 
que  aquel  pérfido  novio  le  dio  palabra  de  casamiento.  El  Cristo  en- 
tonces baja  el  brazo  derecho  en  señal  de  asentimiento.  El  joven 
lleno  de  estupor  y  miedo  cumple  su  palabra  y  todo  queda  arregla- 
do. El  Cristo  conservó  inclinado  el  brazo  derecho  y  hoy  llama  la 
atención  de  todos  por  esta  rara  actitud,  que  no  tiene  ninguna  ex- 
plicación racional. 

El  milagro,  que  es  cosa  esencial  en  todas  las  religiones  positivas, 
aparece  con  toda  su  fuerza  en  las  épocas  de  propaganda,  y  los  li- 
bros santos  le  usan  como  principal  elemento  de  convicción.  Cuando 
la  propaganda  es  menor,  porque  la  creencia  se  ha  extendido  y  tie- 
ne pocos  infieles  que  catequizar,  vemos  al  milagro  refugiarse  en 
cosas  más  mundanas;  y  la  Edad  Media  con  sus  costumbres  rudas, 
sus  groseros  errores,  su  crasa  ignorancia  cientifica,  su  fé  y  su  sen- 
cillez, le  ofrece  ancho  campo,  le  acoge  y  le  explota.  Entonces  se 
apodera  déla  literatura  caballeresca,  que  por  su  Índole  especial  ne- 
cesita un  uso  excesivo  de  lo  maravilloso:  se  difunden  por  Occidente 
los  cuentos  orientales,  que  usan  también  lo  maravilloso,  aunque 
más  bien  como  un  recurso  apologético,  y  entonces  el  mundo  se 
plaga  de  leyendas,  en  que  las  divinidades  cristianas  mezcladas  en 
profano  maridaje  con  sus  divinidades  de  origen  oriental,  tales  co- 
mo magos,  sibilas,  genios,  gigantes,  cachidiablos,  grifos  parlan- 
tes y  encantadores,  intervienen  en  los  asuntos  de  los  hombres,  en 
sus  contiendas,  en  sus  luchas,  y  especialmente  en  todos  aquellos 
accidentes  á  que  dá  lugar  una  falsa  noción  del  honor. 

El  milagro  hace  poco  papel  en  el  Renacimiento,  iluminado  por 
el  buen  sentido  de  la  antigüedad;  languidece  después,  para  venir 
á  morir  en  nuestros  dias  sin  probabilidades  de  volver  á  preocupar 
al  mundo. 

La  leyenda  que  hemos  referido  con  su  intervención  divina ,  con 


EN   Lk   CIUDAD   DÉ    TOLEDO.  65 

SU  Cristo  ex-macMna,  es  una  buena  muestra  del  estado  de  las 
creencias  en  aquella  época :  en  ella  vemos  sancionado  el  principio 
del  honor  por  el  testimonio  de  la  divinidad  cristiana ,  juez  inme- 
diato de  las  contiendas  de  los  hombres ,  que  ya  no  se  contentan 
con  referir  á  un  juicio  ulterior  los  hechos  de  la  vida,  sino  que 
traen  aqui  abajo  aquel  tribunal  augusto  á  fin  de  establecer  me- 
jor la  jurisprudencia  del  decoro  femenino,  cuya  noción,  enaltecida 
después  por  todos  los  .poetas,  y  llevada  á  un  extremo  de  suscepti- 
bilidad exquisita,  fué  importantísima  para  la  perfección  de  las 
costumbres  y  la  honradez  de  las  familias. 

Volvamos  á  la  Catedral,  que  ya  presenta  un  extraño  fenómeno 
á  la  admiración  de  los  Muzárabes.  Ellos  vieron  alli  á  los  ochenta 
anos  de  comenzada  la  obra  una  cosa  rara ,  inusitada ,  en  la  puerta 
del  JVino  Perdido ,  que  es  la  primera  que  se  construyó ;  vieron 
una  cosa  de  que  no  tenian  idea,  la  escultura  aplicada  á  la  arqui- 
tectura. Ellos  no  conocían  para  la  ornamentación  de  los  edificios 
más  que  los  colores,  el  mosaico,  la  pintura  y  los  adornos  geomé- 
tricos en  que  han  hecho  tantas  maravillas :  cuando  más ,  usaban 
alguna  decoración  de  ñores,  hojas  ó  conchas  aplastadas  de  muy  rara 
forma,  tomadas  de  los  bizantinos;  conocían  los  laberintos  de  fajas 
y  rayas  que  á  la  vista  oscilan,  moviéndose  como  el  espejismo  de  un 
delirio ,  y  usaban  también  los  almocárabes ,  parodia  de  los  acantos 
greco-romanos  y  del  antiguo  capitel,  que  abriéndose  paso  ha  recor- 
rido todas  las  generaciones  monumentales.  ¡Cuan  grande  seria, 
pues ,  su  sorpresa  cuando  vieron  aquella  muchedumbre  de  figuri- 
nas que  pusieron  los  sucesores  de  Pedro  Pérez  en  la  puerta  del 
JViño  Perdido ,  un  pueblo  entero  de  pequeñas  estatuas  colocadas 
en  las  tres  ojivas  concéntricas,  como  están  los  bienaventurados 
colocados  en  los  cielos  que  inventó  la  poesía  teológica  de  aquel 
tiempo!  Vieron  con  estupor  aquellas  tres  series  de  pequeños  tro- 
nos, cada  uno  con  su  estatua  y  su  doselete,  que  es  una  miniatura 
de  una  torre;  y  estas  series  doblándose  en  la  dirección  de  la  ojiva 
para  abarcar  el  tímpano  donde  otro  enjambre  de  cuerpos  humanos 
representan  alli ,  colocados  en  fila ,  dos  de  los  pasajes  más  conoci- 
dos del  Nuevo  Testamento.  Al  mismo  tiempo  no  podian  menos 
de  contemplar  con  igual  sorpresa  la  espléndida  vegetación  que 
empezaba  á  desarrollarse  en  aquellas  piedras,  dotadas,  al  parecer, 
de  toda  la  potencia  generadora  déla  madre  tierra;  vieron  los 
tréboles,  tímidos  aún  y  poco  frondosos,  las  escarolas  aún  cha- 

TOMO  XV.  5 


66  LAS   GHNERACÍONES  ARTÍSTICAS 

tas  y  poco  desarrolladas,  y  junto  á  ellas  los  animal ejos  inverosí- 
miles que  empiezan  á  criarse  en  los  huecos  de  todas  las  flores. 
Ellos  no  conocían  otra  cosa  que  los  bárbaros  cristos  y  groseras 
imágenes  de  la  época  latina;  y  esta  aparición  de  la  puerta  del 
Niño  perdido ,  cuajada  de  formas  diversas,  llena  de  variadas  repre- 
sentaciones de  la  naturaleza,  fué  como  una  luz  para  los  pobres  mo 
zárabes,  que  en  el  arte  hablan  heredado  la  antipatía  iconoclasta 
de  sus  mayores. 

La  influencia  del  arte  cristiano  en  el  arte  musulmán  es  desde 
entonces  decisiva.  Para  encontrarla,  veamos  la  sinagoga  del  Trán- 
sito, obra  del  siglo  XIV,  siglo  fatal  para  Toledo  que  vio  asesina- 
dos gran  número  de  sus  hijos ,  y  ensangrentadas  sus  calles  por  las 
horribles  luchas  de  los  hijos  de  Alfonso  XI. 

Ya  sabemos  qué  punto  de  la  ciudad  habitaban  los  Judíos.  Allí 
existen  las  ruinas  más  tristes  que  posee  Toledo.  Pero  entonces  es- 
taba allí  el  gran  bazar  de  Occidente ,  resplandecía  en  sus  casas  el 
bienestar,  la  prosperidad  y  el  lujo,  lo  mismo  que  en  la  Alcana, 
donde  los  más  opulentos  mercaderes  llevaban  sus  artículos,  y 
adonde  concurrían  de  toda  España  por  ser  uno  de  los  principales 
depósitos.  Allí  los  tejedores  de  Segovia  y  de  Cuenca  llevaban  ricos 
paños  verdes  y  azules ,  no  igualados  por  fábrica  alguna ;  los  arme- 
ros de  la  ciudad  presentaban  sus  admirables  hojas,  célebres  toda- 
vía; los  Árabes  baleares  sus  hermosas  cerámicas,  y  los  Murcianos 
y  Andaluces  sus  sedas  rojas  y  blancas,  que  después,  con  los  reca- 
mados de  oro  y  la  brillante  pasamanería ,  también  de  origen  ará- 
bigo, formaba  las  ricas  vestiduras  que  tanto  ennoblecieron  la 
figura  humana  en  aquellos  tiempos .  A  la  vez  el  Oriente  también 
depositaba  en  la  ciudad  las  especias,  los  inciensos,  los  celemines 
de  perlas,  que  después  vemos  adornando,  con  profusión  mundana, 
los  cuellos  de  la  Virgen  del  Sagrario  y  de  otras  por  el  estilo :  de 
Berbería  venia  el  coral  en  abundancia;  de  Venecia  las  joyas 
esmaltadas;  del  Asia  Menor  el  ámbar  y  la  mirra,  y  de  más  allá 
del  mar  donde  está  la  fabulosa  isla  Trapobana  el  oro  y  la  plata,  que 
después  en  los  talleres  de  Sevilla  y  Toledo  formaba  los  vasos  sa- 
grados, las  empuñaduras,  los  marcos  de  trípticos,  los  ex-votos, 
los  collares,  los  relicarios  y  demás  objetos  preciosos.  En  la  misma 
ciudad  multitud  de  artífices  labraban  esas  finísimas  cotas,  eclipsadas 
después  por  las  de  Milán,  los  escudos  cincelados  y  todos  los  obje- 
tos que  con  el  acero  domado  y  hecho  más  flexible  que  el  papel  por 


EN   LA    CIUDAD    DE    TOLEDO.  67 

las  aguas  del  Tajo,  dieron  tanta  preponderancia  á  la  industria 
española. 

Esas  calles  que  hoy  veis  angostas,  intransitables,  formadas 
por  altas  paredes  que  van  á  desplomarse  sobre  el  transeúnte,  ca- 
lles donde  sorprende  encontrar  un  ser  vivo ,  tristes  y  silenciosas, 
llenas  de  miedo  por  las  noches ,  y  aterradas  siempre  con  la  sombra 
del  Marqués  de  Villena,  eran  entonces  de  agradable  aspecto  y 
sumamente  pintorescas.  Las  sombreaban  y  daban  frescura  los  tol- 
dos tendidos  de  uno  á  otro  lado ,  las  cortinas  que ,  prendidas  en 
todos  los  ajimeces,  colgaban  formando  con  su  variedad  de  colores 
una  risueña  vista.  Tiestos  de  flores  habia  en  todas  las  ventanas ;  y 
en  las  tiendas  servían  de  muestra  y  adorno  esas  telas  orientales 
semejantes  á  los  tapices  de  Persia,  que  por  la  profusión  combinada 
de  los  colores,  por  su  riqueza  y  maravilla  parecen  un  lienzo  de 
pared  de  cualquier  sala  de  la  Alhambra.  Los  avalorios,  los  flecos 
hechos  con  infinitas  borlas  de  seda  y  trenzas  y  festones  aparecían 
en  todas  partes,  porque  eran  el  principal  adorno,  y  fueron  de 
moda  muchos  siglos ,  conservándose  aún  en  Andalucía  un  recuerdo 
de  aquella  magnificencia.  En  otras  tiendas  los  metales  preciosos, 
la  alfarería  de  lujo,  las  mallas  finísimas,  los  cueros  suavizados  y 
perfumados  en  Córdoba,  los  arneses,  las  lanas  rojas  y  azules  com- 
pletaban aquel  bazar  inmenso ,  sin  que  faltaran  enormes  almen- 
dradas, predecesoras  de  los  mazapanes  de  hoy ,  tortas  y  panes  de 
especias,  frutas  secas  y  licores  en  pequeñas  tiendas  portátiles,  co- 
nocidas desde  lejos  por  el  olor  del  azafrán  y  de  la  nuez  moscada. 

Allí  podríais  ver  los  tipos  característicos:  del  Árabe,  delgado, 
enjuto,  moreno;  del  Judío,  grave,  hermoso,  pálido,  con  la  barba 
bermeja  y  partida;  del  Castellano,  pequeño ,  fornido,  y  de  mirada 
inteligente  y  perspicaz;  del  Aragonés,  alto,  fuerte,  reconcentrado 
y  austero. 

Pues  bien:  los  tiempos  de  la  opulencia  israelita  en  Toledo  están 
marcados  por  la  erección  de  un  edificio  que  es  la  mejor  muestra 
del  lujo  que  entonces  imperaba  y  de  la  esplendidez  con  que  se  rea- 
lizaba toda  clase  de  obras.  El  Tránsito,  ó  San  Benito  como  hoy  se 
xlama,  está  en  un  extremo  de  la  Judería,  no  lejos  de  Santa  María 
la  Blanca  y  de  San  Juan  de  los  Reyes,  y  fué  edificado  por  Samuel 
Leví,  el  tesorero  de  D.  Pedro  el  Cruel,  un  millonario,  un  banque- 
ro semejante  á  los  modernos  Rostchild  y  Pereire.  Esta  sinagoga 
no  se  parece  en  nada  á  Santa  María  la  Blanca ;  de  más  valor  ar- 


68  LAS   GENERACIONES  ARTÍSTICAS 

quitectónico,  pero  inferior  por  la  riqueza  de  la  ornamentación  y  el 
lujó  con  que  está  decorada.  Ya  han  desaparecido  todas  las  anti- 
guas basílicas  latinas ,  y  ya  no  se  emplea  aquella  singular  forma 
en  la  construcción  de  los  templos.  La  arquitectura  árabe  ha  adop- 
tado ya  la  forma  que  usa  en  sus  famosos  palacios  andaluces,  la 
forma  de  tarbea ,  es  decir,  una  gran  lonja,  un  paralelógramo  con 
elevadisimo  techo,  y  cubiertas  las  paredes  con  toda  clase  de  labo- 
res. Aquí  la  forma  arquitectónica  es  pobrísima ;  pero  las  propor- 
ciones de  aquel  enorme  salón  son  tan  buenas,  y  su  decoración  tan 
pomposa,  que,  de  conservar  los  dorados  y  los  colores ,  seria  de  un 
aspecto  encantador.  Por  lo  alto  de  la  pared  corre  una  faja,  donde 
una  multitud  de  columnas  de  diversos  mármoles  determinan  una 
serie  de  ajimeces  ricamente  labrados  y  con  rejas  de  lo  más  inge- 
niosamente complicado  que  han  hecho  los  Árabes.  Bien  se  conoce 
aquí  la  influencia  de  la  escultura  cristiana ,  porque  en  las  archi- 
voltas  de  los  pequeños  arcos  y  en  los  entrepaños  se  desarrollan  los 
pámpanos  de  una  vid ,  y  en  todos  los  dibujos  se  descubren  formas 
vegetales,  desfiguradas  si,  pero  bastante  claras  para  descubrir  su 
filiación  enteramente  gótica.  Por  todo  el  friso  corre  una  inscrip- 
ción, una  faja  de  esos  hermosos  garabatos  de  oro  y  azul ,  que  pa- 
rece haber  trazado  el  dedo  vacilante  de  un  brujo;  y  encima  de  esta 
inscripción  se  extiende  el  techo  cuajado  de  riqueza,  un  artesonado 
que  tiene  las  incrustaciones  de  nácar  y  marfil ,  como  puede  tener 
bordados  de  oro  el  trage  de  un  Niño  Jesús,  un  caudal  enorme  tira- 
do al  aire;  techo  del  cual  se  puede  hacer  formar  idea  diciendo  que 
es  como  las  tapas  de  esos  preciosos  estuches  que  hoy  se  usan,  pero 
con  setenta  pies  de  largo  por  treinta  de  ancho  ;  una  miniatura 
enorme,  la  filigrana  empleada  en  dimensiones  colosales. 

Samuel  Leví  edificó  junto  al  Tránsito  su  palacio,  en  cuyas  cue- 
vas guardaba  sus  inmensos  tesoros.  Posteriormente  lo  habitó ,  se- 
gún dicen,  el  Marques  de  Villena,  y  vacía  de  sacos  de  oro,  se  llenó 
la  casa  de  redomas,  potes  y  manuscritos.  Allí  atesoró  el  célebre  al- 
quimista toda  la  ciencia  de  su  tiempo ,  y  allí  escribió  las  preciosas 
obras  que  la  ignorancia  y  el  fanatismo  arrancaron  á  la  posteridad 
y  á  la  crítica  moderna,  quedando  sólo  el  recuerdo  de  aquel  hom- 
bre, ridiculizado  por  la  tradición,  en  opinión  de  hechicero  y  nigro- 
mántico. Aún  se  conserva  memoria  de  él  en  aquel  barrio,  que  pa- 
rece maldito.  Por  mucho  tiempo  estuvieron  inhabitados  aquellos 
sitios,  porque  la  gente ,  impresionada  sin  duda  por  el  espantable 


EN    LA   CIUDAD   DE    TOLEDO.  69 

aspecto  de  las  ruinas  del  palacio,  daba  en  asegurar  que  á  las  altas 
horas  de  la  noche  se  aparecía  dando  zancajos  sobre  los  muros  el 
Marqués  de  Villena  rodeado  de  amarillenta  luz ,  y  con  su  séquito 
de  redomas,  brujas,  papelotes  y  guarismos. 

El  reinado  de  D,  Pedro  el  Cruel  es  aciago  para  nuestra  ciudad. 
Dona  Blanca  fué  encerrada  por  primera  vez  en  el  alcázar  para  ser 
trasladada  después  á  Medinasidonia.  La  población  se  dividió  en 
bandos,  y  cuando  las  tropas  de  D.  Enrique  fueron  sobre  la  ciudad, 
unos  le  abrieron  las  puertas  por  el  puente  de  Alcántara,  y  otros  se 
las  cerraron  por  San  Martin.  Esto  produjo  una  matanza  horrible; 
y  como  si  tantas  desventuras  no  bastaran,  viene  después  D.  Pedro, 
y  acusando  de  desafecta  á  la  ciudad ,  comete  en  ella  las  mayores 
atrocidades,  condena  á  morir  degollados  á  una  multitud  de  nobles, 
y  sus  tropas  llevan  á  cabo  un  saqueo  general,  que  sufren  princi- 
palmente los  Judíos  y  los  tenderos  de  Alcana. 

Pero  esta  época  desastrosa  deja  allí,  además  de  la  opulenta  sina- 
goga del  Tránsito,  otros  edificios  de  mucha  importancia,  como  son 
el  palacio  de  D.  Diego,  construido  por  D.  Enrique  el  Bastardo,  y 
otras  habitaciones  señoriales  de  que  aún  se  conservan  algunos  res- 
tos. En  general ,  puede  decirse  que  todos  los  nobles  y  personajes 
acaudalados  adoptaron  para  sus  palacios  el  estilo  árabe-toledano, 
usándolo  por  todo  el  siglo  XIV  y  aun  en  el  XV,  pues  se  conservan 
casas  de  ese  género  contemporáneas  de  San  Juan  de  los  Reyes.  Lo 
que  hoy  se  llama  Taller  del  moro  es  el  último  resto  de  un  sober- 
bio palacio  que  debió  ser  de  algún  judio  rico  ó  de  algún  noble  cas- 
tellano. El  sistema  arquitectónico  aquí,  como  en  los  célebres  pala- 
cios andaluces,  es  el  de  la  tarbea,  con  sus  primorosos  techos,  sus 
cornisas  cuajadas  de  estalactitas  y  las  paredes  cubiertas  de  un  ri- 
quísimo tapiz  de  oro,  rojo  y  azul,  que  más  bien  que  esculpido  pa- 
rece bordado  por  la  más  sutil  aguja.  La  casa  dehesa,  el  arco  del 
Rey  D.  Pedro  j  el  Colegio  de  Santa  Catalina  son  de  la  misma  épo- 
ca, y  presentan  la  última  evolución  de  aquel  arte  tan  rico,  tan  sun- 
tuoso, más  popio  para  expresar  los  encantos  y  bienestar  de  la  vi- 
da, que  para  servir  de  intérprete  al  misticismo  y  al  sentimiento 
religioso.  Por  eso  prevaleció  en  los  palacios,  donde  el  arte  ojival 
ha  sido  siempre  poco  feliz,  y  no  pudo  luchar  con  éste  en  los  edifi- 
cios religiosos.  La  arquitectura  gótica,  implantada  en  la  baja  Cas- 
tilla, tímida  al  principio,  exótica,  y,  por  decirlo  asi,  impopular, 
adquirió  á  fines  del  siglo  XIV  una  fuerza  extraordinaria,  aunque 


70  LAS    GENERACIONES  ARTÍSTICAS 

SU  reinado  no  fué  de  larg-a  duración  ,  porque  el  Renacimiento  se 
apoderó  bruscamente  de  toda  España,  y  en  poco  tiempo  verificó  la 
trasformacion  más  completa. 

vn. 

La  Catedral  va  desarrollando  poco  á  poco  su  inmenso  panorama 
interior,  y  unas  tras  otras  las  cinco  naves  van  llegando  á  su  limi- 
te, agrandándose  cada  vez  más.  Las  dos  de  los  extremos  laterales 
se  cierran  primero;  las  dos  que  siguen,  aspirando  á  mayor  altu- 
ra, se  cierran  más  tarde;  y  por  último,  la  central,  que  desea  so- 
brepujar á  todas,  tarda  mucbo,  y  sólo  á  fines  del  siglo  XV  ve  pues- 
tas las  claves  de  sus  últimas  bóvedas.  Las  cuatro  laterales  se  unen 
entre  si,  costeando  la  central  por  detras  del  presbiterio  y  formando 
el  ábside,  donde  la  construcción  gigantesca  parece  que  se  enrosca, 
violentando  el  corte  de  todas  sus  piedras  y  contrayendo  todos  sus 
pilares.  Entre  los  machones  han  dejado  los  arquitectos  unos  hue- 
cos enormes,  donde  debia  existir  la  pared,  y  en  ellos,  después  de 
construido  el  enrejado  de  piedra,  empieza  maese  Dolfin  á  poner  sus 
pedazos  de  vidrios  de  colores,  que  forman  figuras  de  santos,  ánge- 
les  y  querubes. 

Los  mozárabes  quedan  mudos  de  estupor  al  ver  aquel  lienzo  de 
pared,  abierto  á  la  luz,  sustituido  por  una  cosa  de  fantasía,  por  un 
muro  imaginario  hecho  con  todos  los  colores  y  con  un  tejido  de 
reñejos:  ven  aquellos  grandes  agujeros,  por  donde  vestidas  de 
fuego  se  asoman  tantas  figuras  de  otro  mundo,  y  no  pueden  com* 
prender  cómo  no  habiendo  realmente  pared  se  sostienen  las  bóve- 
das y  todo  el  cuerpo  del  edificio.  Pero  contemplando  al  exterior, 
advierten  una  cosa  que  les  explica  aquel  enigma.  La  arquitectura 
gótica  tiene  de  peculiar  y  característico  el  empleo  de  fuerzas  disi- 
muladas para  sostenerse.  Quiere  afectar  en  el  interior  una  gran 
ligereza,  superior  á  la  que  puede  obtenerse  con  todos  los  esfuerzos 
de  la  estereotomia ,  y  reforzando  los  machones  por  fuera  con  la 
aplicación  ingeniosísima  de  los  arcos  botareles ,  puede  suprimir,  si 
quiere,  el  entrepaño,  y  abrir  esas  ventanas  donde  coloca  esos  her- 
mosos cuadros  de  luz.  Los  Muzárabes  admiraron  aquel  artificio  que 
no  conocían  ni  de  oídas ,  y  los  arbotantes  les  parecían  una  anda- 
miada permanente,  una  especie  de  brazos  de  piedra  que  sostenían 
el  edificio. 


EN    LA    CIUDAD    DE    TOLEDO.  71 

Se  hace  después  la  puerta  de  Santa  Catalina ,  una  de  las  del 
claustro,  y  aquí  la  escultura  es  más  correcta  que  en  la  del  Niño  Per- 
dido .  Las  flores  se  destacan  más ,  y  las  figuras  tienen  más  movi- 
miento y  soltura.  La  vivificación  de  la  piedra  se  hace  lentamente, 
y  los  seres  que  en  el  siglo  anterior  eran  informes  y  con  cierta  ex- 
presión de  estupidez  en  las  fisonomías,  se  pulimentan  y  hermosean, 
haciendo  presentir  la  escultura  del  Renacimiento ,  menos  ideal  y 
correcta  que  la  clásica,  pero  más  individual  y  expresiva.  El 
claustro  aparece  también  entonces  con  sus  cuatro  grandes  galerías 
destinadas  al  solaz  y  desahogo  de  la  muchedumbre  de  clérigos 
que  han  de  desempeñar  los  servicios  del  templo ;  y  en  él  tienen 
lugar  algunos  hechos  importantes  de  nuestra  historia ,  como  el 
ofrecimiento  de  la  Corona  de  Castilla  hecho  á  D.  Fernando  de 
Antequera,  la  renuncia  de  éste,  y  la  proclamación  de  D.  Juan  II. 
Al  mismo  tiempo  que  el  claustro,  se  desarrolla  también  el  coro  en 
su  parte  de  sillería.  Se  colocan  aquellos  fustes  de  jaspes  hermosí- 
simos, pertenecientes  sin  duda  á  la  antigua  mezquita,  y  todo  el 
ancho  del  muro  se  cubre  de  aquella  extraña  escultura  tan  ruda  y 
prolija.  Multitud  de  animales  inverisímiles  surgen  de  la  piedra, 
enroscados  en  tallos  diversos,  y  en  unión  con  ellos  aparecen  in- 
numerables santos  y  representaciones  simbólicas,  grotescos  los  unos 
y  expresando  en  sus  toscos  semblantes  un  misticismo  alelado  que 
les  dá  no  sé  que  aire  de  petrificados  habitantes  del  limbo ;  incom- 
prensibles las  otras  como  las  fórmulas  de  la  teología  escolástica ;  y 
encima  de  todo  esto  asoman  sus  cuellos  y  sus  alas  ciertas  figuras 
que  son  una  monstruosa  fusión  del  ángel  y  la  esfinge,  una  especie 
de  dragón  injerto  en  Sibila,  que  está  allí  para  expresar  no  sé  qué 
enigmas ,  y  que  atrae  siempre  la  atención  del  espectador  por  su 
misteriosa  forma  y  su  actitud  semejante  á  los  de  los  animales  de 
las  gárgolas ,  que  puestos  en  lo  alto  de  los  machones  exteriores 
vomitan  el  agua  de  la  lluvia. 

Al  mismo  tiempo  el  altar  mayor  se  va  formando ,  y  el  decorado 
de  su  muro  externo,  semejante  á  una  maravillosa  cristalización,  se 
desarrolla  en  pocos  años.  Es  un  cuerpo  de  edificio,  una  miniatura 
con  sus  zócalos,  su  columnaje,  sus  ventanas,  su  cornisamento  y  su 
crestería.  Cada  piedva  de  las  que  componen  el  zócalo,  es  un  plinto 
en  que  descansa  una  estatua,  cada  estatua  engendra  un  machón, 
cada  dos  machones  una  ojiva,  cada  ojiva  un  par  de  enjutas  llenas 
de  filigrana :  sobre  la  cabeza  de  cada  santo ,  se  eleva  nn  doselete 


72  LAS    GENERACIONES  ARTÍSTICAS 

que  es  otra  miniatura,  y  contiene  en  pequeño  tudo  un  sistema 
arquitectónico :  de  cada  doselete  parte  una  aguja ,  y  por  toda  la 
parte  superior  descuella,  semejantes  á  las  picas  de  un  ejército,  la 
serie  inacabable  de  puntas  y  minaretes  en  que  van  á  resolverse 
todas  las  formas  del  edificio.  Los  santos  aparecen  colocados  en  filas 
como  se  suponen  en  el  cielo  las  categ-orias  de  bienaventurados, 
todos  extáticos  y  con  ese  ademan  de  estulticia  é  ingenua  contem- 
plación que  tiene  la  escultura  de  entonces.  Todos  tienen  en  la 
mano  su  signo  carácter istico ,  esa  herramienta  simbólica  que  dis- 
tingue á  Pedro  de  Pablo,  á  Andrés  de  Lúeas,  y  sin  la  cual  seria 
imposible  distinguirlos  unos  de  otros;  tal  es  la  semejanza  y  uni- 
formidad de  aquel  arte  rudo  y  primitivo.  Todos  tienen  sus  nimbos 
de  oro ,  y  en  sus  pedestales  se  enrosca  la  misma  hiedra  que  ha 
echado  raices  en  todas  las  piedras,  y  en  sus  doseletes  se  extienden 
todas  las  escrescencias  multiformes,  que  hacen  de  aquella  superfi- 
cie un  musgo  prodigioso.  Por  dentro  la  elaboración  de  la  capilla 
mayor  es  más  lenta.  Sin  embargo ,  poco  después  de  terminado  y 
esculpido  el  Apocalipsis  exterior,  se  colocan  los  sarcófagos  de  los 
Reyes  Nuevos ,  que  no  reposan  en  el  suelo ,  si  no  que ,  aspirando 
sin  duda  á  una  ascensión  corporal ,  quisieron  en  su  vanidad  subir 
llevándose  el  pesado  artificio  de  sus  sepulcros;  y  aparecen  encara- 
mados en  lo  alto  de  la  pared ,  sostenidos  como  el  Zancarrón  de  la 
Meca  por  potencias  magnéticas.  Les  rodean  ciertos  ángeles,  en 
quienes  se  ha  querido  retratar  la  compunción  y  la  tristeza :  los  es- 
cudos cuelgan  á  un  lado  y  otro :  todos  tienen  en  las  manos  sus 
luengas  y  terribles  espadas,  y  á  los  pies  el  león  antiguo,  esculpido 
con  más  formas  de  perro  que  de  león.  Por  una  exigencia  de  la 
perspectiva,  el  arquitecto  puso  inclinadas  hacia  fuera  las  urnas 
cinerarias ,  y  parece  que  las  estatuas  yacentes  van  á  rodar  al  suelo 
con  toda  su  máquina  de  escudos,  coronas  y  leones.  Junto  á  los 
nichos  de  los  Reyes  Viejos,  se  alzan  las  estatuas  de  varios  monar- 
cas, y  en  lugar  preferente  las  de  dos  hombres  humildes,  el  Alfaqui, 
de  quien  hablamos,  y  el  Pastor  de  las  Navas,  que  guió  á  D.  Alfon- 
so VIII  en  la  batalla  de  las  Navas.  Estas  dos  estatuas  tienen  una 
ingenuidad  encantadora  ,  las  dos  parecen  asustadas  de  verse  en 
tan  suntuoso  recinto :  la  rudeza  y  simplicidad  de  la  escultura  ha 
sido  esta  vez  un  admirable  medio  de  expresión,  porque  ha  dado  á 
\os  dos  pobres  hombres  una  actitud  embarazosa  que  los  señala 
entre  los  demás  que  adornan  aquel  sitio. 


EN    LA    CIUDAD    DE    TOLEDO.  73 

Lleg-a.  por  último,  un  año  memorable  en  la  historia  de  España, 
el  año  1492,  en  que  los  Reyes  Católicos  toman  á  Granada  y  des- 
cubre Cristóbal  Colon  el  Nuevo  Mundo.  Entonces  se  cierran  las 
últimas  bóvedas  de  la  catedral ,  y  la  obra  en  su  parte  arquitectó- 
nica se  puede  dar  por  terminada .  Faltan  las  fábricas  de  las  artes 
auxiliares  que  hacen  de  aquel  templo  un  magnifico  museo  ;  faltan 
las  obras  de  entalle  y  fundición ,  los  bronces,  las  pinturas,  los  re- 
tablos, los  altares,  los  vidrios,  los  vasos  y  objetos  del  culto,  y  para 
esto  se  preparan  una  multitud  de  artistas  que  el  Renacimiento  ha 
traido  é  inspirado.  Entonces  empieza  una  emulación  que  maravi- 
lla. Vemos  que  un  solo  hombre  profesa  artes  tan  diversas  como  la 
pintura  y  la  estatuaria ,  sobresaliendo  igualmente  en  las  dos ;  y 
hay  artista ,  perteneciente  á  la  gran  raza  de  los  Benvenuttos  y 
Berruguetes,  que  traza  un  edificio,  lo  construye ,  funde  y  cincela 
una  verja,  talla  un  pulpito  de  madera,  pinta  un  retablo,  hace  vi- 
drios de  colores  y  labra  una  custodia.  Tal  era  la  fuerza  de  concep- 
ción ,  la  fecundidad  y  el  ingenio  en  una  época  en  que  la  tradición 
gótica  se  habia  unido  al  estudio  de  la  antigüedad  clásica  para 
producir  tantos  prodigios. 

Al  acercarse  el  siglo  XVI,  el  arte  monumental  entra  en  el  pe- 
ríodo de  su  decadencia.  Ensanchada  la  esfera  de  los  conocimientos, 
hallándose  en  gran  descrédito  la  teología  escolástica,  y  en  visible 
degradación  el  misticismo,  que  tan  grandes  cosas  ha  producido  en 
la  Edad  Media,  la  sociedad  sufre  una  de  las  más  notables  crisis 
que  registran  los  siglos.  El  estudio  de  las  humanidades  ha  difun- 
dido una  gran  luz:  las  disputas  religiosas  han  quebrantado  la  fé,  y 
la  gran  tempestad  que  ha  de  venir  más  tarde  sobre  la  Iglesia,  se 
deja  sentir  con  síntomas  alarmantes.  Por  lo  demás,  el  mundo  se 
preocupa  menos  de  las  cosas  santas;  ya  no  hay  Moros  que  comba- 
tir, y  la  antigua  fé  que  inspiró  tantas  empresas  fabulosas,  comien- 
za á  decaer.  Ocurre  que  el  estado  de  las  cosas  de  Europa,  el  en- 
sanche que  á  la  esfera  de  acción  del  hombre  ha  dado  el  ilustre 
genoves,  hacen  que  los  hombres  se  preocupen  más  de  lo  que  pasa 
en  el  mundo.  Pronto  se  ha  de  formar  el  gran  Imperio  austríaco,  y 
la  aparición  de  un  poderoso  soberano  ha  de  encender  continuas 
guerras.  La  diplomacia  se  pone  en  juego,  marchan  los  ejércitos,  se 
activa  la  política,  Europa  está  sufriendo  una  conflagración  de  ideas 
y  de  armas.  La  teología  murió  herida  por  las  humanidades;  el  mis- 
ticismo murió  herido  por  la  filosofía.  Perece  la  literatura  legenda- 


74  LAS    GENERACIONES  ARTÍSTICAS 

ria  á  manos  del  buen  sentido  desarrollado  por  estudios  sanos,  y  así 
como  la  caballería  cayó  cuan  larga  era  con  todo  su  aparato  de 
inverisimilitudes  ante  la  discreta  sátira  de  Cervantes,  huyeron 
también,  se  hundieron,  fueron  quebrantadas  y  rotas,  como  las 
figurillas  del  retablo  de  Maese  Pedro,  todas  las  ideas  y  entidades 
de  la  Edad  Media.  El  resultado  de  esta  trasformacion  es  bien  claro 
en  el  arte  monumental.  La  arquitectura  gótica,  que  era  la  expre- 
sión de  todo  aquello,  pereció  también,  acabándose  para  siempre  la 
gran  raza  de  catedrales  que  por  tres  siglos  sintetizaron  el  pensa- 
miento, el  saber  y  los  sentimientos  de  la  humanidad.  Ya  de  las 
entrañas  de  la  tierra  no  se  extraen  esas  enormes  masas  de  piedras 
para  unirlas  y  aglomerarlas  formando  esos  cuerpos  gigantescos 
que  asombran  por  lo  complejo  de  su  construcción  y  el  inmenso 
caudal  de  fuerza  que  se  supone  empleado  en  ellos.  La  familia  de 
los  grandes  templos  concluye  entonces,  y  sólo  Felipe  II,  que  poseía 
el  dinero  de  dos  mundos  y  la  más  firme  voluntad  de  que  hay  noti- 
cia, pudo  construir,  en  pleno  siglo  XVI,  el  Escorial. 

La  arquitectura  gótica  espira  cuando  se  verifica  esa  grande  evo- 
lución de  la  humanidad,  y  espira  después  de  hacer  su  último  es- 
fuerzo en  su  postrera  eflorescencia,  después  de  dar  su  más  hermo- 
so desarrollo ;  perece  ornada  de  ñores,  cubierta  con  todas  sus  ga- 
las ,  exuberante ,  rica ,  resplandeciente ,  con  un  lujo  que  llega  al 
delirio.  El  claustro  de  San  Juan  de  los  Reyes,  de  que  después 
hablaremos ,  presenta  esta  última  faz  de  aquel  estilo  prodigioso, 
lleno  de  variedad  y  armonía  como  la  naturaleza. 

Concluye  el  dominio  de  la  piedra.  Parece  que  el  refinamiento 
en  las  costumbres,  el  mayor  grado  de  cultura,  la  erudición  que  ha 
invadido  hasta  el  estudio  de  las  artes,  no  son  compatibles  con  el 
empleo  de  aquel  material  duro  y  tenaz.  La  construcción  sillar,  que 
tiene  algo  de  ciclópeo,  no  se  adapta  á  la  nueva  raza  de  artistas, 
en  los  cuales  hay  algo  de  afeminación.  Además,  se  quiere  hacer 
mucho  y  pronto;  ninguno  se  contenta  con  ser  inventor  y  trazador 
de  una  fábrica  que  no  ha  de  ver  concluida.  El  artista  se  encariña 
con  su  obra,  quiere  hacerla  toda  con  su  propia  mano,  expresar  su 
pensamiento  fácilmente;  nacen  los  talleres,  y  son  abandonadas  las 
canteras;  se  adoptan  materiales  menos  ingratos  que  la  piedra,  y 
aparecen  esas  maravillosas  artes  del  Renacimiento,  los  vasos,  la 
platería,  la  ferretería,  los  bronces  cincelados  y  fundidos,  la  escul- 
tura en  madera,  y  como  complemento  y  última  expresión  del  in- 


EN    LA    CIUDAD    DE    TOLEDO.  75 

dividualismo  en  el  arte  del  dibujo,  aparece  con  extraordinario  vi- 
gor la  pintura,  con  su  fácil  procedimiento,  su  sencillez  y  encanto 
del  color  que  en  poco  tiempo  la  hace  tan  popular. 

El  arte  ojival,  arrojado  de  la  arquitectura,  arrojado  de  la  piedra, 
se  refugia  en  la  madera  y  en  las  artes  de  adorno ,  se  ocupa  por 
mucho  tiempo  en  modelar  las  sillas  corales,  los  facistoles,  los  re- 
tablos ,  donde  hace  el  último  alarde  de  su  fecundidad  y  riqueza. 
Llega  un  tiempo  en  que  sus  formas  se  confunden  con  las  greco - 
romanas,  y  mutuamente  se  prestan  los  dos  estilos,  aquél  su  mul- 
tiplicidad y  su  delicadeza,  éste  sus  proporciones  y  su  gracia,  Pero 
en  tanto,  ¿qué  se  ha  hecho  de  aquel  pobre  arte  muzárabe  que 
dejamos  allá  en  los  palacios  señoriales  del  siglo  XIV,  que  todavía 
existe  fuerte  en  su  aplicación,  con  vida  propia,  creando  sus  mejo- 
res magnificencias ,  y  dueño  aún  de  sí  mismo?  Viene  también  á 
tomar  parteen  la  fusión  del  Renacimiento.  En  Toledo,  la  multitud 
de  artes  complementarias ,  como  el  entalle ,  la  carpintería  de  lo 
blanco,  la  pintura  mural,  la  fundición  de  metales  preciosos,  y  la 
ferretería,  conservan  siempre  la  influencia  muzárabe.  En  la  Cate- 
dral han  dejado  todas  estas  artes,  nacidas  del  arte  monumental  de 
la  Edad  Media  al  calor  de  las  ideas  de  Italia,  sus  mejores  obras. 
Las  veremos  cuando,  siguiendo  el  desarrollo  de  los  monumentos 
de  la  ciudad,  hayamos  concluido  todo  lo  que  en  ella  se  hizo  con 
piedras  y  ladrillo;  cuando,  después  de  asistir  al  último  esfuerzo  de 
la  mecánica  y  de  la  estereotomía,  lleguemos  á  la  época  del  pincel 
y  el  buril. 

vni. 

La  puerta  de  los  Leones  es  quizá  el  trozo  más  bello  que  contiene 
la  Catedral.  Muestra  de  lo  que  podia  crear  el  arte  ojival  en  el 
siglo  XV,  lleva  en  si  también  los  gérmenes  de  aquel  excesivo 
desarrollo  que  después  habia  de  extinguir  su  genio.  La  escultura, 
como  la  de  la  puerta  del  Perdón ,  es  más  correcta  que  en  las  del 
Niño  Perdido  y  Santa  Catalina:  se  destacan  las  figuras  de  la  su- 
perficie de  la  piedra  con  más  soltura;  sus  miembros  se  modelan» 
pierden  sus  fisonomías  aquella  expresión  de  estupidez  que  antes 
tenían;  los  trages  se  pliegan  con  holgura  y  desembarazo,  y  por  lo 
general  hay  más  variedad  en  las  actitudes.  Al  mismo  tiempo  las 
hojas  se  despliegan,  las  ñores  se  han  desarrollado,  los  capullos  son 


76  LAS   GENERACIONES  ARTÍSTíCAS 

ya  flores,  los  tallos  se  han  abierto  y  enroscado.  A  la  antigua  dispo- 
sición angulosa  y  chata  de  todas  las  formas,  ha  sustituido  una 
morbidez  y  una  ondulación  que  tienen  algo  de  voluptuoso.  Esto 
nos  lleva  necesariamente  á  hablar  de  San  Juan  de  los  Reyes,  mo- 
numento de  inestimable  mérito,  que  elevó  la  piedad  de  los  Reyes 
Católicos  en  cumplimiento  de  un  voto  hecho  por  la  terminación  de 
la  guerra  de  Portugal.  Su  claustro  tiene  una  fama  universal:  es 
quizá  el  trozo  de  arquitectura  española  de  que  corren  más  estam- 
pas y  reproducciones  por  el  extranjero,  existiendo  como  modelo  en 
todas  las  escuelas  de  Francia.  En  esto  hay  una  especie  de  repara 
cion,  porque  los  Franceses  lo  mutilaron  y  destruyeron,  dejándolo 
después  de  la  invasión  en  el  estado  en  que  hoy  se  encuentra,  des 
mantelado,  roto,  con  todas  las  figuras  sin  cabeza,  y  despuntadas 
todas  las  hojas  del  follaje,  como  si  una  hoz  bárbara  y  profana 
hubiera  pasado  por  alli.  La  iglesia,  aunque  de  gran  belleza,  es 
inferior  al  claustro,  obra  única  en  su  género,  perfecta,  si  cabe  per- 
fección en  lo  que  hacen  los  hombres.  En  éste,  la  aplicación  del  gó- 
tico florido  está  hecha  con  el  más  sano  criterio,  con  la  mayor  fuer- 
za y  unidad:  en  aquella,  hay  muchas  cosas  exóticas,  como  son  al- 
gunas formas  bien  poco  disimuladas  del  arte  árabe,  puestas  al  lado 
de  las  ojivales  sin  transición,  sin  maridaje,  sin  ingenio  en  fin .  La 
iglesia  es  suntuosísima,  y  su  decoración  es  de  una  riqueza  y  pro- 
lijidad maravillosa.  En  el  claustro  hay  todo  esto  y  mucha  más 
gracia.  Nada  impresiona  más  que  el  entrar  en  aquellas  galerías,  de 
poca  extensión,  de  estrecha  perspectiva,  pero  que  contienen  des- 
arrollados en  sus  arcos  y  machones  mundos  enteros  de  vida,  infi- 
nitas formas  naturales  puestas  con  tal  método,  con  tal  arte,  que,  á 
pesar  de  su  profusión,  no  parece  alli  contrariado  el  precepto  de  la 
sobriedad  en  los  adornos.  Verdad  es  que  allí  los  adornos  no  son 
accidentales:  constituyen  un  sistema,  es  la  eflorescencia  de  la  ar- 
quitectura, que,  habiendo  apurado  ya  todas  las  formas  generales, 
y  buscando  siempre  nuevos  medios  de  expresión,  cansada — digá- 
moslo asi — de  expresar  un  vago  ideal  y  una  belleza  poco  determi- 
nada, tiende  á  expresar  la  naturaleza  directa,  tiende  al  realismo,  á 
la  imitación,  y  prepara  el  período  en  que,  descomponiéndose  por 
un  esfuerzo  excesivo,  salen  de  ella  con  nuevo  vigor  la  escultura  y 
la  pintura.  El  famoso  claustro  indica  esa  evolución  del  arte,  diri- 
giéndose á  la  realidad  y  al  individualismo  para  dar  origen  á  la 
buena  nueva  del  Renacimiento.  Alli  los  follajes  son  tan  lozanos,  tan 


EN   LA    CIUDAD   DE    TOLEDO.  77 

vivos,  que  parece  que  un  sol  tropical  les  ha  dado  el  más  exuberante 
desarrollo. 

En  estos  países  meridionales ,  donde  estamos  acostumbrados  á 
las  reverberaciones  de  la  arquitectura  oriental,  llena  de  colores, 
de  oro,  luminosa  y  caliente  como  si  el  sol  de  Andalucía  modelara 
y  encendiera  continuamente  la  portentosa  cerámica  con  que  es- 
tán cubiertas  las  paredes ,  no  podemos  menos  de  ver  con  asombro 
las  construcciones  del  gótico  florido ,  que ,  como  en  San  Juan  de 
los  Reyes,  presentan  modificadas  las  primitivas  formas  que  han 
traído  del  Norte  por  la  influencia  local  que  alcanza  á  todas  las 
cosas.  Parece  que  todos  aquellos  tréboles ,  aquellas  escarolas ,  aque- 
llos tallos  han  sido  en  su  origen  chatos,  débiles  y  raquíticos,  sim- 
ples ornatos  de  la  arquitectura ;  y  que  después ,  recibiendo  en  la 
serie  de  los  anos  los  rayos  del  sol  de  Castilla ,  se  han  desarrollado, 
encontrando  un  fecundo  jugo  en  las  entrañas  de  la  piedra,  se  han 
abierto  y  enroscado ,  cubriéndolo  todo ,  como  las  yerbas  trepado- 
ras que ,  estimuladas  por  la  humedad  y  el  sol ,  se  extienden ,  aho- 
gando el  árbol  en  que  se  apoyan.  Del  seno  de  estas  formas  vegeta- 
les parece  que  el  mismo  calor  natural  ha  hecho  salir  la  muche- 
dumbre de  seres  animales  que  no  pertenecen  á  ninguna  categoría 
zoológica,  seres  inverisímiles  debidos  á  la  generación  espontánea 
que  parece  residir  en  la  parte  fecundísima  de  la  piedra.  Estos  bi- 
chos, que  habitan  en  los  cálices  de  todas  las  flores ,  son  en  canti- 
dad enorme :  el  espectador  les  ve  asomados  en  sus  grutas  de  folla- 
je, y  diría  que  al  sentir  sus  pasos  van  á  esconderse  agitando  los 
tréboles  sutilísimos  que  cuelgan  aquí  y  allí.  En  cuanto  á  la  ejecu- 
ción de  esta  obra  incomparable,  bien  se  ve  que  es  el  último  grado 
de  destreza  á  que  puede  llegar  e}  artífice  humano :  todas  las  figu- 
ras animales  y  vegetales  están  labradas  en  hueco;  la  luz  entra  y 
sale  por  detrás  de  los  objetos ,  aislándolos  y  dándoles  esa  traspa- 
rencia que  tanto  caracteriza  las  paredes  del  claustro .  Todo  el  re- 
cinto es  melancólico ,  tranquilo,  y  convida  á  la  devoción  prudente 
y  sensata.  No  es  un  sitio  de  horror  como  los  claustros  románicos 
de  Cluny  y  el  Cister  ;  es  un  claustro  del  siglo  XV,  un  poco  mun- 
dano ya,  bastante  apegado  á  la  vida,  no  tan  refractario  á  la  natu- 
raleza. En  el  centro  crecen  unas  flores  modestas,  y  el  agua  de  una 
fuente,  cayendo  en  un  pequeño  pilón,  produce  la  más  grata  ar- 
monía. Allí  se  piensa  en  las  cosas  santas;  pero  se  ama  la  vida, 
porque  el  sitio  convida  al  reposo  y  á  la  meditación,  al  mismo  tiem- 


78  LAS   GENHRACIO^íES  ARTÍSTICAS 

po  que  seduce  la  vista  y  adormece  los  sentidos.  De  este  claustro 
salió  para  ser  Consejero  de  los  Reyes  Católicos  el  Cardenal  Cisne- 
ros  ,  y  no  hay  duda  de  que  los  pobres  seráficos  que  habitaban  tan 
apacible  mansión  no  eran  personas  de  muy  arregladas  costumbres, 
porque  conocidos  son  los  esfuerzos  que  para  reformar  y  moralizar 
la  Orden  hizo  el  ilustre  vencedor  de  Oran. 

La  iglesia  no  iguala  al  claustro ,  á  pesar  de  su  belleza.  No  sé 
qué  hay  allí  de  discordante  y  anómalo.  Es  de  admirar  el  crucero, 
el  ábside  y  las  dos  elegantes  tribunas  que  hay  en  los  machones 
del  arco  toral  de  la  nave.  El  exterior  ofrece  una  agradable  pers- 
pectiva por  la  crestería  del  crucero ,  las  agujas  y  los  arcos  bota- 
reles.  Pero  no  es  aquello,  á  pesar  de  su  magnificencia ,  el  puro  y 
g-enuino  monumento  ojival ,  severo  y  airoso ,  con  todas  sus  formas 
resueltas  en  pirámides  agudísimas ,  con  sus  machones  esculpidos  y 
sus  arcadas  llenas  de  figuras.  En  el  exterior  de  San  Juan  de  los 
Reyes  no  estuvo  Juan  Guas ,  su  inmortal  arquitecto ,  tan  feliz  co- 
mo en  el  claustro :  son,  sin  embargo,  muy  esbeltas  las  paredes  del 
ábside,  y  hacen  muy  buen  efecto  las  figuras  de  los  heraldos  que, 
en  vez  de  santos,  hay  en  todos  los  machones;  heraldos  que  son 
padres  de  los  que  después  vemos  en  la  puerta  del  alcázar  de  Cár^ 
losV. 

Dos  particularidades,  además  délo  que  hemos  descrito,  encuen- 
tra hoy  el  viajero  en  el  célebre  monasterio.  Una  es  la  puerta  que 
comunica  con  el  claustro,  y  que  sustenta  una  cruz  y  dos  estatuas, 
que  suponen  ser  los  retratos  de  Fernando  é  Isabel ,  trazados  por  la 
piadosa  inventiva  del  autor  en  la  Virgen  y  San  Juan  Evangelista. 
Otra  es  la  terrible  alegoría  que  por  voluntad  expresa  de  la  misma 
Reina  se  puso  en  el  comedor  de  los  pobres  frailes.  Sobre  la  puerta 
hay  un  nicho  horizontal ,  y  en  él  una  figura,  esculpida  con  horri- 
ble verdad,  que  representa  un  cadáver  en  estado  de  putrefacción. 
La  escultura  repugna  y  aterra ,  porque  el  color  que  los  anos  han 
dado  á  la  piedra  contribuye  á  hacerla  más  espantosa.  Así  los  dis- 
cípulos del  Seráfico,  cuyo  fuerte  no  era  en  aquellos  tiempos  la 
templanza,  tenían  siempre  ante  la  vista,  mientras  comían,  la  ima- 
gen de  la  muerte  con  todo  el  horror  de  la  idea  y  toda  la  repug- 
nancia de  la  forma.  Esto,  sin  embargo,  no  debió  producir  mucho 
efecto ;  porque  Cisneros ,  ya  lo  hemos  dicho ,  se  vio  en  grande 
aprieto  para  corregir  las  costumbres  de  sus  cofrades,  que  eran 
cada  vez  peores. 


EN    LA    CIUDAD    DE   TOLEDO.  79 

Para  dar  el  último  adiós  á  la  aquitectura  ojival ,  hemos  de  vol- 
ver á  la  Catedral ,  donde  el  retablo  mayor  nos  ofrece  su  página 
postrera.  Ya  lia  perdido  el  reinado  de  la  piedra ,  y  se  refugia  en  la 
madera ,  más  dócil  al  cincel ,  más  propia  para  obedecer  los  capri- 
chos de  aquel  arte  que  ya  ha  llegado  al  delirio,  y  necesita  lo  más 
blando,  lo  más  sutil,  la  cera,  para  expresar  la  multitud  infinita  de 
sus  formas.  Donde  conocimos  los  sepulcros  de  los  Reyes  Viejos  y 
las  estatuas  del  Alfaqui  y  el  Pastor  de  las  Navas,  se  construye  este 
retablo,  para  lo  cual  es  preciso  remover  los  sarcófagos  y  ensan- 
char la  capilla :  los  escultores  necesitan  un  espacio  inmenso,  de 
todo  el  alto  y  todo  el  ancho  de  la  nave  central  para  desarrollar 
aquel  panorama ,  que  es  el  Nuevo  Testamento  y  el  Flos  Sancto- 
rum  grabado  y  pintado.  Allí  está  todo,  desde  el  Nacimiento  hasta 
la  Pasión,  que  ocupa  el  centro  en  la  parte  más  elevada :  y  en  todas 
las  columnas  que  dividen  los  veinte  espacios  ó  casetones  del  reta- 
blo, una  muchedumbre ,  un  hormiguero  de  santos  de  ambos  sexos 
y  de  todas  categorías.  Puede  decirse  que  es  un  catálogo  completo 
de  la  iconografía  cristiana,  un  panorama  artístico  de  la  religión; 
porque  cuantas  personificaciones  ha  hecho  el  idealismo  y  la  teolo- 
gía están  allí  expresadas.  Veintisiete  artistas  trabajaron  en  esta 
enciclopedia ,  y  sólo  con  tanta  gente  y  el  empeño  de  Cisneros,  cuya 
resolución  se  probó  en  la  Biblia  Políglota,  podía  construirse  en 
cuatro  años.  El  material  es  madera  pura,  pintada  y  dorada,  lo  que 
llamaban  entonces  encarnación  y  estofado.  Las  figuras  están  pin- 
tadas con  su  color  natural,  anunciando  la  escultura  en  madera, 
que  tan  bellas  obras  produjo  entonces ,  y  que  después,  por  su  fácil 
procedimiento,  llenó  de  mamarrachos  á  España.  La  arquitectura 
ha  muerto  ya:  viendo  gastadas  y  perdidas  sus  formas,  recurre  á  to- 
dos los  medios  para  parecer  bella,  y  se  pinta  como  las  viejas.  Cesó 
el  imperio  de  la  piedra ,  y  empiezan  las  artes  del  Renacimiento ,  y 
con  ellas  la  pintura ,  que  más  tarde  lo  sintetizará  todo,  como  antes 
lo  sintetizó  la  arquitectura.  El  arte  ojival ,  que  aún  conserva  al- 
guna vitalidad  después  del  período  terciario  ó  florido ,  se  resuelve 
en  el  retablo,  que  es  una  transición.  Con  esas  escuálidas  figuras 
y  esos  estofados  de  oro ,  que  crearon  un  pincel  tímido  aún ,  y  un 
buril  sumamente  delicado ,  acaba  el  gran  arte  y  aparecen  los  gér- 
menes de  otro  nuevo.  Eso  es  lo  que  hemos  de  ver  en  el  resto  del 
artículo . 


80  LA.S   GENERACIONBS   ARTÍSTICAS 


IX 


A  principios  del  siglo  XVI,  en  los  años  en  que  Carlos  V  refre- 
naba en  Castilla  las  Comunidades  y  encendia  las  guerras  de  Italia 
que  habían  de  durar  tanto ;  cuando  los  primeros  conquistadores  de 
América  anadian  cada  mes  un  nuevo  imperio  á  la  corona  de  Espa- 
ña, volvia  de  Italia  Alonso  de  Berruguete,  lleno  de  ilusiones  y  car- 
gado de  modelos,  trayendo  en  la  memoria  más  formas  y  más  ideas 
de  arte  que  dibujos  en  su  cartera  y  vaciados  en  su  cofre.  Allá  ha- 
bía trabajado  con  Miguel  Ángel,  con  el  cual  le  unía  ese  parentesco 
espiritual,  que  tanto  asemeja  física  y  moralmente  á  hombres  na- 
cidos en  distintos  lugares  y  de  diferentes  madres.  Berruguete  te- 
nia, como  el  célebre  Buonarrotti,  la  voluntad  poderosa,  la  fecun- 
didad, la  confección  del  ideal  en  formas  colosales ,  la  grandeza  de 
ideas,  la  universalidad  de  conocimientos,  la  rudeza  de  carácter,  la 
fuerte  constitución  corporal,  y  ese  entusiasmo  exclusivo  por  su 
arte,  ese  amor  llevado  al  fanatismo  que  da  un  sello  viril  á  todas 
sus  obras,  y  que,  difundido  á  los  discípulos,  tiene  fuerza  bastante 
para  crear  esa  raza  de  artistas  que  vieron  Italia  y  España  en  aque- 
lla centuria. 

Cuando  Berruguete  volvió  á  España ,  encontró  un  terreno  vir 
gen,  un  campo  sin  obstáculos  ni  estorbos,  propio  para  edificar 
pronto  y  bien;  encontró  mucho  entusiasmo,  bastante  fe  religiosa  y 
grande  afición  á  las  artes,  munificencia  y  cultura  en  los  soberanos, 
en  los  magnates  y  cabildos,  muchos  medios  de  ejecución  y  mucho 
dinero.  Veremos  lo  que  con  esto  hizo  su  extraordinario  genio. 
Verdad  es  que  no  encontró  los  grandes  modelos  de  la  antigüedad, 
que  entonces  servían  de  norma  en  Italia  y  que  él  estudió  con  amor; 
pero  en  cambio  encontró  lo  que  en  Italia  no  había,  ó  se  encontraba 
escasamente  en  Sicilia,  es  decir,  la  variedad  infinita  de  las  formas 
orientales,  y  la  original  fusión  y  armonía  que  de  ellas  y  del  dibujo 
ojival  se  había  formado.  Cuando  él  volvió,  el  gótico  florido  domina- 
ba aún  con  gran  fuerza,  especialmente  en  los  retablos,  que  se  pin- 
taban aún  según  la  enseñanza  que  dejó  en  Andalucía  Juan  Eych. 
Querer  implantar  aquí  en  toda  su  pureza  el  Renacimiento  italiano, 
hijo  directo  de  la  antigüedad  con  sus  formas  puras  y  su  repulsión 
al  decorado  prolijo  que  creó  y  llevó  á  un  extremo  de  delirio  el  ro- 


EN  LA  Ciudad  de  Toledo.  81 

manticismo  místico  de  la  Edad  Media ,  hubiera  sido  empresa  ar- 
riesg-ada.  Las  principales  poblaciones  de  España  eran  refractarias 
á  aquel  estilo  que  les  habia  de  parecer  desnudo  y  pobre.  Las  ciu- 
dades de  Andalucía  y  de  la  baja  Castilla  tenían,  á  causa  de  la  ci- 
vilización musulmana ,  costumbres  y  gustos  enteramente  orienta- 
les; y  las  del  Norte  en  León  y  Asturias  y  tierra  de  Búrg*os,  se 
habían  encariñado  tanto  con  las  creaciones  ojivales  de  la  buena 
época,  con  los  sombríos  monasterios  románicos,  con  las  viejas  aba- 
días y  las  catedrales  del  siglo  XÍII,  que  no  era  posible  la  adopción 
del  nuevo  orden,  que  trascendía  á  cosa  pagana  y  arte  de  infieles. 
Así  es  que  España,  como  Francia,  no  aceptó  la  grande  obra  del 
Renacimiento  italiano,  sino  adaptándola  á  sus  tradiciones,  refor- 
mándola caprichosamente.  Si  los  Mozárabes  vieron  con  estupor 
elevarse  los  pilares  góticos  de  la  Catedral,  más  extrañeza  les  causa 
á  los  buenos  estofadores  de  retablos  ver  elevarse  los  hermosos  fus- 
tes de  la  columna  corintia,  sustentando  el  arco  de  medio  punto  y 
la  triple  cornisa,  adornada  de  grecas  y  relieves.  Atenuaba  la  sor- 
presa de  esta  aparición  el  ver  que  los  animalejos  fantásticos  y  la 
vistosa  flora  que  habían  admirado  en  el  claustro  de  San  Juan  de  los 
Reyes,  tomaba  posesión  también  del  orden  greco-romano,  recien 
traído  de  Italia.  Pero  aún  el  orden  antiguo  ha  de  doblegarse  más 
todavía,  sumiso  y  condescendiente  á  las  exigencias  de  los  alarifes  y 
estofadores:  los  fustes  se  adelgazan  y  estiran  abandonando  las  me- 
didas de  Vitrubio,  todas  las  formas  se  espiritualizan  y  se  da  ancho 
campo  y  rienda  suelta  al  genio  de  la  escultura,  que  en  Italia  se  em- 
plea con  discreta  sobriedad  en  los  monumentos.  La  escultura  deco- 
rativa sufre  sin  embargo  una  trasformacien  realizada  por  las  cosas 
nuevas  que  en  sus  cartones  ha  traído  Berruguete  de  Roma.  En  vez 
de  las  figuras  apocalípticas  imitadas  de  las  viejas  gárgolas,  se  po- 
nen unos  dragones  alados  de  singular  elegancia :  á  las  esculturas 
místicas  de  santos  y  arcángeles,  suceden  unos  hombrecillos  con 
píes  de  cabra,  desvergonzados  sátiros  que  sacaron  allá  de  las  rui- 
nas romanas,  y  que  después  lo  invaden  todo,  iglesias,  capillas  y 
altares:  á  las  cabeceras  de  ángel  lacrimoso  y  escuálido,  sustituyen 
unas  á  modo  de  cabezas  de  Medusa  ó  bustos  de  Antinóo  que  ocu- 
pan todas  las  enjutas,  y  en  todas  las  cornisas  y  en  todas  las  pilas- 
tras aparece  el  candelabro  griego,  y  la  jamba  ondulante,  robusta, 
cubierta  de  vastas  hojas  como  un  acanto  ó  de  escamas  como  una 
culebra.  Acabáronse  las  líneas  verticales  multiplicadas  y  reunidas 
TOMO  xv.  6 


82  LAS   GENERACIONES  ARTÍSTICAS 

en  haces ,  para  resolverse  después  en  agudas  puntas  erizadas  de 
crestería ;  y  ahora  dominan  las  amplias  lineas  horizontales  que  no 
fatigan  la  vista :  los  cornisamentos  de  los  retablos ,  llenos  de  picos 
resplandecientes  como  cordilleras  de  oro,  caen  para  dejar  el  puesto 
á  los  áticos,  á  las  balaustradas  y  á  los  antepechos.  Además  como 
en  aquella  época  de  confusión  y  de  crisis  predominaban  las  artes 
que  tenian  por  material  la  madera,  la  plata,  el  marfil,  el  bronce  y 
los  jaspes,  el  estilo  arquitectónico,  que  ya  no  tenia  grandes  monu- 
mentos que  hacer,  afectó  naturalmente  esa  prolijidad  que  le  hizo 
tan  rico  y  elegante ,  dándole  el  germen  de  que  proceden  el  entalle, 
la  fundición  artística,  la  cerámica,  la  pintura,  el  vaciado  y  todas 
las  maravillosas  artes  del  Renacimiento. 

La  mejor  muestra  del  nuevo  estilo  importado  por  Berruguete,  es 
el  coro  de  la  Catedral ,  que  hizo  en  colaboración  con  Felipe  de  Bor- 
goña,  siendo  hoy  objeto  de  mil  controversias  cuál  de  los  dos  sobre- 
pujó al  otro.  No  se  ha  verificado  jamás  un  certamen  tan  magnifico, 
ni  vieron  nunca  las  artes  lidiar  en  su  palenque  á  dos  tan  valientes 
campeones.  Ese  coro,  de  fama  imperecedera,  ha  quedado  como 
muestra  del  Renacimiento  español,  que  ostentó  allí  toda  su  mag- 
nificencia. Antes  de  examinar  la  sillería  alta,  que  es  la  obra  de 
Berruguete  y  Borgoña,  veamos  la  baja,  muy  anterior  á  la  vuelta 
de  Italia  de  aquel  grande  ingenio,  obra  impregnada  aún  de  goti- 
cismo y  notable  por  la  ingenua  extravagancia  de  su  escultura, 
que  prueba,  ó  un  candor  nada  común  en  los  artistas  >  ó  una  mali- 
cia que  no  se  comprende  cómo  fué  tolerada  por  los  cabildos  de 
aquella  época.  La  historia  de  las  guerras  de  Granada,  que  está  es- 
culpida en  el  respaldo  de  los  asientos,  es  seria  y  de  menos  impor- 
tancia que  la  escultura  decorativa  de  los  sillones  y  de  las  escaleras. 
Los  bajo-relieves  historiados  tienen  la  importancia  que  les  dan 
los  muchos  datos  de  indumentaria  y  de  armamentos  que  contienen; 
pero  ni  los  grupos  tienen  acertada  disposición ,  ni  las  figuras  se 
distinguen  por  su  altura  y  elegancia.  Lo  curioso  y  verdaderamente 
notable  es,  la  multitud  de  detalles  picarescos  que  adornan  los  bra- 
zos de  las  sillas.  Con  una  ingenuidad  encantadora  retrataron  alli 
la  corrupción  de  los  monacales  de  aquella  época,  esculpiendo  un 
fraile  con  orejas  de  asno,  progenitor  sin  duda  de  aquella  raza  de 
Gerundios  que  tan  bien  satirizó  otro  fraile  en  el  siglo  pasado. 
Varios  monos  hacen  equilibrios  en  otro  sitio  y  en  un  rincón  está  el 
perrero  de  la  catedral,  látigo  en  mano  y  serio  como  un  arzobispo. 


EN   LA   CIUDAD   DE   TOLEDO.  83 

¿Es  esto  una  burla,  ó  una  franqueza  humorística,  ó  una  candidez 
de  maestre  Rodrigo  el  escultor  de  esta  pieza?  De  todos  modos  aque- 
llo es  un  saínete  que  hace  recordar  las  escenas  picarescas  que  con 
intervención  de  frailes  y  clérigos  retratan  la  poesía  tan  picante 
como  sencilla  de  aquel  tiempo. 

La  sillería  alta  es  la  gran  creación  de  un  arte  vigoroso  y  sano, 
vivificada  por  el  criterio  artístico  que  falta  en  obras  anteriores; 
arte  que  trae  la  fuerza  de  las  ideas  nuevas,  y  que  en  su  primer 
ensayo  se  presenta  desde  luego  majestuoso  y  completo.  Se  com- 
pone de  setenta  sillas  puestas  bajo  igual  número  de  arcos  sosteni- 
dos por  un  columnaje  de  jaspe  que  forma  un  cuerpo  de  edificio ;  en 
el  tímpano  de  cada  arco  y  sobre  la  silla  hay  una  figura  tallada  en 
madera,  y  en  cada  entrepaño  del  segundo  cuerpo  que  corre  sobre 
la  cornisa,  otra  esculpida  en  alabastro.  Las  treinta  y  cinco  sillas 
del  Evangelio  son  de  Borgoña ;  las  treinta  y  cinco  de  la  Epístola 
y  la  central  del  Arzobispo  ,  de  Berruguete.  Sobresalen  en  esta 
obra  incomparable  las  esculturas,  que  no  son  ya  aquellas  agarro- 
tadas y  estupefactas  que  hemos  visto  en  las  antiguas  estatuas, 
llenas  de  timidez  y  confusión ;  son  las  hermosas  figuras  modeladas 
por  la  singular  anatomía  de  Miguel  Ángel ,  según  el  ideal  anti- 
guo. Variedad  en  las  actitudes ,  amplitud  en  las  formas ,  soltura  y 
verdad  en  los  ropajes,  expresión  serena  en  los  semblantes ,  propor- 
ción admirable  en  los  miembros ,  todas  las  cualidades  de  la  buena 
escultura  se  reúnen  en  aquel  vasto  museo ,  siendo  de  notar  que, 
las  obras  de  Berruguete  son  más  viriles ,  más  robustas ,  de  más 
atrevida  concepción  y  de  más  acentuados  contornos  que  las  de 
Borgoña,  las  cuales  tienen  en  cambio  más  gracia  y  serenidad.  Los 
del  primero  son  todas  hercúleas ,  según  el  viril  dibujo  que  le  en- 
señó el  de  la  capilla  Sixtina:  las  del  segundo  son  más  modestas, 
como  creación,  pero  de  más  acabada  y  correcta  forma.  Bien  se  echa 
de  ver  que  Berruguete  adoraba  el  Laocoon  que  trajo  de  Italia  vacia- 
do por  él  mismo,  y  de  seguro  Borgoña  era  apasionado  del  Antinóo. 

La  trasformacion  que  Berruguete  determina  en  España ,  como 
arquitecto  y  como  escultor,  es  bien  clara.  El  arte  de  construir  no 
creó  en  mano  suya  ninguna  obra  de  primer  orden.  Verdad  es  que 
ya  no  se  hacían  grandes  catedrales ,  y  sólo  vemos  de  esa  época 
puertas ,  capillas ,  algún  pequeño  frontispicio  para  completar  obras 
superiores :  en  resumen ,  la  arquitectura  de  los  tiempos  de  Berru- 
guete y  el  género  llamado  plateresco,  á  que  dio  origen  ,  son  esen* 


84  LAS   GENERACIONES  ARTÍSTICAS 

cialmente  decorativos.   En  esto  cedió  Berrug-uete  al  influjo  de  su 
época,  ocupada  en  terminar  lo  antiguo  y  no  deseosa  de  emprender 
fábricas  nuevas,  época  dada  al  lujo,  en  que  empleaba  grandes  te- 
soros :  los  hombres  en  ella  viven  más  aprisa,  porque  el  mundo  está 
agitado  por  nuevas  ideas,  por  las  guerras  y  por  la  politica;  no 
tienen  paciencia  para  emprender  la  erección  secular  de  grandes 
monumentos.  Asi  es  que  el  célebre  artista  que  traia  en  la  mente 
tal  vez  una  basílica  de  San  Pedro  ó  una  capilla  Sixtina,  no  realizó 
en  arquitectura  sus  ideales.  Aplicó  la  forma  antigua  é  introdujo 
los  órdenes  olvidados ,  y  sus  discípulos  y  sucesores ,  tomándole 
por  modelo  y  adoptando  su  maravillosa  escultura ,  difundieron 
el  estilo  que  lleva  su  nombre.   Pero  si  en  la  arquitectura  apenas 
pudo  verificar  una  verdadera  innovación ,  contentándose  simple- 
mente con  asociar  sus  conocimientos  de  lo  antiguo  al  arte  decora- 
tivo y  pintoresco,  cuyas  tradiciones ,  fuertemente  arraigadas ,  no 
podían  desaparecer,  en  cambio  su  influencia  fué  decisiva  en  la 
escultura,  que  profesó  como  un  gran  maestro.  Todas  las  estatuas 
de  Berruguete  tienen  el  encanto  de  la  forma :  en  las  del  coro ,  las 
figuras ,  aunque  vestidas ,  revelan  á  primera  vista  la  ciencia  del 
desnudo  que  su  autor  poseía.  Todas  tienen  la  nobleza  de  actitud,  y 
la  expresión  varonil  que  caracterizan  la  escultura  del  Renacimiento 
en  Italia.  Parecerían  enteramente  paganas  por  la  preferencia  dada 
á  la  elegancia  de  las  formas  y  por  el  artificioso  plegado  de  los 
trajes  talares,  sino  carecieran  de  aquella  serenidad  imperturba- 
ble y  majestuosa  del  arte  griego.  Estas  figuras  son  hijas  de  aquella 
familia  de  gigantes  que  creó  Miguel  Ángel ,  criaturas  hercúleas, 
que  aparecen  siempre  en  las  actitudes  más  difíciles  para  el  dibujo, 
con  cierta  violencia  sublime,  con  una  agitación  que  aterra,  con- 
traídas por  los  esfuerzos  de  no  sé  qué  gimnasia  fantástica.  Una 
de  las  bellas  obras  de  Berruguete  es  el  sepulcro  del  cardenal  Ta- 
vera,  en  el  hospital  de  San  Juan.  iVdoptó  la  forma  gótica,  la  es- 
tatua yacente,  remedo  del  cadáver,  expresado  con  un  realismo  ex- 
cesivo. Pero  él  modificó  este  sistema,  haciendo  la  caja  del  sepulcro 
según  la  manera  ideal  y  simbólica  que  se  usaba  en  Italia,  y  puso 
cuatro  alegorías  en  los  extremos ,  que  son  cuatro  obras  maestras. 
Prescindiendo  de  la  estatua  yacente ,  que  es  exacta  copia  del  ca- 
dáver, como  se  usaba  en  las  sepulturas  ojivales ,  y  está  muy  bien 
ejecutada ,  el  mausoleo  de  Tavera  es  una  obra  acabada  en  su  gé- 
nero. En  la  ornamentación  empleó  el  escultor  una  porción  de  ele- 


EN    LA    CIUDAD    DE    TOLEDO.  85 

mentos  que  hoy  la  sana  critica  repugnaría ;  pero  que  entonces  se 
usaban  sin  escrúpulo  en  Italia  y  en  España ,  por  ser  lo  más  bello 
que  se  habia  aprendido  de  la  antigüedad ;  en  el  zócalo  hay  unos 
centauros  y  unos  camafeos  que  no  tienen  nada  de  cristianos ;  pero 
en  cambio  i  qué  unción  y  que  sentimiento  hay  en  los  ángeles  que 
adornan  los  medallones  laterales,  y  qué  serenidad  en  las  cuatro 
águilas  que  también  contornean  los  cuatro  ángulos  1  En  todo  hay 
mucho  de  pagano,  contrastando  visiblemente  la  caja  con  la  estatua 
yacente ,  de  una  realidad  chocante ;  pero  una  cosa  y  otra  están 
admirablemente  ejecutadas. 

El  grande  artista  español  dejó  un  estilo  decorativo  muy  carac- 
terístico. Los  frisos,  las  enjutas,  las  pilastras  y  los  zócalos  de  todo 
lo  que  entonces  se  hacia ,  especialmente  puertas ,  retablos ,  y  pe- 
queñas construcciones,  aparecen  engalanados  con  multitud  de  for- 
mas ,  que  pueden  llamarse  miniaturas  de  las  que  empleó  Miguel 
Ángel  en  las  célebres  pechinas  de  la  capilla  Sixtina.  La  figura 
humana,  dispuesta  en  grupos  de  dos,  aparece  reproducida  hasta  lo 
infinito:  vénse estos  pares,  ya  sean  atletas,  ángeles  ó  genios,  dis- 
puestos simétricamente  á  un  lado  y  otro  de  un  candelabro ,  y  se 
repiten  variando  la  posición  de  las  manos,  de  las  piernas,  de  los 
cuerpos,  formando  singulares  juegos  que  parecen  de  gimnasia. 
Asi  hace  gala  el  artista  de  sus  conocimientos  anatómicos ;  y  en  su 
desprecio  por  toda  forma  que  no  es  humana,  la  asocia  á  la  orna- 
mentación vegetal,  poniendo  hojas  que  terminan  en  cabeza  de 
ángel ,  y  á  veces  ñores  que  tienen  por  pistilos  un  par  de  piernas. 
Estos  cuerpecillos  ingeniosos  invaden  después  todas  las  artes,  los 
bronces,  la  platería,  el  entalle,  la  cerámica,  y  vemos  siempre  los 
pares  de  atletas  retorciéndose  en  las  asas  de  los  vasos ,  en  las  es- 
tanterías y  en  los  facistoles ;  el  águila  es  adoptada  para  los  atriles 
de  coro,  y  las  cabezas  de  guerrero  con  cascos  aparecen  perpetua- 
mente en  los  casetones  de  los  armarios  y  aun  en  las  tapas  incrus- 
tadas de  los  libros.  Puede  verse  una  muestra  completa  de  este  gé- 
nero de  decoración  en  la  puerta  de  la  Presentación,  que  comunica 
la  Catedral  con  su  claustro. 

Parecerá  que  ya  no  queda  nada  de  aquel  antiguo  arte  mozárabe 
tan  original,  tan  rico  y  pintoresco.  Pues  á  pesar  de  las  innovacio- 
nes, á  pesar  de  la  grande  escuela  desarrollada  á  principios  del  si- 
glo XVI,  todavía  existe;  los  grandes  señores  le  usan  todavia  en 
sus  grandes  palacios ,  y  en  la  misma  Catedral ,  frente  á  frente  al 


86  LAS    GEiSERAClONES  ARTÍSTICAS 

gótico  florido  y  á  las  primeras  aspiraciones  del  Renacimiento,  se 
atreve  á  poner  sus  lacerias  y  alicatados,  desafiando  alli,  donde  es 
extranjero  y  exótico,  las  grandes  manifestaciones  del  arte  cristiano 
y  del  pagano,  que  ya  llega  exigente  y  poderoso.  Si:  poco  antes  de 
volver  Berruguete  de  Italia,  se  construye  la  sala  capitular,  donde 
los  alarifes  hacen  su  último  esfuerzo.  Pero  alli  han  trabajado  to- 
dos de  consuno,  y  se  ha  verificado  una  reconciliación.  El  arco  es 
enteramente  árabe ,  cubre  las  paredes  una  ebanistería  prodigiosa 
de  los  mejores  tiempos  de  lo  plateresco ,  y  el  techo  es  uno  de  esos 
artesonados  de  López  Arenas,  el  autor  de  La  Carpintería  de  lo 
blanco.  Este  techo  es  un  tapiz  formado  con  trozos  de  madera,  oro, 
rojo  y  azul,  un  tejido  de  lineas,  que  proceden  de  los  nácares  del 
Transito ,  pero  que  son  más  pintorescas  y  si  se  quiere  más  árabes 
por  la  viveza  del  color  y  lo  complicado  y  laberintico  de  su  dispo- 
sición. 

En  la  mitad  del  siglo  XVI,  el  desarrollo  de  las  artes  del  lujo  es 
portentoso.  El  genio  de  Berruguete  parece  como  que  se  inoculó  en 
todos,  creando  otros  tan  universales  como  él.  Entonces  la  necesi- 
dad de  decorar  y  el  afán  de  ostentar  las  magnificencias  por  todas 
partes,  estimuló  á  los  fabricantes  de  bronces ,  á  los  entalladores  y 
á  los  plateros;  las  catedrales  rivalizaban  en  lujo  artistico  y  querían 
eclipsarse  unas  á  otras.  Al  mismo  tiempo  vemos  confundidas  las 
profesiones  y  practicadas  por  un  mismo  artista,  no  sólo  las  tres  no- 
bles artes,  sino  todas  las  que  les  sirven  de  complemento  y  ornato. 
Sin  salir  del  coro  y  de  la  capilla  mayor  de  la  Catedral ,  podremos 
ver  el  más  completo  museo  de  lo  que  aquella  época  produjo,  siendo 
aquel  un  palenque  donde  las  obras  de  los  más  célebres  ingenios 
parece  que  quieren  confundirse  y  oscurecerse  unas  á  otras.  Lo  que 
Berruguete  hizo  en  la  madera,  lo  hizo  Francisco  Villalpando  en  el 
bronce ,  y  asi  como  aquel  trabajó  en  competencia  con  Borgoíía, 
éste  tuvo  por  rival  á  Domingo  de  Céspedes.  Pero  en  estos  no  es  tan 
difícil  asignar  la  palma  de  la  victoria.  La  reja  de  Villalpando  es 
muy  superior  á  la  de  su  competidor.  En  una  y  otra,  especialmente 
en  la  de  la  capilla  mayor,  que  es  la  principal ,  tiene  la  escultura 
un  importante  papel,  y  asombra  que  en  material  tan  duro  pudiera 
el  cincel  más  tenaz  labrar  tantas  maravillas.  El  gusto  plateresco 
y  la  decoración  introducida  por  Berruguete  dominan  alli ,  siendo 
de  notar  las  soberbias  cariátides  doradas  del  segundo  cuerpo,  hijas 
legitimas  de  las  griegas.  Pero  todo  lo  pagano  que  allí  puede  ha- 


EN   LA    CIUDAD   DE    TOLEDO.  87 

ber,  está  redimido  por  el  enorme  Cristo  dorado  que  remata  ía  ver- 
ja, el  cual  resplandece  allá  arriba  como  una  aparición ;  y  por  un 
extraño  efecto  de  óptica ,  parece  que  se  refleja  en  medio  del  espa- 
cio, produciendo  una  ilusión  luminosa  aquel  otro  Cristo  colosal 
que  termina  el  retablo  mayor.  Los  pulpitos  y  la  reja  del  coro  (obra 
de  Céspedes),  lo  mismo  que  las  hojas  de  la  puerta  de  los  Leones, 
los  atriles,  el  facistol  y  el  pequeño  altar  de  prima  y  todos  los  acce- 
sorios del  culto  que  hay  en  el  centro  del  templo ,  son  prodig-ios  de 
riqueza,  de  lujo,  de  arte  exquisito  y  primorosa  ejecución.  Produc- 
tos todos  de  imag-inaciones  meridionales ,  llevan  en  sus  infinitos 
detalles  el  sello  de  una  inagotable  inventiva ;  revelan  un  refina- 
miento de  costumbres  y  una  cultura  que  no  nos  presenta  el  arte  de 
otras  épocas  más  adelantadas ;  y  casi  puede  decirse  que  la  índole 
de  su  estilo  les  hace  más  propios  de  los  palacios  de  los  reyes,  que 
de  aquel  sitio  donde  la  humildad  debe  tener  su  asiento,  y  debe  la 
modestia  haber  hecho  su  habitación.  ¿Qué  impresión  produce  el 
coro  de  la  Catedral  de  Toledo?  ¿Sumerge  el  alma  en  la  meditación, 
incita  al  recogimiento  y  á  esa  suave  melancolía  que  despiertan  las 
cosas  santas?  No ;  porque  es  un  alarde  del  lujo  más  deslumbrador, 
es  el  mejor  producto  de  un  arte,  no  austero  y  recogido  como  el  de 
la  Edad  Media,  sino  magnífico,  risueño,  espléndido  y  feliz.  La 
multitud  de  figuras  modeladas  en  un  alabastro  pastoso  y  más  suave 
que  el  mármol  de  Paros,  ó  talladas  en  una  madera  delicadísima  y 
fina,  que  el  tiempo  ha  bruñido ,  dándole  una  suavidad  y  un  tono 
sumamente  agradables ;  las  formas  esbeltas  paganas ,  esencial- 
mente plásticas  de  la  escultura  de  Berruguete  y  Borgoña;  las  en- 
fáticas águilas  que  sostienen  los  libros  de  coro ;  la  elegancia  sui 
generis  de  las  columnas  de  jaspe  y  de  aquel  vasto  cuerpo  arqui- 
tectónico, de  un  colorido  enteramente  florentino;  las  piezas  cince- 
ladas de  la  reja,  y  por  último,  los  desvergonzados  monos  que  ha- 
cen cabriolas  en  las  sillas  de  los  racioneros ,  dan  á  este  recinto  un 
carácter  mundano  y  regio  á  la  vez ;  que  respira  todo  el  sibaritismo 
de  las  antiguas  corporaciones  capitulares ,  pero  nada  de  la  santa 
unción  y  el  grave  recogimiento  que  el  lugar  requiere.  Pero  asi 
andaban  la  religión  y  el  arte  en  el  Renacimiento.  El  arte  desarro- 
llado en  la  Edad  Media  por  la  protección  de  la  Iglesia,  siguió  todas 
las  fases  de  la  organización  interior  de  esta  y  de  todas  las  crisis 
porque  iba  pasando.  Fué  ascético  y  grave  cuando  esta  lo  fué:  su- 
til y  atrevido  cuando  esta  lo  fué;  tuvo  severidad  y  tristeza  en  tiem- 


88  LAS   GENERACIONES  ARTÍSTICAS 

po  de  las  antiguas  abadías;  simbolismo  y  erudición  en  la  edad  de 
las  controversias  y  del  furor  dogmático;  y  cuando  los  cabildos 
fueron  poderes ,  y  los  capitulares  opulentos ,  y  el  clero  todo  fué 
amigo  de  las  cosas  bellas,  epicúreo  y  sibarita,  el  arte,  tomando  del 
paganismo  todo  lo  que  éste  tenia  de  plástico  y  voluptuoso ,  se  cu- 
bre de  galas,  y  apoderándose  de  las  maderas  finas,  de  los  metales 
preciosos,  del  marfil  y  de  los  jaspes  más  ricos,  produce  esa  multi- 
tud de  bellezas  que  señalan  las  épocas  de  León  X  en  Roma .  de  los 
Médicis  en  Florencia  y  de  Carlos  V  en  España.  El  célebre  coro  es 
una  aglomeración  sorprendente  de  magnificencias  enteramente 
mundanas,  presentadas  con  un  lujo  insolente,  con  una  belleza  pro- 
vocativa que  embriaga  los  sentidos  y  llena  el  alma  de  alegría.  En 
la  verja  hay  una  lacónica  é  ingeniosa  inscripción  que  manda  ca- 
llar y  eantar  á  todo  el  que  entre  d^Víi.P salle  et  sile  dice  en  una 
sutil  paradoja  digna  de  servir  de  tema  á  unas  cortes  de  amor,  que- 
riendo significar  que  alli  deben  olvidarse  todas  las  cosas  del  mundo 
para  ocuparse  sólo  en  alabar  á  Dios.  Calderón  escribió  unos  versos 
muy  conceptuosos  sobre  esta  inscripción ;  pero  con  todo  su  ingenio 
no  puede  llenar  de  misticismo  aquel  recinto  que  infunde  la  felici- 
dad en  el  espíritu ,  é  inspira ,  en  vez  de  mansedumbre  y  tristeza, 
entusiasmo  y  orgullo. 

Canta  y  calla  dice  aquel 
mote,  cuya  soberana 
inscripción,  sacro  buril 
en  grabado  bronce  estampa. 
Canta  y  calla  otra  vez  leo 
y  otra  vez  suspensa  el  alma 
duda  como  se  reduzca 
á  un  precepto  canta  y  calla. 


X. 

A  pesar  de  que  la  arquitectura  no  tenía  ya  fuerza  en  el  siglo  XVI 
para  crear  grandes  cosas;  aunque  la  raza  de  los  templos  colosales 
había  concluido,  se  hacen,  sin  embargo,  edificios  civiles  y  sobre 
todo  muchos  de  reconocida  utilidad,  como  hospitales,  asilos  y  ca- 
sas de  expósitos.  Ya  no  es  todo  para  la  iglesia;  y,  aunque  los  reyes 
y  magnates  han  cogido  para  sí  la  parte  principal  del  arte,  siempre 
queda  algo  para  el  pueblo .  Toledo  vio  en  aquel  siglo  elevarse  tres 


EN    LA    CIUDAD    Díí    TOLEDO.  89 

monumentos  de  primer  orden,  dos  de  los  cuales  se  debieron  á  la 
piadosa  y  humanitaria  devoción  de  dos  ilustres  arzobispos,  el  Car- 
denal Mendoza  y  el  Cardenal  Tavera.  En  la  iglesia  metropolitana 
la  serie  de  prelados  forma,  con  raras  excepciones,  una  dinastia  de 
varones  insignes  tan  ilustrados  como  virtuosos,  que  contribuyeron 
mucho  al  esplendor  de  las  artes  y  dotaron  la  ciudad  de  magnífi- 
cos establecimientos  de  beneficencia.  El  Cardenal  Mendoza  fundó 
el  hospital  de  Santa  Cruz,  que  es  la  más  acabada  muestra  de  ese 
género  de  transición  que  enlaza  las  épocas  gótica  y  del  Renaci- 
miento. El  pórtico,  el  patio,  la  escalera  son  suntuosísimos;  aque- 
llos g-randes  Cardenales,  que  gracias  á  sus  enormes  rentas  podían 
practicar  la  caridad  con  despilfarro,  llenaban  de  maravillas  del  arte 
los  sitios  destinados  á  la  mendicidad;  y  no  sabemos  si  en  esto  ha- 
bía un  desmedido  orgullo  ó  la  mansedumbre  más  ejemplar;  lo  cier- 
to es  que  ellos  cubrían  de  púrpura  al  pordiosero,  como  por  una  es- 
pecie de  compensación,  y  creían  que  la  caridad  no  era  completa 
sino  se  hacía  descender  á  las  últimas  capas  sociales  la  suntuosi- 
dad y  belleza  de  que  las  superiores  no  podían  prescindir  en- 
tonces. 

Trazó  el  Hospital  de  la  Cruz  el  célebre  Egas,  que  había  traba- 
jado en  la  Catedral;  y  á  pesar  de  que  quiso  producir  una  razona- 
ble amalgama  de  la  ojiva  con  la  forma  greco-romana,  no  pudo  con- 
seguirlo, resultando  una  gran  confusión  más  bien  que  una  grata 
armonía.  El  pórtico,  que  es  bastante  bello,  aspira  á  ser  un  cuerpo 
proporcionado  y  medido  según  la  disposición  italiana;  pero  sus  lí- 
neas se  quiebran,  se  dispersan,  buscando  la  forma  irregularmente 
pintoresca  del  antiguo  estilo:  en  vano  quiere  el  artista  asentar  re- 
posada y  tranquilamente  las  columnas  sobre  sus  bases:  las  colum- 
nas, la  cornisa,  las  archivoltas,  el  ático,  son  refractarios  á  las  lí- 
neas puras,  á  las  disposiciones  horizontales  y  verticales ,  amplías  y 
magestuosas;  no  pueden  adaptarse  á  este  rigorismo,  y  se  retuercen 
siguiéndola  costumbre,  buscan  lo  múltiple,  lo  incorrecto,  lo  des- 
proporcionado, lo  tortuoso.  Así  es  que  la  célebre  portada  es  una 
obra  confusa,  que  dista  tanto  del  gótico  como  del  Renacimiento; 
que  no  es  ninguna  de  estas  cosas,  ni  las  dos  juntas.  Hace  presentir 
el  hermoso  Plateresco  de  la  puerta  de  la  Presentación  y  del  sepul- 
cro de  los  Condes  de  Melito ;  pero  no  tiene  la  pureza  de  tintas,  ni 
la  elegancia  pagana  de  la  decoración  que  introdujo  la  escultura  de 
Berruguete.  Entrando  en  el  edificio,  la  confusión  disminuye  por- 


90  LAS   GENERACIONES  ARTÍSTICAS 

que  la  iglesia  es  de  una  forma  orig-inalisima ,  tiene  los  cuatro  ar- 
cos torales  del  crucero  góticos,  y  la  escalera  y  el  patio  del  Renaci- 
miento, franco  ya  y  descubierto. 

El  Alcázar,  de  época  posterior,  perteneciente  al  segundo  tercio 
del  siglo,  vale  mucho  más  como  obra  de  arte,  pudiendo  decirse 
que  es  una  de  las  más  estupendas  construcciones  palacianas  que 
los  autócratas  de  aquel  tiempo  dejaron  en  Europa.  En  él  trabaja- 
ron simultáneamente  Covarrubias  y  Herrera,  auxiliado  el  primero 
por  Francisco  de  Villalpando,  talento  tan  general  como  Berruguete. 
La  fachada  principal,  concebida  de  muy  distinto  modo  que  la  del 
Hospital  de  Santa  Cruz,  ofrece  en  su  conjunto  la  más  acertada  ar- 
monía y  una  singular  elegancia  en  los  detalles:  el  gran  arco  de  la 
entrada  con  su  frontón  y  sus  dos  gigantescos  heraldos,  la  fila  de 
ventanas  del  piso  principal,  y  sobre  todo  las  del  segundo,  abiertas 
en  una  faja  almohadillada,  sostenidas  por  columnas  de  balaustre, 
presentan  un  aspecto  suntuoso  y  rico,  en  armonía  con  los  hábitos  y 
el  carácter  de  su  esclarecido  fundador.  Con  estafachada,  que  tiene 
no  sé  qué  de  español,  tal  vez  por  su  pomposa  arquitectura  ó  por 
los  recuerdos  de  una  brillante  época  que  despierta,  contrasta  la 
posterior  hecha  por  Herrera,  menos  elegante  y  orgullosa,  pero  tam- 
bién muy  bella,  y  mostrando  ese  sello  especial  de  severidad  y  tris- 
teza que  dio  á  todas  sus  obras  el  arquitecto  del  Escorial.  El  patio 
y  la  escalera  del  Alcázar  nos  son  conocidos  por  las  restauraciones 
de  Villanueva.  Los  continuos  desastres  que  estas  dos  principales  par- 
tes del  edificio  han  sufrido,  hacen  que  sólo  por  presunción  poda- 
mos fijar  su  forma  primitiva,  muy  semejante  sin  duda  á  las  que 
tienen  después  de  la  inteligente  reparación  que  la  época  presente 
está  verificando  alli.  El  patio  como  hoy  le  vemos,  próximo  á  con- 
cluirse, es  una  obra  única  en  su  género,  un  modelo  imperecedero 
cuya  vista  encanta  y  asombra  por  la  elegancia  sin  igual  del  tra- 
zado y  la  solidez  y  atrevimiento  con  que  está  construido.  La  esca- 
lera es  tal,  que  Carlos  V  decia  que  sólo  se  consideraba  ser  Rey  de 
España  cuando  estaba  en  ella.  Sus  proporciones  son  tan  desmesu- 
radas, que  la  célebre  escalera  del  Escorial  y  la  del  palacio  de  Ma- 
drid parecerían  mezquinas  á  su  lado:  subiendo  por  ella,  no  hay 
nadie  que  no  sea  un  liliputiense,  y  más  bien  que  para  simples  in- 
dividuos parece  hecha  para  un  ejército.  En  todo  esto  se  advierte 
la  prodigalidad  caballeresca,  la  hospitalidad  generosa,  el  lujo  in- 
telig-ente  y  el  despilfarro  artístico  de  aquel  César,  con  cuya  casa 


EN    LA    CIUDAD    DE    TOLEDO.  91 

contrasta  bruscamente  la  enorme  y  gigantesca  madriguera  de  Fe- 
lipe II,  el  Escoria],  cuyos  recintos  innumerables,  exceptuando  el 
del  templo,  parecen  no  tener  suficiente  aire  respirable,  y  en  ellos 
se  ha  obtenido  la  grandeza  material  por  una  multiplicación  infinita 
de  la  pequenez. 
•  El  Hospital  de  Tavera  es  un  poco  posterior  al  Alcázar,  y  como 
obra  de  la  segunda  mitad  del  siglo  tiene  cierto  aspecto  escurialen- 
se.  Aún  no  ha  venido  la  total  decadencia  de  las  artes;  pero  en  la 
arquitectura  especialmente  se  nota  la  tendencia  á  desechar  todo  lo 
que  pueda  darle  un  carácter  español.  El  reinado  del  Plateresco  ha 
sido  muy  efímero.  El  mencionado  Hospital  es  notable  por  su  do- 
ble patio,  formado  de  arcadas,  algo  parecidas  á  las  del  Alcázar:  y 
la  iglesia  seria  una  obra  acabada  en  su  género,  si  se  hubiera  em~ 
pleado  en  ella  un  material  más  artistico  que  el  estuco.  La  piedra 
ha  huido  ya  para  siempre,  y  empieza  el  periodo  de  esas  iglesias  de 
ladrillos  de  que  ha  plagado  á  España  el  petulante  y  devoto  si- 
glo XVII.  Lo  maravilloso  que  encierra  la  iglesia  del  Hospital  de 
Tavera  es  el  sepulcro  de  su  fundador,  obra  maestra  de  Ber rugúete, 
que  hemos  descrito. 

Con  este  edificio  concluye  el  periodo  arquitectónico.  Los  edifi- 
cios del  Renacimiento ,  que  mataron  los  vigorosos  artes  mozárabe 
y  ojival ,  concluyen  también  después  de  un  periodo  tan  esplendo- 
roso como  breve :  porque ,  como  hemos  dicho ,  la  extraordinaria 
fuerza ,  la  inagotable  inventiva ,  la  elegancia  de  concepción  del 
Renacimiento  se  emplea  principalmente  en  la  escultura ,  en  obras 
complementarias  y  de  ornato ,  y  en  esa  multitud  de  artes  del  lujo 
que  cultivaron  Borgoña,  Villalpando,  Vergara,  Céspedes,  Copin, 
López  de  Arenas  y  otros  muchos.  Pero  con  la  muerte  de  la  arqui- 
tectura coincidió  el  desarrollo  de  otro  arte  igualmente  importante, 
producto  de  una  época  de  más  refinadas  costumbres ,  de  más  eru- 
dición y  mejor  criterio,  la  pintura.  Este  arte,  que  tiene  por  edad 
de  oro  en  España  el  siglo  que  media  entre  Pablo  de  Céspedes  y 
Claudio  Coello ,  tuvo  en  Toledo  su  escuela ,  alimentada  por  el  pe- 
dido de  los  conventos  y  la  devoción  de  los  grandes.  Ya  desde  el 
siglo  XV  otro  Berruguete,  padre  del  escultor,  habia  cultivado  con 
éxito  la  pintura ,  siendo  de  los  primeros  que  pretendieron  y  divul- 
garon el  estilo  ñor  entino.  Pero  hasta  que  se  acerca  el  siglo  XVI, 
en  los  dias  en  que  la  pintura  espiraba  en  Italia  con  los  Boloñeses  y 
los  últimos  Venecianos ,  no  adquiere  en  España  ese  carácter  nació- 


92  LAS   GENERACIONES  ARTÍSTICAS 

nal  que  tanto  la  distingue ,  dándole  la  misma  importancia  que  en 
la  península  vecina.  Un  extranjero  contribuye  á  propagar  en  To- 
ledo el  nobilísimo  arte ;  y  si  él ,  por  tener  tantas  extravagancias 
como  buenas  cualidades ,  no  puede  crear  verdadera  escuela ,  sus 
discípulos  Trutan,  Or rente  y  Maino  producen  obras  que  por  su  mé- 
rito y  homogeneidad  pueden  formarla.  Ese  extranjero  que  nombra- 
mos, Domenico  Theotocopuli,  llamado  el  Greco ,  fué  un  artista  de 
genio,  en  quien  los  terribles  efectos  de  una  enajenación  mental 
oscurecieron  las  prendas  de  un  Ticiano  ó  un  Rubens.  Una  inven- 
tiva inagotable,  gran  facilidad  para  componer,  mano  segura  para 
el  dibujo ,  y  á  veces  empleo  exacto  y  justo  del  color  y  los  tonos, 
son  las  cualidades  que  se  observan  en  sus  primeras  obras;  pero 
después ,  padeciendo  la  más  lamentable  aberración ,  el  Greco  se  dio 
á  pintar  con  un  falso  color  y  una  expresión  imaginaria  que  marca 
sus  obras  con  un  sello  indeleble.  Todos  han  visto  sus  figuras  es- 
cuálidas, terroríficas ,  sin  sangre ,  ñacas  y  amarillas ,  con  las  cabe- 
zas sepultadas  en  enormes  gorgneras  de  encaje  rizado :  él  percibió 
un  extraño  ideal ,  y  sin  duda,  extraviado  por  una  obsesión,  escla- 
vo de  una  monomanía ,  llegó  á  ese  período  lamentable ,  en  que  es 
tan  original.  Una  obra  maestra  ha  dejado  Theotocopuli,  obra  en 
que  su  extravagancia,  todavía  no  muy  pronunciada,  aparece 
oculta  por  bellezas  de  primer  orden.  Es  el  cuadro  que  se  halla  en 
la  iglesia  de  Sto.  Tomé,  y  representa  el  entierro  de  D.  Gonzalo 
Ruiz  de  Toledo,  Conde  de  Orgaz. 

Aunque  los  discípulos  del  Greco  no  imitaron  sus  excentricida- 
des, y  produjeron  hermosas  obras,  Toledo  no  puede  apropiarse  la 
generación  completa  de  la  pintura  española.  Cultivada  está  en 
todas  las  principales  ciudades :  no  fué  un  arte  nacional  y  caracte- 
rístico ,  hasta  que  los  Andaluces  le  infundieron  su  genio  y  le  pu- 
sieron el  sello  inmortal  que  todavía  lleva. 

El  siglo  XVII ,  que  marca  una  atroz  decadencia,  así  en  política 
como  en  artes,  crea  en  Toledo ,  como  en  toda  España ,  una  multi- 
tud de  bárbaros  é  insustanciales  conventos ,  creados  por  un  fana- 
tismo craso  y  una  devoción  poco  ilustrada.  Ya  no  se  ponen  al  ser- 
vicio del  culto  aquellas  artes  tan  bellas,  tan  ingeniosas  y  ricas, 
que  fueron  principal  gala  del  siglo  anterior.  Se  derriban  palacios 
mozárabes  y  del  Renacimiento  para  erigir  esos  desapacibles  con- 
ventos de  ladrillos,  y  esas  casas  de  jesuítas,  de  que  España  está 
llena.  La  arquitectura  es  cosa  muerta ;  y  como  por  una  especie  de 


EN    LA    CIUDAD   DE    TOLEDO.  93 

ironia,  nace  de  sus  cenizas  una  vil  parodia,  una  caricatura,  una 
burla,  el  churriguerismo,  que  pone  su  mano  estúpida  en  todas  las 
grandes  catedrales  de  España ,  y  en  la  de  Toledo  hace  el  transpa- 
rente, que  es  un  padrón  de  ignominia. 

Este  estilo,  que  es  la  carencia  completa  de  sentido  común,  lo  ab- 
surdo y  lo  necio ,  lo  pedantesco  y  lo  grosero  aplicados  á  la  arqui- 
tectura ,  parece  haber  tomado  por  modelo  de  sus  formas  la  prosaica 
familia  da  los  moluscos  y  toda  la  categoría  de  los  mariscos.  El  tam- 
bién se  inspira  en  la  naturaleza,  y  tiene  por  tipo  el  caracol.  El 
trasparente  de  la  Catedral  de  Toledo  parece  una  roca  de  mármol 
cubierta  de  crustáceos  de  oro. 

En  el  pasado  siglo  la  restauración  clásica  trae  consigo  un  deste- 
llo de  discreción  y  estilo  en  las  muertas  artes  españolas.  Pero  la 
arquitectura  de  Carlos  III,  que  tiene  no  sé  qué  sello  oficial  y  una 
gran  dosis  de  pedantería,  hace,  á  pesar  de  su  buena  procedencia, 
tan  grandes  estragos  como  el  churriguerismo.  Toca  todas  las  vie- 
jas catedrales,  y  en  la  de  Toledo ,  más  que  en  ninguna  otra ,  deja 
impresa  la  huella  de  su  funesto  paso ,  haciendo  puertas  y  fronto- 
nes de  una  pedantería  clásica  irresistible.  El  criterio  artístico  no 
aparece  hasta  el  presente  siglo,  que  muy  apto  para  apreciar  y  fijar 
el  mérito  de  las  cosas  antiguas,  apenas  puede  restaurarlas  y  rara 
vez  imitarlas.  Por  lo  demás,  bastante  funesto  ha  sido  este  siglo 
para  la  ciudad  ilustre,  que  vio  bárbaramente  destruidos  por  las 
tropas  francesas  el  Alcázar  y  el  claustro  de  San  Juan  de  los  Reyes, 
obras  únicas  en  su  clase ;  y  sólo  en  estos  últimos  tiempos  la  pre- 
sente generación ,  inteligente  é  inspirada  por  un  recto  patriotismo, 
sabe  cuidar  con  amor  las  venerables  ruinas  del  arte  español.  La 
restauración  de  Santa  Maria  la  Blanca,  la  de  la  Puerta  del  Sol, 
la  del  Alcázar,  la  creación  del  Museo  Provincial  en  lo  que  queda 
de  San  Juan  de  los  Reyes ,  son  el  mejor  titulo  de  cultura  de  los 
Toledanos  del  siglo  XIX. 

B.  Pérez  Galdós. 


LA  CRISIS  DE  ESPAÑA. 


Toda  la  prensa  periódica  se  ha  ocupado  de  la  abdicación  de  la 
última  Reina  de  España  en  su  hijo  D.  Alfonso,  concediendo  unos 
al  acto  grande  importancia,  negándosela  otros,  éstos  suponiéndolo 
tardío,  aquellos  prematuro,  y  examinando  todos  esta  solución  á  la 
ardua  crisis  que  atraviesa  el  país,  según  el  prisma  de  sus  afectos 
particulares,  no  desde  la  altura  de  los  grandes  y  permanentes  in- 
tereses de  la  patria.  Arrebatados  también  nosotros  por  el  ardiente 
torbellino  de  la  política ,  actores  bien  que  insignificantes  en  este 
drama  revolucionario  que,  ahora  apuntando  heroísmos,  ahora  des- 
cubriendo miserias,  se  acerca  á  su  desenlace,  es  posible  que  la  pa- 
sión nos  extravie;  pero  en  todo  caso,  si  hay  extravío,  será  involun- 
tario ,  porque  inspirados  en  el  santo  amor  de  la  patria ,  hace  ya 
tiempo  que  estamos  acostumbrados  á  prescindir  de  toda  pretensión 
individual  y  de  todo  ínteres  de  partido,  que  tanto  pervierten  y  vi- 
cian la  inteligencia  y  el  sentido  moral  de  nuestros  hombres  pú- 
blicos. Intentaremos  examinar  con  verdadera  imparcialidad ,  sin 
amor  y  sin  odio  (sine  ira  et  studio,  como  decía  el  gran  historiador 
romano),  la  abdicación  de  la  Reina  Isabel  ó  sea  la  candidatura  del 
Príncipe  Alfonso,  ó  por  mejor  decir,  la  actual  situación  política  de 
nuestra  patria,  pensando  que  los  momentos  son  tan  solemnes  para 
todos,  que  para  salvar  el  honor  ante  sus  contemporáneos ,  aun  los 
hombres  más  oscuros  que  toman  parte  en  la  vida  pública,  necesi- 
tan descargar  su  conciencia  diciendo  toda  la  verdad  sin  las  vagas 
nebulosidades  que  quieren  pasar  por  salvaguardia  del  decoro  y  no 
son  más  que  la  egoista  espectacion  del  dudoso  porvenir. 


LA   CRISIS   DE   ESPAÑA.  95 


I 


Es  una  dinastía,  como  recordamos  haber  leido  en  un  publicista 
contemporáneo,  el  resultado  del  matrimonio  que  celebra  un  es- 
tado con  una  familia,  estado  que  sólo  asi  se  manifiesta ,  declara  y 
afirma  en  la  prolongación  del  tiempo ,  familia  en  quien  se  encar- 
nan el  genio  y  los  intereses  de  la  nación,  y  que  se  compromete  por 
el  contrato  de  boda  á  no  tener  ningún  interés  distinto  del  país  que 
está  llamada  á  gobernar.  Mientras  una  dinastía  representa  el  ca- 
rácter ,  las  necesidades ,  las  aspiraciones  de  la  nación  con  que  se 
desposara,  hay  paz,  hay  armonía,  hay  bienandanza  en  el  matri- 
monio, respeto  y  entusiasmo  para  la  familia  regia ,  tranquilidad  y 
obediencia  en  los  pueblos ;  pero  cuando  esa  familia  deja  de  ser  un 
instrumento  de  progreso  por  no  acomodarse  al  espíritu  del  siglo  en 
que  vive,  ó  por  no  comprender  el  carácter  de  la  nación  que  go- 
bierna, poco  á  poco  se  hace  el  vacío  alrededor  del  trono,  y  hoy 
unas ,  mañana  otras  clases ,  ayer  estos ,  hoy  aquellos  partidos  van 
estableciendo  su  incompatibilidad  con  la  familia  reinante ,  hasta 
que  por  fin  la  nación  se  pronuncia  por  el  divorcio  definitivo.  Un 
rey  como  Enrique  el  Impotente  de  España  ó  como  Luis  XV  de 
Francia ,  dominarán  en  una  corte  de  disolutos ,  pero  preparan  ó 
determinan  el  divorcio  de  la  nación  con  su  descendencia.  Un  rey 
como  Jacobo  II  de  Inglaterra,  ó  como  Carlos  X  el  de  las  Ordenan- 
zas, dominarán  en  el  seno  de  las  congregaciones  ó  en  una  corte 
de  fanáticos,  pero  llega  un  dia  en  que  los  pueblos,  á  cuyo  frente 
los  colocara  la  Providencia ,  viéndose  contrariados  en  sus  senti- 
mientos, en  sus  necesidades,  en  sus  aspiraciones ,  apelan  al  divor^ 
ció  con  las  dinastías  que  los  gobiernan.  Claro  es  que,  siendo  las  re- 
voluciones para  los  pueblos  peligrosas  enfermedades ,  crisis  agudas 
que  los  organismos  sociales  pobres  y  enfermos,  no  pueden  siempre 
resistir  para  recobrar  la  salud ,  ni  pueden  ni  deben  apelar  á  esos 
divorcios  con  las  familias  reinantes,  sin  apurar  antes  la  paciencia 
en  largos ,  en  dolorosos ,  en  interminables  dias  de  sufrimiento ,  y 
aun  para  pronunciarse  resueltamente  por  la  separación  es  nece- 
sario pesar  con  frialdad  y  madurez  los  inconvenientes  y  las  venta- 
jas de  este  acto  supremo ,  porque  podría  ser  que  los  resultados  de 
la  separación  definitiva  fueran  peores  que  los  sufrimientos  que 


96  LA    CRÍSIS   de    ESPAÑA. 

siempre  acompañan  á  un  matrimonio  desdichado.  Asi,  por  ejem- 
plo, la  Hungria  separada  del  Austria,  es  una  nación  que  no  resiste 
la  propaganda  panslavista  y  viene  á  ser  absorbida  por  la  Rusia 
como  un  arroyuelo  por  el  gran  Océano;  comprendiendo  lo  cual  uno 
de  los  patriotas  más  puros  y  más  austeros,  el  Conde  Emil  De~ 
senwffy,  cuando  la  Hungria  celebraba  como  victorias  las  contrarie- 
dades que  los  Hapsburgos  encontraban  en  Alemania  y  en  Italia, 
decia  siempre  á  los  Magyares  :  «Cuando  un  marido  y  una  mujer 
no  pueden  divorciarse,  lo  más  cuerdo  es  buscar  el  modo  de  tole- 
rarse mutuamente»,  consejo  que  en  definitiva  han  venido  á  seguir 
los  Magyares  y  que  les  ha  sugerido  el  modus  vivendi  de  hoy,  que 
les  asegura  su  libertad ,  su  autonomía  y  el  desenvolvimiento  de  su 
bienestar  material.  Asi  también  España,  después  de  haber  pasado 
por  los  dias  calamitosos  y  afrentosos  de  Carlos  IV  y  de  Fernan- 
do VII  en  su  matrimonio  con  la  dinastía  de  Borbon ,  derramó  in- 
mensos tesoros  y  ríos  de  sangre  por  asentar  la  corona  en  las  sienes 
de  la  Reina  Isabel,  y  así,  por  último,  aun  después  de  las  tristezas  y 
desengaños  del  reinado  de  esta  última  Señora  para  la  España  libe- 
ral, aun  después  de  las  acusaciones  que  todos  los  partidos  y  sus 
personajes  más  importantes ,  contando  con  los  partidos  y  con  los 
personajes  más  conservadores  desde  Doña  María  Cristina  hasta  el 
Duque  de  Tetuan,  habían  dirigido  á  la  Reina  Isabel  directa  ó  in- 
directamente, los  hombres  de  Estado  podían  pensar,  considerando 
los  riesgos  de  una  revolución ,  que  se  sabe  dónde  empieza ,  pero 
no  dónde  acaba,  considerando  los  anchos  y  peligrosos  horizontes 
que  abre  á  lo  desconocido,  sobre  todo  en  nuestro  siglo  de  crítica 
tan  audaz  y  de  experimentos  tan  temerarios,  considerando,  en  fin, 
la  brecha  terrible  que  practica  en  la  institución  monárquica  la  in- 
terrupción violenta  de  la  legitimidad  dinástica,  los  hombres  de  Es- 
tado, repetimos,  podían  pensar,  podían  dudar  si  el  divorcio  debía 
consumarse  por  completo,  y  sí  al  derribar  á  Doña  Isabel  II  nc  sería 
conveniente  levantar  sobre  el  pavés  á  D.  Alfonso  XII,  si  al  repu- 
diar á  la  madre  no  hubiera  podido  ser  patriótico  sostener  y  amparar 
al  hijo.  De  esta  manera  pensaba  el  inmortal  O'Donnell,  alma  tan 
llena  de  patriotismo ,  á  quien  sus  contemporáneos ,  convertidos  en 
posteridad  por  su  muerte ,  hacen  ya  justicia  y  en  rededor  del  cual 
tendía  á  agruparse  la  España  liberal  de  entonces ,  empezando  por 
el  Sr.  Conde  de  Reus,  de  lo  que  se  vieron  algunos  claros  síntomas 
en  la  misma  expatriación  ;  de  esta  manera ,  decimos ,  pensaba 


LA    CRISIS    DE    ESPAÑA.  97 

O'Donnell  que  acaso  no  tradujo  á  vias  de  hecho  este  su  pensa- 
miento, ora  por  el  miedo  que  tenia  á  la  menor  edad  del  Príncipe 
Alfonso,  ora  porque,  escarmentado  con  la  experiencia  de  la  Re- 
gencia del  Duque  de  la  Victoria,  tanto  porque  no  se  le  imputasen 
ambiciones  bastardas ,  vacilase  en  la  forma  que  debia  revestir  el 
poder  supremo,  bien  que  á  lo  último  se  inclinara  á  que  ejerciera 
la  Regencia  un  varón  tan  eminente,  tan  honrado  y  tan  puro  como 
el  Sr.  Luzuriaga.  Es  posible  también  que,  por  iguales  consideracio- 
nes y  por  lo  que  debian  á  la  dinastía  caida ,  algunas  dudas  en  este 
sentido  cruzaran  vaga  y  confusamente  por  la  mente  y  por  la  con- 
ciencia del  Sr.  Conde  de  Reus  y  del  Sr.  Brigadier  Topete  abordo  de 
la  Zaragoza^  y  por  lamente  y  por  la  conciencia  delSr.  Duque  de  la 
Torre  antes  deque  empezaran  á  hablar  los  cañones  deÁlcolea;  pero 
existieran  ó  nó  esas  dudas,  lo  que  para  nosotros  es  incuestionable  y 
tenemos  por  incuestionable  ya  para  la  historia  es  que,  dados  los  pre- 
cedentes que  enjendraron  la  Revolución  de  Setiembre,  así  que  se  pre- 
sentó ésta  en  escena  con  los  bríos  y  pujanza  que  tuvo  desde  sus 
comienzos  en  las  aguas  de  Cádiz,  é  instantáneamente  en  todos  los 
distritos  militares  de  Andalucía  y  demás  departamentos  marítimos 
de  la  Península,  todos  los  amigos  leales  de  la  dinastía  debieron  de 
aconsejar  á  la  Reina  la  abdicación.  El  grande,  el  inmenso  error 
del  Sr.  Marqués  de  la  Habana,  al  sustituir  al  Sr.  González  Brabo 
en  la  Presidencia  del  Consejo  de  Ministros  en  trance  tan  supremo, 
fué  creer  que  su  misión  era  exclusiva  ó  principalmente  militar, 
cuando  debia  de  ser  principal  ó  exclusivamente  política.  Podía  ha- 
cerse ilusiones  respecto  á  la  posibilidad  y  á  la  facilidad  de  consti- 
tuir cuerpos  de  ejército  con  las  debidas  dotaciones  de  todas  armas 
para  vencer  en  una  serie  de  batallas  y  de  encuentros  al  ejército  su- 
blevado de  Andalucía,  alimentado  por  dos  distritos  militares  de 
tanta  importancia  como  Sevilla  y  Granada,  por  los  inagotables  re- 
cursos del  Arsenal  de  la  Carraca,  de  la  maestranza  de  Sevilla,  de 
la  veterana  guarnición  de  Ceuta,  por  el  espíritu  y  entusiasmo  de 
las  poblaciones  y  por  el  renombre  y  fama  de  los  generales  puestos 
al  frente  del  movimiento;  podia  creer  que  no  fuera  completamente 
estéril  el  brillante  heroísmo  del  Sr.  Marqués  de  Novaliches  y  es- 
perar que  el  laurel  de  la  victoria  coronase  sus  esfuerzos  en  los  cam- 
pos de  Alcolea;  pero  ¿y  después?  ¿Cómo  se  concluía  la  guerra  ci- 
vil encendida  por  los  cuatro  ángulos  del  país?  ¿Cómo  se  aniquila- 
ba el  movimiento  en  todas  partes  y  se  vencían  todas  las  resisten - 

TOMO  XV.  7 


98  LA   CRÍSÍS   DE    ESPAÑA. 

cias?  ¿Cómo  se  atacaba  aquella  su  indestructible  y  flotante  base 
de  operaciones  que  se  llamaba  la  escuadra?  El  Brigadier  Topete, 
verbo  creador  de  la  Revolución  de  Setiembre,  y  hacia  el  cual  tiene 
la  revolución  tales  deudas  que  sólo  con  el  desvio  y  con  la  ingrati- 
tud puede  pagarle;  el  Brigadier  Topete  dio  al  movimiento  de  Se- 
tiembre una  base,  un  elemento  que  le  aseguraba  el  triunfo  en  todos 
los  casos.  Aun  con  fortuna  los  últimos  defensores  de  la  Reina  Isa- 
bel ,  aun  ayudado  de  la  fortuna  el  valeroso  Novaliches,  aquella 
contienda,  aquel  formidable  comienzo  de  guerra  civil  tenia  que 
acabar  por  un  convenio,  y  el  primer  capitulo  de  ese  pacto  no  podía 
ser  otro  que  la  abdicación  de  la  madre  en  favor  de  su  hijo.  EJ  se- 
ñor Marqués  de  la  Habana,  para  hacerse  cargo  de  una  situación 
tan  comprometida,  debió  imponer  como  condición  á  su  Soberana 
el  sacrificio  de  la  abdicación,  ¿qué  decimos  sacrificio?  debió  acon- 
sejar á  la  madre  la  única  manera  de  poder  conservar  la  vacilante 
corona  de  su  cabeza  sobre  las  sienes  del  hijo.  No  hacia  falta  el 
militar  ni  hacía  falta  el  caballero  al  lado  de  la  Reina,  cuando  otros 
la  abandonaban:  hacia  falta  el  hombre  de  Estado  que,  apoderándose 
y  apoyándose  en  la  abdicación,  hubiera  procurado  evitar  á  toda 
costa  el  derramamiento  de  la  siempre  inútil  sangre  de   la  ba- 
talla de  Alcoiea,  mucho  más  porque  al  Sr.  Marqués  de  la  Ha- 
bana no  se  podían  ocultar  las  escasas  simpatías  de  la  Reina  en  el 
país  y  en  los  partidos ,  cuando  el  moderado,  que  tardíamente  ha 
consejado  y  celebra  la  abdicación  en  estos  momentos,  fué  si  pri- 
mero en  descubrir  los  misterios  de  Palacio  allá  en  los  tiempos  del 
Ministerio  puritano,  cuando  la  Union  liberal  había  quemado  com- 
pletamente sus  naves  con  Doña  Isabel  II  y  cuando  los  progresistas, 
mucho  tiempo  há,  venían  luchando  á  la  sombra  de  la  bandera  de 
los  obstáculos  tradicionales.   Sí:   el  Sr.  Marqués  de  la  Habana, 
comprendiendo  la  gravedad  de  la  situación,  la  angustia  del  tiem- 
po, la  infausta  suerte  de  la  familia  reinante  después  de  una  batalla 
perdida,  no  debió  venir  á  Madrid  á  hacerse  cargo  del  Gobierno  sino 
con  el  acta  de  abdicación  de  la  reina  en  su  cartera.  Si  pensó  en  ha- 
cer esta  política,  no  se  atrevió  ó  no  pudo  realizarla,  y  la  Reina  Isa- 
bel, después  de  la  batalla  de  Alcoiea,  tuvo  que  atravesar  tristemente 
el  Vidasoa,  considerando  definitivamente  perdida  su  causa  y  te- 
miendo quizá  que  la  España  revolucionaria  levantase  sobre  el  pa- 
vés á  la  que  ella  habia  proscrito,  como  Enrique  IV  proscribió  á 
Isabel  la  Católica,  a  la  que  su  mismo  gobierno  habia  presentado 


LA    CRISIS   DE   ESPAÑA.  99 

como  bandera  del  movimiento  y  que  tantos  ejemplos  de  virtud,  de 
patriotismo  y  de  valor  habia  dado  siempre  en  su  austero  retiro  de 
Sevilla. 

11. 

La  revolucien  triunfaba  en  toda  la  linea  con  inconcebible  faci- 
lidad, con  portentosa  rapidez.  Era  preciso  no  perder  el  tiempo, 
aprovechar  la  victoria ,  salir  del  caos ,  regularizar  su  curso ,  cris- 
talizar aquella  materia  cósmica,  dar  formas  á  la  revolución  triun- 
fante. 

Nosotros  confesamos  ingenuamente  que,  ó  no  sabemos  lo  que  la 
palabra  revolución  significa,  ó  significa  rapidez  de  procedimientos, 
abreviación  de  trámites ,  condensación  del  tiempo ,  esto  es ,  actos 
de  fuerza  que  resuelvan  en  un  minuto  problemas  preparados  de  si- 
glos ,  ó  que  piden  siglos  de  preparación ,  soluciones  rápidas  y  ful- 
minantes que  da  la  fuerza  á  situaciones  insolubles  por  los  cami- 
nos lentos  de  la  ley ;  crisis  agudas  en  que  se  resuelven  todos  los 
males  crónicos  de  un  país  que  pueden  traer  la  muerte  al  orga- 
nismo social ,  es  cierto  ,  pero  que  pueden  y  deben  servir  para  ex- 
peler todas  las  ruindades ,  todos  los  elementos  morbosos  que  lo  vi- 
cian, devolviendo  de  esta  manera  la  salud ,  la  plenitud  de  salud  á 
veces,  al  organismo  enfermo.  Indudablemente  que  si  este  procedi- 
miento habia  que  aplicarlo  á  la  solución  de  todos  los  problemas  que 
la  revolución  se  planteaba  ó  encontraba  planteados,  habia  que 
aplicarlo  necesariamente  y  en  primer  término  á  dos  grandes 
cuestiones ,  la  cuestión  de  Hacienda  y  la  cuestión  Dinástica ,  que 
para  la  Revolución  de  Setiembre  constituyen  el  enigma  fatal  de  la 
esfinge  griega. 

Para  nada  tenemos  que  ocuparnos  en  este  estudio  de  la  cuestión 
de  Hacienda,  que  por  no  haberse  resuelto  con  el  criterio  revolu- 
cionario en  los  primeros  momentos,  no  podrá  resolverse  ya  en  nues- 
tra pobre  opinión  sino  á  la  sombra  de  un  poder  fuerte,  que  no  será 
ciertamente  el  flaco  y  enfermizo  poder  que  emana  de  una  Regen- 
cia interina.  Queremos  sólo  ocuparnos  de  la  cuestión  Monárquica, 
y  decimos  que  esta  cuestión  de1)ia  resolverse  con  rapidez  por  varias 
y  capitalisimas  consideraciones  que  vamos  á  enunciar.  Si  se  que- 
ria  que  el  nuevo  rey  tuviese  el  glorioso  bautismo ,  toda  la  popula- 
ridad de  la  revolución;  si  se  queria  no  galvanizar,  no  dar  fuerzas 


100  La    CRÍSIS    de    ESPAÑA. 

al  monstruo  de  lo  pasado,  que  es  el  absolutismo,  todavía  con  gran- 
des raíces  en  España;  no  despertar,  no  dar  fuerzas  al  monstruo  del 
porvenir,  el  socialismo,  cobijado  bajo  la  riente  y  deslumbradora 
enseña  republicana ,  ya  con  grandes  masas ,  con  esas  masas  que 
piden,  más  que  derechos  políticos,  política  socialista,  que  se  tra- 
duce en  un  bienestar  material;  si  se  quería  dar  á  la  nueva  cons- 
trucción política  que  íbamos  á  levantar  el  asiento  seguro ,  la  base 
firme,  anchurosa  y  estable  de  la  propiedad,  del  comercio,  de  la  ri- 
queza, de  la  industria,  de  la  aristocracia  (en  el  alto  y  social  y  filo- 
sófico sentido  de  la  palabra)  para  no  herir  ó  ahuyentar  á  estas  cla- 
ses que  no  quieren  gobernar,  pero  sin  las  que  no  gobierna  ningún 
Gobierno;  si  se  querían  prevenir  complicaciones  diplomáticas;  si  se 
quería  evitar  que ,  pasada  la  efusión  de  los  primeros  momentos, 
evaporado  el  entusiasmo  de  los  primeros  instantes,  cada  partido  de 
los  coaligados  en  la  revolución  tirase  por  su  lado ,  y  en  vez  de 
aceptar  todos  juntos  una  solución  de  interés  nacional,  buscase  ca- 
da uno  por  sí  solo  una  solución  de  ínteres  exclusivo ;  si  se  quería 
ocurrir  con  oportunidad  y  con  fortuna  al  eterno  conflicto  y  á  la 
mancha  eterna  de  todas  las  revoluciones  españolas  en  el  presente 
siglo,  que  siempre  han  coincidido  con  tempestades  y  mutilaciones 
de  territorio  en  las  Américas ,  era  de  todo  punto  necesario  pensar 
en  <5onstruir  de  prisa,  muy  de  prisa,  la  nueva  monarquía. 

¿Por  qué  no  se  hizo  así? 

Habia  una  candidatura  lógica ,  natural  y  legítima  para  la  Re- 
volución de  Setiembre.  El  instinto  público  colocaba  enfrente  del 
palacio  de  Madrid  el  palacio  de  San  Telmo  de  Sevilla.  Escritores 
de  todos  los  matices  liberales  al  nombré  del  Rey  consorte  oponían 
el  nombre  del  marido  de  Doña  María  Luisa  Fernanda  para  presi- 
dir una  reunión  literaria  que  se  celebraba  en  los  salones  del  Ate- 
neo. El  mismo  Gobierno  y  la  Reina  misma,  empujados  por  esa  fa- 
talidad que  persigue  á  los  poderes  que  están  condenados  á  perdi- 
ción, proscribiendo  á  los  Duques  de  Montpensier  por  sospechas  de 
complicidad  can  los  revolucionarios,  daban  á  los  revolucionarios  la 
bandera  dinástica  que  podía  faltarles.  Ilustres  proscritos  autoriza- 
ban á  correligionarios  suyos  para  que  conferenciaran  respecto  de 
esta  candidatura  con  representantes  de  otras  parcialidades.  Por 
tradición,  por  convicción,  por  ínteres,  por  previsión,  representaba 
esa  candidatura  la  libertad.  Representaba  dentro  de  la  Revolución 
el  valladar  á  la  restauración   Personificaba  la  virtud.  Significaba 


LA    CRÍSiS   DE    ESPAÑA.  101 

el  conocimiento  profundo  del  pais,  de  sus  hombres,  de  sus  necesi- 
dades,  de  sus  intereses.  Ofrecía  dentro  de  la  legitimidad  fortisimos 
asideros  para  salir  al  encuentro  de  oficiosas  dificultades  diplomáti- 
cas en  el  exterior,  y  para  tranquilizar  escrúpulos  legítimos  de  in- 
tereses y  de  clases  de  gran  fuerza  en  el  interior.  La  Asamblea,  las 
Cortes  constituyentes,  la  Convención  española  que  se  reuniese 
en  1868  podia  imitar  la  conducta  del  Parlamento  inglés,  que  hace 
dos  siglos,  en  1668  cabalmente,  verificó  un  fecundo  cambio  de  di- 
nastía sólo  con  declarar  que  «habiendo  el  rey  Jacobo  abandonado 
el  reino  con  su  hijo,»  ni  más  ni  menos  que  como  lo  hizo  la  Reina 
Isabel  al  pasar  el  Vidasoa,  «  el  Principe  y  la  Princesa  de  Orange 
serian  proclamados  Rey  y  Reina,  »]como  lo  hubieran  podido  y  de- 
bido ser  los  Duques  de  Montpensier. 

Pero  seamos  completamente  justos:  no  se  hizo  así,  no  tanto  por 
prevención  ó  desvío  de  la  emigración  revolucionaria  que  se  pre- 
sentó en  Cádiz ,  cuanto  por  delicadezas  y  sentimentalismos  de  los 
factores  más  importantes  de  aquel  movimiento.  Don  Antonio  de 
Orleans,  dejando  á  su  mujer  en  Lisboa,  como  Guillermo  de  Orange 
dejó  en  Holanda  á  María  Estuarda  cuando  se  embarcó  para  In- 
glaterra, pudo  y  debió  estar  á  bordo  de  la  escuadra,  como  más  tar- 
de pudo  y  debió  estar  en  Alcolea.  Topete,  el  héroe  de  Cádiz,  Ser- 
rano, el  héroe  de  Alcolea,  pensaban  en  esa  solución,  y  cierta- 
mente que  los  que  aceptaban  con  agradecimiento  los  auxilios  de 
los  emisarios  de  aquel  Príncipe,  habrían  recibido  con  mayor  gusto 
al  Príncipe  mismo  que  los  enviaba.  No  tenía  el  Duque  de  Mont- 
pensier ninguna  consideración  que  guardar  ya  á  la  Reina  Isabel, 
que  lo  trataba  como  extraño  y  lo  proscribía  como  enemigo,  y  una 
vez  al  frente  del  movimiento  nacional  aquel  Príncipe,  los  aconte- 
cimientos se  habrían  desarrollado  lógicamente  como  en  la  revolu- 
ción inglesa  de  1668 ,  y  no  á  la  sombra  de  un  poder  provisional 
que  en  nada  prejuzgase  la  definitiva  forma  de  gobierno,  y  que  po- 
dia dar  á  nuestro  movimiento  algo  del  peligroso  carácter  que  tuvo 
la  crísio  de  Francia  en  1848,  en  que  el  poder  que  se  improvisó  en 
la  Asamblea  para  inspirar  confianza  al  pueblo  y  no  prejuzgar  si 
era  la  república  ó  si  era  la  monarquía  la  que  debía  proclamarse, 
empezaba  por  enterrar  la  candidatura  del  Conde  de  París,  y  abría 
los  horizontes  de  lo  desconocido  á  todas  las  utopias  y  á  todas  las 
ambiciones  de  la  Francia. 

Sabemos  que  no  fué  culpa  del  ilustre  Príncipe  á  quien  nos  refe  - 


102  LA    CRISIS   DE    ESPAÑA. 

rimos,  su  ausencia  de  Cádiz  y  su  ausencia  de  Alcolea.  Nobles  y 
generosas  susceptibilidades  de  los  más  nobles  y  generosos  de  sus 
amigos,  le  inspiraron  ó  le  impusieron  ese  retraimiento  aparente, 
funesto  á  la  candidatura  más  natural  dentro  de  la  Revolución,  y 
Dios  quiera  que  no  lo  sea  también  para  la  Revolución  misma. 

x\sí  han  trascurrido  cerca  de  dos  anos,  sin  que  la  Revolución 
haya  llegado  á  su  término.  Se  ha  proclamado  la  Monarquía  en 
la  Constitución  ,  pero  no  se  la  ha  realizado  en  los  hechos  por 
medio  de  una  afirmación  dinástica.  Los  enemigos  de  la  Revolu- 
ción, que  ella  abatiera  en  el  momento  de  su  explosión  magnifica, 
se  han  rehecho  y  se  presentan  ensoberbecidos  en  la  arena  del  com- 
bate. Se  ha  resucitado  á  los  absolutistas  y  se  ha  dado  vida  á  los 
republicanos.  Todos  ellos  disparan  sin  piedad  todas  sus  baterías 
sobre  la  candidatura  revolucionaria,  y  aflojados  los  lazos  que  unían 
á  los  elementos  que  entraron  en  la  Revolución,  los  hay  que  ayudan 
desesperadamente  en  su  obra  demoledora  á  los  enemigos  comunes: 
fuera  de  que,  sin  considerar  una  ley  constante  de  la  ñaca  natura- 
leza del  hombre,  que  lo  hace  soberbio  en  la  fortuna  y  humilde  y 
contemporizador  en  la  desgracia,  hay  que  tener  en  cuenta  que  se 
han  fortalecido  los  grupos  ó  parcialidades,  débiles  en  el  comienzo 
de  la  Revolución,  al  compás  que  se  han  debilitado  las  parcialidades 
ó  grupos  que  eran  fuertes  en  el  momento  de  su  estallido,  y  hoy  no 
tienen  fuerza  para  imponer  ninguna  solución  ó  imprimir  una  di- 
rección á  los  sucesos. 

Asi  la  crisis  española  ve  pasar  los  dias,  los  meses,  los  años,  y  no 
halla  su  desenlace,  cuando  ciertamente  nosotros  podíamos  lison- 
jearnos de  no  encontrar  las  dificultades  de  los  Ingleses  en  1668,  de 
los  Franceses  en  1830,  de  los  Belgas  en  la  misma  época,  de  los 
Griegos  en  1862.  Abandona  Jacobo  II  las  costas  de  Inglaterra  hacia 
fines  de  1668,  y  las  Cámaras  juran  en  los  primeros  dias  del  siguien- 
te Febrero  á  Guillermo  y  á  María  por  reyes,  sin  preocuparse  de  las 
hostilidades  de  la  Francia,  entonces  gobernada  por  el  Monarca  os- 
tentoso que  decía:  El  Estado  soy  yo;  que  tenía  en  sus  manos  un 
poder  como  no  ha  tenido  ningún  Soberano  de  Francia,  ni  Napo- 
león ni  siquiera,  aun  en  los  dias  de  su  omnipotente  é  irresistible 
dictadura,  no  ya  actualmente,  en  que  tiene  que  acomodarse,  bien 
que  mal,  á  la  voluntad  de  las  Cámaras.  Las  jornadas  de  Julio  en 
Francia  acabaron  con  el  mes,  y  en  la  sesión  permanente  celebrada 
por  la  Cámara  de  Di])utados  desde  el  7  al  9  de  Agosto,  se  eligió  rey 


LA    CRT'sIS   de   ESPAÑA,  103 

á  Luis  Felipe,  sin  emplearse  más  que  nueve  días  en  reformar  pro- 
funda y  radicalmente  la  Constitución,  y  elegir  rey  á  aquel  Princi- 
pe, que  equivalia á  romper  los  tratados  de  1815y  ádar  un  tremendo 
bofetón  á  toda  Europa,  quehabia  restaurado  á  los  Borbones,  enlaza- 
dos con  casi  todas  las  familias  reinantes  entonces.  La  insurrección  de 
Bruselas  se  verificó  el  25  de  Agosto  de  1830,  y  á  pesar  de  que  aque- 
llos revolucionarios  tenian  que  crear  un  Reino,  un  Rey  y  una  Cons- 
titución, contra  la  Holanda,  toda  ella  puesta  en  armas,  contra  gran 
parte  de  la  diplomacia  europea,  contra  la  intriga,  que  buscaba  la 
anexión  de  Bélgica  á  la  Francia,  y  contra  las  divisiones  intestinas  de 
los  partidos  rivales,  en  3  de  Febrero  del  año  siguiente  estaba  hecha 
la  Constitución  (que  no  ha  sufrido  después  reformas  ensenciales),y 
elegido  rey  el  Duque  de  Nemours  en  segundo  escrutinio :  de  modo 
que,  no  habiendo  éste  aceptado,  eligieron  á  Leopoldo  de  Sajonia- 
Coburgo  en  4  de  Junio  inmediato,  y  en  nueve  meses  y  diez  dias 
eligieron  dos  soberanos,  crearon  el  reino,  elaboraron  su  Código 
político  y  afirmaron  su  dinastía.  La  misma  Grecia,  cuando  destro- 
nó á  su  Rey  Othon,  en  Octubre  de  1862,  ha  tenido  más  fortuna  que 
nosotros;  y  á  pesar  de  que  Rusia  tuvo  buen  cuidado  de  recordar  á 
la  Gran  Bretaña  los  compromisos  de  los  tratados  de  1830,  que  es- 
tipulan que  las  dinastías  de  las  tres  potencias  protectoras  de  Gre- 
cia serán  excluidas  del  nuevo  trono,  considerando  como  nula  toda 
elevación  eventual  del  Príncipe  Alfredo  ó  del  Duque  de  Leusch- 
temberg  á  aquel  solio,  el  pueblo  heleno,  llamado  á  pronunciarse 
por  sufragio  universal  en  esta  cuestión,  en  5  de  Diciembre  elige  al 
primero  de  dichos  Príncipes  y  es  proclamado  rey  constitucional; 
bien  que  luego,  cuando  el  Principe  Alfredo  no  aceptó,  por  oponer- 
se á  ello  los  tratados  de  1830,  la  Asamblea  nacional  de  Grecia  elige 
Rey,  en  30  de  Marzo  de  1863,  al  Principe  Guillermo  de  Scheles- 
wig-Holstein-Sonderbourg-Glucksbourg,  con  el  nombre  de  Jorge  I: 
de  modo  que,  desde  el  24  de  Octubre  de  1862  hasta  el  30  de  Marzo 
de  1863,  ó  sea  en  el  espacio  de  cinco  meses  y  siete  dias,  eligieron 
los  Griegos  dos  reyes,  contra  lo  convenido  en  los  tratados  de  1830, 
contra  la  voluntad  de  Austria,  que  en  circular  diplomática  de  14 
de  Diciembre  de  1862,  firmada  por  el  Conde  Rechberg,  se  declara- 
ba abiertamente  por  el  Rey  Othon  y  su  familia;  contra  la  Baviera, 
que  en  circular  de  12  de  Abril  de  1863  protestaba  contra  todo  per- 
juicio de  los  derechos  de  la  dinastía  bávara  al  trono  de  Grecia,  y 
contra  la  misma  actitud  de  las  potencias  protectoras,  Inglaterra, 


104  LA    CRISIS    DE    ESPAÑA. 

Francia  y  Rusia,  que  hasta  el  protocolo  de  27  de  Mayo  de  1863  no 
hablan  declarado  vacante  el  trono  de  Grecia,  y  hasta  el  13  de  Julio 
del  mismo  año  no  reconocieron  la  elección  de  Jorge  I. 

No  ha  tenido  la  Revolución  española  de  1868  la  habilidad  ó  la 
fortuna  que  tuvieron  las  revoluciones  dinásticas  que  rápidamente 
acabamos  de  exponer,  y  por  eso  nuestra  Revolución  vive  en  una 
continua  fiebre  y  se  halla  amenazada  en  estos  momentos  de  pere- 
cer por  consunción  é  impotencia.  Verdad  es  que  hemos  pedido  una 
vez,  por  lo  menos,  solución  para  nuestra  crisis  á  la  Casa  de  Bra- 
ganza  y  dos  á  la  Casa  de  Saboya;  pero  ni  en  Portug-al,  ni  en  Ita- 
lia, ni  acaso  en  Alemania,  á  cuyas  puertas  quizás  se  haya  llamado 
también,  se  ha  atendido  á  nuestro  ruego. 

Estudiemos  el  fracaso  de  estas  tentativas. 


III. 

Hállase  al  frente  de  los  destinos  de  la  Francia  un  Soberano  ilus- 
tre, que  está  ya  en  el  último  tercio  de  su  atropellada  y  tempestuosa 
existencia,  que  sólo  tiene  hoy  la  natural  preocupación  de  trasmi- 
tir la  Corona  imperial  á  su  hijo.  Cree  Luis  Napoleón  que,  elevados 
los  Duques  de  Montpensier  al  Trono  de  España,  nuestro  país  se 
convertirla  en  un  foco  activo  de  intrigas  orleanistas  contra  la  di- 
nastía de  los  Bonapartes ,  cuando  ,  prescindiendo  de  que  no  seria 
ésta  la  mejor  manera  de  cimentar  el  nuevo  Trono ,  ni  tolerarla  la 
Nación  española  semejante  política,  para  nosotros  es  indudable 
que  un  Orleans  proclamado  rey  de  España ,  significaría  Europa 
toda  procurando  arraigar  la  actual  dinastía  en  Francia  para  evitar 
que  ambas  Coronas  viniesen  á  recaer  en  Príncipes  de  la  casa  de 
Orleans ,  como  es  indudable  que  de  asentar  su  planta  en  las  Tu- 
llerias  el  Conde  de  París ,  sería  punto  menos  que  irresistible  la 
candidatura  del  Duque  de  Montpensier  para  ocupar  el  trono  de 
San  Fernando.  Partiendo  de  esta  creencia  Luis  Napoleón  no 
oculta  su  desagrado  ante  la  posibilidad  de  que  triunfe  entre  noso- 
tros la  candidatura  Montpensier ,  y  ya  que  ho}^  una  diplomacia 
diligente  y  astuta  se  vede  los  ruines  medios  de  corrupción  y  de 
intriga  á  que  en  un  país  tan  dividido  como  el  nuestro  por  las  pa- 
siones políticas  podia  apelar  un  soberano  con  los  inmensos  é  in- 
agotables recursos  del  César  francés ,  es  indudable  que  hay  mu- 


LA    CRISIS    DE    ESPAÑA.  105 

chos  políticos  honrados  y  sinceros  entre  nosotros,  que  temen  los 
eternos  conflictos  que  dicha  candidatura  nos  suscitaría  con  el  Im- 
perio vecino,  faltos  de  aquella  virilidad  con  que  la  Nación  inglesa 
de  Guillermo  de  Orange  se  puso  en  frente  de  Luís  XIV,  ó  con  que 
la  Francia  rasgó  los  tratados  de  1815  en  1830 ,  ó  con  que  la  Bél- 
gica resistió  á  la  Holanda  y  se  sobrepuso  á  otras  dificultades  di- 
plomáticas, ó  con  que  la  degenerada  Grecia,  de  hace  seis  años, 
desafió  todo  el  poder  del  Austria  y  de  la  Baviera ,  y  todo  el  des- 
agrado de  las  potencias  protectoras  y  creadoras  de  aquel  reino 
al  elevar  sobre  el  respectivo  pavés  nuevas  dinastías. 

Pero  si  nuestro  Gobierno,  haciendo  caso  omiso  de  la  candidatura 
Montpensier,  y  patrióticamente  atraído  y  fascinado  por  otros  idea- 
les, se  fija  en  un  Príncipe  de  la  casa  de  Braganza  para  ocupar  el 
trono  español,  áfin  de  que,  contando  con  la;  fecunda  colaboración 
del  tiempo,  pueda  realizarse  la  obra  de  la  naturaleza,  que  la  política 
ha  impedido  hasta  el  día,  haciendo  una  sola  nación  de  estas  dos  na- 
ciones mutiladas  que  se  extienden  al  pié  de  los  Pirineos,  tiene  que 
tropezar  necesariamente  con  la  mano  invisible  de  la  diplomacia  na- 
poleónica que,  harto  ha  sufrido  con  la  creación  de  la  unidad  itálica 
y  de  la  unidad  teutónica ,  surgidas  de  dos  errores  de  la  política  per- 
sonal del  Emperador,  para  que  consienta  la  creación  de  la  tercera 
unidad  ibérica,  enlos  momentos  en  que  más  necesita  Napoleón  hala- 
gar el  orgullo  francés  para  no  atraer  sobre  su  rázalos  rayos  de  so- 
berana elocuencia  que  M.  Thiers  ha  fulminado  contra  la  política 
exterior  del  segundo  Imperio,  así  en  Alemania  como  en  Italia.  De 
la  misma  manera  si  nuestro  Gobierno,  frustrado  en  sus  pretensio- 
nes portuguesas ,  pide  á  la  casa  de  Saboya ,  varonil ,  ilustrada, 
liberal,  batalladora,  un  Príncipe  experimentado  y  digno  como  el 
Duque  de  Aosta,  se  encuentra  con  una  negativa  humillante,  acaso 
porque  Francia  teme  también  que  la  casa  de  Saboya,  dominando  á 
la  vez  en  la  Península  Itálica  y  en  la  Península  Ibérica,  constituya 
un  peligro  para  el  Imperio  en  las  desconocidas  eventualidades  de 
la  política  europea,  y  haga  uso  del  natural  ascendiente  que  debe  de 
ejercer  en  la  Corte  de  Florencia  por  los  servicios  que  le  ha  prestado 
y  puede  aún  prestar  ,  mientras  la  unidad  itálica  en  parte  esté 
amenazada  y  en  parte  no  concluida. 

Es  más.  La  candidatura  del  Duque  de  Genova,  que  tanto  llegó 
á  prosperar  en  las  regiones  oficiales  y  parlamentarias  de  la  Nación 
española ,  abortó  brusca  é  impensadamente  en  los  momentos  en 


106  LA    CUÍSIS    DE    ESPAÑA. 

que  sus  partidarios  se  hacían  más  ilusiones,  sin  que  basta  ahora 
se  haya  explicado  ese  fracaso  de  una  manera  plausible  y  satisfac- 
toria. La  leyenda  sentimental  y  melancólica  de  que  ha  hablado  ya 
dos  veces  el  Sr.  Presidente  del  Consejo  de  Ministros  en  sesión  pú> 
blica  de  las  Cortes;  aquellas  misteriosas  palabras  dirigidas,  no  sa- 
bemos por  quién,  á  la  madre  del  Duque  de  Genova:  Madame,priez 
pour  votre  enfant ;  la  habilidad  de  los  ag-entes  de  otros  candidatos 
para  hacer  desistir  al  sobrino  del  Rey  de  Italia,  no  tienen  fuerza  y 
eficacia  bastante  para  imponerse  á  entendimientos  fríos  y  severos 
como  explicación  decisiva  de  este  hondo  secreto  de  Estado.  Acaso 
no  fuera  temerario  creer,  que  si  la  candidatura  del  Duque  de  Ge- 
nova fracasó  tan  inopinadamente  fué,  porque  sobre  representar 
para  la  Francia  lo  que  hemos  dicho  de  la  del  Duque  de  Aosta,  y  lo 
que  puede  deci'se  de  toda  candidatura  italiana,  tenia  la  particu- 
laridad, por  la  edad  del  candidato,  de  poderse  enlazar  con  la  fa- 
milia de  Orleans  española,  por  medio  de  un  matrimonio,  y  hasta 
por  medio  de  la  Regencia,  como  lo  dieron  á  entender  influencias 
poderosas  de  esta  situación,  que  se  preocupan  hondamente  del  bien 
público  y  del  porvenir  de  la  revolución,  y  claro  es  que  estas  pers- 
pectivas debian  poner  en  guardia  á  las  Tullerias. 

Quizás  el  Gobierno  español  haya  hecho  tentativas  cerca  de  al- 
gunas cortes  alemanas  para  coronar  el  edificio  revolucionario ,  y 
acaso  en  estos  momentos  tenga  trabajos'pendientes  con  este  objeto 
Por  nuestra  parte,  consignamos  que  no  veríamos  mal  al  vencedor 
de  Sadowa  ocupando  el  solio  español ,  y  que  la  animosa  empresa 
de  constituir  y  encaminar  á  nuestro  pueblo  en  la  presente  crisis, 
podia  ser  encomendada  con  fruto  á  un  principe  de  esa  raza  teu- 
tónica tan  paciente  como  valerosa,  tan  valerosa  como  ilustrada. 
Pero  no  nos  hagamos  ilusiones :  un  principe  alemán ,  un  principe 
enlazado  con  la  dinastía  prusiana,  dadas  las  condiciones  del  equi- 
librio europeo,  el  antagonismo  de  Francia  y  Prusia,  arrancarla 
un  rugido  de  cólera  en  las  Tullerias  y  nos  suscitarla  conflictos 
diplomáticos  de  primer  orden ,  cuando  no  fuera  la  chispa  que  en- 
cendiera la  conflagración  general  en  Europa. 

Resulta,  pues,  que  por  parte  de  Francia,  siempre  se  nos  presen- 
tarán inconvenientes  cuando  para  ocupar  el  trono  de  San  Fernan- 
do pidamos  un  Principe  á  la  casa  de  Orleans  ó  á  la  de  Saboya  ó  á 
la  de  Braganza  ó  á  alguna  de  las  familias  reinantes  en  Alemania, 
y  que  la  Revolución  de  Setiembre,  bajo  el  punto  de  vista  monárqui- 


LA   CRÍSIS   DE    ESPAÑA.  107 

co,  no  tiene  más  remedio  que  ó  prolongar  indefinidamente  la  ver- 
gonzosa interinidad,  en  que  hoy  agoniza  más  bien  que  vive,  ó 
acogerse  á  la  candidatura  del  Principe  Alfonso,  que  es  el  candida- 
to délas  Tullerias,  el  huésped  y  el  amigo  del  Principe  imperial, 
que  tiene  en  su  favor  todos  los  sentimientos  del  corazón  de  aquella 
corte,  para  facilitar  cuyo  triunfo  se  pensó  en  enviar  aquí  al  hábil 
Vizconde  de  Lagueroniere  como  Embajador,  y  acaba  de  abdicar  la 
Reina  en  el  palacio  de  Basilewski,  siguiendo  los  consejos  de  Na- 
poleón, según  han  dicho  los  periódicos,  á  la  manera  que  sus  ante- 
pasados, allá  en  el  castillo  de  Marrac  en  los  alrededores  de  Bayona, 
deponían  la  corona  de  España  arrastrándose  á  las  plantas  del  fun- 
dador de  la  dinastia  de  los  Bonapartes. 

Ahora  bien,  hay  que  buscar  una  solución  monárquica  á  toda 
costa,  arrostrando  el  desagrado  de  esta  ó  de  aquella  corte  extran- 
jera, porque  la  interinidad  es  una  sangría  abierta  á  la  vida  y  á  la 
honra  de  la  patria  y  de  la  revolución,  y  el  Principe  Alfonso  ahora 
ya  es  una  gran  desdicha  y  una  gran  vergüenza  para  la  revolución 
y  para  la  patria,  como  sin  mucho  esfuerzo  lo  conseguiremos  de- 
mostrar. 

IV. 

Muchas  y  bellas  cosas  se  han  dicho  y  se  han  escrito  contra  la 
interinidad  á  estas  horas,  y  todas  ellas  con  razón,  porque  difícil- 
mente se  encontrará  nada  mas  fértil  en  lástimas  y  miserias  como 
el  raro  sistema  de  Gobierno,  desconocido  en  Europa  é  importado 
del  África  vecina,  en  donde  son  bien  conocidas  las  Regencias  de 
Túnez  y  de  Trípoli,  que  hoy  impera  en  España.  Y  estas  lástimas, 
estas  miserias  aumentarán  de  dia  en  día,  porque  la  interinidad 
significa  envilecimiento  de  los  valores  públicos,  pánico  y  absentis- 
mo del  capital,  parálisis  de  la  industria  y  el  comercio,  ruina  de  la 
Hacienda,  intermitencias  de  guerras  civiles ,  anarquía  crónica,  el 
espectáculo  de  Madrid  en  ruinas,  el  espectáculo  de  las  provincias 
en  disolución,  necesidad  de  transigir  con  todos  los  elementos  pu- 
ros ó  impuros  que  estén  ó  vengan  á  la  situación,  impotencia  del 
Gobierno  para  cortarse  las  escrecencias  que  le  hayan  salido,  para 
desprenderse  de  esos  expósitos  de  la  inteligencia  y  de  la  fortuna 
que  constituyen  con  su  lujo  inverisímil  ó  con  el  lujo  inverisímil 
de  sus  familias  una  especie  de  embarazo  gástrico  en  las  personas 


108  L\    CRÍSI8    T)E    RSPAÑA. 

dig-nas  que  aún  aman  la  revolución,  autorizando  esas  acusaciones 
anónimas  de  inmoralidad  que  se  oyen  en  las  conversaciones  priva- 
das y  apuntan  vagamente  en  los  periódicos;  interinidad  significa 
ineficacia  del  proselitismo  revolucionario  en  el  circulo  de  las  per- 
sonas honradas,  una  situación  sin  desenlace  legal,  una  situación 
con  los  sangrientos  horizontes  del  caudillaje  americano  por  único 
porvenir;  interinidad  significa  continuación  ó  renovación  de  nues- 
tra guerra  en  Cuba,  pérdida  definitiva  de  las  Antillas;  interinidad, 
en  fin,  significa  que  si  la  Revolución  de  Setiembre,  como  todas  las 
revoluciones,  según  queda  atrás  dicho,  era  una  crisis  aguda  y 
fulminante  de  la  que  podia  salir  regenerada  ó  muerta  la  España, 
quiere  decir  que  ha  resultado  el  cadáver  de  la  gran  nación  espa- 
ñola, muerta  por  consunción,  sin  gloria  y  sin  grandeza;  sobre  cuyo 
cadáver  vendrán  á  hacer  presa  los  buitres  politicos,  Césares  de 
aventuras,  dictadores  de  pacotilla,  que  no  sienten  removerse  sus 
entrañas  con  los  quejidos  lastimeros  de  la  patria  moribunda,  sino 
que  hacen  su  negocio  y  satisfacen  sus  concupiscencias  en  medio 
de  los  pueblos  degradados  y  de  las  sociedades  en  disolución. 

Pero  con  ser  tan  grandes ,  pero  con  ver  tan  evidentes  los  males 
de  la  interinidad ,  pero  con  venir  de  todas  partes  el  ronco  grito  de 
j  abajo  la  interinidad !  como  decia  en  el  Congreso  el  Sr.  Cánovas 
del  Castillo  con  su  magnifica  elocuencia ,  hay  hombres  politicos  de 
grande  altura  que  imputan  esos  males  á  la  Constitución ,  á  las 
leyes,  al  mal  Gobierno  que  nos  rige ,  cuando  para  nosotros  es  evi- 
dente que  la  ineficacia  de  la  Constitución,  de  las  leyes  y  del  Go- 
bierno que  nos  rige,  son  también  producto  de  la  interinidad.  Que 
se  salga  de  ella,  que  se  realice  la  Monarquia,  y  la  Monarquía  ten- 
drá sus  desenvolvimientos  naturales ;  la  Monarquía,  por  su  propia 
virtualidad,  hará  el  orden  y  desaparecerán  las  vacilaciones  del 
Gobierno ,  que  un  dia  acaricia  á  los  republicanos  y  maltrata  á  los 
conservadores ,  y  otro  acaricia  á  los  conservadores  y  maltrata  á  los 
republicanos.  Tan  cierto  es  esto ,  que  no  creemos  que  los  republi- 
canos vacilaran  un  momento  en  establecer  verdaderas  limitaciones 
en  las  leyes  orgánicas  y  en  el  Código,  respecto  al  ejercicio  de  los 
derechos  individuales ,  con  tal  que  los  conservadores  votaran  la 
república.  Y  por  qué?  Porque  la  república  buscaría  sus  desenvol- 
vimientos naturales,  porque  no  cabe  duda  de  que,  establecido  el 
principio,  brotan  con  lógica  inexorable  sus  consecuencias.  Así, 
pues ,  no  concebimos  que  defiendan  la  interinidad  sino  los  que,  sin 


LA    CRISIS    DE    ESPAÑA.  109 

merecimientos  para  arrostrar  la  competencia  de  las  personas  dig- 
nas en  una  situación  normal ,  se  hallan  muy  bien  en  medio  de  esta 
especie  de  rio  revuelto  en  que  hoy  vivimos ,  ó  los  que  rechazan  la 
Monarquía  y  quieren  la  República,  ó  las  que  hacen  política  de  pe- 
simismo y  quieren  que  los  males  de  la  interinidad  sean  aún  mayo- 
res ,  para  que  el  pais  eche  de  menos  lo  que  se  fué  y  pida  ó  acepte 
resignado  su  restauración ;  porque  si  es  verdad  que  esta  España 
impresionable,  aquejada  por  el  mal  que  la  domina  en  el  momento, 
clama  muchas  veces  con  injusticia :  nada  hay  peor  que  lo  actual, 
todo  es  preferible  á  lo  presente,  también  es  verdad  que,  llevados  de 
esa  facilidad  de  impresión ,  olvidamos  las  desdichas  pasadas  y  los 
escándalos  sufridos ,  para  otorgar,  por  generosidad  imprudente  ó 
para  consentir  por  egoísmo  calculador  ó  miserable  desidia,  rehabili- 
taciones monstruosas  y  absurdas  que  constituyen  otras  tantas  vio- 
laciones del  sentido  moral.  Por  eso  la  posibilidad  de  una  restaura- 
ción que  puede  esconder  en  sus  entrañas  esta  interinidad  que  nos 
asesina ,  debe  tener  en  alarma  continua  á  todos  los  que  no  hayan 
renegado  de  la  Revolución  consumada  en  1868,  y  por  eso  nosotros 
no  vacilamos  en  exclamar :  j  desdichado  país ,  si  tiene  que  seguir 
encadenado  á  la  vergüenza  de  la  interinidad  I  j  Desdichado  país 
si  tiene  al  fin  que  llamar  á  la  actual  revolución  la  revolución  del 
desengaño,  y  para  defenderse  contra  la  interinidad,  tiene  que  in- 
clinarse á  la  vergüenza  de  la  restauración  I 

Porque  ya  lo  hemos  dicho,  la  restauración  para  nosotros,  aun 
bajo  la  al  parecer  inocente,  simpática  é  inofensiva  forma  del  Prín- 
cipe Alfonso ,  como  se  presenta  en  el  acta  de  abdicación  y  en  la 
proclama  á  los  Españoles  de  su  última  Reina ,  es  fuente  de  gran- 
des desventuras .  Prescindiendo  de  otros  achaques  que  se  han  atri- 
buido á  la  candidatura  del  Príncipe  Alfonso  ,  y  que  son  la  repro- 
ducción de  vicios  con  que  se  persiguió  con  singular  éxito  á  algún 
pretendiente  de  tiempos  antiguos ,  Alfonso  XII  no  sólo  represen- 
taría las  represalias  de  toda  restauración  ( dígalo ,  no  ya  Fer- 
nando VII,  sino  Luis  XVIII  con  ser  tan  sabio,  y  Carlos  X  con  ser 
tan  piadoso),  no  sólo  representaría  la  menor  edad  de  un  rey,  tan 
turbulenta  como  todas  las  minorías ,  seguida  de  aquel  período  en 
que  el  ímpetu  de  las  pasiones  se  junta  con  la  inexperiencia  de  los 
años  para  hacer  mayores  los  extravíos  de  la  flaca  naturaleza  del 
hombre ,  significaría  además  la  impotencia  de  la  escuadra  que  se 
sublevó  en  Cádiz,  la  impotencia  del  ejército  que  triunfó  en  Alcolea 


lio  LA   CRÍSIS    DE    ESPAÑA. 

la  impotencia  de  todos  los  elementos  viriles  y  enérgicos  que  se  com- 
prometieron con  la  revolución,  la  impotencia  del  pais  que  la  saludó 
con  entusiasmo ;  sig-nificaria  que  España ,  como  el  Principe  Segis- 
mundo de  la  Vida  es  Sueño,  después  de  puesta  en  libertad ,  mere- 
cia,  por  sus  locuras  y  extravagancias,  volver  á  la  mazmorra  de  que 
habia  salido ;  significarla  que  España  habia  de  ser  únicamente  go- 
bernada por  los  hombres  que  la  precipitaran  en  las  catástrofes  de 
1854  y  de  1868,  en  cuyo  beneficio  parece  dada  en  estos  momentos  el 
acta  de  abdicación;  significarla,  supuesta  la  presión  que  contra  la 
revolución  ejerce  indirectamente  Luis  Bonaparte ,  y  directamente 
en  favor  del  Principe  Alfonso,  que  España  habia  dejado  de  ser 
nación  y  que  el  desdichado  Principe  que  la  daban  tendría  que  con- 
vertirla en  una  especie  de  feudo  de  la  Francia  imperial,  á  la  ma- 
nera que  Portugal,  hace  años,  está  convertido  en  un  feudo  de 
Inglaterra. 

Repetimos  que  antes  de  la  batalla  de  Alcolea  pudo  y  debió  pen- 
sarse por  todos,  por  los  de  uno  y  por  los  de  otro  lado,  si  con  venia 
pronunciar  el  fallo  definitivo  contra  la  familia  de  Doña  Isabel  de 
Borbon;  pudo  y  acaso  debió  proclamarse  al  Principe  D.  Alfonso, 
cualesquiera  que  fueran  las  repugnancias  que  esta  candidatura  ins- 
pirase á  los  revolucionarios  más  intransigentes;  pero  después  de  la 
batalla  de  xllcolea,  pero  después  de  consumado  el  divorcio  ¿cómo 
volver  al  ayuntamiento  antiguo?  Se  dan  en  el  mundo ,  se  ven  en 
la  sociedad  casos  en  que  dos  cónyuges,  después  de  haberse  escu- 
pido la  infamia  sobre  su  frente ,  quizás  después  de  haber  llamado 
hijos  del  adulterio  á  los  hijos  del  amor  conyugal,  obedeciendo  á 
influencias  amigas  vuelven  á  hacer  vida  común;  pero  la  sociedad 
sigue  señalando  con  el  dedo  esos  matrimonios,  los  cuales  acaban  de 
ordinario  por  una  separación  más  estrepitosa,  después  de  arrastrar 
una  existencia  entre  lágrimas  y  desventuras.  Y  lo  que  pasa  en  los 
matrimonios  particulares,  pasa  también  en  esos  matrimonios  de 
Estado  de  las  naciones  con  sus  dinastías.  Dos  grandes  restaura- 
ciones han  tenido  lugar  en  el  mundo,  la  de  los  St nardos  en  Ingla- 
terra y  la  de  los  Borbones  en  Francia.  Pues  bien,  ambas  son  eñ- 
meras  y  ambas  son  desastrosas,  la  de  los  Stuardos  dura  ocho  años, 
de  16G0  á  1668,  que  se  comparten  entre  los  dos  hermanos  Carlos  II 
y  Jacobo  II,  reinados  los  dos  llenos  de  intolerancia ,  de  rencores, 
de  sangre,  de  desdichas;  y  la  de  los  Borbones  dura  quince,  que 
también  se  comparten  entre  otros  dos  hermanos,  Luis  XVIII  y  Car- 


LA    CRISIS   DE    ESPAÑA  111 

los  X,  reinados  los  dos  ig-ualmente  llenos  de  humillaciones ,  de  ul- 
trajes, de  odios  j  de  desventuras  para  la  Francia.  Por  eso  Inglater- 
ra verificó  su  revolución  de  1668  y  Francia  su  revolución  de  1830. 
Si  de  algo  ha  de  servir  la  historia,  ahí  están  sus  enseñanzas  so- 
lemnes. 


V. 


Muchas  veces,  al  meditar  sobre  los  pocos  frutos  que  saca  la  hu- 
manidad de  los  ajenos  desengaños,  hemos  comparado  la  expe- 
riencia que  no  nos  castiga  y  advierte  personalmente,  á  la  luz  que 
lleva  un  ciego ,  que  puede  alumbrar  á  los  demás ,  pero  que  no  le 
alumbra  á  uno  mismo,  y  esto  es  lo  que  tememos  que  ocurra  á  Es  • 
pana  en  la  cuestión  de  la  restauración,  que  consideramos  como  una 
gran  desdicha  para  la  patria  y  que  sin  embargo  todos,  cuál  más, 
cual  menos ,  todos  vamos  haciendo  posible  y  aun,  lo  decimos  con 
pena,  pero  con  profunda  convicción,  probable  y  muy  probable. 

Los  elementos  preponderantes  en  la  actual  situación  politica  de 
España,  rechazan  por  funesta  y  deshonrosa  la  solución  del  Prín- 
cipe Alfonso,  y  á  pesar  de  esto,  caminan  á  ella  con  instinto  cieg'o  y 
suicida.  Si  un  genio  maléfico  y  tortuoso  presidiera  los  destinos  de 
la  Nación  española .  si  Maquiavelo  resucitado  quisiera  encaminar- 
nos fatalmente  al  Principe  Alfonso,  ¿qué  otra  conducta  seguiría, 
sino  la  que  estamos  siguiendo?  Vivir  en  la  interinidad,  desangrar 
la  revolución,  disgustar  al  país  sensato  de  ella,  al  país  que  la  sa- 
ludó con  entusiasmo,  destruir  sus  fuerzas,  acomodarse  inconscien- 
temente á  todas  las  exigencias  ó  á  todos  los  deseos  de  la  politica 
napoleónica,  que  patrocina  abiertamente  esa  candidatura,  ¿qué  es 
esto  sino  facilitar  su  triunfo?  Por  eso  no  debe  de  extrañarse  el 
hombre  que  es  alma  de  esta  situación,  de  que  muchas  gentes  ha- 
yan cometido  con  él  la  injusticia  de  suponerle  inspirado  por  los 
propósitos  de  Monk,  aunque  no  la  suerte  de  Monk  con  los  Stuar- 
dos,  sino  la  de  Ney  con  los  Borbones,  es  posible  que  le  esperase 
con  la  restauración.  Por  eso  no  debe  de  extrañar  tampoco  que 
otros  se  alarmen  de  la  intimidad  creciente  de  S.  E.  con  el  Empe- 
rador de  los  Franceses.  Bien  que  el  Jefe  de  un  Gabinete,  sobre  todo 
en  las  circunstancias  excepcionales  que  atravesamos,  se  preocupe, 
como  hombre  de  Estado ,  de  mantener  amistad  con  el  Imperio  ve- 
cino ;  pero  esta  preocupación,  que  es  un  deber,  llevada  demasiado 


112  LA   CRÍSIS   DE    ESPAÑA. 

lejos  puede  ser  la  perdición  de  España  y  la  perdición  de  la  Revo- 
lución de  Setiembre.  Hacemos  plena  justicia  al  Sr.  Conde  de  Reus; 
sabemos  que  el  hombre  de  Méjico  no  se  dejará  adormecer  ni  pres- 
cindirá del  cumplimiento  de  sus  deberes  con  la  patria,  por  los  re- 
finamientos de  cortesana  delicadeza ,  que  con  él  personalmente  ó 
con  deudos  queridos,  tenga  el  Emperador  de  los  Franceses;  pero  no 
eche  en  olvido  que  asi  como  con  sus  célebres  y  «m^zí,  jamas,  jamas  ^ 
se  ha  concitado  las  iras  de  algunos  elementos  que  confiaban  atraer- 
le dulce  y  lentamente  á  sus  planes  de  restauración ,  asi  el  dia  en 
que  se  decida  valerosa  y  dignamente  á  salir  de  la  interinidad,  ten- 
drá que  arrostrar  el  desagrado  de  las  Tullerias ,  y  lo  que  tememos 
no  es  precisamente  que  sea  incapaz  de  desafiar  el  desagrado  impe- 
rial, sino  que  la  revolución  y  el  piloto  que  lleva  en  sus  manos  el 
timón  revolucionario,  hayan  perdido  fuerzas  y  no  alcancen  la  vic- 
toria definitiva . 

La  situación,  en  el  estado  caótico  é  indefinido  que  hoy  tiene,  no 
puede  prolongarse  más  tiempo  sin  riesgos  mortales  para  la  patria. 
No  nos  podemos  quejar  los  revolucionarios  de  la  fortuna,  porque 
dos  anos  hemos  tenido  ya  á  nuestra  disposición  sin  grandes  con- 
trariedades :  en  todo  caso,  quejémonos  de  nuestra  impericia ,  que 
nos  hace  proceder  como  si  tuviéramos  por  delante  la  inmortalidad 
de  los  dioses  paganos.  Ha  querido  la  naturaleza  que  los  hombres 
gastados  sean  prudentes  por  necesidad.  Tengamos  nosotros  pru- 
dencia, ya  que  estamos  en  el  periodo  de  la  declinación  y  del  des- 
crédito. No  vivimos  hoy  en  el  mejor  de  los  mundos  posibles,  ni  ofre- 
cemos horizontes  de  rosa  al  'país  para  el  dia  de  mañana.  Lo  que 
significa  la  interinidad  lo  dejamos  dicho,  y  aunque  el  Sr.  Conde 
de  Reus  sinceramente  crea  otra  cosa,  no  se  halla  tan  firme  y  segura 
la  libertad,  bien  que  tengamos  fastuosas  exterioridades  que  lo 
acrediten.  La  Roma  de  los  Césares  y  de  los  Augústulos  vivia  en 
medio  de  apariencias  republicanas,  con  el  Senado ,  con  los  tribu- 
nos, con  el  foro,  con  el  pueblo  del  tiempo  de  los  Scipiones  y  de  los 
Gracos.  La  libertad  se  entiende  mal  con  el  régimen  de  lo  arbitra- 
rio, y  lo  arbitrario  hasta  ahora  no  ha  entrado  por  poca  parte  en  el 
sistema  de  la  revolución,  fuera  de  que  no  es  régimen  liberal  el  que 
depende  de  la  vida  de  un  hombre. 

Creemos  por  lo  tanto,  que  el  interregno  parlamentario  en  que 
hemos  entrado  necesita  ser  fecundo,  porque  es  el  último  plazo  que 
nos  da  la  fortuna  á  los  revolucionarios  de  Setiembre.  Si  no  hay 


LA    CRISIS    DE    ESPAÑA.  113 

una  solución  que  corone  el  edificio  levantado  por  la  Asamblea  cons- 
tituyente cuando  ésta  reanude  sus  tareas,  la  revolución  está  per- 
dida. Imposible  será  que  se  manteng-a  por  más  tiempo  la  concilia- 
ción de  los  partidos  j  de  los  elementos  que  la  llevaron  a  cabo,  rota 
la  cual  los  dias  del  Gobierno  están  contados,  porque,  como  observa 
Salustio,  no  se  salvan  los  gobiernos  y  no  sé  salvan  las  revoluciones 
sino  siendo  fieles  á  aquel  principio  que  les  diera  vida.  Ni  el  patrio- 
tismo, ni  el  decoro  de  los  partidos  y  de  los  hombres  verdadera- 
mente monárquicos  que  estén  con  la  revolución,  pueden  consentir 
más  aplazamientos,  dándose  por  satisfechos  con  ese  espejismo  de 
Monarquía  que  siempre  se  presenta  delante  de  sus  ojos  y  nunca  se 
realiza.  La  lucha  empezará  en  el  Parlamento,  pero  por  desgracia,  y 
como  ha  sucedido  siempre,  no  será  en  el  Parlamento  donde  la  lu- 
cha se  decida.  Hace  ya  mucho  tiempo,  que  cuando  llegan  esos  ins- 
tante solemnes,  los  parlamentos  sirven  para  inñamar  y  decidir  la 
opinión,  pero  no  para  resolver  las  crisis.  Aun  asi,  el  choque  de 
unas  haces  contra  otras  de  la  Asamblea,  será  terrible,  porque  han 
sido  grandes  las  consideraciones  guardadas,  largo  el  silencio,  y  es- 
tán los  pechos  cargados  de  ira  y  los  ánimos  de  razón.  Llorarán  la 
libertad  y  la  patria ,  porque  los  frutos  de  esta  infausta  campana 
han  de  ser  cosechados  brevemente  por  la  anarquía ,  por  la  restau- 
ración después ;  pero  no  por  eso  los  contendientes  tirarán  á  hacer- 
se menos  daño,  porque  entonces  ocurrirá  lo  que  dice  Tácito :  multi 
odio praserUum  eí  cupiditm  mutationis,  sui  quoque periculis  lacta- 
hantuT  (1).  Por  ^eso  la  abdicación  de  la  reina,  que  ahora  no  tie- 
ne ninguna  importancia ,  para  en  ese  caso  tendrá  mucha.  Por  eso 
la  restauración,  que  nada  puede  esperar  de  España  mientras  los 
elementos  revolucionarios  estén  unidos  y  todo  lo  puede  esperar  de 
su  discordia ,  ha  debido  hacerse  la  mortecina  hasta  llegar  ese  mo- 
mento, sin  llamar  la  atención  sobre  ella  con  una  abdicación,  como 
la  de  la  reina  Isabel,  por  el  temor  de  apretar  de  nuevo  ante  el  co- 
mún peligro  los  vínculos  revolucionarios,  algún  tanto  relajados  sin 
duda  alguna;  pero  la  impaciencia  es  mala  consejera,  y  toda  emi- 
gración, como  observa  Macaulay ,  pierde  el  sentido  de  la  realidad 
fuera  de  la  patria.  Por  eso  los  que  en  el  silencio  caminaban  hacia 
el  Principe  Alfonso  y  mantenían  afinidades  y  relaciones  con  deter- 
minados elementos  revolucionarios,  no  han  debido  enarbolar  esa 

(1)    En  odio  á  lo  presente  y  deseosos  de  novedades,  se  alegraban  de  sus  propios  pe- 
ligros,— Anales. — Tácito. 

TOMO   XV.  8 


114  LA   CRISIS   DE   ESPAÑA. 

bandera ,  que  habia  de  reverdecer  y  enconar  los  rencores  bácia  la 
familia  real  destronada ,  sino  cuando  los  revolucionarios  más  albo- 
rotados, por  el  deseo  de  encontrar  menos  competidores  dentro  de 
la  situación,  aunque  poniéndola  en  evidente  pelig-ro,  bubieran  in- 
tentado y  acaso  conseguido  precipitar  en  el  abismo  de  la  restau- 
ración á  los  elementos  conservadores  que  en  la  situación  figuran; 
pero  las  pasiones  bumanas,  que  siempre  figurarán  en  política, 
cuando  ésta  sólo  debia  proocuparse  de  intereses,  nunca  dejarán  de 
obrar  como  factores  en  sus  empresas,  perturbando  la  fria  razón  de 
los  mismos  que  con  justo  titulo  blasonan  de  verdaderos  hombres 
de  Estado. 

Sabemos  muy  bien  que  los  engreídos  revolucionarios  se  reirán 
de  nuestras  observaciones,  y  se  juzgarán  modestamente  invulne- 
rables, omnipotentes  é  inmortales.  Contamos  con  sus  sonrisas;  con- 
tamos con  su  compasión.  ¡  Ah!  ¿Qué  poder  no  sufre  desvaneci- 
mientos? ¿Qué  triunfador,  y  mucho  más  si  no  le  costó  gran  cosa 
la  victoria ,  no  tiene  vértigos  en  las  alturas  á  que  inesperadamente 
se  elevó  ?  Pero  tengan  en  cuenta  á  su  vez  que  esos  vértigos ,  que 
esos  desvanecimientos  conducen  y  precipitan  más  pronto  al  abis- 
mo. No  tiene,  ó  no  tenemos,  por  mejor  decir,  los  revolucionarios 
de  Setiembre,  la  energía,  el  entusiasmo,  la  fe,  la  austeridad  de 
costumbres ,  la  fuerza  de  los  revolucionarios  ingleses  que  convir- 
tieron en  sangriento  patíbulo  el  Trono  de  Carlos  I ,  y  no  vemos  en- 
tre nosotros  á  alguien  que  tenga  la  talla ,  los  contornos  y  la  esta- 
tura de  Oliverio  Cromwell;  y,  sin  embargo,  sobre  Cromwell  y  sobre 
los  revolucionarios  ingleses  vino  á  sentarse  la  restauración  de  los 
Stuardos.  No  tienen ,  ó  por  mejor  decir ,  no  tenemos  los  revo- 
lucionarios de  Setiembre  la  horrible  y  épica  grandeza  de  los  gi- 
gantes franceses  del  93,  y  no  vemos  ciertamente  entre  nosotros  á 
alguien  que  tenga  algo  de  la  estatura  colosal  de  Napoleón  el  Gran- 
de ;  y  sin  embargo,  sobre  los  gigantes  del  93  y  sobre  la  encarna- 
ción viva  de  esa  generación  de  gigantes  en  el  gigante  de  la  hu- 
manidad de  todos  los  tiempos ,  vino  á  sentarse  en  Francia  la  res- 
tauración de  los  Borbones. 

Mediten ,  mediten  los  hombres  del  dia  sobre  estas  grandes  lec- 
ciones de  la  historia ,  y  obren  con  cautela ,  seguros  de  que  proce- 
derán mal  en  no  hacer  plena  justicia  al  sincero,  al  ardiente,  al 
desinteresado  patriotismo  que  dicta  nuestras  observaciones.  Ami- 
gos somos  de  la  Revolución ,  y  no  queremos  figurar  en  la  catego- 


LA   CRISIS   DE    ESPAÑA.  115 

ña  de  sus  herederos ,  ni  tampoco  en  la  de  aquellos  que  sólo  saben 
jurar  eterna  fidelidad  á  la  fortuna,  ó  en  la  de  los  que  entran  en  las 
revoluciones  para  explotarlas ,  retirándose  después  á  lug-ar  seguro 
para  gozar  tranquilamente  los  frutos  de  su  industriosa  inteligencia 
aplicada  á  la  politica.  En  todo  caso  nosotros  somos  el  médico,  el 
médico  que  asiste  á  un  amigo  querido,  que  ve  los  alarmantes  pro- 
gresos de  su  peligrosa  enfermedad ,  que  le  señala  el  camino  de 
salvación,  que  le  quiere  apartar  de  las  orgias  que  le  llevan  al 
sepulcro,  y  que,  con  lágrimas  en  los  ojos  y  el  corazón  herido,  turba 
el  júbilo  calenturiento  de  sus  alegres  calaveradas,  anunciándole  la 
implacable  proximidad  de  la  muerte. 


VI. 

Lleguemos  ya  á  una  conclusión  práctica  como  final  de  nuestras 
o  bservaciones. 

Tenemos  en  España  un  partido  carlista  que  sale  de  las  catacum- 
bas de  lo  pasado,  pretendiendo  imponerse  con  la  melan(^ólica  poe- 
sia  de  los  tiempos  antiguos  á  las  nuevas  generaciones,  que  necesi- 
tan el  aire  de  vida ,  el  oxigeno  puro  de  la  libertad ;  un  partido 
moderado  que  aspira  á  hacer  triunfar  la  candidatura  del  Principe 
Alfonso,  cuando  la  España  revolucionaria  se  ha  pronunciado  con- 
tra ella;  un  partido  de  Union  liberal,  justamente  ufano  con  sus 
gloriosos  recuerdos,  con  su  lucido  y  brillante  estado  mayor,  con  su 
personal  inteligente,  con  sus  simpatias  en  las  clases  medias,  pen- 
sadoras y  ricas  de  la  sociedad ,  que  ha  creido  que  la  Revolución 
española,,  para  salvarse,  debia  de  seguir  las  huellas  de  la  Revolu- 
ción inglesa  de  1668,  y  de  la  Revolución  francesa  de  1830 ;  tene- 
mos un  partido  progresista ,  cuya  historia  es  la  historia  de  la  li- 
bertad en  España,  lleno  de  patriotismos  fogosos  y  de  abnegacion3s 
heroicas,  que  hoy  ficta  indeciso  á  merced  de  los  sucesos ,  sin  can- 
didato conocido  para  el  Trono,  y  que  asi  puede  ser  la  base  de  nues- 
tra regeneración ,  el  Verbo  creador  de  nuestra  palingenesia  futu- 
ra, como  puede  terminar  su  honrada  y  pura  existencia  entre  olea- 
das de  sangre  y  de  cieno ;  tenemos  un  partido  republicano  que  ha 
confundido  una  misión  de  propaganda  con  una  misión  de  gobier- 
no ,  que  aspira  á  convertir  su  generación  de  apóstoles  en  una  ge- 
neración de  hombres  de  Estado  y  de  Ministros ,  que  quiere  antici- 


ll6  LA    CRISIS    DE    ESPAÑA. 

par  los  tiempos,  y  en  vez  de  sacrificar  temporalmente  su  ideal  á 
los  intereses  permanentes  de  la  patria ,  ha  intentado  realizarle  pre- 
cipitando á  España  en  los  abismos  sin  fondo  de  la  anarquía. 

Pues  bien ,  la  monarquía  de  derecho  divino ,  la  monarquía  de 
Enrique  IV,  de  Luis  XIV,  de  Carlos  III,  no  ha  salido  nunca, 
y  hoy  saldrá  mucho  menos,  del  fondo  místico  de  una  sacristía: 
ha  muerto ,  y  en  vano  los  carlistas  g-olpean  sobre  el  blanqueado 
sepulcro  para  evocarla.  El  siglo  XIX  ha  esculpido  sobre  sus 
doradas  paredes ,  con  el  buril  de  fuego  de  las  revoluciones  mo- 
dernas ,  aquel  versículo  sagrado ,  que  es  la  voz  tremenda  de  los 
siglos  antiguos:  Ecce  nmic  in  puhere  dormían,  et  si  mane  me 
gesieris y  non  subsistam.  La  monarquía  moderada,  la  monar- 
quía de  la  restauración,  tampoco  puede  prevalecer,  porque  le 
faltan  abajo  la  base  popular,  en  la  región  media  la  adhesión 
de  muchas  clases ,  y  si  en  las  alturas  tiene  algo  de  una  aristocra- 
cia antigua ,  que  no  ha  sabido  conservar  su  influencia ,  y  algo  de 
una  aristocracia  moderna,  que  de  otra  revolución  ha  nacido  y  de 
la  actual  revolución  se  aparta,  esas  fracciones  de  dos  aristocracias, 
bien  débiles  ya ,  que  aspiran  á  crear  una  especie  de  faiihourg  Saint 
Germain  en  nuestro  democrático  Madrid,  podrán  desgastar  en 
parte  el  prestigio  de  la  monarquía  que  salga  de  la  Asamblea  cons- 
tituyente ,  pero  en  su  obra  de  demolición,  si  con  la  nueva  monar- 
quía no  se  reconcilian,  dejarán  los  últimos  restos  de  su  influencia 
y  acaso  de  su  fortuna ,  porque  una  nueva  revolución  en  España 
revestirá  caracteres  esencialmente  socialistas.  La  monarquía  aca- 
riciada por  la  Uñion  liberal,  la  monarquía  de  Guillermo  de  Orange 
ó  la  monarquía  de  Luis  Felipe ,  nosotros  no  nos  hacemos  ilusiones, 
siendo  la  que  mejor  respondía  á  las  necesidades  de  lo  presente  y  á 
las  previsiones  de  lo  porvenir ,  ha  sido ,  sin  embargo ,  el  blanco  de 
grandes  injusticias  y  de  grandes  calumnias,  es  verdad;  pero  in- 
justicias y  calumnias  que  sólo  un  partido  no  puede  contrarestar; 
y  sin  el  concurso  activo ,  muy  activo  de  otras  parcialidades  y  de 
ot^os  elementos,  es  imposible  pensar  en  establecerla.  La  monar- 
quía anónima,  la  monarquía  innominada,  la  monarquía  sin  dinas- 
tía de  los  progresistas,  ó  por  mejor  decir  la  interinidad  actual,  no 
puede  continuar  más  tiempo ,  porque  ella  nos  llevaría  á  no  hacer 
posible  en  España  otra  monarquía  que  la  monarquía  de  un  soldado 
de  fortuna ,  seguida  de  una  catástrofe  segura ,  que  traería  el  par- 
tido progresista  por  haber  confundido  con  un  vulgar  pronuncia- 


LA   CRISIS    DE    ESPAÑA.  117 

miento  una  gloriosa  revolución ;  y  la  república ,  que  es  minoría 
insignificante  en  todas  partes  á  la  hora  presente ,  sólo  puede  triun- 
far como  fórmula  de  despecho,  y  á  la  manera  de  los  siniestros  me- 
teoros, para  pasar  fugazmente  y  dejar  por  huellas  lagos  de  sangre; 
pero  por  encima  de  estas  agrupaciones  artificiales,  que  el  aluvión 
crea  y  el  aluvión  deshace  en  las  tempestades  políticas,  está  el  pais, 
como  por  encima  de  la  nubes  que  traen  la  borrasca  y  despiden 
el  rayo,  está  y  brilla  al  fin  el  cielo  puro,  el  cielo  azul  y  sereno; 
el  país  sano,  el  país  que  piensa,  que  trabaja,  que  sufre,  que  paga, 
el  país  industrial,  mercantil,  agricultor,  propietario,  el  país  que 
ha  salido  de  la  menor  edad  y  que  porque  ha  salido  de  la  menor 
edad  y  no  es  pupilo  de  nadie ,  se  inspirará  con  frialdad  en  sus  in- 
tereses y  apoyará  con  calor  la  solución  patriótica  que  le  saque  de 
la  interinidad  y  le  dé  Gobierno  realizando  la  Monarquía. 

Que  ha  de  ser  difícil  á  la  Revolución  encontrar  un  candidato,  de 
sobra  se  nos  alcanza;  porque  las  familias  reinantes  en  Europa,  por- 
que los  hombres  de  Estado  que  las  aconsejan,  comprenden  lo  difí- 
cil, lo  aventurado  que  es  de  ordinario  pretender  arraigar  una  di- 
nastía completamente  nueva  en  una  nación  antigua,  sin  representar 
algo  de  los  intereses,  de  las  tradiciones,  de  las  necesidades,  de  las 
aspiraciones,  de  las  clases  que  constituyen  la  trama  secular  de  su 
historia  y  el  organismo  iutimo  y  misterioso  de  su  existencia;  pero 
á  estas  horas  las  dinastías  europeas  y  los  hombres  de  Estado  que 
las  aconsejen,  deben  de  comprender  también  cuál  es  la  verdadera 
situación  á  que  ha  venido  á  parar  España,  dividida,  en  su  parte 
oficial,  en  grupos  que  buscan  ó  tienen  que  aceptar  por  necesidad 
una  solución  exclusiva,  y  ansiosa,  en  su  parte  sana,  en  su  inmen- 
sa mayoría  monárquica,  que  no  está  encadenada  fatalmente  á  los 
grupos  políticos,  de  llegar  á  una  solución  y  de  encontrar  un  Prin- 
cipe digno  que  represente  esa  aspiración  monárquica  y  le  dé  la  paz, 
el  orden,  la  libertad,  el  gobierno,  la  moralidad  y  la  justicia  que 
está  pidiendo  con  gritos  de  desesperación  y  con  angustia  suprema. 
Los  hombres  que  hoy  tienen  en  sus  manos  un  poder  que  llega  á  la 
omnipotencia,  con  hacer  comprender  esta  situación  al  Príncipe  á 
quien  se  dirijan,  tienen  mucho  adelantado  para  facilitar  la  obra  de 
coronar  el  edificio  revolucionario;  é  inclinados,  como  somos  por 
temperamento,  á  decir  la  verdad  tal  como  la  concibe  nuestra  con- 
ciencia, y  sin  suavizarla  con  la  hipocresía  de  las  palabras,  no  va- 
cilamos en  asegurar  que,  en  nuestro  concepto,  cometen  una  gran 


118  LA   CRISIS    DE    ESPAÑA. 

felta  de  patriotismo,  un  delito  de  lesa  nación,  y  además  un  inmen- 
so error  político,  todos  los  que,  comprometidos  con  la  Revolución 
y  queriendo  salvarla,  contraríen  los  propósitos  del  Gobierno  para 
encontrar  un  candidato.  Es  más:  lejos  de  considerar  plausible  la 
conducta  de  aquellos  que,  enamorados  de  una  determinada  candi- 
datura, llegan  al  último  paroxismo  de  la  ira  para  ahogar  en  ger- 
men cualquiera  otra  solución,  nosotros,  si  tuviéramos  autoridad 
para  ello,  no  ya  en  nombre  de  los  grandes  intereses  de  la  patria,  en 
nombre  mismo  del  porvenir  y  del  éxito  de  esa  misma  candidatura, 
diriamos  á  los  que  esa  conducta  observasen  lo  que  el  Principe  de 
Benevento  á  sus  agentes  diplomáticos:  Et  surtout  point  de  zéle. 
Nadie  que  esté  comprometido  con  la  Revolución,  nadie  que  la  Re- 
volución quiera  salvar,  puede  ni  debe  poner  el  menor  obstáculo  á 
que  en  términos  dignos  se  realice  la  Monarquía  en  España.  Por  el 
contrario ,  hay  que  apoyar  con  afán ,  con  patriotismo ,  hasta  con 
pasión,  esos  propósitos  plausibles  que  tienden  á  satisfacer  la  nece- 
sidad pública  de  más  urgencia  en  estos  instantes  solemnes. 

Empleamos  este  lenguaje  grave  y  severo  con  los  que  considera- 
mos nuestros  amigos,  porque  asi  hay  pleno  derecho  para  dirigirse 
á  los  hombres  que  lo  son  todo  en  esta  situación,  á  fin  de  hacerle^ 
cumplir  con  los  altos  deberes  que  les  impone  la  salvación  de  la 
Revolución  y  de  la  patria.  Hay  una  candidatura,  cuya  significa- 
ción patriótica  hemos  examinado  en  el  rápido  y  desordenado  curso 
de  estas  observaciones,  que  puede  ser  aún  la  salvación  de  todos. 
Esa  candidatura  ha  provocado  en  contra  de  ella  desde  el  primer 
día  una  conjuración  formidable  de  todos  los  enemigos  naturales  de 
la  Revolución  de  Setiembre  ó  enemigos  de  la  Monarquía;  conjura- 
ción que  ha  puesto  espanto  en  el  ánimo  de  muchos  revolucionarios 
monárquicos,  y  á  la  que  habría  que  hacer  frente,  so  pena  de  in- 
currir en  una  cobardía  que  podría  tener  su  vergüenza,  su  remor- 
dimiento y  su  expiación  en  el  porvenir,  si  al  reunirse  de  nuevo  la 
Asamblea  ('onstituyente  nos  encontrásemos  huérfanos  de  toda  otra 
solución.  Los  hombres  que  en  Cádiz  se  ponían  en  relaciones  con  el 
Príncipe  que  simboliza  esa  candidatura,  ó  que  le  aceptaban  para 
Regente  durante  la  menor  edad  del  Duque  de  Genova,  y  le  pedían 
una  de  sus  hijas  para  enlazar  de  esta  manera  la  dinastía  de  Orleans 
con  la  nueva  dinastía  que  quiso  aclamarse,  no  tienen  derecho  para 
rechazar  esa  candidatura  por  preocupaciones  vulgares ,  y  en  pre- 
sencia de  la  situación  del  país,  de  sus  angustias,  de  los  peligros 


LA   CRISIS    DE   ESPAÑA.  119 

crecientes  de  una  restauración,  de  los  horrores  posibles  de  una 
anarquía  social  que  sobre  todos  pase,  tienen  la  obligación  sagrada 
de  emplear  su  poder  todo  y  toda  su  popularidad  en  levantar  y  ha- 
cer triunfar  la  única  candidatura  que  quede  para  realizar  la  Mo- 
narquía liberal  y  parlamentaria  con  que  todos  soñamos  en  la  ex- 
plosión de  nuestro  entusiasmo  revolucionario. 

Porque  si  la  monarquía  de  la  libertad,  con  este  ó  con  aquel  Prin- 
cipe, no  se  realizara,  allá  para  cuando  la  Asamblea  Constituyente 
de  nuevo  se  reúna,  debemos  de  estar  apercibidos  para  ver  bajar 
por  las  crestas  de  los  Pirineos  la  monarquía  de  la  restauración  ó 
para  ver  subir  desde  los  últimos  antros  sociales  el  reinado  de  la 
anarquía  y  del  terror,  como  prólogo  también  necesario  de  la  res- 
tauración y  acaso  de  otra  página  histórica  como  la  del  Trocadero, 
que  escribirla  esta  vez  con  gasto  la  Europa  civilizada  ó  la  Francia 
imperial,  porque,  la  restauración  de  D.  Alfonso,  que  cerraba  el  pe- 
riodo del  terror  rojo,  dirlase  que  no  abría  el  periodo  del  terror 
blanco  que  representan  los  carlistas  y  á  los  sangrientos  espectácu^ 
los  de  la  anarquía  social  que  puede  sobrevenir,  de  que  son  una  pá- 
lida muestra  algunas  de  las  repugnantes  escenas  que  ha  ofrecido 
de  vez  en  cuando  la  Revolución,  eu  estos  últimos  dias  aun  en  la  cul- 
ta y  severa  y  morigerada  capital  de  Espaiía,  no  sucedían  los  que- 
maderos de  la  Inquisición ,  las  purificaciones  del  23  y  el  bárbaro 
ojeo  sistemática  é  inteligentemente  establecido  contra  los  liberales. 

Todos  tendríamos  nuestra  parte  de  culpa  en  esta  'gran  catástro- 
fe ;  pero  la  responsabilidad  ante  los  contemporáneos  y  ante  la  his- 
toria caerla  en  primer  término  sobre  el  hombre  que  es  encarnación 
viva  de  la  Revolución  de  Setiembre.  Hay  muchos  en  España  que 
hacen  al  Sr.  Conde  de  Reus  único  ó  principal  responsable  de  la 
prolongación  indefinida  de  la  interinidad,  puesto  que  el  que  todo 
lo  puede,  de  todo  tiene  que  responder  ante  su  país.  Hay  muchos 
que  le  creen  influencia  decisiva  en  la  Asamblea,  arbitro  absoluto 
de  todas  las  cuestiones  pendientes  y  pontífice  máximo  de  la  situa- 
ción que  se  ha  sobrepuesto  á  todas  las  influencias  de  las  esferas  pollti - 
cas,  especie  de  lúgubre  ciprés,  recordando  la  imagen  de  Virgilio, 
que  se  levanta  erguido  y  soberbio  en  medio  de  la  vasta  necrópolis  de 
grandes  reputaciones  que  la  Revolución  ha  soterrado.  Estas  perso- 
nas, malignamente  dirigidas  en  sus  investigaciones  por  el  principio 
de  derecho  del  cui  prodest ,  suponen  en  el  Sr.  Conde  de  Reus 
el  tenaz  propósito  de  prolongar  indefinidamente  la  interinidad. 


120  LA   CRISIS   DE   ESPAÑA. 

Nó,  no  somos  nosotros  del  número  de  estas  gentes ;  nó ,  no  su- 
ponemos en  el  Sr.  Conde  de  Reus  el  propósito,  interesado  al  pare- 
cer, y  que  seria  realmente  suicida,  de  prolong-ar  sistemáticamente 
esta  interinidad  funesta  y  asfixiante  ,  de  la  cual  todos  queremos 
salir  y  ala  que  todos  volvemos  empujados  por  no  sabemos  qué  triste 
fatalidad;  pero  sin  pertenecer  al  número  de  estas  personas,  pero  ha- 
ciendo nosotros  plena  justicia  al  noble  y  honrado  patriotismo  del 
Sr.  Conde  de  Reus,  daremos  por  terminado  este  somero  estudio  de 
la  situación,  escrito  al  correr  de  la  pluma,  con  una  observación 
que  tenemos  por  fundamental,  y  entregamos  á  sus  solitarias  medi- 
taciones. 

El  Sr.  Marqués  de  los  Castillejos  ha  llegado  donde  soñaba  como 
término  de  su  vida  pública,  adonde  debía  de  llegar  según  sus 
amigos,  adonde  no  podia  soñar  haber  llegado  según  sus  enemi- 
gos; pero  debe  de  tener  en  cuenta  que  ahora  es  cuando  le  van  á 
juzgar  definitivamente  los  contemporáneos  y  la  historia.  ¿  Conso- 
lida el  Sr.  Conde  de  Reus  la  Revolución,  salva  la  libertad,  re- 
construye la  monarquía,  reconstruye  el  país,  presenta  á  su  ventura 
magníficos  horizontes?  Es  una  figura  gloriosa,  pasa  á  la  posteri- 
dad con  los  contornos  de  un  gran  hombre  de  Estado ,  de  esos  gran- 
des hombres  de  Estado  que  asisten  á  la  resurrección  de  un  pueblo 
ó  son  el  cimiento  de  su  libertad  y  de  su  grandeza;  y  mientras  viva 
ó  mientras  le  dure  el  vigor  íísico  será  el  eje  sobre  que  gire  la  po- 
lítica española. —¿No  lo  consigue,  fracasa  la  Revolución  en  sus 
manos,  se  pierde  la  libertad,  se  disuelve  el  país,  resulta  más  envi- 
lecido y  más  pobre,  más  envilecido  y  abyecto?  Pues  el  Sr.  Conde 
de  Reus,  qué  todo  lo  podia  y  ha  dado  estos  tristes  resultados, 
el  Conde  de  Reus  pasa  á  la  hitítoria  como  un  ambicioso  vulgar;  y 
aunque  haya  aduladores  que  le  digan ,  esos  miserables  parásitos 
que  roban  toda  su  savia  al  árbol  á  que  se  arriman ,  aunque  haya 
aduladores  que  le  digan:  si  hubieras  nacido  en  la  Edad  Media, 
hubieses  sido  fundador  de  dinastía  como  Carlo-Maguo;  si  hu- 
bieras nacido  en  la  antigüedad ,  habrías  sido  semi-dios  cantado 
por  Homero ,  vendrá  á  dejar  en  la  patria  historia  una  huella  más 
efímera  que  la  que  deja  la  piedra  en  el  agua  al  sepultarse  para 
siempre  en  las  profundidades  del  Océano.  No  lo  olvide  el  señor 
Conde  de  Reus:  los  hombres  muy  elogiados,  muy  adulados  en 
vida,  son  maldecidos  muchas  veces  cuando  mueren.  Enanos  que 
nos  parecían  gigantes  por  el  pedestal  de  su  posición,  son  enanos  al 


LA   CRISIS    DE    ESPAÑA.  121 

fin  cuando  ese  pedestal  se  desmorona  y  los  mide  el  nivel  vulgar 
y  común  de  una  tumba. 

Los  hombres  de  Estado  no  tienen  más  piedra  de  toque  que  el 
éxito.  César,  pasando  el  Rubicon  para  sufrir  la  suerte  de  sus  cóm- 
plices de  Pistoya,  habria  figurado  en  la  historia  de  Roma  como  un 
Catilina.  Con  toda  su  campana  de  Italia  y  con  toda  su  gloria  de  las 
Pirámides,  sin  el  éxito  del  18  Brumario,  Napoleón  seria  uno  de 
tantos  generales  de  la  República  francesa,  como  Moreau  ó  como 
Dumouriez.  Sin  la  fortuna  que  le  acompañó  el  2  de  Diciembre, 
Luis  Bonaparte  habria  quedado  en  la  historia  contemporánea  como 
el  calavera  de  Strasburgo  y  de  Boulogne;  y  asi  el  Conde  de  Beust, 
asistiendo  al  Austria  en  sus  infortunios  con  más  genio  que  Bismark 
á  la  Prusia  en  sus  grandezas,  no  dejará  para  la  posteridad  la  in- 
mortal y  espléndida  página  que  su  feliz  rival  el  creador  de  la  uni- 
dad germánica. 

C.  Navarro  y  Rodrigo. 


UNA  TEMPORADA  EN  EL  MAS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS. 


CAPITULO  XIX. 

LOS  JARDINES. 

Entonces  anochecía;  pero  apenas  pusimos  el  pié  dentro  de  la  ver- 
ja, cuando  un  diluvio  de  luz  inundó  todo  el  recinto,  presentán- 
dolo á  nuestros  ojos  como  un  sitio  verdaderamente  mág-ico. 

La  luz  venia  de  un  enorme  globo  de  vidrio  que  parecía  colocado 
en  el  cielo  por  su  elevación.  Este  globo ,  que  cuadraba  precisa- 
mente con  el  centro  de  la  ciudad,  estaba  sostenido  por  altísimas 
columnas,  que,  arrancando  de  los  arrabales  y  encorvándose  gra- 
ciosamente sobre  si  mismas,  remataban  en  un  grande  anillo,  en 
medio  del  cual  estaba  colocado  el  globo.  Las  columnas  eran  hue- 
cas, y  en  sus  bases  se  veian  pilas  de  mil  elementos  cada  una,  re- 
gadas con  ácido  nítrico  que,  actuando  sobre  el  zinc,  suministraban 
el  fluido  eléctrico  necesario  para  sostener  la  luz.  Los  conductores 
del  fluido  eran  alambres  muy  gruesos  que  subian  por  el  hueco  de 
las  columnas  para  penetrar  dentro  del  globo.  La  columna  más 
ancha  tenía  una  escalerilla  de  caracol,  por  la  cual  entraba  el  que 
había  de  tenerlo  limpio. 

Ahora  bien:  esta  luz  que  apareció  repentinamente,  no  sólo  ilu- 
minó los  jardines  y  sus  alrededores,  sino  que  iluminó  también  la 
ciudad. 

Aquella  luz  era  muy  viva,  irresistible  si  se  la  miraba. 

Aquella  luz  era  semejante  á  la  del  sol. 

Reinaba  un  fresco  agradable ,  y  las  calles  formadas  por  aquellos 


UNA    TEMPORADA,    ETC.  123 

frondosos  árboles  estaban  tan  perfectamente  enarenadas ,  que  se 
sentía  placer  al  pisarlas.  Cascadas,  fuentes,  juegos  sorprendentes 
de  agua  que,  al  caer,  producían  un  murmullo  delicioso;  flores  es- 
pléndidas que  exhalaban  perfumes  exquisitos,  y  que  engalanaban 
de  mil  modos  aquel  sitio  ;  lindos  parterres ,  amenos  bosquecillos , 
pabellones,  estatuas  y  glorietas,  todo,  todo  se  hallaba  allí  reunido 
para  llenar  de  asombro  á  los  pobres  habitantes  de  la  Tierra . 

En  efecto ,  muy  grande  era  la  diferencia  que  habia  entre  ésta  y 
aquel  mundo. 

Apenas  habíamos  podido  ver  muy  por  encima  todas  estas  mara- 
villas, cuando  una  música,  llena  de  sublime  melodía,  vino  á  au- 
mentar el  encanto  y  arrobamiento  en  que  nos  hallábamos  sumer- 
gidos. Al  mismo  tiempo  un  enjambre  de  criados  nos  sirvieron  un 
variado  y  delicadísimo  refresco  en  bandejas  de  oro  y  sobre  mesas 
preparadas  al  efecto. 

Acabado  el  refresco,  y  mientras  conversaban  los  reyes  con  los 
ancianos  y  los  altos  funcionarios  del  Estado,  nos  paseábamos  noso- 
tros y  nos  parábamos  de  cuando  en  cuando  para  gozar  de  los  fue- 
gos artificiales  que,  en  diversos  pantos  del  jardín,  presentaban  á 
nuestros  ojos  soles,  árboles,  cascadas  y  otros  mil  objetos  que  cau- 
tivaban nuestra  atención. 

M.  Leynoff  se  quedó  con  aquellos  personajes;  pero  yo  cogí  del 
manto  al  embajador,  que  ya  habia  ido  á  mudarse,  y  que  entraba 
entonces  en  el  jardín. 

— Venid, — le  dije. 

—Adonde? 

— A  este  bosquecillo  que  tenemos  enfrente > 

Cuando  llegamos ,  añadí : 

— Ahora  que  estamos  solos,  hablemos  de  vos. 

— Por  qué  me  encargabais,  Mendoza,  que  me  guardase  de  Nos- 
trendy  y  de  Nomatty? 

— Vais  á  saberlo. 

Y  entonces  le  conté  la  conversación  que  les  habia  oído  en  la 
quinta  de  Nomara. 

Escuchóme  con  atención,  y  luego  dijo: 

— Tranquilizaos,  Mendoza;  pues  lejos  de  incomodarme  lo  que 
acabáis  de  referir,  me  agrada  mucho. 

— Os  agrada  1  —  dije ;  —  no  alcanzo  la  razón. 

— Si  tal ,  sí  tal ,  si  reflexionáis  un  poco :  Nostrendy,  con  su  en- 


124  UNA    TEMPORADA 

cono  y  furor  hacia  mi ,  no  hace  más  que  exasperarse  y  ofrecerse  á 
los  ojos  de  Áneyda  despojado  de  aquella  dulzura  y  'galantería  que 
tanto  cautivan  á  una  niña  de  su  edad.  Y  no  sólo  se  despoja  de  es- 
tas cualidades;  sino  que,  irritado  por  su  mal  humor,  es  probable 
que  trate  á  su  prima  con  dureza.  Esto,  que  tanto  desvirtúa  á  Nos- 
trendy,  ya  comprendereis  que  me  realza  á  mi ,  por  escaso  que  sea 
mi  mérito.  No  pensáis  ahora  como  yo? 

— Ah ,  sí ,  tenéis  razón ;  no  habia  caido  en  ello ;  pero,  ¿y  las  ame- 
nazas de  Nomatty  no  deben  tenerse  en  cuenta? 

— Bah,  —  dijo  con  sumo  desden  el  embajador;  —  si  lo  que  in- 
tenta contra  mí  es  cara  á  cara,  me  importa  poco ;  y  si  es  á  trai- 
ción ,  ó  por  medio  de  alguna  intriga  tenebrosa ,  el  Eterno ,  en 
quien  confio  siempre,  me  salvará ;  no  tengáis  duda. 

— Admiro, — le  respondí, — pero  no  apruebo  vuestra  confianza. 
¿No  habéis  observado  que  ni  un  momento  os  perdieron  de  vista  esta 
noche  éi  y  sus  cuatro  compañeros? 

— Oh ,  Mendoza !  preguntadme  primero  si  he  reparado  en  ellos 
siquiera,  ni  en  ninguno  de  los  objetos  que  me  rodeaban.  Donde 
está  Aneyda ,  no  me  es  dado  mirar  más  que  á  ella ,  y,  absorto  en 
contemplarla ,  me  olvido  del  universo. 

— Perdonadme  si  no  pienso,  en  este  punto,  como  vos.  Yo  quiero 
observar  á  Nomatty,  cuyos  designios  me  inquietan  tanto  más, 
cuanto  que  no  he  podido  penetrarlos  todavía.  Y  no  creáis  qne  es 
esto  todo  por  vos,  nó;  porque  también  es  por  nosotros,  á  quien  sa- 
béis detesta  de  corazón. 

— Perderéis  el  tiempo,  Mendoza. 

— No  importa. 

—  Como  gustéis. 

Y  mudando  de  conversación ,  le  pregunté : 

— Quién  es  aquella  niña  que  estaba,  hace  poco ,  con  Aneyda ,  y 
que  fué  una  de  las  que  hemos  visto  en  la  quinta  de  Nomara? 

— La  señorita  Nassala? 

— No  sé  como  se  llama;  pero  debe  ser  esa  sin  duda.  Hela  allí. 

— La  misma, — me  dijo  el  embajador. — Esa  niña,  de  bellísimo 
carácter  por  cierto ,  íntima  de  Aneyda ,  y  muy  linda  además ,  es 
hija  del  señor  Esttrola,  uno  de  los  más  altos  personajes  de  Roma- 
lia,  que  queda  hablando  ahora  con  S.  M.  Ya  os  lo  enseñaré  á  la 
vuelta.  Su  esposa  es  intima  de  la  princesa  de  Toluma. 

— Gracias. 


EN  EL  MÁS  BELT.O  DE  LOS  PLANETAS         125 

— Pero,  por  qué  me  hacéis  esa  preg-unta?  Es  acaso  porque  os 
gusta  la  señorita  Nassala?  Diantre!  Mucho  lo  celebraria. 

— Nó,  nó, — le  respondí,  ruborizándome; — es  porque  esa  niña 
ha  estado  conmigo  muy  amable  en  la  quinta  de  Nomara,  pues 
tuvo  la  bondad  de  decir  que  le  habia  parecido  hermoso,  á  pesar  de 
mi  poca  talla.  Esto,  amigo,  para  una  persona  que  acaba  de  llegar 
á  un  mundo  desconocido ,  vale  mucho  é  inspira  una  confianza  que 
vale  todavía  mucho  más. 

— Pensáis  visitarla  ? 

— Pues  nó?  Mañana  iremos,  si  gustáis. 

— Corriente.  Sabéis  una  cosa,  Mendoza? 

—Qué? 

— Que  desearia  que  alguna  de  nuestras  ninas  os  gustase. 

—A  mi? 

—Si. 

—Y  por  qué? 

— Porque  de  ese  modo  estaria  yo  seguro  de  que  no  trataríais  de 
volver  á  la  Tierra. 

— Oh,  Nottely !  Con  eso  y  sin  eso,  es  muy  posible  que  no  piense 
en  ella  por  ahora. 

— De  veras?  Decis  eso  de  corazón? 

— Muy  de  corazón ,  amig*o.  Están  demasiado  recientes  los  peli- 
gros que  acabamos  de  pasar;  es  demasiado  bueno  vuestro  mundo, 
y  demasiado  afectuosa  la  acogida  que  nos  dispensáis,  para  que  nos 
acordemos  de  la  Tierra.   Además,  apenas  hemos  visto  á  Saturno. 

— Cierto;  pero  el  amor  á  la  patria  es  á  veces  tan  vehemente..  . 

— Oh!  Dejemos, — le  dije  interrumpiéndole  , — esta  conversación, 
porque  me  entristece. 

— Dejémosla  pues. 

Y  esto  diciendo,  nos  dirigimos  al  salón  del  baile.  Cuando  llega- 
mos, estaban  cantando,  porque  antes  del  baile  habia  también  con- 
cierto. 

Aqui,  lector  amigo,  me  encuentro  otra  vez  con  obstáculos  (la 
descripción  de  los  objetos)  con  que  ya  más  atrás  he  tropezado,  y 
que  son  cada  vez  más  difíciles  de  superar.  En  efecto,  ¿cómo  descri- 
bir lo  que  entonces  se  ofreció  á  mi  vista  ?  ¿  Cómo  hacerte  conocer 
las  sensaciones  que  experimenté  ?  Porque  en  Saturno ,  si  bien  al- 
gunos objetos  son  parecidos  á  los  nuestros ,  ¡la  mayor  parte  se  di- 
ferencian tanto!  i  Y  son,  además,  los  hombres  y  las  cosas  tan  supe- 


UNA    TEMPORADA 

riores  en  aquel  mundo !  Así  es  que  las  palabras  faltan ,  las  compa- 
raciones escasean ,  y  sólo  en  calificativos  tendría  que  agotar  la 
leng-ua  más  rica  de  la  Tierra. 

Lo  que  puedo  decirte  es  que  los  sentidos  apenas  podían  apreciar 
las  impresiones  que  ofrecían  en  aquel  local  la  combinada  acumu- 
lación de  luz,  los  perfumes,  la  armonía,  el  ornato,  los  matices  y 
el  artificio.  Lo  que  puedo  asegurarte  es  ,  que  sentí  vértigos  en  un 
principio ,  que  creía  soñar,  y  que  tomaba  por  ilusiones  de  mi  fan- 
tasía todo  lo  que  tenía  delante.  Y  no  era  extraño,  porque  mísero 
terrícola ,  no  podia  siquiera  presumir  que  existiese  una  cosa  seme- 
jante. Acostumbrado  á  los  salones  de  Europa,  ¿cómo  podia  figu- 
rarme que  los  de  Romalia  deslucirían  y  empeñecerian  aquellos? 

Por  eso,  lector,  si  quieres  tener  una  idea  de  lo  que  me  rodeaba, 
preciso  es  que  te  figures  realizados  todos  los  prodigios  de  las  Mil 
y  una  noches  ,  y  todas  las  maravillas  que  las  imaginaciones  calen- 
turientas del  Asia  han  creado  en  sus  sueños  más  lucidos,  á  excep- 
ción de  sus  absurdos  y  aberraciones. 

Saturno  deja  seguramente  muy  atrás  al  humilde  planeta  que 
habitamos,  y  triste  es  que  muchos  de  nuestros  compatriotas  miren 
á  éste  como  el  único  y  principal  objeto  de  la  solicitud  del  Criador. 

Pero  volvamos  al  salón. 

Allí  oí  cantar  con  voz  divina  una  música  también  divina ,  pues 
no  puedo  calificarla  de  otro  modo.  Escuchándola,  recordé  las  pro- 
ducciones de  Rossini ,  de  Donizetti  y  de  Bellini ,  que  últimamente 
había  aplaudido  en  la  Tierra ;  pero  ¡  con  dolor  lo  digo !  los  cantos 
de  la  Sonámbula ,  de  Poliwto  y  de  Omllermo  Tell  palidecían  al 
lado  de  los  que  en  aquel  momento  me  extasiaban :  me  parecían  en- 
tonces frios,  faltos  de  pasión,  pobres  de  sentimiento,  sin  grandeza, 
sin  inspiración  y  sin  vida.  Consolémonos,  sin  embargo,  los  terríco- 
las, porque  aquí  abajo  todo  es  relativo. 

Después  de  la  música  llegó  el  baile,  gracioso  y  grave ,  á  la  vez, 
expresivo  y  lleno  de  variedad.  Nottely  tuvo  por  pareja  dos  veces  á 
Aneyda:  hablaron  mucho,  con  animación,  y  entrambos  se  mostra- 
ban sumamente  satisfechos.  En  cambio,  las  princesas,  Nostrendy  y 
Noraaty  parecían  descontentos  y  con  semblantes  poco  halagüeños. 

Como  á  todo  sucede ,  aquella  noche ,  de  eterno  recuerdo  para 
mi ,  tuvo  su  fin,  y  nos  retiramos. 

Al  atravesar  una  de  las  antecámaras ,  me  detuvo  un  hombre, 
que  me  saludó  respetuosamente. 


EN   EL    MÁS   BELLO    DE    LOS   PLANETA^.  127 

— A  quién  buscáis? — le  pregunté. 

— Anadie,  señor;  estoy  en  mi  puesto. 

— No  os  comprendo. 

— Soy,  señor,  uno  de  los  guardias  destinados  por  S.  M.  á  vues- 
tro servicio. 

— x41i ,  si ;  y  el  otro  ? 

— Siguió  á  M.  Leynoff,  que,  como  sabéis,  se  retiró  hace  rato. 
Tenéis  algo  que  mandarme? 

— Venid  conmigo. 

Y  volviéndome  al  embajador  que  me  seguia,  le  dije: 

— Hasta  mañana  en  el  observatorio,  verdad? 

— Sin  falta ,  y  si  queréis ,  pasado  mañana  tendremos  un  dia  de 
caza.  Os  acomoda? 

— Con  vos,  todo  lo  que  queráis. 

— Gracias :  adiós ,  ¡pues. 

Cuando  sali  á  la  calle  amanecía. 

CAPITULO  XX. 

EL   OBSERVATORIO. 

El  observatorio  astronómico  de  Romalia  estaba  situado  según 
arte,  es  decir,  al  medio  dia,  y  en  un  paraje  desde  donde  se  regis- 
traba un  horizonte  que  parecía  no  tener  término.  La  construcción 
era  sencilla,  pero  elegante:  consistía  en  un  templo  alto,  rematado 
por  una  media  naranja,  encima  de  la  cual  habla  una  linterna.  Te- 
nia ocho  caras,  y  en  cada  una  de  ellas  habia  una  ventana :  en  es- 
tas, es  decir,  en  las  ventanas,  estaban  colocados  con  sus  correspon- 
dientes trípodes,  grandes  y  lujosos  telescopios  en  disposición  de 
poder  usarse.  Veíanse  también  sobre  las  mesas  y  escaparates,  glo- 
bos, planisferios,  maquinas  planetarias,  péndulos,  cronómetros, 
clepsidras  y  otros  instrumentos  astronómicos  dispuestos  con  tal  or- 
den y  simetría,  que  á  la  vez  que  agradaban  á  la  vista,  podían  co- 
gerse fácilmente, 

Estábamos  mirando  todo  esto  los  señores  Nolatto,  Nomara,  Ro- 
dulio,  Notey,  M.  Leynoff  y  yo,  cuando  entró  el  director.  Era  este 
un  anciano  venerable,  de  blanca  cabeza  y  de  dulce  y  simpática  fi- 
sonomía. Nos  saludó  afectuosamente.  Habiéndole  correspondido 
nosotros,  dijo  el  Sr.  Nolatto: 


128  '  UNA    TEMPORADA 

— Vaya,  señores,  que  el  cielo  nos  brinda  hoy  con  un  dia  sober- 
bio; ni  el  más  leve  celaje  empana  su  azul  purísimo:  aproveché- 
moslo, si  gustáis. 

Esto  diciendo,  dirigió  uno  de  los  telescopios  al  sol.  Luego  que  lo 
tuvo  fijo,  y  miró  algunos  momentos,  dijo  á  M.  Leynoff : 

— Mirad,  Leynoff,  y  decidme  qué  diferencia  halláis  entre  vues- 
tros telescopios  y  los  nuestros. 

Miró  M.  Leynoff,  y  dijo: 

— Ninguna;  el  mismo  disco,  las  mismas  manchas,  el  mismo  océa- 
no luminoso,  y  la  misma  atmósfera  se  ven  por  el  mió  que  por  éste. 

— Hola,  y  la  distancia?  ¿Olvidáis  que  si  suponemos  dividida  la 
que  hay  desde  la  Tierra  al  Sol,  en  diez  partes,  por  ejemplo,  deben 
mediar  ciento  entre  nosotros  y  aquel  astro?  Y  esto,  no  es  nada? 
Vaya,  confesad  que  os  cuesta  trabajo  el  dar  la  preferencia  á  nues- 
tros instrumentos,  y  no  oslo  tomaremos  á  mal. 

— Loco  que  soy, — dijo  sonriendo  M.  Leynoff; — mehabia  olvi- 
dado que  estábamos  en  Saturno  y  no  en  la  Tierra. 

— Ya  lo  creo — repuso  el  Sr.  Nolatto ; — y,  sino  dadme  acá  vues- 
tro telescopio  y  veré  yo. 

Se  lo  dio  M.  Leynoff,  lo  [colocó  el  Sr.  Nolatto  en  un  sitio  con- 
veniente, y  después  de  haber  mirado  un  corto  rato,  dijo: 

— Ved  vos  ahora. 

Miró  M.  Leynoff  y  se  quedó  estupefacto.  Luego  volviéndose  á  mí, 
anadió : 

— Mirad ,  Mendoza ,  mirad  y  asombraos. 

— Qué  tal? — decia  entre  tanto  el  Sr.  Nolatto. 

— Que  confieso, — contestó  M.  Leynoff, — la  superioridad  de  vues- 
tros instrumentos  sobre  los  nuestros. 

— Oh,  sí, — dije  yo  dejando  el  telescopio  y  dirigiéndome  áM.  Ley- 
noff;— no^hay  remedio  sino  confesarlo,  amigo,  pues  la  diferencia  es 
grande. 

En  efecto ,  visto  el  Sol  por  nuestro  telescopio ,  no  sólo  no  se  le 
percibían  manchas,  atmósfera,  ni  el  cuerpo  de  este  astro,  sino  que  su 
diámetro  quedaba  reducido  desde  allí  á  poco  más  de  cuatro  dedos. 

Después  de  nosotros  miraron  los  demás  señores ,  y  aunque  nada 
dijeron  por  finura ,  bien  conocimos  que  no  se  les  escapara  la  dife- 
rencia que  había  entre  sus  instrumentos  y  los  nuestros. 

— Oh,  cuánto  deseo  ver  la  Tierra  y  los  anillos  de  Saturno  por  ese 
precioso  anteojo, — dijo  M.  Leynoff. 


EN   EL    MÁS   BELLO    DE    LOS    PLANETAS.  129 

— Eso  de  noche,  amigo,  dijo  el  Sr.  Nolatto;  ya  lo  sabéis. 

— Cierto, — contestó  M.  Leynoff. 

— Queréis  que  hablemos  del  Sol? 

— Como  gustéis. 

— Qué  pensáis  de  él? 

— Lo  creo  un  cuerpo  opaco, — contestó  M.  Leynoff, — como  creo 
que  lo  son  todos  los  que  pueblan  el  espacio.  Es  cierto  que  no  hace 
mucho  lo  mirábamos  como  una  inmensa  hoguera ;  pero  las  inves- 
tigaciones de  nuestros  modernos  sabios  nos  han  hecho  conocer  que 
el  núcleo  del  astro  es  opaco,  que  este  núcleo  tiene  su  atmósfera,  y 
que  esta  atmósfera  está  cubierta  por  un  océano  luminoso  que  es  el 
que  le  da  ese  brillo  y  esplendor  que,  distinguiéndolo  de  los  plane- 
tas, lo  coloca  entre  las  estrellas. 

— Pero  si  el  Sol  es  un  cuerpo  opaco,  —  dijo  el  Sr.  Nottely,  que 
escuchaba  con  atención, — por  qué  posee  esa  atmósfera  luminosa? 
Quién  se  la  dá?  Por  qué  no  la  tienen  los  demás  planetas? 

— Es  verdad, — dijo  el  Sr.  Nomara ; — esa  misma  pregunta  iba  á 
hacer  yo. 

— Y  yo  también, — añadí  á  mi  vez. 

El  Sr^  Rodulio  estaba  muy  entretenido,  arrimado  á  una  venta- 
na, viendo  como  construían  una  casa  que  estaba  cerca  del  obser- 
vatorio. 

— A  eso  os  responderá  Ruttilo, — dijo  el  Sr.  Nolatto. 

— Oh,  señor,— dijo  el  anciano;  bien  sabéis  que  ambos  pensamos 
del  mismo  modo  respecto  de  ese  punto.  Además,  vos  sois  más  jo- 
ven que  yo,  y  os  producís  mejor;  respondedles,  pues,  os  lo  suplico. 

— Como  probablemente, — dijo  el  Sr.  Nolatto, — tocaremos  esta 
noche  algunos  puntos  de  astronomía,  bueno  será  que  preceda,  por 
via  de  exordio,  lo  que  voy  á  referir;  pues  además  de  creerlo  nece- 
sario para  el  asunto  que  nos  ocupa,  formará  la  base  de  las  coníer en- 
cías que  hayamos  de  tener  en  adelante. 

No  hay  vacío  en  la  naturaleza, — continuó  el  Sr.  Nolatto, — y  todo 
ese  espacio  infinito  que  compone  el  universo,  está  lleno  de  un  fluido 
sutilísimo  que,  llámenle  algunos  como  quisieren,  no  viene  á  ser 
para  mí  otra  cosa  que  la  electricidad ,  es  decir,  ese  fluido  prodi- 
gioso que,  á  pesar  de  verlo  y  desarrollarlo  en  nuestras  máquinas, 
todavía  no  hemos  podido  comprender  por  lo  sorprendente  de  sus 
fuegos,  por  lo  complicado  de  sus  modificaciones,  y  por  lo  misterioso 
de  su  esencia.  Y  como  en  este  fluido,  alma  para  mi  del  universo, 

TOMO  XV.  9 


130  UNA    TEMPORADA 

circulan  y  se  mueven  todos  los  cuerpos  que  pueblan  el  espacio,  de 
ahi  el  que  á  impulso  de  su  movimiento  de  rotación,  se  carguen  y 
circunden  de  él,  presentándonos  ese  aspecto  luminoso. 

— Pero  entonces, — dijo  el  Sr.  Nottely — también  debieran  pre- 
sentarlo los  planetas  y  aun  los  satélites,  puesto  que  todos  tienen  un 
movimiento  de  rotación. 

— Y  lo  presentan, — contestó  el  Sr.  Nolatto; — pero  tan  débil  é 
insignificante,  que  no  se  percibe,  ó,  por  mejor  decir,  se  desvanece 
ante  el  infinitamente  superior  que  tiene  el  Sol,  como  se  desvanece 
el  brillo  de  la  Luna  ante  el  brillo  de  aquel  astro;  asi  es,  que  si  los 
planetas  y  satélites  no  la  tuviesen  prestada  ,  jamas  los  podriamos 
ver  por  su  luz  propia. 

— ¿Y  por  qué  es  tan  débil  el  brillo  de  estos  cuerpos, — dijo  el  se- 
ñor Nomara, — y  no  lo  es  el  de  las  estrellas? 

— Por  los  volúmenes,  principe ,  — respondió  el  Sr.  Nolatto. — 
¿Queréis  comparar  con  el  de  los  planetas,  la  fuerza ,  el  poder  y  es- 
pantosa rapidez  que  en  su  movimiento  de  rotación  debe  tener  un 
cuerpo  como  el  Sol,  cuyo  diámetro,  para  ser  cubierto,  necesitaria 
ciento  doce  mundos  como  el  de  la  Tierra,  y  para  llenar  cuyo  volu- 
men serian  precisos  millón  y  medio  de  estos  mismos  mundos?  Im- 
posible. Pues  bien,  de  la  diferencia  de  los  volúmenes  pende  la  ma- 
yor ó  menor  cantidad  de  fluido  eléctrico  robado  al  espacio,  siendo 
tan  pequeña  la  de  los  planetas,  que  apenas  se  la  percibe,  mientras 
que  la  de  las  estrellas  se  difunde  á  distancias  incalculables. 

Ahora  bien ;  esto  era  lo  que  yo  creia  y  creíamos  todos  en  Satur- 
no ;  pero  ante  los  hechos,  es  decir,  ante  la  relación  que  nos  hizo 
M.  Leynoff,  de  la  cual  hablé  ya  al  Sr.  Rattilo,  deben  callar  las 
teorías ;  y  si  ni  uno  ni  otro  hemos  variado  por  completo  de  nuestras 
ideas,  admitimos,  sin  embargo,  que  á  la  luz  que  sacan  del  espacio 
las  estrellas,  puede  añadírsela  que  les  mandan  sus  planetas  respec- 
tivos. La  teoria  de  M.  Leynoff,  confirmada  por  los  hechos,  debe  res- 
petarse. 

— Oh,  si,  efectivamente, — dijo  el  Sr.  Ruttilo; — y  en  Saturno,  al 
menos,  no  la  conociamos. 

— Verdad  es, — dijo  M.  Leynoff  con  su  modestia  acostumbrada, 
— que  no  tengo  motivo  para  dudar  de  una  teoria  que  han  confir- 
mado los  hechos ;  pero  fuera  de  esto ,  abundo  en  las  mismas  ideas 
que  vosotros,  respecto  á  que  el  espacio  está  lleno  de  ese  fluido,  que 
es  para  mi  también  el  alma  del  universo. 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         131 

— Y  para  mí,  querido  Leynoff, — dijo  el  Sr.  Nottely. 

— Y  para  mi, — añadió  el  Sr.  Nomara. 

— Una  pregunta  quisiera  haceros, — dije  al  Sr.  Nolatto. 

— Las  que  gustéis,  caballero, — respondió  éste. 

— Digo  que  si  del  océano  luminoso  que  rodea  al  Sol,  emana,  no 
sólo  la  luz  que  reciben  los  planetas,  sino  la  que  posee  el  astro  mis- 
mo, el  dia  en  él  debe  ser  eterno. 

— Asi  parece  que  debemos  suponerlo, — dijo  el  Sr.  Nolatto, — pues 
teniendo  una  luz  propia,  y  rodeándolo  ésta  por  todas  partes,  es  im- 
posible que  haya  noches. 

— Si  se  trata  de  que  sean  tan  oscuras  y  regulares  como  las  nues- 
tras,—  dijo  el  Sr.  Ruttilo, — no  hay  inconveniente  en  admitirlo; 
pero  noches  parecidas  á  crepúsculos,  ó  algo  más  claras  todavía,  es 
forzoso  que  las  haya,  Sr.  Mendoza. 

— ¿Cómo  puede  ser  eso, — dije  yo, — si  el  Sol  no  recibe  luz  de 
ningún  cuerpo? 

— Es  cierto, — contestó  Ruttilo. 

— Quién,  pues,  ha  de  quitársela  para  que  haya  noche? — insistí 
bastante  satisfecho  de  mi  pregunta. 

— Las  manchas,  caballero, — me  contestó  Ruttilo. — ¿Os  olvidáis 
de  que  el  Sol  las  tiene  casi  siempre  en  diferentes  puntos  de  su 
disco? 

— Ah,  es  verdad,  no  me  acordaba;  tened  la  bondad  de  con- 
tinuar. 

— Nó, — dijo  á  este  punto  el  Sr.  Nolatto; — dejémoslo,  pues  ya  es 
tarde. 

Y  volviéndose  á  los  demás,  anadió: 

— Señores,  á  las  tres  en  punto  aquí,  pues  la  noche  que  se  prepara 
promete  ser  tan  hermosa  como  el  dia:  ¿no  queréis  que  la  aprove- 
chemos? 

— Pues  nó!  Seguro  es  que  no  faltaremos. — respondimos  todos. 

Cuando  estuvimos  en  la  calle,  sacó  Nottely  su  reloj,  y  dijo: 

— Aún  tenemos  media  hora:  ¿queréis,  Mendoza,  que  la  aprove- 
chemos haciendo  una  visita  al  Príncipe  de  Nocuara?  No  está  lejos 
de  aquí  su  casa,  y  nos  la  estimará. 

— Con  mucho  gusto, — le  respondí. 


132  UNA    TEMPORADA 

CAPITULO  XXI. 

VISITA  AL   PRÍNCIPE    DE    NOCUARA. 

Hallamos  á  éste  en  una  suntuosa  estancia,  vestido,  y  medio  re- 
costado en  un  sofá.  Su  trage  y  sus  maneras,  aunque  distinguidos, 
distaban  mucho  de  la  finura  y  delicadeza  que  tenian  los  Romalia- 
nos.  Habia  en  este  joven  mucho  valor,  sin  duda,  y  cierta  ruda 
franqueza  que  no  le  sentaba  mal;  pero  su  persona  hacia  un  con- 
traste demasiado  vivo,  sobre  todo  con  el  embajador. 

El  Principe  tenia  pendiente  de  su  cuello  el  brazo  enfermo.  Al 
vernos,  se  levantó  y  tendió  la  mano  al  embajador. 

— Os  esperaba, — dijo. 

— Este  amigo  podrá  deciros  cuan  imposible  me  ha  sido  veros 
hasta  ahora;  pero.... 

El  Príncipe  se  habia  sorprendido  tanto,  supongo  que  con  mi 
figura,  y  me  miraba  con  tal  atención,  que,  en  lugar  de  responder 
al  embajador,  le  dijo  sin  apartar  de  mí  los  ojos: 

—¿Es,  acaso,  este  caballero  uno  de  esos  extranjeros  que  han 
llegado  á  Saturno,  y  que  son  habitantes  de  uno  de  los  planetas 
que  están  más  acá  del  Sol? 

— Si,  Príncipe,  y  aunque  esté  él  delante,  no  puedo  menos  de 
deciros  que  es  muy  digno  de  vuestra  estimación  y  de  la  nuestra. 
Pronto  lo  echareis  de  ver  si  le  tratáis. 

— No  lo  dudo,  Nottely,  y  por  lo  mismo  siento  que  mi  corta  es- 
tancia en  Romalia  no  me  permita  ahora  ese  placer.  Entre  tanto, 
— añadió  dirigiéndose  á  mí, — podéis  considerarme  como  uno  de 
vuestros  amigos;  ad virtiéndoos  que,  si  os  diese  gana  de  ver  la  No- 
cuara,  tendría  sumo  gusto  en  recibiros.  Os  hablo  así,  caballero,  por 
la  gran  consideración  en  que  os  tengo,  y  creed  que  nunca  digo 
más  que  lo  que  siento. 

— Lo  creo,  señor,  y  tanto  mi  compañero  como  yo,  agradecemos 
vuestras  atenciones.  Aquí,  y  en  todas  partes,  nos  tenéis  á  vuestra 
disposición. 

— Gracias. 

Y  volviéndose  al  embajador,  añadió: 

— Sabéis  que  me  voy  mañana? 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         133 

— Cómo!  enfermo  y  todo  os  marcháis,  Principe?  Me  í?orprende  eso. 

— No  lo  extraño;  pero  cesará  vuestra  sorpresa  cuando  sepáis  que 
no  es  mi  voluntad,  sino  la  de  otro,  la  que  me  obliga  á  dejar  á  Ro- 
malia. 

— Y  será  una  indiscreción  preguntaros  la  de  quién? — dijo  son- 
riendo el  embajador. 

— La  de  mi  rey, — respondió  el  Principe. 

— Oh,  oh, — dijo  el  embajador  mirando  á  éste: — ¿sabéis,  Prin- 
cipe, que  casi  adivino  el  motivo? 

— Muy  listo  seréis  entonces:  á  ver? 

--No  sin  una  condición. 

—Cuál? 

— Que  no  me  lo  neguéis  si  acierto. 

— Concedido;  decid. 

— Me  engañáis? — preguntó  sonriendo  el  Sr.  Nottely. 

— Palabra  de  honor. 

— Entonces  os  diré,  Principe,  que,  si  marcháis  con  esa  precipi- 
tación, es  por  algún  socorro  que  pide  al  vuestro  el  Soberano  de 
Catilia. 

— Diantre! — dijo  el  Principe  sorprendido; — muy  largo  de  vista 
sois,  querido;  habéis  acertado. 

Nottely  bajó  la  cabeza  y  se  quedó  pensativo. 

— Parece  que  os  afecta  la  noticia, — dijo  el  Principe; — y  si  he  de 
juzgar  por  vuestro  aspecto,  de  un  modo  nada  agradable,  por  cierto. 

— No  lo  niego, — respondió  Nottely. 

— Lo  que  quiere  decir, — añadió  sonriendo  y  animándose  el  Prin 
cipe  de  Nocuara, — que  no  será  sólo  en  los  torneos  donde  tengamos 
el  gusto  de  encontrarnos. 

— Puede  ser,  puede  ser, —  dijo  siempre  pensativo  el  embajador, 
— pero  en  todo  caso,  Principe,  bien  sabéis  que  no  os  negaré  la  re- 
vancha. 

— Oh,  no  lo  dudo,  como  no  debéis  dudar  vos  que  la  tomaré  con 
ansia,  pues  aunque  os  he  cobrado  cariño,  tengo  aqui  (y  señalaba 
la  garganta)  atravesada  mi  derrota,  y,  vive  Dios,  que  no  puedo, 
por  más  que  hago,  digerirla.  Qué  queréis?  Una  vez  he  sido  venci- 
do, y  esta  mancha  que  habéis  echado  sobre  mi,  sólo  puede  lavarla 
vuestra  sangre.  Con  que 

— Ya  os  desquitaréis,  ya  os  desquitaréis, — dijo  interrumpiéndole 
el  embajador. — ¿Pensáis  ver  al  rey  antes  de  marchar? 


134  UNA    TEMPORADA. 

— Esta  misma  tarde. 

— Entonces,  Príncipe,  me  despido  de  vos,  y  no  os  digo  más  que 
una  cosa. 

—  Cuál? — dijo  el  Príncipe  dándole  la  mano,  que  Nottely  estre- 
chó entre  las  suyas. 

— Que  en  todo,  por  todo  ypara  todo,  me  tenéis  á  vuestras  órdenes. 
— No  esperaba  menos  de  vos.  Hasta  la  vista. 
— Hasta  la  vista. 

CAPITULO   XXII. 

CONTINUACIÓN   DE    LA    CONVERSACIÓN   ASTRONÓMICA. 

A  las  tres  volvimos  al  observatorio  donde  estaban  ya  mirando  á 
la  Tierra  los  Sres.  Ruttilo  y  Nolatto. 

— Ahí  la  tenéis, — dijo  este,  tan  pronto  como  nos  vio. 

Miró  M.  Leynoff  nuestro  planeta ,  y  al  dejarme  su  puesto  me 
dijo  con  cierta  solemnidad  : 

—  Ab,  Mendoza,  observad  ese  punto  casi  imperceptible  que  se 
ve  allá  en  las  profundidades  del  cielo,  ese  asilo  del  orgullo  y  de  la 
ignorancia  donde  nosotros  hemos  nacido,  y  donde  la  mayor  parte 
(la  mayor  parte,  señores,  lo  decimos  con  dolor)  de  nuestros  compa- 
triotas consideran  como  imposible  que  la  Tierra  sea  una  estrella, 
es  decir,  que  tenga  el  aspecto  de  tal,  mirada  desde  otro  globo. 

—  ¡Cómo, — dijo  con  viveza  el  Sr.  Nolatto,  —  no  creen  que  la 
Tierra  sea  una  estrella  I  Estáis  loco  por  fuerza,  querido  Leynoff. 

— Oh,  no  lo  estoy,  por  más  que  me  cueste  confesarlo, — contestó 
éste,  —  pues  prescindiendo  de  un  corto  número  de  hombres  que 
piensan  como  nosotros ,  todos  los  demás ,  no  sólo  no  creen  que  la 
Tierra  sea  una  estrella ,  sino  que  si  se  les  digese  que  esta  estrella 
está  colocada  en  la  via  láctea ,  nos  tendrían  por  unos  visionarios. 
Estamos  muy  atrasados ,  querido  amigo ,  y  desde  que  llegamos  á 
Saturno,  lo  conocemos  más  aún. 

— Pues  aquí,  querido, — dijo  el  Sr.  Nolatto, — hasta  los  niños  sa- 
ben que  Saturno  es  una  estrella ,  si  bien  esta  creencia  va  acom- 
pañada de  cierto  orgullo,  porque  saben  al  mismo  tiempo  que,  á  lo 
menos  entre  los  planetas,  el  más  hermoso  de  todos  es  el  nuestro. 

— Y  tanto  como  lo  es, — dijo  M.  Leynoff, — por  eso  lo  hemos  ele- 
gido para  nuestras  investigaciones.  Y  á  propósito  de  investigacio- 


EN   EL    MÁS   BELLO    DE    LOS   PLANETAS.  135 

nes,  ¿podremos  hablar  cou  franqueza,  es  decir,  podremos  comuni- 
carnos cuanto  se  nos  ocurra,  como  es  justo  que  lo  hagan  los  que 
desean  instruirse? 

—  Pues  nó, — dijo  el  Sr.  Nolatto, — todo  lo  que  gustéis,  querido, 
— Vuestra  pregunta  nos  hace  ver, — añadió  el  Sr.  Ruttiio, — que 

ignoráis  aún  que  en  Romalia  hay  amplia  tolerancia  para  todas  las 
opiniones,  de  las  cuales  podéis  hablar  en  cualquiera  parte  y  á  cual- 
quiera hora,  sin  que  nadie  lo  extrañe,  ni  os  diga  la  menor  palabra, 
con  tal  que  no  toquéis,  se  entiende,  el  orden  y  el  gobierno  estable- 
cidos. Y  si  en  medio  de  una  plaza  podéis  hablar  lo  que  se  os  an- 
toje, qué  no  podréis  decir  en  el  seno  de  la  amistad? 

— En  hora  buena, — dijo  M.  Leynoff, — y  principiando  á  usar  de 
esa  hermosa  tolerancia,  deseo  saber  una  cosa. 

— Qué  cosa? — preguntó  el  Sr.  Nolatto. 

— Lo  que  pensáis  del  universo. 

Hubo  un  momento  de  silencio ,  durante  el  cual  todos  nos  pre- 
paramos, el  Sr.  Nolatto  para  hablar,  y  nosotros  para  escucharle. 
Por  fin,  dijo  el  Sr.  Nolatto  : 

—Por  universo,  querido  Leynoff,  entendemos  nosotros  todo  lo 
creado,  es  decir,  el  espacio,  los  mundos  que  le  pueblan,  y  los  sé- 
res  que  pueblan  estos  mundos.  Lo  consideramos  como  un  ser  de 
desmesurada  grandeza,  que  al  mismo  tiempo  que  vive,  contribuye 
á  que  vivan  los  mundos  que  lo  componen,  como  éstos  á  su  vez  con- 
tribuyen á  que  vivan  los  seres  que  los  habitan.  Unos  y  otros,  es 
decir,  los  mundos  y  sus  habitantes,  contribuyen  con  su  vida  par- 
ticular á  sostener  la  vida  general  de  aquel  gran  ser,  ó  lo  que  es 
igual,  del  universo.  Y  de  este  ser,  ó  por  mejor  decir,  de  este  todo, 
grande,  inconcebible  y  fabulosamente  enorme,  del  cual  Saturno  y 
la  Tierra  no  son  más  que  átomos  imperceptibles,  de  este  todo ,  re- 
pito, no  vemos  más  que  una  pequeña  parte,  aquella  parte  que 
puede  percibirse  desde  nuestra  nebulosa  (via  láctea),  en  medio  de 
la  cual  está  colocado  nuestro  sol,  y  con  él,  nuestro  sistema  plane- 
tario. El  resto  del  universo  se  esconde  en  remotisimas  regiones  á 
nuestra  vista ,  y  aun  á  nuestra  inteligencia ,  como  se  esconde  al 
través  de  él,  nuestro  misterioso  Criador. 

—  Entonces,  si  consideráis  al  universo  como  un  ser, — dijo 
M.  Leynoff, — esteser  debeperecerun  dia,  como  perece  todolocreado. 

— Si  y  nó, — dijo  con  sorpresa  nuestra  el  Sr.  Nolatto: — voy  á  ex- 
plicarme : 


136  UNA    TEMPORADA 

Al  contemplar  con  atención  profunda  el  marcado  empeño  que 
tuvo  el  Omnipotente  en  poner  como  'bases  principales  de  la  vida 
al  circulo  y  á  la  esfera ;  al  ver  que  por  la  esfera  y  por  el  círculo 
vive,  no  sólo  el  universo,  sino  los  mundos  que  lo  componen,  y  los 
seres  que  pueblan  estos  mundos,  he  creido,  llevado  en  alas  de  la 
inducción  y  de  la  analogía ,  únicas  que,  en  mi  concepto ,  deben 
guiarnos  en  las  cosas  que  no  pueden  apreciar  nuestros  sentidos,  he 
creido,  repito,  que  era  razonable,  que  era  lógico  considerar  al  todo 
que  llamamos  universo  como  un  cuerpo  enormísimo,  sin  duda, 
pero  esférico. 

—  Y  más  allá  de  esa  esfera  qué  hay? —  dijo  al  punto  el  emba- 
jador. 

— Y  quién  hizo  á  Dios? — preguntó  con  viveza  el  Sr.  Nolatto. 

— Oh,  á  eso  es  imposible  contestar, — dijo  bajando  la  cabeza  el 
embajador. 

— Pues  entonces, —  dijo  el  Sr.  Nolatto, — parémonos  én  alguna 
parte,  si  de  algún  modo  hemos  de  entendernos ,  pues  demasiado 
sabemos  todos  que,  de  no  hacerlo  así,  caeremos  en  el  caos  sin  re- 
medio. 

— Tenéis  razón, — dijo  el  Sr.  Nomara, — proseguid. 

— Siendo  pues  el  universo  una  esfera, — continuo  el  Sr.  Nolatto, 
—  dónde  tiene  su  principio?  dónde  su  fin?  En  ninguna  parte,  es 
indudable.  Puede,  sí,  la  inteligencia  fijar  un  punto  en  esta  esfera, 
y  partiendo  de  él,  decir  :  hé  aquí  el  principio;  y  volviendo  á  él, 
después  de  haberla  recorrido  toda ,  añadir  :  hé  aquí  el  fin.  Pero 
aun  cuando  esto  sea  posible ,  y  se  conciba  si  se  quiere  fácilmente, 
¿será  aquel  el  verdadero  principio  y  el  verdadero  fin  de  aquella  es- 
fera? Sólo  Dios  puede  saberlo.  Y  no  pudiendo  hallar  ni  el  princi- 
pio ni  el  fin  de  tal  esfera,  porque  no  está  en  el  poder  humano  con- 
seguirlo, ¿no  viene  ella  á  darnos  una  idea  de  lo  infinito,  y  aun  de 
la  eternidad  misma,  puesto  que  no  tiene  esta  principio  ni  fin  como 
la  esfera? 

— Pero  mi  pregunta  queda  en  pié,  —  dijo  M.  Leynoff,  —  pues, 
siendo  esa  esfera  creada,  ó  un  ser,  como  vos  decís,  debe  perecer  un 
dia,  puesto  que  nada  hay  eterno  más  que  Dios. 

—  Y  qué  importa  eso  para  el  hombre? — dijo  el  Sr.  Noiatto, — 
nada,  toda  vez  que  para  él  siempre  será  infinita,  siempre  eterna, 
como  voy  desde  luego  á  demostrarlo. 

Si  la  vida  y  su  duración  han  de  estar  en  armonía  con  la  mag- 


EN  KL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         137 

nitud  é  importancia  de  los  seres,  la  duración  del  universo  no  puede 
en  modo  alg'uno  calcularse,  puesto  que  el  número  de  sus  años 
debe  perderse  en  lo  infinito ,  como  se  pierden  el  tiempo  y  el  espa- 
cio. Y  preciso  es  que  sea  así,  toda  vez  que  nacen  y  mueren  las  es- 
trellas, sin  que  el  universo  se  resienta  en  lo  más  minimo,  ni  de  su 
aparición  ni  de  su  falta.  Y  si  á  esta  ley  universal  están  sujetos 
cuerpos  tan  importantes  como  las  estrellas ,  que  son  otros  tantos 
sobs  iguales  y  aun  mayores  que  el  que  preside  nuestro  sistema 
planetario,  ¿con  cuánto  más  motivo  no  lo  estarán  unos  mundos  tan 
pequeños  é  insig-nificantes  como  los  nuestros?  Y  siendo  probable  ó 
por  mejor  decir  lo  cierto,  que  Saturno  y  la  Tierra  desaparezcan  del 
espacio  en  menos  tiempo  que  un  relámpago,  atendida  la  duración 
del  universo,  ¿no  queda  éste  para  el  hombre  siempre  infinito,  siem- 
pre eterno?  ¿Qué  hombre,  puesto  que  no  lo  ha  visto,  dirá  que  el 
universo  tuvo  principio?  ¿Qué  hombre,  puesto  que  no  lo  ha  de  ver, 
dirá  que  el  universo  tendrá  fin?  Lo  supondrá,  lo  sospechará,  ¿pero 
será  por  eso  una  verdad?  Para  el  hombre,  pues,  siempre  queda  el 
universo  infinito  y  eterno,  aunque  éste  á  su  vez  perezca  un  dia. 

—Me  convencéis,  amigo, — dijo  M.  Leynoíf,— y  veo  que  la 
duración  del  universo  no  está  en  relación  con  nuestros  sentidos, 
como  no  lo  está  el  espacio ,  como  no  lo  está  lo  infinito ,  como  no  lo 
está  lo  eterno ,  y  como  no  lo  está  Dios,  ni  su  existencia  misteriosa. 
Todos  estos  problemas  quedarán  sin  resolver  en  nuestros  mundos, 
y  en  vano  sus  habitantes  se  afanarán  por  comprenderlos. 

— Los  de  Saturno  y  de  la  Tierra, — dijo  el  Sr.  Nolatto, — puede 
ser;  pero  los  pobladores  de  otros  mundos.... 

— Cómo! — dijo  interrumpiéndole  M.  Leynof; — ¿comprenderán 
los  pobladores  de  otros  mundos  unos  problemas  tan  difíciles ,  por 
muy  superiores  que  sean  á  nosotros? 

— Para  mí  sí, — dijo  el  Sr.  Nolatto; — porque  en  el  universo, 
querido  Leynoff,  hay  una  progresión  tan  estupenda  desde  el  mundo 
visible ,  es  decir ,  desde  el  mundo  que  sólo  podemos  apreciar  por 
el  microscopio,  hasta  los  mundos  superiores,  es'decir,  hasta  aque 
líos  mundos  que  ocupan  el  centro,  ó  parte  más  esencial  del  uni- 
verso ,  que  las  naturalezas  de  los  seres  que  los  habitan ,  en  el  su- 
puesto que  sigan  la  progresión  de  aquellos  mundos ,  deben  ser  tan 
grandemente  poderosas,  que,  no  sólo  tendrán  una  inteligencia  su- 
perior á  la  nuestra ,  sino  que  resolverán  los  problemas  que  habéis 
dicho. 


138  UNA    TEMPORADA 

— Y  dónde  están  esos  habitantes  y  esos  mundos?— dijo  entonces 
el  Sr.  Nomara? 

— A  eso  os  responderá  Ruttilo, — dijo  el  Sr.  Nolatto. 

Y  volviéndose  al  anciano,  añadió: 

— Vamos,  querido  Ruttilo,  modestia  á  un  lado :  y  decid  á  estos 
señores  lo  que  pensáis  respecto  de  esos  mundos  y  de  esos  seres  que 
nuestros  cerebros  no  pueden  comprender ,  ni  los  telescopios  alcan- 
zan á  enseñarnos. 

— El  universo, — dijo  entonces  el  Sr.  Ruttilo,  es  efectivamente 
un  todo ,  un  ser  que  vive  por  si ,  como  ha  dicho  el  Sr.  Nolatto. 

Este  ser,  como  todos  los  cuerpos  organizados,  debe  tener  un 
centro ,  que ,  si  bien  no  percibimos  por  la  enorme  distancia  á  que 
se  halla  de  nosotros ,  existe  indudablemente ,  toda  vez  que  si  asi 
no  fuese ,  ni  habria  vida ,  ni  unidad ,  ni  el  orden  admirable  que  en 
él  reina.  Y  aunque  de  este  ser,  es  decir,  del  universo,  no  vemos 
más  que  una  parte  pequeñísima ,  por  lo  que  de  ella  sabemos  ya 
podemos  inferir  lo  que  pasa  en  las  demás. 

Ahora  bien ;  los  satélites  giran  alrededor  de  sus  planetas,  y  estos 
y  aquellos  alrededor  de  sus  soles ,  es  decir ,  de  sus  centros  respec- 
tivos. Estos  soles  giran  alrededor  de  otros  soles  mayores  que  ellos.... 
Y  á  propósito  de  los  soles ;  que  el  nuestro  tiene  su  movimiento  de 
rotación ,  ya  lo  sabemos ;  pero  el  de  proyección  que ,  aunque  sos- 
pechado por  los  astrónomos ,  no  está  demostrado  todavía ,  lo  prue- 
ban, en  mi  concepto ,  los  elipses  y  no  los  círculos ,  que  alrededor 
de  él  describen  los  planetas ,  y  arrastrados  por  estos ,  los  satélites. 

— Cómo  asi? — preguntó  M.  Leynoff. 

— Si, —  repuso  sonriendo  el  noble  anciano;  —porque  si  el  Sol 
estuviese  quieto,  es  decir,  ea  un  mismo  punto,  aun  cuando  girase 
sobre  si  mismo ,  las  órbitas  de  los  planetas  serian  perfectamente 
circulares,  porque  ejerciendo  la  atracción  en  todas  direcciones, 
no  podrían  aquellos  acercarse  ni  apartarse  de  su  centro ,  pero  como 
además  de  su  movimiento  de  rotación ,  tiene  el  Sol  el  de  proyección 
por  medio  del  cual  camina  constantemente,  deahi  el  que  cuando  los 
planetas  lleguen  á  sus  perihelios,  se  hallen  más  cercanos  á  este  astro 
que  cuando  lo  están  en  sus  afelios.  Y  cuál  es  la  causa?  Lo  que  an- 
duvo el  Sol  hacia  adelante,  mientras  los  planetas  caminaban  hacia 
atrás.  Y  sucedería  lo  mismo  si  el  Sol  estuviese  quieto?  Creo  que  nó. 

— Perdonadme, — dije  entonces, — si  os  interrumpo;  pero  tengo 
una  duda  que  quisiera  me  resolvieseis. 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.  139 

— Exponedla, — dijo  con  amabilidad  el  Sr  Ruttilo. 

— Si  en  efecto  el  Sol  camina  constantemente ,  y  á  eso  se  debe  el 
que  los  planetas  se  le  acerquen  en  sus  perihelios,  al  segundo  ó 
tercero  de  éstos,  serian  atraídos  por  él,  y  agregados  á  su  sustan- 
cia. Porque  es  claro ,  que  si  en  el  primer  perihelio  se  le  acercan, 
por  ejemplo,  como  dos,  en  el  segundo  se  acercarán  como  uno,  y  en 
el  tercero,  como  ninguno. 

— Es  cierto, — repuso  el  Sr.  Ruttilo, —y  así  sucedería  infalible- 
mente sin  una  circunstancia  que  vos  olvidáis ,  señor  Mendoza. 

— Y  cuál  es? — pregunté  algo  cortado. 

— Que  el  Sol ,  al  marcbar  en  su  línea  de  proyección ,  ó  lo  que  es 
igual ,  por  su  órbita  desconocida ,  imprime  á  los  astros  que  de  él 
dependen  este  mismo  movimiento ,  como  os  lo  imprime  á  vos  el 
carruaje  que  os  conduce,  y  lo  imprime  un  buque  á  los  objetos  que 
lleva  dentro.  ¿Olvidáis  que  una  flecha  disparada  en  sentido  verti- 
cal, desde  el  palo  mayor  de  un  buque,  vuelve  á  caer  al  pié  de  este 
mismo  palo,  por  grande  que  sea  la  rapidez  que  el  buque  lleve?  No 
pueden,  pues,  los  planetas  unirse  jamás  al  Sol,  aun  cuando  se 
acerquen  á  él  en  sus  perihelios ,  por  la  sencilla  razón  de  que  si  él 
adelanta  siempre ,  también  adelantan  ellos ,  siendo  ésta  la  causa 
de  no  haber  conocido  hasta  ahora  su  movimiento  de  proyección, 
pues  arrastrándonos  consigo  en  su  carrera ,  lo  vemos  á  una  dis- 
tancia siempre  igual. 

— Tenéis  razón,  tenéis  razón,— dije  bastante  desconcertado; — 
y  dignaos  proseguir,  que  os  escuchamos  con  el  mayor  gusto. 

— Sí,  sí,  proseguid, — añadieron  todos. 

— Decía,  pues, — continuó  el  Sr.  Ruttilo, — que  si  los  satélites 
se  mueven  alrededor  de  los  planetas ,  éstos  se  mueven  alrededor 
de  sus  soles  respectivos :  estos  soles  giran  alrededor  de  otros  soles 
mayores  aún  que  ellos ,  y  estos  soles ,  mayores  que  los  otros ,  se 
mueven  alrededor  de  los  centros  de  sus  nebulosas.  Pero  estos  di- 
versos movimientos ,  aunque  asombrosos  por  los  volúmenes  enor- 
mes de  los  cuerpos  que  los  efectúan ,  y  por  las  órbitas  más  enormes 
todavía  que  describen  en  torno  de  sus  centros,  estos  movimientos, 
repito,  son  juegos  de  niños  comparados  con  los  que  las  mismas 
nebulosas  describen  en  órbitas ,  cuya  desmesurada  grandeza  no 
podemos  nosotros  apreciar,  alrededor  de  otra  nebulosa,  que,  aun- 
que fuera  ciertamente  de  nuestro  alcance,  es  forzoso  que  exista 
para  que  la  vida  del  mismo  universo  sea  ordenada.  Esta  nebulosa , 


140  UNA    TIÍMPOUADA 

pues,  es  la  principal,  un  verdadero  prodigio,  para  hablar  del 
cual  me  faltan  expresiones  convenientes ;  es ,  en  una  palabra ,  el 
sitio  donde  yo  creo  que  resida  la  morada  del  Altísimo ,  de  la  cual 
los  hombres  no  podemos  tener  cabal  idea.... 

— Pues  bien;  partiendo  de  lo  conocido  á  lo  desconocido,  pre- 
gunto ahora :  por  qué  se  mueve  un  satélite  alrededor  de  su  planeta? 
Porque  la  grandeza  é  importancia  de  este  son  mayores  que  la  de 
aquel.  ¿Por  qué  se  mueven  los  planetas  en  torno  de  sus  centros 
respectivos?  Porque  la  grandeza  é  importancia  de  éstos  son  mayores 
que  las  de  aquellos.  Pues  bien ;  si  conocéis  el  volumen  de  los  pla- 
netas ;  si  sabéis  el  que  tiene  el  Sol ;  ¿  cuál  será  el  de  los  centros  de 
estos  soles?  Cual  el  de  los  centros  que  tengan  las  nebulosas? 

Momento  de  silencio. 

— Prosigamos, — dijo  de  allí  á  un  rato  el  noble  anciano. — Ya  sabéis 
que  cuantas  estrellas  alcanzamos  con  la  vista  en  una  noche  oscura 
y  despejada,  exceptuando,  por  supuesto,  los  planetas,  no  son  más 
que  cuerpos  componentes  de  nuestra  nebulosa,  es  decir,  de  ese 
magnifico  bancal  de  estrellas  llamado  por  los  astrónomos  via  lác- 
tea. Sabéis  también  que  todas  esas  estrellas  son  otros  tantos  soles 
iguales  y  aun  mayores  que  el  que  preside  nuestro  sistema  plane- 
tario (tened  presente  el  volumen  de  éste ,  para  hacer  la  compara* 
cion  con  los  demás).  Por  inducción  y  analogía  debemos  inferir  que 
cada  uno  de  estos  soles  tenga  sus  planetas ,  satélites  y  cometas;  ya 
porque  los  tiene  también  el  nuestro;  ya  porque  poseyendo  luz 
propia ,  parece  natural  que  tengan  á  quien  comunicarla ;  y  ya  por- 
que, si  no  vemos  los  cuerpos  por  ellos  iluminados],  es  por  la  in- 
mensa distancia  á  que  se  hallan  colocados  de  nosotros.  Si  apenas 
distinguimos  las  estrellas,  ¿cómo  hemos  de  percibir  los  cuerpos  que 
giran  en  torno  suyo? 

Reconcentraos  ahora  en  vosotros  mismos,  y  reflexionad,  prime- 
ro: en  el  número  prodigioso  de  mundos  que  componen  nuestra 
nebulosa ;  segundo,  en  el  volumen  enorme  de  estos  mismos  mun- 
dos :  y  tercero ,  en  el  número  grande ,  infinito  é  inconcebible  de 
los  seres  que  deben  habitarlos.  ¿No  os  estremecéis,  no  os  anona- 
dais  ante  tanta  grandeza  y  magnificencia? 

Otro  momento  de  silencio. 

— Pues  bien, — continuó  el  Sr.  Ruttilo;  —  como  esta  nebulosa 
hay  muchas  en  el  universo.  Algunas  las  percibimos  á  la  simple 
vista ,  en  forma  de  una  nube  blanquísima ,  que  aquí  y  acullá  es- 


EN    EL    MÁS   BELLO    DE   LOS   PT,ANETAS.  141 

tan  diseminadas  por  ^  cielo ;  otras  las  percibimos  con  el  telescopio; 
y  el  resto  se  esconde  en  remotísimas  regiones  á  los  instrumentos 
ópticos  más  perfectos. 

¿Cual,  pues,  será  el  volumen,  cuál  la  estructura  y  maravillas 
de  los  soles  que  componen  la  nebulosa  central  del  universo,  si  por 
centro,  como  dejamos  ya  probado,  se  ha  de  entender  una  cosa  muy 
superior  á  todo  lo  que  g-ire  en  torno  suyo?... 

Y  si  los  seres  sig-uen ,  como  parece  probable , — continuó  el  señor 
Ruttilo , — la  progresión  de  sus  mundos ;  si  están  en  armonía  con 
la  vida  é  importancia  de  éstos;  ¿cuál  será  la  talla,  cuál  el  genio, 
cuál  el  poder  é  inteligencia  de  los  que  habiten  la  nebulosa  central 
del  universo?... 

Aquí,  señores ,  lo  confieso ;  el  hombre  se  abisma  y  confunde  com- 
parando tanta  grandeza  con  su  miseria  y  pequenez. 

Así  concluyó  el  Sr.  Ruttilo,  y  en  verdad  que  su  discurso  me 
preocupó  en  extremo. 

Cuando  estuvimos  solos  dije  á  M.  Leynoff: 

— Qué  pensáis  de  lo  que  acabamos  de  oír? 

— Pienso,  Mendoza,  que  los  Sres.  Nolatto  y  Ruttilo  son  hom- 
bres muy  notables,  particularmente  el  último;  pienso  que  lo  que 
han  dicho  es  ameno,  seductor,  y  sobre  todo,  profundo;  pero  ha- 
blándoos  con  la  franqueza  que  debe  haber  entre  nosotros ,  no  estoy 
enteramente  conforme  con  algunas  de  sus  ideas. 

— Con  cuáles? — pregunté  yo  con  viveza. 

— En  otra  ocasión  os  lo  diré. 

— Sí,  y  por  que  tengo  que  madrugar,  pues  supongo  no  habréis 
olvidado  que  mañana  estamos  de  caza  todo  el  dia.  Con  que  buenas 
noches. 


(Se  continuará,) 

Tirso  Agüimana  de  Vega. 


REVISTA  POLÍTICA, 


INTERIOR. 

Cuál  es  el  ideal  del  progreso?  Un  autor  contemporáneo  contesta  á  esta 
pregunta  diciendo ,  que  el  ideal  del  progreso  es  el  ríiáxímum  del  bienestar 
que  puede  conseguir  en  la  tierra  la  criatura  humana.  La  felicidad,  añade, 
es  un  sentimiento  vago,  producto  del  bien  que  el  hombre  realiza.  Este  sen- 
timiento puede  considerarsse  como  el  cuadrante  que  señala  en  nosotros  mis- 
mos los  grados  de  perfección  relativa  á  que  hemos  llegado.  No  hay  un  pro- 
greso, no  se  desarrolla  nuestro  ser,  no  verifica  una  conquista  sobre  la  tierra 
ó  sobre  el  espacio,  que  no  proporcione  un  bienestar  al  alma.  Las  enferme- 
dades, el  miedo,  la  ignorancia,  la  pobreza,  en  una  palabra,  todo  lo  que  es 
negativo  y  que  representa  una  imperfección  física  ó  moral ,  engendra  nece- 
sariamente un  sufrimiento.  El  bienestar,  los  goces,  la  dicha,  en  fin,  ape- 
nas existían  en  el  mundo ,  cuando  el  hombre  estaba  reducido  á  la  condición 
de  una  especie  de  jefe,  y  no  de  alta  graduación,  en  el  gran  ejército  de  los 
monos.  Hemos  llegado  á  ser  mucho  menos  desgraciados  de  dia  en  dia,  á 
medida  que  hemos  sido  menos  imperfectos. 

El  progreso  humano  es  el  objeto  á  que  se  dirigen,  y  cuya  realización  in- 
tentan al  menos  los  buenos  Gobiernos.  Cuando  en  un  pueblo  tiene  lugar  una 
revolución,  es  prueba  indudable  de  que  el  progreso,  es  decir,  el  bienestar 
social  no  podia  llevarse  á  cabo  dentro  de  las  formas  políticas  que  á  la  sazón 
imperaban.  Para  que  una  revolución  sea  un  hecho  que  la  moral  no  repruebe, 
y  que  justifique  la  historia,  es  necesario  que  esta  falta  de  armonía  la  haya 
producido,  y  que  de  la  revolución  tenga  origen ,  un  nuevo  orden  social  más 
perfecto  del  que  á  su  impulso  se  derrocara,  consiguiendo  la  mayor  suma  de 
bien  con  el  menos  mal  posible.  Por  eso  la  revolución  más  gloriosa  que  regis- 
tra la  historia  de  los  pueblos  modernos,  es  la  que  tuvo  lugar  en  1688  en 
Inglaterra,  que  ha  sido  la  menos  revolución  de  todas  las  revoluciones. 

Los  primeros  pasos  del  alzamiento  de  Setiembre,  sus  primeros  movimien- 


REVISTA   POLÍTICA   INTERIOH.  l43 

tos,  los  actos  del  Gobierno  Provisional  parecían  encaminados  por  direc- 
ción análoga  á  la  que  siguió  el  pueblo  inglés  en  la  época  á  que  antes  nos 
hemos  referido.  La  Europa  entera,  el  mundo  culto  nos  aplaudía  y  nos 
apoyaba.  Ni  la  resurrección  de  Italia,  tan  justificada  por  la  grandeza  de  su 
propósito,  fué  recibida  en  Europa  con  el  general  asentimiento  que  mereció 
la  revolución  española.  Nosotros  eramos  un  pueblo  que,  cansado  al  fin  de 
encontrar  obstáculos  tradicionales  que  impidiesen  su  desenvolvimiento  inte- 
lectual y  su  desarrollo  físico ,  rompía  la  especie  de  esclavitud  histórica  en 
que  había  vivido,  con  raros  intervalos ,  para  gobernarse  por  sí  mismo. 

Si  conseguíamos  este  objeto,  la  Kevolucíon  quedaba  completamente 
justificada;  sí  no  sabíamos  alcanzarlo,  el  absolutismo  tradicional  que  ha 
pesado  sobre  nuestra  raza,  adquirió  las  proporciones  de  un  hecho  provi- 
dencial y  necesario.  Había  llegado  la  hora  de  fabricar  con  nuestras  propias 
manos  la  grandeza  y  la  reputación  de  la  patria,  ó  de  declararnos ,  sin  discul- 
pa de  ninguna  clase ,  el  pueblo  más  atrasado  y  más  impotente  de  cuantos 
componen  el  continente  europeo. 

Algún  terreno  hemos  perdido,  no  hay  que  negarlo;  algo  se  ha  debilitado 
aquel  sentimiento  unánime  con  que  la  Revolución  fué  saludada  en  el  mundo, 
por  los  obstáculos  que  á  la  constitución  definitiva  del  país  han  presentado 
las  circunstancias.  Pero  nosotros  que  no  seriamos  francos  sí  no  nos  decla- 
rásemos completamente  adictos  á  la  idea  revolucionaría,  que  seremos  los  úl- 
timos en  perder  la  fé  en  las  instituciones  liberales  con  rectitud  ejercidas , 
creemos  que  aún  es  tiempo  de  salvarnos,  sí  de  las  dos  tendencias  que  den- 
tro de  la  Revolución  se  dibujan,  sale  triunfante  al  fin  la  que  representa  el 
progreso,  la  civilización  y  el  triunfo  de  formas  de  gobierno  de  virtud  pro- 
bada en  la  historia,  siendo  derrotada  la  que  en  nombre  de  intereses  popu- 
lares mal  comprendidos ,  de  ideas  generosas  nunca  realizadas,  de  sentimien- 
tos explotables  ha  engendrado  en  todos  los  pueblos  modernos  poderes  dicta- 
toriales y  tiránicos. 

No  vamos  á  ocuparnos  en  esta  Revista  de  los  elementos  enemigos  de  la 
Revolución,  que  tienen  sus  símbolos  respectivos  en  tierra  extranjera.  Sea 
cualquiera  la  importancia  que  quiera  darse,  lo  mismo  á  la  abdicación  de 
la  ex-reina  Isabel,  que  al  feliz  alumbramiento  de  la  Princesa  Margarita, 
es  lo  cierto,  que  la  causa  del  carlismo,  que  la  causa  de  la  restauración,  con- 
tinuarán siendo  impotentes,  sí  una  desmembración  de  las  fuerzas  revolucio- 
narias no  viene  á  proporcionarles  elementos  de  fuerza  de  que  hoy  carecen. 

La  separación  del  general  Cabrera  del  Rey  de  derecho  divino,  condenando 
abiertamente  la  política  que  aquel  representa,  es  un  golpe  de  que  difícil- 
mente se  levantará  el  partido  carlista,  en  mucho  tiempo. 

La  bandera  de  la  restauración,  que  más  ó  menos  ostensiblemente  encama 
hoy  la  candidatura  del  Príncipe  Alfonso ,  á  pesar  de  su  debilidad  actual, 
podrá  llegar  á  ser  temible ,  digan  lo  que  quieran  los  optimistas ,  sí  la  Revo- 


144  KBVÍSTA    POLÍTICA 

lucion  se  extravia  en  el  desconocido  porvenir  de  instituciones  contrarias  á 
nuestra  historia ,  á  nuestros  hábitos  y  á  nuestro  carácter. 

No  vamos  á  estudiar  detenidamente  lo  que  la  abdicación  de  la  reina  sig- 
nifica ,  por  haberse  encargado  de  hacerlo  en  otra  parte  de  nuestra  Revista 
persona  competente ;  pero  cualquiera  que  sea  la  opinión  que  de  ella  formen 
los  hombres  y  los  partidos,  ciegos  estarán  cuantos  nieguen  que  es  el  único 
peligro  formal  que  tiene  en  su  camino  la  Revolución. 

En  vano  se  buscarán  razones  en  la  historia  para  probar  que  si  entre 
nosotros  existiese  por  desgracia  un  Monk,  no  podria  llevar  á  cabo  la  em- 
presa que  aquel  realizó  en  Inglaterra.  En  vano  se  pondrá  de  relieve  la  no- 
bleza de  la  Revolución  española,  presentando  á  su  lado  los  excesos  de  la 
primera  revolución  inglesa;  en  vano  se  tratará  de  consignar  que  si  Crom- 
wel  escribia  sobre  el  palacio  de  la  representación  nacional,— n  esta  casa  se 
alquila,  1 1 — en  España  existe  un  Parlamento  elegido  libremente  por  la  volun- 
tad nacional,  que  sostiene  los  principios  constitucionales;  en  vano  se  recor- 
dará que  el  ejército  inglés,  obedeciendo  á  distintos  jefes  ,  obligó  á  abdicar 
al  descendiente  del  Gran  Protector,  quedando  dueños  del  país  soldados  sin 
bandera,  y  la  anarquía  imperando  en  la  Gran  Bretaña,  mientras  que  existe 
entre  nosotros  un  Gobierno  que  ha  demostrado  la  energía  y  la  rapidez  con 
que  sabe  reprimirlas  tentativas  de  la  demagogia.  Todo  esto  será  verdad  hoy; 
¿pero  quién  nos  responde  de  que  no  lleguemos  mañana  á  una  situación  peor 
que  aquella  por  que  atravesó  Inglaterra  en  1679?  Sucesos  recientes,  deque 
nos  ocuparemos  luego,  ponen  de  relieve  la  justicia  de  nuestros  temores. 
Si  no  descubriésemos  en  las  fuerzas  que  representan  el  movimiento  revo- 
lucionario  gérmenes  de  división  tristes;  si  no  hubiéramos  percibido  entre  los 
entusiastas  defensores  de  la  República  halagüeñas  esperanzas,  creeríamos 
también  que  la  Revolución  era  invencible,  que  los  errores  pasados  no  podian 
olvidarse,  que  la  Nación  española  caminaba  con  paso  firme  y  resuelto  á  su 
regeneración ,  que  la  Constitución  democrática  de  1869,  garantizando  cuan- 
tos derechos  puede  desear  un  pueblo  libre ,  iba  á  ser  mensage  seguro  de  ri- 
sueño porvenir. 

Es  preciso  no  perder  de  vista  que  hay  dos  clases  de  democracia,  de  las 
cuales  la  una  es  posible  dentro  de  instituciones  permanentes ,  y  existe  bajo 
cualquier  forma  política  en  que  se  realice  el  gobierno  de  la  nación  por  la 
nación  misma;  esta  democracia  puede  ser  compatible  con  la  Monarquía, 
existe  entre  nosotros  de  antiguo  encarnada  en  las  costumbres,  y  es  base 
única  de  la  nueva  Constitución  del  Estado,  en  tanto  que  la  otra,  lejos 
de  respetar  el  voto  de  las  mayorías  legítimas,  las  sofoca  por  medios 
coercitivos,  trata  siempre  de  imponer  sus  ideas  por  el  terror,  por  las  aso- 
nadas y  por  las  rebeliones ,  tiene  por  bello  ide^al  la  dictadura  que  proclama 
y  sostiene  en  nombre  de  la  libertad,  como  los  realistas  defienden  el  absolu- 
tismo en  nombre  de  la  religión. 


INTEBIOR.  145 

Nada  existe  en  el  mundo  más  contrario^  más  antitético  que  estas  dos 
democracias.  Ellas  luchan  hoy  abiertamente  en  el  mundo ,  la  una  aliada 
con  las  Monarquías  constitucionales,  con  las  instituciones  representativas 
y  con  el  sistema  parlamentario ;  la  otra  teniendo  por  exclusivos  agentes  la 
demagogia,  la  envidia  social,  el  odio  á  las  clases  acomodadas,  y  la  ambición, 
unas  veces  oculta,  no  pocas  manifiesta,  de  sus  sectarios. 

Tendencias  políticas  tan  contrarias,  fuerzas  sociales  tan  distintas,  son  tan  di- 
ferentes en  sus  manifestaciones  como  diverso  es  el  fin  á  que  se  dirigen,  dife- 
rente el  bello  ideal  de  sus  aspiraciones.  La  primera  persigue  como  punto 
objetivo  la  civilización  j  la  libertad;  la  segunda  lleva  irremediablemente 
en  su  seno  la  barbarie,  el  despotismo  y  la  dictadura. 

Semejante  democracia,  como  ha  dicho  un  escritor  ilustrado  de  la  escuela 
liberal ,  no  busca  prosélitos  por  la  discusión ;  espera  el  triunfo  siempre  de 
un  golpe  de  audacia;  puede  ser  en  un  momento  dado  la  fuerza,  pero  no  será 
jamas  el  derecho.  Paris  ha  sido  hasta  ahora  el  centro  privilegiado  de  la  fla- 
mante escuela,  que  ha  escrito  además  páginas  de  sangrienta  gloria  en  Marsella, 
Lyon  y  Burdeos,  cuya  historia  moderna  arranca  en  el  famoso  Ayuntamiento 
de  la  gran  Eevolucion  francesa ,  y  llega  hasta  los  parlamentos  caseros  de 
Menilmontant  y  de  Belleville,  sin  olvidar  las  sucursales  no  menos  gloriosas 
del  Congreso  de  Francfort,  del  Triunvirato  romano,  de  los  ejércitos  del 
Luxemburgo  y  de  las  bombas  Orsini,  á  las  cuales  hay  que  añadir  los  bárba- 
ros acontecimientos  de  que  recientemente  ha  sido  teatro ,  para  eterna  ver- 
güenza de  la  Revolución,  la  capital  de  la  antigua  monarquía  española. 

Cuando  parecía  que  estábamos  libres  de  estos  peligros;  cuando  la  Re_ 
volucion  habia  entrado  en  la  única  via  de  salvación  posible ,  aceptada  la 
forma  monárquica  por  214  votos,  ha  empezado  á  manifestarse  en  los  úl- 
timos deba' es  del  Parlamento ,  en  las  discusiones  de  la  prensa,  y  en  las  ca- 
lles, una  nueva  tendencia  política  que,  si  hubiera  seguido,  sería  mil  veces 
más  perjudicial  que  la  proclamación  inmediata  de  la  misma  República.  El 
Sr.  Marqués  de  Miraflores  ha  dicho  en  su  último  manifiesto  una  verdad  in- 
discutible al  afirmar  que  n  ninguna  sociedad  puede  existir  si  no  está  apoyada 
en  una  ú  otra  forma  de  "gobierno,  n  No  hay  que  hacerse  ilusiones  ni  en- 
gañarse, considerando  que  la  fuerza  que  hoy  tiene  el  principio  revolucio- 
nario ha  de  ser  eterna.  Los  pueblos  no  pueden  vivir  sino  dentro  de  insti- 
tuciones determinadas;  los  poderes  personales,  de  escasa  consistencia 
siempre,  son  punto  menos  que  imposibles  en  la  actualidad ;  el  espíritu 
del  siglo  les  es  adverso;  podrán  existir  transitoriamente;  podrán  durar 
sobre  un  equilibrio  formado  por  aspiraciones  contrarias;  podrán  apode- 
rarse del  poder  en  hombros  de  fuerzas  accidentales  que  se  dividirán  el  dia 
después  del  triunfo. 

Si  la  idea  monárquica  se  realiza  al  fin  con  el  vigoroso  entusiasmo  que 
excitaba  entre  sus  adeptos  al  abrirse  por  primera  vez  la  Asamblea,  la  Re- 

TOMO  XV.  10 


146  REVISTA   POLÍTICA 

volucion  podrá  consolidarse ,  á  pesar  de  los  indudables  peligros  de  que  la 
interinidad  la  ha  rodeado  :  si,  por  el  contrario,  la  tendencia  contraria  triun- 
fara al  fin,  la  Eevolucion  arrastraría  una  existencia  efímera,  que  dura- 
ría más  ó  menos  tiempo ,  pero  acerca  de  cuyo  desastroso  fin  nadie  puede 
hacerse  ilusiones. 

Basta  fijar  un  momento  la  atención  sobre  el  carácter  que  la  democracia, 
enemiga  de  la  Monarquía,  tiene  en  todas  las  naciones  de  Europa  para  com- 
prender lo  que  pasaría  en  España  el  dia  en  que  el  país  se  convenciese  por  com- 
pleto de  que  la  nueva  Constitución  del  Estado  no  podia  realizarse  en 
todas  sus  partes. 

La  esperanza  sólo  de  que  la  EepúbHca  iba  á  crearse,  aviyaria  bien 
pronto  las  pasiones  que  estallaron  en  Cádiz,  Malaga,  J^rez,  y  más  tarde 
en  los  campos  de  Cataluña,  en  V^ls,  en  Medina  y  en  Paterna  Constituido 
un  Gobierno  republicano,  los  espíritus  ardientes,  separados  de  la  masa 
general  del  partido ,  formarian  de  dia  en  dia  un  nuevo  cisma :  cada  perió- 
dico se  declararla  pronto  representante  único  del  verdadero  pueblo;  cada 
club  se  pondría  en  guerra  con  el  club  vecino,  resultando  de  este  armónico 
conjunto  que  la  opinión  verdadera  del  país  quedaría  aherrojada  sino  comple" 
tamente  desconocida. 

Las  ilustraciones  se  verían  en  la  imprescindible  necesidad  de  separarse 
de  loa  negocios  públicos ,  como  ha  sucedido  en  todas  partes  donde  la  demo- 
cracia pura  ha  gobernado  ó  gobierna,  comentando  el  triste  imperío  de  los 
cortesanos  del  pueblo,  que  no  ipiénos  serviles  que  los  del  despotismo,  edi- 
fican sobre  la  adulación  de  las  masas  su  fortuna  política.  Ellos  ocuparían 
el  lugar  de  los  verdaderos  patriotas ,  los  cuales  se  verian  en  la  imprescindi- 
ble necesidad  de  retirarse  á  la  vida  privada  por  no  ser,  según  ha  dicho 
Stuart  Mili  y  repite  hace  pocos  dias  un  escritor  de  la  escuela  democrática, 
órganos  serviles  de  los  que  les  son  inferiores  en  virtud,  en  saber  y  en  talen- 
to. En  España  sucedería  esto  antes  que  en  ninguna  parte;  y  la  política,  lejos 
de  ser  como  dice  Macaulay,  el  empleo  más  noble  de  las  facultades  huma- 
nas, se  rebajaría  á  oficio  poco  digno,  por  la  intriga,  por  la  adulación 
demagógica,  por  la  lucha  corporí^  que  seria  necesario  sostener  contra  los  in- 
flamadores  de  las  malas  pasiones  del  pueblo. 

Esta  lucha,  este  combate,  esta  guerra  continua  acabaría  por  hastiar  al 
país  de  la  vida  política,  y  las  fuerzas  permai^entes  de  la  sociedad  española, 
guiadas  por  un  espíritu  instintivo  de  salv^ion,  y  convencidas  de  que  así 
gervian  mejor  los  intereses  de  la  patria,  irian  á  colocarse  luego  bajo  la  ban- 
dera de  la  Monarquía,  cualquiera  qvie  fupse  la  persona  que  la  representa 
ra,  BÍ  no  encontraban  pronto  un  guenj-ero  de  fortuna  con  ú  atrevimiento 
suficiente  para  sacrificar  la  libertad  constitucional,  conveirtida  ya  en  bacanal 
inmunda,  en  aras  de  la  paz  pública. 
La  historia  de  Inglaterra  nos  prueba.  4ii  uti?i  pjaAer^  el,vcuíaite  ctoo.  ^n 


INTERIOH.  147 

un  mismo  pueblo,  en  una  misma  sociedad  pueda  llegarse  á  la  dictadura,  al 
caudillaje  y  á  la  disolución  social  ó  formarse  instituciones  sólidas  que  ga- 
ranticen de  un  modo  permanente  los  derechos  de  los  ciudadanos  y  la  pros- 
peridad de  la  Nación,  según  el  espíritu  liberal  se  desborde  hasta  llegar  á 
las  concepciones  ideales  y  antiprácticas  de  la  Eepública,  ó  siga  encauzado 
dentro  de  los  conocidos  términos  de  las  instituciones  parlamentarias. 

La  Nación  española  tiene  en  la  actualidad,  como  compensación  de  otras 
dificultades  que  arrancan  de  su  carácter  histórico,  para  llegar  á  la  Monar- 
quía constitucional ,  la  poca  simpatía  que  inspiran  en  la  parte  sensata  del 
país  las  ideas  republicanas.  Es  verdad  que  nosotros  no  hemos  pasado  por 
el  escarmiento  que  sufrió  Inglaterra  á  mediados  del  siglo  XVII;  pero  en 
cambio  la  república  no  tiene  en  España  recuerdos  gloriosos;  ningún  héroe 
salido  de  su  seno  ha  paseado  nuestras  banderas  por  el  mundo ;  nuestros 
oradores  más  notables,  nuestros  escritores  de  más  fama,  los  mártires  mis- 
mos de  la  Ubertad ,  cuya  memoria  reverencia  el  verdadero  pueblo ,  fueron 
si^npre  defensores  de  la  Monarquía. 

Francia,  bajo  la  restauración  y  bajo  el  reinado  de  Luis  Felipe,  vivió, 
como  dice  M.  Renán,  de  los  recuerdos  del  Imperio  y  de  la  República.  La 
revolución  volvió  á  estar  en  boga.  Mientras  que  en  Inglaterra,  á  partir  de 
la  restauración  de  Carlos  II,  después  de  1688,  la  república  no  dejó  de  ser 
maldita,  todo  ciudadano  inglés  era  mal  recibido  en  la  sociedad  si  al  hablar  de 
Carlos  I  no  le  llamaba  el  rey  mártir,  si  al  nombrar  á  Cromwell  no  le  califi- 
caba de  usurpador:  en  Francia  por  el  contrario  era  de  rigor  formar  histo- 
rias de  la  revolución  en  tono  apologético  y  admirativo.  Fué  un  hecho  triste 
que  el  padre  del  nuevo  rey  hubiere  tomado  en  ella  una  parte  considerable 
porque  acostumbró  á  las  gentes  á  considerar  la  nueva  dinastía  como  parte 
integrante  de  la  revolución,  no  como  representación  de  una  legitimidad.  El 
partido  republicano,  apoyándose  en  algunos  antiguos  patriarcas  de  1793, 
que  vivian  aún,  consiguió  reformarse.  Este  partido  que  habia  desempeñado 
un  papel  de  importancia  en  la  batalla  de  JuKo  de  1830,  pero  que  no  habia 
conseguido  que  el  absolutismo  de  sus  ideas  teóricas  triunfase,  no  cesó  de 
batir  en  brecha  al  nuevo  Gobierno. 

El  cambio  de  1688  en  Inglaterra,  no  tuvo  nada  de  revolucionario  en  el 
sentido  que  hoy  se  le  da  á  esta  palabra ;  aquel  cambio  no  se  hizo  á  mano 
airada  por  el  pueblo;  no  violó  ningún  derecho,  si  se  exceptúa  el  del  rey 
destronado.  En  Francia,  1830,  desencadenó  grandes  fuerzas  anárquicas  y 
humilló  profundamente  al  partido  legitimista,  el  cual ,  considerado  desde 
cierto  punto  de  vista,  contaba  en  su  seno  la  parte  más  sólida  y  más  moral 
del  país,  cuyo  partido  hizo  una  gueira  cruel  á  la  nueva  dinastía,  ya  abste- 
niéndose de  mezclarse  en  los  asuntos  del  Estado,  lo  que  la  quitaba  el  apoyo 
del  verdadero  partido  conservador,  ya  entrando  en  connivencia  con  el 
partido  republicano.  De  e«te  modo,  el  Gobierno  de  la  casa  de  Orleans  no 


148  REVISTA   POLÍTICA 

llegó  á  fundarse  sólidamente ;  un  soplo  podría  volcarlo.  Todo  se  le  había 
perdonado  á  Guillermo  III;  nada  podía  perdonársele  á  Luís  Felipe.  El  prin- 
cipio monárquico  era  suficientemente  fuerte  en  Inglaterra  para  sufrir  una 
trasformacion^  pero  no  lo  era  en  Francia.  No  cabe  duda,  que  si  el  partido 
republicano  hubiese  tenido  en  Inglaterra,  bajo  Guillermo  III ,  la  impor- 
tancia que  tuvo  en  Francia  bajo  Luis  Felipe;  si  este  partido  hubiese  sido 
apoyado  por  los  amigos  de  los  Stuardos ,  la  libertad  constitucional  de  In- 
glaterra habría  durado  poco  tiempo." 

Hemos  copiado  las  frases  anteriores  de  un  notable  artículo  sobre  filosofía 
de  la  historia  contemporánea,  debido  á  la  pluma  de  M.  Renán,  porque 
conociendo  la  gran  autoridad  que  en  cierto  orden  de  ideas  tiene  este  hom- 
bre eminente  entre  los  republicanos  españoles,  deseamos  que  se  conozca  el 
juicio  que  de  él  merece  el  radicalismo  moderno. 

El  partido  republicano,  añade,  no  ha  dejado  jamas  que  la  Monarquía 
constitucional  se  desarrolle  en  Francia :  j  ojalá  de  hoy  más  no  se  pueda  decir 
que  existe  en  España  un  partido,  negación  completa  de  todo  gobierno!  Sea 
en  buen  hora  la  república  el  término  ideal  de  la  sociedad  humana;  pero  hay 
dos  maneras  bien  diferentes  de  llegar  á  ella.  Establecer  la  república  por  medio 
de  la  lucha,  destruyendo  todos  los  obstáculos  que  se  presenten  en  su  camino 
es,  según  M.  Renán,  el  ideal  de  los  espíritus  ardientes;  pero  hay,  en  el  sentir 
de  aquel  ilustre  escritor,  otro  camino  más  dulce  y  más  seguro,  el  cual  consiste 
en  conservar  la  forma  monárquica  aliada  con  la  libertad,  porque  con  ella  el 
Gobierno  constitucional  es  más  fácil.  Los  pueblos  que  han  seguido  este  cami- 
no, como  la  Inglaterra,  por  ejemplo,  puede  que  lleguen  un  dia  á  formar  una 
República  perfecta  sin  dinastía  hereditaria  y  con  sufragio  universal.  Pero  de 
cualquier  manera,  ello  es  lo  cierto,  que  allí  la  libertad  está  establecida  y  con- 
solidada sobre  sólidas  bases.  Esto  no  lo  ha  querido  comprender  jamas  el 
partido  republicano  de  Francia  ni  del  continente,  y  ha  sacrificado  siempre 
la  realidad  del  sistema  representativo  ala  forma  republicana.  Por  no  seguir, 
asegura  aquella  elevada  inteligencia,  el  gran  camino  trazado  en  la  historia, 
ha  preferido  arrojarse  en  los  precipicios  y  en  los  abismos  de  la  demagogia 
á  establecer  sobre  sólidas  bases  los  le^j^ítimos  derechos  del  pueblo. 

El  partido  republicano,  que  no  ha  sido  en  Francia  bastante  fuerte  para 
fundar  sobre  sólidas  bases  la  República,  que  seria  más  impotente  para  ello 
entre  nosotros,  ha  sido  allí,  sin  embargo,  un  obstáculo  para  que  la  Monar- 
quía constitucional  se  realice ,  y  lo  será  aquí  si  en  el  Gobierno  y  en  la  ma- 
yoría de  la  Asamblea  se  resfría  la  fé  monárquica  de  los  primeros  momentos 
de  la  Revolución. 

No  podía  menos  de  influir  en  el  ánimo  del  Presidente  del  Consejo  de 
Ministros  y  del  Gobierno  de  S.  A.  el  Regente,  la  ansiedad  cada  vez  más 
pronunciada  del  país ,  el  deseo  de  los  partidos  liberales  de  llegar  al  coro- 
namiento del  edificio  revolucionario  ^  sin  desconocer  los  peligros  que  ya  se 


INTERIOR.  149 

dibujaban  en  lo  porvenir,  y  que  se  aumentaban  de  una  manera  indudable 
por  la  abdicación  de  la  ex-reina  Isabel ,  creciendo  las  esperanzas  de  los  par- 
tidarios de  la  restauración  por  las  públicas  deferencias  que  la  dinastía  der- 
rocada merecia  de  los  Emperadores  de  Francia. 

Lastimaba  también  por  otra  parte  la  susceptibilidad  del  Marques  de  los 
Castillejos^  el  rumor  esparcido  deque  estaba  á  devoción  del  Emperador 
Napoleón  III,  no  teniendo  el  Gabinete  de  Madrid  libertad  de  acción ,  sin 
obtener  antes  la  venia  del  César  del  Imperio  vecino.  Consideraciones  de  otra 
índole  hacian  necesaria  en  un  plazo  breve  la  elección  de  Eey.  Marchito  el 
afecto,  si  no  relajados  los  vínculos  de  amistad  que  unieron  á  los  tres  caudillos 
de  la  Eevolucion  en  la  bahía  de  Cádiz,  su  vigor  se  amortiguaba  por  los  an- 
tagonismos que  la  cuestión  de  la  candidatura  regia  venía  fomentando,  siendo 
por  desgracia  muy  posible,  que  llegando  pronto  el  dia  en  que  estuvieran  en 
abierta  lucha,  encontrasen  ocasión  propicia  los  enemigos  de  las  nuevas  insti- 
tuciones para  destruir  la  obra  de  la  Asamblea  Constituyente. 

El  noble  patriotismo,  el  escrupuloso  respeto  á  la  Constitución  del  Estado 
y  al  poder  de  la  Asamblea,  no  habian  sido  impedimento  tampoco  para  que 
la  maledicencia  pública  dejase  de  dirigir  sus  tiros  contra  el  Regente  del  Rei- 
no. Suponíansele  miras  interesadas,  ambiciones  que  están  por  encima  de  la 
alta  posición  que  hoy  ocupa,  iniciativa  débil,  falta  de  resolución  para  enca- 
minar en  dirección  conveniente  los  negocios  del  Estado. 

Es  imposible  desmentir  de  una  manera  más  elocu  ente  semejantes  suposiciones 
por  no  decir  calumnias,  que  como  las  ha  desmentido  el  Gobierno  de  Su  Alteza 
el  Presidente  del  Consejo  y  el  Regente  mismo  al  presentar  á  la  aprobación 
de  la  Cámara  Constituyente  la  candidatura  del  Príncipe  de  HohenzoUern, 
sea  cual  fuese,  por  otras  consideraciones,  el  juicio  que  de  esta  solución  se  forme. 
El  secreto  con  que  se  han  seguido  las  negociaciones ,  ha  herido  la  sus- 
ceptibiHdad  del  Gobierno  de  Francia,  y  la  cualidad  de  ser  aquel  Príncipe 
individuo  de  la  familia  real  de  Prusia ,  ha  agitado  la  opinión  pública  en  el 
vecino  Imperio ,  contrariada  ya  por  la  victoria  del  ejército  prusiano  en  Sa- 
dowa,  por  la  importancia  que  en  los  destinos  de  Europa  habia  alcanzado  la 
Confederaxíion  Alemana  del  Norte,  y  por  los  progresos  que  á  su  sombra  ha- 
bia hecho  el  pueblo  itahano,  que  hasta  entonces  debia  á  la  protección  de 
Francia  exclusivamente,  los  primeros  pasos  en  el  camino  de  su  engrandeci- 
miento y  de  su  unidad  nacional. 

Sería  pueril  desconocer  que  estamos  atravesando  un  momento  de  gran 
peligro  para  la  Revolución,  ó  mejor  dicho,  para  el  progreso,  adelanto  y 
honor  de  la  Patria.  Respetos  y  consideraciones  de  índole  elevada  sellan 
nuestros  labios  en  la  actualidad  á  propósito  de  la  candidatura  del  Príncipe 
de  HohenEollern,  porque  no  queremos  aumentar,  ni  con  el  modesto  influjo 
de  nuestra  publicación ,  las  dificultades  presentes,  confiando  además,  en  que 
el  Ministerio  tendrá  el  tacto,  patriotismo  y  dignidad  que  exigen  las  circuns- 


150  R  VIST  A   POLÍTICA 

tancias;  pero  un  deber  de  imparcialidad,  que  sería  vergonzoso  sofocar,  nos 
obliga  á  hacer  consignación  expresa  de  las  nobles  cualidades  que  adornan 
al  candidato  del  Gobierno ,  á  quien  fuera  de  las  complicaciones  internacio- 
nales que  de  su  elección  puedan  surgir,  sería  difícil  encontrarle  tacha  per- 
sonal por  mucho  que  se  afanen  en  denigrarle  las  publicaciones  enemigas  de 
la  Revolución. 

Respetamos  profundamente  la  excitación  que  ha  producido  en  Francia 
la  noticia  de  que  el  Príncipe  de  Hohenzollern  podia  ocupar  el  trono  de  Es- 
paña. Los  Gobiernos,  los  partidos  y  los  pueblos,  en  cumplimiento  sin  duda 
de  una  cualidad  de  la  organización  humana,  reflexionan  poco,  como  lo» 
hombres  individualmente  cuando  por  la  suposición  más  leve  llegan  á  po- 
nerse en  tela  de  juicio  las  inmunidades  del  honor. 

Esta  consideración,  digna  de  respeto  para  cualquier  pueblo,  aumenta 
sus  quilates  si  se  tiene  en  cuenta  el  derecho  inconcuso  que  posee  la  Nación 
francesa  por  su  valer  intelectual  y  moral,  por  su  influencia  legítima  en 
Europa  y  en  el  mundo ,  á  que  quede  claro  como  la  luz  del  dia  que  la 
Nación  española  al  coronar  el  edificio  revolucionario,  ni  contrae  alian- 
zas contrarias  á  Francia ,  ni  intenta  siquiera  ejecutar  un  acto  que  pueda 
menoscabar  en  lo  más  mínimo ,  no  ya  el  orgullo  legítimo  de  aquel  gran 
pueblo,  pero  ni  aún  las  puerilidades  más  imaginarias  de  su  vanidad  na- 
cional. 

Desde  que  los  países  se  gobiernan  por  sí  mismos,  las  nacionalidades 
pueden  aumentar  en  importancia  sin  que  la  grandeza  de  las  unas  amengüe 
en  lo  más  mínimo  el  poderío  de  las  otras.  Los  intereses  de  los  pueblos  son 
solidarios.  La  gran  ley  del  progreso  humano  ha  de  cumplirse  de  una  ma- 
nera equitativa  en  todas  partes.  Los  celos  de  influencia,  las  suscepti- 
bilidades políticas,  las  rivalidades  de  fuerza,  achaques  son,  no  destruidos 
por  desgracia  todavía,  de  épocas  en  que  las  naciones  eran  patrimonio  de  las 
dinastías  en  ellas  imperantes. 

Desconocen,  en  nuestro  sentir,  la  índole  de  los  tiempos  modernos,  el 
espíritu  del  siglo  en  que  vivimos,  la  grandeza  de  la  civilización,  los  que 
confundiendo  épocas  que  no  se  parecen  juzgan  las  relaciones  internaciona- 
les en  la  actualidad  por  las  leyes  que  creaban  ayer,  como  quien  dice,  los 
intereses  exclusivamente  predominantes  de  las  dinastías. 

La  guerra  de  Crimea,  al  engrandecer  el  Imperio  de  Napoleón ,  no  achicó 
la  Monarquía  de  la  Reina  Victoria.  Sadowa,  levantando  á  Prusia,  no  ha 
rebajado  á  Francia.  La  unidad  de  Italia  es  un  suceso  fausto  para  todító  las 
demás  naciones  continentales.  Las  industrias,  el  comercio,  las  vias  de  co- 
municación, el  vapor,  la  electricidad ,  la  libertad  de  conciencia  y  la  politica 
hermanan  los  pueblos  entre  st  Donde  quiera  que  se  verifica  un  progreso, 
aumenta  la  suma  total  del  bien  de  la  humanidad.  No  es  posible  defender 
con  sinceridad  las  ideas  modernas ,  preocupados,  como  en  lo  antiguo,  con 


INTERIOR.  151 

el  interés  de  las  dinastías,  que,  disfrazados  bajo  formas  distintas,  es  lo 
que  se  ventila  siempre  dentro  de  esa  combinación  accidental  de  fuerzas  que 
se  llama  equilibrio  europeo. 

Por  eso  nos  llama  la  atención  el  que  sinceramente  pueda  decirse  que  el 
Príncipe  de  HohenzoUern,  al  ocupar  el  Trono  español,  sería  una  amenaza 
á  los  intereses  y  al  honor  de  Francia.  Dejando  aparte,  como  antes  hemos 
dicho,  cuanto  á  la  susceptibilidad  nacional  se  refiera,  por  considerarlo 
digno  del  mayor  respeto,  ¿quién  con  sinceridad  negará  que  si  el  Príncipe  de 
Hohenzollern  llegase  á  ocupar  el  Trono  de  los  Eeyes  Católicos  sería  por  la 
naturaleza  misma  de  las  cosas ,  tan  español  en  intereses ,  en  aspiraciones  y 
en  tendencias  como  el  que  más  de  entre  sus  nuevos  conciudadanos? 

La  historia  lo  enseña  así,  teniendo  que  remontarse  á  tiempos  en  que  los 
poderes  y  la  extructura  de  los  Gobiernos  eran  muy  diferentes  de  los  que 
existen  en  la  actualidad  para  aducir  un  solo  argumento  en  contrario.  ¿Cuál 
es  el  origen  del  tan  ponderado  españalismo  de  los  Borbones? — Aún  hay  Pi- 
rineos, dijo  Felipe  Y,  después  de  renunciar  á  las  eventualidades  de  ser  Rey 
de  Francia  por  quedarse  entre  nosotros.  — 

Pues  si  esto  sucedía  cuando  los  pueblos  no  se  gobernaban  por  sí  mismos, 
cuando  las  monarquías  se  traspasaban  por  testamento  como  propiedad  priva- 
da, i  qué  influencia  tendría  hoy  en  nuestras  relaciones  exteriores  el  adveni- 
miento al  Trono  español  de  un  príncipe  ligado  más  ó  menos  directamente 
con  cualquiera  casa  reinante?  No  conservaría  el  nuevo  rey  la  Corona  sino 
en  representación  de  los  intereses  más  legítimos  y  permanentes  de  la  Nación 
española. 

Si  estos  intereses  estaban  en  armonía,  como  indudablemente  estarían,  con 
los  intereses  de  Francia;  si  industria,  comercio,  agricultura,  afinidades  polí- 
ticas ,  costumbres ,  y  hasta  gustos  literarios,  nos  llevaba  á  ser  amigos  del 
pueblo  francés ,  amigos  seriamos ,  llámese  Hohenzollern,  Montpensier,  Ge- 
nova ó  Braganza  la  persona  que  ocupase  el  Trono.  ¿Pues  si  la  Revolución  de 
Setiembre,  la  Constitución  democrática  de  1869  y  la  libertad  parlamenta- 
ria, en  fin,  fundada  en  las  nuevas  instituciones,  no  hubiesen  conseguido 
esto;  si  la  Nación  española  tuviera  que  seguir  siendo  patrimonio  de  sus 
monarcas  y  debiera  sacrificar  aún  sus  intereses  y  sus  afecciones  á  los  inte- 
reses y  afecciones  de  las  dinastías  reinantes,  ¿qué  habríamos  conseguido? 

La  índole  del  poder  monárquico,  la  necesidad  de  una  situación  perma- 
nente que  se  levante  sobre  las  ambiciones  movibles  de  los  partidos,  que 
ponga  dique  á  las  improvisaciones  de  la  fortuna  política  y  social,  obligan  á 
los  hombres  que  quieren  ver  consolidada  la  Revolución  á  buscar  para  can- 
didato al  Trono  un  individuo  de  regia  estirpe. 

Por  eso  no  hemos  puesto  obstáculo  á  ninguna  solución  monárquica  que 
dé  garantías  de  respeto  á  las  instituciones.  Toda  afirmación  de  las  conquis- 
tas revolucionarías  ha  sido  para  nosotros  aceptable  dentro  de  la  Monarquía, 


152  REVISTA   POLÍTICA 

Practicar  la  Constitución  del  Estado  en  toda  su  pureza,  es  en  nuestro 
sentir  la  suprema  necesidad  social. 

Si  estas  consideraciones  eran  de  gran  fuerza  cuando  el  problema  habia  de 
resolverse  en  nuestra  propia  casa,  cuando  no  habian  aparecido  fuera  de  Espa- 
ña las  dificultades  que  la  Revolución  hoy  encuentra;  si  entonces  sólo  con  la 
unión  de  los  elementos  liberales  podíamos  salvarnos  y  salvar  á  la  Patria, 
¡cuan  grande  no  será  la  necesidad  que  existe  ahora  de  robustecerla  y  fortifi- 
carla, sacrificando  cada  uno  en  aras  de  la  dignidad  común,  el  egoísmo,  la 
ambición  ó  el  orgullo  de  sus  ideas,  planes  y  propósitos! 

Así  como  Napoleón  dijo  á  sus  soldados  en  Egipto,  que  desde  lo  alto  de 
las  Pirámides  cuarenta  siglos  los  contemplaban;  nosotros,  respetando  la  <  pi- 
nion  que  cada  cual  tenga  de  la  candidatura  oficial,  quisiéramos  penetrar  en 
el  espíritu  de  cada  español,  de  cada  fracción,  de  cada  partido,  y  hacerlos 
comprender  que  la  Europa  nos  está  mirando,  recordándoles  al  mismo  tiem- 
po, que  por  nuestras  desuniones  intestinas  ya  hemos  pasado  en  este  sig'.o 
por  una  gran  vergüenza,  que  el  cielo  no  permitirá  se  repita. 

J.  L.  Albareda. 


EXTERIOR. 

Las  elecciones  generales  que  acaban  de  verificarse  para  la  renovación 
de  las  Dietas  de  las  provincias  cisleithanas  del  Imperio  austríaco,  han  dado 
nuevas  ventajas  á  los  autonomistas  ó  partidarios  de  las  prerogativas  pro- 
vinciales, que  fueron  ja  bastante  poderosos  para  obligar  al  Gobierno  im- 
perial á  la  disolución  del  anterior  Reichsrath.  Por  consiguiente,  se  debe 
creer  que  las  cuestiones  entre  centralistas  y  autonomistas  continuarán  con 
nueva  recrudescencia.  La  Monarquía  austro-húngara  no  acaba  de  fijar  las 
bases  de  su  organización  constitucional,  y  no  se  ve  la  posibilidad  de  que 
llegue  á  fijarlas  en  un  porvenir  más  ó  menos  próximo.  Cuando  todos  los 
Imperios  tienden  á  la  unidad,  el  de  Austria  ha  dado  pasos  muy  grandes 
hacia  la  federación.  En  él  representa  la  idea  unitaria  el  elemento  alemán; 
pero  como  los  Alemanes  forman  la  minoría,  y  como  son  además  la  raza 
que  tiene  menos  afinidad  con  las  demás,  no  puede  imponerles  una  Cons- 
titución uniforme. 

El  ejemplo  de  la  Hungría  ha  sido  funesto.  Desde  que  aquella  provincia 
realizó  su  casi  completa  independencia  en  lo  político,  administrativo  y  le- 
gislativo, no  quedando,  en  reaüdad,  ligada  sino  con  un  lazo  federal  al 
Austria,  á  la  que  obligó  hasta  á  cambiar  de  nombre,  adicionándolo  con  el 
suyo,  las  exigencias  de  los  restantes  Estados  no  alemanes  que  componen 
el  Imperio  han  crecido  extraordinariamente.  Sobre  todo^  la  Bohemia  y  la 


EXTERIOR.  153 

Galitzia,  no  quieren  ser  menos  que  la  Hungría.  La  retirada  de  los  Dipu- 
tados polacos,  que  arrastraron  con  su  ejemplo  á  los  de  la  Bukovina^  á  los 
de  Istria  y  á  los  Eslovenos,  desorganizó  el  último  Reichsratli.  El  Minis- 
terio Hasner-Giskra  pidió  al  Emperador  la  disolución  de  las  Dietas  pro- 
vinciales cujos  Diputados  hablan  adoptado  la  política  de  retraimientol 
pero  Francisco  José  no  accedió  á  ello.  Retirados  del  poder  aquellos  Mi- 
nistros j  sus  compañeros,  el  Conde  Potoeki  j  los  sujos,  que  entraron  á 
gobernar  la  parte  cisleithana  de  la  Monarquía  al  comenzar  la  segunda 
década  de  Abril,  intentaron  en  vano,  durante  algunas  semanas,  llegar 
á  una  conciliación,  y  por  último  disolvieron  en  21  de  Majo  las  Dieta^ 
provinciales  y  convocaron  para  las  nuevas  elecciones  que  se  acaban  de 
hacer.  El  estado  de  las  cuestiones  con  los  Bohemios  se  hallaba  en  tal  gra- 
do de  irritación,  que  el  Ministerio  Potoeki  no  se  atrevió  á  la  prueba  de 
unas  nuevas  elecciones  en  este  reino.  Las  Dietas  disueltas  fueron,  pues, 
las  de  Dalmacia,  Galitzia,  Sabsburgo,  Stjria,  Corinthia,  Carniola,  Buko- 
vina,  Moravia,  Silesia,  Tjrol,  Vorarlberg,  Istria  j  Grodisca,  j  el  Consejo 
municipal  de  Trieste.  Respecto  de  Bohemia,  el  Gabinete  Potoeki  decia  al 
Emperador  en  el  documento  oficial  en  que  se  proponía  la  disolución  de 
las  Dietas:  «El  Ministerio  no  ha  podido  adquirir  la  seguridad  de  que  la 
Dieta  de  Bohemia  enviaría  Diputados  al  Reichsrath .  Las  dificultades  que 
existen  para  una  solución  satisfactoria,  podrían  haberse  aumentado  con 
ocasión  de  las  nuevas  elecciones  j  por  la  actitud  hostil  que  la  Dieta  adop- 
taría acaso  contra  la  Constitución .  » 

Con  los  Polacos,  aunque  lo  es  el  Conde  Potoeki,  jefe  de  la  actual  Ad- 
ministración, v  á  pesar  del  empeño  del  Gobierno  de  Viena  de  atraerse  el 
afecto  de  los  habitantes  de  Galitzia  tratándolos  con  una  suavidad  que 
contraste  con  el  despotismo  ruso  reinante  en  Varsovia,  y  con  la  rigidez 
prusiana  existente  en  Posen,  tampoco  se  ha  podido  llegar  á  un  acuerdo. 
La  Dieta  de  Lemberg  exigía  una  posición  particular  é  independiente  en  la 
Cisleithania,  uca  organización  provincial  que  sustrajese  de  la  acción  del 
poder  central  todo  lo  relativo  á  ingresos  y  gastos;  y  quería  que  el  idioma 
alemán  dejase  de  ser  el  preponderante  en  la  Universidad  de  Lemberg, 
dándose  á  ésta  un  carácter  exclusivamente  polaco,  como  se  ha  dado  ya  á 
la  de  Cracovia. 

Esta  cuestión  de  los  idiomas  es  una  de  las  más  graves  en  el  Imperio  de 
Austria,  no  sólo  por  la  inexplicable  confusión  que  introduce  en  las  leyes, 
en  la  administración  y  en  las  costumbres  la  coexistencia  de  muchas  len- 
guas oficiales,  sino  porque  es  el  síntoma  y  marca  el  carácter  de  uno  de 
los  mayores  problemas  que  allí  están  planteados.  El  germanismo,  cuya 
preponderancia  interior  en  el  Imperio  austríaco  estaba  sostenida  por  la 
preponderancia  exterior  de  éste  en  la  Confederación  Germánica,  lucha  con 
desventaja  contra  eí  panslavísmo  desde  los  desastres  de  Sadowa. 


154  REVISTA  POLÍTICA 

Al  lado  de  las  divergencias  procedentes  de  las  diversas  exigencias  del 
provincialismo,  haj  otra  que  acaso  va  á  tomar  ahora  madores  proporcio- 
nes de  las  que  venía  presentando  desde  hace  algunos  años.  Los  conflictos 
entre  las  potestades  civil  j  eclesiástica  agitan  los  ánimos  en  Austria  con 
mucha  viveza,  j  uno  de  los  sucesos  más  notables  de  las  recientes  eleccio- 
nes es  el  triunfo  de  gran  número  de  Diputados  católicos,  que  acaso,  pos- 
poniendo las  cuestiones  políticas  a  las  religiosas ,  obliguen  al  Gobierno , 
en  cambio  del  auxilio  que  le  den  en  aquellas,  á  no  ir  demasiado  lejos  en 
sus  hostilidades  contra  la  Corte  de  Roma ;  hostilidades  que  los  actos  im- 
portantísimos j  que  se  creen  ja  próximos ,  del  Concilio  ecuménico ,  van 
tal  vez  á  renovar. 

De  un  momento  á  otro  anunciará  el  telégrafo  el  resultado  de  la  votación 
que  se  verifique  en  el  Vaticano  respecto  de  la  declaración  dogmática  de  la 
infalibilidad  pontificia.  El  dia  4  de  Julio  terminaron  los  solemnes  debates 
sobre  este  punto,  por  haber  renunciado  la  palabra  más  de  sesenta  prela- 
dos que  todavía  la  tenían  pedida.  Es  de  creer,  pues,  que  la  proclamación 
del  nuevo  dogma,  anunciada  primeramente  para  la  Pascua  de  Resurrec- 
ción, después  para  el  aniversario  del  regreso  de  Pío  IX  á  Roma  desde  su 
destierro  de  Gaeta,  más  adelante  para  la  Pascua  de  Pentecostés ,  j  últi- 
mamente para  el  dia  de  la  fiesta  de  San  Pedro  j  San  Pablo,  y  que  había 
ido  aplazándose  de  esa  manera  de  fecha  en  fecha  por  la  resistencia  per  - 
severante  opuesta  por  la  minoría  de  los  Padres  del  Concilio,  se  realizará 
dentro  de  muj  breves  días. 

En  los  que  últimamente  han  trascurrido  se  han  publicado  algunos  he- 
chos importantes  relativos  á  las  tareas  del  Concilio.  Los  periódicos  de  Pa- 
rís insertaron  en  sus  columnas  una  comunicación  dirigida  al  Reverendo  se- 
ñor Chigi,  Nuncio  en  París,  por  Francisco  Mercurelli,  secretario  de  Bre- 
ves para  los  Príncipes,  j  redactada  en  los  siguientes  términos: 

«Ilustrísimo  y  reverendísimo  señor:  Su  Santidad  recibe  diariamente  de  todas  partes, 
y  principalmente  de  Francia,  mensajes  en  los  cuales  se  afirma  la  creencia  en  la  infa- 
libilidad pontificia,  en  las  definiciones  ex-cathedra  relativas  á  la  fe  y  á  las  costumbres; 
y  en  ellos  se  pide  con  grandes  instancias  que  este  privilegio  concedido  para  el  bien 
de  la  Iglesia  á  su  Supremo  Gerarca,  en  la  persona  del  Príncipe  de  los  Apóstoles ,  sea 
elevado  á  dogma  de  fe.  £1  Padre  Santo  no  puede  menos  de  aleg-rarse  al  ver  que  esta 
doctrina,  que  nadie  ha  puesto  en  duda  durante  tantos  siglos,  se  afirma  hoy  tan  abier- 
tamente y  se  extiende  entre  el  clero  y  el  pueblo  cristiano. 

»Poresta  razón  se  ha  dignado  contestar  con  palabras  de  reconocimiento  á  un  gran 
numero  de  estas  manifestaciones.  Empero  multiplicándose  en  términos  que  es  ya  im- 
posible responder  en  particular  á  tantas  corporaciones  y  reuniones  como  acuden  con 
piadosas  y  humildes  súplicas;  queriendo,  sin  embargo,  satisfacer  de  algún  modo  ásu 
paternal  afecto  hacia  todos,  y  darles  á  conocer  el  aprecio  que  hace  de  estos  testimo- 
nios de  fe  y  de  devoción.  Su  Santidad,  por  medio  del  infrascrito  secretario,  encarga  á 
V.  S.  I.  y  R.  que  adopte  las  disposiciones  convenientes  para  que  el  clero  de  Francia 
sepa  cuan  agradables  le  son  estas  muestras  de  devoción  filial,  y  al  mismo  tiempo  para 
que  todos  e^tén  seguros  de  que  ha  hecho  que  se  tome  cuenia  exacta  de  dichos  men- 


EXTERIOR.  155 

sajes,  manifestaciones  brillantes  del  sentimiento  de  la  familia  católica,  por  las  perso- 
nas encargadas  de  ordenar  y  conservar  todo  loque  se  refiere  á  las  materias  en  que  se 
ocupa  el  sagrado  Concilio  ecuménico.» 

Algunos  periódicos,  j  especialmente  los  enemigos  de  la  Santa  Sede, 
clamaron  fuertemente  contra  el  contenido  de  esta  comunicación,  que  re- 
sumía j  generalizaba  lo  dicho  en  multitud  de  cartas  anteriormente  diri- 
gidas por  Su  Santidad  á  personas  j  corporaciones  que  le  habían  enviado 
manifestaciones  de  adhesión  á  la  doctrina  de  la  infalibilidad  pontificia. 
Dichos  periódicos  pretendían  que  el  Papa  faltaba  de  esa  manera  á  la  neu- 
tralidad que ,  según  ellos ,  debiera  haber  guardado  en  esta  gravísima 
cuestión. 

El  Gobierno  francés,  resucitando  para  este  caso  prácticas  regalistas, 
que  se  hallan  poco  en  consonancia  con  el  régimen  ampliamente  liberal 
que  se  gloría  de  haber  restablecido  en  Francia,  ha  tenido  el  mal  gusto  de 
enojarse  porque  en  esta  época  de  ilimitada  publicidad  se  le  haya  dado  á 
esa  comunicación,  sin  solicitar  previamente  su  jpase,  j  el  Journal  Officiél 
del  Imperio  francés  ha  anunciado  en  las  siguientes  frases  la  lección  de  de- 
recho diplomático  que  el  Ministerio  Ollivier  ha  dado  al  Nuncio ,  j  que  e^ 
Nuncio  ha  recibido  con  resignación  :  «  De  una  pubhcacion  reciente  resulta 
que  la  Nunciatura  Apostólica  ha  comunicado  á  la  redacción  de  un  perió- 
dico francés  una  carta  del  Secretario  de  Breves  de  S.  S.,  invitando  iil  Ex- 
celentísimo Sr.  Nuncio  á  dar  respuesta  á  los  mensajes  enviados  al  Padre 
Santo ,  con  ocasión  del  Concilio ,  desde  diferentes  puntos  de  la  Francia. 
Como  nuestro  derecho  público  prohibe  formalmente  en  el  interior  del  Im- 
perio esta  clase  de  comunicaciones ,  j  asimila  por  completo  al  Nuncio  de 
la  Santa  Sede  con  un  Embajador,  el  Ministro  de  Negocios  extranjeros  se 
ha  visto  en  la  necesidad  de  llamar  la  atención  de  Monseñor  Chigi  hacia 
esta  irregularidad.  Las  explicaciones  de  Monseñor  Chigi  han  hecho  cons  - 
tar  que  dicha  publicación  S3  ha  llevado  á  cabo  por  una  equivocación  :  ha 
manifestado  su  sentimiento,  j  declaraio  que  en  adelante  no  se  repetirá 
un  suceso  de  esta  clase.» 

Otro  documento  hemos  leido  estos  días,  que  contribuye  también  á  seña- 
lar la  tirantez  de  relaciones  que  media  entre  el  actual  Gobierno  francés  j 
el  Pontificio.  La  Gaceta  de  Augshurgo  ha  publicado  un  despacho  dirigi- 
do en  12  de  Mayo  por  M.  Emilio  Ollivier,  como  Ministro  interino  de  Ne- 
gocios extranjeros,  al  Marques  de  Banneville ,  en  que  le  manda  observar 
una  conducta  de  absoluto  y  amenazador  retraimiento  en  todo  lo  que  se 
refiera  al  Concilio.  Como  este  despacho  es  breve,  vamos  á  transcribirlo 
íntegro  : 

«Señor  Embajador  :  el  Gobierno  del  Emperador  no  se  ha  hecho  representar  en  el 
Concilio,  aunque  le  corresponde  ese  derecho  en  su  cualidad  de  mandatario  de  los  se- 
glares en  la  Igleísia. 


156  B3VISTA   POLÍTICA 

» Para  impedir  que  las  opiniones  excesivas  se  conviertan  en  dogmas,  ha  contado 
con  la  sabiduría  de  los  Obispos  y  con  la  prudencia  del  Padre  Santo.  Para  defender 
nuestras  leyes  civiles  y  políticas  contra  las  invasiones  de  la  teocracia,  ha  contado  con 
la  razón  pública,  con  el  patriotismo  de  los  católicos  franceses  y  con  los  medios  ordina" 
rios  de  sanción  de  que  dispone.  En  su  consecuencia,  se  ha  preocupado  de  lo  que  tiene 
de  augusto  una  Asamblea  de  prelados  congregados  para  decidir  de  los  grandes  inte- 
reses del  alma  y  de  la  fe,  y  no  ha  formado  más  que  un  propósito,  el  de  asegurar  y 
prot(  ger  la  completa  libertad  del  Concilio.  Advertido  por  los  rumores  de  Europa  de 
los  peligros  que  ciertas  proposiciones  imprudentes  harían  correr  á  la  Iglesia,  deseoso 
de  no  ver  aumentarse  las  fuerzas  de  agresión  organizadas  contra  las  creencias  reli" 
glosas,  ha  salido  un  momento  de  su  reserva  para  dar  consejos  y  presentar  observa- 
ciones. 

»E1  Soberano  Pontífice  no  ha  creído  deber  escuchar  nuestros  consejos,  ni  acoger 
nuestras  observaciones.  No  insistimos  y  volvemos  á  nuestra  actitud  de  abstención  y 
de  espectacion. 

»No  provocareis  ni  aceptareis  en  adelante  conversación  alguna ,  sea  con  el  Papa  ó 
con  el  Cardenal  Antonelli,  sobre  los  asuntos  del  Concilio. 

»0s  limitareis  á  informaros,  á  estar  al  corriente  de  los  hechos,  de  los  sentimientos 
que  los  han  preparado  ó  de  las  impresiones  que  á  ellos  han  seguido. 

«Tened  á  bien  decir  á  nuestros  Obispos  que  nuestra  abstención  no  es  indiferencia: 
es  para  ellos  respeto,  y  sobre  todo  confianza.  Su  derrota  sería  bien  amarga,  si  por  su 
intervención  no  la  hubiese  impedido  el  poder  civil,  y  su  triunfo  tendrá  todo  su  valor, 
si  sólo  lo  deben  á  sus  propios  esfuerzos  y  á  la  fuerza  de  la  verdad. 

j) Recibid,  señor  Embajador,  etc.« 

En  el  reino  de  Italia  han  ocurrido  pocos  sucesos  de  importancia  desde 
que  el  Ministerio  del  general  Menabrea  fué  remplazado  por  el  que  preside 
el  Sr.  Lanza.  Las  tentativas  revolucionarias  de  Milán,  las  de  Catanzaro 
(en  la  Calabria),  las  de  Reggio  (en  la  Emilia),  la  entrada  de  los  Mazinia- 
nos  en  la  Lombardía  por  el  cantón  del  Tesino,  ni  han  prosperado,  ni  han 
despertado  siquiera  gran  inquietud  en  las  poblaciones,  que  las  vieron  con 
la  major  indiferencia.  En  las  Cámaras  apenas  se  ha  tratado  más  que  de 
la  cuestión  de  Hacienda.  La  derecha  de  la  de  Diputados  ha  mostrado  al- 
gunos deseos  de  que  se  reformara  el  Ministerio,  saliendo  de  él  Lanza,  j 
encargándose  de  la  presidencia  Sella.  La  izquierda,  por  el  contrario,  bus 
caba  la  reorganización  con  el  actual  Presidente  v  otros  compañeros.  Por 
último,  la  izquierda,  dirigida  por  Ratazzi,  se  ha  separado  por  completo 
del  Ministerio,  al  que  en  cambio  apoja  ja  decididamente  la  derecha,  bajo 
la  dirección  de  Minghetti.  Pero  si  la  situación  de  los  partidos  en  la  Cá- 
mara es  tal  que  no  puede  organizarse  una  fuerte  mayoría,  ni  el  Ministerio 
ha  podido  atravesar  la  legislatura  si  no  declarando  que  su  misión  es  sólo 
buscar  el  remedio  para  la  laboriosa  crisis  económica ,  prescindiendo  de 
toda  cuestión  política,  también  es  cierto  que  los  partidos,  representados 
en  la  Asamblea,  han  dado  pruebas  de  cordura,  de  moderación  y  de  no 
discrepar,  en  suma,  mucho  en  sus  respactivas  Ideas  y  aspiraciones.  Todos 
son  monárquico -constitucionales  y  dinásticos:  el  absolutista  y  el  republi- 
cano no  tienen  allí  influencia.  En  el  orden  político  no  haj  ningún  grave 


EXTERIOK.  157 

problema  pendiente;  en  el  diplomático  tampoco;  el  estado  de  la  Hacienda 
pública  es  tan  poco  satisfactorio,  que  no  excita  en  los  partidos  la  ambición 
del  poder  mientras  se  está  estudiando  y  tratando  de  remediar.  Asi  se  han 
podido  pasar  ocho  meses  de  legislatura,  sin  una  mayoría  compacta  y  sin 
conflictos.  Los  proyectos  de  Sella,  Ministro  de  Hacienda,  han  sido  apro- 
bados ya,  ó  lo  serán,  según  toda  probabilidad.  Se  han  hecho  grandes  re- 
bajas de  gastos,  especialmente  en  el  ejército.  Se  ha  mejorado  de  un  modo 
muy  considerable  el  curso  forzoso  del  papel-moneda:  el  oro  no  gana  aho- 
ra en  los  cambios  más  que  un  2  y  medio  por  lOO.  La  dificultad  más  grande 
está  en  los  contratos  hechos  por  el  Estado  con  el  Banco  de  Florencia,  que 
ascienden  á  una  suma  de  2,000  millones  de  reales,  pero  á  pesar  de  la  hos- 
tilidad de  los  otros  cuatro  Bancos  de  emisión,  va  cesando  la  que  la  opinión 
púbüca  manifestaba  contra  el  de  Florencia,  porque  el  estudio  analítico  de 
lo-  antecedentes  demuestra  que  ha  prestado  grandísimos  servicios  al  Go- 
bierno. Las  ventajas  ya  conseguidas  en  los  negocios  financieros,  se  hacen 
notar  en  el  Presupuesto  de  1871,  presentado  ya  por  Sella  á  la  Cámara.  En 
él  los  gastos  suben  á  1.149  millones  de  pesetas,  y  los  ingresos  á  1.152, 
habiendo  un  sobrante  de  tres  millones:  pero  es  de  advertir  que,  en  los  in- 
gresos, está  comprendida  una  emisión  de  Deuda  por  la  cantidad  necesaria 
para  producir  106  millones. 

En  Francia  sucede  todo  lo  contrario  que  en  Itaha :  la  Hacienda  está 
próspera,  el  déficit  no  existe,  las  dificultades  financieras  no  inquietan  al 
Gobierno;  pero  las  cuestiones  de  organización  política  son  graves  y  en 
crecido  número,  y  vuelven  á  presentarse,  con  apariencias  también  de  gra- 
vedad, las  diplomáticas. 

El  proyecto  de  ley  sobre  nombramiento  de  los  M aires  ha  ocupado,  du- 
rante muchas  sesiones,  al  Cuerpo  legislativo.  En  el  desarrollo  de  las  ideas 
de  descentralización ,  el  Ministerio  Ollivier  se  ha  apresurado  á  aplicarlas 
en  los  negocios  provinciales.  Por  una  ley  ha  concedido  á  los  Consejos 
generales  de  ios  departamentos,  el  derecho  de  elegir  sus  mesas  y  de  for- 
mar sus  respectivos  reglamentos;  les  ha  dado  después  la  facultad  de  desig- 
nar los  periódicos  que  hayan  de  disfrutar  el  monopolio  de  los  anuncios  ju- 
diciales, monopolio  considerado  en  Francia  como  muy  importante,  porque 
equivale  á  una  fuerte  subvención  otorgada  á  tales  ó  cuales  diarios.  Otra 
ley,  votada  ya  por  el  Cuerpo  legislativo  y  por  el  Senado,  ha  quitado  á  los 
Prefectos  la  presidencia  de  los  Consejos  de  Prefectura.  Pero  respecto  de  la 
organización  municipal,  á  pesar  de  las  promesas  contenidas  en  los  progra- 
mas de  los  dos  centros,  que  parecía  llamado  á  ejecutar  el  Ministerio  Olli- 
vier, éste  se  ha  limitado  á  proponer  un  proyecto  de  ley  para  que  los 
Maires  sean  elegidos  entre  los  miembros  de  los  Consejos  municipales, 
reservando  su  elección  al  Gobierno  ó  á  los  Prefectos.  A  pesar  de  los  es- 
fuerzos de  las  oposiciones,  el  Cuerpo  legislativo  ha  aceptado  el  plan  del 


158  REVISTA    POLÍTICA 

Gobierno,  desechando  todas  las  enmiendas  que  se  le  han  presentado  para 
la  adopción  de  otros  sistemas.  M.  Choiseul  quería  que  los  Maires  fuesen 
nombrados  por  el  sufragio  universal,  para  satisfacer  la  justa  exigencia  de 
muchos  electores  que  no  comprenden  cómo  habiendo  podido  elegir  su  Em- 
perador, no  han  de  poder  escoger  su  Maire.  La  enmienda,  defendida  con 
más  empeño ,  fué  la  de  MM.  Jules  Javre ,  Gambetta  j  Grevrj,  propo- 
niendo que  los  Maires  sean  nombrados  por  los  Consejos  municipales;  pero 
la  Cámara  la  desechó  por  187  votos  contra  55.  Después  pidió  M.  Lefévre- 
Portalis  que,  en  las  capitales  de  departamento,  en  las  cabezas  de  distrito 
j  en  los  demás  pueblos  que  cuenten  más  de  6.000  habitantes,  conserven 
el  Gobierno  j  los  Prefectos  el  derecho  de  elegir  los  Maires,  dejándolo  á 
los  Consejos  municipales  en  los  demás  casos:  este  sistema  estuvo  vigente 
en  Francia  cuatro  años,  desde  la  lej  de  3  de  Julio  de  1848,  que  lo  adop- 
tó. El  Marqués  de  Andelarre,  ptr  su  parte,  procuró  también  un  término 
medio  conciliador  en  esta  forma:  «Los  Maires  j  sus  adjuntos  seráQ  nom- 
brados por  el  Emperador,  ó,  en  su  nombre,  por  el  Prefecto,  de  conformi- 
dad con  el  artículo  3.°  de  la  lej  de  21  de  Majo  de  1831,  á  propuesta  del 
Consejo  municipal,  hecha  en  los  ocho  dias  que  sigan  á  su  elección.  Elsta 
lista  comprenderá  un  número  de  candidatos,  doble  del  de  nombramientos 
que  deban  hacerse.» 

Los  Príncipes  de  la  familia  de  Orleans  han  dirigido  al  Presidente  del 
Cuerpo  Legislativo  la  siguiente  carta  ó  petición,  para  que  diera  cuenta  de 
ella  en  sesión  pública. 

«Señores  Diputados:  Os  ocupáis  en  la  petición  para  derogar  las  medidas  excepcio- 
nales que  pesan  sobre  nosotros.  En  vista  de  esa  proposición,  no  debemos  guardar  si- 
lencio. Desde  1848,  bajo  el  Gobierno  de  la  República,  protestamos  contra  la  ley  que 
nos  destierra;  ley  de  desconfianza  que  nada  justificaba  entonces.  Nada  la  ha  justifica- 
do después,  y  venimos  á  renovar  nuestras  protestas  ante  los  representantes  del  país: 

«No  es  una  gracia  lo  que  reclamamos;  es  nuestro  derecho,  el  derecho  qoe  pertenece 
á  todos  los  Franceses,  y  del  que  sólo  nosotros  estamos  despojados. 

»Es  nuestro  país  lo  que  pedimos ;  nuestro  país  que  amamos ,  al  que  nuestra  familia 
ha  servido  siempre  lealmente;  nuestro  país ,  del  que  no  nos  separa  ninguna  de  nues- 
tras tradiciones ,  y  cuyo  solo  nombre  hace  latir  siempre  nuestros  corazones,  porque 
para  los  desterrados  nada  hay  que  remplace  la  patria  ausente. 

«Luis  Felipe  de  Orleans,  Conde  de  Paris.  —  Francisco  de  Orleans,  Príncipe  da 
Jüinville. — Enrique  de  Orleans,  Duque  de  Aumale — Roberto  de  Orleans,  Duque  de 
Chartres: 

»Twickenham  19  de  Junio  de  1870.» 

Muchos  Orleanistas  han  creído  que  los  Príncipes  no  h^n  debido  hacer 
semejante  petición.  En  el  número  de  los  que  la  desaprueban  se  dice  que 
está  M.  Guizot,  pudiéndose  incluir  también  en  él  á  M.  Thiers,  que  np  ha 
tomado  parte  en  la  discusión.  El  Gobierno  se  ha  opuesto  á  que  se  dero- 
gue la  lej-  de  destierro ,  alegando  que  eslaa  medidas  de  expulsión  contra 
las  dinastías  reales  caídas  se  han  creidp  siempre  i^iecQgarias,  j  durante  el 


EXTERIOR.  159 

reinado  de  Luis  Felipe  qo  se  permitió  la  entrada  en  Francia  á  los  Princi- 
pes Bonapartes,  ni  aun  en  los  momentos  en  que  se  traian  con  entusiasmo 
V  solemnidad  á  través  del  Océano  las  cenizas  de  Napoleón  I.  Según 
M.  Ollivier,  es  privilegio  de  las  familias  elevadas  á  tanta  altura  el  no 
poder  descender  á  la  categoría  de  los  simples  ciudadanos.  Además,  el 
mismo  orden  con  que  están  puestas  las  firmas  al  pié  de  la  exposición ,  co- 
locando al  sobrino,  representante  de  la  línea  primogénita,  á  la  cabeza  de 
sus  tios,  prueba  que  los  firmantes  no  se  presentan  como  peticionarios  co- 
munes, sino  como  Príncipes  que  conservan  pretensiones  muj  altas. 
M.  Estancelin  hizo  una  defensa  calorosa  de  los  Orleans,  j  pidió  la  de- 
rogación de  la  lej  de  destierro,  j  en  el  mismo  sentido  habló  el  General 
Lebreton;  pero  el  incidente  más  curioso  de  la  sesión  fué  la  actitud  de  los 
oradores  republicanos.  M.  Jules  Favre  apojó  la  pretensión  de  los  Prínci- 
pes, siguiendo  su  ejemplo  M.  Arago  j  M.  Picard,  jefe  de  la  fracción  que 
ahora  se  llama  la  izquierda  abierta ,  según  ja  explicamos  en  el  número 
anterior;  pero  MM.  Arago  y  Grevrj  declararon  que  su  opinión  era  dia- 
metralmente  contraria  á  la  de  sus  compañeros ,  porque  hallándose ,  en  su 
sentir,  muj  próximo  á  desaparecer  el  Imperio ,  no  querían  que  sobre  el 
suelo  de  la  Francia  ha  ja  quien  pueda  disputar  su  triunfo  á  la  República. 
A  esto  replicó  M.  Picard  que,  aunque  republicano,  no  coloca  la  República 
por  encima  de  la  voluntad  de  la  Francia ;  j  otros  han  observado  que ,  al 
hacer  esas  declaraciones,  parece  que  los  partidarios  de  la  forma  republi- 
cana no  confian  en  poder  triunfar  sino  por  medio  de  la  sorpresa.  La  peti- 
ción de  los  Príncipes  fué  desechada  por  174  votos  contra  31. 

Los  celos  que  á  la  Francia  inspira  el  crecimiento  del  poder  de  la  Prusia, 
se  han  manifestado  con  ocasión  de  un  asunto  que,  por  su  índole,  no  pa- 
rece más  que  mercantil  é  industrial,  pero  que  puede  tener  indudablemente 
una  importancia  militar  muj  grande.  Cuando  ja  está  adelantada  la  gran- 
de obra  de  atravesar  los  Alpes  por  medio  del  túnel  del  Mont-Cenis ,  que 
en  1871  dejará  un  paso  directo  por  ferrocarril  entre  la  Francia  j  la  Ita- 
lia, va  á  emprenderse  la  construcción  de  otra  vía  que  comunique  de  la 
misma  manera  á  la  Italia  con  la  A  lemania .  Los  ingenieros  han  estudiado 
cuatro  pasos:  el  del  Simplón,  el  del  San  Go tardo,  el  Splügen  j  el  Luc- 
manier,  j  se  han  decidido  por  el  del  Siriiplon. 

Siendo  demasiado  crecidos  los  presupuestos  de  gastos  de  esa  obra  gi- 
gantesca para  una  compañía  de  ferro -carriles,  han  creído  los  Gobiernos 
interesados  que  debían  ponerse  de  acuerdo  para  dar  una  subvención 
de  85  millones  de  pesetas,  que  se  calcula  necesaria,  j  de  lo  cual  están 
suscritas  próximamente  las  tres  cuartas  partes.  El  Gobierno  italiano  se 
ha  obligado  á  contribuir  con  22  millones ;  la  Compañía  de  los  caminos  de 
hierro  lombardos  con  diez;  la  ciudad  de  Genova  con  siete;  los  cantones  más 
próximos  de  la  Suiza,  con  trece;  las  compañías  de  ferro-carriles,  con  siete; 


160  REVISTA    POLÍTICA 

el  Gran  Ducado  de  Badén,  con  tres.  1*^1  reino  de  Wurlenberg  no  ha  deci- 
dido aún  lo  que  hará ;  Baviera  que,  acaso  tiene  miedo  á  dar  demasiadas 
facilidades  de  locomoción  á  los  terribles  regimientos  prusianos ,  se  ha  ne- 
gado á  tomar  parte  en  el  negocio.  La  Confederación  del  Norte,  que  tanto 
dá  que  cabilar  á  los  Franceses,  se  ha  suscrito  por  10  millones,  además  de 
la  parte  que  han  tomado  también  en  la  empresa  varias  compañías  prusia- 
nas de  ferro- carriles  j  de  minas.  Varios  Diputados  han  interpelado  en  el 
Cuerpo  Legislativo  al  Gobierno,  llamándole  la  atención  sobre  los  peligros 
que  puede  haber  para  la  neutralidad  de  la  Suiza  en  esos  convenios  inter- 
nacionales que  entregan  un  paso  importante  de  su  territorio,  y  hasta  una 
parte  de  su  propiedad,  á  extranjeros  ambiciosos.  El  Duque  de  Grammont, 
Ministro  de  Negocios  extranjeros,  ha  tratado  de  tranquilizar  á  los  interpe- 
lantes, haciéndoles  observar  que  los  Estados  que  subvencionan  un  camino 
no  se  hacen  co-propietarios  de  él ;  que  la  Suiza  continuará  siendo  dueña 
del  San  Gotardo,  según  las  le  jes  más  elementales  del  derecho  de  gentes, 
y  además  ha  tenido  la  precaución  de  reservarse  sus  derechos  de  neutra- 
hdad,  y  consignado  explícitamente  hasta  el  de  interrumpir  las  comunica- 
ciones y  destruir  la  via;  añadiendo  que,  en  todo  caso,  si  esas  garantías 
no  son  bastantes  alguna  vez  para  la  defensa  de  la  neutralidad  suiza ,  la 
Francia  se  encargaría  de  hacerla  respetar.  En  verdad,  esta  última  razón  es 
muj  contraproducente,  porque  señala  á  la  Francia  una  nueva  obligación 
militar,  para  los  grandes  conflictos,  eQ  esa  misma  neutralidad  que  debiera 
resguardar  parte  de  sus  fronteras. 

Y  no  parece  que  el  mismo  Ministerio  Ollívier  tenga  en  este  asunto  la 
tranquilidad  que  ha  querido  infundir  á  sus  interpelantes ;  pues  á  sus  ins- 
tancias, según  parece,  se  ha  suspendido  en  Florencia  el  que  las  Cámaras 
deliberen  acerca  de  la  parte  de  subvención  que  corresponde  á  la  Italia. 

Otro  asunto  ha  dado  ocasión  para  que  en  el  Cuerpo  Legislativo  francés 
se  trate  extensamente  de  las  fuerzas  militares  que  respectivamente  cuen- 
tan la  Francia  y  la  Prusia.  El  Gobierno  ha  presentado  un  proyecto  de  ley 
reduciendo  á  90.000  hombres  el  contingente  anual  para  el  ejército,  que 
antes  era  de  lOO.OOO;  y  todos  los  oradores  que  han  tomado  parte  en  el 
debate,  lo  han  considerado  como  parte  principalísima  de  la  cuestión  de 
rivaUdad  entre  ambas  naciones.  M.  Garnier  Pagés,  que  combatió  el  pro- 
yecto del  Gobierno,  le  estimulaba  á  imitar  la  organización  del  ejército 
prusiano,  que  con  menos  gasto  da  relativamente  más  soldados.  M.  Jules 
Favre,  hablando  también  en  contra,  pedia  para  la  Francia,  nación  demo- 
crática que  tiene  la  pretensión  de  ser  libre,  el  armamento  universal  de  los 
ciudadanos,  á  fin  de  que  cada  uno  de  estos  ,  teniendo  su  fusil  con  su  cé- 
dula de  votar,  pueda  defender  sus  opiniones  y  su  patria ;  y  preguntó  al 
Ministerio  si  tiene  temores  de  guerra ,  y  de  dónde  proceden ,  en  caso  de 
haberlos.  M.  Ollívier  le  dio  la  satisfactoria  respuesta,  que  nos  alegraremos 


EXTERIOR.  161 

de  ver  confirmada  por  los  sucesos,  de  que  jamas  ha  estado  más  asegurada 
que  ahora  la  paz  de  la  Europa ,  no  habiendo  empeñada  en  la  actualidad 
ninguna  cuestión  irritante,  j  estando  convencidos  todos  los  Gabinetes  de 
la  necesidad  imprescindible  de  respetar  los  tratados ,  y  con  especialidad 
los  dos  que  más  interesan  á  la  conservación  de  la  paz;  el  de  1856,  que  la 
aseguró  en  Oriente,  j  el  de  Praga,  que  la  restableció  en  la  Alemania. 

M.  Thiers,  que  en  esta  discusión  ha  apojado  al  Gobierno ,  ha  mostra- 
do también  confianza  en  que  no  ha  de  estallar  por  ahora  la  guerra ,  jr  la 
funda  en  que  el  Conde  de  Bismark  comprende  que  no  le  conviene  ostentar 
tanta  ambición  como  hace  cuatro  años,  porque  se  despertarían  contra  él  las 
susceptibilidades  nacionales  delSudde  Alemania,  En  la  Francia  sería  tam- 
bién insensato  provocar  la  guerra ,  que  podria  producir  el  resultado  de 
excitar  el  patriotismo  alemán ,  haciendo  que  se  uniesen  á  Bismark  los 
Estados  que  hoj  le  miran  eon  recelo.  Pero,  al  mismo  tiempo  que  una  po- 
lítica pacífica,  aconseja  M.  Thiers  á  sus  compatriotas  que  mantengan  un 
ejército  numeroso  j  dispuesto  á  todas  las  eventualidades ,  porque  no  con- 
viene entregarse  á  la  prudencia  ajena,  sobre  todo  cuando  es  la  de  un  am- 
bicioso que  dispone  ja  de  cuarenta  millones  de  hombres,  j  que  tan  gran- 
des pruebas  tiene  dadas  de  la  grandeza  de  sus  planes  j  del  temerario 
arrojo  de  sus  empresas. 

Fernando  Cos-Gayon. 


TOMO  XV.  11 


NOTICIAS  LITERARIAS. 


Observaciones  sobre  la  novela  contemporánea  en  España. —  Proverbios  ejemplares  y 
Proverbios  cómicos,  por  D.  Ventura  Ruiz  Aguilera. 

El  gran  defecto  de  la  major  parte  de  nuestros  novelistas ,  es  el  haber 
utilizado  elementos  extraños,  convencionales,  impuestos  por  la  moda, 
prescindiendo  por  completo  de  los  que  la  sociedad  nacional  j  coetánea  les 
ofrece  con  extraordinaria  abundancia.  Por  eso  no  tenemos  novela ;  la  ma- 
yor parte  de  las  obras  que  con  pretensiones  de  tales  alimentan  la  curiosi- 
dad insaciable  de  un  público  frivolo  en  demasía ,  tienen  una  vida  efímera 
determinada  sólo  por  la  primera  lectura  de  unos  cuantos  millares  de 
personas,  que  únicamente  buscan  en  el  libro  una  distracción  fugaz  ó  un 
pasajero  deleite.  Ks  imposible  que  en  país  alguno  ni  en  ninguna  época  se 
haga  un  ensajo  más  triste  y  de  peor  éxito,  que  el  que  los  Españoles  hacen 
de  algunos  años  á  esta  parte  para  tener  novela.  En  vano  algunos  editores 
diligentes  han  acometido  la  empresa  con  ardor,  empleando  en  ello  todos  los 
recursos  de  la  industria  librera;  en  vaího  las  Revistas  j  las  publicaciones 
periódicas  más  acreditadas,  han  tratado  de  estimular  á  la  juventud,  prefi- 
riendo algunas  obras  muy  débiles  de  escfitores  nuestros,  á  las  extranje- 
ras, relativamente  muj  buenas ;  en  vano  la  Academia  ofrece  un  premio 
pecuniario  j  "honorífico  á  una  buena  novela  de  costumbres.  Todo  es  in- 
útil. Los  editores  han  inundado  el  país  de  un  fárrago  de  obrillas,  notables 
sólo  por  los  colorines  de  sus  lujosas  cubiertas;  la  prensa  tiene  que  recurrir 
de  nuevo  á  su  sistema  de  traducciones;  y  raras  veces  llega  al  recinto  de 
la  A.cademia  un  manuscrito  de  mediano  precio,  pudiendo  asegurarse  que 
no  pecan  de  severos  los  inmortales  de  la  calle  de  Valverde  al  escatimar  el 
premio  mayor  con  una  prudencia  casi  sistemática. 

Este  fenómeno  es  singular  atendiendo  á  lo  que  la  poesía  lírica  ha  pro- 
ducido en  este  siglo,  j  el  brillante  período  del  teatro  contemporáneo.  Pero 
tal  vez  se  encuentre  una  explicación  satisfactoria  fijándose  en  la  especia- 
lísima  índole  de  la  novela  de  costumbres,  y  relacionándola  con  nuestro 
carácter  y  nuestra  educación  literaria. 

Las  personas  dadas  á  la  investigación,  explican  esto  diciendo:  los  Espa- 
ñoles somos  poco  observadores,  y  carecemos  por  lo  tanto  de  la  principal 
virtud  para  la  creación  de  la  novela  moderna.  La  fantasía  andaluza  y  cas- 


NOTICIAS  LIÍBRAÍllAg.  l6S 

tellana,  que  ha  creado  la  más  rica  poesía  popular  que  existe  en  la  civiliza- 
ción cristiana,  la  literatura  mística,  y  el  gran  teatro  del  siglo  XVII,  es 
completamente  incapaz  para  el  caso.  Hemos  hecho  algo  en  la  novela  ro- 
mántica, que  ja  está  mandada  recoger,  jen  la  legendaria  j  maravillosa, 
cujo  prestigio  desciende  ja  notablemente ;  pero  la  novela  de  verdad  j  de 
caracteres,  espejo  fiel  de  la  sociedad  en  que  vivimos ,  nos  está  vedada.  El 
lirismo  nos  corroe,  digámoslo  así,  como  un  mal  crónico  é  interno,  que  ja 
casi  forma  parte  de  nuestro  organismo.  Somos  en  todo  unos  soñadores  que 
no  sabemos  descender  de  las  regiones  del  más  sublime  extravío,  j  en  li- 
teratura como  en  política,  nos  vamos  por  esas  nubes  montados  en  nues- 
tros hipógrifüs,  como  si  no  estuviéramos  en  el  siglo  XIX  j  en  un  rincón 
de  esta  vieja  Europa,  que  ja  se  va  aficionando  mucho  á  la  realidad. 

Cierto  es  esto :  somos  unos  idealistas  desaforados ,  j  más  nos  agrada 
imaginar  que  observar.  Bien  se  está  viendo  que  no  haj  gente  menos  prác- 
tica en  toda  especie  de  asuntos  que  esta  buena  gente  española,  que  tanto 
ha  dado  que  hacer  al  mundo  en  tiempos  lejanos,  j  en  las  letras  no  es  en 
donde  menos  se  refleja  esta  disposición  especial  de  nuestros  espíritus.  Sin 
embargo,  puede  asegurarse  que  en  este  punto  la  citada  disposición  es  más 
bien  accidental,  hija  sin  duda  de  condiciones  del  tiempo,  que  innata  j  ca- 
racterística. Examinando  la  cualidad  de  la  observación  en  nuestros  escri- 
tores, veremos  que  Cervantes,  la  más  grande  personalidad  producida  por 
esta  tierra,  la  poseía  en  tal  alto  grado,  que  de  seguro  no  se  hallará  en 
antiguos  ni  modernos  quien  le  aventaje,  ni  aun  le  iguale.  Y  en  otra  ma- 
nifestación del  arte,  ¿qué  fué  Velazquez  sino  el  más  grande  de  los  obser- 
vadores, el  pintor  que  mej-or  ha  visto  j  ha  expresado  mejor  la  naturaleza? 
La  aptitud  existe  en  nuestra  raza ;  pero  sin  duda  esta  degeneración  la- 
mentable en  que  vivimos,  nos  la  echpsa  j  sofoca.  Haj  que  buscar  la  cau- 
sa del  abatimiento  de  las  letras  j  de  la  pobreza  de  nuestra  novela  en  las 
condiciones  externas  con  que  nos  vemos  afectados,  en  el  modo  de  ser  de 
esta  sociedad,  tal  vez  en  el  decaimiento  del  espíritu  nacional  ó  en  las  con- 
tinuas crisis  que  atravesamos,  j  que  do  nos  han  dado  punto  de  reposo. 
La  novela  es  producto  legítimo  de  la  paz :  al  contrario  de  la  literatura  he- 
roica j  patriotera,  no  se  cria  sino  en  los  períodos  de  serenidad,  j  en  nues- 
tros tiempos  rara  es  la  pluma  que  no  se  ejercita  en  las  contiendas  políti- 
cas. No  se  espere  hoj  de  los  grandes  ingenios  otra  cosa  que  diatribas 
muj  bellas. 

Haj  además  el  gran  inconveniente  de  las  circunstancias  tristísimas  de 
la  literatura  considerada  como  profesión.  Domina  en  nuestros  pobres  li- 
teratos un  pesimismo  horrible.  Hablarles  de  escribir  obras  serias  j  con- 
cienzudas de  puro  ínteres  literario ,  es  hablarles  del  otro  mundo.  Todos 
ellos  andan  á  salto  de  mata,  de  periódico  en  periódico,  en  busca  del  nece- 
sario sustento ,  que  encuentran  rara  vez ;  j  la  major  recompensa  j  el 
mejor  término  de  sus  fatigas  es  penetrar  en  una  oficina  ,  panteón  de  toda 
gloria  española.  Todos  reposan  su  cabeza  cargada  de  laureles  sobre  un 
expediente ;  y  el  infeliz  que  no  acepta  esta  solución ,  j  se  empeña  en  ser 
literato  á  secas ,  viviendo  de  su  pluma  ,  bien  podría  ser  canonizado  como 
uno  de  los  más  dignos  mártires  que  han  probado  las  amarguras  de  la 
vida  en  este  valle  de  lágrimas . 

Entre  tanto,  por  más  que  digan,  aquí  se  lee  mucho,  j  se  lee  de  todo, 
política,  literatura,  poesía,  artes,  ciencias,  j  sobre  todo,  novela.  Pero  esta 
gente  que  lee,  estos  Españoles  que  gustan  de  comprar  una  novela  j  la  de- 


164  NOTICIAS   LITERARIAS. 

voran  de  cabo  á  rabo,  estimando  de  todo  corazón  al  ingenio  que  tal  cosa 
produjo,  se  abastece  en  un  mercado  especial.  El  pedido  de  este  lector  es- 
pecialísimo  es  lo  que  determina  la  índole  de  la  novela.  El  la  pide  á  su 
gusto,  la  ensaya,  da  el  patrón  j  la  medida;  j  es  preciso  servirle.  Aquí 
tenemos  explicado  el  fenómeno  ,  es  decir .  la  sustitución  de  la  novela  na- 
cional de  pura  observación,  por  esa  otra  convencional  j  sin  carácter  ,  gé- 
nero que  cultiva  cualquiera ,  peste  nacida  en  Francia ,  j  que  se  ha  di- 
fundido con  la  pasmosa  rapidez  de  todos  los  males  contagiosos.  El  pú- 
blico ha  dicho :  «  Quiero  traidores  pálidos  j  de  mirada  siniestra ,  modistas 
angehcales,  meretrices  con  aureola  ,  duquesas  averiadas,  jorobados  ro- 
mánticos, adulterios,  extremos  de  amor  j  odio,»  j  le  han  dado  todo  esto. 
Se  lo  han  dado  sin  esfuerzo ,  porque  estas  máquinas  se  forjan  con  asom- 
brosa facilidad  por  cualquiera  que  ha  ja  leído  una  novela  de  Dumas  j  otra 
de  Soulié.  Kl  escritor  no  se  molesta  en  hacer  otra  cosa  mejor,  porque 
sabe  que  no  se  la  han  de  pagar ;  j  esta  es  la  causa  única  de  que  no  ten- 
gamos novela.  El  género  literario  en  que  se  ocupan  con  algún  resultado 
nuestros  desdichados  literatos ,  j  el  que  sostiene  algunas  pequeñas  in- 
dustrias editoriales,  es  el  de  la  novela  de  impresiones  j  movimiento,  cuja 
lectura  ejerce  una  influencia  tan  marcada  en  la  juventud  del  dia,  refle- 
jándose en  nuestra  educación  j  dejando  en  nosotros  una  huella  que  tal 
vez  dura  toda  la  vida. 

La  verdad  es  que  existe  un  mundo  de  novela.  En  todas  las  imagina- 
ciones haj  el  recuerdo,  la  visión  de  una  sociedad  que  hemos  conocido  en 
nuestras  lecturas :  j  tan  familiarizados  estamos  con  ese  mundo  imagina- 
rio que  se  nos  presenta  casi  siempre  con  todo  el  color  j  la  fijeza  de  la 
realidad,  por  más  que  las  innumerables  figuras  que  lo  constitujen  no  ha- 
jan  existido  jamas  en  la  vida,  ni  los  sucesos  tengan  semejanza  ninguna 
con  los  que  ocurren  normalmente  entre  nosotros.  Así  es  que  cuando  ve- 
mos un  acontecimiento  extraordinariamente  anómalo  j  singular,  decimos 
que  'parece  cosa  de  novela;  j  cuando  tropezamos  con  algún  individuo  ex- 
tremadamente raro,  le  llamamos  héroe  de  novela ,  j  nos  reimos  de  él 
porque  se  nos  presenta  con  toda  la  extrañeza  é  inusitada  forma  con  que 
le  hemos  visto  en  aquellos  extravagantes  libros.  En  cambio ,  cuando  lee- 
mos las  admirables  obras  de  arte  que  produjo  Cervantes  j  hoj  hace  Car- 
los Dickens,  decimos:  «Qué  verdadero  es  esto!  Parece  cosa  de  la  vida.  Tal 
ó  cual  personaje,  parece  que  le  hemos  conocido. »  Los  apasionados  de  Ve- 
lazquez  se  han  famiUarizado  de  tal  modo  con  los  seres  creados  por  aquel 
grande  artista ,  que  creen  haberlos  conocido  j  tratado ,  j  se  les  antoja 
que  van  Esopo ,  Menipo  j  el  Bobo  de  Coria  andando  por  esas  calles 
mano  á  mano  con  todo  el  mundo. 

IL 

En  la  novela  de  impresiones  j  movimiento  ,  destinada  sólo  á  la  dis- 
tracción j  deleite  de  cierta  clase  de  personas ,  se  ha  hecho  aquí  cuanto 
había  que  hacer,  inundar  la  Península  de  una  plaga  desastrosa ,  haciendo 
esas  emisiones  de  papel  impreso,  que  son  hoj  la  gran  conquista  del  co- 
mercio editorial.  La  entrega ,  que  bajo  el  punto  económico  es  una  mara- 
villa, es  cosa  terrible  para  el  arte.  És  como  la  aphcacion  del  periódico  á 
toda  clase  de  manifestaciones  literarias ,  j  expresa  una  tendencia  de  nues- 
tro siglo,  la  tendencia  á  aceptar  para  todo  el  sistema  inglés  de  los  mu- 


NOTICIAS    LITERARIAS.  165 

chos  pocos,  que  aquella  buena  gente  sabe  aplicar  á  todo.  .Como  quiera 
que  sea,  los  recursos  de  publicidad  aumentan  considerablemente  con  la 
entrega.  El  libro,  dividido  de  este  modo,  penetra  hoja  por  hoja  en  todos 
los  hogares,  y  es  accesible  alas  fortunas  más  modestas.  No  vituperamos 
todavía  este  sistema ;  porque  el  mal  no  está  en  él.  Como  excelente  medio 
de  propagación  la  entrega,  ha  podido  difundir  lo  malo ;  pero  en  igualdad 
de  condiciones  puede  extender  lo  bueno  j  darle  una  extraordinaria  circu 
lacion  con  la  rapidez  y  la  ubicuidad  del  periódico. 

No  ha  absorbido  todo  el  público  la  clase  de  novelas  de  que  hemos  ha- 
blado. Siempre  haj  un  pequeño  número  de  lectores  para  los  ensajos  que 
en  otros  géneros  se  han  hecho.  También  aquí  se  ha  intentado  crear  la 
novela  de  salón;  pero  es  una  planta  esta  difícil  de  aclimatar.  Verdad  es,  que 
por  lo  general,  valen  poco  las  producciones  de  esta  clase,  que  no  son  sino 
imitaciones  muj  pálidas  y  muy  mal  hechas  de  la  literatura  francesa  de 
bondoir.  A  esto  contribuye  en  gran  parte  el  afrancesareiento  de  nuestra 
alta  sociedad,  que  ha  perdido  todos  sus  rasgos  característicos.  Ya  desde 
principios  del  siglo  pasado ,  la  reforma  de  la  etiqueta ,  la  venida  de  los 
Borbones,  la  irrupción  de  la  moda  francesa,  comenzaron  á  desnaturalizar 
nuestra  aristocracia.  En  el  presente  siglo  aún  existia  un  resto  de  aquellas 
costumbres  caballerescas  de  la  antigua  nobleza ;  la  parte  principal  del 
reinado  de  Fernando  VII  fomentó  en  ella  su  innata  afición  á  los  toros  y 
á  los  frailes ,  al  paso  que  le  hacía  perder  sus  cualidades  seculares  de  noble 
orgullo  y  exagerado  pundonor;  y  por  fin,  la  mayor  cultura  de  la  presente 
época ,  la  educación  literaria  recibida  por  casi  todos  los  jóvenes  de  alta 
alcurnia,  ha  modificado  completamente  la  clase ,  alejándola  de  aquel  vi- 
cioso y  rancio  españolismo  que  fué  una  degeneración  de  la  primitiva  ca- 
ballerosidad castellana.  Hoy  la  aristocracia  no  es  aventurera,  ni  petulante, 
ni  idólatra  de  los  toros,  ni  mogigata.  Es  una  clase  perfectamente  recon- 
ciliada con  el  espíritu  moderno ;  que  ayuda  á  impulsar  más  bien  que  á 
eutorpecer  el  movimiento  de  la  civilización,  y  vive  tan  tranquila  y  pací- 
fi  ca  en  medio  de  una  sociedad  que  ya  no  domina  ni  dirije,  contenta  de  su 
papel,  contribuyendo  á  la  vida  colectiva  con  lo  que  su  inñuencia  y  su 
poder  le  permita,  alternando  con  todos  nosotros  durante  el  día,  y  retirán- 
dose por  la  noche  allá  al  recinto  de  sus  salones,  donde  penetran  ya  toda 
clase  de  mortales.  Por  lo  demás,  los  amantes  de  lo  pintoresco  y  lo  carac- 
terístico encontrarán  á  esta  aristocracia  un  poco  vulgar :  la  adopción  del 
ritual  francés  para  todas  sus  ceremonias,  el  continuo  uso  de  aquella  len- 
gua y  de  sus  fórmulas  de  cortesía,  la  afición,  mejor  dicho,  el  delirio  por 
los  viajes  elegantes  ha  rematado  esta  obra  de  nivelación ,  asimilando  á 
todos  los  nobles  de  la  tierra.  Por  eso  la  novela  de  salón,  de  una  tenden- 
cia puramente  elegante  y  de  syort ,  es  entre  nosotros  una  flor  exótica  y 
de  efímera  existencia.  Además,  el  círculo  de  la  alta  sociedad  es  estrecho; 
nos  interesa  poco  lo  que  hace  esa  buena  gente  allá  en  sus  encantados  re- 
tiros ;  es  verdad  que  la  pasión  suele  presentarse  en  ella  con  brios  extraor- 
dinarios, dando  origen  á  sucesos  de  gran  interés  y  novedad.  Es  verdad, 
que  hay  allá  arriba  vicios  trascendentales  (vulgarmente)  que  no  son  dis- 
tintos de  los  vicios  de  aquí  abajo  (aunque  no  mayores  como  se  cree),  y 
que  son  un  gran  elemento  de  arte  ridiculizados  ó  corregidos  con  habilidad; 
pero,  ó  nuestros  novelistas  no  saben  tratar  el  asunto  ,  ó  no  han  tenido  el 
acierto  de  ser  un  poco  más  generales,  poniendo  en  contacto  y  en  relación 
íntima,  como  están  en  la  vida,  todas  las  clases  sociales.   La  novela,  el 


166  NOTICIAS  LITERARIAS. 

más  complejo,  el  más  múltiple  de  los  géneros  literarios,  necesita  un 
círculo  más  vasto  que  el  que  le  ofrece  una  sola  gerarquia ,  ja  muy  poco 
caracterizada ;  se  asfixia  encerrada  en  la  perfumada  atmósfera  de  los  sa- 
lones, j  necesita  otra  amplísima  j  dilatada,  donde  respire  y  se  agite  todo 
el  cuerpo  social. 

La  novela  popular  es  la  que  únicamente  ha  sido  cultivada  con  algún 
provecho,  sin  duda  por  las  tradiciones  de  nuestra  novela  picaresca,  cu  jos 
caracteres  j  estilo  están  grabados  en  la  mente  de  todos.  Es  más  fácil  re- 
tratar al  pueblo,  porque  su  colorido  es  más  vivo ,  su  carácter  más  acen- 
tuado ,  sus  costumbres  más  singulares ,  j  su  habla  m.ás  propia  para  dar 
gracia  j  variedad  al  estilo.  En  el  pueblo  urbano  ,  muj  modificado  ja  por 
la  influencia  de  la  clase  media ,  sobre  todo  en  las  grandes  ciudades ,  la 
dificultad  es  major.  Los  nuevos  elementos  ingeridos  en  la  sociedad  por 
las  reformas  políticas,  Ta  pasmosa  propagación  de  ciertas  ideas  que  van 
penetrando  en  las  últimas  gerarquías,  la  lacilidad  con  que  un  pueblo  dó- 
cil j  de  vivísima  imaginación  como  el  nuestro  acepta  ciertas  costumbres, 
hacen  que  sea  más  difícil  j  complicada  la  tarea  de  retratarlo.  Kl  pueblo 
de  Madrid  es  hoj  muj  poco  conocido  :  se  le  estudia  poco  ,  j  sin  duda  el 
que  quisiera  expresarlo  con  fidelidad  j  gracia ,  hallaría  enormes  inconve- 
nientes j  necesitaría  un  estudio  directo  jal  natural,  sumamente  enojoso. 
Se  equivoca  el  que  cree  encontrar  á  ese  pueblo  en  las  obras  de  Mesonero 
Romanos .  El  buen  Curioso  Parlante  se  quejaba  de  que  hubiesen  desapa- 
recido las  manólas,  los  chisperos,  los  covachuelistas,  los  lechuguinos,  los 
antiguos  barberos :  él  fué  un  pintor  concienzudo  de  los  nuevos  tipos  que 
produjo  la  trasformacion  de  nuestra  sociedad  hace  treinta  años;  j  tal  vez 
estaría  muj  lejos  de  creer  el  ilustre  madrileño,  que  bien  pronto  desaparece- 
ría también  aquella  falange  de  personajes  que  él  vio  nacer  j  que  observó 
con  singular  maestría.  Ya  todo  es  nuevo,  j  la  sociedad  de  Mesonero  nos 
parece  casi  tan  antigua  como  la  de  las  antiguas  fábulas  picarescas,  como 
la  categoría  de  los  rufianes,  buscones,  necios,  corchetes,  gariteros,  hidal- 
guillos  j  toda  la  gentuza  que  inmortalizó  Quevedo. 

En  la  novela  de  costumbres  campesinas,  Fernán  Caballero  j  Pereda 
han  hecho  obritas  inimitables.  El  primero  ha  pintado  la  buena  gente  de 
los  pueblos  de  Andalucía  con  suma  gracia  j  sencillez,  retratando  la  na- 
tural viveza  j  espontaneidad  de  aquella  noble  raza.  Sólo  se  bastardea  j 
malogra  su  ingenio  cuando  quiere  salir  del  breve  círculo  del  hogar  cam- 
pestre. Fernán  Caballero  cae  por  tierra  desde  que  quiere  elevarse  un  poco, 
j  nada  haj  más  pobre  que  su  criterio,  ni  más  triste  que  su  filosofía  bona- 
chona, afectada  de  una  mogigatería  lamentable.  Pereda  es  un  pintor  muj 
diestro:  suñ  Escenas  montañesas  son  pequeñas  obras  maestras,  á  que  está 
reservada  la  innaortalidad.  ¡Lástima  que  sea  demasiado  local  j  no  procu- 
re mostrarse  en  esfera  más  ancha !  El  realismo  bucólico  j  la  extraña  poe- 
sía de  que  sabe  revestir  á  sus  interesantes  patanes ,  no  pueden  realizar 
por  completo  la  a>ípiracion  literaria  de  hoj.  Es  aquello  muj  particular,  j 
expresa  una  sola  faz  de  nuestro  pueblo.  En  un  horizonte  más  vasto,  aquel 
ingenio  tan  observador  j  perspicaz  haria  cosas  inimitables,  satisfaciendo 
esa  secreta  aspiración  de  toda  gran  sociedad  á  manifestarse  en  forma  ar- 
tística, produciendo  una  expresión  ó  remedo  de  sí  misma. 


NOTICÍAS  LITERARIAS.     .  167 


m. 


Pero  la  clase  media,  la  más  olvidada  por  nuestros  novelistas,  es  el 
gran  modelo,  la  fuente  inagotable.  Ella  es  hoy  la  base  del  orden  social; 
ella  asume  por  su  iniciativa  y  por  su  inteligencia  la  soberanía  de  las  na- 
ciones, V  en  ella  está  el  hombre  del  siglo  XIX  con  sus  virtudes  j  sus  vi- 
cios, su  noble  é  insaciable  aspiración,  su  afaí)  de  reformas,  su  actividad 
pasmosa.  La  novela  moderna  de  costumbres  ha  de  ser  la  expresión  de 
cuanto  bueno  j  malo  existe  en  el  fondo  de  esa  clase,  de  la 'incesante  agi- 
tación que  la  elabora,  de  ese  empeño  que  manifiesta  por  encontrar  ciertos 
ideales  v  resolver  ciertos  problemas  que  preocupan  á  todos,  y  conocer  el 
origen  y  el  remedio  de  ciertos  males  que  turban  las  familias.  La  grande 
aspiración  del  arte  literario  en  nuestro  tiempo  es  dar  forma  á  todo^sto.  ^, 

Haj  quien  dice  que  la  clase  media  en  España  no  tiene  los  caracteres  y 
el  distintivo  necesarios  para  determinar  la  aparición  de  la  novela  de  cos- 
tumbres. Dicen  que  nuestra  sociedad  no  tiene  hoj  la  vitalidad  necesaria 
para  servir  de  modelo  á  un  gran  teatro  como  el  del  siglo  XVII,  ni  es  su- 
ficientemente original  para  engendrar  un  período  literario  como  el  de  la 
moderna  novela  inglesa.  Esto  no  es  exacto.  La  sociedad  actual,  represen- 
tada en  la  clase  media,  aparte  de  ;los  elementos  artísticos  que  necesaria- 
mente ofrece  siempre  lo  inmutable  del  corazón  humano  y  los  ordinarios 
sucesos  de  la  vida,  tiene  también  en  el  momento  actual,  y  según  la  espe- 
cial manera  de  ser  con  que  la  conocemos ,  grandes  condiciones  de  origi- 
nalidad, de  colorido,  de  foríaia. 

Basta  mirar  con  alguna  atención  el  mundo  que  nos  rodea  para  com- 
prender esta  verdad.  Esa  cíase  es  la  qué  determina  el  movimiento  políti- 
co, la  que  administra,  la  que  enseña,  la  que  discute,  la  que  da  al  mundo 
los  grandes  innovadores  y  los  grandes  libertinos,  los  ambiciosos  de  genio 
y  las  ridiculas  vanidades:  ella  determina  el  movimiento  comercial,  una  de 
las  grandes  manifestaciones  de  nuestro  siglo ,  y  la  que  posee  la  clave  de 
los  intereses,  elemento  poderoso  de  la  vida  actual,  que  daí  origen  en  las 
relaciones  humanas  á  tantos  dramas  y  tan  raras  peripecias.  En  la  vida  ex- 
terior se  muestra  con  estos  caracteres  marcadísimos,  pof  ser  ella  el  almA 
de  la  política  y  el  comercio ,  elementos  de  progreso ,  que  no  por  serlo  en 
sumo  grado  han  dejado  de  fomentar  dos  grandes  vicios  en  la  sociedad,  la 
ambición  desmedida  y  el  positivismo.  Al  mismo  tiempo,  en  la  vida  do- 
méstica, ¡qué  vasto  cuadro  ofrece  esta  clase,  constantemente  preocupada 
por  la  organización  de  la  familia  f  Descuella  en  primer  lugar  el  problema 
religioso,  que  perturba  los  hogares  y  ofrece  contradicciones  que  asustan; 
porque  mientras  en  una  parte  la  falta  de  creencias  afloja  ó  rompe  los  lazos 
morales  y  civiles  que  forman  la  familia,  en  otras  produce  los  mlsm'os 
efectos  el  fanatismo  y  las  costumbres  devotas.  Al  mismo  tiempo  se  obser- 
van con  pavor  los  estragos  del  vicio  esencialmente  desorganizador  de  la 
familia,  el  adulterio,  y  se  duda  si  esto  ha  de  ser  remediado  por  la  solución 
religiosa,  la  moral  pura,  ó  simplemente  por  una  reforma  civil.  Sabemos 
que  no  es  el  novelista  el  que  ha  de  decidir  directamente  estas  graves  cues- 
tiones, pero  sí  tiene  la  misión  de  reflejar  esta  turbación  honda,  esta  lucha 
incesante  de  principio»  y  hechos  que  constituje  el  maravilíoso  drama  de 
la  vida  actual. 


168  NOTICIAS   LITERARIAS. 

No  ha  aparecido  aún  en  España  la  gran  novela  de  costumbres,  la  obra 
vasta  j  compleja  que  ha  de  venir  necesariamente  como  expresión  artística 
de  aquella  vida.  Sin  duda,  las  circunstancias  de  estos  dias  no  le  son  favo- 
rables, como  antes  hemos  dicho,  por  ser  un  producto  natural  j  espontáneo 
de  los  tiempos  serenos;  pero  es  inevitable  su  aparición,  j  hoj  tenemos  sín- 
tomas y  datos  infalibles  para  presumir  que  sea  en  un  plazo  no  muy  leja- 
no. La  aspiración  de  la  sociedad  actual  á  exteriorizarse,  se  maniñesta  ja 
con  alguna  energía  en  el  sin  número  de  cuadros  de  costumbres  que  han 
visto  la  luz  en  los  últimos  años.  De  este  modo  se  inician  los  grandes  pe- 
ríodos de  la  Uteratura  novelesca,  que  no  llega  á  producir  sus  grandes  j 
más  preciados  frutos  sino  después  de  una  lenta  j  laboriosa  prueba.  Üe 
estos  cuadros  de  costumbres  que  apenas  tienen  acción,  siendo  únicamente 
ligeros  bosquejos  de  una  figura ,  nace  paulatinamente  el  cuento  ,  que  es 
aquel  mismo  cuadro  con  un  poco  de  movimiento,  formando  un  orga- 
nismo dramático  pequeño,  pero  completo  en  su  brevedad.  Los  cuentos 
breves  y  compendiosos,  frecuentemente  cómicos,  patéticos  alguna  vez, 
representan  el  primer  albor  de  la  gran  novela,  que  se  forma  de  aquellos, 
apropiándose  sus  elementos  y  fundiéndolos  todos  para  formar  un  cuerpo 
multiforme  y  vario,  pero  completo,  organizado  y  uno,  como  la  misma  so- 
ciedad. En  ¿spaña,  la  producción  de  esas  pequeñas  obras  es  inmensa.  La 
prensa  literaria  se  alimenta  de  eso,  y  menudean  las  colecciones  de  cuen- 
tos, de  artículos,  de  cuadros  sociales.  Hay  mucho  de  vulgar  y  mediano  en 
estas  composiciones;  pero  el  que  siga  con  interés  el  movimiento  Hterario 
habrá  tenido  ocasión  de  observar  lo  que  hay  de  bueno  entre  la  muche- 
dumbre de  obritas  de  este  género.  Las  que  más  boga  han  alcanzado  son 
los  Proverbios  Ejemplares  de  D.  Ventura  Ruiz  Aguilera,  colección  de 
pequeñas  novelas,  muy  apreciables  y  bellas  particularmente,  además  del 
mérito  y  la  importancia  que  tienen  en  su  conjunto  como  pintura  general 
de  nuestra  sociedad.  Estos  cuentos,  en  que  se  desarrolla  el  sentido  moral 
de  un  adagio  popular,  son  tan  breves  y  conceptuosos,  que  jamas  cansa 
su  lectura:  son  cuadros  hechos  á  cuatro  rasgos,  y  ocupando  sólo  el  espa- 
cio necesario  para  sus  escasas  figuras;  no  hay  en  ellos  digresiones  ni  su- 
perñuidades,  porque  su  índole  exige  la  forma  más  concreta,  pudiendo  de- 
cirse, por  la  intención  que  encierran  y  lo  sencillo  de  su  organismo,  que 
son  verdaderos  apólogos.  Algunos,  sobre  todo  los  cómicos,  no  son  otra 
cosa  que  epigramas  en  grande  escala.  Mas  no  por  ser  breves  los  cuentos 
que  la  forman  deja  de  ser  muy  vasto  el  mundo  que  vive  y  se  agita  en  esta 
colección  de  proverbios.  Allí  estamos  todos  nosotros  con  nuestras  ñaque- 
zas  y  nuestras  virtudes  retratados  con  fidelidad,  y  puestos  en  movimiento 
en  una  serie  de  sucesos  que  no  son  ni  más  ni  menos  que  estos  que  nos 
están  pasando  ordinariamente  uno  y  otro  día  en  el  curso  de  nuestra  agi- 
tada vida.  La  índole  de  la  obra  no  permitía  utilizar  demasiado  el  elemen- 
to patético,  siendo  casi  siempre  lo  cómico  el  principal  recurso  que  el  autor 
emplea  para  su  fin.  MI  Castigat  ridendo,  es  el  principio  que  se  ha  tenido 
en  cuenta,  aunque  suele  haber  mucha  seriedad  en  todas  las  soluciones.  Por 
lo  general,  domina  en  todos  ellos  una  calma  de  espíritu  imperturbable,  y 
su  lectura  produce  el  efecto  de  una  conversación  discreta  y  sana  con  per- 
sonas de  extremada  bondad,  porque  la  filosofía  que  encierran  no  tiene  la 
severidad  agresiva  del  moralista  dogmático,  ni  ese  pesimismo  doloroso  de 
nuestros  escépticos  de  hoy,  que  no  saben  enseñar  verdad  alguna  que  no 
sea  muy  amarga,  y  nos  quitan  una  esperanza  y  un  consuelo  en  cada  lee- 


NOTICIAS    LITERARIAS.  169 

cion  que  nos  dan.  A  una  gran  viveza  de  color  en  los  retratos  se  une  un 
tacto  especial  para  escoger  sólo  las  figuras  necesarias,  la  más  caracterís- 
ticas, sin  usar  segundos  términos  ni  cosa  alguna  que  esté  demás;  así  es 
que  los  personajes  se  graban  en  la  memoria  del  lector  con  gran  viveza.  Los 
hechos  son  los  más  naturales  de  la  vida,  verificándose  siempre  con  la  más 
estricta  lógica,  cualidad  que,  unida  al  interés,  constituye  el  secreto  de  la 
buena  novela.  Ya  estamos  cansados  de  las  situaciones  difíciles,  penosas  y 
violentas,  que  suelen  hacer  efecto  en  el  teatro,  pero  que  son  intolerables 
en  el  libro,  donde  el  campo  es  más  vasto,  la  ficción  más  fácil,  j  por  con- 
siguiente menos  llevaderas  las  licencias  de  esta  naturaleza.  Ya  hemos  di- 
cho cuan  serena  y  dulce  es  la  filosofía  que  inspiran  estos  sencillos  cuen- 
tos; pues  esta  serenidad,  esta  apacible  calma  del  justo  se  refleja  en  la 
naturalidad  del  relato,  en  la  sencillez  de  la  invención,  en  el  fácil  artificio 
del  diálogo. 

En  cuanto  al  estilo.  Los  Proverbios  encierran  un  preciosísimo  tesoro  de 
locuciones  populares  que  vemos  con  disgusto  desaparecer  poco  á  poco  de 
nuestro  lenguaje  literario.  Conviene  que  el  movimiento  y  las  trasforma- 
clones  de  una  lengua,  indicados  por  el  movimiento  de  la  vida  de  los  pue- 
blos, no  sea  tal  que  haga  poner  en  olvido  ciertos  modos  de  decir  que  cons- 
tituyen uno  de  los  principales  tesoros  de  nuestra  lengua.  En  esto  el  señor 
Aguilera  ha  sabido  sacar  partido  del  inmenso  caudal  de  frases,  dichos,  re- 
franes Y  modismos  que  posee,  poniéndolos  en  boca  del  pueblo  con  mucho 
donaire  y  oportunidad;  y  si  estas  novelitas  no  tuvieran  el  encanto  de  su 
sencillo  é  ingenioso  artificio,  la  exactitud  y  gracia  de  las  pinturas,  sería 
suficiente  motivo  para  darles  valor  la  circunstancia  de  ser  un  archivo  de 
curiosidades  lingüísticas  que  nos  interesan  y  seducen,  no  sólo  por  ser  be- 
llas y  pintorescas,  sino  por  ser  raras  y  estar  exhumadas  con  una  solicitud 
digna  de  imitación. 

IV. 

Ya  hemos  dicho  que  el  mundo  de  los  ProverHos ,  lo  mismo  el  de  los 
Ejemplares ,  que  el  délos  Cómicos,  publicados  recientemente,  es  el  que 
formamos  todos  nosotros  en  la  vida  ordinaria  y  real.  De  la  clase  media  han 
salido  todos  aquellos  caballeros  y  señoras,  y  aunque  también  vemos  algu- 
na gente  del  pueblo  y  tal  cual  aristócrata,  considerada  en  conjunto  la  co- 
lección, estos  tipos  parecen  como  de  segundo  término,  ó  completamente 
ripiosos,  si  nos  es  permitido  decirlo.  En  aquella  sociedad  imaginaria  do- 
mina la  clase  que  domina  en  la  real ,  y  el  punto  de  vista  para  tan  vasto 
cuadro  ha  sido  el  de  este  círculo  en  que  todos  vivimos ,  círculo  formado 
por  nuestros  amigos,  nuestros  conocidos,  una  multitud  de  personas  que 
vemos  perfectamente  y  no  conocemos  ,  otros  tantos  de  quienes  oimos  con- 
tar pestes,  muchas  de  quienes  se  cuentan  maravillas,  otras  de  que  nos 
reimos  con  buenas  ganas,  la  muchedumbre  de  los  que  quieren  engañar- 
nos, la  falange  de  Jos  que  señalamos  con  el  dedo  como  una  notabilidad 
social ,  la  gerarquía  de  los  extravagantes,  la  familia  de  los  tontos ,  en  fin, 
la  serie  inacabable  de  los  fulanos,  la  figura  del  prójimo  personificado, 
el  fellow  de  los  ingleses.  Todos  son  individuos  y  á  todos  los  vemos  por 
esas  calles  con  sus  levitas  y  sus  sombreros  tan  lejos  de  pensar  que  son 
un  gran  elemento  de  arte,  y  unos  modelos  de  gran  precio. 

Los  vicios  y  virtudes  fundamentales  que  engendran  los  caracteres  y 


170  NOTICIAS  LITERARIAS. 

determinan  los  sucesos  son  también  estos  de  por  acá.  Nada  de  abstrac- 
ciones ,  nada  de  teorías  ;  aquí  sólo  se  trata  de  referir  y  de  expresar,  no  de 
desarrollar  tesis  morales  más  ó  menos  raras ,  j  empingorotadas ;  sólo  se 
trata  de  decir  lo  que  somos  unos  j  otros ,  los  buenos  j  los  malos ,  di- 
ciéndolo  siempre  con  arte.  Si  nos  corregimos ,  bien ;  si  nó ,  el  arte  ha 
cumplido  su  misión,  j  siempre  tendremos  delante  aquel  espejo  eterno  re- 
flejador  j  guardador  de  nuestra  fealdad. 

Los  vicios,  decíamos,  son  de  los  que  andan  sueltos  por  estas  tierras,  ha- 
llándose por  lo  general  en  gran  predicamento  j  teniendo  mucho  dominio 
entre  nosotros.  La  vanidad,  por  ejemplo,  tiene  en  los  Proverbios  un 
punto  tan  importante  como  en  la  vida :  aquí  se  halla  en  todas  partes ,  to- 
dos la  tenemos  en  major  ó  menor  grado,  j  casi  puede  asegurarse  que 
este  vico  es  uno  de  los  que  más  participación  tienen  en  el  movimiento 
moderno.  Este  gran  siglo  en  que  hemos  nacido  nos  ha  traído  tantas 
cosas  buenas,  que  se  le  puede  perdonar  todo.  El  nos  ha  traído  la  partici- 
pación de  todos  en  la  vida  pública,  ha  reconstituido  el  ser  humano  con  la 
noción  de  la  dignidad,  del  mérito  personal,  j,  como  ha  traído  la  justicia 
de  la  gloria,  como  nos  da  á  todos  la  seguridad  de  que  si  valemos  hemos 
de  ser  apreciados,  como  nos  abre  el  camino  j  nos  paga  con  la  estimación 
general ,  si  la  merecemos ,  de  aquí  el  que  todos  queramos  ser  algo  supe- 
rior á  los  demás,  distinguirnos  de  cualquier  modo.  Sino  podemos  hacerlo 
con  buenas  j  grandiosas  acciones ,  lo  hacemos  con  un  título,  con  un  nom- 
bre, con  una  cinta  ú  otra  fórmula  convencional. 

Somos  muj  vanidosos ,  pero  este  vicio  es  una  pequeña  sombra  proyec- 
tada por  las  grandes  excelencias  de  nuestra  época.  Todos  los  grandes  pro- 
gresos traen  su  cortejo  de  pequeñas  flaquezas.  La  participación  de  todos 
en  la  vida  pública,  la  seguridad  que  tiene  el  individuo  de  influir  perso- 
nalmente en  la  suerte  de  la  sociedad,  esto  que  es  la  major  de  las  conquis- 
tas, ;no  ha  de  ser  causa  de  que  todos  nos  creamos  ja  con  un  pié  en  el 
templo  de  la  fama,  j  de  que  tengamos  ambición,  á  veces  infundada,  j  de 
que  procuremos,  en  cuanto  nos  sea  posible,  intervenir  más  que  los  demás, 
hacer  prevalecer  nuestra  opinión,  j  rodear  de  todo  el  prestigio  posible  á 
nuestra  querida  persona? 

Esto  es  un  pequeño  mal  que  vá  fatalmente  unido  al  resultado  de  un  in- 
menso bien.  "Vajra  otro  ejemplo.  El  gran  progreso  de  la  industria  ha  hecho 
que  una  infinidad  de  productos  de  arte,  objetos  bellos  j  de  valor  que  esta- 
ban reservados  á  las  clases  altas  j  poderosas ,  le  son  hoj  accesibles  á  to- 
das las  clases :  j  si  los  objetos  de  gran  valor  intrínseco  no  pueden  ho j  ser 
adquiridos  por  las  personas  de  modesta  fortuna ,  en  cambio  la  facilidad  de 
la  producción,  el  acierto  con  que  se  aplica  el  arte  á  la  industria,  ha  dado 
orijen  á  las  cosas  elegantes  que  están  al  alcance  de  todos.  Pues  bien :  no 
es  extraño  que  esta  maravilla  realizada  en  nuestro  siglo  haja  fomentado 
el  vicio  de  la  presunción,  y  que  este  mal  se  haja  propagado,  causando 
muchos  grandes  disturbios  en  el  seno  de  la  familia.  La  vanidad  en  las  mu- 
jeres, el  lujo  en  el  vestir  es  hoj  uno  de  los  males  de  qne  más  se  preo- 
cupa la  categoría  de  los  maridos  trabajadores  j  modestos.  Pero  no  diser- 
temos más,  j  volvamos  á  los  Proverbios ,  en  cuja  primera  pAgina  está 
la  familia  de  Lozano,  que  es  uno  de  esos  pobres  maridos  que  están  dados 
al  demonio  por  las  vanidades  de  su  mujer.  Verdad  es ,  que  él  es  un  infe- 
liz como  muchos  que  conocemos.  Está  dominado  por  ella,  y  apenas  puede 
levantar  el  gallo  en  la  casa,  porque  la  señora  es  una  ortiga,  y  tan  amante 


NOTICIAS  LITERARIAS.  171 

de  lo  elegante  j  lo  lujoso,  que  pone  á  su  esposo  al  borde  del  abismo,  y 
da  origen  á  muj  graves  disturbios. 

En  este  proverbio ,  titulado  Alfreir  será  el  reír  y  el  cuadro  es  anima- 
do j  vivisimo:  la  señora  aquella,  el  bueno  de  Lozano,  la  hija  j  las  tres 
jóvenes  modestas  que  trabajan  en  una  boardilla  j  son  el  polo  opuesto  de 
la  consabida  Doña  Isabel,  forman  un  hermoso  j  artístico  grupo.  Otra  pre- 
suntuosa de  gran  calibre,  aunque  de  diversa  índole,  es  Julia,  jovencita 
soltera,  nacida  en  un  pueblo  j  educada  en  Salamanca.  Todo  su  empeño 
consiste  en  hacer  olvidar  que  es  lugareña  ,  j  darse  un  aire  de  dama  que 
deprime  y  hiere  la  delicadeza  de  los  pobres  charros  sus  compatriotas. 
Además  es  envidiosa  j  embustera,  es  decir,  lo  último  que  puede  ser  una 
mujer,  lo  cual ,  unido  á  una  singular  belleza,  forman  esos  demonios  con 
faldas  que  ja  han  martirizado  j  consumido  bastante  á  la  desdichada  hu- 
manidad. Este  es  el  proverbio  A  moro  muerto  gran  lanzada.  Pero  en 
materia  de  presunción  la  más  cómica  j  la  más  interesante,  por  ser  la  más 
general,  es  la  de  Próspero  (proverbio  cómico  ¿De  dónde  le  vino  al  gar- 
banzo el  picol)  Kste  caballerito  es  un  tipo  madrileño  de  los  que  con  más 
abundancia  tenemos  aquí ;  es  el  politicastro  ramplón  y  vanidoso  que  se 
encarama  y  se  hace  persona  notable  por  la  sola  fuerza  de  la  osadía  y  la 
falta  absoluta  de  vergüenza.  Esta  polilla  se  ha  generalizado  mucho ,  aun- 
que ya  casi  puede  decirse  que  va  siendo  extirpada  por  el  desprecio  gene- 
ral. Todo  el  mundo  conoce  á  esos  individuos  que  por  medio  de  la  adula- 
ción y  de  la  injuria,  ejercidas  en  el  rincón  de  un  periódico,  llegan  á  ocu- 
par altos  puestos  y  á  influir  en  los  destinos  de  un  país  demasiado  gene- 
roso y  benévolo  con  ellos.  Pues  el  tal  Próspero  es  uno  de  esos  entes  que 
encontramos  á  cada  paso  en  la  Carrera  de  San  Jerónimo,  y  que  á  nuestro 
paso  nos  saludan  con  una  sonrisa  de  protección ,  ó  se  pavonean  muy 
orondos,  volviendo  la  cara  para  evitar  nuestra  presencia.  Y  ¿qué  hemos 
de  decir  de  otro  vanidoso  descomunal ,  de  D.  Ciríaco  Salido ,  estimable 
indiano  que  va  á  su  pueblo  á  avergonzar  á  sus  paisanos  y  darse  tanto 
lu&tre  como  si  se  trajera  en  el  baúl  todas  las  onzas  que  habia  producido 
Cuba  desde  la  conquista?  Este  otro  tipo  de  presunción  (proverbio  có- 
mico: Caia  cuba  huele  al  vino  que  tiene) ,  es  muy  distinto  :  es  el  buen 
paleto  montañés  que  ha  puesto  una  taberna  en  la  Habana ,  y  ha  traído 
unos  ahorríllos  que  le  permiten  aspirar  á  la  mano  de  la  chica  más  encope- 
tada del  pueblo,  mirar  con  desden  á  todo  el  mundo,  y  cometer  las  más  ex- 
travagantes groserías,  que  á  él  le  parecen  donaires  y  agudezas.  También 
es  digno  de  llamar  la  atención  otro  pequeño  vanidoso ,  pero  inocente  y 
sencillo ,  el  desdichado  Ricardillo  de  Herir  por  los  mismos  filos ,  que  es 
víctima  de  esa  encantadora  presunción  de  las  madres,  que  á  veces  por 
querer  que  sus  hijos  vayan  como  unos  príncipes  y  lleven  lo  más  raro  y 
sobresaliente  ,  hacen  de  ellos  unos  estupendos  mamarrachos,  de  que  se  ríe 
todo  el  mundo.  Pero  entre  todas  estas  figuras  descuella  el  barón  de  la 
Esperanza,  insigne  personaje  de  la  más  cómica  gravedad  que  puede  exis- 
tir en  la  tierra.  Puede  ser  clasificado  en  la  familia  de  los  tontos  remata- 
dos, de  esos  que  no  tienen  atadero ,  y  de  tal  modo  se  las  componen  en 
sus  relaciones  sociales  ,  que  son  despreciados  hasta  por  las  personas  de 
menos  cultura.  El  barón  de  la  Esperanza  (Mi  marido  es  taynborile- 
ro....)  es  un  tipo  que  abunda  en  Madrid  casi  más  que  el  del  politicastro 
á  lo  Próspero ;  es  la  última  expresión  de  la  vagancia  vergonzante .  Como 
su  orgullo  es  atroz,  su  entendimiento  escaso,  j  su  hambre  mucha,  dis- 


172  NOTICIAS   LITERARIAS. 

curre  los  medios  más  extraños  para  salir  de  tan  aflictivo  estado,  tratando 
al  fin  de  embaucar  á  una  honrada  familia  de  la  calle  de  Toledo,  familia 
comerciante,  cuyo  jefe  es  D.  Pablo  No,  el  más  astuto  de  los  tenderos 
de  ultramarinos.  Pero  el  hambriento  barón,  que  anda  á  caza  de  una  dote, 
encuentra  en  su  proyectado  suegro  toda  la  tenacidad  negativa  que  su  la- 
cónico apellido  indica.  Todos  los  incidentes  de  este  cuento,  uno  de  los 
mejores  de  la  colección,  son  muj  chistosos,  porque  las  innumerables 
trampas  del  barón  j  las  simplezas  de  su  criado  gallego,  con  honores  de  in- 
tendente, ponen  al  hombre  en  frecuentes  j  grandes  apuros. 

Haj  sin  embargo  en  esta  larga  serie  de  los  tontos  quien  eclipsa  al  de 
la  Esperanza,  j  es  un  tal  González  que  es  héroe  del  proverbio  Perro  ^Haco 
todo  es  pulgas.  El  optimismo  de  este  desventurado  raja  en  lo  sublime: 
es  de  estos  que  tienen  una  excesiva  confianza  en  la  bondad  del  prójimo; 
j  como  no  hacen  cosa  alguna  que  no  sea  una  sandez,  resulta  que  no  sa- 
len jamas  de  un  mal  vivir.  Son  engañados  y  explotados  por  cuantos  los 
tratan ,  sin  que  puedan  curarles  jamas  de  su  necia  sencillez  las  continuas 
lecciones  que  recibe.  Por  otro  estilo,  aunque  mentecato  estupendo  también, 
es  el  joven  Agapito  de  Hasta  los  gatos  quieren  zapatos^  el  cual  vive  do- 
minado por  las  ideas  de  falsa  galantería,  j  se  ha  empeñado  en  ser  un  don 
Juan.  La  criatura  intenta  seducir  á  una  mujer  casada.  ¡  Oh  desgraciada 
juventud !  Precisamente  este  empeño  lo  tienen  casi  todos  los  chicuelos  im- 
berbes, entecos  j  ridículos,  los  menos  favorecidos  por  la  naturaleza,  y  más 
dominados  por  ese  vicio  cardinal  de  nuestra  época  á  que  nos  venimos  re- 
firiendo;  y  como  complemento  de  esta  caricatura  está  el  marido  feroz, 
atrabihario  y  agitado  continuamente  por  celos  indiscretos  como  el  Fran- 
cisco de  Antojarse  los  dedos  huéspedes,  que  es  un  hombre  insoportable. 

Este  artículo  se  hace  ya  demasiado  largo  y  detenemos  nuestra  escur- 
sion  por  esa  variada  sociedad  qu3  encierra  el  libro.  Si  la  siguiéramos  en- 
contraríamos también  personas  y  tipos  más  serios  que  los  que  hemos  des- 
crito ligeramente.  Los  proverbios  Bl  Beso  de  Judas  y  Al  que  al  cielo 
escupe  etc.,  son  un  poco  patéticos,  encerrando  rasgos  de  delicadeza  de  la 
más  esmerada  ejecución.  Hay  otros  patéticos  también  pero  muy  compen 
diosos  como  Hacer  de  tripas  corazón  y  Tres  al  saco  etc.,  que  no  son 
más  que  un  lijero  dibujo  pero  con  una  intención  moral  de  alta  trascen- 
dencia. 

En  su  variedad,  tienen  todos  los  cuentos  lo  que  antes  hemos  dicho :  la 
unidad  que  les  da  la  sencillez  del  procedimiento  aplicado  en  todos,  y  la 
verdad  inapreciable  de  los  caracteres.  Son  tan  naturales  que  les  conoce- 
mos desde  que  salen,  y  al  punto  les  relacionamos  con  alguien  que  va  por 
ahí  tan  serio  sin  pensar  que  un  arte  habilísimo  ha  expresado  al  vuelo  su 
fisonomía  con  la  rapidez  de  la  fotografía  y  la  belleza  de  la  pintura.  Están 
todos  allí  frente  á  nosotros,  puestos  en  luz,  colocados  con  un  admirable 
punto  de  vista,  fijos  y  exactos,  y  son  el  prójimo  mismo.  Fulano  y  Zu- 
tano, etc. 

Tal  es  la  colección  de  Proverbios  del  Sr.  Aguilera,  tal  es  el  libro,  pro- 
ducto espontáneo  de  una  fiel  observación  y  una  extremada  bondad ;  por- 
que para  engendrarlo  se  ha  unido  á  un  ingenio  vivo,  la  benevolencia  dis- 
creta, la  sana  filosofía,  la  serenidad  de  corazón  que  tan  gran  parte  tienen 
siempre  en  la  paternidad  de  las  buenas  obras  de  arte. 

Benito  Pérez  Ga.-dós. 


boletín  bibliográfico. 


[LIBROS   ESPAÑOLES. 

Poesías  serias  y  humorísticas,  de  D.  Pedro  A.  de  Alarcon,  precedidas  del  retrato  foto- 
gráfico y  de  la  biografía  del  autor,  y  de  un  prólogo  de  D.  Juan  Valera.— (Publicadas 
por  La  Revista  de  España.— Madrid,  tipografía  de  Gregorio  Estrada,  1870. 

Comienza  este  libro  con  la  briografía  del  autor,  escrita  hace  pocos  meses 
por  D.  José  Oalvo  j  Teruel  para  la  obra  titulada  Los  Diputados  pintados 
for  sus  hechos.  Con  animado  estilo  reseña  las  vicisitudes  de  la  vida  agi- 
tada j  laboriosa  del  niño  precoz,  del  joven  turbulento  j  temerario,  del  in- 
fatigable escritor,  del  periodista  del  Látigo  j  del  crítico  del  Occidente,  de 
La  Discusión ,  j  de  otros  veinte  periódicos ;  del  novelista  fecundo ,  del 
poeta  rico  de  imaginación,  del  soldado  voluntario  j  popular  historiador  de 
la  guerra  de  África,  del  autor  dramático  que  no  ha  querido  hacer  para  las 
tablas  más  que  El  Hijo  pródigo^  j  que  ni  á  éste  permite  presentarse  en 
ellas;  del  político  de  carácter  entero,  de  brillante  pluma,  poderoso  para  la 
defensa,  terrible  en  el  ataque,  original  en  la  forma,  profundo  en  la  idea, 
acaso  excesivamente  retórico  j  poeta  al  tratar  de  las  contiendas  diarias 
de  los  partidos. 

Un  prólogo  de  D.  Juan  Valera  contiene  el  juicio  crítico  de  las  poesías 
coleccionadas.  Diciendo  el  nombre  de  quien  lo  ha  escrito,  hemos  dicho  j'a 
que  abunda  en  erudición,  en  frescura  de  estilo,  en  atinadas  consideracio- 
nes, en  comparaciones  discretas,  en  sal  ática. 

Entre  las  poesías,  las  haj  de  todas  clases.  Alternan  con  las  serias,  las 
humorísticas.  En  algunas,  el  sentimiento  domina  por  completo;  otras 
están  inspiradas  por  una  idea  filosófica.  La  gravedad  melancólica  de  unas 
forma  contraste  con  la  ligera  y  juguetona  joviahdad  de  otras.  El  Suspiro 
del  Moro ,  canto  épico  premiado  por  el  Liceo  de  Granada ,  está  escrito 
en  magníficas  octavas  reales ,  de  tan  robusta  entonación  que  pocas  veces 
ha  resonado  con  más  vigorosos  sonidos  la  trompa  de  la  epopeja.  Y  con 
igual  facilidad  j  fortuna  pulsa  el  Sr.  Alarcon  la  lira  para  las  odas ,  ó  el 
laúd  para  las  endechas.  Pocas  veces  se  habrán  reunido  en  un  solo  tomo 
de  poesías  géneros  tan  diversos ,  ni  habrá  dado  un  poeta  pruebas  tan  no- 
torias de  aptitudes  tan  distintas.  La  oda  al  lado  de  la  alegre  seguidilla; 
la  copla  junto  á  la  epístola ;  el  madrigal  en  seguida  de  la  sátira ;  el  canto 


174  BOLETÍN   BIBLIOGRÁFICO. 

de  amor  después  de  la  meditación  religiosa.  Pero  todo  se  distingue  por 
la  espontaneidad,  por  la  fuerza,  y  sobre  todo,  por  la  sinceridad  del 
sentimiento.  Nadado  afectación,  de  rebuscado  ,  de  amanerado,  de  con- 
vencional. La  vanidad  académica,  el  arcaísmo  presuntuoso,  la  pedante- 
ría del  purismo,  las  imitaciones  frias  j  monótonas  de  los  modelos  clási- 
cos, faltan  por  completo  en  el  libro  del  Sr.  Alarcon.  Su  pluma  no  lia 
puesto  sobre  el  papel  la  expresión  de  ninguna  idea,  de  ningún  afecto, 
de  ninguna  imagen ,  que  su  corazón  no  haja  sentido  antes. 

Excusamos  copiar  aquí,  como  nuestra,  algunas  de  esas  poesías.  En  los 
números  de  nuestra  Revista  vieron  la  luz  algunas.  Las  condiciones  de 
su  estilo,  y  la  abundancia  de  bellezas  literarias,  que  en  ellas  haj  siempre, 
eos  >s  son  de  que  todos  nuestros  lectores  tienen  noticia  ,  porque  el  Señor 
Alarcon  es  uno  de  los  escritores  españoles  más  conocidos  j  más  popula- 
res. Debemos,  pues,  limitarnos  aquí  á  anunciar  que  sus  poesías  coleccio- 
nadas están  ja  impresas  en  rico  papel  y  en  elegante  tomo,  que  los  amigos 
de  la  bella  literatura  pueden  adquirir  en  cualquiera  de  las  principales  li- 
brerías de  la  península  al  precio  de  20  rs. ;  j  al  de  30  en  las  de  ul- 
tramar. 

Enciclopedia  española  de  derecho  y  administración,  ó  nuevo  teatro  universal 
DE  LA  LEGISLACIÓN  DE  EsPAxÑA  É  Indias,  obra  quc  hoy  escriben  y  publican  lo  señores 
D.  Lorenzo  Xrrazola,  D.  Pedro  Gómez  de  la  Serna  y  D.  José  María  Manresa  y  Navarro, 
con  la  colaboración  de  varios  jurisconsultos  — Entregas  109  y  110. — Madrid,  im- 
prenta de  la  Revista  de  Legislación,  á  cargo  de  Julián  Morales.— 1870. 

Después  de  muchos  años  de  suspensión  ha  vuelto  á  ver  la  luz  pública 
la  continuación  de  esta  notable  j  apreciadísima  obra ,  que  goza  de  tanta 
reputación  entre  los  letrados  j  cu  jo  texto  es  citado  con  respeto  en  el  foro, 
en  donde  hace  autoridad. 

;-  e  publica  por  entregas  que  al  principio  constaban  de  nueve  pliegos,  j 
desde  la  45  tienen  diez  cada  una,  en  folio  menor  á  dos  columnas.  Cada 
diez  entregas  forman  un  tomo,  por  lo  que  las  señaladas  con  los  números 
109  J  lio  que  se  acaban  de  repartir,  son  las  últimas  del  décimo.  Ambas 
están  dedicadas  á  la  palabra  compra-venta.  Deseamos  que,  no  habiendo  ja 
nuevas  interrupciones,  avance  hacia  su  conclusión  este  trabajo  literario 
que,  una  vez  terminado,  no  tendrá  rival  en  nuestra  librería  contempo- 
ránea. 

LIBROS  EXTRANJEROS. 

NmivE  ET  L'AssYRiE,  par  M.  Víctor  Place,  Cónsul  general,  avec  des  essafs  de  resíauration, 
par  M.  Félix  Thomas. — París,  iniprimierie  ímperiale. — 1867-70. — Dos  vol.  en  folio  de 
texto,  y  un  vol.  de  estampas. 

Contiene  esta  obra  la  noticia  completa  de  los  grandes  trabajos  ejecuta- 
dos para  sacar  del  olvido  las  ruinas  del  arte  asírio.  La  Asamblea  legisla- 
tiva de  Francia  votó  en  1851  la  cantidad  de  8.000  francos  para  auxihar 
esos  trabajos;  en  1853,  la  suma  votada  ascendió  á  14.000  francos,  en 
1855,  á  90.000.  De  estos  112.000  francos,  80.000  se  han  invertido  en 
pagar  los  gastos  de  trasporte  de  los  monumentos  traídos  al  Louvre. 

Cuatro  campañas  sucosivas,  defide  el  1."  de  Febrero  al  15  do  Junio 


BOLETÍN    BlBLIOaRÁFICO.  175 

de  1852,  del  L'  de  Octubre  del  mismo  año  al  1/  de  Junio  de  1853,  del 
1.*  de  Octubre  siguiente  al  1.°  de  Junio  de  1854,  j  del  1.'  de  Octubre  de 
1854  al  1."  de  Abril  de  1855,  entre  todo  veintiséis  meses,  con  las  inter- 
rupciones exigidas  por  el  calor,  bastaron  para  desenterrar  todo  el  palacio  j 
una  parte  del  perímetro  de  la  ciudad  de  Khorsabad. 

M.  Place,  que  ha  continuado  la  obra  emprendida  por  Botta,  tenía  por 
auxiliares  un  fotógrafo,  M.  Franchand,  que  dirigió  las  excavaciones  cuan- 
do el  Cónsul  general  tenía  que  ir  á  Mossoul  para  el  desempeño  de  sus  ta- 
reas oficiales,  j  que  ha  fallecido  después  en  Francia,  de  resultas  de  una 
enfermedad  contraída  en  aquel  clima  peligroso;  un  maestro  de  obras  asi- 
do, Neuman-Naouch,  que  primeramente  no  era  más  que  simple  albañil,  y 
que  ideó  la  manera  de  poder  trasportar  hasta  el  mar  los  grandes  monolitos 
que  no  hubieran  podido  ser  trasladados  por  tierra ,  j  un  arquitecto  fran- 
cés, M.  Félix  Thomas,  antiguo  pensionista  en  la  Academia  de  Roma,  que 
servia  como  agregado  en  la  misión  francesa  de  Babilonia.  De  este  M.  Tho- 
mas, es  el  atlas  de  planos  j  de  vistas  pintorescas,  grabadas  al  agua 
fuerte,  que  se  publicó  con  la  obra  de  M.  Oppert.  Además,  M.  Thomas 
hare=!Ídido,  durante  mucho  tiempo,  en  Khorsahad,  ha  levantado  planos, 
medido  j  dibujado  los  descubrimientos  más  importantes  de  M.  Place,  j 
contribuido  al  brillo  de  la  publicación  hecha  por  éste. 

M.  Place  no  se  ha  contentado  con  hacer  la  reseña  de  lo  encontrado  en 
Khorsabad,  sino  que,  sobre  los  datos  allí  reunidos,  ha  ensayado  formar 
la  historia  j  la  crítica  del  arte  asirio. 

Campagnes  de  l'armée  d'Afrique  (1835-1839)  par  M.  leDucd''Orleam.~\}nvo\.  en  8.° 
—  París,  1870,  chez  Michel  Lévy. 

Este  Ubro  del  malogrado  Príncipe,  primogénito  del  rej  Luis  Felipe, 
reúne  el  ínteres  de  la  historia  de  la  lucha  del  ejército  francés  con  el  arge- 
lino, al  que  le  dan  las  cuahdades  de  escritor,  y  de  hombre  que  adornaban 
á  su  autor.  Al  publicarlo  ahora  sus  hijos,  le  han  añadido  cada  uno  un 
breve  escrito.  El  Conde  de  Paris,  en  un  prefacio,  reseña  las  vicisitudes 
de  las  campañas  de  África,  llamando  la  atención  hacia  los  oficiales  que, 
desde  el  principio  de  su  carrera ,  dieron  grandes  esperanzas.  Entre  los 
nombres  de  esos  oficiales,  los  haj  que  han  obtenido  después  una  celebri- 
dad europea,  habiendo  fallecido  j^a  casi  todos;  Bugeaud,  Pellissier,  La- 
moriciére,  Oudinot,  Trezel,  Cavaignac,  Bedeau,  Bosquet  y  otros  muchos. 
Rl  Duque  de  Chartres,  en  la  introducción ,  relata  y  critica  las  campañas 
de  África  desde  el  punto  de  vista  de  la  ciencia  miUtar. 

Como  muestra  del  estilo  en  que  se  halla  escrita  esta  obra ,  vamos  á  co- 
piar un  bello  pasaje,  en  que  el  ilustre  historiador,  testigo  y  actor  en  los 
sucesos  de  que  nos  da  cuenta ,  refiere  los  servicios  prestados  por  algunos 
centenares  de  presidiarios ,  á  quienes  el  Mariscal  Clauzel  cambió ,  durante 
algunas  semanas ,  en  Abril  de  1836,  las  cadenas  por  el  fusil. 

a  Cuatrocientos  penados,  mal  protegidos  por  algunos  restos  de  una 
mala  pared ,  y  dominados  por  un  próximo  oUvar,  iban  á  custodiar  lo  más 
precioso  que  el  ejército  tenía :  sus  heridos ,  su  artillería ,  su  tesoro  I  Pero 
el  Mariscal  había  juzgado  bien  á  aquellos  hombres,  extremados  en  lo 
bueno  como  en  lo  malo :  sabía  que  estaban  más  ligados  por  la  prueba 
anticipada  de  una  estimación  y  de  una  confianza  de  que  no  se  habían  he- 
cho todavía  dignos,  que  por  los  hierros  que  habían  merecido....» 


176  boletín  bibliográfico. 

))E1  7,  el  cuerpo  expedicionario  flanqueado  en  las  alturas  por  el  gene- 
ral Rapatel,  volvió  á  la  quinta  de  Mouzaía,  confiado  álos  presidiarios.  Las 
murallas  habian  sido  reconstruidas,  se  liabian  abierto  fosos,  j  hecho  pla- 
taformas :  al  lado  de  aquella  fortaleza  improvisada  jacian  cadáveres  ene- 
migos. Cuatrocientos  heridos  ó  enfermos,  acumulados  en  aquel  estrecho 
recinto ,  j  careciendo  de  todos  los  medios  propios  de  un  hospital  militar, 
se  habian  visto  cuidados  j  defendidos  por  los  presidiarios  con  un  celo  j 
un  valor  tan  honroso  para  el  Jefe  que  habia  sabido  restituir  al  bien  á 
aquellos  hombres  como  para  los  penados  que  tan  perfectamente  habian 
sabido  emplear  su  energía  hasta  entonces  culpable. 

»Dos  veces  el  enemigo  se  habia  presentado  con  respetable  fuerza ;  dos 
veces  habia  sido  rechazado  por  aquellos  infelices  á  quienes  la  necesidad 
habia  obligado  á  dar  las  armas  j  que  debieron  quedar  rehabilitados  por 
sus  servicios. 

«Sin  embargo,  victimas  de  una  inflexible  é  ininteh gente  sumisión  á  las 
formas  administrativas,  fueron  entregados  nuevamente  á  su  ignominia  j 
su  castigo  cuando  ja  no  se  tuvo  necesidad  de  ellos.  A  instancias  del  Ma- 
riscal, algunos  fueron  indultados,  j  consiguieron  conservar  las  armas  de 
que  habian  usado  noblemente;  uno  de  ellos,  condecorado  por  un  hecho 
brillante,  cambió  sin  transición,  la  librea  de  la  vergüenza,  por  la  distin- 
ción del  honor. 

«Pero  la  major  parte  volvieron  á  ser  tratados  como  infames  por  la  ley, 
por  esa  dura  lej  que  ellos  no  invocaron  cuando  se  la  \ioló  para  armarlos, 
y  que  después  se  aplicaba  implacablemente  para  cargar  de  cadenas  las 
manos  que  habian  guardado  la  tesorería,  curado  los  heridos,  j  derrama- 
do valerosamente  la  sangre  del  enemigo.  Se  tuvo  la  impolítica  crueldad 
de  volver  á  colocar  en  el  presidio  á  aquellos  hombres  á  quienes  su  paso 
por  debajo  de  las  banderas,  y  el  bautismo  de  sangre  habian  amnistiado. 
Verdaderamente  soldados  por  la  resignación ,  como  lo  habian  sido  por  el 
valor  j  la  humanidad,  besaron  llorando  los  fusiles,  que  eran  para  ellos  el 
símbolo  del  honor,  y  regresaron  sin  murmurar  á  sus  talleres.  » 

No  son  menos  ricos  de  colorido  otros  cuadros ,  pintados  por  el  Prínci- 
pe ,  de  las  fatigas  del  soldado  en  el  campamento ,  del  heroísmo  con  que 
afrontaba  una  muerte  oscura  en  trabajos  nocivos  á  su  salud  sobre  un  suelo 
y  bajo  un  clima  cujas  condiciones  le  eran  funestas. 


TiKMiRAriA  M  GREGORIO  ESTRADA,  Uieéra,  7,  Madrid. 


LEYENDAS  DEL  ANTIGUO  ORIENTE, 


El  recuerdo  de  la  gran  civilización  g-reco-romana,  ya  gentílica, 
ya  transfigurada  más  tarde  por  el  Cristianismo ,  no  dejó  de  co- 
lumbrarse hasta  en  los  siglos  más  tenebrosos  de  la  Edad  Media. 
Los  pueblos  de  Europa  siguieron  avanzando  á  la  luz  de  aquel  re- 
cuerdo, y  pronto  volvieron  al  verdadero  camino  de  la  civilización, 
del  cual  no  cabe  duda  que  se  habian  apartado.  Y  no  es  esto  negar 
la  marcha  constantemente  progresiva  del  humano  linaje.  Un  ca- 
minante se  pierde  por  la  noche  en  una  intrincada  y  oscura  selva; 
atraviesa  espesos  matorrales,  breñas  confusas  y  medrosos  precipi- 
cios ;  tal  vez  rodea  mucho ;  tal  vez  gasta  más  tiempo  y  se  fatiga 
más  de  lo  que  debiera ;  pero  vuelve  al  cabo  á  hallarse  en  el  buen 
sendero ,  más  adelante  del  punto  en  que  se  perdió ,  y  más  cerca 
del  término  á  que  aspira.  No  de  otra  suerte  comprendemos  el  re- 
troceso aparente  de  la  civilización  del  mundo ,  en  ciertos  periodos 
históricos. 

Importa  además  tener  presente ,  que  cuanto  por  la  intensidad  se 
menoscaba,  suele  compensarse  en  difusión.  Más  alumbra  acaso 
una  lámpara,  suspendida  en  la  bóveda  de  un  pequeño  santuario, 
que  la  luna  esparciendo  sus  rayos  por  el  espacio  profundo  de  los 
cielos.  Y  sin  embargo,  el  fulgor  de  la  luna  es  infinitamente  ma- 
yor que  el  de  la  lámpara.  Lo  mismo  ha  podido  afirmarse  de  la 
civilización ,  cuando  se  ha  encerrado  dentro  de  los  límites  de  un 
solo  pueblo,  ó  tal  vez  ha  iluminado  sólo  á  una  casta  de  hombres 
superiores,  ó  por  naturaleza  ó  por  institución  religiosa,  civil  ó 
política.  La  suma  del  saber  extendida  por  el  mundo  todo  en  el 
siglo  X  de  la  Era  Cristiana,  por  ejemplo ,  era  mayor  sin  duda  que 
la  suma  del  saber  que  habia  en  el  mundo  en  el  siglo  IV  antes  de 
dicha  Era.  En  balde  se  buscará,  no  obstante,  en  todas  las  regiones 

TOMO  XV.  12 


178  LEYENDAS 

y  entre  todas  las  razas  de  hombres,  en  el  sig-lo  X,  un  florecimiento 
artístico,  poético  y  filosófico ,  como  el  que  hubo  en  el  siglo  IV 
antes  de  la  venida  de  Cristo,  en  una  pequeña  comarca  de  Europa, 
cuyo  centro  fué  Atenas. 

La  memoria,  aunque  vag-a,  de  aquel  florecimiento,  los  restos  de 
aquella  antigua  civilización  sirvieron  de  guia,  estimulo  y  mira  á 
las  naciones  de  Europa ,  las  cuales ,  pensando  sólo  en  hacer  que 
aquella  ya  muerta  civilización  renaciese ,  aspirando  sólo  á  retro- 
ceder hasta  allí  para  encontrar  su  ideal ,  lograron  en  la  época  del 
Renacimiento,  no  ya  un  mero  renacimiento,  sino  una  civilización 
mayor,  más  comprensiva  y  más  varia,  en  la  cual  no  era  todo  la  an- 
tigua civilización  clásica,  sino  era  un  elemento,  una  parte,  uno  de 
los  muchos  factores.  Fué  como  planta  marchita,  que  se  habia  cor- 
tado hasta  el  haz  de  la  tierra,  pero  cuyas  raices  vivian.  Cuando  á 
fuerza  de  esmerado  cultivo,  retoñó,  reverdeció,  y  volviendo  á  flore- 
cer, dio  abundantes  frutos,  hubo  de  notarse  con  agradable  sorpresa 
que  los  frutos  eran  otros,  ricos  y  extraños,  mejores  de  los  que  se  es- 
peraban, porque  en  la  raíz  de  la  planta  antigua  se  hablan  introduci- 
do insensible  y  misteriosamente,  como  otros  tantos  ingertos  fecun- 
dos, mil  peregrinas  ideas,  nociones  y  pensamientos.  El  poeta,  que 
pensó  imitar  á  Homero  ó  á  Virgilio,  puso  en  su  obra  algo  nuevo  y 
superior,  y  fué  Dante  ó  Tasso;  el  filósofo,  que  pensó  comentar  á  Pla- 
tón ó  Aristóteles ,  creó  en  su  comentario  una  nueva  filosofía  que 
aquellos  jamas  soñaron ;  los  humildes  glosadores  de  las  leyes  roma- 
nas abrieron  inspirada  y  divinamente  ancho  é  inexplorado  campo  y 
jamas  hasta  entonces  vislumbrados  y  claros  horizontes,  por  donde 
alcanzaron  á  entrever  un  concepto  más  puro  y  sublime  de  la  jus- 
ticia en  la  sociedad  y  en  los  inlividuos;  y  los  estudiosos  admira- 
dores de  Plinio,  Dioscórides,  Hipócrates  y  Galeno,  buscando  ins- 
piración á  fin  de  anotarlos  y  de  aclararlos,  descubrieron  en  el 
oculto  seno  de  la  naturaleza  más  hondas  verdades  que  cuantas  sus 
maestros  hablan  llegado  jamas  á  conocer  y  á  divulgar  entre  los 
hombres. 

En  nuestro  sentir,  lejos  de  ser  el  Renacimiento,  con  la  adora- 
ción que  no  pudo  menos  de  suscitar  en  favor  de  los  antiguos ,  y 
con  el  prurito  constante  de  imitarlos,  un  estorbo  para  que  lo  ori- 
ginal y  lo  propio  apareciesen ,  una  distracción  hacia  lo  pasado  que 
nos  embelesaba  y  retenia  sin  ir  á  la  conquista  del  porvenir ,  fué 
UQ  incentivo  poderoso,  un  estímulo  ardiente,  quizás  una  salu- 


DEL    ANTIGUO   OBIENTE.  179 

dable  Alucinación,  por  donde,  imaginando  volver  atrás  en  pos  del 
remedo ,  nos  lanzamos  con  brio  hacia  adelante ,  en  busca  de  lo 
desconocido 

Posteriormente,  cuando  los  pueblos  de  la  moderna  Europa  con- 
templaron el  camino  andado  y  tuvieron  plena  conciencia  de  la  su- 
perioridad de  su  civilización,  el  respeto  á  los  antiguos  se  convirtió 
en  orgulloso  menosprecio  y  en  desden  injusto,  el  cual,  empezando 
por  las  ciencias,  y  en  este  punto  llegando  á  su  colmo  en  el  siglo 
XVIII,  vino  á  extenderse  también  á  principios  de  nuestro  siglo 
por  los  dominios  del  arte  y  de  la  poesía. 

Por  dicha,  en  época  posterior  y  algo  reciente ,  mitigada  la  pa- 
sión del  engreimiento,  pero  sin  que  reviva  por  eso  la  ciega  admi- 
ración anterior,  hemos  venido  á  un  término  justo  y  razonable  de 
estimación  á  la  antigua  cultura  clásica,  la  cual  fué  nuestro  norte ; 
y  hemos  evaluado  y  tasado  en  lo  debido  su  importancia,  su  influjo 
y  su  cooperación  eficaz  en  los  desenvolvimientos  ulteriores  del  es- 
píritu humano. 

Predispuestos  asi  los  ánimos  en  nuestros  dias,  hemos  anhelado 
como  nunca  descubrir  y  saber  las  cosas  todas,  y  hemos  manifesta- 
do una  equitativa  y  serena  imparcialidad  para  juzgarlas.  Desde  el 
renacimiento  clásico  hasta  ahora,  el  espíritu  de  los  pueblos  euro- 
peos ha  encumbrado  su  vuelo  á  tal  altura,  que  mientras  otea  entre 
nieblas  no  poco  de  su  confuso  porvenir,  va  penetrando  en  los  abis- 
mos de  lo  pasado,  y  ensanchando  por  ambos  extremos  el  imperio 
vastísimo  de  la  historia.  Y  no  podia  ser  de  otra  suerte,  porque  no 
podía  reducirse  nuestro  conocer  á  una  porción  de  tiempo  mezquina, 
después  de  haberse  dilatado  por  el  espacio  sin  término.  El  hombre 
de  ahora,  que  ha  hollado  con  sus  pies  todas  las  regiones  del  globo 
que  habita,  y  que  ha  llegado  á  abarcar  con,  sus  ojos  mortales  la 
insondable  profundidad  del  éter,  ha  querido  hacer  y  ha  hecho  no 
menos  importantes  conquistas  en  el  tiempo  que  en  el  espacio. 

Si  quedan  en  pié  las  dudas  sabré  el  principio  que  pudo  tener  este 
infinito  Universo,  y  hasta  sobre  el  origen  de  la  tierra,  nuestra  mo~ 
rada,  y  sobre  la  aparición  en  ella  de  nuestros  primeros  padres ;  de 
todo  lo  cual  sólo  la  fé  ó  la  imaginación  siguen  dando  explicacio- 
nes mientras  que  la  verdadera  ciencia  niega  ó  calla ;  al  menos  ese 
principio,  ese  origen  y  esa  aparición  incomprensibles ,  han  ido  re- 
trocediendo en  nuestra  mente  hasta  perderse  en  la  noche  tenebrosa 
del  tiempo,  y  han  dejado  al  descubierto  un  larguísimo  período, 


180  LEYENDAS 

millares  de  años  de  existencia,  no  ya  sólo  para  el  globo  en  que  vi- 
vimos, sino  también  para  el  linaje  humano. 

Sobre  el  origen  de  éste  y  del  mundo  no  puede  ya  aquietarse  la 
curiosidad,  dándose  por  satisfecha  con  los  mythos  de  los  antiguos 
Libros  Sagrados  ó  con  las  bellas  fábulas  que  los  poetas  han  inven- 
tado ó  nos  han  trasmitido,  prestándoles  una  forma  inmortal.  Sin 
embargo,  menesteres  confesarlo,  las  explicaciones  de  los  sabios  mo- 
dernos acerca  de  estas  cosas,  no  por  ser  menos  poéticas  nos  parecen 
menos  inverisímiles  y  disparatadas.  Algunos  naturalistas  de  ahora 
tal  vez  tengan  razón,  tal  vez  nosotros  seamos  atrevidos  y  hasta  in- 
solentes en  no  querer  creerlos,  pero  muchas  de  sus  teorías  tienen  vi- 
sos de  ser  tan  extravagantes  como  las  expuestas  en  el  Antropodemus 
plutonicus  y  en  El  ente  dilucidado  del  padre  Fuente  de  la  Peña. 
Schmidt,  por  ejemplo,  supone  que  las  formas  pasan  ó  se  trasmiten 
de  unos  seres  á  otros;  ya  del  animal  á  la  planta,  ya  de  la  planta  al 
animal.  Asi,  de  un  tulipán  saca  un  cisne,  poniendo  patas  á  la  ce- 
bolla y  á  la  flor  pico,  y  de  la  cola  de  un  león,  desprendida  por 
cierto  accidente,  y  caida  y  enclavada  en  terreno  fértil,  produce  una 
airosa  y  vencedora  palma.  Oken,  reconoce  que  el  hombre  no  debió 
de  aparecer  sobre  la  tierra  ya  perfecto  y  adulto,  pero  tampoco  cree 
posible  que  apareciese  como  aparece  ahora,  no  teniendo  madre  ni 
nodriza  que  le  cuidase  y  amamantase  y  siendo  una  criatura  tan 
menesterosa  é  incapaz  en  los  primeros  años  de  su  vida.  Para  sal- 
var estas  dificultades,  imaginó  Oken  que  en  el  seno  de  los  mares, 
cuando  estaban  aún  á  muy  elevada  temperatura,  se  formaron  unos 
huevos  donde  los  primeros  hombres  se  criaron  y  empollaron  hasta 
la  edad  de  tres  ó  cuatro  años.  La  marea  hubo  de  ir  depositando  es- 
tos huevos  en  la  playa,  y  de  ellos  salieron  ya  los  muchachos,  lis- 
tos y  traviesos,  y  aptos  para  alimentarse  de  mariscos,  raices,  frutas 
silvestres  y  sabandijas.  Tal  fué  el  origen  de  la  humanidad.  Otro 
sabio,  llamado  Ritgen,  hace  nacer  á  los  primeros  hombres  en  el  cá- 
liz de  ciertas  flores  gigantescas.  Otros,  por  último,  y  ésta  es  la  opi- 
nión que  ahora  priva,  hacen  que  todo  proceda  de  ciertas  molécu- 
las ó  globulillos  viscosos  ó  glutinosos,  los  cuales  van  compaginan- 
do y  construyendo  todas  las  formas  y  maneras  de  la  vida,  desde 
los  grados  más  ínfimos  hasta  el  grado  supremo,  que  en  el  dia  es  el 
hombre,  y  seguirá  siéndolo  mientras  no  se  forme,  engendre  y  cua- 
je otro  género  superior  que  nos  quite  la  supremacía  y  el  imperio  y 
nos  mate  á  desazoiics  y  malos  tratos.  Edgardo  Quinet,  en  su  recien- 


DEL    ANTIGUO   ORIKNTE.  181 

te  y  amena  obra  La  Creación^  se  muestra  muy  inclinado  á  esta 
doctrina,  y  harto  receloso  de  que  el  dia  menos  pensado  nos  encon- 
tremos como  quien  dice  de  manos  á  boca  y  al  revolver  de  una  es- 
quina, con  este  ser  superior  al  hombre,  que  nos  destrone  y  confun- 
da, y  de  quien  seamos  animal  doméstico,  como  es  para  nosotros  el 
perro  ó  el  gato.  Con  dolor  prevé  Edg-ardo  Quinet  que ,  en  nuestro 
orgullo  de  reyes  de  la  creación,  no  hemos  de  querer  conformarnos 
con  un  papel  tan  humilde,  y  que  todos  nos  hemos  de  morir  de  pena, 
aunque  somos  ya  de  1.200  á  1.300  millones.  No  de  otra  suerte  se 
exting-uió  la  raza  de  los  antropiscos ,  que  según  otro  sabio,  llamado 
Bergmann,  en  sus  Estudios  de  Ontologia  general^  precedió  inme- 
diatamente al  hombre,  y  fué  el  eslabón  de  la  cadena  que  le  une  al 
chimpacé,  al  gorilla  y  á  otros  monos  mayúsculos,  desde  los  cua- 
les, si  seguimos  retrocediendo  en  los  grados  de  la  vida,  iremos  á 
parar  á  los  globulillos  pegajosos  de  que  ya  hemos  hablado.  Pero 
estos  globulillos,  sacos  ó  vejigüelas  que  contienen  la  vida,  ¿cómo 
se  han  formado?  ¿Cómo  de  lo  inorgánico  ha  procedido  lo  orgáni- 
co? A  estose  contesta  con  la  ley  de  formación  progresiva  y  hasta 
se  cita  el  uranoelain,  que  es  una  sustancia  orgánica  vesicular,  que 
se  halla  en  la  nieve  cuando  cae  de  las  nubes.  Teniendo  ya  á  mano 
las  tales  vejigüelas,  no  queda  criatura  que  no  se  fabrique  con  ellas 
y  que,  por  sus  pasos  contados,  de  ellas  no  vaya  saliendo. 

Del  moho  sale  el  hongo,  del  hongo  el  liquen,  del  liquen  el  mus- 
go ,  del  musgo  el  helécho  y  del  helécho  la  palma ;  mientras  que 
por  otro  lado,  sale  del  pulpo  el  caracol,  del  caracol  el  cangrejo,  y 
del  cangrejo  el  pez,  y  del  pez  el  lagarto,  y  del  lagarto  el  cuadrú- 
pedo, y  del  cuadrúpedo  el  mono ,  y  del  mono  el  antropisco,  y  del 
antropisco  el  hombre,  y  del  hombre  ese  sujeto  de  quien  tenemos 
tanto  que  recelar,  según  Edgardo  Quinet.  Llama  dicho  autor  á  la 
destrucción  de  nuestra  especie  por  el  mencionado  sujeto,  urm  pro- 
fecia  de  la  ciencia.  Es  el  último  capitulo  de  su  obra;  la  Apocalip- 
sis de  este  Novisimo  Testamento.  Nuestras  artes,  nuestras  litera- 
turas, nuestra  elocuencia  parlamentaria,  nuestras  cavatinas,  arias 
y  sinfonías,  todo  se  acabará.  Qué  permanecerá  de  todo?  pregunta 
Edgardo  Quinet.  Y  él  mismo  responde  :  «Lo  que  hoy  queda  del 
murmullo  de  los  insectos  en  la  floresta  carbonífera?»  Por  cierto  que 
no  valia  la  pena  que  se  ha  tomado  de  estar  estudiando  ciencias  na- 
turales ,  durante  diez  años ,  según  afirma  este  profeta ,  para  pro- 
rumpir  al  cabo  en  un  tan  desconsolador  vaticinio.  Entre  tanto,  con- 


182  LEYENDAS 

viene  vivir  sobre  aviso  y  con  la  barba  sobre  el  hombro ;  y  si  des- 
cubrimos en  germen  á  ese  nuevo  ser,  no  hay  más  que  exterminar 
el  g'érmen ,  aunque  sea  obra  poco  caritativa ,  imitando  en  esto  la 
conducta  prudente  de  los  pigmeos,  quienes,  según  autores  fide- 
dignos, bajan  todas  las  primaveras  de  los  montes  en  que  habitan, 
caballeros  en  sendas  cabras ,  y  destruyen  los  huevos  de  sus  acér- 
rimos enemigos,  las  grullas. 

Lo  malo  es ,  si  hemos  de  creer  á  otros  sabios ,  que  ya  es  tarde 
para  imitar  á  los  pigmeos.  Nuestras  grullas  han  roto  el  cascaron  : 
la  raza  que  ha  de  acabar  con  nosotros ,  como  nosotros  acabamos 
con  los  antropiscos,  vive  y  se  extiende  por  el  mundo  y  le  domina, 
y  ha  empezado  la  obra  de  aniquilamiento.  Darwin ,  Schaafhausen 
y  otros  doctos  ingleses  y  alemanes,  han  explicado  bien  la  teoría  de 
que  lo  que  es  mejor  y  más  fuerte  debe  suplantar  á  lo  que  es  peor 
y  más  débil.  Las  razas  decaidas  y  endebles,  que  se  quedan  en 
grande  atraso,  que  no  pueden  seguir,  ni  á  remolque  y  á  larga 
distancia,  á  otras  razas  más  enérgicas  é  inteligentes,  están  conde- 
nadas á  perecer  y  de  hecho  perecen.  Al  contacto  de  toda  civiliza- 
ción muy  superior,  los  hombres  de  una  civilización  muy  inferior 
se  mueren  todos.  Los  Portugueses  y  Españoles,  como  no  estábamos 
muy  civilizados ,  no  dimos  muerte  á  todos  los  negros  é  indios  con 
quienes  entramos  en  relación  cuando  nuestros  descubrimientos  y 
conquistas;  pero,  según  parece,  los  Ingleses  y  los  Yankees,  como 
más  adelantados  en  civilización ,  tienen  la  misión  de  acabar  con 
todos.  A  unos  los  matan  á  cañonazos  porque  se  rebelan,  como  á 
los  cipayos;  á  otros  de  hambre  y  de  tristeza,  arrojándolos  de  los 
terrenos  fértiles  que  habitaban  y  acorralándolos  é  internándolos 
en  tierras  más  estériles,  como  á  los  cafres,  hotentotes,  pieles-rojas 
y  naturales  de  la  Nueva  Holanda  y  Nueva  Zelanda;  y  á  otros  los 
matan  de  fastidio,  con  el  empeño  de  que  lean  y  se  afinen,  y  estu- 
dien la  Biblia,  como  á  los  alegres  habitantes  de  Otahiti,  olvidados 
ya  de  sus  danzas  lascivas  y  de  sus  fáciles  amores ,  y  sujetos  á  la 
férula  de  algún  ministro  protestante,  empalagoso  y  cogotudo.  Ha- 
blando Quinet  de  estos  infelices  Polinesianos,  exclama  :  «De  una 
raza  de  hombres,  esparcida  sobre  una  inmensa  extensión  del  glo- 
bo, no  quedará  un  individuo  sólo  dentro  de  pocos  años.»  «Pronto, 
añade  más  adelante,  no  quedará  de  estas  naciones  sino  una  queja 
vaga  del  abismo,  un  canto  popular,  una  lamentación ,  quizás  al- 
gunas palabras  de  una  lengua  muerta,  que  pasaran  á  la  lengua 


DKL    ANTIGUO    ORIENTE.  183 

de  los  europeos.»  Como  prueba  de  esta  misión  destructora  de  los 
Ing'leses,  dice  el  Doctor  Zimmermann  que  la  India  Oriental  habia 
sido  invadida  por  las  feroces  hordas  de  los  Mong-oles  y  los  Tur- 
comanos, los  cuales  incendiaron  palacios  y  ciudades  enteras,  pa- 
saron á  cuchillo  á  los  moradores,  é  hicieron  otras  cien  mil  inso- 
lencias. El  pais,  con  todo,  era  tan  generoso  y  tan  rico,  que  pudo 
alzarse  de  nuevo  á  la  primera  prosperidad.  Pero  fueron  los  In- 
gleses á  la  India ,  y  la  India,  que  era  antes  un  jardin  florido ,  se 
va  convirtiendo  en  un  yermo ,  y  su  población  de  400  millones  se 
va  reduciendo  á  la  cuarta  parte.  Sin  duda  que  en  esto  hay  al- 
guna exageración  del  Doctor  Zimmermann  ;  mas  no  puede  ne- 
garse que,  aun  despojado  de  la  exageración,  basta  para  demos- 
trar cuan  terrible  es  la  civilización  cuando  llega  muy  desnivelada, 
y  para  hacernos  sospechar  si  serán  los  Ingleses  ese  género  nuevo 
con  que  Edgardo  Quinet  nos  amenaza,  y  que  no  bien  acabe  con  los 
Indios,  ha  de  empezar  á  acabar  con  nosotros.  Toda  raza  inferior, 
con  respecto  á  otra  superior,  es  un  eslabón  ó  un  anillo  de  la  cadena 
que  une  al  hombre  con  la  naturaleza  bruta,  y  según  lo  explica  sa- 
tisfactoriamente el  ya  citado  Doctor  Schaafhausen,  es  una  ley  inelu- 
dible del  progreso,  que  este  eslabón  ó  anillo  se  rompa  j  aniquile. 
Quizá  pensará  alguien  que  nosotros  por  salir  tan  mal  librados 
con  esta  Filosofía  de  la  Historia,  hija  del  consorcio  de  la  Economía 
Política  y  de  la  Biología,  producto  de  la  combinación  de  las  teo- 
rías de  Malthus  y  Darwin ,  la  estimamos  en  poco  y  nos  atrevemos 
á  calificarla  de  inhumana  y  desconsoladora,  cuando  no  la  tenemos 
por  falsa.  Pero  es  lo  cierto  que  la  tenemos  por  falsa  por  convicción 
y  sin  que  á  ello  nos  mueva  el  menor  interés.  Apoyan  dicha  Filoso- 
fía de  la  Historia ,  los  que  la  siguen ,  en  el  hecho  supuesto  de  que 
el  progreso  se  realiza,  como  si  dijéramos,  por  la  cima,  por  la  cum- 
bre, por  la  eminencia  de  las  razas.  Entienden  que  con  el  ejercicio 
se  desenvuelven  más  ciertos  órganos  y  de  aquí  nacen  las  nuevas 
especies.  Los  individuos  primeros  de  las  nuevas  especies  son  como 
monstruos  de  las  antiguas.  Aquella  duda  profunda  del  Padre 
Fuente  de  la  Peña  acerca  áe  si  los  móstruos  lo  son  ellos  ó  lo  somos 
nosotros,  ha  venido  á  resolverse,  según  la  teoría  de  Darwin,  y  re- 
sulta que  los  monstruos  lo  somos  nosotros.  El  símil  de  la  girafa 
explica  esto  que  no  hay  más  que  pedir.  La  girafa  era  en  un  prin- 
cipio una  como  cabra  montes  ó  gacela ;  pero  se  fué  á  vivir  á  para- 
jes donde  no  habia  yerba,  y  tuvo  que  alimentarse  de  las  altas  ra- 


184  LEYENDAS 

mas  hojosas  de  Jos  árboles.  Andaba,  por  lo  tanto,  casi  continua- 
mente estirando  el  pescuezo  y  las  patas  delanteras ,  y  tal  fué  lo 
afanoso  de  este  ejercicio ,  durante  muchas  generaciones ,  que  las 
patas  delanteras  y  eljpescuezo  se  le  alarg-aron,  y  casi  sin  sentir  vino 
á  convertirse  en  g-irafa.  Asi,  mutatis  mutandis,  se  explica  el  ori- 
gen de  las  demás  nuevas  especies ,  cada  vez  mejores.  Aplicada  al 
hombre  la  susodicha  teoria,  debe  entenderse  que  el  inglés,  á  fuer- 
za de  discurrir  y  cavilar,  ha  ido  empujando  para  arriba  toda  la 
parte  anterior  de  su  cráneo  y  haciendo  más  capaces  los  senos ,  y 
más  gruesas  las  protuberancias  de  la  causalidad ,  comparación  y 
demás  facultades  mentales  superiores.  Al  mismo  tiempo  los  labe- 
rintos ó  circunvoluciones  del  meollo  ó  encéfalo  se  han  hecho  más 
tortuosos  y  complicados,  de  lo  cual  depende,  sin  duda,  el  pensa- 
miento, asi  como  de  la  masa  y  volumen  de  los  sesos  que  se  han 
hecho  mayores.  Y  por  último,  la  buena  alimentación  ha  acostum- 
brado el  estómago  inglés  á  extraer  y  á  asimilar  á  su  organismo 
mayor  cantidad  de  fósforo,  que  es  el  ingrediente  principal  con  que 
el  pensamiento  se  confecciona ,  según  Moleschott ,  Büchner  y  un 
boticario  amigo  nuestro.  Lo  que  es  Edgardo  Quinet,  en  su  ya  citada 
Creación ,  saca  de  aqui  un  luminoso  corolario,  (^asi  prueba  que 
con  el  Cesar ismo  se  achican  los  sesos,  se  hacen  más  livianos  y 
tienen  menos  circunvoluciones.  Los  sesos  de  cualquier  francés  pe- 
san hoy  menos  y  tienen  menos  laberintos  que  cuando  comenzó  á 
reinar  Napoleón  IIL 

De  lo  que  haya  de  verdad  en  este  modo  de  explicar  el  pensa- 
miento no  queremos  tratar  aqui ;  pero  expliqúese  el  pensamiento 
como  quiera,  es  indudable,  á  nuestro  ver,  que  no  se  ha  aumentado 
en  el  hombre  la  potencia  ó  energia  de  pensar,  desde  los  principios 
de  la  historia  hasta  el  dia.  En  esto  no  ha  habido  progreso,  ni  con- 
siste en  esto  el  progreso.  Quien  quiera  que  fuese  el  autor  ó  los  au- 
tores de  los  más  antiguos  himnos  del  Rig-Veda,  de  Jos  Poemas 
homéricos ,  del  libro  de  Job  ó  de  las  Institutas  de  Manú ,  pensó  con 
más  energia  y  eficacia  que  Shakspeare  componiendo  todo  su  tea- 
tro, ó  que  Newton  descubriendo  las  leyes  de  la  gravitación  uni- 
ver.9al.  Dados  los  pocos  medios  ó  elementos  de  que  entonces  se  dis 
ponia,  dado  el  escaso  caudal  de  saber  adquirido  entonces  por  he- 
rencia, cualquiera  de  los  trabajos  mencionados  presupone  un  es- 
fuerzo intelectual  mil  veces  mayor ;  apenas  se  comprende  sin  que 
atribuyamos  al  autor  un  poder  sobrehumano,  una  inspiración 


DEL    ANTIGUO    ORIENTE.  185 

semi-divina.  Los  primeros  hierofantes  de  la  humanidad,  los  que 
abrieron  la  senda  del  progreso,  el  hombre  que  detuvo 

La  palabra  veloz  que  antes  huia, 

el  que  pensó  por  primera  vez  en  la  primera  causa ,  y  el  que  dio  á 
un  pueblo  las  primeras  leyes,  fueron  superiores  á  los  hombres  de 
ahora,  ó  al  menos  iguales  á  los  genios  más  sublimes  que  produce  ó 
puede  producir  en  el  dia  la  humanidad.  Valmiki,  Viasa,  Zoroastro, 
Moisés,  Sakia-Muni  y  Homero,  si  es  que  el  pensamiento  es  fósforo, 
gran  masa  de  meollo  y  muchas  circunvoluciones  en  él ,  tuvieron 
todos  tantas  circunvoluciones  como  el  que  más  en  el  dia,  y  tuvieron 
sesos  muy  voluminosos  y  pesados,  y  consumieron  toda  una  fosfore- 
ria,  destilando  y  secretando  de  ella  mil  ideas  sublimes  en  la  retorta 
del  cráneo.  Damos,  pues,  por  seguro  que  no  ha  consistido  el  progre- 
so en  que  una  familia  ó  varias  ó  cierto  número  de  individuos  hayan 
ido  elevándose  y  haciéndose  superiores  á  los  otros,  sino  en  que  de  la 
superioridad  primitiva  de  algunos  individuos  ó  familias  han  ido 
poco  á  poco  haciéndose  participantes  los  demás,  y  subiendo  por  la 
educación  y  por  las  mejoras  sociales  al  mismo  nivel  de  moralidad 
y  de  inteligencia,  hasta  donde  esto  es  posible,  dada  la  desigualdad 
de  aptitudes  que  la  naturaleza  pone  en  nosotros.  También  ha  consis- 
tido y  consiste  el  progreso  en  el  caudal  de  saber  y  de  experiencia 
que  se  trasmiten  las  generaciones  de  unas  en  otras ,  caudal  que  ya 
no  se  perderá  nunca  y  que  irá  creciendo  cada  dia ,  con  el  trabajo 
incesante  de  los  futuros  pensadores. 

Entendido  asi  el  progreso,  debe  considerarse  además  que  la 
marcha  ascendente  de  la  humanidad  no  se  ha  realizado  siempre 
en  el  mismo  punto,  ni  entre  las  mismas  tribus,  naciones  ó  gentes. 
Desde  el  primer  albor  de  la  historia  hasta  los  tiempos  de  Ciro ,  el 
grande  impulso  civilizador  estuvo  en  Asia ;  desde  Ciro  hasta  Ale- 
jandro ,  Asia  y  Europa  se  disputaron  el  cetro  de  la  civilización ;  y 
por  último ,  Europa  le  adquirió  entonces ,  y  si  bien  en  cierto  pe- 
riodo ,  desde  el  siglo  V  al  XII  de  nuestra  era ,  se  diria  que  se  le 
iba  cayendo  de  la  mano ,  y  que  Asia  le  recogía  y  volvia  á  empu- 
ñarle, hoy  más  que  nunca  Europa  le  mantiene. 

Si  echamos  la  vista  sobre  un  mapa  del  Mundo  Antiguo,  veremos 
que  Europa  es  como  una  extremidad  de  Asia ;  como  la  sexta  parte 
de  aquel  gran  continente.  Las  razas  y  la  civilización  de  Europa, 
de  Asia  han  venido.  Es,  pues,  extraño  y  parece  anormal  que  estas 


186  LEYENDAS 

razas,  que  son  las  mismas  en  Asia  y  en  Europa,  y  esta  civiliza- 
ción que  en  Asia  tuvo  origen ,  florezcan  hoy  en  Europa ,  y  en  Asia 
estén  como  adormecidas  ó  aletargadas.  Es  evidente ,  en  nuestro 
sentir,  que  en  Asia  han  de  renacer.  No  creemos,  como  general- 
mente se  cree,  que  los  pueblos,  las  grandes  familias  humanas 
cumplen  su  misión  y  mueren  luego  No  creemos  que  la  vida  toda 
del  Asia,  se  haya  agolpado  y  como  refugiado  para  siempre  en  este 
extremo  que  se  llama  Europa,  y  qne,  últimamente,  hasta  haya 
abandonado  la  mejor  y  mayor  parte  de  este  extremo,  y  haya  ido 
á  localizarse  y  á  circunscribirse  sólo  en  las  últimas  tierras  y  na- 
ciones del  Noroeste.  Aunque  este  fenómeno  singular  se  advierta 
ahora,  hace  tan  poco  tiempo  que  se  advierte,  que  no  puede  ni  debe 
mirarse  sino  como  un  accidente  momentáneo  en  la  historia  del 
mundo.  ¿Qué  son  tres  ó  cuatro  siglos ,  á  lo  más,  durante  los  cua- 
les Inglaterra,  Francia  y  Alemania  pueden  reclamar  con  razón  la 
supremacía ,  comparados  con  los  veinte  ó  veinticinco  siglos  que 
duró  la  civilización  griega  desde  Homero  hasta  Láscaris,  y  con 
los  millares  de  años  que  han  durado  las  civilizaciones  orientales? 

Estos  pensamientos  explican  por  qué  los  hombres  del  Occidente 
de  Europa  volvemos  la  vista  con  tanta  curiosidad  hacia  el  Oriente, 
de  donde  nos  vino  la  luz ,  y  por  qué  es  tan  fecundo  todo  recuerdo 
de  las  pasadas  civilizaciones. 

Desde  mediados  del  siglo  XV  hasta  fines  del  siglo  XVI  podemos 
marcar  en  la  historia  de  la  moderna  Europa  una  época ,  que  lla- 
man del  Renacimiento :  la  época  en  que  revive  ó  renace  la  antigua 
civilización  greco-romana  y  obra  los  portentos  de  que  hemos  ha- 
blado al  comenzar  este  escrito.  Hoy,  esto  es,  desde  un  siglo  há, 
podemos  afirmar  que  hay  algo  como  otro  renacimiento ,  el  cual 
también  será  fecundo:  un  renacimiento  de  la  ciencia,  las  lenguas, 
las  religiones  y  las  literaturas  del  Asia. 

Prolija  tarea  y  harto  superior  á  nuestras  fuerzas  sería  trazar 
aqui  á  grandes  rasgos  la  historia  de  este  Renacimiento  oriental . 
No  incumbe  tampoco  á  nuestro  propósito  el  hacerlo.  Baste  decir. 
í|ue  lo  que  más  nos  interesa,  y  lo  que  en  efecto  se  puede  tener  por 
demostrado  hasta  la  evidencia,  es  nuestro  cercano  parentesco  con 
los  Indios  y  con  los  Persas ,  cuyos  antepasados  vivieron  .reunidos 
á  los  nuestros  en  época  remotísima,  diticil  aún  de  determinar,  al 
norte  del  Cáucaso  indiano.  Esta  sociedad  primitiva,  pueblo  ó  tribu, 
es  la  raíz  y  el  tronco  de  una  gran  raza  civilizadora  y  progresiva 


DEL    ANTIGUO    ORIENTE  187 

en  alto  grado ,  que  ha  extendido  sus  ramas  frondosas  y  carg-adas 
de  flores  y  frutos ,  desde  Ceilan  hasta  Islandia ,  dilatándose  más 
tarde  por  toda  la  extensión  de  ambas  Américas.  Esta  gran  raza 
civilizadora  se  llama  indo-europea  ó  japética;  el  pueblo  primitivo 
de  que  procede  se  llama  los  Arios.  Otros  pueblos  de  otras  razas 
los  precedieron  y  formaron  garandes  centros  de  civilización  antes 
de  que  los  Arios  apareciesen:  tales  son  los  Chinos  y  los  Eg-ipcios. 
Hay  quien  conjetura  que  hubo  otros  centros  de  civilización ,  como 
el  de  los  Atlantes,  cuyo  dominio  se  extendía  por  un  continente 
inmenso,  colocado  entre  Europa  y  América,  y  que  se  trag"ó  la 
mar.  Supóncse  asimismo  que  los  pueblos  semitas,  esto  es  los  Ara- 
bes,  los  Hebreos,  los  Caldeos  y  Asirlos,  ó  más  bien  el  tronco  de 
que  salieron ,  estuvo  en  época  remotísima  unido  también  al  tronco 
ario.  Esto,  con  todo,  ni  siquiera  por  indicios  puede  rastrearse.  Ni 
en  los  idiomas  semíticos  hánse  hallado  hasta  ahora  bastantes  voces 
ni  formas  reductibles  á  las  de  alguna  lengua  ariana ,  ni  tradiciones 
autorizadas  y  concordes  nos  hablan  de  esta  unión  primitiva.  Los 
semitas  aparecen  en  la  historia  viviendo  más  hacia  el  Occidente 
que  los  Arios;  en  las  llanuras  que  bañan  el  Tigris  y  el  Eufrates. 

En  dichos  tiempos,  llamados  con  elegancia  por  Edgardo  Quinet 
los  propileos  de  la  historia ,  figuran  además  otras  razas  blancas  ó 
amarillas,  en  guerra  constante  con  los  Arios,  y  á  quienes  se  de- 
signa con  el  nombre  de  Turanienses  ó  Turanies.  El  país  que  se 
extiende  desde  el  Oriente  del  Mar  Caspio  al  Imaus,  regado  por 
caudalosos  rios  como  el  Jaxartes  y  el  Oxo ,  en  cuyo  centro  está  el 
Lago  Aral,  y  donde  aún  se  ostentan  ricas  y  famosas  ciudades  como 
Kiva,  Bucara  y  Samarcanda ,  era  el  Turan  antiguo  ó  la  tierra  por 
excelencia  de  los  Turanies;  tal  vez  los  mismos  hombres  á  quienes 
llama  la  Biblia  los  pueblos  de  Gog  y  de  Magog. 

Es  de  advertir  que  algunos  de  los  investigadores  ó  fantaseadores 
de  la  más  antigua  historia  del  humano  linaje,  antes  de  esta  división 
entre  Turanies  y  Arios ,  suponen  todas  estas  razas  mezcladas  y  vi- 
viendo aún  más  al  Norte,  en  un  país  delicioso  y  ameno,  más  allá 
de  las  montañas  Rifeas,  montañas  que  podemos  colocar  donde  se  nos 
antoje.  Las  antiguas  fábulas  griegas  hablan  de  estas  montanas 
Rifeas  y  del  hermoso  país  de  los  felices  Hiperbóreos,  el  cual  estaba 
más  allá  del  punto  desde  donde  sopla  el  Bóreas ,  causa  del  frió,  y 
por  consiguiente  era  un  país  templado,  fértil  y  de  suavísimo  clima. 

Rodier  supone  á  estos  Hiperbóreos,  á  quienes  llama  Proto-  scitas^ 


188  LEYENDAS 

esparciéndose  ya  por  el  mundo  y  colonizando  la  Europa ,  unos  25 
ó  26.000  años  antes  de  la  Era  Cristiana.  Los  restos  de  las  Edades  de 
Piedra  y  de  Bronce,  las  poblaciones  lacustres,  los  cráneos  hallados 
en  las  cavernas,  y  álos  que  se  atribuye  una  antig-üedad  portento- 
sa,  pueden  creerse  de  estos  Proto-scitas ,  primitivos  pobladores  de 
Europa. 

La  geología  y  la  paleontología  han  venido  á  prestar  un  auxilio 
poderoso  á  la  arqueología  y  á  la  historia,  á  fin  de  afirmar  la  gran- 
de antigüedad  del  género  humano.  Con  todo,  si  bien  dichas  cien- 
cias prueban  en  nuestro  sentir  que  esta  antigüedad  es  grande ,  ni 
la  fijan  ni  la  determinan.  La  misma  discordancia  de  opiniones  en- 
tre los  geólogos  convida  al  escepticismo.  Cierto  es  que  todos  con- 
vienen en  que  las  armas  de  silex  y  otros  restos  de  la  Edad  de  Pie- 
dra suponen  millares  de  años;  pero  los  cálculos  varían  mucho. 
Unos,  como  Bergmann,  dan  á  los  objetos  que  han  visto  una  anti- 
güedad de  25.000  años:  Lyell  una  antigüedad  de  100.000:  Bronn 
llega  á  suponer  que  tienen  158.000.  Todos  estos  geólogos,  y  otros 
muchos,  como  Boucher  de  Perthes,  Falconery  Prest with,  podrán 
acertar  sin  contradecirse ,  porque  podrán  ser  distintos  los  objetos 
que  han  observado,  y  la  Edad  de  Piedra  no  es  sincrónica  en  todas 
las  regiones  del  globo  y  entre  todas  las  razas.  La  Edad  de  Piedra 
dura  aún  en  algunas. 

De  todos  modos,  la  geología  y  la  paleontología  se  ligan  hoy  ín- 
timamente con  el  estudio  de  la  historia.  La  Historia  Universal, 
publicada  en  Francia ,  bajo  la  dirección  del  Sr.  Duruy ,  por  una 
sociedad  de  sabios ,  como  alli  suelen  llamarse  candidamente  á  sí 
mismos  los  escritores ,  sin  oponerse  esto  á  que  en  efecto  lo 
sean,  va  precedida  de  un  tomo  titulado  La  Tierra  y  el  Hombre, 
obra  del  ilustre  Alfredo  Maury,  miembro  del  Instituto.  Puede  ca- 
lificarse esta  obra  de  una  verdadera  Pre-historia ,  y  contiene  la 
geología,  la  historia  de  nuestro  globo  antes  de  la  aparición  del 
hombre,  sa  aparición,  y  la  descripción  de  las  diferentes  razas  hu- 
manas y  de  las  lenguas  y  religiones.  Esto  manifiesta  el  enlace  de 
dichas  ciencias  con  la  ciencia  histórica.  No  se  ha  de  negar,  sin  em- 
bargo, que  la  cronología  de  los  geólogos  es  una,  y  la  de  los  histo- 
riadores en  cierto  modo  es  otra. 

Las  armas  de  silex,  otros  instrumentos  y  utensilios  de  una  in- 
dustria grosera,  tal  vez  alguna  imagen  rudamente  esculpida  en  un 
hueso  ó  en  una  piedra,  imagen  de  alguu  animal  que  ya  no  existe. 


DEL    AMTIGUO   ORIENTE.  189 

Ó  el  hueso  mismo  de  alg-un  animal,  como  el  Bos  priscus,  el  Ursus 
spelmus  ó  el  Rhinoceros  ticJiorinus,  herido  por  un  arma,  todo  esto 
podrá  demostrar  la  presencia  del  hombre  en  el  periodo  cuaterna- 
rio, quizá  al  fin  del  terciario,  en  los  terrenos  llamados  j»/ioc«%oí, 
y  dejar  asi  abierto  y  despejado  un  inmenso  espacio  de  tiempo,  de 
40.000  ó  50.000  años  si  se  quiere,  para  que  la  historia  pueda  ex- 
tenderse por  él;  pero  la  verdadera  historia  no  empieza  sino  donde 
empieza  el  recuerdo  de  la  palabra  humana,  cuyos  documentos  son 
la  escritura,  ya  hieroglifica,  ya  cuneiforme,  y  á  todo  lo  cual  pue- 
den añadir  alg-unos  indicios  la  filologia  comparativa  y  el  estudio 
de  las  más  antiguas  religiones  y  mytJios.  Este  último  estudio  tie- 
ne, sin  embargo,  el  escollo  de  hacernos  incurrir  en  un  evJiemeris- 
mo  exagerado ;  esto  es ,  de  hacernos  prestar  una  realidad  y  una 
consistencia  históricas  á  lo  que  no  fué  acaso  sino  una  mera  ale- 
goría ó  cuento  fantástico  naturalista ,  con  virtiendo  en  reyes  á  los 
dioses,  y  en  sucesos  de  la  tierra  á  los  sucesos  soñados  en  espacios 
imaginarios,  celestes  ú  olímpicos.  Asi,  por  ejemplo,  Rodier  con- 
vierte decidida  y  resueltamente  en  personajes  reales,  no  sólo  á  Osi- 
ris  y  á  Thoth ,  sino  también  á  los  dioses  egipcios  más  primitivos, 
como  Phré  y  Phta,  haciendo  de  esta  suerte  que  comience  la  histo- 
ria de  Egipto  más  de  30.000  años  antes  de  la  Era  Cristiana. 

En  efecto,  la  civilización  egipcia  parece  ser  la  más  antigua  de 
la  tierra;  pero  de  ningún  modo  podemos  creer  que  empiece  en 
época  tan  distante.  Y  limitándonos  nosotros  á  los  Arios  y  á  los 
demás  pueblos  del  Asia  central  que  estuvieron  en  relaciones  con 
ellos  desde  el  principio  de  la  historia,  diremos  que  ni  Rawlinson, 
ni  Layard,  ni  Duncker,  ni  Grimm,  ni  Max  Müller,  ni  Lassen,  ni 
Lenormant ,  ni  Weber ,  ni  ningún  otro  de  los  más  eminentes  his- 
toriadores, arqueólogos  y  filólogos  orientalistas,  dan  mayor  an- 
tigüedad á  la  literatura  védica  que  unos  dieciseis  siglos  antes  de 
Cristo;  á  la  primera  dispersión  de  los  Arios,  3.000  años;  y  á  sus 
sucesivas  inmigraciones  en  Europa,  de  2.000  á  1.000;  todo  lo 
cual  puede  ó  casi  puede  conciliarse  con  la  cronología  de  la  Biblia, 
larga  y  generosamente  explicada.  Dentro  de  este  gran  periodo  de 
tiempo  de  3.000  años,  ó  mejor  dicho,  de  2.500,  terminando  el  pe- 
riodo en  el  origen  de  la  guerra  médica,  unos  500  años  antes  de 
Cristo,  asi  como  caben  con  holgura  los  sucesos  históricos  que  re- 
fiere la  Biblia,  caben  también  todos  los  sucesos  que  las  tradiciones 
orientales,  los  libros  sagrados,  como  el  Vendidad  y  el  Desatir.  las 


190  LEYENDAS 

epopeyas,  como  el  Ramayana,  el  Maiiabarata  y  el  Shah-nameh,  y 
las  inscripciones  cuneiformes  y  demás  antigüedades  de  la  India,  la 
Persia  y  el  x\siria,  refieren  ó  indican  con  un  carácter  verdadera- 
mente histórico,  y  que  no  son  meramente  un  mytho  ó  una  alegoría. 

Imaginemos  ó  conjeturemos  en  época  anterior  un  reino  ó  impe- 
rio en  el  país  primitivo  de  los  Arios,  antes  de  su  división  ó  cisma 
en  Iranienses  é  Indios.  Este  país  se  llama  Ariana-Vaega.  Allí 
reinaron  sucesivamente  cinco  dinastías  de  reyes.  Los  fundadores  de 
estas  dinastías,  y  aun  algunos  otros  reyes,  fueron  santos,  legisla 
dores  ó  profetas.  Asi,  Mahabad,  quien  dicen  haber  sido  el  mismo 
Manú;  asi,  Dji-Afrans,  Cayumer,  y  otros,  hasta  Djemschid,  el  Sa- 
lomón de  los  Persas,  á  quien  los  Orientales  han  convertido  en  rey 
de  los  Genios. 

Durante  todo  este  periodo ,  los  Celtas ,  los  primitivos  Germa- 
nos, los  primitivos  Griegos  ó  Jaones,  y  otros  pueblos  de  raza  ja- 
pética,  se  van  separando  de  los  Arios  y  emigrando  hacia  el  Asia 
occidental  y  la  Europa.  Posteriormente,  pero  también  dentro  de 
este  periodo,  los  Indios  y  los  Iranienses  se  separan;  y  por  último, 
el  país  de  Ariana-Vaega  es  abandonado,  ó  por  una  inurfdacion  ó 
diluvio,  ó  porque  se  convierte  en  muy  frió,  y  los  Iranienses  fundan 
un  Imperio  más  al  Sur,  tal  vez  en  la  Bactriana  y  Aria  antiguas, 
extendiéndose  por  la  Partía  y  la  Hircania,  ó  sea  en  el  Afganistán 
y  el  Corazan  de  ahora.  Este  nuevo  Imperio  se  llama  Vara.  Djems- 
chid le  funda,  y  otro  Djemschid,  ó  el  mismo  Djemschid,  le  pierde^ 
porque  los  personajes  my tilicos  ó  ^^m\-my tilicos  viven  siglos  y 
siglos.  Zohac,  caudillo  árabe,  le  vence  y  le  destrona. 

Supongamos,  además,  que  este  Zohac  conquistase  el  reino  de 
Djemschid,  y  le  venciese,  no  7.048  años  antes  de  Cristo,  como  pre- 
tende Rodier,  sino  unos  2.200  ó  2.300  años  antes  de  Cristo,  como 
pretende  Gobineau,  en  su  Historia  de  los  Persas,  haciendo  á  Zohac 
contemporáneo  de  Niño,  y  equiparándole  ó  confundiéndole  con  el 
Areo  de  los  escritores  clásicos.  Apoyados  ahora  en  estas  suposicio- 
nes, y  en  las  fechas  que  señala  Rodier  con  exactitud  portentosa, 
fijemos  en  el  año  2284,  en  que  fué  el  advenimiento  de  Niño,  rey 
de  Asirla,  el  principio  de  la  historia  que  tiene  ya  algo  de  seguro. 
Tengamos  por  inseguro  y  mythico  cuanto  ocurre  antes,  y  concre- 
témonos al  período  en  que  prevalece  Asia  sobre  Europa,  esto  es, 
hasta  la  guerra  médica,  unos  500  años  antes  de  Cristo.  Nos  queda, 
pues,  un  espacio  histórico  de  cerca  de  1.800  años,  desde  Niño  hasta 


DEL  ANTIGUO  ORIENTE.  191 

el  primer  Darío,  dentro  del  cual  se  nos  ha  ocurrido  ir  escribiendo 
y  colocando  una  serie  de  leyendas  ó  novelas,  en  donde  la  imag-i- 
nacion  ó  la  inspiración ,  si  Dios  quiere  enviárnosla ,  complete  y 
aclare  la  historia,  la  cual,  á  pesar  de  los  trabajos  de  Rawlinson,  de 
Gobineau ,  del  mismo  Rodier,  y  de  otros  muchos  autores  que  ya 
hemos  citado,  ó  que  nos  excusamos  de  citar,  nos  deja,  como  vul- 
garmente se  dice,  á  media  miel  sobre  los  más  famosos  personajes  y 
los  más  estrepitosos  acontecimientos.  No  despreciaremos  tampoco 
todo  lo  que  se  cuenta  de  edades  anteriores  á  Niño,  y  aprovechare- 
mos las  tradiciones  confusas,  las  epopeyas  y  las  relaciones  de  los 
libros  sag-rados,  para  que  los  casos  de  esas  edades  anteriores  á Niño 
sean  como  el  fundamento  y  el  antecedente  de  nuestras  leyendas, 
y  al  mismo  tiempo  lo  que  crean  y  afirmen  sus  héroes,  cuando  les 
hagamos  entrar  en  agradables  coloquios. 

No  se  echen  á  temblar  nuestros  lectores  j  uzgándose  amenazados 
de  una  obra  interminable.  Sin  duda  en  mil  ochocientos  años  caben 
novelas  y  leyendas  infinitas;  pero  nosotros  somos  infecundos  y  pe- 
rezosos, y  más  pecaremos  por  escribir  pocas  novelas  ó  leyendas 
para  justificar  este  prólogo  ó  introducción,  que  por  escribir  dema- 
siadas. Todavía  escribiremos  menos  si  no  gustan  las  primeras  que 
escribamos.  Por  último,  cada  una  de  nuestras  leyendas  será  breve 
de  por  si,  y  no  entraremos  en  las  menudencias  y  prolijidades  en 
que  entran  y  caen  los  que  escriben  novelas  de  tiempos  más  cerca- 
nos á  los  nuestros,  como  de  la  Edad  Media  ó  aun  de  época  más  mo- 
derna; de  los  cuales  tiempos  nada  se  ignora,  y  aun  la  historia, 
que  no  tiene  el  recurso  de  imaginar,  va  siendo  ya  harto  prolija  y 
algo  pesada,  contándonos  hasta  los  ápices  al  parecer  más  insigni- 
ficantes. Por  esto  precisamente,  deseando  dar  vuelo  y  rienda  suelta 
á  nuestra  fantasía,  nos  hemos  refugiado  en  el  antiguo  Oriente.  Ba- 
rante,  por  ejemplo,  ha  llenado  con  la  historia  de  seis  Duques  de 
Borgoña  más  volumen  de  lectura  que  el  que  forman  acaso  todos 
los  historiadores  griegos  y  latinos,  que  aún  quedan,  y  donde  se  re- 
fieren los  acontecimientos  de  miles  de  años ,  y  el  principio ,  creci- 
miento, decadencia  y  calda  de  una  multitud  de  imperios,  repúblicas 
y  monarquías.  SlBarante,  limitándose  á  lo  histórico,  escribe  tanto 
sobre  seis  Duques  dje  Borgoña,  ¿adonde  iríamos  á  parar  si  sobre  lo 
histórico  quisiésemos  recamar,  bordar  y  completar  con  la  fantasía? 
Por  esto,  repetimos,  nos  vamos  al  antiguo  Oriente.  Allí  donde  la 
ciencia  no  llega,  es  donde  la  imaginación  y  la  poesía  deben  volar. 


192  LEYENDAS 

Otra  razoii  nos  impulsa  también  á  escribir  estas  leyendas.  De- 
seamos divulgar  un  poco  la  literatura  oriental  antigua  y  empezar 
á  emplearla  en  nuestra  moderna  literatura  española.  En  Francia  y 
en  Inglaterra  y  en  Alemania,  el  renacimiento  oriental,  de  que  he- 
mos hablado,  deia,  tiempo  ha,  sentir  su  influjo  en  el  arte  y  en  la  poe- 
sía. En  España  aún  no  se  nota  nada  de  esto. 

En  Alemania,  el  Mahabarata,  el  Ramayana,  el  Shah-nameh,  los 
Vedas,  ó  han  sido  traducidos  en  verso,  ó  han  inspirado  ya  bellas 
poesías.  En  Francia,  desde  los  lindos  cuentos  de  Vol taire,  el  anti- 
guo Oriente  ha  dado  asunto  feliz  á  muy  amenas  narraciones.  ¿Por 
qué  hoy,  que  se  conoce  mejor  el  antiguo  Oriente,  no  hemos  de  as- 
pirar á  algo  semejante  en  España?  Se  me  contestará  que  carece- 
mos del  ingenio  de  Voltaire ,  y  que  El  toro  blanco ,  Zadig  y  La 
Princesa  de  Babilonia,  son  inimitables.  Procuremos,  con  todo, 
aproximarnos  á  esos  modelos.  De  tiempos  antiguos  se  han  escrito 
en  Francia  últimamente  muy  primorosas  novelas ,  como  La  Mo- 
mia y  La  Corte  de  Merodac-  Baladan,  de  Teófilo  Gauthier,  y  Ca- 
lirhoe,  de  Mauricio  Sand.  Sírvanos  esto  de  estímulo. 

De  Grecia  y  Roma ,  mientras  duró  el  impulso  que  imprimió  el 
Renacimiento  clásico  en  ]a  moderna  literatura,  se  escribieron  no- 
velas, poesías  y  leyendas;  algunas  muy  eruditas,  agradables  y  ce- 
lebradas, como  los  Viajes  de  Antenor  y  los  Viajes  de  Anacársis. 
Algo  parecido  pudiera  con  general  aplauso  escribirse  del  antiguo 
Irán,  de  Asiría,  de  Babilonia,  de  Media  ó  de  Persia.  Pero  no  pre- 
sumimos de  ser  capaces  de  tanto.  Nuestro  propósito  es  escribir  una 
obra  de  mera  imaginación  sobre  el  fundamento  de  un  escasísimo 
saber,  que  sólo  es  necesario  para  que  sirva  como  de  pauta  y  caña- 
mazo á  nuestros  fantásticos  bordados.  Tal  vez ,  si  en  algo  acerta- 
mos, se  animen  otros  á  escribir  con  más  tino,  discreción  y  conoci- 
miento del  asunto. 

Este,  no  sólo  es  vasto,  sino  seductor  y  apetitoso.  La  rapidez  con 
que  en  los  libros  sagrados  y  antiguos  poemas  aparecen  ciertos  per- 
sonajes, y  se  fijan  en  nuestra  mente  de  un  modo  indeleble ,  como 
si  los  hubiésemos  conocido  y  tratado,  y  luego  se  pierden  y  se  des- 
vanecen, sin  que  se  sepa  más  de  ellos,  induce  y  solicita  á  buscar- 
los con  la  fantasía  y  hasta  en  sueños,  á  fin  de  completar  y  acabar 
la  historia  de  su  vida. 

Sin  citar  para  ejemplo  más  que  á  algunos  personajes  de  la  Bi- 
blia, por  ser  más  conocidos  de  todos,  ¿quién  no  siente  curiosidad  de 


DEL    ANTiaUO    ORIENTE.  193 

saber  cómo  se  llamaba  la  mujer  de  Putifar  y  qué  fué  de  su  vida 
después  de  aquella  terrible  pasión  y  de  aquel  cruelísimo  desaire 
que  recibió  de  Josef  el  Casto?  Pues,  y  la  Reina  Vasti?  ¡Apenas  si  in- 
teresa la  Reina  Vasti!  ¿Qué  fué  de  ella,  después  que  la  repudió  el 
Rey  Asnero,  por  demasiado  pudorosa;  por  no  querer  presentarse  á 
lucir  su  hermosura,  delante  de  todos  aquellos  Príncipes  y  Sátrapas 
borrachos  y  libertinos,  que  su  marido,  borracho  también,  tenia 
cong-reg'ados  en  su  gran  palacio  de  Susa?  Del  Rey  Asuero  nadie 
ig-nora  que,  después  de  repudiada  Vasti,  hace  reunir  de  todas  las 
provincias  del  Imperio  las  más  gallardas  doncellas,  las  cuales  van 
entrando  una  á  una  en  su  cámara ,  no  sin  pasar  antes  un  ano  en 
lavatorios,  sahumerios,  unciones  con  bálsamos  y  pomadas  y  otros 
cien  mil  preparativos  para  que  estuviesen  bien  adobadas  y  lustro-' 
sas,  y  de  todas  estas  doncellas,  previo  un  examen  profundo,  elige 
por  reina  á  Ester ;  pero  de  la  pobre  Vasti,  nadie  vuelve  á  acordar- 
se. Díganme  si  no  es  este  un  asunto  para  una  novela  sentimental, 
que  mejor  pudiera  llamarse  lastimosa,  si  no  temiésemos  el  equivo- 
co. Más  bello  asunto  seria  aún,  si  cabe,  el  de  los  amores  de  Salo- 
món con  la  discreta  y  bella  Reina  de  Sabá,  que  vino  á  verle  con 
tanta  comitiva  y  séquito,  que  le  propuso  tanta  pregunta  difícil,  y 
que  tan  enajenada  quedó  de  la  sabiduría  de  Salomón  y  de  la  mag- 
nificencia y  esplendor  de  su  corte.  Como  todo  esto  sólo  está  indi- 
cado y  dicho  en  brevísimas  palabras  en  la  Biblia,  se  siente  un 
vivísimo  deseo,  al  menos  nosotros  le  sentimos,  de  acudir  á  las  ins- 
cripciones y  á  las  tradiciones,  ó  de  pedir  á  Dios  segunda  vista  his- 
tórica para  adivinar  los  pormenores  que  faltan,  empezando  por  el 
nombre  propio  de  la  Reina  de  Sabá,  y  para  escribir  las  relaciones 
que  tuvo  con  el  hijo  de  David,  y  demás  casos  ocurridos  entonces. 
Lo  propio  que  decimos  de  los  personajes  bíblicos,  puede  decirse  con 
no  menos  razón  de  los  personajes  que  figuran  en  las  historias  y 
poemas  arios.  Mucho  nos  han  interesado  hasta  aquí  Agamenón, 
Ulises,  Aquiles,  Temlstocles  y  Epaminóndas :  mucho  nos  han  en- 
cantado los' poetas  griegos,  pero  más  nos  interesan  hoy  los  perso- 
najes arios  y  más  los  cantos  de  las  Vedas.  Se  diria  que  por  el 
espíritu  están  más  cerca  de  nosotros.  Los  vemos  tan  bien  y  tan 
intimamente,  que  se  siente  uno  inclinado  á  creer  en  la  metempsíco- 
sis  y  á  recordar  la  vida  que  tuvo  en  Ariana  Vaega,  ó  en  los  tiempos 
de  Djemschid  ó  de  Feridum.  Agni,  Indra  ó  Aura-Mazda,  nos  pa- 
recen más  divinos  que  Vulcano,  Júpiter  ó  Saturno.  Todo  el  desen- 

TOMO  XV.  13 


194  LEYENDAS    DEL    \NTIGU0    ORIENTE 

volvimiento  ulterior  de  la  civilización  moderna  europea  se  nos 
presenta  como  en  germen  en  aquella  primera  civilización  oriental. 
No  se  extrañe,  pues,  que  hayamos  elegido  este  asunto  de  las  le- 
yendas del  antiguo  Oriente,  ni  se  tilde  de  difusa  la  introducción. 
Antes  bien,  se  nos  quedan  no  pocas  cosas  por  decir:  pero  todo  lo 
que  aún  queda  irá  saliendo  en  las  leyendas,  las  cuales  aparecerán 
poco  á  poco  en  esta  Revista  de  España,  y  más  tarde ,  si  Dios  nos 
da  salud  y  si  el  público  no  nos  desdeña,  formarán  dos  ó  tres  volú- 
menes separados,  quizás  de  nada  ingrata  lectura.  Bueno  es  que  Es- 
paña contribuya  también,  aunque  sea  pobre  y  modestamente,  ya 
que  no  á  lo  que  hemos  llamado  y  debe  llamarse  Renacimiento 
oriental,  al  influjo  de  este  renacimiento  en  la  literatura  y  en  la 
poesía  de  la  moderna  Europa. 

Vamos  á  retroceder  con  el  espíritu  hasta  las  edades  primeras  de 
la  humanidad  que  la  historia  ilumina  algo  con  sus  fulgores,  y  va- 
mos á  pintar,  sin  embargo,  portentosas  civilizaciones  y  á  presentar 
personajes,  no  inferiores  en  nada,  tal  vez  superiores  á  los  del  dia. 
Ya  hemos  explicado  cómo  comprendemos  el  progreso.  Le  compren- 
demos por  el  caudal  acumulado  por  herencia  y  por  la  difusión  y 
divulgación  del  saber  y  de  la  moralidad  en  mayor  número  de  per- 
sonas, familias,  tribus  y  naciones.  Mas  creemos  asimismo  que,  para 
que  el  progreso  se  realizase ,  las  razas  civilizadoras,  y  singular- 
mente los  Arios,  desde  el  principio  y  más  que  nunca  en  el  princi- 
pio, debieron  estar  y  sin  duda  estuvieron  dotados  de  extraordina- 
rias facultades  y  de  una  poderosa  iniciativa ;  prendas  que  hablan 
de  resplandecer  más  en  ellos ,  mientras  permanecieron  en  toda  su 
pureza  y  no  se  mezclaron  con  otras  castas  plebeyas  é  impuras.  Pero 
el  mezclarse  con  estas  castas,  el  no  despreciarlas,  el  bajar  un  poco 
hasta  su  nivel  para  elevarlas  hasta  ellos,  y  el  amalgamárselas  para 
fundar  la  humanidad  una,  era  su  misión  providencial,  era  su  sal- 
vación y  su  destino.  Los  que  faltaron  á  esta  misión ,  degradando  y 
envileciendo  cada  vez  más  á  las  castas  ó  razas  inferiores,  acabaron 
por  envilecerse  y  degradarse  ellos  mismos.  Los  que  hicieron  lo  con- 
trario realizaron  el  progreso.  El  sacerdote  egipcio  se  ha  confundido 
con  el  felah ,  y  el  bramin  con  el  sudra ,  mientras  que  el  último 
hombre  de  nuestros  pueblos  de  Europa  se  ha  elevado. 

Juan  Valera. 


EL  HOMBRE  PREHISTÓRICO, 


(1) 


I. 

El  estudio  de  las  primeras  fases  de  la  humanidad,  de  aquel  pa- 
sado remoto  hasta  el  cual  no  alcanza  tradición  alguna ,  épocas  en 
las  cuales  realizó  el  hombre  los  primeros  progresos  que  algún  día 
le  "asegurarán  su  dominación  sobre  la  naturaleza  entera ,  consti- 
tuye, en  el  terreno  de  la  ciencia,  uno  de  los  problemas  nuevos  más 
interesantes  que  se  han  presentado  á  la  especulación  y  al  análisis 
de  la  generación  actual. 

Desgarrar  el  denso  velo  que  oculta  á  nuestros  ojos  tan  lejanas 
edades,  escudrinar  los  recónditos  orígenes  de  la  familia  humana, 
para  poder  un  dia  escribir  de  un  modo  seguro  el  génesis  de  la  ci- 
vilización, es  el  objeto  al  cual  se  proponen  llegar  los  estudios  j»r^- 
Mstóricos,  j  los  progresos  realizados  hasta  hoy  parecen  augurar 
opimos  resultados  para  el  porvenir.  Desde  hace  unos  cincuenta 
años,  los  descubrimientos  hechos  en  diversos  puntos  de  Europa  y 
de  América,  ya  sea  de  huesos  humanos  en  terrenos  cuya  cronolo- 
gía se  halla  determinada,  ya  de  restos  de  la  industria  del  hombre, 
han  sido  cada  dia  más  numerosos  á  medida  que  la  civilización  mo- 
derna se  extendía ,  que  los  estudios  geológicos  se  perfeccionaban, 
y  que  la  ciencia  nueva  adquiría  mayor  número  de  adeptos.  Los 
archivos  prehistóricos  se  han  enriquecido  considerablemente ,  las 
hipótesis  de  unos  han  sido  comprobadas  por  los  hallazgos  de  otros, 

(1)  Vhomme  avant  Vhistoire ,  par  Sir  John  liwhhook.  —  L'homme  fossile, 
par  H.  Le  Hou.  —Histoire  dtc  travaü,  par  Félix  Foucon.  -  Du  mmeur,  sa 
müdon  et  son  injiuence^  par  J.  Fournet. — L'antíquité  de  Vliomme  prouvée  par 
la  géologie,  par  Sir  Ch.  'LyeM.— Antigüedades  jorehistóricas  de  Andalucía,  por 
D.  M.  Góngora  Martínez.— Darwin,  De  Voi^igine  des  espéces.  )  'in^jij. 


196  EL    HOMBRE    PREHISTÓRICO. 

y  existe  ya  un  cuerpo  de  doctrina  que  no  pide  más  que  nuevos 
descubrimientos  con  que  poder  extender  el  circulo  de  sus  investi- 
gaciones. 

Se  ha  creido  hasta  hace  pocos  años ,  que  era  necesario  abando- 
nar en  la  historia,  la  consideración  de  épocas  tan  lejanas  como  in- 
útil, que  todo  indicio  material  de  aquel  pasado  estaba  completa- 
mente borrado  para  nosotros ,  por  no  quedar  vestigios  del  tránsito 
del  hombre  por  la  tierra  en  aquellas  edades.  Asi,  pues,  animándose 
por  los  deseos  de  investigar  todo  lo  humano ,  comprendiendo  el 
inmenso  interés  que  está  unido  á  exploraciones  científicas  de  Egip- 
to y  de  la  Asítíb,  ,  creyendo  ver  en  aquellas  ruinas  seculares  que 
exhumaban  varios  sabios ,  los  restos  de  las  civilizaciones  primor- 
diales ,  y  mientras  toda  la  atención  de  los  arqueólogos  se  encon- 
traba fija  hacia  el  Oriente,  M.  Boucher  de  Perthes  descubría  en  el 
centro  de  Europa,  en  las  márgenes  del  río  Soma ,  vestigios  de  ci- 
vilización humana  aún  más  remota,  cuyes  contemporáneos  fueron 
testigos  de  los  últimos  cambios  climatológicos  ocurridos  sobre  la 
superficie  de  nuestro  planeta. 

La  historia  de  la  humanidad,  considerada  bajo  el  punto  de  vista 
del  cual  nos  estamos  ocupando ,  comprende  las  épocas  siguientes  : 

1 .°  La  diluvial  ó  paleolítica ,  caracterizada  por  los  fósiles  del 
mammuth  y  del  oso  de  las  cavernas,  por  capas  de  cantos  pluvia- 
les antiguos ,  y  arqueológicamente ,  por  herramientas  bastas  de 
piedra  groseramente  talladas. 

2.**  La  neolítica  ó  edad  de  las  piedras  pulimentadas,  en  la  cual 
se  encuentran  ya  objetos  de  tosca  alfarería  fabricados  sin  el  auxi- 
lio del  torno  de  alfarero.  No  ha  aparecido  aún  la  serie  metálica,  y 
sólo  es  conocido  el  oro  empleándose  para  adornos  y  alhajas. 

3.°  La  del  bronce,  que  caracteriza  un  período  particular,  du- 
rante el  cual  esta  aleación  se  usa  sola. 

4.°  La  del  hierro,  que  principia  poco  antes  de  la  guerra  de 
Troya  y  que  continúa  en  los  tiempos  históricos. 

Esta  terminología  ha  sido  criticada  por  varias  autoridades,  á  las 
cuales  nos  unimos,  y  más  tarde  demostraremos,  según  la  medida  de 
nuestras  fuerzas ,  que  las  circunstancias  locales  han  debido  modi- 
ficar é  imprimir  su  sello  en  el  progreso  humano,  y  que  aun  supo- 
niendo un  clima  uniforme  en  toda  Europa ,  las  condiciones  mine- 
ralógicas de  cada  país  han  contribuido  poderosamente  á  hacer 
diferir  en  intensidad  é  importancia  el  impulso  del  progreso,  puesto 


EL    HOMBRE    PREHISTÓRICO.  197 

que  Jo3  materiales  de  la  civilización  eran  diferentes,  y  que  las  co- 
municaciones entre  los  diversos  pueblos  eran  poco  menos  que  im- 
posibles. Sin  embargo,  adoptaremos  las  divisiones  anteriores  como 
método  de  exposición,  tan  sólo  reservándonos  el  pedir  á  su  tiempo 
para  nuestra  España  una  época  intermedia  entre  la  2.^  y  la  3.*  á 
la  cual  llamaremos  Edad  del  Cobre.  Las  divisiones  anteriores  son 
únicamente  aplicables  á  Europa  y  á  un  estado  de  desarrollo  aná- 
logo al  nuestro,  pues  existen  hoy  en  las  islas  del  Océano  Pacífico 
pueblos  que  están  todavía  en  la  Edad  de  Piedra  y  que  podrán  pa- 
sar rápidamente  á  un  gran  progreso ,  sin  necesidad  de  recorrer 
paso  á  paso  las  largas  jornadas  que  ha  tenido  que  caminar  el  con- 
junto de  la  humanidad. 

Resumir  los  descubrimientos  hechos,  descartando  todas  aque- 
llas consideraciones  especiales  que  sería  enojoso  reproducir ,  es  el 
objeto  que  nos  hemos  propuesto  en  este  artículo ,  en  el  cual  pasa- 
remos también  revista  á  los  efectuados  en  Suiza  y  Dinamarca, 
países  en  los  que  existen  inmensos  tesoros  para  los  estudios  pre- 
históricos ó  jpaleo-etTmoUgicos  como  los  designaran  algunos  sa- 
bios. 


n. 


En  1841  observó  M.  Boucher  de  Perthes  en  los  aluviones  del  rio 
Soma,  en  Abbeville,  mezclados  con  fósiles  de  mamíferos  extingui- 
dos, herramientas  de  .sílex,  toscamente  labradas,  en  las  cuales  vio 
inmediatamente  su  clara  penetración  restos  de  industria  remotí- 
sima é  indicios  de  la  contemporaneidad  del  hombre  con  varias  es- 
pecies de  animales  desaparecidos.  La  afirmación  de  estos  hechos 
filé  acogida  con  la  mayor  incredulidad  y  desprecio,  y  el  autor  de 
tan  interesante  descubrimiento  tratado  de  impostor  ó  de  víctima 
del  engaño  de  otros,  colocándole  en  la  categoría  de  los  que  se  ocu- 
pan de  la  cuadratura  del  círculo  y  movimiento  continuo,  esfuerzos 
inútiles  con  los  que  sólo  demuestran  que  ignoran  el  A,  B,  C  de  la 
geometría  y  de  la  mecánica.  Sin  embargo,  existían  ya  datos  posi- 
tivos sobre  hallazgos  análogos ;  en  1734  Mahudel  señalaba  estas 
piedras  como  de  industria  humana,  y  figuraban  además  en  las  co- 
lecciones mineralógicas  con  el  nombre  de  cerannitas.  En  la  misma 
época,  poco  más  ó  menos,  se  había  encontrado  un  sílex  labrado  al 
lado  de  un  colmillo  de  elefante ,  y  en  el  año  de  1800  M.  Frire  ha- 


198  EL    HOMBRE    PREHISTÓRICO. 

bia  extraído  eii  Inglaterra  otros  objetos  de  piedi'a  en  circunstan- 
cias parecidas. 

Consisten  estos  principalmente,  en  fragmentos  de  sílex  labrados 
por  fractura,  de  forma  ovalada  aplastada,  puntiagudos  unos,  otros 
con  filo  cortante,  á  veces  mellado  como  los  dientes  de  una  sierra, 
y  algunos  de  figura  de  lanza ;  presentando  sobre  todo  los  prime- 
ros cierto  espesor  ó  mango  opuesto  al  filo  ó  punta  para  poderse 
agarrar. 

Después  de  quince  años  de  incredulidad  por  parte  de  unos ,  de 
lucba  para  M.  Boucher  de  Perthes,  su  descubrimiento  fué  elevado 
á  becbo  científico  por  los  geólogos  ingleses  Mrs.  Prestwicb  y  Evans, 
que  movidos  por  la  excesiva  insistencia  que  en  el  sostenimiento  de 
su  teoría  empleaba  M.  Boucber,  pasaron  á  examinar  por  sí  mis- 
mos los  estratos  de  Abbeville,  y  determinaron  la  posición  y  edad 
de  las  gravas ,  en  las  cuales  tuvieron  la  fortuna  de  encontrar  va- 
rios objetos. 

Los  instrumentos  de  la  época  diluvial  no  están  nunca  pulimen- 
tados, sus  formas  ban  sido  producidas  por  fracturas  del  sílex ,  be- 
chas  á  golpes  repetidos,  dados  en  una  dirección  adecuada.  Las  que 
más  predominan  en  el  valle  del  Soma ,  son  las  de  hierro  de  lanza 
con  las  aristas  biseladas,  y  la  ovalada,  que  encuentra  su  análoga, 
todavía  hoy,  en  los  tomahanhs  de  los  indígenas  de  la  Australia. 

En  cuanto  á  la  autenticidad  de  dichos  utensilios  como  objetos 
labrados,  el  profesor  Ramsay,  uno  de  los  jueces  más  competentes 
en  esta  materia ,  dice  que  los  sílex  de  Abbeville  le  parecen  ser 
objetos  labrados  con  la  misma  seguridad  que  lo  son  los  cuchillos 
de  acero  de  Sbeffield.  Y  sí  quisiésemos  más  pruebas,  y  nos  detu- 
viese la  duda  de  si  pertenecen  los  objetos  al  mismo  período  de  los 
estratos  que  los  envuelven ,  y  de  los  huesos  fósiles  de  los  anima- 
les con  que  están  mezclados,  podemos  responder  de  un  modo  posi- 
tivo, comprobando  que  los  sílex  tienen  la  misma  apariencia  y 
color  que  los  estratos,  que  no  son  posteriores,  ni  introducidos 
por  ninguna  excavación  ó  ruptura  de  la  cual  hayan  podido  que- 
dar indicios,  y  que  á  su  lado  se  han  hallado  los  huesos  de  la 
pierna  de  un  rinoceronte,  en  la  misma  posición  anatómica  en  que 
debieron  quedar  enterrados ,  antes  que  la  carne ,  los  ligamentos, 
músculos  y  tendones  hubiesen  desaparecido.  Además,  los  huesos 
no  tienen  indicios  de  haber  rodado,  y  pertenecen  todos  á  especies 
extinguidas.  La  ausencia  casi  general  que  se  nota  de  restos  hn- 


EL    HOMBRE   PREHISTÓRICO.  199 

manos,  puede  atribuirse  á  la  costumbre  de  quemar  los  cadáveres, 
ó  á  la  desaparición  de  estos  por  efecto  de  las  degradaciones  natu- 
rales, añadidas  á  la  acción  del  tiempo,  pues  se  ba  observado,  que 
tampoco  se  encuentran  vestigios  fósiles  de  animales  cuyos  huesos 
sean  tan  pequeños  como  los  del  hombre. 

Las  herramientas  auténticas  de  pedernal ,  se  distinguen  de  las 
falsas  por  la  capa  blanquizca  de  que  se  encuentran  cubiertas ,  y 
que  proviene  de  una  alteración  lenta  del  sílex ,  mientras  que  las 
otras  tienen  el  color  y  brillo  de  una  fractura  reciente ,  dando  esta 
circunstancia  una  preciosa  garantía  contra  los  engaños  de  que 
podrían  ser  víctimas  los  arqueólogos. 

En  varios  sitios  de  Francia  é  Inglaterra  se  han  descubierto  ca- 
pas análogas  á  las  de  Abbeville ,  con  instrumentos  de  diversas 
clases,  de  los  cuales  muchos  no  son  más  que  residuos  de  la  fabri- 
cación de  objetos  más  perfectos ,  que  golpes  mal  dados  han  inuti- 
lizado, y  en  los  que  sólo  una  persona  experimentada  puede  reco- 
nocer los  signos  de  una  labor  humana.  En  Mosseedorff,  en  Coucise, 
en  Suiza,  y  en  otros  puntos ,  se  han  encontrado  restos  de  talleres 
en  los  que  se  fabricaban  estas  herramientas ,  hallando  esparcidos 
por  el  suelo  innumerables  fragmentos  y  astillas  ó  esquirlas. 

En  cuanto  al  género  de  rocas  empleadas  para  la  fabricación  de 
dichos  objetos,  podemos  señalar  como  la  más  abundante  el  sílex 
pedernal,  el  petro-sílex  verde  ó  gris,  compuesto  de  cuarzo  y 
feldspato ,  y  en  general  todas  las  de  las  series  cristalina  y  meta- 
mórfica.  El  sílex  posee  la  cualidad,  sobre  todas  las  demás  piedras, 
de  fracturarse  en  todas  direcciones ,  formando  fragmentos  concoi- 
des, cdn  filo  cortante.  Cuando  esta  roca  contiene  aún  la  humedad 
especial ,  denominada  agua  de  cantera ,  es  muy  susceptible  de  la- 
brarse ,  mientras  que  cuando  se  ha  hallado  expuesta  al  aire  du- 
rante algún  tiempo,  no  se  fractura  por  el  choque  de  un  modo  tan 
perfecto,  habiendo  sufrido  como  una  especie  de  endurecimiento. 

Son  todavía  escasos  los  documentos  encontrados  en  España  per- 
tenecientes á  la  primera  Edad  de  Piedra,  y  fuera  de  los  hallazgos 
hechos  en  las  oquedades  de  algunas  cavernas,  no  podemos  casi 
señalar  más  que  las  capas  huesosas  cuaternarias  de  San  Isidro  del 
Campo,  cerca  de  Madrid,  en  donde  en  1862  se  principiaron  á  se- 
ñalar y  recoger  guijarros  hallados  en  forma  de  hacha ,  puntas  de 
lanza  y  de  flecha  mezcladas  con  fósiles  de  elefantes  é  hipopótamos. 
Al  otro  lado  del  Manzanares,  el  cerro  llámalo  de  Almodóvar,  in- 


200  EL   HOMBRE    PREHISTÓRICO. 

mediato  á  Vicálvaro ,  parece  ser  la  continuación  de  dichos  estra- 
tos fosilíferos. 

Pero  antes  de  continuar  el  examen  del  periodo  paleolítico ,  de- 
tengámonos á  examinar  una  de  las  primeras  fases  de  la  humani- 
dad, la  de  los  trogloditas ,  ó  habitantes  de  las  cavernas. 

Según  Lubbock,  una  de  las  mayores  autoridades  en  esta  materia, 
podrían  establecerse  cuatro  divisiones  para  la  Edad  Primitiva, 
determinadas  por  los  animales  fósiles  que  en  ellas  se  encuentran. 
Son  estas:  1.°  La  del  gran  oso  de  las  cavernas:  2."  La  del  elefante 
y  del  rinoceronte:  3."  La  del  rengífero  y  del  aurochs,  animales 
todos  que  han  habitado  en  la  Europa. 

Sobre  estos  periodos,  hay  en  España  interesantes  problemas  sin 
solución  aún.  Sería  curioso  saber  de  un  modo  seguro,  si  el  rengí- 
fero ,  el  mammuth  y  el  ciervo  irlandés ,  existieron  al  Sur  de  los 
Pirineos,  del  mismo  modo  que  el  oso  de  las  cavernas,  que  el  ilus- 
tre geólogo  D.  Casiano  de  Prado  halló  en  su  exploración  de  la 
cueva  de  Pedraza,  próxima  á  Segovia. 

No  citaremos  uno  á  uno  los  diversos  descubrimientos  que  sobre 
este  particular  se  han  hecho,  bastándonos  consignar  el  de  la  cueva 
sepulcral  de  Aurignac,  en  el  departamento  del  Alto  Garona, 
Francia,  una  de  las  necrópolis  más  antiguas.  Persiguiendo  un 
cazador  á  un  conejo,  y  habiendo  metido  el  brazo  en  la  madriguera 
en  que  éste  se  había  refugiado,  extrajo  un  hueso  humano,  y  lla- 
mando semejante  hallazgo  su  atención ,  arrancó  la  losa  vertical 
que  servia  de  puerta  á  aquella  cavidad,  encontrando  hacinados  en 
ella  hasta  catorce  cadáveres ,  mezclados  con  huesos  fracturados  de 
oso,  león,  rinoceronte,  etc.,  al  lado  de  los  sílex  groseros  que  habían 
servido  de  cuchillos  en  el  festín  dé  funerales.  En  la  parte  exterior 
de  la  gruta  había  también  huesos  de  médula  abiertos,  sin  su  parte 
esponjosa,  que  sin  duda  ninguna  devoraron  las  hienas ,  cuyos  co- 
prolitos  se  encontraron  sobre  el  suelo.  Desgraciadamente  tan 
interesante  hallazgo  tuvo  un  enemigo  mayor  que  los  siglos,  y  el 
alcalde  de  Aurignac  mandó  enterrar  en  el  cementerio  del  pueblo 
tan  curiosos  vestigios,  sin  que  M.  Lartet,  que  fué  á  dicho  punto 
al  poco  tiempo ,  pudiese  exhumarlos.  Entre  los  objetos  labrados 
que  pudo  recoger  en  los  escombros,  figuraban  varias  conchas  de 
curduims  perforados  en  el  centro,  y  un  colmillo  de  oso  labrado  en 
forma  de  cabeza  de  pájaro.  Habia  también  varios  útiles  de  cuerno 
de  rengífero,  entre  estos,  punzones  que  debieron  servir  para  coser 


EL    HOMBRE    PREHISTÓRICO.  201 

las  pieles  con  que  el  hombre  entonces  se  abrigaba.  El  gran  espe- 
sor de  la  capa  de  cenizas ,  y  el  gran  número  de  huesos  que  exis- 
tían delante  de  la  gruta,  indican  que  se  abrió  varias  veces  para 
recibir  nuevos  cadáveres,  hasta  el  dia  en  que  se  encontró  comple- 
tamente llena.  Huesos  intactos,  y  entre  ellos  el  pié  de  un  oso,  en- 
contrados dentro  de  la  caverna,  indican,  lo  mismo  que  los  sílex  que 
los  acompañaban,  ofrendas  votivas  de  los  salvajes.  La  ausencia  de 
alfarería  es  un  indicio  de  la  extremada  antigüedad  de  esta  ne- 
crópolis. 

Sir  Ch.  Lyell,  en  su  obra  La  antigüedad  del  hombre,  dice  lo 
siguiente :  « Si  los  documentos  fósiles  de  Aurignac  se  han  inter- 
»pretado  bien ;  si  lo  que  presentan  al  pié  de  los  Pirineos  es  una 
»cueva  sepulcral  con  esqueletos  humanos,  enterrados  en  su  última 
»morada  por  deudos  y  amigos;  si  los  restos  que  se  han  hallado  en 
»el  umbral  de  esta  tumba  son  los  del  festín  de  funerales ,  y  si  las 
»carnes  depositadas  en  el  interior  eran  las  provisiones  de  viaje 
«destinadas  para  los  que  se  iban  á  la  tierra  de  los  espíritus;  si,  en 
»fin ;  eran  ofrendas  fúnebres  aquellas  armas  que  debían  servir 
»para  cazar  en  tierras  desconocidas  el  ciervo  gigante,  el  león  y  el 
»oso  de  las  cavernas,  así  como  el  rinoceronte  velludo,  entonces 
»hemos  llegado  al  fin  á  encontrar  en  lo  pasado  restos  de  ceremo- 
»nias  fúnebres ,  y  lo  que  es  todavía  más  interesante ,  hemos  pro- 
»bado  la  creencia  en  una  vida  futura  en  épocas  muy  anteriores  á 
»las  de  la  historia  y  de  la  tradición.» 

Para  dar  una  idea  de  la  remota  antigüedad  que  debe  atribuirse 
á  algunos  de  los  vestigios  paleolíticos,  nos  bastará  echar  una 
ojeada  sobre  los  estudios  hechos  por  varios  geólogos  y  naturalis- 
tas sobre  la  cuenca  del  rio  Soma. 

Los  efectos  de  inundación  que  un  rio  ejerce  sobre  el  terreno  en 
que  corre,  son  harto  conocidos  para  que  nos  detengamos  en  exa- 
minarlos. Las  aguas  de  las  corrientes  rápidas  excavan  el  suelo 
llevándose  en  suspensión  las  materias  más  tenues  y  haciendo  rodar 
sobre  el  fondo  todas  aquellas  demasiado  graves  para  poder  ser 
arrastradas.  Cuando  la  velocidad  disminuye,  la  acción  sobre  di- 
chas materias  es  menor  y  principian  á  depositarse  entonces  los 
sedimentos  que  antes  acarreaban.  De  modo  que  los  rios  presentan 
dos  alternativas;  desmonte  en  la  parte  alta  cerca  del  nacimiento, 
y  terraplén  en  la  baja  en  donde  el  delta  va  aumentando  cada  vez 
más.  En  el  valle  del  Soma  se  observan  dos  clases  de  gravas,  unas 


202  EL    HOMBRE    PREHISTÓRICO. 

llamadas  de  nivel  alto,  á  más  de  doscientos  pies  de  elevación  so- 
bre el  fondo  actual  del  rio ,  aisladas ,  y  las  otras  continuas  en  el 
fondo  del  valle,  elevándose  poco  sobre  el  mismo.  En  ambas  se 
encuentran  fósiles  de  mammuth  y  de  elefante  al  lado  de  silex 
labrados.  El  examen  mineralógico  de  estas  gravas  demuestra  que 
no  contienen  fragmentos  de  otras  rocas  más  que  los  de  las  proce- 
dentes de  la  cuenca  del  Soma ,  de  modo  que  en  la  excavación  del 
valle  no  han  podido  influir  fenómenos  de  otro  orden  que  los  actua- 
les, ni  han  corrido  las  aguas  de  otras  cuencas.  La  presencia  en 
estos  estratos  de  grandes  pedazos  de  gres  ó  asperón  de  las  capas 
terciarias  superiores  á  la  creta ,  indica  que  estos  fragmentos  han 
sido  trasportados  por  los  hielos ,  pues  su  traslación  no  hubiera  sido 
posible  por  las  corrientes ,  que  arrastraron  los  fragmentos  peque- 
ños, y  á  haberlo  efectuado  estas,  hubieran  dichos,  asperones  perdido 
sus  aristas,  adquiriendo  el  carácter  de  cantos  rodados.  Otras  varias 
circunstancias  parecen  indicar  que  las  gravas  han  sido  contempo- 
ráneas de  un  clima  ártico ,  pues  los  fósiles  de  los  moluscos  lo  indi- 
can ,  así  como  los  del  rengífero  y  otros  varios  mamíferos  habitan- 
tes de  climas  fríos.  Las  teorías  que  se  han  propuesto  para  explicar 
este  cambio  de  clima  son  muchas ,  y  podemos  citar  entre  las  más 
hipotéticas  las  de  una  variación  de  la  intensidad  de  la  radiación 
solar ,  ó  la  que  han  sostenido  muchos  de  un  cambio  del  eje  de  ro- 
tación de  la  tierra.  La  más  probable,  sin  duda  alguna,  es  la  que 
ha  presentado  el  sabio  geólogo  inglés  Lyell.  Una  depresión  de  dos 
mil  pies  convertiría  el  valle  del  Missisipí  en  un  brazo  de  mar,  en 
comunicación  directa  con  los  lagos  de  la  América  del  Norte.  Como 
consecuencia  de  este  fenómeno ,  la  corriente  actual  del  golfo  de 
Méjico,  llamada  por  los  marinos  Gulf  Stream ,  no  experimentaría 
desviación  ninguna,  sus  aguas  pasarían  directamente  al  mar  Ar- 
tice ,  y  por  consiguiente  habría  contracorriente  de  agua  fria  en 
las  costas  de  Noruega  y  Groenlandia.  Este  cambio  produciría  una 
disminución  de  temperatura  de  unos  diez  grados  en  las  costas  de 
Europa ,  que  unidos  á  tres  ó  cuatro  de  la  corriente  fria  del  Norte, 
darían  la  temperatura  frígida  que  parece  indicada  por  la  fama. 

El  hombre  ha  debido  ver  correr  el  rio  Soma  cien  pies  más  alto 
que  hoy,  en  épocas  en  que  la  especie  humana  tenía  por  enemigos 
al  mammuth ,  al  elefante,  al  oso,  al  buey  almizclado,  al  rinoce- 
ronte, al  ciervo  gigante  y  á  la  hiena,  y  que  afrontar  la  terrible 
temperatura  de  un  clima  ártico.  Al  recorrer  hoy  tan  delicioso  valle 


EL    HOMBRE    PREHISTÓRICO.  203 

es  diñcil  remontarse  al  aspecto  que  entonces  debia  presentar.  Si 
buscamos  entre  los  pueblos  actuales ,  uno  que  pueda  ofrecer  alguna 
analogía  con  el  primitivo  del  Soma ,  le  encontraremos  probable- 
mente en  los  indios  de  América  que  habitan  el  mar  polar  y  la 
bahía  de  Hudsoc. 

Los  rios  permanecían  entonces  helados  muchos  meses  del  ano, 
y  en  la  estación  rigorosa  los  animales  de  caza  desaparecían  emi- 
grando en  gran  número  á  climas  más  favorecidos.  No  le  quedaban, 
pues,  al  hombre  más  recursos  que  los  que  podía  proporcionarse  en 
el  rio  sobre  el  cual  plantaba  sus  tiendas,  abriendo  agujeros  en  el 
hielo  para  poder  echar  sus  redes  y  anzuelos  y  procurarse  también 
agua  potable .  Estas  aberturas  no  se  hacían  sino  con  las  herra- 
mientas más  duras  de  entonces,  las  de  piedra,  y  suponiendo  que 
durante  millares  de  años  los  pescadores  hayan  continuado  fijándose 
en  los  sitios  que  les  ofrecían  mayores  ventajas ,  no  es  chocante  que 
el  número  de  objetos  caldos  al  fondo  sea  tan  grande  como  el  que 
se  ha  encontrado ,  que  Lyell  evalúa  á  más  de  mil.  A  medida  que 
fué  elevándose  el  valle  del  Missisipi  fué  modificándose  el  clima, 
desapareciendo  poco  á  poco  los  g-randes  paquidérmus.  Para  for- 
marse una  idea  de  la  lentitud  con  que  han  debido  verificarse  estos 
cambios ,  basta  que  digamos  que  en  las  gravas  altas  se  encuentra 
un  cementerio  romano,  cuya  antigüedad  puede  remontar  á  unos  mil 
quinientos  años ,  y  que  el  nivel  del  suelo  no  ha  variado  de  un  modo 
sensible  en  este  espacio  de  tiempo.  Lyell,  como  consecuencia  de 
sus  experimentos  sobre  el  Missisipi,  ha  calculado  que  el  intervalo 
necesario  para  la  formación  del  delta  actual  de  este  rio ,  es  de  más 
de  cien  mil  años ,  y  que  las  gravas  altas  del  Soma  son  de  la  misma 
antigüedad.  Las  del  nivel  inferior  son  más  modernas,  pues  cuando 
hay  formación  aluvial ,  en  casos  como  éste ,  las  más  elevadas  son 
naturalmente  las  más  antiguas. 

Las  cavernas  que  abundan  en  las  calizas  han  dado  y  han  de  dar 
aún  documentos  importantísimos  para  el  estudio  del  hombre  pri- 
mitivo. Los  huesos  de  un  cadáver,  impulsados  por  las  aguas,  están 
expuestos  á  tales  agentes  de  destrucción ,  que  es  casi  imposible 
que  después  de  cierto  número  de  años  quede  vestiglo  alguno; 
mientras  que  las  aguas  han  podido  impulsar  el  hueso  dentro  de 
una  cavidad  subterránea  criando  la  caliza  á  su  alrededor  una  co- 
raza preservadora.  Debajo  de  la  capa  estaiagnitica  que  general- 
mente forma  el  suelo ,  se  halla  otra ,  arcillosa  ó  calcárea ,  rica  en 


204  EL    HOMBRE    PREHISTÓRICO. 

fragmentos  orgánicos ,  en  la  que  muchas  veces  hay  diseminados 
útiles  de  piedra  y  barro.  Podemos  asegurar  que  los  vestigios  más 
positivos  y  completos  sobre  el  hombre  prehistórico ,  han  de  encon- 
trarse en  dichos  antros.  Así,  pues,  es  inmenso  el  interés  que  puede 
haber  en  que  se  exploren  cieiLtificamente  todas  las  cavernas  de 
nuestro  país;  en  ellas  hemos  de  dar  con  preciosísimos  datos  sobre 
las  razas  y  costumbres  de  sus  primeros  pobladores. 


m. 


La  segunda  Edad  de  Piedra,  llamada  neolítica,  indica  un  estado 
de  civilización  más  avanzado ,  y  el  número  de  objetos  que  se  han 
encontrado  atribuibles  á  dicha  época  es  tan  grande ,  que  demues- 
tra de  un  modo  palpable  el  desarrollo  y  predominio  que  en  tan 
remota  edad  habia  adquirido  y  ejercía  la  familia  humana. 

Caracterizan  dicho  período  las  piedras  pulimentadas,  ó  hachas, 
que  en  mayor  ó  menor  número  se  encuentran  esparcidas  en  toda 
la  superficie  de  Europa.  Los  Museos  dinamarqueses  las  tienen  por 
millares,  y  en  España  mismo,  donde  los  documentos  prehistóricos 
son  aún  escasos,  por  no  haberse  recogido,  se  encuentran  abundan- 
temente en  toda  la  Andalucía  y  en  Extremadura,  distinguiéndose 
por  su  facies  especial,  que  no  ha  podido  ser  obra  de  la  naturaleza. 
Ovoides,  alargadas,  presentan  por  una  de  sus  extremidades  un  filo 
análogo  al  de  las  hachas  actuales,  terminándose  por  la  otra  en 
punta  más  ó  menos  aguzada.  En  nuestro  país,  el  vulgo  las  conoce 
con  los  nombres  de  piedras  del  rayo  ó  de  la  centella,  suponiéndose, 
por  muchos,  que  constituyen  la  parte  maligna  del  meteoro  eléctri- 
co, y  que,  enterrados  al  caer,  salen  por  sí  solas  á  la  superficie  de 
la  tierra  después  de  cierto  número  de  años.  Entre  las  que  hemos 
llegado  á  poseer,  tenemos  una  de  O,"  360  de  larga,  encontrada  en 
el  centro  de  la  provincia  de  Huelva,  y  que  nos  parece  notabilísima 
por  sus  exageradas  dimensiones.  Es  de  diorita  compacta,  y  á  causa 
de  su  gran  peso,  superior  á  4  kilogramos,  no  parece  haber  estado 
unida  á  un  mango,  empleándose  sola  como  herramienta  de  mano. 
Las  hachas  grandes  son  una  excepción,  y  no  se  han  usado  sino  en 
los  grandes  trabajos  de  carpintería.  Muchas  pequeñas  llevan  indi- 
cios de  haber  estado  sujetas  á  un  astil,  reconociéndose  aún  en  la 
parte  central  una  superficie  bruñida,  debida  al  roce  contra  éste. 


EL    HOMBRE    PREHISTÓRICO.  205 

Los  mangos  eran  de  asta  de  ciervo  ó  de  madera,  á  veces  de  ambas 
materias,  consolidándose  la  herramienta  con  cuerdas,  y  en  algunos 
casos  con  asfalto.  Los  usos  en  que  estos  útiles  se  empleaban,  eran 
tan  diversos  como  las  necesidades  de  la  vida  humana:  algunos  de 
ellos  debieron  servir  de  armas  de  guerra,  otros  de  proyectiles,  y  la 
mayor  parte  de  herramientas.  Citemos  como  prueba  de  la  primera 
aseveración,  el  descubrimiento  en  Kirkenbrightshire  (Inglaterra) 
de  un  cadáver  cuyo  brazo  se  hallaba  separado  del  tronco,  y  tenia 
en  la  fractura  pedazos  del  hacha  de  piedra  que  la  ocasionó.  Varias 
de  las  habitaciones  lacustres  de  la  Suiza  son  contemporáneas  de  la 
Edad  de  Piedra,  habiéndose  cortado  los  pilotes  de  madera,  sobre  los 
cuales  reposaron  ,  con  herramientas  neoliticas.  El  que  ha  visto 
aserrar  un  árbol,  podrá  diñcilmente  imaginarse  el  improbo  traba- 
jo que  en  aquella  época  debia  exigir  esta  operación  elemental.  Las 
hachas  se  mellaban  fácilmente;  era,  pues,  necesario  afilarlas  á  cada 
momento,  y  no  hay  duda,  si  se  considera  lo  muy  blando  de  la  sus- 
tancia de  algunas,  que,  al  usarlas,  debían  auxiliarse  de  la  acción 
del  fuego,  obrando  alternativa  y  mecánicamente  con  este  agente. 

En  Dinamarca  se  han  encontrado  hachas  con  un  agujero  en  el 
centro;  pero  se  cree  que  hayan  sido  empleadas  en  la  Época  del 
Bronce. 

El  examen  minucioso  de  dichas  herramientas  ha  demostrado  el 
medio  que  empleaban  para  labrarlas.  Las  de  pedernal,  por  fractu- 
ras hábilmente  dirigidas,  y  las  de  rocas,  más  duras,  por  medio  de 
ranuras  que  permitían  arrancar  del  criadero  fragmentos  de  una 
forma  adecuada  á  la  que  se  exigia.  Las  ranuras  se  hacian  con  las 
sierras  de  sílex,  continuando  el  trabajo  á  golpes,  que  lentamente 
llegaban  á  producir  el  labrado  susceptible  de  afilarse  sobre  la  pie- 
dra de  amolar.  Poseemos  hachas  cuya  parte  central  lleva  aún  las 
contusiones  de  dicha  operación.  Cerca  de  Perssigny  leGrand  (Indre 
et  Loire),  existen  grandes  pedazos  de  asperón  con  fuertes  ranuras 
angulares,  en  las  cuales  se  pulimentaron  todas  las  de  los  alrede- 
dores. 

Las  demás  herramientas  neoliticas,  son:  las  puntas  de  flecha, 
generalmente  en  forma  de  hoja,  ó  triangulares,  con  un  apéndice  ó 
hendidura  que  estaba  destinada  á  sujetarlas  á  la  varilla;  los  cin- 
celes, parecidos  á  las  hachas,  pero  más  estrechos;  los  punzones, 
pedazos  groseros  de  sílex,  fuertes  y  no  muy  puntiagudos;  y  «u 
último  lugar,  como  el  nec  plus  ultra  del  arte  de  entonces,  las  da- 


206  EL    HOMBRE   PREHISTÓRICO. 

gas,  verdaderas  maravillas  de  sílex,  parecidas  en  un  todo  á  las  de 
metal,  de  las  cuales  al  principio  se  creyó  que  fuesen  copia,  pero 
las  localidades  en  que  se  encontraron  parecen  demostrar  lo  contra- 
rio. El  pedernal  de  Dinamarca  es  el  único  que  ha  podido  trabajar- 
se de  un  modo  tan  perfecto. 

La  talla  y  corte  de  las  flechas  debian  exigir  también  grandes 
dificultades  y  una  habilidad  completamente  especial  por  parte  del 
operario.  Las  mejores  reproducen  la  forma  y  dimensiones  de  las 
que  usaban  los  pueblos  modernos  antes  de  la  invención  de  la  pól- 
vora, y  en  algunas  se  han  contado  más  de  200  facetas,  arranca- 
das en  el  último  labrado,  no  representando  esta  cifra  más  que  una 
fracción  ínfima  del  trabajo  ejecutado.  ¡Cuántas  veces  en  esta  últi- 
ma mano ,  un  golpe  desgraciado  no  habrá  destruido  la  labor  de 
muchas  horas!  Al  usar  dichas  flechas,  debia  preocupar  al  hombre 
la  idea  de  poder  volver  á  hallar  en  el  cuerpo  de  su  víctima  tan 
precioso  utensilio. 

Objetos  de  madera  de  aquellas  Edades  se  han  conservado  difícil- 
mente; pero  algunas  turberas,  y  el  fondo  de  los  lagos  suizos,  han 
dado  varios  ejemplares:  desgraciadamente,  tan  interesantes  vesti- 
gios no  pueden  conservarse;  en  la  disecación  disminuye  su  volu- 
men hasta  no  quedar  más  que  la  sexta  parte,  fracturándose  en  to- 
das direcciones,  arrollándose  y  doblándose,  de  modo  que  lo  interior 
se  vuelve  lo  exterior. 

Usábanse  también  armas  y  herramientas  de  hueso,  asta  de  ren- 
gífero y  de  ciervo.  M.  L.  Lartet  ha  encontrado  algunas  en  sus 
exploraciones  de  las  cuevas  de  Torrecilla  de  Cameros,  acompañan- 
do á  toscas  alfarerías,  fabricadas  sin  el  auxilio  del  torno,  que  lle- 
vaban por  adornos  impresiones  onguiculares  y  estrías  hechas  por 
medio  de  un  cuerpo  duro.  No  seguiremos  al  Sr.  Lartet  en  toda  su 
descripción  de  diclios  antros,  y  nos  bastará  resumir  los  puntos 
más  principales  de  su  trabajo.  Refiere  á  tres  épocas  distintas  las 
cavernas  que  ha  visitado,  y  que  podrían  atribuirse  á  un  período 
intermedio  entre  el  Diluvio  del  Soma  y  la  verdadera  Edad  Neolíti- 
ca. Las  más  antiguas,  las  de  la  Pena  de  la  Miel,  contienen  fósiles 
de  rinoceronte,  de  un  gran  buey,  y  entre  ellos  hay  algunos  cuyas 
roturas  parecen  haber  sido  producidas  con  un  instrumento  contun 
dente  para  extraer  la  médula.  Las  de  la  segunda  época,  situadas 
cerca  del  rio  Iregua,  presentan  ya  capas  de  cenizas  carbonosas, 
depósitos  de  huesos  fracturados,  con  señales  de  la  herramienta  que 


EL    H,OMBRE   PREHISTÓRICO.  207 

produjo  la  rotura,  y  pedazos  de  sílex  cortantes,  que  debieron  servir 
de  cuchillos.  Las  de  la  tercera  abundan  en  restos  de  alfarerías  y 
huesos,  llevando  estos  últimos  signos  seguros  del  trabajo  del  hom- 
bre. Allí  se  recogieron  también  restos  humanos,  entre  los  cuales 
habia  dos  cráneos  pertenecientes  al  tipo  céltico. 

En  las  costas  de  Dinamarca,  sobre  todo  en  las  bahías  en  donde 
las  olas  del  mar  azotan  con  menos  fuerza,  se  observan  grandes 
montones  de  conchas  de  3  á  10  pies  de  espesor,  de  100  á  200  de 
ancho  y  de  un  largo  variable.  Durante  muchos  anos  se  supusieron 
ser  bancos  levantados  del  seno  de  las  aguas  por  oscilaciones  del 
nivel  del  suelo.  Examinados  más  de  cerca,  se  vio  que  estaban 
compuestos  todos  de  conchas  llegadas  á  su  mayor  grado  de  desar- 
rollo, y  que  existían  en  ellos,  juntas,  especies  que  generalmente 
en  la  mar  viven  separadas,  x^demás,  estos  estratos  no  contienen 
arena;  de  modo  que  no  pueden  atribuirse  á  un  depósito  casual  en 
el  cual  se  hallarían  mezclados  los  diversos  elementos.  Investigan- 
do más,  encontraron  cocinas  ú  hogares  hechos  de  piedras  planas 
como  plataformas,  cubiertas  á  veces  de  cenizas,  y  conservando  en 
otras  vestigios  del  fuego.  Entre  las  primeras  se  hallaron  cuchillos 
de  sílex  y  toscas  hachas  con  numerosos  huesos  de  vertebrados,  ro- 
tos para  extraer  la  médula,  que  sin  duda  alguna  debió  ser  uno  de 
los  platos  más  delicados  de  que  pudo  gozar  el  hombre  en  tan  re- 
mota edad.  Kjokkenmoddings ,  esta  palabra  danesa  ,  que  significa 
montones  de  restos  de  cocina,  es  ya  técnica  en  la  ciencia:  análogos 
á  los  de  Dinamarca,  existen  en  varios  puntos  del  mundo,  y  hoy 
mismo  los  naturales  de  la  tierra  del  Fuego  siguen  haciéndolos. 

En  Agosto  último,  las  personas  que  asistieron  al  Congreso  pre- 
histórico de  Copenhague ,  han  podido  ver  y  explorar  de  cerca  en 
los  bordes  del  Cattegat  estos  célebres  montones  de  conchas.  Ee- 
unídos  por  el  profesor  Steenstrup  alrededor  de  uno  de  los  más  ricos 
depósitos,  recogieron,  entre  las  conchas  de  ostras,  á  medida  que  el 
pico  las  revolvía,  hachas,  cuchillos  de  piedra,  mezclados  con  fósi- 
les de  perro  y  cerdo,  anímales  que  ya  entonces  existían  en  estado 
de  domestícidad.  Acompañaban  además  huesos  labrados,  así  como 
las  piedras  calcinadas  por  el  fuego  que  sobre  ellas  ardió  hace  tan- 
tos siglos. 

Los  restos  encontrados  nos  dan  algunos  indicios  sobre  el  modo 
de  vivir  de  estos  hombres  primitivos  que  debían  asimilarse  mucho 
á  los  Esquimales  actuales.  Tenían  el  cráneo  redondo,  con  la  arcada 


208  EL    HOMBBE    PREHISTÓRICO. 

orbitaria  prominente ,  los  dientes  incisivos  no  se  cruzaban ,  des- 
gastándose unos  contra  otros ,  circunstancia  que  bacía  variar  el 
acto  de  la  masticación.  La  talla  del  individuo  debió  ser  exigua,  y 
la  vida,  como  ya  bemos  dicbo,  análoga  á  la  de  los  naturales  de  la 
iierra  del  Fuego,  con  todas  sus  miserias  y  privaciones. 

Han  llegado  basta  nosotros  vestigios  de  los  contratiempos  á  que 
entonces  se  encontraba  expuesto  el  bombre;  aquellos  salvajes 
mieron  carne  de  lobos  y  zorras ,  en  momentos  en  que  sin  du 
sus  alimentos  naturales,  los  crustáceos,  el  pescado  y  la  caza  1 
faltaban. 

Relativamente  á  la  antigüedad  de  los  Kjokkenmoddmgs ,  el  s¡ 
bio  Worsae  los  atribuye  á  la  primera  parte  de  la  Edad  Neolítica, 
reconociendo  casi  como  imposible  con  los  datos  actuales  el  con- 
signar una  fecba.  Las  .turberas  indican  que  Dinamarca  ba  estado 
cnbierta  largo  tiempo  de  bosques  de  pinos ;  esta  vegetación  ba 
sido  sustituida  por  el  roble,  y  últimamente  ba  crecido  el  baya  que 
existe  todavía  en  aquel  país.  Los  instrumentos  de  silex  pertenecen 
al  periodo  del  pino,  bailándose  algunos  troncos  que  ban  sido  cor- 
tados por  el  fuego,  probablemente  antes  de  usar  las  bacbas  neolí- 
ticas que  se  encuentran  también  en  ios  robles.  A  los  últimos  cor- 
respondió el  bronce,  durando  basta  la  época  de  las  bayas ,  en  que 
principió  á  usarse  el  bierro.  La  lentitud  con  que  se  efectúan  estas 
evoluciones  del  reino  vegetal  es  inmensa  y  se  ba  calculado  como 
cifra  mínima  la  de  cuarenta  siglos.  Entre  los  fósiles  de  la  fauna 
de  los  Kjokkenmoddings  figura  el  gallo  silvestre,  que  se  alimenta, 
sobre  todo,  de  los  retoños  del  pino,  y  esta  circunstancia  permite 
clasificar  dicbos  montones  como  contemporáneos  de  la  vegetación 
primera . 

En  1854,  el  gran  descenso  que  experimentaron  las  aguas  de  los 
lagos  de  Suiza,  descubrió  largas  bileras  de  pilotes,  soportes  de  una 
plataforma  de  madera,  sobre  la  cual  elevaban  sus  casas  pueblos  de 
remotas  edades.  Situados  de  este  modo  sobre  el  agua,  podían  aban- 
donarse á  la  pesca,  sin  renunciar  á  la  caza,  encontrándose  al  mismo 
tiempo  resguardados  de  todo  ataque,  tanto  de  los  animales  feroces 
como  de  los  enemigos.  En  una  de  dicbas  estaciones  se  ban  conta- 
do basta  40.000  pilotes,  lo  que  prueba  que  no  ban  sido  construi- 
das por  una  sola  generación ;  esta  cifra  es  sorprendente,  porque  las 
berramientas  de  piedra  y  de  bueso,  las  únicas  que  entonces  exis- 
tían, eran  de  muy  pequeña  ayuda  para  trabajos  de  tal  entidad 


EL    HOMBRE   PREHISTÓRICO.  209 

Los  pilotes  se  cortaban  con  el  auxilio  del  fuego  y  de  las  hachas, 
tenian  de  15  á  30  pies  de  larg-o,  de  3  á  9  pulgadas  de  diámetro, 
penetrando  en  el  barro  de  uno  á  cinco  pies.  En  muchos  sitios  era 
difícil  clavarlos ,  y  una  vez  en  la  posición  en  que  debian  hallarse, 
se  elevaban  alrededor  montones  artificiales  de  piedra  para  soste- 
nerlos. 

Sobre  estos  pilotes  reposaba  una  plataforma  de  madera ,  sobre 
la  cual  estaban  edificadas  las  casas.  La  mayor  parte  de  dichas  es- 
taciones desaparecieron  incendiadas ,  habiéndose  encontrado  en  el 
fondo  de  varios  lagos ,  pedazos  cilindricos  de  arcilla  cocida ,  con 
impresiones  de  ramas  en  el  lado  exterior  y  lisos  por  el  interior.  Se 
han  considerado  como  fragmentos  del  revestimiento  interno  de  las 
cabanas,  y  el  profesor  Troyon  asigna,  aproximativamente,  12  á  15 
pies  de  diámetro  á  cada  habitación.  El  techo  de  un  recinto  circu- 
lar tenia  que  ser  cónico,  de  modo  que  la  imaginación  puede  muy 
bien  representarse  el  aspecto  general  de  aquellas  poblaciones.  Las 
construcciones  rectangulares  debian  ser  una  excepción  á  causa  de 
las  dificultades  que  presentaba  el  arte  á  escuadra  de  las  maderas. 

En  casi  todos  los  lagos  suizos  existen  vestigios  de  habitaciones 
lacustres ,  ya  del  periodo  neolítico,  ya  del  de  bronce ,  y  son  varios 
los  puntos  de  Europa  en  que  se  encuentran  indicios  de  esta  clase 
de  viviendas.  En  Escocia,  en  Italia  del  Norte,  y  en  Irlanda  los  era- 
noges  ó  islas  artificiales  de  pilotes,  tierra  y  piedra,  han  servido  de 
fortificaciones  hasta  1591.  Actualmente  varios  pueblos  salvajes  vi- 
ven de  este  modo  aún,  y  podemos  citar,  entre  otros,  los  de  las  In- 
dias Orientales,  Borneo,  Célebes,  las  Carolinas  y  la  Nueva  Guinea. 

El  examen  de  la  fauna  de  las  habitaciones  lacustres  demues- 
tra que  el  hombre  no  es  todavía  el  más  fuerte  de  los  seres  vivien- 
tes de  la  creación.  Su  imperio  está  sólo  asegurado  para  el  porvenir, 
siendo  aún  numerosísimos  los  enemigos  que  tiene  que  vencer  y 
subyugar.  La  suma  total  de  los  animales  bravios  ó  salvajes,  es 
mayor  que  la  de  los  domésticos,  entre  los  cuales  figuran  ya  el 
perro,  el  cerdo,  el  caballo,  la  cabra  y  el  buey.  Como  enemigos, 
existen  aún  el  oso,  ciervos  y  jabalíes  de  talla  extraordinaria,  el 
urus  y  el  aurochs.  Digámoslo  de  paso,  la  osteología  posee  medios 
de  comparación  que  permiten  distinguir  en  un  fósil  si  ha  pertene- 
cido á  un  individuo  doméstico  ó  salvaje.  El  tejido  de  los  huesos 
del  último  es  más  firme  y  apretado  que  el  del  primero ,  presentan- 
do en  su  superficie  nervuras  indescriptibles  y  rugosidades  en  los 

TOMO  XV.  14 


210  EL    HOMBRE    PREHISTÓRICO. 

puQtos  de  uniou  con  los  músculos.  Hay  además  exag-eracion  eu  las 
las  apófisis  ó  eminencias  naturales  de  las  extremidades ,  y  dismi- 
nución de  las  superficies  planas. 

En  cuanto  á  la  fiora,  se  han  encontrado  granos  de  trig-o,  cebada 
en  espigas,  pan  y  frutas  medio  carbonizadas ,  que  parecen  señalar 
un  prog-reso  en  la  alimentación. 

En  tres  estaciones  se  han  hallado  fragmentos  de  telas  de  aque- 
lla época.  Relativamente  á  su  autenticidad  no  hay  duda  ning-una, 
porque  el  microscopio  nos  revela  la  existencia,  entre  sus  hilos,  de 
las  veg-etaciones  más  diminutas  de  las  antiguas  turberas. 

Circunstancia  notable !  Instrumentos  análogos  á  los  que  á  Hers- 
chell  y  Newton  permitieron  sondear  los  espacios  celestes ,  nos  sir- 
ven á  nosotros  para  llevar  nuestras  investigaciones  á  través  de  la 
oscura  inmensidad  de  lo  pasado,  y  en  su  potencia  alcanzan  á  la 
vez  el  tiempo  y  el  espacio. 

Las  estaciones  de  la  Edad  del  Bronce  están  situadas  á  mayor  dis- 
tancia del  margen,  sin  duda,  porque  los  medios  de  ataque  eran 
más  poderosos  á  medida  que  la  civilización  progresaba. 

Pertenecientes  al  periodo  neolítico  pudiéramos  citar,  además, 
elevaciones  tumularias  con  salas  sepulcrales,  dólmens  y  otros  mo- 
numentos megaliticos  que  dejaremos  ahora  para  hablar  de  ellos  al 
llegar  á  la  Edad  de  Bronce. 

Los  descubrimientos  hechos  por  el  Sr.  Góngora  Martínez,  cate- 
drático de  la  Universidad  de  Granada,  son  tan  notables  que  puede 
asegurarse  que  hasta  hoy  no  se  hablan  hallado  documentos  tan 
curiosos  como  los  suyos,  sobre  las  primeras  poblaciones  de  nuestra 
patria.  Mejor  que  resumirlos  seria  indicar  á  nuestros  lectores  su 
interesante  y  bien  escrito  libro:  Antigüedades  prehistóricas  de 
Andalucía.  Pero  aunque  no  sea  mas  que  rápidamente,  es  menester 
que  consignemos  aquí  el  más  importante,  que  ha  sido  el  hallazgo 
de  una  necrópolis  neolítica,  situada  en  las  Angosturas  de  Albu- 
ñol,  cerca  de  Adra,  en  donde  tuvieron  sepultura  más  de  cincuenta 
cadáveres.  Descubrióse  dicho  antro  en  1831,  mas  habiéndose  se- 
ñalado en  1857  como  una  rica  mina  de  minerales  plomizos,  fué 
objeto  de  explotación,  hallando  entonces  en  una  de  sus  anfractuo- 
sidades, varios  cadáveres  vestidos,  y  sentados  alrededor  de  otro  de 
hombre,  que  cenia  sobre  su  frente  una  diadema  de  oro  rudamente 
labrada  y  de  un  valor  intrínseco  de  más  de  sesenta  escudos.  Exci- 
tada la  codicia  de  los  mineros  todo  lo  volcaban,  deshaciendo  y  rom- 


EL    HOMBRE    PREHISTÓRICO.  211 

piendo  preciosísimos  documentos  que  lanzaban  á  la  profundidad 
de  un  arroyo  cercano. 

Muchos  de  los  cadáveres  conservaban  aún  la  carne  momificada: 
sus  vestiduras,  tejidas  con  finísimo  esparto,  habian  sido  preservadas 
de  la  corrupción  por  el  nitro  que  abunda  en  dicha  cueva.  Al  lado 
de  los  esqueletos  estaban  sus  armas,  cuchillos  de  pizarra  y  peder- 
nal, puntas  de  flechas  pegadas  á  los  palos  con  betún  fortísimo,  va- 
sijas de  barro,  cucharas  de  madera,  punzones  de  hueso,  y  bolsas 
ó  cestos  de  diversos  tamaños  llenos  de  presentes  funerarios,  que 
consistian  en  caracolillos  de  mar,  cabezas  de  adormideras,  emble- 
mas sin  duda  del  sueño  de  la  muerte,  y  mechones  de  cabellera 
castaña. 

Si  estos  tesoros  no  hubiesen  caido  en  manos  ignorantes,  para  las 
cuales  era  letra  muerta  todo  lo  que  en  el  antro  habia,  tendría  Es- 
paña hoy  datos  tan  exactos,  tan  indiscutibles  y  completos  sobre 
sus  primeros  pobladores,  que  podría  determinarse  el  estado  de  civi- 
lización de  aquellas  sociedades  primitivas.  Desgraciadamente  cuan- 
do en  1867  llegó  el  Sr.  Góngora  á  la  cueva  de  los  Murciélagos  ó 
de  Albuñol,  no  quedaban  ya  más  que  raros  vestiglos  de  todas 
aquellas  curiosidades,  que  ávido  recogió,  removiendo  los  vaciade- 
ros de  escombros  de  los  mineros.  No  es  este  tampoco  el  único  punto 
en  el  cual  tesoros  de  gran  importancia  han  desaparecido 'á  causa  de 
la  ignorancia  de  sus  descubridores.  Contra  dicho  mal  no  hay  más 
remedio  posible  que  el  desarrollo  de  la  instrucción,  y  esta  luz  ha  de 
tardar  en  penetrar  entre  nuestros  pastores,  montaraces  y  labradores. 

IV. 

Difícil  es  asegurar  el  orden  en  que  se  descubrieron  los  metales; 
dependió  éste  sin  duda  de  las  condiciones  mineralógicas  de  la  loca- 
lidad, y  en  unos  puntos  sería  el  oro  el  primero  que  por  su  color 
brillante  y  sus  propiedades  físicas  fijase  la  atención  del  hombre;  en 
otros  sería  el  cobre,  que  existe  en  muchos  sitios;  pero  puede  afir- 
marse que  los  metales  nativos  fueron  ios  primeros.  En  cuanto  á  su 
uso  industrial,  tal  como  resulta  de  los  descubrimientos  arqueoló- 
gicos, el  más  antiguo  es  el  del  oro  que  encontramos  en  la  época 
neolítica  empleado  para  adornos,  é  inmediatamente  después  el  del 
cobre,  que  combinado  más  tarde  con  el  estaño  no  tardó  en  produ- 
cir aleaciones  sumamente  útiles,  á  causa  de  sus  propiedades.  El 


212  EL    HOMBRE    PREHISTÓRICO. 

bronce,  compuesto  generalmente  de  una  parte  de  estaño  y  nueve 
de  cobre,  es  más  fuerte,  más  tenaz,  más  sonoro,  más  fusible  que 
el  cobre,  poseyendo  además  la  cualidad  de  endurecerse  si  se  deja 
enfriar  lentamente.  El  estaño  indudablemente  excitó  la  curiosidad 
por  el  peso  de  su  mineral,  y  su  unión  con  el  cobre  fué  casi  simul- 
tánea á  la  época  de  su  descubrimiento,  pues  hasta  ahora  no  se  han 
encontrado  objetos  de  estaño  solo.  La  plata  es  relativamente  mo- 
derna, y  pertenece  al  último  periodo  de  la  Edad  del  Bronce.  El  em- 
pleo del  hierro  cundió  con  la  misma  velocidad  que  la  última  alea- 
ción, pues  al  llegar  al  Norte  los  ejércitos  romanos,  encontraron  ya 
desarrollado  su  uso. 

Com®  ya  hemos  indicado,  no  creemos  poder  adoptar  para  nues- 
tro pais  las  clasificaciones  prehistóricas  establecidas  por  los  sabios 
arqueólogos  del  Norte,  que  á  la  segunda  Edad  de  Piedra  hacen  su- 
ceder inmediatamente  la  del  Bronce,  sin  ningún  género  de  transi- 
ción. Se  han  fundado  en  la  similitud  de  los  objetos  encontrados,  la 
cual  parece  demostrar  que  no  hubo  incertidumbre  ninguna,  ni  en- 
sayos, y  que  una  vez  fundido  el  primer  modelo,  fué  adaptado  de 
un  modo  general  por  los  artífices  de  los  diversos  países,  siendo  su 
propagación  rápida  y  no  fruto  de  un  desarrollo  lento  y  gradual. 

Pero  en  nuestra  España,  tan  rica  en  criaderos  metalíferos,  no 
podemos  admitir  una  clasificación  hecha  para  países  desprovistos 
de  esta  clase  de  veneres  metalúrgicos ,  tanto  más  cuanto  que  es 
evidente  que  dichos  metales  no  han  sido  descubiertos  en  el  Norte 
y  sí  llevados  de  países  extraños. 

A  la  Edad  Neolítica  sucedió  el  hallazgo  del  cobre  nativo,  que  for- 
jado en  frió  y  desgastado  con  útiles  de  piedra,  no  era  más  que  una 
herramienta  análoga  á  las  que  habían  servido  para  tallarla.  La 
materia  metálica  estaba  encontrada,  mas  para  el  hombre  eran  aún 
desconocidas  todas  sus  propiedades  y  no  podia  considerarla  sino 
como  una  roca  algnn  tanto  diferente  de  las  demás.  Cuando  la  con- 
quista de  Méjico  por  Hernán  Cortés  y  sus  compañeros,  se  halló  la 
afirmación  del  hecho  que  acabamos  de  citar. 

La  transición  de  la  época  neolítica  á  las  metálicas,  no  debió  ser 
repentina,  continuando  en  uso  las  herramientas  de  la  una,  á  la 
par  que  principiaban  á  explotarse  los  primeros  criaderos  metalífe- 
ros. Hemos  tenido  la  suerte  de  encontrar  en  nuestras  investigacio- 
nes documentos  que  demuestran  esta  verdad  de  un  modo  palpable. 
Sobre  la  superficie  de  dos  criaderos  cobrizos  de  escasa  importan- 


EL    HOMBllE    PREHISTÓRICO.  213 

cia  de  la  región  huelvana,  uno  en  Monte  Romero  (Almonaster), 
otro  en  el  rodeo  de  Madronas  (Valverde  del  Camino),  hallamos 
infinidad  de  martillos  de  diorita  toscamente  labrados,  que  induda- 
blemente sirvieron  para  la  explotación  de  aquellas  minas.  Al  des- 
cubrir las  célebres  del  lago  superior  de  América,  aparecieron  tam~ 
bien  millares  de  mazos  de  diorita,  vestigios  de  las  labores  primi- 
tivas Haciendo  abstracción  de  la  riqueza  de  unas  y  otras,  hay 
entre  ambos  descubrimientos  una  identidad  completa.  Todos  los 
ejemplares  recogidos  en  los  dos  puntos  citados  de  la  provincia  de 
Huelva,  llevan  signos  de  haberse  empleado  como  cuerpos  contun- 
dentes, que  se  desecharon  á  medida  que  se  inutilizaron  en  el  tra- 
bajo, pues  todos  están  rotos. 

¿No  seria  posible  que  España  estuviese  en  la  Era  del  Cobre, 
mientras  Suiza  y  Dinamarca  se  encontraban  en  la  Neolítica,  y  que 
en  estos  países,  más  tarde,  en  un  momento  dado,  se  refundiesen  en 
bronce  todos  los  utensilios  de  cobre  venidos  del  extranjero,  expli- 
cándose así  la  rareza  actual  de  dicho  metal? 

Si  nos  atenemos  á  los  hallazgos  del  Sr.  Góngora  en  las  provin- 
cias de  Jaén  y  Granada,  y  á  los  pocos  que  hemos  hecho  en  la  de 
Huelva,  podemos  afirmar  que  el  bronce  es  una  excepción,  y  aun 
entre  los  objetos  romanos  del  último  territorio  domina  el  cobre. 
Pidamos,  pues,  para  nuestra  España,  sobre  todo  para  Andalucía 
una  edad  del  último  metal,  contemporánea  de  otras  menos  civili- 
zadas en  el  Norte  de  Europa. 

Examinemos  las  teorías  propuestas  por  los  anticuarios  suizos  y 
daneses  para  explicar  la  Edad  del  Bronce. 

Es  imposible  atribuir  un  origen  romano  á  dicha  época,  á  causa 
de  la  ausencia  de  objetos  de  alfarería  romana,  por  el  carácter  de 
los  dibujos  y  ornamentos  que  llevan  y  más  que  nada  por  la  cir- 
cunstancia de  hallarse  las  herramientas  y  armas  de  bronce  en  gran 
abundancia  en  Dinamarca,  Suiza  é  Irlanda,  países  en  los  cuales  no 
entraron  nunca  las  legiones  de  los  hijos  de  Rómulo. 

Quedan  por  considerar  todavía  dos  hipótesis ;  la  de  que  dichos 
objetos  sean  de  origen  fenicio,  ó  que  hayan  venido  por  la  irrupción 
en  Europa  de  una  raza  indo-europea.  Abundan  en  favor  de  la  pri- 
mera suposición  los  portentosos  viajes  de  los  Fenicios,  que  llegaron 
á  alcanzar  las  costas  de  Huslé,  nombre  que  el  sabio  profesor  Nill- 
son  cree  debe  atribuirse  á  la  Noruega,  llevando  á  las  regiones  hi- 
perbóreas el  culto  de  Baal,  que  dejó  en  ellas  los  nombres  dé  Belt, 


214  EL    HOMBRE    PRKHISTÓRICO. 

Báltico,  Belteberg,  y  otros  derivados  del  mismo.  Aunque  en  No- 
ruega hay  indicios  de  una  civilización  fenicia,  no  puede  afirmarse 
de  un  modo  completo  que  todos  los  utensilios  de  la  Edad  del  Bron 
ce  tengan  este  origen.  Al  contrario,  hay  motivos  para  alejarse  de 
esta  suposición ;  las  pequeñas  dimensiones  de  los  mangos  de  las 
espadas  y  puñales,  la  exigüidad  del  diámetro  de  las  pulseras  pa- 
recen indicar  que  han  pertenecido  á  una  raza  indo-europea  nota- 
ble por  la  finura  de  su  tipo,  la  pequenez  de  sus  manos  y  de  las 
junturas  de  las  extremidades  de  los  miembros.  Tenemos,  además, 
datos  para  conocer  los  instrumentos  verdaderamente  fenicios ,  con 
los  cuales  arma  Homero  á  sus  héroes,  y  que  están  siempre  adorna- 
dos en  las  descripciones  del  poeta  griego,  con  figuras  de  plantas  y 
animales,  mientras  que  las  armas  de  bronce  llevan  sólo  dibujos 
geométricos. 

Según  Plinio ,  Thoas  ó  Cintras  descubrió  en  la  isla  de  Chipre 
el  arte  de  explotar  las  minas,  asi  como  las  primeras  herramientas 
del  metalurgista;  las  tenazas,  el  martillo  de  fragua,  el  yunque  y 
la  palanca.  Si  hemos  de  creer  á  Estrabon ,  mil  quinientos  á  mil 
doscientos  años  antes  de  J.  C,  los  Fenicios  hacian  ya  el  comercio 
del  estaño  por  Cádiz ,  yendo  á  buscarle  á  las  islas  Stanníferas, 
nombre  con  el  cual  designaban  á  Inglaterra.  Anteriormente  á 
esta  fecha  hablan  principiado,  como  hemos  visto,  los  trabajos  mi- 
neros en  nuestras  costas  del  Mediodia. 

Los  objetos  característicos  de  la  Edad  del  Bronce,  son  las  hachas 
llamadas  célticas,  muy  abundantes  sobre  todo  en  Irlanda  y  Dina- 
marca, de  un  largo  de  18  á  20  centímetros,  de  7  á  8  de  ancho  por 
el  lado  del  filo,  y  que  se  sujetaban  al  mango  de  diversos  modos. 
Las  más  antiguas  fueron  completamente  lisas,  penetrando  en  una 
abertura  hecha  en  el  centro  del  astil  al  cual  acababan  de  adherirse 
por  medio  de  cuerdas  fuertemente  atadas;  más  tarde  llevaron  en 
la  parte  opuesta  al  filo  una  hendidura,  en  la  cual  entraba  un  palo 
acodado  en  un  ángulo  recto,  consolidándose  la  unión  también  con 
ligaduras  pasadas  por  un  anillo  que  habia  en  la  parte  inferior  del 
metal.  Grande  es  la  distancia  que  separa  á  unas  de  otras,  pues  las 
últimas  no  son  ya  lisas,  y  tienen  adornos  compuestos  de  rayas  en 
zigzag  y  dentículos  triangulares. 

Los  demás  objetos  encontrados  hasta  el  dia,  son  espadas  de  bron- 
ce afectando  la  forma  de  hoja  vegetal ,  puntiagudas,  de  dos  filos, 
sin  guardia  y  con  empuñadura  de  hueso  ó  de  madera.  Hay  dagas 


EL   HOMBRE    PREHISTÓRICO.  215 

de  puño  corto,  puntas  de  lanza  y  de  flecha,  y  cuchillüs  pequeños 
de  hoja  curva,  carácter  que  los  distingue  perfectamente  de  los  de 
hierro  que  siempre  son  rectos. 

Pertanecientes  á  época  más  moderna,  se  han  hallado  en  Dina- 
marca cuchillos  de  forma  parecida  á  la  de  las  hojas  de  nuestras  na- 
vajas de  afeitar,  asi  es  que  se  les  ha  atribuido  este  uso.  Llevan  en 
la  parte  plana,  además  de  los  dentículos  característicos  del  periodo 
que  nos  ocupa,  diseños  de  barro,  circunstancia  que  parece  probar 
hayan  pertenecido  á  un  pueblo  pescador. 

Las  alhajas  consisten  en  pulseras,  alfileres,  collares  de  bronce  y 
oro,  adornados  con  dibujos  geométricos  compuestos  de  espirales, 
circuios  y  lineas  en  zig  zag. 

La  apertura  de  un  túmulo  de  Dinamarca,  nos  ha  dado  á  cono- 
cer la  indumentaria  de  aquel  país  en  el  período  del  Bronce.  Con- 
tenía hasta  tres  atahudes  de  madera,  de  los  cuales  uno  encerraba 
los  restos  de  un  niño.  Presentaba  la  circunstancia  extraña  de  que 
las  carnes  se  habían  conservado  en  medio  de  la  humedad ,  en  un 
estado  gelatinoso.  Conservaban  aún  sus  vestiduras  los  cadáveres; 
uno  de  ellos  tenia  una  camisa,  una  capa,  y  un  gorro  felpudo,  todos 
de  lana,  y  sobre  las  piernas  unas  polainas  de  cuero.  A  mano  dere- 
cha del  cuerpo  estaba  colocada  una  caja  con  otro  gorro  análogo, 
un  peine  y  una  navaja  con  vaina  de  madera,  y  todo  el  cuerpo  habia 
estado  envuelto  en  una  piel  de  buey.  Al  lado  de  otro  se  halló  una 
espada,  un  cuchillo  y  una  punta  de  flecha  de  sílex.  El  del  niño 
con  tenia  una  bola  de  ámbar  y  un  anillo  de  metal. 

Las  elevaciones  tumularias  danesas,  que  también  pertenecen  al 
periodo  neolítico,  son  bastante  curiosas.  Están  rodeadas  de  piedras 
clavadas  en  el  suelo  por  el  exterior,  y  tienen  en  su  centro  un  re- 
cinto sepulcral,  en  el  cual  se  encuentra  el  cadáver ,  generalmente 
sentado,  y  á  su  lado  están  colocadas  las  herramientas  de  caza  y  de 
guerra  que  han  de  servirle  en  el  misterioso  reino  de  las  sombras. 
Su  semejanza  con  las  habitaciones  de  los  Esquimales,  Groenlandios 
y  Yourts  es  palpable.  Este  primer  pueblo  abandona  á  menudo  la 
choza  en  que  ha  fallecido  uno  de  sus  habitantes,  convirtiéndola  en 
sepulcro ,  y  entierra  el  cuerpo  sentado  ,  envuelto  en  sus  mejores 
pieles,  colocando  á  su  lado  sus  útiles  y  herramientas.  Esta  clase 
de  sepulturas  ha  sido  usada  por  todos  los  pueblos  antiguos  y  mo- 
dernos. Semíramis  hizo  elevar  á  la  memoria  de  Niño  una  colina  de 
arena,  y  los  Indios  modernos  de  Otahiti  han  hecho  lo  mismo  sobre 


216  EL    HOMBRE   PREHISTÓRICO. 

la  tumba  de  su  Reina  Oberea,  construyendo  un  túmulo  de  cuarenta 
y  cuatro  pies  de  altura. 

Los  dólmens  ó  monumentos  megaliticos ,  formados  de  recintos 
de  piedras  clavadas  en  el  suelo ,  rodeando  un  monumento  central 
formado  por  una  piedra  tabular  horizontal,  soportada  por  otras  sin 
labrar,  pertenecen  á  la  vez  á  la  Edad  de  Piedra  y  á  la  del  Bronce, 
En  su  libro,  el  Sr.  Góngora  describe  once  parajes  de  las  provincias 
de  Jaén  y  Granada  en  que  se  encuentran  esta  clase  de  ciclópeas 
construcciones. 

Los  Hebreos  llamaban  Jalaad  á  estos  monumentos  que  el  culto 
pagano  levantaba  en  honor  de  los  Dioses ,  y  que  frecuentemente 
han  servido  para  recubrir  las  cenizas  de  los  muertos. 

Durante  todo  el  periodo  del  Bronce,  existió  el  uso  de  quemar 
los  cadáveres,  conservando  las  cenizas  en  vasos  funerarios  de  bar- 
ro .  En  la  Europa  occidental ,  el  cadáver  sentado  caracteriza  á  la 
época  neolítica,  mientras  que  la  posición  extendida  pertenece  á  la 
del  Hierro.  En  las  excavaciones  se  distinguen  ambas  fácilmente: 
cuando  el  cráneo  reposa  sobre  una  gran  cantidad  de  huesos,  puede 
asegurarse  que  el  esqueleto  estuvo  sentado ;  mientras  que ,  si  los 
vestigios  de  éstos  existen  repartidos  en  cierta  longitud,  puede  afir- 
marse que  se  halló  tendido. 

Hemos  encontrado  en  gran  abundancia  en  la  provincia  de  Huel- 
va  sepulturas  atribuibles  á  esta  edad.  Orientadas  todas  de  Levante 
á  Poniente,  están  revestidas  de  cuatro  losas  verticales  de  pizarra, 
formando  un  rectángulo,  y  algunas  veces  un  trapecio.  Sus  dimen- 
siones son  1,"  20  de  largo,  O,™  50  de  ancho,  é  igual  profundidad. 
Abundan  en  ellos  las  pateras  ó  vasijas  planas  de  barro,  que  debie- 
ron servir  para  contener  las  cenizas:  en  espacio  tan  exiguo  no  cabe 
un  cuerpo  humano.  A  pesar  de  haber  excavado  un  gran  número, 
son  pocos  los  objetos  que  hasta  ahora  hemos  podido  extraer.  Tene- 
mos, sin  embargo,  anillos  votivos  de  oro  y  cobre ,  varias  pulseras 
ó  armillas  de  alambre  de  plata,  y  vasijas  de  diversas  formas  labra- 
das toscamente,  moldeadas  con  hierro  mal  preparado,  lleno  de  ma- 
terias orgánicas  que  al  carbonizarse  dejaron  ese  color  negro  que  se 
encuentra  generalmente  en  la  fractura  de  los  objetos  antiguos  de 
arcilla.  A  esta  mala  fabricación  se  debe  el  que  hayan  sido  pocos 
los  que  hemos  podido  desenterrar  enteros.  Rectifiquemos  de  paso 
un  error  lamentable,  en  el  cual  hemos  oido  incurrir  á  muchas  per- 
sonas. Se  habla  á  veces  de  arcilla  cocida  al  calor  del  sol,  sin  pen- 


EL    HOMKRE    PREHISTÓRICO.  217 

sar  que  en  las  condiciones  de  acción  que  este  astro  tiene  sobre  la 
tierra,  esto  es  un  imposible.  El  calor  mismo  del  Ecuador  no  basta- 
rla para  cocer  una  arcilla  en  tal  grado  que  la  hiciese  perder  la 
cualidad  de  desleirse  en  el  agua.  ¡Desgraciados  de  nosotros  los  ha- 
bitantes de  los  climas  cálidos,  si  el  sol  fuese  capaz  de  producir  di- 
cho efecto ,  pues  entonces  nuestro  suelo  se  hubiera  convertido  en 
una  inmensa  baldosa  de  tierra  cocida,  impenetrable  para  las  raices 
dalos  vegetales!  Puede  secar  una  pasta  arcillosa;  mas  para  ha- 
cerla insoluble  es  menester  un  principio  de  fusión  de  la  masa. 

Nada  diremos  de  la  Edad  del  Hierro,  pues  existe  escrita  la  his- 
toria de  este  último  período  que  alcanza  hasta  nuestros  dias.  La 
guerra  de  Troya  fué  contemporánea  de  la  transición.  En  los  paises 
del  Norte  de  Europa ,  el  hierro ,  el  bronce  y  el  cobre  se  excluyen 
reciprocamente,  demostrándolo  así,  entre  otros  ejemplos,  el  campo 
de  batalla  de  Tiefenan  (Suiza) ,  en  que  sólo  se  hallan  objetos  de 
hierro,  y  nunca  armas  de  dos  metales  mezclados. 

La  arqueología  prehistórica  procede  en  sus  apreciaciones  crono- 
lógicas empleando  los  métodos  de  evaluación  de  su  hermana  la 
geología,  con  la  cual  tiene  muchos  puntos  de  contacto ,  confun- 
diéndose las  primeras  edades  de  una  con  las  últimas  de  la  otra. 

En  el  lago  de  Ginebra  desemboca  el  torrente  de  la  Tiniere,  for- 
mando un  delta  de  300  metros  de  largo  y  siete  de  profundidad. 
Los  trabajos  de  un  ferro-carril,  habiendo  venido  á  cortar  dicho  del- 
ta, se  ha  reconocido  que  se  compone  de  tres  capas  paralelas  de 
tierra  vegetal,  intercaladas  entre  las  gravas  aluviales.  Examinemos 
estos  estratos.  El  primero,  de  O,""  12  de  espesor,  cubre  1.600  metros 
cuadrados  de  superficie,  y  está  1,™30  más  bajo  que  el  nivel  actual 
del  cono.  Tejas  y  monedas  romanas  encontradas  en  él  han  probado 
claramente  que  pertenece  al  período  romano.  El  segundo  cubre 
270  metros  cuadrados  y  tiene  O,"  15  de  espesor:  situado  á  3  metros 
de  profundidad,  ha  dado  unas  pinzas  de  bronce  y  fragmentos  de  al- 
farería sin  barniz.  La  tercera,  de  4 metros  cuadrados,  0,"15  á0,™17 
de  espesor,  se  halla  á  6  metros  de  profundidad,  y  con  tenia  alfarerías 
groseras,  carbones,  huesos  de  médula  fracturados,  y  un  esqueleto 
humano  de  cráneo  redondo  y  muy  espeso.  Calculando  que  la  capa 
romana  tenga  de  16  á  18  siglos  de  antigüedad,  y  comparando  los 
espesores  de  los  estratos ,  resulta  que  el  bronce  perfeccionado  que 
se  halló,  remonta  de  2.900  á  4.200  años,  y  que  el  tercer  sedimento, 
que  es  de  la  Edad  de  la  Piedra  pulimentada,  ha  de  tener  de  4.700 


218  EL    HOMBBE    PREHISTÓRICO. 

á  7.000  años.  Esta  vaga  cronología  puede  presentar  errores,  pero 
es  ya  una  luz  sobre  un  punto  completamente  oscuro,  y  otras  eva- 
luaciones han  venido  á  demostrar  que  tiene  cierta  exactitud.  Los 
estudios  de  M.  Gellieron  en  el  puente  de  la  Thiele  fijan  para  la 
piedra  6.700  anos,  y  según  el  profesor  Steenstrup,  las  turberas  da- 
nesas, en  el  fondo  de  las  cuales  hay  vestigios  humanos,  no  han  po- 
dido tardar  menos  de  4.000  años  en  formarse,  y  es  posible  que  ha- 
yan necesitado  un  tiempo  mucho  mayor. 


V. 

Es  aún  trabajo  imposible  el  querer  resolver  los  difíciles  proble- 
mas que  presenta  la  cuestión  de  desarrollo  del  tipo  humano  al  tra- 
vés de  los  siglos :  no  son  suficientes  aún  los  documentos  recogidos 
sobre  este  particular,  y  los  descubrimientos  paleoethnológicos  he- 
chos hasta  el  dia  han  permitido  solamente  trazar  algunos  puntos 
del  camino  recorrido  por  la  humanidad. 

Es  una  verdad  positiva,  experimental,  que  tanto  física  como  in- 
telectualmente  el  hombre  está  sometido  á  la  ineludible  ley  del 
progreso.  La  paleontología  nos  demuestra  que  la  especie  humana 
ha  sobrevivido  á  otras  muchas  que  hoy  ya  no  existen  en  ningún 
punto  del  globo,  y  que  en  la  lucha  continua  que  todo  ser  animado 
tiene  que  sostener  contra  la  muerte,  el  hombre  llevó  elementos  de 
fuerza  y  de  vitalidad  con  que  no  contaban  entonces  muchos  de  sus 
contemporáneos.  Considerado  bajo  este  punto  de  vista  únicamente, 
lleva  el  sello  de  una  suerte  privilegiada,  impulsión  especialy  divi- 
na ,  recibida  en  la  creación ;  fuerza  que  hasta  ahora  nada  ha  podido 
detener.  ¿Llegará  el  dia  en  que  la  especie  humana  se  acueste  en  el 
sueño  de  la  muerte  y  venga  con  sus  últimos  huesos  á  enriquecer  la 
gran  colección  de  las  especies  fósiles?  No  lo  creemos;  y  las  conside- 
raciones que  más  adelante  vamos  áexplanar  alejan  esta  presunción. 

Las  diversas  especies  de  seres  que  pueblan  la  tierra  son  suscep- 
tibles de  variación,  y  los  cambios  que  de  esta  resultan  no  se  limi- 
tan ala  superficie  del  cuerpo  y  á  las  formas  exteriores,  sino  que 
son  sensibles  aun  en  el  esqueleto.  La  raza  canina,  la  caballar,  las 
numerosísimas  variedades  de  palomas,  nos  presentan  ejemplos  re- 
petidos de  esta  susceptibilidad  de  evolución  que  anima  á  la  mate- 
ria animal.  ¿Porqué  medio  se  efectúa?  Prácticamente  sabemos 


EL    HOMBRE    PREHISTÓRICO.  219 

que  es  por  la  elección  de  los  reproductores,  principio  al  cual  üar- 
win  da  el  nombre  de  selección  natural,  y  del  que  hemos  visto  apli- 
caciones en  los  animales  expuestos  en  las  exposiciones  agrícolas. 
Aquellos  objetos  que  allí  vemos  producir  al  hombre,  las  fuerzas 
naturales  son  también  susceptibles  de  efectuarlos,  desprendiéndose 
de  esto,  que  los  animales  y  vegetales  actuales  no  son  más  que  los 
derivados  de  otros  diferentes  que  los  han  precedido.  Aplicando 
esta  ley  á  la  familia  humana,  resulta  que  el  estado  actual  de  la 
humanidad  ha  sido  producido  por  el  trabajo  lento  de  trasmisión 
de  millares  de  generaciones,  que  dejaron  á  sus  sucesores  la  suma 
de  adquisiciones  fisicas  é  intelectuales  que  cada  individuo  pudo 
conquistar  durante  su  vida.  Todavía  no  están  determinadas  las 
fuerzas  y  condiciones  bajo  la  influencia  y  acción  de  las  cuales  se 
crea  la  materia  organizada,  y  se  cumple  el  fenómeno  de  la  vida; 
pero  su  existencia  es  indudable,  y  primitivamente  estas  fuerzas 
moldearon  seres  humanos  muy  inferiores  á  nosotros,  que  perfec- 
cionados por  la  selección  natural  han  llegado  á  través  del  tiempo 
á  nuestro  modo  de  ser  actual.  Los  monumentos  egipcios  nos  mues- 
tran en  sus  bajo-relieves,  perfectamente  discernibles,  los  tipos  del 
árabe,  del  negro  y  del  egipcio.  La  comparación  de  estas  escultu- 
ras con  los  hombres  actuales  de  dichas  variedades,  prueba  que  en 
tres  mil  anos  no  han  sufrido  alteración.  Esto  indica  la  lentitud  enor- 
me con  que  dichas  variaciones  han  debido  efectuarse,  y  según 
M.  VVallace  es  hasta  posible  que  el  tiempo  sólo  no  haya  sido  causa 
suficiente  para  producirlas,  ejerciendo  hoy  las  condiciones  exterio- 
res menos  efecto  que  en  otras  épocas.  Ahora,  cuando  los  hombres 
emigran,  llevan  consigo  los  usos  y  costumbres  de  la  vida  civiliza- 
da, mientras  que,  cuando  el  hombre  se  estableció  por  primera  vez, 
su  alimentación,  sus  hábitos  y  su  vida  pudieron  hallarse  más  so- 
metidos á  variaciones,  al  pasar  de  un  pais  á  otro,  siendo  posible 
además  que  el  tipo  fijado  por  la  repetición  de  varios  siglos  no  sea 
hoy  tan  modificable  como  entonces.  Lubbock  se  expresa  asi:  « Wa- 
»llace  cree  en  una  solución  de  continuidad  en  la  selección  natural, 
»es  decir,  que  mientras  el  hombre  arrastró  la  existencia  que  po- 
»driamos  llamar  animal,  se  encontró  sometido  á  las  mismas  leyes 
»y  varió  del  mismo  modo  que  las  demás  criaturas;  pero  que  con  el 
» tiempo,  con  la  facultad  de  vestirse  y  de  fabricar  armas  y  útiles 
»arrancó  á  la  naturaleza  el  poder  que  ejerce  sobre  los  demás  ani- 
;?>males,  cambiando  su  forma  y  estructura.  De  modo,  que  el  dia  en 


220  EL    HOMBRE    PREHISTÓRICO. 

»que  los  sentimientos  de  sociabilidad  y  de  simpatía  entraron  en 
»plena  actividad,  el  dia  en  que  las  facultades  intelectuales  y  mo- 
»rales  llegaron  al  desarrollo  necesario,  el  hombre  dejó  de  estar  so- 
»metido  corporal  mente  á  la  selección  natural.  Como  animal  queda 
»estacionario  en  su  forma,  sin  modificarse  como  las  demás  partes 
»del  mundo  organizado,  por  los  cambios  del  universo  que  le  ro- 
»dea.  Pero  en  el  momento  en  que  su  cuerpo  llegó  á  ser  estaciona- 
»rio,  su  espíritu  empezó  á  afectarse  por  las  mismas  influencias  de 
»que  se  habia  librado  su  ser  material;  cada  cambio  ligero  que  so- 
»breviene  en  su  naturaleza  intelectual  y  moral,  le  permite  garan- 
»tizar  mejor  su  seguridad,  y  el  bien  y  protección  mutuos,  en  con- 
»cierto  con  sus  semejantes,  cada  uno  de  estos  progresos  se  conserva 
»y  se  añade  á  otros.  Los  individuos  mejores  y  más  elevados  de 
»nuestraraza  tienden  á  crecer  y  á  esparcirse  por  la  tierra,  mién- 
»tras  que  los  más  bajos  y  brutales  les  ceden  el  terreno  y  desapa- 
»recen  gradualmente.  Así,  gracias  al  rápido  adelanto  de  la  organi- 
»zacion  intelectual,  se  han  elevado  á  tan  alto  grado  por  encima  de 
»las  bestias,  razas  de  hombres  originariamente  muy  abyectas  y  que 
»diferian  poco  de  algunas  de  ellas,  bajo  el  punto  de  vista  de  la  es- 
»tructura  física. 

»E1  cuerpo  del  hombre  se  encontraba  desnudo  y  sin  protección, 
»el  espíritu  le  ha  dado  un  vestido  contra  las  diversas  intemperies 
»de  las  estaciones.  El  hombre  no  hubiera  podido  alcanzar  la  rapi- 
»dez  del  gamo  en  la  carrera,  ni  la  fuerza  del  toro  bravo;  pero  el 
»espíritu  le  ha  dado  armas  con  que  perseguir  y  domar  á  estos  ani- 
»males.  El  hombre  era  el  menos  capaz  de  todos  para  alimentarse 
»con  las  frutas  y  yerbas  que  la  tierra  produce  espontáneamente; 
»esta  incapacidad  es  la  que  le  ha  enseñado  á  dominar  á  la  natura- 
»leza,  dirigiéndola  según  sus  fines,  y  obligándola  á  producir  ali- 
»mentos  en  el  sitio  y  del  modo  que  á  él  le  conviene.  En  el  mo- 
»'nento  en  que  la  primera  piel  fué  empleada  como  vestido,  en  que 
x-la  primera  lanza  grosera  fué  usada  para  cazar,  la  primera  semi- 
>lla  echada  en  la  tierra  y  el  primer  retoño  de  un  árbol  plantado; 
>/en  aquel  momento  se  llevó  á  cabo  una  revolución  que  no  habia 
»tenido  otra  igual  en  las  edades  precedentes  del  mundo,  porque 
»empezó  entonces  á  existir  un  ser  que  no  estaba  obligado  á  modi- 
»ficarse  con  los  cambios  que  ocurriesen  en  el  universo;  un  ser  que 
»hasta  cierto  punto  era  superior  á  la  naturaleza,  puesto  que  tenia 
»medios  de  examinar  y  dirigir  su  acción,  podia  mantenerse  en  ar- 


BL    HOMBRE    PREHISTÓRICO*  221 

»monía  con  ella,  no  modificando  su  forma  corporal,  pero  sí  perfec- 
»cionando  su  espíritu. 

» Aqui  se  ve ,  pues,  la  verdadera  grandeza  y  dignidades  del  hom- 
»bre;  gracias  á  sus  atributos  especiales,  podemos  admitir  que  los 
»que  reivindican  para  él  un  lugar  especial  en  la  creación,  un  ór- 
»den  distinto,  una  clase  ó  vireinato,  tienen  alguna  razón  para  ha- 
»cerlo.  Es  en  efecto  un  ser  aparte,  puesto  que  ya  no  sufre  la  in- 
»fluencia  de  las  grandes  leyes  que  modifican  de  un  modo  irresisti- 
»ble  á  los  demás  seres  organizados.  Diremos  más,  la  victoria  por 
»la  cual  alcanzó  la  libertad  para  sí  mismo  le  dio  á  la  vez  la  in- 
»fluencia  directora  de  las  demás  existencias.  No  tan  sólo  ha  esca- 
»pado  el  hombre  en  lo  que  á  él  atañe  á  la  selección  natural,  sino 
»que  puede  apropiarse  parte  de  ese  poder  que  antes  de  su  aparición 
»ejercia  la  naturaleza  sobre  el  universo  entero .  Se  puede  así  pre- 
»ver  el  momento  en  que  la  tierra  no  producirá  más  que  plantas 
«cultivadas  y  animales  domésticos,  en  el  cual  la  selección  del 
»liombre  habrá  suplantado  á  la  selección  natural  y  entonces  el 
»Océano  será  el  sólo  dominio  en  donde  puede  ejercerse,  en  lo  suce- 
»sivo,  el  poder  que  desde  hace  innumerables  años  reinaba  como 
»árbitro  supremo  de  los  destinos  de  la  tierra.» 

En  una  de  las  sesiones  del  Congreso  paleoantropológico  de  Pa- 
rís, M.  Broca  presentó  una  curiosa  exposición  de  las  trasforma- 
ciones  que  ofrecen  las  partes  sólidas  de  la  cabeza  del  hombre. 
Comparando  el  cráneo  del  chimpancé  con  los  paleolíticos  de  Nean- 
dertal y  Eguisheim,  los  de  un  Australiense  y  un  Francés  moder- 
no, resultó  que  se  graduiiban  de  un  modo  notable  en  el  mismo 
orden  en  que  los  hemos  enumerado.  En  el  prefacio  de  su  obra 
•  Lugar  del  hombre  en  la  naturaleza,  dice  Huxley,  hablando  del 
intervalo  zoológico  entre  el  hombre  y  los  animales,  lo  siguiente: 

«Me  sucedió  un  día,  en  Suiza,  que  permanecí  muchas  horas  solo, 
»y  no  sin  ansiedad,  en  la  cúspide  del  ventisquero  de  los  Granó! s  Mu- 
üets.  Cuando  contemplaba  á  mis  pies  el  pueblo  de  Chamounix,  me 
»parecia  situado  en  el  fondo  de  un  prodigioso  abismo.  Prácticamen- 
»te  considerado  éste,  era  inmenso,  pues  ignoraba  completamente 
í'el  camino  de  bajada,  y  si  hubiese  tratado  de  buscarle  solo,  me  hu- 
í>biera  perdido  infaliblemente  en  las  grietas  y  hendiduras  del  ven- 
»tisquerode  los  Bossons\  á  pesar  de  esto,  sabia  que  el  intervalo  que 
^me  separaba  de  Chamounix,  aunque  para  mí  infinito,  habia  sido 
*  atravesado  centenares  de  veces  por  personas  prácticas  en  el  terreno* 


222  EL    HOMBRE    PREHISTÓRICO. 

»E1  sentimiento  que  experimentaba  entonces,  vuelvo  á  sentirlo 
»cuando  considero  á  la  vez  á  un  hombre  y  á  un  mono.  Tengo  se- 
»guridad  que  del  uno  se  ha  pasado  al  otro  por  un  camino  desco- 
»nocido.  Ahora  la  distancia  que  separa  á  ambos  es  igual  á  la  de 
»un  abismo.» 

Como  ya  hemos  dicho ,  la  talla  del  hombre  primitivo  fué  más 
bien  pequeña  que  grande,  y  su  tipo  parecido  al  de  los  Esquimales. 
Debia  usar  el  cabello  y  la  barba  largos,  no  conociendo  instrumen- 
tos con  que  cortárselos,  á  no  ser  que  se  los  arrancase  ó  emplease 
el  fuego  como  epilatorio.  La  fuerte  proeminencia  de  la  parte  in- 
ferior de  la  región  frontal  puede  aplicarse  y  provenir ,  tanto  del 
género  de  vida  dentro  de  las  cavernas,  como  del  estado  de  alarma 
continua  en  que  siempre  se  hallaba.  En  el  estado  salvaje,  la  vida 
es  sumamente  inquieta,  y  los  animales  inofensivos,  como  por  ejem- 
plo el  antílope,  tienen  que  buscar  por  término  medio  una  vez  to- 
dos los  dias  su  salvación  en  la  fuga.  Si  este  hombre  que  vive  entre 
los  bosques,  las  fieras  y  los  brutos,  tiene  una  religión,  puebla  con 
ella  el  mundo  de  espectros  invisibles,  imponiéndose  á  si  mismo  los 
sufrimientos  y  deformaciones  más  terribles,  y  el  temor  de  un  pe- 
ligro vago,  indefinible,  aterrador,  domina  todos  losactosde  su  vida. 

Según  la  opinión  generalmente  adoptada,  las  artes  é  instru- 
mentos más  sencillos  han  sido  inventados  separadamente  por  di- 
versos pueblos  y  en  partes  diferentes  del  mundo.  Los  monos  usan 
palos  para  apoyarse,  se  construyen  cabanas  y  emplean  piedras  para 
partir  las  nueces  y  demás  frutos  de  cascara  dura.  De  esto,  á  usar 
una  afilada  para  cortar,  no  hay  más  que  un  paso,  que  no  pudo  sea 
difícil  de  realizar.  A  uno  se  añadió  otro,  y  el  progreso  constante, 
según  el  cual  van  mejorando  á  cada  instante  las  condiciones  déla 
vida  humana,  parece  augurar  para  nuestra  posteridad  un  dia  feliz 
en  que  lleguen  á  desaparecer  todos  los  males  que  nos  aquejan.  Este 
objeto  es  el  más  noble  de  todos  los  que  pueden  animar  al  hombre, 
y  si  ni  nosotros  ni  nuestros  hijos  llegamos  á  tocar  tan  feliz  resul- 
tado ,  nuestros  descendientes  gozarán  de  él  y  nos  mirarán  con  ol 
mismo  respeto  y  veneración  que  consideramos  á  las  lejanas  socie- 
dades de  que  hemos  estado  tratando,  y  de  las  cuales  hemos  recibido 
los  primeros  impulsos,  que  nos  han  traido  á  nuestra  situación  ac- 
tual, tan  superior  á  la  suya. 

Recaeedo  de  Gaeay  y  Andüaoa. 

Minas  de  los  Silos  de  Calañas,  12  de  Abril  de  1870. 


ESTADO  GENERAL  DE  INGLATERRA 

EN  EL  SIGLO  XVII, 


Á  LA  SEÑORA  DOÑA  MARÍA  DE  LOS  DOLORES  IIURIEL, 

VIODA  DE  GUTIÉRREZ  DE  CASTRO. 

Mi  buena  y  querida  hermana: 

El  fragor  de  la  horrenda  catástrofe  se  va  perdiendo  por  la  acción 
del  tiempo  en  la  inmensidad  del  espacio. 

Quedan,  sin  embargo,  sitios  en  los  cuales  el  dolor  es  perenne,  y 
cada  dia  más  agudo:  nuestros  corazones. 

Volvamos,  pues,  á  nuestro  Isidoro  al  seno  de  la  sociedad  domés- 
tica, de  la  que  era  tan  amante:  sustraigámosle  á  las  profanaciones 
de  la  política,  que  era  la  sola  cosa  que  4  él  y  á  mi  nos  separaba, 
entre  tantas  que  nos  unian, 

Pero  no  seamos  egoístas  con  la  literatura,  que  es  una  segunda 
familia :  no  tenemos  derecho  de  privarla  de  sus  afanosos  y  largos 
desvelos ;  que  antes  bien  debemos  honrar  su  memoria  publicando 
algunos  de  sus  terminados  ensayos,  pues  son  inequívocas  muestras 
de  su  laboriosidad ,  de  su  sano  criterio ,  y  de  sus  generosos  senti- 
mientos. 

Al  publicar  el  presente,  permíteme  que  te  lo  dedique  en  su  nom- 
bre, ya  que  él  te  ha  dedicado — en  vida — todos  sus  cuidados  y 
todos  sus  pensamientos. 

Siempre  tuyo, 

Plácido  de  Jo  ve  y  Hévia. 

Madrid  25  de  Abril  d«  1870. 


224  ESTADO   GENERAL    DE    INGLATERRA 

PRÓLOGO. 

He  intentado  escribir  la  historia  de  la  revolución  inglesa 
de  1688. 

Pero  este  acontecimiento ,  comprendido  en  una  época  de  corta 
duración,  apenas  suministra,  por  si  solo,  materia  para  llenar  un 
volumen.  Además,  un  episodio  histórico,  por  interesante  que  sea, 
nunca  se  lee  con  gusto  si  no  se  acompaña  con  noticias  generales 
del  país  á  que  el  historiador  se  refiere. 

Por  esto,  y  con  el  fin  de  amenizar  la  lectura  de  esta  obra,  he  re- 
unido en  su  primera  parte  las  noticias  más  exactas  y  minuciosas 
sobre  el  estado  general  de  Inglaterra  en  el  siglo  XVII,  con  algu- 
nos datos  estadísticos  acerca  de  su  agricultura,  industria  y  comer 
ció,  y  he  tratado  de  describir  sus  usos  y  costumbres  en  aquella  épo- 
ca: finalmente,  he  dado  una  idea  de  la  religión  del  país,  y  del  curso 
que  aili  siguieron  la  literatura,  las  ciencias  y  las  artes. 

Debo  á  un  ilustrado  amigo,  que  no  me  permite  publicar  su  nom- 
bre, la  adquisición  de  muchos  datos  que  figuran  en  esta  obra,  ex- 
traidos  de  los  archivos  y  bibliotecas  de  Londres.  El  ha  sido  no  po- 
cas veces  mi  censor  y  mi  guia,  para  lo  cual  lo  califican  eminente- 
mente su  larga  permanencia  en  Inglaterra  y  su  familiaridad  con 
la  literatura  de  aquel  país. 

Es  mi  ánimo  continuar  en  breve  la  historia  de  aquella  revolu- 
ción, que  inauguró  uní  nueva  era  política.  Entre  tanto,  ofrezco  al 
público  como  ensayo  estas  páginas ,  acogiéndome  á  su  benevolen- 
cia y  respetando  su  censura. 

INTRODUCCIÓN. 

La  Inglaterra  del  siglo  XVII  era  una  potencia  de  segundo  orden 
que  figuraba  al  lado  de  la  Polonia,  Suecia,  Dinamarca,  Venecia  y 
Holanda.  Ni  la  importancia  que  adquirió  bajo  el  Protectorado,  ni 
el  buen  estado  de  su  marina,  que  ya  aspiraba  al  señorío  de  los  ma- 
res, pudieron  elevarla  al  rango  de  primera  nación  entre  los  Esta- 
dos europeos:  porque  si  hemos  de  contar  por  siglos  la  vida  política' 
de  las  naciones,  la  Inglaterra,  durante  aquel  período,  tuvo  menos 
glorias  que  reveses,  pudiendo  decirse  que  aunque  prosperó  en  épo- 
cas excepcionales,  su  estado  normal  fué  la  decadencia. 


ÜN   EL   SIGLO    XVII.  225 

La  desastrosa  guerra  civil  que  privó  del  trono  y  de  la  vida  al 
mal  aconsejado  Carlos  I,  rebajó  en  mucho  la  consideración  de  que 
gozaba  aquel  país  entre  sus  vecinos  y  aliados.  Los  reyes  de  Europa 
miraban  con  horror  el  espectáculo  de  un  pueblo  enfurecido  que 
osaba  pedir  cuentas  á  su  legitimo  monarca  y  le  hacía  expiar  sus 
faltas  en  un  cadalso.  Los  historiadores  y  los  publicistas  por  su  par- 
te, aplicándose  á  controvertir  el  nuevo  sistema  político  de  la  Ingla- 
terra, no  escaseaban  las  invectivas  ni  los  injuriosos  epítetos  para 
conseguir  su  objeto.  Eran  los  Ingleses,  según  ellos,  un  pueblo 
anárquico  y  voluble,  que  sin  conocer  más  autoridad  que  la  fuerza 
ni  más  derecho  que  la  rebelión,  asesinaba  á  sus  Príncipes  para  re- 
hacer sus  leyes.  Llamábanles  raza  maldita  de  Dios:  impía,  porque 
exhumaba  los  cadáveres ;  inhumana ,  porque  descuartizaba  á  los 
católicos;  cruel,  porque  daba  tormento  á  los  sectarios  disidentes. 

El  Español  odiaba  al  Inglés  con  todo  el  encono  de  su  celo  reli- 
gioso, ün  pueblo  sobre  quien  pesaba  el  anatema  de  la  Iglesia  ro- 
mana, era  á  los  ojos  de  los  Españoles  un  pueblo  de  leprosos.  Como 
nación,  se  consideraban  muy  superiores  á  ellos,  y  hacían  alarde  de 
su  valimiento,  cual  suele  hacer  con  el  débil  el  poderoso  y  fuerte. 
Un  solo  ejemplo  citaremos  en  apoyo  de  esta  verdad. 

Poco  tiempo  después  de  la  ejecución  de  Carlos  I  se  presentó  en 
España  el  Embajador  de  la  República  Británica,  Mr.  Asham.  Ha- 
bía tenido  éste  que  pedir  auxilio  á  las  autoridades  del  país  para 
resguardarse  del  pueblo  que  le  perseguía  con  amenazas ;  pero  la 
escolta  que  á  instancias  suyas  le  acompañó  desde  Cádiz  á  Madrid, 
no  fué  bastante  para  contener  el  torrente  de  insultos  con  que  le  ase- 
diaban por  todas  partes.  En  fin,  la  noche  de  su  llegada  á  la  corte, 
mientras  cenaba  en  compañía  del  intérprete  de  la  misma  embaja- 
da ,  fué  asaltado ,  herido  y  muerto  por  cuatro  espadachines.  Tan 
escandaloso  agravio ,  que  no  tenía  ejemplo  en  la  historia  de  los 
pueblos  cultos,  movió  al  Gabinete  inglés  á  pedir  una  satisfacción 
completa  al  de  Madrid;  pero  éste,  que  temía  más  la  opinión  pública 
que  la  ira  de  una  República  naciente,  deeestímó  la  demanda,  y  dio, 
al  parecer,  tiempo  á  que  se  fugasen  los  asesinos ,  castigando  sólo 
á  uno  de  ellos.  La  República  comprendió  que  el  Gobierno  español 
no  tenía  fuerza  para  sobreponerse  al  furor  del  pueblo,  y  conocien- 
do asimismo  su  propia  debilidad,  se  dio  por  satisfecha  con  tan  triste 
reparación. 

No  era  mayor  el  caso  que  hacían  las  demás  naciones  de  los  In- 

TOMO  XV.  15 


226  ESTASO    GENERAL    DE    INGLATERRA 

gleses.  Jamas  se  pedia  su  intervención  en  los  Congresos  europeos. 
Su  influencia  política  era  tan  escasa,  que  rara  vez  se  veia  la  car- 
roza de  un  Embajador  británico  en  las  Cortes  extranjeras.  El 
desprecio  con  que  se  les  miraba  era  hijo  á  veces  de  la  ignorancia. 
Cuentan  que  Margarita  de  Este,  solicitada  en  casamiento  para  el 
Rey  Jacobo  II,  preguntó  sorprendida: — «¿Qué  país  es  Inglaterra?). 
Los  Ingleses,  por  su  parte,  poco  acostumbrados  al  trato  exterior, 
respondían  con  la  misma  indiferencia.  Cornbury,  Ministro  de  Es- 
tado, estando  un  dia  con  el  Embajador  de  Francia,  le  oyó  hablar 
de  los  circuios  políticos  en  que  estaba  dividido  el  territorio  alemán: 
—«¿Y  qué  tienen  que  ver — respondió  aquel  Ministro — los  círculos 
con  la  Alemania?» 

Tal  era  la  importancia  política  de  la  Iglaterra  en  la  época  á  que 
nos  referimos.  Oliver  Cromwell  la  sacó  del  olvido;  pero  ala  muer- 
te del  usurpador  volvió  aquel  país  á  ser  presa  de  las  discordias  ci- 
viles ,  que  no  cesaron  de  desgarrar  su  seno  hasta  la  paz  de  Ris- 
wick. 

El  estado  material  del  pueblo  inglés  se  resentía  naturalmente 
de  las  conmociones  políticas.  País  pobre,  estéril,  despoblado  y  víc- 
tima del  rencor  de  los  partidos,  la  Inglaterra  veia  á  menudo  in- 
terrumpido su  comercio,  abandonados  sus  puertos,  inerte  su  mari- 
na mercante.  La  agricultura,  presa  en  las  garras  del  feudalismo, 
era  como  una  madre  débil  y  extenuada ,  cuyo  seno  enflaquecido 
apenas  daba  jugo  al  afanoso  cultivador;  las  ciencias  y  las  artes 
buscaban  protección  en  la  Corte  de  Luis  XIV;  la  propiedad  luchaba 
con  la  rapiña;  la  seguridad  pública  descansaba  en  la  fé  de  los  mal- 
hechores. 

Esta  triste  condición,  exagerada  sin  duda  por  los  escritores  de 
la  época ,  era  causa  de  las  ideas  extravagantes  que  formaban  de 
Inglaterra  los  pueblos  más  civilizados.  Corrían  mil  fábulas  absur- 
das sobre  el  clima  de  aquel  país  y  sobre  las  costumbres  de  sus  ha- 
bitantes. La  situación  de  las  islas  Británicas,  en  un  rincón  de  Eu- 
ropa, y  separadas  por  el  mar  de  los  pueblos  del  continente,  debió 
prestarse  mucho  á  estas  falsas  suposiciones  en  un  siglo  en  que  tan 
poco  se  viajaba  y  cuyo  principal  carácter  era  la  credulidad.  El 
viajero  se  arredraba  al  saber  que  los  isleños  no  conocían  el  pan  ni 
el  vino  y  que  se  alimentaban  de  carnes  crudas  y  cerveza.  Decíanle 
que  no  veria  allí  la  faz  del  sol;  que  viviría  entre  espesas  nieblas  y 
en  un  pepétuo  diluvio.  Suponíase  que  los  huracanes  derribaban 


EN   EL   SIGLO   XVII.  227 

las  casas;  que  los  ríos  se  salían  de  madre,  inundando  los  campos  y 
destruyendo  las  cosechas;  y  había  quien  aseguraba  que  las  nieves 
cubrían  el  suelo  en  todo  tiempo  á  la  altura  de  tres  pies.  El  clima 
de  la  Sí  hería  era  sólo  comparable,  para  la  generalidad  de  las  gen- 
tes, al  de  aquellas  islas. 

Las  posteriores  generaciones  les  han  hecho  más  justicia.  Shaks- 
peare  nos  ha  dado  ideas  más  exactas  del  carácter  de  sus  com- 
patricios; Bacon  nos  dá  un  ejemplo  de  su  inteligencia;  Mílton  nos 
prueba  que  no  eran  extraños  á  la  sublimidad  del  pensamiento.  La 
Escocía  de  Walter  Scott  está  muy  lejos  de  ser  una  isla  árida,  de- 
sierta ó  inclemente.  Hoy  día  sabemos  que  la  nación  inglesa  es  un 
pueblo  generoso  y  hospitalario ,  cualidades  que  no  se  adquieren 
con  el  andar  de  los  siglos.  En  su  suelo  protector  encuentran  asilo 
los  parias  de  todos  los  países;  asilo  que  les  niega  la  Europa  cuan- 
do el  furor  de  las  facciones  políticas  los  arroja  de  sus  patrios  ho- 
gares. El  viajero  que  en  estos  últimos  tiempos  ha  podido  admirar 
el  mágico  Palacio  de  Cristal,  recordará  á  los  pueblos  venideros 
cuánto  ha  logrado  engrandecerse  una  nación  pequeña  é  insigni- 
ficante en  su  origen ,  empero  familiarizada  desde  su  infancia  con 
la  industria  y  el  trabajo. 

Prosigamos  ahora  nuestra  tarea,  tratando  de  describir  la  Ingla- 
terra del  siglo  XVII,  y  de  distinguir  entre  la  fábula  y  la  his- 
toria. 

CAPITULO  I. 

LONDRES. 

Descripción  de  la  capital. 

Sentada  en  las  márgenes  de  un  rio  caudaloso ,  pero  turbio  y 
pestilente,  la  capital  de  Inglaterra  parecía  entonces  querer  justi- 
ficar con  su  tenebroso  aspecto  la  opinión  desfavorable  que  de  todo 
aquel  reino  mantenía  el  extranjero.  Dominábala  en  parte  la  pri- 
sión de  la  Torre,  ostentando  sus  negras  murallas  de  ladrillo,  som- 
bría y  silenciosa  cual  mansión  de  crimínales.  Las  agujas  góticas 
de  la  Abadía  de  Westminster,  descollando  por  encima  de  la  vieja 
población,  se  dibujaban  al  lejos  como  dos  fantasmas  en  medio  de 
una  atmósfera  compacta  y  cenicienta.  Veíanse  asomar  las  torres  y 
campanarios  de  los  templos,  y  por  todas  partes  multitud  de  chi- 


228  ESTADO    GENERAL   DE   INGLATERRA 

meneas  envolvian  constantemente  la  ciudad  entre  sucias  tinieblas. 
Navegando  rio  arriba,  y  á  medida  que  se  acercaba  la  población, 
variaba  el  cuadro  de  aspecto.  A  derecha  é  izquierda  del  Támesis 
habitaban  en  mal  construidas  casuchas  los  barqueros  y  pescadores, 
que  solian  dar  posada  á  la  marinería,  haciendo  también  oficio  de 
constructores  y  herreros.  No  existian  entonces  los  bellos  edificios 
de  Woolwich  y  Greenwich,  ni  los  espaciosos  diques  que  son  la  ad- 
miración de  los  marinos.  Los  buques  mercantes  que  estacionaban 
apiñados  desde  la  Torre  al  puente  de  Londres,  no  encontraban 
siempre  donde  depositar  sus  efectos ,  y  á  veces  tenian  que  consti- 
tuirse en  tiendas  y  almacenes  flotantes.  El  desembarque  se  hacia 
en  varios  muelles  pequeños  de  madera,  cuya  construcción,  que 
databa  del  reinado  de  Isabel,  era  tan  mezquina  que  apenas  mere- 
cian  el  nombre  de  tales. 

Al  entrar  en  la  ciudad,  llamaban  particularmente  la  atención 

dos  grandes  monumentos:  el  Puente  y  la  Columna.  El  Puente  era 

una  mole  informe  de  piedra  que  descansaba  sobre  19  arcos  y  tenia 

1.300  pies  de  longitud.  Sobresalían  por  encima  de  los  antepechos 

unas  malas  habitaciones  de  madera,  de  feo  é  irregular  aspecto,  y 

sus  aceras  se  veian  constantemente  ocupadas  con  varias  tiendeci- 

llas  y  puestos  portátiles,  á  manera  de  los  que  se  ven  hoy  en  el  de 

Rialto  en  Venecia.  La  Columna  era  un  monumento  dórico  tal  cual 

se  vé  hoy  dia,  que  tiene  202  pies  de  elevación,  construida  en  1666, 

y  debida  á  los  pobres  ingenios  de  Wren  el  arquitecto  y  Cibbers  el 

escultor. 

La  ciudad  se  dividía  en  dos  barrios  principales:  la  City  y  West- 
minster.  Este  último  era  el  sitio  aristocrático  de  la  capital,  por  ha- 
llarse en  él  la  Corte,  el  Parlamento,  los  palacios  de  la  nobleza,  los 
teatros,  los  cafés  y  los  puntos  de  reunión  de  la  sociedad  escogida. 
La  City  era  la  residencia  del  comercio,  de  la  toga,  del  pueblo  in- 
dustrial y  mecánico,  y  comprendía  en  su  recinto  la  Bolsa,  la  Adua- 
na, los  tribunales  y  las  oficinas  del  Lord  Corregidor. 

El  aspecto  interior  de  la  ciudad  daba  una  idea  bien  triste  de  la 
cultura  de  sus  habitantes.  Las  calles  eran  angostas,  tortuosas,  os- 
curas y  sucias.  No  se  conocían  cañerías,  ni  alumbrado,  ni  empe- 
drado. Las  plazas  públicas  sin  verjas,  árboles,  ni  asientos,  eran  en 
general  depósitos  de  escombros  ó  inmundicias.  Las  casas  eran  pe- 
queñas y  sombrías,  construidas  de  madera  y  tierra  con  tan  poca 
solidez,  que  parecían  querer  sostenerse  unas  á  otras  :  siendo  rara 


I 


EN  EL  SIGLO  xvn.  229 

la  fachada  que  contaba  16  pies  de  ancho,  y  muy  pocas  las  que  te- 
nían cuatro  huecos  de  luz.  Constaban  por  lo  regular  de  dos  ó  tres 
pisos,  y  en  algunas  se  veian  unos  grandes  balcones  de  madera,  á 
modo  de  galerías ,  que  ocupaban  la  fachada  á  lo  ancho  de  extremo 
á  extremo.  Otras,  edificadas  con  más  esmero,  figuraban  en  la 
planta  dos  semicírculos  salientes  como  si  fueran  dos  torreones  uni  - 
dos  al  hueco  de  entrada  y  embutidos  en  el  plano  de  la  pared  exte- 
rior. De  esta  clase  de  construcciones  se  ven  aún  muchas  en  varios 
puntos  de  Londres  y  se  conoc  n  con  el  nombre  de  Isabelinas,  ó  de 
estilo  Isabelino,  por  datar  del  tiempo  de  la  reina  Isabel. 

Al  internarse  en  la  población  se  observaba  con  extrañeza ,  que  ni 
las  casas  estaban  numeradas  ni  bautizadas  las  tiendas  con  nombre 
alguno.  Consistía  esto,  en  que  la  mayor  parte  del  pueblo  no  sabia 
leer,  y  así  era  mucho  más  fácil  y  comprensible  señalar  una  carne- 
cería  con  una  vaca  mal  pintada  y  una  posada  con  un  caballo  de 
barro. 

Los  edificios  públicos  y  los  palacios  de  la  nobleza  se  construían 
de  ladrillo,  echándosse  de  ver  en  ellos  el  estado  de  languidez  de  las 
artes.  La  Abadía  de  Westminster  era  el  único  monumento  que  lla- 
maba justamente  la  atención,  á  pesar  de  hallarse  rodeada  de  una 
multitud  de  casas  de  mala  apariencia  que  afeaban  y  limitaban  el 
golpe  de  vista  exterior.  Entre  los  demás  templos  sobresalía  la  ca- 
tedral de  San  Pablo,  que  aún  no  estaba  concluida  de  edificar,  fá- 
brica pesada  y  poco  elegante,  si  bien  construida  con  magnificencia. 
Los  palacios  reales  de  San  Jaime  y  Whitehall,  eran  edificios  mons> 
truosos,  adornados  interiormente  con  más  lujo  que  gusto  ó  elegan- 
cia. La  Torre  de  Londres,  que  siglos  atrás  habia  servido  de  pala- 
cio y  prisión  al  mismo  tiempo,  estaba  entonces  destinada  á  este 
último  objeto,  y  era  una  inmensa  fortaleza  de  piedra  y  ladrillo, 
rodeada  de  un  ancho  foso  que  llenaban  en  todo  tiempo  las  aguas 
del  Táraesis.  El  pueblo  la  miraba  con  horror,  recordando  los  san- 
grientos dramas  de  que  habían  sido  testigos  sus  lóbregos  subter- 
ráneos. Su  construcción  fué  debida  á  Guillermo  el  Conquistador, 
que  en  1078  la  hizo  levantar  sobre  los  cimientos  de  unas  ruinas  ro- 
manas, y  su  mayor  mérito  consiste  en  la  solidez  de  sus  murallas. 

Los  teatros  ingleses  de  aquella  época  no  merecen  mencionarse 
como  edificios.  De  los  tres  que  figuraban  en  Londres,  el  más  con- 
currido á  principios  del  siglo  XVII  era  el  del  Globo,  del  que  era  pro- 
pietario y  principal  actor  Guillermo  Shakspeare,  cuyo  nombre 


230  ESTADO    GENERAL    DE    INGLATERRA 

sólo  bastaba  para  atraer  á  los  espectadores.  El  de  Drary  Lañe  no 
llegó  á  adquirir  nombradla  hasta  mediados  del  siguiente  siglo, 
bajo  la  dirección  del  célebre  Garrick.  El  de  Covent-Garden  figuró 
posteriormente. 

Las  fondas  y  hospederías  de  la  capital  eran  tan  mezquinas  en  la 
apariencia  como  los  demás  edificios  que  acabamos  de  describir,  pero 
era  muy  de  notar  el  buen  trato  y  las  comodidades  que  en  ellas  en- 
contraban los  viajeros.  Las  habitaciones  estaban  generalmente  pro- 
vistas de  grandes  chimeneas  y  mullidas  camas :  la  mesa  siempre 
cubierta  de  buenos  manjares ,  jamón  de  Hampshire  y  pudding  de 
York,  vinos  de  Burdeos  y  de  Canarias;  en  fin,  la  asistencia  era  es- 
merada y  respetuosa.  La  limpieza  que  reinaba  en  ellas  las  hacia 
muy  superiores  á  las  malas  posadas  de  España,  Francia  é  Italia, 
países  en  que  los  viajeros  de  distinción  tenían  que  hospedarse  en 
los  conventos  y  monasterios. 

Las  tiendas  estaban  agrupadas  en  tres  ó  cuatro  puntos  de  la  ciu- 
dad. En  el  Puente  estaban  los  que  vendían  efectos  marítimos.  En 
la  Bolsa  había  cuatro  pasajes  ó  galerías  ocupadas  exclusivamente 
por  las  tiendas  de  mercería  y  artículos  de  moda.  En  Covent-Garden 
estacionaban  los  puestos  de  abastos,  y  por  las  demás  calles  circu- 
laban una  infinidad  de  tenduchos  portátiles  llamados  liquor  shops. 
en  que  se  vendían  frutas,  vinos,  licores  y  refrescos. 

Londres  poseía  además  una  Academia  de  Ciencias,  varios  cafés  y 
círculos  literarios,  clubs,  paseos,  y  algunos  establecimientos  de 
beneficencia  fundados  por  los  francmasones. 

No  se  veían  entonces  las  hermosas  haciendas  y  casas  de  campo 
que  hoy  pueblan  los  alrededores  de  aquella  capital.  Desde  el  ter- 
raplén de  su  morada  podía  observar  el  noble  Lord  la  caza  mayor 
del  bosque  de  Epping,  siendo  entonces  Islington  un  desierto; 
Chelsea,  un  páramo;  Píccadílly,  un  grupo  de  malas  casas;  la  her- 
mosa calle  del  Regente ,  un  matorral  donde  se  cazaba  la  chocha  y 
la  perdiz,  y  Oxford  Street  un  campo  infestado  del  que  todos  huían, 
porque  allí  se  habían  sepultado  los  cadáveres  de  las  100.000  vícti- 
mas de  la  peste  en  1665. 

La  salubridad  pública  debía  resentirse  del  poco  aseo  de  una 
población  que  carecía  de  policía  urbana.  En  la  época  lluviosa  se 
trasformaba  la  ciudad  en  un  tremedal  intransitable.  Además  del 
lodo  que  era  natural  y  constante  por  la  falta  de  empedrado,  corrían 
por  todas  partes  torrentes  de  agua  buscando  un  nivel  donde  están- 


EN   EL   SIGLO   XVIl.  231 

carse.  Para  remediar  esto  se  Labia  construido  un  albercon  descu- 
bierto en  medio  de  la  calle  más  céntrica  de  la  población  que  era 
la  llamada  Fleet  Sheet,  nombre  que  aún  conserva.  En  este  depó- 
sito venian  á  precipitarse  las  aguas  que  bajaban  de  Snow-Hill  y 
Ludgate  Hill,  barriendo  los  puestos  de  carne  y  verdura  que  en- 
contraban á  su  paso,  lo  que  les  daba  un  color  sanguinolento  y  un 
olor  fétido  en  extremo. 

En  verano  mudaba  la  escena.  Pirámides  de  cascajo  obstruían  el 
paso  por  todas  partes.  La  plaza  de  San  Pablo  en  la  City  era  en 
aquella  época  una  de  las  más  irregulares  de  la  población.  La  cons- 
trucción de  la  catedral,  que  ya  hoy  se  levanta  orgullosa  en  el  centro 
de  su  área ,  era  causa  de  hallarse  allí  aglomerados  multitud  de 
materiales  que  servían  de  parapetos  á  la  prostitución  y  al  desorden. 
La  plaza  de  San  Jaime,  que  era  el  centro  de  la  aristocracia,  se 
convertía  en  un  muladar  inmundo,  donde  hallaban  sepultura  los 
perros,  gatos  y  caballos  que  morían  en  el  vecindario.  Esto  era 
tanto  más  de  extrañar,  cuanto  que  allí  tenian  su  residencia  los  po- 
derosos Duques  de  Ormond  y  Norfolk,  los  Condes  de  Penbroke, 
y  entre  otros  personajes  de  no  menor  lustre ,  una  linda  marquesa 
favorita  del  rey  Carlos  II;  por  lo  cual  es  fácil  suponer  que  aquel 
ilustre  galán  estaba  muy  familiarizado  con  el  lugar  que  descri- 
bimos. 

Un  viajero  francés  que  llegó  á  Londres  á  principios  del  si- 
glo XVIII,  después  de  haber  recorrido  todas  las  cortes  de  Europa, 
pinta  con  varios  colores  el  sucio  estado  de  aquella  capital ,  que  no 
podia  compararse,  según  él,  con  el  de  ninguna  otra  del  continen- 
te. Pero  de  todas  las  descripciones  que  tenemos  á  la  vista,  ninguna 
merece  mayor  crédito  que  la  que  nos  dejó  el  agudo  y  satírico  in- 
genio de  Gay  en  su  obra  titulada  «  Trivia,  ó  arte  de  andar  por  las 
calles  de  Londres. »  En  ella  leemos  las  continuas  molestias  y  ase- 
chanzas qne  rodeaban  al  extranjero  en  aquel  intrincado  laberinto. 
Si  se  le  ocurría  pasear  por  la  plaza  de  Covent-Garden ,  los  pillue- 
los  le  arrojaban  frutas  y  legumbres,  las  verduleras  le  manchaban 
adrede  sus  vestidos  y  le  aturdían  con  sus  pregones.  Si  se  detenia 
un  momento  distraído  con  las  bufonadas  de  algún  payaso  ambu- 
lante, los  rateros  le  limpiaban  el  bolsillo.  En  los  cafés  era  victi- 
ma del  petardista ;  en  las  tiendas  le  vendían  lo  viejo  y  desusado 
por  articulo  de  moda ;  y  rara  vez  se  evadía  de  los  lazos  de  alguna 
princesa  desventurada,  que  sin  más  armas  que  sus  atractivos,  le 


232  ESTADO   GENERAL    DE    INGLATERRA 

obligaba  á  dejar  su  fortuna  en  el  altar  de  la  Venus  pública.  La  ca- 
nalla era  tanto  más  temible,  cuanto  que  contaba  con  la  impunidad 
de  sus  fechorías,  y  el  extranjero,  sin  protección  ni  auxilio,  se  veia 
insultado  á  cada  paso  y  expuesto  al  ludibrio  de  las  gentes.  Ni  po- 
día vengar  sus  propios  agravios ,  porque  nunca  faltaba  un  pugi- 
lista que,  ayudado  de  las  turbas,  le  obligara  á  retirarse  mohino  y 
estropeado.  Su  clase,  rango  y  distinción  no  le  ponian  á  cubierto  de 
un  lance  desagradable,  ni  la  prudencia  le  servia  para  eludir  un 
desafio  á  Montague  House  ó  una  riña  en  campo  abierto. 

La  seguridad  pública  en  general  estaba  igualmente  desatendi- 
da,  y  de  aqui  resultaba  que  los  malhechores  se  creían ,  con  razón, 
verdaderos  héroes  de  la  Edad  Media.  La  completa  oscuridad  en 
que  quedaba  la  población  durante  la  noche  favorecía  los  planes  de 
aquellos  criminales,  facilitándoles  la  fuga  en  caso  de  sorpresa.  En 
el  reinado  de  Carlos  II  propuso  cierto  Mr.  Hemmins  un  proyecto  de 
alumbrado ,  que ,  aunque  mezquino  é  ineficaz ,  no  obtuvo  el  éxito 
que  su  autor  se  prometía.  Limitábase  éste  á  pedir  que  se  obligara 
á  los  ciudadanos  á  costear  y  colocar  un  farol  de  diez  en  diez  puer- 
tas, cuya  luz,  que  sólo  debía  brillar  en  la  estación  de  invierno, 
podría  economizarse  en  las  noches  de  luna,  Esta  idea,  á  pesar  de 
BU  pequenez ,  fué  acogida  como  lo  son  siempre  las  mejores  urba- 
nas en  los  pueblos  de  poca  cultura ;  es  decir,  que  obtuvo  censuras 
sistemáticas  y  aplausos  inmerecidos.  Unos  la  reputaban  digna  de 
Arquímedes :  otros  la  creían  invención  de  algún  traficante  ávido 
de  ganancias.  El  Gobierno ,  atacado  diariamente  por  los  partida- 
rios de  uno  y  otro  bando,  dispuso  que  cada  vecino  acomodado 
alumbrase  la  entrada  de  su  propia  casa :  de  modo  que  las  calles  en 
que  habitaba  la  gente  pobre  ó  vagabunda  permanecieron  en  ti- 
nieblas ,  y  el  resto  de  la  ciudad  mejoró  muy  poco. 

Para  allanar  este  inconveniente ,  se  apostaban  de  noche  en  los 
puntos  más  frecuentados  cuadrillas  de  muchachos  con  hachones 
encendidos,  brindándose  á  acompañar  á  los  transeúntes  mediante 
una  corta  retribución.  Hamilton  nos  refiere  los  apuros  de  un  cor- 
tesano que  se  víó  obligado  á  echar  mano  de  este  pobre  recurso. — 
El  Conde  de  Gramont,  que  gozaba  de  gran  valimiento  en  la  corte 
de  Carlos  II ,  era  un  asiduo  concurrente  á  la  tertulia  de  la  Reina. 
Obligado  por  el  mal  estado  de  su  fortuna,  que  no  le  permitía  an- 
dar en  carroza ,  quiso  una  noche  llevar  consigo  un  hachonero  que 
le  acompañara  hasta  Palacio.  Grita  al  pasar,  y  acuden  como  por 


EN    EL    SIGLO    XVll .  233 

encanto  una  turba  de  muchachos  disputándose  la  preferencia.  El 
Conde  se  impacienta ,  y  le  insultan ,  amenazan  y  le  salpican  de 
brea ;  huye ,  y  la  turba  infernal  le  persigue  dando  espantosos  ala  - 
ridos.  Inmediato  ya  á  las  puertas  de  Palacio,  el  apurado  cortesa- 
no ,  temiendo  mayor  escándalo ,  les  arrojó  un  puñado  de  monedas, 
con  lo  cual  logró  distraerlos  y  refugiarse  en  la  Real  Cámara;  pero 
la  Reina,  instruida  del  suceso,  le  dice  haciendo  ascos:  «Me  asegu- 
ran que  el  chevalier  no  tiene  carroza. — El  Conde  titubea  retor- 
ciéndose el  bigote. — No  es  por  falta  de  fortuna,  replica  un  corte- 
sano, porque  esta  noche  ha  traido  un  lucido  acompañamiento. — 
Pues  yo  creia  que  fuese  algún  entierro,  añade  un  tercero.  —  ¿Sa- 
bes, Gramont,  le  dice  en  fin  el  Rey,  que  lalbrea  tiene  olor  detesta- 
ble?» El  pobre  Conde,  afectando  buen  humor,  se  vio  entonces  pre- 
cisado á  contar  su  ridicula  aventura ,  y  en  esto  se  divertía  la  Corte 
de  Inglaterra. 

La  fuerza  civil  destinada  á  velar  por  la  seguridad  pública,  se 
reduela  á  un  cuerpo  de  1.000  serenos.  Esta  especie  de  milicia  fué 
creada  por  un  decreto  del  Consejo,  no  sancionado  por  el  Parlamen- 
to ,  y  obligaba  á  todos  los  ciudadanos  ricos  y  pobres  á  desempeñar 
por  turnos  aquel  molestísimo  cargo ;  pero  sucedia  diariamente  que 
unos  se  eximian  abonando  un  sustituto ,  y  otros  pasaban  la  noche 
en  las  tabernas  olvidados  de  su  deber.  No  era  pues  de  admirar  que 
existiesen  en  Londres  numerosas  bandas  de  malhechores  que  hablan 
sabido  erigir  el  robo  en  sistema  y  burlar  la  vigilancia  del  angus- 
tiado propietario.  Engreídos  con  su  impunidad ,  solían  aquellos 
malvados  introducirse  en  los  altos  círculos  de  la  sociedad ,  frecuen- 
taban los  principales  cafés  y  casas  de  juego ,  y  aun  llegaron  á  pi- 
sar osadamente  los  salones  del  Real  Palacio.  Vélaseles  montar  so- 
berbios corceles  en  Hyde  Park ,  sostener  crecidas  apuestas  en  las 
carreras  de  New-Market ,  y  disipar  su  mal  adquirida  fortuna  con 
las  cortesanas,  al  igual  de  un  Duque  de  Buckingham.  Sí  la  justi- 
cia ó  la  Providencia  llegaba  alguna  vez  á  descubrirlos ,  no  faltaba 
un  noble  Lord  ó  alguna  dama  de  distinción  que  rompiese  sus  ca- 
denas, y  el  bandido,  recogiendo  su  máscara,  volvía  libre  y  triun- 
fante al  campo  de  sus  hazañas. 

A  la  cabeza  de  una  de  estas  gavillas  estaba  entonces  el  llamado 
coronel  Blood ,  cuya  odiosa  notoriedad  reclama  un  lugar  prefe- 
rente en  la  tradición  y  en  la  historia.  Derivaba  aquel  su  distinción 
de  un  mando  que  obtuvo  bajo  Cromwell  en  el  ejército  de  la  Repú- 


234  ESTADO    GENERAL    DE    INGLATERRA 

blica,  y  sus  cómplices  eran,  como  él,  antiguos  oficiales  que  la 
Monarquía  habia  destituido.  Estaban  organizados  bajo  el  sistema 
ap  las  sociedades  secretas,  obligándose  por  un  solemne  juramento 
á  asesinar  al  Rey,  Ministro  ú  otro  cualquier  personaje  que  contri 
bujese  á  la  justicia  de  alguno  de  ellos.  Blood  habia  llegado  á  ad- 
quirirse una  posición  brillante  en  la  alta  sociedad,  donde  era  más 
admirado  por  su  ingenio  que  temido  por  sus  crímenes;  y  asi  nos 
lo  dice  Evelyn,  que  habiendo  asistido  un  dia  en  su  compañía  á  la 
mesa  de  Sir  Tomas  Cllfford ,  se  admiraba  de  que  « un  hombre  de 
»fisonomla  tan  perversa  pudiese  producirse  en  un  lenguaje  tan 
»elegante  y  persuasivo.»  Las  principales  hazañas  de  aquel  ban- 
dido hablan  sido :  la  captura  del  Duque  de  Ormond  y  su  comitiva, 
que  ejecutó  á  la  luz  del  dia  en  la  concurrida  calle  de  San  Jaime; 
y  entre  otros  ataques  no  menos  escandalosos  contra  la  persona  del 
mismo  Rey,  el  atrevido  robo  de  los  diamantes  de  la  Corona.  Co- 
gido en  este  último  atentado ,  fué  socorrido  en  su  prisión  por  el 
Rey  Carlos  II,  quien,  en  pago  de  su  osadía,  le  perdonó  sus  delitos, 
señalándole  una  pensión  vitalicia.  Asi  la  justicia  de  aquellos  tiem- 
pos, transigiendo  con  el  crimen,  obligaba  á  los  ciudadanos  á  bus- 
carse los  medios  de  defensa ;  y  el  malhechor ,  elevado  hasta  el  he- 
roísmo ,  adquiria  una  reputación  novelesca ,  cuyos  funestos  resul- 
taos  han  venido  de  siglo  en  siglo  interrumpiendo  el  progreso  de 
la  moral  pública. 

De  igual  manera  llegó  á  formarse  en  Londres  el  famoso  asilo  de 
Whitefriars.  Habia  existido  tiempos  atrás  en  la  City  un  convento 
de  Trinitarios ,  que  tenia  el  derecho  de  poder  albergar  á  los  deu- 
dores ;  pero  este  edificio ,  derruido  ya  en  la  época  de  la  Reforma, 
fué  remplazado  por  una  multitud  de  casuchas ,  aisladas  de  las  de- 
mas,  y  formando  como  un  barrio  aparte,  donde  se  conservó  el  mis- 
mo derecho  de  asilo  en  fuerza  del  uso  y  de  la  tradición.  Allí  habi- 
taban en  escandalosa  compañía  y  vida  licenciosa  una  turba  de  ase- 
sinos ,  estafadores  y  prostitutas  de  todas  clases  y  edades ;  escuela 
de  inmoralidad  y  de  infamia,  donde  la  juventud  de  ambos  sexos 
se  abandonaba,  en  edad  temprana,  al  más  afrentoso  comercio. 
Cuando  la  justicia  se  arriesgaba  á  penetrar  en  la  «  ciudad  del  cri- 
men »  para  extraer  algún  malhechor  que  usurpaba  el  privilegio  de 
los  deudores ,  dábase  el  grito  de  alarma  rescue ,  y  al  momento  sa- 
lla de  sus  guaridas  la  feroz  canalla  dispuesta  á  rescatar  al  deteni- 
do. Los  hombres  se  armaban  de  puñales ,  los  niños  de  piedras  y 


EN    EL    SIGLO    XVII.  235 

bastones;  las  mujeres,  medio  desnudas,  echaban  mano  ámil  pro- 
yectiles é  instrumentos  de  cocina.  La  fuerza  armada  no  conseguía 
jamas  capturar  un  criminal  sin  entrar  en  un  combate  sangriento; 
y  no  pocas  veces ,  acosada  por  el  número ,  consentía  vergonzosa- 
mente en  abandonar  su  presa.  Este  asilo  duró  hasta  1697. 

Este  triste  estado  de  cosas  nos  admira  tanto  más ,  si  considera- 
mos que  Londres  era  ya  en  aquellos  tiempos  la  capital  más  populosa 
de  Europa.  Su  población  ascendía  á  530.000  almas,  cuando  Paris 
sólo  contaba  480.000,  Amsterdam  300.000,  Venecia  130.000,  y 
Roma  125.000.  De  Madrid  y  Viena  no  hay  que  hacer  mención, 
porque  eran  capitales  nacientes.  De  la  población  total  de  Londres 
hay  que  separar  30.000  extranjeros  que  hablan  emigrado  á  aquel 
pais  por  causas  políticas  ó  religiosas ,  huyendo  de  la  crueldad  de 
un  Alba  ó  de  la  tiranía  de  un  Luis  XIV.  Las  memorias  de  aquella 
época  nos  dicen  que  los  barrios  de  Spithfields  y  St. -Giles  estaban 
habitados  exclusivamente  por  Franceses  hugonotes. 

¿Quién  podrá  conocer  por  esta  descripción  á  la  moderna  capital 
de  la  Gran  Bretaña?  Tal,  sin  embargo,  nos  la  pinta  la  crónica  de 
aquella  época.  Veamos  ahora  si  el  pais  en  general  correspondía 
dignamente  á  la  parte  que  llevamos  trazada. 


CAPITULO  IL 

EL   ÁREA   DE   INGLATERRA.  —  DESCRIPCIÓN   GENERAL   DEL  PAIS. 

Country  (campo)  es  el  nombre  con  que  siempre  se  ha  designado 
en  Inglaterra  á  toda  el  área  del  reino  con  exclusión  de  la  que 
abraza  la  metrópoli.  Este  territorio,  cuya  mayor  extensión  es  de 
88  leguas  de  N.  á  S.  y  64  de  E.  á  O.,  se  dividía  ya  en  el  reinado 
de  Carlos  II  en  52  condados  ó  sMres,  y  todos  ellos  comprendían  52 
ciudades,  641  villas  y  9.725  aldeas.  De  las  primeras,  las  más  po- 
pulosas eran:  Bristol  con  25.000  habitantes;  Manchester  con  8.000; 
Sheffied  con  2.000;  Birmingham  y  Liverpool  con  4.000;  York  y 
Exter  10.000;  Leeds  y  Shrewsbury  7.000;  Worcester,  Nottin- 
gham,  Derby  y  Glocester  8.000;  y  la  población  de  estas  13  ciu- 
dades reunidas,  componía  un  total  de  110.000  habitantes,  que  es 
justamente  la  mitad  del  número  con  que  cuenta  hoy  Liverpool. 

Por  esta  proporción  podrá  el  lector  hacerse  cargo  del  anterior 


236  ESTADO    GENERAL    DE    INGLATERRA 

estado  de  aquellas  ciudades,  cuyo  atraso  era  en  parte  consiguiente 
á  la  falta  de  población.  Algunas  habia  de  las  que  más  figuran  hoy, 
como  son  Liverpool,  Mancbester,  Birmingham,  Leeds  y  Sheñield, 
que  ni  aun  siquiera  estaban  representadas  en  el  Parlamento ;  lo 
cual  no  nos  debe  admirar,  si  consideramos  que  la  prosperidad  de 
que  boy  gozan,  es  debida  al  desarrollo  de  su  comercio  exterior. 
Pero  en  aquella  época ,  sólo  Bristol  negociaba  con  las  Antillas ; 
Mancbester  fabricaba  para  el  país ;  Newcastle  traficaba  con  Lon- 
dres; Liverpool  con  Irlanda ;  Birmingham  era  un  villorro  de  malos 
herreros,  y  Sheffield  lo  mismo,  con  corta  diferencia.  Por  lo  de- 
más, no  habia  una  sola  ciudad  que  mereciera  el  titulo  de  segunda 
capital ;  pues  Bristol  era  sólo  nombrada  por  ser  la  más  populosa : 
Oxford  y  Cambridge  por  sus  universidades ;  Norwich  por  sus  te- 
lares ;  York  y  Durham  por  sus  catedrales.  Londres  era  la  única 
ciudad  de  Inglaterra  que  podia  sostener  un  teatro ,  un  club ,  un 
café  y  una  Academia  de  Ciencias.  Allí  tenian  su  residencia  el  alto 
clero  y  la  alta  nobleza ;  era  el  centro  de  la  política ,  el  foco  de  las 
luces  y  de  la  civilización ;  de  modo  que  nunca  pudo  decirse  con 
más  propiedad,  Londres  es  Inglaterra. 

Y  en  efecto,  habia  tanta  distancia  en  punto  á  civilización,  de  un 
Londeño  á  un  provinciano ,  cuanta  puede  existir  de  un  Europeo 
á  un  salvaje  del  Norte  de  América.  Esto  consistía  en  los  pocos  me- 
dios de  comunicación  conocidos ,  sobrados  para  difundir  entre  los 
pueblos  la  corrupción  de  la  corte ,  pero  harto  escasos  para  llevar- 
les la  cultura,  ó  estimularlos  al  progreso  material.  Así  se  veían  los 
caminos  convertidos  en  cenagales,  los  campos  inundados  por  las 
aguas,  las  aldeas  destruidas  por  la  miseria,  y  las  ciudades  atrasa- 
das en  un  siglo  respecto  de  las  del  continente ;  triste ,  aunque  in- 
evitable, condición  de  un  pueblo  que  no  salía  de  la  anarquía,  sino 
para  caer  en  el  despotismo.  Pero  las  artes,  hijas  del  liberalismo  de 
nuestra  época,  han  convertido  la  Inglaterra  en  un  vasto  y  delicioso 
jardín.  El  sistema  político  del  siglo  XIX,  prohijando  el  genio  crea- 
dor de  lo,:5  Ingleses,  nos  está  demostrando  que  los  pueblos  no  pros- 
peran sino  á  la  sombra  de  la  libertad  bien  entendida. 

Los  medios  de  comunicación  que  entonces  se  conocían,  eran  unos 
coches- volantes  que  salían  de  la  capital  para  Oxford  y  Cambridge 
tres  veces  en  la  semana;  y  unos  malos  carruajes,  parecidos  á  nues- 
tras galeras  ó  carro-matos,  que  iban  del  mismo  punto  á  York, 
Exeter  y  Chester  en  ciertos  dias  determinados.  El  coche- volante, 


EN   EL    SIGLO   XVII.  237 

importación  del  continente,  empezó  á  usarse  en  el  reinado  de  Car- 
los II,  y  puede  decirse  que  produjo  una  revolución  muy  semejante 
á  la  que  han  ocasionado  los  ferro-carriles  en  nuestros  dias.  Inútil 
es  decir  que  las  clases  interesadas  clamaban  al  cielo  para  que  las 
librase  de  tan  enojosa  novedad,  y  que  los  amantes  del  progreso 
aplaudían  con  el  mismo  fervor  una  mejora  de  tanta  importancia. 
Los  publicistas  tomando ,  como  de  costumbre ,  parte  activa  en  la 
contienda,  avivaron  de  tal  modo  el  fuego  de  las  opiniones,  que  ni 
se  hablaba  de  otra  cosa,  ni  parecía  sino  que  el  pueblo  inglés  habia 
sido  llamado  en  masa  para  discutir  algún  grave  negocio  de  estado; 
y  tal  nombre  mereció  la  polémica ,  pues  se  la  llamaba  the  grand 
concern,  esto  es,  «la  cuestión  magna».  Entre  los  muchos  folletos 
que  acerca  de  esto  circularon,  citaremos  uno  que  publicó  Cresset, 
titulado  «razones  para  suprimir  los  coches- volantes»,  por  las  cua- 
les « razones  »  puede  verse  con  qué  puerilidades  ha  luchado  siem- 
pre el  sano  espíritu  de  innovación. 

«  El  coche- volante,  decia  Cresset,  arruinará  á  los  arrieros  y  car- 
» reteros.  ¡Áy  del  pobre  posadero  de  Beaconsfield  y  del  barquero 
»del  Támesis! — ¿Y  qué  comodidades  ofrece  el  nuevo  carruaje? — 
»Es  frió  en  invierno,  caloroso  en  verano.  Sale  tan  temprano,  que 
»no  nos  da  tiempo  para  almorzar,  y  llega  tan  tarde  á  su  destino, 
»que  no  hay  que  pensar  en  cenar.  No  se  hable  de  su  velocidad, 
»  porque  esa  será  causa  de  peligrosos  vuelcos.  Además,  la  poca  co- 
»modidad  que  pueda  proporcionar  al  viajero ,  redundará  en  per- 
» juicio  suyo,  porque  le  hará  olvidar  el  noble  arte  de  montar  á  ca- 
» bailo,  de  que  tanto  se  gloriaron  nuestros  antepasados.» 

Hay  que  advertir  que  la  velocidad  de  esta  clase  de  carruajes,  se 
reduela  á  caminar  12  leguas  diarias ,  y  su  comodidad  era  la  que 
puede  esperarse  de  un  coche  sin  muelles.  Sin  embargo,  hubo  hasta 
corporaciones  municipales  que  dirigieron  exposiciones  á  Carlos  II, 
pidiendo  que  «  ningún  coche- volante  (ya  que  el  mal  no  podia  cor- 
» tarse  de  raiz)  usara  más  de  cuatro  caballos,  ni  hiciera  más  que  un 
» viaje  al  dia,  ni  emprendiera  jornada  mayor  de  30  millas.»  No 
sabemos  lo  que  dispuso  el  Gobierno,  pero  nos  consta  que  los  coches- 
volantes  siguieron  sin  interrupción  en  el  servicio  público. 

No  se  conocían  en  Inglaterra  sillas  de  posta,  ni  se  creian  nece- 
sarias en  un  pais  que  no  tenia  comunicación  alguna  por  tierra  con 
el  extranjero.  Las  embajadas  de  las  potencias  continentales  des- 
embarcaban el  personal  y  la  correspondencia  en  los  muelles  del 


238  ESTADO    GENERAL    DE    INGLATERRA 

Támesis,  y  así  no  echaban  de  menos  la  falta  de  trasportes  acelera- 
dos. Cuando  el  Rey  deseaba  trasladarse  con  alg-una  premura  de  un 
punto  á  otro  de  su  reino ,  mandaba  colocar  anticipadamente  rele- 
vos de  caballos  de  dos  en  dos  leg'uas.  Los  nobles  y  personas  acomo- 
dadas viajaban  en  coche  propio,  cuando  el  camino  lo  permitia ,  y 
el  pobre  caminaba  encajonado  en  los  carros  de  trasporte  ó  mon- 
tado en  las  artolas  de  algún  caballo  de  arriero. 

Pero  la  falta  de  vehículos  convenientes,  era  consecuencia  forzosa 
del  pésimo  estado  de  los  caminos.  Las  únicas  carreteras  que  exis- 
tían en  el  reino ,  eran  las  que  abrieron  los  conquistadores,  que  á 
falta  de  mejor  empleo,  invadieron  la  Bretaña  con  Julio  César.  Ha- 
bíanse restaurado  algunas  de  estas ,  más  bien  por  espíritu  de  ínte- 
res local  que  por  el  del  bien  público ;  y  aún  subsisten  aquellas  mez- 
quinas reparaciones,  por  las  cuales  es  fácil  convencerse  que  la 
ciencia  de  Mac-Adam  no  había  adelantado  un  paso  del  punto  en 
que  la  dejaron  los  Romanos.  Los  caminos  de  herradura  eran  ge- 
neralmente estrechos  y  hondos ;  las  cuestas  pendientes ;  los  terre- 
nos desiguales  y  pantanosos,  sin  puentes  ni  alcantarillas  que  reme- 
diaran el  desnivel.  Las  carreteras,  construidas  entre  matorrales, 
formaban  crecidas  lagunas  en  la  estación  lluviosa ,  y  era  preciso 
ser  muy  práctico  para  no  perderlas  de  noche ,  como  sucedió  al  an- 
ticuario Thoresby,  que ,  según  cuenta  él  mismo ,  llegó  á  perderse 
en  el  camino  real  de  York  á  Doncaster,  que  es,  como  si  dijéramos 
en  España,  entre  Burgos  y  Vitoria.  En  muchos  caminos  no  había 
más  tierra  firme  que  una  estrecha  senda,  formada  por  el  paso  con- 
tinuo de  las  gentes  de  á  pié.  Entre  otros ,  citaremos  el  de  Londres 
á  Leeds,  interceptado  por  una  laguna  tan  considerable ,  que  mu- 
chas veces  se  veían  precisados  los  viajeros  á  pasarla  á  nado,  aban- 
donando sus  caballos.  Lo  mismo  podemos  decir  del  camino  real  de 
Bedford,  por  donde  no  pasaba  carruaje  que  no  se  hundiera  en  los 
innumerables  lodazales  que  lo  obstruían ,  no  bastando  á  veces  la 
ayuda  de  todos  los  bueyes  y  caballos  de  las  inmediaciones  para 
sacarlos  de  aquellos  abismos.  En  fin,  para  convencernos  que  nunca 
ge  podría  exagerar  el  mal  estado  de  aquellos  caminos ,  nos  basta 
leer  en  unas  antiguas  memorias  la  relación  de  los  medios  ingenio- 
sos que  se  ponían  en  práctica  para  viajar  sin  peligros. — El  Conde 
de  Clarendon  llevaba  siempre  entre  su  comitiva  gentes  adiestradas 
en  el  arte  de  montar  y  desmontar  carruajes.  Cuando  llegaba  á  un 
paraje  cenagoso,  ó  de  cualquier  modo  intransitable,  mandaba  des- 


EN   EL    SIGLO   XVII.  239 

armar  el  coche,  cargaban  los  criados  con  las  piezas  ya  separadas, 
y  volvían  á  unirlas  cuando  pasaban  el  atolladero.  Pero  el  Príncipe 
de  Dinamarca  entendió  mejor  el  artificio,  pues  en  un  viaje  que  hizo 
de  Londres  á  Petworth ,  llevaba  una  tropa  de  robustos  campesinos 
á  ambos  estribos  de  su  carruaje,  que  alertas  al  menor  amago  de 
vuelco,  lo  sostenían  con  sus  espaldas,  ya  de  un  lado ,  ya  de  otro,  ó 
bien  suspendiéndolo  en  caso  de  mayor  apuro.  Gracias  á  tanta  pe- 
nosa maniobra,  el  principe  y  su  carruaje  llegaron  ilesos  á  su  des- 
tino ;  pero  no  sucedió  así  con  los  coches  de  su  séquito,  pues  todos 
tuvieron  la  desgracia  de  hacerse  añicos.  Un  decidor  aseguraba, 
que  no  podia  haber  en  el  Purgatorio  pena  tan  grande  como  ha- 
cer un  viaje  en  coche  de  Londres  á  Petworth,  en  cuyas  catorce  ho- 
ras había  él  medido  otras  tantas  veces  con  su  cuerpo  la  distancia 
del  suelo  al  carruaje. 

Si  á  estos  inconvenientes  unimos  la  falta  de  buenas  posadas  y  la 
abundancia  de  ladrones,  concluiremos  por  justificar  el  alejamiento 
á  que  se  condenaban  los  pueblos,  y  la  soledad  en  que  vivían  los 
propietarios  y  agricultores. 

Las  posadas  inglesas  han  sido  de  muy  antiguo  afamadas  por  su 
aseo  y  comodidades;  pero  esto  ha  debido  entenderse  con  las  princi- 
pales de  la  corte,  como  dejamos  dicho  en  el  capitulo  anterior;  pues 
en  lo  restante  del  reino,  la  mal  llamada  posada  era  comunmente 
una  taberna  donde  raras  veces  pernoctaban  los  viajeros.  Las  me- 
jores llamábanse  inns,  como  hoy  día,  y  constaban  por  lo  regular 
de  cinco  ó  seis  piezas,  dispuestas  para  comer,  beber  y  jugar;  sien- 
do rara  la  que  tenia  más  de  una  cama  de  huésped,  pues  las  habi- 
taciones interiores  estaban  reservadas  para  la  familia  del  posa- 
dero. Las  más  comunes  se  conocían  con  el  nombre  de  tippling  Twu- 
■^es,  esto  es,  casas  donde  se  bebe  con  exceso;  y  constaban  por  lo 
regular  del  bur,  que  era  la  pieza  destinada  al  despacho  de  bebidas, 
elparlotor  ó  sala  de  recibimiento,  que  se  destinaba  al  viajero  de 
categoría,  y  otras  varias  piezas  donde  se  jugaba,  se  bebia  y  se  dor- 
mía indistintamente.  El  adorno  interior  de  estas  posadas  consistía 
en  algunas  mesas  y  sillas  de  fresno:  chimeneas  de  anchas  corni- 
sas, donde  se  colocaban  simétricamente  pipas  de  barro  y  tiestos  de 
peltre:  paredes  pintadas,  donde  escribían  los  ociosos  baladas  y  can- 
ciones populares,  y  en  fin,  para  cuidar  del  servicio,  una  muchacha 
alegre,  robusta,  nada  limpia  y  curada  de  espanto.  En  el  mostra- 
dor del  despacho  presidia  por  lo  común  la  dueña  de  la  casa,  ó  su 


240  ESTADO   GENERAL   DE    INGLATERRA 

hija,  si  era  de  buen  gesto  y  sabía  atraer  á  los  bebedores.  El  posa- 
dero solia  ser  el  principal  consumidor  de  su  establecimiento,  ami- 
go de  todos  los  vagos  y  ladrones  de  fama,  con  quienes  bebia,  ju- 
gaba y  partia  beneficios,  sirviéndoles  de  padrino  encubridor  en  los 
casos  necesarios ,  y  asi  consta  de  las  declaraciones  de  muchos  reos 
que,  como  el  célebre  King,  hablan  vivido  siempre  en  criminal  ar- 
monía con  los  fondistas  y  taberneros.  Los  tribunales  de  justicia, 
conocedores  de  sus  hazañas,  no  vacilaban  en  condenar  á  los  due- 
ños de  estos  establecimientos,  que  sin  otra  industria  conocida  man- 
tenían con  lujo  una  numerosa  familia.  Tal  era  la  opinión  de  que 
gozaban  la  mayor  parte  de  los  posaderos  ingleses  en  aquella  época; 
y  en  prueba  de  ello,  citaremos  el  testimonio  de  Lord  Mulgrave, 
que  haciendo  la  relación  de  un  viaje,  que  emprendió  con  varios 
amigos  suyos,  habla  asi  de  una  posada  de  las  cercanías  de  Lon- 
dres.— «Parecíamos  una  tropa  de  bandidos  en  busca  de  albergue 
»donde  pasar  la  noche;  y  por  tales  nos  tomaron,  sin  duda,  los  due- 
Ȗos  de  la  posada  en  donde  pedimos  hospedaje;  pero  acostumbra- 
»dos,  como  deben  estar,  á  tratar  con  gentes  de  este  jaez,  nos  reci- 
»bieron  con  el  mayor  agasajo,  dándonos  repetidas  pruebas  de  aten- 
»cion  y  de  cariño.» 

De  la  policía  rural  sólo  tenemos  que  repetir  lo  que  digimos  de 
la  urbana  al  hablar  de  la  capital.  En  la  corte  y  en  la  villa,  en  el 
monte  y  en  el  llano,  pululaban  igualmente  los  malhechores.  El 
salteador  de  caminos  se  diferenciaba  del  ladrón  de  la  ciudad  en  que 
aquel  era  menos  malvado  y  más  valiente  que  éste;  porque  la  ma- 
yor cultura  que  se  nota  en  las  poblaciones,  sirviendo  de  incentivo 
al  hombre  depravado,  ennegrece  más  y  más  sus  viciosas  inclina- 
ciones y  le  enseña  á  manejarse  con  cautela  é  hipocresía ;  pero  la 
sublimidad  de  la  naturaleza  salvaje  délos  campos  y  el  alejamiento 
del  mundo,  deben  influir  en  el  corazón  humano  é  inspirarle  en  me- 
dio de  su  fiereza  los  sentimientos  generosos  y  característicos  que 
han  distinguido  á  Rinaldi  el  Calabrés  y  al  Andaluz  José  María . 
Los  pueblos,  que  como  dice  Montesquieu  obran  siempre  por  pasión , 
y  nunca  por  designio,  han  inmortalizado  á  esta  clase  de  bandidos 
poetizando  en  romántico  lenguaje  la  vida  libre  y  aventurera,  tipo 
de  la  antigua  heroicidad.  ¡Cuántas  malas  ideas  no  han  engendra- 
do entre  los  hombres  las  baladas  y  romances  populares,  que  aún 
en  el  dia  corren  á  vil  precio  entre  las  clases  humildes! 

Si  la  España,  la  Italia,  y  la  Francia  tuvieron  sus  bandidos,  sal- 


EN   EL    SÍGLO    XVII.  241 

teadores  y  asesinos,  la  Inglaterra,  en  la  época  que  historiamos,  tuvo 
gavillas  de  moss  troopers,  no  menos  terribles  por  el  furor  con  que 
talaban  los  campos,  incendiaban  los  caseríos  y  asaltaban  las  aldeas 
indefensas.  La  selva  de  Epping  era  en  aquel  entonces  la  Sierra 
Morena  de  Inglaterra.  Los  propietarios  y  labradores — sin  más  pro- 
tección que  la  de  sus  propias  armas — vivian  en  continuo  sobre- 
salto. De  este  tiempo  datan  en  Inglaterra  la  formación  de  parti- 
das rurales  voluntarias  y  el  uso  de  los  perros  de  presa  ( blood- 
hounds),  terribles  animales  que  sólo  en  aquellas  circunstancias 
pudieron  tolerarse.  Las  casas  de  campo  de  la  nobleza  estaban  for- 
tificadas como  castillos.  Los  cortijos  y  caseríos  se  disponían  igual- 
mente á  la  defensa,  y  no  había  campesino  que  antes  de  entregarse 
al  sueño,  no  armase  su  fusil,  preparase  agua  hirviendo,  é  hiciese 
repuesto  de  piedras  enormes,  para  repeler  en  caso  adverso  un  asalto 
nocturno.  El  pastor  encerraba  su  ganado  al  anochecer;  el  segador 
guardaba  bajo  llave  las  mieses  recogidas  en  el  día;  porque  todo 
era  para  él  causa  de  recelos  y  precauciones  desde  que  el  sol  le 
abandonaba. 

Por  esta  breve  narración  podrá  inferirse  que  el  número  de  via- 
jeros no  debía  ser  muy  crecido;  y  los  que  obligados  por  su  deber 
ó  por  alguna  necesidad  imperiosa,  se  aventuraban  á  atravesar  el 
país,  llevaban  consigo  fuertes  escoltas  de  gente  armada,  ó  bien 
caminaban  reunidos  en  pelotones  para  poder  protegerse  unos  á 
otros.  Consta  que  los  miembros  del  Parlamento  viajaban  por  cua- 
drillas: los  jueces  itinerantes,  escríbanos  y  otros  funcionarios  pú- 
blicos, iban  siempre  escoltados  cuando  recorrían  sus  distritos  judi- 
ciales. Tal  era  el  mal  estado  de  la  policía  rural  y  el  terror  que  in- 
fundían los  bandidos. 

Cuál  era  la  riqueza  pública  de  un  pais  tan  maltratado,  cuál  el 
estado  de  su  agricultura,  á  qué  industria,  á  qué  comercio  se  dedi- 
caban sus  habitantes,  será  la  materia  del  siguiente  capitulo. 

(Se  continuará.  J 

Isidoro  Gutiérrez  de  Castro. 


XOMO  XY.  16 


LAS  BIBLIOTECAS. 


Imposible  sería  conocer  el  desarrollo ,  cada  dia  más  creciente, 
que  se  advierte  en  las  ciencias  y  en  las  artes,  si  la  sociedad  no 
contara  con  esos  recintos  sagrados  que  se  llaman  bibliotecas. 

Demostrar  su  utilidad  é  influjo,  encarecer  su  necesidad  é  impor- 
tancia, haciéndolos  simpáticos  aun  á  los  ojos  de  los  más  ignoran- 
tes, será  el  objeto  de  estas  mal  trazadas  lineas. 

Hay  en  el  hombre  dos  clases  de  necesidades  innatas,  las  físi- 
cas y  las  intelectuales ,  comprendiendo  en  estas  la  religión  y  el 
arte. 

Si  volvemos  la  vista  á  la  naturaleza  virgen  ó  en  su  acción  libre 
sin  las  modificaciones  que  establece  la  moralidad  y  la  educación 
encontramos  al  hombre  salvaje  que ,  después  de  satisfacer  sus  ne- 
cesidades comunes,  le  gusta  pintarse  el  cuerpo  adornándose  de 
plumas,  etc. 

En  el  orden  moral  se  manifiestan  también  claramente  las  nece- 
sidades, pues  primero  se  presenta  la  idea  de  Dios,  luego  la  de 
darle  culto,  que  ha  sido  general  á  todos  los  pueblos,  y  compren- 
dida en  ésta  el  arte:  arte  grosero  y  malo  al  principio,  pero  arte,  al 
fin,  lo  mismo  que  la  escritura,  que  sirvió  para  formar  los  libros  de 
liturgia  y  á  Moisés  para  cumplir  el  mandato  de  Dios  cuando  le 
dispone  después  del  paso  del  Nilo  que  escriba  lo  sucedido. 

Más  adelante,  cuando  el  hombre  empieza  á  considerarse,  entra 
en  el  estudio  y  atesora  un  caudal  de  conocimientos  que  luego  sir- 
ven al  desarrollo  de  las  ciencias.  Esto  no  pudo  hacerse  sin  una 
reacción  favorable  del  entendimiento,  puesto  que  el  arte  y  la  cien- 


i>i/;üt 


LAS   BIBLIOTECAS.  243 

cía  proceden  de  dos  oríg-enes  distintos ;  el  primero  es  producto  de 
la  inspiración ,  el  segundo  de  la  reflexión:  una  y  otro  sin  embargo 
se  auxilian. 

Se  dice  que  el  arte  es  una  facultad  convertida  en  capacidad, 
porque  no  basta  ser  artista ,  es  necesario  además  haber  estudiado 
para  serlo ,  cultivar  la  inspiración ;  de  modo  que  aun  poseyendo 
un  rayo  de  fuego  divino,  de  genio,  se  hace  preciso  el  estudio  para 
dirigir  su  vuelo  y  llevarlo  á  ordenada  forma. 

El  estudio  es  el  arsenal  adonde  recurrimos  en  todas  nuestras  ne- 
cesidades intelectuales,  como  que  por  medio  de  él  conseguimos  re- 
mover los  obstáculos  que  nuestra  imaginación  tropieza  para  reali- 
zar ó  demostrar  un  pensamiento,  que  hubiera  fenecido  á  no  contar 
con  el  benéfico  influjo  del  libro  y  de  la  ilustración. 


^Á\  hacerse  el  estudio  de  las  Bibliotecas  en  su  parte  histórica,  di- 
videnlo  algunos  en  dos  grandes  cuerpos  ó  secciones ,  á  saber  :  bi- 
bliotecas antes  de  la  imprenta  y  después  de  la  imprenta.  En  cuya 
división  se  falta  al  principio  de  la  verdad  histórica,  por  cuanto  su 
autor  pasa  rápidamente  sobre  el  periodo  más  laborioso,  pero  tam- 
bién más  importante  de  las  primitivas  bibliotecas,  el  cual  sirve 
para  demostrar  con  testimonios,  ya  que  no  por  la  fe  y  la  tradición, 
la  necesidad  de  esos  elementos  de  instrucción. 

El  origen  de  los  archivos  ó  bibliotecas,  se  pierde  en  la  oscuridad 
de  los  tiempos ,  y  puede  suponerse  tan  antiguo  como  las  socieda- 
des ya  constituidas  en  común  y  organizadas  con  leyes ,  pactos  y 
derechos . 

Hácese  mención  de  ellos  en  todos  los  pueblos  civilizados  de  la 
antigüedad,  habiendo  existido  con  un  carácter  particular  y  seña- 
lado, literario  en  la  esencia. 

A  nada  conducirían  cuantas  investigaciones  pretendiéramos  ha- 
cer; y  no  faltarla  escritor  que  nos  persuadiese  de  que,  al  crear 
Dios  al  hombre  ,  le  infundió  con  el  don  de  la  palabra  y  de  la  es- 
critura, la  idea  y  la  facultad  de  trasmitir  á  sus  descendientes  las 


244  LAS   BIBLIOTECAS. 

memorias  de  su  primitiva  aparición  y  existencia  sobre  la  tierra,  y 
más  tarde  el  resultado  de  las  propias  observaciones. 

Mader,  escribió  un  libro  sobre  los  escritos  antidiluvianos,  y  aun 
cuando  en  esto  haya  mucho  de  mitológico  y  de  imaginación,  dice 
que  Cam,  hijo  de  Noé,  salvó  en  el  arca  las  láminas  de  metal  en  que 
escribió  sus  supersticiosas  invenciones ,  deseoso  de  perpetuarlas  en 
una  materia  incorruptible. 

Mas  no  hay  necesidad  de  invocar  testimonios  que  únicamente  se 
apoyan  en  la  fe  :  Job,  cap.  XTX,  vers.  23  y  24  exclama  :  quis 
miM  trihuet  ut  scrihantur  sermones  mei% 

Y  si  la  escritura  era  necesaria ,  y  apenas  se  concibe  estado  al- 
guno de  civilización  que  pudiera  existir  sin  ella,  á  su  origen  debe 
remontarse  el  de  la  conservación  de  los  documentos,  cualquiera 
que  fuese  la  forma  de  aquella  y  la  materia  de  estos. 

El  libro  de  Esdras  menciona  el  que  adoptaron  los  reyes  de  Me- 
dia y  Babilonia  para  guardar  sus  actas  y  provisiones ;  y  en  los  de 
Jeremías  y  Esther  se  hace  mención  de  documentos  provistos  de 
verdaderos  caracteres  diplomáticos,  que  necesariamente  habian  de 
custodiarse  con  seguridad. 

Hemos  procedido  hasta  ahora  por  inducción,  dado  que  no  es  po- 
sible ofrecer  pruebas,  sino  testimonios  y  conjeturas,  del  principio 
que  dejamos  sentado.  De  que  no  hayan  llegado  hasta  nosotros  mo- 
numentos de  épocas  tan  remotas,  no  va  á  deducirse  que  no  hubie- 
sen existido  nunca,  y,  ó  hemos  de  suponer  que  la  especie  humana 
vivió  en  los  primeros  siglos  desprovista  de  inteligencia,  ó  tenemos 
que  admitir  que  desde  el  momento  que  tales  intereses  se  crearon, 
hubo  de  atenderse  á  satisfacerlos. 

Puede  decirse  del  primitivo  origen  de  los  archivos  y  bibliotecas 
lo  mismo  que  de  la  civilización.  Afirmamos  que  esta  tuvo  su 
cuna  en  Oriente  y  que ,  desde  la  India  primero,  y  luego  por  medio 
de  la  Persia  y  Grecia,  se  comunicó  á  Europa. 

Estas  aseveraciones  se  fundan  en  la  historia  de  la  humanidad, 
en  la  fe  que  damos  á  los  libros  sagrados ,  y  en  las  investigaciones 
de  la  ciencia. 

Siguiendo  en  nuestro  estudio  retrospectivo ,  toca  ocuparnos  de 

la  Grecia,  cuya  civilización  retrata  perfectamente  el  genio,  el  ideal 

humano.  Ostenta  bien  distinto  su  culto  intelectual  en  la  famosa 

biblioteca  de  Alejandría. 

Los  Griegos  tenian  en  tanto  esta  institución ,  que  destinaron  sus 


LAS   BIBLIOTECAS.  245 

templos  de  Délfos  y  Minerva,  en  Atenas,  para  depósito  de  los  ar- 
chivos de  cada  ciudad ,  y  en  ellos  conserbaban  también  las  obras 
de  los  escritores  que  honraban  á  su  patria. 

Tácito  asegura  que,  en  tiempo  de  Tiberio,  existia  aún  en  el  Pe- 
loponeso  el  tratado  original  de  este  país ,  entre  los  descendientes 
de  Hércules,  cuando  estos  se  enseñorearon  de  él  un  siglo  después  de 
la  guerra  de  Troya.  Los  Mésenlos ,  en  una  discordia  que  tuvieron 
con  los  Lacedemonios ,  exhibieron  este  tratado,  que  recibido  por 
auténtico,  fué  seguido  en  sus  disposiciones. 

En  el  orden  que  hemos  adoptado,  después  de  Grecia  viene  Roma 
educada  por  la  anterior,  y  que  fué  la  continuadora  de  sus  prácti- 
cas y  tradiciones. 

Durante  el  imperio  se  fundan  varias  bibliotecas ,  que  estaban 
protegidas  por  los  primeros  hombres  de  su  época,  que  tenian  espe- 
cial cuidado  en  atender  á  su  fomento  y  engrandecimiento,  como  á 
su  custodia. 

Roma,  heredera  de  las  doctrinas  de  la  Grecia,  no  halló  sitio  más 
á  propósito  para  conservar  los  manuscritos ,  que  los  templos  de 
Júpiter  Capitolino,  Apolo,  Vesta  y  Juno;  pudiendo  asegurarse, 
según  Suetonio,  que  los  guardaban  las  Vestales. 

Antonino  Pió  fué  en  su  época  el  protector  de  todo  lo  que  podia 
hacer  grande  á  Roma ,  y  asi  concibió  y  realizó  el  pensamiento  de 
dotar  á  sus  provincias  de  lo  que  pudiéramos  llamar  Bibliotecas  pro- 
vinciales ,  cuya  custodia  se  confió  á  funcionarios  públicos  y  per- 
sonas de  dignidad. 

Y  es  más,  hombres  como  los  Emperadores  romanos ,  eminente- 
mente militares,  completamente  embebidos  en  el  arte  de  la  guerra, 
que  no  soñaban  más  que  en  la  gloria  de  las  batallas ,  en  los  pla- 
ceres del  poder  y  en  los  deleites  de  todo  género,  tuvieron  un  mo- 
mento, dias  y  tiempo  para  ordenar  y  formar  en  sus  mismos  pala- 
cios pequeñas  bibliotecas,  anexas  y  dependientes  de  su  autoridad, 
que  recibían  el  nombre  de  sacra  scrinia ,  donde  á  la  vez  conser- 
vaban los  memoriales,  epístolas  y  disposiciones. 

Maffey  y  otros  autores  aducen  en  prueba  de  estos  hechos  mul- 
titud de  testimonios  de  Emperadores  griegos  y  romanos ,  citando  la 
orden  del  Emperador  Tácito,  para  que  las  obras  de  Cornelio  Tá- 
cito se  pusiesen  en  todas  las  bibliotecas  et  in  evicis  archivis.\ 

Pero  cae  el  Imperio,  y  se  conmueven  los  ejes  déla  tierra,  retem- 
blando sus  cimientos  al  confuso  ruido  que  forman  los  pueblos  del 


246  LAS   BIBLIOTECAS. 

Norte,  corriendo  en  bárbaro  tropel.  En  su  desvastadora  carrera  lo 
amenazan  todo,  y  concluyen  con  cuanto  pueden  destruir.  Aquellos 
hombres  de  feroz  valor,  de  brazo  férreo,  son  enemigos  de  la  cien- 
cia y  sus  adelantos,  matan  sus  institutos,  y  hacen  polvo  archivos 
y  bibliotecas. 

Pero  la  Providencia ,  al  ver  en  tal  desamparo  á  la  creación ,  ex 
tiende  su  mano  protectora,  que  hallaremos  siempre  unida  á  la  his- 
toria y  visible  á  la  luz  de  los  relámpagos  que  iluminan  las  gran- 
des convulsiones  de  los  pueblos ,  y  lo  que  parece  próximo  á  su  fin 
vá  á  tener  un  remedio. 

Cuando  los  Bárbaros  llevaban  tras  si  la  destrucción  y  el  aniqui- 
lamiento, aparecieron,  como  los  apóstoles  de  la  civilización ,  los 
monjes ,  que  fueron  los  que  al  final  del  siglo  IV  recogieron  la  li- 
teratura y  la  escritura,  y  en  medio  de  aquel  g*eneral  desmembra- 
miento supieron  sacar  á  salvo  los  progresos  y  los  adelantos  de  tan- 
tos siglos  de  civilización.  — Llegaron  á  ser  guardadores  de  restos 
gloriosos  que  conservaron  en  sagrado  depósito,  alternando  en  este 
tesoro  las  preciadas  alhajas  con  los  códices  de  gran  valor,  y  los  re- 
nombrados manuscritos  con  ios  ternos  ó  vestiduras  con  que  ofi- 
ciaban. 

Mas  aumentaron  tanto  las  alhajas  y  los  manuscritos ,  que  hubo 
necesidad  de  separarlos ,  lo  cual  produjo  la  formación  de  biblio- 
tecas. 

Cuando  principiaba  el  siglo  VIII,  era  casi  total  el  olvido  que  se 
habia  hecho  de  las  artes  y  las  letras ,  y  el  poderoao  genio  del  in- 
vencible Cario  Magno  trata  de  curar  esa  ignorancia ,  protegiendo 
no  sólo  determinados  ramos  del  saber,  sino  también  las  bibliotecas, 
considerando  cuanto  podian  servirle  para  obtener  la  restauración 
que  deseaba. 

A  esta  protección  se  deben  los  riquísimos  depósitos  de  los  mo- 
nasterios de  Saint  Gall,  Metz,  Reims,  Tours  y  Aix-la-Chapelle. 

Pero  acontece  en  los  periodos  históricos  de  triste  recordación 
que,  una  vez,  si  no  humillada,  rendida  al  menos  la  inteligencia, 
ó  avasallada  por  la  fuerza,  que  lleva  consigo  la  arbitrariedad  y  la 
ignorancia,  tarda  en  vencer  á  su  enemigo,  y  con  dificultad  le- 
vanta la  cabeza  de  entre  los  escombros  de  ruinas  que  la  mal- 
dad y  la  malicia  se  han  complacido  en  amontonar.  Así  sucedió 
entonces,  y  esta  gloriosa  época  de  Cario  Magno ,  llamada  con  ra- 
zón el  primer  Renacimiento  de  las  letras,  fué  de  muy  corta  dura- 


LAS    BIBLIOTECAS.  247 

cion,  sucediendo  las  tinieblas  que  habia  encontrado  aquel  genio 
superior. 

Aparece  el  cristianismo  en  España,  y  con  él  las  luces  del  Evan- 
gelio, las  del  saber  y  el  estudio,  y  al  momento  se  forman  innume- 
rables escuelas  dentro  de  las  iglesias ,  y  en  ellas  se  conservan  con 
mucho  esmero  manuscritos  de  todas  clases  que  vienen  á  formar  el 
origen  de  los  archivos  eclesiásticos.  Los  monasterios  y  las  iglesias 
catedrales,  á  costa  de  grandes  sacrificios,  llegaron  a  reunir  nume- 
rosas colecciones  de  códices ,  no  sólo  de  los  Santos  Padres ,  sino 
también  de  la  literatura  clásica,  salvando  de  este  modo  á  la  civili- 
zación anterior  de  una  ruina  inminente. 

De  tanta  importancia  llegaron  á  considerarse  estos  archivos, 
que  habiendo  ocurrido,  por  un  descuido  de  los  muchachos  al  salir 
de  la  escuela,  el  incendio  del  monasterio  de  San  Pedro  de  la  Roca, 
en  Galicia ,  siendo  presa  de  las  llamas  el  archivo ,  y  por  consi- 
guiente todos  los  documentos  en  él  existentes ,  D.  Alfonso  V ,  en 
cuya  época  sucedió  esta  catástrofe,  confirma  en  un  privilegio  todo 
lo  que  se  decia  en  los  documentos  quemados.  Hubo  también  biblio- 
tecas particulares  de  gran  mérito,  como  las  de  San  Isidoro  de  Se- 
villa, la  de  D.  Rodrigo  Jiménez  de  Roda,  arzobispo  de  Toledo,  y 
la  de  D.  Fernando  Talavera,  que  lo  fué  de  Granada. 

De  los  monarcas,  son  célebres  la  de  D.  Alfonso  el  Sabio  y  la  de 
los  Reyes  Católicos,  en  cuyo  engrandecimiento  tanto  se  interesaba 
la  Reina  Dona  Isabel  I,  de  feliz  recuerdo. 

Entre  los  Proceres  de  la  Edad  Media,  existían  algunas  de  los  afi- 
cionados al  estudio,  como  las  del  Marqués  de  Santillana,  del  de  Vi- 
llena,  de  D.  Pedro  Alfonso  Pimentel  y  del  Conde  de  Haro. 

En  Alemania ,  que  supo  aprovecharse  como  ninguna  del  inge- 
nioso invento  de  Guttenberg,  se  han  propagado  las  bibliotecas 
con  tal  rapidez,  que  hoy  el  comercio  de  libros  es  uno  de  los  ramos 
más  importantes  de  la  industria  alemana:  las  ferias  de  Leipsik , 
famosas  por  sus  librerías,  son  un  elocuente  testimonio  de  este 
hecho. 

Bélgica,  Francia  é  Italia  le  siguen  luego  en  esta  senda  del  pro- 
greso intelectual, 

Y  al  llegar  á  nuestra  España,  es  necesario  hacer  punto  aparte, 
y  condolerse  del  abandono  con  que  se  mira  asunto  tan  importante, 
que  atañe  en  mucho  á  la  felicidad  general,  y  que  puede  como  nin- 
gún otro  medio  ayudarnos  á  salir  de  la  situación  dolorosa  en  que 


248  LAS   BIBLIOTECAS. 

vivimos,  creada  por  errores  tradicionales ,  que  ha  venido  á  ser  la 
normal  de  este  pueblo. 

En  Madrid  existen  dos  bibliotecas  generales,  que  apenas  son  vi- 
sitadas, y  las  especiales  de  las  Facultades,  reunidas  en  los  edificios 
de  la  universidad  y  San  Carlos. 

Si  las  hay  en  algunas  provincias ,  están  cerradas  por  abandono 
y  falta  de  personal,  fomentándose  de  este  modo  la  indolencia  de 
los  naturales  á  concurrir  á  centros  de  ilustración. 

El  erudito  P.  Sarmiento ,  en  una  de  sus  cartas ,  dirigida  al  bi- 
bliotecario de  S.  M.,  recomienda  el  laudable  pensamiento  de  que 
se  establezcan  bibliotecas  en  todos  los  pueblos  que  pasen  de  600 
vecinos. 

El  ilustre  Jovellanos ,  en  un  plan  general  de  Instrucción  públi- 
ca, recomienda  el  establecimiento  y  multiplicación  de  las  escuelas 
y  bibliotecas. 

Fuerza  es  confesarlo,  que  hasta  ahora  en  nuestra  patria  nada  se 
ha  hecho  en  sentido  tan  necesario ,  y  que ,  si  hemos  de  pretender 
alcanzar  un  predicamento  honroso  entre  las  naciones  civilizadas, 
y  á  fin  de  no  quedarnos  á  la  zaga  en  el  movimiento  literario,  de- 
bemos estudiar  un  plan  que  fomente  y  desarrolle  la  instrucción, 
estableciendo  bibliotecas  en  todos  los  pueblos  de  más  de  100  veci- 
nos, pues  sólo  asi  podremos  obtener  un  adelanto  práctico  á  la  vez 
que  el  engrandecimiento  de  este  pueblo. 


n. 


Hemos  apuntado  ligeras  observaciones  históricas  acerca  del 
establecimiento  y  vicisitudes  de  las  bibliotecas,  y  vamos  ahora  á 
hacer  lo  mismo  respecto  á  su  utilidad,  influjo,  necesidad  é  impor- 
tancia . 

En  la  vida  que  hoy  hacen  todos  los  pueblos ,  merced  á  los  pro- 
gresos de  la  civilización,  y  cuando  conviene,  como  en  nuestra  Es- 
paña, desarrollar  la  afición  al  estudio  y  estimular ,  la  utilidad  de 
las  bibliotecas  es  reconocida.  De  ellas,  y  del  fruto  que  pueden  dar, 
debemos  esperar  ia  solución  de  los  problemas  político  y  social.  No 
cabalas  políticas,  no  caprichos  de  los  gobernantes,  sujetan,  rigen 
y  dirigen  á  los  pueblos. 


LAS   BIBLIOTECAS.  249 

Las  doctrinas  democráticas,  triunfantes  hoy,  ayer  temidas,  son 
el  lema  de  nuestra  regeneración  política :  ellas  serán  las  que ,  mo- 
dificando nuestro  ser  político,  nos  lleven  á  la  paz ,  al  sosiego  y  a^ 
engrandecimiento,  haciéndonos  vivir  la  de  los  pueblos  cultos.  Pero 
no  es  obra  de  un  dia  ni  de  un  hombre :  á  esta  gran  tarea  han  de 
contribuir  todos  los  elementos  que  encierra  la  Nación.  ¿Y  cómo? 
Ilustrándose  los  más ,  rectificando  muchos  sus  errores ,  y  apren- 
diendo todos. 

¿Cómo  se  consigue  esto?  Por  medio  del  estudio  y  de  la  educa- 
ción. Esta  sirve  para  suavizar  sus  instintos,  aquella  sus  costumbres 
y  su  ser,  pues  ilustrando  su  inteligencia,  ponen  á  disposición  de  la 
misma  recursos  que  no  conocían ,  y  la  inclinan  á  aceptar  y  reco- 
nocer lo  que  antes  no  le  era  dado  apreciar  por  el  estado  de  igno- 
rancia en  que  vivia,  y  que  estaba  en  el  ínteres  de  sus  explotadores 
conservar.  Para  conseguir  tan  grandes  resultados,  nada  como  mul- 
tiplicar las  escuelas  y  las  bibliotecas ,  facilitando  de  este  modo  los 
medios  de  instrucción. 

Clases  todas  de  la  sociedad:  ved  el  provechoso  influjo  de  la  en- 
señanza en  vuestra  vida  política,  y  que  lo  mismo  puede  decirse 
para  la  particular  que  arrastráis  de  siervos.  Acostumbraos  á 
esperarlo  todo  del  estudio,  no  de  vuestras  ideas  políticas  ó  de 
los  santones  que  explotan  vuestra  credulidad  para  crecer  ó  enri- 
quecerse. 

¿No  os  basta  para  ejemplo  el  engrandecimiento  de  unos  cuantos 
que  habéis  contribuido  á  elevar  y  que  luego  os  azotan  el  rostro  con 
el  látigo  que  pusisteis  en  sus  manos? 

Desistid,  infelices,  de  vuestros  planes  belicosos  y  fratricidas;  sed 
Españoles  y  honrados,  á  la  vez  que  os  dedicáis  al  estudio,  y  alcan- 
zareis la  calma  y  el  bienestar  de  que  tanto  necesitáis,  y  dejareis 
de  ser  un  obstáculo  para  el  desarrollo  de  las  fuerzas  materiales  del 
país.  Lograreis  entonces  ese  trabajo  que  proporciona  vuestro  sus- 
tento y  el  de  vuestros  hijos,  dulcificareis  vuestras  costumbres,  y 
perderéis  hábitos  que  os  rebajan,  adquiriendo  renombre  entre  los 
pueblos  cultos  vuestros  hermanos. 

Romped  con  las  antiguas  prácticas  y  empezad  costumbres  nue- 
vas: pues  no  olvidéis  que  la  costumbre  es  una  segunda  naturaleza, 
y  esto  debe  fortaleceros  al  emprender  la  senda  benéfica  de  la  re- 
generación. 

Concurrid  á  las  escuelas  y  á  las  bibliotecas,  que  en  estas  se  en- 


250  LAS   BIBLIOTECAS. 

cierra  un  maná  delicioso  que  deleita  al  alma  y  á  la  inteligencia, 
y  que  se  infiltrará  en  vosotros  cual  lo  hizo  ese  nunca  bien  maldito 
espíritu  de  la  ig-norancia. 

Allí,  en  aquellas  mansiones  serenas,  podéis  dedicaros  al  estudio, 
acrecentar  y  multiplicar  las  fuerzas  de  que  os  ha  dotado  Natura- 
leza, y  adquirir  conocimientos  útiles  que  os  sirven  siempre,  y  que 
de  seguro  os  recomendarán  al  mundo  civilizado,  que  ahora  os  mira 
con  prevención  y  hasta  con  lástima,  á  causa  de  ese  patrimonio  de 
ignorancia  que  saboreáis. 

Es  reconocida  y  absoluta  la  necesidad  de  las  bibliotecas,  y  asi  lo 
demuestran  los  pueblos  y  las  comarcas  que  las  poseen  y  disfru- 
tan de  su  benéfico  influjo;  adelantados  en  todo,  en  verdadera  paz 
cimentada  en  el  conocimiento  exacto  de  los  derechos  y  de  los  de- 
beres, y  siendo  el  objeto  de  la  admiración  universal. 

Basta  de  horrores  y  de  despilfarro  en  la  querida  patria  de  Cer- 
vantes, ábranse  alguna  vez  nuestras  puertas  á  la  verdadera  civili- 
zación y  procuremos  no  alejarnos  del  concierto  literario  en  que 
viven  las  naciones  adelantadas. 

Por  todos  es  bendecida  y  alabada,  institución  tan  útil  é  impor- 
tante como  la  de  las  bibliotecas,  en  cuyo  recinto  anidan  en  orde- 
nado ejército  los  pensamientos,  los  estudios,  los  experimentos  y  los 
resultados  de  una  raza  de  sabios  que  nos  ha  precedido  y  que  no  po- 
demos conformarnos  á  creer  haya  concluido.  Allí  se  estudia  el  hom- 
bre, allí  á  la  sociedad:  allí  la  historia  abre  sus  páginas  intermina- 
bles y  podemos  leer  las  famosas  y  heroicas  hazañas  de  nuestros 
mayores  para  imitarlas:  allí  se  adquiere  el  conocimiento  de  nues- 
tro ser  y  se  aprende  el  medio  de  atender  á  sus  necesidades,  sin  que 
la  haya  de  molestar,  vejar  ni  deprimir  ni  envidiar  á  nuestros  con- 
ciudadanos. 

Dedicados  al  estudio  todo  se  alcanza,  desde  el  bienestar  hasta 
un  nombre  ilustre,  desde  el  honor  hasta  la  gloria. 

Reservados  tesoros  guardan  las  páginas  de  un  libro,  y  para  me- 
recerlos es  necesario  concurrir  á  las  bibliotecas,  con  la  fé  en  el 
corazón,  en  la  mente  la  ciencia ,  y  la  idea  de  Dios,  siempre  gran- 
de ,  sobrenadando  sobre  todas  las  ideas  y  completamente  dueña  de 
nuestra  alma. 

En  resumen:  Gobierno  que  nos  riges,  danos  instrucción  para  que 
seamos  dóciles:  instrucción,  para  ser  obedientes:  instrucción,  para  vi- 
vir con  moralidad  y  recato,  é  instrucción,  para  que  podamos  sor  libres. 


LAS   BIBLIOTECAS.  251 

Si  esto  lio  haces,  si  no  acudes  pronto  al  remedio  de  lo  que  es  una 
necesidad  apremiante,  este  pueblo  vivirá  pobre,  y  trabajado  por  las 
ambiciones  personales  que  hoy  lo  dividen  y  que  amenazan  ani- 
quilarlo. 

Hazlo,  y  encomienda  la  obra  de  conciliación,  de  progreso  y  de 
engrandecimiento  á  los  apóstoles  de  la  enseñanza:  facilítales  me- 
dios de  propagarla,  y  en  especial  aumenta,,  perfecciona  y  dota  las 
bibliotecas  públicas,  á  cuyas  aguas  saludables  pueda  llegar  con 
facilidad  el  enfermo  que  las  necesite. 

Afortunadamente  vivimos  en  una  época  en  que  todo  se  estudia; 
época  de  lucha,  que  no  tiene  carácter  fijo,  pero  que  muestra  mar- 
cada predilección  por  el  saber,  que  luego  recompensa:  y  es  de  su- 
poner que,  las  bibliotecas  como  medio  reconocido  de  difundir, 
ayudar  y  sostener  la  enseñanza,  han  de  obtener  toda  la  protección 
de  que  necesitan,  llegando  á  formar  un  ramo  importante  de  la  Ad- 
ministración y  del  estudio. 

José  de  la  Cuesta  y  Crespo. 

Madrid  19  de  Abril  de  1870. 


EL  LICENCIADO  PEDRO  DE  LA-GASCA. 


Una  de  las  personas  más  dignas  de  la  consideración  y  aprecio  de 
la  posteridad ,  que  produjo  España  en  el  siglo  XVI,  época  feliz 
para  nuestra  patria ,  en  que  tan  pródiga  de  grandes  hombres  fué 
la  Divina  Providencia  con  ella ,  lo  es  sin  duda  alguna  aquel  mo- 
desto sacerdote,  que  investido  por  la  confianza  de  su  Soberano  con 
la  comisión  delicada  y  expuesta  de  pacificar  la  más  revuelta  parte 
de  sus  dominios  del  Nuevo  Mundo ,  preséntase  en  las  playas  agi- 
tadas del  Perú  sin  otras  armas  que  su  Breviario,  y  alli  donde  todas 
las  malas  pasiones  tenian  su  asiento ,  logra  á  fuerza  de  perseve- 
rancia y  habilidad  aquietar  los  ánimos,  atrayendo  á  su  partido  los 
más  díscolos  de  aquellos  indómitos  capitanes ,  con  los  cuales  per- 
sigue y  bate  á  los  que  persisten  en  estado  de  rebelión ,  dando  fin 
dichoso  y  remate  á  ésta  con  la  prisión  y  muerte  de  su  temido  jefe, 
Gonzalo  Pizarro,  hermano  del  célebre  conquistador.  Varón ,  pues, 
de  inmarcesible  loa  y  altas  prendas ,  comparable  por  su  habilidad 
para  gobernar  y  su  don  de  mando,  fué  sin  duda  con  el  gran  Car- 
denal Jiménez  de  Cisneros ,  el  Licenciado  Pedro  de  La-Gasea ,  á 
cuyos  hechos  gloriosos  vamos  á  dar  una  rápida  ojeada. 


L 


Nació  Pedro  de  La-Gasea  en  Navaregadilla,  barrio  situado  en  la 
jurisdicción  y  término  de  la  villa  de  Barco  de  Avila ,  hoy  cabeza 
del  partido  judicial  de  su  nombre,  en  la  provincia  de  Avila,  el  año 
de  1493,  de  una  familia  de  las  más  acomodadas  y  distinguidas 
del  país. 

Pasó  los  primeros  años  de  su  vida  dedicado  al  estudio ,  frecuen- 


KL    LICENCIADO   PEDRO   DE   LA-GASCA.  253 

tando  las  más  famosas  escuelas  de  España ,  que  entonces  lo  eran 
también  de  la  Europa  entera,  pues  el  brillo  de  la  célebre  Univer- 
sidad de  Salamanca,  igualaba,  si  no  oscurecia ,  el  de  las  de  Paris, 
Bolonia  y  Lovaina,  únicas  que  con  ella  podrian  sostener  la  compa- 
ración, por  los  eminentes  profesores  que  en  sus  aulas  difundían  la 
luz  del  saber.  No  necesitaban  por  cierto ,  como  hoy  dia ,  nuestros 
jóvenes  estudiosos  el  ir  á  completar  su  educación  cientifica  en  es- 
tablecimientos extraños,  que,  antes  por  el  contrario,  ilustres  varo- 
nes, formados  en  nuestro  país ,  fueron  á  explicar  con  gloria  en 
aquellos  centros  de  la  humana  ciencia.  Juan  Martínez  Silíceo,  Pe- 
dro Ciruelo  y  Juan  Gélida,  catedráticos  de  Filosofía  en  la  Univer- 
sidad de  Paris;  Juan  de  Mariana  y  Juan  Maldonado,  que  enseñaron 
Teología  en  la  misma;  así  como  Pedro  de  Soto  y  Martin  de  Olave, 
en  la  de  Dilingen;  Alonso  de  Pisa,  en  la  de  Tngolstad ;  Pedro  Ruiz 
de  Moros,  en  la  de  Cracovia;  Luis  Vives  en  Lovaina  y  Oxford; 
Luis  de  Lucena  y  Pedro  Jaime  Esteves,  explicando  la  Medicina  en 
Tolosa  y  Montpeller ,  y  otros  muchos  que  podríamos  citar ,  dieron 
clara  muestra  de  la  superioridad  intelectual  de  España  durante  el 
siglo  XVL 

Graduóse  de  Maestro  en  Artes  y  Licenciado  en  Teología  en  la 
Universidad  de  Alcalá ,  y  fué  colegial  en  el  Mayor  de  San  Ilde- 
fonso de  la  misma ,  y  Examinador  de  licencia  en  Artes ;  pero  en 
tiempo  de  las  Comunidades  de  Castilla,  alborotados  la  mayor  parte 
de  los  colegiales  en  favor  de  la  causa  popular,  quisieron  introducir 
novedades  en  la  gobernación  de  él ,  á  las  cuales  se  opuso  nuestro 
D.  Pedro,  que  no  sacando  fruto  alguno  de  su  oposición,  renunció 
la  beca  y  marchó  á  la  Universidad  de  Salamanca ,  en  la  cual  se 
dedicó  al  estudio  de  las  leyes  y  cánones,  y  recibió  el  grado  de  Ba- 
chiller en  ambos  Derechos.  Fué  Rector  en  su  Universidad  y  Juez 
escolástico,  y  en  18  de  Octubre  de  1531  vistió  la  beca  en  el  Co- 
Isgio  Mayor  de  San  Bartolomé,  vulgo  el  Viejo. 

Concluidos  sus  estudios,  recibió  La-Gasea  las  sagradas  órdenes, 
abrazando  la  carrera  eclesiástica,  que  era  entonces  la  que  más 
breve  y  seguramente  conducía  á  los  hombres  de  mérito  á  una  ele- 
vada posición:  y  no  es  que  pretendamos  decir  con  esto  que  la  esco- 
giese movido  por  la  ambición,  pues  antes,  al  contrario,  la  rigidez  y 
pureza  de  su  vida  fueron  una  constante  prueba  de  que  había  en- 
trado en  ella  impulsado  por  una  verdadera  vocación.  A  poco  obtu- 
vo una  canongia  en  la  santa  iglesia  de  Salamanca  y  el  destino  de 


254  EL    LICENCIADO 

Juez  metropolitano:  dióle  el  Cardenal  Tavera  las  vicarías  de  To- 
ledo y  Alcalá ,  y  la  rectitud  con  que  desempeñó  dichos  carg-os  le 
valió  el  ser  nombrado  Ministro  del  Supremo  Consejo  de  la  Inqui- 
sición. 

Confiáronle  tanto  el  Consejo  como  el  Gobierno  comisiones  muy 
importantes,  y  en  particular  por  los  años  de  1542  y  1543  la  de 
aquietar  los  Moriscos  del  reino  de  Valencia,  á  quienes  supo  conte- 
ner en  el  deber  sin  necesidad  de  emplear  medidas  de  rigor ,  sino 
adoptando  tales  disposiciones  para  rechazar  la  armada  de  Turcos 
y  Franceses,  que  aquellos  esperaban  para  levantarse,  que  les  hizo, 
perdida  la  esperanza  de  recibirla ,  el  desistir  de  su  intento.  Aca- 
bado este  negocio,  le  cometió  el  Emperador  la  visita  de  los  jueces, 
tribunales,  empleados  y  cuentas  de  la  Hacienda  y  Patrimonio  Real 
de  todo  aquel  reino ,  que  desde  su  conquista  por  el  Rey  D.  Jaime 
no  habia  sido  visitado,  y  la  rectitud  con  que  procedió  dio  por  re- 
sultado grandes  alcances  á  favor  del  Estado,  lo  cual  fué  causa  del 
buen  concepto  que  la  Majestad  Cesárea  formó  de  su  gran  prudencia 
y  capacidad. 

n. 

Hallábase  aquejado  el  Consejo  del  Emperador  Carlos  V  con  las 
malas  nuevas  que  se  recibian  del  Perú ,  donde  ni  el  Gobernador 
Vaca  de  Castro  primero,  ni  después  el  bravo  Virey  Blasco  Nuñez 
Vela,  habían  podido  adelantar  nada  en  la  pacificación  del  país, 
y  al  saberse  á  principios  del  año  1545  la  desastrosa  suerte  de 
este  último,  vencido  y  muerto  por  Gonzalo  Pizarro,  determinóse 
enviar  allí  persona  que  tuviese  más  cualidades,  como  dice  López  de 
Gomara,  de  raposa  que  de  león ;  y  recordando  la  extremada  pru- 
dencia y  exquisito  tacto  del  Licenciado  La-Gasea,  acordóse  que 
fuese  allá.  Nombráronle,  pues.  Presidente  de  la  Audiencia  Real 
del  Perú,  con  pleno  poder  para  todo  lo  tocante  á  la  gobernación 
de  la  tierra  y  á  la  pacificación  de  las  alteraciones  de  ella,  con  fa- 
cultad para  indultar  y  perdonar  todos  los  delitos  y  casos  sucedidos, 
ó  que  sucediesen  durante  su  estancia.  Diéronsele  además  todas  las 
cédulas  y  recaudos  necesarios  para  hacer,  en  caso  que  le  convinie- 
se, gente  de  guerra ,  y  amplios  poderes ,  en  fin ,  para  obrar  de  la 
manera  que  á  su  juicio  fuese  más  adecuada  para  lograr  la  deseada 
pacificación  de  aquellos  países. 


PEDRO    DE   LA-GASCA.  255 

Resistíase  á  aceptar  tan  arriesg-ado  cargo,  pero  habiéndole  es- 
crito el  Emperador  desde  Colonia,  con  fecha  6  de  Agosto  de  1545, 
que  lo  aceptase,  hubo  de  resignarse  á  ello,  contestando  en  Madrid 
á  14  de  Noviembre  del  mismo  ano,  por  carta  de  la  cual  copiamos 
la  siguiente  cláusula  :  — «  Conozco  mis  pocas  fuerzas  y  corta  indus- 
»tria,  y  que  ninguna  experiencia  tengo  de  las  cosas  de  las  In- 
»  dias ;  y  conforme  á  esto  si  me  faltase  la  vida  ó  salud  en  el  cami- 
»no,  ó  medios  en  los  negocios,  sería  inútil  para  servir  á  Dios  y  á 
»V.  M.  en  ellos,  y  no  se  conseguiría  el  fin  de  la  pacificación  de 
>.  aquella  tierra.  Mas  considerando  la  determinación  con  que  V.  M. 
»me  lo  manda,  me  pareció  que  sin  réplica  ni  excusa  le  debía  obe- 
»decer,  considerando  que  con  hacer  lo  que  en  mi  fuese,  tratando 
»los  negocios  con  la  fe,  verdad  y  limpieza  que  debo  á  Dios  y  á  mi 
» Principe,  habré  cumplido.» 

Propuso  el  Consejo  de  Estado,  que  antes  de  partir  para  América 
se  le  honrara  con  una  de  las  iglesias  más  ricas  del  reino,  para  que 
con  el  ¡esplendor  y  autoridad  de  la  mitra  fuese  en  aquellas  partes 
más  respetado  y  seguido;  pero  al  llegar  á  su  noticia  el  acuerdo, 
respondió  :  «que  la  mayor  dignidad  que  había  de  llevar  consigo, 
era  su  hábito  clerical  y  su  Breviario.  »  El  Emperador  se  conformó 
con  este  parecer,  y  cuando  lo  supo  La-Gasca,  dijo  :  «S.  M.  ha 
» puesto  los  ojos  en  lo  más  conveniente  para  la  conciencia  de  ám- 
»bos,  porque  cuando  me  honrara  con  una  iglesia ,  no  la  pudiera 
» aceptar,  sin  notorio  peligro  de  mi  alma,  y  nota  de  mal  cristiano, 
» habiendo  de  tener  tan  poca  cuenta  con  ella  en  tan  larga  y  peli- 
»grosa  jornada,  y  tan  ItVjos  de  cualquier  obispado  de  los  de  Espa- 
»paua. »  En  lo  cual  mostró  su  gran  desinterés  y  el  desprendi- 
miento con  que  en  lo  tocante  á  su  medro  personal  procedió  siempre. 


IIL 


Ni  lo  grave  y  comprometido  del  cargo ,  ni  el  temor  á  las  pena- 
lidades y  molestias  que  tan  largo  viaje  habían  de  ocasionarle,  en 
su  ya  madura  edad,  fueron  suficiente  causa  para  hacer  ñaquear  el 
ánimo  de  La-Gasea,  quien  decidido  á  llevar  á  cabo  cuanto  antes 
su  cometido ,  dióse  á  la  vela  para  el  Nuevo  Mundo  en  el  mes  de 
Mayo  de  1546,  sin  llevar  en  su  compañía  más  que  á  los  Licencia- 
dos Rentería  y  Andrés  de  Cianea,  nombrados  Oidores  de  su  tribu- 


256  EL    LICENCIADO 

nal,  y  al  Mariscal  Alonso  de  Albarado,  con  sus  criados.  Al  llegar 
al  puerto  de  Santa  Marta,  supo  que  Melchor  Verdugo,  jefe  de  las 
tropas  que  después  de  la  muerte  del  Virey  Nuñez  Velas  seguían 
sustentando  el  partido  de  S.  M.  en  el  Perú,  habia  sido  vencido  y 
desbaratado  por  Pedro  Alonso  de  Hinojosa  que  mandaba  gentes 
de  los  Pizarros,  y  que  con  los  restos  de  su  fuerza  estábale  espe- 
rando en  Cartagena;  pero  el  Presidente,  lejos  de  dirigirse  alli, 
hízolo  á  Nombre  de  Dios ,  sin  verse  con  él  para  no  dar  celos  á  los 
sublevados,  que  le  tenian  gran  odio,  y  con  los  cuales  queria  desde 
luego  entrar  en  trato.  Hizolo  en  efecto  por  medio  de  Albarado,  el 
cual  bajó  á  tierra  y  logró  ganar  al  Gobernador  de  dicho  punto, 
Hernán  Megia  de  Guzman,  el  cual  con  su  gente  hizo  grata  aco- 
gida al  Presidente,  cuya  autoridad  no  tardó  en  reconocer,  y  comi- 
sionado por  éste  para  entenderse  con  Hinojosa,  de  quien  era  gran- 
de amigo,  que  se  hallaba  con  su  ejército  en  Panamá,  hizolo  con  tan 
buena  fortuna ,  que  tanto  aquel  caudillo,  como  otros  menos  seña- 
lados ,  vinieron  desde  luego  á  su  obediencia ,  asi  como  las  tropas 
de  tierra  y  mar  que  tenian  á  sus  órdenes.  Confió  el  mando  de  la 
armada  á  Lorenzo  de  Aldana ,  ardiente  secuaz  hasta  entonces  de 
los  contrarios,  dándole  comisión  para  recorrer  los  pueblos  de  la 
costa  y  hacerlos  pronunciar,  como  lo  verificó,  por  la  causa  real,  y 
mandó  á  Pedro  Hernández  Panlagua  á  Lima  con  dos  cartas  para 
Gonzalo  Pizarro,  la  una  suya  y  la  otrd  que  para  él  traia  del  Em- 
perador. Conienia  ésta  irases  generales  y  promesas  vagas,  y  en  la 
suya,  más  larga  y  llena  de  razones  y  ejemplos,  le  aconsejaba  la  su- 
misión al  Emperador,  ofreciéndole  perdón  de  todo  lo  pasado,  re- 
partimientos, oficios  y  licencia  para  conquistar,  apuntándole  algo 
de  guerra  si  la  paz  despreciaba.  Pizarro  lejos  de  contestar  reunió 
sus  parciales  en  son  ae  guerra  y  dispuso  salir  á  su  encuentro  para 
prenderle  ú  obligarle  á  regresar  á  España. 

Mientras  tanto  el  Presidente  negociaba  á  la  callada  cuanto  po- 
día, tratando  á  todos  con  la  mayor  afabilidad,  diciendo  en  público 
que  se  volvería  al  Emperador,  caso  de  no  recibirle  Pizarro,  porque 
su  hábito  no  le  permitía  guerrear,  sino  poner  á  todos  en  paz,  re- 
vocando las  ordenanzas  y  presidiendo  en  la  Audiencia;  pero  al 
mismo  tiempo  iba  con  tal  sagacidad  allegando  partidarios,  que 
pronto  pudo  reunir  un  respetable  ejército.  Dio  el  mando  de  él  con 
cargo  de  General  á  Hinojosa,  nombrando  Maestre  de  Campo  al  ma- 
riscal Albarado,  y  general  de  la  artillería  á  Gabriel  de  Hojas,  y 


PEDRO    DE  LA-GASCA.  257 

habiendo  reunido  todos  los  aprestos  necesarios  para  combatir  con 
extraordinario  tino  y  dilig-encia,  depuesta  ya  la  máscara  del  disi- 
mulo, marchó  en  busca  de  los  rebeldes. 

No  es  nuestro  ánimo  historiar  los  sucesos  y  variadas  peripecias 
de  aquella  curiosa  campaña;  baste  decir  que  después  de  varias  al- 
ternativas, en  que  unos  y  otros  se  vieron  respectivamente  vencidos 
y  vencedores,  encontráronse  ambos  ejércitos  frente  á  frente  en  el 
valle  de  Xaquixag-uana,  donde  el  lunes  9  de  Abril  de  1548  se  dieron 
la  batalla  que  decidió  la  suerte  del  Perú.  Vencido  y  preso  en  ella 
Gonzalo  Pizarro,  juntamente  con  sus  principales  capitanes,  fueron 
todos  condenados  á  muerte  por  traidores,  ejecutándose  la  sentencia 
al  dia  siguiente  de  la  batalla,  en  Pizarro,  á  quien  sacaron  á  dego- 
llar en  una  muía  ensillada,  atadas  las  manos  y  cubierto  con  una 
capa,  acompañado  de  trece  de  sus  parciales,  que  sufrieron  igual 
suerte.  Su  cabeza  fué  llevada  á  Lima  y  puesta  en  la  plaza  sobre 
un  pilar  de  mármol,  rodeada  de  una  red  de  hierro  y  un  escrito, 
que  decia:  «Esta  es  la  cabeza  del  traidor  de  Gonzalo  Pizarro,  que 
»dió  batalla  campal  en  el  valle  de  Xaquixaguana  contra  el  estan- 
»darte  Real  del  Emperador,  lunes  9  de  Avril  del  año  de  1548.» 


IV. 

Vencida  la  rebelión  y  casi  terminada  con  la  derrota  y  muerte  de 
su  principal  caudillo,  pudo  el  Presidente  dedicarse  con  su  acos- 
tumbrada perseverancia  y  tino  á  la  organización  y  pacificación 
completa  de  aquel  desventurado  pais.  Para  llevarla  á  feliz  término 
fuese  deshaciendo  con  habilidad  suma  de  los  codiciosos  caudillos 
que  le  rodeaban,  contentando  á  los  unos  con  repartimientos  ó  dá- 
divas, y  alejando  á  otros  con  pretexto  de  perseguir  los  últimos 
restos  de  los  sublevados,  ó  de  proseguir  las  más  remotas  y  aparta- 
das conquistas  y  descubrimientos.  No  todos  quedaron,  como  no  po- 
dia  menos  de  suceder,  contentos  con  la  parte  que  del  botin  les  to- 
cara, y  tramaron  en  el  Cuzco  contra  él  una  conspiración,  en  la 
cual  tomaron  parte  Melchor  Verdugo  y  otros  capitanes;  pero  des- 
cubierta á  tiempo,  siendo  presos  y  castigados  los  principales  ins- 
tigadores de  ella  por  el  Oidor  Cianea,  todo  quedó  apaciguado,  y 
el  reino  libre  de  la  plaga  del  militarismo,  que  es  la  más  pesada  que 
puede  enviar  para  castigo  de  un  pueblo  la  cólera  del  Señor. 

TOMO  XV.  17 


258  EL    LICENCIADO 

Estableció  en  la  ciudad  de  los  Reyes  (Lima),  la  Audiencia  Real, 
que  ia  componían  el  Doctor  Melchor  Bravo  de  Saracria  y  los  Licen- 
ciados x^ndrés  de  Cianea  y  Pedro  Maldonado  San  tillan,  sujetos  de 
reconocida  y  probada  ciencia  y  conciencia,  y  abocó  á  su  jurisdic- 
ción todas  las  causas  y  negocios  de  gobernación.  Dispuso  que  se 
procurara  la  conversión  de  los  Indios,  que  aún  no  estaban  bautiza- 
dos, por  los  obispos,  clérigos  y  frailes,  á  quienes  obligó  á  que  con- 
tinuaran predicando  y  enseñando  la  doctrina  cristiana,  obligación 
que  con  los  pasados  disturbios  hablan  descuidado.  Prohibió,  bajo 
gravísimas  penas,  el  que  se  cargase  á  los  Indios  contra  su  voluntad, 
ni  que  los  tuviesen  por  esclavos  sino  por  hombres  libres,  pues  asi 
lo  mandaban  el  Papa  y  el  Emperador,  ni  que  los  sacasen  de  los 
puntos  de  su  naturaleza,  porque  no  se  destemplasen  y  muriesen, 
sino  que  los  criados  en  los  llanos  y  tierras  calientes  sirviesen  allí, 
y  que  los  serranos  hechos  al  frió  no  bajasen  á  las  llanuras.  Esco- 
gió muchas  personas  entre  las  tenidas  por  más  honradas,  y  después 
de  exigirles  juramento  en  manos  de  sacerdote,  que  les  dijo  la  misa 
del  Espíritu  Santo,  de  que  ejercerían  bien  y  fielmente  su  encargo, 
las  envió  á  que  visitasen  la  tierra,  llevando  sus  instrucciones  sobre 
lo  que  habían  de  ver  y  examinar  respecto  á  la  conducta  de  los  en- 
comenderos, personeros  y  autoridades.  Los  informes  de  estos  visi- 
tadores pasaban  á  una  comisión,  que  con  el  mismo  La  Gasea  for- 
maban el  Arzobispo  Loaisa,  y  los  dominicanos  Fr.  Tomás  de  San 
Martin  y  Fr.  Domingo  de  Santo  Tomás,  quienes  cotejándolos  con 
las  relaciones  que  hablan  dado  los  señores  de  los  vasallos,  tasaron 
los  tributos,  que  hasta  entonces  no  tenían  medida,  imponiendo  y 
cobrando  cada  señorío  lo  que  era  su  voluntad;  é  hiciéronlo  con  tal 
humanidad,  que  los  mismos  Indios  decían,   que  se  les  habla  im- 
puesto menor  tributo  del  que  buenamente  podían  pagar.  Y  no  sólo 
hízoles  este  bien,  sino  que  mandó  además  que  cada  pueblo  pagase 
su  pecho  ó  contribución  en  aquello  que  su  terreno  produjera,  si 
oro  en  oro,  si  plata  en  plata,  si  coca,  algodón,  saló  ganado,  en 
aquello  mismo;  aunque  mandó  á  algunos  pagar  en  metálico,  para 
obligarlos  á  que  se  diesen  al  trabajo  y  trato  para  allegarlo,  ya 
criando  aves,  seda  ó  ganados  y  llevándolos  á  vender  á  los  merca- 
dos de  los  grandes  centros  de  población,  ó  ya  sirviendo  á  jornal  en 
las  casas  y  haciendas  de  los  Españoles,  con- lo  cual  aprenderían  su 
religión  y  costumbres,  perdiendo  la  idolatría  y  embriagniez  á  que 
estaban  muy  entregados. 


PEDRO    DE    LA-GASCA.  259 

Recibieron  con  gran  alborozo  y  contentamiento  la  publicación 
de  la  tasa  y  demás  disposiciones  los  míseros  Indios ,  que  antes  no 
dormían  ni  descansaban,  pensando  en  los  cobradores,  que  hablan  de 
arrebatarles  cuanto  tenían,  á  titulo  de  tributo,  y  aunque  ahora  se 
les  imponía  una  pena  sino  lo  pagaban  en  el  término  de  veinte  dias, 
después  de  cumplido  el  plazo  de  la  contribución  de  cada  año,  tam- 
bién al  encomendero  que  les  llevase  más  de  lo  dispuesto  en  la  tasa, 
se  le  imponía  por  primera  vez  el  castigo  de  pagar  un  cuatro  por 
ciento,  y  por  segunda  que  perdiera  la  encomienda  y  reparti- 
miento. 

V. 

Si  tan  alto  brillo  adquirió  el  nombre  de  La-Gasea  por  sus  singu- 
lares dotes  de  mando,  prudencia  y  ánimo  esforzado  que  mostró,  no 
menos  y  sí  mucho  más  puro,  si  cabe ,  le  cupo  por  el  nunca  visto 
desinterés  con  que  en  todas  ocasiones  procedió.  Al  recibir  el  nom- 
bramiento de  Presidente  y  Gobernador  de  la  provincia  más  rica  del 
mundo  entonces  conocido,  considerando  que  sus  predecesores  en 
aquel  codiciado  puesto  hablan  sido  notados  de  algún  afán  por  alle- 
gar riquezas,  por  la  facilidad  que  en  aquella  tierra  hay  para  ad- 
quirirlas, no  quiso  aceptar  ningún  sueldo  señalado,  salvo  el  poder 
gastar  de  la  Hacienda  Real  cuanto  le  pareciese  necesario  para  su 
coste  y  mantenimiento,  y  gastos  de  su  casa  y  criados.  Obtuvo  las 
cédulas  y  autorizaciones  necesarias  para  ello,  y  lo  llevaba  con  tal 
rigor,  que  todo  lo  que  se  compraba  en  su  casa,  asi  de  víveres  como 
de  otras  cosas ,  se  hacía  por  ante  escribano  que  para  ello  estaba 
designado,  y  con  certificación  de  él  se  tomaba  lo  necesario  de  la 
Tesorería  Real.  Fué,  al  decir  de  todos  los  historiadores  de  los  suce- 
sos de  América,  el  primero  y  quizás  el  único,  de  cuantos  Españoles 
han  parado  con  empleo  en  aquellas  tierras,  que  no  tomó  nunca  un 
real  para  sí,  ni  lo  procuró  ni  se  le  notó  jamas  la  más  leve  señal  de 
avaricia;  conducta  que  por  lo  insólita  y  ejemplar  debía  encargarse 
á  cuantos  obtienen  destinos  para  Ultramar,  recomendándosela  cual 
modelo  á  que  debieran  ajustar  la  suya. 

Llevaba  consigo  cuando  desembarcó  en  Nombre  de  Dios,  por 
todo  caudal,  cuatrocientos  ducados;  mas  buscando  prestados  y  á 
cambio,  reunió  cuanto  habia  menester  para  la  guerra;  compró  ar- 
mas, artillería,  caballos  y  demás  pertrechos,  pagó  los  soldados,  dio 


260  EL    LICENCIADO 

socorros  é  hizo  otros  muchos  gastos  que  ascendieron,  durante  toda 
la  campana,  á  novecientos  mil  pesos ,  los  que  abonó  á  su  termina- 
ción, con  lo  que  reunió,  recogiendo  las  rentas  y  quintos  del  Rey, 
y  con  el  oro  y  plata  de  los  traidores  y  condenados,  juntando  tan 
gran  tesoro,  que  le  quedaron  para  traer  al  Emperador  un  millón 
y  trescientos  mil  castellanos  en  plata  y  oro ;  cosa  de  que  mucho 
se  maravillaron  todos,  y  no  tanto  por  el  dinero,  sino  por  la  ma- 
nera con  que  lo  juntó,  sin  cometer  tropelías,  injusticias,  ni  des- 
afueros. 

Después  que  con  gran  maña  castigó  á  los  revoltosos  y  bandole- 
ros ,  restos  de  las  disensiones  pasadas ,  dióse  prisa  á  poner  en  con- 
cierto la  justicia,  á  gratificar  los  soldados,  poner  en  vigor  la  tasa 
de  los  tributos,  dejar  la  gente  y  tierra  llana  quieta  y  mejorada, 
para  lo  cual  visitó  en  persona  los  puntos  más  necesitados  de  buen 
gobierno,  y  en  una  de  aquellas  beneficiosas  para  el  país  entradas 
suyas,  fundó  la  ciudad  de  la  Paz,  á  orillas  del  rio  Cayano,  entre 
unas  montañas,  al  Levante,  que  miran  al  Brasil,  y  el  lago  de  Ti  ti 
caca,  al  Poniente ;  hecho  lo  cual ,  preparóse  para  volver  á  la  Pe- 
nínsula, cosa  que  mucho  deseaba,  al  revés  de  cuantos  ejercen 
mandos  importantes ,  quienes,  por  lo  general ,  se  apegan  tanto  á 
ellos,  que  consideran  como  la  mayor  desgracia  que  sucederles  pu- 
diera, el  tenerlos  que  dejar  para  volver  á  la  vida  privada. 


VI. 

Habia  llevado  el  Presidente  licencia  de  S.  M.  para  volverse  á 
España  cuando  le  pareciese ,  y  viendo  ya  quietos  y  sosegados  los 
ánimos  en  el  Perú,  donde  los  soldados  y  gente  de  guerra  ,  disuel- 
tos y  derramados,  se  habian  aplicado  á  ganar  de  comer  cada  uno 
en  el  oficio  que  sabia,  ó  tratando  en  negocios  de  minas;  consideran- 
do asimismo  que  la  Audiencia  Real  y  los  Gobernadores ,  por  ella 
nombrados,  administraban  justicia  sin  embarazo  ni  impedimento 
alguno,  determinó  su  regreso.  Movióle  también  á  ello  el  deseo  de 
poner  en  salvo  los  fondos  que  habia  reunido  para  la  Real  Hacien- 
da; temiendo  que  si  permanecían  alli,  fuesen  incentivo  que  n;o- 
viese  á  algunos  á  promover  nuevas  alteraciones  para  robarlos.  Sin 
dar,  pues ,  á  nadie  parte  de  su  proyecto,  hizo  preparar  todas  las 
cosas  necesarias  para  la  navegación ,  y  después  que  tuvo  embar- 


PKDRO   DE   LA-GASCA.  26 í 

cados  los  dineros,  envió  á  llamar  al  cabildo  de  la  ciudad  de  los 
Reyes ,  y  le  hizo  saber  lo  que  habia  resuelto.  Opúsose  á  ello  la 
ciudad,  proponiéndole  los  graves  inconvenientes  que  podian  so- 
brevenir de  irse  antes  que  S.  M.  hubiese  nombrado  nuevo  Presi- 
dente ó  Virey  que  le  sustituyese;  pero  él  satisfaciéndoles  los  repa- 
ros ,  entregó  el  mando  á  la  Real  Audiencia ,  que  presidia  por  su 
ausencia  el  Doctor  Bravo  de  Saracria ,  y  fuese  á  embarcar.  Ya  en 
la  nao,  hizo  un  nuevo  repartimiento  de  Indios ,  en  razón  á  haber 
quedado  muchos  vacantes  por  muerte  de  Gabriel  de  Rojas  y  otros 
sujetos  principales ,  y  á  fin  de  evitar  quejas  y  reclamaciones ,  lo 
dejó  cerrado  y  sellado  con  las  cédulas  de  encomienda,  en  poder  del 
Secretario  de  la  Audiencia ,  con  orden  de  que  no  lo  abriese  hasta 
pasados  ocho  dias  de  haberse  dado  él  á  la  vela= 

Sucedió  mientras  tanto ,  que  noticiosos  de  los  preparativos  que 
hacia  para  su  partida  los  hermanos  Hernando  y  Pedro  de  Con- 
treras ,  nietos  del  famoso  y  cruel  Gobernador  del  Darien ,  Pedra- 
rias  Dávila ,  los  cuales  se  hallaban  prófugos  y  retraídos  por  haber 
dado  muerte  violenta  al  Obispo  de  Nicaragua ,  Fr.  Antonio  Val- 
divieso, determinaron  atacarle  á  su  paso  por  Panamá,  para  robarle 
los  dineros  que  llevaba.  Reuniendo,  en  efecto,  gran  número  de 
foragidos  y  descontentos,  de  aquellos  que  en  todas  partes  hay 
siempre  mal  avenidos  con  toda  clase  de  gobierno ,  pusieron  por 
obra  su  propósito,  logrando  sorprender  la  ciudad  de  Panamá, 
cuando  ya  el  Presidente  habia  pasado  por  ella.  Sin  embargo ,  sa- 
quearon la  casa  del  Tesorero  Real,  Martin  Ruiz  deMarchena,  y  en 
sus  cajas  robaron  cuatrocientos  mil  pesos  en  plata,  que  no  hablan 
podido  ser  conducidos  á  Nombre  de  Dios  por  falta  de  acémilas.  Al 
llegar  el  Presidente  á  esta  última  ciudad,  y  tener  noticia  de  lo 
ocurrido ,  desembarcó  al  punto ,  y  obrando  con  su  acostumbrada 
presteza  y  diligencia,  reunió  buen  golpe  de  gente,  que  puso  á  las 
órdenes  de  Sancho  de  Clavijo,  Gobernador  de  aquella  provincia,  y 
marchando  él  mismo  á  su  cabeza ,  salieron  en  busca  de  los  rebel- 
des. Repuesto  en  tanto  de  su  sorpresa  Marchcna,  y  auxiliado  con 
tropas  que  le  trajo  Juan  de  Larez ,  habia  salido  contra  los  herma- 
nos y  sus  secuaces ,  á  quienes  alcanzó  y  batió  cerca  de  Panamá, 
rescatando  los  dineros  y  haciendo  huir  á  los  Contreras,  que  pere- 
cieron ambos  miserablemente  en  la  fuga. 

Pacificado  este  último  alboroto ,  se  embarcó  de  nuevo  el  Presi- 
dente ,  después  de  haber  dado  gracias  al  Señor  por  haberle  librado 


262  EL    LICENCIADO 

de  un  peligro  tan  no  pensado ,  y  trayendo  consigo  al  provincial 
de  Santo  Domingo  y  á  Jerónimo  de  Aliaga ,  que  fueron  nombrados 
Procuradores  de  la  provincia  del  Perú,  para  negociar  cerca  de  S.  M. 
las  cosas  della ,  y  otros  muchos  caballeros  y  personas  principales, 
que  regresaban  á  la  Península  con  sus  haciendas ,  hizo  rumbo  para 
España  á  fines  de  Diciembre  de  1549.  Tres  años  hablan  por  consi- 
guiente bastado  á  aquel  insigne  varón  para  dar  feliz  término  y 
remate  á  la  comisión  más  delicada  que  jamas  subdito  alguno  hu- 
biese desempeñado ,  logrando  en  tan  breve  espacio  de  tiempo  y  á 
tan  inmensa  distancia  del  gobierno  central ,  sin  otros  recursos  que 
los  allegados  por  él  mismo  en  aquel  esquilmado  pais ,  sofocar  la 
más  terrible  insurrección  militar  que  pudiera  darse ,  hacer  entrar 
en  su  deber  á  jefes  indisciplinados  y  avezados  á  la  insubordinación 
y  al  pillaje ,  devolver  la  paz  y  quietud  á  las  antes  agitadas  pobla 
clones,  hacer  que  los  tribunales  de  justicia  funcionaran  con  regu- 
laridad, conforme  á  las  leyes ,  que  todo  el  mundo  aprendió  á  res- 
petar, sobreponiendo  en  fin,  el  elemento  civil,  como  debe  estarlo 
en  toda  república  bien  organizada ,  al  desenfreno  militar  hasta 
entonces  preponderai^te.  [Ojalá  la  Providencia  divina,  mirándonos 
con  ojos  compasivos ,  exaltara  hoy,  que  tan  necesitada  de  iguales 
remedios  se  halla  la  Nación ,  al  poder  hombres  de  tan  acabadas 
dotes  de  mando! 

Durante  la  travesía,  tuvieron  todos  al  Presidente  el  mismo  res- 
peto y  obediencia  que  le  tenian  durante  su  mando;  tal  era  la 
consideración  que  habia  alcanzado  con  su  conducta  y  carácter, 
tratándolos  él  con  su  acostumbrada  afabilidad  y  comedimiento ,  y 
teniendo  mesa  franca  para  cuantos  á  comer  querían  acompañarle. 
De  esta  manera  prosiguió  con  felicidad  su  viaje,  hasta  llegar  á 
Sanlúcar  de  Barrameda ,  donde  tomó  tierra  en  Julio  de  1550. 

No  bien  desembarcó,  despachó  por  la  posta  al  capitán  Lope 
Martínez  á  Alemania,  donde  entonces  se  hallaba  el  Emperador,  á 
darle  noticia  de  su  venida,  nueva  que  le  fué  muy  agradable,  y 
puso  gran  admiración  en  él  y  en  cuantos  la  supieron,  por  haber 
con  tanta  ventura  y  buen  suceso  terminado  negocios  que  tan  difi- 
cultosa salida  parecía  hablan  de  tener.  Mandóle  S.  M.  que  partie- 
ra desde  luego  para  su  corte,  porque  quería  oir  de  sus  labios  la 
relación  de  los  sucesos  en  que  habia  intervenido,  y  él  lo  cumplió 
al  punto,  llevando  en  su  compaña  á  los  Procuradores  del  Perú  y  á 
otras  personas  señaladas,  que  pretendían  recibir  mercedes  por  lo 


PEDBO   DE    LA-GASCA.  263 

que  habían  contribuido  á  la  pacificación.  Con  todos  ellos  se  em- 
barcó en  Barcelona  en  las  galeras  de  la  armada  Real,  que  le  esta- 
ban esperando,  y  llegó  á  la  presencia  Real  con  un  presente,  ade- 
más, de  quinientos  mil  escudos  labrados  en  reales.  Dióle  el  Empe- 
rador, de  allí  á  pocos  dias,  el  Obispado  de  Falencia,  que  acababa 
de  vacar  por  muerte  de  D.  Luis  Cabeza  de  Vaca,  y  le  concedió 
la  gracia  de  que  añadiese  al  escudo  de  sus  armas  nueve  banderas 
con  esta  letra:  Carolo  Quinto  restitutio  Perú  Regnis  tyrannorum 
spolia.  Premio  digno  de  sus  señalados  servicios,  pero  no  igual  al 
mérito  y  á  la  gran  capacidad  para  gobernar,  de  que  habia  dado 
tan  insigne  muestra. 


vn. 

Preparábase  nuestro  Obispo  á  dedicarse  entera  y  exclusivamen- 
te á  las  sagradas  funciones  de  su  ministerio  pastoral,  cuando  reci- 
bió orden,  á  principios  de  1551,  de  pasar  á  la  corte,  que  entonces 
se  hallaba  en  Valladolid,  para  formar  parte  de  la  Junta  nombrada 
con  el  fin  de  resolver  la  instancia  que  hablan  presentado  los  Pro- 
curadores de  Nueva  España  en.  solicitud  de  que  los  repartimientos 
de  Indios  se  declararan  perpetuos.  Formaban  aquella,  además  del 
Presidente,  Marqués  de  Mondéjar,  que  lo  era  del  Real  Consejo  de 
Indias,  los  demás  Ministros  del  mismo  Tribunal,  los  Procuradores 
del  Perú,  antes  nombrados,  los  de  Méjico,  que  lo  eran  Alvaro  de 
Villanueva,  Gonzalo  López,  y  el  historiador  Bernal  Diaz  del  Cas- 
tillo, F.  Martin  Regente,  dominico.  Obispo  de  las  Charcas,  el  ve- 
nerable y  digno  de  eterna  loa  F.  Bartolomé  de  las  Casas,  Obispo 
de  Chiapa,  y  su  compañero  F.  Rodrigo,  D.  Vasco  de  Quiroga, 
Obispo  de  Mechoacan,  y  otros  varios  hidalgos  y  caballeros  de  los 
primeros  conquistadores  que  en  aquella  sazón  se  hallaban  en  la 
corte  con  distintas  pretensiones,  y  á  todos  los  cuales  se  les  ordenó 
asistir  á  las  sesiones  que  celebrara  la  Junta  para  ilustrarla  con  su 
parecer,  como  conocedores  del  estado  del  Nuevo  Mundo  y  de  lo 
que  pudiera  serle  más  conveniente.  Reunida  la  Junta,  propusieron 
desde  luego  los  Procuradores  de  ambos  reinos  su  demanda,   á  la 
cual  se  opuso  el  primero  F.  Bartolomé  de  las  Casas,  apoyado  por 
F.  Rodrigo;  contestóles  D.  Vasco  de  Quiroga,  que  patrocinaba  la 
solicitud,  y  tomando  entonces  la  palabra  el  Obispo  dePalencia, 


264  EL    LICENCIADO 

hizo  ver  con  copia  de  razones  que,  no  sólo  no  se  debian  dar  los 
Indios  en  repartimiento  perpetuo,  sino  que  ni  aun  por  tiempo  de- 
terminado era  justo  hacerlo;  que  lejos  de  continuar  una  práctica 
que  ocasionaba  continuos  disturbios  y  reclamaciones,  debian  qui- 
társeles á  los  que  los  tenian  repartidos,  porque  habia  entre  ellos 
personas  en  el  Perú  disfrutando  buena  renta  de  Indios,  que  mere- 
cian  castigos  en  vez  de  dárselos  ahora  en  perpetuidad.  Irritado  al 
oirle  el  de  Mechoacan,  que  favorecía  la  instancia  de  los  Procura- 
dores, como  ya  dijimos,  replicóle  que,  si  tal  sabia,  ¿por  qué  no 
castigó  á  los  bandoleros  y  traidores,  pues  conocía  y  le  eran  notorias 
sus  maldades,  y  no  que  él  mismo  les  dio  Indios?  A  lo  que  La-Gasea 
respondió  riendo: — «Creerán,  señores,  que  no  hice  poco  en  salir 
»en  paz  y  en  salvo  de  entre  ellos,  y  algunos  descuarticé  y  hice 
ajusticia.»  U 

Propusieron  entonces  los  Procuradores  de  Nueva  España,  que 
se  diesen  por  lo  menos  á  los  primeros  conquistadores  que  pasaron 
con  Hernán  Cortes,  y  á  los  de  Panfilo  de  Narvaez  y  Francisco  Ca- 
ray, pues  de  esos  quedaban  muy  pocos  y  hablan  sido  tan  bravos  y 
leales  servidores,  dejando  á  los  del  Perú  que  procurasen  directa- 
mente por  si  como  pudieran.  Sobre  esta  pretensión,  que  contradi- 
jeron también  los  Obispos  de  Chiapay  las  Charcas,  hubo  largos  y 
diferentes  debates;  pero  cortó  la  cuestión  el  Presidente  Marqués 
de  Mondéjar,  inclinado  como  los  más  de  los  individuos  del  Conse- 
jo Real  á  que  se  negara  la  perpetuidad  de  repartimientos,  propo- 
niendo que  en  vista  de  lo  arduo  del  negocio  quedara  sin  resolver 
üasta  que  S.  M.  volviese  de  Alemania,  y  asi  se  acordó.  En  tal  es- 
tado permaneció  aquel  asunto  largos  años,  mas  no  cesando  las  re- 
clamaciones, lo  resolvió  el  rey  Felipe  II  en  principios  de  su  reinado 
por  una  Real  cédula  en  que  mandaba,  que  á  los  conquistadores  y  á 
sus  hijos  se  les  diesen,  pero  no  en  perpetuidad,  los  mejores  repar- 
timientos que  fuesen  vacando ,  y  luego  á  los  antiguos  pobladores 
casados. 

Tal  fué  el  último  y  no  menos  señalado  servicio,  que  prestó  La- 
Gasea  á  los  indígenas  del  continente  americano,  que  con  mucha 
razón  le  llamaban  ^\x  padre  ^  restaurador  y  pacificador,  pues  con 
su  oposición  al  repartimiento  perpetuo,  que  sin  ella  tal  vez  se  hu- 
biese aprobado,  á  pesar  de  la  tenaz  resistencia  de  las  Casas,  los  li- 
bró de  caer  en  un  estado  de  verdadera  esclavitud,  que  era  el  que 
les  preparaban  con  su  pretensión  los  conquistadores. 


PEDRO   DE    LA-GASCA.  265 


VIII. 


Con  la  junta  de  Valladolid  termina  la  vida  pública  del  Licen- 
ciado Pedro  de  La-Gasea,  que  hemos  procurado  sacar  de  la  oscuri- 
dad en  que  injustamente  yace.  Retirado  desde  entonces  en  la  ca- 
pital de  su  diócesis,  vivió  únicamente  dedicado  á  cumplir  los 
deberes  que  le  imponía  el  grave  cargo  del  episcopado,  y  á  contes- 
tar las  consultas  que  sobre  asuntos  graves  de  Estado  le  dirigía  el 
rey  Felipe  II,  que  hacia  gran  caso  de  su  capacidad.  Trasladado  de 
dicho  obispado  de  Falencia  al  de  Sigüenza  en  1561  ,  murió  en  10 
de  Noviembre  de  1567,  de  edad  de  74  años,  después  de  haber  asis- 
tido al  concilio  provincial  de  Toledo,  celebrado  en  1565. 

Dotó,  por  su  testamento  en  Sigüenza,  la  fiesta  del  Santísimo  Nom- 
bre de  Jesús,  que  se  celebra  en  aquel  obispado  el  14  de  Enero,  y  dos 
aniversarios,  uno  por  el  alma  del  Emperador  y  otro  por  la  del  Rey 
D.  Felipe  II;  dejó  para  sus  deudos  un  mayorazgo  de  300  ducados  de 
renta,  que  tan  mezquina  fué  la  que  para  si  reunió  hombre  de  tan 
grandes  prendas  y  que  tan  pingües  de.-^tinos  desempeñara ;  y  por 
último,  edificó  en  Valladolid,  con  suficiente  dotación  para  sustentar 
sus  servidores,  la  parroquia  de  la  Magdalena,  en  cuya  capilla  mayor 
yace  enterrado  en  grandioso  sepulcro,  con  su  busto  de  alabastro 
encima,  obra  del  célebre  Jordán,  y  un  largo  y  honroso  epitafio  latino. 

No  le  impidieron  los  negocios  el  cultivar  las  bellas  letras,  como 
se  colige  de  la  dedicatoria  que  le  hizo  de  la  Historia  Palentina, 
el  Arcediano  de  Alcor,  y  aun  se  asegura  que  escribió  una  Histo- 
ria del  Perú,  cuyo  manuscrito  es  de  lamentar  que  se  haya  extra- 
viado, pues  dados  sus  antecedentes,  podemos  suponer  que  referirla 
los  hechos  de  aquel  país  con  una  verdad  é  imparcialidad  que  no 
suelen  encontrarse  en  la  mayor  parte  de  los  historiadores.  Varón 
verdaderamente  ilustre,  digno  de  inmarcesible  lauro,  y  merecedor 
de  la  eterna  gratitud,  tanto  de  los  Indios,  á  quienes  protegió  y  ad- 
ministró recta  y  cumplida  justicia,  como  de  los  Españoles,  cuyo 
nombre  enalteció  y  honró  con  su  conducta  noble  y  desinteresada. 
Varón  de  quien  estamos  firmisimamente  persuadidos,  que  de  haber 
sido  llamado  á  regir  los  destinos  de  la  Nación,  escudara  con  su 
nombre  la  Ínclita  fama  que  rodea  el  del  eminente  repúblico  y  car- 
denal, Jiménez  de  Cisneros. 

CÁELOS  Ramírez  de  Arellano, 


UNA  TEMPORADA  EN  EL  MAS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS. 


CAPITULO  xxin. 


RUSSlLlO. 


A  la  mañana  siguiente  muy  temprano,  ya  estaba  en  mi  casa  un 
criado  del  embajador  para  decirme  que  su  amo  me  esperaba. 

Acompañado  de  mi  guardia  y  de  un  lacayo  del  Sr.  Nomara,  me 
fui  al  punto  á  la  embajada. 

Cuando  llegamos,  piafaban  en  el  patio  seis  magnificos  caballos. 
Otro  más  pequeño  lo  tenia  de  la  brida  un  hombre  de  tez  morena, 
de  ojos  negros,  dientes  blanquisimos,  nariz  chata,  y  de  mirar  algo 
feroz.  Además  de  los  caballos  referidos,  habia  otros  cuatro  ya  car- 
gados, supongo  que  con  las  viandas  que  debiamos  comer  en  aquel 
dia. 

Apenas  me  vieron,  se  inclinaron  respetuosamente  los  criados,  y 
un  ayuda  de  cámara ,  colocado  allí  con  este  objeto ,  me  condujo 
por  una  escalera  de  mármol  á  un  salón  donde  los  Sres.  Nottely, 
Soletty  y  otros  cinco  caballeros  me  aguardaban . 

No  se  veia  en  esta  casa  la  profusión  de  oro ,  plata  y  pedreria 
que  habia  en  los  palacios  de  Romalia ;  pero  en  cambio ,  habia  más 
gusto  y  elegancia. 

Apenas  entré ,  vino  á  mi  el  embajador  con  aquel  aire  noble  y 
simpático  que  le  era  peculiar ,  y  cogiéndome  de  la  mano ,  me  dijo 
sonriendo: 

— Vamos,  señor  perezoso,  que  hace  un  año  que  os  estamos  espe- 
rando. Qué  dormilón  sois ! 

— Es  que,  amigo,  no  soy  de  hierro  como  vos.  ¿No  veis  que  me 
acosté  muy  tarde? 


UNA    TEMPORADA,    ETC.  267 

Y  saludando  á  los  señores  que  se  hallaban  con  nosotros,  cambié 
un  apretón  de  manos  con  8oletty. 

— Estáis  entre  Nostracianos ,  Mendoza, — me  dijo  el  embaja- 
dor;— observadlos,  y  asi  os  sorprenderán  menos  cuando  los  tratéis. 

Y  haciendo  sonar  un  timbre  que  tenia  sobre  la  mesa ,  entró  un 
ayuda  de  cámara. 

— Las  armas, — dijo  Nottely. 

Un  momento  después  nos  trajeron  pistolas,  escopetas,  que  eran 
unas  pistolas  más  largas,  y  una  especie  de  dardos  también  largos, 
que  tenian  á  un  extremo  dos  hileras  de  plumas ,  y  al  otro  una 
punta  de  acero  muy  aguda.  Al  mismo  tiempo  observé  que  todos  se 
ceñían  sus  espadas,  metiendo  además  en  sus  fajas  unos  cuchillos  de 
monte. 

Sorprendido  de  un  aparato  tan  guerrero,  cuando  sólo  se  trataba 
de  cazar,  no  pude  menos  de  decir  al  embajador: 

— Pero  adonde  vamos,  amigo;  á  cazar  ó  á  batirnos? 

— Á  cazar,  Mendoza.  Pero  ¿no  podria  suceder  que,  yendo  á  ca- 
zar, tuviésemos  que  batirnos? 

— No  sabe  nada, — dijo  el  Sr.  Soletty  sonriendo  y  mirando  al 
Sr.  Nottely. 

— Pero  vamos,  qué  es  lo  que  hay?  Sed  francos,  y  decidme  si 
preveis  algún  peligro ,  porque  el  aparato  de  que  os  veo  rodeados 
no  es  en  verdad  para  cazar. 

— Tenéis  razón,  Mendoza, — me  contestó  Nottely, — y  en  el  ca- 
mino os  diré  lo  que  hay  en  esto.  Ahora,  marchemos. 

Cuando  llegamos  al  patio,  me  dijo  el  embajador: 

— He  hecho  traer  para  vos  ese  caballo  más  pequeño,  porque  crei 
que  iriais  mejor  en  él  que  en  uno  de  esos  otros,  que  son  muy  altos 
y  de  paso  menos  veloz. 

— Oh,  Nottely  1  por  Dios.... 

— Qué !  Queréis  acaso  desairarme? — me  dijo,  mirándome  con  ex- 
trañeza. 

— No,  no;  gracias,  querido  Nottely;  lo  acepto  con  mucho  gusto. 

Una  sonrisa  de  satisfacción  brilló  en  el  rostro  del  joven. 

En  marcha  ya,  le  dije  á  éste: 

— Con  que  decid:  ¿qué  es  lo  que  os  obliga  á  ir  armados  de  ese 
modo,  cuando  vamos  á  divertirnos? 

—Es  preciso  que  sepáis,  Mendoza ,  que  en  la  Rogelia  y  en  todo 
este  continente  hubo  muchos  bandidos  en  épocas  yg<,  leja;ia^,;  sólo 


268  UNA   TEMPORADA 

que ,  á  medida  que  la  cultura  y  civilización  fueron  aumentando, 
fué  también  desapareciendo  esa  canalla,  en  disposición  de  que  hace 
más  de  un  siglo  que  los  ladrones  eran  desconocidos  en  Romalia. 
Hace  dos  años,  sin  embarg-o,  que  apareció  en  los  alrededores  de  la 
capital  un  hombre  terrible,  el  feroz  Russilio,  tan  sagaz,  tan  sutil 
y  tan  intrépido,  como  valiente  y  afortunado.  Este  hombre  ha  co- 
metido robos  extraordinarios  que  sembraron  el  terror  en  todos  es- 
tos contornos.  Aparece  de  repente,  da  su  golpe ,  que  lleva  prepa- 
rado de  antemano,  y  desaparece  sin  dejar  en  pos  de  sí  la  más  li- 
gera huella,  y  sin  que  se  haya  podido  dar  con  él  por  más  investi- 
gaciones que  se  han  hecho. 

— Pero  ¿es  algún  duende  ó  algún  encantador  ese  hombre?  Por- 
que supongo  que  ningún  género  de  sacrificio  habréis  dejado  de 
hacer  para  cogerle. 

— Y  así  es  la  verdad,  Mendoza, — me  dijo  el  Sr.  Soletty; — pero  es 
tan  sagaz  y  sutil  ese  demonio,  como  ha  dicho  el  Sr.  Nottely,  que, 
no  sólo  burló  nuestras  pesquisas ,  sino  que  llevó  su  osadía  hasta 
introducirse  en  la  ciudad ,  andar  entre  nosotros ,  y  dar  algunos 
golpes  que  denotan  su  serenidad  y  su  valor.  Os  acordáis,  Nottely, 
del  lance  del  Sr.  Otrocy? 

— Ya  lo  creo!  Pues  fué  poco  sonado  para  haberlo  olvidado 

— Referídmelo, — dije,  picado  de  curiosidad. 

— Que  os  lo  cuente  Soletty,  que  ha  sido  testigo  de  él, 

— Tomaba  una  tarde, — dijo  Soletty, — nuestro  amigo  el  Sr.  Otro- 
cy  un  vaso  de  helado  en  el  café  de  Torlony,  cuando  se  le  acercó  un 
hombre  alto,  corpulento,  moreno,  de  ojos  negros  y  penetrantes, 
de  ancha  boca,  de  nariz  chata,  de  pómulos  salientes,  y  de  cejas, 
bigote  y  barba  muy  largos  y  extremadamente  espesos.  Su  fisono- 
mía llamaba  la  atención  por  un  no  sé  qué  de  feroz  que  imponía,  si 
bien  suavizaban  la  dureza  de  su  aspecto  lo  fino  de  sus  modales  y  lo 
suntuoso  de  su  trage. 

— Si  no  os  incomodo,  caballero — dijo,  acercando  una  silla  al  se- 
ñor Otrocy, — tomaría  con  gusto  un  vaso  de  helado  junto  á  vos. 

—  Al  contrario,  amigo, — contestó  el  Sr.  Otrocy; — me  daréis  en 
eso  un  gran  placer,  pues  estando  juntos,  hablaremos  á  lo  menos 
algo. 

Y  hablaron  efectivamente,  y  no  sólo  hablaron,  sino  que  habién- 
dole propuesto  el  Sr.  Otrocy  dar  un  paseo  por  la  ciudad,  salieron 
del  café  y  recorrieron  juntos  diferentes  calles,  hasta  que,  ya  oscu- 


EN    EL    Mis   BELLO   DB   LOS   PLANETAS.  269 

recido,  llegaron  á  la  casa  del  Sr.  Otrocy.  Encantado  éste  con  la 
verbosidad  y  buenas  maneras  de  su  compañero,  le  invitó  á  que  su- 
biese, y  habiendo  aceptado  el  desconocido,  lo  introdujo  en  el  sa- 
lón, donde  cansados  ambos  se  sentaron.  No  hablan  pasado  seis 
minutos,  cuando  sacando  el  desconocido  un  agudo  puñal,  y  acer- 
cándolo al  pecho  del  Sr.  Otrocy,  le  dijo,  sin  inmutarse  lo  más 
minimo : 

— Ni  una  palabra,  ni  un  gesto,  ni  el  más  leve  movimiento,  ó 
por  Dios  vivo,  que  os  atravieso  el  corazón. 

Cuál  se  quedarla  el  Sr.  Otrocy,  juzgadlo  vos.  Se  puso  pálido 
primero,  después  lívido,  tanto  que  el  mismo  Russilio  le  tuvo  lásti- 
ma; asi  es,  que  le  dijo: 

— Pero  si  no  habláis,  y  si  ejecutáis  pronto,  y  sin  hacer  el  menor 
ruido,  lo  que  voy  á  proponeros,  nada  tenéis  por  qué  temer. 

— ¿Y  qué  es? — dijo,  sin  aliento,  el  Sr.  Otrocy. 

— Que  recojáis  cuanto  oro,  plata  y  pedrería  haya  en  este  salón 
y  en  los  gabinetes  inmediatos;  que  lo  coloquéis  todo  en  un  cofre- 
cito,  con  llave,  y  que  lo  pongáis  después  sobre  esta  mesa. 

Y  le  señaló  con  la  punta  del  bastón  una  que  estaba  debajo  de 
un  espejo. 

Iba  ya  á  ejecutarlo  nuestro  amigo,  cuando  deteniéndole  el  des- 
conocido por  el  brazo,  añadió: 

— Oidme  bien:  si  durante  la  operación  que  vais  á  hacer,  ó  du- 
rante el  tiempo  que  permanezca  á  vuestro  lado,  entrasen  algunos 
amigos  ,  ó  algún  criado,  y  delante  de  ellos  hicieseis  la  menor  se- 
ñal que  les  revelase  la  posición  en  que  os  halláis,  no  sólo  os  mato 
á  vos,  sino  que  los  mato  á  ellos.  ¿Habéis  oido  hablar  de  Russilio? 
Pues  si  habéis  oido,  como  lo  supongo,  sabréis  que  es  más  que  ca- 
paz de  ejecutar  lo  que  os  ha  dicho. 

Al  oir  este  nombre,  palideció  de  nuevo  el  Sr.  Otrocy.  Conociólo 
Russilio,  y  añadió: 

— Pero  si  ejecutáis  lo  que  os  mandé,  y  cuando  salga  me  venis 
acompañando  hasta  el  portal,  os  juro,  por  mi  alma,  que  no  cor- 
réis el  menor  riesgo. 

Tranquilizado  con  esta  promesa,  pudo  decir  el  Sr.  de  Otrocy: 

—Voy,  caballero,  á  obedeceros. 

Y  mientras  el  Sr.  Otrocy  recogia  todo  su  oro,  plata  y  pedrería, 
lo  metia  en  un  cofrecito  que  cerró  con  llave,  y  colocó  después  so- 
bre la  mesa,  se  paseaba  el  Sr.  Russilio  muy  tranquilo,  parándose 


210  UNA   TEÍIPORADA 

de  cuando  en  cuando  á  examinar  los  cuadros  que  colgaban  de  la 
pared,  y  mirando  de  soslayo  al  pobre  Otrocy. 

Ya  habia  acabado  éste,  y  ya  Russilio  se  acercaba  á  la  mesa  para 
cog-er  el  cofrecito,  cuando  entramos  Notty  y  yo  en  compañía  de 
otro  joven. 

Ni  la  más  leve  sorpresa,  ni  el  más  leve  indicio  de  temor  se  ma- 
nifestó en  el  semblante  de  Russilio,  á  quien  saludamos  con  una 
inclinación  de  cabeza,  porque  no  le  conocíamos. 

No  dejamos,  sin  embargo,  de  notar  alguna  alteración  en  el  sem- 
blante del  Sr.  Otrocy;  pero  como  veiamos  la  calma  y  serenidad  del 
desconocido,  á  quien  por  otra  parte  trataba  él  con  la  mayor  ama- 
bilidad, no  concebimos  la  menor  sospecha:  todo  al  contrario,  nos 
sentamos,  y  la  conversación  se  hizo  general.  Russilio  habló  poco, 
pero  bien,  y  con  mucha  oportunidad.  Habría  pasado  como  media 
hora,  cuando  levantándose  y  encarándose  con  el  Sr.  Otrocy,  le 
dijo: 

— ¿Cotí  que  llevo,  caballero,  el  cofrecito,  y  lo  entrego  á  la  per- 
sona que  sabéis,  para  que  ejecute  lo  que  tenemos  acordado,  no  es 
eso? 

— Si,  amigo, — respondió  el  Sr.  Otrocy, — y  me  haréis  en  ello 
un  gran  fevor. 

Y  recogiendo  el  cofrecito,  que  cubrió  con  su  manto  el  descono- 
cido, y  saludándonos  profundamente,  se  marchó  acompañado  del 
Sr.  Otrocy. 

Pasados  algunos  momentos  volvió  éste;  y  como  se  veia  libre  de 
la  terrible  presión  que  hasta  entonces  le  habia  subyugado,  se  dejó 
caer  sobre  un  sofá,  y  exhaló  un  gemido  que  nos  llenó  de  sobre- 
salto. 

— Qué  tenéis? — preguntamos  todos  á  la  vez. 

— ¿Sabéis  quién  es, — nos  dijo,  con  voz  casi  apagada, — el  que 
acaba  de  salir  de  aqui? 

— Nó, — respondimos  muy  inquietos; — quién  es? 

— Russilio. 

— Russilio! — repetimos  llenos  de  estupor. 

— El  mismo, — repuso  el  Sr.  de  Otrocy. 

— Y  aguardáis,  amigo,  á  decírnoslo  después  que  se  ha  mar- 
chado? 

— Y  qué  queríais  que  hiciese? 

— Hablar  á  todo  trance, — respondió  Soletty. 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         27V 

— Escuchad  primero.  Y  el  Sr.  Otrocy  nos  contó,  muy  por  me- 
nor, cuanto  acababa  de  pasar,  lo  que  unido  á  otros  lances  que  ya  sa- 
biamos  de  este  personaje,  vino  á  hacer  más  terrible  el  concepto  en 
que  le  temamos. 

— Ya  veis,  Mendoza, — continuó  el  Sr.  Soletty, — si  pudiendo 
hallar  á  Russilio  por  estos  alrededores,  seria  prudente  que  vinié- 
semos desprevenidos.  Comprendéis  ahora? 

— Demasiado,  querido;  y  habéis  hecho  perfectamente  en  venir 
armados.  Yo  también  traigo  mis  pistolas  y  mi  espada,  que  aun- 
que pequeña,  puede  hacer  las  veces  de  puñal.  ¡Caramba  con  el  se- 
ñor Russilio! 

Toda  la  mañana  estuvimos  muy  divertidos  cazando  y  matando 
pájaros  de  variados  y  lindísimos  colores.  Los  que  eran  muy  gran- 
des, los  mataban  con  las  escopetas,  y  los  pequeños  con  el  dardo. 
En  este  sobresalían  los  Nostracianos,  pues  no  erraban  tiro;  y  en 
las  escopetas,  los  Romalianos,  puesto  que  el  Sr.  Soletty  mató  doce 
colubas,  que  eran  alli  una  especie  de  aves  monteses  muy  estima- 
das, y  que  hacian  el  mismo  papel,  en  aquel  mundo,  que  hacen  en 
el  nuestro  las  perdices.  Y  en  efecto,  su  carne  y  su  sabor  eran  pa- 
recidos á  los  que  tienen  estas  aves. 

Entretenidos  en  esta  ocupación ,  y  atravesando  bosques  inmen- 
sos, llegamos  á  una  llanura  sembrada  de  una  planta  para  mí  des- 
conocida ,  que  tenia  en  la  punta  una  bolita.  Los  Sres.  Nottely  y 
Soletty  me  dijeron  que  aquella  bola  se  convertía ,  después  de  ma- 
dura, en  una  harina  blanca  y  finísima  á  la  menor  presión  que  se 
la  hiciese ;  era  el  pan  de  aquellos  habitantes.  En  medio  de  esta  lia 
nura,  se  elevaba  una  casita,  en  la  que  vivia  el  labrador  que  culti- 
vaba aquel  terreno.  Al  verla,  dijo  el  Sr.  Soletty. 

— Pasa  mucho  de  las  dos,  señores,  y  será  bueno  que  entremos 
en  esta  casa  para  comer,  pues  por  poco  que  nos  detengamos,  dudo 
mucho  que  lleguemos  con  dia  á  Remalla.  Nos  hemos  alejado  más 
de  lo  regular,  y  el  cielo  se  encapota  por  momentos.  Miradlo. 

Miró  entonces  el  Sr.  Nottely,  y  después  de  haberse  hecho  cargo 
del  estado  de  las  nubes,  dijo  : 

— O  mucho  me  engaño,  ó  vamos  á  tener  una  tormenta. 

En  efecto,  el  cielo  que  estaba  despejado  cuando  salimos  de  casa, 
y  que  se  conservó  así  casi  toda  la  mañana ,  se  cubría  entonces  de 
gruesos  y  espesos  nubarrones.  Un  viento  suave  al  principio,  pero 
que  ibít  arreciando  por  momentos ,  agitaba  ya  con  violencia  los 


272  UNA   TEMPORADA. 

bosques  que  rodeaban  la  llanura ,  produciendo  un  ruido  sordo  y 
confuso  que  no  dejó  de  llamarnos  la  atención. 

Sin  embargo ,  encendida  la  lumbre  y  calentada  la  comida ,  nos 
sentamos  á  la  mesa  alegres  y  hambrientos,  haciendo  bravamente 
los  honores  á  cuantos  platos  se  nos  presentaron.  En  los  interme- 
dios, bebiamos  un  vino  ext raido  de  una  planta  parecida  á  las  par- 
ras de  la  Tierra ,  pero  cuyos  racimos  eran  mucho  mayores  que  los 
de  aquella ,  y  cuyos  granos  tenian  el  tamaño  de  ciruelas.  El  que 
bebiamos  era  de  Oatilia,  reputado  entonces  por  el  más  rico  de  toda 
la  comarca.  La  alegría  y  la  expansión  comenzaban  á  reinar  entre 
nosotros,  cuando  un  relámpago  que  iluminó  la  mitad  del  cielo,  y 
un  trueno  que  retumbó  pavoroso  en  los  valles  y  en  los  montes,  vi- 
nieron á  aguarnos  la  función. 

—  Diantre! — dijo  el  Sr.  Soletty; — Y  ya  no  tenemos  dia  para  lle- 
gar áEomalia.  Es  preciso  marchar,  señores,  sino  queremos  dor- 
mir á  la  intemperie. 

— Y  no  seria  mejor  quedarnos  aqui  ? — dije  yo  sintiendo  abando- 
nar aquel  sitio  en  que  me  hallaba  tan  á  gusto ,  porque  estaba  efec- 
tivamente muy  cansado. 

— Seria  lo  mejor,  sin  duda, — dijo  el  Sr.  Soletty, — si  tuviéramos 
camas  y  ropa  en  que  dormir ;  pero  como  nadie  habita  esta  casa  más 
que  un  labrador,  y  no  hay  aqui  cerca  quien  nos  provea  de  ambas 
cosas,  tendremos  que  marchar  por  fuerza.  Qué  decís,  embajador? 

Iba  éste  á  responder,  cuando  el  chasquido  de  un  látigo ,  y  el 
ruido  que  hacia  un  carruaje  caminando  con  rapidez ,  nos  obligó  á 
acercarnos  á  la  ventana. 

En  efecto,  más  bien  que  marchar  parecia  que  volaba  un  carrua- 
je tirado  por  seis  caballos ,  y  escoltado  por  ocho  hombres  mon- 
tados. 

— No  es  un  cualquiera  el  que  viaja  asi, — dijo  el  embajador. 

— No  á  fe  mia, — contestó  el  Sr.  Soletty. — Quién  será? 

— No  lo  sé, — respondió  Nottely, —  pero  debe  caminar  con  tanta 
prisa  por  llegar  á  Romalia  antes  que  estalle  la  tormenta. 

En  efecto,  un  momento  después  desapareció  el  carruaje,  y  se  per- 
dió en  el  espacio  el  ruido  que  producia. 

— Nos  vamos? — dijo  el  Sr.  Nottely. 

— Por  mi  lo  que  gustéis, —  respondió  Soletty,  — pero  me  parece 
que  si  no  nos  detenemos  y  picamos  bien ,  podremos  llegar  á  Ro- 
malia poco  después  de  anochecer. 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS         273 

— Pues  á  ello, — dijo  el  Sr.  Nottelj. 

— A  ello, — respondimos  todos. 

Un  momento  después,  estábamos  á  caballo. 

Los  criados  se  apresuraban  á  recoger  los  restos  de  la  comida  para 
huir  también  de  la  tormenta. 

Entre  tanto  la  atmósfera  se  encapotaba  cada  vez  más.  Brillaban 
los  relámpagos  que,  en  surcos  de  fuego,  iluminaban  lúgubremente 
la  campiña ;  retumbaba  el  trueno,  y  agitados  los  árboles  de  los  bos- 
ques inmediatos  por  un  viento  impetuoso,  producían  un  ruido  con- 
fuso y  sostenido,  que  era  el  precursor  de  la  tormenta. 

Picábamos  cuanto  podíamos;  sin  embargo,  no  nos  fué  posible  oir 
el  ruido  y  menos  alcanzar  con  la  vista  el  carruaje  que  nos  precedía. 

De  pronto  un  relámpago  más  grande  que  los  anteriores,  y  el 
trueno  de  que  fué  seguido,  rasgaron,  por  decirlo  asi,  las  nubes,  que 
despidieron  torrentes  de  agua ,  inundando  los  campos  y  poniendo 
el  camino  intransitable. 

— A  la  carretera,  señores,  á  la  carretera, — dijo  con  voz  de  true- 
no el  Sr.  Solettyj—pues  aunque  por  ella  sea  más  largo  el  camino, 
el  piso  es  firme  y  no  nos  extraviaremos  cuando  llegue  la  noche. 

Seguimos  el  consejo  de  Soletty,  y  como  la  carretera  estaba  car 
ca,  pronto  llegamos  á  ella. 

Entonces  andábamos  mucho,  pero  más  que  nosotros  avanzaba  la 
noche;  asi  es  que  no  tardó  ésta  en  aparecer,  triste,  amenazadora  y 
tan  oscura,  que  ni  nos  velamos  unos  á  otros,  ni  nos  hablábamos, 
porque  el  viento  nos  lo  impedia. 

De  cuando  en  cuando  el  surco  siniestro  de  un  relámpago  ilu- 
minaba todo  el  horizonte ;  pero  la  oscuridad  que  le  seguia  era  más 
densa  y  profunda. 

— Horrible  noche  1 — dijo  el  Sr.  Nottely. 

— Lo  peor  es, — repuse  yo, — que  aún  estamos  muy  lejos  de  Ro- 
malia. 

— Alto,  señores! — dijo  de  pronto  el  embajador. 

— Pues  qué  hay? — preguntamos  todos. 

— Acabo  de  tropezar  con  un  objeto  que  no  conozco,  y  que  por 
poco  hace  caer  á  mi  caballo.  Esperemos  que  venga  otro  relámpa- 
go, á  ver  si  con  su  luz  podemos  percibir  lo  que  es. 

No  sin  una  especie  de  terror  nos  acercamos  y  agrupamos  alre- 
dedor del  Sr.  Nottely.  Era  tal  la  oscuridad,  que  aun  estando  jun- 
tos, apenas  nos  distinguíamos. 

TOMO  XV.  18 


274  UNA    TEMPORADA 

De  repente  brilló  otro  relámpago ,  y  con  su  luz  pudimos  ver. .. . 

Cuatro  cadáveres  tendidos  en  la  carretera,  y  poco  distantes  unos 
de  otros ! . . . . 

Un  grito  se  escapó  á  la  vez  de  nuestros  pechos. 

— Qué  será  esto? — dijo  pensativo  el  Sr.  Nottely. 

Pero  ni  él,  ni  nosotros,  sabíamos  á  qué  atenernos ,  cuando  otro 
relámpago  nos  hizo  ver  algunos  pasos  más  allá ,  un  carruaje  sin 
tiro,  sin  escolta  y  sin  lacayos. 

— Oh ,  oh ,  —  dijo  el  embajador  volviéndose  hacia  nosotros ; — 
algún  grave  suceso  acaba  de  ocurrir  aquí.  Apostaría,  señores,  que 
este  carruaje  es  el  mismo  que  vimos  pasar  á  escape ,  cuando  aca- 
bábamos de  comer.  Qué  os  parece? 

— Que  indudablemente  es  el  mismo, — contestamos  todos. 

— Pero  entonces,  qué  es  de  su  dueño? — repuso  el  embajador; — 
qué  de  los  caballos?  qué  de  los  criados?  y  qué  de  la  escolta  que  le 
■  acompañaba?  En  guardia,  señores,  en  guardia  y  mano  á  las  pis- 
tolas, porque  ó  yo  me  engaño,  ó  estamos  en  un  gran  peligro.  Aho- 
ra caminemos  despacio  y  en  silencio. 

Esto  diciendo ,  rompió  la  marcha  el  embajador  ,  y  le  seguimos 
todos,  pistola  en  mano. 

No  habíamos  andado  siete  pasos,  cuando  un  gemido  desgarrador 
vino  á  herir  nuestros  oídos. 

— Quién  se  queja? — dijo,  parándose,  el  embajador. 

— Socorro,  señores,  socorro! — respondió  una  voz  temblorosa. 

— Al  momento, — repuso  el  Sr.  Nottely,  apeándose  del  caballo. 

Todos  hicimos  lo  mismo ,  y  todos  rodeamos  silenciosamente  al 
que  acababa  de  implorar  nuestro  auxilio  de  un  modo  tan  lastimero. 

Acercándonos  más,  pudimos  percibir  tendido  en  el  suelo,  y  ane- 
gado en  su  sangre,  á  un  hombre  que,  por  su  traje,  nos  pareció  que 
era  uno  de  los  guardias  que  iban  escoltando  el  carruaje  que  dejá- 
bamos atrás. 

— Estáis  herido? — le  preguntó  el  Sr.  Nottely. 

— Sí  señor, — respondió  con  voz  débil  el  paciente. 

— Y  en  dónde? — volvió  á  preguntar  el  embajador. 

— En  la  cabeza  y  en  el  pecho. 

A  tientas  y  como  pudo ,  llevó  el  embajador  su  mano  á  la  cabeza 
del  herido,  y  después  de  haberla  examinado,  dijo: 

— En  efecto,  aquí  os  han  dado  un  golpe  violento,  pues  además 
de  haberos  roto  la  piel,  he  tocado  el  hueso  con  mis  dedos. 


EN   EL    MÁS   BELLO    DE    LOS   PLANETAS.  275 

Esto  diciendo,  sacó  su  pañuelo,  lo  dejó  mojarse  con  el  ag*ua  que 
caía,  y  reuniendo  á  tientas  los  colgajos,  le  vendó  lo  mejor  que 
pudo. 

— Veamos  ahora  la  del  pecho, — dijo  en  seguida. 

Y  separándole  la  túnica,  introdujo  su  mano,  que  el  herido  guió 
trabajosamente  hasta  tocar  otra  herida,  larga  y  poco  profunda  que 
tenia  sobre  una  costilla  falsa,  y  que  por  haber  tropezado  con  ella, 
no  habia  penetrado  en  el  pecho. 

— Esta  os  la  han  hecho  con  una  espada, — dijo  el  Sr.  Nottely. 

— Si  señor ,  y  con  una  culata  de  una  pistola  la  otra ,  después 
que  el  que  me  atacaba  disparó  sobre  mi  sin  acertarme. 

— Amigo, — dijo  el  embajador, — os  voy  á  vendar  esta  herida  co- 
mo os  vendé  la  otra,  siquiera  para  que  no  acabéis  de  desangraros, 
porque  ya  lo  veis,  no  somos  cirujanos,  y  por  consiguiente  no  te- 
nemos apositos,  ni  instrumentos  con  que  haceros  una  cura  regular, 
ni  aun  luz,  que  es  lo  que  más  falta  nos  hacía. 

— Oh,  señor,  — dijo  el  herido  con  voz  más  animada;  — vos  sois 
algún  ángel  del  cielo  que  ha  bajado  á  Saturno  para  socorrerme. 
Cuándo  podré  pagaros  este  servicio,  que  acaso  me  salvará  una 
vida  que  iba  a  perder  sin  vuestro  auxilio? 

— Vamos, — dijo  el  embajador  con  su  natural  bondad ; — esto  no 
merece  la  pena.  Y  ahora  que  estáis  curado  lo  mejor  que  nos  fué 
posible,  hacedme  el  obsequio  de  decir  quién  sois,  y  por  qué  os 
halláis  en  este  sitio. 

-  Soy  uno  de  los  guardias  que  acompañaban  al  dueño  de  un 
carruaje  que  habréis  encontrado  más  atrás. 

— Y  qué  es  de  él,  de  sus  criados  y  de  vuestros  compañeros  ? 

— Yo  no  sé,  señor,  —  contestó  el  herido,  —si  mi  debilidad  me 
permitirá  referiros  la  escena  que  acaba  de  pasar  aquí.  Vos  me  per- 
mitiréis que  hable  despacio,  y  que  descanse  de  cuando  en  cuando 
para  poder  tomar  aliento. 

— Todo  lo  que  gustéis,  amigo  ;  hablad  despacio  y  del  modo  que 
os  acomode. 

Teniendo  al  herido  en  medio,  escuchábamos  con  ansiedad. 

—Caminábamos  con  rapidez, — dijo  éste, — para  llegar  á  Roma- 
lia  con  dia,  y,  sobre  todo,  para  huir  de  la  tempestad,  cuando  al 
llegar  á  este  sitio  nos  asaltaron  doce  hombres  armados  y  perfec- 
tamente montados.  Traían  dos  antorchas  encendidas.  Uno  de  ellos, 
el  que  parecía  jefe,  nos  dio  el  alto;  pero  en  lugar  de  responderle,  le 


276  UNA    TEMPORADA 

hicimos  una  descarg-a.  A  los  primeros  tiros  salió  el  caballero  del 
carruaje ,  montó  á  caballo ,  y  desenvainando  la  espada ,  se  lanzó 
como  el  rayo  á  la  pelea.  La  lucha  fué  sangrienta,  pues  á  los  pri- 
meros tiros  fui  yo  herido,  y  cayeron  á  mi  lado  cuatro  de  mis  com- 
pañeros, cuyos  cadáveres  habréis  encontrado  más  abajo  Ya  no 
quedaban  en  pié  más  que  tres,  un  criado  y  el  caballero  que  se 
batia  como  un  león,  cuando  el  jefe  dijo  á  éste: 
— Rindete,  ó  eres  muerto. 

—  Jamas, —  contestó  el  caballero.  —  Un  hombre  como  yo,  no  se 
rinde  á  un  bandido  como  tú,  Russilio,  y  ahora  mismo  vas  á  pagar 
todos  tus  crímenes. 

El  caballero  habia  oido ,  como  yo ,  el  nombre  del  jefe  á  uno  de 
sus  secuaces. 
Aquí  hizo  una  pausa  el  herido,  porque  se  sentía  desfallecer. 
— Descansad,  amigo, — dijo  el  Sr.  Nottely, — todo  el  tiempo  que 
gustéis,  aun  cuando  lo  que  estáis  diciendo  exigía  más  brevedad, 
pues  presumo  que  no  sois  vos  el  único  á  quien  tendremos  que  so- 
correr. 

— Y  no  os  equivocáis,  señor, — volvió  á  decir  el  herido,  algo  más 
repuesto,  después  de  haber  descansado  un  rato; — pero  dudo  mucho 
que  podáis  dispensar  vuestros  servicios  á  esos  pobres  que  compa- 
decéis, y  que  estoy  seguro  los  necesitan  en  este  momento  más 
que  yo. 

— Cómo  así? — preguntó  el  embajador. 

— Escuchadme,  y  lo  sabréis.  Apenas  el  caballero  habia  dicho  lo 
que  dejo  expuesto,  cuando  cayó  sobre  el  que  llamó  Russilio,  deci- 
dido á  atravesarle  el  corazón;  pero  (¡cosa  que  me  pareció  sobrena- 
tural, señores!)  antes  que  el  caballero  se  hubiese  acercado  al  jefe, 
vi  á  uno  de  los  bandidos  montado  á  la  grupa  de  su  caballo,  suje- 
tándole y  apretándole  de  manera,  que  antes  que  el  caballero  pu- 
diese desasirse  de  él  y  de  otros  tres  que  se  apresuraron  á  ayudarle, 
quedó  enteramente  inmóvil.  El  jefe  entre  tanto  se  reía. 

Desarmado  y  atado  el  caballero,  hicieron  lo  mismo  con  el  criado 
y  los  tres  guardias;  y  desenganchando  los  caballos,  y  haciendo 
marchar  delante  á  los  cocheros,  y  detrás  de  ellos  á  los  prisioneros, 
los  condujeron  por  ese  lado  (y  apuntaba  al  lado  derecho  de  la  car- 
retera ) ;  llegaron  á  un  montecillo  que  no  está  lejos  de  aquí ,  y 
cuando  yo  pensaba  que  subirían  por  él,  y  aun  que  pasarían  al  otro 
lado,  los  perdí  de  vista,  no  á  ellos,  porque  á  ellos  no  los  veia,  sino 


I 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         277 

á  las  antorchas  que  llevaban:  en  una  palabra,  me  pareció  que  los 
había  tragado  la  tierra,  según  la  prontitud  con  que  dejé  de  perci- 
birlos. Hé  ahi,  pues,  por  qué  os  decia  que  no  podríais,  aunque 
quisieseis,  socorrerlos,  ignorando,  como  ignoráis,  dónde  se  hallan. 

— Oh,  eso  es  fatal, — decia  pensativo  el  embajador. 

—Ahora,  caballero, — añadió  el  herido, — os  ruego  que  nos  mar- 
chemos al  instante,  pues  corremos  aquí  mucho  peligro. 

— Por  qué? — preguntó  con  viveza  el  embajador. 

— Porque  al  marcharse  el  jefe,  dijo  á  los  bandidos: — Amigos, 
pronto  á  ocultarnos,  y  después  que  pongamos  á  buen  recaudo  esta 
gente,  y  los  caballos  que  cogimos,  tú,  Nosolatto,  volverás  al  coche 
y  conducirás  al  subterráneo  todo  lo  que  venga  dentro.  Con  que,  ya 
lo  veis;  de  un  momento  á  otro  puede  llegar  Nosolatto,  y  si  ve  tanta 
gente  reunida,  retrocederá  para  avisar  á  sus  compañeros. 

— Muy  bien,  gracias, — dijo  el  Sr.  Nottely: — seguiremos  vuestro 
consejo,  que  no  deja  de  ser  prudente;  pero  antes  deseo  saber  una 
cosa. 

— Qué? — preguntó  el  herido. 

— Sabéis  quién  es  el  caballero  que  escoltabais? 

— Sí,  señor. 

— Y  quién  es? 

— El  hijo  del  principe  de  Toluma. 

— El  hijo  del  principe  de  Toluma!  —  dijimos  Nottely,  Soletty 

y  yo- 

— El  mismo:  le  conocéis? 

— Oh  Dios!  Oh  Dios! — repetimos  á  la  vez  los  tres. 

Si  hubiese  sido  de  día,  se  habría  visto  mi  palidez,  lo  mismo  que 
la  ansiedad  del  Sr.  Nottely,  cuyo  corazón  estoy  seguro  que  latía 
entonces  con  violencia.  El  Sr.  Soletty  también  debía  estar  muy 
afectado,  porque  al  fin  era  un  primo  suyo  el  que  se  hallaba  en  po- 
der de  los  bandidos. 

—Y  bien,  Mendoza  y  Soletty, — dijo  de  allí  á  largo  rato  el  em- 
bajador:— Qué  pensáis  de  esto?  Qué  determinación  tomáis?  ¿Queréis 
abandonar  á  una  muerte  cierta,  vos,  Soletty,  á  vuestro  primo,  y 
vos,  Mendoza,  al  hijo  de  vuestro  amigo? 

— Jamas! — respondimos  á  la  vez  los  dos. 

— Bien;  no  esperaba  menos  de  tan  cumplidos  caballeros. 

Y  volviéndose  á  los  Nostracíanos,  añadió: 

— Y  vosotros,  queridos  amigos,  ¿consentiréis  que  tantos  hom- 


278  UNA   TEMPORADA 

bres  vayan  á  perder  la  vida,  probablemente  entre  martirios,  cuan- 
do con  vuestro  esfuerzo  podréis  acaso  libertarlos?  ¿No  sostendréis 
hoy,  como  siempre,  la  gloria  de  nuestra  patria?  ¿Queréis  se- 
guirme? 

-Hasta  la  muerte, — contestaron  los  Nostracianos. 

— Oh,  gracias,  gracias,  queridos  amigos, — dijo  el  embajador 
con  efusión. 

Entonces  conocí  de  lleno  toda  la  grandeza  de  aquel  joven,  y  el 
irresistible  poder  que  ejercía  sobre  cuantos  le  rodeaban. 

— Ahora,  amigos, — continuó  el  Sr.  Nottely, — no  perdamos  un 
momento;  el  bandido  va  á  venir,  y  es  preciso  que  nos  halle  pre- 
venidos. Tú,  Cosoly  (dirigiéndose  á  un  criado),  lleva  los  caballos 
al  otro  lado  de  la  carretera ,  y  escóndelos  de  manera  que  ni  aun 
con  los  relámpagos  puedan  verse  desde  aquí;  pero  estáte  alerta 
por  si  acaso  te  llamamos.  Vos,  amigo, — anadió  volviéndose  al  he- 
rido,— tened  paciencia  y  manteneos  asi  todo  el  tiempo  que  podáis, 
hasta  ver  en  qué  para  esto.  Yo  pensaba  meteros  en  el  coche  para 
resguardaros  de  la  lluvia;  pero  como  me  dijisteis  que  iba  á  venir 
el  bandido,  desisto  de  mi  propósito,  temeroso  de  que  os  mate  si  ve 
que  aún  estáis  con  vida. 

— Tenéis  razón,  señor,  —  contestó  el  herido; — yo  haré  todo  lo 
que  pueda  por  esperar  á  que  volváis. 

—Si  volvemos, — dije  yo  para  conmigo. 

— Ahora  ocultémonos  nosotros, — dijo  el  embajador. — Ni  una 
palabra ,  ni  un  movimiento  que  pueda  alterar  en  lo  más  mínimo 
la  confianza  del  bandido.  Asi  que  llegue  al  coche,  salimos  todos, 
y  antes  que  vuelva  de  su  sorpresa,  le  ponemos  al  pecho  los  cu- 
chillos. Ni  un  tiro,  señores,  pues  esto  no  baria  más  que  alarmar 
á  sus  compañeros  y  hacerlos  venir  en  su  socorro.  Lo  demás  es 
cosa  mia. 

Todos  nos  colocamos  detrás  del  coche,  es  decir,  á  la  parte 
opuesta  del  lado  por  donde  habia  de  venir  Nosolatto. 

Guardábamos  profundo  silencio. 

Entre  tanto ,  silbaba  el  viento ,  y  de  vez  en  cuando  'iluminaba 
el  rayo  con  su  fulgor  fatídico  los  objetos.  Después,  en  medio  de 
las  tinieblas  que  á  la  claridad  se  sucedian,  retumbaba  el  trueno, 
y  su  eco ,  repetido  allá  en  los  montes ,  infundía  en  nuestras  almas 
aquella  emoción  indefinible  que  se  siente  siempre  en  los  peligros, 
y  en  los  grandes  espectáculos  de  la  naturaleza. 


EN   EL    MÁS   BELLO   DE   LOS   PLANETAS.  279 

Solemnes  eran  los  momentos. 
Pero  el  bandido  no  venía. 

— Por  qué  tardará  tanto?  —  me  dijo  en  voz  baja  el  emba- 
jador. 

— Y  quién  puede  saberlo? — le  respondí. 

— Es  que  tiemblo  á  la  idea  de  que  los  maten  antes  que  podamos 
socorrerlos.  Si  yo  supiese  dónde  estaban ,  si  no  temiese  que  un  en- 
cuentro intempestivo  lo  echase  todo  á  perder ,  ni  un  momento  es- 
taría aquí  parado.  Ardo  por  librar  á  esos  infelices  de  la  agonía 
que  deben  estar  sufriendo. 

De  repente  apareció  una  luz  hacia  el  medio  del  montecillo. 
— Veis? — le  dije  en  voz  baja  al  embajador. 
— Sí,  esperemos. 

La  luz  se  movía ,  y  poco  á  poco  se  vino  acercando  hacia  no- 
sotros. 

El  que  la  traía  andaba  despacio  y  vacilante ,  sin  duda  por  el 
lodo  que  había  en  el  camino ;  pero  no  por  eso  tardó  mucho  en  lle- 
gar al  coche.  Entonces  miró  á  uno  y  otro  lado ,  y  no  viendo  á 
nadie,  se  dirigió  á  la  portezuela;  mas  apenas  la  había  tocado, 
cuando  saliendo  nosotros  y  rodeándole,  le  pusimos  al  pecho  los 
cuchillos. 

Es  imposible  describir  el  asombro  de  aquel  hombre.  Ni  un  mo- 
mento trató  de  defenderse;  sus  miradas  extraviadas  se  dirigían  á 
nosotros  sin  decir  una  palabra.  Después  un  temblor  general  inva- 
dió su  cuerpo ,  y  se  le  habría  caído  la  antorcha  de  la  mano ,  sí  el 
embajador  con  rapidez  no  se  hubiese  apoderado  de  ella. 

— Tranquilizaos, —  le  dijo  el  Sr.  Nottely, — y  nada  temáis  sí 
accedéis  á  lo  que  voy  á  proponeros ;  pero ,  por  Dios  vivo ,  que  os 
mato  si  decís  una  palabra ,  ó  hacéis  la  menor  señal  para  que  ven- 
gan á  socorreros. 

Nada  respondió  el  hombre:  su  estupor  no  le  permitía  hablar 
aún. 
— Ni  un  momento  le  perdáis  de  vista, — nos  dijo  el  embajador. 
Y  dirigiéndose  al  herido,  y  cogiéndole  con  sus  robustos  brazos, 
le  dijo: 

— Ahora  venid ;  voy  á  llevaros  al  carruaje  y  vuestra  suerte  será 
la  que  nosotros  corramos. 

— Gracias ,  señor ,  gracias , — dijo  lleno  de  reconocimiento  el  po- 
bre hombre. 


280  UNA    TEMPORADA 

Colocado  el  herido  en  el  coche  y  cerrada  la  portezuela,  volvió 
el  embajador  junto  al  bandido. 

— Vais  á  conducirnos  ahora  mismo, — le  dijo, — á  la  caverna 
donde  está  Russilio.  Cuidado  con  lo  que  os  dige;  si  habláis  una 
palabra,  ó  hacéis  la  menor  señal  para  que  vengan  á  socorreros, 
antes  de  luchar  con  ellos ,  os  mato. 

— Estoy  cogido,  señores, — respondió  el  bandido, — y  haré  todo 
lo  que  queráis. 
— Bien, — contestó  Nottely; — ahora  marchemos. 

— Pero  señores, — dijo  el  bandido  parándose  y  mirándonos  de 
hito  en  hito, — adonde  vais? 

— A  la  caverna,  ya  os  lo  he  dicho, — repuso  el  embajador. 

— Es  que,  señores, — dijo  el  bandido, — no  sabéis  lo  que  vais  á 
hacer,  y  de  seguro  camináis  á  vuestra  ruina,  si  insistís  en  lo  que 
acabáis  de  proponerme. 

— Y  por  qué? — preguntó  el  embajador. 

Porque  son  veinte  hombres  resueltos  los  que  acompañan  á  Rus- 
silio, y  porque  Russilio  sólo  vale  por  doce.  Además,  el  sitio  que 
ocupan  es  un  laberinto  que  sólo  nosotros  conocemos ,  y  antes  de 
llegar  á  él  hay  tres  centinelas  que  darán  la  señal  de  alarma  tan 
pronto  como  nos  vean.  Reflexionadlo ,  señores,  y  no  os  preci- 
pitéis. 

— Bah, — dijo  el  embajador; —queréis  acaso  asustarnos?  Pues, 
amigo ,  es  preciso  que  sepáis  que  ninguno  de  los  que  veis  aquí 
conoce  el  miedo. 

Miraba  el  bandido  con  ojos  espantados  á  aquel  hombre ,  que  ha- 
blaba con  tal  aplomo  cuando  iba  á  arrostrar  un  peligi-o  tan  tre- 
mendo :  sin  duda  le  tuvo  por  un  Dios  ó  por  un  loco ,  puesto  que 
bajando  la  cabeza  volvió  á  decir: 

— Bien ,  señores ,  bien ;  haced  lo  que  gustéis :  qué  exigís  de  mi? 

— Por  ahora  nada  más,  que  nos  conduzcáis  á  la  caverna. 

— Vamos,  pues,  á  la  caverna, — dijo  el  bandido,  con  visible 
mal  humor. 

Y  tropezando  aquí,  cayendo  acullá,  y  metiéndonos  en  el  lodo 
hasta  las  rodillas,  llegamos  á  la  caverna. 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         281 


CAPITULO  XXIV. 

LA   CAVERNA. 

Tenía  ésta  una  abertura  informe ,  que  se  cerraba  con  una  peña 
hueca  por  adentro,  y  que,  colocada  en  su  sitio,  parecia  que  habia 
nacido  alli ,  y  que  alli  estaba  desde  tiempo  inmemorial ;  asi  es,  que 
no  se  podia  en  modo  alg-uno  dar  con  la  entrada  de  la  cueva  á  no 
estar  enterado  del  secreto.  Cuando  llegamos  estaba  la  peña  le- 
vantada. 

— Alto,  señores,— dijo  el  embajador, — antes  de  entrar  es  preciso 
preverlo  todp.  Tenéis  preparadas  vuestras  armas? 

— Si ,  —  respondimos  todos . 

— Bien, — dijo  el  embajador. 

Y  dirigiéndose  al  bandido,  añadió  : 

— Dónde  está  el  primer  centinela? 

— Como  á  doce  pasos  de  la  entrada. 

— Y  el  segundo? 

— Cuarenta  pasos  más  allá. 

— Y  el  tercero? 

— Junto  al  gran  patio,  que  es  la  estancia  de  Russilio. 

— Qué  armas  tienen? 

— Pistola  y  puñal. 

— Hay  luz  en  los  sitios  donde  están  ? 

— Sólo  la  que  viene  del  gran  patio. 

— Cómo  es  eso?  Explicaos. 

— Quiero  decir,  que  no  teniendo  más  luz  que  la  que  sale  de  la 
estancia  de  Russilio,  para  el  primero  es  muy  viva,  para  el  segun- 
do confusa  y  para  el  tercero  imperceptible. 

— Comprendo, — dijo  el  embajador. — Ahora  vais  á  entrar  vos,  y 
yo,  que  no  tengo  más  objeto  que  mataros,  á  la  primera  señal  que 
hagáis  para  dar  aviso,  os  acompaño.  Cuando  os  hable  el  primer 
centinela,  le  diréis,  para  que  no  extrañe  veros  volver  sin  nada,  que 
siendo  muy  pesados  los  objetos  que  trae  el  coche ,  necesitáis  otro 
compañero.  Tú,  Corintty  (dirigiéndose  auno  de  los  Nostracianos), 
irás  cerca  de  mí,  cuanto  la  claridad  te  lo  permita,  y  á  su  debido 
tiempo  hundirás  tu  cuchillo  en  el  pecho  del  bandido  con  resolución, 


282  UNA    TEMPORADA 

y  sin  decir  una  palabra.  La  misma  relación  haréis,  dijo  al  bandido, 
á  los  otros  dos ,  y  tú  Corintty,  los  tratarás  como  al  primero,  sin 
más  diferencia  que  ir  un  poco  más  atrás  cuando  nos  acerquemos 
al  segundo ,  y  más  aun ,  cuando  nos  acerquemos  al  tercero.  Está 
claro  que  estas  distancias  tendrás  que  salvarlas  después  con  un 
gran  salto,  cuando  vayas  á  dar  el  golpe.  Comprendiste? 

— Perfectamente, — respondió  Corintty. 

— Por  lo  demás,  señores,  —  continuó  el  embajador,  —  no  ataca- 
reis á  los  bandidos  hasta  que  veáis  la  señal ,  que  será  cuando  yo 
levante  el  brazo.  Entre  tanto,  sino  os  recomiendo  el  valor,  porque  os 
creo  de  él  el  modelo  más  perfecto ,  os  recomiendo  la  prontitud  en 
el  herir,  y  el  más  exquisito  cuidado  en  no  meter  el  menor  ruido. 
La  sorpresa  y  el  arrojo  nos  van  á  dar  el  triunfo ;  yo  os  lo  digo. 

Y  volviéndose  al  bandido,  añadió  : 

— Y  vos  amigo ,  miraos  bien  y  no  os  equivoquéis ;  si  tratáis  de 
vendernos,  sois  muerto,  porque  no  hay 'poder  humano  que  os  sus- 
traiga de  mi  brazo ;  pero  si,  por  el  contrario,  nos  sois  fiel,  no  sólo  se 
os  conservará  la  vida  que  os  dejamos,  sino  que  corre  por  mi  cuenta 
vuestra  suerte. 

— Aunque  no  me  tuvierais  preso,  —  dijo  el  bandido,  —  y  no  me 
hubiereis  ofrecido  una  fortuna,  os  obedecería,  señor,  porque  no  sé 
que  tenéis,  que  me  arrastais  Contad  conmigo. 

El  bandido  sufria  la  fascinación  que  aquel  joven  ejercia  sobre 
todos  los  que  tenian  la  dicha  de  tratarle. 

— Perfectamente,  —  contestó  el  embajador.  —  Ahora,  mar- 
chemos. 

Y  yendo  delante  el  bandido,  á  su  lado  el  embajador,  y  detrás  de 
ellos  Corintty,  los  seguimos  nosotros. 

La  entrada  era  oscura  y  la  escalera  tortuosa;  pero  cuando  lle- 
gamos al  pavimento ,  percibimos  un  resplandor  en  lo  último  de  la 
galería,  que  nos  sirvió  para  no  extraviarnos.  Andábamos  muy  des- 
pacio y  en  silencio,  cuando  una  voz  bronca  y  cavernosa,  dijo  : 

— Quién  va  allá? 

— Yo,  Notaylo, — respondió  el  bandido. 

— Ah,  eres  tú,  Nosolatto?  Y  el  equipaje,  no  lo  traes? 

— Para  eso  necesito  ayuda,  y  vengo  á  buscarla. 

— Luego  es  bueno?  tanto  mejor,  voto  al  diablo,  porque.,.. 

Un  gemido  sordo  y  desgarrador  se  escapó  del  pecho  del  centi- 
nela, que  sin  concluir  su  frase  cayó  muerto  sobre  el  pavimento. 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.  283 

Corintty  le  habia  clavado  su  cuchillo  en  el  pecho  hasta  la  em- 
puñadura. 

— Adelante,  señores, — dijo  el  embajador, — y  silencio. 

La  galería  por  donde  caminábamos  era  larga  y  espaciosa,  y  es- 
taba llena  de  columnas  que  sostenían  bóvedas  muy  altas.  Se  cono- 
cía que  había  pertenecido  á  un  edificio  grande  y  suntuoso,  que  el 
tiempo,  ó  alguna  erupción  volcánica,  habían  destruido  y  sepulta- 
do. Lo  que  habitaban  los  bandidos  no  eran  más  que  sus  ruinas ,  y 
el  estar  estas  debajo  de  tierra,  y  el  tener  tan  disimulada  la  abertura, 
era  lo  que  habia  inutilizado  las  pesquisas  que  se  habían  hecho  para 
dar  con  ellos.  Imponía  el  caminar  por  aquellos  sitios,  y  cuando 
nos  acercamos  al  segundo  centinela,  cuya  sombra  divisamos  al 
través  de  la  claridad  que  venía  del  patio,  sentimos  una  especie  de 
terror  al  acordarnos  que  aquel  infeliz  iba  á  morir. 

A  medida  que  nos  acercábamos  á  él,  nos  Íbamos  quedando  atrás 
Soletty  y  yo,  mientras  que  los  Sres.  Nottely  y  Corintty  marcha- 
ban junto  al  bandido.  Como  este  andaba  naturalmente,  pronto  le 
sintió  su  compañero,  quien  con  voz  vibrante  preguntó  : 

— Quién  va? 

— Yo,  Clorisso, — contestó  Nossolatto. 

Como  en  este  sitio  habia  más  claridad  que  en  el  anterior,  el 
centinela,  percibiendo  sin  duda  á  alguno  de  nosotros,  añadió  con 
extrañeza : 

— Qué  es  eso? — Viene  alguien... 

No  pudo  concluir.  Corintty,  ágil  como  un  tigre,  salvó  la  distan- 
cia á  que  estaba  de  él,  y,  como  al  primero,  le  remató  de]un  golpe. 

— Hasta  aquí,  señores, — dijo  el  bandido  parándose  y  mirándo- 
nos fijamente, — hemos  salido  bien  de  la  empresa;  pero  falta  el  ter- 
cer centinela,  que  estando  en  un  sitio  donde  la  claridad  es  mayor, 
no  se  le  puede  abordar  sin  gran  peligro.  Si  ve  alguno  conmigo, 
avisará  al  instante,  y  como  vosotros  no  queréis  que  vaya  solo,  por- 
que estáis  viendo  que  puedo  vengarme  y  perderos ,  no  sé  lo  que 
debo  hacer.  Qué  disponéis? 

Y  tenía  razón  el  bandido ;  podia  vengarse,  y  bien  pronto  lo  co- 
nocimos. Nuestra  situación  era  apurada ,  pues  aumentando  la  luz 
á  medida  que  nos  acercábamos  al  patio,  nuestras  vidas  pendían  de 
aquel  hombre.  Si  alguno  le  acompañaba,  éramos  descubiertos,  y 
si  le  dejábamos  ir  solo,  podia  unirse  á  sus  compañeros,  y  perder- 
nos. Qué  hacer? 


284  UNA   TEMPORADA 

El  Sr.  Nottely,  que  se  habia  quedado  pensativo,  levantó  enton- 
ces la  cabeza  y  dijo  al  bandido  con  aquella  voz  insinuante  que  le 
era  peculiar. 

— Acabáis  de  decir  que  podéis  perdernos,  y  es  cierto ;  pero,  no 
sólo  no  lo  haréis ,  sino  que  vais,  por  el  contrario,  á  salvar  á  los  in 
felices  que  gimen  bajo  la  tiranía  de  Russilio.  Hay  en  vos  algo  de 
noble  que  me  dice  que  sólo  circunstancias  desgraciadas  pudieron 
obligaros  á  abrazar  la  vida  tan  expuesta  que  traíais  ,  y  entre  esta 
vida  y  la  que  yo  os  ofrezco,  feliz  y  tranquila,  no  podéis  vacilar. 
De  vos  penden  ahora  nuestras  vidas,  lo  conozco ;  y  sin  embargo» 
os  las  confio  seguro  de  que  vais  á  velar  por  ellas  y  á  salvarlas.  Sólo 
vos  podéis  acercaros  al  que  guarda  el  patio  y  matarle :  id,  pues,  y 
hacedlo ;  ahí  tenéis  mi  cuchillo,  tomadlo. 

Y  diciendo  esto,  sacó  su  cuchillo  y  se  lo  entregó. 

Cogiólo  el  bandido  sin  decir  una  palabra ,  colocólo  en  su  cinto, 
é  iba  á  marchar,  cuando  poniéndole  la  mano  sobre  el  hombro,  le 
dijo  el  embajador: 

— Pero,  si  á  pesar  de  todo  preferís  vengaros,  oíd:  juro  ante  Dios 
que  ninguno  de  nosotros  tocará  á  un  solo  cabello  de  vuestros  com- 
pañeros, sin  que  antes  caigáis  vos  hecho  pedazos  bajo  la  furia  de 
nuestros  golpes.  Ahora  marchaos. 

Y  se  marchó ! . . . 

— No  os  lo  oculto,  amigos — dijo  el  embajador; — nuestra  vida 
pende  de  un  hilo,  puesto  que  está,  como  él  mismo  ha  dicho,  en  las 
manos  de  ese  hombre.  Ya  lo  habéis  visto;  he  apelado  á  las  prome- 
sas, al  terror  y  á  mover  su  corazón ;  lo  que  sucederá,  Dios  lo  sabe. 
Ahora  acerquémonos  poco  á  poco,  hasta  aquel  punto  en  que  la  os- 
curidad no  permita  ver  nuestras  personas. 

Y  volviéndose  á  su  criado,  anadió : 
— Corintty,  dame  un  cuchillo. 

El  criado  se  lo  dio. 

Entre  tanto,  veíamos  perderse  entre  las  sombras  la  elevada  figu- 
ra del  bandido,  cuyos  pasos  largos  y  precipitados  repetía  el  eco  en 
las  negras  bóvedas  y  altas  arcadas  de  aquella  galería  de  siglos. 

Nuestros  corazones  latían  con  violencia  á  medida  que  se  acer- 
caba al  centinela;  pero  como  nos  estaba  vedado  pasar  del  pnnto 
en  que  la  luz  podia  hacernos  perceptibles,  no  sabíamos  lo  que  su- 
cedería cuando  llegase  junto  á  él. 

i  Momentos  de  agonía  fueron  aquellos  para  nosotros ! 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         285 

De  repente,  un  ruido  como  de  voces  que  salió  del  patio,  nos  hizo 
creer  que  hablamos  sido  vendidos :  al  mismo  tiempo  vimos  desta- 
carse una  figura  gigantesca  que  con  pasos  acelerados  se  adelan- 
taba hacia  nosotros. 

— Firmes ! — dijo  el  embajador. — Esperémoslos  aquí  á  la  sombra, 
donde  no  podrán  acertarnos,  y  desde  donde  cada  bala  nuestra  ma- 
tará un  hombre. 

Pero  la  sombra  venia  sola,  y  se  adelantaba  en  silencio. 

Era  el  bandido. 

— Qué  hay? — preguntamos  con  ansiedad. 

— Ya  está, — nos  dijo  con  voz  breve  y  ademan  resuelto; — venid, 
señores. 

— Y  aquel  ruido ?— preguntó  el  embajador. 

— Es  el  que  me  ha  servido  para  asegurar  el  golpe,  y  ocultar  el 
gemido  de  la  victima.  Russilio  disputa  acaloradamente  con  sus 
prisioneros :  venid. 

— Bien,  amigo,— dijo  el  Sr.  Nottely : — acabáis  de  haceros  acree- 
dor á  nuestro  eterno  agradecimiento. 

Y  volviéndose  á  nosotros,  añadió : 

— Ahora ,  señores ,  en  marcha ;  pero  en  silencio  y  sin  parar  has- 
ta que  lleguemos  á  la  puerta.  Acordaos  de  no  hacer  el  menor  mo- 
vimiento hasta  que  veáis  la  señal. 

Caminábamos  con  cautela ,  y  á  medida  que  lo  hacíamos ,  íbamos 
percibiendo  mejor  las  voces  de  los  que  disputaban. 

Junto  á  la  puerta  ya,  nos  paramos,  y  oimos  la  conversación  si- 
guiente : 

— Jamas , — decia  una  voz  simpática ,  — obtendrás  de  mi  lo  que 
deseas. 

— ¿Y  qué  son  seis  millones, — decia  otra  voz  áspera  y  bronca , — 
para  un  hombre  como  tu  padre?  Firma  esa  carta,  y  te  verás  libre 
tan  pronto  como  llegue  el  dinero  á  mi  poder. 

— Ya  te  he  dicho  y  te  repito, — repuso  la  voz  primera, — que  no 
es  por  el  dinero  por  lo  que  dejo  de  firmar. 

— Y  por  qué  entonces? 

— Porque  accediendo  á  tus  deseos — repuso  la  voz  primera — da- 
ría de  mí  una  idea  miserable.  Se  diría,  y  con  razón ,  que  sólo  el 
miedo  me  había  hecho  firmar,  y  yo  quiero  hacerte  conocer  que  no 
lo  tengo,  y  la  diferencia  que  hay  entre  un  hombre  como  yo,  y  un 
malvado  como  tú.  Haz  lo  que  quieras. 


*286  UNA    TEMPORADA 

— No  me  irrites,  Silaydi — dijo  la  voz  bronca; — firma,  ó  por  Dios 
vivo,  que  voy  á  hacerte  hablar  de  otra  manera. 

— Te  repito — dijo  Silaydi  con  desden— que  hagas  lo  que  quieras. 

— Si? — dijo  con  rabia  la  voz  áspera. 

Silaydi  no  respondió. 

— Es  que  no  creas — añadió  el  bandido  con  una  risa  infernal — 
queme  contentaré  sólo  con  matarte,  nó;  tienes  una  hermana  divina, 
y  esa  hermana  es  preciso  que  sea  mia,  absolutamente  mia,  ¿lo 
has  oido?  Ya  sé  que  tratan  de  casarla  con  un  Grande  de  Catilia; 
pero  antes  que  eso  suceda,  la  traeré  aqui.  ¿No  seria  triste  que  sien- 
do tan  bella,  la  poseyese  otro  antes  que  yo?  Ohl  no  será  asi ,  yo 
te  lo  juro 

Cómo  estarla  el  embajador  al  oir  estas  palabras? 

Nada  respondió  Silaydi,  y,  aunque  no  le  veiamos,  suponíamos 
que  ni  siquiera  mirase  al  bandido. 

— Con  que  no  te  dignas  responder? — continuó  Eussilio,  pues 
él  era  quien  hablaba. — Con  que  no  quieres  firmar?  Bueno,  ya  ve- 
remos si  eres  tan  valiente  como  quieres  hacernos  suponer. 

Y  volviéndose  á  los  suyos  añadió : 

— Hola,  Rossinio,  Coribio,  y  tú,  Rotaldo,  pronto  al  frente,  y 
disponeos  á  disparar  cuando  yo  avise. 

— Bravo,  mi  capitán ! — respondieron  los  nombrados. 

Estos  se  pusieron  en  fila,  y  prepararon  las  armas. 

Hubo  un  momento  de  silencio ,  durante  el  cual  parecía  que  re- 
flexionaba Russilio.  Aprovechólo  el  Embajador  para  decirnos  en 
voz  baja: 

— No  apartéis  de  mi  la  vista,  y  á  la  señal  convenida ,  entramos 
todos,  matamos  cuantos  podamos,  pues  la  sorpesa  nos  dará  tiempo 
para  ello ,  y  hecho  esto ,  y  quedando  en  número  casi  igual ,  nos 
batiremos. 

Preparamos  muy  despacio  las  pistolas ,  y  desenvainamos  las  es- 
padas. 

— No  te  obceques,  Silaydi — decia  entre  tanto  Russilio — y  no  sa 
crifiques  tu  vida  á  un  vano  punto  de  honor.  Estando  preso  y  de- 
sarmado, qué  puedes  hacer? 

— Morir — respondió  con  resolución  el  joven. 

—Es  esa  tu  respuesta? — preguntó  Russilio. 

Hubo  otro  momento  de  silencio :  nuestros  ojos  no  se  apartaban 
del  embajador. 


EN   EL    MÁS   BKLLO   DE    LOS   PLANETAS.  ^87 

— Por  Última  vez, — dijo  Russilio]: — firmas ,  sí  ó  nó? 

— Nó, — dijo  el  embajador  con  voz  vibrante  levantando  el  bra- 
zo— y  entrando  como  el  rayo  en  el  g-ran  patio. 

El  asombro  que  causó  nuestra  presencia ,  el  lector  puede  infe- 
rirlo; pero  antes  que  los  bandidos  se  recobrasen  de  él ,  ya  habla- 
mos inmolado  seis  que ,  cubiertos  de  sang-re ,  se  revolcaban  por  el 
suelo. 

Russilio,  que  al  vernos  se  habia  quedado  estupefacto,  se  reco- 
bró al  instante,  y  disparando  sus  pistolas,  mató  á  mi  g-uardia  é  hi- 
rió en  un^brazóal  Sr.  Coloby,  uno  de  los  más  bravos  Nostracianos. 
En  seg-uida  tiró  de  la  espada,  y  lanzando  una  imprecación  tre- 
menda, se  arrojó  entre  los  Nostracianos ,  que  furiosos  le  embistie- 
ron á  su  vez.  Comenzó  entonces  una  lucha  encarnizada. 

Mientras  que  el  embajador  se  batia  con  tres  bandidos  que  le  ha- 
bian  atacado  á  un  tiempo ,  desataba  yo  á  Silaydi ,  á  los  g-uardias  y 
á  los  criados ,  que  asi  que  se  vieron  libres ,  corrieron  á  quitar  las 
armas  á  los  que  estaban  en  el  suelo,  y  con  ellas  embistieron  á  los 
enemigos.  El  estruendo  entonces  de  las  armas ,  y  de  las  impreca- 
ciones aumentaron.  Acababa  el  embajador  de  quitar  la  vida  á  los 
tres  que  le  hablan  atacado ,  cuando  un  cuarto  blandió  en  el  aire 
su  cuchillo,  y  fué  á  clavárselo  en  la  espalda.  Doy  un  grito  y 
antes  que  el  embajador  lo  percibiese  y  pudiese  defenderse ,  ya 
habia  atrevesado  yo  de  parte  á  parte  al  asesino. 

Una  mirada  de  reconocimiento,  fué  lo  único  que  me  pudo  decir 
Nottely;  pero  observando  que  los  Nostracianos  retrocedían  delante 
de  Russilio,  que  uno  de  ellos  estaba  tendido  en  el  suelo,  y  otros 
dos  muy  mal  heridos ,  se  dirigió  á  ellos  y  les  dijo : 

— A  un  lado,  amigos,  que  quiero  conocer  al  Sr.  Russilio. 

Y  apartando  á  los  Nostracianos ,  se  puso  enfrente  del  terrible 
jefe. 

— Oh,  oh!  eres  tú  embajador? — dijo  con  diabólica  sonrisa  el 
feroz  Russilio. — Te  he  visto  en  el  torneo  y  has  vencido  al  principe 
de  Nocuara ;  pero  aqui  no  hay  principes ,  querido ;  te  lo  advierto 
por  si  lo  ignorabas. 

Y  diciendo  esto  se  lanzó,  rechinando  los  dientes,  sobre  el  emba- 
jador. Recibióle  éste  con  serenidad  y  sangre  fria,  y  principió  entre 
los  dos  un  combate  á  muerte. 

Entre  tanto,  ya  hablamos  nosotros  quitado  la  vida  á  todos  los 
bandidos,  excepto  á  tres  que  se  rindieron.  Mientras  los  ataba  uno 


288  UNA    TEMPORADA 

de  los  Nbstracianos ,  corrimos  todos  á  ayudar  al  embajador ;  pero 
éste,  que  lo  observó,  dijo  sin  apartar  la  vista  de  Russilio : 

— Está  solo,  y  es  indiano  de  nosotros  abusar  de  las  ventajas; 
eso  se  queda  para  la  canalla:  no  es  asi,  Sr.  Russilio? 

En  lugar  de  responder  Russilio,  á  quien  la  rabia  de  ver  muertos 
y  atados  á  los  suyos  tenia  fuera  de  si ,  tiró  una  estocada  furibunda 
al  embajador;  pero  parándola  éste  con  su  destreza  acostumbrada, 
introdujo  su  espada  hasta  la  empuñadura  en  el  pecho  del  fora- 
gido,  que  cayó  envuelto  en  sang-re,  y  lanzando  miradas  furiosas  á 
Nottely. 

Quisimos  socorrerle;  pero  él  con  gestos  repetidos  se  opuso  á  ello. 
Tenia  siempre  la  vista  fija  en  el  embajador,  á  quien  parecía  que- 
rer decir  algo;  pero  sin  poder  conseguirlo,  pues  su  sangre,  que  sa- 
lla con  violencia,  le  debilitaba  por  momentos.  Sin  embargo,  ha- 
ciendo un  esfuerzo  supremo  pudo  proferir  estas  palabras  confusa  - 
mente  articuladas : 

— Sólo  tú...  tú  solo...  homb...  dem...  ángel...  maldito  se... 

Y  espiró. 

Entonces  acudimos  á  los  heridos.  Mi  guardia  estaba  muerto :  la 
bala  le  habia  levantado  el  cráneo.  El  Sr.  Coloby  y  otros  dos  Nos- 
tracianos  estaban  heridos,  aunque  no  de  peligro;  pero  el  que  lo  es- 
taba de  mucho  era  el  primero  que  habia  caido  al  suelo.  A  todos 
los  curamos  y  vendamos  lo  mejor  posible,  acostándolos  después  en 
buenas  camas  que  encontramos  en  el  subterráneo. 

Cubiertas  estas  primeras  atenciones ,  y  habiendo  visto  que  du- 
rante la  lucha  habia  cesado  la  tempestad,  mandamos  un  propio  á 
Romalia  para  participar  lo  ocurrido  al  Sr.  Nomara,  y  hacer  venir 
á  un  cirujano. 

El  Sr.  Silaydi  cogió  un  papel  de  la  mesa  de  Russilio,  y  escribió 
la  carta. 

Dispuestas  asi  las  cosas ,  principiaron  á  recobrar  su  imperio  las 
afecciones  personales.  El  Sr.  Silaydi  no  apartaba  de  mi  la  vista; 
pero  recordando  sin  duda  que  tenia  otro  deber  más  urgente  que 
cumplir,  dijo  al  embajador: 

— Acabáis,  señor,  de  hacerme  un  servicio  que  no  podré  pagaros 
nunca.  ¿Qué  casualidad  ó  qué  milagro  os  ha  conducido  aquí,  pre- 
cisamente en  el  momento  que  iba  á  perder  la  vida?  Sé  que  sois  el 
embajador  de  la  Nostracia,  porque  se  lo  lie  oido  á  Russilio;  ¿pero 
¿hace  mucho  que  lo  sois?  Me  conocéis  quizá? 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         289 

— No,  Silaydi, — contestó  Nottely  con  aquella  dulzura  quele  ha- 
cía tan  simpático; — pero  conozco  á  vuestro  ilustre  padre  desde  que 
vivo  en  Romalia.  Uno  de  los  guardias  que  os  acompañaban,  á 
quien  encontramos  herido,  fué  el  que  nos  refirió  el  asalto  de  Rus- 
silio,  y  el  que  nos  indicó  el  sitio  donde  presumía  que  estuvieseis. 
Un  bandido  á  quien  sorprendimos  yendo  á  buscar  los  efectos  de 
vuestro  coche ,  nos  enteró  del  resto ,  y  nos  condujo  aquí :  hé  ahí 
todo. 

— ¡Y  vos,  hombre  generoso, — dijo  el  Sr.  Silaydi, — habéis  con- 
cebido j  ejecutado  el  proyecto  de  salvarnos,  sin  que  os  arredrase 
el  peligro  á  que  ibais  á  exponeros,  cuando  apenas  nos  conocíais,  y 
cuando  lo  más  seguro  que  podíais  esperar  era  la  muerte !  Sois  in- 
comparable, caballero. 

— Dichoso,  y  nada  más, — repuso  el  embajador. — ¿Qué  mayor 
gloria  que  contribuir  á  arrancar  del  poder  de  Russilio  á  tantos  iur 
felices  que  iban  á  ser  sacrificados ,  y  devolver  al  hombre  que  más 
venero  en  el  mundo  un  hijo  que  tanto  ama?  Mi  alegría  por  el  éxito 
de  esta  empresa  es  superior  ala  vuestra,  Sr.  Silaydi;  podéis  creerlo. 

Miraba  éste  á  aquel  joven  tan  dulce  y  modesto  ahora,  y  le  pa- 
recía imposible  que  fuese  el  mismo  que ,  momentos  antes ,  había 
visto  tan  fiero  con  Russilio.  Precisamente  veía  en  él  algo  de  ex- 
traordinario, pues  le  estuvo  contemplando  largo  rato:  por  último, 
le  dijo: 

— Sois,  señor,  un  verdadero  héroe,  y  desde  ahora  podéis  contar 
conmigo  y  con  los  míos:  si,  además,  queréis  honrarme  con  vuestra 
amistad,  tendré  en  ello  un  gran  placer. 

— Con  toda  mi  alma,  —dijo  el  embajador, — tendiéndole  la  ma- 
no, que  Silaydi  estrechó  con  efusión. 

El  embajador  estaba  radiante  de  alegría,  y  no  era  extraño.  Aca- 
baba de  salvar  al  hermano  de  Aneyda ,  y  de  adquirirse  un  amigo 
á  toda  prueba.  Esto  le  tenía  fuera  de  sí,  y  sus  miradas  me  lo  re- 
velaban de  un  modo  tan  expresivo,  que  lo  comprendí  perfecta- 
mente. 

Cumplido  su  deber  con  el  Sr.  Nottely ,  se  volvió  Silaydi  háci 
su  primo,  á  quien  dijo: 

— A  tí  no  te  doy  las  gracias,  pues  aunque  te  debo  mucho,  sabes 
también  cuánto  te  amo. 

— Y  á  vos,  caballero, — añadió  encarándose  conmigo; — pero  an- 
tes tened  á  bien  decirme:  ¿sois  de  la  Gran  Roquelia? 

TOMO  XV.  19 


290  UNA    TEMPORADA 

— No  señor,  ni  de  Saturno. 

— Ah!  ¿Luego  sois  uno  de  los  dos  habitantes  de  la  Tierra  que 
han  lleg-ado  á  este  mundo  de  un  modo  tan  milagroso,  y  que  viven 
en  la  casa  de  papá? 

— Si  señor,  soy  uno  de  ellos. 

— Lo  presumía, — dijo  Silaydi, — no  sólo  por  vuestra  talla,  sino 
por  lo  mucho  que  de  vosotros  me  hablaba  papá  en  sus  cartas.  Oh, 
señor!— añadió  Silaydi,  abrazándome  con  el  mayor  cariño  ,  y  co- 
mo si  me  hubiese  conocido  de  antemano: — ¡y  qué  bien  pagáis  los 
leves  favores  que  haya  podido  haceros  mi  familia,  exponiendo  vues- 
tra vida  por  salvar  la  mia!  Mucho  deseaba  conoceros,  y  lo  he  con- 
seguido de  un  modo  tan  ventajoso  para  mi,  que  me  hará  recor- 
darlo eternamente. 

— He  cumplido  con  mi  deber ,  señor ;  y  os  digo  ahora  lo  mismo 
que  el  Sr.  Nottely ,  que  mi  alegría  por  lo  que  acaba  de  pasar  ex- 
cede mucho  á  la  vuestra. 

— Ya  veo, — dijo  mirándonos  á  los  tres  con  visible  enterneci- 
miento,— que  me  hallo  entre  gente  que  me  quiere. 

— No  lo  sabéis  bien, — le  respondimos  á  la  vez  Nottely  y  yo. 

El  Sr.  Soletty ,  que  le  tenía  cogida  uua  mano ,  se  contentó  con 
apretársela. 

— Sí  tal,  sí  tal, — dijo  el  Sr.  Silaydi, — y  me  alegro  deberos  tanto, 
porque  así  os  amaré  más. 

— A  mí  nada  me  debéis, — le  respondí  ;-^ pero  debéis  mucho  á 
vuestro  primo,  y  más  aún  al  Sr.  Nottely. 

— Ya  sé, — respondió  Silaydi, — lo  que  debo  al  embajador;  pero 
dejaré  de  estar  agradecido  á  los  que  le  ayudaron  en  su  empresa"? 
No  expusisteis  vosotros  vuestras  vidas  por  mí  ? 

— No  lo  niego,  —le  respondí; — pero,  quien  concibió  el  proyecto, 
quien  lo  dirigió,  quien  nos  comunicó  su  entusiasmo  y  su  valor ,  y 
quien  nos  condujo,  en  fin,  á  ia  victoria,  fué  Nottely.  Pensáis  lo 
mismo,  querido  Soletty? 

— Absolutamente  lo  mismo,— respondió  éste. 

^Ah!  vos  no  conocéis  todavia, — dije  yo, — á  este  joven  extraor- 
dinario que.... 

— Eh,  alto  allá,  señor  hablador, —dijo  interrumpiéndome  Not- 
tely. 

Y  volviéndose  á  Silaydi ,  añadió  : 

— No  hagáis  caso,  querido  Silaydi,  de  Mendoza,  cuyas  relevan- 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         291 

tes  prendas  tendréis  ocasión  de  conocer ,  pues  padece  la  singular 
manía  de  ver  siempre  el  mérito  en  los  demás,  y  nunca  en  si  mis- 
mo. Ya  sabéis  que  sin  él ,  no  tendría  yo  el  placer  de  hablar  con 
vos  ahora:  ved  como  lo  olvida  el  ingrato. 

Y  diciendo  esto,  cogió  mi  mano  que  estrechó  con  el  mayor 
cariño. 

— Sois  admirables,— dijo  mirándonos  el  Sr.  Silaydi. 

En  seguida  se  ofreció  uno  por  uno  á  los  Nostracianos  con  mucha 
cordialidad.  Cuando  llegó  al  bandido  que  nos  había  facilitado  la 
entrada  en  la  caverna,  dijo: 

— Cambia  de  vida,  y  tu  suerte  corre  por  mi  cuenta. 

— Gracias,  señor;  ya  me  ha  hecho  igual  ofrecimiento  el  Sr.  Not- 
tely,  y  pienso  aceptarlo. 

— Y  por  qué  nó  el  mío,  y  si  el  de  él? 

— Porque  él  fué  quien  ha  hecho  nacer  en  mí  un  aborrecimiento 
sin  límites  á  la  vida  desastrosa  que  traía. 

— Cómo  así? — dijo  sorprendido  el  Sr.  Silaydi. 

—Porque  es  imposible  ver  tanto  valor,  tanta  serenidad,  tanta 
abnegación,  tanto  ardor  para  hacer  el  bien,  y  tanta  sabiduría  para 
ejecutarlo,  sin  que  uno  se  pasme  y  desee  ser  honrado. 

— Tienes  razón,  tienes  razón, — dijo  conmovido  el  Sr.  Silaydi; — 
pero  como  en  último  resultado  á  quien  has  contribuido  á  salvar  ha 
sido  á  mí  y  no  al  embajador,  á  mí,  y  no  á  él,  toca  recompensarte. 

— Os  ruego,  Silaydi,  —  dijo  el  embajador,  —  que  no  me  quitéis 
el  gusto  de  hacer  la  suerte  de  este  desgraciado ;  y  ya  que  he  prin- 
cipiado á  cambiarle,  como  él  dice,  permitidme  que  concluya. 

— No  puedo  complaceros,  Nottely,  pues  vos  mismo  conoceréis.. ,. 

— Quiere  decir,  señores, — repuso  el  bandido  interrumpiéndo- 
los,— que  en  lugar  de  uno,  tendré  desde  hoy  dos  protectores.  No 
es  eso  lo  que  pretendéis? 

— Cabal, — contestó  con  viveza  el  Sr.  Silaydi; — hé  ahí  dirimida 
la  cuestión :  los  dos  te  protegeremos,  y  no  se  hable  más  del  asunto. 
Consentís,  embajador,  no  es  cierto? 

Y  como  Nottely  tardaba  en  contestar ,  añadió : 

— Ved  que  si  no  aceptáis,  estoy  dispuesto  á  no  ceder. 

Vi  entonces  salir  una  lágrima  de  los  ojos  del  bandido. 

El  Sr.  Soletty  y  yo,  dijimos  á  la  vez: 

— Los  dos,  los  dos  le  protegeréis;  no  hay  remedio,  embajador. 

—Sea, — dijo  éste, — pues  que  en  ello  os  empeñáis. 


292  UNA    TEMPORADA 

Y  el  resto  de  la  noche  lo  pasamos  agradablemente  entretenidos, 
pues  la  alegría  era  tan  viva,  que  nos  quitó  á  todos  el  sueño. 

A  la  mañana  siguiente ,  preguntamos  á  Nossolatto  si  sabia  don- 
de estaban  los  caballos. 

— Ya  se  ve  que  si, — nos  contestó. 
— Y  en  dónde? — preguntó  el  embajador. 
— En  una  gran  cuadra  que  hay  á  cien  pasos  de  aqui.  Siempre 
que  hacíamos  alguna  presa,  poníamos  en  ella  los  caballos  hasta  el 
dia  siguiente,  que  los  Íbamos  á  vender  á  Romalia. 
— Pues  es  preciso  que  vayáis  á  buscarlos. 
— Al  instante, — dijo  Nossolatto. 

Apenas  habia  marchado  éste,  cuando  apareció  el  cii^ujano.  Des- 
pués de  saludarnos ,  dijo : 

— No  podéis  imaginar ,  señores ,  la  alegría  que  ha  causado  en 
Romalia  vuestra  aventura  de  esta  noche. 

— Sabida  en  vuestra  casa  la  noticia,  y  sabida  también  en  el  Go- 
bierno, cundió  al  punto  por  la  ciudad;  y  como  no  ignoráis  el  gran 
terror  que  inspiraba  Russilio ,  debéis  inferir  el  gozo  que  se  difun- 
diría en  todos  los  corazones ,  á  medida  que  se  fueron  conociendo 
los  detalles.  El  Gobierno,  por  su  parte,  mandó  un  piquete  de  ca- 
ballería para  llevar  el  cadáver  de  Russilio  y  los  bandidos  que 
hubieseis  hecho  prisioneros:  pronto  estará  aquí. 

— Bien,  amigo,  bien, — dijo  á  esta  sazón  el  embajador; — pero 
lo  que  importa  ahora  no  es  eso,  sino  que  veáis  y  curéis  á  los  he- 
ridos. 

— Tenéis  razón, — contestó  el  cirujano: — dónde  están? 
— El  de  más  peligro  aquí, —  dijo  el  Sr.  Nottely,  conduciendo 
al  cirujano  á  la  cama  del  herido. 
Reconocido,  curado  y  vendado  éste,  lo  sangró  el  cirujano. 
— Qué  tal? — dijo  el  Sr.  Nottely;— es  grande  el  peligro? 
— Sin  la  cura  que  acabo  de  hacerle,  y  sobre  todo,  sin  la  san- 
gría ,  quizá  sí ,   porque  la  herida  es  larga  y  la  reacción   muy 
fuerte. 

—Y  la  bala? 
—Qué  bala? 

— Pues  no  tiene  una  bala  en  el  pecho? 

— No,  Sr.  Nottely; — lo  que  tiene  es  una  herida  hecha  con 
alguna  arma  de  punta  quebrada,  sin  duda  en  el  calor  de  la 
refriega. 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         293 

— Y  mediante  lo  que  acabáis  de  hacerle,  esperáis  salvarle? — 
preguntó  inquieto  el  embajador. 

— No  desconfio  á  lo  menos ,  porque  no  estando  interesados  los 
pulmones,  si  se  sigue  el  plan  que  voy  á  disponer ,  y  el  enfermo 
guarda  un  silencio  y  una  quietud  completos,  es  muy  posible 
que  cure. 

— Dios  lo  quiera.  Venid  ahora,  si  gustáis,  á  examinar  los  demás 
heridos. 

Concluía  el  cirujano  de  hacerlo,  y  de  dictar  las  disposiciones 
consiguientes,  cuando  apareció  Nosolatto. 

Salimos  entonces  de  las  ruinas,  y  parte  á  caballo,  y  parte  en  el 
coche  de  Silaydi,  tomamos  el  camino  de  Romalia. 

Los  heridos,  á  los  cuales  se  habia  agregado  el  guardia  que 
Nottely  metiera  en  el  coche  antes  de  la  refriega,  quedaron  en  el 
subterráneo  al  cuidado  del  ayuda  de  cámara  de  Silaydi  y  del  ci- 
rujano. 

(Se  continuará.) 

Tirso  Aguimana  de  Veca, 


REVISTA  POLÍTICA. 


INTERIOR. 

La  guerra  declarada  ya  entre  Prusia  y  Francia,  la  retirada  de  la  candida- 
tura del  Príncipe  de  HohenzoUern,  la  suspensión  de  las  convocadas  Cortes, 
sucesos  son  de  tan  reconocida  importancia,  que  cambian  radicalmente  la  faz 
de  la  Revolución  española. 

No  podrá  decirse  ya  que  hemos  arrastrado  la  Corona  de  Castilla  por 
Europa  mereciendo  el  desprecio  de  todo  el  mundo.  No:  la  Nación  española 
representa  todavía  lo  bastante,  digan  lo  que  quieran  los  adversarios  del  glo. 
rioso  movimiento  de  Cádiz,  para  figurar  con  dignidad  entre  los  pueblos 
europeos.  Ni  la  repulsa  del  Rey  D.  Fernando  de  Portugal,  ni  las  temerosas 
sensibilidades  de  la  Duquesa  de  Genova,  pueden  desmentir  el  hecho  elocuen- 
te de  que  estuviese  dispuesto  á  aceptar  la  Corona  de  San  Femando  un  Prin- 
cipe de  condiciones  simpáticas  y  cualidades  personales  recomendables,  ligado 
íntimamente  con  la  dinastía  de  una  de  las  primeras  potencias  continentales. 

No  vamos  á  ocuparnos  de  la  lucha  entablada  entre  el  Imperio  napoleóni- 
co y  la  Corte  del  Rey  Guillermo:  no  tenemos  para  qué  estudiar  aquí  la  nar 
turaleza  verdadera  de  esta  gigantesca  lucha,  ni  los  grados  de  popularidad  que 
la  guerra  tenga  en  cada  uno  de  los  pueblos  contendientes :  asunto  es  este 
encomendado  á  otra  persona,  según  la  división  ordinaria  de  los  trabajos  de 
nuestra  Revista.  Pero  está  fuera  de  duda  que  España  queda  libre  de  toda 
responsabilidad  para  lo  porvenir,  y  que,  después  de  la  negativa  del  padre 
del  candidato  y  de  la  última  nota  que,  comunicando  esta  nueva,  pasó  al 
Gabinete  francés  nuestro  Ministro  de  Estado,  la  causa  de  toda  hostilidad 


REVISTA    POLÍTICA    INTERIOR.  295 

habia  terminado,  sin  que  las  consecuencias  de  los  grandes  combates  que  se 
preparan  puedan  recaer  sino  sobre  los  nobles  adalides  que,  por  celos  de 
influencia  y  altivez  nacional ,  han  puesto  en  pié  de  guerra  sus  huestes  for- 
midables. 

Desde  el  punto  de  vista  de  nuestras  relaciones  exteriores,  España  no  ha 
perdido  en  la  general  consideración;  antes,  por  el  contrario,  ha  ganado,  guar- 
dando el  Ministerio  de  S.  A.  el  Kegente  una  actitud  digna.  No  sucede  lo 
mismo,  desdichadamente,  en  lo  que  á  la  situación  interior  del  país  se  refie- 
re. Las  dificultades  que  la  cuestión  regia  encontraba  para  resolverse  de 
una  manera  conveniente,  han  aumentado,  pues  la  división,  por  desdicha, 
existente  de  antiguo  entre  los  monárquicos ,  se  ha  rejuvenecido  ahora  por 
las  alabanzas  y  censuras  que  el  candidato  oficial  ha  merecido  de  uno  y  de 
otro  bando.     . 

Confesamos  con  ingenuidad  que  nos  falta  en  política  una  fibra  sin  duda 
esencial  en  España;  que  no  sentimos  lo  que  podria  llamarse  el  entusias- 
mo de  las  dinastías ;  en  el  bello  ideal  que  nos  hemos  formado  de  las  ins- 
tituciones que  deben  regir  á  los  pueblos  en  el  siglo  XIX,  la  cualidad  pre- 
dominante en  el  Monarca  si  no  la  única  en  nuestro  sentir ,  es,  aparte  la 
morahdad  de  costumbres,  el  respeto  por  la  Constitución  del  Estado. 
La  historia  de  Inglaterra,  pais  sólo  en  que  el  Gobierno  representativo 
existe  en  toda  su  pureza,  enseña  de  un  modo  que  no  deja  lugar  á  dudas, 
que  sus  períodos  de  grandeza  y  desenvolvimiento  nacional  no  coinciden 
ciertamente  con  los  momentos  en  que  el  solio  de  la  Gran  Bretaña  estaba 
ocupado  por  individualidades  de  personal  mérito;  al  contrario,  desde  el  ad- 
venimiento del  Príncipe  de  Orange  hasta  nuestros  dias,  la  época  de  más 
decadencia  para  aquel  grande  Imperio  fué  aquella  en  que  el  poder  real  tuvo 
más  influencia  é  importancia.  Por  eso  nosotros  asistimos  á  la  lucha  de  can- 
didatos con  ánimo  impasible,  sin  tomar  parte  en  la  contienda,  haciendo 
votos  tan  sólo  porque  la  institución  se  salve  acompañada  de  garantías  que 
afirmen  para  lo  sucesivo  las  libertades  públicas. 

Respetamos  el  convencimiento  que  abrigan  los  partidarios  de  las  diferen- 
tes soluciones  monárquicas  que  existen  dentro  de  la  revolución,  sin  partici- 
par de  su  ardor  ni  de  sus  esperanzas,  convencidos  de  que  en  la  dirección 
que  el  nuevo  Monarca  dé  á  los  negocios  públicos,  hade  entrar  por  algo  la 
suerte  y  por  mucho  la  popularidad  con  que  el  candidato  elegido  suba  al 
trono. 


296  REVISTA    POLÍTICA 

Personas  importantes  de  un  valer  reconocido  para  la  Revolución,  desea- 
ban que  la  Asamblea  se  hubiese  reunido,  á  pesar  de  la  renuncia  del  Príncipe 
Hohenzollern,  el  dia  para  que  estaba  convocada,  pues  ahora  más  que  nunca, 
en  vista  de  las  complicaciones  exteriores,  era  urgente  constituir  de  una  ma- 
nera definitiva  el  Gobierno  del  Estado. 

La  aspiración  era  patriótica,  sin  duda  alguna,  y  altamente  conveniente 
para  los  intereses  públicos  y  para  nuestro  propio  decoro,  á  ser  posible;  pero 
no  podia  olvidarse  que  para  realizar  este  pensamiento,  era  preciso  ante  todo 
contar  en  la  Cámara  con  el  número  de  votos  conformes,  necesarios  para  sa- 
car triunfante  con  mayoría  legal  y  con  el  prestigio  conveniente,  alguna  de  las 
soluciones  propuestas. 

¿Podia  concebirse  la  halagüeña  esperanza  de  que  esto  sucediese?  En  juicio 
nuestro  nó,  siendo  por  lo  tanto  peligroso  y  ocasionado  á  males  mayores  una 
determinación  que,  á  primera  vista  considerada  y  pudiendo  contar  con  otros 
elementos  de  los  que  forman  hoy  la  mayoría  monárquica,  parecía  á  todas 
luces  urgente. 

Desde  el  dia  aciago  para  la  patria  en  que  los  partidos  liberales  se  dividie- 
ron en  la  cuestión  de  Rey,  nacieron  para  la  Revolución  gravísimos  peligros 
de  que  difícilmente  podrá  salvarse,  si  cada  una  de  las  parcialidades  políti- 
cas que  tienen  dentro  de  ella  legítima  representación,  no  deponen  en  aras 
del  bien  público  una  parte  al  menos  de  sus  convicciones ,  intereses  y  com- 
promisos. 

Presintiendo  nosotros  estas  dificultades  que  pueden  llegar,  sino  han  lle- 
gado ya,  á  ser  insolubles,  defendimos  como  lo  más  patriótico  el  casamiento 
del  joven  Duque  de  Grénova  con  una  de  las  hijas  del  Sr.  Duque  de  Mont- 
pensier,  ocupando  ambos  el  trono  español,  lo  que  hubiera  llevado  la  tran- 
sacción de  los  partidos  á  la  misma  dinastía,  coronando  el  edificio  de  nuestra 
Revolución  de  una  manera  análoga  á  lo  que  hizo  Inglaterra  en  1688;  pero 
entonces,  como  siempre,  los  partidos  fueron  intransigentes,  y  todos  contri- 
buimos á  socabar  el  terreno,  en  vez  de  fabricar  los  cimientos  sobre  que  de- 
bían levantarse  las  nuevas  instituciones. 

De  tal  modo  van  las  cosas,  que  no  vislumbramos  un  rayo  de  luz  que  nos 
dé  esperanzas.  Ni  los  intereses  permanentes  de  todo  pueblo  civilizado,  ni 
ja  angustiosa  situación  del  Tesoro  púbUco ,  ni  el  desorden  social  que  de 
tiempo  atrás  impera  en  provincias,  que  recientemente  ha  aumentado  por 
aiorto,  sin  que  Miwlrid  se  vea  completamente  libre  de  sus  excesos  vergon- 


INTERIOR.  297 

zosos ,  ni  las  complicaciones  exteriores  cuyas  gravísimas  consecuencias  nadie 
osará  prever,  han  entibiado  el  ardor  de  los  combatientes.  Montpensieristas 
y  anti-montpensieristas  luchan  sin  tregua  ni  descanso;  sostienen  otros  á 
Espartero,  cual  solución  única;  según  de  público  se  dice,  los  republicanos 
se  aprestan  á  nuevas  aventuras;  no  son  más  pacíficas  las  noticias  de  los 
absolutistas ;  crecen  en  tanto  los  partidarios  del  Príncipe  Alfonso ,  como  si 
España  estuviese  condenada  á  perpetuo  guerrear,  coijio  si  la  desunión 
entre  sus  hijos  fuera  herencia  perdurable  que  nos  habia  legado  la  Edad 
Media. 

El  espíritu  del  clero,  adverso  entre  nosotros  á  las  cosas  liberales,  no  podrá 
menos  de  enardecerse  ante  los  contratiempos  que  el  planteamiento  de  las 
instituciones  encuentra,  en  vista  de  la  actitud  de  la  Corte  romana,  sin 
que  podamos, presentar  contra  el  impulso  de  tantos  elementos  contrarios, 
otra  fuerza  que  la  siempre  efímera  popularidad  personal  de  los  caudillos  de 
la  Revolución. 

Con  la  aquiescencia  de  todos  los  partidos  hemos  adoptado  ante  Francia  y 
Prusia  la  neutralidad  más  estricta;  á  ella  indudablemente  estábamos  obli- 
gados por  compromisos  y  antecedentes  en  la  cuestión  que  ha  servido  de 
pretexto  para  que  vengan  á  las  manos  aquellos  dos  pueblos;  pero  sería 
ridículo  negar  que  esta  política,  la  única  posible  en  la  actualidad,  ni  nos 
coloca  en  una  situación  airosa  á  los  ojos  del  mundo,  ni  prepara  grandes  so« 
luciones  para  lo  porvenir. 

Vencedora  Prusia,  la  candidatura  del  Príncipe  HohenzoUern  encontraría 
mayores  dificultades  que  ha  encontrado  ahora;  los  mismos  que  la  considerá- 
bamos aceptable,  á  pesar  de  los  peligros  que  traia  consigo,  si  la  mayoría  de 
la  Asamblea  la  votaba,  la  veríamos  entonces  con  desagrado,  rodeada  de  una 
gloria  militar  en  que  no  habría  figurado  España.  Entonces  tendrían  razón 
de  ser  los  argumentos  que  en  contra  se  han  aducido,  y  un  sentimiento  de 
noble  dignidad  la  repulsaría;  la  derrota  de  un  pueblo  latino,  sin  tener  noso- 
tros parte  en  la  victoria,  mortificaría  nuestro  orgullo  de  raza.  Vencedora 
Francia,  su  influencia  no  tendría  límites  en  el  continente,  siendo ,  por  lo 
mismo,  el  momento  menos  propicio  para  elevar  al  solio  un  candidato  que, 
por  muy  querído  que  pueda  ser  para  nosotros,  sería  altamente  desagradable 
al  Imperío  tríunfante. 

Hoy,  ante  la  actitud  de  Prusia,  toda  solución  para  España  se  declara 
preferíble  á  la  candidatura  HohenzoUern.  Sucederá  lo  mismo  mañana?  No 


298  REVISTA   POLÍTICA 

es  el  agradecimiento  virtud  dominanie  en  los  Soberanos  ni  en  los  pueblos; 
la  política  carece  de  entrañas.  ¿Cuál  será,  además ,  la  salida  que  para  noso- 
tros queda  dignamente,  si  no  nos  ponemos  pronto  de  acuerdo  para  elegir 
Soberano  sin  el  protectorado  ni  el  veto  de  ninguna  nación  extranjera?  La 
Restauración  ó  la  República,  y  difícilmente  puede  adivinarse  cuál  daría  re- 
sultados más  tristes.  Una  y  otra  solución  adolece  de  los  mismos  defectos; 
con  una  y  con  otra  se  perdería  pronto  la  libertad',  aun  contra  el  deseo  de 
sus  parciales. 

Para  juzgar  cualquiera  de  estas  dos  trístes  eventualidades,  es  necesario  des- 
pojarse de  todo  espíritu  de  partido,  de  toda  opinión  preconcebida.  La  Repú- 
blica en  absoluto,  teóricamente  considerada,  como  forma  de  gobierno  que  va- 
ya á  implantarse  en  un  pueblo  civilizado,  sin  historia,  sin  antecedente  ni  cos- 
tumbres monárquicas,  sin  relaciones  internacionales  con  otros  pueblos  ve- 
cinos, quién  puede  combatirla  ? — La  Restauración,  es  decir,  la  alianza  entre 
la  legitimidad  y  los  progresos  del  siglo,  entre  la  monarquía  dinástica ,  tra- 
dicional é  histórica  y  las  libertades  parlamentarias  en  toda  su  extensión 
ejercitadas,  á  ser  posible ,  i  sería  por  nadie  rechazada? 

Mas  la  Restauración  como  la  República  serian,  como  acabamos  de  decir, 
por  la  índole  misma  de  las  circunstancias,  formas  de  gobiernos  que  destrui- 
rían la  libertad  política;  la  libertad  política  que  es  en  el  siglo  que  vivimos 
la  dignidad  nacional,  la  civilización  y  la  paz  pública.  La  manera  con  que  se 
ha  llevado  á  cabo  la  abdicación  de  la  ex-Reina  Isabel,  ha  hecho,  sobre  otras 
poderosas  razones,  al  Príncipe  Alfonso  candidato  de  un  partido  que  odiaá  la 
Revolución,  que  combate  en  sus  periódicos  las  soluciones  por  ella  plantea- 
das, que  insulta  á  las  personas  que  las  han  llevado  á  cabo,  que  busca  apoyo 
en  elementos  que  por  tradición  é  intereses  han  de  serle  rudamente  adversos; 
y  eso  hoy,  cuando  la  separación  de  la  madre  del  trono  y  la  menor  edad  del 
hijo,  y  el  residir  ambos  en  tierra  extranjera ,  no  despiertan  en  sus  más  ar- 
dientes parciales,  ni  los  intereses  de  la  adulación,  ni  los  instintos  de  vengan- 
za, móviles  tan  naturales  en  los  que  están  dispuestos  á  considerar,  no  ya 
la  monarquía,  sino  una  dinastía  especial  por  sí  sola  cual  remedio  heroico 
de  los  males  sociales  y  preciosa  panacea  á  que  debe  sacrificarse,  por  peligrosa, 
toda  garantía  política. 

Sería  necesario  para  que  otra  cosa  sucediese,  que  la  restauración  española 
fuese  completamente  distinta  de  lo  que  han  sido  en  la  historia  las  restau- 
raciones de  Francia  é  Inglaterra,  y  no  son,  en  verdad,  los  antecedentes  de 


INTERIOR.  299 

los  partidos  monárquicos  entre  nosotros,  los  más  á  propósito  para  concebir 
ilusiones  si  llegase  caso  tan  desdichado. 

Las  leyes  sociales  y  políticas  están  sujetas  á  derroteros  tan  inflexibles 
como  las  leyes  del  mundo  físico,  y  así  como  ahora,  por  la  fuerza  misma  de 
las  cosas ,  han  perdido  una  parte  de  su  influencia  en  la  gobernación  del  Es- 
tado los  partidos  conservadores,  entonces  triunfarían  por  completo  los 
elementos  reaccionarios,  con  una  diferencia,  sin  embargo ,  y  es  que  hay  en  la 
trama  histórica  de  nuestra  nacionalidad ,  en  las  costumbres  de  nuestro  pue- 
blo, tales  elementos  de  resistencia,  que  cuando  el  espíritu  liberal  se  des- 
borda muere  pronto  herido  por  sus  propios  exíravíos,  y  cuando  por  el  con- 
trario imperan  y  llegan  á  ocupar  el  poder  los  representantes  de  las  ideas 
absolutis  as,  sus  máximas,  errores,  preocupaciones  y  venganzas  encarnan 
de  tal  manera  en  nuestro  organismo  social,  que  lejos  de  debilitarse  se  forti- 
fican y  consolidan  tanto  más  cuanto  más  exageradamente  se  practican. 

Vicios  análogos  encierra  la  República,  pues  prescindiendo  de  que  fácil  y 
naturalmente  las  mismas  huestes  absolutistas  formarían  en  la  masa  gene- 
ral del  nuevo  partido,  llevando  consigo  el  espíritu  de  exageración  que  cons- 
tituye lo  esencial  de  su  carácter,  sería  necesario  improvisar  un  alto  personal 
de  que  el  partido  carece;  lo  que  hoy,  después  de  votada  por  la  Asamblea 
la  forma  monárquica,  crearla  las  primeras  dificultades,  para  salvar  las  cua- 
les sería  preciso  empezar  aceptando  un  sello  de  deshonor  que  imprimiera 
marca  en  los  neófitos  de  la  República. 

No  envidiamos  la  suerte  de  los  que  adoptasen  esta  línea  de  conducta ,  ni 
deseamos  que  ningún  amigo  nuestro  tenga  el  valor  necesario  para  arrostrar 
responsabihdad  tan  tremenda;  proclamada  la  República,  los  monárquicos 
que  se  respeten  á  sí  mismos ,  tendrían  un  gran  deber  que  cumplir  no  po- 
niendo obstáculos  facciosos  al  nuevo  Gobierno ,  al  que  sólo  podrían  prestar 
su  concurso  en  el  caso  extremo  de  que  peligrase  la  independencia  nacional  ó 
la  dignidad  de  la  patria. 

El  porvenir,  pues,  que  á  la  Revolución  se  le  presenta  en  estos  momentos 
es  tristísimo :  nosotros  lo  vemos  rodeado  de  dificultades  casi  insuperables  y 
con  los  más  negros  colores ;  sería  hipocresía  indigna  no  confesarlo ;  siendo 
además  de  su  exacto  conocimiento  de  donde  únicamente  podemos  sacar 
fuerzas  para  salvar  este  país,  digno  de  menos  triste  suerte. 

No  somos  de  los  que,  inflamados  por  un  falso  orgullo  nacional,  creen 
que  poseemos  inmensas  riquezas :  que  el  territorio  de  la  Península  sobresale 


300  REVISTA    POLÍTICA 

en  Europa  por  su  fertilidad  asombrosa,  ni  que  está  sembrado  de  veneros 
metálicos  de  un  valor  sin  igual;  que  nuestros  vinos  son  superiores  á  los  del 
orbe  entero,  nuestras  frutas  las  más  excelentes  del  globo,  nuestros  caballos 
los  mejores,  nuestras  compatriotas  las  más  bellas,  y  nosotros  tipos  per- 
fectos de  lealtad ,  nobleza  y  heroismo ;  pero  tampoco  nos  consideramos  tan 
desprovistos  de  bienes  de  fortuna,  que  no  posea  España  puertos  marítimos 
en  el  Mediterráneo  y  el  Atlántico  á  propósito  para  sostener  ventajoso  co- 
mercio con  los  pueblos  más  lejanos  de  ambos  hemisferios;  poseemos  minas 
bastante  ricas  de  carbón,  de  azogue,  de  cobre  y  otros  metales;  no  nos 
faltan  ricos  mármoles,  ni  productos  agrícolas  de  importancia;  hombres  de 
nuestra  raza  han  conquistado  medio  mundo ,  y  aún  inspira  envidia  y  temor 
el  recuerdo  de  nuestras  pasadas  glorias ;  sobresalíamos  en  las  artes  y  en  las 
industrias,  sin  que  nuestra  actual  decadencia  pueda  borrar  del  catálogo  de 
las  inteligencias  privilegiadas  que  han  ennoblecido  el  género  humano  nom- 
bres de  Españoles  de  imperecedera  fama. 

Somos,  en  fin,  como  la  generalidad  de  las  gentes,  ni  mejores  ni  peores,  con 
los  inconvenientes  y  ventajas  que  dan  el  clima  en  que  vivimos  y  la  raza  á  que 
pertenecemos.  ¿Dónde  hay  que  buscar,  pues,  el  origen,  la  causa,  los  motivos 
de  nuestra  decadencia  presente  1  En  las  instituciones,  producto  de  las  cuales 
han  sido  la  ignorancia,  la  superstición,  el  misticismo.  En  tanto  que  no  des- 
terremos aquellas  fuentes  perennes  de  degradación  moral;  en  tanto  que  los 
Españoles  no  aprendan  á  encontrar  explicación  de  cuanto  les  sucede,  en  sus 
causas  propias,  sin  ligarlas  con  venganzas  divinas,  ni  misterios  sobrena- 
turales ;  hasta  que  la  ilustración  general  aumente  sin  encontrar  las  trabas 
tradicionales  que  antes  de  la  Revolución  existían  en  su  camino,  nada  ade- 
lantaremos. Esta  es  una  verdad  en  que  están  de  acuerdo,  cuantos  espíritus 
cultos,  lo  mismo  nacionales  que  extranjeros,  han  estudiado  con  ánimo  im- 
parcial, el  desenvolvimiento  histórico  de  los  cuatro  últimos  siglos. 

Un  historiador  inglés,  que  ha  visitado  á  España  en  1845,  dice: — nque 
es  singular  cómo,  recorriendo  la  Península,  se  ven  reproducidas  las  costum- 
bres inglesas  de  hace  cinco  siglos,  encontrándose  uno  en  medio  de  una  so- 
ciedad que  es  reflejo  de  aquella  extinguida  media  civilización ,  de  la  cuíÜ  no 
queda  ninguna  traza  en  la  historia  moderna  de  Inglaterra.  No  puede  negar- 
se el  atraso  del  nivel  intelectual  de  aquel  gran  pueblo ,  añade ,  consecuencia 
del  sistema  de  educación,  por  la  excesiva  influencia  de  un  clero  interesado 
en  conservar  La  antigua  fisonomía  narional.  n 


INTERIOR.  ,      301 

Prescindiendo  de  la  exageración  con  que  los  partidos  en  lucha  se  arrojan 
al  rostro  la  parte  que  pueda  á  cada  cual  tocarles  en  los  males  que  deplora- 
mos, nadie  que  esté  exento  de  sus  pasiones  negará  que  han  seguido  dife- 
rente camino  que  nosotros  las  naciones  que  hoy  compiten  en  bien  estar 
social  y  riqueza  pública,  y  que  las  instituciones  planteadas,  aunque  con 
mal  éxito  hasta  ahora,  por  la  Kevolucion,  están  más  en  armonía  con  el  or- 
ganismo de  los  pueblos  modernos  que  las  que  existian  antes,  sobre  todo 
en  el  último  período  de  la  derrocada  dinastía. 

Si  las  nuevas  instituciones  no  llegan  á  consolidarse,  volverán  con  más 
rigor  los  males  pasados ,  y  de  este  gran  movimiento  social  sólo  quedará  la 
memoria  de  las  pérdidas  reales  que  todo  trastorno  trae  consigo,  sin  que 
lleguemos  á  cosechar  sus  indudables  ventajas. 

Piensen  en  esto  los  ciegos  partidarios  de  cada  uno  de  los  candidatos  en 
t>oga,  y  busquen  una  solución  común  que  pueda  apoyar  la  mayoría  de  la 
Asamblea;  de  lo  contrario  está  perdida  la  Revolución. 

J.  L.  Albareda. 


EXTERIOR. 

En  la  sesión  celebrada  por  el  Cuerpo  Legislativo  el  30  de  Junio  último, 
M.  Emilio  OUivier,  jefe,  aunque  sin  nombre  de  tal,  del  Ministerio  francés, 
h    ía  estas  solemnes  declaraciones: 

"Contestando  á  M.  Jules  Favre,  afirmo  que  el  Gobierno  no  tiene  temor 
de  ninguna  clase,  que  en  ninguna  época  ha  estado  más  asegurada  en  Europa 
la  conservación  de  la  paz;  por  cualquiera  lado  que  se  mire,  no  se  ve  empeñada 
ninguna  cuestión  irritante;  en  todas  partes,  los  Gobiernos  han  compren- 
dido la  necesidad  de  respetar  los  tratados.  Sobre  todo  los  dos  que  más  espe- 
cialmente interesan  á  la  paz  de  la  Europa;  el  tratado  de  1856,  que  asegura 
la  paz  en  Oriente;  el  tratado  de  Praga,  que  asegura  la  paz  en  Alemania,  son 
considerados,  según  opinión  unánime,  como  dignos  de  un  respeto  inviolable.» 
Los  Diputados ,  al  oir  estas  palabras,  interrumpieron  al  Ministro ,  diciendo: 
Muy  bien!  Muy  bien! 

M.  Emilio  OUivier  continuó  diciendo:  Me  habéis  preguntado  también: 
¿qué  habéis  hecho  para  que  predomine  en  Europa  ese  estado  pacifico  que  har 


302  HEVISTA  POLÍTICA 

beis  anunciado  ser  el  fin  que  os  proponéis  ?  Hemos  hecho  mucho !  Hemos 
tenido ,  en  todas  las  negociaciones,  un  espíritu  á  un  mismo  tiempo  concilia- 
dor y  firme,  para  que  todo  el  mundo  comprendiese  que,  por  nuestra  parte, 
la  paz  no  es  la  debilidad  ni  la  anulación.  Además,  sabemos  que  la  verda- 
dera manera  de  establecer  la  paz  y  de  asegurarla,  es  desarrollar  la  libertad.  Y 
nosotros  no  hemos  fundado  la  libertad  en  Francia;  —  decir  eso  sería  come- 
ter una  injusticia  respecto  de  nuestros  predecesores  en  esa  obra, — pero  la 
hemos  desarrollado  y  hecho  definitiva. 

tiQué  hemos  hecho  para  asegurar  la  causa  cU  la  pazi  Hemos  hedió  algo 
mejor,  más  eficaz,  que  tener  una  buena  conducta,  que  desarrollar  la  liber- 
tad; hemos  puesto  de  manifiesto,  á  los  ojos  del  mundo  entero,  el  acuerdo 
cada  vez  más  íntimo,  leal,  perseverante,  entre  la  nación  y  su  soberano. m 
Largos  aplausos  siguieron  á  estas  palabras. 

Siete  dias  después,  en  la  sesión  del  6  de  Julio,  los  mismos  Diputados 
aplaudían  calorosamente  al  mismo  Ministro,  que  les  anunciaba  la  probabi- 
lidad de  una  guerra  inminente;  y  en  la  del  dia  15,  244  votantes  contra 
uno  sólo,  han  concedido  los  recursos  de  hombres  y  de  dinero  con  un  entu- 
siasmo que  desde  allí  se  ha  comunicado  á  todos  los  puntos  de  Francia  con 
la  violencia  y  la  rapidez  de  la  electricidad. 

La  causa  de  esta  novedad  ha  sido  la  noticia  de  la  aceptación,  por  un 
príncipe  prusiano,  de  la  candidatura  para  la  corona  de  España.  Al  oir  la 
noticia  de  que  era  más  ó  menos  probable  que  á  este  lado  de  los  Pirineos 
reinase  uno  de  los  miembros  de  la  más  poderosa  familia  alemana,  la  Francia 
imperial  del  siglo  XIX  ha  lanzado  un  grito  de  alarma,  creyendo  ver  salir 
de  su  tumba  del  Escorial  la  sombra  de  Carlos  V. 

Aun  después  de  retirada  la  candidatura  del  Príncipe  HohenzoUern ,  el  Go- 
bierno francés  no  se  ha  dado  por  satisfecho.  Y  al  ver  que  el  Prusiano  to 
maba  el  asunto  con  flema  alemana,  se  ha  dirigido  á  la  persona  misma  del 
Rey  de  Prusia,  el  soberano  más  altivo  y  áspero  de  este  siglo.  Guillermo  I  se 
cansó  pronto  de  oir  exigencias ,  y  mandó  al  Embajador  francés  que  no  vol- 
viese á  presentarse  á  su  presencia.  Todavía  un  paso  de  esta  naturaleza  no 
ha  podido  jamas  ser  considerado  como  un  ultraje,  que  deba  ser  seguido  de 
una  declaración  de  guerra;  pero  el  Ministerio  Ollivier  cree  haber  hallado 
motivo  suficiente  en  el  hecho  de  que  una  nota,  ó  un  parte  telegráfico,  del 
Rey  prusiano,  ó  del  Conde  de  Bisniarck,  haya  dado  conocimiento  á  los  Go- 
biernos del  Sud  de  Alemania  de  lo  sucedido. 

En  el  mismo  Cuerpo  Legislativo,  en  París,  ha  habido  calorosas  protestas 
contra  una  guerra  declarada  por  tales  causas.  M.  de  Choiseul  exclamaba: 
"No  se  puede  hacer  la  guerra  por  semejantes  motivos....  Es  imposible. i» 
M.  Manuel  Arago,  decia:  n  Cuando  se  sepa  oso,  todo  el  mundo  civilizado 
08  negará  la  razón.  Cuando  se  sepa  eso,  se  comprenderá  que,  si  hacéis  la 
guerra,  es  porque  la  queréis  á  toda  costa.  MM.  Thiers,  Jules  Simón,  Jules 


EXTEHiüH.  30S 

Fabre,  Gambetta;  se  expresan  en  igual  sentido.  Pero  el  patriotismo  está 
excitado  hasta  la  intolerancia^  y  ahoga  la  voz  de  los  oradores  de  la  minoría. 
MM.  Thiers  y  Gambetta  no  logran  hacerse  oir  algunas  palabras ,  sino  por- 
que empiezan  declarando  que  votarán  todo  lo  que  quiera  el  Gobierno  para 
hacer  la  guerra,  y  que ,  declarada  ésta,  nadie  les  ganará  en  apresuramiento 
para  conceder  los  recursos  necesarios. 

Esa  minoría  tiene,  sin  embargo,  tanta  responsabilidad,  por  lómenos, 
como  el  Ministerio  Ollivier,  en  la  ruptura  de  las  hostilidades.  Desde  hace 
muchos  años  ha  estado  pidiendo  cuenta  al  Imperio  de  los  desastres  de  Mé- 
jico y  de  Sadowa,  y  le  ha  estado  echando  en  cara  que  el  poder  militar  y  la 
influencia  diplomática  de  la  Francia  hablan  venido  á  menos.  Y  tanto  ha  in- 
sistido en  esto ,  que  el  sentimiento  popular  exigia  imperiosamente  un  es- 
fuerzo para  restablecer  el  prestigio  de  las  armas  francesas.  Cualesquiera 
que  hayan  sido  las  circunstancias  incidentales ,  y  los  motivos  que  hayan 
dado  ocasión  para  que  estalle  la  ira  entre  Paris  y  Berlin ,  el  fuego  que 
desde  antes  lá  alimentaba,  no  estaba  encendido  con  los  recuerdos  de 
nuestro  Carlos  Y,  sino  con  las  memorias  más  recientes  de  Waterlóo  y  de 
Sadowa. 

Francia  quiere  ser  la  primera  nación  del  mundo.  El  segundo  Imperio  la 
habia  acostumbrado  á  oir  que  sin  su  permiso  no  se  podia  disparar  un  ca- 
ñonazo en  Europa ;  que  sin  estar  ella  satisfecha,  no  habia  tranquilidad  para 
las  demás  naciones.  Cuando  la  fortuna  fué  desproporcionada  á  estas  jactan- 
cias, la  Francia  sufrió  un  profundo  disgusto.  La  gloria  de  la  campaña  de 
Crimea  le  pareció  entonces  demasiado  costosa ,  porque  los  intereses  servi- 
dos en  Sebastopol,  habían  sido  los  ingleses  y  los  austríacos,  más  que  los 
franceses.  La  gloria  de  la  guerra  de  Italia  habia  quedado  incompleta  por- 
que el  temor  á  la  Prusia  habia  impedido  á  Napoleón  III  llegar  con  sus 
ejércitos  al  Adriático;  el  temor  á  la  Prusia,  que  en  1859  declaraba  que  no 
le  era  posible  permitir  que  fueran  arrebatados  al  Austria,  para  dárselos  á 
la  Italia,  el  Mantuano  y  el  Véneto,  y  en  1866  se  aliaba  con  la  Italia  para 
que  ésta  arrebatase  al  Austria  aquellas  mismas  provincias.  La  expedición  á 
Méjico  fué  un  desastre  innegable.  Por  último,  cuando  la  Prusia  venció  en 
Sadowa,  la  Francia  reclamó  en  términos  explícitos  que  le  diera  parte  del 
botin,  dejándole  llevar  hasta  el  Rhin  su  frontera,  y  la  Prusia  le  contestó 
con  una  negativa  perentoria  y  desdeñosa,  haciéndole  saber  que  ni  una  sola 
pulgada  de  terreno  le  sería  cedido  jamás,  sino  á  viva  fuerza  El  prestigio 
de  la  victoria  de  los  Prusianos  en  1866,  habia  sido  tan  grande,  que  la  Fran- 
cia ha  tardado  cuatro  años  en  lanzarse  á  una  guerra,  que,  en  realidad,  es- 
taba decretada  desde  1866. 

La  Francia  quiere,  pues,  realizar  un  sueño  de  ambición  extendiéndose 
hasta  el  Ehin ;  tomar  venganza  de  la  derrota  de  Waterlóo ,  y  del  veto  que 
al  día  siguiente  de  Solferino  le  puso  la  Prusia  para  proseguir  la  guerra  d€ 


304  R5VISTA    POLÍTICA 

emancipación  de  Italia;  y  restablecer  su  posición  preponderante  en  Europa. 

La  ambición  de  la  Francia  tiene  enfrente  de  sí  la  ambición,  no  menos 
desmesnnKia,  de  la  Prusia  de  Guillermo  I  y  del  Conde  de  Bismark.  Este 
Bey  y  este  Ministro  han  acometido,  y  hasta  ahora  iban  realizando  con  for- 
tuna, U  obra  más  grande  que  la  política  habia  intentado:  ninguna  clase  de 
dificultades  los  habia  detenido  en  el  desarrollo  de  sus  planes.  En  minoría 
declarada  dentro  del  mismo  reino  de  Prusia,  en  donde  las  elecciones  para  el 
Parlamentóles  fueron  constantemente  hostiles  durante  algunos  años,  dieron 
el  eapectáculo  de  un  Gobierno  que  vivia  tranquilo  y  sereno  en  medio  de  una 
Oámin  que  diariamente  lanzaba  sobre  él  un  voto  de  censura,  sin  hacer  más 
caso  de  estas  censuras  que  hubieran  hecho  de  entusiastas  manifestaciones  de 
confianza.  Aho.:;aron  las  reclamaciones  de  los  partidos  liberales ,  y  fortale- 
cieron en  el  poder  la  preponderancia  del  feudal,  haciendo  sucumbir  la  liber- 
tad política  bajo  el  peso  de  La  gloria  militar.  Adquirieron  esa  gloria  militar, 
prasentando  al  Austria  desigual  batalla,  y  venciéndola  en  una  campaña  bre- 
visima,  que  ha  causado  una  revolución  profunda  en  la  estrategia  y  en  la 
táctica.  Aprovechando  audazmente  la  victoria,  incorporaron  á  la  Prusia  unos 
Estados  del  Norte  de  Alemania,  y  quitaron  á  todos  los  demás  la  personalidad 
pan  dirigir  en  sus  propios  asuntos  su  diplomacia  y  sus  armas.  Realizaron 
la  ambición  prusiana  de  tener  puertos  y  marina  en  el  Báltico;  y  después, 
faltando  á  los  tratados  que  ellos  mismos  con  su  espada  victoriosa  habian 
trazado,  en  vez  de  dejar  formarse  una  Confederación  alemana  de  i  Sur,  liga- 
ron á  la  del  Norte,  con  tratados  de  alianza  ofensiva  y  defensiva  los  Gobier- 
nos de  Baviera,  Wurtenberg,  Badén,  y  Hesse-Darmstadt. 

La  unidad  germánica,  tal  como  la  han  intentado  el  Rey  Guillermo  y  el 
Conde  de  Bismark,  es  una  obra  hercúlea,  cuyo  feliz  éxito  superaria  á  las 
empresas  de  los  más  grandes  y  más  afortunados  conquistadores.  Dentro  de 
la  misma  Prusia,  significa  la  victoria  de  la  minoría  feudal  sobre  la  mayoría 
liberal:  en  Hannover,  y  en  Francfort,  el  triunfo  de  la  centralización  prusia- 
na sobre  la  autonomía  municipal,  y  sobre  los  derechos  procedentes  de  la  his- 
toria; en  Sajonia,  y  en  otros  muchos  Estados,  la  tutela  de  la  Prusia  sobre 
reyes  y  príncipes  que  dñen  sus  frentes  con  coronas  soberanas,  y  no  pueden 
ni  dirigir  un  saludo  á  un  Gobierno  extranjero,  ni  desenvainar  sus  espadas, 
ni  oonsenrarlas  envainadas,  sin  permiso  del  Rey  prusiano;  en  Badén,  en  Hesse^ 
eo  Wnrtaiberg,  en  Baviera,  la  sumisión  de  la  Alemania  meridional  y  católica 
á  la  Prusia  protestante,  y  en  todo  tiempo,  y  bajo  muchos  conceptos,  su  rival; 
pairn  el  Austria,  que  ciurante  tantos  siglos  fué  la  cabeza  de  la  Alemania,  la  pér- 
dida t<4il  de  su  significación  histórica  y  de  su  importancia  en  el  centro  de 
Europa;  para  la  Dinamarca,  la  supremacía  de  la  raza  germánica  sobre  la 
fSMidiiiava;  para  la  Francia,  la  superioridad  de  la  raza  germánica  sobre  la 
Ittíná;  para  la  Rusia  misma,  que  no  puede  contemplar  con  gusto  la  tentativa 
di  foniMV  vna  podsrosa  marina  tm  el  Báltico,  y  que  ve  levantarse  un  coloso 


EXTERIOR.  305 

que  extiende  su  brazo  desde  la  Península  danesa  hasta  los  Alpes^  y  desde 
la  Bélgica  hasta  Polonia,  la  superioridad  del  germanismo  sobre  el 
eslavismo. 

Dentro  de  pocas  semanas^  los  sucesos  militares  por  una  parte,  y  por  otra 
los  actos  diplomáticos  y  políticos  de  los  Gobiernos  y  de  los  pueblos,  pondrán 
de  manifiesto  si  la  obra  de  Bismark  y  de  Guillermo  de  Prusia  ha  adquirido 
solidez,  ó  si  hubiera  necesitado  mayor  período  de  tiempo  para  arraigarse. 
Entre  tanto,  lo  que  más  interés  inspira  es  conocer  la  actitud  que  tomarán 
las  diferentes  Potencias  europeas  en  la  guerra.  ¿Quedará  ésta  circuns- 
crita entre  Francia  y  Prusia?  ¿Será  entre  el  Imperio  francés  y  la  Alemania 
toda?  ¿Se  hará  general,  y  tomarán  parte  en  ella  casi  todas  las  naciones 
europeas? 

Del  Austria,  no  es  posible  dudar  en  dónde  están  sus  simpatías  y  sus  in- 
tereses. Cuando  la  Francia  quiere  anular  las  consecuencias  de  la  jornada  de 
Sadowa,  el  Austria  no  puede  considerarse  como  desinteresada  en  el  asunto. 
Durante  la  guerra  de  Crimea^  estuvo  neutral,  á  pesar  de  que  al  disputar  al 
Imperio  moscovita  la  sucesión  de  los  Sultanes  de  Constantinopla,  las  Poten- 
cias occidentales  peleaban,  incuestionablemente,  por  el  porvenir  del  Austria 
en  Oriente ;  pero  estaba  muy  reciente  el  servicio  prestado  por  la  Rusia  cuan- 
do intervino  en  Hungría.  Mas  ahora,  ni  tiene  favores  que  agradecer  á  la 
Prusia,  ni  ha  olvidado  que  aquella  neutralidad  le  costó,  poco  después ,  la 
pérdida  de  la  Lombardía,  que  la  Francia  le  conquistó,  y  que  nadie  le  ayudó 
á  defender;  ni,  sobre  todo,  desconoce  que  en  las  negociaciones  para  la  futura 
paz  se  va  á  decidir  acerca  de  cuestiones  que  le  interesan  más  á  ella  que  á  los 
mismos  beligerantes.  Francia  continuará  siendo  lo  que  es,  con  sus  mismas 
condiciones  históricas,  con  su  mismo  genio,  con  sus  mismas  pretensiones, 
bien  aumente  su  territorio  con  toda  la  orilla  izquierda  del  Rhin,  bien  sufra 
una  derrota.  Prusia  seguirá  siendo  la  mayor  fuerza  militar  de  la  Alemania 
del  Norte,  y  no  dejará  de  aspirar  á  ser  la  base  de  la  unidad  alemana,  aun- 
que pierda  á  Maguncia,  á  Tréveris  y  á  Colonia  ;  acaso  satisfecha  esa  ambi- 
ción de  la  Francia,  la  Prusia  cuente  con  la  alianza  francesa,  ó  por  lo  menos 
con  su  neutralidad  para  mucho  tiempo,  durante  el  cual  pudiera  adelantar 
sus  trabajos  de  unificación  germánica.  Pero  el  Austria,  en  todos  los  casos, 
se  halla  amenazada  de  dejar  definitivamente  de  ser  una  gran  potencia  ale- 
mana, sin  otra  esperanza  que  la  de  intentar  la  aventura  de  trasformarse  en 
Imperio  eslavo,  por  la  adquisición  hacia  el  Mar  Negro  de  compensaciones 
territoriales.  Más  que  el  porvenir  de  la  Francia,  y  que  el  porvenir  de  la 
Prusia,  Prusianos  y  Franceses  van  á  fijar  el  porvenir  del  Austria. 

Hay  dos  potencias  en  Europa  que,  mientras  no  se  resuelva  la  cuestión  de 
Oriente ,  no  pueden  menos  de  ser  rivales,  el  Austria  y  la  Rusia;  así  como 
hay  otras  dos  que  tienen  por  igual  motivo  que  ser  aliadas ,  la  Inglaterra  y 
el  Austria.  Si  los  ejércitos  rusos  se  movieran  hacia  el  teatro  de  la  guerra, 

TOMO  XV.  20 


306  REVISTA    POLÍTICA 

indudablemente  echarían  á  andar  también ,  en  cuanto  supieran  la  noticia, 
los  ejércitos  austríacos ;  y  si  estos  tomasen  parte  en  la  lucha ,  es  probable 
que  el  Czar  se  creyese  en  el  caso  de  auxiliar  á  los  Prusianos,  más  que  por 
favorecerlos ,  por  impedir  que  después  de  la  lucha  se  pacte  algo  que  favo- 
rezca al  Austria  en  el  Oriente,  en  cambio  de  lo  que  pierda  ó  ceda  en  el  cen- 
tro de  Europa.  De  todas  maneras,  nos  parece  que  la  Francia  puede  contar 
más  con  la  alianza  ó  con  la  neutralidad  decididamente  benévola  del  Austria 
que  la  Prusia  con  la  de  la  Rusia. 

Esa  actitud  del  Imperio  austriaco  tiene  importancia  bajo  tres  conceptos 
diferentes;  contiene  al  ruso,  influye  con  eficacia  en  los  Estados  Alemanes  del 
Sud,  y  hace  imposible  todo  peligro  de  que  Italia  tome  parte  por  la  Prusia. 
Por  decaidaque  se  halle  la  influencia  del  Austria  en  Alemania,  todavía 
es  la  nación  que  cuenta  más  subditos  alemanes  después  que  la  Prusia.  Por 
tanto,  al  declararse  en  favor  de  la  causa  de  la  Francia,  aunque  no  saque  sus 
armas  fuera  de  sus  fronteras,  contribuye  á  despojar  á  la  guerra  del  carácter 
de  interés  universal  alemán,  que  la  Prusia  desea  darle.  Además,  si  200.000 
soldados  austríacos  avanzan  hacia  el  Norte  por  la  Bohemia ,  queda  parali- 
zada la  acción  de  los  ejércitos  de  Baviera  y  de  Sajonia,  y  en  estos  países,  en 
Wurtenberg,  en  Badén,  pueden  levantar  la  cabeza  los  partidos  anti-prusia- 
nos  que  en  ellos  existen ,  y  que  en  la  prensa  y  hasta  en  las  Cámaras  se 
oponen  á  que  se  auxilie  á  la  Prusia  con  hombres  y  con  dinero. 

En  los  mismos  países,  incorporados  al  reino  prusiano  desde  1866,  ó  in- 
cluidos en  la  Confederación  del  Norte,  hay  intereses,  sentimientos  é  ideas 
favorables  al  restablecimiento  del  estado  de  cosas  antiguo,  ó  por  lo  menos, 
á  la  anulación  de  la  excesiva  sumisión  á  la  Prusia.  En  Hannover,  el  ex-rey 
está  pronto  á  levantar  la  bandera  de  la  guerra  civil;  y  los  emigrados  no 
desean  más  que  aprovechar  la  ocasión  de  volver  á  la  pátría,  en  la  que  no 
han  querido  ó  no  se  les  ha  permitido  vivir  bajo  el  yuga  del  Grobiemo  de 
Berlin.  En  Francfort  no  se  ha  olvidado  la  manera  con  que  fué  tratada 
aquella  ciudad ,  por  los  soldados  que,  al  regreso  de  Sadowa,  la  ultrajaron, 
la  humillaron,  y  la  expoliaron  en  castigo  ó  en  venganza  de  haber  sido  la 
capital  de  la  Confederación  germánica.  Tal  vez  la  acción  de  la  Prusia,  en 
los  últimos  cuatro  años,  habrá  sido  bastante  eficaz  para  asegurarle  que  en 
todos  los  Estados  de  la  Confederación  del  Norte  nadie  alzará  la  voz  en  con- 
tra por  el  pronto;  pero, si  la  suerte  de  las  armas  le  fuere  desfavorable,  si 
los  soldados  de  Francia,  después  de  ganar  una  l)atalla  á  los  de  Prusia,  se 
adelantasen  por  la  Alemania  septentrional ,  si  el  Austria  tomase  una  parte 
activa,  ó  si  los  Estados  del  Sud  separasen  su  causa  de  la  Prusia,  iiadi 
tendria  de  extraño  que  entre  los  anexionados  y  los  confederados  en  1866 
comenzasen  las  defecciones. 

Pero,  en  cambio  de  estas  desventajas  y  peligros  que  pudieran  causar  daño 
á  la  Prusia,  hay  otros  hechos  que  perjudican  á  sus  rivales.  Si  no  íorma  uu 


EXTERIOR.  307 

cuerpo  nacional  muy  compacto^  tampoco  en  el  Austria  faltan,  ciertamente, 
rivalidades  y  antagonismos  provinciales.  La  Hungría,  sobre  todo^  que  tan 
poderosa  influencia  ejerce  hoy  en  el  Imperio,  puede  exigir  que  el  Austria 
permanezca  neutral ,  para  apartarla  por  completo  de  las  cuestiones  alema- 
nas, y  arrastrarla  cada  vez  más  hacia  su  sistema  propio,  que  tiende,  en 
suma,  á  trasladar  la  capitalidad  desde  Viena  á  Buda-Pesth.  Además,  los 
Estados  del  Sud  están  interesados  directamente  en  la  conservación  de  las 
fronteras  actuales,  porque  si  se  trasladan  al  Rhin,  perderian  parte  de  sus 
propios  territorios. 

La  Inglaterra  es  la  gran  potencia  que  mayores  esfuerzos  ha  hecho  para 
conservarla  paz;  pero  sin  éxito,  y  sin  que  las  demás  hayan  cooperado  á 
esa  tentativa ,  ni  siquiera  hayan  manifestado  grandes  deseos  de  que  no  se 
lleve  adelante  la  guerra.  La  neutralidad  está  adoptada  por  el  Gobierno  de 
Londres,  que  parece  dispuesto  á  hacerla  respetar,  no  sólo  en  sí  mismo, 
sino  también  en  los  Estados  secundarios,  especialmente  en  la  Bélgica.  La 
Inglaterra,  sin  embargo,  lo  reflexionará  mucho,  en  cualquier  caso,  antes 
de  lanzar  sus  escuadras  contra  las  francesas ,  y  de  prestar  auxilios  á  las  ri- 
vales del  Austria. 

Para  la  Italia  llegó  la  ocasión,  durante  tanto  tiempo  anunciada,  de  po- 
der ofrecer  sus  armas  en  cambio  de  la  posesión  de  Roma.  Pero,  muy  cuer- 
damente, no  ha  creido  que  debia  plantear  tal  cuestión;  y  lejos  de  eso,  se 
manifiesta  ]3ropicia  á  considerar  que  debe  favorecer  á  la  Francia ,  bien  con 
una  intervención  activa,  bien  con  una  neutralidad  declaradamente  bené- 
vola. Otra  conducta  sería  el  suicidio.  A  pesar  de  sus  veintitantos  millones  de 
habi' antes,  y  de  su  ejército  de  300.000  hombres,  si  la  Francia  y  el  Austria 
intervinieren  juntas  en  aquella  península,  el  nuevo  reino,  que  casi  le  ha  da- 
do unidad  política,  morirla  muy  joven.  No  es  de  creer  que  el  Austríaco  vol- 
\iese  á  alojar  sus  regimientos  en  Mantua  y  en  Ancona;  pero  en  vez  de  una 
Italia  unida,  podría  haber  dos  Italias,  ó  una  Confederación.  En  Florencia 
seria  una  verdadera  locura,  por  servir  á  la  Prusia,  que  está  lejos,  enemis- 
tarse con  la  Francia,  cuando  ésta  es  apoyada  por  el  Austria. 

Suiza,  Holanda  y  Bélgica  desean  muy  sinceramente  conservar  su  neutra- 
lidad. Por  ahora  ná4ie  la  ataca;  pero  durante  el  curso  de  la  guerra,  las  ne- 
cesidades délos  ejércitos  beligerantes,  en  sus  movimientos  estratégicos, 
pueden  muy  fácilmente  llevarlos  al  territorio  sui^o,  en  cuyos  desfiladeros 
defendió  Massena  la  primera  Eepública  francesa,  y  por  donde  los  aliados 
penetraron  en  1814  en  Francia;  y,  más  pronto  todavía,  al  del  Luxemburgo, 
que  tan  próximo  se  halla  á  los  sitios  probables  de  la  primera  gran  ba- 
lalla  que  se  dé.  Para  cuando  se  haga  la  paz,  ese  mismo  Luxemburgo  y  la 
Bélgica  tienen  con  la  parte  más  oriental  de  la  actual  Prusia  ,  la  peligrosa 
semejanza  de  hallarse  al  lado  de  acá  del  Rhin,  y  de  usar,  como  propio,  el 
idioma  francés;  y   la  Holanda  ocupa  una  posición  sobre  las  costas  del 


308  REVISTA    POLÍTICA 

Mar  del  Norte,  que  con  muchísima  razón  cree  la  Prusia  muy  importante. 
Entre  las  naciones  escandinavas ,  la  neutralidad  de  la  Suecia  será  más 
fácil;  pero  en  Dinamarca,  todo  el  que  recuerde  la  resistencia  heroica  de  este 
pequeño  pueblo  contra  las  fuerzas  veinte  veces  superiores  que  le  arrebataron 
los  Ducados,  comprenderá  que  será  muy  popular  la  guerra  contra  la  Prusia. 
Sería,  ciertamente,  uno  de  los  hechos  más  curiosos  que  pudieran  ocurrir,  que 
los  buques  de  la  nueva  marina  militar  de  Alemania  se  escapasen  de  la  per- 
secución délas  escuadras  francesas,  refugiados  en  un  puerto  dinamarqués. 
Pero  la  neutralidad  que  debemos  considerar  más  asegurada,  es  la  de 
nuestra  España,  porque  no  depende  sino  de  su  propia  voluntad,  y  todos  sus 
hombres  y  partidos  políticos  se  hallan  de  acuerdo  en  reconocerla  como  con- 
veniente. También  la  Francia  acaba  de  dar  en  esta  ocasión  una  nueva  prue- 
ba, que  no  es  la  primera,  pero  sí,  acaso,  la  más  grande,  del  mucho  aprecio 
con  que  mira  esa  neutralidad,  que  le  permite  descuidar  una  línea  muy  con- 
siderable de  sus  fronteras,  y  llevar  todas  sus  fuerzas  militares  hacia  el  Este; 
que  le  dá,  en  resumen,  la  grandísima  ventaja  de  pelear  con  las  espaldas 
resguardadas  por  una  posición  inaccesible.  Es  posible  que,  como  aliados, 
creyese  la  Francia  que  le  serviamos  menos  que  como  neutrales ;  porque  los 
aliados  son  interesados  y  exigentes,  y  con  frecuencia  se  convierten  en  con- 
trarios. Favorecida  por  la  neutralidad  de  los  Pirineos,  la  Francia  disfruta 
durante  la  paz  de  las  ventajas  de  su  posición  céntrica  en  Europa,  y  no  tiene 
durante  la  guerra  las  desventajas  que  deberla  encontrar  en  compensación. 

Feliz,  privilegiada  situación  la  de  España,  si  las  interminables  disensio- 
nes entre  sus  hijos  no  la  esterilizasen !  Apartada  de  los  grandes  conflictos 
europeos,  en  que  perecen  y  se  modifican  las  nacionalidades ,  puede  dedicarse 
con  sosiego  al  desarrollo  de  su  población  y  su  riqueza,  que  tanto  lo  necesi- 
tan, y  rescatar  las  pérdidas  que  en  ellas  hizo  la  errada  política  de  los  pasa- 
dos siglos,  mientras  las  grandes  Potencias  renuevan  guerras  de  ambición  y 
de  conquista,  poco  propias  de  la  época  de  civilización  actual. 

Es  muy  probable  que  los  sucesos  militares  y  diplomáticos  que  se  apro- 
ximan, sean  los  más  trascendentales  del  siglo  XIX.  Hay  muchas  cuestiones 
pendientes,  muchas  nacionalidades  cuya  existencia  está  enjuego.  ¿Engran- 
decerá la  Francia  su  territorio?  ¿Subsistirá  la  Bélgica?  ¿Sufrirá  disminución 
la  Holanda?  ¿Volverá  el  Austria  á  tener  una  gran  influencia  en  Alemania? 
Se  restablecerá  la  Confederación  del  Rhin,  ó  la  Germánica?  ¿Se  convertirá 
la  del  Norte  en  Imperio  alemán?  ¿Tomará  la  Prusia  posesión  definitiva  del 
puesto  de  potencia  preponderante  en  Europa?  ¿Se  aprovecharán  la  Rusia  ó 
el  Austria  de  la  ocasión,  para  resolver  respectivamente  á  su  favor  la  cues- 
tión de  Oriente?  ¿Recobrará  la  Dinamarca  sus  derechos?  ¿Se  complicarán 
las  cosas  de  manera  que  la  Italia  consiga  apoderarse  de  Roma? 

Esperemos  que,  en  último  resultado,  y  como  compensación  á  los  tristísi- 
inos  desastres  de  una  lucha  espantosa,  el  espíritu  del  siglo  conseguirá  que, 


EXTERIOR.  309 

por  lo  menos,  algunas  cuestiones  se  resuelvan  en  sentido  justo^  y  se  mejo- 
ren, más  ó  menos  j  las  condiciones  de  algunos  pueblos.  Este  siglo  ha  visto 
la  resurrección  de  la  Grecia_,  la  emancipación  de  la  Bélgica  y  de  la  Italia; 
y  no  lia  presenciado  ninguna  iniquidad  tan  grande  como  el  reparto  de  la 
Polonia.  De  seguro,  no  serán  sometidos,  en  nombre  del  derecho  de  conquis- 
ta, los  pueblos  incuestionablemente  franceses  al  Gobierno  de  Berlin,  ni  los 
pueblos  verdaderamente  alemanes  al  de  París.  Pero,  ¿por  qué  un  Congreso 
universal  no  habia  de  resolver  de  un  modo  definitivo  el  mapa  de  Europa, 
con  arreglo  á  las  condiciones  geográficas  de  cada  comarca,  y  á  las  circuns- 
tancias etnográficas  é  históricas  de  cada  pueblo?  ¿Por  qué  hemos  de  oir  á 
Jos  Franceses  sostener,  respecto  de  su  frontera  del  Este,  que  los  Estados  deben 
estar  limitados  por  los  ríos,  cuando  por  los  Pirineos  y  los  Alpes  confiesan  que 
deben  estarlo  por  las  divisorias  de  las  aguas?  ¿Por  qué  la  Prusia  ha  de  recla- 
mar la  identidad  de  raza  de  los  pueblos  alemanes  como  fundamento  de  nacio- 
nalidad, al  mismo  tiempo  que  mantiene  bajo  un  yugo  de  hierro  á  los  Pola- 
cos de  Posen?"  ¿Por  qué  la  Francia  alega  la  comunidad  de  idioma  y  re- 
cuerdos históricos  muy  breves,  para  reivindicar  la  parte  izquierda  del  Rhin, 
al  mismo  tiempo  que  conserva  bajo  su  dominación  la  Alsacia  y  la  Lorena, 
que  tienen  una  historia  más  larga  de  unión  á  la  Alemania,  y  hablan  la  len- 
gua alemana? 

Fernando  Cos-Gaton. 


NOTICIAS  LITERARIAS. 


DlCURSOS  LEÍDOS  EN  LA  ACADEMIA  DE   LA  HlSTORIA  EN  LA  RECEPCIÓN  PUBLICA  DE  D.  Jostí 

GoDOY  Alcántara,  el  día  30  de  Enero  de  1870. — Madrid,  imprenta  y  estereotipia 
de  M.  Rivadeneyra,  1870. 


El  Sr.  Godoy  Alcántara  había  conquistado  la  plaza  de  Académico  con  su 
Historia  critica  de  los  falsos  cronicones,  uno  de  los  libros  más  eruditos,  y  al 
mismo  tiempo  de  los  más  bellos  que  se  han  escrito  en  castellano  en  los  úl- 
timos años.  La  docta  corporación  creyó  con  razón  que  no  bastaba  haber 
premiado  con  un  voto  unánime  aquel  trabajo  del  Sr.  Godoy,  y  que  le  debia 
un  puesto  entre  sus  Académicos  de  número,  con  lo  que,  haciéndole  á  él 
justicia,  atendia  también  á  su  propio  provecho  asegurándose  un  colabora- 
dor útil. 

Hablando  de  los  méritos  adquiridos  por  el  Sr.  Godoy,  decía  así  el  señor 
Cánovas  del  Castillo  en  el  discurso  con  que  á  nombre  de  la  Academia  le 
contestó:  "Muchos  saben  ya  que  la  historia  de  la  antigua  y  nobilísima  Orden 
de  San  Julián  de  Pererero  (ó  Peral),  hoy  de  Alcántara,  ha  logrado  del  señor 
Godoy  mayor  claridad  y  exactitud  que  tenía;  mas  por  lo  que  sin  excepción 
le  conocemos  todos,  y  por  lo  que  en  la  república  literaiia  figura  su  nombre 
con  tanta  estima,  principalmente  es  por  la  Historia  de  los  falsos  cronicones, 
con  razón  premiada  en  esta  Academia.  Si  la  grande  obra  con  singular  es- 
fuerzo acometida,  en  el  siglo  XVII,  por  el  Marqués  de  Mondéjar  y  Don 
Nicolás  Antonio,  y  tan  adelante  llevada,  en  el  siguiente,  por  D.  Gregorio 
Mayans  y  el  P.  Enrique  Florez,  ha  alcanzado  dichoso  término  en  nuestros 
días,  débese  al  laborioso  espíritu  investigador  del  nuevo  Académico,  á  su 
crítica  sagaz  é  inflexible,  á  bu  estilo,  ora  conciso,  ora  diserto,  mas  con  fre- 
cuencia armado  de  irresistible  ironía.  Pocos  libros  hay  en  castellano,  que 
sin  dejar  de  ser  graves,  eruditos  y  sinceramente  católicos,  estén  escritos  con 


NOTICIAS    LITERARIAS.  311 

ánimo  tan  libre  y  tan  valiente  pluma.  Descargado  ya  de  las  prudentes  re- 
servas y  zozobras  que  á  D.  Nicolás  Antonio  le  impuso  su  siglo;  sin  miedo 
á  las  persecuciones  que  Mayans  experimentó  aún  por  publicar  y  aumentar 
los  trabajos  de  Mondéjar  ó  los  del  mismo  Antonio;  señor  de  su  asunto,  y 
mejor  alumbrado  que  sus  antecesores,  por  los  resplandores  vivísimos  de  la 
moderna  crítica,  el  Sr.  Godoy  ha  limpiado  al  fin  la  Historia  de  España  de 
las  groseras  falsedades  con  que  eruditos  sin  conciencia  la  afearan,  desmin- 
tiendo sus  falsas  nuevas  y  condenando  á  perpetuo  olvido  sus  relaciones  in- 
verosímiles." 

El  Sr.  Godoy  se  propuso,  como  tema  de  su  discurso,  recordar  las  ideas 
y  las  opiniones  de  los  escritores  españoles  en  diversos  tiempos  sobre  la  ma- 
nera de  escribir  la  historia. 

A  grandes  rasgos  traza  la  forma  de  las  antiguas  crónicas  anteriores  al 
Renacimiento,  y  recuerda  los  preceptistas  que  en  la  antigüedad  tuvo  el  arte 
histórico,  y  los  que  en  el  extranjero  siguieron  sus  huellas  después  que  al 
concluir  la  Edad  Media  dominó  en  las  escuelas  el  estudio  de  los  clásicos 
griegos  y  latinos. 

El  primero  de  los  escritores  españoles  de  que  nos  habla  el  Sr.  Godoy,  es 
Sebastian  Fox  Morcillo.  Voy  á  copiar  lo  que  de  él  dice,  para  dar  una  mues- 
tra á  mis  lectores  del  estilo  rápido  y  tan  notable  por  la  abundancia  de  las 
ideas  como  por  la  belleza  retórica  con  que  el  Sr.  Godoy  bosqueja  las  obras 
literarias  de  los  que  entre  nosotros  han  pretendido  ser  los  legisladores  de 
la  historia: 

"Admirador  apasionado  de  la  antigüedad  clásica,  Morcillo  habia  abando- 
nado muy  joven  á  Sevilla,  su  patria,  y  trasladádose,  como  Luis  Vives,  á 
nuestras  provincias  de  Flándes  para  aproximarse  á  las  vivas  corrientes  de 
la  Filosofía  y  de  las  Letras. 

"El  estudio  de  tantas  obras  admirables  le  embriaga;  Platón  es  su  ídolo. 
Vive  en  comunión  constante  con  el  mundo  antiguo;  cree  que  después  de  la 
invasión  de  los  Bárbaros  no  hay  nada  digno  de  ser  leido  ni  sabido;  para  él 
la  inteligencia  humana  ha  dormido  once  siglos,  y  no  admite  otra  inspiración 
que  la  que  procede  de  la  Hélade  ó  del  Lacio.  Si  Eafael  hubiera  conocido  á 
este  alumno  de  la  Academia,  descarriado  en  la  Edad  moderna,  le  habria  co- 
locado en  la  escuela  de  Atenas,  uniendo  los  dos  grupos  que  presiden  los  dos 
célebres  jefes  de  las  grandes  escuelas  filosóficas  de  Grecia,  que  él  se  esforza- 
ba por  concordar.  Felipe  II  quiso  que  viniera  Morcillo  á  encargarse  de  la 
educación  de  su  hijo  D.  Carlos;  pero  no  lo  consintió  la  infeliz  estrella  que 
gobernaba  la  fortuna  de  este  Príncipe:  el  bajel  naufragó,  y  el  filósofo  plató- 
nico encontró  sepulcro  entre  las  olas. 

"  Su  arte  de  historia  (De  Historiae  institufione)  es  completo.  Tuvo,  en  su 
sentir,  origen  la  historia  en  el  apetito  natural  y  general  de  honor  y  de  in- 
mortalidad que  los  hombres  sienten  para  ellos  mismos  y  para  sus  mayores; 


312  NOTICIAS   LITERARIAS, 

equivale  á  las  estatuas  y  demás  monumentos  destinados  á  perpetuar  la  me- 
moria de  los  que  han  vivido ;  marcha  y  se  perfecciona  con  la  civilización;  su 
expresión  más  alta  la  halla  en  Xenofonte;  de  todos  los  historiadores,  el  más 
excelente  (|omm?/m  praestantissimus)',  defínela:  "Relación  verdadera  y  ele- 
gante de  cosas  sucedidas  ó  dichas ,  para  que  su  conocimiento  se  grabe  pro- 
fundamente en  la  memoria  de  los  hombres,  n  Examina  sus  diferentes  for- 
mas, de  crónica,  cronología,  comentarios,  anales,  diarios,  epítomes,  biogra- 
fías; y  marca  los  caracteres  que  entre  sí  las  distinguen.  No  quiere  que  el 
historiador  omita  nada,  por  desagradable  que  nos  sea,  ni  por  favorable  á 
nuestros  contrarios;  y  refuta  la  opinión  de  Dionisio  de  Halicamaso,  que 
quiere  que  el  asunto  de  la  historia  sea  ante  todo  grato  al  lector.  Enumera 
las  cualidades  que  deben  adornar  al  historiador,  los  deberes  que  contrae,  y 
no  le  disimula  los  sinsabores  que  ha  de  atraerle  el  cumplimiento  del  primero 
de  todos,  la  imparciahdad.  Luciano  permite  colorar  ciertas  narraciones  de 
un  tinte  poético ;  Morcillo  quiere  para  la  historia  un  estilo  medio  entre  el 
poético  y  filosófico;  toma  indistintamente  sus  ejemplos  de  los  historiadores 
y  de  los  poetas,  Tito  Livio  alterna  con  Virgilio.  Realmente  la  historia  clá- 
sica era  un  poema  épico,  menos  la  ficción  y  el  metro.  Su  respeto  supersti- 
cioso á  la  forma  antigua,  llega  hasta  no  atreverse  á  eliminar  los  agüeros  y 
portentos.  No  pudiendo  sentir  la  belleza  poética  y  pintoresca  de  nuestras 
crónicas,  su  rudeza  le  sonroja,  como  al  hijo  del  pueblo  elevado  sobre  su  cla- 
se sonroja  la  rusticidad  de  sus  padres.  Conduélese  de  nuestra  indigencia 
en  punto  á  historia,  y  de  que  lo  poco  que  teníamos  estuviese  en  lengua  cas- 
tellana. Indígnase  contra  la  indiferencia  de  los  príncipes  que  se  cuidan  de 
los  espectáculos  y  de  entretener  turbas  de  parásitos,  y  de  no  promover  que 
se  escriba  la  historia.  Excita  el  amor  propio  de  los  doctos ,  ora  recordándo- 
les que  los  hechos  de  nuestra  nación  podian  competir  con  los  más  esclareci- 
dos del  pueblo  romano,  ora  arrojándoles  al  rostro  los  nombres  de  Vaseo, 
Jovio,  Sabelico,  Rizzi,  Volaterrano,  extranjeros  que,  al  ver  nuestra  incu- 
ria, se  habían  voluntariamente  encargado  de  escribir  nuestra  historia.  Par- 
ticipando del  desprecio  con  que  miraban  los  sabios  los  idiomas  vulgares,  in- 
siste sobre  la  necesidad  de  que  las  historias  se  escriban  en  latin  para  que 
puedan  divulgarse  por  el  mundo ;  y  anima  á  los  escritores ,  demostrándoles 
sernos  ese  idioma  más  propio  que  á  las  demás  naciones,  y  cita  en  apoyo  las 
composiciones  literarias  que  sonaban  al  mismo  tiempo  en  latin  y  castella- 
no. Concluye  dando  consejos  sobre  el  modo  de  leer  con  fruto  la  historia, 
complaciéndose  en  las  delicias  que  proporciona  su  estudio,  y  ponderando  su 
utilidad  para  los  reyes  y  los  que  gobiernan,  y  cuánto  contribuye  al  engran- 
decimiento, poderío,  ilustración  y  gloria  de  los  pueblos. 

»» El  libro  de  Fox  Morcillo  es  perfecto  para  el  género  histórico,  al  modo 
de  los  antiguos.  En  el  fondo  es  el  más  didáctico  y  metódico  de  todos  los  ar- 
tes de  historia;  por  la  forma,  en  que,  fiel  el  autor  á  su  escuela  platónica. 


NOTICIAS    LITERARIAS.  313 

guarda  la  de  diálogo ,  es  á  la  literatura  griega  y  latina  lo  que  á  la  estatua- 
ria antigua  las  obras  de  Benvenuto  Oellini  ó  de  Juan  de  Bolonia,  n 

Habla  después  el  Sr.  Godoy  de  D.  Pedro  de  Navarra^  bastardo  del  últi- 
timo  Albret,  que  reinó  en  la  Navarra  española ,  cortesano  en  su  juventud 
del  Emperador,  después  negociador  diplomático  del  representante  de  los 
derechos  de  su  casa.  Ya  en  edad  j)rovecta,  siendo  Obispo  de  Comenge, 
coordinó  los  recuerdos  de  las  discusiones  á  que  habia  concurrido  en  casa  del 
gran  Hernán  Cortés ,  y  los  publicó  con  el  título  de  Diálogos  muy  swptiles  y 
notables.  Según  Navarra,  será  perfecto  el  cronista  que  reúna  '»sciencia,  pre- 
sencia, verdad,  autoridad,  libertad  y  neutralidad,  ti  Declara  incompetentes 
para  escribir  historias  de  reyes  á  todos  los  escritores  que  no  sean  de  sangre 
noble.  "Un  hombre  plebeyo,  por  más  docto  ó  curioso  que  sea,  es  casi  impo- 
sible medir  con  su  pluma  el  premio  ó  culpa  que  merece  el  príncipe  de  quien 
escribe,  porque  le  falta  la  lengua  interior  y  términos  que  conviene  á  la  no- 
bleza. Y  así  será  el  vil  en  juzgar  los  actos  de  los  nobles,  como  el  ciego  que 

juzga  de  colores Este  error  hallarás  general  entre  muchos  príncipes  en 

el  proveer  jueces  bajos  para  juzgar  personas  y  actos  grandes ;  y  en  elegir 
confesores,  personas  nascidas  entre  el  arado  y  la  aguja,  sin  sciencia  y  sin 
experiencia,  n 

El  oficio  de  cronista  databa  en  Castilla  del  siglo  XIV  j  sus  titulares  pres- 
taron algún  servicio  á  la  historia  conservando  la  memoria  del  orden  cro- 
nológico de  los  hechos;  por  lo  demás,  sus  historias  no  valen  mucho.  En 
poco  las  estimaba  ya  Fernán  Pérez  de  Guzman  en  el  siglo  XV  diciendo  en 
el  prólogo  de  sus  Generaciones  y  semblanzas,  «'que  las  corónicas  é  historias 
que  hablan  de  los  poderosos  reyes  é  notables  Príncipe  é  grandes  cibdades 
son  habidas  por  sospechosas  é  inciertas  é  les  es  dada  poca  fé  y  autoridad, 
porque  se  escriben  por  mandado  de  los  Eeyes  é  Príncipes,  n 

El  preceptismo  retórico  fué  aplicado  en  toda  su  sequedad  á  la  historia 
por  Rodrigo  de  Espinosa  de  Santayana,  quien  dedicó  el  segundo  de  los 
tres  libros  que  componen  su  Arte  de  Retórica  (1578)  á  enseñar  particular- 
mente el  arte  de  historiador;  su  obra  merece  al  Sr.  Godoy  los  calificativos 
de  trivial  y  desconcertada. 

Se  acercaban  mejores  dias  para  la  historia.  La  crítica  analítica  tenía  ya 
grandes  exigencias ;  mayores  en  el  extranjero  que  en  España.  La  ley  de  la 
reacción  la  conducia  desde  la  excesiva  credulidad  hasta  el  escepticismo. 
Melchor  Cano  se  oponía  á  las  exageraciones  del  espíritu  de  duda.  Jerónimo 
de  Zurita  y  Ambrosio  de  Morales  inician  la  época  de  las  laboriosas  inves- 
tigaciones y  rebuscan  en  los  archivos  de  las  iglesias  y  monasterios  los  vie- 
jos códices  en  que  se  guardan  los  testimonios  originales  de  los  pasados 
tiempos.  uPero  hasta  caer  en  manos  de  Mariana,  dice  el  Sr.  Godoy,  no 
deja  verdaderamente  la  historia  el  ropaje  de  la  crónica,  n  La  obra  de  Ma- 
riana, ajustada  á  los  preceptos  de  Morcillo,  hasta  el  punto  de  estar  escrita 


314  NOTICIAS   LITERARIAS. 

en  latin,  tuvo  por  objeto  contribuir  á  la  educación  del  Príncipe  que  reinó 
después  con  el  nombre  de  Felipe  III.  "Mariana  no  es  solamente  el  histo- 
riador que  narra  y  encadena  sucesos,  sino  que,  sentado  frente  á  frente  con 
el  regio  alumno,  le  muestra  cómo  la  historia,  juez  del  género  humano, 
soberana  del  universo,  cubre  de  palmas  inmortales  la  virtud  y  el  heroismo, 
y  levanta  cadalsos  en  que  se  expia  el  crimen  á  los  ojos  de  todos  los  pueblos 
y  de  todos  los  siglos,  n 

La  vacante  del  cargo  de  cronista  de  Aragón ,  después  de  la  muerte  de 
Jerónimo  de  Blancas,  era  disputada  entre  otros  por  el  doctor  Juan  Costa, 
catedrático  de  Derecho  en  la  Universidad  de  Zaragoza,  que  en  la  de  Sala- 
manca lo  habia  sido  antes  de  Retórica.  Para  hacer  alarde  de  su  suficiencia 
escribió  en  el  término  de  un  mes,  según  él  afirma,  uno  de  los  tratados 
más  extensos  que  se  han  compuesto  sobre  el  arte  de  escribir  la  historia. 
Titúlase  su  obra :  De  conscribenda  rerum  historia  lihri  dúo.  El  Sr.  Godoy  en- 
cuentra poco  interesante  el  trabajo  del  doctor  Costa  como  arte  de  historia, 
aunque  lo  estima  en  mucho  como  muestra  de  lo  que  era  en  su  época  el  es- 
tudio de  las  humanidades  y  de  la  filosofía  en  la  Universidad  de  Sala- 
manca. 

Don  Diego  Sarmiento  de  Acuña,  más  conocido  después  por  el  título  de 
Conde  de  Gondomar,  tuvo  miedo  de  que  el  excesivo  número  de  Hbros  de- 
dicados á  tratar  asuntos  históricos  introdujese  una  confusión  que  á  la  pos- 
teridad le  fuera  ya  imposible  desvanecer;  y  acudió  al  Rey  proponiéndole  la 
elección  de  cuatro  cronistas,  prudentes,  doctos,  ejercitados  en  los  negocios 
públicos,  diligentes  para  la  averiguación  de  los  hechos  secretos,  discretos 
en  conocer  las  cosas,  moderados  de  afectos  en  juzgarlas,  fuertes  y  libres  de 
ánimo  en  decir  su  parecer;  los  cuales,  bajo  la  dirección  ó  presidencia  de  un 
cronista  mayor,  caballero  muy  ilustre,  elesiástico  ó  seglar,  formasen  un 
tribunal,  y  sin  tener  ninguna  otra  ocupación ,  examinasen  todos  los  libros 
que  ya  estaban  impresos  para  recoger  ó  enmendar  los  que  lo  merecieran ,  y 
determinaran  todo  lo  que  creyeran  conveniente  respecto  de  los  que  en  ade- 
lante hubieran  de  escribirse.  El  Sr.  Godoy  observa  oportunamente  que  el 
medio  propuesto  por  D.  Diego  Sarmiento  para  tener  buenas  historias  le  fué 
quizás  sugerido  por  el  que  un  año  antes  proponía  el  Canónigo  que  sesteó 
con  los  conductores  de  D.  Quijote  enjaulado  para  que  se  escribieran  buenas 
comedias  y  buenos  libros  de  caballería. 

A  fin  de  prepararse  para  continuar  dignamente  la  historia  de  España 
desde  el  punto  en  que  la  habian  dejado  Zurita  y  Mariana,  Luis  Cabrera  de 
Córdoba  hizo  un  detenido  estudio  acerca  de  los  deberes  del  liistoriador, 
que  le  sirvió  para  componer  su  libro:  De  historia,  'para  entenderla  y  escri- 
birla. Al  reseñar  su  doctrina,  el  Sr.  Godoy  tiene  ocasión  de  compararla  con 
las  opiniones  de  algunos  literatos  y  hombres  políticos  extranjeros  y  espa- 
ñoles. El  célebre  Ministro  inglés  Walpole,  despreciaba  por  completo  á  los 


NOTICIAS   LITERARIAS.  315 

historiadores,  pobres  diablos  que  han  vivido  siempre  alejados  de  los  con- 
sejos del  Gobierno,  fundándose  en  que  él,  que  habia  gobernado  durante 
mucho  tiempo,  veia  cuan  desconocidos  eran  á  los  contemporáneos  los  re- 
sortes secretos  de  los  negocios  de  Estado  y  de  los  sucesos.  El  francés  Mon- 
sieur  de  Gomberville,  uno  de  los  fundadores  y  Canciller  de  la  Academia 
Francesa,  en  un  Discurso  sobre  las  virtudes  y  vicios  de  la  historia  y  manera  de 
escribirla  bien,  encerraba  en  tres  reglas  las  cualidades  y  deberes  del  histo- 
riador; 1.**  que  sea  católico;  2.*  que  no  censure  los  actos  de  los  reyes,  como 
estos  no  sean  herejes;  y  3.*  que  no  escudriñe  nunca  las  acciones  particula- 
res de  los  Príncipes;  "si  el  historiador  lo  hace,  merece  que  lo  quemen  con 
su  libro. II  El  autor  quisiera,  que  sólo  los  Príncipes  tuviesen  facultad  de 
escribir  la  historia,  y  que  estuviese  privada  esta  ocupación  á  toda  otra  per- 
sona bajo  pena  de  ser  desollada  viva.  Disparates  que  parecen  incomprensi- 
bles en  los  dias  que  nosotros  alcanzamos,  no  acaso  porque  son  mayores, 
sino  por  enteramente  contrarios  á  los  que  diariamente  oimos. 

Casi  medio  siglo  después  de  Cabrera,  Fr.  Jerónimo  de  San  José  escribe 
su  Genio  de  la  historia,  en  que  concede  gran  importancia  á  la  forma  mate- 
rial extrínseca,  y  quiere  que  el  historiador  infunda  un  soplo  de  vida  con  la 
energía  de  su  estilo  en  las  cosas  de  que  trata.  El  Jesuita  Francisco  García 
habia  publicado  una  traducción  castellana  del  Arte  de  histmia  del  P.  Le 
Moyne,  en  que  se  asentaba,  que  el  historiador  debe  ocupar  un  puesto  me- 
dio entre  el  orador  y  el  poeta,  porque  la  historia  es  una  poesía  libre  de  las 
prisiones  del  metro.  Por  entonces  esta  alianza  de  la  poesía  con  la  historia 
fué  realizada  de  la  manera  más  brillante  por  Solís,  en  su  libro  sobre  la  Con- 
quista de  Méjico. 

Quedaron  inéditos  otros  estudios  que  sobre  el  arte  de  la  historia  y  las 
calidades  del  historiador  produjo  el  siglo  XYII.  En  este  caso  se  hallan  los 
dos  que  escribió  Tamayo  de  Vargas,  con  los  títulos  de  Provechos  de  la  his- 
toria y  uso  de  ella  entre  los  Principes,  y  El  Coronista  y  su  ojIcíq;  y  el  Arte 
historial  del  P.  Basilio  Varen  de  Soto. 

Al  concluir  aquel  siglo  y  empezar  el  siguiente  menudearon  las  disputas  y 
disertaciones  sobre  la  verdad,  la  certeza,  la  probabilidad  ó  la  incertidumbre 
de  los  hechos  históricos.  El  Sr.  Godoy  trata  ligeramente  esta  parte  de  su 
asunto,  por  acordarse  sin  duda  de  que  lo  agotó  en  su  Historia  crítica  de  los 
falsos  cronicones. 

Después  de  dedicar  algunas  palabras  al  Dominicano  Jacinto  Segura ,  y  á 
sus  Preceptos  de  critica  para  curiosos  de  historia,  título  que  los  encargados  de 
la  impresión  sustituyeron  desacertadamente  con  el  de  Norte  crítico  con  las 
reglas  más  ciertas  para  la  discreccion  en  la  historia,  pasa  el  Sr.  Godoy  á  hacer 
un  juicio  crítico  del  Benedictino  Feijóo,  que  con  mucho  gusto  copiaria  aquí 
sino  temiese  hacer  demasiado  largo  este  artículo. 

Tres  escuelas  históricas  han  florecido  sucesivamente  desde  la  Edad  Me- 


316  NOTICIAS   LITERARIAS, 

dia;  la  escuela  popular^  la  clásica  y  la  filosófica.  Representa  esta  última,  el 
primero,  el  Jesuita  Masdeu;  trata  de  darle  reglas  D.  Juan  Pablo  Forner; 
D.  Alberto  Lista,  el  crítico  de  mayor  autoridad  en  su  tiempo,  pelea  todavia 
en  favor  de  la  forma  clásica.  Hermosilla  guarda  un  término  medio,  y  de- 
secha por  regla  general  el  recurso  de  las  arengas  inventadas  por  el  historia- 
dor, que  Lista  habia  defendido. 

i'Martinez  de  la  Rosa,  dice  el  Sr.  Godoy,  es  el  último  de  nuestros  escri- 
tores de  quien  tenemos  que  recibir  lecciones  sobre  el  modo  de  escribir  la 
historia.  Desde  Cicerón  no  habian  tenido  tan  autorizado  intérprete  las  aus- 
teras leyes  que  rigen  el  género  histórico.  Él  ha  vivido,  como  el  gran  orador 
romano,  en  una  época  intermedia,  que  son  las  más  dolorosas  de  la  historia, 
porque  las  tradiciones  de  lo  pasado  desaparecen,  y  no  se  dibuja  todavía  lo 
porvenir.  Dotado  de  las  cualidades  necesarias  en  nuestros  dias  para  elevar- 
se, el  talento  y  la  palabra,  tuvo  las  grandes  ambiciones  de  la  vida  pública. 
Hubo  un  momento  en  que  oyó  alrededor  de  su  nombre  ese  rumor  confuso 
que  viene  de  abajo  y  se  llama  popularidad;  pero  no  lo  equivocó  con  el  claro 
sonido  que  baja  de  las  altas  regiones,  dispensadoras  de  los  duraderos  re- 
nombres. A  natural  candor  reunió  la  distinción  aristocrática  de  los  hombres 
de  Estado  de  la  Restauración  francesa.  Desdeñoso  de  la  democracia,  compa- 
raba sus  votos  á  la  moneda  de  vellón.  Tenía  el  gusto  de  las  cosas  ideales,  de 
las  formas  exquisitas,  de  los  placeres  delicados  y  elegantes.  Artista  por  el 
cincelado  de  la  frase,  un  soplo  del  Ática  penetra  su  prosa  numerosa  y  gala- 
na, que  marcha  con  la  majestad  de  una  patricia  de  antigua  raza.  Sabía  imitar 
ese  castellano  arcaico,  grato  al  oido  como  la  voz  de  nuestros  abuelos,  y,  en 
estrofas  de  sonoridad  argentina,  inspirar  amores  como  Tibulo  y  Propercio. 
Él  se  defendió  contra  la  invasión  romántica,  oponiéndole  la  belleza  clásica 
del  genio  heleno  en  su  delicadeza  y  en  su  grandeza,  como  aquellos  Romanos 
que  se  defendian  de  los  soldados  de  Alarico,  arrojándoles  bustos  griegos» 
Hallándose  todavía  el  siglo  en  la  adolescencia,  emprendió  depurar  y  fijar  su 
espíritu;  obra  empezada  con  el  acento  del  poeta  que  cantaba  jam  nova  pro- 
genies.... y  terminada  treinta  años  después  en  el  desencanto.  Los  pavorosos 
problemas  que  el  siglo  planteaba  no  los  habia  previsto  el  autor,  ni,  testigo 
del  primer  Imperio  napoleónico,  habia  percibido  nada  de  la  levadura  de  ce- 
sarismo  que  fermentaba  en  las  naciones  latinas.  Martinez  de  la  Rosa  ha 
dejado  un  nombre  más  grande  que  sus  obras." 

De  una  discusión  en  el  Ateneo  de  Madrid,  propuesta  por  el  Sr.  Martinez 
de  la  Rosa  acerca  de  este  tema,  jcuál  es  el  método  ó  sistema  preferible  para 
escribir  la  historia?  y  de  las  doctrinas  entonces  sustentadas  por  el  mismo  y 
por  Gil  y  Zarate  y  Alcalá  Galiano,  da  cuenta  el  Sr,  Godoy  para  terminar 
su  reseña  de  los  preceptistas  españoles;  y  pasa  en  seguida,  para  concluir  su 
discurso,  á  exponer  sus  ideas  propias  y  el  estado  de  los  estudios  históricos 
en  Europa.  Pinta  con  vivo  colorido  los  progresos  que  ha  logrado  la  erudición 


NOTICIAS   LITERARIAS.  317 

con  el  examen  comparativo  de  las  lenguas^  con  la  crítica  de  los  textos,  la 
interpretación  de  las  inscripciones,  y  sobre  todo  con  las  investigaciones  ar- 
queológicas. Reseña  los  prodigios  de  inducción  científica  que  han  hecho  re- 
trogradar los  límites  de  la  historia.  Explica  las  diferentes  reglas  que  la  crí- 
tica histórica  sigue  para  la  apreciación  délos  documentos  y  la  de  los  hechos. 
Determina  las  condiciones  necesarias  al  buen  historiador,  que  son,  en  suma, 
la  probidad  y  el  buen  juicio,  no  siendo  posible  su  completa  imparcialidad,  ni 
siquiera  conveniente,  si  la  mirracion  ha  de  tener  movimiento  y  color,  y  el 
estilo  vigor  y  nervio.  Y  termina  notando  el  hecho  significativo  y  cierto  de 
que,  si  un  gran  poeta  puede  producirse  en  un  pueblo  inculto,  un  gran  his- 
toriador no  saldrá  nunca  sino  de  un  estado  social  refinado.  "El  Oriental  es 
inferior  al  Europeo,  no  tanto  por  no  conocer  la  naturaleza,  cuanto  por  no 
conocer  la  historia.  Hay  una  nación  al  otro  lado  del  Atlántico,  poblada  de 
una  raza  enérgica,  á  quien  ninguna  empresa  arredra,  á  quien  nadie  aventaja 
en  el  arte  de  domar  y  trasformar  la  materia,  que  hiere  con  el  pié  la  tierra 
y  hace  brotar  ejércitos,  que  atraviesa  victoriosa  pruebas  en  que  otras  su- 
cumbirían; pues  esa  nación,  que  sirve  á  la  vieja  Europa  como  los  Germanos 
servían  á  los  Romanos  del  tiempo  de  Tácito,  de  ideal  para  adornarla  de  to- 
das las  cualidades,  dotes  y  bienes  que  para  sí  sueña,  es  reconocidamente  in- 
ferior en  las  cosas  del  espíritu,  no  sólo  á  los  Estados  de  primer  orden  de 
Europa,  sino  á  muchos  de  segundo  y  de  tercero.  ¿Y  sabéis  por  qué?  Porque 
carece  de  estas  aristocracias  de  la  inteligencia  que  en  nuestras  capitales  eu- 
ropeas se  llaman  Academias  y  Universidades." 

El  discurso  del  Sr.  Godoy  fué  contestado  por  otro  de  D.  Antonio  Cáno- 
vas del  Castillo ,  quien  empezó  recordando,  en  bellas  y  sentidas  frases,  al 
malogrado  D.  Emilio  Lafuente  Alcántara,  cuya  plaza  ocupa  ahora  el  señor 
Godoy  j  enumeró  en  seguida  en  los  términos  que  quedan  copiados ,  los  mé- 
ritos del  nuevo  Académico,  y  propúsose  como  tema  de  su  oración,  "inqui- 
rir y  exponer  particularmente  las  cualidades  que  tiene  ó  debe  tener  en  nues_ 
tro  siglo,  y  los  escollos  que  al  presente  ha  de  evitar  con  más  esmero  el  ba- 
jel majestuoso  de  la  historia,  n 

"  Fué  ella  en  el  origen ,  según  dice  su  nombre  helénico,  relación  sencilla 
de  lo  visto  ú  oido  para  contentar  la  instintiva  curiosidad  de  los  hombres h...  . 
"  De  aquí  nacia  el  que  según  eran  los  autores  meros  curiosos  ó  literatos, 

soldados  ó  sacerdotes,  predominase  tal  ó  cual  hecho  en  las  narraciones  n 

iiPor  nadie  hasta  entonces  era  mirada  la  historia  como  ciencia  ó  arte  que 
debiera  enseñar  lo  que  es  y  lo  que  puede,  lo  que  ha  logrado  ya  y  apetece  aún 
la  voluntad  individual  ó  colectiva  del  ser  racional  y  libre  sobre  la  tierra.  Si 
hubo,  no  obstante,  escritores  gentílicos  que  acertaran  á  componer  incompa- 
rables libros  históricos ,  debióse  á  que  solían  escribirlos  bajo  la  inspiración 
espontánea  y  clara  de  sus  pensamientos  habituales ,  y  adoctrinados  por  el 
ejercicio  de  sus  especiales  profesiones.  De  esta  suerte  relató  Thucídides  un 


318  NOTICIAS  LITERARIAS. 

largo  período  de  civiles  contiendas  entre  los  Helenos ,  con  tal  verdad,  como 
quien  hubiese  puesto  mano  en  ellas ,  conociendo  igualmente  el  ostracismo 
que  la  fortuna ;  y  Tácito  escribió  tan  al  vivo  la  Roma  de  los  Césares ,  cual 
cumplia  al  que  en  sí  propio  debió  de  ^ntir  ultrajada  la  dignidad  consular, 
y  en  todos  sus  contemporáneos  la  de  la  patria.  No  de  otro  modo  Polibio 
acertó  á  poner  de  manifiesto  las  artes  de  vencer  de  los  Romanos ,  pues  bien 
claro  se  trasluce  en  su  obra  que  fué  él  también  con  ellos  sobre  Cartago  ;  y 
ciego  habria  de  ser,  por  otra  parte,  quien  no  viera  en  el  escritor  inteligente 
y  elegante  de  los  Comentarios ,  sin  que  se  lo  dijese  nadie ,  al  conquistador 
de  las  Gálias.  Otro  tanto  puede  afirmarse  de  los  mejores  historiadores  clá- 
sicos, i? 

"No  supo  el  politeismo,  á  pesar  de  los  maravillosos  metafisicos  que  lo 
ennoblecieron,  levantar  la  historia  á  la  dignidad  de  ciencia,  limitándose  á 
considerarla  como  una  de  las  bellas  artes  ;  y  los  pueblos  paganos  se  dieron 
por  satisfechos  con  cultivarla  bajo  este  aspecto  único,  mutilándola  primero 
para  corromperla  al  cabo.  La  blanca  piedra  penthélica  en  manos  de  Fídias, 
fué  hermosísimo  espejo  de  su  arte;  mas  algo  se  echa  de  menos,  con  todo, 
en  las  reliquias  maravillosas  del  Parthenon ,  y  ese  algo  es  lo  más  íntimo  y 
divino  del  hombre.  Tal  sucede  también  con  la  historia  clásica.  Sólo  extra- 
viado por  la  estrecha  teoría  de  su  época,  pudiera  haber  reunido  Luciano  en 
una  de  sus  obrillas  burlescas  las  cualidades  del  historiador  en  estas  dos, 
por  igual  exigibles  á  todas  las  artes :  juicio  y  elocuencia ,  que  viene  aquí  á 
ser,  habilidad  práctica  para  dar  á  cada  asunto  su  fortuna  propia,  n 

"  En  vano  formuló  San  Agustin  en  la  enciclopedia  de  Ciencias  morales, 
que  intituló  De  Civitate  Dei,  un  grande  y  fundamental  principio,  capaz  de 
abrir  por  sí  solo  las  puertas  de  la  ciencia  al  arte  histórico,  señalando  la  Pro- 
videncia de  Dios  como  ley  esencial  de  los  hechos ,  sin  perjuicio  del  libre  al- 
bedrío,  y  explicando  por  vía  de  ejemplo ,  con  arreglo  ya  á  tal  principio,  la 
patente  decadencia  de  Roma.  Quedó ,  en  verdad,  la  semilla  en  tierra  para 
germinar  mucho  más  tarde ;  pero  en  el  entretanto,  las  voces  de  los  retóricos 
y  sofistas  fueron  las  últimas  que  resonaron  en  el  mundo  antiguo,  mientras 
lentamente  iba  éste  sumergiéndose  entre  las  olas  sucesivas  de  los  pueblos 
bárbaros.  Hasta  la  raza  misma  de  los  grandes  Doctores  y  Santos  Padres, 
después  de  haber  desenvuelto  los  principales  dogmas  evangélicos,  y  elevado 
la  gran  fábrica  de  la  Iglesia  Católica,  desapareció  por  un  plazo  larguísimo, 
durante  el  cual  todas  las  ciencias,  como  todas  las  artes,  volvieron  á  su  in- 
fancia, sin  exceptuarse  la  historia,  n 

Durante  las  tinieblas  de  la  Edad  Media,  la  historia  escrita  "por  hombres 
que  como  el  Arzobispo  Don  Rodrigo  ó  Don  Lúeas  de  Tuy,  solian  tomar 
parte  en  grandes  sucesos  militares  y  políticos ,  habria  quizá  alcanzado  los 
mismos  instintivos  aciertos  que  en  Grecia  ó  en  Roma,  en  la  nueva  Europa 
y  en  España  misma,  si  hubiera  seguido  su  curso  normal  la  civilización 


NOTICIAS   LITERARIAS.  319 

de  los  siglos  medios.  Mas  no  habia  llegado  con  mucho  el  arte  histórico  á 
aquel  grado  de  parcial  florecimiento ,  cuando  por  virtud  de  nuevos  cata- 
clismos ,  salieron  otra  vez  á  flor  de  agua  y  deslumhraron  con  sus  bellezas 
superiores  á  las  todavía  sencillas  naciones  cristianas  las  correctas  reliquias 
gentílicas.  I» 

Al  hablar  de  la  violenta  y  general  irrupción  del  Eenacimiento  clásico  en 
España,  el  Sr.  Cánovas  del  Castillo,  que  tan  profundos  estudios  ha  hecho 
de  los  escritores  políticos  españoles  de  los  siglos  XVI  y  XVII,  recuerda  que 
en  medio  del  entusiasmo  con  que  los  autores  clásicos  fueron  acogidos,  los 
Españoles  les  opusieron  resistencia  en  muchas  cosas  y  rivalizaron  en  algu- 
nas con  los  más  insignes  entre  ellos.  "Sin  salir  del  derecho  público,  puede 
con  seguridad  añrmarse  que  los  teólogos  de  nuestra  grande  escuela  del  si- 
glo XVI,  estudiaron  con  más  profundidad  que  Griegos  ni  Eomanos  el  orí- 
gen  de  la  sociedad  humana  y  la  naturaleza  de  los  poderes  por  ella  engen- 
drados ,  desafiando  fácilmente  cualquier  comparación  en  la  materia  los  pa- 
dres Victoria,  Soto  y  Suarez,  hasta  con  Platón  ó  Aristóteles,  n 

Sin  embargo,  no  es  posible  desconocer  "que  desde  los  primeros  tiempos 
del  Renacimiento,  el  influjo  de  los  antiguos  fué  grande,  ni  que  lo  acrecen- 
tase sobremanera,  hacia  la  segunda  mitad  del  siglo  XVI,  nuestro  estado  re- 
ligioso y  político.  Fué  harto  más  seguro  de  allí  adelante,  que  entregarse  á 
las  propias  especulaciones,  ajustar  la  pluma  á  los  preceptos  y  ejemplos  de 
los  maestros  clásicos,  con  mayor  respeto  mirados,  de  una  parte,  que  los 
escritores  nuevos,  por  la  censura  inquisitorial;  y  exentos  de  otra,  de  la 
negra  y  fácil  sospecha  de  abrigar  intenciones  malignas  contra  las  cosas 
santas.  Y  con  todo,  nadie  puede  disputarle  á  Luis  Cabrera  de  Córdoba  (el 
honrado  historiógrafo  de  Fehpe  II)  la  gloria  de  haber  encontrado  el  primero 
una  sentencia  profunda,  que  escriben  al  frente  de  sus  libros,  con  sentidos 
diversos,  los  modernos  autores  de  Filosofía  de  la  Historia,  formulándola 
aquel  por  tal  manera,  que  ya  es  imposible  mejor.  "Diónosla  Dios  y  la  conser- 
va, ti  dice  de  la  historia,  al  resumir  el  fin  de  ella,  "para  que  su  admirable 
potencia  y  perpetuo  cuidado  de  las  cosas  humanas  maravillosamente  se  decla- 
rase, m  Si  el  germen  está  en  San  Agustín,  cual  queda  dicho,  fuerza  es  reco- 
nocer, á  pesar  de  eso,  que  sobre  la  gloria  de  haberlo  hecho  planta  y  sacado 
á  luz,  tiene  nuestro  compatriota  la  de  haber  comprendido  mucho  antes 
que  el  gran  Bossuet  su  fecundidad  interna  y  las  singulares  ventajas  de  su 
cultivo,  ti 

P  Marca  después  el  Sr.  Cánovas  del  Castillo  las  diferencias  esenciales  entre 
la  escuela  antigua  y  la -moderna:  "Todavía,  señores,  podrian  deslindar  los 
dos  espaciosos  campos  que  principalmente  labran  los  historiógrafos,  aque- 
llas dos  distintas  fórmulas  de  escribir  la  historia  que  establecieron  el  es- 
céptico  Luciano  y  el  místico  San  Agustín,  al  tiempo  que  la  gentilidad  ago- 
nizaba. Hay,  así  como  entonces,  ahora,  quien  inquiera  principalmente  la 


320  NOTICIAS   LITERARIAS, 

verdad  extema,  transitoria,  particular;  y  son  ya  muchos  más  los  que  pre- 
tenden descubrir  en  la  cadena  de  los  acontecimientos  íntimos,  latentes  y 
superiores  leyes.  Lo  que  nadie  hoy  exige  por  condición  única,  ni  siquiera 
esencial,  déla  historia,  como  los  retóricos  paganos,  es  la  elocuencia.  Por- 
que tanto  en  ésta  cuanto  en  otras  esferas,  si  no  domina,  precede  hoy  al 
arte  la  ciencia ;  y  aun  suele  voluntariamente  el  arte  mismo  sacrificar  algo 
en  su  forma  á  la  exacta  expresión  de  la  idea.  Pero,  bien  sea  relatando  los 
hechos  desnudos ,  bien  procurando  sacar  á  luz  el  espíritu  interior  que  los 
engendra,  siempre  difiere  la  de  nuestros  dias  de  la  antigua  historia,  en  dos 
fundamentales  conceptos  al  menos ;  es  á  saber :  por  la  mayor  amplitud  y 
sinceridad  de  sus  propósitos,  y  por  el  diverso  ideal  social  que  la  informa  ó 
inspira.  Nadie  ignora  que  la  historia  de  nuestros  dias  observa  mucho  más 
rigor  crítico,  alcanza  á  distinguir  mucho  mayor  número  de  relaciones  so- 
ciales ,  describe  más  grande  aparato  de  fuerzas  políticas ,  y  penetra  mucho 
más  adentro  en  las  instituciones  esenciales  ó  en  el  carácter  peculiar  de  las 
grandes  personalidades  iniciadoras,  que  no  la  de  la  antigüedad,  por  extema 
ó  superficial  que  sea  la  primera  Tal  la  moderna  pintura ,  si  falta  á  las  ve- 
ces de  la  divina  inspiración  de  la  de  otros  siglos  por  lo  que  toca  á  la  exac- 
titud y  variedad  de  sus  accidentes,  osténtase  superior  siempre,  m 

No  me  es  posible  seguir  extractando,  como  quisiera,  el  discurso  del  se- 
ñor Cánovas  del  Castillo ,  porque  lo  impide  la  misma  grandeza  y  armonía 
de  sus  proporciones.   Después  de  haber  bosquejado  lo  que  era  la  historia 
en  su  primitiva  forma  de  crónica;   de   haber  manifestado  los  progresos 
que,  considerándola  como  un  arte  hizo  en  ella  la  antigüedad  clásica;  de 
habérnosla  presentado  en  sus  nuevas  condiciones  que  la  elevan  á  la  catego- 
ría de  ciencia;  y  de  haber  puesto  de  relieve  las  esenciales  diferencias  que 
distinguen  á  los  modernos  de  los  antiguos  cultivadores  de  la  historia,  pasa 
á  examinar  cuál  ha  sido  el  espíritu  que  la  ha  animado  en  las  diferentes 
épocas,  aun  en  aquellas  más  rudimentarias   que  más  distantes  se  encon- 
traban de  sospechar  la  existencia  de  una  filosofía  de  la  historia;  y  termina 
juzgando  los  diferentes  sistemas  filosóficos  que  se  disputan  hoy  la  suprema- 
cía en  los  dominios  de  la  ciencia.  Así,  pues,  la  historia  antes  de  salir  del 
estado  embrionario  de  crónica;  la  historia  convertida  en  arte;  la  historia 
elevada  á  ciencia;  la  crítica  del  espíritu  que  guia  á  la  historia  en  cada  época; 
la  filosofía  de  la  historia;  y  por  último,  la  filosofía  metafísica  en  sus  prin- 
cipios fundamentales;  tales  son  los  puntos  de  vista  desde  los  cuales  nos 
hace  contemplar  en  magnífico  panorama  el  Sr.  Cánovas  del  Castillo  el  vasto 
asunto  que  forma  la  materia  de  su  discurso.  Y  como  á  lo  profundo  de  las 
ideas  que  en  el  suyo  vierte  se  une  el  gran  arte  con  que  todos  los  diferentes 
miembros  de  su  oración  están  formados  y  enlazados ,  de  aquí  resulta  una 
gran  dificultar!  para  compendiarlo ,  resumirlo  ó  extractarlo.  Pareciéndome 
que  allí  nada  huelga  y  que  nada  puede  ser  diclio  mejor,  sólo  copiándolo 


NOTICIAS  LITERARIAS.  321 

todo  quedaría  satisfecho.  Aun  así  la  misma  constancia  con  que  desde  el 
principio  hasta  el  fin  se  sostiene  una  entonación  de  estilo  elocuente,  rica 
en  ideas,  exacta  en  las  imágenes,  profunda  en  los  conceptos,  exige  una 
atención  que  no  están  dispuestos  á  rpestar  la  mayor  parte  de  los  lectores 
del  dia,  más  amigos  de  ojear  los  libros  que  de  estudiarlos,  y  solamente 
acostumbrados  á  pasar  ligeramente  la  vista  sobre  escritos  por  donde  los 
autores  han  pasado  ligeramente  la  pluma.  Por  lo  mismo  que  el  discurso 
del  Sr.  Cánovas  obliga  á  pensar,  y  por  lo  mismo  que  su  estilo  oratorio  no 
decae,  llega  á  exigir  cierta  prolongada  tensión  de  espíritu  á  que  los  lectores 
se  prestan  ya  en  la  actualidad  muy  poco. 

Partiendo  del  supuesto  de  que  en  todas  las  épocas  ha  señalado  medida, 
abierto  teatro  y  prescrito  límites  á  la  historia  la  idea  social  que  al  tiempo 
de  escribirse  realizaba  el  género  humano  en  la  vida  práctica ,  investiga  cuál 
fué  esa  idea  sucesivamente  en  la  sociedad  antigua,  en  la  Edad  Media,  en 
los  tiempos  modernos  y  en  la  época  contemporánea ;  llega  al  examen  del  in- 
dividualismo, que  á  pesar  de  sus  recientes  victorias ,  nunca  realizará  la 
igualdad  de  facultades,  de  aspiraciones ,  ó  de  necesidades  morales  entre  in- 
dividuos de  naturaleza  diferente;  trata  la  gran  cuestión  del  fatalismo; 
refuta  á  los  panteistas  y  materialistas ;  y  él  mismo  resume  en  estos  térmi- 
nos las  ideas  expuestas  en  la  segunda  parte  de  su  discurso:  "Dios  en  perso- 
na (ya  que  carecen  las  lenguas  de  voz  más  exacta  con  que  definir  su  natu- 
raleza única),  preside  y  dirige  patentemente  á  la  Humanidad  en  la  historias 
Así  las  religiones  ,  como  las  lenguas  de  todos  los  pueblos ,  proclaman  esta 
verdad  altamente.  Debajo  de  la  persona  de  Dios  está  la  persona  del  hombre, 
que  á  la  par  de  aquella  existe  como  reflejo  imperfecto  y  múltiple  de  un  tipo 
perfecto  sólo;  y  su  misión  es  ir  cobrando  conciencia  de  sí  misma,  á  trave- 
del  tiempo  y  del  espacio,  y  descubriendo  por  medio  de  la  comparación  su- 
cesiva de  lo  real  con  lo  ideal,  ó  de  la  Humanidad  con  Dios,  el  progreso  por 
venir,  que  ninguna  razón  hay  para  que  deje  de  realizarse  en  todos  y  cada 
uno  á  un  tiempo.  Con  sólo  poseer  la  certidumbre  de  que  es  una  la  especie 
humana,  de  que  hay  leyes  superiores  que  rigen  su  actividad  y  su  fin ,  y  de 
que  el  curso  de  la  civilización  es  progresivo,  basta  para  que  asista  ya  siem- 
pre la  ciencia  en  la  historia.  Pero  la  esfera ,  en  que  la  ciencia  ha  de  obrar, 
no  será  completa  mientras  no  abrace  á  la  Humanidad  y  al  hombre,  al  in- 
dividuo y  al  Estado ,  ni  habrá  ciencia  de  la  historia  donde  se  niegue  la 
personalidad  divina ,  donde  se  absorba  la  religión  en  la  pura  especulación 
racional,  donde  se  confunda  á  Dios  con  el  mundo.  Mal  podría  explicar,  de 
otra  parte,  la  historia  el  progreso  humano ,  que  es  el  fruto  continuo  de  las 
ideas  y  de  los  hechos,  si  en  el  paso  de  lo  inconsciente  á  lo  consciente ,  ó  de 
lo  instintivo  á  lo  racional,  que  es  su  forma  necesaria,  no  reconociera  por 
primer  agente  al  libre  albedrío,  ó  por  su  índole  individualmente  absoluta, 
impidiera  este  libre  albedrío  que  rigiesen  á  la  Humanidad  universales  le- 

TOMO  XY.  21 


3*22  NOTICIAS   LITKRARIAS. 

yes.  La  historia  no  se  explica  satisfactoriamente  sin  la  intervención  de  Dios; 
y  lio  de  un  Dios  de  voluntad  ciega,  fatal,  incompatible  con  las  de  los  libres 
seres  que  le  están  subordinados  y  son  su  hechura,  sino  de  un  Dios  infinita 
y  absolutamente  libre,  cuanto  es  absoluta  é  infinitamení ente  verdadero,  y 
bueno  y  bello.  Permitidme,  pues,  señores,  que  salude  también  á  la  libertad 
en  la  historia;  la  libertad,  sin  la  cual  carecerían  ya  de  real  sentido  entre  los 
hombres  el  derecho,  la  responsabilidad,  y  aquella  eterna  justicia,  por  quien 
dijo  San  Agustin  estas  admirables  palabras:  Ubi  jiistüia  non  est,  non  esse 
rempuUicam;  la  verdadera  libertad,  que  trae  origen  de  Dios,  y  que  en  este 
bajo  mundo  debe  de  costar  tanto  por  lo  mismo  que  es  la  más  envidiable  de 
las  condiciones  del  ser,  y  el  más  divino  de  los  gérmenes  depositados  en 
nuestra  conciencia  n 

Febnando  Cos-Gaton 


ESTUDIO  HISTÓRICO. 


ORIGEN  Y  FUNDACIÓN 


DE  LA 


UNIVERSIDAD  DE  SALAMANCA. 


Sabido  es  el  origen  de  las  escuelas  monásticas  de  Francia,  Italia ,  Es- 
paña j  otros  países  que  ja  se  conocían  en  el  siglo  XI ,  y  que  ,  al  abrigo 
de  los  claustros ,  salvaron  en  el  naufragio  general  los  restos  de  la  civili- 
zación antigua.  El  siglo  siguiente  dio  un  poderoso  impulso  á  la  cultura 
europea,  haciéndola  entrar  en  nuevas  vias  de  actividad  j  progreso.  De 
aquella  época  datan  las  más  célebres  universidades  del  mundo ,  que  si,  al 
secularizar  los  estudios,  no  se  sustrajeron  del  todo  á  la  entonces  poderosa 
influencia  del  clero,  entregaron  la  ciencia  á  una  discusión  tan  libre  como 
podia  permitirse  en  aquel  tiempo. 

Los  primeros  Estudios  de  Salamanca  fundáronse  en  la  iglesia  catedral 
en  el  siglo  XII,  puesto  que  en  1179  se  conocia  ja  la  dignidad  de  Maes- 
trescuelas, que  si  en  su  origen  tuvo  anejo  el  cargo  de  enseñar,  extendióse 
después  á  presidir  á  los  demás  Maestros ,  gobernando  las  Escuelas  en 
nombre  del  Obispo,  del  Dean  j  del  Cabildo,  como  delegado  sujo  para  tan 
importantísimo  objeto. 

Coetánea  de  la  de  Falencia ,  que  fundó  Alfonso  VlII  de  Castilla  (1), 
aparece  la  célebre  Universidad  Salmantina  á  fines  del  siglo  XII,  instituida 
por  suprimo  iVlfonso  IX  de  León.  Acredítanlo  así  innumerables  testimo- 

(1)  En  1209  fija  la  fundación  de  esta  Universidad  D,  Modesto  Lafuente  en  su  Histo- 
ria general  de  España,  parte  2.%  libro  II.  Otros  historiadores  más  antiguos  aseguran  que 
los  Estudios  generales  de  Falencia  los  trasformó  en  universidad  D.  Alonso  el  Noble 
(VIH  de  Castilla)  éntrelos  años  1212  y  14. 


324  ESTUDIO  HISTÓRICO. 

nios  históricos  (1)  que  podríamos  aleg-ar,  j  justifícase  cumplidamente  con 
la  inscripción  que  se  lee  sobre  una  lápida  en  el  claustro  de  escuelas  ma- 
yores, muchas  veces  reproducida  en  libros  j  periódicos  ,  j  cu  jo  tenor  es 
el  siguiente: 

Anno  Domini  MCC. 

Alfonsus    Octavus    Castellae    Rex     Palentiae    ÜNIVÉRSITATEM 

EEEXIT  :  CUJUS  AEMULATIONE  AlFONSUS  NONUS  LeGIONIS  ReX  SaL- 
MANTICAE  ITIDEM  ACADEMIAM  CONSTITUIT.  IlLA  DEFECIT,  DEFICIEN- 
TIBUS  STIPENDIIS;    HaEC  VEEÓ   IN   DIES   FLORUIT  ,  FAVENTE    PRAECIPUE 

Alfonso  Rege  décimo,  á  quo,  accitis  hujus  Academiae  viris,  et 
Pateiae  leges,  et  Astronomiae  fabulae  demum  conditae. 

En  efecto,  alzado  Rej  de  Castilla  Fernando  III  en  1217,  dedúcese  con 
harto  fundamento  que  su  padre  Alfonso  IX  de  León  habia  erigido  el  Es- 
tudio general  de  Salamanca  en  el  último  tercio  del  siglo  XII ,  puesto  que 
reinó  desde  1188  hasta  1230  ó  31,  en  cu  jo  periodo  cabe  datar  antes  de 
1200  la  verdadera  fundación  de  la  Universidad  de  Salamanca.  Pero  si  al- 
guna duda  pudiese  quedar  á  la  critica  acerca  de  este  punto ,  resuélvela 
satisfactoriamente  la  prueba  documental  que  la  Universidad  posee,  citada 
por  algunas  de  las  autoridades  que  se  alegan  en  la  nota  2.*,  reproducida 
en  parte  por  alguna,  j  publicada  íntegra  por  primera  vez  en  una  de  sus 
obras  por  el  autor  de  este  artículo  (2).  El  precioso  documento  á  que  se 
alude  es  nada  menos  que  la  Real  cédula  original ,  expedida  por  el  Santo 
Rej  D.  Fernando  en  6  de  Abril  de  1243,  en  que  confirma  la  fundación 


(1)  Constituciones  apostólicas  y  estatutos  de  la  muy  insigne  Universidad  de  Salamanca 
(Salamanca  1625).— Pedro  Chsícon ,  Historia  de  la  Universidad  de  Salamanca  (en  el  Sema- 
nario erudito  de  Valladares,  tomo  XVIH.)— Ortiz  de  Zúñig-a,  Anales  eclesiásticos  de  Sevi- 
lla, pág.  46,  (Sevilla,  1677).— Historia  de  la  misma  Universidad,  contenida  en  el  lumi- 
noso Informe  déla  Universidad  sobre  plan  de  Estudios,  presentado á  las  Cortes  en  18l4 
(Salamanca,  1820). — Reseña  histórica  de  la  Universidad  de  Salamanca,  por  los  doctores  y 
catedráticos  Dávila,  Ruiz  y  Madrazo  (Salamanca,  1849).— R.  P.  M.  Fr.  Pascual  Sán- 
chez, Memoria  histórica  de  la  Universidad  de  Salamanca  (Álbum  salmantino,  números  del 
15  al  18).— Gil  y  Zarate,  Déla  Instrucción  pública  en  España,  sección  1%  cap.  I  (Ma- 
drid, 1855). — Anuario  de  la  misma  Universidad  para  el  curso  de  1859  á  1860.  (Salaman- 
ca, 1860. — En  todas  estas  autoridades  y  en  otras  que  hemos  visto,  se  dice  :  «Se  fundó 
(|la  Universidad)  á  fines  del  siglo  XII,  cerca  de  los  años  1200.  Por  esta  razón,  acaso  ,  el 
erudito  Fernán  Pérez  de  Oliva,  al  escribir  la  inscripción  que  copiamos ,  fijó  esa  fecha 
concreta  y  determinada,  en  la  cual  están  conformes  también  los  historiadores  de  Sa- 
lamanca Gil  González  Dávila  y  D.  Bernardo  Dorado. 

(2)  La  Universidad  de  Salamanca  en  el  tribunal  de  la  Historia  (Salamanca,  Uliva, 
1858),  pág.  6. 


ESTUDIO  HISTÓRICO.  325 

de  la  Universidad ,  que  había  hecho  su  padre  ,  j  da  más  fuerza  á  sus 
privilegios.  Este  documento  dice  así : 

«Connoscida  cosa  sea  a  todos  quantos  esta  carta  iiieren  como  jo  D.  Fer- 
rando  por  la  =  gracia  de  dios  Rej  de  Castiella  e  de  Toledo  e  de  León  e  de 
Gallizia  e  de  Cordova  =  Porque  entiendo  que  es  pro  de  mjo  regno  e  de  mi 
tierra  otorgo  e  mando  que  aja  =  escuelas  en  Salamanca  e  mando  que  to- 
dos aquellos  que  hj  quisieren  uenir  a  leer  que  ven  =  gan  seguramiente 
e  jo  recibo  en  mi  comienda  e  en  mjo  defendimiento  a  los  =  maestros  e  a 
los  escolares  que  hj  uinieren  e  a  sos  omes  e  a  sus  cosas  quantas  que  hj 
troxieren  e  quiero  e  mando  que  aquellas  costumbres  e  aquellos  fueros  que 
ouieron  =  los  escolares  en  Salamanca  en  tiempo  de  mjo  padre  quando  es- 
tableció lij  las  =  escuelas  también  en  casas  como  en  las  otras  cosas  que 
essas  costumbres  e  essos  =  fueros  ajan  e  ninguno  que  les  ficiese  tuerto 
nin  fuerza  nin  demás  a  ellos  nin  a  =  sos  homes  nin  a  sus  cosas  aurie  mi  ira 
e  pechar  mj  e  en  coto  mili  marbs  e  =  a  ellos  el  danno  duplado.  Otrosi 
mando  que  Ijs  escolares  biuan  en  paz  e  cuerdamiente  de  guisa  que  non 
fagan  tuerto  nin  demás  a  los  de  la  Villa  e  toda  cosa  =  que  acaezca  de  con- 
tienda o  de  pelea  entre  los  escolares  o  entre  los  de  la  vil  =  la  e  los  escolares 
que  estos  que  son  nombrados  en  esta  mi  carta  lo  ajan  de  =  ueer  de  ende- 
rezar. El  Obispo  de  Salamanca  o  el  deán  e  el  Prior  de  los  =  Predicadores, 
e  el  Guardiano  de  los  descal90S  e  d.  Hodrigo  e  Pedro  Guigelmo  e  Garci 
gomez  e  Pedro  uellido  e  Ferrand  sebes  de  porto-carrero  =  e  Pedro  munniz 
calónigo  de  León  e  Miguel  pz  calonigo  de  Lamego  -  e  a  los  escolares  e  a 
los  de  la  villa  mando  que  estén  por  lo  que  estos  manda  =  ren.  Ffta  carta 
ap'd  Valietum  Reg.  exp.  VL  die  Aprilis,  Era  M  =  CC  =  LXXX  =  pri- 
man  (1). 


Ocasión  es  esta  de  desvanecer  un  error  histórico,  que  desgraciadamente 
suele  copiarse  sin  examen  por  escritores  extranjeros,  acerca  de  la  fecha 
de  la  fundación  de  nuestra  Universidad.  M.  A.  Vallet  de  Viriville  en  su 
erudito  trabajo  histórico  sobre  la  Universidad  de  Paris  j  principales  uni- 
versidades de  la  Edad  Media  (2)  trae  un  cuadro  cronológico  de  la  funda- 
ción de  las  de  Francia  j  de  las  demás  de  l'iuropa.  Respecto  á  las  de  Espa- 
ña, incurre,  como  es  de  suponer,  en  errores  j  omisiones  notorios;  j  por 
lo  que  atañe  á  la  de  Salamanca ,  la  supone  fundada  en  1250 ,  ocupando  en 


(1)  1243  de  nuestra  era. 

(2)  Le  Moyen  Age  et  la  Renaissance,  etc.,  tomo  1,  folio  XI  vuelto.  (Paris-Plon  Frérés- 
1848.) 


326  ESTUDIO  HISTÓRICO. 

antig-üedad  cuatro  puestos  por  bajo  de  la  de  Valencia,  á  la  que  atribuye 
la  fecha  de  1209. 

Más  completa  y  algo  menos  inexacta  es  la  que  da  Meiners  á  las  de 
nuestra  patria  en  su  (^ Historia  délas  Universidades.»  Fija,  sin  embar- 
go, la  de  Salamanca  en  1240:  la  de  Valladolid  en  1346 :  la  de  Huesca  en 
1354:  la  de  Zaragoza  en  1474:  la  de  Avila  en  1482:  la  de  Alcalá  en  1499: 
la  de  Sevilla  en  1504:  la  de  Toledo  en  1518:  la  de  Oñate  en  16001:  la  de 
Pamplona  en  1680;  j  la  de  Cervera  en  1717.  Paro  aún  admitidos  como 
ciertos  estos  datos,  j  resultando  de  ellos  que  la  de  Salamanca  es  la  más 
antigua  de  las  Universidades  españolas,  tendría  que  ceder  el  puesto  á  la 
de  Tolosa,  fundada  en  1228  ( j  según  el  citado  Vallet  en  I22i) ,  á  la  de 
Ñapóles,  que  lo  fué  en  1224,  y  á  las  de  Salermo,  Bolonia  j  París,  ya  co- 
nocidas en  el  siglo  XII ,  cuando  es  indudable  que  en  antigüedad  j  gloria 
compite  dignamente  con  sus  otras  tres  hermanas  de  París,  Oxford  j  Bo- 
lonia. Proviene  principalmente  este  error  de  que  muchos  autores,  en  es- 
pecial los  extranjeros,  suponen  como  fundador  al  Santo  Rej  D.  Fernan- 
do III,  que,  como  se  ha  visto  por  su  arriba  copiada  Real  Cédula  de  6  de 
Abril  de  1243,  confirmó  la  fundación  de  la  Universidad,  que  habia  hecho 
su  padre  Alfonso  IX  de  León.  Hay  también  autores  que  califican  de  fun- 
dador á  D.  Alfonso  el  Sabio,  por  el  notable  incremento  que  dio  á  los  Es- 
tudios Salmantinos,  fundando  j  dotando  cátedras,  creando  la  Biblioteca, 
j  estableciendo  la  forma  de  gobierno  de  la  Universidad,  en  consideración 
á  los  servicio*  que  sus  profesores  le  hicieron  ayudándole  en  el  libro  in- 
mortal de  las  Partidos  j  en  los  del  Sader  de  Astronomía.  Porque  además 
el  mismo  Alfonso  X,  deseoso  de  que  la  Universidad  Salmantina  sellase 
sus  glorias  con  la  autoridad  pontificia,  pidió  j  obtuvo  de  Alejandro  IV  el 
Breve  expedido  en  Ñapóles  á  29  de  Abril  de  1255,  que  sancionó  auténtica 
y  solemnemente  el  ja  famoso  Establecimiento  literario  de  Salamanca, 
nombrándole  como  uno  de  los  cuatro  Estudios  generales  del  orbe  (Paris, 
Salamanca,  Oxford  j  Bolonia),  j  declarando  que  sus  graduados,  sin 
nueva  aprobación  ni  examen,  podían  enseñar  en  todos  los  Estudios  gene- 
rales cristianos. 

Pero  hay  todavía  otro  punto  importantísimo  que  esclarecer,  por  lo 
mismo  que  afecta  esencialmente  al  verdadero  origen  y  fundación  de  nues- 
tra Universidad;  aludimos  ala  supuesta  traslación  á  Salamanca  de  la  Uni- 
versidad de  Palencia.  El  respetable  Mariana  (1),  siguiendo  á  otros  his- 
toriadores, incurre  en  este  error,  que  unos  han  corregido  y  otros  copiado 
en  obras  nacionales  y  extranjeras.  Todo  cuanto  se  pudiera  alegar  en  "pro 
y  en  contra  de  esa  opinión,  trátalo  magistralmente  con  sana  criticad  eru- 


(1)    Historia  general  de  España,  líb.  XIII,  cap.  I. 


ESTUDIO  HISTÓRICO.  327 

dito  D.  Rafael  de  Floranes  en  una  obra  que  escribió  en  1793,  con  el  ti- 
tulo de  viOrigm  de  los  estudios  de  Castilla ^  etc.,  parte  1.'  (1).  Con 
copia  de  datos  j  no  poca  gracia  j  lucidez  refuta  victoriosamente  el  error 
de  la  traslación  de  los  Estudios  palentinos  á  Salamanca  y  Valladolid;  j 
exponiendo  y  analizando  las  encentradas  opiniones  de  los  muchos  autores 
que  cita,  deduce  de  todo  que  los  Estudios  de  Falencia  acabaron  allí,  sin 
dar  origen  ni  á  los  salmantinos  ni  á  los  vallisoletanos,  á  la  sazón  muj 
florecientes;  j  que,  sin  poderse  determinar  el  año  j  el  motivo  de  aquella 
extinción,  puede  fijarse  en  el  período  que  media  desde  12 í 3  á  1263.  Es 
verdad,  sin  embargo,  que  Floranes  sienta  en  su  obra  una  opinión,  que 
podrá  parecer  aventurada,  pues  dice  que  D.  Alfonso  VlII  de  Castilla  no 
dio  principio  á  los  estudios  de  Falencia,  ni  D.  Alonso  IX  de  León  á  los 
de  Salamanca,  ni  D.  Alonso  XI  ni  el  Papa  Clemente  VI  á  los  de  Vallado- 
lid,  ni  el  Cardenal  Cisneros  á  los  de  Alcalá,  sino  que  cada  cual  aumentó 
á  los  sujos.  Qae  todos  estos  estudios  estaban  ja  fundados  j  eran  más 
antiguos,  habiendo  empezado  por  ser  eclesiásticos,  j  trasformádose  con 
el  tiempo  en  seculares,  como  otros  muchos  de  la  nación  j  del  orbe.  «Que 
los  de  Falencia,  añade,  existían  en  aquella  iglesia  en  tiempo  de  los  Go- 
dos ,  j  con  varias  intermisiones  j  restauraciones  llegaron  á  la  mitad  del 
siglo  XIII,  en  cu  JO  tiempo  acabaron  allí  por  causa  desconocida;  pero  sin 
haber  sido  trasladados  á  Salamanca  ni  á  Valladolid,  en  cujo  supuesto  se 
pretendieron  restablecer,  ja  extinguidos,  en  la  misma  ciudad  de  Falencia 
por  los  años  1263,  bien  que  sin  efecto.»  «For  consiguiente,  continúa, 
no  es  cierto  que  á  lo  que  hizo  D.  Alfonso  IX  de  León  por  lo  tocante 
á  los  SUJOS  (Estudios)  de  Salamanca,  ja  hubiese  sido  fundamento, 
va  ampliación,  hubiese  precedido  el  de  Castilla  con  su  ejemplo,  m  que  se 
hubiese  movido  aquel  á  su  emulación,  no  constando  cuál  de  estos  estu- 
dios sea  anterior.  En  efecto,  el  salmaticense  es  de  origen  más  antiguo  que 
aquel  Rej,  creído  hasta  ahora  su  fundador,  aunque  sin  saberse  el  tiempo 
cierto  que  empezó,  por  falta  de  memorias,  pudiendo  sólo  asegurarse  que 
jamás  recibió  aumento  por  alguna  accesión  formal  que  se  le  hiciese  del  de 
Falencia.» 

Dése  ó  nó  crédito  en  este  punto  á  la  opinión  de  Floranes,  quedan  pro- 
bados el  verdadero  origen  j  fundación  de  la  Universidad  Salmantina,  no 
sólo  con  las  respetables  autoridades  que  se  citan,  sino  principalmente  con 
la  prueba  documental  de  la  Real  Cédula  de  San  Fernando,  copiada  más 
arriba,  j  hasta  con  la  inscripción  del  patio  de  Escuelas  majores,  también 


(1)  Colección  de  documentos  inéditos  para  la  Historia  de  España,  tomo  XX,  pág-ina 
desde  la  51  ála27S.— Los  colectores  no  saben  que  Floranes  publicase  la  2/ parte.  La 
Biblioteca  de  la  Universidad  de  Salamanca  posee  también  una  copia  MS.  de  esta 
obra,  anterior  á  la  publicada. 


328  ESTUDIO  HISTÓRICO. 

inserta  en  su  lug-ar.  Todos  estos  testimonios  históricos,  destruyen  asimis- 
mo el  error  de  la  traslación  á  Salamanca  de  los  Estudios  palentinos,  error 
que  no  puede  sostenerse  á  la  luz  de  la  critica  moderna.  Trasformados  en 
Universidad  les  antiguos  P'studios  de  Salamanca  cerca  (ó  antes,  como  di- 
cen varios  autores)  de  1200,  j  creciendo  en  crédito  j  famaá  los  pocos  años, 
eclipsaron  á  los  de  Falencia,  que,  faltos  también  de  concurrencia  j  de 
salarios,  no  pudieron  competir  con  los  salmantinos,  y  quedaron  abandona- 
dos ó  suprimidos. 

Hemos  procurado  demostrar,  cuanto  históricamente  es  posible,  el  ori- 
gen de  la  Universidad  de  Salamanca,  de  las  más  antiguas  del  orbe  j  cé- 
lebre ja  en  el  primer  siglo  de  su  fundación.  Con  su  carácter  de  europea, 
brotaba  en  su  interior  rica  j  abundante  doctrina,  j  en  el  exterior  no  hubo 
hecho  trascendental  en  que  no  pesase  grandemente  su  voto,  tílla  es  la  que 
formaba  las  Partidas  j  las  Tablas  astronómicas  del  Rej  Sabio;  la  que 
atraia  á  su  seno  numerosa  j  escogida  juventud  de  España  j  del  extran- 
jero; de  ella  se  hacia  mención  honrosa  en  el  XIII  Concilio  general  (Ljon) 
y  en  el  XV  (Viena)  era  declarada  la  segunda  de  las  cuatro  Universida- 
des más  famosas  del  mundo.  Ella  daba  Maestros  á  la  Sorbona,  á  Bolonia 
j  á  Coimbra,  á  petición  suja,  j  era  consultada  por  Pontífices  j  Rejes 
para  la  mejor  decisión  de  graves  cuestiones  canónicas  j  políticas;  recibía 
embajadas  y  presentes  de  los  soberanos  de  remotísimos  países;  prepon- 
deraba en  los  Concilios  de  Constanza,  Basilea  y  Trento,  é  inñuia  con 
el  consejo  j  la  acción  de  sus  maestros  j  alumnos  en  el  descubrimien- 
to (7),  conquista  j  civilización  del  Nuevo  Mundo;  la  que  primero  j  me- 
jor que  otra  corporación  alguna  representaba  el  pensamiento  nacional  en 
los  siglos  XV  j  XVI,  cuando  sus  hijos  vencían  en  los  consejos  diplomá- 
ticos, j  administraban  justicia,  y  ejercían  las  más  altas  dignidades  de  la 
Iglesia,  j  gobernaban  la  heroica  nación  de  Isabel  la  Católica,  Carlos  I  j 
Felipe  II;  la  Universidad  que,  al  mismo  tiempo  que  Galíleo  era  persegui- 
do por  su  adhesión  al  sistema  de  Copérnico,  sostenía  con  firmeza  su  en- 


(7)  Acerca  de  las  famosas  conferencias  de  Colon  en  Salamanca,  lóase  al  intento 
el  opúsculo,  arriba  citado,  que  el  autor  de  este  artículo  public()  en  Salamanca  en  185S , 
con  el  título  de  La  Universidad  de  Salamanca  en  el  trtbwial  de  la  Historia,  y  los  demás 
testimonios  históricos  que  allí  se  aducen;  y  como  posteriores  á  esa  fecha  pueden  con- 
sultarse las  obras  y  periódicos  siguientes:  Crónica  naval  de  España,  tomo  8."  (Madrid, 
1858).—  Revue  d' Instruction  publique  de  France,  (París— 1859)—  Reseña  historie  de 
los  progresos  déla  Geografía  y  délos  viajes  y  descubrimientos,  lib.  Ill.cap.  I.por  D.  To- 
más Rodrigpuez  Pinilla  (Salamanca-1868) — Histoired'Allemagne  sur  Charles  V,  (publi- 
cada por  varios  alemanes  en  Paris~l 864)— A/mana^ug  de  las  Novedades,  del  propio 
año,  artículo  La  Universidad  de  Salamanca,  por  D.  Alvaro  Gil  San2;~fícütte  britanni- 
que  (nouvelle  sórie-cinquieme  année-núm.  2-  Fevrier~l865-Paris).  y  por  último  el 
artículo  titulado  Deara  y  Colon,  inserto  en  el  número  555  del  Adelante,  periódico  de 
Salamanca  (12  de  Abril  de  1866)  por  el  mismo  Gil  Sanz. 


ESTUDIO  HISTÓRICO.  329 

señanza,  y  lo  mandaba  explicar  por  estatuto  en  el  segundo  año  de  Mate- 
máticas, que  llegaron  en  Salamanca  á  gran  altura  j  extensión  en  aquel 
siglo;  la  Universidad  que,  cuando  la  decadencia  de  las  letras  españolas  en 
el  siglo  XVII  j  parte  del  XVIII,  conservó  mejor  disciplina,  j  clamaba 
sin  cesar  por  lejes  que  pusieran  coto  á  los  abusos  j  restaurasen  las  cien- 
cias; la  que  en  la  pasada  j  en  la  presente  centuria  saludó  antes  que  nin- 
guna otra  de  España  la  esplendente  aurora  de  nuevas  j  fecundas  ideas; 
la  que  fundó  entonces  una  gran  escuela  filosófica,  j  restauró  la  literatura 
patria,  j  atrájose  por  el  primer  concepto  enconadas  j  violentas  persecu- 
ciones; la  Universidad,  en  fin,  que  puede  presentar  con  orgullo  la  más  nu- 
merosa falange  de  sabios  en  todos  los  ramos  de  la  ciencia,  en  toda  la  in- 
mensa escala  de  los  conocimientos  humanos.  Eso  es  la  Universidad  Sal- 
mantina, eso  significa  su  nombre,  eso  j  mucho  más  representan  los  píe- 
te SIGLOS  de  su  gloriosísima  existencia. 
Saiamanca.-1868. 

Domingo  Doncel  y  Orgaz 

del  Cuerpo  facultativo  de  Bibliotecarios, 
Archiveros  y  Anticuarios. 


boletín  bibliográfico. 


LIBROS  ESPAÑOLES. 

La  Democracia  en  el  Ministerio  de  Ultramar  (1869-1870). —  Colección  de  leyes,  de- 
cretos, circulares  y  otros  documentos  emanados  del  Ministerio  de  ultramar  dnrante  la  ad- 
ministración del  Excmo.  Sr.  D.  Manuel  Becerra ;  precedida  de  una  introducción  por 
D.  J.  C.  L.— Madrid,  tipografía  de  Gregorio  Estrada,  Hiedra,  7.— 1870. 

Está  dividido  este  volumen  en  tres  partes.  Comprende  la  primera  cua- 
renta decretos,  órdenes  y  circulares,  publicados  en  la  Gaceta  de  Madrid;  la 
segunda,  doce  proyectos  de  ley,  que  han  sido  impresos  como  apéndices  al 
Diario  de  las  Sesiones ;  y  la  tercera,  otros  ocho  proyectos  de  ley,  formulados 
por  el  Ministerio  de  Ultramar  bajo  la  dirección  del  Sr.  Becerra,  y  que  no 
habian  sido  publicados  todavía. 

Empiezan  los  documentos  contenidos  en  la  primera  parte,  por  la  orden 
que  dio  á  conocer  á  la  autoridad  superior  de  Filipinas  los  propósitos  del 
Ministro  de  Ultramar  en  la  gestión  de  los  asuntos  de  aquellas  provincias. 
Siguen  después  los  decretos  y  órdenes  sobre  nombramiento,  traslación  y  se- 
paración de  magistrados  y  alcaldes  mayores  en  Ultramar ;  sobre  estableci- 
miento de  una  comisión  encargada  de  examinar  los  expedientes  de  los  fun- 
cionarios del  orden  judicial,  y  las  solicitudes  y  títulos  de  los  aspirantes  á 
ingresar  en  él,  y  de  proponer  un  proyecto  de  ley  orgánica  de  tribunales  y 
de  división  judicial  de  los  territorios;  sobre  nombramiento  de  otras  dos  co- 
misiones, una  encargada  de  estudiar  reformas  en  la  legislación  penal,  y  otra 
de  discutir  y  proponer  las  bases  de  los  proyectos  de  ley  para  la  reforma  po- 
lítica y  administrativa,  y  para  la  abolición  de  la  esclavitud  en  Puerto-Rico; 
sobre  la  declaración  de  la  libertad  religiosa  en  las  Antillas ;  sobre  aplicación 
de  la  parte  del  Código  de  Comercio  en  lo  relativo  á  sociedades  anónimas ; 
sobre  creación  de  una  casa  de  moneda  en  la  Habana;  sobre  restablecimiento, 
en  la  isla  de  Cuba,  de  las  contribuciones  suprimidas  en  12  de  Febrero  de 


BOLETÍN    BIBLIOGRÁFICO.  331 

1867;  sobre  concesiones  de  líneas  telegráficas^  y  arreglo  del  ramo  de  telé- 
grafos; sobre  modificaciones  en  los  aranceles  de  aduanas;  sobre  fijación  de 
reglas  para  cumplir  los  artículos  de  la  Constitución  que  tratan  de  la  in- 
amovilidad  judicial,  y  para  el  ingreso ,  ascenso^  traslación  y  cesantía  de  ma- 
gistrados, jueces  y  funcionarios  del  Ministerio  fiscal;  sobre  abono  de  habe- 
res á  las  clases  pasivas  de  Ultramar;  sobre  organización  del  Cuerpo  de  con- 
tabilidad administrativa,  del  de  Correos,  y  del  facultativo  inamovible  de 
aduanas,  y  sobre  algunos  otros  asuntos. 

Los  proyectos  de  ley  presentados  á  las  Cortes  tratan  de  las  materias  si- 
guientes :  declaración  de  cabotaje  para  la  navegación  entre  las  provincias 
españolas  de  Ultramar  y  la  Península  é  Islas  adyacentes,  y  la  de  aquellas 
entre  sí;  supresión  del  derecho  diferencial  de  bandera;  concesión,  construc- 
don  y  explotación  de  cables  telegráficos  submarinos  en  territorio  de  España 
ó  sus  provincias  ultramarinas;  presupuestos  ordinarios  y  extraordinarios  de 
gastos  é  ingresos  para  las  islas  de  Cuba,  Puerto-Eico  y  Filipinas,  de  1869- 
1870;  derechos  de  extranjería  en  las  provincias  de  Ultramar;  organización 
municipal  en  la  isla  de  Puerto  -  Rico ;  ley  constitucional  para  esta  misma 
isla. 

En  la  tercera  parte,  ó  sea  en  la  de  documentos  no  publicados,  hay  un 
proyecto  de  ley  declarando  libres  á  los  nacidos  de  mujeres  esclavas  en  la 
isla  de  Cuba  desde  el  29  de  Setiembre  de  1868;  un  decreto  declarando tam" 
bien  libres  á  los  esclavos  que  sirven  en  el  ejército  cubano  ó  han  prestado 
servicios  á  la  causa  nacional;  y  varios  proyectos  de  ley  sobre  abolición  de 
la  esclavitud  en  Puerto-Rico,  sobre  sistema  electoral,  sobre  organización 
provincial  en  la  misma  isla,  y  sobre  matrimonio  civil;  y  otros  proyectos  de 
decretos,  disponiendo  la  revisión  por  el  Tribunal  Supremo  de  Justicia  de 
las  causas  graves  sustanciadas  ante  la  Audiencia  de  Manila;  suprimiendo  la 
Sala  de  Indias  del  Tribunal  de  Cuentas  del  Reino;  restableciendo  el  de  Fili" 
pinas,  y  creando  una  Dirección  general  de  Contabilidad  en  el  Ministerio  de 
Ultramar. 

La  Introducción  hace  un  resumen  y  un  comentario  general  del  sistema  de 
ideas  que  presidió  en  la  redacción  de  todos  estos  documentos  oficiales. 


LIBROS  EXTRANJEROS. 

HlSTOIRE  DE    l'EuROPE  PENDANT  LA    RÉVOLUTION    FRANCAISE   (1789   á   1795),  fttV  H,   de 

Syhel;  traduite  de  l'allemand  par  MUe.  Marie  Bosquet.  — Tomo  IL  — Paris,  chez 
Germer-Bailliere,  1870. 

En  el  número  44  de  nuestra  Revista  dimos  alguna  noticia  del  volumen 
primero  de  esta  obra.  El  segundo  comprende  el  período  que  media  entre 
Noviembre  de  1792  y  Marzo  de  1794.  Los  principales  sucesos  son  el  reinado 


332  boletín  bibliográfico. 

del  Terror,  el  principio  de  la  guerra  de  Francia  con  Inglaterra,  y  el  segun- 
do reparto  de  la  Polonia.  Como  ya  se  observaba  en  el  primer  volumen, 
la  mayor  novedad  de  la  obra  de  M.  H.  de  Sybei  se  halla  en  el  estudio,  ó  en 
el  descubrimiento  de  nuevos  datos,  relativos  á  las  negociaciones  diplomáti- 
cas entre  los  Grobiernos  del  Este  y  del  Norte  de  Europa  respecto  de  la  mar- 
cha de  la  Eevolucion  francesa.  Hay  también  algunos  retratos,  notables  por 
la  ejecución  literaria,  de  personajes  importantes  de  la  política,  de  la  admi- 
nistración y  de  la  guerra.  Hé  aquí  el  que  el  autor  traza  de  la  Czarina  Cata- 
lina  II: 

"Ninguna  criatura  humana  fué  jamas  mejor  llevada  por  los  azares  del 
destino  al  puesto  que  le  convenia,  que  Catalina  cuando  subió  al  trono  de 
Rusia.  La  alta  idea  que  tenía  de  sí  misma,  correspondia  al  poder  que  le 
habia  sido  dado;  el  vuelo  de  su  genio  abarcaba  la  vasta  extensión  de  su  Im- 
perio; el  ardor  de  sus  pasiones  tenía  necesidad  de  la  relajación  de  costum- 
bres que  reinaba  en  él.  Todo  su  ser  se  componia  de  contrastes:  era  á  la  vez 
benévola  é  implacable,  reflexiva  y  arrebatada,  de  una  conducta  disoluta  y 
de  un  ardor  infatigable  para  el  trabajo;  pero  todos  esos  contrastes  se  re- 
sumian  en  una  ambición  colosal  y  en  un  espíritu  de  dominación  que  se  ex" 
tendia  al  mundo  entero. 

"La  mayor  parte  de  los  hombres  que  se  le  acercaban  se  sentían  irresisti- 
blemente atraídos  hacia  eUa  por  mil  gracias  exteriores.  Era  de  mediana 
estatura;  la  edad  abultaba  algo  su  talle;  su  continente  era  decoroso  y  digno; 
su  frente  alta  y  limpia;  su  mirada  tranquila  y  serena;  la  parte  inferior  de 
su  rostro  era  la  única  que  anunciaba,  por  lo  grueso  de  las  formas,  la  energía 
de  sus  pasiones.  Se  mostraba  sumamente  sobria  en  la  comida,  y  tenía  una 
cordialidad  encantadora  en  el  trato  de  la  vida  íntima.  Un  rasgo  de  carácter, 
singular  en  una  mujer  que  hizo  matar  á  su  marido  y  que  oprimió  á  su  hijo, 
era  que  no  podia  vivir  sin  tener  en  torno  suyo,  en  las  habitaciones  de  su 
palacio,  una  multitud  de  niños,  por  quienes  se  hacia  llamar  madre,  y  á  los 
cuales  vestía,  instruía  y  colmaba  de  regalos.  Desde  el  principio  de  su  reinado 
se  dedicó  con  afán  á  los  negocios,  y  demostró  en  ellos  una  gran  penetración 
unida  á  una  instrucción  profunda.  Pronto  se  vio  que,  con  una  minuciosidad 
femenina,  tenía  una  profundidad  de  miras  políticas  enteramente  varonil; 
que  juzgaba  á  las  personas  y  las  cosas  con  perfecta  exactitud;  que  siempre 
daba  por  sí  misma  el  impulso  á  sus  Ministros,  y  les  sugeria  todos  sus  pla- 
nes: pero  dos  pasiones  funestas,  las  más  funestas  que  pueden  albergarse  en 
un  corazón  de  mujer,  manchaban  su  vida:  la  ambición  y  la  voluptuosidad. 
No  repetiré  la  historia  de  los  caprichos  que  la  echaron  en  los  brazos  de  sus 
muchos  amantes,  á  los  que  daba  riquezas  inmensas  y  favores  que  no  podían 
caer  en  manos  más  indignas  y  más  vulgares;  pasaré  igualmente  en  silencio 
las  relaciones  adúlteras,  de  que  nació  el  heredero  del  trono.  Habria  que 
admirar  la  energía  de  aquella  rica  naturaleza  que ,  en  medio  de  todos  sus 


boletín  bibliográfico.  333 

excesos,  conservó  siempre  su  actividad  intelectual_,  si  en  ella  el  remedio  no 
hubiese  sido  peor  que  la  enfermedad.  No  evitó  que  sus  facultades  se  debili- 
tasen si  no  por  la  fuerza  de  otra  pasión,  más  ardiente  y,  en  realidad,  más 
noble:  quiero  hablar  de  su  inmensa  ambición,  de  su  sed  insaciable  de  do- 
minación. Se  apoderó  de  la  herencia  de  Pedro  el  Grande  con  el  deseo  de 
acrecentarla  más,  y  renovó,  formando  con  ellos  un  vasto  y  duradero  siste- 
ma, todos  los  proyectos  que  habian  agitado  en  otro  tiempo  el  espíritu  guer- 
rero y  soberbio  del  conquistador.  Al  estudiar  y  examinar  todos  sus  planes 
de  conquista,  lo  mismo  que  al  considerar  sus  desórdenes  y  sus  prodigalida- 
des, se  siente  uno  trasportado  de  nuevo  al  Oriente:  todo  es  gigantesco  y 
poderoso,  superior  á  toda  comprensión  europea,  pero  inferior  á  todo  senti- 
miento humano.  Cuanto  más  sensata  y  benévola  se  mostraba  Catalina  en  la 
intimidad,  tanto  más  imperiosa  y  terrible  era  en  el  ejercicio  de  su  autoridad. 
Entonces,  ningún  derecho  la  detenia,  ninguna  promesa  le  encadenaba,  nin- 
gún medio  le  causaba  repugnancia,  por  odioso  que  pudiera  ser;  y  mientras 
cambiaba  conVoltaire  cartas  sobre  la  libertad  y  los  derechos  del  hombre,  se 
consideraba  á  sí  misma  como  una  especie  de  divinidad,  y  miraba  la  esclavi- 
tud de  dos  partes  del  globo  como  el  único  pedestal  que  convenia  á  su  glo- 
ria. Pero  así  como  fué  acaso  la  única  mujer  del  mundo  que,  á  un  mismo 
tiempo  Emperatriz  y  cortesana,  continuó  ocupándose  en  los  pormenores  de 
la  administración  de  su  casa  como  una  buena  madre  de  familia,  se  distinguió 
también  de  otros  conquistadores  en  que,  en  medio  de  sus  planes  más  ambi- 
ciosos, conservó  siempre  la  calma  de  la  reflexión  y  la  completa  serenidad  del 
juicio.  Aunque  los  caprichos  de  su  imaginación  la  lanzaban  á  las  regiones  de 
lo  infinito,  sabía  en  sus  actos  conservarse  siempre  en  los  límites  de  lo  posi- 
ble, y  no  emprendía  nada  que  no  fuese  ejecutable.  Tenía  la  fuerza  de  cal- 
mar y  de  contener  sus  pasiones  violentas;  y  aquella  mujer,  que  no  tuvo 
igual  en  la  ambición  ni  en  la  sensualidad,  no  dejó  nunca  de  dominar  á  los 
que  la  rodeaban  y  de  dominarse  á  sí  misma.»» 


Dicf lOKÑAiRE  uNivERSEL  DES  CONTEMPORAINS ;  ouvrage  redigé  ef  tenu  á  jour,  avec  le  con- 
cours  d'ecrivains  de  tous  les  pays,  par  G.  Vapereau,  ancien  elevé  de  l'école  nórmale, 
anden  professeur  de  philosophie. — Quatriéme  édition,  entiérement  refondue  etcon- 
sidérablement  augnnentée.— Un  vol.  en  8.°  mayor. 

Promete  este  Diccionario  en  su  portada  dar  noticia  de  todas  las  personas 
notables  de  Francia  y  de  los  países  extranjeros,  con  sus  nombres,  apellidos 
y  seudónimos,  el  lugar  y  la  fecha  de  su  nacimiento,  su  familia,  sus  princi- 
pios, su  profesión,  sus  trabajos  y  sus  empleos,  sus  grados  y  títulos,  sus  ac- 
tos públicos ,  sus  obras ,  sus  escritos ,  etc. ,  etc.  Y  en  mucha  parte  cumple 
estas  promesas,  conteniendo  en  efecto  un  número  muy  grande  de  noticias. 


334  boletín  bibliográfico. 

De  una  edición  á  otra  ,  para  corresponder  á  su  título  de  Diccionmio 
de  los  Contemporáneos,  suprime  las  noticias  de  los  que  en  el  intermedio 
han  fallecido,  añadiendo  las  de  los  que  durante  el  mismo  espacio  de  tiempo 
han  adquirido  celebridad.  En  esta  cuarta  reimpresión,  están  ya  totalmente 
omitidos  los  que  murieron  antes  de  1.°  de  Enero  de  1860;  y  respecto  de  los 
que  fallecieron  desde  esa  fecha  hasta  1865,  sólo  se  indican  los  nombres  y  el 
dia  de  su  nacimiento  y  de  su  muerte,  remitiento  al  lector  á  las  ediciones 
anteriores. 


HiSTOiRB  GENÉRALE  DE  LA  MusiQUE,  deputs  les  temps  les  plus  anciens  jusqu'á  nosjours. 
par  M.  Fétis. — Ocho  volum.  en  8.",  de  los  que  se  han  publicado  ya  los  dos  primeros, 
—  Paris,  1870,  chez  Firmiii  Didot. 


Después  de  una  erudita  introducción,  que  contiene  interesantes  conside- 
raciones sobre  las  diferentes  aptitudes  que  para  la  música  poseyeron  ó  po- 
seen los  pueblos  antiguos  y  modernos  de  las  diversas  partes  del  mundo,  el 
primer  libro  trata  especialmente  de  la  música  vocal  é  instrumental  en' el 
Egipto  antiguo.  El  segundo  describe  el  estado  y  progresos  de  la  música  en- 
tre los  Caldeos ,  Babilonios ,  Asirios  y  Fenicios ,  para  lo  que  suministran 
preciosos  datos  los  recientes  descubrimientos  realizados  en  Oriente,  que 
tanta  luz  derraman  sobre  la  vida  y  costumbres  de  aquellos  pueblos ;  el  ter- 
cero considera  la  música  entre  los  Hebreos,  y  el  cuarto  y  último  de  la  pri- 
mera parte,  entre  los  Árabes  y  los  Moros. 

Agotada  así  la  materia  respecto  de  los  pueblos  de  origen  semítico,  el  libro 
quinto  y  el  sexto,  que  componen  la  segunda  parte,  tratan  de  la  música  en- 
tre los  pueblos  orientales  de  procedencia  aryana,  como  los  habitantes  de  la 
India,  de  la  Indo-China,  de  Siam,  de  Persia,  etc. 

El  tercer  volumen  hablará  de  los  Griegos ,  de  los  Etruscos  y  de  los  Ro- 
manos. El  cuarto  hará  la  historia  de  la  música  en  Oriente  y  en  Occidente 
desde  el  establecimiento  del  Cristianismo  hasta  fines  del  siglo  XIV.  El 
quinto  referirá  los  progresos  hechos,  desde  fines  del  siglo  XIV  hasía  con- 
cluir el  XVI  por  la  ciencia  de  la  armonía,  y  el  desarrollo  de  la  forma  musi- 
cal en  los  dos  géneros  religioso  y  profano.  El  sexto  comenzará  á  dar  noticia 
de  la  revolución  producida  en  el  arte  musical  hacia  principios  del  siglo  XVII 
por  la  invención  del  drama  lírico,  y  la  trasformacion  de  la  tonalidad.  El 
sétimo  y  la  primera  mitad  del  octavo,  terminarán  esa  historia  desde  me- 
diados del  siglo  XVIII  hasta  nuestros  dias.  Y  por  último,  la  segunda  parte 
del  octavo  contendrá  la  historia  de  la  literatura  musical,  y  la  exposición  de 
todas  las  tentativas  hechas  hasta  ahora  para  crear  una  crítica  y  una  filosofía 
de  este  arte.  Tales  por  lo  menos  son  los  propósitos  del  autor. 


boletín  bibliográfico.  33b 


HiSTOiRE  DE  Frange,  depuis  les  femps  les  plns  recules  jusqu^en  1789;  racontée  á  mes  petits 
enfants,  par  xM.  Guizot. — Librairie  Hachette  et  comp. 

'  El  ilustre  historiador  de  la  civilización  europea ,  dice  que  escribió  esta 
obra  con  el  exclusivo  objeto  de  enseñar  á  sus  nietos  la  historia  de  Francia. 
Después  ha  resuelto  darla  á  luz.  Tardará,  sin  embargo,  en  ser  conocida  del 
público,  porque  los  tres  volúmenes  de  que  constará  se  compondrán  de  90  á 
100  entregas,  que  se  han  de  repartir  á  razón  de  entrega  por  semana,  con- 
tando desde  el  30  de  Abril  último.  Más  de  100  grabados  servirán  para  re- 
presentar escenas  y  personajes  históricos,  retratos,  trajes  y  monumentos. 


HiSTOiRE  DE  LA  Création;  ewposé  scienfifique  des  phases  de  développement  du  glohe  terrestre 
et  de  ses  habitans,  par  M.  H.  Burmeister,  Directeur  du  Musée  de  Buenos- Ayres;  traduit 
derallemand  par  M.  E.  Maupas.— Paris,  chez  F.  Savy,  1870. 


Trata  detenidamente  de  los  problemas  oscuros  que  se  refieren  á  los  esta- 
dos de  la  tierra  que  fueron  anteriores  al  tiempo  en  que  ésta  pudo  servir  para 
los  organismos  vivientes.  Explica  las  diferentes  teorías  conocidas  sobre  el 
desarrollo  de  la  vida.  Sus  editores  creen  que  tiene  esta  obra,  comparada  con 
el  Cosmos,  de  Humbold,  dos  ventajas :  la  de  ser  más  accesible  á  las  inteli- 
gencias vulgares,  y  la  de  estar  adaptada  ya  á  los  más  recientes  descubrimien- 
tos de  la  paleontología,  de  la  antropología  y  de  la  cosmogonía. 


Exudes  sur  la  Convention  de  Gene  ve,  pour  ramélqriation  du  sort  des  milif aires  blessés 
dans  les  armées  en  campagne,  par  M.  Gusta  ve  Moynier.  —  Paris,  chez  J.  Cherbu- 
lier,  1870. 


M.  Moynier,  Presidente  de  la  Sociedad  ginebrina  de  Utilidad  pública,  dio 
ya  á  la  prensa,  en  1867,  una  obrita  titulada  la  Gkierre  et  la  Chanté,  que  tra- 
taba teóricamente  este  asunto.  Ahora  publica  la  historia  déla  idea,  reseñan- 
do los  escritos  de  publicistas  y  los  actos  diplomáticos,  que  se  han  ocupado 
de  ella,  y  refiriendo  los  trabajos  de  las  Juntas  celebradas  en  Ginebra  desde 
1864  á  1868.  El  autor  encuentra  en  el  tratado  internacional  de  Aschaffen- 
bourg,  en  1743,  la  primera  tentativa  práctica  hecha  para  mejorar  la  condición 
de  los  militares  heridos.  . 


336  boletín  bibliográfico. 


HiSTOiRE  GENÉRALE  DE  Paris. — T.  Le  bttssin  paHsien  aux  ages  antehistoriques,  par  E.  Bel- 
grand,  Inspecteur  general  des  ponts  et  chaussées,  Directeur  des  eaux  et  des  égouts 
de  la  ville  de  Paris.— París,  Imprimérie  Imperiale,  1869.— Tres  vols.  en  4.°,  con  91 
estampas. 


En  una  introducción  expone  M.  Belgrand  sus  teorías  acerca  de  la  geología 
y  la  paleontología.  Después,  su  libro  está  dividido  en  cuatro  partes.  La  pri- 
mera, trata  de  los  fenómenos  físicos  que  han  dado  á  la  cuenca  del  Sena  su 
forma  actual.  La  segunda,  de  la  Edad  primitiva  de  Piedra,  describiendo  es- 
pecialmente cuál  debió  ser  el  régimen  de  las  aguas  y  cuál  el  estado  de  la 
tierra  en  aquella  época,  en  que  el  hombre  no  pudo  ser  otra  cosa  que  pastor. 
La  tercera,  de  la  formación  de  los  nos,  la  invasión  de  las  turbas,  la  aparición 
de  los  instrumentos  de  piedra  pulimentada,  las  primeras  huellas  de  la  agri- 
cultura. La  cuarta  se  ocupa  en  el  examen  de  los  hechos  paleontológicos. 


TiPocüArU  w  GREGORIO  ESTRADA  .  Uitdf,  7,  Madrid. 


EL  COMERCIO  DE  AMÉRICA 

Y  LOS  FILIBUSTEROS. 


Los  biógrafos  de  Luis  Bonaparte,  Rey  de  Holanda,  en  1805,  y 
padre  del  actual  Emperador  de  los  Franceses ,  le  atribuyen  una 
frase  que  mejor  que  ninguna  otra  pinta  la  imposibilidad  de  impe- 
dir la  comunicación  y  comercio  de  un  pueblo  con  los  demás ,  á 
poco  que  carezca  de  materias  indispensables  á  su  sustento  ó  á  su 
industria. 

El  bloqueo  continental ,  decretado  por  el  vencedor  de  Jena  en 
odio  á  Inglaterra,  era  para  Holanda  más  dañoso  y  más  impracti- 
cable que  para  ninguna  otra  nación,  porque  heria  mortalmente  á 
su  numerosa  marina  mercante ,  y  privaba  al  mismo  tiempo  á  los 
Holandeses  de  los  cereales  y  subsistencias  que  no  producía  su  suelo, 
y  que  sólo  el  comercio  podia  proporcionarles.  La  configuración  de 
las  costas  de  Holanda,  cortadas  por  infinidad  de  golfos ,  bahías, 
desagües  de  caudalosos  rios ,  lagos  y  pantanos  hacia  por  otra  parte 
imposible  la  vigilancia.  Por  esto  se  dice,  que  al  recibir  Luis  Napo- 
león las  quejas  que,  con  su  habitual ^tono  imperioso,  le  daba  su 
hermano  por  el  escaso  fervor  con  que  en  aquel  reino  se  aplicaban 
los  decretos  deBeriin,  exclamó: — ¡  Tanto  valdría  mandar  á  la  piel 
que  no  transpire ! 

El  bloqueo  continental  era  un  hecho  nuevo,  en  cuanto  á  su  ex- 
tensión y  generalidad,  en  Europa ;  pero  habia  sido  siglos  antes 
ensayado  en  otro  continente ,  en  la  América  española ,  desde  que 
terminado  el  periodo  de  la  conquista  y  pacificación ,  España  do- 
minó tranquilamente  en  ella  hasta  principios  de  la  época  contem- 
poránea. España,  sin  embargo,  es  más  disculpable  que  Napoleón 

TOMO  XV.  22 


338  EL    COMERCIO    DE    AMERICA 

el  Victorioso,  por  haber  creido  que  se  podia  impedir  que  la  piel 
transpirase ;  porque  tales  eran  las  ideas  de  la  época  en  que  el  des- 
cubrimiento de  la  América  se  verificó ,  mientras  que  al  comenzar 
el  siglo  XIX  la  Economia  política  y  la  Historia  suministraban  doc- 
trinas y  ejemplos  demostrativos  de  la  imposibilidad  de  dicha  em- 
presa. 

Dos  caracteres  principales  ofrece,  en  efecto,  la  política  de  España 
respecto  de  las  vastísimas  posesiones  debidas  á  la. ciencia  y  á  la  fe 
de  Cristóbal  Colon,  y  al  arrojo  y  talento  de  Hernán  Cortés,  Balboa, 
los  Pizarros  y  sus  continuadores.  El  primero  consiste  en  la  cons- 
tancia, en  la  tenacidad,  y  aun  podemos  decir  fortuna,  con  que 
hasta  ya  entrado  el  siglo  presente,  sostuvo  nuestra  patria  su  dere- 
cho de  soberanía  sobre  todas  las  regiones  descubiertas  por  ella, 
con  exclusión  de  cualquiera  otra  nación  extranjera,  y  de  los  sub- 
ditos de  estas.  El  segundo  consiste  en  la  exclusión  de  las  mismas 
regiones  de  todo  comerciante  y  de  todo  comercio  extranjero,  por 
considerar  reservado  el  del  continente  americano  y  sus  numerosas 
islas  á  la  metrópoli. 

Ninguna  de  estas  limitaciones  era  fácil  de  sostener ;  pero  habia 
entre  ambas  la  gran  diferencia  de  que ,  para  hacer  guardar  la 
primera,  ó  sea  la  exclusión  de  América  de  ios  extranjeros,  España 
y  los  Españoles  de  uno  y  otro  hemisferio  estuvieron  siempre  de 
acuerdo,  mientras  que  respecto  de  la  segunda,  ó  sea  la  exclusión 
del  comercio  extranjero,  por  más  que  las  teorías  económicas  que 
hasta  fines  del  siglo  XVHI  prevalecieron  en  Europa  la  fuesen  favo- 
rables, venia  á  ser  imposible  por  dos  conceptos ;  por  el  acabamiento 
y  nulidad  de  la  producción  de  España,  y  por  el  aumento  constante 
y  colosales  proporciones  del  consumo  de  regiones  que  abarcaban 
sesenta  y  nueve  grados  de  latitud ,  de  las  cuales  sólo  el  reino  de 
Méjico  es  cinco  veces  mayo|^  que  España,  y  pobladas  por  muchos 
millones  de  habitantes. 

La  historia  de  la  dominación  de  España  en  América  ofrece  una 
lucha  continua  con  esas  dos  imposibles  exclusiones ;  lucha  que  si 
pudo  sostenerse  con  esfuerzo  y  aun  con  fortuna  en  cuanto  á  la  ter- 
ritorial, dejando  en  manos  de  los  extranjeros  solamente  tal  cual 
girón  no  muy  considerable  del  manto ,  fué  inútil  y  perjudicial  en 
cuanto  al  monopolio  del  comercio ,  que  no  pudimos  hacer  cuando 
carecimos  de  fábricas,  de  industria  y  de  naves,  viniendo  España 
á  convertirse  meramente  en  una  factoría  de  los  extranjeros. 


Y   LOS   FILIBUSTEROS.  339 

No  es  el  objeto  de  este  estudio  examinar  lo  materia  compleja  y 
difícil  del  sistema  ó  de  las  relaciones  mercantiles  de  España  con  la 
América  denominada  española.  Sobre  estar  hecho  ese  estudio  de 
una  manera  suficiente  por  otros  escritores  (1),  tendríamos  que 
analizar  las  cuestiones  de  la  moneda ,  de  la  balanza  mercantil ,  del 
sistema  colonial ,  de  las  causas  de  la  decadencia  de  la  población , 
agricultura  é  industria  de  España ,  de  los  errores  económicos  que 
influyeron  en  ella;  con  otras  varias  materias  que  requerirían  un 
grueso  volumen  y  prolijas  disertaciones.  Lo  que  aqui  nos  propone- 
mos hacer  es  una  narración  histórico-descriptiva ,  más  externa 
que  interna,  de  las  formas  y  procedimientos  del  comercio  de  la 
metrópoli  con  sus  posesiones /Cn  América,  asi  como  de  los  medios, 
poco  morales ,  y  aun  bárbaros ,  de  que  se  valieron  las  naciones  de 
Europa  para  luchar  con  la  política  que  las  impedia  á  ellas  y  á  su 
comercio  el  acceso  de  aquellos  vastos  países. 

Tal  vez  de  esta  narración ,  que  juzgamos  interesante  á  la  vez 
que  pintoresca ,  resulte  probada  la  pasión  con  que  escritores  ex- 
tranjeros acusan  de  crueles  é  inhumanos  á  los  descubridores  y 
conquistadores  españoles ,  cuando  la  historia  de  las  invasiones  de 
los  Normandos  en  la  Edad  Media ,  ni  la  de  las  piraterías  de  Bar- 
barroja  y  los  Argelinos  en  el  Mediterráneo  ofrecen  rasgos  de  fero- 
cidad y  de  codicia,  comparables  con  los  que  señalaron  la  instala- 
ción de  las  naciones  á  que  aquellos  escritores  pertenecían  en  la 
América  Central  y  Meridional ;  y  de  segaro  se  desprenderá  de  la 
misma ,  una  lección  más  de  los  peligros  é  inconvenientes  de  la  re^ 
glamentacion  excesiva  y  de  la  imposibilidad  de  mantener  un  mo- 
nopolio por  otros  medios  que  no  sean  una  producción  muy  adelan- 
tada y  suficiente  para  atender  á  todas  las  necesidades  del  país  ó 
región  cayo  comercio  la  metrópoli  se  reserva;  en  cuyo  caso  el 
monopolio  no  necesitaría  del  auxilio  del  Estado  y  se  convertiría  en 
un  hecho  natural. 

Si  el  lector  por  sí  saca  estas  deducciones ,  lo  celebraremos ;  mas 
por  hoy  escribimos  ad  narrandum ,  más  bien  que  con  el  intento 
de  probar  cosa  alguna ,  y  sin  otra  pretensión  mas  que  la  de  ser 
exactos  y,  en  lo  posible,  claros  narradores. 

(1)  El  Sr.  D.  J.  Arias  Miranda  en  su  Memoria  sobre  el  mismo  asunto, 
premiada  por  la  Academia  de  la  Historia,  y  mi  amigo  y  maestro,  el  Sr.  Don 
Manuel  Colmeiro,  en  el  tomo  II  de  su  Hútoria  de  la  Economía  política  en 
España. 


340  EL   COMERCIO   DE    AMERICA 


I. 


Cupo  á  España,  al  terminar  el  siglo  XV ,  una  de  las  mayores 
glorias  de  los  pueblos  modernos:  la  de  llevar  á  cabo  el  suceso  que 
un  historiador,  por  cierto  no  muy  benévolo  para  con  esta  nación, 
denomina  fundadamente  « el  mayor  que  ha  presenciado  el  mundo 
después  del  Diluvio  (1).»  Debe  en  efecto  la  tierra  su  figura  esféri- 
ca á  nuestra  patria ;  que  si  antes  se  sospechaba  su  redondez  ,  sólo 
el  descubrimiento  del  Nuevo, Continente  por  Colon  la  demostró  y 
puso  fuera  de  controversia :  débela  infinitas  consecuencias  tras- 
cendentales de  aquel  gran  suceso ,  y  entre  ellas  los  progresos  de 
la  navegación  y  de  la  geografía  y  el  desenvolvimiento  del  co- 
mercio. 

Si  éste  no  fué  taa  rápido  al  principio  como  hoy  nos  figuramos 
que  pudo  ser ,  no  debe  atribuirse  solamente  á  error  ó  á  negligen- 
cia de  los  Españoles. 

En  primer  lugar,  había  una  gran  diferencia  entre  los  descubri- 
mientos verificados  por  los  Portugueses  en  la  India  Oriental  y  los 
de  Colon,  Cabral,  Ojeda  y  Amé  rico  Vespucio.  Aquellos  no  descu- 
brieron propiamente  países  nuevos ,  sino  un  camino  directo,  más 
corto  y  mejor,  de  llegar  á  países  conocidos,  puesto  que  la  civiliza-, 
cion  mahometana  habia  penetrado  en  casi  todos  ellos:  los  descu- 
biertos por  los  Españoles  eran  completamente  ignotos  del  antiguo 
Mundo,  y  su  civilización  era  tan  rudimentaria,  que  aún  no  habia 
llegado  á  la  edad  del  Hierro.  Los  países  adonde  el  arrojo  de  Vasco 
de  Gama  llevó  á  los  Portugueses,  estaban  poblados  por  una  raza  in- 
dustriosa, activa  y  acostumbrada  al  comercio  y  á  las  transacciones, 
siquiera  no  fuesen  directas,  con  los  pueblos  de  Europa.  En  Améri- 
ca solamente  Hernán  Cortés  y  Pizarro  hallaron  dos  Imperios  que 
tenían  cierto  grado  de  cultura:  en  el  resto  del  Continente,  los  In- 
dios, ó  eran  caribes  como  los  de  las  islas  que  llevan  este  nombre  y 
los  bravos  y  feroces  pobladores  de  las  márgenes  del  Orinoco,  ó  vi- 

(1)  M.  H.  Scherer,  Historia  riel  Comercio  de  todos  los  pueblos,  traducida 
del  alemán  al  francés  por  M  M.  H.  Richelot  y  Ch.  Vogel ,  tomo  II ,  Cuadro 
General  y  Sección  segunda.  Este  autor ,  influido  por  el  espíritu  protestante, 
suele  ser  parcial  contra  España,  é  inexacto  no  pocas  veces,  aunque  abunda 
en  datos  y  reflexiones. 


Y    LOS   FILIBUSTEROS.  341 

vian  nómadas  como  las  tribus  del  Plata  y  del  Norte  del  Imperio 
mejicano;  ó  con  tal  sencillez  de  costumbres  y  tan  gran  sobriedad 
como  los  subditos  de  Guanahari ,  en  la  Isla  Española ,  que  se  ali- 
mentaban de  raices,  y  que  se  asustaban  y  dolian  de  ver  que  un  Es- 
pañol, tipo  de  sobriedad  en  Europa,  consumia  diez  veces  más  pro- 
visiones que  un  Indio. 

Por  vasto  que  fuera  el  continente  recien  descubierto,  y  por  con- 
siderable que  se  suponga  su  población,  no  era  posible  por  aquellas 
razones  que  diese  lugar  en  mucho  tiempo  á  un  comercio  muy  ex- 
tenso; y  asi  sucedió  que  los  metales  preciosos  fueron  al  principio, 
juntamente  con  las  necesidades  de  los  armamentos  hechos  por  los 
descubridores,  la  fuente  única  del  que  hubo  entre  él  y  la  metró- 
poli: solamente  cuando  la  población  europea  aumentó  por  la  inmi- 
gración, y  cuando  del  trabajo  de  las  minas  se  pasó  al  cultivo  de 
los  campos,-  fué  cuando  los  elementos  de  riqueza  llevados  allí  por 
los  Españoles,  el  azúcar,  el  café,  la  yerba  del  Paraguay,  la  cochi- 
nilla, juntamente  con  los  que  eran  propios  de  aquel  suelo,  como 
el  cacao,  el  algodón ,  el  palo  de  tinte ,  la  vainilla ,  el  Índigo ,  co- 
menzaron á  suministrar  preciosa  y  abundante  materia  para  las  es- 
peculaciones mercantiles,  y  alimento  inagotable  á  la  navegación. 
Compárese  esto  con  la  situación  y  los  elementos  de  los  pueblos  de 
la  India  Oriental,  con  quienes  fueron  á  comerciar  los  Portugueses, 
y  se  comprenderá  que  no  era  fácil  que  en  mucho  tiempo  España  sa- 
case de  sus  descubrimientos,  con  ser  tan  grandes,  el  partido  que 
Portugal  de  los  suyos,  y  que  el  comercio  de  América  tenia  que  ser 
lento  en  su  desarrollo. 

No  era  posible  tampoco  que  en  los  primeros  pasos  que  se  dieran 
en  este  camino  dejaran  de  influir  las  ideas  y  los  hechos  que  domi- 
naban en  Europa,  y  en  particular  uno  que  coincidia  con  la  apari- 
ción de  Colon  en  la  corte  de  Isabel  la  Católica.  Al  individualismo 
y  al  fraccionamiento  de  los  Estados  durante  la  Edad  Media  habia 
sucedido  la  formación  de  poderosas  nacionalidades,  precisamente 
en  la  Europa  occidental,  llamada  á  mantener  las  relaciones  más 
directas  y  frecuentes  con  el  Nuevo  Mundo .  Cada  nación  formó  en- 
tonces un  todo,  una  cosa  completa,  que  creia  bastarse  á  si  misma, 
que  qarecia  del  sentimiento  de  solidaridad  que  hoy  aproxima  á  los 
pueblos,  y  que  aspiraba  á  prevalecer  sobre  las  demás  y  á  dominar- 
las. El  comercio  en  esta  época  debia  ser  considerado  como  un  inte- 
rés nacional;  principio  exacto,  si  se  sobreentiende  que  la  nación  no 


I 

342  EL   COMERCIO    DE    AMÉRICA 

es  más  que  el  conjunto  de  los  ciudadanos;  mas  falso  y  pernicioso, 
si,  como  entonces  sucedía,  se  juzgaba  que  la  nación  era  una  enti- 
dad completa  é  independiente  bajo  el  aspecto  económico  como  bajo 
el  político ,  y  cifraba  el  patriotismo  en  no  necesitar  auxilio  de  las 
otras  ni  mantener  comunicación  con  ellas. 

Aparte  de  esto,  la  prohibición,  la  reglamentación  más  minuciosa 
con  objeto  dé  abaratar  el  consumo  y  la  exclusión  de  los  extranje- 
ros, empleando  ora  el  arte,  ora  la  fuerza  para  lograrla ,  eran  ya  en 
el  siglo  XVI  cosas  muy  antiguas,  y  no  fué  preciso  ciertamente  in- 
ventarlas. La  famosa  Liga  Anseática  no  se  vio  animada  de  otro 
espíritu ;  y  en  el  mismo  siglo  XVI  Venecia  no  permitía  la  circula- 
ción de  mercancías  en  sus  aguas,  sino  en  sus  propios  buques,  y  se 
atribula  un  derecho  exclusivo  de  soberanía  sobre  el  mar  Adriáti- 
co, lo  mismo  que  la  república  de  Genova  sobre  el  golfo  de  Ligu- 
ria. La  legislación  de  la  primera  de  estas  repúblicas  en  materia 
de  comercio,  era  durísima  para  con  los  extranjeros :  prohibido  es- 
taba recibir  á  bordo  de  los  buques  del  Estado  á  un  comerciante  que 
no  fuese  subdito  veneciano ;  los  extranjeros  satisfacían  derechos  de 
aduanas  dobles  que  los  nacionales ;  no  podían  hacer  construir  ni 
comprar  buques  en  los  puertos  de  la  República ,  y  buques,  patro- 
nes, dueños  y  tripulación  todo  debia  ser  veneciano.  Cualquier  aso- 
ciación mercantil  entre  nacionales  y  extranjeros  estaba  prohibida, 
y  sólo  en  Venecia  era  permitido  tratar  con  Alemanes,  Bohemios  y 
Húngaros.  Los  fabricantes  se  hallaban  protegidos  en  sus  industrias 
por  medio  de  la  prohibición  absoluta  de  los  productos  similares  de 
la  extranjera.  Si  algún  trabajador  aplicado  intentaba  llevar  su 
arte  á  país  extraño,  se  le  ponía  preso,  ó  á  sus  parientes,  si  huia,  y 
aun  hubo  casos  de  despachar  emisarios  que  le  diesen  muerte. 

Exponemos  estas  consideraciones  y  datos,  con  objeto  de  que  se 
comprenda  que  no  era  fácil  que  en  una  época  en  que  acababa  de 
descubrirse  la  imprenta  y  en  la  que  las  ideas  caminaban  aún  con 
más  lentitud  que  las  cara  velas  de  Colon,  España  adoptara  en  lo 
concerniente  al  régimen  y  al  comercio  de  sus  posesiones  en  Amé- 
rica un  sistema  de  completa  libertad.  Tenia  que  ser  entonces,  por 
confianza  en  sí  misma  y  por  espíritu  patriótico,  exclusiva  en 
cuanto  al  ejercicio  de  su  soberanía  en  los  países  comprendidos  al 
O.  del  meridiano  con  que  entre  ella  y  Portugal  había  dividido  e^ 
mundo  el  Papa  Alejandro  VI,  y  así  fué,  que  no  solamente  rechazó 
Te  establecimiento  de  las  naciones  extranjeras  en  la  América  Cen- 


Y    LOS   FILIBUSTEROS  843 

tral  y  Meridional,  sino  que  excluyó  á  sus  subditos  del  comercio  y 
de  la  residencia  del  mismo  continente ,  sin  más  excepciones  que 
los  extranjeros  habilitados  para  ello  con  licencia  real,  los  que  ejer- 
ciesen oficios  mecánicos  obteniendo  permiso,  y  los  encomenderos 
cuyas  encomiendas  se  hubiesen  dado  por  grandes  servicios  ó  en 
casamiento,  siendo  confirmadas  por  el  re,y.  Y  por  la  misma  causa 
tenia  que  ser  restrictiva  y  exagerar  la  reglamentación  ;  materia  la 
última  en  que  se  excedió,  sin  embargo,  más  que  ningún  otro  pue- 
blo de  Europa  y  que  ciertamente  caracteriza  su  política  mercantil. 

Ni  España  fué  creadora  del  sistema  denominado  colonial ,  ni  en 
los  primeros  tiempos  de  su  dominación  en  América  le  aplicó,  ni  le 
conservó  en  su  integridad  posteriormente.  Lo  primero  lo  hemos 
visto  demostrado  por  los  ejemplos  de  la  Liga  Anseática  y  Venecia; 
en  cuanto  á  lo  segundo,  basta  observar,  que  aún  cuando  los  via- 
jes y  armamentos  de  Colon  y  Ovando  fueron  costeados  por  el  Esta- 
do, los  descubrimientos  y  las  conquistas  posteriores  fueron  reali- 
zados por  iniciativa  y  á  costa  de  los  particulares,  ya  con  permiso 
real,  ya  con  el  de  los  gobernadores  de  la  Isla  Española  y  Cuba,  ya 
sin  él  ó  contra  él,  cómo  sucedió  á  Hernán  Cortés  respecto  de  Diego 
Velazquez,  y  al  mismo  Pizarro  respecto  del  Gobernador  del  Darien, 
Desde  que,  sofocadas  las  discordias  y  guerras  de  los  Españoles  del 
Perú,  se  estableció  en  este  vasto  reino,  como  pasó  antes  en  Méjico, 
un  vireinato  y  se  comenzó  á  dar  organización  al  gobierno  de  la 
América  española,  tanto  la  navegación  como  el  comercio  de  estos 
países  disfi'utaron  no  escasa  libertad.  Y  si  el  sistema  colonial  ha  de 
ser  definido,  según  M.  Scherer,  «el  monopolio  en  beneficio  de  la 
metrópoli  de  la  producción  y  consumo  de  sus  posesiones  de  Ultra- 
mar», considerándose  la  corona  como  propietaria  de  todos  los  paí- 
ses descubiertos  y  por  descubrir ;  puede  afirmarse  que  España  no 
le  practicó  nunca  rigorosamente,  porque  á  diferencia  de  otras  na- 
ciones permitió  á  sus  pueblos  de  América  muchos  y  diversos  gé- 
neros de  fabricación  y  no  pocos  cultivos  que,  como  el  de  los  cerea- 
les, la  vid  y  el  olivo  habían  llegado  á  ser  la  industria  única  de  la 
metrópoli  y  su  única  producción. 

No  pocas  de  las  restricciones  impuestas  en  los  primeros  tiempos 
al  comercio  y  navegación  de  América ,  se  explican  asimismo  por 
circunstancias  especiales  de  aquella  época,  que  es  preciso  tener  en 
cuenta  para  no  formular  juicios  absolutos  y  precipitados.  Por  mu- 
cho tiempo  después  del  gran  viaje  de  Colon,  la  navegación  de  al- 


344  EL    COMERCIO    DE    AMÉRICA 

tura  sig-uió  siendo  peligrosa.  Es  cierto  que  se  conocian  ya  el  as- 
trolabio  y  la  brújula ,  que  sirvieron  al  ilustre  genoves  para  llevar 
á  cabo  su  primera  arriesgadisima  expedición ;  pero  ni  la  ciencia 
ni  el  arte  náuticos,  tales  como  en  el  dia  los  comprendemos,  hablan 
pasado  de  la  cuna.  Aquel  gran  descubrimiento,  seguido  á  poco  por 
el  de  la  ruta  á  la  India  Oriental  por  el  Cabo  de  Buena  Esperanza, 
y  completado  en  1519  por  el  de  Magallanes,  ftié  el  que  procuró  á 
la  navegación  del  Atlántico  un  fin ,  un  objeto  y  un  término  que 
antes  no  tenia,  y  por  consiguiente  la  causa  principal  del  pro- 
greso de  la  navegación.  Los  buques  que  Colon  llevó  en  sus 
expediciones  no  se  emplearían  hoy  por  armadores  osados  en  el 
comercio  de  cabotaje  de  la  Península ;  los  que  se  emplearon  pos- 
teriormente, sin  exceptuar  los  que  con  Magallanes  doblaron  él 
cabo  de  Hornos  y  bajo  el  mando  de  Sebastian  Elcano  concluye- 
ron descubriendo  las  Marianas  y  las  Filipinas  y  dando  por  pri- 
mera vez  la  vuelta  al  mundo,  no  llevaban  mucha  ventaja  á  los  de 
Colon,  y  los  que  condujeron  á  Pizarro  á  las  costas  del  Perú,  el 
que  descendió  por  el  Ñapo  y  las  Amazonas  al  Atlántico,  bajo  el 
mando  de  Orellana,  los  que  desde  las  costas  de  Cuba  traspor- 
taron á  las  de  Méjico  á  Grijalva  y  á  Hernán  Cortés ,  poco  más 
que  barcas  grandes  y  mal  pertrechadas  eran.  El  arte  de  la  cons- 
trucción naval  no  comenzó  á  ser  científico  sino  con  los  Holande- 
ses ,  ya  mediado  el  siglo  XVI  y  no  contribuyó  poco  á  la  supre- 
macía marítima  y  mercantil  de  aquel  pueblo  Hasta  mediado  el 
siglo  XVIII  eran  pocos  los  buques  que  se  aventuraban  á  doblar  el 
cabo  de  Hornos  para  ir  al  Callao  ó  á  Chile ,  y  no  era  ciertamente 
el  exceso  de  reglamentación,  ni  lujo  de  restricciones,  la  causa  de 
que  el  comercio  de  la  metrópoli  con  las  vastas  regiones  conquista- 
das por  los  Pizarros  y  Almagros,  por  Valdivia  y  por  Benalcázar  se 
hiciese  todo  por  el  istmo  de  Darien  ó  de  Panamá ,  trasportándose 
las  mercancías  de  una  y  otra  parte  á  Cartagena  de  Indias  y  á  Por - 
tóbelo.  Y  se  ha  de  advertir  que  desde  1492  hasta  1542,  en  que  fué 
conquistado  el  Perú,  y  hasta  alg-unos  años  más  tarde  que  comen- 
zaron á  producir  las  minas  del  Potosí  el  metal  precioso  que  fortu- 
na á  tantos  niega  (I),  materia  principal  del  comercio  con  aquel 


(1)  As  calqas  soldadescas,  recamadas 

Do  metal  que  fortuna  á  tantos  niega. 

(Camoens,  Oí  Llenada*.) 


Y   LOS   FILIBUSTEBOS.  345 

reino,  ni  este  ni  los  demás  reinos  y  provincias  del  continente  ame- 
ricano tuvieron  producción,  ni  industria  ni  aun  casi  población  ci- 
vilizada que  requiriesen  gran  movimiento  mercantil  de  parte  de 
España.  Sus  necesidades  fueron  pocas  al  principio ,  cuya  causa, 
unida  á  las  que  hemos  apuntado,  explican  muchos  de  los  hechos  y 
de  los  caracteres  de  aquel  comercio  en  su  primer  periodo. 

Tampoco  fué  España  quien  dio  ejemplo  de  los  monopolios  con- 
cedidos á  diversas  compañías  con  perjuicio  del  comercio  general 
con  sus  posesiones  de  x\mérica ;  este  sistema,  adoptado  por  Francia 
y  Holanda  desde  principios  del  siglo  XVI,  no  se  introdujo  en  nues- 
tra patria  hasta  el  siglo  XVUI  en  que  se  formaron  las  compañías 
de  Caracas,  Guipuzcoana,  de  Filipinas,  etc.  Al  principio,  el  comer- 
cio de  la  metrópoli  con  América ,  fué  permitido  á  todos  los  subdi- 
tos españole^  con  igualdad  de  condiciones  bajo  la  protección  del 
Estado,  quien  tampoco  se  convirtió  en  comerciante  por  su  cuenta 
y  riesgo  como  lo  hiciera  el  Portugal.  Los  errores  vinieron  luego, 
efecto  de  la  insuficiencia  de  la  observación  de  los  hechos  económi- 
cos en  aquella  época,  de  la  gran  perturbación  que  produjo  en  los 
precios  de  las  cosas  un  aumento  no  previsto  y  muy  considerable 
del  consumo,  juntamente  con  una  prodigiosa  abundancia  de  meta- 
les preciosos,  en  particular  desde  el  descubrimiento  de  las  minas  de 
plata  de  Zacatecas,  en  1532,  y  las  de  oro  en  el  Potosí  en  1545;  y 
tanto  como  de  estas  causas,  de  la  situación  á  que  redujo  á  España 
la  política  belicosa  de  la  dinastía  austríaca  y  del  espíritu  de  exa- 
gerada reglamentación  que  desde  los  Reyes  Católicos  iba  domi- 
nando. 


II. 


Las  primeras  expediciones  que  salieron  de  España  para  los  países 
recien  descubiertos  por  Colon,  fueron,  como  hemos  indicado,  arma- 
mentos militares  ó  políticos  llevados  á  cabo  por  la  Corona,  de  cuya 
cuenta  y  riesgo  navegaban  los  buques  y  sus  cargamentos;  y  el  mis- 
mo sistema  se  siguió  por  algún  tiempo,  reservándose  aquella  el  de- 
recho de  la  comunicación  con  América.  La  mayor  parte  de  las  que 
en  este  período  se  dispusieron,  salían  del  rio  de  Sevilla,  único  puerto 
que  por  entonces  se  habilitó  para  dicha  navegación.  Incomprensi- 
ble parece  esto  hoy  que  cruzan  los  mares  buques  como  el  Gran 


346  EL    COMERCIO    DE    AMÉBICa 

Oriental,  cuyo  inconveniente  es  hallar  en  el  Océano  pocos  puertos 
capaces  de  recibirle  cómodamente ;  pero  cuando  la  mayor  parte  de 
las  naves  empleadas  en  la  carrera  de  América  apenas  pasaban  de 
cien  toneladas,  la  elección  de  un  puerto  como  aquel  no  tenia  tan- 
tos inconvenientes.  Sin  embargo,  como  Sevilla  no  es  puerto,  pro- 
piamente dicho,  como  está  situado  tierra  adentro ,  y  eran  muchos 
los  gastos  y  las  molestias  que  ocasionaba  al  comercio  el  haber  de 
recorrer  gran  parte  de  nuestras  costas  para  cargar  alli  los  frutos 
de  la  misma  provincia  ó  localidad  de  donde  procedían,  desde  el 
principio  se  suscitaron  grandes  reclamaciones.  Atendiendo  á  ellas, 
la  Reina  Doña  Juana,  en  1.°  de  Mayo  de  1509,  determinó  que  los 
navios  que  en  cualquier  puerto  se  cargasen  para  ir  á  Indias,  y  no 
quisieran  registrarse  en  Sevilla,  pudieran  hacerlo  en  Cádiz,  ante 
el  visitador  nombrado  á  este  objeto ,  y  dependiente  de  los  Jueces, 
Oficiales  ó  Tribunal  de  la  Contratación  residente  en  la  primera  de 
estas  ciudades.  Y  es  de  notar,  que  los  perjuicios  que  estas  restric- 
ciones ocasionaban  al  comercio,  eran  ya  tan  claros,  que  la  ciudad 
de  Santo  Domingo  representó ,  que  una  de  las  causas  de  no  estar 
bien  provista  de  los  artículos  más  necesarios  á  precios  cómodos, 
era  el  no  poder  pasar  allá  navio  alguno  sin  registrarse  en  Sevilla; 
y  para  remedio  de  este  mal  pedia  se  diese  licencia  á  los  naturales 
de  estos  reinos  para  que  de  cualquier  puerto  de  ellos  pudiesen  ir 
con  sus  naves  al  Nuevo  Mundo.  No  tuvo  éxito  por  entonces  la  pe- 
tición, pero  debia  ser  fundada,  porque  más  adelante,  en  1529, 
vemos  que  D.  Carlos  y  Doña  Juana :  «  considerando  que  descubier- 
tas muchas  islas  y  tierras  en  el  Nuevo  Mundo,  era  el  mejor  medio 
para  que  se  poblasen  el  que  en  las  provincias  del  Norte  de  España 
fuese  libre  el  comercio  con  ellas,  sin  necesidad  de  sujetarse  al  re" 
gistro  y  licencia  en  Sevilla,»  habilitaron  para  él  once  puertos, 
que  fueron  los  de  la  Coruña,  Bayona  de  Galicia,  Aviles,  Laredo. 
Bilbao,  San  Sebastian,  Cartagena,  Málaga  y  Cádiz,  además  del 
de  Sevilla ,  previas  algunas  formalidades  poco  onerosas  y  nece- 
sarias para  el  buen  orden  y  para  el  conocimiento  del  Gobierno, 
excepto  la  de  estar  obligados  los  Capitanes,  bajo  pena  de  muerte 
y  perdimiento  de  bienes,  á  dar  la  vuelta  en  derechura  á  Sevilla;  de 
cuyo  requisito  jamás,  ni  por  ningún  concepto,  se  quiso  prescindir. 
El  silencio  que  acerca  de  esta  concesión  guardan  las  disposiciones 
posteriores  y  la  revocación  formal  que  de  ella  se  hizo  en  1573, 
demuestran  que  los  puertos  favorecidos  no  usaron  de  aquel  per- 


y  LOS   FILIBUSTEROS.  347 

miso,  ó  que  al  menos ,  no  acertaron  á  establecer  un  comercio  tan 
importante  que  pudiese  servir  para  impedir  el  retroceso  al  mono- 
polio  del  de  Sevilla.  ¿Cuál  pudo  ser  la  causa?  Es  indudable  que 
la  rigorosa  condición  del  retorno  forzoso  á  Sevilla ,  disminuirla  no 
poco  el  valor  de  la  concesión,  pero  aún  asi  valia  mucho  esta  para 
ser  abandonada.  En  nuestro  concepto,  la  explicación  de  aquel 
hecho  consiste,  por  una  parte  en  el  escaso  movimiento  mercantil 
á  que  hasta  mediado  del  siglo  XVI  daba  lugar  la  América  y  en  el 
temor  de  la  concurrencia ,  y  por  otra  parte  en  los  escasos  elemen- 
tos con  que  contaba  el  comercio  para  expediciones  tan  largas,  pe- 
ligrosas y  aventuradas,  pues  los  mares  americanos  se  hallaban  ya 
infestados  de  corsarios. 

Es  sabido  que  los  Monarcas  españoles  contribuyeron  poco  al  des- 
cubrimiento y  nada  á  la  conquista  del  Nuevo  Mundo,  aunque  una 
y  otra  cosa  se  hicieron  á  su  nombre;  pero  no  tardaron  en  interponer 
su  autoridad  soberana  para  regir  á  sus  nuevos  vasallos  y  las  rela- 
ciones entre  ellos  y  la  metrópoli.  Dos  instituciones  ó  cuerpos  prin- 
cipales le  unieron  con  la  última  en  lo  tocante  á  la  navegación  y 
al  comercio:  el  Consejo  de  Indias,  establecido  en  Madrid,  el  cual 
daba  ser  á  todas  las  leyes,  y  la  Casa  de  Contratación  establecida 
en  Sevilla  desde  1503,  que  entendía  en  todos  los  asuntos  mercan- 
tiles. El  último  de  estos  tribunales,  único  de  que  tenemos  preci- 
sión de  ocuparnos  en  este  estudio,  instalado  al  principio  en  el  Al 
cazar  Viejo  de  Sevilla  cuando  aún  no  se  tenia  idea  de  lo  que  eran 
las  posesiones  de  América,  porque  ni  se  habia  conquistado  Méjico 
ni  se  habia  descubierto  el  mar  del  Sur,  tenia  atribuciones  mistas 
de  Lonja  ó  Bolsa,  de  Consulado,  de  Tribunal  civil  y  de  Aduana. 
De  los  tres  magistrados  de  que  se  componía,  llamados  Jueces  Ofi- 
ciales, uno  residió  en  Cádiz  desde  1530,  asistido  de  un  Teniente  en 
representación  de  sus  dos  compañeros  que  quedaban  en  Sevilla  (1) 
y  estos  ejercían  alli  las  atribuciones  de  la  Casa  de  Contratación 
respecto  de  la  partida  de  las  flotas  y  navios;  pero  al  regreso,  to- 
dos, sin  excepción,  debian  presentarse  en  Sevilla  donde  se  reunia 
el  tribunal  integro. 


(1)  Para  la  historia  de  la  Legislación  del  Comercio  de  España  con  América 
nos  servimos  de  la  obra  titulada :  Memorias  históricas  sobre  la  Legislación 
y  Gobierno  del  Comercio  de  los  Españoles  con  sus  Colonias  en  las  Indias  Oc- 
cidentales,  por  D.  Rafael  Antimez  y  Acebedo. — Madrid,  1797,  un  volumen  en 
4.°,  Hbro  metódico  y  completo. 


348  EL   COMERCIO    DE    AMÉRICA 

Fácilmente  se  concibe  los  graves  perjuicios  que  se  originarian 
al  comercio  de  hallarse  sujeto  á  frecuentar  un  puerto  situado  tierra 
adentro  de  poco  fondo,  é  incapaz  para  las  dimensiones  que  los  bu- 
ques de  la  navegación  de  América  paulatinamente  fueron  tomando 
y  para  el  número  creciente  de  los  que  concurrian.  Sólo  viendo 
consignado  el  privilegio  del  puerto  de  Sevilla  en  repetidas  leyes  y 
defendido  con  severisimas  penas  puede  creerse,  no  el  que  se  esta- 
bleciera tal  monopolio,  pues  de  esto  la  historia  del  comercio  de  Eu- 
ropa ofrecía  ejemplos  (1),  sino  el  que  se  mantuviese  cuando  la  Amé- 
rica fué  conocida  y  comenzó  á  ser  poblada  de  Españoles.  Esta  per- 
sistencia en  las  medidas,  al  principio  tomadas,  esta  veneración  de 
las  fechas  sin  distinguir  de  tiempos  ni  mantener  abiertos  los  ojos 
á  los  hechos,  es  lo  que  caracteriza  la  política  mercantil  de  España 
hasta  fines  del  siglo  XVIII .  Los  Holandeses  fueron  también  perse- 
verantes, y  á  ello  debieron,  más  bien  que  á  otra  cualquiera  cuali- 
dad,  su  prosperidad  comercial;  pero  no  mantenían  el  absurdo  sólo 
por  hallarlo  establecido,  y  prestaban  atención  á  las  condiciones  de 
los  mercados  que  monopolizaban.  Verdad  es  que  la  destrucción 
llevada  á  cabo  por  aquellos  de  los  árboles  de  la  especiería  en  todas 
las  islas  de  la  Sonda,  excepto  en  las  que  juzgaron  que  bastaban  á 
proveerles  de  dicho  articulo,  fué  una  medida  bárbara  á  la  par  que 
errónea;  pero  no  tanto  como  la  de  España  de  conservar  por  espacio 
de  tres  siglos  para  el  comercio  de  inmensas  regiones  las  le^^es  y 
disposiciones  dictadas  para  el  de  unas  cuantas  islas  pobladas  de  in- 
dios sin  cultura. 

Vamos  á  dar  una  ligera  idea  de  la  minuciosa  reglamentación 
á  que  el  comercio  de  América  se  vio  sometido. 

Desde  luego,  no  todos  los  subditos  que  España  contaba  entonces 
en  las  diversas  partes  de  Europa  y  en  la  Península  misma  eran 
admitidos  á  comerciar  con  los  países  del  Nuevo  Mundo.  Respecto 
de  los  extranjeros,  ya  hemos  dicho  que  desde  que  se  descubrieron 
las  Indias  se  estableció  como  principio  inconcuso  de  derecho  de 
gentes,  el  prohibir  su  paso  á  las  provincias  pacificadas  y  el  que 
éstas  tuvieren  trato  de  niuguna  especie  con  ellos.  Esta  disposición 
no  era  únicamente  motivada,  como  supone  M.  H.  Scherer  por  la 
idea  de  un  derecho  supremo  de  propiedad  de  la  metrópoli  sobre  los 


(I)    Entre  otros  muchos,  el  del  puerto  de  Londres,  que  por  largo  espacio 
de  tiemijo  tuvo  el  monopolio  del  comercio  del  tó. 


Y    LOS   FILIBUSTEROS.  349 

países  descubiertos  y  por  descubrir,  considerando  á  las  colonias 
como  iincas  de  la  Corona,  ni  tampoco  solamente  por  celos  de  las 
demás  potencias  marítimas  ni  por  la  hostilidad  en  que  frecuente- 
mente vivió  España  respecto  de  la  mayor  parte  de  ellas:  lo  que  im- 
pulsó á  nuestra  patria  á  tan  rigorosa  exclusión  fueron  las  ideas 
que  en  el  siglo  XVI  dominaban,  y  principalmente  la  de  los  dere- 
chos y  exigencias  de  la  nacionalidad ;  y  además  de  esto  un  celo  re- 
ligioso exagerado,  porque  á  toda  costa  se  quiso  evitar  primero  que 
pasasen  á  Indias  moros  ó  judíos,  y  después  que  se  viesen  allí  here- 
jes ó  protestantes.  En  cuanto  á  que  la  Corona  de  España  consideró 
á  sus  colonias  como  fincas  sobre  las  cuales  la  correspondía  un  su- 
premo derecho  de  propiedad,  el  aserto  es  falso  á  todas  luces  (1), 
porque  el  sistema  de  asimilación  seguido  desde  los  primeros  tiem- 
pos, la  libertad  industrial  relativa  que  se  disfrutó  en  América,  muy 
superior  á  la  que  disfrutaba  la  metrópoli,  las  infinitas  leyes  pro- 
tectoras de  las  personas  de  los  indígenas  y  el  denominarse  siempre 
provincias  de  España  las  posesiones  americanas,  prueban  que  no 
fué  la  falta  de  elevación  de  ideas  ni  de  espíritu  de  justicia  la  causa 
de  los  errores  en  que  incurrimos  en  aquella  materia. 

En  España  misma  sólo  fueron  admitidos  al  comercio  de  Améri- 
ca los  naturales  de  la  Corona  de  Castilla  y  los  de  Aragón  ,  y  poco 
después  los  Navarros.  La  primera  declaración  acerca  de  la  exclu- 
sión de  los  extranjeros  se  halla,  dice  Antunez ,  en  uno  de  los  ca- 
pítulos de  la  Instrucción  dada  en  17  de  Setiembre  de  1501  al  Co- 
mendador Fr.  Nicolás  de  Ovando  ,  cuando  fué  por  gobernador  de 
la  provincia  de  Tierra  Firme.  Por  él  se  le  mandó,  que  ni  en  dicha 
provincia  ni  en  las  islas  permitiera  personas  extranjeras ,  y  que  si 
alguna  se  hallare,  la  echase  de  allí.  Disposición  que  en  lo  sucesi- 
vo se  repitió  muchas  veces.  Y  no  sólo  estuvo  prohibido  el  pase  de 
extranjeros  á  Indias,  sino  también  «el  trato  y  comercio  activo  y 
pasivo  »  de  aquellos  con  estas ;  de  tal  modo ,  que  mientras  Portu- 
gal se  halló  incorporado  á  España  estuvo  excluido  como  anterior- 
mente. El  cronista  Antonio  de  Herrera,  asegura,  es  cierto  que  en 
el  año  de  1526,  se  dio  licencia  general  para  que  todos  los  subditos 
de  S.  M.  y  del  Imperio,  así  Genoveses  como  otros  cualesquiera, 
pudiesen  pasar  á  las  Indias ,  y  estar  y  contratar  en  ellas  como  los 

(1)  La  opinión  de  Alejandro  de  Humboldt,  opuesta  á  la  de  M.  Scherer 
viene  en  nuestro  apoyo. 


350  KL    COMERCIO    DE    AMÉRICA. 

naturales  de  Castilla  y  León ,  pero  se  ignora  en  quó  fundó  su  aser 
to,  contrario  á  los  hechos  y  á  las  leyes.de  aquel  tiempo. 

Mas  no  bastaba  ser  Castellano  ó  Leonés  para  poder  pasar  á  Amé- 
rica ;  era  necesario  además  obtener  particular  licencia  para  cada 
viaje ;  licencia  que  se  daba ,  ó  inmediatamente  por  el  Rey  ó  por  los 
Jueces  oficiales  de  Sevilla  ,  según  el  objeto  de  aquel.  Para  obte- 
nerla se  debia  hacer  información  auténtica  de  vida  y  costumbres 
en  el  tribunal  de  la  Contratación ,  bajo  graves  penas  á  los  que  se 
embarcasen  sin  ella.  Si  los  mercaderes  eran  casados ,  necesita- 
ban el  permiso  de  su  mujer  ,  que  no  podia  exceder  del  término  de 
tres  años ,  y  hablan  de  dar  fianza  por  la  cuarta  parte  de  sus  bienes, 
♦  que  no  bajase  de  1.000  escudos.  Pero  en  ningún  modo  ni  forma 
podian  pasar  á  Indias ,  judíos  ,  moros ,  herejes ,  reconciliados ,  ni 
los  nuevamente  convertidos,  ni  sus  hijos  y  nietos.  Tampoco  podian 
pasar  sin  especial  licencia  los  clérigos  y  frailes ,  y  en  particular 
los  del  Carmen  calzado .  restricción  de  que  se  prescindía  respecto 
de  los  Descalzos  (1).  Extendíase  el  requisito  de  la  licencia  espe- 
cial á  los  esclavos  negros  y  á  las  mujeres  solteras ;  y  ,  lo  que  prue- 
ba el  espíritu  exageradamente  conservador  de  esta  legislación, 
tampoco  podian  pasar  sin  aquella  á  fines  del  siglo  XVIII  los  des- 
cendientes de  los  Almagros  y  Pizarros ,  á  cuyo  fin  era  práctica  in- 
cluir en  las  informaciones  de  los  pasajeros  la  justificación  de  no 
pertenecer  á  dichas  familias.  Los  que  sin  licencia  se  embarcaban 
para  Indias,  que  no  fueron  nunca  en  número  escaso  ,  se  llamaban 
polizones  ó  llovidos  :  restricciones  que  si  en  su  origen  tuvieron  las 
más  un  objeto  laudable ,  pasando  el  tiempo  y  subsistiendo  cuando 
el  último  habia  desaparecido,  causaron  notables  perjuicios. 


m. 


Los  buques  empleados  en  la  carrera  de  Indias  debian  ser  natu- 
rales de  Espaíia  en  dos  conceptos ;  porque  hablan  de  pertenecer  en 
propiedad  ó  dominio  á  subditos  españoles,  y  debian  haber  sido 
construidos  en  estos  reinos.  Verdad  es ,  que  luego  que  por  las  con- 


( 1 )  En  esta  materia,  la  política  de  España  consistió  en  favorecer  ó  promo- 
ver el  pase  á  América  de  las  Ordenes  mendicantes,  de  las  de  i)ropaganda  y 
misiones^  y  cünti-jiriar  ó  im])edir  el  de  las  duiíiás  Ordenes  regidares. 


Y   LOS   FILIBUSTEROS.  351 

tínuas  g-uerras  y  poca  seguridad  de  las  costas  de  España ,  decayó 
muclio  la  fabricación  española  de  naves,  y  que  por  la  paz  que  en 
el  nuevo  Continente  se  disfrutaba ,  se  fomentó  en  los  puntos  más  á 
propósito  y  más  resguardados  de  América  se  mandó  en  1638  que 
los  buques  construidos  en  la  Habana,  Campeche,  Santo  Domingo, 
Puerto  Rico  y  Jamaica  se  estimasen  como  construidos  en  Castilla, 
gracia  que  diez  años  más  tarde  se  extendió  á  todas  las  naves  fabri- 
cadas en  Indias.  En  igualdad  de  naturaleza ,  por  lo  que  mira  á 
construcción ,  eran  siempre  preferidas  las  naves  vizcainas  á  las  de- 
más de  España  y  América ,  cuando  llegó  el  tiempo  de  limitar  la 
cabida  de  las  notas  por  disminución  del  consumo ;  con  lo  que  está 
demostrada  la  superioridad  de  los  habitantes  de  la  costa  cantábri- 
ca en  aquella  época  sobre  los  del  resto  de  España  en  materia  de 
construcción  .naval.  Mas  conociendo  pronto  la  decadencia  de  este 
arte ,  fué  preciso  tolerar  desde  fines  del  siglo  XVI  y  principios  del 
siglo  XVII  que  navegasen  á  Indias  bajeles  de  fábrica  extranjera. 
Al  comenzar  el  siglo  XVIII,  era  tan  grande  y  notoria  aquella  de- 
cadencia ,  que  para  enviar  dos  escuadras  que  escoltasen  la  flota  de 
Nueva  España  y  los  galeones  de  Tierra  Firme,  en  1706 ,  fué  ne- 
cesario valerse  de  la  Francia. 

Supuesta  la  naturaleza  española  del  buque ,  tanto  en  su  perte- 
nencia como  en  su  fábrica,  era  además  preciso  que  obtuviese  licen- 
cia para  cada  viaje  que  quisiera  hacer  á  Indias,  recurriendo  con 
este  objeto  á  los  jueces  oficiales  de  Sevilla,  á  los  cuales  estaba  co- 
metido todo  lo  concerniente  al  gobierno  económico  y  judicial  de 
esta  contratación:  los  jueces,  antes  de  concederla,  visitaban  y  reco- 
nocian  el  buq  íie ;  á  cuyo  fin ,  desde  el  principio  del  comercio  de 
América  se  hallaba  establecido  en  la  Casa  de  Contratación  el  oficio 
de  Visitador.  Las  visitas  que  éste  hacia  á  cada  buque  eran  tres:  en 
la  primera  examinaba  el  porte,  edad,  estado  y  lastre  de  la  nave: 
el  porte  debia  ser  por  lo  menos  de  100  toneladas  hasta  300,  y  des- 
pués se  amplió  hasta  400.  En  cuanto  á  la  edad,  convienen  los  es- 
critores de  esta  materia  en  que  solian  emplearse  en  la  carrera  de 
Indias  los  peores  buques,  retirados  casi  inservibles  de  la  de  Levan- 
te. El  objeto  de  la  segunda  visita  era  examinar  si  el  buque  lleva- 
ba la  gente,  artilleria^  municiones ^  bastimentos  y  carga  conforme 
á  las  Ordenanzas. 

Estaba  dispuesto  que  los  visitadores  no  consintiesen  pasar  á  In- 
dias marinero  que  no  fuese  examinado  por  ellos  ó  no  hubiese  ser- 


352  EL    COMERCIO    DE    AMÉRICA 

vido  tres  anos  de  grumete,  y  que  al  mismo  tiempo  señalasen  el  nú- 
mero de  gente  de  tripulación  que  pudiese  cada  buque  llevar,  con- 
forme á  su  porte.  En  la  tercera  y  última  visita  se  examinaba  si  se 
habian  cumplido  todas  aquellas  instrucciones,  y  algunas  más  que 
no  enumeramos. 

Habilitado  para  la  navegación  un  buque ,  restaba  hacerse  á  la 
vela,  solo  ó  acompañado,  para  el  punto  de  su  destino.  En  los  pri- 
meros tiempos  del  comercio  de  Indias,  cualquier  buque  aprestado 
conforme  á  las  Ordenanzas  tenía  libertad  para  emprender  su  na- 
vegación solo  ó  en  conserva  de  otros  buques  de  la  misma  carrera, 
y  aun  después  que  el  temor  de  los  corsarios  de  Marruecos  y  de  los 
filibusteros  de  las  Antillas  obligó  á  los  mercaderes  á  no  salir  sino 
en  conserva  de  otros  buques,  quedó  á  su  arbitrio  ejecutarlo  cuando 
les  pareciese,  siempre  que  se  juntasen  siete.  No  se  sabe  de  cierto 
el  año  en  que  empezó  el  método  de  la  navegación  en  flotas ;  pero 
se  le  ve  ya  establecido  en  1561,  en  el  cual,  á  16  de  Julio,  se  expi- 
dió una  Real  cédula  mandando  que  no  saliese  de  Cádiz  ni  Sanlú- 
car  nave  alguna  sino  en  Jlota ,  pena  de  perdimiento  de  ella  y  de 
cuanto  llevase ;  y  que  en  cada  año  saliesen  dos  flotas  con  naves 
para  Tierra-Firme  y  Nueva  España ,  la  una  por  Enero  y  la  otra 
por  Agosto,  con  Capitán  y  Almirante;  y  que,  llegando  á  la  Domi- 
nica, se  apartasen  los  buques  que  fuesen  para^Nue va-España,  yen- 
do el  General  con  los  de  una  provincia  y  el  Almirante  con  los  de 
la  otra  (1). 

Desde  entonces  la  reglamentación  de  la  navegación  de  América 
no  tuvo  límites.  Sucesivamente  se  fueron  expidiendo  las  ordenan- 
zas del  gobierno  militar  y  económico  de  las  flotas ,  así  como  las 
instrucciones  para  sus  jefes.  Tomáronse  en  particular  las  más  pro- 
lijas precauciones  para  que  ningún  pasajero  ocultase  el  oro  ó  pla- 
ta, y  para  rechazar  á  los  piratas  que  infestaban  los  mares.  La  ar- 
mada debia  navegar  «en  orden  de  batalla,»  cuidando  el  General 
de  tocar  alguna  vez  «falsa  arma»  para  ver  cómo  acudían  las  naves 
y  se  ponían  en  defensa.  Llegada  á  las  Antillas,  la  flota  que  iba 
para  Nueva-España  tomaba  su  derrota  para  el  puerto  de  San 
Juan  de  Ulúa  ó  Veracruz  sin  tocar  en  las  islas  de  Barlovento ,  si- 
guiendo por  separado  su  viaje  los  navios  que  fuesen  á  la  Española, 
Puerto-Rico,  Cuba  y  Honduras,  lo  mismo  que  los  destinados  á  Ve- 


h)    Antunez  y  Acebedo,  Memorias  históricas  ^  etc. 


Y    LOS   FiLlBUSTlíROS  .  353 

nezuela  y  pesquería  de  las  perlas.  Al  regreso  á  España,  debia  se- 
ñalarse tiempo  en  que  todos  los  buques  que  hubiesen  de  verificarlo 
se  reunieran  en  la  Habana.  El  Capitán  general  y  Almirante  de 
cada  ficta  eran  nombrados  por  el  Rey. 

Tan  visible  era  ya  en  1582  la  decadencia  del  comercio  de  Indias, 
ó  tan  absurdo  el  espíritu  de  reg-lamentacion  que  prevalecia,  que  en 
cédula  de  12  de  Noviembre  de  dicho  año  «se  limitaron  las  tonela- 
das para  cada  flota  conforme  á  la  necesidad  que  hubiese  de  merca- 
derías,» y  se  mandó  formar  «un  concurso  de  oposición  en  cada  flo- 
ta» para  admitir  ó  para  excluir  las  naves  que  habían  de  ir  en  ella, 
fijándose  en  términos  de  justicia  reglas  al  derecho  de  prelacion 
conforme  «á  la  naturaleza,  fábrica,  porte,  antigüedad,  privilegios 
y  servicios  de  las  naves  ó  de  sus  dueños.»  Ya  hemos  dicho  que ,  en 
igualdad  de.  circunstancias,  las  naves  vizcaínas  tenían  derecho 
preferente.  De  modo  que,  en  este  período  del  comercio  de  Améri- 
ca, para  que  una  nave  española  hiciese  un  viaje  feliz  á  Indias  y 
consiguiera  algún  lucro ,  se  necesitaba :  que  no  fuese  catalana ,  ó 
napolitana,  ó  portuguesa ,  ó  flamenca;  que  tuviese  el  porte  y  cir- 
cunstancias requeridas  por  infinitas  disposiciones;  que  obtuviesen 
licencia  ella  y  cada  uno  de  sus  pasajeros;  que  sufriese  tres  visitas, 
y  fuese  aprobada  en  todas;  que  acudiese  á  tiempo  á  Sevilla  á  la 
ida,  y  á  la  Habana  á  la  vuelta  ;  que  se  librase  en  uno  y  otro  viaje 
de  los  corsarios  berberiscos  ó  marroquíes  que  la  acechaban  y  per- 
seguían desde  Cádiz  hasta  las  Azores,  y  de  los  filibusteros  que  la 
esperaban  en  el  canal  de  Bahama,  en  el  golfo  de  Méjico,  y  que  la 
acometían  dentro  del  mismo  puerto;  que  fuese  admitida  previo 
concurso;  que  satisficiera  muchos  y  muy  diversos  derechos;  y ,  en 
fin,  que  no  hallara  el  mercado  obstruido  y  pletórico  por  el  contra- 
bando extranjero.  Una  vez  de  vuelta  en  Sevilla ,  el  Rey  se  reser- 
vaba la  facultad,  sino  el  derecho,  de  apropiarse  parte  ó  el  todo  de 
los  beneficios  bajo  el  nombre  de  indulto,  ó  con  pretexto  de  las  ur- 
gencias de  la  guerra,  ó  con  otro  cualquiera.  Supuestas  estas  con- 
diciones y  circunstancias,  no  hay  que  admirar  que  el  comercio  de 
España  con  América  fuera  en  decadencia  hasta  fines  del  siglo  XVIII. 

Casi  anualmente  hubo  despacho  de  flotas  para  uno  ú  otro  reino, 
muchas  veces  para  ambos,  desde  1580  á  1680,  exceptuando  los 
cuatro  años  de  1590  á  1594,  que  se  suspendió  por  la  peste  que 
afligió  á  España  y  que  se  llamó  el  moquillo ;  pero  la  abundancia 
y  la  facilidad  del  contrabando  desde  que  Inglaterra,  Holanda  y 

TOMO  XV.  23 


354  RL   COMERCIO   DE    AMERICA 

Francia  sentaron  el  pié  en  la  América  espaiíola  apoderándose  de 
algunas  islas ,  fueron  causa  de  que  las  flotas  y  galeones  tardaran 
anos  en  dar  salida  á  sus  mercancías  y  de  que  se  prolongara  por 
mayor  espacio  de  tiempo  su  partida  de  Cádiz. 

Los  artículos  de  producción  nacional ,  cuya  exportación  á  Indias 
estaba  prohibida,  eran  pocos,  contándose  entre  ellos  en  primer 
lugar  las  piezas  de  plata  ú  oro  labradas  ó  por  labrar,  perlas  y 
piedras  preciosas ,  esclavos  blancos  ó  negros  sin  especial  permiso, 
libros  de  romadice  ó  historias  iíngidas  y  armas  ofensivas  ó  defen- 
sivas sin  licencia  expresa  del  Rey. 

La  más  antigua  y  constante  providencia  en  este  comercio ,  fué 
sin  duda  la  de  sujetar  á  registro  todo  lo  que  se  llevase  y  trajese 
de  Indias ;  lo  cual  tenia  por  objeto ,  no  sólo  la  claridad  de  los  co  - 
tratos  de  fletamiento  entre  el  dueño  de  la  nave  y  el  de  la  mercan- 
cia,  sino  también  la  fácil  exacción  de  los  derechos  fiscales  (1).  Es- 
taban sujetas  á  registro ,  además  de  las  mercancías  y  frutos ,  las 
personas,  para  averiguar  si  tenían  ó  nó  licencia  del  Rey,  Con  es- 
pecial cuidado  se  registraban  el  oro  y  la  plata  y  las  cédulas  de 
cambio ;  y  para  hacer  más  efectivas  estas  providencias ,  cada  buque 
que  salía  de  América  traía  dos  registros;  el  suyo  y  el  de  otro  bu- 
que que  saliera  ó  hubiese  salido  del  mismo  puerto.  El  registro  abar- 
caba asimismo  1^  navegación  de  unos  puertos  á  otros  en  Indias ,  y 
el  total  de  estas  disposiciones  se  hallaba  garantido  con  duras  penas 
pecuniarias  y  personales. 

En  los  fletes  de  las  naves  de  esta  carrera  intervino,  como  en  todo 
en  aquel  tiempo ,  la  tasa,  aunque  no  rigió  al  principio.  Ni  era 
éste  el  único  obstáculo  con  que  tenían  que  luchar  los  armadores: 
éstos  y  los  comerciantes  satisfacían  asi  en  Indias  como  en  España 
muy  pesados  derechos  y  contribuciones.  Uno  de  ellos  era  el  deno- 
minado de  averia ,  destinado  á  la  dotación  ó  Jiaher  de  la  armada 
de  Indias.  Tuvo  principio  con  ésta,  pagando  las  naves  mercantes 
la  escolta  de  las  del  Rey  necesaria  para  librarlas  de  los  corsarios 
berberiscos  y  filibusteros  y  de  los  enemigos  con  quienes  España  se 
hallaba  en  guerra.  Los  pasajeros  embarcados  en  naves  de  guerra 
venían  á  pagar  por  averia  veinte  ducados  cada  uno ,  y  lo  mismo 
por  sus  criados  ó  dependientes,  aimque  fuesen  esclavos.  Esta  con- 
tribución no  era  de  cuota  fija  respecto  de  las  mercancías,  sino  que 

(1)    Antunez  y  Acebedo,  en  la  obra  citada. 


Y   LOS   FILIBUSTEROS.  355 

se  establecía  por  prorateo  de  la  suma  total  á  que  asceadian  los 
g-astos  de  la  armada  en  cada  viaje :  comunmente  ascendió  hasta 
1587  á  4  ó  5  por  100:  en  1596  fué  ya  de  14  por  100.  Se  dio  en 
asiento  ó  arrendó  varias  veces. 

El  derecho  de  almojarifazgo  6  de  aduanas  fué  en  el  comercio 
de  América  posterior  al  de  avería.  Los  Reyes  Católicos  entre  las 
muchas  disposiciones  sabias  ó  liberales  que ,  envueltas  con  alguna 
errónea,  dictaron  para  los  países  descubiertos  por  Colon,  dieron  la 
de  eximir  al  comercio  de  Indias  de  toda  contribución ;  mas  no  pudo 
durar  mucho  este  sistema,  y  reinando  Carlos  V,  vemos  ya  en  1543 
establecido  el  derecho  de  almojarifazg-o ;  en  cuyo  año  se  mandó 
que  todas  las  personas  que  trajesen  de  Indias  mercancías  ó  mante- 
nimientos, ó  las  llevasen  de  acá  á  allá  pagasen  de  entrada  por 
tierra,  y  cargo  y  descargo  y  venta  de  ellas,  los  derechos  de  almoja- 
rifazgo y  alcabala  y  otros  conforme  á  las  leyes.  Al  principio  fué 
moderada  la  cuota,  pero  no  tardó  en  subir,  alcanzando  altos  tipos, 
especialmente  los  vinos,  que  pagaron  10  por  100. 

Conforme  al  sistema  rentístico  de  aquel  tiempo,  si  es  que  el 
nombre  de  sistema  merece ,  las  contribuciones  ó  in^puestos  sobre 
este  ramo  de  la  riqueza  crecieron  á  medida  que  él  decaía  y  fueron 
aplicados  de  cien  modos  diversos ,  á  veces  sobre  una  misma  cosa  ó 
concepto.  En  1608  «para  gastos  de  la  universidad  de  navegantes,» 
sita  en  el  barrio  de  Triana,  en  Sevilla,  hallamos  ya  establecido  el 
llamado  derecho  de  toneladas,  que  en  1642  fué  aplicado  á  la  Ha- 
cienda ,  y  que  agregándosele  otros  varios ,  llegó  á  ser  de  los  más 
gravosos  para  el  comercio ;  no  sólo  por  su  excesiva  cuota ,  sino 
también  porque  se  exigía  antes  de  salir  del  puerto.  Además  de  esto 
las  naves  de  la  carrera  de  Indias  satisfacían  el  derecho  de  almi- 
rantazgo.  Habían  los  Reyes  Católicos  concedido  á  Cristóbal  Colon 
en  las  capitulaciones  de  17  de  Abril  de  1492  el  empleo  de  Almi- 
rante de  todas  las  Islas  y  Tierra-Firme  que  descubriese  en  el 
Océano ,  para  si  y  sus  herederos  con  las  preeminencias  inherentes 
al  oficio,  según  D.  Alonso  Enriquez,  Almirante  de  Castilla  y  sus 
predecesores  lo  tenían  en  su  distrito ;  y  por  otro  capitulo  se  le  otor- 
gó que  llevase  para  sí  la  décima  parte ,  deducidas  las  costas  de 
todas  las  mercancías  de  cualquier  clase  que  se  comprasen ,  troca- 
sen, hallaren  ó  ganaren  ó  que  se  hubiesen  dentro  de  dicho  almi- 
rantazgo ;  concesión  que  hubiera  hecho  la  casa  del  ilustre  marino 
la  más  rica  del  mundo ,  pero  que  no  se  le  guardó ,  ni  podía  en  rea- 


356  EL    COMERCIO   DE    AMÉRICa 

lidad  guardarse;  y  en  fin,  en  1556,  de  acuerdo  con  el  tercer  Al- 
mirante de  Indias,  D.  Luis  Colon,  nieto  de  D.  Cristóbal,  se  de- 
claró renunciado  y  exting-uido  el  ejercicio  y  facultades  del  oficio 
de  Almirantazgo,  quedándole  sólo  el  nombre  de  tal  y  asignándole 
en  cambio  7.000  ducados  de  renta  al  año,  que  aún  figuran  como 
carga  de  justicia  á  favor  del  Duque  de  Veragua  en  el  actual  pre- 
supuesto del  Estado.  Esto  no  impidió  que  se  siguieron  cobrando 
los  derechos  establecidos  bajo  el  nombre  de  almirantazgo  sobre  la 
carga  y  descarga  de  los  buques  y  sobre  el  anclaje  de  todas  las 
naves  entradas  en  Sevilla. 


IV. 


Basta  lo  expuesto  para  que  se  comprenda  uno  de  los  peores  efec- 
tos de  la  medida  de  limitar  á  un  solo  puerto  el  comercio  de  Amé- 
rica y  de  obligar  á  los  navieros  y  comerciantes  á  hacer  los  viajes 
periódicamente  y  en  conserva. 

Cuando  se  descubrió  el  continente  americano,  y  hasta  un  siglo 
más  tarde ,  España  era  una  potencia  marítima  al  par  que  indus- 
trial :  por  eso  durante  aquel  espacio  de  tiempo ,  ó  poco  menos ,  no 
tuvo  necesidad  de  adoptar  grandes  precauciones  contra  el  contra- 
bando ,  ni  de  esforzarse  en  asegurar  la  navegación.  Además  de  la 
industria  española,  floreciente  en  el  siglo  XV  y  parte  del  XVI,  tu 
vimos  desde  el  reinado  de  Carlos  I  los  Paises  Bajos,  en  los  cuales 
el  comercio  español  podia,  no  obstante  sus  ordenanzas,  proveerse  de 
géneros :  Inglaterra  no  se  hallaba  tan  adelantada  como  aquellas 
provincias  en  industria,  y  su  marina  era  inferior  á  la  de  España: 
la  república  holandesa  no  existia  aún,  y  los  Turcos  no  se  enseño- 
reaban todavía  del  Mediterráneo,  ni  los  corsarios  de  Rabat  y  de 
Salé  inundaban  el  Océano  desde  el  Estrecho  á  las  Azores.  Pudo 
por  consiguiente  ser  la  inmensa  costa  de  América  defendida  del 
contrabando  y  los  mares  conservarse  limpios  de  escuadras  enemi- 
gas y  de  piratas,  con  lo  que  el  comercio ,  al  par  que  de  seguridad, 
gozó  de  alguna  libertad.  Pero  cuando  comenzó  la  decadencia  de  la 
industria  española  coincidiendo  con  el  gran  aumento  del  consumo 
de  las  Indias  Occidentales,  cuando  aparecieron  los  primeros  corsa- 
rios franceses  é  ingleses  en  las  costas  de  la  Española  y  en  el  canal 
de  Bahama,  y  sobretodo,  cuando  fu  ín^rlaterra  comenzaron  á  fio- 


Y    LOS    FILIBUSTEROS.  357 

recer  la  industria  y  la  navegación,  j  las  Provincias  Unidas  sacu- 
dieron el  yugo  de  España  ,  las  costas  é  islas  de  la  América  espa- 
ñola no  pudieron  ser  bien  guardadas,  y  la  necesidad,  al  par  que 
las  ideas  propias  de  la  época ,  sugirieron  el  método  de  navegación 
en  conserva,  que  hallamos  ya  establecido  en  1561  y  las  demás  pre- 
cauciones, cuyo  conjunto  vamos  á  describir. 

Desde  la  fecha  citada,  ó  sea  en  el  último  tercio  del  siglo  XVI, 
la  navegación  y  el  comercio  entre  España  y  sus  posesiones  de  Amé- 
rica, se  dividió  en  regular  ó  periódica,  y  excepcional;  y  á  su  vez 
la  primera  quedó  dividida  en  dos  grandes  secciones ,  de  las  cuales 
la  una  comprendía  las  Antillas  y  el  vireynato  de  Nueva  España, 
y  la  otra  el  vireynato  del  Perú  y  las  capitanías  generales  de  él 
dependientes. 

La  navegación  periódica  consistió  en  la  flota ,  destinada  á  Nue- 
va España,  y  los  galeones  destinados  á  Cartagena  y  Portobelo;  na 
vegacion  cuyos  caracteres  fueron  hacerse  en  conserva ,  con  escolta 
de  buques  de  guerra  y  tener  trazado  un  rumbo  y  estaciones  de 
que  no  podia  apartarse.  En  los  intervalos  de  estas  expediciones  pe- 
riódicas ,  la  comunicación  entre  la  metrópoli  y  las  diversas  regio- 
nes de  las  Indias  Occidentales ,  se  verificaba  irregularmente  por 
ios  buques  Avisos  ó  correos ,  los  buques  ó  naves  de  Registro ,  que 
sallan  para  Buenos  Aires ,  los  llamados  de  permiso  que  podian  ar- 
mar los  particulares  con  tales  restricciones  que  hacian  casi  inútil 
la  concesión  y  los  que  del  objeto  á  que  estaban  destinados  se  lla- 
maban los  Azogues  y  los  cuales  conduelan  los  productos  del  Alma- 
den  á  Nueva  España.  Las  Islas  Filipinas  no  comunicaban  directa- 
mente con  la  metrópoli ,  sino  atravesando  todo  Méjico ,  y  los  bu- 
ques que  se  empleaban  en  la  comunicación  entre  ambas  provincias 
se  llamaron  la  Nao  de  Acapulco,  por  el  puerto  de  la  última  á  que 
arribaban. 

Flota.  Se  componía  de  buques  mercantes  armados  en  guerra  v 
de  buques  de  guerra  de  la  escolta.  Los  primeros  eran  fletados  por 
particulares  en  la  forma  y  con  las  condiciones  que  hemos  expresa- 
do. Al  principio  salia  todos  los  años  asi  como  los  galeones,  pero 
las  guerras  marítimas  (^ue  sostuvo  España ,  el  poder  creciente  de 
los  corsarios  y  la  extensión  del  contrabando ,  fueron  causa  de  que 
muchas  veces  pasaran  dos  ó  más  años  sin  que  se  reuniera.  Varió 
la  época  de  su  salida  de  Cádiz.  En  el  siglo  XVIII  era  el  1.**  de  Ju- 
nio. vSu  rumbo  era  á  Puerto  Rico,  en  cuya  aguada  no  podia  déte- 


358  EL    COMERCIO    DB    AMÉRICA 

nerse  más  de  seis  dias;  á  la  Habana,  donde  podia  permanecer 
quince,  y  á  Veracruz,  donde  debia  estar  otros  quince,  pena  á  los 
comandantes  de  perdimiento  de  empleo  si  excedian  estos  plazos. 

Galeones.  Se  distinguia  esta  expedición  de  la  anterior  en  que 
toda  ella,  al  menos  por  algún  tiempo,  se  compuso  de  buques  de 
guerra.  En  el  siglo  XVIII,  la  época  de  su  salida  de  Cádiz  era  el  1.^ 
de  Setiembre.  No  podian  detenerse  en  el  viaje  de  ida  más  que 
cincuenta  dias  en  Cartagena  de  Indias ,  sesenta  en  Portobelo  y  á  la 
vuelta  treinta  en « Portobelo  y  quince  en  la  Habana.  Pero  la  Casa 
de  Contratación  disponía  y  el  contrabando  mandaba :  viaje  redon- 
do hubo,  asi  de  flota  como  de  galeones,  que  duró  anos,  á  causa  de 
la  dificultad  que  hallaba  el  comercio  para  despachar  sus  géneros 
por  encontrar  pletórico  el  mercado. 

En  1686  el  economista  Ossorio  y  Redin  presentó  á  Carlos  II  su 
libro  titulado  Extensión  politica  y  económica,  en  el  que  afirma 
que  el  buque  ó  cabida  de  los  galeones  era  anualmente  de  15.000 
toneladas,  y  el  de  la  Flota  de  12.500,  en  todo  27.500;  de  las  cua- 
les 26.000  iban  cargadas  de  géneros  extranjeros.  Por  donde  se  vé 
que  si  se  hubieran  guardado  escrupulosamente  las  leyes  y  dispo- 
siciones que  ordenaban  que  sólo  navegasen  á  Indias  mercancías 
nacionales ,  flota  y  galeones  hubieran  salido  poco  menos  que  en 
lastre,  ó  hubieran  tardado  diez  anos  en  salir.  Alguna  exageración 
se  nos  antoja  que  debe  haber  en  los  datos  de  Ossorio  y  Redin,  re- 
ferentes tal  vez  al  tiempo  eu  que  los  Ingleses  no  se  hablan  posesio- 
nado de  su  gran  centro  de  contrabandos,  la  Jamaica  (1655),  por- 
que consta  que  al  comenzar  el  siglo  XVIII  las  toneladas  de  carga 
de  flota  y  galeones  eran  de  5  á  6.000. 

Durante  el  siglo  XVII,  de  ordinario  el  número  de  naves  de  flota 
y  galeones  no  pasó  de  50 ;  27  para  las  últimos  y  23  para  la  prime- 
ra. Entre  los  galeones  se  distinguia  el  llamado  de  la  plata  por 
constituir  este  metal  precioso  su  exclusivo  cargamento ;  y  por  otro 
concepto  el  patache  llamado  de  la  Margarita,  que  se  desprendía  de 
la  escuadra  para  servir  el  comercio  en  aquella  isla,  donde  existia 
una  pesquería  de  perlas. 

Avisos.  Desde  el  principio  del  comercio  de  Indias,  hubo  necesi- 
dad de  despachar  de  Sevilla  buques  sueltos  con  órdenes  y  comu- 
nicaciones ó  para  trasportar  á  los  gobernadores  y  autoridades ,  ó 
socorros  prontos  de  todo  género.  Según  costumbre  de  aquel  tiempo 
no  tardó  esto  en  convertirse  en  oficio  de  la  Corona  y  enagenarse. 


Y    LOS   FILIBUSTEROS.  359 

En  14  de  Mayo  de  1514  se  expidió  titulo  al  doctor  Galindez  de 
Carvajal,  haciéndole  donación  del  oficio  de  Correo  Mayor  de  las  In- 
dias, con  privilegio  para  que  la  correspondencia  con  ellas  no  pudie- 
ra verificarse  sino  por  medio  de  las  embarcaciones  que  él  despa- 
chara. Siguieron  disfrutándolo  sus  herederos,  y  en  el  siglo  XVII 
el  Conde-Duque  de  Olivares  se  lo  compró  á  D.  Iñigo  de  Tar- 
sis,  Conde  de  Villamediana,  en  precio  de  10.000  ducados  de  plata. 
De  que  esta  adquisición  fué  muy  lucrativa  para  el  Conde- Duque, 
se  halla  testimonio  en  la  novela  Qil  Blas  de  Santillana,  cuyo  va- 
lor histórico  es  generalmente  apreciado.  Hablando  Gil  Blas  con  el 
mayordomo  de  aquel  Ministro,  D.  Ramón,  le  oyó  ponderar  la  gran* 
utilidad  que  aquel  sacaba  de  hacer  cargar  de  los  frutos  y  caldos  de 
sus  vastos  estados  los  buques  que  enviaba  á  Indias ;  y  en  efecto,  en 
aquel  tiempo  de  monopolio  y  sabiendo  perfectamente  las  fechas  de 
la  salida  de  flota  y  galeones,  el  contrabando  que  con  sus  avisos 
venia  á  hacer  el  Conde-Duque  no  podia  menos  de  proporcionarle 
beneficios  enormes.  Conforme  á  las  ordenanzas,  estos  buques  de- 
bian  ser  jligeros ,  de  poco  aporte ,  de  30  á  60  toneladas ,  y  luego 
de  100;  y  no  podian  llevar  ni  traer  mercancías,  frutos  ni  cosa  algu- 
na ;  si  bien  se  les  daban  ,  como  hemos  visto,  permisos ,  y  pudieron 
en  el  siglo  XVIII  embarcar  ropas  y  géneros. 

Registros.  No  hubo  comercio  regular  entre  Buenos  Aires  y  Es- 
paña hasta  el  siglo  XVII.  La  capital  entonces  de  aquella  provin- 
cia ,  Trinidad ,  habia  sido  fundada  en  1580.  Y  es  curiosa  y  demos- 
trativa de  las  ideas  económicas  que  prevalecían  en  aquel  tiempo, 
la  razón  que  el  comercio  de  Tierra  Firme  y  el  del  Perú  alegaban 
para  que  se  restringiera  el  de  Buenos  Aires,  al  cual  siempre  fueron 
muy  opuestos :  decian :  «  que  las  provincias  del  rio  de  la  Plata  te- 
nían todo  lo  necesario  para  la  vida  humana  y  podian  pasarse  sin 
la  venta  de  sus  efectos. »  Sin  el  contrabando,  lo  hubieran  pasado 
mal  aquellas  provincias,  pero  éste  era  mayor  que  en  ningún  otro 
punto  en  América  por  la  dificultad  de  la  vigilancia  y  la  proximi- 
dad de  las  posesiones  portuguesas,  y  no  sólo  abastecía  á  las  prime- 
ras, sino  que  de  ellas  pasaba  al  Perú  y  Chile  á  través  de  los  An- 
des. El  comercio  legal  consistía  en  los  registros  sin  número  fijo, 
que  en  su  navegación  se  gobernaban  con  independencia  de  los  ga- 
leones. 

Los  Azogues  eran  dos  grandes  urcas  que  conducian  este  artículo 
á  Veracruz  con  d  ;stino  á  las  minas  de  Méjico,  y  á  las  cuales  se  las 


360  EL    COMERCIO   DE    AMERICA 

permitia  también  carga  de  frutos,  pero  no  de  ropas  ni  manufactu- 
ras. Las  islas  Filipinas  comenzaron  á  negociar  con  d  continente 
asiático  á  fines  del  siglo  XVI.  Al  principio  los  Españoles  de  Manila 
pagaban  con  entera  libertad  á  Nueva  España ,  Tierra  Firme  y  el 
Perú  los  tejidos  de  Asia,  hasta  que  en  1587  fué  prohibida  la  intro- 
ducción en  Indias  de  ropa  ninguna  de  aquel  origen ,  aunque  se 
permitió  el  comercio  de  frutos  y  materias  la'borables  (1).  En   1591 
cesó  el  tráfico  con  el  Perú  y  Tierra  Firme,  por  quejas  del  comercio 
de  Sevilla  que  creia  perjudicado  su  monopolio,  y  Filipinas  comerció 
solamente  con  Méjico  por  medio  de  dos  navios  de  hasta  300  tonela- 
das que  navegaban  de  Manila  al  puerto  de  Acapulco  todos  los  años: 
los  que  á  fines  del  siglo  XVII  quedaron  reducidos  á  uno  de  gi'an 
porte.  A  este  navio  era  al  que  se  daba  el  nombre  de  Nao  de  Acapulco. 
Todo  este  comercio  entre  España  y  sus  provincias  de  Ultramar 
daba  lugar  á  tres  grandes  ferias ,  en  Veracruz ,  Portobelo  y  Aca- 
pulco (2).  A  la  primera,  que  se  celebraba  á  la  llegada  de  la  flota, 
concurrian  los  comerciantes  de  Nueva-España  y  de  las  islas  del 
golfo  Mejicano.  Solia  durar  cuarenta  dias,  y  se  atravesaban  en 
ella  sumas  enormes,  sobre  10  millones  de  pesos;  aunque  los  re- 
.  tornos  á  España  no  importaban  tanto  como  los  del  Perú,  porque  el 
comercio  de  Filipinas  procuraba  en  alguna  parte  salida  á  los  me- 
tales de  Méjico.  El  cargamento  que  los  galeones  conduelan  á  Car- 
tagena y  Portobelo  se  evaluaba  en  10  á  15  millones  de  pesos,  y  el 
retorno  en  20  á  30.  A  Portobelo  concurrian  los  comerciantes  del 
Perú,  Chile  y  Tierra  Firme;  duraba  la  feria  un  mes ,  poco  más  ó 
menos,  y  las  ganancias  de  los  comerciantes  españoles  solian  ascen- 
der á  100  y  aun  á  500  por  100.  La  importación  en  América  consis- 
tia,  principalmente,  en  caldos,  ropas  y  tejidos  ligeros  de  lana  y 
seda,  y  la  exportación  en  metales  preciosos ,  azúcar,  cacao,  cueros, 
grana ,  añil ,   vainilla,  canela    de  Quito,  zarzaparrilla ,  goma  y 
otros  productos  de  aquel  suelo.  Presidia  á  estas  negociaciones  una 
gran  buena  fe  ;  aunque  lo  general  era  que  tanto  en  Sevilla ,  á  la 
ida,  como  en  Portobelo,  á  la  llegada  ,  atravesasen  la  mayor  parte 

(1)  Colmeiro,  Historia  de  la  economía  política  en  España.  Tomo  II,  Sis- 
tema Colonial. 

(2)  El  Sr.  D.  Lúeas  Alamaii,  en  su  Historia  de  Mégico,  cita  en  vez  de  esta.- 
.  ferias  las  de  Panamá  y  Jalapa;  pero  seguimos  á  los  autores  españole.s  que 

tuvieron  á  la  vista  la  legislación.  Quizá  el  Sr.  Alaman  se  refiriria  á  los  pri- 
lueros  tiempos  de  este  comercio. 


f   LOS   FILIBUSTEROS.  361 

de  la  carg-a  uno  ó  varios  comerciantes  asociados,  después  de  arre- 
glar los  precios  de  las  cosas  en  el  último  mercado  ifn  jurado  de 
Españoles  y  Americanos,  que  los  fijaba,  no  según  su  valor  real,  sino 
en  proporción  de  la  abundancia  ó  escasez  que  de  las  mismas  habia 
en  las  provincias  á  que  iban  destinadas. 

Los  inconvenientes  de  este  sistema  saltan  á  la  vista,  porque 
nada  podia  haber  más  opuesto  á  la  libertad  del  comercio  y  de  la 
navegación.  El  aseguraba  el  monopolio  de  Sevilla  ó  Cádiz,  y  en  es- 
tos puertos  y  en  América,  el  de  unos  pocos  comerciantes  y  arma- 
dores asistidos  por  el  derecho  de  preferencia  en  las  naves  de  ma- 
yor porte ;  él  estimulaba  el  contrabando ,  advertido  siempre  con 
antelación  de  la  fecha  de  la  partida  de  la  flota  y  galeones ,  á  quie- 
nes se  anticipaba  inundando  de  géneros  el  mercado ;  él  excitaba  á 
la  reglamentación ,  y  lo  que  es  peor,  á  la  confiscación  de  los  cau- 
dales de  particulares,  como  se  vio,  no  pocas  veces  en  el  reinado  de 
Carlos  I  y  algunas  en  los  de  sus  sucesores,  y  á  que  só  pretexto  de 
indulto^  coste  de  la  armada  en  tiempos  de  guerra,  y  otros,  se  im- 
pusieran crecidas  contribuciones  extraordinarias,  además  de  las 
ordinarias  de  ú5í7^W¿?í,  toneladas,  almojarifazgo  y' demás  que  hemos 
enumerado;  él,  en  fin,  proporcionaba  ocasión  á  Ingleses  y  Holan- 
deses de  apoderarse  de  aquellas  escuadras  comerciales ,  como  lo  hi- 
cieron los  últimos  con  la  flota  de  Nueva  España  á  la  altura  de  las 
Terceras,  en  1627,  y  los  primeros  con  los  galeones  dentro  del 
puerto  de  Vigo,  en  1702.  Nada  tiene  de  extraño  que,  auxiliado 
por  las  guerras  exteriores  que  sostuvo  la  casa  de  Austria,  y  por  los 
errores  económicos,  este  sistema  concluyera  por  matar  el  comercio 
español,  convertido  en  simple  factor  ó  comisionista  de  los  produc- 
tores extranjeros,  hasta  que  éstos,  sentando  el  pié  en  América  pu- 
dieron hacer  el  contrabando  directo,  y  convertir  en  los  principales 
mercados  de  los  productos  de  las  Indias,  á  Londres  y  Amsterdam. 
Entonces  la  situación  de  España,  reducida  á  no  poder  enviar  á 
América  sino  una  expedición  cada  dos  ó  tres  años ,  y  esa  casi  ex- 
clusivamente cargada  de  géneros  extranjeros,  venia  á  serla  mis- 
ma que  Gongora  describe  en  uno  de  sus  romances  burlescos. 

De  los  navios  de  Indias 
Poderosos  y  soberbios 
Me  cupo....  la  dulce  nueva 
Cómo  llegaron  al  puerto 

•Joaquín  Maldonado  Macanáz. 


ESTADO  GENERAL  DE  INGLATERRA 

EN  EL  SIGLO  XVII, 


CAPITULO  IIL 

AGHICULTURA  ,    INDUSTRIA  ,  COMERCIO. 

Deteniéndonos  un  momento  á  considerar  el  aspecto  y  extensión 
de  la  campiña  de  Inglaterra ,  en  los  tiempos  á  que  nos  referimos, 
conseguiremos  dar  al  lector  una  idea  anticipada  del  estado  en  que 
se  hallaba  la  agricultura  en  aquel  país. 

El  área  del  reino  que  hoy  tiene  10.252.800  de  acres  tierra  de  la- 
bor, 15.379.200  de  tierra  de  pastos,  y  6  710.400  de  baldíos,  cons- 
taba en  el  siglo  XVII  de  solos  6  millones ,  de  tierra  labrada,  y  8  de 
pastos;  pues  las  tierras  restantes,  que  componían  más  de  la  mitad 
de  todo  el  territorio,  eran  de  bosque ,  baldío  y  coto. 
¡¿¿Contábanse  muchos  y  dilatados  parques  de  dominio  particular, 
poblados  de  frondosos  árboles,  como  la  encina,  el  olmo,  el  fresno, 
el  álamo  y  el  abedul.  Existían  además  llanuras  inmensas,  que  las 
lluvias  y  los  desbordes  de  los  ríos  convertían  frecuentemente  en 
mares  de  lodo. 

Citaremos,  por  ejemplo,  la  llanura  de  Bedford,  que  abarcaba 
los  Condados  de  Northampton,  Huntingdom,  Lincoln,  Cambridge, 
Norfolk  y  Suffolk,  y  era  toda  ella  un  espantoso  tremedal :  la  de 
Chester,  que  en  la  época  lluviosa  se  trasformaba  en  una  extensa 
laguna:  la  de  Salisbury,  que  abrazaba  medio  Condado  de  Wilts,  y 
era  propiamente  un  monte  bajo.  De  la  misma  manera,  todo  el 
terreno  comprendido  entre  Londres  y  York ,  en  una  extensión  de 


ESTADO  GENERAL  DE  INGLATERRA  EN  EL  SIGLO  XVll.         363 

200  millas,  era  un  lago  pantanoso  poblado  de  numerosas  bandas  de 
abutardas :  las  40  millas  que  median  entre  Abington  y  Glocester, 
estaban  desnudas  de  todo  cultivo,  y  entre  las  80  que  hay  de  Big- 
ieswadeá  Lincoln,  apenas  se  encontraba  un  cuadro  cercado.  El  per- 
nicioso olvido  en  que  yacian  las  obras  de  utilidad  pública ,  perju- 
dicaban notablemente  al  labrador  y  al  propietario,  quienes  á  me- 
nudo se  veian  precisados  á  hacer  cuantiosos  gastos  para  librar  sus 
mieses  y  ganados  de  las  frecuentes  inundaciones ;  inconvenientes 
que  hubieran  podido  de  una  vez  evitarse  con  practicar  traba- 
jos adecuados  para  desecar  los  terrenos.  Asi  vemos,  por  ejemplo, 
que  en  el  Condado  de  Derby  se  levantaban  montañas  artificiales,  á 
fin  de  que  los  ganados  pudieran  pastar  á  pié  enjuto  en  tiempo  de 
las  llenas  del  Do  ve.  En  Essex,  los  palacios  de  la  nobleza  se  veian 
con  frecuencia  cercados  por  las  aguas,  sin  que  sus  indolentes 
moradores  encontraran  más  arbitrio  que  el  de  abandonarlos  mien- 
tras duraba  el  rigor  de  los  elementos.  Como  resultado  de  este  ge- 
neral abandono,  la  campiña  de  Inglaterra  presentaba  un  aspecto 
primitivo,  pero  pintoresco.  La  caza  mayor  abundaba  por  todas  par- 
tes. Los  gamos  corrían  á  manadas  por  los  campos  de  Portsmouth; 
las  grullas  poblaban  los  marjales  de  Cambridge;  el  jabalí  hormi- 
gueba  en  New-Forest ,  y  la  corza  retozaba  por  los  alrededores  de 
la  capital.  Los  castillos  señoriales  se  alzaban  en  medio  de  aquella 
naturaleza  bárbara,  patria  natural  del  feudalismo;  en  el  Chester 
se  miraba  señor  de  la  desierta  llanura  un  palacio  de  estilo  Lsabe- 
lino :  en  Northumberland  asomaban ,  dominando  la  acopada  al~ 
tura  de  los  árboles,  las  torrecillas  góticas  del  castillo  de  Percy ;  ya 
se  contemplaban  en  melancólica  soledad  las  ruinas  de  la  abadía  de 
Coldingham,  en  Berwick ;  ya  herían  agradablemente  la  vista  los 
lagos  de  Lancaster,  los  bosques  de  York,  las  colinas  de  Cumber- 
land ,  las  marinas  del  pais  de  Gales  y  los  pintorescos  valles  de  la 
frontera  de  Escocia. 

De  aquí  podrá  colegirse  cuál  seria  el  estado  de  la  agricultura  en 
Inglaterra,  y  cuáles  sus  mezquinos  rendimientos,  pues,  en  efecto, 
la  cosecha  de  granos ,  único  elemento  de  la  riqueza  agrícola,  por- 
que no  se  conocían  los  caldos,  apenas  subia  á  80  millones  de  fane- 
gas por  todos  conceptos,  comprendiendo  el  trigo,  cebada,  heno, 
centeno,  avena  y  otros.  A  esto  contribuía  el  atraso  en  que  se  ha- 
llaba el  arte  del  cultivo,  por  los  malos  utensilios  que  se  empleaban 
en  la  labranza;  asi  es  que  en  la  mayor  parte  del  reino,  por  ejem- 


364  ESTADO    GRNEKAL    DK    INGLATERRA 

pío,  no  se  conocia  otro  arado  que  el  de  Kerit,  instrumento  pesado 
é  inútil,  cuya  lanza  tenia  10  pies  de  longitud,  y  la  cuchilla,  que 
sólo  calaba  5  pulg-adas ,  tenia  4  de  ancho ;  tan  diñcil  de  manejar, 
que  á  pesar  de  estar  montado  sobre  ruedas,  apenas  podían  moverlo 
cuatro  caballos.  El  labrador,  guiándose  sólo  por  la  rutina,  se  re- 
sistía á  enprender  las  mejoras  que  ya  se  habían  introducido  de 
Flándes,  Italia  y  España,  tanto  en  el  cultivo  material  de  la  tierra, 
cuanto  en  los  plantíos ,  pues  entonces  empezaron  allí  á  conocer  el 
uso  del  trébol ,  del  rábano  y  otras  plantas ,  asi  como  el  nuevo  ara- 
do de  Rotheran  y  el  sistema  horticultor  de  Lombardía .  Los  colo- 
nos se  contentaban  con  quemar  las  tierras  antes  de  dejarlas  para 
pastos ,  y  con  seguir  obstinadamente  el  antiguo  sistema  de  sem- 
brar por  tercios. 

La  riqueza  pecuaria  era,  si  cabe,  más  insignificante  que  la  agrí- 
cola. Los  mejores  caballos  se  dedicaban  generalmente  á  la  labran- 
za y  á  los  trasportes,  y  no  valían  en  buen  mercado  más  de  250  reales 
vellón.  Para  la  remonta  del  ejército  se  valían  de  los  caballos  de 
España:  para  el  servicio  público  estaban  muy  en  uso  las  yeguas 
flamencas,  y  para  el  recreo  de  los  particulares  y  gentes  á  la  moda, 
se  preferían  los  alazanes  marroquíes ,  que  con  sólo  este  objeto  se 
importaban  de  Tánger.  £1  carnero  de  Leicester,  hoy  dia  tan  afa- 
mado, era  entonces,  no  sólo  muy  inferior  al  merino  español,  sino 
al  común  de  Irlanda;  pues  que  nos  lo  pintan  pequeño  de  cuerpo, 
largo  y  angosto  de  cuello,  alto  de  espaldas  y  bajo  de  lomo  y  raba- 
dilla; defectos  que,  según  los  inteligentes,  son  especiales  del  car- 
nero de  mala  casta.  Los  productos  de  inmediato  consumo  eran  cor- 
tos y  de  calidad  ordinaria,  pues  ni  se  conocia  el  queso  de  Chester, 
ni  la  leche  de  Norfolk,  ni  la  manteca  de  Devon.  ni  tenía  valor  al- 
guno la  vaca  de  Durham ,  que  es  hoy  tan  envidiada  en  los  países 
agrícolas  de  Europa. 

Si  hubiéramos  de  detenernos  en  hacer  un  examen  detallado  de 
la  riqueza  agrícola  de  Inglaterra  á  mediados  del  siglo  XVII,  fuer- 
za nos  sería  molestar  aún  por  mucho  tiempo  la  atención  del  lector 
sin  notable  beneficio  suyo,  pues  con  sólo  la  breve  reseña *que  deja- 
mos hecha  de  la  extensión  de  aquella  campiña,  basta  para  conven- 
cerse de  su  pobreza,  y  esto  es  lo  que  cumple  á  nuestro  propósito. 
Bien  es  cierto  que  la  prosperidad  de  aquel  país  no  proviene ,  ni 
pudo  nunca  provenir,  de  los  productos  agrícolas  de  su  suelo,  y  bien 
lo  prueba  la  preponderancia  que  ya  entonces  tenían  su  marina,  su 


EN    EL    SIGLO    XVII.  "  365 

industria  y  su  comercio,  elementos  constituyentes  de  su  actual  ri- 
queza, que  á  pesar  de  haber  estado  sometidos  al  mismo  fatal  in- 
flujo que  la  ag'ricultura,  daban  seriales  inequívocas  de  un  brillante 
porvenir.  Lo  mismo  pudiéramos  decir,  aunque  en  sentido  inverso, 
de  nuestra  España;  pues  en  estos  últimos  tiempos  de  decadencia 
la  agricultura  se  ha  mantenido  próspera  y  floreciente ,  mientras 
nuestra  mezquina  industria  no  ha  podido  salir  del  estancamiento 
en  que  se  halla..  La  naturaleza  ha  señalado  á  cada  nación  las  fuen- 
tes de  su  prosperidad.  Pero  en  la  Inglaterra  del  siglo  XVII,  como 
en  la  España  de  estos  últimos  tiempos,  el  gusano  roedor  de  la  agri- 
cultura era  el  sistema  político-administrativo;  pues  si  nosotros  he- 
mos tenido  mil  gabelas ,  los  Ingleses  eran  victimas  del  más  codi- 
cioso feudalismo. 
En  prueba  de  esto,  partiremos  del  principio  de  que  en  Inglaterra 
•  no  existia  el  verdadero  derecho  de  propiedad  territorial.  Conquis- 
tado aquel  reino  en  1066  por  Guillermo  el  Bastardo,  Duque  de 
Normandia,  y  hecho  presa  de  la  rapacidad  de  los  guerreros  nor- 
mandos, fué  dividido  después  de  la  batalla  de  Hastings  en  60.215 
feudos,  adjudicados  á  los  soldados  y  monjes  á  título  de  tenure  ó 
servicio  feudal ;  de  modo  que  el  Lord  poseía  á  condición  de  fealty 
(fidelidad),  y  el  clero  á  condición  de  rezo  y  oraciones.  La  posesión 
del  primero  se  llamaba  franck-tenemerU  (tenencia  franca  ó  libre), 
y  la  del  segnnáo  franGk-almoig/ie  (servicio  divino  franco).  Ade- 
más, la  legislación  inglesa  disponía  que  los  bienes  abintestatos, 
mostrencos,  y  aun  aquellos  que  no  tenían  herederos  forzosos,  in- 
gresasen por  derecho  de  reversión  en  el  patrimonio  de  la  Corona. 
El  colono  poseía  sólo  á  condición  de  villeinage  ,  esto  es ,  «servi- 
dumbre,» pues  debía  á  su  señor  asistencia  personal  cuando  éste 
lo  requería,  y  este  servicio  denigrante  se  llamaba  soccwge.  Tam- 
bién pagaba  una  especie  de  anata  al  entrar  en  posesión ,  que  se 
llamaba  relief^  y  á  su  muerte  volvía  la  tierra  al  dominio  del  se- 
ñor por  derecho  de  sheat.  Si  durante  su  vida  delinquía  el  colono, 
cometiendo  traición  ú  homicidio,  el  señor  volvía  del  mismo  modo 
á  apoderarse  de  su  posesión  por  derecho  de  forfeiture  (confis- 
cación) . 

Estos  privilegios ,  que  tanto  humillaban  la  libre  condición  del 
hombre,  no  eran,  sin  embargo,  los  que  más  lastimaban  al  ínteres 
agrícola.  Existían  una  infinidad  de  derechos  é  impuestos  caracte- 
rizados con  el  misino  sello  de  servilismo,  que  aún  subsisten  en  al- 


366  ESTADO   GENERAL    DE    INGLATERRA 

gunas  provincias,  y  de  los  cuales  vamos  á  dar  al  lector  una  lig'e- 
rísima  idea. 

El  toll  era  una  especie  de  impuesto  de  la  clase  de  nuestros  diez- 
mos, conocido  sólo  en  el  Condado  de  Durham ,  y  consistia  en  la 
obligación  á  que  se  sometian  los  labradores  de  surtir  al  obispo  dio- 
cesano de  toda  la  madera  de  construcción  que  necesitase  para  la  fá- 
brica y  reparo  de  los  templos ;  sin  que  sea  necesario  advertir  el 
abuso  que  pudo  hacerse  de  este  derecho,  y  lo  gravoso  que  era  para 
los  pueblos.  El  tMrlage  era  un  derecho  señorial  que  estaba  en  uso 
en  el  Condado  de  Berwick,  por  el  cual  se  obligaba  al  colono  á  mo- 
ler todo  el  grano  de  su  cosecha  en  los  molinos  del  señor.  El  heriot 
se  conocia  en  Cumberland,  y  era  un  tributo  parecido  á  la  anata  y 
á  la  alcabala,  que  se  pagaba  al  entrar  en  posesión  de  una  finca  y 
al  enajenarla.  El  fine,  usado  en  la  mayor  parte  de  los  condados, 
era  una  especie  de  derecho  de  hipotecas  que  ascendía  al  escanda- 
loso tipo  de  70  por  100.  Tras  estos  venian  otros  privilegios  que  no 
se  fundaban  en  razón  alguna,  ni  habia  para  qué  fundarlos,  porque 
al  esclavo  sólo  le  toca  obedecer  y  trabajar  para  su  señor.  Asi,  por 
ejemplo,  en  el  Palatinado  de  Durham  los  pueblos  tenian  obliga- 
ción, cuando  el  Señor  salia  á  cazar,  de  construirle,  donde  se  les 
mandaba,  una  casa  de  campo  de  madera,  con  capilla,  cocina,  cua- 
dras, habitaciones  y  mueblaje,  surtiéndole  además  de  criados,  per- 
ros, caballos  y  vituallas ;  lo  cual  hace  presumir  que  la  diversión 
durarla  muchos  meses.  En  Berks  tenian  los  colonos  que  abandonar 
una  parte  de  sus  tierras  para  pasto  de  los  ganados  de  su  señor, 
quien  podia  además  cazar  á  su  arbitrio  y  elección  en  las  tierras  del 
colono  por  el  derecho  de  free-warren.  De  aquí  resultaba  que  po- 
dían contarse  más  de  14  millones  de  tierras  comunales  que  perma- 
necían incultas  todo  el  año,  pues  nadie  quería  sufrir  los  perjuicios 
que  en  ellas  ocasionaban  los  cazadores  y  ganados  trashumantes. 
Además ,  estas  tierras  eran ,  en  ciertas  épocas  del  año,  para  uso  y 
aprovechamiento  de  determinadas  personas. 

La  condición  del  colono  era,  pues,  tan  desgraciada,  como  arbi- 
traria era  la  fuerza  y  autoridad  de  que  se  revestía  su  señor.  Este, 
como  vasallo  del  rey,  ejercía  en  su  nombre  la  jurisdicción  civil  y 
criminal  en  todos  sus  dominios.  Abria  su  tribunal  dos  veces  al 
año :  por  Primavera  y  por  Otoño ,  citando  á  comparecencia  á  los 
colonos  para  que  le  prestaran  juramento  de  fidelidad  [allegiance). 
Estaba  en  las  atribuciones  del  Lord  el  perseguir  el  incendio ,  el 


EN   EL   SIGLO   XVIl.  367 

robo,  el  sacrilegio,  el  homicidio  y  la  traición :  el  detener  y  pren- 
der al  reo  de  felonía,  y  al  que  tratara  de  resistir  á  su  autoridad, 
multando  á  los  morosos  que  no  le  prestasen  á  tiempo  el  juramento 
de  obediencia.  Estaba  además  autorizado  para  imponer  un  tributo 
[pollt-tax]  á  sus  colonos,  apremiando  á  los  que  retardaban  su  pa- 
go ;  y  esta  facultad  le  habia  sido  concedida  como  medio  de  indem- 
nizarse de  los  gastos  en  que  hubo  de  incurrir,  cuando  recibió  de 
la  corona  la  propiedad  feudal.  Cuando  el  tribunal  se  abria  para 
fallar  en  materia  criminal,  se  denominaba  [court-leet) ,  y  cuando 
su  objeto  era  decidir  en  materia  civil ,  ya  fuese  de  oficio  ó  á  ins- 
tancia de  parte,  tomaba  el  nombre  de  court-haron. 

La  clase  de  colonos  se  dividía  en  dos  categorías :  á  la  primera, 
pertenecía  el  terrateniente-libre  [free-holder),  que  era  el  que  dis- 
frutaba el  dominio  útil  de  una  finca  bajo  censo  enfitéutico  ó  reser- 
vativo; y  en  la  segunda,  entraba  el  terrateniente  por  feudo  [copy- 
holder),  que  era  propiamente  un  siervo,  que  debía  á  su  señor  toda 
clase  de  servicios  personales. 

El  free-holder  era,  por  consiguiente,  el  colono  más  considerado, 
y,  hasta  cierto  punto ,  respetado  del  señor.  Tenia  reputación  de 
honradez  y  laboriosidad ,  asi  es  que  en  los  asuntos  jurídicos  se  le 
llamaba  probus  et  legalis  homo :  la  nobleza  le  designaba  con  el 
apelativo  de  yeoman ,  y  el  pueblo  le  llamaba  por  irrisión  leef- 
eater ,  esto  es  ,  comedor  de  carne  de  buey ,  haciendo  alusión  á  su 
porte  abultado  y  rozagante,  que  contrastaba  con  la  triste  y  desnu- 
da apariencia  del  villano.  Contábanse  sobre  ñ4:0 .000  free-holders 
en  todo  el  reino,  número  que  suponía  una  población  de  2.559.786 
almas,  de  las  cuales  108.676  pertenecían  á  las  religiones  disiden- 
tes, 13.856  á  la  católica,  y  los  2  millones  y  pico  restantes  á  la 
iglesia  anglícana.  Hacemos  estas  distinciones,  porque  no  todos 
eran  acomodados ,  ínñuyendo  mucho  en  la  suerte  de  las  familias 
la  religión  que  cada  cual  profesaba;  sin  que  sea  preciso  observar^ 
que  los  disidentes  y  los  católicos  eran  por  lo  común ,  como  menos 
considerados,  los  más  pobres.  Para  podernos  formar  una  idea  de 
la  riqueza  de  esta  clase,  nos  basta  saber  que  solo  160.000  térra-- 
tenientes-libres  podían  vivir  con  holgura,  mediante  una  renta 
de  5  á  8.000  rs.  vn.  que  les  producían  sus  labores,  incluyendo  en 
esta  cantidad  los  derechos  feudales  y  contribuciones,  que  eran 
mayores  ó  menores,  según  los  condados.  Pero  aún  los  mejor  libra- 
dos vivían  con  grande  economía,  siendo  muy  significativa  la  eos- 


368  ESTADO   GENERAL    DE    INGLATERRA 

tambre,  que  les  era  propia,  de  matar  las  reses  antes  del  invierno 
por  temor  que  se  murieran  de  frió  ó  por  falta  de  paja;  con  lo  cual 
se  aseguraban  también  las  provisiones  de  boca ,  pues  que  salaban 
las  carnes  para  que  pudiesen  servirles  de  alimento  hasta  la  llegada 
de  la  Primavera.  Estas  carnes,  asi  conservadas,  se  llamaban  Mar- 
tin mess  beefy  ó  sea  el  San  Martin  de  algunas  provincias  de  España. 

La  condición  del  villano  debia  ser  de  todo  punto  lamentable.  La 
historia  dice  poco  ó  nada  del  número  de  copy-holders  que  se  con- 
taban en  todo  aquel  reino ,  pero  puede  calcularse  que  seria  algo 
menor  que  el  de  los  hacendados.  Acerca  de  su  estado  añadiremos, 
que  como  la  legislación  inglesa  estaba  entonces  muy  lejos  de  pen- 
sar en  la  abolición  de  la  esclavitud ,  es  muy  posible  que  el  negro 
cubano  de  nuestro  siglo  sea  un  tipo  muy  parecido  al  del  villano 
inglés  del  siglo  XVIL 

Al  dividir  la  población  rural  de  Inglaterra  en  las  tres  categorías 
que  llevamos  indicadas,  hemos  omitido  expresamente  el  hacer  men- 
ción de  los  country-gentlemen ,  ó  sea  caballeros  del  campo ,  quie- 
nes, si  bien  no  constituían  propiamente  una  clase  separada  de  las 
ya  dichas,  han  merecido  especial  mención  de  los  historiadores 
contemporáneos.  Nosotros  hemos  preferido  tratar  de  ellos  al  hablar 
de  los  usos  y  costumbres  en  el  capitulo  IV  de  la  presente  obra, 
pues  en  este  lugar  el  country-gentleman  sólo  debe  considerarse 
como  un  terrateniente-libre ,  más  acaudalado  que  los  demás ,  que 
debia  únicamente  á  su  riqueza  particular  la  consideración  de  que 
gozaba,  pudiendo  satisfacer  la  avaricia  del  señor  feudal  y  atender 
al  mismo  tiempo  á  sus  propias  comodidades.  Sin  embargo,  no  con- 
cluiremos esta  rápida  reseña  sin  declarar ,  que  á  estas  familias  po- 
derosas son  debidas  las  reformas  que  á  fines  del  siglo  XVII  se 
adoptaron  en  Inglaterra,  con  notable  beneficio  de  la  agricultura. 
La  nobleza  llegó  también  á  persuadirse,  con  el  trascurso  del  tiem- 
po, que  los  rendimientos  de  sus  propiedades  eran  demasiado  gra- 
vosos al  colono,  porque  las  tierras  arables  eran  muy  reducidas  y 
muy  numerosas  las  incultas.  Los  Russells  fueron  de  los  primeros 
en  propagar  el  sistema  agrícola  ñamenco ,  disecando  y  abonando 
por  su  cuenta  más  de  100.000  acres  de  tierra  cenagosa  en  la  lla- 
nura de  Bedford.  Más  tarde ,  y  á  impulsos  de  esta  saludable  reac- 
ción, el  holandés  Croppenburg,  construyó  por  primera  vez  lori 
diques  de  las  playas  de  Lincoln ,  y  el  cultivador  agradecido  veia 
ya  sus  miases  á  cubierto  de  las  invasiones  del  mar.  Pí)Co  á  poco  ej 


EN    EL    SIGILO   XVII.  369 

arado  de  Kent  se  fué  remplazando  con  el  de  Rotheran :  la  vaca  de 
Holanda,  vino  después  á  introducirse  en  el  Condado  de  Durham: 
los  establos  á  la  flamenca  se  lleg-aron  á  preferir  á  los  ing-leses.  Por 
fin,  Mr.  Bligh  trasplantó  el  clover,  planta  muy  parecida  al  trébol, 
y  Weston  introdujo  el  turnip,  especie  de  rábano  blanco  y  achata- 
do ,  sustancias  ambas  muy  alimenticias  para  toda  clise  de  gana- 
dos. Asi  fué  paso  á  paso  mejorándose  la  agricultura  en  aquel  país 
basta  llegar  al  grado  de  perfección  en  que  hoy  la  vemos,  suplien- 
do el  arte  y  el  trabajo  lo  que  la  naturaleza  no  puede  darnos  á  to- 
dos en  igual  proporción;  porque  la  tierra,  nuestra  madre  común, 
no  rehusa  nunca  amamantar  á  los  que  descubren  su  seno .  ai  par 
que  castiga  á  los  ingratos  que  la  olvidan  y  desdeñan. 

Vamos  ahora  á  examinar  con  la  misma  brevedad  el  estado  de 
la  industria  y  del  comercio.  Y  en  verdad  que  no  pudiéramos  re- 
montarnos más  allá  si  tratásemos  de  descubrir  la  cuna  de  la  indus- 
tria inglesa ;  pues  en  aquella  época  fué  cuando  empezó  la  lucha 
entre  los  intereses  agrícolas  y  los  industriales :  lucha  que  han  ve- 
nido alimentando  hasta  nuestros  dias  los  economistas ,  sin  que  aún 
sepamos  si  ha  de  ser  finalmente  resuelta  á  favor  del  libre  cambio 
ó  del  sistema  prohibitivo. 

La  población  de  las  ciudades  era  en  un  todo  diferente  de  la  del 
campo.  Aqui  prevalecía  el  interés  agrícola  con  los  usos  patriarca- 
les :  allí  dominaba  el  espíritu  comercial  y  las  costumbres  del  taller. 
Elementos  distintos ,  habían  de  producir  necesariamente  intereses 
encontrados.  Importaba  entonces,  como  hoy,  saber  si  la  nación 
debía  ser  agrícola  ó  manufacturera.  Las  fábricas  de  Gante,  Bru- 
jas y  Bruselas  habían  despertado  el  genio  envidioso  de  los  Ingle- 
ses; pero  ¿cómo  abatir  el  obstáculo  del  feudalismo? 

En  aquella  época  el  fabricante  era  prohibicionista  y  el  agricul- 
tor abogaba  por  el  libre-cambio,  que  es  lo  contrario  de  lo  que  hoy 
sucede.  El  uno  quería  que  se  exportara  la  lana  al  continente, 
porque  de  este  modo  conseguía  mejores  precios  y  lograba  dar  ma- 
yor valor  á  la  riqueza  pecuaria;  el  industrial,  por  el  contrario,  se 
oponía  á  la  extracción ,  porque  temía  el  mayor  precio  de  aquella 
primera  materia;  y  por  otra  parte  sus  tejidos  no  podían  sufrir  la 
competencia  en  el  continente ,  viéndose  reducido  á  fabricar  para 
el  consumo  del  país.  Pero  lo  más  extraño  es,  que  ni  el  fabricante 
pensó  al  pronto  en  importar  la  lana  del  extranjero ,  ni  el  agricul- 
tor reflexionó  en  que  podría  llegar  á  importarse. 

Tomo  xv.  24 


370  ESTADO    GENERAL    DB    INGLATERRA 

En  este  estado  se  hallaba  la  cuestión  cuando  la  Irlanda  empezó 
á  extraer  sus  lanas  para  lug-laterra,  sin  impedimento  alguno.  Como 
consecuencia  inmediata,  abaratáronse  los  precios  de  aquel  artículo; 
j  el  fabricante ,  comprando  con  más  equidad  y  produciendo  mejo- 
res manufacturas ,  pide  ya  sin  temor  la  libre  extracción  de  lanas 
y  tejidos.  El  agricultor,  por  su  parte ,  apóstata  de  sus  principios 
libre-cambistas,  quiere  ahora  que  se  prohiba  la  entrada  de  las 
lanas  irlandesas.  Trábase  una  encarnizada  lucha  entre  unos  y 
otfos.  El  poderoso  Duque  de  Buckingham  defiende  el  interés  agrí- 
cola ,  y  el  no  menos  considerado  Duque  de  Ormond  es  el  adalid  de 
la  industria  naciente. 

En  medio  de  esta  guerra  de  intereses  materiales  se  abrieron  las 
Cámaras  de  1666,  y  como  e<ra  de  esperar,  hubo  sesiones  borras- 
cosas, discursos  acalorados,  desafíos  y  prisiones.  Buckingham, 
cuya  agudeza  no  fué  nunca  desmentida,  dijo  en  el  Parlamento: 
«que  para  ser  libre-cambista  era  preciso  tener  un  interés  pura- 
mente irlandés,  ó  un  entendimiento  á  la  irlandesa.» — Lord  Orrery 
le  contestó  arrojándole  el  guante.  En  fin,  llegaron  los  ánimos  á 
irritarse  de  tal  modo ,  que  viéronse  á  dos  nobles  contendientes  re- 
ñir á  puñadas  en  plena  Asamblea,  olvidándose  hasta  el  extremo 
de  arrancarse  las  pelucas.  El  resultado  de  estos  disturbios  fué  que 
se  prohibió  la  extracción  de  la  lana  de  Inglaterra,  y  la  importa- 
ción de  la  de  Irlanda;  pero  esta  medida,  si  bien  no  protegía  á  la 
industria,  tampoco  la  mataba;  pues  las  lanas  siguieron  vendién- 
dose á  precios  módicos ,  y  aun  llegaron  con  el  tiempo  á  abaratarse 
con  la  abundancia  y  estancamiento :  de  modo  que  el  fabricante 
pudo  comprar  con  equidad,  mejorar  sus  tejidos,  y  presentar  en 
los  mercados  del  continente  paños  que  competían  con  los  de  Fran- 
cia y  Países  Bajos.  Desde  entonces  empezó  la  industria  á  sobrepo- 
nerse á  la  agricultura ,  hasta  llegar  más  tarde  á  vencerla  y  do- 
minarla. 

Asi  como  el  hombre  industrioso  que  sólo  debe  á  sus  propias 
fuerzas  la  adquisición  de  su  fortuna ,  se  complace  en  pensar  eu 
los  primeros  esfuerzos  de  su  adolescencia ,  comparando  satisfecho 
su  pobre  vida  de  antaño  con  la  presente  feliz  y  regalada :  del  mis- 
mo modo  vemos  hoy  á  la  nación  inglesa ,  orgullosa  como  ninguna, 
darnos  en  cara  con  su  prosperidad ,  debida  únicamente  á  su  infa- 
tigable industria  y  amor  patrio.  Porque,  ¿qué  eran  hace  dos  siglos 
los  industríales  de  Inglaterra? 


S^   EL    SIGLO    XVÍÍ.  371 

El  fabricante  de  Manchester  no  pensaba  en  exportar  sus  tejidos 
á  la  India ;  los  enviaba  á  Londres  y  allí  se  estancaban  en  las  tien- 
das de  la  City,  ó  en  las  posadas  de  los  pueblos  de  provincia  El 
pañero  de  Leeds  andaba  con  su  tenducho  portátil  por  las  calles 
concurridas,  como  puede  hoy  hacerlo  un  vendedor  de  baratijas. 
El  mecánico  de  Birmingham  era  un  simple  maestro  herrero ,  y  el 
minero  de  Cornwalles  un  capataz  de  trabajadores.  El  banquero 
de  Londres ,  que  tomaba  contratas  y  transigia  negocios  con  el  Go- 
bierno, era  un  artífice  platero,  que  prestaba  á  la  corona  al  10  por 
100  y  tomaba  del  pueblo  al  5. 

Norwich  era  la  ciudad  manufacturera  más  rica  del  reino.  Una 
colonia  de  4.000  Flamencos  y  Wallones,  habíase  establecido  en 
aquel  punto  y  ensenado  en  él  la  fabricación  del  bombasí.  Seguíale 
en  importancia  industrial  un  barrio  de  Londres  llamado  Spithfields, 
donde  los  hugonotes  franceses  ensenaron  el  modo  de  fabricar  som- 
breros, medias,  cristalería  y  sedería.  Manchester,  Leeds,  Shefield, 
Birmingham,  Wakefield,  Halifax  y  Bradford ,  debieron  también 
gran  parte  de  su  primera  actividad  á  los  emigrados  de  Francia  y 
España.  Desde  entonces  empezaron  á  mejorar  visiblemente  las 
manufacturas  de  algodón ,  lana  y  seda ,  la  cuchillería ,  y  la  fabri- 
cación de  hebillas ,  botones  y  espadas.  Manchester  importaba  ya 
algodón  de  Smyrna  por  la  cantidad  de  80.000  arrobas,  la  cual  no 
bastaría  hoy  para  elaborar  un  pedido  de  48  horas ;  y  el  valor  de 
sus  productos  anuales  no  llegaba  á  23.500  libras  esterlinas,  que  es 
un  1.500  por  100  menor  que  el  que  hoy  tienen.  Leeds  podría  ven- 
der en  un  dia  de  feria  valor  de  1.000  libras  esterlinas  en  paños: 
y  para  que  se  vea  la  protección  que  quería  dar  el  Gobierno  á  los 
comerciantes,  diremos  de  paso,  que  en  esta  ciudad  empezó  por 
primera  vez  á  usarse  una  especie  de  guillotina  llamada  gihhet, 
con  el  objeto  de  quitar  la  vida  al  que  robase  una  pieza  de  paño, 
cuyo  valor  subiera  de  13  peniques:  tal  es,  según  la  legislación 
inglesa,  el  origen  de  la  ley  peaal  conocida  con  el  nombre  de 
gibbet-lam.  En  cuanto  á  Sheffield  y  Birmingham ,  ni  siquiera  se 
presumía  que  más  tarde  habían  de  exportar  500,000  fusiles  y 
10.000.000  de  plumas  de  acero.  Los  mejores  artículos  que  se  fa- 
bricaban en  aquellas  ciudades  eran  las  hebillas  de  hierro  pulido, 
los  botones  adiamantados  y  los  puños  de  espada. 

Otro  ramo  de  industria  que  ha  adquirido  después  una  inmensa 
importancia,  empezaba  entonces  á  desarrollarse ;  este  era  el  de  las 


372  ESTADO    GEKERAL   DK    INGLATERRA 

minas.  Pero  preciso  es  confesar  que  los  conocimientos  mineros  de 
los  Ingleses  eran  muy  limitados ;  ni  podia  ser  de  otro  modo ,  pues 
no  se  conocia  una  Escuela  especial  de  Ingenieros ,  ni  habia  cuerpo 
alguno  facultativo  que  dirigiera  este  importante  ramo.  La  práctica 
y  la  rutina  eran  las  normas  de  la  ciencia.  La  ley  en  esta  materia 
era  semejante  á  la  que  hoy  rige  en  España;  el  explotador  pagaba 
derecho  de  superficie,  y  perdia  su  propiedad  si  descuidaba  sus  tra- 
bajos. En  estos  casos,  el  tribunal  que  decidia  era  un  jurado  com- 
puesto de  veinticuatro  peritos ,  presididos  por  un  capataz  llamado 
el  Stewart. 

Las  principales  minas  eran:  las  de  estaño,  que  se  explotaban  en 
Cornwallis;  las  de  hierro  en  York,  y  las  de  carbón  de  piedra,  que 
aunque  abundaban  por  todas  partes,  se  trabajaban  con  especiali- 
dad en  Newcastle.  Pero  de  estas,  sólo  las  de  estaño  y  las  de  carbón 
producían  utilidad,  pues  las  de  hierro  sólo  daban  200.000  quinta- 
les al  año ;  cantidad  mezquina  que  no  satisfaría  el  consumo  diario 
de  dos  hornos ,  y  por  esta  razón  se  hacian  crecidas  importaciones 
de  hierro  de  Francia. 

A  fines  del  siglo  XVII,  Cornwall  y  Devon  extraian  estaño  para 
el  continente  en  la  siguiente  forma  progresiva  : 

En  1663 3.060  quintales. 

»    1669  4.800        » 

»    1698 25.940        » 

El  estaño  valia  25  libras  quintal,  y  los  Holandeses  eran  los  ex- 
clusivos consumidores. 

El  carbón  de  piedra,  como  hemos  dicho,  se  encontraba  con  abun- 
dancia por  todas  partes ,  mas  todavía  no  se  habia  acogido  la  idea 
de  emplear  este  combustible  en  la  fundición  de  los  metales.  Se 
sabe ,  sin  embargo ,  que  un  emigrado  alemán  fué  el  primero  que 
en  aquellos  tiempos  quiso  desterrar  el  uso  del  carbón  vegetal,  pero 
sin  duda  los  ensayos  no  correspondieron  á  sus  esperanzas  :  pues 
aunque  el  mineral  era  más  económico,  debia  operar  con  menos 
pureza  que  aquel  en  el  horno.  Esto  no  obstante,  la  exportación  del 
carbón  de  piedra  ascendía,  á  mediados  del  siglo  XVII,  á  5.500.000 
quintales  anuales.  Newcastle  era,  como  dejamos  dicho,  el  condado 
que  más  carbón  producia ;  de  allí  se  conduela  á  Londres  por  mar, 
y  al  extraerse  fuera  del  reino,  adeudaba  en  las  aduanas  un  sheling 
de  derecho  por  cada  25  quintales. 


RN    EL    SIGLO   XVII.  373 

Últimamente,  si  nos  fundamos  en  los  productos  anuales  de  aque- 
llas minas,  concluiremos  diciendo  que  toda  la  riqueza  minera  del 
reino  podia  valuarse  en  800.000  libras,  que  es  la  mitad  de  lo  que 
producen  las  minas  de  cobre. 

La  prosperidad  de  las  otras  naciones  ha  sido  siempre  el  poderoso 
estimulo  que  ha  movido  á  los  Ingleses  á  buscar  su  engrandeci- 
miento. La  Holanda  era  en  aquella  época  la  nación  comerciante 
por  excelencia.  El  Inglés  veia  con  dolor  que  la  mayor  parte  de  las 
naves  que  aportaban  al  Támesis  eran  holandesas  :  que  el  tráfico 
de  Espaiía ,  Francia ,  Báltico  y  América  estaba  monopolizado  por 
los  buques  de  Holanda,  y  que  los  galeones  del  mismo  pais  hacian 
exclusivamente  el  viaje  á  Indias  de  Cádiz  y  Sevilla.  Envidiosa  la 
Gran  Bretaña,  empezó  por  imitar  á  los  Holandeses  para  luego  ven- 
cerlos y  aprovecharse  de  los  restos  de  su  poder.  Con  este  objeto 
fundó  una  Bolsa  y  creó  una  Compañia  de  Indias.  Siguiendo  el 
ejemplo  de  Withe  que  habia  publicado  unas  Memorias  sobre  la 
riqueza  de  Holanda,  infinidad  de  economistas  como  Child,  Munn, 
D'Avenant,  Petty,  King  y  otros,  se  dedicaron  á  escribir  sobre  el 
porvenir  comercial  de  su  país,  que  ellos  llamaban  la  Aritmética- 
política  de  Inglaterra.  Se  llegó  al  punto  de  idear  la  formación  de 
un  ministerio  entendido  é  interesado  en  la  pesca  de  la  sardina, 
con  el  sólo  objeto  de  entrar  á  competir  en  este  ramo  con  los  Ho- 
landeses que  la  tenían  en  monopolio ;  y  también  data  de  este  tiem 
po  la  constitución  de  una  compañía  comercial ,  que  tenía,  entre 
otros  privilegios ,  el  de  obligar  á  todos  los  taberneros  del  reino  á 
que  consumieran  anualmente  un  barril  de  sardinas.  En  fin,  Coke 
dio  á  luz  una  obra  en  la  cual  recomendaba  la  adopción  de  las  le- 
yes y  costumbres  holandesas,  y  entre  ellas  la  de  trasferir  las  deu- 
das, y  la  de  legar  en  favor  de  los  hijos  por  iguales  partes.  Con 
esto  se  conseguía,  no  sólo  dar  mayor  latitud  al  crédito ,  sino  divi- 
dir los  caudales :  que  cuando  son  excesivos  y  están  en  pocas  ma- 
nos, se  amortizan,  con  el  objeto  de  que  produzcan  rentas  :  pero 
pequeños  y  divididos ,  entran  desde  luego ,  según  aquel  autor,  á 
girar  en  el  círculo  del  comercio ,  con  notable  beneficio  de  la  ri- 
queza pública. 

Pero  nada  preocupaba  tanto  el  ánimo  de  los  Aritmético-políti- 
cos como  la  idea  de  poseer  colonias.  Se  decía  que  la  Holanda  de- 
rivaba de  ellas  todo  su  poder,  y  que  en  esto  habia  imitado  sabia- 
mente el  ejemplo  de  Pisa  y  Venecia,  Tyro  y  Cartago.  Prevaleció 


374  líSTADU    UENIÍHAL    DE    INGLATERRA 

pues  el  deseo  de  fundar  colonias,  y  desde  entonces,  reyes,  lords, 
comerciantes  y  plebeyos  formaron  asociaciones  á  porfía  para  po- 
blar la  América  del  Norte.  Estas  compañías  despertaban  la  natu- 
ral codicia  de  las  gentes,  publicando  manifiestos,  en  los  que  se  ha- 
cian  las  más  halagüeñas  ofertas  á  los  que  quisieran  expatriarse, 
pintándoles  las  tierras  de  las  Indias  como  manando  oro  por  todas 
partes.  Incitaban  á  las  doncellas  á  que  fueran  en  busca  de  maridos 
al  Nuevo  Mundo  ;  y  para  esto  se  establecieron  mercados  en  dife- 
rentes ciudades,  donde  se  compraban  mujeres  solteras  por  cuenta 
de  sus  novios  de  Ultramar,  á  razón  de  150  libras  de  tabaco  cada 
una.  Cuando  á  pesar  de  estos  esfuerzos  no  se  encontraban  emigra- 
dos en  bastante  número  para  completar  el  lleno  de  los  convoyes, 
se  tomaban  medidas  arbitrarias,  como  el  deportar  las  prostitutas, 
robar  los  niños  y  desterrar  á  Ultramar  á  los  condenados  políticos. 
De  este  modo  se  formaron  como  por  encanto  las  posesiones  de  Vir- 
ginia, Bahía,  Nueva-York,  Massachussets,  Mississipí,  Terra  Nova, 
Nueva  Inglaterra,  Maryland,  Jamaica  y  otras. 

La  City  de  Londres  era  el  punto  que  más  comerciaba  con  aque- 
llas colonias,  y  aun  puede  decirse  que  allí  estaban  reconcentradas 
todas  las  fuerzas  vitales  del  comercio  del  reino.  Su  tráfico  subia  á 
70.000  toneladas,  cuando  el  de  toda  Inglaterra  no  llegaba  á 
200.000;  y  su  aduana  daba  de  balance  anual,  libras  330.000, 
siendo  así  que  la  de  Liverpool,  puerto  de  segunda  importancia 
después  de  Bristol,  no  redituaba  libras  15.000.  La  riqueza  de  la 
City  había  crecido  mucho  en  los  veinticinco  anos  del  reinado  de 
Carlos  II;  asi  es  que  en  1685  se  contaban  más  capitalistas  de  li- 
bras 10.000  que  delibras  1. 000  se  habían  conocido  anteriormente, 
y  había  no  pocos  que  poseían  40  y  50.000  libras  de  capital  en  giro. 
El  ínteres  del  dinero  corría  en  aquella  plaza  al  10  por  100,  cuan- 
do en  España  estaba  al  12  y  en  Turquía  al  20;  y  se  hacían  también 
algunas  operaciones  al  contado,  que  hasta  entonces  se  habían 
transigido  á  3,  6,  9  y  18  meses  plazo.  A  pesar  de  esto,  la  City  no 
tenía  relaciones  directas  con  los  condados,  efecto  sin  duda  de  la 
dificultad  de  las  comunicaciones;  de  modo  que  no  existía  verda- 
dero giro  entre  unos  y  otros  puntos,  y  el  Gobierno  se  veía  precisado 
á  conducir  el  efectivo  de  las  contribuciones  en  carros  custodiados 
por  la  fuerza  armada.  Pero  también  es  cierto  que  la  City  podía  gi- 
rar sobre  Francfort  y  Colonia  hasta  1.000  libras  mensuales,  y 
240.000  al  año  sobre  Hamburgo.  En  aquel  tiempo  la  Bolsa  era 


EN    EL   SIGLO    XVI 1.  375 

simplemente  un  local  donde  se  reunían  los  comerciantes  de  buena 
fé  para  efectuar  sus  cambios,  sin  que  entre  ellos  se  conociese  el 
juego  ni  el  agiotaje  desenfrenado  que  hoy  forman  la  ocupación 
de  los  bolsistas  en  todas  las  naciones.  Pero  lo  que  vino  sobre  todo 
á  facilitar  las  transacciones  mercantiles  fué  la  adopción  del  libre 
cambio  de  la  moneda,  sistema  que  propagaron  los  Florentinos  por 
Europa,  y  tanto  contribuyó  desde  entonces  á  estrechar  las  recipro- 
cas relaciones  de  los  pueblos. 

Seguían  á  la  City  en  importancia  comercial  Bristol  y  Liverpool. 
La  primera  de  estas  ciudades  derivaba  su  mediana  nombradla  del 
tráfico  de  frutos  coloniales,  de  la  trata  de  esclavos,  y  lo  que  es  peor, 
del  robo  de  niños  (hid-napping) ,  que,  como  ya  digimos,  se  sus- 
traían de  la  vigilancia  paterna,  con  dolo  ó  con  violencia,  para  que 
fueran  á  poblar  las  colonias  de  América.  Y  por  cierto  que  es  muy 
satisfactorio  el  progreso  que  en  esto  ha  hecho  la  moral  pública  en 
Inglaterra,  si  hemos  de  traducir  por  verdadera  filantropía  el  em- 
peño con  que  después  ha  sostenido  la  abolición  de  la  esclavitud. 
En  cuanto  á  Liverpool,  no  merecía  mencionarse,  pues  á  pesar  de 
ser  el  tercer  puerto  comercial  de  aquel  reino,  su  tráfico  no  excedía 
de  1 ,400  toneladas,  que  es  lo  que  hoy  carga  un  navio  de  la  car- 
rera de  Indias. 

La  extracción  general  de  la  Gran  Bretaña  estaba  reducida  á  siete 
artículos  principales,  que  eran:  paños,  granos,  cecina,  manteca  y 
queso,  velas  de  sebo,  pescado  y  minerales:  y  todos  ellos,  á  excep- 
ción del  pescado,  pagaban  un  derecho  de  salida  más  ó  menos  cre- 
cido. La  importación  figuraba  por  el  duplo  déla  extracción,  y  con- 
sistía en  moneda,  alhajas,  telas  de  oro,  plata,  seda,  paños,  tapice- 
ría, algodón,  armas,  provisiones,  minerales,  vino,  pieles,  mueblaje 
y  géneros  de  Indias,  etc.  La  mayor  parte  de  estas  entradas  prove- 
nian  de  Francia,  que  era  la  nación  con  quien  más  comerciaba  la 
Inglaterra,  pues  le  enviaba  por  valor  de  millón  y  medio  de  libras, 
en  diversas  manufacturas,  sederías,  sombreros,  cristal,  relojería, 
papel,  hierro,  sal,  vinos  y  aguardientes,  artículos  de  moda,  y  otros 
pequeños  artefactos.  El  'atraso  en  que  se  hallaban  las  fábricas  in- 
glesas resulta  del  mismo  tráfico  que  hacían  los  Holandeses  con 
aquella  nación,  quienes  le  compraban  sus  paños  para  refinarlos  en 
sus  propios  establecimientos,  y  revenderlos  después  á  los  primiti- 
vos expendedores.  El  ramo  de  vinos  estaba  casi  exclusivamente  ab- 
sorbido por  la  España,  pues  que  todo  el  consumo  de  este  articulo 


376  líSTADO    GENERAL    DE    INGLATERRA 

recaía  sobre  el  moscatel,  la  malvasía,  la  tintilla  de  Rota,  el  Ali- 
cante, el  Málaga,  el  Canarias  y  el  Madera.  Los  vinos  de  Burdeos, 
Champagne  y  Oporto  eran  poco  conocidos ,  prefiriéndose  á  estos 
los  del  Rhin,  aunque  tampoco  competían  con  los  españoles;  lo  que 
es  notorio,  por  el  derecho  que  adeudaban  en  aquellas  aduanas:  pues 
mientras  los  vinos  alemanes  pagaban  12  peniques  por  medida,  y 
los  de  Francia  sólo  ocho,  á  los  Españoles  se  les  exigía  un  sheling 
y  seis  peniques. 

El  estado  del  comercio  de  Inglaterra  se  reducía  por  tanto  á  los 
siguientes  datos  numéricos: 

Extracción  general £  2.022,812 

Importación       »       »  4.016,019 

Diferencia. £  1.993,207 

El  estado  del  tráfico  particular  con  Francia  era  el  siguiente: 

Extracción £       170.000 

Importación »   1 .500.000 

Diferencia £  1.330.000 


Véase  por  otra  parte  la  enorme  diferencia  que  se  nota  entre  es- 
tos datos  y  los  que  nos  ofrece  el  comercio  inglés  á  principios  de 
este  siglo. 


Extracción  total.  Importación. 


Siglo  XVII £  2.022,812  £  4.016,019 

Siglo  XIX 35 .  264, 650  31 .  786, 262 

Uno  de  los  ramos  de  comercio  á  que  más  se  dedicaban  los  Ingle- 
ses era  el  de  trasportes,  que,  como  dijimos  más  arriba,  estaban  casi 
monopolizados  por  los  buques  de  Holanda.  En  efecto,  los  escrito- 
res de  aquella  época  aseguran  que  en  el  mar  Báltico  vogaban  22 
buques  holandeses  por  cada  embarcación  inglesa ;  y  en  la  pesca  de 
la  ballena  de  Groenlandia ,  se  contaban  400  de  aquellos  por  cada 
una  de  éstas.  Los  Ingleses,  sin  embargo,  no  desistían  de  su  propó- 
sito en  destruir  á  sus  rivales  y  desplegaban  la  mayor  actividad, 
yendo  y  viniendo  de  Indias  á  Europa  en  busca  de  mercancías  que 
trasportar ;  porque  las  naciones  que  como  Francia,  España  y  Ve- 


EN    EL    SIGLO    XVII.  377 

necia  teníamos  relaciones  mercantiles  con  las  cuatro  partes  del 
globo,  necesitábamos  hacer  uso  de  los  buques  extranjeros,  por  la 
escasez  de  los  nacionales.  Pero  los  más  económicos  eran  sin  duda 
los  holandeses,  razón  por  la  cual  los  Venecianos  y  los  del  Archi- 
piélago Jónico  se  servian  de  ellos  exclusivamente,  siendo  muy  raro 
el  buque  inglés  mercante  que  surcaba  las  aguas  del  Adriático. 

El  tratado  de  América  concluido  entre  la  España  y  la  Inglater- 
ra, vino  á  descubrir  una  nueva  era  de  prosperidad  para  esta  últi- 
ma potencia,  porque  sus  buques  podian  ya  entrar  en  todos  los  puer- 
tos del  Nuevo  Mundo  que  no  estuviesen  fortificados.  El  Acta  de 
navegación  que  Robertson  llama  « la  grande  ordenanza  del  comer- 
cio nacional»,  contribuyó  también  muy  poderosamente  á  fomentar 
el  tráfico  de  la  marina  inglesa ;  y  aunque  algunos  han  querido  ne- 
garle una  parte  de  su  importancia,  es  indudable  que  sin  los  regla- 
mentos de  aquel  Acta,  no  hubieran  conseguido  los  Ingleses  arre- 
batar á  la  Holanda  el  comercio  de  los  buques  mercantes ,  y  bien 
lo  prueba  el  empeño  con  que  los  Holandeses  trataron  de  inuti- 
lizarlos. 

Los  principios  que  hoy  dia  dominan  sobre  libertad  marítima,  no 
eran  entonces  comprendidos  ni  apreciados,  á  pesar  de  Grotius  y 
otros  publicistas  que  los  explicaron  y  sostuvieron  con  loable  tena- 
cidad. Se  creía  comunmente  que  una  compañía  de  ricos  particula- 
res trabajando  á  la  sombra  de  odiosos  privilegios  y  fueros  mercan- 
tiles, podía  acarrear  más  provecho  y  consideración  al  país  que  la 
masa  común  de  comerciantes  protegidos  en  igual  proporción;  ¡como 
si  el  comercio  fuera  una  renta  estancada  que  pueda  cederse  á  un 
contratista  con  beneficio  del  Estado !  De  esta  creencia  resultó  la 
protección  concedida  á  ciertas  empresas,  como  fueron  las  compa- 
ñías de  Indias,  Hudson,  Maryland,  Turquía  y  otras  que  prospera- 
ron en  aquella  época  escandalosamente,  y  de  las  cuales  vamos  á 
dar,  por  conclusión,  algunas  ligeras  noticias. 

La  compañía  de  Indias  fué  creada  en  1599,  pero  no  alcanzó  pros- 
peridad notable  hasta  la  época  de  la  Restauración.  Entre  las  mu- 
chas y  extraordinarias  facultades  que  se  le  concedieron  por  Real 
cédula,  tenia  la  de  declarar  la  guerra  y  estipular  tratados  de  paz, 
reclutar  tropas  de  voluntarios  y  organizarse  á  su  libre  albedrío. 
Poseía  en  la  India  Oriental  varios  establecimientos  y  factorías  por 
los  cuales  pagaba  un  censo  módico  al  Rey  de  Inglaterra  y  un  tribu- 
to nada  crecido  al  Emperador  del  Mogol.  Tan  envanecida  se  ha- 


378        ESTADO  GENERAL  Em  INGLATERRA  EN  EL  SIGLO  XVII. 

liaba  con  su  poderlo,  que  en  diferentes  ocasiones  mandó  ejecutar 
capitalmente  á  los  aventureros  ingleses  y  extranjeros  que  recorrian 
aquellos  mares.  Tenia  á  su  servicio  de  25  á  30  navios  y  de  2.000 
á  3000  marineros,  importando  sus  cargamentos  anuales  de  500  á 
700.000  libras  esterlinas.  Las  extracciones  que  hacia  de  la  India 
consistian  en  nitro,  pimienta,  añil,  algodón,  drogas  y  aromas? 
dando  en  cambio,  á  los  Indígenas,  paños,  mantas,  cuciiilleria  y  ba- 
ratijas. 

La  compañia  de  la  Bahiade  ffudson,  no  era  menos  afortunada. 
Poseia  en  la  India  un  territorio  de  750.000  leguas  cuadradas  que 
eran  en  gran  parte  bosques  espesos  donde  erraban  tribus  de 
Indios  salvajes.  El  principal  producto  que  de  alli  sacaba  la  em- 
presa, consistía  en  pieles  de  marta  y  armiño ;  animales  muy  comu- 
nes en  aquella  región,  que  los  Indigenas  cazaban  ingeniosamente, 
para  cambiar  sus  despojos  por  otros  artefactos  europeos.  Se  ha 
calculado,  que  las  ganancias  de  la  compañia  de  Hudson,  equiva- 
lían á  un  600  por  100 ,  y  para  esto  mantenía  á  su  servicio  más  de 
dos  mil  personas,  sin  contar  la  marineria  de  sus  buques  mercantes. 

Las  demás  compañías  comerciales  se  enriquecieron  del  mismo 
modo,  si  bien  sus  utilidades  no  eran  tan  considerables  como  las 
que  acabamos  de  analizar.  Algunos  hubo,  que  no  contando  sin 
duda  con  la  especial  protección  del  Gobierno,  sucumbieron,  como 
la  de  Moscovia,  por  aparentar  grandezas;  pero  al  propio  tiempo 
se  levantaba  la  de  Turquía  á  tal  altura,  que  hasta  enviaba  emba- 
jadores cerca  de  los  Principes  en  cuyos  estados  poseia  estableci- 
mientos. Ellas  llevaron  á  Inglaterra  el  algodón,  el  azúcar,  el  ca- 
cao, el  tabaco,  el  palo  santo,  la  caoba,  las  pieles  y  tantas  otras 
producciones,  conocidas  hoy  en  toda  Europa,  pero  que  los  Ingle- 
ses debieron  á  sus  posesiones  de  Barbados,  Virginia,  Pensylvania, 
Carolina,  Maryland  y  Jamaica.  Ellas  también  hicieron  comprender 
á  los  comerciantes  del  pais,  que  nada  comunica  mayor  actividad 
á  los  negocios  Que  el  espiritu  de  asociación,  y  este  juicioso  prin- 
cipio, desarrollado  sucesivamente,  ha  producido  y  produce  hoy  dia 
entre  los  Ingleses  los  más  halagüeños  resultados. 
(Se  coTUinuará.J 

Isidoro  Gütibreez  de  Castro. 


LOS  EVANGELIOS  APÓCETEOS. 


El  estudio  de  los  Evangelios  apócrifos  es  un  tema  de  los  más 
atractivos  é  interesantes  de  la  controversia  religiosa  contemporá- 
nea, para  los  que  saben  elevarse  sobre  las  vulgaridades  y  bufona- 
das de  los  bravos  racionalistas  españoles  que  han  salido  á  flor  de 
agua  con  la  Revolución  de  Setiembre,  y  están  algún  tanto  al  cor- 
riente de  los  trabajos  critico-biblicos  de  estos  últimos  años.  Por 
desgracia  de  nuestra  Nación,  el  clero,  á  quien  más  especialmente 
pertenece  el  estudio  de  estas  materias ,  está  demasiado  distraído  á 
otras  más  apremiantes,  tiene  que  acudir  cada  dia  á  los  ataques  del 
género  cursi  de  oradores  y  gacetilleros ,  á  la  propaganda  protes- 
tante, sólo  posible,  en  España,  merced  al  atraso  general  de  nuestra 
ilustración  religiosa  y  científica ,  y  basta,  vergüenza  causa  el  de- 
cirlo, hasta  se  ve  en  la  dura  necesidad  de  pensar  seriamente  en  su 
subsistencia  material.  Obligado  á  no  recibir  en  su  seno  sino  indi- 
viduos del  pueblo  pobre ,  porque  hace  muchos  años  que  el  sacer- 
docio no  es  una  carrera ;  pudiendo  á  duras  penas  cursar  los  estudios 
de  un  seminario;  sin  medios  de  entregarse  á  estudios  profundos, 
porque  ni  libros  puede  comprar ;  reducidos  sus  individuos  á  los 
recursos  personales,  sin  las  ventajas  de  la  asociación ;  incomunica- 
do por  necesidad  con  el  movimiento  científico  extranjero,  ¿qué 
extraño  es  que  no  vaya  nuestra  patria  al  nivel  de  los  pueblos  de 
Europa,  en  publicaciones  y  trabajos  religioso-científicos?  ¿Qué 
extraño  es  qué ,  bien  ilustrado  por  lo  general  nuestro  clero  en  las 
ciencias  eclesiásticas,  tales  como  se  estudiaban  en  los  siglos  pasa- 
dos, esté  un  poco  desorientado  respecto  al  giro  que  llevan  en  la 
actualidad,  si  es  que  verdaderamente  lo  está^  ¿Qué  extraño  es, 
sobre  todo ,  que  no  emprenda  trabajos  literarios  y  científicos  de 


380  LOS    EVANGELIOS 

mucho  aliento,  cuando  es  raro  el  eclesiástico  que  puede  sufragar 
los  gastos  editoriales  de  un  tomo  en  octavo?  Hay ,  pues,  un  con- 
junto de  razones  poderosas  para  que  no  se  vea  en  nuestra  nación 
el  movimiento  cientifico-religioso  siguiendo  la  dirección  que  lleva 
.en  Alemania .  y  puede  llamarse  dichoso  el  clérigo  español  que  si- 
gue un  poco  de  lejos  al  de  Francia ,  atrasado  en  un  medio  siglo 
respecto  al  alemán.  Y  por  eso  mismo  no  se  ha  hecho  trabajo  algu- 
no, que  sepamos,  respecto  al  asunto  de  este  escrito,  cuando  tantos 
se  han  hecho  en  el  extranjero,  donde  los  libros  apócrifos  del  Anti- 
guo y  Nuevo  Testamento  se  estudian  con  pasión ,  se  buscan  con 
empeño,  se  traducen  y  comentan  con  diligencia,  se  hacen  de  ellos 
colecciones  costosísimas,  como  las  ediciones  de  Thilo  y  de  Tischen- 
dorf ,  los  estudios  publicados  en  las  muchísimas  Revistas  religiosas 
de  x\lemania,  las  traducciones  de  Brunet  y  Migne.  Y  sin  embargo, 
en  España ,  jamás  hablamos  oido  dar  importancia  á  estos  libros 
hasta  que,  encargados  de  enseñar  á  la  corte  la  Biblioteca  del  Es- 
corial, nos  preguntó  repetidas  veces  por  ellos  el  Sr.  Duque  de 
Montpensier,  excitando  nuestra  curiosidad  y  el  deseo  de  conocer 
el  asunto ;  del  cual  nació  la  convicción  del  interés  que  tiene  seme- 
jante literatura  en  los  estudios  religiosos,  luego  que  se  nos  encar- 
gó la  cátedra  de  Escritura  Sagrada  en  aquel  Seminario.  Entonces 
registramos  con  este  fin  la  Biblioteca ,  y  solamente  dimos  con  los 
antiguamente  impresos,  y  con  una  Biblia  manuscrita  que  contenia 
la  carta  a  los  de  Laodicea.  No  fuimos  más  felices  en  Madrid,  don- 
de sólo  tiene  la  Biblioteca  Nacional  el  Diccionario  de  los  apócrifos 
de  Migne,  y  carece  de  las  ediciones  de  Thilo,  de  Brunet,  de  Hahn, 
de  la  completa  de  Tischendorf,  y  de  la  multitud  de  libros  apócrifos 
sueltos  publicados,  traducidos  y  estudiados  por  otros  autores.  Qui- 
siéramos, pues,  dar  aquí  una  idea  sucinta  de  los  Evangelios  apó- 
crifos ,  cuya  comparación  con  los  cuatro  canónicos  dice  tanto  en 
favor  de  éstos ,  como  ya  hemos  apuntado  en  otra  parte ,  y  que 
tanto  sirven  para  conocer  el  espíritu  é  idea  de  los  primeros  cris- 
tianos, el  desarrollo  de  nuestros  dogmas,  el  germen  de  mul- 
titud de  tradiciones  que  se  han  conservado  con  más  ó  menos 
fortuna,  así  como  las  ideas  filosóficas  y  teosóficas  de  los  primeros 
sectarios.  Seguiremos  para  ello  el  trabajo  que  sobre  el  mismo  asun- 
to hizo  M.  Nicola  (de  Montauban),  aunque  dirigidos  por  un  cri- 
terio tan  distinto  como  puede  serlo  el  de  un  racionalista  declarado 
y  un  sacerdote  católico.  A  tres  clases  reduce  el  autor  citado  los 


APÓCRIFOS.  381 

Evangelios  apócrifos:  Evangelios  judaizantes,  anti-judáicos  y  or- 
todoxos. Los  primeros,  contienen  las  ideas  de  aquellas  sectas  que 
no  pudieron  desprenderse  de  las  instituciones  de  la  antigua  ley, 
los  segundos  las  de  los  enemigos  de  la  misma ,  y  los  terceros  los 
de  la  Iglesia,  y  aquellas  tradiciones  que,  verdaderas  ó  falsas,  no  se 
oponían  al  dog*ma  católic® ,  y  fueron  recogidas  sin  más  fin  que 
fomentar  la  sencilla  piedad  de  los  fieles,  porque  ño  hay  datos  bas- 
tantes para  creer  que  se  hiciera  con  intención  apologética  ó  polé- 
mica. Estos  son  los  únicos  que  restan  aún. 


L 


EVANGELIOS    JUDAIZANTES. 

El  primero  y  más  célebre  entre  los  Evangelios  judaizantes,  es  el 
llamado  por  los  Santos  Padres  Evangelio  según  los  Hebreos  ó  de 
los  doce  kpóstoles,  escrito  en  siro-caldáico  con  caracteres  hebreos, 
como  lo  afirma  San  Jerónimo,  que  le  copió  en  la  biblioteca  de  Ce- 
sárea y  lo  tradujo  al  griego  y  al  latin.  En  otra  parte  (1)  hemos 
afirmado,  que  este  Evangelio  fué  el  texto  original  de  San  Mateo, 
más  ó  menos  interpolado  con  el  tiempo  por  los  cristianos  judaizan- 
tes de  la  Siria  y  por  los  Ebionitas,  y  nada  tenemos  que  cambiar  en 
esta  opinión.  Es  para  nosotros  cierto  que  San  Mateo  escribió  su 
Evangelio  en  la  lengua  usada  entonces  en  Palestina ,  y  los  testi- 
monios de  los  PP.  más  antiguos  é  ilustrados  en  la  materia  y  el 
texto  siriaco  encontrado  recientemente  por  el  capellán  de  la  Reina 
de  Inglaterra,  Cureton,  que  se  aparta  notablemente  del  texto  siria- 
co común  y  se  aproxima  al  griego  de  San  Mateo ,  precisamente 
por  su  grande  antigüedad,  apenas  dejan  alguna  probabilidad  á  la 
opinión  contraria.  Todo  lo  más  que  puede  admitirse  en  el  asunto 
es  la  opinión  de  Tiersch,  es  á  saber,  que  el  Evangelio  original  he- 
breo de  San  Mateo  sufrió  una  especie  de  nueva  edición,  corregida 
en  la  traducción  auténtica  griega,  que  es  la  canónica,  y  una  se- 
gunda que  se  llama  Evangelio  de  los  N azáreos  y  Evangelio  de  los 
Hebreos.  Mas  esto  no  difiere  de  lo  que  hemos  afirmado  en  nuestro 
libro,  que  el  original  hebreo  de  San  Mateo  fué  sufriendo  algunas 


O)    Manuale  isagogicum  in  Sacra,  Biblia.— -Lugo,  1868.  Soto  Freiré» 


382  Los   EVANGELIOS 

adiciones  y  alteraciones,  por  las  que  recibió  pasajes  que  expresaban 
ciertas  tradiciones  comunes  entre  los  primeros  fieles  acerca  de  la 
vida  y  discursos  de  Jesús;  y  este  Evangelio  más  modificado,  según 
iba  pasando  el  tiempo ,  y  únicamente  en  uso  entre  los  Nazareos  y 
Ebionistas,  fué  después  el  actual  Evangelio  siriaco ,  más  distante 
del  texto  original  y  traducción  primitiva  griega,  que  el  texto  de 
Cureton,  por  lo  mismo  que  este  es  más  antiguo ,  cuando  todavía 
no  habia  sufrido  el  original  sino  pocas  modificaciones. 

Esta  es  la  razón  de  que  fuera  alegado  por  algunos  Santos  Pa- 
dres que  le  conocieron,  sin  poner  en  duda  su  valor  histórico,  á 
pesar  de  ser  entre  ellos  una  cosa  corriente  que  sólo  habia  cuatro 
Evangelios  auténticos  y  canónicos.  Sin  la  menor  duda  le  citan  ó 
emplean  sus  palabras  Ignacio ,  Clemente  Alejandrino  y  Orígenes, 
quien  hace  grandes  esfuerzos  para  interpretar  un  oscuro  pasaje  de 
éste  Evangelio,  en  que  se  llama  al  Espíritu  Santo  madre  de  Jesús. 
En  el  siglo  IV,  refiere  Ensebio  que  algunos  colocaban  este  Evan- 
gelio en  el  número  de  los  libros  controvertidos  ó  antilegómenos. 
que  estaban  como  notantes  entre  los  canónicos  y  apócrifos,  porque 
en  efecto,  entonces  no  habia  recibido  alteraciones  sustanciales,  sin 
lo  cual  es  imposible  que  San  Jerónimo,  que  le  leyó  y  tradujo,  le  hu- 
biera tenido,  como  le  tuvo,  por  el  mismo  original  de  San  Mateo. 
Que  se  remonta  al  primer  siglo,  no  ofrece  duda,  según  las  citas 
alegadas ;  y  aun  San  Epifánio  asegura  que  le  usaban  los  discípu- 
los de  Cerintho.  Tenemos  por  cierto,  que  al  dispersarse  los  prime- 
ros cristianos  de  la  Palestina  por  la  alta  Siria  y  al  otro  lado  del 
Jordán,  se  llevaron  el  Evangelio  siro-caldáico  de  San  Mateo ;  que 
aUí  se  aislaron  del  resto  de  la  cristiandad ;  que  este  aislamiento  y 
el  apego  á  las  tradiciones  hebreas,  los  fueron  convirtiendo  poco  á 
poco  en  una  secta  cada  vez  más  separada  de  la  Iglesia ,  apropián- 
doseles el  nombre  de  Nazareos,  antes  común  á  todos  los  cristianos: 
que  después  algunos  tomaron  el  de  Ebionitas,  y  progresando  en 
su  secta  llegaron  á  quitar,  del  único  Evangelio  que  conocían,  los 
dos  primeros  capítulos,  como  contrarios  á  sus  creencias. 

De  los  pasajes  de  este  Evangelio  alegados  por  los  escritores  an- 
tiguos, liay  dos ,  que  parecen  verdaderas  interpolaciones ,  cuales 
son  el  citado  por  Orígenes  [mi  madre  es  el  Espiritu  Santo),  y 
por  Clemente  Alejandrino  (el  gue  admirare  reinará,  y  el  que  rei- 
nare descanteará) ;  aunque  no  hay  razones  evidentes  para  juzgarlo 
asi,  pues  no  estimamos  tal  la  de  que  se  salen  estos  pasajes  del 


APÓCRIFOS.  383 

tono  general  del  primer  Evangelio  canónico,  como  pretende 
M.  Nicolás.  El  tono  general  de  un  escrito  biográfico  no  basta, 
sobre  todo  cuando  la  biografía  es  incompleta  y  se  propone  un  ob- 
jeto parcial ,  para  declarar  inauténtico  tal  ó  cual  pasaje  que  pa- 
rezca distinguirse  notablemente ;  y  asi,  los  que  niegan  la  autenti- 
cidad de  los  discursos  de  Jesús,  relatados  por  San  Juan,  por  no 
convenir  su  tono  al  dominante  en  los  Evangelios  sinópticos,  no  han 
reparado,  prescindiendo  de  otras  más  graves  razones,  en  el  texto 
de  San  Mateo,  que  cualquiera  diria  de  San  Juan:  «Yo  te  alabo. 
Padre,  porque  escondiste  estas  cosas  á  los  sabios  y  prudentes,  y 
las  manifestaste  á  los  pequeuuelos.  Porqme  asi,  Padre,  te  plugo. 
Todo  se  me  ha  entregado  por  mi  Padre ;  y  nadie  conoce  al  Hijo 
sino  el  Padre ,  ni  al  Padre  conoce  nadie  sino  el  Hijo ,  y  aquel  á 
quien  quiera  el  Hijo  manifestarlo.» 

Ninguna  dificultad  encuentra  M.  Nicolás  en  que  se  hallaran 
en  el  texto  siro-caldáico  de  San  Mateo  dos  lugares  alegados  por 
San  Jerónimo,  en  los  que  se  daba  por  uno  de  los  mayores  críme- 
nes el  contristar  el  espíritu  del  hermano ,  y  se  mandaba  nunca 
estar  contentos  sino  cuando  viéramos  d  nuestro  hermano  en  cari- 
dad.  El  hombre  de  la  mano  atrofiada  que  Jesús  curó  (Matth.  XX VH), 
era  albañil,  según  el  Evangelio  de  los  Nazarees ;  Barrabás  es  pre- 
sentado como  sedicioso  y  homicida,  y  dada  la  significación  etimo- 
lógica de  su  nombre  [hijo  del  maestro  de  ellos).  No  teniendo  á  ma- 
no las  obras  de  San  Jerónimo ,  ignoramos  si  en  esto  se  refiere  al 
texto  de  los  Nazareos,  ó  habla  por  su  propia  cuenta,  puesto  que  la 
interpretación  del  nombre  podia  ser  cosa  suya,  y  la  cualidad  de 
sedicioso  y  homicida  pudo  tomarla  del  Evangelio  de  San  Lúeas,  y 
en  todo  caso,  es  probable  que  ambas  adiciones  pasaran  al  texto  de 
los  Nazareos  desde  una  nota  marginal.  También  se  hallaba  en 
este  Evangelio  la  historia  de  una  mujer  acusada  ante  el  Señor, 
de  muchos  crímenes,  como  dice  Ensebio,  y  era  probablemente  la 
historia  de  la  mujer  adúltera  que  trae  San  Juan ,  cuya  autentici- 
dad rechazan  muchos  protestantes,  por  no  encontrarse  en  los  tex- 
tos manuscritos  más  antiguos,  ó  encontrarse  en  distinto  lugar, 
como  flotante,  según  expresión  de  Renán,  y  que  nosotros  hemos 
defendido  en  otro  lugar  con  las  plausibles  razones  alegadas  por 
los  escriturarios  católicos. 

Los  pasajes  citados  por  los  antiguos  escritores,  que  son  comunes 
á  los  dos  Evangelios,  varian  siempre  en  algo;  y  es  muy  natural, 


384  LOS   EVANGELIOS 

porque  de  otro  modo  no  habia  razón  para  alegar  el  Evangelio  de 
los  Nazareos.  Las  variantes  son  algunas  palabras  ó  la  forma  de  la 
redacción ;  y  hay  autores ,  como  Richard  Simón ,  y  aun  San  Je- 
rónimo  al  parecer,  que  dan  la  preferencia  al  texto  de  los  Naza- 
reos. Asi  en  la  oración  Dominical,  donde  dice  la  Vulgata  panem 
nostrum  supersubstantialem ,  da  noUs  hodie,  el  texto  de  los  Na- 
zareos empleaba  una  palabra  que  significa  mañana,  de  modo,  que 
daba  este  sentido:  danos  hoy  el  pan  de  mañana,  ó  el  pan  nuestro 
de  cada  dia ,  como  traducen  los  españoles ,  y  hasta  las  versiones 
francesas  protestantes ,  y  la  de  Lutero ,  calcadas  ordinariamente 
sobre  el  texto  griego.  Así  también,  reprochando  Jesús  á  los  judíos 
el  mal  recibimiento  qué  siempre  hicieran  á  los  Profetas,  les  dice, 
«que  vendrá  sobre  ellos  su  sangre:  desde  la  del  Profeta  Ahely 
hasta  la  de  Zacarías ,  hijo  de  Baraquias  ,  al  que  asesinasteis 
entre  el  templo  y  el  altar ;  %  mientras  que  en  el  texto  de  los  He- 
breos se  dice,  según  San  Jerónimo,  hijo  de  Joyada,  lo  cual 
concuerda  con  el  libro  segundo  de  los  Paralipómenos ,  donde  se 
refiere  este  hecho,  desapareciendo  asi  graves  dificultades  exe- 
géticas. 

Cuando  los  pasajes  difieren  en  la  forma  de  la  redacción,  también 
cede  M.  Nicolás  la  palma  al  Evangelio  apócrifo ;  con  cuánta  razón, 
júzguenlo  nuestros  lectores. 

'^an  Matheo ,  XVIII,  21—22  .  Evangelio  según  los  Hebreos. 

Entonces,  Pedro,. acercándose  ,  le  dijo:  «  si  tu  hermano  ha  pecado  de  palahr 

Señor,  ¿cuántas  veces  pecará  mi  hermano  contra  tí  y  te  dá  satisfacción,  perdónale 

contra  mí,  y  le  perdonaré?  Siete  veces?  siete  veces  al  dia.  — Siete  veces  al  día! 

Y  Jesús  le  respondió:  no  dig-o  siete  ve-  ¿¡jo  Simón,  su  discípulo.— El  Señor  le 

ees,  sino  siete  veces  setenta.  respondió,  diciendo  :  y  aún  te  digo  que 

setenta  veces  diez  y  siete. 

Capitulo  XIX,  16-24.  ^^  ^  evangelio  según  los  Hebreos. 

Y  hé  aquí  llegándose  uno  :  le  dijo:  Otro  hombre  rico  le  dijo :  Maestro ,  ¿qué 
Maestro  bueno,  ¿qué  bien  haré  para  obte-  debo  hacer  para  vivir  ?  El  le  dijo:  hom- 
ner  la  vida  eterna?  Respondióle  él:  ¿por-  bre,  cumple  la  Ley  y  los  Profetas.  Este 
que  me  dices  bueno?  Ninguno  es  bueno  respondió:  yo  los  cumplo.  El  le  dijo  :  an- 
sinouno.  Dios.  Si  quieres  entrar  en  la  da  ,  vende  lo  que  tienes,  dalo  á  los  po- 
vida  ,  guarda  los  Mandamientos.  El  le  bres,  y  ven,  y  sigúeme.  Entonces  el  rico 
dijo:  cuáles?  Jesús  respondió:  no  mata-  se  puso  á  golpear  la  cabeza,  porque  no 
ras,  no  cometerás  adulterio  ,  no  robarás,  le  agradaba  esto.  Y  el  Señor  le  dijo  :  ¿co- 
no dirás  falso  testimonio  ,  honra  á  tu  pa-  mo  dice>  lú  que  cumples  la  Ley  y  los  Pro- 
dre  y  á  tu  madre,  y  amarás  á  tu  prójimo  fetas?  Está  escrito  en  la  Ley  :  amarás  á 
como  á  tí  mismo.  El  joven  le  dice:  todo  es-  tu  prójimo  como  á  ti  mismo  ,  y  hé  ahí 
to  he  guardado  desde  mi  juventud  .  ¿qué  un  gran  número  de  hermanos  tuyos  ,  hi- 


APÓCRIFOS.  385 

más  me  falta?  Jesús  le  dijo :  si  quieres  ser  jos  de  Abraham  ,  que  yacen  en  el  polvo 
perfecto ,  anda ,  vende  lo  que  tienes  ,  y  y  mueren  de  hambre  ,  mientras  que  tu 
dalo  á  los  pobres ,  y  tendrás  tu  tesoro  en  casa  rebosa  en  bienes  ,  y  nada  sale  de 
el  cielo,  y  luego  ven,  y síg-ueme.  Yoyen-  allí  para  ellos.  Y  volviéndose,  dijo  á  Si- 
do el  mancebo  estas  palabras ,  se  fné  tris-  mon ,  su  discípulo  , ,  sentado  junto  á  él: 
te  ,  porque  tenía  muchas  posesiones.  En-  Simón,  hijo  de  Juan,  es  más  fácil  á  un 
tónces ,  Jesús  dijo  á  sus  discípulos  :   di-  camello  pasar  por  el  ojo  de  una  aguja, 
goos  de  cierto  que  difícilmente  entrará  que  á  un  rico  entrar  en  el  reino  de    los 
en  el  reino  de  los  cielos.  Digoos  más,  que  cielos, 
es  más  fácil  que  entre  un  camello  por  el 
ojo  de  una  aguja ,  que  no  un  rico  en  el 
reino  de  Dios.  ♦ 


En  ninguno  de  estos  pasajes  vemos  nosotros  la  ventaja  de  parte 
del  Evangelio  apócrifo ;  y  aun  vemos  cierto  aire  declamatorio  en 
la  reprensión  que  pone  en  boca  de  Jesús ,  y  un  indicio  por  tanto  de 
retoques  humanos. 

Pero  donde  no  puede  haber  duda  de  ser  una  interpolación  legen- 
daria, es  en  la  historieta  sobre  el  juran^ento  que  hizo  Santiago, 
según  el  Evangelio  de  los  Nazarees,  de  no  comer  ni  beber  desde  la 
última  cena ,  hasta  que  viera  á  Jesús  resucitado  ;  juramento  com- 
pletamente inverosímil,  dado  el  estado  de  los  ánimos  de  los  discí- 
pulos ,  que  nunca  habian  comprendido  bien  las  profecías  acerca  de 
la  resurrección  del  Salvador.  Sabida  es  la  importancia  que  dieron 
á  Santiago,  primo  de  Jesús  [hermano,  según  el  modo  común  de 
hablar  entre  los  Hebreos),  los  cristianos  judaizantes.  Y  como  es 
cierto  que  Jesús  se  le  apareció  particularmente ,  según  lo  refiere 
San  Pablo  á  los  Corinthios  ( XV ,  7 ) ,  nada  tiene  de  particular  que 
los  judaizantes  adornaran  el  caso  con  circunstancias  honrosas  para 
el  que  es  llamado  en  las  Clementinas  principe  de  los  Apóstoles  y 
arzobispo,  como  que  los  judaizantes  quisieron  ver  en  él,  aunque 
sin  razón,  el  apoyo  y  columna  de  sus  apreciaciones  particulares 
de  la  doctrina  de  Jesús. 

También  tiene  todo  el  aspecto  de  leyenda  inventada  para  darse 
cuenta  del  bautismo  de  Jesús  por  San  Juan ,  á  pesar  de  su  impeca- 
bilidad y  santidad  esencial,  el  pasaje  aquel  en  que  se  refiere  que 
fué  invitado  á  recibir  el  bautismo  por  su  madre  y  hermanos ,  á  los 
cuales  contestó:  «¿qué  pecado  he  cometido  yo  para  ir  á  que  me  bau- 
^tice,  á  menos  que  al  deciros  esto  ,  no  esté  en  la  ignorancia?»  Así 
es  que  otro  escrito  apócrifo ,  la  Pradicatio  Pauli,  refiere  que  «  fué 
compelido  casi  contra  su  voluntad ,  por  su  madre ,  á  recibir  el  bau- 
tismo de  Juan.»  Los  Evangelios  canónicos,  sobrios  en  este  caso  co- 

TOAIO  XV.  25 


386  LOS    EVANGELIOá 

mo  siempre ,  refieren  simplemente  el  bautismo  de  Jesús ,  añadien- 
do uno  que ,  rehusando  San  Juan  tanta  honra ,  le  dijo  el  Salvador: 
«  déjate  de  eso ,  porque  así  conviene  que  cumplamos  toda  justicia.» 
El  Evangelio-,  según  los  Hebreos,  jde  que  acabamos  de  hablar  y 
que  eu  nuestra  opinión  fué  originariamente  el  mismo  texto  siro- 
caldáico  de  San  Mateo ,  es  la  base  de  los  otros  evangelics  judai- 
zantes ,  que  no  fueron  sino  copias  ó  traducciones  más  ó  menos  reto- 
cadas é  inexactas  del  texto  primordial.  Asi  el  Evangelio  de  los 
doce  Apóstoles  es  el  mismo  de  los  Nazareos  ó  según  los  Hebreos, 
como  expresamente  lo  dice  San  Jerónimo.  Es  probable  la  opinión 
de  Hilgenfeld  de  que  los  Nazareos  le  llamaran  Evangelio  de  los 
doce  Apóstoles,  y  los  ortodoxos  Evangelio  de  los  Hebreos. 

El  diligente  historiador  Ensebio  refiere  que  Pantano  trajo  de  la 
India  (probablemente  la  Etiopía)  el  Evangelio  de  San  Mateo,  lle- 
vado allá  por  San  Bartolomé ,  y  escrito  como  lo  fué  primitivamen  - 
te  en  caracteres  hebreos.^ No  vemos,  pues,  en  él  otro  evangelio 
distinto,  ni  siquiera  el  motivo  por  qué  M.  Nicolás  le  llama  Evan- 
gelio de  San  Bartolomé,  particularmente  creyendo,  como  cree,  en 
el  texto  siro-caldáico  del  primer  Evangelio  canónico.  El  Evangelio 
de  San  Bernabé  parece  no  haber  sido  más  que  una  versión  grie- 
ga del  anterior ,  más  ó  menos  adulterado  ya  por  la  leyenda. 

El  Evangelio  de  Cerinto  y  de  los  Carpocratianos  fué  igualmente 
el  de  los  Nazareos,  más  ó  menos  retocado;  pues  San  Epifánio  dice 
que  usaban  ei  Evangelio  de  San  Mateo,  pero  mutilado  en  parte. 

El  Evangelio  de  Pedro  parece  haber  sido  el  mismo,  pero  retoca- 
do en  sentido  doceta.  La  sencilla  manera  de  expresarse  del  Evan- 
gelio de  San  Mateo,  llamando,  conforme  al  uso  hebreo,  hermanos 
á  los  primos  del  Salvador ,  hizo  posteriormente  buscar  un  medio  de 
conciliar  el  dogma  de  la  virginidad  perpetua  de  María  con  la  exis- 
tencia de  hermanos  de  Jesús,  para  lo  cual  admitieron  muchos,  no 
sabemos  si  con  fundamento  tradicional  ó  sin  él ,  un  primer  matri- 
monio de  San  José ;  y  como  éste  era  tenido  vulgarmente  por  padre 
de  Jesús ,  sin  que  evitaran  siempre  este  modo  común  de  hablar  los 
mismos  Evangelios  canónicos  que  expresamente  niegan  que  fuera 
verdaderamente  su  padre  ,  como  lo  hacen  San  Mateo  y  San  Lúeas, 
creyeron  salir  del  paso,  entendiendo  que  los  llamados  hermanos  del 
Salvador,  eran  hijos  del  primer  matrimonio  de  San  José.  De  esta 
opinión  fueron  algunos  padres  y  sectarios ,  aunque  de  la  confron- 
tación de  los  Evangelios  y  Actas  de  los  Apóstoles  se  deduce  cierta- 


APÓCRIFOS.  387 

mente  que  se  trata  aqui  de  primos  y  como  lo  hemos  demostrado  en 
otro  lugar.  No  habia ,  pues  ,  razón  para  tantos  esfuerzos  por  con- 
ciliar la  narración  evangélica  con  ella  misma ,  pues  que  afirma  cla- 
ramente la  milagrosa  concepción  y  nacimiento  de  Jesús ,  y  con  el 
dogma  perpetuo  de  la  virginidad  de  María.  Pero  los  docetas  qui- 
sieron poner  más  en  seguro  este  dogma ,  y  para  ello  admitieron 
probablemente  el  matrimonio  primero  de  San  José ,  pues  de  la  con- 
cepción y  nacimiento  milagroso  de  Jesús  sacaban  ellos  que  no  po- 
seyó un  cuerpo  verdadero ,  ó  al  menos  que  le  poseyó  muy  distinto 
del  de  los  demás  hombres.  Milagro  por  milagro ,  los  docetas  admi- 
tian  este  último,  como  los  racionalistas  modernos,  con  M.  Nico- 
lás ,  desechan  uno  y  otro ,  y  salen  del  paso  apelando  á  una  nar- 
ración míthica  ó  legendaria.  Nosotros  que  admitimos  un  Dios 
verdadero  y  vivo  y  un  orden  sobrenatural ,  sólo  rechazamos  como 
imposible  lo  contradictorio ;  y  todavía  no  conocemos  una  ñsica ,  ó 
química,  ó  filosofía  que  demuestren  ser  contradictorio  todo  lo  qiie 
supera  los  alcances  de  nuestra  razón  natural ,  y  las  fuerzas  y  leyes 
comunes  de  la  naturaleza. 

No  debe  ser  dudoso  para  nadie  que  el  Evangelio  de  los  Ehionitas 
era  el  mismo  de  los  Nazareos  en  un  estado  más  avanzado  de  mani- 
pulaciones y  retoques ,  pues  hablan  llegado  á  suprimir  Íntegros  los 
dos  primeros  capítulos ,  como  demasiado  contrarios  á  su  cristologla 
especial.  Los  testimonios  de  Ireneo ,  coetáneo,  y  los  de  Epifánio, 
Ensebio  y  Jerónimo ,  no  dejan  lugar  á  dudas  sobre  este  punto.  Da- 
dos los  hábitos  de  los  primeros  sectarios ,  que  combatiendo  con  fran- 
queza el  dogma  de  la  iglesia ,  no  tenian  inconveniente  en  adulte- 
rar ó  mutilar  los  libros  simbólicos  ,  ó  escribir  otros  nuevos ,  opo- 
niéndolos á  veces  á  los  escritos  apostólicos ,  como  procedentes  de 
hombres  que ,  en  su  opinión ,  no  hablan  comprendido  á  fondo  las 
enseñanzas  de  Jesús ,  cosa  completamente  demostrada  respecto  á 
las  sectas  gnósticas;  nadie  se  extrañará  de  que  los  Ebionitas  supri 
mieran  la  historia  de  la  Encarnación ,  de  la  venida  de  los  Magos, 
de  la  fuga  á  Egipto  y  vuelta  á  Galilea ,  y  principalmente  la  genea- 
logía. Porque  después  de  haber  tenido  á  Jesús  en  un  principio  co- 
mo un  profeta  ó  verdadero  Mesías ,  pero  hijo  natural  de  José  y  de 
María,  hablan  modificado  sus  ideas  de  un  modo  incompatible  con 
la  historia  relatada  en  los  dos  primeros  capítulos  del  primer  Evan- 
gelio canónico,  y  por  couvsiguiente  del  texto  siro-caldálco  que  ellos 
usaran.  Unos  velan  en  Jesús  al  mismo  Adán,  tal  cual  habia  salí- 


388  LOS   TÍVANGT5LT0S 

do  de  manos  de  Dios:  otros  un  espíritu  celeste  superior  á  los  Ang-e- 
les,  anterior  á  toda  criatura,  que  después  de  haberse  aparecido 
diversas  veces  á  los  Patriarcas  y  otros  personajes  del  anticuo  Tes- 
tamento ,  habia  vuelto  á  la  tierra  en  calidad  de  Mesías  ;  otros ,  en 
fin,  sostenían  que  este  espíritu  celeste,  que  era  propiamente  el 
Cristo  (S  Mesías  ,  no  se  habia  unido  al  hombre ,  ó  Jesús ,  sino  en  el 
momento  del  bautismo.  Como  esto  contradecía  á  los  dos  primeros 
capítulos,  los  suprimieron  ,  é  introdujeron  alguna  otra  alteración ' 
como  las  sig-uientes .  En  la  narración  del  bautismo  de  Jesús  altera- 
ron un  poco  el  orden  de  los  hechos  referidos  por  San  Mateo ,  y  aña- 
dieron á  las  palabras  que  se  oyeron  de  lo  alto :  «  Yo  te  he  eng-en- 
»drado  hoy , »  con  lo  cuál  daban  una  base  á  la  tercera  de  las  opi- 
niones referidas.  Otra  notable  alteración  del  texto  introdujeron  en 
el  sermón  del  Monte .  cuando  en  vez  de  decir  Jesús :  «  no  creáis  que 
»he  venido  á  abolir  la  Ley  y  los  Profetas ;  no  vine  á  abolirlos ,  sino 
»á  cumplirlos, »  le  hacen  decir :  «He  venido  á  abolir  los  sacrificias: 
»sino  dejais  de  sacrificar,  no  cesará  la  cólera  de  Dios  de  pesar  so- 
»bre  vosotros.  »  A  primera  vista  parecerá,  extraña  esta  alteración 
hecha  por  una  secta  judaizante ;  pero  hay  que  pensar  que  estos 
Ebionitas  procedían  de  antig'uos  Esculos .  medio  convertidos  al  cris- 
tianismo; asi  es  que,  como  ellos,  amaban  la  pobreza  [eMonim  vale 
tanto  como  pobres ) ,  como  ellos  repugnaban  todo  alimento  de  car- 
nes, y  usaban  de  baños  diariamente  como  práctica  relig-iosa.  Esto 
mismo  explica  otros  retoques  dados  al  texto  evangélico.  Cuando 
los  discípulos  preguntan  á  Jesús  dónde  han  de  disponer  la  cena 
Pascual,  el  Evang-elio  de  los  Ebionitas  ingería  unas  palabas  toma- 
das del  de  San  Lúeas ,  pero  dándoles  un  sentido  contrario.  En  lu- 
gar de  decir:  grandemente  he  deseado  comer  conwmtfos  esta  pas- 
cua^ le  hacia  decir:  f^'por  ventura  he  deseado  yo  comer  la  carne  del 
cordero  pascual  con  vosotros'^  Del  mismo  modo  daba  por  alimento 
á  San  Juan  en  el  desierto  miel  silvestre ,  y  no  langosta  y  miel  sil- 
vestre ,  como  refiere  San.  Mateo.  Nos  afirmamos  por  tanto  más  y 
más  en  el  origen  que  en  otro  punto  hemos  admitido  para  los  Ebio- 
nitas ,  derivándolos  de  los  Nazareos :    añadiendo  ahora  que  estos 
procedieron  principalmente  de  los  Esenlos,  y  más  que  nada  de  lo? 
Esenios  de  Samarla ,  y  que  allí  y  en  la  Siria  se  fueron  separando 
más  y  más  de  los  cristianos ,  constituyendo  la  secta  ebionita ,  por 
desarrollo  de  sus  ideas  teosóficas,  y  que  el  pretendido  Fíbion  ,  que 
vulgarmente  se  supone  su  jefe .  no  existió  jamás.  El  Evangelio  de 


APÓCRIFOS.  389 

¿os  Elcesaüas,  bajado ,  seguu  ellos,  del  cielo,  y  que  perdonaba  los 
pecados  al  que  creyera  en  él ,  no  fué  probablemente  otro  que  el  de 
los  Nazareos ,  ó  quizá  este  misnio  retocado  para  el  uso  particular 
de  los  perfectos  6 pneumáticos ,  es  decir,  de  los  iniciados  en  las  doc- 
trinas de  esta  secta  judaizante  y  gnóstica. 

Lo  mismo  hay  que  decir  \<^  Evangelio  según  losEgipcios ,  aun- 
que probablemente  habia  sufrido  más  alteraciones.  Es  citado  por 
Clemente  Alejandrino ,  y  existia  por  tanto  antes  de  la  mitad  del  si- 
glo II ,  aunque  no  quisiéramos  tener  por  auténtica  la  segunda  car- 
ta de  Clemente  romano ,  ni  ver  en  ella  una  verdadera  cita  de  este 
Evangelio.  Clemente  Alejandrino  cita  estos  tres  pasajes.  En  el  pri- 
mero pregunta  Salomé  á  Jesús  cuándo  llegará  su  reino ,  y  contes- 
ta Él :  « cuando  conculquéis  la  vestidura  del  pudor ,  cuando  dos 
»sean  uno ,  lo  exterior  sea  interior ,  y  el  varón  unido  á  la  mujer  no 
»sean  varón  ni  mujer.  »  En  otra  ocasión  le  pregunta  hasta  cuán- 
do morirán  los  hombres ;  y  contesta  Jesús :  « cuando  vosotras  las 
» mujeres  dejéis  de  parir.»  Entonces  dijo  ella :  «luego  bien  hice  yo, 
»que  nunca  he  parido. »  El  Señor  replicó :  «alimentaos  con  toda 
»yerba,  pero  no  con  aquella  que  es  amarga.  >>  Finalmente  en  el  ter- 
cer pasaje  se  hace  decir  á  Jesús :  «Yo  he  venido  á  destruir  las  obras 
»de  la  mujer,  de  la  mujer,  es  decir,  de  la  concupiscencia,  cuyas 
»obras  son  la  generación  y  la  muerte. » 

Este  Evangelio  fué  muy  conocido  en  los  primeros  siglos  por  los 
sectarios;  de  él  usaban  los  docetas  y  los  Encratitas,  y,  según  San 
Epifánio,  servia  mucho  á  los  Sabelianos,  como  otros  escritos  apócri- 
fos. Quizá  se  llamó  evangelio,  según  los  Egipcios,  por  haber  ser" 
vido  á  las  sectas  gnós ticas  de  Alejandría,  y  esto  mismo  acaso  lé  ha 
hecho  confundir  con  el  Evangelio  de  Basilides,  que  enseñó  en  aque- 
Ha  ciudad. 


II. 


Firme  M.  Nicolás  en  las  ideas  de  Baur  acerca  de  las  diversas 
fases  porque  dicen  que  pasó  el  cristianismo  desde  Esteban  á  Pablo 
y  desde  éste  al  autor  del  cuarto  Evangelio ,  se  apoya  en  ellas  para 
establecer  una  clasificación  de  las  escuelas  gnósticas  antijudáicas. 
Tres  categorías  establece  entre  ellas,  contando  en  la  primera  á 
Cerdon  y  Marcion,  que ,  según  él ,  consideraban  la  ley  antigua 


390  LOS    EVANGELIOS 

como  la  consideraba  San  Pablo;  en  la  segunda  á  los  Valentinianos 
y  gran  número  de  los  Ofitas ,  que  interpretaban  mal  las  Escritu- 
ras, alterando  su  sentido  y  á  veces  el  texto;  y  en  la  tercera  cuenta 
á  los  que  absolutamente  rechazaban  el  antiguo  Testamento,  como 
obra  de  un  espiritu  ciego  y  enemigo  de  la  luz ,  cuyo  empeño  ha- 
bla sido  impedir  la  manifestación  de  la  verdad  y  oponerse  á  la 
obra  de  la  redención.  Por  desgracia  esto  ni  e  vero  ni  ben  trovato; 
y  digo  por  desgracia,  sólo  en  cuanto  á  fundar  en  ello  una  base  de 
clasificación.  Las  sectas  gnósticas,  opuestas  casi  todas  al  mosais- 
mo ,  sólo  se  diferencian  en  el  más  ó  menos ,  en  los  sistemas  inven- 
tados para  realizar  la  idea  de  un  sincretismo  filosófico-religioso 
que  dominaba  todos  los  espíritus  pensadores  en  los  primeros  siglos 
de  la  Iglesia,  y  eo  la  mayor  ó  menor  elaboración  que  hablan  dado 
á  estos  sistemas  con  el  decurso  del  tiempo  y  de  la  polémica.  Si  esta 
fuera  ocasión,  probariamos  una  vez  más  que  ni  Esteban,  ni  Pedro, 
ni  Santiago  fueron  judaizantes  ;  que  procedieron  siempre  de 
acuerdo  con  Pablo,  en  el  modo  de  apreciar  la  Ley,  aunque  disin- 
tieron á  veces  en  la  conducta  práctica;  que  Pablo  acataba  la  Ley 
como  dada  por  Dios  por  ministerio  de  los  Ángeles;  que  no  creyó  en 
su  abolición  por  el  cristianismo  sino  en  ciertos  límites ,  como  los 
demás  Apóstoles,  pues  que  al  fin  era  una  preparación  para  la  Ley 
de  gracia;  que  el  autor  del  cuarto  Evangelio,  esto  es,  San  Juan, 
no  pensó  de  distinta  manera;  y  en  fin,  que  Marcion  creyó  mala  y 
errónea  la  Ley  antigua,  que  la  atribuía  á  un  demiurgo  malo  y  au- 
tor de  la  materia  y  del  mal,  que  mutilaba  para  su  objeto  los  escri- 
tos de  Lúeas  y  Pablo,  únicos  que  admitía  entre  los  del  nuevo  Tes- 
tamento, y  se  ocupaba  constantemente  en  poner  en  contradicción 
los  dos  Testamentos,  lo  cual  es  el  objeto  de  sus  Antitesis  6  con- 
tradicciones. No  pudiendo,  repito,  entrar  aquí  en  esta  interesante 
discusión,  resuelta  ya  en  la  misma  Alemania  en  el  sentido  indicado, 
y  en  fuerza  de  la  evidencia  de  la  verdad,  por  Ewald  y  toda  la  lla- 
mada escuela  de  Gotíngen ,  y  no  abundando  entre  nosotros  los  li- 
bros en  que  sea  ventilada,  nos  vemos  obligados  á  remitir  de  nuevo 
al  curioso  á  nuestro  ManuaU  ya  citado ,  y  pasamos  al  asunto  que 
estamos  exponiendo. 

El  Evangelio  de  Marcion  ha  dado  lugar  en  estos  últimos  tiem- 
pos á  tenaces  controversias,  particularmente  desde  que  Eichhorn. 
y  luego  Bertlioldt,  Schwegler  y  Ritschl ,  se  empeñaron  en  ver  en 
él  el  original  del  Evangelio  de  San  Lúeas,  escrito  para  los  cristia- 


APÓCRIFOS.  391 

nos  paulinistas\  como  dice  la  escuela  de  Tubingen ,  y  modificado 
después  de  la  conciliación  de  las  tendencias  judaizante  y  católica. 
En  la  actualidad  nadie,  que  sepamos,  sostiene  ya  esta  paradoja; 
pero  se  ha  creido  poder  reconstruir  el  Evangelio  de  Marcion,  qui- 
tando y  variando  en  el  de  San  Lúeas  lo  que  antiguos  monumentos 
indican  haber  sido  quitado  ó  variado  por  Marcion ,  puesto  que 
Irineo,  Tertuliano  y  Epifánio  expresan  claramente  que  Marcion 
compuso  su  Evangelio  por  el  de  San  Lúeas,  mutilándole  y  alterán- 
dole; añaiiendo  el  último  autor  citado  la  suma  de  capítulos  ó  ma- 
terias conservadas  por  Marcion,  lo  cual  ha  sido  tomado  por  alguno 
como  el  texto  mismo  de  este  heresiarca.  En  tal  sentido  dio  á  luz 
Áug.  Hahn  el  que  creyó  Evangelio  original  de  Marcion,  reprodu- 
cido por  Thilo  en  su  Oodex  apocryphus  novi  Testamenti,  y  Volk- 
mar  su  Das  Evangelium  Marcions,  Text.  nnd  Kritik. 

De  lo  dicho  resulta  ya  que  el  Evangelio  de  Marcion  era  el  tercer 
Evangelio  canónico  más  ó  menos  mutilado  y  retocado ,  de  intento, 
para  favorecer  las  ideas  de  la  secta,  según  los  Padres  coetáneos 
Ireneo  y  Tertuliano  y  el  poco  posterior  Epifánio,  ó  por  la  casuali- 
dad de  haber  dado  con  un  original  imperfecto,  según  M.  Nicolás. 
Confiesa  este  critico  que,  dada  la  posición  é  ideas  de  los  gnósticos, 
nada  difícil  le  parece  que  mutilaran  y  adulteraran  de  intento  los 
libros  canónicos,  puesto  que  consideraban  á  sus  autores  poco  ins- 
truidos en  las  doctrinas  exotéricas  de  Jesús ,  ó  bien  que  habían  ex- 
presado sólo  las  ideas  exotéricas  para  satisfacer  al  vulgo  de  los 
creyentes,  y  se  conceptuaban  en  el  caso  de  exponer  el  íntimo  sig- 
nificado de  la  predicación  cristiana;  pero  se  le  hace  difícil  creer 
que  Marcion  arreglara  á  su  modo  el  Evangelio  de  San  Lúeas  y  las 
diez  cartas  de  San  Pablo  que  admitía,  porque  aún  dejó  en  el  texto 
algunos  pasajes  que  contradecían  sus  dogmas.  Desde  luego  se 
convendrá  en  que  es  atrevido  pretender  conocer  el  estado  de  la 
cuestión  marcionística  mejor  que  los  escritores  contemporáneos 
que  sostuvieron  la  kcha.  y  nos  parece  que  las  razones  alegadas 
por  nuestro  crítico  presentan  alguna  dificultad ,  pero  no  deciden 
la  cuestión  en  favor  suyo . 

San  Ireneo  dice  expresamente:  «Y  además  de  esto  (de  rechazar 
tres  Evangelios)  circuncidando  el  Evangelio  de  Lúeas,  y  quitando 
todo  lo  escrito  en  él  acerca  de  la  generación  del  Señor,  y  muchas 
otras  cosas  de  su  doctrina...  persuadió  á  sus  discípulos"  que  él  era 
más  veraz  que  los  Apóstoles  que  escribieron  el  Evangelio ,  entre- 


392  LOS   EVANGELIOS 

gando  á  los  suyos  no  el  Evangelio,  sino  una  partícula  de  él.»  Más 
explícito  y  más  enérgico,  según  costumbre,  es  Tertuliano.  «Por  lo 
que  hace  al  Evangelio  de  Lúeas,  dice,  de  tal  manera  es  más  antiguo 
el  que  nosotros  tenemos  que  el  que  posee  Marcion ,  que  él  misitio 
creyó  eii  él  algún  tiempo;»  y  luego  le  arguye  haciendo  ver  que  no 
pudo  corregir  sino  lo  que  ya  existia ,  y  por  tanto  que  el  te:^to  co- 
mún de  Lúeas  era  anterior  á  Marcion.  Y  en  otra  parte  le  dice: 
«Pues  habiendo  sido  cristiano,  quitaste  rasgando  lo  que  antes  ha- 
bías creído,  como  tú  mismo  confiesas  en  cierta  carta,  ni  lo  niegan 
los  tuyos  y  los  nuestros  lo  comprueban.» 

¿Qué  razones  opone  M.  Nicolás  á  estos  testimonios  explícitos  de 
escritores  contemporáneos  envueltos  en  la  polémica  contra  la  sec- 
ta marcionítica?  Las  mismas  que  alegaba  Eichhorn;  es  á  saber: 
que  en  el  Evangelio  de  Marcion  existen  pasajes  contrarios  á  sus 
ideas',  y  no  existen  algunos  que  parecían  favorecerlas.  ¿Pero  no 
pudo  ser  esto  una  cierta  prudencia  suya  para  no  estropear  dema 
siado  el  texto?  ¿No  pudo  ser  que  los  pasajes  alegados  no  se  hu- 
bieran empleado  en  la  polémica  por  ios  católicos ,  ó  bien  que  los 
marcionistas  los  juzgaran  menos  adversos,  mediante  la  interpre- 
tación que  les  dieran ,  y  por  eso  no  creyera  necesario  Marcion  su- 
primirlos ó  adulterarlos?  Además  de  que  no  todos  los  pasajes  ci- 
tados por  M.  Nicolás  prueban  en  favor  ó  en  contra  de  Marcion 
tanto  como  él  pretende,  porque  no  tiene  una  idea  exacta,  como 
hemos  visto ,  de  la  teoría  marcionítica.  Bien  que  no  sea  exacto  al 
pie  de  la  letra  lo  que  dice  Tertuliano :  «borró  todo  lo  que  era  con- 
trario á  su  opinión ,  y  reservó  lo  compatible  »  lo  es  que  sus  muti- 
laciones recayeron  precisamente  sobre  los  pasajes  que  le  eran  más 
adversos ;  y  si  esto  fué  debido  á  una  copia  imperfecta  del  Evan- 
gelio de  Lúeas ,  mucha  casualidad  fué  en  primer  lugar ,  y  en  se- 
gundo no  se  puede  concebir  en  un  hombre  erudito ,  que  en  sus 
trabajos  críticos  sobre  el  Nuevo  Testamento  puede  ser  considerado 
como  el  precursor  de  la  escuela  de  Baur.  Acaso  no  fué  Marcion  el 
que  hizo  sobre  el  tercer  Evangelio  todo  el  trabajo  de  tijera  ó  de 
hacha ,  como  dice  Tertuliano ,  pues  el  mismo  escritor  atribuye  á 
Cerdon ,  maestro  de  Marcion ,  el  uso  del  Evangelio  de  Lúeas  no 
completo;  pero  el  principal  trabajo  fué  sin  duda  de  Marcion.  Exa- 
minemos los  textos  citados  por  M.  Nicolás.  Dice  que  faltaban  en 
el  Evangelio  de  Marcion  los  pasajes  XI ,  51 ;  XIII,  30  y  34 ;  XX, 
9-16  de  San  Lúeas,  en  que  Jesús  se  muestra  severo  contra  lo.^ 


APÓCRIFOS.  393 

judios,  y  por  consiguiente  venian  bien  á  Marcion.  Mas  ni  se  pue-^ 
de  probar  que  realmente  faltaran,  ni  podia  favorecer  á  la  idea  de 
Marcion  una  reprensión  á  los  judios  por  haber  sido  infieles  á  la  Ley 
y  haber  maltratado  á  los  Profetas ,  ni  la  profecía  de  la  sustitución 
del  pueblo  hebreo  por  el  gentil,  porque  Marcion,  repetimos,  iba 
más  adelante ,  y  atacaba  la  antigua  Ley  como  mala ,  procedente 
de  un  mal  principio  y  contraria  á  la  doctrina  de  Jesús  que  vino, 
«no  á  destruir  la  Ley ,  sino  á  cumplirla. »  Los  dos  primeros  capí- 
tulos eran  manifiestamente  contrarios  á  la  doctrina  marcionita, 
y  ambos  fueron  eliminados.  F>1  verso  19  del  cap.  VIII  en  que  se 
dice  que  fueron  á  Jesús  Síis  hermanos  ,  contrariaba  á  Marcion ,  y 
quitó  este  verso;  pero  no  quitó,  dice  M.  Nicolás,  aquel  en  que  le 
dijeron:  tu  madre  y  tus  hermanos  están  ahí.  Mas  no  advierte  que 
en  el  primer  lugar  citado  habla  el  Evangelio  por  su.  cuenta,  y  su- 
pone ,  al  parecer ,  que  Jesús  tenia  hermanos ,  y  por  consiguiente 
verdadera  naturaleza  humana  y  cuerpo  material ,  cosa  que  nega- 
ba Marcion,  mientras  que  en  el  segundo  se  citan  palabras  de  los  que 
rodeaban  á  Jesús ,  y  que  le  tomaban  por  hombre  ordinario ,  aun- 
que erróneamente,  según  Marcion.  Desapareció  el  texto:  «vino  el 
Hijo  del  Hombre  comiendo  y  bebiendo ,»  porque  parecía  contrariar 
el  ascetismo  de  los  marcionitas;  pero  no  desaparecieron  aquellos 
en  que  los  fariseos  reprochaban  á  Jesús  el  trato  con  hombres  de 
mala  vida ,  comiendo  y  bebiendo  con  ellos,  ó  le  preguntaban  por 
qué  sus  discípulos  no  ayunaban  como  los  de  Juan,  ni  el  que  refie- 
re el  convite  que  hizo  á  Jesús  el  publicano  Lev!.  Mas  cualquiera 
conoce  que  estos  pasajes  no  tienen  igual  valor  que  el  suprimido, 
porque  el  primero  es  una  acusación  de  sus  enemigos,  en  el  segun- 
do no  se  niega  absolutamente  que  conviene  ayunar ,  sino  que  se 
aplaza  para  cuando  se  ausente  el  esposo ,  y  el  tercero  no  prueba 
que  Jesús  no  fuera  sobrio  y  mortificado.  Desaparecieron  los  textos 
en  que  se  hablaba  de  Jonás,  como  dado  en  signo  á  los  judíos,  y 
de  la  reina  de  Sabá  y  de  los  Ninivitas  ,  por  no  poner  en  boca  de 
Jesús  un  llamamiento  á  la  antigua  alianza ;  y  se  dejó  aquel  en 
que  justifica  el  Salvador  su  conducta  con  el  ejemplo  de  David, 
porque  este  era  un  argumento  ad  hominem  contra  sus  calumnia- 
dores ,  ni  aquel  en  que  se  cita  una  profecía  antigua  á  propósito 
de  Juan,  por  idéntica  razón.  Desapareció  el  nombre  de  Abraham, 
Isaac  y  Jacob  y  todos  los  profetas ,  del  cap.  XIII,  v.  28,  cambián- 
dolo por  el  de  todos  los  justos ;  y  si  no  sucedió  lo  mismo  con  el  de 


394  LOS   EVANGELIOS 

Abraham  en  la  parábola  del  rico  y  Lázaro,  fué  por  ser  una  pará- 
bola. Estos  son  los  textos  aleg-ados  por  Nicolás  para  probar  que  en 
el  trabajo  de  manipulación  del  texto  de  Lúeas  que  Marcion  bicie- 
ra ,  no  tuvo  la  intención  ae  favorecer  su  causa ;  y  aunque  no  pre- 
tendamos baber  dado  con  las  verdaderas  razones  que  tuvo  para 
quitar  unos  y  dejar  otros ,  todavía  creemos  que  hay  entre  ellos  no- 
tables diferencias ,  y  por  consiguiente  que  no  se  convence  de  falso 
ni  de  infundado  el  aserto  de  Ireneo.  Tertuliano  y  Epifánio,  hecho 
después  tradicional ,  de  que  Marcion  alteró  el  Evangelio  de  Lúeas 
para  favorecer  en  lo  posible  su  sistema  gnóstico. 

Es  dudoso  que  Apeles  tuviera  también  su  Evangelio  resultante 
de  la  mutilación  de  algunos  de  los  canónicos ,  el  de  Lúeas  proba- 
blemente en  caso  afirmativo.  Orígenes  y  San  Jerónimo  le  acusan 
de  haber  mutilado  los  Evangelios ;  mas  de  lo  que  dice  San  Epifá- 
nio parece  desprenderse  que  sólo  se  trata  de  la  explicación  que 
daba  á  los  canónicos ,  y  de  la  audacia  con  que  aceptaba  ó  recha- 
zaba sus  diversas  partes ,  según  le  convenia ,  entendiendo  así  gro- 
seramente el  consejo  de  San  Pablo  de  probarlo  todo  y  retener  lo 
bueno.  Lo  propio  debe  decirse  de  Basilides^  que  compuso  un  co- 
mentario al  Evangelio  en  24  libros ,  que  probablemente  fué  lla- 
mado el  Evangelio  de  Basilides ;  pero  Orígenes  dice  expresamen- 
te que  tuvo  la  audacia  de  escribir  un  Evangelio  y  publicarle  en  su 
nombre ,  y  es  bien  difícil  que  Orígenes  se  equivocara  en  im  asunto 
tan  de  su  competencia.  Es  cuanto  se  sabe  de  este  Evangelio,  cita- 
do así  comunmente ;  y  el  libro  recien  descubierto  de  los  Phüoso- 
phoumena,  que  cita  de  los  escritos  de  Basilides  dos  textos  del  Evan- 
gelio de  San  Juan  [era  la  verdadera  luz,  y  aun  no  Ka  llegado  mi 
kora)y  interesantes  y  hasta  decisivos  para  probar  la  autenticidad  de 
este ,  no  nos  dice  si  están  tomados  del  Evangelio  ó  del  comentario 
de  Basilides. 

Los  Valentinianos,  y  ])rincipalmente  el  jefe  de  todos ,  Valentín, 
son  acusados  por  Ireneo  y  Tertuliano,  uiás  de  interpretar  arbitra- 
riamente las  escrituras,  que  de  haberlas  mutilado  y  forjádose  nue- 
vos Evangelios .  Tertuliano  pone  esta  diferencia  entre  Valentinia- 
nos y  Marcionitas ,  é  Ireneo  da  varias  muestras  de  las  caprichosas 
interpretaciones  de  Valentín.  Pero  es  cierto  que  en  las  diversas  ra- 
mas en  que  se  fraccionó  esta  herejía ,  se  usaban  pecuUares  evan- 
gelios, como  el  Evangelio  de  laverdad,  del  que  no  sabemos  sino  que 
discordaba  completamente  de  los  nuestros,  al  decir  de  San  Ireneo. 


APÓCRIFOS.  395 

Más  en  número  eran  los  usados  por  los  marcosianos  y  los  q^tas  sethia- 
nos.  Marcos  se  jactaba  de  poseer  una  revelación  propia,  probable- 
mente el  Evangelio  de  Eva ,  ya  porque  decia  deber  su  revelación 
á  un  principio  femenino ,  ya  por  la  inmoralidad  de  que  siempre 
fué  acusada  esta  secta ,  y  que  parecia  formar  el  carácter  de  este 
Evangelio,  según  San  Epifánio,  que  nos  ha  conservado  los  dos  pa- 
sajes siguientes .  «Habiéndome  detenido  en  una  alta  montaña ,  vi 
á  un  hombre  de  elevada  estatura  y  á  otro  mutilado.  Luego  oí  una 
voz  como  de  trueno.  Acerquérae  para  escuchar,  y  me  habló  en  es- 
tos términos :  To  soy  tú,  y  tú  eres  yo.  Donde  quiera  que  estés,  allí 
estoy  yo  también.  Fo  estoy  extendido  en  todas  las  cosas.  Tú  me 
cojeras  donde  quieras,  pero  cojiéndome,  te  cojeras  a  ti  mismo. y> 
Teoría  de  la  identidad  absoluta.  El  segundo  pasaje  es  como  sigue: 
«Vi  un  árbol  que  daba  doce  frutos  cada  ano,  y  me  dijo  que  era  el 
árbol  de  la  vida.»  San  Epifánio  dice  que  aquí  se  trataba  de  la 
ñuxion  mensual  de  las  mujeres. 

Aunque  Baur  opina  que  el  Evangelio  de  Eva  y  el  Evangelio  de 
la  perfección  eran  uno  mismo ,  parece  que  no  entendió  bien  á  San 
Epifánio,  quien  da  á  entender  que  unos  Valentinianos  se  servían 
de  uno  y  otros  de  otro,  hablando  muy  poco  después  de  estos  Evan- 
gelios en  plural.  Si  era  distinto  del  anterior  debía  parecérsele 
bastante,  pues  Epifánio  le  llama  «producción  del  diablo;»  y  al  lla- 
marle ,  parece  que  no  quiere  dar  á  entender  un  verdadero  poema, 
sino*  una  obra  fingida  toda  y  completamente  diversa  de  los  Evan- 
gelios canónicos. 

Del  Evangelio  de  Felipe  sólo  nos  queda  el  pasaje  siguiente:  «El 
Señor  me  ha  revelado  las  palabras  que  el  alma  deberá  pronunciar 
al  subir  al  cíelo ,  y  cómo  ha  de  responder  á  cada  una  de  las  poten- 
cias celestes.  Me  he  conocido  á  mí  mismo,  dice,  y  me  he  recogido 
á  mí  mismo  por  toda  parte.  No  he  dado  hijos  al  Archon,  sino  que 
he  arrancado  sus  raíces  y  recogido  sus  miembros  dispersos.  He  co- 
nocido quién  eres  tú,  porque  soy,  dice,  del  número  de  los  celestia- 
les. Mas  si  se  averigua  que  ha  engendrado  un  hijo,  es  retenido 
aquí  abajo  hasta  que  pueda  volver  á  tomar  sus  hijos  y  reabsorber- 
los en  sí . » 

Las  grandes  y  pequeñas  interrogaciones  de  María  eran  dos  es- 
critos propios  probablemente  de  los  Ofitas  de  Seth,  que  tenían 
además  las  revelaciones  de  Adán  y  Evangelios  atribuidos  á  los 
Apóstoles.  Por  lo  que  dice  San  Epifánio ,  las  grandes  interroga- 


396  LOS   EVANGKLIOS 

dones  de  María,  eran  muy  parecidas  al  Evangelio  de  Eva  por  el 
tono  general,  estilo  y  doctrina.  También  pertenecia  probablemen- 
te á  una  rama  de  Ofitas  el  nacimiento  de  Maria,  que  contenia,  dice 
Epitánio,  cosas  horribles  y  detestables;  siendo  la  única  que  refiere 
el  que  los  judíos  adoraban  una  cabeza  de  asno,  y  que  habiéndolo 
visto  y  divulgado  Zacharías,  fué  muerto  por  ello. 

La  caprichosa  y  extravagantísima  secta  de  los  Cainitas ,  que 
adoraban  todo  lo  que  condenaban  judíos  y  cristianos,  y  condena- 
ban lo  que  respetaban  aquellos,  tuvo  también  su  Evangelio,  que 
titularon  Evangelio  de  Judas ,  el  traidor ,  pues  hicieron  de  él  un 
héroe,  por  haber  preferido,  decían,  á  su  amor  y  deberes  de  discí- 
pulo, el  amor  á  la  humanidad,  cuya  salud  dependía  de  la  muerte 
de  Jesús,  y  él  le  comprometió  á  ella  entregándole  al  sanhedrin 
cuando  ya  comenzaba  á  vacilar.  San  Epifánio,  que  con  Ireneo  y 
Theodoreto,  nos  da  estas  noticias  de  los  Cainitas ,  no  nos  dice  más 
de  su  Evangelio,  á  no  ser  que  de  él  las  tomara,  como  también  la 
doctrina  que  les  atribuye  de  dar  cierta  santidad  al  acto  conyugal, 
y  de  atribuir  á  una  Hystera  la  creación  del  cíelo  y  la  tierra. 

III. 

Hemos  dicho  al  principio  de  este  escrito  qué  entendemos  por 
Evangelios  apócrifos  ortodoxos ,  y  en  qué  sentido  les  aplicamos 
esta  denominación,  es  á  saber,  en  cuanto  no  se  oponen  á  los  he- 
chos y  doctrinas  de  los  Evangelios  canónicos,  antes  lo  dan  todo  por 
supuesto,  y  en  ello  se  fundan  como  en  su  base ,  y  fueron  compues- 
tos y  div^il gados  entre  los  fieles  de  la  Iglesia  católica,  sin  servir  á 
ninguna  bandería  ni  originar  ninguna  división.  Los  apócrifos  de 
que  hemos  hablado  hasta  ahora  ofrecen  el  ínteres  de  no  negar, 
sino  más  bien  confirmar,  los  hechos  evangélicos ;  de  dar  á  conocer 
el  espíritu  é  idea  de  los  primeros  sectarios,  y  la  crítica  que  presi- 
dió á  la  aceptación  ó  reprobación  de  los  diversos  escritos  que  pre- 
tendían relatar  la  vida  y  predicación  de  Jesús  y  sus  Apóstoles;  con 
lo  cual  gana  no  poco  el  carácter  critico  y  verdaderamente  histó- 
rico de  los  Evangelios  canónicos ,  y  de  los  pastores  de  la  Iglesia 
que  los  recibieron  y  veneraron  como  verdaderas  historias ,  escritas 
por  hombres  inspirados  de  lo  alto. 

;^Mas  este  ínteres  es  mucho  mayor  todavía  en  los  Evangelios  or- 
todoxos, puesto  que  no  contrariaban  ni  la  doctrina  ni  la  tradición; 


APÓCRIFOS.  397 

y  aunque  eran  leídos  con  avidez  por  la  piadosa  curiosidad  de  los 
fieles,  fueron  desechados  por  los  Obispos  y  santos  Padres .  por  no 
constarles  su  autoridad  histórica  ni  divina ;  demostrando  asi  cuan 
lejos  estaban  de  la  piadosa  y  ciega  credulidad  que  les  echan  en 
cara  nuestros  modernos  racionalistas.  Verdad  es  que  se  han  reci- 
bido en  la  Iglesia  muchas  tradiciones  referidas  en  los  apócrifos; 
pero  nadie  puede  probar  que  se  han  recÁhido  porque  las  refieren  los 
apócrifos.  Estos  nacieron  demasiado  temprano  para  que  se  pueda 
asegurar  que  no  se  conservaran  las  tradiciones  orales  acerca  de 
multitud  de  hechos  interesantes  no  recogidos  por  la  sobria  auste- 
ridad de  los  escritos  canónicos.  Sabido  es  y  confesado  hoy  por  to- 
dos, que  éstos  nos  dan  una  narración  en  extremo  sucinta  de  la 
predicación  de  Jesús  durante  su  vida  pública,  con  levísimos  por- 
menores acerca  de  su  concepción  y  nacimiento,  y  estos  por  ser  ab- 
solutamente necesarios,  y  un  solo  hecho  de  la  infancia  de  Jesús 
referido  por  San  Lúeas.  El  entusiasmo  y  la  veneración  de  los  Após- 
toles y  primeros  discípulos  del  Salvador  hacia  su  persona  no  pu- 
dieron menos  de  excitar  poderosamente  su  ínteres  por  conocer  todo 
cuanto  se  referia  á  aquel  hombre  extraordinario.  Suponer  otra 
cosa  sería  no  conocer  al  hombre .  y  principalmente  á  hombres  tan 
sencillos,  candorosos  y  entusiastas  como  los  primeros  discípulos  de 
Jesús  y  primeros  cristianos:  sería ,  además ,  afirmar  una  cosa  con- 
tradicha  por  la  existencia  misma  de  los  apócrifos,  que  debieron  su 
existencia  á  esta  necesidad  del  corazón  humano,  dado  el  vacío  que 
los  Evangelios  canónicos  dejaban.  Es,  pues,  altamente  creíble  y 
verosímil  que  gran  parte  de  los  hechos  recogidos  por  los  Evange- 
lios apócrifos  fueron  tomados  de  la  tradición  aún  viva,  por  decirlo 
así,  y  doméstica;  es  creíble  y  verosímil  en  particular  que  los  he- 
chos principales  relativos  á  la  vida  de  la  Madre  de  Jesús ,  enco- 
mendada á  Juan  desde  la  Cruz,  y  con  la  cual  conversaron  sin  duda 
por  largo  tiempo  los  Apóstoles,  ó  algunos  de  ellos,  y  los  parientes 
de  Jesús,  se  supieron  de  su  misma  boca,  salvas  tal  vez,  y  sin  tal 
vez,  algunas  circunstancias  con  que  poco  á  poco  los  iría  exornando 
la  leyenda.  Entre  estos  hechos  contamos  sin  duda  los  que  han  sido 
adoptados  por  la  Iglesia  universal,  tales,  por  ejemplo,  como  los  re- 
lativos á  los  nombren  de  los  padres  de  María ,  á  la  Presentación,  á 
la  Asunción  y  alguno  que  otro.  Nada  tiene  de  extraño  que  M.  Ni- 
colás sienta  lo  contrario  y  se  afane  por  buscar  los  fundamentos  le- 
gendarios de  estas  narraciones:  como  racionalista  repugna  todo  lo 


398  LOS   EVANGELIOS 

milagroso,  y  como  ex-protestante  cree  fá'íilmente  en  la  introduc- 
ción de  la  superstición  y  de  la  idolatría  en  la  Iglesia;  aunque  debe- 
mos agradecerle  que  vea  la  decadencia  y  corrupción  de  ésta  ya  en 
la  época  de  los  apócrifos,  es  decir,  desde  su  origen  ó  desde  el  mismo 
siglo  primero ,  pues  á  poco  después  de  esa  época  suben  sin  duda 
ninguna  algunos  de  estos  escritos ,  aunque  los  más  son  pos- 
teriores. 

Y  supuesto  que  los  Evangelios  apócrifos  expresan  las  ideas  y 
sentimientos  reinantes  entre  el  pueblo  cristiano  en  aquella  primi- 
tiva época,  es  altamente  interesante  saber  cuáles  eran  esas  ideas 
y  esos  sentimientos,  porque  ellos  eran  debidos  á  la  impresión  que 
hicieran  los  Evangelios  canónicos  y  la  primera  predicación.  Evi- 
dentemente, el  celo  de  los  fundadores  del  Cristianismo  les  instaba 
á  fundar  iglesias  con  la  mayor  rapidez,  y  no  les  permitia  insistir 
detenidamente  sobre  los  puntos  y  circunstancias  menos  importan- 
tes de  la  vida  de  Jesús  y  su  Madre;  por  eso  quedaron  ciertos  hue- 
cos, por  decirlo  asi,  que  suplió  en  parte  la  tradición,  y  dejaron 
ancho  campo  á  la  leyenda,  que  no  engañó,  sin  embargo,  á  los 
vigilantes  pastores  de  la  Iglesia.  Pero  algunos  de  esos  hechos,  y 
el  orden  de  ideas  dominante  en  esos  escritos,  fueron  etecto  de  la 
primera  predicación  y  de  la  tradición  doméstica  de  la  familia  de 
Jesús;  fueron  nada  más  que  una  mayor  evolución  ó  madurez  de  los 
gérmenes  contenidos  en  el  Evangelio  y  primitiva  predicación:  no 
es  preciso  acudir,    ni  se  puede,  á  influencias  extrañas,  como  si  el 
espíritu  de  oración  y  devoción,  la  mortificación  y  continencia,  la 
virginidad,  fueran  en  la  Iglesia  productos  extranjeros,  y  no  se  ha- 
llaran fuertemente  recomendados  en  los  escritos  canónicos.  En  una 
palabra,  el  espíritu  é  ideas  dominante  en  los  apócrifos  son  en  ge- 
neral, con  algunas  excepciones,  ei  natural  crecimiento,  no  una 
metamorfosis  del  Cristianismo:   así  lo  dictan  la  sana  crítica  y  el 
buen  sentido,  así  lo  acredita  su  mismo  nacimiento  en  los  tiempos 
mismos  apostólicos,  cosa  que  socaba  por  su  base  el  edificio  protes- 
tante, y  no  deja  á  su  ortodoxia  un  lugar  en  la  historia  primitiva 
del  Cristianismo  adonde  volver  los  ojos  para  buscar  un  abolengo 
en  que  fundar  su  legitimidad.  No  aceptamos,  ni  con  mucho,  todos 
los  hechos  que  nos  refieren  los  apócrifos;  aceptamos  apenas  alguno 
más  de  los  que  acepta  la  Iglesia:  tampoco  aceptamos  todas  las 
apreciaciones  que  hacen  de  los  personajes  evangélicos;  pero  respe- 
tíimos  sus  sentimientos,  su  piedad,  sn  admiración  y  veneración  á 


APÓCRIFOS.  399 

María,  su  delicadeza  de  sentimientos  en  mil  ocasiones;  y  sostene- 
mos que  todo  esto  es  el  fruto  natural  y  espontáneo  de  la  semilla 
evangélica.  Sobre  esto  pueden  consultarse  con  fruto  las  reflexiones 
de  otro  Nicolás  (Augusto),  en  su  libro  La  Virgen  María  viviendo 
en  la  Iglesia. 

Como  los  apócrifos  ortodoxos  pueden  leerse  Íntegros  en  las  co- 
lecciones citadas,  y  en  extracto  en  Calmet  [Disertación  sobre  los 
apócrifos,  y  de  la  doble  genealogía  de  J.  (7.),  y  en  parte  enCantú, 
no  entraremos  en  pormenores,  y  nos  limitaremos  á  indicar  sus  fe- 
chas probables;  pero  antes  se  nos  permitirá  traducir  lo  que  sobre 
este  asunto  escribimos  en  nuestro  Manuale:  «Los  libros  apócrifos 
de  los  primeros  siglos  demuestran  por  dos  distintas  vias  la  auten- 
ticidad y  valor  histórico  de  los  Evangelios  canónicos.  La  primera 
es  la  misma  comparación  de  las  dos  clases  de  escritos.  Porque  los 
apócrifos,  como  escritos  para  defender  arbitrariamente  ciertas  opi- 
niones, ó  para  llenar  la  incompleta  historia  evangélica,  ó  para  re- 
ferir las  niás  pequeñas  circunstancias  de  la  vida  ie  Jesús,  Maria  y 
José  y  dar  pábulo  á  la  piedad  de  los  fieles,  ó,  en  fin,  para  utilidad 
de  las  sectas,  fueron  rechazados  por  la  Iglesia,  aunque,  antes  de 
bien  dilucidada  la  cuestión,  fueron  admitidos  alguna  vez  por  tal 
cual  individuo,  y  se  encuentran  en  ellos  todas  las  dificultades  y 
defectos  de  las  historias  no  auténticas,  y  ofrecen  claramente  el  ca- 
rácter legendario,  que  está  á  la  vista  de  todos,  por  sus  amplifica- 
ciones, milagros  increíbles  obrados  sin  motivo  ni  razón,  y  por 
otras  narraciones  fútiles  é  indig'nas  de  que  están  plagados,  al  paso 
que  carecen  de  doctrinas,  ó  sólo  recuerdan  poquísimas  tomadas  de 
la  tradición  ó  inventadas  en  provecho  de  las  sectas,  cuyas  doctri- 
nas, en  el  mismo  hecho  de  encontrarse  allí,  se  oponen  á  la  doctri- 
na de  los  Evangelios  y  apoyan  las  invenciones  de  los  sectarios. 
Luego  no  hay  un  solo  argumento  de  los  que  invenciblemente  mi- 
litan á  favor  de  nuestros  Evangelios,  que  defienda  los  Evangelios 
y  escritos  apócrifos,  los  cuales,  por  su  misma  existencia,  que  cons- 
tantemente supone  la  de  los  canónicos,  y  por  sus  caracteres  inter- 
nos, se  distinguen  claramente  de  los  Evangelios  verdaderos.  El 
segundo  camino  por  donde  los  apócrifos  demuestran  la  existencia 
antiquísima  de  los  verdaderos,  consiste  en  su  alegación  tácita, 
principalmente  en  las  Actas  de  Piiatos,  citadas  ya  por  Justino 
mártir  (año  136)  y  Tertuliano,  y  en  el  Evangelio  de  Santiago^ 
usado  igualmente  por  Justino,  á  no  ser  que  digamos  (como  con 


400  LOS    EVANGELIOS 

razón  (Ij  creen  los  más)  que  los  pasajes  comunes  á  ambos  escritos 
descienden  de  la  tradición,  entonces  todavía  reciente.  Sea  lo  que 
quiera  de  este  Evang-elio,  al  menos  las  Actas  de  Pilates  son  indu- 
dablemente antiquísimas  (Tischendorf  encontró  un  ejemplar  grie- 
go y  otro  latino  en  palimpsestos  del  siglo  V),  y  preceden  á  la  mi- 
tad del  II  siglo,  puesto  que  las  cita  Justino  en  su  primera  apolo- 
gía, y  suponen  la  existencia,  no  sólo  de  los  tres  Evangelios  sinóp- 
ticos, sino  también  del  cuarto,  puesto  que  en  todos  se  encuentra  la 
historia  de  la  Pasión;  pero  sólo  en  el  cuarto  se  puede  fundar  la 
mención  de  las  actas  judiciales  contenidas  en  este  apócrifo.  Así, 
pues,  tanto  la  literatura  eclesiástica  genuina,  como  la  apócrifa,  de- 
muestran en  admirable  consorcio  y  de  una  manera  invencible  la 
genuinidad  de  nuestros  Evangelios.» 

De  lo  que  antes  hemos  dicho  se  saca  que  no  hay  que  confundir 
la  fecha  de  la  redacción  de  uno  de  estos  Evangelios  con  la  del  he- 
cho, ó  tradición,  ó  leyenda  que  en  él  se  refiere.  Los  apócrifos  orto- 
doxos están  escritos  sin  más  plan  que  consignar  las  creencias  co- 
munes y  corrientes  entre  los  fieles;  no  hay  en  ellos  fin  polémico; 
hasta  hay  un  olvido  total  de  la  persona  del  escritor,  y  aunque  no 
creamos  que  nada  absolutamente  fué  invención  suya,  pues  hay 
indicios  ciertos  de  ello,  tenemos  por  seguro  que  la  parte  de  inven- 
ción es  muy  secundaria,  y  se  reduce  casi  exclusivamente  á  algún 
discurso,  algún  milagro,  algún  adorno  del  hecho  tradicional  ó  le- 
gendario que  se  consigna  por  escrito.  Así  es  que  el  estilo  y  locu- 
ción de  estas  obras  es  idéntico  al  dd  Nuevo  Testamento,  como  que 
tomaron  su  origen  en  el  pueblo  fiel,  acostumbrado  únicamente  á 
la  lectura  de  los  libros  santos,  cuyo  estilo  y  lenguaje  se  había  lle- 
gado á  asimilar.  Por  esto  no  prueba  esta  circunstancia  que  hayan 
sido  escritos  en  la  segunda  mitad  del  primer  siglo,  como  los  libros 
del  Nuevo  Testamento;  pero  prueba  que  no  tienen  una  fecha  muy 
posterior,  y  creemos  por  esto  sólo  que  los  más  originales  no  pasan 
del  siglo  II,  aunque  no  tuviéramos  otros  datos  para  juzgarlo  así. 
Algunos,  que  son  compilaciones  ó  copias  más  ó  menos  imperfectas 
de  los  anteriores,  pueden  ser  de  fecha  muy  posterior.  Los  hechos 
sobre  que  más  particularmente  insisten  son  la  vida  de  la  Sagrada 


(1)  Hoy  creemos  que  verdaderamente  cita  San  Justino  libros  apócrifos, 
junto  con  los  cuatro  canónicos:  así  nos  lo  ha  convencido  el  opúsculo  de  Tis 
chendorf  Sobre  la  feclw  <//'  Ion  Kvarujelios. 


APÓCRIFOS.  401 

Familia,  la  de  Jesús  durante  su  niñez  hasta  la  edad  de  doce  años, 
la  historia  de  la  Pasión  y  la  del  descenso  de  Jesús  á  los  infiernos. 
Los  más  antiguos  son:  el  Prot evangelio  de  Santiago,  el  Evan- 
gelio de  la  Infancia,  de  Tomás,  y  las  Actas  de  Pilatos,  escritos 
todos  que  no  pasan  de  las  primeras  decenas  del  siglo  II.  El  primero 
fué  traido  de  Oriente  por  Guillermo  Postel  en  el  siglo  XVI,  y  con- 
tiene lo  relativo  á  los  padres  de  María,  á  la  vida  de  ésta  hasta  el 
nacimiento  de  Jesús,  referido  allí  también.  San  Justino,  Tertuliano 
y  Clemente  Alejandrino  refieren  algunas  cosas  tomadas  de  este 
Evangelio,  puesto  que  se  encuentra  en  él  casi  con  las  mismas  pa- 
labras, y  Orígenes  hace  lo  mismo,  pero  citándule  expresamente 
con  el  nombre  de  Libro  de  Santiago  (el  título  de  Protevangelio  se 
le  dio  Postel  por  referirse  en  él  cosas  anteriores  á  la  narración 
evangélica).  Casi  lo  mismo  hay  que  decir  del  Evangelio  de  Tomás, 
alegado  igualmente  por  Orígenes ,  y  muy  probablemente  aludido 
por  Ireneo,  quien  refiere  y  reprende,  como  cuento  insípido  inven- 
tado por  herejes,  la  explicación  de  los  misterios  de  la  letra  alpka, 
hecha  por  el  niño  Jesús  al  maestro  de  escuela  Zaqueo,  y  que  se 
halla  en  este  Evangelio,  con  otros  hechos  semejantes.  No  es  difícil 
que  este  cuento  naciera  entre  los  Gnósticos,  que  solían  atribuir  á 
las  letras  una  virtud  particular,  si  ya  no  era  esta  flaqueza  común 
entre  los  Rabinos  hebreos,  como  lo  fué  después  entre  los  Cabalistas, 
y  no  anda  muy  lejos  de  nuestro  famoso  hebraizante  García  Blanco. 
En  el  famoso  decreto  de  Gelasio ,  cuya  autenticidad  niegan  algu- 
nos, se  hace  mención  de  un  Evangelio  de  Tomás,  en  uso  entre  los 
Maniqueos',  es  creíble  que  fuera  distinto  del  que  nos  ocupa,  á  no 
ser  que  reinara  alguna  confusión  en  el  autor  de  ese  decreto,  pues 
en  el  apócrifo  hoy  subsistente  no  hay  cosa  que  particularmente 
favoreciera  las  ideas  de  los  Maniqueos.  En  cuanto  á  las  Actas  de 
Pilatos,  creemos  que  son  obra  del  primer  siglo  ó  principios  del  se- 
gundo, puesto  que  Justino  apela  aellas  en  su  primera  apología  como 
á  documento  oficial  y  convincente,  que  daba  cuenta  de  los  milagros 
verificados  en  la  muerte  y  resurrección  del  Salvador,  y  otro  tanto 
hace  Tertuliano.  Como  tanta  importancia  se  daba  á  estas  Actas  en 
la  polémica  cristiana,  hubo  un  emperador  que  hizo  fabricar  otras 
llenas  de  embustes  y  calumnias,  á  principios  del  siglo  IV,  pero  la 
creencia  firme  de  Justino  y  Tertuliano,  de  que  se  apoyaban  en  un 
documento  oficial,  era,  sin  duda,  errónea,  aunque  tuviera  algún 
fundamento.  Es  de  presumir  que  Pilatos  dio  verdaderamente  cuen- 

TOMO  XV,  20 


402  LOS   EVANGELIOS 

ta  de  la  muerte  de  Jesús  al  Emperador;  y  sabido  esto,  se  confec- 
cionaron las  llamadas  Actas  de  Pilatos,  que  han  llegado  sueltas 
hasta  nosotros,  y  también  formando  la  segunda  parte  del  Evange- 
lio de  Nicodemo.  Estas  fueron,  sin  duda,  las  citadas  por  los  dos 
apologistas,  creyendo  de  buena  fé  que  tenian  á  la  vista  la  comuni- 
cación oficial  de  Pilatos,  pues  si  bien  no  se  encuentra  en  ellas  nin- 
gún anacronismo,  es  casi  absolutamente  imposible  que  Pilatos  ha- 
blara como  alli  habla,  es  decir,  como  hombre  grandemente  deseoso 
de  hallar  la  verdad,  apologista  de  Jesús  y  sus  milagros,  y  cristia- 
no en  el  fondo  de  su  conciencia,  como  dice  Tertuliano. 

El  Evangelio  de  la  Natividad  de  la  Virgen  y  de  la  Infancia  de 
Jesús,  escrito  en  latin,  cuyo  texto  se  supone  que  tradujo  San  Je- 
rónimo, llamándole  Evangelio  de  San  Mateo,  comprende  á  la  vez 
la  historia  de  María  contenida  en  el  Evangelio,  y  la  historia  de  la 
infancia  de  Jesús  que  se  halla  en  el  Evangelio  de  Tomás.  Pero  no 
se  atiene  á  ellos  escrupulosamente,  distinguiéndose  en  muchos  pun 
tos,  careciendo  de  algunas  narraciones  que  hay  en  ellos ,  y  com- 
prendiendo otras  de  que  aquellos  carecen.  Si  se  considera  además 
que  nacidos  en  Oriente  los  Evangelios  de  la  Infancia,  fueron  reci- 
bidos más  tarde  y  con  alguna  dificultad  en  Occidente,  se  conven- 
drá en  que  este  libro  es  de  fecha  bastante  posterior. 

Hay  otro  Evangelio  de  la  Infancia,  el  más  extenso  de  todos,  es- 
crito en  árabe,  y  que  parece  no  ser  original .  Tiene  bastante  ana- 
logia  con  el  de  Tomás  ,  pudiéndose  considerar  á  este  como  el  tema 
primitivo  de  donde  aquel  se  deriva;  pero  contiene  leyendas  que  no 
se  encuentran  en  los  ya  mencionados,  y  que  por  su  género  indican 
la  patria  de  las  Mil  y  una  Noches.  Por  más  que  se  diga  que  estuvo 
en  gran  favor  en  las  iglesias  nestorianas,  y  aun  se  haya  llegado  á 
considerarle  como  obra  del  mismo  Nestorio,  no  tiene  esto  probabi- 
lidad alguna,  si  se  le  compara  con  las  doctrinas  de  aquel  here  - 
siarca.  En  efecto,  no  es  posible  conciliar  con  la  idea  de  que  Jesús 
era  puro  hombre  al  nacer,  y  sólo  debió  su  unión  intima  con  la  di- 
vinidad á  sus  eminentes  virtudes,  como  pensaba  Nestorio,  la  con- 
firmación expresa  de  la  divinidad  del  niño  Jesús,  que  hace  este 
con  las  siguientes  palabras  dirigidas  á  su  Madre:  «Yo  á  quien  tú 
has  dado  á  luz,  soy  Jesús,  el  hijo  de  Dios,  el  verbo,  como  lo  anun- 
ció Gabriel,  y  mi  Padre  me  ha  enviado  para  la  salvación  del 
mundo. » 

La  Historia  del  carpintero  José  es  la  narración,  puesta  en  boca 


APÓCRIFOS.    .  40S 

de  Jesús,  de  los  últimos  momentos  de  aquel  santo  personaje.  Sólo 
existe  una  traducción  árabe  del  orig'inal  copto.  Se  le  considera  ge- 
neralmente como  una  especie  de  homilía,  compuesta  por  un  copto 
monofisita,  para  recitarla  en  20  de  Julio,  en  que  se  suponía  la 
muerte  de  José.  No  se  conoce  la  fecha  de  su  redacción;  pero  debe 
subir  al  siglo  IV,  aunque  no  es  suficiente  dato  el  hallarse  alli  la 
narración  de  la  muerte  de  María,  pues  esta  siempre  se  ha  creido 
antes  y  después  de  este  siglo:  sólo  que  M.  Nicolás  equivoca  la 
muerte  ordinaria,  con  lo  que  se  llama  el  tránsito  de  la  Virgen,  es 
decir,  una  muerte  apacible,  para  resucitar  poco  después  y  ser 
trasladada  al  cielo  por  los  Angeles,  hecho  que  celebra  con  fiesta  la 
Iglesia;  pero  no  le  ha  declarado  jamás  dogma  de  fé,  aunque  asi 
lo  solicitó  del  Papa  la  Reina  Isabel,  creyendo  sin  duda  que  la  de- 
claración de  dogma  era  cosa  de  moda. 

El  Evangelio  de  Nicodemo  comprende  las  Actas  de  Pílalos  y  la 
bajada  de  Jesús  á  los  infiernos,  dos  narraciones  diversas,  que  exis- 
tieron mucho  tiempo  separadas,  y  fueron  reunidas  y  retocadas  en 
época  y  por  persona  desconocida.  En  la  primera  parte  se  exponen 
con  violencia  las  acusaciones  de  los  judíos  á  la  persona  y  milagros 
del  Salvador;  pero  de  modo  que  aparecen  como  manifiestas  calum- 
nias. Como  el  rompimiento  de  la  Iglesia  con  la  Sinagoga  empezó 
en  este  orden  de  ideas  desde  el  principio  de  la  predicación  cristia- 
na, nada  se  puede  colegir  acerca  de  la  época  en  que  se  escribió 
esta  primera  parte  de  semejante  exposición  de  argumento  y  refu- 
tación. Por  lo  demás  las  Actas  de  Pílalos  que  andan  sueltas  son 
antiquísimas,  como  digimos  antes.  La  segunda  parte  que  refiere  la 
bajada  de  Jesús  á  los  infiernos,  debe  ser  harto  posterior;  si  bien  la 
considera  Tischendorf  como  una  reproducción  modificada  de  un 
opúsculo  apócrifo  del  siglo  11.  Por  el  contenido  de  ella  nada  se  pue- 
de aventurar,  con  M.  Nicolás,  sobre  la  época  de  su  redacción,  pues 
la  leyenda,  como  él  dice,  de  la  bajada  de  Jesús  á  los  infiernos,  es 
tan  antigua  como  el  cristianismo,  como  lo  acredita  el  pasaje  de 
la  primera  carta  de  San  Pedro,  cap.  III,  v.  19-20:  «En  el  cual 
( espíritu)  también  fué  y  predicó  álos  espíritus  que  estaban  en  cár- 
cel; los  cuales  en  el  tiempo  pasado  fueron  desobedientes,  cuando 
una  vez  se  esperaba  la  paciencia  de  Dios,  en  los  dias  de  Noé,  cuan- 
do se  aparejaba  el  arca.»  (Traducción  de  Cipriano  de  Valera).  Y 
ha  sido  constante  en  la  Iglesia  la  creencia  de  que  Jesús  descendió 
á  los  infiernos  en  alma  y  divinidad  en  el  tiempo  en  que  estuvo  se- 


404  LOS   EVANaELIOS 

pultado;  por  lo  cual,  apenas  negaron  los  Apolinaristas  que  Jesús' 
tuviera  alma  humana,  se  les  contestó  con  el  dogma  corriente 
y  común  del  descenso  de  Cristo  á  los  infiernos,  del  cual  hablan 
por  otra  parte  Clemente  Alejandrino,  Orígenes  y  Tertuliano.  Y  no 
importa  que  estos  sólo  hablaran  de  la  predicación  que  hiciere  Juan 
á  las  almas  de  la  Ley  antigua  encerradas  en  el  scheol  y  no  de  sa- 
carlas de  alli  para  llevarlas  al  cielo;  porque  el  no  hablar  de  una 
cosa  no  es  negarla,  y  los  citados  Padres,  y  en  particular  Tertulia- 
no, de  quien  cita  un  pasaje  que  parece  contrario  M.  Nicolás,  cre- 
yeron en  la  beatificación  inmediata  de  los  justos  de  la  antigua  ley, 
entendieron  asi  las  palabras  de  Jesús  al  buen  ladrón:  [Hoy  serás 
conmigo  en  el  Paraíso)  y  ponderaban  la  dicha  de  los  mártires  que 
eran  coronados  después  de  una  breve  lucha.  Pudo,  pues,  ser  escrita 
esta  parte  del  Evangelio  de  Nicodemo  desde  el  segundo  siglo,  ó  al 
menos  la  base  de  este  escrito,  de  que  habla  Tischendorf ;  pero  repe- 
timos que  nada  se  sabe  de  cierto,  y  es  probable  que  lo  fuera  en  el 
siglo  III  ó  IV.  Este  Evangelio  fué  escrito  en  griego  y  traducido 
después  al  latin;  mas  la  traducción  de  la  segunda  parte  discrepa 
mucho  del  original,  y  también  discrepan  entre  si  los  manuscritos. 
El  titulo  parece  ser  muy  posterior,  por  no  hallarse  en  la  versión 
copta,  ni  en  ningún  manuscrito  griego,  ni  en  muchos  latinos. 

Las  consideraciones  que  hemos  hecho  sobre  el  origen  y  natura- 
leza de  los  apócrifos  ortodoxos,  la  devoción  que  respiran  hacia  la 
Santa  Familia,  la  felicidad  con  que  entraron  á  veces  en  los  senti- 
mientos o.ristianos,  aunque  muchas  otras  los  desconocen  y  estro- 
pean, la  falta  de  critica  en  los  siglos  medios  y  el  gusto  general  por 
la  leyenda  y  lo  maravilloso,  hicieron  que  estos  escritos  fueran  co- 
nocidísimos y  aun  vulgares,  singularmente  entre  el  pueblo  que 
apenas  leia  los  libros  canónicos,  menos  comprensibles  para  él.  Por 
eso  se  reprodujeron  extraordinariamente,  y  se  produjeron  en  infi- 
nidad de  lenguas,  se  explotaron  en  los  pulpitos  y  en  los  autos  y 
misterios,  la  monja  Roswitha  tradujo  el  Evangelio  de  la  infancia 
en  versos  exámetros,  y  fueron  sobre  todo  el  arsenal  de  los  pinto- 
res. San  José  en  forma  de  viejo,  con  la  vara  florida  ó  rematada  en 
una  paloma,  María  con  un  cántaro  junto  á  una  fuente  en  los  cua- 
dros de  la  Anunciación,  Joaquín  desesperado  por  la  afrenta  reci- 
bida, como  se  le  pinta  en  una  preciosa  tabla  del  aula  de  moral  del 
monasterio  del  Escorial,  el  buey  y  el  asno  en  los  nacimientos,  infi- 
nidad de  cuadros  y  relieves  en  que  se  representa  á  Jesús  hollando 


APÓCRIFOS.  405 

al  diablo  ó  á  la  muerte,  ó  sacando  por  un  brazo  á  Adán  del  limbo, 
sombreado  por  una  palmera,  etc. ,  son  recuerdos  de  los  apócrifos; 
y  todavía  se  escriben  libros  devotos  en  que  se  toman  como  cosa 
corriente  tradiciones  de  estos  libros,  aunque  olvidados,  y  quizá  por 
eso  mismo,  y  aun  aquellas  tradiciones  que  no  están  autorizadas  por 
la  Iglesia.  Mil  ton  las  ha  puesto  á  contribución,  como  antes  lo  bizo 
Dante,  con  cuyos  versos  cerramos  este  escrito,  emprendido  con  dis- 
tinto fin  (Inferno  IV,  52-56): 


lo  era  nuovo  in  questo  stato,  ( habla  Virgilio) 
Quando  ci  vidi  venire  un  Possente 
Con  segno  di  vittoria  incoronato. 
Trasseci  Fombra  del  primo  párente 
d'Abel  suo  figlio,  e  quella  di  Noe 


Francisco  Caminero. 


APUNTES  PARA  UN  ESTUDIO  FILOSÓFICO 


DEL 


DERECHO    DE    FAMILIA. 


El  estudio  filosófico  del  derecho  de  familia ,  supone  en  el  hom- 
bre :  una  naturaleza  racional  que  haga  posible  el  derecho ;  una 
naturaleza  social  que  dé  ocasión  al  derecho ;  una  naturaleza  bi- 
partita que  pueda  producir  la  ley  de  la  familia ;  una  naturaleza 
familiar  que  como  especial  manifestación  social  de  seres  raciona- 
les dé  motivo  al  derecho  de  familia. 

Que  el  hombre  está  dotado  de  libertad  y  de  racionalidad,  que  la 
libertad  humana  tiene  caracteres  propios,  que  el  hombre,  mediante 
su  naturaleza  ética,  está  dotado  de  verdadera  personalidad,  con  fin 
propio ,  conocimiento  de  este  fin  y  posibilidad  de  realizarle  libre- 
mente ;  que  la  naturaleza  finita  del  ser  racional  y  social ,  le  cons- 
tituye en  la  especial  condicionalidad  del  derecho;  son  verdades, 
evidenciadas  hoy  en  diferentes  capitulos  de  la  ciencia  social ,  que 
nosotros  no  podemos  desenvolver  en  este  momento ,  sin  alejarnos 
mucho  de  nuestro  propósito ,  pero  que  hemos  de  dar  por  sentadas 
y  hemos  de  admitir  sin  demostración  para  fundar  en  ellas  cuanto 
hayamos  de  decir. 

Por  cima  de  todo  cuanto  existe,  hay  sin  duda  una  ley  de  armo- 
nía universal  que  supone  una  variedad  constante  bajo  una  ley  de 
unidad.  Por  todas  partes  se  nos  presenta  la  variedad  armónica,  re- 
velándonos eternamente  esa  suprema  ley  de  unidad ,  ese  principio 
sintético  mediante  el  cual  se  relaciona  en  un  ser  infinito  y  abso- 
luto cuanto  existe  finito  y  limitado.  En  efecto,  la  creación  se  com- 
pone de  dos  elementos  ;  materia  y  espíritu ,  un  elemento  contin- 


APUNTES    PARA    UN   ESTUDIO    FILOSÓFICO,    ETC.  40^ 

geate  y  finito  que  se  revela  en  los  cuerpos,  y  otro  elemento  in- 
finito ,  absoluto ,  que  se  revela  en  la  razón ;  mediante  la  dual 
naturaleza  humana,  estos  dos  armónicos  elementos  se  resuelven 
en  una  unidad  sintética,  el  hombre  como  individuo.  El  hombre, 
como  ser  social  que  vive  en  el  espacio ,  se  resuelve  en  una  uni- 
dad superior,  pueblo,  y  los  pueblos  en  otra,  sociedad ;  y  como 
cuanto  existe  finitamente  vive  en  el  tiempo  y  también  el  hom- 
bre ,  en  forma  de  especie ,  de  aquí  esa  unidad  superior ,  huma- 
nidad ;  y  como  el  hombre  está  relacionado  con  cuanto  existe 
finitamente  como  él,  de  aqui  otra  unidad  superior  sintética ,  uni- 
verso ;  y  como  todo  cuanto  es  finito  necesita  referirse  á  un  ser  in- 
finito que  tenga  en  si  la  razón  de  su  ser,  de  aqui  esa  unidad  su- 
perior sintética.  Dios.  Una  especial  manifestación  de  esa  variedad 
armónica  es  no  más  la  familia ,  primer  hombre,  como  ha  dicho 
Krause,  entre  el  individuo  y  la  humanidad ;  unidad  sintética  en 
que  resuelve  el  hombre  su  naturaleza  bipartita,  en  virtud  de  la 
cual,  como  especie ,  se  compone  de  dos  individualidades ,  elemen- 
tos ó  variedades  armónicas ,  que  llamamos  sexos ,  varón  y  hem- 
bra. El  hombre  se  nos  presenta  como  fraccionado  en  dos  mitades, 
que  no  siendo  sino  diversidades  de  una  igualdad  de  esencia,  tienen 
que  ser  variedades  armónicas  destinadas  á  completarse  reciproca- 
mente formando  un  todo  sintético  bajo  una  común  y  más  alta  ley 
de  unidad,  pues  en  filosofía,  lo  mismo  que  en  fisiología  y  en  quí- 
mica, los  contrarios  sólo  producen  armonía,  no  los  opuestos  que  se 
repelen  ni  los  idént^gos  que  acumulándose  no  se  combinan  en  uni- 
dad sintética,  armónica,  superior.  La  naturaleza  bipartita  del  hom- 
bre es  por  tanto  la  causa  y  la  condición  de  la  ley  de  la  familia,  por 
la  que  esas  dos  diversidades  del  ser  humano,  varón  y  hembra,  se 
atraen  en  busca  de  su  complemento  recíproco ,  y  forman  esa  uni- 
dad armónica  superior.  Pero  como  toda  ley  de  relación  refleja  la 
naturaleza  de  las  cosas  relacionadas,  cuya  consecuencia  es,  de  aquí 
que  la  ley  de  la  familia  implica  un  doble  atractivo,  físico  mediante 
el  apetito  genérico ,  y  racional  mediante  la  simpatía  estética ,  el 
sentido  moral  y  el  goce  intelectual.  De  modo  que  las  dos  varieda- 
des humanas,  buscando  por  la  ley  de  la  familia  su  recíproco  com- 
plemento, como  medio  de  realizar  todos  y  cada  uno  de  los  fines 
propios  de  su  ser,  forman  un  verdadero  dualismo  armónico,  bajo  el 
doble  aspecto  que  presenta  la  dual  naturaleza  de  cada  una  de  esas 
individualidades.  La  relación  familiar  mediante  la  ley  fisiológica 


408  APUNTES   PARA    UN    ESTUDIO   FILOSÓFICO 

de  la  generación  producirá  una  consecuencia ,  la  creación  de  un 
nuevo  ser,  que  siendo  fruto  de  aquella  relación,  no  podrá  menos  de 
estar  relacionado  respecto  de  aquellos  dos  seres  con  otra  relación, 
que  será  diversa,  pero  que  guardará  analogía  con  la  que,  al  rela- 
cionar á  estos ,  le  dio  á  él  origen.  Hé  aquí  lo  que  llamamos  es- 
posos, padres,  hijos.  Hé  aquí  la.  manifestación  social ,  concreta  y 
determinada  que  llamamos  familia.  Hé  aquí  como  íiecho  la  agru- 
pación social  de  esás  personas  relacionadas  mediante  especialísi- 
mos  vínculos,  consecuencia  inmediata  de  las  leyes  ó  manera  de  ser 
propia  de  sus  naturalezas. 

Preciso  es  relacionar  el  concepto  del  derecho  con  el  hecho  de  fa- 
milia, para  venir  á  parar  concretamente  al  derecho  familiar ,  lo 
cual  no  será  difícil ,  puesto  que ,  si ,  dada  la  finitud  ^humana ,  se 
presenta  como  consecuencia  necesaria  una  dependencia  y  determi- 
nación recíprocas,  condicionalidad,  entre  todos  los  seres  humanos; 
si  esta  condicionalidad  humana  se  presenta  desde  luego  en  forma 
de  relación  social;  si,  dada  la  personalidad  humana ,  la  condicio- 
nalidad  no  puede  menos  de  afectar  la  naturaleza  de  los  seres  rela- 
cionados ,  siendo  por  tanto  una  condicionalidad  inf Tingible ;  si  la 
condicionalidad  social  trae  en  pos  de  sí  la  condicionalidad  de  la 
exigibilidad  de  ciertas  condiciones  infringibles ,  necesariamente 
exigibles  para  que  el  hombre  realice  los  fines  propios  de  su  natu- 
raleza ;  si  convenimos  en  llamar  derecho  á  toda  relación  humana 
infringihle,  y  necesariamente  exigible  para  la  realización  de  esos 
fines,  tendremos  que  dar  el  nombre  de  derech^de  familia  á  ciertas 
relaciones  infringibles  que  no  podrán  menos  de  existir  entre  los 
seres  que  forman  la  agrupación  social,  familia,  como  relaciones  ne- 
cesariamente exigibles  para  la  realización  de  un  fin  familiar  que 
no  podrá  menos  de  existir  como  fin  propio  y  peculiar  de  la  fami- 
lia; fin  que  resultará  de  la  realización  de  los  fines  individuales  de 
cada  uno  de  los  miembros  dentro  de  la  familia,  ó  1q  que  es  lo  mis- 
mo, del  cumplimiento  exigible  de  Isls  condiciones  infringibles  fami- 
liares. 

Indicado  el  fundamento  de  la  familia,  dada  idea  del  concepto  de 
derecho,  y  relacionadas  ambas  nociones,  debemos  ya  concretarnos 
á  desenvolver  el  derecho  de  familia,  siendo  sin  duda  bastante  lo 
que  va  dicho  para  dejar  adivinar,  ya  que  no  podamos  exponer  de- 
tenidamente, el  criterio  y  el  fundamento  científicos  que  sirven  de 
sólida  base  á  cuanto  hayamos  de  decir. 


DEL  DERECHO  DE  FAMILIA.  409 

El  derecho  de  familia,  como  el  derecho  en  general ,  sólo  puede 
determinarse  con  acierto  deduciéndole  de  allí  de  donde  arranca 
toda  condición  jurídica:  la  naturaleza  humana. 

Si  concebimos  bien  las  leyes  constitutivas  de  la  naturaleza  hu- 
mana, y  si ,  como  consecuencia  de  ese  estudio ,  llegamos  á  com- 
prender bien  los  fines  y  caracteres  propios  de  la  familia  como  es- 
pecial sociedad  humana ,  podremos  fácil ,  sólida  y  acertadamente 
deducir  sus  condiciones  de  derecho . 

Las  condiciones  más  importantes  que  el  derecho  de  familia  ne- 
cesita determinar  en  primer  término  son  las  relativas  á  la  consti- 
tución de  la  familia,  ó  sea  al  matrimonio.  Las  condiciones  del  ma- 
trimonio habrán  de  responder  á  los  naturales  fines  de  esa  sociedad 
humana. 

Si  reconocemos  que  el  amor,  que  da  origen  á  la  familia,  se  fun- 
da sobre  toda  la  individualidad  corporal  y  espiritual  de  los  consor- 
tes; si,  como  ha  dicho  Krause  admirablemente,  la  familia  se  funda 
en  la  oposición  de  los  sexos,  en  el  contraste  característico  de  la  hu- 
manidad masculina  y  la  femenina,  y  los  amantes  se  buscan  porque 
en  espíritu  y  cuerpo  se  necesitan  uno  á  otro  para  formar  un  todo 
superior  humano;  si  afirmamos,  con  el  mismo  filósofo,  que  sólo  es 
legitimo  el  amor  de  todo  el  hombre  á  toda  la  mujer,  obrando  to- 
das las  fuerzas  naturales  y  espirituales  con  misterioso  concierto  en 
una  sociedad  en  que  varón  y  mujer  formen  un  individuo  superior 
en  cuerpo  y  alma ;  acertadamente  concebiremos  el  fin  del  matri- 
monio, y  hallaremos  en  él  al  mismo  tiempo  la  razón  de  ser  de  las 
necesarias  condiciones  de  derecho. 

Así  concebida  la  sociedad  conyugal ,  no  podemos  menos  de  ad- 
mirar el  perfecto  concepto  que  Modestino  formó  del  matrimonio  al 
definirle:  divini  et  humani  juris  communicatio;  concepto  que  no- 
sotros formulamos  definiéndole:  asociación  del  varón  y  de  la  hem- 
bra en  perfecto  dualismo  armónico,  para  la  comunicación  de  todos 
los  fines  humanos. 

De  aquí  que ,  á  nuestro  juicio,  la  primera  condición ,  la  consti- 
tutiva ,  esencial  é  intrínseca  del  matrimonio  es  la  unidad ,  pues, 
dado  su  fundamento  y  su  fin  propios ,  hemos  de  reconocer  como 
verdad  evidente  que ,  si  bien  son  necesarias  dos  individualidades 
contrarias  para  formar  ese  ser  superior,  dos  son  bastantes,  y  sólo 
esas  dos  podrán  producir  un  todo  armónico;  de  suerte  que,  acep- 
tando la   fraseología    de   la  jurisprudencia  romana,   podremos 


410  APUNTES   PARA    UN    ESTUDIO    FILOSÓFICO 

decir  que   la  unidad   es  el  requisito   interno  del   matrimonio. 
Inmediatamente  después  de  la  unidad  se  nos  presenta  la  indiso- 
lubilidad como  otro  de  los  caracteres  y  de  las  condiciones  propias 
del  vínculo  matrimonial,  relacionada  íntimamente  con  la  anterior 
en  cuanto  se  deriva  de  la  misma  razón  de  ser.  Si  el  hombre  une 
las  dos  variedades  de  su  naturaleza  bipartita,  sexos,  formando  por 
medio  del  matrimonio  un  ser  superior  resultante  del  recíproco  y 
mutuo  complemento  del  varón  y  de  la  mujer;  si  el  sexo  no  sólo 
entraña  variedad  de  naturaleza  corporal,  sino  también  de  natura- 
leza espiritual ;  si  el  complemento  recíproco  que  se  busca  en  el 
matrimonio  tiene  qne  responder  al  doble  aspecto  material  y  racio- 
nal ,  propio  de  los  individuos  relacionados  en  una  superior  y  ar- 
mónica unidad,  y  tanto  es  asi,  qué  lo  mismo  que  con  los  órganos 
sensuales,  acontece  exactamente  con  las  facultades  anímicas;  y 
vemos  que  el  predominio  del  principio  estético  y  la  exquisita  sen- 
sibilidad y  la  viveza  de  imaginación  y  la  especial  perspicacia  y 
acertado  presentimiento  de  la  mujer  se  hermanan  con  el  maduro 
examen,  y  1^  energ-ía  y  el  dominio  de  sí,  y  la  reflexión  y  la  ma- 
yor insistencia  del  hombre ;  y  si  por  último  sólo  una  completa  y 
total  unión  de  todo  el  hombre  á  toda  la  mujer  puede  formar  por  el 
mutuo  complemento  de  esas  dos  variedades  armónicas,  ese  ser  su- 
perior, verdadero  fin  del  matrimonio ;  lógica  y  necesariamente  ha- 
bremos de  concluir  que  el  vínculo  matrimonial,  no  sólo  lleva  la 
unidad,  sino  también  la  indisolubilidad  entre  sus  caracteres  pro- 
pios é  indispensables.  Por  esto  ha  dicho  Krause :  que  los  esposos  se 
unen  con  vínculo  indisoluble  en  toda  su  individualidad  para  for- 
mar un  todo  superior  humano ;  que  el  amor  conyugal  engendra 
una  unión  permanente  en  el  pensar,  en  el  sentir,  en  el  obrar,  en 
la  vida  toda  para  el  común  destino,  en  bien  y  goce  como  en  des- 
gracia y  dolor ;  y  que  hermanando  el  matrimonio  la  oposición  pri- 
mera y  más  interior  de  nuestra  naturaleza,  la  del  sexo,  viven  uni- 
dos varón  y  mujer  como  un  hombre  superior  para  el  cumplimiento 
solidario  de  todos  los  fines  humanos.  Si  la  unión  de  esas  dos  natu- 
ralezas ha  de  ser  tan  íntima,  tan  total  y  tan  completa,  no  puede 
menos  de  ser  una  é  indisoluble.  Monogamia  indisoluble :  he  aquí 
los  caracteres  que  indispensablemente  ha  de  llevar  el  matrimonio 
concebido  como  le  concebimos  nosotros. 

Propiamente  la  unidad  y  la  indisolubilidad  no  son  condiciones 
que  se  refieran  ni  á  la  constitución,  ni  á  la  conservación  y  desen- 


DEL  DERECHO  DE  FAMILIA.  411 

volvimiento  de  la  familia;  son  más  que  eso,  son  caracteres  propios, 
esenciales,  constitutivos,  inseparables  del  vinculo  matrimonial.    * 

Ahora  digamos  algo  acerca  de  las  condiciones  relativas  á  la  for- 
mación ó  constitución  de  la  familia  por  medio  del  matrimonio,  de- 
duciéndolas del  carácter  y  de  los  fines  matrimoniales. 

Si  el  matrimonio  tiene  por  objeto  fundir  en  su  totalidad  dos  na- 
turalezas individuales,  serán  condiciones  precisas  las  indispensa- 
bles para  que  haya  en  ambos  contrayentes  capacidad  de  realizar 
en  esa  intima  unión  de  cuerpos  y  espiritus  el  fin  del  matrimonio. 
Allí  donde  haya  una  circunstancia  que  haga  imposible  total  ó  par- 
cialmente esa  intima  y  completa  fusión  de  naturalezas  contrarias 
que  buscan  en  el  matrimonio  el  complemento  reciproco  de  todas  y 
cada  una  de  sus  facultades  físicas  y  animicas,  faltará  la  capacidad 
faltará  una  condición  exigible  cuando  se  trate  de  contraer  matri- 
monio. Hé  aqui  por  qué  son  condiciones  del  matrimonio  el  desar- 
rollo físico  y  espiritual,  ó  sea  la  capacidad  absoluta,  y  la  capaci- 
dad relativa,  que  en  lo  físico  rechaza  la  impotencia  relativa  y  en 
lo  espiritual  rechaza  ciertos  grados  de  parentesco,  tales  como  to- 
do§  los  de  la  línea  recta  y  el  primero  de  la  colateral. 

Aunque  el  fundamento  y  la  esencia  del  vínculo  matrimonial  no 
está  en  la  voluntad  humana,  sino  en  las  leyes  naturales,  que  son 
anteriores  á  ella,  sin  embargo,  la  misma  índole  del  matrimonio 
hace  indispensable  en  un  vínculo  que  se  contrae  por  seres  racio- 
nales y  libres,  el  concurso  del  elemento  voluntario,  del  elemento 
más  característico  de  nuestra  naturaleza  en  forma  de  libre  consen- 
timiento, como  condición  también  de  la  capacidad  relativa.  De 
aquí  que  el  matrimonio  haya  de  afectar  en  cuanto  á  su  forma  ex- 
terna la  de  contrato,  y  de  aquí  la  espinosa  y  difícil  cuestión  de  si  el 
matrimonio  debe  ser  considerado  como  un  acto  puramente  civil,  ó 
exclusivamente  religioso. 

A  mi  ver,  el  problema  que  suele  llamarse  el  matrimonio  civil, 
con  frecuencia  hace  incurrir  en  errores  y  faltas  graves  de  lógica. 
Si  con  el  matrimonio  civil  se  quiere  decir  que  este  vínculo ,  por  su 
doble  carácter  está  bajo  una  doble  dependencia  del  Estado  y  de  la 
Iglesia ,  se  dice  una  verdad  evidente.  Si  se  dice  que  hay  en  el  ma- 
trimonio algo  que  es  puramente  civil,  como  algo  que  es  puramen- 
te religioso,  se  i-econoce  un  hecho.  Si  los  defensores  del  matrimo- 
nia civil  quieren  la  completa  seculaíizacion  de  la  institución;  si 
quieren  que  el  Estado  legisle  acerca  del  matrimonio  prescindiendo 


412  APUNTES    PARA    ÜN    ESTUDIO  FILOSÓFICO 

de  todo  punto  de  las  legislaciones  eclesiásticas ;  si  sostienen  esta 
doctrina  pretendiendo  ser  consecuencia  lógica  y  necesaria  de  la  li- 
bertad religiosa ;  yo  combato  esa  doctrina  y  la  rechazo  en  nombre 
de  la  libertad  religiosa,  en  nombre  de  la  independencia  completa  de 
la  Iglesia  y  del  Estado,  en  nombre  de  la  Iglesia  libre  en  el  Estado 
libre.  Si  entre  las  leyes  constitutivas  de  la  naturaleza  humana 
hay  una  en  cuya  virtud  el  hombre  es  un  ser  eminentemente  re- 
ligioso ;  si  entre  todos  los  fines  húmanos  el  religioso  es  un  fin  tan 
eminentemente  sintético  que  los  absorbe  á  todos  y  supone  el  con- 
sorcio simultáneo  de  todas  las  facultades  humanas  hacia  lo  eter- 
no y  lo  absoluto;  si  en  el  matrimonio  el  hombre  y  la  mujer  van  á 
realizar  en  común  los  fines  todos  de  sus  individuales  y  armónicas 
naturalezas,  desenvolviendo  en  común  las  facultades  todas  de  su 
ser ;  es  claro  que  en  el  matrimonio  el  fin  religioso  va  de  un  modo 
preferente  á  ser  cultivado  en  común ;  luego  el  matrimonio  por  su 
misma  naturaleza  arguye  una  relación  esencial  y  preferentemente 
religiosa,  sin  dejar  por  esto  de  reconocer  que  arguye  además  otras 
importantes  y  diferentes  relaciones;  luego  si  es  el  fin  religioso  un 
fin  tan  preferente  del  matrimonio,  preferente  habrá  también  de  ser 
la  subordinación  de  la  institución  á  la  Iglesia. 

Después  de  las  condiciones  relativas  á  la  constitución  de  la  fa- 
cultad por  medio  del  matrimonio,  podemos  deducir  las  condiciones 
necesarias  para  la  conservación  y  desenvolvimiento  de  la  sociedad 
conyugal. 

El  varón  y  la  hembra  no  son  idénticos ,  pero  son  iguales ,  no 
son  distintos  sino  diferentes ,  son  iguales  en  esencia,  desiguales  en 
combinación  de  elementos ,  son  dos  variedades  de  un  solo  y  único 
ser;  el  hombre  presenta  en  sus  naturalezas  individuales  los  elemen- 
tos no  opuestos ,  pero  si  contrarios,  y  combinables,  por  tanto,  bajo 
una  unidad  sintética  superior.  La  igualdad  esencial  de  ambas  na- 
turalezas, y  la  perfecta  armonía  que  su  combinación  ha  de  produ- 
cir en  el  matrimonio,  exigen  en  el  desenvolvimiento  de  toda  rela- 
ción conyugal  una  condición  que  es  capital ,  puesto  que  abarca 
todas  las  que  pueden  mencionarse ;  determina  el  caráater  del  lazo 
matrimonial  en  la  multitud  de  relaciones  que  puedan  presentarse 
en  la  vida  de  los  consortes.  La  condición  á  que  aludo  cí^  la  igual- 
dad, es  decir,  la  igualdad  jurídica,  que  no  es  la  identidad  absoluta, 
sino  la  racional  proporcionalidad  y  equivalencia ,  mediante  la  cual 
los  derechos  y  obligaciones  han  de  ser  mutuos  y  recíprocos.  Cadain- 


DEL  DERECHO  DE  FAMILIA.  413 

dividualidad,  la  masculina  y  la  femenina,  tendrá  su  esfera  propia 
de  acción  y.  según  la  especialidad  de  su  naturaleza;  pero  ni  el  varón 
ni  la  hembra  pretenderá  ser  superior  ni  absorber  al  otro  individuo 
dentro  de  su  personalidad ;  pues  entonces  se  contradirian  los  fines 
particulares  de  cada  una  de  ambas  individualidades,  y  se  destruirla 
la  sintesis  armoniosa  del  matrimonio.  La  fidelidad  conyugal,  como 
condición  de  la  vida  de  los  consortes ,  se  deduce  necesariamente  de 
la  unidad  que  hemos  dicho  ser  el  más  intrínseco  de  los  caracteres 
matrimoniales,  indispensable  para  que  el  vinculo  lleve  consigo  la 
total  fusión  de  ambas  naturalezas  en  un  común  vivir. 

¿  Y  qué  principió  adoptaremos  respecto  de  la  relación  matrimo- 
nial áque  la  propiedad  ó  los  bienes  puedan  dar  lugar?  En  armo- 
nía con  el  carácter  y  la  índole  del  matrimonio,  es  claro  que  la  co- 
munidad de  bienes  total  y  sin  restricción  alguna  será  para  no- 
sotros la  teoría  que  mejor  responde  á  los  principios  que  dejamos 
aceptados.  Creemos  que  este  principio  podría  aceptarse ,  no  como 
regla  invariable,  sino  como  precepto  legal  modificable,  amplia  y 
omnímodamente  por  la  voluntad  de  los  contrayentes.  Es  decir,  que 
si  el  matrimonio  es  general ,  en  su  fin,  en  sus  caracteres  y  en  sus 
condiciones ,  está  por  cima  de  la  voluntad  individual ;  en  todo  lo 
que  se  refiere  á  bienes,  en  lo  que  tiene  de  sociedad  económica, 
como  vínculo ,  no  personal  sino  puramente  real ,  creemos  que  tie- 
ne perfecta  cabida  la  completa  aplicación  del  criterio  individua- 
lista en  forma  de  convención.  En  este  punto  es  donde  se  revela  el 
contrato  civil  en  el  matrimonio. 

Después  de  las  condiciones  esenciales  y  constitutivas  del  matri- 
monio; después  de  las  condiciones  relativas  ala  formación  del  vincu- 
lo matrimonial ;  después  de  las  condiciones  referenfes  á  su  exis- 
tencia y  desenvolvimiento ;  procede  hablar  de  su  desaparición  ó 
terminarcion,  es  decir,  de  su  disolución.  ¿Cómo  y  con  qué  condicio- 
nes se  podrá  disolver  ese  vínculo  que  hemos  dicho  es  indisoluble 
por  su  misma  naturaleza  ?  Nada  hay  absoluto  en  la  terrenal  vida 
humana,  de  suyo  finita  y  perecedera.  Por  esto  la  indisolubilidad 
matrimonial  no  puede  ser  absoluta,  pero  lo  será  cuanto  sea  posible 
dentro  de  la  relatividad  y  condicionalidad  humanas , 

La  unidad,  como  requisito  intrínseco  y  constitutivo  de  una  unión 
de  índole  y  naturaleza  esencialmente  éticas ,  no  nos  permiten  ad- 
mitir la  disolución  del  matrimonio,  y  sí  sólo,  transigiendo  oon  las 
imperfecciones  y  necesidades  de  la  vida  humana,  el  divorcio  en  el 


414  APUNTES   PARA    UN   ESTUDIO   FILOSÓFICO 

sentido  de  la  mera  separación  de  los  cónyuges,  y  esto  en  virtud  de 
condiciones  que,  destruyendo  la  idea  moral  del  matrimonio  hagan 
verdaderamente  necesaria  semejante  separación,  "tales  como  el 
adulterio,  el  crimen,  la  sevicia,  y  coincidan  además  con  la  volun- 
tad de  alguno  ó  de  ambos  cónyuges,  pues  si  en  la  unión  aparece  y 
se  exige  la  voluntad  como  forma ,  no  podrá  menos  de  presentarse 
en  la  separación  con  el  mismo  carácter.  El  mutuo  consentiraiento 
no  es  bastante  para  autorizar  el  divorcio.  Asi  como  todo  contrato 
en  general  está  subordinado  siempre  á  los  principios  de  derecho^ 
no  viniendo  el  consentimiento  á  ser  más  que  su  forma  y  su  condi- 
ción ;  asi  también  el  matrimonio  tiene  una  naturaleza  ética  propia 
que  no  depende  sino  que  se  sobrepone  á  la  voluntad ,  por  más  que 
el  consentimiento  sea  su  forma  y  su  condición.  De  aqui  que  si  la 
voluntad  no  produjo  la  unión  con  su  naturaleza  peculiar,  tampoco 
puede  producir  la  desunión;  pero  si  apareció  en  la  unión  como  for- 
ma y  condición,  en  la  desunión  habrá  también  de  aparecer  de  un 
modo  semejante. 

El  carácter  indisoluble  del  matrimonio  es  el  criterio  que  forzosa- 
mente ha  de  tenerse  en  cuenta  cuando  se  presenta  el  problema  de 
autorizar  ó  nó  las  segundas  nupcias,  por  lo  cual  indicaremos  aqui 
nuestra  radical  opinión.  Si  el  matrimonio  es  intrínseca  y  esencial- 
mente indisoluble,  y  si  lo  propio  y  caracteristico  del  vinculo  matri- 
monial es  su  naturaleza  ética,  tal  como  corresponde  á  una  unión  de 
seres  espirituales ,  ¿dependerá  la  disolubilidad  de  la  muerte  de  uno 
de  los  cónyuges,  de  la  muerte  que  no  es  sino  una  modificación  del  ser? 

Porque  después  de  todo,  si  la  unidad  constitutiva  y  esencial  del 
matrimonio  rechaza  la  poligamia,  también  rechazará  las  segun- 
das nupcias,  puesto  que  tan  poligamia  es  la  sucesiva  como  la  si- 
multánea. Yo  creo  que,  según  el  rigorismo  de  principios,  las  segun- 
das nupcias  no  son  compatibles  con  el  carácter  del  matrimonio,  y 
sospecho  que  responden  á  las  mismas  consideraciones  que  el  divor- 
cio y  que  la  disolución  matrimonial  en  los  excepcionalisimos  ca- 
sos en  que  ha  sido  admitida  por  la  Iglesia,  siempre  prudente  y  con- 
ciliadora: me  refiero  á  la  limitación,  fragilidad  é  imperfección  de 
la  terrenal  vida  humana.  ¿Qué  significa  la  teoria  legal  de  reservas, 
nacida  indudablemente  en  odio  á  las  segundas  nupcias?  ¿Qué  sig- 
nifican todas  las  disposiciones  que  el  Derecho  romano  presenta  bajo 
el  ep^raíe  de  medios  de  coerción  contra  los  que  pasan  á  segun- 
das nupcias?  ¿Qué  explicación  tiene  esa  natural  é  instintiva  aver- 


'  DEL  DERECHO  DE  FAMILIA.  415 

sion  y  desaprobación  ccn  que  la  sociedad  suele  mirar  las  segundas 
bodas?  Si  concebimos  el  vinculo  matrimonial  tan  esencialmente 
espiritual  como  es  fuerza  concebir  una  institución  que  Dios  elevó 
á  la  categoría  de  Sacramento;  si  leemos  los  Santos  Padres  que  han 
llamado  á  las  segundas  nupcias  honestam  fornicationem;  si  vemos 
que  el  apóstol  de  los  gentiles,  el  que  dio  al  cristianismo  una  forma 
más  científica,  ha  dicho  en  su  Epístola  primera  á  los  Corinthios, 
«La  mujer  está  atada  á  la  ley  mientras  vive  su  marido;  pero  si 
muriese  su  marido  queda  libre,  cásese  con  quien  quiera  con  tal  que 
sea  en  el  Señor;  pero  será  más  bienaventurada  si  permaneciese  asi 
según  mi  consejo,  y  pienso  que  yo  también  tengo  espíritu  de  Dios;» 
si  observamos  como  la  Iglesia,  aunque  se  ha  abstenido  cuidadosa- 
mente de  hacer  ninguna  declaración  solemne  en  materia  tan  peli- 
grosa y  trascendental,  sin  embargo  ha  dejado  entrever  que  mira 
también  con  cierta  aversión  las  segundas  nupcias  como  sospecho- 
sas ante  el  rigor  teológico,  y  por  esto  el  Derecho  canónico  las  co- 
loca entre  las  irregularidades  para  recibir  órdenes,  y  las  Decre- 
tales, de  acuerdo  con  San  Agustin,  afirman  que  el  segundo  ma- 
trimonio no  representa  como  el  primero  la  unión  de  Jesucristo  con 
su  Iglesia;  si  por  último  la  propia  conciencia  nos  hace  pensar  con 
el  autor  de  Gil  Blas  de  Santillana  que  contraer  un  nuevo  vinculo 
no  revela  seguramente  delicadeza  y  pudor  muy  exquisitos;  podre- 
mos sm  duda  convencernos  de  que  tiene  un  sólido  fundamento  la 
opinión  que  acabamos  de  sentar. 

Después  de  las  relaciones  conyugales,  siguiendo  el  desenvolvi- 
miento de  la  familia,  debemos  decir  algo  acerca  de  las  que  nacen 
con  la  aparición  de  un  nuevo  ser,  fruto  de  la  unión  sensual.  Como 
verdad  previa  debemos  nosotros  sentar  y  reconocer  que,  cualquiera 
que  sea  la  índole  del  vínculo  entre  el  ser  creado  y  sus  creadores, 
siempre  será  el  mismo,  idéntico,  respecto  del  padre  y  de  la  madre. 
Si  la  vida  íntima  y  común  de  los  esposos,  produjo  ese  nuevo  ser, 
consecuencia  del  lazo  matrimonial  que  lleva  consigo  la  igualdad, 
la  reciprocidad,  como  su  condición  fundamental,  es  claro  que  esta 
misma  condición  se  reflejará  haciendo  de  todo  punto  semejantes 
las  relaciones  paterna  y  materna.  No  podrán  ser  idénticas,  habrá 
una  cierta  diversidad  que  refleje  la  individualidad  masculina  y  fe- 
menina; pero  habrá  toda  la  posible  identidad  reflejando  la  comu- 
nidad de  los  padres  al  crear  al  hijo  y  la  equivalente  participación 
habida  en  la  procreación. 


i 


416  APUNTES   PARA    UN   ESTUDIO   FILOSÓFICO 

¿Qué  condiciones  llevará  consigo  la  relación  de  padres  á  hijos? 
La  igualdad  ó  reciprocidad  como  esencial  condición,  bajo  la  cual 
se  desenvuelve  el  vinculo  matrimonial,  no  puede  ser  el  criterio 
que  desenvuelva  la  relación  de  padres  á  hijos,  que  necesariamente 
ha  de  ser  de  naturaleza  distinta,  puesto  que  entraña  en  si  la  de 
causa  y  efecto,  sin  que  por  esto  apoyemos  nosotros  la  convención 
tácita  entre  padres  é  hijos  ni  la  pretendida  propiedad  de  aquellos 
sobre  su  obra,  para  fundar  el  derecho  paterno,  que  fácilmente  des- 
cansa en  el  lazo  natural  cuyo  carácter  reviste,  desde  el  momento 
en  que  los  padres  sienten  el  deber  de  velar  cuidadosamente  por  el 
imperfecto  y  desvalido  ser  de  que  se  reconocen  causa,  y  el  hijo 
mira  como  á  providencia  visible  á  esos  seres  que  adivinan  y  pro- 
veen á  todas  sus  necesidades  con  especial  solicitud. 

De  aqui  que  las  obligaciones  de  los  padres  respecto  de  los  hijos 
se  resumen  en  la  alimentación ,  y  la  educación  que  puede  decirse 
que  no  es  más  que  la  especial  alimentación  propia  del  ser  racional; 
y  las  obligaciones  de  los  hijos  respecto  de  los  padres  son  la  obe- 
diencia y  el  respeto ,  que  en  cierto  modo  se  deben  directamente 
como  expresión  de  la  sumisión  propia  y  natural  del  ser  inferior  al 
superior,  y  en  cierto  modo  se  deben  como  la  condición  indispen- 
sable para  que  los  padres  cumplan  sus  deberes.  Estas  obligaciones 
son  la  condición  especial,  genuina  y  característica  de  la  relación 
de  padres  á  hijos.  Hay  además  entre  ellos  una  obligación  mutua 
y  recíproca  que  es  más  duradera  porque  no  responde  á  la  especia- 
lidad sino  á  la  generalidad  del  vínculo  familiar ,  tal  es  la  asisten- 
cia y  ayuda. 

La  ilegitimidad  de  los  hijos ,  cumplida  la  condición  del  recono- 
cimiento ,  no  altera  en  lo  esencial  la  relación  natural  de  padres  á 
hijos. 

La  tutela  se  funda  en  la  necesidad  de  completar  la  personalidad 
incompleta  de  un  ser  falto  de  complemento  natural. 

Todos  los  parientes  en  línea  recta,  y  los  colaterales  hasta  el 
cuarto  grado  parece  que  en  todo  tiempo  tienen  entre  sí  recíproca- 
mente la  obligación  de  darse  alimentos  en  caso  de  verdadera  nece- 
sidad. Sin  embargo,  las  imperfecciones  humanas  hacen  peligroso 
y  diiícil  un  amplio  reconocimiento  de  este  deber  como  obligación 
exigí  ble  ante  la  ley. 

Además  de  las  relaciones  personales  que  llevamos  mencionadas: 
el  derecho  de  familia  comprende  otra  más  particularmente  real. 


DEL  DERECHO  DE  FAMILIA.  417 

que  siendo  muy  importante  no  podemos  pasar  en  silencio.  Me  re- 
fiero á  la  sucesión ,  que  si  bien  tiene  su  esencial  base  y  fundamento 
en  la  propiedad,  se  relaciona  con  el  derecho  familiar,  como  crite- 
rio que  determina  su  regulación.  El  vinculo  familiar  tiene  mayor 
participación  en  la  sucesión  intestada ,  medio  de  reserva  con  que 
la  ley  suple  la  falta  de  sucesión  testada  que  de  lleno  descansa  y 
se  apoya  en  el  derecho  de  propiedad ,  no  siendo  más  que  este  mis- 
mo derecho  en  una  de  las  varias  formas  en  que  puede  ostentarse 
su  ejercicio. 

La  testamentifaccion  á  mi  juicio  es  consecuencia  inmediata  de 
la  propiedad ,  es  una  de  las  facultades  constitutivas  del  derecho  de 
propiedad,  ni  más  ni  menos  que  la  enajenación  y  la  contratación. 
Hasta  allí  donde  la  libertad  sea  condición  exig-ida  por  la  propie- 
dad ,  hasta  alli  y  de  una  manera  análoga  será  condición  necesaria 
de  la  testamentifaccion ;  y  si  la  propiedad  lleva  consigo  condicio- 
nes limitativas  necesarias ,  la  testamentifaccion  exigirá  también 
como  necesarias  otras  semejantes  limitaciones.  Con  este  criterio 
rechazamos  las  legitimas,  y  sin  creer  que  faltamos  á  la  lógica, 
rechazamos  también  la  amortización  de  la  propiedad  en  cuanto 
es  contraria  á  la  capacidad  objetiva  de  la  propiedad  misma,  y  en 
cuanto  reconocemos  ser  indispensable  imponer  al  individuo  cierta 
condicionalidad  en  nombre  del  fin  social. 

La  libre  testamentifaccion  tiene  otra  limitación  relativa  al  de- 
recho que  el  cónyuge  sobreviviente  podrá  hacer  derivar  del  prin- 
cipio de  la  comunidad  de  bienes  ó  de  la  estipulación  matrimonial. 
En  armonía  con  la  completa  comunidad,  parece  que  al  cónyuge 
sobreviviente  corresponde  la  propiedad  en  la  mitad  de  la  totalidad 
de  bienes  matrimoniales,  sin  que  el  premórtuo  pueda  disponer  de 
ella. 

Los  ascendientes,  descendientes  y  cónyuge,  en  virtud  de  su  pro- 
pio derecho,  podrán ,  por  via  de  alimentos  necesarios,  mermar  el 
haber  hereditario  contradiciendo  la  voluntad  del  testador. 

En  cuanto  á  la  sucesión  intestada,  no  creemos  nosotros  que  pue- 
de hallar  su  fundamento  en  una  copropiedad  entre  los  miembros 
de  la  familia:  admitida  esta  copropiedad,  no  admitiríamos  más  su- 
cesión que  la  regulada  por  la  ley,  y  rechazaríamos  la  sucesión  tes- 
tada que  alterase  esa  equitativa  regulación.  Admitida  esa  copro- 
piedad, sería  lógico  que  los  herederos  pagasen  las  deudas  cuando 
el  pasivo  excediese  al  activo  hereditario. 

TOMO  XV.  27 


418  APUNTES    PARA    UN   IJSTUDIÜ    FILOSÓFICO,    ETC. 

La  regulación  legal  de  la  sucesión  intestada  no  puede  tener  más 
base  que  la  voluntad  presunta  combinada  con  la  obligación  que 
puede  haber  en  determinados  casos  de  atender  á  las  necesidades 
de  ciertos  individuos  en  consideración  al  lazo  familiar.  En  el  or- 
den de  los  llamamientos ,  será  preciso  tener  en  cuenta  en  primer 
lugar  el  cónyuge  sobreviviente,  que  se  llevará  su  mitad  y  entrará 
en  participación  con  los  descendientes  respecto  de  la  otra  mitad, 
admitiendo  en  cuanto  á  estos  el  principio  de  la  representación  A 
falta  de  descendientes,  parece  que  el  cónyuge  debe  excluir  á  todos 
los  demás  parientes. 

Dando  á  la  sucesión  intestada  el  fundamento  que  nosotros  le  da> 
mos,  creemos  lógico  no  distinguir  de  hijos  legitimes  é  ilegitimes. 

Los  hermanos  deberán  concurrir  con  los  ascendientes.  Los  her- 
manos que  no  sean  de  doble  vinculo  concurrirán  con  los  que  lo 
sean  á  la  herencia  de  su  hermano,  sin  distinción,  cuando  se  trate  de 
bienes  que  no  procedan  de  herencia  paterna  ó  materna. 

Parece  que  el  principio  de  representación  debe  tenerse  en  cuenta 
para  que  concurran  tios  con  sobrinos  á  la  herencia  de  hermano  y 
tio  respectivamente. 

Aquí  pondremos  fia  á  este  ligero  trabajo. 

Aunque  rápidamente,  hemos  considerado  la  relación  familiar 
bajo  todos  sus  aspectos  jurídicos ,  en  su  fundamento,  en  su  desar- 
rollo, en  su  desaparición ,  en  su  elemento  real  y  en  su  elemento 
personal.  No  hemos  hecho,  sin  embargo,  más  que  bosquejar,  dar 
un  croquis,  un  boceto,  apuntando  ideas  y  principios  que  bien  me- 
recen ser  tratados  más  profunda  y  detenidamente,  con  más  espacio 
y  más  tiempo  del  que  podemos  consagrarles  en  esta  ocasión. 

Luis  MlBALLES. 


DE  LA  CAPACIDAD  POLÍTICA 

EN   LOS  SISTEMAS    REPRESENTATIVOS, 


I. 

Todo  Gobierno  de  naturaleza  liberal  descansa,  como  la  techum- 
bre de  una  basílica  sobre  firmes  pilares ,  en  dos  elementos:  la  or- 
ganización extrínseca,  el  engranaje  de  sus  ruedas,  la  combinación 
de  sus  partes  en  justa  medida  y  correspondencia;  hé  aquí  el  pri- 
mero: el  segundo  es  la  suma  de  las  condiciones  morales  é  intelec-»- 
tuales  que  aseguran  su  realidad  interna  y  su  desenvolvimiento, 
que  le  dan  prestigio  y  firmeza  en  el  país.  No  basta  con  que  un 
pueblo  esté  necesitado  de  holgura  y  expansión  en  las  costumbres; 
no  basta  con  que  tome  parte  en  la  gestión  de  la  cosa  pública,  si  el 
sistema  que  adopta  presenta  defectos,  vicios  orgánicos  que  emba- 
razan su  marcha  regular  y  concertada:  de  aquí  la  indeclinable  ne- 
cesidad de  que  su  legislación  sea  un  conjunto  lógico  y  bien  orde- 
nado. Pero  esta  circunstancia,  como  dijimos,  no  es  la  única  que 
un  sistema  político  reclama.  En  vano  los  publicistas  y  los  legisla- 
dores tendrían  á  señalada  honra  haber  dictado  un  código  perfecta- 
mente artístico  y  elaborado  con  alteza  de  miras  y  unidad  de  con- 
junto, si  estaba  en  desacuerdo  con  las  necesidades  y  ios  elementos 
de  la  sociedad:  vanamente  se  holgaran  y  congratularan  de  su  obra, 
si  ésta  se  hallaba  en  disonancia  con  el  sentido  real  y  la  esponta- 
neidad de  la  nación.  Cuando  la  ley  escrita  peca  de  suspicaz  y  re- 
celosa; cuando  la  opinión  lucha  y  forcejea  incesantemente  por  rom- 
per las  mallas  del  sistema  legal,  este  ve  de  cada  día  más  reducido 
y  mermado  su  prestigio  y  contrariada  su  acción ;  y  si  en  tiempo 


420  DR    LA    CAPACIDAD    POLÍTICA 

Oportuno  no  se  adoptan  reformas  que  abran  al  espíritu  público 
proporcionadas  válvulas  de  desahogo ,  bien  pronto  las  nubes  de  la 
revolución  se  ciernen  sobre  el  horizonte  de  aquel  desgraciado  pue- 
blo. Por  reverso,  cuando  la  constitución  legal  es  antagónica  de  la 
sociedad  en  sus  elementos  positivos ;  cuando ,  lejos  de  proporcio- 
narle y  asegurarle,  por  los  medios  naturales,  la  libertad  en  el  in- 
terior y  la  seguridad  ep  el  exterior,  engendra  el  desorden ,  la  in- 
tranquilidad y  el  desasosiego,  semejante  estado  de  cosas  no  puede 
ser  considerado  como  definitivo  en  el  país  á  que  se  refiere.  Pasarán 
los  instantes  de  turbación  y  de  vértigo;  y  como  los  intereses  mora- 
les y  materiales  languidecen  y  se  extinguen  en  los  saturnales  de 
la  licencia  ó  de  la  crápula,  un  dictador  ó  un  monarca,  un  César  ó 
un  Augusto  acabarán  por  recoger,  más  ó  menos  tarde,  la  bandera 
del  orden  que,  con  escándalo  de  los  buenos,  rodaba  escarnecida  y 
hecha  girones  por  la  plaza  pública.  Y  cuando  esto  suceda,  no  po- 
drá decirse,  en  justicia ,  que  la  libertad  perezca  á  manos  de  la  ti- 
ranía ó  de  un  miserable  usurpador,  sino  que,  como  el  instinto  de 
conservación  alcanza  también  á  los  pueblos  y  colectividades  y  se 
ostenta  por  cima  de  todos  los  programas,  aspiraciones  y  doctrinas, 
el  cesarismo  viene  en  momentos  de  prueba  y  cuando  los  vínculos 
sociales  se  desanudan  ó  aflojan  á  cumplir  una  misión  suprema  ante 
Dios  y  ante  la  historia.  Tan  cierto  es  esto,  que,  como  decia  un  pen- 
sador, timbre  y  orgullo  de  Alemania,  el  derecho  público,  ó  no  tie- 
ne significación  para  los  países,  ó  es  la  vida  externa  en  la  realidad 
de  sus  impulsos  y  movimientos. 

De  esta  observación  nacen  y  derivan  sin  esfuerzo  las  reglas  y  los 
fundamentos  del  buen  criterio  en  política.  En  las  sociedades  anti- 
guas como  en  las  modernas,  el  fin  de  la  entidad  poder  es  siempre 
uno  mismo:  armonizar  el  principio  de  libertad  con  el  de  orden >  el 
derecho  de  uno  con  el  de  todos,  y  realizar  la  justicia  en  la  medida 
y  proporción  que  lo  finito  de  nuestra  naturaleza  y  las  imperfeccio- 
nes del  estado  social  consienten.  Separarse  de  este  propósito,  coe- 
táneo ya  del  sentido  común,  para  correr  afanosamente  tras  la  rea- 
lización de  ideales  espléndidos ,  no  es  cordura ,  sino  desatentado 
proceder:  y  la  historia  enseña  que  cualquiera  otro  sistema  calcado 
sobre  aspiraciones  distintas ,  ya  se  funde  en  el  individualismo ,  ya 
eti  el  socialismo ,  ora  prescinda  de  las  eveluciones  del  espíritu  en 
aras  del  sentimiento,  ora  se  olvide  de  la  realidad  social  para  con- 
vertir el  toque  del  Gobierno  en  una  cuestión  de  metafísica ,  lejos 


i 


EN   LOS   SISTEMAS    REPRESENTATIVOS.  421 

de  favorecer  la  causa  del  progreso ,  detiene  su  curso ,  ya  que  no 
acabe  por  cegar  sus  corrientes. 

Y  este  fenómeno,  en  todas  las  épocas  observado,  se  explica  tam- 
bién a  priori.  Lo  que  tiene  de  legitimo  cada  uno  de  los  elementos 
que  se  incuban  y  desarrollan  en  el  seno  de  la  sociedad,  obtiene  su 
merecida  importancia  en  la  órbita  de  la  teoría  que  proclamamos 
como  salvadora,  sucediendo  en  estas  materias  lo  que  un  filósofo  y 
publicista,  el  Sr.  Rios  Rosas,  decia  del  derecho  y  el  deber  que,  á 
pesar  de  formularse  como  principios  antagónicos  y  contrapuestos 
para  el  vulgo  de  los  hombres,  expresan  en  hecho  de  verdad  el  an- 
verso y  el  reverso  de  una  sola  idea.  Por  manera,  que,  desarrollan- 
do un  poco  este  pensamiento ,  bien  podemos  decir  que  los  Gobier- 
nos, al  reconocer  la  libertad  del  individuo  como  justa  y  necesaria, 
no  abandonan,  ni  mucho  menos,  los  intereses  del  orden,  sino  que 
aplican  este  principio  á  la  esfera  de  la  vida  humana;  bien  así  como 
tratando  de  salvar  los  fueros  del  orden ,  no  contradicen  ni  amen- 
guan el  dogma  de  la  libertad  del  individuo,  sino  que  procuran  com- 
binarla y  entrelazarla  con  las  derivaciones  y  exigencias  del  mis- 
mo principio  en  una  esfera  superior.  Y  otro  tanto  diremos  del  in- 
dividualismo y  el  socialismo. 

Con  razón  observaba  un  malogrado  economista ,  Federico  Bas- 
tiat,  que  el  derecho  no  era  una  creación  voluntaria  de  la  ley,  sino 
que  esta  se  impone  como  necesaria  precisamente  porque  con  ante- 
rioridad á  ella  nace  y  se  formula  el  derecho.  Hasta  aquí  no  hay  di- 
ficultad, y  el  individualismo,  en  cuanto  se  compadece  y  armoniza 
con  esta  fórmula,  resulta  justificado;  pero  como  al  mismo  tiempo 
es  una  verdad  incontrovertible  que  el  hombre  no  vive  sólo  en  la 
tierra  y  que  su  estado  natural  es  la  sociedad,  de  aqui  que  el  dere- 
cho individual,  en  su  esencia  y  en  sus  raices,  halle  ya  la  limita- 
ción ,  el  temperamento  del  derecho  colectivo ,  y  por  lo  tanto  que 
asi  el  individualismo  como  el  socialismo,  en  vez  de  revelar  dos  ele- 
mentos antitéticos  y  contrapuestos,  representan ,  hablando  en  pu- 
ridad, el  anverso  y  el  reverso  de  un  solo  principio.  De  forma  que, 
en  el  terreno  de  la  crítica,  ni  siquiera  puede  darse  como  cierto  que 
el  derecho  público  y  la  política  tengan  por  objeto,  como  suele  de- 
cirse, concordar  principios  opuestos.  Nó;  su  bandera  no  es  la  de  un 
mero  casuismo,  ni  su  propósito ,  como  algunos  pretenden ,  envol- 
verse con  el  manto  de  una  retacería  caprichosamente  ecléctica,  sino 
estudiar  y  desentrañar  los  problemas  en  la  plenüud  de  su  concep- 


422  DE    LA    CAPACIDAD   POLÍTICA 

cion,  sondear  el  derecho  y  sus  manifestaciones  en  la  totalidad  de 
los  elementos  que  comprenden. 

Bajo  esta  base  tan  elemental  como  sencilla  es,  á  nuestro  juicio, 
como  pueden  rendir  opimos  frutos  los  ensayos  y  lucubraciones  de 
la  ciencia  social  en  nuestros  dias.  Mientras  se  crea,  por  ejemplo, 
que  ante  la  consideración  del  interés  público  debe  sacrificarse  el 
particular,  el  egoísmo  del  ciudadano  luchará  y  reluchará  cuanto 
pueda  por  mantener  incólumes  sus  fueros  y  prerogativas ,  y  que- 
brantar las  ligaduras  con  que  la  autoridad  le  aprisiona:  mientras 
se  crea  que  el  derecho ,  como  abstracción ,  puede  colocarse  en  las 
alturas  del  individualismo,  todos  los  sacrificios  parecerán  onerosos 
y  desdorantes,  siquiera  se  impongan  en  nombre  del  interés  común, 
porque,  como  decia  gráficamente  Bossuet,  «no  hay  derecho  contra 
el  derecho.»  Otra  cosa  sucedería,  á  nuestro  entender,  si  la  idea  ju- 
rídica se  formulase  desde  los  primeros  albores  de  la  vida  del  hom- 
bre en  un  sentido  más  armónico  y  complejo ,  en  conformidad  con 
su  naturaleza  y  de  modo  que ,  aun  como  concepción  filosófica,  se 
formulara  relativamente  y  hallase  su  propio  limite  en  el  derecho 
de  los  demás.  Este,  repetimos ,  debe  ser  el  eje ,  el  punto  de  apoyo 
de  las  ciencias  sociales,  y  así  manifestaron  vislumbrarlo  ya  ciertos 
esclarecidos  filósofos  que  fueron  un  dia  gloria  y  ornamento  de  la 
escuela  constitucional  francesa ,  tan  poco  atendida  en  el  momento 
histórico  que  alcanzamos.  Divorciar  la  teoría  y  la  práctica  en  el 
campo  político ;  aceptar  en  las  alturas  de  la  filosofía  lo  que  en  la 
práctica  del  gobierno  se  condena;  reconocer  un  derecho  en  sentido 
humano  y  universal,  y  después  eludirlo  y  falsearlo  y  desnaturali- 
zarlo por  razón  de  las  circunstancias,  nos  parece  un  contrasentido. 
Armar  al  ciudadano  de  derechos  absolutos  é  imprescriptibles  con- 
tra la  sociedad  y  el  poder,  y  obligarle  después  por  la  fuerza  á  que 
los  renuncie  y  deponga  en  aras  del  bien  público ,  es  un  artificio 
menguado  que  con  razón  anatematiza  el  radicalismo  de  la  época. 

Fundados  en  esta  consideración,  hemos  creído  siempre  que  las 
grandes  batallas  de  la  política  han  de  reñirse  necesariamente  en 
otro  campo,  el  de  la  especulación  filosófica  y  la  metafísica  del  de- 
recho. Hoy  se  hallan  en  cierto  grado  de  desprestigio  las  escuelas 
conservadoras,  y  es  porque,  aspirando  á  cimentarse  sobre  el  pe- 
destal de  los  intereses,  miraron  con  indiferencia,  ya  que  no  con  mal 
disimulada  fruición,  los  pasos  y  conquistas  del  individualismo. 
Probablemente  disfrutaran  de  mayor  prestigio,  si  en  vez  de  hala- 


ElV   LOS    SISTEMAS   REPRESENTATIVOS.  423 

gar  á  su  rival  en  las  primeras  evoluciones  y  de  pensar  en  atajarle 
el  paso  por  medios  puramente  materiales  cuando  se  manifestó  con 
todo  el  lleno  de  su  fuerza  y  lozanía,  hubieran  tratado  de  seguirla 
y  ahondarla  en  su  generación  interna  para  llenar  á  tiempo  sus 
vacíos,  condenar  sus  intemperancias  y  corregir  sus  desviaciones. 
Más  fácil,  mucho  más  fácil  que  torcer  el  curso  del  rio  caudaloso 
cuando  ya  lo  arrollaba  todo,  hubiera  sido  salirle  al  encuentro  en 
hora  oportuna:  entonces,  la  misma  ciencia  les  proporcionara  me- 
dios de  sobra  y  recursos  suficientes  para  demostrar  que  no  todo  lo 
ideal  es  real,  que  una  observación  incompleta  puede  alucinar  á  la 
juventud  entusiasta  é  irreflexiva,  pero  no  al  hombre  de  gobierno 
avezado  al  estudio  de  los  problemas  en  la  integridad  de  sus  facto- 
res y  elementos;  y,  por  último,  que  la  imposibilidad  de  hacer  prác- 
ticas ciertas  teorías,  si  algo  demuestra,  no  es  contra  los  pueblos  y 
su  estado  de  ilustración,  sino  contra  la  verdad  fundamental  de  la 
doctrina  que  intentaba  pasar  plaza  de  científica. 

Pero,  cerrando  esta  ligera  digresión,  podemos  recapitular  el 
sentido  de  las  reflexiones  precedentes ,  diciendo  que ,  la  idea  del 
derecho ,  ó  no  tiene  realidad  objetiva  fuera  de  la  abstracción ,  ó 
debe  ser  proclamada  por  la  misma  ciencia  en  armonía  con  la  na- 
turaleza del  hombre  y  las  influencias  que  le  modifican . 

Ahora  bien:  si  esto  decimos  de  la  idea  del  derecho  en  toda  su 
latitud;  si  no  concebimos  un  solo  derecho,  aun  en  la  esfera  civil, 
que  merezca  tal  calificación  y  dictado  desde  el  momento  en  que 
ataca  el  bien  público  y  vulnera  el  interés  de  los  demás,  ¿qué  dire- 
mos de  los  llamados  derechos  políticos?  Por  la  mera  consideración 
de  los  antecedentes  sentados,  aunque  tuvieran  el  carácter  de  de- 
rechos con  una  claridad  y  evidencia  que  nadie  acertase  á  desco- 
nocerla, siempre  la  idea  de  la  limitación  estaría  en  la  esencia  de 
los  expresados  derechos.  Y  esta  circunstancia  bastará  ya  por  sí 
sola  para  hacerlos  descender  del  mundo  impalpable  y  etéreo  de  la 
abstracción  en  que  el  individualismo  los  formula  como  absolutos  á 
la  realidad  de  la  vida  en  que ,  para  existir ,  necesitan  indeclina- 
blemente condicionarse  y  enlazarse  de  manera  qne  el  ejercicio  del 
derecho  por  cada  uno  de  los  ciudadanos  no  sirva  de  obstáculo  á  la 
libertad  común.  Esto  prescindiendo  de  que ,  como  veremos  más 
adelante,  ni  siquiera  en  tal  concepto  puede  admitirse  la  legitimi- 
dad del  derecho  político ;  y  que ,  hacer  radicar  el  sufragio ,  por 
ejemplo,  en  las  facultades  del  alma  y  en  la  psicología  racional. 


424  DE    LA    CAPACIDAD    POLÍTICA 

lejos  de  representar  uu  progreso  como  suponen  los  panegiristas  de 
esta  idea,  destruye  por  su  base  la  ciencia  política  j  sacrifica  á  las 
exig'encias  de  una  mera  hipótesis  todo  el  tesoro  de  las  enseñanzas 
y  los  preceptos  que  hasta  la  hora  presente  habia  logrado  con- 
quistar . 

Entre  tanto ;  no  se  olvide  que ,  en  la  existencia  y  conservación 
de  todo  Gobierno,  sea  el  que  fuere,  hay  siempre  dos  elementos,  dos 
órdenes  de  ideas  que  se  presentan  á  la  consideración  del  filósofo:  el 
elemento  externo  y  formalista,  y  el  interno;  el  sistema  en  si,  dada 
su  armazón,  su  organismo,  sus  relaciones,  su  contextura  político- 
administrativa;  y  aparte  de  esto,  la  atmósfera  moral,  el  conjunto 
de  los  sentimientos,  creencias  y  opiniones  que  fermentan  y  se  des- 
envuelven á  su  alrededor,  y  que  unas  veces  le  prestan  savia  nu- 
tritiva, asi  como  en  otras  ocasiones  le  sirven  de  remora  neutrali- 
zando su  acción  y  haciendo  fracasar  sus  más  generosos  y  levanta- 
dos propósitos. 

Este  fenómeno,  dijimos,  viene  observándose  en  la  vida  de  los 
pueblos,  así  antiguos  como  modernos;  pero,  en  honor  de  la  verdad, 
es  fuerza  dejar  sentado  también  que  la  energía  de  las  influencias 
morales  es  relativamente  mayor  al  compás  que  se  desarrollan  los 
gobiernos  libres  (1).  En  estos  últimos  campea  potente  y  desemba- 
razada la  autoridad  de  las  ideas  y  de  los  sentimientos;  experimén- 
tase de  un  modo  más  directo  el  influjo  de  la  opinión  en  la  variedad 
de  sus  estímulos  y  resortes,  y  si  la  ley  retira  el  amparo,  el  dique 
de  su  acción  protectora,  es  porque  tiene  la  seguridad  de  que  con 
mayores  ventajas  será  remplazada ,  en  lo  preventivo ,  por  la  es- 
pontaneidad del  ciudadano,  y  en  lo  represivo  por  los  fallos  y  ana- 
temas de  la  conciencia  pública.  «Dad  al  más  civilizado  de  los  pue- 
blos europeos — ha  dicho  Krause — una  Constitución  fundada  sobre 
la  idea  de  la  sociedad  fundamental  humana:  el  pueblo,  sin  embar- 
go, no  sostendrá  esta  organización  sino  cuando  ella  corresponda  á 
su  cultura  histórica  como  pueblo,  su  moral  (costumbres),  su  cien- 
cia, su  vida  económica  y  demá¿>. »  (2) 

(1)  Esta  idea  tiene  en  su  favor  el  voto  de  las  escuelas  políticas.niás  radicales,  y. 
en  caso  necesario,  podríamos  apoyarla  con  textos  muy  explícitos  de  Julio  Simón,  Bar- 
^helerny  Saint-Hilaire,  Julio  Favre,  Gamhetta,  etc.,  etc. — Proudhon  ,  aceptándola  por 
8u  p£n:te,  ha  demostrado  que  el  programa  democrático  reclama  principalmente  la  Ch- 
pacidad pofíY/ra  de  las  masas,  y  que,  aun  en  el  terreno  de  la  ciencia,  «el  derecho  que 
no  se  conoce  á  sí  mismo,  no  es  derecho.» 

(2>    Ideal  (U  la  Humarádad,  trad.  española,  pág.  71. 


EN   LOS   SliáTEMAS    REPRESENTATIVOS.  425 

De  aquí,  pues,  la  grande,  grandísima  trascendencia  que  ofrece 
para  las  sociedades  dotadas  de  instituciones,  en  mayor  ó  menor 
escala,  representativas,  el  estudio  fundamental  del  problema  de  la 
capacidad  política. 

IL 

Fijando  la  atención  por  algunos  instantes  en  la  fórmula  del  tema 
que  escribimos  como  epígrafe  del  presente  artículo,  á  saber,  la  de- 
terminación de  la  capacidad  política  en  los  sistemas  representati- 
vos, ocurre  desde  luego  la  necesidad  de  precisar  técnicamente  el 
sentido  de  las  distintas  voces  que  comprende  la  cuestión  plantea- 
da. Ya  que  desdichadamente  el  vocabulario  político  es  tan  ocasio- 
nado á  la  vaguedad  y  á  la  anfibología,  la  primera  tarea  de  sus 
cultivadores  debe  ser  siempre  fijar  el  sentido  de  los  términos  y 
explicar  la  tecnología  que  adoptan,  siguiendo  puntualísimamente 
en  esta  parte  el  consejo  de  Pascal ,  que  recomendaba  la  conve- 
niencia de  definir  á  tiempo  para  no  tener  que  disputar  más  tarde. 

Obsérvese ,  ante  todo ,  que  la  cuestión  pertenece  de  lleno  á  la 
política  fundamental  de  los  pueblos  y  no  á  la  de  circunstancias; 
que  se  refiere  á  las  bases  de  la  ciencia  y  al  criterio  constante ,  no 
al  mecanismo  concreto  de  una  raza,  de  un  país  ó  de  un  período 
determinado. 

Seguidamente  nos  sale  al  encuentro  la  palabra  «capacidad*  y^ 
fijándonos  en  su  significación  activa,  deduciremos  que  el  propósito 
del  tema  no  es  contentarse  con  una  apariencia ,  con  una  regla 
meramente  convencional,  con  un  rasero  absoluto  de  igualdad  en- 
tre el  que  sabe  y  el  que  no  sabe ;  sino  de  inquirir  y  determinar 
donde  se  halla  la  capacidad  efectiva ,  de  hecho ,  al  través  de  los 
múltiples  elementos  y  fuerza  que  un  estado  encierra. 

Además,  la  pregunta  no  se  concreta  á  la  Monarquía  constitu- 
cional, sino  que  se  extiende  á  las  formas  representativas  en  su 
mayor  latitud.  Todo  Gobierno  que  gira  sobre  el  eje  de  la  repre- 
sentación, que  presupone  y  entraña  delegación  de  poderes,  está 
comprendido  en  la  fórmula  del  problema.  La  cuestión,  por  lo  tanto, 
no  es  de  Monarquía  ó  República ;  comprende  en  su  anchuroso  ter- 
ritorio desde  la  Monarquía  constitucional  hasta  la  República.  ¿  Y 
porqué  no  el  absolutismo?  preguntará  tal  vez  alguno  de  nuestros 
leyentes.  ¿No  es  compatible  también  con  el  principio  de  la  repre- 


426  DI?   LA    CAPACIDAD   POLÍTICA 

sentacion,  dado  que  generalmente  admite  la  existencia  de  Cama 
ras  encargadas  de  traducir  y  formular  los  votos  y  aspiraciones  de 
la  sociedad,  y  acordar  subsidios,  etc.? — Creemos  que  nó:  el  prin- 
cipio de  representación  á  que  se  alude  es  una  gracia  á  favor  del 
soberano,  no  una  consecuencia  de  la  soberanía  colectiva  del  pueblo 
tal  como  la  proclama  el  derecho  moderno.  Así  el  Conde  Balbo, 
uno  de  los  más  descollantes  publicistas  de  nuestro  tiempo ,  y  que 
supo  consagrarse  con  amor  y  solicitud  á  ilustrar  los  problemas 
del  sistema  representativo ,  distinguía  oportunamente  ( 1 )  entre 
Monarquía  jowm  (ó  Gobierno  sin  Cámaras),  Monarquía  con  Cáma- 
ras de  carácter  consultivo  y  Monarquía  templada  por  la  represen- 
tación pública ,  ó  sea ,  con  Cámaras  fundadas  sobre  el  elemento 
deliberativo.  Y  es  sabido  que  el  egregio  historiador  de  la  Monar- 
quía representativa  en  Italia  reservaba  semejante  calificación  para 
el  tercero  de  los  sistemas,  cuyos  contornos  acabamos  de  bos- 
quejar 

En  la  historia  de  la  ciencia  no  puede  decirse  que  la  idea  de  Cé- 
sar Balbo  constituya  una  novedad. 

1  El  ilustre  Montesquieu,  en  su  Espíritu  de  las  leyes,  que  para  el 
autor  de  estas  líneas  y  otras  muchas  personas,  es  la  obra  más  original 
y  rica  de  intuiciones  con  que  se  honra  la  política ,  separaba  ya  la 
Monarquía  de  la  Eepública  empleando  una  distinción  parecida ,  y 
llamando  republicano  á  todo  gobierno  que  admitiese ,  en  mayor  ó 
menor  escala,  el  principio  del  derecho  popular;  así  que,  para  él 
dentro  de  la  periferia  republicana  se  comprendía  gran  variedad  de 
mecanismos  ó  sistemas ,  desde  el  representativo  ó  de  Inglaterra 
hasta  la  República  federal ;  cuya  distinción  hallamos  también  vir- 
tualmente  prohijada  en  los  escritos  del  filósofo  Kant,  y  otros  más 
modernos  de  autoridad  reconocida  (2). 

Continuando  en  la  explicación  del  tema,  es  de  advertir ,  que  las 
palabras  «capacidad  política»  no  constituyen  una  idea  absoluta,  sino 
relativa  en  dos  conceptos :  primero,  por  lo  que  respecta  y  trascien- 
de á  los  fines  de  la  política  en  sí ;  y  segundo,  porque  las  condicio- 

(1)  Fragmentos  sobre  política  cristiana,  por  C.  Balbo. 

(2)  Entre  ellos  nos  perrailirémos  citar  á  Talleyrand  que ,  después  de  haber  exa" 
minado  el  espíritu  del  Gobierno  inglés  comparándolo  con  el  de  los  Estados- Unidos. 
decía  : — «A  pesar  de  los  nombres  de  Monarquía  y  República  con  que  se  decoran  res- 
pectivamente arabos  gobiernos,  no  ofrecen  diferencia  sustancial :  en  la  Constitución 
representativa  de  Inglaterra  hay  algo  de  republicano  ,  así  como  algo  de  monárquico 
en  el  poder  ejecutivo  de  América.  > 


EN    LOS   SISTEMAS    REPRESENTATIVOS.  427 

nes  de  la  capacidad ,  como  sujetas  á  varias  influencias  de  orden 
exterior ,  son  susceptibles  de  aumento  ó  disminución  en  la  vida 
social. 

Por  último,  fáltanos  determinar  el  sentido  en  que  tomamos  la 
ciencia  política.  No  es  otro  que  el  usual  y  corriente.  Los  publicis- 
tas suelen  definirla  como  el  ramo  del  saber  que  se  ocupa  en  la  or- 
ganización de  los  poderes  públicos.  Pues  bien ;  empleada  la  pala- 
bra como  adjetivo  no  por  esto  pierde  su  significado ,  sino  que  de 
acuerdo  con  él  determina  los  atributos  de  otra  que  le  precede.  En 
su  consecuencia,  unida  con  el  vocablo  «capacidad, »  vale  tanto 
como  expresar,  «la  disposición  ó  aptitud  para  el  fin  político; »  ó, 
adoptando  una  fórmula  más  sintética,  «  el  hecho  de  utilizar  y  di- 
rigir en  cada  período  histórico  las  fuerzas  vivas  y  los  elementos 
de  la  sociedad  para  la  organización  del  poder.» 

Y  establecidas  tan  sumariamente  estas  definiciones  preliminares, 
bien  podemos  entrar  de  lleno  en  el  examen  de  la  cuestión. 


IIL 


Dos  sistemas  luchan  frente  á  frente  en  el  estadio  de  la  política 
por  lo  relativo  á  la  cuestión  de  capacidad :  el  criterio  individualis- 
ta ,  ó  que  busca  su  apoyo  en  los  derechos  del  hombre ;  y  el  que 
procura  resolverla,  no  como  principio  jurídico,  sino  de  convenien- 
cia general  y  como  medio  de  satisfacer  la  necesidad  que  experi- 
mentan las  naciones ,  colectivamente  apreciadas ,  de  organizar  el 
poder  en  la  forma  más  racional  dada  la  situación  en  que  se  hallan. 
Ambas  teorías  convienen  en  una  cosa,  por  más  que  difieran  en 
otras  muchas :  en  reconocer  que  la  nación  tiene  la  soberanía  cons- 
tituyente, es  decir,  la  facultad  de  regirse  por  sí  misma  y  adoptar 
las  leyes  que  cree  oportunas.  La  primera,  sin  embargo ,  busca  la 
expresión  de  la  soberanía  nacional  en  la  suma  de  los  derechos  in- 
dividuales, que  es,  como  si  dijéramos,  en  la  masa,  en  el  agregado 
atomístico  de  las  fuerzas;  al  paso  que  la  segunda  se  limita  á 
reconocer  la  soberanía  como  atribución  de  la  entidad  social  toma- 
da en  conjunto  y  prescindiendo  del  modo  como  la  ejercita  en  lo 
interior  (1).  Para  los  partidarios  del  primer  sistema,  la  soberanía 


(1)    B.  Constant. 


428  DE   LA    CAPACIDAD   POLÍTICA 

del  pueblo  lleva  iftviscerada  ó  trae  como  consecuencia  la  soberanía 
del  individuo ;  para  los  del  segundo ,  la  nación  es  soberana  como 
entidad ;  pero  en  la  realización  del  fin  político,  como  de  los  demás 
fines  humanos ,  debe  estar  subordinada  á  las  influencias  relativas 
que  mejor  pueden  conducirla  al  resultado  que  desea. 

Dado  que  el  gobierno  popular  ó  deliberativo ,  tiene  por  objeto 
extraer  la  suma  de  las  inñuencias  legitimas  que  una  sociedad 
atesora,  y  lo  que  un  escritor  eminente  apellidaba ,  por  gráfica 
manera  «la  razón  pública  »  de  los  estados,  á  fin  de  aplicarla  bene- 
ficiosamente á  la  gobernación  de  los  mismos,  se  comprende  desde 
luego  que  sólo  por  un  abuso  de  lenguaje  y  en  alas  del  espíritu  de 
sistema ,  ha  podido  convertirse  el  medio  en  fin ,  plantea.ndo  como 
cuestión  de  derecho  individual  la  que  lo  es  esencialmente  de  con- 
veniencia y  de  utilidad  común.  El  deseo  de  enaltecer  y  sublimar 
al  hombre,  ha  hecho  que  poco  á  poco  se  hayan  ido  asimilando  dos 
ideas  de  carácter  distinto:  el  derecho  civil  y  el  político.  Y,  sin 
embargo ,  la  diferencia  entre  ambos  es  tan  notoria ,  que  los  más 
radicales  y  obstinados  individualistas  por  poco  que  se  fijen  en  el 
asunto,  tienen  que  reconocer  á  la  postre  la  diferencia  fundamental 
que  entre  ellos  existe. 

En  el  derecho  civil  el  primer  factor  es  el  individuo  y  su  condi- 
ción propia  la  libertad.  El  hombre  como  tal  tiene  existencia  civil, 
y  llegando  á  la  plenitud  de  sus  facultades ,  determinada  por  la 
edad ,  es  libre  mientras  no  lastime  ni  vulnere  las  condiciones  de  la 
libertad  ajena.  Por  más  que  la  idea  de  derecho  en  su  generación 
filosófica  se  eslabone  y  desenvuelva  como  consecuencia  del  destino 
que  Dios  impuso  á  la  criatura  y  que  se  presenta,  en  cierto  modo, 
como  correlativo  de  la  noción  de]^  deber,  la  autoridad  pública, 
dando  á  Dios  lo  que  es  de  Dios ,  propende  á  prescindir  del  origen 
interno  de  los  actos  fijándose  en  su  naturaleza  exterior  y  su  tras- 
cendencia sobre  los  demás  hombres.  Dentro  de  estos  límites  la 
personalidad  campea  desembarazada  en  el  terreno  civil,  sucediendo 
lo  que  con  tanta  lucidez  expresaba  ya  el  derecho  romano  al  sentar 
el  principio  de  que  non  omne  quod  licet  honestum  est.  Con  efecto: 
la  libertad  civil  representa  en  la  práctica  algo  más  que  el  cumpli- 
miento de  nuestros  deberes  morales  y  religiosos ;  representa  tam- 
bién la  posibilidad  de  olvidarlos  y  quebrantarlos,  de  descuidar 
nuestros  intereses ,  de  perjudicar  nuestra  salud ,  quizás  la  de  arrui- 
jjarnos  y  perdernos.  Y  el  derecho  respeta  esta  facultad ,  siquiera 


•FN    LOS   r^IííTFMAS    RRPRESENTATIVOS.  429 

abusiva  en  el  terreno  moral ,  mientras  con  ella  no  se  menoscabe  la 
personalidad  ó  el  derecho  de  un  tercero.  De  forma  que  en  este 
punto  el  instinto  de  los  pueblos  se  adelantó  á  la  filosofía  de  Kant, 
que  modernamente  busca  la  condición  del  derecho  en  su  carácter 
exterior  ó  social ,  es  decir ,  en  la  posibilidad  de  que  se  realice  con- 
ciliando  y  armonizando  la  libertad  de  uno  con  la  de  todos.  Abren s 
decia  que  este  principio  constituye  en  el  tondo  la  fórmula  del  libe- 
ralismo moderno :  nosotros ,  ampliando  el  sentido  de  esta  observa- 
ción ,  no  vacilamos  en  aseverar  que  desde  los  orígenes  de  la  civi- 
lización el  espíritu  liberal  se  ha  presentado  siempre  revestido  con 
la  misma  fórmula.  De  aquí  que ,  por  una  feliz  inconsecuencia  á 
primera  vista  difícil  de  explicar ,  ning-un  poder  civil ,  sacerdotal  ó 
militar,  por  absoluto,  por  centralizador  y  tiránico  que  haya  sido, 
ha  tratado  de  confundir  prácticamente  lo  jurídico  con  lo  moral. 
Por  el  contrario ,  quizás  en  esta  materia  es  más  lo  perdido  que  lo 
conquistado;  quizás  por  dar  mayor  simetría  y  regularidad  á  la 
familia  y  á  los  variados  círculos  de  la  vida  civil,  alg-unas  socieda- 
des modernas  respetan  lo  íntimo  de  la  individualidad  en  menos  de 
lo  que  debieran,  dando  razón  y  oportunidad  á  la  perspicua  obser- 
vación de  la  Baronesa  de  Stael  cuando,  haciendo  rostro  á  las 
preocupaciones  y  arrogancias  de  su  tiempo ,  decia  que  en  cierto 
concepto  la  libertad  es  antigua  y  el  despotismo  moderno. 

Como  quiera ,  nadie  será  osado  á  controvertir  que  en  la  esfera 
del  derecho  civil ,  el  primer  factor  es  el  indviduo ,  y  su  estado  na- 
tural la  libertad.  En  los  ámbitos  del  derecho  á  que  nos  referimos 
domina  el  personalismo ,  y  las  consideraciones  del  bien  público,  de 
la  utilidad  general,  del  provecho  común  le  salen  al  encuentro 
únicamente  como  limitación,  como  valla,  como  correctivo. 

Ahora  bien;  es  esta  misma  la  esencia  del  derecho  político? — Sin 
vacilar  contestamos  negativamente.  Por  sus  fundamentos ,  por  su 
fin,  por  los  medios  que  emplea  es  señaladamente  social.  Aunque 
se  encamina  al  bien  de  los  individuos,  los  abraza  en  conjunto  y 
no  particularmente.  En  su  terreno  la  consideración  de  la  utilidad 
personal  es  secundaria :  la  mira  preponderante  es  que  logre  reali-^ 
zarse  la  misión  de  la  política  según  las  circunstancias  y  condicio- 
nes de  cada  pueblo.  Por  manera  que,  así  como  el  derecho  civil, 
siquiera  lo  estatuyan  y  garanticen  los  códigos ,  descansa  princi- 
pálmente  sobre  el  elemento  subjetivo ,  en  la  esfera  de  la  política 
campea  el  principio  contrario.  La  meta  de  sus  aspiraciones  es  la 


430  DE    LA    CAPACIDAD   POLÍTICA 

mayor  perfección  relativa  en  el  organismo  de  los  poderes ,  y  aquel 
sistema  político  es  más  aceptable  y  dig-no  de  loa  que  mejor  asegura 
la  realización  de  este  fin/ Ya  veremos  más  adelante  que  en  este 
punto  han  debido  convenir,  sino  de  un  modo  expreso,  virtualmente, 
los  mismos  partidarios  de  la  escuela  individualista. 

Semejante  distinción  entre  el  carácter  del  derecho  civil  y  el  po- 
lítico, aparece  fundamentalmente  en  esta  materia,  y  no  debe  ex- 
trañarse que  nos  hayamos  detenido  en  su  determinación :  ella  es  á 
todas  luces  necesaria  para  que ,  tratando  de  buscar  el  fundamento 
de  la  capacidad  en  el  orden  político ,  este  problema  pueda  presen- 
tarse en  debidas  condiciones  de  luz  y  perspectiva. 

Pero,  antes  de  pasar  adelante  en  nuestro  estudio ,  necesitamos 
hacer  alto  en  la  manera  como  la  escuela  radical  decide  la  cuestión, 
y  tanto  más  en  cuanto  varias  de  las  ideas  que  nosotros  tenemos 
por  erróneas  y  eminentemente  sofísticas,  como  engendradas  por 
una  falsa  noción  del  hombre ,  de  la  sociedad  y  del  poder ,  lejos  de 
haber  caído  en  descrédito ,  tienen  todavía  fervientes  partidarios  y 
disfrutan  entre  el  pueblo  de  insólita  privanza. 

La  democracia  moderna ,  al  proclamar  el  principio  del  sufragio 
universal  como  base  de  organización  para  los  poderes ,  no  siempre 
lo  hace  inspirándose  en  los  sentimientos  de  la  época  en  que  vive, 
ni  en  razones  de  utilidad  común  y  de  conveniencia  social;  sino 
que  ganosa  de  dar  á  su  doctrina  fundamentos  sólidos  busca  el  orí- 
gen,  la  raíz  del  derecho  político  en  la  naturaleza  del  hombre  y 
hasta  la  determina  por  alguna  de  sus  facultades  psicológicas.  En 
opinión  de  esta  escuela ,  la  capacidad  de  que  tratamos  no  es  una 
capacidad  especial  que  los  Gobiernos  deban  buscar  y  discernir ;  es 
una  forma  de  la  capacidad  moral  y  civil  común  á  todos  los  hom- 
bres que  viven  en  sociedad.  Entre  los  demócratas,  sin  embargo, 
no  se  observa  completa  unidad  de  doctrina  respecto  de  cuál  sea, 
entre  las  facultades  del  alma ,  la  que  sirve  de  fundamento  al  dere- 
cho político.  Para  unos  es  la  inteligencia;  para  otros  la  libertad  ó 
la  facultad  de  querer ;  hay  también  quien  busca  su  fundamento  en 
la  naturaleza  social  que  Dios  impuso  á  la  criatura.  Pero  de  todas 
maneras,  la  escuela  á  que  nos  referimos  tiende  á  borrar  las  dife- 
rencias entre  la  esfera  civil  y  la  política  del  derecho ,  haciendo  que 
este  último  se  formule  como  un  todo  completo ,  como  una  idea 
compuesta  de  elementos  inseparables  y  derivada  lógicamente  de 
la  naturaleza  moral  y  psicológica  del  individuo. 


EN    LOS    SISTEMAS    REPRESÉIS  T  ATI  VOS.  431 

De  intento  subrayamos  una  palacbra  en  la  frase  antecedente, 
porque  ella  contiene ,  á  nuestro  juicio ,  el  punto  vulnerable  de  la 
cuestión.  La  democracia,  hemos  dicho,  tiende  k  borrar  las  dife- 
rencias entre  el  derecho  civil  y  el  político ;  pero  nada  más.  Los 
datos  filosóficos  que  se  recogen  y  acumulan  como  previos ,  bastan 
para  determinar  una  tendencia ,  no  para  constituir  una  le^  que  es 
lo  que  procedería  en  buena  lógica  si  la  doctrina  tuviese  un  carác- 
ter rigurosamente  científico.  Nos  explicaremos.  ¿Qué  importa  la 
tendencia  á  cimentar  el  derecho  sobre  la  base  de  la  psicología, 
si  poco  después  la  aplicación  vuelve  la  espalda  al  principio?  ¿Qué 
importa  pregonar  á  campana  tañida  la  especie  de  que  el  derecho 
político  nace  de  la  libertad ,  de  la  inteligencia  ó  de  la  sociabilidad, 
cualidades  comunes  á  todos  los  hombres ,  si  después  se  incide  en  la 
extraña  contradicción  de  negar  el  derecho  de  sufragio  á  los  que 
son  por  su  naturaleza  sociables,  inteligentes  y  libres?  ¿Qué  im- 
porta motejar  de  tiránicos  y  usurpadores  á  los  Gobiernos  que  se 
arrogaron  la  facultad  de  discernir  la  capacidad  política  de  los  ciu- 
dadanos buscándola  en  las  esferas  de  la  capacidad  positiva ,  si  al 
fin  y  al  cabo  los  heraldos  y  preconizadores  del  nuevo  derecho 
adoptan  en  un  círculo  más  amplio  idénticos  procedimientos? 

Y  que  estas  no  son  acusaciones  nuestras  puramente  gratuitas, 
lo  patentiza  el  espectáculo  de  la  manera  como  se  aplica  en  todas 
partes  la  teoría  del  sufragio  universal.  Ningún  Gobierno  lo  ha  otor- 
gado hasta  ahora  como  consecuencia  de  los  principios  psicológi- 
cos. Porque  si  su  base  es  la  existencia  del  individuo,  debe  serc  o- 
mun  á  cuantos  existen  con  independencia  de  las  condiciones  de 
sexo  y  edad.  Si  radica  en  la  inteligencia,  en  la  libertad  ó  en  la 
sociabilidad,  no  se  comprende  la  exclusión  de  las  mujeres  y  de  los 
menores.  Si  el  poder  no  está  facultado  para  limitar  y  condicionar 
el  derecho  individual ,  ni  siquiera  podrá  cohonestarse  que  sólo  ga- 
rantice su  ejercicio  desde  la  edad  de  25  ó  21  años.  Sed  lógicos,  par- 
tidarios del  sufragio  universal ;  si  la  razón  de  vuestro  sistema  se 
halla  en  datos  de  carácter  psicológico,  ¿por  qué  más  tarde  sa- 
crificáis la  psicología  á  la  conveniencia  social?  Si  la  cuestión  es 
de  conveniencia  y  de  capacidad  efectiva ,  ¿  por  qué  afectáis  con- 
vertirla en  problema  psicológico  ? 

Ante  estas  consideraciones  verdaderamente  ineludibles ,  porque 
la  lógica  no  tiene  entrañas,  como  decía  el  Sr.  Pi  y  Margall,  se 
oponen  hace  tiempo  livianos  argumentos. 


432  DE    LA    CAPACIDAD  POLÍTICA 

Se  ha  dicho  primeramente  <«[ue  todo  principio  admite  excepcio- 
nes 4  y  que  éstas  si  alg-o  prueban ,  es  la  existencia  de  la  regla. 

Pero  dejando  aparte  que  una  ley  cientiíica,  siendo  tal  no  puede 
admitir  excepciones  que  destruyan  la  fuerza  del  principio  sobre 
que  reposa,  es  el  caso  que  en  todas  las  sociedades  democráticas  del 
mundo  la  excepción  representa  numéricamente  más ,  muchísimo 
más  que  la  regla.  La  estadística ,  por  ejemplo,  demuestra  que  con 
leves,  levísimas  excepciones  locales,  la  población  femenina  (ex- 
cluida del  sufragio)  supera  á  la  masculina  y  así  sucede  también  en 
España,  como  lo  observa  D.  Fermin  Caballero.  Por  otra  parte,  eli- 
minados del  derecho  electoral  los  menores  de  25  años,  á  despecho 
de  su  integridad  psicológica ,  la  cifra  de  los  votantes  masculinos 
queda  considerablemente  ínenoscabada ;  de  suerte  que,  merced 
á  tales  descuentos  y  reducciones ,  la  suma  de  los  que  tienen  dere- 
cho  electoral  no  llega  á  la  tercera  parte  de  la  población  efectiva, 
ó  sea  de  los  seres  dotados  de  las  condiciones  de  inteligencia,  li- 
bertad ó  sociabilidad  en  que  especulativa  y  fundamentalmente 
pretendió  apoyarse  la  regla. 

Esta .  pues ,  en  los  Estados  más  democráticos  no  será  nunca  la 
realización  del  sufragio  universal;  por  el  contrario,  la  regla  es 
quedar  excluidos  del  sufragio  la  mayor  parte  de  los  seres  inteligen- 
tes y  libres  que  viven  en  la  sociedad,  reduciéndose  y  vinculándose 
la  presunción  de  capacidad  á  favor  de  «los  varones  mayores  de 
veinticinco  anos.» 

Y  cuenta  que  tampoco  logran  satisfacernos  las  razones  en  que  la 
escuela  democrática  funda  la  exclusión  de  los  niños  y  de  las  mu- 
jeres. A  la  luz  del  criterio  doctrinario  tendrían  ellas  fuerza  incon- 
trastable ,  lo  reconocemos ;  de  nada  sirven  contra  la  inviolabilidad 
de  un  derecho  que  se  supone  preexistente  á  la  ley  y  anterior  al 
mismo  poder. 

Cuando  se  repite  la  gastada  muletilla  de  que  la  mujer  ha  na- 
cido, no  para  descender  al  estadio  de  nuestras  contiendas  y  vivir 
en  la  atmósfera  de  las  banderías  y  las  recriminaciones ,  sino  para 
ser  el  ángel  del  hogar,  y  de  que  los  jóvenes  no  tienen  discei*ni- 
miento  bastante  para  llenar' conscientemente  los  derechos  políti- 
cos ,  lo  que  se  hace  en  hecho  de  verdad  es  sentar  la  planta  mal 
segura  en  el  terreno  de  los  doctrinarios ,  capitular  y  transigir  con 
el  mé^  y  el  menos  de  las  escuelas  caldas,  y,  en  una  palabra,  dar  lu- 
gar á  que  los  Gobiernos  pl^visoi*es,  por  Irt  misma  regla  de  criterio 


EN   LOS   SISTEMAS   REPRESENTATIVOS.  433 

con  que  se  determina  y  condiciondBpl  derecho  excluyendo  á  los 
niños  y  á  las  mujeres ,  y  quizás  con  mayoría  de  razón,  excluyan  de 
los  comicios  electorales  á  ciertas  clases  y  agrupaciones  no  menos 
tornadizas  é  inconscientes.  De  modo  que  en  este  asunto  se  pre- 
senta un  dilema  inflexible :  ó  el  derecho  radica  en  la  individuali- 
dad, y  en  este  caso  el  poder  es  impotente  para  negarlo,  ó  corres- 
ponde al  Estado  determinar  quiénes  son  los  capaces  bajo  la  idea 
de  la  utilidad  social ,  y  en  este  caso  el  principio  debe  aceptarse  con 
todas  sus  consecuencias. 

Como  quiera,  importa  dejar  sentado  que  el  criterio  democrá- 
tico que  se  impuso  en  nombre  de  la  filosofía ,  no  es  nunca  lógico 
con  su  principio.  Habla  de  sufragio  universal ,  y  lo  establece  li- 
mitado. Tronaba  contra  los  partidos  medios  que  se  atrevían  á  de- 
terminar dónde  estaba  la  capacidad ,  y  ella  la  determina  á  su  vez. 
Quiso  huir  de  las  conveniencias  y  de  las  transacciones  para  cimen- 
t2^r^  3obr.e  una  tegría  filosófica  perenne ,  y  después  de  proclamarla 
la  relega  al  olvido.  Anatematiza  la  ficción  de  que  en  ciertas  con- 
diciones sociales  podía  presumirse  la  capacidad,  y  establece  la 
más  insostenible  todavía  de  que  son  capaces  todos  los  varones  ma- 
yores de  25  años.  Dolíase  de  que,  por  razones  de  utilidad  pública, 
un  hombre  de  talento  pudiese  verse  postergado  á  otro  ignorante, 
siquiera  rico,  y  ha  debido  acabar  por  hacerse  tributaria  de  la  fi- 
siología ,  es  decir,  por  dar  al  sexo  y  á  la  edad  lo  que  niega  á  la 
inteligencia  y  á  la  moralidad.  Y  el  caso  es,  que  semejante  evolu- 
ción política  se  preparó  y  efectuó  á  nombre  de  un  elevado  espiri- 
tualismo ;  tratábase  de  enaltecer  y  glorificar  la  dignidad  humana 
y  purificar  la  atmósfera  social ,  y  el  resultado  de  tantas  vigilias, 
de  tanta  declamación  y  tanto  vocerío  ha  sido  la  victoria ,  el  pre- 
valecimiento  de  la  tendencia  igualitaria  en  lo  que  tiene  de  más 
grosero  y  materialista.  Así  lo  van  comprendiendo  ya  los  países  que 
saludaron,  henchidos  de  gozo,  el  advenimiento  de  la  era  democrá- 
tica destinada  á  regenerarla  tierra,  ó  que  cuando  menos,  miraban 
con  simpatía  y  benevolencia  la  propagación  y  dilatación  de  las 
teorías  revolucionarias,  y  á  la  hora  presente  ciertos  razonamientos 
que  deslumhraban  antes  á  los  incautos  por  su  aparente  trabazón, 
exactitud  y  robustez,  van  quedando  relegados  á  la  condición  de  un 
pnjo  espejismo  de  la  inteligencia  tan  mentiroso  como  seductor. 

(Se  continuará,  j 

José  Leopoldo  Feu. 

TOMO  XV.  28 


I 


FILÓSOFOS  ESPAÑOLES. 


JUAN  HUARTE. 


•'Nongorgonas  harpiasque  in- 
"venies;  hominem  soltim  página 
"nostra  sapit, 

Mabcial. 

Si  hay  alguna  obra  digna  de  pasar  á  la  posteridad,  si  alguna 
existe  que  resuma  en  si  el  voto  de  los  sabios,  el  sufragio  de  los  eru- 
ditos y  la  sanción  del  mundo  filosófico,  es  sin  disputa  El  Examen 
de  Ingenios  del  ilustre  médico  español  Juan  de  Dios  Hüarte. 

Nada  hay  más  grande,  nada  más  sublime  que  remontarse  á 
cuestiones  difíciles  é  importantes  para  el  porvenir  de  la  sociedad 
humana;  nada  más  útil  y  necesario  que  conocer  ese  arcano  de  la 
creación,  ese  ser  complicado  á  quien  se  llama  hombre,  y  cuya  sola 
consideración  reúne  en  si  lo  más  bello  y  elevado  de  las  medita- 
ciones del  mismo;  pues  sólo  á  éste  es  dado  contemplar  el  universo 
y  referirlo  todo  á  su  propia  existencia.  No  es  extraño,  pues,  que 
Pope  haya  dicho  con  tanta  verdad  como  elocuencia,  «que  el  estu- 
dio más  propio  de  la  naturaleza  humana,  era  el  hombre  mismo.» 

Si  el  estudio  de  este  ente  maravilloso  es  tan  difícil ,  considerán- 
dolo en  su  estado  fisico  como  la  criatura  más  perfecta,  ¿cuánto  más 
intrincado  y  confuso  debe  aparecer  al  contemplarle  en  la  forma  su 
carácter  especifico,  en  las  producciones  de  su  ingenio  y  en  las  fa- 
cultades creatrices  de  este  mismo  talento?  ¡  Qué  erudición  tan  vasta 
es  necesaria  para  fallar  con  buen  juicio  y  fino  criterio  del  mérito 
de  una  obra,  toda  ella  dedicada  á  los  problemas  más  arduos  ydifi- 


I 


FILÓSOFOS   ESPAÑOLES.  435 

ciles  del  inmenso  estudio  del  hombre;  qué  de  pruebas  j  datos  se 
han  menester  para  poder  decir  en  qué  punto  está  la  verdad  y  en 
cuál  el  error;  y  finalmente,  qué  precisión  de  ingenio  para  apreciar 
en  su  justo  valor  una  producción,  que  apenas  leida,  seduce  y  arras- 
tra hacia  si  la  admiración  del  lector! 

Juan  Hüarte  (navarro,  esto  es,  natural  de  San  Juan  del 
Pié  del  Puerto),  debió  estudiar  los  primeros  años  en  su  pueblo  na- 
tural, y  después  pasó  á  hacer  sus  estudios  á  Huesca,  en  cuya  Uni- 
versidad se  licenció,  sin  que  hasta  hoy  se  sepa  la  data  de  su  naci- 
miento, ni  su  matrícula  en  Huesca,  pues  es  difícil  averiguar  lo  uno 
y  lo  otro,  por  los  trastornos  de  los  archivos,  asi  de  su  pueblo  (que 
hoy  es  del  dominio  francés),  como  de  la  Universidad  de  Huesca 
(que  hoy  no  existe),  y  por  lo  tanto  conjetural  cuanto  sobre  esto 
se  ha  escrito. . 

No  es  menos  conjetural  el  que  viajase  por  España,  y  es  suposi- 
ción gratuita  el  que  hubiese  compuesto  su  libro  á  su  vuelta  de 
Huesca,  porque  no  está  averiguado,  y  tenemos  fundados  motivos 
para  creer  lo  contrario.  En  efecto,  apenas  concluida  su  carrera,  la 
practicó  sin  duda  en  Huesca;  pero  está  averiguado  que  en  1566  es- 
taba en  Granada  ejerciendo  la  Medicina,  lo  cual  consta  por  motivo 
de  una  peste  que  se  padeció  en  Baeza  en  dich©  año,  y  D.  Juan 
Hüarte,  médico  en  Granada,  ofreció  al  Rey  cortarla  dicha  peste, 
como  en  efecto  lo  logró:  por  cuya  razón  el  Ayuntamiento  de  Baeza, 
agradecido  á  este  singular  servicio,  representó  á  S.  M.  pidiendo  le 
autorizase  para  señalar  al  Doctor  Huarte  una  renta  anual  de  dos- 
cientas fanegas  de  trigo  sobre  el  pósito  de  Baeza,  á  fin  de  que  per- 
maneciese en  dicha  ciudad,  pues  la  plaza  titular  estaba  servida  y 
provista. 

El  Rey  concedió  esta  gracia:  Huarte  admitió  la  propuesta,  y 
residió  en  Baeza  muchos  años,  sin  que  se  haya  podido  averiguar  si 
llegó  á  ser  médico  titular,  ni  si  murió  aquí ,  aunque  es  lo  probable, 
porque  su  hijo  D .  Luis  dio  en  Baeza  una  edición  de  la  obra  de  su 
padre,  en  1594,  siendo  éste  ya  difunto. 

El  Doctor  Huarte  fué  casado  y  tuvo  un  hijo,  llamado  Luis,  co- 
mo consta  de  la  aprobación  de  la  edición  de  Baeza  en  1594:  murió 
pobre  tan  esclarecido  ingenio,  pues  de  aquella  misma  aprobación 
consta  que  los  únicos  bienes  que  habia  dejado  á  su  hijo,  fueron  la 
propiedad  de  su  obra. 

Leyendo  este  ingenioso  autor  el  libro  de  Galeno,  Be  la  relación 


436  FILÓSOFOS   ESPAÑOLES. 

que  tienen  los  temperamentos  y  las  costumbres,  se  excitó  su  curio- 
sidad, y  esto  dio  ocasión  á  que  él  escribiese  su  preciosa  obra  del 
Examen  de  los  Ingenios,  la  cual  concluyó  no  se  sabe  cuándo,  pues, 
aunque  el  Sr.  Chinchilla  dice  que  fué  en  1557,  por  estar  aprobada 
en  11  de  Agosto  de  1574,  y  por  lo  mismo  la  obra  no  estuvo  sin 
publicar  ni  treinta  y  seis  años  como  dice  Chinchilla,  ni  veintitrés 
como  afirma  el  Doctor  Martínez,  sino  que  se  publicó  al  año  si- 
guiente de  1575  en  Baeza.  Estas  equivocaciones  han  nacido,  de 
que  Chinchilla  consideró  como  primitiva  la  de  1580  de  Bilbao,  que 
no  es,  como  probaremos  superabundantemente. 

En  efecto,  la  primera  edición  es  la  de  Baeza  de  1575,  que  fué 
costeada  por  ei  señor  Conde  Gareés,  por  carecer  de  fondos  el  autor 
Juan  de  Huarte. 

Apenas  se  publicó  la  obra,  llovieron  muchas  impugnaciones, 
motiva  por  el  cual  se  prohibió  y  se  expurgó  (á  pesar  de  estar  apro- 
bada por  Fray  Lorenzo  de  Villavicencio  en  *25  de  Abril  de  1574),  cosa 
notable,  pues  este  fraile  era  tan  reputado  en  aquella  época,  que 
parece  mentira  se  atreviesen  contra  una  obra  cuya  doctrina  toda 
es  católica  y  sana,  en  sentir  de  dicho  fraile ;  pero  cuya  autoridad  y 
celo,  y  sus  servicios  como  espía  de  Felipe  II  en  Alemania  para  ro- 
zarse con  los  protestantes  españoles  y  averiguar  sus  planes,  no 
sirvieron  ni  á  él  tampoco  de  escudo  á  la  obra  del  Doctor  Huarte, 
pues  pudo  más  la  intolerancia  que  las  cualidades  del  autor  y  del 
aprobante. 

Entre  los  impugnadores  de  Jcan  Huarte  ,  se  encuentra  un  joven 
de  raro  mérito,  que  dirigió  al  autor  una  obra  manuscrita  (escrita 
en  Córdoba  en  el  mes  de  Febrero  de  1578),  y  su  edad  á  los  veintiún 
años,  en  el  curso  de  4.°  teologia,  de  nombre  Diego  Alvarez. 

Todas  las  impugnaciones  motivaron  disgustos  á  Huarte,  y  prue- 
ban, á  la  vez,  las  mutilaciones,  las  supresiones,  las  sustituciones 
que  ha  sufrido  la  obra  de  tan  insigne  español. 

Eximen  de  la  obra.  Ya  hemos  indicado  que  la  primitiva  edición 
es  la  de  Baeza  en  1575,  y  sólo  nos  resta  presentar  las  pruebas  fe- 
hacientes ;  helas  aqui. 

»Exdmen  de  ingenios  para  las  scienzias.  Donde  se  demuestra  la 
^diferencia  de  habilidades  que  hay  en  los  hombres,  y  el  género  de 
»letr»s  que  á  cada  uno  responde  en  particular.  Es  obra  donde  el 
»que  leyere  con  atención  hallará  la  manera  de  su  ingenio  y  sabrá 
A^escoger  la  ciencia  en  que  más  ha  de  aprovechar ;  y  si  por  ventu- 


I 


FILÓSOFOS    ESPAÑOLES.  437 

»ra  la  hubiere  ya  profesado ,  entenderá  si  atinó  á  la  que  pedia  su 
^habilidad  natural/Compuesta  por  el  Doctor  Juan  de  Hüartb  de 
>.San  Juan,  natural  de  San  Juan  del  Pié  del  Puerto.  Va  dirigida  á 
»la  magestad  del  rey  N.  S.,  cuyo  ingenio  se  declara  exemplifican- 
»do  las  reglas  y  preceptos  de  esta  doctrina.  Con  privilegio  real  de 
» Castilla  y  Aragón.  Con  licencia  impreso  en  Baeza  en  casa  de  Juan 
»Bautista  1575.» 

Laudetur  Christus  in  Mernum. 

»A  loor  y  gloria  de  nuestro  Señor  Jesucristo  y  de  su  bendita 
»Madre  la  Virgen  Santa  María,  Señora  y  Abogada  nuestra.  Hace 
»fin  el  presente  libro,  intitulado  Examen  de  Ingenios,  para  las 
>yscienzias.  Acabóse  á  veinte  y  tres  dias  del  mes  de  Febrero,  año 
»del  nacimiento  de  nuestro  Señor  Jesu-Christo  de  mil  y  quinientos 
»y  setenta  y  cinco  años.  Fué  impreso  en  la  muy  noble  y  muy  leal 
»y  antigua  ciudad  de  Baeza.  En  casa  de  Juan  Bautista  Montoya, 
»impresor  de  libros.» 

Esta  es  la  portada,  y  no  pos-portada  final,  de  la  primitiva  edi- 
ción de  Baeza.  Como  todo  cuanto  se  diga  de  esta  ave  fénix  de 
nuestra  literatura  es  poco,  añadiré  algunas  otras  noticias. 

En  primer  lugar  hay  un  escudo  de  armas  con  una  guirnalda  de 
flores  y  una  cruz  en  medio,  con  este  lema. — O  crux  ave  spes  úni- 
ca», y  alrededor  en  la  cenefa  este  otro.  — «f  Nos  autem  gloriari 
oportet  i%  cruce  domini  7wséri  Jesu-Ohristí  f»,  con  esta»  cruce- 
citas  en  los  cuatro.  Existe  primero  el  privilegio. 

En  esta  edición  primitiva  hay  la  aprobación  de  fray  Lorenzo  de 
Villa vicencio,  fecha  en  Madrid  á  25  del  mes  de  Abril  de  1571 ,  Y  fir- 
ma por  mandato  de  S.  M. ,  Antonio  Eraso. 

«He  visto  el  libro,  y  su  doctrina  toda  es  católica  y  sana,  sin  que 
»sea  contraria  á  nuestra  madre  la  Iglesia  de  Roma.  Sin  esto  es  doc- 
»trina  de  grande  y  nuevo  ingenio,  fundada  y  sacada  de  la  mejor 
»filosofia  que  puede  enseñarse.  Toca  algunos  lugares  de  la  Sagrada 
»Escritura  muy  eruditamente  declarados.  Su  principal  argumento 
»es  tan  necesario  de  considerar  de  todos  los  padres  de  familia,  que 
»si  siguiesen  lo  que  en  este  libro  se  advierte,  la  Iglesia,  la  repú- 
»blica  y  las  familias  tendrían  singulares  ministros  y  sujetos  impor- 
»tantisimos.  Esto  me  parece,  salvo  el  mejor  juicio. » 

Sigue  á  esta  aprobación,  la  del  Consejo  de  Aragón  que  dice  asi: 
'<  He  visto  y  examinado  el  libro  intitulado  Examen  de  Ingenios, 


438  FILÓSOFOS    ESPAÑOLES. 

»compuesto  por  el  doctor  Juan  Hüarte  (navarro),  natural  de  San 
»Juan  del  Pié  del  Puerto;  paréceme  obra  católica  en  que  el  autor 
»muestra  singular  ingenio  inventivo,  y  ejercitado  en  subtil  filoso- 
»fia  natural.  Su  argumento  es  exquisito  entre  todos  los  que  yo  he 
» visto  y  oido  en  su  género.  Y  si  se  probase,  seria  (sin  duda)  de  im- 
»portante  utilidad  á  la  república.  Tengo  por  provechoso  el  haberlo 
»reducido  á  tales  términos  que  los  ingenios  puedan  ejercitarse  y 
»descubrir  algunos  naturales  de  los  que  el  autor  ofrece.» 

»Parésceme  que  se  le  debe  dar  licencia  para  imprimirlo.  Esto 
»me  paresce,  debajo  de  otro  mejor  juicio  á  que  me  remito.  En 
»Madrid  Agosto  once  de  1574.  El  Doctor  Heredia.»  Por  este  trozo 
original ,  se  ve  la  equivocación  y  anacronismo  de  fecha  que  se 
ha  cometido  por  los  que  afirman  y  ponen  la  aprobación  en  1557, 
siendo  como  se  vé  en  1574. 

A  esta  licencia  y  aprobación  del  Doctor  Heredia ,  sigue  la  del 
Rey  para  Aragón.  —  «Fecha  en  Madrid  á  15  de  Agosto  de  1574. 
»V.  D.  Bernar.  Vicecan.  V.  Comes,  g.  V.  Campi  R.  V.  Plá  R. 
»Dominus  Rex  mandavit  mihi  Petro  Frapnesa  visa  per  D.  Berna- 
»dum  vice-cancel ,  comitem  gene,  thesaurarum  sentis  Campi 
»Terza  et  Plá.  Regentes.  Cano,  et  Talayero  pro  conservato  re  ge- 
^nerali  in  diver.  fin.  X.cIXIX.  V.  Talayer  per  comisio  genera.  V. 
»Sentis  R.  V.  Tersa.  R.» 

Tal  es  la  edición  de  Baeza,  la  primitiva,  tan  rara  que  jamas  he 
visto  dos  ejemplares.  Por  el  relato  hecho,  se  ve  el  inmenso  valor 
que  tiene. 

La  edición  valenciana  se  diferencia  de  la  primitiva,  en  que  al 
fin  del  segundo  proemio  se  añade :  « ¡  O  quan  bueno  y  felice  seria 
»para  la  buena  administración  de  la  república ,  el  acercar  á  unir 
»la  scienzia  con  el  ingenio  y  talento  de  cada  uno!» 

»Sed  pauci,  quos  aequus  amabit!» 

Examen  de  Ingenios....  Al  Rey  Don  Felipe  II.  En  Huesca  en 
casa  de  Juan  Pérez  de  Valdivieso,  año  1581.  Esta  edición  es  en  8.**, 
de  406  páginas,  más  dos  de  tabla  al  fin.  La  licencia  está  dada  por 
el  Vicario  de  Huesca  el  Dr.  D.  Pablo  Lozano  en  16  de  Agosto  de 
1581.  Sigue  la  aprobación  de  Fr.  Lorenzo  de  Villavicencio,  la  del 
Dr.  Heredia ,  y  últimamente  la  de  Fr.  Gabriel  de  Al  va  en  1578. 
Es  igual  á  la  de  Valencia,  con  sólo  estar  impresa  un  año  después. 

Además  de  estas  ediciones,  existen  sin  expurgar  cinco  ediciones 
españolas.  Las  ediciones  extranjeras,  la  Plantiniana  de  1603,  la 


FILÓSOFOS  ESPAÑOLES.  439 

de  Amsterdam  de  Juan  Eavenstein  de  1662,  son  ig-uales  á  las  no 
expurg'adas ,  y  pueden  consultarse  con  provecho ,  porque  no  son 
tan  raras  como  las  españolas. 

Además  se  han  hecho,  que  nosotros  sepamos,  las  ediciones  si- 
guientes : 

Venecia,  en  italiano,  por  Camilo  Camili,  en  4.°.  1582 

ídem ,  por  Salustius  Gratis ,  id 1603 

Roma,  id 1540 

ídem ,  id. 1619 

Strasburgo,  en  latin,  por  Astosg-onio 1612 

Anhal ,  por  Escasio  Mayor ,  id 1623 

Londres ,  por  Juan  Maire ,  id .  1652 

Gena ,  por  Samuel  Krebl ,  id 1663 

León  (Francia) ,  id 1580 

Paris 1605 

ídem,  id 1675 

Colonia 1610 

Creo  que  no  se  nos  tachará  de  prolijos,  los  que  sepan  cuan  difí- 
cil es  aclarar  hechos  literarios ,  ni  de  pedantes ,  los  aficionados  á 
literatura,  porque  las  anteriores  lineas  aclaran  una  multitud  de 
puntos  importantes  para  la  historia  de  la  literatura,  y  para  el  co- 
nocimiento de  uno  de  los  hombres  más  profundamente  pensadores 
que  hemos  tenido  en  España. 

Con  lo  dicho  sobre  el  Examen  de  Ingenios ,  se  puede  formar 
idea  cabal  de  las  vicisitudes  bibliográficas,  enmiendas  y  supresio- 
nes que  ha  padecido  este  magnifico  libro.  Pasamos  ahora  á  anali- 
zarle, pareciéndonos  oportuno  presentar  antes  el  juicio  que  de  él 
han  formado  varios  escritores  célebres. 

«  Aunque  del  libro  del  Doctor  Hüarte  ,  dice  el  Padre  Feijóo  en 
;>su  carta  28,  no  pueda  esperarse  la  gran  reforma  que  él  pretende, 
»podrá  ser  muy  útil  para  otros  efectos ;  porque  siendo  el  autor  de 
»un  ingenio  supremamente  sutil  y  perspicaz,  como  consta  del  elo- 
»gio  que  de  él  hace  Escasio  Mayor,  se  debe  creer  que  da  unas  re- 
»glas  de  especialisima  delicadeza  para  discernir  los  genios,  talen- 
»tos  é  inclinaciones  de  los  sujetos.»  Adviértase  que  el  famoso  Be- 
nedictino solo  conocia  á  Huarte  de  oidas,  cosa  extraña  en  persona 
tan  erudita,  como  en  la  misma  carta  lo  manifiesta. 

«Me  ha  parecido  (son  palabras  de  Escasio  Mayor,  su  traductor) 


440  FILÓSOFOS    ESPAÑOLES. 

»el  más  sutil  entre  los  hombres  doctos  de  nuestro  siglo ,  á  quien 
»el  público  debe  tributar  supremas  estimaciones ,  y  que  entre  los 
»escritores  más  excelentes,  cuanto  yo  conozco,  tiene  un  gran  de- 
»reclio  para  ser  copiado  por  todos.  Reprodujo  en  nuestros  dias 
^aquella  fugitiva  sutileza  y  libertad  de  opinar  de  los  sabios  anti- 
»guos ,  que  los  conducía  directamente  á  su  fin ,  como  se  ve  por  el 
»titulo  de  sn  certamen,  para  analizar  lo  más  intimo  de  la  natura- 
»leza,  de  tal  modo  y  tan  felizmente,  que  toda  la  posteridad  que  le 
»siga  se  penetrará  de  su  gran  mérito. 

))La  obra  de  Hüarte  ,  según  Bordeu  ,  está  llena  de  reflexiones 
»singulares  y  de  un  gusto  delicado;  se  lee  muy  poco  á  mi  parecer, 
»y  merecía  un  largo  comentario.»  Concisión  y  verdad,  hé  aquí  ]a 
belleza  de  este  juicio  critico,  nada  sospechoso  por  cierto,  en  razón 
á  ser  dictado  por  uno  de  los  más  profundos  pensadores  de  Francia. 

M.  Lavater,  este  escritor  sublime  y  elocuente,  este  sabio,  amigo 
y  digno  compañero  de  Zimmermann,  en  su  obra  sobre  la  fixiogno- 
mia  no  se  olvida  de  citar  entre  los  que  le  precedieron  á  nuestro 
Juan  Huarte,  especialmente  cuando  se  ocupa  de  la  relación  de  las 
facultades  intelectuales  y  las  pasiones  con  los  temperamentos;  y  su 
juicio  relativamente  á  nuestro  autor  es  más  favorable  que  el  de 
los  demás  autores  á  quienes  critica. 

Otro  escritor  moderno  se  expresa  en  estos  términos:  «Fué  Huar- 
»TE  una  de  las  especialidades  del  siglo  XV ;  uno  de  esos  hombres 
»atrevidos  é  investigadores ;  uno  de  esos  libres  meditadores  que 

»por  la  fuerza  de  su  superior  ingenio  descubren  altas  verdades 

»A1  leer  su  libro  se  admira  con  frecuencia  la  profundidad  y  pene- 
»tracion  de  su  autor,  y  las  inducciones  filosóficas  á  que  le  llevan 
»sus  principios:  por  todas  partes  se  encuentra  la  sana  observación, 
»la  reflexión  atenta,  y  aquella  especie  de  virilidad  científica,  que, 
*no  cediendo  nada  á  las  sutilezas  de  la  metafísica  ni  á  las  releida- 
»des  del  orgullo ,  marcha  derecha  á  su  fin ;  no  juzga  sino  por  los 
»hechos;  no  se  apoya  sino  en  la  experiencia ,  y  constituye  la  filo- 
asofia  de  la  sensatez,  elevada  á  la  más  alta  potencia.» 

A  pesar  de  todos  estos  juicios  de  personas  ilustradas,  nos  parece 
oportuno  añadir  algunas  palabras  sobre  esta  obra,  cuyo  mérito  li- 
terario se  diferencia  de  todas  por  los  principios  de  fraternidad  y 
tolerancia  desconocidos  en  las  demás,  por  lo  mismo  que  el  examen 
severo  y  filosófico  no  podia  ser  resistido.  No  es  ciertamente  la  re- 
iigion  cristiana  la  que  puede  temer  la  discusión  de  su  doctrina: 


FILÓSOFOS   ESPAÑOLAS.       •  44l 

que  ella  sale  siempre  vencedora  de  la  falsa  filosofía,  y  sabe  remon- 
taf  Su  vuelo  majestuoso  á  las  regiones  más  sublimes,  á  do  no  lle- 
gan los  tiros  de  la  impiedad,  por  lo  mismo  que  éstos  jamas  pueden 
salir  del  fango  en  que  han  sido  engendrados. 

Duélenos  lamentar  esta  falta  de  aquellos  de  nuestros  mayores, 
que  por  un  falso  celo,  ó  mejor  dicho,  guiados  del  fanatismo  é  in- 
tolerancia reprobados  por  los  sublimes  principios  del  Hombre-Dios, 
han  producido  (acaso  sin  pensarlo)  un  mal  grave  j  de  trascenden- 
cia á  su  patria ,  despojándola  de  los  monumentos  de  gloria  más 
acrisolada,  que  pudieran  inmortalizarla  en  la  memoria  de  las  fu- 
turas generaciones;  pero  desgraciadamente  para  España,  sólo  nos 
quedan  lágrimas  que  verter  sobre  la  pérdida  de  manuscrito»  y 
obras  sepultadas  para  siempre  en  el  olvido ,  ó  consumidas  por  las 
voraces  llamas  del  Santo  Oficio.  Los  que  á  cada  paso  nos  motejan 
de  atrasados  é  ignorantes,  entren  siquiera  una  vez  en  razón,  y  di- 
gannos  al  menos  con  sinceridad  si  la  nación  que  durante  más  de 
trescientos  años  ha  estado  bajo  la  dominación  de  semejante  tribu- 
nal, no  ha  producido  demasiadas  obras,  y  confiesen  sin  rubor  cuán- 
to más  hubiera  adelantado  España  bajo  Gobiernos  menos  fanáticos 
y  más  tolerantes.  ¿Habrán  olvidado  los  detractores  de  España  su 
historia,  para  no  ser  jamas  justos?  No  creemos  que  asi  suceda,  pues 
observamos  de  algún  tiempo  á  esta  parte  más  justicia  cuando  se 
ocupan  de  España  y  de  sus  asuntos;  decimos  esto,  y  sentamos  estas 
premisas,  porque  para  hacer  nuestro  juicio  tenemos  que  remontar- 
nos á  la  época  en  que  escribió  el  autor ,  y  comparar  su  obra  con 
las  circunstancias  que  le  rodeaban.  Las  inteligencias  privilegiadas 
cuya  acción  influye  poderosamente  en  el  desarrollo  progresivo  de 
la  humanidad,  desde  este  alto  punto  de  vista  deben  de  ser  consi- 
deradas. 

Escribia  Júa.íí  HüAríe  bajo  el  reinado  de  Felipe  II ,  rey  á  quien 
no  se  ha  juzgado  completamente  por  la  historia  contemporánea, 
ya  por  temor,  ya  por  falta  de  datos,  ya,  en  fin,  porque  es  un  ver- 
dadero Proteo  á  quien  unos  dirigen  severos  cargos,  y  á  quien  otros 
patrocinan  todos  sus  actos;  pero  de  todos  resulta  evidentemente 
que  su  genio  fuerte,  su  carácter  enérgico  y  su  gobierno  despótico 
y  firme  era  suficiente  para  enervar  las  fuerzas  del  más  atrevido  es- 
critor, especialmente  si  se  ocupaba  de  asuntos  que  pudieran  atañer 
más  ó  Iñénos  directamente  al  gobierno  de  los  pueblos,  y  atacar  las 
creencias  del  rey,  dueño  de  vidas  y  haciendas,  sin  más  cortapisa 


442  FILÓSOFOS   ESPAÑOLES. 

á  SUS  caprichos  que  su  propia  voluntad ,  expresada  por  una  turba 
de  aduladores  cortesanos ,  siempre  dispuestos  á  ejecutarlas  servil- 
mente. 

En  tan  desgraciada  época,  y  cuando  el  poder  inquisitorial  es- 
taba más  en  fuerza,  es  cuando  Hüarte  se  lanza  á  escribir  un  Exa- 
men de  Ingenios  y  á  dedicar  un  articulo  exclusivamente  para 
representar  las  cualidades  de  que  debiera  estar  dotado  un  rey, 
sin  dejar  de  manifestar  las  muchas  condiciones  que  exigían  los 
jurisperitos,  los  sacerdotes ,  los  médicos  y  todas  las  clases  sociales, 
atacando  preocupaciones  arraigadas,  tachando  abusos,  y  pene- 
trando en  una  senda  aún  desconocida  hasta  él ,  teniendo  que  com- 
paginar por  el  esfuerzo  de  su  ingenio  muchas  cosas  que  si  hubiera 
escrito  en  época  más  bonancible  no  se  hubiera  curado  ni  aun  de 
justificarlas.  Pues  bien,  en  esa  época  un  hombre  solo  é  ignorado 
desafia  las  creencias  de  su  siglo  y  establece  un  sistema ,  el  más 
ingenioso  inventado  hasta  hoy ,  por  los  que  se  han  ocupado  en 
sondear  el  arcano  del  hombre  intelectual  y  moral.  ¿Qué  importa 
que  mezcle  algunas  paradojas  que  jamas  se  demostrarán,  según 
afirma  uno  de  sus  críticos ,  ó  que  es  lástima  que  á  ellas  hubiera 
dado  asenso  el  autor  del  Examen  de  Ingenios'^  Nada  absoluta- 
mente, nada;  pues  es  necesario  esforzarse  mucho  para  probar  que 
si  no  son  verdades ,  también  es  cierto  que  en  el  terreno  de  lo  posi- 
ble acaso  no  haya  uno  que  pueda  resolverlas  más  atinadamente; 
además ,  Hüarte  era  hombre ,  y  sabido  es  que  nuestra  ñaca  inte- 
ligencia, para  una  verdad  que  encuentre,  cae  en  mil  errores; 
querer  que  Hüarte  hubiese  acertado  en  todo ,  seria  pretender  un 
imposible,  porque  lo  es  evidentemente  pensar  que  hay  hombre 
infalible,  y  mucho  menos  en  ciencias,  en  que  la  infalibilidad  nunca 
se  alcanza. 

La  obra  de  este  sabio  compatriota  es  tal ,  que  formó  época ,  no 
sólo  en  la  literatura  patria,  sino  en  la  Europa,  y  los  hombres 
sabios  de  todas  las  naciones  aprecian  el  mérito  de  este  español  in- 
signe, cuya  obra,  escrita  con  fluidez  y  lógica  profunda,  llena  de 
máximas  atrevidas  y  pensamientos  grandes ,  debe  considerarse  en 
tanta  mayor  altura ,  cuanto  que  Hüarte  no  podia  aún  expresarse 
sus  ideas  de  filosofía  natural  (como  con  muchos  rodeos  y  no  sin 
gracias  refiere  él  mismo),  respecto  de  ciertas  cuestiones  teológicas, 
teniendo  que  acudir  siempre  al  velo  misterioso  de  la  fé  para  san- 
cionar verdades  que  muy  fácil  le  hubiese  sido  demostrar,  á  tener 


FILÓSOFOS   ESPAÑOLES.  443 

en  su  arbitrio  cambiar  las  vallas  que  se  lo  impedian ;  mas  sin  em- 
bargo de  esto ,  él  será  siempre  respetado  por  los  que  amantes  de 
la  humanidad  le  consulten,  y  por  el  filósofo  que  le  analice  y  juz- 
gue ,  remontándose  á  la  época  en  que  escribió ,  y  mirándole  como 
un  oráculo  de  elocuencia ,  de  medicina  y  de  filosofía ,  dechado  de 
modestia  y  sencillez,  y  modelo  de  virtudes. 

Como  entre  los  impugnadores  de  Huarte  ,  se  ha  distinguido  un 
francés  sabio  y  erudito,  á  saber  Jourdan  Guihelet,  médico  de 
Evreux,  en  su  Examen  del  Examen  de  Ingenios ,  dado  á  luz  en 
1631 ,  es  decir,  cincuenta  y  seis  años  después  de  Huarte,  creemos 
oportuno,  para  completar  el  cuadro,  sentará  mejor  la  impugnación 
española  de  Diego  Alvarez,  hecha  en  1578,  tres  años  después  de 
publicada  la  edición  de  Baeza.  Este  precioso  manuscrito  es  de  sumo 
valor,  y  por- eso  en  otro  articulo  daremos  noticia  circunstanciada, 
con  lo  cual  quedará  muy  esclarecida  y  fundada  la  reputación  de 
Huarte  y  Alvarez,  como  competidores;  pues  entrar  en  lid  con  un 
filósofo  á  los  veinticinco  años  de  edad ,  el  intentarlo  sólo  es  glo- 
rioso ;  pero  si  consigue  corregir  al  contrario ,  como  lo  logró  Al- 
varez, es  hasta  heroico  y  motivo  bastante  para  pasar  á  la  pos- 
teridad. 

Octavio  Marticorena. 


UNA  TEMPORADA  EN  EL  MAS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS. 


CAPITULO  XXV. 
Recibimiento  de  Silaydi. 

Al  anochecer  entramos  en  Romalia ,  y  poco  después  en  la  casa 
de  Silaydi ,  que  fué  recibido  con  efusión  por  sus  padres  y  por  su 
hermana.  El  Sr.  Rodulio  que  estaba  allí,  dijo,  después  de  las  pri- 
meras manifestaciones  de  alegría : 

— Ahora,  señores ,  silencio ,  que  quiero  que  nos  cuente  Silaydi 
la  aventura  de  esta  noche,  en  la  que  se  me  fig-ura  que  ha  de  ha- 
ber hecho  algún  papel  cierto  perillán....  Dónde  está? 

Y  buscaba  con  la  vista  á  Nottely. 

— Ah,  ya  le  veo.  Venga  V.  acá,  caballerito,  y  liaga  corro  con 
los  demás. 

El  Sr.  Nottely  obedeció. 

— Pues,  como  iba  diciendo,  —  continuó  el  Sr.  Rodulio,  —  creo 
que  el  referido  perillán  haya  hecho  algún  papel  en  la  tal  aventu- 
ra; de  manera  que....  eh,  Silaydi,  me  equivoco  acaso? 

— No  en  verdad,  no  os  equivocáis,  señor,  y  vais  á  verlo. 

— Cuenta,  cuenta, — dijo  sonriendo  el  noble  anciano, — pues  ardo 
por  saber  lo  que  pasó. 

Entonces  el  Sr.  Silaydi,  con  todo  el  fuego  que  le  inspiraban  su 
juventud,  su  nobleza  y  su  agradecimiento,  contó  la  aventura  mi- 
nuciosamente, poniendo  nuestro  valor  en  las  nubes,  y  realzando 
con  los  colores  más  vivos  la  lucha  de  Nottely  con  Russilio.  Tuvo 


I 


tJNA    TEMPORADA,    ETO^  445 

también  la  bondad  de  decir  que  habia  sido  yo  quien  le  desatara  á 
él  y  á  sus  compañeros,  y  quien  habia  salvado  la  vida  al  embaja- 
dor, matando  á  un  bandido  que,  á  traición,  iba  á  herirle  por  la 
espalda. 

— Mi  querido  Soletty, — continuó  el  Sr.  Silaydi, — se  batió  tam- 
bién como  un  león:  todos,  en  una  palabra,  rivalizaron  en  bravura: 
pero  sobre  todo  el  embajador,  pues  él  fué,  señores,  el  que  concibió, 
dirigió  y  llevó  á  cabo  este  proyecto. 

Al  oír  esto  se  levantó  el  Sr.  Nomara,  y  acercándose  al  embaja- 
dor, le  dijo: 

—Desde  ayer,  Nottely,  soy  vuestro  deudor.  Habéis  librado  de  la 
muerte,  ó  al  menos  de  un  g-ran  pelig-ro,  á  mi  hijo,  y  este  servicio 
no  se  paga  sino  con  un  reconocimiento  eterno,  eterno,  y  una 
amistad  á  toda  prueba:  contad  con  ambas  cosas;  yo  os  lo  digo. 

— Dais,  señor, — repuso  el  joven, — demasiada  importancia  á  lo 
sucedido,  toda  vez  que  cualquiera  en  mi  lugar  hubiera  hecho  otro 
tanto.  Por  lo  demás,  podéis  creer  que  estimo  en  todo  lo  que  valen 
vuestra  consideración  y  vuestro  aprecio. 

Dicho  esto,  despidióse  el  embajador,  y  salió  de  la  estancia  se- 
guido de  la  mirada  de  Aneyda,  la  cual,  durante  la  narración  de 
su  hermano,  habia  sentido  aumentarse  el  interés,  ya  tan  grande, 
que  le  inspiraba  Nottely. 

Después  que  éste  marchó,  cogió  Silaydi  del  brazo  á  Nostrendy, 
y  lo  condujo  al  hueco  de  una  ventana,  cerca  de  la  cual  estaba  yo. 

— Vamos,  querido,  cuándo  te  casas? — dijo  el  Sr.  Silaydi. 
— Por  mi,  mañana, — contestó  Nostrendy; — pero.... 

— Qué? — preguntó  el  Sr.  Silaydi. 

— No  sé  si  Aneyda  pensará  lo  mismo, — respondió  Nostrendy. 

— Bah,  pues  esperabais  más  que  mi  regreso  para  casaros? 

— En  eso  estábamos;  pero.... 

— Qué  diantres  de  peros  son  esos,  querido?  ¿Sabes  que  no  te  en- 
tiendo? Además,  por  qué  estás  tan  triste?  ¿Qué  tienes  que  apenas 
puedes  hablar?  ¿Por  qué  no  te  has  mostrado  más  alegre  por  haber- 
me librado  del  feroz  Russilio?  ¿Sabes  que  esto  me  ha  llamado  la 
atención?  Vamos,  qué  hay?  Habíame  con  franqueza:  ¿es  que  acaso 
no  amas  ya  á  mi  hermana? 

— Más  que  á  mi  vida, — dijo  Nostrendy  con  viveza. 

—•Será  que  ella  no  te  ame? 

— Hé  ahi  lo  que  no  puedo  decirte,  á  lo  menos  con  seguridad* 


446  UNA    TEMPORADA 

— Cómo!  ¿Consistirá  en  mi  hermana  el  que  tu  matrimonio  se 
retarde? 

— Mucho,  en  verdad,  lo  temo, — contestó  Nostrendy. 

— No  puede  ser,  no  puede  ser.  Cómo!  ¡Ella  tan  buena,  tan  ama- 
ble, tan  dulce!...  Te  repito  que  no  puede  ser,  como  te  lo  demos- 
traré sin  tardar  mucho. 

— Entonces  te  deberé  toda  mi  dicha. 

— Me  espantas,  querido, — dijo  el  Sr.  Silaydi,  mirando  á  su  pri- 
mo sorprendido: — ¿entonces  Anejda  se  niega  al  matrimonio,  por 
lo  visto? 

— No  digo  precisamente  que  se  niegue;  pero  lo  retarda,  al  me- 
nos, todo  lo  posible. 

— Vamos, — dijo  algo  más  tranquilo  el  Sr.  Silaydi, — ya  arregla- 
ré yo  todo  eso. 

— Hazlo,  y  toda  mi  sangre  no  será  bastante  para  pagarte  ese 
servicio. 

— Diantre!  Mucho  amas  á  Aneyda,  querido. 

— Que  si  la  amo! — dijo  con  una  sonrisa  que  tenia  algo  de  ex- 
traña el  Sr.  Nostrendy. — Que  si  la  amo!  Di  más  bien  que  estoy 
loco,  poco  menos  que  frenético  por  ella,  y  acertarás. 

— No  sabes  lo  que  me  alegro  de  ello. 

— Por  qué? 

— Vamos,  favor  por  favor, — dijo,  clavando  su  vista  en  Nos- 
trendy, el  Sr.  Silaydi. 

— Cómo  favor  por  favor?  No  te  comprendo. 

— Si,  que  me  hagas  tú  un  fevor,  y  que  yo  te  haga  otro;  ¿con- 
sientes? 

— Desde  luego;  di  pronto. 

— Pues  bien,  hermana  por  hermana;  quieres? 

— Hermana  por  hermana! — repuso  Nostrendy  admirado. 

Nomatty,  que  estaba  cercayoia  esta  conversación,  perdió  el  color. 

— Si,  hombre,  si, — dijo  Silaydi  con  amable  sonrisa ;  dame  á 
Silody ,  y  yo  haré  que  te  den  á  Aneyda.  Hay  cosa  más  natural? 

— Cómo!  amas  tú  á  mi  hermana? — Dijo  Nostrendy  cada  vez 
más  asombrado. 

— Con  delirio,  querido. 

— Y  te  ama  ella? 

— Dispensa  si  tengo  la  presunción  de  creer  que  no  le  soy  indi- 
ferente. 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         447 

—Luego  la  ñas  tratado  en  Catilia? 

— Ni  un  dia  dejé  de  verla :  desde  el  primero  descubrí  en  ella 
mil  bellas  cualidades,  y  en  mi  trato  ulterior,  vi  que  que  era  un 
ángel.  Su  hermosura  no  tiene  igual ,  y  su  virtud  y  su  juicio  son 
mayores  aún  que  su  hermosura.  Después  de  algunas  conferencias 
y  súplicas  de  mi  parte ,  me  dio  Silody  su  consentimiento  para  ob- 
tener el  tuyo ,  sin  el  cual  dice  que  no  es  posible  nuestro  enlace. 
Con  que  ya  ves,  querido,  que  mi  felicidad  pende  ahora  de  ti,  como 
la  tuya  pende  de  mi.  ¿Quieres,  como  te  dige  antes,  favor  por  fa- 
vor, ó  lo  que  es  igual,  hermana  por  hermana?  Responde. 

Fatal  por  demás  era  la  situación  de  Nostrendy.  Conocía  dema- 
siado las  ventajas  de  aquel  enlace ,  no  sólo  para  su  hermana ,  sino 
para  él,  pues  era  el  único  medio  de  casarse  seguramente  con 
Aneyda;  pero  esto,  que  hubiera  sido  su  suprema  felicidad  seis  me- 
ses antes,  era  ahora  un  tormento,  recordando  el  compromiso  tan 
formal  como  imprudente,  que  habia  contraído  con  Nomatty.  Nos- 
trendy estaba  en  un  suplicio ;  asi  es  que  sólo  con  palabras  confu- 
samente articuladas  pudo  decir  : 

— Perdóname ,  querido  Silaydi ,  si  en  este  momento  no  acierto  á 
responderte ,  pues  la  sorpresa  que  me  ha  causado  tu  noticia  fué 
tan  grande ,  que  apenas,  como  ves,  puedo  explicarme :  déjame  re- 
poner un  poco,  y  luego  hablaremos  de  ella  cuanto  quieras. 

— Bueno,  bueno, — dijo  contrariado  ya  Silaydi; — pero  no  te  oculto 
que  me  sorprende  en  extremo  que  no  hubieses  acogido,  en  el  acto, 
mi  proposición. 

— No  te  enfades  por  Dios, — repuso  el  Sr.  Nostrendy, — y  concé- 
deme siquiera  un  momento  para  reflexionar. 

— Los  que  quieras,  amigo, — dijo  el  Sr.  Silaydi  con  visible  frial- 
dad ; — pero  no  extrañes  que  no  te  vuelva  á  tocar  este  punto  hasta 
que  tú  lo  hagas. 

Y  diciendo  esto,  le  volvió  la  espalda,  y  fué  á  sentarse  junto  á 
Soletty.  Apenas  se  apartó  Silaydi  corrió  Nomatty  á  unirse  á  Nos- 
trendy, al  cual  dijo  pálido  y  temblando : 

— Me  sacrificarás  Nostrendy? 

— Déjame, — respondió  Nostrendy; — voy  á  morir,  lo  sé ;  pero  no 
faltaré  á  mi  palabra. 

— Morir!  y  por  qué? — dijo  mirándole  con  inquietud  el  señor 

Nomattv. 

t/ 

— Pueden  oírnos  aquí, — dijo  Nostrendy,  echando  una  mirada 


448  UNA    TEMPORADA 

sobre  mí,  que  era  el  que  estaba  más  cerca >— ven  á  mi  cuarto,  y  en 
él  te  haré  ver  que  soy  el  más  desgraciado  de  los  hombres. 

Y  se  marcharon. 

Entre  tanto,  decia  el  Sr.  Nolatto: 

— No  teng-o  la  menor  duda  de  que  la  retirada  de  Nottely  no  tie- 
ne más  motivo  que  el  consejo  que  va  á  reunir  nuestro  Monarca. 
Nottely  jamas  falta  á  sus  deberes,  y  como  ayer  ha  estado  fuera, 
querrá  aprovechar  esta  noche  para  meditar  la  cuestión  y  hablar 
mañana  con  el  tino  y  sabiduría  que  acostumbra. 

— Pero  entonces,  ese  diablo  de  rey,  —  dijo  el  Sr.  Rodulio,— 
está  empeñado  en  apoderarse  de  la  Ciliana  á  todo  trance. 

— Si,  Eodulio, — dijo  el  Sr.  Nomara; — y  seg-un  las  últimas  noti- 
cias que  tenemos,  las  tropas  de  Catilia  están  ya  muy  cerca  de  Ta- 
lussa.  Además,  sabemos  que  cuenta  con  socorros  poderosos  de  Ho- 
tayde,  que  le  llevará  en  persona  el  Príncipe  de  Nocuara. 

— Calla! — dijo  el  Sr.  Rodulio, — ¿el  que  se  batió  con  Nottely  en 
el  torneo? 

— El  mismo, — contestó  el  Sr .  Nomara; — y  es  un  valiente  campeón. 

— Efectivamente, — dijo  el  Sr.  Nolatto, — y  Las  cosas  m  van  po- 
niendo de  tal  modo,  Príncipe,  que  no  sé  adonde  iremos  á  parar. 

— Veremos, — dijo  el  Sr.  Nomara: — de  todos  modos,  mañana  en 
el  consejo,  sabremos  á  qué  atenernos. 

— Tenéis  razón, — contestó  el  Sr.  Nolatto; — sabremos  á  qué  ate- 
nernos; pero  no  sabremos  nunca  (y  esto  es  lo  que  nos  importaba) 
cómo  hemos  de  impedir  que  un  Príncipe,  por  una  ambición  desme- 
surada, ponga  en  conflagración  un  continente  como  el  nuestro. 

— Cierto  que  valdría  más  saber  eso, — dijo  M.  Leynoff, — pues 
preferible  es  prevenir  un  daño  á  repararlo;  pero,  por  lo  que  veo, 
aún  no  habéis  obtenido  ese  resultado  los  Roquelianos. 

— Absolutamente  nó, — contestó  el  Sr.  Nolatto; — pero  lo  inten- 
tamos al  menos  como  lo  podréis  ver  si  asistís  á  una  reunión  donde 
se  tratarán  varios  puntos,  de  interés  vital  para  los  pueblos 

— Y  cuándo? — preguntó  M.  Leynoff. 

— Pasado  mañana. 

— Desde  ahora  os  cojo  la  palabra, — dijo  M.  Leynoff. 

— Y  yo, — añadí  á  mi  vez. 

—Y  nosotros, — dijeron  los  señores  Nomara  y  Otrocy. 

Los  señores  Silaidy  y  Soletty,  apartados  del  grupo  que  formá- 
bamos, nada  oyeron  de  esta  conversación 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.  449 


CAPITULO  XXVI. 

HOSPITAL     DE     ROMALIA. 

Al  dia  siguiente,  ya  tenía  en  mi  casa  un  nuevo  guardia  para 
sustituir  al  que  habia  muerto  en  la  caverna  de  Russilio.  Tan  pronto 
como  supo  el  rey  el  resultado  de  la  lucha,  nombró  otro  y  me  lo 
mandó. 

Agradecido  á  tan  singular  favor,  no  pude  menos  de  ir  á  darle 
las  gracias. 

Esperé  la  audiencia,  y  me  presenté.  Apenas  me  vio,  me  dijo  con 
aquella  bondad  que  le  era  peculiar: 

("  — Qué  es  eso,  Mendoza?  Venis  á  pedirme  algo?  En  extremo  lo 
celebraría. 

— Muy  exigente  sería,  señor,  si  tal  hiciese,  pues  V.  M.  previene 
de  tal  modo  mis  deseos,  que  sólo  á  darle  gracias  puedo  venir 
aquí. 

— Luego  venis  á  dármelas,  según  parece? 

— Sí  señor. 

— Y  por  qué? 

— Por  el  nuevo  guardia  que  me  ha  mandado  V.  M. 

— Os  engañáis,  Sr.  Mendoza, — me  dijo  aquel  excelente  sobe- 
rano,— pues  en  este  asunto  soy  yo,  y  no  vos,  quien  debe  daros  las 
gracias. 

— A  mí,  señor?  No  comprendo  á  V.  M. 

— A  vos  sí,  porque  á  vuestro  arrojo,  y  al  de  vuestro  jefe,  sobre 
todo,  debo  yo  el  verme  libre  de  un  hombre  tan  peligroso  como 
Russilio,  que  siempre  se  burló  de  mis  agentes,  y  que  me  causaba 
no  poco  disgusto  por  el  descaro  con  que  se  presentaba  entre  no- 
sotros. Es  una  verdadera  victoria  la  derrota  de  ese  bandido.  Sé  lo 
que  hicisteis,  y  lo  bizarramente  que  os  batisteis  todos.  Gracias. 

—Y  me  permitirá  V.  M.  que  k  haga  una  súplica? 

— Hacedla. 

— Que  me  consienta  dar  á  la  familia  de  mi  guardia  una  pequeña 
renta  de  la  espléndida  que  V.  M.  se  ha  dignado  señalarme. 

— No  puede  ser,  Mendoza. 

— No  puede  serí  ¿Y  me  permitirá  V.  M.  que  le  pregunte  el  por 
qué? 

TOMO  XV.  29 


450  UNA    TEMPORADA 

— Porque  ya  está  hecho. 

— Está  hecho,  señor! — Dije  admirado. 

— Si,  lo  mismo  que  pagadas  las  exequias  del  difunto. 

— Ah,  señor, — dije  lleno  de  reconocimiento; — V.  M.  no  es  un 
rey,  sino  un  padre  tiernisimo  para  sus  subditos,  y  casi  un  Dios 
para  los  extranjeros,  á  quienes  colma  de  beneficios. 

— Sabéis  una  cosa,  señor  Mendoza? 

— Qué,  señor? 

— Que  si  es,  en  efecto,  dulce  hacer  beneficios  á  los  subditos  y  á 
los  extranjeros,  lo  es  infinitamente  más  que  unos  y  otros  sean  dig-- 
nos  de  ellos.  Ahora  marchaos, — añadió, — porque  tengo  que  ir  al 
Consejo. 

Al  salir,  vi  con  el  mayor  gusto  al  Sr.  Otrocy,  que  se  paseaba 
solo  por  los  pórticos  de  Palacio.  Después  de  los  saludos  de  costum- 
bre, dije,  estrechándole  la  mano  : 

— Qué  hacéis  aqui,  amigo? 

— Lo  que  veis,  querido,  pasearme. 

— Sin  más  objeto?  Permitidme  que  lo  dude. 

— Hablándoos  con  franqueza,  Mendoza,  esperaba  á  que  saliesen 
del  Consejo  para  saber  algo  de  Catilia.  El  horizonte  poli  tico  se  os- 
curece por  momentos  y  llama  ya  demasiado  la  atención . 

— Asi  parece,— le  contesté, — por  lo  que  vi  ayer  en  casa  del  se- 
ñor Nomara;  pero  el  Consejo  durará  mucho:  ¿queréis  que  demos 
una  vuelta  por  la  ciudad? 

— Con  mucho  gusto,  Mendoza.  ¿Pero  por  qué  no  habéis  venido 
al  Consejo?  Queriéndoos  tanto  el  rey,  os  hubiera  admitido  con 
gusto.  M.  Ley noff  está  en  él. 

— Si?  Y  quién  os  lo  ha  dicho? 

— Lo  he  visto  entrar  con  el  Sr.  Nomara:  ya  sabéis  que  son  in- 
separables. 

En  efecto,  la  amistad  de  M.  Leynoff  con  el  Sr.  Nomara,  habia 
llegado  á  ser  tan  grande,  que  casi  siempre  estaban  juntos.  Se  ha- 
bían tomado  tanto  cariño  como  nos  lo  hablamos  tomado  Nottely  y 
yo,  y  como  principiaba  á  tomárselo  á  Silaydi.  Desde  la  aventura 
de  Russilio,  de  que  tanto  se  habia  alegrado  M.  Leynoff,  por  la  parte 
que  yo  habia  tomado  en  la  salvación  del  hijo  de  nuestro  bienhe- 
chor, ios  señores  de  Nomara  nos  miraban  como  de  la  familia.  No 
me  extrañó,  pues,  que  el  Principe  llevase  consigo  áM.  Leynoff. 

— No  fui  al  ('Onsejo, — dije  al  Sr.  de  DtrDry. — porque,  hablándoos 


KN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS         451 

con  franqueza,  no  me  gustan  las  cosas  serias;  soy  joven  todavía, 
y  me  gusta  más  divertirme. 

— Y  lo  apruebo  tanto  más, — repuso  el  Sr.  Otrocy, — cuanto  que 
yo  hacia  lo  mismo  cuando  era  de  vuestra  edad.  ¿Adonde  queréis 
que  vayamos? 

— Adonde  gustéis . 

— ¿Queréis  ver  nuestros  hospitales,  nuestras  escuelas,  ó  nues- 
tras casas  de  beneficencia? 

— Todo,  si  tenemos  tiempo  para  ello. 

— Pues  vamos  á  este  hospital.  . 

— Vamos. 

Y  nos  dirigimos  á  uno  que  teniamos  enfrente. 

Siempre  me  causaba  una  sensación  grata  caminar  por  aquellas 
calles  anchísimas,  cuyas  casas  y  palacios  eran  tan  altos,  que  mi- 
rando á  los  terrados  nos  parecía  que  tocaban  á  las  nubes.  Enfren- 
te, como  he  dicho,  estaba  el  hospital,  y  después  de  algunas  pa- 
labras que  el  Sr.  Otrocy  dijo  al  portero,  entramos  en  él. 

Llamóme  la  atención  el  ver  lo  espacioso  y  lo  aseado  de  las  sa- 
las. Lejos  de  percibir  en  ellas  aquel  olor  particular,  sui  generis^ 
pero  repugnante,  que  hay  en  los  hospitales  de  la  Tierra,  senti  por 
el  contrario  una  fragancia  que  aspiraba  con  placer.  Las  camas  eran 
cómodas  y  hasta  elegantes ,  si  se  atiende  al  objeto  á  que  estaban 
destinadas.  Estaban  muy  separadas  unas  de  otras ,  y  tenian  sába- 
nas, colchas  y  colchones  demasiado  ricos  para  un  hospital.  Cuando 
entramos,  estaba  un  hombre  dando  de  comer  á  los  enfermos ;  y  si 
me  admiró  lo  limpio  y  sazonado  de  la  comida ,  no  me  admiró  me- 
nos la  dulzura  y  amabilidad  con  que  ejecutaba  aquel  trabajo.  No 
sólo  contemplaba  á  los  enfermos ,  sino  que  no  se  enfadaba  con  al- 
gunos que,  además  de  rehusar  la  comida,  le  trataron  con  dureza. 

Sorprendido  de  semejante  porte,  no  pude  menos  de  decirle  : 

— Mucha  paciencia  necesitáis,  amigo. 

— Paciencia! — me  dijo  con  extraneza, — y  por  qué? 

— Porque  veo  que  algunos  enfermos  se  enfadan,  y  Idjos  de  hacer 
vos  lo  mismo,  los  tratáis  con  más  cariño. 

— Pues  no  hago  más  que  mi  deber,  —  me  dijo  el  hombre  con  la 
mayor  naturalidad. 

— Ya  lo  veo,  ya  lo  veo;  pero  no  todos  lo  harán  asi,  amigo. 

—  En  Romalia?  yo  os  aseguro,  seíior,  que  no  hay  en  toda  ella 
un  enfermero  que  no  trate  á  sus  enfermos  tan  bien  ó  mejor  que  yo. 


452  UNA    TEMPORADA 

— Ya  sabéis  que  no  soy  de  Saturno,  y  por  lo  mismo  no  debéis 
extrañar  que  os  baga  alg-unas  preguntas ,  hijas  de  la  ignorancia 
en  que  aún  estoy  de  vuestros  usos. 

—Haced  las  que  gustéis,  señor. 

— Por  qué  son  tan  buenos  los  enfermeros  en  Romalia? 

Sonrióse  mi  hombre  de  mi  pregunta ,  que  sin  duda  debió  pare- 
cerle  singular,  puesto  que  me  dijo  mirándome  con  fijeza  : 

— Primero,  señor,  porque  nos  buscan  con  un  cuidado  exquisito, 
ño  admitiéndonos  sino  después  de  haber  tomado  informes  muy  mi- 
nuciosos de  nosotros;  segundo,  porque  sino  cumplimos  con  nues- 
tro deber,  nos  despiden  al  momento ;  tercero,  porque  nos  pagan 
bien  ;  y  cuarto,  porque  se  nos  hace  comprender  que  un  enfermo  es 
siempre  digno  de  lástima  por  lo  mucho  que  padece,  y  que  por  efecto 
de  este  padecimiento  suele  cambiarse  su  carácter  pasando  de  dulce 
y  afable  á  acre  y  muchas  veces  insultante ,  si  el  mal  ataca  sobre 
todo  á  la  cabeza.  Hé  ahi ,  señor,  las  causas  que  nos  hacen  ser 
tan  buenos  como  habéis  tenido  la  bondad  de  decir  que  os  pare- 
cemos. 

— y  las  creo  poderosas,  amigo. 

— No  son  acaso  tan  buenos  los  enfermeros  de  la  Tierra? 

Me  quedé  helado  al  oír  esta  pregunta  y  no  sabia  qué  contestar, 
cuando  afortunadamente  se  presentó  el  médico  del  establecimiento 
acompañado  del  Sr.  Otrocy,  el  cual  habia  ido  á  buscarle ,  no  sólo 
porque  era  el  médico  de  su  familia  y  queria  saludarle  ,  sino  tam- 
bién por  si  yo  queria  hacerle  alguna  pregunta  acerca  del  modo 
como  se  trataban  los  enfermos  en  Saturno. 

Era  el  médico  un  hombre  ya  de  edad ,  entrecano ,  de  facciones 
pronunciadas  y  de  semblante  grave ,  pero  de  trato  muy  ameno  y 
agradable.  Me  saludó  afectuosamente,  y  dijo  : 

—  Hace  días ,  señor ,  que  deseaba  conoceros  á  vos  y  á  vuestro 
compañero,  de  cuyo  talento  y  sabiduria  estoy  enterado.  Ese  viaje 
que  acabáis  de  hacer  os  coloca  á  una  altura  tal,  que  no  debéis  ex- 
trañar que  deseemos  trataros  como  á  dos  personas  verdaderamente 
extraordinarias.  Puedo  seros  útil  en  alguna  cosa? 

— Ante  todo,  —le  respondí, — os  doy  gracias  por  el  buen  concepto 
en  que  nos  tenéis ,  pudiendo  aseguraros  que  si  hemos  corrido  al- 
gunos peligros  en  el  viaje  de  que  acabáis  de  hablar,  estamos  más 
que  suficientemente  recompensados  con  la  acogida  que  nos  habéis 
dispensado,  y  por  haber  visto  un  mundo  como  Saturno. 


EN    EL    MÁS    BELLO    DE    LOS   PLANETAS.  453 

—  Según  eso,  ¿tenéis  á  nuestro  mundo  por  muy  superior  al 
vuestro? 

—  Y  tanto,  que  no  hay  comparación  entre  uno  y  otro. 

— Eso  lo  decis  porque  sois  amable,  y  porque  os  halláis  entre 
nosotros. 

— No,  en  verdad,  le  respondí;  lo  digo  porque  estoy  convencido 
de  ello. 

— Y  son  vuestros  hospitales  mejores  que  los  de  Saturno? 

—  Por  lo  que  hasta  ahora  he  visto,  me  parece  que  nó.  Una  cosa 
me  admira  de  los  vuestros,  sobre  todo. 

— Qué  cosa? 

— Los  pocos  enfermos  que  hay  en  ellos. 

—  Pues  prescindiendo  de  alguna  epidemia  que  suele  haber  de 
cuando  en  cuando,  rara  vez  tenemos  más. 

— Cómo!  ¿en  una  capital  tan  grande  como  Romalia,  nunca  hay 
más  enfermos  que  los  que  tenéis  ahora?  Eso  no  es  posible. 

— Pues  es  la  verdad. 

— Y  los  pobres?  no  vienen  aqui  también  los  pobres? 

— En  Romalia  no  hay  pobres,  querido, — me  dijo  el  Sr.  Otrocy. 

—No  hay  pobres!  Cómo  así? — pregunté  cada  vez  más  sorpren- 
dido. 

—  Porque  en  nuestro  pais ,  —  repuso  el  Sr.  Otrocy,  —  recoge  el 
Gobierno  cuantas  personas  de  uno  y  otro  sexo  carecen  de  subsis- 
tencia. ¿Os  ha  pedido  limosna  algún  mendigo  desde  que  estáis  en 
Romalia? 

— No,  lo  confieso,  y  ya  esto  me  habia  llamado  la  atención. 

— Desgraciado  del  que  tal  hiciese,  pues  seria  inmediatamente 
castigado. 

— Pero  antes  de  recogerlos,  preciso  será  que  pidan,— dije,  cre- 
yendo parar  al  Sr.  Otrocy. 

— Nada  de  eso,  querido, — respondió  éste, — pues  la  policía  conoce 
hasta  la  última  familia  pobre  que  hay  en  las  ciudades  y  en  los 
campos.  Cuando  cualquiera  de  sus  individuos  está  enfermo ,  ó  ca- 
rece de  trabajo ,  lo  recoge  al  punto  un  comisario ,  mandándolo  al 
hospital  en  el  primer  caso ,  ó  proporcionándole  trabajo  en  el  se- 
gundo. Además,  tenemos  establecimientos  donde  á  los  niños  aban- 
donados se  les  educa  y  se  les  enseña  un  oficio ,  ó  arte ,  según  su  in- 
clinación. Por  lo  demás ,  tanto  en  los  hospitales ,  como  en  los  es- 
tablecimientos de  beneficencia ,   hay  gran  esmero  en  proporcionar 


454  UNA    TEMPORADA 

á  los  que  los  habitan  cuanto  es  necesario  para  su  bienestar ;  por 
eso  hay  pocos  enfermos ,  y  los  que  hay  se  curan  pronto. 

—  Todo  eso  es  bellísimo ,  amigo ,  y  veré  con  gusto  esos  edifi- 
cios. 

— Cuando  queráis. 

— Y  tiene  muchas  salas  este  hospital? — pregunté  al  doctor. 

—  Otras  tres  exactamente  iguales;  podéis  verlas  si  gustáis. 

En  efecto,  las  recorrí  una  después  de  otra,  y  en  todas  observé  el 
mismo  orden,  el  mismo  aseo,  y  la  misma  limpieza  que  en  la  primera. 
— Me  admira  todo  esto, — dije  al  doctor. 

—  Es  que ,  caballero ,  sabemos  muy  bien ,  que  la  parte  higiéni- 
ca de  los  pueblos ,  y ,  sobre  todo ,  de  los  establecimientos  públicos, 
es  la  base  mas  firme  en  que  reposan  la  salud  y  la  vida  de  nuestros 
conciudadanos :  por  eso  el  gobierno  vigila  este  ramo  con  un  afán 
y  una  solicitud  que  le  honran  en  extremo.  Y  no  penséis  que  ha  si- 
do siempre  así ,  nó  ,  pues  antes  de  llegar  á  esta  cultura  que  admi- 
ráis, ha  habido  epidemias  espantosas  como  producto  inseparable 
de  la  ignorancia ,  que  es  de  todas  las  plagas  la  plaga  más  terrible 
que  puede  añigir  á  una  nación.  Bien  que  de  esto  ya  oiréis  hablar 
mañana ,  si ,  como  lo  supongo ,  asistís  á  la  reunión  que  ha  de  ha- 
ber en  casa  del  Sr.  Nolatto.  Pensáis  ir? 

—  Sí,  y  vos? 
— También. 

—  Me  alegro  mucho. 

En  esto  un  grito  que  salió  del  extremo  de  la  sala ,  nos  llamó  á 
todos  la  atención. 

— Qué  es  aquello?^— dije  yo. 

— Aquello,  caballero,  es  el  ¡ay!  con  que  la  inteligencia  me  re- 
vela el  trastorno  que  padece. 

—  No  os  comprendo,  doctor. 

—  Ahora  me  comprendereis, — respondió  este. 

Y  acercándose  á  la  cama  del  enfermo ,  le  dijo  con  la  mayor  dul- 
zura : 
— Qué  hay,  amigo?  qué  queréis? 

—  Allí  está,  doctor,  allí  está, —  dijo  con  viveza  aquel  infeliz: 
cogedle ,  por  Dios  y  traédmele  al  momento. 

—  A  quién ,  querido  ? 

—  Al  pérfido  que  me  robó  á  Sattilda.  Mirad,  mirad  como  se 
rie  y  me  insulta  el  malvado. 


EN   EL    MÁS    BELLO    DE    LOS   PLANETAS.  455 

—  Ah,  SÍ,  ya  lo  veo. 

—  No  es  cierto,  querido  doctor? — dijo  el  joven  radiante  de  ale- 
gría. 

— Si,  querido,  y  voy  á  buscarlo;  pero  para  que  no  se  escape, 
es  preciso  que  cierre  las  ventanas:  así  que  le  coja,  os  lo  traeré. 

—  Bien,  doctor,  bien;  gracias  por  vuestros  cuidados  :  no  dejéis 
de  traérmele ,  por  Dios. 

A  una  señal  del  doctor ,  cerró  el  enfermero  las  ventanas ,  y  sa- 
limos nosotros  de  la  sala.  Fuera  ya ,  dije  al  doctor  : 

— Quién  es  ese  desgraciado  que  así  imploraba  vuestro  auxilio? 

—  Un  joven  de  talento  y  bellísimo  carácter  ,  á  quien  la  mujer 
que  amaba  abandonó  por  otro  que  tenia  una  posición  más  venta- 
josa que  la  suya. 

—  Y  qué  enfermedad  padece? 
— Una  manía. 

— Horrorosa  enfermedad ,  doctor. 
— Lo  es  en  efecto. 

—  ¿Queréis,  doctor,  decirme  bajo  qué  punto  de  vista  conside- 
ráis al  hombre  los  médicos  de  Saturno  ?  Aunque  no  soy  de  la  fa- 
cultad ,  he  leído  algo  de  medicina,  y  me  alegraría  conocer  la  dife- 
rencia que  hay  acerca  del  modo  de  apreciar  este  ser  entre  voso- 
tros y  los  médicos  de  la  Tierra. 

Iba  el  doctor  á  responderme,  cuando  aparecieron  en  la  estancia'^ 
los  señores  Nolatto,  Nottely ,  M.  Leynoff  y  el  Sr.  Nomara. 

CAPITULO  XXVII. 

CONFERENCIA  EN  EL  HOSPITAL. 

— Cómo  es  eso? — preguntó  el  Sr.  Otrocy. 

—  Qué?  —  repuso  el  Sr.  Nomara. 
— El  haber  venido  tan  pronto. 

— Porque  se  ha  aplazado  el  consejo, — contestó  el  Sr.  Nomara. 

—  Aplazado !  y  por  qué? 

— Porque  se  ha  creído  prudente,  antes  de  adoptar  una  resolu- 
ción definitiva ,  que  marche  Nostrendy  á  Catilia  á  ver  si ,  como 
sobrino  del  rey ,  reduce  á  éste  á  que  desista  de  sus  pretensiones  so- 
bre la  Ciliana ,  ó  en  caso  contrario ,  á  que  se  se  preste  á  un  arre- 
glo con  la  Gran  Roquelia,  la  Nostracia  y  la  Nattricia, 


456  UNA   TEMPORADA 

—  Y  ha  aceptado  Nostrendy? — repuso  el  Sr.  Ottrocy. 
— Sí ,  á  los  ruegos  de  S.  M.  y  mios. 

—  Y  cuándo  marcha? 
— Mañana. 

— Y  cómo  habéis  sabido  que  estábamos  aqui? — pregunté  al  se- 
ñor Nomara. 

—  Porque  nos  lo  dijo  un  centinela  que  os  vio  entrar  en  el  hos- 
pital ;  y  como  era  temprano ,  y  deseaba  que  M.  Leynoff  conociese 
á  Sattulo  (así  se  llamaba  el  doctor) ,  le  propuse  venir  á  buscaros 
en  compañía  del  Sr.  Nottely.  De  qué  hablabais? 

— Estaba  rogando  al  doctor  me  dijese  lo  que  pensaban  del  hom- 
bre los  médicos  de  Saturno.  » 

—  Delicada  es  la  pregunta,  dijo  el  Sr.  Nottely;  p^o  os  asegu- 
ro, Mendoza,  que  Sattulo  os  dejará  poco  que  desear  al  respon- 
deros. 

—  Luego  ya  conocéis  al  doctor? — le  pregunté. 

— Y  quién  no  le  conoce?  Sattulo,  Mendoza,  es  de  aquellos  hom- 
bres de  quienes  se  oye  hablar,  pese  á  su  modestia,  tan  pronto  co- 
mo se  llega  á  un  pueblo ,  y  á  Sattulo  le  conocen  todos  los  sabios 
y  las  personas  mas  distinguidas  de  Romalia.  Vais  á  juzgar  vos 
mismo ,  y  no  podéis  imaginaros  cuánto  me  alegro  de  que  le  oigáis, 
lo  mismo  que  M.  Leynoff.  Vamos,  querido  doctor,  responded  al 
Sr.  Mendoza. 

— Rogándoos, — me  dijo  el  doctor, — que  no  deis  crédito  á  los  elo- 
gios inmerecidos  que  me  dispensa  el  Sr.  Nottely,  os  diré Pero 

servios  tomar  asiento ,  caballeros. 

Asi  lo  hicimos ,  y  sentados ,  á  su  vez ,  el  Sr.  Sattulo  siguió  di- 
ciendo : 

— El  hombre,  señores,  es  para  mi  el  resumen  de  los  prodigios 
del  Omnipotente. 

Mirado  detenidamente ,  lo  primero  que  llama  la  atención  es  ver 
que  tiene,  como  base  de  la  vida,  un  circulo.  En  efecto,  señores, 
la  sangre  que  es  de  donde  sacan  sus  principios  reparadores  nues- 
tros órganos,  recorre  un  circulo  ó,  por  mejor  decir,  una  elipse  más 
ó  menos  prolongada,  dentro  de  nuestro  cuerpo. 

¿  Y  no  son  el  circulo  y  la  esfera ,  las  figuras  predilectas  del  Cria- 
dor, al  formar  los  mundos  y  trazar  sus  movimientos?  ¿Y  el  circu- 
lo y  la  esfera,  no  parecen  ser  las  bases  de  sus  existencias?  No  son 
elipses ,   más  ó  menos   prolongadas ,  las  órbitas  que ,  en  torno  de 


EN    EL    MÁS   BELLO    DE    LOS   PLANETAS.  457 

SUS  centros ,  recorren  los  planetas,  satélites  y  cometas  ?  ¿Y  no  hay 
en  esto  analogía  con  lo  que  pasa  dentro  de  nosotros?  ¿No  la  hay 
en  que  unos  y  otros  cuerpos ,  además  de  sus  virtudes  peculiares, 
tengan  también  sus  cubiertas  respectivas  ?  ¿  La  piel  no  es  al  hom- 
bre, lo  que  su  corteza  es  á  Saturno? 

— Si,  doctor, — dijo  el  Sr.  Nottely, — pues  aunque  el  circulo  que 
recorre  la  sangre  en  el  hombre ,  lo  mismo  que  su  figura ,  no  sean 
exactamente  iguales  á  las  figuras  y  á  los  circuios  que  describen 
los  cuerpos  celestes,  preciso  es  no  olvidar  que  el  objeto  que  tuvo 
Dios  al  crear  estos,  no  es  ni  puede  ser  el  mismo  que  tuvo  al  crear 
al  hombre.  Alguna  diferencia  ha  de  haber  entre  estos  seres ,  la 
precisa ,  al  menos ,  para  explicar  la  que  hay  en  el  modo  de  existir 
de  unos  y  otros.  Tened  la  bondad  de  continuar. 

— ¿Y  porqué  vemos  ya, — dijo  el  doctor, — en  este  mismo  circulo 
un  antagonismo  tan  marcado ,  es  decir ,  dos  sangres  distintas ,  y 
aun  opuestas  en  su  composición  y  aun  en  sus  funciones?  Esto  para 
mi  es  muy  notable,  señores ,  en  alto  grado  notable;  os  lo  aseguro. 

—  5f  creo  que  tengáis  razón ,  —  dijo  M.  Leynoff. 

— La  sangre  arterial, — continuó  el  Sr.  Sattulo, — viva,  rutilante, 
y  reparadora ,  es  esencialmente  distinta  de  la  venosa ,  pues ,  ade- 
más del  color  oscuro  de  esta ,  y  de  que  recoge  las  moléculas  que  se 
desprenden  de  nuestros  órganos  al  fijarse  en  ellos  el  oxigeno  del 
aire ,  parece  que  no  tiene  otra  misión  que  ir  á  vivificarse  en  los 
pulmones.  ¿Por  qué  estas  dos  sangres  distintas  en  un  mismo  circu- 
lo? Y  digo  en  un  mismo  círculo,  porque  si  bien  es  cierto  que  la 
sangre  arterial  se  extravasa  en  el  sistema  capilar ,  para  ponerse 
en  inmediato  é  íntimo  contacto  con  las  moléculas  integrantes  de 
la  economía ,  también  lo  es  que  vuelve  á  ser  recogida  y  modifica- 
da por  las  raicillas  de  las  venas  que  la  llevan  nuevamente  á  los 
pulmones. 

Descuella,  á  la  par  del  sanguíneo,  el  sistema  nervioso  del  hom- 
bre, que  es  otro  de  los  focos  principales  de  la  vida.  Este  sistema  se 
compone,  como  el  anterior,  de  dos  discos,  no  sólo  por  su  extructu- 
ra,  sino  por  su  posición  y  atribuciones.  ¡Cuidado  que  semejante 
coincidencia  es  bien  notable!  ¿Por  qué  dos  sistemas  nerviosos  dife- 
rentes?... 

El  primero  de  estos  sistemas,  el  más  precioso,  por  cierto,  está 
destinado  á  ponernos  en  relación  con  los  objetos  que  nos  rodean;  el 
segundo,  preside  á  la  vida  orgánica. 


458  UNA    TEMPORADA 

El  primero,  se  le  conoce  con  el  nombre  de  cerebro-espinal;  el  se- 
gundo, con  el  de  gangliónico,  ó  gran  simpático.  Cada  uno  de  ellos 
tiene  su  centro :  el  cerebro-espinal,  en  la  médula  oblongada;  el 
gangliónico,  en  el  plexo  solar. 

Y  estos  dos  centros,  señores,  son  los  sitios  adonde  van  á  parar 
las  más  leves  impresiones  y  las  más  finas  modificaciones  que  se 
efectúan  en  el  organismo ,  con  la  particularidad  (fijaos  en  esto) 
que,  al  mismo  tiempo  que  cada  uno  siente  las  que  le  están  exclusi- 
vamente encomendadas,  siente  las  que  está  sintiendo  el  otro. 

— El  resto  del  sistema  nervioso, — continuó  el  Sr.  Sattulo, — no 
tiene  más  objeto  que  trasmitir  las  sensaciones,  es  decir,  que  los 
cordones  nerviosos  que  salen  de  los  dos  centros  referidos,  no  son 
más  que  meros  conductores  unas  veces  de  las  sensaciones,  y  otras 
de  las  voliciones.  Sólo  los  pares  cerebrales  tienen  atribuciones  pro- 
pias, que  os  diria  si  tuviese  tiempo  para  ello,  porque  son  en  extre- 
mo interesantes. 

— Una  dificultad  se  me  ocui're,  —dijo  M.  Leynoff: — ¿me  permi- 
tís que  os  la  exponga? 

— Con  el  mayor  gusto, — contestó  el  doctor. 

— El  cordón  que  está  encargado  de  trasmitir  la  sensación  del 
centro  á  una  parte,  ¿es  el  mismo  que  debe  conducirla  de  la  parte 
al  centro? 

— El  mismo. 

— Entonces  es  forzoso  que,  si  una  sube  y  otra  baja  al  mismo 
tiempo,  se  paren  ambas  en  el  punto  donde  lleguen  á  encontrarse. 

—No, — contestó  el  Sr.  Sattulo, — porque  cada  cordón  nervioso 
está  compuesto  de  muchos  filetes,  rodeado  cada  uno  de  ellos  de  un 
tejido  celular  finísimo,  que  los  aisla  y  separa  de  los  demás,  con 
cuya  disposición  ya  comprendereis  que  bien  puede  bajar  una  sen- 
sación por  un  filete  y  subir  otra  por  el  inmediato,  sin  que  en  el 
caminó  se  tropiecen  ni  confundan. 

— Siendo  así,  tenéis  razón, — repuso  M.  Leynoff. 

— Además, — continuó  el  Sr.  Sattulo, — cada  cordón  nervioso  está 
cubierto  por  una  especie  de  vaina  (neurilema)  que  lo  aisla  y  separa 
de  los  órganos  que  recorre. 

— Previsión  muy  sabia, — dijo  el  Sr.  Nottely, — que  permite  ejer- 
cía libremente  sus  funciones  ese  sistema,  al  cual  debe  el  hombre  su 
importancia  y  su  poder.  Pero  esa  sensación,  qué  es?  ¿quién  la  for- 
ma? cómo  sube?  cómo  baja?  podéis  decírnoslo? 


EN    BL    MÁS    BELLO    DE    LOS    PLANETAS.  459 

— Hacéis  unas  preguntas,  querido, — dijo  el  Sr.  Sattulo,— cuya 
importancia  vos  mismo  no  conocéis  quizá;  pero  ya  veré  si  puedo 
contestar  á  ellas.  Entre  tanto,  os  diré  que,  para  mi,  á  lo  menos, 
cuantas  sensaciones  experimenta  el  hombre  dentro  de  sí  mismo,  no 
son  más  que  modificaciones  del  fluido  eléctrico  animal. 

Todos  los  médicos  designan  al  q^ibid  misterioso  que  recorre  los 
nervios,  unos  con  el  nombre  de  fluido  nérveo,  otros  con  el  de  fuer- 
za nerviosa,  y  otros  con  el  de  espíritus  animales;  pero  yo,  conside- 
rando al  hombre  física  y  médicamente,  no  vacilo  en  asegurar  que 
lo  que  recorre  sus  nervios  no  son  más  que  las  dos  grandes  fuerzas 
que  animan  al  universo,  ó,  lo  que  es  igual,  los  dos  fluidos  positivo 
y  negativo  animales.  Y  digo  animales,  para  distinguirlos  de  los 
atmosféricos,  pues  es  preciso  que  sepáis  que,  aunque  la  electricidad 
que  anima' al  hombre  es  igual  en  la  esencia  á  la  del  mundo,  difie- 
re, sin  embargo,  de  ésta,  en  que  está  preparada  por  uno  de  sus 
órganos  para  ponerla  en  relación  con  su  estructura.  La  electrici- 
dad, pues,  de  Saturno,  no  sirve  para  el  hombre,  así  como  la  de  éste 
no  sirve  para  Saturno.  La  diferencia  de  estas  dos  electricidades 
importa  mucho  para  el  médico,  puesto  que  la  atmosférica  obra 
siempre  como  causa  externa,  al  paso  que  la  animal  se  relaciona 
intimamente  con  nuestras  enfermedades. 

— ¿Y  os  será  posible  decir,  —  preguntó  M.  Leynoff,  —  cómo  el 
hombre  modifica  el  fluido  eléctrico  animal? 

— Veré  si  puedo, — contestó  el  Sr.  Sattulo. 

La  electricidad  positiva  de  Saturno  está  en  la  atmósfera:  la  extrae 
del  espacio  por  medio  de  un  aparato  elaborador  que  tiene  en  su 
superficie:  la  electricidad  negativa  de  Saturno  está  en  su  seno:  hay, 
pues,  desde  Saturno  á  la  atmósfera  un  cambio  recíproco  de  estos 
fluidos,  que  se  combinan  y  neutralizan  á  medida  que  se  elaboran. 
Mientras  este  cambio  se  efectúa  con  facilidad,  la  naturaleza  rie  y 
ostenta  toda  su  belleza  y  lozanía;  pero  cuando  el  aire  (cuerpo  unas 
veces  conductor ,  y  otras  aislador ,  según  está  húmedo  ó  seco)  lo 
interrumpe,  la  naturaleza  se  resiente,  el  viento  silba,  el  rayo  bri- 
lla, el  trueno  retumba,  y  torrentes  de  agua  inundan  la  superficie 
de  Saturno. 

— Ohl  eso  es  hermoso, — dije  yo.  sin  poderme  contener. 

— El  hombre,  parte  integrante  de  Saturno,  puesto  que  vive  en 
su  superficie,  y  respira  su  misma  atmósfera ,  separado  de  la  cual, 
perece  inmediatamente ,  coge  de  ésta  el  fluido  eléctrico  positivo,  y 


460  UNA    TEMPORADA 

de  aquel  el  negativo.  En  efecto,  cuando  respira,  además  del  aire 
que  penetra  en  sus  pulmones,  entran  con  él  los  fluidos  elétrico,  ca- 
lórico y  lumínico,  que,  mezclados  con  la  sangre  y  modificados  por 
ésta,  son  llevados  al  cerebro.  No  penetran,  sin  embargo,  en  eete 
órgano  bruscamente  á  causa  de  su  extructura  delicada ,  sino  des- 
pués de  haber  atravesado  un  enrejado  de  vasos  sanguíneos  que  for- 
man una  membrana  finísima  (piamadre)  que  abraza  inmediatamen- 
te la  sustancia  cortical.  Esta  membrana  se  introduce ,  además,  en 
el  cerebro  para  formar  dos  producciones  váculo-membranosas,  que 
son  los  sitios  donde  yo  creo  que  se  elabora  el  fluido  eléctrico  posi- 
tivo. Depositado  éste  en  la  médula  espinal,  se  difunde  después  por 
el  organismo.  No  olvidéis  que  este  fluido  es  el  positivo :  más  ade- 
lante hablaré  del  negativo  (1). 

Hizo  aquí  una  pausa  el  doctor,  y  luego  dijo : 

— Si  conforme  hablo  á  hombres  que  por  pura  afición  oyeH  estas 
cosas ,  hablase  á  médicos ,  daria  otros  detalles  que  probasen  la  po- 
sibilidad de  lo  que  expongo ;  pero  para  vosotros ,  y  para  que  for- 
méis idea  de  cómo  los  médicos  de  Saturno  consideran  al  hombre, 
basta  lo  dicho. 

— Os  entendemos, — le  contestó  el  Sr.  Nottely, — y  os  escuchamos 
con  el  mayor  gusto.  Continuad,  pues. 

— Os  he  dicho, — prosiguió  el  Sr.  Sattulo, — que  de  la  sangre  se 
extraían  los  principios  reparadores  del  organismo,  y  por  Lo  que 
acabáis  de  oír,  de  la  sangre  se  extrae  también  el  fluido  eléctrico 
animal.  Cierto  que  ella  no  lo  tiene  entre  sus  elementos  químicos; 
pero  también  lo  es  que  lo  recibe ,  que  lo  modifica  y  lo  adapta  á  su 
naturaleza  para  pasarlo  después  á  los  sitios  que  deben  elaborarlo. 
Y  digo  á  los  sitios ,  porque  es  preciso  que  sean  dos ,  uno  para  el 
fluido  positivo,  y  otro  para  el  negativo.  Sigamos  ocupándonos  del 
primero,  que,  como  habéis  oido,  se  elabora  en  el  cerebro. 

Para  que  este  trabajo  se  efectué,  es  absolutamente  forzoso,  que, 
además  de  la  sangre  que  se  necesita  para  la  nutrición  de  la  sustan- 
cia cerebral ,  haya  un  sobrante  de  donde  se  extraiga  el  fluido  eléc- 
trico positivo.  Y  lo  hay  en  efecto?  He  ahí  el  prodigio;  lo  hay,  se- 
ñores, y  más  que  un  sobrante,  hay  un  exceso,  y  este  exceso  que 


(1)  De  este  modo  pensaba  el  antor  hace  20  años  ( época  en  que  fué  escrita 
esta  obra) :  lioy,  aunque  da  al  fltádo  eléctrico  animal  la  misma  importancií^ 
en  el  organismo,  es  bajo  otro  punto  de  vista  muy  distinto. 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         461 

veíamos ,  y  cuyo  efecto  no  conocíamos ,  pasó  desapercibido  hasta 
hace  poco.  Y  este  exceso,  sin  embargo,  cuya  importancia  es 
grande;  este  exceso,  repito,  ¿no  nos  dice  con  una  elocuencia  irre- 
sistible, que  sólo  para  un  objeto  tan  misterioso  conio  él  pudo  ha- 
berle destinado  Dios?  ¿Y  quién  más  misterioso  que  el  fluido  eléc- 
trico animal?  ¿Y  esta  presunción  no  adquiere  un  grado  absoluto  de 
certeza,  si  en  la  economía  hallamos  otro  exceso  igual ,  para  la  ela- 
boración del  negativo  ? 

— Indudablemente,— contestamos  todos . 

— De  la  atmósfera,  pues, — continuó  el  Sr.  Sattulo,— -extrae  el 
hombre  el  fluido  eléctrico  positivo ;  pero  antes  de  adaptarlo  á  la 
delicada  extructura  de  sus  órganos,  lo  modifica  en  los  plexos  co- 
roides. Y  de  dónde  extrae  el  negativo? 

— De  Saturno.  Colocado  el  hombre  en  su  superficie,  respira  el 
aire  que  hay  en  ella;  con  este  aire  va  el  fluido  eléctrico  positivo;  el 
negativo  lo  recoge  de  los  alimentos  (acordaos  que  estos  vienen 
inmediatamente  de  Saturno).  Una  vez  extraído  de  ellos,  es  recogido 
y  llevado  por  la  linfa  (excelente  conductor)  á  un  sistema  particular 
extraordinario  y  único  en  su  clase,  que  es  el  de  la  vena  porta.  Este 
sistema,  que  es  independiente,  independiente ,  lo  oís,  señores,  del 
venoso  general,  lo  conduce  después  al  bazo ,  que  es  á  esta  sangre  lo 
que  los  pulmones  á  la  arterial ;  en  el  bazo,  pues,  sufre  la  sangre  de 
la  vena  porta  una  modificación  pre^paratoria,  que  finaliza  en  el  higa- 
do,  donde  se  elabora  el  fluido  eléctrico  negativo;  éste,  robado  por 
los  nervios  que  del  plexo  solar  van  á  aquel  órgano,  pasa  luego  al 
gran  simpático  para  difundirse  por  el  organismo. 

— En  verdad  que  me  admira  lo  que  estáis  diciendo, — repuse  sin 
poderme  contener. 

— No  lo  extraño — respondió  el  Sr.  Sattulo  ; — pero  escuchad  lo 
que  falta  todavía,  y  después  me  haréis  las  observaciones  que 
queráis. 

— El  hígado  es  el  órgano  más  voluminoso  de  la  economía ,  y  á 
pesar  de  esto,  no  se  le  asignaba  otra  función  que  la  de  elaborar  la 
bilis.  Repugnaba,  sin  embargo,  creer  que  un  órgano  de  tales  pro- 
porciones, no  tuviese  más  objeto  que  esta  pequeña  secreción.  El 
hígado,  además ,  tiene  para  nutrirse  la  arteria  hepática,  y  según 
la  opinión  de  médicos  que  valen  mucho,  de  esa  misma  sangre  se 
extrae  también  la  bilis.  Otros  creen  lo  contrario,  es  decir,  que  la 
bilis  se  extrae  de  la  sangre  de  la  vena  porta,  cosa  á  la  verdad  muy 


AtU  UNA    TEMPORADA 

singular,  pues  seria  en  este  caso  el  único  producto  que  no  saliese 
de  la  arterial ;  pero  sea  de  ello  lo  que  fuere,  y  aun  concediendo 
que  la  bilis  se  extraiga  de  la  sangre  de  la  vena  porta  ¿está  esta 
sangre  en  relación  con  la  cantidad  de  bilis  que  en  la  vejiguilla  se 
elabora?  De  ningún  modo,  porque  la  cantidad  de  sangre  que  la 
vena  porta  vierte  en  el  Ligado,  excede  mucho  á  la  cantidad  de 
bilis  que  de  ella  pueda  sacarse :  luego  siempre  queda  un  exceso 
cuyo  uso  tampoco  conocíamos,  como  no  conocíamos  el  del  cerebro. 
¿  Y  no  son  notabilísimos  estos  dos  excesos  en  los  dos  órganos  más 
voluminosos  de  la  economía,  y  que  tienen  la  singular  circunstan- 
cia de  ser  igualmente  coevales?... 

— Me  parece  que  ya  vemos  aqui  un  objeto, — continuó  el  señor 
Sattulo, — de  importancia  suma,  para  explicar  la  creación  de  dos 
sangres  y  de  dos  sistemas  nerviosos  diferentes.  Si  la  vida  no  hu- 
biese de  resultar  de  dos  elementos  contrarios ,  sin  los  cuales  seria 
imposible  su  existencia;  ¿constarían  de  dos  elementos  también  con- 
trarios,¡los  dos  aparatos  más  necesarios  para  sostenerla?  Imposible. 

Me  confundo,  y  á  veces  no  comprendo  por  qué  los  médicos  no 
se  fijan  en  esto. 

— Pues  qué!  no  piensan  todos  del  mismo  modo? — preguntó 
M.  Leynoff. 

— Todos  no ,  amigo  mío ,  porque  no  todos  han  hecho  un  estudio 
minucioso  de  la  anatomía ,  y  el  imprescindible  de  la  fisica  para 
conocer  el  valor  más  ó  menos  grande  que  pueden  tener  estas  teo- 
rías. Pero  dejando  esto  á  un  lado ,  prosigamos  en  nuestras  refie- 
xiones. 

Existentes  en  la  economía, — continuó  el  Sr.  Sattulo, — estas 
dos  fuerzas,  ó,  lo  que  es  igual,  los  dos  fluidos  positivo  y  negativo 
animales  ¿cómo  es  posible  que  dejen  de  producir  efectos  más  ó 
menos  parecidos  á  los  que  se  ven  en  los"  aparatos  físicos?  Y  los 
producen,  señores,  cosa  que  no  debemos  extrañar,  si  recordamos 
que  nuestro  cuerpo  tiene  dentro  de  si,  como  el  torpedo ,  un  aparato 
eléctrico-magnético  de  una  perfección  extremada. 

Y  sin  embargo  de  que  la  potencia  es  una  (fluido  eléctrico-animal) , 
los  efectos  que  produce  son  infinitos ,  como  nos  lo  demuestran  los 
fenómenos  fisico-quimicos  que  se  efectúan  en  el  organismo.  Si, 
M.  Leynoff;  todos  estos  fenómenos,  inclusa  la  inteligencia  (1), 


(1)    Considerada  fisiológicamente. 


EN  EL  Mis  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         463 

no  dependen  de  otra  cosa  que  de  la  organización,  es  decir,  de  la 
disposición  delicadísima  que  Dios  dio  á  la  materia  ponderable. 

— Os  comprendo,  amigo, — dijo  M.  Leynoff. 

— Veis  ese  reloj? — y  señalaba  el  que  estaba  en  la  mesa, — pues  la 
potencia  que  lo  mueve , — continuó  el  Sr.  Sattulo , — es  la  elastici- 
dad ,  sin  embargo  de  que  esta  propiedad  no  se  vé  más  que  por  sus 
efectos.  Quién  mueve  la  mano  y  el  minutero?  Inmediatamente  las 
ruedas,  mediatamente  el  muelle ,  ó,  lo  que  es  igual ,  la  elasticidad. 
Pues  supongamos  que  se  me  antoja  poner  en  la  esfera ,  además  de 
las  horas ,  todo  nuestro  sistema  planetario ;  ¿  qué  tendría  que  hacer 
para  esto?  añadir  otra  potencia?  no;  qué,  entonces?  Aumentar  el 
número  de  las  ruedas  y  la  complicación  de  los  resortes.  Luego, 
aunque  los  movimientos  que  se  ejecutan  en  la  esfera,  pendan  in- 
mediatamente de  las  ruedas  no  por  eso  dejan  de  ser  efecto  de  la 
elasticidad ,  por  mas  que  esta  potencia  no  se  vea. 

He  ahí,  pues,  lo  que  sucede  al  hombre.  Las  maravillas  que  en 
él  vemos  penden  inmediatamente  de  la  organización ,  ó  lo  que  es 
igual ,  de  los  fenómenos  físico-químicos  que  en  ésta  tienen  lugar; 
pero  estos  mismos  fenómenos,  no  se  efectuarían  jamas,  si  no  los 
animase  y  presidiese  el  fluido  eléctrico  animal.  Comprendéis 
ahora? 

— Perfectamente, — respondió  M.  Leynoff, — si  bien  tengo  un 
escrúpulo  que  quisiera  me  desvanecieseis. 

— Qué  escrúpulo? 

— Que  considerando  al  hombre  como  acabáis  de  hacerlo ,  predi- 
cáis el  materialismo,  puesto  que  le  convertís  en  una  máquina; 
puesto  que  hacéis  depender  todas  sus  operaciones,  inclusas  las  in- 
telectuales ,  del  organismo ;  puesto  que  le  quitáis  su  libertad  y  el 
albedrío  que  son  los  atributos  más  preciosos  de  su  ser ,  y  puesto 
que  le  convertís  en  un  autómata.  Siendo  esto  así,  ¿para  qué  que- 
réis la  justicia?  para  qué  los  tribunales?  Según  vuestras  doctrinas 
no  debe  haber  castigo ,  ni  remuneración  en  este  mundo ,  ni  en 
ningún  otro. 

— Oh,  M.  Leynoff!— dijo  con  fuego  el  Sr.  Sattulo; — es  imposible 
que  creáis  que  yo  pueda  ser  materialista,  cuando  desprecio  y  abo- 
mino ese  sistema.  Recordad  que  yo  hablo  ahora  como  médico  y  no 
como  teólogo  ni  psicólogo ,  que  me  ocupo  exclusivamente  de  los 
órganos  y  de  fluidos  que,  aunque  incoercibles,  son,  sin  la  más  leve 
duda,  materiales.  Por  lo  demás,  M.  Leynoff,  entre  los  órganos  y 


464  UNA   TEMPORADA 

SUS  fluidos ,  Ó,  lo  que  es  igual ,  entre  la  materia  ponderable  y  la 
imponderable ,  hay  un  quiero  y  un  no  quiero ,  6,  lo  que  es  igual, 
la  voluntad;  y  este  quiero  y  no  quiero,  ó  esta  voluntad,  no  son, 
no  pueden  ser,  ni  serán  jamas,  jamas,  ¿lo  ois  bien,  M.  Leynofñ 
producto  de  la  materia.  Y  por  qué?  Porque  no  fué  nunca  atributo 
de  ésta  pensar  ni  deliberar.  Y  siendo  esto  cierto ,  como  lo  es  sin  la 
menor  duda,  ¿no  vienen  á  ser  este  quiero  y  no  quiero,  ó,  lo  que  es 
igual ,  la  voluntad ,  la  prueba  más  inequívoca  de  que  dentro  del 
hombre  hay  algo  más  que  materia ,  que  hay  en  él  una  cosa  sobre- 
natural ,  una  cosa  que  se  sustrae  á  nuestras  investigaciones ,  que 
no  pueden  apreciar  nuestros  sentidos ,  y  que  por  lo  mismo  debe 
pertenecer  á  otra  esfera  muy  distinta  de  la  humana?  Esta  ema- 
nación ,  pues ,  ó  este  rayo  que  nos  viene  del  Altísimo ,  es  nuestra 
alma,  M.  Leynoff,  y  esta  alma  como  nada  tiene  de  común  con 
la  materia,  no  es  del  dominio  del  médico,  que  no  debe  hablar,  ni 
ocuparse  jamas  de  ella,  sino  para  enorgullecerse  de  poseerla.  ¿Es- 
tais  ahora  satisfecho? 

— Enteramente , — contestó  M.  Leynoff: — servios  continuar. 

— Pasemos  entonces, — dijo  el  Sr.  Sattulo, — á  otra  clase  de  fe- 
nómenos. 

Si  lo  dicho  hasta  ahora  no  bastase  para  probar  que  la  electricidad 
existe  dentro  de  nosotros,  y  que  es  la  que  inmediatamente  nos  ani- 
ma, bastaría  ver  al  organismo  todo  cuajado  de  fibras,  que  son  sus 
mejores  conductores,  para  que  no  nos  quedase  duda  de  este  aserto. 
Hasta  el  cerebro  mismo  no  es  otra  cosa  que  un  conjunto  de  estos 
hacecillos  admirables,  si  se  exceptúa  la  sustancia  cortical,  que  está 
formada  por  vasillos  de  una  tenuidad  excesiva. 

Aún  más:  estando  los  fluidos  eléctrico  y  magnético  existentes  en 
los  nervios,  y  difundidos  per  el  organismo,  es  forzoso  que  se  eli- 
minen por  la  piel.  Y  se  eliminan,  señores,  puesto  que,  unidos  á  los 
gases  de  que  se  compone  el  aire,  y  á  los  fluidos  calórico  y  lumíni- 
co, contribuyen  á  formar  la  atmósfera  que  envuelve  al  hombre. 
Esta  atmósfera  no  se  ve,  es  verdad,  porque  está  formada  de  cuer- 
pos invisibles  y  pohderables  unos,  é  invisibles  é  imponderables 
otros;  pero  se  siente  por  sus  efectos.  Para  que  tengáis  una  idea  de 
ella,  figuráosla  como  una  luz  remisa  que  se  ensancha  alrededor  de 
la  cabeza,  que  se  estrecha  en  el  cuello ,  que  vuelve  á  ensancharse 
en  el  pecho ,  que  disminuye  en  el  vientre ,  y  que  disminuye  más 
aún  en  ha  extremidades.  Esta  atmósfera  que  emana  del  hombre. 


fiN   EL    MÁS   BELLO    DE    LOS   PLANETAS.  465 

y  que  está  compuesta  de  aire,  del  oxigeno,  hidrógeno  y  sales  que 
componen  la  exhalación,  y  de  los  fluidos  eléctrico,  calórico  y  lu- 
mínico, se  extiende  doce  ó  trece  pasos  por  delante ,  se  desvanece 
progresivamente,  y  va  á  perderse  de  un  modo  casi  insensible  en  la 
atmósfera  de  Saturno;  de  manera  que  todo  lo  que  el  hombre  roba 
á  ésta  por  medio  de  la  respiración  y  de  la  piel,  se  lo  devuelve  por 
medio  de  esta  atmósfera,  como  devuelve  á  Saturno ,  por  medio  de 
sus  deyecciones,  las  sustancias  que  de  él  habia  tomado  para  la  con- 
servación de  su  existencia. 

Figuraos  ahora  que  atraviesan  esta  atmósfera  dos  ráfagas  lumi- 
nosas que  salen  de  las  pupilas,  susceptibles  como  ellas  de  aumento 
y  disminución,  y  que  van  á  perderse  á  una  distancia  imposible  de 
apreciar,  porque  es  muy  grande  ;  figuraos  otras  dos  que  salen  de 
los  oidos,  más  gruesas  que  las  anteriores,  pero  menos  poderosas 
que  ellas,  que  van  á  perderse  á  una  distancia  también  muy  consi- 
derable; figuraos  otras  dos  que  salen  de  las  narices,  más  gruesas 
que  las  precedentes ,  pero  que  no  pasan  sino  muy  poco  de  la  at- 
mósfera que  atraviesan  ;  figuraos  otra  que  sale  por  la  boca ,  más 
gruesa  que  las  demás  juntas ,  pero  de  menos  extensión ;  figuraos 
todo  esto,  repito,  y  tendréis  una  idea,  no  sólo  de  las  atmósferas  que 
nos  rodean,  sino  de  lo  que  puede  alcanzar  su  actividad. 

Por  lo  dicho,  y  sin  que  me  extienda  en  más  explicaciones,  com- 
prendereis perfectamente  que  el  influjo  que  los  seres  tienen  unos 
sobre  otros ,  lo  mismo  que  sus  antipatías ,  simpatías  y  afecciones, 
no  penden  de  modificaciones  puramente  nerviosas  como  antes  equi- 
vocadamente se  creia,  sino  de  cuerpos  que,  aunque  invisibles  é  im- 
ponderables, son,  sin  la  más  leve  duda,  materiales.  Por  ejemplo: 
henos  aquí  ahora  ;  ¿no  parece  que  estamos  separados?  Pues  no  es 
asi,  toda  vez  que  nos  hallamos  reunidos  por  medio  de  nuestras  at- 
mósferas, é  influyendo  unos  sobre  otros ,  según  el  estado  eléctrico 
de  cada  uno. 

— ¿Cómo  el  estado  eléctrico? — preguntó  M.  Leynoff. 

— Voy  á  explicarme, — contestó  el  Sr.  Sattulo. 

Todos  los  hombres  se  hallan,  unos  respecto  de  otros,  electrizados 
positiva  ó  negativamente.  Cuando  el  estado  eléctrico  es  uno  mis- 
mo, se  rechazan:  cuando  es  contrario,  se  atraen.  Pondré  un  ejem- 
plo para  que  me  comprendáis  mejor. 

Cuando  dos  jóvenes  de  diferente  sexo  se  encuentran,  sus  atmós- 
feras se  ponen  en  contacto ,  y  no  sólo  se  mezclan  é  introducen  en 

TOMO  XV,  30 


466  UNA    TEMPORADA 

SUS  respectivos  cuerpos  las  ráfagas  que  de  ellas  se  destacan,  sino 
que  se  agrandan  y  vigorizan  hasta  dar  lugar  á  fenómenos  muy 
dignos  de  consideración.  En  efecto,  su  sensibilidad  se  exalta  á  im- 
pulso de  la  mutua  influencia  que  las  atmósferas  y  las  ráfagas  ejer- 
cen unas  sobre  otras;  su  sangre  se  acelera,  palpitan  sus  corazones, 
su  respiración  se  hace  frecuente,  brillan  sus  ojos,  se  colorean  sus 
rostros,  y  se  sienten  atraídos  por  una  fuerza  irresistible.  Sin  em- 
bargo, la  razón  y  la  sociedad  acallan  estos  impulsos  hasta  el  punto 
de  hacerlos  imperceptibles. 
•  — Ah ,  esto  es  muy  curioso — dije  yo ,  sin  poderme  contener. 

— En  general, — continuó  elSr.  Sattulo, — el  hombre  más  vigoroso 
está  siempre  electrizado  en  sentido  positivo  respecto  del  que  lo  es 
menos;  por  eso,  si  en  lugar  de  la  joven,  continuó  este,  presenta- 
seis al  joven  un  niño,  ó  un  anciano ,  sucedería  lo  mismo  ;  pero  la 
atracción  seria  menos  enérgica,  pues,  aunque  respecto  de  ellos ,  se 
halla  siempre  el  joven  electrizado  en  sentido  positivo,  las  atmós- 
feras y  las  ráfagas  que  el  niño  y  el  anciano  le  devuelven,  no  son  tan 
poderosas  como  las  que  él  les  manda;  asi  es  que  se  agrandan  algo, 
pero  nunca  tanto  como  habéis  visto  que  sucedía  con  la  joven. 

Pero  si  en  lugar  de  una  joven ,  de  un  niño,  ó  de  un  anciano ,  le 
presentaseis  otro  joven  de  la  misma  edad  y  de  igual  fuerza  y  po- 
derlo, electrizado  en  un  mismo  sentido,  es  decir,  en  sentido  posi- 
tivo, podrán  la  educación ,  el  talento,  y  los  deberes  que  impone  la 
sociedad,  mantenerlos  por  algún  tiempo  en  armonía;  pero  tan 
pronto  como  el  más  leve  motivo  ponga  en  acción  su  cólera ,  y  esta 
aumente  la  extensión  y  el  vigor  de  sus  ráfagas  y  de  sus  atmósfe- 
ras, no  sólo  estos  jóvenes  se  mirarían  con  tibieza,  sino  que  llega- 
rían á  aborrecerse. 

Y  de  estas  atmósferas  y  de  estas  ráfagas,  pende,  señores,  el  que 
un  hombre  superior  mande  despóticamente  á  ejércitos  poderosos, 
y  que  arrastre  y  conduzca  al  fin  que  se  propone ,  á  todo  un  audi- 
torio por  sabio  y  numeroso  que  este  sea.  Los  grandes  genios  se 
hallan  siempre  electrizados  en  sentido  positivo ,  respecto  de  los 
demás ,  que,  á  pesar  suyo,  tienen  que  admirarlos  y  seguirlos.  ¿Y 
por  qué?  Porque  dotados  de  un  sistema  nervioso  muy  activo ,  y  ro- 
deados de  atmósferas  poderosas ,  derraman  sobre  sus  oyentes  can- 
tidades enormes  de  fluido  electro-magnético,  que  los  atraen  y  en- 
tusiasman hasta  el  punto  de  hacer  de  ellos  todo  lo  que,  con  bueno 
ó  mal  fin ,  se  hayan  propuesto. 


EK   BL   MÁS   SELLO   DE   LOS   PLANETAS.  46*7 

Hé  ahí,  pues,  cómo,  aunque  poco  conocidos  estos  cuerpos,  nos 
explican  con  sencillez  esas  simpatías  misteriosas  que  tanto  nos 
sorprendieron  algún  dia,  y  que  tanto  nos  dieron  en  qué  pensar;  y 
hé  ahi  cómo  á  medida  que  los  estudiamos ,  van  desapareciendo 
esos  que  el  vulgo  llama  encantos,  sortilegios  y  fenómenos  sobrena- 
turales, que  no  son  en  resumidas  cuentas  otra  cosa  que  fuegos  y 
modificaciones  de  estos  fluidos  admirables. 

— ¡Oh  doctor! — dijo  á  esta  sazón  M.  Leynoff; — aunque  falta  mu- 
cho por  saber  de  esa  materia  sobrehumana  (esta  es  la  palabra, 
doctor)  ,  lo  que  acabáis  de  referir  es  de  tal  precio  ,  que  abre  un 
campo  dilatado  al  genio  del  hombre  por  el  cual ,  si  se  lanza  con 
resolución,  llegará  á  ejecutar  cosas,  que,  como  ha  dicho  el  señor 
Nottely,  le  harán  parecerse  á  un  Dios. 

— Asi  es  la  verdad, — dijo  el  Sr.  Sattulo; — y  si  cupiese  en  los  lími- 
tes de  una  conferencia  decir  todo  lo  que  pienso  respecto  de  estos 
fluidos,  veríais  que  no  sólo  se  puede  explicar  por  ellos  lo  que  pasa 
en  la  inteligencia,  sino  hasta  el  milagro  de  descorrer  el  velo  á  lo 
futuro. 

No  quiero  concluir, — continuó  el  Sr.  Sattulo, — sin  deciros  que, 
así  como  hay  dos  sangres  y  dos  sistemas  nerviosos  en  nuestra  eco- 
nomía, hay  también  dos  vidas. 

— ¡Dos  vidas!  ¿Cómo  es  eso? — preguntó  M.  Leynof; — explicaos, 
amigo. 

— Dos  vidas,  sí, — respondió  éste. 

— Y  qué  vidas  son  esas  ? 

— La  orgánica  y  la  de  relación. 

— Ah,  sí,  os  comprendo; — proseguid,  doctor. 

— La  orgánica, — continuó  el  Sr.  Sattulo, — cuyas  exigencias  vie- 
nen de  las  visceras,  se  parece  mucho  á  la  de  los  brutos,  pues  ade- 
más de  residir  en  ella  el  dominio  del  instinto,  no  admite,  sino  des- 
pués de  grandes  luchas,  la  menor  cortapisa  á  sds  deseos.  Cuando 
estos  hablan ,  quiere  satisfacerlos  al  momento,  y  lo  haría  á  todas 
horas  y  en  todas  partes ,  si  la  otra  no  corrigiese  y  moderase  sus 
impulsos.  De  ahí  las  luchas  que  tienen  entre  sí,  siempre  tenaces, 
siempre  peligrosas,  pues  no  puede  vencer  la  una,  sin  que  se  resien- 
ta la  otra . 

Sí,  señores;  las  exigencias  de  las  visceras  son,  á  veces,  tan  im- 
periosas ,  que ,  no  sólo  desarreglan  y  aun  dañan  la  inteligencia 
por  los  esfuerzos  que  esta  hace  para  contrarestarles,  sino  que  la 


468  UNA   TEMPORADA 

vencen  y  anonadan  hasta  el  punto  de  que  despojando  al  hombre 
de  su  razón,  acaban  por  convertirle  en  una  bestia. 

Otras  veces  no  pasan  asi  las  cosas,  sino  que  siendo  menos  apre- 
miantes las  exigencias  de  las  visceras,  son,  sin  embarg-o,  más  per- 
sistentes, en  cuyo  caso,  los  puntos  del  cerebro  solicitados  por  ellas, 
llegan  á  fatigarse  y  á  enfermar ,  constituyendo  asi  esas  variadas, 
delicadisimas  y  progresivas  gradaciones  de  la  melancolia .  de  la 
mania,  de  la  monomania  y  de  la  demencia.  En  una  palabra,  la 
preponderancia  de  las  visceras,  ó,  lo  que  es  igual,  sus  exigencias 
que  no  pueden  existir,  sino  á  espensas  de  la  integridad  intelectual, 
convierte  al  hombre  en  un  ser  malo ,  intratable  y  feroz ,  mientras 
que  la  preponderancia  de  la  inteligencia  le  hace  amable,  espiri- 
tual y  afectuoso.  Del  equilibrio  (casi  nunca  posible)  de  estas  dos 
vidas,  resulta  la  armonía  perfecta  de  las  facultades  que  posee  el 
hombre ,  y  este  equilibrio  lo  disfrutan  sólo  los  que  ejercitan  á  la 
vez  sus  fuerzas  físicas  é  intelectuales,  si  bien  este  equilibrio  ¡  pas- 
maos! no  produce  los  grandes  genios. 

— Qué  decis? — preguntó  sorprendido  el  Sr.  Nomara. 

— No,  Principe, — repuso  el  Sr.  Sattulo, — porque  los  grandes  ge- 
nios, lo  mismo  que  los  grandes  criminales ,  necesitan  para  serlo  y 
distinguirse  de  los  demás ,  un  cerebro  bien  conformado  (advertid 
que  digo  conformado  y  no  desarrollado,  porque  un  cerebro  volu- 
minoso no  constituye  el  genio,  sino  la  armonía  que  entre  si  tienen 
las  partes  que  lo  componen) ,  y  la  preponderancia  de  una  viscera, 
ó  que  esta  padezca  una  enfermedad  crónica . 

— Me  sorprendéis, — dijo  M.  Leynoff. 

— Pero  pensareis  como  yo — repuso  el  Sr.  Sattulo — cuando  se- 
páis en  qué  me  fundo. 

— Pues  decid,  decid,  amigo  mió. 

— La  preponderancia  de  una  viscera — continuó  el  Sr.  Sattulo— 
supone  un  exceso  de  vitalidad  en  ella,  y  este  exceso  es  forzoso  que 
agrande  Ift  atmósfera  que  la  rodea,  y  por  consiguiente  su  esfera 
de  actividad.  Advertid  que  todos  los  órganos  poseen  una  y  otra. 
Y  como  estas  atmósferas  y  estas  esferas  (simpatías  y  sinergias  de 
los  médicos)  no  pueden  formarlas  sino  los  fluidos  incoercibles,  es 
claro  que,  actuando  poderosamente  sobre  el  cerebro,  lo  excitarán, 
vigorizarán  y  sacarán  de  su  estado  natural,  ya  comunicándole 
parte  de  la  vitalidad  que  habia  en  la  viscera,  ó  ya  elevando  á  la 
suya  á  un  grado  de  poder  tal ,  que  le  hagan  concebir  esas  produc- 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.  469 

ciones  sublimes  y  brillantes  que  tanto  embelesan  á  ios  hombres. 

Y  lo  misrao  que  sucede  con  la  preponderancia  de  una  viscera, 
sucede  con  una  enfermedad  crónica  que ,  manteniendo  un  punto 
constante  de  fluxión,  y  por  consig'uiente  de  vitalidad  en  ella,  pro- 
duce los  efectos  que  acabo  de  referir.  ¡Oh,  si  yo  pudiera  deciros  todo 
cuanto  en  esta  materia  se  me  ocurre !  Entonces  ni  admiraríais  los 
grandes  genios,  ni  execraríais,  sino  que  compadeceríais  ciertos 
célebres  criminales.  Basta  por  hoy,  señores. 

Impresión  grande  nos  causó  esta  conferencia :  Nolatto  ,  sobre 
todo,  no  acababa  de  salir  de  su  abstracción ,  ni  quizá  hubiera  sa- 
lido en  mucho  tiempo  si  el  ruido  que  hicimos  con  los  asientos ,  al 
levantarnos,  no  le  hubiera  sacado  de  ella. 

— No,  no  os  vayáis  aún, — dijo  levantando  la  cabeza,— pues  si 
bien  admiro  y  conozco  todo  el  mérito  de  lo  que  acaba  de  decir 
Sattulo,  se  me  ocurren  algunas  dudas  que  quisiera  me  resolviese. 

— Exponedlas, — dijo  el  Sr.  Sattulo, — y  procuraré  complaceros. 

Al  oír  esto  volvimos  á  sentarnos  todos. 

— Vos  lo  habéis  dicho,  querido  Sattulo, — dijo  el  Sr.  Nolatto; — 
sin  los  órganos  no  puede  haber  vida,  así  como  sin  ésta  no  pueden 
existir  aquellos. 

— Cierto  que  lo  he  dicho  y  lo  repito, — contestó  el  Sr.  Sattulo. 

— Y  entonces, — repuso  el  Sr.  Nolatto, — si  la  vida  y  los  órganos 
no  pueden  separarse;  si  sólo  unidos  y  formando  un  ser  es  como 
pueden  percibirse,  ¿qué  fuerza,  qué  valor  ó  qué  grado  de  certeza 
han  de  tener  vuestras  doctrinas  respecto  de  la  materia  ponderable 
é  imponderable,  toda  vez  que  si  una  y  otra  son  materias,  incurrís 
en  el  mismo  error  que  echáis  en  cara  á  los  que  no  ven  en  el  hom- 
bre más  que  órganos?  Cuál  es  entonces  para  vos  la  vida?  ¿Dónde 
está?  Qué  queréis  hacer  de  ella?  Y  aun  cuando  la  coloquéis  en  la 
materia  imponderable,  como  casi  lo  habéis  hecho  presumir,  ¿quién 
os  ha  dicho  que  el  análisis  de  esas  fuerzas ,  y  de  su  modo  de  obrar 
eran  posibles,  tratándose  de  una  gran  síntesis  como  es  el  hombre? 
Le  matáis?  Adiós  vida,  adiós  fluidos  incoercibles,  que  desaparece- 
rán como  el  relámpago  sin  dejar  en  pos  de  sí  la  más  pequeña  hue- 
lla. Cómo  entonces  estudiáis  la  vida?  Cómo  estudiáis  los  fluidos?  Y 
si  absolutamente  es  imposible,  como  no  podéis  menos  de  conceder, 
¿qué  valor  tendrán,  repito,  vuestras  teorías,  que,  aunque  seducto- 
ras siempre^  no  pueden  ser  más  que  utopias,  puesto  que  carecen 
de  fundamento?  Desengañaos,  amigo:  todo  estudio  del  hombre  que 


470  UNA    TEMPORADA 

no  se  haga  sobre  el  hombre  mismo  con  vida,  y  tal  como  Dios  nos 
le  ofrece  á  nuestra  vista,  será  siempre  erróneo,  será  un  sistema ,  y 
como  tal,  incapaz  de  llenar  los  vacíos  de  la  ciencia  y  las  variadas 
modificaciones  de  que  el  organismo  es  susceptible.  Perdonadme  si 
os  hablo  con  esta  franqueza ,  puesto  que  así  lo  exige  la  importan- 
cia del  asunto. 

— Y  esa  franqueza,  Nolatto  amigo,  me  encanta,  puesto  que  me 
pone  en  el  caso  de  afirmarme  más  y  más  en  mis  doctrinas,  que  vos 
pretendéis  desvirtuar.  Vuestra  objeción  es  justa,  poderosa,  y  sobre 
todo  fundada;  pero  en  parte,  en  parte  sólo,  lo  entendéis? 

— Cómo  en  parte? 

— Voy  á  explicarme. 

Convengo  en  que  el  hombre  sólo  debe  considerarse  como  tal, 
cuando  goza  del  lleno  de  su  existencia,  y  que  exento  de  esta,  no 
queden  más  que  sus  órganos;  convengo  en  que  cuando  se  estudian 
estos,  no  podemos  estudiar  la  vida,  ó  lo  que  es  igual,  los  fluidos 
incoercibles,  porque  ya  no  existen,  y  porque  no  dejan  en  pos  de  sí 
huella  ninguna;  y  convengo,  en  fin,  en  que  el  hombre  es  una  gran 
síntesis.  Ahora  os  pregunto:  ¿el  estudio  de  una  síntesis  es  el  mis- 
mo que  el  que  requieren  los  elementos  que  la  constituyen?  No, 
porque  la  síntesis  puede  estar  compuesta  de  multitud  de  partes,  y 
ser  estas  heterogéneas.  Cuando  estudiamos  una  síntesis ,  haciendo 
abstracción  enteramente  del  análisis,  ¿será  este  estudio  lo  bastante 
para  comprender  aquella  síntesis,  y  cuanto  con  ella  tiene  referen- 
cia? Imposible,  porque  nunca  me  negareis  una  cosa. 

— Qué  cosa? 

— Que  de  esta  síntesis  sólo  examinaremos  el  conjunto,  es  decir, 
su  parte  externa;  pero  jamas  podremos  apreciar  la  parte  interna. 
¿Y  cuál  os  parece  que  ofrece  más  ventajas ,  examinar  y  estudiar 
ese  exterior  desentendiéndonos  del  interior,  ó  estudiar  éste  y  des- 
pués aquel,  ó  los  dos  á  un  mismo  tiempo? 

— Es  que  con  el  estudio  interior, — repuso  el  Sr.  Nolatto, — nada 
podréis  adelantar  porque  os  falta  la  vida,  los  fluidos  incoercibles 
si  queréis. 

— Verdad  es  que  me  falta  la  vida, — dijo  el  Sr.  Sattulo, — con 
una  sonrisa  imposible  de  describir,  pero  que  penetró  hasta  lo  ínti- 
mo del  Sr.  Nolatto;  me  faltan  los  fluidos  incoercibles,  no  lo  niego; 
pero  si  me  falta  esto,  me  queda  su  residencia,  me  queda  franca  y 
patente  su  habitación  que  puedo  registrar  y  examinar  á  mi  placer 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         471 

como  lo  liag-o  con  el  cadáver;  me  quedan  los  sitios  que  recorrían, 
me  quedan  sus  conductores,  y  me  quedan,  en  una  palabra,  los 
muebles  (visceras)  de  su  uso  que  estudio,  como  he  dicho,  á  mi  pla- 
cer. Y  después  de  haber  hecho  este  estudio  con  la  atención  que  re- 
quiere  su  importancia,  ayudado  siempre  del  cálculo  y  de  la  física, 
¿os  parece  tan  difícil  presentir  como  ya  habéis  visto  que  lo  hice, 
cuál  puede  ser  la  naturaleza  de  los  agentes  que  deben  animar  aque- 
lla estancia,  cuál  su  modo  de  obrar,  mientras  la  habitan,  y  cuál 
el  fin  que  se  propone  Dios  al  disponer  las  cosas  de  aquel  modo?  No 
habré  acertado,  es  muy  posible,  ni  tengo  la  fatuidad  de  presumirlo; 
pero  después  de  este  estudio,  es  decir,  del  de  las  partes,"¿no  puedo 
hacer  el  del  conjunto,  ó  lo  que  es  igual,  de  la  gran  gíntesis?  Y  este 
estudio,  precedido  del  anterior,  ¿no  será  más  perfecto,  más  seguro, 
é  infinitamente  más  útil,  que  si  hubiese  estudiado  únicamente 
vuestra  síntesis?  Querido  Nolatto,  persuadios  de  una  cosa. 

— Qué  cosa? 

— Que  la  verdad  es  siempre  una;  pero  que  el  modo  de  exami- 
narla, cuando  es  de  aquellas  que  no  pueden  apreciar  nuestros  sen- 
tidos, difiere  tanto,  como  difieren  los  genios,  la  instrucción  y  ca- 
pacidad de  los  mismos  que  la  examinaron.  Queréis  oir  otra? 

— Decidla. 

— Que  el  juez  competente  en  ese  examen  es  la  razón,  y  que  la 
razón  no  sufre  más  yugo  que  el  que  quiere  imponerse  ella  á  sí 
misma.  Sé  que  me  entendéis,  y  basta.  Verdad? 

— Cierto, — respondió  Nolatto; — y  os  confieso  que  vuestras  re- 
flexiones nos  han  llamado  sobremanera  la  atención  y  que  medi- 
taré detenidamente  sobre  ellas.  Por  lo  demás,  creedme,  os  he  escu- 
chado con  gran  placer  y  creciente  curiosidad. 

Inclinóse  el  Sr.  Sattulo,  nos  dio  la  mano  y  nos  retiramos  muy 
complacidos  de  él. 

^ Se  continuará.) 

Tirso  Aguimana  de  Veca. 


REVISTA  POLÍTICA. 


INTERIOR. 


Comenzamos  esta  revista  bajo  una  impresión  de  ánimo  difícil  de  des- 
cribir, i  A  qué  ocultarlo?  Estamos  atónitos  y  sorprendidos.  Las  noticias^  los 
hechos,  los  desastres  de  la  guerra  entre  Francia  y  Prusia  se  precipitan  con 
tan  vertiginosa  rapidez ,  que  no  sabemos  si  antes  de  terminar  la  palabra 
que  traza  nuestra  pluma,  una  nueva  peripecia  vendrá  á  cambiar  la  dirección 
de  nuestras  ideas.  Hace  pocos  dias  calculábamos  todos  las  probabilidades  de 
la  lucha  por  una  y  otra  parte;  pero  no  podiamos  creer,  no  imaginábamos 
siquiera,  que  se  apresurara  tan  violentamente  como  se  apresura  el  término 
de  esa  formidable  contienda  donde  se  ventila,  no  sólo  la  suerte  de  dos  na- 
ciones poderosas,  sino  la  nuestra,  la  de  todo  el  mundo. 

¿Qué  valen  y  significan  las  estériles  convulsiones  de  nuestra  política  mi- 
serable ante  el  grandioso  y  solemne  espectáculo  de  esas  muchedumbres  trá- 
gicas que  sé  acometen  y  despedazan  en  las  clásicas  y  ensangrentadas  orillas 
del  Ehin?  ¿Quién  puede  prestar  atento  oido  á  nuestras  gárrulas  discordias 
intestinas,  cuando  todos  los  espíritus  se  sienten  irresistiblemente  atraídos 
por  el  confuso  rumor  de  esa  dolorosa  tormenta  humana  que  lleva  en  su  seno 
el  misterio  de  nuevas  trasformaciones  sociales?  Todo  es  á  nuestros  ojos  se- 
cundario en  presencia  del  pavoroso  problema  que  está  resolviéndose  en  es- 
tos momentos  tan  inopinadamente  por  el  choque  de  las  armas;  problema  que 
no  ha  planteado  la  voluntad  codiciosa  de  dos  ambiciones  impacientes,  ni  la 
cólera  irreflexiva  de  dos  pueblos  rivales,  como  cree  el  vulgo,  sino  esa  fuerza 
oculta  y  desconocida  que  algunos  llaman  lógica  íatal  de  la  historia,  y  noso- 
tros Providencia.  Aun  cuando  circunscrita  la  guerra  hasta  el  dia  á  Prusia  y 
Francia,  en  el  fondo  oscuro  de  esta  cuestión  magna,  donde,  en  nuestra  opi- 


REVISTA   POLÍTICA   INTERIOR.  473 

nion,  disputan  su  supremacía  la  raza  latina  y  la  germánica,  palpitan  confu- 
samente dos  principios  religiosos,  ó  más  bien,  sus  consecuencias  filosóficas. 
La  verdad  es  que  esta  desastrosa  contienda  representa  los  postreros  golpes 
del  duelo  mortal  empeñado  entre  el  racionalismo  que  avanza  y  la  tradición 
que  retrocede:  es  Lutero  acorralando  á  León  X  después  de  más  de  tres  siglos 
de  una  lucha  implacable  que  sostuvo  con  gloria  el  vigoroso  Concilio  de  Tren« 
to,  y  termina,  como  todos  ven,  en  el  triste  y  abandonado  Coticilio  de  Roma, 

i  Oh !  no  nos  extraña,  por  más  que  la  rapidez  del  resultado  nos  asombre^ 
la  marcha  dolorosa  de  esta  guerra  funesta,  pero  inevitable,  cuyas  consecuen- 
cias se  ocultan  á  la  previsión  humana.  Abrigábamos  el  presentimiento  de 
lo  que  está  sucediendo,  porque  en  nuestro  concepto  la  raza  latina,  antes  de 
empezar  el  combate,  estaba  ya  moralmente  vencida.  Hace  mucho  tiempo  que 
tiene  su  conciencia  religiosa  vacía,  que  ha  perdido  la  noción  de  su  destino, 
que  defiende  principios  en  cuya  eficacia  no  cree,  y  que,  en  el  orden  filosófi- 
co, está  entregada  en  cuerpo  y  alma  á  sus  propios  contrarios,  por  más  que 
vaya  muy  por  delante  de  ellos  en  métodos  y  prácticas  gubernamentales.  Era 
imposible  que  con  estas  condiciones  y  en  tan  difíciles  circunstancias  pudiese 
en  definitiva  vencet  á  esa  enérgica  raza  germánica  que  persigue  un  ideal  de 
que  su  émula  en  el  mundo  carece  ya,  que  conoce  la  importancia  filosófica  de 
la  causa  que  sustenta,  y  que  en  estos  momentos  realiza  quizas  una  segunda 
renovación  moral  de  estos  pueblos  del  Mediodía  de  Europa,  llenos  de  genio, 
de  arte  y  de  grandeza,  pero  fatalmente  propensos  por  sus  instintos  demagó- 
gicos á  la  corrupción  y  á  la  tiranía. 

Gran  parte,  casi  toda  la  responsabilidad  del  lamentable  y  decaído  estado 
en  que  se  encuentran,  alcanza  á  la  Iglesia,  que  resistiéndose  á  los  consejos 
de  la  prudencia,  negando  ciegamente  su  sanción  religiosa  á  los  progresos 
del  espíritu  humano,  anatematizando  en  nombre  de  Dios  la  civilización  y  la 
libertad,  ha  puesto  á  la  Europa  latina,  donde  predominan  sus  adeptos,  en 
el  terrible  trance  de  optar  entre  la  razón  y  la  fé.  En  esta  pugfla,  temeraria- 
mente sostenida,  lafó  ha  perdido  de  dia  en  dia  terreno,  el  sentimiento  ca- 
tólico se  ha  debilitado ,  la  indiferencia  ha  cundido  por  todas  partes ,  la  im- 
posibilidad de  un  acuerdo  entre  la  Iglesia  y  la  libertad  ha  divorciado  los 
intereses  de  las  creencias,  de  tal  modo  y  hasta  tal  extremo,  que  los  pueblos 
latinos  son ,  acaso  por  el  esfuerzo  mismo  que  han  tenido  necesidad  de  ha- 
cer para  emancipar  su  inteligencia  de  pesadas  ligaduras  religiosas ,  los  menos 
morales  y  sin  duda  alguna  los  más  descreídos. 

Esta  resistencia  incansable  y  tenaz  de  la  Iglesia  á  todo  pensaíniento  re. 
formador,  ha  desvanecido ,  por  decirlo  así,  entre  sombras,  la  misión  y  el 
destino  de  nuestra  raza,  que  navega  al  azar  y  sin  brújula  por  mares  borras- 
cosos. Ya  en  el  fondo  de  su  alma  social  no  es  católica,  ni  protestante,  ni 
neutral  siquiera;  es  una  confusión  humana  que  se  precipita  en  el  abisíno 
deesa  democracia  t)rutal,  turbulenta  y  niveladora  que  ha  perdido,  por  la 


474  REVISTA    POLÍTICA 

intransigencia  clerical,  su  esperanza  en  Dios  y  busca  sólo  la  posesión  mate- 
rial de  la  tierra. 

¿Cómo  habia  de  resistir  esta  confusión  humana,  simbolizada  por  Fran- 
cia, cabeza  y  corazón  de  la  familia  latina,  á  esa  impetuosa  invasión  del 
robusto  elemento  germánico,  libre  en  la  esfera  de  la  conciencia,  como  el 
águila  en  los  aires;  pero  reglamentado,  regimentado,  encerrado  todavía 
políticamente  en  la  férrea  armadura  de  instituciones  casi  feudales  para  que 
sea  más  potente  la  unidad  de  su  impulso  contra  la  monstruosa  dislocación 
de  nuestras  fuerzas  morales  y  políticas,  cada  vez  más  disueltas? 

Ha  vencido,  como  era  de  esperar;  pero  ha  vencido  demasiado  pronto,  casi 
de  improviso.  Se  ha  dejado  sentir  en  esta  lucha  antes  el  golpe  que  el  ama- 
go. De  la  noche  á  la  mañana  Europa  ha  visto  trastornadas  todas  las  leyes 
de  su  equilibrio.  Hoy  está  suspensa  y  aturdida :  dentro  de  pocos  dias,  acaso 
de  pocas  horas,  ¿cómo  estará?  ¡  Quién  lo  sabe! 

En  medio  de  esta  crisis  suprema  que  á  todos  los  pueblos  alcanza,  ¿qué 
hace  ó  que  se  propone  hacer  el  Gobierno  español?  ¿Piensa  permanecer  cru- 
zado de  brazos,  entregado  á  esa  especie  de  fatalismo  musulmán  que  le 
enerva  y  aniquila?  jVa  á  abrir  las  Cortes  ó  á  mantenerlas  cerradas?  ¿Va  á 
salir  al  encuentro  de  los  sucesos  ó  á  esperarlos  con  la  resignación  de  la  im- 
potencia? 

El  tiempo  urge,  y  es  menester  resolver  pronto.  La  catástrofe  se  cierne 
sobre  el  mundo.  Ante  las  temerosas  eventualidades  que  oscurecen  el  hori- 
zonte político,  no  es  posible  vivir  en  este  estado  de  inquietud  perpetua. 
Hace  dias  era  discutible  la  conveniencia  de  convocar  las  Cortes  Constitu- 
yentes; habia  en  pro  y  en  contra  razones  atendibles,  y  el  ánimo  desapasio- 
nado y  sereno  vacilaba  sin  saber  qué  camino  seguir  con  probabilidades  de 
acierto.  Pero  las  circunstancias  han  cambiado  repentinamente,  se  ha  acele- 
rado el  desenlace,  la  hora  de  las  soluciones  imprevistas  ha  sonado ,  y  ya  no 
es  lícita  la  duda.  O  el  Gobierno  se  cree  con  suficientes  fuerzas  para  ejercer 
la  dictadura  en  el  momento  no  imposible  del  peligro,  ó  necesita  á  toda 
costa  buscar  para  vigorizarse  el  concurso  activo  de  la  Asamblea  soberana. 

En  el  primer  caso,  es  decir,  si  se  decide  á  ejercer  la  dictadura,  debe  con- 
siderar detenida  y  maduramente  el  grave  peso  que  vá  á  echar  sobre  sus 
hombros,  comprometiendo  en  una  lucha  con  lo  desconocido  los  intereses 
más  caros  de  la  nación,  y  exponiéndose,  si  le  fuera  adversa  la  fortuna,  á  tre- 
mendas pero  merecidas  responsabilidades.  Por  grandes  que  sean  las  ilusio- 
nes que  acerca  de  su  poder  y  su  prestigio  se  forje  el  Ministerio  presidido  por 
el  General  Prim ,  no  creemos  que  lleve  su  temeridad  hasta  el  punto  de  no 
ver,  cegado  por  la  soberbia,  los  lados  débiles  y  vulnerables  de  esta  si- 
tuación ,  monárquica  en  principio ,  republicana  en  el  hecho,  mansamente 
anárquica  en  su  conjunto.  Ponemos  á  Dios  por  testigo  de  que  en  estos  críticos 
instantes  ningún  espíritu  de  hostihdad  guia  nuestra  pluma,  porque  sería 


INTERIOR.  475 

insensato  y  criminal  no  ahogar  la  voz  de  partido  en  presencia  de  las  arduas 
circunstancias  que  nos  rodean,  y  de  las  ineaperadas  complicaciones  que  pue- 
den envolvernos  de  un  dia  á  otro ;  pero  debemos  la  verdad  al  país  inquieto 
y  desasosegado,  y  no  podemos  ocultar,  sin  menoscabo  de  nuestra  concien- 
cia, que  esta  situación  es  flaca,  insegura  y  deleznable. 

i  Tendremos  que  hacer  esfuerzos  para  demostrar  la  certidumbre  de  nues- 
tra afirmación?  ¿No  es,  por  ventura,  un  hecho  que  se  impone  la  vergon- 
zosa parálisis  en  que  ha  caido  la  Revolución  de  Setiembre?  En  la  esfera 
política  no  hemos  sabido  organizamos,  ni  llevamos  trazas  de  consti- 
tuimos;  hemos  proclamado ,  sin  haber  acertado  á  establecerla,  la  única 
institución  fundamental  que  en  caso  de  conflicto  podría  agrupar  en  torno 
suyo  todos  los  elementos  de  resistencia  en  pro  del  orden  y  de  la  libertad 
amenazados,  y  nos  agitamos  estérilmente  en  el  vacío.  En  la  esfera  económi- 
ca carecemos  de  recursos,  siendo  posible,  ó  más  bien  seguro,  que  el  probable 
cataclismo  de  la  nación  francesa,  nos  prive  de  los  pocos  con  que  podíamos 
contar  y  que  eran  la  sola  esperanza  de  nuestro  desfallecido  Erario ;  vivimos 
en  un  estado  próximo  á  la  bancarota,  bajo  la  enorme  pesadumbre  de  un 
déficit  insaciable,  y  atormentados  por  las  violentas  oscilaciones  de  nuestro 
crédito  moribundo.  En  la  esfera  administrativa,  siéntese  la  confusión  natu- 
ral en  períodos  de  renovación  absoluta  y  cambio  radical  de  sistemas,  y 
como  consecuencia  inmediata  de  este  estado  transitorio ,  pero  inevitable, 
reinan  la  irregularidad  en  todas  las  funciones  de  nuestro  mecanismo  social, 
y  la  incertidumbre  en  los  nuevos  ó  reformados  poderes  públicos  que  no 
poseen  aún  la  noción  concreta  y  exacta  de  sus  deberes  y  derechos.  De  suer- 
te, que  nos  falta  base  política  sólidamente  asentada ,  nos  falta  dinero  para 
estar  prevenidos  contra  cualquier  suceso  trascendental ,  nos  faltan  medios 
ejecutivos  de  gobierno,  ó  lo  que  es  lo  mismo,  este  cuerpo  social,  empobreci- 
do y  desconcertado,  no  tiene  idea  de  organización  en  su  cerebro,  ni  san- 
gre en  sus  venas  agotadas,  ni  fuerza  en  sus  músculos  enflaquecidos.  ¿Puede 
haber  situación  más  desdichada? 

Hemos  dicho  antes  que  no  nos  guia  espíritu  alguno  de  oposición ,  y  en 
efecto,  no  saldrá  de  nuestros  labios  una  palabra  de  amarga  queja  contra 
aquellos  que  pudiéndolo  todo,  nada  han  hecho,  y  han  visto  resbalar  indife- 
rentemente los  dias ,  los  meses  y  los  años  sin  terminar  la  obra  salvadora 
que  la  Nación  habia  encomendado  á  su  patriotismo.  El  peligro  común,  la 
común  desgracia,  son  una  especie  de  amnistía  que  el  tiempo  ofrece  de  vez  en 
cuando  á  los  hombres  y  partidos  entre  sí  más  enconados  y  opuestos,  para 
que  suspendan,  con  el  mutuo  perdón,  sus  imprudentes  hostilidades.  Pre- 
parémonos á  aprovecharla,  y  en  vez  de  recordar  ofensas  pasadas,  unámo- 
nos lealmente  con  el  propósito  de  salvar  de  la  deshecha  borrasca  en  que  de 
un  momento  á  otro  nos  podemos  ver  envueltos,  los  principios  liberales  que 
juntos  hemos  defendido  y  las  instituciones  conservadoras  que  juntos  tam- 


476  REVISTA    POLÍTICA 

bien  hemos  creado.  Mas  para  acudir  oportunamente  al  remedio,  menester 
es  aprcciai*  en  toda  su  intensidad  el  daño;  no  desfigurarle,  no  encubrirle,  no 
negarle,  no  cerrar  los  ojos  á  su  triste  manifestación,  no  hacer,  en  último 
resultado,  lo  que  esas  aves  azoradas  y  medrosas  que  creen  esquivar  el  ries- 
go ocultando,  para  no  verle,  la  cabeza  debajo  del  ala.  Repitámoslo  otra  vez 
más :  la  Revolución  de  Setiembre  y  el  Gobierno  que  la  simboliza,  tropiezan 
en  el  interior  y  en  el  exterior  con  grandes  dificultades,  y  están  expuestos  á 
mortales  contingencias. 

¿Es  posible  que,  dentro  de  estas  condiciones,  el  Ministerio  presidido  por 
el  General  Prim  desconozca  hasta  tal  punto  su  flaqueza,  que  crea  bastarse 
solo  para  salir  al  paso  de  los  acontecimientos,  mantener  ilesa  su  autoridad 
comprometida,  y  ejercer,  como  antes  hemos  dicho,  si  el  peligro  arreaia,  la 
dictadura  de  las  circunstancias?  Seguros  estamos  de  que  no  abriga  presun- 
ción tan  loca  y  ocasionada  á  terribles  desengaños.  No  hay  más  camino,  pues, 
que  abrir  las  Cortes,  buscar  en  el  mutuo  concurso  de  todos  los  elementos 
revolucionarios  la  fuerza  que  aisladamente  á  todos  ellos  falta,  anticiparse, 
hasta  donde  la  previsión  alcance,  á  las  eventualidades  probables,  y  arbitrar 
el  medio  de  robustecer  parlamentariamente  al  Ministerio  si  se  mantiene  fir- 
me ,  como  de  su  lealtad  y  propia  conveniencia  debe  esperarse,  en  la  fe  mo- 
nárquica que  ha  sostenido  y  confesado. 

Porque  sobre  este  punto  no  nos  es  siquiera  permitida  la  duda.  Calum- 
nian al  Marqués  de  los  Castillejos  los  que,  en  vista  del  giro  que  toman  las 
asuntos  de  Europa,  suponen  en  él  veleidades  ó  vacilaciones  republicanas. 
Sus  profundas  convicciones  monárquicas ,  su  dignidad  personal  y  política, 
su  seguridad  misma,  le  vedan  entrar  en  este  terreno,  donde,  perdiéndonos, 
se  perderia  irremisiblemente  para  siempre.  No  es  posible  que  haya  cruzado 
por  su  pensamiento  la  absurda  idea  de  confundir  la  lánguida  serenidad  de  la 
revolución  española  con  los  estremecimientos  convulsivos  de  la  angustia 
francesa,  dado  el  caso  hipotético  de  que ,  vencido  el  Imperio  por  las  armas 
prusianas,  se  proclamase  en  la  nación  vecina  la  tremenda  república  de  la  de- 
sesperación. La  república  no  puede  nacer  en  Francia  sino  de  la  catástrofe, 
que  nunca  ha  engendrado  más  que  monstruos.  Pasaria  como  nube  tempes- 
tuosa, y  ¡  ay  de  los  Gobiernos  imprevisores!  ¡ay  de  los  pueblos  insensatos 
que  hubieran  hecho  causa  común  con  la  tormenta ! 

Pero  ¿á  qué  cansarnos?  Puede  haber,  hay  en  efecto,  si  nó  en  e)  Ministe- 
rio, al  menos  cerca  de  él,  imaginaciones  impresionables  y  naturalezas  in- 
quietas, que,  trastornadas  por  la  grandeza  de  os  sucesoB,  creen  en  la  posibi- 
lidad, y  la  defienden,  de  una  evolución  gubernamental  en  sentido  republi- 
cano. Puede  haber,  hay  seguramente,  periódicos  radicales  que  con  cierta  ti- 
midez apuntan  ya  el  deseo  de  llegar  á  esta  soluc  on,  si  la  dinastía  napoleri- 
nica  desapareciera  del  trono  de  Francia,  empujad  por  sus  derrotas  y  por  la 
exasperación  de  un  pueblo  humillado.  Pero  los  hombres  del  poder  no  están 


INTERIOR.  477 

tan  desprovistos  de  juicio,  que  participen  de  estas  irreflexivas  exaltaciones 
de  ánimo,  y  no  nos  cabe  la  menor  duda  de  que  todos  ellos,,  especialmente  el 
General  Prim ,  cuyas  cuentas  con  la  demagogia  no  están  aún  saldadas ,  se 
opondrían  con  toda  la  energía  de  que  son  capaces,  si  la  eventualidad  surgie- 
se, á  esa  tendencia  aventurera  de  algunos  de  sus  mal  aconsejados  amigos  é 
impacientes  auxiliares. 

La  república  no  vendrá  por  estos  caminos ;  pero  -á  nadie  tanto  como  al 
Grobierno  le  conviene  estar  preparado  contra  el  turbión  demagógico  que  de 
un  momento  á  otro  puede  inundarnos,  si  los  descalabros  del  ejército  francés 
se  repiten  y  acrecientan.  Por  eso  tenemos  el  íntimo  convencimiento  de  que 
las  Cortes  reanudarán  dentro  de  breve  plazo  sus  sesiones,  á  pesar  del  acuer- 
do negativo  tomado  la  noche  del  8  por  la  Comisión  permanente. 

Las  palabras  mismas  del  Presidente  del  Consejo  de  Ministros  en  la  dis- 
cusión que  con  este  motivo  se  promovió  robustecen  nuestra  creencia,  y  sólo 
sentimos  que  una  mezquina  cuestión  de  amor  propio  haya  sido  causa  quizás 
de  que  no  se  llegara  en  la  reunión  del  lunes  á  una  necesaria  y  patriótica 
avenencia.  Pero  era  preciso  que  á  un  mensaje  se  opusiera  otro  mensaje,  á 
una  petición  una  repulsa,  á  la  opinión  de  los  señores  Eios  Rosas,  Topete, 
Cantero  y  Lorenzana,  la  de  los  señores  Martos,  Madoz  y  Madrazo,  y  ante 
esta  necesidad  de  nuestras  malas  costumbres  políticas ,  donde  la  abnegación 
para  nada  figura,  se  sacrificó  una  idea  que  en  nuestro  juicio  se  agitaba,  más 
ó  menos  intensamente,  en  la  conciencia  de  lodos  los  individuos  de  la  Co- 
misión y  del  Gobierno  mismo. 

Esta  intransigencia  incurable  de  nuestros  partidos  políticos ,  que  de  tan- 
tas y  tan  hondas  perturbaciones  ha  sido  origen,  produjo  en  el  curso  de  la 
discusión,  sostenida  la  noche  del  8  en  el  seno  de  la  Comisión  permanente, 
sus  tristes  y  deplorabihsimos  efectos.  No  censuraremos  á  nadie;  pero  la 
verdad  es  que  no  comprendemos  en  momentos  tan  difíciles  como  los  actua- 
les ,  cuando  es  necesaria  la  cooperación  de  todos  para  vencer  los  obstáculos 
que  se  presentan,  cuando  la  debilidad  misma  de  la  situación,  cuyos  peligros 
saltan  á  la  vista,  reclama  de  unos  y  otros  la  mayor  prudencia;  no  com- 
prendemos, repetimos,  que  haya  hombres  conservadores  que  se  declaren 
en  oposición  abierta,  Gobiernos  que  contesten  á  estas  agresiones  puramente 
personales  con  embozadas  amenazas ,  ni  espíritus  tan  esencialmente  volu- 
bles que  bajo  la  impresión  de  los^sucesos,  y  con  menosprecio  délas  ideas, 
dejen  entrever  la  inminencia  de  un  cambio  radical  en  sus  doctrinas,  propó- 
sitos y  soluciones.  No:  en  estas  circunstancias  escabrosas,  ni  debe  combatir- 
se al  poder,  mientras  permanezca  fiel  á  sus  compromisos  fundamentales,  ni 
el  Ministerio  puede  entregarse  sin  reflexión  á  una  política  de  despecho,  ni 
es  licito  abandonar  como  miserable  tránsfuga,  como  desertor  al  frente 
del  enemigo,  las  opiniones  que  en  días  más  bonancibles  se  han  profesado. 
Tenemos  formado  de  los  distinguidos  repúblicos  á  quienes  aludimos,  un 


478  RSVISTA   POLÍTICA 

concepto  tan  alto  que  no  les  creemos  capaces  de  faltar  en  estas  horas  supre- 
mas á  las  inspiraciones  del  deber  y  del  patriotismo.  La  palabra  es  un  ins- 
trumento indócil  que  no  siempre  obedece  á  la  dirección  del  pensamiento,  y 
cuando  el  debate  se  caldea,  cuando  la  contradicción  se  hace  apasionada,  sue- 
le romper  muchas  veces  la  elocuencia ,  como  corcel  desbocado ,  los  límites 
de  la  razón  y  la  justicia.  Hay  que  ser  indulgentes  con  las  imperfecciones  in- 
corregibles de  nuestra  flaca  naturaleza  humana. 

No  falta,  sin  embargo,  quien  quiera  sacar  partido  de  estos  incidentes  de 
un  debate  acalorado,  para  ahondar  las  divisiones  que,  por  desdicha,  separan 
á  los  más  autorizados  hombres  de  la  Revolución  de  Setiembre.  Inútil  nos 
parece  advertir,  porque  á  la  penetración  de  nuestros  lectores  no  puede  ocul- 
társeles, que  los  que  más  se  señalan  y  distinguen  en  esta  poco  envidiable 
empresa,  son  precisamente  aquellos  que  mal  avenidos  con  su  disfraz  monár- 
quico, y  alucinados  por  el  aspecto  nada  halagüeño  de  los  asuntos  político- 
militares  de  Francia,  juzgan  llegada  la  hora  de  verificar  un  movimiento  de 
conversión  hacia  la  república.  Estos  elementos  díscolos,  á  quienes  en  primer 
término  puede  culpárseles  del  estado  de  marasmo  crónico  en  que  ha  caido  la 
Revolución,  se  mueven,  agitan  y  bullen  estos  días,  con  incansable  perseve- 
rancia en  periódicos,  reuniones,  cafés  y  centros  políticos;  buscan  alianzas 
con  los  jefes  del  partido  republicano,  y  hasta  se  asegura  que  mantienen  se- 
cretas inteligencias  con  los  clubs  más  perturbadores  de  Madrid ,  á  la  vez 
que  tratan ,  valiéndose  de  sus  influencias  y  amistades ,  de  empujar  al  Gro- 
biemo  por  la  pendiente  del  abismo. 

La  verdad  es ,  que  desde  que  los  reveses  del  ejército  francés  han  hecho 
entrever  la  posibilidad  de  la  caidadel  Imperio,  entre  los  horrores  de  una 
guerra  extranjera  y  las  violencias  del  tumulto,  reina  en  determinados  círcu- 
los de  la  capital  cierta  agitación  sorda  que  no  se  ve,  pero  que  se  siente.  Algu- 
nos grupos  pacíficos,  más  ó  menos  numerosos  en  la  Puerta  del  Sol  durante 
las  primeras  horas  de  la  noche;  unos  cuantos  discursos  incendiarios  en  los 
clubs ,  varios  de  los  cuales  se  han  declarado  en  sesión  permanente,  y  algu- 
nos artículos  audaces  en  la  prensa  exaltada,  tales  son  los  únicos  síntomas 
de  la  oculta  ebullición,  que  aparecen  en  la  superficie  social.  Diríase  que  son 
las  palpitaciones  del  motin  que  despierta  y  se  dispone  para  el  combate. 
Esta  inquietud  creciente  se  sostiene  y  aviva  con  la  esperanza  falsamente  ex- 
tendida, y  no  sabemos  por  quién  alimentada ,  de  que  el  Ministerio  actual 
tomaria  la  iniciativa  para  proclamar  la  República,  si  las  oleadas  de  la  de- 
magogia consiguieran  derribar  el  vacilante  trono  de  Napoleón  III.  Hasta  la 
circunstancia  de  haber  concedido  en  estos  momentos  el  Gobierno  una  am- 
nistía general  y  amplia  para  todos  los  delitos  políticos  cometidos  desde  el 
29  de  Setiembre  de  1868,  medida  de  clemencia  que  aplaudimos,  aun  cuan- 
do su  oportunidad,  para  muchos,  sea  discutible,  contribuye  á  robustecer  esa 
desatinada  creencia  que  ha  encontrado  fácil  acogida  enl  re  el  vulgo.  El  partido 


INTEÍIIOR.  4Í9 

republicano  ha  recibido  la  amnistía  como  una  promesa  ministerial  de  mayo- 
res concesiones ;  sus  Diputados  se  han  reunido  para  pedir ,  según  se  dice, 
la  convocatoria  de  las  Cortes  á  fin  de  proceder  á  la  revisión  inmediata  del 
artículo  33  de  la  Constitución,  y  el  Directorio  anuncíala  publicación  de  un 
próximo  Manifiesto. 

No  sabemos  si  cuando  se  desengañen  de  su  error  y  vean  que  el  Gobierno 
no  se  aparta  de  la  línea  de  conducta  trazada  por  el  deber,  y  exigida  por  la 
seguridad  del  Estado,  pretenderán  esos  soñadores  de  repúblicas  imposibles, 
imponemos  su  voluntad  por  la  fuerza.  Sentiríamos  que  llevasen  á  ese  ex- 
tremo su  demencia,  porque  la  sangre  vertida  estérilmente  en  luchas  intesti- 
nas imprime  indeleble  mancha  en  los  vencedores  y  en  los  vencidos;  pero  si 
á  tanto  se  atreviesen,  caiga  sobre  ellos  la  maldición  de  Dios  y  la  de  todos  los 
hombres  honrados.  La  situación  es  débil;  lo  hemos  reconocido  y  confesado 
con  leal  franqueza ;  pero  más  débiles  son  sus  enemigos ,  sea  cual  fuere  la 
bandera  que  enarbolen.  No  esperen,  no,  que  el  Gobierno,  como  una  tran- 
sacción que  en  último  resultado  ningún  interés  legítimo  reclama ,  rompa  el 
pacto  constitucional  y  proclame  la  república  unitaria.  El  Gobierno  sabe 
que  detras  de  la  república  unitaria  se  oculta  la  república  federal,  en  cuyo 
seno  fermentan  las  heces  de  la  más  desenfrenada  demagogia;  sabe  que  com- 
prometerla la  libertad,  entregándola  á  los  azares  del  desorden  público,  que 
es,  ha  sido  y  será  siempre  el  precursor  de  la  tiranía;  sabe  que  lo  que  es  vio- 
lento es  efímero,  y  que  sobre  las  ondas  movibles  no  se  funda  nada  sólido  y 
duradero;  sabe  que  en  el  estado  actual  de  Europa  sería  una  insensatez  hacer 
solidaria  á  España  de  los  delirios  en  que  puede  incurrir  la  Francia  calentu- 
rienta y  vencida;  sabe,  en  fin,  lo  mucho  que  conviene  á  nuestra  dignidad 
nacional  que  el  Congreso  de  las  grandes  potencias  nos  halle  tranquilos,  se- 
renos, impasibles  en  medio  de  la  general  conflagración,  para  que  no  caiga 
sobre  nuestras  espaldas  el  látigo  ignominioso  de  una  intervención  diplomá- 
tica. Qué  más  necesita  saber? 

Pierdan,  pues,  toda  esperanza  los  republicanos  impacientes  y  sus  auxilia- 
res de  última  hora :  el  Gobierno  no  quiere  ni  puede  hacer  traición  ája  patria. 

Abrigamos  sobre  este  particular  una  confianza  absoluta  en  el  Regente 
del  Reino,  que  ha  regresado  á  Madrid,  atraído  por  la  gravedad  de  las  cir- 
cunstancias; en  el  Marqués  de  los  Castillejos,  cuya  entereza  no  cabe  poner 
en  duda;  en  la  lealtad  personal  del  Ministerio,  nunca  desmentida,  y  en  úl- 
timo término,  en  la  cordura  de  la  Nación,  que  no  ha  de  dejarse  sorprender 
y  arrebatar  fácilmente  por  el  vértigo  para  caer  quebrantada  y  sin  honra  en 
el  fondo  del  precipicio. 

De  cualquier  modo ,  y  como  las  precauciones  nunca  son  inútiles ,  conclui- 
remos esta  Revista,  por  lo  que  pueda  sobrevenir,  con  el  grito  del  soldado 
que  guarda  de  noche  una  plaza  sitiada: — ¡Centinela,  alerta! 

Gaspar  Nuñez  de  Arí'e. 


480  IIBVISTA    POLÍTICA 


EXTERIOR. 

Triste,  deplorable  prólogo  ha  puesto  la  diplomacia  á  la  espantosa  lucha 
de  las  armas  que  los  dos  primeros  ejércitos  de  Europa  han  comenzado  ya. 
Cuando  medio  millón  de  soldados  va  á  combatir  encarnizadamente  contra 
otro  medio  millón,  con  los  mayores  y  más  perfeccionados  medios  de  des- 
trucción que  hasta  ahora  ha  inventado  el  ingenio  humano,  causa  profunda 
pena  considerar  por  qué  procedimientos  de  etiqueta  cortesana,  por  qué 
cuestiones  pequeñas  y  pueriles ,  por  qué  malas  inteligencias ,  ó  torpezas  de 
diplomáticos  aturdidos,  se  decide  aveces  acerca  de  la  paz  ó  de  la  guerra,  es 
decir,  acerca  de  la  muerte  ó  la  mutilación  de  muchos  millares  de  hombres, 
del  trastorno  de  innumerables  familias ,  de  la  ruina  de  extensas  y  prósperas 
comarcas. 

Empezaron  las  cancillerías  por  dar  diferentes  versiones  sobre  la  manera 
con  que  el  Rey  Guillermo  I  habia  recibido,  ó  más  bien,  despedido  al  em- 
bajador francés.  La  relación  de  los  unos  es  desmentida  por  los  otros.  Ape- 
nas Emilio  OUivier  afirmaba  un  hecho  en  el  Cuerpo  Legislativo  de  París, 
el  Conde  de  Bismarck  lo  negaba,  lo  rectificaba  ó  lo  hacía  desmentir  seca- 
mente. 

Y  después  que  esta  polémica  lamentable  pareció  agotada,  comenzó  de 
improviso  otra  de  un  género  mucho  peor.  Los  Prusianos  acusaron  al  Gro- 
bierno  francés  de  haber  estado  durante  mucho  tiempo  queriéndolos  seducir 
para  que  juntos  cometiesen  la  iniquidad  de  arrojarse  sobre  la  débil  Bélgica, 
modelo  de  Estados  pacíficos  y  bien  regidos ,  con  el  objeto  de  que  los  despo- 
jos de  su  independencia  sirviesen  para  saldar  las  cuentas  de  las  dos  más 
ambiciosas  grandes  potencias  europeas.  El  Gobierno  francés  se  ha  defendido 
lanzando  acusaciones  semejantes  al  prusiano;  y  entre  ambos,  en  efecto, 
han  probado  cuan  pocos  escrúpulos  tienen  todavía  algunag  veces  los  diplo- 
máticos, para  disponer  de  los  destinos  de  los  pueblos  por  medio  de  la 
fuerza,  y  con  menosprecio  del  derecho. 

Esta  segunda  parte  de  la  contienda  diplomática  nos  parece  mucho  más 
lamentable  que  la  primera.  No  hay  grandes  motivos  para  regocijarse  de  los 
progresos  de  la  civilización  cuando  se  ve  el  sosiego  de  todas  la?  naciones 
europeas  pendiente  de  un  movimiento  de  mal  humor  de  un  rey,  que  no 
quiere  continuar  por  sí  mismo  negociaciones  que  le  desagradan,  ó  de  la 
forma  precipitada  con  que  la  vanidad  de  un  ministro  comunica  por  telé- 
grafo á  varios  Gobiernos  lo  que  ofende  la  susceptibilidad  de  otro ;  pero, 
considerándolo  bien ,  se  convence  uno  muy  pronto  de  que  por  tan  fútiles 
motivos  no  se  perturbaría  la  paz  del  mundo,  si  esos  movimientos  de  ira,  ó 


EXTERIOR-.  481 

de  vanidad^  si  esas  nimiedades  cancillerescas  no  fuesen  la  fórmula  en  que 
vienen  á  condensarse  las  cóleras,  los  recuerdos ,  los  deseos  de  venganza,  las 
aspiraciones  contradictorias  de  dos  grandes  pueblos.  Pero  no  hay  conside- 
ración que  baste  á  dar  consuelo  al  ánimo  abatido  del  hombre  pensador 
cuando  la  astucia,  la  mala  fé,  el  abuso  del  poder  se  sobreponen  al  derecho 
claro  é  incuestionable,  y  los  fuertes,  sm  más  título  que  su  fuerza,  se  con- 
ciertan para  oprimir  á  los  débiles. 

Vamos  á  hacer  una  ligera  reseña  de  la  voluminosa  colección  de  docu- 
mentos diplomáticos  que  han  sido  publicados  por  varios  Gobiernos  desde 
que  la  ruptura  de  las  hostilidades  entre  Francia  y  Prusia  fué  un  hecho 
inminente  é  inevitable. 

De  lo  que  pasó  entre  el  Rey  Guillermo  I  y  el  Embajador  francés  en  las 
conferencias  de  Ems,  cuya  estrepitosa  y  brusca  ruptura  fué  la  causa  ocasio- 
nal de  la  declaración  de  guerra  por  la  Francia,  creyó  conveniente  el  Monarca 
prusiano  que  levantase  acta  uno  de  sus  ayudantes  de  campo ,  testigo  de  lo 
sucedido.  Este  anómalo  testimonio  se  halla  redactado  en  estos  términos: 

iiEn  la  mañana  del  13  de  Julio,  y  á  consecuencia  de  una  conversación  entre  S.  M.  el 
Rey  y  el  Conde  Benedetti  en  el  paseo  de  los  Manantiales,  S.  M.  me  dispensó  el  honor 
de  enviarme  á  las  dos  á  la  casa  del  Conde  con  la  siguiente  comunicación : 

"S.  M.  ha  recibido  hace  una  hora,  por  una  comimicacion  escrita  del  Príncipe  Ho- 
henzollern  desde  Sigmaringen,  la  confirmación  completa  de  lo  que  el  mismo  Conde 
ha  comunicado  esta  mañana ,  habiéndolo  sabido  directamente  de  Paris ,  sobre  la  re- 
nimcia  del  Príncipe  Leopoldo  á  su  candidatura  al  trono  de  España.  S.  M. ,  en  vista 
de  ello,  considera  terminada  la  cuestión. " 

Después  que  hube  ejecutado  esta  órdeu^  el  Conde  Benedetti  dijo  que,  después  de 
su  entrevista  con  el  Rey,  habia  recibido  un  nuevo  despacho  de  M.  de  Grammont, 
quien  le  encargaba  soHcitase  una  audiencia  de  S.  M. ,  exponiéndole  los  deseos  del  Go- 
bierno francés,  es  decir: 

"1."    Aprobar  la  renuncia  del  Príncipe  HohenzoUern. 

"Y  2.°  Dar  la  seguridad  de  que  esta  candidatura  no  se  reproduciría  en  el  por- 
venir. !f 

S.  M.  hizo  responder  entonces  por  mi  conducto  al  Conde,  que  aprobaba  la  renuncia 
del  Príncipe  Leopoldo  en  el  mismo  sentido  y  con  el  propio  carácter  que  habia  aprobado 
antes  la  aceptación  de  su  candidatura.  S.  M.  habia  recibido  comunicación  de  la  re- 
nuncia por  parte  del  Príncipe  Antonio  de  HohenzoUern,  quien  habia  sido  autorizado 
para  el  acto  por  el  Príncipe  Leopoldo.  En  cuanto  al  segundo  punto,  relativo  á  la  se- 
guridad para  el  porvenir,  el  Rey  sólo  podia  referirse  á  lo  que  por  la  mañana  habia 
repHcado  personalmente  al  Conde. 

El  Conde  Benedetti  aceptó  esta  respuesta  de  S.  M.  con  reconocimiento,  y  declaró 
que,  estando  autorizado  para  ello,  la  haría  conocer  á  su  Gobierno. 

Pero  en  cuanto  al  segundo  punto,  debía,  como  se  lo  encargaba  expresamente  el 
último  despacho  de  M.  de  Grammont,  mantener  su  petición  de  una  nueva  conferencia 
con  el  Rey,  aun  cuando  sólo  fuera  para  oír  de  nuevo  las  mismas  palabras  de  S.  M. , 
con  tanta  más  razón,  cuanto  el  último  despacho  contenia  nuevos  argumentos  que  de- 
seaba someter  al  Rey. 

8.  M.  hizo  responder  al  Conde  Benedetti,  por  mi  conducto,  á  las  cinco  y  media  de 
la  tarde,  y  por  tercera  vez,  que  se  veia  obligado  á  negarse  absolutamente  á  entrar  en 

TOMO  XV.  31 


482  REVISTA  política 

nuevas  negociaciones  sobre  el  último  extremo  relativo  á  una  garantía  que  lo  ligase  en 
lo  futuro.  Lo  que  S.  M.  habia  dicho  por  la  mañana  era  su  última  palabra  en  este  asun- 
to, y  el  Embajador  podia  referirse  á  ella  i)ura  y  simplemente. 

Como  respuesta  á  la  seguridad  de  que  el  Conde  de  Bismarck  no  llegaria  á  Ems  el 
dia  siguiente,  el  Conde  Benedetti  declaró  que  por  su  parte  se  contentaba  con  esta 
declaración  de  S.  M.  el  Rey.— Ems  13  de  Julio  de  1870. — A.  Radriril,  Ayudante  d^ 
campo  de  S.  M.  el  Rey." 

El  18  de  Julio,  Bismarck  dirigió  á  los  representantes  de  la  Confedera- 
ción de  la  Alemania  del  Norte  en  las  cortes  extranjeras  una  circular  decla- 
rando falsas  las  afirmaciones  hechas  por  MM.  Ollivier  y  Grammont  en  las 
sesiones  celebradas  por  el  Senado  y  el  Cuer].x>  Legislativo  en  15  de  Julio,  y 
explicando  á  su  manera  los  sucesos.  En  aquel  documento  se  intentaba  ya 
establecer  una  diferencia  entre  el  Gobierno  imperial  de  Francia  y  el  pueblo 
francés,  que  Bismarck  asegura  ser  amigo  de  la  paz,  y  cuyas  pasiones  supone 
que  loa  Ministros  han  excitado,  ^^desnaturalizando  ó  inventando  sucesos,  cuya 
falsedad  les  era  conocida  oficialmente.  Desde  aquí  comienza  un  uso,  muy  re- 
petido por  ambas  partes,  de  expresiones  semejantes  á  estas,  é  igualmente 
impropias  de  los  jefes  de  Gobiehios,  aun  en  estado  de  guerra. 

El  Canciller  de  la  Confederación  del  Norte  afirma  que  no  ha  habido  nota 
ó  despacho  diplomático,  como  Ollivier  y  Gramniont  hablan  dicho,  en  que  él 
hubiese  anunciado  á  los  Gabinetes  de  Europa  que  el  Rey  se  habia  negado 
á  recibir  al  Embajador  francés;  pero  confiesa  que  el  anuncio  fué  hecho ,  en 
efecto,  aunque  sólo  por  medio  de  un  parte  telegráfico.  El  hecho  mismo  de 
la  negativa  de  Guillermo  I  á  recibir  á  Benedetti,  lo  cree  explicado  y  justifi- 
cado Bismarck  con  el  testimonio  del  Ajnidante  de  campo,  que  ya  hemos  co- 
piado. Y,  en  cuanto  á  lo  sucedido  entre  el  Duque  de  Grammont,  Ministro 
de  Negocios  extranjeros  de  Francia,  y  el  Barón  Werther,  representante  de 
la  Alemania  del  Norte  en  París,  se  refiere  á  las  explicaciones  dadas  por  este 
último,  y  de  las  «uales  une  copia  á  su  circular.  La  parte  principal  del  des- 
pacho de  Werther  dice  así: 

"El  Duque  de  Grammont  añadió  que  consideraba  la  renuncia  del  Príncipe  Hohen- 
zoUern  como  una  cuestión  secundaria,  puesto  (jue  el  Gobierno  francea  no  habría  tole- 
ráwio  ñutica  su  advenimiento  al  trono;  pero  temia  que  la  actitud  de  Prusia  crease  una 
gran  irritación  entre  los  dos  países. 

"La  causa  de  esta  tensión  debia  ser  destruida,  partiendo  del  punto  de  vista  de  qut 
en  nuestra  manera  de  obrar  con  Francia,  en  ve/,  de  corteses,  habíamos  sido  agresivos. 
lo  cual  era  cosa  reconocida  por  todas  las  Potencias.  Hablando  con  sinceridad,  añadía, 
no  queremos  la  guerra  con  Prusia,  y  sí,  por  el  contrario,  relaciones  cordiales.  Sabiendo 
que  yo  tendía  al  mismo  objeto,  dijo  que  debíamos  buscar  juntos  un  medio  adecuado 
para  ejei-ccr  una  influencia  favorable  en  este  sentido.  Me  sometió  la  idea  de  si  nna 
carta  designada  por  el  Rey  al  Emperador  ofrecería  un  desenlace  favorable.  Al 
jnismo  tiempo  apel()  al  corazón  caballeresco  de  S.  M.  Podría  decirse  «n  esta  -carta, 
añadió,  que  S.  M.,  al  autorizar  al  Príncipe  Leopoldopara  aceptar  la  Corona  de  España, 
no  pudo  creer  que  lastimaba  los  intereses  'ó  \%  dignidad  de  la  nacioii  francesa;  que  el 
Rey  aprobiaba  sftt  renuncia,  exprétend*  ai  pro^o  tiempo  la  espemoa  de  que  babria 


BXTEtllGtl..  483 

desaparecido  así  todo  motivo  de  desacuerdo  entre  los  dos  pueblos.  La  publicidad  dada 
á  esta  carta  calmaria  el  espíritu  público,  muy  excitado  en  Francia.  Deseaba  M.  de 
Grammont  que  no  se  hablase  en  la  carta  del  parentesco  del  Príncipe  Leopoldo  con  la 
dinastía  imperial,  pues  no  se  quería  que  la  cuestión  tomase  carácter  alguno  de  familia. 

"Hice  observar  al  Duque  de  Grammont  que  un  acto  de  esta  índole  se  habia  hecho 
dificilísimo  por  el  carácter  de  su  declaración  ante  las  Cámaras,  la  cual  habia  herido 
profundamente  ai  Rey.  Lo  negó,  sosteniendo  que  la  Prusia  no  habia  sido  nombra- 
da siquiera  en  un  discurso,  reclamado  por  lá  necesidad  de  calmar  la  Cámara  y  la 
opinión. 

"M.  Ollivier,  que  llegó  en  este  momento,  insistió  en  la  necesidad,  por  interés  de  la 
paz,  de  la  carta;  me  rogaron  que  fuese  yo  quien  la  propusiera  al  ELey,  dicióndome  que 
de  no  hacerlo  se  verían  obligados  á  encargar  al  Conde  Benedetti  de  esta  misión. 

"  Insistió  ado  en  la  idea  de  que  necesitaban  un  arreglo  de  esta  clase  para  calmar  los 
espíritus  excitados  y  dar  fuerza  al  Gobierno  en  las  Cámaras,  los  dos  Ministros  afia- 
dieron,  que  una  ísarta  del  Rey  les  i^ermitiria  defender  la  Prusia  contra  los  ataques 
que  debían  esperarse.  Finalmente,  me  hicieron  observar  que  nuestra  actitud  en  la 
cuestión  de  la  candidatura  del  Príncipe  Hohenzollern  al  trono  de  España  habia  exci- 
tado más  á  la  nación  francesa  que  al  Emperador.  Durante  esta  conferencia,  Gram- 
mont manifestó  creer  que  el  Príngipe  Leopoldo  habría  renunciado  por  -consejos  del 
Rey;  pero  yo  lo  negué,  declarando  que  esta  renuncia  se  debía  exclusivamente  á  la 
iniciativa  del  Príncipe." 

Antes  de  tener  conocimiento  de  esta  circular  de  Bismarck^  del  18  de  Ju- 
liOj  el  Duque  de  Grammont  expidió  por  su  parte  otra  el  21,  con  el  objeto  de 
justificar  la  conducta  del  Gobierno  francés.  En  ella  hay  un  párrafo  que  ]ia 
dado  origen  á  reclamaciones  del  Gobierno  español,  y  que  dice  así: 

'•Hé  aquí  indudablemente  cuál  ha  sido  el  plau  combinado  contra  nosotros.  Una  in- 
teligencia preparada  misteríosamente  por  intermediarios  secretos  debía,  sí  no  se  hu- 
biese descubierto  el  plan  antes  de  consumarse,  llevar  las  cosas  al  extremo  de  que  la 
candidatura  de  un  Príncipe  prusiano  á  la  Corona  de  España  se  habría  revelado  de 
improviso  á  las  Oórtes  ya  reunidas.  Un  voto  arrancado  por  sorpresa  antes  que  el  pue- 
blo «spa^ol  hubiese  tenido  tiempo  de  reflexionar,  proclamaría,  así  se  esperaba  al  me- 
nos, al  Príncipe  Leopoldo  Hohenzollern,  heredero  del  cetro  de  Carlos  V. 

"A&í  Europa  «e  habría  haJlado  frente  á  un  hecho  consumado,  y  especulando  sobre 
nuestra  deferenoia  hacía  el  gran  principio  de  la  Soberanía  popular,  se  contaba  con 
qiae  la  Francia,  á  pesar  de  un  disgusto  pasajero,  se  detendría  ante  la  voluntad  osten- 
siblemente manifestada  de  una  nación  por  quien  se  conocían  todas  nuestras  sim- 
patías." 

Después  de  proclamar  que  toda  nación  es  dueña  de  sus  destinos,  habien- 
do llegado  á  ser  este  principio,  altamente  afirmado  por  la  Francia,  una  de 
las  leyes  fundamentales  de  ia  política  moderna,  Grammont  asienta  que,  sin 
embargo,  "el  derecho  de  cada  pueblo,  como  el  de  cada  individuo,  está  limi- 
tado por  el  derecho  de  otro ,  hallándose  prohibida  á  cada  nación  amenazar 
la  seguridad  ó  la  -existencia  de  su  vecina  bajo  el  pretexto  de  ejercer  su  pro- 
pia soberanía.  M  Desp¡ués  recu-erda,  que  «n  la  cuestión  de  Bélgica  se  dejó  oir 
la  voz  de  la  Europa,  puesto  que  tomaron  acuerdos  decisivos  las  cinco  gran- 
des potencias ;  que  las  tres  cortes ,  protectoras  del  pueblo  helénico,  se  con- 
vinieron en  no  aceptar  el  trono  de  Grecia  para  un  Príncipe  de  su  familia;  que 


484  REVISTA   POLÍTICA 

en  ^d^tud  de  los  compromisos  adquiridos  por  la  diplomacia,  fué  inútil  que 
el  Congreso  nacional  de  Bélgica  eligiese  Rey  al  Duque  de  Nemours,  y  que- 
dó al  mismo  tiempo  inhabilitada  la  candidatura  del  Duque  de  Leuchtem- 
berg  j  que  en  la  última  vacante  del  trono  de  Grecia,  el  Gobierno  del  Em- 
perador Napoleón  combatió  á  la  vez  las  candidaturas  del  Príncipe  Alfredo 
de  Inglaterra,  y  de  otro  Duque  de  Leuchtemberg ,  habiendo  reconocido  la 
autoridad  de  sus  razones  los  Gobiernos  de  Inglaterra  y  de  Rusia.  Y,  des- 
pués de  citar  estos  hechos,  añade : 

iiLa  Prusia,  á  quien  no  hemos  dejado  de  recordar  estos  antecedentes,  pareció  ceder 
un  momento  á  nuestras  justas  reclamaciones.  El  Príncipe  Leopoldo  desistió  de  su 
candidatura  y  pudimos  felicitarnos  de  que  no  se  turbaría  la  paz.  Pero  esta  esperanza 
abrió  bien  pronto  camino  á  nuevos  temores  y  después  á  la  certeza  de  que  Prusia,  sin 
retirar  seriamente  ninguna  de  sus  pretensiones,  sólo  quería  ganar  tiempo. 

El  lenguaje  ikdeciso  en  im  principio,  después  resuelto  y  altivo  del  jefe  de  la  fami- 
lia Hohenzollern,  su  negativa  á  mantener  en  lo  venidero  la  renuncia  de  la  víspera,  el 
trato  inferido  á  nuestro  Embajador,  al  cual  un  mensaje  verbal  prohibió  toda  nueva 
comunicación  sobre  el  objeto  de  su  misión  concili^rdora,  en  ñn,  la  publicidad  dada  á 
este  proceder  insólito  por  los  diarios  prusianos  y  la  notificación  hecha  á  los  Gabine- 
tes, todos  estos  síntomas  sucesivos  de  intenciones  agresivas,  hicieron  cesar  la  duda  en 
los  espíritus  más  prevenidos.  ¿Era  permitida  la  ilusión  cuando  un  soberano  que  man- 
da un  millón  de  soldados  declara,  poniendo  la  mano  sobre  su  espada,  que  se  reserva 
tomar  consejo  de  sí  solo  y  de  las  circunstancias?  Habíamos  llegado  á  ese  límite  extre- 
mo en  que  una  nación  que  siente  lo  que  se  debe  á  sí  misma,  no  transige  más  que  con 
las  exigencias  de  su  honor. 

Si  los  liltimos  incidentes  de  este  penoso  debate  no  arrojasen  vivísima  luz  sobre  los 
proyectos  alimentados  por  el  Gobierno  de  Berlín,  ima  circunstancia  menos  conocida 
hasta  el  dia  daría  á  su  conducta  una  significación  decisiva. 

La  idea  de  elevar  al  trono  de  España  un  Hohenzollern  no  era  nueva.  Ya  en  Mari» 
de  1869  había  sido  señalada  por  nuestro  Embajador  en  Berlín,  quien  fué  en  el  acto  in- 
vitado á  hacer  saber  al  Conde  de  Bismarck  cómo  consideraría  el  Gobierno  del  Empe- 
rador semejante  eventualidad.  El  Conde  Benedetti,  en  muchas  conversaciones  que 
sobre  esto  tuvo,  ya  con  el  Cancüler  de  la  Confederación  de  la  Alemania  del  Norte,  ya 
con  el  Subsecretario  encargado  de  la  dirección  de  Negocios  extranjeros,  no  había  de- 
jado ignorar  que  no  podríamos  admitir  que  un  príncipe  prusiano  reinase  del  otro  lado 
de  los  Pirineos. 

El  Conde  de  Bismarck,  por  su  parte,  había  declarado  que  no  debíamos  preocupar- 
nos de  modo  alguno  de  una  combinación  que  él  mismo  consideraba  irrealizable,  y  en 
ausencia  del  Canciller  federal,  en  un  momento  en  que  M.  Benedetti,  mostrándose  in- 
crédulo, insistía,  M.  de  Thile  había  empeñado  su  palabra  de  honor  de  que  el  Prínci- 
pe HoenzoUem  no  era  y  no  podía  ser  un  candidato  sérío  á  la  corona  de  España. 

Si  se  debiera  sospechar  de  la  sincerídad  de  seguridades  tan  positivas,  las  comunica- 
ciones diplomáticas  dejarían  de  ser  una  prenda  de  paz  europea,  y  se  convertirían  en 
im  lazo  ó  en  un  peligro.  Así,  aun  cuando  nuestro  Embajador  trasmitió  estas  declara- 
ciones bajo  toda  reserva,  el  Gobierno  del  Emperador  consideró  oportuno  acogerlas 
favorablemente.  Se  había  llegado  á  poner  en  duda  su  buena  fe  hasta  el  dia  en  que  se 
reveló  de  súbito  la  combinación  que  era  su  negación  patente.  " 

Después  de  conocida  la  circular  del  Conde  de  Bismarck  y  los  documen- 
tos unidos  á  ella,  el  Duque  de  Grammont  los  contesta  con  una  nueva,  que 


EXTERIOR.  485 

expide  por  su  parte  el  24  de  Julio.  Empieza  por  decir  que  el  Barón  f[e 
Werther^  al  referir  la  conversación  que  entre  los  dos  medió  _,  no  presenta 
las  cosas  bajo  su  verdadero  aspecto ,  por  lo  que  se  vé  obligado  á  negar  (S 
rectificar  algunas  de  sus  palabras  y  apreciaciones.  Después  de  las  negacio- 
nes y  rectificaciones^  que  no  son  pocas^  añade  el  Duque  : 

"Hechas  estas  reservas,  llego  á  la  principal  acusación  que  nos  dirige  el  Gabinete  de 
Berlin.  Se  dice  que  voluntariamente  hemos  planteado  la  cuestión  cerca  del  Rey  de 
Pnisia,  en  vez  de  abordarla  con  su  Gobierno.  Pero  cuando  el  4  de  Julio,  siguiendo  mis 
instrucciones,  nuestro  Encargado  de  negocios  se  presentó  á  M.  de  Thile  para  hablarle 
de  las  noticias  que  nos  habian  llegado  de  España,  ¿cuál  fué  el  lenguaje  del  Secretario 
de  Estado?  Según  sus  mismas  expresiones,  "el  Gobierno  Prusiano  ignoraba  plenamente 
este  asunto,  que  á  sus  ojos  no  existia."  En  presencia  de  la  actitud  del  Gabinete,  que 
afectaba  no  ocuparse  de  tal  suceso,  para  considerarlo  como  atañendo  únicamente  á  la 
familia  Real,  ¿quépodiamos  hacer  sino  dirigirnos  al  mismo  Rey? 

Así  y  contra  nuestra  voluntad  hemos  debido  invitar  á  nuestro  Embajador  á  ponerse 
en  comunicación  con  el  Soberano,  en  vez  de  tratar  con  su  Ministro. 

He  residido  sobrado  tiempo  en  las  cortes  europeas  para  saber  lo  desventajoso  que 
es  este  sistema  de  negociación,  y  todos  los  Gabinetes  prestarán  fé  á  mis  palabras 
cuando  afirmo  que  sólo  hemos  seguido  esta  via  porque  todas  las  demás  nos  estaban 
cerradas. 

Sentimos  que  el  Conde  de  Bismark,  tan  luego  como  supo  la  gravedad  del  debate,  no 
se  dirigiese  á  Ems  para  recobrar  su  puesto  natural  de  intermediario  entre  el  Rey  y 
nuestro  Embajador;  pero  el  aislamiento  en  que  S.  M.  sin  duda  quiso  permanecer  y 
que  el  Canciller  ha  debido  considerar  favorable  á  sus  designios,  ¿es  culpa  nuestra?  Y 
si  como  lo  hace  notar  el  Gabinete  de  Berlin,  la  declaración  de  guerra  que  le  ha  sido 
entregada  por  nuestro  Encargado  de  negocios  constituye  nuestra  primera  comunicación 
escrita  y  oficial,  ¿de  quién  es  la  falta?  ¿Se  dirigen  notas  á  los  Soberanos?  ¿Podia  permi- 
tirse nuestro  Embajador  semejante  denegación  á  los  usos,  cuando  trataba  con  el  Rey 
y  no  es  por  el  contrario  la  falta  de  todo  documento  cambiado  entre  los  dos  Gobiernos 
antes  de  la  declaración  de  la  guerra,  la  consecuencia  indeclinable  de  la  obligación  en 
que  se  nos  ha  puesto  de  seguir  la  discusión  en  Ems  en  vez  de  dejarla  en  Berlin,  adon- 
de nos  hablamos  dirigido  en  un  principio?" 

Pasa  después  el  Ministro  de  Negocios  extranjeros  de  Francia  á  demostrar 
la  inexactitud  cometida  por  el  Conde  de  Bismarck  y  M.  de  Thile^  al  decir 
que  jamás  la  candidatura  del  Príncipe  HohenzoUem  habia  sido  entre  ellos 
y  M.  Benedetti  objeto  de  ninguna  conferencia  oficial  ó  particular.  Al  efecto, 
copia  el  siguiente  despacho  oficial,  que  ya  en  Marzo  de  1869  el  Embajador 
francés  en  Berlin  remití*)  al  Marques  de  Lavallete ,  Ministro  entonces  de 
Negocios  extranjeros : 

"Señor  Marqués:  V.  E.  me  ha  invitado  ayer  por  telégrafo  á  que  averiguase  si  la 
candidatura  del  Príncipe  HohenzoUem  al  trono  de  España  tenía  im  carácter  formal. 
He  tenido  ocasión  de  ver  esta  mañana  á  M.  de  Thile,  y  he  creído  poder  preguntarle 
si  debía  forestar  alguna  importancia  á  los  rumo^-es  que  habian  circulado  respecto  de 
este  punto.  No  le  he  ocultado  que  tenía  interés  en  estar  exactamente  informado,  ha- 
ciéndole observar  que  semejante  eventualidad  interesaba  demasiado  directamente  al 
Gobierno  del  Emperador  para  que  no  fuera  deber  mío  señalarle  los  peligros^  en  el  caso 
deque  existiesen  razones  para  creer  que  semejante  combinación  pudiera  realizarse.  Le 
añadí  que  pensaba  daros  parte  de  nuestra  conferencia. 


486  REVISTA   POLÍTICA 

M.  de  Thile  me  ha  dado  la  más  formal  seguridad  de  que  en  ningún  tiempo  ha  teni- 
do conocimiento  de  indicación  alguna  que  pudiera  autorizar  conjeturas  semejantes,  y 
que  el  Ministro  de  España  en  Viena  (Sr.  Eancés),  durante  la  estancia  que  hizo  en  Ber- 
lin,  no  habia  hecho  siquiera  la  menor  alusión.  El  Subsecretario  de  Estado,  al  expresarse 
así,  y  sin  que  nada  de  lo  (lue  yo  le  decia  pudiera  provocar  semejante  manifestación, 
creyó  deber  empeñar  su  palabra  de  honor. 

Según  él,  el  Sr.  Ranees  se  habría  limitado  á  conferenciar  con  el  Conde  de  Bismarck, 
que  quería  aprovechar  el  paso  de  este  diplomático  por  Berlin,  para  enterarse  del  estado 
de  cosas  en  España,  sobre  la  situación  en  qv.e€e  hallaba  la  cuestión  de  la  elección  del 
futuro  Soberano. 

Hé  aquí  sustancialmente  lo  que  M.  de  Thile  me  ha  dicho,  repitiendo  muchas  veces 
su  primera  declaración  de  que  no  se  habia  tratado  ni  se  trataría  del  Príncipe  Hoheazo- 
llem  para  la  corona  de  España. " 

El  Gobierno  inglés  ha  presentado  al  Parlamento ^  en  un  libro  azul,  la 
correspondencia  diplomática  relativa  á  la  candidatura  Holienzollem_,  y  á  la 
guerra  entre  Francia  y  Prusia.  Esta  colección  consta  de  124  documentos,  ex- 
pedidos en  veinte  dias.  Digamos  algo  de  lo  más  notable  que  contiene.  El  8  de 
Julio,  Lord  Granville  escribe  á  Lord  Lyons,  Embajador  inglés  en  Paris,  di- 
ciéndole  que  ha  encarecido  al  Gobierno  de  Berlin  la  conveniencia  de  una  so- 
lución amistosa ,  haciéndole  observar  que  •«  la  posición  de  la  Alemania  del 
Norte  era  tal,  que  sino  debia  ceder  á  las  amenazas,  tampoco  se  hallaba  en  el 
caso  de  lanzarse  en  el  extremo  contrario  por  frases  pronunciadas  en  momen- 
tos de  grande  excitación,  u  Al  dia  siguiente.  Lord  Lyons  daba  cuenta  ájGran- 
ville  de  su  conferencia  con  el  Duque  de  Grammont,  en  que  éste  le  habia 
dicho  :  "Es  la  presente  una  cuestión  en  que  los  Ministros  franceses  no  pue- 
den dirigir,  sino  seguir  á  la  nación.  La  opinión  pública  no  consentiria  que 

hiciesen  menos  de  lo  quehabian  hecho Hay  dos  cosas  evidentes;  que  el 

Rey  de  Prusia  ha  autorizado  la  aceptación  de  la  corona  de  España,  y  que  la 
resolución  del  Príncipe,  desistiendo  de  su  candidatura  ó  insistiendo  en  ella, 
se  hará  de  acuerdo  con  S.  M.  Por  tanto,  la  cuestión  se  halla  planteada  en- 
tre la  Francia  y  el  Rey El  Gobierno  francés  aplazará  por  veinticuatro 

horas  los  preparativos  ostensibles  de  guerra,  como  el  llamamiento  de  la  re- 
serva, para  no  excitar  el  espíritu  público  en  Francia.  Pero  después  los  pre- 
parativos serán  hechos  con  gran  vigor,  porque  habría  una  grave  falta  en 
dejar  que  la  Prusia  ganase  tiempo  con  pretextos  dilatorios. m 

El  12  de  Julio,  insta  Lord  Lyons  al  Duque  de  Grammont  á  que  el  Go- 
bierno francés  se  diese  por  satisfecho  con  la  renuncia  del  Príncipe  Leopol- 
do, considerándola  como  desenlace  de  la  cuestión.  Al  dia  siguiente,  Gram- 
mont le  contesta  que  la  Francia  no  ha  obtenido  nada  de  la  Prusia;  que  el 
General  Fleury,  su  Embajador  en  San  Petersburgo,  le  ha  anunciado  por  el 
telégrafo  que  el  Emperador  Alejandro  habia  escrito  al  Rey  de  Prusia  pi- 
diéndole mandase  al  Príncipe  Hohenzollern  retirar  su  aceptación  de  la  co- 
rona, habiéndose  expresa<Io  en  los  términos  más  amistosos  respecto  de  la 
Francia;  pero  que  el  Rey  Guillermo  no  habia  ivccedido  á  esta  recomenda- 


EXTERIOR.  487 

cion  de  su  sobrino,  ni  dado  una  palabra  de  explicación  á  la  Francia ;  y  que 
las  exigencias  de  esta  última  se  reducian  á  que  el  Rey  impidiese  al  Príncipe 
Leopoldo  retirar  en  ningún  caso  su  renuncia.  Lord  Lyons  dice  en  seguida  : 

"Yo  pregunté  entonces  si  me  autorizaba  categóricamente  á  decir  á  mi  Gobierno,  á 
nombre  del  del  Emi)erador,  si  en  tal  caso  la  cuestión  quedaría  resuelta  por  completo. 

—Sin  duda  alguna,  respondió;  y  tomando  un  pedazo  de  papel,  escribió  este  Memo- 
rándum ó  nota,  que  me  entregó: 

"Pedimos  al  Rey  de  Prusia  que  impida  que  el  Príncipe  HohenzoUem  cambie  de 
resolución.  Si  lo  hace,  el  incidente  queda  completamente  terminado. " 

Observé  á  M.  de  Grammont  era  difícil  concebir  que  el  Gobierno  francés  temiese  que 
después  de  todo  lo  sucedido,  el  Príncipe  pudiese  presentarse  aúii  como  candidato,  ó  ser 
aceptado  por  la  España. 

Grammont  me  respondió  que  era  jjreciso  precaverse  contra  tal  eventualidad,  y  que 
si  el  Rey  se  negaba  á  esta  sencilla  jírohibicion,  Francia  deberia  suponer  que  abrigaba 
designios  hostiles,  y  tomar  sus  medidas  en  vista  de  ello.  Me  preguntó  por  último,  si 
Francia  podria  contar  con  los  buenos  oficios  de  la  Inglaterra  para  obtener  del  Rey  esta 
garantía.  Dije,  que  nada  sería  más  grato  al  Gobierno  de  S..  M.  que  realizar  una  recon- 
ciliación entre  Francia  y  Prusia;  pero  que  no  podia  comprometerme,  sin  autorización 
del  Gobierno,  á  ofrecer  loque  se  me  pedia  sobre  un  punto  especial." 

El  Gobierno  británico  recomienda,  el  14  de  Julio,  al  prusiano  que  co- 
munique al  de  Paris  su  aprobación  de  la  renuncia  del  Príncipe  Leopoldo; 
pero  Bismarck  no  sólo  no  accede,  sino  que  se  niega  aun  á  dar  cuenta  al  Eey 
de  la  recomendación.  El  Ministro  prusiano  reclama  de  ese  modo  para  sí 
toda  la  responsabilidad  de  lo  que  pudiera  suceder.  Después  va  más  allá  to- 
davía j  pues  censura  que  el  Rey  haya  estado  tan  moderado  y  cortés  con  Be- 
nedetti.  Lord  Loftus,  Embajador  de  Inglaterra  en  Berlín,  refiere  así  una 
conferencia  que  habia  tenido  con  el  canciller  : 

El  donde  de  Bismarck  ha  mostrado  muchas  dudas  de  que  estén  terminadas  todas 
las  diferencias  con  Francia.  Me  dijo  que  la  extremada  moderación  mostrada  por  el 
Rey  ante  el  amenazador  tono  del  Gobierno  francés  y  la  cortés  recepción  del  Conde  de 
Benedetti  en  Ems,  después  del  severo  lenguaje  dirigido  á  Prusia,  habían  producido 
en  el  país  profunda  indignación.  Aquella  manan  a  habia  recibido  telegramas  de  Brema, 
Koenigsberg  y  otras  ciudades,  expresando  gran  desaprobación  de  la  actitud  concilia- 
dora del  Rey  de  Prusia  en  Ems  y  pidiendo  que  no  se  sacrifique  el  honor  de  la  patria. 

El  Conde  expresó  su  deseo  de  que  el  Gobierno  inglés,  por  una  declaración  en  el  Par- 
lamento, manifestase  su  satisfacción  ante  el  desenlace  de  la  cuestión  española,  merced 
á  la  espontánea  renuncia  del  Príncipe  Leopoldo,  y  diese  público  testimonio  de  la  sere- 
na y  prudente  moderación  del  Rey  de  Prusia,  de  su  Gobierno  y  de  la  prensa." 

Este  despacho  de  Lord  Loftus  induce  á  creer  que  la  brusca  intimación 
hecha  á  Benedetti  para  que  no  volviese  á  visitar  al  Rey,  fué  producida  por 
los  consejos  de  Bismarck. 

El  Gabinete  de  Londres,  en  15  de  Julio,  propone  á  la  Francia  y  á  la  Pru- 
sia en  idénticos  términos,  que  antes  de  declararse  la  guerra,  recurran  á  los 
buenos  oficios  de  alguna  ó  algunas  potencias  amigas,  ofreciendo  desde  luego 
que  la  Inglaterra  aceptará  este  encargo  si  se  lo  confian.  Pero  ni  en  Paris  ni 


488  REVISTA   POLÍTICA 

en  Berlín  fué  oida  su  proposición.  Después  de  declarada  la  guerra,  el  Go- 
bierno inglés  dedicó  sus  esfuerzos  á  trabajar  en  favor  de  los  neutrales. 

Todos  los  documentos  hasta  aquí  citados ,  perdieron  su  interés  al  publi- 
car el  Times,  de  Londres,  un  proyecto  de  tratado,  que  habia  sido  formulado 
en  1866  por  M.  Benedetti,  Embajador  en  Berlín,  y  que  dice  así  : 

ni.**  S.  M.  el  Emperador  de  los  Franceses  admite  y  reconoce  las  adquisiciones  que 
Prusia  ha  hecho  de  resultas  de  la  última  guerra  que  ha  sostenido  contra  el  Austria  y 
sus  aliados. 

2.°  S.  M.  el  Rey  de  Prusia  promete  facililiar  á  la  Francia  la  adquisición  del  Luxem* 
burgo.  Al  efecto,  el  expresado  soberano  entrará  en  negociaciones  con  S.  M.  el  Rey  d^ 
los  Países-Bajos  para  determinarle  á  hacer  al  Emperador  de  los  Franceses  la  cesión 
de  sus  derechos  soberanos  sobre  ese  Ducado,  mediante  la  compensación  que  se  juzgue 
suficiente,  ó  de  otro  modo.  Por  su  parte  el  Emperador  de  los  Franceses  se  comprome- 
te á  tomar  sobre  sí  las  cargas  pecuniarias  que  esa  transacción  pudiera  originar. 

3.**  S.  M.  el  Emperador  de  los  Franceses  no  se  opondrá  á  una  unión  federal  de  la 
confederación  del  Norte  con  los  Estados  del  Mediodía  de  Alemania,  á  excepción  del 
Austria,  cuya  unión  podrá  basarse  sobre  un  Parlamento  común,  respetando  en  una 
justa  medida  la  soberanía  de  los  expresados  Estados. 

4.°  Por  su  parte  S.  M.  el  Rey  de  Prusia,  en  el  caso  de  que  S.  M.  el  Emperador  de 
los  Franceses  se  viese  impulsado  x>or  las  circunstancias  á  hacer  entrar  sus  tropas  en 
Bélgica  ó  á  conquistarla,  concederá  el  auxilio  de  sus  armas  á  Francia  y  la  sostendrá 
con  todas  sus  fuerzas  de  tierra  y  de  mar  contra  cualquier  potencia  que  en  esa  even- 
tualidad la  declarase  la  guerra. 

5.°  Para  asegurar  la  plena  ejecución  de  las  disposiciones  que  preceden,  S.  M.  el 
Rey  de  Prusia  y  S.  M.  el  Emperador  de  los  Franceses  contraen  por  el  presente  trata- 
do una  alianza  ofensiva  y  defensiva  que  se  comprometen  solemnemente  á  sostener. 
SS.  MM.  se  obligan  además  especialmente  á  observarla  en  todos  los  casos  en  que  sus 
Estados  respectivos,  cuya  integridad  se  garantizan  mutuamente,  estuviesen  amenaza- 
dos de  una  agresión,  considerándose  como  obligados  en  esa  circunstancia  á  adoptar  sin 
demora  y  no  declinar  bajo  ningún  pretexto  los  arreglos  militares  que  exigiese  su  ínteres 
común  en  conformidad  á  las  cláusulas  y  previsiones  arriba  enunciadas." 

La  publicación  de  este  proyecto  produjo  una  impresión  muy  grande  en 
Inglaterra,  y  sirvió  en  toda  Europa  para  lanzar  «agrias  censuras  contra  la 
ambición  de  la  Francia.  Al  principio,  no  faltó  quien  lo  creyese  apócrifo; 
pero  pronto  la  duda  fué  imposible,  ante  las  explícitas  declaraciones  del 
mismo  Benedetti  y  de  Bismarck.  El  primero,  en  ima  comunicación  dirigida 
al  Ministro  de  Negocios  extranjeros,  en  29  de  Julio,  explica  lo  sucedido  y 
aprecia  de  la  manera  siguiente  el  documento  publicado  por  el  Times  : 

De  notoriedad  pública  es  que  el  Conde  de  Bismarck  nos  ha  ofrecido  antes  y  doran- 
te la  pasada  guerra  contribuir  á  reunir  la  Bélgica  á  la  Francia  en  compensación  de  los 
engrandecimientos  que  ambicionaba  y  ha  obtenido  para  la  Prusia.  Podría  invocar 
para  esto  el  testimonio  de  toda  'la  diplomacia  europea,  que  no  ha  ignorado  nada.  ¥j] 
Gobierno  del  Emperador  declaró  constantemente  estas  indicaciones ,  y  uno  de  nues- 
tros predecesores,  M.  Drouyn  de  Lhuys  puede  dar  sobre  esto  explicaciones  que  no 
dejarían  duda  alguna. 

Al  hacerse  la  paz  de  Praga,  y  ante  la  impresión  que  en  Francia  causaba  la  anexión 
fiel  Hannóver,  del  Hesse  Electoral  y  de  la  ciudad  de  Francfort  á  Prusia,  M.  de  Bis- 


EXTERIOR.  489 

marck  manifestó  otra  vez  el  deseo  más  vivo  de  restablecer  el  equilibrio  europeo ,  roto 
por  aquellas  adquisiciones.  Tratóse  de  diversas  combinaciones  respetando  la  integri- 
dad de  los  Estados  vecinos  de  la  Francia  y  de  la  Prusia,  conferencióse  mucho  sobre 
el  particular,  procurando  siempre  M.  de  Bismarck  hacer  prevalecer  sus  ideas  perso- 
nales. En  una  de  estas  conversaciones,  y  para  formar  juicio  exacto  de  sus  combinacio 
nes,  accedí  á  trascribirlas,  dictadas  por  él  en  cierto  modo.  La  forma  así  como  el  fondo 
demuestra  claramente  que  me  limité  á  reproducir  un  proyecto  concebido  y  desarro 
Hado  por  él.  M.  de  Bismarck  se  quedó  con  dicha  minuta  para  enseñársela  al  Rey.  Y 
por  mi  parte  di  cuenta  en  sustancia  al  Gobierno  imperial  de  las  comunicaciones  que 
se  me  habían  hecho.  El  Emperador  las  rechazó  así  que  se  hubo  enterado.  Debo  decir 
que  el  mismo  Rey  de  Prusia  no  se  mostró  propicio  á  la  base,  y  desde  entonces,  esto  es, 
en  los  cuatro  años  últimos  no  he  vuelto  á  tratar  nada  de  particular  con  M.  de  Bis- 
marck. 

Si  correspondiera  á  la  iniciativa  del  Gobierno  imperial  el  tratado  en  cuestión ,  el 
proyecto  habría  sido  bosquejado  por  el  Ministerio,  y  no  habría  para  qué  existiera  una 
copia  escrita  por  mí ;  habría  sido  redactado  en  otra  parte  y  de  otro  modo,  dando  lugar 
á  negociaciones  que  se  habrían  seguido  simultáneamente  en  París  y  en  Berlín. 

Con  igual  fecha  de  29  de  Julio,  circulaba  el  Conde  de  Bismarck  sus  ex- 
plicaciones sobre  el  mismo  asunto ;  y  anadia  nuevas  noticias  de  otros  pro- 
yectos de  la  misma  índole.  Hé  aquí  los  principales  párrafos  de  su  escrito : 

"El  manuscrito  publicado  por  El  Times  no  es  la  única  proposición  que  se  nos  haya 
hecho  en  este  sentido  por  Francia.  Ya  antes  de  la  guerra  de  Dinamarca  agentes  fran- 
ceses oficiosos  y  no  oficiosos,  hicieron  tentativas  para  inducirme  á  una  alianza  entre 
Francia  y  Prusia  con  objeto  de  obtener  engrandecimientos  recíprocos. 

No  necesito  hacéroslo  observar;  la  confianza  del  Gobierno  francés  en  la  posibilidad 
de  semejante  transacción  con  un  Ministro  alemán,  cuya  posición  es  una  consecuencia 
de  su  acuerdo  completo  con  el  sentimiento  nacional  alemán,  no  puede  explicarse  sino 
por  el  hecho  de  que  los  hombres  de  Estado  de  Francia  no  conocen  las  condiciones  fun- 
damentales de  la  existencia  de  los  otros  pueblos. 

Si  los  agentes  del  Gabinete  francés  se  hubiesen  tomado  el  trabajo  de  observar  las 
relaciones  alemanas,  no  se  habrían  entregado  nunca  en  París  á  la  ilusión  de  que  Pru- 
sia aceptase  arreglar  los  asuntos  de  Alemania  con  ayuda  de  Francia.  Sabéis  tan  bien 
como  yo  la  ignorancia  de  los  Franceses  respecto  de  Alemania. 

Ya  antes  de  1865  había  contado  Francia  con  la  explosión  de  una  guerra  entre  noso- 
tros y  el  Austria,  y  se  acercaba  á  nosotros  en  cuanto  nuestras  relaciones  con  Viena 
amenazaban  turbarse.  Antes  de  estallar  la  guerra  de  1866,  se  nos  hicieron  proposicio- 
nes, en  pai*te  por  parientes  del  Emperador  de  los  Franceses,  y  en  parte  por  agentes 
confidenciales.  Esas  proposiciones  tendían  siempre  á  transacciones  para  procurar  en- 
grandecimientos recíprocos. 

Unas  veces  se  trataba  del  Luxemburgo  ó  de  la  frontera  de  1814  con  Landau  y  Sar- 
relouis;  otras  de  objetos  más  extensos,  de  los  que  no  se  hallaban  excliTÍdos  la  Suiza 
francesa  y  la  cuestión  de  sí  debía  trazarse  en  el  Piamonte  la  frontera,  tomando  la  len- 
gua por  base. 

En  1866  adquirieron  esas  insinuaciones  la  forma  de  una  proposición  en  regla  para.una 
alianza  ofensiva  y  defensiva  :  ha  quedado  en  mis  manos  el  extracto  siguiente  de  este 
proyecto: 

l.*>  En  caso  de  Congreso,  proseguir  de  acuerdo  la  cesión  del  Véneto  á  la  Italia  y  la 
anexión  de  los  Ducados  Daneses  á  Prusia.  2.*»  Sí  el  Congreso  no  da  resultado,  alianza 
ofensiva  y  defensiva  entre  Francia  y  Prusia.  3."  El  Rey  de  Prusia  principiará  las  hos- 
tilidades á  los  diez  días  de  haberse  separado  el  Congreso.  4."  Si  el  Congreso  no  se  re- 


490  fiEVlSTA  POLÍTICA 

une,  Prusia  atacará  en  los  treinta  dias  después  de  firmado  el  presente  tratado.  5.°  El  Em- 
perador de  los  Franceses  declarará  la  guerra  á  Austria  luego  que  hayan  principiado  laR 
hostilidades  entre  Austria  y  Prusia,  6.''  No  se  hará  paz  separadamente  con  Austria. 
7.°  La  paz  se  hará  bajo  los  condiciones  siguientes:  á  Italia  el  Véneto;  á  Prusia  territo- 
rios alemanes  á  elección,  hasta  siete  ú  ocho  millones  de  subditos,  más  la  reforma  fede- 
ral en  el  sentido  prusiano;  á  Francia  el  territorio  entre  el  Moselay  el  Rhin,  sin  Coblen- 
za  ni  Maguncia,  comprensivo  de  500.000  almas,  el  PaJatinado  bávaro;  en  la  orilla  iz- 
quierda del  Rhin,  Berkenfeld  y  Hease-Homburgo,  213.000  almas;  un  convenio  müitar 
y  marítimo  en  Francia  y  Prusia,  luego  que  el  Rey  de  Italia  haya  dado  su  adhesión. " 

La  fuerza  del  ejército  con  que  el  Emperador  queria  ayudarnos  con  arreglo  al  art.  5." 
se  fijaba  en  300.000  hombres. 

El  número  de  almas  de  los  aumentos  de  territorios  que  Francia  deseaba,  ascendía 
según  los  cálculos  franceses  (que  no  están  en  consonancia  con  la  cifra  verdadera)  á 
1.800.000  almas. 

Callé  sobre  las  demandas  que  se  me  Jiacian,  y  lie  sostenido  negodacionea  dikbtorias 
sin  haber  hecho  jamás  proonesa  alguna. 

Después  del  mal  éxito  de  las  negociaciones  entabladas  con  el  Eey  de  los  Países-Ba- 
jos para  la  adqídsicion  del  Luxemburgo,  me  renovó  Francia  sus  proposiciones,  am- 
pliándolas.  Entonces  comprendieron  la  Bélgica  y  la  Alemania. 

En  ese  momento  fué  cuando  tuvo  lugar  la  comunicación  de  M.  Benedetti.  Que  el 
Embajador  francés  haya  podido  formular  esas  proposiciones  de  su  propio  puño,  entre- 
gármelas, discutirlas  en  diferentes  ocasiones  y  modificar  el  texto  de  ellas  en  vista  de 
las  observaciones  que  se  hacían,  sin  la  autorización  de  su  Soberano,  es  cosa  tan  inve- 
rosímil como  el  aserto  emitido  en  otra  circunstancia  de  que  el  Emperador  Napoleón 
no  había  accedido  á  la  demanda  de  la  cesión  de  Maguncia,  demanda  que  me  fué  hecha 
oficialmente  por  el  Etabajador  imperial  en  Agosto  de  1866  bajo  amenaza  de  guerra  en 
caso  de  negativa. 

Las  diversas  fases  de  mal  humor  y  de  afán  de  hacer  la  guerra  de  Francia  que  he- 
mos atravesado  desde  1866  hasta  1869 ,  coinciden  bastante  bien  con  la  simpatía  ó  la 
antipatía  para  las  negociaciones  que  los  agentes  franceses  creían  encontrar  en  mí. 

Un  personaje  de  elevada  posición  que  no  era  ajeno  á  las  negociaciones,  me  hizo  en- 
tender que  en  el  caso  de  una  ocupación  de  Bélgica,  hallaríamos  nuestra  compensación 
en  otra  parte.  Del  mismo  modo  se  me  dio  á  entender  en  ocasiones  anteriores,  que  en 
la  solución  de  la  cuestión  de  Oriente  no  buscaría  Francia  su  parte  en  Oriente,  sino  en 
sus  fronteras  inmediatas. 

Abrigo  la  idea  de  que  si  el  Emperador  se  ha  decidido  á  hacemos  la  guerra,  es  porque 
ha  acabado  de  convencerse  de  la  imposibilidad  de  Uegar  con  nosotros  á  un  aumento 
de  territorio  francés. 

Tengo  motivos  para  creer  que  si  no  hubiese  tenido  lugar  la  publicación  del  tratado, 
Francia  nos  habría  hecho  después  determinados  nuestros  mutuos  armamentos,  la  oferta 
de  poner  en  ejecución  las  proposiciones  que  nos  habia  heclio  anteriormente,  luego  que 
nos  hubiéramos  hallado  juntos  al  frente  de  un  millón  de  soldados  bien  armados,  en- 
frente de  Europa  desarmada,  esto  es,  de  hacer  la  paz  Antes  ó  después  de  la  primera 
batalla  sobre  la  base  de  las  proposiciones  de  M.  Benedetti,  á  es]  )en8as  de  la  Bélgica. 

Relativamente  al  texto  de  estas  proposiciones,  haré  observar  <iue  el  proyecto  de 
tratado  está  enteramente  escrito  de  mano  de  M.  Benedetti  y  en  papel  de  la  Embajada 
imperial  francesa. 

Los  Embaja-dores  y  Ministros  de  Austria,  Inglaterra,  Rusia,  Badén,  Baviera,  Bél- 
gica, Hesse,  Italia,  Sajonia,  Tur<iuía  y  Wurtemberg,  que  vieron  el  original,  han 
reconocido  la  letra  de  M.  Benedetti.  M.  Benedetti,  cu  la  primera  lectura,  renunció  á 
la  cláusula  final  (la  habia  puesto]  entre  i)arénte8Í8),  después  que  le  hice  observar 


EXTERIOR.      ,  491 

que  haria  suponer  una  ingerencia  de  Francia  en  los  asuntos  interiores  de  Alemania. 

Esa  revisión  del  borrador  del  proyecto  por  los  Embajadores  conocedores 
de  la  letra  de  Benedetti^  revisión^  por  lo  demás  completamente  innecesaria, 
puesto  que  Benedetti  confiesa  haberlo  escrito ,  acaba  de  dar  un  carácter  de- 
plorable á  las  relaciones  diplomáticas  seguidas  en  este  desgraciado  asunto. 

Además  de  querer  utilizar  ese  manuscrito  para  excitar  los  recelos  de  la 
Bélgica,  la  Holanda,  la  Suiza  y  la  Italia  contra  la  Francia,  di  cese  que  Bis- 
marck  lo  ha  utilizado  también  con  gran  éxito  para  mover  á  los  Gobiernos 
de  Baviera,  Wurtemberg  y  Báden  á  aliarse  estrechamente  con  él.  Si  ade~ 
más  fuese  cierto ,  como  Benedetti  dice,  que  el  mismo  Bismarck  le  dictó  el 
documento,  sería  preciso  convenir  en  que  el  Canciller  de  la  Confederación 
del  Norte  de  Alemania  es  el  Ministro  de  política  más  maquiavélica  de 
nuestro  siglo,  y  que  por  sus  cualidades  personales  era  más  digno  de  haber 
figurado  en  el  XVI. 

El  Duque  de  Grammont,  contestándole  en  una  nueva  circular,  en  3  de 
Agosto,  empieza  diciendo  que  el  último  escrito  del  Ministro  prusiano  no 
añade  hecho  algvMo  esencial  á  los  que  habia  ya  antes  afirmado,  y  sólo  contie" 
ne  algunas  nuevas  inverosimilitudes,  que  no  merecen  ser  refutadas.  Afirma 
en  seguida  como  un  hecho  ya  demostrado  de  un  modo  irrevocable,  «*á  pesar 
de  todas  las  negativas  en  contrario,  que  jamás  el  Emperador  Napoleón  ha 
propuesto  á  la  Prusia  un  tratado  para  apoderarse  de  la  Bélgica,  pertene- 
ciendo esta  idea  á  M.  Bismarck,  y  siendo  uno  de  los  medios  de  su  politica 
sin  escrúpulos  f  que  es  de  esperar  que  toque  ya  á  su  término,  n  Añade 
Grammont,  que  se  abstendría  de  refutar  "  asertos  cuya  falsedad  es  hoy 
patente,  si  el  autor  de  la  nota  prusiana,  con  una  falta  de  tacto  por  prime- 
ra vez  vista  en  un  documento  diplomático,  no  hubiese  citado  á  parientes 
del  Emperador  como  portadores  de  mensajes  y  confidencias  comprometedo- 
ras....m  I' Por  grande  que  sea,  continúa  diciendo ,  la  repugnancia  con  que 
me  veo  obligado,  para  seguir  al  Canciller  prusiano,  á  entrar  en  una  sen- 
da tan  contraria  á  mis  hábitos,  me  hago  superior  á  este  sentimiento,  por- 
que es  deber  mio....n  Y,  en  seguida,  formula  contra  Bismarck  acusaciones 
semejantes  á  las  hechas  por  éste : 

"En  Berlín,  dice,  fué  donde,  tomando  M.  de  Bismarck  la  iniciativa  que  quiere  hoy 
atribuirnos,  de  ideas  por  él  concebidas,  solicitaba  en  estos  términos  al  Príncipe  fran- 
cés, á  quien  hace  hoy  intervenir  en  esta  inconveniente  polémica: 

"Buscáis  una  cosa  imposible  queriendo  las  provincias  del  Rhin  que  son  alemanas. 
;,Por  qué  no  anexionaros  la  Bélgica,  donde  existe  un  pueblo  que  tiene  el  mismo  origen, 
la  misma  religión,  y  que  habla  el  mismo  idioma?  Ya  he  hecho  decir  todo  esto  al  Em- 
perador. Si  entrase  en  mis  ideas  le  ayudaríamos  á  apoderarse  de  la  Bélgica.  En  cuanto 
á  mí,  si  yo  fuese  el  soberano,  y  no  me  viese  compelido  por  la  obstinación  del  Rey,  esto 
sería  ya  cosa  hecha. " 

"Estas  palabras  del  Canciller  prusiano  han  sido  literalmente  repetidas  en  la  Corte 
de  Francia  por  el  Conde Goltz.  Este  Embajador  ocultaba  tan  poco  su  modo  de  pensar, 
'jue  es  grande  el  número  de  testigos  que  le  han  oido.  Añadiré  que,  en  la  época  de  la 


492  R^ÍVISTA   POLÍTICA 

Exposición  universal,  las  propuestas  de  Prusia  fueron  conocidas  por  más  de  un  alto 
personaje,  que  tomó  nota  de  eUas,  y  se  acuerda  aún.  No  era  esta,  además,  en  el  Conde 
de  Bismarck  una  idea  pasaijera,  sino  un  proyecto  concertado,  al  que  se  enlajaban  sus 
planes  ambiciosos,  y  proseguia  su  ejecución  con  una  perseverancia  probada  por  sus 
frecuentes  excursiones  á  Francia,  ya  á  Biarritz,  ya  á  otros  puntos.  Fracasó  ante  la  vo- 
luntad inquebrantable  del  Emperador,  que  se  negó  siempre  á  asociarse  á  una  política 
indigna  de  su  lealtad. " 

Desmiente  después  Grammont  de  la  manera  más  categórica  las  afirmacio- 
nes de  Benedetti  respecto  de  proyectos  de  la  Francia  sobre  la  Bélgica  _,  y  le 
desafia  d  la  faz  de  la  Europa  á  que  alegue  un  hecho  cualquiera  que  pueda  ha- 
cer suponer  que  el  Emperador  haya  manifestado,  directa  ó  indirectamente, 
por  la  vía  oficial  ó  por  agentes  secretos,  la  intención  de  unirse  á  la  Prusia 
para  consumar  con  ella  sobre  la  Bélgica  un  atentado  como  el  cometido  sobre 
él  Hannóver. 

Lo  más  interesante  de  este  último  escrito  del  Ministerio  de  Negocios  ex- 
tranjeros de  Francia  consiste  en  la  reseña  de  las  negociaciones  iniciadas 
para  un  desarme  simultáneo.  El  Conde  Daru  pidió  en  1."  de  Febrero  á  Lord 
Clarendon  que  interpusiese  su  influencia  á  fin  de  decidir  á  Bismarck  á  un  con- 
venio para  disminuir  los  armamentos.  El  Ministro  prusiano  contestó  que 
no  se  encargaba  de  comunicar  la  propuesta  al  Rey;  género  de  negativa  que 
por  tercera  vez  le  vemos  emplear  en  los  documentos  extractados  en  esta  Re- 
vista. Pero,  no  desanimándose  por  este  desaire,  que  no  era  ya  el  primero, 
el  Conde  Daru,  en  1 3  de  Febrero,  insistia  en  su  proyecto,  y  anunciaba  que 
la  Francia,  por  su  parte,  se  preparaba  á  dar  el  ejemplo,  disminuyendo  á 
90.000  hombres  el  contingente  anual  para  el  ejército,  que  hasta  ahora  habia 
sido  de  100.000,  lo  que  significa  una  rebaja  de  90.000  para  lo  sucesivo, 
puesto  que  hay  siempre  sobre  las  armas  nueve  contingentes.  El  cálculo  e« 
notoriamente  exagerado,  porque  no  están  tomadas  en  cuenta  las  bajas  natu- 
rales, y  en  todo  caso  se  necesitarian  nueve  años  para  realizar  la  disminución 
anunciada,  si  bien  es  verdad  que  el  Ministro  francés  la  presentaba  sólo  co 
mo  el  principio  de  otras  más  considerables.  El  Conde  de  Bismarck  consin- 
tió al  fin  en  someter  el  asunto  al  Rey;  pero  S.  M.  no  aceptó  la  idea  del  de- 
sarme. Las  razones  que  para  rechazarlo  tenía  el  Gobierno  prusiano,  segim 
las  explicaba  el  Marqués  de  Lavalette,  después  de  trasmitírselas  Lord  Cla- 
rendon, eran  las  siguientes: 

•lEn  apoyo  de  esa  negativa,  alegaba  el  Canciller  el  temor  de  una  alianza  eventual  del 
Austria  con  los  Estados  del  Sud  de  Alemania  y  las  veleidades  de  engrandecimiento 
que  podría  tener  la  Francia.  Pero  alegaba,  sobre  todo,  los  cuidados  que  le  inspiraba 
según  decia,  la  política  de  Rusia,  y  se  lanzaba  con  este  motivo  en  consideraciones  par- 
ticulares sobre  la  corte  de  San  Petersburgo,  que  prefiero  pasar  en  silencio,  no  pudien- 
do  resolverme  á  reproducir  insinuaciones  ofensivas.  '• 

Estas  afirmaciones  del  Duque  de  Grammont  son  ciertamente  notables. 
Respecto  de  los  Estados  del  Sud  de  Alemania ,  no  tiene  nada  de  extraño  la 


EXTERioa.  493 

desconfianza,  puesto  que  todos  habían  combatido  contra  la  Prusia  en  1866, 
y  sólo  bajo  la  presión  de  la  victoria  los  convirtió  Bismarek  en  aliados;  pero 
ciertamente  no  se  esperaba  ver  la  noticia  de  que  los  armamentos  enormes 
que  agobian  á  la  Europa  estaban  principalmente  sostenidos  por  la  desconfian- 
za de  la  Prusia  contra  la  Rusia.  De  todas  maneras,  la  Rusia  y  los  Estados  del 
Sud  de  Alemania  son  las  únicas  potencias  con  cuya  amistad ,  más  ó  menos 
segura,  cuenta  hoy  el  Gobierno  prusiano,  armado  contra  ellas,  según  la  cir- 
cular francesa,  en  fines  de  Febrero  último.  Bismarek  lo  negará  sin  duda  al- 
guna; y  para  entonces  dice  ya  Grammont:  "Cualesquiera  que  sean  las  calum- 
nias inventadas  por  el  Canciller  federal,  no  abrigamos  temor j  \í2í perdido  el 
derecho  d  ser  creido.^* 

Esas  violencias  de  lenguaje  han  sido  seguidas  de  las  violencias  de  las  ar- 
mas. En  el  momento  en  que  escribimos  estas  líneas,  ya  han  comenzado  las 
sangrientas  acometidas  de  los  ejércitos,  y  se  espera  para  un  dia  muy  próxi- 
mo una  gran  batalla.  Ya  que  la  guerra  no  ha  sido  evitada,  deseemos  que  ten- 
ga breve  duración,  la  limitación  posible  en  sus  necesarios  estragos,  y  las  con- 
secuencias más  favorables  para  una  paz  duradera,  y  para  mejorar  el  mapa 
político  de  la  Europa. 

Fernando  Cos-Gayon. 


boletín  bibliográfico. 


LIBROS  ESPAÑOLES. 

La  ItTJBTRACiOíí  EsPAfíoiA  Y  AmericaHa,  feriódicoUtcsfrado.-^M^úñd. 

El  activo  é  inteligente  editor  D.  Abelardo  de  Carlos,  no  contento  con  los 
esfuerzos  que  viene  haciendo  para  que  La  Ilustración  EspaTwla  y  Americana 
sea,  en  su  forma  ordinaria  de  publicación  periódica,  digna  de  competir  con 
las  mejores  que  se  publican  en  el  extranjero,  ha  comenzado  á  regalar  á  sus 
suscritores  suplementos,  que  contengan  numerosas  estampas  y  artículos  re- 
lativos á  la  actual  guerra  entre  Francia  y  Prusia.  El  primero  de  estos  suple- 
mentos contiene,  entre  otros  excelentes  grabados,  los  siguientes  : 

Grandes  retratos  del  Rey  Guillermo  I  de  Prusia  y  del  Conde  de  Bis- 
marck.  —  Salida  de  tropas  francesas  para  las  márgenes  del  Rhin.  —  Despe- 
dida de  un  joven  que  le  ha  tocado  la  suerte  de  soldado.  —  Destrucción  del 
puente  de  Kheld  por  la  parte  de  la  frontera  francesa  —  Regreso  del  joven 
soldado  al  seno  de  su  familia. — Las*ametralladoras.  —  Máquinas  trilladoras 
á  vapor. — Ilustración  á  la  novela,  de  D.  Manuel  Fernandez  y  González. — 
Dioses  mitológicos  contemporáneos,  por  Ortego.  —  Retratos  de  los  Maris- 
cales Mac-Mahon,  Canrobert  y  Baz  ine. — Plano  del  canal  de  Cinco  Villas, 
inaugurado  en  18  de  Julio  de  1870. 

Entre  los  artículos  literarios  los  hay  de  los  Sres.  Castro  y  Serrano,  Sel- 
gas,  E.  Blasco,  Simonet,  etc. 

Los  que  quieran  poseer  un  álbum  completo  é  ilustrado  de  la  guerra  fran- 
co-prusiana ,  deberán  suscribirse  á  La  Ilustración  Espaíwla  y  Americana, 
único  medio  por  el  cual  se  podrá  adquirir  la  Crónica  ilustrada  de  la  gueira 
mire  Francia  y  Prusia  y  que  en  suplementos  y  números  ordinarios  ha  de 
aparecer  en  sus  páginas  á  medida  que  vayan  ocurriendo  los  acontecimientos. 

Los  precios  para  la  Ilustración  son  desde  ahora  los  siguientes : 

En  Madrid,  por  seis  meses  13  pesetas,  y  por  un  mes  2,50. — En  provin- 
cias, por  seis  meses  15  pesetas,  y  por  tres  8. 


boletín   BIBLTOGRÁFICI».  495 


Inglaterra  y  los  ingleses  ,  por  D.  Francisco  de  Acuña  A'oüarro.— Madrid,  1870,  im- 
prenta de  D.  F.  López  Vizcaíno,  Caños,  4. 

"Este  libro,  dice  su  autor,  debe  su  ser  á  un  sentimiento  de  patriotismo; 
es  una  respuesta  á  la  calumnia  grosera  y  mal  intencionada  que  cada  dia  pe- 
riódicos, libros  y  hombres  políticos  vomitan  contra  nuestra  noble  é  infortu- 
nada España.  Ataques  á  la  religión,  á  las  instituciones,  á  los  gobiernos, 
puede  tal  vez  considerarse  ser  espíritu  intransigente  de  partido,  de  doctrina 
fanática ;  escarnecer  á  un  pueblo  entero,  vilipendiar  á  toda  una  raza,  cuando 
ese  pueblo  peca  de  caballeresco,  y  esta  raza  es  noble,  sobria  y  digna,  tan 
sólo  es  dado  á  quien  abriga  un  sentimiento  perverso,  y  un  alma  envilecida; 
y  llenos  de  fe,  ya  que  no  de  mérito  literario,  hemos  creido  de  nuestro  deber 
contestar  con  este  mal  perjeñado  enjendro  á  los  que  lanzan  sus  envenenados 
dardos  á  la  patria,  á  esa  patria  en  donde  la  historia  cuenta  en  su  lengua  de 
mármol  y  bronce,  y  escribe  en  la  piedra  del  torreón  derruido,  y  graba  en 
el  lienzo  y  en  el  suelo  de  dos  continentes  las  levantadas  hazañas  de  nuestros 
mayores;  esa  patria  en  donde  yacen  las  cenizas  de  nuestros  antepasados ,  en 
donde  existen  nuestros  padres,  nuestras  esposas,  nuestros  hermanos  y 
nuestros  hijos,  en  donde  alienta  todo  cuanto  amamos  y  veneramos  en  este 
mundo.  II 

El  libro  del  Sr.  Acuña  es  una  diatriba  sangrienta  contra  la  Inglaterra  y 
los  Ingleses.  Sus  costumbres ,  sus  usos ,  los  vicios  y  abusos  que  afean  su 
civilización,  están  pintados  con  los  más  negros  colores.  No  afirmaremos 
que  la  imparcial  justicia  preside  en  su  redacción ;  pero  no  se  puede  negar 
que  hay  en  él  riqueza  de  datos,  buen  método  de  exposición,  mucho  arte  para 
producir  el  efecto  que  el  autor  se  ha  propuesto ,  estilo  rápido  para  las  des- 
cripciones, calor  y  vehemencia  en  las  consideraciones. 

El  Sr.  Acuña  Navarro,  cree  que  vale  la  pena  visitar  la  Inglaterra,  para 
disfrutar  "la  dicha  que  se  experimenta  al  abandonarla: i»  Y  concluye  su 
trabajo  despidiéndose  de  las  Islas  Británicas  en  estos  términos :  "  Comenzó 
el  mes  de  Febrero  con  cj^ímenes,  delitos  y  escándalos  -credentes,  mas  no 
estaba  nuestro  ánimo  para  tomar  de  ellos  nota;  acercábase  el  para  liosotros 
suspirado  momento  de  abandonar  para  siempre  nación  tan  abominable ,  y 
ante  la  idea  de  abrazar  parientes  y  amigos,  y  de  pisar  de  nuevo  el  suelo 
sagrado  de  la  patria ,  dimos  al  dvido  las  grandes  y  pequeñas  miserias  de 
Inglaterra  y  los  Ingleses.  Ojalá  que  nos  sea  dado  vivir  y  morir  en  el  hermoso 
y  noble  país  en  que  hemos  nacido,  y  que  ninguno  de  los  seres  que  nos  son 
caros,  tengan  la  desgracia  de  amargar  su  existencia  al  otro  lado  del  Canal 
de  la  Mancha.  11 

Después  de  despacharse  á  su  gusto  pintando  á  su  manera  la  vida  del 
campo  entre  los  Ingleses,  las  condiciones  de  su  trato,  su  manera  de  celebrar 


496  boletín  bibliográfico. 

el  domingo,  sus  rutinas,  su  animosidad  contra  España,  su  espíritu  calcula- 
dor, sus  fiestas,  sus  pugilistas,  su  aristocracia,  sus  manías,  su  hospitalidad, 
la  organización  de  ladrones,  el  protestantismo,  los  clubs,  las  nieblas  y  tem- 
pestades, los  Fenianos,  los  infanticidios  á  precio  fijo,  etc.,  etc.,  hace,  en 
una  segunda  parte,  intitulada  Los  Ingleses  jpintadospor  sí  mismos,  una  copio- 
sa recopilación  de  textos  de  periódicos,  revistas,  libros  y  autores  distingui- 
dos respecto  de  crímenes,  delitos,  malas  costumbres,  preocupaciones  y  abu- 
sos de  toda  clase.  Es  una  inmensa  serie  de  terribles  cargos  fulminados  con- 
tra la  civilización  inglesa  por  quien  tiene  capacidad,  conocimiento  práctico 
y  dotes  aventajadas  para  el  desempeño  de  la  tarea  que  se  habia  impuesto; 
pero  no  quiere,  ó  no  puede,  por  haberse  dejado  arrastrar  de  la  pasión,  exa- 
minar y  poner  de  manifiesto  lo  mucho  bueno  que  anda  mezclado  con  lo  malo. 


LIBROS  EXTRANJEROS. 

GUIDB  DE  l'aMATEXIR  DE  LIVRES  A    VIGNETTES    DU  DIX-HDITIEME    SIECLB,  COtlienanf  la  (Us- 

cription  d'un  choix  de  plus  de  450  ouvrages  illustrés  par  Boucher,  CochÍJi^  Gravelot,  Bisen, 
Moreau,  Marilliér,  etc. ,  avec  le  détail  du  nombre  de  figures,  vignettes,  et  culs -de-lampe 
contenusdanschacund^eux,  par  Henri  Cohén. —Paris,  P.  Rouquette,  1870.— Un  vol.  en 
S.°,  de  XX,  y  156  páginas. 

Las  obras  ilustradas  de  los  siglos  anteriores  son  hoy  buscadas  con  afán. 
••Y  á  pesar  de  eso,  dice  M.  Cohén,  no  se  ha  formado  ningún  vade-mecum 
para  servir  de  guia  á  los  aficionados.  Todas  las  indicaciones,  en  las  obras 
de  Brunet  y  de  Querard,  lo  mismo  que  en  los  catálogos  de  ventas,  están  re- 
ducidas á  estas  sencillas  palabras:  «'con  estampas;»'  ó,  cuando  más,  á  decir: 
"con  estampas  de  Moreau  y  de  Eisen.'»  En  algunos  pocos  casos  se  llega 
hasta  indicar,  con  más  ó  menos  exactitud,  el  número  de  las  estampas,  ó  la 
circunstancia  de  estar  hechas  avant  la  lettre.  Pero  ninguna  mención  se  hace 
de  las  viñetas,  de  las  orlas,  de  los  finales  grabados ;  jamas  se  da  cuenta  del 
nombre  del  grabador,  n 

El  mismo  M.  Cohén  reconoce  que  su  ensayo  no  puede  menos  de  ser  in- 
completo, por  lo  mismo  que  nadie  habia  tratado  hasta  ahora  de  realizarlo. 
'•Sé  mejor  que  nadie,  dice,  lo  que  hay  de  imperfecto  en  esta  primera  tenta- 
tiva de  reseña  de  los  libros  ilustrados  del  siglo  XVIII ;  los  aficionados  me 
ayudarán  á  perfeccionarlo  más  adelante. '•  Promete  hacer  un  suplemento  con 
rectificaciones  y  adiciones  cuando  tenga  las  bastantes  reunidas  con  este  fin. 


TiPocRArti  DE  GREGORIO  ESTRADA ,  Ui0dra ,  7.,  Madrid. 


LA  GÜEERA. 


La  Europa  contempla  asombrada  los  acontecimientos  que  en  los 
primeros  días  de  Agosto  se  han  verificado  entre  el  Moselay  elRhin. 
La  civilización  se  estremece  de  espanto  al  ver  desarrollarse  las  hos- 
tilidades entre  los  dos  primeros  ejércitos  del  mundo,  tan  numero- 
sos y  tan  armados  de  medios  de  destrucción  como  jamas  se  vieron 
otros  en  el  mundo. 

Los  vencedores  de  Sadowa  han  comenzado  una  campaña  á  la 
izquierda  del  Rhin  con  la  misma  enérgica  actividad,  con  la  misma 
temeraria  osadía  con  que  hicieron  la  de  Bohemia.  Los  resultados, 
en  los  primeros  dias,  han  sido  también  igualmente  rápidos  y  sor- 
prendentes. Más  sorprendentes  todavía  que  en  1866.  Si  entonces 
nadie ,  que  tomase  en  cuenta  la  estadística ,  podia  prever  la  victo  - 
ria  de  un  reino  de  menos  de  veinte  millones  de  habitantes  sobre 
un  Imperio  que,  además  de  tener  casi  doble  población,  estaba  es- 
trechamente aliado  á  los  otros  cuatro  reinos  y  demás  Estados  se- 
cundarios, de  alguna  importancia,  de  Alemania,  ahora  fué  comple- 
tamente imposible  suponer  que  Francia,  la  altiva  Francia,  inme- 
diatamente después  de  emprender,  con  jactanciosa  ligereza,  la 
guerra,  preparándose  á  llevar  las  gloriosas  banderas  de  sus  regi- 
mientos hasta  Berlín ,  iba  á  verse  acorralada  en  su  propio  territo- 
rio, y  á  batirse  en  retirada  antes  de  que  la  mayor  parte  de  su 
ejército  hubiese  combatido  siquiera  en  una  gran  batalla. 

Eso,  sin  embargo,  ha  sucedido.  Los  mismos  Alemanes  están 
asombrados  de  la  felicidad  de  sus  primeras  victorias.  Creyéndolas 
definitivas,  se  entreg'an  al  delirio  del  entusiasmo.  La  Gaceta  de 
Augshurgo  dice:  «El  mundo  latino  se  va:  el  reinado  de  la  Alemania 
comienza.» 

TOMO  XV.  32 


498  LA    GUERRA. 

El  Diario  de  Francfort  se  regocija  con  la  idea  de  que  «la  buena 
espada  alemana  empieza  á  tener  peso  en  el  mundo. »  Y ,  discur- 
riendo de  esta  manera,  cuantos  habitan  desde  el  Pal  atinado  hasta 
Polonia  creen  que  está  ya  cambiado  el  eje  del  mundo  político ,  y 
que  han  mudado  de  sitio  el  corazón  y  la  cabeza  de  Europa. 

Preguntemos  á  la  razón  fría ,  á  la  historia ,  á  la  geografía ,  á  la 
estadística,  á  la  política  internacional  en  lo  que  tiene  de  más  sub- 
sistente y  duradero,  cuál  será  la  solución  definitiva  de  este  conflic- 
to, sin  desconocer  la  grandeza  de  los  sucesos  de  este  momento  his- 
tórico, pero  sin  dejarnos  arrastrar  por  la  natural  propensión  de 
atribuir  exagerada  importancia  á  los  hechos  mientras  nos  están 
impresionando,  bien  halagüeña,  bien  desagradablemente. 

Hay  un  hecho ,  por  desgracia ,  definitivo :  que ,  después  de  una 
discusión  diplomática ,  breve  pero  escandalosa ,  seguida  en  térmi- 
nos lamentables,  y  con  un  carácter  entre  pueril  y  maquiavélico, 
ha  estallado  una  guerra  que  por  muchos  conceptos  es  un  escarnio 
de  los  progresos  de  la  civilizazion,  de  que  la  Europa  se  alababa. 

Pero  el  éxito  de  la  lucha  no  es  definitivo.  La  Gaceta  de  Augsbur- 
go  se  precipita  demasiado  á  cantar  el  triunfo  de  la  raza  germánica 
sobre  la  latina.  Si,  á  fuerza  de  oro  derramado  para  el  espionaje, 
han  tenido  los  Alemanes  un  conocimiento  exacto  de  la  situación  y 
de  los  descuidos  de  sus  enemigos,  y  han  alcanzado  sobre  estos 
tres  victorias,  los  títulos  de  una  raza  á  seguir  ocupando  en  el 
mundo  el  puesto  que  muchos  siglos  de  trabajos  gloriosos  le  hablan 
dado,  no  se  pierden  por  el  esfuerzo  de  cuatro  espías,  ni  por  la  for- 
tuna de  un  par  de  movimientos  estratégicos. 

Analicemos  primeramente  el  hecho  fatal  de  la  guerra  en  sí  mis- 
ma y  en  absoluto ;  y  examinemos  después ,  por  encima  de  la  estra- 
tegia y  de  la  táctica ,  y  sin  dejarnos  aturdir  por  los  accidentes  del 
combate ,  ni  por  los  cantos  de  la  victoria ,  las  condiciones  esencia- 
les de  la  contienda  entre  Francia  y  Alemania. 


1. 


Dios  entregó  el  mundo  á  las  disputas  de  los  hombres .  Preten- 
der que  los  hombres  gocen  del  mundo  sin  disputárselo ,  es  una  ilu- 
sión irrealizable .  El  hombre  lia  nacido  para  la  lucha ;  está  forma- 
do para  la  lucha;  la  lucha  le  engrandece,  aumenta  su   robustez, 


LA   aUERRA.  499 

sus  fuerzas ,  su  vida ;  la  falta  de  la  lucha  le  enerva ,  le  debilita ,  le 
conduce  á  la  postración ,  á  las  enfermedades ,  á  la  muerte.  El  hom- 
bre y  los  pueblos ,  luchando ,  cumplen  con  su  destino.  El  hombre 
y  los  pueblos  que  no  luchan ,  no  tienen  ya  nada  que  hacer  en  este 
mundo ,  y  desaparecen  necesaria  y  prontamente  de  él ,  para  dejar 
su  sitio  á  otros  que  lo  sepan  ocupar  mejor.  Pierden  su  puesto  y 
sus  derechos ,  como  Aníbal  y  sus  Cartagineses  perdieron  la  con- 
quista de  Roma  el  dia  en  que  se  olvidaron  de  luchar ,  entre  las  de- 
licias de  Cápua ;  como  los  Romanos  perdieron  el  imperio  del  mun- 
do el  dia  en  que ,  debilitados  por  la  molicie  del  lujo  y  de  los  pla- 
ceres ,  formaron  sus  legiones  con  soldados  mercenarios  y  con  tro- 
pas bárbaras,  entregándoles  las  armas   con  que  los  Romanos  de 
otro  tiempo,  familiarizados  con  el  combate  ,  habían  sometido  la 
tierra  ;  como  la  España  del  siglo  XVI  bajó  rápidamente  de  su 
grandeza  y  poderlo  cuando  las  riquezas  del  Nuevo-Mundo ,  fácil- 
mente adquiridas ,  hicieron  olvidar  á  sus  hijos  las  luchas  fecundas 
de  la  industria  y  del  comercio. 

Sin  luchar  en  los  campos  de  batalla ,  como  Roma ,  ó  en  las  ar- 
tes y  las  letras ,  como  Atenas ,  ó  en  las  operaciones  mercantiles  é 
industriales,  como  Cartago  ó  Venecia,  no  ha  habido  jamas  nación 
de  que  haya  podido  formarse  historia .  Sin  luchar  tenazmente  con- 
tra el  rigor  de  los  elementos ,  contra  las  incomodidades  del  frió  y 
del  calor,  contra  el  hambre,  contra  las  enfermedades  ,  y  los  mil 
contratiempos  de  su  existencia  terrena ,  el  hombre  no  habria  podi- 
do  subsistir  un  momento . 

El  trabajo  y  el  dolor  han  sido  y  serán  siempre  una  parte  prin- 
cipal de  la  vida  del  hombre ,  La  agitación  y  la  lucha  han  ocupado 
siempre  y  seguirán  ocupando  el  sitio  más  importante  en  la  historia 
de  los  pueblos.  Sólo  cuando  muere,  deja  el  hombre  de  sentir  dolo- 
res y  de  trabajar.  Sólo  cuando  perecen ,  dejan  los  pueblos  de  agi- 
tarse y  de  lidiar. 

Pero  ¿será ,  á  lo  menos ,  posible  que  las  luchas  de  los  pueblos 
pierdan  el  carácter  sangriento  que  han  solido  tener  hasta  ahora, 
y  que  sólo  rivalidades  y  competencias  pacificas  den  en  lo  porvenir 
ocupación  á  la  actividad  humana,  viniendo  á  ser  cada  vez  más 
difícil,  y  hasta  imposible  la  guerra?  ¿O  deberemos  considerar  como 
utópico  el  pensamiento  de  la  paz  universal  y  perpetua? 


SOO  LA   GUERRA. 


n. 


Ignoramos  si  la  guerra  puede  ser  suprimida  de  un  modo  defini- 
tivo en  las  relaciones  de  unos  pueblos  con  otros.  La  historia,  único 
criterio  que  tiene  el  hombre  pensador  para  hacer  conjeturas  acerca 
de  lo  porvenir ,  deduciéndolas  de  las  lecciones  y  las  experiencias 
de  lo  pasado ,  no  nos  presenta  en  sus  muchas  páginas  ejemplo  al- 
guno de  un  estado  social  en  que  la  paz  no  haya  tenido  que  temer 
verse  remplazada  á  cada  momento  por  la  guerra.  El  dia  en  que  la 
guerra  pudiese  ser  considerada  como  imposible  ya  para  siempre, 
la  historia  de  la  humanidad  seria  una  cosa  enteramente  distinta 
de  lo  que  ha  sido  sin  interrupción  desde  su  principio  hasta  nues- 
tros dias.  No  sabemos  lo  que  entonces  podria  ser  el  hombre ;  pero 
seguramente  no  seria  lo  que  hasta  aqui ;  ignoramos  con  qué  se  es- 
cribiria  su  historia,  que  hasta  ahora  siempre  se  escribió  con 
sangre. 

El  primer  hombre  que  tuvo  un  hermano,  fué  el  primer  fratrici- 
da; el  primero,  de  quien  se  sabe  que  fué  más  fuerte  y  más  podero- 
so que  sus  vecinos,  fué  el  primer  conquistador.  Y  las  series  de  los 
fratricidas  y  de  los  conquistadores ,  inaugurados  por  Cain  y  por 
Nemrod,  no  se  han  interrumpido  hasta  nuestros  dias,  ni  vemos 
próxima  la  época  en  que  concluirán. 

Cierto  es  que  en  los  tiempos  modernos  las  guerras  son  cada  vez 
ó  menos  frecuentes,  ó  menos  largas  y  desastrosas,  y  no  parece  que 
vuelvan  á  adquirir  el  carácter  de  universal  matanza  y  destrucción 
que  tenian  las  de  los  pueblos  antiguos,  y  especialmente  las  que 
dieron  fin  al  Imperio  romano  y  principio  á  las  naciones  cristianas; 
pero,  no  porque  haya  cambiado  de  carácter,  ha  dejado  de  subsistir 
inalterable  en  su  esencia  la  costumbre  de  la  guerra.  Por  lo  mismo 
que  es  un  hecho  universal  y  constante,  han  sido  tan  diversas  sus 
condiciones  como  las  circunstancias  de  cada  época.  Los  siglos  cre- 
yentes y  piadosos  emprenden  guerras  de  religión ;  las  razas  pode- 
rosas y  soberbias  se  arrojan  á  la  guerra  por  vanagloria  y  por  espí- 
ritu de  conquista ;  los  pueblos  mercantiles  y  dados  al  cultivo  de 
los  intereses  materiales,  hacen  la  guerra  cuando  de  algún  modo 
favorece  el  desarrollo  de  su  riqueza, 

Y  cuando  los  pueblos  no  combaten  unos  con  otros,  se  fraccionan 


LA    GUERRA.  501 

ellos  mis  a  OS  en  partidos  que  guerrean  entre  si;  las  luchas  civiles 
ó  las  luchas  sociales  suceden  á  los  combates  internacionales ;  los 
hombres  no  dejan  de  derramar  la  sangre  de  sus  rivales  sino  para 
hacer  correr  la  sangre  de  sus  hermanos.  El  terreno  que  pierden  la 
idea  y  la  práctica  de  la  guerra,  lo  ganan  la  idea  y  la  práctica  de 
las  revoluciones. 

Cuando  las  guerras  sostenidas  entre  Francia  y  la  Casa  de  Aus- 
tria, y  las  religiosas  de  los  siglos  XVI  y  XVII  llegaron  á  fatigar 
á  Europa,  y  el  espiritu  público  pareció  tomar  horror  á  las  bata- 
llas, y  cuidarse  más  de  otras  ideas  pacificas  que  de  las  eternas 
cuestiones  de  limites  internacionales ,  con  tanta  constancia  y  con 
fruto  tan  escaso  para  todos  debatidas  anteriormente,  estalló  la  re- 
volución francesa ,  que  excedió  en  desastres  y  horrores  á  todos  los 
que  las  guerras  hablan  engendrado.  Y  para  distraer  y  terminar 
aquella  revolución,  fué  preciso  que  viniera  un  conquistador  por  el 
estilo  de  los  antiguos,  cuya  reproducción  se  juzgaba  ya  imposible, 
y  ensangrentara  la  Europa  con  tantos  y  tan  espantosos  combates 
como  no  se  creia  que  volverian  á  verse  ya  en  nuestra  época  civili- 
zada. Y  después  que  la  caida  de  aquel  genio  de  las  batallas  hizo 
posible  la  paz  general,  cierto  es  que  Europa  la  ha  conservado 
la  mayor  parte  del  tiempo  desde  entonces  trascurrido,  aunque  muy 
trabajosamente ,  y  con  lamentables  interrupciones;  pero  en  cam- 
bio las  revoluciones  han  vuelto  á  invadir  su  suelo,  y  lo  han  agitado 
y  conmovido  de  continuo  y  en  todas  direcciones.  Los  hombres  no 
han  traspasado  con  tanta  frecuencia  como  en  los  pasados  siglos, 
las  fronteras  de  suspaises  respectivos,  para  llevar  la  desolación  y  la 
muerte  á  otras  comarcas ;  pero  han  despedazado  con  manos  parri- 
cidas las  entrañas  de  su  patria.  El  extranjero  no  ha  entrado  á  saco 
las  poblaciones,  pero  los  pueblos  han  sido  acuchillados  dentro  del 
recinto  de  sus  propias  moradas  por  sus  propios  soldados ;  las  ciu- 
dades han  sido  bombardeadas  por  sus  propios  gobiernos.  No  se  han 
visto  monarcas  hechos  prisioneros,  como  Francisco  I,  en  el  campo 
de  batalla ;  pero  se  han  visto  reyes  y  pontifices  reducidos  á  prisión 
por  las  revoluciones  dentro  de  sus  mismos  palacios,  ó  teniendo  que 
apelar  á  la  fuga  para  librarse  de  la  ira  de  una  parte  de  sus  propios 
subditos. 


502  LA    GUEBRA. 


m. 


Consideradas  en  las  causas  que  las  ocasionan ,  la  guerra  y  la  re- 
volución presentan  completa  analogía  en  sus  caracteres  esenciales. 
La  una  es  la  negación  de  la  paz  exterior ;  la  otra  la  negación  de  la 
paz  interior.  Cuando  las  pasiones  llegan  á  poder  más  que  las  le- 
yes, y  las  quebrantan  violentamente,  y  citan  al  combate  á  sus  de- 
fensores, si  las  leyes  ultrajadas  son  las  de  la  política  interior  de  un 
país,  el  movimiento  se  llama  revolución",  excepto  en  los  casos  en 
que  sólo  merece  el  nombre  de  motin ;  y  si  las  leyes  quebrantadas 
son  las  de  política  internacional,  el  hecho  es  la  guerra. 

Lo  mismo  que  el  estado  de  revolución,  el  estado  de  guerra  se  ha 
hecho  permanente  en  Europa.  Lejos  de  haberse  llegado  á  asegurar 
sólidamente  la  paz ,  la  guerra  ha  venido  á  ser  la  situación  normal 
de  nuestro  continente.  Los  ejércitos  de  todas  las  naciones  se  hallan 
siempre  organizados  bajo  pié  de  guerra,  y  dispuestos  en  todo  mo- 
mento para  entrar  en  campana.  Millones  de  soldados,  constante- 
mente con  el  arma  al  brazo,  esperan  siempre  la  orden  de  romper 
las  hostilidades.  El  espectáculo  que  desde  hace  medio  siglo  presenta 
Europa  cuando  está  en  paz,  es  mucho  más  guerrero  que  el  que 
tuvo  en  los  tiempos  más  exclusivamente  ocupados  en  luchas  mili- 
tares. 

En  el  estado  normal  de  las  naciones  europeas,  lo  que  existe  más 
que  la  paz,  es  una  tregua,  un  armisticio.  Si  no  hay  hostilidades, 
se  está  siempre  temiendo  el  momento  de  verlas  empezadas. 


IV. 


Horrible  y  espantosa  es  la  guerra !  Naciones  violentamente  agi- 
tadas, pueblos  destrozados,  ciudades  entradas  á  saco,  villas  incen- 
diadas; hombres  muertos;  atropellados  los  ancianos  y  los  niños, 
violadas  las  doncellas,  profanados  los  templos,  suspenso  el  comer- 
cio, empobrecida  la  industria ;  la  miseria  haciendo  presa  lo  mismo 
en  la  hacienda  de  cada  país  que  en  el  hogar  de  cada  familia;  el 
embrutecimiento  extendiéndose  rápidamente  por  las  clases  inferio- 
res; la  desmoralización  corroyendo  como  un  cáncer  las  entrañas 


LA   GUERRA.  503 

de  la  sociedad;  unas  veces  el  hambre,  otras  la  peste;  ¡hé  aquí  los 
elementos  que  componen  el  espectáculo  de  la  guerra  I 

Los  diplomáticos,  desde  lo  interior  de  sus  gabinetes,  discuten  á 
sangre  fria  sobre  los  destinos  de  las  naciones;  y,  ora  movidos  por 
el  amor  á  su  patria,  ora  excitados  por  los  estímulos  de  su  ambi- 
ción particular,  conducen  los  sucesos  de  manera  que  un  dia  ú  otro, 
ya  tratando  de  evitarla,  ya  provocándola,  llega  á  estallar  la  guer- 
ra. Y  en  el  momento  mismo,  millares  y  millares  de  soldados,  ig- 
norantes la  mayor  parte  de  la  causa  porque  combaten,  se  precipi- 
tan á  la  matanza  y  al  exterminio,  y,  trastornándolo  todo,  destru- 
yen en  un  dia  todo  lo  que  en  largos  años  de  paz  ha  acumulado  un 
país  en  orden,  riqueza,  moralidad  y  civilización. 


V. 


Pues  con  ser  tan  tristes  y  tan  terribles  sus  efectos,  hay  para  los 
pueblos  males  mayores  y  más  dignos  de  ser  evitados  que  la  guerra; 
y  bienes  más  apreciables  y  más  merecedores  de  amor  que  la  paz- 
Muy  alto  se  deben  estimar  los  beneficios  de  ésta;  pero  valen  más, 
infinitamente  más,  la  justicia  y  la  libertad. 

La  paz  es  un  accidente  dichoso  en  la  vida  de  los  pueblos;  pero 
nada  más  que  un  accidente.  Nunca  puede  ser  la  esencia  de  su  des- 
tino; jamás  debe  ser  la  base  de  su  derecho,  ni  el  objeto  supremo  de 
sus  miras.  Las  naciones  que  tengan  en  algo  su  porvenir,  no  deben 
titubear  en  sacrificar  su  reposo  cuando  lo  encuentren  momentánea- 
mente incompatible  con  su  dignidad.  Asi  obró  con  gran  gloria  suya 
el  pueblo  español  cuando  en  1808  se  lanzó  decidido  á  la  pelea,  sin 
reparar  en  la  desigualdad  de  las  armas,  sin  contar  el  número  de 
sus  invasores.  x\migos  y  contrarios  hacen  justicia  á  su  heroísmo, 
y  le  prodigan  y  le  prodigarán  alabanzas  porque  sostuvo  tan  tenaz 
y  resueltamente  aquella  guerra,  no  ya  con  las  condiciones  más  sua- 
ves y  regularizadas  de  las  guerras  modernas,  sino  con  las  formas 
rudas  y  terribles  de  tiempos  lejanos,  resistiendo  en  las  ciudades  á 
la  manera  de  Nümancia,  combatiendo  con  sus  guerrilleros  ala  ma- 
nera de  Viriato. 

Hay  guerras  que,  sin  ser  de  todo  punto  necesarias  para  la  dig- 
nidad de  una  nación,  le  son  muy  útiles  por  sus  recuerdos  glorio- 
sos. La  base  más  firme  para  la  conservación  de  una  nacionalidad 


504  LA.    GUERRA. 

consiste  en  los  grandes  recuerdos  de  su  historia;  el  fuego  del  pa- 
triotismo en  nada  se  enciende  tan  pronto  como  en  los  resplandores 
de  la  gloria.  Nuestra  misma  guerra  de  la  Independencia  en  este 
siglo  puede  servirnos  de  ejemplo.  Supongamos  por  un  instante  que 
nuestro  pueblo  de  1808  no  hubiera  querido  ó  podido  hacer  tan  co- 
losales esfuerzos  por  mantener  la  dinastía  de  sus  reyes,  y  el  mo- 
narca intruso  hubiera  logrado  gobernar  en  paz  los  reinos  de  Es- 
paña y  de  sus  Indias;  supongamos  también  que  no  hubiera  sido  ne- 
cesaria nuestra  resistencia  para  que  Europa  venciese  á  Napoleón, 
y  que ,  caido  éste  y  destronado  su  hermano ,  hubiese  venido  el 
rey  legitimo  á  ocupar  su  sitio  bajo  el  solio  de  sus  mayores.  En 
este  caso  el  resultado  definitivo  habria  sido  el  mismo,  y  España  se 
habria  ahorrado  los  raudales  de  sangre  y  de  lágrimas  que  una 
guerra  hace  correr.  Estamos,  sin  embargo,  seguros  de  que  Es- 
paña no  querría  cambiarla  gloria  que  conquistó  en  aquella  guerra, 
por  haber  obtenido  los  mismos  resultados  sin  guerrear. 

Hay,  pues,  ocasiones  en  que  la  paz  no  sólo  vale  menos  que  la 
justicia  y  la  libertad,  sino  es  también  inferior  á  la  gloria. 

Estos  casos  han  sido  los  menos  frecuentes,  y  por  cada  guerra  jus- 
ta ó  verdaderamente  gloriosa,  se  encuentran  en  la  historia  muchas 
empezadas  y  sostenidas  por  espíritu  de  conquista,  por  prurito  de 
guerrear,  ó  por  cuestiones  de  etiquetas  diplomáticas. 


VI. 


Las  tendencias  á  la  guerra,  que  tan  arraigadas  ha  tenido  la 
humanidad,  han  cambiado  sucesivamente  de  carácter,  y  cada  vez 
es  menor  su  fuerza ;  resultado  al  que  han  contribuido  diferentes 
causas  morales  y  materiales. 

El  progreso  de  la  filosofía  en  los  pueblos  cristianos  ha  suavizado 
las  costumbres ,  humanizado  las  ideas ,  abolido  la  esclavitud ,  dis- 
minuido el  horror  de  las  prácticas  antig-uas  de  las  guerras.  El 
mundo  no  verá  ya  invasiones  como  las  del  siglo  V,  en  que  los  ven- 
cedores exterminaban  nacionalidades,  legislaciones,  costumbres, 
ciudades  y  razas  enteras. 

El  considerable  desarrollo  adquirido  por  los  intereses  materiales 
del  comercio  y  de  la  industria ,  ha  contribuido  por  su  parte  efica- 
cisimamente  á  la  disminución  del  número  de  las  guerras.  Estas 


LA    GUERRA.  505 

no  se  emprenden  ahora  con  tanta  facilidad  y  entusiasmo  como 
antes ,  porque  han  dejado  de  ser  un  negocio  lucrativo.  En  otras 
épocas ,  cuando  las  costumbres  eran  feroces ,  cuando  la  esclavitud 
era  un  elemento  esencial  de  las  sociedades ,  la  guerra  era  una  ne- 
cesidad. ¿Qué  otra  cosa  que  no  fuese  la  guerra  habria  dado  satis- 
facción á  los  odios  internacionales  engendrados  por  las  falsas  reli- 
giones ,  y  habria  provisto  á  los  pueblos  del  número  suficiente  de 
esclavos?  Vencedoras  las  doctrinas  cristianas,  y  aminorada  la 
esclavitud ,  la  guerra  no  fué  ya  una  necesidad  social ,  pero  fué  un 
vicio  de  las  vigorosas  razas  germanas  y  escitas  que  remplazaron 
al  Imperio  romano.  Más  adelante,  las  conquistas  fueron,  ó  por  lo 
menos  parecieron,  por  mucho  tiempo,  especulaciones  lucrativas. 

Pero  hoy  son  tan  generales  y  tan  grandes  los  desastres  de  las 
guerras,  que  no  hay  quien  crea  fomentar  con  ellas  sus  intereses 
materiales.  La  solidaridad  de  las  naciones  civilizadas  es  un  hecho 
cada  vez  más  verdadero  y  más  grande.  Hoy  no  se  saquean  las 
provincias  como  antes ,  ni  se  priva  de  sus  propiedades  y  hasta  de 
su  libertad  personal  á  los  vencidos  para  hacer  de  ambas  cosas  un 
reparto  entre  los  soldados  vencedores.  La  industria,  el  comercio, 
el  trabajo  y  la  vida  de  todos  los  pueblos  padecen  trastorno  y  dis- 
minución con  las  luchas  armadas  entre  dos  de  ellos.  Por  eso,  en 
donde  los  intereses  materiales  no  oponen  su  poderoso  veto  á  la 
guerra;  en  donde  ésta  puede  aún  considerarse  como  un  buen  ne- 
gocio, es  decir,  en  donde  la  solidaridad  del  mundo  civilizado  no 
se  quebranta ,  porque  la  contienda  sea  fuera  de  Europa  y  de  Amé- 
rica, allí  la  guerra  puede  seguirse  haciendo  sin  que  nadie  se 
alarme,  sin  que  una  reclamación  universal  exija  su  abreviación. 
De  esa  manera  ha  g'uerreado  Francia  en  la  Argelia,  la  Gran 
Bretaña  en  la  India ,  España  en  Marruecos ,  las  dos  primeras  de 
esas  naciones  en  la  China ,  la  primera  unida  con  España  en  Co- 
chinchina. 

Algunos  errores,  que  servían  de  fomento  para  las  guerras,  han 
sido  destruidos  por  el  progreso  de  la  Economía  Política.  Nadie 
sostendría  ya,  como  lo  sostuvieron  muchos  escritores  en  el  si- 
glo XVII ,  la  conveniencia  de  sostener  guerras  en  provincias  leja- 
nas ,  para  desahogar  en  ellas  el  excedente  pernicioso  de  la  pobla- 
ción vagabunda  y  aventurera. 

Otra  de  las  grandes  remoras  de  la  guerra  debería  ser  la  ley  es- 
crita; pero  en  este  punto  poco  es  lo  que  se  ha  adelantado.  La  di- 


506  LA    GUERRA. 

plomacia  no  es  de  los  agentes  que  más  han  hecho  por  la  civiliza- 
ción. Los  tratados  internacionales,  llevados  á  cabo  por  Europa, 
ni  han  evitado  ocasiones  de  guerras ,  reduciendo  cada  país  á  sus 
limites  y  condiciones  naturales ,  ni ,  tales  cuales  han  sido ,  fueron 
bastante  respetados  por  los  mismos  que  los  hicieron. 

La  influencia  de  las  ideas  cristianas ,  la  de  la  filosofía ,  la  de  los 
intereses  materiales ,  la  de  la  Economía  Política ,  detienen  y  difi- 
cultan el  paso  al  genio  de  la  guerra;  pero  la  ley  internacional, 
que  debiera  ser  su  mayor  adversario ,  no  ha  sabido  ajustarse  á  la 
justicia  lo  bastante  para  merecer  el  amor  de  los  débiles,  ni  para 
inspirar  respeto  á  los  poderosos.  El  derecho  de  la  fuerza  continúa 
siendo  el  decisivo ,  lo  mismo  que  en  épocas  más  atrasadas.  Ahora, 
como  en  tiempo  de  Alejandro ,  los  nudos  que  la  diplomacia  enreda, 
sólo  los  desata  la  espada ;  ahora ,  como  en  tiempo  de  Breno ,  el 
V(B  vicíisl  es  la  ley  de  las  naciones,  y  la  balanza  en  que  se  pesan 
los  destinos  de  los  pueblos,  no  es  la  balanza  de  la  justicia,  sino 
aquella  otra  que  el  Galo  llevó  á  Roma ,  y  que  recibe  en  uno  de  sus 
platillos  los  tesoros  de  los  vencidos ,  y  en  el  otro  la  espada  de  los 
vencedores. 


VIL 


Expuestas  las  anteriores  consideraciones  sobre  la  guerra  en  ge- 
neral, concretemos  ya  las  que  hemos  de  hacer  á  la  que  en  la  ac- 
tualidad están  sosteniendo  Francia  y  Prusia. 

La  grandeza  de  los  medios  puestos  en  acción  desde  los  primeros 
momentos,  será  el  carácter  más  sobresaliente  de  esta  lucha  espan- 
tosa. El  mundo  ha  quedado,  en  realidad,  atónito.  Sabíase  que  iban 
á  luchar  los  dos  ejércitos  más  preparados,  los  dos  pueblos  que  se 
disputan  el  primer  puesto  entre  las  grandes  Potencias;  no  se  igno- 
raba que  desde  algunos  años  se  ocupaban  sin  cesar  en  perfeccionar 
sus  armas  y  su  organización  militar.  Pero,  á  pesar  de  eso,  la  Eu- 
ropa ha  visto  con  asombro  que  á  los  pocos  dias  de  haberse  decla- 
rado abiertas  las  hostilidades  se  han  puesto ,  en  frente  unos  de 
otros,  un  millón  de  soldados.  Jamas  en  los  tiempos  modernos  se 
habia  visto  una  cosa  semejante.  Si  en  las  últimas  campanas  del 
primer  Napoleón  se  reunieron  ejércitos  tan  numerosos,  sucedió  á 
los  veinticinco  años  de  continuo  guerrear,  y  suministrando  con- 
tingentes todos  los  pueblos  europeos. 


LA    GUERRA.  507 

No  son  ya  ejércitos  sólo ,  son  las  naciones  armadas  las  que  com- 
baten, como  en  el  siglo  V.  La  civilización  no  espera  ya  poderse 
salvar  sino  por  el  exceso  mismo  del  mal.  Después  de  la  presente 
guerra,  acaso  ningún  hombre  de  Estado  se  atreva  con  la  respon- 
sabilidad de  provocar  otra. 

El  ejemplo  de  lo  que  ha  sucedido  á  la  Francia  será  saludable. 
No  tenia  la  más  pequeña  duda  acerca  de  la  superioridad  de  sus 
armas  desde  los  primeros  momentos.  Creia  probable  la  entrada 
próxima  de  sus  soldados  en  Berlin,  y  consideraba  imposible  que  sus 
enemigos  lograsen  tocar  con  la  culata  de  un  fusil,  ni  con  el  casco 
de  un  caballo,  siquiera  por  un  instante,  el  suelo  inviolable  del  Im- 
perio francés.  Y,  sin  embargo,  los  Franceses  se  tuvieron  que  poner 
muy  pronto  á  la  defensiva,  y,  rechazados  por  las  armas  alemanas, 
han  desistido  de  penetrar  en  la  provincia  del  Rhin,  no  han  inten- 
tado el  paso  de  este  rio,  han  abandonado  la  linea  de  los  Vosgos,  y 
después  la  del  Mosela,  y  han  temido  por  Paris. 

La  trinidad ,  formada  por  el  Rey  Guillermo ,  por  el  Canciller 
Bismark  y  por  el  General  Molke,  triple  personificación  del  derecho 
divino  de  los  Reyes,  de  la  política  maquiavélica  y  del  espíritu  de 
conquista  del  gran  Federico,  avanza  temeraria  hacia  el  corazón  de 
Francia,  trayendo  detrás  un  ejército  tan  numeroso  como  el  de  Jerjes; 
conduciendo  atados  á  la  fortuna  de  la  Prusia  los  pueblos  alema- 
nes, como  los  Griegos  iban  atados  al  reino  macedón  por  Alejandro, 
y  dando  batallas  tan  sangrientas  y  destructoras  como  las  de  Atila. 

¿Por  qué  sucede  esto  en  el  último  tercio  del  siglo  XIX,  que  unas 
veces  se  ve  acusado  de  excesivo  apego  á  los  intereses  mercantiles  y 
á  la  molicie,  y  otras  se  jacta  de  su  adelantada  filosofía?  No  aumen- 
temos todavía  la  oscuridad  de  las  tintas  del  lamentable  cuadro  de 
estos  sucesos,  tratando  de  explicar  las  causas  de  esta  guerra ,  se- 
gún las  han  expuesto  los  diplomáticos  de  ambas  naciones  en  la 
lamentable  polémica  que  ha  precedido  á  las  hostilidades.  Si  la 
parte  más  florida  de  la  población  viril  de  toda  Francia  y  de  toda 
Alemania  sostiene  ese  duelo  á  muerte ,  que  tiene  acobardadas  las 
imaginaciones  más  audaces ,  no  es  porque  el  Rey  Guillermo  haya 
estado  más  ó  menos  cortés  con  M.  Benedetti ,  ni  porque  en  una 
nota  diplomática,  ó  en  un  aviso  telegráfico  se  haya  comunicado  á 
otros  gobiernos  la  noticia  de  que  aquel  Monarca  no  quería  recibir 
ya  de  ese  Embajador  preguntas  ó  que  creia  haber  dado  contesta- 
ción suficiente. 


508  LA   GUERRA. 

La  única  causa  de  la  guerra  es  la  ambición ,  tanto  por  la  una 
como  la  otra  parte.  Prusia  aspira  á  formar  la  unidad  alemana. 
Los  Margraves  de  Brandemburgo  ascendieron ,  por  su  audacia ,  á 
Electores  del  Sacro  Romano  Imperio ;  de  Electores  se  convirtieron 
en  Reyes ;  ahora  quieren  ser  Emperadores.  La  Alemania,  bajo  su 
dirección,  si  su  sueño  ambicioso  se  realiza ,  seria  la  mayor  po- 
tencia de  Europa. 

Francia ,  á  su  vez ,  no  quiere  consentir  que  haya  ninguna  na- 
ción europea  mas  poderosa  que  ella.  Si  ha  de  verse  obligada  á 
conformarse  con  la  hegemonia  prusiana  en  Alemania,  porque 
los  pueblos  alemanes  quieran  aceptarla,  exige,  por  lo  menos, 
como  compensación,  que  se  le  permita  agrandar  su  territorio. 
En  1866  formuló  su  pretensión  en  los  términos  más  explicitos  y 
categóricos.  El  Emperador  Napoleón ,  en  documentos  oficiales  y 
solemnes  declaró ,  al  estallar  la  guerra  entre  Austria  y  Prusia, 
que  el  vencedor  tendría  que  ponerse  de  acuerdo  con  Francia  para 
la  distribución  del  botin ,  no  siendo  para  nadie  un  secreto  que  en- 
tendía ,  por  parte  destinada  á  aumentar  su  Imperio ,  el  territorio 
alemán  de  la  izquierda  del  Rhin.  Pero  Guillermo  I  y  Bismark 
contestaron  con  una  negativa  rotunda ,  asegurando  que  jamas  ce- 
derían una  pulgada  del  terreno  sagrado  de  la  patria  germánica. 

Hacia ,  pues ,  cuatro  años  que  los  términos  de  la  cuestión  se  ha- 
llaban formulados ,  y  que,  en  realidad  estaba  la  guerra  declarada. 


vm. 


Y  bien  pudiera  decirse  que  desde  1815  datan,  sino  la  declara 
cion,  el  anuncio,  los  deseos,  los  preparativos  de  la  guerra.  Desde 
aquella  fecha  la  Prusia ,  para  cuando  estas  hostilidades  de  ahora 
comenzasen,  tomó,  y  ha  estado  fortificando  sin  cesar,  posiciones  en 
Tréveris ,  en  Coblenza ,  en  Maguncia ,  puntos  situados  á  larga  dis- 
tancia de  su  antiguo  territorio  Desde  entonces  Francia  ha  recla- 
mado de  continuo  contra  los  humillantes  tratados  que  le  dieron 
unas  fronteras  caprichosas  y  arbitrarias ,  y  arregladas  contra  sus 
intereses  y  su  seguridad  con  tal  arte  y  violencia,  como  han  proba 
do  los  primeros  sucesos  de  la  actual  campaña ,  en  que ,  por  la  for- 
ma de  esas  fronteras ,  ni  le  fué  posible  tomar  la  ofensiva ,  ni  colo- 
carse á  la  defensiva  de  una  manera  conveniente. 


LA    GUERKA.  509 

Pretende  Francia  que  la  pertenece  el  Palatinado  y  los  demás 
terrenos  que  Estados  alemanes  poseen  á  la  izquierda  del  Rhin, 
porque  en  ellos  se  habla  francés ,  y  porque ,  no  habiendo  otra 
frontera  natural ,  el  rio  debe  servir  para  fijarla.  La  etnografía  y 
la  geografía  señalan  como  francesa  aquella  comarca  y  aquella 
población. 

Iguales  razones  sirvieron  para  que  Italia  cediese  á  Francia  el 
Condado  de  Niza  y  la  Saboya,  en  donde  se  habla  también  el 
idioma  francés  con  preferencia ,  y  que  se  hallan  del  lado  acá  de  los 
Alpes.  Pero  Bismark  se  siente  mas  fuerte  que  Cavour ,  y  cree  que 
la  unidad  alemana  no  tiene  que  pagar  tributo  al  Imperio  francés 
para  que  la  permita  nacer  y  crecer ,  ni  está  obligada  á  pagar  ser- 
vicios directos  y  costosos ,  hechos  en  su  obsequio ,  como  lo  estuvo 
la  italiana.  Niega,  pues,  lo  que  se  le  pide  y  la  razón  con  que 
se  pide.  Si  el  Palatinado  habla  francés,  la  Alsacia  habla  ale- 
mán: no  hay  más  que  leer  en  el  mapa  los  nombres  de  sus  pueblos, 
Strasburgo,  Schlestadt,  Weisemburgo,  Lautemburgo,  Phalsburgo, 
para  comprender  á  qué  raza  pertenecen  sus  habitantes.  Los  mon- 
tes son  mejor  frontera  que  los  rios,  y  los  Vosgos  están  más  indica- 
dos, para  formarla ,  que  el  Rhin.  Y,  además,  la  historia  quita 
también  la  razón  á  la  Francia ,  puesto  que  todas  esas  comarcas, 
tanto  las  actualmente  alemanas  que  reclama,  como  las  francesas 
que  puede  pedirle  la  Alemania ,  han  pertenecido  á  esta  última 
mucho  más  tiempo  que  á  ella. 

Á  estas  razones  pueden  replicar  los  Franceses  que,  antes  de  que 
la  Prusia  fuese  reino ,  tenia  Francia  la  Alsacia  y  la  Lorena ;  que 
después  de  algunos  siglos  de  posesión  no  disputada ,  y  de  no  haber 
manifestado  sus  habitantes  el  deseo  de  cambiar  de  patria ,  no  há 
lugar  ya  á  tratar  de  esta  cuestión ;  que  no  es  cierto  que  se  hable 
en  esas  provincias  el  alemán  con  la  generalidad  con  que  se  habla 
el  francés  en  la  izquierda  del  Rhin ;  que  los  títulos  con  que  man- 
tiene la  posesión  de  sus  territorios  están  sancionados  por  el  derecho 
internacional  desde  hace  siglos,  al  paso  que  los  de  Prusia  sobre 
comarcas  que  la  misma  Europa  vencedora  reconoció  en  1814  cor- 
responder á  Francia,  no  son  más  que  un  abuso  irritante  de  la  vic- 
toria de  Waterlóo,  y  una  humillación  impuesta  por  la  fiíerza  al 
pueblo  francés,  y  que  el  pueblo  francés  puede  rechazar  con  razón 
cuando  se  siente  fuerte,  y  cuando  ve  que  los  tratados  de  1815  son 
infringidos  por  los  mismos  que  los  hicieron. 


510  LA   GUERRA. 


IX. 


La  unidad  alemana  es  una  grande  idea,  y  una  noble  aspiración; 
más  justa,  más  conveniente,  más  necesaria  que  la  unidad  italia- 
na. Los  pueblos  germánicos  hacian  bien  en  desear  que  desapare- 
cieran tantos  pequeños  ducados,  principados  y  ciudades  que  los 
tenian  divididos  en  parcelas  insignificantes:  acaso  no  lo  han  de- 
seado nunca  tanto  como  debieran.  Pueblos  de  raza  latina  no  ha- 
brían tolerado  por  tan  prolongado  período  de  tiempo  un  estado  de 
cosas  tan  anómalo,  tan  absurdo,  tan  vejatorio.  Esa  es  una  infe- 
rioridad innegable  de  la  raza  germánica:  cuanto  más  aleguen  sus 
hombres  para  demostrar  la  legitimidad  de  su  unidad  nacional,  más 
de  manifiesto  pondrán  su  inhabilidad  política,  que  no  ha  acertado 
todavía  á  realizarla. 

El  enemigo  más  antiguo  y  más  constante  de  la  unidad  germá- 
nica ha  sido,  en  lo  pasado,  Prusia.  De  la  misma  manera  que  ahora 
la  quiere  llevar  á  cabo,  lo  habría  hecho  Austria,  si  ella  no  se  hu- 
biese convertido  en  núcleo  de  oposición  y  de  resistencia.  Prusia  ha 
sido  la  iniciadora  y  la  sostenedora  del  dualismo  alemán,  más  eficaz 
impedimento  para  la  unidad  que  la  pluralidad  de  intereses  parti- 
culares de  la  multitud  de  Estados. 

La  unidad  alemana  está  todavía  muy  lejos  de  ser  un  hecho  de- 
finitivo. Los  pueblos  alemanes  se  presentan  hoy  distribuidos  en  los 
cinco  grupos  siguientes: 

Primero.  — Pueblos  que  antes  de  1866  formaban  ya  parte  de  la 
monarquía  prusiana. 

Segundo. — Pueblos  que,  por  consecuencia  de  sus  victorias  de 
1866,  se  anexionó  Prusia  por  la  ley  de  20  de  Setiembre  de  aquel 
ano,  en  castigo  de  haber  sido  sus  enemigos  durante  la  guerra:  el 
reino  de  Hannóver,  el  Electorado  de  Hesse,  el  Ducado  de  Nassau, 
y  la  ciudad  de  Francfort. 

Tercero. — Pueblos  que,  con  la  Prusia,  forman  la  Confederación 
del  Norte:  el  reino  de  Sajonia;  los  cuatro  grandes  ducados  de  Mec- 
klemburgo  Schewerin,  de  Mecklemburgo  Strelita,  de  Sajonia- 
Weimar-Eisenach,  y  de  Oldemburgo;  los  cinco  Ducados  de  Bruns- 
wick, Sajonia  Meiningen,  Sajonia  Altemburgo,  Sajonia  Coburgo 
Gotta,  y  Anhatt;  los  siete  Principados  de  Schwarsbourg-Rudols- 


LA    GUERRA.  511 

tadt,  de  Schwarsbourg-Sondershausen,  de  Walldeck  y  Pyrmont, 
de  Reuss,  linea  primogénita,  de  Reuss,  linea  segunda,  de  Schaum- 
bourg-Lippe,  y  de  Lippe-Detmold;  las  tres  ciudades  libres  de  Lu- 
beck,  de  Bremen  y  de  Hamburgo;  y  el  gran  Ducado  de  Hesse- 
Darmstad,  por  la  parte  de  su  territorio  situada  al  Norte  del  Mein. 

Cuarto.  — Pueblos,  que  están  unidos  á  la  Prusia  (no  á  la  Confe- 
deración del  Norte ) ,  por  los  tratados  militares  á  que  tuvieron  que 
someterse,  después  de  su  derrota,  en  Setiembre  de  1866:  los  reinos 
de  Baviera  y  de  Wurtemberg,  y  los  grandes  Ducados  de  Báden  y 
de  Hesse. 

Y  quinto.— Pueblos  alemanes  que  forman  parte  del  Imperio  aus- 
tro-húngaro. 

Todavía,  para  proceder  con  rigorosa  exactitud,  seria  preciso 
clasificar  por  separado  el  Holstein,  el  Schleswig  y  el  Luxemburgo, 
colocados  en  situaciones  especiales;  y  señalar  las  diferencias  de  re- 
laciones establecidas  entre  cada  Estado  y  Prusia,  pues  aun  entre 
los  mismos  de  la  Confederación  del  Norte  las  hay  notables.  Por 
ejemplo,  el  reino  de  Sajonia  y  el  Ducado  de  Brunswick  no  han  ce- 
dido todavía  á  Prusia  el  derecho  de  dar  los  nombramientos  y  los 
ascensos  á  los  oficiales  de  sus  respectivas  tropas. 

El  enemigo  principal  de  la  unidad  alemana  no  es  hoy  Francia. 
Lo  son,  por  una  parte,  Austria,  que  tiene  diez  ó  doce  millones  de 
subditos  de  la  raza  germánica  repartidos  en  las  diversas  partes  de 
su  heterogéneo  Imperio;  y  las  dinastías  de  reyes  y  de  príncipes,  y 
las  autonomías  municipales  de  los  Estados  secundarios  y  pequeños. 
La  guerra  actual ,  sobre  todo  si  fuese  favorable  á  los  federales  y 
aliados,  estrecharía  los  lazos  que  los  unen ,  y  borraría  en  mucha 
parte  las  rivalidades  anteriores.  Pero  esos  mismos  lazos  de  más 
íntima  alianza  son  la  mayor  dificultad  para  unificar  la  Alemania. 
Cuando  todos  sus  Estados  de  alguna  importancia,  lucharon  en  1866 
contra  la  Prusia ,  ésta ,  que  los  venció ,  pudo  hacer  dar  grandes 
pasos  á  la  obra  de  construcción  de  la  nacionalidad  común.  Con  el 
derecho  de  la  victoria,  suprimió  un  Reino,  un  Electorado,  un  Du- 
cado, una  Ciudad  libre ;  obligó  á  la  mayor  parte  de  los  Estados  á 
entrar  en  una  Confederación,  en  que  de  43  votos,  fijados  al  Con- 
sejo federal,  se  reservó  para  sí  17,  además  de  la  Presidencia,  de  la 
dirección  de  los  negocios  generales,  de  la  representación  diplomá- 
tica común,  y  del  mando  de  los  ejércitos;  sometió  á  los  pueblos 
del  Sud  á  tratados  militares,  que  le  conceden  igualmente  el  man- 


512  LA    GUERRA. 

do  de  las  tropas  en  caso  de  guerra ,  é  impuso  el  silencio  y  el  ais- 
lamiento al  Austria-Hungría.  Pero,  cuando  Septentrionales  y  Me- 
ridionales se  han  mantenido  unidos  á  sus  banderas,  y  han  partici- 
pado de  sus  fatig-as,  de  sus  combates,  de  sus  laureles  y  de  sus  der- 
rotas, no  podrá  amenguar  los  derechos  de  esos  Reyes,  Grandes- 
Duques,  Duques  y  Principes,  que  están  peleando  al  lado  del 
Monarca  y  de  los  Principes  de  Prusia. 


¿  Quién  tiene  de  su  parte  la  razón? 

Esta  cuestión  no  puede  ser  juzgada  por  el  examen  de  los  docu- 
mentos diplomáticos  ni  de  los  tratados  internacionales. 

Los  pactos  sancionados  por  Europa  en  1815,  último  código 
general  de  su  derecho  escrito,  están  borrados  por  cien  hechos  poste- 
riores :  por  la  desaparición  de  la  República  de  Cracovia,  el  esta- 
blecimiento del  Reino  de  Bélgica ,  la  emancipación  del  Lombar- 
do-Véneto ,  el  despojo  de  los  Ducados  del  Elba  cometido  contra 
Dinamarca,  la  disolución  de  la  Confederación  Germánica.  En  esas 
infracciones  del  derecho  internacional  establecido  á  la  caida  del 
primer  Imperio  napoleónico ,  ha  tenido  una  parte  mucho  más 
grande  Prusia  que  Francia.  Pero  ésta,  que  se  habia  jactado  alguna 
vez,  no  sin  razón,  de  ser  la  única  gran  potencia  capaz  de  pelear  por 
una  idea,  no  fundó  en  1866  sino  en  el  interés  de  su  ambición,  la 
exigencia  de  que  ningún  Estado  europeo  aumentase  considerable- 
mente su  poder  sin  darle  una  compensación  territorial ;  exigencia 
que,  mantenida  desde  entonces  con  perseverancia,  es  la  única 
verdadera  causa  de  la  guerra  actual. 

Prescindiendo  de  los  tratados  internacionales,  que  á  ninguno  de 
los  dos  contendientes  dan  la  razón,  ambos  reivindican  el  honor  de 
ser  el  más  autorizado  y  legitimo  representante  de  la  civilización 
contemporánea.  Francia,  cuyos  soldados  van  cantando  la  Marse- 
llesa,  alega  que  ha  sido  la  nación  propagandista,  por  excelencia, 
de  las  ideas  y  del  espíritu  moderno;  recuerda  que  ha  derramado  la 
sangre  de  sus  hijos  y  sus  tesoros  donde  quiera  que  se  ha  peleado 
por  el  triunfo  de  la  libertad  y  de  la  emancipación  de  los  pueblos, 
en  Grecia,  en  Bélgica,  en  Italia:  echa  en  cara  á  la  Prusia  que  fué 
uno  de  los  miembros  de  la  Santa  Alianza,  que  su  rey  se  titula  y 


LA    GUERRA.  513 

se  cree  monarca  de  derecho  divino,  que  sus  hombres  políticos  más 
importantes  pertenecen  al  partido  feudal ,  que  jamas  ha  hecho 
nada  por  la  emancipación  de  los  pueblos,  y  que,  por  el  contrario, 
ha  tomado  parte  siempre  en  iniquidades  como  los  tres  repartos 
generales  de  la  Polonia ,  y  la  supresión  de  la  República  de  Cra- 


covia. 


A  todo  esto  la  Prusia ,  además  de  la  representación  de  la  grande 
idea  déla  unidad  germánica,  opone  jactanciosa  dos  hechos;  la 
de  que  los  filósofos  alemanes  marchan  al  frente  del  movimiento 
científico  del  mundo ,  y  la  de  que  los  pueblos  inmediatamente 
puestos  bajo  su  dirección ,  tienen  la  honra  de  ser  los  que  más  han 
extendido  entre  sus  habitantes  la  instrucción  primaria  elemental. 


XI. 

¿  Quién  tiene  de  su  parte  la  fuerza  ? 

Si  nos  dejamos  llevar,  como  el  vulgo,  por  las  primeras  impre- 
siones, producidas  por  los  sucesos  con  que  ha  comenzado  la  guer- 
ra, seria  preciso  conceder  la  ventaja  á  Prusia.  Haciendo  retroce- 
der bruscamente  á  su  enemigo ,  que  se  preparaba  á  invadirla ,  y 
consiguiendo  contra  él  tres  victorias  sucesivas,  en  que  lo  ha  aplas- 
tado ,  presentando  una  irresistible  superioridad  numérica ,  ha  re- 
petido en  el  ánimo  de  la  Europa  la  sorpresa  con  que  en  1866  se  le 
vio  vencer  al  Austria.  La  repetición  del  hecho  es  un  dato  que  no 
puede  ser  despreciado ,  y  que  arguye  fuertemente  en  favor  de  los 
federales.  Sin  embargo ,  ni  la  estadística ,  ni  la  historia ,  ni  la  crí- 
tica razonable  de  los  recursos  de  cada  país ,  ni  los  primeros  aconte- 
cimientos de  la  guerra ,  deciden  la  cuestión  de  fuerza ,  considerada 
en  términos  absolutos  ,  en  desventaja  de  la  Francia. 

Su  población  es  casi  igual  á  la  de  sus  enemigos:  muy  cerca  de  40 
millones  de  almas,  contra  una  cifra  que  pasa  muy  poco  de  esa.  Su 
riqueza  pública  y  privada  no  presentan  inferioridad.  Su  hacienda 
nacional  está  próspera ,  y  en  mejor  situación  que  la  de  sus  contra- 
rios. Su  organización  administrativa  es  la  más  fuerte  del  mundo. 
Su  educación  militar  no  cede  á  la  de  ningún  pueblo.  El  espíritu 
guerrero  de  sus  hijos  no  peca  sino  de  excesivo.  Sus  soldados  son, 
en  la  actualidad ,  los  más  aguerridos  de  Europa.  La  cohesión  de 
sus  elementos  nacionales  está  formada  por  el  trabajo  lento  de  mu- 

TOMO  XV.  33 


514  LA    GUERRA. 

chos  siglos ,  y  es  incomparablemente  más  sólida  que  la  de  los  pue- 
blos alemanes,  anexionados  ,  confederados  y  aliados  de  Prusia. 

Si  ha  sido  posible  que  los  Prusianos  se  presenten  en  los  primeros 
momentos  con  triplicadas  fuerzas  en  los  campos  de  batalla ,  no  hay 
una  razón  para  que  continué  esa  desproporción  por  mucho  tiempo. 
Todo  está ,  pues ,  reducido  á  saber  si  el  patriotismo  francés ,  aun 
en  el  caso  de  sufrir  nuevas  derrotas ,  se  sabe  colocar  á  la  altura  de 
las  exigencias  de  su  destino.  Pasadas  pocas  semanas ,  toda  la  po- 
blación válida  de  Francia  puede  estar  con  las  armas  en  la  mano 
enfrente  de  toda  la  población  válida  de  la  Alemania.  Y  hasta  aho- 
ra no  se  ha  probado  ciertamente  que ,  tantos  á  tantos ,  los  solda- 
dos germánicos  sean  más  fuertes  que  los  franceses. 

Aun  obligada ,  por  continuadas  victorias  de  Prusia ,  si  esta  lo- 
gra aprovechar  la  sorpresa  y  el  tiempo ,  á  hacer  una  paz  desven- 
tajosa y  humillante,  no  es  fácil  que  Francia  deje  de  ser  una  nación 
de  primer  orden.  La  paz  seria,  en  realidad,  sólo  una  tregua,  y  el 
combate  se  renovaria  al  poco  tiempo  con  condiciones  de  igualdad . 
Los  pueblos  de  la  raza  latina  saben  sostener  luchas  seculares.  Es- 
paña peleó  dos  siglos  contra  Roma ,  ocho  contra  todas  las  razas 
musulmanas,  venidas  sucesivamente  de  África,  dos  contra  la 
Francia.  Francia  ha  combatido  cuatro  siglos  contra  Inglaterra, 
dos  contra  la  casa  de  Austria  ,  un  cuarto  de  siglo ,  que  equivalió 
á  muchos,  desde  1792  á  1815,  contra  toda  la  Europa  coali- 
gada. 

Prusia,  en  cambio ,  que ,  apenas  ha  sido  una  nación  de  primer 
orden  hasta  1866 ,  en  que  su  población  no  llegaba ,  entre  subditos 
alemanes  y  no  alemanes ,  á  veinte  millones  de  almas ,  sino  logra 
realizar  en  su  provecho  la  unidad  germánica;  si,  enfrente  de  Aus- 
tria vencida  ayer,  y  de  Francia,  vencida  (si  la  venciere)  hoy,  vie- 
ra mas  pronto ,  ó  más  tarde,  desmoronarse  la  hegemonía  prusiana 
como  se  desmoronaron  sucesivamente  el  Sacro  Romano  Imperio, 
la  Confederación  del  Rhin,  la  Confederación  Germánica  y  el  Im- 
perio alemán,  revolucionario  y  utópico  de  1848,  podria  todavía, 
después  de  haber  humillado  dos  grandes  Imperios,  dejar  de  ser 
una  de  las  primeras  potencias  de  Europa.  Es  un  mortal  que  lucha 
con  un  inmortal. 


LA   aUERRA.  515 


XII. 


Los  demás  Estados  europeos  tienen  intereses  más  ó  menos  direc- 
tos en  la  lucha;  pero  hasta  ahora  se  conservan  en  la  neutralidad. 

Austria  no  puede  ver  con  indiferencia  lo  que  pasa.  Sobre  el  Rhin 
y  el  Mosa  se  está  decidiendo  acerca  de  su  porvenir.  Alli  se  trata 
principalmente  de  confirmar  ó  deshacer  la  obra  de  Sadowa.  Pero 
Austria  tiene  poderosas  razones  para  permanecer  inactiva  ó  para 
caminar  despacio.  En  primer  lug-ar,  sus  procedimientos  jamas  han 
sido  muy  precipitados;  acaso  para  hacer  la  paz,  se  ha  dado  alg-u- 
nas  veces  demasiada  priesa;  pero  nunca  para  emprender  la  guerra. 
No  es  la  primera  ocasión  en  que  se  contenta  con  ser  mera  espec- 
tadora de  contiendas  que  directamente  le  interesan  :  en  la  guerra 
de  Oriente,  se  trataba  también  de  su  porvenir  político  sobre  el  Da 
nubio,  más  que  del  de  las  naciones  occidentales.  En  segundo  lu- 
gar, están  muy  divididas  las  opiniones  de  sus  habitantes  y  de  sus 
hombres  de  Estado  :  los  que  se  sienten  animados  de  espíritu  ger- 
mánico, cualesquiera  que  sean  sus  rencores  respecto  de  Prusia,  va- 
cilan en  declararse  en  su  contra  cuando  la  ven  pelear  por  la  pre- 
ponderancia del  germanismo  en  Europa;  los  Eslavos  y  los  Magya- 
res  tto  quieren  contribuir  á  que  el  Imperio  austro-húngaro  vuelva 
á  ser  principalmente  alemán.  Y  en  tercer  lugar,  el  temor  á  la  inter- 
vención de  Rusia  en  la  guerra  es  una  remora  eficaz  contra  la  de 
Austria . 

Rusia  no  ve,  ciertamente,  con  entusiasmo  la  amenaza  de  un  Im- 
perio unitario  germánico  de  más  de  cuarenta  millones  de  habitan- 
tes; pero,  con  sus  ojos  fijos  siempre  en  Oriente,  sólo  en  Austria  y 
en  Inglaterra  ve  rivales  y  enemigos  eternos.  Salvaría  á  Prusia,  si 
la  viese  seriamente  amenazada,  para  conservar  el  más  útil  y  más 
seguro  de  sus  aliados ;  pero  prefiere  reducir  su  papel  á  contener  á 
Austria  dentro  de  sus  fronteras. 

Inglaterra  ha  determinado  con  toda  claridad  los  objetos  de  su 
política  internacional,  reduciéndolos  á  tres;  la  conservación  de  la 
neutralidad  de  Bélgica ,  que  aleje  de  la  cindadela  de  Ambéres  la 
bandera  de  guerra  de  una  gran  potencia  militar  ;  el  manteni- 
miento ó  el  restablecimiento  más  inmediato  posible  de  la  paz ,  que 
es  el  alma  de  su  asombroso  comercio  y  la  vida  de  su  vastísima  in- 


7)16  LA    GUERRA. 

dustria;  y  la  limitación  de  las  ambiciones  moscovitas  en  Oriente. 
El  primero  de  estos  fines  lo  ha  asegurado  por  algún  tiempo ;  por 
el  segundo  hará  lo  que  pueda  sin  salir  del  terreno  diplomático;  por 
el  tercero,  se  pondría  en  su  caso ,  de  parte  de  Austria ,  en  aliada 
constante  contra  Rusia,  su  rival  de  ayer,  de  hoy  y  de  mañana. 

Italia ,  colocada  entre  la  nación  que  le  dio  la  Lombardia ,  y  la 
que  le  facilitó  la  adquisición  del  Véneto ,  no  es  extraño  que  vacile. 
La  cuestión  de  Roma  pudiera  haberla  tentado  á  hostilizar  á  Fran- 
cia ;  pero  contra  ésta ,  cuando  Austria  está  más  dispuesta  á  auxi- 
liarla que  á  combatirla ,  habría  sido  una  locura  en  Italia  empren- 
der la  lucha.  A  pesar  de  lo  mucho  que  ha  adelantado ,  la  unidad 
italiana  no  resistirla  á  la  acción  común  de  Austria  y  de  Francia. 
Roma  ha  sido  evacuada  por  las  tropas  francesas ,  y  los  problemas 
políticos  del  poder  temporal  del  Papa  y  de  la  integridad  y  capita- 
lidad del  reino  italiano  van  á  ocupar  nuevamente  á  los  partidos  y 
á  la  diplomacia ;  pero  con  una  importancia  separada  de  la  cues- 
tión de  neutralidad.  Parece  cierto,  entre  tanto,  que  Italia  se  arma 
á  toda  prisa  para  estar  preparada  á  intervenir  en  la  guerra ,  y  que 
sus  simpatías  oficiales  son  decididas  á  favor  de  los  Franceses. 

Las  naciones  de  segundo  orden  no  desean  otra  cosa  que  alejar 
de  sus  territorios  los  horrores  y  los  desastres  de  la  lucha.  Bélgica 
ha  temido  con  mucha  razón  por  su  independencia ;  Suiza  ha  to- 
mado sus  precauciones  para  que  sus  fronteras  no  sean  violadas: 
Holanda  ha  considerado  con  recelo  que  por  el  Rhin  el  vencedor, 
cualquiera  que  sea,  podrá  inquietarla  en  sus  intereses  nacionales: 
Suecia  está  lejos,  y,  por  tanto,  tranquila;  y  Dinamarca,  que 
guarda  en  su  alma  grandes  rencores  contra  la  Prusia ,  y  que  acaso 
se  aprestaba  á  buscar  las  satisfacciones  de  la  venganza ,  ha  pen- 
sado ,  al  ver  que  los  principios  de  la  guerra  eran  desfavorables 
contra  Francia ,  que  ésta  está  muy  distante  de  su  territorio ,  asi 
oomo  Prusia  es  un  vecino  muy  temible. 

La  guerra,  pues,  ha  quedado  limitada,  á  lo  menos  en  su  primer 
período ,  á  Francia  por  una  parte ,  y  á  Prusia ,  sus  confederados  y 
sus  aliados,  por  la  otra. 

xm. 

De  todos  los  Estados  no  hay  ninguno  cuya  neutralidad  se  halle 
fundada  sobre  bases  tan  sólidas  como  la  de  España.  Nadie  desea 


LA    GUERRA.  517 

que  la  abandone ,  ni  ella  siente  estimulo  alguno  para  abandonar- 
la. Le  conviene  hasta  tal  punto  ,  y  con  tal  evidencia,  que  todos 
sus  hombres  políticos  y  sus  partidos  convienen  en  proclamarla 
como  útil  y  como  necesaria ,  siendo  éste  el  único  asunto  sobre  el 
cual  no  hay  cuestión  ni  pareceres  distintos. 

A  Francia,  cuyo  territorio  separa  nuestra  península  del  resto  de 
Europa,  le  conviene  ig'ualmente  nuestra  neutralidad.  La  prefiere 
á  nuestra  alianza.  Siendo  neutrales ,  le  guardamos  una  extensa 
linea  de  fronteras ,  y  puede  dedicar  toda  su  atención  al  Este ;  pelea 
con  la  grandísima  ventaja  de  tener  las  espaldas  guardadas  por  una 
posición  inaccesible.  Durante  la  paz ,  tiene  una  situación  céntrica 
en  Europa ,  por  hallarnos  nosotros  á  su  Occidente ;  durante  la 
guerra,  no  sufre  los  inconvenientes  naturales  de  esa  situación  cén- 
trica, porque  nuestra  neutralidad  cierra  en  los  Pirineos  el  área 
posible  de  extensión  de  las  hostilidades. 

Siendo  sus  aliados ,  tendría  que  satisfacer  nuestras  exigencias. 
Los  aliados  no  pueden  ser  tan  desinteresados  como  los  neutrales. 
Ademas  los  aliados  son  elementos  activos ,  que  conservan  su  albe- 
drío  y  su  independencia ,  que  pueden  variar  á  cualquier  momento 
de  actitud  y  convertirse  en  enemigos.  Hay  que  considerarlos  con 
recelo,  sobre  todo  cuando  se  hallan  en  situación  de  hacer  mucho 
más  daño  con  sus  hostilidades  que  servicios  con  su  amistad. 


XIV. 


Pero  la  neutralidad  no  se  entiende  si  no  respecto  de  las  armas. 
En  punto  á  simpatías,  no  hay  español  que  sea  neutral.  Unos  de- 
sean el  triunfo  de  Prusia ,  otros  el  de  Francia.  Más  exacto  es  decir 
que  unos  ven  con  placer  las  victorias  de  los  Franceses  y  otros  su 
derrota. 

Nuestra  historia  está  mezclada  desde  hace  siglos  con  la  de 
Francia ,  y  puede  escribirse  muy  bien  sin  tomar  en  cuenta  la  de 
Prusia.  Aunque  esta  representa  en  Alemania  las  tradiciones  del 
protestantismo  y  de  los  principados  secundarios  que  nos  combatie- 
ron constantemente  y  que  ó  nacieron  ó  crecieron  para  combatir- 
nos cuando  nuestra  política  nacional  estuvo  unida  á  la  de  la  casa 
de  Austria ,  ni  aquella  política  es  ya  la  nuestra ,  ni  Prusia  figuró 
en  el  mundo  como  nación  de  alguna  importancia  mientras  los  Es- 


518  LA    GUERRA. 

pañoles  sostuvimos  nuestra  influencia  sobre  ese  Rhin ,  ese  Mosela 
y  ese  Mosa ,  que  si  hoy  se  tiñen  tan  abundantemente  de  sangre  de 
otros  pueblos ,  con  tanta  frecuencia  se  enrojecieron ,  durante  los 
siglos  XVI  y  XVII,  con  la  de  nuestros  soldados. 

En  época  mas  reciente ,  Prusia  tomó  parte ,  como  miembro  del 
Congreso  de  Verona ,  en  decretar  contra  España  la  intervención 
armada  de  1823,  la  mayor  ignominia  que  hemos  sufrido  en  el  pre- 
sente siglo.  A  eso  están  reducidas  nuestra  relaciones  politicas 
con  aquel  reino. 

Continuas  y  de  contrarias  naturalezas ,  las  hemos  tenido  con 
Francia ,  que  fué  nuestro  enemigo  tenaz  cuando  éramos  los  más 
fuertes  y  temidos  en  Europa.  Desde  Cerinola  hasta  Rocroy  lucha- 
mos sin  descanso,  enfrente  los  Españoles  de  los  Franceses.  Después, 
en  la  guerra  de  Sucesión ,  unimos  nuestras  armas  para  pelear  con- 
tra el  resto  de  la  Europa  coaligada.  Durante  el  siglo  XVIII  y  los 
primeros  años  de  este ,  nos  mantuvimos  en  una  amistad  pocas  ve- 
ces interrumpida ,  y  con  mas  frecuencia  llevada  al  exceso  de  fu- 
nestos pactos  de  familia ,  y  de  perniciosas  alianzas  con  la  Repúbli- 
ca y  el  Imperio.  La  invasión  aleve  de  1808 ,  y  la  heroica  resisten- 
cia de  nuestros  padres,  han  dejado  huellas  profundas  en  el  alma 
noble  y  altiva  del  pueblo  español ,  que  vé  con  razón  en  aquella 
guerra  una  de  sus  más  grandes  glorias.  La  intervención  de  1823, 
aunque  menos  antipática ,  cuando  se  verificó ,  á  numerosos  parti- 
dos españoles,  llena  de  justa  amargura  los  sentimientos  de  la  ge- 
neración actual. 

Pero  desde  1830 ,  entre  los  pueblos  cuyos  intereses  están  veci- 
nos á  los  de  España ,  Francia  es  el  único  con  quien  no  hemos  esta- 
do en  peligro  de  reñir;  asi  como,  entre  los  vecinos  de  la  Francia, 
somos  los  únicos  con  quienes  no  ha  tenido  esa  nación  conflictos. 

En  las  cuestiones  de  Cuba ,  de  Santo  Domingo  y  del  Pacifico, 
hemos  tropezado  muchas  veces  con  la  rivalidad  de  los  Estados- 
Unidos.  En  Portugal  y  en  Marruecos,  con  las  intimaciones  hostiles 
de  Inglaterra.  Hemos  tenido  guerras  con  Méjico,  con  el  Perú,  con 
Chile ,  con  el  Ecuador ,  con  Santo  Domingo ,  con  Marruecos ,  con 
Cochinchina.  El  pueblo  portugués ,  nuestro  más  natural  amigo, 
no  pierde  ocasión  de  manifestar  hacia  nosotros  recelos  infundados. 
Y  Francia,  que  ha  peleado  contra  Rusia ,  contra  Austria ,  contra 
Prusia,  que  hizo  temer  varias  veces  á  Inglaterra  con  la  amenaza  de 
un  desembarco,  que  ha  puesto  con  repetición  en  peligro  la  inde- 


LA   GUERRA.  519 

pendencia  de  Bélgica ,  que  ha  tenido  exigencias  sobre  el  Luxem- 
burgo ,  que  ha  hecho  sentir  el  peso  de  su  fuerza  á  Italia ,  no  ha 
provocado ,  en  los  últimos  cuarenta  años ,  ninguna  cuestión  que 
haya  comprometido  sus  buenas  relaciones  con  España.  Dirigidos 
sus  gobiernos  sucesivamente  por  un  Orleans ,  por  la  República ,  y 
por  un  Bonaparte ,  han  vivido  en  constante  buena  armenia  con  los 
nuestros ,  ya  cuando  reinaba  en  España  un  Borbon ,  ya  cuando  he- 
mos tenido  una  prolongada  interinidad.  Soldados  franceses  pelea- 
ron, en  compañía  de  los  nuestros,  en  nuestra  guerra  civil ,  y  jun- 
tos después  han  estado  en  Méjico  y  en  Cochinchina ,  habiendo 
además  manifestado  su  resuelta  decisión  de  ponerse  de  nuestra 
parte ,  si  nos  convenia ,  en  la  guerra  de  Marruecos ,  y  en  nuestras 
cuestiones  de  Santo  Domingo  y  de  Cuba. 

Hay,  pues,  en  la  historia  material  abundante,  si  sólo  en  los  sen- 
timientos han  de  fundarse ,  para  alimentar  nuestras  simpatías  ó 
nuestras  antipatías  respecto  de  Francia.  Si  hubiésemos  de  fun- 
darlas en  afinidades  de  raza  ó  de  civilización,  con  dificultad  podría 
sostenerse  que  son  mayores  las  que  nos  ligan  á  los  Germanos  que 
las  que  nos  unen  á  la  más  importante,  en  la  actualidad,  de  las  na- 
ciones latinas. 


XV. 


Una  guerra  larga ,  ó  una  paz  con  escasas  probabilidades  de  ser 
duradera,  y  un  crecimiento  extraordinario  del  militarismo,  son  las 
dos  grandes  amenazas  que  pesan  hoy  sobre  la  Europa . 

Mucho  se  temía  de  las  trasform aciones  hechas  en  el  armamento 
de  los  ejércitos;  pero  los  destrozos  causados  por  los  primeros  com- 
bates han  superado  á  los  más  tristes  cálculos.  Si  se  sigue  peleando, 
aunque  sólo  sea  por  pocos  meses,  como  se  ha  empezado,  va  á  des- 
aparecer la  mayor  parte  de  la  población  viril  de  Alemania  y  de 
Francia,  comprendida  entre  los  veinte  y  los  cuarenta  años  de  edad. 
Vamos  á  presenciar  el  exterminio  de  una  generación  entera  en  los 
países  más  civilizados  de  la  tierra. 

Y  ante  el  espectáculo  de  esa  Francia,  tan  marcial,  tan  aguerri- 
da, que  se  creía  á  sí  misma  tan  preparada  para  una  lucha,  en 
que  no  ha  dejado  de  pensar  desde  1866,  ó  más  bien  desde  1815,  y 
que,  sin  embargo,  se  ha  encontrado  sorprendida  por  el  descuido  y 


520  LA.   GUERRA. 

la  inferioridad  de  sus  preparativos,  ¿van  á  deducir  todos  los  pue- 
blos la  necesidad  de  adoptar  el  sistema  militar  prusiano ,  que  im- 
pone á  todos  los  hombres,  sin  excepción,  la  tarea  de  soldados  du- 
rante los  mejores  diez  y  nueve  años  de  su  vida?  Seria  declarar  á 
Europa  toda  en  estado  de  sitio  permanente,  en  un  campamento 
ó  en  una  trinchera  inmensos. 

Para  mezclar  alguna  dulzura  al  amargo  dejo  de  estas  tristes  re- 
flexiones, concluyamos  recordando  las  mejoras  que  la  mayor  sua- 
vidad de  las  costumbres  y  de  las  ideas  ha  introducido  en  las  prác- 
ticas de  la  guerra.  Los  rigores  de  ésta  están  circunscritos ,  en  lo 
posible,  á  los  ejércitos  beligerantes;  los  ciudadanos  inermes  no  son 
tratados  por  el  vencedor  como  enemigos,  y  los  derechos  de  los  neu- 
trales son  respetados.  No  se  entregan  las  poblaciones  al  saqueo  ni 
al  degüello;  no  se  expiden  patentes  en  corso;  está  admitido  y  ob- 
servado el  principio  de  que  el  pabellón  neutral  cubre  la  mercan- 
cía, y  de  que  la  mercancía  neutral  no  puede  ser  apresada  bajo  nin- 
gún pabellón.  Los  prisioneros  son  guardados  con  humanidad ,  y 
no  están  expuestos  á  represalias.  Los  heridos  son  atendidos  con  es- 
mero por  amigos  y  por  contrarios.  Asociaciones  internacionales 
los  amparan  desde  los  mismos  campos  de  batalla,  al  abrigo  de  una 
neutralidad  concedida  á  la  filantropía.  Pero  nada  de  eso  basta :  es 
necesario  desear  que  el  progreso  del  derecho  imposibilite  ó  dificulte 
sobremanera  las  guerras,  ó  que,  á  falta  de  otro  remedio  más  noble 
y  más  honroso  para  la  civilización,  podamos  á  lo  menos  abrigar  la 
esperanza  de  que  la  misma  lamentable  perfección  de  las  armas 
evite  la  repetición  de  esas  espantosas  carnicerías  humanas,  siendo 
á  un  mismo  tiempo  remora  para  las  invasiones  ambiciosas,  y  fuer- 
za de  resistencia  formidable  para  los  pueblos,  relativamente  débi- 
les, que  se  defienden  dentro  de  sus  confines. 

Fernando  Cob-Gayon. 

Madrid  12  de  Agosto  de  1870. 


ESTADO  GENERAL  DE  INGLATERRA 

EN  EL  SIGLO  XVIL 


CAPITULO  IV. 


usos   T  COSTUMBRES. 


Los  USOS  y  costumbres  de  los  Londeños  habían  variado  comple- 
tamente desde  la  época  de  la  Restauración.  El  antiguo  cortesano 
sencillo,  ignorante,  tosco,  al  par  que  generoso  en  sus  maneras, 
era  ya  un  nuevo  personaje  que  pretendía  distinguirse  por  su  finura 
y  buen  talante ,  inclinado  á  los  placeres ,  apto  para  la  intriga ,  y 
aspirante  á  plaza  de  sutil  ingenio.  Las  damas  de  la  corte ,  que  en 
otro  tiempo  cifraban  su  orgullo  en  vestir  sarga  de  lana,  ahora  os- 
tentaban lujosas  sedas,  rivalizando  en  coquetismo  y  elegancia  ;  la 
modesta  silla  de  manos  hizo  lugar  á  la  soberbia  carroza;  la  vajilla 
de  peltre,  destinada  ya  á  usos  vulgares,  habia  sido  remplazada  con 
las  de  bruñida  plata.  En  los  tiempos  de  Cromwell ,  las  fiestas  pú- 
blicas llevaban  el  sello  de  la  austeridad  republicana.  El  pueblo  in- 
glés, afecto  entonces  á  la  música  severa,  se  complacía  en  escuchar 
los  salmos  de  David  ó  los  cantares  de  Salomón;  pero  volvió  la  mo- 
narquía vestida  á  la  francesa,  y  ya  sólo  se  pensaba  en  bailes  y  fes- 
tines, teatros  y  zarabandas. 

Esta  trasformacion  de  costumbres  era  debida  á  los  emigrados 
ingleses,  que  desde  1648  hasta  1660  habían  vivido  en  medio  de  un 
pueblo  festivo  y  licencioso.  La  Francia  era  entonces,  y  ha  seguido 
siendo  hasta  hoy,  la  escuela  del  libertinaje  de  las  altas  clases,  don- 


522  líSTADO    GENERAL    DE    INGLATERRA 

de  se  aprendía  á  despreciar  los  más  nobles  sentimientos,  y  á  rom- 
per los  lazos  más  sagrados  que  unen  al  hombre  con  la  sociedad. 
Luis  XIV  hubo  de  ensenar  á  Carlos  II  que  un  rey  puede  ser  rela- 
jado en  su  conducta  y  apellidarse  el  Grande :  Fouquet  hizo  ver  á 
Sunderland  que  un  Ministro  no  pierde  su  reputación  por  ser  falsa- 
rio; y  Churchill  debió  aprender  del  gran  Turena  que  los  secretos 
de  Estado  pueden  revelarse  á  las  prostitutas ,  sin  que  por  ello  se 
empañe  el  honor  de  un  Mariscal  de  Francia.  La  juventud  inglesa, 
adiestrada  en  el  sitio  de  Arras,  en  el  campamento  de  Dunquerque 
y  en  la  campaña  de  Holanda,  sabia  jugar  á  los  «quince,»  dar  pe- 
tardos, y  ganar  á  ciencia  cierta.  Ni  se  inquietaba  el  nuevo  Lord 
por  la  suerte  de  su  hacienda,  porque  seria  de  mal  tono  que  un 
hombre  bien  nacido  no  entregara  al  indispensable  maitre  d'Mtel 
el  manejo  de  la  economía  doméstica.  Finalmente ,  en  las  tertulias 
de  Mme.  de  Sevigné  aprendía  Milady  á  ser  condescendiente  con 
los  extravíos  de  sus  hijas  y  cómplice  en  sus  amores ,  sin  que  por 
eso  se  alarmaran  los  moralistas  del  siglo ,  pues  con  saber  escribir 
chistes,  hablar  de  filosofía  y  asistir  á  los  sermones  del  P.  Bourda- 
loue,  era  ya  la  madre  ejemplar  y  la  más  recatada  de  las  mujeres. 

Con  modelos  tan  perfectos  que  imitar,  volvieron  á  Inglaterra  los 
emigrados  de  la  revolución  de  1640.  Westminster  fué  desde  en- 
tonces un  París  en  pequeño,  Whitehall  un  Versailles ,  y  Windsor 
un  remedo  de  San  Germán.  Los  émulos  de  Bacon  y  Milton  empe- 
zaron á  beber  en  las  fuentes  del  país  que  aún  no  había  visto  nacer 
á  Voltaire.  En  fin,  las  modas,  usos,  costumbres  y  hasta  el  lenguaje 
de  los  cortesanos  ingleses,  eran  una  grotesca  caricatura  de  cuanto 
habían  visto  y  oído  en  la  corte  de  Francia.  Entonces  empezaron  á 
llamarse  los  bailes  de  máscaras  masquerades,  y  los  del  teatro  ba- 
llets: el  día  de  besamanos  petite  levée,  el  de  gala  grande  levée:  la 
tertulia  del  rey  le  coucher,  y  la  reunión  de  la  rema  petitjeu:  las 
cenas  de  Palacio  amhigús,  y  el  tocador  de  las  señoras  toilettes. 

¡Cosa  extraña,  en  verdad,  que  los  hijos  de  Corazón  de  León, 
los  vencedores  de  Crecy,  Poitiers  y  D'Agincourt,  decayeran  hasta  el 
extremo  de  imitar  servilmente  á  los  vencidos !  Pero  tal  es  la  índo- 
le de  las  naciones,  y  nuestra  España  nos  ofrece  un  tristísimo  ejem- 
plo: ayer,  soberbia  con  su  poderío,  dictaba  leyes  en  San  Quintín; 
hoy,  humilde  en  su  decadencia,  recibe  agradecida  el  soplo  civili- 
zador de  la  Francia. 

Montesquieu  dice,  que  cuando  la  juventud  de  un  pais  llega  á 


EN   EL    SIGLO    XV!I.  523 

corromperse,  es  señal  que  los  hombres  maduros  están  ya  corrom- 
pidos ;  verdad  incontestable ,  que  debieran  aprender  nuestros  ma- 
yores ,  cuando  quieren  descartarse  de  sus  propias  faltas  con  los 
extra vios  de  sus  educandos.  La  juventud  inglesa,  en  la  época  de  la 
Restauración ,  nos  ofrece  uno ,  entre  los  muchos  ejemplos ,  que 
para  prueba  de  esto  mismo  encierran  las  páginas  de  la  historia. 

El  joven  noble  de  aquella  época  era  un  mal  criado  caballerete, 
afectado  en  su  porte ,  afeminado  en  sus  maneras,  frivolo  en  su 
lenguaje  y  disoluto  en  sus  costumbres.   Se  le  distinguía  con  el 
sobrenombre  de  fop,  palabra  que  abarca  todos  los  calificativos  que 
acabamos  de  darle.  No  se  conocía  entonces  el  tipo  del  noble  ado- 
lescente del  dia,  que  principia  sus  estudios  en  el  colegio  de  Eton, 
se  perfecciona  en  el  de  Oxford  ó  Cambridge ,  se  hace  hombre  via- 
jando por  nuestro  continente ,  y  concluye  por  presentarse  á  los 
libres  electores ,  para  que  le  hagan  sitio  en  los  bancos  del  Parla- 
mento. Por  el  contrario ,  se  consideraba  impropio  del  hijo  de  un 
caballero  el  que  asistiera  á  los  institutos  de  enseñanza ,  porque  en 
ellos  adquiría  necesariamente  malos  modales,  alternando  con  otros 
jóvenes  que  pudieran  serle  inferiores  en  fortuna  ó  nacimiento.  Una 
madre  cariñosa  no  podía  permitir  que  su  hijo  se  estropeara  el 
vestido  ó  el  calzado  retozando,  ni  que  desempolvara  su  peluca ,  ni 
que  afeara  la  forma  de  sus  manos :  y  todo  esto  era  natural  suce- 
diese en  un  colegio ,  donde  se  atiende  más  al  saber  de  los  libros 
que  al  pulimento  de  la  persona.  Para  evitar  el  mal,  se  encargaba 
su  educación  al  cuidado  de  un  pedagogo ,  que  atento  sólo  al  ade- 
lanto de  su  propia  fortuna ,  mimaba  al  educando ,  adulaba  á  sus 
padres,  y  lograba  de  este  modo  vivir  en  plácida  holganza.  La  ma- 
dre, uniendo  sus  esfuerzos  á  los  del  preceptor,  desempeñaba  la 
parte  más  esencial  de  la  educación  de  su  hijo,  enseñándole  á  no 
cruzar  las  piernas,  á  no  cargarse  de  espaldas  ni  andar  tambalean- 
do, á  conversar  con  gracia,  á  decir  chistes  ,  y  otras  muchas  cosas 
de  absoluta  insignificancia;  de  modo,  que  cuando  el  joven  salia 
de  las  manos  del  tutor ,  podia  frecuentar  desde  luego  los  templos 
de  la  moda,  porque  sabia  hacer  cortesías,  bailar  un  minuet,  reco- 
jer  á  tiempo  un  abanico ,  ofrecer  un  polvo  y  chapurrar  el  idioma 
francés:  conocimientos   todos   indispensables,   para  distinguirse 
entre  las  gentes  del  gran  tono. 

La  corte  ( Cí?tír¿ ) ,  significaba  grandes  cosas  para  la  juventud 
dorada:  gloria,  poder,  riquezas,  placeres,  todo  cuanto  puede  caber 


524  ESTADO    GENERAL    DE    INGLATKRKA 

en  la  ardiente  imaginación  de  un  joven  cortesano.  Sabia  éste  muy 
bien ,  que  para  adquirir  estos  goces ,  no  necesitaba  ser  orador  ni 
legista,  ni  entender  de  política  .  ni  estudiar  la  ciencia  económica, 
ni  saber  la  historia  de  su  país ;  pues  que  conocía  tantas  magnífi- 
cas nulidades,  como  el  Ministro  Godolphin,  que  jamas  habló  en  el 
Parlamento  ;  ó  como  Cornbury ,  que  no  sabia  lo  que  eran  los  cír- 
culos de  Alemania;  ó  como  Sunderland,  Consejero  de  Estado,  que 
nunca  aconsejó  cosa  de  provecho.  Jóvenes  había,  como  Hydes, 
Talbot,  Hamilton,  Sidney  y  otros,  que  al  decir  de  sus  contempo- 
ráneos, no  habían  visto  la  Universidad  sino  en  perspectiva ,  y  sin 
embargo  llegaron  á  ocupar  distinguidos  puestos  en  el  estado  polí- 
tico. Otros  eran,  pues,  los  medios  de  hacer  fortuna.  Buckingham, 
divirtiendo  con  sus  bufonadas  á  Carlos  II,  obtuvo  el  cargo  de  pri- 
mer Ministro;  Churchill,  vendiendo  á  las  damas  su  persona,  con- 
seguía ver  repleto  su  bolsillo ;  y  Talbot,  agente  oficioso  en  los  ga- 
lanteos del  Duque  de  York ,  alcanzó  la  dignidad  de  Virey  de 
Irlanda.  Hé  aquí  los  modelos  que  imitaba  la  juventud,  ansiosa  de 
participar  de  los  favores  que  con  mano  liberal  repartía  Carlos  II 
entre  sus  disolutos  compañeros . 

Nutrido  con  tales  ideas  y  esperanzas,  el  nuevo  cortesano  no  tar- 
daba en  distinguirse  por  el  desenfreno  de  su  conducta.  Estaba  de 
moda  el  libertinaje,  y  era  natural  que  un  joven  distinguido  se 
hiciese  esclavo  de  la  moda ;  así  es  que  apenas  iniciado  en  las  cos- 
tumbres de  la  corte ,  ingresaba  en  el  círculo  de  los  libertinos  por 
excelencia,  especie  de  sociedad  á  que  pertenecían  todos  los  jóve- 
nes de  la  aristocracia,  llamados  en  el  lenguaje  de  Milton  hijos  de 
Belial.  Los  continuos  desórdenes  á  que  éstos  se  entregaban  eran  de 
naturaleza  tan  feroz,  que  llegaron  sus  promovedores  á  apellidarse 
públicamente  Mosohocks,  nombre  de  una  tribu  salvaje  del  Norte  de 
América.  También  se  les  conocía  por  otros  apodos  significativos, 
como  Nukers,  truhanes,  Scoures,  vagabundos;  lo  cual  demuestra  el 
odio  que  les  profesaba  el  pueblo,  víctima  no  pocas  veces  de  sus  cri- 
minales pasatiempos.  En  sus  correrías  nocturnas  se  les  veía  embria- 
garse con  las  rameras,  asaltar  las  sillas  de  mano  y  golpear  á  los 
cocheros,  insultar  á  las  jóvenes,  apedrear  las  ventanas  de  los  re- 
publicanos, y  asesinar  á  los  agentes  de  seguridad  pública.  El  que 
más  fechorías  contaba  era  el  héroe  envidiado  de  la  comunidad; 
de  modo  que  cada  cual  se  esforzaba  en  escandalizar  á  las  gentes, 
para  poder,  como  D.  Juan  Tenorio,  enseíiar  á  sus  rivales  un  libro 


EN    Ef.    SIGLO    XVIT.  525 

inédito  de  fastuosos  crímenes.  Broncard  se  alababa  descaradamen- 
te de  poseer  un  serrallo  de  bellísimas  aldeanas :  Wilmot  se  jactaba 
de  haberse  embriagado  1825  dias  consecutivos:  Russell  hacia  mé- 
rito de  haber  escalado  los  balcones  de  palacio :  Duncan ,  creía  lle- 
varse la  palma  por  haber  robado  una  camarista  de  la  reina :  Sun- 
derland  contaba  con  orgullo  que  llegó  á  perder  en  una  noche 
20.000  libras  esterlinas  al  juego :  y  Oxford  se  hizo  notable  por  ha- 
ber sacrilegamente  fingido  una  ceremonia  nupcial  con  el  fin  de  se- 
ducir á  una  joven  honrada.  Tales  eran  los  vicios  á  que  se  abando- 
naba aquella  aristocrática  juventud,  predestinada  á  ver  terminar 
su  existencia  entre  los  achaques  de  una  vejez  prematura ,  ó  á  su- 
cumbir, como  D'Avenant ,  á  les  efectos  de  una  enfermedad  ver- 
gonzosa. 

Lo  que  más  caracterizaba  al  fop^  como  le  hemos  llamado,  era  su 
fanatismo  por  la  moda.  El  elegante  de  aquella  época  gastaba  chu- 
pa y  calzón  corto,  casaca  guarnecida  con  pasamanos  de  seda,  me- 
dias de  lo  mismo,  zapato  con  moña,  espadín  y  tricornio.  Era  de  ri- 
gor que  los  guantes  fuesen  bordados,  perfumados,  de  color  á  la 
martial,  y  llegados  de  París  por  el  último  paquebot  de  Douvres. 
La  corbata  era  de  finísimo  lino,  atada  al  cuello  con  un  lazo  enor- 
me, cuyos  extremos,  guarnecidos  de  encajes,  caían  sueltos  y  pen- 
dientes hasta  la  mitad  del  pecho.  La  peluca  era  un  promontorio  de 
cabellos  rizados,  que  se  desprendían  de  ambos  lados  hasta  descan- 
sar sobre  los  hombros  y  espaldas,  figurando  en  la  cúspide  de  la 
cabeza  una  como  cresta  de  gallo.  Había  pelucas  á  la  Bichon,  á  la 
Moutonne  d'Abbé,  etc.,  más  ó  menos  exageradas,  pero  que  debían 
rizarse ,  perfumarse  y  empolvarse  todos  los  dias.  Ataviado  de  esta 
suerte  nuestro  elegante ,  se  presentaba  en  los  salones  luciendo  su 
lente  de  Paris,  su  relox  de  Nuremberg,  su  espejillo  de  Venecia :  ó 
bien  hacía  su  entrada  triunfal  en  Hide  Park,  ya  recostado  en  su 
caleche  tirada  por  yeguas  ñamencas,  ya  montando  con  desden  su 
brioso  corcel  de  Andalucía. 

Hamilton  pinta  en  sus  Memorias  la  triste  figura  del  cortesano, 
que  no  rendía  el  debido  homenaje  á  la  moda.  Russell,  por  ejemplo, 
era  un  hombre  escéntrico,  de  quien  todos  se  reian,  por  que  daba 
en  usar  sombrero  cónico,  bastón  de  marfil ,  galones  de  oro,  y  bo- 
tas de  picos.  El  mismo  autor  nos  refiere  la  consideración  de  que 
gozaban  en  la  corte  M.  de  Flamarin,  introductor  del  mimcet;  M.  de 
Grammot,  que  desterró  la  antigua  carroza  y  adoptó  la  caleche  de 


526  ESTADO    GENERAL    DE    INGLATERRA 

Versalles,  y  D.  Francisco  de  Mello,  español  y  hombre  de  buen  hu- 
mor, que  puso  en  boga  la  zarabanda.  Estos  beneméritos  persona- 
jes eran  festejados  á  porfía,  disputándose  las  tertulias  su  asistencia: 
la  nobleza  les  daba  banquetes,  la  reina  les  trataba  hasta  con  fa- 
miliaridad, y  el  monarca  les  señalaba  pensiones. 

Los  sitios  que  frecuentaba  asiduamente  el  elegante  eran  los  ca- 
fés. De  éstos  se  conocían  dos  en  la  calle  de  San  Jaime ,  que  por  es- 
tar situados  en  las  inmediaciones  del  palacio  y  de  los  parques,  eran 
los  comunmente  preferidos.  El  café  de  White  se  distinguía  de  su 
rival  el  de  San  Jaime,  en  que  los  tertulios  del  primero  se  re- 
unían á  tratar  de  cosas  políticas ,  mientras  que  los  del  segundo  se 
divertian  en  murmurar  y  referir  los  escándalos  de  la  corte.  Para 
ser  admitido  en  estos  establecimientos  era  preciso  pagar  dos  peni- 
ques á  la  entrada,  y  habia  que  abstenerse  de  fumar  y  salivar,  por- 
que el  suelo  estaba  curiosamente  entarimado.  Era  también  forzoso 
que  el  vestido  del  concurrente  fuese  intachable,  y  sobre  todo  la  pe- 
luca, que  de  no  estar  bien  encrestada,  baria  pasar  á  su  dueño  por 
un  teignasse,  tinoso,  y  seria  causa  de  que  los  sirvientes  no  respon- 
dieran á  su  llamamiento.  Usábase  tomar  café,  chocolate,  y  sorber 
tabaco  en  polvo,  mientras  se  disponían  las  partidas  de  juego  ó  de 
caza ,  ó  se  divulgaban  con  algazara  las  últimas  aventuras  del  ca- 
pitán Duncan,  los  deslices  de  Miss  Price  y  el  proyectado  divorcio 
del  rey.  De  allí  sallan  los  ociosos  para  ir  á  la  prisión  de  Bride- 
well  á  ver  azotar  á  las  mujeres,  ó  á presenciar  un  desafio,  una  riña 
de  gallos,  un  combate  de  pugilistas,  ó  una  ejecución  del  verdugo. 
La  noche  se  pasaba  entre  los  bastidores  del  teatro  de  Covent-Gar- 
den,  en  la  tertulia  del  rey  y  en  los  salones  de  la  Duquesa  de  York; 
y  cuando  la  aurora  anunciaba  el  nuevo  dia,  sallan  aquellos  disolu- 
tos, huyendo  de  la  luz,  á  reparar  en  letárgico  sueño  las  fuerzas 
que  perdían  en  el  fuego  impuro  de  sus  bacanales. 

Digna  pareja  del  fop ,  cuyo  retrato  acabamos  de  bosquejar, 
era  Milady  en  aquella  época.  La  joven  que  aspiraba  á  brillar  en 
los  circuios  de  la  aristocracia,  se  distinguía  generalmente  por  sus 
finos  modales,  su  alta  estatura,  su  talle  flexible  y  esbelto,  su  blan- 
quísima tez,  sus  ojos  azules  y  su  rubia  cabellera.  La  virtud  de  la 
doncella  era  incorruptible  mientras  abrigaba  la  esperanza  de  con- 
traer algún  ventajoso  matrimonio.  Hábil  en  el  arte  de  disimular, 
sabía  fingir  una  convulsión  á  tiempo,  para  dar  un  público  testi- 
monio de  su  sentimentalismo.  Afectaba  una  predilección  decidida 


EN    EL    STOLO    XVIl.  527 

por  los  pasatiempos  inocentes,  propios  de  la  candorosa  infancia, 
como  el  jugar  á  la  gallina  ciega  y  el  hacer  castillos  de  naipes.  No 
sabia  lo  que  era  amor,  ni  queria  comprender  su  estratégico  len- 
guaje; así  es  que  sacudía  de  la  manga  de  su  vestido,  con  admira- 
ble serenidad,  los  billetes  amatorios  que  le  entremetían  sus  adora- 
dores: y  prorumpia  en  un  ¡ay!  escandaloso  cuando  alguno  le 
pisaba  adrede  el  pié  ó  le  apretaba  la  mano.  Tal  era  el  retrato  de 
Miss  Stewart,  de  Miss  Wermestre,  de  Miss  Temple,  y  de  otras  mu- 
chas que  fueron  célebres  por  su  hermosura  en  la  corte  de  Car- 
los II. 

El  tocador  de  una  de  estas  beldades  merecía  ser  descrito  por  la 
pluma  de  otro  Ovidio.  El  colorete  y  el  blanquillo,  los  polvos  y  las 
moscas,  el  espejillo  de  bolsa,  las  pastas,  esencias  y  engalanados 
estuches,  formaban  un  elegante  contraste  con  los  billetes  amorosos, 
esparcidos  sin  pretensión  entre  mil  juguetes  de  valor  y  joyas  de 
exquisito  gusto:  brazaletes,  collares,  pendientes,  cintas  y  moños. 
Alli,  en  un  mueble  que  la  moda  habla  hecho  inservible,  yacía  el 
retrato  empolvado  de  un  amante  en  desgracia:  aquí ,  revuelta  con 
la  basquina  que  sirvió  en  el  último  baile,  asomaba  el  mástil  de  una 
preciosa  guitarra.  Los  cuadernos  de  música,  la  nueva  zarabanda, 
la  novela  popular,  las  poesías  de  Rochester,  mezcladas  y  confandi- 
des  con  otros  tantos  objetos  de  moda,  contribuían  á  aumentar  aquel 
bello  desorden,  proporcionando  al  artista  un  vivísimo  modelo  para 
poder  trazar,  á  los  ojos  del  curioso,  el  cuadro  fascinador  del  templo 
de  la  elegancia. 

Sin  embargo,  ¡cuánta  miseria  no  se  oculta  bajo  el  espléndido 
atavío  de  la  joven  cortesana!  El  amor,  ese  pudoroso  sentimiento 
que  eleva  las  almas  y  las  edifica,  era  una  planta  exótica  en  el  pe- 
cho de  Milady.  Los  galanteos  delicados,  las  sentidas  frases,  todo, 
en  fin,  cuanto  puede  conmover  un  corazón  amante,  era  inútil  hoja 
rasca  que  su  razón  desechaba.  Ella  no  comprendía  aquel  recatado 
amor  de  los  torneos  que  Valenzuela  profesaba  á  María  de  Austria, 
expresado  en  su  divisa:  «  Adoro  á  quien  me  mata; »  ni  sentía  aque- 
llas borrascas  del  corazón  que  con  tanta  verdad  pintaba  Villame- 
diana,  cuando  comparándose  al  ángel  de  las  tinieblas,  se  decía, 
«más  penado  y  menos  arrepentido,»  los  dardos  del  amor  se  embota- 
ban en  aquel  bellísimo  seno,  blanco,  frío  é  inanimado  como  el  déla 
Venus  de  Médicis.  Su  ídolo  era  el  becerro  de  oro;  su  filosofía  el 
positivismo.  Para  ella,  el  mérito  de  un  galán  consistía  en  su  for- 


528  ESTADO    GENERAL    DE    INGLATERRA 

tuna;  y  el  más  persuasivo  era  el  que  le  decia  sin  rodeos:  «Milady, 
os  ofrezco  mis  3.000  Jacobos  anuales  y  mi  persona.»  Este  era  y  ha 
sido  por  mucho  tiempo  después,  el  lenguaje  oficial  de  los  amantes 
ingleses. 

Saint  Evremond,  filósofo  observador  de  las  costumbres  del  bello 
sexo,  y  que  conociaá  fondo  el  carácterde  las  damas  inglesas,  aconse- 
jaba de  este  modo  á  su  amigo  M.  de Grammont:  «No  esperéis  amor  de 
»las  doncellas  de  la  corte:  Westminster  no  es  el  Haya  ni  Paris.  En 
»el  Haya  las  solteras  son  sensibles  y  las  casadas  Lucrecias:  en  Pa- 
»ris  las  unas  son  coquetas,  y  las  otras  muy  tiernas  de  corazón;  pero 
»en  Westminster  no  se  conoce  más  que  un  común  sentimiento  de 
linteres  y  de  egoísmo.» 

Si  aquella  aparente  insensibilidad  fuese  el  efecto  de  una  moral 
austera  llevada  al  extremo,  ciertamente  que  no  seria  tan  vitupe- 
rable; pero  no  es  licito  el  pensarlo  cuando  vemos  á  Milady,  ya  en- 
trada en  años,  convertirse  en  una  lasciva  romana,  ó  manchar,  co- 
mo Mesalina,  el  tálamo  conyugal,  comprando  amantes  indiscretos 
con  el  oro  de  su  señor.  Pasados  los  primeros  años  de  la  juventud, 
la  cortesana,  soltera  ó  casada,  variaba  sensiblemente  de  conducta . 
Los  deseos  más  vulgares,  las  pasiones  más  torpes  la  caracteriza- 
ban. Vendía  su  honor  por  pasearse  en  la  carroza  del  Duque  de 
Guisa.  Disfrazada  de  lacayo,  asistía  al  desafío  que  ella  misma  cau- 
saba entre  su  amante  y  su  esposo.  Hoy  se  rinde  á  los  vigorosos  ata- 
ques de  Hall  el  Saltimbanqui,  y  mañana  compra  á  fuerza  de  do- 
blones los  favores  de  un  capitán  de  Guardias.  En  sociedad,  Milady 
era  jugadora  consumada  de  revesino  y  harto  desmesurada  en  be- 
ber, sin  que  se  pasara  dia  en  que  no  hiciera  frecuentes  libaciones 
de  aguardiente  y  de  Canarias,  de  whisky  y  de  usquehangh.  Tal  es 
el  tipo  que  nos  trasmite  la  crónica  de  aquella  época,  al  recordar- 
nos los  nombres  de  las  Duquesas  de  York,  Portsmouth  y  Cleve- 
land, de  las  Condesas  de  Shrewsbury,  Saint  Albans,  Derventwa- 
ter,  y  otras  muchas  que  componían  los  círculos  más  distinguidos 
de  la  aristocracia. 

El  traje  de  las  damas  inglesas  en  la  época  de  la  Restauración, 
era  en  extremo  airoso,  copiado,  como  todos  sus  usos  y  costumbres, 
del  que  llevaban  las  Francesas  en  París  y  Versaílles.  Aun  nos 
place  el  ver  en  nuestros  teatros  modernos  el  gracioso  guarda-in- 
fante, especie  de  tontillo  entretejido  de  finísimos  alambres,  sobre 
el  cual  se  coloca  la  basquina  de  anchos  pliegues  y  escandaloso 


EN    EL    SIGLO    XVIT.  529 

vuelo.  Nos  agrada  aquel  caprichoso  calzado,  con  su  alto  tacón  de 
madera  y  su  moña  de  raso;  la  plateada  peluca,  compuesta  de  bu- 
cles, trenzas  y  ensortijados :  los  guantes  bordados ,  el  abanico  de 
seda,  el  lente  de  oro,  y  los  collares,  pendientes  y  joyas  que  con 
tanta  profusión  sabian  ostentar  las  seductoras  ninfas  de  la  moda. 
El  fino  pincel  de  Sir  Peter  Lely  ha  trasmitido  á  la  posteridad  los 
retratos  de  aquellas  rubias  hijas  de  Albion,  que  más  brillaron  por 
su  belleza  y  elegancia ,  en  la  Corte  de  los  Estuardos. 

La  sociedad,  que  ha  sido  siempre  el  teatro  de  las  costumbres, 
ofrece  ancho  campo  al  moralista  para  poder  discurrir  á  su  placer 
sobre  la  corrupción  de  los  hombres.  Si  logramos  trazar  un  cuadro 
exacto  de  la  sociedad  inglesa,  en  la  época  que  vamos  historiando, 
para  lo  cual  nos  suministran  abundantes  datos  las  memorias  y 
escritos  de  autores  fidedignos ,  alcanzaremos  el  fin  que  nos  hemos 
propuesto  en  el  presente  capitulo. 

Multitud  de  tertulias  se  conocían  entonces  en  Westminster.  Lady 
Chesterfield ,  Lady  Hamilton ,  Lady  Castlemaine ,  Lady  Bristol  y 
otras ,  reunían  en  sus  saraos  lo  más  escogido  de  la  nobleza  britá- 
nica. El  mismo  rey  abria  su  estrado  de  Whitehall  á  todos  los 
cortesanos  indistintamente ;  pero  aquella  sociedad  de  palaciegos  y 
favoritas,  no  debe  confundirse  con  las  demás,  esencialmente  aris- 
tocráticas. De  éstas ,  la  más  concienzuda  era  la  de  la  Duquesa  de 
York.  Frecuentábanla  la  Duquesa  de  Norfolk,  las  Condesas  de 
Shrewsbury ,  Portland ,  Por  vis  y  Berks ,  las  Vizcondesas  de  Mon- 
tagne  y  Stafíbrd,  y  las  Ladies  Azundel,  Petri,  Talbot,  Howard, 
Laúdale,  Arlington  y  Clifort.  Todas  estas  damas  pertenecían  á  la 
flor  de  la  nobleza  católica ,  muy  superior  á  la  protestante ,  porque 
procedía  de  un  linaje  más  ilustre  y  se  engalanaba  con  más  anti- 
guos blasones.  A  la  aristocracia  protestante  se  adherían  en  pri- 
mera linea  la  Duquesa  de  Buckingam,  la  Condesa  de  Essex,  y  las 
Ladies  Cecil ,  Villiers ,  Cooper ,  Russell ,  Coventry ,  Dormer  y  Os- 
borne.  La  nobleza  católica  databa  sus  títulos  de  1442:  la  protes- 
tante de  1620,  esto  es ,  del  mismo  siglo  en  que  vivian  sus  vastagos 
más  ilustres.  La  primera  se  vanagloriaba  de  tener  por  antecesores 
á  los  esclarecidos  Normandos  que  conquistaron  la  Francia ,  la  In- 
glaterra, la  Sicilia,  y  la  Palestina;  la  segunda  jamas  hacia  men- 
ción de  su  cuna ,  porque  se  avergonzaba  de  proceder  del  favorito 
Villiers,  del  mercero  Coventry,  del  especiero  Browne  ,  y  del  pañero 
Osborne. 

TOMO  XV.  34 


530  ESTADO    GENERAL    DK    INGLATIíRRA 

Las  curiosas  Memorias  de  Hamilton  nos  dan  una  idea  del  orden 
y  espíritu  que  reinaba  en  la  tertulia  de  la  Duquesa  de  York.  Al 
abrirse  la  reunión,  los  sirvientes  disponian  las  mesas  de  juego,  las 
damas  formaban  partidas ,  los  caballeros  hacian  corrillos ,  y  los 
amantes  se  aprovechaban  del  rio  revuelto,  ho^fops,  eternos  ene- 
migos del  hogar  doméstico ,  circulaban  por  todas  partes  dispues- 
tos á  seducir  doncellas  y  á  conquistar  matronas.  La  Duquesa  diri- 
gía sus  lentes  al  inconstante  Jermyn,  quien,  por  su  parte,  fijaba 
los  suyos  en  la  hermosa  Lady  Churchill ;  y  el  Duque ,  al  mismo 
tiempo,  se  insinuaba  con  alguna  picante  camarista,  contándole 
sus  cacerías  de, zorras,  sus  combates  navales,  y  sus  triunfos  par- 
lamentarios. Lady  Chesterfield ,  antes  de  sentarse  á  la  mesa  del 
revesino ,  hace  entrega  de  sus  guantes  y  abanico  al  primito  Ha- 
milton :  Milord  Chesterfield ,  marido  celoso  en  demasía ,  se  coloca 
en  un  taburete  algo  distante  para  observar  la  conducta  de  su  sen- 
sible esposa ;  pero  el  desgraciado  es  de  aquellos  seres  que  compa- 
dece la  Escritura,  porque  tienen  ojos  y  no  ven.  Mr.  Denham  se 
encarga  gratuitamente  de  sacarlo  de  su  letargo,  por  pura  caridad, 
y  le  hace  observar  que  la  mano  de  S.  A.  el  Duque  habia  desapa- 
recido de  la  mesa.  Milord  amostazado ,  no  vé  entonces  otro  recurso 
que  el  de  pedir  consejo  á  sus  parientes. — Mirad,  mirad,  dice  al 
primito  Hamilton,  mostrándole  la  mano  del  atrevido  Duque,  ¿qué 
debo  hacer  eu  este  caso? — Pero  Hamilton ,  que  era  uno  de  los 
amantes  de  Milady ,  se  creía  con  derecho  á  hacer  la  misma  pre- 
gunta. 

Al  otro  extremo  del  salón ,  un  corrillo  de  damas  y  galanes  ce- 
lebra la  bien  torneada  pierna  de  la  embajadora  de  Moscovia ;  y  los 
elegantes ,  tomando  el  asunto  con  calor ,  hacen  alarde  en  compe- 
tencia de  haber  medido  piernas  á  cual  más  primorosas.  Uno  de 
ellos,  un  imprudente  duque,  dijo,  que  por  su  experiencia  en  el 
oficio,  sabia  que  las  medias  verdes  disimulaban  mucho  la  falta  de 
pantorrillas.  Un  noble  lord  que  le  escuchaba,  se  retira  temblando 
de  cólera :  Milady  usaba  medias  verdes ,  y  era  claro  que  el  Duque 
habia  medido  las  piernas  de  Milady. 

Denham ,  el  poeta  satírico ,  sentado  en  un  rincón ,  mordiéndose 
la  punta  de  los  dedos ,  observaba  con  maligna  sonrisa  el  aprieto  de 
los  maridos.  Su  lengua  viperina  no  perdonaba  reputación,  por  hon- 
rada que  fuese ,  ensañándose  en  los  celosos  con  irritante  oportu- 
nidad. Pero  al  par  que  veia  los  defectos  ajenos,  no  hacia  caso  de 


EN   EL    SIGLO    XVII.  531 

los  suyos  propios:  su  esposa,  la  bella  Miss  Brooks,  le  castig-aba 
diiariamente  con  la  pena  del  Talion.  Así  ha  sucedido  siempre.  Mo- 
liere, que  tanto  divertia  al  público  francés,  á  costa  de  los  maridos, 
era  el  marido  más  desgraciado  de  su  tiempo. 

Mientras  unos  jugaban  y  otros  murmuraban,  los  enamorados  no 
estaban  ociosos.  El  buen  decir,  la  agudeza  y  el  aticismo  refinado, 
caracterizaban  los  coloquios  de  aquellos  amantes  fingidos,  sobresa- 
liendo las  damas  por  su  desembarazo  en  replicar. — Tenéis  celos? — 
decia  una  sensible  rubia  á  su  exigente  cortejo, — pues  por  lo  mis- 
mo los  merecéis. — No  profanéis  el  mérito  de  la  constancia, — decia 
una  matrona  á  un  importuno. — Estáis  enfermo? — preguntaba  una 
coqueta  á  un  necio  que  suspiraba,  —  pues  no  descuidéis  por  mi 
vuestra  salud. 

La  Duquesa  de  York ,  aunque  nacida  en  humilde  cuna ,  sabia 
hacer  dignamente  los  honores  de  su  escogida  sociedad.  Ella,  la 
hija  de  un  pobre  abogado  de  provincia,  no  demostraba  extrañeza 
ni  agradecimiento  por  el  enlace  que  contrajo  con  el  hermano  del 
Rey  Carlos  II,  heredero  legitimo  de  la  corona  de  Inglaterra.  «Me 
ha  hecho  justicia  casándose  conmigo»,  decia  al  hablar  del  Duque  su 
esposo  ;  queriendo  sin  duda  encarecer  sus  cualidades  físicas ,  pues 
en  cuanto  ala  moralidad  de  su  conducta,  siempre  había  dejado 
mucho  que  desear.  Se  decia  que  había  tenido  trato  criminal  con 
el  Duque  antes  de  casarse ,  y  que  desde  muy  joven ,  había  sido  la 
heroína  de  ruidosas  aventuras  galantes ;  rumor  que  no  desmintió 
la  Duquesa  en  su  nuevo  estado ,  pues  más  de  una  vez  provocó  el 
escándalo  con  sus  adúlteros  amores.  Entre  las  muchas  anécdotas 
que  de  ella  se  contaban  por  las  tertulias  y  cafés ,  figura  un  chis- 
toso lance  que  merece  referirse.  Fué  el  caso ,  que  una  noche  en 
que  Talbot  acudió  á  palacio,  citado  por  la  Duquesa,  se  introdujo 
en  una  oscura  habitación,  que  él  creyó  muy  á  propósito  para  el  lo- 
gro de  sus  proyectos,  pero  que  era  en  realidad  el  gabinete  donde 
tenía  sus  sesiones  el  Consejo  de  Ministros ;  y  los  amantes,  poco  pre- 
visores en  el  calor  de  sus  pasatiempos ,  hubieron  de  tropezar  con 
el  bufete,  derribando  un  enorme  tintero ,  y  emborronando  los  pa- 
peles del  Gobierno :  quedando  así  probado  el  delito  con  irrecusa- 
ble testimonio,  pues  que  tan  buen  testigo  era  en  este  caso  el  papel 
manchado  como  el  papel  escrito.  Mujeres  hay  siempre  en  las  cortes 
de  reyes  disolutos ,  que  quieren  hacer  un  mérito  de  su  extremada 
sensibilidad,  llamando  «amor  de  lo  bello»  á  la  pasión  del  momento, 


532  ESTADO    GENERAL    T)E    INGLATRURA 

que  suelen  sentir  por  un  galán  de  donosa  apostura;  pero  ni  aun 
este  nombre  podia  darse  á  los  caprichos  de  la  Duquesa,  pues 
el  beau  Jermyn,  su  más  constante  favorito,  era  bajo  de  estatura  y 
feo  de  rostro,  de  cabeza  monstruosa,  aunque  vacia,  y  de  piernas 
enjutas,  aunque  preciosas  para  un  danzarín  de  oficio;  que  ci- 
fraba su  orgullo  en  haber  sostenido  dos  ó  tres  desafios  con  poco 
valor,  y  en  haber  ganado  algunas  apuestas  en  las  corridas  de  ca- 
ballos. 

La  Duquesa  tenia  á  sus  órdenes  una  pequeña  y  distinguida  co- 
mitiva de  camaristas,  todas  ellas  célebres  por  su  hermosura,  ó  sus 
galanteos ;  tales  eran  Miss  Price ,  Miss  Blake ,  Miss  Bagett ,  Miss 
Jennings  y  Miss  Temple.  La  dirección  de  estas  jóvenes  estaba  con- 
fiada al  cuidado  de  una  dueña ,  Miss  Herbert ,  señora  ya  entrada 
en  años,  pero  que  aún  conservaba  algunos  restos  de  su  pasada 
lozanía.  De  ella  cuentan  los  escritores ,  que  jamas  tuvo  amor  al 
sexo  varonil,  pero  que  en  cambio  se  hallaba  poseída  de  esa  pa- 
sión funesta  que  Safo  habia  ingerido  entre  las  damas  de  Lesbos. 
Los  poetastros  de  su  tiempo  solian  aguzarse  el  ingenio  compo- 
niendo anagramas  alusivos  al  vicio  de  la  griega  moderna;  y  la 
Duquesa,  que  no  ignoraba  cuan  ciertos  eran  los  rumores  del  vul- 
go, disimulaba  aparentando  ignorarlos,  pues  no  creia  prudente 
despedir  de  su  servicio  á  la  q  ue  era  encubridora  de  sus  propios  ex- 
travíos. 

La  tertulia  del  rey  era  de  menos  tono  que  la  de  la  Duquesa  de 
York.  En  el  palacio  de  Whitehall ,  no  se  conocía  la  etiqueta  ni  el 
ceremonial  que  presidian  las  reuniones  del  de  San  Jaime.  Allí  ha- 
bia más  libertad  en  las  palabras  y  más  licencia  en  las  acciones: 
en  San  Jaime  se  respetaban  al  menos  las  apariencias. 

La  magnifica  galería  de  Whitehall  que  habían  construido  los 
Tudors,  era  el  local  predilecto  en  que  Carlos  II  entretenía  á  sus 
tertuliantes.  Allí  pasaban  gran  parte  de  la  noche  los  disolutos  y 
tahúres  de  la  corte ,  en  compañía  de  todas  aquellas  cortesanas  que 
vivían  en  el  ocio  y  los  placeres :  cómicas ,  bailarinas  y  favoritas, 
mezcladas  con  duquesas ,  condesas  y  camaristas :  nobles  lords  y 
distinguidos  diplomáticos,  confundidos  familiarmente  con  músi- 
cos ,  poetas ,  jugadores  y  pisaverdes. 

A  la  hora  de  recepción  la  galería  presentaba  un  golpe  de  vista 
tan  brillante  como  grotesco.  A  un  extremo  del  salón  se  veía  una 
gran  mesa  cubierta  qjow  un  riquísimo  tapete,  y  coronada  de  pira- 


EN   EL    SIGLO   XVII.  533 

mides  de  oro ,  alrededor  de  la  cual  se  apiñaban  los  insaciables 
jugadores  Bucking-ham ,  Sunderland,  Grammont,  Talbot,  Wi- 
lliamson  ,  Cornualiis  y  otros.  Al  extremo  opuesto ,  Carlos  II  re- 
costado en  cogines  de  escarlata ,  rodeando  con  uno  de  sus  brazos 
el  blanco  cuello  de  su  sultana  favorita ,  se  entretenía  en  retozar 
con  la  célebre  Hortensia  Mazarino,  «la  petite  maítresse»  Luisa 
de  Queronville,  la  bailarina  María  Da  vis  y  la  cómica  Elena  Givin. 
Más  allá  « la  belle  Stewart »  resistiéndose  á  una  curiosidad  liber- 
tina ,  obedece  á  la  voz  del  Rey  Carlos,  y  enseña  su  pierna  hasta 
la  rodilla  ante  un  enjambre  de  cortesanos  que  acuden  á  rendirle 
adoración.  En  medio  del  estrado .  los  dilettanti  forman  corrillo  pa- 
ra oir  á  un  paje  francés  entonar  una  zarabanda ,  al  son  de  la  gui- 
tarra de  D.  Francisco  de  Mello.  En  fin ,  por  todas  partes  se  oyen 
requiebros ,'  dichos  picantes ,  bufonadas  y  escandalosas  risas ,  sin 
que  bastara  la  presencia  de  la  reina  á  contener  aquel  tumultuoso 
desorden. 

A  la  hora  del  baile  se  transforma  la  escena.  Miss  Wesmestre  se 
presenta  á  bailar  el  minuet,  luciendo  su  talle  de  abeja;  el  Mar- 
ques de  Flamarin ,  inimitable  danzante ,  la  acompaña  con  grave- 
dad cómica  y  mesurada  cadencia.  Concluido  este  espectáculo ,  sa- 
le al  estrado  una  relamida  camarista ,  y  ejecuta  un  paso  de  zara- 
banda al  son  de  las  castañuelas  que  toca  Correa  da  Silva.  En  fin, 
después  de  haberse  lucido  cada  cual  individualmente ,  sin  excep- 
tuar á  veces  los  más  graves  personajes,  termina  la  fiesta  con  una 
contradanza  general,  en  la  que  toman  parte  los  menos  ágiles,  con 
gran  satisfacción  y  risa  de  los  bufones. 

Lady  Monsery  era  el  blanco  de  los  tiros  de  la  malicia  cortesana. 
A  ello  se  prestaba  admirablemente  aquella  noble  señora ,  por  sus 
risibles  pretensiones  y  su  horroroso  personal.  Tenia  una  afición 
entrañable  al  minuet ,  sin  reparar  que  su  talle  grosero ,  su  cuerpo 
pequeño  y  contrahecho ,  y  sus  mal  aderezados  pies ,  eran  tristes 
elementos  para  aspirar  al  lauro  de  Tersípcore.  Pero  lo  que  mas  le 
atraia  el  escarnio  de  las  gentes,  era  su  inconcebible  manía  por  fin- 
girse en  cinta.  Cierta  noche  en  que  Milady,  para  castigo  de  sus 
culpas,  parodiaba  un  minuet,  desprendióse,  con  la  violencia  de  sus 
saltos  descompasados ,  el  ridiculo  envoltorio  con  que  se  abultaba 
el  seno.  El  terrible  Buckingham  se  avanza  fingiendo  solicitud  há 
cia  el  trapo  caido ,  y  le  envuelve  en  su  casaca  contrahaciendo  el 
llanto  de  un  niño  recien- nacido.   Los  tertuliantes  prorumpen  en 


534  ESTADO    GENERAL    DE    INGLATERRA 

risotadas  celebrando  el  talento  imitativo  del  Duque,  pero  éste, 
sin  dar  el  lance  por  concluido ,  se  dirige  á  las  camaristas  de  la 
reina  y  les  pregunta  si  hay  entre  ellas  algún  ama  de  leche.  Fácil 
es  concebir  la  indignación  de  aquellas  jóvenes ,  y  los  frenéticos 
aplausos  con  que  todos  acogieron  este  nuevo  chiste.  La  misma  rei- 
na ,  en  medio  de  la  reprensión  que  dirigió  al  Duque,  no  pudo  con- 
tener la  risa  que  la  ahogaba.  Carlos  II  restableció  finalmente  el 
orden ,  y  mandó  que,  para  remediar  el  escándalo,  bailara  de  nuevo 
la  desembarazada. 

El  Chevalier  de  Grammont  era  de  los  que  más  contribuían  con 
sus  chistes  á  divertir  la  sociedad.  Hastiado  del  amor,  que  le  habia 
consumido  su  fortuna,  se  dedicaba  con  preferencia  al  juego,  donde 
logró  no  pocas  veces  rehacer  su  crédito. — Chevalier,  le  decia 
al  oido  el  filósofo  Saint-E vremond,  «sé  que  habéis  triplicado 
» vuestro  caudal ;  bien  está :  seguid  en  esa  noble  senda ;  adorad 
>^al  dios  del  dinero  y  renunciad  á  Cupido .  Sobre  todo,  os  acon- 
»sejo  que  dejéis  en  paz  á  las  favoritas  del  rey,  y  que  seáis  muy 
»cauto.  Si  queréis  vivir  tranquilo  en  la  corte,  ocupaos  en  hacer 
»reir  á  Carlos  II ,  y  dejadlo  que  duerma  en  el  seno  de  los  pla- 
ceres. » 

Grammont  siguió  por  mucho  tiempo  los  consejos  de  su  «petit 
faquín  de  philosophe»  como  llamaba  á  Saint-E vremond.  Maestro 
en  el  arte  de  los  tahúres  del  ejército  francés,  burlaba  fácilmente 
la  vigilancia  de  los  jugadores  de  Whitehall,  quienes  á  su  vez  so- 
lian  olvidar  las  deudas  contraidas  en  el  juego.  Cuando  acosado  por 
la  mala  suerte  se  decidla  á  abandonar  los  naipes,  el  Chevalier 
formaba  un  corro  de  curiosos  y  les  referia  los  lances  de  su  vida 
aventurera  y  los  de  la  corte  de  Francia.  En  estos  casos ,  el  rey, 
la  reina  y  la  mayor  parte  de  los  tertuliantes  se  acercaban  al  gru- 
po, queriendo  devorar  los  disparates  que  sallan  del  cerebro  del 
Francés.  A  menudo,  cuando  para  dar  color  á  su  narración,  queria 
referir  algún  dicho  inmodesto,  se  dirigía  á  la  reina  diciéndola  con 
sorna:  «Señora,  no  puedo  seguir  la  historia  delante  de  V.  M.» 
Pero  el  rey  no  se  daba  por  satisfecho  hasta  oir  el  fin  del  cuento, 
y  entonces  se  retiraba  apoyando  familiarmente  su  brazo  en  el  hom- 
bro del  poeta  D'Urfey,  ó  entonando  soUo-voce  alguna  canción 
obscena. 

Carlos  era  un  principe  escéptico  y  sibarita.  No  tenia  fe  política 
ni  religiosa,  ni  ambicionaba  más  gloria  que  vivir  indolente  entre 


EN   EL   SIGLO    XVII.  535 

viciosos  palaciegos,  y  dueño  absoluto  de  su  caprichosa  voluntad. 
Era  generoso  con  sus  aduladores,  familiar  con  los  libertinos,  ene- 
migo de  su  esposa,  y  tirano  de  sus  ministros  cuando  querían  mo- 
ralizarle. Gastaba  su  patrimonio  y  el  de  sus  subditos  en  protejer 
favoritas  y  ennoblecer  bastardos.  Los  cortesanos,  que  veian  la  fa- 
miliaridad con  que  el  rey  los  trataba ,  se  aplaudían  de  tener  un 
principe  tan  bien  vaciado  en  sus  moldes ,  y  le  pagaban  en  cambio 
con  igual  desacato.  En  prueba  de  esto ,  se  cuenta  que  una  noche, 
en  que  estaba  el  rey  rodeado  de  sus  más  Íntimos  consejeros ,  Ver- 
rio,  pintor  napolitano,  le  grita 'desde  lejos: — Señor  deseo  obtener 
una  gracia  de  V.  M. — Qué  quieres  ?  replica  el  rey. — Dinero,  Se- 
ñor, dinero;  V.  M.  y  yo  sabemos,  por  experiencia,  que  á  los  ocio- 
sos y  á  los  pintores  pronto  se  nos  acaba  el  crédito. — Carlos,  sin  de- 
mostrar enfado  ni  sorpresa,  le  contesta:  Ya  he  mandado  que  te 
entreguen  1.000  libras. — Pero,  Señor,  repuso  el  artista,  esas  1.000 
libras  las  tengo  ya  gastadas. — Pues  á  ese  paso,  dijo  el  rey,  gasta- 
rás más  dinero  que  yo. —  Cierto,  reponde  el  pintor  imperturbable, 
pero  V.  M.  no  gasta  mesa  de  Estado  como  la  mia. 

Tales  eran  las  sociedades  de  Westminter,  y  tales  las  costumbres 
de  los  cortesanos. 

Este  género  de  vida  sufria  alguna  alteración  con  la  venida  del 
estio.  Entonces  la  corte  se  trasladaba  á  Tunbridge,  que  era  el  Spa 
ó  el  Báden  Báden  de  aquella  época,  y  los  elegantes,  variando  sus 
pasatiempos,  requebraban  las  aldeanas,  jugaban  á  los  bolos,  bai- 
laban sobre  el  césped,  y  hacian  su  acostumbrada  tertulia  en  casa 
del  rey.  El  juego  de  naipes  era,  sin  embargo,  la  pasión  favorita, 
por  cuya  razón  se  infestaba  aquel  lugar  de  «  rogues  »  ó  caballeros 
de  industria,  quebrantados  en  su  salud  y  más  aún  en  su  fortuna, 
que  por  la  eficacia  de  los  baños  lograban  restablecer  la  una  y  la 
otra. 

Sería  un  error  el  creer  que  las  costumbres  de  la  nobleza  britá- 
nica eran  comunes  á  todo  el  reino.  La  corrupción  de  la  corte  no 
llegaba  á  contagiar  las  demás  ciudades  donde  la  industria  y  el 
trabajo  tenían  su  cuna.  El  colono,  el  labrador  y  hasta  el  señor 
feudal ,  que  residían  en  los  campos  y  los  castillos ,  afanados  aque- 
llos en  regar  las  tierras  con  su  sudor,  estos  en  recoger  las  míeses 
para  su  regalo,  no  pensaban  en  otros  goces  ni  podían  dedicarse  á 
otras  ocupaciones.  Sus  costumbres  eran ,  por  lo  tanto,  diversas  de 
las  que  hemos  venido  bosquejando,  y  ya  es  tiempo  que  digamos 


536  KSTADO  GENERAL  DE  INGLATERRA 

algo  de  ellas,  ciñéndouos,  como  hasta  aqui,  á  la  brevedad  que  nos 
hemos  impuesto. 

La  ciudad  era  la  verdadera  y  única  residencia  de  la  clase  media. 
En  su  recinto  no  tenian  cabida  los  palacios  de  la  nobleza.  Su  aris- 
tocracia se  componía  del  platero  de  Londres,  del  negrero  de  Bris- 
tol,  del  pañero  de  Leeds,  y  de  los  principales  fabricantes  de  Man- 
chester  y  Norwich.  Su  gobierno  municipal  estaba  confiado  á  los 
mercaderes ,  especieros  y  propietarios  de  fincas  urbanas.  Fácil  es 
pues  adivinar  las  costumbres  de  aquellas  gentes  que ,  como  ya  he- 
mos dicho ,  se  ocupaban  en  fomentar  su  comercio  y  en  dar  vida  á 
sus  pequeñas  industrias.  Los  comerciantes  más  opulentos,  que 
eran  sin  duda  los  que  hacian  el  tráfico  de  negros ,  se  sallan  de  la 
común  esfera  por  el  mayor  lujo  que  desplegaban  en  público,  y  muy 
particularmente  por  la  pompa  con  que  acostumbraban  á  celebrar  los 
bautismos  y  hacer  los  funerales  de  sus  allegados.  Algunos  gasta- 
ban coche  y  lacayos  de  librea ,  comian  manjares  suculentos  y  be- 
bían vino  de  Canarias;  pero  la  mayor  parte  de  los  fabricantes, 
lejos  de  vivir  con  desahogo,  tenia  que  hacerlo  con  grande  econo- 
mía, trabajando  en  el  mismo  taller  con  sus  aprendices ,  y  comien- 
do con  ellos  á  la  misma  mesa. 

En  el  campo  ó  coiintry,  como  le  hemos  llamado,  vivia  el  colono 
oscuro  de  nacimiento,  sencillo  en  su  saber  y  humilde  en  su  condi- 
ción. Las  tareas  agrícolas  le  entretenían  exclusivamente.  Ayudado 
de  su  mujer  é  hijos,  trabajaba  en  la  tierra  desde  que  asomaba  el 
alba  hasta  la  muerte  del  dia,  sin  otro  descanso  que  el  preciso  para 
tomar  sus  alimentos.  A  su  mal  provista  mesa  se  sentaban  los  sir- 
vientes, por  muy  viles  que  fueran,  confundidos  con  su  familia ;  y 
cuando  alguno  de  sus  hijos  varones  se  casaba  á  gusto  suyo ,  le 
construía  una  choza  al  extremo  de  su  campo,  para  que  en  ella  co- 
habitara con  su  joven  compañera. 

El  country-gentleman,  ó  caballero  del  campo,  era  uno  de  los  ti- 
pos ingleses  más  marcados ,  cuyas  costumbres  y  género  de  vida 
contrastaban  singularmente  con  las  del  noble  Londeño.  Era  el  ha- 
cendado enemigo  personal  de  los  cortesanos,  á  quienes  despreciaba 
como  hombres  venales  y  mal  nacidos ,  que  debian  sus  riquezas  y 
blasones  á  la  deshonra  de  sus  madres,  esposas  é  hijas.  Jamas  pisa- 
ba las  calles  de  la  capital ,  á  menos  de  ser  elegido  miembro  del 
Parlamento,  ó  cuando  la  urgencia  de  algún  asunto  de  familia  se  lo 
exigía  imperiosamente.  No  entendia  de  política,  ni  alcanzaba  otros 


EN  EL  SIGLO  XVII.  537 

principios  que  los  que  le  imponian  obediencia  pasiva  á  su  rey  y 
odio  á  los  revolucionarios.  Vivia  encerrado  en  su  Manor ,  esto  es, 
su  posesión  campestre,  entregado  á  los  placeres  de  la  mesa  y  de  la 
caza,  y  sin  más  sociedad  que  la  de  su  familia  é  inmediatos  depen- 
dientes: el  capellán,  el  caballerizo ,  los  monteros  y  los  principales 
colonos. 

El  Manor  del  noble  hacendado  se  componía  de  un  Tiall,  nombre 
que  significaba  propiamente  sala,  pero  que  se  aplicaba  por  antono- 
masia á  toda  la  casa  ó  palacio  feudal,  con  un  parque  ó  bosque,  un 
jardin,  y  tierras  de  labradío.  El  hall  era  comunmente  de  madera  y 
estuco  ó  de  ladrillo',  con  ventanas  altas  y  estrechas ,  y  tejado  de 
caballete.  Muchos  de  estos  palacios  llevaban  impreso  el  carácter 
normando,  fortificados,  como  lo  estaban  en  muchos  condados,  con 
torrecillas,  almenas  y  fosos;  pero  los  más  eran  de  estilo  Isabelino, 
llamado  también  en  arquitectura  Renacimiento  inglés,  por  haber 
sido  aquellos  restaurados  ó  construidos  en  tiempos  de  Isabel  Tudor. 
En  el  interior  de  dichos  edificios  se  velan  largas  galerías ,  salones 
vestidos  de  madera  de  encina  curiosamente  tallada,  chimeneas  de 
fresno  ó  de  piedra  esculpida,  techos  bajos  y  arqueados,  y  escaleras 
espaciosas  con  grandes  y  macizas  balaustradas.  No  se  conocían  ta- 
pices, ni  mármoles,  ni  porcelanas,  ni  pinturas:  sólo  algún  retrato 
de  familia,  debido  al  pincel  de  Lely,  figuraba  en  el  gran  salón  co- 
mo prenda  de  lujo  al  lado  de  los  trofeos  de  caza  y  de  mohosas  ar- 
mas, que  revelaban  á  primera  vista  la  orgullosa  antigüedad  de  sus 
posesores.  En  la  capilla  se  solía  ver  una  alta  vidriera,  pintada  allá 
en  los  siglos  que  llamaban  bárbaros,  tal  vez  la  pieza  de  más  mé- 
rito que  encerraba  el  hall ,  pero  que  el  gentleman  miraba  con  des- 
precio, porque  creía  que  de  las  supersticiones  papistas  no  podía  na- 
cer el  genio  de  las  artes. 

El  parque  era  una  especie  de  dehesa  y  coto ,  con  monte  alto  y 
bajo ,  donde  pacía  el  ganado ,  retozaba  el  gamo  y  anidaba  la  per- 
diz. Sólo  la  naturaleza  se  cuidaba  de  adornar  estos  agrestes  sitios 
de  recreo,  donde  no  se  veía  un  cercado ,  ni  una  cascada  artificial, 
ni  un  rústico  asiento ,  ni  una  sombreada  gruta ,  ni  se  respiraba  el 
perfume  de  las  ñores ,  ni  se  sabía  lo  que  era  un  invernáculo  para 
dar  vida  y  calor  á  las  plantas  tropicales.  Por  el  contrario ,  la  hor- 
taliza se  plantaba  en  el  jardin;  el  estiércol  yacía  amontonado  con- 
tra las  ventanas  del  palacio,  y  las  cuadras  se  disponían  junto  á  la 
puerta  principal  del  edificio. 


588  ESTADO  GENERAL  DE  INGLATERRA 

Hecha  esta  breve  descripción  de  la  morada  del  cou7itry-gentU- 
man,  es  inútil  extendernos  demasiado  sobre  los  hábitos  de  su  vida 
patriarcal.  Alli  dominaba,  según  la  expresión  del  jurisconsulto 
Blakestone,  como  un  pequeño  Nemrod,  ensoberbecido  con  la  gran 
autoridad  que  le  daban  las  leyes  sobre  sus  colonos  tributarios: 
y  mientras  los  realistas  y  parlamentarios  sostenían  á  sangre  y 
fuego  sus  principios  políticos,  él,  indiferente  á  todo,  preparaba 
su  fusil,  reunia  sus  perros,  y  cazaba  en  sus  dominios  la  zorra  y  el 
jabalí. 

La  caza  era  la  diversión  favorita  del  counir^-geníleman;  era  más 
bien  una  ocupación  forzosa  que  la  necesidad  le  imponía ,  por  la 
multitud  de  lobos,  ciervos,  toros,  jabalíes  y  zorras  que  corrían  por 
los  campos ,  causando  grandes  daños  en  sus  sembrados.  El  modo 
de  que  se  valían  para  destruir  estos  enemigos  de  la  hacienda  co- 
mún merece  especial  mención. 

Contra  el  toro  ó  jabalí  se  organizaban  compañías  de  400  y  500 
batidores  de  á  pié ,  y  de  80  á  100  de  á  caballo.  Los  batidores  tre- 
paban á  los  árboles  y  caseríos  para  poder  herir  al  bruto  á  mansal- 
va, y  los  caballistas  corrían  mañosamente  de  una  á  otra  parte,  dis- 
puestos á  cortar  la  retirada  al  enemigo.  El  animal,  acosado,  no 
tardaba  en  presentarse  en  la  arena ,  y  entonces  se  le  hacía  una  des- 
carga general ,  y  caía  acribillado  á  balazos;  habiendo  fieras  de  vida 
tan  robusta ,  que  postradas  con  treinta  y  más  heridas ,  recobraban 
ánimo  y  fuerzas  para  defenderse  del  cuchillo  del  cazador.  Para  ex- 
terminar la  zorra ,  se  empleaban  indistintamente  el  plomo ,  las  re- 
des y  los  galgos  [grey-hounds],  anímales  de  sin  igual  ligereza,  que 
tenían  un  valor  inmenso ,  y  que  se  criaban  con  el  mismo  esmero 
que  los  caballos  de  sangre  ó  de  regalo.  Las  bellas  proporciones  del 
galgo  de  buena  casta,  están  descritas  en  una  balada  antigua,  y 
consistían  en  tener  cabeza  de  culebra,  cola  de  rata,  pié  de  gato, 
y  cuello  de  dragón.  La  zorra  era  el  más  temido  de  aquellos  selvá- 
ticos brutos ,  por  la  astucia  con  que  solía  introducirse  en  los  cor- 
tijos, destruyéndolas  aves,  y  llevándose  las  provisiones  de  boca. 
El  cazador  que  lograba  apresar  una  zorra  con  sus  cachorrillos,  ad- 
quiría una  eterna  reputación  en  su  comarca. 

Cuando  al  fin  de  su  larga  jornada  volvía  el  caballero  á  su  casti- 
llo ,  cargado  de  ricos  despojos ,  su  familia  le  recibía  en  el  umbral 
de  la  puerta ,  ayudándole  á  descargar  la  caza :  sus  hijas  le  descal- 
zaban las  espuelas ,  suspendían  su  fusil  en  lo  alto  de  la  chimenea, 


EN  EL  SIGLO  XVll.  539 

avivaban  la  lumbre ,  y  le  servían  la  comida.  Su  mujer  era  la  úni- 
ca que  tenia  derecho  á  sentarse  á  comer  á  su  lado ;  pero  en  llegan- 
do los  postres ,  se  levantaba  de  la  mesa  para  dejarlo  en  libre  pose- 
sión de  su  botella  de  Alicante ,  su  pipa ,  y  su  mullida  poltrona. 
Entonces  no  se  tomaba  té,  como  hoy  dia,  después  de  comer.  Si 
tenia  amigos  que  le  acompañaran,  el  Gentleman  bebia,  fumaba  y 
cantaba  hasta  media  noche ;  pero  si  estaba  sólo ,  se  contentaba  con 
vaciar  la  botella ,  y  dormitar  al  calor  de  la  lena  de  su  chimenea 
hasta  la  hora  de  dirigirse  al  lecho  matrimonial. 

Este  género  de  vida ,  que  también  se  adaptaba  al  antiguo  ca- 
rácter de  John  BuU,  no  se  interrumpía,  como  hemos  dicho,  sino  á 
pesar  suyo  y  en  fuerza  de  apremiantes  circunstancias.  En  la  corte 
nuestro  hacendado  era  el  ludibrio  de  las  gentes.  Si  entraba  en  el 
aristocrático  caté  de  San  Jaime ,  los  concurrentes  se  escandaliza- 
ban al  oir  que  pedia  pipa  y  tabaco ,  ó  al  verle  escupir  sin  mira- 
mientos en  el  pulido  entarimado.  Si  queria  levantar  la  voz  en  las 
Cámaras ,  provocaba  la  hilaridad  general  con  su  acento  provincia- 
no ,  que  á  leguas  revelaba  su  procedencia  de  Somerset  ó  de  York. 
En  las  tertulias  ofendía  la  vista  y  los  oidos  cortesanos  con  su  ves- 
tido desusado  y  su  vulgar  locuacidad.  En  fin,  por  todas  partes  ha- 
llaba motivo  para  irritarse  y  echar  de  menos  la  quietud  de  su  vida 
campestre. 

Addisson ,  queriendo  hacernos  ver  lo  que  era  el  country -gentle- 
man en  sociedad ,  nos  refiere  la  siguiente  anécdota. 

Mr.  Belfrey  era  uno  de  los  100  caballeros  que  contenia  cada  con- 
dado en  Inglaterra.  Intrépido  Sportsman ,  esto  es ,  cazador  in- 
fatigable ,  y  enemigo  acérrimo  de  la  música  italiana ,  poseia  una 
voz  estentórea  y  unos  modales  harto  groseros  para  que  pudieran 
cubrirse  con  capa  de  franqueza  y  sencillez.  En  uno  de  los  raros 
viajes  que  hizo  á  la  corte ,  quiso  asistir  á  la  tertulia  de  su  prima, 
Lady  Dainty ,  que  recibía  en  su  casa  una  escogida  sociedad.  Bel- 
frey ,  con  el  fin  de  decir  algo ,  empieza  por  hacer  á  los  tertuliantes 
la  descripción  de  una  cacería,  y  acto  continuo ,  empuñando  el  láti- 
go ,  que  siempre  llevaba  consigo  á  guisa  de  bastón ,  se  pone  á  dar 
aullidos,  sacudiendo  latigazos  al  aire,  y  gritando  desaforado  — 
\  A  la  zorra,  á  la  zorra! — El  perrito  faldero  de  Lady  Dainty ,  asus- 
tado con  aquella  algazara ,  empieza  á  hacerle  dúo  ladrando  con 
encono ,  y  fué  tal  el  estruendo  que  de  esta  combinación  resultó,  que 
os  vecinos  de  las  casas  inmediatas  salieron  á  formar  corro  debajo 


540       ESTADO  GENKRAL  DE  INGLATERRA  EN  EL  SIGLO  XVII. 

de  las  ventanas  del  salón ,  ansiosos  por  saber  lo  que  allí  pasaba. 
Pero  de  pronto  cesa  el  ruido :  Mr.  Belfrey  había  concluido  de  des- 
cribir lo  que  era  una  cacería  de  zorras.  Lady  Dainty,  entonces,  se 
dirige  hacia  su  primo ,  y  le  ase  del  brazo  para  conducirlo  hasta  la 
puerta  de  la  calle ,  pero  Belfrey,  furioso  de  semejante  tratamiento, 
se  revuelve  y  desgañita,  desgarra  con  sus  espuelas  la  basquina  de 
una  señora ,  y  hace  añicos  con  el  látigo  un  soberbio  jarro  de  Chi- 
na :  con  cuyas  hazañas  quedó  tan  corrido ,  que  en  el  mismo  instan- 
te huyó  de  la  corte ,  y  no  volvió  á  salir  de  su  «  Manor  »  en  lo  res- 
tante de  su  vida. » 

Con  esto  daremos  fin  á  este  capítulo ,  dejando  al  lector  pronun- 
ciar su  fallo  sobre  las  costumbres  feudales  y  las  monárquico-fran 
cesas. 

{Síe  continuará.) 

Isidoro  Gutiérrez  de  Castro. 


EL  CATOLICISMO  Y  LA  FILOSOFÍA  ALEMANA. 


<ifNo  pretendáis  conocer  á  los  pueblos  sin  conocer  antes  á  sus  Dio- 
ses,» ha  dicho  un  partidario  de  la  Filosofía  indicada.  Tiene  razón 
á  todas  luces,  y  por  esto  creemos  que  los  estudios  sobre  Religión 
son  los  más  útiles,  los  más  urgentes  y  los  más  trascendentales  de 
todos. 

Por  más  que  nos  preocupe  la  política,  es  ésta  sin  la  moral  inex- 
plicable, como  lo  es  la  misma  moral  sin  el  dogma.  Y  pudiéramos 
decir  á  ios  meramente  políticos:  queréis  cuidar  sólo  de  la  bellota, 
cuando  hay  un  gusano  que  roe  el  corazón  de  la  encina.  Comparad 
á  Paris  con  Tetuan  y  conoceréis  los  distintos  dogmas  que  en  ellos 
imperan. 

La  escuela  alemana  ha  percibido  bien  las  dependencias  lógicas 
entre  la  religión,  la  moral  y  la  política;  y  de  aquí  su  insistencia 
sobre  los  estudios  teológicos;  de  aquí  el  reto  arrojado  con  valentía 
á  todos  los  católicos,  y  de  todo  ello  la  necesidad  de  la  critica  que 
emprendemos. 

Pero  la  crítica  para  un  católico  es  sumamente  difícil,  porque  no 
puede  prescindir  del  sentimiento  ni  dejarse  llevar  de  él  sola- 
mente. 

La  crítica  católica,  prescindiendo  de  la  polémica  de  tantos  dia- 
rios sagaces,  que  se  acechan  y  regocijan  con  encontrar  el  hueco  de 
la  armadura  desús  contrarios;  la  verdadera  crítica  católica,  decía- 
mos, tiene  un  verdadero  modelo  en  la  Historia  de  las  Variaciones 
del  gran  Bossuet.  ¡Con  qué  placer  vemos  en  ella  dejar  á  los  prin- 
cipios el  trmnfo,  y  detras  al  hombre  suavizar  los  golpes,  apreciar 
las  cualidades  personales  y  tender  un  velo  sobre  sus  defectos!  ¡Ojalá 


542  EL   CATOLICISMO 

que  nosotros,  pigmeos  comparados  con  tal  hombre,  pudiéramos 
imitarle! 

Para  imitarle  es  preciso  no  irritarnos  con  los  que  nos  contradi- 
cen, y  considerar  lo  que  decia  Tertuliano:  «Que  este  mundo  no 
»está  destinado  á  la  plena  justificación  de  la  verdad:  que  es  propio 
ȇ  la  verdad  el  verse  frecuentemente  contestada  en  esta  vida  y  aun 
»oprimida  y  condenada. » 

Por  esto  no  debemos  quejarnos  de  que  tales  escritores  opinen  de 
diverso  modo  que  nosotros,  ni  deque  impug*nen  nuestras  creencias, 
ni  suponerlos  irracionales  é  injustos,  siendo  todo  esto  contra  la  ca- 
ridad^ sin  la  que  no  hay  verdadero  estilo  católico. 

Después  de  este  sucinto  exordio,  diremos  dos  palabras  sobre  el 
método  que  seguiremos  en  estos  artículos. 

Extractar  las  doctrinas  anticatólicas  déla  escuela  alemana,  desde 
Spinosa  hasta  Krausse,  seria  un  inmenso  trabajo ,  y  si  este  trabajo 
se  encontrara  hecho  por  algún  Doctor  de  dicha  escuela ,  criticando 
á  éste,  seria  nuestro  trabajo  mucho  más  fácil  y  menos  indigesto  á 
los  lectores,  con  tal  que  el  indicado  Doctor  representase  bien  á  sus 
predecesores. 

Le  encontramos  en  verdad  en  G.  Tiberghien ,  profesor  de  la  Uni- 
versidad de  Bruselas,  porque  en  sus  Estudios  sobre  la  Religión 
ha  condensado  toda  la  doctrina  de  Krausse  y  de  sus  predecesores. 

Por  esto  el  mejor  método  consiste  en  ceder  la  palabra  á  Tiber- 
ghien, contestando  á  cada  uno  de  sus  más  capitales  pensamientos, 
para  que  el  lector  tenga  á  la  vista  el  pro  y  la  contra  y  pueda  de- 
cidirse sobre  lo  que  más  racional  le  parezca. 

El  primer  capítulo  de  Tiberghien  se  titula  La  situación^  y  co- 
mienza con  las  palabras  siguientes  de  Edgar  Quinet:  «Salgamos 
de  sueiios;  dejemos  la  infancia,  es  ya  tiempo  de  ser  hombres. » 

Lo  mismo  decimos  nosotros:  despertemos  del  sueno  de  las  falsas 
teorías,  teniendo  presente  que  están  dormidos  todos  los  que  no  pien- 
san en  Dios  y  le  aman.  Por  esto  el  gran  consejo  de  Jesús  dice:  Ve- 
lad y  orad.  Velar  es  tener  abiertos  los  ojos  del  espíritu  para  no  de- 
jarse seducir  por  las  pasiones  ó  por  los  errores,  para  no  perderse 
en  el  laberinto  de  la  palabrería  y  los  sofismas. 

Porque  esto  es  muy  fiácil  en  un  siglo  en  el  que  abundan  pala- 
bras claras  y  pensamientos  oscuros;  en  un  siglo  en  el  que,  como 
dice  nn  crítico,  reinan  muchas  aprensiones  y  pocas  ideas,  muchas 
emociones  y  pocos  sentimientos,  pocas  ideas  fijas  y  muchas  erran- 


Y   LA.   FILOSOFÍA    ALEMANA..  543 

tes,  sentimientos  muy  vivo.s  y  pocos  constantes,  espíritus  decididos 
y  opiniones  flotantes. 

Para  evitar  estos  peligros  usaremos  de  palabras  claras  que  con- 
tengan un  pensamiento  completo;  frases  que  tengan  pocos  miem- 
bros, pocos  engranes,  para  que  permitan  percibir  de  una  sola  mi- 
rada la  luz  de  las  ideas. 

<3c Cuando  los  dogmas  se  van,  dice  Tiberghien,  cuando  los  cultos 
seculares  han  dejado  de  hablar  á  la  inteligencia  de  las  nuevas  ge- 
neraciones, y  no  se  sostienen  sino  por  la  fuerza  de  inercia  que  po- 
seen las  instituciones  del  pasado,  por  la  ignorancia  que  favorecen 
y  por  el  temor  de  las  innovaciones  que  asustan  á  los  intereses  ma- 
teriales, importa  examinar  seriamente  si  la  religión  debe  ser  con- 
servada, modificada  ó  suprimida;  si  es  un  elemento  transitorio  que 
no  encuentra  justificación  sino  en  el  período  de  alumbramiento  de 
las  sociedades  humanas,  ó  si  debe  como  todas  las  cosas  renovarse 
para  florecer  aún  bajo  formas  más  puras  en  las  sociedades  más 
perfectas  que  nos  reserva  el  futuro.» 

Si  los  dogmas  se  van,  si  los  cultos  seculares  han  enmudecido, 
estarán  muertos,  y  en  tal  caso  á  nada  condúcela  averiguación  de  si 
deben  ser  conservados,  modificados  ó  suprimidos,  porque  Tiber- 
ghien no  había  de  imitar  á  aquel  médico  de  Voltaire  que  decía,  se 
atrevía  á  escribir  un  tomo  in  folio,  probando  que  uno  de  sus  enfer- 
mos no  se  debía  de  haber  muerto. 

Tiberghien  nos  diría  que  la  religión  muda,  que  la  religión 
muerta  es  el  catolicismo,  y  que  la  religión  que  florecerá  es  la  reli- 
gión del  futuro. 

¿Y  qué  religión  es  esa?  Escuchemos  á  otro  Germánico  un  po- 
quito más  explícito:  «La  idea  de  Dios,  tal  cual  la  tierra  puede  pro- 
ducirla, no  estará  plenamente  acabada  sino  cuando  todas  las  tra- 
diciones humanas  reunidas  poco  á  poco;  cuando  cada  isla  en  sus 
olas,  cada  clima  en  sus  zonas,  cada  monte  en  su  cadena,  podrán 
decir  de  él  por  el  órgano  de  un  pueblo:  Nació  en  Oriente,  creció 
en  Persia,  pasó  por  .Tudea,  por  el  Cáucaso,  por  los  Alpes;  pisó  tam 
bien  en  mi  camino,  bebió  en  mis  fuentes,  durmió  en  mis  sombras 
y  ahora  la  tierra  ha  eng*endrado  á  su  Dios . » 

Hé  aquí  un  hermoso  periodo  para  los  que  se  contentan  con  la 
magia  de  las  palabras;  y  sí  estas  ú  otras  semejantes  cayeran  des- 
de lo  alto  de  un  congreso,  motivarían  estrepitosos  aplausos.  ¡Tanto 
es  el  poder  de  la  imaginación  en  los  que  no  piensan ! 


544  EL   CATOLICISMO 

Una  tierra  que  produce  ideas,  es  un  descubrimiento  pereg^rino: 
una  idea  que  bebe  en  las  fuentes ,  pisa  en  los  caminos  y  duerme  en 
las  sombras  podría  ser  bellísimo ,  si  pudiera  haber  belleza  sin  ver- 
dad. Lo  que  hay  de  cierto  es  que  la  piedad  del  sentimentalismo, 
que  el  germanismo  y  el  deísmo  encomian  y  ensalzan  con  las  cita- 
das frases  y  tantas  otras  semejantes ,  no  es  ni  puede  ser  una  reli- 
gión ,  aunque  la  piedad  sea  el  alma  de  todas  las  religiones.   Por- 
que no  tenemos  religión  porque  tengamos  piadosas  inclinaciones, 
como  no  tenemos  patria  con  sola  la  filantropía.    No  tiene  patria  el 
que  no  es  ciudadano  de  ningún  país ,  el  que  no  se  decide  á  cumplir 
y  defender  ciertas  leyes ,  á  obedecer  á  ciertos  magistrados ,  á  adop- 
tar ciertas  maneras  de  ser  y  de  obrar.  No  tiene  religión  quien  pa- 
sa del  misticismo  al  sensualismo ,  quien  no  ama  á  una  religión  co 
mo  á  una  especie  de  patria  y  de  nodriza ;  quien  no  ve  en  ella  una 
luz  contra  la  ignorancia ,  una  virtud  contra  la  debilidad ,  una  ap- 
titud contra  la  inercia ,  un  talento  para  descubrir  nuestro  destino 
en  la  creación ,  la  ley  de  nuestra  existencia ,   el  fin  religioso  de 
nuestra  vida  y  la  autoridad  competente  para  encaminarnos  á  tal 
fin.  Todas  esas  vagas  aspiraciones  del  panteísmo  moderno ,  no  han 
engendrado  más  que  la  melancolía  del  siglo  que  algunos  toman 
por  principio  de  una  nueva  religión.  «La  melancolía  del  siglo,  ha 
dicho  un  gran  escritor ,  es  un  sentimiento  religioso ,  vago ,  inde- 
terminado ,  que  no  se  liga  á  ningún  dogma ,  á  ninguna  creencia 
precisa,  que  no  se  apoya  sobre  ningún  culto.  Buscad  el  objeto  de 
esa  melancolía  y  no  tiene  ninguno  fijo.  Es  percibida  por  la  sed  de 
felicidad  que  cada  uno  experimenta  en  el  fondo  de  su  alma.  Dónde 
buscar  tal  felicidad?  Está  en  el  cielo?  Está  en  la  tierra?  Lo  ignora. 
Qué  camino  nos  lleva  á  ella?  No  lo  sabe.  Una  increíble  indecisión, 
he  aquí  su  indeleble  carácter.  Por  esto  no  produce  en  el  alma  más 
que  una  agitación  dolorosa ,  una  ansiedad  atormentadora.  » 

Hé  aquí  la  religión  del  futuro  que  vendrá,  no  hemos  dicho  bien, 
que  ha  venido  del  Oriente,  que  pasó  por  Persia,  por  el  Cáucaso, 
por  los  Alpes ,  que  ha  bebido  en  nuestras  fuentes  descansando  en 
nuestras  sombras;  y  que  no  ha  producido  más  que  el  eclecticismo, 
el  panteísmo  y  el  romanticismo ,  pan  cuotidiano  de  las  almas  sen- 
sibles y  extravagantes. 

Y  este  malestar  general  de  la  religión  del  futuro  es  tan  cono- 
cido ,  que  Madame  Stael  decía :  « Esos  vagos  pensamientos  que 
ruedan  en  el  espíritu  sin  que  puedan  convertirse  en  actos ,  el  con- 


Y    LA    FILOSOFÍA    ALEMANA.  545 

traste  singular  de  una  vida  más  monótona  que  la  de  los  antiguos  j 
de  una  existencia  interior  mucho  más  ag-itada,  causan  una  especie 
de  aturdimiento  semejante  al  que  se  experimenta  al  borde  de  un 
abismo ;  y  la  fatiga  misma  que  se  siente  después  de  haberle  con- 
templado mucho  tiempo,  puede  arrastrar  á  precipitarse  en  él.»  Tie- 
ne razón  Mme.  Stael,  y  pudiera  haber  añadido  :  hé  aquí  la  causa 
de  la  frecuencia  del  suicidio,  primer  fruto  de  la  religión  del  futuro. 

Y  Pedro  Leroux,  uno  de  los  apóstoles  de  la  misma  religión, 
anadia :  «  La  vida  social  actual  no  corresponde  á  la  actividad  de 
nuestra  alma.  De  la  discordancia  entre  nuestros  sentimientos  con 
el  mundo  que  nos  rodea,  provino  en  Byron  un  desprecio  profundo 
de  todas  las  creencias  humanas  y  de  toda  religión.  Terminó  Byron 
por  dudar  de  Dios  y  de  todas  las  cosas.  No  fue  simplemente  la  in- 
credulidad vulgar ,  sino  el  ateísmo  más  pronunciado  el  que  le  de- 
voraba.» Y  añade:  «Después  que  la  filosofía  del  sig-lo  XVIII 
infiltró  en  las  almas  la  duda  sobre  todas  las  cuestiones  de  la  reli- 
gión ,  de  la  moral  y  de  la  política,  originó  también  la  poesía  me- 
lancólica de  nuestra  época ,  de  la  que  dos  ó  tres  genios  poéticos 
de  gran  talla ,  aparecieron  en  cada  una  de  las  dos  grandes  regio- 
nes que  dividen  á  la  Europa  intelectual ,  es  decir ,  de  una  parte  la 
Inglaterra  y  la  Alemania  representando  todo  el  Norte ,  y  la  Fran- 
cia ,  que  representa  toda  la  parte  occidental ,  dominio  particular 
de  toda  la  civilización  romana.  En  torno  de  estos  grandes  hom- 
bres gravitan ,  como  los  planetas  en  derredor  del  sol ,  una  multi- 
tud de  escritores  notables,  pero  de  un  orden  inferior.  Byron  por  la 
naturaleza  particular  de  su  genio .  por  la  inmensa  influencia  que 
ejerció ,  por  la  franqueza  con  que  aceptó  el  papel  de  la  duda  y  la 
ironía,  del  entusiasmo  y  el  esplín,  mereció  quizas  de  la  posteridad 
dar  su  nombre  á  este  periodo  del  arte :  en  todo  caso ,  sus  contem- 
poráneos le  han  rendido  tales  homenajes.  Goethe  le  había  prece- 
dido en  muchos  años :  pero  éste,  con  una  vida  más  pacífica ,  se  hizo 
una  religión  del  arte  ,  y  el  autor  de  Werther  y  de  Fausto  llegó  á 
ser  un  semidiós  para  la  Alemania ,  honrado  por  los  príncipes ,  vi- 
sitado por  los  filósofos  ,  incensado  por  los  poetas ,  por  los  músicos 
y  los  pintores,  por  todo  el  mundo....  » 

«Y  vemos  en  tal  poesía  un  mal  y  un  progreso.  No  hay  parto  sin 
dolor.  Byron  nos  parece  el  signo  de  dos  destinos :  de  un  destino 
que  concluye ,  y  de  un  destino  que  comienza ;  de  un  mundo  que 
se  sepulta  j  de  un  mundo  que  resucita. . . . 

TOMO  XV.  35 


546  EL    CATOLICISMO 

»Se  dirá  que  su  poesía  no  es  más  que  la  agonía  de  la  desespera- 
ción. Yo  digo  que  hay  en  esa  agonia  rasgos  que  indican  la  resur- 
rección   

»E1  hombre,  confiando  en  su  fuerza  por  la  filosofía  del  si- 
glo XVIII,  ha  pensado  en  nuevos  destinos;  ha  abdicado  el  pasado, 
ha  desechado  la  tradición,  y  se  ha  lanzado  hacia  el  futuro » 

En  buen  hora  ¡oh  Leroux!  Pero  ¿qué  percibe  en  ese  futuro?  ¿qué 
espera  en  ese  futuro?  Una  densa  niebla  que  no  le  deja  percibir  si 
amanece  ó  si  anochece.  Escuchad  á  Víctor  Hugo ,  que  ha  pintado 
tal  situación  en  los  Cantos  del  crepúsculo. 

L'Orient,  rOrient!  qu'y  voyez  vous,  poetes? 
Tournez  vers  FOrient  vos  esprits  et  vos  yeux ! 
Helas !  ont  repondu  leurs  voix  longtemps  muettes. 
Nous  voyons  bieu  la-bas  un  jour  misterieux ! 


Mais  nous  ne  savons  pas,  si  cette  aube  lontaine. 
Vous  annonce  le  jour  le  vrai  soleil  ardent ; 
Car  survenus  dans  l'ombre  á  cette  heure  incertaine 
Ce  qu'on  croit  FOrient  peut-etre  est  TOccident ! 

La  religión  del  futuro  ignora  si  amanecerá  ó  anochecerá;  por- 
que habiendo  nacido  en  un  crepúsculo  indefinible  y  entre  las  rui- 
nas del  siglo  XVIII,  no  tiene  la  fe  que  tenía  éste  en  su  obra  de  des- 
trucción. 

Y,  en  verdad,  el  siglo  XVIII  sabía  lo  que  quería,  y  no  há  muchos 
años  que  una  revista  británica  decía:  «La  literatura  del  siglo  XVIII 
tenía  un  solo  objeto,  destruir.  ¡Y  con  qué  fuerza,  con  qué  poder, 
con  qué  íntimo  convencimiento  lo  realizaba !  Se  advierte  en  sus 
producciones  una  gran  confianza  en  la  energía  humana  y  en  la 
perfectibilidad  de  nuestra  naturaleza  Con  una  mano  destruía  la 
autoridad  de  los  siglos,  y  con  la  otra  abría  el  libro  de  un  nuevo 
Apocalipsis  de  la  renovación  moderna,  que  ofrecía  ventura  y  pros- 
peridad á  todos  los  hombres.  Voltaire ,  Helvecio  y  Diderot  sabían 
lo  que  querían,  y  se  regocijaban  cuando  oían  desmoronarse  el  an- 
tiguo edificio  y  caer  en  derredor  suyo,  envueltos  en  polvo,  los  tro- 
nos y  los  ídolos  ,  los  santuarios  y  los  castillos  feudales.  Aquellos 
hombres  tenían  vida  y  vigor;  la  posteridad  los  mirará  como  gigan- 
tes. Ayudábanse  unos  á  otros  en  su  común  empresa,  y  la  Europa 
temblaba  á  cada  nuevo  montón  de  ruinas  que  atestiguaban  su  po- 
der; eran  los  nuevos  sacerdotes  de  una  nueva  era,  los  apóstoles  fa- 


Y    LA    FILOSOFÍA    ALEMANA.  547 

náticos  de  una  destrucción  gig'antesca.  jQué  fecundidad  de  imagi- 
nación !  ¡  Qué  plan  el  suyo  tan  majestuoso  y  atrevido ! 

»Si  les  comparamos  con  los  escritores  del  dia,  ¡qué  pequeños, 
qué  falsos,  y  qué  sin  objeto  nos  parecerán  estos  últimos!  ¡Qué  es- 
tériles en  ideas ,  y  qué  pródigos  en  el  ridiculo  brillo  de  las  pala- 
bras! Y  es  que  la  experiencia,  terrible  consejera  del  bombre,  ba 
entibiado  el  ardor  de  los  entusiastas;  y  tanto  mayor  y  más  amargo 
y  profundo  ba  sido  el  desaliento,  cuanto  más  grande  fué  la  cegue- 
dad con  que  abrigaron  esperanzas  insensatamente  lisonjeras. 

»Teofilántropos,  místicos  templarios  y  sansimonianos,  todos  con- 
fiesan que  la  seguridad  social  no  tiene  otra  base ,  ni  la  revolución 
otro  apoyo  que  el  de  la  religión.» 

Pero  ¿qué  religión?  Ab!  la  religión  no  es  una  teología  ni  una 
teosofía;  es  más  que  todo  esto:  es  una  disciplina,  una  ley,  un  yugo, 
un  vínculo  indisoluble.  ¿Quién  podrá  imponerle?  Strauss,  Hegel, 
Krausse  y  demás  filósofos  que  trabajan  en  la  confección  de  la  reli- 
gión del  futuro?  ¿Son  ellos  los  que  van  á  renovarla  y  bacerla  flo- 
recer bajo  formas  más  puras,  como  dice  Tibergbien? 

Mas  en  todo  caso,  bay  que  suponer  para  la  renovación  indicada, 
como  Tibergbien  supone,  que  el  catolicismo  está  muerto.  ¿Lo  está 
por  ventura?  Recordemos  la  época  en  que  con  verdad  pudo  decirse: 
los  Dioses  se  van. 

Cuando  el  politeísmo  agonizaba,  Constantino  decía  en  el  célebre 
edicto  del  año  20  de  su  reinado :  «Consiento  en  que  los  que  viven 
aún  ofuscados  en  los  errores  del  paganismo ,  gocen  de  la  misma 
seguridad  que  los  fieles.  La  equidad  que  se  observará  con  ellos,  y 
la  igualdad  de  trato  para  con  todos ,  contribuirán  á  ponerlos  en  el 
buen  camino:  que  ninguno  inquiete  á  otro;  que  cada  uno  elija  lo 
que  juzgue  más  conveniente;  que  los  que  buyen  de  vuestra  obe- 
diencia tengan  templos  consagrados  al  error,  pues  lo  quieren;  que 
nadie  atormente  á  los  que  no  son  de  su  opinión.  El  que  posea  co- 
nocimientos ,  que  ilumine  á  los  demás  en  cuanto  pueda ;  y  si  no 
puede,  que  los  deje  en  paz.  Cosa  distinta  es  reñir  en  los  combates 
por  adquirir  la  corona  de  la  inmortalidad,  que  la  de  usar  de  la  vio- 
lencia para  obligar  á  aceptar  una  religión.» 

He  aquí,  pues,  que  los  paganos  podían  acudir  á  arrodillarse  ante 
sus  viejos  altares,  y  esto  no  obstante,  sus  templos  estaban  desier- 
tos. Pero  el  Emperador  Juliano,  más  hábil  acaso  que  Constantino, 
acudió  por  todos  medios  á  la  defensa  de  los  dioses,  cuya  importan- 


548  EL    CATOLICISMO 

cia  le  revelaban  las  mismas  musas.  Es  imposible  trabajar  más  que 
este  Emperador  filósofo  trabajó  para  lograr  una  restauración  al 
parecer  tan  hacedera.  Los  viejos  Ídolos,  aunque  agobiados  en  su 
edad  terrestre,  llamaban  á  sus  adoradores;  pero  nadie  acudia  más 
que  la  sociedad  oficial,  la  milicia,  los  empleados,  los  aspirantes  y 
aduladores.  Juliano,  demasiado  advertido  é  ingenuo,  conoce  al  fin 
y  confiesa  sus  sueños  restauradores.  «Debia  celebrar,  se  dice,  la 
fiesta  de  Apolo:  dejó  el  templo  de  Júpiter  Casio,  y  corrió  á  presen- 
ciar toda  la  magnificencia  de  que  era  capaz  Antioquia.  Llevaba  mi 
imaginación  llena  de  perfumes,  de  victimas,  de  libaciones,  de  jó- 
venes vestidas  de  blanco,  símbolo  de  su  pureza.  .. ;  pero  todo  no 
fué  más  que  un  bellísimo  sueño.  Llego  al  templo,  y  no  encuentro 
ni  una  victima,  ni  una  torta,  ni  un  grano  de  incienso.  Quedo  ab- 
sorto, y  presumo  que  los  preparativos  estarán  en  las  afueras,  y  que 
esperan  mis  órdenes ,  como  Pontífice  máximo ,  para  entrar.  Pre- 
gunto al  sacerdote  qué  ha  ofrecido  la  ciudad  en  tan  solemne  dia: 
nada,  me  dice:  hé  aquí  un  ganso  que  traigo  de  mi  casa,  porque  la 
ciudad  nada  ha  mandado.» 

Yo  preguntarla  ahora  á  los  que  suponen  al  Catolicismo  muerto, 
sino  se  encuentra  en  sus  templos  un  grano  de  incienso,  después 
de  la  destrucción  del  siglo  XVIfl  y  de  las  indagaciones  del  Ger- 
manismo. 

Y  cuando  esto  aseveramos,  no  puede  decírsenos  que  la  fuerza 
obliga  al  culto  católico:  ni  somos  nosotros  de  otra  opinión  que  la 
de  un  escritor  de  la  época  de  Juliano  mismo.  ^<El  poder  de  la  fuer- 
za, decía  Themistio,  tiene  sus  límites.  Los  decretos  y  los  enojos  de 
los  reyes  se  ven  forzados  á  reconocer  la  libertad  de  las  virtudes  y 
más  que  todo  el  sentimiento  religioso.» 

«Es  fácil  imperar  sobre  las  operaciones  del  cuerpo;  pero  á  los 
sentimientos  del  corazón  y  á  las  fa:'ultades  del  j^nsamiento,  perte- 
nece la  independencia  y  la  soberanía....  Un  despotismo  insensato 
ha  osado  ya  esta  violencia  y  ha  querido  imponer  á  todos  los  hom- 
bres las  opiniones  de  uno  solo;  pero  no  logró  más  que,  á  la  faz  de 
los  suplicios,  disimulasen  todos  sus  verdaderos  sentimientos,  sin 
convertirse  á  su  doctrina.  La  hipocresía  no  puede  durar,  y  una  re- 
ligión aceptada  por  temor  y  no  por  voluntad,  no  es  más  que  hipo- 
cresía.» 

No  hay  ya  inquisición  por  doquiera,  con  la  que  pudieran  expli- 
car los  apóstoles  de  la  religión  del  futuro  la  asistencia  al  culto  ca- 


Y    LA    filosofía    ALEMANA  549 

tólico,  poco  observado  por  los  que  le  suponen  muerto.  Nosotros  les 
diriamos:  acudid,  observad  y  juzgad  después,  pues  los  hechos  no 
son  maleables. 

Y  antes  de  terminar  el  análisis  del  pasaje  de  Tiberghien,  les 
diriamos  además,  respecto  á  doctrinas:  No  supongáis  que  el  si- 
glo XVIII  mató  el  Catolicismo,  pues  entonces  desconocéis  la  lite- 
ratura de  dicho  siglo.  Un  solo  ejemplo  os  puede  hacer  reflexionar 
más  que  las  generalidades  por  las  que  aseveráis  la  pujanza  de  los 
anticatólicos  que  cita  la  Revista  Británica.  Todos  conocen  la  crí- 
tica de  Voltaire  sobre  el  antiguo  Testamento,  con  la  que  hizo  reir 
á  sus  contemporáneos,  porque  en  tiempos  de  oposición  es  entraña- 
ble la  risa,  insensata  de  suyo  las  más  veces.  Voltaire  creyó  que  su 
critica  del  antiguo  Testamento  no  tenia  réplica  y  asi  lo  creyeron 
sus  contemporáneos  y  muchos  de  sus  nietos  también. 

Pero  hé  aqui  que  un  hombre  desconocido  se  levanta,  el  Abate 
Guenée,  y  se  encarga  de  contestar  á  todos  los  argumentos  de  Vol- 
taire contra  el  Pentateuco,  el  Levítico,  contra  el  Éxodo,  contra 
toda  la  historia  y  toda  la  legislación  de  Moisés. 

Las  Cartas  Judias  de  Guenée  es  la  crítica  contundente,  más  ló- 
gica, más  conveniente  y  más  civil  y  más  fina  que  puede  idearse. 
Es  imposible  leer  dos  páginas  sin  que  á  los  labios  se  asome  la  son- 
risa, y  sin  que  se  siente  en  el  corazjn  la  compasión  más  cristiana 
por  el  superficialismo  de  Voltaire. 

La  prueba  de  esto  es  que  el  mismo  Voltaire,  que  despreciaba  á 
todos  los  críticos,  al  leer  las  Cartas  Judias,  dijo  de  su  autor:  ano 
es  en  verdad  hombre  falto  de  espíritu  y  de  conocimientos;  pero  es 
tan  maligno  como  un  mono,  que  al  aparentar  besar  la  mano,  muer- 
de hasta  sacar  sangre.y> 

Por  las  pocas  ideas  indicadas  vemos  que  la  religión  del  futuro 
tan  ansiada  por  Tiberghien,  ha  principiado  á  florecer  con  el  sar- 
casmo y  la  ligereza  de  Voltaire,  con  la  desesperación  de  Byron. 
con  la  teoría  del  suicidio  de  Werther.  Y  cómo  siempre  es  cierto  que 
primavera  con  flores,  otoño  con  frutos,  cosecha  perniciosa  y  nociva 
nos  aguarda,  si  á  fuerza  de  remo  no  lográramos  ingertar  las  creen- 
cias en  otros  principios  de  mejor  savia;  que  es  lo  que  nos  mueve  á 
escribir  estas  líneas,  y  Dios  sabe  cuan  sincera  es  esta  aseveración. 

Sintiendo  Tiberghien  la  necesidad  de  una  religión,  y  creyendo 
muerto  al  Catolicismo  é  insuficiente  para  las  necesidades  sociales, 
nos  dice  después:  «O  el  Catolicismo,  ó  el  progreso,  tal  es  el  dilema 


550  EL    CATOLICIÍáMO 

para  las  generaciones  presentes.  Estos  dos  términos  se  excluyen;  es 
preciso  optar  por  uno.  Si  el  progreso  triunfa,  el  Catolicismo  debe 
modificarse,  sea  por  la  tolerancia,  sea  por  la  reforma.  Si  el  Catoli- 
cismo triunfa,  la  civilización  se  extingue.» 

Cualquiera  advierte  que  Tiberghien  deseara  no  la  extinción  del 
Catolicismo,  porque  la  fé  en  una  nueva  religión  es  para  él,  como 
para  todos,  una  utopia,  sino  que  el  Catolicismo  progresara,  porque 
sin  el  progreso  nada  es  hoy  inteligible. 

Si  los  Germánicos  leyeran  á  los  Padres  de  la  Iglesia  más  que  á 
Spinosa  y  á  Kant,  hubieran  encontrado  una  solución  á  su  progreso 
católico.  San  Vicente  de  Lerin  les  hubiera  dicho  lo  que  sigue:  «Al- 
guno dirá  quizá:  ¿No  puede  haber  algún  progreso  religioso  en  la 
iglesia  de  Cristo?  Yo  deseo  que  haya  uno  y  muy  grande.  ¿Pudiera 
haber  alguno  tan  enemigo  de  Dios  y  de  los  hombres  para  compri- 
mir y  detener  tal  progreso?  Mas  era  preciso  que  fuera  un  verdadero 
progreso  y  no  uu  cambio.  Lo  que  constituye  el  progreso  de  una 
cosa  cualquiera,  es  que  se  desarrolle  en  si  misma  sin  cambiar  de 
esencia.  Lo  que  constituye  un  cambio  es  el  paso  de  una  naturaleza 
á  otra.  Que  crezcan  con  fuerza  y  vigor  la  inteligencia,  la  ciencia, 
la  sabiduria  de  cada  uno  y  de  todos,  del  individuo  como  de  la  Igle- 
sia: que  crezcan  en  proporción  de  las  edades  y  de  los  siglos,  pero 
que  no  salgan  de  su  ser,  que  siempre  el  dogma  sea  el  mismo,  que 
el  sentido  del  dogma  no  cambie  de  naturaleza. 

«Los  progresos  religiosos  en  las  almas  deben  modelarse  con  los 
del  cuerpo,  que  desarrollándose  con  los  años  permanecen  siempre 
los  mismos.  Hay  una  diferencia  inmensa  entre  la  flor  de  la  juven- 
tud y  la  madurez  de  la  vejez.  Esto,  no  obstante,  los  que  hoy  son 
viejos,  son  los  mismos  que  en  otro  tiempo  fueron  adolescentes,  y  el 
mismo  hombre,  cambiando  de  estado  y  de  manera  de  ser,  con- 
serva siempre  su  misma  naturaleza  y  permanece  la  misma  persona. 

»Que  la  Religión  siga  estas  mismas  leyes  del  progreso ;  que  con 
los  años  llegue  á  ser  más  fuerte ,  que  se  desarrolle  con  el  tiempo, 
que  se  engrandezca  con  la  edad,  pero  que  se  mantenga  pura  y  sin 
mancha,  que  permanezca  en  plena  y  perfecta  posesión  de  todas  sus 
partes,  que  son  como  sus  miembros  y  sus  sentidos,  que  no  sufra 
ningún  cambio,  que  no  pierda  nada  de  su  naturaleza,  que  no  pa- 
dezca variación  alguna  su  doctrina.  Nuestros  padres  sembraron  en 
la  Iglesia  el  trigo  puro  de  la  fe:  que  la  cultura  dé  á  esta  semilla 
nueva  belleza,  pero  no  cambiemos  la  especie. 


Y   LA   FILOSOFÍA    ALEMANA.  551 

))Es  preciso  cultivar  y  sostener  lo  que  sembraron  nuestros  pa- 
dres, es  preciso  que  por  nuestros  cuidados  florezca ,  crezca  y  llegue 
á  la  madurez.  Es  permitido  cuidar,  pulir,  limar  con  el  tiempo 
estos  dogmas  antiguos  de  una  filosofía  que  nos  vino  del  cielo;  pero 
nos  está  prohibido  cambiarla ,  truncarla  ó  mutilarla.  Que  se  la 
inunde  de  evidencia,  de  luz,  de  claridad,  pero  que  guarde  su 
plenitud,  su  integridad,  su  esencia. 

»Si  una  vez  se  permite  un  fraude  implo ,  tiemblo  del  peligro 
que  correrá  la  religión.  Desechada  una  parte  del  dogma  católico, 
se  desechará  otra,  y  después  otra  y  otra,  y  se  llegará  á  desechar 
el  todo.» 

Los  Católicos  queremos  el  progreso  tal  cual  va  explicado ,  pero 
este  progreso  no  satisface  á  Tiberghien ,  porque  baja,  á  la  luz  de 
la  lámpara  de  Krausse,  a  las  profundidades  de  la  metafísica,  donde 
cree  encontrar  lo  que  no  hay.  Nosotros  bajaremos  con  él,  y  esta- 
mos cierto  de  poder  mostrarle,  que  ni  en  religión  ni  en  metafísica 
puede  haber  progreso  más  que  en  el  sentido  indicado. 

Lo  que  no  puede  pasarse  en  silencio  ahora  es,  que  si  el  Catoli- 
cismo triunfa,  la  civilización  se  extingue.  Nosotros,  por  el  contra- 
rio, pensamos  que  si  la  civilización  perdiese  el  camino  trazado  por 
el  Evangelio ,  detendría  su  vida  en  las  lindes  de  los  sentidos  ,  en 
los  goces  materiales ,  y  bien  pronto  la  indolencia  de  los  salvajes 
mataría  á  la  ciencia  y  á  la  sociedad.  Si  el  Evangelio  imperase  por 
completo,  el  hombre  sería  sincero ,  justo ,  bueno ,  caritativo  y  hu- 
milde, y  la  Cruz  del  Redentor  rompería  todas  las  trabas  sociales 
opuestas  á  la  igualdad  y  á  la  fi'aternidad  humanas. 

Porque  diríamos  con  un  gran  escritor  de  nuestros  días :  «  Nin- 
g^una  doctrina  fué  nunca  tan  bien  proporcionada  como  la  cristia- 
na á  todas  las  necesidades  naturales  del  corazón  y  del  espíritu: 
hé  aquí  por  qué  no  se  puede  hablar  contra  el  Cristianismo  sin 
cólera,  ni  en  su  favor  sin  amor.» 

No,  no  es  el  Catolicismo  el  que  ha  de  extinguir  la  civilización: 
ni  esto  es  inteligible ;  ni  tal  lenguaje  se  escuchará  más  que  en 
un  tiempo  en  que  abundan ,  como  ya  digímos ,  palabras  claras  y 
pensamientos  oscuros,  ideas  errantes  y  muy  pocas  fijas. 

Y  en  verdad ,  lo  que  hace  al  hombre  civil ,  es  la  religión ,  el 
pudor,  la  benevolencia,  la  humildad  .  la  caridad,  la  justicia;  y 
la  irreligión,  la  impudencia ,  la  disputa,  la  audacia,  la  ambición, 
la  avaricia,  le  hacen  incivil  é  insociable. 


552  EL    CATOLICISMO 

La  civilidad ,  y  la  civilización  misma ,  no  tienen  otro  venero 
que  la  caridad,  y  el  Cristianismo,  según  San  Agustin,  non  preci- 
pit  nissi  cMritaiem,  nec  vetat  nissi  cupidUaúem;  no  manda  más 
que  la  caridad,  ni  veda  más  que  el  egoismo. 

La  Caridad  bajada  del  cielo  para  conducirnos  á  él ,  la  Caridad 
nos  abraza  á  todos  sin  atender  á  las  distinciones  de  la  tierra,  ni  da 
niüguD  valor  ni  importancia  más  que  á  la  imagen  de  Dios  que 
llevamos  todos  en  nosotros  mismos.  Todas  las  clases ,  las  edades 
todas,  respiran  con  ella  la  verdadera  esencia  de  la  civilidad.  Fue- 
ra de  la  caridad,  no  tienen  los  hombres  nada  que  los  una  más  que 
el  interés  y  los  placeres,  que  á  poco  engendran  la  indiferencia ,  y 
después  el  desprecio  y  el  odio.  Privados  de  caridad ,  viven  en  so- 
ciedad estrechados  como  un  haz  de  sarmientos  que  los  retiene  sin 
unirlos,  no  llegando  á  tocarse  más  que  por  sus  pasiones  ó  sus 
vicios,  j  Qué  ideal  el  de  la  caridad !  ¡  Qué  son  con  él  comparados 
los  sistemas  sociales  que  nos  agitan  ?  Tenia  razón  un  gran  escritor 
que  decia:  ^¿Qué  ganan  con  la  libertad  los  sabios  y  los  hombres 
de  bien,  que  viven  bajo  el  imperio  de  la  razón ,  y  son  esclavos  del 
deber?  Quizá  lo  que  el  sabio  y  el  hombre  de  bien  no  pueden  per- 
mitirse, no  debiera  ser  permitido  á  nadie.» 

Y  Tiberghien  continúa:  «Es  preciso  esforzarse  por  poner  un 
término  á  estas  agitaciones  estériles  y  permanentes.  Las  crisis 
demasiado  repetidas  fatigan  y  debilitan  el  organismo.  Los  es 
piritus  se  gastan  en  una  lucha  que  renace  siempre  :  los  des- 
fallecimientos se  aumentan ,  la  vida  moral  se  pierde  por  inter- 
valos. 

» Busquemos  otra  salida,  fuera  de  las  declaraciones  banales 
contra  la  política  del  clero.  x\ceptando  las  libertades  públicas 
como  herencia  de  nuestros  padres ,  no  temamos  añadir  una  inno- 
vación más.  Cuando  todo  progresa  en  derredor  nuestro,  no  es  el 
cambio  el  que  debe  asustarnos,  sino  la  inmovilidad.  El  verdadero 
conservador  es  el  que  marcha  con  el  mundo,  y  el  verdadero  revo- 
lucionario el  que  quiere  detener  el  movimiento  de  las  ideas,  y 
provoca  la  destrucción.  Cuando  veo  que  todo  se  ha  ensayado ,  ex- 
ceptuando la  seria  reforma  de  las  instituciones  religiosas,  que 
todo  se  ha  renovado  sin  decentar  el  espíritu  de  la  Iglesia,  que 
nada  se  ha  respetado  sino  los  dogmas  del  pasado,  me  es  permitido 
preguntar  si  se  ha  seguido  fielmente  las  lecciones  de  la  historia  y 
de  la  razón;  si  no  pertenece  i  la  religión  bien  comprendida  repa- 


Y   LA    FILOSOFÍA    ALEMANA.  553 

rar  los  desastres  de  una  religión  ladeada  de  su  misión....  La  cues- 
tión religiosa  toca  en  todos  los  intereses  públicos.» 

Es  preciso  reconocer  y  confesar,  que  Tiberg-hien  ha  conocido  lo 
secundarias  que  son  todas  las  reformas  cuando  no  eran  ingertas 
en  la  religión  ;  que  ésta  es  la  más  atendible  y  sin  la  que  todas  las 
políticas  y  sociales  no  mejoran  la  triste  condición  humana . 

La  reforma  de  la  religión  en  sus  dogmas  es  imposible ,  por  lo 
que  ya  hemos  dicho  :  en  la  disciplina  es  posible  y  conveniente,  pero 
no  como  Tiberghien  la  quisiera.  El  progreso,  en  todas  las  cosas 
que  son  susceptibles  de  él,  no  se  efectúa  sino  con  el  tiempo  y  con  el 
concurso  de  los  que  nos  han  precedido. 

El  progreso  es  un  resultado  al  que  conducen  lentamente  los  es- 
fuerzos reunidos  y  constantes  de  la  inteligencia  humana  sobre  una 
misma  cuestión :  el  espíritu  humano  no  llega  á  él  de  un  brinco, 
porque  hay  en  el  mundo  intelectual  una  comunidad,  una  solidari- 
dad de  indagaciones,  de  reflexiones,  que  preparan  un  resultado 
proclamado  por  tal  genio  ó  por  tal  época,  pero  que  no  es  su  propie- 
dad exclusiva.  Y  si  lo  fuera  en  su  estado  completo,  no  lo  seria  en 
sus  detalles,  porque  todos  los  elementos  fueron  preparados  por  una 
larga  elaboración,  cuando  un  genio  poderoso  reúne  en  un  resul- 
tado completo  todos  los  elementos  hallados  esparcidos  en  la  socie- 
dad ó  en  la  ciencia. 

Los  Germánicos  niegan  esta  solidaridad  de  la  inteligencia  hu- 
mana, bajo  el  punto  de  vista  religioso,  aislando  al  individuo  de 
todas  las  indagaciones,  de  todas  las  observaciones  anteriores.  Es 
imposible  que  un  hombre  racional  sostenga  que  su  opinión  indivi- 
dual es  preferible  al  testimonio  permanente  y  universal  de  tantos 
siglos.  A  pesar  de  esto,  cada  racionalista  ha  intentado  proponer 
sus  opiniones  como  dogmas ;  y  mostrándolos  con  exterioridades  se 
ductoras;  como  libertad  de  pensar,  autonomía,  soberanía  de  la  ra- 
zón; abriendo  á  todas  las  almas  un  solo  templo,  el  de  la  natura- 
leza, y  un  solo  culto,  el  que  más  grato  parezca ,  su  lenguaje  fué 
muy  pronto  comprendido  por  las  masas.  Su  progreso  fué  muy  fácil 
por  tanto,  y  ya  divisamos  desgraciadamente  su  término,  el  escep- 
ticismo, la  indiferencia,  la  debilitación  del  sentido  moral  y  ciertas 
tendencias  á  la  desorganización  social.  Que  mire  cualquiera  en 
torno  suyo  y  juzgue.  Es  verdad  que  el  verdadero  conservador  es 
el  que  marcha  con  el  mundo,  pero  el  mundo  marcha  con  la  majes- 
tuosa lentitud  que  nos  enseña  la  historia.  Y  el  hombre  que  mar- 


554  EL    CATOLICISMO 

cha  tiene  un  pié  fijo  en  el  presente,  levantado  otro  hacia  el  íuturo 
y  detrás  las  huellas  de  sus  pasos  pretéritos. 

Queréis  prescindir  del  pasado? Caéis  en  el  racionalismo;  en  una 
independencia  arbitraria,  ilógica,  inmoral  y  antisocial  totalmente . 
Reconocéis  la  necesidad  de  mirar  al  pasado?  Pues  encontrareis  que 
lo  que  la  fe,  lo  que  el  catolicismo  proclaman  es  un  kecko ,  y  que  el 
hecho  no  tiene  otra  razón  que  el  testimonio:  encontraréis  que  los 
hechos  no  son  maleables;  que  los  hechos  son  ciertos  cuando  se  prue- 
ban, puedan  ó  no  puedan  explicarse.  Mirando  al  pasado,  es  como 
podemos  saber  de  dónde  venimos;  é  ignorando  esto,  no  podemos 
saber  adonde  vamos.  Por  esto  decia  el  sabio  Joubert :  «  La  antigüe- 
dad más  vecina  de  todas  las  creaciones,  debe  servirnos  de  guia  en 
las  cosas  de  moral  y  religión  por  ella  recibidas.  Debemos  poner 
nuestros  pies  en  sus  huellas,  insistere  vestigiis.yy 

Los  racionalistas  no  pueden  prescindir  del  pasado,  pero  no  satis- 
faciéndoles la  revelación,  le  explican  á  su  manera. 

La  revelación  nos  dice  :  No  hay  más  que  un  solo  Dios,  creador 
del  cielo  y  de  la  tierra.  Inmaterial  por  esencia,  no  es  accesible  á  los 
sentidos,  y  sólo  si  á  la  inteligencia  y  al  corazón  puro.  El  hombre 
hecho  á  su  imagen  y  semejanza,  en  el  dia  sereno  de  la  creación, 
contemplaba  interiormente  á  la  verdad  soberana  y  la  amaba  como 
al  soberano  bien.  En  esta  contemplación  encontraba  el  amor, 
la  luz,  la  rectitud,  la  grandeza  y  la  libertad.  Pero  rompiendo 
voluntariamente  esa  intima  unión  que  constituía  su  vida,  su 
inteligencia  y  su  voluntad ,  separadas  de  la  voluntad  y  de  la  in- 
teligencia divinas,  se  perdieron  en  las  sensaciones  y  en  la  ig- 
norancia, y  en  seguida  en  los  vicios,  en  la  miseria,  en  la  escla- 
vitud. 

Y  después.  Dios,  por  misericordia,  llamó  al  hombre,  viniendo 
por  si  mismo  á  traerle  los  medios  de  expiación  para  repararle,  tal 
cual  el  Evangelio  expresa. 

Hé  aquí  en  sustancia  lo  que  la  revelación  nos  dice.  Pero  esta  re- 
velación no  satisface  á  los  racionalistas  que  tienen  otro  Génesis 
que  vamos  á  exponer. 

'<E1  hombre,  luego  que  salió  del  seno  de  la  naturaleza,  donde 
habia  vivido  como  el  niño  en  el  seno  maternal,  se  vio  asaltado  por 
el  mal,  que  le  era  desconocido  en  el  estado  embrionario  donde  ha- 
bia vivido  hasta  entonces.  Se  vio  obligado  á  luchar,  y  á  medida 
que  lucha,  su  inteligencia  se  pulimenta,  su  instinto  social  y  reli- 


Y   LA    FILOSOFÍA   ALEÍlíANA.  555 

gioso  se  desenvuelve  y  aumenta  su  poder  sobre  el  mundo.»  (Juan 
Reynaud,  Encyclop,  nouv.) 

¿Quién  comprende  este  origen  del  hombre,  ni  cuál  es  el  seno  de 
la  naturaleza,  ni  qué  es  ni  cuánto  dura  ese  estado  embrionario^ 
¿Cómo  le  elabora  la  naturaleza,  ni  quién  es  esta  señora?  ¿Cómo  el 
mal  produce  el  bien,  ni  cómo  la  inteligencia  brota  de  lo  que  no  es 
inteligente?  ¿Cómo  la  lucha  con  el  mal  forma  la  libertad,  la  perso- 
nalidad, la  inteligencia?  ¿Cómo  de  lo  imperfecto  nace  lo  perfecto, 
ó  de  lo  menos  lo  más?  ¿Qué  testimonios  tenemos  de  esa  edad  anti- 
racional y  estrambótica?  De  esa  edad,  dice  Reynaud,  no  ka  venido 
ningún  testimonio  hasta  nosotros  y  no  vive  en  la  conciencia  de  la 
posteridad.  Y  ¿cuántos  años  duró  este  estado  embrionario?  Veinti- 
cinco mil  años,  dice  el  mismo  Reynaud. 

Pero  no  habiendo  llegado  ningún  testimonio  hasta  nosotros,  ni 
viviendo  en  la  conciencia  de  la  posteridad,  ¿de  dónde  sacáis  esas 
aseveraciones  tan  extrañas  á  la  filosofía  y  á  la  tradición  ? 

Porque  escuchad ;  con  la  Biblia  se  conforman  todas  las  tradicio- 
nes. El  terrible  dogma  de  la  caida  de  nuestro  primer  padre,  y  de 
la  corrupción  de  la  naturaleza  humana,  según  Vol taire,  se  encuen- 
tra por  todas  partes,  y  es  el  fundamento  de  la  teología  de  todas  las 
naciones  antiguas.  Todos  los  antiguos  teólogos  opinaban  que  el 
alma  está  encerrada  en  el  cuerpo  como  en  una  prisión ,  S7i  castigo 
de  un  pecado. 

Los  Orficos  decian  que  el  hombre  habia  salido  bueno  é  inteli- 
gente de  las  manos  de  Dios;  que  habia  vivido  en  un  estado  de 
pureza  é  inocencia ,  y  que  el  crimen  por  el  que  habia  sido  casti- 
gado fué  posterior  á  la  creación. 

Los  Griegos  y  los  Romanos  reputaban  la  edad  de  oro  como  un  esta- 
do feliz,  en  el  que  no  habia  ni  trabajos,  ni  enfermedades ,  ni  muerte. 

Según  la  doctrina  de  los  Persas,  el  primer  hombre  y  la  primera 
mujer  eran  puros ,  sumisos  á  Ormund ;  su  autor  Arimanes ,  bajo 
la  forma  de  una  culebra,  los  sedujo  con  ciertos  frutos  con  los  que 
su  naturaleza  fué  corrompida,  é  infestó  á  toda  su  posteridad. 

Mauricio  ha  probado  en  las  Antigüedades  indias  que  la  historia 
de  Adán  y  de  su  caida ,  tal  como  la  refiere  Moisés,  está  confirmada 
por  los  monumentos  y  las  tradiciones  de  los  Indios. 

Prueba  igualmente  que  la  doctrina  del  pecado  original  era  en- 
señada por  los  Druidas. 

Los  libros  sagrados  de  los  Chiuoí^  dicen :  que  en  el  estado  del  pri- 


556  EL    CATOLICISMO    Y    LA    FILOSOFÍA    ALEMANA, 

mer  cielo,  el  hombre  estaba  unido  interiormente  á  la  razón  sobera- 
na, y  practicaba  todas  las  obras  de  justicia.  El  corazón  se  regoci- 
jaba en  la  verdad,  y  no  habia  en  él  mezcla  alguna  de  falsedad. 
Entonces  las  cuatro  estaciones  del  año  seguian  un  orden  regular... . 

Nada  dañaba  al  hombre ,  y  el  hombre  no  dañaba  á  nada.  Una 
armonía  universal  reinaba  en  toda  la  naturaleza....  Pero  el  hom- 
bre se  revolucionó  contra  el  cielo  y  fué  cambiado  el  sistema  del 
universo,  y  los  males  y  los  crímenes  inundaron  la  faz  de  la  tierra. 

Según  las  tradiciones  mejicanas  la  madre  de  nuestra  carne  ó 
la  serpiente^  hizo  caer  al  hombre  de  su  estado  de  inocencia. 

Lamennais  ha  encontrado  la  prueba  de  la  caida  en  el  uso  univer- 
sal de  los  sacrificios  expiatorios  y  de  la  esperanza  de  un  reparador. 

Preguntaríamos  ahora:  ¿cuál  es  más  racional  y  lógico,  la  tra- 
dición del  género  humano,  ó  ese  génesis  de  los  racionalistas  que 
hace  salir  al  hombre  de  la  tierra  como  salen  los  hongos  en  los  ma- 
torrales? 

Si  fuera  sola  la  historia  lo  que  desmintiese  á  los  racionalistas, 
todavía  podrían  estos  dudar,  aunque  sin  fundado  criterio,  de  la 
revelación;  pero  la  metafísica  pulveriza  todas  sus  objeciones,  como 
demostraremos  más  adelante ,  cuando  sigamos  á  Tiberghien  á  las 
profundidades  de  la  misma. 

Si  los  dogmas  del  pasado  han  sido  respetados,  como  Tiberghien 
lamenta,  es  porque  la  metafísica  y  la  historia  los  justifican;  de  lo 
contrario  ¿cómo  hubieran  subsistido  tantos  siglos?  Más  adelante 
lo  diremos. 

Concluimos  este  artículo  aseverando,  que  las  cuestiones  dogmá- 
ticas son  hoy  las  de  más  interés,  pues  como  dice  un  crítico:  «La 
incredulidad  dogmática  es  un  estado  de  irritación  y  de  exaltación; 
nos  pone  en  guerra  perpetua  con  nosotros  mismos,  con  nuestra  edu- 
cación ,  con  nuestros  hábitos,  con  nuestras  primeras  opiniones;  nos 
pone  en  guerra  con  nuestros  padres ,  con  nuestros  hermanos ,  con 
nuestros  vecinos ,  con  nuestros  amigos ;  nos  pone  en  guerra  con  el 
orden  público,  al  que  miramos  como  un  desorden  ;  con  el  tiempo 
presente ,  que  juzgamos  menos  ilustrado  que  debiera  serlo;  con  el 
tiempo  pasado,  cuya  simplicidad  é  ignorancia  despreciamos.  El 
futuro  y  el  gén<íro  humano  en  su  eternidad  futura,  hé  aquí  los  dos 
Ídolos  de  la  incredulidad  sistemática.» 

(Se  continuará.)  Nicombdbs  Martin  Mateos. 

Béjar,  Enero  6,  1870. 


RECUERDOS  DE  VIAJE. 


APUNTES   PARA  LA  DESCRIPCIÓN  É  HISTORIA  DE  GALICIA. 


PRIMERA   PARTE. 

Salir  en  verano  camino  de  las  Provincias  Vascongadas  y  Fran- 
cia, el  más  trillado  de  los  madrileños,  es  para  éstos  cosa  tan  natu- 
ral y  sencilla ,  como  desatinada  el  emprender  un  viaje  durante  el 
invierno.  Pocos  deben  de  apartarse  de  semejante  parecer,  pues  ha- 
biéndome llegado  á  la  administración  de  diligencias  de  Vigo  pi- 
diendo billete,  me  dijeron  que,  como  no  daban  ninguno  hacia  ya 
tiempo,  era  imposible  decirme  si  estaba  franco  el  paso  de  las  Por- 
tillas. 

No  se  maraville  el  lector  de  la  respuesta.  La  verdad  es  que  se 
va  por  camino  de  hierro  hasta  Zamora;  y  como  desde  aquella  ciu- 
dad es  donde  hay  que  seguir  en  diligencia ,  los  pocos  que  en  in- 
vierno van  á  Galicia  por  aquel  lado,  son  más  bien  de  las  comarcas 
que  baña  el  Duero.  De  Madrid,  puede  asegurarse  pasan  semanas 
enteras  sin  ir  nadie. 

Tan  escasas  eran  las  noticias  de  aquella  térra  ignota ,  que  fué 
necesario  avisar  por  telégrafo  á  Zamora ,  preguntando  si  pasaban 
coches  á  Galicia.  Contestaron  que  si;  y  entonces,  lleno  de  verda- 
dero temor  de  quedarme  en  algún  mal  paso ,  sali  de  Madrid  en  el 
tren-correo. 

Poco  se  parece,  en  verdad,  la  mezquina  estación  del  Norte  du- 
rante una  fria  noche  de  Invierno,  á  lo  que  suele  ser  en  las  ahoga- 
das tardes  del  Estío.  A  la  sazón ,  todos  echábamos  menos  el  calor; 


558  RECUERDOS 

viendo  tardaban  en  traer  caloríferos ,  no  cesábamos  de  pedirlos  á 
cuantos  empleados  pasaban  por  delante  del  coche,  hasta  que  llega- 
ron los  anhelados  tubos  llenos  de  agua,  que,  cierto,  hacian  gran- 
dísima falta . 

Después  de  larga  espera  y  encierro  en  el  coche,  capaces  de  ha- 
cer perder  la  paciencia  á  viajeros  que  no  fueran  españoles ,  parte 
el  tren  Vénse  á  entrambos  lados  las  ramas  secas  de  los  pelados  ár- 
boles de  la  Moncloa,  y,  á  poco,  el  calor  del  carruaje  y  el  gran  frío 
de  fuera  son  causa  de  que  los  cristales  se  empañen  de  suerte  que 
no  es  posible  ver  nada. 

Del  mal  el  menos.  Lo  cierto  es  que  á  nuestros  padres  no  se  les 
habría  jamas  ocurrido  fuera  posible  atravesar  la  sierra  de  Guadar- 
rama con  toda  comodidad  en  el  rigor  del  Invierno. 

¡Qué  no  padecerían  los  mismos  reyes,  no  há  mucho,  dado  el  caso 
de  tener  que  ir  de  Castilla  la  Nueva  á  la  Vieja,  en  estación  seme- 
jante !  Compárese  á  Isabel  la  Católica ,  cruzando  en  muía  por  esas 
asperezas ,  y  á  cualquiera  que  hoy  disponga  de  unos  pocos  reales 
para  ir  en  coche  de  primera  clase ,  en  blando  asiento ,  cómoda- 
mente abrigados  los  pies ,  y  no  será  fácil  dejar  de  bendecir  á  Dios 
que  tales  ventajas  nos  concede.  Hablo  de  caminos  de  hierro,  como 
más  adelante  hablaré  de  otras  cosas ;  y  así ,  quien  crea  hallar  en 
mis  palabras  más  ni  menos  de  lo  que  dicen,  se  equivoca  de  veras. 

Bien  sé  que  el  mundo  vive  en  nuestros  días  desaforadamente  di- 
vidido entre  los  amigos  de  lo  nuevo  y  de  lo  viejo.  Entre  los  prime- 
ros, no  dejará  de  haber  quien  se  ría  de  verme  dar  gracias  á  Dios 
por  los  ferro-carriles;  de  los  segundos,  también  los  habrá  que  mo- 
tejen mi  afición  á  lo  moderno,  como  si  á  la  par  de  lo  mucho  malo 
que  en  efecto  hay,  no  hubiera  también  mucho  bueno.  Válgame  la 
verdad,  de  la  cual  no  me  he  de  apartar  mientras  yo  pueda;  y  en 
cuanto  á  las  palabras  y  tiempo  que  muchos  tienen  por  bien  mal- 
gastar en  ciertas  disputas,  allá  se  las  hayan  los  aficionados  al  mo- 
derno er gotismo]  que,  á  mi  entender,  vale  más  predicar  con  el 
ejemplo  que  con  las  palabras. 

Suprimidos  en  gran  parte  los  inconvenientes  de  un  viaje  en  In- 
vierno, lo  mismo  podría  decirse  de  las  ventajas  que  antes  traia  con- 
sigo el  caminar  para  ir  viendo  tierras  y  poblaciones.  En  el  ancho 
y  cómodo  espacio  de  un  coche  de  primera ,  donde  á  lo  sumo  van 
ocho  personas,  no  hallaba  yo  sino  una  grandísima  molestia  el  sa- 
ber que  á  breve  espacio,  y  en  el  mismo  tren,  iban  semejantes  míos 


Dlí    VIAJE.  559 

en  coches  que  ni  cristales  tienen ,  que  poco  habia  de  costar  á  la 
empresa  el  ponerles.  Cuando,  al  abrir  la  portezuela  del  coche,  me 
cortaba  el  cierzo  la  cara,  dolíame  el  pensar  en  el  horrible  frió  que 
experimentarían  los  infelices  que  iban  en  coches  de  tercera.  La  em- 
presa debía,  por  humanidad ,  poner  cristales  á  estos  coches ,  como 
hace  la  de  Medina  á  Zamora.  Entre  tanto ,  y  mientras  una  voz 
bienhechora,  más  poderosa  é  influyente  que  la  mía,  no  lo  logra, 
viva  yo  sin  el  remordimiento  de  no  haber  pedido  para  los  pobres 
viajeros  de  tercera  el  mísero  abrig-o  de  un  pedazo  de  cristal.  ¿Quién 
sabe?  ¡Acaso  lea  estos  renglones  la  hija,  hermana  ó  esposa  de  al- 
guna persona  notable,  cuyo  influjo  obligue  al  cabo  á  la  empresa  á 
tener  caridad  con  los  que  no  tienen  dinero  para  viajar  en  coches 
de  primera  clase !  ¡  Pluguiera  á  Dios  que  así  fuese,  evitándose  tan- 
tos reumas,  catarros  y  pulmonías  mortales,  merced  al  piadoso  co- 
razón de  una  mujer  caritativa ! 


I. 


Ajeno  al  territorio  que  voy  atravesando ,  pues  ni  aun  le  puedo 
ver,  sólo  los  nombres  de  Pozuelo,  Las  Rozas  ,  Torrelodones ,  etc., 
que  oigo  al  detenerse  el  tren ,  me  indican  lo  que  llevamos  andado. 
Seguimos  adelante.  ¡El  Escorial!  Al  oír  este  grito  no  pude  menos 
de  asomar  el  rostro  á  la  portezuela ,  mientras  dos  ó  tres  viajeros 
se  apeaban  en  la  estación. 

¡Soberbio  espectáculo!  Escasa  era  la  claridad  nocturna,  y  con 
todo ,  la  mole  del  Escorial ,  compitiendo  en  grandeza  con  los  mon- 
tes ,  cuyo  dosel  de  argentada  nieve  señoreaba  las  cumbres  ,  y  cor- 
ría después  por  las  cañadas  ,  formaba  tan  espléndida  vista ,  que 
todavía  mi  mente  se  complace  y  deleita  en  su  recuerdo.  ¿Cuándo 
formará  parte  de  nuestra  educación  el  enseñarnos  á  amar  los  pri- 
mores de  la  naturaleza ,  no  con  palabras  triviales  y  cansadas  á  fuer 
de  repetidas ,  sino  haciéndonos  tener  el  paso  desde  niños  para  mi- 
rar la  Puerta  del  Sol,  la  hermosura  de  un  árbol ,  ó  el  regio  esplen- 
dor de  las  sierras  que  tanto  abundan  en  nuestra  Península? 

Todo  texto  traído  de  fuera  en  apoyo  da  una  opinión ,  le  suele 
servir  de  mucho  ,  y  como,  además,  los  Angl  o -sajones  son  el  pue- 
blo civilizado  que  verdaderamente  ama  en  nuestros  dias  el  campo, 


560  RFCUERDOS 

citaré  aquí  las  palabras  de  un  inglés ,  á  quien  las  artes ,  y  España 
en  particular,  deben  mucho. 

Mr.  Street  ( 1 )  en  su  obra  que ,  no  sin  modestia  excesiva ,  llama 
mera  Relación  de  la  arquitectura  gótica  de  España,  dice,  y  se  fun~ 
da ,  que  aun  en  las  comarcas  menos  interesantes ,  bastan  los  mon- 
tes y  la  atmósfera.  Y  asi  sucede,  por  ejemplo,  añade;  con  la  vista 
del  (juadarrama  desde  Madrid ,  vista  que  rbdimb  la  ing*rata  si- 
tuación de  la  corte ,  a  la  cual  da  él  único  atractivo  que  posee. 

\  Cuántos  madrileños  no  se  quedarían,  primero  con  la  boca  abier- 
ta ,  y  después  ciegos  de  enojo  al  oir  que  la  villa  del  oso  y  del  ma- 
droño no  tenia  para  ciertas  personas  más  atractivo  sino  la  vista 
del  Guadarrama!  {Del  Guadarrama,  al  cual  nuestra  torpe  y  soez 
incuria,  acusa  de  la  mayor  parte  de  las  pulmonías,  debidas  á  la  fal- 
ta de  los  árboles  que  hemos  ido  talando,  y  no  queremos  reponer! 

Y  ya  que  del  Sr.  Street  hablo,  bien  me  parece  citarle  de  igual 
manera,  en  abono  de  mi  viaje  á  las  remotas  tierras  de  Occidente, 
á  propósito  de  las  cuales  habré  de  hacerlo  más  adelante.  Dice  el  in- 
signe artista  inglés,  que  c<de  intento  [purposely]  no  ha  querido 
» viajar  por  la  tan  conocida  región  andaluza,  donde,  sin  duda,  han 
»formado  los  Ingleses  su  opinión  acerca  de  España  y  los  Espa- 
»ñoles.» 

Hermosa  y  digna  de  visitarse  es ,  en  efecto,  Andalucía,  pero  no 
es  España  entera ,  como  muchos  extranjeros  suponen ,  y  á  bien  que 
nuestra  región  del  Noroeste  merece,  en  verdad,  no  menor  atención 
y  estudio.  En  el  Mediodía  están  las  ramas  del  árbol ;  el  tronco  y 
raíces  en  el  Norte.  Si  las  catedrales  de  Bárgos,  Zamora  y  León, 
los  templos  de  Asturias ,  y  las  catedrales ,  templos  románicos  y 
arruinados  castillos  de  Galicia  no  llamaran  la  atención  de  corazo- 
nes poco  aficionados  al  arte ,  los  aires  puros ,  saludables  y  grato 
esparcimiento  que  nuestras  provincias  del  Norte  ofrecen  durante 
el  Estío,  harán  de  ellas,  con  que  los  ferro-carriles  ayuden ,  man- 
siones de  solaz  y  recreo  para  los  agostados  hijos  del  Centro  y  Me- 
diodía de  la  Península. 

No  dudamos  que  tan  buenas  calidades  sean  poca  cosa  para 
aquellos  que  más  que  al  del  espíritu ,  atienden  al  bien  material  de 
su  cuerpo.  Pero  aun  á  estos  les  hemos  de  citar  asimismo  nuestro 


(1)    Some  Accomit  of  Gothic  Arehitecture  in  Spain.  By  George  Edraund 
Street  F.  S.  A.  London.  John  Murray.  Albemarie  Street.  1865. 


DE    VIAJE.  561 

buen  ing-lés,  el  cual  afirma — y  con  razón  — que  en  los  más  apar- 
tados lugares  de  León  y  Galicia  no  hay  dificultad  de  hallar  en  la 
más  pobre  {poorest)  posada,  aves  y  pescados  en  cantidad  y  cali- 
dad suficientes  para  satisfacer  á  un  buen  comedor  [foragourmand). 

Pero  ¿qué  tiene  que  ver  con  todo  esto  el  maquinista  que  lleva  el 
tren  por  los  túneles  de  Robledo ,  la  Paradilla ,  la  Palomera ,  y  tan- 
tos otros  que  no  cito,  hasta  el  de  1.000  metros,  cuyo  nombre  es 
el  no  menos  largo  y  majestuoso  de  Navalg-rande !  Todavía  retum- 
ban las  ruedas  y  wagones  por  las  bóvedas  de  otros  túneles ;  rechi- 
na y  silba  luego  la  máquina  en  campo  abierto. 

¡Avila!  Demás  están  para  nosotros  su  rio  Adaja,  sus  parameras 
y  graciosas  mingorrianas.  Avila  del  Rey,  de  los  Caballeros ,  cuya 
hermosa  catedral  defienden  altas  torres  y  murallas ,  cuyas  pie- 
dras hablan ,  y  hablarán  mientras  exista  el  claro  nombre  español, 
de  aquel  Rayo  de  la  Guerra ,  Sancho  Dávila ;  de  aquella  Paloma 
del  Cielo,  Santa  Teresa  de  Jesús....  Adiós,  Avila,  bendita  sea  la 
moderna  invención  que  más  de  una  vez  me  ha  llevado  á  tus  puer- 
tas ,  bendita  la  via  de  rieles ,  el  riel-via  ( 1 )  por  donde  tan  fácil 
me  ha  sido  encaminarme  á  tu  honrado  solar. 

De  Avila,  los  leales  ;  dijeron  nuestros  abuelos ,  cuando  en  Es- 
paña era  la  mayor  honra  el  ser  leal . 


II. 


De  los  montes  bajamos  á  la  llanura.  Ya  no  parecen  á  uno  y  otro 
lado  cerros  y  peñascales  de  Guadarrama.  Nada  estorba  el  paso  al 
cierzo  que  hiela  los  campos  de  Castilla,  Arévalo,  Medina  del 
Campo.... 

¡Medina  del  Campo!  ¡Qué  de  cosas  no  recuerda  su  nombre!  Sus 
ferias,  esplendor  pasado  y  desventura  presente,  dan  nuevo  realce 
á  su  historia.  En  Medina  lloró  la  triste  y  hermosa  Doña  Blanca  de 
Borbon  la  mala  fé  de  su  esposo  Pedro  el  Cruel.  Aquí  murió,  se 
cree,  de  veneno  el  antiguo  valido  de  D.  Pedro,  á  la  sazón  su  ene- 
líiigo  y  jefe  de  los  nobles  coaligados,  D.  Juan  Alfonso  de  Albur- 


( 1 )  Lástima  que  no  se  tuviese  presente  cuando  la  introducción  de  ferro- 
carriles lo  fácil  que  era  formar  esta  palabra ,  compuesta  de  dos  tan  bellas  y 
españolas.  Aun  hoy ,  en  el  Peni ,  llaman  rieles  á  lo  que  nosotros,  ferozmente, 
llamamos  canales  y  rails. 

TOMO  XV.  36 


562  RECUERDOS 

querque.  Aqui  mató  el  cruel  Pedro  á  Sancho  Ruiz  de  Villegas  y 
al  Adelantado  Pedro  Ruiz  de  Villegas. 

Era  Medina  del  Campo  la  más  opulenta  ciudad  de  Castilla.  Su 
fortaleza  de  la  Mota,  en  mal  hora  destruida  para  dar  paso  al  cami- 
no de  hierro  (mengua  de  cuantos  lo  hicieron  ó  consintieron)  era  en 
verdad  digna  del  nomhre  que  tenía.  En  Medina,  Isahel  la  Católica 
murió  en  26  de  Noviembre  de  1504.  Dícese  que  los  últimos  dias 
faeron  para  ella  de  mortal  tristeza.  ¿Por  ventura  la  acosaban  re- 
mordimientos de  haber  alentado  la  deslealtad  de  los  grandes  con- 
tra Enrique  IV,  y  de  no  ser  ella  la  legitima  heredera,  sino  Doña 
Juana,  á  quien  los  Castellanos  llamaron  la  Beltraneja  j  los  Por- 
tugueses, mejores  caballeros  entonces,  llamaron  siempre  la  exce- 
lente Señora'^  ¿Lloraba,  acaso,  la  pérdida  del  único  hijo  varón,  co- 
mo castigo  del  cielo,  quedándole  tan  sólo  aquella  misera  Doíía 
Juana,  á  la  cual  llamaban  ya  todos  la  Loca"^ 

Grande  fué  Isabel  la  Católica  .  Bien  pueden  sus  nobilísimas  cali- 
dades eximirla  de  todo  cargo,  en  trueco,  al  menos,  de  cuanto  debió 
de  padecer  como  madre  y  cristiana.  Mandó  no  vistieran  los  pueblos 
luto  por  su  muerte,  pero  le  vistió  el  cielo  Fueron  tales  las  lluvias 
durante  semanas  enteras  y  en  tan  ruin  estado  se  hallaban  los  ca- 
minos, que  el  cuerpo  de  la  Reina  salió  de  Medina  el  dia  27  ó  28 
de  Noviembre,  no  llegando  á  Granada,  donde  yace  en  magnífica 
sepultura,  hasta  el  18  de  Diciembre.  Campos  inundados,  torrentes 
asoladores,  ríos  fuera  de  madre,  hicieron  perder  la  vida  á  hom- 
bres, caballos  y  acémilas,  cuyos  cuerpos  quedaban  atollados  en  el 
fango  de  los  barrancos  ó  desaparecían  arrastrados  por  las  aguas. 
Veinte  dias  tardó  el  regio  y  fúnebre  cortejo....  En  unas  cuantas 
horas  acababa  de  llevarme  el  tren  desde  Madrid  á  Medina;  casi  la 
tercera  parte  del  camino  que  tantos  dias,  padecimientos  y  muertes 
costó  á  nuestros  padres. 


III. 

La  noche  era  larga  y  cada  vez  más  fria,  como  de  Invierno.  Quise 
entrar  en  la  estación,  buscando  abrigo;  pero  había  el  mismo,  por 
estar  apagada  la  estufa,  que  pudiera  hallarse  en  tiempos  de  Isabel 
la  Católica.  En  estrechísima  estancia  esperaban  treinta  ó  cuarenta 
personas,  en  pié  la  mayor  parte,  que  no  podían  estar  de  otro  modo. 


DE    VIAJE.  563 

Habla  tal  frió  y  mal  olor ,  que  preferí  salir  á  pasearme  por  el  an- 
dén. Además,  aquellos  encerrados  esperaban  el  tren  del  Norte  y  yo 
seguia  hacia  el  Duero,  teniendo  que  aguardar  como  dos  horas. 

Para  saber  lo  que  es  el  frió  seco  de  Castilla,  no  hay  más  que  pa- 
searse en  Invierno  de  una  á  tres  de  la  madrugada  por  el  andén  de 
Medina  del  Campo.  Llegó  al  cabo  el  tren,  pero,  como  siguiendo  la 
costumbre  francesa,  es  preciso  aguardar  á  que  abran  la  vidriera  del 
salón,  ó  pieza  de  descanso,  no  parecía  nadie,  y  mis  encerrados  se- 
guían en  su  chiquero,  en  pié  y  esperando  á  su  tren....  Partió  éste, 
y  ya  un  tanto  escamados,  salieron  del  encierro,  preguntando  por 
el  tren  ¡en  que  debían  ir!...  A  la  vista  de  ellos  estaba  todavía,  mas 
ya  era  imposible  detenerle. 

Fueron  de  ver  el  apuro  de  los  empleados  y  el  justiciero  enojo  de 
los  viajeros,  que ,  fieles  en  la  ibérica  costumbre,  se  contentaron 
con  desatarse  en  denuestos  contra  la  empresa,  en  vez  de  reunirse 
todos  para  pedir  les  resarciesen  daños  y  perjuicios.  Esto  habría 
dolido  algo  más,  dando  mejores  resultas  que  unas  cuantas  pala- 
bras, por  salpimentadas  que  fuesen . 

En  resolución,  mientras  los  infelices  gritaban  y  maldecían  al 
saber  no  les  quedaba  más  remedio  sino  quedarse  en  la  estación  de 
Medina  hasta  la  tarde  del  día  siguiente,  el  tren  del  Norte  había  ya 
desaparecido,  y  el  de  Zamora  me  esperaba.  Allá  dejé  disputando 
á  viajeros  y  empleados,  aquellos  hartos  de  razón  y  estos  deseando 
tenerla.  Cierto  que  público  más  sufrido  que  el  español  no  lo  hay 
bajo  la  capa  del  cielo .  Podía  y  debía  la  empresa  poner  un  tren 
para  los  infelices  que  después  de  pagar  sus  asientos,  se  hallaban 
de  tal  manera  burlados  por  no  haber  cumplido  el  portero  cpn  su 
obligación.  ¿Lo  hizo? 

El  tren  de  Zamora  dio  la  señal  de  partir;  yo  me  apresuré  á  ocu- 
par mi  asiento  en  el  nuevo  coche,  y  quedaron  viajeros  y  emplea- 
dos del  ferro-carril  del  Norte  perdiendo  los  primeros  el  tiempo  en 
disputar,  en  v<ez  de  pedir  se  pusiese,  como  era  justo,  un  tren  á  su 
disposición.  ¿Qué' culpa  tenían  ellos  de  que  el  encargado  de  abrir 
las  puertas  de  la  pieza  de  descanso  al  andén  no  lo  hubiese  hecho  á 
tiempo?  La  que  tiene  todo  español  de  no  saber  n^irar  por  si,  de  no 
quejarse  á  tiempo  con  legalidad  y  firmeza,  acudiendo  después,  cie- 
go de  ira,  á  insurrecciones  y  desatinos,  cuyas  resultas  no  suelen 
ser,  en  verdad,  las  que  él  desearía. 


564  EECUERDOS 


IV. 


En  los  noventa  kilómetros  que  tiene  el  camino  de  hierro  de  Me- 
dina  del  Campo  á  Zamora,  va  hojeando  el  viajero  buena  parte  de 
la  historia  de  España,  No  tema  el  lector  que  á  tanto  le  obligue, 
pero  raya  el  alba  y  luego  la  luz  ilumina  los  campos  de  Rueda  y 
la  Seca,  á  la  derecha  y  á  la  izquierda  de  la  Nava,  famosos  todos 
por  sus  vinos.  Más  allá,  á  la  izquierda  también  está  Siete  Ig-lesias, 
¡y  quién  no  ofrece  una  lágrima  á  su  desventurado  Marqués,  don 
Rodrigo  Calderón!  Sigue  Castronuño,  tan  célebre  en  nuestra  his- 
toria, especialmente  durante  el  reinado  de  los  Reyes  Católicos  y  á 
cuyo  castillo  se  acogió  el  Rey  de  Portugal,  vencido  en  la  batalla 
de  Toro.  Luego,  á  la  derecha,  Villalar. 

1  Quién  no  llora  la  libertad  de  España  perdida,  por  culpas  pro- 
pias y  ajenas,  en  aquellos  campos! 

En  San  Román,  desagüe  del  Hornija  en  el  Duero,  está  el  mo- 
nasterio abierto  por  el  Rey  godo  Chindasvinto,  matador  de  dos- 
cientos nobles  y  quinientos  de  clase  intermedia ,  usurpador  del  tro- 
no- Chindasvinto  fué  enterrado  alli  mismo,  en  sepulcro  inmediato 
al  de  su  amada  esposa  Reciberga,  á  la  cual,  en  versos  nacidos  del 
corazón,  habia  dicho:  «Si  perlas  y  tesoros  tentaran  á  desarmar  el 
brazo  de  la  muerte,  fueras  inmortal,  esposa  mia»  «¡Adiós,  mi  ama- 
da Reciberga,  grata  te  sea  la  postrer  morada  que  para  ti  labra  tu 
esposo  Chindasvinto!» 

Tierras  son  estas  del  Pan  y  del  Vino,  que  tenian  en  mucho  los 
Reyes  Godos. 

Toro,  sus  almenas,  y  preciosa  colegiata,  el  pueblo  de  Pelea 
(Pelayo)  Gonzalo,  cuyo  nombre  no  parece  corrompido  por  el  uso 
sino  para  conservar  á  la  posteridad  la  pelea  entre  Castellanos  y 
Portugueses,  llamada  en  adelante  Batalla  de  Toro ;  Bamba  que 
aún  tiene  el  de  aquel  gran  rey,  obligado,  rara  avis,  con  amenazas 
de  muerte  á  aceptar  la  corona;  Zamora,  en  fin,  con  sus  monu- 
mentos y  sus  recuerdos  de  Alfonso  III  el  Magno,  y  Ordoño  II,  de 
Abdehrraman  III,  su  destructor,  y  del  Cid,  que á  todos  oscurece... 
no  es  Zamora  para  mencionarla  á  la  ligera  en  este  viaje.  Ya  en 


DE    VIAJE.  565 

otro  lugar,  con  mucha  más  detención,  si  bien  no  toda  la  necesaria, 
he  historiado  y  descrito  el  territorio  que  acabo  de  recorrer  (1). 

En  Zamora  concluye  el  camino  de  hierro.  Al  entrar  en  la  dili- 
gencia, me  olió  á  Galicia....  Espesa  capa  de  heno  cubria  el  suelo 
del  coche,  y  le  perfumaba  llenándole  del  hermoso  olor  almizclado, 
que  tan  buen  efecto  me  causaba.  Con  todo ,  aún  estábamos  bien 
lejos  de  Galicia. 

La  densa  niebla  del  Duero  que  envolvía  á  Zamora ,  desapareció 
un  cuarto  de  legua  más  allá,  conforme  íbamos  subiendo,  quedan- 
do el  cielo  azul  y  despejado,  pero  el  frió  era  glacial.  Bien  les 
avino  á  mis  pobres  pies  el  heno  protector.  En  diligencia  se  ve  la 
tierra,  cosa  que  á  duras  penas  se  logra  en  camino  de  hierro,  ni 
agradecerá  mucho  el  viajero  obligado  á  cruzar  los  campos  tristes 
y  desiertos  por  donde  va  la  carretera  de  Zamora  á  Galicia.  Tam- 
poco se  hallan  pueblos  importantes ,  pues  son  muy  contados  los 
que  llegan  á  tener  200  ó  300  vecinos. 

Al  ruido  del  camino  de  hierro ,  y  á  la  compañía  que  casi  siem- 
pre se  halla  en  sus  coches ,  habían  sucedido  el  cascabeleo  de  las 
muías  y  las  palabras  é  interjecciones  más  expresivas  que  cultas 
del  conductor  y  zagal.  Solo  en  la  berlina,  y  sin  tener  con  quien 
hablar,  hallaba  entretenimiento — para  mí  siempre  sabroso — en  ir 
viendo  campo  y  respirando  su  aire  restaurador,  de  suerte  que,  á 
pesar  del  frío,  llevaba  abierta  la  ventanilla  de  al  lado.  Como  había 
llovido,  no  molestaba  el  polvo,  que  tanto  mortifica  y  sofoca,  espe- 
cialmente cuando  hace  calor.  Era  mi  único  desahogo  preguntar 
los  nombres  de  las  poblaciones  que  muy  de  tarde  en  tarde  veía, 
pues  leer  en  diligencia  no  es  fácil,  y  me  cansaba  la  vista.  En  esto, 
ancho  y  caudaloso  río,  cuyas  aguas  enturbiaban  arroyos  y  torren- 
tes, aumentados  con  las  grandes  lluvias  de  este  Invierno,  dio 
descanso  á  mis  ojos  fatigados  de  no  ver  sino  tierras  escuetas  ó  en- 
charcadas. Aquel  rio  era  el  Esla,  cuyas  aguas  vienen  del  Norte  de 
tierra  de  León  y  van  á  parar  al  Duero. 

El  Esla  es  rio  importante ,  aunque  no  siempre  traiga  el  caudal 
que  á  la  sazón  corría  por  entre  sus  peñascosas  y  desiertas  riberas. 
Largo  y  hermoso  puente  le  atraviesa:  pero  el  Español ,  que  tantas 
tierras  ha  conquistado,  comienza  al  presente  á  conquistar  la  suya. 


(1)    Crónica  de  Avila,  ValladoUd  y  Zamora ^  de  la  Crónica  General  de 
España. 


566  BECUEllDOS 

La  carretera  es  nueva  y  tan  reciente ,  que  aún  se  ven  al  lado,  por 
las  llanuras  inmediatas,  huellas  de  ruedas  de  los  coches,  que  por 
allí  pasaban  á  causa  del  mal  estado  del  camino  real — donde  le  ha- 
bla.— El  puente  es  recien  hecho ,  y  aún  el  año  pasado  cruzaban 
las  diligencias  el  rio  en  barcas,  por  lugar  que  el  mayoral  me  en- 
senó. Al  ver  la  espuma  y  embates  contra  las  peñas,  de  la  poderosa 
corriente ,  di  gracias  al  cielo  de  no  tener  que  pasarlo  en  barca  á 
la  sazón. 

El  campo  seguia  por  el  estilo  de  lo  que  habia  visto  desde  Za- 
mora. Tierras  de  pan  llevar,  viñas,  y  de  vez  en  cuando  algunas 
robledas,  entre  las  cuales  medraban  también  encinas.  Demás  es 
decir,  cuánto  me  alegraban  aquellos  árboles,  después  de  leguas  y 
leguas  de  raso  desierto. 

Por  estas  tierras  se  extendían  á  veces  las  armas  de  los  Musul- 
manes Cordobeses  cuando  iban  contra  León  ,  pues  contra  Galicia 
era  para  ellos  harto  más  cómoda  y  segura  la  via  de  Portugal. 

Por  estas  tierras  volvió  á  las  suyas  un  noble  Gallego,  cuya  con- 
ducta no  debe  de  haber  sido  muy  agradable  á  los  cortesanos,  pues 
tan  pocos  le  han  imitado.  Hablo  del  Conde  de  Lemos,  insigne  am- 
parador de  Cervantes.  Era  Presidente  del  Consejo  de  Italia  en 
tiempos  dal  apocado  Felipe  III ;  y  viendo  comenzaba  la  tormenta 
que  dio  en  tierra  con  el  valimiento  de  su  suegro  el  Duque  de  Ler- 
raa ,  se  presentó  al  rey  diciéndole  cuánto  habia  servido  al  trono 
de  virey  de  Ñapóles  y  en  otras  partes.  Añadió,  que,  si  en  algo 
habia  faltado  sin  saberlo,  ofrecía  su  cabeza  en  desagravio,  y, 
puesto  que  eran  tantos  los  enemigos  de  él  que  rodeaban  á  S.  M.  y 
á  S.  A.  (Felipe  IV),  pedia  licencia  para  tornar  ásu  casa.  «Conde, — 
respondió  Felipe  III , — si  queréis  retiraros ,  podéis  hacerlo  cuando 
quisiereis . » 

Hallábanse  en  el  Escorial.  Besó  al  punto  el  de  Lemos  la  mano 
al  rey,  pasó  luego  á  hacer  lo  mismo  con  el  principe;  fuese  á  Ma- 
drid ,  donde  se  despidió  del  Consejo  de  Italia ;  y  á  poco ,  iba  ya 
camino  de  Galicia.  Acompañáronle  hasta  Guadarrama  su  madre 
la  Condesa  de  Lemos,  y  su  suegro  y  tio  el  Duque  de  Lerma. 

Seria  de  ver  por  los  campos  y  llanuras  de  Castilla  y  León  el 
número  de  literas,  caballerías  y  acémilas  que  formaban  el  séquito 
del  ilustre  magnate,  hasta  su  llegada  al  castillo  de  Monforte. 


DE    VIAJE.  567 

V. 

Galicia  at  last!  Dirá  alguno  para  su  capote;  en  inglés,  si  le 
sabe ,  y  si  nó ,  exclamará  en  castellano :   ¡  Al  cabo  ya  estamos  en 
Galicia!  Todavía  nó,  lector;  ten  una  poca  paciencia,  que  aún  hay 
bastante  camino  hasta  el  que  llamó  Tirso  de  Molina : 
Reino  famoso ,  del  inglés  estrago. 

Aún  hay  algo  que  ver  ó  recordar.  Llegamos  á  Távara ,  villa  ti- 
tulo de  marquesado,  que  se  halla  siete  leguas  de  Zamora,  y  tendrá 
como  ochocientos  habitantes.  Rodean  á  Távara  algunos  hermosos 
])rados,  cuya  verde  alfombra  alegra  la  vista.  Nada  de  esto  fuera 
])arte  á  detenernos  tanto  en  la  modesta  villa ,  sino  tuviéramos  que 
mencionar  algo  digno  de  cuenta.  Sabido  es  el  cuento  de  la  cabeza 
encantada  que  vio  D.  Quijote  en  Barcelona.  Hablan  libros,  harto 
más  antiguos,  de  una  que  fabricó  Alberto  Magno,  que  hablaba  y 
decia  cosas  sorprendentes.  Como  quiera,  es  lo  cierto,  que  en  nues- 
tra Távara  habia  en  la  iglesia  una  cabeza  de  metal  que ,  según  el 
Tostado,  vaticinaba,  avisando  además,  si  habia  en  ella  algún  ju- 
dio. (Super.  Numer.  c.  21,  qusest.  19). 

También  habla  de  ella  Rodrigo  de  Yepes ,  en  la  Historia  del 
Niño  de  la  Guardia  (Cap.  60),  añadiendo,  para  que  no  haya  duda, 
que  Távara  está  entre  Zamora  y  Benavente ,  y  en  la  torre  de  la 
iglesia  jO«r^í5  haber  estado  una  cabeza  de  metal,  como  la  que  tenia 
don  D.  Enrique  de  Villena. 

Era  el  buen  Alonso  de  Madrigal  (El  Tostado)  hombre  de  fiar,  si 
bien  escribió  mucho,  y  esta  aunque  no  sea  razón  en  contra,  no  deja- 
rá de  haber  quien  por  tal  la  tenga.  En  resolución,  como  desde  luego 
habrá  curiosos  que  deseen  saber  el  paradero  déla  cabeza  de  Távara , 
ei  Tostado  añade  que  los  vecinos  la  hicieron  pedazos  por  ignoran- 
cia ,  á  lo  cual  pone  el  anotado  al  margen ,  que  fué  malicia  de  los 
Judíos.  De  donde  se  deduce  que  también  por  estas  apartadas  regio- 
nes habia  hijos  de  Israel,  y  debian  de  ser  tantos  y  tener  la  sufi- 
ciente importancia,  ó  por  lo  menos  malicia  para  acabar  con  la  en- 
fadosa cabeza.  De  todas  maneras,  Távara  posee  una  iglesia  con  su 
torre,  ambas  románicas,  y  dignas  de  atención. 

Mas  allá  de  Távara  vi  que  hacia  nosotros  venia  una  cuadrilla  de 
Gallegos ,  hombres  de  buena  edad  y  robustos ,  acompañados  de  va- 
rios muchachos  de  catorce  á  diez  y  seis  años.  Al  punto  comenzó 


568  RECUERDOS 

el  zagal  á  gritar  en  broma  \ Marra,  marra \  amenazando  á  mis 
Celto-suevos  con  la  tralla.  Los  hombres  no  hicieron  caso,  pero 
los  muchachos,  en  especial  uno  á  quien  alcanzó  cruel  y  alevoso 
latigazo,  gritó: 

«Marran  un ,  Marrau  dos ,  Marran  tres ,  Marran  o  Demo  que 
te  leve.» 

Dolióme  el  latigazo  al  paisano  de  mis  padres,  como  á  mi  propio, 
y  viendo  que  el  zagal  arreaba  al  tiro  riéndose  y  gritando,  Marra, 
marra,  le  dije:  «Ese  infeliz,  á  quien  sin  razón,  acaba  V.  de  pegar, 
no  dice  lo  que  V.  cree,  sino  que  no  pudiendo  vengarse  de  otra 
suerte,  le  grita  á  V. :  Marrano  uno,  dos  y  tres,  Marrano,  el  De- 
monio te  lleve.» 

«No  les  entendia ,  exclamó  el  zagal  que  era  de  tierra  de  Falen- 
cia ;  pues  cuando  halle  otros ,  les  he  de  dar  más  fuerte. » 

En  aquel  momento  divisamos  segunda  cuadrilla.  Pronto  llega- 
mos á  ella,  el  zagal  alzó  el  látigo,  y  un  muchacho,  que,  sin  duda 
salia  por  primera  vez  de  su  tierra,  se  quedó  mirando  á  la  diligen- 
cia lleno  de  curiosidad.  Sólo  él  estaba  al  alcance  de  la  tralla. 

«No  le  pegue  V. ,  dije  al  zagal,  siendo  tal  mi  necedad  que  es- 
tuve por  decirle  (Dios  me  perdone)  que  aun  á  la  Academia  Espa- 
ñola habia  yo  ido  con  alegatos  más  ó  menos  literarios  en  pro  de 
Galicia.  Por  poco  no  le  hablo  de  mis  trabajos  históricos  y  novelas. 
Saqué  la  mano  por  la  portezuela,  asi  del  brazo  al  zagal ,  y  el  mu- 
chacho, que,  en  aquel  momento  comprendió  lo  que  le  amenazaba, 
alzó  la  diestra,  como  defendiéndose,  á  la  altura  del  rústico  som- 
brero de  paja  que  le  cubria  el  rubio  cabello,  y  puso  en  mi  sus  ojos 
azules  con  tal  ademán  de  agradecimiento  y  sorpresa,  que  los  míos 
se  llenaron  de  lágrimas. 

Allá  quedó  en  medio  del  camino  con  la  mano  alzada  y  torcido  el 
cuerpo,  en  graciosa  postura ,  que  no  pidiera  más  un  artista  para 
dibujarle.  Allá  quedó,  por  ventura  dudando,  si  era  de  burlas  cuan- 
to habia  visto,  si  de  cierto  habia  un  Castellano  capaz  de  tener  ca- 
riño ó  lástima  siquiera  á  un  hijo  de  Galicia..  . 


VI. 


Llana  la  tierra  y  excelente  el  camino,  como  recien  hecho,  lle- 
vaba el  tiro  la  diligencia  á  buen  paso.  Al  cabo  di  vista  á  un  nuevo 


DK   VIA.JE.  569 

rio,  no  tan  caudaloso  como  el  Esla,  pero  que  á  la  sazón  traía  mu- 
cha agua.  Un  puente  acabado  de  hacer  le  cruzaba ,  y  era  en  la 
construcion  muy  parecido  al  que  había  atravesado  leguas  antes. 
Canteros  gallegos  han  labrado  la  piedra  de  uno  y  otro,  que  en  ver- 
dad están  admirablemente  fabricados  y  concluidos. 

Pasado  el  Teza,  que  asi  se  llamaba  el  nuevo  rio,  hay  una  cuesta 
y  de  pronto  parecen  hacia  el  horizonte  altas  montañas  nevadas, 
que  defienden  la  entrada  de  Galicia.  Por  ellas  es  forzoso  pasar,  si 
se  quiere  seguir  adelante.  Va  concluyendo  el  dia,  el  frió  arrecia 
y  la  vista  de  la  nieve  es  mal  consuelo  para  quién,  á  pesar  del  heno 
á  los  pies  y  mantas  con  que  se  abriga,  experimenta  cada  vez  más 
temor  á  la  noche  que  le  espera. 

Ya  oscuro  el  campo  y  sin  luz  en  lo  interior  del  carruaje,  no 
hay  otro  remedio  sino  dormir.  De  vez  en  cuando  nos  detenemos  en 
una  población,  y  entonces  sé  que  estoy  en  Mombuey  ó  en  la  Pue- 
bla de  Sanabria.  Entre  ambos  'se  halla  el  Remesal,  pequeño  pue- 
blo donde  se  vieron  el  Rey  Católico  y  el  Archiduque  Felipe ,  para 
quien  la  historia  no  ha  tenido  otro  elogio — si  tal  puede  decirse — 
que  llamarle  el  Hermoso. 

Todos  se  hablan  puesto  de  parte  del  sol  naciente.  Además  de  los 
grandes  que  al  Archiduque  acompañaban ,  le  precedían  mil  pi- 
queros alemanes ,  habiendo  quedado  á  la  parte  de  la  Puebla  el 
campamento,  con  artillería  y  seis  mil  hombres  de  guerra.  Al  Rey 
Católico  seguían  el  Duque  de  x\lba,  y  algunos  caballeros  y  oficia- 
les de  justicia,  que  todos  eran  doscientas  personas,  montadas  en 
sendas  muías. 

Al  de  Benavente ,  que  venia  con  el  Archiduque ,  preguntó  Don 
Fernando : 

— Conde  ¿cómo  has  engordado  tanto? 

—  Andando  con  el  tiempo ,  señor ;  — respondió  el  rico-hombre. 

Si  vá  á  decir  verdad ,  no  hay  duda  que  el  mejor  modo  de  pasar- 
lo bien,  es  andar  con  el  tiempo.  Por  eso  le  ha  sucedido  siempre  lo 
contrario  al  autor  de  estos  renglones. 

Cierto  que  pensé  en  estas  y  otras  cosas ,  conforme  la  diligencia 
trepaba  por  los  enhiestos  ramos  de  la  sierra  Segundera ,  camino 
de  la  Portilla  de  Padornelo.  Allí  fícaha  ó  punto ,  allí  estaba  la  difi- 
cultad ;  y ,  á  pesar  de  que  el  telegrama  recibido  en  Madrid ,  decía 
Portillas  paso  franco  ^  no  dejaba  de  experimentar  ciertos  temores, 
que  con  el  frío  y  todo  no  me  estorbaron  dormir. 


570  RECUERDOS 

En  brazos  del  sueño  iba  yo,  y,  lo  peor,  iban  también,  sino  me 
engaño ,  conductor  y  zagal ,  cuando  repentino  choque  nos  hizo  á 
todos  despertar  sobresaltados.  Para  dormir  con  el  mayor  sosiego, 
en  el  canto  de  un  precipicio,  donde  lo  más  seguro  es  desnucarse» 
no  hay  sino  la  siguiente  receta : 

«  Tomarás  el  nacer  en  España ,  vivirás  siempre  en  ella  y  harás 
exactamente  lo  mismo  que  hacen  todos  los  Españoles. »  Es  pro- 
bado. 

Ello  fué  que  los  cinco  malos  caballejos  del  tiro ,  cansados  de 
aquellas  asperezas ,  y ,  sobre  todo ,  de  las  nieves ,  dieron  á  enten- 
der que  no  podian  más ,  ladeándose  de  suerte ,  que ,  á  no  ser  los 
dos  metros  de  nieve ,  durísima  por  estar  ya  helada ,  que  habia  á 
entrambos  lados  del  camino,  lo  probable  fuera  haber  dado  un 
vuelco  todos  á  la  vez ,  en  cuyas  resultas  no  quiero  recrearme ,  ni 
siquiera  por  imaginación. 

Desperté  yo  y  despertamos  todos.  Arrearon  á  los  caballos,  y  per- 
manecimos como  estábamos.  Arrearon,  pegaron  y  maldijeron,  y 
los  caballos  no  se  movieron  porque  no  podian. 

Enmedio  de  todo,  no  dejó  de  maravillarme ,  que  á  pesar  de  ha- 
ber tanta  nieve ,  el  frió  me  molestara  menos  que  por  las  rasas  lla- 
nuras de  León.  Hermoso  espectáculo  ofrecian  los  montes.  La  nieve 
ocultaba  sierras  y  peñascales,  oyéndose  únicamente  allá,  en  las 
más  profundas  cañadas,  los  torrentes  que  por  bajo  de  los  témpa- 
nos corrían. 

Como  la  nieve  apaga  los  sonidos ,  el  rumor  sordo  de  las  aguas 
y  las  voces  del  conductor  y  zagal  tenian  en  aquella  soledad  algo 
espantable  y  siniestro.  Hubo  momento  en  que  tuvimos  determina- 
do montar  en  los  caballos  y  dar  la  vuelta  al  misero  pueblecillo  de 
Padornelo,  que  ya  habia  quedado  atrás.  Una  hora  pasó,  y  de  ella 
no  pocos  minutos ,  en  que  desazonados  todos ,  ni  aun  el  conductor 
y  zagal  mostraban  ánimo  para  maldecir.  Ocurriaseme  que ,  si  en 
aquellas  nevadas  soledades  se  hubieran  presentado  unos  cuantos 
lobos,  hambrientos,  como  era  natural,  pronto  habrían  dado  bue- 
na cuenta  de  nosotros. 

A  la  sazón ,  un  hombre  que  venia  en  la  vaca ,  se  unió  al  con- 
ductor y  zagal ,  y  todos  empujaron  las  ruedas,  logrando  sacar- 
las de  la  nieve  y  fango  en  que  hablan  atollado.  Los  pobres  caba- 
llejos pusieron  de  su  parte  lo  poco  que  podian,  y  partimos,  no  sin 
temor  de  vernos  detenidos  á  cada  momento. 


DE   VIAJE.  571 


VIL 


Al  cabo  pasamos  la  Portilla  de  Padornelo ,  y  receloso  con  lo  que 
habia  visto ,  pregunté  al  mayoral  qué  tal  era  la  Portilla  de  la 
Canda. 

— Tan  peligrosa  por  las  nieblas,  como  estajpor  las  nieves;  me 
contestó. 

Ambas  son  los  dos  pasos  ó  puertos ,  por  donde  siempre  ha  sido 
necesario  cruzar ,  yendo  de  Benavente  ó  Zamora  á  Galicia ,  mas  no 
parece  sino  que  sirven  también  para  indicar  la  diversidad  de  cli- 
mas de  las  regiones  á  que  pertenecen.  La  de  Padornelo  está  toda- 
vía en  tierra  de  León,  tiene  1.566  pies  de  altura  sobre  el  nivel  del 
mar  y  en  ella  el  intenso  frió  y  aire  seco ,  mantienen  la  nieve  mu- 
cho tiempo.  El  pueblecillo  de  Lubian,  aún  tierra  leonesa,  digan 
lo  que  quieran  ciertos  mapas ,  viene  á  estar  entre  ambas.  Mas 
adelante  está  la  Canda ,  aldehuela ,  cuya  parroquia  es  anexa  de 
la  feligresía  de  Villavieja  de  la  Mezquita.  El  pueblo  está  1.431 
pies,  y  la  Portilla  1.514  sobre  el  nivel  del  mar;  pero  aun  viniendo 
á  ten'er  no  mucha  menor  altara ,  el  clima  de  Galicia  influye  por 
allí  notablemente.  En  efecto ,  si  en  Padornelo  hay  que  temer  á  las 
nieves,  en  la  Canda  han  sido  causa  las  frecuentes  y  densísimas 
nieblas  de  no  pocas  desgracias. 

Imposible  parece  que,  á  la  pequeña  distancia  de  tres  leguas,  sean 
tan  diversos  los  climas ,  pero  como  aquellas  mismas  alturas  les  di- 
viden, cada  una  está  sujeta  á  la  influencia  de  la  región  que  tiene 
inmediata. 

No  parece  sino  que  esta  apartadísima  comarca  de  España ,  com- 
prendida en  los  confines  de  Zamora ,  Portugal  y  Galicia ,  es  cosa 
digna  de  escasa  atención,  pues  aun  en  el  Diccionario  de  Madoz  no 
se  halla  el  pueblecillo  de  la  Canda,  mencionado  aparte,  como  lo  es- 
tán otros  muchos  de  menor  importancia. 

Ni  es^  decir  que  la  de  este  sea  muy  grande,  pues  acaso  no  tenga 
sesenta  habitantes.  Como  todas  las  feligresías  de  tal  limite  de  Es- 
paña; Cadavos,  Santa  María  Magdalena,  Castromil,  Santa  Eufe- 
mia, Villavieja,  Santigoso  y  otras  varias,  forman  el  Ayuntamiento 
de  San  Martin  de  Mezquita,  no  ha  dejado  de  dar  que  hacer  este  úl- 
timo nombré  á  etimologistas  y  anticuarios.  A  la  entrada  de  Gali- 


572  RECUERDOS 

cia,  ó  mejor,  en  el  ángulo  que  forma  Portugal  en  España ,  está  la 
Marra  y  fuente  de  los  tres  reinos  de  Galicia ,  Portugal  y  Castilla 

Todo  el  terreno  forma  parte  de  las  Frieras,  ramales  de  la  Sierra 
Segundera  y  cuyo  nombre  indica  harto  á  las  claras  el  frió  que  por 
esta  región  se  experimenta.  Hay  algunos  llanos  entre  aquellos 
montes,  y  ya  se  ven  por  las  cañadas  muchos  prados  que  riegan  las 
purisimps  aguas  que  de  las  cumbres  se  despenan.  Por  desgracia, 
la  vecindad  de  Portugal ,  y  la  agrura  de  los  montes ,  favorecen  el 
contrabando,  á  que  se  dedican  muchos  hijos  de  aquellas  comarcas. 

Hay  en  la  cumbre  que  señorea  la  aldea  de  Santigoso,  subterrá- 
neos y  vestigios  de  antigua  fortaleza.  Ocurriósele  á  alguno  si  se- 
rian de  obra  romana,  pero  acaso  el  nombre ,  á  primera  vista  mu- 
sulmán, de  la  feligresía  que  con  el  titulo  de  villa  es  cabeza  de  las 
otras,  ha  hecho  creer  fueran  aquellos  restos  de  tiempos  de  Moros. 

En  la  provincia  de  Álava  está  un  pueblo  llamado  Mezquía,  otro 
en  Navarra,  por  nombre  Mezquiriz.  Kn  Galicia  son  varios  los  nom- 
bres de  lugar  iguales  al  de  que  vamos  hablando.  En  San  Pedro  de 
Mezquita,  provincia  de  Orense,  dos  leguas  de  Celanova,  hay  anti- 
quísima iglesia  que,  según  tradición  fué  en  efecto  mezquita  (¿ten- 
drá culpa,  el  nombre,  de  la  tradición?) 

Fuera  de  Galicia ,  en  Aragón ,  provincia  de  Teruel ,  hay  Mez- 
quita de  Jarque,  Mezquita  de  Lóseos;  en  la  provincia  de  Cuenca 
hay  el  despoblado  Mezquitas ;  otro  que  se  llama  Mezquitilla  en  el 
partido  judicial  de  Zamora;  Mezquitillon  se  llama  un  lugar  de  la 
provincia  de  Soria ;  y  Mezquitillas  ó  Mesquitillas  una  aldea  agre- 
gada al  Ayuntamiento  y  parroquia  de  Saucejo,  en  la  provincia  de 
Sevilla,  partido  judicial  de  Osuna.  También  se  llama  Mezquia  un 
arroyo  de  la  provincia  de  Terruel,  partido  judicial  de  Valder- 
robles. 

Como  los  nombres  de  lugar  tienen  en  España  tan  á  menudo  ori- 
gen euskaro  ó  vascongado,  propongo,  antes  de  suponer  haya  ha- 
bido por  esta  apartada  pobrísima  región  templos  mahometanos,  el 
estudio  comparativo  de  la  inicial  y  terminación  del  nombre  de  lu- 
gar Mezquita,  en  especial  comparándole  con  el  vasco  Mezquia  de 
Álava.  Además,  hay  que  tener  presente  que,  en  Pentés,  una  le- 
gua de  la  Gudiíia,  estuvo  la  antigua  Pinetum ,  mansión  ó  parada 
de  via  romana. 


DE    VIAJB.  573 

VIII. 

Ya  estamos  en  Galicia  y  en  los  primeros  términos  de  la  provin- 
cia de  Orense.  Ya  estoy  en  la  tierra  de  mis  padres ,  y  aunque  to- 
davía dura  la  noche,  puedo  hablar  de  esta  reg-ion  por  cosa  cono- 
cida. Escaso  el  número  de  pobladores,  áspero  el  suelo  y  estéril, 
halla  en  cambio  el  artista  por  los  montes  y  hondísimas  cañadas  so- 
berbias vistas  que  encantan  y  enamoran.  Sigue  el  camino  faldean- 
do y  cortando  los  enhiestos  ramales  de  Sierra  Segundera.  En  estas 
soledades  hay  muchos  animales  dañinos,  en  especial  lobos  y  zor- 
ras. Además  de  los  prados  que  las  aguas  de  las  cumbres  riegan,  y 
á  veces  inundan ,  hay  por  laderas  y  cañadas  robles,  monte  bajo  y 
brezo.  Da  el  suelo  cultivado  centeno,  patatas,  lino  y  hortalizas. 
También  medra  el  castaño,  que  es  el  árbol  más  hermoso  de  la  zona 
central  europea,  á  la  que  corresponde  Galicia. 

Esta  comarca,  no  sólo  parte  términos  al  presente  en  el  vecino 
reino  de  Portugal,  sino  que  en  todo  tiempo  ha  sido  lugar  indicado 
para  defensa  del  territorio  gallego.  Asi  es  que,  además  de  las  rui- 
nas de  fortaleza  que  hay  hacia  Santigoso ,  vénse  por  todo  el  tér- 
mino restos  de  antiguas  construcciones.  Toda  antigualla  es,  en  lo 
general,  atribuida  á  Romanos  ó  Moros.  Bien  pudo  haber,  cuando  los 
últimos  amenazaban,  fortificaciones  hacia  este  lado,  pero  es  sabido 
que  en  Galicia  duraron  poco  los  Musulmanes,  y  aun  para  sus  en- 
tradas, todos,  incluso  el  grande  Almanzor,  preferían  el  camino  de 
Portugal  esguazando  el  Duero  y  después  el  Miño,  á  dar  la  embes- 
tida por  una  tan  desierta  y  áspera  región,  en  que  los  naturales  po- 
dían fácilmente  estorbarles  el  paso.  Además,  como  el  camino  al 
norte  estaba  cerrado  por  las  altísimas  cumbres  de  Segundera ,  y 
luego  de  San  Mamed ,  era  forzoso  seguir  á  Orense  por  la  Lecicia, 
que  hasta  nuestros  tiempos  ha  sido  impracticable  para  todo  ejér- 
cito numeroso,  el  cual,  ni  aun  ahora  hallarla  fácil  paso  sino  por  el 
camino  real. 

También  tiene  su  historia  la  pequeña  é  ignorada  villa  de  San 
Martin  de  Mezquita.  Por  de  pronto  su  fundación  se  pierde  en  la 
noche  de  los  tiempos ,  aunque  su  nombre  haya  hecho  suponer  fué 
cosa  de  Moros.  Como  quiera ,  ruinas  y  cimientos  que  por  allí  se 
ven,  persuaden  á  que  fué  harto  superior  la  importancia  de  nues- 
tra población  en  lo  antiguo. 


5^4:  RECUERDOS 

De  sus  vecinos  los  Portugueses  conservan  memoria  no  muy  gra- 
ta, pues  habiendo  ellos  entrado  por  los  años  de  1646 ,  en  España, 
llevando  por  jefe  á  un  llamado  Radiador,  quiso  éste  asaltar  la 
iglesia,  donde  los  vecinos  se  hablan  encerrado ,  confiando  en  su 
fortaleza.  Murió  el  Rachador,  y  los  suyos,  en  venganza,  pusieron 
fuego  á  la  villa. 

Subiendo  y  bajando  cumbres  se  extiende  el  camino  formando 
revueltas,  en  las  cuales  se  tarda  mucho  y  se  adelanta  bien  poco. 
Continúa  la  noche.  A  cada  paso,  arroyos  y  torrentes  que  de  lo  alto 
se  despeñan,  distraen  el  tristísimo  silencio  que  reina  todo  entorno, 
llegando  hasta  la  misma  carretera  y  pasando  debajo  por  puentes  y 
alcantarillas.  A  veces,  mejor  es  no  verlos  precipicios  que  faldean  la 
calzada. 

Como  la  noche  es  tan  larga,  dura  la  oscuridad  todavía,  y  ape- 
nas hay  la  suficiente  luz  para  distinguir  un  objeto  á  pocos  pasos. 
Detiénesela  diligencia  al  lado  de  unas  casas,  de  ruin  altura,  acá 
y  allá  esparcidas  y  no  lejos  de  un  arroyo,  cuyas  aguas  caen,  ha- 
ciendo borbotones  y  espuma,  á  la  vera  del  camino. 

Estamos  en  la  Gudiña,  villa,  que,  no  por  serlo,  tiene  arriba  de 
setenta  casas.  Y  aun  estas,  que  forman  una  sola  calle,  pertenecen 
las  del  Norte  á  la  diócesis  de  Astorga,  y  las  del  Sur  á  Orense.  Otra 
cosa  no  habrá  por  la  Gudiña;  pero  aguas  frescas,  puras,  cristali- 
nas, y  árboles  y  montes  que  se  están  mirando  en  ellas,  son  cosas 
que  alegran  su  grandioso  y  frígido  paisaje. 

A  la  hora  en  que  llegué,  noche  oscura  todavía,  nada  alteraba  el 
silencio,  sino  era  el  ruido  del  agua,  que  por  distintos  cauces  corría. 
No  lo  hacia  mal  tampoco  el  frío;  pero,  abrigándome  cuanto  pude, 

miré  al  cielo,  y  creí  rayaba  el  alba 

Tenía  los  ojos  puestos  en  el  espacio  por  donde  acababa  de  pa- 
sar. ;Nada  veía  sino  la  oscuridad  más  completa;  pero,  hacia  lo 
alto,  pareció,  como  de  repente ,  bellísima  aureola  de  color  blanco 
azulado  por  el  centro  y  cuyos  extremos  se  desvanecían  en  la 
atmósfera.  Tan  hermosa  vista  me  hizo  dudar  si  tenía  ante  mis  ojos 
una  aurora  boreal;  pero  sus  tintas  eran  harto  más  apagadas  y  uni- 
formes 

A  fuerza  de  mirar,  descubrí  otras  dos  ó  tres  aureolas,  aun- 
que más  lejanas  y  confusas,  y  entonces,  comprendí,  al  cabo, 
que  no  eran  sino  las  cumbres  nevadas  por  donde  acababa  de  pa- 
sar. Cerraban  el  horizonte  los  hermosos  semicírculos,  que  bien 


DE    VIAJE.  575 

parecían  argentadas  diademas  de  aquellas  descomunales  mon- 
tanas. 

¡A  fé  que  tan  soberbia  vista,  vale  la  pena  de  emprender  un  viaje 
á  Galicia  en  el  rigor  del  Invierno! 


IX. 

Amaneció,  j  el  contraste  de  las  tierras  de  Galicia  con  las  de 
León,  últimas  que  la  luz  del  dia  anterior  me  habia  dejado  ver,  era 
tan  favorable  á  nuestra  verde  y  hermosa  Erin  como  siempre  que 
con  lo  interior  de  la  Península  se  compare. 

De  la  Gudína  parten  dos  caminos;  el  que  va  desde  Zamora  y  Be- 
navente  á  Vigo,  por  Orense,  y  el  que,  cruzando  la  Sierra  Seca, 
y  faldeando  laderas  de  San  Mamed,  sigue  á  Orense  también  por 
Laza,  cruzando  el  amenísimo  valle  del  propio  nombre,  que  bañan 
el  Tamega  y  Cereijo. 

¡Qué  clima  tan  benigno  el  de  Galicia!  Mientras  las  nieves  inte- 
riores de  León  y  ambas  Castillas,  se  muestran  heladas  y  sin  el  me- 
nor asomo  de  vegetación,  allá  por  las  alturas  deNavallo  y  Barrei- 
ra,  asi  como  por  las  caííadas  y  valles  que  de  trecho  en  trecho  se 
ven,  cúbrela  tierra  perpetuo  manto  de  verdor.  Si  en  Invierno,  y 
con  los  árboles  desnudos  de  hoja,  está  la  tierra  siempre  verde,  ¡qué 
no  será  en  Primavera!  Bien  que  la  amenidad  de  Galicia  no  se 
agosta  ni  con  los  rigores  del  Estío.  En  cuanto  á  los  aficionados  á 
truchas,  las  hallarán  excelentes  en  las  frescas  aguas  de  toda  esta 
región . 

Cruza  el  camino  por  comarca  poco  poblada  y  estéril ,  que  no 
pueden  ser  otra  cosa  las  desmesuradas  alturas  que  por  esta  parte 
defienden  la  entrada  de  Galicia.  Mas  apenas  se  hunde  el  terreno 
para  dar  paso  á  las  aguas,  divididas  después  en  reguerillas  de  los 
prados,  los  ojos  se  deleitan  en  aquella  aterciopelada  y  fresca  al- 
fombra que  va  por  laderas  y  profundidades  hasta  desaparecer  en 
las  revueltas  de  los  montes.  De  vez  en  cuando,  especialmente,  ha- 
cia la  coftiarca  de  Ríos  ú  Orrios  que  está  poco  más  adelante,  se  ven 
hermosísimos  valles,  que  si  tal  parecen  en  Invierno,  no  es  mucho 
sean  verdadera  mansión  de  frescura  y  delicia  en  Verano. 

Desde  la  pequeña  villa  de  Santa  María  de  Ríos,  que  apenas  ten- 
drá doscientas  casas,  contando  con  sus  lugares,  Flor  de  Rey,  Co- 


576  RECUERDOS 

belas,  Marcelin,  Navallo,  Pena  de  Souto,  San  Cristobo,  Mauoás  y 
la  Trepa;  quedan  doce  leguas  á  Orense,  llenas  de  amenidad  la  ma- 
yor parte.  Cierto  que  todavía  el  camino  va  por  grandes  alturas, 
apenas  cubiertas  de  vegetación;  pero  desde  ellas  se  ven  cañadas  y 
valles  que  ponen  deseo  en  quien  les  mira  de  quedarse  á  vivir  para 
siempre  en  ellos.  El  mismo  contraste  con  las  asperezas  por  donde 
baja  el  camino,  les  realza. 

Iba  cruzando  desierto  y  estéril  monte,  cuando  vi  dos  muchachas 
de  diez  á  doce  años ,  arrancando  matas  de  urces  ó  brezo ,  con  las 
cuales  formaban  haces.  La  borriquilla  abandonada  á  si  propio  al 
margen  del  camino,  pastaba  la  yerba  de  la  cuneta,  aguardando 
pacientemente  la  carguilla  que  las  pobres  muchachas  disponian  en 
la  empinada  ladera.  Tienen  las  urces  grandes  raíces  y  madera  du- 
rísima, que,  á  falta  de  otra,  da  buen  combustible.  No  hay  arbolado 
por  aquellas  alturas,  y  es  gran  lástima.  Como  en  todo  los  alrede- 
dores no  se  veia  una  sola  habitación  ni  rastro  de  cultivo,  pregunté 
á  la  niña  que  estaba  más  cerca,  para  dónde  llevaban  aquella  leña. 

«Para  Fumaces,» 
me  contestó ,  apartándose  con  ambas  manos  el  cabello  que  le  cu- 
bría el  rostro,  y  echándose  atrás  el  delantal  ó  mantelo  que,  á  modo 
de  mantilla ,  se  ponen  las  Gallegas  en  la  cabeza  cuando  llueve  ó 
hace  frió. 

Santa  María  de  Fumaces  es  una  pobre  feligresía  de  treinta  y 
tantos  vecinos,  que  está  una  legua  de  Verin  y  once  de  Orense. 
Poco  más  allá  descubre  el  viajero  una  de  las  más  hermosas  vistas 
de  España . 

Altos  montes  que  forman  parte  ó  descienden  de  las  seberbias 
sierras  Seca ,  de  San  Mamed  y  Larouco ,  forman  el  deleitoso  valle 
de  Monterey  ó  Verin,  que  va  hasta  Chaves,  en  Portugal,  y  cuyos 
fértilísimas  tierras  fecunda  el  rio  Tamaga,  nacido  en  el  ayunta- 
miento de  Laza. 

La  cerrazón  de  nieves ,  nubes  y  nieblas  que  se  ve  por  las  cum- 
bres en  derredor  hace  todavía  más  alegre  el  benigno  cielo  de  Ve- 
rin. Desde  lo  alto,  y  cayendo  todo  en  forma  de  menuda  lluvia,  te- 
nía yo  á  la  vista  el  apacible  valle  que  el  sol  medio  entolAido,  ale- 
graba, aumentando  el  atractivo  de  los  fértiles  campos.  Acá  y  allá 
parecían  las  eses  que  formaba  el  rio,  y  era  en  verdad  seductor  el 
aspecto  de  tanta  fertilidad  y  hermosura  al  pié  de  los  enhiestos  mon- 
tes, cuyas  cumbres  cenia  nevada  diadema. 


DE    VIAJE.  577 

Bajando  al  cabo  la  larga  y  pintoresca  cuesta  de  la  Amada,  lle- 
gué á  la  villa  de  Santa  María  de  Verin,  que  así  se  llama.  Era  día 
de  feria;  dentro  y  fuera  de  la  población  iban  y  venían  mercaderes 
y  compradores  de  Galicia  y  Portugal.  Lo  que  más  se  beneficia  es 
el  ganado,  que  en  esta  parte  del  antiguo  reino  suevo  es  pequeño, 
de  pelo  oscuro,  y  aun  negro.  A  menudo  pasan  por  la  puerta  de 
Hierro ,  siguiendo  las  riberas  del  Manzanares  á  Madrid ,  manadas 
de  bueyes,  de  las  cuales  van  teniendo  cuenta  un  par  de  hombres. 
Aquellos  pobres  animales,  de  pequeño  cuerpo  y  largas  astas ,  lle- 
gan tan  cansados,  que  muchas  veces  se  caen  en  el  camino  por  ser- 
les imposible  tenerse  en  pié.  Ese  es  el  ganado  que  en  gran  canti- 
dad envía  la  provincia  de  Orense  al  mercado  de  la  corte.  El  gana- 
do vacuno  y  la  cria  de  muías  para  Castilla  dan  mucho  dinero  á  Ga- 
licia. 

El  puente  de  Verin  sobre  el  Tamaga  fué  construido  en  tiempos 
de  Felipe  II,  y  recompuesto  en  1795  por  el  Conde  de  Monterey, 
Duque  de  Alba.  Tiene  seis  arcos,  252  pies  de  largo  y  13  de  ancho. 
Entre  la  villa  y  la  parroquia  de  Abedes  están  las  aguas  minerales, 
excelentes  para  el  mal  de  orina,  de  las  Sonsas,  de  gran  fama  en 
Portugal,  y  que,  á  no  estar  en  nuestras  manos,  la  tendrían  mucho 
mayor. 

Verdadera  pena  causa  dejar  el  valle  de  Verin ,  más  conocido  por 
el  nombre  de  Monterey.  Esta  última  villa  está  un  cuarto  de  legua 
distante,  y  tiene  hermoso  palacio  de  los  Condes  de  su  título.  Fué 
repoblada  por  D.  Alfonso  VIII  (1150).  Enrique  Iv^  le  dio  en  con- 
dado á  D.  Sancho  Sánchez  de  Ulloa  y  á  Doña  Teresa  de  Zúñiga  y 
Viedma.  Hoy  está  el  Condado  en  la  casa  de  los  Duques  de  Berwick 
y  de  Alba. 

Conforme  se  sale  del  valle,  las  revueltas  del  camino,  que  por  la 
sierra  se  dirige,  dejan  ver  á  cada  momento  las  amenísimas  riberas 
del  Tamaga.  Quedan  á  la  derecha  el  pico  de  la  Atalaya,  de  1.866 
metros  de  alto,  y  á  la  izquierda  el  valle  de  Villaza.  Después,  el 
cielo  nublado  y  aun  lluvioso  y  la  tierra  estéril  dan  muestra  de  la 
altura  por  donde  va  la  carretera.  Más  á  lo  interior  puso  el  gran 
Tirso  de  Molina  dos  personajes  á  su  comedia  La  Gallega  Mari- 
Hernández,  quienes  describen  esta  región  de  la  manera  siguiente: 

— Caldeíra,  esta  es  Galicia. 
No  vive  en  estas  sierras  la  malicia 
De  envidias  y  traiciones, 
TOMO  XV,  37 


578  RECUERDOS 

De  lisonjas,  engaños  y  ambiciones. 


— Asperilla  es  la  tierra. 

—Es  de  Laroco  esta  empinada  sierra, 

Y  Limia  este  florido 

Valle  ( que  es  guarnición  de  su  vestido ), 

Por  fértil  estimado; 

El  de  Laza,  que  yace  á  estotro  lado, 

Ameno  se  avecina 

Al  val  de  Monterey,  con  quien  confina. 

Cinco  leguas  de  Chaves 

Dista  este  monte. 


Tirso,  en  quien  el  vigor  heroico  y  la  vida  que  sabía  dar  á  sus 
personajes  aventajan  á  su  tan  celebrado  gracejo ,  sola  calidad  que 
muchos  admiradores  suyos  le  conceden,  rivaliza  con  Shakespeare. 
Y  no  lo  dice  sólo  el  modesto  autor  de  estas  humildísimas  líneas, 
que  á  tanto  no  se  atreviera,  de  no  tener  en  abono  de  su  opinión  la 
de  un  escritor  eminente  y  gran  juez  en  materias  de  arte ,  ya  que 
no  en  asuntos  de  moral.  Hablo  de  Jorge  Sand ,  que  en  su  traduc- 
ción, ó  imitación  más  bien,  de  El  condenado  jior  desconfiado,  llama 
á  Tirso  en  el  prólogo  Shakespeare  español. 

No  es  tiempo  de  extenderse  más  en  el  asunto,  que  en  otro  lugar 
trataré  despacio;  pero  aquí,  y  siempre  que  ocurra  lo  mismo,  creo 
que  todo  hijo  de  la  región  boreal  de  Iberia,  desde  Galicia  al  pueblo 
Vascongado,  debe  mostrarse  agradecido  á  Tirso  de  Molina,  no  por 
haber  éste  adulado  á  Gallegos  ni  Vascos,  lo  cual  no  ha  hecho,  mas 
por  haber  sabido  estudiarles  y  comprenderles  cual  ningún  otro  es- 
critor de  tiempos  antiguos  y  modernos. 

Se  sigue  hacia  la  Limia  alta,  á  Abacides ;  quedan  á  la  derecha 
Ginzo  y  el  castillo  de  Pena,  más  allá  del  cual,  en  Trandeiras,  está 
el  exconvento  del  Buen  Jesús,  de  Franciscanos.  Hacia  Nocelo  de 
Pena  hay  las  ruinas  de  Lúnica,  ciudad  romana. 

La  Limia,  adonde  se  baja  después  de  cruzar  las  tierras  que  la 
separan  de  Verin  y  Monterey,  es  una  de  las  comarcas  más  singu- 
lares, ricas  é  importantes  de  Galicia.  Rodean  á  la  laguna  Antela 
ó  Lago  Beon  pantanos  que  forman  buena  parte  de  aquel  espacioso 
valle.  De  Ginzo  de  Limia  sale,  cruzando  la  carretera,  un  terreno 
de  tal  suerte  encharcado ,  que  no  es  posible  poner  los  pies  en  seco 
fuera  de  aquella,  ni  media  vara.  Diríase  que  va  atravesando  un  rio, 
á  no  ver  las  aguas  detenidas.  Luego  se  pasa  el  rio  Limia  ó  Antela, 


DE   VIAJE.  579 

que  aún  por  allí  conserva  el  nombre  de  la  laguna  donde  nace,  por 
el  puente  de  San  Mateo  ó  de  las  Poldras.  Y  á  la  verdad  que  este 
último  nombre  me  recuerda  el  de  los  polders  de  Holanda,  terrenos 
muy  parecidos  al  que  voy  atravesando. 

A  decir  verdad ,  para  conocer  los  tiempos  primitivos  de  Galicia 
es  necesario,  además  del  estudio  comparativo  del  vascuence,  espe- 
cialmente en  cuanto  á  nombres  de  lugar ,  el  del  origen  ariano  de 
sus  pobladores.  Así  como  en  buena  parte  de  España  se  hallan  nom- 
bres de  origen  arábigo ,  por  nuestra  región  del  Norte  y  Occidente 
no  pudo  el  Musulmán  borrar  la  honrada  tradición  de  nuestros  pa- 
dres iberos  y  celtas.  Las  desinencias  en  dre,  como  por  ejemplo,  en 
Lambre,  Cambre  (Cambray),  Tambre,  Pambre,  Tiobre,  Callobre; 
las  en  anteí ,  como  Serán  tes ,  Nantes ,  Cervantes ,  y  otra  porción 
que  podría  citar  de  diversos  géneros,  persuaden  á  tener  en  cuenta 
lo  que  digo. 


Después  de  Ginzo  de  Limia,  se  halla  San  Esteban  de  Saudia- 
nes  ó  Sandias.  Inmediata  se  ve  la  torre  ó  castillo  del  propio  nom- 
bre donde  estuvo  Geminas,  así  como  más  allá ,  en  Couso,  se  con- 
serva el  miliario  LXVI.  Por  aquí  corta  el  camino  real  la  antigua 
vía  romana ,  que  enlazaba ,  cruzando  antes  el  término  donde  hoy 
está  Castro  Galdela,  la  vía  de  Geira  con  la  de  Larouco.  ¡  Qué  her- 
mosa vista  ofrece  desde  aquí  el  valle  de  Limia !  Muy  cerca  de  la 
carretera  se  alza  la  cuadrada  torre  feudal  de  Sandias ,  cuya  mole 
señorea  sobre  las  ruinas  del  castillo  buena  parte  del  no  sin  razón 
llamado  granero  de  Galicia.  Al  viajero  que  demuestra  deseos  de 
conocer  la  tierra ,  le  enseñan  además  por  las  alturas  el  castillo  de 
Pena,  de  que  no  há  mucho  hablé.  La  riqueza  y  singular  aspecto 
de  aquella  comarca,  no  menos  que  el  recuerdo  de  cuanto  fué  en  la 
Edad  Media  y  tiempos  de  Roma  y  anteriores,  realzan  el  atractivo 
y  respeto  que  todo  pecho  noble  experimenta  en  la  región  donde 
los  antiguos  creyeron  encontrar  el  rio  Letéo.  Decían,  que  pasadas 
sus  aguas  se  perdía  la  memoria;  y  en  verdad,  que  vistas  las  ame- 
nísimas comarcas  que  fecunda  el  Miño ,  bien  se  puede  perder  el 
recuerdo  de  las  más  hermosas  del  mundo ! 

Cruza  luego  el  camino  por  varias  alturas,  y  pasado  el  Monte  de 
San  Marcos,  se  baja  la  cuesta  donde  hay  una  fuente,  y  se  llega 


580  RECUERDOS 

á  Nanin.  Aquí  nos  detendremos,  no  en  virtud  de  la  importancia  de 
la  población,  mas  para  advertir  el  gran  error  de  la  Guia  de  Mella- 
do (año  1864),  la  cual  me  habia  dado  el  susto  de  hacerme  creer  que 
Nanin.  Alláriz  y  Taboadela  se  hallaban  en  pleno  reino  de  León,  en- 
tre Palacios  y  el  Remesal,  buen  trecho  antes  de  la  Puebla  de  Sana- 
bria.  ¿Qué  terremoto,  ó  que  desconocido  trastorno  del  suelo  ibéri- 
co, me  decia  yo,  ha  podido  hacer  dar  semejante  salto  á  los  desven- 
turados Nanin,  Alláriz  y  Taboadela?  Miraba  el  Itinerario  de 
Valladolid  á  Orense  (pág.  130)  y  tornaba  á  mirarle,  sin  volver  en 
mi  del  asombro  que  tal  cambio  me  causaba. 

En  fin,  no  hay  más  remedio  sino  persuadirse  á  que  la  Guia  de 
Mellado  está  grandemente  equivocada,  y  ad virtiéndoselo  al  lector, 
seguir  adelante. 

Asi  lo  hice,  llegando  á  Alláriz,  cuyo  hermoso  valle  circundan 
los  montes  de  Penamá  y  Santa  Marina.  £n  su  rio  Arnoya  forman 
los  naturales  unas  pesqueras  llamadas  cañizas,  donde  recogen  ex- 
celentes truchas,  anguilas  y  lampreas ;  mientras  en  los  altos  mon- 
tes hay  toda  suerte  de  caza,  especialmente  en  la  Sierra  de  San  Ma- 
med,  donde  se  hallan  ciervos,  rebezos  y  aun  osos. 

Es  Alláriz  pueblo  importante,  y  tiene  la  gloria  de  ser  patria  del 
célebre  P.  M.  Fr.  Felipe  de  la  Gándara,  cuya  casa  subsiste  en  la 
villa,  asi  como  las  de  Soto-Almirano,  Amoeiro,  Arias  y  otros  no 
menos  ilustres.  También  lo  es  en  gran  manera  Alláriz,  por  haber- 
se criado  en  ella  el  tan  justamente  alabado  escritor  Feijó,  nacido 
en  Mellas.  Deben  verse  las  iglesias,  en  especial  la  de  Santiago,  fun- 
dada, según  dicen,  cuando  la  villa,  y  el  hermoso  convento  de  re- 
ligiosos franciscanos,  fundado  por  la  reina  Doña  Violante  y  su  hijo 
el  rey  D.  Sancho  III  de  Galicia  y  de  León  y  IV  de  Castilla,  más 
conocido  por  Sancho  el  Bravo,  en  la  Era  MCCCXXIV  (año  de 
1286.) 

De  los  Judíos  hay  gran  memoria  en  Alláriz.  Dícese  que  en  e} 
Campo  de  la  Mina  se  han  hallado  lápidas  c©n  caracteres  hebreos. 
De  las  sepulturas,  repetiré  lo  que  en  la  Crónica  de  Orense  (1)  he  di- 
cho: «También  parecieron  varias  sepulturas  todas  de  piedra,  en  for- 
ma de  silla,  donde  ponían  los  cadáveres  sentados  y  con  algunas 
alhajas  de  plata  y  oro.  Tal  es  la  noticia  que  se  da  sobre  estas  sepul- 


(1)    En  ella,  así  como  en  mis  Crónicas  de  la  Coruña  y  Pontevedra  {Cróni- 
ca general  de  España)  pueden  verse  más  pormenores  sobre  GaUcia. 


DE    VIAJE.  581 

turas,  si  bien  en  forma  y  modo  de  enterrar  los  cadáveres  no  con- 
cuerdan  con  el  origen  que  se  les  atribuye.»  Y  aquí  advertiré,  que 
por  un  error  de  que  no  respondo,  como  de  otros  muchos,  están  en 
la  referida  Crónica  ai  tratar  de  Alláriz,  malamente  confundidos  la 
capilla  de  San  Benito  y  el  convento  de  Santa  Clara,  ya  menciona- 
do. El  hermoso  castillo  de  Alláriz ,  propiedad  del  Marqués  de  Mal- 
pica,  ha  padecido  completa  ruina  últimamente.  ¡  Cuándo  compren- 
deremos los  Españoles  lo  obligados  que  estamos  á  mirar  por  los 
edificios  y  objetos  de  arte  que  nuestros  padres  nos  legaron. 

De  Alláriz  se  sube,  bajando  luego  á  San  Miguel  de  Taboadela, 
por  la  cuesta  del  propio  nombre ;  queda  á  la  derecha  el  valle  de  la 
Rabeda,  después  Castroverde,  luego  Sejalbo  y  más  allá  de  su  pon- 
tón se  deja  á  la  derecha  la  casa  llamada  de  Sevilla ,  nombre  sin- 
gular para  estos  lugares.  Va  el  camino  costeando  el  rio  Barbaña, 
que  luego  entra  en  el  Miño.  Se  atraviesa  el  antiguo  Campo  de  la 
Feria,  hoy  Alameda  del  Poseo,  y  al  pié  del  Monte  Alegre  está 
Orense. 

Antes  de  entrar  en  la  noble  ciudad,  advierta  todo  español  aman- 
te de  su  patria,  que  siguiendo  el  Miño  arriba,  cuyas  aguas  bañan 
los  campos  de  Orense,  está  el  pueblecito  de  San  Miguel  de  Melias, 
patria  del  ilustre  Feijóo. 

También  á  la  izquierda  y  no  lejos  de  Alláriz,  hemos  dejado  el 
monasterio  de  Celanova,  uno  de  los  más  importantes  de  España. 

Orense,  ciudad  que  en  nuestros  dias  ha  prosperado  en  proporción 
más  que  ninguna  otra  de  Galicia,  merece  particular  estudio.  El 
antiguo  reino  Suevo  fué  tan  codiciado  y  tenido  en  estima  por  los 
Godos,  que  cuando  éstos  le  conquistaron,  no  entró  en  su  imperio 
como  una  provincia  cualquiera,  mas  quedó  siempre  como  reino 
aparte. 

«  E  si  algún  escándalo  aviniere  en  la  tierra  de  Spanna  ó  de  Qa- 
lizia  ó  de  Francia,  ó  en  alguna  tierra  nuestra  que  sea  de  nuestro 
reino»,  dice  el  Fuero  Juzgo  (Ley  IX,  tit.  II,  lib.  IX.) 

Nuestros  padres,  cediendo  al  empuje  de  los  Musulmanes,  halla- 
ron en  la  región  del  norte  el  vigor  aniquilado  con  la  hueste  de 
Rodrigo,  orillas  de  Guadalete.  Recobradas  ambas  Castillas,  Anda- 
lucia  y  las  tierras  de  Levante,  descubierta  América  después,  nues- 
tra vida  dio  el  ser  á  un  nuevo  mundo,  Las  ciudades  aventajan  á 
primera  vista  en  importancia  al  campo,  la  región  del  norte  no  tie- 
ne grandes  poblaciones ,  y  nosotros  no  profesamos  todavía ,  por 


582  RECUERDOS 

desgracia,  aquella  noble  máxima  inglesa  de  que  el  hombre  hizo 
las  ciudades,  el  campo  le  hizo  Dios. 

Durante  los  siglos  XVII  j  XVIII,  siglos  de  decadencia  para  Es- 
paña ,  no  hubo  en  ésta  ojos  y  alma  sino  para  sus  regiones  más  des- 
pobladas del  centro  y  mediodía.  En  aquellas  dos  últimas  centurias, 
anteriores  á  la  presente,  nuestras  calidades  padecieron  singular 
alteración.  De  graves,  sesudos  y  enemigos  de  colorines  para  nues- 
tros vestidos,  llegamos  en  el  siglo  pasado  á  tener  fama  solamente 
por  nuestros  bailes  y  cantares ,  causa  de  que  nuestros  hermanos 
europeos  nos  pintaran  con  guitarra  y  castañuelas  en  las  manos, 
acostumbradas  otros  tiempos  á  empuñar  el  cetro  de  medio  mundo. 
Llegó  el  caso — mengua  es  pensarlo,  sonrojo  decirlo — de  que  un 
principe  español ,  el  segundo  Don  Juan  de  Austria ,  desacreditase 
el  valor  de  Iberia,  no  queriendo  mandar  sino  soldados  alemanes. 
Nuestra  disposición  por  las  armas  varió  de  tal  suerte ,  que  la  in- 
fantería, nervio  de  todo  ejército,  no  sólo  perdió  su  antiguo  renom 
bre,  sino  que  el  Ministro  Ensenada ,  llegó  á  decir  á  Fernando  VI  (1) : 
«La  caballería,  sin  gran  trabajo  se  puede  renombrar  jOor^Mg  el  es- 
pañol se  inclina  a  ella,  y  caballos  suficientes  producirán  Andalu- 
cía y  Extremadura ,  etc.  Lo  difícil  es  el  aumento  de  la  infantería, 
pero  no  imposible ;  los  naturales  no  aman  la  infantería,  etc. » 

De  suerte  que  para  el  Marqués  de  la  Ensenada  no  eran  Españo- 
les los  Catalanes,  hijos  del  alto  Aragón ,  Navarros,  Vascos,  Mon 
tañeses,  Asturianos  y  Gallegos,  que  apenas  montan  á  caballo.  ¡Qué 
de  otra  suerte  pensaba  el  Gran  Capitán ,  cuando  pedia  Asturianos 
y  Gallegos  para  combatir  y  vencer  á  los  Franceses  de  Nemours  y  á 
los  Escoceses  de  Aubigny ! 

Cierto  que  para  decir  un  estadista  afamado  como  Ensenada,  que 
los  hijos  de  aquellos  valientes  peones  de  Rávena  y  Pavía  preferían 
guerreará  caballo;  para  desconfiar,  en  suma,  de  la  firmeza  de  nues- 
tra infantería,  que  siglos  antes  no  habla  tenido  rival ,  era  forzoso 
gran  mudanza  en  el  brioso,  constante  y  esforzado  carácter  español. 
Si  en  lo  que  voy  diciendo,  hallara  nadie  ni  aun  sombra  siquiera 
de  mala  fé,  de  perversa  intención  contra  tal  ó  cual  provincia,  para 
ensalzar  las  del  Norte,  preferiría  callar.  Protesto  que  suponer  en 
mi  intención  tamaña  infamia,  es  calumniarme. 

La  traslación  de  la  Corte  á  Castilla  la  Nueva,  puso  al  Gobierno 

(1)    Informe  para  el  adelantamiento  de  la  Monarquía  y  buen  gobierno  de 
ella,  presentado  al  Rey  en  1751,  por  el  Marqués  de  la  Ensenada. 


DE    VIAJE.  583 

en  más  directa  relación  con  las  provincias  del  Sur  y  Levante,  ale- 
jándole por  extremo  de  las  provincias  del  Norte.  Acaso  estas  per- 
dieron tanto  como  el  mismo  Valladolid.  Orillas  de  Pisuerga  la 
corte,  no  habria  sido  el  primer  camino  de  hierro  de  España  el  de 
Alicante,  sino  el  del  Atlántico  y  Francia. 

Como  quiera ,  Barcelona ,  Valencia ,  Málaga ,  Sevilla ,  Cádiz  y 
gran  parte  de  las  demás  ciudades  populosas  ,de  España  llamaban 
ante  todo  la  atención,  mientras  los  moradores  agrícolas  ó  marine- 
ros del  norte  sólo  eran  tenidos  en  cuenta  para  exigirles  sangre 
y  dinero.  Harto  han  dado  ya.  Tiempo  es  de  estudiar  sus  poblacio- 
nes, artes  y  costumbres. 

Pelayo,  asturiano;  Alfonso,  VII  el  Emperador,  gallego;  Guz- 
man  el  Bueno  y  San  Fernando,  leoneses;  el  Cid,  castellano,  hijos 
son  de  aquella  tierra ,  allende  Guadarrama,  á  la  cual  por  mucho 
tiempo  llamaron  los  Musulmanes  Qhalikya  (Galicia);  prueba  de 
la  señaladísima  importancia  de  Jakolsland  (1),  que  asi  llamaban 
á  Galicia  los  Normandos. 

Pero  nuestros  Españoles  de  la  región  boreal ,  dieron  cuanto  va- 
llan y  tenian ,  inclusa  la  sangre  de  sus  hijos,  por  librar  á  España 
de  la  aborrecida  raza  mestiza  de  Sem  y  de  Cham ,  sectaria  de  Ma- 
homa.  España,  después  de  llevar  á  cabo  las  más  altas  empresas 
que  recuerda  la  historia,  vuelve  á  si  los  ojos,  y  quiere  estudiarse 
y  conocerse.  A  la  espada  del  guerrero  y  gobernable  del  descubri- 
dor, bien  es  ya  que  acompañen  el  conocimiento  de  cuanto  hemos 
hecho  en  ciencias ,  armas  ,  letras  y  artes. 

Bellísimo  resumen  de  toda  gracia  material ,  recreo  de  los  ojos  y 
encanto  del  corazón  es  el  alcázar  de  Alhambra.  Cuanto  el  lujo  de 
las  tierras  que  laten  al  beso  abrasador  del  Mediodía,  pudo  inventar 
para  su  recreo  y  placeres,  lo  halla  ó  sueña  quien  visita  el  palacio  de 
Alhamar...,  No  permita  Dios  que  España  consienta  su  destrucción. 

Pero  hay  algo,  y  aún  mucho  más,  que  los  alcázares  de  Granada. 
Al  lado  diQlalharife,  esté  elfranc-mason ,  cuyo  nombre  indica,  des- 
de el  siglo  pasado,  cosa  harto  distinta  de  lo  que  eran  aquellas  cor- 
poraciones de  arquitectos  y  albañiles  que  tan  soberbios  edificios 
labraron  en  Europa  durante  la  Edad  Media. 

Las  catedrales  de  León ,  Burgos  y  Toledo,  hermosísima  aquella 
[pulchra  leonina) ,  admirables  estas  en  sus  pormenores  y  conjun- 


(1)    t/a^o65/a/M¿,  Tierra  de  Santiago. 


584  RECUERDOS    DE    VIAJE. 

to,  fueron  en  tiempo  las  mas  conocidas  de  España.  La  de  Sevilla, 
si  bien  de  tiempos  en  que  el  arte  gótico  se  hallaba  en  decadencia, 
merece  por  sus  proporciones  y  grandeza  notable  atención.  Hoy 
desde  Barcelona  á  Pamplona,  desde  Avila  á  Zaragoza,  están  ya  re- 
corridcs  y  aun  en  parte  estudiados  los  hermosos  templos  con  que 
el  arte  cristiano  ha  dejado  indeleble  huella  en  nuestra  Península. 

Una  sola  región  de  España  quedaba  por  conocer  y  ya  hay  dos 
libros  excelentes  sobre  la  catedral  de  Santiago;  el  de  Street,  de  que 
más  arriba  he  dado  cuenta ,  y  otro  de  D.  José  Villa- Amil  y  Castro, 
titulado  :  Descripción  histórico-artistico-arqiieológica  de  la  cate- 
dral de  Santiago  (Lugo,  1866.  Imprenta  de  Soto  Freiré,  Editor). 

Mi  objeto  ha  sido  llamar  la  atención  del  lector,  llevándole  como 
por  la  mano  y  procurando  uo  asustarle, — que  el  arte  y  la  historia 
asustan  á  no  pocos, — á  los  umbrales  de  algunos  monumentos  de 
Galicia,  descansando  á  veces  por  aquellos  campos  deleitosos. 

De  catedrales  solamente,  hay  en  este  Reino  las  de  Santiago,  Lugo, 
Mondoñedo,  Orense  y  Tuy,  todas  importantes  y  dignas  de  estudio. 
De  monasterios ,  colegiatas ,  parroquias  y  otros  templos  dignos  de 
mención  fuera  la  lista  más  larga  de  lo  que  consienten  los  límites 
del  presente  escrito. 

Entre  tanta  riqueza  veamos  algunas  joyas ,  indicando  otras  mu- 
chas, casi  desconocidas  ó  que  lo  son  del  todo.  ¡Pluguiera  á  Dios 
que  mi  acento  tuviera  autoridad  suficiente  para  llamar  la  atención 
de  todo  buen  español ! 

Nueva  vida,  nuevo  amor  al  estudio  de  cuanto  es  nuestro ,  cunde 
por  el  ámbito  de  Iberia.  Nuestros  corazones  repiten  el  eco  de  una 
voz  que  acusa  á  España  de  olvido,  cuando  no  de  ingratitud. 

Vuelva  el  Español  los  ojos  á  tierras  donde  su  sangre  regenerada 
repudió  siempre  todo  maridaje  con  razas  inferiores ,  y  conservan- 
do ilesa  la  tradición  del  Arya  Asiática,  cuna  de  Celtas  y  Suevos, 
mantuvo,  primero  por  las  armas  y  después  por  las  artes ,  perpetua 
unión  con  sus  hermanas  de  Europa.  ¡  Vuelva ,  como  el  guerrero 
moribundo  pone  todavía  el  recuerdo  y  la  esperanza  en  el  regazo 
de  su  madre....  como  el  marino,  después  de  dar  la  vuelta  al  globo, 
torna  loco  de  alegría  á  la  costa,  donde  por  primera  vez  desafió  á 
la  inclemencia  del  Océano....  como  el  águila,  cansada  de  campos 
y  llanuras ,  recoge  el  vuelo,  y  partiendo  á  lo  alto,  busca  la  peña 
enhiesta  y  señera  donde  anida ! ! 

( Se  contintuirá. )  Fernando  Fuloosio. 


DE  LA  CAPACIDAD  POLÍTICA 

EN  LOS  SISTEMAS  REPRESENTATIVOS. 


(Continuación.) 
IV. 

Frente  á  frente  de  la  teoría  que  se  conoce  con  el  nombre  de 
sufragio  universal  y  anterior  á  ésta  en  el  orden  histórico,  aparece 
la  de  los  derechos  limitados  y  que  se  traduce  politicamente  por  la 
institución  del  censo.  Más  práctica  que  la  primera,  no  deduce  la 
capacidad  política  del  derecho  individual ,  ni  trata  de  cimentarse 
sobre  la  base  de  la  psicología.  Sus  fundamentos  son  distintos, 
aunque,  á  decir  verdad,  tampoco  se  ha  presentado  nunca  del  todo 
lógica  con  el  principio  científico  que  establece. 

Para  esta  escuela — tal  como  la  explicó  Royer-Collard ,  —  los 
llamados  derechos  políticos  no  son  ilegislables ,  absolutos  y  ni  si- 
quiera derechos.  Arrancando  del  supuesto  de  que  el  fin  de  la  polí- 
tica es  social  y  no  individual ;  partiendo  del  principio  de  que  la 
emisión  del  voto  es  simplemente  un  medio  práctico  de  realizar  la 
organización  del  poder,  traza  una  línea  divisoria ,  un  muro  de  se- 
paración entre  los  derechos  civiles  y  las  funciones  públicas.  Los 
primeros  corresponden  al  hombre  como  tal ,  aunque  determinados 
y  regularizados ;  las  segundas  sólo  pueden  confiarse  al  ciudadano 
en  cuanto  ofrezca  garantías  positivas  de  cumplir  discretamente  el 
fin  político.   Bajo  este  criterio,   la  escuela  á  que  nos  referimos 


586  DE    LA    CAPACIDAD    POLÍTICA 

busca  la  capacidad  política  en  el  terreno  de  la  capacidad  efectiva 
deduciéndola  de  datos  exteriores. 

Pero  hemos  dicho  ya  que  esta  escuela  tampoco  suele  presentarse 
de  todo  en  todo  consecuente ,  y  vamos  á  probarlo .  Es  por  demás 
que  en  el  terreno  de  las  doctrinas  separe  con  fino  escalpelo  la  no- 
ción del  derecho  y  la  de  las  funciones  públicas  que  la  política  trae 
inherentes,  si  en  la  práctica  ha  revestido  siempre  el  desempeño  de 
tales  funciones  con  el  carácter  de  un  derecho.  Los  favorecidos  por 
la  ley ,  los  que  reciben  esta  investidura  por  reunir  las  cualidades 
determinantes  de  la  capacidad,  no  la  ejercen  como  acto  obligatorio, 
sino  que  á  tenor  de  su  capricho  la  practican  ó  descuidan  sin  darle 
cuenta  á  nadie ,  ni  quedar  sujetos  por  ello  á  correctivo  ni  sanción 
de  ning-una  clase. 

Esta  circunstancia ,  de  carácter  accidental ,  ha  contribuido  en 
gran  manera  á  que  se  perdiese  de  vista  la  naturaleza  de  los  dere- 
chos políticos  en  la  Monarquía  constitucional.  A  los  ojos  del  radi- 
calismo, las  personas  revestidas  con  las  condiciones  externas  de  la 
capacidad ,  eran  como  los  privilegiados  de  aquel  orden  de  cosas» 
los  señores  feudales  de  la  libertad,  los  bracmanes  del  siglo  XIX, 
que  al  compás  de  las  circunstancias  y  según  lo  estimaban  conve- 
niente, salían  de  sus  tiendas  para  tomar  parte  en  la  organización 
del  poder  ó  abandonaban  esta  tarea  considerándola  como  liviana 
ocupación  de  gente  moza.  Bajo  esta  funestísima  influencia,  el  pres- 
tigio del  cuerpo  electoral  decreció  considerablemente ;  y  mientras 
por  un  lado ,  los  Gobiernos  invocaban  los  títulos  de  la  capacidad 
como  fundamento ,  como  determinación  del  derecho ,  por  otro  los 
favorecidos,  los  privilegiados,  los  sedicientes  capaces  hacían  alarde 
de  no  estar ,  ni  con  mucho ,  á  la  altura  de  esa  capacidad  que  por 
convención  se  les  atribuía.  Esta  es  la  verdad ,  y  no  hay  para  qué 
recatarlo.  La  ignorancia,  la  indiferencia,  el  nepotismo,  hasta  la 
venalidad  en  determinadas  ocasiones  han  sido  piedra  de  escándalo 
para  los  buenos  y  honrados,  antes  que  el  sufragio  se  convirtiera 
en  atributo  común  á  todos  los  varones  mayores  de  25  años. 

Entre  tanto,  las  clases  inferiores  de  la  sociedad,  que  presencia- 
ban los  malos  ejemplos ,  y  estaban  sobreexcitadas  por  efecto  de 
una  propaganda  pertinazmente  insidiosa ,  ardían  en  el  deseo  de 
ocupar  un  puesto  en  el  banquete  y  tomar  parte  directa  en  las  fun- 
ciones de  la  política.  Y  hasta  cierto  punto  su  pretensión  era  lógi- 
ca. Si  el  criterio  de  la  limitación  no  impedia  los  abusos  de  la  ig- 


EN    LOS   SISTEMAS   REPRESENTATIVOS.  587 

norancia  y  de  la  misma  venalidad,  ¿en  nombre  de  qué  interés  ó 
alto  principio  se  privaba  del  sufragio  á  clases  enteras?  Si  los  lla- 
mados á  ejercer  un  ministerio  público  no  comprendían  su  trascen- 
dencia y  lo  desdeñaban  por  falta  de  educación,  ¿cómo  decir  que  se 
excluía  á  las  clases  inferiores  por  poco  preparadas  é  incons- 
cientes? 

Estos  argumentos ,  fundados  en  una  práctica  abusiva ,  que  al 
principio  se  oyeron  con  indiferencia  por  estadistas  y  repúblicos 
poco  previsores,  cundieron  luego  con  la  velocidad  del  rayo  y  pre- 
pararon el  estallido  de  la  revolución.  Y  consumada  esta,  para  huir 
de  los  abusos  del  censo,  se  proclamó  el  sufragio  universal ;  para 
evitar  el  inconveniente  de  que  la  capacidad  política  se  vinculara 
en  unos  pocos,  que  á  veces  no  estaban  á  la  altura  de  su  misión, 
se  extendió  el  sufragio  á  un  número  mucho  mayor  que  reconoci- 
damente no  lo  estaba;  para  contrariar  los  perjuicios  inherentes  al 
censo,  se  adoptó  la  ilimitacion  del  derecho  sin  otros  requisitos  de- 
terminantes que  los  dos  temperamentos  fisiológicos  del  sexo  y  de 
la  edad. 

Ahora  bien ;  basta  considerar  á  cierta  profundidad  las  causas 
generadoras  del  mal,  para  que  se  advierta  lo  incongruente  del 
remedio  que  se  adoptó  con  el  propósito  de  hacer  frente  á  la  enfer- 
medad que  se  observaba.  Si  la  indiferencia  nacia  de  la  poca  ilus- 
tración de  los  escogidos,  ¿habia  de  cesar  á  proporción  que  se  en- 
sanchara el  número  de  los  incapaces'^  Si  la  corrupción  era  obs- 
táculo á  que  los  hombres  dotados  de  ciertas  condiciones  ejercieran 
sus  derechos  con  independencia ,  ¿  debia  esperarse  la  extirpación 
del  mal  porque  entraran  en  el  concierto  de  la  vida  pública  otros 
ciudadanos  menos  independientes  todavía?  Si  las  clases  que  se  lla- 
maban privilegiadas  tenían,  en  efecto,  escasos  elementos  de  capa- 
cidad positiva ,  ¿  habia  de  corregirse  el  mal  condensando  aun  ma- 
yormente las  tinieblas  de  la  ignorancia ,  y  dilatando  el  círculo  de 
los  incapaces  é  ineptos?  O,  en  otros  términos,  ¿de  la  suma  de  las 
incapacidades  habia  de  brotar  la  expresión  de  la  capacidad? — No 
es  fácil  legitimarlo  en  buena  lógica ,  á  menos  que  la  democracia 
se  prometiera  cicatrizar  ó  restañar  las  hondas  llagas  del  cuerpo 
social  mediante  una  novísima  aplicación  de  aquel  principio  ho- 
meopático similia  similihus  curantnr.  Pero  si  en  la  ciencia  médica 
es  dudosa  la  autoridad  de  este  principio ,  aún  nos  parece  más  con- 
trovertible en  el  campo  político . 


588  DE    LA    CAPACIDAD    POLÍTICA 

Como  quiera  que  sea,  al  adoptarse  el  sufragio  convencionalmente 
llamado  universal ,  la  escuela  novadora  cayó  en  los  mismos  erro- 
res que  hablan  sido  el  obstáculo ,  la  piedra  de  tropiezo  para  la 
doctrinaria.  Decíase  antes  que  el  organismo  de  esta  última  era  una 
armazón  puramente  artificiosa,  un  convencionalismo,  un  agre- 
gado áe ficciones  en  desacuerdo  con  la  realidad  social,  y  por  una 
anomalía  inexplicable  la  revolución  exageró  las  dificultades  en 
vez  de  disiparlas.  Tratábase  de  desvanecer  una  ficción  que  servia 
de  sustentáculo  á  la  teoría  del  censo  limitado ,  y  lo  que  se  hizo  en 
hecho  de  verdad  fué  prohijar  otra^ccion  más  hueca  é  inverosímil 
todavía.  Los  Gobiernos  limitados  partían  del  supuesto  de  que ,  da- 
das ciertas  condiciones  externas ,  la  profesión  de  determinadas  car- 
reras ó  el  pago  de  cierta  cuota  anual  á  título  de  impuesto ,  la  ca- 
pacidad áehis,  presumirse :  esto  no  era  la  verdad  en  algunos  casos: 
después  se  reconoció  que  la  capacidad  debia  presumirse  por  las 
simples  condiciones  de  sexo  y  edad ,  y  esta  ficción  es  mucho  más 
absurda  que  la  primera.  El  espectáculo  de  Francia ,  España  y  de- 
mas  países  que  han  aprohijado  las  formas  del  derecho  novísimo, 
si  algo  demuestra  es  que  el  sufragio  universal ,  aun  en  el  sentido 
de  sufragio  lato,  no  existe  de  hecho,  sino  que  es  reemplazado  por  la 
soberanía  de  la  inteligencia  relativa  dentro  de  cada  bandería  ó 
parcialidad.  Sí,  no  nos  cansaremos  de  repetirlo;  la  masa  del  pue- 
blo no  vota  jamas,  ni  ejerce  las  funciones  que  se  suponen;  en 
ciertos  distritos  rurales  se  mueve  bajo  las  mismas  influencias  que 
la  institución  del  censo ,  y  en  los  grandes  centros,  quien  vota  por 
él  es  la  pléyada  de  los  hombres  más  ó  menos  bien  intencionados  y 
diligentes  que  se  ocultan  detrás  de  esa  pantalla  que  tiene  por 
nombre  la  clase  proletaria ,  y  que  sabe  halagar  y  electrizar  sus 
instintos  prometiéndole  innovaciones  y  mejoras  que  casi  nunca 
realiza  en  el  poder.  Más  tarde,  cuando  las  ilusiones  lozanas  y  pri- 
merizas de  hoy  se  hayan  desvanecido,  cuando  la  rotación  de  los 
sucesos  haya  puesto  de  relieve  la  impotencia  de  los  novadores  y  la 
esterilidad  de  los  programas  políticos  si  no  se  apoyan  en  la  opi- 
nión ilustrada  y  las  virtudes  cívicas,  la  masa  popular  tampoco  vo- 
tará por  sí ,  sino  que ,  convertida  de  radical  y  demagógica  en  sa- 
télite ó  aduladora  de  la  dictadura  ó  del  cesarismo ,  venderá  por 
un  plato  de  lentejas  esa  diadema  esplendorosa  de  la  soberanía  in- 
dividual con  que  sus  cortesanos  trataron  de  enaltecerla  y  glorifi- 
carla. Y  esto  lo  saben  perfectamente  las  escuelas  revolucionarias; 


EN    LOS   SISTEMAS    REPRESENTATIVOS.  589 

así  es  que  su  sistema,  mejor  que  en  beneficio  de  la  clase  proleta- 
ria ,  se  predica  y  fomenta  en  odio  á  las  que  suelen  llamarse  privi- 
legiadas. Los  argumentos  capitales  en  que  se  funda  no  son  positi- 
vos ,  sino  de  negación ;  más  claro ,  para  orillar  y  resolver  el  pro- 
blema de  la  capacidad ,  no  se  inquiere  y  escudriña  de  buena  fe  si 
los  llamados  al  sufragio  universal  son  realmente  capaces  (que  es 
lo  que  ^debiera  demostrarse ) ,  sino  que  todo  el  esfuerzo  de  su  dia- 
léctica laboriosa  se  reduce  á  patentizar  que  por  el  becho  de  la  li- 
mitación resultaban  favorecidos  algunos  incapaces,  mientras  se 
apartaba  de  los  comicios  electorales  á  otros  de  cuya  inteligencia  y 
educación  no  podia  dudarse. 

Por  otra  parte ,  la  experiencia  acredita  que  en  los  grandes  sacu- 
dimientos de  la  sociedad  no  todo  es  obra  de  los  revolucionarios. 

El  publicista  alemán ,  autor  de  la  Historia  del  siglo  XIX,  Ger- 
vinus,  observa  con  razón,  en  un  pasaje  de  este  libro,  que  el  amor 
al  bien ,  desviándose  de  su  cauce ,  obra  algunas  veces  sobre  nues- 
tra época  con  la  eficacia  y  trascendencia  de  un  elemento  revolu- 
cionario altamente  peligroso.  Por  efecto  de  este  impulso,  generoso 
en  el  fondo ,  se  exageraron  los  inconvenientes  del  censo  durante 
la  monarquía  de  Julio ;  y  aun  en  España  no  ban  faltado  espíritus 
superiores  que ,  en  alas  de  su  ardentísimo  é  inacabable  celo  por  la 
causa  del  bien ,  ban  contribuido ,  y  no  poco ,  á  preparar  la  revo- 
lución que  ba  hecho  retemblar  en  su  cimiento  los  pilares  de  nues- 
tra constitución  social.  Bien  se  comprende  que  aludimos  á  la  fa- 
lanje  católica  llamada  así  por  excelencia  y  á  su  malogrado  jefe 
el  Marqués  de  Valdegamas.  Ante  las  irregularidades  y  ñuctuacio- 
nes  del  parlamentarismo,  ante  los  abusos  que  ocurrían  cada  vez 
que  se  dirigía  un  llamamiento  al  cuerpo  electoral,  ante  la  acción 
no  siempre  justificada  y  discreta  de  los  gobiernos  y  la  debilidad 
de  los  electores,  ante  los  estravíos  é  intemperancias  de  la  «bella 
pecadora»  como  solía  llamarse  á  la  discusión,  era  costumbre  del 
grupo  á  que  nos  referimos  denunciar  al  público  las  demasías  y  los 
escándalos  que  se  observaban  fulminando  anatemas  tremebundos 
contra  el  poder  y  deslumhrando  á  las  gentes  con  golpes  de  efecto  y 
rasgos  de  apocalíptica  elocuencia. — Sucedía  esto  áraiz  de  las  compli- 
caciones y  trastornos  que  produjo  la  revolución  de  1848;  y  el  re- 
sultado de  tanta  porfía  hubo  de  ser  que,  en  lugar  de  considerarse 
la  obra  de  la  política  como  paulatinamente  perfectible,  en  lugar 
de  estudiarse  serenamente  las  dificultades  con  que  luchaba  el  sis- 


590  DB    LA    CAPACIDAD    POLfTiCA 

tema  constitucional  en  su  terreno  propio,  es  decir,  no  perdiendo 
nunca  de  vista  la  limitación  del  ser  humano  y  las  contrariedades 
relativas  de  cada  pueblo  en  el  tiempo  y  en  el  espacio,  se  estimuló 
inconsideradamente  al  espíritu  revolucionario  aun  por  los  que  mé  • 
nos  interés  mostraban  en  desenvolverlo  y  fomentarlo.  Otra  cosa 
hubiera  sido  en  el  caso  de  que  las  escuelas  conservadoras,  penetra- 
das de  la  gravedad  de  las  circunstancias,  estuviesen  á  la  altura  de 
su  misión  poniéndose  al  lado  del  principio  de  autoridad,  y,  en  vez 
de  excitar  el  espíritu  aventurero  y  levantisco  de  las  razas  y  los 
pueblos  meridionales,  procurasen,  como  la  aristocracia  de  Ingla- 
terra, ayudar  al  poder  con  elementos  positivos  preparando  á  los 
ineptos  y  favoreciendo  el  desarrollo  de  la  educación  moral  é  inte- 
lectual. No  se  hizo  asi  por  desgracia,  y,  después  de  sembrar  vien- 
tos, era  natural  que  más  tarde  se  cosecharan  tempestades.  Conste 
por  lo  tanto  que  en  la  sacudida  revolucionaria  de  que  tanto  se 
duelen  y  lamentan  algunos,  no  todo  es  obra  del  periodismo  ni  de 
las  predicaciones  tribunicias:  si  el  pueblo  la  impulsó,  la  desacerta- 
da conducta  de  las  clases  superiores  ha  sido  su  cómplice. 


V. 


Sentados  estos  precedentes  en  el  campo  de  la  crítica  histórica  y 
doctrinal ,  pasemos  á  formular  nuestra  opinión  sobre  el  problema 
de  la  capacidad  política. 

Hace  tiempo  nos  propusimos  sondearlo  un  poco  en  sus  relacio- 
nes con  el  sistema  representativo ,  y ,  sin  pretensión  de  ningún 
linaje,  daremos  á  conocer  el  pobre  fruto  de  nuestras  vigilias. 

Veamos,  ante  todo,  el  procedimiento  empleado  para  estu- 
diarlo. Aplicando  el  método  de  observación  recomendado  por  Le 
Play  ( 1 ) ,  y  examinando  en  conjunto  la  manera  como  resuelven 
la  dificultad  los  Gobiernos  de  Europa  y  América ,  se  nos  presenta- 
ron frente  á  frente  dos  sistemas :  el  de  los  derechos  individuales ,  ó 
que  propendía  á  considerar  la  capacidad  política  como  una  mani- 
festación de  la  capacidad  civil ;  y  el  que  trazaba  una  línea  diviso- 
ria, una  valla  entre  la  libertad  civil  y  el  ejercicio  de  las  funcio- 


í  1 )    Véanse  sus  obras  "  La  reforma  social  en  Francia  y  la  Organización  del 
trabajo. " 


EN   LOS   SISTEMAS   REPRESENTATIVOS.  591 

nes  políticas.  Desde  luego ,  sin  embargo ,  advertimos  que  en  nin- 
gún pueblo  campeaba  y  dominaba  el  primer  sistema  en  toda  su 
latitud  y  con  sus  consecuencias  lógicas ,  sino  que  en  la  práctica  se 
tenian  como  necesarias  para  el  ejercicio  del  derecho  individual  las 
condiciones  de  educación  y  competencia :  tanta  era  la  fuerza  del 
segundo  sistema  que  lograba  imponerse  á  sus  detractores  bajo  una 
forma  más  ó  menos  encubierta. 

Otro  dato  hubo  de  presentarse  inmediatamente  á  nuestra  consi- 
deración ,  y  es ,  que  si  como  los  Gobiernos  todos ,  aun  los  mas  obs- 
tinados y  recalcitrantes ,  pensasen  en  rendir  un  tributo  de  home- 
naje á  la  democracia ,  verdadera  pasión  del  siglo ,  como  dijo  Gui- 
zot,  por  diversidad  de  caminos,  senderos  y  atajos,  los  poderes  pú- 
blicos de  Iqs  países  civilizados  tendían  á  ensanchar  la  base  del 
sufragio  para  templarse ,  en  cuanto  fuese  posible ,  en  las  corrientes 
de  la  opinión  y  no  vivir  un  solo  momento  divorciados  del  espíritu 
de  la  época.  Por  un  lado,  pues,  el  ejercicio  de  los  derechos  se 
procuraba  que  radicase  fundamentalmente  en  las  condiciones ,  no 
finjidas ,  sino  reales  y  positivas  de  la  capacidad ;  por  otro ,  se  os- 
tentaba el  vivísimo  anhelo  de  sustraer  el  campo  político  de  la  in- 
fluencia del  monopolio  y  poner  en  consonancia  las  leyes  con  las 
costumbres,  las  ideas  con  los  sentimientos,  la  forma  con  el  fondo, 
la  organización  legislativa  con  el  pensamiento  de  la  sociedad.  En 
vano  se  decía  por  la  democracia  que  los  partidos  conservadores 
eran  reaccionarios :  precisamente  uno  de  sus  caracteres  típicos  era 
la  tendencia  á  liberalizar  y  mejorar ,  pero  paulatinamente ,  con 
firmeza  y  seguridad ;  por  otra  parte ,  tampoco  era  justa  la  acusa- 
ción que  estos  últimos  fulminaban  á  las  veces  contra  los  innova- 
dores suponiendo  que  lo  sacrificaban  todo  á  las  exigencias  del  in- 
dividualismo y  al  espíritu  de  rebeldía. 

Pero  si  bien  colocados  en  el  terreno  de  la  observación ,  pudimos 
juzgar  á  plena  luz  y  libres  de  vulgares  prevenciones  el  fin  de  las 
dos  escuelas ,  no  por  eso  habíamos  de  permanecer  neutrales  en  la 
contienda ,  ni  exagerar  los  deberes  de  la  imparcialidad  hasta  el 
punto  de  que  en  las  investigaciones  de  la  legislación  comparada  se 
ofuscase  la  conciencia  del  observador  y  se  perdiesen  en  este  trai- 
cionero laberinto  las  reglas  de  nuestro  criterio.  No ,  aun  haciendo 
justicia  á  la  lealtad  de  los  adversarios,  aun  comprendiendo  que 
sus  intenciones  se  apartaban  mucho  del  bastardo  intento  que  la 
pasión  les  atribuía ,  conservamos  íntegra  la  fé  de  nuestra  escuela, 


592  DE    LA    CAPACIDAD   POLÍTICA 

y ,  poniendo  en  contacto  los  dos  sistemas  que  hemos  descrito ,  op- 
tamos por  el  segundo  sin  desconocer  ni  menoscabar  el  levantado 
propósito  á  que  responde  el  primero.  O,  en  otros  términos,  al  de- 
cidirnos por  la  segunda  aspiración  tuvimos  en  cuenta  señalada- 
mente que  ella  constituye  el  medio  natural  y  filosófico  para  la  rea- 
lización de  la  primera  en  lo  que  tiene  de  justa.  Empero ,  no  por 
esto  pudimos  echar  en  olvido  los  errores  y  los  abusos  á  que  habia 
dado  lugar  la  teoría  de  los  derechos  limitados ;  y ,  si  le  prestamos 
nuestra  adhesión ,  fué  con  el  aditamento  de  varios  requisitos  y 
condiciones  que  le  permitieran  ilustrarse ,  moralizarse  y  desen- 
volverse. 

Hé  aqui ,  pues,  la  explicación  de  nuestra  doctrina. 

En  el  campo  de  la  ciencia  jurídica  aparecen  siempre  dos  nocio- 
nes fundamentales :  la  del  derecho  y  la  del  poder.  La  primera  es 
esencialmente  egoísta ,  y  expresa  la  extensión  de  nuestra  libertad 
racional  en  provecho  propio.  La  segunda  presupone  también  am- 
pliación ,  ejercicio  de  libertad ,  pero  no  es  ya  con  fines  exclusiva- 
mente particulares :  mejor  que  un  derecho  es  un  cargo ,  una  fun- 
ción pública ,  un  ministerio  que  la  ley  confiere  á  los  que  conside- 
ra capaces  de  realizar  un  fin  determinado.  El  derecho,  como  con- 
dición necesaria  para  que  el  hombre  realice  sus  destinos ,  aparece 
con  la  misma  individualidad ;  la  idea  de  poder  es  relativa  á  cierto 
desarrollo  físico  y  moral ,  á  la  posesión  de  ciertos  requisitos ,  á  la 
posibilidad  de  realizar  el  fin  que  lo  determina. 

Cualquiera  que  se  fije  atentamente  en  el  carácter  distinto  de 
estas  dos  ideas  fundamentales,  comprenderá  á  primera  vista  que 
el  problema  de  la  capacidad  política,  mejor  que  á  la  noción  del  de- 
recho, en  sentido  estricto,  corresponde  á  la  órbita  del  poder.  No 
existe  para  lisonjear  la  vanidad  del  hombre  ni  satisfacer  sus  capri- 
chos, sino  para  realizar  un  bien;  no  tiene  por  objeto  el  fin  inme- 
diato de  que  el  ciudadano  emita  un  sufragio,  sino  la  buena  orga- 
nización del  poder ;  no  responde  á  la  conveniencia  particular ,  sino 
á  la  utilidad  común  ó  social.  De  tales  precedentes  se  deduce  que 
proclamar  la  legitimidad  del  derecho  político  como  inherente  á 
todo  individuo ,  es  desnaturalizar  el  fin  de  la  política  y  el  carácter 
del  poder.  Desnaturalizar  la  idea  política  en  cuanto  sacrifica  la 
buena  constitución  del  organismo  gubernativo,  esencia  de  la  cosa, 
al  hecho  de  que  en  semejante  tarea  intervenga  mayor  ó  menor 
número  de  personas  ,  circunstancia  puramente  accidental  en  la 


EN    LOS   SISTEMAS   REPRESENTATIVOS.  593 

cuestión.  Y  desnaturalizar  el  carácter  del  poder,  toda  vez  que  lo 
confiere  á  un  gran  número  de  ciudadanos,  sin  curarse  de  averiguar 
anticipadamente  si  los  favorecidos  reúnen  ó  nó  las  condiciones  ne- 
cesarias para  cumplirlo. 

En  esta  difícil  materia ,  pues ,  lo  que  importa  principalmente  es 
el  fondo  y  no  la  forma ;  de  manera  que  teniendo  por  base  la  capa- 
cidad de  hecho  ^  no  hay  inconveniente  en  que  el  poder  se  ejerza  por 
el  mayor  número.  Al  contrario :  ya  veremos  á  su  tiempo  que  don- 
de la  cultura  y  la  capacidad  son  generales ,  lo  lógico  y  convenien- 
te es  ese  mismo  sufragio  universal ,  que  como  necesidad  jurídica 
rechazaremos  siempre.  La  historia  enseña,  efectivamente,  que  don- 
de dicho  sistema  rinde  buenos  resultados ,  no  es  porque  se  respete 
la  esencia  de  un  supuesto  derecho  humano ,  sino  porque  el  desar- 
rollo de  la  civilización ,  el  incremento  adquirido  por  las  condicio- 
nes de  inteligencia  y  moralidad  hace  sumamente  difícil  designar 
quiénes  son  los  escogidos  entre  la  masa  de  los  ciudadanos.  Por  ma- 
nera que  en  tales  pueblos  la  cuestión  electoral  se  resuelve  de  un 
modo  opuesto .  enteramente  opuesto  al  sentido  con  que  en  España 
se  plantea,  iiqui  se  dice  comunmente  que  por  no  saber  hallar  quié- 
nes son  los  capaces ,  la  cordura  aconseja  entregarse  á  los  azares  de 
la  ignorancia ;  alli  se  considera  que  por  ser  difícil  señalar  una  ma- 
sa privilegiada  en  inteligencia  y  moralidad,  lo  mejor  es  invocar  el 
concurso  de  todas  las  clases. 

La  cuestión  de  capacidad  política ,  por  lo  tanto ,  es  de  utilidad 
común  y  no  de  derecho  estricto ;  y  la  regla  fundamental  en  el 
asunto ,  á  despecho  de  todas  las  teorías ,  es  que  la  capacidad  del 
derecho  se  funde ,  en  cuanto  sea  posible ,  sobre  la  capacidad  de  he- 
cho ó  efectiva.  Al  escribir  estas  palabras,  sin  embargo,  no  preten- 
demos ,  ni  con  mucho ,  haber  resuelto  la  cuestión :  dejamos  senta- 
da una  fórmula  abstracta ,  y  nada  más. 

Falta  ahora — y  es  lo  difícil  precisamente  —  averiguar  cuáles 
son ,  entre  los  elementos  de  la  sociedad ,  los  que  mejor  representan 
la  capacidad  efectiva  en  cada  momento  histórico. 

Entre  los  maestros  y  campeones  del  sistema  constitucional  se 
observan  disidencias  en  este  punto.  Para  unos  el  elemento  más 
apreciable  es  la  instrucción ;  para  otros  la  propiedad  ó  la  riqueza; 
los  hay ,  finalmente ,  que  buscan  con  preferencia  la  representación 
del  os  grandes  intereses  sociales . 

Confesamos  que  ,  constitucionalmente  hablando ,  no  nos  satisfa- 

TOMO  XV.  38 


594  DE    LA    CAPACIDAD    POLÍTICA 

ce  ninguna  de  estas  fórmulas.  La  instrucción  tiene  importancia, 
pero  no  es  el  todo ,  y  tanto  como  ella  al  menos  valen  la  indepen- 
dencia y  la  moralidad ;  la  riqueza  individual  dista  mucho  de  pres- 
tar una  regla  de  criterio  constante  é  inequívoca  para  resolver  una 
cuestión  de  capacidad.  Y  la  razón  es  obvia.  O  la  riqueza  se  admite 
como  patente  de  aptitud  personal,  ó  en  el  sentido  de  que  ella  pre- 
supone el  trabajo,  es  decir,  el  triunfo  del  espíritu  sobre  la  mate- 
ria. La  primera  suposición  la  destruye  la  experiencia:  dejando 
aparte  que  hay  ricos  incapaces ,  no  podemos  prescindir  de  que  en 
todos  los  países  existen  muchos  hombres  capaces  que  no  son  ricos. 
En  cuanto  á  la  segunda,  todavía  es  menos  satisfactoria.  Si  hon- 
rar á  la  riqueza  es  honrar  al  trabajo,  la  riqueza  honrada  debe  ser 
la  personal ,  no  la  trasmitida  ó  heredada  ;  y ,  sobre  todo ,  si  la  con- 
sideración que  le  sirve  de  base  es  firme  y  valedera ,  cae  por  tierra, 
en  un  instante,  el  edificio  de  la  capacidad  relativa ,  y  lo  estricta- 
mente lógico  es  admitir  á  todos  en  el  ejercicio  del  sufragio,  supues- 
to que  todos  los  hombres  trabajan ,  que  todos  desenvuelven  sus  fa- 
cultades activas ,  y  dichosamente  se  hallan  comprendidos  en  la  ley 
económica  de  la  solidaridad.  Más  claro:  si  el  trabajo  anterior  pue- 
de ser  termómetro  de  capacidad ,  con  mayores  títulos  reclamaría 
sus  fueros  y  prerogativas  el  trabajo  presente. 

La  calidad  de  propietario  tampoco  es  garantía  absoluta  de  capa- 
cidad. Y  aunque  lo  fuere,  colocados  en  este  terreno  nos  sería  difí- 
cil señalar  la  línea  de  intervención  que  revela  la  aparición  del 
derecho;  pues,  como  está  demostrado,  las  formas  de  la  propiedad 
son  múltiples  y  dilatadísimas,  y  el  jornalero  es  propietario  tam- 
bién en  cierto  sentido. 

Una  consideración  análoga  se  nos  ocurre  respecto  de  que  el  Es- 
tado busque  con  preferencia  la  representación  de  los  grandes  in- 
tereses sociales.  Todos  los  que  la  nación  encierra ,  en  cuanto  son 
legítimos,  merecen  ser  atendidos  y  respetados ,  y  por  lo  tanto  lo 
grande  y  lo  peq  ueíio  dependen  en  la  generalidad  de  los  casos  del 
punto  de  vista  que  escoge  el  observador. 

En  este  conflicto  debe  adoptarse  una  fórmula  distinta  y  que, 
aunque  conduce  á  resultados  parecidos,  es  la  única  que  responde 
al  fin  de  la  política  y  la  idea  de  poder.  El  ejercicio  de  las  funcio- 
nes políticas  pertenece,  no  perso7ialmente  al  rico,  al  propietario,  ni 
al  hombre  ilustrado,  sino  en  conjunto  á  la  mayor  ilustración  é  in- 
dependencia relativas  de  un  Estado. 


EN   LOS   SISTEMAS   RKPRESENTATiVOS.  ^95 

Mientras  la  cuestión  se  coloque  en  el  terreno  individualista  en 
que  generalmente  se  revuelve,  es  irresoluble.  La  inteligencia  de 
cada  uno  en  particular  no  siempre  se  revela  por  señales  exterio- 
res; la  moralidad,  como  cosa  de  fuero  interno ,  se  resiste  á  ser  de- 
terminada por  condiciones  externas  y  taxativas. 

Si  se  tratase ,  pues ,  de  sondear  é  investigar  la  inteligencia  y 
moralidad  de  cada  individuo — lo  hemos  dicho  ya — el  problema  se- 
ria irresoluble.  El  criterio  de  la  profesión  que  ejerce  cada  uno ,  el 
de  su  riqueza,  el  de  su  nacimiento,  todos  aparecen  ocasionados  á 
decepciones.  La  experiencia  demuestra,  v.  gr.,  que  no  hay  titulo 
por  elevado  que  sea  que  constituya  siquiera  una  credencial  de  sen- 
tido común,  y  de  labios  que  académicamente  debieran  considerarse 
autorizados  se  oyen  continuamente  sandeces ,  inepcias  y  lamenta- 
bles desbarros  que  no  aceptarla  como  suyos  el  último  gañan.  Por 
otra  parte,  la  calidad  de  rico,  la  circunstancia  de  pagar  una  cuota 
superior  de  imposición,  no  es  garantía  absoluta,  ni  mucho  menos, 
de  que  un  individuo  represente  el  grado  de  ilustración  suficiente 
ó  posea  la  dignidad  y  la  independencia  de  carácter  necesarias  para 
el  ejercicio  de  la  soberanía.  En  una  palabra,  no  existe  un  rasero 
perfecto  para  conocer  la  moralidad  y  la  inteligencia  de  cad,a  indi- 
f>iduo\  adóptese  el  sistema  que  se  quiera,  resultarán  siempre  inclui- 
dos algunos  que  no  lo  merecen ,  y  excluidos  otros  que  pudieran 
estar  continuados:  es  un  achaque  indeclinable  de  la  limitación  hu- 
mana extensiva  también  á  los  Gobiernos. 

Para  resolver  la  dificultad  conviene  tomar  un  punto  de  vista 
más  seguro.  La  observación  da  á  conocer  un  hecho ,  un  fenómeno 
de  gran  importancia  social  que,  apreciado  en  su  justo  valor,  re- 
suelve el  conflicto ,  ó ,  cuando  menos ,  nos  suministra  un  rayo  de 
viva  luz  entre  la  densidad  de  las  tinieblas.  La  cuestión  que  era 
irresoluble  en  el  terreno  individual ,  se  simplifica  y  despeja  en  el 
terreno  general  de  las  agrupaciones,  en  el  de  las  grandes  masas. 

¿De  qué  se  trata  cuando  se  estudia  el  problema  de  la  capacidad 
política? — De  hallar  la  suma,  el  extracto  de  la  mayor  capacidad 
circunstancial ,  de  la  mayor  independencia  y  de  la  mayor  educa- 
ción relativas  de  un  pueblo,  Pues  bien;  colocada  en  este  terreno 
la  dificultad  .  se  esclarece  súbitamente.  Los  mismos  que  pondrán 
en  tela  de  juicio  que  un  diploma  académico  sea  garantía  de  capa- 
cidad en  el  individuo ,  se  verán  imposibilitados  de  poner  en  duda 
que  las  clases  facultativas  y  literarias  representan ,  en  globo ,  un 


596  DE   LA    CAPACIDAD   POLÍTICA 

mayor  grado  de  ilustración  y  cultura  que  otras  inferiores.  Del 
mismo  modo,  aunque  se  reconozca  que  ocupando  una  posición 
aventajada  viven  algunas  personas  entregadas  al  regalo  y  á  la 
molicie ,  y  destituidas  casi  de  conocimientos  útiles ,  no  puede  con- 
trovertirse que  la  riqueza,  como  tal,  facilita  considerablemente  la 
educación  y  la  instrucción  de  las  familias ,  poniendo  en  las  manos 
de  los  hombres  medios  positivos  de  obtenerla.  Y  que  esto  no  es  una 
suposición  aventurada  lo  prueba  la  experiencia  del  mundo ;  de  ma 
ñera  que  en  tanto  la  riqueza  se  considera  como  presunción  de  ca- 
pacidad que  los  mismos  radicales  truenan  enérgicamente  contra 
los  poderosos  y  opulentos  en  el  sentido  de  que ,  poseyendo  infini- 
tos medios  de  hacer  bien  y  ocupando  un  nivel  superior  á  las  de- 
más clases,  no  están  á  la  altura  de  sus  deberes. 

Además,  siquiera  sea  cierto  que  la  instrucción  y  la  riqueza  no 
siempre  van  acompañadas  de  independencia  y  dignidad,  ello  es 
que  una  y  otra  favorecen  de  tal  manera  la  independencia  que,  fal- 
tando su  concurso,  esta  última  se  hace  ilusoria.  Asi,  en  vano  el 
hombre  completamente  ineducado  blasona  de  su  independencia 
personal  cuando  en  la  práctica  se  halla  á  la  merced  del  primer  ex- 
plotador que  hace  propósito  de  engañarle.  Y  del  mismo  modo,  el 
ciudadano  que  vegeta  desdichadamente  en  el  seno  de  la  penuria  y 
el  desvalimiento ,  está  necesitado  de  condiciones  verdaderamente 
heroicas  para  defender,  contra  las  asechanzas  de  la  corrupción 
mundana,  la  pureza  de  su  conciencia  política.  Cervantes  dudaba 
en  su  tiempo  de  que  el  pobre  «pudiese  ser  honrado  : »  sin  llegar  á 
tanto,  bien  podemos  nosotros  negar  categóricamente  que  la  falta  de 
recursos  con  que  lucha  casi  siempre  el  proletariado ,  le  permita 
educar  sus  facultades  á  la  altura  de  la  importante  tarea  que  se  le 
encomienda,  y  más  todavía  de  que  el  estado  de  privación  en  que 
vegeta,  le  permita  llenar  dignamente  sus  deberes  políticos. 

Es  seguro  que  el  radicalismo  democrático  de  nuestra  época  ten- 
drá por  inexactas  estas  afirmaciones.  Hace  tiempo  que  se  observa 
señalado  empeño  en  atribuir  á  la  clase  proletaria  un  grado  de  pre- 
paración suficiente  para  tomar  parte  en  las  tareas  de  la  vida  poli- 
tica,  deduciéndola  del  empeño  y  la  tenacidad  con  que  lo  reclama, 
sobre  todo  en  los  grandes  centros  de  población.  Este  argumento, 
sin  embargo,  no  basta  para  convencernos.  La  avidez  con  que  el 
proletariado  reivindica  los  que  llama  sus  derechos  en  esta  parte, 
no  es  cuestión  política;  es  una  m&nifestacion ,  una  faz  de  la  lucha 


EN    LOS   SISTEMAS   REPRESENTATIVOS.  597 

económico-social  que  mantiene  contra  las  clases  privilegiadas.  El 
secreto ,  la  clave  del  fabuloso  medro  y  desarrollo  que  han  obteni- 
do modernamente  las  ideas  democráticas ,  no  pertenece  á  la  políti- 
ca ,  sino  á  la  moral  social.  El  principio  de  igualdad  se  preconiza, 
no  como  resultado  de  una  educación  suficiente,  que  sería  lo  impor- 
tante ,  sino  como  arma  de  combate  y  en  odio  á  los  ricos ;  de  forma 
que,  como  advertía  hace  años  Emilio  OUivier ,  el  auxiliar  más  po- 
sitivo de  la  democracia  en  el  mundo ,  es  un  sentimiento  bastardo, 
la  envidia  (1).  Por  esto  no  es  de  extrañar  que  en  nuestros  dias  en 
que  la  envidia  y  la  malquerencia  se  hallan  exacerbadas  y  como  en 
su  período  álgido ,  el  campo  democrático  dilate  tan  asombrosamen- 
te sus  confines.  ¿Y  cómo  no  había  de  ser  así?  Este  fenómeno  apa- 
rece natural;  y  dejando  aparte  un  grupo  de  hombres  bien  inten- 
cionados ,  encendidos  en  la  antorcha  de  la  caridad,  que  miran  la 
cuestión  política  como  la  realización  social  del  Evangelio,  ello  es 
que  bajo  los  anchos  pliegues  del  pabellón  democrático  se  cobija 
también  una  gran  parte  de  los  que  viven  mal  avenidos  con  el  Có- 
digo penal,  de  los  descreídos,  de  los  petardistas,  de  los  tramposos, 
de  los  que  crían  mala  sangre  contra  todo  orden  de  cosas  bien  or- 
ganizado y  estable;  en  una  palabra,  aquel  conjunto  de  hombres  y 
familias  que  forman  en  los  países  civilizados  lo  que  un  economista 
respetable,  M.  Fregier,  apellidaba  por  pintoresca  manera  clases 
dañosas  (dangereuses)  de  la  sociedad. 

De  cuyas  observaciones  se  desprende,  pues,  que  lo  que  se  señala 
como  un  adelanto  político,  no  es  en  el  fondo  sino  un  peligro  social. 
Importa  poco  que  se  hable  de  la  capacidad  y  de  la  iniciativa  del 
proletario  cuando  sin  esfuerzo  se  trasparenta  el  móvil  perturbador 
á  que  obedece;  que  se  difundan,  por  un  lado,  doctrinas  de  caridad 
y  de  justicia,  acentos  de  reconciliación  y  dulcedumbre,  mientras 
por  otro  se  estimulan  sordamente  trasnochados  odios  entre  el  capi- 
tal y  el  trabajo  y  se  prepara  insidiosamente  la  realización  de  un 
estado  de  cosas  en  que  los  supuestos  señores  de  ayer  habían  de  ser 
los  explotados  del  día  siguiente.  Esta  es— duele  reconocerlo — la 
meta  á  que  se  encaminan  los  esfuerzos  de  muchos  agitadores;  este 
e:  ideal  que  acarician  en  sus  vigilias  y  lucubraciones.  jComo  si  la 
obra  del  progreso  pudiese  cimentarse  sobre  cadáveres  y  hacinadas 
ruinasl  ¡Como  si  los  pueblos  hubieran  de  asentar  el  majestuoso 


(1)    Recientemente  hemos  visto  la  misma  idea  en  im  libro  de  E.  Eenau 


598  DE   LA    CAPACIDAD   POLÍTICA 

edificio  de  su  prosperidad  sobre  despojos  ensangrentados  y  fuese 
posible  enrarecer  y  purificar  la  atmósfera  con  voces  de  venganza 
y  estallidos  de  amarga  desesperación ! 

El  reconocimiento  de  este  peligro  indica  el  puerto  de  salvación 
en  medio  de  la  borrasca  que  corren  los  intereses  sociales. 

Ante  los  siniestros  avances  de  la  idea  socialista  y  comunista, 
ante  el  peligro  que  nos  amenaza,  ante  los  esfuerzos  que  hace  el  error 
para  desvirtuar  la  influencia  del  elemento  moral ,  ante  la  afanosa 
solicitud  que  se  desenvuelve  para  oscurecer  en  las  conciencias  la 
idea  de  Dios,  desterrar  de  la  política  el  espíritu  gerárquico  y  degra- 
dar á  la  mujer,  esa  triple  empresa  de  gigantes  que,  como  ha  obser- 
vado Le  Play ,  absorbe  y  consume  á  tantas  inteligencias  varoniles  de 
nuestro  tiempo,  necesario  es  despertar  del  letargoso  sueño  y  saber 
apercibirse  para  hacer  frente  á  las  tribulaciones  del  porvenir.  Y  el 
primer  paso  debe  ser,  en  nuestro  concepto ,  evitar  que  tan  insen- 
satas aspiraciones  entren  en  el  campo  de  la  vida  política  por  el 
portillo  del  sufragio  universal ;  torcer  la  impetuosa  corriente  igua- 
litaria que  hoy  nos  sojuzga  y  avasalla;  poner  en  más  estricto 
acuerdo  la  política  con  las  exigencias  morales  de  la  sociedad ;  sa- 
crificar un  poco  las  pretensiones  del  individualismo  á  los  intereses 
colectivos  de  la  asociación ;  subordinar  la  razón  política  á  la  razón 
práctica ;  dar  cimiento  y  firmeza  al  principio  de  gobierno  y  á  la 
buena  administración  de  justicia ;  y,  en  resumen ,  declarar  guerra 
implacable,  sin  tregua  ni  descanso ,  á  esa  libertad  vertiginosa  y 
anárquica  que,  como  decia  la  madre  de  los  Gracos ,  pone  satisfac- 
ción y  regocijo  en  los  malos  y  hace  estremecer  á  los  buenos. 

Ésta  es  la  gran  misión  del  poder  público  y  de  los  sistemas  re- 
presentativos en  el  momento  histórico  que  alcanzamos.  Para  obte- 
ner este  grandioso  resultado,  ¿qué  importan  los  pequeños  sacrifi- 
cios? ¿Qué  importan  las  dificultades  inherentes  á  todo  sistema 
misto?  ¿Qué  importa,  por  ejemplo,  que  al  formular  las  bases  y 
las  condiciones  de  la  capacidad  política  en  el  sentido  de  conve- 
niencia social  y  no  individualista ,  la  limitación  de  las  facultades 
humanas,  inherente  también  á  los  hombres  de  gobierno  por  más 
encumbrados  que  se  consideren ,  no  permita  que  todos  los  ciudada- 
nos inteligentes ,  morales  y  bien  intencionados  de  un  país  estén 
comprendidos  en  las  tablas  del  censo,  ni  que  puedan  utilizarse  y 
aprovecharse  con  matemática  exactitud  todas  las  partículas  de 
capacidad  política  que  existen  en  el  seno  de  una  sociedad?  ¿Qué 


EN   LOS   SISTEMAS    REPRESENTATIVOS.  599 

trascendencia  podrá  tener  que  algunos  ignorantes  resulten  inclui- 
dos en  el  censo  si  á  su  lado  figuran  al  mismo  tiempo  y  contrastan 
su  influencia  gran  número  de  personas  investidas  de  la  capacidad 
necesaria  y  otras  justamente  celosas  de  que  los  elementos  de  pro- 
greso sigan  su  marcha  concertada  y  tranquila*?  ¿Qué  importancia 
puede  darse  al  hecho ,  tan  decantado  y  repetido ,  de  que  por  los 
azares  y  caprichos  de  la  suerte  tal  vez  un  editor  oscuro  é  ig*no- 
rante  ejerza  el  derecho  electoral,  mientras  el  literato,  que  abas- 
tece sus  prensas ,  se  ve  privado  de  este  beneficio  por  no  pagar  di- 
rectamente cuota  alguna  de  contribución? — A  la  verdad  que  es- 
tas inclusiones  y  exclusiones  del  antiguo  sistema  tienen  bien  es- 
casa importancia  para  que,  al  efecto  de  impedirlas,  se  sacrifique 
sistemáticamente  la  capaciiad  verdadera  á  la  razón  del  número,  y 
se  dejen  abandonados  é  indefensos  altisimos  intereses  cien  veces 
más  venerandos  que  la  negra  honrilla  de  algún  escritor  ó  el  en- 
vidioso impulso  de  los  que  han  dado  en  la  flor  de  apellidarse  los 
desheredados  de  la  vida  social.  Y  tanto  más,  en  cuanto  el  sufragio 
que  se  llama  ilimitado  tiene  también  su  criterio  de  limitación ,  y 
desde  el  momento  en  que  se  subordina  á  los  requisitos  de  sexo  y 
edad  ofrece  anomalías  idénticas  á  las  que  trataba  de  corregir.  Es 
doloroso ,  ciertamente ,  que  el  literato  ó  el  artista  pueden  resultar 
excluidos  del  censo  en  ocasiones;  pero  no  lo  es  menos  que  en  nom- 
br  del  individualismo  filosófico  se  conceda  al  paleto  más  zafio  é 
ignorante  la  investidura  que  no  tendrían  la  baronesa  de  Staél  ó 
Mme.  Recamier  por  razón  de  su  sexo,  ó  que  se  negarla  á  Pascal, 
Mozart,  Pitt  y  demás  talentos  precocísimos  que  la  historia  regis- 
tra en  sus  anales  si  hubiesen  pretendido  ejercerla  el  dia  antes  de 
llegar  á  la  mayor  edad. 

En  resumen ,  sea  el  que  fuere  el  sistema  electoral  que  se  adopte 
en  los  sistemas  representativos,  descansará  siempre  sobre  una 
ficción ,  porque  la  ley  no  puede  regular  la  capacidad  concreta  de 
cada  individuo :  siendo  asi ,  pues ,  la  cordura  y  el  buen  sentido  po- 
lítico aconsejan  posponer  el  elemento  individual  al  social ,  el  dere- 
cho á  la  función  pública,  el  egoísmo  á  la  utilidad  común. 

Colocado  en  este  terreno  el  hombre  político,  vislumbra  ya  sin  es- 
fuerzo la  manera  como  puede  resolver  el  problema  electoral.  Tra- 
tando de  buscar  la  mayor  inteligencia ,  moralidad  é  independencia 
colectivas  de  un  país,  no  tiene  más  que  fijarse  en  los  hechos  que  su- 
ceden á  su  alrededor.  Si  en  las  clases  literarias  y  facultativas  se  en- 


600  DE    LA    CAPACIDAD    POLÍTICA 

cuentra  realmente  un  nivel  superior  de  ilustración ,  debe  darles 
una  influencia  correlativa  á  la  capacidad  que  representan.  Si  la 
riqueza  expresa  colectivamente  un  grado  mayor  de  cultura  y  faci- 
lita la  independencia ,  tampoco  puede  prescindir  de  este  hecho.  De 
manera  que  aunque  el  sabio  y  el  ignorante ,  el  rico  y  el  pobre  sean 
iguales  ante  la  ley,  y  valgan  lo  mismo  como  hombres ,  teniendo 
en  cuenta  que  aquí  no  se  trata  de  su  identidad  psicológica ,  sino 
de  la  mayor  probabilidad  que  ofrecen  respectivamente  de  llenar 
en  conciencia  una  función  pública ,  lo  más  cuerdo  y  oportuno  es 
abandonar  las  abstracciones  de  la  metafísica  para  buscar  la  capa- 
cidad donde  se  encuentra  de  hecho ,  es  decir,  entre  los  elementos 
más  ilustrados  é  independientes  del  Estado. 

Pero  hasta  aqui  no  hemos  visto  más  que  una  fase  de  las  dos  que 
presenta  el  arduo  problema  de  la  capacidad  politica. 

Dijimos  ya  que ,  observando  la  manera  cómo  los  pueblos  han 
constituido  su  sistema  electoral,  hablamos  notado  que  en  el  asunto 
de  que  hablamos  juega  siempre  una  doble  influencia:  la  cuestión 
de  capacidad  en  si,  y  la  conveniencia  de  que  las  leyes  se  formulen, 
en  cuanto  se  pueda,  como  producto  de  una  necesidad  común  real- 
mente sentida.  De  modo  que  si  el  primer  elemento  es  convergente 
y  tiende  á  restringir ,  el  segundo  es  expansivo  y  propende  á  dila- 
tar y  ampliar  el  número  de  los  electores  en  cuanto  sea  compatible 
con  los  intereses  morales  y  materiales  de  la  sociedad.  Suponiendo 
que  en  la  materia  no  hubiese  más  que  un  interés  exclusivo,  asegu- 
rar la  representación  de  la  capacidad ,  por  eliminación  se  iria  re- 
duciendo el  circulo  de  los  electores  hasta  el  punto  de  encomendar 
esta  tarea  á  la  Academia  de  Ciencias  morales  y  politicas.  Por  re- 
verso, teniendo  en  cuenta  tan  sólo  la  conveniencia  de  que  las  leyes 
nazcan  como  producto  genuino  de  la  opinión,  el  sufragio  habia  de 
ser  más  legitimo  en  cuanto  más  lato  y  extenso.  En  este  estado,  la 
politica  aconseja  un  procedimiento  que  tienda  á  concordar  ambas 
tendencias,  á  sintetizar,  por  decirlo  asi,  el  principio  de  la  capaci- 
dad y  el  sentido  social. 

Y  esta  doctrina,  que  por  una  parte  viene  justificada  con  la  ex- 
periencia de  los  pueblos  que  mejor  han  revelado  el  sentimiento  de 
la  libertad,  y  por  otro  se  explica  ápriori  por  la  variedad  y  com- 
plexidad de  los  elementos  que  la  vida  social  atesora,  tiene  también 
en  su  apoyo  la  autoridad  de  los  grandes  maestros  de  la  politica. 
Entre  ellos  citaremos  al  Conde  Jhon  Russell  en  su  importante  En- 


EN    LOS   SISTEMAS    REPRESENTATIVOS.  601 

sayo  sobre  la  historia  del  Qolierno  y  de  la  Constitución  británi- 
cas .  En  la  introducción  de  esta  obra,  el  ilustre  hombre  de  Estado 
se  ocupa  de  examinar  la  cuestión  electoral ;  y  después  de  impug- 
nar las  teorías  individualistas  que  le  salen  al  paso,  condensa  en 
unas  pocas  bases  los  que,  á  su  juicio,  merecen  el  nombre  de  prin- 
cipios fundamentales  en  este  asunto,  y  son: 

1  .**  Que  el  cuerpo  electoral  signifique  y  exprese  principalmente 
el  término  medio  de  la  inteligencia  común. 

2,**  Que  ofrezca  en  conjunto  garantías  suficientes  de  atender  á 
la  conservación  de  la  propiedad. 

3.°  Que  aunque  no  pueda  responderse  de  su  completa  incor- 
ruptibilidad,  no  aparezca  ante  la  opinión  pública  como  tachado  de 
corrupción;  Y 

4.'  Que  pueda  ser  considerado  como  expresión  de  las  tenden- 
cias generales  de  la  comunidad  por  sus  íntimos  lazos  con  la  opi- 
nión pública  (1). 

¡  Qué  diferencia  entre  el  sentido  práctico ,  el  exquisito  conoci- 
miento de  la  sociedad  en  que  vivimos ,  revelado  por  cada  una  de 
las  proposiciones  que  anteceden,  y  la  vaguedad  con  que  el  espíritu 
filosófico  de  nuestros  individualistas  plantea  y  solventa  la  cuestión ! 
I  Qué  diferencia  entre  la  Nación  Británica  haciendo  del  toque  del 
(jobierno  una  cuestión  de  buen  sentido  y  de  experiencia ,  y  la  de- 
mocracia del  continente,  mensajera  siempre  de  derechos  ilegislahles 
en  teoría,  pero  forjadora  de  cadenas  y  dictaduras  en  la  práctica! 

Antes  de  concluir  este  capítulo  haremos  presente  que,  en  núes 
tra  opinión,  la  teoría  del  censo  ó  del  derecho  limitado  tiene  menos 
prestigio  del  que  merece  por  no  haberse  establecido  nunca  en  un 
terreno  franco  y  despejado  y  admitiendo  sus  consecuencias  natura- 
les y  legítimas.  Si  no  corresponde  á  la  esfera  del  derecho  indivi- 
dual, el  sufragio  representa  un  deber,  un  cargo,  una  función  pú- 
blica, y  en  este  caso  no  se  comprende  cómo  su  ejercicio  es  volun- 
tario y  no  da  lugar  á  la  debida  responsabilidad  por  los  abusos  y 
manejos  de  que  es  susceptible.  Quien  posee  un  derecho,  puede 
ejercerlo  ó  renunciarlo,  ya  que  existe  en  su  favor;  no  se  compren- 
de que  el  hombre  tenga  en  sus  atribuciones  y  caprichos  dejar 
de  practicar  aquellos  actos  que  por  su  capacidad  jor^íí¿?i^¿?  le  están 
conferidos  en  nombre  propio  y  representación  de  los  demás.  Igual- 


(1)    Trad.  francesa  de  Carlos  Beraard,  pág.  38  de  la  Introducción.  1866. 


602  BE   LA   CAPACIDAD    POLÍTICA 

mente,  como  las  costumbres  son  el  gran  auxilio  de  las  leyes ,  no 
seria  de  escasa  utilidad  y  trascendencia  que  los  Gobiernos ,  en  vez 
de  explotar  y  utilizar  habitualmente,  siquiera  con  miras  elevadas, 
la  incapacidad  social,  dieran  el  saludable  ejemplo  de  reprimir  al- 
g-unos  de  los  manejos  á  que  se  prestan  en  manos  de  hombres  poco 
capaces,  y  que  en  ciertos  casos  no  seria  dificil  justificar.  Es  ajena 
de  este  escrito  la  tarea  de  estudiar  en  concreto  el  mecanismo ,  la 
manera  práctica  como  el  sufragio  se  habia  de  hacer  obligatorio  y 
quedar  sujeto  á  responsabilidad.  Para  nuestro  propósito  basta  con 
la  enunciación  de  la  idea,  á  fin  de  que  se  sepa  que,  al  negar  la  ca- 
lidad de  derecho  á  la  emisión  del  voto  en  los  comicios,  no  retroce- 
demos por  ningún  estilo  ante  las  consecuencias  de  nuestra  doctrina. 
Por  ciertas  personas  que  estudian  concienzudamente  los  proble- 
mas de  la  ciencia  social,  se  ha  pensado  en  hacer  del  ejercicio  del 
sufragio  una  cuestión ,  no  individualista ,  sino  corporativa  ó  de 
clases ,  dándoles  en  cierto  modo  una  representación  correlativa  á 
su  influencia  en  la  sociedad.  En  principio  esta  idea  no  se  aparta  de 
los  fundamentos  que  nosotros  aceptamos  en  la  cuestión  electoral  y 
propende ,  de  una  manera  más  directa  todavia ,  á  contrarestar  el 
espíritu  democrático  ó  igualitario.  Prácticamente,  sin  embargo, 
ofrece  dificultades,  y  no  pocas,  hacer  revivir  en  el  terreno  de  la  po- 
lítica un  espíritu  corporativo  que  apenas  se  manifiesta  en  la  so- 
ciedad. Desde  la  caida  de  los  gremios,  la  opinión  tiende  al  arra- 
samiento de  los  desniveles  exteriores  entre  las  colectividades  ó 
granos  sociales  y ,  siquiera  sea  útil  contrarestar  esta  tendencia  ni- 
veladora ,  dudamos  mucho  de  que  esto  pueda  alcanzarse  emplean- 
do medidas  directas  enderezadas  al  renacimiento  de  lo  que  va  de- 
bilitando la  mano  del  tiempo ,  maximus  novatur  tempus.  De  todos 
modos,  repetimos  que  en  el  campo  teórico  no  podemos  rechazar  es- 
ta idea ,  y  que  la  dificultad  para  nosotros  es  meramente  práctica  ó 
de  organización.  Hace  poco  soltamos  una  idea  que  está  necesitada 
de  cierta  explanación  y  desenvolvimiento.  Decíamos ,  como  recor- 
darán nuestros  leyentes ,  que  nosotros  rechazábamos  el  sufragio 
universal  como  la  fórmula  del  derecho  en  la  cuestión  de  capacidad 
política ;  pero  que  en  determinadas  circunstancias  lo  admitiríamos 
como  conveniente.  Y  es  la  verdad.  Cuando  las  condiciones  de  in- 
teligencia y  moralidad  son  tan  generales  en  un  pueblo  que  el  es- 
píritu del  cuerpo  electoral ,  aun  extendiéndose  á  todos  los  varones 
mayores  de  veinte  y  cinco  años ,  no  es  obstáculo  para  que  realice 


EN    LOS    SISTEMAS    REPRESENTATIVOS.  603 

la  diversidad  de  los  fines  que  tan  perspicuamente  le  atribuye  el 
ilustre  repúblico  inglés  antes  citado ;  cuando  el  lieclio  corresponde 
al  derecho  j  el  medio  al  Jln ,  lejos  de  estimar  peligroso  que  todos 
los  ciudadanos  concurran  á  las  funciones  de  la  vida  pública ,  tal 
medida  realiza ,  en  nuestra  opinión,  el  ideal  de  los  sistemas  repre- 
sentativos. ¿  Qué  más  puede  desearse  que  ver  establecida  en  una 
sociedad  la  capacidad  de  derecho  de  todos  los  ciudadanos  como  sim- 
ple expresión  de  la  capacidad  de  hecho  ó  efectivo  ? 

Entre  tanto ,  sin  embargo ,  lo  condenamos  con  todas  nuestras 
fuerzas  aplicado  á  pueblos  incultos  combatidos  por  el  espíritu  de 
exajeracion  y  donde  las  fuerzas  de  la  generalidad  de  los  hombres 
son  más  activas  desgraciadamente  para  el  mal  que  para  el  bien. 
Y  nuestra  convicción  sobre  este  punto  es  tan  inveterada ,  que  en  el 
sufragio  universal  es  donde  creemos  ver  hace  tiempo  el  más  grave 
peligro  de  la  sociedad  moderna. 

Sea  esto  dicho  en  el  terreno  de  las  doctrinas  y  sin  menoscabo  de 
la  obediencia  y  rendido  acatamiento  que ,  como  españoles ,  presta- 
remos siempre  á  la  ('onstitucion  del  Estado. 

{Se  continuarán^ 

JosE  Leopoldo  Feu. 

Barcelona,  Abril,  1870. 


RUINAS  DEL  CASTILLO  DE  TÍJDELA. 


Los  recuerdos  que,  perdidos  entre  las  edades  remotas,  vienen  de 
vez  en  cuando  á  herir  nuestra  imaginación  con  la  viveza  que  hie- 
ren á  la  mente  de  un  anciano  las  conmovedoras  escenas  que  en  su 
infancia  presenciara,  cúbrense  de  un  velo  sombrio  para  el  filósofo, 
y  de  color  de  rosa  para  el  poeta.  Delante  de  unas  ruinas,  el  hom- 
bre pensador  habrá  de  hacer  historia;  el  hijo  de  las  Musas  pedirá 
á  su  laúd  armonía.  Meditará  el  uno  bajo  el  peso  de  abrumadoras 
ideas  al  comparar  la  nada  de  la  humanidad  con  lo  infinito  del  tiem- 
po, y  elevará  el  otro  un  canto  plañidero  que  consuele  á  la  pena  de 
su  alma,  pues  el  poeta  goza  aun  gimiendo. 

Todo  lo  que  es  muy  antiguo  nos  inspira  algo  de  ese  respeto  pe- 
culiar á  lo  misterioso.  El  hombre  no  sueña  solamente  con  el  por- 
venir; sueña  también  con  el  pasado.  Lo  primero  es  tan  natural  co- 
mo el  revestir  de  las  imágenes  halagüeñas  de  la  esperanza  las  si- 
niestras huellas  que  deja  la  desgracia  en  el  campo  de  nuestra  exis- 
tencia. Lo  segundo  es  el  signo  más  característico  de  la  edad  cadu- 
ca; carácter  que  ya  hacía  notar  Horacio  respecto  á  su  época,  y  que, 
al  sobrevivir  al  mundo  romano  y  á  las  inmensas  vicisitudes  de  la 
Edad  Media,  infiltrándose  de  igual  modo  en  todas  las  generaciones 
modernas,  puede  formularse  en  estos  términos:  «Lo  anterior  es  me- 
jor que  lo  posterior.»  Absurdo  que  sólo  se  concibe  soñando;  y  tan 
irrealizables  son  los  sueños  de  los  viejos  como  los  de  los  niños. 

Cuando  nos  detenemos  á  considerar  el  aspecto  de  unas  ruinas 
tan  imponentes  como  las  que  forman  el  objeto  del  artículo  presen- 
te, podrá  ocurrirsenos  admirar  la  férrea  virilidad  del  siglo  que  las 
diera  el  ser,  el  que  levantara  al  coloso  sobre  sus  hombros  de  gra- 


RUINA.S   DEL   CASTILLO    DE   TUDELA.  605 

nito,  el  que  hiciera  erguirse  su  frente  entre  el  fragor  de  las  tem- 
pestades, armando  á  su  brazo  formidable  con  el  rayo  de  las  bata- 
llas; pero  de  ningún  modo  habremos  de  empequeñecer  á  los  siglos, 
de  aquel  sucesores,  no  más  que  porque  presenciaron  impasibles  el 
derrumbamiento  de  tal  gigante,  abandonando  su  carcomido  esque- 
leto á  los  siniestros  buhos. 


I. 

Descúbrense  las  ruinas  del  castillo  de  Tudela  en  el  concejo  de 
este  nombre,  á  dos  leguas  de  la  capital  de  Asturias,  sobre  el  monte 
llamado  Pico  de  Lanza.  A  las  faldas  de  este  monte  existia,  durante 
la  dominación  romana ,  la  ciudad  de  Lancia ,  cuja  posesión  fué 
considerada  por  los  dominadores  del  mundo  de  tal  importancia, 
que  en  tiempo  de  Augusto  edificaron  para  su  defensa  la  fortaleza 
de  Tutela,  nombre  que  en  la  Edad  Media  sufrió  la  ligera  adultera- 
ción con  que  hoy  se  le  conoce ,  ya  coa  objeto  de  contener  las  fre- 
cuentes sublevaciones  de  los  indomables  montañeses,  ya  de  preca- 
verse contra  los  amagos  de  las  tribus  bárbaras. 

Hasta  la  invasión  de  los  Sarracenos  fué  el  castillo  para  el  país 
lo  que  un  altivo  señor  para  sus  esclavos ,  por  más  que  no  siempre 
sufriesen  con  resignación  los  Astúres  el  abuso  constante  de  su  po- 
der. Pero  desde  la  época  citada  los  esclavos  hallaron,  entre  los  bra- 
zos fortisimos  del  señor,  seguro  asilo,  humanitario  albergue  contra 
el  terrible  conquistador.  La  antigua  raza  sojuzgadora  se  confundió 
y  hermanó  con  la  vencida ,  por  arrojar  de  su  suelo  á  los  hijos  del 
desierto. 

Lo  mismo  que  sus  leones,  embistieron  contra  Lancia  y  su  casti- 
llo. La  ciudad  fué  arrasada,  pero  el  coloso  se  irguió  sobre  sus  hu- 
meantes escombros,  merced  al  heroísmo  de  los  companeros  de  don 
Pelayo,  cuyos  esfuerzos  eran  multiplicados  hasta  un  límite  fabu- 
loso por  el  aliento  de  la  fe  y  por  el  valor  de  la  constancia.  La 
epopeya  de  Covadonga  no  se  iniciaba  con  menos  grandiosidad  en 
el  lugar  más  célebre  que  nuestra  historia  señala ,  que  bajo  los 
derruidos  cuanto  olvidados  muros  de  Tudela. 

Vanamente  estrechaban  el  sitio  los  Árabes,  puesto  que,  obliga- 
dos de  continuo  á  distraer  lo  más  florido  de  sus  ejércitos  contra 
las  furiosas  arremetidas  que  suírian,  ya  de  un  lado,  ya  de  otro, 


606  RUINAS 

por  aquellos  incansables  guerrilleros ,  que  caian  sobre  ellos  como 
avalanchas  desde  lo  alto  de  sus  montañas,  y  cuyo  rápido  acrecen- 
tamiento amenazaba  convertir  un  dia  en  sitiados  á  los  sitiadores; 
cada  vez  que  intentaban  el  asalto,  experimentaban ,  con  nuevas  é 
irreparables  pérdidas ,  la  imposibilidad  de  la  rendición  de  los  fir- 
mísimos baluartes. 

El  mismo  Tarik,  el  invencible ,  el  mimado  por  la  victoria ,  aquel 
guerrero,  cuya  sangrienta  huella  no  se  ha  borrado  todavía  de  las 
márgenes  del  Guadalete,  hubo  de  humillar  su  frente  orgullosa 
ante  el  gigante  de  Tudela,  que  le  vio  volver  grupa  desesperado  y 
desaparecer  con  rumbo  á  León  en  medio  de  sus  huestes.  Y  aquella 
retirada,  aunque  sin  desorden,  era  la  primera  derrota  de  Tarik. 

Desde  entonces  libró  el  castillo  de  Tudela  á  la  parte  principal 
de  Asturias  de  las  incursiones  agarenas.  Pasaron  muchos  anos: 
alejóse  la  guerra  de  las  fronteras  de  la  provincia,  y  los  inexpugna- 
bles muros  quedaron  á  solas  con  el  respeto  venerable  que  á  las 
gentes  del  pais  infundian.  Mas  no  por  ello  quedó  su  importancia 
anulada,  y  del  dominio  del  Concejo  pasó  á  la  propiedad  Real ,  sin 
que  las  crónicas  que  hablan  del  caso  determinen  la  época  en  que 
sucedió,  mencionando  únicamente,  que  el  año  de  1222  fué  conferido 
el  título  de  Gobernador  al  Jefe  de  la  guarnición  de  la  fortaleza. 


n. 

Queda  reseñada  la  primera  parte  de  la  historia  del  castillo ;  y 
antes  de  principiar  la  segunda,  que,  si  no  tan  gloriosa,  ofrece  en 
su  grande  interés  mayor  variación  y  certidumbre  indudable  ,  no 
habrá  de  conceptuarse  inoportuno  el  dirigir  una  rápida  ojeada  al 
estado  social  de  Asturias,  durante  casi  toda  la  Edad  Media. 

De  entre  las  nuevas  generaciones  que  surgieron  simultánea- 
mente con  la  dominación  de  los  Sarracenos,  surgió  asimismo,  mu- 
cho más  desigual  que  nunca ,  la  servidumbre  de  los  débiles  bajo 
los  fuertes ;  advirtiendo  que  los  señores  asturianos,  aquellos  nobles 
improvisados  que  arrancaran  con  las  lanzas  su  ejecutoria  de  los 
broqueles  de  sus  contrarios :  aquellos  rudos  soldados  que  debían  la 
obediencia  y  acatamiento  de  sus  compañeros  á  un  valor  más 
terrible  que  el  suyo ,  á  una  impiedad  más  feroz  con  el  vencido, 
daban  á  la  referida  servidumbre  un  carácter  tan  cruel  é  irritante 


DEL  CASTILLO    DE    TUDELA.  607 

como  era  humana  y  llevadera  la  impuesta  por  los  conquistadores. 

Llevaba  entonces  el  Asia  en  cultura  alg-unos  siglos  de  ventaja  á 
la  Europa,  y  por  la  ley  eterna  é  inmutable  del  progreso,  así  como 
los  Romanos  hablan  tenido  por  bárbaros  á  los  Españoles  y  á  los 
Godos,  así  también,  junto  á  la  civilización  de  los  hijos  de  la  Ara- 
bia, bárbaras  hablan  de  ser  las  costumbres  de  los  descendientes  de 
Romanos.  Porque  los  restos  de  la  dominación  del  gran  imperio  en 
la  península  ibérica ,  al  perder  su  nacionalidad  confundiéndose  con 
los  naturales,  no  hallaron  mejor  medio  de  borrar  sus  huellas  de 
oprobio,  que  bajarse  hasta  el  tosco  nivel  de  su  primitiva  rudeza. 

Los  jefes  animosos  que  entre  los  Cántabros  y  Astures  eligiera 
D.  Pelayo  para  dar  principio  á  la  reconquista,  tardaron  muy  poco 
en  ser  sustituidos  por  los  señores  de  horca  y  cuchillo ,  quienes  no 
tanto  se  cuidaron  de  llevar  sus  mesnadas  á  la  frontera,  como  de 
alimentar  sus  mutuas  rivalidades  en  sangrientas  peleas ,  con  gran 
desolación  del  país  é  irremediables  detrimentos  de  sus  moradores. 

Pasado  el  peligro  común ,  rechazados  los  Agarenos  á  las  llanu- 
ras de  Castilla  y  á  los  valles  de  Andalucía ,  natural  hubiera  sido 
que  la  fraternidad  más  humanitaria  volviera  á  aposentarse  en  los 
libres  hogares,  bajo  las  bóvedas  de  aquellos  magníficos  bosques, 
en  medio  de  aquella  naturaleza  cuya  exuberancia  y  prodigalidad 
convidan  á  la  unión  y  á  la  concordia 

Y  asi  sucedía,  en  efecto,  dentro  de  las  cabanas,  pero  no  en  las 
moradas  señoriales,  tan  numerosas  como  inexpugnables  á  la  sazón, 
en  el  reino  asturiano.  Cada  castillo  era  un  nido  de  buitres,  cuya 
voracidad  insaciable  nunca  dejaba  de  encontrar  alimento,  ya  entre 
los  siervos  miserables,  ya  entre  sus  rivales  altaneros. 

El  de  Tudela,  no  tanto  por  lo  ventajosísimo  de  su  posición, 
cuanto  por  la  férrea  estructura  de  sus  almenadas  torres,  que  con 
decir  que  eran  de  construcción  romana  no  habrá  necesidad  de 
añadir  nuevas  palabras  á  las  de  su  mayor  encarecimiento ,  habría 
necesariamente  de  ocasionar  desgracias  más  considerables.  Así, 
al  menos ,  lo  consignan  antiguos  cronicones ,  en  los  que ,  sin  duda 
por  hallarse  escritos  por  monges  asturianos ,  se  ha  querido  evitar 
la  vergüenza  é  indignación  que  había  de  arrojar  la  posteridad  so- 
bre la  memoria  de  aquellos  inhumanos  señores,  omitiendo  sus 
nombres,  ó  dejándolos  completamente  sepultados  bajo  el  polvo  de 
sus  archivos. 

Nada  hay  tan  sombrío  y  horrible  como  algunas  narraciones 


^08  RÜIN.VS 

histórico-fantásticas  que  aun  hoy  dia  puede  escuchar  el  viajero 
de  los  labios  de  los  campesiaos  tudelanos ,  con  referencia  á  los  ca- 
labozos y  subterráneos  del  castillo  en  los  primeros  tiempos  de  do- 
minación de  los  señores  de  pendón  y  caldera. 

En  dichas  narraciones  abundan  sobremanera  las  heroicidades 
de  bandoleros  convertidos  en  libertadores  del  pueblo ,  las  violado 
nes  de  doncellas,  espantosamente  vengadas  por  manos  misterio- 
sas ,  los  combates  de  los  desalmados  caballeros  con  vestiglos  y 
dragones  guiados  hasta  las  profundidades  subterráneas  donde  el 
fruto  de  sus  rapiñas  encerraban ,  por  medio  de  columnas  de  fuego 
que  súbitamente  aparecían  en  los  espacios,  ó  por  flamígeras  an- 
torchas que  negros  demonios  llevaban  con  giro  vertiginoso. 

No  faltan  tampoco  rasgos  de  extremada  hidalguía  por  parte  de 
alguno  de  los  señores,  ni  hazañas  tan  maravillosas  como  las  de 
los  caballeros  de  la  Tabla  Redonda.  Ni  se  echa ,  á  las  veces ,  de 
menos,  el  nunca  bien  ponderado  enano  del  cuerno  de  la  abun- 
dancia ,  ni  la  poética  dama  blanca  de  las  leyendas  alemanas :  eu 
lo  cual  claramente  se  desmiente  á  los  que  niegan  á  nuestras  pro- 
vincias del  Norte  su  analogía  con  las  razas  eslavas.  Cierto  que  la 
dama  blanca  es  el  alma  de  todas  las  leyendas  principales  de  la 
Alemania,  y  que  en  las  de  Asturias  sólo  de  vez  eu  cuando  aparece 
como  un  elemento  secundario ;  pero  esto  procede  de  la  grande  al- 
teración que  sufrieron  aquellas  razas  entre  nosotros ,  desde  siglos 
remotos,  por  repetidisimas  invasiones,  que  naturalmente  hablan  de 
impelerlas  hacia  su  centro  primitivo ,  los  bosques  de  la  Germanía . 
Tan  densa  como  fué  la  oscuridad  de  la  historia  durante  los  pri- 
meros siglos  de  la  Edad  Media ,  tan  radiante  apareció  el  brillo  de 
las  tradiciones  romancescas ,  de  las  leyendas  milagrosas ,  de  los 
cuentos  cuyas  fantásticas  proporciones  dejaban  atrás  á  los  de  las 
«Mil  y  una  noches.» 

No  habiendo  quien  contase  ó  quien  escribiese  los  rasgos  de  la 
Gloria  y  del  Amor  con  la  sencillez  de  la  verdad ,  necesariamente 
hablan  de  apoderarse  de  su  campo  las  acaloradas  imaginaciones  por 
el  abundantísimo  alimento  que  donde  quiera  encontraban ,  y  que 
ofrecía  á  su  atrevimiento  la  credulidad  sin  límites  de  la  ignorancia. 
No  resiste  el  autor  de  este  artículo  al  deseo  de  trascribir  aquí 
una  de  las  tradiciones  á  que  se  refiere,  aunque  promete  hacerlo  de 
la  manera  más  concisa,  siquiera  como  muestra  de  las  creencias 
populares  de  Asturias,  respecto  4  uno  de  sus  monumentos  famosos. 


DEL  CASTILLO   DE    TUDELA.  609 

III. 

Arruinado  hoy  completamente  el  castillo  de  Tudela,  y  sin  haber 
encontrado  en  las  crónicas ,  detalles  suficientemente  descriptivos 
para  que  en  presencia  del  resto  aislado  de  un  torreón,  el  único  que 
no  ha  concluido  de  desmoronarse ,  y  de  los  cimientos  que  se  des- 
cubren, y  llegan  á  once  pies  de  espesor ,  pueda  suplirse  con  pro- 
babilidad de  certeza,  al  descuido  ó  negligencia  de  los  cronistas,  y 
á  la  saña  implacable  de  los  tiempos ,  habrá  que  prescindir  de  tan 
importante  circunstancia,  respecto  al  interés  de  la  relación. 

Era,  según  el  cómputo  popular,  á  principios  del  reinado  de  Al- 
fonso VI,  cuando  dominaba  en  el  castillo  uno  de  esGS  señores  cuya 
generosidad  y  valor  constantemente  ofrecian  motivos  de  alabanza 
á  la  consideración  de  sus  vasallos ;  quienes  en  prueba  de  ella,  ana- 
dian los  dictados  de  «muy  noble  y  dadivoso  »  á  su  nombre  de  Don 
Albar  Tellez. 

Tenia  este  caballero  una  hija  hermosa  como  la  primavera  de  los 
valles  del  Nora,  y  pura  como  el  cristal  de  la  fuente  de  Guan- 
ga (1),  la  de  virtudes  maravillosas.  Ningún  mancebo  podia  enva- 
necerse de  haber  atraído  una  mirada  de  sus  ojos  de  color  de  cielo, 
por  apuesto  y  gentil  que  le  encontraran  las  demás  doncellas  del 
país. 

Llamábase  Hermesinda,  y  en  prueba  de  cariño,  su  padre  la  habia 
ofrecido  casarla  con  el  hombre  que  fuera  de  su  gusto,  en  la  segu- 
ridad de  que  no  habia  de  entregar  su  mano  sino  al  más  digno  de 
poseerla,  y  nunca  á  individuo  alguno  de  otra  religión  que  la  cris- 
tiana . 

Tiernamente  la  repetía  su  oferta  al  declinar  de  una  tarde  de 
otoño,  hallándose  una  y  otro  disfrutando  de  apacible  temperatura, 
asomados  al  balcón  principal  del  torreón  de  oriente  del  castillo, 
cuando  apareció  de  improviso  un  ginete  árabe  á  la  entrada  del 
puente  levadizo.  Venia  cubierto  de  polvo  y  jadeante ,  perseguido 
por  una  turba  inmensa  de  hombres,  mujeres  y  muchachos,  que  le 
arrojaban  piedras  y  ballestas. 


(1)  Existe  en  lo  alto  de  una  montaña,  casi  á  las  márgenes  del  Nalon,  y 
dominando  á  la  villa  de  Právia.  Según  los  campesinos,  toda  doncella  que  lava 
el  rostro  en  sus  aguas,  lava  también  sus  malos  pensamientos. 

TOMO  XV.  39 


610  RUINAS 

Insuficiente  á  resguardarle  contra  su  innumerable  multitud  el 
ancho  escudo,  pugnó  por  revolver  su  cabalgadura  sobre  la  mu- 
chedumbre, al  encontrarse  con  el  puente,  aguijoneándole  san- 
grientamente, ya  con  los  acicates ,  ya  con  la  punta  de  su  cimitarra, 
que  blandia  con  el  desembarazo  propio  de  un  caballero. 

Y  el  noble  animal ,  herido  y  maltratado,  revolvió  á  tiempo  que 
D.  Albar  con  enérgicas  voces ,  y  Hermesinda  agitando  su  blanco 
pañizuelo,  pudieron  contenerá  los  perseguidores,  quienes  inconti- 
nenti se  dispersaron,  haciendo  acatamiento  á  su  señor,  no  sin  que 
alguno  protestase  asegurando  que  habian  querido  matar  ignomi- 
niosamente á  aquel  perro  musulmán ,  por  traidor  y  por  villano, 
más  que  por  enemigo  de  su  fe  y  de  su  patria. 

Y  hubo  todavia  quien  se  atrevió  á  suplicar  á  D  Albar  que  les 
permitiese  dar  cumplimiento  á  su  homicida  proyecto,  jurando  y 
perjurando  que  habia  de  ser  un  acto  de  justicia  divina  y  humana. 

Pero  el  castellano  de  Tudela ,  atento  únicamente  á  sus  senti- 
mientos de  caballerosidad,  y  sin  otra  guia  que  un  generoso  im- 
pulso hacia  un  enemigo  solo  y  perseguido ,  y  perseguido  por  vi- 
llanos ,  mostrando  ser  un  caballero,  un  hombre  de  su  altiva  clase, 
aunque  de  pueblo  distinto,  mandó  que  en  el  acto  fuese  alzado  el 
rastrillo  del  puente,  y  á  los  pocos  momentos  el  Árabe  descabalgaba 
briosamente  dentro  del  patio  del  castillo,  entre  numerosos  pajes, 
escuderos  y  palaf raneros ,  que  el  honor  de  servirle  aparentaban 
disputarse,  puesto  que  su  voluntad  repugnaba  lo  que  el  mandato 
de  su  señor  debia  hacer  agradable. 

Hermesinda  vio  á  aquel  hombre ,  y  su  rostro  de  azucena  colo- 
reóse como  una  aurora  de  Mayo.  ¿De  dónde  procedía  aquel  dulce 
fuego  ?  Sólo  podria  ella  habérselo  preguntado  á  su  corazón ,  único 
responsable,  á  juzgar  por  su  temblor  y  repentino  azoramiento. 

Hacer  aqui  un  retrato  del  Árabe  caballero,  seria  casi  poner  en 
duda  el  exquisito  gusto  de  la  delicada  doncella ,  y  por  más  que 
haya  de  defraudar  las  esperanzas  de  alguna  curiosísima  lectora, 
me  limitaré  á  decir  que  era  todo  lo  perfecto  que  puede  suponerse, 
el  tipo  varonil  más  acabado  de  la  raza  árabe  pura ;  un  moreno  de 
ojos  negros  y  ardientisimos ,  frente  prominente ,  nariz  aguileña, 
barba  sedosa ,  cabeza  arrogantísima ,  sobre  un  cuerpo  no  menos 
arrogante. 

Don  Albar  recibió  á  su  huésped  á  la  entrada  del  salón  destinado 
á  los  festines  y  otras  solemnidades ,  haciéndole  alzar  del  suelo, 


DEL  CASTILLO   DE    TUDELA.  611 

donde  había  hincado  una  rodilla,  obstinándose  en  besarle  la  mano 
con  vivas  muestras  de  gratitud. 

Aben-Zobey, — que  este  dijo  era  su  nombre, — dando  á  entender 
que  no  desconocía  completamente  el  lenguaje  castellano,  lo  cual 
no  ha  de  causar  extrañeza  á  quien  tenga  presente  la  afición  de  los 
Árabes  al  cultivo  de  los  idiomas  y  el  contacto  en  que  se  hallaban 
con  nuestro  pueblo;  refirió  que,  á  consecuencia  de  un  disgusto  gra- 
ve que  habia  tenido  con  su  Rey  Almemun  (1),  se  alejara  de  Toledo 
en  busca  de  Alfonso  VI,  con  ánimo  de  pasar  en  su  corte  el  tiempo 
necesario  á  que  este  huésped  y  amigo  de  su  monarca  hubiese  de 
conseguir  volverle  á  su  gracia. 

Añadió  que  el  Rey  de  Castilla,  aunque  le  recibiera  con  atención 
y  consideraciones,  le  habia  manifestado  que  no  creia  prudente  su 
permanencia  en  medio  de  su  Corte,  dándole  al  propio  tiempo  guar- 
dias suficientes  á  acompañarle  á  otro  punto  de  su  reino  que  designara, 
lo  cual  habia  llevado  á  cabo,  acordándose  de  la  buena  fama  de  Don 
Albar  Tellez,  para  suplicarle  la  hospitalidad  que  acababa  de  obtener. 

Preguntándole  D.  Albar  la  causa  de  haber  llegado  sin  la  escolta 
y  en  la  deplorable  situación  de  que  le  librara,  contestó  que  habia 
despedido  á  los  guardias  á  su  llegada  al  Concejo  de  Tudela,  porque 
se  habia  considerado  más  seguro  bajo  la  salvaguardia  del  nombre 
de  su  señor. 

Mordióse  los  labios  el  Castellano,  y  observó  que  la  ignorancia 
de  los  villanos  tan  sólo  pudiera  ocasionar  el  conflicto,  asegurándole 
castigaría  á  los  culpables,  y  acompañándole  en  seguida  á  la  bien 
exornada  habitación  que  le  destinara. 

Al  saludar  á  Hermesinda,  lanzó  sobre  ella  Aben-Zobey  una  mi- 
rada como  un  relámpago,  y,  al  contestarle  con  otra  la  hermosa 
doncella,  confundiéndose  las  dos  miradas,  se  convirtieron  en  un 
rayo,  rayo  de  amor  que  D.  Albar  no  vio  brillar. 

A  la  mañana  siguiente,  muy  temprano,  invitó  á  su  huésped  á 
acompañarle  á  la  caza  del  jabalí,  y  el  huésped  aceptó  de  muy  buen 
grado,  ocultando  su  inmensa  satisfacción  al  saber  que  la  cristiana 
beldad,  de  quien  ardientemente  se  enamorara,  habia  de  ser  de  la 
partida. 

Púsose  en  movimiento  todo  el  castillo,  y  á  poco  salía  de  sus 
puertas  una  lucida  cabalgata,  seguida  de  innumerables  monteros 


(1)    Alnienon  le  llaman  otros. 


612  RUINAS 

y  de  una  jauría  considerable,  internándose  en  los  bosques  seculares 
situados  á  un  tiro  de  ballesta  de  la  parte  occidental  del  castillo. 

Hermesinda,  sobre  una  hacanea  blanca  como  el  armiño,  cabal- 
gaba entre  su  padre  y  Aben-Zobey,  que  gallardamente  dominaba 
un  potro  negro  como  el  abismo,  y  cuya  ancha  nariz  parecia  aspirar 
el  fuego  del  África. 

Aben-Zobey  ahogaba  sussuspiros;  Hermesinda  velaba  sus  miradas. 

La  caza  principió.  El  eco  sonoro  de  la  trompa  retumbó  de  valle 
en  valle  y  de  montaña  en  montaña,  asustando  á  los  tímidos  cor- 
zos y  haciendo  salir  con  furia  de  sus  guaridas  á  los  fieros  jabalíes. 

En  la  distribución  de  puestos  habia  correspondido  uno  de  los 
más  peligrosos  al  Castellano,  su  hija  y  Aben-Zobey,  solos.  Pasó, 
no  obstante ,  algún  tiempo,  sin  que  indicios  descubriesen  de  que 
habia  de  cumplirse  su  deseo.  Únicamente  les  entretuvo  una  corza 
que  mató  el  Árabe  con  su  jabalina,  con  una  destreza  que  asombró 
á  sus  compañeros  ,  cortándola  en  seguida  la  cabeza  y  presentán- 
dosela galantemente  á  Hermesinda  ,  quien  la  aceptó  con  un  rubor 
que  hizo  la  ventura  del  diestro  cazador. 

Impaciente  D.  Albar  salió  á  recorrer  los  demás  puestos,  con  ob- 
jeto de  enterarse  de  las  dificultades  que  se  oponían  á  la  continua- 
ción de  la  caza  con  el  éxito  que  esperaba ,  y  dejando  en  tanto  á  su 
hija  encomendada  á  la  guarda  de  su  huésped. 

Este  era  el  momento  anhelado  por  Aben-Zobey  para  arrojarse 
á  los  pies  de  la  doncella,  y  jurarla  un  amor  eterno  y  delicioso 
como  el  paraíso  de  las  huríes,  á  ella ,  la  reina  de  la  hermosura,  la 
sultana  de  sus  sueños  ,  la  virgen  de  ojos  de  cielo  y  mejillas  de 
azucena,  la  que  Alá  habia  enviado  al  mundo  para  hacer  la  felici- 
dad de  su  siervo  Aben-Zobey,  el  vasallo  poderoso,  casi  tan  pode- 
roso como  el  rey  Almemun,  que  le  temía  y  envidiaba,  y  por  eso  le 
habia  obligado  á  abandonar  su  corte  ,  donde  él  poseía  alcázares  y 
jardines  maravillosos  que  ofrecerla ,  esclavos  para  servirla ,  y  va- 
lientes guerreros  para  custodiarla. 

Prolijo  fuera  expresar  cómo  acrecentaría  las  proporciones  de 
esas  magnificencias  la  ardiente  imaginación  y  el  amoroso  entu- 
síasaio  del  Árabe. 

Hermesinda  temblaba  enagenada  por  la  ilusión  al  escucharle,  y 
al  rogarle  que  no  continuase  de  hinojos  ni  hablase  á  su  corazón 
con  aquella  mágica  elocuencia ,  no  tuvo  valor  para  libertar  á  su 
mano  de  nieve  de  los  besos  febriles  de  sus  labios  de  fuego. 


DEL  CASTILLO   DE    TULELA.  613 

Aben-Zobey  la  propuso  la  huida;  Hermesinda  contestó  que  tal 
propósito  era  de  imposible  cumplimiento,  y  que  desgarraba  su 
filial  corazón.  Volvió  á  arrojarse  éi  á  sus  plantas,  y  volvió  ella  á 
decirle  con  lágrimas  en  los  ojos  que  si  queria  hacerla  feliz  bastaba 
con  que  se  convirtiese  á  su  relig-ion ;  porque  entonces  su  padre  con- 
sentiria,  puesto  que  la  habia  ofrecido  casarla  con  el  hombre  á  quien 
quisiera,  y  no  habia  de  dar  su  mano  á  quien  al  adorarla  á  ella  no 
adorase  igualmente  á  su  Dios,  el  Dios  verdadero. 

Iba  el  enamorado  musulmán  á  prometer  y  á  jurar  el  cumpli- 
miento de  cuanto  ella  quisiera,  á  tiempo  que  hendieron  los  aires, 
partiendo  de  lo  más  espeso  del  bosque,  gritos  de  espanto  y  de 
dolor,  que  debian  anunciar  alguna  terrible  desgracia. 

Impulsados  por  el  mismo  sentimiento,  Hermesinda  y  Aben-Zobey 
se  lanzaron  al  lugar  del  peligro.  Cruel  y  horrible  espectáculo  hi- 
rió sus  ojos.  Ante  ellos  yacian  dos  moribundos;  un  hombre  y  una 
fiera:  el  hombre  era  D.  Albar  Tellez ;  la  fiera  un  oso  gigantesco, 
que  aún ,  cubierto  de  heridas  y  de  sangre ,  afianzaba  una  de  sus 
garras  poderosas  sobre  el  pecho  desgarrado  del  caballero. 

Hermesinda  cayó  como  herida  de  un  rayo  sobre  el  cuerpo  de  su 
padre ,  y  Aben-Zobey ,  después  de  rematar  al  feroz  animal ,  hubo 
de  llevarla  en  sus  brazos  á  la  orilla  de  un  arroyo  inmediato,  yerta 
como  un  cadáver ,  y  manchado  de  negra  sangre  el  blanco  cendal 
que  su  seno  velaba. 

A  este  tiempo  llegaron  presurosos  varios  monteros ,  y  descubrie- 
ron igualmente ,  y  levantaron  de  entre  unos  matorrales  vecinos,  el 
cadáver  de  otro  companero ,  horrorosamente  despedazado  por  la 
fiera,  y  por  cuya  salvación  intentada  y  acia  su  señor  moribundo. 

El  duelo  de  aquellos  hombres,  tan  rudos  como  fieles,  fué  imponen- 
te ,  conmovedor ,  sombrío  y  mudo  en  unos ,  ruidoso  y  exaltado  en 
otros.  Estos  hicieron  trizas  en  un  momento,  en  su  impotente  rabia,  el 
cuerpo  enorme  del  oso ;  aquellos  hicieron  pedazos  el  tosco  lienzo  de 
sus  camisas  para  contener  el  rio  de  sangre  que  manaba  de  las  heridas 
de  D.  Albar,  y  para  retener  por  breves  instantes  su  postrer  aliento. 

Uno  de  ellos  ayudó  á  Aben-Zobey  á  volver  en  si  á  Hermesinda, 
por  medio  del  agua  del  arroyo. 


Y  pasaron  algunos  meses;  y  el  Árabe  continuaba  en  el  castillo 
de  Tudela,  prodigando  á  la  huérfana  dolorida  los  consuelos  de  su 
amoroso  sentimiento ,  con  asombro  y  escándalo  de  los  vasallos  de 


614  RUINAS 

D.  Albar,  á  quien  habían  dado  sepultura  al  dia  siguiente  de  la 
catástrofe,  en  la  capilla  de  su  mansión. 

Y  acrecentóse  la  indignación  de  aquellos  leales ,  cuando  vieron 
á  Hermesiuda  trocar  su  brial  enlutado  por  las  alegres  galas  del 
himeneo;  cuando  contemplaron  á  aquella  hija  del  más  cabal  cris- 
tiano, dispuesta  á  entregar,  con  su  mano,  las  primicias  de  su  vir- 
tud y  de  su  hermosura,  á  quien  ostentaba,  sobre  el  turbante  abor- 
recido, la  aún  más  aborrecida  Media  Luna. 

Aben-Zobey  habia  seducido  á  Hermesinda  hasta  el  punto  de 
reducirla  al  lazo  conyugal,  sin  que  él  hubiese  sido  bautizado,  aun- 
que con  la  promesa  de  verificarlo  al  propio  tiempo  ó  inmediata- 
mente después  de  las  bodas. 

Menos  crédulos  los  Tudelanos  que  su  confiada  señora ,  dispusie- 
ron una  venganza  terrible  para  la  misma  noche  de  la  fiesta  nup- 
cial, secundados  por  la  mayor  parte  de  la  guarnición  del  castillo, 
pues  sólo  á  unos  cuantos  demasiado  codiciosos  y  un  si  es  no  es  desal- 
mados, hablan  conseguido  atraerse  las  dádivas  y  astucia  del  Árabe. 

A  altas  horas  de  la  noche  indicada ,  á  pesar  de  que  el  castillo 
resplandecía  como  una  ascua  de  oro ,  por  las  iluminaciones  de  la 
fiesta,  siniestros  augurios  resonaban  alrededor  de  sus  almenas, 
producidos  por  los  buhos  y  otras  aves  nocturnas;  augurios  que 
no  tardaron  en  verse  justificados. 

Al  estruendo  espantoso  de  un  encarnizado  combate ,  se  unió  el 
fragor  del  incendio  en  el  torreón  de  Oriente ,  que  era  el  principal, 
donde  se  defendían,  como  tigres  acorralados,  los  servidores  de 
Aben-Zobey  contra  los  innumerables  acometedores  que  sobre  ellos 
lanzaban  toda  clase  de  armas  mortíferas  y  con  especialidad  enormes 
piedras ,   desde  los  otros  torreones ,  desde  el  patio  y  desde  afuera. 

Aben-Zobey  alentaba  á  los  suyos ,  sosteniendo  á  Hermesinda  en- 
tre sus  brazos:  pero,  en  un  momento  que  dieron  de  tregua  los  sitia- 
dores á  su  devastadora  faena,  desapareció  con  su  preciosísima  carga, 
sin  que  ni  unos  ni  otros  hubiesen  podido  averiguar  su  paradero. 

— Digo  —  sí  lo  averiguaron,  pues  les  Tudelanos  creen  hoy  co- 
mo artículo  de  fé  que  Hermesinda  y  su  seductor  fueron  ahogados 
entre  las  llamas  por  D.  Albar  Tellez ,  que  se  alzó  vengador  de 
su  tumba  de  la  capilla;  y  respecto  á  los  companeros  de  Aben-Zo- 
bey, alguno ,  de  vista  larga  ,  alcanzó  á  distinguirle  penetrando 
en  tierra  de  los  suyos ,  y  llevando  á  la  grupa  de  su  magnífico  po- 
tro, de  color  de  abismo,  á  la  enamorada  cuanto  bella  Hermesinda, 


DEL  CASTILLO  DE   TUDELa.  61b 

Queda  de  esta  tradición  el  referir  que,  después  de  tai  desenlace, 
amigos  y  enemigos  tornaron  á  hacer  las  paces,  volviendo  asimis- 
mo á  construir,  entre  todos ,  el  derruido  é  incendiado  torreón  de 

Oriente. 

IV. 

Llegando  ahora  á  la  última  parte  histórica  de  los  recuerdos  que 
trae  á  la  mente  el  aspecto  de  las  ruinas  del  castillo  de  Tudela ;  ya 
explorado  el  campo  de  la  tradición  y  conocidas  las  creencias  que 
el  fanatismo  religioso  y  el  patrio  entusiasmo  han  arraigado  en  el 
pais ;  resta  manifestar  que  hasta  principios  del  siglo  XIV  no  vol- 
vió á  recuperar  la  famosa  fortaleza  la  importancia  perdida ,  y  fué 
con  ocasión  de  las  reñidas  contiendas  entre  el  Ohispo  y  el  Concejo 
de  Oviedo ,  durante  la  ausencia  larga  de  D.  Rodrigo  Alvarez  de 
Asturias  ( 1 )  Cor  ende  ro  del  Eey . 

Asalariada  por  el  Obispo  la  guarnición  del  castillo ,  hacia  incur- 
siones por  el  Concejo ,  cometiendo  atropellos  y  robando  á  sus  ha- 
bitantes, en  tal  manera  que,  indignado  el  Rey  D.  Alonso  XI,  es- 
cribió al  Obispo  y  su  cabildo  en  2  de  Octubre  de  1315,  reprendién- 
doles severisimamente  por  los  daños  causados  á  los  pueblos.  Y  co- 
mo no  bastasen  amonestaciones ,  llegó  á  poner  sitio  al  castillo  Don 
Rodrigo  Alvarez ,  durante  la  primavera  del  año  siguiente ,  logran- 
do apoderarse  de  él ,  después  de  muy  obstinada  resistencia. 

Vuelto  el  castillo ,  después  de  este  desastre ,  al  poder  real ,  dis- 
tinguióse por  su  fidelidad  al  Rey  D.  Pedro ,  habiendo  sostenido 
varios  sitios,  sin  entregarse  á  las  tropas  de  D.  Enrique,  sino  en 
el  último  extremo  de  desesperación  de  sus  defensores,  y  cuando 
hubieron  sabido  el  trágico  suceso  de  Montiel. 

Don  Enrique  le  cedió  á  su  hijo  natural,  D.  Alfonso  Enriquez,  el 
cual,  en  abierta  rebelión  contra  su  hermano  D.  Juan  I  el  año  1381 , 
le  obligó  á  acudir  á  Asturias  con  el  ejército  real,  y  poner  al  casti- 
llo el  último  délos  sitios  que  sufrió;  pues,  habiéndose  apoderado  de 
él,  por  asalto,  no  sin  tres  meses  de  terrible  asedio,  ordenó  su  des- 
mán telamiento  completo  en  1382.  Y  tan  completo  fué ,  que  no  se 
hizo  necesaria  la  poderosa  ayuda  del  tiempo ,  para  que  el  viajero 
exclame ,  con  tristeza  melancólica ,  al  detenerse  en  lo  alto  del  Pico 
de  Lanza:  «hé  ahi  los  miserables  restos  de  un  monumento  célebre»: 
«hé  ahi  las  ruinas  del  castillo  de  Tudela.» 


(1)    Autoridad  superior  en  la  provincia. 

Luciano  García  del  Real, 


UNA  TEMPORADA  EN  EL  MAS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS. 


CAPITULO  xxvm. 


SEGUNDO   PASEO   POR   LA   CIUDAD. 


Cuando  llegamos  á  casa ,  nos  esperaban  para  comer :  era  ya  muy 
tarde. 
— En  dónde  habéis  estado,  Mendoza?  —  me  dijo  el  Sr.  Silaydi. 

—  En  el  hospital,  querido,  oyendo  una  conversación  muy  agra- 
dable. 

—  Sobre  qué? 

— Sobre  el  hombre ,  es  decir,  sobre  el  modo  como  le  consideran 
los  médicos  de  Saturno. 

—  Y  os  ha  gustado? 
— En  extremo. 

— Entonces  habéis  oido  á  Sattulo. 

— Calla,  le  conocéis? 

— Y  quien  no  conoce  á  Sattulo?  Sattulo  ,  querido  Mendoza,  es 
un  hombre  de  mérito,  á  quien  se  oye  siempre  con  gusto  :  ya  no 
me  admira  la  tardanza  de  papá. 

—  Pues  vamos ,  no  hagamos  esperar  á  las  señoras. 
Estábamos  reunidos ,  y  sólo  nos  faltaba  Nostrendy. 
— Que  le  avisen ,  —  dijo  el  Sr.  Nomara. 

Salió  al  instante  un  ayuda  de  cámara ,  que  no  tardó  en  volver, 


UNA    TEMPORADA    ETC.  617 

diciendo  que  estaba  el  Sr.  Nostrendy  acabando  sus  preparativos 
de  marcha  ,  y  que  pronto  bajaria. 

—  Está  solo? — dijo  el  principe. 
— Con  el  Sr.  Nomatty. 

— Entonces  debemos  esperarlos ,  —  dijo  la  princesa. 

— Señora ,  —  dijo  el  ayuda  de  cámara ,  — me  encargó  el  seüor 
Nostrendy  rogase  á  V.  A.  que  principiasen  á  comer ,  pues  él  y  el 
Sr.  Nomatty  sólo  tomarían  un  bocado. 

— Pues  comamos ,  —  dijo  el  Sr.  Nomara. 

Noté  que  Aneyda  y  su  hermano  apenas  tocaban  los  manjares,  y 
que  parecían  como  disgustados :  pensé  que  algo  acaso  habia  pasa- 
do entre  ellos  y  Nostrendy. 

Este  apareció  ,  por  fin,  visiblemente  alterado.  El  Sr.  Nomatty, 
por  el  contrario ,  me  pareció  más  satisfecho  que  nunca ,  cosa  que 
me  sorprendió  en  extremo.  ¡Cuánto no  hubiera  dado  por  saber  lo 
que  habia  pasado  entre  los  dos ! 

—  Hicisteis  vuestros  preparativos,  Nostrendy? — preguntó  el 
principe. 

— Si,  tio. 

—  Pues  comed  algo. 

Y  volviéndose  á  su  amigo,  añadió. 

—  Sentaos,  Sr.  Nomatty. 

Sentados  todos,  dijo  con  aire  resuelto  la  princesa. 

— Cuidado,  Nostrendy,  con  que  no  os  detengáis  mucho ,  y  que 
traigáis  á  vuestra  hermana  para  que  presencie  vuestro  enlace  con 
Aneida ,  que  se  efectuará  tan  pronto  como  volváis. 

— Bien  ,  señora  ,  así  lo  haré. 

— Y  que  venga  ,  —  continuó  la  princesa,  — en  el  supuesto  que 
ha  de  pasar  con  nosotros  algún  tiempo.  Lo  oís? 

—  Si  señora ,  y  os  repito  que  así  lo  haré. 

— Lo  que  importa,  Nostrendy,  —  dijo  el  Sr.  Nomara  ,  —  es  que 
recabéis  de  vuestro  tio  que  retire  las  tropas  de  la  Ciliana :  haced 
cuanto  podáis  por  conseguirlo. 

— Lo  haré  ,  señor, — contestó  Nostrendy,  —  pero  temo  mucho 
que  no  pueda  complaceros ,  porque  conozco  al  rey ,  y  sé  que  la  to- 
ma de  Talussa  es  su  idea  favorita. 

—  Entonces,  —  repuso  el  príncipe,  —  esforzaos  para  que  acceda 
á  la  conferencia. 

— Eso  es  más  fácil,  y  me  prometo  conseguirlo. 


618  UNA    TEMPORADA 

— A  qué  hora  pensáis  salir? 
— Después  de  media  noche. 

—  Pues  recog^eos  pronto,  y  dormid  algo. 
— Ya  pienso  en  eso ,  —  contestó  Nostrendy. 

A  los  postres,  y  antes  que  de  costumbre,  Aneyda,  que  se  sen- 
tia  algo  indispuesta ,  se  retiró  con  su  madre.  El  Sr.  Nomara  y 
M.  Leynoff  se  levantaron  poco  después  para  dar  su  paseo  acostum- 
brado. Silaydi,  Nostrendy,  Nomatty  y  yo  nos  quedamos  en  la  mesa 
tomando  café. 

— Con  que,  ¿cosa  convenida,  eh? — dijo  Silaydi,  asi  que  queda- 
mos solos. 

— Si,  — contestó  Nostrendy,  —  si  no  lo  impide  algún  suceso 
inesperado. 

— Y  qué  suceso  ha  de  impedirlo,  Nostrendy? 

—  Qué  sé  yo?  Pero  si  nada  acontece ,  de  seguro  vendrá  Silody. 
— En  ese  caso,  ningún  obstáculo  hallarás  por  parte  de  mi  her 

mana. 

— Lo  crees  asi? —  dijo  Nostrendy,  mirándole  con  fijeza. 

—  Lo  juro,  —  contestó  Silaydi. 

Nostrendy  se  inmutó  visiblemente.  Cada  seguridad  que  le  daba 
su  primo  era  para  él  una  puñalada ,  pues  veia  cuanto  se  oponia  á 
su  dicha  el  compromiso  contraído  con  Nomatty.  ¿Cómo  éste,  que 
c  Cttiocia  su  amor  y  la  impetuosidad  de  su  carácter ,  no  se  apresura- 
ba á  librarle  de  él?  Porque  era  tan  malvado,  como  religioso  Nos- 
trendy en  cumplir  su  juramento.  Además,  tenia  sus  planes,  que 
conocerá  el  lector  más  adelante. 

¿Pjro  como  Nostrendy,  si  pensaba  dar  gusto  á  Nomatty,  ofre- 
cía traer  á  Silody  consigo?  Esto  me  daba  mucho  en  qué  pensar. 
El  Sr.  Nostrendy  dijo: 

—  En  hora  buena. 

—  Tú  cumple  por  tu  parte,  —  dijo  Silaydi,  —  que  de  la  mia 
yo  respondo.  Ahora  te  ruego  que  entregues  esa  carta  á  Silody :  va 
abierta  ,  y  en  ella  le  participo  tu  consentimiento  y  mi  deseo  de 
que  venga  pronto  á  Romalia. 

— Selaentregaré,-contestó  Nostrendy,  metiéndola  en  su  cartera. 
¿Porque  el  Sr.  Nomatty  estaba  tranquilo,  á  pesar  de  la  seguri- 
dad con  que  hablaba  Silaydi?  Los  sucesos  lo  dirán. 

—  Y  ahora  que  vas  á  hacer? — preguntó  Silaydi  al   Sr.  Nos- 
endy. 


EN   BL   MÁS  BELLO   DE   LOS    PLANETAS.  619 

— Algunas  despedidas,  y  á  acostarme. 

—  Pero  nos  veremos  antes  de  marchar,  nó? 
— Se  supone ,  —  contestó  Nostrendy. 

En  seguida  se  marcharon  él  y  el  Sr.  Nomatty.  Solos  ya,  me  di- 
jo el  Sr.  Salaydi,  que  como  procedía  de  buena  fé  estaba  alegre 
con  las  promesas  de  su  primo. 

—  Ahora,  Mendoza,  os  prendo. 
— Me  prendéis!  y  con  qué  objeto? 

—  Con  el  de  que  me  dediquéis  todo  el  día  de  mañana. 

—  Hola ,  y  qué  hemos  de  hacer  ? 

—  Muchas  cosas:  primero,  algunas  visitas;  luego  os  enseñaré 
las  escuelas ,  ó  cualquier  establecimiento  público ;  por  la  tarde  re- 
correremos los  cafés,  después  pasearemos,  y  luego  iremos  al  teatro. 

— Soberbio,  amigo!  precisamente  era  eso  loque  deseaba,  sin  que 
hasta  ahora  hubiese  podido  conseguirlo. 

—  Y  con  quién?  con  papá?  Nunca  va  al  teatro,  y  se  halla  muy 
á  gusto  con  M.  Leynoff,  que  tampoco  me  parece  muy  aficionado 
á  estas  diversiones.  ¿Con  Nottely,  á  quien  os  veo  tan  intimamente 
unido?  Me  parece  demasiado  formal  ese  joven  para  que  quiera  lle- 
varos á  esos  sitios.  Os  faltaba  yo ,  Mendoza ,  que  hago  á  todo ,  y 
heme  aquí. 

— Cabal,  amigo;  y  ahora  podré  gozar  con  vuestro  padre,  M.  Ley- 
noff y  Nottely  de  las  cosas  serias  de  Romalia ,  y  con  vos ,  de 
sus  encantos.  Qué  diantre !  Aún  soy  demasiado  joven  para  que  no 
me  guste  divertirme. 

—  Yo  lo  creo ,  y  otro  tanto  hicieron  ellos  cuando  eran  de  nues- 
tra edad.  Con  que  cosa  convenida  ,  eh  ? 

—  Si. 

—  Iremos  á  pié  para  pararnos  en  cualquier  sitio  ,  y  asi  gozare- 
mos más. 

—  Corriente.  Y  si  acaso  se  nos  reúne  Nottely,  os  disgustará? 
— A  mi?  Todo  al  contrario,  me  agradarla  en  extremo;  quien  se 

disgustarla  seria  él . 

— Es  un  brillante  joven  ,  verdad? 

Esto  lo  dije  con  el  objeto  de  sondear  sus  disposiciones  respec- 
to de  una  persona  que  me  interesaba  tanto,  y  ver  qué  partido 
podría  sacar  de  él  en  los  acontecimientos  que  preveía  iban  á  sobre- 
venir. 

— Yo  lo  creo ,  Mendoza ;  y  aunque  no  le  debiera  la  vida  (porque 


620  UNA    TEMPORADA 

se  la  debo,  amigo,  sin  el  menor  género  de  duda),  diria  lo  mismo. 
Diantre !  Todo  lo  reúne ,  buena  figura ,  talento ,  instrucción  y  un 
valor  á  toda  prueba.  Oh!  es  un  verdadero  fenómeno  ese  joven.  ¿Cuál 
será  la  beldad  que  logre  algún  dia  cautivarle  ?  Envidiable  seria  la 
tal  niña. 

Mi  corazón  latia  de  gozo  al  oir  estas  palabras ,  y  tentado  estuve 
á  decirle  algo ;  pero  recordando  el  amor  que  tenia  á  Silody ,  y  la 
esperanza  que  fundaba  en  el  que  Nostrendy  tenia  á  su  hermana 
para  conseguirla ,  me  parecían  demasiado  prematuras  estas  expli- 
caciones ,  y  creí  prudente  esperar  á  que  los  acontecimientos  me 
proporcionasen  una  coyuntura  más  feliz ;  asi  es ,  que  me  contenté 
con  responderle. 

—  Con  efecto  ,  querido;  mucho  debiera  envanecerse  una  mujer 
con  tal  conquista,  porque  Nottely,  como  vos  decis,  no  tiene  igual. 

— Papá  le  quiere  sobremanera,  y  aún  me  parece  que  Aneyda  le 
estima  mucho.  Sólo  en  mamá  he  notado  cierta  frialdad. ...  un  no  sé 
qué....  En  fin  ,  yo  le  preguntaré  el  motivo. 

Temblé  al  oir  esto ;  pero  como  cualquiera  palabra  que  se  me  es- 
capase ,  pudiera  hacerle  caer  en  la  verdad,  me  contenté  con  decir: 

— Sería  alguna  aprensión  vuestra. 

—  Puede  ser,  puede  ser ,  pero  nó :  Diantre  !  —  dijo  de  pronto,  y 
como  si  acabase  de  asaltarle  alguna  idea ;  — después  de  un'servicio 
como  el  que  me  hizo  ,  esa  frialdad  es  muy  notable.  Ya  veré  ,  ya 
veré 

Y  luego  volviéndose  á  mi ,  añadió  : 
— Os  dejo ,  Mendoza. 

Y  estrechándome  la  mano ,  se  marchó. 

A  la  mañana  siguiente ,  salimos  muy  temprano  de  casa. 

Siempre  me  sorprendía  el  no  hallar  en  las  calles  ning-una  de  esas 
caras  patibularias  que  recorren  las  ciudades  de  la  Tierra.  En  Sa- 
turno ,  ó  á  lo  menos  en  Romalia,  no  veia  más  que  semblantes  fran- 
cos ,  y  de  una  inteligencia  muy  superior  á  la  que  suele  tener  el 
pueblo.  Jamás  percibí  que  se  burlasen  de  mi  talla ,  que  debia  sor- 
prenderles en  extremo.  Tampoco  manifestaban  esa  curiosidad  necia 
que  lastima  á  las  personas  delicadas ,  y  excepto  la  primera  vez  que 
nos  veian ,  no  hacian  más  alto  en  nosotros  que  en  cualquiera.  Eran 
afectuosos  y  amables  con  M.  Leynoff  y  conmigo  ,  y  lo  eran  unos 
con  otros  hasta  el  punto  de  no  haber  presenciado  una  sola  riña 
mientras  estuvimos  en  Romalia:  se  les  veia  entregados  al  trabajo. 


líN   EL    MÁS   BELLO    DK    LOS   PLANETAS  621 

sin  que  en  las  calles  se  observase  ese  barullo  ,  ni  ese  ruido  atrona- 
dor que  en  la  Tierra  producen  los  vag-os,  las  mujeres  del  pueblo, 
los  coches  y  las  campanas.  Era  una  delicia  caminar  por  aquellas 
calles ,  en  que  además  de  su  extremada  limpieza ,  nada  nos  moles- 
taba ,  pues  los  carruajes  y  los  caballos ,  que  tantos  sustos  causan  á 
los  distraídos  de  la  Tierra,  tenian  un  sitio  destinado  para  ellos. 

Tan  absorto  iba  en  estas  contemplaciones ,  que  lo  notó  Silaydi. 

— En  qué  pensáis,  Mendoza? — me  dijo. 

—  En  el  juicio  y  cultura  de  estos  habitantes. 

—  Qué!  no  son  asi  los  de  la  Tierra? 

—  Particularmente  si;  pero  en  lo  general....  Decidme,  Silaydi, 
hay  en  Romalia  tabernas? 

—  Ante  todo ,  querido ,  es  preciso  que  me  digáis  lo  que  son  ta- 
bernas. 

—  Ah !  si ,  no  me  acordaba  que  no  las  conoceréis  por  este 
nombre. 

Entonces  le  di  una  idea  de  estos  establecimientos. 

—  Precisamente  como  esos  nó ;  pero  hay  sitios  donde  se  reúnen 
los  artesanos  los  dias  de  fiesta ,  y  en  las  horas  de  descanso ,  que 
son  desde  que  se  pone  el  sol  hasta  que  se  retiran  á  sus  casas.  Es- 
tos edificios  son  grandes  y  cómodos  ,  y  en  ellos  hay  cuanto  puede 
satisfacer  los  deseos  de  esta  gente,  como  comida,  bebida,  ó  jue- 
gos puramente  de  recreo. 

— y  no  se  embriagan,  quiero  decir,   ¿no  se  exceden  en  el  vino 
y  en  el  juego? 
— Jamás, — dijo,  mirándome  con  extrañeza,  el  señor  Silaydi. 

—  Diantre!  Tan  juicioso  son  los  habitantes  de  Romalia? 
— Es  que  si  no  lo  son ,  querido,  se  lo  hacen  ser. 

— Cómo  asi?  Explicadme  eso. 

— Porque  no  hay  en  Romalia  un  solo  establecimiento  público, 
que  esté  fuera  de  la  influencia  del  gobierno.  En  cada  uno  de  ellos 
tiene  un  agente ,  que  responde  del  orden  con  su  sueldo ,  con  su 
destino ,  ú  otro  cualquier  castigo  arreglado  á  la  gravedad  de  la 
falta ;  asi  es ,  que  en  las  tabernas ,  como  vos  las  llamáis ,  ó  en  los 
cafés  de  nuestros  trabajadores ,  como  los  llamamos  nosotros ,  no 
puede  excederse  ninguno  de  los  concurrentes ,  porque  antes  que 
lo  haga ,  se  le  contiene  ó  le  arrojan  á  la  calle.  Esto  en  cuanto  á  la 
primera  falta ,  que  si  reincide ,  se  le  castiga ,  y  si  comete  la  terce- 
ra ,  se  le  prohibe  para  siempre  la  entrada  en  el  establecimiento. 


622  UNA   TEMPORADA 

i  No  faltaba  más ,  sino  que  se  les  dejasen  cometer  los  delitos  para 
castigarlos  después !  No ,  amig-o ,  lo  que  importa  es  prevenirlos ,  y 
esto  lo  hace  el  gobierno  con  un  cuidado  y  una  solicitud  que  le 
honran  en  extremo.  Os  aseguro ,  Mendoza ,  que  después  que  se 
estableció  esta  vigilancia ,  no  sólo  el  pueblo  está  mucho  más  mori- 
gerado ,  sino  que  apenas  se  vé  un  delito  en  Romalia.  Con  que  ya 
veis ,  querido ,  que  de  este  modo  no  son  posibles  los  excesos. 

— Cierto,  cierto, — le  respondí; — pero  mucha  prudencia  nece- 
sita el  tal  agente  para  que  no  abuse  de  sus  facultades. 

—  En  otro  tiempo  asi  sucedia ,  Mendoza ;  pero  ahora  que  el  go- 
bierno rebosa  en  juicio  y  circunspección,  ahora  que  los  ministros 
no  son  como  antes,  es  decir,  unos  hombres  osados  é  ignorantes, 
sino  hombres  probos  y  llenos  de  sabiduría  (porque  no  sabéis  el 
cuidado  con  que  se  buscan  en  Romalia  los  ministros),  ahora,  repi- 
to,  que  estos  ministros  no  tienen  mas  objeto  que  el  bien  y  la  feli- 
cidad de  la  nación ,  ahora  no  sucede  lo  que  otras  veces ,  pues  su  ma- 
yor empeño  lo  ponen  en  elegir  hombres  dignísimos  de  los  empleos 
que  desempeñan.  Y  esto  tanto  con  los  más  importantes ,  como  con 
aquellos  que  significan  poco. 

—  Y  lo  consiguen? 

— Os  aseguro  que  sí ,  Mendoza. 

— Y  no  me  diréis  cómo  obtienen  ese  resultado,  cuyas  ventajas 
conozco? 

—  Ya  lo  creo ,  y  por  lo  mismo  que  el  gobierno  lo  conoce  tam- 
bién ,  pone  tanto  cuidado  en  la  elección. 

—  Y  cómo?  queréis  decírmelo? 

— Primero ,  no  admite  ninguna  recomendación ,  porque  si  la 
recomendación  es  admitida ,  dais  al  que  recomienda  y  no  al  reco- 
mendado, la  gracia  que  solicita:  puede  haber  un  desatino  mayor? 
Segundo,  los  busca  entre  la  gente  cuya  vida  pública  y  privada  está 
exenta  de  toda  mancha;  tercero,  los  examina  con  extremado  rigor 
acerca  de  los  conocimientos  que  exige  el  empleo  que  se  le  confiere; 
cuarto,  los  paga  bien,  y  quinto,  jamás  los  quita  sin  motivo  grave. 

— Bien,  amigo,  me  parece  eso  perfectamente. 

Aquí  íbamos  de  la  conversación ,  cuando  me  dijo  Silaydi : 

— Estamos  á  la  puerta  del  Sr.  Ottrocy :  queréis  que  subamos? 

— Con  mucho  gusto. 

No  estaba  en  ella,  pero  nos  recibió  su  esposa,  muger  muy  ama- 
ble y  de  gran  atractivo. 


k 


EN   EL    MÁS   BELLO   DE    LOS   PLANETAS.  623 

Pasamos  después  á  ver  á  los  señores  Notty  y  Soletty,  que  tampo- 
co encontramos,  mas  sí  á  sus  familias,  con  quienes  estuvimos  ha- 
blando largo  rato. 

Por  último  nos  dirigimos  á  la  habitación  del  Sr.  Esttrola,  el 
cual ,  después  de  estar  algún  tiempo  con  nosotros ,  se  marchó  á  pa- 
lacio dejándonos  en  compañía  de  su  esposa  é  hija. 

Hablábamos  de  cosas  indiferentes,  cuando  entró  Soletty.  Después 
dé  saludar  á  las  señoras,  y  cambiar  con  nosotros  un  apretón  de 
manos,  dijo: 

— No  esperaba  hallaros  aquí. 

— Pues  ya  lo  veis,  querido. 

— Qué  pensáis  hacer  esta  tarde? 

— Recorrer  la  ciudad  á  pié,  y  entrar  en  algunos  estableci- 
mientos. 

—  Vais  al  teatro? 

— Es  probable, — contestó  Silaydi;  y  si  quieres  acompañarnos 
al  paseo,  iremos  juntos. 

— Corriente. 

— Qué  pieza  se  ejecuta  hoy? — preguntó  la  señora  Notissa. 

— La  Corattilay — respondió  Sottely. 

— Es  nueva? 

— Para  vos,  por  lo  que  veo ,  sí ;  pero  no  para  mí ,  que  ya  la  he 
visto  en  Nattricia. 

— Y  cual  es  su  argumento? 

Mientras  Soletty ,  Nottisa  y  Silaydi ,  se  ocupaban  de  la  comedia, 
me  dijo  Nassala  en  voz  baja : 

— Tenia  que  hablaros,  caballero  Mendoza. 

— A  mí ,  señorita? 

—  Sí. 

—Y  de  qué? 
— De  Aneyda. 

—  De  Aneyda!  pues  qué  hay? 

— Acaba  de  salir  de  aquí  la  princesa,  y  ha  tenido  con  mamá 
una  conversación  acalorada  acerca  de  su  hija. 

—  Y  sobre  qué?  podéis  decírmelo? 

— Está  enojada  contra  ella  por  su  frialdad  respecto  de  Nostren- 
dy  ,  y  decidida  á  casarla  con  éste  tan  pronto  como  vuelva  de  Ca- 
tilia. 

— Diantre! 


624  UNA    TEMPORADA 

— Lo  peor  es  que  mamá  la  apoya  en  todo,  porque  quiere  mu- 
cho á  Nostrendy. 

— Eso  más?  pobre  Aneyda! 

— Yo  quise  defenderla,  pero  me  riñeron  y  me  mandaron  ca- 
la r. 

—  Mucho  se  van  complicando  las  cosas ,  señorita  ^  y  si  el  princi- 
pe no  toma  parte  en  este  asunto ,  temo  más  que  nunca  á  la  prin- 
cesa. 

— Escuchadme.  No  me  cabe  la  menor  duda  de  que  estáis  al  cor- 
riente de  las  cosas  de  Nottely,  y  yo  leo  en  el  corazón  de  Aneyda. 
Los  dos  se  aman ,  pero  no  se  atreven  á  decírselo.  Y  francamente, 
Mendoza ,  Dios  los  ha  hecho  el  uno  para  el  otro ,  porque  es  impo- 
sible hallar  dos  jóvenes  de  tanto  mérito ,  y  que  posean  cualidades 
más  brillantes.  Vos  os  interesáis  por  Nottely;  yo  por  Aneyda:  fa- 
vorezcámoslos. 

— No  deseo  otra  cosa.  Algo  he  hecho  ya ,  pero  para  hacer  más, 
necesitaba  poseer  la  confianza  de  xlneyda. 

— De  eso  me  encargo  yo.  En  qué  sentido  está  Silaydi?  lo  sa- 
béis? 

— He  ahi  el  mal :  Silaydi  no  sospecha  nada  del  amor  de  su  her- 
mana ,  y  menos  que  Nottely  la  ame  á  ella;  pero  Silaydi  tiene  inte- 
rés en  que  Aneyda  se  case  con  Nostrendy. 

—  Cómo  asi? — dijo  Nassala  sorprendida. 

— Porque  Silaydi  está  enamorado  de  Silody  ,  y  á  mi  vista  ha 
ofrecido  á  Nostrendy ,  que  si  le  daba á  su  hermana,  él  baria  que 
Aneyda  fuese  suya. 

— Oh,  oh,  eso  es  más  serio,  amigo,  y  en  verdad  que  me  hace 
temblar.  ¿Cuando  yo  creia  que  Silaydi  fuese  de  los  nuestros  por  el 
servicio  que  le  hizo  el  embajador ,  salimos  ahora  con  ese  compro- 
miso que,  ni  remotamente,,  sospechaba?  Ahora  sí  que  digo  yo: 
i  pobre  Aneyda ! 

— Sin  embargo  no  desmayemos;  mañana  iré  á  su  casa,  y  haré 
cuanto  pueda  porque  se  confie  á  vos ,  á  quien  sé  profesa  la  más  al- 
ta estimación.  Son  ya  demasiados  los  obstáculos  que  se  ofrecen  á 
esos  jóvenes  para  que  no  les  prestemos  nuestro  apoyo. 

—  Yo  ya  estaba  dispuesto  á  hacerlo ;  pero  ahora  que  me  veo  se- 
cundado por  tan  amable  compañera ,  lejos  de  mirar  esto  como  un 
trabajo ,  lo  miraré  como  un  placer. 

—  Eso  lo  decis  porque  sois  amable. 


KN    EL    MÁS    BELLO    DE    LOS   PLANETAS.  625 

— Bien  sabéis,  señorita,  cuan  grande  es  mi  deferencia  hacia 
vos ,  y  cuan  acreedora  sois  á  mi  reconocimiento .  Esto  uo  podéis 
dudarlo ,  Nassala. 

—Ni  vos  que  os  he  disting-uido  siempre ,  desde  la  primera  vez 
que  os  he  visto. 

— Por  lo  que  os  estaré  eternamente  agradecido. 

— No  os  olvidéis  de  prevenir  á  Aneyda. 

— En  cuanto  á  eso  ,  descuidad. 

— Muy  bien,  señora, — dijo  á  esta  sazón  el  Sr.  Soletty, — puesto 
que  vais  al  teatro,  ya  me  diréis  lo  que  os  ha  parecido  de  esa 
pieza . 

— Venís,  Mendoza?--me  dijo  el  Sr.  Silaydi. 

— Cuando  gustéis. 

En  la  calle  ya,  me  dijo  Silaydi: 

— Qué  queréis  ver,  Mendoza? 

— El  establecimiento  más  cercano. 

— Pues  entremos  en  esta  escuela. 

— Entremos. 


CAPITULO  XXIX. 

CüTROSY. 

El  edificio  era,  como  todos  los  de  Saturno,  inmejorable.  Alzábase 
airoso  y  esbelto  de  en  medio  de  los  jardines  que  por  todas  partes 
le  rodeaban,  y  que,  á  su  vez,  estaban  cercados  por  verjas  de  hier- 
ro, al  través  de  las  cuales  se  escapaban  las  flores  á  millares. 

Cuando  llegamos,  los  niños  habian  salido  ya;  pero  apenas  supo 
el  maestro  que  nosotros  estábamos  allí,  se  apresuró  á  presentarse. 

Acostumbrado  yo  á  ver  las  figuras  vulgares,  y,  á  veces,  ridicu- 
las de  los  maestros  de  la  Tierra,  aquel  hombre  con  su  porte  y  ma- 
neras intachables,  y  que  se  harian  notar  en  la  reunión  más  distin- 
guida, no  pude  menos  de  sorprenderme  grandemente. 

— Me  parece,  querido  Cutrosy, — dijo  el  Sr.  Silaydi, — que  veni- 
mos en  mala  ocasión:  habéis  depachado  ya  los  discípulos,  y  este 
tiempo  que  os  quedaba  libre,  tendréis  que  destinarlo  á.... 

— A  nada  que  sea  importante:  servios  entrar. 

Dentro  ya,  nos  enseñó  el  establecimiento.  En  todas  las  clases  ob- 

TOMO  XV.  40 


UNA    TEMPORADA 

servé  orden,  aseo  y  comodidad.  Nada  faltaba  tampoco  en  ellas  de 
lo  necesario  para  la  comprensión  y  práctica  de  lo  que  allí  se  ense- 
naba. En  una,  en  la  de  g-eografia,  vi  un  mapa  notabilísimo  que 
llamó  sobremanera  mi  atención.  En  él  recorrí,  con  ávida  mirada, 
las  partes  en  que  Saturno  estaba  dividido,  las  naciones  que  compo- 
nían cada  parte,  y  las  capitales  que  les  pertenecían.  Y  en  este  rá- 
pido viaje  de  la  imag-inacion,  me  ayudaba  el  Sr.  Cutrosy  indicán- 
dome las  costumbres  de  cada  país,  nombrándome  las  producciones 
de  cada  pueblo,  y  refiriéndome,  á  grandes  rasgos,  la  historia  y  vi- 
cisitudes de  aquel  mundo. 

Nosotros  nos  encontrábamos  en  la  parte  más  civilizada,  que  se  lla- 
maba Tolenayda.  De  ella,  la  nación  más  culta,  era  la  Nostracia,  y 
después  la  Gran  Roquelia.  LaCatilia  y  la  Natricia  eran  otras  dos  po- 
tencias, que,  con  las  anteriores,  componían  aquella  parte  de  Sa- 
turno. 

Por  las  explicaciones  de  Cutrosy,  y  el  examen  del  estableci- 
miento, comprendí  que  en  la  Gran  Roquelia,  la  primera  enseñanza 
era  objeto  especial  de  los  cuidados  del  Gobierno,  y  que  se  le  con- 
cedía trascendental  y  bien  entendida  importancia. 

— Decidme, — pregunté  al  profesor, — ¿hace  mucho  tiempo  que 
las  escuelas  están  montadas  de  este  modo? 

— No  mucho;  tan  sólo  de  doscientos  años  á  esta  parte:  oíd  la 
causa.  Un  hombre  de  genio  é  instrucción,  el  inmortal  Cottllo,  ha- 
blando cierto  dia  con  uno  de  los  antepasados  del  monarca  acerca 
de  la  corrupción  escandalosa  de  la  época,  le  dijo: 

— Queréis,  señor,  extirpar  en  gran  parte,  ó  acaso  del  todo,  los 
males  que  abruman  á  la  nación? 
— Ya  lo  creo;  pero  es  eso  posible? 
— V.  M.  puede,  si  gusta,  regenerar  la  Gran  Roquelia. 
—y  cómo? 

— Por  medio  de  las  escuelas. 
Sonrióse  el  rey  con  aire  de  duda. 
Pero  Cottllo  habló,  y  el  monarca  cambió  de  idea. 
— Vaya, — dijo; — no  creí   que  tu   remedio  fuese  tan  eficaz,  ni 
que  la  instrucción  primaria  tuviese  tanta  trascendencia.  La  cosa 
es  grave,  y  merece  la  pena  de  que  nos  fijemos  en  ella. 

—  ¡Gran  señor!  No  lo  sabe  bien  V.  M.  La  primera  enseñanza,  y 
no  temo  afirmarlo  por  mi  honor,  es  la  base  más  firme  de  la  cultura 
y  pro.speridad  de  una  nación,  y  por  consiguiente,  de  la  felicidad 


EN   EL    MÁS   BELLO    DE    LOS   PLANETAS.  627 

y  bienestar  de  las  familias.  Procurad  que  los  hombres  sean  buenos, 
y-  la  sociedad  será  mejor.  ¿Y  cómo  se  hacen  estos  hombres?  En  las 
escuelas,  señor,  no  lo  dude  V.  M.  ;  pues  aunque  á  ello  contribuyen 
también  los  demás  establecimientos  literarios,  en  las  escuelas  es 
donde  se  reciben  las  primeras  impresiones,  que,  g-rabadas  en  al- 
mas tiernas  y  exentas  de  toda  mancha,  adquieren  un  grado  de  fi- 
jeza y  poder  tales,  que  lejos  de  borrarse  con  el  tiempo,  acompañan 
al  hombre  hasta  el  sepulcro. 

— Si,  si,  Cottilo, — dijo  el  rey; — me  hace  fuerza  lo  que  dices. 
Es  preciso  reunir  mañana  el  Consejo,  y  que  le  expongas  todas  esas 
razones:  si,  como  lo  creo,  las  aprueba,  quiero  que  al  instante  ha- 
gas un  reglamento  para  las  escuelas,  y  que  tú  mismo  seas  uno  de 
los  maestros-. 

— Yo! — dijo  sonriendo  el  Sr.  Cottilo; — no  puede  ser,  señor. 

— No  puede  ser!  y  por  qué? 

— Porque  no  soy  digne  de  tanto  honor. 

— No  eres  digno  de  tanto  honor! — dijo  sorprendido  el  sobe- 
rano.— Cómo!  ¿tú  que  me  das  el  consejo  y  conoces  su  importancia, 
tú,  Cottilo,  no  eres  digno  de  ser  maestro? Estás  loco  por  fuerza. 

— Y  sabe  V.  M. — dijo,  sonriendo,  el  Sr.  Cottilo, — ¿cómo  debe 
de  ser  un  maestro  de  primera  enseñanza,  tal  cual  yo  lo  concibo? 

— Un  hombre  sabio  y  bueno,  y  tú  eres  uno  y  otro. 

— Ah,  señor,  si  bastase  ser  bueno  y  sabio  para  maestro,  muchos 
encontrarla  V.  M.  que  pudiesen  desempeñar  estos  destinos.  Para 
ser  maestro,  señor,  es  preciso  tener  una  virtud  sin  tacha,  ser  fino, 
amable  y  grave  á  la  vez,  poseer  una  instrucción  muy  vasta,  prin- 
cipalmente en  medicina,  un  conocimiento  profundo  del  corazón 
humano,  y  sobre  todo,  un  tacto  exquisito  para  dirigir  los  niños, 
premiar  la  aplicación  y  la  virtud,  y  castigar  el  vicio.  ¡Un  maestro, 
señor!  un  maestro,  para  ser  bueno,  no  debiera  ser  un  hombre. 

— Pues  qué  debiera  ser  entonces? 

— Casi  un  Dios. 

— Y  dónde  encuentras  tú  esos  semidioses? 

— Búsquelos  V.  M. 

— Pero  en  dónde?  en  el  cielo? 

—Aunque  pocos,  también  los  hay  en  Saturno;  lo  que  importa  es 
saber  hallarlos 

— Pero  cómo?  de  qué  modo?  Indícame  tú  algo. 

— Escójalos  V.  M.  entre  los  hombres  más  virtuosos,  y  que  más 


628  UNA   TEMPORADA 

brillen  en  las  ciencias;  dótelos  de  un  modo  regio;  eleve  su  catego- 
ría al  nivel  de  las  más  altas  de  la  Gran  Roquelia,  pues  ocupando 
tan  distinguido  rango,  poseerán  todas  las  cualidades-  á  él  anexas, 
y  conocerán  de  lleno  la  responsabilidad  que  este  mismo  rango  y  la 
sociedad  les  imponen  en  el  desempeño  de  sus  destinos.  ¿No  va  á 
depositarse  en  ellos  la  dicha  y  bienestar  de  las  familias,  y  por  con- 
siguiente la  cultura  y  prosperidad  de  la  nación?  Pues  que  esta  los 
dote  con  esplendor. 

Hé  aquí,  caballero,  la  conversación  que  pasó  entre  el  rey  y  el  se- 
ñor Cottilo.  La  propuesta  se  hizo  al  dia  siguiente  en  el  Consejo,  y 
no  sólo  fué  aprobada  por  unanimidad,  sino  con  entusiasmo.  ¡Tan 
grande  fué  la  convicción  que  el  Sr.  Cottilo  llevó  al  corazón  de  los 
vocales!  Este  hizo,  en  seguida,  el  reglamento  que  rige  actualmente 
las  escuelas,  y  tuvo  que  ser  maestro  porque  S.  M.  se  empeñó  en 
ello.  Desde  entonces,  Sr.  Mendoza,  principió  la  prosperidad  de  esta 
nación. 

— Me  dejais  pasmado, — le  contesté, — y  me  habéis  hecho  com- 
prender toda  la  importancia  que  para  la  sociedad  tiene  la  enseñan- 
za de  los  niños. 

— Pues  por  mucha  que  le  deis,  señor,  nunca  será,  creedme,  Li 
querella  tiene  en  realidad.  Ahora  voy  á  deciros  el  motivo  de  que  los 
niños  lleven  un  mismo  traje. 

— Ah,  sí,  lo  habia  olvidado.  Os  escucho. 
— Primero,  un  traje  igual, — continuó  el  Sr.  Cutrosy, — hace  co- 
nocer á  los  que  lo  llevan  que  iguales  han  de  ser  los  deberes  que  ten- 
gan que  cumplir;  segundo,  dice  muda,  pero  elocuentemente  al 
maestro,  que  la  enseñanza  debe  ser  también  igual ,  es  decir,  que 
debe  dispensarla  con  el  mismo  amor  á  los  pobres  que  á  los  ricos; 
tercero,  acostumbrados  los  niños  á  esa  igualdad,  se  cobran  más  ca- 
riño, habiéndose  observado  que  por  este  medio  iba  desapareciendo, 
poco  á  poco,  esa  profunda  ojeriza  que  habia  entre  los  pobres  y  los 
ricos,  ojeriza  que  daba  lugar  á  ataques  perpetuos  y  á  perpetuas  y 
á  veces  sangrientas  represalias;  y  cuarto,  en  fin,  que  con  este 
afecto,  que  suele  durar  toda  la  vida,  las  clases  altas  protegen  y  se 
interesan  por  las  bajas. 

Debo  advertiros  también,  que  los  maestros  tienen  un  poder  abso- 
luto sobre  los  niños,  del  cual  no  abusan  jamas,  porque  son  muy 
ilustrados,  y  los  aman  demasiado ;  pero  este  poder  es  la  base  de 
toda  buena  educación,  pues  poco  importaría  (fijaos  en  esto)  que  los 


EN   EL    MÁS   BELLO    DE   LOS   PLANETAS.  629 

maestros  se  esmerasen  y  sacrificasen  por  los  niños,  si  éstos,  apo- 
yados en  el  indiscreto  cariño  de  sus  padres,  como  hemos  visto  su- 
cedia  antes,  se  empeñasen  en  no  estudiar.  Á.quí  el  que  no  se  aplica 
seg'un  su  capacidad,  que  el  maestro  tiene  cuidado  de  apreciar,  es 
castig-ado  con  relación  al  g-rado  y  á  la  gravedad  de  la  falta,  y  ya 
se  guardarian  los  padres  de  decir  nada  al  maestro,  porque  el  go- 
bierno los  reprenderla  y  aun  los  castigarla,  si  tratasen  de  recon- 
venirle. Hé  aquí  por  qué  los  niños  aman  y  respetan  tanto  á  los 
maestros. 

— Oh,  amigo!  Desde  luego  admiro  y  apruebo  cuanto  acabáis  de 
referir,  porque  conozco  demasiado  su  importancia. 
— Y  no  están  montadas  lo  mismo  vuestras  escuelas  en  la  Tierra? 
El  puñal  estaba  al  pecho  y  no  sabia  qué  responder,  cuando  afor- 
tunadamente dijo  el  Sr.  Silaydi: 

— Amigos,  la  conversación  es  buena;  pero  os  olvidáis  que  es  ya 
muy  tarde;  otro  dia  la  continuareis.  ¿Queréis  acompañarnos  á  co- 
mer, Cutrosy? 

— No,  gracias;  ya  sabéis  que  á  los  que  tenemos  hijos  nos  gusta 
comer  en  familia :  además ,  se  abre  la  clase  á  las  tres  y  no  puedo 
faltar  á  ella. 

Y  volviéndose  á  mi,  añadió : 

— Caballero,  he  tenido  un  placer  en  conoceros,  y  celebrarla  que 
no  fuese  esta  la  última  vez  que  nos  viésemos. 

— Asi  lo  espero, — le  contesté, — y  estoy  muy  agradecido  á  vues* 
tra  amabilidad  :  disponed  de  mi  como  gustéis. 

Cuando  estuvimos  en  la  calle,  rae  dijo  el  Sr.  Silaydi : 
— Os  gusta  Cutrosy? 
— Mucho. 

— Es  un  hombre  de  mérito,  y  probablemente  le  veréis  en  la  re- 
unión de  mañana. 
— Pensáis  ir? 

— Veremos.  No  me  gusta ,  Mendoza ,  hallarme  donde  está  papá, 
no  por  mi  sino  por  él,  pues  temo  coartar  su  libertad.  Un  padre,  y 
un  padre  tan  angelical  como  el  mió,  mira  mucho  lo  que  dice 
cuando  tiene  delante  á  su  hijo. 

Cuando  llegamos  á  casa,  se  dirigió  Silaydi  al  cuarto  de  su  ma- 
dre y  yo  al  mió.  Al  atravesar  por  delante  del  cuarto  de  Aneyda, 
volvi  á  ver  al  Sr.  Nomatty  en  conversación  con  la  doncella,  y,  como 
la  primera  vez,  se  ocultaron  de  mi  tan  pronto  como  me  vieron. 


630  UNA    TEMPORADA 

— Nó,  esto  no  se  hace  sin  objeto, — dije  para  conmig-o: — qué  tra- 
mará este  hombre? 

Iba  á  entrar  en  mi  cuarto,  cuando  tropecé  con  el  Sr.  Sulfendy: 
su  semblante  triste  me  chocó. 

— Qué  tenéis,  amigo?  Parece  que  no  estáis  contento? 

— Y  no  os  equivocáis,  Sr.  Mendoza. 

— Os  sentis  mal? — le  dije  con  interés. 

— Al  contrario,  me  siento  perfectamente :  es  por  la  señorita. 

— Por  Aneyda ! — Pues  qué  hay? 

— Sé,  señor,  cuanto  os  aprecian  SS.  AA.,  y  asi  no  temo  deciros 
lo  que  pasa. 

— Oh,  hablad,  hablad,  querido  Sulfendy,  sin  temor  alguno,  y 
seguro  de  mi  discreción. 

— Ayer,  señor,  hubo  una  escena  fatal. 

—En  dónde? 

— En  el  cuarto  de  la  princesa. 

— Y  con  qué  motivo? 

— Con  el  de  despedirse  el  Sr.  Nostrendy, 

— Ah,  si;  y  que  hubo?  Decid. 

— Preguntó  éste  á  la  señorita,  si  estaba  dispuesta  á  casarse  con 
él ,  cuando  volviese,  y  si  podria  irse  con  esta  satisfacción. 

— Eso  no  se  pregunta , — dijo  al  punto  la  princesa , — á  una  niña 
como  Aneyda ,  que  conoce  sus  deberes ,  y  sabe  que  sólo  dando  gus- 
to á  sus  padres  puede  ser  feliz. 

— No  ignoro,  señora,  —  repuso  el  Sr.  Nostrendy, — cuánta  es 
vuestra  bondad  para  conmigo ;  pero  tampoco  debéis  extrañar  que 
ambicione  un  poco  la  de  Aneyda. 

— Y  como  Aneyda  no  tiene  más  voluntad  que  la  mia ,  y  yo  res- 
pondo de  ella,  me  parece  que  debéis  estar  satisfecho.  ¿No  basta  que 
yo  diga  que  se  casará? 

— Oh,  si  señora,  y  mucho  que  basta,  si  Aneyda  no  tiene  nada 
que  oponer. 

— Pero  mamá, — dijo  con  voz  suplicante  la  pobre  niña,  —  ¿no 
te  parece  que  soy  aún  demasiado  joven  ?  ¿  No  podrías  retardar 
un  poco  este  matrimonio?  Soy  tan  feliz  junto  á  ti,  y  al  lado  de  mi 


Al  oir  estas  palabras,  el  Sr.  Nostrendy  perdió  el  color,  afectán- 
dose de  tal  modo,  que  tuvo  que  sentarse  para  no  caerse,  La  prin- 
cesa lo  notó,  y  dijo,  temblando  de  despecho: 


EN  EL  MÁS  BELLO  DE  LOS  PLANETAS.         631 

— Señorita ,  abusáis  de  mi  paciencia,  y  no  puedo  sufrir  más.  Ten 
cuidado,  Aneyda,  pues  no  sabes  aún  délo  que  soy  capaz. 

—Mamá,  mamá,  no  me  quieres  ya?  ¿Por  qué  te  enojas  y  me 
riñes  tanto?  Si  me  hablas  asi,  me  matarás. 

Y  la  niña  se  ahogaba;  pero  la  princesa,  lejos  de  conmoverse, 
añadió,  cada  vez  más  irritada : 

—Responde  te  digo;  ¿te  casarás  con  tu  primo,  si  ó  nó? 
— Mamá ! . . . 

Y  la  niña ,  pálida  como  un  cadáver,  cayó  sin  conocimiento. 

— Oh,  señora, — dijo,  en  mi  concepto  demasiado  tarde,  el  señor 
Nostrendy; — no  la  atormentéis  asi;  os  lo  suplico. 

— Dejadme,  Nostrendy:  Aneyda  necesita  rigor,  y  sólo  con  él 
acabaré  de  vencer  su  carácter  rebelde.  Ahora,  marchaos  seguro 
de  que  cuando  volváis,  no  hallareis  oposición,  yo  oslo  digo. 

Se  marchó  el  Sr.  Nostrendy,  y  entre  la  princesa  y  yo,  pues  no 
quiso  que  nadie  entrase  porque  no  presenciasen  aquel  lance,  la 
metimos  en  la  cama.  Alli,  con  sumo  trabajo,  y  haciéndola  respirar 
algunas  sales ,  conseguimos  que  volviese  en  si. 

Esto  es  lo  que  pasó  ayer,  y  hoy,  de  resultas  de  una  conversación 
que  la  princesa  tuvo  con  el  Sr.  Nomatty  que  no  la  deja  un  punto, 
y  que  parece  ser  el  encargado,  cerca  de  ella,  de  los  intereses  de  su 
amigo,  se  reprodujo  la  misma  escena:  de  manera,  que  si  esto  si- 
gue así ,  es  muy  posible  que  la  señorita  enferme,  y  que  acaso  muera. 

— Y  el  Sr.  Nomara,  qué  dice  á  esto? — pregunté. 

— ^No  sabe  nada. 

— No  sabe  nada !  Pues  qué ,  Aneyda,  no  busca  el  único  apoyo 
capaz  de  librarla  de  los  furores  de  su  madre  ? 

— No,  porque  ésta  le  ha  prohibido  hacerlo. 

— Dios  mió! — dije; — y  cómo  hemos  de  remediar  esto?  Perdo- 
nadme, amigo,  si  os  dejo,  porque  quiero  verá  M.  Leynoff. 

— Sería  agraviaros, — me  dijo  el  Sr.  Sulffendy, — el  encargaros 
la  reserva. 

— Descuidad, — le  respondí. 

Entré  en  nuestra  habitación,  y  dije  á  M.  Leynoff: 

— Hay  mil  bellezas  en  este  mundo,  amigo;  pero  también  hay  sus 
desgracias  como  en  el  nuestro. 

— Dejarían  de  ser  hombres  estos  habitantes, — me  dijo  M.  Ley- 
noff,— y  sería  una  mentira  la  inmortalidad  del  alma,  si  así  no  su- 
cediese. Porqué  decís  eso,  Mendoza? 


632    UNA    TEMPORADA    FN    EL    MÁS   BELLO    DE    LOS    PLANETAS. 

—Por  qué  he  visto  cosas  que  me  llenaron  de  admiración,  recor- 
riendo la  ciudad  con  el  hijo  del  Sr.  Nomara;y  al  llegar  á  casa 
supe  que  Aneyda  habia  tenido  un  gran  disgusto. 

Entonces  le  conté  la  conversación  con  el  Sr.  Sulfendy. 

— Muy  ciega  está  esa  señora, — me  dijo  M.  Leyuofí, — y  veo  que 
es  preciso  decir  algo  al  Sr.  Nomara. 

— Indudablemente — le  contesté : — las  cosas  no  pueden  seguir  de 
esta  manera,  y  el  mejor  modo  de  evitarlo  es  contar  al  principe  lo 
que  pasa ;  en  el  alma  celebro  oiros  hablar  asi. 

— Quiero  á  Aneyda,  Mendoza;  primero  por  ella;  luego  porque 
es  hija  del  Sr.  Nomara;  y  después,  porque  la  ama  Nottely;  de  con- 
siguiente, estoy  pronto  á  hacer  en  su  obsequio  todo  lo  que  de  mi 
dependa, 

{Se  continuará,) 

Tirso  Agüimana  de  Veca. 


REVISTA  POLÍTICA. 


INTERIOR. 


Basta  recorrer  con  ánimo  sereno  la  historia  de  los  últimos  treinta  años 
para  cerciorarse  de  que  la  única  forma  de  gobierno  compatible  con  los  ade- 
lantos modernos  hay  que  buscarla  en  el  régimen  representativo,  rodeado  de 
todas  las  garantías  que  permiten  el  desarrollo  de  la  libertad. 

Las  revoluciones,  los  alzamientos,  las  guerras,  cuantos  trastornos  y  pe- 
ligros pueden  afectar  más  ó  menos  directamente  á  las  naciones,  prueban  á  la 
larga  la  virtud  del  sistema  parlamentario  ejercitado  bajo  la  garantía  de  un 
trono  que,  sin  ser  obstáculo  al  ejercicio  de  los  que  ahora,  por  moda,  se  lla- 
man derechos  ilegislables  y  han  constituido  siempre  las  libertades  públicas, 
ofrezca  una  solución  de  continuidad  en  el  poder  y  sea  garantía  de  orden  y 
de  paz. 

Cuando  contemplamos  el  espectáculo  que  hoy  presenta  la  Europa,  ante 
las  grandes  batallas  que  ya  han  tenido  lugar,  y  teniendo  en  cuenta  las  que 
por  desdicha  se  preparan,  sin  dejar  de  admirar  el  heroico  valor,  el  patrióti- 
co entusiasmo  de  los  contendientes  y  la  grandeza  de  la  lucha,  nuestras  sim- 
patías están  por  completo  de  parte  de  los  pueblos  neutrales. 

Ni  la  libertad  se  asentará  sobre  unas  bases  más  sólidas  porque  sea  Fran- 
cia la  que  salga  triunfante,  ó  resulte  en  definitiva  Prusia  vencedora,  ni  la 
civilización  habrá  adelantado  en  uno  ú  otro  caso.  Lo  que  conviene  es  que 
la  guerra  termine  cuanto  antes,  que  las  naciones  neutrales  aprovechen  una 
ocasión  oportuna  para  interponer  unidas  su  influencia  y  poderío ,  si  fuese 
necesario,  con  el  objeto  de  que  tan  tremenda  lucha  tenga  fin,  sin  que  el  in- 
cendio que  ha  estado  á  punto  de  prender  en  la  capital  del  Imperio  vecino, 


634  REVISTA    POLÍTICA 

y  que,  mal  apagado,  puede  revivir  de  un  momento  á  otro,  alcance  á  otros 
pueblos ,  y  la  hoguera  revolucionaria  se  extienda  por  todo  el  Mediodía  de 
Europa  como  en  1848,  dando  lugar  á  consecuencias  tan  tristes  como  enton- 
ces, viniendo  á  ser,  faltos  de  escarmiento,  los  exagerados  defensores  de  la  li- 
bertad los  llamados  á  colocar  con  sus  propias  manos  las  piedras  angulares 
sobre  que  han  de  levantarse  las  nuevas  tiranías. 

Apenas  tranquila  la  Nación  española  de  las  pasadas  catástrofes,  recientes 
temores  han  agitado  los  ánimos  sobrecogidos  por  el  peligro  de  que  el  par- 
tido republicano  se  lance  otra  vez  á  vias  de  hecho ,  infundiendo  verdadero 
pavor  la  idea  de  que  pudiera  triunfar  por  un  momento  siquiera.  No  hemos 
participado  nosotros  de  la  creencia,  con  secreta  intención  tal  vez  esparcida, 
de  que  el  Presidente  del  Consejo  se  preparaba  á  nuevas  aventuras,  y  de  que, 
si  los  vientos  republicanos  soplaban  fuertemente  del  lado  de  los  Pirineos, 
él  dejaria  henchir  las  velas  revolucionarias,  dispuesto  á  coger  el  timón  que 
habia  de  encaminar  á  puerto  seguro  la  nave  del  nuevo  Estado.  ¡Donosa 
ilusión  hubiera  sido  en  el  General  Prim  abrigar  ni  por  un  solo  instante  se- 
mejante pensamiento! 

Prescindiendo  de  que,  en  nuestro  sentir,  la  República  no  puede  plan- 
tearse hoy  en  ningún  punto  de  Europa,  sin  que  muera  pronto  por  sus  pro- 
pios excesos,  en  España  tiene  ya  demasiada  organización  el  partido ,  sufi- 
cientes apóstoles,  no  pocos  mártires,  para  que  la  sangre  recientemente  der- 
ramada se  borre ,  las  luchas  de  ayer  se  olviden,  y  vengan  á  formar  en  las 
últimas  líneas  los  que  con  un  derecho  indisputable  serian  proclamados  como 
los  mejores,  los  más  dignos,  los  más  consecuentes,  los  verdaderos  deposita- 
rios del  fuego  sagrado  el  dia  después  de  la  \dctoria. 

Discurramos,  sin  embargo,  un  momento  sobre  la  extraña  hipótesis  de 
que,  con  el  asentimiento  de  algunos  monárquicos  arrepentidos ,  triunfase 
por  un  momento  la  República.  No  queremos  ocuparnos  del  atentado  social, 
pues  no  merecería  otro  nombre,  de  que  semejante  forma  de  gobierno  se  im- 
pusiese por  la  fuerza.  El  federalismo  aparecería  entonces  con  todo  el  es- 
plendor de  su  natural  barbáríe;  pronto  cada  Estado,  declarándose  indepen- 
diente, formaría  su  autoridad  soberana,  dejando  á  la  consideración  de  nues- 
tros lectores  las  fuerzas  de  que,  para  impedir  los  desmanes  más  vulgares, 
dispondrían  los  nuevos  Gobiernos. 

No  ha  tenido  lugar  un  pronunciamiento,  una  revolución,  entre  nosotros, 
sin  que  las  juntas  de  distrito,  ó  de  barrio,  improvisadas  en  el  entusiasmo 
de  la  victoria,  cuando  todo  es  abnegación,  generosidad  y  nobleza,  hayan  tra- 
bado rudas  contiendas,  por  creerse  cada  una  adornada  de  títulos,  anteceden- 
tes y  merecimientos  de  que  Lis  demás  carecían :  si  esto  sucedía  cuando  o] 
ix)der  habia  de  ser  efímero  y  pasajero,  fácilmente  se  comprende  el  edificante 
cuadro  que  algunas  horas  después  del  gloríoso  alzamiento  presentarla  la  Na- 
ción española,  en  la  cual  serian  extranjeros  y  considerados  como  sospecho- 


INTERIOR  =  635 

SOS  cuantos  elementos  sociales  no  estuviesen  afiliados  desde  antiguo  en  el 
partido  triunfante. 

El  ejército,  rota  por  completo  la  disciplina,  sería  disuelto  enmedio  de 
una  nacional  francachela,  y  los  jefes  superiores,  tachados  de  poco  afectos  al 
nuevo  orden  de  cosas,  se  encontrarían  vigilados  de  cerca,  si  no  eran  some- 
tidos á  duras  y  extravagantes  purificaciones. 

Se  contrista  el  ánimo  al  pensar  á  qué  triste  estado  podia  llegar  este  país 
el  dia  en  que  en  cada  provincia  funcionase  una  autoridad  independiente  de 
la  Metrópoli,  sin  que  existiese  un  poder  central  con  nervio  suficiente  para 
sostener  el  imperio  de  las  leyes,  j  Qué  respeto  merecería  la  propiedad ,  qué 
acatamiento  la  justicia,  qué  garantías  tendría  la  seguridad  personal,  adonde 
llegarían  las  venganzas  prívadas,  y  cuál  podría  ser  el  desarrollo  del  bando- 
lerismo ? 

Lejos  está  de  nosotros,  al  escribir  estas  líneas ,  la  idea  de  ofender  en  lo 
más  mínimo  á  los  defensores  ilustrados  de  las  ideas  republicanas.  Abriga- 
mos el  más  firme  convencimiento  de  que  piensan  como  nosotros ,  de  que  les 
asaltan  idénticos  temores,  de  que  están  firmemente  convencidos  de  que  ellos 
correrían  los  prímeros  y  mayores  peligros. 

Un  sentimiento  de  consecuencia  política,  mal  entendido  á  nuestro  juicio, 
les  impulsa;  compromisos  solemnes  ante  la  opinión  pública  los  ligan;  ideas 
profesadas  en  la  niñez,  cuando  tal  vez  se  consideraban  irrealizables  y 
deslumhraba  la  grandeza  de  sus  peligros,  los  compromete.  Su  historia,  sus 
votos  en  la  Asamblea ,  sus  conversaciones  particulares ,  su  honradez  perso- 
nal y  la  nobleza  misma  de  sus  caracteres ,  son  pruebas  irrecusables  de  esta 
verdad. 

No  sería  más  halagüeño  el  porvenir,  si,  lo  que  no  esperamos  ,  desmem- 
brándose una  parte  de  la  mayoría  monárquica,  se  reformase  por  la  Asam- 
blea el  artículo  33  de  la  Constitución,  proclamándose  de  una  manera  legal 
la  República. 

Jamas  hemos  visto  posición  análoga  á  la  que  ocuparían  en  las  huestes  re- 
•  publicanas  los  arrepentidos ,  ni  creemos  que  la  historia  registre  en  sus  va- 
riadas páginas  un  gobierno  tan  débil  eomo  el  que  necesariamente  habría 
de  formarse.  Una  república  de  tránsfugas,  impuesta  por  las  circunstancias  de 
orígen  extranjero,  tríunfante  en  odio  á  un  partido  ó  á  algunos  de  sus  hom- 
bres, proclamada  por  Diputados  que  faltarían  á  sus  compromisos  más  so- 
lemnes ,  pues  han  sido  elegidos  por  sus  respectivos  comitentes  como  mo- 
nárquicos, y  distinta  en  su  forma  de  lo  que  los  republicanos  verdaderos  pi- 
den y  defienden, 'era  realmente  una  solución  más  ridicula  y  dia])ólica  que  lo 
que  jamas  pudieron  idear  los  más  encarnizados  enemigos  de  la  Revolución. 

Más  débil,  más  marchita,  más  reaccionaria  y  más  ceníralizadora,  si  que- 
ría vivir  algunos  meses  que  la  de  1848  en  Francia,  la  República  española 
morirla  pronto  víctima  de  sus  propios  excesos,  combatida  por  sus  legítimos 


636  REVISTA    POLÍTICA 

representantes,  odiada  de  los  verdaderos  revolucionarios,  cuyas  esperanzas 
frustraría  por  completo,  maldecida  por  los  verdaderos  liberales ,  cuyas  pa- 
trióticas aspiraciones  serian  ya  imposibles ,  dejando  libre  el  campo  á  los 
reaccionarios  de  todos  los  matices,  que  subirían  al  poder  ensalzados  y  acla- 
mados por  el  verdadero  pueblo,  ansioso  de  paz  y  dispuesto  á  echarse  en 
brazos  de  quien  le  prometería  orden  para  salvar  en  tan  deshecha  ])orrasca 
los  aniquilados  restos  de  la  pátría. 

^De  qué  argumento  podrían  valerse  para  explicar  su  conducta  los  que  fue- 
ran á  defender  las  mismas  soluciones  políticas  que  hasta  ahora  han  com- 
batido? ¿Tendrían  el  poco  envidiable  valor  de  decir  que  el  estado  de  Europa 
ahora  era  favorable  á  la  República,  y  que  antes  le  habia  sido  adverso?  Este 
raciocinio,  que  es  el  único  que  se  nos  ocurre,  es  sin  duda  alguna  el  más 
opuesto  á  nuestra  altivez  históríca  y  á  la  índole  tradicional  de  nuestro  ca- 
rácter. 

Sólo  en  los  Estados  Unidos  de  Améríca  ha  podido  aclimatarse,  y  no  sa- 
bemos si  para  siempre,  este  género  de  instituciones;  pero  ¡qué  pasión,  ce- 
guedad ó  ignorancia  no  se  necesitan  para  desconocer  las  radicales  diferencias 
que  existen  entre  el  origen  de  aquel  pueblo  y  los  antecedentes  de  la  Nación 
española  y  de  casi  todas  las  naciones  de  Europa! 

Creemos  firmemente  que  ni  Washington,  ni  Adams,  ni  Franklin,  ni  Pa- 
trick,  ni  Morrís,  ni  Hamilton  sobre  todo ,  serían  republicanos,  si  tuviesen 
asiento  en  la  Cámara  constituyente  española,  si  fuesen  aquellos  grandes  pa- 
tríotas  los  llamados  á  fundar  nuestras  nuevas  instituciones. 

No  se  improvisan  los  pueblos ,  ni  se  crean  en  pocos  dias  costumbres  po- 
líticas, ni  se  desentrañan  con  unos  cuantos  discursos  vicios  de  siglos.  Las 
instituciones  republicanas  de  la  Améríca  inglesa  encontraron  por  firmísima 
base  las  libertades  que  consignaba  la  Gran  Carta,  á  que  de  antiguo  era 
tan  adicto  el  pueblo  inglés.  Los  ciudadanos  que  emigraron  á  aquellas  re- 
giones, dejaron  en  su  isla  natal ,  como  asegura  el  historiador  más  entusiasta 
de  las  instituciones  de  América,  el  clero  y  la  nobleza,  elementos  cuya  im- 
portancia nadie  puede  desconocer,  y  cuya  influencia  será  siempre  grande  en 
el  desenvolvimiento  de  la  civilización  de  un  pueblo. 

Las  antiguas  libertades  de  Inglaterra  implantadas  en  un  suelo  virgen, 
sin  tradición  monárquica,  sin  afecciones  dinásticas  en  lucha,  sin  un  clero 
prepotente,  sin  intereses  creados,  sin  nobleza,  sin  las  costumbres  cultas  de 
las  monarquías,  sin  los  vicios  socialistas  del  absolutismo,  sin  las  dificulta- 
des que  una  estrecha  propiedad  territorial  trae  consigo ,  con  tierras  inmen- 
sas que  explotar  libremente  por  doquiera,  brotaron  con  tal  vigor  enmedio 
de  una  'gran  igualdad  social ,  que  hubiera  sido  locura  semejante  á  la  que 
pretenden  realizar  íiquí  los  defensores  do  la  República  haber  pensado  en 
construir  allí  mía  Monarquía. 

El  amor  de  la  libertad  no  nació  súbitamente  en  el  suelo  de  la  Virginia 


INTERIOR.  637 

en  1776.  Los  nietos  de  los  Puritanos  no  inventaron  la  democracia  que  ha- 
blan llevado  sus  padres  del  otro  lado  de  los  mares.  Antes  que  Locke  escri- 
biera el  Gobierno  civil  y  Rouseau  el  Contrato  social,  los  emigrantes  de  Ply- 
mouth  hablan  fundado  una  verdadera  República. 

La  historia  de  los  pueblos  enseña  á  los  buenos  gobernantes  el  camino 
que  deben  seguir  al  fundar  nuevas  instituciones. 

Del  espíritu  de  la  prensa  ministerial  de  estos  últimos  dias  se  deduce^  que 
tan  claras  verdades  se  han  abierto  camino  en  el  ánimo  de  los  gobernantes, 
y  todas  las  fuerzas  vivas  de  la  sociedad  están  dispuestas  á  defender  el  Có- 
digo fundamental,  ya  que,  por  desdicha,  no  tienen  otro  símbolo  más  real, 
más  palpable  para  el  país  el  orden  social  y  las  libertades  públicas. 

Algunos  artículos  de  los  periódicos  más  radicales,  que  han  sacrificado 
por  el  momento  los  intereses  más  grandes  de  la  patria  al  efímero  temor  de 
que  los  hombres  de  ideas  conservadoras  que  han  aceptado  los  principios  re- 
volucionarios, tengan  la  influencia  que  debieran  en  la  gestión  de  los  nego- 
cios públicos,  hicieron  justamente  concebir  esperanzas  á  ciertas  publicacio- 
nes republicanas  de  que  el  Gobierno,  ó  al  menos  sus  hombres  de  más  ini- 
ciativa hasta  ahora,  estaban  dispuestos  á  proclamar  solemnemente  aquella 
forma  política. 

Por  fortuna  para  el  país,  las  ilusiones  han  durado  poco  tiempo,  y  el 
Regente  del  Reino,  con  el  beneplácito,  sin  duda,  de  sus  Consejeros  respon- 
sables, ha  tenido  una  conferencia  con  varios  personajes  importantes  ,  en  la 
cual  se  ha  visto  claro ,  que  desde  el  Presidente  del  Consejo  hasta  el  último 
individuo  de  la  mayoría  monárquica ,  están  dispuestos  á  sostener  en  toda  su 
integridad  la  ley  fundamental  del  Estado. 

No  podia  ser  por  menos ,  pues  no  sólo  las  reflexiones  antes  expuestas 
hablan  de  tener  gran  fuerza  en  tan  eminentes  patricios,  sino  que  la  conducta 
del  pueblo  francés  y  de  la  nación  italiana  en  la  ocasión  presente,  han  pues- 
to de  relieve  el  justo  temor  que  levantan  por  doquiera  los  partidarios  de  la 
República. 

Prescindiendo  de  que  el  Gobierno  tenga  el  vigor  suficiente  para  sostener 
la  tranquilidad  si  los  enemigos  del  reposo  público  intentasen  turbarlo ,  es 
lo  cierto  que  su  posición  en  la  Cámara  sería  comprometida  si  las  cosas 
siguiesen  como  están,  si  no  se  reconstituyen  los  antiguos  lazos  de  la  mayo- 
ría. La  presencia  en  la  Asamblea  de  los  Diputados  repubhcanos,  que  esta- 
ban en  el  extranjero,  no  sólo  aumentará  en  una  cifra  importante  el  número 
de  los  adversarios  del  Gabinete,  sino  que  hará  imposible  aquella  especie  de 
tregua  ó  amistad  disfrazada,  que  durante  los  últimos  meses  de  la  pasada  le- 
gislatura ha  existido  entre  los  bancos  de  la  extrema  izquierda  y  el  Minis- 
terio. 

Los  espíritus  transaccionistas  se  concentrarán  en  tan  exigua  minoría  en 
la  ya  robusta  oposición,  que  el  Gabinete  tendrá  por  necesidad  que  apoyarse 


638  B3V1STA   POLÍTICA 

resueltamente  en  la  izquierda  ó  en  la  derecha ;  pues  de  otro  modo  correrá 
diariamente  el  peligro  de  ser  derrotado. 

De  esta  situación  comprometida  y  difícil,  pue'de  redundar  un  gran  ade- 
lanto para  el  país.  La  historia  de  la  humanidad  enseña,  que  del  fon- 
do del  mal  suele  salir  el  bien ,  y  que ,  por  el  contrario ,  las  grandes  fortu- 
nas, suelen  engendrar  en  su  seno  terribles  catástrofes.  Así,  pues,  no  sería 
difícil,  si  todos  ponemos  un  poco  de  nuestra  parte,  que  en  esta  legislatura, 
cuando  la  Revolución  está  rodeada  de  mayores  contratiempos ,  quede  por 
fin  terminado  el  edificio  de  las  instituciones,  de  que  sin  ningún  género  de 
dudas  depende  la  prosperidad  nacional. 

Es  preciso  que  los  hombres  formales  de  todos  los  partidos  hayan  adqui- 
rido ya  el  más  firme  convencimiento  de  que  no  hay  esperanza  de  mejorar  el 
estado  de  los  negocios  públicos,  sino  perfeccionando  nuestro  organismo  po- 
lítico dentro  de  la  Revolución,  y  que  fuera  de  ella,  cualquiera  que  sea  el  juicio 
que  se  tenga  formado  de  este  gran  suceso,  no  hay  esperanzas  de  salvarse.  Si 
las  personas  sinceramente  liberales  y  juiciosas,  si  las  individualidades  y  los 
grupos  que  representan  en  la  Nación  española  sus  intereses  más  respetables, 
y  que  son  al  mismo  tiempo  expresión  sincera  de  sus  verdaderas  aspiracio- 
nes, permanecen  desunidos,  dispersos,  contemplando  con  fría  indiferencia  los 
negocios  del  Estado,  sin  otro  empeño  que  hacer  el  vacío  alrededor  de  los 
poderes  públicos,  el  país  se  perderá  en  definitiva,  alcanzando  la  responsabi- 
lidad á  todos.  Si,  por  el  contrario',  saben  anteponer  los  deberes  de  bue- 
nos ciudadanos  á  sus  quejas  y  resentimientos  personales,  si  se  convencen 
de  que  en  el  siglo  en  que  vivimos  es  inconcebible  delirio  soñar  en  reaccio- 
nes que  en  todos  los  pueblos  han  dado  por  resultado  grandes  cataclismos, 
y  se  apresuran  á  tomar  parte  activa  en  los  negocios  públicos,  acudiendo  con 
valor  á  los  comicios  electorales,  á  las  Diputaciones,  á  los  Municipios,  en- 
trando, en  fin,  de  lleno  en  la  vida  moderna  délas  naciones,  España  podrá 
alcanzar  en  poco  tiempo  el  lugar  que  de  derecho  le  corresponde  en  Europa. 

Mas  para  que  así  suceda  no  es  el  Gobierno  quien  tiene  menos  altos  debe- 
res que  cumplir.  Es  preciso  que  el  Ministerio  se  eleve  sobre  las  pequeneces 
de  las  fracciones  que  hasta  ahora  han  pretendido  dominarla;  es  necesario 
que  el  general  Prim  se  persuada  de  que  su  misión  es  más  alta  que  sostenerse 
en  el  poder  algunos  meses  y  repartir  los  dones  de  la  fortuna  entre  sus 
adeptos;  es  de  necesidad  absoluta  que  cese  la  suspicacia  entre  las  antiguas 
huestes  liberales  monárquicas,  para  que  exista  estrecha  y  sincera  unión  en- 
tre el  Regente  y  sus  Ministros.  Divididos  los  monárquicos,  nadie  tiene  ele- 
mentos suficientes,  no  ya  para  fundar  las  nuevas  instituciones,  pero  ni  siquie- 
ra para  derrotar  á  sus  adversarios;  unidos  y  compactos,  por  el  contrario,  su 
fuerza  es  inconstrastable;  pero  como  acaba  de  decir  con  no  común  talento  y 
extraordinario  patriotismo  un  General  distinguido,  de  quien  Francia  atribu- 
lada espera  en  la  actualidad  mucho: — '»E1  error  de  todos  los  Gobiernos  es- 


INTERIOR.  639 

•'triba  en  considerar  la  fuerza  como  la  última  ratio  del  poder.  Todos,  engra- 
"dos  diferentes,  han  relegado  al  olvido  la  verdadera  fuerza,  la  única  que  es 
"efxcaz  en  todos  los  tiempos,  la  única  que  es  decisiva  cuando  se  trata  de  re- 
"solver  los  grandes  problemas  que  encierra  la  civilización:  la  fuerza  moral. 

"Todos,  en  diferentes  grados,  han  údiO  personales,  sin  comprender  que  el 
"poder  impersonal  que  se  presenta  como  una  delegación  del  poder  de  la  na- 
"cion,  que  obra  siempre  en  interés  de  la  nación  y  jamás  en  el  suyo  propio  y 
'•que  se  somete  á  todas  las  intervenciones  que  aquella  estima  conveniente  y 
'•que  las  considera  como  una  verdadera  salvaguardia,  que  es  leal,  sincero, 
'•ardiente  por  el  bien  público  y  j?ro/e5or  de  honradez  pública,  está  únicamente 
"en  posesión  de  esta  fuerza  moral  cuyo  poder  es  tan  grande." 

Pues  esta  buena  moral,  que  nace  del  respeto  á  las  instituciones,  y  de  que 
los  pueblos  se  gobiernen  por  sí  mismos  sin  ridículos  subterfugios  ni  men- 
tiras legales,  de  que  el  General  Trochu  se  declara  partidario  entusiasta  y  la 
cual  estima  como  primer  elemento  para  salvar  la  capital  del  Imperio  vecino, 
es  la  que  debe  formular  por  la  imparcialidad  de  sus  actos  el  Gobierno  de  la 
Eevolucion  si  quiere  estar  á  la  altura  de  su  encargo  y  elevar  á  un  alto  ran- 
go el  país  cuyos  destinos  preside. 

Es  necesario  que  los  Ministros  ^q2Jíi  profesores  de  honradez  pública,  lo  cual 
nada  tiene  que  ver  con  la  honradez  privada  de  cada  uno,  que  nadie  pone  ahora 
en  duda,  sino  con  la  honradez  política  en  que  la  fuerza  moral  se  engendra  y 
de  la  cual  nace. 

Es  necesario  gobernar  en  nombre  de  ideas  definidas,  guiarse  por  princi- 
pios fijos,  tener  propósitos  claros,  fines  conocidos,  dentro  de  los  cuales 
caben  aquellas  transacciones  de  pensamientos  afines  que  van  á  realizar  por 
el  general  concurso  el  plan  general  de  la  obra. 

Hay  que  desengañarse :  en  Europa  no  puede  existir  más  que  una  clase 
de  gobierno;  la  monarquía  constitucional  que  permita  sin  desorden  la  prác- 
tica de  las  libertades  públicas ;  el  Gobierno  que  existe  en  Inglaterra,  en  Ho- 
landa, en  Bélgica,  que  se  acaba  de  fundar  en  Italia  y  que  se  está  plantean- 
do en  Austria.  Todo  lo  demás  son  delirios  de  almas  candidas  ó  propósitos 
malvados  de  espíritus  misántropos. 

Hemos  dicho  al  comenzar  esta  Revista,  que  únicamente  los  pueblos  en 
que  se  practica  sinceramente  el  sistema  representativo  saben  evitar  los  males 
de  que  está  siendo  hoy  teatro  el  suelo  francés.  Si  el  primer  Ministerio 
parlamentario  que  formó  el  Imperio  no  se  hubiera  modificado;  si  el  jefe 
del  Estado  no  hubiera  creido  conveniente  el  plebiscito  que  aumentaba  su 
poder  personal;  si  Buffet  y  Daru  hubiesen  permanecido  en  el  Gobierno ,  la 
guerra  con  Prusia  no  hubiera  tenido  lugar ;  estamos  seguros  de  eUo.  Ellos 
hubieran  comprendido  que ,  como  dice  Proudhon ,  hay  algo  de  providencial 
y  misterioso  en  que  Francia  no  se  extienda  hasta  el  Ehin.  Ni  la  Galia  Cél- 
tica, ni  la  G^ia  Franca,  ni  la  Galia  Romana  lo  alcanzaron.  Luis  XIV  no 


640  REVISTA   POLÍTICA 

pudo  conseguirlo;  Turena,  Conde,  Vauban,  Luxemburgo  y  el  Mariscal 
de  VilliU-s  fueron  para  tamaña  empresa  impotentes.  Napoleón  I  pagó  en 
Waterlóo  contra  la  Europa  coaligada  el  haberlo  por  un  momento  alcanzado; 
pero  los  poderes  personales  no  escarmientan  porque  necesitan  estar  rodea- 
dos de  permanente  gloria  para  mantener  viva  su  influencia ;  la  paz  pública, 
el  desarrollo  de  la  prosperidad  nacional  por  medio  de  la  industria  y  del  tra- 
bajo, son  bienes  que  carecen  del  estruendo  y  brillantez  que  para  sostenerse 
necesitan. 

Si  en  España  no  llegamos  á  fundar  verdaderas  instituciones,  si  los  Go- 
biernos han  de  seguir  teniendo  el  carácter  personal  que  predomina  en  el  ac- 
tual Ministerio,  más  tarde  ó  más  temprano,  en  una  forma  ó  en  otra^  tocare- 
mos idénticas  consecuencias.  Lo  hemos  dicho  muchas  veces  en  estas  Revis- 
tas y  no  nos  cansaremos  de  repetirlo;  el  munlo  moral  está  sujeto  á  leyes 
indeclinables. 

Por  el  poder  personal  de  los  graiides  reyes  de  nuestra  historia,  por  el 
poder  personal,  después,  de  los  validos  se  explica  la  decadencia  de  la  pátna: 
el  poder  personal  llevó  á  Fernando  VII  á  cometer  verdaderos  crímenes,  y 
por  ejercerlo  llora  en  tierra  extranjera  la  ex-Reina  Isabel  eterno  destierro. 
Si  el  poder  personal  ha  de  seguir  existiendo  constantemente  entre  nosotros, 
si  la  Revolución  no  tiene  fuerza  para  que  desaparezca,  el  país  arrastrará  una 
existencia  tormentosa,  oscilará  de  revolución  en  reacción,  de  anarquía  en 
absolutismo,  sin  alcanzar  jamas  la  existencia  de  los  pueblos  cultos. 

Pedimos  al  cielo  que  el  Gobierno  persista  en  el  camino  últimamente  em- 
prendido, deseando  que  todo  el  mundo  comprenda  la  gravedad  de  las  actua- 
les circunstancias.  Esperamos  que  los  partidos  monárquicos,  animados  de 
noble  patriotismo,,  se  muestren  dispuestos  á  hacer  cada  cual  algún  sacrificio 
en  aras  del  bien  común. 

Créanos  el  General  Prim,  de  cuya  bnena  fé  no  abrigamos  la  menor  sospe- 
cha. Sobre  él  pesa  una  gran  responsabilidad,  por  lo  mismo  que  sin  razón,  én 
sentir  nuestro,  se  le  juzga  todopoderoso  y  capaz  de  guiar  á  su  antojo  el  car- 
ro de  la  Revolución:  por  halagüeña  que  sea  la  pintura  que  en  el  elegante 
preámbulo  del  decreto  de  amnistía  hace  del  estado  de  los  negocios  públicos 
el  Sr.  Ministro  de  la  Gobernación,  la  verdad  está  muy  distante  del  diseño; 
el  país  lo  conoce  y  pide  á  voz  en  grito  paz  moral,  sin  la  cual  no  hay  prospe- 
ridad posible  ni  verdadero  orden  público. 

J.  L.  Albareda. 


KXTRRIOB,  641 


EXTERIOR. 

¡Cuan  grande  era  la  confianza  con  que  los  Franceses  emprendían  la  guer- 
ra! Por  fin,  iban  á  borrar  las  huellas  de  aquellos  odiados  pactos  internacio- 
nales de  1815,  con  que  los  diplomáticos  de  Viena,  explotando  la  derrota  de 
Waterlóo,  habian  humillado  y  empequeñecido  la  Francia.  Los  límites  de  su 
patria  iban  á  llegar  al  deseado  Ehin,  no  sólo  desde  Basilea  hasta  Lautem- 
burgo,  sino  hasta  Holanda.  Tréveris,  Maguncia,  Coblentza,  Colonia,  iban 
á  dejar  de  ser  los  puestos  avanzados  que  la  Prusia  enemiga  estaba  ocupan- 
do, desde  hacía  medio  siglo,  en  el  territorio  francés ,  para  amenazar  desde 
ellos  el  corazón  de  Francia.  La  unidad  alemana  iba  á  dejar  de  ser  un  pe- 
ligro; y,  en  todo  caso,  sería  compensada  con  exceso  por  la  unidad  francesa, 
que  comprendiese  todo  el  actual  Imperio,  y  el  Palatinado,  y  la  parte  occi- 
dental de  la  provincia  prusiana  del  Ehin ,  y  lo  demás  que  los  Estados  ale- 
manes poseen  á  la  izquierda  del  rio ,  y  acaso  el  Luxemburgo,  y  tal  vez  la 
Bélgica!  Ya  la  Inglaterra  pedia  explicaciones  respecto  déla  neutralidad  bel- 
ga; pero  el  Gobierno  francés  se  hacía  el  distraído,  y  no  contestaba  sino  con 
evasivas,  y  la  opinión  pública  del  Imperio  hubiera  condenado  como  una  de- 
bilidad injustificable  y  como  una  imprevisión  indigna  de  ser  perdonada, 
toda  garantía  nueva  que  á  Bélgica  se  hubiese  dado. 

¡A  Berlín,  á  Berlín!  se  gritaba  en  Paris  por  todas  partes ;  en  las  plazas 
públicas  lo  mismo  que  en  el  Cuerpo  Legislativo.  Los  Diputados  y  los  pe- 
riodistas hablaban  de  arrojar  á  los  Prusianos  á  culatazos  al  otro  lado  del 
Rhincomo  de  empresa  facilísima  y  segura.  M.  Emile  de  Girardin,  reputado 
desde  hace  muchos  años  como  el  primer  periodista  de  Francia,  y  ahora  Se- 
nador del  Imperio,  daba  con  un  juego  de  palabras,  en  un  teatro,  la  medida 
exacta  del  poco  valor  concedido  á  la  tarea  que  se  encomendaba  al  ejército. 
Como  se  exigiese  á  un  actor  que  cantase,  como  todos  sus  compañeros ,  con 
los  versos  de  Alfredo  de  Musset  la  música  del  Rhin  alemán,  y  él  se  excu- 
sase alegando  que  no  la  sabía  ni  le  era  posible  aprenderla  en  pocos  minutos, 
el  periodista-Senador  gritó  desde  un  asiento  de  la  platea:  «'Es  decir,  que  so 
necesita  más  tiempo  para  aprender  el  Ehin  (apprendre)  que  para  conquistarlo 
iprendre).  En  el  Cuerpo  Legislativo,  un  Diputado  creyó  conveniente  propo- 

TOMO  XV.  41 


642  REVISTA    POLÍTICA 

ner  que  se  armasen  las  poblaciones  próximas  á  la  frontera,  en  la  previsión 
de  que  el  extranjero  llegase  á  invadirla  por  algún  punto.  Una  gritería  into- 
lerante le  ahogó  la  voz,  protestando  contra  tan  ignominiosa  suposición. 
Quiso  insistir  en  ella,  atenuándola  mucho,  y  limitando  su  hipótesis  á  la  po- 
sibilidad remota  de  que  el  enemigo ,  siquiera  por  un  momento,  y  en  algún 
punto  aislado ,  lograse  poner  su  planta  en  el  suelo  de  Francia;  y  el  mismo 
jefe  del  Gobierno,  M.  Ollivier,  declaró  que  no  debian  suponerse  posibles  se- 
mejantes casos.  El  Ministro  de  la  Guerra,  M.  Leboeuf,  contribuia  por  su 
parte  á  aumentar  la  confianza,  asegurando  que  el  Imperio  estaba  preparado 
para  la  guerra,  y  que  ésta  sería  rápida  y  ventajosa. 

La  única  voz  que  en  aquella  gritería  de  fanfarronadas,  de  promesas  exa- 
geradas al  patriotismo,  de  amenazas  locas  contra  el  extranjero,  tomó  un 
acento  grave,  y  quiso  llamar  la  atención  de  los  Franceses  hacia  las  dificul- 
tades y  peligros  de  la  guerra,  fué  la  del  Emperador.  En  su  proclama  al  ejér- 
cito, apenas  hubo  llegado  al  cuartel  general  de  Metz,  decia  á  los  soldados: 
i»  Vengo  á  colocarme  á  vuestra  cabeza  para  defender  el  honor  y  el  suelo  de  la 
patria....  La  guerra  que  empieza  será  larga  y  penosa,  porque  tendrá  por 
teatro  lugares  erizados  de  obstáculos  y  de  fortalezas."  •  Qué  impertinentes 
parecieron  estas  frases  á  la  mayor  parte  de  los  Franceses !  Creer  la  próxima 
guerra  larga  ó  trabajosa,  y  sobre  todo,  que  en  ell^  iba  á  tratarse  del  sítelo 
de  la  patria ,  les  parecia  desconocer  demasiado  los  recursos  y  la  fuerza  de 
Francia.  Más  pasadero  encontraban  que  Napoleón  III  dijese  á  las  tropas: 
i»Vais  á  combatir  con  uno  de  los  mejores  ejércitos  de  Europa,»»  porque  el 
mérito  atribuido  al  enemigo  aumentaria  el  de  la  victoria ,  que  se  contaba 
como  segura. 

Pero  el  Emperador  mismo  se  engañaba,  porque  anadia  en  su  proclama: 
u  Cualquiera  que  sea  el  camino  que  tomemos  fuera  de  mtestras  fronteras,  en- 
contraremos las  huellas  gloriosas  de  nuestros  padres.'"  Se  engañaba  toda  la 
Europa,  que  consideraba  como  indudable  que  los  Franceses  iban  á  tomar 
la  ofensiva.  Y  bien  podemos  añadir  que  los  mismos  Prusianos  y  sus  aliados 
participaban  del  error,  puesto  que  se  dedicaron  con  iüan  á  inutilizar  líneas 
de  ferro-carriles,  á  cortar  puentes ,  y  á  colocarse  entre  Tréveris,  Coblentza 
y  Maguncia,  ocupando  posiciones  defensivas  sobre  las  líneas  del  Mosela,  del 
Saar  y  del  Rhin,  y  esperando  en  ellas  el  ataque  de  los  impetuosos  soldados 
franceses. 

Los  dias  pasaban,  y  la  Francia  se  impacientaba  mucho  y  toda  Eu- 


I 


EXTERraa.  643 

ropa  se  impacientabsi  un  tanto.  Los  hombres  de  este  siglo  nunca  cree- 
mos que  las  cosas  marchan  demasiado  a^írisa.  ,S(^gun  parece,  Napoleón  III 
y  los  Mariscales  conocieron,  desde  que  deliberaron  por  primera  vez 
sobre  el  teatro  de  las  operaciones  militares,  las  grandes  dificultades  con 
que  iban  á  tropezar.  ¿Se  referían,  en  su  sentir,  esas  dificultades  á  las 
naturales  y  profíias  de  los  dos  únicos  movimientos  militares  que  les  serán 
posiiíles  entonces,  y  que  consistian,  el  uno  en  atacar  á  los  Prusianos, 
aparapetados  entce  sus  plazas  fuertes,  y  los  tres  ríos,  y  el  otro  en  atra- 
vesar el  Ehin  con  un  material  inmenso  á  la  vista  de  un  ejército  enemigo 
numei'osííámo,  y  no  quebrantado  todavía  por  ningún  combate?  ¿O  compren- 
dieron desde  luego  la  enorme  desproporción  numérica  con  q^iae  federaJes  y 
franceses  se  habian  presentado  en  las  líneas  de  operaciones? 

Como  quiera  que  sea,  el  dia  2  de  Agosto  el  ejército  francés  atacó  el  punto 
más  avanzado  del  ejército  enemigo,  y  sin  grande  esfuerzo  se  apoderó  de 
Saarbruck,  que  los  Prusianos  apenas  le  disputaron.  Napoleón  III  se  halló 
presente  en  aquel  combate,  y  á  su  lado  su  hijo,  el  Príncipe  imperial,  oyó 
por  primera  vez  silbar  las  balas,  y  á  la  tierna  edad  de  catorce  años  dio 
muestras  de  gran  serenidad  y  sangre  fría.  El  regocijo  que  causó  en  París 
aquel  prímer  paso  dado  en  el  camino  déla  guerra,  fué  bien  pronto  amargado 
y  olvidado. 

El  dia  4,  el  Príncipe  real  de  Prusia  ataca  á  los  Franceses  en  Wissem- 
burgo,  punto  en  <iue  formaban  -un  ángulo  las  dos  extensas  líneas  de  frente 
que  estaban  ocupando,  una  desde  aUí  hasta  Thionville,  y  la  otra  hasta  Stras- 
bttrgo.  El  general  Douay,  que  mandaba  eiA  aquel  puesto  avanzado,  muere 
pele^ido,  y  los  Franceses  tienen  que  ceder  ante  fuerzas  muy  superiores. 
El  Mariscal  Mao-Mahon,  que  no  pudo  llegar  á  tiempo  para  salvar  las  tropas 
de  Douay,  y  la  posición  -de  Wissemburgo,  se  sitúa  en  Woerthj  pero  el  dia 
6,  le  íítaca  allí  el  mismo  Príncipe  real  de  Prusia,  y  si  el  intrépido  Mariscal 
francés  no  muere  como  Douay,  es  porque  las  balas  enemigas  parecen  evi- 
tarle. Ya  no  era  una  división  la  que  sufria  el  ataque,  como  dos  dias  antes, 
sino  un  cuei-po  de  ejército  entero,  <íompuesto  de  tropas  escogidas,  entre  las 
que  estaban  algunos  regimientos  de  zuavos  y  de  Turcos,  y  mandado  por  el 
General  ea  quien  Francia  tenía  depositada  mayor  confianza.  Sin  embar- 
go, la  Buperíoridad  numérica  de  los  federales  continuaba  siendo  abrumado- 
ra; se  habian  presentado  140.000 contra  35.000  Franceses.  En  vanolosguer- 
reros  de  África  liaeen  prodigios  de  valor;  en  vano  los  regimientos  de  caba- 


644  REVISTA    POLÍTICA 

Uería  dan  cargas  heroicas.  El  número  vence;  los  Franceses  emprenden  la 
retirada^  que  no  tarda  en  convertirse  en  desordenada  tuga. 

Y  en  el  mismo  dia,  el  General  Frossard,  que  habia  tomado  el  2  á  Saar- 
bruck,  es  rechazado  con  grandes  pérdidas  hacia  Metz.  Al  ver  llegar  sus  tro- 
pas en  el  desorden  propio  de  la  derrota,  y  al  saber  lo  sucedido  al  ejército  de 
Mac-Mahon,  se  escapa  del  cuartel  general  del  Emperador  un  grito  de  an- 
gustia, que  esparce  el  pánico  hasta  París,  que  llena  de  estupor  á todo  ellm- 
perio,  y  que  causa  el  mayor  asombro  en  toda  Europa.  '«Aquí  no  hemos  per- 
dido todavía  la  sangre  fria  ni  la  confianza;  pero  es  necesario  que  Francia  haga 
un  esfuerzo  supremo  para  salvarnos  y  para  salvarse.»»  j Terrible  contraste  en- 
tre estas  exclamaciones  que  piden  socorro  para  un  ejército  cuya  mayor  parte 
no  habia  combatido,  y  la  confianza  absoluta  con  que  los  Franceses  hablan 
mirado  hasta  entonces  la  guerra!  Napoleón  III  habia  dicho  pocos  dias  antes 
en  una  alocución  dirigida  á  todos  sus  subditos:  "Voy  á  ponerme  á  la  cabeza 
de  ese  valiente  ejército  que  está  animado  por  el  amor  del  deber  y  de  la  pa- 
tria. El  sabe  lo  que  vale,  porque  ha  visto  en  las  cuatro  partes  del  mundo 
que  la  victoria  ha  seguido  sus  pasos.'»  Y  á  sus  soldados,  en  la  proclama  an- 
tes citada,  les  habia  recordado,  como  garantía  de  que  vencerían  á  los  Pru- 
sianos, sus  triunfos  sobre  los  Rusos  y  los  Austríacos,  su  buena  fortuna  en 
África,  en  Crímea,  en  China,  en  Italia  y  en  Méjico.  Las  armas  francesas, 
en  efecto,  hablan  mantenido  brillante  su  prestigio  en  todas  partes,  aun 
en  aquellas  en  que  la  diplomacia  del  Gobierno  imperíal  habia  sido  des- 
graciada. 

La  lucha  ofensiva  estaba  convertida  en  defensiva:  la  guerra  de  Alemania 
se  habia  cambiado  en  guerra  de  Francia;  las  esperanzas  de  dictar  la  paz  muy 
pronto  en  Berlin  estaban  sustituidas  por  los  temores  de  que  los  fenerales  se 
apoderasen  en  breves  dias  de  París.  El  patriotismo  francés  se  encontraba 
puesto  á  ruda  prueba;  era,  en  efecto,  necesarío  el  esfuerzo  supremo  que  el 
Emperador  reclamaba  desde  Metz  en  sus  inesperados  despachos  telegráfi- 
cos. Si  Francia  no  se  levantaba  hasta  la  altura  de  las  exigencias  de  su  infor- 
tunio, resultarla  indigna  de  su  pasada  grandeza. 

Afortunadamente  para  su  gloria  y  su  porvenir,  se  mostró  desde  el  pri- 
mer momento  resuelta  á  todos  los  sacrificios  y  á  todos  los  esfuerzos  de  pa- 
triotismo, de  heroísmo,  de  abnegación,  que  el  destino  le  pidiese.  Los  cantos 
prematuros  de  triunfo  se  trocaron  en  gritos  de  rabia  y  de  venganza;  de 
venganza  contra  el  extranjero  que  habia  hollado  el  suelo  sagrado  de  la  pá- 


EXTERIOR.  645 

tria;  de  furia  contra  el  Gobierno  impre\'isor  que  habia  puesto  á  Francia  con 
sus  faltas  en  tan  duro  trance. 

Las  faltas  cometidas  eran  notorias,  innegables,  enormes.  Consistía  la  pri- 
mera en  la  inconcebible  ignorancia  de  la  diplomacia  francesa,  que  no  habia 
visto  los  preparativos  de  Prusia,  mientras  Bismark  organizaba,  no  ya  un 
ejército,  sino  toda  una  nación,  ó,  por  mejor  decir,  muchas  naciones  arma- 
das para  el  combate,  que  si  no  han  traido  al  Rhin,  con  todos  sus  hombres, 
á  las  mujeres  y  á  los  niños,  como  los  Germanos  del  siglo  V,  han  conducido 
un  material  inmenso  de  víveres,  de  artillería,  de  municiones,  de  hospitales 
ambulantes,  de  telégrafos,  de  puentes.  Sin  embargo,  desde  1866,  no  sólo 
debian  tener  su  vista  muy  fija  en  estos  preparativos  las  legaciones  francesas 
en  Alemania,  sino  que,  para  que  su  vigilancia  fuese  más  eficaz,  todas  tenian 
agregados  militares  con  este  exclusivo  objeto. 

La  segunda  falta,  igualmente  inconcebible,  estuvo  en  no  saber  que  el 
ejército  francés  carecía  de  la  fuerza  numérica  que,  según  los  datos  oficiales, 
le  correspondía,  y  que  no  pedia  poner  enfrente  del  prusiano  sino  un  solda- 
do para  cada  dos  ó  tres  enemigos. 

La  tercera ,  y  acaso  la  más  grave  é  influyente  en  los  primeros  desastres 
de  la  guerra,  fué  creer  que,  en  presencia  de  cuatrocientos  mil  soldados  man- 
dados por  los  Príncipes  y  Generales  prusianos,  maestros  en  la  estrategia  y 
la  táctica,  se  podia  estar  cubriendo,  durante  muchos  dias,  dos  líneas  de 
frontera  tan  extensas  como  las  de  Sierk  ó  Thionville  á  Wissemburgo ,  y 
desde  este  punto  á  Strasburgo:  sesenta  leguas ,  ocupadas  en  toda  su  exten- 
sión por  pequeños  cuerpos  de  ejército,  contra  cualquiera  de  los  cuales  podia 
el  enemigo  acumular ,  en  cualquier  momento ,  fuerzas  triples ,  cuádruples, 
decuples. 

Se  imputaban  también  como  crímenes  al  desventurado  Ministerio  Olli-^ 
vier  otras  cosas.  En  la  ansiedad  por  saber  noticias,  que  tan  natural  es  en 
todos  los  ciudadanos  de  un  país  en  momentos  críticos,  se  habia  recibido  con 
vivo  disgusto  la  orden  de  que  los  periódicos  no  hablasen  de  los  movimien- 
tos de  las  tropas;  y  el  descontento  llegó  al  colmo  cuando,  habiendo  detenido 
el  Gobierno  algunas  horas  la  comunicación  de  los  despachos  anunciando  las 
derrotas  del  día  6,  se  supieron  en  Paris  por  los  periódicos  de  Londres. 

Convocadas  precipitadamente  las  Cámaras  por  orden  de  la  Emperatriz 
Regente,  les  fueron  presentados  varios  proyectos  de  ley,  para  el  armamento 
de  loda  Francia,  y  para  arbitrar  recursos  para  los  gastos  de  la  guerra. 


646  REVISTA    POLÍTICA 

Los  proyectos  fueron  votados  por  unanimidad  y  con  entusiasmo;  pero  con' 
tralos  Ministros  los  ataques  fueron  escandalosamente  violentos.  La  izquier- 
da del  Cuerpo  Legislativo  no  toleraba  ni  que  hablasen;  y  se  llegó  pronto  al 
extremo  de  lanzarse  algunos  Diputados  sobre  el  banco  ministerial  y  abofe- 
tear á  uno  de  los  Ministros.  Estos  no  se  defendieron  de  los  cargos;  pidieron 
que,  sin  perder  en  discusiones  acerca  de  sus  personas  y  sus  actos  el  tiempo 
que  hacía  falla  para  proveer  á  la  defensa  de  Francia,  se  votase  si  seguían 
teHÍendo  la  confianza  del  Cuerpo  Legislativo.  Este  se  la  negó  en  seguida  en 
votación  ordinaria,  y  el  Ministerio  del  2  de  Enero,  que  después  de  restable- 
cer el  régimen  parlamentario,  habia  aspirado  á  la  gloria  de  restablecer  las 
fronteras  nacionales  de  1814,  fué  expulsado  del  poder  por  la  mayoría  par- 
lamentaria por  haber  traido  á  su  país  la  ignominia  de  la  invasión  ex- 
tranjera. 

Las  leyes  votadas  por  el  Cuerpo  Legislativo  y  por  el  Senado  ,  llaman  in- 
mediatamente á  las  tilas  del  ejército  á  todos  los  mozos  que  debian  ser  sor- 
teados en  la  quinta  de  este  año,  sin  distinción  de  los  números  que  les 
toquen  por  suerte,  que  sólo  serán  tomados  en  cuenta  después  de  concluida 
la  guerra :  á  todos  los  solteros  ó  viudos  sin  hijos,  de  25  á  35  años,  que  no 
estuviesen  ya  sirviendo  en  la  Guardia  movilizada;  y  á  todos  los  licenciados 
de  las  seis  últimas  quintas,  anteriores  á  las  que  tenian  hoy  sus  contingen- 
tes en  los  regimientos.  Mandan  ingresar  en  la  Guardia  movilizada  á  todos 
los  mozos  de  21  á  25  años  á  quienes  no  hubiese  tocado  la  suerte  de  solda- 
dos, y  á  los  que  habian  cambiado  de  suerte,  ó  puesto  sustitutos;  y  dispo- 
nen, que  todos  los  demás  ciudadanos  de  21  á  50  años,  solteros  de  más  de 
35,  casados  ó  viudos  con  hijos,  formen  la  Guardia  nacional  sedentaria  del 
Distrito  municipal  en  que  estén  domiciliados  desde  un  año  antes. 

A  estos  preceptos  legislativos ,  según  los  que  deben  tomar  sin  pérdida  de 
tiempo  las  armas  todos  los  varones  franceses ,  desde  los  20  á  los  50  años, 
sin  otra  excepción  que  la  de  los  inútiles  para  el  servicio  por  defecto  físico, 
han  contestado  en  todos  los  puntos  de  Francia  el  entusiasmo  y  el  ardor 
patriótico  Los  alistamientos  voluntarios  se  hacen  en  una  escala  verdadera- 
mente admirable.  Todo  el  mundo  quiere  correr  á  la  defensa  de  la  patria. 
Las  jactancias  anteriores,  las  burlas  prematuras,  las  caricaturas  del  enemigo, 
vituperables  y  con  frecuencia  pueriles,  las  ligerezas,  las  frivolidades,  que 
ahora  se  recuerdan  como  un  remordimiento,  son  rescatadas  por  el  sacrificio 
individual  que  todos  hacen  de  su  sangre  y  de  su  fortuna  en  aras  de  la 


EXTERIOR.  647 

patria.  A  los  juegos  de  palabras,  los  equívocos,  las  chanzonetas,  las  mani- 
festaciones alegres  de  un  carácter  superficial ,  suceden  los  acentos  austeros 
de  la  noble  ira  inspirada  por  el  amor  del  suelo  natal,  y  del  decoro  y  la 
integridad  de  la  nación.  Se  repiten  por  doquiera  hechos  dignos  de  los  varo- 
nes ilustres  de  Plutarco.  Francia  el  país  del  paudeville ,  de  la  caricatura  y 
del  canean,  deja  de  bailar  y  de  reir,  y  se  arroja  sobre  las  armas  para  salvar, 
con  su  territorio,  el  honor  de  su  historia  y  el  de  la  raza  latina.  Que  perse- 
vere en  esos  sentimientos ;  que,  si  su  ejército  ha  de  sufrir  nuevos  reveses, 
la  guerra  popular,  de  que  los  Españoles  dieron  tan  insigne  ejemplo  en  la 
de  su  Independencia,  sea  sustituida  á  los  esfuerzos  de  las  tropas  regulares; 
que  no  consienta  en  hablar  de  paz  mientras  el  extranjero  esté  armado  sobre 
suelo  francés ',  que  se  resigne  á  que  la  guerra  dure  tanto  como  sea  necesario 
para  conquistar  una  paz  honrosa ;  y  Francia  puede  estar  segura  de  que  la 
conquistará. 

Desgraciadamente,  hay  partidos  políticos  que  no  quieren  desaprovechar 
la  ocasión  de  pretender  el  poder  para  sí.  Los  radicales  y  demagogos,  que  á 
fuerza  de  humanitarismo  y  de  cosmopohtismo,  dan  menos  importancia  á 
la  idea  de  la  nacionalidad  que  al  triunfo  de  sus  utopias,  han  reclamado  im- 
periosamente la  peligrosa  honra  de  encargarse  de  la  salvación  de  Francia 
en  estos  críticos  momentos.  Recuerdan  á  todo  instante  la  admirable  cam- 
paña militar  hecha  por  la  Convención ,  y  dan  por  supuesto   que  la  forma 
republicana  tiene  virtud  para  unir  estrechamente  la  victoria  á  las  banderas 
revolucionarias.  En  lo  antiguo  se  entendia  al  revés  :  Roma,  cuando  se  veia 
amenazada  por  un  extranjero  invasor,  nombraba  un  dictador,  y  le  conferia 
el  poder  absoluto ;  ó  bien  daba  la  dictadura  á  sus  primeros  magistrados 
ordinarios,  decretando  el  caveant  Cónsules.  Es  verdad  que  en  1792  la 
Convención,  con  su  energía,  salvó  á  Francia;  pero  lo  hizo  centralizando  el 
poder,  vigorizándolo  en  la  única  forma  en  que  entonces  era  posible,  creando 
la  unidad  de  acción,  haciendo,   en  suma,  todo  lo  contrario  de  lo  que  en 
otras  cualesquiera  circunstancias ,  que  no  sean  las  especialísimas  de  enton- 
ces, puede  hacer  el  establecimiento  de  un  Gobierno  republicano  sustituyen- 
do al  monárquico.  Cuando  la  Convención  se  reunió,  la  Monarquía  estaba 
derribada;  el  Rey  se  hallaba  preso  en  calabozos,  de  que  no  habia  de  salir 
sino  para  el  cadalso ;  los  Prusianos  avanzaban  victoriosos  por  los  caminos 
que  recorren  ahora;  los  Príncipes  franceses ,  con  lo  más  granado  de  la  no- 
bleza, del  clero,  del  ejército,  conspiraban  desde  Coblentza  contra  su  patria, 


648  REVISTA    POLÍTICA 

y  mantenian  numerosas  y  estrechas  relaciones  en  la  Corte;  los  Girondinos 
se  preparaban  á  proclamar  el  federalismo. 

En  aquellas  críticas  circunstancias,  la  Convención,  sin  retroceder  ante 
ningún  horror,  reconcentró  en  sus  manos  el  poder  para  que  hubiese  unidad 
de  acción  en  la  defensa  del  territorio,  y  en  la  resistencia  á  la  guerra  civil,  y 
para  oponer  enérgicamente  la  unidad  indivisible  de  la  patria  á  las  doctri- 
nas federales.  Pero  aquella  situación  anómala  y  singular  no  puede  repetir- 
se. Hoy  no  hay  emigración  de  Coblentza,  ni  realistas  sublevados  en  la  Ven- 
dée,  ni  federales;  y  si  hay  algo  parecido  á  eso,  está  en  los  republicanos.  Ni 
la  conspiración  desde  el  extranjero,  ni  la  guerra  civil,  ni  el  federalismo,  son 
procurados  por  nadie  más  que  por  los  demagogos.  Para  vencer  á  los  Ale- 
manes lo  que  se  necesita  no  es  hoy  la  guillotina  levantada  en  París  para  los 
ciudadanos  franceses,  como  la  levantó  en  1793  la  Convención  que  no  tuvo, 
en  realidad,  otro  instrumento  de  gobierno  que  el  verdugo :  lo  que  hace  falta 
es  buena  dirección,  estrategia,  táctica,  disciplina  militar,  administración 
activa  y  ordenada,  hacienda  bien  conducida,  armas,  municiones,  diploma- 
cia, escasez  de  discusiones  públicas,  abstención  absoluta  de  tumultos  en  las 
calles,  esmero  en  evitar  todo  motivo  de  división  entre  los  defensores  del 
país. 

Caido  el  Ministerio  OUivier  ante  las  exigencias  de  la  extrema  izquierda, 
la  Emperatriz  Regente,  con  el  asentimiento  del  Emperador,  encargó  la  for- 
mación de  uno  nuevo  al  General  Montauban,  Conde  de  Palikao,  que  lo  for- 
mó con  diputados  de  la  extrema  derecha  y  del  centro  derecho.  Tres  eran  los 
principales  motivos  alegados  por  los  republicanos,  y  por  los  demás  miem- 
bros de  la  izquierda  para  exigir  que  el  Gabinete  del  2  de  Enero  les  cediese 
el  poder :  primero,  que  los  partidarios  del  Imperio  napoleónico  habian  com- 
prometido á  Francia  con  sus  errores  ó  sus  faltas;  segundo,  que  el  Cuer- 
po Legislativo,  representación  directa  de  Francia,  tenia  el  derecho  y  el  de- 
ber de  dirigir  por  sí  mismo  negocios  tan  trascendentales  como  la  guerra, 
convirtiéndose  en  comité  de  defensa  nacional ;  y  tercero,  que  era  insoporta- 
ble el  silencio  impuesto  por  el  Gobierno  respecto  de  los  sucesos  militares.' 
y  el  monopolio  que  quería  ejercer  de  las  noticias  del  cuartel  general.  Pues 
bien;  el  Ministerio  del  Conde  de  Palikao  se  compone  de  representantes  de 
fracciones  más  imperialistas  que  las  que  apoyaban  al  de  Emilio  OUivier; 
ha  empezado  exigiendo  más  confianza  en  sus  actos,  y  ha  llevado  más  lejos 
a  condición  del  PÍlencio  en  cuanto  á  los  sucesos  militares;  y  sin  embargo, 


EXTERIOR.  649 

OS  que  echaban  á  gritos  y  á  bofetadas  á  los  Ministros  anteriores,  han  reci- 
bido con  respeto  y  con  benevolencia  á  los  nuevos. 

Verdad  es  que,  en  cambio ,  la  minoría  republicana  ha  dirigido  censuras 
muy  fuertes  contra  el  Emperador,  á  las  que  no  se  ha  contestado;  que  ha 
exigido  que  deje  de  ser  el  generalísimo  de  los  ejércitos^  y  se  ha  visto  com- 
placida, hasta  cierto  punto,  con  el  nombramiento  del  Mariscal  Bazaine, 
para  General  en  jefe  del  del  Ehin,  sin  que  haya,  según  las  declaraciones  de 
Palikao,  ningún  mando  superior  al  suyo,  ni  á  parte  de  él;  que  ha  logrado 
que  en  la  proclama  del  General  Trochu,  encargado  de  la  defensa  de  París, 
no  se  hable  del  Emperador  ni  de  su  dinastía;  que  el  Presidente  del  Conse- 
jo evita  también  citar  al  Monarca ^  de  quien  es  Ministro,  y  parece  fun 
dar  todos  sus  títulos  al  poder  en  el  apoyo  de  la  Cámara;  y  que,  por  toda 
estas  causas,  se  habla,  como  de  suceso  inmimente,  de  la  caida  del  Imperio, 
y  de  la  constitución  de  un  Gobierno  provisional.  Sin  embargo,  hasta  los 
momentos  de  ser  escrito  este  artículo,  al  lado  del  hecho  certísimo  de  que  el 
Gobierno  imperial  está  tan  desprestigiado  como  lo  demuestran  esos  rumo- 
res y  esos  sucesos,  no  hay  hecho  alguno  en  las  regiones  oficiales  que  pueda 
ser  considerado  como  el  principio  de  la  revolución  dinástica  anunciada.  Si  el 
Ministerio  y  la  mayoría  del  Cuerpo  Legislativo  no  han  contestado  á  la  mi- 
noría con  la  energía  con  que  ésta  ha  atacado,  puede  consistir  en  que  se  crea 
conveniente  no  discutir  la  persona  del  Emperador,  y  apartar  su  responsa- 
bilidad de  los  actuales  sucesos. 

Entre  tanto,  pasan  los  dias,  y  los  Generales  franceses  detienen  al  ene- 
migo, ganando  el  tiempo  posible  para  que  se  completen  los  armamentos  de 
Francia.  Desde  el  dia  14  al  18  ha  habido  combates  y  batallas  repetidas; 
pero  las  relaciones  telegráficas,  en  que  ambas  partes  se  atribuyen  las  victo- 
rias, no  permiten  hasta  ahora  saber  lo  que  ha^pasado.  Lo  seguro  es,  que  al 
campamento  de  Chalons,  en  que  se  está  concentrando  el  grueso  del  ejército 
francés  ,  han  llegado  por  una  parte  el  Emperador  y  el  Príncipe  imperial, 
atravesando  por  entre  los  Prusianos;  por  otra,  el  Maríscal  Mac-Mahon, 
cuya  popularidad  no  sólo  no  ha  sido  dcstruida_,  sino  que  parece  haberse 
aumentado  con  los  desastres  de  Wissemburgo  y  de  Woerth,  y  que  ha  condu- 
cido hasta  aquel  punto  su  ejército  derrotado,  sin  que  el  del  Príncipe  real 
de  Prusia^  su  vencedor  y  cuatro  veces  más  numeroso,  le  haya  molestado,  ú 
pesar  de  haber  hecho  hasta  Nancy  el  mismo  camino;  por  otra,  el  General 
Félix  Douay,  con  el  sétimo  cuerpo  de  ejército,  que  estaba  antes  en  Bellfort; 


650  REVISTA   POLÍTICA    EXTERIOR. 

y  por  último,  los  refuerzos  enviados  desde  Reims,  Paris  y  otros  puntos. 
Las  fortificaciones  de  Paris  están  ya  con  su  sistema  de  defensa  completo. 
Todo  el  mundo  conviene  en  que  el  General  Palikao  tiene  una  actividad 
admirable  para  la  organización  de  nuevos  cuerpos.  El  Mariscal  Bazaine  pe- 
lea casi  diariamente  con  los  ejércitos  federales,  primero  y  segundo.  Si  desde 
el  14  al  18  se  ha  propuesto  forzar  el  paso  para  reunirse  con  el  Emperador 
y  Mac-Mahon,  no  lo  ha  logrado;  si  su  objeto  ha  sido  entretener  al  enemigo 
mientras  en  Chalons  se  agrupan  fuerzas  suficientes  para  la  resistencia,  y 
mientras  Paris  completa  sus  fortificaciones ,  ha  conseguido  hasta  ahora  lo 
que  se  proponía. 

I'  Hay  un  punto  en  que  las  noticias,  desgraciadamente,  están  conformes; 
en  que  las  pérdidas  por  ambas  partes  son  enormes.  Alemania  dispone  nue- 
vas reservas  para  completar  las  mermadas  filas  de  los  federales.  Francia 
tendrá  que  redoblar  también  sus  esfuerzos.  Todas  las  demás  potencias,  cada 
vez  más  encerradas  en  la  neutralidad ,  no  ven  la  ocasión  de  intervenir  para 
hacer  algo  en  favor  del  restablecimiento  de  la  paz. 

Ha  comenzado  el  bombardeo  de  Strasburgo.  Desde  esta  ciudad  y  la  de 
Phalsburgo,  también  sitiada  por  los  Alemanes,  se  han  hecho  salidas  por  las 
guarniciones ,  habiendo  sido  muy  feliz  la  de  esta  última  plaza,  que  logró 
causar  1.500  muertos  á  los  sitiadores.  Se  aguardan  noticias  de  las  opera- 
ciones de  la  escuadra  francesa  en  el  Báltico.  Pero  los  destrozos  y  horrores 
de  estos  puntos  apartados  son,  en  su  mayor  parte,  sin  resultado.  La  cues- 
tión se  ha  de  decidir  ahora  en  torno  de  Metz,  y  en  frente  de  Chalons;  des- 
pués, en  donde  la  suerte  de  las  armas  disponga.  El  ciego  azar  de  las  batallas 
es  en  la  actualidad  el  arbitro  de  la  política,  y  le  impondrá  sus  leyes  capri- 
chosas. Quiera  Dios  que  la  tempestad  pase  pronto,  que  el  horizonte  se 
aclare,  que  la  sangre  derramada,  ya  que  con  espantosa  abundancia  corre, 
sea  fecunda  en  frutos  de  una  paz  duradera,  estable,  ajustada  á  las  verdade- 
ras necesidades  de  los  pueblos. 

Fernando  Cos-Gayon. 


boletín  bibliográfico. 


HlSTOKlA  DE  LÁ  MATRÍCULA  DE  MAE,  Y  EXAMEN  Di  VARIOS  SISTEMAS  DE  RE- 
CLUTAMIENTO MARÍTIMO,  por  el  Capitán  de  fragata^  D.  F.  Javier  de  Salas, 
individuo  de  número  de  la  Academia  de  la  Historia. — Madrid. — Imprenta 
deT.  Fortanet.-1870. 

Este  libro  no  es  enteramente  nuevo.  En  1865  publi<;ó  su  autor,  de  orden 
del  Gobierno,  una  Memoria  sobre  matrículas,  dividida  en  tres  partes.  De 
la  primera  y  segunda,  corregidas  y  aumentadas,  se  compone  la  que,  también 
de  orden  superior,  ha  visto  ahora  la  luz  pública. 

Es  nueva  una  epístola  que  á  su  frente  ha  puesto  el  Sr.  Salas,  en  donde 
con  fina  ironía  combate  á  los  enemigos  de  las  matrículas,  y  de  la  cual  tras- 
ladaríamos aquí,  con  gusto,  varios  pasajes;  pero  conténtemelos  con  el  si- 
guiente recuerdo  délos  resultados  que  la  reforma  realizada  en  1820  produ- 
jo; recuerdo  oportuno,  á pesar  de  que  en  las  circunstancias  de  aquella  época 
y  de  la  actual  hay  diferencias  dignas  de  ser  tomadas  en  cuenta. 

'•De  1.622  hombres,  convocados  en  el  departamento  de  Ferrol  por  de- 
cretos de  Cortes  fechas  14  de  Mayo  de  1821  y  11  de  Noviembre  del  si- 
guiente, faltaron  1.578,  obteniéndose  tan  sólo  84,  que,  en  vez  de  utilidad 
para  los  buques,  eran  semillero  de  toda  clase  de  vicios.  De  1.730  llamados 
en  el  de  Cartagena,  faltaron  1.373.  Análoga  suerte  cupo  al  de  Cádiz.  La 
provincia  de  Canarias  no  remitió  ni  uno  solo;  lo  mismo  la  de  Granada;  Se- 
villa uno,  en  vez  de  los  centenares  que  le  habian  correspondido;  en  Mallorca 
paseábanse  tranquilamente  por  la  capital  unos  300  desertores,  sin  que  el 
Ayuntamiento,  á  cuyo  cargo  estaba  la  matrícula,  los  persiguiera;  en  la  Ha- 


652  boletín  bibliogkáfico. 

baña  veíanse  amarrados  todos  los  buques  del  apostadero  por  no  poder  dis- 
ponerse ni  de  un  solo  hombre  para  dotarlos.  Y  cuenta,  que  la  totalidad 
consistia  en  la  corbeta  Céi'es,  bergantines  Hiena  y  Marte,  goleta  Clarita  y 
cinco  cañoneros;  cuya  suma  de  dotaciones  no  llega  á  la  de  una  de  nuestras 
actuales  fragatas.  La  corbeta  MaHa  Francisca,  destinada  á  comisión  urgente 
y  peligrosa  del  servicio,  salió  con  la  tercera  parte  de  su  fuerza:  la  fortuna 
evitó  un  combate:  de  otro  modO;,  jqué  hubiera  sido  de  la  honra  del  país? 
Pero  al  cabo  lastimáronla  profundamente  las  vergonzosas  y  trascendentales 
sublevaciones  del  navio  Asia  y  bergantin  Aquiles.^^ 

La  parte  primera  de  la  nueva  edición  contiene  principalmente  las  noticias 
históricas,  aumentadas  con  otras  de  varias  clases^,  y  con  reflexiones  y  co- 
mentarios dignos  de  ser  estudiados.  La  segunda  reseña  la  vida  del  marinero, 
y  la  compara  con  la  del  soldado;  coteja  la  matrícula  de  mar  con  la  quinta; 
examina  el  sistema  de  sorteos  para  dotar  de  personal  los  buques  de  la  Ar- 
mada; y  explica  los  sistemas  de  reclutamiento  naval  seguidos  en  Inglaterra, 
Prusia,  Italia,  Brasil  y  Francia. 

Como  apéndice,  se  inserta  la  traducción  de  un  notable  artículo  sobre  es- 
tos mismos  asuntos,  que  publicó  la  Eevm  des  devjx  mondes,  y  que  se  atri- 
buye al  Príncipe  de  Joinville. 


Historia  de  las  germaníás  de  valencia  y  breve  reseña  del  levanta. 
MIENTO  REPUBLICANO  DE  1869 ,  pov  Maniiel  Fernatidez  Herrero;  precedido 
de  un  prólogo,  de  Roque  Barcia.— Madrid,  imprenta  de  la  viuda  é  hijos  de 
M.  Alvarez.-1840. 

El  título  de  esta  obra  bastarla  para  demostrar  que  la  política  ocupa  en 
ella  tanto  lugar,  por  lo  menos,  como  la  historia.  El  prólogo  se  propone  de- 
mostrar que  el  levantamiento  republicano  en  1869  fué  idéntico,  en  sus  ten- 
dencias, en  su  espíritu,  en  su  significación,  al  de  las  Germaníás  de  Valencia; 
que  los  federales  son  los  agermanados  de  ahora,  como  los  agermanados  fue- 
ron los  republicanos  federales  del  siglo  XVI.  Las  semejanzas  entre  dos  su- 
cesos históricos  son  siempre  posibles;  pero  cuando  se  cree  conveniente  se- 
ñalarlas, es  justo  indicar  al  mismo  tiempo  las  desemejanzas.  Estas  últimas 
serian  probablemente  mayores  que  aquellas,  si  el  cotejo  se  hiciese  (X)n  im- 
parcialidad y  buen  criterio. 


boletín  bibliográfico.  6b3 

A  pesar  de  las  referencias  hechas  de  los  sucesos  de  un  siglo  á  los  del  otro, 
el  relato  de  la  insurrección  de  1869,  que  ocupa  sólo  el  capítulo  26  del  libro, 
es  más  bien  un  apéndice,  poco  ligado  con  el  resto.  Son  dos  relaciones  histó- 
ricas, entre  las  que  no  existe  unidad,  aunque  tengan  una  paginación  se- 
guida, y  estén  encerradas  ambas  en  un  solo  y  pequeño  volumen. 


LIBROS  EXTRANJEROS. 


Lettres  completes  d'abélIrd  et  d'héloísse  ,  texte  latín  soigneusement 
revu;  tradvction  ncmvelle^  précédée  (JPune  Uude  philosopJiique  et  Uttéraire, 
par  M.  Grréard,  inspecteur  de  FAcadémie  de  París.— Librairie  Garnier 
fréres. 

Las  cartas  de  Abelardo  y  Heloisa  no  son  conocidas  sino  por  traducciones 
infieles.  Aun  el  mismo  original  latino  no  es  completamente  digno  de  fé; 
acaso  se  demuestre  algún  dia  que,  en  la  forma  en  que  ha  llegado  hasta  noso- 
tros, no  conserva  la  que  primeramente  le  dieron  sus  autores.  M.  Gréard  ha 
procurado, .  según  todas  las  noticias  hasta  hoy  disponibles,  corregir  cuidado- 
samente el  texto,  y  traducirlo  con  fidelidad. 

De  la  autora  y  heroina  de  las  Cartas  dice  así:  nLa  sencillez  en  el  herois- 
mo  es  la  más  rara  de  las  perfecciones;  por  eso  no  es ,  de  ordinario,  bien 
comprendida.  Los  diferentes  traductores  de  las  Cartas  de  Abelardo  y  Heloisa 
han  entendido  á  su  manera,  é  interpretado  á  gusto  de  las  preocupaciones  y 
de  las  pasiones  de  su  siglo  respectivo  aquel  sacrificio  sublime.  El  autor  de 
la  Novela  de  la  Rosa,  y  Villon,  en  su  balada,  inspirándose  en  sus  resentimien- 
tos contra  la  vida  monacal  de  la  Edad  Media,  prestan  á  la  desesperación  de 
Heloisa  un  sabor  de  despecho  irónico.  Entre  las  manos  de  Bussy-Rabutin  y 
de  sus  imitadores,  Heloisa  se  convierte  en  una  especie  de  Longueville  arre- 
pentida, lanzada  en  el  convento  por  el  remordimienio  de  sus  faltas.  El  si- 
glo XVIII  hace  de  ella  una  religiosa  disgustada  y  rebelde.  En  nuestros  dias, 
bajo  la  influencia  de  Werther,  de  Rene,  de  Obermann,  se  ha  extrañado  que 
no  prefiriese  buscar  en  la  muerte  el  remedio  y  el  fin  de  sus  sufrimientos.  Y 
no  se  ha  comprendido  que  no  habia  lugar  en  su  alma,  ni  para  el  despecho, 
ni  para  el  arrepentimiento,  ni  para  una  resolución  personal  cualquiera.  Fa- 


654  BOLRTIN   BIBLIOGRÁFICO, 

milia,  honor,  religión,  Heloisa  lo  inmoló  todo  á  Abelardo;  aniquiló  su  volun- 
tad en  la  de  Síi  *mado;  no  se  reservó  nada  para  sí,  nada  más  que  el  derecho 
de  ser  toda  para  él.  Los  arranques  generosos  y  las  piadosas  ternuras  que 
una  instrucción  <le  una  profundidad  y  de  una  extensión,  poco  comunes  en  su 
siglo,  hablan  desarrollado  en  su  alma,  se  convirtió  de  repente  en  un  «enti- 
miento  único.  Ama  á  Abelardo,  ama  á  la  criatura  como  los  grandes  santos 
aman  áDios,  con  un  amor  absoluto,  infinito.  En  el  momento  de  tomar  el 
velo,  el  único  pensamiento  que  la  hubiera  llenado  de  dolor,  y,  según  ella 
misma  añade,  de  vergüenza,  habria  sido  que  Abelardo  pudiese  sospechar  la 
espontaneidad  de  su  sacrificio.  «'Dios  sabe,  dice  Heloisa,  que,  por  una  sola 
palabra  tuya,  te  habria,  sin  v,&cilíir,  precedido  ó  seguido  á  Jas  abismos  infla- 
mados de  los  siglos;  porque  mi  corazón  no  estaba  ya  conmigo,  sinoxjontigo 
y  en  tí.  Y,  ea  efecto,  ^no  habia  aceptado  la  más  cruei  de  todas  las  muertes, 
el  olvido?" 


TiPOORáH A  w  r.REf.nRm  ESTRADA    Hiééra ,  1 ,  Madrid 


ÍNDICE  DE  LOS  ARTÍCULOS  DEL  TOMO  XV. 


IVTxm.     5T. 

Págs. 

Castello  Branco ,  por  D.  Antonio  Romero  Ortiz 5 

Novelistas  contemporáneos  de  la  Gran  Bretaña,  por  D.  Emilio 

Huelin 36 

Las  generaciones  artísticas  de  la  ciudad  de  Toledo  (continuación), 

por  D.  B.  Pérez  Galdós 62 

La  crisis  de  España,  por  D.  Carlos  Navarro  y  Rodrigo 94 

Una  temporada  en  el  más  bello  de  los  planetas  (continuación),  por 

D.  Tirso  Aguimana  de  Veca 122 

Revista  política  interior,  por  D,  J.  L.  Albareda 142 

ídem  id.  exterior,  por  D.  F.  Cos-Gajon 152 

Noticias  literarias. — Observaciones  sobre  la  novela  contemporánea 

en  Esyaña.— Proverbios  ejemplares  y  Proverbios  cómicos,  de 

D.  Ventura  Ruiz  Agmlera,  por  D.  B.  Pérez  Galdós 162 

Boletín  bibliográfico 173 

ISrúin.     58. 

Leyendas  del  antiguo  Oriente,  por  D.  Juan  Valera 177 

El  hombre  pre-histórico,  por  D.  Recaredo  de  Garay  y  Anduaga. . .     195 
Estado  general  de  Inglaterra  en  el  siglo  XVII ,  por  D.  Isidoro  Gu- 
tiérrez de  Castro 223 

Las  Bibliotecas,  por  D.  José  de  la  Cuesta  y  Crespo 242 

El  Licenciado  Pedro  de  La-Gasea ,  por  D.  Carlos  Ramírez  de  Are- 
llano 252 

Una  temporada  en  el  más  bello  de  los  planetas  (continuación),  por 

D.  Tirso  Aguimana  de  Veca 266 

Revista  política  interior,  por  D.  J.  L.  Albareda 294 

ídem  id.  exterior,  por  D.  F.  Cos-Gayon 301 

Noticias  \\\,QX9.x\^^.— Discursos  leídos  en  la  Academia  de  la  His- 
toria en  la  recepción  pública  de  D.  JoséQodoy  Alcántara,  por 

D.  Fernando  Cos-Gayon 3l0 

Estudio  histórico.— OW^í^í  y  fundamento  de  la  Universidad  de 

Salamanca,  por  D.  Domingo  Doncel  y  Orgaz 323 

Boletín  bibliográfico 330 


y 


El  comercio  de  América  y  los  Filibusteros,  por  D.  Joaquín  Maído - 

nado  Macanáz 337 

Estado  general  de  Inglaterra  en  el  siglo  XVII  (continuación) ,  por 

D.  Isidoro  Gutiérrez  de  Castro 362 

Los  Evangelios  Apócrifos,  por  D.  Francisco  Caminero 379 

Apuntes  para  un  estudio  filosófico  del  derecho  de  familia  ,  por  don 

Luis  Miralles , 406 

De  la  capacidad  política  en  los  sistemas  representativos,  por  D.  José 

Leopoldo  Feu 4l9 

Filósofos  españoles. — Juan  Huarte,  por  D.  Octavio  Marticorena. .  434 
Una  temporada  en  el  más  bello  de  los  planetas  (continuación),  por 

D.  Tirso  Aguimana  de  Veea 444 

Revista  política  interior,  por  D.  G.  Nuñez  de  Arce 472 

Revista  política  exterior,  por  D.  F.  Cos-Gajon 480 

Boletín  bibliográfico 494 

isrúm.     60. 

La  guerra,  por  D.  Fernando  Cos-Gayon 497 

Estado  general  de  Inglaterra  en  el  siglo  XVII  (continuación),  por 

D.  Isidoro  Gutiérrez  de  Castro 521 

El  Catolicismo  y  la  Filosofía  alemana,  por  D.  Nicomedes  Martin 

Mateos 54] 

Recuerdos  de  viaje.  —  Apuntes  para  la  descripción  é  historia  de 

Gíilicia,  por  D.  Fernando  Fulgosio 557 

De  la  capacidad  política  en  los  sistemas  representativos  (continua- 
ción) ,  por  D.  José  Leopoldo  Feu 585 

Ruinas  del  castillo  de  Tudela,  por  D.  Luciano  García  del  Real 604 

Una  temporada  en  el  más  bello  de  los  planetas  (continuación ),  por 

D.  Tirso  Aguimana  de  Veca 616 

Revista  política  interior,  por  D.  J.  L.  Albareda 633 

ídem  id.  exterior,  por  D.  F.  Cos  Gayón 641 

Boletín  bibliográfico , 651 


AP  Revista  de  España 

60 

t.l5 


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