ITALIA-ESPAÑA
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PRESENTED TO
THE LIBRARY
BY
PROFESSOR MILTON A. BUCHANAN
OF THE
DEPARTMENT OF ITALIAN AND SPANISH
1906-1946
REVISTA DE ESPAÑA.
REVISTA
DE ESPAÑA.
TERCER AÑO,
TOIVIO XLV.
MADRID,
REDACCIÓN Y ADMINISTRACIÓN, I TIPOGRAFÍA DE GREGORIO ESTRADA,
Paseo del Prado, 22, I Hiedra, 7»
1870.
A.*?'^
Hh^rr^7
60
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CASTELLO BRANCO,
O observador penetrante da sociedade portugueza
contemporánea, o pintor tantas vezes inspirado das
virtudes modestas, que a ennobrecem, ou dos vicios
e ruins paixoes, de que ella adoece no raeio das pom-
pas luxosas do seu cortejo, o auctor de tantos qua-
dros nota veis pela correc^áo e verdade das figuras,
paineis que podiam ser firmados por grandes mestres
estrangeiros, nao deve a sua realesa, senáo á si mes-
rao, senáo á Deus, que o prendou de dotes privile-
giados, senáo a perseveran^a, mae de todos os pro-
digios.
L. A. Rebello da Silva. — Revista contem-
poránea.— Anno 4.°
E Camilo Castello Branco urna das mais fecundas
e originaes intelligencias da nossa litteratura contem-
poránea.
Luciano Coedeiro. — Livro de critica, pá-
gina 224.
Camilo Castello Branco nada pede ao estrangeiro,
e reduz-se únicamente a copiar os typos, os costumes
e o viver da sua térra.
Ernesto BiESTER.—Crowí ca Utteraria de la
Revista. — 31 de Diciembre de 1861.
En un libro de critica literaria, que se titula O Aristarco por-
tugués^, hemos leido hace tiempo las siguientes palabras:
«¿Quién no conoce á Camilo Castello Branco, al hombre de los
»setenta y tantos libros, al escritor de admirable estilo, al drama-
^turg-o, al poeta, al teólog-o, al político, al novelista y hacedor de
» sátiras? Nadie: lo aseguramos.» (1)
Este párrafo laudatorio podria muy bien servir de epígrafe para
el presente articulo, sin más variantes que la supresión de un ad-
verbio y la adición de otro: bastarla suprimir el adverbio no , y
adicionar el adverbio aqui, en esta forma:
íl) o Aristarco portuguez. Goimbra, 1868, pág. 15.
6 CA8TKI,L0 BRANCO.
«¿Quién.... conoce aqui á Camilo Castello Branco, al hombre de
»los setenta y tantos libros, al escritor de admirable estilo, al dra-
^ímaturg-o, al poeta, al teólog-o, al político, al novelista y hacedor
»de sátiras? Nadie: lo aseguramos.»
En efecto; aquí nadie conoce á Castello Branco como dramatur-
go, ni como poeta, ni como teólogo, ni como político, ni como no-
velista, ni como nada. Y sin embargo, ese literato, inferior por sus
versos á Zorrilla, por sus comedias á Bretón de los Herreros y por
su ingenio satírico á Mariano José de Larra, es el primer novelista
contemporáneo de la Península ibérica. ¡Ahí Si tuviese por patria
á la Francia, á la Inglaterra ó á la Alemania, seria tan celebrado,
de seguro, y con tan justos títulos, cuando menos, como Balzac,
como Carlos Dickens y como Roberto Auerbach; pero ha nacido
allá donde el Tajo confunde ¿us aguas con las del Océano, y sus
excelentes obras no traspasan las reducidas fronteras de la Monar-
quía de Alfonso Enriquez, como no sea para circular por el atra-
sado Imperio del Brasil. ¡Triste condición la de los escritores lusi-
tanos, condenados desde la estéril segregación de 1640 á perma-
necer más oscurecidos é ignorados en medio del continente, que si
habitasen una apartada región del Asia! (1) ¡Triste condición la de
los pueblos español y portugués, tan unidos por la voluntad de la
Providencia, y tan separados por las preocupaciones tradicionales
de sus indolentes moradores!
¿Quién es responsable de este aislamiento absoluto? Ellos y no-
sotros: ellos, que, vertiendo al idioma lusitano, con afanosa dili-
gencia, todas las producciones selectas que ven la luz en Francia,
en Inglaterra y en Italia, rechazan sistemáticamente, con pueril
tenacidad y como peligroso contrabando, todo lo que procede de
las imprentas de Espaiia: nosotros, que, aun prescindiendo de las
razones históricas, geográficas, políticas, económicas y sociales que
nos aconsejan la más estrecha alianza con el vecino reino, debié-
ramos estudiarle detenida y concienzudamente por su importancia
intrínseca; y que, sin embargo, mientras damos un lugar prefe-
(1) En los tiempos de Cervantes era tan popular en España el idioma
portugués, que se representaban en nuestros teatros comedias portuguesas.
iiTraemos estudiftdas dos églogas, una del famoso poeta ÍTarcilaso, i otra del
iiexcelentisirao Camóes en su misma lengua portuguesa, los cuales hasta ahora
lino hemos representado." — Kl ingeniom hidalgo Don Quiote de la Mancha.
Edición de Argamasilla de Alba, tora. IV, pág. 174.
CASTELLÜ BRANCO. 7
rente en nuestras bibliotecas particulares á I pr ornes si spossi, del
italiano Manzoni; á N%estra Señora, del francés Víctor Hu^o; á
Pickhevich, del inglés Dickens; y á las Historias extraordinarias,
del norte- americano Edgard Poe, no tenemos la menor noticia del
primoroso libro Onde esta a felioidade, del portugués Castello
Branco. ¿Hay algo que justifique, ó que disculpe siquiera, esta la-
mentable indiferencia? ¿Presenta, acaso, ninguna nación europea
un número mayor de inteligencias superiores, atendida la propor-
ción estadística de los habitantes? ¿Conocéis algún Estado que, re-
lativamente á su población, ofrezca una suma más respetable de
eminencias científicas y literarias? Ese pueblo, extraño para no-
sotros, tiene sus historiadores, sus poetas, sus novelistas, sus filó-
sofos, sus oradores y sus artistas de primer orden: Fr. Luis dos
Anjos (1), Manuel Ayres de Azebedo (2), Antonio Macedo (3) y
Fr. Juan de San Pedro, bajo el seudónimo de Froes Perim (4), han
recopilado curiosas noticias sobre las portuguesas ilustres (5); pero
aqui no nos acomodamos á considerar el Portugal como nación
(1) Jardim de Portugal de mulheres illustres em santidade.—CoimhTSi, 1626.
(2) Portugal illustrado pelo sexo feme^iino.— Breve csitalogo de muchas heroí-
nas portuguesas que florecieron en santidad, letras y armas. — Lisboa, 1734.
(3) Tratado das senlwras mais devotas e nomeadas em Portugal. — 'Este tratado
no se ha impreso, y se halla entre las obras de este jesuita en la biblioteca
lusitana del Padre Francisco da Cruz, según leemos en Damiam Froes Perim.
(4) Theatro heroino, ahcedario histórico e catalogo das mulheres illustres em armas,
letras, acgoes heroicas, e artes liberaes,por Damiam de Froes Perim. — Lisboa, 1736.
(5) Entre las heroínas citadas por Froes Perim, figuran Antonia Rodríguez ,
Catanla, Deonadeo Martins, Elena Peres, Jerónlma de Moraes, Isabel de
Castro, Juana da Silva, Jerónlma de Mendes, Leonor Lopes de Fonseca,
Brites de Almeida, con otras tres que se hicieron célebres en Aljubarrota; Isabel
da Velga, y otras varias que se distinguieron en el famoso cerco de Dio: como
poetisas menciona á Margarita de Castro, Isabel Correa, Sor María de Jesús,
Mónica Joaquina, María de Mezquita Pimentel, Paula Vicente. Paula de Sá,
Rosa Soares, Violante de Ceo, Elena de Tavares, Angela de Azebedo, Guiomar
do Deserto, é Isabel Senhorinha da Silva: como escritoras en prosa y verso,
enumera á Antonia de San Caetano, Bernarda Ferrelra, Condesa de Ericeira,
Condesa de Atouguia, y Sor María do Ceo: como escritoras religiosas y ascé-
ticas, designa á Beatriz da Silva, Duquesa de Avelro, Brites de Sonsa, Sor
María Magdalena, la Infanta Doña Catalina: conmemora como prosistas, á
Mariana de Abren y Mariana de Luna. Habla además de í\.rcángela Josefa
de Sonsa, que tradujo al portugués las obras de Góngora; de Ana de Noro-
nha, cronista, de la Condesa de Vidigueira, que escribió un libro de Caballé"
rías, y de las pintoras María da Cruz y Teodora María.
8 CASTELLO BRANCO.
independiente y con existencia propia, sino como provincia rebel-
de, desprendida de nuestra Monarquía por la inhabilidad y la im-
previsión de los Ministros de Felipe IV. ¡Qué error I Un pais que
posee su literatura, su historia, sus tradiciones, sus recuerdos de
gloria y sus genios populares, puede vivir por si mismo. La lengua
es el signo más característico de toda nacionalidad; y la lengua
flexible, dulce, clara, precisa, onomatópica y abundante de Juan
de Barros, de Fr. Luis de Sonsa, y de Camoes, no perecerá.
Se ha pretendido también rebajar á los ingenios portugueses de
nuestros días , comparándolos con los de épocas anteriores. El Viz-
conde de Juromenha , legitimista fogoso , ha publicado reciente-
mente y con motivo de la apertura del itsmo de Suez, un erudito
opúsculo en el que, suponiendo que su nación ha caído en la más
lastimosa decadencia por efecto del liberalismo, afirma que la lite-
ratura lusitana del siglo pasado y del primer tercio del actual aven-
taja á la presente (1). Para refutar esta aseveración equivocada
bastan dos palabras. En Portugal no existia el teatro antes de Al-
meida Garrett , ni existia la historia antes de Herculano, ni exis-
tia la novela de costumbres antes de Castello Branco.
Se nota ahora, es verdad, en los escritores lisbonenses, general-
mente hablando, cierto espíritu enciclopedista, un tanto atrevido y
libre. Apenas se habría dado á la estampa uno sólo de los tomos de
poesías posteriores á 1820, si hubieran sido sometidos á la censura
de aquellos teólogos que comenzaban así sus informes: «No he-
mos hallado nada contra nuestra fe y buenas costumbres.» Pero
¿es este un juicio peculiar y exclusivo del período que atravesa-
mos ? No hay para qué recordar la torpe licencia de aquellos anti-
guos tiempos que echan de menos los tradicionalistas (2) ; y en
(1) .iNo puede dejar de confesarse que hay mucha hteratura de lente-
"juela, y que en duelo el siglo presente será vencido por el pasado y por el
"primer tercio del actual," O isthmo de Suez e os portitgtiezen, pelo Vizconde de
Juromeriha. Lisboa, 1870, pág. 6.
(2) As freirás de Santa Clara
quando nao resam no coro
dizem urnas para as outras
, ah , se me nao caso morro.
As freirás de Santa Clara
quando nao rezam o ter^o
dizem urnas para as outras
ah, se nao caso endoide^o.
CASTELLO BRANCO. 9
cuanto á los poemas de los nuevos Arcades, donde abundan las fra-
ses de mal gasto y las expresiones obscenas , no diremos que deba
hacerse con ellos lo que hicieron el cura, el ama y Maese Nicolás
en el aposento del Ingenioso Hidalgo de la Mancha con las Sergas
de Esplandian, con Amadis de Qrecia, con Florismarte de Éir-
cania y con otros libros de caballerías ; pero si que, antes de leer-
los , conviene rociar sus páginas con cloruro de cal, para fumigar
la atmósfera. Es lo cierto, que el Vizconde de Juromenha no se
atrevería á emitir una opinión tan errónea si hubiese crítica en
Canción popular comprendida en el Gancioneiro e romanceiro geral portu-
guez, de Teófilo Braga. Tomo II, pág. 170.
Á freirá arrependida.
Nao sei para que nasci
de táo bello parecer;
formosa e gentil mulher
e tao bonita.
Metteram-me a caijuchinha
cá n' este pobre mosteiro
meus pecados
La juncto ao dormitorio
onde dormen as mais madres
siispiram por seculares
ca entre nos.
Em ver que que dormimos sos
me causa grande agonia,
pois la pela noite fria
ja me alevanto.
Rezando as horas devinas
la por esos corredores
me lembram os meus amores
por quem morro.
Toda a minba celia corro
indo-me ver ao espelho,
meu rosto ja vexo velho,
sem que eu queira.
e a abadesa ligeira
como malvada leOa
manda que tanjam a nóa
e a disciplina
Triste, coitada, mofina
que estas metida entre redes
entre táo fortes paredes
ém casa escura, etc.
Gancioneiro e romanceiro geral^ por Theophilo Braga ^ Tomo III, pá-
gina 161.
10 CASTELLO BRANCO.
Portugal : pero ni la ha habido ni la hay , salvando excepciones
muy contados , como Lopes de Mendonca y Revello da Silva ; y lo
vamos á comprobar con algunas autoridades nada sospechosas.
«Falta, sobre tudo em Portugal, una apreciaciáo recta e uma
critica severa. »
MendeS Leal. — Prólogo a un sonho da vida.
«Se O apresentasse em publico. .. saltavam-me todos os críticos de
»folego curto e letras rabudas, que ha n'esta bemaventurada térra
»de Portugal, e eu pello-me dos sobr edictos críticos; porque de mais
»sciencia, tacto e agudesa nao creio que se achem em todo o mun-
»de sem exceptuar o reino do Pegú, a Polignesia e a Cafraria.»
Herculano. — o monge do Cister, tomo I, pág. 188
«Tratase de critica. Tratase de una coisa muito fallada e pouco
»sabida, muito pedida e pouco aceita. Todos Ihe lamentam a falta,
»todos Ihe reconhecema necesidade, todos a apedrejam na appa-
»ricao. »
Luciano Cobdeiro.— i/¿i;ro d^ critica arte e litteratura dlwje pág. 2L
«Os nossos críticos nao saven elogiar sem favor, nem censurar
»sem paixao.»
o Aristarco portuguez. — Coimbra, 1868, pág. 8.
Y he aquí expuesto incidentalmente el pensamiento que ha ins-
pirado estos estudios. Hemos adoptado la forma que más convenia
á nuestro propósito. Si en vez de redactar una obra didáctica de-
lineamos semblanzas, es porque asi como se puede ensenar fisiolo-
gía á la cabecera de los enfermos , asi pueden darse lecciones de
critica, ejerciendo al lado de cada escritor esta especie de clínica
literaria.
Terminada esta digresión, sigamos nuestra tarea.
Camilo Castello Branco nació en Lisboa el 10 de Marzo de 1826.
Su juventud ha sido poco venturosa. Fruto desgraciado de un en-
lace semejante al que unió á los padres de Emilio Girardin, vióse
privado en sus primeros anos de las tiernas afecciones que forman
y suavizan el carácter del hombre.
Miiiha mae quando crean<¿a
nao te vi ja sobre a térra,
CASTELLO BRANCO. 11
procurava-te amor e esperaiií^a
ñas estrellas d'outro ceo.
Com que fe eu te pedia
um carinho maternal
pois na térra eu nao sabia
• quanto um doce afago val !
E eram mudas as estrellas
mudo o altar e a solidáo,
mas eu tinha imagens bellas
tao formosas .. mais que ellas
no meu ceo do cora^ao (1).
Este incidente doloroso, que tan aciaga influencia ha debido
ejercer en su vida moral, explica tal vez el triste orig-en de la pri-
sión de ano y medio que ha sufrido más tarde en la cárcel de Opor-
to, en el mismo calabozo donde pasó el consejero Gravito sus últi-
mas horas antes de salir para la horca, y donde estuvo detenido
por la junta revolucionaria el ilustre Duque da Terceira. No reve-
laremos nosotros el motivo inmediato de tamaña desventura, pero
nos cumple consignar aquí, para evitar suposiciones malévolas,
que no le ha hecho perder la estimación pública , pues fué enton-
ces visitado por Julio César Machado, el folletinista de alma no-
bilísima, por Antonio Rodriguez Sampayo, el publicista eminente
y por José Estebao, el Demóstenes portugués.
Siendo estos artículos puramente literarios, no hemos de juzgar-
le bajo el punto de vista político. ¿Qué nos importa que haya te-
nido en sus mocedades, como Víctor Hugo y como Lamartine, cier-
tas inclinaciones legitímistas ? Además, desde que se ha retirado
del Nacional, donde sostuvo una campana poco venturosa, no per-
tenece á ningún partido militante. Si perteneciese, si en vez de
confeccionar libros amenos hubiese confeccionado una mayoría se-
gura en cualquier círculo electoral del reino, no habrían recibido
sus oficiosos amigos tan repetidos desaires cuando, al verle ago-
biado con un trabajo incesante y mal retribuido, solicitaron plaza
para él en una oficina del Estado.
Tampoco le hemos de juzgar como teólogo. Ni lo permite la ín-
dole de este libro, ni nos place enredarnos en cuestiones tan hon-
das é intrincadas. Por otra parte, confesamos nuestra insuficiencia
para escribir á la usanza teológica ; y no es que no conozcamos las
(1) Umlihro, 2.' edición.— Porto, 1868,
12 CASTELLO BRANCO.
obras de los maestros, es que no sabemos imitarlas. Sobre la mesa
tenemos el juicio de Voltaire por el R. P. Fr. Fernando de Ceballos,
que es un modelo en su clase. Hé aquí cómo refiere el nacimiento
del filósofo de Ferney :
«Este Voltaire ha sido hombre de d-js bautismos: el primero,
»luego que nació en 20 de Febrero de 1694, y el seg-undo, cuando
»marca el cura. Parece que nació tan débil, lacio y flojo como las
» víboras y las lombrices (1).»
Ni el mismo Nordberg- ha sido tan perspicaz. Trasladaremos
ahora su retrato, y digan las personas imparciales, los que hayan
estudiado la vida y las lucubraciones del autor del Edipo, si han
visto nada más parecido, más acabado, ni más perfecto. Imagina
el reverendo biógrafo que se le presenta el espectro de Voltaire y
lo describe de esta manera delicada, imparcial, elegante y bíblica:
« Era un sátiro grande, todo nervioso y cubierto de una piel sudo-
»sa ; pero sudaba una tinta hedionda y corrosiva , ¡de modo que
»hervia y deshacía las piedras sobre que cala alguna gota. La ca-
»beza era de una serpiente con orejas, y por ellas respiraba humo
»como por las narices yjpor la boca, que tenia armada de dos hi-
»leras de colmillos. La]^negra piel no impedía conocer las comisu-
»ras del duro cráneo. En su frente tenia dos cuernos de color y tes-
»tura de hierro, y entre sus arrugas se entre vían impresas con una
»marca de fuego estas palabras abreviadas, Ecrassez V infame.
»De buitre le quedaron las corvas garras, llenas de sangre y car-
»ne repodrida. Desde el vientre hasta las rodillas se cubría de lá-
»minas ó escamas de lepra entre las cuales hervía un prurito que
»le hacia despedazarse. Desde la nuca hasta el fin de un largo ra-
»bo, con que daba vueltas á su cuerpo, estaba armado con una hi-
»lera de espinas corvas o de agudas uíias. De las espaldillas le na-
»cian unas aletas de membrana ó de costillas y cuero que le daban
»un vuelo torpe y trémulo como el de un dragón. Agitaban su
cuerpo cuatro demonios que le hablan sido siempre familiares , y
»eran la impiedad, la lujuria, la calumnia y la avaricia (2). »
(1) JuvAo final de, VoUaire con su historia civil y literaria y el resultado de su filo-
sofía en la funesta revolución de Europa. Escrito por el viajero de Ijemnos {el R- P-
Fr. Femando CebaXlos). La da á luz D. León Carbonero y Sol, antiguo director de la.
Cruz. Sevilla 1856. —Tomo l.« pág. 63.
(2) El mismo tomo, pág. 37.
CASTELLO BRINCO. 13
¿Habrá alguno tan ignorante que desconozca en estas soberbias
pinceladas á Voltaire? Esto es retratar. Después de haber exami-
nado esa fotografía, se nos caen de las manos todas las biografías
y semblanzas que han sido lanzadas á los cuatro vientos de la pu-
blicidad desde Plutarco hasta Cormenin.
Careciendo de fuerzas para seguir el alto ejemplo de Fr. Fer-
nando de Ceballos, nos limitaremos á fijar hechos, sin comentario
alguno. Campeón Castello Branco en su edad juvenil del catolicis-
mo, ha reprobado más tarde con desusada severidad en a hruxd
do monte Córdoba, los abusos de la confesión y ios excesos del fa-
natismo. Después de haber vertido al portugués varios libros reli-
giosos extranjeros, pintó con irreverente franqueza en Amor de
perdigao las costumbres livianas de las órdenes monásticas. Para
que nuestros lectores puedan apreciar su ortodoxia , transcribire-
mos algunos pensamientos, entresacados de sus novelas, ad virtien-
do, sin embargo, porque asi lo exije la buena fé, que no todos los
ha expresado por cuenta propia, pues los hay entre ellos que están
puestos en boca de personajes de su invención.
« ¡Como has sido ultrajado, mártir del Gólgota, por los que sir-
» ven el aceite de la lámpara de tu templo hace diezinueve si-
»glos (1)!»
« Quise ser sacerdote y lo seria , si hubiese nacido en la escuela
» luterana, donde el sacerdote no sufre la cruelísima amputación
»de la vida del alma en el comercio del mundo (2).»
«Las hermanas del general hablaban mucho de virtud y de hon-
»ra. Quien no las conociese, añadiría dos mártires á las once mil
» vírgenes conocidas, de las que dudó Byron y en las que no me
» siento propenso á creer (3).»
«Como saciaban la sed de sangre con el fervor beatifico de sus
» creencias, lo explican mejor millares de hechos semejantes que
» acompañan siempre la edificante historia de la integridad reli-
»giosa, tanto en Roma como en Constan tinopla (4).»
( 1 ) Onde esta a felicidade ? Prólogo.
(2) Scenas contemporáneas ^ pág. 142.
(3) Id., pág. 36.
(4) Id., pág. 145.
14 CASTELLO BRANCO.
« Era una de estas desgraciadas que la gente ve caer, caer, caer
»á despecho de todos los estorbos. ¿Qué dios ó qué demonio im-
» prime el movimiento en estas máquinas sin corazón ni cabeza?
»No se sabe. La verdad es que yo siento voluntad de llorar esas
»victimas ciegas de un destino bárbaro , y tengo furias de blas-
»femo cuando me dicen que Dios se entromete en las cosas de este
» mundo (1).»
Escasa reputación ha alcanzado Castello Branco con sus pro-
ducciones dramáticas. Llevan todas ellas el sello de la nacionali-
dad lusitana , y este es el mérito principal del Mor gado de Fafe
em Lisboa, cuyo protagonista está descrito con maestría. Respecto
á su fin moral , no nos permitiremos grandes elogios. Sirva de
ejemplo el drama Pathologia do casamento. Julia y Leocadia aman
á Jorg*e , que corresponde simultáneamente al cariño de ambas,
aunque prefiere á la primera, solicitada también por Alvaro. Des-
pués de algunas escenas de celos y desconfianzas se casan, en parte
por amor y en parte por despecho , Leocadia con Jorge y Julia con
Alvaro. Pasada la luna de miel, y cansados los dos maridos de sus
caras mitades, hacen un cambio amistoso, cediéndoselas recípro-
camente. Oigamos los términos del contrato.
<i Jorge. — No prolonguemos esta situación. V. va á pedirme una
» satisfacción.
»Aharo.— Está V. engañado. No tengo por qué pedir á V. sa-
» tisf acción. .. . Hace V. bien.... No le disgustan los ojos de aquella
»señora y pone V. sus medios. Todo es natural.... ¿Qué satisfac-
»cion le he de pedir?
» Jorge. — Acabemos, D. Alvaro....
»Álvaro. — Tranquilícese V. caballero. Aun no he dicho más que
»la mitad. Visto que á V, le gustan los ojos de mi mujer, yo apro-
»vecho la ocasión para decirle que no me disgustan los ojos de la
»suya.... Visto que nos encontramos en el mercado, permutaremos
»los ojos de nuestras caras mujeres. V. se queda con los ojos de la
»mia y yo con los ojos de la suya. Me parece que va V. á pedirme
j>una satisfacción....
»/or^^.— No sé con qué intención me hace V. esa propuesta....
(1) SccnOB contemporanemy pág. 37.
CASTELLO BRANCO. 15
»Alvaro. — Con la mejor intención del mundo Es un contrato
»bilateral sin testigos. Yo consiento que V. frecuente mi casa
»para que estudie bien los ojos de mi mujer y V. me proporciona
»ocasion de estudiar los ojos de la suya.
»Jor^e. — Y si la sociedad sospecha este convenio?
y> Alvaro, — Déjese V. de eso. La sociedad nos ha dado diplomas
»de hombres de bien. Creo que ambos tenemos la discreción nece-
»saria para desempeñar nuestros papeles sin ruido. Ahora voy á
»tomar el baño. Esta noche lo espero á V. con su señora en mi
»casa, á tomar una taza de té. (Estrechándole la mano.) Av, revoir,
»mi caro amigo.»
Librenos Dios de asegurar que este pacto repugnante es invero-
símil : lo que afirmamos es que lastima con demasiada impudencia
todos los sentimientos de honra y de dignidad para que pueda re-
presentarse ante un público culto y noble.
La musa de Castello Branco es monótonamente sentimental, la-
crimosa y tétrica.
Melancoüa, bem hajas!
Desee, desee sobre a lyra
o teu crepé luctuoso.
Sus rimas lánguidas é incorrectas, no merecen encomio. Han
sido, no obstante , excesivamente severos con él los que han dicho
que carece por completo de dotes poéticas , y que ni aun sabe me-
dir los versos. Para contradecir este apasionado aserto . copiaremos
A mensa geira do ceo que es una balada, rica de ternura y de li-
rismo.
Estavam sobre reivas matigadas
de candidas boninas ,
tres formosas meninas
brincando com as flores.
A mais nova das tres, inda creancinha,
batia as palmas fitando
o ceo, onde ia voejando
e chilreando a provida andorinha.
"Ai ! quem me dera ir assim voando
«como aquella avecinhaln
Ficou suspirando,
as nuvens olhando,
.íJi
16 CASTKLLO BRANCO.
onde ia voejando
a leve andorinha.
Táo alta voejava,
tao Jonge a avesinha !
e a linda creansinha
por ella chamava
e ella nao vinha !
E desde aquella hora urna tristeza
impropia de tao branda natureza,
as faces desmaiou da creancinlia.
De vez em quando á mae com voz maviosa
á mae que a tinha em brazos lagrimosa,
pergunta se voltara a avecinha.
— Todas voltaram — Ihe dizia a mae— "A minha
(I nao e nenhuma ! a andorinha
fique eu vi táo alta ir nao torno a vel-a !.i
E a mae quantas passavam Ihe mostrava,
dizendo : la vem ella ! — e a creanga olhava
e dizia a chorar : " nao e aquella \,<
Assim n'este ancear se foi finando
em quatro primaveras, esperando,
a avecinha !
Morreu ao quinto abril, esperando ainda.
Ja perto de morrer f ez-se táo linda
como flor a quem Deus dissese : " es minha !»
O que isto foi quem save^ !
em vida e morte a veus
que á máo do homen nao cabe
erguer tentando a Deus.
Mas ver a creancinha
morrer d'aquell e amor ! . . . .
eu creio que a andorinha
foi anjo do senhor.
En sus novelas encontramos algunas composiciones satíricas que
no le colocan ciertamente á la altura de Nicolás Tolentino ni de
Antonio Diniz. "
Eu ja fui rapaz do tom
e com pesar de o ter sido,
resolvi fazer-me bom ;
e ao mundo que hei offendido,
em paga fa9o-lhe um dom.
Dos meus collegas, e certo,
que os artificios traidores
heide mostrar bem de perto»
CASTELLO BRANCO. 17
Quero por áo descoberto
seus planos seductores.
Quando á victima incauta,
(quero dizer a doncella)
chilreando em tom de flauta,
langa á noite da janella
cartinha escripta por pauta.
O poetastro entra em casa ,
devora, sof fregó, a empada,
e senáo é mare vasa
de inspiragao desgrenhada ,
vate do estro a negra aza.
O que primeiro Ihe acode
nao é o ardente dizer,
que pintal-o mellior pode ;
primeiro cumpre saver
se ha de ser cangao ou ode.
Vae, depois, pondo em fileira
as regrinhas desazadas ;
arrepella a cabelleira,
roe as unhas mal lavadas,
e, por fin, rebenta asneira.
Borra a pintura que fez,
e versos novos maquina ;
recorda d'outros que, ha um mez,
mandara a certa menina,
que com elle, amava trez.
Nova edigáo incorrecta
da cataplasma damninha
impinge ó vésgo poeta
á analphabeta visinha
que engole os versos e a peta.
Engole digo, pois quando
ella, com custo, os soletra,
parece estal-os mascando;
e admira nao ver setra
com dois coragoes sangrando!
Kepete os versos a amiga
que diz nunca os vira eguaes;
mas nao savendo o que diga
em resposta a mimos taes,
manda-lhe velha cantiga.
Os diques da inspiragao
rompem-se al fim em torrentes
de fructos de maldigáo;
nao sao trovas, sao candentes
jorros de acceso vulc¿o.
TOMO XV.
18 CASTBLLO BRANCO.
Ja cometa a dar gemidos
a imprensa poiico honesta
com os versos nunca lidos,
que o leitor grave detesta
porque os fins ja sao savidos.
E nao leva a velha a mal
que o mundo diga que e ella
quem figura no jornal,
disfarQada em nivea estrella
com promessas de immortal.
A inveja de certa amiga
nem isto quer que se esconda ;
e , soverba , se impertiga,
vendo-se em letra redonda
do pae cruel inimiga.
Ja o vate eximio abarca
um pensamento profundo,
vem Ihe á memoria Petrarcha,
que deixou cá n' este mundo
Laura zombando da parca.
E est'outra Laura táo sua,
quer fazel-a eterna em verso ;
e , quando pensa que actúa
na admira^áo do universo,
nao no conhecem na rúa.
Trinta cadernos aprompta
de pavorosa escriptura,
tira prospectos por conta
de equivoca assignatura ,
que por um tergo desconta.
Sao a lume e em trovas mor re.
filbo da asneira e do amor
livrO que insomnias socorre:
mas quem risco amargo corre
é decerto o impressor.
Entretanto, a virgem meiga,
os versinhos, doce prenda ,
cada vez mais n' alma arreiga,
a tempo la que na tenda
86 embrulha n' elles manteiga.
Vive na fe , todavía ,
que do amante a loquaz fama,
que até aos jistros a envia,
ja Hcu talento proclama
muito alem da freguezia.
E convicto d' isto assim,
teudo-se eni conta de eterna ,
CASTELLO BRANCO. 19
julga ser mister ruim,
coser ceroula paterna
ou remendar o carpim.
Infeliz pae ! que afflicgoes
nao tens tu de amargurar
ao tirar dos gavetoes
a pinga sem calcanhar,
e a camissa sem botoes !
Em velhice desditosa
doe-me ao verte submerso !
em quanto a filha radiosa
se fez immortal en verso,
morres tu em chilra prosa.
Mas, o patusea poesia,
es varinha de condáo,
es no deserto agua fria,
es taboa de salva9ao,
es phanal que á patria guia !
Sem ti, doce companheira,
amiga, socia fiel,
a fabrica da Abelheira
nao vendería o papel ,
nem tenia premio a asneira.
Nem seria a mulher rola,
nem celeste o seu sorríso,
tal vez fosse menos tola,
e tivesse mais juiso ;
mas isto de que consola?
No compararemos el sig-uiente soneto con los admirables de
Barbosa du Bocage; sin embarg-o, es indudable que su autor lo ha
rebajado en demasía al decir, con modestia excesiva, que tiene un
gran merecimiento , el de ser el último.
Abri meu coragao ás mil chimeras ;
encheram-m' o de f el , e tedio e lama,
tive, em paga do amor, riso que imfama....
ai ! pobre cora^ao ! quáo tolo eras !
Dobrei-me da rasáo ás leis austeras ;
quiz moldar-me ao viver que o mundo ama :
o escarneo, a detrac^áo me suja a fama ,
e a lei me pune as inteuQÓes severas.
CabcQa e coragáo senti sem vida.
No estomago busquei urna alma nova
20 CASTELLO BRANCO.
e encontral-a pensei.... Cren9a perdida!
Muiher aos pes o coraqáo me sova ;
foge ao mundo a rasao espavorida ;
e por mmto comer eu desgo á cova !
Hay una novela histórica de Castello Branco, O Judeu ; pero no
es en ese género, teniendo por rival poderoso á Herculano, al in-
mortal cantor del E úrico, donde se ha distinguido, sino en sus cua-
dro- de actualidad. El ha sido para la novela de costumbres, cuando
menos, lo que ha sido el Vizconde de Almeida Garrett para el dra-
ma. No tan sólo supera en ese ramo de la literatura á todos los que
le precedieron, sino á sus contemporáneos. Anteriormente no hubo
novela de costumbres en Portugal, á no ser que se tenga por tal el
libro de Fernandes Trancoso, titulado Contos e Historias depro-
veiCo e exemplo (1), ó la historia dos tres corcovados de Setuval (2).
Inútil nos parece citar las novelas pastoriles, parte en prosa y parte
en verso, que á principios del siglo XVI escribió Francisco Ro-
drigues Lobo, en las que la acción tiene tal falta de unidad,
que asi pueden darse por terminadas al fin del primer capítulo,
como al concluir el último. Tampoco necesitamos mencionar las
que nadie recuerda ya de Pereira Aragao (3), Elias Fonse-
(1) Entre os contos populares cita-se tambem o libro de Gonc^alo Fernan-
des Trancoso, intitulado Contos e historias dejyroveito e egemplo: nao se pode
aceitar o que diz Manuel de Faria e Sonsa [Eicropa yortugueza , tomo III,
parte 4.% cap. VIII, núm. 87.) ser este o primeiro libro de novellas que saiu
a luz em Hespanha, porque muitos contos sao tirados das collecgoes primiti-
vas, e alguns até das mais conhecidas como do Decameron de Bocado, etc.
Gancioneiro e romanceiro geral portugiiez^por Theophilo Braga. Lisboa, 1867,
tomo I, pág. 196.
(2) A historia dos tres corcovados de Setuval e una imitagao do contó po-
pular francés, Histoire des trois bossus de Besangon, ja variante dos que vem
nos contos tártaros de GueuUete, e derivado da N'otte piaccevoli de Stropa-
vole. Gancioneiro de Tltsophilo Braga, tomo I, pág. 197.
(3) Antonio Pereira Aragao nació en la provincia de Tras os Montes, en
1801, y murió en 11 de Octubre de 1857. Fué doctor en matemáticas por la
Universidad de Paris, profesor de humanidades, director de varios colegios
de educación en Lisboa, y escribano del Tribunal de la Relación en la misma
corte. Escribió Elisa ou a portugaeza virtuosa, novela original. Lisboa,
8 i 4.— -á orph~ portugueza e o seu tutor ou as duas ultimas venerandas vic-
timas da usurpa^ao dos F Hipes , novela original. Lisboa, 1847. — Virginia^
A Ifoiiso e Gorinna, ou o mais nobre sacrificio do cora^ao de duas virgens,
novela. Lisboa, 1853. — Se han publicado además del mismo autor "O cago
da fonte da Santa Cathariuan , drama uriginal. Lisboa, 1842.— "Don Pedro
CASTELLO BRANCO. 21
ca (1), Moraes Sarmentó (2), j Botello de Lacerda (3). Castello
Branco está hoy al frente de esa pleyada de novelistas , en que
figuran, con más ó^ménos merecimientos, TeixeiraVasconcellos (4),
duque de Coimbran, drama original. Lisboa, 1853. — "A rainha Santa Isabel
e d-Dinizn, drama original. Lisboa, 1854. — "Alfonso e Virginian, drama ori-
ginal. Lisboa, 3 854. — "As duas orpbans portuguezasn , drama original. Lis-
boa, 1857.— Episodio pela chorada falta do Exmo. Sr. Antonio Lopes Vieira
de Castro. Lisboa, 1842. — Ode dedicada a Sua Santidade Pió IX. Lisboa,
1848.— 0(ie dedicada a el Rei o Sr. D. Fernando II. Lisboa, \SbO.— Ode de-
dicada á sua magehtade a Rainha. Lisboa, 1852. — As meditagoes ^ poema di-
dascalico. Lisboa, 1851. — Arte latina mnemotechnica para aprender a decli-
nar e conjugar rápidamente e a traducir com facilidade. Lisboa, 1852.— Ode
ao senhor D. Pedro F, 1854. — Statutos do Instituto litterario e scientifico.
Lisboa, 1856. Fué colaborador de los periódicos Diario do gobernó. Vigilia
do Capitolio, Diario do Povo, Revolue^ao de Septemhro, Nacional, Patriota,
Portuguez, etc.
(1) Elias Antonio de Fonseca nació en 1779, y murió en 1833. Fué
maestro de primeras letras en Lisboa. Publicó "Lizarda ou a dama infeliz. ,
novela. Lisboa, 1806. — "Dorotean, novela. Lisboa, 1816. — " Jaquelina. i, nove-
la. Lisboa, 1817.— "Guillerme ou a esposa encontrada.., novela. Lisboa,
1818. — "Sofía ou o consorcio violentado... Lisboa, 1818. — ..Armindo e Theo-
tonio ou a consorte fiel... Lisboa, 1819. — "A forga de uma paixáo, historia
verdadeira... Lisboa, 1840. Escribió además Versos de Eliano Aonio. Lisboa,
\80Q.~- Obras poéticas de Beliza, publicadas por Eliano Aonio. Lisboa,
1825. — Elegia a morte de sua magesfade o senhor D. Joo VI. Lisboa, 1826.
Dice de este escritor Inocencio da Silva que fué menos que mediano, y que
sólo escribió para ganar algunos maravedises.
(2) Alejandro Tomas de Moraes Sarmentó, primer Vizconde del Baño, Co-
mendador de la Concepción, gran cruz de Isabel la Católica, Par del reino.
Consejero del Supremo Tribunal de Justicia, Diputado á Cortes, etc. Nació
en Babia en 11 de Abril de 1876, y murió en 16 de Abril de 1840. Escribió
"Bussell de Alburquerque, contó moral por um portuguez... Cintra, 1833.
Publicó además Apontamento?, geraes para um systema provisional de publica
administrar' o , logo que sej a restaurada a legitima autoridade da rainha
D. Maria II. Lisboa, 1833.
(3) Joaquín Maria Botelho de Lacerda Villaga Bacellar, abogado, nació
en Villa Keal, y murió'en Oporto en 1858. Publicó una novela en dos to-
mos, "Merlinda, duquesa de Arnau... Porto, 1848.
(4) Antonio Augusto Teixeira de Vasconcellcs, Comendador de Carlos III
y de Isabel la Católica, y Diputado á Cortes, nació en Loura. Publicó " Ro
berto Valen^a.,, novela. Lisboa, 1816. Escribió además Sucinta narra<¿ao das
circunstancias que precederam e seguiram a uniáo dos realistas insurgentes
com a junta do Porto. Lisboa, 1848. — Oragao fúnebre recitada ñas exequias
do I. e E. Sr. Pedro Alexandrino de Cunha. Loanda, 1851. — Caria acerca do
trafico dos escravos na provincia d" Angolas. Lisboa, 1853. — Les contemporaim
22 CASTELLO BRANCO.
Coelho Lousada (1), Couto Monteiro (2), Eduardo de Faria (3),
Eduardo lavares (4), Sousa Telles (5), Bórdalo, Nogeirade Bar-
portugais-cspagnol e hrasüiens. París, 1859. Fué redactor principal deL^Illus-
trct^'o y del Arauto, y colaborador de la Chronica litteraria da nova Acade-
mia dramática de Coimbra.
(1) Antonio Coelho Lousada, nació en Oporto en 4 de Noviembre de 1828.
Escribió A rúa escura^ tradi(¿ao portuense. Porto, 1857. — Na consciencia, no-
vela. Porto, 1857. — A caldeira de Pedro Botelko, novela. Fué colaborador de
la PenÍ7isula y del Clamor j^úblico, diarios de Oporto.
(2) Antonio María de Couto Monteiro , juez de derecho, nació en Coim-
bra en 1821. Publicó Gonzalo Hermingiies o Trax)a-mouro<i\ novela. Lisboa,
1842. — Coimbra^ trecho descriptivo. Lisboa, 18^^.— Saudades da minha in-
fancia.— Ode ao Sr. Antonio Feliciano de Castillio. Lisboa, 1840. — Manuel
do processo eleitoral, ou exposi^ o system^tica da legisla^' o em vigor sobre as
operagoes de recenseamento e eleigoes de deputados. Lisboa, 1844. — A ponte
monumental, sátira política. Porto, 1847.
(3) Eduardo de Faria, hidalgo de la Casa Real, nació en Lisboa en 1823.
Publicó A estrella brilliante , novela. Lisboa, 1845. — A feiticeira do Douro,
novela. Lisboa, 1847. Escribió además Novo diccionario da lingua portugue-
za o mais exacto e mais completo de todos os diccionarios ate hoje publicados^
contendo todus as vozes da lingua portugueza, antigás ou modernas y com as
SKAJLS varias acepgoes accentuaúas conforme a melhor ptronuncia, etc. , seguido
deum diccionario de synonimos. Tercera edición. Lisboa, 1857. Ha traducido
los siguientes libros : Ruy Braz, drama de Víctor Hugo. Lisboa, 1840. — Nos-
sa Senhora de Paris. Lisboa, 1841. — O libro azul o a correspondencia relativa
a os negocios de Portugal. Lisboa, 1847. — O Conde de Monte-CriMo. Lisboa,
1850. -As duas Dianas. Lisboa, 1850. — Biblioteca económica. Comprende
veintisiete novelas de varios autores. — Debates do Parlamento británico so-
bre os negofíios de Portugal. Lisboa, 1847. — Memorias do povo ou historia
d^um^ familia de propietarios. Lisboa, 1850.
(4) Eduardo Tavares, nació en Almada en 1832. Escribió Uma noute ds
San Jo~o em Almada^ novela. Lisboa, 1848. — Enrique e Leonor , novela.
Lisboa, 1855. — Ouro e crime. Misterios dJ uma fortuna ganha no Brazil. Lis-
boa, 1855. Escribió también Qual d*elles e mais ladr'o ? Comedia Lisboa,
1856.— A inda 08 ha, comedia, '— Galeria pittoresca da Cámara dos Pares,
contendo uma aprecia(f o imparcial de cada um dos membros da Cámara he-
reditaria. Lisboa, 1858. — Galeria parlamentaron para lamentar de 185S.
Lisboa, 1858. — Galeria burocrática portugu£za. Fué redactor délos diarios
Alm/idense, Esperanza, Ecco Iliterario, Campero do Vouga, Aurora, Revista
de teatros, etc.
(5) Juan de Sousa Telles, nació en Lisboa en 16 de Julio de 1826. Publicó
Ajilluida caridade, novela. Lisboa, 1845.— -4 a(;u(;,ena, novela. Lisboa,
1849. — EacriVñó también Visitas ao Ii/>r(o botánico da scliola m^diro-eirurgica
de Lisboa. Lisboa, 1846. — Rejlexoes acerca d<t. Farmacopea do doutor Agosti-
nho Albaro da Silva. Lisboa, 1856. — O cicero da Mouraria^ etc. Lisboa,
CASTELLO BRANCO. 23
ros (1), Santos Lima (2), Arnaldo de Sousa (3), Pinheiro Chagas,
Andrade Ferreira (4), César Machado, Ernesto Maréeos, Eugenio
de Castilho, A. Vidal, Bulhao Pato, Eduardo Coelho, Carlos
Borges (5), Climaco dos Reis (6), Simoes Diaz y Julio Diniz (7).
Si hay en el país vecino un escritor que no se haya formado en
ninguna escuela exótica, que no copie ni imite modelos extraños,
que comunique á todas sus obras el espíritu de su nacionalidad, ese
escritor es Castello Branco. Quien desee conocer á fondo el pueblo
lusitano, su modo de ser peculiar, su estado social, sus adelanta-
mientos, sus preocupaciones, sus hábitos y sus vicios, que lea las
1856. — Compendio elementar de botánica. Lisboa, 1859. Fué colaborador de
los periódicos Esculapio^ Boletin de medicina, Jornal de farmacia, etc.
(1 ) José Antonio Nogueira de Barros , doctor en medicina y cirugía , ex-
viceconsul de Portugal en Angra, nació en Oeiras el 3 de Enero de 1811.
A sua mullier, episodio de 1828 á 1830, novela. Eio Janeiro, 1847. — Mathilde
ou o erro reparado. Rio Janeiro, 1849. — O sehastianista. Lisboa, 1856. — Ba-
chel BaezOy episodio de I840. Lisboa, 1857. — O monge deOlinda, novela.
Pernambuc5, 1859.— Cartas de Manuel Tagarella. Pernambuco, J859. Se
han representado los siguientes dramas suyos: "O pirata negro m. — 'Agonía e
conforto II. — "Uma entrevista a meia nouten. — "Os encantos que o fado tem",
y "O caixeiro physionomistan.
(2) José Guillermo dos Santos Lima, nació en Lisboa en 22 de Mayo de
1828. Escribió O renegado, novela. 1858. — O ermitao, novela. Lisboa, 1858.—
Paulina, novela.— nEra una vez un rey!i. comedia. Lisboa, 1854. — "Modes-
tan, drama. Lisboa, 1858. — "LTma mulher por duas horas n , saínete. Lis-
boa, 1854.
(3) Arnaldo de Sousa Dantas da Gama, nació en 1.* de Agosto de 1828.
Publicó O genio do mal, novela. Porto, 1857. Publicó además Pom«5 e con-
tos. Porto, 1857.
(4) De este autor hemos leido Santa Catharina de Rihamar y a noite de
Santo Antonio &n la colección de novelas titulada "Brinde aos senhores assig-
nantes do Diario de notician. Esa colección comprende además Pero Esteves,
por Eduardo Coelho; Agonias obscuras y A feiticeira de Smolensko, por M. Pi-
nheiro Chagas ; O arraial y Galhardo, por J. C. Machado ; O retrato da in-
gleza, por E. A. Vidal; O párente de cincoenta e tres monarchas, por Cas-
tello Branco ; O amor de um operario y O casamento de Manuel Torquato,
por E. Maréeos; O casal da Encosta, por Bulhao Pato ; ^5 columnas da rúa
nova, por Coelho, y Sinos ao luar por Eugenio Castilho.
(5) Eulalia, novela original. Lisboa, 1868.
(6) Os homens de bem, novela. Ponta Delgada, 1848.
(7) As pupilas do Sr. Rector; Chronica d' aldea. Porto, 1868. Julio Diniz
es sinónimo de Gomes Coelho. — Uma familia ingleza y A morgadinha dos
canaviaes.
24 CASTELLO BRANCO.
novelas de Castello Branco. En los cuadros que salen de su pincel
nada hay que no sea portugués: el asunto, la expresión de los
personajes, el dibujo, el colorido, el conjunto, los detalles, todo. Es
el más portugués entre los literatos portugueses , asemejándosele
únicamente , bajo este punto de vista , el poeta popular Luis Au-
gusto Palmeirim.
Ha examinado con diligente y escrupulosa atención las diversas
capas de la sociedad en que vive, principalmente las inferiores. Ha
subido á los salones aristocráticos de Lisboa; ha bajado á los cala-
bozos infectos de las cárceles; ha penetrado en los escritorios de los
improvisados capitalistas de Oporto, en los viejos castillos de los
engreídos hidalgos de provincia, en las humildes chozas de los
campesinos, en los dorados gabinetes de los ministros, en las soli-
tarias bohardillas de los cesantes, en las cofradías, en los locuto-
rios y en los talleres; y sus lienzos lo han reflejado todo con la
fidelidad de una lámina fotográfica.
Se le ha acusado, por algún critico superficial, de esterilidad y
monotonía en la creación de los tipos: de que siempre figuran en
sus composiciones romancescas el rico brasileño, tosco y cínico; el
petimetre disipado, ridiculamente jactancioso y poetastro; la mu-
jer, hipócrita é inmoral; y el mayorazgo, labriego y valentón.
Cuando esto fuera exacto, que no lo es, no tendría él la culpa de
que no ofreciese más variedades la sociedad portuguesa. No nega-
mos que toma frecuentemente por blanco de sus epigramas á los
habitantes de Oporto, y con especialidad á los nuevos barones,
aristócratas de ayer, que han trocado su humilde condición de hor-
teras por una categoría nobiliaria; pero esto, si hemos de dar cré-
dito á ciertas noticias que privadamente se nos han comunicado, no
es más que la compensación de desaires sufridos por el autor en la
ciudad invicta. El más ardiente de sus apologistas no se atreverla
á compararlo con Antinóo, ni por la gallardía de su aspecto, débil
y enfermizo, ni por la belleza de su semblante, que desfiguran
hondos hoyos de viruelas. Cuéntase, no obstante, que, siendo jo-
ven, habla llegado á adquirir, entre los padres y los maridos, re-
putación universal de galanteador peligroso. Hay en su drama
Pathologia do casamento un Eduardo que todos creen libertino, y
á^quien, sin embargo, otros calaveras más cautos exceden en ver-
satilidad y en cinismo. Sin haber hecho una sola victima entre las
mujeres cuyo trato frecuenta, la opinión le seíiala como seductor
CASTELLO BRANCO. 25
inmoral y corrompido. Se nos antoja que Castello Branco se ha
retratado en Eduardo. Por esa prevención, ó por otra análoga, se
habían despertado contra él grandes odios, que sólo aguardaban
ocasión para manifestarse, j ésta no se ha hecho esperar. Dicese
que, habiendo pretendido ingresar en un casino de Oporto, los so-
cios depositaron en la urna tan crecido número de bolas negras,
que le cerraron la entrada. jOh! Si el hecho ha sido cierto, los
portuenses deben estar arrepentidos de haber provocado al impla-
cable epigramático, pues éste se ha lanzado con fria y perseverante
saña sobre ellos, los ha desnudado de sus oropeles, y los ha expuesto
en la picota de sus novelas al desprecio de los hombres honrados,
y á la befa , al escarnio y á los silbidos de la maldiciente muche-
dumbre. Si el hecho ha sido cierto, Castello Branco ha debido sabo-
rear hasta saciarse el placer de la venganza. Dejando por un mo-
mento su habitual tono irónico, exclsuñSi en fScenas contemporáneas:
«Me he cansado de oir decir que la segunda ciudad de Portugal
»es un enjambre de monederos falsos, de contrabandistas, de mer-
»caderes de negros, de exportadores de esclavos, y de magistrados
»de alquiler. Venalidad, crueldad y latrocinio son los tres ejes
»capitales sobre que rueda, en el entender de la critica mordaz, el
»maquinismo social de cien mil almas.»
Novelistas hay que fian el éxito de sus novelas, como Bouchardy
el de sus dramas, á la complicación de los argumentos. Por el con-
trario, Castello Branco elige un tipo, lo disena, lo perfila, lo ex-
pone bajo todas sus fases , y termina su tarea. En vez de pintar
cuadros de grandes dimensiones, dibuja rápidamente bocetos. No
se busque en él eso que hemos dado en llamar caracteres bien sos-
tenidos. Ha estudiado el corazón humano, y lo presenta tal cual
es, con sus inconsecuencias, con sus continuas trasformac iones y
con sus eternas metamorfosis.
Su estilo es espontáneo, fácil, lijero y ordinariamente jovial:
y decimos ordinariamente , porque si sus Aventuras d* um botica-
rio d' aldea nos recuerdan el JDecameron de Giovanni Boccaccio,
en cambio A engeitada y Romance de um homem rico no pueden
leerse con ojos enjutos.
¡ Qué fondo de melancolía hay en toda la acción de A engeitadaX
A fines de 1809 sostuvieron los guerrilleros portugueses una em-
peñada refriega con las tropas napoleónicas, desde un convento de
26 CASTELLO BRANCO.
monges benedictinos, situado á corta distancia de Guimaraes.
Allí fué herido y ocultado lueg-o por un fraile, en su celda, el co-
sonel francés Alfredo Gassiot, joven de treinta años, de noble
presencia, que hablaba correctamente el castellano, como hijo de
una madrileña. Si consintió que le amputaran el brazo izquierdo
fué acordándose de dos niños que dejara en Francia , habidos de
una prima suya, con la que le impidieron casarse. Restablecido de
la herida visitó á la viuda de un oidor, muerto á manos de las
turbas por afrancesado. Vivian con ella dos hijos suyos, Miquelina,
poco inclinada á la vida monástica, y Roberta, que se preparaba
con la lectura de Santa Teresa á cumplir su vocación de monja.
Alfredo procuró caballerosamente dominarla pasión que le inspiraba
la belleza de Miquelina, por respeto á los vínculos que dejara en
su país natal ; pero pudo más el amor que la prudencia, á despecho
de los amigos y parientes de la joven, que veían con espanto la po-
sibilidad de casarse una portuguesa católica con un jacobino. Este
odio de familia y de pueblo tomó un carácter tan amenazador, que
Alfredo tuvo necesidad de huir á España para evitar que los pa-
triotas le asesinaran. Incorporado nuevamente al grande ejército
ganó con su espada en los campos de batalla la faja de Mariscal
del Imperio, y se casó con su prima. Cuando Napoleón, vencido
por la coalición europea, partió para Santa Elena, Alfredo se re-
tiró á Madrid, enviando dos de sus hijos á la Coruña. Mientras
tanto la abandonada Miquelina había descendido al sepulcro, de-
jando en poder de una pobre mujer á la recien nacida Flavia, fru-
to ilícito de sus desventurados amores.
La huérfana infeliz llegó á un extremo tal de miseria que se vio
obligada á implorar la caridad de los transeúntes. A la edad de
siete años se fugó con una compañía de titiriteros, fascinada por
la brillantez de sus pintados trajes. Estando en la Coruña se es-
capó otra vez para entrar como criada en un colegio de niñas,
donde una educanda, llamada Carlota, no tan sólo exigió que la tra-
tasen como compañera suya, sino que más tarde se la llevó consigo
á Madrid. Nuestros lectores habrán adivinado ya que Carlota era
una de las hijas del general, y que así vino á encontrarse Flavia
al lado de su padre, aunque ignorando ambos el estrecho paren-
tesco que los unía. Aquellos días de felicidad fueron breves. La es-
posa de Alfredo, por haber descubierto que su hijo Ernesto galan-
teaba á Flavia, la arrojó á la cara la nota de engeUada, expósita.
CASTELLO BRANCO. 27
Esto produjo la tercera fuga de la desdichada huérfana: habia hui-
do primero de la choza de su nodriza; huyó después de la compa-
ñía de los titiriteros, y huyó últimamente de la morada de sus pro-
tectores, á pesar de las lágrimas de su amiga Carlota y de la bon-
dadosa resistencia del general.
Ernesto, después de pelear denodadamente en África vino á mo-
rir delante de Oporto, como soldado de aquella heroica legión or-
ganizada por el Emperador D. Pedro en la isla Tercera. Exhaló
su último aliento en los amorosos brazos de Flavia, que habia ido
de Francia con el propósito de encontrarle. Retirada á Guimaraes
compró por casualidad la casa donde falleciera su madre, y ha-
llando en un mueble viejo los papeles que ésta dejara, descubrió
que era hija de Alfredo, y hermana del hombre á quien tanto ha-
bia amado. En esta novela, que se diferencia de las otras del mis-
mo autor por la seriedad de su entonación y por el enredo de la
trama, hay escenas de la guerra peninsular, que compiten en exac-
titud con las del Mario de Silva Gaio.
Se ha censurado á Castello Branco, lo mismo que á Dickens,
por seguir con persistente y cansada uniformidad la escuela hu-
morística, que fundaron en el siglo XVIII Smollet, Sterne y Eied-
ling. ¡Como si el estilo de cada escritor, cuando éste renuncia á
la afectación y al artificio, no fuera el reñejo de su inteligencia,
de su idiosincrasia, de su manera de ser! Todo literato debe á Dios
su estilo, como todo hombre debe á Dios su fisonomía.
Castello Branco retrata tipos y no personas; sin embargo en
la Queda d'um anjo aparece de una manera asaz transparente el
ex-ministro Ayres de Gouveia. El interés de esta fingida historia
se sostiene más por su lenguaje festivo y por su diálogo vivo y
chispeante, que por las peripecias del argumento. Calixto Eloy de
Siles , mayorazgo de Agrá de Freimas , de 49 años de edad , ca-
sado con Doña Teodora Barbuda , mayorozga de Travancos , es el
protagonista. Hidalgo rico, preciado de la antigüedad y nobleza
de su casa , apegado á los antiguos usos y á las leyes antiguas,
dado á la lectura de los clásicos griegos y latinos , censor perpetuo
desde la oscura aldea en que vive , de todas las innovaciones de la
civilización , legitimista de pura sangre y católico á macha marti-
llo, tal es en un principio Calixto Eloy. Elegido diputado por su
distrito se exhibe en el Congreso, como verdadero procer rural, pe-
rorando contra el lujo , contra la perversión de las costumbres y
28 CASTELLO BRANCO.
contra el despilfarro de veinte mil duros con que el Estado sub-
venciona anualmente á la empresa del Teatro de San Carlos. En-
cuéntrase en las discusiones frente á frente de otro representante
de Oporto llamado Liborio, que ha viajado por el extranjero, y
que después de haber impreso algunos libros ruines, pretende
darse importancia haciendo discursos pedantescos , altisonoros y
soporíferos. Este Liborio es Ayres de Gouveia, diputado y ministro
en varias ocasiones, y autor de A reforma das prisdes. Las alu-
siones son tan desembozadas , que muchas de las frases que pro-
nuncia están copiadas literalmente de ese volumen. El leg-itimista
Calixto, especie de D. Quijote, que ha tomado sobre sus hombros
la audaz empresa de desfacer entuertos y amparar doncellas , no
tan sólo clama en la tribuna parlamentaria contra las instituciones
modernas, sino que interviene oficiosamente en la vida doméstica
de familias determinadas , para corregir y moralizar sus costum-
bres. Aconseja sucesivamente á Doña Catalina, esposa de Duarte
Malafaca y á su amante Bruno Mascarenhas que rompan sus rela-
ciones criminales. En efecto , Bruno se aparta de Catalina. Pero
¡oh fragilidad humana! Calixto, el católico severo, comienza por
sentir en su corazón la necesidad de amar y ser amado, y concluye
por apasionarse de Ingenia de Teive, por regalarle una casa en
Cintra y por marcharse con ella al extranjero , olvidándose com-
pletamente de su prosaica mujer , la buena Dona Teodora. Hay
más aún : el ardiente legitimista se trasforma en ministerial , y
acepta del Gobierno revolucionario el titulo de Barón de Agrá de
Freimas para si , y numerosas condecoraciones para ciertas influen-
cias electorales. A su vez Teodora , antes hacendosa y consagrada
á los quehaceres de su casa, se deja seducir por su primo Lope
de Gamboa. Marido y mujer siguen hasta el fin una senda de per-
dición : él tuvo dos hijos de Ifigenia , y ella uno de Lope. Completa
metamorfosis : el legitimista se hace constitucional , el inflexible
Catón se hace adúltero. Esto es lo que motiva el titulo de A queda
d' um anjo , aunque á semejanza de Aventuras de Bazilio debiera
denominarse más bien Aventuras de Calixto. Esta novela correría
peligro de ser denunciada en España, porque hay en ella perso-
najes que parecen tomados daprés nature de nuestra galería par-
lamentaria.
Originalidad en la invención , soltura en el estilo , elegancia en
la frase , primorosos cuadros de costumbres , ironía delicada , diá-
CASTELLO BRANCO. 29
log-os fáciles y picantes, y descripciones bellisimas, todo esto abun-
da y resalta en las novelas de Castello Branco , pero nada más. No
se busque en ellas un propósito trascendental, porque no lo tienen;
no se busque tampoco una tendencia fija y determinada , pues po-
dríamos copiar máximas opuestas y sentencias contradictorias. No
vamos á demostrar si esto es un mal ó es un bien : problema difí-
cil que exigirla de nosotros extensas consideraciones. Diremos tan
sólo que el novelista llena su cometido mientras se concreta á cor-
regir deleitando , á reproducir tipos y usos , á bacer simpática la
virtud y odioso el vicio , y á exponer , para condenarlos , errores
del entendimiento , extravies de la pasión y abusos de las institu-
ciones humanas ; y que extralimita la esfera de su acción si pre-
tende definir y sostener y propagar sistemas politices , filosóficos
y sociales. Miguel de Cervantes Saavedra ha conquistado la in-
mortalidad ridiculizando en su Quijote los libros de caballerías , y
Enriqueta Beccher Stove ha llamado profundamente la atención
de ambos mundos denunciando las iniquidades de la esclavitud en
su Cabana del Tio Tomás ; pero no sobrevivirán á nuestra época
de escentricidades aquellos escritores franceses y alemanes que se
han propuesto convertir la novela en cátedra de ciencias físicas y
morales : como Julio Verne que enseña geología en su viaje al cen-
tro de la tierra : como Gutzkow que pinta en su Mago de Roma
el estado general de Europa: como Roberto Byr que desenvuelve
en su Lucha por la existencia las teorías de Darwin sobre la trans-
formación de los seres : como Federico Spielhagen que amplifica
en sus Naturalezas problemáticas las doctrinas filosófico-pesimis-
tas de Schopenhauer.
Tomad al acaso un libro de Castello Branco , y contestadnos á
esta pregunta: ¿cuál es su espíritu? Sea ese libro As meritorias
do carcere. El autor no habrá presumido al redactarlo que llegarla
á ser tan leido como las memorias de Silvio Pellico , ni como les
prisons de VEurope per Alboise y Maqueten, en las que se relatan
las sangrientas y célebres tragedias de que fueron teatro los encierros
de Bicétre, de Fort Tevéque, del Temple, de la Conserjería, de
Santa Pelagia , de l'abbaye y de San Lázaro. ¿Qué intento ha
guiado su pluma ? ¿ Dar á conocer el sistema carcelario de Portu-
gal , presentar en relieve sus defectos y aconsejar sus reformas?
Ciertamente que nó ; pues si bien se ocupa de esto , es de una ma-
nera rápida , incidental y secundaria : ¿ revelar las irregularidades
30 CASTELLO BRANCO.
de la legislación penal ó los vicios del procedimiento? Tampoco:
hacer observaciones sobre la estadistica de la delincuencia ? Me-
nos aún. No ha remontado tan alto su vuelo. No ha tenido otro
propósito que el de entretener agradablemente á sus lectores. Lo
mismo exactamente acontece en todas sus novelas. De ellas vamos
á entresacar algunos pensamientos , que quizás nos descubrirán las
ideas filosóficas y sociales del autor.
« Creo en Dios como creo en la vida. Creo en la vida como creo
»en el dolor. En lo que no creo es en la muerte. La muerte es una
» palabra convencional con que los hombres expresan el tránsito
» sobre la tierra hacia el seno de una nueva existencia. La inmór-
»talidad es una idea abstracta de todo lo que es comprensible á
»los hombres. El hombre no explica la inmortalidad en cuanto no
»sube un grado en la escala de los seres inteligentes. Hay una es-
» cala de seres que principia en la materia bruta y termina en los
» espíritus. Las funciones del espíritu sin formas corpóreas, perte-
»necen á la criatura superior al hombre. El hombre no explica
»esas funciones , que deben ser su existencia futura , por la misma
» razón que el animal, inferior al hombre, no comprende las fun-
» clones del pensamiento perfeccionadas, pero no perfectas en el h om-
»bre. Todos los seres, por lo tanto, van subiendo en la escala de
»la inteligencia. Todos se transfiguran de forma en forma hasta
» dejar la envoltura de la materia, y vagar en los espacios incóg-
»nitos como vagan los espíritus. Es allá en las ruinas . en las pro-
» ximidades del gran misterio , á la claridad de la eterna luz , don-
»de se lee el libro de Dios. Es en las regiones que mi alma adi-
» vina , que yo debo sentir por el órgano espiritual en que recibí
» la interminable impresión de agonía que fué en la tierra mi len-
»ta peregrinación ( 1 ). »
«No caigo en el absurdo de reprobar el castigo, pues sería tanto
como pregonar la impunidad del latrocinio. Hasta ignoro si Dios
»dejó remedio para los defectos de sus obras : confieso solamente
»que es un blasfemo atrevimiento el querer corregirlas. Si los cri-
«menes son involuntarios, ¿cómo se ha de penitenciar al delincuen -
»te? ¿Con qué derecho racional se le escálpela, fibra á fibra, la vi-
( I ) Scenat conUmporanecu , pág. 1 62.
CASTELLO BRANCO. 31
»da? ¿Cómo se ha de considerar social, humana y justa la ley que
»abre un túmulo entre cuatro paredes á Margarita, que es ladrona,
;>por la misma razón por la que el tigre es feroz, y la víbora vene-
»nosa, y el poeta poeta? Abundo en las ideas de un filósofo que di-
»ce: el Creador conserva al hombre, á la mujer y al mundo tales
y>cuales son, por honra de la 4rma (1).»
«Tomar por lo serio la sociedad , es enloquecer. Vivir con ella
»en buena paz, es escarnecerla. O loco, ó cínico (2).»
«La sociedad, la familia y el hombre expían incesantemente la
»culpa del hombre, de la familia y de la sociedad. Se opera una
»contínua redención del género humano. El hombre es desde su
^principio la víctima de la culpa, con el labio colocado en el cáliz
»de la agonía. La vida sobre la tierra es una interminable expia-
»cion. Yo pago los crímenes de mi padre , mis hijos expiarán mis
»crímenes, y el último ser vivo de la animalidad inteligente será
»el holocausto del primer hombre criminal (3).»
«Digno de estos tiempos D. Juan (hijo de un herrero) , sería hoy
»afablemente recibido por la vieja nobleza , con tal que las dife-
»rencias en lo azul de la sangre fuesen saldadas con lo amarillo
»del oro (4).»
«El hombre de talento es siempre un mal hombre. Algunos co-
»nozco yo que el mundo proclama virtuosos y sabios. Dejadlos
i>proclamar. El talento no es la sabiduría. Sabiduría es el trabajo
^incesante del espíritu sobre la ciencia. El talento es la vibración
»convulsiva del espíritu , la originalidad inventiva y rebelde á la
»autoridad, el viaje extático por las regiones de la idea. San Agus-
»tin, Fenelon , madama de Stael y Benthan son sabidurías. Lute-
»ro, Ninon de Léñelos, Voltaire y Byron son talentos. Comparad
»los servicios prestados á la humanidad por esos hombres, y ha-
»breis encontrado el antagonismo social en que luchan el talento
»con la sabiduría (5).»
(1)
Memorias do carcere.
(2)
Id.,^kg. 158.
(3)
Scenas contemporáneas, pág. 158.
(4)
/á.,pág. 139.
(5)
Ai, pág. 97.
32 CASTELLO BRANCO.
La moralidad de sus novelas es la de la sociedad que reflejan. El
no tiene la culpa de que Portugal sea lo que es , como no la tiene
el fotógrafo que os retrata de que vuestras facciones sean imper-
fectas. ¡Es de ver el donoso fervor con que algún académico neo-
católico lamenta la inverisimilitud y la licencia en que han caido
la novela y la comedia, echando de menos la sencillez , la verdad
y el candor de nuestros antiguos escritores ! ¡ Como si fuera más
inverisímil el Conde de Montecristo con su fuga del castillo y con
su arribo á la ínsula desconocida, que el Primaleon de Grecia con
su gigante Baledon , vencido por el fiero Palmendos , y con sus
doncellas encantadas bajo la forma de serpientes ! ¡ Como si fue-
ran más edificantes los versos del Arcipreste de Hita que las can-
ciones de Beranger , ni más licenciosa la comedia El Rey se di-
vierte que la Celestina !
Entre cuantos escriben para el público de la Península no hay
uno más laborioso ni más fecundo que Castello Branco. Tiene cua-
renta y cuatro años , y ha dado á luz ochenta tomos ( 1 ) , tradu-
(1) Hé aquí una nota de las producciones Hterarias de Castello Branco:
«Amor de perdi^ao (Memorias d*uma familia).» Porto, 1862. --«Onde está a
felicidades» Porto, 1860. —o Estrellas funestas.» Porto, 1862.— «Um homemde
brios.» Segunda edición. Porto, 1864. -—«Aventuras de Bazilio Fernandes en-
xertado.» Lisboa, 1863.— «Memorias do carcere.» Porto, 1862. Son dos volú-
menes.—«A queda d'umanjo.» Lisboa, 1866. ~« O párente de cincoenta e tres
monarchas.» Lisboa, i 867. «Um libro.» Segunda edición. Porto, 1858. —
aVinte horas de liteira.» Porto, 1864. ■ «Aengeitada.»Porto, 1866.— «Agulha
empalheiro.» Porto, 1865.— «Amor de salvagáo.»-» Anuos de prosa.»— «O bem
e o mal.» — «Carlota Angela.» — «Coisas espantosas.» — «Cora9áo, cabeza e es-
tomago.» Lisboa, 1862.— «Dozecasamentosfehces.» Los seis primeros capítu-
los se han publicado en el tomo I de la Revista contemporánea de Portíigal e
Brazil.n Lisboa, 1861.— «Divindade de Jesús. Duas horas de leitura.- Esbo-
zos de aprecia9Íóes Htterarias . » — «O esqueleto.»— «Estrellas propicias.»— «A
filha do arcediago.»— «A filha do doctor negro. » — «Horas de paz.» — «Lagri-
mas aben9oadas.»— «O Ubronegro.»— «O marquez de Torres Novas.»— «Me-
morias de Guilherme de Amaral.» — «O mundo elegante.»— «Mysterios de
Lisboa.»- «A neta do arcediago.»— «No bom Jesús do monte.» — «Noites de
Lamego.» — «O que fazen mulheres.»— «Romance d'um homem rico.» — «Sce-
nas contemporáneas.» Segunda edición. Porto, 1862.— «Scenas da foz.»—
«Scenas innocentes da comedia humana.»— «A sereia.»— «As tres irmás.»—
«Vingan^a.» — «A Bruxa do monte Cordova.» — «Cavar em ruinas.» — «Coisaa
leves e pezadas.»— «A doida do candal.»— «O judeu.»— «Luta de gigantea.»—
aMosaico.»— «O olho devidro.»— «O retrato de Ricardina.»— «O sangue.»—
«O santo da montauha.»— «Virtudes antigás. u-^u Duas épocas da vida(poe-
CASTELLO BRANCO. 33
ciendo además varias obras del francés, tan voluminosas como El
genio del cristianismo y Los mártires^ y habiendo sido colabora-
dor de diferentes periódicos de Oporto y de Lisboa.
Esta fecundidad es su defecto, y no ciertamente porque se repita
ó se plagie á si mismo. Lejos de eso, hay en su imaginación un
venero tan abundante de argumentos que no se agota jamas; y él,
que lo sabe, lejos de escasearlos los prodiga. Otro ingenio de me-
nos recursos encontraría en sus Memorias do carcere, en sus veinte
loras de liteira, en corando, cabeza e estomago^ y en scenas con-
temporáneas asuntos suficientes para dar interés y novedad á cin-
cuenta novelas. La fecundidades su defecto, porque á veces se ha-
ce lánguido y difuso como en Estrellas funestas y en las Aventu-
ras de Bazilio. Pero no le culpemos por esa falta, que harto la co-
noce él y la deplora. El arte del novelista, tan filosófica y tan poé-
tica, es ordinariamente un oficio, un modo de vivir como otro cual-
quiera. Un novelista hace novelas como un alfarero hace vasijas,
para ganarse la vida y sustentar á su familia. Es un obrero que
labra la piedra arrancada de su propio cerebro Esas escenas tan
ricas de sentimiento, de ternura y de esplritualismo que conmue-
ven dulcemente vuestra alma, son monedas que el autor ha fundi-
do en el crisol de su inteligencia para saldar prosaicamente las
cuentas del sastre y del casero. Vende al editor, que lo explota, una
obra de tantos pliegos, y queda obligado á entregárselos sin que
falte uno sólo, y si al efecto es necesario alargar y extender el ar-
gumento, lo alarg'a y lo extiende hasta llenar esa cláusula esen-
cial del contrato. La acción terminaba quizá naturalmente en el
casamiento, en el divorcio ó en la muerte del protagonista: ese era
su desenlace verdadero ó su fin; pero faltan cuarenta ó sesenta pá-
ginas, que el calculista editor no perdona, y es forzoso inventar
un incidente, un episodio, un aditamento, un epilogo y emborro-
nar del mejor modo las hojas estipuladas. Si se quiere la prueba
sías).»— «Preceitos do coragáo (poesías).»— «Misterios de Fafe.» — «Brilhantes
do Brazileiro.» — «A mulher fatal.» -«Preceitos de consciencia (poesías))) Ha
escrito también los siguientes dramas y comedias: «Abengoadas lagrimas.»
«Agostinho de Ceuta.))— «Espinhos e flores.» — «Justica.»— «O mongado de
Fafe em Lisboa.» — «O mongado de Fafe amoroso.» — «Poesía ou dinheiro'?»
«Purgatorio eparaizo.»— «O ultimo acto.» Ha traducido «Fanny,» «Genio do
christianismo,» «Inmortalidade, a morte e a vida,» «Os mártires,» y «Roman-
d'um rapaz pobre. »
TOMO XV. 3
34 CASTELLO BRANCO.
de esto léase el último capítulo de Virtudes antigás, titulado um
poeta portuguez rico.
El mercado literario es en Portug-al reducido y escaso, como no
puede menos de serlo en un país de tres á cuatro millones de habi-
tantes. Lo que no se gana en calidad hay que ganarlo en cantidad.
No basta que los libros que el autor produzca sean buenos: es me-
nester además que sean muchos. El dia en que deje de producir se
encuentra en la triste alternativa de pedir limosna, como Camóes,
ó de reunir sus escuálidos hijos é irse con ellos en procesión silen-
ciosa á llamar á las puertas de un asilo de beneficencia.
Castello Branco es hombre escéntrico, de una franqueza increí-
ble. Cuenta al público, es decir, á amigos y á enemigos, á la ge-
neración presente y á las venideras, lo que muy pocos osarían de-
positar en el seno de la más estrecha intimidad . Piensa en alta voz
y ha elegido por confidentes de sus secretos á sus numerosos suscri-
tores. ¿Habéis leído los de Eofienstein de Spielhagen? ¿Recordáis
el raro valor y la ausencia de aprensión con que el demag'ogo Ca-
yus comienza su lamentable historia, profiriendo esta frase horri-
ble que debia quemar sus labios y que la pluma se resiste á copiar:
«mí padre era un borracho y mi madre una mujer pública?» Pues
si nuestro novelista se viese en tan desdichadas y humillantes cir-
cunstancias sería capaz de imitar á Cayus. En Amor de perdicdo
refiere las debilidades, los deslices y los crímenes de una familia
desventurada. Domingo Botelho, hidalgo de una antigua casa de
Villa Real , se sostiene enCoimbra como flautista, porque sus mer-
madas rentas apenas llegan para salvar de manos de la justicia á
su hermano Luis, perseguido como asesino. A pesar de su inteli-
gencia limitada, y merced á la compasiva tolerancia de los exami-
nadores, recibe el título de abogado. La cualidad que más sobre-
sale en él, y que le dá cierta nombradla poco envidiable, es su
tacañería proverbial. Se casa con Dona Teresa Castello Branco, y
nacen de este matrimonio, entre otros hijos, Manuel y Simón: Ma-
nuel que deserta del regimiento de infantería de Numancia para
huir á España con una mujer casada, y Simón que, después de
haber sido condenado á morir en la horca por homicidio premedi -
tado, consigue la conmutación de su pena en la de presidio por
diez años. Al fin de la novela, y como por vía de epílogo se halla
esta n ota inverisímil:
De la familia de Simón Botelho vive aun en Villa Real de Tras-
CASTELLO BRANCO. 35
OS montes la señora Dona Rita Emilia Gastello Branco, su her-
mana predilecta. La última persona fallecida hace veinticinco
años, fué Manuel Botelho, padre del autor de este libro.
Camilo Castello Branco, joven aún por su edad, pero anciano
por sus achaques, triste herencia de una juventud nada austera:
joven porque acaha de cumplir cuarenta y cuatro años, pero an-
ciano porque, como José de Espronceda, «siempre juguete fué de sus
pasiones,» vive en la soledad del campo, consagrado á la literatura,
que es su más fiel amiga, que es su únicopatrimonio,queessu gloria.
Después de producir ochenta volúmenes, con los que ha enriqueci-
do á sus avaros editores, permanece pobre. ; Dichoso él, teólogo de
ortodoxia dudosa, si encuentra en los consuelos de la religión el bál-
samo que há menester para alivio de sus amargurasl Político ver-
sátil, que ha caminado desde las regiones heladas de Bonald hasta
las cumbres volcánicas de Víctor Hugo, termina su peregrinación
fatigosa, como Carlos Dickens, sin haber recibido auxilio, ni fa-
vor, ni amparo de la corte. Poeta sentimental y jeremiaco, y me-
nos buen rimador que poeta, es, como decia Cervantes de si mis-
mo, más versado en desdichas que en versos. Su talento superior
no le ha revelado el secreto de agradar y conmover en el teatro,
de interesar la atención de los espectadores con el dominio de los
recursos dramáticos y de los efectos escénicos. Su popularidad,
que es grande, se la debe toda á la novela, en la que descuella por
su espíritu observador sin pretensiones filosóficas, por su fecunda
invectiva y por su estilo humorístico, que le permite mezclar es-
cépticamente lo sublime con lo prosaico y lo jovial con lo patético,
como anda siempre mezclado en este dichoso mundo que habi-
tamos. Reputaciones que presumen de inmortales , se desvanece-
rán sin duda bajo la acción deletérea del tiempo; pero el siglo XIX
trasmitirá á los venideros los nombres de tres literatos ilustres; el
de Herculano que ha fundado la historia; el de Almeida Garret
que ha fundado el teatro, y el de Castello Branco que ha fundado
la novela de actualidad: aventajando este último á los dos prime-
ros, porque Herculano fué precedido por Juan de Barros, y Almeida
Garret fué precedido por Gil Vicente, mientras que él no ha teni-
do un solo predecesor como novelista de costumbres.
Antonío Romkro Ortiz.
NOVELISTAS CONTEMPORÁNEOS
DE LA
GRAN BRETAÑA
APUNTES LITERARIOS.
Los novelistas contemporáueos en la Gran Bretaña son tantos,
que sólo la enumeración de sus nombres llenaria un volumen. Des-
de la época en que marió Walter Scott, hasta el dia de la fecha,
los tomos de novelas inglesas publicadas se calculan en 20 . 000 (1).
Aun cuando la paciencia y la vida alcanzaran para examinar
una masa tan formidable de impresos, no habrá muchos, de seguro,
que por completo hayan ejecutado tarea semejante. Excusado es
advertir, que estos breves apuntes sólo aluden á las novelas que
hemos leido. Si muchas están aquí omitidas . es porque nosotros,
(1) Dicho número está sacado del Athenwum y de otras publicaciones bibliográfi-
cas y críticas.
En Inglaterra , g^eneralmente se publica lal." edición de una novela en tres to-
mos (8.° mayor) y se vende por lo común al precio de una guinea (100 reales) cada
ejemplar. Desde hace algunos años, sin embargo, varios novelistas tienen periódicos
literarios, donde imprimen sus obras de este género. Así Dickens posee el periódico:
All the year Round; Mistress Wood : The Argoxy; Miss Braddon : Belgravia, y otros no-
velistas también los suyos. De estos, muchos escriben bajo el anónimo , y otros con
pseudónimos, como en sos primeras obras, Dickens con el de Boz, Thackeray con el
de Michael Angelo Titnwrnh, etc. Varios novelistas publican bajo el anónimo su prime-
ra obra, y en las demás expresan que está escrita por el autor de dicho primer traba-
jo, imitando en esto, á Scotl, que dio á luz las suyas poniendo en todas: por el autor
de WüDerley.
El escribir buena« novelas produce ganancias muy grandes en Inglaterra, y los no'
NOVELISTAS CONTEMPORÁNEOS, ETC. 87
y la generalidad de cuantos aman la lectura, únicamente nos
enteramos de tales libros como distracción , y solaz en medio de
otros trabajos más áridos y pesados , para saciar el placer natural
á la bumana índole de recrearse con la relación de hechos ame-
nos y curiosos, y deleitar la fantasía con un entretenimiento tan
sabroso, que á veces llega hasta convertirse en poderosa pasión,
según sucede á menudo , especialmente entre las jóvenes de Ingla-
terra, á quienes cautiva, arrastra y embelesa.
Con seguridad puede afirmarse, que es ley de nuestra natura-
leza , la que ordena que para el ánimo las diversiones agradables
son tan necesarias como el ejercicio para el cuerpo. Los novelistas
ingleses, mejor que nadie, suministran lo que aquella ley exije, al
ofrecer abundante y casi inmensurable cantidad de obras tan castas
y morales, como deliciosamente amenas y maravillosas. Esos nove-
listas ponen de relieve las glorias de pasados tiempos ; animan
las escenas y los acontecimientos históricos ; pintan los triunfos de
la virtud y del patriotismo y la miserable vileza de los vicios ;
despiertan nuestros buenos sentimientos en favor de los olvida-
dos y oprimidos, de los pobres y desgraciados ; tales autores su-
ministran un banquete intelectual con manjares tan sanos como
sabrosos y variados ; forman con sus obras un cuadro animadísimo
y pintoresco en grado supremo, por su vasta erudición, por sus ob-
servaciones delicadas y profundas , y merced al embellecimiento
que derraman las luces de su imaginación lozana y viva, y un
buen gusto literario correcto, lleno de gracia y elegancia. En el
número y diversidad de bus concepciones y caracteres , los nove-
velistas célebres poseen inmensos caudales alcanzados con la pluma. Á Wilkie Collin.
le ha abonado su editor 5.000 lihras (25.000 duros) por la novi-la The Woman in White.
y á Miss Evans (George EUiot) 7.000 libras (35.000 duros) por su Romola. Tales sumas
se pagan por la puijücacion de dichas novelas en Revistas mensuales, y además que-
dan ios autores dueños de la propiedad de las obras, que reimprimen y expenden
en tomos.
No conocemos libros modernos sobre los novelistas británicos, Taine, en el último
tomo de su Histoire de la Littérature anglaise, sólo habla de dos novelistas contemporá
neos, que son: Dickens y Thackeray. Dicha obra de Taine, cuya 2/ edición se bá
dado á luz hace cuatro meses , ha merecido durísimas calificaciones de críticos que
prueban que el autor ig-nora la materia que trata (V. : The Saturday Review del 20 de
Noviembre de 1869, y el Athenceum del mes de Octubre del año último). Importantes
obras acerca de la novela en general, son las sig-uientes; Hisfory of Fiction (Historia de
la ñccion), por Dunlop, (3." edición, Londres 1843); Allgemeine Geschichte des Romans
(Historia general de la Novela), por Eichendorff (2." edición, Jena 1850); iVoü«/s and
Novelists (Novelas y Novelistas), por Jeaffreson (Londres 1858); y otras varias.
38 NOVELIiSTAS CONTEMPORÁNEOS
listas aludidos pueden colocarse junto á los primeros autores de
fiiccion de cualquier pais del mundo y nadie les supera ni en la
abundancia, ni en la originalidad, ni en la variedad de sus obras.
Natural parece, pues, que el dar apuntes, aunque pocos y breves,
sobre ciertos trabajos contemporáneos de tales novelistas , no ca-
rezca enteramente de interés, tratándose de asunto tan vasto y de
gran importancia, que como parte de la historia de la literatura,
está cada dia más estrechamente ligada á la política y social de cual-
quier nación culta. Más todavía que en otros países, esta clase de
estudio debe interesar en España , cuyo esplendente blasón y cuya
incomparable gloria es el rey ce los escritores de novelas: Miguel
de Cervantes Saavedra. Su inmortal Quijote, según escribió
Heine, por la unánime aprobación degeneraciones y generaciones,
está declarado la primer novela del mundo; el eterno modelo de
cuantos se propongan enlazar la realidad á la ficción ; obra, esa, á
la que ni en fuerza de observación, ni en verdad de caracteres, ni
en profundidad de pensamientos, ni en gala de estilo y de colores,
ni en lo exacto , ni en lo ideal llega , se acerca ninguna otra de
cuantas el ingenio humano ha concebido; siempre fresca y lozana
á pesar de sus doscientos sesenta y cuatro anos; siempre leida con
el mismo placer y admirada con el propio entusiasmo que en los
primeros dias; única en el orbe que, cuando parecía que no tuviese
ya objeto ni razón, sigue deleitando á toda clase de personas, á la
par que desesperando á cuantos cultivan tales flores del espíritu, y
se afanan por encontrar algo que la imite, ya que no la iguale.
Decíamos, pues, que, á nuestro juicio, este trabajo, por el asun-
to de que trata, pudiera tener algún ínteres, y eso nos mueve á
emprenderlo para quien no esté familiarizado con el movimiento
intelectual en ramo tan fecundo de la literatura inglesa. No vamos
á dar ahora, ni breves juicios, ni tampoco siquiera datos biblio-
gráficos completos acerca de las obras de todos los novelistas con-
temporáneos de la Gran Bretaña . Ni el artículo de una Revista lo
consiente, ni la regla á que deben sujetarse los estudios para este
género de publicaciones lo autoriza. De otra parte, sin invertir
varios tomos, seria imposible presentar detalladamente nuestro
asunto, pues hoy dia en Inglaterra, como novelistas, figuran per-
sonas en número inmenso: aquí nobles, allí plebeyos; ya ignoran-
tes, ya eruditos; ora hombres, ora mujeres; allá clérigos, acá se-
glares; en fin, gente de cada clase, circunstancia, edad y condi-
DE LA GRAN BKKTAÑA. 39
cion; los que, poco ó mucho, pero los más sin treg-ua ni descanso,
cultivan, explotan y sin cesar producen las obras de este género.
Se limitarán, pues, nuestros rápidos apuntes á aquellos autores
«uyas novelas, merced á su mérito, puedan considerarse como joyas
de arte, á las que por sus atractivos alcanzan unánimes aplausos
y gran celebridad, embelesando al público inglés y pasando luego
á formar parte del patrimonio de la literatura europea. Únicamente
indicaremos, entre algunos libros de novelistas modernos de Ingla-
terra, los que son como faros, cuya luz sirve de norte y guia en
el derrotero que conduce al conocimiento del estado actual de tan
abundosa y prolifica materia. La índole de ésta exige, empero, que
se antepongan observaciones, que aqui serán brevísimas, sobre la
novela, y aquellos de sus géneros que en dicho país, hoy dia de la
fecha, más se cultivan.
I.
La novela, según Goethe y otros, es la epopeya moderna. La
epopeya propiamente dicha, la epopeya grande y heroica, como
todos saben, no es posible en nuestros dias, debiendo concurrir
para su formación circunstancias poco comunes, que el hombre no
puede crear, porque son obra de los tiempos, y sólo existen algu-
nw épocas distantes, únicas tal vez en la vida de los pueblos, en
que ese poema sea posible.
Mas así como éste, en tiempos antiguaos, era el libro de los tem-
plos, el libro de las plazas, de los teatros y de los juegos circenses,
de los grandes concursos, de las solemnidades públicas; la novela
es el libro del hogar doméstico, del gabinete, del sofá modernos, el
libro de los sentimientos solitarios de cada corazón, el poema de
las actuales aisladas pasiones de todas esas almas, que no se reúnen
en ninguna parte para cantar, para orar, para sentir y llorar algo
en común. Dicho esto más brevemente: en la vida individual de
las sociedades modernas, la novela ha remplazado al interés social
del poema antiguo.
Por otra parte, existe una circunstancia notable que nadie igno-
ra: la relativa ano haber en nuestro siglo lectura más generalizada
que la de novelas, la cual ha deshancado y oscurecido por com-
pleto á todas las demás. Con avidez devoran multitud de personas
40 NOVELISTAS CONTEMPORÁNEOS
hasta las novelas más insípidas, y á esto es debido que doctos escri-
tores, sobresalientes por sus obras serías y profundas, abandonan á
veces tales trabajos áridos y pesados para dedicarse á este género
de composiciones literarias. Teniendo presente circunstancia se-
mejante M. Caxton, dirigiéndose á su hijo Pisistratus, personajes
ambos de una de las novelas más recientes de Bulwer, le dice: «La
>)aovela se ha hecho un artículo de primera necesidad en nuestro
»siglo. Escribe algún libro, hijo mío, escribe algún libro, no de
»tal suerte que necesariamente resulte despreciable, sino cualquier
»novela, que, aun sin valor, la gente no puede menos de leer.»
Claro es que la novela corresponde á la comarca de la poesía,
puesto que resulta producida por la imaginación; pero difiere de
ella, por cuanto que casi siempre se escribe en prosa.
Así como suelen hacerse tres subdivisiones de la poesía, á saber:
la lírica, la narrativa ó épica, y la dramática, también se pueden
establecer igual número de partes correspondientes á las mismas
en las obras en prosa de la imaginación. A la poesía lírica cor-
responde la oratoria, ó al menos algunos de sus géneros; al drama
métrico, el drama en prosa, y á la poesía narrativa ó épica, la
novela.
La teoría que considera la novela como la epopeya, es impor-
tante; pero su desenvolvimiento no puede establecerse dentro de
los límites de este articulo. «Toda novela, dice Bunsen, debe ser
una nueva Iliada ú Odisea.» No faltará quien califique tal aserto
de estra vagancia filosófica; pero el mismo Bunsen, para demostrar
su teoría , pasa revista á las novelas de los tres últimos siglos, y
halla que , sólo las que reúnen condiciones épicas , son las que
han conseguido fijar la atención por más de una ó dos genera-
ciones.
Nace la oposición y violencia para aceptar el anterior aserto de
la circunstancia de que, cuando se quiere comprobar su verdad, se
piensa sólo en los grandes poemas épicos, comparándolos con todas
las novelas, sin distinguir sus respectivos géneros, méritos, ni
condiciones. Fijándose en la Riada ó en la Odisea, en la Jerusalen
del Tasso, ó en el Paraíso Perdido de Milton, es de seguro muy
difícil hallar más de una ó dos novelas que puedan ponerse en pa-
rangón contales obras del genio épico. Mas de otra parte, también
hay muchas obras que se clasifican juntamente con aquellos poe-
mas, que son muy inferiores á algunas de las mejores novelas, —
DE LA GRAN BRETAÑA. 41
Pongamos, por ejemplo, al Quijote (1). Pocos vacilarán en colocar
esta grandiosa obra á la misma altura que los tres ó cuatro poemas
épicos, que el mundo prefiere á todos los demás, y es seguro que
nadie dejará de ponerla á mucha mayor elevación que tienen otras
afamadas composiciones poéticas, en el género aludido, de autores
que gozan de universal renombre. Asi, la comparación de que se
trata, sólo debe establecerse entre obras que en ambas esferas
reúnan iguales condiciones, y entonces resultará una analogía
perfecta entre la novela y la epopeya.
n.
Admitido lo que antecede, y procediendo con rigorosa lógica,
deberla únicamente establecerse en la novela la misma división
que se hace en la epopeya, distinguiendo la seria de la cómica.
Edward Bulwer Lytton, empero, cuyas obras de ficción todos ad-
miran y el que con tanta conciencia ha planteado una teoría de
la novela , las clasifica sin excepción alguna en tres clases , á sa-
ber : en novelas familiares , en pintorescas y en intelectuales;
clasificación esa muy poco científica por cierto , pero que contiene
un significado obvio, que varios críticos aprueban, por referirse al
estilo y contenido interno de estas composiciones.
Tales clasificaciones , sin embargo , y otras que omitimos , pa-
recen poco adecuadas para servir de norte y guia á través de la
inmensa masa de novelas contemporáneas inglesas ; porque de és-
tas hay sobre todo linaje de asuntos , sobre cada clase de la socie-
dad humana, relativas á cuestiones éticas y políticas, y á cuantos
problemas se han propuesto en las regiones intelectuales y mora-
les. Sin embargo, como en la mayor parte de las publicaciones de
este género, aparece siempre que el objeto que más resalta es pin-
tar la sociedad moderna, creemos preferible, de acuerdo con críti-
cos autorizados, circunscribirnos á una división externa de estas
composiciones , arreglada á las materias de que principal y res-
pectivamente traten , sin fijarse en los fines peculiares que bajo
una ú otra forma se haya propuesto alcanzar con especialidad cada
autor.
(1) Es, ciertamente, muy extraño que el novelista inglés Bulwer, dig-a, en una
nota del capítulo LlI de Pelham, que no es novela el Quijote, y que en todo el mundo
no existe ni una sola novela perfecta.
42 NOVELISTAS CONTEMPORÁNEOS
Nuestro punto de arranque al echar una ojeada rápida sobre tan
vasta comarca , comienza en la época inmediata á la muerte de
Walter Scott y dentro de tales límites existen trece variedades dis-
tintas de la novela británica.
I. La novela de la vida y costumbres de Escocia — En este gé-
nero es fácil hallar la influencia ejercida por Scott , cuyas huellas
han seg-uido Galt, Mistress Johnstone, Miss Ferrier , Hog-g-, Alian
Cunningham, Lockhart, Wilson, Sir Thomas Dick Lauder, Picken
y Moir. Entre los anteriores, sin embargo, hay varios cuya origi-
nalidad es notoria y que presentan condiciones diferentes de las
peculiares á Scott, ya sea esto debido á su organización inental,
ya porque habitasen distintas partes de Escocia, ó ya bien á causa
de practicar observaciones en otras esferas de la vida escocesa.
Asi, vése sólo en Hogg la vida humilde de pastores en las tierras
bajas de dicho país; en Galt y Picken predominan representacio-
nes del genio astuto de la región del Oeste; y de la del Norte, en
Hugh Miller. Galt , en una de sus novelas , traslada su Escoces
á América , desarrollando su carácter en sitios y en condiciones
adonde Scott jamás llegó. También Lockart y Wilson, autores de
erudición y cultura , aunque eligieron temas nacionales y figuran
en la escuela de que se trata, tienen escritas escenas de la vida es-
cocesa, concebidas en un espíritu literario diverso, y presentadas,
asimismo, con luces características y propias. Wilson suministra
en sus L%ces y sombra de la vida escocesa, en sus otras novelas y
principalmente en sus N ocies Ambrosianoi , ya un sentimiento de
poesía patética dando sombra, mas no oscureciendo el espíritu es-
coces, ya una gracia tan grande y un humor delicado tan original,
profundo y nuevo, que según varios críticos autorizados, dejó á
Scott muy atrás, aunque sólo se miren los cuadros del último en
este género, más acabados y perfectos. El Pastor de Ettrich de
Wilson es, de cuantos trabajos de ficción recientes han visto la es-
tampa, una de las creaciones más extraordinarias.
No son, empero, únicamente novelistas naturales de Escocia los
que se han ocupado en delinear, desde la época de Scott, el carác-
ter, costumbres , naturaleza y vida de ese país, sino que muchos
ingleses lo toman por tierra romántica é ideal , tanto física como
moralmente; y hallándola en estado más primitivo y menos cor-
rompido que los otros dominios británicos , la eligen para escenas
de sus composiciones, y buscan en ella caracteres, ya sencillos,
DE LA GRAN BRETAÑA. 43
ja rudos, ó ya bien por otro estilo peculiares. Véase un ejemplo
en la novela AUon Loche de Mr. C. Kingsley, donde Sandy Mac-
kaye, escoces viejo y cínico, que tiene un puesto de libros en Lon-
dres, destruye las supersticiones del joven sastre y, hasta cierto
punto, endereza cuantos entuertos existían en su vecindad.
II. La novela de las constumhres y vida en Irlanda, es la se-
gunda división de nuestro asunto. ~ Antes que Scott estableciera
la novela escocesa, inició la de Irlanda Miss Edgeworth, á quien
siguieron Miss Owenson y otros ; mas como era natural , el ejem-
plo de Scott estimuló nuevamente el genio irlandés y le imprimió
un fresco impulso y una dirección más peculiarmente patriótica.
Ejemplos para esta segunda división son las novelas de Banim,
Crofton, Croker, Griffin, Carleton y Lover, más algunas de M. Le-
ver y Mistress S. C. Hall.
III. La novela de la vida y costumbres inglesas, no presenta,
respecto á Inglaterra, el mismo carácter, peculiarmente distintivo
que las novelas contemporáneas de las dos clases, antes indicadas,
demuestran, con relación á Escocia é Irlanda. Por supuesto, que
compuesta la mayoría de novelistas británicos , desde Scott, por
ingleses de ambos sexos , es natural que hayan tomado á Ingla-
terra para escena de sus composiciones, y como asunto de sus ar-
gumentos , la vida y costumbres inglesas.
Tal vemos en las obras de Lady Caroline Lamb, Mr. Peacok,
Theodore Hook, Mr. Plumer Ward, Mr. Disraeli, Edward Bulwer
Lytton, Mistress Gore, Mistress Trollope, Lady Blessington, Miss
Martineau, Mr. Samuel Warren, Douglas Jerrold, Mr. C. A. Mur-
ray, Mistress Crowe, Miss Jewsbury, Albert Smith, Mr. Lewes,
Mr. Shirley Brooks, Anthony Trollope, Mistress Marsh, Miss Mu-
lock, Dickens, Thackeray, Wilkie Collins, Mistress Oliphant, Char-
les Reade, Mistress Woulfe, Miss Amelia B. Edwards, Sarah
Tytler, Mistress Edwards , Miss Craik , Miss Braddon , Lady Ful-
lerton , Miss Cummins , Mistress Riddell, George Elliot y otros
muchos , cuyas novelas corresponden á esta tercera división adop-
tada. Varios de los citados prosiguen el estilo exquisito de la fic-
ción doméstica inglesa, que comenzó Miss Austen, y otros han in-
troducido en la novela peculiaridades originales, extendiéndola
ya sobre gran espacio de la superficie de la vida inglesa , ya hasta
penetrar en sus rincones apartados y en sus más remotos limites.
Sin embargo, la mayor parte de los novelistas de que ahora se
44 NOVELISTAS CONTEMPORÁNEOS
trata , sólo presentan escenas ^de dicha vida tomadas en las clases
superiores de la sociedad ó de los habitantes de Londres y sus cer-
canías.
Nótase, empero, cierta tendencia á describir las costumbres pro-
vinciales. Asi Miss Bronte pinta caracteres y escenas de Yorkshire
y hasta emplea el dialecto de este condado : Mistress Gaskell di-
buja la vida de los artesanos en Lancashire y dá muestras del dia-
lecto de esta provincia; y Mr. King-sley ha presentado esquicios
de Devonshire y de otros varios condados. También se hallan ilus-
traciones de la naturaleza y vida inglesa, tal como existen varia-
mente fuera de la metrópoli, en las novelas de Miss Mitford, en
algunas de Theodore Hook, Mr. Peacock, Edward Bulwer Lytton,
Dickens, Thackeray, Anthony Trollope y otros varios.
Mas estando todo el movimiento literario inglés concentrado en
Londres, quizás, merced á semejante contralizacion ña brotado (IV)
La Novela de la moda, que trata de describir la vida de la sociedad
aristocrática, tanto de aquella capital como de los puntos donde
suele tener su residencia la gente elegante que priva y está en
boga. Cultivaron este género Lady Caroline Lamb , Theodore
Hooke y también lo han explotado, Mr. Disraeli, Edward Bulwer
Lytton, Mistress Gore, Mistress Trollope y su hijo Anthony, Lady
Blessington, etc. , etc.
Otra clase de novelases (V) La de los Crímenes y Criminales , ácuyo
género, en Inglaterra, hoy dia de la fecha se llama: novela de sen-
sación ( sensation novel ) y el cual hace muchísimo ruido en la ac-
tualidad ; porque los autores que lo cultivan han logrado excitar
poderosamente la curiosidad , causando extrañeza y admiración al
apelar al misterio y al terror, con los que producen tan grande he
chizo y embeleso, que no es posible soltar la novela de las manos
sin terminarla, siendo inmensa la sorpresa y arrebato que origina.
Ejemplos de este género, tan en boga, son: el Pablo Clifford de
Edward Bulwer Lytton, el Jack Sheppard de Ainsworth , algunas
novelas de Mr. Wilkie Collins , de Misiiress Wood, Miss Braddon y
de otros autores. Esta clase de novela no es la misma que el
Jonathan Wild de Fielding, ni que las novelas picarescas españo-
las; si bien trata de hechos de gente mala, de asesinatos cometi-
dos y de aventuras criminales.
Otra variedad es (VI) La Novela del Viajero, cuyo género con-
siste en trasladar fuera de la (Jran Bretaña á los personajes, que
DE LA GRAN BRETAÑA. 45
como gente de moda, hace excursiones en el continente, residien-
do, ya en París , ya en los baños alemanes, ó ya bien en Floren-
cia ó en otras ciudades italianas. Algo de esto se encuentra en
casi todas las novelas de la clase IV; mas muy especialmente cor-
responden al género que ahora designamos varias novelas de Ed-
ward Bulwer Lytton , y aún más , algunas de Mistress Gore y de
Mistress Trollope. También Mr. Thackeray, en su manera pecu-
liar, solía hacer viajar por el Rhin , á los Kickleburys ó algunas
otras de sus familias inglesas.
Del género anterior nacen dos clases más, que merecen distin-
guirse, á saber (VII): La Novela de las Costumbres y Sociedad
americana , de que han escrito Mistress Trollope , el capitán
Marryat; y hasta cierto punto también Dickens y Thackeray y
(VIII) La Novela Oriental, ó de las Costumbres y Sociedad de
Oriente, de que son ejemplos las novelas persas é indianas de
Mr. Morier, Mr. Bailie Fraser y de algunos otros. No dejan de te-
ner importancia las dos últimas clases, por cuanto que enseñan
nuevas regiones de la naturaleza; costumbres antes casi ignoradas,
y una sociedad totalmente diversa de la europea.
Hay dos géneros en las composiciones de que tratamos , cuyo
interés principal también nace , hasta cierto punto , de una loco-
moción imaginaria , tales son : (IX) La novela militar ; y (X) La
novela naval. Aquella está representada por los tomos que han
publicado el cura protestante Mr. G. R. Gleig, Mr. W. H. Max-
well y Mr. Lever, sobre aventuras militares , y además inciden-
talmente por ciertas partes de las ficciones de Thackeray y de otros
autores que con gracia y originalidad reseñan la vida del soldado,
ya en paz , ya en guerra , ó ya bien de vuelta á su casa , refiriendo
los peligros y peripecias de su azarosa carrera.
Las obras de los capitanes Marryat y Charnier , de Mr. James
Hannay, Mr. Cupples y otros torman la clase X. Gran parte del
interés que tienen las novelas recientes de este género está , no
sólo en la representación del carácter de los marinos y de los inci-
dentes de la vida á bordo , igual al que imprimió Smollett en sus
cuentos marítimos en tiempos anteriores , sino que se funda prin-
cipalmente en la poesía de la mar misma , en las relaciones entre
compañeros de fatigas y penalidades á bordo , en lo variado y pro-
celoso del elemento sobre que flotan; en el cielo bajo el cual na-
vegan, ya despejado y bonancible , ya cubierto de negros nubar-
46 NOVELISTAS CONTEMPORÁNEOS
roñes que rugen , revientan y se desencadenan con huracanes hor-
rorosos , soplando tremendamente sobre las bravias ag-uas , hasta
levantarlas más altas que gigantescas montanas con sus espantosos
abismos de inmensurable y tenebrosa profundidad.
La del marino es símbolo poético de la humana vida en general,
pues presenta una conjunción de dos series de relaciones , consis-
tiendo unas en las que mantienen los navegantes como individuos
de una, misma tripulación que reunidos prosiguen su viaje, y otras
formadas por las de la dotación del buque considerada como un
todo, respecto á los elementos infinitos y visibles donde se halla
y en que vuelan los augurios que notan amagando y espantando
á la vez cuantos espíritus infernales temen. Todo lo anterior se
observa en las descripciones de algunos de los novelistas navales
más recientes, que narran ya supersticiones de timoneles, ya cuen-
tos de marineros viejos , velando en noches serenas y estrelladas,
al referirse sus ideas vagas y ásperas sobre religión marina , ó ya
bien , pintando escenas donde todos sobre cubierta sólo atienden
la voz de mando del capitán en la tormenta, ó cuando el barco,
listo para el combate , presenta toda su gente con pecho y brazos
descubiertos, al lado de los cañones, las mechas encendidas, armas
de abordaje y de combate preparadas, y todo dispuesto para llevar
en breve de uno á otro buque la destrucción y la muerte.
Tan gran cantidad de novelas sobre acciones.de la vida y refe-
rentes á todo linaje de aventuras como llevamos indicada, todavía
no termina la serie de semejante género de composiciones ; por-
que en ella también tenemos (XI) La novela de fantasía sobrena-
tural, de la que son ejemplos: Franhenstein por Mistress Shelley,
Zanoni por Bulwer Lytton ; algunos cuentos de Douglas Jerrold,
asi como las de NocJie Buena de Dickens.
Distingüese además la clase (XII), que comprende La novela de
la cultura intelectual , y cuyo objeto es exponer el desarrollo y
educación del carácter de algún individuo de Índole reflexiva su-
perior. La idea para este género de composiciones, la han tomado
Jos novelistas británicos de la traducción inglesa del Wilhelm
Meister de Goethe. Cuantos cultivan la clase antes anotada con el
número IV , que han escrito buenas novelas , lo deben , en mu-
cha parte, al haber introducido ingeniosamente en su plan algo
de lo que el género de que ahora tratamos comprende. Dentro
de este último, Bulwer sobresale en varias de sus novelas, y ade-
DE LA GRAN BRETAÑA. 47
más otros escritores muy modernos que adelante mencionaremos.
Queda por último que hacer mención de la clase (XIII), que
comprende: La, novela histórica. El g-énio de Scott demostró lo
que podia hacerse en este linaje de composiciones, ya coleccionan-
do los materiales y frag-mentos esparcidos por indag-aciones ar-
queológicas é históricas , ya penetrando y amaestrándose con ha-
bilidad y talento en costumbres y sucesos de pasadas edades. Lo
acaecido en tiempos atrás, Scott no lo describe, sino que lo vivifi-
ca, dándole cuerpo y animación. Asi fué como esta clase de nove-
las recibieron de Scott tan grandísimo vigor , predominio é im-
pulso.
Desde entonces , las novelas históricas que han visto la luz pú-
blica en la Gran Bretaña, son numerosísimas, y tratan de las más
diversas épocas, de distintos personajes y pueblos, y de períodos
variados en las crónicas de muchas naciones. Así Galt , publicó
novelas sobre la historia escocesa de los siglos XVI y XVIí , Sir
Thomas Dick Lauder y también otros , siendo algunas relativas á
épocas todavía más remotas de dicha historia ; los novelistas ir-
landeses antes mencionados , tienen impresas composiciones sobre
la de Irlanda ; relativas á la historia inglesa , son varias de God-
win , Bulwer Ly tton , Horace Smith , Mistress Bray , Ainsworth .
y principalmente de Mr. G. P. R. James. Mr. O. Kingsley también
ha invadido de nuevo esta comarca en su Westward J^of; Tacke-
ray en su Esmond\ y Dickens en su Barnaby Rudge, donde des-
cribe los motines de Gordon. Varios de estos novelistas derraman
luz clara sobre cuestiones oscuras de distintas épocas en la historia
de Inglaterra, al¿ mismo tiempo que fascinan la imaginación y
estimulan la curiosidad del lector.
De la historia de los demás países de Europa , James ha escrito
muchas novelas y Bulwer su Bienzi.
Aunque la pasión de Scott por el género histórico se limitó al
período gótico del pasado europeo , el gusto actual de lo histórico
en la ficción, ó de lo ficticio en la historia, ha traspasado dicha
época extendiéndose por todas partes , así cronológica como geo*
gráficamente. En el primer sentido comprenden las novelas con-
temporáneas inglesas la historia clásica antigua, de que son ejem-
plos : el Valerius de Lockhart ; Los últimos días de Pompeya de
Bulwer; Antonina de Wilkie Gollins, Hypatia de Kingsley; y
otras muchas de épocas todavía más remotas. Geográficamente
48 NOVELISTAS CONTEMPORÁNEOS
variadas, hay además de las novelas contemporáneas sobre socie-
dad y costumbres orientales, que de suso quedan indicadas, otras
sobre la historia de Oriente. De estas, la más célebre es el Anasta-
sius de Hope, quien describe en ella la sociedad decrépita del Im-
perio |turco á fines del siglo XVIII , sus costumbres y naturaleza,
con la minuciosidad y exactitud del más consumado artista. Va-
rios críticos autorizados, sin excluir á Bunsen, la alaban sobre ma
ñera, dando al Anastasius una importancia épica mucho mayor
que la que pueda tsner la más perfecta de las novelas de Scott.
m.
Admitiendo la anterior clasificación , ora otra cualquiera^ siem-
pre resulta que ning-un novelista contemporáneo ha cultivado más
géneros de este linaje de composiciones que Bulwer, pues ha es-
crito, por lo menos , en siete de las diversas clases antes enume-
radas.
Á Bulwer (1), hoy Lord Lytton, que siempre será conocido en el
mundo literario por dicho apellido , con el que se ha conquistado
fama universal de autor erudito , profundo y filosófico , como los
demás literatos ingleses que han estudiado en Alemania , le con-
viene exactamente el epitafio que Johnson redactó para la tumba
de Goldsmith en la abadía de Westminster : Nullum feré scri-
hendi genus non tetigit; nullum quod tetigit no ornavit. Estos
apuntes , naturalmente tienen que excluir cuanto se refiere á las
obras poéticas , dramáticas , arqueológicas , biográficas , históricas
y demás clases donde se ha distinguido Bulwer y han de reducirse
á pocas y rápidas indicaciones sobre sus novelas ; comarca en la
que ha ocupado, muerto Scott, el más alto y principal lugar, rei-
(I) Edward Bulwer ha sido autorizado á cambiar su apellido en Lytton . Nombrado,
en 1858, Ministro de las Colonias, ha recibido en 1866 la dig^nidad de Par del reino, y
desde entonces es Lord Lytton. Su esposa Rosina, hija de Francis Whcoler y nieta
de Lord Massey, ha publicado muchos trabajos literarios, y entre estos, novelas nota-
bles que están traducidas al alemán. Pinta en ellas con maestría la vida aristocrática
Inglesa, expone sus escándalos, hipocresías y vicios de todas clases. Su mejor novela
es la intitulada Miriam Sedley. En Junio de 1858, desempeñando Bulwer el cargo de
Ministro, se presentó en Ilertfordshire candidato para miembro del Parlamento, y a]
verificarse la votación, acudió su esposa al colegio electoral, donde públicamente ma-
nifestó las quejas y agravios que tenia contra su esposo, de quien desde entonces per-
manece separada.
DE LA GRAN BRETAÑA. 49
nando sobre todos los demás escritores de obras de ficción , y sólo
conservando el cetro en este género literario , basta que se lo ba
arrebatado Dickens primero, y disputado después otros varios au-
tores británicos.
Seg-un consta en diversas biografías de Bulwer, á los cinco años
de edad ya componia versos ; pero á la novela se dedicó bastante
tiempo después teniendo veintiuno. Falkland ^ su primera obra de
ficción en prosa , está inspirada por Byron ; es un cuento de amor
apasionado é intenso , calculado para excitar é inflamar ; cuento
basado en la admiración de su autor á dicho poeta , cuyo genio
peculiar y hasta sus errores seductores imita , empleando vivo y
hermosísimo colorido , sin que con esto , empero , logre producir
más que un cuadro desproporcionado, falto de los toques necesarios
para darle armonía y unidad.
En la época cuando causaban fanatismo las novelas de la socie-
dad elegante , puestas á la moda por Theodore Hook , apareció el
Pelham de Bulwer, donde abunda la gracia más delicada y se di-
bujan con exactitud grandísima la vida y costumbres de la aristo-
cracia, presentándose escenas de profundo y romántico interés, sin
que falten agudezas ingeniosas , chistes de buen tono y ocurren-
cias felices, tan nuevas como oportunas. Adolece, empero, de arte
en el desarrollo del argumento , no estando combinados armonio-
samente lo satírico con lo trágico , y apareciendo varios defectos
debidos á la poca experiencia del autor, y que hoy dia destacan en
mayor grado ; porque la crítica es más severa , y porque compa-
ramos esta obra con varias recientes de mérito superior. Sin em-
bargo , el tipo perfecto del pisaverde , que según Carlyle : « es un
» hombre cuya ocupación, oficio y existencia, se reducen á vestirse
»bien y sabiamente, consagrando con heroísmo á ese objeto todas
»las facultades de su alma, talento, fortuna y persona entera; de
» forma, que así como los demás se visten para vivir, él vive para
» vestir» está retratado con tanta verdad en Pelham, y reúne
además esta novela tantos atractivos irresistibles, que llamó pode-
rosamente la atención del público , consiguiendo en breve popu-
laridad grandísima, y conquistando para su autor sitio principal
entre los novelistas británicos.
Las otras novelas del primer período de nuestro autor son muy di-
versas así con re3p3cto á los asuntos que comprenden, como rela-
tivamente al estilo que las distinguen; habiendo querido Bulwer,
TOMO XV. 4
50 NOVELISTAS CONTEMPORÁNEOS
con tanta abundancia y variedad, demostrar la riqueza de su ima-
ginación y la fuerza grande de su talento. The Disowned que es
lo opuesto á PelJiam, pero mucho más perfecto que éste como com-
posición artística, es la historia de un héroe de virtud estoica que,
en medio de las ruinas de su fortuna y á pesar de muchas desgra-
cias y desengaños , conserva grandeza de carácter, demostrando
sentimientos levantados , generosos y nobles. Esta novela, dice su
autor: «contiene escenas del mayor interés, vivo colorido, pensa-
»mientos expresados menos superficialmente, pasiones intensas y
»enérgicas y una tendencia más moral y sensible que todo lo pe-
»netra.» El argumento es complicadísimo, demostrando el talento
peregrino de Bulwer para combinar incidentes nuevos y extraor-
dinarios; pero á pesar del juicio favorable de muchos críticos, esta
novela goza de escasa popularidad y no ha logrado tantos aplausos
como otros trabajos de Bulwer. Los estudios históricos de este co-
menzaron á dar frutos, y como tales aparece primero la novela in-
titulada Devereux donde están representadas, con viveza y perfec-
ción, las cortes de Inglaterra y Francia, en los tiempos de la reina
Ana y Jorge I, y del regente Orleans con el intrigante espléndido
Bolingbroke. Toda esta obra resulta animada con una entonación
moral muy superior á las anteriores del mismo autor, y tiene pá-
ginas elocuentísimas, que parecen consagradas á enaltecer el sen-
timiento del amor puro, de la lealtad, del honor y de la religión.
Mas como si el novelista, que nos ocupa, hubiera querido des-
truir el buen efecto de Devereux^ inmediatamente después dio á
luz composiciones de una especie que ha fundado, donde brillan
trabajos suyos notabilísimos, habiendo servido de norte y guia á
los que recientemente han puesto el género tan en boga. Aludimos
á la clase V de nuestra anterior clasificación, siendo su primera
obra de este linaje, Paul Clifforá, cuyo héroe, bandolero román-
tico, recorre la lóbrega y repugnante senda de los vicios más as-
querosos y vulgares; pero por último llega á reformarse y consi-
gue cierta elevación merced á la influencia del amor. Algunas
partes de esa novela están escritas de mano maestra; pero es indu-
dable que en Inglaterra ha producido efectos perniciosos sobre el
gusto del público; y hasta el perpetramiento de varios crímenes
horribles, lo atribuyen algunos á la influencia y enseñanza de li-
bros de ese género.
Prosiguiendo éste mismo, publicó Eugene Aram, novela de es-
BE LA. GRAN BRETAÑA. ' 51
tructura artística y trabajo digno de un gran maestro. En ella se
poetiza el carácter de Aram, asesino inglés, al que convierte el
novelista en hombre estudioso, en amante refinado, lleno de gene-
roso apasionamiento y hasta en filántropo, que ansia redimir de
males á la especie humana. Aram intenta casarse con la intere-
sante Madeline, muchacha noble de espíritu, y cuantas escenas
hay relativas á estos amores desgraciados, presentan interés trágico
de orden superior. En toda la obra se hallan reflexiones morales
expresadas con tal sentimiento y poesía, que embelesan profunda-
mente. Los incidentes se relatan combinados tan bien, que despier-
tan curiosidad intensa y excitan la atención con fuerza descomu-
nal, deleitando siempre sobremanera las muchas escenas tiernas,
patéticas y trágicas que abundan en esta novela. Toda ella es bri-
llante ejemplar del arte con que una pluma mágica traza admira-
blemente la ejecución del crimen, las agonías de una conciencia
culpable, las peripecias que al descubrimiento del delito conducen;
y aun cuando este asunto sea repugnante y detestable, y aun
cuando también se falte, hasta cierto punto, á la verdad en el di-
bujo y desarrollo de los caractére?!, no se puede por menos de dis-
culpar eso, tratándose de un autor que embelesa con su imagina-
ción tan fecunda , original y lozana, y que tanto fascina con su
genio superiormente extraordinario.
Muchos años después que la anterior novela , Bulwer ha dado á
la estampa otra del mismo género con igual mérito artístico ; pero
si cabe, todavía el argumento es más repulsivo. Está intitulada:
Lucretia ; or , tJie CMldren of Night , y es una aglomeración de
cuanto hay de aborrecible , inicuo y detestable para la conciencia
y el corazón humano. No falta en ella ningún elemento del mal:
traición, malicia, celos, envidia, avaricia, torpes ambiciones,
fraudes , hipocresías , apetitos contra naturaleza , asesinatos atro-
ces, y todo linaje de desenfrenadas pasiones. Sólo un talento de
primer orden es capaz de interesar al lector con tal argumento,
sin obedecer á aquella regla de Horacio , que previene que el poeta
debe instruir ó deleitar.
Apartando la vista de esos escritos tan contrarios á la moral,
consignemos ahora alguna breve observación referente á novelas
de nuestro autor , que son resultados de sus estudios clásicos y pro-
fundos sobre historia y filosofía. Como tales aparecen primero: The
Last Days of Pompeii [Los últimos dias de Pompeya) y Rienzi,
52 < NOVELISTAS CONTEMPORÁNEOS
Traducidas ambas al español, ¿qué hemos de poner en su elogio
que no se sepa? Las dos han alcanzado aplausos unánimes de todas
las personas de buen gusto. — En Los últimos días de Pompeya se
hallan hermosamente dibujadas las costumbres sociales y domés-
ticas de una población de la antigua Roma , de la alegre ciudad
en la bahia napolitana , cuya destrucción maravillosa es uno de
los más imponentes acontecimientos históricos. Los griegos y ro-
manos , Diomed , Glaucus , Nydie y demás que en la narración
figuran, son simpáticos , á pesar de la época remotísima de que se
trata, hasta para lectores que no han cultivado los estudios arqueo-
lógicos; y el argumento de dicha novela, si bien menos complicado
que el de otras de Bulwer , está combinado con arte perfecto y
reúne condiciones de un mérito muy superior. El Rienzi tomado
de la historia del Mazzini del siglo XIV, contiene relaciones cu-
riosas de hechos importantes. Estas dos novelas históricas fueron,
después de las de Scott, las mejores que se hablan escrito, y dieron
con razón á Bulwer el puesto que ocupó aquel gran novelista
escoces -
Bulwer, empero, no ha querido dedicar mucho tiempo al género
histórico , el que sólo ha aumentado con otras dos novelas relati-
vas á la crónica nacional inglesa , que son : Harold , y Tke Last
of the Barons ; demostrando en ambas que sabe sostenerse á la
altura de su brillante reputación.
Sólo la enumeración completa , sin entrar siquiera en somerisi-
ma critica de las novelas del autor que nos ocupa , requiere mucho
mayor espacio del que disponemos , lo que forzosamente obliga á
concluir aqui lo relativo á Bulwer; si bien á sus escritos más re-
cientes de esta clase, hay que añadir aún pocas palabras. Precisa-
pues, omitir juicios de obras tan populares como Ernest Maltra,
vers y Alice, novelas de amor ambas donde bellamente se pinta
un noble afán de apasionado cariño , libros esos que si bien han
sido censurados por los que reclaman que las plumas mágicas con-
sagradas á la ficción, difundan sólo la moral más sana y severa,
y aunque , por otra parte , imitan dichas novelas á Goethe en su
Wahlverwandschaften y en su Qeschroister ^ las dos, empero, están
reconocidas como trabajos de una imaginación extraordinaria, que
demuestra ya, adelantos prodigiosos en facultades artísticas y
profundísimo análisis de los móviles que impulsan al humano
carácter.
DE LA GRAN BRETAÑA. 53
También tenemos que callar sobre la Leila , cuyo argumento se
refiere á España , y sobre NigM and Morning , relativa á la socie-
dad moderna ing-lesa con escenas de aventuras en Paris.. dibujadas
de tal manera que de seguro hubiera envidiado el mismo Balzac.
Buhver abordó la región de lo sobrenatural en Zanoni , novela
por demás extravagante , que únicamente aplauden los que leen
para recrearse con excitaciones engendradas por cuentos maravi-
llosos de la más salvaje fantasía.
La prodigiosa actividad de Bulwer jamás se ha visto decaer, y
ni aun las tareas arduas de Ministro de la Corona le han impedido
continuar sus trabajos literarios. Asi vemos que, cuando formaba
parte del Ministerio Derby, ha dado á luz la interesantísima novela
intitulada What willhe do with ití En el Strange Story, publicada
después, expresa Bulwer sus ideas místicas, á las que ahora parece
que confiere marcadísima predilección.
Antes tenía escrita nuestro autor la novela The Caxtons, donde,
hasta cierto punto, se imita á Trisiam Shandy, y que, careciendo
de originalidad é ínteres, no ha merecido tanta aprobación como
la que, enlazada con la primera, ha dado á luz bajo el título de
My Novel. Ésta, muy diversa de cuanto ha publicado Bulwer, es
una de las composiciones más bellas y de mayor naturalidad que
se ha escrito, á la par que un cuadro admirablemente animado,
donde con extraordinaria verdad, Trde la manera más feliz, se ve
el movimiento y la vida social en Inglaterra. Ninguna de las no-
velas contemporáneas supera á ésta respecto á la sana moral que
enseña, al buen sentido que por todas sus partes predomina, á la
exactitud y verdad con que están representados los caracteres de
sus personajes, ni tampoco en cuanto á la bondad, tolerancia y
agudeza de los juicios y máximas que contiene.
Los anteriores ligeros apuntes pueden servir para formar una
idea de Bulwer, como novelista, quien, después de Scott, es uno
de los más populares en la Gran Bretaña y en Norte-América, y
quizá el más conocido en los otros países, á cuyos idiomas, con ra-
ras excepciones, están todas sus obras traducidas. Pocos autores le
igualan en la pureza, elegancia y armonía con que escribe la len-
gua inglesa, en saber dominar el asunto de que trate con profun-
didad filosófica, utilizando hábilmente su tema, presentándolo con
la debida unidad y en proporciones adecuadas para conseguir el
resultado propuesto. En fuerza de observación intensa, conocí-
54 NOVELISTAS CONTEMPORÁNEOS
mientos psicológicos y facundia de invención , á Bulwer sólo
le aventajan algunos pocos novelistas modernos que han elegido
argumentos grandiosos, que dibujan los caracteres con mayor
variedad y verdad, pintándolos con colorido más vivo y brillante,
demostrando alteza superior en las concepciones , sentimiento y
apasionamiento que conmueve, y una inspiración tal, que arrastra
y fascina por completo.
IV.
Benjamín Disraeli (1), más que como novelista, es conocido por
ser hombre político. Sin embargo, su primera obra, Vivían Grey,
está escrita con una imaginación brillante, si bien, algo desenfre-
nada, como fruto de la juventud falta de experiencia; pero con-
tiene preciosas descripciones de la vida en la alta sociedad. Es
menos notable el Young Buhe, su segunda composición ; pero en
Contarini Fleming, ha demostrado que sabe representar y analizar
las humanas pasiones , dibujando con exactitud varios fenómenos
psicológicos.
El amor, con sus efectos que conmueven el alma, con la efusión
que al corazón infunde, y con todos sus incidentes y peripecias, lo
describe Disraeli en Henrietta Temple; mientras que en sus pu-
blicaciones más modernas, como Coningshy , Syhil y Tañer ed,
mezcla la política con la novela, enaltece la Edad Media y glori-
fica á los Judíos, sus correligionarios.
Autorizados críticos niegan, empero, á este autor una impor-
tancia literaria de primer orden; censuran el estilo pretencioso con
que á veces escribe, y desaprueban las exageraciones, que no son
difíciles hallar, tanto en las novelas citadas, como en otras que
callamos.
Aunque tampoco libre de defectos, ocupa William Harrison
Ainsworth mucho más alto y principal lugar, por el gran número
de novelas que ha escrito, y merced á la importancia de algunas
que le han conquistado notable reputación y popularidad, no sólo
en la Gran Bretaña, sino también en Norte-América y en los
(1) Cuando se escribió este artículo no habia visto la luz Lothair, la última novela
del citado autor. Esta obra conñrma lo que expresa el texto respecto á Disraeli como
novelista.
DE LA GRAN BRETAÑA. 55
países donde se conocen las traducciones de varias de sus obras.
Ya antes idicamos que imitó la clase V, renovada por Bulwer, de
la novela de Los Crímenes y Criminales en Jach SJieppard, donde
Ainsworth pinta las guaridas y hechos de ladrones y asesinos en
Londres, escenas misteriosas y terroríficas de la g-ran metrópoli,
presentando un conjunto repugnantemente inmoral, el que, no
obstante, siempre ha sido admirado y leido con afán por la mu-
chedumbre en Inglaterra. — Sué tomó del Jack Sheppard la idea
para Los Misterios de Paris, y Feval en Los Misterios de Lon-
dres, y otros novelistas franceses y alemanes también plagian di-
cha novela de Ainsworth, sin duda alguna la peor y menos poé-
tica entre las muchísimas que ha escrito. Además de la citada,
dicho autor tiene dadas á luz otras veintitantas, casi todas his-
tóricas, y relativas á Inglaterra la mayor parte, donde se exponen
los acontecimientos verídicos , adornados con detalles , intrigas y
diálogos, muchas veces faltos de viveza y animación, resultando
obras poco divertidas y algo pesadas, si bien demuestran algunas,
notables facultades dramáticas extraordinarias y conocimientos
artísticos. Sus novelas más recientes son relativas á una pequeña
parte de la historia de España, y están intituladas: Cardinal
Pole, or the Days of Philip and Mary (El Cardenal Pole, ó la
Época de Felipe y María), y Spanish Match, or Charles Stuart
in Madrid (El Matrimonio español, ó Carlos Estuardo en Ma-
drid).
Frederick Marryat , difunto desde hace algunos años , figura
entre los novelistas posteriores á Scott, y es muy notable, porque
después de Smollett , nadie ha escrito con mayor agudeza , donaire
y talento la novela naval. Sus obras de esta clase son en número
de veinte, y poseen admirables descripciones; reseñan gran varie-
dad de tipos y caracteres originales , y contienen abundantes chis-
tes llenos de grandísima gracia. Brilla Marryat (1), porque cuanto
escribió carece de afectación , demostrando siempre tan buen hu-
mor, naturalidad y gracejo, que divierte sobremanera, y merced
á esto consiguió la popularidad de que sus obras disfrutan, á pesar
(1) Una hija de Marryat, Miss Florence , hoy Mistress Rose Church, ha escrito va-
rias novelas , y actualmente se ocupa en concluir una, relativa á la sociedad en la
India, asunto que ha ocupado principal nr ente su pluma. Las novelas más aplaudidas
de esta señora son : Lcve's Conflict ; For Ever and Ever, The Confessions of Gerald Es(-
courí y Nelly Brooke.
5d NOVELISTAS CONTEMPORÁNEOS
de que sus severos críticos, respecto de ellas, tienen manifestado,
que no satisfacen las exig-encias elevadas del arte, correspondien-
tes al género de que se trata.
Otros autores , imitando al anterior, han dado á luz cuadros ex-
celentes de la vida y aventuras marítimas. El capitán Glasscok,
en sus varias novelas , reseña con exactitud peripecias de los na-
vegantes , aunque casi todos los argumentos que inventa adolecen
de grandísima irregularidad. Mr. Howard escribe más ordenada-
mente; pero no tiene tanta gracia, mientras que el capitán Chamier
jMichael Scott han publicado diferentes novelas de la vida naval,
llenas de naturalidad, de observaciones ag-udísimas, y de unos diá-
logos tan animados y chistosos, que entretienen y divierten sobre
manera.
Catharine Gore, desde no hace mucho difunta, figura entre los
que mejor han cultivado la novela de la moda. Publicó muchísi-
mas obras de este género, donde con cierta novedad y exactitud
extraordinaria, están dibujadas las ocupaciones de la gente elegan-
te, sus bailes, banquetes y fiestas ; sus modas, opiniones y peculia-
ridades; sus aficiones frivolas, hipocresías, vanidades y demás
vicios ; todo en estilo sarcástico ; pero lleno de mucha gracia y
originalidad , de admirable talento, y eñ tan grandísimo número,
que dejó impresas setenta novelas en doscientos tC;mos.
Callando aquí nombres y obras de muchos otros autores nota-
bles de ambos sexos que escriben novelas , debemos indicar á Miss
Harriet Martineau, señora que por sus publicaciones religiosas,
pedagógicas , políticas , de economía política , de historia y de fi-
losofía, ocupa alto y distinguido lugar en la literatura contempo-
ránea inglesa, donde como novelista no es menos señalada, abun-
dando sus escritos de esta clase, en pensamientos delicados, en des-
cripciones elegantes y poéticas , llenas á veces de elocuencia y no-
vedad, y produciendo á menudo con todo esto sorprendentes y agra-
dables efectos.
Miss Martineau , en varias de sus novelas, demuestra vivo inte-
rés , respecto á la clase obrera, por cuya enseñanza , adelantos y
bienestar aboga, habiendo logrado dar impulso á la publicación
de otros escritos con semejante tendencia. Á ésta se han consagrado
muchos otros novelistas, y entre tantos, sobresale Miss Catherine
Marsh , la que parece que tiene destinada su vida entera á tan
laudable objeto , y cuantas novelas ha dado á luz, bastante nume-
DE LA GRAN BRETAÑA. 57
rosas y con cierto carácter relig-ioso, están dedicadas á la instruc-
ción y mejora de esa clase tan útil , y desgraciadamente tan des-
provista de intelectual cultura.
Distingüese también Elizabeth C. Gaskell, autora de la novela
Mar y Burton, donde con igual verdad que si fuese fotografía, se
representa la vida de la clase obrera, y en la que bay un episodio
sobre las huelgas de los operarios de una fábrica, que produce el
efecto más sorprendente y maravilloso. El fariseísmo de la vida
pública inglesa, está maestramente dibujado en su novela Ruth;
en Syhia's Lovers, que es un idilio, asi como en sus demás no-
velas demuestra profundos conocimientos del humano corazón y
arte admirable, para infundir interés dramático á los aconteci-
mientos ordinarios de la vida. La novela NortJi and South des-
cribe las condiciones de los obreros , y representa los esfuerzos que
practican en balde , para que no les oprima la aristocracia del di-
nero: aunque muerta esta señora, desde hace cuatro años, las
obras citadas y otras que no mencionamos , vivirán eternamente.
Nadie, empero, ha trabajado más por dicha clase obrera, que
el cura protestante Charles Kingsley, hoy catedrático de historia
moderna en la universidad de Cambridge , y autor de la novela
extraordinariamente célebre, intitulada : Alton Loche, interesan-
tísima como pocas, y en la que con portentoso talento hace con-
mover lo más hondo del corazón, con escenas de sufrimientos y
miserias de los pobres, por quienes logra excitar poderosa simpa-
tía, si bien á menudo entristece y aflige penosa é intensamente los
ánimos.
Pocos autores, exceptuando á May he w en su libro sobre El tra-
bajo y los pobres en Londres, se han ocupado más de los pobres,
ni presentado tantas sombras de negrísimo color, que hacen resal-
tar las escenas brillantes de la vida de los ricos y poderosos. Las
verdades que revela oprimen el pecho y nos crispan los nervios con
horrible angustia. Reseña cómo millares de seres humanos, resul-
tan aniquilados y triturados por el hambre y por el trabajo. Nos
habla de privaciones , de enfermedades , de prostitución , de crí-
menes, de todo linaje de envilecimiento físico y moral, á que pa-
recen condenados sin misericordia los desgraciados nacidos en el
último escalón de la sociedad inglesa. Para esos no hay esperanza,
nacieron en la miseria y ésta, más ó menos pronto, concluirá por
anonadarlos. Educación, religión, ideas políticas ó sociales, las
58 NOVELISTAS CONTEMPORÁNEOS
ciencias con su pompa y sus g-lorias , cuantos resultados han con-
seguido las luces y progresos modernos , todo lo ignoran y no es
para ellos más que una fantasmagoría dedicada á la diversión de
la gente rica. ¿Y de qué le serviria todo eso al que no puede lo-
grar pan con qué sustentarse, aunque se mate trabajando? Tratar
de distraer su miseria, sin darle pan, seria decepción vana y cruel.
C. Kingsley hace conocer la vida interna de esos hombres desdi-
chados y las luchas por la existencia de una clase tan digna de
compasión.
i El citado C. Kingsley, poeta lírico, dramático, historiador, teó-
logo y economista, además de la anterior novela, ha escrito otras,
bien del género aludido , ó bien históricas , de las cuales antes se
anotaran dos. Su obra más reciente Hereward es muy notable. íln
casi todas sus novelas, según queda apuntado, y en sus otras com-
posiciones, la actividad de este autor está consagrada á fines
filantrópicos y á mejorar la suerte de la parte más pobre de la
clase obrera , á la que intenta instruir para librarla de los males
que la ignorancia engendra; pero las máximas que escribe y todo
el sistema de C. Kingsley, á pesar del objeto á que se refiere, nada
tiene de común con las ideas socialistas de Francia y x\lemania.
Henry Kingsley, hermano del autor que acabamos de citar, es
otro novelista distinguido, cuyas obras también están coronadas
por la aprobación del público en Inglaterra. Cuantas novelas tiene
escritas, desde la primera RavensJioe , hasta la terminada poco há
Mademoiselle MatJiilde , lo mismo que las demás publicadas estos
últimos años, que son Austvi Elliot , Geoffry Hamlyn, The Hi-
llyars and the Burtons, LeigMon Court y otras varias, deleitan
no sólo por su estilo vigoroso , sino merced también , tanto á su
ausencia de afectación y vulgaridad , como á lo delicado de los
sentimientos , á la nobleza y alteza de numerosas ideas sublimes
que, expresadas con elegancia y superior talento, en todas esas
obras resplandecen.
Para el objeto de este articulo, que según antes indicamos, con-
siste en dar noticias, si bien incompletas, que al menos no omitie-
sen ninguno de aquellos novelistas contemporáneos de la Gran Bre-
taña, cuyas obras, por sus cualidades sobresalientes hayan de pasar
á la posteridad, nos falta el espacio necesario, aunque al desenvol-
ver semejante programa, empleásemos observaciones tan conden-
sadas, áridas y lacónicas como las precedentes. Antes de escribir,
DE LA GRAN BRETAÑA. 59
pues, sobre Dickens, Thackeray, Wilkie Coilins y los demás no-
velistas que hoy áia gozan de celebridad extraordinaria y que des-
tinamos para tema de nuestro siguiente articulo, en éste, forzosa-
mente tenemos que callar sobre las novelas cuya calificación con
alguna palabra aqui correspondería , de autores tan distinguidos
como son los siguientes : Miss Landon aplaudida en su Francesca
Carrara y en Ethel Churchill, cuadro brillante de la vida ingle-
sa ; Miss Ellen Pickering que sabe pintar con gran animación los
caracteres y argumentos en sus novelas intituladas WJio shall he
Heir, The secret Foe y Sir MicJiael Maulet; Mr. John Poole en su
Little Pedlington and the Pedlingto%ias\Z L. Peacock en su Crot-
chet Oastle y demás novelas; Mr. Thomas Ingoldsby en The In-
goldshy Legends , y Douglas Ferrold en Men of Ckaracter y en
otras obras, demuestran todos que saben manejar la sátira, el sar-
casmo y la gracia cómica deliciosamente, en diálogos chispeantes,
llenos de frases aceradas é incisivas , y en esquicios admirables de
caracteres escéntricos y ridiculos.
También deberíamos haber apuntado algo de Thomas Miller (1),
que nacido en la clase de artesanos, ha conquistado una gran re-
putación como poeta, novelista y escritor de obras de otras clases.
Sus novelas históricas Fair Rosamond y Jane Grey, son tan pin-
torescas en las descripciones, los argumentos se desenvuelven con
tanta naturalidad y tienen toques tan patéticos y variados , que
demuestran el talento grande de su autor. Las publicaciones de
éste son numerosas, y entre las más populares se cuentan sus li-
bros relativos al campo. Hoy dia escribe principalmente sobre
política, para la prensa periódica.
George P. R. James, cuya última novela se ha publicado hace
cuatro años, después de muerto su autor, figura entre los novelis-
tas posteriores á Scott, como uno de los que más obras de este gé-
nero tienen dadas á luz, pues se cuentan ciento veinte tomos de
novelas suyas , la mayor parte históricas y muy leidas en Ingla-
terra y en Alemania , donde están traducidas. La inventiva de este
autor parece que no tenia limites, sobresaliendo por la facilidad con
que figura escenas variadas, incidentes, contratiempos, escaramu-
(1) Es curioso que del mismo apellido haya existido en Alemania otro novelista de
gran celebridad. El alemán Miller, que murió de diácono en Ulm en 1814, es autor de
Siegwart, donde abunda el sentimentalismo más intenso que jamás se ha visto, y de
otras muchas novelas del mismo género , de poesías líricas , sermones religiosos, etc.
60 NOVELISTAS CONTEMPORÁNEOS
zas, zalagardas, batallas, ¡duelos, desafíos, disfraces, fugas, jus-
tas y aventuras de todas clases. Acumula nombres, trajes, pertre-
chos de paz y de g-uerra, ceremonias de cuantos linajes pueden
idearse, trenes y todo lo que atañe á la más completa indumenta-
ria. Agotó todas las situaciones dramáticas y no hay vestimentas,
muebles, ni utensilios que no tenga descritos. En reseñas heráldi-
cas, de grandeza feudal y de ceremonias de la Edad Media, James
no tiene rival. Mas su tendencia irresistible á amontonar detalles
y particulares circunstanciados con minuciosidad, perjudican las
formas artisticas y dañan las escenas donde las pasiones intensas
exigen que se conmueva el corazón. Ningún novelista debiera olvi-
dar lo que decia Alfred de Musset: Akl frappe-toile cosur, c*est lá
qu'est le génie.
No omitiriamos por cierto, á no existir la causa citada, el ano-
tar aquí algo respecto á otros muchos novelistas que escriben, bien
sobre los diversos géneros enumerados al principio, ó bien acerca
de muy distintos y variados argumentos de difícil clasificación
metódica; pero escritores todos que se levantan del nivel ordinario,
siendo sus novelas importantes, con popularidad notable y extensa.
Siempre ha de ser rara la gloria de distinguirse por origina-
lidad portentosa, inventiva superior y extraordinario talento;
pero en ningún otro periodo de la literatura inglesa, una de las
más ricas y grandes del mundo, se ha visto, como actualmente su-
cede, mayor abundancia de capacidad intelectual, conocimientos
más profundos, ni imaginaciones más perfectas y brillantes, dedi-
cadas en tan gran número á componer obras de ficción.
Si Richardson, Fielding, Smollett, Sterne, Goldsmith, Macken-
zie y otros novelistas ingleses alcanzaron gran renombre , en el
siglo XVIII; si á principios del actual, Francés Burney, Ann Rad
cliffe, Mistress Inchbald, William Godwin, Miss Edgeworth,
Miss Austen, Mistress Brunton, Mistress Hamilton, Lady Mor-
gan, Walter Scott y otros, llegaron á tan descomunal y gran al-
tura, que difícilmente podrá haber jamás quien los supere; hoy en
dia, los autores nombrados en este articulo, y algunos que en el
siguiente citaremos, demuestran que la novela en la Gran Bretaña,
lejos de decaer, continúa siempre luciendo con claridad tan pura
y brillo tan intenso , que sus resplandores circundan y alumbran
toda la extensión del mundo literario.
Que léanlos autores nombrados en estos sumarios apuntes, cuan-
DE LA GRAN BRETAÑA. 61
tos busquen novelas que no falsifican la historia y sean aficiona-
dos al movimiento y complicación en narraciones peregrinas, á las
emociones palpitantes de raros sucesos, incidentes, peripecias, ca-
tástrofes con escenas variadas, entretenidas y patéticas, y caracte-
res naturales hábilmente contrastados. Fíjense en esas obras cuan-
tos amen un espléndido colorido, inventiva dramática^ encanto del
misterio, sorpresa de aventuras, interés de pasión, angustia y ti-
rantez en situaciones , que conmueven agradablemente el ánimo,
suspenden hasta encumbrado punto la atención y obligan á leerlas
con incansable afán, sin descanso ni respiro , estimulando en grado
prodigioso el apetito intelectual, deleitando el paladar del enten-
dimiento masque todo manjar sabroso y delicado, al mismo tiempo
que arrastran el alma ligada por mágicas cadenas de oro , perlas
y brillantes, y la fascinan merced á cuanto es propio para hechizar
y embelesar la imaginación.
{ Se concluirá.)
Emilio Huelin.
3 Enero 1870.
LAS GENERACIONES ARTÍSTICAS
EN
LA CIUDAD DE TOLEDO.
( Continuación. )
VL
Muerto Pedro Pérez en 1275, la fábrica continuó dirigida por
otros maestros cuyo nombre se ignora; y sólo afines del siglo XIV
se sabe que la dirigia Alvar Gómez, predecesor de Egas y Juan
Guas, que la dieron por terminada en los mismos años en que el
Renacimiento comenzaba á invadirlo todo.
Reinando D. Alfonso el Sabio, que habia nacido en Toledo y dejó
allí recuerdos imperecederos, la ciudad recibe algunas modificacio-
nes. El Rey habitó mucho tiempo los Palacios de Galiana, donde
en unión con los rabinos toledanos compuso el famoso saber de as-
ir onomia. Hé aqui convertidos en observatorios aquellos famosos
recintos donde estaba el incomprensible oroloxio, sitio que la lite-
ratura caballeresca convirtió en retablo de Maese Pedro para mi-
rar en él las figurillas de Galiana, Carlo-Magnoy el feroz Brada-
mante. El noble destino que la permanencia en ellos de D. Alfonso
les dio, no les ha salvado de llegar á ser uno de los más desapaci-
bles lugares que pueden verse. ¡Cuantas generaciones han habitado
en él! Para que fuera más rica su historia, era preciso que el Rey
melancólico y desventurado llevara allí la ingratitud de su hijo y
las congojas que la corona de Alemania le causó.
En este tiempo la basilica de Santa Leocadia, que conocemos
desde hace seis siglos, experimenta una modificación radical. Es la
LAS GENERACIONES ARTÍSTICAS, ETC. 63
Última basílica latina que quedaba; pero al construirla como hoy
está, los arquitectos conservaron su forma general primitiva, em-
pleándola también en Santiago del Arrabal, casi coetáneo. Santa
Leocadia es edificada de nueva planta, y en esta segunda forma se
conserva la disposición antigua, adoptando el ábside circular, que
la influencia arábiga decora con tres series de arcos de ladrillo, de
un hermoso carácter bizantino. En Toledo abundan mucho estos
ábsides, aunque algunos han sido cubiertos de una espesa capa de
3^eso ó bárbaramente mutilados por los arquitectos del siglo pasado,
que han dejado en la antigua ciudad huellas harto tristes de su
pedantesco dogmatismo.
Ahora Santa Leocadia nos presenta otra tradición que , compara-
da con la que anteriormente referimos, nos manifiesta cuánto ha
cambiado en seis siglos el sentimiento popular. Aquella, entera-
mente mística, concuerda bien con el espíritu de los primeros tiem-
pos de la civilización cristiana, cuando no concluida aún la elabo-
ración de las creencias, aparece continuamente la intervención
divina en todos los problemas que se plantean en este bajo mundo:
pertenece á la época del milagro, á la época de la formación de esa
gran comunidad que se aumenta cada dia con miles de adeptos, á
quienes sorprende lo bello de 1^ doctrina y los hechos maravillosos
que su práctica produce. La segunda tradición es más humana;
mejor dicho, puramente humana; porque pertenece ala época en que
la gran comunidad está formada, y el hombre, ya tranquilo en lo
que concierne á sus relaciones con Dios, se ocupa en arreglar sus
asuntos mundanos, en dirimir sus querellas: pertenece á los tiem-
pos de las luchas de los hombres, tiempos determinados por la apa-
rición de un sentimiento que desde entonces se apoderó del cora-
zón humano subyugándolo con extraordinaria fuerza, el senti-
miento del honor .
La iglesia citada impresionó siempre las imaginaciones popula-
res. La edad caballeresca no podia menos de referir á aquel sitio
algunas de sus leyendas, como la que sirve de explicación á la ex-
traña actitud del Cristo que alli se venera. Cuentan que un caba-
llero dio palabra de matrimonio á una joven toledana. Ella era po-
bre, él hidalgo de ejecutoria; y como suele suceder en semejantes
casos, los hombres, máxime si son de más elevada cuna que las
doncellas, no ponen el mayor cuidado en cumplir juramentos he-
chos tal vez cuando la mente no tiene serenidad suficiente para
64 LAS GENERACIONES ARTÍSTICAS
medir la gravedad de las palabras . Pero esta vez el galán dio su
palabra ante el Cristo que en las puertas de la iglesia estaba, y la
doncella lo puso por testigo, después de lo cual creyó sin duda que
la fortaleza de su honor habia adquirido el más celoso alcaide. Pasa
el tiempo y llega el instante en que fué preciso cumplir la prome-
sa. El hombre se resiste: ella no sabe qué partido tomar, porque
el único testigo es un Cristo de palo de quien no es razonable, ni
aun en plena Edad Media, esperar una declaración y una firma.
Ella, sin embargo, llena de fé y angustia, lleva á su amante en
presencia del Cristo, y pregunta á la divina imagen si no es cierto
que aquel pérfido novio le dio palabra de casamiento. El Cristo en-
tonces baja el brazo derecho en señal de asentimiento. El joven
lleno de estupor y miedo cumple su palabra y todo queda arregla-
do. El Cristo conservó inclinado el brazo derecho y hoy llama la
atención de todos por esta rara actitud, que no tiene ninguna ex-
plicación racional.
El milagro, que es cosa esencial en todas las religiones positivas,
aparece con toda su fuerza en las épocas de propaganda, y los li-
bros santos le usan como principal elemento de convicción. Cuando
la propaganda es menor, porque la creencia se ha extendido y tie-
ne pocos infieles que catequizar, vemos al milagro refugiarse en
cosas más mundanas; y la Edad Media con sus costumbres rudas,
sus groseros errores, su crasa ignorancia cientifica, su fé y su sen-
cillez, le ofrece ancho campo, le acoge y le explota. Entonces se
apodera déla literatura caballeresca, que por su Índole especial ne-
cesita un uso excesivo de lo maravilloso: se difunden por Occidente
los cuentos orientales, que usan también lo maravilloso, aunque
más bien como un recurso apologético, y entonces el mundo se
plaga de leyendas, en que las divinidades cristianas mezcladas en
profano maridaje con sus divinidades de origen oriental, tales co-
mo magos, sibilas, genios, gigantes, cachidiablos, grifos parlan-
tes y encantadores, intervienen en los asuntos de los hombres, en
sus contiendas, en sus luchas, y especialmente en todos aquellos
accidentes á que dá lugar una falsa noción del honor.
El milagro hace poco papel en el Renacimiento, iluminado por
el buen sentido de la antigüedad; languidece después, para venir
á morir en nuestros dias sin probabilidades de volver á preocupar
al mundo.
La leyenda que hemos referido con su intervención divina , con
EN Lk CIUDAD DÉ TOLEDO. 65
SU Cristo ex-macMna, es una buena muestra del estado de las
creencias en aquella época : en ella vemos sancionado el principio
del honor por el testimonio de la divinidad cristiana , juez inme-
diato de las contiendas de los hombres , que ya no se contentan
con referir á un juicio ulterior los hechos de la vida, sino que
traen aqui abajo aquel tribunal augusto á fin de establecer me-
jor la jurisprudencia del decoro femenino, cuya noción, enaltecida
después por todos los .poetas, y llevada á un extremo de suscepti-
bilidad exquisita, fué importantísima para la perfección de las
costumbres y la honradez de las familias.
Volvamos á la Catedral, que ya presenta un extraño fenómeno
á la admiración de los Muzárabes. Ellos vieron alli á los ochenta
anos de comenzada la obra una cosa rara , inusitada , en la puerta
del JVino Perdido , que es la primera que se construyó ; vieron
una cosa de que no tenian idea, la escultura aplicada á la arqui-
tectura. Ellos no conocían para la ornamentación de los edificios
más que los colores, el mosaico, la pintura y los adornos geomé-
tricos en que han hecho tantas maravillas : cuando más , usaban
alguna decoración de ñores, hojas ó conchas aplastadas de muy rara
forma, tomadas de los bizantinos; conocían los laberintos de fajas
y rayas que á la vista oscilan, moviéndose como el espejismo de un
delirio , y usaban también los almocárabes , parodia de los acantos
greco-romanos y del antiguo capitel, que abriéndose paso ha recor-
rido todas las generaciones monumentales. ¡Cuan grande seria,
pues , su sorpresa cuando vieron aquella muchedumbre de figuri-
nas que pusieron los sucesores de Pedro Pérez en la puerta del
JViño Perdido , un pueblo entero de pequeñas estatuas colocadas
en las tres ojivas concéntricas, como están los bienaventurados
colocados en los cielos que inventó la poesía teológica de aquel
tiempo! Vieron con estupor aquellas tres series de pequeños tro-
nos, cada uno con su estatua y su doselete, que es una miniatura
de una torre; y estas series doblándose en la dirección de la ojiva
para abarcar el tímpano donde otro enjambre de cuerpos humanos
representan alli , colocados en fila , dos de los pasajes más conoci-
dos del Nuevo Testamento. Al mismo tiempo no podian menos
de contemplar con igual sorpresa la espléndida vegetación que
empezaba á desarrollarse en aquellas piedras, dotadas, al parecer,
de toda la potencia generadora déla madre tierra; vieron los
tréboles, tímidos aún y poco frondosos, las escarolas aún cha-
TOMO XV. 5
66 LAS GHNERACÍONES ARTÍSTICAS
tas y poco desarrolladas, y junto á ellas los animal ejos inverosí-
miles que empiezan á criarse en los huecos de todas las flores.
Ellos no conocían otra cosa que los bárbaros cristos y groseras
imágenes de la época latina; y esta aparición de la puerta del
Niño perdido , cuajada de formas diversas, llena de variadas repre-
sentaciones de la naturaleza, fué como una luz para los pobres mo
zárabes, que en el arte hablan heredado la antipatía iconoclasta
de sus mayores.
La influencia del arte cristiano en el arte musulmán es desde
entonces decisiva. Para encontrarla, veamos la sinagoga del Trán-
sito, obra del siglo XIV, siglo fatal para Toledo que vio asesina-
dos gran número de sus hijos , y ensangrentadas sus calles por las
horribles luchas de los hijos de Alfonso XI.
Ya sabemos qué punto de la ciudad habitaban los Judíos. Allí
existen las ruinas más tristes que posee Toledo. Pero entonces es-
taba allí el gran bazar de Occidente , resplandecía en sus casas el
bienestar, la prosperidad y el lujo, lo mismo que en la Alcana,
donde los más opulentos mercaderes llevaban sus artículos, y
adonde concurrían de toda España por ser uno de los principales
depósitos. Allí los tejedores de Segovia y de Cuenca llevaban ricos
paños verdes y azules , no igualados por fábrica alguna ; los arme-
ros de la ciudad presentaban sus admirables hojas, célebres toda-
vía; los Árabes baleares sus hermosas cerámicas, y los Murcianos
y Andaluces sus sedas rojas y blancas, que después, con los reca-
mados de oro y la brillante pasamanería , también de origen ará-
bigo, formaba las ricas vestiduras que tanto ennoblecieron la
figura humana en aquellos tiempos . A la vez el Oriente también
depositaba en la ciudad las especias, los inciensos, los celemines
de perlas, que después vemos adornando, con profusión mundana,
los cuellos de la Virgen del Sagrario y de otras por el estilo : de
Berbería venia el coral en abundancia; de Venecia las joyas
esmaltadas; del Asia Menor el ámbar y la mirra, y de más allá
del mar donde está la fabulosa isla Trapobana el oro y la plata, que
después en los talleres de Sevilla y Toledo formaba los vasos sa-
grados, las empuñaduras, los marcos de trípticos, los ex-votos,
los collares, los relicarios y demás objetos preciosos. En la misma
ciudad multitud de artífices labraban esas finísimas cotas, eclipsadas
después por las de Milán, los escudos cincelados y todos los obje-
tos que con el acero domado y hecho más flexible que el papel por
EN LA CIUDAD DE TOLEDO. 67
las aguas del Tajo, dieron tanta preponderancia á la industria
española.
Esas calles que hoy veis angostas, intransitables, formadas
por altas paredes que van á desplomarse sobre el transeúnte, ca-
lles donde sorprende encontrar un ser vivo , tristes y silenciosas,
llenas de miedo por las noches , y aterradas siempre con la sombra
del Marqués de Villena, eran entonces de agradable aspecto y
sumamente pintorescas. Las sombreaban y daban frescura los tol-
dos tendidos de uno á otro lado , las cortinas que , prendidas en
todos los ajimeces, colgaban formando con su variedad de colores
una risueña vista. Tiestos de flores habia en todas las ventanas ; y
en las tiendas servían de muestra y adorno esas telas orientales
semejantes á los tapices de Persia, que por la profusión combinada
de los colores, por su riqueza y maravilla parecen un lienzo de
pared de cualquier sala de la Alhambra. Los avalorios, los flecos
hechos con infinitas borlas de seda y trenzas y festones aparecían
en todas partes, porque eran el principal adorno, y fueron de
moda muchos siglos , conservándose aún en Andalucía un recuerdo
de aquella magnificencia. En otras tiendas los metales preciosos,
la alfarería de lujo, las mallas finísimas, los cueros suavizados y
perfumados en Córdoba, los arneses, las lanas rojas y azules com-
pletaban aquel bazar inmenso , sin que faltaran enormes almen-
dradas, predecesoras de los mazapanes de hoy , tortas y panes de
especias, frutas secas y licores en pequeñas tiendas portátiles, co-
nocidas desde lejos por el olor del azafrán y de la nuez moscada.
Allí podríais ver los tipos característicos: del Árabe, delgado,
enjuto, moreno; del Judío, grave, hermoso, pálido, con la barba
bermeja y partida; del Castellano, pequeño , fornido, y de mirada
inteligente y perspicaz; del Aragonés, alto, fuerte, reconcentrado
y austero.
Pues bien: los tiempos de la opulencia israelita en Toledo están
marcados por la erección de un edificio que es la mejor muestra
del lujo que entonces imperaba y de la esplendidez con que se rea-
lizaba toda clase de obras. El Tránsito, ó San Benito como hoy se
xlama, está en un extremo de la Judería, no lejos de Santa María
la Blanca y de San Juan de los Reyes, y fué edificado por Samuel
Leví, el tesorero de D. Pedro el Cruel, un millonario, un banque-
ro semejante á los modernos Rostchild y Pereire. Esta sinagoga
no se parece en nada á Santa María la Blanca ; de más valor ar-
68 LAS GENERACIONES ARTÍSTICAS
quitectónico, pero inferior por la riqueza de la ornamentación y el
lujó con que está decorada. Ya han desaparecido todas las anti-
guas basílicas latinas , y ya no se emplea aquella singular forma
en la construcción de los templos. La arquitectura árabe ha adop-
tado ya la forma que usa en sus famosos palacios andaluces, la
forma de tarbea , es decir, una gran lonja, un paralelógramo con
elevadisimo techo, y cubiertas las paredes con toda clase de labo-
res. Aquí la forma arquitectónica es pobrísima ; pero las propor-
ciones de aquel enorme salón son tan buenas, y su decoración tan
pomposa, que, de conservar los dorados y los colores , seria de un
aspecto encantador. Por lo alto de la pared corre una faja, donde
una multitud de columnas de diversos mármoles determinan una
serie de ajimeces ricamente labrados y con rejas de lo más inge-
niosamente complicado que han hecho los Árabes. Bien se conoce
aquí la influencia de la escultura cristiana , porque en las archi-
voltas de los pequeños arcos y en los entrepaños se desarrollan los
pámpanos de una vid , y en todos los dibujos se descubren formas
vegetales, desfiguradas si, pero bastante claras para descubrir su
filiación enteramente gótica. Por todo el friso corre una inscrip-
ción, una faja de esos hermosos garabatos de oro y azul , que pa-
rece haber trazado el dedo vacilante de un brujo; y encima de esta
inscripción se extiende el techo cuajado de riqueza, un artesonado
que tiene las incrustaciones de nácar y marfil , como puede tener
bordados de oro el trage de un Niño Jesús, un caudal enorme tira-
do al aire; techo del cual se puede hacer formar idea diciendo que
es como las tapas de esos preciosos estuches que hoy se usan, pero
con setenta pies de largo por treinta de ancho ; una miniatura
enorme, la filigrana empleada en dimensiones colosales.
Samuel Leví edificó junto al Tránsito su palacio, en cuyas cue-
vas guardaba sus inmensos tesoros. Posteriormente lo habitó , se-
gún dicen, el Marques de Villena, y vacía de sacos de oro, se llenó
la casa de redomas, potes y manuscritos. Allí atesoró el célebre al-
quimista toda la ciencia de su tiempo , y allí escribió las preciosas
obras que la ignorancia y el fanatismo arrancaron á la posteridad
y á la crítica moderna, quedando sólo el recuerdo de aquel hom-
bre, ridiculizado por la tradición, en opinión de hechicero y nigro-
mántico. Aún se conserva memoria de él en aquel barrio, que pa-
rece maldito. Por mucho tiempo estuvieron inhabitados aquellos
sitios, porque la gente , impresionada sin duda por el espantable
EN LA CIUDAD DE TOLEDO. 69
aspecto de las ruinas del palacio, daba en asegurar que á las altas
horas de la noche se aparecía dando zancajos sobre los muros el
Marqués de Villena rodeado de amarillenta luz , y con su séquito
de redomas, brujas, papelotes y guarismos.
El reinado de D, Pedro el Cruel es aciago para nuestra ciudad.
Dona Blanca fué encerrada por primera vez en el alcázar para ser
trasladada después á Medinasidonia. La población se dividió en
bandos, y cuando las tropas de D. Enrique fueron sobre la ciudad,
unos le abrieron las puertas por el puente de Alcántara, y otros se
las cerraron por San Martin. Esto produjo una matanza horrible;
y como si tantas desventuras no bastaran, viene después D. Pedro,
y acusando de desafecta á la ciudad , comete en ella las mayores
atrocidades, condena á morir degollados á una multitud de nobles,
y sus tropas llevan á cabo un saqueo general, que sufren princi-
palmente los Judíos y los tenderos de Alcana.
Pero esta época desastrosa deja allí, además de la opulenta sina-
goga del Tránsito, otros edificios de mucha importancia, como son
el palacio de D. Diego, construido por D. Enrique el Bastardo, y
otras habitaciones señoriales de que aún se conservan algunos res-
tos. En general , puede decirse que todos los nobles y personajes
acaudalados adoptaron para sus palacios el estilo árabe-toledano,
usándolo por todo el siglo XIV y aun en el XV, pues se conservan
casas de ese género contemporáneas de San Juan de los Reyes. Lo
que hoy se llama Taller del moro es el último resto de un sober-
bio palacio que debió ser de algún judio rico ó de algún noble cas-
tellano. El sistema arquitectónico aquí, como en los célebres pala-
cios andaluces, es el de la tarbea, con sus primorosos techos, sus
cornisas cuajadas de estalactitas y las paredes cubiertas de un ri-
quísimo tapiz de oro, rojo y azul, que más bien que esculpido pa-
rece bordado por la más sutil aguja. La casa dehesa, el arco del
Rey D. Pedro j el Colegio de Santa Catalina son de la misma épo-
ca, y presentan la última evolución de aquel arte tan rico, tan sun-
tuoso, más popio para expresar los encantos y bienestar de la vi-
da, que para servir de intérprete al misticismo y al sentimiento
religioso. Por eso prevaleció en los palacios, donde el arte ojival
ha sido siempre poco feliz, y no pudo luchar con éste en los edifi-
cios religiosos. La arquitectura gótica, implantada en la baja Cas-
tilla, tímida al principio, exótica, y, por decirlo asi, impopular,
adquirió á fines del siglo XIV una fuerza extraordinaria, aunque
70 LAS GENERACIONES ARTÍSTICAS
SU reinado no fué de larg-a duración , porque el Renacimiento se
apoderó bruscamente de toda España, y en poco tiempo verificó la
trasformacion más completa.
vn.
La Catedral va desarrollando poco á poco su inmenso panorama
interior, y unas tras otras las cinco naves van llegando á su limi-
te, agrandándose cada vez más. Las dos de los extremos laterales
se cierran primero; las dos que siguen, aspirando á mayor altu-
ra, se cierran más tarde; y por último, la central, que desea so-
brepujar á todas, tarda mucbo, y sólo á fines del siglo XV ve pues-
tas las claves de sus últimas bóvedas. Las cuatro laterales se unen
entre si, costeando la central por detras del presbiterio y formando
el ábside, donde la construcción gigantesca parece que se enrosca,
violentando el corte de todas sus piedras y contrayendo todos sus
pilares. Entre los machones han dejado los arquitectos unos hue-
cos enormes, donde debia existir la pared, y en ellos, después de
construido el enrejado de piedra, empieza maese Dolfin á poner sus
pedazos de vidrios de colores, que forman figuras de santos, ánge-
les y querubes.
Los mozárabes quedan mudos de estupor al ver aquel lienzo de
pared, abierto á la luz, sustituido por una cosa de fantasía, por un
muro imaginario hecho con todos los colores y con un tejido de
reñejos: ven aquellos grandes agujeros, por donde vestidas de
fuego se asoman tantas figuras de otro mundo, y no pueden com*
prender cómo no habiendo realmente pared se sostienen las bóve-
das y todo el cuerpo del edificio. Pero contemplando al exterior,
advierten una cosa que les explica aquel enigma. La arquitectura
gótica tiene de peculiar y característico el empleo de fuerzas disi-
muladas para sostenerse. Quiere afectar en el interior una gran
ligereza, superior á la que puede obtenerse con todos los esfuerzos
de la estereotomia , y reforzando los machones por fuera con la
aplicación ingeniosísima de los arcos botareles , puede suprimir, si
quiere, el entrepaño, y abrir esas ventanas donde coloca esos her-
mosos cuadros de luz. Los Muzárabes admiraron aquel artificio que
no conocían ni de oídas , y los arbotantes les parecían una anda-
miada permanente, una especie de brazos de piedra que sostenían
el edificio.
EN LA CIUDAD DE TOLEDO. 71
Se hace después la puerta de Santa Catalina , una de las del
claustro, y aquí la escultura es más correcta que en la del Niño Per-
dido . Las flores se destacan más , y las figuras tienen más movi-
miento y soltura. La vivificación de la piedra se hace lentamente,
y los seres que en el siglo anterior eran informes y con cierta ex-
presión de estupidez en las fisonomías, se pulimentan y hermosean,
haciendo presentir la escultura del Renacimiento , menos ideal y
correcta que la clásica, pero más individual y expresiva. El
claustro aparece también entonces con sus cuatro grandes galerías
destinadas al solaz y desahogo de la muchedumbre de clérigos
que han de desempeñar los servicios del templo ; y en él tienen
lugar algunos hechos importantes de nuestra historia , como el
ofrecimiento de la Corona de Castilla hecho á D. Fernando de
Antequera, la renuncia de éste, y la proclamación de D. Juan II.
Al mismo tiempo que el claustro, se desarrolla también el coro en
su parte de sillería. Se colocan aquellos fustes de jaspes hermosí-
simos, pertenecientes sin duda á la antigua mezquita, y todo el
ancho del muro se cubre de aquella extraña escultura tan ruda y
prolija. Multitud de animales inverisímiles surgen de la piedra,
enroscados en tallos diversos, y en unión con ellos aparecen in-
numerables santos y representaciones simbólicas, grotescos los unos
y expresando en sus toscos semblantes un misticismo alelado que
les dá no sé que aire de petrificados habitantes del limbo ; incom-
prensibles las otras como las fórmulas de la teología escolástica ; y
encima de todo esto asoman sus cuellos y sus alas ciertas figuras
que son una monstruosa fusión del ángel y la esfinge, una especie
de dragón injerto en Sibila, que está allí para expresar no sé qué
enigmas , y que atrae siempre la atención del espectador por su
misteriosa forma y su actitud semejante á los de los animales de
las gárgolas , que puestos en lo alto de los machones exteriores
vomitan el agua de la lluvia.
Al mismo tiempo el altar mayor se va formando , y el decorado
de su muro externo, semejante á una maravillosa cristalización, se
desarrolla en pocos años. Es un cuerpo de edificio, una miniatura
con sus zócalos, su columnaje, sus ventanas, su cornisamento y su
crestería. Cada piedva de las que componen el zócalo, es un plinto
en que descansa una estatua, cada estatua engendra un machón,
cada dos machones una ojiva, cada ojiva un par de enjutas llenas
de filigrana : sobre la cabeza de cada santo , se eleva nn doselete
72 LAS GENERACIONES ARTÍSTICAS
que es otra miniatura, y contiene en pequeño tudo un sistema
arquitectónico : de cada doselete parte una aguja , y por toda la
parte superior descuella, semejantes á las picas de un ejército, la
serie inacabable de puntas y minaretes en que van á resolverse
todas las formas del edificio. Los santos aparecen colocados en filas
como se suponen en el cielo las categ-orias de bienaventurados,
todos extáticos y con ese ademan de estulticia é ingenua contem-
plación que tiene la escultura de entonces. Todos tienen en la
mano su signo carácter istico , esa herramienta simbólica que dis-
tingue á Pedro de Pablo, á Andrés de Lúeas, y sin la cual seria
imposible distinguirlos unos de otros; tal es la semejanza y uni-
formidad de aquel arte rudo y primitivo. Todos tienen sus nimbos
de oro , y en sus pedestales se enrosca la misma hiedra que ha
echado raices en todas las piedras, y en sus doseletes se extienden
todas las escrescencias multiformes, que hacen de aquella superfi-
cie un musgo prodigioso. Por dentro la elaboración de la capilla
mayor es más lenta. Sin embargo , poco después de terminado y
esculpido el Apocalipsis exterior, se colocan los sarcófagos de los
Reyes Nuevos , que no reposan en el suelo , si no que , aspirando
sin duda á una ascensión corporal , quisieron en su vanidad subir
llevándose el pesado artificio de sus sepulcros; y aparecen encara-
mados en lo alto de la pared , sostenidos como el Zancarrón de la
Meca por potencias magnéticas. Les rodean ciertos ángeles, en
quienes se ha querido retratar la compunción y la tristeza : los es-
cudos cuelgan á un lado y otro : todos tienen en las manos sus
luengas y terribles espadas, y á los pies el león antiguo, esculpido
con más formas de perro que de león. Por una exigencia de la
perspectiva, el arquitecto puso inclinadas hacia fuera las urnas
cinerarias , y parece que las estatuas yacentes van á rodar al suelo
con toda su máquina de escudos, coronas y leones. Junto á los
nichos de los Reyes Viejos, se alzan las estatuas de varios monar-
cas, y en lugar preferente las de dos hombres humildes, el Alfaqui,
de quien hablamos, y el Pastor de las Navas, que guió á D. Alfon-
so VIII en la batalla de las Navas. Estas dos estatuas tienen una
ingenuidad encantadora , las dos parecen asustadas de verse en
tan suntuoso recinto : la rudeza y simplicidad de la escultura ha
sido esta vez un admirable medio de expresión, porque ha dado á
\os dos pobres hombres una actitud embarazosa que los señala
entre los demás que adornan aquel sitio.
EN LA CIUDAD DE TOLEDO. 73
Lleg-a. por último, un año memorable en la historia de España,
el año 1492, en que los Reyes Católicos toman á Granada y des-
cubre Cristóbal Colon el Nuevo Mundo. Entonces se cierran las
últimas bóvedas de la catedral , y la obra en su parte arquitectó-
nica se puede dar por terminada . Faltan las fábricas de las artes
auxiliares que hacen de aquel templo un magnifico museo ; faltan
las obras de entalle y fundición , los bronces, las pinturas, los re-
tablos, los altares, los vidrios, los vasos y objetos del culto, y para
esto se preparan una multitud de artistas que el Renacimiento ha
traido é inspirado. Entonces empieza una emulación que maravi-
lla. Vemos que un solo hombre profesa artes tan diversas como la
pintura y la estatuaria , sobresaliendo igualmente en las dos ; y
hay artista , perteneciente á la gran raza de los Benvenuttos y
Berruguetes, que traza un edificio, lo construye , funde y cincela
una verja, talla un pulpito de madera, pinta un retablo, hace vi-
drios de colores y labra una custodia. Tal era la fuerza de concep-
ción , la fecundidad y el ingenio en una época en que la tradición
gótica se habia unido al estudio de la antigüedad clásica para
producir tantos prodigios.
Al acercarse el siglo XVI, el arte monumental entra en el pe-
ríodo de su decadencia. Ensanchada la esfera de los conocimientos,
hallándose en gran descrédito la teología escolástica, y en visible
degradación el misticismo, que tan grandes cosas ha producido en
la Edad Media, la sociedad sufre una de las más notables crisis
que registran los siglos. El estudio de las humanidades ha difun-
dido una gran luz: las disputas religiosas han quebrantado la fé, y
la gran tempestad que ha de venir más tarde sobre la Iglesia, se
deja sentir con síntomas alarmantes. Por lo demás, el mundo se
preocupa menos de las cosas santas; ya no hay Moros que comba-
tir, y la antigua fé que inspiró tantas empresas fabulosas, comien-
za á decaer. Ocurre que el estado de las cosas de Europa, el en-
sanche que á la esfera de acción del hombre ha dado el ilustre
genoves, hacen que los hombres se preocupen más de lo que pasa
en el mundo. Pronto se ha de formar el gran Imperio austríaco, y
la aparición de un poderoso soberano ha de encender continuas
guerras. La diplomacia se pone en juego, marchan los ejércitos, se
activa la política, Europa está sufriendo una conflagración de ideas
y de armas. La teología murió herida por las humanidades; el mis-
ticismo murió herido por la filosofía. Perece la literatura legenda-
74 LAS GENERACIONES ARTÍSTICAS
ria á manos del buen sentido desarrollado por estudios sanos, y así
como la caballería cayó cuan larga era con todo su aparato de
inverisimilitudes ante la discreta sátira de Cervantes, huyeron
también, se hundieron, fueron quebrantadas y rotas, como las
figurillas del retablo de Maese Pedro, todas las ideas y entidades
de la Edad Media. El resultado de esta trasformacion es bien claro
en el arte monumental. La arquitectura gótica, que era la expre-
sión de todo aquello, pereció también, acabándose para siempre la
gran raza de catedrales que por tres siglos sintetizaron el pensa-
miento, el saber y los sentimientos de la humanidad. Ya de las
entrañas de la tierra no se extraen esas enormes masas de piedras
para unirlas y aglomerarlas formando esos cuerpos gigantescos
que asombran por lo complejo de su construcción y el inmenso
caudal de fuerza que se supone empleado en ellos. La familia de
los grandes templos concluye entonces, y sólo Felipe II, que poseía
el dinero de dos mundos y la más firme voluntad de que hay noti-
cia, pudo construir, en pleno siglo XVI, el Escorial.
La arquitectura gótica espira cuando se verifica esa grande evo-
lución de la humanidad, y espira después de hacer su último es-
fuerzo en su postrera eflorescencia, después de dar su más hermo-
so desarrollo ; perece ornada de ñores, cubierta con todas sus ga-
las , exuberante , rica , resplandeciente , con un lujo que llega al
delirio. El claustro de San Juan de los Reyes, de que después
hablaremos , presenta esta última faz de aquel estilo prodigioso,
lleno de variedad y armonía como la naturaleza.
Concluye el dominio de la piedra. Parece que el refinamiento
en las costumbres, el mayor grado de cultura, la erudición que ha
invadido hasta el estudio de las artes, no son compatibles con el
empleo de aquel material duro y tenaz. La construcción sillar, que
tiene algo de ciclópeo, no se adapta á la nueva raza de artistas,
en los cuales hay algo de afeminación. Además, se quiere hacer
mucho y pronto; ninguno se contenta con ser inventor y trazador
de una fábrica que no ha de ver concluida. El artista se encariña
con su obra, quiere hacerla toda con su propia mano, expresar su
pensamiento fácilmente; nacen los talleres, y son abandonadas las
canteras; se adoptan materiales menos ingratos que la piedra, y
aparecen esas maravillosas artes del Renacimiento, los vasos, la
platería, la ferretería, los bronces cincelados y fundidos, la escul-
tura en madera, y como complemento y última expresión del in-
EN LA CIUDAD DE TOLEDO. 75
dividualismo en el arte del dibujo, aparece con extraordinario vi-
gor la pintura, con su fácil procedimiento, su sencillez y encanto
del color que en poco tiempo la hace tan popular.
El arte ojival, arrojado de la arquitectura, arrojado de la piedra,
se refugia en la madera y en las artes de adorno , se ocupa por
mucho tiempo en modelar las sillas corales, los facistoles, los re-
tablos , donde hace el último alarde de su fecundidad y riqueza.
Llega un tiempo en que sus formas se confunden con las greco -
romanas, y mutuamente se prestan los dos estilos, aquél su mul-
tiplicidad y su delicadeza, éste sus proporciones y su gracia, Pero
en tanto, ¿qué se ha hecho de aquel pobre arte muzárabe que
dejamos allá en los palacios señoriales del siglo XIV, que todavía
existe fuerte en su aplicación, con vida propia, creando sus mejo-
res magnificencias , y dueño aún de sí mismo? Viene también á
tomar parteen la fusión del Renacimiento. En Toledo, la multitud
de artes complementarias , como el entalle , la carpintería de lo
blanco, la pintura mural, la fundición de metales preciosos, y la
ferretería, conservan siempre la influencia muzárabe. En la Cate-
dral han dejado todas estas artes, nacidas del arte monumental de
la Edad Media al calor de las ideas de Italia, sus mejores obras.
Las veremos cuando, siguiendo el desarrollo de los monumentos
de la ciudad, hayamos concluido todo lo que en ella se hizo con
piedras y ladrillo; cuando, después de asistir al último esfuerzo de
la mecánica y de la estereotomía, lleguemos á la época del pincel
y el buril.
vni.
La puerta de los Leones es quizá el trozo más bello que contiene
la Catedral. Muestra de lo que podia crear el arte ojival en el
siglo XV, lleva en si también los gérmenes de aquel excesivo
desarrollo que después habia de extinguir su genio. La escultura,
como la de la puerta del Perdón , es más correcta que en las del
Niño Perdido y Santa Catalina: se destacan las figuras de la su-
perficie de la piedra con más soltura; sus miembros se modelan»
pierden sus fisonomías aquella expresión de estupidez que antes
tenían; los trages se pliegan con holgura y desembarazo, y por lo
general hay más variedad en las actitudes. Al mismo tiempo las
hojas se despliegan, las ñores se han desarrollado, los capullos son
76 LAS GENERACIONES ARTÍSTíCAS
ya flores, los tallos se han abierto y enroscado. A la antigua dispo-
sición angulosa y chata de todas las formas, ha sustituido una
morbidez y una ondulación que tienen algo de voluptuoso. Esto
nos lleva necesariamente á hablar de San Juan de los Reyes, mo-
numento de inestimable mérito, que elevó la piedad de los Reyes
Católicos en cumplimiento de un voto hecho por la terminación de
la guerra de Portugal. Su claustro tiene una fama universal: es
quizá el trozo de arquitectura española de que corren más estam-
pas y reproducciones por el extranjero, existiendo como modelo en
todas las escuelas de Francia. En esto hay una especie de repara
cion, porque los Franceses lo mutilaron y destruyeron, dejándolo
después de la invasión en el estado en que hoy se encuentra, des
mantelado, roto, con todas las figuras sin cabeza, y despuntadas
todas las hojas del follaje, como si una hoz bárbara y profana
hubiera pasado por alli. La iglesia, aunque de gran belleza, es
inferior al claustro, obra única en su género, perfecta, si cabe per-
fección en lo que hacen los hombres. En éste, la aplicación del gó-
tico florido está hecha con el más sano criterio, con la mayor fuer-
za y unidad: en aquella, hay muchas cosas exóticas, como son al-
gunas formas bien poco disimuladas del arte árabe, puestas al lado
de las ojivales sin transición, sin maridaje, sin ingenio en fin . La
iglesia es suntuosísima, y su decoración es de una riqueza y pro-
lijidad maravillosa. En el claustro hay todo esto y mucha más
gracia. Nada impresiona más que el entrar en aquellas galerías, de
poca extensión, de estrecha perspectiva, pero que contienen des-
arrollados en sus arcos y machones mundos enteros de vida, infi-
nitas formas naturales puestas con tal método, con tal arte, que, á
pesar de su profusión, no parece alli contrariado el precepto de la
sobriedad en los adornos. Verdad es que allí los adornos no son
accidentales: constituyen un sistema, es la eflorescencia de la ar-
quitectura, que, habiendo apurado ya todas las formas generales,
y buscando siempre nuevos medios de expresión, cansada — digá-
moslo asi — de expresar un vago ideal y una belleza poco determi-
nada, tiende á expresar la naturaleza directa, tiende al realismo, á
la imitación, y prepara el período en que, descomponiéndose por
un esfuerzo excesivo, salen de ella con nuevo vigor la escultura y
la pintura. El famoso claustro indica esa evolución del arte, diri-
giéndose á la realidad y al individualismo para dar origen á la
buena nueva del Renacimiento. Alli los follajes son tan lozanos, tan
EN LA CIUDAD DE TOLEDO. 77
vivos, que parece que un sol tropical les ha dado el más exuberante
desarrollo.
En estos países meridionales , donde estamos acostumbrados á
las reverberaciones de la arquitectura oriental, llena de colores,
de oro, luminosa y caliente como si el sol de Andalucía modelara
y encendiera continuamente la portentosa cerámica con que es-
tán cubiertas las paredes , no podemos menos de ver con asombro
las construcciones del gótico florido , que , como en San Juan de
los Reyes, presentan modificadas las primitivas formas que han
traído del Norte por la influencia local que alcanza á todas las
cosas. Parece que todos aquellos tréboles , aquellas escarolas , aque-
llos tallos han sido en su origen chatos, débiles y raquíticos, sim-
ples ornatos de la arquitectura ; y que después , recibiendo en la
serie de los anos los rayos del sol de Castilla , se han desarrollado,
encontrando un fecundo jugo en las entrañas de la piedra, se han
abierto y enroscado , cubriéndolo todo , como las yerbas trepado-
ras que , estimuladas por la humedad y el sol , se extienden , aho-
gando el árbol en que se apoyan. Del seno de estas formas vegeta-
les parece que el mismo calor natural ha hecho salir la muche-
dumbre de seres animales que no pertenecen á ninguna categoría
zoológica, seres inverisímiles debidos á la generación espontánea
que parece residir en la parte fecundísima de la piedra. Estos bi-
chos, que habitan en los cálices de todas las flores , son en canti-
dad enorme : el espectador les ve asomados en sus grutas de folla-
je, y diría que al sentir sus pasos van á esconderse agitando los
tréboles sutilísimos que cuelgan aquí y allí. En cuanto á la ejecu-
ción de esta obra incomparable, bien se ve que es el último grado
de destreza á que puede llegar e} artífice humano : todas las figu-
ras animales y vegetales están labradas en hueco; la luz entra y
sale por detrás de los objetos , aislándolos y dándoles esa traspa-
rencia que tanto caracteriza las paredes del claustro . Todo el re-
cinto es melancólico , tranquilo, y convida á la devoción prudente
y sensata. No es un sitio de horror como los claustros románicos
de Cluny y el Cister ; es un claustro del siglo XV, un poco mun-
dano ya, bastante apegado á la vida, no tan refractario á la natu-
raleza. En el centro crecen unas flores modestas, y el agua de una
fuente, cayendo en un pequeño pilón, produce la más grata ar-
monía. Allí se piensa en las cosas santas; pero se ama la vida,
porque el sitio convida al reposo y á la meditación, al mismo tiem-
78 LAS GENHRACIO^íES ARTÍSTICAS
po que seduce la vista y adormece los sentidos. De este claustro
salió para ser Consejero de los Reyes Católicos el Cardenal Cisne-
ros , y no hay duda de que los pobres seráficos que habitaban tan
apacible mansión no eran personas de muy arregladas costumbres,
porque conocidos son los esfuerzos que para reformar y moralizar
la Orden hizo el ilustre vencedor de Oran.
La iglesia no iguala al claustro , á pesar de su belleza. No sé
qué hay allí de discordante y anómalo. Es de admirar el crucero,
el ábside y las dos elegantes tribunas que hay en los machones
del arco toral de la nave. El exterior ofrece una agradable pers-
pectiva por la crestería del crucero , las agujas y los arcos bota-
reles. Pero no es aquello, á pesar de su magnificencia , el puro y
g-enuino monumento ojival , severo y airoso , con todas sus formas
resueltas en pirámides agudísimas , con sus machones esculpidos y
sus arcadas llenas de figuras. En el exterior de San Juan de los
Reyes no estuvo Juan Guas , su inmortal arquitecto , tan feliz co-
mo en el claustro : son, sin embargo, muy esbeltas las paredes del
ábside, y hacen muy buen efecto las figuras de los heraldos que,
en vez de santos, hay en todos los machones; heraldos que son
padres de los que después vemos en la puerta del alcázar de Cár^
losV.
Dos particularidades, además délo que hemos descrito, encuen-
tra hoy el viajero en el célebre monasterio. Una es la puerta que
comunica con el claustro, y que sustenta una cruz y dos estatuas,
que suponen ser los retratos de Fernando é Isabel , trazados por la
piadosa inventiva del autor en la Virgen y San Juan Evangelista.
Otra es la terrible alegoría que por voluntad expresa de la misma
Reina se puso en el comedor de los pobres frailes. Sobre la puerta
hay un nicho horizontal , y en él una figura, esculpida con horri-
ble verdad, que representa un cadáver en estado de putrefacción.
La escultura repugna y aterra , porque el color que los anos han
dado á la piedra contribuye á hacerla más espantosa. Así los dis-
cípulos del Seráfico, cuyo fuerte no era en aquellos tiempos la
templanza, tenían siempre ante la vista, mientras comían, la ima-
gen de la muerte con todo el horror de la idea y toda la repug-
nancia de la forma. Esto, sin embargo, no debió producir mucho
efecto ; porque Cisneros , ya lo hemos dicho , se vio en grande
aprieto para corregir las costumbres de sus cofrades, que eran
cada vez peores.
EN LA CIUDAD DE TOLEDO. 79
Para dar el último adiós á la aquitectura ojival , hemos de vol-
ver á la Catedral , donde el retablo mayor nos ofrece su página
postrera. Ya lia perdido el reinado de la piedra , y se refugia en la
madera , más dócil al cincel , más propia para obedecer los capri-
chos de aquel arte que ya ha llegado al delirio, y necesita lo más
blando, lo más sutil, la cera, para expresar la multitud infinita de
sus formas. Donde conocimos los sepulcros de los Reyes Viejos y
las estatuas del Alfaqui y el Pastor de las Navas, se construye este
retablo, para lo cual es preciso remover los sarcófagos y ensan-
char la capilla : los escultores necesitan un espacio inmenso, de
todo el alto y todo el ancho de la nave central para desarrollar
aquel panorama , que es el Nuevo Testamento y el Flos Sancto-
rum grabado y pintado. Allí está todo, desde el Nacimiento hasta
la Pasión, que ocupa el centro en la parte más elevada : y en todas
las columnas que dividen los veinte espacios ó casetones del reta-
blo, una muchedumbre , un hormiguero de santos de ambos sexos
y de todas categorías. Puede decirse que es un catálogo completo
de la iconografía cristiana, un panorama artístico de la religión;
porque cuantas personificaciones ha hecho el idealismo y la teolo-
gía están allí expresadas. Veintisiete artistas trabajaron en esta
enciclopedia , y sólo con tanta gente y el empeño de Cisneros, cuya
resolución se probó en la Biblia Políglota, podía construirse en
cuatro años. El material es madera pura, pintada y dorada, lo que
llamaban entonces encarnación y estofado. Las figuras están pin-
tadas con su color natural, anunciando la escultura en madera,
que tan bellas obras produjo entonces , y que después, por su fácil
procedimiento, llenó de mamarrachos á España. La arquitectura
ha muerto ya: viendo gastadas y perdidas sus formas, recurre á to-
dos los medios para parecer bella, y se pinta como las viejas. Cesó
el imperio de la piedra , y empiezan las artes del Renacimiento , y
con ellas la pintura , que más tarde lo sintetizará todo, como antes
lo sintetizó la arquitectura. El arte ojival , que aún conserva al-
guna vitalidad después del período terciario ó florido , se resuelve
en el retablo, que es una transición. Con esas escuálidas figuras
y esos estofados de oro , que crearon un pincel tímido aún , y un
buril sumamente delicado , acaba el gran arte y aparecen los gér-
menes de otro nuevo. Eso es lo que hemos de ver en el resto del
artículo .
80 LA.S GENERACIONBS ARTÍSTICAS
IX
A principios del siglo XVI, en los años en que Carlos V refre-
naba en Castilla las Comunidades y encendia las guerras de Italia
que habían de durar tanto ; cuando los primeros conquistadores de
América anadian cada mes un nuevo imperio á la corona de Espa-
ña, volvia de Italia Alonso de Berruguete, lleno de ilusiones y car-
gado de modelos, trayendo en la memoria más formas y más ideas
de arte que dibujos en su cartera y vaciados en su cofre. Allá ha-
bía trabajado con Miguel Ángel, con el cual le unía ese parentesco
espiritual, que tanto asemeja física y moralmente á hombres na-
cidos en distintos lugares y de diferentes madres. Berruguete te-
nia, como el célebre Buonarrotti, la voluntad poderosa, la fecun-
didad, la confección del ideal en formas colosales , la grandeza de
ideas, la universalidad de conocimientos, la rudeza de carácter, la
fuerte constitución corporal, y ese entusiasmo exclusivo por su
arte, ese amor llevado al fanatismo que da un sello viril á todas
sus obras, y que, difundido á los discípulos, tiene fuerza bastante
para crear esa raza de artistas que vieron Italia y España en aque-
lla centuria.
Cuando Berruguete volvió á España , encontró un terreno vir
gen, un campo sin obstáculos ni estorbos, propio para edificar
pronto y bien; encontró mucho entusiasmo, bastante fe religiosa y
grande afición á las artes, munificencia y cultura en los soberanos,
en los magnates y cabildos, muchos medios de ejecución y mucho
dinero. Veremos lo que con esto hizo su extraordinario genio.
Verdad es que no encontró los grandes modelos de la antigüedad,
que entonces servían de norma en Italia y que él estudió con amor;
pero en cambio encontró lo que en Italia no había, ó se encontraba
escasamente en Sicilia, es decir, la variedad infinita de las formas
orientales, y la original fusión y armonía que de ellas y del dibujo
ojival se había formado. Cuando él volvió, el gótico florido domina-
ba aún con gran fuerza, especialmente en los retablos, que se pin-
taban aún según la enseñanza que dejó en Andalucía Juan Eych.
Querer implantar aquí en toda su pureza el Renacimiento italiano,
hijo directo de la antigüedad con sus formas puras y su repulsión
al decorado prolijo que creó y llevó á un extremo de delirio el ro-
EN LA Ciudad de Toledo. 81
manticismo místico de la Edad Media , hubiera sido empresa ar-
riesg-ada. Las principales poblaciones de España eran refractarias
á aquel estilo que les habia de parecer desnudo y pobre. Las ciu-
dades de Andalucía y de la baja Castilla tenían, á causa de la ci-
vilización musulmana , costumbres y gustos enteramente orienta-
les; y las del Norte en León y Asturias y tierra de Búrg*os, se
habían encariñado tanto con las creaciones ojivales de la buena
época, con los sombríos monasterios románicos, con las viejas aba-
días y las catedrales del siglo XÍII, que no era posible la adopción
del nuevo orden, que trascendía á cosa pagana y arte de infieles.
Así es que España, como Francia, no aceptó la grande obra del
Renacimiento italiano, sino adaptándola á sus tradiciones, refor-
mándola caprichosamente. Si los Mozárabes vieron con estupor
elevarse los pilares góticos de la Catedral, más extrañeza les causa
á los buenos estofadores de retablos ver elevarse los hermosos fus-
tes de la columna corintia, sustentando el arco de medio punto y
la triple cornisa, adornada de grecas y relieves. Atenuaba la sor-
presa de esta aparición el ver que los animalejos fantásticos y la
vistosa flora que habían admirado en el claustro de San Juan de los
Reyes, tomaba posesión también del orden greco-romano, recien
traído de Italia. Pero aún el orden antiguo ha de doblegarse más
todavía, sumiso y condescendiente á las exigencias de los alarifes y
estofadores: los fustes se adelgazan y estiran abandonando las me-
didas de Vitrubio, todas las formas se espiritualizan y se da ancho
campo y rienda suelta al genio de la escultura, que en Italia se em-
plea con discreta sobriedad en los monumentos. La escultura deco-
rativa sufre sin embargo una trasformacien realizada por las cosas
nuevas que en sus cartones ha traído Berruguete de Roma. En vez
de las figuras apocalípticas imitadas de las viejas gárgolas, se po-
nen unos dragones alados de singular elegancia : á las esculturas
místicas de santos y arcángeles, suceden unos hombrecillos con
píes de cabra, desvergonzados sátiros que sacaron allá de las rui-
nas romanas, y que después lo invaden todo, iglesias, capillas y
altares: á las cabeceras de ángel lacrimoso y escuálido, sustituyen
unas á modo de cabezas de Medusa ó bustos de Antinóo que ocu-
pan todas las enjutas, y en todas las cornisas y en todas las pilas-
tras aparece el candelabro griego, y la jamba ondulante, robusta,
cubierta de vastas hojas como un acanto ó de escamas como una
culebra. Acabáronse las líneas verticales multiplicadas y reunidas
TOMO xv. 6
82 LAS GENERACIONES ARTÍSTICAS
en haces , para resolverse después en agudas puntas erizadas de
crestería ; y ahora dominan las amplias lineas horizontales que no
fatigan la vista : los cornisamentos de los retablos , llenos de picos
resplandecientes como cordilleras de oro, caen para dejar el puesto
á los áticos, á las balaustradas y á los antepechos. Además como
en aquella época de confusión y de crisis predominaban las artes
que tenian por material la madera, la plata, el marfil, el bronce y
los jaspes, el estilo arquitectónico, que ya no tenia grandes monu-
mentos que hacer, afectó naturalmente esa prolijidad que le hizo
tan rico y elegante , dándole el germen de que proceden el entalle,
la fundición artística, la cerámica, la pintura, el vaciado y todas
las maravillosas artes del Renacimiento.
La mejor muestra del nuevo estilo importado por Berruguete, es
el coro de la Catedral , que hizo en colaboración con Felipe de Bor-
goña, siendo hoy objeto de mil controversias cuál de los dos sobre-
pujó al otro. No se ha verificado jamás un certamen tan magnifico,
ni vieron nunca las artes lidiar en su palenque á dos tan valientes
campeones. Ese coro, de fama imperecedera, ha quedado como
muestra del Renacimiento español, que ostentó allí toda su mag-
nificencia. Antes de examinar la sillería alta, que es la obra de
Berruguete y Borgoña, veamos la baja, muy anterior á la vuelta
de Italia de aquel grande ingenio, obra impregnada aún de goti-
cismo y notable por la ingenua extravagancia de su escultura,
que prueba, ó un candor nada común en los artistas > ó una mali-
cia que no se comprende cómo fué tolerada por los cabildos de
aquella época. La historia de las guerras de Granada, que está es-
culpida en el respaldo de los asientos, es seria y de menos impor-
tancia que la escultura decorativa de los sillones y de las escaleras.
Los bajo-relieves historiados tienen la importancia que les dan
los muchos datos de indumentaria y de armamentos que contienen;
pero ni los grupos tienen acertada disposición , ni las figuras se
distinguen por su altura y elegancia. Lo curioso y verdaderamente
notable es, la multitud de detalles picarescos que adornan los bra-
zos de las sillas. Con una ingenuidad encantadora retrataron alli
la corrupción de los monacales de aquella época, esculpiendo un
fraile con orejas de asno, progenitor sin duda de aquella raza de
Gerundios que tan bien satirizó otro fraile en el siglo pasado.
Varios monos hacen equilibrios en otro sitio y en un rincón está el
perrero de la catedral, látigo en mano y serio como un arzobispo.
EN LA CIUDAD DE TOLEDO. 83
¿Es esto una burla, ó una franqueza humorística, ó una candidez
de maestre Rodrigo el escultor de esta pieza? De todos modos aque-
llo es un saínete que hace recordar las escenas picarescas que con
intervención de frailes y clérigos retratan la poesía tan picante
como sencilla de aquel tiempo.
La sillería alta es la gran creación de un arte vigoroso y sano,
vivificada por el criterio artístico que falta en obras anteriores;
arte que trae la fuerza de las ideas nuevas, y que en su primer
ensayo se presenta desde luego majestuoso y completo. Se com-
pone de setenta sillas puestas bajo igual número de arcos sosteni-
dos por un columnaje de jaspe que forma un cuerpo de edificio ; en
el tímpano de cada arco y sobre la silla hay una figura tallada en
madera, y en cada entrepaño del segundo cuerpo que corre sobre
la cornisa, otra esculpida en alabastro. Las treinta y cinco sillas
del Evangelio son de Borgoña ; las treinta y cinco de la Epístola
y la central del Arzobispo , de Berruguete. Sobresalen en esta
obra incomparable las esculturas, que no son ya aquellas agarro-
tadas y estupefactas que hemos visto en las antiguas estatuas,
llenas de timidez y confusión ; son las hermosas figuras modeladas
por la singular anatomía de Miguel Ángel , según el ideal anti-
guo. Variedad en las actitudes , amplitud en las formas , soltura y
verdad en los ropajes, expresión serena en los semblantes , propor-
ción admirable en los miembros , todas las cualidades de la buena
escultura se reúnen en aquel vasto museo , siendo de notar que,
las obras de Berruguete son más viriles , más robustas , de más
atrevida concepción y de más acentuados contornos que las de
Borgoña, las cuales tienen en cambio más gracia y serenidad. Los
del primero son todas hercúleas , según el viril dibujo que le en-
señó el de la capilla Sixtina: las del segundo son más modestas,
como creación, pero de más acabada y correcta forma. Bien se echa
de ver que Berruguete adoraba el Laocoon que trajo de Italia vacia-
do por él mismo, y de seguro Borgoña era apasionado del Antinóo.
La trasformacion que Berruguete determina en España , como
arquitecto y como escultor, es bien clara. El arte de construir no
creó en mano suya ninguna obra de primer orden. Verdad es que
ya no se hacían grandes catedrales , y sólo vemos de esa época
puertas , capillas , algún pequeño frontispicio para completar obras
superiores : en resumen , la arquitectura de los tiempos de Berru-
guete y el género llamado plateresco, á que dio origen , son esen*
84 LAS GENERACIONES ARTÍSTICAS
cialmente decorativos. En esto cedió Berrug-uete al influjo de su
época, ocupada en terminar lo antiguo y no deseosa de emprender
fábricas nuevas, época dada al lujo, en que empleaba grandes te-
soros : los hombres en ella viven más aprisa, porque el mundo está
agitado por nuevas ideas, por las guerras y por la politica; no
tienen paciencia para emprender la erección secular de grandes
monumentos. Asi es que el célebre artista que traia en la mente
tal vez una basílica de San Pedro ó una capilla Sixtina, no realizó
en arquitectura sus ideales. Aplicó la forma antigua é introdujo
los órdenes olvidados , y sus discípulos y sucesores , tomándole
por modelo y adoptando su maravillosa escultura , difundieron
el estilo que lleva su nombre. Pero si en la arquitectura apenas
pudo verificar una verdadera innovación , contentándose simple-
mente con asociar sus conocimientos de lo antiguo al arte decora-
tivo y pintoresco, cuyas tradiciones , fuertemente arraigadas , no
podían desaparecer, en cambio su influencia fué decisiva en la
escultura, que profesó como un gran maestro. Todas las estatuas
de Berruguete tienen el encanto de la forma : en las del coro , las
figuras , aunque vestidas , revelan á primera vista la ciencia del
desnudo que su autor poseía. Todas tienen la nobleza de actitud, y
la expresión varonil que caracterizan la escultura del Renacimiento
en Italia. Parecerían enteramente paganas por la preferencia dada
á la elegancia de las formas y por el artificioso plegado de los
trajes talares, sino carecieran de aquella serenidad imperturba-
ble y majestuosa del arte griego. Estas figuras son hijas de aquella
familia de gigantes que creó Miguel Ángel , criaturas hercúleas,
que aparecen siempre en las actitudes más difíciles para el dibujo,
con cierta violencia sublime, con una agitación que aterra, con-
traídas por los esfuerzos de no sé qué gimnasia fantástica. Una
de las bellas obras de Berruguete es el sepulcro del cardenal Ta-
vera, en el hospital de San Juan. iVdoptó la forma gótica, la es-
tatua yacente, remedo del cadáver, expresado con un realismo ex-
cesivo. Pero él modificó este sistema, haciendo la caja del sepulcro
según la manera ideal y simbólica que se usaba en Italia, y puso
cuatro alegorías en los extremos , que son cuatro obras maestras.
Prescindiendo de la estatua yacente , que es exacta copia del ca-
dáver, como se usaba en las sepulturas ojivales , y está muy bien
ejecutada , el mausoleo de Tavera es una obra acabada en su gé-
nero. En la ornamentación empleó el escultor una porción de ele-
EN LA CIUDAD DE TOLEDO. 85
mentos que hoy la sana critica repugnaría ; pero que entonces se
usaban sin escrúpulo en Italia y en España , por ser lo más bello
que se habia aprendido de la antigüedad ; en el zócalo hay unos
centauros y unos camafeos que no tienen nada de cristianos ; pero
en cambio i qué unción y que sentimiento hay en los ángeles que
adornan los medallones laterales, y qué serenidad en las cuatro
águilas que también contornean los cuatro ángulos 1 En todo hay
mucho de pagano, contrastando visiblemente la caja con la estatua
yacente , de una realidad chocante ; pero una cosa y otra están
admirablemente ejecutadas.
El grande artista español dejó un estilo decorativo muy carac-
terístico. Los frisos, las enjutas, las pilastras y los zócalos de todo
lo que entonces se hacia , especialmente puertas , retablos , y pe-
queñas construcciones, aparecen engalanados con multitud de for-
mas , que pueden llamarse miniaturas de las que empleó Miguel
Ángel en las célebres pechinas de la capilla Sixtina. La figura
humana, dispuesta en grupos de dos, aparece reproducida hasta lo
infinito: vénse estos pares, ya sean atletas, ángeles ó genios, dis-
puestos simétricamente á un lado y otro de un candelabro , y se
repiten variando la posición de las manos, de las piernas, de los
cuerpos, formando singulares juegos que parecen de gimnasia.
Asi hace gala el artista de sus conocimientos anatómicos ; y en su
desprecio por toda forma que no es humana, la asocia á la orna-
mentación vegetal, poniendo hojas que terminan en cabeza de
ángel , y á veces ñores que tienen por pistilos un par de piernas.
Estos cuerpecillos ingeniosos invaden después todas las artes, los
bronces, la platería, el entalle, la cerámica, y vemos siempre los
pares de atletas retorciéndose en las asas de los vasos , en las es-
tanterías y en los facistoles ; el águila es adoptada para los atriles
de coro, y las cabezas de guerrero con cascos aparecen perpetua-
mente en los casetones de los armarios y aun en las tapas incrus-
tadas de los libros. Puede verse una muestra completa de este gé-
nero de decoración en la puerta de la Presentación, que comunica
la Catedral con su claustro.
Parecerá que ya no queda nada de aquel antiguo arte mozárabe
tan original, tan rico y pintoresco. Pues á pesar de las innovacio-
nes, á pesar de la grande escuela desarrollada á principios del si-
glo XVI, todavía existe; los grandes señores le usan todavia en
sus grandes palacios , y en la misma Catedral , frente á frente al
86 LAS GEiSERAClONES ARTÍSTICAS
gótico florido y á las primeras aspiraciones del Renacimiento, se
atreve á poner sus lacerias y alicatados, desafiando alli, donde es
extranjero y exótico, las grandes manifestaciones del arte cristiano
y del pagano, que ya llega exigente y poderoso. Si: poco antes de
volver Berruguete de Italia, se construye la sala capitular, donde
los alarifes hacen su último esfuerzo. Pero alli han trabajado to-
dos de consuno, y se ha verificado una reconciliación. El arco es
enteramente árabe , cubre las paredes una ebanistería prodigiosa
de los mejores tiempos de lo plateresco , y el techo es uno de esos
artesonados de López Arenas, el autor de La Carpintería de lo
blanco. Este techo es un tapiz formado con trozos de madera, oro,
rojo y azul, un tejido de lineas, que proceden de los nácares del
Transito , pero que son más pintorescas y si se quiere más árabes
por la viveza del color y lo complicado y laberintico de su dispo-
sición.
En la mitad del siglo XVI, el desarrollo de las artes del lujo es
portentoso. El genio de Berruguete parece como que se inoculó en
todos, creando otros tan universales como él. Entonces la necesi-
dad de decorar y el afán de ostentar las magnificencias por todas
partes, estimuló á los fabricantes de bronces , á los entalladores y
á los plateros; las catedrales rivalizaban en lujo artistico y querían
eclipsarse unas á otras. Al mismo tiempo vemos confundidas las
profesiones y practicadas por un mismo artista, no sólo las tres no-
bles artes, sino todas las que les sirven de complemento y ornato.
Sin salir del coro y de la capilla mayor de la Catedral , podremos
ver el más completo museo de lo que aquella época produjo, siendo
aquel un palenque donde las obras de los más célebres ingenios
parece que quieren confundirse y oscurecerse unas á otras. Lo que
Berruguete hizo en la madera, lo hizo Francisco Villalpando en el
bronce , y asi como aquel trabajó en competencia con Borgoíía,
éste tuvo por rival á Domingo de Céspedes. Pero en estos no es tan
difícil asignar la palma de la victoria. La reja de Villalpando es
muy superior á la de su competidor. En una y otra, especialmente
en la de la capilla mayor, que es la principal , tiene la escultura
un importante papel, y asombra que en material tan duro pudiera
el cincel más tenaz labrar tantas maravillas. El gusto plateresco
y la decoración introducida por Berruguete dominan alli , siendo
de notar las soberbias cariátides doradas del segundo cuerpo, hijas
legitimas de las griegas. Pero todo lo pagano que allí puede ha-
EN LA CIUDAD DE TOLEDO. 87
ber, está redimido por el enorme Cristo dorado que remata ía ver-
ja, el cual resplandece allá arriba como una aparición ; y por un
extraño efecto de óptica , parece que se refleja en medio del espa-
cio, produciendo una ilusión luminosa aquel otro Cristo colosal
que termina el retablo mayor. Los pulpitos y la reja del coro (obra
de Céspedes), lo mismo que las hojas de la puerta de los Leones,
los atriles, el facistol y el pequeño altar de prima y todos los acce-
sorios del culto que hay en el centro del templo , son prodig-ios de
riqueza, de lujo, de arte exquisito y primorosa ejecución. Produc-
tos todos de imag-inaciones meridionales , llevan en sus infinitos
detalles el sello de una inagotable inventiva ; revelan un refina-
miento de costumbres y una cultura que no nos presenta el arte de
otras épocas más adelantadas ; y casi puede decirse que la índole
de su estilo les hace más propios de los palacios de los reyes, que
de aquel sitio donde la humildad debe tener su asiento, y debe la
modestia haber hecho su habitación. ¿Qué impresión produce el
coro de la Catedral de Toledo? ¿Sumerge el alma en la meditación,
incita al recogimiento y á esa suave melancolía que despiertan las
cosas santas? No ; porque es un alarde del lujo más deslumbrador,
es el mejor producto de un arte, no austero y recogido como el de
la Edad Media, sino magnífico, risueño, espléndido y feliz. La
multitud de figuras modeladas en un alabastro pastoso y más suave
que el mármol de Paros, ó talladas en una madera delicadísima y
fina, que el tiempo ha bruñido , dándole una suavidad y un tono
sumamente agradables ; las formas esbeltas paganas , esencial-
mente plásticas de la escultura de Berruguete y Borgoña; las en-
fáticas águilas que sostienen los libros de coro ; la elegancia sui
generis de las columnas de jaspe y de aquel vasto cuerpo arqui-
tectónico, de un colorido enteramente florentino; las piezas cince-
ladas de la reja, y por último, los desvergonzados monos que ha-
cen cabriolas en las sillas de los racioneros , dan á este recinto un
carácter mundano y regio á la vez ; que respira todo el sibaritismo
de las antiguas corporaciones capitulares , pero nada de la santa
unción y el grave recogimiento que el lugar requiere. Pero asi
andaban la religión y el arte en el Renacimiento. El arte desarro-
llado en la Edad Media por la protección de la Iglesia, siguió todas
las fases de la organización interior de esta y de todas las crisis
porque iba pasando. Fué ascético y grave cuando esta lo fué: su-
til y atrevido cuando esta lo fué; tuvo severidad y tristeza en tiem-
88 LAS GENERACIONES ARTÍSTICAS
po de las antiguas abadías; simbolismo y erudición en la edad de
las controversias y del furor dogmático; y cuando los cabildos
fueron poderes , y los capitulares opulentos , y el clero todo fué
amigo de las cosas bellas, epicúreo y sibarita, el arte, tomando del
paganismo todo lo que éste tenia de plástico y voluptuoso , se cu-
bre de galas, y apoderándose de las maderas finas, de los metales
preciosos, del marfil y de los jaspes más ricos, produce esa multi-
tud de bellezas que señalan las épocas de León X en Roma . de los
Médicis en Florencia y de Carlos V en España. El célebre coro es
una aglomeración sorprendente de magnificencias enteramente
mundanas, presentadas con un lujo insolente, con una belleza pro-
vocativa que embriaga los sentidos y llena el alma de alegría. En
la verja hay una lacónica é ingeniosa inscripción que manda ca-
llar y eantar á todo el que entre d^Víi.P salle et sile dice en una
sutil paradoja digna de servir de tema á unas cortes de amor, que-
riendo significar que alli deben olvidarse todas las cosas del mundo
para ocuparse sólo en alabar á Dios. Calderón escribió unos versos
muy conceptuosos sobre esta inscripción ; pero con todo su ingenio
no puede llenar de misticismo aquel recinto que infunde la felici-
dad en el espíritu , é inspira , en vez de mansedumbre y tristeza,
entusiasmo y orgullo.
Canta y calla dice aquel
mote, cuya soberana
inscripción, sacro buril
en grabado bronce estampa.
Canta y calla otra vez leo
y otra vez suspensa el alma
duda como se reduzca
á un precepto canta y calla.
X.
A pesar de que la arquitectura no tenía ya fuerza en el siglo XVI
para crear grandes cosas; aunque la raza de los templos colosales
había concluido, se hacen, sin embargo, edificios civiles y sobre
todo muchos de reconocida utilidad, como hospitales, asilos y ca-
sas de expósitos. Ya no es todo para la iglesia; y, aunque los reyes
y magnates han cogido para sí la parte principal del arte, siempre
queda algo para el pueblo . Toledo vio en aquel siglo elevarse tres
EN LA CIUDAD Díí TOLEDO. 89
monumentos de primer orden, dos de los cuales se debieron á la
piadosa y humanitaria devoción de dos ilustres arzobispos, el Car-
denal Mendoza y el Cardenal Tavera. En la iglesia metropolitana
la serie de prelados forma, con raras excepciones, una dinastia de
varones insignes tan ilustrados como virtuosos, que contribuyeron
mucho al esplendor de las artes y dotaron la ciudad de magnífi-
cos establecimientos de beneficencia. El Cardenal Mendoza fundó
el hospital de Santa Cruz, que es la más acabada muestra de ese
género de transición que enlaza las épocas gótica y del Renaci-
miento. El pórtico, el patio, la escalera son suntuosísimos; aque-
llos g-randes Cardenales, que gracias á sus enormes rentas podían
practicar la caridad con despilfarro, llenaban de maravillas del arte
los sitios destinados á la mendicidad; y no sabemos si en esto ha-
bía un desmedido orgullo ó la mansedumbre más ejemplar; lo cier-
to es que ellos cubrían de púrpura al pordiosero, como por una es-
pecie de compensación, y creían que la caridad no era completa
sino se hacía descender á las últimas capas sociales la suntuosi-
dad y belleza de que las superiores no podían prescindir en-
tonces.
Trazó el Hospital de la Cruz el célebre Egas, que había traba-
jado en la Catedral; y á pesar de que quiso producir una razona-
ble amalgama de la ojiva con la forma greco-romana, no pudo con-
seguirlo, resultando una gran confusión más bien que una grata
armonía. El pórtico, que es bastante bello, aspira á ser un cuerpo
proporcionado y medido según la disposición italiana; pero sus lí-
neas se quiebran, se dispersan, buscando la forma irregularmente
pintoresca del antiguo estilo: en vano quiere el artista asentar re-
posada y tranquilamente las columnas sobre sus bases: las colum-
nas, la cornisa, las archivoltas, el ático, son refractarios á las lí-
neas puras, á las disposiciones horizontales y verticales , amplías y
magestuosas; no pueden adaptarse á este rigorismo, y se retuercen
siguiéndola costumbre, buscan lo múltiple, lo incorrecto, lo des-
proporcionado, lo tortuoso. Así es que la célebre portada es una
obra confusa, que dista tanto del gótico como del Renacimiento;
que no es ninguna de estas cosas, ni las dos juntas. Hace presentir
el hermoso Plateresco de la puerta de la Presentación y del sepul-
cro de los Condes de Melito ; pero no tiene la pureza de tintas, ni
la elegancia pagana de la decoración que introdujo la escultura de
Berruguete. Entrando en el edificio, la confusión disminuye por-
90 LAS GENERACIONES ARTÍSTICAS
que la iglesia es de una forma orig-inalisima , tiene los cuatro ar-
cos torales del crucero góticos, y la escalera y el patio del Renaci-
miento, franco ya y descubierto.
El Alcázar, de época posterior, perteneciente al segundo tercio
del siglo, vale mucho más como obra de arte, pudiendo decirse
que es una de las más estupendas construcciones palacianas que
los autócratas de aquel tiempo dejaron en Europa. En él trabaja-
ron simultáneamente Covarrubias y Herrera, auxiliado el primero
por Francisco de Villalpando, talento tan general como Berruguete.
La fachada principal, concebida de muy distinto modo que la del
Hospital de Santa Cruz, ofrece en su conjunto la más acertada ar-
monía y una singular elegancia en los detalles: el gran arco de la
entrada con su frontón y sus dos gigantescos heraldos, la fila de
ventanas del piso principal, y sobre todo las del segundo, abiertas
en una faja almohadillada, sostenidas por columnas de balaustre,
presentan un aspecto suntuoso y rico, en armonía con los hábitos y
el carácter de su esclarecido fundador. Con estafachada, que tiene
no sé qué de español, tal vez por su pomposa arquitectura ó por
los recuerdos de una brillante época que despierta, contrasta la
posterior hecha por Herrera, menos elegante y orgullosa, pero tam-
bién muy bella, y mostrando ese sello especial de severidad y tris-
teza que dio á todas sus obras el arquitecto del Escorial. El patio
y la escalera del Alcázar nos son conocidos por las restauraciones
de Villanueva. Los continuos desastres que estas dos principales par-
tes del edificio han sufrido, hacen que sólo por presunción poda-
mos fijar su forma primitiva, muy semejante sin duda á las que
tienen después de la inteligente reparación que la época presente
está verificando alli. El patio como hoy le vemos, próximo á con-
cluirse, es una obra única en su género, un modelo imperecedero
cuya vista encanta y asombra por la elegancia sin igual del tra-
zado y la solidez y atrevimiento con que está construido. La esca-
lera es tal, que Carlos V decia que sólo se consideraba ser Rey de
España cuando estaba en ella. Sus proporciones son tan desmesu-
radas, que la célebre escalera del Escorial y la del palacio de Ma-
drid parecerían mezquinas á su lado: subiendo por ella, no hay
nadie que no sea un liliputiense, y más bien que para simples in-
dividuos parece hecha para un ejército. En todo esto se advierte
la prodigalidad caballeresca, la hospitalidad generosa, el lujo in-
telig-ente y el despilfarro artístico de aquel César, con cuya casa
EN LA CIUDAD DE TOLEDO. 91
contrasta bruscamente la enorme y gigantesca madriguera de Fe-
lipe II, el Escoria], cuyos recintos innumerables, exceptuando el
del templo, parecen no tener suficiente aire respirable, y en ellos
se ha obtenido la grandeza material por una multiplicación infinita
de la pequenez.
• El Hospital de Tavera es un poco posterior al Alcázar, y como
obra de la segunda mitad del siglo tiene cierto aspecto escurialen-
se. Aún no ha venido la total decadencia de las artes; pero en la
arquitectura especialmente se nota la tendencia á desechar todo lo
que pueda darle un carácter español. El reinado del Plateresco ha
sido muy efímero. El mencionado Hospital es notable por su do-
ble patio, formado de arcadas, algo parecidas á las del Alcázar: y
la iglesia seria una obra acabada en su género, si se hubiera em~
pleado en ella un material más artistico que el estuco. La piedra
ha huido ya para siempre, y empieza el periodo de esas iglesias de
ladrillos de que ha plagado á España el petulante y devoto si-
glo XVII. Lo maravilloso que encierra la iglesia del Hospital de
Tavera es el sepulcro de su fundador, obra maestra de Ber rugúete,
que hemos descrito.
Con este edificio concluye el periodo arquitectónico. Los edifi-
cios del Renacimiento , que mataron los vigorosos artes mozárabe
y ojival , concluyen también después de un periodo tan esplendo-
roso como breve : porque , como hemos dicho , la extraordinaria
fuerza , la inagotable inventiva , la elegancia de concepción del
Renacimiento se emplea principalmente en la escultura , en obras
complementarias y de ornato , y en esa multitud de artes del lujo
que cultivaron Borgoña, Villalpando, Vergara, Céspedes, Copin,
López de Arenas y otros muchos. Pero con la muerte de la arqui-
tectura coincidió el desarrollo de otro arte igualmente importante,
producto de una época de más refinadas costumbres , de más eru-
dición y mejor criterio, la pintura. Este arte, que tiene por edad
de oro en España el siglo que media entre Pablo de Céspedes y
Claudio Coello , tuvo en Toledo su escuela , alimentada por el pe-
dido de los conventos y la devoción de los grandes. Ya desde el
siglo XV otro Berruguete, padre del escultor, habia cultivado con
éxito la pintura , siendo de los primeros que pretendieron y divul-
garon el estilo ñor entino. Pero hasta que se acerca el siglo XVI,
en los dias en que la pintura espiraba en Italia con los Boloñeses y
los últimos Venecianos , no adquiere en España ese carácter nació-
92 LAS GENERACIONES ARTÍSTICAS
nal que tanto la distingue , dándole la misma importancia que en
la península vecina. Un extranjero contribuye á propagar en To-
ledo el nobilísimo arte ; y si él , por tener tantas extravagancias
como buenas cualidades , no puede crear verdadera escuela , sus
discípulos Trutan, Or rente y Maino producen obras que por su mé-
rito y homogeneidad pueden formarla. Ese extranjero que nombra-
mos, Domenico Theotocopuli, llamado el Greco , fué un artista de
genio, en quien los terribles efectos de una enajenación mental
oscurecieron las prendas de un Ticiano ó un Rubens. Una inven-
tiva inagotable, gran facilidad para componer, mano segura para
el dibujo , y á veces empleo exacto y justo del color y los tonos,
son las cualidades que se observan en sus primeras obras; pero
después , padeciendo la más lamentable aberración , el Greco se dio
á pintar con un falso color y una expresión imaginaria que marca
sus obras con un sello indeleble. Todos han visto sus figuras es-
cuálidas, terroríficas , sin sangre , ñacas y amarillas , con las cabe-
zas sepultadas en enormes gorgneras de encaje rizado : él percibió
un extraño ideal , y sin duda, extraviado por una obsesión, escla-
vo de una monomanía , llegó á ese período lamentable , en que es
tan original. Una obra maestra ha dejado Theotocopuli, obra en
que su extravagancia, todavía no muy pronunciada, aparece
oculta por bellezas de primer orden. Es el cuadro que se halla en
la iglesia de Sto. Tomé, y representa el entierro de D. Gonzalo
Ruiz de Toledo, Conde de Orgaz.
Aunque los discípulos del Greco no imitaron sus excentricida-
des, y produjeron hermosas obras, Toledo no puede apropiarse la
generación completa de la pintura española. Cultivada está en
todas las principales ciudades : no fué un arte nacional y caracte-
rístico , hasta que los Andaluces le infundieron su genio y le pu-
sieron el sello inmortal que todavía lleva.
El siglo XVII , que marca una atroz decadencia, así en política
como en artes, crea en Toledo , como en toda España , una multi-
tud de bárbaros é insustanciales conventos , creados por un fana-
tismo craso y una devoción poco ilustrada. Ya no se ponen al ser-
vicio del culto aquellas artes tan bellas, tan ingeniosas y ricas,
que fueron principal gala del siglo anterior. Se derriban palacios
mozárabes y del Renacimiento para erigir esos desapacibles con-
ventos de ladrillos, y esas casas de jesuítas, de que España está
llena. La arquitectura es cosa muerta ; y como por una especie de
EN LA CIUDAD DE TOLEDO. 93
ironia, nace de sus cenizas una vil parodia, una caricatura, una
burla, el churriguerismo, que pone su mano estúpida en todas las
grandes catedrales de España , y en la de Toledo hace el transpa-
rente, que es un padrón de ignominia.
Este estilo, que es la carencia completa de sentido común, lo ab-
surdo y lo necio , lo pedantesco y lo grosero aplicados á la arqui-
tectura , parece haber tomado por modelo de sus formas la prosaica
familia da los moluscos y toda la categoría de los mariscos. El tam-
bién se inspira en la naturaleza, y tiene por tipo el caracol. El
trasparente de la Catedral de Toledo parece una roca de mármol
cubierta de crustáceos de oro.
En el pasado siglo la restauración clásica trae consigo un deste-
llo de discreción y estilo en las muertas artes españolas. Pero la
arquitectura de Carlos III, que tiene no sé qué sello oficial y una
gran dosis de pedantería, hace, á pesar de su buena procedencia,
tan grandes estragos como el churriguerismo. Toca todas las vie-
jas catedrales, y en la de Toledo , más que en ninguna otra , deja
impresa la huella de su funesto paso , haciendo puertas y fronto-
nes de una pedantería clásica irresistible. El criterio artístico no
aparece hasta el presente siglo, que muy apto para apreciar y fijar
el mérito de las cosas antiguas, apenas puede restaurarlas y rara
vez imitarlas. Por lo demás, bastante funesto ha sido este siglo
para la ciudad ilustre, que vio bárbaramente destruidos por las
tropas francesas el Alcázar y el claustro de San Juan de los Reyes,
obras únicas en su clase ; y sólo en estos últimos tiempos la pre-
sente generación , inteligente é inspirada por un recto patriotismo,
sabe cuidar con amor las venerables ruinas del arte español. La
restauración de Santa Maria la Blanca, la de la Puerta del Sol,
la del Alcázar, la creación del Museo Provincial en lo que queda
de San Juan de los Reyes , son el mejor titulo de cultura de los
Toledanos del siglo XIX.
B. Pérez Galdós.
LA CRISIS DE ESPAÑA.
Toda la prensa periódica se ha ocupado de la abdicación de la
última Reina de España en su hijo D. Alfonso, concediendo unos
al acto grande importancia, negándosela otros, éstos suponiéndolo
tardío, aquellos prematuro, y examinando todos esta solución á la
ardua crisis que atraviesa el país, según el prisma de sus afectos
particulares, no desde la altura de los grandes y permanentes in-
tereses de la patria. Arrebatados también nosotros por el ardiente
torbellino de la política , actores bien que insignificantes en este
drama revolucionario que, ahora apuntando heroísmos, ahora des-
cubriendo miserias, se acerca á su desenlace, es posible que la pa-
sión nos extravie; pero en todo caso, si hay extravío, será involun-
tario , porque inspirados en el santo amor de la patria , hace ya
tiempo que estamos acostumbrados á prescindir de toda pretensión
individual y de todo ínteres de partido, que tanto pervierten y vi-
cian la inteligencia y el sentido moral de nuestros hombres pú-
blicos. Intentaremos examinar con verdadera imparcialidad , sin
amor y sin odio (sine ira et studio, como decía el gran historiador
romano), la abdicación de la Reina Isabel ó sea la candidatura del
Príncipe Alfonso, ó por mejor decir, la actual situación política de
nuestra patria, pensando que los momentos son tan solemnes para
todos, que para salvar el honor ante sus contemporáneos , aun los
hombres más oscuros que toman parte en la vida pública, necesi-
tan descargar su conciencia diciendo toda la verdad sin las vagas
nebulosidades que quieren pasar por salvaguardia del decoro y no
son más que la egoista espectacion del dudoso porvenir.
LA CRISIS DE ESPAÑA. 95
I
Es una dinastía, como recordamos haber leido en un publicista
contemporáneo, el resultado del matrimonio que celebra un es-
tado con una familia, estado que sólo asi se manifiesta , declara y
afirma en la prolongación del tiempo , familia en quien se encar-
nan el genio y los intereses de la nación, y que se compromete por
el contrato de boda á no tener ningún interés distinto del país que
está llamada á gobernar. Mientras una dinastía representa el ca-
rácter , las necesidades , las aspiraciones de la nación con que se
desposara, hay paz, hay armonía, hay bienandanza en el matri-
monio, respeto y entusiasmo para la familia regia , tranquilidad y
obediencia en los pueblos ; pero cuando esa familia deja de ser un
instrumento de progreso por no acomodarse al espíritu del siglo en
que vive, ó por no comprender el carácter de la nación que go-
bierna, poco á poco se hace el vacío alrededor del trono, y hoy
unas , mañana otras clases , ayer estos , hoy aquellos partidos van
estableciendo su incompatibilidad con la familia reinante , hasta
que por fin la nación se pronuncia por el divorcio definitivo. Un
rey como Enrique el Impotente de España ó como Luis XV de
Francia , dominarán en una corte de disolutos , pero preparan ó
determinan el divorcio de la nación con su descendencia. Un rey
como Jacobo II de Inglaterra, ó como Carlos X el de las Ordenan-
zas, dominarán en el seno de las congregaciones ó en una corte
de fanáticos, pero llega un dia en que los pueblos, á cuyo frente
los colocara la Providencia , viéndose contrariados en sus senti-
mientos, en sus necesidades, en sus aspiraciones , apelan al divor^
ció con las dinastías que los gobiernan. Claro es que, siendo las re-
voluciones para los pueblos peligrosas enfermedades , crisis agudas
que los organismos sociales pobres y enfermos, no pueden siempre
resistir para recobrar la salud , ni pueden ni deben apelar á esos
divorcios con las familias reinantes, sin apurar antes la paciencia
en largos , en dolorosos , en interminables dias de sufrimiento , y
aun para pronunciarse resueltamente por la separación es nece-
sario pesar con frialdad y madurez los inconvenientes y las venta-
jas de este acto supremo , porque podría ser que los resultados de
la separación definitiva fueran peores que los sufrimientos que
96 LA CRÍSIS de ESPAÑA.
siempre acompañan á un matrimonio desdichado. Asi, por ejem-
plo, la Hungria separada del Austria, es una nación que no resiste
la propaganda panslavista y viene á ser absorbida por la Rusia
como un arroyuelo por el gran Océano; comprendiendo lo cual uno
de los patriotas más puros y más austeros, el Conde Emil De~
senwffy, cuando la Hungria celebraba como victorias las contrarie-
dades que los Hapsburgos encontraban en Alemania y en Italia,
decia siempre á los Magyares : «Cuando un marido y una mujer
no pueden divorciarse, lo más cuerdo es buscar el modo de tole-
rarse mutuamente», consejo que en definitiva han venido á seguir
los Magyares y que les ha sugerido el modus vivendi de hoy, que
les asegura su libertad , su autonomía y el desenvolvimiento de su
bienestar material. Asi también España, después de haber pasado
por los dias calamitosos y afrentosos de Carlos IV y de Fernan-
do VII en su matrimonio con la dinastía de Borbon , derramó in-
mensos tesoros y ríos de sangre por asentar la corona en las sienes
de la Reina Isabel, y así, por último, aun después de las tristezas y
desengaños del reinado de esta última Señora para la España libe-
ral, aun después de las acusaciones que todos los partidos y sus
personajes más importantes , contando con los partidos y con los
personajes más conservadores desde Doña María Cristina hasta el
Duque de Tetuan, habían dirigido á la Reina Isabel directa ó in-
directamente, los hombres de Estado podían pensar, considerando
los riesgos de una revolución , que se sabe dónde empieza , pero
no dónde acaba, considerando los anchos y peligrosos horizontes
que abre á lo desconocido, sobre todo en nuestro siglo de crítica
tan audaz y de experimentos tan temerarios, considerando, en fin,
la brecha terrible que practica en la institución monárquica la in-
terrupción violenta de la legitimidad dinástica, los hombres de Es-
tado, repetimos, podían pensar, podían dudar si el divorcio debía
consumarse por completo, y sí al derribar á Doña Isabel II nc sería
conveniente levantar sobre el pavés á D. Alfonso XII, si al repu-
diar á la madre no hubiera podido ser patriótico sostener y amparar
al hijo. De esta manera pensaba el inmortal O'Donnell, alma tan
llena de patriotismo , á quien sus contemporáneos , convertidos en
posteridad por su muerte , hacen ya justicia y en rededor del cual
tendía á agruparse la España liberal de entonces , empezando por
el Sr. Conde de Reus, de lo que se vieron algunos claros síntomas
en la misma expatriación ; de esta manera , decimos , pensaba
LA CRISIS DE ESPAÑA. 97
O'Donnell que acaso no tradujo á vias de hecho este su pensa-
miento, ora por el miedo que tenia á la menor edad del Príncipe
Alfonso, ora porque, escarmentado con la experiencia de la Re-
gencia del Duque de la Victoria, tanto porque no se le imputasen
ambiciones bastardas , vacilase en la forma que debia revestir el
poder supremo, bien que á lo último se inclinara á que ejerciera
la Regencia un varón tan eminente, tan honrado y tan puro como
el Sr. Luzuriaga. Es posible también que, por iguales consideracio-
nes y por lo que debian á la dinastía caida , algunas dudas en este
sentido cruzaran vaga y confusamente por la mente y por la con-
ciencia del Sr. Conde de Reus y del Sr. Brigadier Topete abordo de
la Zaragoza^ y por lamente y por la conciencia delSr. Duque de la
Torre antes deque empezaran á hablar los cañones deÁlcolea; pero
existieran ó nó esas dudas, lo que para nosotros es incuestionable y
tenemos por incuestionable ya para la historia es que, dados los pre-
cedentes que enjendraron la Revolución de Setiembre, así que se pre-
sentó ésta en escena con los bríos y pujanza que tuvo desde sus
comienzos en las aguas de Cádiz, é instantáneamente en todos los
distritos militares de Andalucía y demás departamentos marítimos
de la Península, todos los amigos leales de la dinastía debieron de
aconsejar á la Reina la abdicación. El grande, el inmenso error
del Sr. Marqués de la Habana, al sustituir al Sr. González Brabo
en la Presidencia del Consejo de Ministros en trance tan supremo,
fué creer que su misión era exclusiva ó principalmente militar,
cuando debia de ser principal ó exclusivamente política. Podía ha-
cerse ilusiones respecto á la posibilidad y á la facilidad de consti-
tuir cuerpos de ejército con las debidas dotaciones de todas armas
para vencer en una serie de batallas y de encuentros al ejército su-
blevado de Andalucía, alimentado por dos distritos militares de
tanta importancia como Sevilla y Granada, por los inagotables re-
cursos del Arsenal de la Carraca, de la maestranza de Sevilla, de
la veterana guarnición de Ceuta, por el espíritu y entusiasmo de
las poblaciones y por el renombre y fama de los generales puestos
al frente del movimiento; podia creer que no fuera completamente
estéril el brillante heroísmo del Sr. Marqués de Novaliches y es-
perar que el laurel de la victoria coronase sus esfuerzos en los cam-
pos de Alcolea; pero ¿y después? ¿Cómo se concluía la guerra ci-
vil encendida por los cuatro ángulos del país? ¿Cómo se aniquila-
ba el movimiento en todas partes y se vencían todas las resisten -
TOMO XV. 7
98 LA CRÍSÍS DE ESPAÑA.
cias? ¿Cómo se atacaba aquella su indestructible y flotante base
de operaciones que se llamaba la escuadra? El Brigadier Topete,
verbo creador de la Revolución de Setiembre, y hacia el cual tiene
la revolución tales deudas que sólo con el desvio y con la ingrati-
tud puede pagarle; el Brigadier Topete dio al movimiento de Se-
tiembre una base, un elemento que le aseguraba el triunfo en todos
los casos. Aun con fortuna los últimos defensores de la Reina Isa-
bel , aun ayudado de la fortuna el valeroso Novaliches, aquella
contienda, aquel formidable comienzo de guerra civil tenia que
acabar por un convenio, y el primer capitulo de ese pacto no podía
ser otro que la abdicación de la madre en favor de su hijo. EJ se-
ñor Marqués de la Habana, para hacerse cargo de una situación
tan comprometida, debió imponer como condición á su Soberana
el sacrificio de la abdicación, ¿qué decimos sacrificio? debió acon-
sejar á la madre la única manera de poder conservar la vacilante
corona de su cabeza sobre las sienes del hijo. No hacia falta el
militar ni hacía falta el caballero al lado de la Reina, cuando otros
la abandonaban: hacia falta el hombre de Estado que, apoderándose
y apoyándose en la abdicación, hubiera procurado evitar á toda
costa el derramamiento de la siempre inútil sangre de la ba-
talla de Alcoiea, mucho más porque al Sr. Marqués de la Ha-
bana no se podían ocultar las escasas simpatías de la Reina en el
país y en los partidos , cuando el moderado, que tardíamente ha
consejado y celebra la abdicación en estos momentos, fué si pri-
mero en descubrir los misterios de Palacio allá en los tiempos del
Ministerio puritano, cuando la Union liberal había quemado com-
pletamente sus naves con Doña Isabel II y cuando los progresistas,
mucho tiempo há, venían luchando á la sombra de la bandera de
los obstáculos tradicionales. Sí: el Sr. Marqués de la Habana,
comprendiendo la gravedad de la situación, la angustia del tiem-
po, la infausta suerte de la familia reinante después de una batalla
perdida, no debió venir á Madrid á hacerse cargo del Gobierno sino
con el acta de abdicación de la reina en su cartera. Si pensó en ha-
cer esta política, no se atrevió ó no pudo realizarla, y la Reina Isa-
bel, después de la batalla de Alcoiea, tuvo que atravesar tristemente
el Vidasoa, considerando definitivamente perdida su causa y te-
miendo quizá que la España revolucionaria levantase sobre el pa-
vés á la que ella habia proscrito, como Enrique IV proscribió á
Isabel la Católica, a la que su mismo gobierno habia presentado
LA CRISIS DE ESPAÑA. 99
como bandera del movimiento y que tantos ejemplos de virtud, de
patriotismo y de valor habia dado siempre en su austero retiro de
Sevilla.
11.
La revolucien triunfaba en toda la linea con inconcebible faci-
lidad, con portentosa rapidez. Era preciso no perder el tiempo,
aprovechar la victoria , salir del caos , regularizar su curso , cris-
talizar aquella materia cósmica, dar formas á la revolución triun-
fante.
Nosotros confesamos ingenuamente que, ó no sabemos lo que la
palabra revolución significa, ó significa rapidez de procedimientos,
abreviación de trámites , condensación del tiempo , esto es , actos
de fuerza que resuelvan en un minuto problemas preparados de si-
glos , ó que piden siglos de preparación , soluciones rápidas y ful-
minantes que da la fuerza á situaciones insolubles por los cami-
nos lentos de la ley ; crisis agudas en que se resuelven todos los
males crónicos de un país que pueden traer la muerte al orga-
nismo social , es cierto , pero que pueden y deben servir para ex-
peler todas las ruindades , todos los elementos morbosos que lo vi-
cian, devolviendo de esta manera la salud , la plenitud de salud á
veces, al organismo enfermo. Indudablemente que si este procedi-
miento habia que aplicarlo á la solución de todos los problemas que
la revolución se planteaba ó encontraba planteados, habia que
aplicarlo necesariamente y en primer término á dos grandes
cuestiones , la cuestión de Hacienda y la cuestión Dinástica , que
para la Revolución de Setiembre constituyen el enigma fatal de la
esfinge griega.
Para nada tenemos que ocuparnos en este estudio de la cuestión
de Hacienda, que por no haberse resuelto con el criterio revolu-
cionario en los primeros momentos, no podrá resolverse ya en nues-
tra pobre opinión sino á la sombra de un poder fuerte, que no será
ciertamente el flaco y enfermizo poder que emana de una Regen-
cia interina. Queremos sólo ocuparnos de la cuestión Monárquica,
y decimos que esta cuestión de1)ia resolverse con rapidez por varias
y capitalisimas consideraciones que vamos á enunciar. Si se que-
ria que el nuevo rey tuviese el glorioso bautismo , toda la popula-
ridad de la revolución; si se queria no galvanizar, no dar fuerzas
100 La CRÍSIS de ESPAÑA.
al monstruo de lo pasado, que es el absolutismo, todavía con gran-
des raíces en España; no despertar, no dar fuerzas al monstruo del
porvenir, el socialismo, cobijado bajo la riente y deslumbradora
enseña republicana , ya con grandes masas , con esas masas que
piden, más que derechos políticos, política socialista, que se tra-
duce en un bienestar material; si se quería dar á la nueva cons-
trucción política que íbamos á levantar el asiento seguro , la base
firme, anchurosa y estable de la propiedad, del comercio, de la ri-
queza, de la industria, de la aristocracia (en el alto y social y filo-
sófico sentido de la palabra) para no herir ó ahuyentar á estas cla-
ses que no quieren gobernar, pero sin las que no gobierna ningún
Gobierno; si se querían prevenir complicaciones diplomáticas; si se
quería evitar que , pasada la efusión de los primeros momentos,
evaporado el entusiasmo de los primeros instantes, cada partido de
los coaligados en la revolución tirase por su lado , y en vez de
aceptar todos juntos una solución de interés nacional, buscase ca-
da uno por sí solo una solución de ínteres exclusivo ; si se quería
ocurrir con oportunidad y con fortuna al eterno conflicto y á la
mancha eterna de todas las revoluciones españolas en el presente
siglo, que siempre han coincidido con tempestades y mutilaciones
de territorio en las Américas , era de todo punto necesario pensar
en <5onstruir de prisa, muy de prisa, la nueva monarquía.
¿Por qué no se hizo así?
Habia una candidatura lógica , natural y legítima para la Re-
volución de Setiembre. El instinto público colocaba enfrente del
palacio de Madrid el palacio de San Telmo de Sevilla. Escritores
de todos los matices liberales al nombré del Rey consorte oponían
el nombre del marido de Doña María Luisa Fernanda para presi-
dir una reunión literaria que se celebraba en los salones del Ate-
neo. El mismo Gobierno y la Reina misma, empujados por esa fa-
talidad que persigue á los poderes que están condenados á perdi-
ción, proscribiendo á los Duques de Montpensier por sospechas de
complicidad can los revolucionarios, daban á los revolucionarios la
bandera dinástica que podía faltarles. Ilustres proscritos autoriza-
ban á correligionarios suyos para que conferenciaran respecto de
esta candidatura con representantes de otras parcialidades. Por
tradición, por convicción, por ínteres, por previsión, representaba
esa candidatura la libertad. Representaba dentro de la Revolución
el valladar á la restauración Personificaba la virtud. Significaba
LA CRÍSiS DE ESPAÑA. 101
el conocimiento profundo del pais, de sus hombres, de sus necesi-
dades, de sus intereses. Ofrecía dentro de la legitimidad fortisimos
asideros para salir al encuentro de oficiosas dificultades diplomáti-
cas en el exterior, y para tranquilizar escrúpulos legítimos de in-
tereses y de clases de gran fuerza en el interior. La Asamblea, las
Cortes constituyentes, la Convención española que se reuniese
en 1868 podia imitar la conducta del Parlamento inglés, que hace
dos siglos, en 1668 cabalmente, verificó un fecundo cambio de di-
nastía sólo con declarar que «habiendo el rey Jacobo abandonado
el reino con su hijo,» ni más ni menos que como lo hizo la Reina
Isabel al pasar el Vidasoa, « el Principe y la Princesa de Orange
serian proclamados Rey y Reina, »]como lo hubieran podido y de-
bido ser los Duques de Montpensier.
Pero seamos completamente justos: no se hizo así, no tanto por
prevención ó desvío de la emigración revolucionaria que se pre-
sentó en Cádiz , cuanto por delicadezas y sentimentalismos de los
factores más importantes de aquel movimiento. Don Antonio de
Orleans, dejando á su mujer en Lisboa, como Guillermo de Orange
dejó en Holanda á María Estuarda cuando se embarcó para In-
glaterra, pudo y debió estar á bordo de la escuadra, como más tar-
de pudo y debió estar en Alcolea. Topete, el héroe de Cádiz, Ser-
rano, el héroe de Alcolea, pensaban en esa solución, y cierta-
mente que los que aceptaban con agradecimiento los auxilios de
los emisarios de aquel Príncipe, habrían recibido con mayor gusto
al Príncipe mismo que los enviaba. No tenía el Duque de Mont-
pensier ninguna consideración que guardar ya á la Reina Isabel,
que lo trataba como extraño y lo proscribía como enemigo, y una
vez al frente del movimiento nacional aquel Príncipe, los aconte-
cimientos se habrían desarrollado lógicamente como en la revolu-
ción inglesa de 1668 , y no á la sombra de un poder provisional
que en nada prejuzgase la definitiva forma de gobierno, y que po-
dia dar á nuestro movimiento algo del peligroso carácter que tuvo
la crísio de Francia en 1848, en que el poder que se improvisó en
la Asamblea para inspirar confianza al pueblo y no prejuzgar si
era la república ó si era la monarquía la que debía proclamarse,
empezaba por enterrar la candidatura del Conde de París, y abría
los horizontes de lo desconocido á todas las utopias y á todas las
ambiciones de la Francia.
Sabemos que no fué culpa del ilustre Príncipe á quien nos refe -
102 LA CRISIS DE ESPAÑA.
rimos, su ausencia de Cádiz y su ausencia de Alcolea. Nobles y
generosas susceptibilidades de los más nobles y generosos de sus
amigos, le inspiraron ó le impusieron ese retraimiento aparente,
funesto á la candidatura más natural dentro de la Revolución, y
Dios quiera que no lo sea también para la Revolución misma.
x\sí han trascurrido cerca de dos anos, sin que la Revolución
haya llegado á su término. Se ha proclamado la Monarquía en
la Constitución , pero no se la ha realizado en los hechos por
medio de una afirmación dinástica. Los enemigos de la Revolu-
ción, que ella abatiera en el momento de su explosión magnifica,
se han rehecho y se presentan ensoberbecidos en la arena del com-
bate. Se ha resucitado á los absolutistas y se ha dado vida á los
republicanos. Todos ellos disparan sin piedad todas sus baterías
sobre la candidatura revolucionaria, y aflojados los lazos que unían
á los elementos que entraron en la Revolución, los hay que ayudan
desesperadamente en su obra demoledora á los enemigos comunes:
fuera de que, sin considerar una ley constante de la ñaca natura-
leza del hombre, que lo hace soberbio en la fortuna y humilde y
contemporizador en la desgracia, hay que tener en cuenta que se
han fortalecido los grupos ó parcialidades, débiles en el comienzo
de la Revolución, al compás que se han debilitado las parcialidades
ó grupos que eran fuertes en el momento de su estallido, y hoy no
tienen fuerza para imponer ninguna solución ó imprimir una di-
rección á los sucesos.
Asi la crisis española ve pasar los dias, los meses, los años, y no
halla su desenlace, cuando ciertamente nosotros podíamos lison-
jearnos de no encontrar las dificultades de los Ingleses en 1668, de
los Franceses en 1830, de los Belgas en la misma época, de los
Griegos en 1862. Abandona Jacobo II las costas de Inglaterra hacia
fines de 1668, y las Cámaras juran en los primeros dias del siguien-
te Febrero á Guillermo y á María por reyes, sin preocuparse de las
hostilidades de la Francia, entonces gobernada por el Monarca os-
tentoso que decía: El Estado soy yo; que tenía en sus manos un
poder como no ha tenido ningún Soberano de Francia, ni Napo-
león ni siquiera, aun en los dias de su omnipotente é irresistible
dictadura, no ya actualmente, en que tiene que acomodarse, bien
que mal, á la voluntad de las Cámaras. Las jornadas de Julio en
Francia acabaron con el mes, y en la sesión permanente celebrada
por la Cámara de Di])utados desde el 7 al 9 de Agosto, se eligió rey
LA CRT'sIS de ESPAÑA, 103
á Luis Felipe, sin emplearse más que nueve días en reformar pro-
funda y radicalmente la Constitución, y elegir rey á aquel Princi-
pe, que equivalia á romper los tratados de 1815y ádar un tremendo
bofetón á toda Europa, quehabia restaurado á los Borbones, enlaza-
dos con casi todas las familias reinantes entonces. La insurrección de
Bruselas se verificó el 25 de Agosto de 1830, y á pesar de que aque-
llos revolucionarios tenian que crear un Reino, un Rey y una Cons-
titución, contra la Holanda, toda ella puesta en armas, contra gran
parte de la diplomacia europea, contra la intriga, que buscaba la
anexión de Bélgica á la Francia, y contra las divisiones intestinas de
los partidos rivales, en 3 de Febrero del año siguiente estaba hecha
la Constitución (que no ha sufrido después reformas ensenciales),y
elegido rey el Duque de Nemours en segundo escrutinio : de modo
que, no habiendo éste aceptado, eligieron á Leopoldo de Sajonia-
Coburgo en 4 de Junio inmediato, y en nueve meses y diez dias
eligieron dos soberanos, crearon el reino, elaboraron su Código
político y afirmaron su dinastía. La misma Grecia, cuando destro-
nó á su Rey Othon, en Octubre de 1862, ha tenido más fortuna que
nosotros; y á pesar de que Rusia tuvo buen cuidado de recordar á
la Gran Bretaña los compromisos de los tratados de 1830, que es-
tipulan que las dinastías de las tres potencias protectoras de Gre-
cia serán excluidas del nuevo trono, considerando como nula toda
elevación eventual del Príncipe Alfredo ó del Duque de Leusch-
temberg á aquel solio, el pueblo heleno, llamado á pronunciarse
por sufragio universal en esta cuestión, en 5 de Diciembre elige al
primero de dichos Príncipes y es proclamado rey constitucional;
bien que luego, cuando el Principe Alfredo no aceptó, por oponer-
se á ello los tratados de 1830, la Asamblea nacional de Grecia elige
Rey, en 30 de Marzo de 1863, al Principe Guillermo de Scheles-
wig-Holstein-Sonderbourg-Glucksbourg, con el nombre de Jorge I:
de modo que, desde el 24 de Octubre de 1862 hasta el 30 de Marzo
de 1863, ó sea en el espacio de cinco meses y siete dias, eligieron
los Griegos dos reyes, contra lo convenido en los tratados de 1830,
contra la voluntad de Austria, que en circular diplomática de 14
de Diciembre de 1862, firmada por el Conde Rechberg, se declara-
ba abiertamente por el Rey Othon y su familia; contra la Baviera,
que en circular de 12 de Abril de 1863 protestaba contra todo per-
juicio de los derechos de la dinastía bávara al trono de Grecia, y
contra la misma actitud de las potencias protectoras, Inglaterra,
104 LA CRISIS DE ESPAÑA.
Francia y Rusia, que hasta el protocolo de 27 de Mayo de 1863 no
hablan declarado vacante el trono de Grecia, y hasta el 13 de Julio
del mismo año no reconocieron la elección de Jorge I.
No ha tenido la Revolución española de 1868 la habilidad ó la
fortuna que tuvieron las revoluciones dinásticas que rápidamente
acabamos de exponer, y por eso nuestra Revolución vive en una
continua fiebre y se halla amenazada en estos momentos de pere-
cer por consunción é impotencia. Verdad es que hemos pedido una
vez, por lo menos, solución para nuestra crisis á la Casa de Bra-
ganza y dos á la Casa de Saboya; pero ni en Portug-al, ni en Ita-
lia, ni acaso en Alemania, á cuyas puertas quizás se haya llamado
también, se ha atendido á nuestro ruego.
Estudiemos el fracaso de estas tentativas.
III.
Hállase al frente de los destinos de la Francia un Soberano ilus-
tre, que está ya en el último tercio de su atropellada y tempestuosa
existencia, que sólo tiene hoy la natural preocupación de trasmi-
tir la Corona imperial á su hijo. Cree Luis Napoleón que, elevados
los Duques de Montpensier al Trono de España, nuestro país se
convertirla en un foco activo de intrigas orleanistas contra la di-
nastía de los Bonapartes , cuando , prescindiendo de que no seria
ésta la mejor manera de cimentar el nuevo Trono , ni tolerarla la
Nación española semejante política, para nosotros es indudable
que un Orleans proclamado rey de España , significaría Europa
toda procurando arraigar la actual dinastía en Francia para evitar
que ambas Coronas viniesen á recaer en Príncipes de la casa de
Orleans , como es indudable que de asentar su planta en las Tu-
llerias el Conde de París , sería punto menos que irresistible la
candidatura del Duque de Montpensier para ocupar el trono de
San Fernando. Partiendo de esta creencia Luis Napoleón no
oculta su desagrado ante la posibilidad de que triunfe entre noso-
tros la candidatura Montpensier , y ya que ho}^ una diplomacia
diligente y astuta se vede los ruines medios de corrupción y de
intriga á que en un país tan dividido como el nuestro por las pa-
siones políticas podia apelar un soberano con los inmensos é in-
agotables recursos del César francés , es indudable que hay mu-
LA CRISIS DE ESPAÑA. 105
chos políticos honrados y sinceros entre nosotros, que temen los
eternos conflictos que dicha candidatura nos suscitaría con el Im-
perio vecino, faltos de aquella virilidad con que la Nación inglesa
de Guillermo de Orange se puso en frente de Luís XIV, ó con que
la Francia rasgó los tratados de 1815 en 1830 , ó con que la Bél-
gica resistió á la Holanda y se sobrepuso á otras dificultades di-
plomáticas, ó con que la degenerada Grecia, de hace seis años,
desafió todo el poder del Austria y de la Baviera , y todo el des-
agrado de las potencias protectoras y creadoras de aquel reino
al elevar sobre el respectivo pavés nuevas dinastías.
Pero si nuestro Gobierno, haciendo caso omiso de la candidatura
Montpensier, y patrióticamente atraído y fascinado por otros idea-
les, se fija en un Príncipe de la casa de Braganza para ocupar el
trono español, áfin de que, contando con la; fecunda colaboración
del tiempo, pueda realizarse la obra de la naturaleza, que la política
ha impedido hasta el día, haciendo una sola nación de estas dos na-
ciones mutiladas que se extienden al pié de los Pirineos, tiene que
tropezar necesariamente con la mano invisible de la diplomacia na-
poleónica que, harto ha sufrido con la creación de la unidad itálica
y de la unidad teutónica , surgidas de dos errores de la política per-
sonal del Emperador, para que consienta la creación de la tercera
unidad ibérica, enlos momentos en que más necesita Napoleón hala-
gar el orgullo francés para no atraer sobre su rázalos rayos de so-
berana elocuencia que M. Thiers ha fulminado contra la política
exterior del segundo Imperio, así en Alemania como en Italia. De
la misma manera si nuestro Gobierno, frustrado en sus pretensio-
nes portuguesas , pide á la casa de Saboya , varonil , ilustrada,
liberal, batalladora, un Príncipe experimentado y digno como el
Duque de Aosta, se encuentra con una negativa humillante, acaso
porque Francia teme también que la casa de Saboya, dominando á
la vez en la Península Itálica y en la Península Ibérica, constituya
un peligro para el Imperio en las desconocidas eventualidades de
la política europea, y haga uso del natural ascendiente que debe de
ejercer en la Corte de Florencia por los servicios que le ha prestado
y puede aún prestar , mientras la unidad itálica en parte esté
amenazada y en parte no concluida.
Es más. La candidatura del Duque de Genova, que tanto llegó
á prosperar en las regiones oficiales y parlamentarias de la Nación
española , abortó brusca é impensadamente en los momentos en
106 LA CUÍSIS DE ESPAÑA.
que sus partidarios se hacían más ilusiones, sin que basta ahora
se haya explicado ese fracaso de una manera plausible y satisfac-
toria. La leyenda sentimental y melancólica de que ha hablado ya
dos veces el Sr. Presidente del Consejo de Ministros en sesión pú>
blica de las Cortes; aquellas misteriosas palabras dirigidas, no sa-
bemos por quién, á la madre del Duque de Genova: Madame,priez
pour votre enfant ; la habilidad de los ag-entes de otros candidatos
para hacer desistir al sobrino del Rey de Italia, no tienen fuerza y
eficacia bastante para imponerse á entendimientos fríos y severos
como explicación decisiva de este hondo secreto de Estado. Acaso
no fuera temerario creer, que si la candidatura del Duque de Ge-
nova fracasó tan inopinadamente fué, porque sobre representar
para la Francia lo que hemos dicho de la del Duque de Aosta, y lo
que puede deci'se de toda candidatura italiana, tenia la particu-
laridad, por la edad del candidato, de poderse enlazar con la fa-
milia de Orleans española, por medio de un matrimonio, y hasta
por medio de la Regencia, como lo dieron á entender influencias
poderosas de esta situación, que se preocupan hondamente del bien
público y del porvenir de la revolución, y claro es que estas pers-
pectivas debian poner en guardia á las Tullerias.
Quizás el Gobierno español haya hecho tentativas cerca de al-
gunas cortes alemanas para coronar el edificio revolucionario , y
acaso en estos momentos tenga trabajos'pendientes con este objeto
Por nuestra parte, consignamos que no veríamos mal al vencedor
de Sadowa ocupando el solio español , y que la animosa empresa
de constituir y encaminar á nuestro pueblo en la presente crisis,
podia ser encomendada con fruto á un principe de esa raza teu-
tónica tan paciente como valerosa, tan valerosa como ilustrada.
Pero no nos hagamos ilusiones : un principe alemán , un principe
enlazado con la dinastía prusiana, dadas las condiciones del equi-
librio europeo, el antagonismo de Francia y Prusia, arrancarla
un rugido de cólera en las Tullerias y nos suscitarla conflictos
diplomáticos de primer orden , cuando no fuera la chispa que en-
cendiera la conflagración general en Europa.
Resulta, pues, que por parte de Francia, siempre se nos presen-
tarán inconvenientes cuando para ocupar el trono de San Fernan-
do pidamos un Principe á la casa de Orleans ó á la de Saboya ó á
la de Braganza ó á alguna de las familias reinantes en Alemania,
y que la Revolución de Setiembre, bajo el punto de vista monárqui-
LA CRÍSIS DE ESPAÑA. 107
co, no tiene más remedio que ó prolongar indefinidamente la ver-
gonzosa interinidad, en que hoy agoniza más bien que vive, ó
acogerse á la candidatura del Principe Alfonso, que es el candida-
to délas Tullerias, el huésped y el amigo del Principe imperial,
que tiene en su favor todos los sentimientos del corazón de aquella
corte, para facilitar cuyo triunfo se pensó en enviar aquí al hábil
Vizconde de Lagueroniere como Embajador, y acaba de abdicar la
Reina en el palacio de Basilewski, siguiendo los consejos de Na-
poleón, según han dicho los periódicos, á la manera que sus ante-
pasados, allá en el castillo de Marrac en los alrededores de Bayona,
deponían la corona de España arrastrándose á las plantas del fun-
dador de la dinastia de los Bonapartes.
Ahora bien, hay que buscar una solución monárquica á toda
costa, arrostrando el desagrado de esta ó de aquella corte extran-
jera, porque la interinidad es una sangría abierta á la vida y á la
honra de la patria y de la revolución, y el Principe Alfonso ahora
ya es una gran desdicha y una gran vergüenza para la revolución
y para la patria, como sin mucho esfuerzo lo conseguiremos de-
mostrar.
IV.
Muchas y bellas cosas se han dicho y se han escrito contra la
interinidad á estas horas, y todas ellas con razón, porque difícil-
mente se encontrará nada mas fértil en lástimas y miserias como
el raro sistema de Gobierno, desconocido en Europa é importado
del África vecina, en donde son bien conocidas las Regencias de
Túnez y de Trípoli, que hoy impera en España. Y estas lástimas,
estas miserias aumentarán de dia en día, porque la interinidad
significa envilecimiento de los valores públicos, pánico y absentis-
mo del capital, parálisis de la industria y el comercio, ruina de la
Hacienda, intermitencias de guerras civiles , anarquía crónica, el
espectáculo de Madrid en ruinas, el espectáculo de las provincias
en disolución, necesidad de transigir con todos los elementos pu-
ros ó impuros que estén ó vengan á la situación, impotencia del
Gobierno para cortarse las escrecencias que le hayan salido, para
desprenderse de esos expósitos de la inteligencia y de la fortuna
que constituyen con su lujo inverisímil ó con el lujo inverisímil
de sus familias una especie de embarazo gástrico en las personas
108 L\ CRÍSI8 T)E RSPAÑA.
dig-nas que aún aman la revolución, autorizando esas acusaciones
anónimas de inmoralidad que se oyen en las conversaciones priva-
das y apuntan vagamente en los periódicos; interinidad significa
ineficacia del proselitismo revolucionario en el circulo de las per-
sonas honradas, una situación sin desenlace legal, una situación
con los sangrientos horizontes del caudillaje americano por único
porvenir; interinidad significa continuación ó renovación de nues-
tra guerra en Cuba, pérdida definitiva de las Antillas; interinidad,
en fin, significa que si la Revolución de Setiembre, como todas las
revoluciones, según queda atrás dicho, era una crisis aguda y
fulminante de la que podia salir regenerada ó muerta la España,
quiere decir que ha resultado el cadáver de la gran nación espa-
ñola, muerta por consunción, sin gloria y sin grandeza; sobre cuyo
cadáver vendrán á hacer presa los buitres politicos, Césares de
aventuras, dictadores de pacotilla, que no sienten removerse sus
entrañas con los quejidos lastimeros de la patria moribunda, sino
que hacen su negocio y satisfacen sus concupiscencias en medio
de los pueblos degradados y de las sociedades en disolución.
Pero con ser tan grandes , pero con ver tan evidentes los males
de la interinidad , pero con venir de todas partes el ronco grito de
j abajo la interinidad ! como decia en el Congreso el Sr. Cánovas
del Castillo con su magnifica elocuencia , hay hombres politicos de
grande altura que imputan esos males á la Constitución , á las
leyes, al mal Gobierno que nos rige , cuando para nosotros es evi-
dente que la ineficacia de la Constitución, de las leyes y del Go-
bierno que nos rige, son también producto de la interinidad. Que
se salga de ella, que se realice la Monarquia, y la Monarquía ten-
drá sus desenvolvimientos naturales ; la Monarquía, por su propia
virtualidad, hará el orden y desaparecerán las vacilaciones del
Gobierno , que un dia acaricia á los republicanos y maltrata á los
conservadores , y otro acaricia á los conservadores y maltrata á los
republicanos. Tan cierto es esto , que no creemos que los republi-
canos vacilaran un momento en establecer verdaderas limitaciones
en las leyes orgánicas y en el Código, respecto al ejercicio de los
derechos individuales , con tal que los conservadores votaran la
república. Y por qué? Porque la república buscaría sus desenvol-
vimientos naturales, porque no cabe duda de que, establecido el
principio, brotan con lógica inexorable sus consecuencias. Así,
pues , no concebimos que defiendan la interinidad sino los que, sin
LA CRISIS DE ESPAÑA. 109
merecimientos para arrostrar la competencia de las personas dig-
nas en una situación normal , se hallan muy bien en medio de esta
especie de rio revuelto en que hoy vivimos , ó los que rechazan la
Monarquía y quieren la República, ó las que hacen política de pe-
simismo y quieren que los males de la interinidad sean aún mayo-
res , para que el pais eche de menos lo que se fué y pida ó acepte
resignado su restauración ; porque si es verdad que esta España
impresionable, aquejada por el mal que la domina en el momento,
clama muchas veces con injusticia : nada hay peor que lo actual,
todo es preferible á lo presente, también es verdad que, llevados de
esa facilidad de impresión , olvidamos las desdichas pasadas y los
escándalos sufridos , para otorgar, por generosidad imprudente ó
para consentir por egoísmo calculador ó miserable desidia, rehabili-
taciones monstruosas y absurdas que constituyen otras tantas vio-
laciones del sentido moral. Por eso la posibilidad de una restaura-
ción que puede esconder en sus entrañas esta interinidad que nos
asesina , debe tener en alarma continua á todos los que no hayan
renegado de la Revolución consumada en 1868, y por eso nosotros
no vacilamos en exclamar : j desdichado país , si tiene que seguir
encadenado á la vergüenza de la interinidad I j Desdichado país
si tiene al fin que llamar á la actual revolución la revolución del
desengaño, y para defenderse contra la interinidad, tiene que in-
clinarse á la vergüenza de la restauración I
Porque ya lo hemos dicho, la restauración para nosotros, aun
bajo la al parecer inocente, simpática é inofensiva forma del Prín-
cipe Alfonso , como se presenta en el acta de abdicación y en la
proclama á los Españoles de su última Reina , es fuente de gran-
des desventuras . Prescindiendo de otros achaques que se han atri-
buido á la candidatura del Príncipe Alfonso , y que son la repro-
ducción de vicios con que se persiguió con singular éxito á algún
pretendiente de tiempos antiguos , Alfonso XII no sólo represen-
taría las represalias de toda restauración ( dígalo , no ya Fer-
nando VII, sino Luis XVIII con ser tan sabio, y Carlos X con ser
tan piadoso), no sólo representaría la menor edad de un rey, tan
turbulenta como todas las minorías , seguida de aquel período en
que el ímpetu de las pasiones se junta con la inexperiencia de los
años para hacer mayores los extravíos de la flaca naturaleza del
hombre , significaría además la impotencia de la escuadra que se
sublevó en Cádiz, la impotencia del ejército que triunfó en Alcolea
lio LA CRÍSIS DE ESPAÑA.
la impotencia de todos los elementos viriles y enérgicos que se com-
prometieron con la revolución, la impotencia del pais que la saludó
con entusiasmo ; sig-nificaria que España , como el Principe Segis-
mundo de la Vida es Sueño, después de puesta en libertad , mere-
cia, por sus locuras y extravagancias, volver á la mazmorra de que
habia salido ; significarla que España habia de ser únicamente go-
bernada por los hombres que la precipitaran en las catástrofes de
1854 y de 1868, en cuyo beneficio parece dada en estos momentos el
acta de abdicación; significarla, supuesta la presión que contra la
revolución ejerce indirectamente Luis Bonaparte , y directamente
en favor del Principe Alfonso, que España habia dejado de ser
nación y que el desdichado Principe que la daban tendría que con-
vertirla en una especie de feudo de la Francia imperial, á la ma-
nera que Portugal, hace años, está convertido en un feudo de
Inglaterra.
Repetimos que antes de la batalla de Alcolea pudo y debió pen-
sarse por todos, por los de uno y por los de otro lado, si con venia
pronunciar el fallo definitivo contra la familia de Doña Isabel de
Borbon; pudo y acaso debió proclamarse al Principe D. Alfonso,
cualesquiera que fueran las repugnancias que esta candidatura ins-
pirase á los revolucionarios más intransigentes; pero después de la
batalla de xllcolea, pero después de consumado el divorcio ¿cómo
volver al ayuntamiento antiguo? Se dan en el mundo , se ven en
la sociedad casos en que dos cónyuges, después de haberse escu-
pido la infamia sobre su frente , quizás después de haber llamado
hijos del adulterio á los hijos del amor conyugal, obedeciendo á
influencias amigas vuelven á hacer vida común; pero la sociedad
sigue señalando con el dedo esos matrimonios, los cuales acaban de
ordinario por una separación más estrepitosa, después de arrastrar
una existencia entre lágrimas y desventuras. Y lo que pasa en los
matrimonios particulares, pasa también en esos matrimonios de
Estado de las naciones con sus dinastías. Dos grandes restaura-
ciones han tenido lugar en el mundo, la de los St nardos en Ingla-
terra y la de los Borbones en Francia. Pues bien, ambas son eñ-
meras y ambas son desastrosas, la de los Stuardos dura ocho años,
de 16G0 á 1668, que se comparten entre los dos hermanos Carlos II
y Jacobo II, reinados los dos llenos de intolerancia , de rencores,
de sangre, de desdichas; y la de los Borbones dura quince, que
también se comparten entre otros dos hermanos, Luis XVIII y Car-
LA CRISIS DE ESPAÑA 111
los X, reinados los dos ig-ualmente llenos de humillaciones , de ul-
trajes, de odios j de desventuras para la Francia. Por eso Inglater-
ra verificó su revolución de 1668 y Francia su revolución de 1830.
Si de algo ha de servir la historia, ahí están sus enseñanzas so-
lemnes.
V.
Muchas veces, al meditar sobre los pocos frutos que saca la hu-
manidad de los ajenos desengaños, hemos comparado la expe-
riencia que no nos castiga y advierte personalmente, á la luz que
lleva un ciego , que puede alumbrar á los demás , pero que no le
alumbra á uno mismo, y esto es lo que tememos que ocurra á Es •
pana en la cuestión de la restauración, que consideramos como una
gran desdicha para la patria y que sin embargo todos, cuál más,
cual menos , todos vamos haciendo posible y aun, lo decimos con
pena, pero con profunda convicción, probable y muy probable.
Los elementos preponderantes en la actual situación politica de
España, rechazan por funesta y deshonrosa la solución del Prín-
cipe Alfonso, y á pesar de esto, caminan á ella con instinto cieg'o y
suicida. Si un genio maléfico y tortuoso presidiera los destinos de
la Nación española . si Maquiavelo resucitado quisiera encaminar-
nos fatalmente al Principe Alfonso, ¿qué otra conducta seguiría,
sino la que estamos siguiendo? Vivir en la interinidad, desangrar
la revolución, disgustar al país sensato de ella, al país que la sa-
ludó con entusiasmo, destruir sus fuerzas, acomodarse inconscien-
temente á todas las exigencias ó á todos los deseos de la politica
napoleónica, que patrocina abiertamente esa candidatura, ¿qué es
esto sino facilitar su triunfo? Por eso no debe de extrañarse el
hombre que es alma de esta situación, de que muchas gentes ha-
yan cometido con él la injusticia de suponerle inspirado por los
propósitos de Monk, aunque no la suerte de Monk con los Stuar-
dos, sino la de Ney con los Borbones, es posible que le esperase
con la restauración. Por eso no debe de extrañar tampoco que
otros se alarmen de la intimidad creciente de S. E. con el Empe-
rador de los Franceses. Bien que el Jefe de un Gabinete, sobre todo
en las circunstancias excepcionales que atravesamos, se preocupe,
como hombre de Estado , de mantener amistad con el Imperio ve-
cino ; pero esta preocupación, que es un deber, llevada demasiado
112 LA CRÍSIS DE ESPAÑA.
lejos puede ser la perdición de España y la perdición de la Revo-
lución de Setiembre. Hacemos plena justicia al Sr. Conde de Reus;
sabemos que el hombre de Méjico no se dejará adormecer ni pres-
cindirá del cumplimiento de sus deberes con la patria, por los re-
finamientos de cortesana delicadeza , que con él personalmente ó
con deudos queridos, tenga el Emperador de los Franceses; pero no
eche en olvido que asi como con sus célebres y «m^zí, jamas, jamas ^
se ha concitado las iras de algunos elementos que confiaban atraer-
le dulce y lentamente á sus planes de restauración , asi el dia en
que se decida valerosa y dignamente á salir de la interinidad, ten-
drá que arrostrar el desagrado de las Tullerias , y lo que tememos
no es precisamente que sea incapaz de desafiar el desagrado impe-
rial, sino que la revolución y el piloto que lleva en sus manos el
timón revolucionario, hayan perdido fuerzas y no alcancen la vic-
toria definitiva .
La situación, en el estado caótico é indefinido que hoy tiene, no
puede prolongarse más tiempo sin riesgos mortales para la patria.
No nos podemos quejar los revolucionarios de la fortuna, porque
dos anos hemos tenido ya á nuestra disposición sin grandes con-
trariedades : en todo caso, quejémonos de nuestra impericia , que
nos hace proceder como si tuviéramos por delante la inmortalidad
de los dioses paganos. Ha querido la naturaleza que los hombres
gastados sean prudentes por necesidad. Tengamos nosotros pru-
dencia, ya que estamos en el periodo de la declinación y del des-
crédito. No vivimos hoy en el mejor de los mundos posibles, ni ofre-
cemos horizontes de rosa al 'país para el dia de mañana. Lo que
significa la interinidad lo dejamos dicho, y aunque el Sr. Conde
de Reus sinceramente crea otra cosa, no se halla tan firme y segura
la libertad, bien que tengamos fastuosas exterioridades que lo
acrediten. La Roma de los Césares y de los Augústulos vivia en
medio de apariencias republicanas, con el Senado , con los tribu-
nos, con el foro, con el pueblo del tiempo de los Scipiones y de los
Gracos. La libertad se entiende mal con el régimen de lo arbitra-
rio, y lo arbitrario hasta ahora no ha entrado por poca parte en el
sistema de la revolución, fuera de que no es régimen liberal el que
depende de la vida de un hombre.
Creemos por lo tanto, que el interregno parlamentario en que
hemos entrado necesita ser fecundo, porque es el último plazo que
nos da la fortuna á los revolucionarios de Setiembre. Si no hay
LA CRISIS DE ESPAÑA. 113
una solución que corone el edificio levantado por la Asamblea cons-
tituyente cuando ésta reanude sus tareas, la revolución está per-
dida. Imposible será que se manteng-a por más tiempo la concilia-
ción de los partidos j de los elementos que la llevaron a cabo, rota
la cual los dias del Gobierno están contados, porque, como observa
Salustio, no se salvan los gobiernos y no sé salvan las revoluciones
sino siendo fieles á aquel principio que les diera vida. Ni el patrio-
tismo, ni el decoro de los partidos y de los hombres verdadera-
mente monárquicos que estén con la revolución, pueden consentir
más aplazamientos, dándose por satisfechos con ese espejismo de
Monarquía que siempre se presenta delante de sus ojos y nunca se
realiza. La lucha empezará en el Parlamento, pero por desgracia, y
como ha sucedido siempre, no será en el Parlamento donde la lu-
cha se decida. Hace ya mucho tiempo, que cuando llegan esos ins-
tante solemnes, los parlamentos sirven para inñamar y decidir la
opinión, pero no para resolver las crisis. Aun asi, el choque de
unas haces contra otras de la Asamblea, será terrible, porque han
sido grandes las consideraciones guardadas, largo el silencio, y es-
tán los pechos cargados de ira y los ánimos de razón. Llorarán la
libertad y la patria , porque los frutos de esta infausta campana
han de ser cosechados brevemente por la anarquía , por la restau-
ración después ; pero no por eso los contendientes tirarán á hacer-
se menos daño, porque entonces ocurrirá lo que dice Tácito : multi
odio praserUum eí cupiditm mutationis, sui quoque periculis lacta-
hantuT (1). Por ^eso la abdicación de la reina, que ahora no tie-
ne ninguna importancia , para en ese caso tendrá mucha. Por eso
la restauración, que nada puede esperar de España mientras los
elementos revolucionarios estén unidos y todo lo puede esperar de
su discordia , ha debido hacerse la mortecina hasta llegar ese mo-
mento, sin llamar la atención sobre ella con una abdicación, como
la de la reina Isabel, por el temor de apretar de nuevo ante el co-
mún peligro los vínculos revolucionarios, algún tanto relajados sin
duda alguna; pero la impaciencia es mala consejera, y toda emi-
gración, como observa Macaulay , pierde el sentido de la realidad
fuera de la patria. Por eso los que en el silencio caminaban hacia
el Principe Alfonso y mantenían afinidades y relaciones con deter-
minados elementos revolucionarios, no han debido enarbolar esa
(1) En odio á lo presente y deseosos de novedades, se alegraban de sus propios pe-
ligros,— Anales. — Tácito.
TOMO XV. 8
114 LA CRISIS DE ESPAÑA.
bandera , que habia de reverdecer y enconar los rencores bácia la
familia real destronada , sino cuando los revolucionarios más albo-
rotados, por el deseo de encontrar menos competidores dentro de
la situación, aunque poniéndola en evidente pelig-ro, bubieran in-
tentado y acaso conseguido precipitar en el abismo de la restau-
ración á los elementos conservadores que en la situación figuran;
pero las pasiones bumanas, que siempre figurarán en política,
cuando ésta sólo debia proocuparse de intereses, nunca dejarán de
obrar como factores en sus empresas, perturbando la fria razón de
los mismos que con justo titulo blasonan de verdaderos hombres
de Estado.
Sabemos muy bien que los engreídos revolucionarios se reirán
de nuestras observaciones, y se juzgarán modestamente invulne-
rables, omnipotentes é inmortales. Contamos con sus sonrisas; con-
tamos con su compasión. ¡ Ah! ¿Qué poder no sufre desvaneci-
mientos? ¿Qué triunfador, y mucho más si no le costó gran cosa
la victoria , no tiene vértigos en las alturas á que inesperadamente
se elevó ? Pero tengan en cuenta á su vez que esos vértigos , que
esos desvanecimientos conducen y precipitan más pronto al abis-
mo. No tiene, ó no tenemos, por mejor decir, los revolucionarios
de Setiembre, la energía, el entusiasmo, la fe, la austeridad de
costumbres , la fuerza de los revolucionarios ingleses que convir-
tieron en sangriento patíbulo el Trono de Carlos I , y no vemos en-
tre nosotros á alguien que tenga la talla , los contornos y la esta-
tura de Oliverio Cromwell; y, sin embargo, sobre Cromwell y sobre
los revolucionarios ingleses vino á sentarse la restauración de los
Stuardos. No tienen , ó por mejor decir , no tenemos los revo-
lucionarios de Setiembre la horrible y épica grandeza de los gi-
gantes franceses del 93, y no vemos ciertamente entre nosotros á
alguien que tenga algo de la estatura colosal de Napoleón el Gran-
de ; y sin embargo, sobre los gigantes del 93 y sobre la encarna-
ción viva de esa generación de gigantes en el gigante de la hu-
manidad de todos los tiempos , vino á sentarse en Francia la res-
tauración de los Borbones.
Mediten , mediten los hombres del dia sobre estas grandes lec-
ciones de la historia , y obren con cautela , seguros de que proce-
derán mal en no hacer plena justicia al sincero, al ardiente, al
desinteresado patriotismo que dicta nuestras observaciones. Ami-
gos somos de la Revolución , y no queremos figurar en la catego-
LA CRISIS DE ESPAÑA. 115
ña de sus herederos , ni tampoco en la de aquellos que sólo saben
jurar eterna fidelidad á la fortuna, ó en la de los que entran en las
revoluciones para explotarlas , retirándose después á lug-ar seguro
para gozar tranquilamente los frutos de su industriosa inteligencia
aplicada á la politica. En todo caso nosotros somos el médico, el
médico que asiste á un amigo querido, que ve los alarmantes pro-
gresos de su peligrosa enfermedad , que le señala el camino de
salvación, que le quiere apartar de las orgias que le llevan al
sepulcro, y que, con lágrimas en los ojos y el corazón herido, turba
el júbilo calenturiento de sus alegres calaveradas, anunciándole la
implacable proximidad de la muerte.
VI.
Lleguemos ya á una conclusión práctica como final de nuestras
o bservaciones.
Tenemos en España un partido carlista que sale de las catacum-
bas de lo pasado, pretendiendo imponerse con la melan(^ólica poe-
sia de los tiempos antiguos á las nuevas generaciones, que necesi-
tan el aire de vida , el oxigeno puro de la libertad ; un partido
moderado que aspira á hacer triunfar la candidatura del Principe
Alfonso, cuando la España revolucionaria se ha pronunciado con-
tra ella; un partido de Union liberal, justamente ufano con sus
gloriosos recuerdos, con su lucido y brillante estado mayor, con su
personal inteligente, con sus simpatias en las clases medias, pen-
sadoras y ricas de la sociedad , que ha creido que la Revolución
española,, para salvarse, debia de seguir las huellas de la Revolu-
ción inglesa de 1668, y de la Revolución francesa de 1830 ; tene-
mos un partido progresista , cuya historia es la historia de la li-
bertad en España, lleno de patriotismos fogosos y de abnegacion3s
heroicas, que hoy ficta indeciso á merced de los sucesos , sin can-
didato conocido para el Trono, y que asi puede ser la base de nues-
tra regeneración , el Verbo creador de nuestra palingenesia futu-
ra, como puede terminar su honrada y pura existencia entre olea-
das de sangre y de cieno ; tenemos un partido republicano que ha
confundido una misión de propaganda con una misión de gobier-
no , que aspira á convertir su generación de apóstoles en una ge-
neración de hombres de Estado y de Ministros , que quiere antici-
ll6 LA CRISIS DE ESPAÑA.
par los tiempos, y en vez de sacrificar temporalmente su ideal á
los intereses permanentes de la patria , ha intentado realizarle pre-
cipitando á España en los abismos sin fondo de la anarquía.
Pues bien , la monarquía de derecho divino , la monarquía de
Enrique IV, de Luis XIV, de Carlos III, no ha salido nunca,
y hoy saldrá mucho menos, del fondo místico de una sacristía:
ha muerto , y en vano los carlistas g-olpean sobre el blanqueado
sepulcro para evocarla. El siglo XIX ha esculpido sobre sus
doradas paredes , con el buril de fuego de las revoluciones mo-
dernas , aquel versículo sagrado , que es la voz tremenda de los
siglos antiguos: Ecce nmic in puhere dormían, et si mane me
gesieris y non subsistam. La monarquía moderada, la monar-
quía de la restauración, tampoco puede prevalecer, porque le
faltan abajo la base popular, en la región media la adhesión
de muchas clases , y si en las alturas tiene algo de una aristocra-
cia antigua , que no ha sabido conservar su influencia , y algo de
una aristocracia moderna, que de otra revolución ha nacido y de
la actual revolución se aparta, esas fracciones de dos aristocracias,
bien débiles ya , que aspiran á crear una especie de faiihourg Saint
Germain en nuestro democrático Madrid, podrán desgastar en
parte el prestigio de la monarquía que salga de la Asamblea cons-
tituyente , pero en su obra de demolición, si con la nueva monar-
quía no se reconcilian, dejarán los últimos restos de su influencia
y acaso de su fortuna , porque una nueva revolución en España
revestirá caracteres esencialmente socialistas. La monarquía aca-
riciada por la Uñion liberal, la monarquía de Guillermo de Orange
ó la monarquía de Luis Felipe , nosotros no nos hacemos ilusiones,
siendo la que mejor respondía á las necesidades de lo presente y á
las previsiones de lo porvenir , ha sido , sin embargo , el blanco de
grandes injusticias y de grandes calumnias, es verdad; pero in-
justicias y calumnias que sólo un partido no puede contrarestar;
y sin el concurso activo , muy activo de otras parcialidades y de
ot^os elementos, es imposible pensar en establecerla. La monar-
quía anónima, la monarquía innominada, la monarquía sin dinas-
tía de los progresistas, ó por mejor decir la interinidad actual, no
puede continuar más tiempo , porque ella nos llevaría á no hacer
posible en España otra monarquía que la monarquía de un soldado
de fortuna , seguida de una catástrofe segura , que traería el par-
tido progresista por haber confundido con un vulgar pronuncia-
LA CRISIS DE ESPAÑA. 117
miento una gloriosa revolución ; y la república , que es minoría
insignificante en todas partes á la hora presente , sólo puede triun-
far como fórmula de despecho, y á la manera de los siniestros me-
teoros, para pasar fugazmente y dejar por huellas lagos de sangre;
pero por encima de estas agrupaciones artificiales, que el aluvión
crea y el aluvión deshace en las tempestades políticas, está el pais,
como por encima de la nubes que traen la borrasca y despiden
el rayo, está y brilla al fin el cielo puro, el cielo azul y sereno;
el país sano, el país que piensa, que trabaja, que sufre, que paga,
el país industrial, mercantil, agricultor, propietario, el país que
ha salido de la menor edad y que porque ha salido de la menor
edad y no es pupilo de nadie , se inspirará con frialdad en sus in-
tereses y apoyará con calor la solución patriótica que le saque de
la interinidad y le dé Gobierno realizando la Monarquía.
Que ha de ser difícil á la Revolución encontrar un candidato, de
sobra se nos alcanza; porque las familias reinantes en Europa, por-
que los hombres de Estado que las aconsejan, comprenden lo difí-
cil, lo aventurado que es de ordinario pretender arraigar una di-
nastía completamente nueva en una nación antigua, sin representar
algo de los intereses, de las tradiciones, de las necesidades, de las
aspiraciones, de las clases que constituyen la trama secular de su
historia y el organismo iutimo y misterioso de su existencia; pero
á estas horas las dinastías europeas y los hombres de Estado que
las aconsejen, deben de comprender también cuál es la verdadera
situación á que ha venido á parar España, dividida, en su parte
oficial, en grupos que buscan ó tienen que aceptar por necesidad
una solución exclusiva, y ansiosa, en su parte sana, en su inmen-
sa mayoría monárquica, que no está encadenada fatalmente á los
grupos políticos, de llegar á una solución y de encontrar un Prin-
cipe digno que represente esa aspiración monárquica y le dé la paz,
el orden, la libertad, el gobierno, la moralidad y la justicia que
está pidiendo con gritos de desesperación y con angustia suprema.
Los hombres que hoy tienen en sus manos un poder que llega á la
omnipotencia, con hacer comprender esta situación al Príncipe á
quien se dirijan, tienen mucho adelantado para facilitar la obra de
coronar el edificio revolucionario; é inclinados, como somos por
temperamento, á decir la verdad tal como la concibe nuestra con-
ciencia, y sin suavizarla con la hipocresía de las palabras, no va-
cilamos en asegurar que, en nuestro concepto, cometen una gran
118 LA CRISIS DE ESPAÑA.
felta de patriotismo, un delito de lesa nación, y además un inmen-
so error político, todos los que, comprometidos con la Revolución
y queriendo salvarla, contraríen los propósitos del Gobierno para
encontrar un candidato. Es más: lejos de considerar plausible la
conducta de aquellos que, enamorados de una determinada candi-
datura, llegan al último paroxismo de la ira para ahogar en ger-
men cualquiera otra solución, nosotros, si tuviéramos autoridad
para ello, no ya en nombre de los grandes intereses de la patria, en
nombre mismo del porvenir y del éxito de esa misma candidatura,
diriamos á los que esa conducta observasen lo que el Principe de
Benevento á sus agentes diplomáticos: Et surtout point de zéle.
Nadie que esté comprometido con la Revolución, nadie que la Re-
volución quiera salvar, puede ni debe poner el menor obstáculo á
que en términos dignos se realice la Monarquía en España. Por el
contrario , hay que apoyar con afán , con patriotismo , hasta con
pasión, esos propósitos plausibles que tienden á satisfacer la nece-
sidad pública de más urgencia en estos instantes solemnes.
Empleamos este lenguaje grave y severo con los que considera-
mos nuestros amigos, porque asi hay pleno derecho para dirigirse
á los hombres que lo son todo en esta situación, á fin de hacerle^
cumplir con los altos deberes que les impone la salvación de la
Revolución y de la patria. Hay una candidatura, cuya significa-
ción patriótica hemos examinado en el rápido y desordenado curso
de estas observaciones, que puede ser aún la salvación de todos.
Esa candidatura ha provocado en contra de ella desde el primer
día una conjuración formidable de todos los enemigos naturales de
la Revolución de Setiembre ó enemigos de la Monarquía; conjura-
ción que ha puesto espanto en el ánimo de muchos revolucionarios
monárquicos, y á la que habría que hacer frente, so pena de in-
currir en una cobardía que podría tener su vergüenza, su remor-
dimiento y su expiación en el porvenir, si al reunirse de nuevo la
Asamblea ('onstituyente nos encontrásemos huérfanos de toda otra
solución. Los hombres que en Cádiz se ponían en relaciones con el
Príncipe que simboliza esa candidatura, ó que le aceptaban para
Regente durante la menor edad del Duque de Genova, y le pedían
una de sus hijas para enlazar de esta manera la dinastía de Orleans
con la nueva dinastía que quiso aclamarse, no tienen derecho para
rechazar esa candidatura por preocupaciones vulgares , y en pre-
sencia de la situación del país, de sus angustias, de los peligros
LA CRISIS DE ESPAÑA. 119
crecientes de una restauración, de los horrores posibles de una
anarquía social que sobre todos pase, tienen la obligación sagrada
de emplear su poder todo y toda su popularidad en levantar y ha-
cer triunfar la única candidatura que quede para realizar la Mo-
narquía liberal y parlamentaria con que todos soñamos en la ex-
plosión de nuestro entusiasmo revolucionario.
Porque si la monarquía de la libertad, con este ó con aquel Prin-
cipe, no se realizara, allá para cuando la Asamblea Constituyente
de nuevo se reúna, debemos de estar apercibidos para ver bajar
por las crestas de los Pirineos la monarquía de la restauración ó
para ver subir desde los últimos antros sociales el reinado de la
anarquía y del terror, como prólogo también necesario de la res-
tauración y acaso de otra página histórica como la del Trocadero,
que escribirla esta vez con gasto la Europa civilizada ó la Francia
imperial, porque, la restauración de D. Alfonso, que cerraba el pe-
riodo del terror rojo, dirlase que no abría el periodo del terror
blanco que representan los carlistas y á los sangrientos espectácu^
los de la anarquía social que puede sobrevenir, de que son una pá-
lida muestra algunas de las repugnantes escenas que ha ofrecido
de vez en cuando la Revolución, eu estos últimos dias aun en la cul-
ta y severa y morigerada capital de Espaiía, no sucedían los que-
maderos de la Inquisición , las purificaciones del 23 y el bárbaro
ojeo sistemática é inteligentemente establecido contra los liberales.
Todos tendríamos nuestra parte de culpa en esta 'gran catástro-
fe ; pero la responsabilidad ante los contemporáneos y ante la his-
toria caerla en primer término sobre el hombre que es encarnación
viva de la Revolución de Setiembre. Hay muchos en España que
hacen al Sr. Conde de Reus único ó principal responsable de la
prolongación indefinida de la interinidad, puesto que el que todo
lo puede, de todo tiene que responder ante su país. Hay muchos
que le creen influencia decisiva en la Asamblea, arbitro absoluto
de todas las cuestiones pendientes y pontífice máximo de la situa-
ción que se ha sobrepuesto á todas las influencias de las esferas pollti -
cas, especie de lúgubre ciprés, recordando la imagen de Virgilio,
que se levanta erguido y soberbio en medio de la vasta necrópolis de
grandes reputaciones que la Revolución ha soterrado. Estas perso-
nas, malignamente dirigidas en sus investigaciones por el principio
de derecho del cui prodest , suponen en el Sr. Conde de Reus
el tenaz propósito de prolongar indefinidamente la interinidad.
120 LA CRISIS DE ESPAÑA.
Nó, no somos nosotros del número de estas gentes ; nó , no su-
ponemos en el Sr. Conde de Reus el propósito, interesado al pare-
cer, y que seria realmente suicida, de prolong-ar sistemáticamente
esta interinidad funesta y asfixiante , de la cual todos queremos
salir y ala que todos volvemos empujados por no sabemos qué triste
fatalidad; pero sin pertenecer al número de estas personas, pero ha-
ciendo nosotros plena justicia al noble y honrado patriotismo del
Sr. Conde de Reus, daremos por terminado este somero estudio de
la situación, escrito al correr de la pluma, con una observación
que tenemos por fundamental, y entregamos á sus solitarias medi-
taciones.
El Sr. Marqués de los Castillejos ha llegado donde soñaba como
término de su vida pública, adonde debía de llegar según sus
amigos, adonde no podia soñar haber llegado según sus enemi-
gos; pero debe de tener en cuenta que ahora es cuando le van á
juzgar definitivamente los contemporáneos y la historia. ¿ Conso-
lida el Sr. Conde de Reus la Revolución, salva la libertad, re-
construye la monarquía, reconstruye el país, presenta á su ventura
magníficos horizontes? Es una figura gloriosa, pasa á la posteri-
dad con los contornos de un gran hombre de Estado , de esos gran-
des hombres de Estado que asisten á la resurrección de un pueblo
ó son el cimiento de su libertad y de su grandeza; y mientras viva
ó mientras le dure el vigor íísico será el eje sobre que gire la po-
lítica española. —¿No lo consigue, fracasa la Revolución en sus
manos, se pierde la libertad, se disuelve el país, resulta más envi-
lecido y más pobre, más envilecido y abyecto? Pues el Sr. Conde
de Reus, qué todo lo podia y ha dado estos tristes resultados,
el Conde de Reus pasa á la hitítoria como un ambicioso vulgar; y
aunque haya aduladores que le digan , esos miserables parásitos
que roban toda su savia al árbol á que se arriman , aunque haya
aduladores que le digan: si hubieras nacido en la Edad Media,
hubieses sido fundador de dinastía como Carlo-Maguo; si hu-
bieras nacido en la antigüedad , habrías sido semi-dios cantado
por Homero , vendrá á dejar en la patria historia una huella más
efímera que la que deja la piedra en el agua al sepultarse para
siempre en las profundidades del Océano. No lo olvide el señor
Conde de Reus: los hombres muy elogiados, muy adulados en
vida, son maldecidos muchas veces cuando mueren. Enanos que
nos parecían gigantes por el pedestal de su posición, son enanos al
LA CRISIS DE ESPAÑA. 121
fin cuando ese pedestal se desmorona y los mide el nivel vulgar
y común de una tumba.
Los hombres de Estado no tienen más piedra de toque que el
éxito. César, pasando el Rubicon para sufrir la suerte de sus cóm-
plices de Pistoya, habria figurado en la historia de Roma como un
Catilina. Con toda su campana de Italia y con toda su gloria de las
Pirámides, sin el éxito del 18 Brumario, Napoleón seria uno de
tantos generales de la República francesa, como Moreau ó como
Dumouriez. Sin la fortuna que le acompañó el 2 de Diciembre,
Luis Bonaparte habria quedado en la historia contemporánea como
el calavera de Strasburgo y de Boulogne; y asi el Conde de Beust,
asistiendo al Austria en sus infortunios con más genio que Bismark
á la Prusia en sus grandezas, no dejará para la posteridad la in-
mortal y espléndida página que su feliz rival el creador de la uni-
dad germánica.
C. Navarro y Rodrigo.
UNA TEMPORADA EN EL MAS BELLO DE LOS PLANETAS.
CAPITULO XIX.
LOS JARDINES.
Entonces anochecía; pero apenas pusimos el pié dentro de la ver-
ja, cuando un diluvio de luz inundó todo el recinto, presentán-
dolo á nuestros ojos como un sitio verdaderamente mág-ico.
La luz venia de un enorme globo de vidrio que parecía colocado
en el cielo por su elevación. Este globo , que cuadraba precisa-
mente con el centro de la ciudad, estaba sostenido por altísimas
columnas, que, arrancando de los arrabales y encorvándose gra-
ciosamente sobre si mismas, remataban en un grande anillo, en
medio del cual estaba colocado el globo. Las columnas eran hue-
cas, y en sus bases se veian pilas de mil elementos cada una, re-
gadas con ácido nítrico que, actuando sobre el zinc, suministraban
el fluido eléctrico necesario para sostener la luz. Los conductores
del fluido eran alambres muy gruesos que subian por el hueco de
las columnas para penetrar dentro del globo. La columna más
ancha tenía una escalerilla de caracol, por la cual entraba el que
había de tenerlo limpio.
Ahora bien: esta luz que apareció repentinamente, no sólo ilu-
minó los jardines y sus alrededores, sino que iluminó también la
ciudad.
Aquella luz era muy viva, irresistible si se la miraba.
Aquella luz era semejante á la del sol.
Reinaba un fresco agradable , y las calles formadas por aquellos
UNA TEMPORADA, ETC. 123
frondosos árboles estaban tan perfectamente enarenadas , que se
sentía placer al pisarlas. Cascadas, fuentes, juegos sorprendentes
de agua que, al caer, producían un murmullo delicioso; flores es-
pléndidas que exhalaban perfumes exquisitos, y que engalanaban
de mil modos aquel sitio ; lindos parterres , amenos bosquecillos ,
pabellones, estatuas y glorietas, todo, todo se hallaba allí reunido
para llenar de asombro á los pobres habitantes de la Tierra .
En efecto , muy grande era la diferencia que habia entre ésta y
aquel mundo.
Apenas habíamos podido ver muy por encima todas estas mara-
villas, cuando una música, llena de sublime melodía, vino á au-
mentar el encanto y arrobamiento en que nos hallábamos sumer-
gidos. Al mismo tiempo un enjambre de criados nos sirvieron un
variado y delicadísimo refresco en bandejas de oro y sobre mesas
preparadas al efecto.
Acabado el refresco, y mientras conversaban los reyes con los
ancianos y los altos funcionarios del Estado, nos paseábamos noso-
tros y nos parábamos de cuando en cuando para gozar de los fue-
gos artificiales que, en diversos pantos del jardín, presentaban á
nuestros ojos soles, árboles, cascadas y otros mil objetos que cau-
tivaban nuestra atención.
M. Leynoff se quedó con aquellos personajes; pero yo cogí del
manto al embajador, que ya habia ido á mudarse, y que entraba
entonces en el jardín.
— Venid, — le dije.
—Adonde?
— A este bosquecillo que tenemos enfrente >
Cuando llegamos , añadí :
— Ahora que estamos solos, hablemos de vos.
— Por qué me encargabais, Mendoza, que me guardase de Nos-
trendy y de Nomatty?
— Vais á saberlo.
Y entonces le conté la conversación que les habia oído en la
quinta de Nomara.
Escuchóme con atención, y luego dijo:
— Tranquilizaos, Mendoza; pues lejos de incomodarme lo que
acabáis de referir, me agrada mucho.
— Os agrada 1 — dije ; — no alcanzo la razón.
— Si tal , sí tal , si reflexionáis un poco : Nostrendy, con su en-
124 UNA TEMPORADA
cono y furor hacia mi , no hace más que exasperarse y ofrecerse á
los ojos de Áneyda despojado de aquella dulzura y 'galantería que
tanto cautivan á una niña de su edad. Y no sólo se despoja de es-
tas cualidades; sino que, irritado por su mal humor, es probable
que trate á su prima con dureza. Esto, que tanto desvirtúa á Nos-
trendy, ya comprendereis que me realza á mi , por escaso que sea
mi mérito. No pensáis ahora como yo?
— Ah , sí , tenéis razón ; no habia caido en ello ; pero, ¿y las ame-
nazas de Nomatty no deben tenerse en cuenta?
— Bah, — dijo con sumo desden el embajador; — si lo que in-
tenta contra mí es cara á cara, me importa poco ; y si es á trai-
ción , ó por medio de alguna intriga tenebrosa , el Eterno , en
quien confio siempre, me salvará ; no tengáis duda.
— Admiro, — le respondí, — pero no apruebo vuestra confianza.
¿No habéis observado que ni un momento os perdieron de vista esta
noche éi y sus cuatro compañeros?
— Oh , Mendoza ! preguntadme primero si he reparado en ellos
siquiera, ni en ninguno de los objetos que me rodeaban. Donde
está Aneyda , no me es dado mirar más que á ella , y, absorto en
contemplarla , me olvido del universo.
— Perdonadme si no pienso, en este punto, como vos. Yo quiero
observar á Nomatty, cuyos designios me inquietan tanto más,
cuanto que no he podido penetrarlos todavía. Y no creáis qne es
esto todo por vos, nó; porque también es por nosotros, á quien sa-
béis detesta de corazón.
— Perderéis el tiempo, Mendoza.
— No importa.
— Como gustéis.
Y mudando de conversación , le pregunté :
— Quién es aquella niña que estaba, hace poco , con Aneyda , y
que fué una de las que hemos visto en la quinta de Nomara?
— La señorita Nassala?
— No sé como se llama; pero debe ser esa sin duda. Hela allí.
— La misma, — me dijo el embajador. — Esa niña, de bellísimo
carácter por cierto , íntima de Aneyda , y muy linda además , es
hija del señor Esttrola, uno de los más altos personajes de Roma-
lia, que queda hablando ahora con S. M. Ya os lo enseñaré á la
vuelta. Su esposa es intima de la princesa de Toluma.
— Gracias.
EN EL MÁS BELT.O DE LOS PLANETAS 125
— Pero, por qué me hacéis esa preg-unta? Es acaso porque os
gusta la señorita Nassala? Diantre! Mucho lo celebraria.
— Nó, nó, — le respondí, ruborizándome; — es porque esa niña
ha estado conmigo muy amable en la quinta de Nomara, pues
tuvo la bondad de decir que le habia parecido hermoso, á pesar de
mi poca talla. Esto, amigo, para una persona que acaba de llegar
á un mundo desconocido , vale mucho é inspira una confianza que
vale todavía mucho más.
— Pensáis visitarla ?
— Pues nó? Mañana iremos, si gustáis.
— Corriente. Sabéis una cosa, Mendoza?
—Qué?
— Que desearia que alguna de nuestras ninas os gustase.
—A mi?
—Si.
—Y por qué?
— Porque de ese modo estaria yo seguro de que no trataríais de
volver á la Tierra.
— Oh, Nottely ! Con eso y sin eso, es muy posible que no piense
en ella por ahora.
— De veras? Decis eso de corazón?
— Muy de corazón , amig*o. Están demasiado recientes los peli-
gros que acabamos de pasar; es demasiado bueno vuestro mundo,
y demasiado afectuosa la acogida que nos dispensáis, para que nos
acordemos de la Tierra. Además, apenas hemos visto á Saturno.
— Cierto; pero el amor á la patria es á veces tan vehemente.. .
— Oh! Dejemos, — le dije interrumpiéndole , — esta conversación,
porque me entristece.
— Dejémosla pues.
Y esto diciendo, nos dirigimos al salón del baile. Cuando llega-
mos, estaban cantando, porque antes del baile habia también con-
cierto.
Aqui, lector amigo, me encuentro otra vez con obstáculos (la
descripción de los objetos) con que ya más atrás he tropezado, y
que son cada vez más difíciles de superar. En efecto, ¿cómo descri-
bir lo que entonces se ofreció á mi vista ? ¿ Cómo hacerte conocer
las sensaciones que experimenté ? Porque en Saturno , si bien al-
gunos objetos son parecidos á los nuestros , ¡la mayor parte se di-
ferencian tanto! i Y son, además, los hombres y las cosas tan supe-
UNA TEMPORADA
riores en aquel mundo ! Así es que las palabras faltan , las compa-
raciones escasean , y sólo en calificativos tendría que agotar la
leng-ua más rica de la Tierra.
Lo que puedo decirte es que los sentidos apenas podían apreciar
las impresiones que ofrecían en aquel local la combinada acumu-
lación de luz, los perfumes, la armonía, el ornato, los matices y
el artificio. Lo que puedo asegurarte es , que sentí vértigos en un
principio , que creía soñar, y que tomaba por ilusiones de mi fan-
tasía todo lo que tenía delante. Y no era extraño, porque mísero
terrícola , no podia siquiera presumir que existiese una cosa seme-
jante. Acostumbrado á los salones de Europa, ¿cómo podia figu-
rarme que los de Romalia deslucirían y empeñecerian aquellos?
Por eso, lector, si quieres tener una idea de lo que me rodeaba,
preciso es que te figures realizados todos los prodigios de las Mil
y una noches , y todas las maravillas que las imaginaciones calen-
turientas del Asia han creado en sus sueños más lucidos, á excep-
ción de sus absurdos y aberraciones.
Saturno deja seguramente muy atrás al humilde planeta que
habitamos, y triste es que muchos de nuestros compatriotas miren
á éste como el único y principal objeto de la solicitud del Criador.
Pero volvamos al salón.
Allí oí cantar con voz divina una música también divina , pues
no puedo calificarla de otro modo. Escuchándola, recordé las pro-
ducciones de Rossini , de Donizetti y de Bellini , que últimamente
había aplaudido en la Tierra ; pero ¡ con dolor lo digo ! los cantos
de la Sonámbula , de Poliwto y de Omllermo Tell palidecían al
lado de los que en aquel momento me extasiaban : me parecían en-
tonces frios, faltos de pasión, pobres de sentimiento, sin grandeza,
sin inspiración y sin vida. Consolémonos, sin embargo, los terríco-
las, porque aquí abajo todo es relativo.
Después de la música llegó el baile, gracioso y grave , á la vez,
expresivo y lleno de variedad. Nottely tuvo por pareja dos veces á
Aneyda: hablaron mucho, con animación, y entrambos se mostra-
ban sumamente satisfechos. En cambio, las princesas, Nostrendy y
Noraaty parecían descontentos y con semblantes poco halagüeños.
Como á todo sucede , aquella noche , de eterno recuerdo para
mi , tuvo su fin, y nos retiramos.
Al atravesar una de las antecámaras , me detuvo un hombre,
que me saludó respetuosamente.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETA^. 127
— A quién buscáis? — le pregunté.
— Anadie, señor; estoy en mi puesto.
— No os comprendo.
— Soy, señor, uno de los guardias destinados por S. M. á vues-
tro servicio.
— x41i , si ; y el otro ?
— Siguió á M. Leynoff, que, como sabéis, se retiró hace rato.
Tenéis algo que mandarme?
— Venid conmigo.
Y volviéndome al embajador que me seguia, le dije:
— Hasta mañana en el observatorio, verdad?
— Sin falta , y si queréis , pasado mañana tendremos un dia de
caza. Os acomoda?
— Con vos, todo lo que queráis.
— Gracias : adiós , ¡pues.
Cuando sali á la calle amanecía.
CAPITULO XX.
EL OBSERVATORIO.
El observatorio astronómico de Romalia estaba situado según
arte, es decir, al medio dia, y en un paraje desde donde se regis-
traba un horizonte que parecía no tener término. La construcción
era sencilla, pero elegante: consistía en un templo alto, rematado
por una media naranja, encima de la cual habla una linterna. Te-
nia ocho caras, y en cada una de ellas habia una ventana : en es-
tas, es decir, en las ventanas, estaban colocados con sus correspon-
dientes trípodes, grandes y lujosos telescopios en disposición de
poder usarse. Veíanse también sobre las mesas y escaparates, glo-
bos, planisferios, maquinas planetarias, péndulos, cronómetros,
clepsidras y otros instrumentos astronómicos dispuestos con tal or-
den y simetría, que á la vez que agradaban á la vista, podían co-
gerse fácilmente,
Estábamos mirando todo esto los señores Nolatto, Nomara, Ro-
dulio, Notey, M. Leynoff y yo, cuando entró el director. Era este
un anciano venerable, de blanca cabeza y de dulce y simpática fi-
sonomía. Nos saludó afectuosamente. Habiéndole correspondido
nosotros, dijo el Sr. Nolatto:
128 ' UNA TEMPORADA
— Vaya, señores, que el cielo nos brinda hoy con un dia sober-
bio; ni el más leve celaje empana su azul purísimo: aproveché-
moslo, si gustáis.
Esto diciendo, dirigió uno de los telescopios al sol. Luego que lo
tuvo fijo, y miró algunos momentos, dijo á M. Leynoff :
— Mirad, Leynoff, y decidme qué diferencia halláis entre vues-
tros telescopios y los nuestros.
Miró M. Leynoff, y dijo:
— Ninguna; el mismo disco, las mismas manchas, el mismo océa-
no luminoso, y la misma atmósfera se ven por el mió que por éste.
— Hola, y la distancia? ¿Olvidáis que si suponemos dividida la
que hay desde la Tierra al Sol, en diez partes, por ejemplo, deben
mediar ciento entre nosotros y aquel astro? Y esto, no es nada?
Vaya, confesad que os cuesta trabajo el dar la preferencia á nues-
tros instrumentos, y no oslo tomaremos á mal.
— Loco que soy, — dijo sonriendo M. Leynoff; — mehabia olvi-
dado que estábamos en Saturno y no en la Tierra.
— Ya lo creo — repuso el Sr. Nolatto ; — y, sino dadme acá vues-
tro telescopio y veré yo.
Se lo dio M. Leynoff, lo [colocó el Sr. Nolatto en un sitio con-
veniente, y después de haber mirado un corto rato, dijo:
— Ved vos ahora.
Miró M. Leynoff y se quedó estupefacto. Luego volviéndose á mí,
anadió :
— Mirad , Mendoza , mirad y asombraos.
— Qué tal? — decia entre tanto el Sr. Nolatto.
— Que confieso, — contestó M. Leynoff, — la superioridad de vues-
tros instrumentos sobre los nuestros.
— Oh, sí, — dije yo dejando el telescopio y dirigiéndome áM. Ley-
noff;— no^hay remedio sino confesarlo, amigo, pues la diferencia es
grande.
En efecto , visto el Sol por nuestro telescopio , no sólo no se le
percibían manchas, atmósfera, ni el cuerpo de este astro, sino que su
diámetro quedaba reducido desde allí á poco más de cuatro dedos.
Después de nosotros miraron los demás señores , y aunque nada
dijeron por finura , bien conocimos que no se les escapara la dife-
rencia que había entre sus instrumentos y los nuestros.
— Oh, cuánto deseo ver la Tierra y los anillos de Saturno por ese
precioso anteojo, — dijo M. Leynoff.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 129
— Eso de noche, amigo, dijo el Sr. Nolatto; ya lo sabéis.
— Cierto, — contestó M. Leynoff.
— Queréis que hablemos del Sol?
— Como gustéis.
— Qué pensáis de él?
— Lo creo un cuerpo opaco, — contestó M. Leynoff, — como creo
que lo son todos los que pueblan el espacio. Es cierto que no hace
mucho lo mirábamos como una inmensa hoguera ; pero las inves-
tigaciones de nuestros modernos sabios nos han hecho conocer que
el núcleo del astro es opaco, que este núcleo tiene su atmósfera, y
que esta atmósfera está cubierta por un océano luminoso que es el
que le da ese brillo y esplendor que, distinguiéndolo de los plane-
tas, lo coloca entre las estrellas.
— Pero si el Sol es un cuerpo opaco, — dijo el Sr. Nottely, que
escuchaba con atención, — por qué posee esa atmósfera luminosa?
Quién se la dá? Por qué no la tienen los demás planetas?
— Es verdad, — dijo el Sr. Nomara ; — esa misma pregunta iba á
hacer yo.
— Y yo también, — añadí á mi vez.
El Sr^ Rodulio estaba muy entretenido, arrimado á una venta-
na, viendo como construían una casa que estaba cerca del obser-
vatorio.
— A eso os responderá Ruttilo, — dijo el Sr. Nolatto.
— Oh, señor,— dijo el anciano; bien sabéis que ambos pensamos
del mismo modo respecto de ese punto. Además, vos sois más jo-
ven que yo, y os producís mejor; respondedles, pues, os lo suplico.
— Como probablemente, — dijo el Sr. Nolatto, — tocaremos esta
noche algunos puntos de astronomía, bueno será que preceda, por
via de exordio, lo que voy á referir; pues además de creerlo nece-
sario para el asunto que nos ocupa, formará la base de las coníer en-
cías que hayamos de tener en adelante.
No hay vacío en la naturaleza, — continuó el Sr. Nolatto, — y todo
ese espacio infinito que compone el universo, está lleno de un fluido
sutilísimo que, llámenle algunos como quisieren, no viene á ser
para mí otra cosa que la electricidad , es decir, ese fluido prodi-
gioso que, á pesar de verlo y desarrollarlo en nuestras máquinas,
todavía no hemos podido comprender por lo sorprendente de sus
fuegos, por lo complicado de sus modificaciones, y por lo misterioso
de su esencia. Y como en este fluido, alma para mi del universo,
TOMO XV. 9
130 UNA TEMPORADA
circulan y se mueven todos los cuerpos que pueblan el espacio, de
ahi el que á impulso de su movimiento de rotación, se carguen y
circunden de él, presentándonos ese aspecto luminoso.
— Pero entonces, — dijo el Sr. Nottely — también debieran pre-
sentarlo los planetas y aun los satélites, puesto que todos tienen un
movimiento de rotación.
— Y lo presentan, — contestó el Sr. Nolatto; — pero tan débil é
insignificante, que no se percibe, ó, por mejor decir, se desvanece
ante el infinitamente superior que tiene el Sol, como se desvanece
el brillo de la Luna ante el brillo de aquel astro; asi es, que si los
planetas y satélites no la tuviesen prestada , jamas los podriamos
ver por su luz propia.
— ¿Y por qué es tan débil el brillo de estos cuerpos, — dijo el se-
ñor Nomara, — y no lo es el de las estrellas?
— Por los volúmenes, principe , — respondió el Sr. Nolatto. —
¿Queréis comparar con el de los planetas, la fuerza , el poder y es-
pantosa rapidez que en su movimiento de rotación debe tener un
cuerpo como el Sol, cuyo diámetro, para ser cubierto, necesitaria
ciento doce mundos como el de la Tierra, y para llenar cuyo volu-
men serian precisos millón y medio de estos mismos mundos? Im-
posible. Pues bien, de la diferencia de los volúmenes pende la ma-
yor ó menor cantidad de fluido eléctrico robado al espacio, siendo
tan pequeña la de los planetas, que apenas se la percibe, mientras
que la de las estrellas se difunde á distancias incalculables.
Ahora bien ; esto era lo que yo creia y creíamos todos en Satur-
no ; pero ante los hechos, es decir, ante la relación que nos hizo
M. Leynoff, de la cual hablé ya al Sr. Rattilo, deben callar las
teorías ; y si ni uno ni otro hemos variado por completo de nuestras
ideas, admitimos, sin embargo, que á la luz que sacan del espacio
las estrellas, puede añadírsela que les mandan sus planetas respec-
tivos. La teoria de M. Leynoff, confirmada por los hechos, debe res-
petarse.
— Oh, si, efectivamente, — dijo el Sr. Ruttilo; — y en Saturno, al
menos, no la conociamos.
— Verdad es, — dijo M. Leynoff con su modestia acostumbrada,
— que no tengo motivo para dudar de una teoria que han confir-
mado los hechos ; pero fuera de esto , abundo en las mismas ideas
que vosotros, respecto á que el espacio está lleno de ese fluido, que
es para mi también el alma del universo.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 131
— Y para mí, querido Leynoff, — dijo el Sr. Nottely.
— Y para mi, — añadió el Sr. Nomara.
— Una pregunta quisiera haceros, — dije al Sr. Nolatto.
— Las que gustéis, caballero, — respondió éste.
— Digo que si del océano luminoso que rodea al Sol, emana, no
sólo la luz que reciben los planetas, sino la que posee el astro mis-
mo, el dia en él debe ser eterno.
— Asi parece que debemos suponerlo, — dijo el Sr. Nolatto, — pues
teniendo una luz propia, y rodeándolo ésta por todas partes, es im-
posible que haya noches.
— Si se trata de que sean tan oscuras y regulares como las nues-
tras,— dijo el Sr. Ruttilo, — no hay inconveniente en admitirlo;
pero noches parecidas á crepúsculos, ó algo más claras todavía, es
forzoso que las haya, Sr. Mendoza.
— ¿Cómo puede ser eso, — dije yo, — si el Sol no recibe luz de
ningún cuerpo?
— Es cierto, — contestó Ruttilo.
— Quién, pues, ha de quitársela para que haya noche? — insistí
bastante satisfecho de mi pregunta.
— Las manchas, caballero, — me contestó Ruttilo. — ¿Os olvidáis
de que el Sol las tiene casi siempre en diferentes puntos de su
disco?
— Ah, es verdad, no me acordaba; tened la bondad de con-
tinuar.
— Nó, — dijo á este punto el Sr. Nolatto; — dejémoslo, pues ya es
tarde.
Y volviéndose á los demás, anadió:
— Señores, á las tres en punto aquí, pues la noche que se prepara
promete ser tan hermosa como el dia: ¿no queréis que la aprove-
chemos?
— Pues nó! Seguro es que no faltaremos. — respondimos todos.
Cuando estuvimos en la calle, sacó Nottely su reloj, y dijo:
— Aún tenemos media hora: ¿queréis, Mendoza, que la aprove-
chemos haciendo una visita al Príncipe de Nocuara? No está lejos
de aquí su casa, y nos la estimará.
— Con mucho gusto, — le respondí.
132 UNA TEMPORADA
CAPITULO XXI.
VISITA AL PRÍNCIPE DE NOCUARA.
Hallamos á éste en una suntuosa estancia, vestido, y medio re-
costado en un sofá. Su trage y sus maneras, aunque distinguidos,
distaban mucho de la finura y delicadeza que tenian los Romalia-
nos. Habia en este joven mucho valor, sin duda, y cierta ruda
franqueza que no le sentaba mal; pero su persona hacia un con-
traste demasiado vivo, sobre todo con el embajador.
El Principe tenia pendiente de su cuello el brazo enfermo. Al
vernos, se levantó y tendió la mano al embajador.
— Os esperaba, — dijo.
— Este amigo podrá deciros cuan imposible me ha sido veros
hasta ahora; pero....
El Príncipe se habia sorprendido tanto, supongo que con mi
figura, y me miraba con tal atención, que, en lugar de responder
al embajador, le dijo sin apartar de mí los ojos:
—¿Es, acaso, este caballero uno de esos extranjeros que han
llegado á Saturno, y que son habitantes de uno de los planetas
que están más acá del Sol?
— Si, Príncipe, y aunque esté él delante, no puedo menos de
deciros que es muy digno de vuestra estimación y de la nuestra.
Pronto lo echareis de ver si le tratáis.
— No lo dudo, Nottely, y por lo mismo siento que mi corta es-
tancia en Romalia no me permita ahora ese placer. Entre tanto,
— añadió dirigiéndose á mí, — podéis considerarme como uno de
vuestros amigos; ad virtiéndoos que, si os diese gana de ver la No-
cuara, tendría sumo gusto en recibiros. Os hablo así, caballero, por
la gran consideración en que os tengo, y creed que nunca digo
más que lo que siento.
— Lo creo, señor, y tanto mi compañero como yo, agradecemos
vuestras atenciones. Aquí, y en todas partes, nos tenéis á vuestra
disposición.
— Gracias.
Y volviéndose al embajador, añadió:
— Sabéis que me voy mañana?
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 133
— Cómo! enfermo y todo os marcháis, Principe? Me í?orprende eso.
— No lo extraño; pero cesará vuestra sorpresa cuando sepáis que
no es mi voluntad, sino la de otro, la que me obliga á dejar á Ro-
malia.
— Y será una indiscreción preguntaros la de quién? — dijo son-
riendo el embajador.
— La de mi rey, — respondió el Principe.
— Oh, oh, — dijo el embajador mirando á éste: — ¿sabéis, Prin-
cipe, que casi adivino el motivo?
— Muy listo seréis entonces: á ver?
--No sin una condición.
—Cuál?
— Que no me lo neguéis si acierto.
— Concedido; decid.
— Me engañáis? — preguntó sonriendo el Sr. Nottely.
— Palabra de honor.
— Entonces os diré, Principe, que, si marcháis con esa precipi-
tación, es por algún socorro que pide al vuestro el Soberano de
Catilia.
— Diantre! — dijo el Principe sorprendido; — muy largo de vista
sois, querido; habéis acertado.
Nottely bajó la cabeza y se quedó pensativo.
— Parece que os afecta la noticia, — dijo el Principe; — y si he de
juzgar por vuestro aspecto, de un modo nada agradable, por cierto.
— No lo niego, — respondió Nottely.
— Lo que quiere decir, — añadió sonriendo y animándose el Prin
cipe de Nocuara, — que no será sólo en los torneos donde tengamos
el gusto de encontrarnos.
— Puede ser, puede ser, — dijo siempre pensativo el embajador,
— pero en todo caso, Principe, bien sabéis que no os negaré la re-
vancha.
— Oh, no lo dudo, como no debéis dudar vos que la tomaré con
ansia, pues aunque os he cobrado cariño, tengo aqui (y señalaba
la garganta) atravesada mi derrota, y, vive Dios, que no puedo,
por más que hago, digerirla. Qué queréis? Una vez he sido venci-
do, y esta mancha que habéis echado sobre mi, sólo puede lavarla
vuestra sangre. Con que
— Ya os desquitaréis, ya os desquitaréis, — dijo interrumpiéndole
el embajador. — ¿Pensáis ver al rey antes de marchar?
134 UNA TEMPORADA.
— Esta misma tarde.
— Entonces, Príncipe, me despido de vos, y no os digo más que
una cosa.
— Cuál? — dijo el Príncipe dándole la mano, que Nottely estre-
chó entre las suyas.
— Que en todo, por todo ypara todo, me tenéis á vuestras órdenes.
— No esperaba menos de vos. Hasta la vista.
— Hasta la vista.
CAPITULO XXII.
CONTINUACIÓN DE LA CONVERSACIÓN ASTRONÓMICA.
A las tres volvimos al observatorio donde estaban ya mirando á
la Tierra los Sres. Ruttilo y Nolatto.
— Ahí la tenéis, — dijo este, tan pronto como nos vio.
Miró M. Leynoff nuestro planeta , y al dejarme su puesto me
dijo con cierta solemnidad :
— Ab, Mendoza, observad ese punto casi imperceptible que se
ve allá en las profundidades del cielo, ese asilo del orgullo y de la
ignorancia donde nosotros hemos nacido, y donde la mayor parte
(la mayor parte, señores, lo decimos con dolor) de nuestros compa-
triotas consideran como imposible que la Tierra sea una estrella,
es decir, que tenga el aspecto de tal, mirada desde otro globo.
— ¡Cómo, — dijo con viveza el Sr. Nolatto, — no creen que la
Tierra sea una estrella I Estáis loco por fuerza, querido Leynoff.
— Oh, no lo estoy, por más que me cueste confesarlo, — contestó
éste, — pues prescindiendo de un corto número de hombres que
piensan como nosotros , todos los demás , no sólo no creen que la
Tierra sea una estrella , sino que si se les digese que esta estrella
está colocada en la via láctea , nos tendrían por unos visionarios.
Estamos muy atrasados , querido amigo , y desde que llegamos á
Saturno, lo conocemos más aún.
— Pues aquí, querido, — dijo el Sr. Nolatto, — hasta los niños sa-
ben que Saturno es una estrella , si bien esta creencia va acom-
pañada de cierto orgullo, porque saben al mismo tiempo que, á lo
menos entre los planetas, el más hermoso de todos es el nuestro.
— Y tanto como lo es, — dijo M. Leynoff, — por eso lo hemos ele-
gido para nuestras investigaciones. Y á propósito de investigacio-
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 135
nes, ¿podremos hablar cou franqueza, es decir, podremos comuni-
carnos cuanto se nos ocurra, como es justo que lo hagan los que
desean instruirse?
— Pues nó, — dijo el Sr. Nolatto, — todo lo que gustéis, querido,
— Vuestra pregunta nos hace ver, — añadió el Sr. Ruttiio, — que
ignoráis aún que en Romalia hay amplia tolerancia para todas las
opiniones, de las cuales podéis hablar en cualquiera parte y á cual-
quiera hora, sin que nadie lo extrañe, ni os diga la menor palabra,
con tal que no toquéis, se entiende, el orden y el gobierno estable-
cidos. Y si en medio de una plaza podéis hablar lo que se os an-
toje, qué no podréis decir en el seno de la amistad?
— En hora buena, — dijo M. Leynoff, — y principiando á usar de
esa hermosa tolerancia, deseo saber una cosa.
— Qué cosa? — preguntó el Sr. Nolatto.
— Lo que pensáis del universo.
Hubo un momento de silencio , durante el cual todos nos pre-
paramos, el Sr. Nolatto para hablar, y nosotros para escucharle.
Por fin, dijo el Sr. Nolatto :
—Por universo, querido Leynoff, entendemos nosotros todo lo
creado, es decir, el espacio, los mundos que le pueblan, y los sé-
res que pueblan estos mundos. Lo consideramos como un ser de
desmesurada grandeza, que al mismo tiempo que vive, contribuye
á que vivan los mundos que lo componen, como éstos á su vez con-
tribuyen á que vivan los seres que los habitan. Unos y otros, es
decir, los mundos y sus habitantes, contribuyen con su vida par-
ticular á sostener la vida general de aquel gran ser, ó lo que es
igual, del universo. Y de este ser, ó por mejor decir, de este todo,
grande, inconcebible y fabulosamente enorme, del cual Saturno y
la Tierra no son más que átomos imperceptibles, de este todo , re-
pito, no vemos más que una pequeña parte, aquella parte que
puede percibirse desde nuestra nebulosa (via láctea), en medio de
la cual está colocado nuestro sol, y con él, nuestro sistema plane-
tario. El resto del universo se esconde en remotisimas regiones á
nuestra vista , y aun á nuestra inteligencia , como se esconde al
través de él, nuestro misterioso Criador.
— Entonces, si consideráis al universo como un ser, — dijo
M. Leynoff, — esteser debeperecerun dia, como perece todolocreado.
— Si y nó, — dijo con sorpresa nuestra el Sr. Nolatto: — voy á ex-
plicarme :
136 UNA TEMPORADA
Al contemplar con atención profunda el marcado empeño que
tuvo el Omnipotente en poner como 'bases principales de la vida
al circulo y á la esfera ; al ver que por la esfera y por el círculo
vive, no sólo el universo, sino los mundos que lo componen, y los
seres que pueblan estos mundos, he creido, llevado en alas de la
inducción y de la analogía , únicas que, en mi concepto , deben
guiarnos en las cosas que no pueden apreciar nuestros sentidos, he
creido, repito, que era razonable, que era lógico considerar al todo
que llamamos universo como un cuerpo enormísimo, sin duda,
pero esférico.
— Y más allá de esa esfera qué hay? — dijo al punto el emba-
jador.
— Y quién hizo á Dios? — preguntó con viveza el Sr. Nolatto.
— Oh, á eso es imposible contestar, — dijo bajando la cabeza el
embajador.
— Pues entonces, — dijo el Sr. Nolatto, — parémonos én alguna
parte, si de algún modo hemos de entendernos , pues demasiado
sabemos todos que, de no hacerlo así, caeremos en el caos sin re-
medio.
— Tenéis razón, — dijo el Sr. Nomara, — proseguid.
— Siendo pues el universo una esfera, — continuo el Sr. Nolatto,
— dónde tiene su principio? dónde su fin? En ninguna parte, es
indudable. Puede, sí, la inteligencia fijar un punto en esta esfera,
y partiendo de él, decir : hé aquí el principio; y volviendo á él,
después de haberla recorrido toda , añadir : hé aquí el fin. Pero
aun cuando esto sea posible , y se conciba si se quiere fácilmente,
¿será aquel el verdadero principio y el verdadero fin de aquella es-
fera? Sólo Dios puede saberlo. Y no pudiendo hallar ni el princi-
pio ni el fin de tal esfera, porque no está en el poder humano con-
seguirlo, ¿no viene ella á darnos una idea de lo infinito, y aun de
la eternidad misma, puesto que no tiene esta principio ni fin como
la esfera?
— Pero mi pregunta queda en pié, — dijo M. Leynoff, — pues,
siendo esa esfera creada, ó un ser, como vos decís, debe perecer un
dia, puesto que nada hay eterno más que Dios.
— Y qué importa eso para el hombre? — dijo el Sr. Noiatto, —
nada, toda vez que para él siempre será infinita, siempre eterna,
como voy desde luego á demostrarlo.
Si la vida y su duración han de estar en armonía con la mag-
EN KL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 137
nitud é importancia de los seres, la duración del universo no puede
en modo alg'uno calcularse, puesto que el número de sus años
debe perderse en lo infinito , como se pierden el tiempo y el espa-
cio. Y preciso es que sea así, toda vez que nacen y mueren las es-
trellas, sin que el universo se resienta en lo más minimo, ni de su
aparición ni de su falta. Y si á esta ley universal están sujetos
cuerpos tan importantes como las estrellas , que son otros tantos
sobs iguales y aun mayores que el que preside nuestro sistema
planetario, ¿con cuánto más motivo no lo estarán unos mundos tan
pequeños é insig-nificantes como los nuestros? Y siendo probable ó
por mejor decir lo cierto, que Saturno y la Tierra desaparezcan del
espacio en menos tiempo que un relámpago, atendida la duración
del universo, ¿no queda éste para el hombre siempre infinito, siem-
pre eterno? ¿Qué hombre, puesto que no lo ha visto, dirá que el
universo tuvo principio? ¿Qué hombre, puesto que no lo ha de ver,
dirá que el universo tendrá fin? Lo supondrá, lo sospechará, ¿pero
será por eso una verdad? Para el hombre, pues, siempre queda el
universo infinito y eterno, aunque éste á su vez perezca un dia.
—Me convencéis, amigo, — dijo M. Leynoíf,— y veo que la
duración del universo no está en relación con nuestros sentidos,
como no lo está el espacio , como no lo está lo infinito , como no lo
está lo eterno , y como no lo está Dios, ni su existencia misteriosa.
Todos estos problemas quedarán sin resolver en nuestros mundos,
y en vano sus habitantes se afanarán por comprenderlos.
— Los de Saturno y de la Tierra, — dijo el Sr. Nolatto, — puede
ser; pero los pobladores de otros mundos....
— Cómo! — dijo interrumpiéndole M. Leynof; — ¿comprenderán
los pobladores de otros mundos unos problemas tan difíciles , por
muy superiores que sean á nosotros?
— Para mí sí, — dijo el Sr. Nolatto; — porque en el universo,
querido Leynoff, hay una progresión tan estupenda desde el mundo
visible , es decir , desde el mundo que sólo podemos apreciar por
el microscopio, hasta los mundos superiores, es'decir, hasta aque
líos mundos que ocupan el centro, ó parte más esencial del uni-
verso , que las naturalezas de los seres que los habitan , en el su-
puesto que sigan la progresión de aquellos mundos , deben ser tan
grandemente poderosas, que, no sólo tendrán una inteligencia su-
perior á la nuestra , sino que resolverán los problemas que habéis
dicho.
138 UNA TEMPORADA
— Y dónde están esos habitantes y esos mundos?— dijo entonces
el Sr. Nomara?
— A eso os responderá Ruttilo, — dijo el Sr. Nolatto.
Y volviéndose al anciano, añadió:
— Vamos, querido Ruttilo, modestia á un lado : y decid á estos
señores lo que pensáis respecto de esos mundos y de esos seres que
nuestros cerebros no pueden comprender , ni los telescopios alcan-
zan á enseñarnos.
— El universo, — dijo entonces el Sr. Ruttilo, es efectivamente
un todo , un ser que vive por si , como ha dicho el Sr. Nolatto.
Este ser, como todos los cuerpos organizados, debe tener un
centro , que , si bien no percibimos por la enorme distancia á que
se halla de nosotros , existe indudablemente , toda vez que si asi
no fuese , ni habria vida , ni unidad , ni el orden admirable que en
él reina. Y aunque de este ser, es decir, del universo, no vemos
más que una parte pequeñísima , por lo que de ella sabemos ya
podemos inferir lo que pasa en las demás.
Ahora bien ; los satélites giran alrededor de sus planetas, y estos
y aquellos alrededor de sus soles , es decir , de sus centros respec-
tivos. Estos soles giran alrededor de otros soles mayores que ellos....
Y á propósito de los soles ; que el nuestro tiene su movimiento de
rotación , ya lo sabemos ; pero el de proyección que , aunque sos-
pechado por los astrónomos , no está demostrado todavía , lo prue-
ban, en mi concepto , los elipses y no los círculos , que alrededor
de él describen los planetas , y arrastrados por estos , los satélites.
— Cómo asi? — preguntó M. Leynoff.
— Si, — repuso sonriendo el noble anciano; —porque si el Sol
estuviese quieto, es decir, ea un mismo punto, aun cuando girase
sobre si mismo , las órbitas de los planetas serian perfectamente
circulares, porque ejerciendo la atracción en todas direcciones,
no podrían aquellos acercarse ni apartarse de su centro , pero como
además de su movimiento de rotación , tiene el Sol el de proyección
por medio del cual camina constantemente, deahi el que cuando los
planetas lleguen á sus perihelios, se hallen más cercanos á este astro
que cuando lo están en sus afelios. Y cuál es la causa? Lo que an-
duvo el Sol hacia adelante, mientras los planetas caminaban hacia
atrás. Y sucedería lo mismo si el Sol estuviese quieto? Creo que nó.
— Perdonadme, — dije entonces, — si os interrumpo; pero tengo
una duda que quisiera me resolvieseis.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 139
— Exponedla, — dijo con amabilidad el Sr Ruttilo.
— Si en efecto el Sol camina constantemente , y á eso se debe el
que los planetas se le acerquen en sus perihelios, al segundo ó
tercero de éstos, serian atraídos por él, y agregados á su sustan-
cia. Porque es claro , que si en el primer perihelio se le acercan,
por ejemplo, como dos, en el segundo se acercarán como uno, y en
el tercero, como ninguno.
— Es cierto, — repuso el Sr. Ruttilo, —y así sucedería infalible-
mente sin una circunstancia que vos olvidáis , señor Mendoza.
— Y cuál es? — pregunté algo cortado.
— Que el Sol , al marcbar en su línea de proyección , ó lo que es
igual , por su órbita desconocida , imprime á los astros que de él
dependen este mismo movimiento , como os lo imprime á vos el
carruaje que os conduce, y lo imprime un buque á los objetos que
lleva dentro. ¿Olvidáis que una flecha disparada en sentido verti-
cal, desde el palo mayor de un buque, vuelve á caer al pié de este
mismo palo, por grande que sea la rapidez que el buque lleve? No
pueden, pues, los planetas unirse jamás al Sol, aun cuando se
acerquen á él en sus perihelios , por la sencilla razón de que si él
adelanta siempre , también adelantan ellos , siendo ésta la causa
de no haber conocido hasta ahora su movimiento de proyección,
pues arrastrándonos consigo en su carrera , lo vemos á una dis-
tancia siempre igual.
— Tenéis razón, tenéis razón,— dije bastante desconcertado; —
y dignaos proseguir, que os escuchamos con el mayor gusto.
— Sí, sí, proseguid, — añadieron todos.
— Decía, pues, — continuó el Sr. Ruttilo, — que si los satélites
se mueven alrededor de los planetas , éstos se mueven alrededor
de sus soles respectivos : estos soles giran alrededor de otros soles
mayores aún que ellos , y estos soles , mayores que los otros , se
mueven alrededor de los centros de sus nebulosas. Pero estos di-
versos movimientos , aunque asombrosos por los volúmenes enor-
mes de los cuerpos que los efectúan , y por las órbitas más enormes
todavía que describen en torno de sus centros, estos movimientos,
repito, son juegos de niños comparados con los que las mismas
nebulosas describen en órbitas , cuya desmesurada grandeza no
podemos nosotros apreciar, alrededor de otra nebulosa, que, aun-
que fuera ciertamente de nuestro alcance, es forzoso que exista
para que la vida del mismo universo sea ordenada. Esta nebulosa ,
140 UNA TIÍMPOUADA
pues, es la principal, un verdadero prodigio, para hablar del
cual me faltan expresiones convenientes ; es , en una palabra , el
sitio donde yo creo que resida la morada del Altísimo , de la cual
los hombres no podemos tener cabal idea....
— Pues bien; partiendo de lo conocido á lo desconocido, pre-
gunto ahora : por qué se mueve un satélite alrededor de su planeta?
Porque la grandeza é importancia de este son mayores que la de
aquel. ¿Por qué se mueven los planetas en torno de sus centros
respectivos? Porque la grandeza é importancia de éstos son mayores
que las de aquellos. Pues bien ; si conocéis el volumen de los pla-
netas ; si sabéis el que tiene el Sol ; ¿ cuál será el de los centros de
estos soles? Cual el de los centros que tengan las nebulosas?
Momento de silencio.
— Prosigamos, — dijo de allí á un rato el noble anciano. — Ya sabéis
que cuantas estrellas alcanzamos con la vista en una noche oscura
y despejada, exceptuando, por supuesto, los planetas, no son más
que cuerpos componentes de nuestra nebulosa, es decir, de ese
magnifico bancal de estrellas llamado por los astrónomos via lác-
tea. Sabéis también que todas esas estrellas son otros tantos soles
iguales y aun mayores que el que preside nuestro sistema plane-
tario (tened presente el volumen de éste , para hacer la compara*
cion con los demás). Por inducción y analogía debemos inferir que
cada uno de estos soles tenga sus planetas , satélites y cometas; ya
porque los tiene también el nuestro; ya porque poseyendo luz
propia , parece natural que tengan á quien comunicarla ; y ya por-
que, si no vemos los cuerpos por ellos iluminados], es por la in-
mensa distancia á que se hallan colocados de nosotros. Si apenas
distinguimos las estrellas, ¿cómo hemos de percibir los cuerpos que
giran en torno suyo?
Reconcentraos ahora en vosotros mismos, y reflexionad, prime-
ro: en el número prodigioso de mundos que componen nuestra
nebulosa ; segundo, en el volumen enorme de estos mismos mun-
dos : y tercero , en el número grande , infinito é inconcebible de
los seres que deben habitarlos. ¿No os estremecéis, no os anona-
dais ante tanta grandeza y magnificencia?
Otro momento de silencio.
— Pues bien, — continuó el Sr. Ruttilo; — como esta nebulosa
hay muchas en el universo. Algunas las percibimos á la simple
vista , en forma de una nube blanquísima , que aquí y acullá es-
EN EL MÁS BELLO DE LOS PT,ANETAS. 141
tan diseminadas por ^ cielo ; otras las percibimos con el telescopio;
y el resto se esconde en remotísimas regiones á los instrumentos
ópticos más perfectos.
¿Cual, pues, será el volumen, cuál la estructura y maravillas
de los soles que componen la nebulosa central del universo, si por
centro, como dejamos ya probado, se ha de entender una cosa muy
superior á todo lo que g-ire en torno suyo?...
Y si los seres sig-uen , como parece probable , — continuó el señor
Ruttilo , — la progresión de sus mundos ; si están en armonía con
la vida é importancia de éstos; ¿cuál será la talla, cuál el genio,
cuál el poder é inteligencia de los que habiten la nebulosa central
del universo?...
Aquí, señores , lo confieso ; el hombre se abisma y confunde com-
parando tanta grandeza con su miseria y pequenez.
Así concluyó el Sr. Ruttilo, y en verdad que su discurso me
preocupó en extremo.
Cuando estuvimos solos dije á M. Leynoff:
— Qué pensáis de lo que acabamos de oír?
— Pienso, Mendoza, que los Sres. Nolatto y Ruttilo son hom-
bres muy notables, particularmente el último; pienso que lo que
han dicho es ameno, seductor, y sobre todo, profundo; pero ha-
blándoos con la franqueza que debe haber entre nosotros , no estoy
enteramente conforme con algunas de sus ideas.
— Con cuáles? — pregunté yo con viveza.
— En otra ocasión os lo diré.
— Sí, y por que tengo que madrugar, pues supongo no habréis
olvidado que mañana estamos de caza todo el dia. Con que buenas
noches.
(Se continuará,)
Tirso Agüimana de Vega.
REVISTA POLÍTICA,
INTERIOR.
Cuál es el ideal del progreso? Un autor contemporáneo contesta á esta
pregunta diciendo , que el ideal del progreso es el ríiáxímum del bienestar
que puede conseguir en la tierra la criatura humana. La felicidad, añade,
es un sentimiento vago, producto del bien que el hombre realiza. Este sen-
timiento puede considerarsse como el cuadrante que señala en nosotros mis-
mos los grados de perfección relativa á que hemos llegado. No hay un pro-
greso, no se desarrolla nuestro ser, no verifica una conquista sobre la tierra
ó sobre el espacio, que no proporcione un bienestar al alma. Las enferme-
dades, el miedo, la ignorancia, la pobreza, en una palabra, todo lo que es
negativo y que representa una imperfección física ó moral , engendra nece-
sariamente un sufrimiento. El bienestar, los goces, la dicha, en fin, ape-
nas existían en el mundo , cuando el hombre estaba reducido á la condición
de una especie de jefe, y no de alta graduación, en el gran ejército de los
monos. Hemos llegado á ser mucho menos desgraciados de dia en dia, á
medida que hemos sido menos imperfectos.
El progreso humano es el objeto á que se dirigen, y cuya realización in-
tentan al menos los buenos Gobiernos. Cuando en un pueblo tiene lugar una
revolución, es prueba indudable de que el progreso, es decir, el bienestar
social no podia llevarse á cabo dentro de las formas políticas que á la sazón
imperaban. Para que una revolución sea un hecho que la moral no repruebe,
y que justifique la historia, es necesario que esta falta de armonía la haya
producido, y que de la revolución tenga origen , un nuevo orden social más
perfecto del que á su impulso se derrocara, consiguiendo la mayor suma de
bien con el menos mal posible. Por eso la revolución más gloriosa que regis-
tra la historia de los pueblos modernos, es la que tuvo lugar en 1688 en
Inglaterra, que ha sido la menos revolución de todas las revoluciones.
Los primeros pasos del alzamiento de Setiembre, sus primeros movimien-
REVISTA POLÍTICA INTERIOH. l43
tos, los actos del Gobierno Provisional parecían encaminados por direc-
ción análoga á la que siguió el pueblo inglés en la época á que antes nos
hemos referido. La Europa entera, el mundo culto nos aplaudía y nos
apoyaba. Ni la resurrección de Italia, tan justificada por la grandeza de su
propósito, fué recibida en Europa con el general asentimiento que mereció
la revolución española. Nosotros eramos un pueblo que, cansado al fin de
encontrar obstáculos tradicionales que impidiesen su desenvolvimiento inte-
lectual y su desarrollo físico , rompía la especie de esclavitud histórica en
que había vivido, con raros intervalos , para gobernarse por sí mismo.
Si conseguíamos este objeto, la Kevolucíon quedaba completamente
justificada; sí no sabíamos alcanzarlo, el absolutismo tradicional que ha
pesado sobre nuestra raza, adquirió las proporciones de un hecho provi-
dencial y necesario. Había llegado la hora de fabricar con nuestras propias
manos la grandeza y la reputación de la patria, ó de declararnos , sin discul-
pa de ninguna clase , el pueblo más atrasado y más impotente de cuantos
componen el continente europeo.
Algún terreno hemos perdido, no hay que negarlo; algo se ha debilitado
aquel sentimiento unánime con que la Revolución fué saludada en el mundo,
por los obstáculos que á la constitución definitiva del país han presentado
las circunstancias. Pero nosotros que no seriamos francos sí no nos decla-
rásemos completamente adictos á la idea revolucionaría, que seremos los úl-
timos en perder la fé en las instituciones liberales con rectitud ejercidas ,
creemos que aún es tiempo de salvarnos, sí de las dos tendencias que den-
tro de la Revolución se dibujan, sale triunfante al fin la que representa el
progreso, la civilización y el triunfo de formas de gobierno de virtud pro-
bada en la historia, siendo derrotada la que en nombre de intereses popu-
lares mal comprendidos , de ideas generosas nunca realizadas, de sentimien-
tos explotables ha engendrado en todos los pueblos modernos poderes dicta-
toriales y tiránicos.
No vamos á ocuparnos en esta Revista de los elementos enemigos de la
Revolución, que tienen sus símbolos respectivos en tierra extranjera. Sea
cualquiera la importancia que quiera darse, lo mismo á la abdicación de
la ex-reina Isabel, que al feliz alumbramiento de la Princesa Margarita,
es lo cierto, que la causa del carlismo, que la causa de la restauración, con-
tinuarán siendo impotentes, sí una desmembración de las fuerzas revolucio-
narias no viene á proporcionarles elementos de fuerza de que hoy carecen.
La separación del general Cabrera del Rey de derecho divino, condenando
abiertamente la política que aquel representa, es un golpe de que difícil-
mente se levantará el partido carlista, en mucho tiempo.
La bandera de la restauración, que más ó menos ostensiblemente encama
hoy la candidatura del Príncipe Alfonso , á pesar de su debilidad actual,
podrá llegar á ser temible , digan lo que quieran los optimistas , sí la Revo-
144 KBVÍSTA POLÍTICA
lucion se extravia en el desconocido porvenir de instituciones contrarias á
nuestra historia , á nuestros hábitos y á nuestro carácter.
No vamos á estudiar detenidamente lo que la abdicación de la reina sig-
nifica , por haberse encargado de hacerlo en otra parte de nuestra Revista
persona competente ; pero cualquiera que sea la opinión que de ella formen
los hombres y los partidos, ciegos estarán cuantos nieguen que es el único
peligro formal que tiene en su camino la Revolución.
En vano se buscarán razones en la historia para probar que si entre
nosotros existiese por desgracia un Monk, no podria llevar á cabo la em-
presa que aquel realizó en Inglaterra. En vano se pondrá de relieve la no-
bleza de la Revolución española, presentando á su lado los excesos de la
primera revolución inglesa; en vano se tratará de consignar que si Crom-
wel escribia sobre el palacio de la representación nacional,— n esta casa se
alquila, 1 1 — en España existe un Parlamento elegido libremente por la volun-
tad nacional, que sostiene los principios constitucionales; en vano se recor-
dará que el ejército inglés, obedeciendo á distintos jefes , obligó á abdicar
al descendiente del Gran Protector, quedando dueños del país soldados sin
bandera, y la anarquía imperando en la Gran Bretaña, mientras que existe
entre nosotros un Gobierno que ha demostrado la energía y la rapidez con
que sabe reprimirlas tentativas de la demagogia. Todo esto será verdad hoy;
¿pero quién nos responde de que no lleguemos mañana á una situación peor
que aquella por que atravesó Inglaterra en 1679? Sucesos recientes, deque
nos ocuparemos luego, ponen de relieve la justicia de nuestros temores.
Si no descubriésemos en las fuerzas que representan el movimiento revo-
lucionario gérmenes de división tristes; si no hubiéramos percibido entre los
entusiastas defensores de la República halagüeñas esperanzas, creeríamos
también que la Revolución era invencible, que los errores pasados no podian
olvidarse, que la Nación española caminaba con paso firme y resuelto á su
regeneración , que la Constitución democrática de 1869, garantizando cuan-
tos derechos puede desear un pueblo libre , iba á ser mensage seguro de ri-
sueño porvenir.
Es preciso no perder de vista que hay dos clases de democracia, de las
cuales la una es posible dentro de instituciones permanentes , y existe bajo
cualquier forma política en que se realice el gobierno de la nación por la
nación misma; esta democracia puede ser compatible con la Monarquía,
existe entre nosotros de antiguo encarnada en las costumbres, y es base
única de la nueva Constitución del Estado, en tanto que la otra, lejos
de respetar el voto de las mayorías legítimas, las sofoca por medios
coercitivos, trata siempre de imponer sus ideas por el terror, por las aso-
nadas y por las rebeliones , tiene por bello ide^al la dictadura que proclama
y sostiene en nombre de la libertad, como los realistas defienden el absolu-
tismo en nombre de la religión.
INTEBIOR. 145
Nada existe en el mundo más contrario^ más antitético que estas dos
democracias. Ellas luchan hoy abiertamente en el mundo , la una aliada
con las Monarquías constitucionales, con las instituciones representativas
y con el sistema parlamentario ; la otra teniendo por exclusivos agentes la
demagogia, la envidia social, el odio á las clases acomodadas, y la ambición,
unas veces oculta, no pocas manifiesta, de sus sectarios.
Tendencias políticas tan contrarias, fuerzas sociales tan distintas, son tan di-
ferentes en sus manifestaciones como diverso es el fin á que se dirigen, dife-
rente el bello ideal de sus aspiraciones. La primera persigue como punto
objetivo la civilización j la libertad; la segunda lleva irremediablemente
en su seno la barbarie, el despotismo y la dictadura.
Semejante democracia, como ha dicho un escritor ilustrado de la escuela
liberal , no busca prosélitos por la discusión ; espera el triunfo siempre de
un golpe de audacia; puede ser en un momento dado la fuerza, pero no será
jamas el derecho. Paris ha sido hasta ahora el centro privilegiado de la fla-
mante escuela, que ha escrito además páginas de sangrienta gloria en Marsella,
Lyon y Burdeos, cuya historia moderna arranca en el famoso Ayuntamiento
de la gran Eevolucion francesa , y llega hasta los parlamentos caseros de
Menilmontant y de Belleville, sin olvidar las sucursales no menos gloriosas
del Congreso de Francfort, del Triunvirato romano, de los ejércitos del
Luxemburgo y de las bombas Orsini, á las cuales hay que añadir los bárba-
ros acontecimientos de que recientemente ha sido teatro , para eterna ver-
güenza de la Revolución, la capital de la antigua monarquía española.
Cuando parecía que estábamos libres de estos peligros; cuando la Re_
volucion habia entrado en la única via de salvación posible , aceptada la
forma monárquica por 214 votos, ha empezado á manifestarse en los úl-
timos deba' es del Parlamento , en las discusiones de la prensa, y en las ca-
lles, una nueva tendencia política que, si hubiera seguido, sería mil veces
más perjudicial que la proclamación inmediata de la misma República. El
Sr. Marqués de Miraflores ha dicho en su último manifiesto una verdad in-
discutible al afirmar que n ninguna sociedad puede existir si no está apoyada
en una ú otra forma de "gobierno, n No hay que hacerse ilusiones ni en-
gañarse, considerando que la fuerza que hoy tiene el principio revolucio-
nario ha de ser eterna. Los pueblos no pueden vivir sino dentro de insti-
tuciones determinadas; los poderes personales, de escasa consistencia
siempre, son punto menos que imposibles en la actualidad ; el espíritu
del siglo les es adverso; podrán existir transitoriamente; podrán durar
sobre un equilibrio formado por aspiraciones contrarias; podrán apode-
rarse del poder en hombros de fuerzas accidentales que se dividirán el dia
después del triunfo.
Si la idea monárquica se realiza al fin con el vigoroso entusiasmo que
excitaba entre sus adeptos al abrirse por primera vez la Asamblea, la Re-
TOMO XV. 10
146 REVISTA POLÍTICA
volucion podrá consolidarse , á pesar de los indudables peligros de que la
interinidad la ha rodeado : si, por el contrario, la tendencia contraria triun-
fara al fin, la Eevolucion arrastraría una existencia efímera, que dura-
ría más ó menos tiempo , pero acerca de cuyo desastroso fin nadie puede
hacerse ilusiones.
Basta fijar un momento la atención sobre el carácter que la democracia,
enemiga de la Monarquía, tiene en todas las naciones de Europa para com-
prender lo que pasaría en España el dia en que el país se convenciese por com-
pleto de que la nueva Constitución del Estado no podia realizarse en
todas sus partes.
La esperanza sólo de que la EepúbHca iba á crearse, aviyaria bien
pronto las pasiones que estallaron en Cádiz, Malaga, J^rez, y más tarde
en los campos de Cataluña, en V^ls, en Medina y en Paterna Constituido
un Gobierno republicano, los espíritus ardientes, separados de la masa
general del partido , formarian de dia en dia un nuevo cisma : cada perió-
dico se declararla pronto representante único del verdadero pueblo; cada
club se pondría en guerra con el club vecino, resultando de este armónico
conjunto que la opinión verdadera del país quedaría aherrojada sino comple"
tamente desconocida.
Las ilustraciones se verían en la imprescindible necesidad de separarse
de loa negocios públicos , como ha sucedido en todas partes donde la demo-
cracia pura ha gobernado ó gobierna, comentando el triste imperío de los
cortesanos del pueblo, que no ipiénos serviles que los del despotismo, edi-
fican sobre la adulación de las masas su fortuna política. Ellos ocuparían
el lugar de los verdaderos patriotas , los cuales se verian en la imprescindi-
ble necesidad de retirarse á la vida privada por no ser, según ha dicho
Stuart Mili y repite hace pocos dias un escritor de la escuela democrática,
órganos serviles de los que les son inferiores en virtud, en saber y en talen-
to. En España sucedería esto antes que en ninguna parte; y la política, lejos
de ser como dice Macaulay, el empleo más noble de las facultades huma-
nas, se rebajaría á oficio poco digno, por la intriga, por la adulación
demagógica, por la lucha corporí^ que seria necesario sostener contra los in-
flamadores de las malas pasiones del pueblo.
Esta lucha, este combate, esta guerra continua acabaría por hastiar al
país de la vida política, y las fuerzas permai^entes de la sociedad española,
guiadas por un espíritu instintivo de salv^ion, y convencidas de que así
gervian mejor los intereses de la patria, irian á colocarse luego bajo la ban-
dera de la Monarquía, cualquiera qvie fupse la persona que la representa
ra, BÍ no encontraban pronto un guenj-ero de fortuna con ú atrevimiento
suficiente para sacrificar la libertad constitucional, conveirtida ya en bacanal
inmunda, en aras de la paz pública.
La historia de Inglaterra nos prueba. 4ii uti?i pjaAer^ el,vcuíaite ctoo. ^n
INTERIOH. 147
un mismo pueblo, en una misma sociedad pueda llegarse á la dictadura, al
caudillaje y á la disolución social ó formarse instituciones sólidas que ga-
ranticen de un modo permanente los derechos de los ciudadanos y la pros-
peridad de la Nación, según el espíritu liberal se desborde hasta llegar á
las concepciones ideales y antiprácticas de la Eepública, ó siga encauzado
dentro de los conocidos términos de las instituciones parlamentarias.
La Nación española tiene en la actualidad, como compensación de otras
dificultades que arrancan de su carácter histórico, para llegar á la Monar-
quía constitucional , la poca simpatía que inspiran en la parte sensata del
país las ideas republicanas. Es verdad que nosotros no hemos pasado por
el escarmiento que sufrió Inglaterra á mediados del siglo XVII; pero en
cambio la república no tiene en España recuerdos gloriosos; ningún héroe
salido de su seno ha paseado nuestras banderas por el mundo ; nuestros
oradores más notables, nuestros escritores de más fama, los mártires mis-
mos de la Ubertad , cuya memoria reverencia el verdadero pueblo , fueron
si^npre defensores de la Monarquía.
Francia, bajo la restauración y bajo el reinado de Luis Felipe, vivió,
como dice M. Renán, de los recuerdos del Imperio y de la República. La
revolución volvió á estar en boga. Mientras que en Inglaterra, á partir de
la restauración de Carlos II, después de 1688, la república no dejó de ser
maldita, todo ciudadano inglés era mal recibido en la sociedad si al hablar de
Carlos I no le llamaba el rey mártir, si al nombrar á Cromwell no le califi-
caba de usurpador: en Francia por el contrario era de rigor formar histo-
rias de la revolución en tono apologético y admirativo. Fué un hecho triste
que el padre del nuevo rey hubiere tomado en ella una parte considerable
porque acostumbró á las gentes á considerar la nueva dinastía como parte
integrante de la revolución, no como representación de una legitimidad. El
partido republicano, apoyándose en algunos antiguos patriarcas de 1793,
que vivian aún, consiguió reformarse. Este partido que habia desempeñado
un papel de importancia en la batalla de JuKo de 1830, pero que no habia
conseguido que el absolutismo de sus ideas teóricas triunfase, no cesó de
batir en brecha al nuevo Gobierno.
El cambio de 1688 en Inglaterra, no tuvo nada de revolucionario en el
sentido que hoy se le da á esta palabra ; aquel cambio no se hizo á mano
airada por el pueblo; no violó ningún derecho, si se exceptúa el del rey
destronado. En Francia, 1830, desencadenó grandes fuerzas anárquicas y
humilló profundamente al partido legitimista, el cual , considerado desde
cierto punto de vista, contaba en su seno la parte más sólida y más moral
del país, cuyo partido hizo una gueira cruel á la nueva dinastía, ya abste-
niéndose de mezclarse en los asuntos del Estado, lo que la quitaba el apoyo
del verdadero partido conservador, ya entrando en connivencia con el
partido republicano. De e«te modo, el Gobierno de la casa de Orleans no
148 REVISTA POLÍTICA
llegó á fundarse sólidamente ; un soplo podría volcarlo. Todo se le había
perdonado á Guillermo III; nada podía perdonársele á Luís Felipe. El prin-
cipio monárquico era suficientemente fuerte en Inglaterra para sufrir una
trasformacion^ pero no lo era en Francia. No cabe duda, que si el partido
republicano hubiese tenido en Inglaterra, bajo Guillermo III , la impor-
tancia que tuvo en Francia bajo Luis Felipe; si este partido hubiese sido
apoyado por los amigos de los Stuardos , la libertad constitucional de In-
glaterra habría durado poco tiempo."
Hemos copiado las frases anteriores de un notable artículo sobre filosofía
de la historia contemporánea, debido á la pluma de M. Renán, porque
conociendo la gran autoridad que en cierto orden de ideas tiene este hom-
bre eminente entre los republicanos españoles, deseamos que se conozca el
juicio que de él merece el radicalismo moderno.
El partido republicano, añade, no ha dejado jamas que la Monarquía
constitucional se desarrolle en Francia : j ojalá de hoy más no se pueda decir
que existe en España un partido, negación completa de todo gobierno! Sea
en buen hora la república el término ideal de la sociedad humana; pero hay
dos maneras bien diferentes de llegar á ella. Establecer la república por medio
de la lucha, destruyendo todos los obstáculos que se presenten en su camino
es, según M. Renán, el ideal de los espíritus ardientes; pero hay, en el sentir
de aquel ilustre escritor, otro camino más dulce y más seguro, el cual consiste
en conservar la forma monárquica aliada con la libertad, porque con ella el
Gobierno constitucional es más fácil. Los pueblos que han seguido este cami-
no, como la Inglaterra, por ejemplo, puede que lleguen un dia á formar una
República perfecta sin dinastía hereditaria y con sufragio universal. Pero de
cualquier manera, ello es lo cierto, que allí la libertad está establecida y con-
solidada sobre sólidas bases. Esto no lo ha querido comprender jamas el
partido republicano de Francia ni del continente, y ha sacrificado siempre
la realidad del sistema representativo ala forma republicana. Por no seguir,
asegura aquella elevada inteligencia, el gran camino trazado en la historia,
ha preferido arrojarse en los precipicios y en los abismos de la demagogia
á establecer sobre sólidas bases los le^j^ítimos derechos del pueblo.
El partido republicano, que no ha sido en Francia bastante fuerte para
fundar sobre sólidas bases la República, que seria más impotente para ello
entre nosotros, ha sido allí, sin embargo, un obstáculo para que la Monar-
quía constitucional se realice , y lo será aquí si en el Gobierno y en la ma-
yoría de la Asamblea se resfría la fé monárquica de los primeros momentos
de la Revolución.
No podía menos de influir en el ánimo del Presidente del Consejo de
Ministros y del Gobierno de S. A. el Regente, la ansiedad cada vez más
pronunciada del país , el deseo de los partidos liberales de llegar al coro-
namiento del edificio revolucionario ^ sin desconocer los peligros que ya se
INTERIOR. 149
dibujaban en lo porvenir, y que se aumentaban de una manera indudable
por la abdicación de la ex-reina Isabel , creciendo las esperanzas de los par-
tidarios de la restauración por las públicas deferencias que la dinastía der-
rocada merecia de los Emperadores de Francia.
Lastimaba también por otra parte la susceptibilidad del Marques de los
Castillejos^ el rumor esparcido deque estaba á devoción del Emperador
Napoleón III, no teniendo el Gabinete de Madrid libertad de acción , sin
obtener antes la venia del César del Imperio vecino. Consideraciones de otra
índole hacian necesaria en un plazo breve la elección de Eey. Marchito el
afecto, si no relajados los vínculos de amistad que unieron á los tres caudillos
de la Eevolucion en la bahía de Cádiz, su vigor se amortiguaba por los an-
tagonismos que la cuestión de la candidatura regia venía fomentando, siendo
por desgracia muy posible, que llegando pronto el dia en que estuvieran en
abierta lucha, encontrasen ocasión propicia los enemigos de las nuevas insti-
tuciones para destruir la obra de la Asamblea Constituyente.
El noble patriotismo, el escrupuloso respeto á la Constitución del Estado
y al poder de la Asamblea, no habian sido impedimento tampoco para que
la maledicencia pública dejase de dirigir sus tiros contra el Regente del Rei-
no. Suponíansele miras interesadas, ambiciones que están por encima de la
alta posición que hoy ocupa, iniciativa débil, falta de resolución para enca-
minar en dirección conveniente los negocios del Estado.
Es imposible desmentir de una manera más elocu ente semejantes suposiciones
por no decir calumnias, que como las ha desmentido el Gobierno de Su Alteza
el Presidente del Consejo y el Regente mismo al presentar á la aprobación
de la Cámara Constituyente la candidatura del Príncipe de HohenzoUern,
sea cual fuese, por otras consideraciones, el juicio que de esta solución se forme.
El secreto con que se han seguido las negociaciones , ha herido la sus-
ceptibiHdad del Gobierno de Francia, y la cualidad de ser aquel Príncipe
individuo de la familia real de Prusia , ha agitado la opinión pública en el
vecino Imperio , contrariada ya por la victoria del ejército prusiano en Sa-
dowa, por la importancia que en los destinos de Europa habia alcanzado la
Confederaxíion Alemana del Norte, y por los progresos que á su sombra ha-
bia hecho el pueblo itahano, que hasta entonces debia á la protección de
Francia exclusivamente, los primeros pasos en el camino de su engrandeci-
miento y de su unidad nacional.
Sería pueril desconocer que estamos atravesando un momento de gran
peligro para la Revolución, ó mejor dicho, para el progreso, adelanto y
honor de la Patria. Respetos y consideraciones de índole elevada sellan
nuestros labios en la actualidad á propósito de la candidatura del Príncipe
de HohenEollern, porque no queremos aumentar, ni con el modesto influjo
de nuestra publicación , las dificultades presentes, confiando además, en que
el Ministerio tendrá el tacto, patriotismo y dignidad que exigen las circuns-
150 R VIST A POLÍTICA
tancias; pero un deber de imparcialidad, que sería vergonzoso sofocar, nos
obliga á hacer consignación expresa de las nobles cualidades que adornan
al candidato del Gobierno , á quien fuera de las complicaciones internacio-
nales que de su elección puedan surgir, sería difícil encontrarle tacha per-
sonal por mucho que se afanen en denigrarle las publicaciones enemigas de
la Revolución.
Respetamos profundamente la excitación que ha producido en Francia
la noticia de que el Príncipe de Hohenzollern podia ocupar el trono de Es-
paña. Los Gobiernos, los partidos y los pueblos, en cumplimiento sin duda
de una cualidad de la organización humana, reflexionan poco, como lo»
hombres individualmente cuando por la suposición más leve llegan á po-
nerse en tela de juicio las inmunidades del honor.
Esta consideración, digna de respeto para cualquier pueblo, aumenta
sus quilates si se tiene en cuenta el derecho inconcuso que posee la Nación
francesa por su valer intelectual y moral, por su influencia legítima en
Europa y en el mundo , á que quede claro como la luz del dia que la
Nación española al coronar el edificio revolucionario, ni contrae alian-
zas contrarias á Francia , ni intenta siquiera ejecutar un acto que pueda
menoscabar en lo más mínimo , no ya el orgullo legítimo de aquel gran
pueblo, pero ni aún las puerilidades más imaginarias de su vanidad na-
cional.
Desde que los países se gobiernan por sí mismos, las nacionalidades
pueden aumentar en importancia sin que la grandeza de las unas amengüe
en lo más mínimo el poderío de las otras. Los intereses de los pueblos son
solidarios. La gran ley del progreso humano ha de cumplirse de una ma-
nera equitativa en todas partes. Los celos de influencia, las suscepti-
bilidades políticas, las rivalidades de fuerza, achaques son, no destruidos
por desgracia todavía, de épocas en que las naciones eran patrimonio de las
dinastías en ellas imperantes.
Desconocen, en nuestro sentir, la índole de los tiempos modernos, el
espíritu del siglo en que vivimos, la grandeza de la civilización, los que
confundiendo épocas que no se parecen juzgan las relaciones internaciona-
les en la actualidad por las leyes que creaban ayer, como quien dice, los
intereses exclusivamente predominantes de las dinastías.
La guerra de Crimea, al engrandecer el Imperio de Napoleón , no achicó
la Monarquía de la Reina Victoria. Sadowa, levantando á Prusia, no ha
rebajado á Francia. La unidad de Italia es un suceso fausto para todító las
demás naciones continentales. Las industrias, el comercio, las vias de co-
municación, el vapor, la electricidad , la libertad de conciencia y la politica
hermanan los pueblos entre st Donde quiera que se verifica un progreso,
aumenta la suma total del bien de la humanidad. No es posible defender
con sinceridad las ideas modernas , preocupados, como en lo antiguo, con
INTERIOR. 151
el interés de las dinastías, que, disfrazados bajo formas distintas, es lo
que se ventila siempre dentro de esa combinación accidental de fuerzas que
se llama equilibrio europeo.
Por eso nos llama la atención el que sinceramente pueda decirse que el
Príncipe de HohenzoUern, al ocupar el Trono español, sería una amenaza
á los intereses y al honor de Francia. Dejando aparte, como antes hemos
dicho, cuanto á la susceptibilidad nacional se refiera, por considerarlo
digno del mayor respeto, ¿quién con sinceridad negará que si el Príncipe de
Hohenzollern llegase á ocupar el Trono de los Eeyes Católicos sería por la
naturaleza misma de las cosas , tan español en intereses , en aspiraciones y
en tendencias como el que más de entre sus nuevos conciudadanos?
La historia lo enseña así, teniendo que remontarse á tiempos en que los
poderes y la extructura de los Gobiernos eran muy diferentes de los que
existen en la actualidad para aducir un solo argumento en contrario. ¿Cuál
es el origen del tan ponderado españalismo de los Borbones? — Aún hay Pi-
rineos, dijo Felipe Y, después de renunciar á las eventualidades de ser Rey
de Francia por quedarse entre nosotros. —
Pues si esto sucedía cuando los pueblos no se gobernaban por sí mismos,
cuando las monarquías se traspasaban por testamento como propiedad priva-
da, i qué influencia tendría hoy en nuestras relaciones exteriores el adveni-
miento al Trono español de un príncipe ligado más ó menos directamente
con cualquiera casa reinante? No conservaría el nuevo rey la Corona sino
en representación de los intereses más legítimos y permanentes de la Nación
española.
Si estos intereses estaban en armonía, como indudablemente estarían, con
los intereses de Francia; si industria, comercio, agricultura, afinidades polí-
ticas , costumbres , y hasta gustos literarios, nos llevaba á ser amigos del
pueblo francés , amigos seriamos , llámese Hohenzollern, Montpensier, Ge-
nova ó Braganza la persona que ocupase el Trono. ¿Pues si la Revolución de
Setiembre, la Constitución democrática de 1869 y la libertad parlamenta-
ria, en fin, fundada en las nuevas instituciones, no hubiesen conseguido
esto; si la Nación española tuviera que seguir siendo patrimonio de sus
monarcas y debiera sacrificar aún sus intereses y sus afecciones á los inte-
reses y afecciones de las dinastías reinantes, ¿qué habríamos conseguido?
La índole del poder monárquico, la necesidad de una situación perma-
nente que se levante sobre las ambiciones movibles de los partidos, que
ponga dique á las improvisaciones de la fortuna política y social, obligan á
los hombres que quieren ver consolidada la Revolución á buscar para can-
didato al Trono un individuo de regia estirpe.
Por eso no hemos puesto obstáculo á ninguna solución monárquica que
dé garantías de respeto á las instituciones. Toda afirmación de las conquis-
tas revolucionarías ha sido para nosotros aceptable dentro de la Monarquía,
152 REVISTA POLÍTICA
Practicar la Constitución del Estado en toda su pureza, es en nuestro
sentir la suprema necesidad social.
Si estas consideraciones eran de gran fuerza cuando el problema habia de
resolverse en nuestra propia casa, cuando no habian aparecido fuera de Espa-
ña las dificultades que la Revolución hoy encuentra; si entonces sólo con la
unión de los elementos liberales podíamos salvarnos y salvar á la Patria,
¡cuan grande no será la necesidad que existe ahora de robustecerla y fortifi-
carla, sacrificando cada uno en aras de la dignidad común, el egoísmo, la
ambición ó el orgullo de sus ideas, planes y propósitos!
Así como Napoleón dijo á sus soldados en Egipto, que desde lo alto de
las Pirámides cuarenta siglos los contemplaban; nosotros, respetando la < pi-
nion que cada cual tenga de la candidatura oficial, quisiéramos penetrar en
el espíritu de cada español, de cada fracción, de cada partido, y hacerlos
comprender que la Europa nos está mirando, recordándoles al mismo tiem-
po, que por nuestras desuniones intestinas ya hemos pasado en este sig'.o
por una gran vergüenza, que el cielo no permitirá se repita.
J. L. Albareda.
EXTERIOR.
Las elecciones generales que acaban de verificarse para la renovación
de las Dietas de las provincias cisleithanas del Imperio austríaco, han dado
nuevas ventajas á los autonomistas ó partidarios de las prerogativas pro-
vinciales, que fueron ja bastante poderosos para obligar al Gobierno im-
perial á la disolución del anterior Reichsrath. Por consiguiente, se debe
creer que las cuestiones entre centralistas y autonomistas continuarán con
nueva recrudescencia. La Monarquía austro-húngara no acaba de fijar las
bases de su organización constitucional, y no se ve la posibilidad de que
llegue á fijarlas en un porvenir más ó menos próximo. Cuando todos los
Imperios tienden á la unidad, el de Austria ha dado pasos muy grandes
hacia la federación. En él representa la idea unitaria el elemento alemán;
pero como los Alemanes forman la minoría, y como son además la raza
que tiene menos afinidad con las demás, no puede imponerles una Cons-
titución uniforme.
El ejemplo de la Hungría ha sido funesto. Desde que aquella provincia
realizó su casi completa independencia en lo político, administrativo y le-
gislativo, no quedando, en reaüdad, ligada sino con un lazo federal al
Austria, á la que obligó hasta á cambiar de nombre, adicionándolo con el
suyo, las exigencias de los restantes Estados no alemanes que componen
el Imperio han crecido extraordinariamente. Sobre todo^ la Bohemia y la
EXTERIOR. 153
Galitzia, no quieren ser menos que la Hungría. La retirada de los Dipu-
tados polacos, que arrastraron con su ejemplo á los de la Bukovina^ á los
de Istria y á los Eslovenos, desorganizó el último Reichsratli. El Minis-
terio Hasner-Giskra pidió al Emperador la disolución de las Dietas pro-
vinciales cujos Diputados hablan adoptado la política de retraimientol
pero Francisco José no accedió á ello. Retirados del poder aquellos Mi-
nistros j sus compañeros, el Conde Potoeki j los sujos, que entraron á
gobernar la parte cisleithana de la Monarquía al comenzar la segunda
década de Abril, intentaron en vano, durante algunas semanas, llegar
á una conciliación, y por último disolvieron en 21 de Majo las Dieta^
provinciales y convocaron para las nuevas elecciones que se acaban de
hacer. El estado de las cuestiones con los Bohemios se hallaba en tal gra-
do de irritación, que el Ministerio Potoeki no se atrevió á la prueba de
unas nuevas elecciones en este reino. Las Dietas disueltas fueron, pues,
las de Dalmacia, Galitzia, Sabsburgo, Stjria, Corinthia, Carniola, Buko-
vina, Moravia, Silesia, Tjrol, Vorarlberg, Istria j Grodisca, j el Consejo
municipal de Trieste. Respecto de Bohemia, el Gabinete Potoeki decia al
Emperador en el documento oficial en que se proponía la disolución de
las Dietas: «El Ministerio no ha podido adquirir la seguridad de que la
Dieta de Bohemia enviaría Diputados al Reichsrath . Las dificultades que
existen para una solución satisfactoria, podrían haberse aumentado con
ocasión de las nuevas elecciones j por la actitud hostil que la Dieta adop-
taría acaso contra la Constitución . »
Con los Polacos, aunque lo es el Conde Potoeki, jefe de la actual Ad-
ministración, v á pesar del empeño del Gobierno de Viena de atraerse el
afecto de los habitantes de Galitzia tratándolos con una suavidad que
contraste con el despotismo ruso reinante en Varsovia, y con la rigidez
prusiana existente en Posen, tampoco se ha podido llegar á un acuerdo.
La Dieta de Lemberg exigía una posición particular é independiente en la
Cisleithania, uca organización provincial que sustrajese de la acción del
poder central todo lo relativo á ingresos y gastos; y quería que el idioma
alemán dejase de ser el preponderante en la Universidad de Lemberg,
dándose á ésta un carácter exclusivamente polaco, como se ha dado ya á
la de Cracovia.
Esta cuestión de los idiomas es una de las más graves en el Imperio de
Austria, no sólo por la inexplicable confusión que introduce en las leyes,
en la administración y en las costumbres la coexistencia de muchas len-
guas oficiales, sino porque es el síntoma y marca el carácter de uno de
los mayores problemas que allí están planteados. El germanismo, cuya
preponderancia interior en el Imperio austríaco estaba sostenida por la
preponderancia exterior de éste en la Confederación Germánica, lucha con
desventaja contra eí panslavísmo desde los desastres de Sadowa.
154 REVISTA POLÍTICA
Al lado de las divergencias procedentes de las diversas exigencias del
provincialismo, haj otra que acaso va á tomar ahora madores proporcio-
nes de las que venía presentando desde hace algunos años. Los conflictos
entre las potestades civil j eclesiástica agitan los ánimos en Austria con
mucha viveza, j uno de los sucesos más notables de las recientes eleccio-
nes es el triunfo de gran número de Diputados católicos, que acaso, pos-
poniendo las cuestiones políticas a las religiosas , obliguen al Gobierno ,
en cambio del auxilio que le den en aquellas, á no ir demasiado lejos en
sus hostilidades contra la Corte de Roma ; hostilidades que los actos im-
portantísimos j que se creen ja próximos , del Concilio ecuménico , van
tal vez á renovar.
De un momento á otro anunciará el telégrafo el resultado de la votación
que se verifique en el Vaticano respecto de la declaración dogmática de la
infalibilidad pontificia. El dia 4 de Julio terminaron los solemnes debates
sobre este punto, por haber renunciado la palabra más de sesenta prela-
dos que todavía la tenían pedida. Es de creer, pues, que la proclamación
del nuevo dogma, anunciada primeramente para la Pascua de Resurrec-
ción, después para el aniversario del regreso de Pío IX á Roma desde su
destierro de Gaeta, más adelante para la Pascua de Pentecostés , j últi-
mamente para el dia de la fiesta de San Pedro j San Pablo, y que había
ido aplazándose de esa manera de fecha en fecha por la resistencia per -
severante opuesta por la minoría de los Padres del Concilio, se realizará
dentro de muj breves días.
En los que últimamente han trascurrido se han publicado algunos he-
chos importantes relativos á las tareas del Concilio. Los periódicos de Pa-
rís insertaron en sus columnas una comunicación dirigida al Reverendo se-
ñor Chigi, Nuncio en París, por Francisco Mercurelli, secretario de Bre-
ves para los Príncipes, j redactada en los siguientes términos:
«Ilustrísimo y reverendísimo señor: Su Santidad recibe diariamente de todas partes,
y principalmente de Francia, mensajes en los cuales se afirma la creencia en la infa-
libilidad pontificia, en las definiciones ex-cathedra relativas á la fe y á las costumbres;
y en ellos se pide con grandes instancias que este privilegio concedido para el bien
de la Iglesia á su Supremo Gerarca, en la persona del Príncipe de los Apóstoles , sea
elevado á dogma de fe. £1 Padre Santo no puede menos de aleg-rarse al ver que esta
doctrina, que nadie ha puesto en duda durante tantos siglos, se afirma hoy tan abier-
tamente y se extiende entre el clero y el pueblo cristiano.
»Poresta razón se ha dignado contestar con palabras de reconocimiento á un gran
numero de estas manifestaciones. Empero multiplicándose en términos que es ya im-
posible responder en particular á tantas corporaciones y reuniones como acuden con
piadosas y humildes súplicas; queriendo, sin embargo, satisfacer de algún modo ásu
paternal afecto hacia todos, y darles á conocer el aprecio que hace de estos testimo-
nios de fe y de devoción. Su Santidad, por medio del infrascrito secretario, encarga á
V. S. I. y R. que adopte las disposiciones convenientes para que el clero de Francia
sepa cuan agradables le son estas muestras de devoción filial, y al mismo tiempo para
que todos e^tén seguros de que ha hecho que se tome cuenia exacta de dichos men-
EXTERIOR. 155
sajes, manifestaciones brillantes del sentimiento de la familia católica, por las perso-
nas encargadas de ordenar y conservar todo loque se refiere á las materias en que se
ocupa el sagrado Concilio ecuménico.»
Algunos periódicos, j especialmente los enemigos de la Santa Sede,
clamaron fuertemente contra el contenido de esta comunicación, que re-
sumía j generalizaba lo dicho en multitud de cartas anteriormente diri-
gidas por Su Santidad á personas j corporaciones que le habían enviado
manifestaciones de adhesión á la doctrina de la infalibilidad pontificia.
Dichos periódicos pretendían que el Papa faltaba de esa manera á la neu-
tralidad que , según ellos , debiera haber guardado en esta gravísima
cuestión.
El Gobierno francés, resucitando para este caso prácticas regalistas,
que se hallan poco en consonancia con el régimen ampliamente liberal
que se gloría de haber restablecido en Francia, ha tenido el mal gusto de
enojarse porque en esta época de ilimitada publicidad se le haya dado á
esa comunicación, sin solicitar previamente su jpase, j el Journal Officiél
del Imperio francés ha anunciado en las siguientes frases la lección de de-
recho diplomático que el Ministerio Ollivier ha dado al Nuncio , j que e^
Nuncio ha recibido con resignación : « De una pubhcacion reciente resulta
que la Nunciatura Apostólica ha comunicado á la redacción de un perió-
dico francés una carta del Secretario de Breves de S. S., invitando iil Ex-
celentísimo Sr. Nuncio á dar respuesta á los mensajes enviados al Padre
Santo , con ocasión del Concilio , desde diferentes puntos de la Francia.
Como nuestro derecho público prohibe formalmente en el interior del Im-
perio esta clase de comunicaciones , j asimila por completo al Nuncio de
la Santa Sede con un Embajador, el Ministro de Negocios extranjeros se
ha visto en la necesidad de llamar la atención de Monseñor Chigi hacia
esta irregularidad. Las explicaciones de Monseñor Chigi han hecho cons -
tar que dicha publicación S3 ha llevado á cabo por una equivocación : ha
manifestado su sentimiento, j declaraio que en adelante no se repetirá
un suceso de esta clase.»
Otro documento hemos leido estos días, que contribuye también á seña-
lar la tirantez de relaciones que media entre el actual Gobierno francés j
el Pontificio. La Gaceta de Augshurgo ha publicado un despacho dirigi-
do en 12 de Mayo por M. Emilio Ollivier, como Ministro interino de Ne-
gocios extranjeros, al Marques de Banneville , en que le manda observar
una conducta de absoluto y amenazador retraimiento en todo lo que se
refiera al Concilio. Como este despacho es breve, vamos á transcribirlo
íntegro :
«Señor Embajador : el Gobierno del Emperador no se ha hecho representar en el
Concilio, aunque le corresponde ese derecho en su cualidad de mandatario de los se-
glares en la Igleísia.
156 B3VISTA POLÍTICA
» Para impedir que las opiniones excesivas se conviertan en dogmas, ha contado
con la sabiduría de los Obispos y con la prudencia del Padre Santo. Para defender
nuestras leyes civiles y políticas contra las invasiones de la teocracia, ha contado con
la razón pública, con el patriotismo de los católicos franceses y con los medios ordina"
rios de sanción de que dispone. En su consecuencia, se ha preocupado de lo que tiene
de augusto una Asamblea de prelados congregados para decidir de los grandes inte-
reses del alma y de la fe, y no ha formado más que un propósito, el de asegurar y
prot( ger la completa libertad del Concilio. Advertido por los rumores de Europa de
los peligros que ciertas proposiciones imprudentes harían correr á la Iglesia, deseoso
de no ver aumentarse las fuerzas de agresión organizadas contra las creencias reli"
glosas, ha salido un momento de su reserva para dar consejos y presentar observa-
ciones.
»E1 Soberano Pontífice no ha creído deber escuchar nuestros consejos, ni acoger
nuestras observaciones. No insistimos y volvemos á nuestra actitud de abstención y
de espectacion.
»No provocareis ni aceptareis en adelante conversación alguna , sea con el Papa ó
con el Cardenal Antonelli, sobre los asuntos del Concilio.
»0s limitareis á informaros, á estar al corriente de los hechos, de los sentimientos
que los han preparado ó de las impresiones que á ellos han seguido.
«Tened á bien decir á nuestros Obispos que nuestra abstención no es indiferencia:
es para ellos respeto, y sobre todo confianza. Su derrota sería bien amarga, si por su
intervención no la hubiese impedido el poder civil, y su triunfo tendrá todo su valor,
si sólo lo deben á sus propios esfuerzos y á la fuerza de la verdad.
j) Recibid, señor Embajador, etc.«
En el reino de Italia han ocurrido pocos sucesos de importancia desde
que el Ministerio del general Menabrea fué remplazado por el que preside
el Sr. Lanza. Las tentativas revolucionarias de Milán, las de Catanzaro
(en la Calabria), las de Reggio (en la Emilia), la entrada de los Mazinia-
nos en la Lombardía por el cantón del Tesino, ni han prosperado, ni han
despertado siquiera gran inquietud en las poblaciones, que las vieron con
la major indiferencia. En las Cámaras apenas se ha tratado más que de
la cuestión de Hacienda. La derecha de la de Diputados ha mostrado al-
gunos deseos de que se reformara el Ministerio, saliendo de él Lanza, j
encargándose de la presidencia Sella. La izquierda, por el contrario, bus
caba la reorganización con el actual Presidente v otros compañeros. Por
último, la izquierda, dirigida por Ratazzi, se ha separado por completo
del Ministerio, al que en cambio apoja ja decididamente la derecha, bajo
la dirección de Minghetti. Pero si la situación de los partidos en la Cá-
mara es tal que no puede organizarse una fuerte mayoría, ni el Ministerio
ha podido atravesar la legislatura si no declarando que su misión es sólo
buscar el remedio para la laboriosa crisis económica , prescindiendo de
toda cuestión política, también es cierto que los partidos, representados
en la Asamblea, han dado pruebas de cordura, de moderación y de no
discrepar, en suma, mucho en sus respactivas Ideas y aspiraciones. Todos
son monárquico -constitucionales y dinásticos: el absolutista y el republi-
cano no tienen allí influencia. En el orden político no haj ningún grave
EXTERIOK. 157
problema pendiente; en el diplomático tampoco; el estado de la Hacienda
pública es tan poco satisfactorio, que no excita en los partidos la ambición
del poder mientras se está estudiando y tratando de remediar. Asi se han
podido pasar ocho meses de legislatura, sin una mayoría compacta y sin
conflictos. Los proyectos de Sella, Ministro de Hacienda, han sido apro-
bados ya, ó lo serán, según toda probabilidad. Se han hecho grandes re-
bajas de gastos, especialmente en el ejército. Se ha mejorado de un modo
muy considerable el curso forzoso del papel-moneda: el oro no gana aho-
ra en los cambios más que un 2 y medio por lOO. La dificultad más grande
está en los contratos hechos por el Estado con el Banco de Florencia, que
ascienden á una suma de 2,000 millones de reales, pero á pesar de la hos-
tilidad de los otros cuatro Bancos de emisión, va cesando la que la opinión
púbüca manifestaba contra el de Florencia, porque el estudio analítico de
lo- antecedentes demuestra que ha prestado grandísimos servicios al Go-
bierno. Las ventajas ya conseguidas en los negocios financieros, se hacen
notar en el Presupuesto de 1871, presentado ya por Sella á la Cámara. En
él los gastos suben á 1.149 millones de pesetas, y los ingresos á 1.152,
habiendo un sobrante de tres millones: pero es de advertir que, en los in-
gresos, está comprendida una emisión de Deuda por la cantidad necesaria
para producir 106 millones.
En Francia sucede todo lo contrario que en Itaha : la Hacienda está
próspera, el déficit no existe, las dificultades financieras no inquietan al
Gobierno; pero las cuestiones de organización política son graves y en
crecido número, y vuelven á presentarse, con apariencias también de gra-
vedad, las diplomáticas.
El proyecto de ley sobre nombramiento de los M aires ha ocupado, du-
rante muchas sesiones, al Cuerpo legislativo. En el desarrollo de las ideas
de descentralización , el Ministerio Ollivier se ha apresurado á aplicarlas
en los negocios provinciales. Por una ley ha concedido á los Consejos
generales de ios departamentos, el derecho de elegir sus mesas y de for-
mar sus respectivos reglamentos; les ha dado después la facultad de desig-
nar los periódicos que hayan de disfrutar el monopolio de los anuncios ju-
diciales, monopolio considerado en Francia como muy importante, porque
equivale á una fuerte subvención otorgada á tales ó cuales diarios. Otra
ley, votada ya por el Cuerpo legislativo y por el Senado, ha quitado á los
Prefectos la presidencia de los Consejos de Prefectura. Pero respecto de la
organización municipal, á pesar de las promesas contenidas en los progra-
mas de los dos centros, que parecía llamado á ejecutar el Ministerio Olli-
vier, éste se ha limitado á proponer un proyecto de ley para que los
Maires sean elegidos entre los miembros de los Consejos municipales,
reservando su elección al Gobierno ó á los Prefectos. A pesar de los es-
fuerzos de las oposiciones, el Cuerpo legislativo ha aceptado el plan del
158 REVISTA POLÍTICA
Gobierno, desechando todas las enmiendas que se le han presentado para
la adopción de otros sistemas. M. Choiseul quería que los Maires fuesen
nombrados por el sufragio universal, para satisfacer la justa exigencia de
muchos electores que no comprenden cómo habiendo podido elegir su Em-
perador, no han de poder escoger su Maire. La enmienda, defendida con
más empeño , fué la de MM. Jules Javre , Gambetta j Grevrj, propo-
niendo que los Maires sean nombrados por los Consejos municipales; pero
la Cámara la desechó por 187 votos contra 55. Después pidió M. Lefévre-
Portalis que, en las capitales de departamento, en las cabezas de distrito
j en los demás pueblos que cuenten más de 6.000 habitantes, conserven
el Gobierno j los Prefectos el derecho de elegir los Maires, dejándolo á
los Consejos municipales en los demás casos: este sistema estuvo vigente
en Francia cuatro años, desde la lej de 3 de Julio de 1848, que lo adop-
tó. El Marqués de Andelarre, ptr su parte, procuró también un término
medio conciliador en esta forma: «Los Maires j sus adjuntos seráQ nom-
brados por el Emperador, ó, en su nombre, por el Prefecto, de conformi-
dad con el artículo 3.° de la lej de 21 de Majo de 1831, á propuesta del
Consejo municipal, hecha en los ocho dias que sigan á su elección. Elsta
lista comprenderá un número de candidatos, doble del de nombramientos
que deban hacerse.»
Los Príncipes de la familia de Orleans han dirigido al Presidente del
Cuerpo Legislativo la siguiente carta ó petición, para que diera cuenta de
ella en sesión pública.
«Señores Diputados: Os ocupáis en la petición para derogar las medidas excepcio-
nales que pesan sobre nosotros. En vista de esa proposición, no debemos guardar si-
lencio. Desde 1848, bajo el Gobierno de la República, protestamos contra la ley que
nos destierra; ley de desconfianza que nada justificaba entonces. Nada la ha justifica-
do después, y venimos á renovar nuestras protestas ante los representantes del país:
«No es una gracia lo que reclamamos; es nuestro derecho, el derecho qoe pertenece
á todos los Franceses, y del que sólo nosotros estamos despojados.
»Es nuestro país lo que pedimos ; nuestro país que amamos , al que nuestra familia
ha servido siempre lealmente; nuestro país , del que no nos separa ninguna de nues-
tras tradiciones , y cuyo solo nombre hace latir siempre nuestros corazones, porque
para los desterrados nada hay que remplace la patria ausente.
«Luis Felipe de Orleans, Conde de Paris. — Francisco de Orleans, Príncipe da
Jüinville. — Enrique de Orleans, Duque de Aumale — Roberto de Orleans, Duque de
Chartres:
»Twickenham 19 de Junio de 1870.»
Muchos Orleanistas han creído que los Príncipes no h^n debido hacer
semejante petición. En el número de los que la desaprueban se dice que
está M. Guizot, pudiéndose incluir también en él á M. Thiers, que np ha
tomado parte en la discusión. El Gobierno se ha opuesto á que se dero-
gue la lej- de destierro , alegando que eslaa medidas de expulsión contra
las dinastías reales caídas se han creidp siempre i^iecQgarias, j durante el
EXTERIOR. 159
reinado de Luis Felipe qo se permitió la entrada en Francia á los Princi-
pes Bonapartes, ni aun en los momentos en que se traian con entusiasmo
V solemnidad á través del Océano las cenizas de Napoleón I. Según
M. Ollivier, es privilegio de las familias elevadas á tanta altura el no
poder descender á la categoría de los simples ciudadanos. Además, el
mismo orden con que están puestas las firmas al pié de la exposición , co-
locando al sobrino, representante de la línea primogénita, á la cabeza de
sus tios, prueba que los firmantes no se presentan como peticionarios co-
munes, sino como Príncipes que conservan pretensiones muj altas.
M. Estancelin hizo una defensa calorosa de los Orleans, j pidió la de-
rogación de la lej de destierro, j en el mismo sentido habló el General
Lebreton; pero el incidente más curioso de la sesión fué la actitud de los
oradores republicanos. M. Jules Favre apojó la pretensión de los Prínci-
pes, siguiendo su ejemplo M. Arago j M. Picard, jefe de la fracción que
ahora se llama la izquierda abierta , según ja explicamos en el número
anterior; pero MM. Arago y Grevrj declararon que su opinión era dia-
metralmente contraria á la de sus compañeros , porque hallándose , en su
sentir, muj próximo á desaparecer el Imperio , no querían que sobre el
suelo de la Francia ha ja quien pueda disputar su triunfo á la República.
A esto replicó M. Picard que, aunque republicano, no coloca la República
por encima de la voluntad de la Francia ; j otros han observado que , al
hacer esas declaraciones, parece que los partidarios de la forma republi-
cana no confian en poder triunfar sino por medio de la sorpresa. La peti-
ción de los Príncipes fué desechada por 174 votos contra 31.
Los celos que á la Francia inspira el crecimiento del poder de la Prusia,
se han manifestado con ocasión de un asunto que, por su índole, no pa-
rece más que mercantil é industrial, pero que puede tener indudablemente
una importancia militar muj grande. Cuando ja está adelantada la gran-
de obra de atravesar los Alpes por medio del túnel del Mont-Cenis , que
en 1871 dejará un paso directo por ferrocarril entre la Francia j la Ita-
lia, va á emprenderse la construcción de otra vía que comunique de la
misma manera á la Italia con la A lemania . Los ingenieros han estudiado
cuatro pasos: el del Simplón, el del San Go tardo, el Splügen j el Luc-
manier, j se han decidido por el del Siriiplon.
Siendo demasiado crecidos los presupuestos de gastos de esa obra gi-
gantesca para una compañía de ferro -carriles, han creído los Gobiernos
interesados que debían ponerse de acuerdo para dar una subvención
de 85 millones de pesetas, que se calcula necesaria, j de lo cual están
suscritas próximamente las tres cuartas partes. El Gobierno italiano se
ha obligado á contribuir con 22 millones ; la Compañía de los caminos de
hierro lombardos con diez; la ciudad de Genova con siete; los cantones más
próximos de la Suiza, con trece; las compañías de ferro-carriles, con siete;
160 REVISTA POLÍTICA
el Gran Ducado de Badén, con tres. 1*^1 reino de Wurlenberg no ha deci-
dido aún lo que hará ; Baviera que, acaso tiene miedo á dar demasiadas
facilidades de locomoción á los terribles regimientos prusianos , se ha ne-
gado á tomar parte en el negocio. La Confederación del Norte, que tanto
dá que cabilar á los Franceses, se ha suscrito por 10 millones, además de
la parte que han tomado también en la empresa varias compañías prusia-
nas de ferro- carriles j de minas. Varios Diputados han interpelado en el
Cuerpo Legislativo al Gobierno, llamándole la atención sobre los peligros
que puede haber para la neutralidad de la Suiza en esos convenios inter-
nacionales que entregan un paso importante de su territorio, y hasta una
parte de su propiedad, á extranjeros ambiciosos. El Duque de Grammont,
Ministro de Negocios extranjeros, ha tratado de tranquilizar á los interpe-
lantes, haciéndoles observar que los Estados que subvencionan un camino
no se hacen co-propietarios de él ; que la Suiza continuará siendo dueña
del San Gotardo, según las le jes más elementales del derecho de gentes,
y además ha tenido la precaución de reservarse sus derechos de neutra-
hdad, y consignado explícitamente hasta el de interrumpir las comunica-
ciones y destruir la via; añadiendo que, en todo caso, si esas garantías
no son bastantes alguna vez para la defensa de la neutralidad suiza , la
Francia se encargaría de hacerla respetar. En verdad, esta última razón es
muj contraproducente, porque señala á la Francia una nueva obligación
militar, para los grandes conflictos, eQ esa misma neutralidad que debiera
resguardar parte de sus fronteras.
Y no parece que el mismo Ministerio Ollívier tenga en este asunto la
tranquilidad que ha querido infundir á sus interpelantes ; pues á sus ins-
tancias, según parece, se ha suspendido en Florencia el que las Cámaras
deliberen acerca de la parte de subvención que corresponde á la Italia.
Otro asunto ha dado ocasión para que en el Cuerpo Legislativo francés
se trate extensamente de las fuerzas militares que respectivamente cuen-
tan la Francia y la Prusia. El Gobierno ha presentado un proyecto de ley
reduciendo á 90.000 hombres el contingente anual para el ejército, que
antes era de lOO.OOO; y todos los oradores que han tomado parte en el
debate, lo han considerado como parte principalísima de la cuestión de
rivaUdad entre ambas naciones. M. Garnier Pagés, que combatió el pro-
yecto del Gobierno, le estimulaba á imitar la organización del ejército
prusiano, que con menos gasto da relativamente más soldados. M. Jules
Favre, hablando también en contra, pedia para la Francia, nación demo-
crática que tiene la pretensión de ser libre, el armamento universal de los
ciudadanos, á fin de que cada uno de estos , teniendo su fusil con su cé-
dula de votar, pueda defender sus opiniones y su patria ; y preguntó al
Ministerio si tiene temores de guerra , y de dónde proceden , en caso de
haberlos. M. Ollívier le dio la satisfactoria respuesta, que nos alegraremos
EXTERIOR. 161
de ver confirmada por los sucesos, de que jamas ha estado más asegurada
que ahora la paz de la Europa , no habiendo empeñada en la actualidad
ninguna cuestión irritante, j estando convencidos todos los Gabinetes de
la necesidad imprescindible de respetar los tratados , y con especialidad
los dos que más interesan á la conservación de la paz; el de 1856, que la
aseguró en Oriente, j el de Praga, que la restableció en la Alemania.
M. Thiers, que en esta discusión ha apojado al Gobierno , ha mostra-
do también confianza en que no ha de estallar por ahora la guerra , jr la
funda en que el Conde de Bismark comprende que no le conviene ostentar
tanta ambición como hace cuatro años, porque se despertarían contra él las
susceptibilidades nacionales delSudde Alemania, En la Francia sería tam-
bién insensato provocar la guerra , que podria producir el resultado de
excitar el patriotismo alemán , haciendo que se uniesen á Bismark los
Estados que hoj le miran eon recelo. Pero, al mismo tiempo que una po-
lítica pacífica, aconseja M. Thiers á sus compatriotas que mantengan un
ejército numeroso j dispuesto á todas las eventualidades , porque no con-
viene entregarse á la prudencia ajena, sobre todo cuando es la de un am-
bicioso que dispone ja de cuarenta millones de hombres, j que tan gran-
des pruebas tiene dadas de la grandeza de sus planes j del temerario
arrojo de sus empresas.
Fernando Cos-Gayon.
TOMO XV. 11
NOTICIAS LITERARIAS.
Observaciones sobre la novela contemporánea en España. — Proverbios ejemplares y
Proverbios cómicos, por D. Ventura Ruiz Aguilera.
El gran defecto de la major parte de nuestros novelistas , es el haber
utilizado elementos extraños, convencionales, impuestos por la moda,
prescindiendo por completo de los que la sociedad nacional j coetánea les
ofrece con extraordinaria abundancia. Por eso no tenemos novela ; la ma-
yor parte de las obras que con pretensiones de tales alimentan la curiosi-
dad insaciable de un público frivolo en demasía , tienen una vida efímera
determinada sólo por la primera lectura de unos cuantos millares de
personas, que únicamente buscan en el libro una distracción fugaz ó un
pasajero deleite. Ks imposible que en país alguno ni en ninguna época se
haga un ensajo más triste y de peor éxito, que el que los Españoles hacen
de algunos años á esta parte para tener novela. En vano algunos editores
diligentes han acometido la empresa con ardor, empleando en ello todos los
recursos de la industria librera; en vaího las Revistas j las publicaciones
periódicas más acreditadas, han tratado de estimular á la juventud, prefi-
riendo algunas obras muy débiles de escfitores nuestros, á las extranje-
ras, relativamente muj buenas ; en vano la Academia ofrece un premio
pecuniario j "honorífico á una buena novela de costumbres. Todo es in-
útil. Los editores han inundado el país de un fárrago de obrillas, notables
sólo por los colorines de sus lujosas cubiertas; la prensa tiene que recurrir
de nuevo á su sistema de traducciones; y raras veces llega al recinto de
la A.cademia un manuscrito de mediano precio, pudiendo asegurarse que
no pecan de severos los inmortales de la calle de Valverde al escatimar el
premio mayor con una prudencia casi sistemática.
Este fenómeno es singular atendiendo á lo que la poesía lírica ha pro-
ducido en este siglo, j el brillante período del teatro contemporáneo. Pero
tal vez se encuentre una explicación satisfactoria fijándose en la especia-
lísima índole de la novela de costumbres, y relacionándola con nuestro
carácter y nuestra educación literaria.
Las personas dadas á la investigación, explican esto diciendo: los Espa-
ñoles somos poco observadores, y carecemos por lo tanto de la principal
virtud para la creación de la novela moderna. La fantasía andaluza y cas-
NOTICIAS LIÍBRAÍllAg. l6S
tellana, que ha creado la más rica poesía popular que existe en la civiliza-
ción cristiana, la literatura mística, y el gran teatro del siglo XVII, es
completamente incapaz para el caso. Hemos hecho algo en la novela ro-
mántica, que ja está mandada recoger, jen la legendaria j maravillosa,
cujo prestigio desciende ja notablemente ; pero la novela de verdad j de
caracteres, espejo fiel de la sociedad en que vivimos , nos está vedada. El
lirismo nos corroe, digámoslo así, como un mal crónico é interno, que ja
casi forma parte de nuestro organismo. Somos en todo unos soñadores que
no sabemos descender de las regiones del más sublime extravío, j en li-
teratura como en política, nos vamos por esas nubes montados en nues-
tros hipógrifüs, como si no estuviéramos en el siglo XIX j en un rincón
de esta vieja Europa, que ja se va aficionando mucho á la realidad.
Cierto es esto : somos unos idealistas desaforados , j más nos agrada
imaginar que observar. Bien se está viendo que no haj gente menos prác-
tica en toda especie de asuntos que esta buena gente española, que tanto
ha dado que hacer al mundo en tiempos lejanos, j en las letras no es en
donde menos se refleja esta disposición especial de nuestros espíritus. Sin
embargo, puede asegurarse que en este punto la citada disposición es más
bien accidental, hija sin duda de condiciones del tiempo, que innata j ca-
racterística. Examinando la cualidad de la observación en nuestros escri-
tores, veremos que Cervantes, la más grande personalidad producida por
esta tierra, la poseía en tal alto grado, que de seguro no se hallará en
antiguos ni modernos quien le aventaje, ni aun le iguale. Y en otra ma-
nifestación del arte, ¿qué fué Velazquez sino el más grande de los obser-
vadores, el pintor que mej-or ha visto j ha expresado mejor la naturaleza?
La aptitud existe en nuestra raza ; pero sin duda esta degeneración la-
mentable en que vivimos, nos la echpsa j sofoca. Haj que buscar la cau-
sa del abatimiento de las letras j de la pobreza de nuestra novela en las
condiciones externas con que nos vemos afectados, en el modo de ser de
esta sociedad, tal vez en el decaimiento del espíritu nacional ó en las con-
tinuas crisis que atravesamos, j que do nos han dado punto de reposo.
La novela es producto legítimo de la paz : al contrario de la literatura he-
roica j patriotera, no se cria sino en los períodos de serenidad, j en nues-
tros tiempos rara es la pluma que no se ejercita en las contiendas políti-
cas. No se espere hoj de los grandes ingenios otra cosa que diatribas
muj bellas.
Haj además el gran inconveniente de las circunstancias tristísimas de
la literatura considerada como profesión. Domina en nuestros pobres li-
teratos un pesimismo horrible. Hablarles de escribir obras serias j con-
cienzudas de puro ínteres literario , es hablarles del otro mundo. Todos
ellos andan á salto de mata, de periódico en periódico, en busca del nece-
sario sustento , que encuentran rara vez ; j la major recompensa j el
mejor término de sus fatigas es penetrar en una oficina , panteón de toda
gloria española. Todos reposan su cabeza cargada de laureles sobre un
expediente ; y el infeliz que no acepta esta solución , j se empeña en ser
literato á secas , viviendo de su pluma , bien podría ser canonizado como
uno de los más dignos mártires que han probado las amarguras de la
vida en este valle de lágrimas .
Entre tanto, por más que digan, aquí se lee mucho, j se lee de todo,
política, literatura, poesía, artes, ciencias, j sobre todo, novela. Pero esta
gente que lee, estos Españoles que gustan de comprar una novela j la de-
164 NOTICIAS LITERARIAS.
voran de cabo á rabo, estimando de todo corazón al ingenio que tal cosa
produjo, se abastece en un mercado especial. El pedido de este lector es-
pecialísimo es lo que determina la índole de la novela. El la pide á su
gusto, la ensaya, da el patrón j la medida; j es preciso servirle. Aquí
tenemos explicado el fenómeno , es decir . la sustitución de la novela na-
cional de pura observación, por esa otra convencional j sin carácter , gé-
nero que cultiva cualquiera , peste nacida en Francia , j que se ha di-
fundido con la pasmosa rapidez de todos los males contagiosos. El pú-
blico ha dicho : « Quiero traidores pálidos j de mirada siniestra , modistas
angehcales, meretrices con aureola , duquesas averiadas, jorobados ro-
mánticos, adulterios, extremos de amor j odio,» j le han dado todo esto.
Se lo han dado sin esfuerzo , porque estas máquinas se forjan con asom-
brosa facilidad por cualquiera que ha ja leído una novela de Dumas j otra
de Soulié. Kl escritor no se molesta en hacer otra cosa mejor, porque
sabe que no se la han de pagar ; j esta es la causa única de que no ten-
gamos novela. El género literario en que se ocupan con algún resultado
nuestros desdichados literatos , j el que sostiene algunas pequeñas in-
dustrias editoriales, es el de la novela de impresiones j movimiento, cuja
lectura ejerce una influencia tan marcada en la juventud del dia, refle-
jándose en nuestra educación j dejando en nosotros una huella que tal
vez dura toda la vida.
La verdad es que existe un mundo de novela. En todas las imagina-
ciones haj el recuerdo, la visión de una sociedad que hemos conocido en
nuestras lecturas : j tan familiarizados estamos con ese mundo imagina-
rio que se nos presenta casi siempre con todo el color j la fijeza de la
realidad, por más que las innumerables figuras que lo constitujen no ha-
jan existido jamas en la vida, ni los sucesos tengan semejanza ninguna
con los que ocurren normalmente entre nosotros. Así es que cuando ve-
mos un acontecimiento extraordinariamente anómalo j singular, decimos
que 'parece cosa de novela; j cuando tropezamos con algún individuo ex-
tremadamente raro, le llamamos héroe de novela , j nos reimos de él
porque se nos presenta con toda la extrañeza é inusitada forma con que
le hemos visto en aquellos extravagantes libros. En cambio , cuando lee-
mos las admirables obras de arte que produjo Cervantes j hoj hace Car-
los Dickens, decimos: «Qué verdadero es esto! Parece cosa de la vida. Tal
ó cual personaje, parece que le hemos conocido. » Los apasionados de Ve-
lazquez se han famiUarizado de tal modo con los seres creados por aquel
grande artista , que creen haberlos conocido j tratado , j se les antoja
que van Esopo , Menipo j el Bobo de Coria andando por esas calles
mano á mano con todo el mundo.
IL
En la novela de impresiones j movimiento , destinada sólo á la dis-
tracción j deleite de cierta clase de personas , se ha hecho aquí cuanto
había que hacer, inundar la Península de una plaga desastrosa , haciendo
esas emisiones de papel impreso, que son hoj la gran conquista del co-
mercio editorial. La entrega , que bajo el punto económico es una mara-
villa, es cosa terrible para el arte. És como la aphcacion del periódico á
toda clase de manifestaciones literarias , j expresa una tendencia de nues-
tro siglo, la tendencia á aceptar para todo el sistema inglés de los mu-
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chos pocos, que aquella buena gente sabe aplicar á todo. .Como quiera
que sea, los recursos de publicidad aumentan considerablemente con la
entrega. El libro, dividido de este modo, penetra hoja por hoja en todos
los hogares, y es accesible alas fortunas más modestas. No vituperamos
todavía este sistema ; porque el mal no está en él. Como excelente medio
de propagación la entrega, ha podido difundir lo malo ; pero en igualdad
de condiciones puede extender lo bueno j darle una extraordinaria circu
lacion con la rapidez y la ubicuidad del periódico.
No ha absorbido todo el público la clase de novelas de que hemos ha-
blado. Siempre haj un pequeño número de lectores para los ensajos que
en otros géneros se han hecho. También aquí se ha intentado crear la
novela de salón; pero es una planta esta difícil de aclimatar. Verdad es, que
por lo general, valen poco las producciones de esta clase, que no son sino
imitaciones muj pálidas y muy mal hechas de la literatura francesa de
bondoir. A esto contribuye en gran parte el afrancesareiento de nuestra
alta sociedad, que ha perdido todos sus rasgos característicos. Ya desde
principios del siglo pasado , la reforma de la etiqueta , la venida de los
Borbones, la irrupción de la moda francesa, comenzaron á desnaturalizar
nuestra aristocracia. En el presente siglo aún existia un resto de aquellas
costumbres caballerescas de la antigua nobleza ; la parte principal del
reinado de Fernando VII fomentó en ella su innata afición á los toros y
á los frailes , al paso que le hacía perder sus cualidades seculares de noble
orgullo y exagerado pundonor; y por fin, la mayor cultura de la presente
época , la educación literaria recibida por casi todos los jóvenes de alta
alcurnia, ha modificado completamente la clase , alejándola de aquel vi-
cioso y rancio españolismo que fué una degeneración de la primitiva ca-
ballerosidad castellana. Hoy la aristocracia no es aventurera, ni petulante,
ni idólatra de los toros, ni mogigata. Es una clase perfectamente recon-
ciliada con el espíritu moderno ; que ayuda á impulsar más bien que á
eutorpecer el movimiento de la civilización, y vive tan tranquila y pací-
fi ca en medio de una sociedad que ya no domina ni dirije, contenta de su
papel, contribuyendo á la vida colectiva con lo que su inñuencia y su
poder le permita, alternando con todos nosotros durante el día, y retirán-
dose por la noche allá al recinto de sus salones, donde penetran ya toda
clase de mortales. Por lo demás, los amantes de lo pintoresco y lo carac-
terístico encontrarán á esta aristocracia un poco vulgar : la adopción del
ritual francés para todas sus ceremonias, el continuo uso de aquella len-
gua y de sus fórmulas de cortesía, la afición, mejor dicho, el delirio por
los viajes elegantes ha rematado esta obra de nivelación , asimilando á
todos los nobles de la tierra. Por eso la novela de salón, de una tenden-
cia puramente elegante y de syort , es entre nosotros una flor exótica y
de efímera existencia. Además, el círculo de la alta sociedad es estrecho;
nos interesa poco lo que hace esa buena gente allá en sus encantados re-
tiros ; es verdad que la pasión suele presentarse en ella con brios extraor-
dinarios, dando origen á sucesos de gran interés y novedad. Es verdad,
que hay allá arriba vicios trascendentales (vulgarmente) que no son dis-
tintos de los vicios de aquí abajo (aunque no mayores como se cree), y
que son un gran elemento de arte ridiculizados ó corregidos con habilidad;
pero, ó nuestros novelistas no saben tratar el asunto , ó no han tenido el
acierto de ser un poco más generales, poniendo en contacto y en relación
íntima, como están en la vida, todas las clases sociales. La novela, el
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más complejo, el más múltiple de los géneros literarios, necesita un
círculo más vasto que el que le ofrece una sola gerarquia , ja muy poco
caracterizada ; se asfixia encerrada en la perfumada atmósfera de los sa-
lones, j necesita otra amplísima j dilatada, donde respire y se agite todo
el cuerpo social.
La novela popular es la que únicamente ha sido cultivada con algún
provecho, sin duda por las tradiciones de nuestra novela picaresca, cu jos
caracteres j estilo están grabados en la mente de todos. Es más fácil re-
tratar al pueblo, porque su colorido es más vivo , su carácter más acen-
tuado , sus costumbres más singulares , j su habla m.ás propia para dar
gracia j variedad al estilo. En el pueblo urbano , muj modificado ja por
la influencia de la clase media , sobre todo en las grandes ciudades , la
dificultad es major. Los nuevos elementos ingeridos en la sociedad por
las reformas políticas, Ta pasmosa propagación de ciertas ideas que van
penetrando en las últimas gerarquías, la lacilidad con que un pueblo dó-
cil j de vivísima imaginación como el nuestro acepta ciertas costumbres,
hacen que sea más difícil j complicada la tarea de retratarlo. Kl pueblo
de Madrid es hoj muj poco conocido : se le estudia poco , j sin duda el
que quisiera expresarlo con fidelidad j gracia , hallaría enormes inconve-
nientes j necesitaría un estudio directo jal natural, sumamente enojoso.
Se equivoca el que cree encontrar á ese pueblo en las obras de Mesonero
Romanos . El buen Curioso Parlante se quejaba de que hubiesen desapa-
recido las manólas, los chisperos, los covachuelistas, los lechuguinos, los
antiguos barberos : él fué un pintor concienzudo de los nuevos tipos que
produjo la trasformacion de nuestra sociedad hace treinta años; j tal vez
estaría muj lejos de creer el ilustre madrileño, que bien pronto desaparece-
ría también aquella falange de personajes que él vio nacer j que observó
con singular maestría. Ya todo es nuevo, j la sociedad de Mesonero nos
parece casi tan antigua como la de las antiguas fábulas picarescas, como
la categoría de los rufianes, buscones, necios, corchetes, gariteros, hidal-
guillos j toda la gentuza que inmortalizó Quevedo.
En la novela de costumbres campesinas, Fernán Caballero j Pereda
han hecho obritas inimitables. El primero ha pintado la buena gente de
los pueblos de Andalucía con suma gracia j sencillez, retratando la na-
tural viveza j espontaneidad de aquella noble raza. Sólo se bastardea j
malogra su ingenio cuando quiere salir del breve círculo del hogar cam-
pestre. Fernán Caballero cae por tierra desde que quiere elevarse un poco,
j nada haj más pobre que su criterio, ni más triste que su filosofía bona-
chona, afectada de una mogigatería lamentable. Pereda es un pintor muj
diestro: suñ Escenas montañesas son pequeñas obras maestras, á que está
reservada la innaortalidad. ¡Lástima que sea demasiado local j no procu-
re mostrarse en esfera más ancha ! El realismo bucólico j la extraña poe-
sía de que sabe revestir á sus interesantes patanes , no pueden realizar
por completo la a>ípiracion literaria de hoj. Es aquello muj particular, j
expresa una sola faz de nuestro pueblo. En un horizonte más vasto, aquel
ingenio tan observador j perspicaz haria cosas inimitables, satisfaciendo
esa secreta aspiración de toda gran sociedad á manifestarse en forma ar-
tística, produciendo una expresión ó remedo de sí misma.
NOTICÍAS LITERARIAS. . 167
m.
Pero la clase media, la más olvidada por nuestros novelistas, es el
gran modelo, la fuente inagotable. Ella es hoy la base del orden social;
ella asume por su iniciativa y por su inteligencia la soberanía de las na-
ciones, V en ella está el hombre del siglo XIX con sus virtudes j sus vi-
cios, su noble é insaciable aspiración, su afaí) de reformas, su actividad
pasmosa. La novela moderna de costumbres ha de ser la expresión de
cuanto bueno j malo existe en el fondo de esa clase, de la 'incesante agi-
tación que la elabora, de ese empeño que manifiesta por encontrar ciertos
ideales v resolver ciertos problemas que preocupan á todos, y conocer el
origen y el remedio de ciertos males que turban las familias. La grande
aspiración del arte literario en nuestro tiempo es dar forma á todo^sto. ^,
Haj quien dice que la clase media en España no tiene los caracteres y
el distintivo necesarios para determinar la aparición de la novela de cos-
tumbres. Dicen que nuestra sociedad no tiene hoj la vitalidad necesaria
para servir de modelo á un gran teatro como el del siglo XVII, ni es su-
ficientemente original para engendrar un período literario como el de la
moderna novela inglesa. Esto no es exacto. La sociedad actual, represen-
tada en la clase media, aparte de ;los elementos artísticos que necesaria-
mente ofrece siempre lo inmutable del corazón humano y los ordinarios
sucesos de la vida, tiene también en el momento actual, y según la espe-
cial manera de ser con que la conocemos , grandes condiciones de origi-
nalidad, de colorido, de foríaia.
Basta mirar con alguna atención el mundo que nos rodea para com-
prender esta verdad. Esa cíase es la qué determina el movimiento políti-
co, la que administra, la que enseña, la que discute, la que da al mundo
los grandes innovadores y los grandes libertinos, los ambiciosos de genio
y las ridiculas vanidades: ella determina el movimiento comercial, una de
las grandes manifestaciones de nuestro siglo , y la que posee la clave de
los intereses, elemento poderoso de la vida actual, que daí origen en las
relaciones humanas á tantos dramas y tan raras peripecias. En la vida ex-
terior se muestra con estos caracteres marcadísimos, pof ser ella el almA
de la política y el comercio , elementos de progreso , que no por serlo en
sumo grado han dejado de fomentar dos grandes vicios en la sociedad, la
ambición desmedida y el positivismo. Al mismo tiempo, en la vida do-
méstica, ¡qué vasto cuadro ofrece esta clase, constantemente preocupada
por la organización de la familia f Descuella en primer lugar el problema
religioso, que perturba los hogares y ofrece contradicciones que asustan;
porque mientras en una parte la falta de creencias afloja ó rompe los lazos
morales y civiles que forman la familia, en otras produce los mlsm'os
efectos el fanatismo y las costumbres devotas. Al mismo tiempo se obser-
van con pavor los estragos del vicio esencialmente desorganizador de la
familia, el adulterio, y se duda si esto ha de ser remediado por la solución
religiosa, la moral pura, ó simplemente por una reforma civil. Sabemos
que no es el novelista el que ha de decidir directamente estas graves cues-
tiones, pero sí tiene la misión de reflejar esta turbación honda, esta lucha
incesante de principio» y hechos que constituje el maravilíoso drama de
la vida actual.
168 NOTICIAS LITERARIAS.
No ha aparecido aún en España la gran novela de costumbres, la obra
vasta j compleja que ha de venir necesariamente como expresión artística
de aquella vida. Sin duda, las circunstancias de estos dias no le son favo-
rables, como antes hemos dicho, por ser un producto natural j espontáneo
de los tiempos serenos; pero es inevitable su aparición, j hoj tenemos sín-
tomas y datos infalibles para presumir que sea en un plazo no muy leja-
no. La aspiración de la sociedad actual á exteriorizarse, se maniñesta ja
con alguna energía en el sin número de cuadros de costumbres que han
visto la luz en los últimos años. De este modo se inician los grandes pe-
ríodos de la Uteratura novelesca, que no llega á producir sus grandes j
más preciados frutos sino después de una lenta j laboriosa prueba. Üe
estos cuadros de costumbres que apenas tienen acción, siendo únicamente
ligeros bosquejos de una figura , nace paulatinamente el cuento , que es
aquel mismo cuadro con un poco de movimiento, formando un orga-
nismo dramático pequeño, pero completo en su brevedad. Los cuentos
breves y compendiosos, frecuentemente cómicos, patéticos alguna vez,
representan el primer albor de la gran novela, que se forma de aquellos,
apropiándose sus elementos y fundiéndolos todos para formar un cuerpo
multiforme y vario, pero completo, organizado y uno, como la misma so-
ciedad. En ¿spaña, la producción de esas pequeñas obras es inmensa. La
prensa literaria se alimenta de eso, y menudean las colecciones de cuen-
tos, de artículos, de cuadros sociales. Hay mucho de vulgar y mediano en
estas composiciones; pero el que siga con interés el movimiento Hterario
habrá tenido ocasión de observar lo que hay de bueno entre la muche-
dumbre de obritas de este género. Las que más boga han alcanzado son
los Proverbios Ejemplares de D. Ventura Ruiz Aguilera, colección de
pequeñas novelas, muy apreciables y bellas particularmente, además del
mérito y la importancia que tienen en su conjunto como pintura general
de nuestra sociedad. Estos cuentos, en que se desarrolla el sentido moral
de un adagio popular, son tan breves y conceptuosos, que jamas cansa
su lectura: son cuadros hechos á cuatro rasgos, y ocupando sólo el espa-
cio necesario para sus escasas figuras; no hay en ellos digresiones ni su-
perñuidades, porque su índole exige la forma más concreta, pudiendo de-
cirse, por la intención que encierran y lo sencillo de su organismo, que
son verdaderos apólogos. Algunos, sobre todo los cómicos, no son otra
cosa que epigramas en grande escala. Mas no por ser breves los cuentos
que la forman deja de ser muy vasto el mundo que vive y se agita en esta
colección de proverbios. Allí estamos todos nosotros con nuestras ñaque-
zas y nuestras virtudes retratados con fidelidad, y puestos en movimiento
en una serie de sucesos que no son ni más ni menos que estos que nos
están pasando ordinariamente uno y otro día en el curso de nuestra agi-
tada vida. La índole de la obra no permitía utilizar demasiado el elemen-
to patético, siendo casi siempre lo cómico el principal recurso que el autor
emplea para su fin. MI Castigat ridendo, es el principio que se ha tenido
en cuenta, aunque suele haber mucha seriedad en todas las soluciones. Por
lo general, domina en todos ellos una calma de espíritu imperturbable, y
su lectura produce el efecto de una conversación discreta y sana con per-
sonas de extremada bondad, porque la filosofía que encierran no tiene la
severidad agresiva del moralista dogmático, ni ese pesimismo doloroso de
nuestros escépticos de hoy, que no saben enseñar verdad alguna que no
sea muy amarga, y nos quitan una esperanza y un consuelo en cada lee-
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cion que nos dan. A una gran viveza de color en los retratos se une un
tacto especial para escoger sólo las figuras necesarias, la más caracterís-
ticas, sin usar segundos términos ni cosa alguna que esté demás; así es
que los personajes se graban en la memoria del lector con gran viveza. Los
hechos son los más naturales de la vida, verificándose siempre con la más
estricta lógica, cualidad que, unida al interés, constituye el secreto de la
buena novela. Ya estamos cansados de las situaciones difíciles, penosas y
violentas, que suelen hacer efecto en el teatro, pero que son intolerables
en el libro, donde el campo es más vasto, la ficción más fácil, j por con-
siguiente menos llevaderas las licencias de esta naturaleza. Ya hemos di-
cho cuan serena y dulce es la filosofía que inspiran estos sencillos cuen-
tos; pues esta serenidad, esta apacible calma del justo se refleja en la
naturalidad del relato, en la sencillez de la invención, en el fácil artificio
del diálogo.
En cuanto al estilo. Los Proverbios encierran un preciosísimo tesoro de
locuciones populares que vemos con disgusto desaparecer poco á poco de
nuestro lenguaje literario. Conviene que el movimiento y las trasforma-
clones de una lengua, indicados por el movimiento de la vida de los pue-
blos, no sea tal que haga poner en olvido ciertos modos de decir que cons-
tituyen uno de los principales tesoros de nuestra lengua. En esto el señor
Aguilera ha sabido sacar partido del inmenso caudal de frases, dichos, re-
franes Y modismos que posee, poniéndolos en boca del pueblo con mucho
donaire y oportunidad; y si estas novelitas no tuvieran el encanto de su
sencillo é ingenioso artificio, la exactitud y gracia de las pinturas, sería
suficiente motivo para darles valor la circunstancia de ser un archivo de
curiosidades lingüísticas que nos interesan y seducen, no sólo por ser be-
llas y pintorescas, sino por ser raras y estar exhumadas con una solicitud
digna de imitación.
IV.
Ya hemos dicho que el mundo de los ProverHos , lo mismo el de los
Ejemplares , que el délos Cómicos, publicados recientemente, es el que
formamos todos nosotros en la vida ordinaria y real. De la clase media han
salido todos aquellos caballeros y señoras, y aunque también vemos algu-
na gente del pueblo y tal cual aristócrata, considerada en conjunto la co-
lección, estos tipos parecen como de segundo término, ó completamente
ripiosos, si nos es permitido decirlo. En aquella sociedad imaginaria do-
mina la clase que domina en la real , y el punto de vista para tan vasto
cuadro ha sido el de este círculo en que todos vivimos , círculo formado
por nuestros amigos, nuestros conocidos, una multitud de personas que
vemos perfectamente y no conocemos , otros tantos de quienes oimos con-
tar pestes, muchas de quienes se cuentan maravillas, otras de que nos
reimos con buenas ganas, la muchedumbre de los que quieren engañar-
nos, la falange de Jos que señalamos con el dedo como una notabilidad
social , la gerarquía de los extravagantes, la familia de los tontos , en fin,
la serie inacabable de los fulanos, la figura del prójimo personificado,
el fellow de los ingleses. Todos son individuos y á todos los vemos por
esas calles con sus levitas y sus sombreros tan lejos de pensar que son
un gran elemento de arte, y unos modelos de gran precio.
Los vicios y virtudes fundamentales que engendran los caracteres y
170 NOTICIAS LITERARIAS.
determinan los sucesos son también estos de por acá. Nada de abstrac-
ciones , nada de teorías ; aquí sólo se trata de referir y de expresar, no de
desarrollar tesis morales más ó menos raras , j empingorotadas ; sólo se
trata de decir lo que somos unos j otros , los buenos j los malos , di-
ciéndolo siempre con arte. Si nos corregimos , bien ; si nó , el arte ha
cumplido su misión, j siempre tendremos delante aquel espejo eterno re-
flejador j guardador de nuestra fealdad.
Los vicios, decíamos, son de los que andan sueltos por estas tierras, ha-
llándose por lo general en gran predicamento j teniendo mucho dominio
entre nosotros. La vanidad, por ejemplo, tiene en los Proverbios un
punto tan importante como en la vida : aquí se halla en todas partes , to-
dos la tenemos en major ó menor grado, j casi puede asegurarse que
este vico es uno de los que más participación tienen en el movimiento
moderno. Este gran siglo en que hemos nacido nos ha traído tantas
cosas buenas, que se le puede perdonar todo. El nos ha traído la partici-
pación de todos en la vida pública, ha reconstituido el ser humano con la
noción de la dignidad, del mérito personal, j, como ha traído la justicia
de la gloria, como nos da á todos la seguridad de que si valemos hemos
de ser apreciados, como nos abre el camino j nos paga con la estimación
general , si la merecemos , de aquí el que todos queramos ser algo supe-
rior á los demás, distinguirnos de cualquier modo. Sino podemos hacerlo
con buenas j grandiosas acciones , lo hacemos con un título, con un nom-
bre, con una cinta ú otra fórmula convencional.
Somos muj vanidosos , pero este vicio es una pequeña sombra proyec-
tada por las grandes excelencias de nuestra época. Todos los grandes pro-
gresos traen su cortejo de pequeñas flaquezas. La participación de todos
en la vida pública, la seguridad que tiene el individuo de influir perso-
nalmente en la suerte de la sociedad, esto que es la major de las conquis-
tas, ;no ha de ser causa de que todos nos creamos ja con un pié en el
templo de la fama, j de que tengamos ambición, á veces infundada, j de
que procuremos, en cuanto nos sea posible, intervenir más que los demás,
hacer prevalecer nuestra opinión, j rodear de todo el prestigio posible á
nuestra querida persona?
Esto es un pequeño mal que vá fatalmente unido al resultado de un in-
menso bien. "Vajra otro ejemplo. El gran progreso de la industria ha hecho
que una infinidad de productos de arte, objetos bellos j de valor que esta-
ban reservados á las clases altas j poderosas , le son hoj accesibles á to-
das las clases : j si los objetos de gran valor intrínseco no pueden ho j ser
adquiridos por las personas de modesta fortuna , en cambio la facilidad de
la producción, el acierto con que se aplica el arte á la industria, ha dado
orijen á las cosas elegantes que están al alcance de todos. Pues bien : no
es extraño que esta maravilla realizada en nuestro siglo haja fomentado
el vicio de la presunción, y que este mal se haja propagado, causando
muchos grandes disturbios en el seno de la familia. La vanidad en las mu-
jeres, el lujo en el vestir es hoj uno de los males de qne más se preo-
cupa la categoría de los maridos trabajadores j modestos. Pero no diser-
temos más, j volvamos á los Proverbios , en cuja primera pAgina está
la familia de Lozano, que es uno de esos pobres maridos que están dados
al demonio por las vanidades de su mujer. Verdad es , que él es un infe-
liz como muchos que conocemos. Está dominado por ella, y apenas puede
levantar el gallo en la casa, porque la señora es una ortiga, y tan amante
NOTICIAS LITERARIAS. 171
de lo elegante j lo lujoso, que pone á su esposo al borde del abismo, y
da origen á muj graves disturbios.
En este proverbio , titulado Alfreir será el reír y el cuadro es anima-
do j vivisimo: la señora aquella, el bueno de Lozano, la hija j las tres
jóvenes modestas que trabajan en una boardilla j son el polo opuesto de
la consabida Doña Isabel, forman un hermoso j artístico grupo. Otra pre-
suntuosa de gran calibre, aunque de diversa índole, es Julia, jovencita
soltera, nacida en un pueblo j educada en Salamanca. Todo su empeño
consiste en hacer olvidar que es lugareña , j darse un aire de dama que
deprime y hiere la delicadeza de los pobres charros sus compatriotas.
Además es envidiosa j embustera, es decir, lo último que puede ser una
mujer, lo cual , unido á una singular belleza, forman esos demonios con
faldas que ja han martirizado j consumido bastante á la desdichada hu-
manidad. Este es el proverbio A moro muerto gran lanzada. Pero en
materia de presunción la más cómica j la más interesante, por ser la más
general, es la de Próspero (proverbio cómico ¿De dónde le vino al gar-
banzo el picol) Kste caballerito es un tipo madrileño de los que con más
abundancia tenemos aquí ; es el politicastro ramplón y vanidoso que se
encarama y se hace persona notable por la sola fuerza de la osadía y la
falta absoluta de vergüenza. Esta polilla se ha generalizado mucho , aun-
que ya casi puede decirse que va siendo extirpada por el desprecio gene-
ral. Todo el mundo conoce á esos individuos que por medio de la adula-
ción y de la injuria, ejercidas en el rincón de un periódico, llegan á ocu-
par altos puestos y á influir en los destinos de un país demasiado gene-
roso y benévolo con ellos. Pues el tal Próspero es uno de esos entes que
encontramos á cada paso en la Carrera de San Jerónimo, y que á nuestro
paso nos saludan con una sonrisa de protección , ó se pavonean muy
orondos, volviendo la cara para evitar nuestra presencia. Y ¿qué hemos
de decir de otro vanidoso descomunal , de D. Ciríaco Salido , estimable
indiano que va á su pueblo á avergonzar á sus paisanos y darse tanto
lu&tre como si se trajera en el baúl todas las onzas que habia producido
Cuba desde la conquista? Este otro tipo de presunción (proverbio có-
mico: Caia cuba huele al vino que tiene) , es muy distinto : es el buen
paleto montañés que ha puesto una taberna en la Habana , y ha traído
unos ahorríllos que le permiten aspirar á la mano de la chica más encope-
tada del pueblo, mirar con desden á todo el mundo, y cometer las más ex-
travagantes groserías, que á él le parecen donaires y agudezas. También
es digno de llamar la atención otro pequeño vanidoso , pero inocente y
sencillo , el desdichado Ricardillo de Herir por los mismos filos , que es
víctima de esa encantadora presunción de las madres, que á veces por
querer que sus hijos vayan como unos príncipes y lleven lo más raro y
sobresaliente , hacen de ellos unos estupendos mamarrachos, de que se ríe
todo el mundo. Pero entre todas estas figuras descuella el barón de la
Esperanza, insigne personaje de la más cómica gravedad que puede exis-
tir en la tierra. Puede ser clasificado en la familia de los tontos remata-
dos, de esos que no tienen atadero , y de tal modo se las componen en
sus relaciones sociales , que son despreciados hasta por las personas de
menos cultura. El barón de la Esperanza (Mi marido es taynborile-
ro....) es un tipo que abunda en Madrid casi más que el del politicastro
á lo Próspero ; es la última expresión de la vagancia vergonzante . Como
su orgullo es atroz, su entendimiento escaso, j su hambre mucha, dis-
172 NOTICIAS LITERARIAS.
curre los medios más extraños para salir de tan aflictivo estado, tratando
al fin de embaucar á una honrada familia de la calle de Toledo, familia
comerciante, cuyo jefe es D. Pablo No, el más astuto de los tenderos
de ultramarinos. Pero el hambriento barón, que anda á caza de una dote,
encuentra en su proyectado suegro toda la tenacidad negativa que su la-
cónico apellido indica. Todos los incidentes de este cuento, uno de los
mejores de la colección, son muj chistosos, porque las innumerables
trampas del barón j las simplezas de su criado gallego, con honores de in-
tendente, ponen al hombre en frecuentes j grandes apuros.
Haj sin embargo en esta larga serie de los tontos quien eclipsa al de
la Esperanza, j es un tal González que es héroe del proverbio Perro ^Haco
todo es pulgas. El optimismo de este desventurado raja en lo sublime:
es de estos que tienen una excesiva confianza en la bondad del prójimo;
j como no hacen cosa alguna que no sea una sandez, resulta que no sa-
len jamas de un mal vivir. Son engañados y explotados por cuantos los
tratan , sin que puedan curarles jamas de su necia sencillez las continuas
lecciones que recibe. Por otro estilo, aunque mentecato estupendo también,
es el joven Agapito de Hasta los gatos quieren zapatos^ el cual vive do-
minado por las ideas de falsa galantería, j se ha empeñado en ser un don
Juan. La criatura intenta seducir á una mujer casada. ¡ Oh desgraciada
juventud ! Precisamente este empeño lo tienen casi todos los chicuelos im-
berbes, entecos j ridículos, los menos favorecidos por la naturaleza, y más
dominados por ese vicio cardinal de nuestra época á que nos venimos re-
firiendo; y como complemento de esta caricatura está el marido feroz,
atrabihario y agitado continuamente por celos indiscretos como el Fran-
cisco de Antojarse los dedos huéspedes, que es un hombre insoportable.
Este artículo se hace ya demasiado largo y detenemos nuestra escur-
sion por esa variada sociedad qu3 encierra el libro. Si la siguiéramos en-
contraríamos también personas y tipos más serios que los que hemos des-
crito ligeramente. Los proverbios Bl Beso de Judas y Al que al cielo
escupe etc., son un poco patéticos, encerrando rasgos de delicadeza de la
más esmerada ejecución. Hay otros patéticos también pero muy compen
diosos como Hacer de tripas corazón y Tres al saco etc., que no son
más que un lijero dibujo pero con una intención moral de alta trascen-
dencia.
En su variedad, tienen todos los cuentos lo que antes hemos dicho : la
unidad que les da la sencillez del procedimiento aplicado en todos, y la
verdad inapreciable de los caracteres. Son tan naturales que les conoce-
mos desde que salen, y al punto les relacionamos con alguien que va por
ahí tan serio sin pensar que un arte habilísimo ha expresado al vuelo su
fisonomía con la rapidez de la fotografía y la belleza de la pintura. Están
todos allí frente á nosotros, puestos en luz, colocados con un admirable
punto de vista, fijos y exactos, y son el prójimo mismo. Fulano y Zu-
tano, etc.
Tal es la colección de Proverbios del Sr. Aguilera, tal es el libro, pro-
ducto espontáneo de una fiel observación y una extremada bondad ; por-
que para engendrarlo se ha unido á un ingenio vivo, la benevolencia dis-
creta, la sana filosofía, la serenidad de corazón que tan gran parte tienen
siempre en la paternidad de las buenas obras de arte.
Benito Pérez Ga.-dós.
boletín bibliográfico.
[LIBROS ESPAÑOLES.
Poesías serias y humorísticas, de D. Pedro A. de Alarcon, precedidas del retrato foto-
gráfico y de la biografía del autor, y de un prólogo de D. Juan Valera.— (Publicadas
por La Revista de España.— Madrid, tipografía de Gregorio Estrada, 1870.
Comienza este libro con la briografía del autor, escrita hace pocos meses
por D. José Oalvo j Teruel para la obra titulada Los Diputados pintados
for sus hechos. Con animado estilo reseña las vicisitudes de la vida agi-
tada j laboriosa del niño precoz, del joven turbulento j temerario, del in-
fatigable escritor, del periodista del Látigo j del crítico del Occidente, de
La Discusión , j de otros veinte periódicos ; del novelista fecundo , del
poeta rico de imaginación, del soldado voluntario j popular historiador de
la guerra de África, del autor dramático que no ha querido hacer para las
tablas más que El Hijo pródigo^ j que ni á éste permite presentarse en
ellas; del político de carácter entero, de brillante pluma, poderoso para la
defensa, terrible en el ataque, original en la forma, profundo en la idea,
acaso excesivamente retórico j poeta al tratar de las contiendas diarias
de los partidos.
Un prólogo de D. Juan Valera contiene el juicio crítico de las poesías
coleccionadas. Diciendo el nombre de quien lo ha escrito, hemos dicho j'a
que abunda en erudición, en frescura de estilo, en atinadas consideracio-
nes, en comparaciones discretas, en sal ática.
Entre las poesías, las haj de todas clases. Alternan con las serias, las
humorísticas. En algunas, el sentimiento domina por completo; otras
están inspiradas por una idea filosófica. La gravedad melancólica de unas
forma contraste con la ligera y juguetona joviahdad de otras. El Suspiro
del Moro , canto épico premiado por el Liceo de Granada , está escrito
en magníficas octavas reales , de tan robusta entonación que pocas veces
ha resonado con más vigorosos sonidos la trompa de la epopeja. Y con
igual facilidad j fortuna pulsa el Sr. Alarcon la lira para las odas , ó el
laúd para las endechas. Pocas veces se habrán reunido en un solo tomo
de poesías géneros tan diversos , ni habrá dado un poeta pruebas tan no-
torias de aptitudes tan distintas. La oda al lado de la alegre seguidilla;
la copla junto á la epístola ; el madrigal en seguida de la sátira ; el canto
174 BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO.
de amor después de la meditación religiosa. Pero todo se distingue por
la espontaneidad, por la fuerza, y sobre todo, por la sinceridad del
sentimiento. Nadado afectación, de rebuscado , de amanerado, de con-
vencional. La vanidad académica, el arcaísmo presuntuoso, la pedante-
ría del purismo, las imitaciones frias j monótonas de los modelos clási-
cos, faltan por completo en el libro del Sr. Alarcon. Su pluma no lia
puesto sobre el papel la expresión de ninguna idea, de ningún afecto,
de ninguna imagen , que su corazón no haja sentido antes.
Excusamos copiar aquí, como nuestra, algunas de esas poesías. En los
números de nuestra Revista vieron la luz algunas. Las condiciones de
su estilo, y la abundancia de bellezas literarias, que en ellas haj siempre,
eos >s son de que todos nuestros lectores tienen noticia , porque el Señor
Alarcon es uno de los escritores españoles más conocidos j más popula-
res. Debemos, pues, limitarnos aquí á anunciar que sus poesías coleccio-
nadas están ja impresas en rico papel y en elegante tomo, que los amigos
de la bella literatura pueden adquirir en cualquiera de las principales li-
brerías de la península al precio de 20 rs. ; j al de 30 en las de ul-
tramar.
Enciclopedia española de derecho y administración, ó nuevo teatro universal
DE LA LEGISLACIÓN DE EsPAxÑA É Indias, obra quc hoy escriben y publican lo señores
D. Lorenzo Xrrazola, D. Pedro Gómez de la Serna y D. José María Manresa y Navarro,
con la colaboración de varios jurisconsultos — Entregas 109 y 110. — Madrid, im-
prenta de la Revista de Legislación, á cargo de Julián Morales.— 1870.
Después de muchos años de suspensión ha vuelto á ver la luz pública
la continuación de esta notable j apreciadísima obra , que goza de tanta
reputación entre los letrados j cu jo texto es citado con respeto en el foro,
en donde hace autoridad.
;- e publica por entregas que al principio constaban de nueve pliegos, j
desde la 45 tienen diez cada una, en folio menor á dos columnas. Cada
diez entregas forman un tomo, por lo que las señaladas con los números
109 J lio que se acaban de repartir, son las últimas del décimo. Ambas
están dedicadas á la palabra compra-venta. Deseamos que, no habiendo ja
nuevas interrupciones, avance hacia su conclusión este trabajo literario
que, una vez terminado, no tendrá rival en nuestra librería contempo-
ránea.
LIBROS EXTRANJEROS.
NmivE ET L'AssYRiE, par M. Víctor Place, Cónsul general, avec des essafs de resíauration,
par M. Félix Thomas. — París, iniprimierie ímperiale. — 1867-70. — Dos vol. en folio de
texto, y un vol. de estampas.
Contiene esta obra la noticia completa de los grandes trabajos ejecuta-
dos para sacar del olvido las ruinas del arte asírio. La Asamblea legisla-
tiva de Francia votó en 1851 la cantidad de 8.000 francos para auxihar
esos trabajos; en 1853, la suma votada ascendió á 14.000 francos, en
1855, á 90.000. De estos 112.000 francos, 80.000 se han invertido en
pagar los gastos de trasporte de los monumentos traídos al Louvre.
Cuatro campañas sucosivas, defide el 1." de Febrero al 15 do Junio
BOLETÍN BlBLIOaRÁFICO. 175
de 1852, del L' de Octubre del mismo año al 1/ de Junio de 1853, del
1.* de Octubre siguiente al 1.° de Junio de 1854, j del 1.' de Octubre de
1854 al 1." de Abril de 1855, entre todo veintiséis meses, con las inter-
rupciones exigidas por el calor, bastaron para desenterrar todo el palacio j
una parte del perímetro de la ciudad de Khorsabad.
M. Place, que ha continuado la obra emprendida por Botta, tenía por
auxiliares un fotógrafo, M. Franchand, que dirigió las excavaciones cuan-
do el Cónsul general tenía que ir á Mossoul para el desempeño de sus ta-
reas oficiales, j que ha fallecido después en Francia, de resultas de una
enfermedad contraída en aquel clima peligroso; un maestro de obras asi-
do, Neuman-Naouch, que primeramente no era más que simple albañil, y
que ideó la manera de poder trasportar hasta el mar los grandes monolitos
que no hubieran podido ser trasladados por tierra , j un arquitecto fran-
cés, M. Félix Thomas, antiguo pensionista en la Academia de Roma, que
servia como agregado en la misión francesa de Babilonia. De este M. Tho-
mas, es el atlas de planos j de vistas pintorescas, grabadas al agua
fuerte, que se publicó con la obra de M. Oppert. Además, M. Thomas
hare=!Ídido, durante mucho tiempo, en Khorsahad, ha levantado planos,
medido j dibujado los descubrimientos más importantes de M. Place, j
contribuido al brillo de la publicación hecha por éste.
M. Place no se ha contentado con hacer la reseña de lo encontrado en
Khorsabad, sino que, sobre los datos allí reunidos, ha ensayado formar
la historia j la crítica del arte asirio.
Campagnes de l'armée d'Afrique (1835-1839) par M. leDucd''Orleam.~\}nvo\. en 8.°
— París, 1870, chez Michel Lévy.
Este Ubro del malogrado Príncipe, primogénito del rej Luis Felipe,
reúne el ínteres de la historia de la lucha del ejército francés con el arge-
lino, al que le dan las cuahdades de escritor, y de hombre que adornaban
á su autor. Al publicarlo ahora sus hijos, le han añadido cada uno un
breve escrito. El Conde de Paris, en un prefacio, reseña las vicisitudes
de las campañas de África, llamando la atención hacia los oficiales que,
desde el principio de su carrera , dieron grandes esperanzas. Entre los
nombres de esos oficiales, los haj que han obtenido después una celebri-
dad europea, habiendo fallecido j^a casi todos; Bugeaud, Pellissier, La-
moriciére, Oudinot, Trezel, Cavaignac, Bedeau, Bosquet y otros muchos.
Rl Duque de Chartres, en la introducción , relata y critica las campañas
de África desde el punto de vista de la ciencia miUtar.
Como muestra del estilo en que se halla escrita esta obra , vamos á co-
piar un bello pasaje, en que el ilustre historiador, testigo y actor en los
sucesos de que nos da cuenta , refiere los servicios prestados por algunos
centenares de presidiarios , á quienes el Mariscal Clauzel cambió , durante
algunas semanas , en Abril de 1836, las cadenas por el fusil.
a Cuatrocientos penados, mal protegidos por algunos restos de una
mala pared , y dominados por un próximo oUvar, iban á custodiar lo más
precioso que el ejército tenía : sus heridos , su artillería , su tesoro I Pero
el Mariscal había juzgado bien á aquellos hombres, extremados en lo
bueno como en lo malo : sabía que estaban más ligados por la prueba
anticipada de una estimación y de una confianza de que no se habían he-
cho todavía dignos, que por los hierros que habían merecido....»
176 boletín bibliográfico.
))E1 7, el cuerpo expedicionario flanqueado en las alturas por el gene-
ral Rapatel, volvió á la quinta de Mouzaía, confiado álos presidiarios. Las
murallas habian sido reconstruidas, se liabian abierto fosos, j hecho pla-
taformas : al lado de aquella fortaleza improvisada jacian cadáveres ene-
migos. Cuatrocientos heridos ó enfermos, acumulados en aquel estrecho
recinto , j careciendo de todos los medios propios de un hospital militar,
se habian visto cuidados j defendidos por los presidiarios con un celo j
un valor tan honroso para el Jefe que habia sabido restituir al bien á
aquellos hombres como para los penados que tan perfectamente habian
sabido emplear su energía hasta entonces culpable.
»Dos veces el enemigo se habia presentado con respetable fuerza ; dos
veces habia sido rechazado por aquellos infelices á quienes la necesidad
habia obligado á dar las armas j que debieron quedar rehabilitados por
sus servicios.
«Sin embargo, victimas de una inflexible é ininteh gente sumisión á las
formas administrativas, fueron entregados nuevamente á su ignominia j
su castigo cuando ja no se tuvo necesidad de ellos. A instancias del Ma-
riscal, algunos fueron indultados, j consiguieron conservar las armas de
que habian usado noblemente; uno de ellos, condecorado por un hecho
brillante, cambió sin transición, la librea de la vergüenza, por la distin-
ción del honor.
«Pero la major parte volvieron á ser tratados como infames por la ley,
por esa dura lej que ellos no invocaron cuando se la \ioló para armarlos,
y que después se aplicaba implacablemente para cargar de cadenas las
manos que habian guardado la tesorería, curado los heridos, j derrama-
do valerosamente la sangre del enemigo. Se tuvo la impolítica crueldad
de volver á colocar en el presidio á aquellos hombres á quienes su paso
por debajo de las banderas, y el bautismo de sangre habian amnistiado.
Verdaderamente soldados por la resignación , como lo habian sido por el
valor j la humanidad, besaron llorando los fusiles, que eran para ellos el
símbolo del honor, y regresaron sin murmurar á sus talleres. »
No son menos ricos de colorido otros cuadros , pintados por el Prínci-
pe , de las fatigas del soldado en el campamento , del heroísmo con que
afrontaba una muerte oscura en trabajos nocivos á su salud sobre un suelo
y bajo un clima cujas condiciones le eran funestas.
TiKMiRAriA M GREGORIO ESTRADA, Uieéra, 7, Madrid.
LEYENDAS DEL ANTIGUO ORIENTE,
El recuerdo de la gran civilización g-reco-romana, ya gentílica,
ya transfigurada más tarde por el Cristianismo , no dejó de co-
lumbrarse hasta en los siglos más tenebrosos de la Edad Media.
Los pueblos de Europa siguieron avanzando á la luz de aquel re-
cuerdo, y pronto volvieron al verdadero camino de la civilización,
del cual no cabe duda que se habian apartado. Y no es esto negar
la marcha constantemente progresiva del humano linaje. Un ca-
minante se pierde por la noche en una intrincada y oscura selva;
atraviesa espesos matorrales, breñas confusas y medrosos precipi-
cios ; tal vez rodea mucho ; tal vez gasta más tiempo y se fatiga
más de lo que debiera ; pero vuelve al cabo á hallarse en el buen
sendero , más adelante del punto en que se perdió , y más cerca
del término á que aspira. No de otra suerte comprendemos el re-
troceso aparente de la civilización del mundo , en ciertos periodos
históricos.
Importa además tener presente , que cuanto por la intensidad se
menoscaba, suele compensarse en difusión. Más alumbra acaso
una lámpara, suspendida en la bóveda de un pequeño santuario,
que la luna esparciendo sus rayos por el espacio profundo de los
cielos. Y sin embargo, el fulgor de la luna es infinitamente ma-
yor que el de la lámpara. Lo mismo ha podido afirmarse de la
civilización , cuando se ha encerrado dentro de los límites de un
solo pueblo, ó tal vez ha iluminado sólo á una casta de hombres
superiores, ó por naturaleza ó por institución religiosa, civil ó
política. La suma del saber extendida por el mundo todo en el
siglo X de la Era Cristiana, por ejemplo , era mayor sin duda que
la suma del saber que habia en el mundo en el siglo IV antes de
dicha Era. En balde se buscará, no obstante, en todas las regiones
TOMO XV. 12
178 LEYENDAS
y entre todas las razas de hombres, en el sig-lo X, un florecimiento
artístico, poético y filosófico , como el que hubo en el siglo IV
antes de la venida de Cristo, en una pequeña comarca de Europa,
cuyo centro fué Atenas.
La memoria, aunque vag-a, de aquel florecimiento, los restos de
aquella antigua civilización sirvieron de guia, estimulo y mira á
las naciones de Europa , las cuales , pensando sólo en hacer que
aquella ya muerta civilización renaciese , aspirando sólo á retro-
ceder hasta allí para encontrar su ideal , lograron en la época del
Renacimiento, no ya un mero renacimiento, sino una civilización
mayor, más comprensiva y más varia, en la cual no era todo la an-
tigua civilización clásica, sino era un elemento, una parte, uno de
los muchos factores. Fué como planta marchita, que se habia cor-
tado hasta el haz de la tierra, pero cuyas raices vivian. Cuando á
fuerza de esmerado cultivo, retoñó, reverdeció, y volviendo á flore-
cer, dio abundantes frutos, hubo de notarse con agradable sorpresa
que los frutos eran otros, ricos y extraños, mejores de los que se es-
peraban, porque en la raíz de la planta antigua se hablan introduci-
do insensible y misteriosamente, como otros tantos ingertos fecun-
dos, mil peregrinas ideas, nociones y pensamientos. El poeta, que
pensó imitar á Homero ó á Virgilio, puso en su obra algo nuevo y
superior, y fué Dante ó Tasso; el filósofo, que pensó comentar á Pla-
tón ó Aristóteles , creó en su comentario una nueva filosofía que
aquellos jamas soñaron ; los humildes glosadores de las leyes roma-
nas abrieron inspirada y divinamente ancho é inexplorado campo y
jamas hasta entonces vislumbrados y claros horizontes, por donde
alcanzaron á entrever un concepto más puro y sublime de la jus-
ticia en la sociedad y en los inlividuos; y los estudiosos admira-
dores de Plinio, Dioscórides, Hipócrates y Galeno, buscando ins-
piración á fin de anotarlos y de aclararlos, descubrieron en el
oculto seno de la naturaleza más hondas verdades que cuantas sus
maestros hablan llegado jamas á conocer y á divulgar entre los
hombres.
En nuestro sentir, lejos de ser el Renacimiento, con la adora-
ción que no pudo menos de suscitar en favor de los antiguos , y
con el prurito constante de imitarlos, un estorbo para que lo ori-
ginal y lo propio apareciesen , una distracción hacia lo pasado que
nos embelesaba y retenia sin ir á la conquista del porvenir , fué
UQ incentivo poderoso, un estímulo ardiente, quizás una salu-
DEL ANTIGUO OBIENTE. 179
dable Alucinación, por donde, imaginando volver atrás en pos del
remedo , nos lanzamos con brio hacia adelante , en busca de lo
desconocido
Posteriormente, cuando los pueblos de la moderna Europa con-
templaron el camino andado y tuvieron plena conciencia de la su-
perioridad de su civilización, el respeto á los antiguos se convirtió
en orgulloso menosprecio y en desden injusto, el cual, empezando
por las ciencias, y en este punto llegando á su colmo en el siglo
XVIII, vino á extenderse también á principios de nuestro siglo
por los dominios del arte y de la poesía.
Por dicha, en época posterior y algo reciente , mitigada la pa-
sión del engreimiento, pero sin que reviva por eso la ciega admi-
ración anterior, hemos venido á un término justo y razonable de
estimación á la antigua cultura clásica, la cual fué nuestro norte ;
y hemos evaluado y tasado en lo debido su importancia, su influjo
y su cooperación eficaz en los desenvolvimientos ulteriores del es-
píritu humano.
Predispuestos asi los ánimos en nuestros dias, hemos anhelado
como nunca descubrir y saber las cosas todas, y hemos manifesta-
do una equitativa y serena imparcialidad para juzgarlas. Desde el
renacimiento clásico hasta ahora, el espíritu de los pueblos euro-
peos ha encumbrado su vuelo á tal altura, que mientras otea entre
nieblas no poco de su confuso porvenir, va penetrando en los abis-
mos de lo pasado, y ensanchando por ambos extremos el imperio
vastísimo de la historia. Y no podia ser de otra suerte, porque no
podía reducirse nuestro conocer á una porción de tiempo mezquina,
después de haberse dilatado por el espacio sin término. El hombre
de ahora, que ha hollado con sus pies todas las regiones del globo
que habita, y que ha llegado á abarcar con, sus ojos mortales la
insondable profundidad del éter, ha querido hacer y ha hecho no
menos importantes conquistas en el tiempo que en el espacio.
Si quedan en pié las dudas sabré el principio que pudo tener este
infinito Universo, y hasta sobre el origen de la tierra, nuestra mo~
rada, y sobre la aparición en ella de nuestros primeros padres ; de
todo lo cual sólo la fé ó la imaginación siguen dando explicacio-
nes mientras que la verdadera ciencia niega ó calla ; al menos ese
principio, ese origen y esa aparición incomprensibles , han ido re-
trocediendo en nuestra mente hasta perderse en la noche tenebrosa
del tiempo, y han dejado al descubierto un larguísimo período,
180 LEYENDAS
millares de años de existencia, no ya sólo para el globo en que vi-
vimos, sino también para el linaje humano.
Sobre el origen de éste y del mundo no puede ya aquietarse la
curiosidad, dándose por satisfecha con los mythos de los antiguos
Libros Sagrados ó con las bellas fábulas que los poetas han inven-
tado ó nos han trasmitido, prestándoles una forma inmortal. Sin
embargo, menesteres confesarlo, las explicaciones de los sabios mo-
dernos acerca de estas cosas, no por ser menos poéticas nos parecen
menos inverisímiles y disparatadas. Algunos naturalistas de ahora
tal vez tengan razón, tal vez nosotros seamos atrevidos y hasta in-
solentes en no querer creerlos, pero muchas de sus teorías tienen vi-
sos de ser tan extravagantes como las expuestas en el Antropodemus
plutonicus y en El ente dilucidado del padre Fuente de la Peña.
Schmidt, por ejemplo, supone que las formas pasan ó se trasmiten
de unos seres á otros; ya del animal á la planta, ya de la planta al
animal. Asi, de un tulipán saca un cisne, poniendo patas á la ce-
bolla y á la flor pico, y de la cola de un león, desprendida por
cierto accidente, y caida y enclavada en terreno fértil, produce una
airosa y vencedora palma. Oken, reconoce que el hombre no debió
de aparecer sobre la tierra ya perfecto y adulto, pero tampoco cree
posible que apareciese como aparece ahora, no teniendo madre ni
nodriza que le cuidase y amamantase y siendo una criatura tan
menesterosa é incapaz en los primeros años de su vida. Para sal-
var estas dificultades, imaginó Oken que en el seno de los mares,
cuando estaban aún á muy elevada temperatura, se formaron unos
huevos donde los primeros hombres se criaron y empollaron hasta
la edad de tres ó cuatro años. La marea hubo de ir depositando es-
tos huevos en la playa, y de ellos salieron ya los muchachos, lis-
tos y traviesos, y aptos para alimentarse de mariscos, raices, frutas
silvestres y sabandijas. Tal fué el origen de la humanidad. Otro
sabio, llamado Ritgen, hace nacer á los primeros hombres en el cá-
liz de ciertas flores gigantescas. Otros, por último, y ésta es la opi-
nión que ahora priva, hacen que todo proceda de ciertas molécu-
las ó globulillos viscosos ó glutinosos, los cuales van compaginan-
do y construyendo todas las formas y maneras de la vida, desde
los grados más ínfimos hasta el grado supremo, que en el dia es el
hombre, y seguirá siéndolo mientras no se forme, engendre y cua-
je otro género superior que nos quite la supremacía y el imperio y
nos mate á desazoiics y malos tratos. Edgardo Quinet, en su recien-
DEL ANTIGUO ORIKNTE. 181
te y amena obra La Creación^ se muestra muy inclinado á esta
doctrina, y harto receloso de que el dia menos pensado nos encon-
tremos como quien dice de manos á boca y al revolver de una es-
quina, con este ser superior al hombre, que nos destrone y confun-
da, y de quien seamos animal doméstico, como es para nosotros el
perro ó el gato. Con dolor prevé Edg-ardo Quinet que , en nuestro
orgullo de reyes de la creación, no hemos de querer conformarnos
con un papel tan humilde, y que todos nos hemos de morir de pena,
aunque somos ya de 1.200 á 1.300 millones. No de otra suerte se
exting-uió la raza de los antropiscos , que según otro sabio, llamado
Bergmann, en sus Estudios de Ontologia general^ precedió inme-
diatamente al hombre, y fué el eslabón de la cadena que le une al
chimpacé, al gorilla y á otros monos mayúsculos, desde los cua-
les, si seguimos retrocediendo en los grados de la vida, iremos á
parar á los globulillos pegajosos de que ya hemos hablado. Pero
estos globulillos, sacos ó vejigüelas que contienen la vida, ¿cómo
se han formado? ¿Cómo de lo inorgánico ha procedido lo orgáni-
co? A estose contesta con la ley de formación progresiva y hasta
se cita el uranoelain, que es una sustancia orgánica vesicular, que
se halla en la nieve cuando cae de las nubes. Teniendo ya á mano
las tales vejigüelas, no queda criatura que no se fabrique con ellas
y que, por sus pasos contados, de ellas no vaya saliendo.
Del moho sale el hongo, del hongo el liquen, del liquen el mus-
go , del musgo el helécho y del helécho la palma ; mientras que
por otro lado, sale del pulpo el caracol, del caracol el cangrejo, y
del cangrejo el pez, y del pez el lagarto, y del lagarto el cuadrú-
pedo, y del cuadrúpedo el mono , y del mono el antropisco, y del
antropisco el hombre, y del hombre ese sujeto de quien tenemos
tanto que recelar, según Edgardo Quinet. Llama dicho autor á la
destrucción de nuestra especie por el mencionado sujeto, urm pro-
fecia de la ciencia. Es el último capitulo de su obra; la Apocalip-
sis de este Novisimo Testamento. Nuestras artes, nuestras litera-
turas, nuestra elocuencia parlamentaria, nuestras cavatinas, arias
y sinfonías, todo se acabará. Qué permanecerá de todo? pregunta
Edgardo Quinet. Y él mismo responde : «Lo que hoy queda del
murmullo de los insectos en la floresta carbonífera?» Por cierto que
no valia la pena que se ha tomado de estar estudiando ciencias na-
turales , durante diez años , según afirma este profeta , para pro-
rumpir al cabo en un tan desconsolador vaticinio. Entre tanto, con-
182 LEYENDAS
viene vivir sobre aviso y con la barba sobre el hombro ; y si des-
cubrimos en germen á ese nuevo ser, no hay más que exterminar
el g'érmen , aunque sea obra poco caritativa , imitando en esto la
conducta prudente de los pigmeos, quienes, según autores fide-
dignos, bajan todas las primaveras de los montes en que habitan,
caballeros en sendas cabras , y destruyen los huevos de sus acér-
rimos enemigos, las grullas.
Lo malo es , si hemos de creer á otros sabios , que ya es tarde
para imitar á los pigmeos. Nuestras grullas han roto el cascaron :
la raza que ha de acabar con nosotros , como nosotros acabamos
con los antropiscos, vive y se extiende por el mundo y le domina,
y ha empezado la obra de aniquilamiento. Darwin , Schaafhausen
y otros doctos ingleses y alemanes, han explicado bien la teoría de
que lo que es mejor y más fuerte debe suplantar á lo que es peor
y más débil. Las razas decaidas y endebles, que se quedan en
grande atraso, que no pueden seguir, ni á remolque y á larga
distancia, á otras razas más enérgicas é inteligentes, están conde-
nadas á perecer y de hecho perecen. Al contacto de toda civiliza-
ción muy superior, los hombres de una civilización muy inferior
se mueren todos. Los Portugueses y Españoles, como no estábamos
muy civilizados , no dimos muerte á todos los negros é indios con
quienes entramos en relación cuando nuestros descubrimientos y
conquistas; pero, según parece, los Ingleses y los Yankees, como
más adelantados en civilización , tienen la misión de acabar con
todos. A unos los matan á cañonazos porque se rebelan, como á
los cipayos; á otros de hambre y de tristeza, arrojándolos de los
terrenos fértiles que habitaban y acorralándolos é internándolos
en tierras más estériles, como á los cafres, hotentotes, pieles-rojas
y naturales de la Nueva Holanda y Nueva Zelanda; y á otros los
matan de fastidio, con el empeño de que lean y se afinen, y estu-
dien la Biblia, como á los alegres habitantes de Otahiti, olvidados
ya de sus danzas lascivas y de sus fáciles amores , y sujetos á la
férula de algún ministro protestante, empalagoso y cogotudo. Ha-
blando Quinet de estos infelices Polinesianos, exclama : «De una
raza de hombres, esparcida sobre una inmensa extensión del glo-
bo, no quedará un individuo sólo dentro de pocos años.» «Pronto,
añade más adelante, no quedará de estas naciones sino una queja
vaga del abismo, un canto popular, una lamentación , quizás al-
gunas palabras de una lengua muerta, que pasaran á la lengua
DKL ANTIGUO ORIENTE. 183
de los europeos.» Como prueba de esta misión destructora de los
Ing'leses, dice el Doctor Zimmermann que la India Oriental habia
sido invadida por las feroces hordas de los Mong-oles y los Tur-
comanos, los cuales incendiaron palacios y ciudades enteras, pa-
saron á cuchillo á los moradores, é hicieron otras cien mil inso-
lencias. El pais, con todo, era tan generoso y tan rico, que pudo
alzarse de nuevo á la primera prosperidad. Pero fueron los In-
gleses á la India , y la India, que era antes un jardin florido , se
va convirtiendo en un yermo , y su población de 400 millones se
va reduciendo á la cuarta parte. Sin duda que en esto hay al-
guna exageración del Doctor Zimmermann ; mas no puede ne-
garse que, aun despojado de la exageración, basta para demos-
trar cuan terrible es la civilización cuando llega muy desnivelada,
y para hacernos sospechar si serán los Ingleses ese género nuevo
con que Edgardo Quinet nos amenaza, y que no bien acabe con los
Indios, ha de empezar á acabar con nosotros. Toda raza inferior,
con respecto á otra superior, es un eslabón ó un anillo de la cadena
que une al hombre con la naturaleza bruta, y según lo explica sa-
tisfactoriamente el ya citado Doctor Schaafhausen, es una ley inelu-
dible del progreso, que este eslabón ó anillo se rompa j aniquile.
Quizá pensará alguien que nosotros por salir tan mal librados
con esta Filosofía de la Historia, hija del consorcio de la Economía
Política y de la Biología, producto de la combinación de las teo-
rías de Malthus y Darwin , la estimamos en poco y nos atrevemos
á calificarla de inhumana y desconsoladora, cuando no la tenemos
por falsa. Pero es lo cierto que la tenemos por falsa por convicción
y sin que á ello nos mueva el menor interés. Apoyan dicha Filoso-
fía de la Historia , los que la siguen , en el hecho supuesto de que
el progreso se realiza, como si dijéramos, por la cima, por la cum-
bre, por la eminencia de las razas. Entienden que con el ejercicio
se desenvuelven más ciertos órganos y de aquí nacen las nuevas
especies. Los individuos primeros de las nuevas especies son como
monstruos de las antiguas. Aquella duda profunda del Padre
Fuente de la Peña acerca áe si los móstruos lo son ellos ó lo somos
nosotros, ha venido á resolverse, según la teoría de Darwin, y re-
sulta que los monstruos lo somos nosotros. El símil de la girafa
explica esto que no hay más que pedir. La girafa era en un prin-
cipio una como cabra montes ó gacela ; pero se fué á vivir á para-
jes donde no habia yerba, y tuvo que alimentarse de las altas ra-
184 LEYENDAS
mas hojosas de Jos árboles. Andaba, por lo tanto, casi continua-
mente estirando el pescuezo y las patas delanteras , y tal fué lo
afanoso de este ejercicio , durante muchas generaciones , que las
patas delanteras y eljpescuezo se le alarg-aron, y casi sin sentir vino
á convertirse en g-irafa. Asi, mutatis mutandis, se explica el ori-
gen de las demás nuevas especies , cada vez mejores. Aplicada al
hombre la susodicha teoria, debe entenderse que el inglés, á fuer-
za de discurrir y cavilar, ha ido empujando para arriba toda la
parte anterior de su cráneo y haciendo más capaces los senos , y
más gruesas las protuberancias de la causalidad , comparación y
demás facultades mentales superiores. Al mismo tiempo los labe-
rintos ó circunvoluciones del meollo ó encéfalo se han hecho más
tortuosos y complicados, de lo cual depende, sin duda, el pensa-
miento, asi como de la masa y volumen de los sesos que se han
hecho mayores. Y por último, la buena alimentación ha acostum-
brado el estómago inglés á extraer y á asimilar á su organismo
mayor cantidad de fósforo, que es el ingrediente principal con que
el pensamiento se confecciona , según Moleschott , Büchner y un
boticario amigo nuestro. Lo que es Edgardo Quinet, en su ya citada
Creación , saca de aqui un luminoso corolario, (^asi prueba que
con el Cesar ismo se achican los sesos, se hacen más livianos y
tienen menos circunvoluciones. Los sesos de cualquier francés pe-
san hoy menos y tienen menos laberintos que cuando comenzó á
reinar Napoleón IIL
De lo que haya de verdad en este modo de explicar el pensa-
miento no queremos tratar aqui ; pero expliqúese el pensamiento
como quiera, es indudable, á nuestro ver, que no se ha aumentado
en el hombre la potencia ó energia de pensar, desde los principios
de la historia hasta el dia. En esto no ha habido progreso, ni con-
siste en esto el progreso. Quien quiera que fuese el autor ó los au-
tores de los más antiguos himnos del Rig-Veda, de Jos Poemas
homéricos , del libro de Job ó de las Institutas de Manú , pensó con
más energia y eficacia que Shakspeare componiendo todo su tea-
tro, ó que Newton descubriendo las leyes de la gravitación uni-
ver.9al. Dados los pocos medios ó elementos de que entonces se dis
ponia, dado el escaso caudal de saber adquirido entonces por he-
rencia, cualquiera de los trabajos mencionados presupone un es-
fuerzo intelectual mil veces mayor ; apenas se comprende sin que
atribuyamos al autor un poder sobrehumano, una inspiración
DEL ANTIGUO ORIENTE. 185
semi-divina. Los primeros hierofantes de la humanidad, los que
abrieron la senda del progreso, el hombre que detuvo
La palabra veloz que antes huia,
el que pensó por primera vez en la primera causa , y el que dio á
un pueblo las primeras leyes, fueron superiores á los hombres de
ahora, ó al menos iguales á los genios más sublimes que produce ó
puede producir en el dia la humanidad. Valmiki, Viasa, Zoroastro,
Moisés, Sakia-Muni y Homero, si es que el pensamiento es fósforo,
gran masa de meollo y muchas circunvoluciones en él , tuvieron
todos tantas circunvoluciones como el que más en el dia, y tuvieron
sesos muy voluminosos y pesados, y consumieron toda una fosfore-
ria, destilando y secretando de ella mil ideas sublimes en la retorta
del cráneo. Damos, pues, por seguro que no ha consistido el progre-
so en que una familia ó varias ó cierto número de individuos hayan
ido elevándose y haciéndose superiores á los otros, sino en que de la
superioridad primitiva de algunos individuos ó familias han ido
poco á poco haciéndose participantes los demás, y subiendo por la
educación y por las mejoras sociales al mismo nivel de moralidad
y de inteligencia, hasta donde esto es posible, dada la desigualdad
de aptitudes que la naturaleza pone en nosotros. También ha consis-
tido y consiste el progreso en el caudal de saber y de experiencia
que se trasmiten las generaciones de unas en otras , caudal que ya
no se perderá nunca y que irá creciendo cada dia , con el trabajo
incesante de los futuros pensadores.
Entendido asi el progreso, debe considerarse además que la
marcha ascendente de la humanidad no se ha realizado siempre
en el mismo punto, ni entre las mismas tribus, naciones ó gentes.
Desde el primer albor de la historia hasta los tiempos de Ciro , el
grande impulso civilizador estuvo en Asia ; desde Ciro hasta Ale-
jandro , Asia y Europa se disputaron el cetro de la civilización ; y
por último , Europa le adquirió entonces , y si bien en cierto pe-
riodo , desde el siglo V al XII de nuestra era , se diria que se le
iba cayendo de la mano , y que Asia le recogía y volvia á empu-
ñarle, hoy más que nunca Europa le mantiene.
Si echamos la vista sobre un mapa del Mundo Antiguo, veremos
que Europa es como una extremidad de Asia ; como la sexta parte
de aquel gran continente. Las razas y la civilización de Europa,
de Asia han venido. Es, pues, extraño y parece anormal que estas
186 LEYENDAS
razas, que son las mismas en Asia y en Europa, y esta civiliza-
ción que en Asia tuvo origen , florezcan hoy en Europa , y en Asia
estén como adormecidas ó aletargadas. Es evidente , en nuestro
sentir, que en Asia han de renacer. No creemos, como general-
mente se cree, que los pueblos, las grandes familias humanas
cumplen su misión y mueren luego No creemos que la vida toda
del Asia, se haya agolpado y como refugiado para siempre en este
extremo que se llama Europa, y qne, últimamente, hasta haya
abandonado la mejor y mayor parte de este extremo, y haya ido
á localizarse y á circunscribirse sólo en las últimas tierras y na-
ciones del Noroeste. Aunque este fenómeno singular se advierta
ahora, hace tan poco tiempo que se advierte, que no puede ni debe
mirarse sino como un accidente momentáneo en la historia del
mundo. ¿Qué son tres ó cuatro siglos , á lo más, durante los cua-
les Inglaterra, Francia y Alemania pueden reclamar con razón la
supremacía , comparados con los veinte ó veinticinco siglos que
duró la civilización griega desde Homero hasta Láscaris, y con
los millares de años que han durado las civilizaciones orientales?
Estos pensamientos explican por qué los hombres del Occidente
de Europa volvemos la vista con tanta curiosidad hacia el Oriente,
de donde nos vino la luz , y por qué es tan fecundo todo recuerdo
de las pasadas civilizaciones.
Desde mediados del siglo XV hasta fines del siglo XVI podemos
marcar en la historia de la moderna Europa una época , que lla-
man del Renacimiento : la época en que revive ó renace la antigua
civilización greco-romana y obra los portentos de que hemos ha-
blado al comenzar este escrito. Hoy, esto es, desde un siglo há,
podemos afirmar que hay algo como otro renacimiento , el cual
también será fecundo: un renacimiento de la ciencia, las lenguas,
las religiones y las literaturas del Asia.
Prolija tarea y harto superior á nuestras fuerzas sería trazar
aqui á grandes rasgos la historia de este Renacimiento oriental .
No incumbe tampoco á nuestro propósito el hacerlo. Baste decir.
í|ue lo que más nos interesa, y lo que en efecto se puede tener por
demostrado hasta la evidencia, es nuestro cercano parentesco con
los Indios y con los Persas , cuyos antepasados vivieron .reunidos
á los nuestros en época remotísima, diticil aún de determinar, al
norte del Cáucaso indiano. Esta sociedad primitiva, pueblo ó tribu,
es la raíz y el tronco de una gran raza civilizadora y progresiva
DEL ANTIGUO ORIENTE 187
en alto grado , que ha extendido sus ramas frondosas y carg-adas
de flores y frutos , desde Ceilan hasta Islandia , dilatándose más
tarde por toda la extensión de ambas Américas. Esta gran raza
civilizadora se llama indo-europea ó japética; el pueblo primitivo
de que procede se llama los Arios. Otros pueblos de otras razas
los precedieron y formaron garandes centros de civilización antes
de que los Arios apareciesen: tales son los Chinos y los Eg-ipcios.
Hay quien conjetura que hubo otros centros de civilización , como
el de los Atlantes, cuyo dominio se extendía por un continente
inmenso, colocado entre Europa y América, y que se trag"ó la
mar. Supóncse asimismo que los pueblos semitas, esto es los Ara-
bes, los Hebreos, los Caldeos y Asirlos, ó más bien el tronco de
que salieron , estuvo en época remotísima unido también al tronco
ario. Esto, con todo, ni siquiera por indicios puede rastrearse. Ni
en los idiomas semíticos hánse hallado hasta ahora bastantes voces
ni formas reductibles á las de alguna lengua ariana , ni tradiciones
autorizadas y concordes nos hablan de esta unión primitiva. Los
semitas aparecen en la historia viviendo más hacia el Occidente
que los Arios; en las llanuras que bañan el Tigris y el Eufrates.
En dichos tiempos, llamados con elegancia por Edgardo Quinet
los propileos de la historia , figuran además otras razas blancas ó
amarillas, en guerra constante con los Arios, y á quienes se de-
signa con el nombre de Turanienses ó Turanies. El país que se
extiende desde el Oriente del Mar Caspio al Imaus, regado por
caudalosos rios como el Jaxartes y el Oxo , en cuyo centro está el
Lago Aral, y donde aún se ostentan ricas y famosas ciudades como
Kiva, Bucara y Samarcanda , era el Turan antiguo ó la tierra por
excelencia de los Turanies; tal vez los mismos hombres á quienes
llama la Biblia los pueblos de Gog y de Magog.
Es de advertir que algunos de los investigadores ó fantaseadores
de la más antigua historia del humano linaje, antes de esta división
entre Turanies y Arios , suponen todas estas razas mezcladas y vi-
viendo aún más al Norte, en un país delicioso y ameno, más allá
de las montañas Rifeas, montañas que podemos colocar donde se nos
antoje. Las antiguas fábulas griegas hablan de estas montanas
Rifeas y del hermoso país de los felices Hiperbóreos, el cual estaba
más allá del punto desde donde sopla el Bóreas , causa del frió, y
por consiguiente era un país templado, fértil y de suavísimo clima.
Rodier supone á estos Hiperbóreos, á quienes llama Proto- scitas^
188 LEYENDAS
esparciéndose ya por el mundo y colonizando la Europa , unos 25
ó 26.000 años antes de la Era Cristiana. Los restos de las Edades de
Piedra y de Bronce, las poblaciones lacustres, los cráneos hallados
en las cavernas, y álos que se atribuye una antig-üedad portento-
sa, pueden creerse de estos Proto-scitas , primitivos pobladores de
Europa.
La geología y la paleontología han venido á prestar un auxilio
poderoso á la arqueología y á la historia, á fin de afirmar la gran-
de antigüedad del género humano. Con todo, si bien dichas cien-
cias prueban en nuestro sentir que esta antigüedad es grande , ni
la fijan ni la determinan. La misma discordancia de opiniones en-
tre los geólogos convida al escepticismo. Cierto es que todos con-
vienen en que las armas de silex y otros restos de la Edad de Pie-
dra suponen millares de años; pero los cálculos varían mucho.
Unos, como Bergmann, dan á los objetos que han visto una anti-
güedad de 25.000 años: Lyell una antigüedad de 100.000: Bronn
llega á suponer que tienen 158.000. Todos estos geólogos, y otros
muchos, como Boucher de Perthes, Falconery Prest with, podrán
acertar sin contradecirse , porque podrán ser distintos los objetos
que han observado, y la Edad de Piedra no es sincrónica en todas
las regiones del globo y entre todas las razas. La Edad de Piedra
dura aún en algunas.
De todos modos, la geología y la paleontología se ligan hoy ín-
timamente con el estudio de la historia. La Historia Universal,
publicada en Francia , bajo la dirección del Sr. Duruy , por una
sociedad de sabios , como alli suelen llamarse candidamente á sí
mismos los escritores , sin oponerse esto á que en efecto lo
sean, va precedida de un tomo titulado La Tierra y el Hombre,
obra del ilustre Alfredo Maury, miembro del Instituto. Puede ca-
lificarse esta obra de una verdadera Pre-historia , y contiene la
geología, la historia de nuestro globo antes de la aparición del
hombre, sa aparición, y la descripción de las diferentes razas hu-
manas y de las lenguas y religiones. Esto manifiesta el enlace de
dichas ciencias con la ciencia histórica. No se ha de negar, sin em-
bargo, que la cronología de los geólogos es una, y la de los histo-
riadores en cierto modo es otra.
Las armas de silex, otros instrumentos y utensilios de una in-
dustria grosera, tal vez alguna imagen rudamente esculpida en un
hueso ó en una piedra, imagen de alguu animal que ya no existe.
DEL AMTIGUO ORIENTE. 189
Ó el hueso mismo de alg-un animal, como el Bos priscus, el Ursus
spelmus ó el Rhinoceros ticJiorinus, herido por un arma, todo esto
podrá demostrar la presencia del hombre en el periodo cuaterna-
rio, quizá al fin del terciario, en los terrenos llamados j»/ioc«%oí,
y dejar asi abierto y despejado un inmenso espacio de tiempo, de
40.000 ó 50.000 años si se quiere, para que la historia pueda ex-
tenderse por él; pero la verdadera historia no empieza sino donde
empieza el recuerdo de la palabra humana, cuyos documentos son
la escritura, ya hieroglifica, ya cuneiforme, y á todo lo cual pue-
den añadir alg-unos indicios la filologia comparativa y el estudio
de las más antiguas religiones y mytJios. Este último estudio tie-
ne, sin embargo, el escollo de hacernos incurrir en un evJiemeris-
mo exagerado ; esto es , de hacernos prestar una realidad y una
consistencia históricas á lo que no fué acaso sino una mera ale-
goría ó cuento fantástico naturalista , con virtiendo en reyes á los
dioses, y en sucesos de la tierra á los sucesos soñados en espacios
imaginarios, celestes ú olímpicos. Asi, por ejemplo, Rodier con-
vierte decidida y resueltamente en personajes reales, no sólo á Osi-
ris y á Thoth , sino también á los dioses egipcios más primitivos,
como Phré y Phta, haciendo de esta suerte que comience la histo-
ria de Egipto más de 30.000 años antes de la Era Cristiana.
En efecto, la civilización egipcia parece ser la más antigua de
la tierra; pero de ningún modo podemos creer que empiece en
época tan distante. Y limitándonos nosotros á los Arios y á los
demás pueblos del Asia central que estuvieron en relaciones con
ellos desde el principio de la historia, diremos que ni Rawlinson,
ni Layard, ni Duncker, ni Grimm, ni Max Müller, ni Lassen, ni
Lenormant , ni Weber , ni ningún otro de los más eminentes his-
toriadores, arqueólogos y filólogos orientalistas, dan mayor an-
tigüedad á la literatura védica que unos dieciseis siglos antes de
Cristo; á la primera dispersión de los Arios, 3.000 años; y á sus
sucesivas inmigraciones en Europa, de 2.000 á 1.000; todo lo
cual puede ó casi puede conciliarse con la cronología de la Biblia,
larga y generosamente explicada. Dentro de este gran periodo de
tiempo de 3.000 años, ó mejor dicho, de 2.500, terminando el pe-
riodo en el origen de la guerra médica, unos 500 años antes de
Cristo, asi como caben con holgura los sucesos históricos que re-
fiere la Biblia, caben también todos los sucesos que las tradiciones
orientales, los libros sagrados, como el Vendidad y el Desatir. las
190 LEYENDAS
epopeyas, como el Ramayana, el Maiiabarata y el Shah-nameh, y
las inscripciones cuneiformes y demás antigüedades de la India, la
Persia y el x\siria, refieren ó indican con un carácter verdadera-
mente histórico, y que no son meramente un mytho ó una alegoría.
Imaginemos ó conjeturemos en época anterior un reino ó impe-
rio en el país primitivo de los Arios, antes de su división ó cisma
en Iranienses é Indios. Este país se llama Ariana-Vaega. Allí
reinaron sucesivamente cinco dinastías de reyes. Los fundadores de
estas dinastías, y aun algunos otros reyes, fueron santos, legisla
dores ó profetas. Asi, Mahabad, quien dicen haber sido el mismo
Manú; asi, Dji-Afrans, Cayumer, y otros, hasta Djemschid, el Sa-
lomón de los Persas, á quien los Orientales han convertido en rey
de los Genios.
Durante todo este periodo , los Celtas , los primitivos Germa-
nos, los primitivos Griegos ó Jaones, y otros pueblos de raza ja-
pética, se van separando de los Arios y emigrando hacia el Asia
occidental y la Europa. Posteriormente, pero también dentro de
este periodo, los Indios y los Iranienses se separan; y por último,
el país de Ariana-Vaega es abandonado, ó por una inurfdacion ó
diluvio, ó porque se convierte en muy frió, y los Iranienses fundan
un Imperio más al Sur, tal vez en la Bactriana y Aria antiguas,
extendiéndose por la Partía y la Hircania, ó sea en el Afganistán
y el Corazan de ahora. Este nuevo Imperio se llama Vara. Djems-
chid le funda, y otro Djemschid, ó el mismo Djemschid, le pierde^
porque los personajes my tilicos ó ^^m\-my tilicos viven siglos y
siglos. Zohac, caudillo árabe, le vence y le destrona.
Supongamos, además, que este Zohac conquistase el reino de
Djemschid, y le venciese, no 7.048 años antes de Cristo, como pre-
tende Rodier, sino unos 2.200 ó 2.300 años antes de Cristo, como
pretende Gobineau, en su Historia de los Persas, haciendo á Zohac
contemporáneo de Niño, y equiparándole ó confundiéndole con el
Areo de los escritores clásicos. Apoyados ahora en estas suposicio-
nes, y en las fechas que señala Rodier con exactitud portentosa,
fijemos en el año 2284, en que fué el advenimiento de Niño, rey
de Asirla, el principio de la historia que tiene ya algo de seguro.
Tengamos por inseguro y mythico cuanto ocurre antes, y concre-
témonos al período en que prevalece Asia sobre Europa, esto es,
hasta la guerra médica, unos 500 años antes de Cristo. Nos queda,
pues, un espacio histórico de cerca de 1.800 años, desde Niño hasta
DEL ANTIGUO ORIENTE. 191
el primer Darío, dentro del cual se nos ha ocurrido ir escribiendo
y colocando una serie de leyendas ó novelas, en donde la imag-i-
nacion ó la inspiración , si Dios quiere enviárnosla , complete y
aclare la historia, la cual, á pesar de los trabajos de Rawlinson, de
Gobineau , del mismo Rodier, y de otros muchos autores que ya
hemos citado, ó que nos excusamos de citar, nos deja, como vul-
garmente se dice, á media miel sobre los más famosos personajes y
los más estrepitosos acontecimientos. No despreciaremos tampoco
todo lo que se cuenta de edades anteriores á Niño, y aprovechare-
mos las tradiciones confusas, las epopeyas y las relaciones de los
libros sag-rados, para que los casos de esas edades anteriores á Niño
sean como el fundamento y el antecedente de nuestras leyendas,
y al mismo tiempo lo que crean y afirmen sus héroes, cuando les
hagamos entrar en agradables coloquios.
No se echen á temblar nuestros lectores j uzgándose amenazados
de una obra interminable. Sin duda en mil ochocientos años caben
novelas y leyendas infinitas; pero nosotros somos infecundos y pe-
rezosos, y más pecaremos por escribir pocas novelas ó leyendas
para justificar este prólogo ó introducción, que por escribir dema-
siadas. Todavía escribiremos menos si no gustan las primeras que
escribamos. Por último, cada una de nuestras leyendas será breve
de por si, y no entraremos en las menudencias y prolijidades en
que entran y caen los que escriben novelas de tiempos más cerca-
nos á los nuestros, como de la Edad Media ó aun de época más mo-
derna; de los cuales tiempos nada se ignora, y aun la historia,
que no tiene el recurso de imaginar, va siendo ya harto prolija y
algo pesada, contándonos hasta los ápices al parecer más insigni-
ficantes. Por esto precisamente, deseando dar vuelo y rienda suelta
á nuestra fantasía, nos hemos refugiado en el antiguo Oriente. Ba-
rante, por ejemplo, ha llenado con la historia de seis Duques de
Borgoña más volumen de lectura que el que forman acaso todos
los historiadores griegos y latinos, que aún quedan, y donde se re-
fieren los acontecimientos de miles de años , y el principio , creci-
miento, decadencia y calda de una multitud de imperios, repúblicas
y monarquías. SlBarante, limitándose á lo histórico, escribe tanto
sobre seis Duques dje Borgoña, ¿adonde iríamos á parar si sobre lo
histórico quisiésemos recamar, bordar y completar con la fantasía?
Por esto, repetimos, nos vamos al antiguo Oriente. Allí donde la
ciencia no llega, es donde la imaginación y la poesía deben volar.
192 LEYENDAS
Otra razoii nos impulsa también á escribir estas leyendas. De-
seamos divulgar un poco la literatura oriental antigua y empezar
á emplearla en nuestra moderna literatura española. En Francia y
en Inglaterra y en Alemania, el renacimiento oriental, de que he-
mos hablado, deia, tiempo ha, sentir su influjo en el arte y en la poe-
sía. En España aún no se nota nada de esto.
En Alemania, el Mahabarata, el Ramayana, el Shah-nameh, los
Vedas, ó han sido traducidos en verso, ó han inspirado ya bellas
poesías. En Francia, desde los lindos cuentos de Vol taire, el anti-
guo Oriente ha dado asunto feliz á muy amenas narraciones. ¿Por
qué hoy, que se conoce mejor el antiguo Oriente, no hemos de as-
pirar á algo semejante en España? Se me contestará que carece-
mos del ingenio de Voltaire , y que El toro blanco , Zadig y La
Princesa de Babilonia, son inimitables. Procuremos, con todo,
aproximarnos á esos modelos. De tiempos antiguos se han escrito
en Francia últimamente muy primorosas novelas , como La Mo-
mia y La Corte de Merodac- Baladan, de Teófilo Gauthier, y Ca-
lirhoe, de Mauricio Sand. Sírvanos esto de estímulo.
De Grecia y Roma , mientras duró el impulso que imprimió el
Renacimiento clásico en ]a moderna literatura, se escribieron no-
velas, poesías y leyendas; algunas muy eruditas, agradables y ce-
lebradas, como los Viajes de Antenor y los Viajes de Anacársis.
Algo parecido pudiera con general aplauso escribirse del antiguo
Irán, de Asiría, de Babilonia, de Media ó de Persia. Pero no pre-
sumimos de ser capaces de tanto. Nuestro propósito es escribir una
obra de mera imaginación sobre el fundamento de un escasísimo
saber, que sólo es necesario para que sirva como de pauta y caña-
mazo á nuestros fantásticos bordados. Tal vez , si en algo acerta-
mos, se animen otros á escribir con más tino, discreción y conoci-
miento del asunto.
Este, no sólo es vasto, sino seductor y apetitoso. La rapidez con
que en los libros sagrados y antiguos poemas aparecen ciertos per-
sonajes, y se fijan en nuestra mente de un modo indeleble , como
si los hubiésemos conocido y tratado, y luego se pierden y se des-
vanecen, sin que se sepa más de ellos, induce y solicita á buscar-
los con la fantasía y hasta en sueños, á fin de completar y acabar
la historia de su vida.
Sin citar para ejemplo más que á algunos personajes de la Bi-
blia, por ser más conocidos de todos, ¿quién no siente curiosidad de
DEL ANTiaUO ORIENTE. 193
saber cómo se llamaba la mujer de Putifar y qué fué de su vida
después de aquella terrible pasión y de aquel cruelísimo desaire
que recibió de Josef el Casto? Pues, y la Reina Vasti? ¡Apenas si in-
teresa la Reina Vasti! ¿Qué fué de ella, después que la repudió el
Rey Asnero, por demasiado pudorosa; por no querer presentarse á
lucir su hermosura, delante de todos aquellos Príncipes y Sátrapas
borrachos y libertinos, que su marido, borracho también, tenia
cong-reg'ados en su gran palacio de Susa? Del Rey Asuero nadie
ig-nora que, después de repudiada Vasti, hace reunir de todas las
provincias del Imperio las más gallardas doncellas, las cuales van
entrando una á una en su cámara , no sin pasar antes un ano en
lavatorios, sahumerios, unciones con bálsamos y pomadas y otros
cien mil preparativos para que estuviesen bien adobadas y lustro-'
sas, y de todas estas doncellas, previo un examen profundo, elige
por reina á Ester ; pero de la pobre Vasti, nadie vuelve á acordar-
se. Díganme si no es este un asunto para una novela sentimental,
que mejor pudiera llamarse lastimosa, si no temiésemos el equivo-
co. Más bello asunto seria aún, si cabe, el de los amores de Salo-
món con la discreta y bella Reina de Sabá, que vino á verle con
tanta comitiva y séquito, que le propuso tanta pregunta difícil, y
que tan enajenada quedó de la sabiduría de Salomón y de la mag-
nificencia y esplendor de su corte. Como todo esto sólo está indi-
cado y dicho en brevísimas palabras en la Biblia, se siente un
vivísimo deseo, al menos nosotros le sentimos, de acudir á las ins-
cripciones y á las tradiciones, ó de pedir á Dios segunda vista his-
tórica para adivinar los pormenores que faltan, empezando por el
nombre propio de la Reina de Sabá, y para escribir las relaciones
que tuvo con el hijo de David, y demás casos ocurridos entonces.
Lo propio que decimos de los personajes bíblicos, puede decirse con
no menos razón de los personajes que figuran en las historias y
poemas arios. Mucho nos han interesado hasta aquí Agamenón,
Ulises, Aquiles, Temlstocles y Epaminóndas : mucho nos han en-
cantado los' poetas griegos, pero más nos interesan hoy los perso-
najes arios y más los cantos de las Vedas. Se diria que por el
espíritu están más cerca de nosotros. Los vemos tan bien y tan
intimamente, que se siente uno inclinado á creer en la metempsíco-
sis y á recordar la vida que tuvo en Ariana Vaega, ó en los tiempos
de Djemschid ó de Feridum. Agni, Indra ó Aura-Mazda, nos pa-
recen más divinos que Vulcano, Júpiter ó Saturno. Todo el desen-
TOMO XV. 13
194 LEYENDAS DEL \NTIGU0 ORIENTE
volvimiento ulterior de la civilización moderna europea se nos
presenta como en germen en aquella primera civilización oriental.
No se extrañe, pues, que hayamos elegido este asunto de las le-
yendas del antiguo Oriente, ni se tilde de difusa la introducción.
Antes bien, se nos quedan no pocas cosas por decir: pero todo lo
que aún queda irá saliendo en las leyendas, las cuales aparecerán
poco á poco en esta Revista de España, y más tarde , si Dios nos
da salud y si el público no nos desdeña, formarán dos ó tres volú-
menes separados, quizás de nada ingrata lectura. Bueno es que Es-
paña contribuya también, aunque sea pobre y modestamente, ya
que no á lo que hemos llamado y debe llamarse Renacimiento
oriental, al influjo de este renacimiento en la literatura y en la
poesía de la moderna Europa.
Vamos á retroceder con el espíritu hasta las edades primeras de
la humanidad que la historia ilumina algo con sus fulgores, y va-
mos á pintar, sin embargo, portentosas civilizaciones y á presentar
personajes, no inferiores en nada, tal vez superiores á los del dia.
Ya hemos explicado cómo comprendemos el progreso. Le compren-
demos por el caudal acumulado por herencia y por la difusión y
divulgación del saber y de la moralidad en mayor número de per-
sonas, familias, tribus y naciones. Mas creemos asimismo que, para
que el progreso se realizase , las razas civilizadoras, y singular-
mente los Arios, desde el principio y más que nunca en el princi-
pio, debieron estar y sin duda estuvieron dotados de extraordina-
rias facultades y de una poderosa iniciativa ; prendas que hablan
de resplandecer más en ellos , mientras permanecieron en toda su
pureza y no se mezclaron con otras castas plebeyas é impuras. Pero
el mezclarse con estas castas, el no despreciarlas, el bajar un poco
hasta su nivel para elevarlas hasta ellos, y el amalgamárselas para
fundar la humanidad una, era su misión providencial, era su sal-
vación y su destino. Los que faltaron á esta misión , degradando y
envileciendo cada vez más á las castas ó razas inferiores, acabaron
por envilecerse y degradarse ellos mismos. Los que hicieron lo con-
trario realizaron el progreso. El sacerdote egipcio se ha confundido
con el felah , y el bramin con el sudra , mientras que el último
hombre de nuestros pueblos de Europa se ha elevado.
Juan Valera.
EL HOMBRE PREHISTÓRICO,
(1)
I.
El estudio de las primeras fases de la humanidad, de aquel pa-
sado remoto hasta el cual no alcanza tradición alguna , épocas en
las cuales realizó el hombre los primeros progresos que algún día
le "asegurarán su dominación sobre la naturaleza entera , consti-
tuye, en el terreno de la ciencia, uno de los problemas nuevos más
interesantes que se han presentado á la especulación y al análisis
de la generación actual.
Desgarrar el denso velo que oculta á nuestros ojos tan lejanas
edades, escudrinar los recónditos orígenes de la familia humana,
para poder un dia escribir de un modo seguro el génesis de la ci-
vilización, es el objeto al cual se proponen llegar los estudios j»r^-
Mstóricos, j los progresos realizados hasta hoy parecen augurar
opimos resultados para el porvenir. Desde hace unos cincuenta
años, los descubrimientos hechos en diversos puntos de Europa y
de América, ya sea de huesos humanos en terrenos cuya cronolo-
gía se halla determinada, ya de restos de la industria del hombre,
han sido cada dia más numerosos á medida que la civilización mo-
derna se extendía , que los estudios geológicos se perfeccionaban,
y que la ciencia nueva adquiría mayor número de adeptos. Los
archivos prehistóricos se han enriquecido considerablemente , las
hipótesis de unos han sido comprobadas por los hallazgos de otros,
(1) Vhomme avant Vhistoire , par Sir John liwhhook. — L'homme fossile,
par H. Le Hou. —Histoire dtc travaü, par Félix Foucon. - Du mmeur, sa
müdon et son injiuence^ par J. Fournet. — L'antíquité de Vliomme prouvée par
la géologie, par Sir Ch. 'LyeM.— Antigüedades jorehistóricas de Andalucía, por
D. M. Góngora Martínez.— Darwin, De Voi^igine des espéces. ) 'in^jij.
196 EL HOMBRE PREHISTÓRICO.
y existe ya un cuerpo de doctrina que no pide más que nuevos
descubrimientos con que poder extender el circulo de sus investi-
gaciones.
Se ha creido hasta hace pocos años , que era necesario abando-
nar en la historia, la consideración de épocas tan lejanas como in-
útil, que todo indicio material de aquel pasado estaba completa-
mente borrado para nosotros , por no quedar vestigios del tránsito
del hombre por la tierra en aquellas edades. Asi, pues, animándose
por los deseos de investigar todo lo humano , comprendiendo el
inmenso interés que está unido á exploraciones científicas de Egip-
to y de la Asítíb, , creyendo ver en aquellas ruinas seculares que
exhumaban varios sabios , los restos de las civilizaciones primor-
diales , y mientras toda la atención de los arqueólogos se encon-
traba fija hacia el Oriente, M. Boucher de Perthes descubría en el
centro de Europa, en las márgenes del río Soma , vestigios de ci-
vilización humana aún más remota, cuyes contemporáneos fueron
testigos de los últimos cambios climatológicos ocurridos sobre la
superficie de nuestro planeta.
La historia de la humanidad, considerada bajo el punto de vista
del cual nos estamos ocupando , comprende las épocas siguientes :
1 .° La diluvial ó paleolítica , caracterizada por los fósiles del
mammuth y del oso de las cavernas, por capas de cantos pluvia-
les antiguos , y arqueológicamente , por herramientas bastas de
piedra groseramente talladas.
2.** La neolítica ó edad de las piedras pulimentadas, en la cual
se encuentran ya objetos de tosca alfarería fabricados sin el auxi-
lio del torno de alfarero. No ha aparecido aún la serie metálica, y
sólo es conocido el oro empleándose para adornos y alhajas.
3.° La del bronce, que caracteriza un período particular, du-
rante el cual esta aleación se usa sola.
4.° La del hierro, que principia poco antes de la guerra de
Troya y que continúa en los tiempos históricos.
Esta terminología ha sido criticada por varias autoridades, á las
cuales nos unimos, y más tarde demostraremos, según la medida de
nuestras fuerzas , que las circunstancias locales han debido modi-
ficar é imprimir su sello en el progreso humano, y que aun supo-
niendo un clima uniforme en toda Europa , las condiciones mine-
ralógicas de cada país han contribuido poderosamente á hacer
diferir en intensidad é importancia el impulso del progreso, puesto
EL HOMBRE PREHISTÓRICO. 197
que Jo3 materiales de la civilización eran diferentes, y que las co-
municaciones entre los diversos pueblos eran poco menos que im-
posibles. Sin embargo, adoptaremos las divisiones anteriores como
método de exposición, tan sólo reservándonos el pedir á su tiempo
para nuestra España una época intermedia entre la 2.^ y la 3.* á
la cual llamaremos Edad del Cobre. Las divisiones anteriores son
únicamente aplicables á Europa y á un estado de desarrollo aná-
logo al nuestro, pues existen hoy en las islas del Océano Pacífico
pueblos que están todavía en la Edad de Piedra y que podrán pa-
sar rápidamente á un gran progreso , sin necesidad de recorrer
paso á paso las largas jornadas que ha tenido que caminar el con-
junto de la humanidad.
Resumir los descubrimientos hechos, descartando todas aque-
llas consideraciones especiales que sería enojoso reproducir , es el
objeto que nos hemos propuesto en este artículo , en el cual pasa-
remos también revista á los efectuados en Suiza y Dinamarca,
países en los que existen inmensos tesoros para los estudios pre-
históricos ó jpaleo-etTmoUgicos como los designaran algunos sa-
bios.
n.
En 1841 observó M. Boucher de Perthes en los aluviones del rio
Soma, en Abbeville, mezclados con fósiles de mamíferos extingui-
dos, herramientas de .sílex, toscamente labradas, en las cuales vio
inmediatamente su clara penetración restos de industria remotí-
sima é indicios de la contemporaneidad del hombre con varias es-
pecies de animales desaparecidos. La afirmación de estos hechos
filé acogida con la mayor incredulidad y desprecio, y el autor de
tan interesante descubrimiento tratado de impostor ó de víctima
del engaño de otros, colocándole en la categoría de los que se ocu-
pan de la cuadratura del círculo y movimiento continuo, esfuerzos
inútiles con los que sólo demuestran que ignoran el A, B, C de la
geometría y de la mecánica. Sin embargo, existían ya datos posi-
tivos sobre hallazgos análogos ; en 1734 Mahudel señalaba estas
piedras como de industria humana, y figuraban además en las co-
lecciones mineralógicas con el nombre de cerannitas. En la misma
época, poco más ó menos, se había encontrado un sílex labrado al
lado de un colmillo de elefante , y en el año de 1800 M. Frire ha-
198 EL HOMBRE PREHISTÓRICO.
bia extraído eii Inglaterra otros objetos de piedi'a en circunstan-
cias parecidas.
Consisten estos principalmente, en fragmentos de sílex labrados
por fractura, de forma ovalada aplastada, puntiagudos unos, otros
con filo cortante, á veces mellado como los dientes de una sierra,
y algunos de figura de lanza ; presentando sobre todo los prime-
ros cierto espesor ó mango opuesto al filo ó punta para poderse
agarrar.
Después de quince años de incredulidad por parte de unos , de
lucba para M. Boucher de Perthes, su descubrimiento fué elevado
á becbo científico por los geólogos ingleses Mrs. Prestwicb y Evans,
que movidos por la excesiva insistencia que en el sostenimiento de
su teoría empleaba M. Boucber, pasaron á examinar por sí mis-
mos los estratos de Abbeville, y determinaron la posición y edad
de las gravas , en las cuales tuvieron la fortuna de encontrar va-
rios objetos.
Los instrumentos de la época diluvial no están nunca pulimen-
tados, sus formas ban sido producidas por fracturas del sílex , be-
chas á golpes repetidos, dados en una dirección adecuada. Las que
más predominan en el valle del Soma , son las de hierro de lanza
con las aristas biseladas, y la ovalada, que encuentra su análoga,
todavía hoy, en los tomahanhs de los indígenas de la Australia.
En cuanto á la autenticidad de dichos utensilios como objetos
labrados, el profesor Ramsay, uno de los jueces más competentes
en esta materia , dice que los sílex de Abbeville le parecen ser
objetos labrados con la misma seguridad que lo son los cuchillos
de acero de Sbeffield. Y sí quisiésemos más pruebas, y nos detu-
viese la duda de si pertenecen los objetos al mismo período de los
estratos que los envuelven , y de los huesos fósiles de los anima-
les con que están mezclados, podemos responder de un modo posi-
tivo, comprobando que los sílex tienen la misma apariencia y
color que los estratos, que no son posteriores, ni introducidos
por ninguna excavación ó ruptura de la cual hayan podido que-
dar indicios, y que á su lado se han hallado los huesos de la
pierna de un rinoceronte, en la misma posición anatómica en que
debieron quedar enterrados , antes que la carne , los ligamentos,
músculos y tendones hubiesen desaparecido. Además, los huesos
no tienen indicios de haber rodado, y pertenecen todos á especies
extinguidas. La ausencia casi general que se nota de restos hn-
EL HOMBRE PREHISTÓRICO. 199
manos, puede atribuirse á la costumbre de quemar los cadáveres,
ó á la desaparición de estos por efecto de las degradaciones natu-
rales, añadidas á la acción del tiempo, pues se ba observado, que
tampoco se encuentran vestigios fósiles de animales cuyos huesos
sean tan pequeños como los del hombre.
Las herramientas auténticas de pedernal , se distinguen de las
falsas por la capa blanquizca de que se encuentran cubiertas , y
que proviene de una alteración lenta del sílex , mientras que las
otras tienen el color y brillo de una fractura reciente , dando esta
circunstancia una preciosa garantía contra los engaños de que
podrían ser víctimas los arqueólogos.
En varios sitios de Francia é Inglaterra se han descubierto ca-
pas análogas á las de Abbeville , con instrumentos de diversas
clases, de los cuales muchos no son más que residuos de la fabri-
cación de objetos más perfectos , que golpes mal dados han inuti-
lizado, y en los que sólo una persona experimentada puede reco-
nocer los signos de una labor humana. En Mosseedorff, en Coucise,
en Suiza, y en otros puntos , se han encontrado restos de talleres
en los que se fabricaban estas herramientas , hallando esparcidos
por el suelo innumerables fragmentos y astillas ó esquirlas.
En cuanto al género de rocas empleadas para la fabricación de
dichos objetos, podemos señalar como la más abundante el sílex
pedernal, el petro-sílex verde ó gris, compuesto de cuarzo y
feldspato , y en general todas las de las series cristalina y meta-
mórfica. El sílex posee la cualidad, sobre todas las demás piedras,
de fracturarse en todas direcciones , formando fragmentos concoi-
des, cdn filo cortante. Cuando esta roca contiene aún la humedad
especial , denominada agua de cantera , es muy susceptible de la-
brarse , mientras que cuando se ha hallado expuesta al aire du-
rante algún tiempo, no se fractura por el choque de un modo tan
perfecto, habiendo sufrido como una especie de endurecimiento.
Son todavía escasos los documentos encontrados en España per-
tenecientes á la primera Edad de Piedra, y fuera de los hallazgos
hechos en las oquedades de algunas cavernas, no podemos casi
señalar más que las capas huesosas cuaternarias de San Isidro del
Campo, cerca de Madrid, en donde en 1862 se principiaron á se-
ñalar y recoger guijarros hallados en forma de hacha , puntas de
lanza y de flecha mezcladas con fósiles de elefantes é hipopótamos.
Al otro lado del Manzanares, el cerro llámalo de Almodóvar, in-
200 EL HOMBRE PREHISTÓRICO.
mediato á Vicálvaro , parece ser la continuación de dichos estra-
tos fosilíferos.
Pero antes de continuar el examen del periodo paleolítico , de-
tengámonos á examinar una de las primeras fases de la humani-
dad, la de los trogloditas , ó habitantes de las cavernas.
Según Lubbock, una de las mayores autoridades en esta materia,
podrían establecerse cuatro divisiones para la Edad Primitiva,
determinadas por los animales fósiles que en ellas se encuentran.
Son estas: 1.° La del gran oso de las cavernas: 2." La del elefante
y del rinoceronte: 3." La del rengífero y del aurochs, animales
todos que han habitado en la Europa.
Sobre estos periodos, hay en España interesantes problemas sin
solución aún. Sería curioso saber de un modo seguro, si el rengí-
fero , el mammuth y el ciervo irlandés , existieron al Sur de los
Pirineos, del mismo modo que el oso de las cavernas, que el ilus-
tre geólogo D. Casiano de Prado halló en su exploración de la
cueva de Pedraza, próxima á Segovia.
No citaremos uno á uno los diversos descubrimientos que sobre
este particular se han hecho, bastándonos consignar el de la cueva
sepulcral de Aurignac, en el departamento del Alto Garona,
Francia, una de las necrópolis más antiguas. Persiguiendo un
cazador á un conejo, y habiendo metido el brazo en la madriguera
en que éste se había refugiado, extrajo un hueso humano, y lla-
mando semejante hallazgo su atención , arrancó la losa vertical
que servia de puerta á aquella cavidad, encontrando hacinados en
ella hasta catorce cadáveres , mezclados con huesos fracturados de
oso, león, rinoceronte, etc., al lado de los sílex groseros que habían
servido de cuchillos en el festín dé funerales. En la parte exterior
de la gruta había también huesos de médula abiertos, sin su parte
esponjosa, que sin duda ninguna devoraron las hienas , cuyos co-
prolitos se encontraron sobre el suelo. Desgraciadamente tan
interesante hallazgo tuvo un enemigo mayor que los siglos, y el
alcalde de Aurignac mandó enterrar en el cementerio del pueblo
tan curiosos vestigios, sin que M. Lartet, que fué á dicho punto
al poco tiempo , pudiese exhumarlos. Entre los objetos labrados
que pudo recoger en los escombros, figuraban varias conchas de
curduims perforados en el centro, y un colmillo de oso labrado en
forma de cabeza de pájaro. Habia también varios útiles de cuerno
de rengífero, entre estos, punzones que debieron servir para coser
EL HOMBRE PREHISTÓRICO. 201
las pieles con que el hombre entonces se abrigaba. El gran espe-
sor de la capa de cenizas , y el gran número de huesos que exis-
tían delante de la gruta, indican que se abrió varias veces para
recibir nuevos cadáveres, hasta el dia en que se encontró comple-
tamente llena. Huesos intactos, y entre ellos el pié de un oso, en-
contrados dentro de la caverna, indican, lo mismo que los sílex que
los acompañaban, ofrendas votivas de los salvajes. La ausencia de
alfarería es un indicio de la extremada antigüedad de esta ne-
crópolis.
Sir Ch. Lyell, en su obra La antigüedad del hombre, dice lo
siguiente : « Si los documentos fósiles de Aurignac se han inter-
»pretado bien ; si lo que presentan al pié de los Pirineos es una
»cueva sepulcral con esqueletos humanos, enterrados en su última
»morada por deudos y amigos; si los restos que se han hallado en
»el umbral de esta tumba son los del festín de funerales , y si las
»carnes depositadas en el interior eran las provisiones de viaje
«destinadas para los que se iban á la tierra de los espíritus; si, en
»fin ; eran ofrendas fúnebres aquellas armas que debían servir
»para cazar en tierras desconocidas el ciervo gigante, el león y el
»oso de las cavernas, así como el rinoceronte velludo, entonces
»hemos llegado al fin á encontrar en lo pasado restos de ceremo-
»nias fúnebres , y lo que es todavía más interesante , hemos pro-
»bado la creencia en una vida futura en épocas muy anteriores á
»las de la historia y de la tradición.»
Para dar una idea de la remota antigüedad que debe atribuirse
á algunos de los vestigios paleolíticos, nos bastará echar una
ojeada sobre los estudios hechos por varios geólogos y naturalis-
tas sobre la cuenca del rio Soma.
Los efectos de inundación que un rio ejerce sobre el terreno en
que corre, son harto conocidos para que nos detengamos en exa-
minarlos. Las aguas de las corrientes rápidas excavan el suelo
llevándose en suspensión las materias más tenues y haciendo rodar
sobre el fondo todas aquellas demasiado graves para poder ser
arrastradas. Cuando la velocidad disminuye, la acción sobre di-
chas materias es menor y principian á depositarse entonces los
sedimentos que antes acarreaban. De modo que los rios presentan
dos alternativas; desmonte en la parte alta cerca del nacimiento,
y terraplén en la baja en donde el delta va aumentando cada vez
más. En el valle del Soma se observan dos clases de gravas, unas
202 EL HOMBRE PREHISTÓRICO.
llamadas de nivel alto, á más de doscientos pies de elevación so-
bre el fondo actual del rio , aisladas , y las otras continuas en el
fondo del valle, elevándose poco sobre el mismo. En ambas se
encuentran fósiles de mammuth y de elefante al lado de silex
labrados. El examen mineralógico de estas gravas demuestra que
no contienen fragmentos de otras rocas más que los de las proce-
dentes de la cuenca del Soma , de modo que en la excavación del
valle no han podido influir fenómenos de otro orden que los actua-
les, ni han corrido las aguas de otras cuencas. La presencia en
estos estratos de grandes pedazos de gres ó asperón de las capas
terciarias superiores á la creta , indica que estos fragmentos han
sido trasportados por los hielos , pues su traslación no hubiera sido
posible por las corrientes , que arrastraron los fragmentos peque-
ños, y á haberlo efectuado estas, hubieran dichos, asperones perdido
sus aristas, adquiriendo el carácter de cantos rodados. Otras varias
circunstancias parecen indicar que las gravas han sido contempo-
ráneas de un clima ártico , pues los fósiles de los moluscos lo indi-
can , así como los del rengífero y otros varios mamíferos habitan-
tes de climas fríos. Las teorías que se han propuesto para explicar
este cambio de clima son muchas , y podemos citar entre las más
hipotéticas las de una variación de la intensidad de la radiación
solar , ó la que han sostenido muchos de un cambio del eje de ro-
tación de la tierra. La más probable, sin duda alguna, es la que
ha presentado el sabio geólogo inglés Lyell. Una depresión de dos
mil pies convertiría el valle del Missisipí en un brazo de mar, en
comunicación directa con los lagos de la América del Norte. Como
consecuencia de este fenómeno , la corriente actual del golfo de
Méjico, llamada por los marinos Gulf Stream , no experimentaría
desviación ninguna, sus aguas pasarían directamente al mar Ar-
tice , y por consiguiente habría contracorriente de agua fria en
las costas de Noruega y Groenlandia. Este cambio produciría una
disminución de temperatura de unos diez grados en las costas de
Europa , que unidos á tres ó cuatro de la corriente fria del Norte,
darían la temperatura frígida que parece indicada por la fama.
El hombre ha debido ver correr el rio Soma cien pies más alto
que hoy, en épocas en que la especie humana tenía por enemigos
al mammuth , al elefante, al oso, al buey almizclado, al rinoce-
ronte, al ciervo gigante y á la hiena, y que afrontar la terrible
temperatura de un clima ártico. Al recorrer hoy tan delicioso valle
EL HOMBRE PREHISTÓRICO. 203
es diñcil remontarse al aspecto que entonces debia presentar. Si
buscamos entre los pueblos actuales , uno que pueda ofrecer alguna
analogía con el primitivo del Soma , le encontraremos probable-
mente en los indios de América que habitan el mar polar y la
bahía de Hudsoc.
Los rios permanecían entonces helados muchos meses del ano,
y en la estación rigorosa los animales de caza desaparecían emi-
grando en gran número á climas más favorecidos. No le quedaban,
pues, al hombre más recursos que los que podía proporcionarse en
el rio sobre el cual plantaba sus tiendas, abriendo agujeros en el
hielo para poder echar sus redes y anzuelos y procurarse también
agua potable . Estas aberturas no se hacían sino con las herra-
mientas más duras de entonces, las de piedra, y suponiendo que
durante millares de años los pescadores hayan continuado fijándose
en los sitios que les ofrecían mayores ventajas , no es chocante que
el número de objetos caldos al fondo sea tan grande como el que
se ha encontrado , que Lyell evalúa á más de mil. A medida que
fué elevándose el valle del Missisipi fué modificándose el clima,
desapareciendo poco á poco los g-randes paquidérmus. Para for-
marse una idea de la lentitud con que han debido verificarse estos
cambios , basta que digamos que en las gravas altas se encuentra
un cementerio romano, cuya antigüedad puede remontar á unos mil
quinientos años , y que el nivel del suelo no ha variado de un modo
sensible en este espacio de tiempo. Lyell, como consecuencia de
sus experimentos sobre el Missisipi, ha calculado que el intervalo
necesario para la formación del delta actual de este rio , es de más
de cien mil años , y que las gravas altas del Soma son de la misma
antigüedad. Las del nivel inferior son más modernas, pues cuando
hay formación aluvial , en casos como éste , las más elevadas son
naturalmente las más antiguas.
Las cavernas que abundan en las calizas han dado y han de dar
aún documentos importantísimos para el estudio del hombre pri-
mitivo. Los huesos de un cadáver, impulsados por las aguas, están
expuestos á tales agentes de destrucción , que es casi imposible
que después de cierto número de años quede vestiglo alguno;
mientras que las aguas han podido impulsar el hueso dentro de
una cavidad subterránea criando la caliza á su alrededor una co-
raza preservadora. Debajo de la capa estaiagnitica que general-
mente forma el suelo , se halla otra , arcillosa ó calcárea , rica en
204 EL HOMBRE PREHISTÓRICO.
fragmentos orgánicos , en la que muchas veces hay diseminados
útiles de piedra y barro. Podemos asegurar que los vestigios más
positivos y completos sobre el hombre prehistórico , han de encon-
trarse en dichos antros. Así, pues, es inmenso el interés que puede
haber en que se exploren cieiLtificamente todas las cavernas de
nuestro país; en ellas hemos de dar con preciosísimos datos sobre
las razas y costumbres de sus primeros pobladores.
m.
La segunda Edad de Piedra, llamada neolítica, indica un estado
de civilización más avanzado , y el número de objetos que se han
encontrado atribuibles á dicha época es tan grande , que demues-
tra de un modo palpable el desarrollo y predominio que en tan
remota edad habia adquirido y ejercía la familia humana.
Caracterizan dicho período las piedras pulimentadas, ó hachas,
que en mayor ó menor número se encuentran esparcidas en toda
la superficie de Europa. Los Museos dinamarqueses las tienen por
millares, y en España mismo, donde los documentos prehistóricos
son aún escasos, por no haberse recogido, se encuentran abundan-
temente en toda la Andalucía y en Extremadura, distinguiéndose
por su facies especial, que no ha podido ser obra de la naturaleza.
Ovoides, alargadas, presentan por una de sus extremidades un filo
análogo al de las hachas actuales, terminándose por la otra en
punta más ó menos aguzada. En nuestro país, el vulgo las conoce
con los nombres de piedras del rayo ó de la centella, suponiéndose,
por muchos, que constituyen la parte maligna del meteoro eléctri-
co, y que, enterrados al caer, salen por sí solas á la superficie de
la tierra después de cierto número de años. Entre las que hemos
llegado á poseer, tenemos una de O," 360 de larga, encontrada en
el centro de la provincia de Huelva, y que nos parece notabilísima
por sus exageradas dimensiones. Es de diorita compacta, y á causa
de su gran peso, superior á 4 kilogramos, no parece haber estado
unida á un mango, empleándose sola como herramienta de mano.
Las hachas grandes son una excepción, y no se han usado sino en
los grandes trabajos de carpintería. Muchas pequeñas llevan indi-
cios de haber estado sujetas á un astil, reconociéndose aún en la
parte central una superficie bruñida, debida al roce contra éste.
EL HOMBRE PREHISTÓRICO. 205
Los mangos eran de asta de ciervo ó de madera, á veces de ambas
materias, consolidándose la herramienta con cuerdas, y en algunos
casos con asfalto. Los usos en que estos útiles se empleaban, eran
tan diversos como las necesidades de la vida humana: algunos de
ellos debieron servir de armas de guerra, otros de proyectiles, y la
mayor parte de herramientas. Citemos como prueba de la primera
aseveración, el descubrimiento en Kirkenbrightshire (Inglaterra)
de un cadáver cuyo brazo se hallaba separado del tronco, y tenia
en la fractura pedazos del hacha de piedra que la ocasionó. Varias
de las habitaciones lacustres de la Suiza son contemporáneas de la
Edad de Piedra, habiéndose cortado los pilotes de madera, sobre los
cuales reposaron , con herramientas neoliticas. El que ha visto
aserrar un árbol, podrá diñcilmente imaginarse el improbo traba-
jo que en aquella época debia exigir esta operación elemental. Las
hachas se mellaban fácilmente; era, pues, necesario afilarlas á cada
momento, y no hay duda, si se considera lo muy blando de la sus-
tancia de algunas, que, al usarlas, debían auxiliarse de la acción
del fuego, obrando alternativa y mecánicamente con este agente.
En Dinamarca se han encontrado hachas con un agujero en el
centro; pero se cree que hayan sido empleadas en la Época del
Bronce.
El examen minucioso de dichas herramientas ha demostrado el
medio que empleaban para labrarlas. Las de pedernal, por fractu-
ras hábilmente dirigidas, y las de rocas, más duras, por medio de
ranuras que permitían arrancar del criadero fragmentos de una
forma adecuada á la que se exigia. Las ranuras se hacian con las
sierras de sílex, continuando el trabajo á golpes, que lentamente
llegaban á producir el labrado susceptible de afilarse sobre la pie-
dra de amolar. Poseemos hachas cuya parte central lleva aún las
contusiones de dicha operación. Cerca de Perssigny leGrand (Indre
et Loire), existen grandes pedazos de asperón con fuertes ranuras
angulares, en las cuales se pulimentaron todas las de los alrede-
dores.
Las demás herramientas neoliticas, son: las puntas de flecha,
generalmente en forma de hoja, ó triangulares, con un apéndice ó
hendidura que estaba destinada á sujetarlas á la varilla; los cin-
celes, parecidos á las hachas, pero más estrechos; los punzones,
pedazos groseros de sílex, fuertes y no muy puntiagudos; y «u
último lugar, como el nec plus ultra del arte de entonces, las da-
206 EL HOMBRE PREHISTÓRICO.
gas, verdaderas maravillas de sílex, parecidas en un todo á las de
metal, de las cuales al principio se creyó que fuesen copia, pero
las localidades en que se encontraron parecen demostrar lo contra-
rio. El pedernal de Dinamarca es el único que ha podido trabajar-
se de un modo tan perfecto.
La talla y corte de las flechas debian exigir también grandes
dificultades y una habilidad completamente especial por parte del
operario. Las mejores reproducen la forma y dimensiones de las
que usaban los pueblos modernos antes de la invención de la pól-
vora, y en algunas se han contado más de 200 facetas, arranca-
das en el último labrado, no representando esta cifra más que una
fracción ínfima del trabajo ejecutado. ¡Cuántas veces en esta últi-
ma mano , un golpe desgraciado no habrá destruido la labor de
muchas horas! Al usar dichas flechas, debia preocupar al hombre
la idea de poder volver á hallar en el cuerpo de su víctima tan
precioso utensilio.
Objetos de madera de aquellas Edades se han conservado difícil-
mente; pero algunas turberas, y el fondo de los lagos suizos, han
dado varios ejemplares: desgraciadamente, tan interesantes vesti-
gios no pueden conservarse; en la disecación disminuye su volu-
men hasta no quedar más que la sexta parte, fracturándose en to-
das direcciones, arrollándose y doblándose, de modo que lo interior
se vuelve lo exterior.
Usábanse también armas y herramientas de hueso, asta de ren-
gífero y de ciervo. M. L. Lartet ha encontrado algunas en sus
exploraciones de las cuevas de Torrecilla de Cameros, acompañan-
do á toscas alfarerías, fabricadas sin el auxilio del torno, que lle-
vaban por adornos impresiones onguiculares y estrías hechas por
medio de un cuerpo duro. No seguiremos al Sr. Lartet en toda su
descripción de diclios antros, y nos bastará resumir los puntos
más principales de su trabajo. Refiere á tres épocas distintas las
cavernas que ha visitado, y que podrían atribuirse á un período
intermedio entre el Diluvio del Soma y la verdadera Edad Neolíti-
ca. Las más antiguas, las de la Pena de la Miel, contienen fósiles
de rinoceronte, de un gran buey, y entre ellos hay algunos cuyas
roturas parecen haber sido producidas con un instrumento contun
dente para extraer la médula. Las de la segunda época, situadas
cerca del rio Iregua, presentan ya capas de cenizas carbonosas,
depósitos de huesos fracturados, con señales de la herramienta que
EL H,OMBRE PREHISTÓRICO. 207
produjo la rotura, y pedazos de sílex cortantes, que debieron servir
de cuchillos. Las de la tercera abundan en restos de alfarerías y
huesos, llevando estos últimos signos seguros del trabajo del hom-
bre. Allí se recogieron también restos humanos, entre los cuales
habia dos cráneos pertenecientes al tipo céltico.
En las costas de Dinamarca, sobre todo en las bahías en donde
las olas del mar azotan con menos fuerza, se observan grandes
montones de conchas de 3 á 10 pies de espesor, de 100 á 200 de
ancho y de un largo variable. Durante muchos anos se supusieron
ser bancos levantados del seno de las aguas por oscilaciones del
nivel del suelo. Examinados más de cerca, se vio que estaban
compuestos todos de conchas llegadas á su mayor grado de desar-
rollo, y que existían en ellos, juntas, especies que generalmente
en la mar viven separadas, x^demás, estos estratos no contienen
arena; de modo que no pueden atribuirse á un depósito casual en
el cual se hallarían mezclados los diversos elementos. Investigan-
do más, encontraron cocinas ú hogares hechos de piedras planas
como plataformas, cubiertas á veces de cenizas, y conservando en
otras vestigios del fuego. Entre las primeras se hallaron cuchillos
de sílex y toscas hachas con numerosos huesos de vertebrados, ro-
tos para extraer la médula, que sin duda alguna debió ser uno de
los platos más delicados de que pudo gozar el hombre en tan re-
mota edad. Kjokkenmoddings , esta palabra danesa , que significa
montones de restos de cocina, es ya técnica en la ciencia: análogos
á los de Dinamarca, existen en varios puntos del mundo, y hoy
mismo los naturales de la tierra del Fuego siguen haciéndolos.
En Agosto último, las personas que asistieron al Congreso pre-
histórico de Copenhague , han podido ver y explorar de cerca en
los bordes del Cattegat estos célebres montones de conchas. Ee-
unídos por el profesor Steenstrup alrededor de uno de los más ricos
depósitos, recogieron, entre las conchas de ostras, á medida que el
pico las revolvía, hachas, cuchillos de piedra, mezclados con fósi-
les de perro y cerdo, anímales que ya entonces existían en estado
de domestícidad. Acompañaban además huesos labrados, así como
las piedras calcinadas por el fuego que sobre ellas ardió hace tan-
tos siglos.
Los restos encontrados nos dan algunos indicios sobre el modo
de vivir de estos hombres primitivos que debían asimilarse mucho
á los Esquimales actuales. Tenían el cráneo redondo, con la arcada
208 EL HOMBBE PREHISTÓRICO.
orbitaria prominente , los dientes incisivos no se cruzaban , des-
gastándose unos contra otros , circunstancia que bacía variar el
acto de la masticación. La talla del individuo debió ser exigua, y
la vida, como ya bemos dicbo, análoga á la de los naturales de la
iierra del Fuego, con todas sus miserias y privaciones.
Han llegado basta nosotros vestigios de los contratiempos á que
entonces se encontraba expuesto el bombre; aquellos salvajes
mieron carne de lobos y zorras , en momentos en que sin du
sus alimentos naturales, los crustáceos, el pescado y la caza 1
faltaban.
Relativamente á la antigüedad de los Kjokkenmoddmgs , el s¡
bio Worsae los atribuye á la primera parte de la Edad Neolítica,
reconociendo casi como imposible con los datos actuales el con-
signar una fecba. Las .turberas indican que Dinamarca ba estado
cnbierta largo tiempo de bosques de pinos ; esta vegetación ba
sido sustituida por el roble, y últimamente ba crecido el baya que
existe todavía en aquel país. Los instrumentos de silex pertenecen
al periodo del pino, bailándose algunos troncos que ban sido cor-
tados por el fuego, probablemente antes de usar las bacbas neolí-
ticas que se encuentran también en ios robles. A los últimos cor-
respondió el bronce, durando basta la época de las bayas , en que
principió á usarse el bierro. La lentitud con que se efectúan estas
evoluciones del reino vegetal es inmensa y se ba calculado como
cifra mínima la de cuarenta siglos. Entre los fósiles de la fauna
de los Kjokkenmoddings figura el gallo silvestre, que se alimenta,
sobre todo, de los retoños del pino, y esta circunstancia permite
clasificar dicbos montones como contemporáneos de la vegetación
primera .
En 1854, el gran descenso que experimentaron las aguas de los
lagos de Suiza, descubrió largas bileras de pilotes, soportes de una
plataforma de madera, sobre la cual elevaban sus casas pueblos de
remotas edades. Situados de este modo sobre el agua, podían aban-
donarse á la pesca, sin renunciar á la caza, encontrándose al mismo
tiempo resguardados de todo ataque, tanto de los animales feroces
como de los enemigos. En una de dicbas estaciones se ban conta-
do basta 40.000 pilotes, lo que prueba que no ban sido construi-
das por una sola generación ; esta cifra es sorprendente, porque las
berramientas de piedra y de bueso, las únicas que entonces exis-
tían, eran de muy pequeña ayuda para trabajos de tal entidad
EL HOMBRE PREHISTÓRICO. 209
Los pilotes se cortaban con el auxilio del fuego y de las hachas,
tenian de 15 á 30 pies de larg-o, de 3 á 9 pulgadas de diámetro,
penetrando en el barro de uno á cinco pies. En muchos sitios era
difícil clavarlos , y una vez en la posición en que debian hallarse,
se elevaban alrededor montones artificiales de piedra para soste-
nerlos.
Sobre estos pilotes reposaba una plataforma de madera , sobre
la cual estaban edificadas las casas. La mayor parte de dichas es-
taciones desaparecieron incendiadas , habiéndose encontrado en el
fondo de varios lagos , pedazos cilindricos de arcilla cocida , con
impresiones de ramas en el lado exterior y lisos por el interior. Se
han considerado como fragmentos del revestimiento interno de las
cabanas, y el profesor Troyon asigna, aproximativamente, 12 á 15
pies de diámetro á cada habitación. El techo de un recinto circu-
lar tenia que ser cónico, de modo que la imaginación puede muy
bien representarse el aspecto general de aquellas poblaciones. Las
construcciones rectangulares debian ser una excepción á causa de
las dificultades que presentaba el arte á escuadra de las maderas.
En casi todos los lagos suizos existen vestigios de habitaciones
lacustres , ya del periodo neolítico, ya del de bronce , y son varios
los puntos de Europa en que se encuentran indicios de esta clase
de viviendas. En Escocia, en Italia del Norte, y en Irlanda los era-
noges ó islas artificiales de pilotes, tierra y piedra, han servido de
fortificaciones hasta 1591. Actualmente varios pueblos salvajes vi-
ven de este modo aún, y podemos citar, entre otros, los de las In-
dias Orientales, Borneo, Célebes, las Carolinas y la Nueva Guinea.
El examen de la fauna de las habitaciones lacustres demues-
tra que el hombre no es todavía el más fuerte de los seres vivien-
tes de la creación. Su imperio está sólo asegurado para el porvenir,
siendo aún numerosísimos los enemigos que tiene que vencer y
subyugar. La suma total de los animales bravios ó salvajes, es
mayor que la de los domésticos, entre los cuales figuran ya el
perro, el cerdo, el caballo, la cabra y el buey. Como enemigos,
existen aún el oso, ciervos y jabalíes de talla extraordinaria, el
urus y el aurochs. Digámoslo de paso, la osteología posee medios
de comparación que permiten distinguir en un fósil si ha pertene-
cido á un individuo doméstico ó salvaje. El tejido de los huesos
del último es más firme y apretado que el del primero , presentan-
do en su superficie nervuras indescriptibles y rugosidades en los
TOMO XV. 14
210 EL HOMBRE PREHISTÓRICO.
puQtos de uniou con los músculos. Hay además exag-eracion eu las
las apófisis ó eminencias naturales de las extremidades , y dismi-
nución de las superficies planas.
En cuanto á la fiora, se han encontrado granos de trig-o, cebada
en espigas, pan y frutas medio carbonizadas , que parecen señalar
un prog-reso en la alimentación.
En tres estaciones se han hallado fragmentos de telas de aque-
lla época. Relativamente á su autenticidad no hay duda ning-una,
porque el microscopio nos revela la existencia, entre sus hilos, de
las veg-etaciones más diminutas de las antiguas turberas.
Circunstancia notable ! Instrumentos análogos á los que á Hers-
chell y Newton permitieron sondear los espacios celestes , nos sir-
ven á nosotros para llevar nuestras investigaciones á través de la
oscura inmensidad de lo pasado, y en su potencia alcanzan á la
vez el tiempo y el espacio.
Las estaciones de la Edad del Bronce están situadas á mayor dis-
tancia del margen, sin duda, porque los medios de ataque eran
más poderosos á medida que la civilización progresaba.
Pertenecientes al periodo neolítico pudiéramos citar, además,
elevaciones tumularias con salas sepulcrales, dólmens y otros mo-
numentos megaliticos que dejaremos ahora para hablar de ellos al
llegar á la Edad de Bronce.
Los descubrimientos hechos por el Sr. Góngora Martínez, cate-
drático de la Universidad de Granada, son tan notables que puede
asegurarse que hasta hoy no se hablan hallado documentos tan
curiosos como los suyos, sobre las primeras poblaciones de nuestra
patria. Mejor que resumirlos seria indicar á nuestros lectores su
interesante y bien escrito libro: Antigüedades prehistóricas de
Andalucía. Pero aunque no sea mas que rápidamente, es menester
que consignemos aquí el más importante, que ha sido el hallazgo
de una necrópolis neolítica, situada en las Angosturas de Albu-
ñol, cerca de Adra, en donde tuvieron sepultura más de cincuenta
cadáveres. Descubrióse dicho antro en 1831, mas habiéndose se-
ñalado en 1857 como una rica mina de minerales plomizos, fué
objeto de explotación, hallando entonces en una de sus anfractuo-
sidades, varios cadáveres vestidos, y sentados alrededor de otro de
hombre, que cenia sobre su frente una diadema de oro rudamente
labrada y de un valor intrínseco de más de sesenta escudos. Exci-
tada la codicia de los mineros todo lo volcaban, deshaciendo y rom-
EL HOMBRE PREHISTÓRICO. 211
piendo preciosísimos documentos que lanzaban á la profundidad
de un arroyo cercano.
Muchos de los cadáveres conservaban aún la carne momificada:
sus vestiduras, tejidas con finísimo esparto, habian sido preservadas
de la corrupción por el nitro que abunda en dicha cueva. Al lado
de los esqueletos estaban sus armas, cuchillos de pizarra y peder-
nal, puntas de flechas pegadas á los palos con betún fortísimo, va-
sijas de barro, cucharas de madera, punzones de hueso, y bolsas
ó cestos de diversos tamaños llenos de presentes funerarios, que
consistian en caracolillos de mar, cabezas de adormideras, emble-
mas sin duda del sueño de la muerte, y mechones de cabellera
castaña.
Si estos tesoros no hubiesen caido en manos ignorantes, para las
cuales era letra muerta todo lo que en el antro habia, tendría Es-
paña hoy datos tan exactos, tan indiscutibles y completos sobre
sus primeros pobladores, que podría determinarse el estado de civi-
lización de aquellas sociedades primitivas. Desgraciadamente cuan-
do en 1867 llegó el Sr. Góngora á la cueva de los Murciélagos ó
de Albuñol, no quedaban ya más que raros vestiglos de todas
aquellas curiosidades, que ávido recogió, removiendo los vaciade-
ros de escombros de los mineros. No es este tampoco el único punto
en el cual tesoros de gran importancia han desaparecido 'á causa de
la ignorancia de sus descubridores. Contra dicho mal no hay más
remedio posible que el desarrollo de la instrucción, y esta luz ha de
tardar en penetrar entre nuestros pastores, montaraces y labradores.
IV.
Difícil es asegurar el orden en que se descubrieron los metales;
dependió éste sin duda de las condiciones mineralógicas de la loca-
lidad, y en unos puntos sería el oro el primero que por su color
brillante y sus propiedades físicas fijase la atención del hombre; en
otros sería el cobre, que existe en muchos sitios; pero puede afir-
marse que los metales nativos fueron ios primeros. En cuanto á su
uso industrial, tal como resulta de los descubrimientos arqueoló-
gicos, el más antiguo es el del oro que encontramos en la época
neolítica empleado para adornos, é inmediatamente después el del
cobre, que combinado más tarde con el estaño no tardó en produ-
cir aleaciones sumamente útiles, á causa de sus propiedades. El
212 EL HOMBRE PREHISTÓRICO.
bronce, compuesto generalmente de una parte de estaño y nueve
de cobre, es más fuerte, más tenaz, más sonoro, más fusible que
el cobre, poseyendo además la cualidad de endurecerse si se deja
enfriar lentamente. El estaño indudablemente excitó la curiosidad
por el peso de su mineral, y su unión con el cobre fué casi simul-
tánea á la época de su descubrimiento, pues hasta ahora no se han
encontrado objetos de estaño solo. La plata es relativamente mo-
derna, y pertenece al último periodo de la Edad del Bronce. El em-
pleo del hierro cundió con la misma velocidad que la última alea-
ción, pues al llegar al Norte los ejércitos romanos, encontraron ya
desarrollado su uso.
Com® ya hemos indicado, no creemos poder adoptar para nues-
tro pais las clasificaciones prehistóricas establecidas por los sabios
arqueólogos del Norte, que á la segunda Edad de Piedra hacen su-
ceder inmediatamente la del Bronce, sin ningún género de transi-
ción. Se han fundado en la similitud de los objetos encontrados, la
cual parece demostrar que no hubo incertidumbre ninguna, ni en-
sayos, y que una vez fundido el primer modelo, fué adaptado de
un modo general por los artífices de los diversos países, siendo su
propagación rápida y no fruto de un desarrollo lento y gradual.
Pero en nuestra España, tan rica en criaderos metalíferos, no
podemos admitir una clasificación hecha para países desprovistos
de esta clase de veneres metalúrgicos , tanto más cuanto que es
evidente que dichos metales no han sido descubiertos en el Norte
y sí llevados de países extraños.
A la Edad Neolítica sucedió el hallazgo del cobre nativo, que for-
jado en frió y desgastado con útiles de piedra, no era más que una
herramienta análoga á las que habían servido para tallarla. La
materia metálica estaba encontrada, mas para el hombre eran aún
desconocidas todas sus propiedades y no podia considerarla sino
como una roca algnn tanto diferente de las demás. Cuando la con-
quista de Méjico por Hernán Cortés y sus compañeros, se halló la
afirmación del hecho que acabamos de citar.
La transición de la época neolítica á las metálicas, no debió ser
repentina, continuando en uso las herramientas de la una, á la
par que principiaban á explotarse los primeros criaderos metalífe-
ros. Hemos tenido la suerte de encontrar en nuestras investigacio-
nes documentos que demuestran esta verdad de un modo palpable.
Sobre la superficie de dos criaderos cobrizos de escasa importan-
EL HOMBllE PREHISTÓRICO. 213
cia de la región huelvana, uno en Monte Romero (Almonaster),
otro en el rodeo de Madronas (Valverde del Camino), hallamos
infinidad de martillos de diorita toscamente labrados, que induda-
blemente sirvieron para la explotación de aquellas minas. Al des-
cubrir las célebres del lago superior de América, aparecieron tam~
bien millares de mazos de diorita, vestigios de las labores primi-
tivas Haciendo abstracción de la riqueza de unas y otras, hay
entre ambos descubrimientos una identidad completa. Todos los
ejemplares recogidos en los dos puntos citados de la provincia de
Huelva, llevan signos de haberse empleado como cuerpos contun-
dentes, que se desecharon á medida que se inutilizaron en el tra-
bajo, pues todos están rotos.
¿No seria posible que España estuviese en la Era del Cobre,
mientras Suiza y Dinamarca se encontraban en la Neolítica, y que
en estos países, más tarde, en un momento dado, se refundiesen en
bronce todos los utensilios de cobre venidos del extranjero, expli-
cándose así la rareza actual de dicho metal?
Si nos atenemos á los hallazgos del Sr. Góngora en las provin-
cias de Jaén y Granada, y á los pocos que hemos hecho en la de
Huelva, podemos afirmar que el bronce es una excepción, y aun
entre los objetos romanos del último territorio domina el cobre.
Pidamos, pues, para nuestra España, sobre todo para Andalucía
una edad del último metal, contemporánea de otras menos civili-
zadas en el Norte de Europa.
Examinemos las teorías propuestas por los anticuarios suizos y
daneses para explicar la Edad del Bronce.
Es imposible atribuir un origen romano á dicha época, á causa
de la ausencia de objetos de alfarería romana, por el carácter de
los dibujos y ornamentos que llevan y más que nada por la cir-
cunstancia de hallarse las herramientas y armas de bronce en gran
abundancia en Dinamarca, Suiza é Irlanda, países en los cuales no
entraron nunca las legiones de los hijos de Rómulo.
Quedan por considerar todavía dos hipótesis ; la de que dichos
objetos sean de origen fenicio, ó que hayan venido por la irrupción
en Europa de una raza indo-europea. Abundan en favor de la pri-
mera suposición los portentosos viajes de los Fenicios, que llegaron
á alcanzar las costas de Huslé, nombre que el sabio profesor Nill-
son cree debe atribuirse á la Noruega, llevando á las regiones hi-
perbóreas el culto de Baal, que dejó en ellas los nombres dé Belt,
214 EL HOMBRE PRKHISTÓRICO.
Báltico, Belteberg, y otros derivados del mismo. Aunque en No-
ruega hay indicios de una civilización fenicia, no puede afirmarse
de un modo completo que todos los utensilios de la Edad del Bron
ce tengan este origen. Al contrario, hay motivos para alejarse de
esta suposición ; las pequeñas dimensiones de los mangos de las
espadas y puñales, la exigüidad del diámetro de las pulseras pa-
recen indicar que han pertenecido á una raza indo-europea nota-
ble por la finura de su tipo, la pequenez de sus manos y de las
junturas de las extremidades de los miembros. Tenemos, además,
datos para conocer los instrumentos verdaderamente fenicios , con
los cuales arma Homero á sus héroes, y que están siempre adorna-
dos en las descripciones del poeta griego, con figuras de plantas y
animales, mientras que las armas de bronce llevan sólo dibujos
geométricos.
Según Plinio , Thoas ó Cintras descubrió en la isla de Chipre
el arte de explotar las minas, asi como las primeras herramientas
del metalurgista; las tenazas, el martillo de fragua, el yunque y
la palanca. Si hemos de creer á Estrabon , mil quinientos á mil
doscientos años antes de J. C, los Fenicios hacian ya el comercio
del estaño por Cádiz , yendo á buscarle á las islas Stanníferas,
nombre con el cual designaban á Inglaterra. Anteriormente á
esta fecha hablan principiado, como hemos visto, los trabajos mi-
neros en nuestras costas del Mediodia.
Los objetos característicos de la Edad del Bronce, son las hachas
llamadas célticas, muy abundantes sobre todo en Irlanda y Dina-
marca, de un largo de 18 á 20 centímetros, de 7 á 8 de ancho por
el lado del filo, y que se sujetaban al mango de diversos modos.
Las más antiguas fueron completamente lisas, penetrando en una
abertura hecha en el centro del astil al cual acababan de adherirse
por medio de cuerdas fuertemente atadas; más tarde llevaron en
la parte opuesta al filo una hendidura, en la cual entraba un palo
acodado en un ángulo recto, consolidándose la unión también con
ligaduras pasadas por un anillo que habia en la parte inferior del
metal. Grande es la distancia que separa á unas de otras, pues las
últimas no son ya lisas, y tienen adornos compuestos de rayas en
zigzag y dentículos triangulares.
Los demás objetos encontrados hasta el dia, son espadas de bron-
ce afectando la forma de hoja vegetal , puntiagudas, de dos filos,
sin guardia y con empuñadura de hueso ó de madera. Hay dagas
EL HOMBRE PREHISTÓRICO. 215
de puño corto, puntas de lanza y de flecha, y cuchillüs pequeños
de hoja curva, carácter que los distingue perfectamente de los de
hierro que siempre son rectos.
Pertanecientes á época más moderna, se han hallado en Dina-
marca cuchillos de forma parecida á la de las hojas de nuestras na-
vajas de afeitar, asi es que se les ha atribuido este uso. Llevan en
la parte plana, además de los dentículos característicos del periodo
que nos ocupa, diseños de barro, circunstancia que parece probar
hayan pertenecido á un pueblo pescador.
Las alhajas consisten en pulseras, alfileres, collares de bronce y
oro, adornados con dibujos geométricos compuestos de espirales,
circuios y lineas en zig zag.
La apertura de un túmulo de Dinamarca, nos ha dado á cono-
cer la indumentaria de aquel país en el período del Bronce. Con-
tenía hasta tres atahudes de madera, de los cuales uno encerraba
los restos de un niño. Presentaba la circunstancia extraña de que
las carnes se habían conservado en medio de la humedad , en un
estado gelatinoso. Conservaban aún sus vestiduras los cadáveres;
uno de ellos tenia una camisa, una capa, y un gorro felpudo, todos
de lana, y sobre las piernas unas polainas de cuero. A mano dere-
cha del cuerpo estaba colocada una caja con otro gorro análogo,
un peine y una navaja con vaina de madera, y todo el cuerpo habia
estado envuelto en una piel de buey. Al lado de otro se halló una
espada, un cuchillo y una punta de flecha de sílex. El del niño
con tenia una bola de ámbar y un anillo de metal.
Las elevaciones tumularias danesas, que también pertenecen al
periodo neolítico, son bastante curiosas. Están rodeadas de piedras
clavadas en el suelo por el exterior, y tienen en su centro un re-
cinto sepulcral, en el cual se encuentra el cadáver , generalmente
sentado, y á su lado están colocadas las herramientas de caza y de
guerra que han de servirle en el misterioso reino de las sombras.
Su semejanza con las habitaciones de los Esquimales, Groenlandios
y Yourts es palpable. Este primer pueblo abandona á menudo la
choza en que ha fallecido uno de sus habitantes, convirtiéndola en
sepulcro , y entierra el cuerpo sentado , envuelto en sus mejores
pieles, colocando á su lado sus útiles y herramientas. Esta clase
de sepulturas ha sido usada por todos los pueblos antiguos y mo-
dernos. Semíramis hizo elevar á la memoria de Niño una colina de
arena, y los Indios modernos de Otahiti han hecho lo mismo sobre
216 EL HOMBRE PREHISTÓRICO.
la tumba de su Reina Oberea, construyendo un túmulo de cuarenta
y cuatro pies de altura.
Los dólmens ó monumentos megaliticos , formados de recintos
de piedras clavadas en el suelo , rodeando un monumento central
formado por una piedra tabular horizontal, soportada por otras sin
labrar, pertenecen á la vez á la Edad de Piedra y á la del Bronce,
En su libro, el Sr. Góngora describe once parajes de las provincias
de Jaén y Granada en que se encuentran esta clase de ciclópeas
construcciones.
Los Hebreos llamaban Jalaad á estos monumentos que el culto
pagano levantaba en honor de los Dioses , y que frecuentemente
han servido para recubrir las cenizas de los muertos.
Durante todo el periodo del Bronce, existió el uso de quemar
los cadáveres, conservando las cenizas en vasos funerarios de bar-
ro . En la Europa occidental , el cadáver sentado caracteriza á la
época neolítica, mientras que la posición extendida pertenece á la
del Hierro. En las excavaciones se distinguen ambas fácilmente:
cuando el cráneo reposa sobre una gran cantidad de huesos, puede
asegurarse que el esqueleto estuvo sentado ; mientras que , si los
vestigios de éstos existen repartidos en cierta longitud, puede afir-
marse que se halló tendido.
Hemos encontrado en gran abundancia en la provincia de Huel-
va sepulturas atribuibles á esta edad. Orientadas todas de Levante
á Poniente, están revestidas de cuatro losas verticales de pizarra,
formando un rectángulo, y algunas veces un trapecio. Sus dimen-
siones son 1," 20 de largo, O,™ 50 de ancho, é igual profundidad.
Abundan en ellos las pateras ó vasijas planas de barro, que debie-
ron servir para contener las cenizas: en espacio tan exiguo no cabe
un cuerpo humano. A pesar de haber excavado un gran número,
son pocos los objetos que hasta ahora hemos podido extraer. Tene-
mos, sin embargo, anillos votivos de oro y cobre , varias pulseras
ó armillas de alambre de plata, y vasijas de diversas formas labra-
das toscamente, moldeadas con hierro mal preparado, lleno de ma-
terias orgánicas que al carbonizarse dejaron ese color negro que se
encuentra generalmente en la fractura de los objetos antiguos de
arcilla. A esta mala fabricación se debe el que hayan sido pocos
los que hemos podido desenterrar enteros. Rectifiquemos de paso
un error lamentable, en el cual hemos oido incurrir á muchas per-
sonas. Se habla á veces de arcilla cocida al calor del sol, sin pen-
EL HOMKRE PREHISTÓRICO. 217
sar que en las condiciones de acción que este astro tiene sobre la
tierra, esto es un imposible. El calor mismo del Ecuador no basta-
rla para cocer una arcilla en tal grado que la hiciese perder la
cualidad de desleirse en el agua. ¡Desgraciados de nosotros los ha-
bitantes de los climas cálidos, si el sol fuese capaz de producir di-
cho efecto , pues entonces nuestro suelo se hubiera convertido en
una inmensa baldosa de tierra cocida, impenetrable para las raices
dalos vegetales! Puede secar una pasta arcillosa; mas para ha-
cerla insoluble es menester un principio de fusión de la masa.
Nada diremos de la Edad del Hierro, pues existe escrita la his-
toria de este último período que alcanza hasta nuestros dias. La
guerra de Troya fué contemporánea de la transición. En los paises
del Norte de Europa , el hierro , el bronce y el cobre se excluyen
reciprocamente, demostrándolo así, entre otros ejemplos, el campo
de batalla de Tiefenan (Suiza) , en que sólo se hallan objetos de
hierro, y nunca armas de dos metales mezclados.
La arqueología prehistórica procede en sus apreciaciones crono-
lógicas empleando los métodos de evaluación de su hermana la
geología, con la cual tiene muchos puntos de contacto , confun-
diéndose las primeras edades de una con las últimas de la otra.
En el lago de Ginebra desemboca el torrente de la Tiniere, for-
mando un delta de 300 metros de largo y siete de profundidad.
Los trabajos de un ferro-carril, habiendo venido á cortar dicho del-
ta, se ha reconocido que se compone de tres capas paralelas de
tierra vegetal, intercaladas entre las gravas aluviales. Examinemos
estos estratos. El primero, de O,"" 12 de espesor, cubre 1.600 metros
cuadrados de superficie, y está 1,™30 más bajo que el nivel actual
del cono. Tejas y monedas romanas encontradas en él han probado
claramente que pertenece al período romano. El segundo cubre
270 metros cuadrados y tiene O," 15 de espesor: situado á 3 metros
de profundidad, ha dado unas pinzas de bronce y fragmentos de al-
farería sin barniz. La tercera, de 4 metros cuadrados, 0,"15 á0,™17
de espesor, se halla á 6 metros de profundidad, y con tenia alfarerías
groseras, carbones, huesos de médula fracturados, y un esqueleto
humano de cráneo redondo y muy espeso. Calculando que la capa
romana tenga de 16 á 18 siglos de antigüedad, y comparando los
espesores de los estratos , resulta que el bronce perfeccionado que
se halló, remonta de 2.900 á 4.200 años, y que el tercer sedimento,
que es de la Edad de la Piedra pulimentada, ha de tener de 4.700
218 EL HOMBBE PREHISTÓRICO.
á 7.000 años. Esta vaga cronología puede presentar errores, pero
es ya una luz sobre un punto completamente oscuro, y otras eva-
luaciones han venido á demostrar que tiene cierta exactitud. Los
estudios de M. Gellieron en el puente de la Thiele fijan para la
piedra 6.700 anos, y según el profesor Steenstrup, las turberas da-
nesas, en el fondo de las cuales hay vestigios humanos, no han po-
dido tardar menos de 4.000 años en formarse, y es posible que ha-
yan necesitado un tiempo mucho mayor.
V.
Es aún trabajo imposible el querer resolver los difíciles proble-
mas que presenta la cuestión de desarrollo del tipo humano al tra-
vés de los siglos : no son suficientes aún los documentos recogidos
sobre este particular, y los descubrimientos paleoethnológicos he-
chos hasta el dia han permitido solamente trazar algunos puntos
del camino recorrido por la humanidad.
Es una verdad positiva, experimental, que tanto física como in-
telectualmente el hombre está sometido á la ineludible ley del
progreso. La paleontología nos demuestra que la especie humana
ha sobrevivido á otras muchas que hoy ya no existen en ningún
punto del globo, y que en la lucha continua que todo ser animado
tiene que sostener contra la muerte, el hombre llevó elementos de
fuerza y de vitalidad con que no contaban entonces muchos de sus
contemporáneos. Considerado bajo este punto de vista únicamente,
lleva el sello de una suerte privilegiada, impulsión especialy divi-
na , recibida en la creación ; fuerza que hasta ahora nada ha podido
detener. ¿Llegará el dia en que la especie humana se acueste en el
sueño de la muerte y venga con sus últimos huesos á enriquecer la
gran colección de las especies fósiles? No lo creemos; y las conside-
raciones que más adelante vamos áexplanar alejan esta presunción.
Las diversas especies de seres que pueblan la tierra son suscep-
tibles de variación, y los cambios que de esta resultan no se limi-
tan ala superficie del cuerpo y á las formas exteriores, sino que
son sensibles aun en el esqueleto. La raza canina, la caballar, las
numerosísimas variedades de palomas, nos presentan ejemplos re-
petidos de esta susceptibilidad de evolución que anima á la mate-
ria animal. ¿Porqué medio se efectúa? Prácticamente sabemos
EL HOMBRE PREHISTÓRICO. 219
que es por la elección de los reproductores, principio al cual üar-
win da el nombre de selección natural, y del que hemos visto apli-
caciones en los animales expuestos en las exposiciones agrícolas.
Aquellos objetos que allí vemos producir al hombre, las fuerzas
naturales son también susceptibles de efectuarlos, desprendiéndose
de esto, que los animales y vegetales actuales no son más que los
derivados de otros diferentes que los han precedido. Aplicando
esta ley á la familia humana, resulta que el estado actual de la
humanidad ha sido producido por el trabajo lento de trasmisión
de millares de generaciones, que dejaron á sus sucesores la suma
de adquisiciones fisicas é intelectuales que cada individuo pudo
conquistar durante su vida. Todavía no están determinadas las
fuerzas y condiciones bajo la influencia y acción de las cuales se
crea la materia organizada, y se cumple el fenómeno de la vida;
pero su existencia es indudable, y primitivamente estas fuerzas
moldearon seres humanos muy inferiores á nosotros, que perfec-
cionados por la selección natural han llegado á través del tiempo
á nuestro modo de ser actual. Los monumentos egipcios nos mues-
tran en sus bajo-relieves, perfectamente discernibles, los tipos del
árabe, del negro y del egipcio. La comparación de estas escultu-
ras con los hombres actuales de dichas variedades, prueba que en
tres mil anos no han sufrido alteración. Esto indica la lentitud enor-
me con que dichas variaciones han debido efectuarse, y según
M. VVallace es hasta posible que el tiempo sólo no haya sido causa
suficiente para producirlas, ejerciendo hoy las condiciones exterio-
res menos efecto que en otras épocas. Ahora, cuando los hombres
emigran, llevan consigo los usos y costumbres de la vida civiliza-
da, mientras que, cuando el hombre se estableció por primera vez,
su alimentación, sus hábitos y su vida pudieron hallarse más so-
metidos á variaciones, al pasar de un pais á otro, siendo posible
además que el tipo fijado por la repetición de varios siglos no sea
hoy tan modificable como entonces. Lubbock se expresa asi: « Wa-
»llace cree en una solución de continuidad en la selección natural,
»es decir, que mientras el hombre arrastró la existencia que po-
»driamos llamar animal, se encontró sometido á las mismas leyes
»y varió del mismo modo que las demás criaturas; pero que con el
» tiempo, con la facultad de vestirse y de fabricar armas y útiles
»arrancó á la naturaleza el poder que ejerce sobre los demás ani-
;?>males, cambiando su forma y estructura. De modo, que el dia en
220 EL HOMBRE PREHISTÓRICO.
»que los sentimientos de sociabilidad y de simpatía entraron en
»plena actividad, el dia en que las facultades intelectuales y mo-
»rales llegaron al desarrollo necesario, el hombre dejó de estar so-
»metido corporal mente á la selección natural. Como animal queda
»estacionario en su forma, sin modificarse como las demás partes
»del mundo organizado, por los cambios del universo que le ro-
»dea. Pero en el momento en que su cuerpo llegó á ser estaciona-
»rio, su espíritu empezó á afectarse por las mismas influencias de
»que se habia librado su ser material; cada cambio ligero que so-
»breviene en su naturaleza intelectual y moral, le permite garan-
»tizar mejor su seguridad, y el bien y protección mutuos, en con-
»cierto con sus semejantes, cada uno de estos progresos se conserva
»y se añade á otros. Los individuos mejores y más elevados de
»nuestraraza tienden á crecer y á esparcirse por la tierra, mién-
»tras que los más bajos y brutales les ceden el terreno y desapa-
»recen gradualmente. Así, gracias al rápido adelanto de la organi-
»zacion intelectual, se han elevado á tan alto grado por encima de
»las bestias, razas de hombres originariamente muy abyectas y que
»diferian poco de algunas de ellas, bajo el punto de vista de la es-
»tructura física.
»E1 cuerpo del hombre se encontraba desnudo y sin protección,
»el espíritu le ha dado un vestido contra las diversas intemperies
»de las estaciones. El hombre no hubiera podido alcanzar la rapi-
»dez del gamo en la carrera, ni la fuerza del toro bravo; pero el
»espíritu le ha dado armas con que perseguir y domar á estos ani-
»males. El hombre era el menos capaz de todos para alimentarse
»con las frutas y yerbas que la tierra produce espontáneamente;
»esta incapacidad es la que le ha enseñado á dominar á la natura-
»leza, dirigiéndola según sus fines, y obligándola á producir ali-
»mentos en el sitio y del modo que á él le conviene. En el mo-
»'nento en que la primera piel fué empleada como vestido, en que
x-la primera lanza grosera fué usada para cazar, la primera semi-
>lla echada en la tierra y el primer retoño de un árbol plantado;
>/en aquel momento se llevó á cabo una revolución que no habia
»tenido otra igual en las edades precedentes del mundo, porque
»empezó entonces á existir un ser que no estaba obligado á modi-
»ficarse con los cambios que ocurriesen en el universo; un ser que
»hasta cierto punto era superior á la naturaleza, puesto que tenia
»medios de examinar y dirigir su acción, podia mantenerse en ar-
BL HOMBRE PREHISTÓRICO* 221
»monía con ella, no modificando su forma corporal, pero sí perfec-
»cionando su espíritu.
» Aqui se ve , pues, la verdadera grandeza y dignidades del hom-
»bre; gracias á sus atributos especiales, podemos admitir que los
»que reivindican para él un lugar especial en la creación, un ór-
»den distinto, una clase ó vireinato, tienen alguna razón para ha-
»cerlo. Es en efecto un ser aparte, puesto que ya no sufre la in-
»fluencia de las grandes leyes que modifican de un modo irresisti-
»ble á los demás seres organizados. Diremos más, la victoria por
»la cual alcanzó la libertad para sí mismo le dio á la vez la in-
»fluencia directora de las demás existencias. No tan sólo ha esca-
»pado el hombre en lo que á él atañe á la selección natural, sino
»que puede apropiarse parte de ese poder que antes de su aparición
»ejercia la naturaleza sobre el universo entero . Se puede así pre-
»ver el momento en que la tierra no producirá más que plantas
«cultivadas y animales domésticos, en el cual la selección del
»liombre habrá suplantado á la selección natural y entonces el
»Océano será el sólo dominio en donde puede ejercerse, en lo suce-
»sivo, el poder que desde hace innumerables años reinaba como
»árbitro supremo de los destinos de la tierra.»
En una de las sesiones del Congreso paleoantropológico de Pa-
rís, M. Broca presentó una curiosa exposición de las trasforma-
ciones que ofrecen las partes sólidas de la cabeza del hombre.
Comparando el cráneo del chimpancé con los paleolíticos de Nean-
dertal y Eguisheim, los de un Australiense y un Francés moder-
no, resultó que se graduiiban de un modo notable en el mismo
orden en que los hemos enumerado. En el prefacio de su obra
• Lugar del hombre en la naturaleza, dice Huxley, hablando del
intervalo zoológico entre el hombre y los animales, lo siguiente:
«Me sucedió un día, en Suiza, que permanecí muchas horas solo,
»y no sin ansiedad, en la cúspide del ventisquero de los Granó! s Mu-
üets. Cuando contemplaba á mis pies el pueblo de Chamounix, me
»parecia situado en el fondo de un prodigioso abismo. Prácticamen-
»te considerado éste, era inmenso, pues ignoraba completamente
í'el camino de bajada, y si hubiese tratado de buscarle solo, me hu-
í>biera perdido infaliblemente en las grietas y hendiduras del ven-
»tisquerode los Bossons\ á pesar de esto, sabia que el intervalo que
^me separaba de Chamounix, aunque para mí infinito, habia sido
* atravesado centenares de veces por personas prácticas en el terreno*
222 EL HOMBRE PREHISTÓRICO.
»E1 sentimiento que experimentaba entonces, vuelvo á sentirlo
»cuando considero á la vez á un hombre y á un mono. Tengo se-
»guridad que del uno se ha pasado al otro por un camino desco-
»nocido. Ahora la distancia que separa á ambos es igual á la de
»un abismo.»
Como ya hemos dicho , la talla del hombre primitivo fué más
bien pequeña que grande, y su tipo parecido al de los Esquimales.
Debia usar el cabello y la barba largos, no conociendo instrumen-
tos con que cortárselos, á no ser que se los arrancase ó emplease
el fuego como epilatorio. La fuerte proeminencia de la parte in-
ferior de la región frontal puede aplicarse y provenir , tanto del
género de vida dentro de las cavernas, como del estado de alarma
continua en que siempre se hallaba. En el estado salvaje, la vida
es sumamente inquieta, y los animales inofensivos, como por ejem-
plo el antílope, tienen que buscar por término medio una vez to-
dos los dias su salvación en la fuga. Si este hombre que vive entre
los bosques, las fieras y los brutos, tiene una religión, puebla con
ella el mundo de espectros invisibles, imponiéndose á si mismo los
sufrimientos y deformaciones más terribles, y el temor de un pe-
ligro vago, indefinible, aterrador, domina todos losactosde su vida.
Según la opinión generalmente adoptada, las artes é instru-
mentos más sencillos han sido inventados separadamente por di-
versos pueblos y en partes diferentes del mundo. Los monos usan
palos para apoyarse, se construyen cabanas y emplean piedras para
partir las nueces y demás frutos de cascara dura. De esto, á usar
una afilada para cortar, no hay más que un paso, que no pudo sea
difícil de realizar. A uno se añadió otro, y el progreso constante,
según el cual van mejorando á cada instante las condiciones déla
vida humana, parece augurar para nuestra posteridad un dia feliz
en que lleguen á desaparecer todos los males que nos aquejan. Este
objeto es el más noble de todos los que pueden animar al hombre,
y si ni nosotros ni nuestros hijos llegamos á tocar tan feliz resul-
tado , nuestros descendientes gozarán de él y nos mirarán con ol
mismo respeto y veneración que consideramos á las lejanas socie-
dades de que hemos estado tratando, y de las cuales hemos recibido
los primeros impulsos, que nos han traido á nuestra situación ac-
tual, tan superior á la suya.
Recaeedo de Gaeay y Andüaoa.
Minas de los Silos de Calañas, 12 de Abril de 1870.
ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
EN EL SIGLO XVII,
Á LA SEÑORA DOÑA MARÍA DE LOS DOLORES IIURIEL,
VIODA DE GUTIÉRREZ DE CASTRO.
Mi buena y querida hermana:
El fragor de la horrenda catástrofe se va perdiendo por la acción
del tiempo en la inmensidad del espacio.
Quedan, sin embargo, sitios en los cuales el dolor es perenne, y
cada dia más agudo: nuestros corazones.
Volvamos, pues, á nuestro Isidoro al seno de la sociedad domés-
tica, de la que era tan amante: sustraigámosle á las profanaciones
de la política, que era la sola cosa que 4 él y á mi nos separaba,
entre tantas que nos unian,
Pero no seamos egoístas con la literatura, que es una segunda
familia : no tenemos derecho de privarla de sus afanosos y largos
desvelos ; que antes bien debemos honrar su memoria publicando
algunos de sus terminados ensayos, pues son inequívocas muestras
de su laboriosidad , de su sano criterio , y de sus generosos senti-
mientos.
Al publicar el presente, permíteme que te lo dedique en su nom-
bre, ya que él te ha dedicado — en vida — todos sus cuidados y
todos sus pensamientos.
Siempre tuyo,
Plácido de Jo ve y Hévia.
Madrid 25 de Abril d« 1870.
224 ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
PRÓLOGO.
He intentado escribir la historia de la revolución inglesa
de 1688.
Pero este acontecimiento , comprendido en una época de corta
duración, apenas suministra, por si solo, materia para llenar un
volumen. Además, un episodio histórico, por interesante que sea,
nunca se lee con gusto si no se acompaña con noticias generales
del país á que el historiador se refiere.
Por esto, y con el fin de amenizar la lectura de esta obra, he re-
unido en su primera parte las noticias más exactas y minuciosas
sobre el estado general de Inglaterra en el siglo XVII, con algu-
nos datos estadísticos acerca de su agricultura, industria y comer
ció, y he tratado de describir sus usos y costumbres en aquella épo-
ca: finalmente, he dado una idea de la religión del país, y del curso
que aili siguieron la literatura, las ciencias y las artes.
Debo á un ilustrado amigo, que no me permite publicar su nom-
bre, la adquisición de muchos datos que figuran en esta obra, ex-
traidos de los archivos y bibliotecas de Londres. El ha sido no po-
cas veces mi censor y mi guia, para lo cual lo califican eminente-
mente su larga permanencia en Inglaterra y su familiaridad con
la literatura de aquel país.
Es mi ánimo continuar en breve la historia de aquella revolu-
ción, que inauguró uní nueva era política. Entre tanto, ofrezco al
público como ensayo estas páginas , acogiéndome á su benevolen-
cia y respetando su censura.
INTRODUCCIÓN.
La Inglaterra del siglo XVII era una potencia de segundo orden
que figuraba al lado de la Polonia, Suecia, Dinamarca, Venecia y
Holanda. Ni la importancia que adquirió bajo el Protectorado, ni
el buen estado de su marina, que ya aspiraba al señorío de los ma-
res, pudieron elevarla al rango de primera nación entre los Esta-
dos europeos: porque si hemos de contar por siglos la vida política'
de las naciones, la Inglaterra, durante aquel período, tuvo menos
glorias que reveses, pudiendo decirse que aunque prosperó en épo-
cas excepcionales, su estado normal fué la decadencia.
ÜN EL SIGLO XVII. 225
La desastrosa guerra civil que privó del trono y de la vida al
mal aconsejado Carlos I, rebajó en mucho la consideración de que
gozaba aquel país entre sus vecinos y aliados. Los reyes de Europa
miraban con horror el espectáculo de un pueblo enfurecido que
osaba pedir cuentas á su legitimo monarca y le hacía expiar sus
faltas en un cadalso. Los historiadores y los publicistas por su par-
te, aplicándose á controvertir el nuevo sistema político de la Ingla-
terra, no escaseaban las invectivas ni los injuriosos epítetos para
conseguir su objeto. Eran los Ingleses, según ellos, un pueblo
anárquico y voluble, que sin conocer más autoridad que la fuerza
ni más derecho que la rebelión, asesinaba á sus Príncipes para re-
hacer sus leyes. Llamábanles raza maldita de Dios: impía, porque
exhumaba los cadáveres ; inhumana , porque descuartizaba á los
católicos; cruel, porque daba tormento á los sectarios disidentes.
El Español odiaba al Inglés con todo el encono de su celo reli-
gioso, ün pueblo sobre quien pesaba el anatema de la Iglesia ro-
mana, era á los ojos de los Españoles un pueblo de leprosos. Como
nación, se consideraban muy superiores á ellos, y hacían alarde de
su valimiento, cual suele hacer con el débil el poderoso y fuerte.
Un solo ejemplo citaremos en apoyo de esta verdad.
Poco tiempo después de la ejecución de Carlos I se presentó en
España el Embajador de la República Británica, Mr. Asham. Ha-
bía tenido éste que pedir auxilio á las autoridades del país para
resguardarse del pueblo que le perseguía con amenazas ; pero la
escolta que á instancias suyas le acompañó desde Cádiz á Madrid,
no fué bastante para contener el torrente de insultos con que le ase-
diaban por todas partes. En fin, la noche de su llegada á la corte,
mientras cenaba en compañía del intérprete de la misma embaja-
da , fué asaltado , herido y muerto por cuatro espadachines. Tan
escandaloso agravio , que no tenía ejemplo en la historia de los
pueblos cultos, movió al Gabinete inglés á pedir una satisfacción
completa al de Madrid; pero éste, que temía más la opinión pública
que la ira de una República naciente, deeestímó la demanda, y dio,
al parecer, tiempo á que se fugasen los asesinos , castigando sólo
á uno de ellos. La República comprendió que el Gobierno español
no tenía fuerza para sobreponerse al furor del pueblo, y conocien-
do asimismo su propia debilidad, se dio por satisfecha con tan triste
reparación.
No era mayor el caso que hacían las demás naciones de los In-
TOMO XV. 15
226 ESTASO GENERAL DE INGLATERRA
gleses. Jamas se pedia su intervención en los Congresos europeos.
Su influencia política era tan escasa, que rara vez se veia la car-
roza de un Embajador británico en las Cortes extranjeras. El
desprecio con que se les miraba era hijo á veces de la ignorancia.
Cuentan que Margarita de Este, solicitada en casamiento para el
Rey Jacobo II, preguntó sorprendida: — «¿Qué país es Inglaterra?).
Los Ingleses, por su parte, poco acostumbrados al trato exterior,
respondían con la misma indiferencia. Cornbury, Ministro de Es-
tado, estando un dia con el Embajador de Francia, le oyó hablar
de los circuios políticos en que estaba dividido el territorio alemán:
—«¿Y qué tienen que ver — respondió aquel Ministro — los círculos
con la Alemania?»
Tal era la importancia política de la Iglaterra en la época á que
nos referimos. Oliver Cromwell la sacó del olvido; pero ala muer-
te del usurpador volvió aquel país á ser presa de las discordias ci-
viles , que no cesaron de desgarrar su seno hasta la paz de Ris-
wick.
El estado material del pueblo inglés se resentía naturalmente
de las conmociones políticas. País pobre, estéril, despoblado y víc-
tima del rencor de los partidos, la Inglaterra veia á menudo in-
terrumpido su comercio, abandonados sus puertos, inerte su mari-
na mercante. La agricultura, presa en las garras del feudalismo,
era como una madre débil y extenuada , cuyo seno enflaquecido
apenas daba jugo al afanoso cultivador; las ciencias y las artes
buscaban protección en la Corte de Luis XIV; la propiedad luchaba
con la rapiña; la seguridad pública descansaba en la fé de los mal-
hechores.
Esta triste condición, exagerada sin duda por los escritores de
la época , era causa de las ideas extravagantes que formaban de
Inglaterra los pueblos más civilizados. Corrían mil fábulas absur-
das sobre el clima de aquel país y sobre las costumbres de sus ha-
bitantes. La situación de las islas Británicas, en un rincón de Eu-
ropa, y separadas por el mar de los pueblos del continente, debió
prestarse mucho á estas falsas suposiciones en un siglo en que tan
poco se viajaba y cuyo principal carácter era la credulidad. El
viajero se arredraba al saber que los isleños no conocían el pan ni
el vino y que se alimentaban de carnes crudas y cerveza. Decíanle
que no veria allí la faz del sol; que viviría entre espesas nieblas y
en un pepétuo diluvio. Suponíase que los huracanes derribaban
EN EL SIGLO XVII. 227
las casas; que los ríos se salían de madre, inundando los campos y
destruyendo las cosechas; y había quien aseguraba que las nieves
cubrían el suelo en todo tiempo á la altura de tres pies. El clima
de la Sí hería era sólo comparable, para la generalidad de las gen-
tes, al de aquellas islas.
Las posteriores generaciones les han hecho más justicia. Shaks-
peare nos ha dado ideas más exactas del carácter de sus com-
patricios; Bacon nos dá un ejemplo de su inteligencia; Mílton nos
prueba que no eran extraños á la sublimidad del pensamiento. La
Escocía de Walter Scott está muy lejos de ser una isla árida, de-
sierta ó inclemente. Hoy día sabemos que la nación inglesa es un
pueblo generoso y hospitalario , cualidades que no se adquieren
con el andar de los siglos. En su suelo protector encuentran asilo
los parias de todos los países; asilo que les niega la Europa cuan-
do el furor de las facciones políticas los arroja de sus patrios ho-
gares. El viajero que en estos últimos tiempos ha podido admirar
el mágico Palacio de Cristal, recordará á los pueblos venideros
cuánto ha logrado engrandecerse una nación pequeña é insigni-
ficante en su origen , empero familiarizada desde su infancia con
la industria y el trabajo.
Prosigamos ahora nuestra tarea, tratando de describir la Ingla-
terra del siglo XVII, y de distinguir entre la fábula y la his-
toria.
CAPITULO I.
LONDRES.
Descripción de la capital.
Sentada en las márgenes de un rio caudaloso , pero turbio y
pestilente, la capital de Inglaterra parecía entonces querer justi-
ficar con su tenebroso aspecto la opinión desfavorable que de todo
aquel reino mantenía el extranjero. Dominábala en parte la pri-
sión de la Torre, ostentando sus negras murallas de ladrillo, som-
bría y silenciosa cual mansión de crimínales. Las agujas góticas
de la Abadía de Westminster, descollando por encima de la vieja
población, se dibujaban al lejos como dos fantasmas en medio de
una atmósfera compacta y cenicienta. Veíanse asomar las torres y
campanarios de los templos, y por todas partes multitud de chi-
228 ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
meneas envolvian constantemente la ciudad entre sucias tinieblas.
Navegando rio arriba, y á medida que se acercaba la población,
variaba el cuadro de aspecto. A derecha é izquierda del Támesis
habitaban en mal construidas casuchas los barqueros y pescadores,
que solian dar posada á la marinería, haciendo también oficio de
constructores y herreros. No existian entonces los bellos edificios
de Woolwich y Greenwich, ni los espaciosos diques que son la ad-
miración de los marinos. Los buques mercantes que estacionaban
apiñados desde la Torre al puente de Londres, no encontraban
siempre donde depositar sus efectos , y á veces tenian que consti-
tuirse en tiendas y almacenes flotantes. El desembarque se hacia
en varios muelles pequeños de madera, cuya construcción, que
databa del reinado de Isabel, era tan mezquina que apenas mere-
cian el nombre de tales.
Al entrar en la ciudad, llamaban particularmente la atención
dos grandes monumentos: el Puente y la Columna. El Puente era
una mole informe de piedra que descansaba sobre 19 arcos y tenia
1.300 pies de longitud. Sobresalían por encima de los antepechos
unas malas habitaciones de madera, de feo é irregular aspecto, y
sus aceras se veian constantemente ocupadas con varias tiendeci-
llas y puestos portátiles, á manera de los que se ven hoy en el de
Rialto en Venecia. La Columna era un monumento dórico tal cual
se vé hoy dia, que tiene 202 pies de elevación, construida en 1666,
y debida á los pobres ingenios de Wren el arquitecto y Cibbers el
escultor.
La ciudad se dividía en dos barrios principales: la City y West-
minster. Este último era el sitio aristocrático de la capital, por ha-
llarse en él la Corte, el Parlamento, los palacios de la nobleza, los
teatros, los cafés y los puntos de reunión de la sociedad escogida.
La City era la residencia del comercio, de la toga, del pueblo in-
dustrial y mecánico, y comprendía en su recinto la Bolsa, la Adua-
na, los tribunales y las oficinas del Lord Corregidor.
El aspecto interior de la ciudad daba una idea bien triste de la
cultura de sus habitantes. Las calles eran angostas, tortuosas, os-
curas y sucias. No se conocían cañerías, ni alumbrado, ni empe-
drado. Las plazas públicas sin verjas, árboles, ni asientos, eran en
general depósitos de escombros ó inmundicias. Las casas eran pe-
queñas y sombrías, construidas de madera y tierra con tan poca
solidez, que parecían querer sostenerse unas á otras : siendo rara
I
EN EL SIGLO xvn. 229
la fachada que contaba 16 pies de ancho, y muy pocas las que te-
nían cuatro huecos de luz. Constaban por lo regular de dos ó tres
pisos, y en algunas se veian unos grandes balcones de madera, á
modo de galerías , que ocupaban la fachada á lo ancho de extremo
á extremo. Otras, edificadas con más esmero, figuraban en la
planta dos semicírculos salientes como si fueran dos torreones uni -
dos al hueco de entrada y embutidos en el plano de la pared exte-
rior. De esta clase de construcciones se ven aún muchas en varios
puntos de Londres y se conoc n con el nombre de Isabelinas, ó de
estilo Isabelino, por datar del tiempo de la reina Isabel.
Al internarse en la población se observaba con extrañeza , que ni
las casas estaban numeradas ni bautizadas las tiendas con nombre
alguno. Consistía esto, en que la mayor parte del pueblo no sabia
leer, y así era mucho más fácil y comprensible señalar una carne-
cería con una vaca mal pintada y una posada con un caballo de
barro.
Los edificios públicos y los palacios de la nobleza se construían
de ladrillo, echándosse de ver en ellos el estado de languidez de las
artes. La Abadía de Westminster era el único monumento que lla-
maba justamente la atención, á pesar de hallarse rodeada de una
multitud de casas de mala apariencia que afeaban y limitaban el
golpe de vista exterior. Entre los demás templos sobresalía la ca-
tedral de San Pablo, que aún no estaba concluida de edificar, fá-
brica pesada y poco elegante, si bien construida con magnificencia.
Los palacios reales de San Jaime y Whitehall, eran edificios mons>
truosos, adornados interiormente con más lujo que gusto ó elegan-
cia. La Torre de Londres, que siglos atrás habia servido de pala-
cio y prisión al mismo tiempo, estaba entonces destinada á este
último objeto, y era una inmensa fortaleza de piedra y ladrillo,
rodeada de un ancho foso que llenaban en todo tiempo las aguas
del Táraesis. El pueblo la miraba con horror, recordando los san-
grientos dramas de que habían sido testigos sus lóbregos subter-
ráneos. Su construcción fué debida á Guillermo el Conquistador,
que en 1078 la hizo levantar sobre los cimientos de unas ruinas ro-
manas, y su mayor mérito consiste en la solidez de sus murallas.
Los teatros ingleses de aquella época no merecen mencionarse
como edificios. De los tres que figuraban en Londres, el más con-
currido á principios del siglo XVII era el del Globo, del que era pro-
pietario y principal actor Guillermo Shakspeare, cuyo nombre
230 ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
sólo bastaba para atraer á los espectadores. El de Drary Lañe no
llegó á adquirir nombradla hasta mediados del siguiente siglo,
bajo la dirección del célebre Garrick. El de Covent-Garden figuró
posteriormente.
Las fondas y hospederías de la capital eran tan mezquinas en la
apariencia como los demás edificios que acabamos de describir, pero
era muy de notar el buen trato y las comodidades que en ellas en-
contraban los viajeros. Las habitaciones estaban generalmente pro-
vistas de grandes chimeneas y mullidas camas : la mesa siempre
cubierta de buenos manjares , jamón de Hampshire y pudding de
York, vinos de Burdeos y de Canarias; en fin, la asistencia era es-
merada y respetuosa. La limpieza que reinaba en ellas las hacia
muy superiores á las malas posadas de España, Francia é Italia,
países en que los viajeros de distinción tenían que hospedarse en
los conventos y monasterios.
Las tiendas estaban agrupadas en tres ó cuatro puntos de la ciu-
dad. En el Puente estaban los que vendían efectos marítimos. En
la Bolsa había cuatro pasajes ó galerías ocupadas exclusivamente
por las tiendas de mercería y artículos de moda. En Covent-Garden
estacionaban los puestos de abastos, y por las demás calles circu-
laban una infinidad de tenduchos portátiles llamados liquor shops.
en que se vendían frutas, vinos, licores y refrescos.
Londres poseía además una Academia de Ciencias, varios cafés y
círculos literarios, clubs, paseos, y algunos establecimientos de
beneficencia fundados por los francmasones.
No se veían entonces las hermosas haciendas y casas de campo
que hoy pueblan los alrededores de aquella capital. Desde el ter-
raplén de su morada podía observar el noble Lord la caza mayor
del bosque de Epping, siendo entonces Islington un desierto;
Chelsea, un páramo; Píccadílly, un grupo de malas casas; la her-
mosa calle del Regente , un matorral donde se cazaba la chocha y
la perdiz, y Oxford Street un campo infestado del que todos huían,
porque allí se habían sepultado los cadáveres de las 100.000 vícti-
mas de la peste en 1665.
La salubridad pública debía resentirse del poco aseo de una
población que carecía de policía urbana. En la época lluviosa se
trasformaba la ciudad en un tremedal intransitable. Además del
lodo que era natural y constante por la falta de empedrado, corrían
por todas partes torrentes de agua buscando un nivel donde están-
EN EL SIGLO XVIl. 231
carse. Para remediar esto se Labia construido un albercon descu-
bierto en medio de la calle más céntrica de la población que era
la llamada Fleet Sheet, nombre que aún conserva. En este depó-
sito venian á precipitarse las aguas que bajaban de Snow-Hill y
Ludgate Hill, barriendo los puestos de carne y verdura que en-
contraban á su paso, lo que les daba un color sanguinolento y un
olor fétido en extremo.
En verano mudaba la escena. Pirámides de cascajo obstruían el
paso por todas partes. La plaza de San Pablo en la City era en
aquella época una de las más irregulares de la población. La cons-
trucción de la catedral, que ya hoy se levanta orgullosa en el centro
de su área , era causa de hallarse allí aglomerados multitud de
materiales que servían de parapetos á la prostitución y al desorden.
La plaza de San Jaime, que era el centro de la aristocracia, se
convertía en un muladar inmundo, donde hallaban sepultura los
perros, gatos y caballos que morían en el vecindario. Esto era
tanto más de extrañar, cuanto que allí tenian su residencia los po-
derosos Duques de Ormond y Norfolk, los Condes de Penbroke,
y entre otros personajes de no menor lustre , una linda marquesa
favorita del rey Carlos II; por lo cual es fácil suponer que aquel
ilustre galán estaba muy familiarizado con el lugar que descri-
bimos.
Un viajero francés que llegó á Londres á principios del si-
glo XVIII, después de haber recorrido todas las cortes de Europa,
pinta con varios colores el sucio estado de aquella capital , que no
podia compararse, según él, con el de ninguna otra del continen-
te. Pero de todas las descripciones que tenemos á la vista, ninguna
merece mayor crédito que la que nos dejó el agudo y satírico in-
genio de Gay en su obra titulada « Trivia, ó arte de andar por las
calles de Londres. » En ella leemos las continuas molestias y ase-
chanzas qne rodeaban al extranjero en aquel intrincado laberinto.
Si se le ocurría pasear por la plaza de Covent-Garden , los pillue-
los le arrojaban frutas y legumbres, las verduleras le manchaban
adrede sus vestidos y le aturdían con sus pregones. Si se detenia
un momento distraído con las bufonadas de algún payaso ambu-
lante, los rateros le limpiaban el bolsillo. En los cafés era victi-
ma del petardista ; en las tiendas le vendían lo viejo y desusado
por articulo de moda ; y rara vez se evadía de los lazos de alguna
princesa desventurada, que sin más armas que sus atractivos, le
232 ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
obligaba á dejar su fortuna en el altar de la Venus pública. La ca-
nalla era tanto más temible, cuanto que contaba con la impunidad
de sus fechorías, y el extranjero, sin protección ni auxilio, se veia
insultado á cada paso y expuesto al ludibrio de las gentes. Ni po-
día vengar sus propios agravios , porque nunca faltaba un pugi-
lista que, ayudado de las turbas, le obligara á retirarse mohino y
estropeado. Su clase, rango y distinción no le ponian á cubierto de
un lance desagradable, ni la prudencia le servia para eludir un
desafio á Montague House ó una riña en campo abierto.
La seguridad pública en general estaba igualmente desatendi-
da, y de aqui resultaba que los malhechores se creían , con razón,
verdaderos héroes de la Edad Media. La completa oscuridad en
que quedaba la población durante la noche favorecía los planes de
aquellos criminales, facilitándoles la fuga en caso de sorpresa. En
el reinado de Carlos II propuso cierto Mr. Hemmins un proyecto de
alumbrado , que , aunque mezquino é ineficaz , no obtuvo el éxito
que su autor se prometía. Limitábase éste á pedir que se obligara
á los ciudadanos á costear y colocar un farol de diez en diez puer-
tas, cuya luz, que sólo debía brillar en la estación de invierno,
podría economizarse en las noches de luna, Esta idea, á pesar de
BU pequenez , fué acogida como lo son siempre las mejores urba-
nas en los pueblos de poca cultura ; es decir, que obtuvo censuras
sistemáticas y aplausos inmerecidos. Unos la reputaban digna de
Arquímedes : otros la creían invención de algún traficante ávido
de ganancias. El Gobierno , atacado diariamente por los partida-
rios de uno y otro bando, dispuso que cada vecino acomodado
alumbrase la entrada de su propia casa : de modo que las calles en
que habitaba la gente pobre ó vagabunda permanecieron en ti-
nieblas , y el resto de la ciudad mejoró muy poco.
Para allanar este inconveniente , se apostaban de noche en los
puntos más frecuentados cuadrillas de muchachos con hachones
encendidos, brindándose á acompañar á los transeúntes mediante
una corta retribución. Hamilton nos refiere los apuros de un cor-
tesano que se víó obligado á echar mano de este pobre recurso. —
El Conde de Gramont, que gozaba de gran valimiento en la corte
de Carlos II , era un asiduo concurrente á la tertulia de la Reina.
Obligado por el mal estado de su fortuna, que no le permitía an-
dar en carroza , quiso una noche llevar consigo un hachonero que
le acompañara hasta Palacio. Grita al pasar, y acuden como por
EN EL SIGLO XVll . 233
encanto una turba de muchachos disputándose la preferencia. El
Conde se impacienta , y le insultan , amenazan y le salpican de
brea ; huye , y la turba infernal le persigue dando espantosos ala -
ridos. Inmediato ya á las puertas de Palacio, el apurado cortesa-
no , temiendo mayor escándalo , les arrojó un puñado de monedas,
con lo cual logró distraerlos y refugiarse en la Real Cámara; pero
la Reina, instruida del suceso, le dice haciendo ascos: «Me asegu-
ran que el chevalier no tiene carroza. — El Conde titubea retor-
ciéndose el bigote. — No es por falta de fortuna, replica un corte-
sano, porque esta noche ha traido un lucido acompañamiento. —
Pues yo creia que fuese algún entierro, añade un tercero. — ¿Sa-
bes, Gramont, le dice en fin el Rey, que lalbrea tiene olor detesta-
ble?» El pobre Conde, afectando buen humor, se vio entonces pre-
cisado á contar su ridicula aventura , y en esto se divertía la Corte
de Inglaterra.
La fuerza civil destinada á velar por la seguridad pública, se
reduela á un cuerpo de 1.000 serenos. Esta especie de milicia fué
creada por un decreto del Consejo, no sancionado por el Parlamen-
to , y obligaba á todos los ciudadanos ricos y pobres á desempeñar
por turnos aquel molestísimo cargo ; pero sucedia diariamente que
unos se eximian abonando un sustituto , y otros pasaban la noche
en las tabernas olvidados de su deber. No era pues de admirar que
existiesen en Londres numerosas bandas de malhechores que hablan
sabido erigir el robo en sistema y burlar la vigilancia del angus-
tiado propietario. Engreídos con su impunidad , solían aquellos
malvados introducirse en los altos círculos de la sociedad , frecuen-
taban los principales cafés y casas de juego , y aun llegaron á pi-
sar osadamente los salones del Real Palacio. Vélaseles montar so-
berbios corceles en Hyde Park , sostener crecidas apuestas en las
carreras de New-Market , y disipar su mal adquirida fortuna con
las cortesanas, al igual de un Duque de Buckingham. Sí la justi-
cia ó la Providencia llegaba alguna vez á descubrirlos , no faltaba
un noble Lord ó alguna dama de distinción que rompiese sus ca-
denas, y el bandido, recogiendo su máscara, volvía libre y triun-
fante al campo de sus hazañas.
A la cabeza de una de estas gavillas estaba entonces el llamado
coronel Blood , cuya odiosa notoriedad reclama un lugar prefe-
rente en la tradición y en la historia. Derivaba aquel su distinción
de un mando que obtuvo bajo Cromwell en el ejército de la Repú-
234 ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
blica, y sus cómplices eran, como él, antiguos oficiales que la
Monarquía habia destituido. Estaban organizados bajo el sistema
ap las sociedades secretas, obligándose por un solemne juramento
á asesinar al Rey, Ministro ú otro cualquier personaje que contri
bujese á la justicia de alguno de ellos. Blood habia llegado á ad-
quirirse una posición brillante en la alta sociedad, donde era más
admirado por su ingenio que temido por sus crímenes; y asi nos
lo dice Evelyn, que habiendo asistido un dia en su compañía á la
mesa de Sir Tomas Cllfford , se admiraba de que « un hombre de
»fisonomla tan perversa pudiese producirse en un lenguaje tan
»elegante y persuasivo.» Las principales hazañas de aquel ban-
dido hablan sido : la captura del Duque de Ormond y su comitiva,
que ejecutó á la luz del dia en la concurrida calle de San Jaime;
y entre otros ataques no menos escandalosos contra la persona del
mismo Rey, el atrevido robo de los diamantes de la Corona. Co-
gido en este último atentado , fué socorrido en su prisión por el
Rey Carlos II, quien, en pago de su osadía, le perdonó sus delitos,
señalándole una pensión vitalicia. Asi la justicia de aquellos tiem-
pos, transigiendo con el crimen, obligaba á los ciudadanos á bus-
carse los medios de defensa ; y el malhechor , elevado hasta el he-
roísmo , adquiria una reputación novelesca , cuyos funestos resul-
taos han venido de siglo en siglo interrumpiendo el progreso de
la moral pública.
De igual manera llegó á formarse en Londres el famoso asilo de
Whitefriars. Habia existido tiempos atrás en la City un convento
de Trinitarios , que tenia el derecho de poder albergar á los deu-
dores ; pero este edificio , derruido ya en la época de la Reforma,
fué remplazado por una multitud de casuchas , aisladas de las de-
mas, y formando como un barrio aparte, donde se conservó el mis-
mo derecho de asilo en fuerza del uso y de la tradición. Allí habi-
taban en escandalosa compañía y vida licenciosa una turba de ase-
sinos , estafadores y prostitutas de todas clases y edades ; escuela
de inmoralidad y de infamia, donde la juventud de ambos sexos
se abandonaba, en edad temprana, al más afrentoso comercio.
Cuando la justicia se arriesgaba á penetrar en la « ciudad del cri-
men » para extraer algún malhechor que usurpaba el privilegio de
los deudores , dábase el grito de alarma rescue , y al momento sa-
lla de sus guaridas la feroz canalla dispuesta á rescatar al deteni-
do. Los hombres se armaban de puñales , los niños de piedras y
EN EL SIGLO XVII. 235
bastones; las mujeres, medio desnudas, echaban mano ámil pro-
yectiles é instrumentos de cocina. La fuerza armada no conseguía
jamas capturar un criminal sin entrar en un combate sangriento;
y no pocas veces , acosada por el número , consentía vergonzosa-
mente en abandonar su presa. Este asilo duró hasta 1697.
Este triste estado de cosas nos admira tanto más , si considera-
mos que Londres era ya en aquellos tiempos la capital más populosa
de Europa. Su población ascendía á 530.000 almas, cuando Paris
sólo contaba 480.000, Amsterdam 300.000, Venecia 130.000, y
Roma 125.000. De Madrid y Viena no hay que hacer mención,
porque eran capitales nacientes. De la población total de Londres
hay que separar 30.000 extranjeros que hablan emigrado á aquel
pais por causas políticas ó religiosas , huyendo de la crueldad de
un Alba ó de la tiranía de un Luis XIV. Las memorias de aquella
época nos dicen que los barrios de Spithfields y St. -Giles estaban
habitados exclusivamente por Franceses hugonotes.
¿Quién podrá conocer por esta descripción á la moderna capital
de la Gran Bretaña? Tal, sin embargo, nos la pinta la crónica de
aquella época. Veamos ahora si el pais en general correspondía
dignamente á la parte que llevamos trazada.
CAPITULO IL
EL ÁREA DE INGLATERRA. — DESCRIPCIÓN GENERAL DEL PAIS.
Country (campo) es el nombre con que siempre se ha designado
en Inglaterra á toda el área del reino con exclusión de la que
abraza la metrópoli. Este territorio, cuya mayor extensión es de
88 leguas de N. á S. y 64 de E. á O., se dividía ya en el reinado
de Carlos II en 52 condados ó sMres, y todos ellos comprendían 52
ciudades, 641 villas y 9.725 aldeas. De las primeras, las más po-
pulosas eran: Bristol con 25.000 habitantes; Manchester con 8.000;
Sheffied con 2.000; Birmingham y Liverpool con 4.000; York y
Exter 10.000; Leeds y Shrewsbury 7.000; Worcester, Nottin-
gham, Derby y Glocester 8.000; y la población de estas 13 ciu-
dades reunidas, componía un total de 110.000 habitantes, que es
justamente la mitad del número con que cuenta hoy Liverpool.
Por esta proporción podrá el lector hacerse cargo del anterior
236 ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
estado de aquellas ciudades, cuyo atraso era en parte consiguiente
á la falta de población. Algunas habia de las que más figuran hoy,
como son Liverpool, Mancbester, Birmingham, Leeds y Sheñield,
que ni aun siquiera estaban representadas en el Parlamento ; lo
cual no nos debe admirar, si consideramos que la prosperidad de
que boy gozan, es debida al desarrollo de su comercio exterior.
Pero en aquella época , sólo Bristol negociaba con las Antillas ;
Mancbester fabricaba para el país ; Newcastle traficaba con Lon-
dres; Liverpool con Irlanda ; Birmingham era un villorro de malos
herreros, y Sheffield lo mismo, con corta diferencia. Por lo de-
más, no habia una sola ciudad que mereciera el titulo de segunda
capital ; pues Bristol era sólo nombrada por ser la más populosa :
Oxford y Cambridge por sus universidades ; Norwich por sus te-
lares ; York y Durham por sus catedrales. Londres era la única
ciudad de Inglaterra que podia sostener un teatro , un club , un
café y una Academia de Ciencias. Allí tenian su residencia el alto
clero y la alta nobleza ; era el centro de la política , el foco de las
luces y de la civilización ; de modo que nunca pudo decirse con
más propiedad, Londres es Inglaterra.
Y en efecto, habia tanta distancia en punto á civilización, de un
Londeño á un provinciano , cuanta puede existir de un Europeo
á un salvaje del Norte de América. Esto consistía en los pocos me-
dios de comunicación conocidos , sobrados para difundir entre los
pueblos la corrupción de la corte , pero harto escasos para llevar-
les la cultura, ó estimularlos al progreso material. Así se veían los
caminos convertidos en cenagales, los campos inundados por las
aguas, las aldeas destruidas por la miseria, y las ciudades atrasa-
das en un siglo respecto de las del continente ; triste , aunque in-
evitable, condición de un pueblo que no salía de la anarquía, sino
para caer en el despotismo. Pero las artes, hijas del liberalismo de
nuestra época, han convertido la Inglaterra en un vasto y delicioso
jardín. El sistema político del siglo XIX, prohijando el genio crea-
dor de lo,:5 Ingleses, nos está demostrando que los pueblos no pros-
peran sino á la sombra de la libertad bien entendida.
Los medios de comunicación que entonces se conocían, eran unos
coches- volantes que salían de la capital para Oxford y Cambridge
tres veces en la semana; y unos malos carruajes, parecidos á nues-
tras galeras ó carro-matos, que iban del mismo punto á York,
Exeter y Chester en ciertos dias determinados. El coche- volante,
EN EL SIGLO XVII. 237
importación del continente, empezó á usarse en el reinado de Car-
los II, y puede decirse que produjo una revolución muy semejante
á la que han ocasionado los ferro-carriles en nuestros dias. Inútil
es decir que las clases interesadas clamaban al cielo para que las
librase de tan enojosa novedad, y que los amantes del progreso
aplaudían con el mismo fervor una mejora de tanta importancia.
Los publicistas tomando , como de costumbre , parte activa en la
contienda, avivaron de tal modo el fuego de las opiniones, que ni
se hablaba de otra cosa, ni parecía sino que el pueblo inglés habia
sido llamado en masa para discutir algún grave negocio de estado;
y tal nombre mereció la polémica , pues se la llamaba the grand
concern, esto es, «la cuestión magna». Entre los muchos folletos
que acerca de esto circularon, citaremos uno que publicó Cresset,
titulado «razones para suprimir los coches- volantes», por las cua-
les « razones » puede verse con qué puerilidades ha luchado siem-
pre el sano espíritu de innovación.
« El coche- volante, decia Cresset, arruinará á los arrieros y car-
» reteros. ¡Áy del pobre posadero de Beaconsfield y del barquero
»del Támesis! — ¿Y qué comodidades ofrece el nuevo carruaje? —
»Es frió en invierno, caloroso en verano. Sale tan temprano, que
»no nos da tiempo para almorzar, y llega tan tarde á su destino,
»que no hay que pensar en cenar. No se hable de su velocidad,
» porque esa será causa de peligrosos vuelcos. Además, la poca co-
»modidad que pueda proporcionar al viajero , redundará en per-
» juicio suyo, porque le hará olvidar el noble arte de montar á ca-
» bailo, de que tanto se gloriaron nuestros antepasados.»
Hay que advertir que la velocidad de esta clase de carruajes, se
reduela á caminar 12 leguas diarias , y su comodidad era la que
puede esperarse de un coche sin muelles. Sin embargo, hubo hasta
corporaciones municipales que dirigieron exposiciones á Carlos II,
pidiendo que « ningún coche- volante (ya que el mal no podia cor-
» tarse de raiz) usara más de cuatro caballos, ni hiciera más que un
» viaje al dia, ni emprendiera jornada mayor de 30 millas.» No
sabemos lo que dispuso el Gobierno, pero nos consta que los coches-
volantes siguieron sin interrupción en el servicio público.
No se conocían en Inglaterra sillas de posta, ni se creian nece-
sarias en un pais que no tenia comunicación alguna por tierra con
el extranjero. Las embajadas de las potencias continentales des-
embarcaban el personal y la correspondencia en los muelles del
238 ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
Támesis, y así no echaban de menos la falta de trasportes acelera-
dos. Cuando el Rey deseaba trasladarse con alg-una premura de un
punto á otro de su reino , mandaba colocar anticipadamente rele-
vos de caballos de dos en dos leg'uas. Los nobles y personas acomo-
dadas viajaban en coche propio, cuando el camino lo permitia , y
el pobre caminaba encajonado en los carros de trasporte ó mon-
tado en las artolas de algún caballo de arriero.
Pero la falta de vehículos convenientes, era consecuencia forzosa
del pésimo estado de los caminos. Las únicas carreteras que exis-
tían en el reino , eran las que abrieron los conquistadores, que á
falta de mejor empleo, invadieron la Bretaña con Julio César. Ha-
bíanse restaurado algunas de estas , más bien por espíritu de ínte-
res local que por el del bien público ; y aún subsisten aquellas mez-
quinas reparaciones, por las cuales es fácil convencerse que la
ciencia de Mac-Adam no había adelantado un paso del punto en
que la dejaron los Romanos. Los caminos de herradura eran ge-
neralmente estrechos y hondos ; las cuestas pendientes ; los terre-
nos desiguales y pantanosos, sin puentes ni alcantarillas que reme-
diaran el desnivel. Las carreteras, construidas entre matorrales,
formaban crecidas lagunas en la estación lluviosa , y era preciso
ser muy práctico para no perderlas de noche , como sucedió al an-
ticuario Thoresby, que , según cuenta él mismo , llegó á perderse
en el camino real de York á Doncaster, que es, como si dijéramos
en España, entre Burgos y Vitoria. En muchos caminos no había
más tierra firme que una estrecha senda, formada por el paso con-
tinuo de las gentes de á pié. Entre otros , citaremos el de Londres
á Leeds, interceptado por una laguna tan considerable , que mu-
chas veces se veían precisados los viajeros á pasarla á nado, aban-
donando sus caballos. Lo mismo podemos decir del camino real de
Bedford, por donde no pasaba carruaje que no se hundiera en los
innumerables lodazales que lo obstruían , no bastando á veces la
ayuda de todos los bueyes y caballos de las inmediaciones para
sacarlos de aquellos abismos. En fin, para convencernos que nunca
ge podría exagerar el mal estado de aquellos caminos , nos basta
leer en unas antiguas memorias la relación de los medios ingenio-
sos que se ponían en práctica para viajar sin peligros. — El Conde
de Clarendon llevaba siempre entre su comitiva gentes adiestradas
en el arte de montar y desmontar carruajes. Cuando llegaba á un
paraje cenagoso, ó de cualquier modo intransitable, mandaba des-
EN EL SIGLO XVII. 239
armar el coche, cargaban los criados con las piezas ya separadas,
y volvían á unirlas cuando pasaban el atolladero. Pero el Príncipe
de Dinamarca entendió mejor el artificio, pues en un viaje que hizo
de Londres á Petworth , llevaba una tropa de robustos campesinos
á ambos estribos de su carruaje, que alertas al menor amago de
vuelco, lo sostenían con sus espaldas, ya de un lado , ya de otro, ó
bien suspendiéndolo en caso de mayor apuro. Gracias á tanta pe-
nosa maniobra, el principe y su carruaje llegaron ilesos á su des-
tino ; pero no sucedió así con los coches de su séquito, pues todos
tuvieron la desgracia de hacerse añicos. Un decidor aseguraba,
que no podia haber en el Purgatorio pena tan grande como ha-
cer un viaje en coche de Londres á Petworth, en cuyas catorce ho-
ras había él medido otras tantas veces con su cuerpo la distancia
del suelo al carruaje.
Si á estos inconvenientes unimos la falta de buenas posadas y la
abundancia de ladrones, concluiremos por justificar el alejamiento
á que se condenaban los pueblos, y la soledad en que vivían los
propietarios y agricultores.
Las posadas inglesas han sido de muy antiguo afamadas por su
aseo y comodidades; pero esto ha debido entenderse con las princi-
pales de la corte, como dejamos dicho en el capitulo anterior; pues
en lo restante del reino, la mal llamada posada era comunmente
una taberna donde raras veces pernoctaban los viajeros. Las me-
jores llamábanse inns, como hoy día, y constaban por lo regular
de cinco ó seis piezas, dispuestas para comer, beber y jugar; sien-
do rara la que tenia más de una cama de huésped, pues las habi-
taciones interiores estaban reservadas para la familia del posa-
dero. Las más comunes se conocían con el nombre de tippling Twu-
■^es, esto es, casas donde se bebe con exceso; y constaban por lo
regular del bur, que era la pieza destinada al despacho de bebidas,
elparlotor ó sala de recibimiento, que se destinaba al viajero de
categoría, y otras varias piezas donde se jugaba, se bebia y se dor-
mía indistintamente. El adorno interior de estas posadas consistía
en algunas mesas y sillas de fresno: chimeneas de anchas corni-
sas, donde se colocaban simétricamente pipas de barro y tiestos de
peltre: paredes pintadas, donde escribían los ociosos baladas y can-
ciones populares, y en fin, para cuidar del servicio, una muchacha
alegre, robusta, nada limpia y curada de espanto. En el mostra-
dor del despacho presidia por lo común la dueña de la casa, ó su
240 ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
hija, si era de buen gesto y sabía atraer á los bebedores. El posa-
dero solia ser el principal consumidor de su establecimiento, ami-
go de todos los vagos y ladrones de fama, con quienes bebia, ju-
gaba y partia beneficios, sirviéndoles de padrino encubridor en los
casos necesarios , y asi consta de las declaraciones de muchos reos
que, como el célebre King, hablan vivido siempre en criminal ar-
monía con los fondistas y taberneros. Los tribunales de justicia,
conocedores de sus hazañas, no vacilaban en condenar á los due-
ños de estos establecimientos, que sin otra industria conocida man-
tenían con lujo una numerosa familia. Tal era la opinión de que
gozaban la mayor parte de los posaderos ingleses en aquella época;
y en prueba de ello, citaremos el testimonio de Lord Mulgrave,
que haciendo la relación de un viaje, que emprendió con varios
amigos suyos, habla asi de una posada de las cercanías de Lon-
dres.— «Parecíamos una tropa de bandidos en busca de albergue
»donde pasar la noche; y por tales nos tomaron, sin duda, los due-
Ȗos de la posada en donde pedimos hospedaje; pero acostumbra-
»dos, como deben estar, á tratar con gentes de este jaez, nos reci-
»bieron con el mayor agasajo, dándonos repetidas pruebas de aten-
»cion y de cariño.»
De la policía rural sólo tenemos que repetir lo que digimos de
la urbana al hablar de la capital. En la corte y en la villa, en el
monte y en el llano, pululaban igualmente los malhechores. El
salteador de caminos se diferenciaba del ladrón de la ciudad en que
aquel era menos malvado y más valiente que éste; porque la ma-
yor cultura que se nota en las poblaciones, sirviendo de incentivo
al hombre depravado, ennegrece más y más sus viciosas inclina-
ciones y le enseña á manejarse con cautela é hipocresía ; pero la
sublimidad de la naturaleza salvaje délos campos y el alejamiento
del mundo, deben influir en el corazón humano é inspirarle en me-
dio de su fiereza los sentimientos generosos y característicos que
han distinguido á Rinaldi el Calabrés y al Andaluz José María .
Los pueblos, que como dice Montesquieu obran siempre por pasión ,
y nunca por designio, han inmortalizado á esta clase de bandidos
poetizando en romántico lenguaje la vida libre y aventurera, tipo
de la antigua heroicidad. ¡Cuántas malas ideas no han engendra-
do entre los hombres las baladas y romances populares, que aún
en el dia corren á vil precio entre las clases humildes!
Si la España, la Italia, y la Francia tuvieron sus bandidos, sal-
EN EL SÍGLO XVII. 241
teadores y asesinos, la Inglaterra, en la época que historiamos, tuvo
gavillas de moss troopers, no menos terribles por el furor con que
talaban los campos, incendiaban los caseríos y asaltaban las aldeas
indefensas. La selva de Epping era en aquel entonces la Sierra
Morena de Inglaterra. Los propietarios y labradores — sin más pro-
tección que la de sus propias armas — vivian en continuo sobre-
salto. De este tiempo datan en Inglaterra la formación de parti-
das rurales voluntarias y el uso de los perros de presa ( blood-
hounds), terribles animales que sólo en aquellas circunstancias
pudieron tolerarse. Las casas de campo de la nobleza estaban for-
tificadas como castillos. Los cortijos y caseríos se disponían igual-
mente á la defensa, y no había campesino que antes de entregarse
al sueño, no armase su fusil, preparase agua hirviendo, é hiciese
repuesto de piedras enormes, para repeler en caso adverso un asalto
nocturno. El pastor encerraba su ganado al anochecer; el segador
guardaba bajo llave las mieses recogidas en el día; porque todo
era para él causa de recelos y precauciones desde que el sol le
abandonaba.
Por esta breve narración podrá inferirse que el número de via-
jeros no debía ser muy crecido; y los que obligados por su deber
ó por alguna necesidad imperiosa, se aventuraban á atravesar el
país, llevaban consigo fuertes escoltas de gente armada, ó bien
caminaban reunidos en pelotones para poder protegerse unos á
otros. Consta que los miembros del Parlamento viajaban por cua-
drillas: los jueces itinerantes, escríbanos y otros funcionarios pú-
blicos, iban siempre escoltados cuando recorrían sus distritos judi-
ciales. Tal era el mal estado de la policía rural y el terror que in-
fundían los bandidos.
Cuál era la riqueza pública de un pais tan maltratado, cuál el
estado de su agricultura, á qué industria, á qué comercio se dedi-
caban sus habitantes, será la materia del siguiente capitulo.
(Se continuará. J
Isidoro Gutiérrez de Castro.
XOMO XY. 16
LAS BIBLIOTECAS.
Imposible sería conocer el desarrollo , cada dia más creciente,
que se advierte en las ciencias y en las artes, si la sociedad no
contara con esos recintos sagrados que se llaman bibliotecas.
Demostrar su utilidad é influjo, encarecer su necesidad é impor-
tancia, haciéndolos simpáticos aun á los ojos de los más ignoran-
tes, será el objeto de estas mal trazadas lineas.
Hay en el hombre dos clases de necesidades innatas, las físi-
cas y las intelectuales , comprendiendo en estas la religión y el
arte.
Si volvemos la vista á la naturaleza virgen ó en su acción libre
sin las modificaciones que establece la moralidad y la educación
encontramos al hombre salvaje que , después de satisfacer sus ne-
cesidades comunes, le gusta pintarse el cuerpo adornándose de
plumas, etc.
En el orden moral se manifiestan también claramente las nece-
sidades, pues primero se presenta la idea de Dios, luego la de
darle culto, que ha sido general á todos los pueblos, y compren-
dida en ésta el arte: arte grosero y malo al principio, pero arte, al
fin, lo mismo que la escritura, que sirvió para formar los libros de
liturgia y á Moisés para cumplir el mandato de Dios cuando le
dispone después del paso del Nilo que escriba lo sucedido.
Más adelante, cuando el hombre empieza á considerarse, entra
en el estudio y atesora un caudal de conocimientos que luego sir-
ven al desarrollo de las ciencias. Esto no pudo hacerse sin una
reacción favorable del entendimiento, puesto que el arte y la cien-
i>i/;üt
LAS BIBLIOTECAS. 243
cía proceden de dos oríg-enes distintos ; el primero es producto de
la inspiración , el segundo de la reflexión: una y otro sin embargo
se auxilian.
Se dice que el arte es una facultad convertida en capacidad,
porque no basta ser artista , es necesario además haber estudiado
para serlo , cultivar la inspiración ; de modo que aun poseyendo
un rayo de fuego divino, de genio, se hace preciso el estudio para
dirigir su vuelo y llevarlo á ordenada forma.
El estudio es el arsenal adonde recurrimos en todas nuestras ne-
cesidades intelectuales, como que por medio de él conseguimos re-
mover los obstáculos que nuestra imaginación tropieza para reali-
zar ó demostrar un pensamiento, que hubiera fenecido á no contar
con el benéfico influjo del libro y de la ilustración.
^Á\ hacerse el estudio de las Bibliotecas en su parte histórica, di-
videnlo algunos en dos grandes cuerpos ó secciones , á saber : bi-
bliotecas antes de la imprenta y después de la imprenta. En cuya
división se falta al principio de la verdad histórica, por cuanto su
autor pasa rápidamente sobre el periodo más laborioso, pero tam-
bién más importante de las primitivas bibliotecas, el cual sirve
para demostrar con testimonios, ya que no por la fe y la tradición,
la necesidad de esos elementos de instrucción.
El origen de los archivos ó bibliotecas, se pierde en la oscuridad
de los tiempos , y puede suponerse tan antiguo como las socieda-
des ya constituidas en común y organizadas con leyes , pactos y
derechos .
Hácese mención de ellos en todos los pueblos civilizados de la
antigüedad, habiendo existido con un carácter particular y seña-
lado, literario en la esencia.
A nada conducirían cuantas investigaciones pretendiéramos ha-
cer; y no faltarla escritor que nos persuadiese de que, al crear
Dios al hombre , le infundió con el don de la palabra y de la es-
critura, la idea y la facultad de trasmitir á sus descendientes las
244 LAS BIBLIOTECAS.
memorias de su primitiva aparición y existencia sobre la tierra, y
más tarde el resultado de las propias observaciones.
Mader, escribió un libro sobre los escritos antidiluvianos, y aun
cuando en esto haya mucho de mitológico y de imaginación, dice
que Cam, hijo de Noé, salvó en el arca las láminas de metal en que
escribió sus supersticiosas invenciones , deseoso de perpetuarlas en
una materia incorruptible.
Mas no hay necesidad de invocar testimonios que únicamente se
apoyan en la fe : Job, cap. XTX, vers. 23 y 24 exclama : quis
miM trihuet ut scrihantur sermones mei%
Y si la escritura era necesaria , y apenas se concibe estado al-
guno de civilización que pudiera existir sin ella, á su origen debe
remontarse el de la conservación de los documentos, cualquiera
que fuese la forma de aquella y la materia de estos.
El libro de Esdras menciona el que adoptaron los reyes de Me-
dia y Babilonia para guardar sus actas y provisiones ; y en los de
Jeremías y Esther se hace mención de documentos provistos de
verdaderos caracteres diplomáticos, que necesariamente habian de
custodiarse con seguridad.
Hemos procedido hasta ahora por inducción, dado que no es po-
sible ofrecer pruebas, sino testimonios y conjeturas, del principio
que dejamos sentado. De que no hayan llegado hasta nosotros mo-
numentos de épocas tan remotas, no va á deducirse que no hubie-
sen existido nunca, y, ó hemos de suponer que la especie humana
vivió en los primeros siglos desprovista de inteligencia, ó tenemos
que admitir que desde el momento que tales intereses se crearon,
hubo de atenderse á satisfacerlos.
Puede decirse del primitivo origen de los archivos y bibliotecas
lo mismo que de la civilización. Afirmamos que esta tuvo su
cuna en Oriente y que , desde la India primero, y luego por medio
de la Persia y Grecia, se comunicó á Europa.
Estas aseveraciones se fundan en la historia de la humanidad,
en la fe que damos á los libros sagrados , y en las investigaciones
de la ciencia.
Siguiendo en nuestro estudio retrospectivo , toca ocuparnos de
la Grecia, cuya civilización retrata perfectamente el genio, el ideal
humano. Ostenta bien distinto su culto intelectual en la famosa
biblioteca de Alejandría.
Los Griegos tenian en tanto esta institución , que destinaron sus
LAS BIBLIOTECAS. 245
templos de Délfos y Minerva, en Atenas, para depósito de los ar-
chivos de cada ciudad , y en ellos conserbaban también las obras
de los escritores que honraban á su patria.
Tácito asegura que, en tiempo de Tiberio, existia aún en el Pe-
loponeso el tratado original de este país , entre los descendientes
de Hércules, cuando estos se enseñorearon de él un siglo después de
la guerra de Troya. Los Mésenlos , en una discordia que tuvieron
con los Lacedemonios , exhibieron este tratado, que recibido por
auténtico, fué seguido en sus disposiciones.
En el orden que hemos adoptado, después de Grecia viene Roma
educada por la anterior, y que fué la continuadora de sus prácti-
cas y tradiciones.
Durante el imperio se fundan varias bibliotecas , que estaban
protegidas por los primeros hombres de su época, que tenian espe-
cial cuidado en atender á su fomento y engrandecimiento, como á
su custodia.
Roma, heredera de las doctrinas de la Grecia, no halló sitio más
á propósito para conservar los manuscritos , que los templos de
Júpiter Capitolino, Apolo, Vesta y Juno; pudiendo asegurarse,
según Suetonio, que los guardaban las Vestales.
Antonino Pió fué en su época el protector de todo lo que podia
hacer grande á Roma , y asi concibió y realizó el pensamiento de
dotar á sus provincias de lo que pudiéramos llamar Bibliotecas pro-
vinciales , cuya custodia se confió á funcionarios públicos y per-
sonas de dignidad.
Y es más, hombres como los Emperadores romanos , eminente-
mente militares, completamente embebidos en el arte de la guerra,
que no soñaban más que en la gloria de las batallas , en los pla-
ceres del poder y en los deleites de todo género, tuvieron un mo-
mento, dias y tiempo para ordenar y formar en sus mismos pala-
cios pequeñas bibliotecas, anexas y dependientes de su autoridad,
que recibían el nombre de sacra scrinia , donde á la vez conser-
vaban los memoriales, epístolas y disposiciones.
Maffey y otros autores aducen en prueba de estos hechos mul-
titud de testimonios de Emperadores griegos y romanos , citando la
orden del Emperador Tácito, para que las obras de Cornelio Tá-
cito se pusiesen en todas las bibliotecas et in evicis archivis.\
Pero cae el Imperio, y se conmueven los ejes déla tierra, retem-
blando sus cimientos al confuso ruido que forman los pueblos del
246 LAS BIBLIOTECAS.
Norte, corriendo en bárbaro tropel. En su desvastadora carrera lo
amenazan todo, y concluyen con cuanto pueden destruir. Aquellos
hombres de feroz valor, de brazo férreo, son enemigos de la cien-
cia y sus adelantos, matan sus institutos, y hacen polvo archivos
y bibliotecas.
Pero la Providencia , al ver en tal desamparo á la creación , ex
tiende su mano protectora, que hallaremos siempre unida á la his-
toria y visible á la luz de los relámpagos que iluminan las gran-
des convulsiones de los pueblos , y lo que parece próximo á su fin
vá á tener un remedio.
Cuando los Bárbaros llevaban tras si la destrucción y el aniqui-
lamiento, aparecieron, como los apóstoles de la civilización , los
monjes , que fueron los que al final del siglo IV recogieron la li-
teratura y la escritura, y en medio de aquel g*eneral desmembra-
miento supieron sacar á salvo los progresos y los adelantos de tan-
tos siglos de civilización. — Llegaron á ser guardadores de restos
gloriosos que conservaron en sagrado depósito, alternando en este
tesoro las preciadas alhajas con los códices de gran valor, y los re-
nombrados manuscritos con ios ternos ó vestiduras con que ofi-
ciaban.
Mas aumentaron tanto las alhajas y los manuscritos , que hubo
necesidad de separarlos , lo cual produjo la formación de biblio-
tecas.
Cuando principiaba el siglo VIII, era casi total el olvido que se
habia hecho de las artes y las letras , y el poderoao genio del in-
vencible Cario Magno trata de curar esa ignorancia , protegiendo
no sólo determinados ramos del saber, sino también las bibliotecas,
considerando cuanto podian servirle para obtener la restauración
que deseaba.
A esta protección se deben los riquísimos depósitos de los mo-
nasterios de Saint Gall, Metz, Reims, Tours y Aix-la-Chapelle.
Pero acontece en los periodos históricos de triste recordación
que, una vez, si no humillada, rendida al menos la inteligencia,
ó avasallada por la fuerza, que lleva consigo la arbitrariedad y la
ignorancia, tarda en vencer á su enemigo, y con dificultad le-
vanta la cabeza de entre los escombros de ruinas que la mal-
dad y la malicia se han complacido en amontonar. Así sucedió
entonces, y esta gloriosa época de Cario Magno , llamada con ra-
zón el primer Renacimiento de las letras, fué de muy corta dura-
LAS BIBLIOTECAS. 247
cion, sucediendo las tinieblas que habia encontrado aquel genio
superior.
Aparece el cristianismo en España, y con él las luces del Evan-
gelio, las del saber y el estudio, y al momento se forman innume-
rables escuelas dentro de las iglesias , y en ellas se conservan con
mucho esmero manuscritos de todas clases que vienen á formar el
origen de los archivos eclesiásticos. Los monasterios y las iglesias
catedrales, á costa de grandes sacrificios, llegaron a reunir nume-
rosas colecciones de códices , no sólo de los Santos Padres , sino
también de la literatura clásica, salvando de este modo á la civili-
zación anterior de una ruina inminente.
De tanta importancia llegaron á considerarse estos archivos,
que habiendo ocurrido, por un descuido de los muchachos al salir
de la escuela, el incendio del monasterio de San Pedro de la Roca,
en Galicia , siendo presa de las llamas el archivo , y por consi-
guiente todos los documentos en él existentes , D. Alfonso V , en
cuya época sucedió esta catástrofe, confirma en un privilegio todo
lo que se decia en los documentos quemados. Hubo también biblio-
tecas particulares de gran mérito, como las de San Isidoro de Se-
villa, la de D. Rodrigo Jiménez de Roda, arzobispo de Toledo, y
la de D. Fernando Talavera, que lo fué de Granada.
De los monarcas, son célebres la de D. Alfonso el Sabio y la de
los Reyes Católicos, en cuyo engrandecimiento tanto se interesaba
la Reina Dona Isabel I, de feliz recuerdo.
Entre los Proceres de la Edad Media, existían algunas de los afi-
cionados al estudio, como las del Marqués de Santillana, del de Vi-
llena, de D. Pedro Alfonso Pimentel y del Conde de Haro.
En Alemania , que supo aprovecharse como ninguna del inge-
nioso invento de Guttenberg, se han propagado las bibliotecas
con tal rapidez, que hoy el comercio de libros es uno de los ramos
más importantes de la industria alemana: las ferias de Leipsik ,
famosas por sus librerías, son un elocuente testimonio de este
hecho.
Bélgica, Francia é Italia le siguen luego en esta senda del pro-
greso intelectual,
Y al llegar á nuestra España, es necesario hacer punto aparte,
y condolerse del abandono con que se mira asunto tan importante,
que atañe en mucho á la felicidad general, y que puede como nin-
gún otro medio ayudarnos á salir de la situación dolorosa en que
248 LAS BIBLIOTECAS.
vivimos, creada por errores tradicionales , que ha venido á ser la
normal de este pueblo.
En Madrid existen dos bibliotecas generales, que apenas son vi-
sitadas, y las especiales de las Facultades, reunidas en los edificios
de la universidad y San Carlos.
Si las hay en algunas provincias , están cerradas por abandono
y falta de personal, fomentándose de este modo la indolencia de
los naturales á concurrir á centros de ilustración.
El erudito P. Sarmiento , en una de sus cartas , dirigida al bi-
bliotecario de S. M., recomienda el laudable pensamiento de que
se establezcan bibliotecas en todos los pueblos que pasen de 600
vecinos.
El ilustre Jovellanos , en un plan general de Instrucción públi-
ca, recomienda el establecimiento y multiplicación de las escuelas
y bibliotecas.
Fuerza es confesarlo, que hasta ahora en nuestra patria nada se
ha hecho en sentido tan necesario , y que , si hemos de pretender
alcanzar un predicamento honroso entre las naciones civilizadas,
y á fin de no quedarnos á la zaga en el movimiento literario, de-
bemos estudiar un plan que fomente y desarrolle la instrucción,
estableciendo bibliotecas en todos los pueblos de más de 100 veci-
nos, pues sólo asi podremos obtener un adelanto práctico á la vez
que el engrandecimiento de este pueblo.
n.
Hemos apuntado ligeras observaciones históricas acerca del
establecimiento y vicisitudes de las bibliotecas, y vamos ahora á
hacer lo mismo respecto á su utilidad, influjo, necesidad é impor-
tancia .
En la vida que hoy hacen todos los pueblos , merced á los pro-
gresos de la civilización, y cuando conviene, como en nuestra Es-
paña, desarrollar la afición al estudio y estimular , la utilidad de
las bibliotecas es reconocida. De ellas, y del fruto que pueden dar,
debemos esperar ia solución de los problemas político y social. No
cabalas políticas, no caprichos de los gobernantes, sujetan, rigen
y dirigen á los pueblos.
LAS BIBLIOTECAS. 249
Las doctrinas democráticas, triunfantes hoy, ayer temidas, son
el lema de nuestra regeneración política : ellas serán las que , mo-
dificando nuestro ser político, nos lleven á la paz , al sosiego y a^
engrandecimiento, haciéndonos vivir la de los pueblos cultos. Pero
no es obra de un dia ni de un hombre : á esta gran tarea han de
contribuir todos los elementos que encierra la Nación. ¿Y cómo?
Ilustrándose los más , rectificando muchos sus errores , y apren-
diendo todos.
¿Cómo se consigue esto? Por medio del estudio y de la educa-
ción. Esta sirve para suavizar sus instintos, aquella sus costumbres
y su ser, pues ilustrando su inteligencia, ponen á disposición de la
misma recursos que no conocían , y la inclinan á aceptar y reco-
nocer lo que antes no le era dado apreciar por el estado de igno-
rancia en que vivia, y que estaba en el ínteres de sus explotadores
conservar. Para conseguir tan grandes resultados, nada como mul-
tiplicar las escuelas y las bibliotecas , facilitando de este modo los
medios de instrucción.
Clases todas de la sociedad: ved el provechoso influjo de la en-
señanza en vuestra vida política, y que lo mismo puede decirse
para la particular que arrastráis de siervos. Acostumbraos á
esperarlo todo del estudio, no de vuestras ideas políticas ó de
los santones que explotan vuestra credulidad para crecer ó enri-
quecerse.
¿No os basta para ejemplo el engrandecimiento de unos cuantos
que habéis contribuido á elevar y que luego os azotan el rostro con
el látigo que pusisteis en sus manos?
Desistid, infelices, de vuestros planes belicosos y fratricidas; sed
Españoles y honrados, á la vez que os dedicáis al estudio, y alcan-
zareis la calma y el bienestar de que tanto necesitáis, y dejareis
de ser un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas materiales del
país. Lograreis entonces ese trabajo que proporciona vuestro sus-
tento y el de vuestros hijos, dulcificareis vuestras costumbres, y
perderéis hábitos que os rebajan, adquiriendo renombre entre los
pueblos cultos vuestros hermanos.
Romped con las antiguas prácticas y empezad costumbres nue-
vas: pues no olvidéis que la costumbre es una segunda naturaleza,
y esto debe fortaleceros al emprender la senda benéfica de la re-
generación.
Concurrid á las escuelas y á las bibliotecas, que en estas se en-
250 LAS BIBLIOTECAS.
cierra un maná delicioso que deleita al alma y á la inteligencia,
y que se infiltrará en vosotros cual lo hizo ese nunca bien maldito
espíritu de la ig-norancia.
Allí, en aquellas mansiones serenas, podéis dedicaros al estudio,
acrecentar y multiplicar las fuerzas de que os ha dotado Natura-
leza, y adquirir conocimientos útiles que os sirven siempre, y que
de seguro os recomendarán al mundo civilizado, que ahora os mira
con prevención y hasta con lástima, á causa de ese patrimonio de
ignorancia que saboreáis.
Es reconocida y absoluta la necesidad de las bibliotecas, y asi lo
demuestran los pueblos y las comarcas que las poseen y disfru-
tan de su benéfico influjo; adelantados en todo, en verdadera paz
cimentada en el conocimiento exacto de los derechos y de los de-
beres, y siendo el objeto de la admiración universal.
Basta de horrores y de despilfarro en la querida patria de Cer-
vantes, ábranse alguna vez nuestras puertas á la verdadera civili-
zación y procuremos no alejarnos del concierto literario en que
viven las naciones adelantadas.
Por todos es bendecida y alabada, institución tan útil é impor-
tante como la de las bibliotecas, en cuyo recinto anidan en orde-
nado ejército los pensamientos, los estudios, los experimentos y los
resultados de una raza de sabios que nos ha precedido y que no po-
demos conformarnos á creer haya concluido. Allí se estudia el hom-
bre, allí á la sociedad: allí la historia abre sus páginas intermina-
bles y podemos leer las famosas y heroicas hazañas de nuestros
mayores para imitarlas: allí se adquiere el conocimiento de nues-
tro ser y se aprende el medio de atender á sus necesidades, sin que
la haya de molestar, vejar ni deprimir ni envidiar á nuestros con-
ciudadanos.
Dedicados al estudio todo se alcanza, desde el bienestar hasta
un nombre ilustre, desde el honor hasta la gloria.
Reservados tesoros guardan las páginas de un libro, y para me-
recerlos es necesario concurrir á las bibliotecas, con la fé en el
corazón, en la mente la ciencia , y la idea de Dios, siempre gran-
de , sobrenadando sobre todas las ideas y completamente dueña de
nuestra alma.
En resumen: Gobierno que nos riges, danos instrucción para que
seamos dóciles: instrucción, para ser obedientes: instrucción, para vi-
vir con moralidad y recato, é instrucción, para que podamos sor libres.
LAS BIBLIOTECAS. 251
Si esto lio haces, si no acudes pronto al remedio de lo que es una
necesidad apremiante, este pueblo vivirá pobre, y trabajado por las
ambiciones personales que hoy lo dividen y que amenazan ani-
quilarlo.
Hazlo, y encomienda la obra de conciliación, de progreso y de
engrandecimiento á los apóstoles de la enseñanza: facilítales me-
dios de propagarla, y en especial aumenta,, perfecciona y dota las
bibliotecas públicas, á cuyas aguas saludables pueda llegar con
facilidad el enfermo que las necesite.
Afortunadamente vivimos en una época en que todo se estudia;
época de lucha, que no tiene carácter fijo, pero que muestra mar-
cada predilección por el saber, que luego recompensa: y es de su-
poner que, las bibliotecas como medio reconocido de difundir,
ayudar y sostener la enseñanza, han de obtener toda la protección
de que necesitan, llegando á formar un ramo importante de la Ad-
ministración y del estudio.
José de la Cuesta y Crespo.
Madrid 19 de Abril de 1870.
EL LICENCIADO PEDRO DE LA-GASCA.
Una de las personas más dignas de la consideración y aprecio de
la posteridad , que produjo España en el siglo XVI, época feliz
para nuestra patria , en que tan pródiga de grandes hombres fué
la Divina Providencia con ella , lo es sin duda alguna aquel mo-
desto sacerdote, que investido por la confianza de su Soberano con
la comisión delicada y expuesta de pacificar la más revuelta parte
de sus dominios del Nuevo Mundo , preséntase en las playas agi-
tadas del Perú sin otras armas que su Breviario, y alli donde todas
las malas pasiones tenian su asiento , logra á fuerza de perseve-
rancia y habilidad aquietar los ánimos, atrayendo á su partido los
más díscolos de aquellos indómitos capitanes , con los cuales per-
sigue y bate á los que persisten en estado de rebelión , dando fin
dichoso y remate á ésta con la prisión y muerte de su temido jefe,
Gonzalo Pizarro, hermano del célebre conquistador. Varón , pues,
de inmarcesible loa y altas prendas , comparable por su habilidad
para gobernar y su don de mando, fué sin duda con el gran Car-
denal Jiménez de Cisneros , el Licenciado Pedro de La-Gasea , á
cuyos hechos gloriosos vamos á dar una rápida ojeada.
L
Nació Pedro de La-Gasea en Navaregadilla, barrio situado en la
jurisdicción y término de la villa de Barco de Avila , hoy cabeza
del partido judicial de su nombre, en la provincia de Avila, el año
de 1493, de una familia de las más acomodadas y distinguidas
del país.
Pasó los primeros años de su vida dedicado al estudio , frecuen-
KL LICENCIADO PEDRO DE LA-GASCA. 253
tando las más famosas escuelas de España , que entonces lo eran
también de la Europa entera, pues el brillo de la célebre Univer-
sidad de Salamanca, igualaba, si no oscurecia , el de las de Paris,
Bolonia y Lovaina, únicas que con ella podrian sostener la compa-
ración, por los eminentes profesores que en sus aulas difundían la
luz del saber. No necesitaban por cierto , como hoy dia , nuestros
jóvenes estudiosos el ir á completar su educación cientifica en es-
tablecimientos extraños, que, antes por el contrario, ilustres varo-
nes, formados en nuestro país , fueron á explicar con gloria en
aquellos centros de la humana ciencia. Juan Martínez Silíceo, Pe-
dro Ciruelo y Juan Gélida, catedráticos de Filosofía en la Univer-
sidad de Paris; Juan de Mariana y Juan Maldonado, que enseñaron
Teología en la misma; así como Pedro de Soto y Martin de Olave,
en la de Dilingen; Alonso de Pisa, en la de Tngolstad ; Pedro Ruiz
de Moros, en la de Cracovia; Luis Vives en Lovaina y Oxford;
Luis de Lucena y Pedro Jaime Esteves, explicando la Medicina en
Tolosa y Montpeller , y otros muchos que podríamos citar , dieron
clara muestra de la superioridad intelectual de España durante el
siglo XVL
Graduóse de Maestro en Artes y Licenciado en Teología en la
Universidad de Alcalá , y fué colegial en el Mayor de San Ilde-
fonso de la misma , y Examinador de licencia en Artes ; pero en
tiempo de las Comunidades de Castilla, alborotados la mayor parte
de los colegiales en favor de la causa popular, quisieron introducir
novedades en la gobernación de él , á las cuales se opuso nuestro
D. Pedro, que no sacando fruto alguno de su oposición, renunció
la beca y marchó á la Universidad de Salamanca , en la cual se
dedicó al estudio de las leyes y cánones, y recibió el grado de Ba-
chiller en ambos Derechos. Fué Rector en su Universidad y Juez
escolástico, y en 18 de Octubre de 1531 vistió la beca en el Co-
Isgio Mayor de San Bartolomé, vulgo el Viejo.
Concluidos sus estudios, recibió La-Gasea las sagradas órdenes,
abrazando la carrera eclesiástica, que era entonces la que más
breve y seguramente conducía á los hombres de mérito á una ele-
vada posición: y no es que pretendamos decir con esto que la esco-
giese movido por la ambición, pues antes, al contrario, la rigidez y
pureza de su vida fueron una constante prueba de que había en-
trado en ella impulsado por una verdadera vocación. A poco obtu-
vo una canongia en la santa iglesia de Salamanca y el destino de
254 EL LICENCIADO
Juez metropolitano: dióle el Cardenal Tavera las vicarías de To-
ledo y Alcalá , y la rectitud con que desempeñó dichos carg-os le
valió el ser nombrado Ministro del Supremo Consejo de la Inqui-
sición.
Confiáronle tanto el Consejo como el Gobierno comisiones muy
importantes, y en particular por los años de 1542 y 1543 la de
aquietar los Moriscos del reino de Valencia, á quienes supo conte-
ner en el deber sin necesidad de emplear medidas de rigor , sino
adoptando tales disposiciones para rechazar la armada de Turcos
y Franceses, que aquellos esperaban para levantarse, que les hizo,
perdida la esperanza de recibirla , el desistir de su intento. Aca-
bado este negocio, le cometió el Emperador la visita de los jueces,
tribunales, empleados y cuentas de la Hacienda y Patrimonio Real
de todo aquel reino , que desde su conquista por el Rey D. Jaime
no habia sido visitado, y la rectitud con que procedió dio por re-
sultado grandes alcances á favor del Estado, lo cual fué causa del
buen concepto que la Majestad Cesárea formó de su gran prudencia
y capacidad.
n.
Hallábase aquejado el Consejo del Emperador Carlos V con las
malas nuevas que se recibian del Perú , donde ni el Gobernador
Vaca de Castro primero, ni después el bravo Virey Blasco Nuñez
Vela, habían podido adelantar nada en la pacificación del país,
y al saberse á principios del año 1545 la desastrosa suerte de
este último, vencido y muerto por Gonzalo Pizarro, determinóse
enviar allí persona que tuviese más cualidades, como dice López de
Gomara, de raposa que de león ; y recordando la extremada pru-
dencia y exquisito tacto del Licenciado La-Gasea, acordóse que
fuese allá. Nombráronle, pues. Presidente de la Audiencia Real
del Perú, con pleno poder para todo lo tocante á la gobernación
de la tierra y á la pacificación de las alteraciones de ella, con fa-
cultad para indultar y perdonar todos los delitos y casos sucedidos,
ó que sucediesen durante su estancia. Diéronsele además todas las
cédulas y recaudos necesarios para hacer, en caso que le convinie-
se, gente de guerra , y amplios poderes , en fin , para obrar de la
manera que á su juicio fuese más adecuada para lograr la deseada
pacificación de aquellos países.
PEDRO DE LA-GASCA. 255
Resistíase á aceptar tan arriesg-ado cargo, pero habiéndole es-
crito el Emperador desde Colonia, con fecha 6 de Agosto de 1545,
que lo aceptase, hubo de resignarse á ello, contestando en Madrid
á 14 de Noviembre del mismo ano, por carta de la cual copiamos
la siguiente cláusula : — « Conozco mis pocas fuerzas y corta indus-
»tria, y que ninguna experiencia tengo de las cosas de las In-
» dias ; y conforme á esto si me faltase la vida ó salud en el cami-
»no, ó medios en los negocios, sería inútil para servir á Dios y á
»V. M. en ellos, y no se conseguiría el fin de la pacificación de
>. aquella tierra. Mas considerando la determinación con que V. M.
»me lo manda, me pareció que sin réplica ni excusa le debía obe-
»decer, considerando que con hacer lo que en mi fuese, tratando
»los negocios con la fe, verdad y limpieza que debo á Dios y á mi
» Principe, habré cumplido.»
Propuso el Consejo de Estado, que antes de partir para América
se le honrara con una de las iglesias más ricas del reino, para que
con el ¡esplendor y autoridad de la mitra fuese en aquellas partes
más respetado y seguido; pero al llegar á su noticia el acuerdo,
respondió : «que la mayor dignidad que había de llevar consigo,
era su hábito clerical y su Breviario. » El Emperador se conformó
con este parecer, y cuando lo supo La-Gasca, dijo : «S. M. ha
» puesto los ojos en lo más conveniente para la conciencia de ám-
»bos, porque cuando me honrara con una iglesia , no la pudiera
» aceptar, sin notorio peligro de mi alma, y nota de mal cristiano,
» habiendo de tener tan poca cuenta con ella en tan larga y peli-
»grosa jornada, y tan ItVjos de cualquier obispado de los de Espa-
»paua. » En lo cual mostró su gran desinterés y el desprendi-
miento con que en lo tocante á su medro personal procedió siempre.
IIL
Ni lo grave y comprometido del cargo , ni el temor á las pena-
lidades y molestias que tan largo viaje habían de ocasionarle, en
su ya madura edad, fueron suficiente causa para hacer ñaquear el
ánimo de La-Gasea, quien decidido á llevar á cabo cuanto antes
su cometido , dióse á la vela para el Nuevo Mundo en el mes de
Mayo de 1546, sin llevar en su compañía más que á los Licencia-
dos Rentería y Andrés de Cianea, nombrados Oidores de su tribu-
256 EL LICENCIADO
nal, y al Mariscal Alonso de Albarado, con sus criados. Al llegar
al puerto de Santa Marta, supo que Melchor Verdugo, jefe de las
tropas que después de la muerte del Virey Nuñez Velas seguían
sustentando el partido de S. M. en el Perú, habia sido vencido y
desbaratado por Pedro Alonso de Hinojosa que mandaba gentes
de los Pizarros, y que con los restos de su fuerza estábale espe-
rando en Cartagena; pero el Presidente, lejos de dirigirse alli,
hízolo á Nombre de Dios , sin verse con él para no dar celos á los
sublevados, que le tenian gran odio, y con los cuales queria desde
luego entrar en trato. Hizolo en efecto por medio de Albarado, el
cual bajó á tierra y logró ganar al Gobernador de dicho punto,
Hernán Megia de Guzman, el cual con su gente hizo grata aco-
gida al Presidente, cuya autoridad no tardó en reconocer, y comi-
sionado por éste para entenderse con Hinojosa, de quien era gran-
de amigo, que se hallaba con su ejército en Panamá, hizolo con tan
buena fortuna , que tanto aquel caudillo, como otros menos seña-
lados , vinieron desde luego á su obediencia , asi como las tropas
de tierra y mar que tenian á sus órdenes. Confió el mando de la
armada á Lorenzo de Aldana , ardiente secuaz hasta entonces de
los contrarios, dándole comisión para recorrer los pueblos de la
costa y hacerlos pronunciar, como lo verificó, por la causa real, y
mandó á Pedro Hernández Panlagua á Lima con dos cartas para
Gonzalo Pizarro, la una suya y la otrd que para él traia del Em-
perador. Conienia ésta irases generales y promesas vagas, y en la
suya, más larga y llena de razones y ejemplos, le aconsejaba la su-
misión al Emperador, ofreciéndole perdón de todo lo pasado, re-
partimientos, oficios y licencia para conquistar, apuntándole algo
de guerra si la paz despreciaba. Pizarro lejos de contestar reunió
sus parciales en son ae guerra y dispuso salir á su encuentro para
prenderle ú obligarle á regresar á España.
Mientras tanto el Presidente negociaba á la callada cuanto po-
día, tratando á todos con la mayor afabilidad, diciendo en público
que se volvería al Emperador, caso de no recibirle Pizarro, porque
su hábito no le permitía guerrear, sino poner á todos en paz, re-
vocando las ordenanzas y presidiendo en la Audiencia; pero al
mismo tiempo iba con tal sagacidad allegando partidarios, que
pronto pudo reunir un respetable ejército. Dio el mando de él con
cargo de General á Hinojosa, nombrando Maestre de Campo al ma-
riscal Albarado, y general de la artillería á Gabriel de Hojas, y
PEDRO DE LA-GASCA. 257
habiendo reunido todos los aprestos necesarios para combatir con
extraordinario tino y dilig-encia, depuesta ya la máscara del disi-
mulo, marchó en busca de los rebeldes.
No es nuestro ánimo historiar los sucesos y variadas peripecias
de aquella curiosa campaña; baste decir que después de varias al-
ternativas, en que unos y otros se vieron respectivamente vencidos
y vencedores, encontráronse ambos ejércitos frente á frente en el
valle de Xaquixag-uana, donde el lunes 9 de Abril de 1548 se dieron
la batalla que decidió la suerte del Perú. Vencido y preso en ella
Gonzalo Pizarro, juntamente con sus principales capitanes, fueron
todos condenados á muerte por traidores, ejecutándose la sentencia
al dia siguiente de la batalla, en Pizarro, á quien sacaron á dego-
llar en una muía ensillada, atadas las manos y cubierto con una
capa, acompañado de trece de sus parciales, que sufrieron igual
suerte. Su cabeza fué llevada á Lima y puesta en la plaza sobre
un pilar de mármol, rodeada de una red de hierro y un escrito,
que decia: «Esta es la cabeza del traidor de Gonzalo Pizarro, que
»dió batalla campal en el valle de Xaquixaguana contra el estan-
»darte Real del Emperador, lunes 9 de Avril del año de 1548.»
IV.
Vencida la rebelión y casi terminada con la derrota y muerte de
su principal caudillo, pudo el Presidente dedicarse con su acos-
tumbrada perseverancia y tino á la organización y pacificación
completa de aquel desventurado pais. Para llevarla á feliz término
fuese deshaciendo con habilidad suma de los codiciosos caudillos
que le rodeaban, contentando á los unos con repartimientos ó dá-
divas, y alejando á otros con pretexto de perseguir los últimos
restos de los sublevados, ó de proseguir las más remotas y aparta-
das conquistas y descubrimientos. No todos quedaron, como no po-
dia menos de suceder, contentos con la parte que del botin les to-
cara, y tramaron en el Cuzco contra él una conspiración, en la
cual tomaron parte Melchor Verdugo y otros capitanes; pero des-
cubierta á tiempo, siendo presos y castigados los principales ins-
tigadores de ella por el Oidor Cianea, todo quedó apaciguado, y
el reino libre de la plaga del militarismo, que es la más pesada que
puede enviar para castigo de un pueblo la cólera del Señor.
TOMO XV. 17
258 EL LICENCIADO
Estableció en la ciudad de los Reyes (Lima), la Audiencia Real,
que ia componían el Doctor Melchor Bravo de Saracria y los Licen-
ciados x^ndrés de Cianea y Pedro Maldonado San tillan, sujetos de
reconocida y probada ciencia y conciencia, y abocó á su jurisdic-
ción todas las causas y negocios de gobernación. Dispuso que se
procurara la conversión de los Indios, que aún no estaban bautiza-
dos, por los obispos, clérigos y frailes, á quienes obligó á que con-
tinuaran predicando y enseñando la doctrina cristiana, obligación
que con los pasados disturbios hablan descuidado. Prohibió, bajo
gravísimas penas, el que se cargase á los Indios contra su voluntad,
ni que los tuviesen por esclavos sino por hombres libres, pues asi
lo mandaban el Papa y el Emperador, ni que los sacasen de los
puntos de su naturaleza, porque no se destemplasen y muriesen,
sino que los criados en los llanos y tierras calientes sirviesen allí,
y que los serranos hechos al frió no bajasen á las llanuras. Esco-
gió muchas personas entre las tenidas por más honradas, y después
de exigirles juramento en manos de sacerdote, que les dijo la misa
del Espíritu Santo, de que ejercerían bien y fielmente su encargo,
las envió á que visitasen la tierra, llevando sus instrucciones sobre
lo que habían de ver y examinar respecto á la conducta de los en-
comenderos, personeros y autoridades. Los informes de estos visi-
tadores pasaban á una comisión, que con el mismo La Gasea for-
maban el Arzobispo Loaisa, y los dominicanos Fr. Tomás de San
Martin y Fr. Domingo de Santo Tomás, quienes cotejándolos con
las relaciones que hablan dado los señores de los vasallos, tasaron
los tributos, que hasta entonces no tenían medida, imponiendo y
cobrando cada señorío lo que era su voluntad; é hiciéronlo con tal
humanidad, que los mismos Indios decían, que se les habla im-
puesto menor tributo del que buenamente podían pagar. Y no sólo
hízoles este bien, sino que mandó además que cada pueblo pagase
su pecho ó contribución en aquello que su terreno produjera, si
oro en oro, si plata en plata, si coca, algodón, saló ganado, en
aquello mismo; aunque mandó á algunos pagar en metálico, para
obligarlos á que se diesen al trabajo y trato para allegarlo, ya
criando aves, seda ó ganados y llevándolos á vender á los merca-
dos de los grandes centros de población, ó ya sirviendo á jornal en
las casas y haciendas de los Españoles, con- lo cual aprenderían su
religión y costumbres, perdiendo la idolatría y embriagniez á que
estaban muy entregados.
PEDRO DE LA-GASCA. 259
Recibieron con gran alborozo y contentamiento la publicación
de la tasa y demás disposiciones los míseros Indios , que antes no
dormían ni descansaban, pensando en los cobradores, que hablan de
arrebatarles cuanto tenían, á titulo de tributo, y aunque ahora se
les imponía una pena sino lo pagaban en el término de veinte dias,
después de cumplido el plazo de la contribución de cada año, tam-
bién al encomendero que les llevase más de lo dispuesto en la tasa,
se le imponía por primera vez el castigo de pagar un cuatro por
ciento, y por segunda que perdiera la encomienda y reparti-
miento.
V.
Si tan alto brillo adquirió el nombre de La-Gasea por sus singu-
lares dotes de mando, prudencia y ánimo esforzado que mostró, no
menos y sí mucho más puro, si cabe , le cupo por el nunca visto
desinterés con que en todas ocasiones procedió. Al recibir el nom-
bramiento de Presidente y Gobernador de la provincia más rica del
mundo entonces conocido, considerando que sus predecesores en
aquel codiciado puesto hablan sido notados de algún afán por alle-
gar riquezas, por la facilidad que en aquella tierra hay para ad-
quirirlas, no quiso aceptar ningún sueldo señalado, salvo el poder
gastar de la Hacienda Real cuanto le pareciese necesario para su
coste y mantenimiento, y gastos de su casa y criados. Obtuvo las
cédulas y autorizaciones necesarias para ello, y lo llevaba con tal
rigor, que todo lo que se compraba en su casa, asi de víveres como
de otras cosas , se hacía por ante escribano que para ello estaba
designado, y con certificación de él se tomaba lo necesario de la
Tesorería Real. Fué, al decir de todos los historiadores de los suce-
sos de América, el primero y quizás el único, de cuantos Españoles
han parado con empleo en aquellas tierras, que no tomó nunca un
real para sí, ni lo procuró ni se le notó jamas la más leve señal de
avaricia; conducta que por lo insólita y ejemplar debía encargarse
á cuantos obtienen destinos para Ultramar, recomendándosela cual
modelo á que debieran ajustar la suya.
Llevaba consigo cuando desembarcó en Nombre de Dios, por
todo caudal, cuatrocientos ducados; mas buscando prestados y á
cambio, reunió cuanto habia menester para la guerra; compró ar-
mas, artillería, caballos y demás pertrechos, pagó los soldados, dio
260 EL LICENCIADO
socorros é hizo otros muchos gastos que ascendieron, durante toda
la campana, á novecientos mil pesos , los que abonó á su termina-
ción, con lo que reunió, recogiendo las rentas y quintos del Rey,
y con el oro y plata de los traidores y condenados, juntando tan
gran tesoro, que le quedaron para traer al Emperador un millón
y trescientos mil castellanos en plata y oro ; cosa de que mucho
se maravillaron todos, y no tanto por el dinero, sino por la ma-
nera con que lo juntó, sin cometer tropelías, injusticias, ni des-
afueros.
Después que con gran maña castigó á los revoltosos y bandole-
ros , restos de las disensiones pasadas , dióse prisa á poner en con-
cierto la justicia, á gratificar los soldados, poner en vigor la tasa
de los tributos, dejar la gente y tierra llana quieta y mejorada,
para lo cual visitó en persona los puntos más necesitados de buen
gobierno, y en una de aquellas beneficiosas para el país entradas
suyas, fundó la ciudad de la Paz, á orillas del rio Cayano, entre
unas montañas, al Levante, que miran al Brasil, y el lago de Ti ti
caca, al Poniente ; hecho lo cual , preparóse para volver á la Pe-
nínsula, cosa que mucho deseaba, al revés de cuantos ejercen
mandos importantes , quienes, por lo general , se apegan tanto á
ellos, que consideran como la mayor desgracia que sucederles pu-
diera, el tenerlos que dejar para volver á la vida privada.
VI.
Habia llevado el Presidente licencia de S. M. para volverse á
España cuando le pareciese , y viendo ya quietos y sosegados los
ánimos en el Perú, donde los soldados y gente de guerra , disuel-
tos y derramados, se habian aplicado á ganar de comer cada uno
en el oficio que sabia, ó tratando en negocios de minas; consideran-
do asimismo que la Audiencia Real y los Gobernadores , por ella
nombrados, administraban justicia sin embarazo ni impedimento
alguno, determinó su regreso. Movióle también á ello el deseo de
poner en salvo los fondos que habia reunido para la Real Hacien-
da; temiendo que si permanecían alli, fuesen incentivo que n;o-
viese á algunos á promover nuevas alteraciones para robarlos. Sin
dar, pues , á nadie parte de su proyecto, hizo preparar todas las
cosas necesarias para la navegación , y después que tuvo embar-
PKDRO DE LA-GASCA. 26 í
cados los dineros, envió á llamar al cabildo de la ciudad de los
Reyes , y le hizo saber lo que habia resuelto. Opúsose á ello la
ciudad, proponiéndole los graves inconvenientes que podian so-
brevenir de irse antes que S. M. hubiese nombrado nuevo Presi-
dente ó Virey que le sustituyese; pero él satisfaciéndoles los repa-
ros , entregó el mando á la Real Audiencia , que presidia por su
ausencia el Doctor Bravo de Saracria , y fuese á embarcar. Ya en
la nao, hizo un nuevo repartimiento de Indios , en razón á haber
quedado muchos vacantes por muerte de Gabriel de Rojas y otros
sujetos principales , y á fin de evitar quejas y reclamaciones , lo
dejó cerrado y sellado con las cédulas de encomienda, en poder del
Secretario de la Audiencia , con orden de que no lo abriese hasta
pasados ocho dias de haberse dado él á la vela=
Sucedió mientras tanto , que noticiosos de los preparativos que
hacia para su partida los hermanos Hernando y Pedro de Con-
treras , nietos del famoso y cruel Gobernador del Darien , Pedra-
rias Dávila , los cuales se hallaban prófugos y retraídos por haber
dado muerte violenta al Obispo de Nicaragua , Fr. Antonio Val-
divieso, determinaron atacarle á su paso por Panamá, para robarle
los dineros que llevaba. Reuniendo, en efecto, gran número de
foragidos y descontentos, de aquellos que en todas partes hay
siempre mal avenidos con toda clase de gobierno , pusieron por
obra su propósito, logrando sorprender la ciudad de Panamá,
cuando ya el Presidente habia pasado por ella. Sin embargo , sa-
quearon la casa del Tesorero Real, Martin Ruiz deMarchena, y en
sus cajas robaron cuatrocientos mil pesos en plata, que no hablan
podido ser conducidos á Nombre de Dios por falta de acémilas. Al
llegar el Presidente á esta última ciudad, y tener noticia de lo
ocurrido , desembarcó al punto , y obrando con su acostumbrada
presteza y diligencia, reunió buen golpe de gente, que puso á las
órdenes de Sancho de Clavijo, Gobernador de aquella provincia, y
marchando él mismo á su cabeza , salieron en busca de los rebel-
des. Repuesto en tanto de su sorpresa Marchcna, y auxiliado con
tropas que le trajo Juan de Larez , habia salido contra los herma-
nos y sus secuaces , á quienes alcanzó y batió cerca de Panamá,
rescatando los dineros y haciendo huir á los Contreras, que pere-
cieron ambos miserablemente en la fuga.
Pacificado este último alboroto , se embarcó de nuevo el Presi-
dente , después de haber dado gracias al Señor por haberle librado
262 EL LICENCIADO
de un peligro tan no pensado , y trayendo consigo al provincial
de Santo Domingo y á Jerónimo de Aliaga , que fueron nombrados
Procuradores de la provincia del Perú, para negociar cerca de S. M.
las cosas della , y otros muchos caballeros y personas principales,
que regresaban á la Península con sus haciendas , hizo rumbo para
España á fines de Diciembre de 1549. Tres años hablan por consi-
guiente bastado á aquel insigne varón para dar feliz término y
remate á la comisión más delicada que jamas subdito alguno hu-
biese desempeñado , logrando en tan breve espacio de tiempo y á
tan inmensa distancia del gobierno central , sin otros recursos que
los allegados por él mismo en aquel esquilmado pais , sofocar la
más terrible insurrección militar que pudiera darse , hacer entrar
en su deber á jefes indisciplinados y avezados á la insubordinación
y al pillaje , devolver la paz y quietud á las antes agitadas pobla
clones, hacer que los tribunales de justicia funcionaran con regu-
laridad, conforme á las leyes , que todo el mundo aprendió á res-
petar, sobreponiendo en fin, el elemento civil, como debe estarlo
en toda república bien organizada , al desenfreno militar hasta
entonces preponderai^te. [Ojalá la Providencia divina, mirándonos
con ojos compasivos , exaltara hoy, que tan necesitada de iguales
remedios se halla la Nación , al poder hombres de tan acabadas
dotes de mando!
Durante la travesía, tuvieron todos al Presidente el mismo res-
peto y obediencia que le tenian durante su mando; tal era la
consideración que habia alcanzado con su conducta y carácter,
tratándolos él con su acostumbrada afabilidad y comedimiento , y
teniendo mesa franca para cuantos á comer querían acompañarle.
De esta manera prosiguió con felicidad su viaje, hasta llegar á
Sanlúcar de Barrameda , donde tomó tierra en Julio de 1550.
No bien desembarcó, despachó por la posta al capitán Lope
Martínez á Alemania, donde entonces se hallaba el Emperador, á
darle noticia de su venida, nueva que le fué muy agradable, y
puso gran admiración en él y en cuantos la supieron, por haber
con tanta ventura y buen suceso terminado negocios que tan difi-
cultosa salida parecía hablan de tener. Mandóle S. M. que partie-
ra desde luego para su corte, porque quería oir de sus labios la
relación de los sucesos en que habia intervenido, y él lo cumplió
al punto, llevando en su compaña á los Procuradores del Perú y á
otras personas señaladas, que pretendían recibir mercedes por lo
PEDBO DE LA-GASCA. 263
que habían contribuido á la pacificación. Con todos ellos se em-
barcó en Barcelona en las galeras de la armada Real, que le esta-
ban esperando, y llegó á la presencia Real con un presente, ade-
más, de quinientos mil escudos labrados en reales. Dióle el Empe-
rador, de allí á pocos dias, el Obispado de Falencia, que acababa
de vacar por muerte de D. Luis Cabeza de Vaca, y le concedió
la gracia de que añadiese al escudo de sus armas nueve banderas
con esta letra: Carolo Quinto restitutio Perú Regnis tyrannorum
spolia. Premio digno de sus señalados servicios, pero no igual al
mérito y á la gran capacidad para gobernar, de que habia dado
tan insigne muestra.
vn.
Preparábase nuestro Obispo á dedicarse entera y exclusivamen-
te á las sagradas funciones de su ministerio pastoral, cuando reci-
bió orden, á principios de 1551, de pasar á la corte, que entonces
se hallaba en Valladolid, para formar parte de la Junta nombrada
con el fin de resolver la instancia que hablan presentado los Pro-
curadores de Nueva España en. solicitud de que los repartimientos
de Indios se declararan perpetuos. Formaban aquella, además del
Presidente, Marqués de Mondéjar, que lo era del Real Consejo de
Indias, los demás Ministros del mismo Tribunal, los Procuradores
del Perú, antes nombrados, los de Méjico, que lo eran Alvaro de
Villanueva, Gonzalo López, y el historiador Bernal Diaz del Cas-
tillo, F. Martin Regente, dominico. Obispo de las Charcas, el ve-
nerable y digno de eterna loa F. Bartolomé de las Casas, Obispo
de Chiapa, y su compañero F. Rodrigo, D. Vasco de Quiroga,
Obispo de Mechoacan, y otros varios hidalgos y caballeros de los
primeros conquistadores que en aquella sazón se hallaban en la
corte con distintas pretensiones, y á todos los cuales se les ordenó
asistir á las sesiones que celebrara la Junta para ilustrarla con su
parecer, como conocedores del estado del Nuevo Mundo y de lo
que pudiera serle más conveniente. Reunida la Junta, propusieron
desde luego los Procuradores de ambos reinos su demanda, á la
cual se opuso el primero F. Bartolomé de las Casas, apoyado por
F. Rodrigo; contestóles D. Vasco de Quiroga, que patrocinaba la
solicitud, y tomando entonces la palabra el Obispo dePalencia,
264 EL LICENCIADO
hizo ver con copia de razones que, no sólo no se debian dar los
Indios en repartimiento perpetuo, sino que ni aun por tiempo de-
terminado era justo hacerlo; que lejos de continuar una práctica
que ocasionaba continuos disturbios y reclamaciones, debian qui-
társeles á los que los tenian repartidos, porque habia entre ellos
personas en el Perú disfrutando buena renta de Indios, que mere-
cian castigos en vez de dárselos ahora en perpetuidad. Irritado al
oirle el de Mechoacan, que favorecía la instancia de los Procura-
dores, como ya dijimos, replicóle que, si tal sabia, ¿por qué no
castigó á los bandoleros y traidores, pues conocía y le eran notorias
sus maldades, y no que él mismo les dio Indios? A lo que La-Gasea
respondió riendo: — «Creerán, señores, que no hice poco en salir
»en paz y en salvo de entre ellos, y algunos descuarticé y hice
ajusticia.» U
Propusieron entonces los Procuradores de Nueva España, que
se diesen por lo menos á los primeros conquistadores que pasaron
con Hernán Cortes, y á los de Panfilo de Narvaez y Francisco Ca-
ray, pues de esos quedaban muy pocos y hablan sido tan bravos y
leales servidores, dejando á los del Perú que procurasen directa-
mente por si como pudieran. Sobre esta pretensión, que contradi-
jeron también los Obispos de Chiapay las Charcas, hubo largos y
diferentes debates; pero cortó la cuestión el Presidente Marqués
de Mondéjar, inclinado como los más de los individuos del Conse-
jo Real á que se negara la perpetuidad de repartimientos, propo-
niendo que en vista de lo arduo del negocio quedara sin resolver
üasta que S. M. volviese de Alemania, y asi se acordó. En tal es-
tado permaneció aquel asunto largos años, mas no cesando las re-
clamaciones, lo resolvió el rey Felipe II en principios de su reinado
por una Real cédula en que mandaba, que á los conquistadores y á
sus hijos se les diesen, pero no en perpetuidad, los mejores repar-
timientos que fuesen vacando , y luego á los antiguos pobladores
casados.
Tal fué el último y no menos señalado servicio, que prestó La-
Gasea á los indígenas del continente americano, que con mucha
razón le llamaban ^\x padre ^ restaurador y pacificador, pues con
su oposición al repartimiento perpetuo, que sin ella tal vez se hu-
biese aprobado, á pesar de la tenaz resistencia de las Casas, los li-
bró de caer en un estado de verdadera esclavitud, que era el que
les preparaban con su pretensión los conquistadores.
PEDRO DE LA-GASCA. 265
VIII.
Con la junta de Valladolid termina la vida pública del Licen-
ciado Pedro de La-Gasea, que hemos procurado sacar de la oscuri-
dad en que injustamente yace. Retirado desde entonces en la ca-
pital de su diócesis, vivió únicamente dedicado á cumplir los
deberes que le imponía el grave cargo del episcopado, y á contes-
tar las consultas que sobre asuntos graves de Estado le dirigía el
rey Felipe II, que hacia gran caso de su capacidad. Trasladado de
dicho obispado de Falencia al de Sigüenza en 1561 , murió en 10
de Noviembre de 1567, de edad de 74 años, después de haber asis-
tido al concilio provincial de Toledo, celebrado en 1565.
Dotó, por su testamento en Sigüenza, la fiesta del Santísimo Nom-
bre de Jesús, que se celebra en aquel obispado el 14 de Enero, y dos
aniversarios, uno por el alma del Emperador y otro por la del Rey
D. Felipe II; dejó para sus deudos un mayorazgo de 300 ducados de
renta, que tan mezquina fué la que para si reunió hombre de tan
grandes prendas y que tan pingües de.-^tinos desempeñara ; y por
último, edificó en Valladolid, con suficiente dotación para sustentar
sus servidores, la parroquia de la Magdalena, en cuya capilla mayor
yace enterrado en grandioso sepulcro, con su busto de alabastro
encima, obra del célebre Jordán, y un largo y honroso epitafio latino.
No le impidieron los negocios el cultivar las bellas letras, como
se colige de la dedicatoria que le hizo de la Historia Palentina,
el Arcediano de Alcor, y aun se asegura que escribió una Histo-
ria del Perú, cuyo manuscrito es de lamentar que se haya extra-
viado, pues dados sus antecedentes, podemos suponer que referirla
los hechos de aquel país con una verdad é imparcialidad que no
suelen encontrarse en la mayor parte de los historiadores. Varón
verdaderamente ilustre, digno de inmarcesible lauro, y merecedor
de la eterna gratitud, tanto de los Indios, á quienes protegió y ad-
ministró recta y cumplida justicia, como de los Españoles, cuyo
nombre enalteció y honró con su conducta noble y desinteresada.
Varón de quien estamos firmisimamente persuadidos, que de haber
sido llamado á regir los destinos de la Nación, escudara con su
nombre la Ínclita fama que rodea el del eminente repúblico y car-
denal, Jiménez de Cisneros.
CÁELOS Ramírez de Arellano,
UNA TEMPORADA EN EL MAS BELLO DE LOS PLANETAS.
CAPITULO xxin.
RUSSlLlO.
A la mañana siguiente muy temprano, ya estaba en mi casa un
criado del embajador para decirme que su amo me esperaba.
Acompañado de mi guardia y de un lacayo del Sr. Nomara, me
fui al punto á la embajada.
Cuando llegamos, piafaban en el patio seis magnificos caballos.
Otro más pequeño lo tenia de la brida un hombre de tez morena,
de ojos negros, dientes blanquisimos, nariz chata, y de mirar algo
feroz. Además de los caballos referidos, habia otros cuatro ya car-
gados, supongo que con las viandas que debiamos comer en aquel
dia.
Apenas me vieron, se inclinaron respetuosamente los criados, y
un ayuda de cámara , colocado allí con este objeto , me condujo
por una escalera de mármol á un salón donde los Sres. Nottely,
Soletty y otros cinco caballeros me aguardaban .
No se veia en esta casa la profusión de oro , plata y pedreria
que habia en los palacios de Romalia ; pero en cambio , habia más
gusto y elegancia.
Apenas entré , vino á mi el embajador con aquel aire noble y
simpático que le era peculiar , y cogiéndome de la mano , me dijo
sonriendo:
— Vamos, señor perezoso, que hace un año que os estamos espe-
rando. Qué dormilón sois !
— Es que, amigo, no soy de hierro como vos. ¿No veis que me
acosté muy tarde?
UNA TEMPORADA, ETC. 267
Y saludando á los señores que se hallaban con nosotros, cambié
un apretón de manos con 8oletty.
— Estáis entre Nostracianos , Mendoza, — me dijo el embaja-
dor;— observadlos, y asi os sorprenderán menos cuando los tratéis.
Y haciendo sonar un timbre que tenia sobre la mesa , entró un
ayuda de cámara.
— Las armas, — dijo Nottely.
Un momento después nos trajeron pistolas, escopetas, que eran
unas pistolas más largas, y una especie de dardos también largos,
que tenian á un extremo dos hileras de plumas , y al otro una
punta de acero muy aguda. Al mismo tiempo observé que todos se
ceñían sus espadas, metiendo además en sus fajas unos cuchillos de
monte.
Sorprendido de un aparato tan guerrero, cuando sólo se trataba
de cazar, no pude menos de decir al embajador:
— Pero adonde vamos, amigo; á cazar ó á batirnos?
— Á cazar, Mendoza. Pero ¿no podria suceder que, yendo á ca-
zar, tuviésemos que batirnos?
— No sabe nada, — dijo el Sr. Soletty sonriendo y mirando al
Sr. Nottely.
— Pero vamos, qué es lo que hay? Sed francos, y decidme si
preveis algún peligro , porque el aparato de que os veo rodeados
no es en verdad para cazar.
— Tenéis razón, Mendoza, — me contestó Nottely, — y en el ca-
mino os diré lo que hay en esto. Ahora, marchemos.
Cuando llegamos al patio, me dijo el embajador:
— He hecho traer para vos ese caballo más pequeño, porque crei
que iriais mejor en él que en uno de esos otros, que son muy altos
y de paso menos veloz.
— Oh, Nottely 1 por Dios....
— Qué ! Queréis acaso desairarme? — me dijo, mirándome con ex-
trañeza.
— No, no; gracias, querido Nottely; lo acepto con mucho gusto.
Una sonrisa de satisfacción brilló en el rostro del joven.
En marcha ya, le dije á éste:
— Con que decid: ¿qué es lo que os obliga á ir armados de ese
modo, cuando vamos á divertirnos?
—Es preciso que sepáis, Mendoza , que en la Rogelia y en todo
este continente hubo muchos bandidos en épocas yg<, leja;ia^,; sólo
268 UNA TEMPORADA
que , á medida que la cultura y civilización fueron aumentando,
fué también desapareciendo esa canalla, en disposición de que hace
más de un siglo que los ladrones eran desconocidos en Romalia.
Hace dos años, sin embarg-o, que apareció en los alrededores de la
capital un hombre terrible, el feroz Russilio, tan sagaz, tan sutil
y tan intrépido, como valiente y afortunado. Este hombre ha co-
metido robos extraordinarios que sembraron el terror en todos es-
tos contornos. Aparece de repente, da su golpe , que lleva prepa-
rado de antemano, y desaparece sin dejar en pos de sí la más li-
gera huella, y sin que se haya podido dar con él por más investi-
gaciones que se han hecho.
— Pero ¿es algún duende ó algún encantador ese hombre? Por-
que supongo que ningún género de sacrificio habréis dejado de
hacer para cogerle.
— Y así es la verdad, Mendoza, — me dijo el Sr. Soletty; — pero es
tan sagaz y sutil ese demonio, como ha dicho el Sr. Nottely, que,
no sólo burló nuestras pesquisas , sino que llevó su osadía hasta
introducirse en la ciudad , andar entre nosotros , y dar algunos
golpes que denotan su serenidad y su valor. Os acordáis, Nottely,
del lance del Sr. Otrocy?
— Ya lo creo! Pues fué poco sonado para haberlo olvidado
— Referídmelo, — dije, picado de curiosidad.
— Que os lo cuente Soletty, que ha sido testigo de él,
— Tomaba una tarde, — dijo Soletty, — nuestro amigo el Sr. Otro-
cy un vaso de helado en el café de Torlony, cuando se le acercó un
hombre alto, corpulento, moreno, de ojos negros y penetrantes,
de ancha boca, de nariz chata, de pómulos salientes, y de cejas,
bigote y barba muy largos y extremadamente espesos. Su fisono-
mía llamaba la atención por un no sé qué de feroz que imponía, si
bien suavizaban la dureza de su aspecto lo fino de sus modales y lo
suntuoso de su trage.
— Si no os incomodo, caballero — dijo, acercando una silla al se-
ñor Otrocy, — tomaría con gusto un vaso de helado junto á vos.
— Al contrario, amigo, — contestó el Sr. Otrocy; — me daréis en
eso un gran placer, pues estando juntos, hablaremos á lo menos
algo.
Y hablaron efectivamente, y no sólo hablaron, sino que habién-
dole propuesto el Sr. Otrocy dar un paseo por la ciudad, salieron
del café y recorrieron juntos diferentes calles, hasta que, ya oscu-
EN EL Mis BELLO DB LOS PLANETAS. 269
recido, llegaron á la casa del Sr. Otrocy. Encantado éste con la
verbosidad y buenas maneras de su compañero, le invitó á que su-
biese, y habiendo aceptado el desconocido, lo introdujo en el sa-
lón, donde cansados ambos se sentaron. No hablan pasado seis
minutos, cuando sacando el desconocido un agudo puñal, y acer-
cándolo al pecho del Sr. Otrocy, le dijo, sin inmutarse lo más
minimo :
— Ni una palabra, ni un gesto, ni el más leve movimiento, ó
por Dios vivo, que os atravieso el corazón.
Cuál se quedarla el Sr. Otrocy, juzgadlo vos. Se puso pálido
primero, después lívido, tanto que el mismo Russilio le tuvo lásti-
ma; asi es, que le dijo:
— Pero si no habláis, y si ejecutáis pronto, y sin hacer el menor
ruido, lo que voy á proponeros, nada tenéis por qué temer.
— ¿Y qué es? — dijo, sin aliento, el Sr. Otrocy.
— Que recojáis cuanto oro, plata y pedrería haya en este salón
y en los gabinetes inmediatos; que lo coloquéis todo en un cofre-
cito, con llave, y que lo pongáis después sobre esta mesa.
Y le señaló con la punta del bastón una que estaba debajo de
un espejo.
Iba ya á ejecutarlo nuestro amigo, cuando deteniéndole el des-
conocido por el brazo, añadió:
— Oidme bien: si durante la operación que vais á hacer, ó du-
rante el tiempo que permanezca á vuestro lado, entrasen algunos
amigos , ó algún criado, y delante de ellos hicieseis la menor se-
ñal que les revelase la posición en que os halláis, no sólo os mato
á vos, sino que los mato á ellos. ¿Habéis oido hablar de Russilio?
Pues si habéis oido, como lo supongo, sabréis que es más que ca-
paz de ejecutar lo que os ha dicho.
Al oir este nombre, palideció de nuevo el Sr. Otrocy. Conociólo
Russilio, y añadió:
— Pero si ejecutáis lo que os mandé, y cuando salga me venis
acompañando hasta el portal, os juro, por mi alma, que no cor-
réis el menor riesgo.
Tranquilizado con esta promesa, pudo decir el Sr. de Otrocy:
—Voy, caballero, á obedeceros.
Y mientras el Sr. Otrocy recogia todo su oro, plata y pedrería,
lo metia en un cofrecito que cerró con llave, y colocó después so-
bre la mesa, se paseaba el Sr. Russilio muy tranquilo, parándose
210 UNA TEÍIPORADA
de cuando en cuando á examinar los cuadros que colgaban de la
pared, y mirando de soslayo al pobre Otrocy.
Ya habia acabado éste, y ya Russilio se acercaba á la mesa para
cog-er el cofrecito, cuando entramos Notty y yo en compañía de
otro joven.
Ni la más leve sorpresa, ni el más leve indicio de temor se ma-
nifestó en el semblante de Russilio, á quien saludamos con una
inclinación de cabeza, porque no le conocíamos.
No dejamos, sin embargo, de notar alguna alteración en el sem-
blante del Sr. Otrocy; pero como veiamos la calma y serenidad del
desconocido, á quien por otra parte trataba él con la mayor ama-
bilidad, no concebimos la menor sospecha: todo al contrario, nos
sentamos, y la conversación se hizo general. Russilio habló poco,
pero bien, y con mucha oportunidad. Habría pasado como media
hora, cuando levantándose y encarándose con el Sr. Otrocy, le
dijo:
— ¿Cotí que llevo, caballero, el cofrecito, y lo entrego á la per-
sona que sabéis, para que ejecute lo que tenemos acordado, no es
eso?
— Si, amigo, — respondió el Sr. Otrocy, — y me haréis en ello
un gran fevor.
Y recogiendo el cofrecito, que cubrió con su manto el descono-
cido, y saludándonos profundamente, se marchó acompañado del
Sr. Otrocy.
Pasados algunos momentos volvió éste; y como se veia libre de
la terrible presión que hasta entonces le habia subyugado, se dejó
caer sobre un sofá, y exhaló un gemido que nos llenó de sobre-
salto.
— Qué tenéis? — preguntamos todos á la vez.
— ¿Sabéis quién es, — nos dijo, con voz casi apagada, — el que
acaba de salir de aqui?
— Nó, — respondimos muy inquietos; — quién es?
— Russilio.
— Russilio! — repetimos llenos de estupor.
— El mismo, — repuso el Sr. de Otrocy.
— Y aguardáis, amigo, á decírnoslo después que se ha mar-
chado?
— Y qué queríais que hiciese?
— Hablar á todo trance, — respondió Soletty.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 27V
— Escuchad primero. Y el Sr. Otrocy nos contó, muy por me-
nor, cuanto acababa de pasar, lo que unido á otros lances que ya sa-
biamos de este personaje, vino á hacer más terrible el concepto en
que le temamos.
— Ya veis, Mendoza, — continuó el Sr. Soletty, — si pudiendo
hallar á Russilio por estos alrededores, seria prudente que vinié-
semos desprevenidos. Comprendéis ahora?
— Demasiado, querido; y habéis hecho perfectamente en venir
armados. Yo también traigo mis pistolas y mi espada, que aun-
que pequeña, puede hacer las veces de puñal. ¡Caramba con el se-
ñor Russilio!
Toda la mañana estuvimos muy divertidos cazando y matando
pájaros de variados y lindísimos colores. Los que eran muy gran-
des, los mataban con las escopetas, y los pequeños con el dardo.
En este sobresalían los Nostracianos, pues no erraban tiro; y en
las escopetas, los Romalianos, puesto que el Sr. Soletty mató doce
colubas, que eran alli una especie de aves monteses muy estima-
das, y que hacian el mismo papel, en aquel mundo, que hacen en
el nuestro las perdices. Y en efecto, su carne y su sabor eran pa-
recidos á los que tienen estas aves.
Entretenidos en esta ocupación , y atravesando bosques inmen-
sos, llegamos á una llanura sembrada de una planta para mí des-
conocida , que tenia en la punta una bolita. Los Sres. Nottely y
Soletty me dijeron que aquella bola se convertía , después de ma-
dura, en una harina blanca y finísima á la menor presión que se
la hiciese ; era el pan de aquellos habitantes. En medio de esta lia
nura, se elevaba una casita, en la que vivia el labrador que culti-
vaba aquel terreno. Al verla, dijo el Sr. Soletty.
— Pasa mucho de las dos, señores, y será bueno que entremos
en esta casa para comer, pues por poco que nos detengamos, dudo
mucho que lleguemos con dia á Remalla. Nos hemos alejado más
de lo regular, y el cielo se encapota por momentos. Miradlo.
Miró entonces el Sr. Nottely, y después de haberse hecho cargo
del estado de las nubes, dijo :
— O mucho me engaño, ó vamos á tener una tormenta.
En efecto, el cielo que estaba despejado cuando salimos de casa,
y que se conservó así casi toda la mañana , se cubría entonces de
gruesos y espesos nubarrones. Un viento suave al principio, pero
que ibít arreciando por momentos , agitaba ya con violencia los
272 UNA TEMPORADA.
bosques que rodeaban la llanura , produciendo un ruido sordo y
confuso que no dejó de llamarnos la atención.
Sin embargo , encendida la lumbre y calentada la comida , nos
sentamos á la mesa alegres y hambrientos, haciendo bravamente
los honores á cuantos platos se nos presentaron. En los interme-
dios, bebiamos un vino ext raido de una planta parecida á las par-
ras de la Tierra , pero cuyos racimos eran mucho mayores que los
de aquella , y cuyos granos tenian el tamaño de ciruelas. El que
bebiamos era de Oatilia, reputado entonces por el más rico de toda
la comarca. La alegría y la expansión comenzaban á reinar entre
nosotros, cuando un relámpago que iluminó la mitad del cielo, y
un trueno que retumbó pavoroso en los valles y en los montes, vi-
nieron á aguarnos la función.
— Diantre! — dijo el Sr. Soletty; — Y ya no tenemos dia para lle-
gar áEomalia. Es preciso marchar, señores, sino queremos dor-
mir á la intemperie.
— Y no seria mejor quedarnos aqui ? — dije yo sintiendo abando-
nar aquel sitio en que me hallaba tan á gusto , porque estaba efec-
tivamente muy cansado.
— Seria lo mejor, sin duda, — dijo el Sr. Soletty, — si tuviéramos
camas y ropa en que dormir ; pero como nadie habita esta casa más
que un labrador, y no hay aqui cerca quien nos provea de ambas
cosas, tendremos que marchar por fuerza. Qué decís, embajador?
Iba éste á responder, cuando el chasquido de un látigo , y el
ruido que hacia un carruaje caminando con rapidez , nos obligó á
acercarnos á la ventana.
En efecto, más bien que marchar parecia que volaba un carrua-
je tirado por seis caballos , y escoltado por ocho hombres mon-
tados.
— No es un cualquiera el que viaja asi, — dijo el embajador.
— No á fe mia, — contestó el Sr. Soletty. — Quién será?
— No lo sé, — respondió Nottely, — pero debe caminar con tanta
prisa por llegar á Romalia antes que estalle la tormenta.
En efecto, un momento después desapareció el carruaje, y se per-
dió en el espacio el ruido que producia.
— Nos vamos? — dijo el Sr. Nottely.
— Por mi lo que gustéis, — respondió Soletty, — pero me parece
que si no nos detenemos y picamos bien , podremos llegar á Ro-
malia poco después de anochecer.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS 273
— Pues á ello, — dijo el Sr. Nottelj.
— A ello, — respondimos todos.
Un momento después, estábamos á caballo.
Los criados se apresuraban á recoger los restos de la comida para
huir también de la tormenta.
Entre tanto la atmósfera se encapotaba cada vez más. Brillaban
los relámpagos que, en surcos de fuego, iluminaban lúgubremente
la campiña ; retumbaba el trueno, y agitados los árboles de los bos-
ques inmediatos por un viento impetuoso, producían un ruido con-
fuso y sostenido, que era el precursor de la tormenta.
Picábamos cuanto podíamos; sin embargo, no nos fué posible oir
el ruido y menos alcanzar con la vista el carruaje que nos precedía.
De pronto un relámpago más grande que los anteriores, y el
trueno de que fué seguido, rasgaron, por decirlo asi, las nubes, que
despidieron torrentes de agua , inundando los campos y poniendo
el camino intransitable.
— A la carretera, señores, á la carretera, — dijo con voz de true-
no el Sr. Solettyj—pues aunque por ella sea más largo el camino,
el piso es firme y no nos extraviaremos cuando llegue la noche.
Seguimos el consejo de Soletty, y como la carretera estaba car
ca, pronto llegamos á ella.
Entonces andábamos mucho, pero más que nosotros avanzaba la
noche; asi es que no tardó ésta en aparecer, triste, amenazadora y
tan oscura, que ni nos velamos unos á otros, ni nos hablábamos,
porque el viento nos lo impedia.
De cuando en cuando el surco siniestro de un relámpago ilu-
minaba todo el horizonte ; pero la oscuridad que le seguia era más
densa y profunda.
— Horrible noche 1 — dijo el Sr. Nottely.
— Lo peor es, — repuse yo, — que aún estamos muy lejos de Ro-
malia.
— Alto, señores! — dijo de pronto el embajador.
— Pues qué hay? — preguntamos todos.
— Acabo de tropezar con un objeto que no conozco, y que por
poco hace caer á mi caballo. Esperemos que venga otro relámpa-
go, á ver si con su luz podemos percibir lo que es.
No sin una especie de terror nos acercamos y agrupamos alre-
dedor del Sr. Nottely. Era tal la oscuridad, que aun estando jun-
tos, apenas nos distinguíamos.
TOMO XV. 18
274 UNA TEMPORADA
De repente brilló otro relámpago , y con su luz pudimos ver. .. .
Cuatro cadáveres tendidos en la carretera, y poco distantes unos
de otros ! . . . .
Un grito se escapó á la vez de nuestros pechos.
— Qué será esto? — dijo pensativo el Sr. Nottely.
Pero ni él, ni nosotros, sabíamos á qué atenernos , cuando otro
relámpago nos hizo ver algunos pasos más allá , un carruaje sin
tiro, sin escolta y sin lacayos.
— Oh , oh , — dijo el embajador volviéndose hacia nosotros ; —
algún grave suceso acaba de ocurrir aquí. Apostaría, señores, que
este carruaje es el mismo que vimos pasar á escape , cuando aca-
bábamos de comer. Qué os parece?
— Que indudablemente es el mismo, — contestamos todos.
— Pero entonces, qué es de su dueño? — repuso el embajador; —
qué de los caballos? qué de los criados? y qué de la escolta que le
■ acompañaba? En guardia, señores, en guardia y mano á las pis-
tolas, porque ó yo me engaño, ó estamos en un gran peligro. Aho-
ra caminemos despacio y en silencio.
Esto diciendo , rompió la marcha el embajador , y le seguimos
todos, pistola en mano.
No habíamos andado siete pasos, cuando un gemido desgarrador
vino á herir nuestros oídos.
— Quién se queja? — dijo, parándose, el embajador.
— Socorro, señores, socorro! — respondió una voz temblorosa.
— Al momento, — repuso el Sr. Nottely, apeándose del caballo.
Todos hicimos lo mismo , y todos rodeamos silenciosamente al
que acababa de implorar nuestro auxilio de un modo tan lastimero.
Acercándonos más, pudimos percibir tendido en el suelo, y ane-
gado en su sangre, á un hombre que, por su traje, nos pareció que
era uno de los guardias que iban escoltando el carruaje que dejá-
bamos atrás.
— Estáis herido? — le preguntó el Sr. Nottely.
— Sí señor, — respondió con voz débil el paciente.
— Y en dónde? — volvió á preguntar el embajador.
— En la cabeza y en el pecho.
A tientas y como pudo , llevó el embajador su mano á la cabeza
del herido, y después de haberla examinado, dijo:
— En efecto, aquí os han dado un golpe violento, pues además
de haberos roto la piel, he tocado el hueso con mis dedos.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 275
Esto diciendo, sacó su pañuelo, lo dejó mojarse con el ag*ua que
caía, y reuniendo á tientas los colgajos, le vendó lo mejor que
pudo.
— Veamos ahora la del pecho, — dijo en seguida.
Y separándole la túnica, introdujo su mano, que el herido guió
trabajosamente hasta tocar otra herida, larga y poco profunda que
tenia sobre una costilla falsa, y que por haber tropezado con ella,
no habia penetrado en el pecho.
— Esta os la han hecho con una espada, — dijo el Sr. Nottely.
— Si señor , y con una culata de una pistola la otra , después
que el que me atacaba disparó sobre mi sin acertarme.
— Amigo, — dijo el embajador, — os voy á vendar esta herida co-
mo os vendé la otra, siquiera para que no acabéis de desangraros,
porque ya lo veis, no somos cirujanos, y por consiguiente no te-
nemos apositos, ni instrumentos con que haceros una cura regular,
ni aun luz, que es lo que más falta nos hacía.
— Oh, señor, — dijo el herido con voz más animada; — vos sois
algún ángel del cielo que ha bajado á Saturno para socorrerme.
Cuándo podré pagaros este servicio, que acaso me salvará una
vida que iba a perder sin vuestro auxilio?
— Vamos, — dijo el embajador con su natural bondad ; — esto no
merece la pena. Y ahora que estáis curado lo mejor que nos fué
posible, hacedme el obsequio de decir quién sois, y por qué os
halláis en este sitio.
- Soy uno de los guardias que acompañaban al dueño de un
carruaje que habréis encontrado más atrás.
— Y qué es de él, de sus criados y de vuestros compañeros ?
— Yo no sé, señor, — contestó el herido, —si mi debilidad me
permitirá referiros la escena que acaba de pasar aquí. Vos me per-
mitiréis que hable despacio, y que descanse de cuando en cuando
para poder tomar aliento.
— Todo lo que gustéis, amigo ; hablad despacio y del modo que
os acomode.
Teniendo al herido en medio, escuchábamos con ansiedad.
—Caminábamos con rapidez, — dijo éste, — para llegar á Roma-
lia con dia, y, sobre todo, para huir de la tempestad, cuando al
llegar á este sitio nos asaltaron doce hombres armados y perfec-
tamente montados. Traían dos antorchas encendidas. Uno de ellos,
el que parecía jefe, nos dio el alto; pero en lugar de responderle, le
276 UNA TEMPORADA
hicimos una descarg-a. A los primeros tiros salió el caballero del
carruaje , montó á caballo , y desenvainando la espada , se lanzó
como el rayo á la pelea. La lucha fué sangrienta, pues á los pri-
meros tiros fui yo herido, y cayeron á mi lado cuatro de mis com-
pañeros, cuyos cadáveres habréis encontrado más abajo Ya no
quedaban en pié más que tres, un criado y el caballero que se
batia como un león, cuando el jefe dijo á éste:
— Rindete, ó eres muerto.
— Jamas, — contestó el caballero. — Un hombre como yo, no se
rinde á un bandido como tú, Russilio, y ahora mismo vas á pagar
todos tus crímenes.
El caballero habia oido , como yo , el nombre del jefe á uno de
sus secuaces.
Aquí hizo una pausa el herido, porque se sentía desfallecer.
— Descansad, amigo, — dijo el Sr. Nottely, — todo el tiempo que
gustéis, aun cuando lo que estáis diciendo exigía más brevedad,
pues presumo que no sois vos el único á quien tendremos que so-
correr.
— Y no os equivocáis, señor, — volvió á decir el herido, algo más
repuesto, después de haber descansado un rato; — pero dudo mucho
que podáis dispensar vuestros servicios á esos pobres que compa-
decéis, y que estoy seguro los necesitan en este momento más
que yo.
— Cómo así? — preguntó el embajador.
— Escuchadme, y lo sabréis. Apenas el caballero habia dicho lo
que dejo expuesto, cuando cayó sobre el que llamó Russilio, deci-
dido á atravesarle el corazón; pero (¡cosa que me pareció sobrena-
tural, señores!) antes que el caballero se hubiese acercado al jefe,
vi á uno de los bandidos montado á la grupa de su caballo, suje-
tándole y apretándole de manera, que antes que el caballero pu-
diese desasirse de él y de otros tres que se apresuraron á ayudarle,
quedó enteramente inmóvil. El jefe entre tanto se reía.
Desarmado y atado el caballero, hicieron lo mismo con el criado
y los tres guardias; y desenganchando los caballos, y haciendo
marchar delante á los cocheros, y detrás de ellos á los prisioneros,
los condujeron por ese lado (y apuntaba al lado derecho de la car-
retera ) ; llegaron á un montecillo que no está lejos de aquí , y
cuando yo pensaba que subirían por él, y aun que pasarían al otro
lado, los perdí de vista, no á ellos, porque á ellos no los veia, sino
I
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 277
á las antorchas que llevaban: en una palabra, me pareció que los
había tragado la tierra, según la prontitud con que dejé de perci-
birlos. Hé ahi, pues, por qué os decia que no podríais, aunque
quisieseis, socorrerlos, ignorando, como ignoráis, dónde se hallan.
— Oh, eso es fatal, — decia pensativo el embajador.
—Ahora, caballero, — añadió el herido, — os ruego que nos mar-
chemos al instante, pues corremos aquí mucho peligro.
— Por qué? — preguntó con viveza el embajador.
— Porque al marcharse el jefe, dijo á los bandidos: — Amigos,
pronto á ocultarnos, y después que pongamos á buen recaudo esta
gente, y los caballos que cogimos, tú, Nosolatto, volverás al coche
y conducirás al subterráneo todo lo que venga dentro. Con que, ya
lo veis; de un momento á otro puede llegar Nosolatto, y si ve tanta
gente reunida, retrocederá para avisar á sus compañeros.
— Muy bien, gracias, — dijo el Sr. Nottely: — seguiremos vuestro
consejo, que no deja de ser prudente; pero antes deseo saber una
cosa.
— Qué? — preguntó el herido.
— Sabéis quién es el caballero que escoltabais?
— Sí, señor.
— Y quién es?
— El hijo del principe de Toluma.
— El hijo del principe de Toluma! — dijimos Nottely, Soletty
y yo-
— El mismo: le conocéis?
— Oh Dios! Oh Dios! — repetimos á la vez los tres.
Si hubiese sido de día, se habría visto mi palidez, lo mismo que
la ansiedad del Sr. Nottely, cuyo corazón estoy seguro que latía
entonces con violencia. El Sr. Soletty también debía estar muy
afectado, porque al fin era un primo suyo el que se hallaba en po-
der de los bandidos.
—Y bien, Mendoza y Soletty, — dijo de allí á largo rato el em-
bajador:— Qué pensáis de esto? Qué determinación tomáis? ¿Queréis
abandonar á una muerte cierta, vos, Soletty, á vuestro primo, y
vos, Mendoza, al hijo de vuestro amigo?
— Jamas! — respondimos á la vez los dos.
— Bien; no esperaba menos de tan cumplidos caballeros.
Y volviéndose á los Nostracíanos, añadió:
— Y vosotros, queridos amigos, ¿consentiréis que tantos hom-
278 UNA TEMPORADA
bres vayan á perder la vida, probablemente entre martirios, cuan-
do con vuestro esfuerzo podréis acaso libertarlos? ¿No sostendréis
hoy, como siempre, la gloria de nuestra patria? ¿Queréis se-
guirme?
-Hasta la muerte, — contestaron los Nostracianos.
— Oh, gracias, gracias, queridos amigos, — dijo el embajador
con efusión.
Entonces conocí de lleno toda la grandeza de aquel joven, y el
irresistible poder que ejercía sobre cuantos le rodeaban.
— Ahora, amigos, — continuó el Sr. Nottely, — no perdamos un
momento; el bandido va á venir, y es preciso que nos halle pre-
venidos. Tú, Cosoly (dirigiéndose á un criado), lleva los caballos
al otro lado de la carretera , y escóndelos de manera que ni aun
con los relámpagos puedan verse desde aquí; pero estáte alerta
por si acaso te llamamos. Vos, amigo, — anadió volviéndose al he-
rido,— tened paciencia y manteneos asi todo el tiempo que podáis,
hasta ver en qué para esto. Yo pensaba meteros en el coche para
resguardaros de la lluvia; pero como me dijisteis que iba á venir
el bandido, desisto de mi propósito, temeroso de que os mate si ve
que aún estáis con vida.
— Tenéis razón, señor, — contestó el herido; — yo haré todo lo
que pueda por esperar á que volváis.
—Si volvemos, — dije yo para conmigo.
— Ahora ocultémonos nosotros, — dijo el embajador. — Ni una
palabra , ni un movimiento que pueda alterar en lo más mínimo
la confianza del bandido. Asi que llegue al coche, salimos todos,
y antes que vuelva de su sorpresa, le ponemos al pecho los cu-
chillos. Ni un tiro, señores, pues esto no baria más que alarmar
á sus compañeros y hacerlos venir en su socorro. Lo demás es
cosa mia.
Todos nos colocamos detrás del coche, es decir, á la parte
opuesta del lado por donde habia de venir Nosolatto.
Guardábamos profundo silencio.
Entre tanto , silbaba el viento , y de vez en cuando 'iluminaba
el rayo con su fulgor fatídico los objetos. Después, en medio de
las tinieblas que á la claridad se sucedian, retumbaba el trueno,
y su eco , repetido allá en los montes , infundía en nuestras almas
aquella emoción indefinible que se siente siempre en los peligros,
y en los grandes espectáculos de la naturaleza.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 279
Solemnes eran los momentos.
Pero el bandido no venía.
— Por qué tardará tanto? — me dijo en voz baja el emba-
jador.
— Y quién puede saberlo? — le respondí.
— Es que tiemblo á la idea de que los maten antes que podamos
socorrerlos. Si yo supiese dónde estaban , si no temiese que un en-
cuentro intempestivo lo echase todo á perder , ni un momento es-
taría aquí parado. Ardo por librar á esos infelices de la agonía
que deben estar sufriendo.
De repente apareció una luz hacia el medio del montecillo.
— Veis? — le dije en voz baja al embajador.
— Sí, esperemos.
La luz se movía , y poco á poco se vino acercando hacia no-
sotros.
El que la traía andaba despacio y vacilante , sin duda por el
lodo que había en el camino ; pero no por eso tardó mucho en lle-
gar al coche. Entonces miró á uno y otro lado , y no viendo á
nadie, se dirigió á la portezuela; mas apenas la había tocado,
cuando saliendo nosotros y rodeándole, le pusimos al pecho los
cuchillos.
Es imposible describir el asombro de aquel hombre. Ni un mo-
mento trató de defenderse; sus miradas extraviadas se dirigían á
nosotros sin decir una palabra. Después un temblor general inva-
dió su cuerpo , y se le habría caído la antorcha de la mano , sí el
embajador con rapidez no se hubiese apoderado de ella.
— Tranquilizaos, — le dijo el Sr. Nottely, — y nada temáis sí
accedéis á lo que voy á proponeros ; pero , por Dios vivo , que os
mato si decís una palabra , ó hacéis la menor señal para que ven-
gan á socorreros.
Nada respondió el hombre: su estupor no le permitía hablar
aún.
— Ni un momento le perdáis de vista, — nos dijo el embajador.
Y dirigiéndose al herido, y cogiéndole con sus robustos brazos,
le dijo:
— Ahora venid ; voy á llevaros al carruaje y vuestra suerte será
la que nosotros corramos.
— Gracias , señor , gracias , — dijo lleno de reconocimiento el po-
bre hombre.
280 UNA TEMPORADA
Colocado el herido en el coche y cerrada la portezuela, volvió
el embajador junto al bandido.
— Vais á conducirnos ahora mismo, — le dijo, — á la caverna
donde está Russilio. Cuidado con lo que os dige; si habláis una
palabra, ó hacéis la menor señal para que vengan á socorreros,
antes de luchar con ellos , os mato.
— Estoy cogido, señores, — respondió el bandido, — y haré todo
lo que queráis.
— Bien, — contestó Nottely; — ahora marchemos.
— Pero señores, — dijo el bandido parándose y mirándonos de
hito en hito, — adonde vais?
— A la caverna, ya os lo he dicho, — repuso el embajador.
— Es que, señores, — dijo el bandido, — no sabéis lo que vais á
hacer, y de seguro camináis á vuestra ruina, si insistís en lo que
acabáis de proponerme.
— Y por qué? — preguntó el embajador.
Porque son veinte hombres resueltos los que acompañan á Rus-
silio, y porque Russilio sólo vale por doce. Además, el sitio que
ocupan es un laberinto que sólo nosotros conocemos , y antes de
llegar á él hay tres centinelas que darán la señal de alarma tan
pronto como nos vean. Reflexionadlo , señores, y no os preci-
pitéis.
— Bah, — dijo el embajador; —queréis acaso asustarnos? Pues,
amigo , es preciso que sepáis que ninguno de los que veis aquí
conoce el miedo.
Miraba el bandido con ojos espantados á aquel hombre , que ha-
blaba con tal aplomo cuando iba á arrostrar un peligi-o tan tre-
mendo : sin duda le tuvo por un Dios ó por un loco , puesto que
bajando la cabeza volvió á decir:
— Bien , señores , bien ; haced lo que gustéis : qué exigís de mi?
— Por ahora nada más, que nos conduzcáis á la caverna.
— Vamos, pues, á la caverna, — dijo el bandido, con visible
mal humor.
Y tropezando aquí, cayendo acullá, y metiéndonos en el lodo
hasta las rodillas, llegamos á la caverna.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 281
CAPITULO XXIV.
LA CAVERNA.
Tenía ésta una abertura informe , que se cerraba con una peña
hueca por adentro, y que, colocada en su sitio, parecia que habia
nacido alli , y que alli estaba desde tiempo inmemorial ; asi es, que
no se podia en modo alg-uno dar con la entrada de la cueva á no
estar enterado del secreto. Cuando llegamos estaba la peña le-
vantada.
— Alto, señores,— dijo el embajador, — antes de entrar es preciso
preverlo todp. Tenéis preparadas vuestras armas?
— Si , — respondimos todos .
— Bien, — dijo el embajador.
Y dirigiéndose al bandido, añadió :
— Dónde está el primer centinela?
— Como á doce pasos de la entrada.
— Y el segundo?
— Cuarenta pasos más allá.
— Y el tercero?
— Junto al gran patio, que es la estancia de Russilio.
— Qué armas tienen?
— Pistola y puñal.
— Hay luz en los sitios donde están ?
— Sólo la que viene del gran patio.
— Cómo es eso? Explicaos.
— Quiero decir, que no teniendo más luz que la que sale de la
estancia de Russilio, para el primero es muy viva, para el segun-
do confusa y para el tercero imperceptible.
— Comprendo, — dijo el embajador. — Ahora vais á entrar vos, y
yo, que no tengo más objeto que mataros, á la primera señal que
hagáis para dar aviso, os acompaño. Cuando os hable el primer
centinela, le diréis, para que no extrañe veros volver sin nada, que
siendo muy pesados los objetos que trae el coche , necesitáis otro
compañero. Tú, Corintty (dirigiéndose auno de los Nostracianos),
irás cerca de mí, cuanto la claridad te lo permita, y á su debido
tiempo hundirás tu cuchillo en el pecho del bandido con resolución,
282 UNA TEMPORADA
y sin decir una palabra. La misma relación haréis, dijo al bandido,
á los otros dos , y tú Corintty, los tratarás como al primero, sin
más diferencia que ir un poco más atrás cuando nos acerquemos
al segundo , y más aun , cuando nos acerquemos al tercero. Está
claro que estas distancias tendrás que salvarlas después con un
gran salto, cuando vayas á dar el golpe. Comprendiste?
— Perfectamente, — respondió Corintty.
— Por lo demás, señores, — continuó el embajador, — no ataca-
reis á los bandidos hasta que veáis la señal , que será cuando yo
levante el brazo. Entre tanto, sino os recomiendo el valor, porque os
creo de él el modelo más perfecto , os recomiendo la prontitud en
el herir, y el más exquisito cuidado en no meter el menor ruido.
La sorpresa y el arrojo nos van á dar el triunfo ; yo os lo digo.
Y volviéndose al bandido, añadió :
— Y vos amigo , miraos bien y no os equivoquéis ; si tratáis de
vendernos, sois muerto, porque no hay 'poder humano que os sus-
traiga de mi brazo ; pero si, por el contrario, nos sois fiel, no sólo se
os conservará la vida que os dejamos, sino que corre por mi cuenta
vuestra suerte.
— Aunque no me tuvierais preso, — dijo el bandido, — y no me
hubiereis ofrecido una fortuna, os obedecería, señor, porque no sé
que tenéis, que me arrastais Contad conmigo.
El bandido sufria la fascinación que aquel joven ejercia sobre
todos los que tenian la dicha de tratarle.
— Perfectamente, — contestó el embajador. — Ahora, mar-
chemos.
Y yendo delante el bandido, á su lado el embajador, y detrás de
ellos Corintty, los seguimos nosotros.
La entrada era oscura y la escalera tortuosa; pero cuando lle-
gamos al pavimento , percibimos un resplandor en lo último de la
galería, que nos sirvió para no extraviarnos. Andábamos muy des-
pacio y en silencio, cuando una voz bronca y cavernosa, dijo :
— Quién va allá?
— Yo, Notaylo, — respondió el bandido.
— Ah, eres tú, Nosolatto? Y el equipaje, no lo traes?
— Para eso necesito ayuda, y vengo á buscarla.
— Luego es bueno? tanto mejor, voto al diablo, porque.,..
Un gemido sordo y desgarrador se escapó del pecho del centi-
nela, que sin concluir su frase cayó muerto sobre el pavimento.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 283
Corintty le habia clavado su cuchillo en el pecho hasta la em-
puñadura.
— Adelante, señores, — dijo el embajador, — y silencio.
La galería por donde caminábamos era larga y espaciosa, y es-
taba llena de columnas que sostenían bóvedas muy altas. Se cono-
cía que había pertenecido á un edificio grande y suntuoso, que el
tiempo, ó alguna erupción volcánica, habían destruido y sepulta-
do. Lo que habitaban los bandidos no eran más que sus ruinas , y
el estar estas debajo de tierra, y el tener tan disimulada la abertura,
era lo que habia inutilizado las pesquisas que se habían hecho para
dar con ellos. Imponía el caminar por aquellos sitios, y cuando
nos acercamos al segundo centinela, cuya sombra divisamos al
través de la claridad que venía del patio, sentimos una especie de
terror al acordarnos que aquel infeliz iba á morir.
A medida que nos acercábamos á él, nos Íbamos quedando atrás
Soletty y yo, mientras que los Sres. Nottely y Corintty marcha-
ban junto al bandido. Como este andaba naturalmente, pronto le
sintió su compañero, quien con voz vibrante preguntó :
— Quién va?
— Yo, Clorisso, — contestó Nossolatto.
Como en este sitio habia más claridad que en el anterior, el
centinela, percibiendo sin duda á alguno de nosotros, añadió con
extrañeza :
— Qué es eso? — Viene alguien...
No pudo concluir. Corintty, ágil como un tigre, salvó la distan-
cia á que estaba de él, y, como al primero, le remató de]un golpe.
— Hasta aquí, señores, — dijo el bandido parándose y mirándo-
nos fijamente, — hemos salido bien de la empresa; pero falta el ter-
cer centinela, que estando en un sitio donde la claridad es mayor,
no se le puede abordar sin gran peligro. Si ve alguno conmigo,
avisará al instante, y como vosotros no queréis que vaya solo, por-
que estáis viendo que puedo vengarme y perderos , no sé lo que
debo hacer. Qué disponéis?
Y tenía razón el bandido ; podia vengarse, y bien pronto lo co-
nocimos. Nuestra situación era apurada , pues aumentando la luz
á medida que nos acercábamos al patio, nuestras vidas pendían de
aquel hombre. Si alguno le acompañaba, éramos descubiertos, y
si le dejábamos ir solo, podia unirse á sus compañeros, y perder-
nos. Qué hacer?
284 UNA TEMPORADA
El Sr. Nottely, que se habia quedado pensativo, levantó enton-
ces la cabeza y dijo al bandido con aquella voz insinuante que le
era peculiar.
— Acabáis de decir que podéis perdernos, y es cierto ; pero, no
sólo no lo haréis , sino que vais, por el contrario, á salvar á los in
felices que gimen bajo la tiranía de Russilio. Hay en vos algo de
noble que me dice que sólo circunstancias desgraciadas pudieron
obligaros á abrazar la vida tan expuesta que traíais , y entre esta
vida y la que yo os ofrezco, feliz y tranquila, no podéis vacilar.
De vos penden ahora nuestras vidas, lo conozco ; y sin embargo»
os las confio seguro de que vais á velar por ellas y á salvarlas. Sólo
vos podéis acercaros al que guarda el patio y matarle : id, pues, y
hacedlo ; ahí tenéis mi cuchillo, tomadlo.
Y diciendo esto, sacó su cuchillo y se lo entregó.
Cogiólo el bandido sin decir una palabra , colocólo en su cinto,
é iba á marchar, cuando poniéndole la mano sobre el hombro, le
dijo el embajador:
— Pero, si á pesar de todo preferís vengaros, oíd: juro ante Dios
que ninguno de nosotros tocará á un solo cabello de vuestros com-
pañeros, sin que antes caigáis vos hecho pedazos bajo la furia de
nuestros golpes. Ahora marchaos.
Y se marchó ! . . .
— No os lo oculto, amigos — dijo el embajador; — nuestra vida
pende de un hilo, puesto que está, como él mismo ha dicho, en las
manos de ese hombre. Ya lo habéis visto; he apelado á las prome-
sas, al terror y á mover su corazón ; lo que sucederá, Dios lo sabe.
Ahora acerquémonos poco á poco, hasta aquel punto en que la os-
curidad no permita ver nuestras personas.
Y volviéndose á su criado, anadió :
— Corintty, dame un cuchillo.
El criado se lo dio.
Entre tanto, veíamos perderse entre las sombras la elevada figu-
ra del bandido, cuyos pasos largos y precipitados repetía el eco en
las negras bóvedas y altas arcadas de aquella galería de siglos.
Nuestros corazones latían con violencia á medida que se acer-
caba al centinela; pero como nos estaba vedado pasar del pnnto
en que la luz podia hacernos perceptibles, no sabíamos lo que su-
cedería cuando llegase junto á él.
i Momentos de agonía fueron aquellos para nosotros !
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 285
De repente, un ruido como de voces que salió del patio, nos hizo
creer que hablamos sido vendidos : al mismo tiempo vimos desta-
carse una figura gigantesca que con pasos acelerados se adelan-
taba hacia nosotros.
— Firmes ! — dijo el embajador. — Esperémoslos aquí á la sombra,
donde no podrán acertarnos, y desde donde cada bala nuestra ma-
tará un hombre.
Pero la sombra venia sola, y se adelantaba en silencio.
Era el bandido.
— Qué hay? — preguntamos con ansiedad.
— Ya está, — nos dijo con voz breve y ademan resuelto; — venid,
señores.
— Y aquel ruido ?— preguntó el embajador.
— Es el que me ha servido para asegurar el golpe, y ocultar el
gemido de la victima. Russilio disputa acaloradamente con sus
prisioneros : venid.
— Bien, amigo,— dijo el Sr. Nottely : — acabáis de haceros acree-
dor á nuestro eterno agradecimiento.
Y volviéndose á nosotros, añadió :
— Ahora , señores , en marcha ; pero en silencio y sin parar has-
ta que lleguemos á la puerta. Acordaos de no hacer el menor mo-
vimiento hasta que veáis la señal.
Caminábamos con cautela , y á medida que lo hacíamos , íbamos
percibiendo mejor las voces de los que disputaban.
Junto á la puerta ya, nos paramos, y oimos la conversación si-
guiente :
— Jamas , — decia una voz simpática , — obtendrás de mi lo que
deseas.
— ¿Y qué son seis millones, — decia otra voz áspera y bronca , —
para un hombre como tu padre? Firma esa carta, y te verás libre
tan pronto como llegue el dinero á mi poder.
— Ya te he dicho y te repito, — repuso la voz primera, — que no
es por el dinero por lo que dejo de firmar.
— Y por qué entonces?
— Porque accediendo á tus deseos — repuso la voz primera — da-
ría de mí una idea miserable. Se diría, y con razón , que sólo el
miedo me había hecho firmar, y yo quiero hacerte conocer que no
lo tengo, y la diferencia que hay entre un hombre como yo, y un
malvado como tú. Haz lo que quieras.
*286 UNA TEMPORADA
— No me irrites, Silaydi — dijo la voz bronca; — firma, ó por Dios
vivo, que voy á hacerte hablar de otra manera.
— Te repito — dijo Silaydi con desden— que hagas lo que quieras.
— Si? — dijo con rabia la voz áspera.
Silaydi no respondió.
— Es que no creas — añadió el bandido con una risa infernal —
queme contentaré sólo con matarte, nó; tienes una hermana divina,
y esa hermana es preciso que sea mia, absolutamente mia, ¿lo
has oido? Ya sé que tratan de casarla con un Grande de Catilia;
pero antes que eso suceda, la traeré aqui. ¿No seria triste que sien-
do tan bella, la poseyese otro antes que yo? Ohl no será asi , yo
te lo juro
Cómo estarla el embajador al oir estas palabras?
Nada respondió Silaydi, y, aunque no le veiamos, suponíamos
que ni siquiera mirase al bandido.
— Con que no te dignas responder? — continuó Eussilio, pues
él era quien hablaba. — Con que no quieres firmar? Bueno, ya ve-
remos si eres tan valiente como quieres hacernos suponer.
Y volviéndose á los suyos añadió :
— Hola, Rossinio, Coribio, y tú, Rotaldo, pronto al frente, y
disponeos á disparar cuando yo avise.
— Bravo, mi capitán ! — respondieron los nombrados.
Estos se pusieron en fila, y prepararon las armas.
Hubo un momento de silencio , durante el cual parecía que re-
flexionaba Russilio. Aprovechólo el Embajador para decirnos en
voz baja:
— No apartéis de mi la vista, y á la señal convenida , entramos
todos, matamos cuantos podamos, pues la sorpesa nos dará tiempo
para ello , y hecho esto , y quedando en número casi igual , nos
batiremos.
Preparamos muy despacio las pistolas , y desenvainamos las es-
padas.
— No te obceques, Silaydi — decia entre tanto Russilio — y no sa
crifiques tu vida á un vano punto de honor. Estando preso y de-
sarmado, qué puedes hacer?
— Morir — respondió con resolución el joven.
—Es esa tu respuesta? — preguntó Russilio.
Hubo otro momento de silencio : nuestros ojos no se apartaban
del embajador.
EN EL MÁS BKLLO DE LOS PLANETAS. ^87
— Por Última vez, — dijo Russilio]: — firmas , sí ó nó?
— Nó, — dijo el embajador con voz vibrante levantando el bra-
zo— y entrando como el rayo en el g-ran patio.
El asombro que causó nuestra presencia , el lector puede infe-
rirlo; pero antes que los bandidos se recobrasen de él , ya habla-
mos inmolado seis que , cubiertos de sang-re , se revolcaban por el
suelo.
Russilio, que al vernos se habia quedado estupefacto, se reco-
bró al instante, y disparando sus pistolas, mató á mi g-uardia é hi-
rió en un^brazóal Sr. Coloby, uno de los más bravos Nostracianos.
En seg-uida tiró de la espada, y lanzando una imprecación tre-
menda, se arrojó entre los Nostracianos , que furiosos le embistie-
ron á su vez. Comenzó entonces una lucha encarnizada.
Mientras que el embajador se batia con tres bandidos que le ha-
bian atacado á un tiempo , desataba yo á Silaydi , á los g-uardias y
á los criados , que asi que se vieron libres , corrieron á quitar las
armas á los que estaban en el suelo, y con ellas embistieron á los
enemigos. El estruendo entonces de las armas , y de las impreca-
ciones aumentaron. Acababa el embajador de quitar la vida á los
tres que le hablan atacado , cuando un cuarto blandió en el aire
su cuchillo, y fué á clavárselo en la espalda. Doy un grito y
antes que el embajador lo percibiese y pudiese defenderse , ya
habia atrevesado yo de parte á parte al asesino.
Una mirada de reconocimiento, fué lo único que me pudo decir
Nottely; pero observando que los Nostracianos retrocedían delante
de Russilio, que uno de ellos estaba tendido en el suelo, y otros
dos muy mal heridos , se dirigió á ellos y les dijo :
— A un lado, amigos, que quiero conocer al Sr. Russilio.
Y apartando á los Nostracianos , se puso enfrente del terrible
jefe.
— Oh, oh! eres tú embajador? — dijo con diabólica sonrisa el
feroz Russilio. — Te he visto en el torneo y has vencido al principe
de Nocuara ; pero aqui no hay principes , querido ; te lo advierto
por si lo ignorabas.
Y diciendo esto se lanzó, rechinando los dientes, sobre el emba-
jador. Recibióle éste con serenidad y sangre fria, y principió entre
los dos un combate á muerte.
Entre tanto, ya hablamos nosotros quitado la vida á todos los
bandidos, excepto á tres que se rindieron. Mientras los ataba uno
288 UNA TEMPORADA
de los Nbstracianos , corrimos todos á ayudar al embajador ; pero
éste, que lo observó, dijo sin apartar la vista de Russilio :
— Está solo, y es indiano de nosotros abusar de las ventajas;
eso se queda para la canalla: no es asi, Sr. Russilio?
En lugar de responder Russilio, á quien la rabia de ver muertos
y atados á los suyos tenia fuera de si , tiró una estocada furibunda
al embajador; pero parándola éste con su destreza acostumbrada,
introdujo su espada hasta la empuñadura en el pecho del fora-
gido, que cayó envuelto en sang-re, y lanzando miradas furiosas á
Nottely.
Quisimos socorrerle; pero él con gestos repetidos se opuso á ello.
Tenia siempre la vista fija en el embajador, á quien parecía que-
rer decir algo; pero sin poder conseguirlo, pues su sangre, que sa-
lla con violencia, le debilitaba por momentos. Sin embargo, ha-
ciendo un esfuerzo supremo pudo proferir estas palabras confusa -
mente articuladas :
— Sólo tú... tú solo... homb... dem... ángel... maldito se...
Y espiró.
Entonces acudimos á los heridos. Mi guardia estaba muerto : la
bala le habia levantado el cráneo. El Sr. Coloby y otros dos Nos-
tracianos estaban heridos, aunque no de peligro; pero el que lo es-
taba de mucho era el primero que habia caido al suelo. A todos
los curamos y vendamos lo mejor posible, acostándolos después en
buenas camas que encontramos en el subterráneo.
Cubiertas estas primeras atenciones , y habiendo visto que du-
rante la lucha habia cesado la tempestad, mandamos un propio á
Romalia para participar lo ocurrido al Sr. Nomara, y hacer venir
á un cirujano.
El Sr. Silaydi cogió un papel de la mesa de Russilio, y escribió
la carta.
Dispuestas asi las cosas , principiaron á recobrar su imperio las
afecciones personales. El Sr. Silaydi no apartaba de mi la vista;
pero recordando sin duda que tenia otro deber más urgente que
cumplir, dijo al embajador:
— Acabáis, señor, de hacerme un servicio que no podré pagaros
nunca. ¿Qué casualidad ó qué milagro os ha conducido aquí, pre-
cisamente en el momento que iba á perder la vida? Sé que sois el
embajador de la Nostracia, porque se lo lie oido á Russilio; ¿pero
¿hace mucho que lo sois? Me conocéis quizá?
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 289
— No, Silaydi, — contestó Nottely con aquella dulzura quele ha-
cía tan simpático; — pero conozco á vuestro ilustre padre desde que
vivo en Romalia. Uno de los guardias que os acompañaban, á
quien encontramos herido, fué el que nos refirió el asalto de Rus-
silio, y el que nos indicó el sitio donde presumía que estuvieseis.
Un bandido á quien sorprendimos yendo á buscar los efectos de
vuestro coche , nos enteró del resto , y nos condujo aquí : hé ahí
todo.
— ¡Y vos, hombre generoso, — dijo el Sr. Silaydi, — habéis con-
cebido j ejecutado el proyecto de salvarnos, sin que os arredrase
el peligro á que ibais á exponeros, cuando apenas nos conocíais, y
cuando lo más seguro que podíais esperar era la muerte ! Sois in-
comparable, caballero.
— Dichoso, y nada más, — repuso el embajador. — ¿Qué mayor
gloria que contribuir á arrancar del poder de Russilio á tantos iur
felices que iban á ser sacrificados , y devolver al hombre que más
venero en el mundo un hijo que tanto ama? Mi alegría por el éxito
de esta empresa es superior ala vuestra, Sr. Silaydi; podéis creerlo.
Miraba éste á aquel joven tan dulce y modesto ahora, y le pa-
recía imposible que fuese el mismo que , momentos antes , había
visto tan fiero con Russilio. Precisamente veía en él algo de ex-
traordinario, pues le estuvo contemplando largo rato: por último,
le dijo:
— Sois, señor, un verdadero héroe, y desde ahora podéis contar
conmigo y con los míos: si, además, queréis honrarme con vuestra
amistad, tendré en ello un gran placer.
— Con toda mi alma, —dijo el embajador, — tendiéndole la ma-
no, que Silaydi estrechó con efusión.
El embajador estaba radiante de alegría, y no era extraño. Aca-
baba de salvar al hermano de Aneyda , y de adquirirse un amigo
á toda prueba. Esto le tenía fuera de sí, y sus miradas me lo re-
velaban de un modo tan expresivo, que lo comprendí perfecta-
mente.
Cumplido su deber con el Sr. Nottely , se volvió Silaydi háci
su primo, á quien dijo:
— A tí no te doy las gracias, pues aunque te debo mucho, sabes
también cuánto te amo.
— Y á vos, caballero, — añadió encarándose conmigo; — pero an-
tes tened á bien decirme: ¿sois de la Gran Roquelia?
TOMO XV. 19
290 UNA TEMPORADA
— No señor, ni de Saturno.
— Ah! ¿Luego sois uno de los dos habitantes de la Tierra que
han lleg-ado á este mundo de un modo tan milagroso, y que viven
en la casa de papá?
— Si señor, soy uno de ellos.
— Lo presumía, — dijo Silaydi, — no sólo por vuestra talla, sino
por lo mucho que de vosotros me hablaba papá en sus cartas. Oh,
señor!— añadió Silaydi, abrazándome con el mayor cariño , y co-
mo si me hubiese conocido de antemano: — ¡y qué bien pagáis los
leves favores que haya podido haceros mi familia, exponiendo vues-
tra vida por salvar la mia! Mucho deseaba conoceros, y lo he con-
seguido de un modo tan ventajoso para mi, que me hará recor-
darlo eternamente.
— He cumplido con mi deber , señor ; y os digo ahora lo mismo
que el Sr. Nottely , que mi alegría por lo que acaba de pasar ex-
cede mucho á la vuestra.
— Ya veo, — dijo mirándonos á los tres con visible enterneci-
miento,— que me hallo entre gente que me quiere.
— No lo sabéis bien, — le respondimos á la vez Nottely y yo.
El Sr. Soletty , que le tenía cogida uua mano , se contentó con
apretársela.
— Sí tal, sí tal, — dijo el Sr. Silaydi, — y me alegro deberos tanto,
porque así os amaré más.
— A mí nada me debéis, — le respondí ;-^ pero debéis mucho á
vuestro primo, y más aún al Sr. Nottely.
— Ya sé, — respondió Silaydi, — lo que debo al embajador; pero
dejaré de estar agradecido á los que le ayudaron en su empresa"?
No expusisteis vosotros vuestras vidas por mí ?
— No lo niego, —le respondí; — pero, quien concibió el proyecto,
quien lo dirigió, quien nos comunicó su entusiasmo y su valor , y
quien nos condujo, en fin, á ia victoria, fué Nottely. Pensáis lo
mismo, querido Soletty?
— Absolutamente lo mismo,— respondió éste.
^Ah! vos no conocéis todavia, — dije yo, — á este joven extraor-
dinario que....
— Eh, alto allá, señor hablador, —dijo interrumpiéndome Not-
tely.
Y volviéndose á Silaydi , añadió :
— No hagáis caso, querido Silaydi, de Mendoza, cuyas relevan-
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 291
tes prendas tendréis ocasión de conocer , pues padece la singular
manía de ver siempre el mérito en los demás, y nunca en si mis-
mo. Ya sabéis que sin él , no tendría yo el placer de hablar con
vos ahora: ved como lo olvida el ingrato.
Y diciendo esto, cogió mi mano que estrechó con el mayor
cariño.
— Sois admirables,— dijo mirándonos el Sr. Silaydi.
En seguida se ofreció uno por uno á los Nostracianos con mucha
cordialidad. Cuando llegó al bandido que nos había facilitado la
entrada en la caverna, dijo:
— Cambia de vida, y tu suerte corre por mi cuenta.
— Gracias, señor; ya me ha hecho igual ofrecimiento el Sr. Not-
tely, y pienso aceptarlo.
— Y por qué nó el mío, y si el de él?
— Porque él fué quien ha hecho nacer en mí un aborrecimiento
sin límites á la vida desastrosa que traía.
— Cómo así? — dijo sorprendido el Sr. Silaydi.
—Porque es imposible ver tanto valor, tanta serenidad, tanta
abnegación, tanto ardor para hacer el bien, y tanta sabiduría para
ejecutarlo, sin que uno se pasme y desee ser honrado.
— Tienes razón, tienes razón, — dijo conmovido el Sr. Silaydi; —
pero como en último resultado á quien has contribuido á salvar ha
sido á mí y no al embajador, á mí, y no á él, toca recompensarte.
— Os ruego, Silaydi, — dijo el embajador, — que no me quitéis
el gusto de hacer la suerte de este desgraciado ; y ya que he prin-
cipiado á cambiarle, como él dice, permitidme que concluya.
— No puedo complaceros, Nottely, pues vos mismo conoceréis.. ,.
— Quiere decir, señores, — repuso el bandido interrumpiéndo-
los,— que en lugar de uno, tendré desde hoy dos protectores. No
es eso lo que pretendéis?
— Cabal, — contestó con viveza el Sr. Silaydi; — hé ahí dirimida
la cuestión : los dos te protegeremos, y no se hable más del asunto.
Consentís, embajador, no es cierto?
Y como Nottely tardaba en contestar , añadió :
— Ved que si no aceptáis, estoy dispuesto á no ceder.
Vi entonces salir una lágrima de los ojos del bandido.
El Sr. Soletty y yo, dijimos á la vez:
— Los dos, los dos le protegeréis; no hay remedio, embajador.
—Sea, — dijo éste, — pues que en ello os empeñáis.
292 UNA TEMPORADA
Y el resto de la noche lo pasamos agradablemente entretenidos,
pues la alegría era tan viva, que nos quitó á todos el sueño.
A la mañana siguiente , preguntamos á Nossolatto si sabia don-
de estaban los caballos.
— Ya se ve que si, — nos contestó.
— Y en dónde? — preguntó el embajador.
— En una gran cuadra que hay á cien pasos de aqui. Siempre
que hacíamos alguna presa, poníamos en ella los caballos hasta el
dia siguiente, que los Íbamos á vender á Romalia.
— Pues es preciso que vayáis á buscarlos.
— Al instante, — dijo Nossolatto.
Apenas habia marchado éste, cuando apareció el cii^ujano. Des-
pués de saludarnos , dijo :
— No podéis imaginar , señores , la alegría que ha causado en
Romalia vuestra aventura de esta noche.
— Sabida en vuestra casa la noticia, y sabida también en el Go-
bierno, cundió al punto por la ciudad; y como no ignoráis el gran
terror que inspiraba Russilio , debéis inferir el gozo que se difun-
diría en todos los corazones , á medida que se fueron conociendo
los detalles. El Gobierno, por su parte, mandó un piquete de ca-
ballería para llevar el cadáver de Russilio y los bandidos que
hubieseis hecho prisioneros: pronto estará aquí.
— Bien, amigo, bien, — dijo á esta sazón el embajador; — pero
lo que importa ahora no es eso, sino que veáis y curéis á los he-
ridos.
— Tenéis razón, — contestó el cirujano: — dónde están?
— El de más peligro aquí, — dijo el Sr. Nottely, conduciendo
al cirujano á la cama del herido.
Reconocido, curado y vendado éste, lo sangró el cirujano.
— Qué tal? — dijo el Sr. Nottely;— es grande el peligro?
— Sin la cura que acabo de hacerle, y sobre todo, sin la san-
gría , quizá sí , porque la herida es larga y la reacción muy
fuerte.
—Y la bala?
—Qué bala?
— Pues no tiene una bala en el pecho?
— No, Sr. Nottely; — lo que tiene es una herida hecha con
alguna arma de punta quebrada, sin duda en el calor de la
refriega.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 293
— Y mediante lo que acabáis de hacerle, esperáis salvarle? —
preguntó inquieto el embajador.
— No desconfio á lo menos , porque no estando interesados los
pulmones, si se sigue el plan que voy á disponer , y el enfermo
guarda un silencio y una quietud completos, es muy posible
que cure.
— Dios lo quiera. Venid ahora, si gustáis, á examinar los demás
heridos.
Concluía el cirujano de hacerlo, y de dictar las disposiciones
consiguientes, cuando apareció Nosolatto.
Salimos entonces de las ruinas, y parte á caballo, y parte en el
coche de Silaydi, tomamos el camino de Romalia.
Los heridos, á los cuales se habia agregado el guardia que
Nottely metiera en el coche antes de la refriega, quedaron en el
subterráneo al cuidado del ayuda de cámara de Silaydi y del ci-
rujano.
(Se continuará.)
Tirso Aguimana de Veca,
REVISTA POLÍTICA.
INTERIOR.
La guerra declarada ya entre Prusia y Francia, la retirada de la candida-
tura del Príncipe de HohenzoUern, la suspensión de las convocadas Cortes,
sucesos son de tan reconocida importancia, que cambian radicalmente la faz
de la Revolución española.
No podrá decirse ya que hemos arrastrado la Corona de Castilla por
Europa mereciendo el desprecio de todo el mundo. No: la Nación española
representa todavía lo bastante, digan lo que quieran los adversarios del glo.
rioso movimiento de Cádiz, para figurar con dignidad entre los pueblos
europeos. Ni la repulsa del Rey D. Fernando de Portugal, ni las temerosas
sensibilidades de la Duquesa de Genova, pueden desmentir el hecho elocuen-
te de que estuviese dispuesto á aceptar la Corona de San Femando un Prin-
cipe de condiciones simpáticas y cualidades personales recomendables, ligado
íntimamente con la dinastía de una de las primeras potencias continentales.
No vamos á ocuparnos de la lucha entablada entre el Imperio napoleóni-
co y la Corte del Rey Guillermo: no tenemos para qué estudiar aquí la nar
turaleza verdadera de esta gigantesca lucha, ni los grados de popularidad que
la guerra tenga en cada uno de los pueblos contendientes : asunto es este
encomendado á otra persona, según la división ordinaria de los trabajos de
nuestra Revista. Pero está fuera de duda que España queda libre de toda
responsabilidad para lo porvenir, y que, después de la negativa del padre
del candidato y de la última nota que, comunicando esta nueva, pasó al
Gabinete francés nuestro Ministro de Estado, la causa de toda hostilidad
REVISTA POLÍTICA INTERIOR. 295
habia terminado, sin que las consecuencias de los grandes combates que se
preparan puedan recaer sino sobre los nobles adalides que, por celos de
influencia y altivez nacional , han puesto en pié de guerra sus huestes for-
midables.
Desde el punto de vista de nuestras relaciones exteriores, España no ha
perdido en la general consideración; antes, por el contrario, ha ganado, guar-
dando el Ministerio de S. A. el Kegente una actitud digna. No sucede lo
mismo, desdichadamente, en lo que á la situación interior del país se refie-
re. Las dificultades que la cuestión regia encontraba para resolverse de
una manera conveniente, han aumentado, pues la división, por desdicha,
existente de antiguo entre los monárquicos , se ha rejuvenecido ahora por
las alabanzas y censuras que el candidato oficial ha merecido de uno y de
otro bando. .
Confesamos con ingenuidad que nos falta en política una fibra sin duda
esencial en España; que no sentimos lo que podria llamarse el entusias-
mo de las dinastías ; en el bello ideal que nos hemos formado de las ins-
tituciones que deben regir á los pueblos en el siglo XIX, la cualidad pre-
dominante en el Monarca si no la única en nuestro sentir , es, aparte la
morahdad de costumbres, el respeto por la Constitución del Estado.
La historia de Inglaterra, pais sólo en que el Gobierno representativo
existe en toda su pureza, enseña de un modo que no deja lugar á dudas,
que sus períodos de grandeza y desenvolvimiento nacional no coinciden
ciertamente con los momentos en que el solio de la Gran Bretaña estaba
ocupado por individualidades de personal mérito; al contrario, desde el ad-
venimiento del Príncipe de Orange hasta nuestros dias, la época de más
decadencia para aquel grande Imperio fué aquella en que el poder real tuvo
más influencia é importancia. Por eso nosotros asistimos á la lucha de can-
didatos con ánimo impasible, sin tomar parte en la contienda, haciendo
votos tan sólo porque la institución se salve acompañada de garantías que
afirmen para lo sucesivo las libertades públicas.
Respetamos el convencimiento que abrigan los partidarios de las diferen-
tes soluciones monárquicas que existen dentro de la revolución, sin partici-
par de su ardor ni de sus esperanzas, convencidos de que en la dirección
que el nuevo Monarca dé á los negocios públicos, hade entrar por algo la
suerte y por mucho la popularidad con que el candidato elegido suba al
trono.
296 REVISTA POLÍTICA
Personas importantes de un valer reconocido para la Revolución, desea-
ban que la Asamblea se hubiese reunido, á pesar de la renuncia del Príncipe
Hohenzollern, el dia para que estaba convocada, pues ahora más que nunca,
en vista de las complicaciones exteriores, era urgente constituir de una ma-
nera definitiva el Gobierno del Estado.
La aspiración era patriótica, sin duda alguna, y altamente conveniente
para los intereses públicos y para nuestro propio decoro, á ser posible; pero
no podia olvidarse que para realizar este pensamiento, era preciso ante todo
contar en la Cámara con el número de votos conformes, necesarios para sa-
car triunfante con mayoría legal y con el prestigio conveniente, alguna de las
soluciones propuestas.
¿Podia concebirse la halagüeña esperanza de que esto sucediese? En juicio
nuestro nó, siendo por lo tanto peligroso y ocasionado á males mayores una
determinación que, á primera vista considerada y pudiendo contar con otros
elementos de los que forman hoy la mayoría monárquica, parecía á todas
luces urgente.
Desde el dia aciago para la patria en que los partidos liberales se dividie-
ron en la cuestión de Rey, nacieron para la Revolución gravísimos peligros
de que difícilmente podrá salvarse, si cada una de las parcialidades políti-
cas que tienen dentro de ella legítima representación, no deponen en aras
del bien público una parte al menos de sus convicciones , intereses y com-
promisos.
Presintiendo nosotros estas dificultades que pueden llegar, sino han lle-
gado ya, á ser insolubles, defendimos como lo más patriótico el casamiento
del joven Duque de Grénova con una de las hijas del Sr. Duque de Mont-
pensier, ocupando ambos el trono español, lo que hubiera llevado la tran-
sacción de los partidos á la misma dinastía, coronando el edificio de nuestra
Revolución de una manera análoga á lo que hizo Inglaterra en 1688; pero
entonces, como siempre, los partidos fueron intransigentes, y todos contri-
buimos á socabar el terreno, en vez de fabricar los cimientos sobre que de-
bían levantarse las nuevas instituciones.
De tal modo van las cosas, que no vislumbramos un rayo de luz que nos
dé esperanzas. Ni los intereses permanentes de todo pueblo civilizado, ni
ja angustiosa situación del Tesoro púbUco , ni el desorden social que de
tiempo atrás impera en provincias, que recientemente ha aumentado por
aiorto, sin que Miwlrid se vea completamente libre de sus excesos vergon-
INTERIOR. 297
zosos , ni las complicaciones exteriores cuyas gravísimas consecuencias nadie
osará prever, han entibiado el ardor de los combatientes. Montpensieristas
y anti-montpensieristas luchan sin tregua ni descanso; sostienen otros á
Espartero, cual solución única; según de público se dice, los republicanos
se aprestan á nuevas aventuras; no son más pacíficas las noticias de los
absolutistas ; crecen en tanto los partidarios del Príncipe Alfonso , como si
España estuviese condenada á perpetuo guerrear, coijio si la desunión
entre sus hijos fuera herencia perdurable que nos habia legado la Edad
Media.
El espíritu del clero, adverso entre nosotros á las cosas liberales, no podrá
menos de enardecerse ante los contratiempos que el planteamiento de las
instituciones encuentra, en vista de la actitud de la Corte romana, sin
que podamos, presentar contra el impulso de tantos elementos contrarios,
otra fuerza que la siempre efímera popularidad personal de los caudillos de
la Revolución.
Con la aquiescencia de todos los partidos hemos adoptado ante Francia y
Prusia la neutralidad más estricta; á ella indudablemente estábamos obli-
gados por compromisos y antecedentes en la cuestión que ha servido de
pretexto para que vengan á las manos aquellos dos pueblos; pero sería
ridículo negar que esta política, la única posible en la actualidad, ni nos
coloca en una situación airosa á los ojos del mundo, ni prepara grandes so«
luciones para lo porvenir.
Vencedora Prusia, la candidatura del Príncipe HohenzoUern encontraría
mayores dificultades que ha encontrado ahora; los mismos que la considerá-
bamos aceptable, á pesar de los peligros que traia consigo, si la mayoría de
la Asamblea la votaba, la veríamos entonces con desagrado, rodeada de una
gloria militar en que no habría figurado España. Entonces tendrían razón
de ser los argumentos que en contra se han aducido, y un sentimiento de
noble dignidad la repulsaría; la derrota de un pueblo latino, sin tener noso-
tros parte en la victoria, mortificaría nuestro orgullo de raza. Vencedora
Francia, su influencia no tendría límites en el continente, siendo , por lo
mismo, el momento menos propicio para elevar al solio un candidato que,
por muy querído que pueda ser para nosotros, sería altamente desagradable
al Imperío tríunfante.
Hoy, ante la actitud de Prusia, toda solución para España se declara
preferíble á la candidatura HohenzoUern. Sucederá lo mismo mañana? No
298 REVISTA POLÍTICA
es el agradecimiento virtud dominanie en los Soberanos ni en los pueblos;
la política carece de entrañas. ¿Cuál será, además , la salida que para noso-
tros queda dignamente, si no nos ponemos pronto de acuerdo para elegir
Soberano sin el protectorado ni el veto de ninguna nación extranjera? La
Restauración ó la República, y difícilmente puede adivinarse cuál daría re-
sultados más tristes. Una y otra solución adolece de los mismos defectos;
con una y con otra se perdería pronto la libertad', aun contra el deseo de
sus parciales.
Para juzgar cualquiera de estas dos trístes eventualidades, es necesario des-
pojarse de todo espíritu de partido, de toda opinión preconcebida. La Repú-
blica en absoluto, teóricamente considerada, como forma de gobierno que va-
ya á implantarse en un pueblo civilizado, sin historia, sin antecedente ni cos-
tumbres monárquicas, sin relaciones internacionales con otros pueblos ve-
cinos, quién puede combatirla ? — La Restauración, es decir, la alianza entre
la legitimidad y los progresos del siglo, entre la monarquía dinástica , tra-
dicional é histórica y las libertades parlamentarias en toda su extensión
ejercitadas, á ser posible , i sería por nadie rechazada?
Mas la Restauración como la República serian, como acabamos de decir,
por la índole misma de las circunstancias, formas de gobiernos que destrui-
rían la libertad política; la libertad política que es en el siglo que vivimos
la dignidad nacional, la civilización y la paz pública. La manera con que se
ha llevado á cabo la abdicación de la ex-Reina Isabel, ha hecho, sobre otras
poderosas razones, al Príncipe Alfonso candidato de un partido que odiaá la
Revolución, que combate en sus periódicos las soluciones por ella plantea-
das, que insulta á las personas que las han llevado á cabo, que busca apoyo
en elementos que por tradición é intereses han de serle rudamente adversos;
y eso hoy, cuando la separación de la madre del trono y la menor edad del
hijo, y el residir ambos en tierra extranjera , no despiertan en sus más ar-
dientes parciales, ni los intereses de la adulación, ni los instintos de vengan-
za, móviles tan naturales en los que están dispuestos á considerar, no ya
la monarquía, sino una dinastía especial por sí sola cual remedio heroico
de los males sociales y preciosa panacea á que debe sacrificarse, por peligrosa,
toda garantía política.
Sería necesario para que otra cosa sucediese, que la restauración española
fuese completamente distinta de lo que han sido en la historia las restau-
raciones de Francia é Inglaterra, y no son, en verdad, los antecedentes de
INTERIOR. 299
los partidos monárquicos entre nosotros, los más á propósito para concebir
ilusiones si llegase caso tan desdichado.
Las leyes sociales y políticas están sujetas á derroteros tan inflexibles
como las leyes del mundo físico, y así como ahora, por la fuerza misma de
las cosas , han perdido una parte de su influencia en la gobernación del Es-
tado los partidos conservadores, entonces triunfarían por completo los
elementos reaccionarios, con una diferencia, sin embargo , y es que hay en la
trama histórica de nuestra nacionalidad , en las costumbres de nuestro pue-
blo, tales elementos de resistencia, que cuando el espíritu liberal se des-
borda muere pronto herido por sus propios exíravíos, y cuando por el con-
trario imperan y llegan á ocupar el poder los representantes de las ideas
absolutis as, sus máximas, errores, preocupaciones y venganzas encarnan
de tal manera en nuestro organismo social, que lejos de debilitarse se forti-
fican y consolidan tanto más cuanto más exageradamente se practican.
Vicios análogos encierra la República, pues prescindiendo de que fácil y
naturalmente las mismas huestes absolutistas formarían en la masa gene-
ral del nuevo partido, llevando consigo el espíritu de exageración que cons-
tituye lo esencial de su carácter, sería necesario improvisar un alto personal
de que el partido carece; lo que hoy, después de votada por la Asamblea
la forma monárquica, crearla las primeras dificultades, para salvar las cua-
les sería preciso empezar aceptando un sello de deshonor que imprimiera
marca en los neófitos de la República.
No envidiamos la suerte de los que adoptasen esta línea de conducta , ni
deseamos que ningún amigo nuestro tenga el valor necesario para arrostrar
responsabihdad tan tremenda; proclamada la República, los monárquicos
que se respeten á sí mismos , tendrían un gran deber que cumplir no po-
niendo obstáculos facciosos al nuevo Gobierno , al que sólo podrían prestar
su concurso en el caso extremo de que peligrase la independencia nacional ó
la dignidad de la patria.
El porvenir, pues, que á la Revolución se le presenta en estos momentos
es tristísimo : nosotros lo vemos rodeado de dificultades casi insuperables y
con los más negros colores ; sería hipocresía indigna no confesarlo ; siendo
además de su exacto conocimiento de donde únicamente podemos sacar
fuerzas para salvar este país, digno de menos triste suerte.
No somos de los que, inflamados por un falso orgullo nacional, creen
que poseemos inmensas riquezas : que el territorio de la Península sobresale
300 REVISTA POLÍTICA
en Europa por su fertilidad asombrosa, ni que está sembrado de veneros
metálicos de un valor sin igual; que nuestros vinos son superiores á los del
orbe entero, nuestras frutas las más excelentes del globo, nuestros caballos
los mejores, nuestras compatriotas las más bellas, y nosotros tipos per-
fectos de lealtad , nobleza y heroismo ; pero tampoco nos consideramos tan
desprovistos de bienes de fortuna, que no posea España puertos marítimos
en el Mediterráneo y el Atlántico á propósito para sostener ventajoso co-
mercio con los pueblos más lejanos de ambos hemisferios; poseemos minas
bastante ricas de carbón, de azogue, de cobre y otros metales; no nos
faltan ricos mármoles, ni productos agrícolas de importancia; hombres de
nuestra raza han conquistado medio mundo , y aún inspira envidia y temor
el recuerdo de nuestras pasadas glorias ; sobresalíamos en las artes y en las
industrias, sin que nuestra actual decadencia pueda borrar del catálogo de
las inteligencias privilegiadas que han ennoblecido el género humano nom-
bres de Españoles de imperecedera fama.
Somos, en fin, como la generalidad de las gentes, ni mejores ni peores, con
los inconvenientes y ventajas que dan el clima en que vivimos y la raza á que
pertenecemos. ¿Dónde hay que buscar, pues, el origen, la causa, los motivos
de nuestra decadencia presente 1 En las instituciones, producto de las cuales
han sido la ignorancia, la superstición, el misticismo. En tanto que no des-
terremos aquellas fuentes perennes de degradación moral; en tanto que los
Españoles no aprendan á encontrar explicación de cuanto les sucede, en sus
causas propias, sin ligarlas con venganzas divinas, ni misterios sobrena-
turales ; hasta que la ilustración general aumente sin encontrar las trabas
tradicionales que antes de la Revolución existían en su camino, nada ade-
lantaremos. Esta es una verdad en que están de acuerdo, cuantos espíritus
cultos, lo mismo nacionales que extranjeros, han estudiado con ánimo im-
parcial, el desenvolvimiento histórico de los cuatro últimos siglos.
Un historiador inglés, que ha visitado á España en 1845, dice: — nque
es singular cómo, recorriendo la Península, se ven reproducidas las costum-
bres inglesas de hace cinco siglos, encontrándose uno en medio de una so-
ciedad que es reflejo de aquella extinguida media civilización , de la cuíÜ no
queda ninguna traza en la historia moderna de Inglaterra. No puede negar-
se el atraso del nivel intelectual de aquel gran pueblo , añade , consecuencia
del sistema de educación, por la excesiva influencia de un clero interesado
en conservar La antigua fisonomía narional. n
INTERIOR. , 301
Prescindiendo de la exageración con que los partidos en lucha se arrojan
al rostro la parte que pueda á cada cual tocarles en los males que deplora-
mos, nadie que esté exento de sus pasiones negará que han seguido dife-
rente camino que nosotros las naciones que hoy compiten en bien estar
social y riqueza pública, y que las instituciones planteadas, aunque con
mal éxito hasta ahora, por la Kevolucion, están más en armonía con el or-
ganismo de los pueblos modernos que las que existian antes, sobre todo
en el último período de la derrocada dinastía.
Si las nuevas instituciones no llegan á consolidarse, volverán con más
rigor los males pasados , y de este gran movimiento social sólo quedará la
memoria de las pérdidas reales que todo trastorno trae consigo, sin que
lleguemos á cosechar sus indudables ventajas.
Piensen en esto los ciegos partidarios de cada uno de los candidatos en
t>oga, y busquen una solución común que pueda apoyar la mayoría de la
Asamblea; de lo contrario está perdida la Revolución.
J. L. Albareda.
EXTERIOR.
En la sesión celebrada por el Cuerpo Legislativo el 30 de Junio último,
M. Emilio OUivier, jefe, aunque sin nombre de tal, del Ministerio francés,
h ía estas solemnes declaraciones:
"Contestando á M. Jules Favre, afirmo que el Gobierno no tiene temor
de ninguna clase, que en ninguna época ha estado más asegurada en Europa
la conservación de la paz; por cualquiera lado que se mire, no se ve empeñada
ninguna cuestión irritante; en todas partes, los Gobiernos han compren-
dido la necesidad de respetar los tratados. Sobre todo los dos que más espe-
cialmente interesan á la paz de la Europa; el tratado de 1856, que asegura
la paz en Oriente; el tratado de Praga, que asegura la paz en Alemania, son
considerados, según opinión unánime, como dignos de un respeto inviolable.»
Los Diputados , al oir estas palabras, interrumpieron al Ministro , diciendo:
Muy bien! Muy bien!
M. Emilio OUivier continuó diciendo: Me habéis preguntado también:
¿qué habéis hecho para que predomine en Europa ese estado pacifico que har
302 HEVISTA POLÍTICA
beis anunciado ser el fin que os proponéis ? Hemos hecho mucho ! Hemos
tenido , en todas las negociaciones, un espíritu á un mismo tiempo concilia-
dor y firme, para que todo el mundo comprendiese que, por nuestra parte,
la paz no es la debilidad ni la anulación. Además, sabemos que la verda-
dera manera de establecer la paz y de asegurarla, es desarrollar la libertad. Y
nosotros no hemos fundado la libertad en Francia; — decir eso sería come-
ter una injusticia respecto de nuestros predecesores en esa obra, — pero la
hemos desarrollado y hecho definitiva.
tiQué hemos hecho para asegurar la causa cU la pazi Hemos hedió algo
mejor, más eficaz, que tener una buena conducta, que desarrollar la liber-
tad; hemos puesto de manifiesto, á los ojos del mundo entero, el acuerdo
cada vez más íntimo, leal, perseverante, entre la nación y su soberano. m
Largos aplausos siguieron á estas palabras.
Siete dias después, en la sesión del 6 de Julio, los mismos Diputados
aplaudían calorosamente al mismo Ministro, que les anunciaba la probabi-
lidad de una guerra inminente; y en la del dia 15, 244 votantes contra
uno sólo, han concedido los recursos de hombres y de dinero con un entu-
siasmo que desde allí se ha comunicado á todos los puntos de Francia con
la violencia y la rapidez de la electricidad.
La causa de esta novedad ha sido la noticia de la aceptación, por un
príncipe prusiano, de la candidatura para la corona de España. Al oir la
noticia de que era más ó menos probable que á este lado de los Pirineos
reinase uno de los miembros de la más poderosa familia alemana, la Francia
imperial del siglo XIX ha lanzado un grito de alarma, creyendo ver salir
de su tumba del Escorial la sombra de Carlos V.
Aun después de retirada la candidatura del Príncipe HohenzoUern , el Go-
bierno francés no se ha dado por satisfecho. Y al ver que el Prusiano to
maba el asunto con flema alemana, se ha dirigido á la persona misma del
Rey de Prusia, el soberano más altivo y áspero de este siglo. Guillermo I se
cansó pronto de oir exigencias , y mandó al Embajador francés que no vol-
viese á presentarse á su presencia. Todavía un paso de esta naturaleza no
ha podido jamas ser considerado como un ultraje, que deba ser seguido de
una declaración de guerra; pero el Ministerio Ollivier cree haber hallado
motivo suficiente en el hecho de que una nota, ó un parte telegráfico, del
Rey prusiano, ó del Conde de Bisniarck, haya dado conocimiento á los Go-
biernos del Sud de Alemania de lo sucedido.
En el mismo Cuerpo Legislativo, en París, ha habido calorosas protestas
contra una guerra declarada por tales causas. M. de Choiseul exclamaba:
"No se puede hacer la guerra por semejantes motivos.... Es imposible. i»
M. Manuel Arago, decia: n Cuando se sepa oso, todo el mundo civilizado
08 negará la razón. Cuando se sepa eso, se comprenderá que, si hacéis la
guerra, es porque la queréis á toda costa. MM. Thiers, Jules Simón, Jules
EXTEHiüH. 30S
Fabre, Gambetta; se expresan en igual sentido. Pero el patriotismo está
excitado hasta la intolerancia^ y ahoga la voz de los oradores de la minoría.
MM. Thiers y Gambetta no logran hacerse oir algunas palabras , sino por-
que empiezan declarando que votarán todo lo que quiera el Gobierno para
hacer la guerra, y que , declarada ésta, nadie les ganará en apresuramiento
para conceder los recursos necesarios.
Esa minoría tiene, sin embargo, tanta responsabilidad, por lómenos,
como el Ministerio Ollivier, en la ruptura de las hostilidades. Desde hace
muchos años ha estado pidiendo cuenta al Imperio de los desastres de Mé-
jico y de Sadowa, y le ha estado echando en cara que el poder militar y la
influencia diplomática de la Francia hablan venido á menos. Y tanto ha in-
sistido en esto , que el sentimiento popular exigia imperiosamente un es-
fuerzo para restablecer el prestigio de las armas francesas. Cualesquiera
que hayan sido las circunstancias incidentales , y los motivos que hayan
dado ocasión para que estalle la ira entre Paris y Berlin , el fuego que
desde antes lá alimentaba, no estaba encendido con los recuerdos de
nuestro Carlos Y, sino con las memorias más recientes de Waterlóo y de
Sadowa.
Francia quiere ser la primera nación del mundo. El segundo Imperio la
habia acostumbrado á oir que sin su permiso no se podia disparar un ca-
ñonazo en Europa ; que sin estar ella satisfecha, no habia tranquilidad para
las demás naciones. Cuando la fortuna fué desproporcionada á estas jactan-
cias, la Francia sufrió un profundo disgusto. La gloria de la campaña de
Crimea le pareció entonces demasiado costosa , porque los intereses servi-
dos en Sebastopol, habían sido los ingleses y los austríacos, más que los
franceses. La gloria de la guerra de Italia habia quedado incompleta por-
que el temor á la Prusia habia impedido á Napoleón III llegar con sus
ejércitos al Adriático; el temor á la Prusia, que en 1859 declaraba que no
le era posible permitir que fueran arrebatados al Austria, para dárselos á
la Italia, el Mantuano y el Véneto, y en 1866 se aliaba con la Italia para
que ésta arrebatase al Austria aquellas mismas provincias. La expedición á
Méjico fué un desastre innegable. Por último, cuando la Prusia venció en
Sadowa, la Francia reclamó en términos explícitos que le diera parte del
botin, dejándole llevar hasta el Rhin su frontera, y la Prusia le contestó
con una negativa perentoria y desdeñosa, haciéndole saber que ni una sola
pulgada de terreno le sería cedido jamás, sino á viva fuerza El prestigio
de la victoria de los Prusianos en 1866, habia sido tan grande, que la Fran-
cia ha tardado cuatro años en lanzarse á una guerra, que, en realidad, es-
taba decretada desde 1866.
La Francia quiere, pues, realizar un sueño de ambición extendiéndose
hasta el Ehin ; tomar venganza de la derrota de Waterlóo , y del veto que
al día siguiente de Solferino le puso la Prusia para proseguir la guerra d€
304 R5VISTA POLÍTICA
emancipación de Italia; y restablecer su posición preponderante en Europa.
La ambición de la Francia tiene enfrente de sí la ambición, no menos
desmesnnKia, de la Prusia de Guillermo I y del Conde de Bismark. Este
Bey y este Ministro han acometido, y hasta ahora iban realizando con for-
tuna, U obra más grande que la política habia intentado: ninguna clase de
dificultades los habia detenido en el desarrollo de sus planes. En minoría
declarada dentro del mismo reino de Prusia, en donde las elecciones para el
Parlamentóles fueron constantemente hostiles durante algunos años, dieron
el eapectáculo de un Gobierno que vivia tranquilo y sereno en medio de una
Oámin que diariamente lanzaba sobre él un voto de censura, sin hacer más
caso de estas censuras que hubieran hecho de entusiastas manifestaciones de
confianza. Aho.:;aron las reclamaciones de los partidos liberales , y fortale-
cieron en el poder la preponderancia del feudal, haciendo sucumbir la liber-
tad política bajo el peso de La gloria militar. Adquirieron esa gloria militar,
prasentando al Austria desigual batalla, y venciéndola en una campaña bre-
visima, que ha causado una revolución profunda en la estrategia y en la
táctica. Aprovechando audazmente la victoria, incorporaron á la Prusia unos
Estados del Norte de Alemania, y quitaron á todos los demás la personalidad
pan dirigir en sus propios asuntos su diplomacia y sus armas. Realizaron
la ambición prusiana de tener puertos y marina en el Báltico; y después,
faltando á los tratados que ellos mismos con su espada victoriosa habian
trazado, en vez de dejar formarse una Confederación alemana de i Sur, liga-
ron á la del Norte, con tratados de alianza ofensiva y defensiva los Gobier-
nos de Baviera, Wurtenberg, Badén, y Hesse-Darmstadt.
La unidad germánica, tal como la han intentado el Rey Guillermo y el
Conde de Bismark, es una obra hercúlea, cuyo feliz éxito superaria á las
empresas de los más grandes y más afortunados conquistadores. Dentro de
la misma Prusia, significa la victoria de la minoría feudal sobre la mayoría
liberal: en Hannover, y en Francfort, el triunfo de la centralización prusia-
na sobre la autonomía municipal, y sobre los derechos procedentes de la his-
toria; en Sajonia, y en otros muchos Estados, la tutela de la Prusia sobre
reyes y príncipes que dñen sus frentes con coronas soberanas, y no pueden
ni dirigir un saludo á un Gobierno extranjero, ni desenvainar sus espadas,
ni oonsenrarlas envainadas, sin permiso del Rey prusiano; en Badén, en Hesse^
eo Wnrtaiberg, en Baviera, la sumisión de la Alemania meridional y católica
á la Prusia protestante, y en todo tiempo, y bajo muchos conceptos, su rival;
pairn el Austria, que ciurante tantos siglos fué la cabeza de la Alemania, la pér-
dida t<4il de su significación histórica y de su importancia en el centro de
Europa; para la Dinamarca, la supremacía de la raza germánica sobre la
fSMidiiiava; para la Francia, la superioridad de la raza germánica sobre la
Ittíná; para la Rusia misma, que no puede contemplar con gusto la tentativa
di foniMV vna podsrosa marina tm el Báltico, y que ve levantarse un coloso
EXTERIOR. 305
que extiende su brazo desde la Península danesa hasta los Alpes^ y desde
la Bélgica hasta Polonia, la superioridad del germanismo sobre el
eslavismo.
Dentro de pocas semanas^ los sucesos militares por una parte, y por otra
los actos diplomáticos y políticos de los Gobiernos y de los pueblos, pondrán
de manifiesto si la obra de Bismark y de Guillermo de Prusia ha adquirido
solidez, ó si hubiera necesitado mayor período de tiempo para arraigarse.
Entre tanto, lo que más interés inspira es conocer la actitud que tomarán
las diferentes Potencias europeas en la guerra. ¿Quedará ésta circuns-
crita entre Francia y Prusia? ¿Será entre el Imperio francés y la Alemania
toda? ¿Se hará general, y tomarán parte en ella casi todas las naciones
europeas?
Del Austria, no es posible dudar en dónde están sus simpatías y sus in-
tereses. Cuando la Francia quiere anular las consecuencias de la jornada de
Sadowa, el Austria no puede considerarse como desinteresada en el asunto.
Durante la guerra de Crimea^ estuvo neutral, á pesar de que al disputar al
Imperio moscovita la sucesión de los Sultanes de Constantinopla, las Poten-
cias occidentales peleaban, incuestionablemente, por el porvenir del Austria
en Oriente ; pero estaba muy reciente el servicio prestado por la Rusia cuan-
do intervino en Hungría. Mas ahora, ni tiene favores que agradecer á la
Prusia, ni ha olvidado que aquella neutralidad le costó, poco después , la
pérdida de la Lombardía, que la Francia le conquistó, y que nadie le ayudó
á defender; ni, sobre todo, desconoce que en las negociaciones para la futura
paz se va á decidir acerca de cuestiones que le interesan más á ella que á los
mismos beligerantes. Francia continuará siendo lo que es, con sus mismas
condiciones históricas, con su mismo genio, con sus mismas pretensiones,
bien aumente su territorio con toda la orilla izquierda del Rhin, bien sufra
una derrota. Prusia seguirá siendo la mayor fuerza militar de la Alemania
del Norte, y no dejará de aspirar á ser la base de la unidad alemana, aun-
que pierda á Maguncia, á Tréveris y á Colonia ; acaso satisfecha esa ambi-
ción de la Francia, la Prusia cuente con la alianza francesa, ó por lo menos
con su neutralidad para mucho tiempo, durante el cual pudiera adelantar
sus trabajos de unificación germánica. Pero el Austria, en todos los casos,
se halla amenazada de dejar definitivamente de ser una gran potencia ale-
mana, sin otra esperanza que la de intentar la aventura de trasformarse en
Imperio eslavo, por la adquisición hacia el Mar Negro de compensaciones
territoriales. Más que el porvenir de la Francia, y que el porvenir de la
Prusia, Prusianos y Franceses van á fijar el porvenir del Austria.
Hay dos potencias en Europa que, mientras no se resuelva la cuestión de
Oriente , no pueden menos de ser rivales, el Austria y la Rusia; así como
hay otras dos que tienen por igual motivo que ser aliadas , la Inglaterra y
el Austria. Si los ejércitos rusos se movieran hacia el teatro de la guerra,
TOMO XV. 20
306 REVISTA POLÍTICA
indudablemente echarían á andar también , en cuanto supieran la noticia,
los ejércitos austríacos ; y si estos tomasen parte en la lucha , es probable
que el Czar se creyese en el caso de auxiliar á los Prusianos, más que por
favorecerlos , por impedir que después de la lucha se pacte algo que favo-
rezca al Austria en el Oriente, en cambio de lo que pierda ó ceda en el cen-
tro de Europa. De todas maneras, nos parece que la Francia puede contar
más con la alianza ó con la neutralidad decididamente benévola del Austria
que la Prusia con la de la Rusia.
Esa actitud del Imperio austriaco tiene importancia bajo tres conceptos
diferentes; contiene al ruso, influye con eficacia en los Estados Alemanes del
Sud, y hace imposible todo peligro de que Italia tome parte por la Prusia.
Por decaidaque se halle la influencia del Austria en Alemania, todavía
es la nación que cuenta más subditos alemanes después que la Prusia. Por
tanto, al declararse en favor de la causa de la Francia, aunque no saque sus
armas fuera de sus fronteras, contribuye á despojar á la guerra del carácter
de interés universal alemán, que la Prusia desea darle. Además, si 200.000
soldados austríacos avanzan hacia el Norte por la Bohemia , queda parali-
zada la acción de los ejércitos de Baviera y de Sajonia, y en estos países, en
Wurtenberg, en Badén, pueden levantar la cabeza los partidos anti-prusia-
nos que en ellos existen , y que en la prensa y hasta en las Cámaras se
oponen á que se auxilie á la Prusia con hombres y con dinero.
En los mismos países, incorporados al reino prusiano desde 1866, ó in-
cluidos en la Confederación del Norte, hay intereses, sentimientos é ideas
favorables al restablecimiento del estado de cosas antiguo, ó por lo menos,
á la anulación de la excesiva sumisión á la Prusia. En Hannover, el ex-rey
está pronto á levantar la bandera de la guerra civil; y los emigrados no
desean más que aprovechar la ocasión de volver á la pátría, en la que no
han querido ó no se les ha permitido vivir bajo el yuga del Grobiemo de
Berlin. En Francfort no se ha olvidado la manera con que fué tratada
aquella ciudad , por los soldados que, al regreso de Sadowa, la ultrajaron,
la humillaron, y la expoliaron en castigo ó en venganza de haber sido la
capital de la Confederación germánica. Tal vez la acción de la Prusia, en
los últimos cuatro años, habrá sido bastante eficaz para asegurarle que en
todos los Estados de la Confederación del Norte nadie alzará la voz en con-
tra por el pronto; pero, si la suerte de las armas le fuere desfavorable, si
los soldados de Francia, después de ganar una l)atalla á los de Prusia, se
adelantasen por la Alemania septentrional , si el Austria tomase una parte
activa, ó si los Estados del Sud separasen su causa de la Prusia, iiadi
tendria de extraño que entre los anexionados y los confederados en 1866
comenzasen las defecciones.
Pero, en cambio de estas desventajas y peligros que pudieran causar daño
á la Prusia, hay otros hechos que perjudican á sus rivales. Si no íorma uu
EXTERIOR. 307
cuerpo nacional muy compacto^ tampoco en el Austria faltan, ciertamente,
rivalidades y antagonismos provinciales. La Hungría, sobre todo^ que tan
poderosa influencia ejerce hoy en el Imperio, puede exigir que el Austria
permanezca neutral , para apartarla por completo de las cuestiones alema-
nas, y arrastrarla cada vez más hacia su sistema propio, que tiende, en
suma, á trasladar la capitalidad desde Viena á Buda-Pesth. Además, los
Estados del Sud están interesados directamente en la conservación de las
fronteras actuales, porque si se trasladan al Rhin, perderian parte de sus
propios territorios.
La Inglaterra es la gran potencia que mayores esfuerzos ha hecho para
conservarla paz; pero sin éxito, y sin que las demás hayan cooperado á
esa tentativa , ni siquiera hayan manifestado grandes deseos de que no se
lleve adelante la guerra. La neutralidad está adoptada por el Gobierno de
Londres, que parece dispuesto á hacerla respetar, no sólo en sí mismo,
sino también en los Estados secundarios, especialmente en la Bélgica. La
Inglaterra, sin embargo, lo reflexionará mucho, en cualquier caso, antes
de lanzar sus escuadras contra las francesas , y de prestar auxilios á las ri-
vales del Austria.
Para la Italia llegó la ocasión, durante tanto tiempo anunciada, de po-
der ofrecer sus armas en cambio de la posesión de Roma. Pero, muy cuer-
damente, no ha creido que debia plantear tal cuestión; y lejos de eso, se
manifiesta ]3ropicia á considerar que debe favorecer á la Francia , bien con
una intervención activa, bien con una neutralidad declaradamente bené-
vola. Otra conducta sería el suicidio. A pesar de sus veintitantos millones de
habi' antes, y de su ejército de 300.000 hombres, si la Francia y el Austria
intervinieren juntas en aquella península, el nuevo reino, que casi le ha da-
do unidad política, morirla muy joven. No es de creer que el Austríaco vol-
\iese á alojar sus regimientos en Mantua y en Ancona; pero en vez de una
Italia unida, podría haber dos Italias, ó una Confederación. En Florencia
seria una verdadera locura, por servir á la Prusia, que está lejos, enemis-
tarse con la Francia, cuando ésta es apoyada por el Austria.
Suiza, Holanda y Bélgica desean muy sinceramente conservar su neutra-
lidad. Por ahora ná4ie la ataca; pero durante el curso de la guerra, las ne-
cesidades délos ejércitos beligerantes, en sus movimientos estratégicos,
pueden muy fácilmente llevarlos al territorio sui^o, en cuyos desfiladeros
defendió Massena la primera Eepública francesa, y por donde los aliados
penetraron en 1814 en Francia; y, más pronto todavía, al del Luxemburgo,
que tan próximo se halla á los sitios probables de la primera gran ba-
lalla que se dé. Para cuando se haga la paz, ese mismo Luxemburgo y la
Bélgica tienen con la parte más oriental de la actual Prusia , la peligrosa
semejanza de hallarse al lado de acá del Rhin, y de usar, como propio, el
idioma francés; y la Holanda ocupa una posición sobre las costas del
308 REVISTA POLÍTICA
Mar del Norte, que con muchísima razón cree la Prusia muy importante.
Entre las naciones escandinavas , la neutralidad de la Suecia será más
fácil; pero en Dinamarca, todo el que recuerde la resistencia heroica de este
pequeño pueblo contra las fuerzas veinte veces superiores que le arrebataron
los Ducados, comprenderá que será muy popular la guerra contra la Prusia.
Sería, ciertamente, uno de los hechos más curiosos que pudieran ocurrir, que
los buques de la nueva marina militar de Alemania se escapasen de la per-
secución délas escuadras francesas, refugiados en un puerto dinamarqués.
Pero la neutralidad que debemos considerar más asegurada, es la de
nuestra España, porque no depende sino de su propia voluntad, y todos sus
hombres y partidos políticos se hallan de acuerdo en reconocerla como con-
veniente. También la Francia acaba de dar en esta ocasión una nueva prue-
ba, que no es la primera, pero sí, acaso, la más grande, del mucho aprecio
con que mira esa neutralidad, que le permite descuidar una línea muy con-
siderable de sus fronteras, y llevar todas sus fuerzas militares hacia el Este;
que le dá, en resumen, la grandísima ventaja de pelear con las espaldas
resguardadas por una posición inaccesible. Es posible que, como aliados,
creyese la Francia que le serviamos menos que como neutrales ; porque los
aliados son interesados y exigentes, y con frecuencia se convierten en con-
trarios. Favorecida por la neutralidad de los Pirineos, la Francia disfruta
durante la paz de las ventajas de su posición céntrica en Europa, y no tiene
durante la guerra las desventajas que deberla encontrar en compensación.
Feliz, privilegiada situación la de España, si las interminables disensio-
nes entre sus hijos no la esterilizasen ! Apartada de los grandes conflictos
europeos, en que perecen y se modifican las nacionalidades , puede dedicarse
con sosiego al desarrollo de su población y su riqueza, que tanto lo necesi-
tan, y rescatar las pérdidas que en ellas hizo la errada política de los pasa-
dos siglos, mientras las grandes Potencias renuevan guerras de ambición y
de conquista, poco propias de la época de civilización actual.
Es muy probable que los sucesos militares y diplomáticos que se apro-
ximan, sean los más trascendentales del siglo XIX. Hay muchas cuestiones
pendientes, muchas nacionalidades cuya existencia está enjuego. ¿Engran-
decerá la Francia su territorio? ¿Subsistirá la Bélgica? ¿Sufrirá disminución
la Holanda? ¿Volverá el Austria á tener una gran influencia en Alemania?
Se restablecerá la Confederación del Rhin, ó la Germánica? ¿Se convertirá
la del Norte en Imperio alemán? ¿Tomará la Prusia posesión definitiva del
puesto de potencia preponderante en Europa? ¿Se aprovecharán la Rusia ó
el Austria de la ocasión, para resolver respectivamente á su favor la cues-
tión de Oriente? ¿Recobrará la Dinamarca sus derechos? ¿Se complicarán
las cosas de manera que la Italia consiga apoderarse de Roma?
Esperemos que, en último resultado, y como compensación á los tristísi-
inos desastres de una lucha espantosa, el espíritu del siglo conseguirá que,
EXTERIOR. 309
por lo menos, algunas cuestiones se resuelvan en sentido justo^ y se mejo-
ren, más ó menos j las condiciones de algunos pueblos. Este siglo ha visto
la resurrección de la Grecia_, la emancipación de la Bélgica y de la Italia;
y no lia presenciado ninguna iniquidad tan grande como el reparto de la
Polonia. De seguro, no serán sometidos, en nombre del derecho de conquis-
ta, los pueblos incuestionablemente franceses al Gobierno de Berlin, ni los
pueblos verdaderamente alemanes al de París. Pero, ¿por qué un Congreso
universal no habia de resolver de un modo definitivo el mapa de Europa,
con arreglo á las condiciones geográficas de cada comarca, y á las circuns-
tancias etnográficas é históricas de cada pueblo? ¿Por qué hemos de oir á
Jos Franceses sostener, respecto de su frontera del Este, que los Estados deben
estar limitados por los ríos, cuando por los Pirineos y los Alpes confiesan que
deben estarlo por las divisorias de las aguas? ¿Por qué la Prusia ha de recla-
mar la identidad de raza de los pueblos alemanes como fundamento de nacio-
nalidad, al mismo tiempo que mantiene bajo un yugo de hierro á los Pola-
cos de Posen?" ¿Por qué la Francia alega la comunidad de idioma y re-
cuerdos históricos muy breves, para reivindicar la parte izquierda del Rhin,
al mismo tiempo que conserva bajo su dominación la Alsacia y la Lorena,
que tienen una historia más larga de unión á la Alemania, y hablan la len-
gua alemana?
Fernando Cos-Gaton.
NOTICIAS LITERARIAS.
DlCURSOS LEÍDOS EN LA ACADEMIA DE LA HlSTORIA EN LA RECEPCIÓN PUBLICA DE D. Jostí
GoDOY Alcántara, el día 30 de Enero de 1870. — Madrid, imprenta y estereotipia
de M. Rivadeneyra, 1870.
El Sr. Godoy Alcántara había conquistado la plaza de Académico con su
Historia critica de los falsos cronicones, uno de los libros más eruditos, y al
mismo tiempo de los más bellos que se han escrito en castellano en los úl-
timos años. La docta corporación creyó con razón que no bastaba haber
premiado con un voto unánime aquel trabajo del Sr. Godoy, y que le debia
un puesto entre sus Académicos de número, con lo que, haciéndole á él
justicia, atendia también á su propio provecho asegurándose un colabora-
dor útil.
Hablando de los méritos adquiridos por el Sr. Godoy, decía así el señor
Cánovas del Castillo en el discurso con que á nombre de la Academia le
contestó: "Muchos saben ya que la historia de la antigua y nobilísima Orden
de San Julián de Pererero (ó Peral), hoy de Alcántara, ha logrado del señor
Godoy mayor claridad y exactitud que tenía; mas por lo que sin excepción
le conocemos todos, y por lo que en la república literaiia figura su nombre
con tanta estima, principalmente es por la Historia de los falsos cronicones,
con razón premiada en esta Academia. Si la grande obra con singular es-
fuerzo acometida, en el siglo XVII, por el Marqués de Mondéjar y Don
Nicolás Antonio, y tan adelante llevada, en el siguiente, por D. Gregorio
Mayans y el P. Enrique Florez, ha alcanzado dichoso término en nuestros
días, débese al laborioso espíritu investigador del nuevo Académico, á su
crítica sagaz é inflexible, á bu estilo, ora conciso, ora diserto, mas con fre-
cuencia armado de irresistible ironía. Pocos libros hay en castellano, que
sin dejar de ser graves, eruditos y sinceramente católicos, estén escritos con
NOTICIAS LITERARIAS. 311
ánimo tan libre y tan valiente pluma. Descargado ya de las prudentes re-
servas y zozobras que á D. Nicolás Antonio le impuso su siglo; sin miedo
á las persecuciones que Mayans experimentó aún por publicar y aumentar
los trabajos de Mondéjar ó los del mismo Antonio; señor de su asunto, y
mejor alumbrado que sus antecesores, por los resplandores vivísimos de la
moderna crítica, el Sr. Godoy ha limpiado al fin la Historia de España de
las groseras falsedades con que eruditos sin conciencia la afearan, desmin-
tiendo sus falsas nuevas y condenando á perpetuo olvido sus relaciones in-
verosímiles."
El Sr. Godoy se propuso, como tema de su discurso, recordar las ideas
y las opiniones de los escritores españoles en diversos tiempos sobre la ma-
nera de escribir la historia.
A grandes rasgos traza la forma de las antiguas crónicas anteriores al
Renacimiento, y recuerda los preceptistas que en la antigüedad tuvo el arte
histórico, y los que en el extranjero siguieron sus huellas después que al
concluir la Edad Media dominó en las escuelas el estudio de los clásicos
griegos y latinos.
El primero de los escritores españoles de que nos habla el Sr. Godoy, es
Sebastian Fox Morcillo. Voy á copiar lo que de él dice, para dar una mues-
tra á mis lectores del estilo rápido y tan notable por la abundancia de las
ideas como por la belleza retórica con que el Sr. Godoy bosqueja las obras
literarias de los que entre nosotros han pretendido ser los legisladores de
la historia:
"Admirador apasionado de la antigüedad clásica, Morcillo habia abando-
nado muy joven á Sevilla, su patria, y trasladádose, como Luis Vives, á
nuestras provincias de Flándes para aproximarse á las vivas corrientes de
la Filosofía y de las Letras.
"El estudio de tantas obras admirables le embriaga; Platón es su ídolo.
Vive en comunión constante con el mundo antiguo; cree que después de la
invasión de los Bárbaros no hay nada digno de ser leido ni sabido; para él
la inteligencia humana ha dormido once siglos, y no admite otra inspiración
que la que procede de la Hélade ó del Lacio. Si Eafael hubiera conocido á
este alumno de la Academia, descarriado en la Edad moderna, le habria co-
locado en la escuela de Atenas, uniendo los dos grupos que presiden los dos
célebres jefes de las grandes escuelas filosóficas de Grecia, que él se esforza-
ba por concordar. Felipe II quiso que viniera Morcillo á encargarse de la
educación de su hijo D. Carlos; pero no lo consintió la infeliz estrella que
gobernaba la fortuna de este Príncipe: el bajel naufragó, y el filósofo plató-
nico encontró sepulcro entre las olas.
" Su arte de historia (De Historiae institufione) es completo. Tuvo, en su
sentir, origen la historia en el apetito natural y general de honor y de in-
mortalidad que los hombres sienten para ellos mismos y para sus mayores;
312 NOTICIAS LITERARIAS,
equivale á las estatuas y demás monumentos destinados á perpetuar la me-
moria de los que han vivido ; marcha y se perfecciona con la civilización; su
expresión más alta la halla en Xenofonte; de todos los historiadores, el más
excelente (|omm?/m praestantissimus)', defínela: "Relación verdadera y ele-
gante de cosas sucedidas ó dichas , para que su conocimiento se grabe pro-
fundamente en la memoria de los hombres, n Examina sus diferentes for-
mas, de crónica, cronología, comentarios, anales, diarios, epítomes, biogra-
fías; y marca los caracteres que entre sí las distinguen. No quiere que el
historiador omita nada, por desagradable que nos sea, ni por favorable á
nuestros contrarios; y refuta la opinión de Dionisio de Halicamaso, que
quiere que el asunto de la historia sea ante todo grato al lector. Enumera
las cualidades que deben adornar al historiador, los deberes que contrae, y
no le disimula los sinsabores que ha de atraerle el cumplimiento del primero
de todos, la imparciahdad. Luciano permite colorar ciertas narraciones de
un tinte poético ; Morcillo quiere para la historia un estilo medio entre el
poético y filosófico; toma indistintamente sus ejemplos de los historiadores
y de los poetas, Tito Livio alterna con Virgilio. Realmente la historia clá-
sica era un poema épico, menos la ficción y el metro. Su respeto supersti-
cioso á la forma antigua, llega hasta no atreverse á eliminar los agüeros y
portentos. No pudiendo sentir la belleza poética y pintoresca de nuestras
crónicas, su rudeza le sonroja, como al hijo del pueblo elevado sobre su cla-
se sonroja la rusticidad de sus padres. Conduélese de nuestra indigencia
en punto á historia, y de que lo poco que teníamos estuviese en lengua cas-
tellana. Indígnase contra la indiferencia de los príncipes que se cuidan de
los espectáculos y de entretener turbas de parásitos, y de no promover que
se escriba la historia. Excita el amor propio de los doctos , ora recordándo-
les que los hechos de nuestra nación podian competir con los más esclareci-
dos del pueblo romano, ora arrojándoles al rostro los nombres de Vaseo,
Jovio, Sabelico, Rizzi, Volaterrano, extranjeros que, al ver nuestra incu-
ria, se habían voluntariamente encargado de escribir nuestra historia. Par-
ticipando del desprecio con que miraban los sabios los idiomas vulgares, in-
siste sobre la necesidad de que las historias se escriban en latin para que
puedan divulgarse por el mundo ; y anima á los escritores , demostrándoles
sernos ese idioma más propio que á las demás naciones, y cita en apoyo las
composiciones literarias que sonaban al mismo tiempo en latin y castella-
no. Concluye dando consejos sobre el modo de leer con fruto la historia,
complaciéndose en las delicias que proporciona su estudio, y ponderando su
utilidad para los reyes y los que gobiernan, y cuánto contribuye al engran-
decimiento, poderío, ilustración y gloria de los pueblos.
»» El libro de Fox Morcillo es perfecto para el género histórico, al modo
de los antiguos. En el fondo es el más didáctico y metódico de todos los ar-
tes de historia; por la forma, en que, fiel el autor á su escuela platónica.
NOTICIAS LITERARIAS. 313
guarda la de diálogo , es á la literatura griega y latina lo que á la estatua-
ria antigua las obras de Benvenuto Oellini ó de Juan de Bolonia, n
Habla después el Sr. Godoy de D. Pedro de Navarra^ bastardo del últi-
timo Albret, que reinó en la Navarra española , cortesano en su juventud
del Emperador, después negociador diplomático del representante de los
derechos de su casa. Ya en edad j)rovecta, siendo Obispo de Comenge,
coordinó los recuerdos de las discusiones á que habia concurrido en casa del
gran Hernán Cortés , y los publicó con el título de Diálogos muy swptiles y
notables. Según Navarra, será perfecto el cronista que reúna '»sciencia, pre-
sencia, verdad, autoridad, libertad y neutralidad, ti Declara incompetentes
para escribir historias de reyes á todos los escritores que no sean de sangre
noble. "Un hombre plebeyo, por más docto ó curioso que sea, es casi impo-
sible medir con su pluma el premio ó culpa que merece el príncipe de quien
escribe, porque le falta la lengua interior y términos que conviene á la no-
bleza. Y así será el vil en juzgar los actos de los nobles, como el ciego que
juzga de colores Este error hallarás general entre muchos príncipes en
el proveer jueces bajos para juzgar personas y actos grandes ; y en elegir
confesores, personas nascidas entre el arado y la aguja, sin sciencia y sin
experiencia, n
El oficio de cronista databa en Castilla del siglo XIV j sus titulares pres-
taron algún servicio á la historia conservando la memoria del orden cro-
nológico de los hechos; por lo demás, sus historias no valen mucho. En
poco las estimaba ya Fernán Pérez de Guzman en el siglo XV diciendo en
el prólogo de sus Generaciones y semblanzas, «'que las corónicas é historias
que hablan de los poderosos reyes é notables Príncipe é grandes cibdades
son habidas por sospechosas é inciertas é les es dada poca fé y autoridad,
porque se escriben por mandado de los Eeyes é Príncipes, n
El preceptismo retórico fué aplicado en toda su sequedad á la historia
por Rodrigo de Espinosa de Santayana, quien dedicó el segundo de los
tres libros que componen su Arte de Retórica (1578) á enseñar particular-
mente el arte de historiador; su obra merece al Sr. Godoy los calificativos
de trivial y desconcertada.
Se acercaban mejores dias para la historia. La crítica analítica tenía ya
grandes exigencias ; mayores en el extranjero que en España. La ley de la
reacción la conducia desde la excesiva credulidad hasta el escepticismo.
Melchor Cano se oponía á las exageraciones del espíritu de duda. Jerónimo
de Zurita y Ambrosio de Morales inician la época de las laboriosas inves-
tigaciones y rebuscan en los archivos de las iglesias y monasterios los vie-
jos códices en que se guardan los testimonios originales de los pasados
tiempos. uPero hasta caer en manos de Mariana, dice el Sr. Godoy, no
deja verdaderamente la historia el ropaje de la crónica, n La obra de Ma-
riana, ajustada á los preceptos de Morcillo, hasta el punto de estar escrita
314 NOTICIAS LITERARIAS.
en latin, tuvo por objeto contribuir á la educación del Príncipe que reinó
después con el nombre de Felipe III. "Mariana no es solamente el histo-
riador que narra y encadena sucesos, sino que, sentado frente á frente con
el regio alumno, le muestra cómo la historia, juez del género humano,
soberana del universo, cubre de palmas inmortales la virtud y el heroismo,
y levanta cadalsos en que se expia el crimen á los ojos de todos los pueblos
y de todos los siglos, n
La vacante del cargo de cronista de Aragón , después de la muerte de
Jerónimo de Blancas, era disputada entre otros por el doctor Juan Costa,
catedrático de Derecho en la Universidad de Zaragoza, que en la de Sala-
manca lo habia sido antes de Retórica. Para hacer alarde de su suficiencia
escribió en el término de un mes, según él afirma, uno de los tratados
más extensos que se han compuesto sobre el arte de escribir la historia.
Titúlase su obra : De conscribenda rerum historia lihri dúo. El Sr. Godoy en-
cuentra poco interesante el trabajo del doctor Costa como arte de historia,
aunque lo estima en mucho como muestra de lo que era en su época el es-
tudio de las humanidades y de la filosofía en la Universidad de Sala-
manca.
Don Diego Sarmiento de Acuña, más conocido después por el título de
Conde de Gondomar, tuvo miedo de que el excesivo número de Hbros de-
dicados á tratar asuntos históricos introdujese una confusión que á la pos-
teridad le fuera ya imposible desvanecer; y acudió al Rey proponiéndole la
elección de cuatro cronistas, prudentes, doctos, ejercitados en los negocios
públicos, diligentes para la averiguación de los hechos secretos, discretos
en conocer las cosas, moderados de afectos en juzgarlas, fuertes y libres de
ánimo en decir su parecer; los cuales, bajo la dirección ó presidencia de un
cronista mayor, caballero muy ilustre, elesiástico ó seglar, formasen un
tribunal, y sin tener ninguna otra ocupación , examinasen todos los libros
que ya estaban impresos para recoger ó enmendar los que lo merecieran , y
determinaran todo lo que creyeran conveniente respecto de los que en ade-
lante hubieran de escribirse. El Sr. Godoy observa oportunamente que el
medio propuesto por D. Diego Sarmiento para tener buenas historias le fué
quizás sugerido por el que un año antes proponía el Canónigo que sesteó
con los conductores de D. Quijote enjaulado para que se escribieran buenas
comedias y buenos libros de caballería.
A fin de prepararse para continuar dignamente la historia de España
desde el punto en que la habian dejado Zurita y Mariana, Luis Cabrera de
Córdoba hizo un detenido estudio acerca de los deberes del liistoriador,
que le sirvió para componer su libro: De historia, 'para entenderla y escri-
birla. Al reseñar su doctrina, el Sr. Godoy tiene ocasión de compararla con
las opiniones de algunos literatos y hombres políticos extranjeros y espa-
ñoles. El célebre Ministro inglés Walpole, despreciaba por completo á los
NOTICIAS LITERARIAS. 315
historiadores, pobres diablos que han vivido siempre alejados de los con-
sejos del Gobierno, fundándose en que él, que habia gobernado durante
mucho tiempo, veia cuan desconocidos eran á los contemporáneos los re-
sortes secretos de los negocios de Estado y de los sucesos. El francés Mon-
sieur de Gomberville, uno de los fundadores y Canciller de la Academia
Francesa, en un Discurso sobre las virtudes y vicios de la historia y manera de
escribirla bien, encerraba en tres reglas las cualidades y deberes del histo-
riador; 1.** que sea católico; 2.* que no censure los actos de los reyes, como
estos no sean herejes; y 3.* que no escudriñe nunca las acciones particula-
res de los Príncipes; "si el historiador lo hace, merece que lo quemen con
su libro. II El autor quisiera, que sólo los Príncipes tuviesen facultad de
escribir la historia, y que estuviese privada esta ocupación á toda otra per-
sona bajo pena de ser desollada viva. Disparates que parecen incomprensi-
bles en los dias que nosotros alcanzamos, no acaso porque son mayores,
sino por enteramente contrarios á los que diariamente oimos.
Casi medio siglo después de Cabrera, Fr. Jerónimo de San José escribe
su Genio de la historia, en que concede gran importancia á la forma mate-
rial extrínseca, y quiere que el historiador infunda un soplo de vida con la
energía de su estilo en las cosas de que trata. El Jesuita Francisco García
habia publicado una traducción castellana del Arte de histmia del P. Le
Moyne, en que se asentaba, que el historiador debe ocupar un puesto me-
dio entre el orador y el poeta, porque la historia es una poesía libre de las
prisiones del metro. Por entonces esta alianza de la poesía con la historia
fué realizada de la manera más brillante por Solís, en su libro sobre la Con-
quista de Méjico.
Quedaron inéditos otros estudios que sobre el arte de la historia y las
calidades del historiador produjo el siglo XYII. En este caso se hallan los
dos que escribió Tamayo de Vargas, con los títulos de Provechos de la his-
toria y uso de ella entre los Principes, y El Coronista y su ojIcíq; y el Arte
historial del P. Basilio Varen de Soto.
Al concluir aquel siglo y empezar el siguiente menudearon las disputas y
disertaciones sobre la verdad, la certeza, la probabilidad ó la incertidumbre
de los hechos históricos. El Sr. Godoy trata ligeramente esta parte de su
asunto, por acordarse sin duda de que lo agotó en su Historia crítica de los
falsos cronicones.
Después de dedicar algunas palabras al Dominicano Jacinto Segura , y á
sus Preceptos de critica para curiosos de historia, título que los encargados de
la impresión sustituyeron desacertadamente con el de Norte crítico con las
reglas más ciertas para la discreccion en la historia, pasa el Sr. Godoy á hacer
un juicio crítico del Benedictino Feijóo, que con mucho gusto copiaria aquí
sino temiese hacer demasiado largo este artículo.
Tres escuelas históricas han florecido sucesivamente desde la Edad Me-
316 NOTICIAS LITERARIAS,
dia; la escuela popular^ la clásica y la filosófica. Representa esta última, el
primero, el Jesuita Masdeu; trata de darle reglas D. Juan Pablo Forner;
D. Alberto Lista, el crítico de mayor autoridad en su tiempo, pelea todavia
en favor de la forma clásica. Hermosilla guarda un término medio, y de-
secha por regla general el recurso de las arengas inventadas por el historia-
dor, que Lista habia defendido.
i'Martinez de la Rosa, dice el Sr. Godoy, es el último de nuestros escri-
tores de quien tenemos que recibir lecciones sobre el modo de escribir la
historia. Desde Cicerón no habian tenido tan autorizado intérprete las aus-
teras leyes que rigen el género histórico. Él ha vivido, como el gran orador
romano, en una época intermedia, que son las más dolorosas de la historia,
porque las tradiciones de lo pasado desaparecen, y no se dibuja todavía lo
porvenir. Dotado de las cualidades necesarias en nuestros dias para elevar-
se, el talento y la palabra, tuvo las grandes ambiciones de la vida pública.
Hubo un momento en que oyó alrededor de su nombre ese rumor confuso
que viene de abajo y se llama popularidad; pero no lo equivocó con el claro
sonido que baja de las altas regiones, dispensadoras de los duraderos re-
nombres. A natural candor reunió la distinción aristocrática de los hombres
de Estado de la Restauración francesa. Desdeñoso de la democracia, compa-
raba sus votos á la moneda de vellón. Tenía el gusto de las cosas ideales, de
las formas exquisitas, de los placeres delicados y elegantes. Artista por el
cincelado de la frase, un soplo del Ática penetra su prosa numerosa y gala-
na, que marcha con la majestad de una patricia de antigua raza. Sabía imitar
ese castellano arcaico, grato al oido como la voz de nuestros abuelos, y, en
estrofas de sonoridad argentina, inspirar amores como Tibulo y Propercio.
Él se defendió contra la invasión romántica, oponiéndole la belleza clásica
del genio heleno en su delicadeza y en su grandeza, como aquellos Romanos
que se defendian de los soldados de Alarico, arrojándoles bustos griegos»
Hallándose todavía el siglo en la adolescencia, emprendió depurar y fijar su
espíritu; obra empezada con el acento del poeta que cantaba jam nova pro-
genies.... y terminada treinta años después en el desencanto. Los pavorosos
problemas que el siglo planteaba no los habia previsto el autor, ni, testigo
del primer Imperio napoleónico, habia percibido nada de la levadura de ce-
sarismo que fermentaba en las naciones latinas. Martinez de la Rosa ha
dejado un nombre más grande que sus obras."
De una discusión en el Ateneo de Madrid, propuesta por el Sr. Martinez
de la Rosa acerca de este tema, jcuál es el método ó sistema preferible para
escribir la historia? y de las doctrinas entonces sustentadas por el mismo y
por Gil y Zarate y Alcalá Galiano, da cuenta el Sr, Godoy para terminar
su reseña de los preceptistas españoles; y pasa en seguida, para concluir su
discurso, á exponer sus ideas propias y el estado de los estudios históricos
en Europa. Pinta con vivo colorido los progresos que ha logrado la erudición
NOTICIAS LITERARIAS. 317
con el examen comparativo de las lenguas^ con la crítica de los textos, la
interpretación de las inscripciones, y sobre todo con las investigaciones ar-
queológicas. Reseña los prodigios de inducción científica que han hecho re-
trogradar los límites de la historia. Explica las diferentes reglas que la crí-
tica histórica sigue para la apreciación délos documentos y la de los hechos.
Determina las condiciones necesarias al buen historiador, que son, en suma,
la probidad y el buen juicio, no siendo posible su completa imparcialidad, ni
siquiera conveniente, si la mirracion ha de tener movimiento y color, y el
estilo vigor y nervio. Y termina notando el hecho significativo y cierto de
que, si un gran poeta puede producirse en un pueblo inculto, un gran his-
toriador no saldrá nunca sino de un estado social refinado. "El Oriental es
inferior al Europeo, no tanto por no conocer la naturaleza, cuanto por no
conocer la historia. Hay una nación al otro lado del Atlántico, poblada de
una raza enérgica, á quien ninguna empresa arredra, á quien nadie aventaja
en el arte de domar y trasformar la materia, que hiere con el pié la tierra
y hace brotar ejércitos, que atraviesa victoriosa pruebas en que otras su-
cumbirían; pues esa nación, que sirve á la vieja Europa como los Germanos
servían á los Romanos del tiempo de Tácito, de ideal para adornarla de to-
das las cualidades, dotes y bienes que para sí sueña, es reconocidamente in-
ferior en las cosas del espíritu, no sólo á los Estados de primer orden de
Europa, sino á muchos de segundo y de tercero. ¿Y sabéis por qué? Porque
carece de estas aristocracias de la inteligencia que en nuestras capitales eu-
ropeas se llaman Academias y Universidades."
El discurso del Sr. Godoy fué contestado por otro de D. Antonio Cáno-
vas del Castillo , quien empezó recordando, en bellas y sentidas frases, al
malogrado D. Emilio Lafuente Alcántara, cuya plaza ocupa ahora el señor
Godoy j enumeró en seguida en los términos que quedan copiados , los mé-
ritos del nuevo Académico, y propúsose como tema de su oración, "inqui-
rir y exponer particularmente las cualidades que tiene ó debe tener en nues_
tro siglo, y los escollos que al presente ha de evitar con más esmero el ba-
jel majestuoso de la historia, n
" Fué ella en el origen , según dice su nombre helénico, relación sencilla
de lo visto ú oido para contentar la instintiva curiosidad de los hombres h... .
" De aquí nacia el que según eran los autores meros curiosos ó literatos,
soldados ó sacerdotes, predominase tal ó cual hecho en las narraciones n
iiPor nadie hasta entonces era mirada la historia como ciencia ó arte que
debiera enseñar lo que es y lo que puede, lo que ha logrado ya y apetece aún
la voluntad individual ó colectiva del ser racional y libre sobre la tierra. Si
hubo, no obstante, escritores gentílicos que acertaran á componer incompa-
rables libros históricos , debióse á que solían escribirlos bajo la inspiración
espontánea y clara de sus pensamientos habituales , y adoctrinados por el
ejercicio de sus especiales profesiones. De esta suerte relató Thucídides un
318 NOTICIAS LITERARIAS.
largo período de civiles contiendas entre los Helenos , con tal verdad, como
quien hubiese puesto mano en ellas , conociendo igualmente el ostracismo
que la fortuna ; y Tácito escribió tan al vivo la Roma de los Césares , cual
cumplia al que en sí propio debió de ^ntir ultrajada la dignidad consular,
y en todos sus contemporáneos la de la patria. No de otro modo Polibio
acertó á poner de manifiesto las artes de vencer de los Romanos , pues bien
claro se trasluce en su obra que fué él también con ellos sobre Cartago ; y
ciego habria de ser, por otra parte, quien no viera en el escritor inteligente
y elegante de los Comentarios , sin que se lo dijese nadie , al conquistador
de las Gálias. Otro tanto puede afirmarse de los mejores historiadores clá-
sicos, i?
"No supo el politeismo, á pesar de los maravillosos metafisicos que lo
ennoblecieron, levantar la historia á la dignidad de ciencia, limitándose á
considerarla como una de las bellas artes ; y los pueblos paganos se dieron
por satisfechos con cultivarla bajo este aspecto único, mutilándola primero
para corromperla al cabo. La blanca piedra penthélica en manos de Fídias,
fué hermosísimo espejo de su arte; mas algo se echa de menos, con todo,
en las reliquias maravillosas del Parthenon , y ese algo es lo más íntimo y
divino del hombre. Tal sucede también con la historia clásica. Sólo extra-
viado por la estrecha teoría de su época, pudiera haber reunido Luciano en
una de sus obrillas burlescas las cualidades del historiador en estas dos,
por igual exigibles á todas las artes : juicio y elocuencia , que viene aquí á
ser, habilidad práctica para dar á cada asunto su fortuna propia, n
" En vano formuló San Agustin en la enciclopedia de Ciencias morales,
que intituló De Civitate Dei, un grande y fundamental principio, capaz de
abrir por sí solo las puertas de la ciencia al arte histórico, señalando la Pro-
videncia de Dios como ley esencial de los hechos , sin perjuicio del libre al-
bedrío, y explicando por vía de ejemplo , con arreglo ya á tal principio, la
patente decadencia de Roma. Quedó , en verdad, la semilla en tierra para
germinar mucho más tarde ; pero en el entretanto, las voces de los retóricos
y sofistas fueron las últimas que resonaron en el mundo antiguo, mientras
lentamente iba éste sumergiéndose entre las olas sucesivas de los pueblos
bárbaros. Hasta la raza misma de los grandes Doctores y Santos Padres,
después de haber desenvuelto los principales dogmas evangélicos, y elevado
la gran fábrica de la Iglesia Católica, desapareció por un plazo larguísimo,
durante el cual todas las ciencias, como todas las artes, volvieron á su in-
fancia, sin exceptuarse la historia, n
Durante las tinieblas de la Edad Media, la historia escrita "por hombres
que como el Arzobispo Don Rodrigo ó Don Lúeas de Tuy, solian tomar
parte en grandes sucesos militares y políticos , habria quizá alcanzado los
mismos instintivos aciertos que en Grecia ó en Roma, en la nueva Europa
y en España misma, si hubiera seguido su curso normal la civilización
NOTICIAS LITERARIAS. 319
de los siglos medios. Mas no habia llegado con mucho el arte histórico á
aquel grado de parcial florecimiento , cuando por virtud de nuevos cata-
clismos , salieron otra vez á flor de agua y deslumhraron con sus bellezas
superiores á las todavía sencillas naciones cristianas las correctas reliquias
gentílicas. I»
Al hablar de la violenta y general irrupción del Eenacimiento clásico en
España, el Sr. Cánovas del Castillo, que tan profundos estudios ha hecho
de los escritores políticos españoles de los siglos XVI y XVII, recuerda que
en medio del entusiasmo con que los autores clásicos fueron acogidos, los
Españoles les opusieron resistencia en muchas cosas y rivalizaron en algu-
nas con los más insignes entre ellos. "Sin salir del derecho público, puede
con seguridad añrmarse que los teólogos de nuestra grande escuela del si-
glo XVI, estudiaron con más profundidad que Griegos ni Eomanos el orí-
gen de la sociedad humana y la naturaleza de los poderes por ella engen-
drados , desafiando fácilmente cualquier comparación en la materia los pa-
dres Victoria, Soto y Suarez, hasta con Platón ó Aristóteles, n
Sin embargo, no es posible desconocer "que desde los primeros tiempos
del Renacimiento, el influjo de los antiguos fué grande, ni que lo acrecen-
tase sobremanera, hacia la segunda mitad del siglo XVI, nuestro estado re-
ligioso y político. Fué harto más seguro de allí adelante, que entregarse á
las propias especulaciones, ajustar la pluma á los preceptos y ejemplos de
los maestros clásicos, con mayor respeto mirados, de una parte, que los
escritores nuevos, por la censura inquisitorial; y exentos de otra, de la
negra y fácil sospecha de abrigar intenciones malignas contra las cosas
santas. Y con todo, nadie puede disputarle á Luis Cabrera de Córdoba (el
honrado historiógrafo de Fehpe II) la gloria de haber encontrado el primero
una sentencia profunda, que escriben al frente de sus libros, con sentidos
diversos, los modernos autores de Filosofía de la Historia, formulándola
aquel por tal manera, que ya es imposible mejor. "Diónosla Dios y la conser-
va, ti dice de la historia, al resumir el fin de ella, "para que su admirable
potencia y perpetuo cuidado de las cosas humanas maravillosamente se decla-
rase, m Si el germen está en San Agustín, cual queda dicho, fuerza es reco-
nocer, á pesar de eso, que sobre la gloria de haberlo hecho planta y sacado
á luz, tiene nuestro compatriota la de haber comprendido mucho antes
que el gran Bossuet su fecundidad interna y las singulares ventajas de su
cultivo, ti
P Marca después el Sr. Cánovas del Castillo las diferencias esenciales entre
la escuela antigua y la -moderna: "Todavía, señores, podrian deslindar los
dos espaciosos campos que principalmente labran los historiógrafos, aque-
llas dos distintas fórmulas de escribir la historia que establecieron el es-
céptico Luciano y el místico San Agustín, al tiempo que la gentilidad ago-
nizaba. Hay, así como entonces, ahora, quien inquiera principalmente la
320 NOTICIAS LITERARIAS,
verdad extema, transitoria, particular; y son ya muchos más los que pre-
tenden descubrir en la cadena de los acontecimientos íntimos, latentes y
superiores leyes. Lo que nadie hoy exige por condición única, ni siquiera
esencial, déla historia, como los retóricos paganos, es la elocuencia. Por-
que tanto en ésta cuanto en otras esferas, si no domina, precede hoy al
arte la ciencia ; y aun suele voluntariamente el arte mismo sacrificar algo
en su forma á la exacta expresión de la idea. Pero, bien sea relatando los
hechos desnudos , bien procurando sacar á luz el espíritu interior que los
engendra, siempre difiere la de nuestros dias de la antigua historia, en dos
fundamentales conceptos al menos ; es á saber : por la mayor amplitud y
sinceridad de sus propósitos, y por el diverso ideal social que la informa ó
inspira. Nadie ignora que la historia de nuestros dias observa mucho más
rigor crítico, alcanza á distinguir mucho mayor número de relaciones so-
ciales , describe más grande aparato de fuerzas políticas , y penetra mucho
más adentro en las instituciones esenciales ó en el carácter peculiar de las
grandes personalidades iniciadoras, que no la de la antigüedad, por extema
ó superficial que sea la primera Tal la moderna pintura , si falta á las ve-
ces de la divina inspiración de la de otros siglos por lo que toca á la exac-
titud y variedad de sus accidentes, osténtase superior siempre, m
No me es posible seguir extractando, como quisiera, el discurso del se-
ñor Cánovas del Castillo , porque lo impide la misma grandeza y armonía
de sus proporciones. Después de haber bosquejado lo que era la historia
en su primitiva forma de crónica; de haber manifestado los progresos
que, considerándola como un arte hizo en ella la antigüedad clásica; de
habérnosla presentado en sus nuevas condiciones que la elevan á la catego-
ría de ciencia; y de haber puesto de relieve las esenciales diferencias que
distinguen á los modernos de los antiguos cultivadores de la historia, pasa
á examinar cuál ha sido el espíritu que la ha animado en las diferentes
épocas, aun en aquellas más rudimentarias que más distantes se encon-
traban de sospechar la existencia de una filosofía de la historia; y termina
juzgando los diferentes sistemas filosóficos que se disputan hoy la suprema-
cía en los dominios de la ciencia. Así, pues, la historia antes de salir del
estado embrionario de crónica; la historia convertida en arte; la historia
elevada á ciencia; la crítica del espíritu que guia á la historia en cada época;
la filosofía de la historia; y por último, la filosofía metafísica en sus prin-
cipios fundamentales; tales son los puntos de vista desde los cuales nos
hace contemplar en magnífico panorama el Sr. Cánovas del Castillo el vasto
asunto que forma la materia de su discurso. Y como á lo profundo de las
ideas que en el suyo vierte se une el gran arte con que todos los diferentes
miembros de su oración están formados y enlazados , de aquí resulta una
gran dificultar! para compendiarlo , resumirlo ó extractarlo. Pareciéndome
que allí nada huelga y que nada puede ser diclio mejor, sólo copiándolo
NOTICIAS LITERARIAS. 321
todo quedaría satisfecho. Aun así la misma constancia con que desde el
principio hasta el fin se sostiene una entonación de estilo elocuente, rica
en ideas, exacta en las imágenes, profunda en los conceptos, exige una
atención que no están dispuestos á rpestar la mayor parte de los lectores
del dia, más amigos de ojear los libros que de estudiarlos, y solamente
acostumbrados á pasar ligeramente la vista sobre escritos por donde los
autores han pasado ligeramente la pluma. Por lo mismo que el discurso
del Sr. Cánovas obliga á pensar, y por lo mismo que su estilo oratorio no
decae, llega á exigir cierta prolongada tensión de espíritu á que los lectores
se prestan ya en la actualidad muy poco.
Partiendo del supuesto de que en todas las épocas ha señalado medida,
abierto teatro y prescrito límites á la historia la idea social que al tiempo
de escribirse realizaba el género humano en la vida práctica , investiga cuál
fué esa idea sucesivamente en la sociedad antigua, en la Edad Media, en
los tiempos modernos y en la época contemporánea ; llega al examen del in-
dividualismo, que á pesar de sus recientes victorias , nunca realizará la
igualdad de facultades, de aspiraciones , ó de necesidades morales entre in-
dividuos de naturaleza diferente; trata la gran cuestión del fatalismo;
refuta á los panteistas y materialistas ; y él mismo resume en estos térmi-
nos las ideas expuestas en la segunda parte de su discurso: "Dios en perso-
na (ya que carecen las lenguas de voz más exacta con que definir su natu-
raleza única), preside y dirige patentemente á la Humanidad en la historias
Así las religiones , como las lenguas de todos los pueblos , proclaman esta
verdad altamente. Debajo de la persona de Dios está la persona del hombre,
que á la par de aquella existe como reflejo imperfecto y múltiple de un tipo
perfecto sólo; y su misión es ir cobrando conciencia de sí misma, á trave-
del tiempo y del espacio, y descubriendo por medio de la comparación su-
cesiva de lo real con lo ideal, ó de la Humanidad con Dios, el progreso por
venir, que ninguna razón hay para que deje de realizarse en todos y cada
uno á un tiempo. Con sólo poseer la certidumbre de que es una la especie
humana, de que hay leyes superiores que rigen su actividad y su fin , y de
que el curso de la civilización es progresivo, basta para que asista ya siem-
pre la ciencia en la historia. Pero la esfera , en que la ciencia ha de obrar,
no será completa mientras no abrace á la Humanidad y al hombre, al in-
dividuo y al Estado , ni habrá ciencia de la historia donde se niegue la
personalidad divina , donde se absorba la religión en la pura especulación
racional, donde se confunda á Dios con el mundo. Mal podría explicar, de
otra parte, la historia el progreso humano , que es el fruto continuo de las
ideas y de los hechos, si en el paso de lo inconsciente á lo consciente , ó de
lo instintivo á lo racional, que es su forma necesaria, no reconociera por
primer agente al libre albedrío, ó por su índole individualmente absoluta,
impidiera este libre albedrío que rigiesen á la Humanidad universales le-
TOMO XY. 21
3*22 NOTICIAS LITKRARIAS.
yes. La historia no se explica satisfactoriamente sin la intervención de Dios;
y lio de un Dios de voluntad ciega, fatal, incompatible con las de los libres
seres que le están subordinados y son su hechura, sino de un Dios infinita
y absolutamente libre, cuanto es absoluta é infinitamení ente verdadero, y
bueno y bello. Permitidme, pues, señores, que salude también á la libertad
en la historia; la libertad, sin la cual carecerían ya de real sentido entre los
hombres el derecho, la responsabilidad, y aquella eterna justicia, por quien
dijo San Agustin estas admirables palabras: Ubi jiistüia non est, non esse
rempuUicam; la verdadera libertad, que trae origen de Dios, y que en este
bajo mundo debe de costar tanto por lo mismo que es la más envidiable de
las condiciones del ser, y el más divino de los gérmenes depositados en
nuestra conciencia n
Febnando Cos-Gaton
ESTUDIO HISTÓRICO.
ORIGEN Y FUNDACIÓN
DE LA
UNIVERSIDAD DE SALAMANCA.
Sabido es el origen de las escuelas monásticas de Francia, Italia , Es-
paña j otros países que ja se conocían en el siglo XI , y que , al abrigo
de los claustros , salvaron en el naufragio general los restos de la civili-
zación antigua. El siglo siguiente dio un poderoso impulso á la cultura
europea, haciéndola entrar en nuevas vias de actividad j progreso. De
aquella época datan las más célebres universidades del mundo , que si, al
secularizar los estudios, no se sustrajeron del todo á la entonces poderosa
influencia del clero, entregaron la ciencia á una discusión tan libre como
podia permitirse en aquel tiempo.
Los primeros Estudios de Salamanca fundáronse en la iglesia catedral
en el siglo XII, puesto que en 1179 se conocia ja la dignidad de Maes-
trescuelas, que si en su origen tuvo anejo el cargo de enseñar, extendióse
después á presidir á los demás Maestros , gobernando las Escuelas en
nombre del Obispo, del Dean j del Cabildo, como delegado sujo para tan
importantísimo objeto.
Coetánea de la de Falencia , que fundó Alfonso VlII de Castilla (1),
aparece la célebre Universidad Salmantina á fines del siglo XII, instituida
por suprimo iVlfonso IX de León. Acredítanlo así innumerables testimo-
(1) En 1209 fija la fundación de esta Universidad D, Modesto Lafuente en su Histo-
ria general de España, parte 2.% libro II. Otros historiadores más antiguos aseguran que
los Estudios generales de Falencia los trasformó en universidad D. Alonso el Noble
(VIH de Castilla) éntrelos años 1212 y 14.
324 ESTUDIO HISTÓRICO.
nios históricos (1) que podríamos aleg-ar, j justifícase cumplidamente con
la inscripción que se lee sobre una lápida en el claustro de escuelas ma-
yores, muchas veces reproducida en libros j periódicos , j cu jo tenor es
el siguiente:
Anno Domini MCC.
Alfonsus Octavus Castellae Rex Palentiae ÜNIVÉRSITATEM
EEEXIT : CUJUS AEMULATIONE AlFONSUS NONUS LeGIONIS ReX SaL-
MANTICAE ITIDEM ACADEMIAM CONSTITUIT. IlLA DEFECIT, DEFICIEN-
TIBUS STIPENDIIS; HaEC VEEÓ IN DIES FLORUIT , FAVENTE PRAECIPUE
Alfonso Rege décimo, á quo, accitis hujus Academiae viris, et
Pateiae leges, et Astronomiae fabulae demum conditae.
En efecto, alzado Rej de Castilla Fernando III en 1217, dedúcese con
harto fundamento que su padre Alfonso IX de León habia erigido el Es-
tudio general de Salamanca en el último tercio del siglo XII , puesto que
reinó desde 1188 hasta 1230 ó 31, en cu jo periodo cabe datar antes de
1200 la verdadera fundación de la Universidad de Salamanca. Pero si al-
guna duda pudiese quedar á la critica acerca de este punto , resuélvela
satisfactoriamente la prueba documental que la Universidad posee, citada
por algunas de las autoridades que se alegan en la nota 2.*, reproducida
en parte por alguna, j publicada íntegra por primera vez en una de sus
obras por el autor de este artículo (2). El precioso documento á que se
alude es nada menos que la Real cédula original , expedida por el Santo
Rej D. Fernando en 6 de Abril de 1243, en que confirma la fundación
(1) Constituciones apostólicas y estatutos de la muy insigne Universidad de Salamanca
(Salamanca 1625).— Pedro Chsícon , Historia de la Universidad de Salamanca (en el Sema-
nario erudito de Valladares, tomo XVIH.)— Ortiz de Zúñig-a, Anales eclesiásticos de Sevi-
lla, pág. 46, (Sevilla, 1677).— Historia de la misma Universidad, contenida en el lumi-
noso Informe déla Universidad sobre plan de Estudios, presentado á las Cortes en 18l4
(Salamanca, 1820). — Reseña histórica de la Universidad de Salamanca, por los doctores y
catedráticos Dávila, Ruiz y Madrazo (Salamanca, 1849).— R. P. M. Fr. Pascual Sán-
chez, Memoria histórica de la Universidad de Salamanca (Álbum salmantino, números del
15 al 18).— Gil y Zarate, Déla Instrucción pública en España, sección 1% cap. I (Ma-
drid, 1855). — Anuario de la misma Universidad para el curso de 1859 á 1860. (Salaman-
ca, 1860. — En todas estas autoridades y en otras que hemos visto, se dice : «Se fundó
(|la Universidad) á fines del siglo XII, cerca de los años 1200. Por esta razón, acaso , el
erudito Fernán Pérez de Oliva, al escribir la inscripción que copiamos , fijó esa fecha
concreta y determinada, en la cual están conformes también los historiadores de Sa-
lamanca Gil González Dávila y D. Bernardo Dorado.
(2) La Universidad de Salamanca en el tribunal de la Historia (Salamanca, Uliva,
1858), pág. 6.
ESTUDIO HISTÓRICO. 325
de la Universidad , que había hecho su padre , j da más fuerza á sus
privilegios. Este documento dice así :
«Connoscida cosa sea a todos quantos esta carta iiieren como jo D. Fer-
rando por la = gracia de dios Rej de Castiella e de Toledo e de León e de
Gallizia e de Cordova = Porque entiendo que es pro de mjo regno e de mi
tierra otorgo e mando que aja = escuelas en Salamanca e mando que to-
dos aquellos que hj quisieren uenir a leer que ven = gan seguramiente
e jo recibo en mi comienda e en mjo defendimiento a los = maestros e a
los escolares que hj uinieren e a sos omes e a sus cosas quantas que hj
troxieren e quiero e mando que aquellas costumbres e aquellos fueros que
ouieron = los escolares en Salamanca en tiempo de mjo padre quando es-
tableció lij las = escuelas también en casas como en las otras cosas que
essas costumbres e essos = fueros ajan e ninguno que les ficiese tuerto
nin fuerza nin demás a ellos nin a = sos homes nin a sus cosas aurie mi ira
e pechar mj e en coto mili marbs e = a ellos el danno duplado. Otrosi
mando que Ijs escolares biuan en paz e cuerdamiente de guisa que non
fagan tuerto nin demás a los de la Villa e toda cosa = que acaezca de con-
tienda o de pelea entre los escolares o entre los de la vil = la e los escolares
que estos que son nombrados en esta mi carta lo ajan de = ueer de ende-
rezar. El Obispo de Salamanca o el deán e el Prior de los = Predicadores,
e el Guardiano de los descal90S e d. Hodrigo e Pedro Guigelmo e Garci
gomez e Pedro uellido e Ferrand sebes de porto-carrero = e Pedro munniz
calónigo de León e Miguel pz calonigo de Lamego - e a los escolares e a
los de la villa mando que estén por lo que estos manda = ren. Ffta carta
ap'd Valietum Reg. exp. VL die Aprilis, Era M = CC = LXXX = pri-
man (1).
Ocasión es esta de desvanecer un error histórico, que desgraciadamente
suele copiarse sin examen por escritores extranjeros, acerca de la fecha
de la fundación de nuestra Universidad. M. A. Vallet de Viriville en su
erudito trabajo histórico sobre la Universidad de Paris j principales uni-
versidades de la Edad Media (2) trae un cuadro cronológico de la funda-
ción de las de Francia j de las demás de l'iuropa. Respecto á las de Espa-
ña, incurre, como es de suponer, en errores j omisiones notorios; j por
lo que atañe á la de Salamanca , la supone fundada en 1250 , ocupando en
(1) 1243 de nuestra era.
(2) Le Moyen Age et la Renaissance, etc., tomo 1, folio XI vuelto. (Paris-Plon Frérés-
1848.)
326 ESTUDIO HISTÓRICO.
antig-üedad cuatro puestos por bajo de la de Valencia, á la que atribuye
la fecha de 1209.
Más completa y algo menos inexacta es la que da Meiners á las de
nuestra patria en su (^ Historia délas Universidades.» Fija, sin embar-
go, la de Salamanca en 1240: la de Valladolid en 1346 : la de Huesca en
1354: la de Zaragoza en 1474: la de Avila en 1482: la de Alcalá en 1499:
la de Sevilla en 1504: la de Toledo en 1518: la de Oñate en 16001: la de
Pamplona en 1680; j la de Cervera en 1717. Paro aún admitidos como
ciertos estos datos, j resultando de ellos que la de Salamanca es la más
antigua de las Universidades españolas, tendría que ceder el puesto á la
de Tolosa, fundada en 1228 ( j según el citado Vallet en I22i) , á la de
Ñapóles, que lo fué en 1224, y á las de Salermo, Bolonia j París, ya co-
nocidas en el siglo XII , cuando es indudable que en antigüedad j gloria
compite dignamente con sus otras tres hermanas de París, Oxford j Bo-
lonia. Proviene principalmente este error de que muchos autores, en es-
pecial los extranjeros, suponen como fundador al Santo Rej D. Fernan-
do III, que, como se ha visto por su arriba copiada Real Cédula de 6 de
Abril de 1243, confirmó la fundación de la Universidad, que habia hecho
su padre Alfonso IX de León. Hay también autores que califican de fun-
dador á D. Alfonso el Sabio, por el notable incremento que dio á los Es-
tudios Salmantinos, fundando j dotando cátedras, creando la Biblioteca,
j estableciendo la forma de gobierno de la Universidad, en consideración
á los servicio* que sus profesores le hicieron ayudándole en el libro in-
mortal de las Partidos j en los del Sader de Astronomía. Porque además
el mismo Alfonso X, deseoso de que la Universidad Salmantina sellase
sus glorias con la autoridad pontificia, pidió j obtuvo de Alejandro IV el
Breve expedido en Ñapóles á 29 de Abril de 1255, que sancionó auténtica
y solemnemente el ja famoso Establecimiento literario de Salamanca,
nombrándole como uno de los cuatro Estudios generales del orbe (Paris,
Salamanca, Oxford j Bolonia), j declarando que sus graduados, sin
nueva aprobación ni examen, podían enseñar en todos los Estudios gene-
rales cristianos.
Pero hay todavía otro punto importantísimo que esclarecer, por lo
mismo que afecta esencialmente al verdadero origen y fundación de nues-
tra Universidad; aludimos ala supuesta traslación á Salamanca de la Uni-
versidad de Palencia. El respetable Mariana (1), siguiendo á otros his-
toriadores, incurre en este error, que unos han corregido y otros copiado
en obras nacionales y extranjeras. Todo cuanto se pudiera alegar en "pro
y en contra de esa opinión, trátalo magistralmente con sana criticad eru-
(1) Historia general de España, líb. XIII, cap. I.
ESTUDIO HISTÓRICO. 327
dito D. Rafael de Floranes en una obra que escribió en 1793, con el ti-
tulo de viOrigm de los estudios de Castilla ^ etc., parte 1.' (1). Con
copia de datos j no poca gracia j lucidez refuta victoriosamente el error
de la traslación de los Estudios palentinos á Salamanca y Valladolid; j
exponiendo y analizando las encentradas opiniones de los muchos autores
que cita, deduce de todo que los Estudios de Falencia acabaron allí, sin
dar origen ni á los salmantinos ni á los vallisoletanos, á la sazón muj
florecientes; j que, sin poderse determinar el año j el motivo de aquella
extinción, puede fijarse en el período que media desde 12 í 3 á 1263. Es
verdad, sin embargo, que Floranes sienta en su obra una opinión, que
podrá parecer aventurada, pues dice que D. Alfonso VlII de Castilla no
dio principio á los estudios de Falencia, ni D. Alonso IX de León á los
de Salamanca, ni D. Alonso XI ni el Papa Clemente VI á los de Vallado-
lid, ni el Cardenal Cisneros á los de Alcalá, sino que cada cual aumentó
á los sujos. Qae todos estos estudios estaban ja fundados j eran más
antiguos, habiendo empezado por ser eclesiásticos, j trasformádose con
el tiempo en seculares, como otros muchos de la nación j del orbe. «Que
los de Falencia, añade, existían en aquella iglesia en tiempo de los Go-
dos , j con varias intermisiones j restauraciones llegaron á la mitad del
siglo XIII, en cu JO tiempo acabaron allí por causa desconocida; pero sin
haber sido trasladados á Salamanca ni á Valladolid, en cujo supuesto se
pretendieron restablecer, ja extinguidos, en la misma ciudad de Falencia
por los años 1263, bien que sin efecto.» «For consiguiente, continúa,
no es cierto que á lo que hizo D. Alfonso IX de León por lo tocante
á los SUJOS (Estudios) de Salamanca, ja hubiese sido fundamento,
va ampliación, hubiese precedido el de Castilla con su ejemplo, m que se
hubiese movido aquel á su emulación, no constando cuál de estos estu-
dios sea anterior. En efecto, el salmaticense es de origen más antiguo que
aquel Rej, creído hasta ahora su fundador, aunque sin saberse el tiempo
cierto que empezó, por falta de memorias, pudiendo sólo asegurarse que
jamás recibió aumento por alguna accesión formal que se le hiciese del de
Falencia.»
Dése ó nó crédito en este punto á la opinión de Floranes, quedan pro-
bados el verdadero origen j fundación de la Universidad Salmantina, no
sólo con las respetables autoridades que se citan, sino principalmente con
la prueba documental de la Real Cédula de San Fernando, copiada más
arriba, j hasta con la inscripción del patio de Escuelas majores, también
(1) Colección de documentos inéditos para la Historia de España, tomo XX, pág-ina
desde la 51 ála27S.— Los colectores no saben que Floranes publicase la 2/ parte. La
Biblioteca de la Universidad de Salamanca posee también una copia MS. de esta
obra, anterior á la publicada.
328 ESTUDIO HISTÓRICO.
inserta en su lug-ar. Todos estos testimonios históricos, destruyen asimis-
mo el error de la traslación á Salamanca de los Estudios palentinos, error
que no puede sostenerse á la luz de la critica moderna. Trasformados en
Universidad les antiguos P'studios de Salamanca cerca (ó antes, como di-
cen varios autores) de 1200, j creciendo en crédito j famaá los pocos años,
eclipsaron á los de Falencia, que, faltos también de concurrencia j de
salarios, no pudieron competir con los salmantinos, y quedaron abandona-
dos ó suprimidos.
Hemos procurado demostrar, cuanto históricamente es posible, el ori-
gen de la Universidad de Salamanca, de las más antiguas del orbe j cé-
lebre ja en el primer siglo de su fundación. Con su carácter de europea,
brotaba en su interior rica j abundante doctrina, j en el exterior no hubo
hecho trascendental en que no pesase grandemente su voto, tílla es la que
formaba las Partidas j las Tablas astronómicas del Rej Sabio; la que
atraia á su seno numerosa j escogida juventud de España j del extran-
jero; de ella se hacia mención honrosa en el XIII Concilio general (Ljon)
y en el XV (Viena) era declarada la segunda de las cuatro Universida-
des más famosas del mundo. Ella daba Maestros á la Sorbona, á Bolonia
j á Coimbra, á petición suja, j era consultada por Pontífices j Rejes
para la mejor decisión de graves cuestiones canónicas j políticas; recibía
embajadas y presentes de los soberanos de remotísimos países; prepon-
deraba en los Concilios de Constanza, Basilea y Trento, é inñuia con
el consejo j la acción de sus maestros j alumnos en el descubrimien-
to (7), conquista j civilización del Nuevo Mundo; la que primero j me-
jor que otra corporación alguna representaba el pensamiento nacional en
los siglos XV j XVI, cuando sus hijos vencían en los consejos diplomá-
ticos, j administraban justicia, y ejercían las más altas dignidades de la
Iglesia, j gobernaban la heroica nación de Isabel la Católica, Carlos I j
Felipe II; la Universidad que, al mismo tiempo que Galíleo era persegui-
do por su adhesión al sistema de Copérnico, sostenía con firmeza su en-
(7) Acerca de las famosas conferencias de Colon en Salamanca, lóase al intento
el opúsculo, arriba citado, que el autor de este artículo public() en Salamanca en 185S ,
con el título de La Universidad de Salamanca en el trtbwial de la Historia, y los demás
testimonios históricos que allí se aducen; y como posteriores á esa fecha pueden con-
sultarse las obras y periódicos siguientes: Crónica naval de España, tomo 8." (Madrid,
1858).— Revue d' Instruction publique de France, (París— 1859)— Reseña historie de
los progresos déla Geografía y délos viajes y descubrimientos, lib. Ill.cap. I.por D. To-
más Rodrigpuez Pinilla (Salamanca-1868) — Histoired'Allemagne sur Charles V, (publi-
cada por varios alemanes en Paris~l 864)— A/mana^ug de las Novedades, del propio
año, artículo La Universidad de Salamanca, por D. Alvaro Gil San2;~fícütte britanni-
que (nouvelle sórie-cinquieme année-núm. 2- Fevrier~l865-Paris). y por último el
artículo titulado Deara y Colon, inserto en el número 555 del Adelante, periódico de
Salamanca (12 de Abril de 1866) por el mismo Gil Sanz.
ESTUDIO HISTÓRICO. 329
señanza, y lo mandaba explicar por estatuto en el segundo año de Mate-
máticas, que llegaron en Salamanca á gran altura j extensión en aquel
siglo; la Universidad que, cuando la decadencia de las letras españolas en
el siglo XVII j parte del XVIII, conservó mejor disciplina, j clamaba
sin cesar por lejes que pusieran coto á los abusos j restaurasen las cien-
cias; la que en la pasada j en la presente centuria saludó antes que nin-
guna otra de España la esplendente aurora de nuevas j fecundas ideas;
la que fundó entonces una gran escuela filosófica, j restauró la literatura
patria, j atrájose por el primer concepto enconadas j violentas persecu-
ciones; la Universidad, en fin, que puede presentar con orgullo la más nu-
merosa falange de sabios en todos los ramos de la ciencia, en toda la in-
mensa escala de los conocimientos humanos. Eso es la Universidad Sal-
mantina, eso significa su nombre, eso j mucho más representan los píe-
te SIGLOS de su gloriosísima existencia.
Saiamanca.-1868.
Domingo Doncel y Orgaz
del Cuerpo facultativo de Bibliotecarios,
Archiveros y Anticuarios.
boletín bibliográfico.
LIBROS ESPAÑOLES.
La Democracia en el Ministerio de Ultramar (1869-1870). — Colección de leyes, de-
cretos, circulares y otros documentos emanados del Ministerio de ultramar dnrante la ad-
ministración del Excmo. Sr. D. Manuel Becerra ; precedida de una introducción por
D. J. C. L.— Madrid, tipografía de Gregorio Estrada, Hiedra, 7.— 1870.
Está dividido este volumen en tres partes. Comprende la primera cua-
renta decretos, órdenes y circulares, publicados en la Gaceta de Madrid; la
segunda, doce proyectos de ley, que han sido impresos como apéndices al
Diario de las Sesiones ; y la tercera, otros ocho proyectos de ley, formulados
por el Ministerio de Ultramar bajo la dirección del Sr. Becerra, y que no
habian sido publicados todavía.
Empiezan los documentos contenidos en la primera parte, por la orden
que dio á conocer á la autoridad superior de Filipinas los propósitos del
Ministro de Ultramar en la gestión de los asuntos de aquellas provincias.
Siguen después los decretos y órdenes sobre nombramiento, traslación y se-
paración de magistrados y alcaldes mayores en Ultramar ; sobre estableci-
miento de una comisión encargada de examinar los expedientes de los fun-
cionarios del orden judicial, y las solicitudes y títulos de los aspirantes á
ingresar en él, y de proponer un proyecto de ley orgánica de tribunales y
de división judicial de los territorios; sobre nombramiento de otras dos co-
misiones, una encargada de estudiar reformas en la legislación penal, y otra
de discutir y proponer las bases de los proyectos de ley para la reforma po-
lítica y administrativa, y para la abolición de la esclavitud en Puerto-Rico;
sobre la declaración de la libertad religiosa en las Antillas ; sobre aplicación
de la parte del Código de Comercio en lo relativo á sociedades anónimas ;
sobre creación de una casa de moneda en la Habana; sobre restablecimiento,
en la isla de Cuba, de las contribuciones suprimidas en 12 de Febrero de
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO. 331
1867; sobre concesiones de líneas telegráficas^ y arreglo del ramo de telé-
grafos; sobre modificaciones en los aranceles de aduanas; sobre fijación de
reglas para cumplir los artículos de la Constitución que tratan de la in-
amovilidad judicial, y para el ingreso , ascenso^ traslación y cesantía de ma-
gistrados, jueces y funcionarios del Ministerio fiscal; sobre abono de habe-
res á las clases pasivas de Ultramar; sobre organización del Cuerpo de con-
tabilidad administrativa, del de Correos, y del facultativo inamovible de
aduanas, y sobre algunos otros asuntos.
Los proyectos de ley presentados á las Cortes tratan de las materias si-
guientes : declaración de cabotaje para la navegación entre las provincias
españolas de Ultramar y la Península é Islas adyacentes, y la de aquellas
entre sí; supresión del derecho diferencial de bandera; concesión, construc-
don y explotación de cables telegráficos submarinos en territorio de España
ó sus provincias ultramarinas; presupuestos ordinarios y extraordinarios de
gastos é ingresos para las islas de Cuba, Puerto-Eico y Filipinas, de 1869-
1870; derechos de extranjería en las provincias de Ultramar; organización
municipal en la isla de Puerto - Rico ; ley constitucional para esta misma
isla.
En la tercera parte, ó sea en la de documentos no publicados, hay un
proyecto de ley declarando libres á los nacidos de mujeres esclavas en la
isla de Cuba desde el 29 de Setiembre de 1868; un decreto declarando tam"
bien libres á los esclavos que sirven en el ejército cubano ó han prestado
servicios á la causa nacional; y varios proyectos de ley sobre abolición de
la esclavitud en Puerto-Rico, sobre sistema electoral, sobre organización
provincial en la misma isla, y sobre matrimonio civil; y otros proyectos de
decretos, disponiendo la revisión por el Tribunal Supremo de Justicia de
las causas graves sustanciadas ante la Audiencia de Manila; suprimiendo la
Sala de Indias del Tribunal de Cuentas del Reino; restableciendo el de Fili"
pinas, y creando una Dirección general de Contabilidad en el Ministerio de
Ultramar.
La Introducción hace un resumen y un comentario general del sistema de
ideas que presidió en la redacción de todos estos documentos oficiales.
LIBROS EXTRANJEROS.
HlSTOIRE DE l'EuROPE PENDANT LA RÉVOLUTION FRANCAISE (1789 á 1795), fttV H, de
Syhel; traduite de l'allemand par MUe. Marie Bosquet. — Tomo IL — Paris, chez
Germer-Bailliere, 1870.
En el número 44 de nuestra Revista dimos alguna noticia del volumen
primero de esta obra. El segundo comprende el período que media entre
Noviembre de 1792 y Marzo de 1794. Los principales sucesos son el reinado
332 boletín bibliográfico.
del Terror, el principio de la guerra de Francia con Inglaterra, y el segun-
do reparto de la Polonia. Como ya se observaba en el primer volumen,
la mayor novedad de la obra de M. H. de Sybei se halla en el estudio, ó en
el descubrimiento de nuevos datos, relativos á las negociaciones diplomáti-
cas entre los Grobiernos del Este y del Norte de Europa respecto de la mar-
cha de la Eevolucion francesa. Hay también algunos retratos, notables por
la ejecución literaria, de personajes importantes de la política, de la admi-
nistración y de la guerra. Hé aquí el que el autor traza de la Czarina Cata-
lina II:
"Ninguna criatura humana fué jamas mejor llevada por los azares del
destino al puesto que le convenia, que Catalina cuando subió al trono de
Rusia. La alta idea que tenía de sí misma, correspondia al poder que le
habia sido dado; el vuelo de su genio abarcaba la vasta extensión de su Im-
perio; el ardor de sus pasiones tenía necesidad de la relajación de costum-
bres que reinaba en él. Todo su ser se componia de contrastes: era á la vez
benévola é implacable, reflexiva y arrebatada, de una conducta disoluta y
de un ardor infatigable para el trabajo; pero todos esos contrastes se re-
sumian en una ambición colosal y en un espíritu de dominación que se ex"
tendia al mundo entero.
"La mayor parte de los hombres que se le acercaban se sentían irresisti-
blemente atraídos hacia eUa por mil gracias exteriores. Era de mediana
estatura; la edad abultaba algo su talle; su continente era decoroso y digno;
su frente alta y limpia; su mirada tranquila y serena; la parte inferior de
su rostro era la única que anunciaba, por lo grueso de las formas, la energía
de sus pasiones. Se mostraba sumamente sobria en la comida, y tenía una
cordialidad encantadora en el trato de la vida íntima. Un rasgo de carácter,
singular en una mujer que hizo matar á su marido y que oprimió á su hijo,
era que no podia vivir sin tener en torno suyo, en las habitaciones de su
palacio, una multitud de niños, por quienes se hacia llamar madre, y á los
cuales vestía, instruía y colmaba de regalos. Desde el principio de su reinado
se dedicó con afán á los negocios, y demostró en ellos una gran penetración
unida á una instrucción profunda. Pronto se vio que, con una minuciosidad
femenina, tenía una profundidad de miras políticas enteramente varonil;
que juzgaba á las personas y las cosas con perfecta exactitud; que siempre
daba por sí misma el impulso á sus Ministros, y les sugeria todos sus pla-
nes: pero dos pasiones funestas, las más funestas que pueden albergarse en
un corazón de mujer, manchaban su vida: la ambición y la voluptuosidad.
No repetiré la historia de los caprichos que la echaron en los brazos de sus
muchos amantes, á los que daba riquezas inmensas y favores que no podían
caer en manos más indignas y más vulgares; pasaré igualmente en silencio
las relaciones adúlteras, de que nació el heredero del trono. Habria que
admirar la energía de aquella rica naturaleza que , en medio de todos sus
boletín bibliográfico. 333
excesos, conservó siempre su actividad intelectual_, si en ella el remedio no
hubiese sido peor que la enfermedad. No evitó que sus facultades se debili-
tasen si no por la fuerza de otra pasión, más ardiente y, en realidad, más
noble: quiero hablar de su inmensa ambición, de su sed insaciable de do-
minación. Se apoderó de la herencia de Pedro el Grande con el deseo de
acrecentarla más, y renovó, formando con ellos un vasto y duradero siste-
ma, todos los proyectos que habian agitado en otro tiempo el espíritu guer-
rero y soberbio del conquistador. Al estudiar y examinar todos sus planes
de conquista, lo mismo que al considerar sus desórdenes y sus prodigalida-
des, se siente uno trasportado de nuevo al Oriente: todo es gigantesco y
poderoso, superior á toda comprensión europea, pero inferior á todo senti-
miento humano. Cuanto más sensata y benévola se mostraba Catalina en la
intimidad, tanto más imperiosa y terrible era en el ejercicio de su autoridad.
Entonces, ningún derecho la detenia, ninguna promesa le encadenaba, nin-
gún medio le causaba repugnancia, por odioso que pudiera ser; y mientras
cambiaba conVoltaire cartas sobre la libertad y los derechos del hombre, se
consideraba á sí misma como una especie de divinidad, y miraba la esclavi-
tud de dos partes del globo como el único pedestal que convenia á su glo-
ria. Pero así como fué acaso la única mujer del mundo que, á un mismo
tiempo Emperatriz y cortesana, continuó ocupándose en los pormenores de
la administración de su casa como una buena madre de familia, se distinguió
también de otros conquistadores en que, en medio de sus planes más ambi-
ciosos, conservó siempre la calma de la reflexión y la completa serenidad del
juicio. Aunque los caprichos de su imaginación la lanzaban á las regiones de
lo infinito, sabía en sus actos conservarse siempre en los límites de lo posi-
ble, y no emprendía nada que no fuese ejecutable. Tenía la fuerza de cal-
mar y de contener sus pasiones violentas; y aquella mujer, que no tuvo
igual en la ambición ni en la sensualidad, no dejó nunca de dominar á los
que la rodeaban y de dominarse á sí misma.»»
Dicf lOKÑAiRE uNivERSEL DES CONTEMPORAINS ; ouvrage redigé ef tenu á jour, avec le con-
cours d'ecrivains de tous les pays, par G. Vapereau, ancien elevé de l'école nórmale,
anden professeur de philosophie. — Quatriéme édition, entiérement refondue etcon-
sidérablement augnnentée.— Un vol. en 8.° mayor.
Promete este Diccionario en su portada dar noticia de todas las personas
notables de Francia y de los países extranjeros, con sus nombres, apellidos
y seudónimos, el lugar y la fecha de su nacimiento, su familia, sus princi-
pios, su profesión, sus trabajos y sus empleos, sus grados y títulos, sus ac-
tos públicos , sus obras , sus escritos , etc. , etc. Y en mucha parte cumple
estas promesas, conteniendo en efecto un número muy grande de noticias.
334 boletín bibliográfico.
De una edición á otra , para corresponder á su título de Diccionmio
de los Contemporáneos, suprime las noticias de los que en el intermedio
han fallecido, añadiendo las de los que durante el mismo espacio de tiempo
han adquirido celebridad. En esta cuarta reimpresión, están ya totalmente
omitidos los que murieron antes de 1.° de Enero de 1860; y respecto de los
que fallecieron desde esa fecha hasta 1865, sólo se indican los nombres y el
dia de su nacimiento y de su muerte, remitiento al lector á las ediciones
anteriores.
HiSTOiRB GENÉRALE DE LA MusiQUE, deputs les temps les plus anciens jusqu'á nosjours.
par M. Fétis. — Ocho volum. en 8.", de los que se han publicado ya los dos primeros,
— Paris, 1870, chez Firmiii Didot.
Después de una erudita introducción, que contiene interesantes conside-
raciones sobre las diferentes aptitudes que para la música poseyeron ó po-
seen los pueblos antiguos y modernos de las diversas partes del mundo, el
primer libro trata especialmente de la música vocal é instrumental en' el
Egipto antiguo. El segundo describe el estado y progresos de la música en-
tre los Caldeos , Babilonios , Asirios y Fenicios , para lo que suministran
preciosos datos los recientes descubrimientos realizados en Oriente, que
tanta luz derraman sobre la vida y costumbres de aquellos pueblos ; el ter-
cero considera la música entre los Hebreos, y el cuarto y último de la pri-
mera parte, entre los Árabes y los Moros.
Agotada así la materia respecto de los pueblos de origen semítico, el libro
quinto y el sexto, que componen la segunda parte, tratan de la música en-
tre los pueblos orientales de procedencia aryana, como los habitantes de la
India, de la Indo-China, de Siam, de Persia, etc.
El tercer volumen hablará de los Griegos , de los Etruscos y de los Ro-
manos. El cuarto hará la historia de la música en Oriente y en Occidente
desde el establecimiento del Cristianismo hasta fines del siglo XIV. El
quinto referirá los progresos hechos, desde fines del siglo XIV hasía con-
cluir el XVI por la ciencia de la armonía, y el desarrollo de la forma musi-
cal en los dos géneros religioso y profano. El sexto comenzará á dar noticia
de la revolución producida en el arte musical hacia principios del siglo XVII
por la invención del drama lírico, y la trasformacion de la tonalidad. El
sétimo y la primera mitad del octavo, terminarán esa historia desde me-
diados del siglo XVIII hasta nuestros dias. Y por último, la segunda parte
del octavo contendrá la historia de la literatura musical, y la exposición de
todas las tentativas hechas hasta ahora para crear una crítica y una filosofía
de este arte. Tales por lo menos son los propósitos del autor.
boletín bibliográfico. 33b
HiSTOiRE DE Frange, depuis les femps les plns recules jusqu^en 1789; racontée á mes petits
enfants, par xM. Guizot. — Librairie Hachette et comp.
' El ilustre historiador de la civilización europea , dice que escribió esta
obra con el exclusivo objeto de enseñar á sus nietos la historia de Francia.
Después ha resuelto darla á luz. Tardará, sin embargo, en ser conocida del
público, porque los tres volúmenes de que constará se compondrán de 90 á
100 entregas, que se han de repartir á razón de entrega por semana, con-
tando desde el 30 de Abril último. Más de 100 grabados servirán para re-
presentar escenas y personajes históricos, retratos, trajes y monumentos.
HiSTOiRE DE LA Création; ewposé scienfifique des phases de développement du glohe terrestre
et de ses habitans, par M. H. Burmeister, Directeur du Musée de Buenos- Ayres; traduit
derallemand par M. E. Maupas.— Paris, chez F. Savy, 1870.
Trata detenidamente de los problemas oscuros que se refieren á los esta-
dos de la tierra que fueron anteriores al tiempo en que ésta pudo servir para
los organismos vivientes. Explica las diferentes teorías conocidas sobre el
desarrollo de la vida. Sus editores creen que tiene esta obra, comparada con
el Cosmos, de Humbold, dos ventajas : la de ser más accesible á las inteli-
gencias vulgares, y la de estar adaptada ya á los más recientes descubrimien-
tos de la paleontología, de la antropología y de la cosmogonía.
Exudes sur la Convention de Gene ve, pour ramélqriation du sort des milif aires blessés
dans les armées en campagne, par M. Gusta ve Moynier. — Paris, chez J. Cherbu-
lier, 1870.
M. Moynier, Presidente de la Sociedad ginebrina de Utilidad pública, dio
ya á la prensa, en 1867, una obrita titulada la Gkierre et la Chanté, que tra-
taba teóricamente este asunto. Ahora publica la historia déla idea, reseñan-
do los escritos de publicistas y los actos diplomáticos, que se han ocupado
de ella, y refiriendo los trabajos de las Juntas celebradas en Ginebra desde
1864 á 1868. El autor encuentra en el tratado internacional de Aschaffen-
bourg, en 1743, la primera tentativa práctica hecha para mejorar la condición
de los militares heridos. .
336 boletín bibliográfico.
HiSTOiRE GENÉRALE DE Paris. — T. Le bttssin paHsien aux ages antehistoriques, par E. Bel-
grand, Inspecteur general des ponts et chaussées, Directeur des eaux et des égouts
de la ville de Paris.— París, Imprimérie Imperiale, 1869.— Tres vols. en 4.°, con 91
estampas.
En una introducción expone M. Belgrand sus teorías acerca de la geología
y la paleontología. Después, su libro está dividido en cuatro partes. La pri-
mera, trata de los fenómenos físicos que han dado á la cuenca del Sena su
forma actual. La segunda, de la Edad primitiva de Piedra, describiendo es-
pecialmente cuál debió ser el régimen de las aguas y cuál el estado de la
tierra en aquella época, en que el hombre no pudo ser otra cosa que pastor.
La tercera, de la formación de los nos, la invasión de las turbas, la aparición
de los instrumentos de piedra pulimentada, las primeras huellas de la agri-
cultura. La cuarta se ocupa en el examen de los hechos paleontológicos.
TiPocüArU w GREGORIO ESTRADA . Uitdf, 7, Madrid.
EL COMERCIO DE AMÉRICA
Y LOS FILIBUSTEROS.
Los biógrafos de Luis Bonaparte, Rey de Holanda, en 1805, y
padre del actual Emperador de los Franceses , le atribuyen una
frase que mejor que ninguna otra pinta la imposibilidad de impe-
dir la comunicación y comercio de un pueblo con los demás , á
poco que carezca de materias indispensables á su sustento ó á su
industria.
El bloqueo continental , decretado por el vencedor de Jena en
odio á Inglaterra, era para Holanda más dañoso y más impracti-
cable que para ninguna otra nación, porque heria mortalmente á
su numerosa marina mercante , y privaba al mismo tiempo á los
Holandeses de los cereales y subsistencias que no producía su suelo,
y que sólo el comercio podia proporcionarles. La configuración de
las costas de Holanda, cortadas por infinidad de golfos , bahías,
desagües de caudalosos rios , lagos y pantanos hacia por otra parte
imposible la vigilancia. Por esto se dice, que al recibir Luis Napo-
león las quejas que, con su habitual ^tono imperioso, le daba su
hermano por el escaso fervor con que en aquel reino se aplicaban
los decretos deBeriin, exclamó: — ¡ Tanto valdría mandar á la piel
que no transpire !
El bloqueo continental era un hecho nuevo, en cuanto á su ex-
tensión y generalidad, en Europa ; pero habia sido siglos antes
ensayado en otro continente , en la América española , desde que
terminado el periodo de la conquista y pacificación , España do-
minó tranquilamente en ella hasta principios de la época contem-
poránea. España, sin embargo, es más disculpable que Napoleón
TOMO XV. 22
338 EL COMERCIO DE AMERICA
el Victorioso, por haber creido que se podia impedir que la piel
transpirase ; porque tales eran las ideas de la época en que el des-
cubrimiento de la América se verificó , mientras que al comenzar
el siglo XIX la Economia política y la Historia suministraban doc-
trinas y ejemplos demostrativos de la imposibilidad de dicha em-
presa.
Dos caracteres principales ofrece, en efecto, la política de España
respecto de las vastísimas posesiones debidas á la. ciencia y á la fe
de Cristóbal Colon, y al arrojo y talento de Hernán Cortés, Balboa,
los Pizarros y sus continuadores. El primero consiste en la cons-
tancia, en la tenacidad, y aun podemos decir fortuna, con que
hasta ya entrado el siglo presente, sostuvo nuestra patria su dere-
cho de soberanía sobre todas las regiones descubiertas por ella,
con exclusión de cualquiera otra nación extranjera, y de los sub-
ditos de estas. El segundo consiste en la exclusión de las mismas
regiones de todo comerciante y de todo comercio extranjero, por
considerar reservado el del continente americano y sus numerosas
islas á la metrópoli.
Ninguna de estas limitaciones era fácil de sostener ; pero habia
entre ambas la gran diferencia de que , para hacer guardar la
primera, ó sea la exclusión de América de ios extranjeros, España
y los Españoles de uno y otro hemisferio estuvieron siempre de
acuerdo, mientras que respecto de la segunda, ó sea la exclusión
del comercio extranjero, por más que las teorías económicas que
hasta fines del siglo XVHI prevalecieron en Europa la fuesen favo-
rables, venia á ser imposible por dos conceptos ; por el acabamiento
y nulidad de la producción de España, y por el aumento constante
y colosales proporciones del consumo de regiones que abarcaban
sesenta y nueve grados de latitud , de las cuales sólo el reino de
Méjico es cinco veces mayo|^ que España, y pobladas por muchos
millones de habitantes.
La historia de la dominación de España en América ofrece una
lucha continua con esas dos imposibles exclusiones ; lucha que si
pudo sostenerse con esfuerzo y aun con fortuna en cuanto á la ter-
ritorial, dejando en manos de los extranjeros solamente tal cual
girón no muy considerable del manto , fué inútil y perjudicial en
cuanto al monopolio del comercio , que no pudimos hacer cuando
carecimos de fábricas, de industria y de naves, viniendo España
á convertirse meramente en una factoría de los extranjeros.
Y LOS FILIBUSTEROS. 339
No es el objeto de este estudio examinar lo materia compleja y
difícil del sistema ó de las relaciones mercantiles de España con la
América denominada española. Sobre estar hecho ese estudio de
una manera suficiente por otros escritores (1), tendríamos que
analizar las cuestiones de la moneda , de la balanza mercantil , del
sistema colonial , de las causas de la decadencia de la población ,
agricultura é industria de España , de los errores económicos que
influyeron en ella; con otras varias materias que requerirían un
grueso volumen y prolijas disertaciones. Lo que aqui nos propone-
mos hacer es una narración histórico-descriptiva , más externa
que interna, de las formas y procedimientos del comercio de la
metrópoli con sus posesiones /Cn América, asi como de los medios,
poco morales , y aun bárbaros , de que se valieron las naciones de
Europa para luchar con la política que las impedia á ellas y á su
comercio el acceso de aquellos vastos países.
Tal vez de esta narración , que juzgamos interesante á la vez
que pintoresca , resulte probada la pasión con que escritores ex-
tranjeros acusan de crueles é inhumanos á los descubridores y
conquistadores españoles , cuando la historia de las invasiones de
los Normandos en la Edad Media , ni la de las piraterías de Bar-
barroja y los Argelinos en el Mediterráneo ofrecen rasgos de fero-
cidad y de codicia, comparables con los que señalaron la instala-
ción de las naciones á que aquellos escritores pertenecían en la
América Central y Meridional ; y de segaro se desprenderá de la
misma , una lección más de los peligros é inconvenientes de la re^
glamentacion excesiva y de la imposibilidad de mantener un mo-
nopolio por otros medios que no sean una producción muy adelan-
tada y suficiente para atender á todas las necesidades del país ó
región cayo comercio la metrópoli se reserva; en cuyo caso el
monopolio no necesitaría del auxilio del Estado y se convertiría en
un hecho natural.
Si el lector por sí saca estas deducciones , lo celebraremos ; mas
por hoy escribimos ad narrandum , más bien que con el intento
de probar cosa alguna , y sin otra pretensión mas que la de ser
exactos y, en lo posible, claros narradores.
(1) El Sr. D. J. Arias Miranda en su Memoria sobre el mismo asunto,
premiada por la Academia de la Historia, y mi amigo y maestro, el Sr. Don
Manuel Colmeiro, en el tomo II de su Hútoria de la Economía política en
España.
340 EL COMERCIO DE AMERICA
I.
Cupo á España, al terminar el siglo XV , una de las mayores
glorias de los pueblos modernos: la de llevar á cabo el suceso que
un historiador, por cierto no muy benévolo para con esta nación,
denomina fundadamente « el mayor que ha presenciado el mundo
después del Diluvio (1).» Debe en efecto la tierra su figura esféri-
ca á nuestra patria ; que si antes se sospechaba su redondez , sólo
el descubrimiento del Nuevo, Continente por Colon la demostró y
puso fuera de controversia : débela infinitas consecuencias tras-
cendentales de aquel gran suceso , y entre ellas los progresos de
la navegación y de la geografía y el desenvolvimiento del co-
mercio.
Si éste no fué taa rápido al principio como hoy nos figuramos
que pudo ser , no debe atribuirse solamente á error ó á negligen-
cia de los Españoles.
En primer lugar, había una gran diferencia entre los descubri-
mientos verificados por los Portugueses en la India Oriental y los
de Colon, Cabral, Ojeda y Amé rico Vespucio. Aquellos no descu-
brieron propiamente países nuevos , sino un camino directo, más
corto y mejor, de llegar á países conocidos, puesto que la civiliza-,
cion mahometana habia penetrado en casi todos ellos: los descu-
biertos por los Españoles eran completamente ignotos del antiguo
Mundo, y su civilización era tan rudimentaria, que aún no habia
llegado á la edad del Hierro. Los países adonde el arrojo de Vasco
de Gama llevó á los Portugueses, estaban poblados por una raza in-
dustriosa, activa y acostumbrada al comercio y á las transacciones,
siquiera no fuesen directas, con los pueblos de Europa. En Améri-
ca solamente Hernán Cortés y Pizarro hallaron dos Imperios que
tenían cierto grado de cultura: en el resto del Continente, los In-
dios, ó eran caribes como los de las islas que llevan este nombre y
los bravos y feroces pobladores de las márgenes del Orinoco, ó vi-
(1) M. H. Scherer, Historia riel Comercio de todos los pueblos, traducida
del alemán al francés por M M. H. Richelot y Ch. Vogel , tomo II , Cuadro
General y Sección segunda. Este autor , influido por el espíritu protestante,
suele ser parcial contra España, é inexacto no pocas veces, aunque abunda
en datos y reflexiones.
Y LOS FILIBUSTEROS. 341
vian nómadas como las tribus del Plata y del Norte del Imperio
mejicano; ó con tal sencillez de costumbres y tan gran sobriedad
como los subditos de Guanahari , en la Isla Española , que se ali-
mentaban de raices, y que se asustaban y dolian de ver que un Es-
pañol, tipo de sobriedad en Europa, consumia diez veces más pro-
visiones que un Indio.
Por vasto que fuera el continente recien descubierto, y por con-
siderable que se suponga su población, no era posible por aquellas
razones que diese lugar en mucho tiempo á un comercio muy ex-
tenso; y asi sucedió que los metales preciosos fueron al principio,
juntamente con las necesidades de los armamentos hechos por los
descubridores, la fuente única del que hubo entre él y la metró-
poli: solamente cuando la población europea aumentó por la inmi-
gración, y cuando del trabajo de las minas se pasó al cultivo de
los campos,- fué cuando los elementos de riqueza llevados allí por
los Españoles, el azúcar, el café, la yerba del Paraguay, la cochi-
nilla, juntamente con los que eran propios de aquel suelo, como
el cacao, el algodón , el palo de tinte , la vainilla , el Índigo , co-
menzaron á suministrar preciosa y abundante materia para las es-
peculaciones mercantiles, y alimento inagotable á la navegación.
Compárese esto con la situación y los elementos de los pueblos de
la India Oriental, con quienes fueron á comerciar los Portugueses,
y se comprenderá que no era fácil que en mucho tiempo España sa-
case de sus descubrimientos, con ser tan grandes, el partido que
Portugal de los suyos, y que el comercio de América tenia que ser
lento en su desarrollo.
No era posible tampoco que en los primeros pasos que se dieran
en este camino dejaran de influir las ideas y los hechos que domi-
naban en Europa, y en particular uno que coincidia con la apari-
ción de Colon en la corte de Isabel la Católica. Al individualismo
y al fraccionamiento de los Estados durante la Edad Media habia
sucedido la formación de poderosas nacionalidades, precisamente
en la Europa occidental, llamada á mantener las relaciones más
directas y frecuentes con el Nuevo Mundo . Cada nación formó en-
tonces un todo, una cosa completa, que creia bastarse á si misma,
que qarecia del sentimiento de solidaridad que hoy aproxima á los
pueblos, y que aspiraba á prevalecer sobre las demás y á dominar-
las. El comercio en esta época debia ser considerado como un inte-
rés nacional; principio exacto, si se sobreentiende que la nación no
I
342 EL COMERCIO DE AMÉRICA
es más que el conjunto de los ciudadanos; mas falso y pernicioso,
si, como entonces sucedía, se juzgaba que la nación era una enti-
dad completa é independiente bajo el aspecto económico como bajo
el político , y cifraba el patriotismo en no necesitar auxilio de las
otras ni mantener comunicación con ellas.
Aparte de esto, la prohibición, la reglamentación más minuciosa
con objeto dé abaratar el consumo y la exclusión de los extranje-
ros, empleando ora el arte, ora la fuerza para lograrla , eran ya en
el siglo XVI cosas muy antiguas, y no fué preciso ciertamente in-
ventarlas. La famosa Liga Anseática no se vio animada de otro
espíritu ; y en el mismo siglo XVI Venecia no permitía la circula-
ción de mercancías en sus aguas, sino en sus propios buques, y se
atribula un derecho exclusivo de soberanía sobre el mar Adriáti-
co, lo mismo que la república de Genova sobre el golfo de Ligu-
ria. La legislación de la primera de estas repúblicas en materia
de comercio, era durísima para con los extranjeros : prohibido es-
taba recibir á bordo de los buques del Estado á un comerciante que
no fuese subdito veneciano ; los extranjeros satisfacían derechos de
aduanas dobles que los nacionales ; no podían hacer construir ni
comprar buques en los puertos de la República , y buques, patro-
nes, dueños y tripulación todo debia ser veneciano. Cualquier aso-
ciación mercantil entre nacionales y extranjeros estaba prohibida,
y sólo en Venecia era permitido tratar con Alemanes, Bohemios y
Húngaros. Los fabricantes se hallaban protegidos en sus industrias
por medio de la prohibición absoluta de los productos similares de
la extranjera. Si algún trabajador aplicado intentaba llevar su
arte á país extraño, se le ponía preso, ó á sus parientes, si huia, y
aun hubo casos de despachar emisarios que le diesen muerte.
Exponemos estas consideraciones y datos, con objeto de que se
comprenda que no era fácil que en una época en que acababa de
descubrirse la imprenta y en la que las ideas caminaban aún con
más lentitud que las cara velas de Colon, España adoptara en lo
concerniente al régimen y al comercio de sus posesiones en Amé-
rica un sistema de completa libertad. Tenia que ser entonces, por
confianza en sí misma y por espíritu patriótico, exclusiva en
cuanto al ejercicio de su soberanía en los países comprendidos al
O. del meridiano con que entre ella y Portugal había dividido e^
mundo el Papa Alejandro VI, y así fué, que no solamente rechazó
Te establecimiento de las naciones extranjeras en la América Cen-
Y LOS FILIBUSTEROS 843
tral y Meridional, sino que excluyó á sus subditos del comercio y
de la residencia del mismo continente , sin más excepciones que
los extranjeros habilitados para ello con licencia real, los que ejer-
ciesen oficios mecánicos obteniendo permiso, y los encomenderos
cuyas encomiendas se hubiesen dado por grandes servicios ó en
casamiento, siendo confirmadas por el re,y. Y por la misma causa
tenia que ser restrictiva y exagerar la reglamentación ; materia la
última en que se excedió, sin embargo, más que ningún otro pue-
blo de Europa y que ciertamente caracteriza su política mercantil.
Ni España fué creadora del sistema denominado colonial , ni en
los primeros tiempos de su dominación en América le aplicó, ni le
conservó en su integridad posteriormente. Lo primero lo hemos
visto demostrado por los ejemplos de la Liga Anseática y Venecia;
en cuanto á lo segundo, basta observar, que aún cuando los via-
jes y armamentos de Colon y Ovando fueron costeados por el Esta-
do, los descubrimientos y las conquistas posteriores fueron reali-
zados por iniciativa y á costa de los particulares, ya con permiso
real, ya con el de los gobernadores de la Isla Española y Cuba, ya
sin él ó contra él, cómo sucedió á Hernán Cortés respecto de Diego
Velazquez, y al mismo Pizarro respecto del Gobernador del Darien,
Desde que, sofocadas las discordias y guerras de los Españoles del
Perú, se estableció en este vasto reino, como pasó antes en Méjico,
un vireinato y se comenzó á dar organización al gobierno de la
América española, tanto la navegación como el comercio de estos
países disfi'utaron no escasa libertad. Y si el sistema colonial ha de
ser definido, según M. Scherer, «el monopolio en beneficio de la
metrópoli de la producción y consumo de sus posesiones de Ultra-
mar», considerándose la corona como propietaria de todos los paí-
ses descubiertos y por descubrir ; puede afirmarse que España no
le practicó nunca rigorosamente, porque á diferencia de otras na-
ciones permitió á sus pueblos de América muchos y diversos gé-
neros de fabricación y no pocos cultivos que, como el de los cerea-
les, la vid y el olivo habían llegado á ser la industria única de la
metrópoli y su única producción.
No pocas de las restricciones impuestas en los primeros tiempos
al comercio y navegación de América , se explican asimismo por
circunstancias especiales de aquella época, que es preciso tener en
cuenta para no formular juicios absolutos y precipitados. Por mu-
cho tiempo después del gran viaje de Colon, la navegación de al-
344 EL COMERCIO DE AMÉRICA
tura sig-uió siendo peligrosa. Es cierto que se conocian ya el as-
trolabio y la brújula , que sirvieron al ilustre genoves para llevar
á cabo su primera arriesgadisima expedición ; pero ni la ciencia
ni el arte náuticos, tales como en el dia los comprendemos, hablan
pasado de la cuna. Aquel gran descubrimiento, seguido á poco por
el de la ruta á la India Oriental por el Cabo de Buena Esperanza,
y completado en 1519 por el de Magallanes, ftié el que procuró á
la navegación del Atlántico un fin , un objeto y un término que
antes no tenia, y por consiguiente la causa principal del pro-
greso de la navegación. Los buques que Colon llevó en sus
expediciones no se emplearían hoy por armadores osados en el
comercio de cabotaje de la Península ; los que se emplearon pos-
teriormente, sin exceptuar los que con Magallanes doblaron él
cabo de Hornos y bajo el mando de Sebastian Elcano concluye-
ron descubriendo las Marianas y las Filipinas y dando por pri-
mera vez la vuelta al mundo, no llevaban mucha ventaja á los de
Colon, y los que condujeron á Pizarro á las costas del Perú, el
que descendió por el Ñapo y las Amazonas al Atlántico, bajo el
mando de Orellana, los que desde las costas de Cuba traspor-
taron á las de Méjico á Grijalva y á Hernán Cortés , poco más
que barcas grandes y mal pertrechadas eran. El arte de la cons-
trucción naval no comenzó á ser científico sino con los Holande-
ses , ya mediado el siglo XVI y no contribuyó poco á la supre-
macía marítima y mercantil de aquel pueblo Hasta mediado el
siglo XVIII eran pocos los buques que se aventuraban á doblar el
cabo de Hornos para ir al Callao ó á Chile , y no era ciertamente
el exceso de reglamentación, ni lujo de restricciones, la causa de
que el comercio de la metrópoli con las vastas regiones conquista-
das por los Pizarros y Almagros, por Valdivia y por Benalcázar se
hiciese todo por el istmo de Darien ó de Panamá , trasportándose
las mercancías de una y otra parte á Cartagena de Indias y á Por -
tóbelo. Y se ha de advertir que desde 1492 hasta 1542, en que fué
conquistado el Perú, y hasta alg-unos años más tarde que comen-
zaron á producir las minas del Potosí el metal precioso que fortu-
na á tantos niega (I), materia principal del comercio con aquel
(1) As calqas soldadescas, recamadas
Do metal que fortuna á tantos niega.
(Camoens, Oí Llenada*.)
Y LOS FILIBUSTEBOS. 345
reino, ni este ni los demás reinos y provincias del continente ame-
ricano tuvieron producción, ni industria ni aun casi población ci-
vilizada que requiriesen gran movimiento mercantil de parte de
España. Sus necesidades fueron pocas al principio , cuya causa,
unida á las que hemos apuntado, explican muchos de los hechos y
de los caracteres de aquel comercio en su primer periodo.
Tampoco fué España quien dio ejemplo de los monopolios con-
cedidos á diversas compañías con perjuicio del comercio general
con sus posesiones de x\mérica ; este sistema, adoptado por Francia
y Holanda desde principios del siglo XVI, no se introdujo en nues-
tra patria hasta el siglo XVUI en que se formaron las compañías
de Caracas, Guipuzcoana, de Filipinas, etc. Al principio, el comer-
cio de la metrópoli con América , fué permitido á todos los subdi-
tos españole^ con igualdad de condiciones bajo la protección del
Estado, quien tampoco se convirtió en comerciante por su cuenta
y riesgo como lo hiciera el Portugal. Los errores vinieron luego,
efecto de la insuficiencia de la observación de los hechos económi-
cos en aquella época, de la gran perturbación que produjo en los
precios de las cosas un aumento no previsto y muy considerable
del consumo, juntamente con una prodigiosa abundancia de meta-
les preciosos, en particular desde el descubrimiento de las minas de
plata de Zacatecas, en 1532, y las de oro en el Potosí en 1545; y
tanto como de estas causas, de la situación á que redujo á España
la política belicosa de la dinastía austríaca y del espíritu de exa-
gerada reglamentación que desde los Reyes Católicos iba domi-
nando.
II.
Las primeras expediciones que salieron de España para los países
recien descubiertos por Colon, fueron, como hemos indicado, arma-
mentos militares ó políticos llevados á cabo por la Corona, de cuya
cuenta y riesgo navegaban los buques y sus cargamentos; y el mis-
mo sistema se siguió por algún tiempo, reservándose aquella el de-
recho de la comunicación con América. La mayor parte de las que
en este período se dispusieron, salían del rio de Sevilla, único puerto
que por entonces se habilitó para dicha navegación. Incomprensi-
ble parece esto hoy que cruzan los mares buques como el Gran
346 EL COMERCIO DE AMÉBICa
Oriental, cuyo inconveniente es hallar en el Océano pocos puertos
capaces de recibirle cómodamente ; pero cuando la mayor parte de
las naves empleadas en la carrera de América apenas pasaban de
cien toneladas, la elección de un puerto como aquel no tenia tan-
tos inconvenientes. Sin embargo, como Sevilla no es puerto, pro-
piamente dicho, como está situado tierra adentro , y eran muchos
los gastos y las molestias que ocasionaba al comercio el haber de
recorrer gran parte de nuestras costas para cargar alli los frutos
de la misma provincia ó localidad de donde procedían, desde el
principio se suscitaron grandes reclamaciones. Atendiendo á ellas,
la Reina Doña Juana, en 1.° de Mayo de 1509, determinó que los
navios que en cualquier puerto se cargasen para ir á Indias, y no
quisieran registrarse en Sevilla, pudieran hacerlo en Cádiz, ante
el visitador nombrado á este objeto , y dependiente de los Jueces,
Oficiales ó Tribunal de la Contratación residente en la primera de
estas ciudades. Y es de notar, que los perjuicios que estas restric-
ciones ocasionaban al comercio, eran ya tan claros, que la ciudad
de Santo Domingo representó , que una de las causas de no estar
bien provista de los artículos más necesarios á precios cómodos,
era el no poder pasar allá navio alguno sin registrarse en Sevilla;
y para remedio de este mal pedia se diese licencia á los naturales
de estos reinos para que de cualquier puerto de ellos pudiesen ir
con sus naves al Nuevo Mundo. No tuvo éxito por entonces la pe-
tición, pero debia ser fundada, porque más adelante, en 1529,
vemos que D. Carlos y Doña Juana : « considerando que descubier-
tas muchas islas y tierras en el Nuevo Mundo, era el mejor medio
para que se poblasen el que en las provincias del Norte de España
fuese libre el comercio con ellas, sin necesidad de sujetarse al re"
gistro y licencia en Sevilla,» habilitaron para él once puertos,
que fueron los de la Coruña, Bayona de Galicia, Aviles, Laredo.
Bilbao, San Sebastian, Cartagena, Málaga y Cádiz, además del
de Sevilla , previas algunas formalidades poco onerosas y nece-
sarias para el buen orden y para el conocimiento del Gobierno,
excepto la de estar obligados los Capitanes, bajo pena de muerte
y perdimiento de bienes, á dar la vuelta en derechura á Sevilla; de
cuyo requisito jamás, ni por ningún concepto, se quiso prescindir.
El silencio que acerca de esta concesión guardan las disposiciones
posteriores y la revocación formal que de ella se hizo en 1573,
demuestran que los puertos favorecidos no usaron de aquel per-
y LOS FILIBUSTEROS. 347
miso, ó que al menos , no acertaron á establecer un comercio tan
importante que pudiese servir para impedir el retroceso al mono-
polio del de Sevilla. ¿Cuál pudo ser la causa? Es indudable que
la rigorosa condición del retorno forzoso á Sevilla , disminuirla no
poco el valor de la concesión, pero aún asi valia mucho esta para
ser abandonada. En nuestro concepto, la explicación de aquel
hecho consiste, por una parte en el escaso movimiento mercantil
á que hasta mediado del siglo XVI daba lugar la América y en el
temor de la concurrencia , y por otra parte en los escasos elemen-
tos con que contaba el comercio para expediciones tan largas, pe-
ligrosas y aventuradas, pues los mares americanos se hallaban ya
infestados de corsarios.
Es sabido que los Monarcas españoles contribuyeron poco al des-
cubrimiento y nada á la conquista del Nuevo Mundo, aunque una
y otra cosa se hicieron á su nombre; pero no tardaron en interponer
su autoridad soberana para regir á sus nuevos vasallos y las rela-
ciones entre ellos y la metrópoli. Dos instituciones ó cuerpos prin-
cipales le unieron con la última en lo tocante á la navegación y
al comercio: el Consejo de Indias, establecido en Madrid, el cual
daba ser á todas las leyes, y la Casa de Contratación establecida
en Sevilla desde 1503, que entendía en todos los asuntos mercan-
tiles. El último de estos tribunales, único de que tenemos preci-
sión de ocuparnos en este estudio, instalado al principio en el Al
cazar Viejo de Sevilla cuando aún no se tenia idea de lo que eran
las posesiones de América, porque ni se habia conquistado Méjico
ni se habia descubierto el mar del Sur, tenia atribuciones mistas
de Lonja ó Bolsa, de Consulado, de Tribunal civil y de Aduana.
De los tres magistrados de que se componía, llamados Jueces Ofi-
ciales, uno residió en Cádiz desde 1530, asistido de un Teniente en
representación de sus dos compañeros que quedaban en Sevilla (1)
y estos ejercían alli las atribuciones de la Casa de Contratación
respecto de la partida de las flotas y navios; pero al regreso, to-
dos, sin excepción, debian presentarse en Sevilla donde se reunia
el tribunal integro.
(1) Para la historia de la Legislación del Comercio de España con América
nos servimos de la obra titulada : Memorias históricas sobre la Legislación
y Gobierno del Comercio de los Españoles con sus Colonias en las Indias Oc-
cidentales, por D. Rafael Antimez y Acebedo. — Madrid, 1797, un volumen en
4.°, Hbro metódico y completo.
348 EL COMERCIO DE AMÉRICA
Fácilmente se concibe los graves perjuicios que se originarian
al comercio de hallarse sujeto á frecuentar un puerto situado tierra
adentro de poco fondo, é incapaz para las dimensiones que los bu-
ques de la navegación de América paulatinamente fueron tomando
y para el número creciente de los que concurrian. Sólo viendo
consignado el privilegio del puerto de Sevilla en repetidas leyes y
defendido con severisimas penas puede creerse, no el que se esta-
bleciera tal monopolio, pues de esto la historia del comercio de Eu-
ropa ofrecía ejemplos (1), sino el que se mantuviese cuando la Amé-
rica fué conocida y comenzó á ser poblada de Españoles. Esta per-
sistencia en las medidas, al principio tomadas, esta veneración de
las fechas sin distinguir de tiempos ni mantener abiertos los ojos
á los hechos, es lo que caracteriza la política mercantil de España
hasta fines del siglo XVIII . Los Holandeses fueron también perse-
verantes, y á ello debieron, más bien que á otra cualquiera cuali-
dad, su prosperidad comercial; pero no mantenían el absurdo sólo
por hallarlo establecido, y prestaban atención á las condiciones de
los mercados que monopolizaban. Verdad es que la destrucción
llevada á cabo por aquellos de los árboles de la especiería en todas
las islas de la Sonda, excepto en las que juzgaron que bastaban á
proveerles de dicho articulo, fué una medida bárbara á la par que
errónea; pero no tanto como la de España de conservar por espacio
de tres siglos para el comercio de inmensas regiones las le^^es y
disposiciones dictadas para el de unas cuantas islas pobladas de in-
dios sin cultura.
Vamos á dar una ligera idea de la minuciosa reglamentación
á que el comercio de América se vio sometido.
Desde luego, no todos los subditos que España contaba entonces
en las diversas partes de Europa y en la Península misma eran
admitidos á comerciar con los países del Nuevo Mundo. Respecto
de los extranjeros, ya hemos dicho que desde que se descubrieron
las Indias se estableció como principio inconcuso de derecho de
gentes, el prohibir su paso á las provincias pacificadas y el que
éstas tuvieren trato de niuguna especie con ellos. Esta disposición
no era únicamente motivada, como supone M. H. Scherer por la
idea de un derecho supremo de propiedad de la metrópoli sobre los
(I) Entre otros muchos, el del puerto de Londres, que por largo espacio
de tiemijo tuvo el monopolio del comercio del tó.
Y LOS FILIBUSTEROS. 349
países descubiertos y por descubrir, considerando á las colonias
como iincas de la Corona, ni tampoco solamente por celos de las
demás potencias marítimas ni por la hostilidad en que frecuente-
mente vivió España respecto de la mayor parte de ellas: lo que im-
pulsó á nuestra patria á tan rigorosa exclusión fueron las ideas
que en el siglo XVI dominaban, y principalmente la de los dere-
chos y exigencias de la nacionalidad ; y además de esto un celo re-
ligioso exagerado, porque á toda costa se quiso evitar primero que
pasasen á Indias moros ó judíos, y después que se viesen allí here-
jes ó protestantes. En cuanto á que la Corona de España consideró
á sus colonias como fincas sobre las cuales la correspondía un su-
premo derecho de propiedad, el aserto es falso á todas luces (1),
porque el sistema de asimilación seguido desde los primeros tiem-
pos, la libertad industrial relativa que se disfrutó en América, muy
superior á la que disfrutaba la metrópoli, las infinitas leyes pro-
tectoras de las personas de los indígenas y el denominarse siempre
provincias de España las posesiones americanas, prueban que no
fué la falta de elevación de ideas ni de espíritu de justicia la causa
de los errores en que incurrimos en aquella materia.
En España misma sólo fueron admitidos al comercio de Améri-
ca los naturales de la Corona de Castilla y los de Aragón , y poco
después los Navarros. La primera declaración acerca de la exclu-
sión de los extranjeros se halla, dice Antunez , en uno de los ca-
pítulos de la Instrucción dada en 17 de Setiembre de 1501 al Co-
mendador Fr. Nicolás de Ovando , cuando fué por gobernador de
la provincia de Tierra Firme. Por él se le mandó, que ni en dicha
provincia ni en las islas permitiera personas extranjeras , y que si
alguna se hallare, la echase de allí. Disposición que en lo sucesi-
vo se repitió muchas veces. Y no sólo estuvo prohibido el pase de
extranjeros á Indias, sino también «el trato y comercio activo y
pasivo » de aquellos con estas ; de tal modo , que mientras Portu-
gal se halló incorporado á España estuvo excluido como anterior-
mente. El cronista Antonio de Herrera, asegura, es cierto que en
el año de 1526, se dio licencia general para que todos los subditos
de S. M. y del Imperio, así Genoveses como otros cualesquiera,
pudiesen pasar á las Indias , y estar y contratar en ellas como los
(1) La opinión de Alejandro de Humboldt, opuesta á la de M. Scherer
viene en nuestro apoyo.
350 KL COMERCIO DE AMÉRICA.
naturales de Castilla y León , pero se ignora en quó fundó su aser
to, contrario á los hechos y á las leyes.de aquel tiempo.
Mas no bastaba ser Castellano ó Leonés para poder pasar á Amé-
rica ; era necesario además obtener particular licencia para cada
viaje ; licencia que se daba , ó inmediatamente por el Rey ó por los
Jueces oficiales de Sevilla , según el objeto de aquel. Para obte-
nerla se debia hacer información auténtica de vida y costumbres
en el tribunal de la Contratación , bajo graves penas á los que se
embarcasen sin ella. Si los mercaderes eran casados , necesita-
ban el permiso de su mujer , que no podia exceder del término de
tres años , y hablan de dar fianza por la cuarta parte de sus bienes,
♦ que no bajase de 1.000 escudos. Pero en ningún modo ni forma
podian pasar á Indias , judíos , moros , herejes , reconciliados , ni
los nuevamente convertidos, ni sus hijos y nietos. Tampoco podian
pasar sin especial licencia los clérigos y frailes , y en particular
los del Carmen calzado . restricción de que se prescindía respecto
de los Descalzos (1). Extendíase el requisito de la licencia espe-
cial á los esclavos negros y á las mujeres solteras ; y , lo que prue-
ba el espíritu exageradamente conservador de esta legislación,
tampoco podian pasar sin aquella á fines del siglo XVIII los des-
cendientes de los Almagros y Pizarros , á cuyo fin era práctica in-
cluir en las informaciones de los pasajeros la justificación de no
pertenecer á dichas familias. Los que sin licencia se embarcaban
para Indias, que no fueron nunca en número escaso , se llamaban
polizones ó llovidos : restricciones que si en su origen tuvieron las
más un objeto laudable , pasando el tiempo y subsistiendo cuando
el último habia desaparecido, causaron notables perjuicios.
m.
Los buques empleados en la carrera de Indias debian ser natu-
rales de Espaíia en dos conceptos ; porque hablan de pertenecer en
propiedad ó dominio á subditos españoles, y debian haber sido
construidos en estos reinos. Verdad es , que luego que por las con-
( 1 ) En esta materia, la política de España consistió en favorecer ó promo-
ver el pase á América de las Ordenes mendicantes, de las de i)ropaganda y
misiones^ y cünti-jiriar ó im])edir el de las duiíiás Ordenes regidares.
Y LOS FILIBUSTEROS. 351
tínuas g-uerras y poca seguridad de las costas de España , decayó
muclio la fabricación española de naves, y que por la paz que en
el nuevo Continente se disfrutaba , se fomentó en los puntos más á
propósito y más resguardados de América se mandó en 1638 que
los buques construidos en la Habana, Campeche, Santo Domingo,
Puerto Rico y Jamaica se estimasen como construidos en Castilla,
gracia que diez años más tarde se extendió á todas las naves fabri-
cadas en Indias. En igualdad de naturaleza , por lo que mira á
construcción , eran siempre preferidas las naves vizcainas á las de-
más de España y América , cuando llegó el tiempo de limitar la
cabida de las notas por disminución del consumo ; con lo que está
demostrada la superioridad de los habitantes de la costa cantábri-
ca en aquella época sobre los del resto de España en materia de
construcción .naval. Mas conociendo pronto la decadencia de este
arte , fué preciso tolerar desde fines del siglo XVI y principios del
siglo XVII que navegasen á Indias bajeles de fábrica extranjera.
Al comenzar el siglo XVIII, era tan grande y notoria aquella de-
cadencia , que para enviar dos escuadras que escoltasen la flota de
Nueva España y los galeones de Tierra Firme, en 1706 , fué ne-
cesario valerse de la Francia.
Supuesta la naturaleza española del buque , tanto en su perte-
nencia como en su fábrica, era además preciso que obtuviese licen-
cia para cada viaje que quisiera hacer á Indias, recurriendo con
este objeto á los jueces oficiales de Sevilla, á los cuales estaba co-
metido todo lo concerniente al gobierno económico y judicial de
esta contratación: los jueces, antes de concederla, visitaban y reco-
nocian el buq íie ; á cuyo fin , desde el principio del comercio de
América se hallaba establecido en la Casa de Contratación el oficio
de Visitador. Las visitas que éste hacia á cada buque eran tres: en
la primera examinaba el porte, edad, estado y lastre de la nave:
el porte debia ser por lo menos de 100 toneladas hasta 300, y des-
pués se amplió hasta 400. En cuanto á la edad, convienen los es-
critores de esta materia en que solian emplearse en la carrera de
Indias los peores buques, retirados casi inservibles de la de Levan-
te. El objeto de la segunda visita era examinar si el buque lleva-
ba la gente, artilleria^ municiones ^ bastimentos y carga conforme
á las Ordenanzas.
Estaba dispuesto que los visitadores no consintiesen pasar á In-
dias marinero que no fuese examinado por ellos ó no hubiese ser-
352 EL COMERCIO DE AMÉRICA
vido tres anos de grumete, y que al mismo tiempo señalasen el nú-
mero de gente de tripulación que pudiese cada buque llevar, con-
forme á su porte. En la tercera y última visita se examinaba si se
habian cumplido todas aquellas instrucciones, y algunas más que
no enumeramos.
Habilitado para la navegación un buque , restaba hacerse á la
vela, solo ó acompañado, para el punto de su destino. En los pri-
meros tiempos del comercio de Indias, cualquier buque aprestado
conforme á las Ordenanzas tenía libertad para emprender su na-
vegación solo ó en conserva de otros buques de la misma carrera,
y aun después que el temor de los corsarios de Marruecos y de los
filibusteros de las Antillas obligó á los mercaderes á no salir sino
en conserva de otros buques, quedó á su arbitrio ejecutarlo cuando
les pareciese, siempre que se juntasen siete. No se sabe de cierto
el año en que empezó el método de la navegación en flotas ; pero
se le ve ya establecido en 1561, en el cual, á 16 de Julio, se expi-
dió una Real cédula mandando que no saliese de Cádiz ni Sanlú-
car nave alguna sino en Jlota , pena de perdimiento de ella y de
cuanto llevase ; y que en cada año saliesen dos flotas con naves
para Tierra-Firme y Nueva España , la una por Enero y la otra
por Agosto, con Capitán y Almirante; y que, llegando á la Domi-
nica, se apartasen los buques que fuesen para^Nue va-España, yen-
do el General con los de una provincia y el Almirante con los de
la otra (1).
Desde entonces la reglamentación de la navegación de América
no tuvo límites. Sucesivamente se fueron expidiendo las ordenan-
zas del gobierno militar y económico de las flotas , así como las
instrucciones para sus jefes. Tomáronse en particular las más pro-
lijas precauciones para que ningún pasajero ocultase el oro ó pla-
ta, y para rechazar á los piratas que infestaban los mares. La ar-
mada debia navegar «en orden de batalla,» cuidando el General
de tocar alguna vez «falsa arma» para ver cómo acudían las naves
y se ponían en defensa. Llegada á las Antillas, la flota que iba
para Nueva-España tomaba su derrota para el puerto de San
Juan de Ulúa ó Veracruz sin tocar en las islas de Barlovento , si-
guiendo por separado su viaje los navios que fuesen á la Española,
Puerto-Rico, Cuba y Honduras, lo mismo que los destinados á Ve-
h) Antunez y Acebedo, Memorias históricas ^ etc.
Y LOS FiLlBUSTlíROS . 353
nezuela y pesquería de las perlas. Al regreso á España, debia se-
ñalarse tiempo en que todos los buques que hubiesen de verificarlo
se reunieran en la Habana. El Capitán general y Almirante de
cada ficta eran nombrados por el Rey.
Tan visible era ya en 1582 la decadencia del comercio de Indias,
ó tan absurdo el espíritu de reg-lamentacion que prevalecia, que en
cédula de 12 de Noviembre de dicho año «se limitaron las tonela-
das para cada flota conforme á la necesidad que hubiese de merca-
derías,» y se mandó formar «un concurso de oposición en cada flo-
ta» para admitir ó para excluir las naves que habían de ir en ella,
fijándose en términos de justicia reglas al derecho de prelacion
conforme «á la naturaleza, fábrica, porte, antigüedad, privilegios
y servicios de las naves ó de sus dueños.» Ya hemos dicho que , en
igualdad de. circunstancias, las naves vizcaínas tenían derecho
preferente. De modo que, en este período del comercio de Améri-
ca, para que una nave española hiciese un viaje feliz á Indias y
consiguiera algún lucro , se necesitaba : que no fuese catalana , ó
napolitana, ó portuguesa , ó flamenca; que tuviese el porte y cir-
cunstancias requeridas por infinitas disposiciones; que obtuviesen
licencia ella y cada uno de sus pasajeros; que sufriese tres visitas,
y fuese aprobada en todas; que acudiese á tiempo á Sevilla á la
ida, y á la Habana á la vuelta ; que se librase en uno y otro viaje
de los corsarios berberiscos ó marroquíes que la acechaban y per-
seguían desde Cádiz hasta las Azores, y de los filibusteros que la
esperaban en el canal de Bahama, en el golfo de Méjico, y que la
acometían dentro del mismo puerto; que fuese admitida previo
concurso; que satisficiera muchos y muy diversos derechos; y , en
fin, que no hallara el mercado obstruido y pletórico por el contra-
bando extranjero. Una vez de vuelta en Sevilla , el Rey se reser-
vaba la facultad, sino el derecho, de apropiarse parte ó el todo de
los beneficios bajo el nombre de indulto, ó con pretexto de las ur-
gencias de la guerra, ó con otro cualquiera. Supuestas estas con-
diciones y circunstancias, no hay que admirar que el comercio de
España con América fuera en decadencia hasta fines del siglo XVIII.
Casi anualmente hubo despacho de flotas para uno ú otro reino,
muchas veces para ambos, desde 1580 á 1680, exceptuando los
cuatro años de 1590 á 1594, que se suspendió por la peste que
afligió á España y que se llamó el moquillo ; pero la abundancia
y la facilidad del contrabando desde que Inglaterra, Holanda y
TOMO XV. 23
354 RL COMERCIO DE AMERICA
Francia sentaron el pié en la América espaiíola apoderándose de
algunas islas , fueron causa de que las flotas y galeones tardaran
anos en dar salida á sus mercancías y de que se prolongara por
mayor espacio de tiempo su partida de Cádiz.
Los artículos de producción nacional , cuya exportación á Indias
estaba prohibida, eran pocos, contándose entre ellos en primer
lugar las piezas de plata ú oro labradas ó por labrar, perlas y
piedras preciosas , esclavos blancos ó negros sin especial permiso,
libros de romadice ó historias iíngidas y armas ofensivas ó defen-
sivas sin licencia expresa del Rey.
La más antigua y constante providencia en este comercio , fué
sin duda la de sujetar á registro todo lo que se llevase y trajese
de Indias ; lo cual tenia por objeto , no sólo la claridad de los co -
tratos de fletamiento entre el dueño de la nave y el de la mercan-
cia, sino también la fácil exacción de los derechos fiscales (1). Es-
taban sujetas á registro , además de las mercancías y frutos , las
personas, para averiguar si tenían ó nó licencia del Rey, Con es-
pecial cuidado se registraban el oro y la plata y las cédulas de
cambio ; y para hacer más efectivas estas providencias , cada buque
que salía de América traía dos registros; el suyo y el de otro bu-
que que saliera ó hubiese salido del mismo puerto. El registro abar-
caba asimismo 1^ navegación de unos puertos á otros en Indias , y
el total de estas disposiciones se hallaba garantido con duras penas
pecuniarias y personales.
En los fletes de las naves de esta carrera intervino, como en todo
en aquel tiempo , la tasa, aunque no rigió al principio. Ni era
éste el único obstáculo con que tenían que luchar los armadores:
éstos y los comerciantes satisfacían asi en Indias como en España
muy pesados derechos y contribuciones. Uno de ellos era el deno-
minado de averia , destinado á la dotación ó Jiaher de la armada
de Indias. Tuvo principio con ésta, pagando las naves mercantes
la escolta de las del Rey necesaria para librarlas de los corsarios
berberiscos y filibusteros y de los enemigos con quienes España se
hallaba en guerra. Los pasajeros embarcados en naves de guerra
venían á pagar por averia veinte ducados cada uno , y lo mismo
por sus criados ó dependientes, aimque fuesen esclavos. Esta con-
tribución no era de cuota fija respecto de las mercancías, sino que
(1) Antunez y Acebedo, en la obra citada.
Y LOS FILIBUSTEROS. 355
se establecía por prorateo de la suma total á que asceadian los
g-astos de la armada en cada viaje : comunmente ascendió hasta
1587 á 4 ó 5 por 100: en 1596 fué ya de 14 por 100. Se dio en
asiento ó arrendó varias veces.
El derecho de almojarifazgo 6 de aduanas fué en el comercio
de América posterior al de avería. Los Reyes Católicos entre las
muchas disposiciones sabias ó liberales que , envueltas con alguna
errónea, dictaron para los países descubiertos por Colon, dieron la
de eximir al comercio de Indias de toda contribución ; mas no pudo
durar mucho este sistema, y reinando Carlos V, vemos ya en 1543
establecido el derecho de almojarifazg-o ; en cuyo año se mandó
que todas las personas que trajesen de Indias mercancías ó mante-
nimientos, ó las llevasen de acá á allá pagasen de entrada por
tierra, y cargo y descargo y venta de ellas, los derechos de almoja-
rifazgo y alcabala y otros conforme á las leyes. Al principio fué
moderada la cuota, pero no tardó en subir, alcanzando altos tipos,
especialmente los vinos, que pagaron 10 por 100.
Conforme al sistema rentístico de aquel tiempo, si es que el
nombre de sistema merece , las contribuciones ó in^puestos sobre
este ramo de la riqueza crecieron á medida que él decaía y fueron
aplicados de cien modos diversos , á veces sobre una misma cosa ó
concepto. En 1608 «para gastos de la universidad de navegantes,»
sita en el barrio de Triana, en Sevilla, hallamos ya establecido el
llamado derecho de toneladas, que en 1642 fué aplicado á la Ha-
cienda , y que agregándosele otros varios , llegó á ser de los más
gravosos para el comercio ; no sólo por su excesiva cuota , sino
también porque se exigía antes de salir del puerto. Además de esto
las naves de la carrera de Indias satisfacían el derecho de almi-
rantazgo. Habían los Reyes Católicos concedido á Cristóbal Colon
en las capitulaciones de 17 de Abril de 1492 el empleo de Almi-
rante de todas las Islas y Tierra-Firme que descubriese en el
Océano , para si y sus herederos con las preeminencias inherentes
al oficio, según D. Alonso Enriquez, Almirante de Castilla y sus
predecesores lo tenían en su distrito ; y por otro capitulo se le otor-
gó que llevase para sí la décima parte , deducidas las costas de
todas las mercancías de cualquier clase que se comprasen , troca-
sen, hallaren ó ganaren ó que se hubiesen dentro de dicho almi-
rantazgo ; concesión que hubiera hecho la casa del ilustre marino
la más rica del mundo , pero que no se le guardó , ni podía en rea-
356 EL COMERCIO DE AMÉRICa
lidad guardarse; y en fin, en 1556, de acuerdo con el tercer Al-
mirante de Indias, D. Luis Colon, nieto de D. Cristóbal, se de-
claró renunciado y exting-uido el ejercicio y facultades del oficio
de Almirantazgo, quedándole sólo el nombre de tal y asignándole
en cambio 7.000 ducados de renta al año, que aún figuran como
carga de justicia á favor del Duque de Veragua en el actual pre-
supuesto del Estado. Esto no impidió que se siguieron cobrando
los derechos establecidos bajo el nombre de almirantazgo sobre la
carga y descarga de los buques y sobre el anclaje de todas las
naves entradas en Sevilla.
IV.
Basta lo expuesto para que se comprenda uno de los peores efec-
tos de la medida de limitar á un solo puerto el comercio de Amé-
rica y de obligar á los navieros y comerciantes á hacer los viajes
periódicamente y en conserva.
Cuando se descubrió el continente americano, y hasta un siglo
más tarde , España era una potencia marítima al par que indus-
trial : por eso durante aquel espacio de tiempo , ó poco menos , no
tuvo necesidad de adoptar grandes precauciones contra el contra-
bando , ni de esforzarse en asegurar la navegación. Además de la
industria española, floreciente en el siglo XV y parte del XVI, tu
vimos desde el reinado de Carlos I los Paises Bajos, en los cuales
el comercio español podia, no obstante sus ordenanzas, proveerse de
géneros : Inglaterra no se hallaba tan adelantada como aquellas
provincias en industria, y su marina era inferior á la de España:
la república holandesa no existia aún, y los Turcos no se enseño-
reaban todavía del Mediterráneo, ni los corsarios de Rabat y de
Salé inundaban el Océano desde el Estrecho á las Azores. Pudo
por consiguiente ser la inmensa costa de América defendida del
contrabando y los mares conservarse limpios de escuadras enemi-
gas y de piratas, con lo que el comercio , al par que de seguridad,
gozó de alguna libertad. Pero cuando comenzó la decadencia de la
industria española coincidiendo con el gran aumento del consumo
de las Indias Occidentales, cuando aparecieron los primeros corsa-
rios franceses é ingleses en las costas de la Española y en el canal
de Bahama, y sobretodo, cuando fu ín^rlaterra comenzaron á fio-
Y LOS FILIBUSTEROS. 357
recer la industria y la navegación, j las Provincias Unidas sacu-
dieron el yugo de España , las costas é islas de la América espa-
ñola no pudieron ser bien guardadas, y la necesidad, al par que
las ideas propias de la época , sugirieron el método de navegación
en conserva, que hallamos ya establecido en 1561 y las demás pre-
cauciones, cuyo conjunto vamos á describir.
Desde la fecha citada, ó sea en el último tercio del siglo XVI,
la navegación y el comercio entre España y sus posesiones de Amé-
rica, se dividió en regular ó periódica, y excepcional; y á su vez
la primera quedó dividida en dos grandes secciones , de las cuales
la una comprendía las Antillas y el vireynato de Nueva España,
y la otra el vireynato del Perú y las capitanías generales de él
dependientes.
La navegación periódica consistió en la flota , destinada á Nue-
va España, y los galeones destinados á Cartagena y Portobelo; na
vegacion cuyos caracteres fueron hacerse en conserva , con escolta
de buques de guerra y tener trazado un rumbo y estaciones de
que no podia apartarse. En los intervalos de estas expediciones pe-
riódicas , la comunicación entre la metrópoli y las diversas regio-
nes de las Indias Occidentales , se verificaba irregularmente por
ios buques Avisos ó correos , los buques ó naves de Registro , que
sallan para Buenos Aires , los llamados de permiso que podian ar-
mar los particulares con tales restricciones que hacian casi inútil
la concesión y los que del objeto á que estaban destinados se lla-
maban los Azogues y los cuales conduelan los productos del Alma-
den á Nueva España. Las Islas Filipinas no comunicaban directa-
mente con la metrópoli , sino atravesando todo Méjico , y los bu-
ques que se empleaban en la comunicación entre ambas provincias
se llamaron la Nao de Acapulco, por el puerto de la última á que
arribaban.
Flota. Se componía de buques mercantes armados en guerra v
de buques de guerra de la escolta. Los primeros eran fletados por
particulares en la forma y con las condiciones que hemos expresa-
do. Al principio salia todos los años asi como los galeones, pero
las guerras marítimas (^ue sostuvo España , el poder creciente de
los corsarios y la extensión del contrabando , fueron causa de que
muchas veces pasaran dos ó más años sin que se reuniera. Varió
la época de su salida de Cádiz. En el siglo XVIII era el 1.** de Ju-
nio. vSu rumbo era á Puerto Rico, en cuya aguada no podia déte-
358 EL COMERCIO DB AMÉRICA
nerse más de seis dias; á la Habana, donde podia permanecer
quince, y á Veracruz, donde debia estar otros quince, pena á los
comandantes de perdimiento de empleo si excedian estos plazos.
Galeones. Se distinguia esta expedición de la anterior en que
toda ella, al menos por algún tiempo, se compuso de buques de
guerra. En el siglo XVIII, la época de su salida de Cádiz era el 1.^
de Setiembre. No podian detenerse en el viaje de ida más que
cincuenta dias en Cartagena de Indias , sesenta en Portobelo y á la
vuelta treinta en « Portobelo y quince en la Habana. Pero la Casa
de Contratación disponía y el contrabando mandaba : viaje redon-
do hubo, asi de flota como de galeones, que duró anos, á causa de
la dificultad que hallaba el comercio para despachar sus géneros
por encontrar pletórico el mercado.
En 1686 el economista Ossorio y Redin presentó á Carlos II su
libro titulado Extensión politica y económica, en el que afirma
que el buque ó cabida de los galeones era anualmente de 15.000
toneladas, y el de la Flota de 12.500, en todo 27.500; de las cua-
les 26.000 iban cargadas de géneros extranjeros. Por donde se vé
que si se hubieran guardado escrupulosamente las leyes y dispo-
siciones que ordenaban que sólo navegasen á Indias mercancías
nacionales , flota y galeones hubieran salido poco menos que en
lastre, ó hubieran tardado diez anos en salir. Alguna exageración
se nos antoja que debe haber en los datos de Ossorio y Redin, re-
ferentes tal vez al tiempo eu que los Ingleses no se hablan posesio-
nado de su gran centro de contrabandos, la Jamaica (1655), por-
que consta que al comenzar el siglo XVIII las toneladas de carga
de flota y galeones eran de 5 á 6.000.
Durante el siglo XVII, de ordinario el número de naves de flota
y galeones no pasó de 50 ; 27 para las últimos y 23 para la prime-
ra. Entre los galeones se distinguia el llamado de la plata por
constituir este metal precioso su exclusivo cargamento ; y por otro
concepto el patache llamado de la Margarita, que se desprendía de
la escuadra para servir el comercio en aquella isla, donde existia
una pesquería de perlas.
Avisos. Desde el principio del comercio de Indias, hubo necesi-
dad de despachar de Sevilla buques sueltos con órdenes y comu-
nicaciones ó para trasportar á los gobernadores y autoridades , ó
socorros prontos de todo género. Según costumbre de aquel tiempo
no tardó esto en convertirse en oficio de la Corona y enagenarse.
Y LOS FILIBUSTEROS. 359
En 14 de Mayo de 1514 se expidió titulo al doctor Galindez de
Carvajal, haciéndole donación del oficio de Correo Mayor de las In-
dias, con privilegio para que la correspondencia con ellas no pudie-
ra verificarse sino por medio de las embarcaciones que él despa-
chara. Siguieron disfrutándolo sus herederos, y en el siglo XVII
el Conde-Duque de Olivares se lo compró á D. Iñigo de Tar-
sis, Conde de Villamediana, en precio de 10.000 ducados de plata.
De que esta adquisición fué muy lucrativa para el Conde- Duque,
se halla testimonio en la novela Qil Blas de Santillana, cuyo va-
lor histórico es generalmente apreciado. Hablando Gil Blas con el
mayordomo de aquel Ministro, D. Ramón, le oyó ponderar la gran*
utilidad que aquel sacaba de hacer cargar de los frutos y caldos de
sus vastos estados los buques que enviaba á Indias ; y en efecto, en
aquel tiempo de monopolio y sabiendo perfectamente las fechas de
la salida de flota y galeones, el contrabando que con sus avisos
venia á hacer el Conde-Duque no podia menos de proporcionarle
beneficios enormes. Conforme á las ordenanzas, estos buques de-
bian ser jligeros , de poco aporte , de 30 á 60 toneladas , y luego
de 100; y no podian llevar ni traer mercancías, frutos ni cosa algu-
na ; si bien se les daban , como hemos visto, permisos , y pudieron
en el siglo XVIII embarcar ropas y géneros.
Registros. No hubo comercio regular entre Buenos Aires y Es-
paña hasta el siglo XVII. La capital entonces de aquella provin-
cia , Trinidad , habia sido fundada en 1580. Y es curiosa y demos-
trativa de las ideas económicas que prevalecían en aquel tiempo,
la razón que el comercio de Tierra Firme y el del Perú alegaban
para que se restringiera el de Buenos Aires, al cual siempre fueron
muy opuestos : decian : « que las provincias del rio de la Plata te-
nían todo lo necesario para la vida humana y podian pasarse sin
la venta de sus efectos. » Sin el contrabando, lo hubieran pasado
mal aquellas provincias, pero éste era mayor que en ningún otro
punto en América por la dificultad de la vigilancia y la proximi-
dad de las posesiones portuguesas, y no sólo abastecía á las prime-
ras, sino que de ellas pasaba al Perú y Chile á través de los An-
des. El comercio legal consistía en los registros sin número fijo,
que en su navegación se gobernaban con independencia de los ga-
leones.
Los Azogues eran dos grandes urcas que conducian este artículo
á Veracruz con d ;stino á las minas de Méjico, y á las cuales se las
360 EL COMERCIO DE AMERICA
permitia también carga de frutos, pero no de ropas ni manufactu-
ras. Las islas Filipinas comenzaron á negociar con d continente
asiático á fines del siglo XVI. Al principio los Españoles de Manila
pagaban con entera libertad á Nueva España , Tierra Firme y el
Perú los tejidos de Asia, hasta que en 1587 fué prohibida la intro-
ducción en Indias de ropa ninguna de aquel origen , aunque se
permitió el comercio de frutos y materias la'borables (1). En 1591
cesó el tráfico con el Perú y Tierra Firme, por quejas del comercio
de Sevilla que creia perjudicado su monopolio, y Filipinas comerció
solamente con Méjico por medio de dos navios de hasta 300 tonela-
das que navegaban de Manila al puerto de Acapulco todos los años:
los que á fines del siglo XVII quedaron reducidos á uno de gi'an
porte. A este navio era al que se daba el nombre de Nao de Acapulco.
Todo este comercio entre España y sus provincias de Ultramar
daba lugar á tres grandes ferias , en Veracruz , Portobelo y Aca-
pulco (2). A la primera, que se celebraba á la llegada de la flota,
concurrian los comerciantes de Nueva-España y de las islas del
golfo Mejicano. Solia durar cuarenta dias, y se atravesaban en
ella sumas enormes, sobre 10 millones de pesos; aunque los re-
. tornos á España no importaban tanto como los del Perú, porque el
comercio de Filipinas procuraba en alguna parte salida á los me-
tales de Méjico. El cargamento que los galeones conduelan á Car-
tagena y Portobelo se evaluaba en 10 á 15 millones de pesos, y el
retorno en 20 á 30. A Portobelo concurrian los comerciantes del
Perú, Chile y Tierra Firme; duraba la feria un mes , poco más ó
menos, y las ganancias de los comerciantes españoles solian ascen-
der á 100 y aun á 500 por 100. La importación en América consis-
tia, principalmente, en caldos, ropas y tejidos ligeros de lana y
seda, y la exportación en metales preciosos , azúcar, cacao, cueros,
grana , añil , vainilla, canela de Quito, zarzaparrilla , goma y
otros productos de aquel suelo. Presidia á estas negociaciones una
gran buena fe ; aunque lo general era que tanto en Sevilla , á la
ida, como en Portobelo, á la llegada , atravesasen la mayor parte
(1) Colmeiro, Historia de la economía política en España. Tomo II, Sis-
tema Colonial.
(2) El Sr. D. Lúeas Alamaii, en su Historia de Mégico, cita en vez de esta.-
. ferias las de Panamá y Jalapa; pero seguimos á los autores españole.s que
tuvieron á la vista la legislación. Quizá el Sr. Alaman se refiriria á los pri-
lueros tiempos de este comercio.
f LOS FILIBUSTEROS. 361
de la carg-a uno ó varios comerciantes asociados, después de arre-
glar los precios de las cosas en el último mercado ifn jurado de
Españoles y Americanos, que los fijaba, no según su valor real, sino
en proporción de la abundancia ó escasez que de las mismas habia
en las provincias á que iban destinadas.
Los inconvenientes de este sistema saltan á la vista, porque
nada podia haber más opuesto á la libertad del comercio y de la
navegación. El aseguraba el monopolio de Sevilla ó Cádiz, y en es-
tos puertos y en América, el de unos pocos comerciantes y arma-
dores asistidos por el derecho de preferencia en las naves de ma-
yor porte ; él estimulaba el contrabando , advertido siempre con
antelación de la fecha de la partida de la flota y galeones , á quie-
nes se anticipaba inundando de géneros el mercado ; él excitaba á
la reglamentación , y lo que es peor, á la confiscación de los cau-
dales de particulares, como se vio, no pocas veces en el reinado de
Carlos I y algunas en los de sus sucesores, y á que só pretexto de
indulto^ coste de la armada en tiempos de guerra, y otros, se im-
pusieran crecidas contribuciones extraordinarias, además de las
ordinarias de ú5í7^W¿?í, toneladas, almojarifazgo y' demás que hemos
enumerado; él, en fin, proporcionaba ocasión á Ingleses y Holan-
deses de apoderarse de aquellas escuadras comerciales , como lo hi-
cieron los últimos con la flota de Nueva España á la altura de las
Terceras, en 1627, y los primeros con los galeones dentro del
puerto de Vigo, en 1702. Nada tiene de extraño que, auxiliado
por las guerras exteriores que sostuvo la casa de Austria, y por los
errores económicos, este sistema concluyera por matar el comercio
español, convertido en simple factor ó comisionista de los produc-
tores extranjeros, hasta que éstos, sentando el pié en América pu-
dieron hacer el contrabando directo, y convertir en los principales
mercados de los productos de las Indias, á Londres y Amsterdam.
Entonces la situación de España, reducida á no poder enviar á
América sino una expedición cada dos ó tres años , y esa casi ex-
clusivamente cargada de géneros extranjeros, venia á serla mis-
ma que Gongora describe en uno de sus romances burlescos.
De los navios de Indias
Poderosos y soberbios
Me cupo.... la dulce nueva
Cómo llegaron al puerto
•Joaquín Maldonado Macanáz.
ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
EN EL SIGLO XVII,
CAPITULO IIL
AGHICULTURA , INDUSTRIA , COMERCIO.
Deteniéndonos un momento á considerar el aspecto y extensión
de la campiña de Inglaterra , en los tiempos á que nos referimos,
conseguiremos dar al lector una idea anticipada del estado en que
se hallaba la agricultura en aquel país.
El área del reino que hoy tiene 10.252.800 de acres tierra de la-
bor, 15.379.200 de tierra de pastos, y 6 710.400 de baldíos, cons-
taba en el siglo XVII de solos 6 millones , de tierra labrada, y 8 de
pastos; pues las tierras restantes, que componían más de la mitad
de todo el territorio, eran de bosque , baldío y coto.
¡¿¿Contábanse muchos y dilatados parques de dominio particular,
poblados de frondosos árboles, como la encina, el olmo, el fresno,
el álamo y el abedul. Existían además llanuras inmensas, que las
lluvias y los desbordes de los ríos convertían frecuentemente en
mares de lodo.
Citaremos, por ejemplo, la llanura de Bedford, que abarcaba
los Condados de Northampton, Huntingdom, Lincoln, Cambridge,
Norfolk y Suffolk, y era toda ella un espantoso tremedal : la de
Chester, que en la época lluviosa se trasformaba en una extensa
laguna: la de Salisbury, que abrazaba medio Condado de Wilts, y
era propiamente un monte bajo. De la misma manera, todo el
terreno comprendido entre Londres y York , en una extensión de
ESTADO GENERAL DE INGLATERRA EN EL SIGLO XVll. 363
200 millas, era un lago pantanoso poblado de numerosas bandas de
abutardas : las 40 millas que median entre Abington y Glocester,
estaban desnudas de todo cultivo, y entre las 80 que hay de Big-
ieswadeá Lincoln, apenas se encontraba un cuadro cercado. El per-
nicioso olvido en que yacian las obras de utilidad pública , perju-
dicaban notablemente al labrador y al propietario, quienes á me-
nudo se veian precisados á hacer cuantiosos gastos para librar sus
mieses y ganados de las frecuentes inundaciones ; inconvenientes
que hubieran podido de una vez evitarse con practicar traba-
jos adecuados para desecar los terrenos. Asi vemos, por ejemplo,
que en el Condado de Derby se levantaban montañas artificiales, á
fin de que los ganados pudieran pastar á pié enjuto en tiempo de
las llenas del Do ve. En Essex, los palacios de la nobleza se veian
con frecuencia cercados por las aguas, sin que sus indolentes
moradores encontraran más arbitrio que el de abandonarlos mien-
tras duraba el rigor de los elementos. Como resultado de este ge-
neral abandono, la campiña de Inglaterra presentaba un aspecto
primitivo, pero pintoresco. La caza mayor abundaba por todas par-
tes. Los gamos corrían á manadas por los campos de Portsmouth;
las grullas poblaban los marjales de Cambridge; el jabalí hormi-
gueba en New-Forest , y la corza retozaba por los alrededores de
la capital. Los castillos señoriales se alzaban en medio de aquella
naturaleza bárbara, patria natural del feudalismo; en el Chester
se miraba señor de la desierta llanura un palacio de estilo Lsabe-
lino : en Northumberland asomaban , dominando la acopada al~
tura de los árboles, las torrecillas góticas del castillo de Percy ; ya
se contemplaban en melancólica soledad las ruinas de la abadía de
Coldingham, en Berwick ; ya herían agradablemente la vista los
lagos de Lancaster, los bosques de York, las colinas de Cumber-
land , las marinas del pais de Gales y los pintorescos valles de la
frontera de Escocia.
De aquí podrá colegirse cuál seria el estado de la agricultura en
Inglaterra, y cuáles sus mezquinos rendimientos, pues, en efecto,
la cosecha de granos , único elemento de la riqueza agrícola, por-
que no se conocían los caldos, apenas subia á 80 millones de fane-
gas por todos conceptos, comprendiendo el trigo, cebada, heno,
centeno, avena y otros. A esto contribuía el atraso en que se ha-
llaba el arte del cultivo, por los malos utensilios que se empleaban
en la labranza; asi es que en la mayor parte del reino, por ejem-
364 ESTADO GRNEKAL DK INGLATERRA
pío, no se conocia otro arado que el de Kerit, instrumento pesado
é inútil, cuya lanza tenia 10 pies de longitud, y la cuchilla, que
sólo calaba 5 pulg-adas , tenia 4 de ancho ; tan diñcil de manejar,
que á pesar de estar montado sobre ruedas, apenas podían moverlo
cuatro caballos. El labrador, guiándose sólo por la rutina, se re-
sistía á enprender las mejoras que ya se habían introducido de
Flándes, Italia y España, tanto en el cultivo material de la tierra,
cuanto en los plantíos , pues entonces empezaron allí á conocer el
uso del trébol , del rábano y otras plantas , asi como el nuevo ara-
do de Rotheran y el sistema horticultor de Lombardía . Los colo-
nos se contentaban con quemar las tierras antes de dejarlas para
pastos , y con seguir obstinadamente el antiguo sistema de sem-
brar por tercios.
La riqueza pecuaria era, si cabe, más insignificante que la agrí-
cola. Los mejores caballos se dedicaban generalmente á la labran-
za y á los trasportes, y no valían en buen mercado más de 250 reales
vellón. Para la remonta del ejército se valían de los caballos de
España: para el servicio público estaban muy en uso las yeguas
flamencas, y para el recreo de los particulares y gentes á la moda,
se preferían los alazanes marroquíes , que con sólo este objeto se
importaban de Tánger. £1 carnero de Leicester, hoy dia tan afa-
mado, era entonces, no sólo muy inferior al merino español, sino
al común de Irlanda; pues que nos lo pintan pequeño de cuerpo,
largo y angosto de cuello, alto de espaldas y bajo de lomo y raba-
dilla; defectos que, según los inteligentes, son especiales del car-
nero de mala casta. Los productos de inmediato consumo eran cor-
tos y de calidad ordinaria, pues ni se conocia el queso de Chester,
ni la leche de Norfolk, ni la manteca de Devon. ni tenía valor al-
guno la vaca de Durham , que es hoy tan envidiada en los países
agrícolas de Europa.
Si hubiéramos de detenernos en hacer un examen detallado de
la riqueza agrícola de Inglaterra á mediados del siglo XVII, fuer-
za nos sería molestar aún por mucho tiempo la atención del lector
sin notable beneficio suyo, pues con sólo la breve reseña *que deja-
mos hecha de la extensión de aquella campiña, basta para conven-
cerse de su pobreza, y esto es lo que cumple á nuestro propósito.
Bien es cierto que la prosperidad de aquel país no proviene , ni
pudo nunca provenir, de los productos agrícolas de su suelo, y bien
lo prueba la preponderancia que ya entonces tenían su marina, su
EN EL SIGLO XVII. " 365
industria y su comercio, elementos constituyentes de su actual ri-
queza, que á pesar de haber estado sometidos al mismo fatal in-
flujo que la ag'ricultura, daban seriales inequívocas de un brillante
porvenir. Lo mismo pudiéramos decir, aunque en sentido inverso,
de nuestra España; pues en estos últimos tiempos de decadencia
la agricultura se ha mantenido próspera y floreciente , mientras
nuestra mezquina industria no ha podido salir del estancamiento
en que se halla.. La naturaleza ha señalado á cada nación las fuen-
tes de su prosperidad. Pero en la Inglaterra del siglo XVII, como
en la España de estos últimos tiempos, el gusano roedor de la agri-
cultura era el sistema político-administrativo; pues si nosotros he-
mos tenido mil gabelas , los Ingleses eran victimas del más codi-
cioso feudalismo.
En prueba de esto, partiremos del principio de que en Inglaterra
• no existia el verdadero derecho de propiedad territorial. Conquis-
tado aquel reino en 1066 por Guillermo el Bastardo, Duque de
Normandia, y hecho presa de la rapacidad de los guerreros nor-
mandos, fué dividido después de la batalla de Hastings en 60.215
feudos, adjudicados á los soldados y monjes á título de tenure ó
servicio feudal ; de modo que el Lord poseía á condición de fealty
(fidelidad), y el clero á condición de rezo y oraciones. La posesión
del primero se llamaba franck-tenemerU (tenencia franca ó libre),
y la del segnnáo franGk-almoig/ie (servicio divino franco). Ade-
más, la legislación inglesa disponía que los bienes abintestatos,
mostrencos, y aun aquellos que no tenían herederos forzosos, in-
gresasen por derecho de reversión en el patrimonio de la Corona.
El colono poseía sólo á condición de villeinage , esto es , «servi-
dumbre,» pues debía á su señor asistencia personal cuando éste
lo requería, y este servicio denigrante se llamaba soccwge. Tam-
bién pagaba una especie de anata al entrar en posesión , que se
llamaba relief^ y á su muerte volvía la tierra al dominio del se-
ñor por derecho de sheat. Si durante su vida delinquía el colono,
cometiendo traición ú homicidio, el señor volvía del mismo modo
á apoderarse de su posesión por derecho de forfeiture (confis-
cación) .
Estos privilegios , que tanto humillaban la libre condición del
hombre, no eran, sin embargo, los que más lastimaban al ínteres
agrícola. Existían una infinidad de derechos é impuestos caracte-
rizados con el misino sello de servilismo, que aún subsisten en al-
366 ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
gunas provincias, y de los cuales vamos á dar al lector una lig'e-
rísima idea.
El toll era una especie de impuesto de la clase de nuestros diez-
mos, conocido sólo en el Condado de Durham , y consistia en la
obligación á que se sometian los labradores de surtir al obispo dio-
cesano de toda la madera de construcción que necesitase para la fá-
brica y reparo de los templos ; sin que sea necesario advertir el
abuso que pudo hacerse de este derecho, y lo gravoso que era para
los pueblos. El tMrlage era un derecho señorial que estaba en uso
en el Condado de Berwick, por el cual se obligaba al colono á mo-
ler todo el grano de su cosecha en los molinos del señor. El heriot
se conocia en Cumberland, y era un tributo parecido á la anata y
á la alcabala, que se pagaba al entrar en posesión de una finca y
al enajenarla. El fine, usado en la mayor parte de los condados,
era una especie de derecho de hipotecas que ascendía al escanda-
loso tipo de 70 por 100. Tras estos venian otros privilegios que no
se fundaban en razón alguna, ni habia para qué fundarlos, porque
al esclavo sólo le toca obedecer y trabajar para su señor. Asi, por
ejemplo, en el Palatinado de Durham los pueblos tenian obliga-
ción, cuando el Señor salia á cazar, de construirle, donde se les
mandaba, una casa de campo de madera, con capilla, cocina, cua-
dras, habitaciones y mueblaje, surtiéndole además de criados, per-
ros, caballos y vituallas ; lo cual hace presumir que la diversión
durarla muchos meses. En Berks tenian los colonos que abandonar
una parte de sus tierras para pasto de los ganados de su señor,
quien podia además cazar á su arbitrio y elección en las tierras del
colono por el derecho de free-warren. De aquí resultaba que po-
dían contarse más de 14 millones de tierras comunales que perma-
necían incultas todo el año, pues nadie quería sufrir los perjuicios
que en ellas ocasionaban los cazadores y ganados trashumantes.
Además , estas tierras eran , en ciertas épocas del año, para uso y
aprovechamiento de determinadas personas.
La condición del colono era, pues, tan desgraciada, como arbi-
traria era la fuerza y autoridad de que se revestía su señor. Este,
como vasallo del rey, ejercía en su nombre la jurisdicción civil y
criminal en todos sus dominios. Abria su tribunal dos veces al
año : por Primavera y por Otoño , citando á comparecencia á los
colonos para que le prestaran juramento de fidelidad [allegiance).
Estaba en las atribuciones del Lord el perseguir el incendio , el
EN EL SIGLO XVIl. 367
robo, el sacrilegio, el homicidio y la traición : el detener y pren-
der al reo de felonía, y al que tratara de resistir á su autoridad,
multando á los morosos que no le prestasen á tiempo el juramento
de obediencia. Estaba además autorizado para imponer un tributo
[pollt-tax] á sus colonos, apremiando á los que retardaban su pa-
go ; y esta facultad le habia sido concedida como medio de indem-
nizarse de los gastos en que hubo de incurrir, cuando recibió de
la corona la propiedad feudal. Cuando el tribunal se abria para
fallar en materia criminal, se denominaba [court-leet) , y cuando
su objeto era decidir en materia civil , ya fuese de oficio ó á ins-
tancia de parte, tomaba el nombre de court-haron.
La clase de colonos se dividía en dos categorías : á la primera,
pertenecía el terrateniente-libre [free-holder), que era el que dis-
frutaba el dominio útil de una finca bajo censo enfitéutico ó reser-
vativo; y en la segunda, entraba el terrateniente por feudo [copy-
holder), que era propiamente un siervo, que debía á su señor toda
clase de servicios personales.
El free-holder era, por consiguiente, el colono más considerado,
y, hasta cierto punto , respetado del señor. Tenia reputación de
honradez y laboriosidad , asi es que en los asuntos jurídicos se le
llamaba probus et legalis homo : la nobleza le designaba con el
apelativo de yeoman , y el pueblo le llamaba por irrisión leef-
eater , esto es , comedor de carne de buey , haciendo alusión á su
porte abultado y rozagante, que contrastaba con la triste y desnu-
da apariencia del villano. Contábanse sobre ñ4:0 .000 free-holders
en todo el reino, número que suponía una población de 2.559.786
almas, de las cuales 108.676 pertenecían á las religiones disiden-
tes, 13.856 á la católica, y los 2 millones y pico restantes á la
iglesia anglícana. Hacemos estas distinciones, porque no todos
eran acomodados , ínñuyendo mucho en la suerte de las familias
la religión que cada cual profesaba; sin que sea preciso observar^
que los disidentes y los católicos eran por lo común , como menos
considerados, los más pobres. Para podernos formar una idea de
la riqueza de esta clase, nos basta saber que solo 160.000 térra--
tenientes-libres podían vivir con holgura, mediante una renta
de 5 á 8.000 rs. vn. que les producían sus labores, incluyendo en
esta cantidad los derechos feudales y contribuciones, que eran
mayores ó menores, según los condados. Pero aún los mejor libra-
dos vivían con grande economía, siendo muy significativa la eos-
368 ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
tambre, que les era propia, de matar las reses antes del invierno
por temor que se murieran de frió ó por falta de paja; con lo cual
se aseguraban también las provisiones de boca , pues que salaban
las carnes para que pudiesen servirles de alimento hasta la llegada
de la Primavera. Estas carnes, asi conservadas, se llamaban Mar-
tin mess beefy ó sea el San Martin de algunas provincias de España.
La condición del villano debia ser de todo punto lamentable. La
historia dice poco ó nada del número de copy-holders que se con-
taban en todo aquel reino , pero puede calcularse que seria algo
menor que el de los hacendados. Acerca de su estado añadiremos,
que como la legislación inglesa estaba entonces muy lejos de pen-
sar en la abolición de la esclavitud , es muy posible que el negro
cubano de nuestro siglo sea un tipo muy parecido al del villano
inglés del siglo XVIL
Al dividir la población rural de Inglaterra en las tres categorías
que llevamos indicadas, hemos omitido expresamente el hacer men-
ción de los country-gentlemen , ó sea caballeros del campo , quie-
nes, si bien no constituían propiamente una clase separada de las
ya dichas, han merecido especial mención de los historiadores
contemporáneos. Nosotros hemos preferido tratar de ellos al hablar
de los usos y costumbres en el capitulo IV de la presente obra,
pues en este lugar el country-gentleman sólo debe considerarse
como un terrateniente-libre , más acaudalado que los demás , que
debia únicamente á su riqueza particular la consideración de que
gozaba, pudiendo satisfacer la avaricia del señor feudal y atender
al mismo tiempo á sus propias comodidades. Sin embargo, no con-
cluiremos esta rápida reseña sin declarar , que á estas familias po-
derosas son debidas las reformas que á fines del siglo XVII se
adoptaron en Inglaterra, con notable beneficio de la agricultura.
La nobleza llegó también á persuadirse, con el trascurso del tiem-
po, que los rendimientos de sus propiedades eran demasiado gra-
vosos al colono, porque las tierras arables eran muy reducidas y
muy numerosas las incultas. Los Russells fueron de los primeros
en propagar el sistema agrícola ñamenco , disecando y abonando
por su cuenta más de 100.000 acres de tierra cenagosa en la lla-
nura de Bedford. Más tarde , y á impulsos de esta saludable reac-
ción, el holandés Croppenburg, construyó por primera vez lori
diques de las playas de Lincoln , y el cultivador agradecido veia
ya sus miases á cubierto de las invasiones del mar. Pí)Co á poco ej
EN EL SIGILO XVII. 369
arado de Kent se fué remplazando con el de Rotheran : la vaca de
Holanda, vino después á introducirse en el Condado de Durham:
los establos á la flamenca se lleg-aron á preferir á los ing-leses. Por
fin, Mr. Bligh trasplantó el clover, planta muy parecida al trébol,
y Weston introdujo el turnip, especie de rábano blanco y achata-
do , sustancias ambas muy alimenticias para toda clise de gana-
dos. Asi fué paso á paso mejorándose la agricultura en aquel país
basta llegar al grado de perfección en que hoy la vemos, suplien-
do el arte y el trabajo lo que la naturaleza no puede darnos á to-
dos en igual proporción; porque la tierra, nuestra madre común,
no rehusa nunca amamantar á los que descubren su seno . ai par
que castiga á los ingratos que la olvidan y desdeñan.
Vamos ahora á examinar con la misma brevedad el estado de
la industria y del comercio. Y en verdad que no pudiéramos re-
montarnos más allá si tratásemos de descubrir la cuna de la indus-
tria inglesa ; pues en aquella época fué cuando empezó la lucha
entre los intereses agrícolas y los industriales : lucha que han ve-
nido alimentando hasta nuestros dias los economistas , sin que aún
sepamos si ha de ser finalmente resuelta á favor del libre cambio
ó del sistema prohibitivo.
La población de las ciudades era en un todo diferente de la del
campo. Aqui prevalecía el interés agrícola con los usos patriarca-
les : allí dominaba el espíritu comercial y las costumbres del taller.
Elementos distintos , habían de producir necesariamente intereses
encontrados. Importaba entonces, como hoy, saber si la nación
debía ser agrícola ó manufacturera. Las fábricas de Gante, Bru-
jas y Bruselas habían despertado el genio envidioso de los Ingle-
ses; pero ¿cómo abatir el obstáculo del feudalismo?
En aquella época el fabricante era prohibicionista y el agricul-
tor abogaba por el libre-cambio, que es lo contrario de lo que hoy
sucede. El uno quería que se exportara la lana al continente,
porque de este modo conseguía mejores precios y lograba dar ma-
yor valor á la riqueza pecuaria; el industrial, por el contrario, se
oponía á la extracción , porque temía el mayor precio de aquella
primera materia; y por otra parte sus tejidos no podían sufrir la
competencia en el continente , viéndose reducido á fabricar para
el consumo del país. Pero lo más extraño es, que ni el fabricante
pensó al pronto en importar la lana del extranjero , ni el agricul-
tor reflexionó en que podría llegar á importarse.
Tomo xv. 24
370 ESTADO GENERAL DB INGLATERRA
En este estado se hallaba la cuestión cuando la Irlanda empezó
á extraer sus lanas para lug-laterra, sin impedimento alguno. Como
consecuencia inmediata, abaratáronse los precios de aquel artículo;
j el fabricante , comprando con más equidad y produciendo mejo-
res manufacturas , pide ya sin temor la libre extracción de lanas
y tejidos. El agricultor, por su parte , apóstata de sus principios
libre-cambistas, quiere ahora que se prohiba la entrada de las
lanas irlandesas. Trábase una encarnizada lucha entre unos y
otfos. El poderoso Duque de Buckingham defiende el interés agrí-
cola , y el no menos considerado Duque de Ormond es el adalid de
la industria naciente.
En medio de esta guerra de intereses materiales se abrieron las
Cámaras de 1666, y como e<ra de esperar, hubo sesiones borras-
cosas, discursos acalorados, desafíos y prisiones. Buckingham,
cuya agudeza no fué nunca desmentida, dijo en el Parlamento:
«que para ser libre-cambista era preciso tener un interés pura-
mente irlandés, ó un entendimiento á la irlandesa.» — Lord Orrery
le contestó arrojándole el guante. En fin, llegaron los ánimos á
irritarse de tal modo , que viéronse á dos nobles contendientes re-
ñir á puñadas en plena Asamblea, olvidándose hasta el extremo
de arrancarse las pelucas. El resultado de estos disturbios fué que
se prohibió la extracción de la lana de Inglaterra, y la importa-
ción de la de Irlanda; pero esta medida, si bien no protegía á la
industria, tampoco la mataba; pues las lanas siguieron vendién-
dose á precios módicos , y aun llegaron con el tiempo á abaratarse
con la abundancia y estancamiento : de modo que el fabricante
pudo comprar con equidad, mejorar sus tejidos, y presentar en
los mercados del continente paños que competían con los de Fran-
cia y Países Bajos. Desde entonces empezó la industria á sobrepo-
nerse á la agricultura , hasta llegar más tarde á vencerla y do-
minarla.
Asi como el hombre industrioso que sólo debe á sus propias
fuerzas la adquisición de su fortuna , se complace en pensar eu
los primeros esfuerzos de su adolescencia , comparando satisfecho
su pobre vida de antaño con la presente feliz y regalada : del mis-
mo modo vemos hoy á la nación inglesa , orgullosa como ninguna,
darnos en cara con su prosperidad , debida únicamente á su infa-
tigable industria y amor patrio. Porque, ¿qué eran hace dos siglos
los industríales de Inglaterra?
S^ EL SIGLO XVÍÍ. 371
El fabricante de Manchester no pensaba en exportar sus tejidos
á la India ; los enviaba á Londres y allí se estancaban en las tien-
das de la City, ó en las posadas de los pueblos de provincia El
pañero de Leeds andaba con su tenducho portátil por las calles
concurridas, como puede hoy hacerlo un vendedor de baratijas.
El mecánico de Birmingham era un simple maestro herrero , y el
minero de Cornwalles un capataz de trabajadores. El banquero
de Londres , que tomaba contratas y transigia negocios con el Go-
bierno, era un artífice platero, que prestaba á la corona al 10 por
100 y tomaba del pueblo al 5.
Norwich era la ciudad manufacturera más rica del reino. Una
colonia de 4.000 Flamencos y Wallones, habíase establecido en
aquel punto y ensenado en él la fabricación del bombasí. Seguíale
en importancia industrial un barrio de Londres llamado Spithfields,
donde los hugonotes franceses ensenaron el modo de fabricar som-
breros, medias, cristalería y sedería. Manchester, Leeds, Shefield,
Birmingham, Wakefield, Halifax y Bradford , debieron también
gran parte de su primera actividad á los emigrados de Francia y
España. Desde entonces empezaron á mejorar visiblemente las
manufacturas de algodón , lana y seda , la cuchillería , y la fabri-
cación de hebillas , botones y espadas. Manchester importaba ya
algodón de Smyrna por la cantidad de 80.000 arrobas, la cual no
bastaría hoy para elaborar un pedido de 48 horas ; y el valor de
sus productos anuales no llegaba á 23.500 libras esterlinas, que es
un 1.500 por 100 menor que el que hoy tienen. Leeds podría ven-
der en un dia de feria valor de 1.000 libras esterlinas en paños:
y para que se vea la protección que quería dar el Gobierno á los
comerciantes, diremos de paso, que en esta ciudad empezó por
primera vez á usarse una especie de guillotina llamada gihhet,
con el objeto de quitar la vida al que robase una pieza de paño,
cuyo valor subiera de 13 peniques: tal es, según la legislación
inglesa, el origen de la ley peaal conocida con el nombre de
gibbet-lam. En cuanto á Sheffield y Birmingham , ni siquiera se
presumía que más tarde habían de exportar 500,000 fusiles y
10.000.000 de plumas de acero. Los mejores artículos que se fa-
bricaban en aquellas ciudades eran las hebillas de hierro pulido,
los botones adiamantados y los puños de espada.
Otro ramo de industria que ha adquirido después una inmensa
importancia, empezaba entonces á desarrollarse ; este era el de las
372 ESTADO GEKERAL DK INGLATERRA
minas. Pero preciso es confesar que los conocimientos mineros de
los Ingleses eran muy limitados ; ni podia ser de otro modo , pues
no se conocia una Escuela especial de Ingenieros , ni habia cuerpo
alguno facultativo que dirigiera este importante ramo. La práctica
y la rutina eran las normas de la ciencia. La ley en esta materia
era semejante á la que hoy rige en España; el explotador pagaba
derecho de superficie, y perdia su propiedad si descuidaba sus tra-
bajos. En estos casos, el tribunal que decidia era un jurado com-
puesto de veinticuatro peritos , presididos por un capataz llamado
el Stewart.
Las principales minas eran: las de estaño, que se explotaban en
Cornwallis; las de hierro en York, y las de carbón de piedra, que
aunque abundaban por todas partes, se trabajaban con especiali-
dad en Newcastle. Pero de estas, sólo las de estaño y las de carbón
producían utilidad, pues las de hierro sólo daban 200.000 quinta-
les al año ; cantidad mezquina que no satisfaría el consumo diario
de dos hornos , y por esta razón se hacian crecidas importaciones
de hierro de Francia.
A fines del siglo XVII, Cornwall y Devon extraian estaño para
el continente en la siguiente forma progresiva :
En 1663 3.060 quintales.
» 1669 4.800 »
» 1698 25.940 »
El estaño valia 25 libras quintal, y los Holandeses eran los ex-
clusivos consumidores.
El carbón de piedra, como hemos dicho, se encontraba con abun-
dancia por todas partes , mas todavía no se habia acogido la idea
de emplear este combustible en la fundición de los metales. Se
sabe , sin embargo , que un emigrado alemán fué el primero que
en aquellos tiempos quiso desterrar el uso del carbón vegetal, pero
sin duda los ensayos no correspondieron á sus esperanzas : pues
aunque el mineral era más económico, debia operar con menos
pureza que aquel en el horno. Esto no obstante, la exportación del
carbón de piedra ascendía, á mediados del siglo XVII, á 5.500.000
quintales anuales. Newcastle era, como dejamos dicho, el condado
que más carbón producia ; de allí se conduela á Londres por mar,
y al extraerse fuera del reino, adeudaba en las aduanas un sheling
de derecho por cada 25 quintales.
RN EL SIGLO XVII. 373
Últimamente, si nos fundamos en los productos anuales de aque-
llas minas, concluiremos diciendo que toda la riqueza minera del
reino podia valuarse en 800.000 libras, que es la mitad de lo que
producen las minas de cobre.
La prosperidad de las otras naciones ha sido siempre el poderoso
estimulo que ha movido á los Ingleses á buscar su engrandeci-
miento. La Holanda era en aquella época la nación comerciante
por excelencia. El Inglés veia con dolor que la mayor parte de las
naves que aportaban al Támesis eran holandesas : que el tráfico
de Espaiía , Francia , Báltico y América estaba monopolizado por
los buques de Holanda, y que los galeones del mismo pais hacian
exclusivamente el viaje á Indias de Cádiz y Sevilla. Envidiosa la
Gran Bretaña, empezó por imitar á los Holandeses para luego ven-
cerlos y aprovecharse de los restos de su poder. Con este objeto
fundó una Bolsa y creó una Compañia de Indias. Siguiendo el
ejemplo de Withe que habia publicado unas Memorias sobre la
riqueza de Holanda, infinidad de economistas como Child, Munn,
D'Avenant, Petty, King y otros, se dedicaron á escribir sobre el
porvenir comercial de su país, que ellos llamaban la Aritmética-
política de Inglaterra. Se llegó al punto de idear la formación de
un ministerio entendido é interesado en la pesca de la sardina,
con el sólo objeto de entrar á competir en este ramo con los Ho-
landeses que la tenían en monopolio ; y también data de este tiem
po la constitución de una compañía comercial , que tenía, entre
otros privilegios , el de obligar á todos los taberneros del reino á
que consumieran anualmente un barril de sardinas. En fin, Coke
dio á luz una obra en la cual recomendaba la adopción de las le-
yes y costumbres holandesas, y entre ellas la de trasferir las deu-
das, y la de legar en favor de los hijos por iguales partes. Con
esto se conseguía, no sólo dar mayor latitud al crédito , sino divi-
dir los caudales : que cuando son excesivos y están en pocas ma-
nos, se amortizan, con el objeto de que produzcan rentas : pero
pequeños y divididos , entran desde luego , según aquel autor, á
girar en el círculo del comercio , con notable beneficio de la ri-
queza pública.
Pero nada preocupaba tanto el ánimo de los Aritmético-políti-
cos como la idea de poseer colonias. Se decía que la Holanda de-
rivaba de ellas todo su poder, y que en esto habia imitado sabia-
mente el ejemplo de Pisa y Venecia, Tyro y Cartago. Prevaleció
374 líSTADU UENIÍHAL DE INGLATERRA
pues el deseo de fundar colonias, y desde entonces, reyes, lords,
comerciantes y plebeyos formaron asociaciones á porfía para po-
blar la América del Norte. Estas compañías despertaban la natu-
ral codicia de las gentes, publicando manifiestos, en los que se ha-
cian las más halagüeñas ofertas á los que quisieran expatriarse,
pintándoles las tierras de las Indias como manando oro por todas
partes. Incitaban á las doncellas á que fueran en busca de maridos
al Nuevo Mundo ; y para esto se establecieron mercados en dife-
rentes ciudades, donde se compraban mujeres solteras por cuenta
de sus novios de Ultramar, á razón de 150 libras de tabaco cada
una. Cuando á pesar de estos esfuerzos no se encontraban emigra-
dos en bastante número para completar el lleno de los convoyes,
se tomaban medidas arbitrarias, como el deportar las prostitutas,
robar los niños y desterrar á Ultramar á los condenados políticos.
De este modo se formaron como por encanto las posesiones de Vir-
ginia, Bahía, Nueva-York, Massachussets, Mississipí, Terra Nova,
Nueva Inglaterra, Maryland, Jamaica y otras.
La City de Londres era el punto que más comerciaba con aque-
llas colonias, y aun puede decirse que allí estaban reconcentradas
todas las fuerzas vitales del comercio del reino. Su tráfico subia á
70.000 toneladas, cuando el de toda Inglaterra no llegaba á
200.000; y su aduana daba de balance anual, libras 330.000,
siendo así que la de Liverpool, puerto de segunda importancia
después de Bristol, no redituaba libras 15.000. La riqueza de la
City había crecido mucho en los veinticinco anos del reinado de
Carlos II; asi es que en 1685 se contaban más capitalistas de li-
bras 10.000 que delibras 1. 000 se habían conocido anteriormente,
y había no pocos que poseían 40 y 50.000 libras de capital en giro.
El ínteres del dinero corría en aquella plaza al 10 por 100, cuan-
do en España estaba al 12 y en Turquía al 20; y se hacían también
algunas operaciones al contado, que hasta entonces se habían
transigido á 3, 6, 9 y 18 meses plazo. A pesar de esto, la City no
tenía relaciones directas con los condados, efecto sin duda de la
dificultad de las comunicaciones; de modo que no existía verda-
dero giro entre unos y otros puntos, y el Gobierno se veía precisado
á conducir el efectivo de las contribuciones en carros custodiados
por la fuerza armada. Pero también es cierto que la City podía gi-
rar sobre Francfort y Colonia hasta 1.000 libras mensuales, y
240.000 al año sobre Hamburgo. En aquel tiempo la Bolsa era
EN EL SIGLO XVI 1. 375
simplemente un local donde se reunían los comerciantes de buena
fé para efectuar sus cambios, sin que entre ellos se conociese el
juego ni el agiotaje desenfrenado que hoy forman la ocupación
de los bolsistas en todas las naciones. Pero lo que vino sobre todo
á facilitar las transacciones mercantiles fué la adopción del libre
cambio de la moneda, sistema que propagaron los Florentinos por
Europa, y tanto contribuyó desde entonces á estrechar las recipro-
cas relaciones de los pueblos.
Seguían á la City en importancia comercial Bristol y Liverpool.
La primera de estas ciudades derivaba su mediana nombradla del
tráfico de frutos coloniales, de la trata de esclavos, y lo que es peor,
del robo de niños (hid-napping) , que, como ya digimos, se sus-
traían de la vigilancia paterna, con dolo ó con violencia, para que
fueran á poblar las colonias de América. Y por cierto que es muy
satisfactorio el progreso que en esto ha hecho la moral pública en
Inglaterra, si hemos de traducir por verdadera filantropía el em-
peño con que después ha sostenido la abolición de la esclavitud.
En cuanto á Liverpool, no merecía mencionarse, pues á pesar de
ser el tercer puerto comercial de aquel reino, su tráfico no excedía
de 1 ,400 toneladas, que es lo que hoy carga un navio de la car-
rera de Indias.
La extracción general de la Gran Bretaña estaba reducida á siete
artículos principales, que eran: paños, granos, cecina, manteca y
queso, velas de sebo, pescado y minerales: y todos ellos, á excep-
ción del pescado, pagaban un derecho de salida más ó menos cre-
cido. La importación figuraba por el duplo déla extracción, y con-
sistía en moneda, alhajas, telas de oro, plata, seda, paños, tapice-
ría, algodón, armas, provisiones, minerales, vino, pieles, mueblaje
y géneros de Indias, etc. La mayor parte de estas entradas prove-
nian de Francia, que era la nación con quien más comerciaba la
Inglaterra, pues le enviaba por valor de millón y medio de libras,
en diversas manufacturas, sederías, sombreros, cristal, relojería,
papel, hierro, sal, vinos y aguardientes, artículos de moda, y otros
pequeños artefactos. El 'atraso en que se hallaban las fábricas in-
glesas resulta del mismo tráfico que hacían los Holandeses con
aquella nación, quienes le compraban sus paños para refinarlos en
sus propios establecimientos, y revenderlos después á los primiti-
vos expendedores. El ramo de vinos estaba casi exclusivamente ab-
sorbido por la España, pues que todo el consumo de este articulo
376 líSTADO GENERAL DE INGLATERRA
recaía sobre el moscatel, la malvasía, la tintilla de Rota, el Ali-
cante, el Málaga, el Canarias y el Madera. Los vinos de Burdeos,
Champagne y Oporto eran poco conocidos , prefiriéndose á estos
los del Rhin, aunque tampoco competían con los españoles; lo que
es notorio, por el derecho que adeudaban en aquellas aduanas: pues
mientras los vinos alemanes pagaban 12 peniques por medida, y
los de Francia sólo ocho, á los Españoles se les exigía un sheling
y seis peniques.
El estado del comercio de Inglaterra se reducía por tanto á los
siguientes datos numéricos:
Extracción general £ 2.022,812
Importación » » 4.016,019
Diferencia. £ 1.993,207
El estado del tráfico particular con Francia era el siguiente:
Extracción £ 170.000
Importación » 1 .500.000
Diferencia £ 1.330.000
Véase por otra parte la enorme diferencia que se nota entre es-
tos datos y los que nos ofrece el comercio inglés á principios de
este siglo.
Extracción total. Importación.
Siglo XVII £ 2.022,812 £ 4.016,019
Siglo XIX 35 . 264, 650 31 . 786, 262
Uno de los ramos de comercio á que más se dedicaban los Ingle-
ses era el de trasportes, que, como dijimos más arriba, estaban casi
monopolizados por los buques de Holanda. En efecto, los escrito-
res de aquella época aseguran que en el mar Báltico vogaban 22
buques holandeses por cada embarcación inglesa ; y en la pesca de
la ballena de Groenlandia , se contaban 400 de aquellos por cada
una de éstas. Los Ingleses, sin embargo, no desistían de su propó-
sito en destruir á sus rivales y desplegaban la mayor actividad,
yendo y viniendo de Indias á Europa en busca de mercancías que
trasportar ; porque las naciones que como Francia, España y Ve-
EN EL SIGLO XVII. 377
necia teníamos relaciones mercantiles con las cuatro partes del
globo, necesitábamos hacer uso de los buques extranjeros, por la
escasez de los nacionales. Pero los más económicos eran sin duda
los holandeses, razón por la cual los Venecianos y los del Archi-
piélago Jónico se servian de ellos exclusivamente, siendo muy raro
el buque inglés mercante que surcaba las aguas del Adriático.
El tratado de América concluido entre la España y la Inglater-
ra, vino á descubrir una nueva era de prosperidad para esta últi-
ma potencia, porque sus buques podian ya entrar en todos los puer-
tos del Nuevo Mundo que no estuviesen fortificados. El Acta de
navegación que Robertson llama « la grande ordenanza del comer-
cio nacional», contribuyó también muy poderosamente á fomentar
el tráfico de la marina inglesa ; y aunque algunos han querido ne-
garle una parte de su importancia, es indudable que sin los regla-
mentos de aquel Acta, no hubieran conseguido los Ingleses arre-
batar á la Holanda el comercio de los buques mercantes , y bien
lo prueba el empeño con que los Holandeses trataron de inuti-
lizarlos.
Los principios que hoy dia dominan sobre libertad marítima, no
eran entonces comprendidos ni apreciados, á pesar de Grotius y
otros publicistas que los explicaron y sostuvieron con loable tena-
cidad. Se creía comunmente que una compañía de ricos particula-
res trabajando á la sombra de odiosos privilegios y fueros mercan-
tiles, podía acarrear más provecho y consideración al país que la
masa común de comerciantes protegidos en igual proporción; ¡como
si el comercio fuera una renta estancada que pueda cederse á un
contratista con beneficio del Estado ! De esta creencia resultó la
protección concedida á ciertas empresas, como fueron las compa-
ñías de Indias, Hudson, Maryland, Turquía y otras que prospera-
ron en aquella época escandalosamente, y de las cuales vamos á
dar, por conclusión, algunas ligeras noticias.
La compañía de Indias fué creada en 1599, pero no alcanzó pros-
peridad notable hasta la época de la Restauración. Entre las mu-
chas y extraordinarias facultades que se le concedieron por Real
cédula, tenia la de declarar la guerra y estipular tratados de paz,
reclutar tropas de voluntarios y organizarse á su libre albedrío.
Poseía en la India Oriental varios establecimientos y factorías por
los cuales pagaba un censo módico al Rey de Inglaterra y un tribu-
to nada crecido al Emperador del Mogol. Tan envanecida se ha-
378 ESTADO GENERAL Em INGLATERRA EN EL SIGLO XVII.
liaba con su poderlo, que en diferentes ocasiones mandó ejecutar
capitalmente á los aventureros ingleses y extranjeros que recorrian
aquellos mares. Tenia á su servicio de 25 á 30 navios y de 2.000
á 3000 marineros, importando sus cargamentos anuales de 500 á
700.000 libras esterlinas. Las extracciones que hacia de la India
consistian en nitro, pimienta, añil, algodón, drogas y aromas?
dando en cambio, á los Indígenas, paños, mantas, cuciiilleria y ba-
ratijas.
La compañia de la Bahiade ffudson, no era menos afortunada.
Poseia en la India un territorio de 750.000 leguas cuadradas que
eran en gran parte bosques espesos donde erraban tribus de
Indios salvajes. El principal producto que de alli sacaba la em-
presa, consistía en pieles de marta y armiño ; animales muy comu-
nes en aquella región, que los Indigenas cazaban ingeniosamente,
para cambiar sus despojos por otros artefactos europeos. Se ha
calculado, que las ganancias de la compañia de Hudson, equiva-
lían á un 600 por 100 , y para esto mantenía á su servicio más de
dos mil personas, sin contar la marineria de sus buques mercantes.
Las demás compañías comerciales se enriquecieron del mismo
modo, si bien sus utilidades no eran tan considerables como las
que acabamos de analizar. Algunos hubo, que no contando sin
duda con la especial protección del Gobierno, sucumbieron, como
la de Moscovia, por aparentar grandezas; pero al propio tiempo
se levantaba la de Turquía á tal altura, que hasta enviaba emba-
jadores cerca de los Principes en cuyos estados poseia estableci-
mientos. Ellas llevaron á Inglaterra el algodón, el azúcar, el ca-
cao, el tabaco, el palo santo, la caoba, las pieles y tantas otras
producciones, conocidas hoy en toda Europa, pero que los Ingle-
ses debieron á sus posesiones de Barbados, Virginia, Pensylvania,
Carolina, Maryland y Jamaica. Ellas también hicieron comprender
á los comerciantes del pais, que nada comunica mayor actividad
á los negocios Que el espiritu de asociación, y este juicioso prin-
cipio, desarrollado sucesivamente, ha producido y produce hoy dia
entre los Ingleses los más halagüeños resultados.
(Se coTUinuará.J
Isidoro Gütibreez de Castro.
LOS EVANGELIOS APÓCETEOS.
El estudio de los Evangelios apócrifos es un tema de los más
atractivos é interesantes de la controversia religiosa contemporá-
nea, para los que saben elevarse sobre las vulgaridades y bufona-
das de los bravos racionalistas españoles que han salido á flor de
agua con la Revolución de Setiembre, y están algún tanto al cor-
riente de los trabajos critico-biblicos de estos últimos años. Por
desgracia de nuestra Nación, el clero, á quien más especialmente
pertenece el estudio de estas materias , está demasiado distraído á
otras más apremiantes, tiene que acudir cada dia á los ataques del
género cursi de oradores y gacetilleros , á la propaganda protes-
tante, sólo posible, en España, merced al atraso general de nuestra
ilustración religiosa y científica , y basta, vergüenza causa el de-
cirlo, hasta se ve en la dura necesidad de pensar seriamente en su
subsistencia material. Obligado á no recibir en su seno sino indi-
viduos del pueblo pobre , porque hace muchos años que el sacer-
docio no es una carrera ; pudiendo á duras penas cursar los estudios
de un seminario; sin medios de entregarse á estudios profundos,
porque ni libros puede comprar ; reducidos sus individuos á los
recursos personales, sin las ventajas de la asociación ; incomunica-
do por necesidad con el movimiento científico extranjero, ¿qué
extraño es que no vaya nuestra patria al nivel de los pueblos de
Europa, en publicaciones y trabajos religioso-científicos? ¿Qué
extraño es qué , bien ilustrado por lo general nuestro clero en las
ciencias eclesiásticas, tales como se estudiaban en los siglos pasa-
dos, esté un poco desorientado respecto al giro que llevan en la
actualidad, si es que verdaderamente lo está^ ¿Qué extraño es,
sobre todo , que no emprenda trabajos literarios y científicos de
380 LOS EVANGELIOS
mucho aliento, cuando es raro el eclesiástico que puede sufragar
los gastos editoriales de un tomo en octavo? Hay , pues, un con-
junto de razones poderosas para que no se vea en nuestra nación
el movimiento cientifico-religioso siguiendo la dirección que lleva
.en Alemania . y puede llamarse dichoso el clérigo español que si-
gue un poco de lejos al de Francia , atrasado en un medio siglo
respecto al alemán. Y por eso mismo no se ha hecho trabajo algu-
no, que sepamos, respecto al asunto de este escrito, cuando tantos
se han hecho en el extranjero, donde los libros apócrifos del Anti-
guo y Nuevo Testamento se estudian con pasión , se buscan con
empeño, se traducen y comentan con diligencia, se hacen de ellos
colecciones costosísimas, como las ediciones de Thilo y de Tischen-
dorf , los estudios publicados en las muchísimas Revistas religiosas
de x\lemania, las traducciones de Brunet y Migne. Y sin embargo,
en España , jamás hablamos oido dar importancia á estos libros
hasta que, encargados de enseñar á la corte la Biblioteca del Es-
corial, nos preguntó repetidas veces por ellos el Sr. Duque de
Montpensier, excitando nuestra curiosidad y el deseo de conocer
el asunto ; del cual nació la convicción del interés que tiene seme-
jante literatura en los estudios religiosos, luego que se nos encar-
gó la cátedra de Escritura Sagrada en aquel Seminario. Entonces
registramos con este fin la Biblioteca , y solamente dimos con los
antiguamente impresos, y con una Biblia manuscrita que contenia
la carta a los de Laodicea. No fuimos más felices en Madrid, don-
de sólo tiene la Biblioteca Nacional el Diccionario de los apócrifos
de Migne, y carece de las ediciones de Thilo, de Brunet, de Hahn,
de la completa de Tischendorf, y de la multitud de libros apócrifos
sueltos publicados, traducidos y estudiados por otros autores. Qui-
siéramos, pues, dar aquí una idea sucinta de los Evangelios apó-
crifos , cuya comparación con los cuatro canónicos dice tanto en
favor de éstos , como ya hemos apuntado en otra parte , y que
tanto sirven para conocer el espíritu é idea de los primeros cris-
tianos, el desarrollo de nuestros dogmas, el germen de mul-
titud de tradiciones que se han conservado con más ó menos
fortuna, así como las ideas filosóficas y teosóficas de los primeros
sectarios. Seguiremos para ello el trabajo que sobre el mismo asun-
to hizo M. Nicola (de Montauban), aunque dirigidos por un cri-
terio tan distinto como puede serlo el de un racionalista declarado
y un sacerdote católico. A tres clases reduce el autor citado los
APÓCRIFOS. 381
Evangelios apócrifos: Evangelios judaizantes, anti-judáicos y or-
todoxos. Los primeros, contienen las ideas de aquellas sectas que
no pudieron desprenderse de las instituciones de la antigua ley,
los segundos las de los enemigos de la misma , y los terceros los
de la Iglesia, y aquellas tradiciones que, verdaderas ó falsas, no se
oponían al dog*ma católic® , y fueron recogidas sin más fin que
fomentar la sencilla piedad de los fieles, porque ño hay datos bas-
tantes para creer que se hiciera con intención apologética ó polé-
mica. Estos son los únicos que restan aún.
L
EVANGELIOS JUDAIZANTES.
El primero y más célebre entre los Evangelios judaizantes, es el
llamado por los Santos Padres Evangelio según los Hebreos ó de
los doce kpóstoles, escrito en siro-caldáico con caracteres hebreos,
como lo afirma San Jerónimo, que le copió en la biblioteca de Ce-
sárea y lo tradujo al griego y al latin. En otra parte (1) hemos
afirmado, que este Evangelio fué el texto original de San Mateo,
más ó menos interpolado con el tiempo por los cristianos judaizan-
tes de la Siria y por los Ebionitas, y nada tenemos que cambiar en
esta opinión. Es para nosotros cierto que San Mateo escribió su
Evangelio en la lengua usada entonces en Palestina , y los testi-
monios de los PP. más antiguos é ilustrados en la materia y el
texto siriaco encontrado recientemente por el capellán de la Reina
de Inglaterra, Cureton, que se aparta notablemente del texto siria-
co común y se aproxima al griego de San Mateo , precisamente
por su grande antigüedad, apenas dejan alguna probabilidad á la
opinión contraria. Todo lo más que puede admitirse en el asunto
es la opinión de Tiersch, es á saber, que el Evangelio original he-
breo de San Mateo sufrió una especie de nueva edición, corregida
en la traducción auténtica griega, que es la canónica, y una se-
gunda que se llama Evangelio de los N azáreos y Evangelio de los
Hebreos. Mas esto no difiere de lo que hemos afirmado en nuestro
libro, que el original hebreo de San Mateo fué sufriendo algunas
O) Manuale isagogicum in Sacra, Biblia.— -Lugo, 1868. Soto Freiré»
382 Los EVANGELIOS
adiciones y alteraciones, por las que recibió pasajes que expresaban
ciertas tradiciones comunes entre los primeros fieles acerca de la
vida y discursos de Jesús; y este Evangelio más modificado, según
iba pasando el tiempo , y únicamente en uso entre los Nazareos y
Ebionistas, fué después el actual Evangelio siriaco , más distante
del texto original y traducción primitiva griega, que el texto de
Cureton, por lo mismo que este es más antiguo , cuando todavía
no habia sufrido el original sino pocas modificaciones.
Esta es la razón de que fuera alegado por algunos Santos Pa-
dres que le conocieron, sin poner en duda su valor histórico, á
pesar de ser entre ellos una cosa corriente que sólo habia cuatro
Evangelios auténticos y canónicos. Sin la menor duda le citan ó
emplean sus palabras Ignacio , Clemente Alejandrino y Orígenes,
quien hace grandes esfuerzos para interpretar un oscuro pasaje de
éste Evangelio, en que se llama al Espíritu Santo madre de Jesús.
En el siglo IV, refiere Ensebio que algunos colocaban este Evan-
gelio en el número de los libros controvertidos ó antilegómenos.
que estaban como notantes entre los canónicos y apócrifos, porque
en efecto, entonces no habia recibido alteraciones sustanciales, sin
lo cual es imposible que San Jerónimo, que le leyó y tradujo, le hu-
biera tenido, como le tuvo, por el mismo original de San Mateo.
Que se remonta al primer siglo, no ofrece duda, según las citas
alegadas ; y aun San Epifánio asegura que le usaban los discípu-
los de Cerintho. Tenemos por cierto, que al dispersarse los prime-
ros cristianos de la Palestina por la alta Siria y al otro lado del
Jordán, se llevaron el Evangelio siro-caldáico de San Mateo ; que
aUí se aislaron del resto de la cristiandad ; que este aislamiento y
el apego á las tradiciones hebreas, los fueron convirtiendo poco á
poco en una secta cada vez más separada de la Iglesia , apropián-
doseles el nombre de Nazareos, antes común á todos los cristianos:
que después algunos tomaron el de Ebionitas, y progresando en
su secta llegaron á quitar, del único Evangelio que conocían, los
dos primeros capítulos, como contrarios á sus creencias.
De los pasajes de este Evangelio alegados por los escritores an-
tiguos, liay dos , que parecen verdaderas interpolaciones , cuales
son el citado por Orígenes [mi madre es el Espiritu Santo), y
por Clemente Alejandrino (el gue admirare reinará, y el que rei-
nare descanteará) ; aunque no hay razones evidentes para juzgarlo
asi, pues no estimamos tal la de que se salen estos pasajes del
APÓCRIFOS. 383
tono general del primer Evangelio canónico, como pretende
M. Nicolás. El tono general de un escrito biográfico no basta,
sobre todo cuando la biografía es incompleta y se propone un ob-
jeto parcial , para declarar inauténtico tal ó cual pasaje que pa-
rezca distinguirse notablemente ; y asi, los que niegan la autenti-
cidad de los discursos de Jesús, relatados por San Juan, por no
convenir su tono al dominante en los Evangelios sinópticos, no han
reparado, prescindiendo de otras más graves razones, en el texto
de San Mateo, que cualquiera diria de San Juan: «Yo te alabo.
Padre, porque escondiste estas cosas á los sabios y prudentes, y
las manifestaste á los pequeuuelos. Porqme asi, Padre, te plugo.
Todo se me ha entregado por mi Padre ; y nadie conoce al Hijo
sino el Padre , ni al Padre conoce nadie sino el Hijo , y aquel á
quien quiera el Hijo manifestarlo.»
Ninguna dificultad encuentra M. Nicolás en que se hallaran
en el texto siro-caldáico de San Mateo dos lugares alegados por
San Jerónimo, en los que se daba por uno de los mayores críme-
nes el contristar el espíritu del hermano , y se mandaba nunca
estar contentos sino cuando viéramos d nuestro hermano en cari-
dad. El hombre de la mano atrofiada que Jesús curó (Matth. XX VH),
era albañil, según el Evangelio de los Nazarees ; Barrabás es pre-
sentado como sedicioso y homicida, y dada la significación etimo-
lógica de su nombre [hijo del maestro de ellos). No teniendo á ma-
no las obras de San Jerónimo , ignoramos si en esto se refiere al
texto de los Nazareos, ó habla por su propia cuenta, puesto que la
interpretación del nombre podia ser cosa suya, y la cualidad de
sedicioso y homicida pudo tomarla del Evangelio de San Lúeas, y
en todo caso, es probable que ambas adiciones pasaran al texto de
los Nazareos desde una nota marginal. También se hallaba en
este Evangelio la historia de una mujer acusada ante el Señor,
de muchos crímenes, como dice Ensebio, y era probablemente la
historia de la mujer adúltera que trae San Juan , cuya autentici-
dad rechazan muchos protestantes, por no encontrarse en los tex-
tos manuscritos más antiguos, ó encontrarse en distinto lugar,
como flotante, según expresión de Renán, y que nosotros hemos
defendido en otro lugar con las plausibles razones alegadas por
los escriturarios católicos.
Los pasajes citados por los antiguos escritores, que son comunes
á los dos Evangelios, varian siempre en algo; y es muy natural,
384 LOS EVANGELIOS
porque de otro modo no habia razón para alegar el Evangelio de
los Nazareos. Las variantes son algunas palabras ó la forma de la
redacción ; y hay autores , como Richard Simón , y aun San Je-
rónimo al parecer, que dan la preferencia al texto de los Naza-
reos. Asi en la oración Dominical, donde dice la Vulgata panem
nostrum supersubstantialem , da noUs hodie, el texto de los Na-
zareos empleaba una palabra que significa mañana, de modo, que
daba este sentido: danos hoy el pan de mañana, ó el pan nuestro
de cada dia , como traducen los españoles , y hasta las versiones
francesas protestantes , y la de Lutero , calcadas ordinariamente
sobre el texto griego. Así también, reprochando Jesús á los judíos
el mal recibimiento qué siempre hicieran á los Profetas, les dice,
«que vendrá sobre ellos su sangre: desde la del Profeta Ahely
hasta la de Zacarías , hijo de Baraquias , al que asesinasteis
entre el templo y el altar ; % mientras que en el texto de los He-
breos se dice, según San Jerónimo, hijo de Joyada, lo cual
concuerda con el libro segundo de los Paralipómenos , donde se
refiere este hecho, desapareciendo asi graves dificultades exe-
géticas.
Cuando los pasajes difieren en la forma de la redacción, también
cede M. Nicolás la palma al Evangelio apócrifo ; con cuánta razón,
júzguenlo nuestros lectores.
'^an Matheo , XVIII, 21—22 . Evangelio según los Hebreos.
Entonces, Pedro,. acercándose , le dijo: « si tu hermano ha pecado de palahr
Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra tí y te dá satisfacción, perdónale
contra mí, y le perdonaré? Siete veces? siete veces al dia. — Siete veces al día!
Y Jesús le respondió: no dig-o siete ve- ¿¡jo Simón, su discípulo.— El Señor le
ees, sino siete veces setenta. respondió, diciendo : y aún te digo que
setenta veces diez y siete.
Capitulo XIX, 16-24. ^^ ^ evangelio según los Hebreos.
Y hé aquí llegándose uno : le dijo: Otro hombre rico le dijo : Maestro , ¿qué
Maestro bueno, ¿qué bien haré para obte- debo hacer para vivir ? El le dijo: hom-
ner la vida eterna? Respondióle él: ¿por- bre, cumple la Ley y los Profetas. Este
que me dices bueno? Ninguno es bueno respondió: yo los cumplo. El le dijo : an-
sinouno. Dios. Si quieres entrar en la da , vende lo que tienes, dalo á los po-
vida , guarda los Mandamientos. El le bres, y ven, y sigúeme. Entonces el rico
dijo: cuáles? Jesús respondió: no mata- se puso á golpear la cabeza, porque no
ras, no cometerás adulterio , no robarás, le agradaba esto. Y el Señor le dijo : ¿co-
no dirás falso testimonio , honra á tu pa- mo dice> lú que cumples la Ley y los Pro-
dre y á tu madre, y amarás á tu prójimo fetas? Está escrito en la Ley : amarás á
como á tí mismo. El joven le dice: todo es- tu prójimo como á ti mismo , y hé ahí
to he guardado desde mi juventud . ¿qué un gran número de hermanos tuyos , hi-
APÓCRIFOS. 385
más me falta? Jesús le dijo : si quieres ser jos de Abraham , que yacen en el polvo
perfecto , anda , vende lo que tienes , y y mueren de hambre , mientras que tu
dalo á los pobres , y tendrás tu tesoro en casa rebosa en bienes , y nada sale de
el cielo, y luego ven, y síg-ueme. Yoyen- allí para ellos. Y volviéndose, dijo á Si-
do el mancebo estas palabras , se fné tris- mon , su discípulo , , sentado junto á él:
te , porque tenía muchas posesiones. En- Simón, hijo de Juan, es más fácil á un
tónces , Jesús dijo á sus discípulos : di- camello pasar por el ojo de una aguja,
goos de cierto que difícilmente entrará que á un rico entrar en el reino de los
en el reino de los cielos. Digoos más, que cielos,
es más fácil que entre un camello por el
ojo de una aguja , que no un rico en el
reino de Dios. ♦
En ninguno de estos pasajes vemos nosotros la ventaja de parte
del Evangelio apócrifo ; y aun vemos cierto aire declamatorio en
la reprensión que pone en boca de Jesús , y un indicio por tanto de
retoques humanos.
Pero donde no puede haber duda de ser una interpolación legen-
daria, es en la historieta sobre el juran^ento que hizo Santiago,
según el Evangelio de los Nazarees, de no comer ni beber desde la
última cena , hasta que viera á Jesús resucitado ; juramento com-
pletamente inverosímil, dado el estado de los ánimos de los discí-
pulos , que nunca habian comprendido bien las profecías acerca de
la resurrección del Salvador. Sabida es la importancia que dieron
á Santiago, primo de Jesús [hermano, según el modo común de
hablar entre los Hebreos), los cristianos judaizantes. Y como es
cierto que Jesús se le apareció particularmente , según lo refiere
San Pablo á los Corinthios ( XV , 7 ) , nada tiene de particular que
los judaizantes adornaran el caso con circunstancias honrosas para
el que es llamado en las Clementinas principe de los Apóstoles y
arzobispo, como que los judaizantes quisieron ver en él, aunque
sin razón, el apoyo y columna de sus apreciaciones particulares
de la doctrina de Jesús.
También tiene todo el aspecto de leyenda inventada para darse
cuenta del bautismo de Jesús por San Juan , á pesar de su impeca-
bilidad y santidad esencial, el pasaje aquel en que se refiere que
fué invitado á recibir el bautismo por su madre y hermanos , á los
cuales contestó: «¿qué pecado he cometido yo para ir á que me bau-
^tice, á menos que al deciros esto , no esté en la ignorancia?» Así
es que otro escrito apócrifo , la Pradicatio Pauli, refiere que « fué
compelido casi contra su voluntad , por su madre , á recibir el bau-
tismo de Juan.» Los Evangelios canónicos, sobrios en este caso co-
TOAIO XV. 25
386 LOS EVANGELIOá
mo siempre , refieren simplemente el bautismo de Jesús , añadien-
do uno que , rehusando San Juan tanta honra , le dijo el Salvador:
« déjate de eso , porque así conviene que cumplamos toda justicia.»
El Evangelio-, según los Hebreos, jde que acabamos de hablar y
que eu nuestra opinión fué originariamente el mismo texto siro-
caldáico de San Mateo , es la base de los otros evangelics judai-
zantes , que no fueron sino copias ó traducciones más ó menos reto-
cadas é inexactas del texto primordial. Asi el Evangelio de los
doce Apóstoles es el mismo de los Nazareos ó según los Hebreos,
como expresamente lo dice San Jerónimo. Es probable la opinión
de Hilgenfeld de que los Nazareos le llamaran Evangelio de los
doce Apóstoles, y los ortodoxos Evangelio de los Hebreos.
El diligente historiador Ensebio refiere que Pantano trajo de la
India (probablemente la Etiopía) el Evangelio de San Mateo, lle-
vado allá por San Bartolomé , y escrito como lo fué primitivamen -
te en caracteres hebreos.^ No vemos, pues, en él otro evangelio
distinto, ni siquiera el motivo por qué M. Nicolás le llama Evan-
gelio de San Bartolomé, particularmente creyendo, como cree, en
el texto siro-caldáico del primer Evangelio canónico. El Evangelio
de San Bernabé parece no haber sido más que una versión grie-
ga del anterior , más ó menos adulterado ya por la leyenda.
El Evangelio de Cerinto y de los Carpocratianos fué igualmente
el de los Nazareos, más ó menos retocado; pues San Epifánio dice
que usaban ei Evangelio de San Mateo, pero mutilado en parte.
El Evangelio de Pedro parece haber sido el mismo, pero retoca-
do en sentido doceta. La sencilla manera de expresarse del Evan-
gelio de San Mateo, llamando, conforme al uso hebreo, hermanos
á los primos del Salvador , hizo posteriormente buscar un medio de
conciliar el dogma de la virginidad perpetua de María con la exis-
tencia de hermanos de Jesús, para lo cual admitieron muchos, no
sabemos si con fundamento tradicional ó sin él , un primer matri-
monio de San José ; y como éste era tenido vulgarmente por padre
de Jesús , sin que evitaran siempre este modo común de hablar los
mismos Evangelios canónicos que expresamente niegan que fuera
verdaderamente su padre , como lo hacen San Mateo y San Lúeas,
creyeron salir del paso, entendiendo que los llamados hermanos del
Salvador, eran hijos del primer matrimonio de San José. De esta
opinión fueron algunos padres y sectarios , aunque de la confron-
tación de los Evangelios y Actas de los Apóstoles se deduce cierta-
APÓCRIFOS. 387
mente que se trata aqui de primos y como lo hemos demostrado en
otro lugar. No habia , pues , razón para tantos esfuerzos por con-
ciliar la narración evangélica con ella misma , pues que afirma cla-
ramente la milagrosa concepción y nacimiento de Jesús , y con el
dogma perpetuo de la virginidad de María. Pero los docetas qui-
sieron poner más en seguro este dogma , y para ello admitieron
probablemente el matrimonio primero de San José , pues de la con-
cepción y nacimiento milagroso de Jesús sacaban ellos que no po-
seyó un cuerpo verdadero , ó al menos que le poseyó muy distinto
del de los demás hombres. Milagro por milagro , los docetas admi-
tian este último, como los racionalistas modernos, con M. Nico-
lás , desechan uno y otro , y salen del paso apelando á una nar-
ración míthica ó legendaria. Nosotros que admitimos un Dios
verdadero y vivo y un orden sobrenatural , sólo rechazamos como
imposible lo contradictorio ; y todavía no conocemos una ñsica , ó
química, ó filosofía que demuestren ser contradictorio todo lo qiie
supera los alcances de nuestra razón natural , y las fuerzas y leyes
comunes de la naturaleza.
No debe ser dudoso para nadie que el Evangelio de los Ehionitas
era el mismo de los Nazareos en un estado más avanzado de mani-
pulaciones y retoques , pues hablan llegado á suprimir Íntegros los
dos primeros capítulos , como demasiado contrarios á su cristologla
especial. Los testimonios de Ireneo , coetáneo, y los de Epifánio,
Ensebio y Jerónimo , no dejan lugar á dudas sobre este punto. Da-
dos los hábitos de los primeros sectarios , que combatiendo con fran-
queza el dogma de la iglesia , no tenian inconveniente en adulte-
rar ó mutilar los libros simbólicos , ó escribir otros nuevos , opo-
niéndolos á veces á los escritos apostólicos , como procedentes de
hombres que , en su opinión , no hablan comprendido á fondo las
enseñanzas de Jesús , cosa completamente demostrada respecto á
las sectas gnósticas; nadie se extrañará de que los Ebionitas supri
mieran la historia de la Encarnación , de la venida de los Magos,
de la fuga á Egipto y vuelta á Galilea , y principalmente la genea-
logía. Porque después de haber tenido á Jesús en un principio co-
mo un profeta ó verdadero Mesías , pero hijo natural de José y de
María, hablan modificado sus ideas de un modo incompatible con
la historia relatada en los dos primeros capítulos del primer Evan-
gelio canónico, y por couvsiguiente del texto siro-caldálco que ellos
usaran. Unos velan en Jesús al mismo Adán, tal cual habia salí-
388 LOS TÍVANGT5LT0S
do de manos de Dios: otros un espíritu celeste superior á los Ang-e-
les, anterior á toda criatura, que después de haberse aparecido
diversas veces á los Patriarcas y otros personajes del anticuo Tes-
tamento , habia vuelto á la tierra en calidad de Mesías ; otros , en
fin, sostenían que este espíritu celeste, que era propiamente el
Cristo (S Mesías , no se habia unido al hombre , ó Jesús , sino en el
momento del bautismo. Como esto contradecía á los dos primeros
capítulos, los suprimieron , é introdujeron alguna otra alteración '
como las sig-uientes . En la narración del bautismo de Jesús altera-
ron un poco el orden de los hechos referidos por San Mateo , y aña-
dieron á las palabras que se oyeron de lo alto : « Yo te he eng-en-
»drado hoy , » con lo cuál daban una base á la tercera de las opi-
niones referidas. Otra notable alteración del texto introdujeron en
el sermón del Monte . cuando en vez de decir Jesús : « no creáis que
»he venido á abolir la Ley y los Profetas ; no vine á abolirlos , sino
»á cumplirlos, » le hacen decir : «He venido á abolir los sacrificias:
»sino dejais de sacrificar, no cesará la cólera de Dios de pesar so-
»bre vosotros. » A primera vista parecerá, extraña esta alteración
hecha por una secta judaizante ; pero hay que pensar que estos
Ebionitas procedían de antig'uos Esculos . medio convertidos al cris-
tianismo; asi es que, como ellos, amaban la pobreza [eMonim vale
tanto como pobres ) , como ellos repugnaban todo alimento de car-
nes, y usaban de baños diariamente como práctica relig-iosa. Esto
mismo explica otros retoques dados al texto evangélico. Cuando
los discípulos preguntan á Jesús dónde han de disponer la cena
Pascual, el Evang-elio de los Ebionitas ingería unas palabas toma-
das del de San Lúeas , pero dándoles un sentido contrario. En lu-
gar de decir: grandemente he deseado comer conwmtfos esta pas-
cua^ le hacia decir: f^'por ventura he deseado yo comer la carne del
cordero pascual con vosotros'^ Del mismo modo daba por alimento
á San Juan en el desierto miel silvestre , y no langosta y miel sil-
vestre , como refiere San. Mateo. Nos afirmamos por tanto más y
más en el origen que en otro punto hemos admitido para los Ebio-
nitas , derivándolos de los Nazareos : añadiendo ahora que estos
procedieron principalmente de los Esenlos, y más que nada de lo?
Esenios de Samarla , y que allí y en la Siria se fueron separando
más y más de los cristianos , constituyendo la secta ebionita , por
desarrollo de sus ideas teosóficas, y que el pretendido Fíbion , que
vulgarmente se supone su jefe . no existió jamás. El Evangelio de
APÓCRIFOS. 389
¿os Elcesaüas, bajado , seguu ellos, del cielo, y que perdonaba los
pecados al que creyera en él , no fué probablemente otro que el de
los Nazareos , ó quizá este misnio retocado para el uso particular
de los perfectos 6 pneumáticos , es decir, de los iniciados en las doc-
trinas de esta secta judaizante y gnóstica.
Lo mismo hay que decir \<^ Evangelio según losEgipcios , aun-
que probablemente habia sufrido más alteraciones. Es citado por
Clemente Alejandrino , y existia por tanto antes de la mitad del si-
glo II , aunque no quisiéramos tener por auténtica la segunda car-
ta de Clemente romano , ni ver en ella una verdadera cita de este
Evangelio. Clemente Alejandrino cita estos tres pasajes. En el pri-
mero pregunta Salomé á Jesús cuándo llegará su reino , y contes-
ta Él : « cuando conculquéis la vestidura del pudor , cuando dos
»sean uno , lo exterior sea interior , y el varón unido á la mujer no
»sean varón ni mujer. » En otra ocasión le pregunta hasta cuán-
do morirán los hombres ; y contesta Jesús : « cuando vosotras las
» mujeres dejéis de parir.» Entonces dijo ella : «luego bien hice yo,
»que nunca he parido. » El Señor replicó : «alimentaos con toda
»yerba, pero no con aquella que es amarga. >> Finalmente en el ter-
cer pasaje se hace decir á Jesús : «Yo he venido á destruir las obras
»de la mujer, de la mujer, es decir, de la concupiscencia, cuyas
»obras son la generación y la muerte. »
Este Evangelio fué muy conocido en los primeros siglos por los
sectarios; de él usaban los docetas y los Encratitas, y, según San
Epifánio, servia mucho á los Sabelianos, como otros escritos apócri-
fos. Quizá se llamó evangelio, según los Egipcios, por haber ser"
vido á las sectas gnós ticas de Alejandría, y esto mismo acaso lé ha
hecho confundir con el Evangelio de Basilides, que enseñó en aque-
Ha ciudad.
II.
Firme M. Nicolás en las ideas de Baur acerca de las diversas
fases porque dicen que pasó el cristianismo desde Esteban á Pablo
y desde éste al autor del cuarto Evangelio , se apoya en ellas para
establecer una clasificación de las escuelas gnósticas antijudáicas.
Tres categorías establece entre ellas, contando en la primera á
Cerdon y Marcion, que , según él , consideraban la ley antigua
390 LOS EVANGELIOS
como la consideraba San Pablo; en la segunda á los Valentinianos
y gran número de los Ofitas , que interpretaban mal las Escritu-
ras, alterando su sentido y á veces el texto; y en la tercera cuenta
á los que absolutamente rechazaban el antiguo Testamento, como
obra de un espiritu ciego y enemigo de la luz , cuyo empeño ha-
bla sido impedir la manifestación de la verdad y oponerse á la
obra de la redención. Por desgracia esto ni e vero ni ben trovato;
y digo por desgracia, sólo en cuanto á fundar en ello una base de
clasificación. Las sectas gnósticas, opuestas casi todas al mosais-
mo , sólo se diferencian en el más ó menos , en los sistemas inven-
tados para realizar la idea de un sincretismo filosófico-religioso
que dominaba todos los espíritus pensadores en los primeros siglos
de la Iglesia, y eo la mayor ó menor elaboración que hablan dado
á estos sistemas con el decurso del tiempo y de la polémica. Si esta
fuera ocasión, probariamos una vez más que ni Esteban, ni Pedro,
ni Santiago fueron judaizantes ; que procedieron siempre de
acuerdo con Pablo, en el modo de apreciar la Ley, aunque disin-
tieron á veces en la conducta práctica; que Pablo acataba la Ley
como dada por Dios por ministerio de los Ángeles; que no creyó en
su abolición por el cristianismo sino en ciertos límites , como los
demás Apóstoles, pues que al fin era una preparación para la Ley
de gracia; que el autor del cuarto Evangelio, esto es, San Juan,
no pensó de distinta manera; y en fin, que Marcion creyó mala y
errónea la Ley antigua, que la atribuía á un demiurgo malo y au-
tor de la materia y del mal, que mutilaba para su objeto los escri-
tos de Lúeas y Pablo, únicos que admitía entre los del nuevo Tes-
tamento, y se ocupaba constantemente en poner en contradicción
los dos Testamentos, lo cual es el objeto de sus Antitesis 6 con-
tradicciones. No pudiendo, repito, entrar aquí en esta interesante
discusión, resuelta ya en la misma Alemania en el sentido indicado,
y en fuerza de la evidencia de la verdad, por Ewald y toda la lla-
mada escuela de Gotíngen , y no abundando entre nosotros los li-
bros en que sea ventilada, nos vemos obligados á remitir de nuevo
al curioso á nuestro ManuaU ya citado , y pasamos al asunto que
estamos exponiendo.
El Evangelio de Marcion ha dado lugar en estos últimos tiem-
pos á tenaces controversias, particularmente desde que Eichhorn.
y luego Bertlioldt, Schwegler y Ritschl , se empeñaron en ver en
él el original del Evangelio de San Lúeas, escrito para los cristia-
APÓCRIFOS. 391
nos paulinistas\ como dice la escuela de Tubingen , y modificado
después de la conciliación de las tendencias judaizante y católica.
En la actualidad nadie, que sepamos, sostiene ya esta paradoja;
pero se ha creido poder reconstruir el Evangelio de Marcion, qui-
tando y variando en el de San Lúeas lo que antiguos monumentos
indican haber sido quitado ó variado por Marcion , puesto que
Irineo, Tertuliano y Epifánio expresan claramente que Marcion
compuso su Evangelio por el de San Lúeas, mutilándole y alterán-
dole; añaiiendo el último autor citado la suma de capítulos ó ma-
terias conservadas por Marcion, lo cual ha sido tomado por alguno
como el texto mismo de este heresiarca. En tal sentido dio á luz
Áug. Hahn el que creyó Evangelio original de Marcion, reprodu-
cido por Thilo en su Oodex apocryphus novi Testamenti, y Volk-
mar su Das Evangelium Marcions, Text. nnd Kritik.
De lo dicho resulta ya que el Evangelio de Marcion era el tercer
Evangelio canónico más ó menos mutilado y retocado , de intento,
para favorecer las ideas de la secta, según los Padres coetáneos
Ireneo y Tertuliano y el poco posterior Epifánio, ó por la casuali-
dad de haber dado con un original imperfecto, según M. Nicolás.
Confiesa este critico que, dada la posición é ideas de los gnósticos,
nada difícil le parece que mutilaran y adulteraran de intento los
libros canónicos, puesto que consideraban á sus autores poco ins-
truidos en las doctrinas exotéricas de Jesús , ó bien que habían ex-
presado sólo las ideas exotéricas para satisfacer al vulgo de los
creyentes, y se conceptuaban en el caso de exponer el íntimo sig-
nificado de la predicación cristiana; pero se le hace difícil creer
que Marcion arreglara á su modo el Evangelio de San Lúeas y las
diez cartas de San Pablo que admitía, porque aún dejó en el texto
algunos pasajes que contradecían sus dogmas. Desde luego se
convendrá en que es atrevido pretender conocer el estado de la
cuestión marcionística mejor que los escritores contemporáneos
que sostuvieron la kcha. y nos parece que las razones alegadas
por nuestro crítico presentan alguna dificultad , pero no deciden
la cuestión en favor suyo .
San Ireneo dice expresamente: «Y además de esto (de rechazar
tres Evangelios) circuncidando el Evangelio de Lúeas, y quitando
todo lo escrito en él acerca de la generación del Señor, y muchas
otras cosas de su doctrina... persuadió á sus discípulos" que él era
más veraz que los Apóstoles que escribieron el Evangelio , entre-
392 LOS EVANGELIOS
gando á los suyos no el Evangelio, sino una partícula de él.» Más
explícito y más enérgico, según costumbre, es Tertuliano. «Por lo
que hace al Evangelio de Lúeas, dice, de tal manera es más antiguo
el que nosotros tenemos que el que posee Marcion , que él misitio
creyó eii él algún tiempo;» y luego le arguye haciendo ver que no
pudo corregir sino lo que ya existia , y por tanto que el te:^to co-
mún de Lúeas era anterior á Marcion. Y en otra parte le dice:
«Pues habiendo sido cristiano, quitaste rasgando lo que antes ha-
bías creído, como tú mismo confiesas en cierta carta, ni lo niegan
los tuyos y los nuestros lo comprueban.»
¿Qué razones opone M. Nicolás á estos testimonios explícitos de
escritores contemporáneos envueltos en la polémica contra la sec-
ta marcionítica? Las mismas que alegaba Eichhorn; es á saber:
que en el Evangelio de Marcion existen pasajes contrarios á sus
ideas', y no existen algunos que parecían favorecerlas. ¿Pero no
pudo ser esto una cierta prudencia suya para no estropear dema
siado el texto? ¿No pudo ser que los pasajes alegados no se hu-
bieran empleado en la polémica por ios católicos , ó bien que los
marcionistas los juzgaran menos adversos, mediante la interpre-
tación que les dieran , y por eso no creyera necesario Marcion su-
primirlos ó adulterarlos? Además de que no todos los pasajes ci-
tados por M. Nicolás prueban en favor ó en contra de Marcion
tanto como él pretende, porque no tiene una idea exacta, como
hemos visto , de la teoría marcionítica. Bien que no sea exacto al
pie de la letra lo que dice Tertuliano : «borró todo lo que era con-
trario á su opinión , y reservó lo compatible » lo es que sus muti-
laciones recayeron precisamente sobre los pasajes que le eran más
adversos ; y si esto fué debido á una copia imperfecta del Evan-
gelio de Lúeas , mucha casualidad fué en primer lugar , y en se-
gundo no se puede concebir en un hombre erudito , que en sus
trabajos críticos sobre el Nuevo Testamento puede ser considerado
como el precursor de la escuela de Baur. Acaso no fué Marcion el
que hizo sobre el tercer Evangelio todo el trabajo de tijera ó de
hacha , como dice Tertuliano , pues el mismo escritor atribuye á
Cerdon , maestro de Marcion , el uso del Evangelio de Lúeas no
completo; pero el principal trabajo fué sin duda de Marcion. Exa-
minemos los textos citados por M. Nicolás. Dice que faltaban en
el Evangelio de Marcion los pasajes XI , 51 ; XIII, 30 y 34 ; XX,
9-16 de San Lúeas, en que Jesús se muestra severo contra lo.^
APÓCRIFOS. 393
judios, y por consiguiente venian bien á Marcion. Mas ni se pue-^
de probar que realmente faltaran, ni podia favorecer á la idea de
Marcion una reprensión á los judios por haber sido infieles á la Ley
y haber maltratado á los Profetas , ni la profecía de la sustitución
del pueblo hebreo por el gentil, porque Marcion, repetimos, iba
más adelante , y atacaba la antigua Ley como mala , procedente
de un mal principio y contraria á la doctrina de Jesús que vino,
«no á destruir la Ley , sino á cumplirla. » Los dos primeros capí-
tulos eran manifiestamente contrarios á la doctrina marcionita,
y ambos fueron eliminados. F>1 verso 19 del cap. VIII en que se
dice que fueron á Jesús Síis hermanos , contrariaba á Marcion , y
quitó este verso; pero no quitó, dice M. Nicolás, aquel en que le
dijeron: tu madre y tus hermanos están ahí. Mas no advierte que
en el primer lugar citado habla el Evangelio por su. cuenta, y su-
pone , al parecer , que Jesús tenia hermanos , y por consiguiente
verdadera naturaleza humana y cuerpo material , cosa que nega-
ba Marcion, mientras que en el segundo se citan palabras de los que
rodeaban á Jesús , y que le tomaban por hombre ordinario , aun-
que erróneamente, según Marcion. Desapareció el texto: «vino el
Hijo del Hombre comiendo y bebiendo ,» porque parecía contrariar
el ascetismo de los marcionitas; pero no desaparecieron aquellos
en que los fariseos reprochaban á Jesús el trato con hombres de
mala vida , comiendo y bebiendo con ellos, ó le preguntaban por
qué sus discípulos no ayunaban como los de Juan, ni el que refie-
re el convite que hizo á Jesús el publicano Lev!. Mas cualquiera
conoce que estos pasajes no tienen igual valor que el suprimido,
porque el primero es una acusación de sus enemigos, en el segun-
do no se niega absolutamente que conviene ayunar , sino que se
aplaza para cuando se ausente el esposo , y el tercero no prueba
que Jesús no fuera sobrio y mortificado. Desaparecieron los textos
en que se hablaba de Jonás, como dado en signo á los judíos, y
de la reina de Sabá y de los Ninivitas , por no poner en boca de
Jesús un llamamiento á la antigua alianza ; y se dejó aquel en
que justifica el Salvador su conducta con el ejemplo de David,
porque este era un argumento ad hominem contra sus calumnia-
dores , ni aquel en que se cita una profecía antigua á propósito
de Juan, por idéntica razón. Desapareció el nombre de Abraham,
Isaac y Jacob y todos los profetas , del cap. XIII, v. 28, cambián-
dolo por el de todos los justos ; y si no sucedió lo mismo con el de
394 LOS EVANGELIOS
Abraham en la parábola del rico y Lázaro, fué por ser una pará-
bola. Estos son los textos aleg-ados por Nicolás para probar que en
el trabajo de manipulación del texto de Lúeas que Marcion bicie-
ra , no tuvo la intención ae favorecer su causa ; y aunque no pre-
tendamos baber dado con las verdaderas razones que tuvo para
quitar unos y dejar otros , todavía creemos que hay entre ellos no-
tables diferencias , y por consiguiente que no se convence de falso
ni de infundado el aserto de Ireneo. Tertuliano y Epifánio, hecho
después tradicional , de que Marcion alteró el Evangelio de Lúeas
para favorecer en lo posible su sistema gnóstico.
Es dudoso que Apeles tuviera también su Evangelio resultante
de la mutilación de algunos de los canónicos , el de Lúeas proba-
blemente en caso afirmativo. Orígenes y San Jerónimo le acusan
de haber mutilado los Evangelios ; mas de lo que dice San Epifá-
nio parece desprenderse que sólo se trata de la explicación que
daba á los canónicos , y de la audacia con que aceptaba ó recha-
zaba sus diversas partes , según le convenia , entendiendo así gro-
seramente el consejo de San Pablo de probarlo todo y retener lo
bueno. Lo propio debe decirse de Basilides^ que compuso un co-
mentario al Evangelio en 24 libros , que probablemente fué lla-
mado el Evangelio de Basilides ; pero Orígenes dice expresamen-
te que tuvo la audacia de escribir un Evangelio y publicarle en su
nombre , y es bien difícil que Orígenes se equivocara en im asunto
tan de su competencia. Es cuanto se sabe de este Evangelio, cita-
do así comunmente ; y el libro recien descubierto de los Phüoso-
phoumena, que cita de los escritos de Basilides dos textos del Evan-
gelio de San Juan [era la verdadera luz, y aun no Ka llegado mi
kora)y interesantes y hasta decisivos para probar la autenticidad de
este , no nos dice si están tomados del Evangelio ó del comentario
de Basilides.
Los Valentinianos, y ])rincipalmente el jefe de todos , Valentín,
son acusados por Ireneo y Tertuliano, uiás de interpretar arbitra-
riamente las escrituras, que de haberlas mutilado y forjádose nue-
vos Evangelios . Tertuliano pone esta diferencia entre Valentinia-
nos y Marcionitas , é Ireneo da varias muestras de las caprichosas
interpretaciones de Valentín. Pero es cierto que en las diversas ra-
mas en que se fraccionó esta herejía , se usaban pecuUares evan-
gelios, como el Evangelio de laverdad, del que no sabemos sino que
discordaba completamente de los nuestros, al decir de San Ireneo.
APÓCRIFOS. 395
Más en número eran los usados por los marcosianos y los q^tas sethia-
nos. Marcos se jactaba de poseer una revelación propia, probable-
mente el Evangelio de Eva , ya porque decia deber su revelación
á un principio femenino , ya por la inmoralidad de que siempre
fué acusada esta secta , y que parecia formar el carácter de este
Evangelio, según San Epifánio, que nos ha conservado los dos pa-
sajes siguientes . «Habiéndome detenido en una alta montaña , vi
á un hombre de elevada estatura y á otro mutilado. Luego oí una
voz como de trueno. Acerquérae para escuchar, y me habló en es-
tos términos : To soy tú, y tú eres yo. Donde quiera que estés, allí
estoy yo también. Fo estoy extendido en todas las cosas. Tú me
cojeras donde quieras, pero cojiéndome, te cojeras a ti mismo. y>
Teoría de la identidad absoluta. El segundo pasaje es como sigue:
«Vi un árbol que daba doce frutos cada ano, y me dijo que era el
árbol de la vida.» San Epifánio dice que aquí se trataba de la
ñuxion mensual de las mujeres.
Aunque Baur opina que el Evangelio de Eva y el Evangelio de
la perfección eran uno mismo , parece que no entendió bien á San
Epifánio, quien da á entender que unos Valentinianos se servían
de uno y otros de otro, hablando muy poco después de estos Evan-
gelios en plural. Si era distinto del anterior debía parecérsele
bastante, pues Epifánio le llama «producción del diablo;» y al lla-
marle , parece que no quiere dar á entender un verdadero poema,
sino* una obra fingida toda y completamente diversa de los Evan-
gelios canónicos.
Del Evangelio de Felipe sólo nos queda el pasaje siguiente: «El
Señor me ha revelado las palabras que el alma deberá pronunciar
al subir al cíelo , y cómo ha de responder á cada una de las poten-
cias celestes. Me he conocido á mí mismo, dice, y me he recogido
á mí mismo por toda parte. No he dado hijos al Archon, sino que
he arrancado sus raíces y recogido sus miembros dispersos. He co-
nocido quién eres tú, porque soy, dice, del número de los celestia-
les. Mas si se averigua que ha engendrado un hijo, es retenido
aquí abajo hasta que pueda volver á tomar sus hijos y reabsorber-
los en sí . »
Las grandes y pequeñas interrogaciones de María eran dos es-
critos propios probablemente de los Ofitas de Seth, que tenían
además las revelaciones de Adán y Evangelios atribuidos á los
Apóstoles. Por lo que dice San Epifánio , las grandes interroga-
396 LOS EVANGKLIOS
dones de María, eran muy parecidas al Evangelio de Eva por el
tono general, estilo y doctrina. También pertenecia probablemen-
te á una rama de Ofitas el nacimiento de Maria, que contenia, dice
Epitánio, cosas horribles y detestables; siendo la única que refiere
el que los judíos adoraban una cabeza de asno, y que habiéndolo
visto y divulgado Zacharías, fué muerto por ello.
La caprichosa y extravagantísima secta de los Cainitas , que
adoraban todo lo que condenaban judíos y cristianos, y condena-
ban lo que respetaban aquellos, tuvo también su Evangelio, que
titularon Evangelio de Judas , el traidor , pues hicieron de él un
héroe, por haber preferido, decían, á su amor y deberes de discí-
pulo, el amor á la humanidad, cuya salud dependía de la muerte
de Jesús, y él le comprometió á ella entregándole al sanhedrin
cuando ya comenzaba á vacilar. San Epifánio, que con Ireneo y
Theodoreto, nos da estas noticias de los Cainitas , no nos dice más
de su Evangelio, á no ser que de él las tomara, como también la
doctrina que les atribuye de dar cierta santidad al acto conyugal,
y de atribuir á una Hystera la creación del cíelo y la tierra.
III.
Hemos dicho al principio de este escrito qué entendemos por
Evangelios apócrifos ortodoxos , y en qué sentido les aplicamos
esta denominación, es á saber, en cuanto no se oponen á los he-
chos y doctrinas de los Evangelios canónicos, antes lo dan todo por
supuesto, y en ello se fundan como en su base , y fueron compues-
tos y div^il gados entre los fieles de la Iglesia católica, sin servir á
ninguna bandería ni originar ninguna división. Los apócrifos de
que hemos hablado hasta ahora ofrecen el ínteres de no negar,
sino más bien confirmar, los hechos evangélicos ; de dar á conocer
el espíritu é idea de los primeros sectarios, y la crítica que presi-
dió á la aceptación ó reprobación de los diversos escritos que pre-
tendían relatar la vida y predicación de Jesús y sus Apóstoles; con
lo cual gana no poco el carácter critico y verdaderamente histó-
rico de los Evangelios canónicos , y de los pastores de la Iglesia
que los recibieron y veneraron como verdaderas historias , escritas
por hombres inspirados de lo alto.
;^Mas este ínteres es mucho mayor todavía en los Evangelios or-
todoxos, puesto que no contrariaban ni la doctrina ni la tradición;
APÓCRIFOS. 397
y aunque eran leídos con avidez por la piadosa curiosidad de los
fieles, fueron desechados por los Obispos y santos Padres . por no
constarles su autoridad histórica ni divina ; demostrando asi cuan
lejos estaban de la piadosa y ciega credulidad que les echan en
cara nuestros modernos racionalistas. Verdad es que se han reci-
bido en la Iglesia muchas tradiciones referidas en los apócrifos;
pero nadie puede probar que se han recÁhido porque las refieren los
apócrifos. Estos nacieron demasiado temprano para que se pueda
asegurar que no se conservaran las tradiciones orales acerca de
multitud de hechos interesantes no recogidos por la sobria auste-
ridad de los escritos canónicos. Sabido es y confesado hoy por to-
dos, que éstos nos dan una narración en extremo sucinta de la
predicación de Jesús durante su vida pública, con levísimos por-
menores acerca de su concepción y nacimiento, y estos por ser ab-
solutamente necesarios, y un solo hecho de la infancia de Jesús
referido por San Lúeas. El entusiasmo y la veneración de los Após-
toles y primeros discípulos del Salvador hacia su persona no pu-
dieron menos de excitar poderosamente su ínteres por conocer todo
cuanto se referia á aquel hombre extraordinario. Suponer otra
cosa sería no conocer al hombre . y principalmente á hombres tan
sencillos, candorosos y entusiastas como los primeros discípulos de
Jesús y primeros cristianos: sería , además , afirmar una cosa con-
tradicha por la existencia misma de los apócrifos, que debieron su
existencia á esta necesidad del corazón humano, dado el vacío que
los Evangelios canónicos dejaban. Es, pues, altamente creíble y
verosímil que gran parte de los hechos recogidos por los Evange-
lios apócrifos fueron tomados de la tradición aún viva, por decirlo
así, y doméstica; es creíble y verosímil en particular que los he-
chos principales relativos á la vida de la Madre de Jesús , enco-
mendada á Juan desde la Cruz, y con la cual conversaron sin duda
por largo tiempo los Apóstoles, ó algunos de ellos, y los parientes
de Jesús, se supieron de su misma boca, salvas tal vez, y sin tal
vez, algunas circunstancias con que poco á poco los iría exornando
la leyenda. Entre estos hechos contamos sin duda los que han sido
adoptados por la Iglesia universal, tales, por ejemplo, como los re-
lativos á los nombren de los padres de María , á la Presentación, á
la Asunción y alguno que otro. Nada tiene de extraño que M. Ni-
colás sienta lo contrario y se afane por buscar los fundamentos le-
gendarios de estas narraciones: como racionalista repugna todo lo
398 LOS EVANGELIOS
milagroso, y como ex-protestante cree fá'íilmente en la introduc-
ción de la superstición y de la idolatría en la Iglesia; aunque debe-
mos agradecerle que vea la decadencia y corrupción de ésta ya en
la época de los apócrifos, es decir, desde su origen ó desde el mismo
siglo primero , pues á poco después de esa época suben sin duda
ninguna algunos de estos escritos , aunque los más son pos-
teriores.
Y supuesto que los Evangelios apócrifos expresan las ideas y
sentimientos reinantes entre el pueblo cristiano en aquella primi-
tiva época, es altamente interesante saber cuáles eran esas ideas
y esos sentimientos, porque ellos eran debidos á la impresión que
hicieran los Evangelios canónicos y la primera predicación. Evi-
dentemente, el celo de los fundadores del Cristianismo les instaba
á fundar iglesias con la mayor rapidez, y no les permitia insistir
detenidamente sobre los puntos y circunstancias menos importan-
tes de la vida de Jesús y su Madre; por eso quedaron ciertos hue-
cos, por decirlo asi, que suplió en parte la tradición, y dejaron
ancho campo á la leyenda, que no engañó, sin embargo, á los
vigilantes pastores de la Iglesia. Pero algunos de esos hechos, y
el orden de ideas dominante en esos escritos, fueron etecto de la
primera predicación y de la tradición doméstica de la familia de
Jesús; fueron nada más que una mayor evolución ó madurez de los
gérmenes contenidos en el Evangelio y primitiva predicación: no
es preciso acudir, ni se puede, á influencias extrañas, como si el
espíritu de oración y devoción, la mortificación y continencia, la
virginidad, fueran en la Iglesia productos extranjeros, y no se ha-
llaran fuertemente recomendados en los escritos canónicos. En una
palabra, el espíritu é ideas dominante en los apócrifos son en ge-
neral, con algunas excepciones, ei natural crecimiento, no una
metamorfosis del Cristianismo: así lo dictan la sana crítica y el
buen sentido, así lo acredita su mismo nacimiento en los tiempos
mismos apostólicos, cosa que socaba por su base el edificio protes-
tante, y no deja á su ortodoxia un lugar en la historia primitiva
del Cristianismo adonde volver los ojos para buscar un abolengo
en que fundar su legitimidad. No aceptamos, ni con mucho, todos
los hechos que nos refieren los apócrifos; aceptamos apenas alguno
más de los que acepta la Iglesia: tampoco aceptamos todas las
apreciaciones que hacen de los personajes evangélicos; pero respe-
tíimos sus sentimientos, su piedad, sn admiración y veneración á
APÓCRIFOS. 399
María, su delicadeza de sentimientos en mil ocasiones; y sostene-
mos que todo esto es el fruto natural y espontáneo de la semilla
evangélica. Sobre esto pueden consultarse con fruto las reflexiones
de otro Nicolás (Augusto), en su libro La Virgen María viviendo
en la Iglesia.
Como los apócrifos ortodoxos pueden leerse Íntegros en las co-
lecciones citadas, y en extracto en Calmet [Disertación sobre los
apócrifos, y de la doble genealogía de J. (7.), y en parte enCantú,
no entraremos en pormenores, y nos limitaremos á indicar sus fe-
chas probables; pero antes se nos permitirá traducir lo que sobre
este asunto escribimos en nuestro Manuale: «Los libros apócrifos
de los primeros siglos demuestran por dos distintas vias la auten-
ticidad y valor histórico de los Evangelios canónicos. La primera
es la misma comparación de las dos clases de escritos. Porque los
apócrifos, como escritos para defender arbitrariamente ciertas opi-
niones, ó para llenar la incompleta historia evangélica, ó para re-
ferir las niás pequeñas circunstancias de la vida ie Jesús, Maria y
José y dar pábulo á la piedad de los fieles, ó, en fin, para utilidad
de las sectas, fueron rechazados por la Iglesia, aunque, antes de
bien dilucidada la cuestión, fueron admitidos alguna vez por tal
cual individuo, y se encuentran en ellos todas las dificultades y
defectos de las historias no auténticas, y ofrecen claramente el ca-
rácter legendario, que está á la vista de todos, por sus amplifica-
ciones, milagros increíbles obrados sin motivo ni razón, y por
otras narraciones fútiles é indig'nas de que están plagados, al paso
que carecen de doctrinas, ó sólo recuerdan poquísimas tomadas de
la tradición ó inventadas en provecho de las sectas, cuyas doctri-
nas, en el mismo hecho de encontrarse allí, se oponen á la doctri-
na de los Evangelios y apoyan las invenciones de los sectarios.
Luego no hay un solo argumento de los que invenciblemente mi-
litan á favor de nuestros Evangelios, que defienda los Evangelios
y escritos apócrifos, los cuales, por su misma existencia, que cons-
tantemente supone la de los canónicos, y por sus caracteres inter-
nos, se distinguen claramente de los Evangelios verdaderos. El
segundo camino por donde los apócrifos demuestran la existencia
antiquísima de los verdaderos, consiste en su alegación tácita,
principalmente en las Actas de Piiatos, citadas ya por Justino
mártir (año 136) y Tertuliano, y en el Evangelio de Santiago^
usado igualmente por Justino, á no ser que digamos (como con
400 LOS EVANGELIOS
razón (Ij creen los más) que los pasajes comunes á ambos escritos
descienden de la tradición, entonces todavía reciente. Sea lo que
quiera de este Evang-elio, al menos las Actas de Pilates son indu-
dablemente antiquísimas (Tischendorf encontró un ejemplar grie-
go y otro latino en palimpsestos del siglo V), y preceden á la mi-
tad del II siglo, puesto que las cita Justino en su primera apolo-
gía, y suponen la existencia, no sólo de los tres Evangelios sinóp-
ticos, sino también del cuarto, puesto que en todos se encuentra la
historia de la Pasión; pero sólo en el cuarto se puede fundar la
mención de las actas judiciales contenidas en este apócrifo. Así,
pues, tanto la literatura eclesiástica genuina, como la apócrifa, de-
muestran en admirable consorcio y de una manera invencible la
genuinidad de nuestros Evangelios.»
De lo que antes hemos dicho se saca que no hay que confundir
la fecha de la redacción de uno de estos Evangelios con la del he-
cho, ó tradición, ó leyenda que en él se refiere. Los apócrifos orto-
doxos están escritos sin más plan que consignar las creencias co-
munes y corrientes entre los fieles; no hay en ellos fin polémico;
hasta hay un olvido total de la persona del escritor, y aunque no
creamos que nada absolutamente fué invención suya, pues hay
indicios ciertos de ello, tenemos por seguro que la parte de inven-
ción es muy secundaria, y se reduce casi exclusivamente á algún
discurso, algún milagro, algún adorno del hecho tradicional ó le-
gendario que se consigna por escrito. Así es que el estilo y locu-
ción de estas obras es idéntico al dd Nuevo Testamento, como que
tomaron su origen en el pueblo fiel, acostumbrado únicamente á
la lectura de los libros santos, cuyo estilo y lenguaje se había lle-
gado á asimilar. Por esto no prueba esta circunstancia que hayan
sido escritos en la segunda mitad del primer siglo, como los libros
del Nuevo Testamento; pero prueba que no tienen una fecha muy
posterior, y creemos por esto sólo que los más originales no pasan
del siglo II, aunque no tuviéramos otros datos para juzgarlo así.
Algunos, que son compilaciones ó copias más ó menos imperfectas
de los anteriores, pueden ser de fecha muy posterior. Los hechos
sobre que más particularmente insisten son la vida de la Sagrada
(1) Hoy creemos que verdaderamente cita San Justino libros apócrifos,
junto con los cuatro canónicos: así nos lo ha convencido el opúsculo de Tis
chendorf Sobre la feclw <//' Ion Kvarujelios.
APÓCRIFOS. 401
Familia, la de Jesús durante su niñez hasta la edad de doce años,
la historia de la Pasión y la del descenso de Jesús á los infiernos.
Los más antiguos son: el Prot evangelio de Santiago, el Evan-
gelio de la Infancia, de Tomás, y las Actas de Pilatos, escritos
todos que no pasan de las primeras decenas del siglo II. El primero
fué traido de Oriente por Guillermo Postel en el siglo XVI, y con-
tiene lo relativo á los padres de María, á la vida de ésta hasta el
nacimiento de Jesús, referido allí también. San Justino, Tertuliano
y Clemente Alejandrino refieren algunas cosas tomadas de este
Evangelio, puesto que se encuentra en él casi con las mismas pa-
labras, y Orígenes hace lo mismo, pero citándule expresamente
con el nombre de Libro de Santiago (el título de Protevangelio se
le dio Postel por referirse en él cosas anteriores á la narración
evangélica). Casi lo mismo hay que decir del Evangelio de Tomás,
alegado igualmente por Orígenes , y muy probablemente aludido
por Ireneo, quien refiere y reprende, como cuento insípido inven-
tado por herejes, la explicación de los misterios de la letra alpka,
hecha por el niño Jesús al maestro de escuela Zaqueo, y que se
halla en este Evangelio, con otros hechos semejantes. No es difícil
que este cuento naciera entre los Gnósticos, que solían atribuir á
las letras una virtud particular, si ya no era esta flaqueza común
entre los Rabinos hebreos, como lo fué después entre los Cabalistas,
y no anda muy lejos de nuestro famoso hebraizante García Blanco.
En el famoso decreto de Gelasio , cuya autenticidad niegan algu-
nos, se hace mención de un Evangelio de Tomás, en uso entre los
Maniqueos', es creíble que fuera distinto del que nos ocupa, á no
ser que reinara alguna confusión en el autor de ese decreto, pues
en el apócrifo hoy subsistente no hay cosa que particularmente
favoreciera las ideas de los Maniqueos. En cuanto á las Actas de
Pilatos, creemos que son obra del primer siglo ó principios del se-
gundo, puesto que Justino apela aellas en su primera apología como
á documento oficial y convincente, que daba cuenta de los milagros
verificados en la muerte y resurrección del Salvador, y otro tanto
hace Tertuliano. Como tanta importancia se daba á estas Actas en
la polémica cristiana, hubo un emperador que hizo fabricar otras
llenas de embustes y calumnias, á principios del siglo IV, pero la
creencia firme de Justino y Tertuliano, de que se apoyaban en un
documento oficial, era, sin duda, errónea, aunque tuviera algún
fundamento. Es de presumir que Pilatos dio verdaderamente cuen-
TOMO XV, 20
402 LOS EVANGELIOS
ta de la muerte de Jesús al Emperador; y sabido esto, se confec-
cionaron las llamadas Actas de Pilatos, que han llegado sueltas
hasta nosotros, y también formando la segunda parte del Evange-
lio de Nicodemo. Estas fueron, sin duda, las citadas por los dos
apologistas, creyendo de buena fé que tenian á la vista la comuni-
cación oficial de Pilatos, pues si bien no se encuentra en ellas nin-
gún anacronismo, es casi absolutamente imposible que Pilatos ha-
blara como alli habla, es decir, como hombre grandemente deseoso
de hallar la verdad, apologista de Jesús y sus milagros, y cristia-
no en el fondo de su conciencia, como dice Tertuliano.
El Evangelio de la Natividad de la Virgen y de la Infancia de
Jesús, escrito en latin, cuyo texto se supone que tradujo San Je-
rónimo, llamándole Evangelio de San Mateo, comprende á la vez
la historia de María contenida en el Evangelio, y la historia de la
infancia de Jesús que se halla en el Evangelio de Tomás. Pero no
se atiene á ellos escrupulosamente, distinguiéndose en muchos pun
tos, careciendo de algunas narraciones que hay en ellos , y com-
prendiendo otras de que aquellos carecen. Si se considera además
que nacidos en Oriente los Evangelios de la Infancia, fueron reci-
bidos más tarde y con alguna dificultad en Occidente, se conven-
drá en que este libro es de fecha bastante posterior.
Hay otro Evangelio de la Infancia, el más extenso de todos, es-
crito en árabe, y que parece no ser original . Tiene bastante ana-
logia con el de Tomás , pudiéndose considerar á este como el tema
primitivo de donde aquel se deriva; pero contiene leyendas que no
se encuentran en los ya mencionados, y que por su género indican
la patria de las Mil y una Noches. Por más que se diga que estuvo
en gran favor en las iglesias nestorianas, y aun se haya llegado á
considerarle como obra del mismo Nestorio, no tiene esto probabi-
lidad alguna, si se le compara con las doctrinas de aquel here -
siarca. En efecto, no es posible conciliar con la idea de que Jesús
era puro hombre al nacer, y sólo debió su unión intima con la di-
vinidad á sus eminentes virtudes, como pensaba Nestorio, la con-
firmación expresa de la divinidad del niño Jesús, que hace este
con las siguientes palabras dirigidas á su Madre: «Yo á quien tú
has dado á luz, soy Jesús, el hijo de Dios, el verbo, como lo anun-
ció Gabriel, y mi Padre me ha enviado para la salvación del
mundo. »
La Historia del carpintero José es la narración, puesta en boca
APÓCRIFOS. . 40S
de Jesús, de los últimos momentos de aquel santo personaje. Sólo
existe una traducción árabe del orig'inal copto. Se le considera ge-
neralmente como una especie de homilía, compuesta por un copto
monofisita, para recitarla en 20 de Julio, en que se suponía la
muerte de José. No se conoce la fecha de su redacción; pero debe
subir al siglo IV, aunque no es suficiente dato el hallarse alli la
narración de la muerte de María, pues esta siempre se ha creido
antes y después de este siglo: sólo que M. Nicolás equivoca la
muerte ordinaria, con lo que se llama el tránsito de la Virgen, es
decir, una muerte apacible, para resucitar poco después y ser
trasladada al cielo por los Angeles, hecho que celebra con fiesta la
Iglesia; pero no le ha declarado jamás dogma de fé, aunque asi
lo solicitó del Papa la Reina Isabel, creyendo sin duda que la de-
claración de dogma era cosa de moda.
El Evangelio de Nicodemo comprende las Actas de Pílalos y la
bajada de Jesús á los infiernos, dos narraciones diversas, que exis-
tieron mucho tiempo separadas, y fueron reunidas y retocadas en
época y por persona desconocida. En la primera parte se exponen
con violencia las acusaciones de los judíos á la persona y milagros
del Salvador; pero de modo que aparecen como manifiestas calum-
nias. Como el rompimiento de la Iglesia con la Sinagoga empezó
en este orden de ideas desde el principio de la predicación cristia-
na, nada se puede colegir acerca de la época en que se escribió
esta primera parte de semejante exposición de argumento y refu-
tación. Por lo demás las Actas de Pílalos que andan sueltas son
antiquísimas, como digimos antes. La segunda parte que refiere la
bajada de Jesús á los infiernos, debe ser harto posterior; si bien la
considera Tischendorf como una reproducción modificada de un
opúsculo apócrifo del siglo 11. Por el contenido de ella nada se pue-
de aventurar, con M. Nicolás, sobre la época de su redacción, pues
la leyenda, como él dice, de la bajada de Jesús á los infiernos, es
tan antigua como el cristianismo, como lo acredita el pasaje de
la primera carta de San Pedro, cap. III, v. 19-20: «En el cual
( espíritu) también fué y predicó álos espíritus que estaban en cár-
cel; los cuales en el tiempo pasado fueron desobedientes, cuando
una vez se esperaba la paciencia de Dios, en los dias de Noé, cuan-
do se aparejaba el arca.» (Traducción de Cipriano de Valera). Y
ha sido constante en la Iglesia la creencia de que Jesús descendió
á los infiernos en alma y divinidad en el tiempo en que estuvo se-
404 LOS EVANaELIOS
pultado; por lo cual, apenas negaron los Apolinaristas que Jesús'
tuviera alma humana, se les contestó con el dogma corriente
y común del descenso de Cristo á los infiernos, del cual hablan
por otra parte Clemente Alejandrino, Orígenes y Tertuliano. Y no
importa que estos sólo hablaran de la predicación que hiciere Juan
á las almas de la Ley antigua encerradas en el scheol y no de sa-
carlas de alli para llevarlas al cielo; porque el no hablar de una
cosa no es negarla, y los citados Padres, y en particular Tertulia-
no, de quien cita un pasaje que parece contrario M. Nicolás, cre-
yeron en la beatificación inmediata de los justos de la antigua ley,
entendieron asi las palabras de Jesús al buen ladrón: [Hoy serás
conmigo en el Paraíso) y ponderaban la dicha de los mártires que
eran coronados después de una breve lucha. Pudo, pues, ser escrita
esta parte del Evangelio de Nicodemo desde el segundo siglo, ó al
menos la base de este escrito, de que habla Tischendorf ; pero repe-
timos que nada se sabe de cierto, y es probable que lo fuera en el
siglo III ó IV. Este Evangelio fué escrito en griego y traducido
después al latin; mas la traducción de la segunda parte discrepa
mucho del original, y también discrepan entre si los manuscritos.
El titulo parece ser muy posterior, por no hallarse en la versión
copta, ni en ningún manuscrito griego, ni en muchos latinos.
Las consideraciones que hemos hecho sobre el origen y natura-
leza de los apócrifos ortodoxos, la devoción que respiran hacia la
Santa Familia, la felicidad con que entraron á veces en los senti-
mientos o.ristianos, aunque muchas otras los desconocen y estro-
pean, la falta de critica en los siglos medios y el gusto general por
la leyenda y lo maravilloso, hicieron que estos escritos fueran co-
nocidísimos y aun vulgares, singularmente entre el pueblo que
apenas leia los libros canónicos, menos comprensibles para él. Por
eso se reprodujeron extraordinariamente, y se produjeron en infi-
nidad de lenguas, se explotaron en los pulpitos y en los autos y
misterios, la monja Roswitha tradujo el Evangelio de la infancia
en versos exámetros, y fueron sobre todo el arsenal de los pinto-
res. San José en forma de viejo, con la vara florida ó rematada en
una paloma, María con un cántaro junto á una fuente en los cua-
dros de la Anunciación, Joaquín desesperado por la afrenta reci-
bida, como se le pinta en una preciosa tabla del aula de moral del
monasterio del Escorial, el buey y el asno en los nacimientos, infi-
nidad de cuadros y relieves en que se representa á Jesús hollando
APÓCRIFOS. 405
al diablo ó á la muerte, ó sacando por un brazo á Adán del limbo,
sombreado por una palmera, etc. , son recuerdos de los apócrifos;
y todavía se escriben libros devotos en que se toman como cosa
corriente tradiciones de estos libros, aunque olvidados, y quizá por
eso mismo, y aun aquellas tradiciones que no están autorizadas por
la Iglesia. Mil ton las ha puesto á contribución, como antes lo bizo
Dante, con cuyos versos cerramos este escrito, emprendido con dis-
tinto fin (Inferno IV, 52-56):
lo era nuovo in questo stato, ( habla Virgilio)
Quando ci vidi venire un Possente
Con segno di vittoria incoronato.
Trasseci Fombra del primo párente
d'Abel suo figlio, e quella di Noe
Francisco Caminero.
APUNTES PARA UN ESTUDIO FILOSÓFICO
DEL
DERECHO DE FAMILIA.
El estudio filosófico del derecho de familia , supone en el hom-
bre : una naturaleza racional que haga posible el derecho ; una
naturaleza social que dé ocasión al derecho ; una naturaleza bi-
partita que pueda producir la ley de la familia ; una naturaleza
familiar que como especial manifestación social de seres raciona-
les dé motivo al derecho de familia.
Que el hombre está dotado de libertad y de racionalidad, que la
libertad humana tiene caracteres propios, que el hombre, mediante
su naturaleza ética, está dotado de verdadera personalidad, con fin
propio , conocimiento de este fin y posibilidad de realizarle libre-
mente ; que la naturaleza finita del ser racional y social , le cons-
tituye en la especial condicionalidad del derecho; son verdades,
evidenciadas hoy en diferentes capitulos de la ciencia social , que
nosotros no podemos desenvolver en este momento , sin alejarnos
mucho de nuestro propósito , pero que hemos de dar por sentadas
y hemos de admitir sin demostración para fundar en ellas cuanto
hayamos de decir.
Por cima de todo cuanto existe, hay sin duda una ley de armo-
nía universal que supone una variedad constante bajo una ley de
unidad. Por todas partes se nos presenta la variedad armónica, re-
velándonos eternamente esa suprema ley de unidad , ese principio
sintético mediante el cual se relaciona en un ser infinito y abso-
luto cuanto existe finito y limitado. En efecto, la creación se com-
pone de dos elementos ; materia y espíritu , un elemento contin-
APUNTES PARA UN ESTUDIO FILOSÓFICO, ETC. 40^
geate y finito que se revela en los cuerpos, y otro elemento in-
finito , absoluto , que se revela en la razón ; mediante la dual
naturaleza humana, estos dos armónicos elementos se resuelven
en una unidad sintética, el hombre como individuo. El hombre,
como ser social que vive en el espacio , se resuelve en una uni-
dad superior, pueblo, y los pueblos en otra, sociedad ; y como
cuanto existe finitamente vive en el tiempo y también el hom-
bre , en forma de especie , de aquí esa unidad superior , huma-
nidad ; y como el hombre está relacionado con cuanto existe
finitamente como él, de aqui otra unidad superior sintética , uni-
verso ; y como todo cuanto es finito necesita referirse á un ser in-
finito que tenga en si la razón de su ser, de aqui esa unidad su-
perior sintética. Dios. Una especial manifestación de esa variedad
armónica es no más la familia , primer hombre, como ha dicho
Krause, entre el individuo y la humanidad ; unidad sintética en
que resuelve el hombre su naturaleza bipartita, en virtud de la
cual, como especie , se compone de dos individualidades , elemen-
tos ó variedades armónicas , que llamamos sexos , varón y hem-
bra. El hombre se nos presenta como fraccionado en dos mitades,
que no siendo sino diversidades de una igualdad de esencia, tienen
que ser variedades armónicas destinadas á completarse reciproca-
mente formando un todo sintético bajo una común y más alta ley
de unidad, pues en filosofía, lo mismo que en fisiología y en quí-
mica, los contrarios sólo producen armonía, no los opuestos que se
repelen ni los idént^gos que acumulándose no se combinan en uni-
dad sintética, armónica, superior. La naturaleza bipartita del hom-
bre es por tanto la causa y la condición de la ley de la familia, por
la que esas dos diversidades del ser humano, varón y hembra, se
atraen en busca de su complemento recíproco , y forman esa uni-
dad armónica superior. Pero como toda ley de relación refleja la
naturaleza de las cosas relacionadas, cuya consecuencia es, de aquí
que la ley de la familia implica un doble atractivo, físico mediante
el apetito genérico , y racional mediante la simpatía estética , el
sentido moral y el goce intelectual. De modo que las dos varieda-
des humanas, buscando por la ley de la familia su recíproco com-
plemento, como medio de realizar todos y cada uno de los fines
propios de su ser, forman un verdadero dualismo armónico, bajo el
doble aspecto que presenta la dual naturaleza de cada una de esas
individualidades. La relación familiar mediante la ley fisiológica
408 APUNTES PARA UN ESTUDIO FILOSÓFICO
de la generación producirá una consecuencia , la creación de un
nuevo ser, que siendo fruto de aquella relación, no podrá menos de
estar relacionado respecto de aquellos dos seres con otra relación,
que será diversa, pero que guardará analogía con la que, al rela-
cionar á estos , le dio á él origen. Hé aquí lo que llamamos es-
posos, padres, hijos. Hé aquí la. manifestación social , concreta y
determinada que llamamos familia. Hé aquí como íiecho la agru-
pación social de esás personas relacionadas mediante especialísi-
mos vínculos, consecuencia inmediata de las leyes ó manera de ser
propia de sus naturalezas.
Preciso es relacionar el concepto del derecho con el hecho de fa-
milia, para venir á parar concretamente al derecho familiar , lo
cual no será difícil , puesto que , si , dada la finitud ^humana , se
presenta como consecuencia necesaria una dependencia y determi-
nación recíprocas, condicionalidad, entre todos los seres humanos;
si esta condicionalidad humana se presenta desde luego en forma
de relación social; si, dada la personalidad humana , la condicio-
nalidad no puede menos de afectar la naturaleza de los seres rela-
cionados , siendo por tanto una condicionalidad inf Tingible ; si la
condicionalidad social trae en pos de sí la condicionalidad de la
exigibilidad de ciertas condiciones infringibles , necesariamente
exigibles para que el hombre realice los fines propios de su natu-
raleza ; si convenimos en llamar derecho á toda relación humana
infringihle, y necesariamente exigible para la realización de esos
fines, tendremos que dar el nombre de derech^de familia á ciertas
relaciones infringibles que no podrán menos de existir entre los
seres que forman la agrupación social, familia, como relaciones ne-
cesariamente exigibles para la realización de un fin familiar que
no podrá menos de existir como fin propio y peculiar de la fami-
lia; fin que resultará de la realización de los fines individuales de
cada uno de los miembros dentro de la familia, ó 1q que es lo mis-
mo, del cumplimiento exigible de Isls condiciones infringibles fami-
liares.
Indicado el fundamento de la familia, dada idea del concepto de
derecho, y relacionadas ambas nociones, debemos ya concretarnos
á desenvolver el derecho de familia, siendo sin duda bastante lo
que va dicho para dejar adivinar, ya que no podamos exponer de-
tenidamente, el criterio y el fundamento científicos que sirven de
sólida base á cuanto hayamos de decir.
DEL DERECHO DE FAMILIA. 409
El derecho de familia, como el derecho en general , sólo puede
determinarse con acierto deduciéndole de allí de donde arranca
toda condición jurídica: la naturaleza humana.
Si concebimos bien las leyes constitutivas de la naturaleza hu-
mana, y si , como consecuencia de ese estudio , llegamos á com-
prender bien los fines y caracteres propios de la familia como es-
pecial sociedad humana , podremos fácil , sólida y acertadamente
deducir sus condiciones de derecho .
Las condiciones más importantes que el derecho de familia ne-
cesita determinar en primer término son las relativas á la consti-
tución de la familia, ó sea al matrimonio. Las condiciones del ma-
trimonio habrán de responder á los naturales fines de esa sociedad
humana.
Si reconocemos que el amor, que da origen á la familia, se fun-
da sobre toda la individualidad corporal y espiritual de los consor-
tes; si, como ha dicho Krause admirablemente, la familia se funda
en la oposición de los sexos, en el contraste característico de la hu-
manidad masculina y la femenina, y los amantes se buscan porque
en espíritu y cuerpo se necesitan uno á otro para formar un todo
superior humano; si afirmamos, con el mismo filósofo, que sólo es
legitimo el amor de todo el hombre á toda la mujer, obrando to-
das las fuerzas naturales y espirituales con misterioso concierto en
una sociedad en que varón y mujer formen un individuo superior
en cuerpo y alma ; acertadamente concebiremos el fin del matri-
monio, y hallaremos en él al mismo tiempo la razón de ser de las
necesarias condiciones de derecho.
Así concebida la sociedad conyugal , no podemos menos de ad-
mirar el perfecto concepto que Modestino formó del matrimonio al
definirle: divini et humani juris communicatio; concepto que no-
sotros formulamos definiéndole: asociación del varón y de la hem-
bra en perfecto dualismo armónico, para la comunicación de todos
los fines humanos.
De aquí que , á nuestro juicio, la primera condición , la consti-
tutiva , esencial é intrínseca del matrimonio es la unidad , pues,
dado su fundamento y su fin propios , hemos de reconocer como
verdad evidente que , si bien son necesarias dos individualidades
contrarias para formar ese ser superior, dos son bastantes, y sólo
esas dos podrán producir un todo armónico; de suerte que, acep-
tando la fraseología de la jurisprudencia romana, podremos
410 APUNTES PARA UN ESTUDIO FILOSÓFICO
decir que la unidad es el requisito interno del matrimonio.
Inmediatamente después de la unidad se nos presenta la indiso-
lubilidad como otro de los caracteres y de las condiciones propias
del vínculo matrimonial, relacionada íntimamente con la anterior
en cuanto se deriva de la misma razón de ser. Si el hombre une
las dos variedades de su naturaleza bipartita, sexos, formando por
medio del matrimonio un ser superior resultante del recíproco y
mutuo complemento del varón y de la mujer; si el sexo no sólo
entraña variedad de naturaleza corporal, sino también de natura-
leza espiritual ; si el complemento recíproco que se busca en el
matrimonio tiene qne responder al doble aspecto material y racio-
nal , propio de los individuos relacionados en una superior y ar-
mónica unidad, y tanto es asi, qué lo mismo que con los órganos
sensuales, acontece exactamente con las facultades anímicas; y
vemos que el predominio del principio estético y la exquisita sen-
sibilidad y la viveza de imaginación y la especial perspicacia y
acertado presentimiento de la mujer se hermanan con el maduro
examen, y 1^ energ-ía y el dominio de sí, y la reflexión y la ma-
yor insistencia del hombre ; y si por último sólo una completa y
total unión de todo el hombre á toda la mujer puede formar por el
mutuo complemento de esas dos variedades armónicas, ese ser su-
perior, verdadero fin del matrimonio ; lógica y necesariamente ha-
bremos de concluir que el vínculo matrimonial, no sólo lleva la
unidad, sino también la indisolubilidad entre sus caracteres pro-
pios é indispensables. Por esto ha dicho Krause : que los esposos se
unen con vínculo indisoluble en toda su individualidad para for-
mar un todo superior humano ; que el amor conyugal engendra
una unión permanente en el pensar, en el sentir, en el obrar, en
la vida toda para el común destino, en bien y goce como en des-
gracia y dolor ; y que hermanando el matrimonio la oposición pri-
mera y más interior de nuestra naturaleza, la del sexo, viven uni-
dos varón y mujer como un hombre superior para el cumplimiento
solidario de todos los fines humanos. Si la unión de esas dos natu-
ralezas ha de ser tan íntima, tan total y tan completa, no puede
menos de ser una é indisoluble. Monogamia indisoluble : he aquí
los caracteres que indispensablemente ha de llevar el matrimonio
concebido como le concebimos nosotros.
Propiamente la unidad y la indisolubilidad no son condiciones
que se refieran ni á la constitución, ni á la conservación y desen-
DEL DERECHO DE FAMILIA. 411
volvimiento de la familia; son más que eso, son caracteres propios,
esenciales, constitutivos, inseparables del vinculo matrimonial. *
Ahora digamos algo acerca de las condiciones relativas á la for-
mación ó constitución de la familia por medio del matrimonio, de-
duciéndolas del carácter y de los fines matrimoniales.
Si el matrimonio tiene por objeto fundir en su totalidad dos na-
turalezas individuales, serán condiciones precisas las indispensa-
bles para que haya en ambos contrayentes capacidad de realizar
en esa intima unión de cuerpos y espiritus el fin del matrimonio.
Allí donde haya una circunstancia que haga imposible total ó par-
cialmente esa intima y completa fusión de naturalezas contrarias
que buscan en el matrimonio el complemento reciproco de todas y
cada una de sus facultades físicas y animicas, faltará la capacidad
faltará una condición exigible cuando se trate de contraer matri-
monio. Hé aqui por qué son condiciones del matrimonio el desar-
rollo físico y espiritual, ó sea la capacidad absoluta, y la capaci-
dad relativa, que en lo físico rechaza la impotencia relativa y en
lo espiritual rechaza ciertos grados de parentesco, tales como to-
do§ los de la línea recta y el primero de la colateral.
Aunque el fundamento y la esencia del vínculo matrimonial no
está en la voluntad humana, sino en las leyes naturales, que son
anteriores á ella, sin embargo, la misma índole del matrimonio
hace indispensable en un vínculo que se contrae por seres racio-
nales y libres, el concurso del elemento voluntario, del elemento
más característico de nuestra naturaleza en forma de libre consen-
timiento, como condición también de la capacidad relativa. De
aquí que el matrimonio haya de afectar en cuanto á su forma ex-
terna la de contrato, y de aquí la espinosa y difícil cuestión de si el
matrimonio debe ser considerado como un acto puramente civil, ó
exclusivamente religioso.
A mi ver, el problema que suele llamarse el matrimonio civil,
con frecuencia hace incurrir en errores y faltas graves de lógica.
Si con el matrimonio civil se quiere decir que este vínculo , por su
doble carácter está bajo una doble dependencia del Estado y de la
Iglesia , se dice una verdad evidente. Si se dice que hay en el ma-
trimonio algo que es puramente civil, como algo que es puramen-
te religioso, se i-econoce un hecho. Si los defensores del matrimo-
nia civil quieren la completa seculaíizacion de la institución; si
quieren que el Estado legisle acerca del matrimonio prescindiendo
412 APUNTES PARA ÜN ESTUDIO FILOSÓFICO
de todo punto de las legislaciones eclesiásticas ; si sostienen esta
doctrina pretendiendo ser consecuencia lógica y necesaria de la li-
bertad religiosa ; yo combato esa doctrina y la rechazo en nombre
de la libertad religiosa, en nombre de la independencia completa de
la Iglesia y del Estado, en nombre de la Iglesia libre en el Estado
libre. Si entre las leyes constitutivas de la naturaleza humana
hay una en cuya virtud el hombre es un ser eminentemente re-
ligioso ; si entre todos los fines húmanos el religioso es un fin tan
eminentemente sintético que los absorbe á todos y supone el con-
sorcio simultáneo de todas las facultades humanas hacia lo eter-
no y lo absoluto; si en el matrimonio el hombre y la mujer van á
realizar en común los fines todos de sus individuales y armónicas
naturalezas, desenvolviendo en común las facultades todas de su
ser ; es claro que en el matrimonio el fin religioso va de un modo
preferente á ser cultivado en común ; luego el matrimonio por su
misma naturaleza arguye una relación esencial y preferentemente
religiosa, sin dejar por esto de reconocer que arguye además otras
importantes y diferentes relaciones; luego si es el fin religioso un
fin tan preferente del matrimonio, preferente habrá también de ser
la subordinación de la institución á la Iglesia.
Después de las condiciones relativas á la constitución de la fa-
cultad por medio del matrimonio, podemos deducir las condiciones
necesarias para la conservación y desenvolvimiento de la sociedad
conyugal.
El varón y la hembra no son idénticos , pero son iguales , no
son distintos sino diferentes , son iguales en esencia, desiguales en
combinación de elementos , son dos variedades de un solo y único
ser; el hombre presenta en sus naturalezas individuales los elemen-
tos no opuestos , pero si contrarios, y combinables, por tanto, bajo
una unidad sintética superior. La igualdad esencial de ambas na-
turalezas, y la perfecta armonía que su combinación ha de produ-
cir en el matrimonio, exigen en el desenvolvimiento de toda rela-
ción conyugal una condición que es capital , puesto que abarca
todas las que pueden mencionarse ; determina el caráater del lazo
matrimonial en la multitud de relaciones que puedan presentarse
en la vida de los consortes. La condición á que aludo cí^ la igual-
dad, es decir, la igualdad jurídica, que no es la identidad absoluta,
sino la racional proporcionalidad y equivalencia , mediante la cual
los derechos y obligaciones han de ser mutuos y recíprocos. Cadain-
DEL DERECHO DE FAMILIA. 413
dividualidad, la masculina y la femenina, tendrá su esfera propia
de acción y. según la especialidad de su naturaleza; pero ni el varón
ni la hembra pretenderá ser superior ni absorber al otro individuo
dentro de su personalidad ; pues entonces se contradirian los fines
particulares de cada una de ambas individualidades, y se destruirla
la sintesis armoniosa del matrimonio. La fidelidad conyugal, como
condición de la vida de los consortes , se deduce necesariamente de
la unidad que hemos dicho ser el más intrínseco de los caracteres
matrimoniales, indispensable para que el vinculo lleve consigo la
total fusión de ambas naturalezas en un común vivir.
¿ Y qué principió adoptaremos respecto de la relación matrimo-
nial áque la propiedad ó los bienes puedan dar lugar? En armo-
nía con el carácter y la índole del matrimonio, es claro que la co-
munidad de bienes total y sin restricción alguna será para no-
sotros la teoría que mejor responde á los principios que dejamos
aceptados. Creemos que este principio podría aceptarse , no como
regla invariable, sino como precepto legal modificable, amplia y
omnímodamente por la voluntad de los contrayentes. Es decir, que
si el matrimonio es general , en su fin, en sus caracteres y en sus
condiciones , está por cima de la voluntad individual ; en todo lo
que se refiere á bienes, en lo que tiene de sociedad económica,
como vínculo , no personal sino puramente real , creemos que tie-
ne perfecta cabida la completa aplicación del criterio individua-
lista en forma de convención. En este punto es donde se revela el
contrato civil en el matrimonio.
Después de las condiciones esenciales y constitutivas del matri-
monio; después de las condiciones relativas ala formación del vincu-
lo matrimonial ; después de las condiciones referenfes á su exis-
tencia y desenvolvimiento ; procede hablar de su desaparición ó
terminarcion, es decir, de su disolución. ¿Cómo y con qué condicio-
nes se podrá disolver ese vínculo que hemos dicho es indisoluble
por su misma naturaleza ? Nada hay absoluto en la terrenal vida
humana, de suyo finita y perecedera. Por esto la indisolubilidad
matrimonial no puede ser absoluta, pero lo será cuanto sea posible
dentro de la relatividad y condicionalidad humanas ,
La unidad, como requisito intrínseco y constitutivo de una unión
de índole y naturaleza esencialmente éticas , no nos permiten ad-
mitir la disolución del matrimonio, y sí sólo, transigiendo oon las
imperfecciones y necesidades de la vida humana, el divorcio en el
414 APUNTES PARA UN ESTUDIO FILOSÓFICO
sentido de la mera separación de los cónyuges, y esto en virtud de
condiciones que, destruyendo la idea moral del matrimonio hagan
verdaderamente necesaria semejante separación, "tales como el
adulterio, el crimen, la sevicia, y coincidan además con la volun-
tad de alguno ó de ambos cónyuges, pues si en la unión aparece y
se exige la voluntad como forma , no podrá menos de presentarse
en la separación con el mismo carácter. El mutuo consentiraiento
no es bastante para autorizar el divorcio. Asi como todo contrato
en general está subordinado siempre á los principios de derecho^
no viniendo el consentimiento á ser más que su forma y su condi-
ción ; asi también el matrimonio tiene una naturaleza ética propia
que no depende sino que se sobrepone á la voluntad , por más que
el consentimiento sea su forma y su condición. De aqui que si la
voluntad no produjo la unión con su naturaleza peculiar, tampoco
puede producir la desunión; pero si apareció en la unión como for-
ma y condición, en la desunión habrá también de aparecer de un
modo semejante.
El carácter indisoluble del matrimonio es el criterio que forzosa-
mente ha de tenerse en cuenta cuando se presenta el problema de
autorizar ó nó las segundas nupcias, por lo cual indicaremos aqui
nuestra radical opinión. Si el matrimonio es intrínseca y esencial-
mente indisoluble, y si lo propio y caracteristico del vinculo matri-
monial es su naturaleza ética, tal como corresponde á una unión de
seres espirituales , ¿dependerá la disolubilidad de la muerte de uno
de los cónyuges, de la muerte que no es sino una modificación del ser?
Porque después de todo, si la unidad constitutiva y esencial del
matrimonio rechaza la poligamia, también rechazará las segun-
das nupcias, puesto que tan poligamia es la sucesiva como la si-
multánea. Yo creo que, según el rigorismo de principios, las segun-
das nupcias no son compatibles con el carácter del matrimonio, y
sospecho que responden á las mismas consideraciones que el divor-
cio y que la disolución matrimonial en los excepcionalisimos ca-
sos en que ha sido admitida por la Iglesia, siempre prudente y con-
ciliadora: me refiero á la limitación, fragilidad é imperfección de
la terrenal vida humana. ¿Qué significa la teoria legal de reservas,
nacida indudablemente en odio á las segundas nupcias? ¿Qué sig-
nifican todas las disposiciones que el Derecho romano presenta bajo
el ep^raíe de medios de coerción contra los que pasan á segun-
das nupcias? ¿Qué explicación tiene esa natural é instintiva aver-
' DEL DERECHO DE FAMILIA. 415
sion y desaprobación ccn que la sociedad suele mirar las segundas
bodas? Si concebimos el vinculo matrimonial tan esencialmente
espiritual como es fuerza concebir una institución que Dios elevó
á la categoría de Sacramento; si leemos los Santos Padres que han
llamado á las segundas nupcias honestam fornicationem; si vemos
que el apóstol de los gentiles, el que dio al cristianismo una forma
más científica, ha dicho en su Epístola primera á los Corinthios,
«La mujer está atada á la ley mientras vive su marido; pero si
muriese su marido queda libre, cásese con quien quiera con tal que
sea en el Señor; pero será más bienaventurada si permaneciese asi
según mi consejo, y pienso que yo también tengo espíritu de Dios;»
si observamos como la Iglesia, aunque se ha abstenido cuidadosa-
mente de hacer ninguna declaración solemne en materia tan peli-
grosa y trascendental, sin embargo ha dejado entrever que mira
también con cierta aversión las segundas nupcias como sospecho-
sas ante el rigor teológico, y por esto el Derecho canónico las co-
loca entre las irregularidades para recibir órdenes, y las Decre-
tales, de acuerdo con San Agustin, afirman que el segundo ma-
trimonio no representa como el primero la unión de Jesucristo con
su Iglesia; si por último la propia conciencia nos hace pensar con
el autor de Gil Blas de Santillana que contraer un nuevo vinculo
no revela seguramente delicadeza y pudor muy exquisitos; podre-
mos sm duda convencernos de que tiene un sólido fundamento la
opinión que acabamos de sentar.
Después de las relaciones conyugales, siguiendo el desenvolvi-
miento de la familia, debemos decir algo acerca de las que nacen
con la aparición de un nuevo ser, fruto de la unión sensual. Como
verdad previa debemos nosotros sentar y reconocer que, cualquiera
que sea la índole del vínculo entre el ser creado y sus creadores,
siempre será el mismo, idéntico, respecto del padre y de la madre.
Si la vida íntima y común de los esposos, produjo ese nuevo ser,
consecuencia del lazo matrimonial que lleva consigo la igualdad,
la reciprocidad, como su condición fundamental, es claro que esta
misma condición se reflejará haciendo de todo punto semejantes
las relaciones paterna y materna. No podrán ser idénticas, habrá
una cierta diversidad que refleje la individualidad masculina y fe-
menina; pero habrá toda la posible identidad reflejando la comu-
nidad de los padres al crear al hijo y la equivalente participación
habida en la procreación.
i
416 APUNTES PARA UN ESTUDIO FILOSÓFICO
¿Qué condiciones llevará consigo la relación de padres á hijos?
La igualdad ó reciprocidad como esencial condición, bajo la cual
se desenvuelve el vinculo matrimonial, no puede ser el criterio
que desenvuelva la relación de padres á hijos, que necesariamente
ha de ser de naturaleza distinta, puesto que entraña en si la de
causa y efecto, sin que por esto apoyemos nosotros la convención
tácita entre padres é hijos ni la pretendida propiedad de aquellos
sobre su obra, para fundar el derecho paterno, que fácilmente des-
cansa en el lazo natural cuyo carácter reviste, desde el momento
en que los padres sienten el deber de velar cuidadosamente por el
imperfecto y desvalido ser de que se reconocen causa, y el hijo
mira como á providencia visible á esos seres que adivinan y pro-
veen á todas sus necesidades con especial solicitud.
De aqui que las obligaciones de los padres respecto de los hijos
se resumen en la alimentación , y la educación que puede decirse
que no es más que la especial alimentación propia del ser racional;
y las obligaciones de los hijos respecto de los padres son la obe-
diencia y el respeto , que en cierto modo se deben directamente
como expresión de la sumisión propia y natural del ser inferior al
superior, y en cierto modo se deben como la condición indispen-
sable para que los padres cumplan sus deberes. Estas obligaciones
son la condición especial, genuina y característica de la relación
de padres á hijos. Hay además entre ellos una obligación mutua
y recíproca que es más duradera porque no responde á la especia-
lidad sino á la generalidad del vínculo familiar , tal es la asisten-
cia y ayuda.
La ilegitimidad de los hijos , cumplida la condición del recono-
cimiento , no altera en lo esencial la relación natural de padres á
hijos.
La tutela se funda en la necesidad de completar la personalidad
incompleta de un ser falto de complemento natural.
Todos los parientes en línea recta, y los colaterales hasta el
cuarto grado parece que en todo tiempo tienen entre sí recíproca-
mente la obligación de darse alimentos en caso de verdadera nece-
sidad. Sin embargo, las imperfecciones humanas hacen peligroso
y diiícil un amplio reconocimiento de este deber como obligación
exigí ble ante la ley.
Además de las relaciones personales que llevamos mencionadas:
el derecho de familia comprende otra más particularmente real.
DEL DERECHO DE FAMILIA. 417
que siendo muy importante no podemos pasar en silencio. Me re-
fiero á la sucesión , que si bien tiene su esencial base y fundamento
en la propiedad, se relaciona con el derecho familiar, como crite-
rio que determina su regulación. El vinculo familiar tiene mayor
participación en la sucesión intestada , medio de reserva con que
la ley suple la falta de sucesión testada que de lleno descansa y
se apoya en el derecho de propiedad , no siendo más que este mis-
mo derecho en una de las varias formas en que puede ostentarse
su ejercicio.
La testamentifaccion á mi juicio es consecuencia inmediata de
la propiedad , es una de las facultades constitutivas del derecho de
propiedad, ni más ni menos que la enajenación y la contratación.
Hasta allí donde la libertad sea condición exig-ida por la propie-
dad , hasta alli y de una manera análoga será condición necesaria
de la testamentifaccion ; y si la propiedad lleva consigo condicio-
nes limitativas necesarias , la testamentifaccion exigirá también
como necesarias otras semejantes limitaciones. Con este criterio
rechazamos las legitimas, y sin creer que faltamos á la lógica,
rechazamos también la amortización de la propiedad en cuanto
es contraria á la capacidad objetiva de la propiedad misma, y en
cuanto reconocemos ser indispensable imponer al individuo cierta
condicionalidad en nombre del fin social.
La libre testamentifaccion tiene otra limitación relativa al de-
recho que el cónyuge sobreviviente podrá hacer derivar del prin-
cipio de la comunidad de bienes ó de la estipulación matrimonial.
En armonía con la completa comunidad, parece que al cónyuge
sobreviviente corresponde la propiedad en la mitad de la totalidad
de bienes matrimoniales, sin que el premórtuo pueda disponer de
ella.
Los ascendientes, descendientes y cónyuge, en virtud de su pro-
pio derecho, podrán , por via de alimentos necesarios, mermar el
haber hereditario contradiciendo la voluntad del testador.
En cuanto á la sucesión intestada, no creemos nosotros que pue-
de hallar su fundamento en una copropiedad entre los miembros
de la familia: admitida esta copropiedad, no admitiríamos más su-
cesión que la regulada por la ley, y rechazaríamos la sucesión tes-
tada que alterase esa equitativa regulación. Admitida esa copro-
piedad, sería lógico que los herederos pagasen las deudas cuando
el pasivo excediese al activo hereditario.
TOMO XV. 27
418 APUNTES PARA UN IJSTUDIÜ FILOSÓFICO, ETC.
La regulación legal de la sucesión intestada no puede tener más
base que la voluntad presunta combinada con la obligación que
puede haber en determinados casos de atender á las necesidades
de ciertos individuos en consideración al lazo familiar. En el or-
den de los llamamientos , será preciso tener en cuenta en primer
lugar el cónyuge sobreviviente, que se llevará su mitad y entrará
en participación con los descendientes respecto de la otra mitad,
admitiendo en cuanto á estos el principio de la representación A
falta de descendientes, parece que el cónyuge debe excluir á todos
los demás parientes.
Dando á la sucesión intestada el fundamento que nosotros le da>
mos, creemos lógico no distinguir de hijos legitimes é ilegitimes.
Los hermanos deberán concurrir con los ascendientes. Los her-
manos que no sean de doble vinculo concurrirán con los que lo
sean á la herencia de su hermano, sin distinción, cuando se trate de
bienes que no procedan de herencia paterna ó materna.
Parece que el principio de representación debe tenerse en cuenta
para que concurran tios con sobrinos á la herencia de hermano y
tio respectivamente.
Aquí pondremos fia á este ligero trabajo.
Aunque rápidamente, hemos considerado la relación familiar
bajo todos sus aspectos jurídicos , en su fundamento, en su desar-
rollo, en su desaparición , en su elemento real y en su elemento
personal. No hemos hecho, sin embargo, más que bosquejar, dar
un croquis, un boceto, apuntando ideas y principios que bien me-
recen ser tratados más profunda y detenidamente, con más espacio
y más tiempo del que podemos consagrarles en esta ocasión.
Luis MlBALLES.
DE LA CAPACIDAD POLÍTICA
EN LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS,
I.
Todo Gobierno de naturaleza liberal descansa, como la techum-
bre de una basílica sobre firmes pilares , en dos elementos: la or-
ganización extrínseca, el engranaje de sus ruedas, la combinación
de sus partes en justa medida y correspondencia; hé aquí el pri-
mero: el segundo es la suma de las condiciones morales é intelec-»-
tuales que aseguran su realidad interna y su desenvolvimiento,
que le dan prestigio y firmeza en el país. No basta con que un
pueblo esté necesitado de holgura y expansión en las costumbres;
no basta con que tome parte en la gestión de la cosa pública, si el
sistema que adopta presenta defectos, vicios orgánicos que emba-
razan su marcha regular y concertada: de aquí la indeclinable ne-
cesidad de que su legislación sea un conjunto lógico y bien orde-
nado. Pero esta circunstancia, como dijimos, no es la única que
un sistema político reclama. En vano los publicistas y los legisla-
dores tendrían á señalada honra haber dictado un código perfecta-
mente artístico y elaborado con alteza de miras y unidad de con-
junto, si estaba en desacuerdo con las necesidades y ios elementos
de la sociedad: vanamente se holgaran y congratularan de su obra,
si ésta se hallaba en disonancia con el sentido real y la esponta-
neidad de la nación. Cuando la ley escrita peca de suspicaz y re-
celosa; cuando la opinión lucha y forcejea incesantemente por rom-
per las mallas del sistema legal, este ve de cada día más reducido
y mermado su prestigio y contrariada su acción ; y si en tiempo
420 DR LA CAPACIDAD POLÍTICA
Oportuno no se adoptan reformas que abran al espíritu público
proporcionadas válvulas de desahogo , bien pronto las nubes de la
revolución se ciernen sobre el horizonte de aquel desgraciado pue-
blo. Por reverso, cuando la constitución legal es antagónica de la
sociedad en sus elementos positivos ; cuando , lejos de proporcio-
narle y asegurarle, por los medios naturales, la libertad en el in-
terior y la seguridad ep el exterior, engendra el desorden , la in-
tranquilidad y el desasosiego, semejante estado de cosas no puede
ser considerado como definitivo en el país á que se refiere. Pasarán
los instantes de turbación y de vértigo; y como los intereses mora-
les y materiales languidecen y se extinguen en los saturnales de
la licencia ó de la crápula, un dictador ó un monarca, un César ó
un Augusto acabarán por recoger, más ó menos tarde, la bandera
del orden que, con escándalo de los buenos, rodaba escarnecida y
hecha girones por la plaza pública. Y cuando esto suceda, no po-
drá decirse, en justicia , que la libertad perezca á manos de la ti-
ranía ó de un miserable usurpador, sino que, como el instinto de
conservación alcanza también á los pueblos y colectividades y se
ostenta por cima de todos los programas, aspiraciones y doctrinas,
el cesarismo viene en momentos de prueba y cuando los vínculos
sociales se desanudan ó aflojan á cumplir una misión suprema ante
Dios y ante la historia. Tan cierto es esto, que, como decia un pen-
sador, timbre y orgullo de Alemania, el derecho público, ó no tie-
ne significación para los países, ó es la vida externa en la realidad
de sus impulsos y movimientos.
De esta observación nacen y derivan sin esfuerzo las reglas y los
fundamentos del buen criterio en política. En las sociedades anti-
guas como en las modernas, el fin de la entidad poder es siempre
uno mismo: armonizar el principio de libertad con el de orden > el
derecho de uno con el de todos, y realizar la justicia en la medida
y proporción que lo finito de nuestra naturaleza y las imperfeccio-
nes del estado social consienten. Separarse de este propósito, coe-
táneo ya del sentido común, para correr afanosamente tras la rea-
lización de ideales espléndidos , no es cordura , sino desatentado
proceder: y la historia enseña que cualquiera otro sistema calcado
sobre aspiraciones distintas , ya se funde en el individualismo , ya
eti el socialismo , ora prescinda de las eveluciones del espíritu en
aras del sentimiento, ora se olvide de la realidad social para con-
vertir el toque del Gobierno en una cuestión de metafísica , lejos
i
EN LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS. 421
de favorecer la causa del progreso , detiene su curso , ya que no
acabe por cegar sus corrientes.
Y este fenómeno, en todas las épocas observado, se explica tam-
bién a priori. Lo que tiene de legitimo cada uno de los elementos
que se incuban y desarrollan en el seno de la sociedad, obtiene su
merecida importancia en la órbita de la teoría que proclamamos
como salvadora, sucediendo en estas materias lo que un filósofo y
publicista, el Sr. Rios Rosas, decia del derecho y el deber que, á
pesar de formularse como principios antagónicos y contrapuestos
para el vulgo de los hombres, expresan en hecho de verdad el an-
verso y el reverso de una sola idea. Por manera, que, desarrollan-
do un poco este pensamiento , bien podemos decir que los Gobier-
nos, al reconocer la libertad del individuo como justa y necesaria,
no abandonan, ni mucho menos, los intereses del orden, sino que
aplican este principio á la esfera de la vida humana; bien así como
tratando de salvar los fueros del orden , no contradicen ni amen-
guan el dogma de la libertad del individuo, sino que procuran com-
binarla y entrelazarla con las derivaciones y exigencias del mis-
mo principio en una esfera superior. Y otro tanto diremos del in-
dividualismo y el socialismo.
Con razón observaba un malogrado economista , Federico Bas-
tiat, que el derecho no era una creación voluntaria de la ley, sino
que esta se impone como necesaria precisamente porque con ante-
rioridad á ella nace y se formula el derecho. Hasta aquí no hay di-
ficultad, y el individualismo, en cuanto se compadece y armoniza
con esta fórmula, resulta justificado; pero como al mismo tiempo
es una verdad incontrovertible que el hombre no vive sólo en la
tierra y que su estado natural es la sociedad, de aqui que el dere-
cho individual, en su esencia y en sus raices, halle ya la limita-
ción , el temperamento del derecho colectivo , y por lo tanto que
asi el individualismo como el socialismo, en vez de revelar dos ele-
mentos antitéticos y contrapuestos, representan , hablando en pu-
ridad, el anverso y el reverso de un solo principio. De forma que,
en el terreno de la crítica, ni siquiera puede darse como cierto que
el derecho público y la política tengan por objeto, como suele de-
cirse, concordar principios opuestos. Nó; su bandera no es la de un
mero casuismo, ni su propósito , como algunos pretenden , envol-
verse con el manto de una retacería caprichosamente ecléctica, sino
estudiar y desentrañar los problemas en la plenüud de su concep-
422 DE LA CAPACIDAD POLÍTICA
cion, sondear el derecho y sus manifestaciones en la totalidad de
los elementos que comprenden.
Bajo esta base tan elemental como sencilla es, á nuestro juicio,
como pueden rendir opimos frutos los ensayos y lucubraciones de
la ciencia social en nuestros dias. Mientras se crea, por ejemplo,
que ante la consideración del interés público debe sacrificarse el
particular, el egoísmo del ciudadano luchará y reluchará cuanto
pueda por mantener incólumes sus fueros y prerogativas , y que-
brantar las ligaduras con que la autoridad le aprisiona: mientras
se crea que el derecho , como abstracción , puede colocarse en las
alturas del individualismo, todos los sacrificios parecerán onerosos
y desdorantes, siquiera se impongan en nombre del interés común,
porque, como decia gráficamente Bossuet, «no hay derecho contra
el derecho.» Otra cosa sucedería, á nuestro entender, si la idea ju-
rídica se formulase desde los primeros albores de la vida del hom-
bre en un sentido más armónico y complejo , en conformidad con
su naturaleza y de modo que , aun como concepción filosófica, se
formulara relativamente y hallase su propio limite en el derecho
de los demás. Este, repetimos , debe ser el eje , el punto de apoyo
de las ciencias sociales, y así manifestaron vislumbrarlo ya ciertos
esclarecidos filósofos que fueron un dia gloria y ornamento de la
escuela constitucional francesa , tan poco atendida en el momento
histórico que alcanzamos. Divorciar la teoría y la práctica en el
campo político ; aceptar en las alturas de la filosofía lo que en la
práctica del gobierno se condena; reconocer un derecho en sentido
humano y universal, y después eludirlo y falsearlo y desnaturali-
zarlo por razón de las circunstancias, nos parece un contrasentido.
Armar al ciudadano de derechos absolutos é imprescriptibles con-
tra la sociedad y el poder, y obligarle después por la fuerza á que
los renuncie y deponga en aras del bien público , es un artificio
menguado que con razón anatematiza el radicalismo de la época.
Fundados en esta consideración, hemos creído siempre que las
grandes batallas de la política han de reñirse necesariamente en
otro campo, el de la especulación filosófica y la metafísica del de-
recho. Hoy se hallan en cierto grado de desprestigio las escuelas
conservadoras, y es porque, aspirando á cimentarse sobre el pe-
destal de los intereses, miraron con indiferencia, ya que no con mal
disimulada fruición, los pasos y conquistas del individualismo.
Probablemente disfrutaran de mayor prestigio, si en vez de hala-
ElV LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS. 423
gar á su rival en las primeras evoluciones y de pensar en atajarle
el paso por medios puramente materiales cuando se manifestó con
todo el lleno de su fuerza y lozanía, hubieran tratado de seguirla
y ahondarla en su generación interna para llenar á tiempo sus
vacíos, condenar sus intemperancias y corregir sus desviaciones.
Más fácil, mucho más fácil que torcer el curso del rio caudaloso
cuando ya lo arrollaba todo, hubiera sido salirle al encuentro en
hora oportuna: entonces, la misma ciencia les proporcionara me-
dios de sobra y recursos suficientes para demostrar que no todo lo
ideal es real, que una observación incompleta puede alucinar á la
juventud entusiasta é irreflexiva, pero no al hombre de gobierno
avezado al estudio de los problemas en la integridad de sus facto-
res y elementos; y, por último, que la imposibilidad de hacer prác-
ticas ciertas teorías, si algo demuestra, no es contra los pueblos y
su estado de ilustración, sino contra la verdad fundamental de la
doctrina que intentaba pasar plaza de científica.
Pero, cerrando esta ligera digresión, podemos recapitular el
sentido de las reflexiones precedentes , diciendo que , la idea del
derecho , ó no tiene realidad objetiva fuera de la abstracción , ó
debe ser proclamada por la misma ciencia en armonía con la na-
turaleza del hombre y las influencias que le modifican .
Ahora bien: si esto decimos de la idea del derecho en toda su
latitud; si no concebimos un solo derecho, aun en la esfera civil,
que merezca tal calificación y dictado desde el momento en que
ataca el bien público y vulnera el interés de los demás, ¿qué dire-
mos de los llamados derechos políticos? Por la mera consideración
de los antecedentes sentados, aunque tuvieran el carácter de de-
rechos con una claridad y evidencia que nadie acertase á desco-
nocerla, siempre la idea de la limitación estaría en la esencia de
los expresados derechos. Y esta circunstancia bastará ya por sí
sola para hacerlos descender del mundo impalpable y etéreo de la
abstracción en que el individualismo los formula como absolutos á
la realidad de la vida en que , para existir , necesitan indeclina-
blemente condicionarse y enlazarse de manera qne el ejercicio del
derecho por cada uno de los ciudadanos no sirva de obstáculo á la
libertad común. Esto prescindiendo de que , como veremos más
adelante, ni siquiera en tal concepto puede admitirse la legitimi-
dad del derecho político ; y que , hacer radicar el sufragio , por
ejemplo, en las facultades del alma y en la psicología racional.
424 DE LA CAPACIDAD POLÍTICA
lejos de representar uu progreso como suponen los panegiristas de
esta idea, destruye por su base la ciencia política j sacrifica á las
exig'encias de una mera hipótesis todo el tesoro de las enseñanzas
y los preceptos que hasta la hora presente habia logrado con-
quistar .
Entre tanto ; no se olvide que , en la existencia y conservación
de todo Gobierno, sea el que fuere, hay siempre dos elementos, dos
órdenes de ideas que se presentan á la consideración del filósofo: el
elemento externo y formalista, y el interno; el sistema en si, dada
su armazón, su organismo, sus relaciones, su contextura político-
administrativa; y aparte de esto, la atmósfera moral, el conjunto
de los sentimientos, creencias y opiniones que fermentan y se des-
envuelven á su alrededor, y que unas veces le prestan savia nu-
tritiva, asi como en otras ocasiones le sirven de remora neutrali-
zando su acción y haciendo fracasar sus más generosos y levanta-
dos propósitos.
Este fenómeno, dijimos, viene observándose en la vida de los
pueblos, así antiguos como modernos; pero, en honor de la verdad,
es fuerza dejar sentado también que la energía de las influencias
morales es relativamente mayor al compás que se desarrollan los
gobiernos libres (1). En estos últimos campea potente y desemba-
razada la autoridad de las ideas y de los sentimientos; experimén-
tase de un modo más directo el influjo de la opinión en la variedad
de sus estímulos y resortes, y si la ley retira el amparo, el dique
de su acción protectora, es porque tiene la seguridad de que con
mayores ventajas será remplazada , en lo preventivo , por la es-
pontaneidad del ciudadano, y en lo represivo por los fallos y ana-
temas de la conciencia pública. «Dad al más civilizado de los pue-
blos europeos — ha dicho Krause — una Constitución fundada sobre
la idea de la sociedad fundamental humana: el pueblo, sin embar-
go, no sostendrá esta organización sino cuando ella corresponda á
su cultura histórica como pueblo, su moral (costumbres), su cien-
cia, su vida económica y demá¿>. » (2)
(1) Esta idea tiene en su favor el voto de las escuelas políticas.niás radicales, y.
en caso necesario, podríamos apoyarla con textos muy explícitos de Julio Simón, Bar-
^helerny Saint-Hilaire, Julio Favre, Gamhetta, etc., etc. — Proudhon , aceptándola por
8u p£n:te, ha demostrado que el programa democrático reclama principalmente la Ch-
pacidad pofíY/ra de las masas, y que, aun en el terreno de la ciencia, «el derecho que
no se conoce á sí mismo, no es derecho.»
(2> Ideal (U la Humarádad, trad. española, pág. 71.
EN LOS SliáTEMAS REPRESENTATIVOS. 425
De aquí, pues, la grande, grandísima trascendencia que ofrece
para las sociedades dotadas de instituciones, en mayor ó menor
escala, representativas, el estudio fundamental del problema de la
capacidad política.
IL
Fijando la atención por algunos instantes en la fórmula del tema
que escribimos como epígrafe del presente artículo, á saber, la de-
terminación de la capacidad política en los sistemas representati-
vos, ocurre desde luego la necesidad de precisar técnicamente el
sentido de las distintas voces que comprende la cuestión plantea-
da. Ya que desdichadamente el vocabulario político es tan ocasio-
nado á la vaguedad y á la anfibología, la primera tarea de sus
cultivadores debe ser siempre fijar el sentido de los términos y
explicar la tecnología que adoptan, siguiendo puntualísimamente
en esta parte el consejo de Pascal , que recomendaba la conve-
niencia de definir á tiempo para no tener que disputar más tarde.
Obsérvese , ante todo , que la cuestión pertenece de lleno á la
política fundamental de los pueblos y no á la de circunstancias;
que se refiere á las bases de la ciencia y al criterio constante , no
al mecanismo concreto de una raza, de un país ó de un período
determinado.
Seguidamente nos sale al encuentro la palabra «capacidad* y^
fijándonos en su significación activa, deduciremos que el propósito
del tema no es contentarse con una apariencia , con una regla
meramente convencional, con un rasero absoluto de igualdad en-
tre el que sabe y el que no sabe ; sino de inquirir y determinar
donde se halla la capacidad efectiva , de hecho , al través de los
múltiples elementos y fuerza que un estado encierra.
Además, la pregunta no se concreta á la Monarquía constitu-
cional, sino que se extiende á las formas representativas en su
mayor latitud. Todo Gobierno que gira sobre el eje de la repre-
sentación, que presupone y entraña delegación de poderes, está
comprendido en la fórmula del problema. La cuestión, por lo tanto,
no es de Monarquía ó República ; comprende en su anchuroso ter-
ritorio desde la Monarquía constitucional hasta la República. ¿ Y
porqué no el absolutismo? preguntará tal vez alguno de nuestros
leyentes. ¿No es compatible también con el principio de la repre-
426 DI? LA CAPACIDAD POLÍTICA
sentacion, dado que generalmente admite la existencia de Cama
ras encargadas de traducir y formular los votos y aspiraciones de
la sociedad, y acordar subsidios, etc.? — Creemos que nó: el prin-
cipio de representación á que se alude es una gracia á favor del
soberano, no una consecuencia de la soberanía colectiva del pueblo
tal como la proclama el derecho moderno. Así el Conde Balbo,
uno de los más descollantes publicistas de nuestro tiempo , y que
supo consagrarse con amor y solicitud á ilustrar los problemas
del sistema representativo , distinguía oportunamente ( 1 ) entre
Monarquía jowm (ó Gobierno sin Cámaras), Monarquía con Cáma-
ras de carácter consultivo y Monarquía templada por la represen-
tación pública , ó sea , con Cámaras fundadas sobre el elemento
deliberativo. Y es sabido que el egregio historiador de la Monar-
quía representativa en Italia reservaba semejante calificación para
el tercero de los sistemas, cuyos contornos acabamos de bos-
quejar
En la historia de la ciencia no puede decirse que la idea de Cé-
sar Balbo constituya una novedad.
1 El ilustre Montesquieu, en su Espíritu de las leyes, que para el
autor de estas líneas y otras muchas personas, es la obra más original
y rica de intuiciones con que se honra la política , separaba ya la
Monarquía de la Eepública empleando una distinción parecida , y
llamando republicano á todo gobierno que admitiese , en mayor ó
menor escala, el principio del derecho popular; así que, para él
dentro de la periferia republicana se comprendía gran variedad de
mecanismos ó sistemas , desde el representativo ó de Inglaterra
hasta la República federal ; cuya distinción hallamos también vir-
tualmente prohijada en los escritos del filósofo Kant, y otros más
modernos de autoridad reconocida (2).
Continuando en la explicación del tema, es de advertir , que las
palabras «capacidad política» no constituyen una idea absoluta, sino
relativa en dos conceptos : primero, por lo que respecta y trascien-
de á los fines de la política en sí ; y segundo, porque las condicio-
(1) Fragmentos sobre política cristiana, por C. Balbo.
(2) Entre ellos nos perrailirémos citar á Talleyrand que , después de haber exa"
minado el espíritu del Gobierno inglés comparándolo con el de los Estados- Unidos.
decía : — «A pesar de los nombres de Monarquía y República con que se decoran res-
pectivamente arabos gobiernos, no ofrecen diferencia sustancial : en la Constitución
representativa de Inglaterra hay algo de republicano , así como algo de monárquico
en el poder ejecutivo de América. >
EN LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS. 427
nes de la capacidad , como sujetas á varias influencias de orden
exterior , son susceptibles de aumento ó disminución en la vida
social.
Por último, fáltanos determinar el sentido en que tomamos la
ciencia política. No es otro que el usual y corriente. Los publicis-
tas suelen definirla como el ramo del saber que se ocupa en la or-
ganización de los poderes públicos. Pues bien ; empleada la pala-
bra como adjetivo no por esto pierde su significado , sino que de
acuerdo con él determina los atributos de otra que le precede. En
su consecuencia, unida con el vocablo «capacidad, » vale tanto
como expresar, «la disposición ó aptitud para el fin político; » ó,
adoptando una fórmula más sintética, « el hecho de utilizar y di-
rigir en cada período histórico las fuerzas vivas y los elementos
de la sociedad para la organización del poder.»
Y establecidas tan sumariamente estas definiciones preliminares,
bien podemos entrar de lleno en el examen de la cuestión.
IIL
Dos sistemas luchan frente á frente en el estadio de la política
por lo relativo á la cuestión de capacidad : el criterio individualis-
ta , ó que busca su apoyo en los derechos del hombre ; y el que
procura resolverla, no como principio jurídico, sino de convenien-
cia general y como medio de satisfacer la necesidad que experi-
mentan las naciones , colectivamente apreciadas , de organizar el
poder en la forma más racional dada la situación en que se hallan.
Ambas teorías convienen en una cosa, por más que difieran en
otras muchas : en reconocer que la nación tiene la soberanía cons-
tituyente, es decir, la facultad de regirse por sí misma y adoptar
las leyes que cree oportunas. La primera, sin embargo , busca la
expresión de la soberanía nacional en la suma de los derechos in-
dividuales, que es, como si dijéramos, en la masa, en el agregado
atomístico de las fuerzas; al paso que la segunda se limita á
reconocer la soberanía como atribución de la entidad social toma-
da en conjunto y prescindiendo del modo como la ejercita en lo
interior (1). Para los partidarios del primer sistema, la soberanía
(1) B. Constant.
428 DE LA CAPACIDAD POLÍTICA
del pueblo lleva iftviscerada ó trae como consecuencia la soberanía
del individuo ; para los del segundo , la nación es soberana como
entidad ; pero en la realización del fin político, como de los demás
fines humanos , debe estar subordinada á las influencias relativas
que mejor pueden conducirla al resultado que desea.
Dado que el gobierno popular ó deliberativo , tiene por objeto
extraer la suma de las inñuencias legitimas que una sociedad
atesora, y lo que un escritor eminente apellidaba , por gráfica
manera «la razón pública » de los estados, á fin de aplicarla bene-
ficiosamente á la gobernación de los mismos, se comprende desde
luego que sólo por un abuso de lenguaje y en alas del espíritu de
sistema , ha podido convertirse el medio en fin , plantea.ndo como
cuestión de derecho individual la que lo es esencialmente de con-
veniencia y de utilidad común. El deseo de enaltecer y sublimar
al hombre, ha hecho que poco á poco se hayan ido asimilando dos
ideas de carácter distinto: el derecho civil y el político. Y, sin
embargo , la diferencia entre ambos es tan notoria , que los más
radicales y obstinados individualistas por poco que se fijen en el
asunto, tienen que reconocer á la postre la diferencia fundamental
que entre ellos existe.
En el derecho civil el primer factor es el individuo y su condi-
ción propia la libertad. El hombre como tal tiene existencia civil,
y llegando á la plenitud de sus facultades , determinada por la
edad , es libre mientras no lastime ni vulnere las condiciones de la
libertad ajena. Por más que la idea de derecho en su generación
filosófica se eslabone y desenvuelva como consecuencia del destino
que Dios impuso á la criatura y que se presenta, en cierto modo,
como correlativo de la noción de]^ deber, la autoridad pública,
dando á Dios lo que es de Dios , propende á prescindir del origen
interno de los actos fijándose en su naturaleza exterior y su tras-
cendencia sobre los demás hombres. Dentro de estos límites la
personalidad campea desembarazada en el terreno civil, sucediendo
lo que con tanta lucidez expresaba ya el derecho romano al sentar
el principio de que non omne quod licet honestum est. Con efecto:
la libertad civil representa en la práctica algo más que el cumpli-
miento de nuestros deberes morales y religiosos ; representa tam-
bién la posibilidad de olvidarlos y quebrantarlos, de descuidar
nuestros intereses , de perjudicar nuestra salud , quizás la de arrui-
jjarnos y perdernos. Y el derecho respeta esta facultad , siquiera
•FN LOS r^IííTFMAS RRPRESENTATIVOS. 429
abusiva en el terreno moral , mientras con ella no se menoscabe la
personalidad ó el derecho de un tercero. De forma que en este
punto el instinto de los pueblos se adelantó á la filosofía de Kant,
que modernamente busca la condición del derecho en su carácter
exterior ó social , es decir , en la posibilidad de que se realice con-
ciliando y armonizando la libertad de uno con la de todos. Abren s
decia que este principio constituye en el tondo la fórmula del libe-
ralismo moderno : nosotros , ampliando el sentido de esta observa-
ción , no vacilamos en aseverar que desde los orígenes de la civi-
lización el espíritu liberal se ha presentado siempre revestido con
la misma fórmula. De aquí que , por una feliz inconsecuencia á
primera vista difícil de explicar , ning-un poder civil , sacerdotal ó
militar, por absoluto, por centralizador y tiránico que haya sido,
ha tratado de confundir prácticamente lo jurídico con lo moral.
Por el contrario , quizás en esta materia es más lo perdido que lo
conquistado; quizás por dar mayor simetría y regularidad á la
familia y á los variados círculos de la vida civil, alg-unas socieda-
des modernas respetan lo íntimo de la individualidad en menos de
lo que debieran, dando razón y oportunidad á la perspicua obser-
vación de la Baronesa de Stael cuando, haciendo rostro á las
preocupaciones y arrogancias de su tiempo , decia que en cierto
concepto la libertad es antigua y el despotismo moderno.
Como quiera , nadie será osado á controvertir que en la esfera
del derecho civil , el primer factor es el indviduo , y su estado na-
tural la libertad. En los ámbitos del derecho á que nos referimos
domina el personalismo , y las consideraciones del bien público, de
la utilidad general, del provecho común le salen al encuentro
únicamente como limitación, como valla, como correctivo.
Ahora bien; es esta misma la esencia del derecho político? — Sin
vacilar contestamos negativamente. Por sus fundamentos , por su
fin, por los medios que emplea es señaladamente social. Aunque
se encamina al bien de los individuos, los abraza en conjunto y
no particularmente. En su terreno la consideración de la utilidad
personal es secundaria : la mira preponderante es que logre reali-^
zarse la misión de la política según las circunstancias y condicio-
nes de cada pueblo. Por manera que, así como el derecho civil,
siquiera lo estatuyan y garanticen los códigos , descansa princi-
pálmente sobre el elemento subjetivo , en la esfera de la política
campea el principio contrario. La meta de sus aspiraciones es la
430 DE LA CAPACIDAD POLÍTICA
mayor perfección relativa en el organismo de los poderes , y aquel
sistema político es más aceptable y dig-no de loa que mejor asegura
la realización de este fin/ Ya veremos más adelante que en este
punto han debido convenir, sino de un modo expreso, virtualmente,
los mismos partidarios de la escuela individualista.
Semejante distinción entre el carácter del derecho civil y el po-
lítico, aparece fundamentalmente en esta materia, y no debe ex-
trañarse que nos hayamos detenido en su determinación : ella es á
todas luces necesaria para que , tratando de buscar el fundamento
de la capacidad en el orden político , este problema pueda presen-
tarse en debidas condiciones de luz y perspectiva.
Pero, antes de pasar adelante en nuestro estudio , necesitamos
hacer alto en la manera como la escuela radical decide la cuestión,
y tanto más en cuanto varias de las ideas que nosotros tenemos
por erróneas y eminentemente sofísticas, como engendradas por
una falsa noción del hombre , de la sociedad y del poder , lejos de
haber caído en descrédito , tienen todavía fervientes partidarios y
disfrutan entre el pueblo de insólita privanza.
La democracia moderna , al proclamar el principio del sufragio
universal como base de organización para los poderes , no siempre
lo hace inspirándose en los sentimientos de la época en que vive,
ni en razones de utilidad común y de conveniencia social; sino
que ganosa de dar á su doctrina fundamentos sólidos busca el orí-
gen, la raíz del derecho político en la naturaleza del hombre y
hasta la determina por alguna de sus facultades psicológicas. En
opinión de esta escuela , la capacidad de que tratamos no es una
capacidad especial que los Gobiernos deban buscar y discernir ; es
una forma de la capacidad moral y civil común á todos los hom-
bres que viven en sociedad. Entre los demócratas, sin embargo,
no se observa completa unidad de doctrina respecto de cuál sea,
entre las facultades del alma , la que sirve de fundamento al dere-
cho político. Para unos es la inteligencia; para otros la libertad ó
la facultad de querer ; hay también quien busca su fundamento en
la naturaleza social que Dios impuso á la criatura. Pero de todas
maneras, la escuela á que nos referimos tiende á borrar las dife-
rencias entre la esfera civil y la política del derecho , haciendo que
este último se formule como un todo completo , como una idea
compuesta de elementos inseparables y derivada lógicamente de
la naturaleza moral y psicológica del individuo.
EN LOS SISTEMAS REPRESÉIS T ATI VOS. 431
De intento subrayamos una palacbra en la frase antecedente,
porque ella contiene , á nuestro juicio , el punto vulnerable de la
cuestión. La democracia, hemos dicho, tiende k borrar las dife-
rencias entre el derecho civil y el político ; pero nada más. Los
datos filosóficos que se recogen y acumulan como previos , bastan
para determinar una tendencia , no para constituir una le^ que es
lo que procedería en buena lógica si la doctrina tuviese un carác-
ter rigurosamente científico. Nos explicaremos. ¿Qué importa la
tendencia á cimentar el derecho sobre la base de la psicología,
si poco después la aplicación vuelve la espalda al principio? ¿Qué
importa pregonar á campana tañida la especie de que el derecho
político nace de la libertad , de la inteligencia ó de la sociabilidad,
cualidades comunes á todos los hombres , si después se incide en la
extraña contradicción de negar el derecho de sufragio á los que
son por su naturaleza sociables, inteligentes y libres? ¿Qué im-
porta motejar de tiránicos y usurpadores á los Gobiernos que se
arrogaron la facultad de discernir la capacidad política de los ciu-
dadanos buscándola en las esferas de la capacidad positiva , si al
fin y al cabo los heraldos y preconizadores del nuevo derecho
adoptan en un círculo más amplio idénticos procedimientos?
Y que estas no son acusaciones nuestras puramente gratuitas,
lo patentiza el espectáculo de la manera como se aplica en todas
partes la teoría del sufragio universal. Ningún Gobierno lo ha otor-
gado hasta ahora como consecuencia de los principios psicológi-
cos. Porque si su base es la existencia del individuo, debe serc o-
mun á cuantos existen con independencia de las condiciones de
sexo y edad. Si radica en la inteligencia, en la libertad ó en la
sociabilidad, no se comprende la exclusión de las mujeres y de los
menores. Si el poder no está facultado para limitar y condicionar
el derecho individual , ni siquiera podrá cohonestarse que sólo ga-
rantice su ejercicio desde la edad de 25 ó 21 años. Sed lógicos, par-
tidarios del sufragio universal ; si la razón de vuestro sistema se
halla en datos de carácter psicológico, ¿por qué más tarde sa-
crificáis la psicología á la conveniencia social? Si la cuestión es
de conveniencia y de capacidad efectiva , ¿ por qué afectáis con-
vertirla en problema psicológico ?
Ante estas consideraciones verdaderamente ineludibles , porque
la lógica no tiene entrañas, como decía el Sr. Pi y Margall, se
oponen hace tiempo livianos argumentos.
432 DE LA CAPACIDAD POLÍTICA
Se ha dicho primeramente <«[ue todo principio admite excepcio-
nes 4 y que éstas si alg-o prueban , es la existencia de la regla.
Pero dejando aparte que una ley cientiíica, siendo tal no puede
admitir excepciones que destruyan la fuerza del principio sobre
que reposa, es el caso que en todas las sociedades democráticas del
mundo la excepción representa numéricamente más , muchísimo
más que la regla. La estadística , por ejemplo, demuestra que con
leves, levísimas excepciones locales, la población femenina (ex-
cluida del sufragio) supera á la masculina y así sucede también en
España, como lo observa D. Fermin Caballero. Por otra parte, eli-
minados del derecho electoral los menores de 25 años, á despecho
de su integridad psicológica , la cifra de los votantes masculinos
queda considerablemente ínenoscabada ; de suerte que, merced
á tales descuentos y reducciones , la suma de los que tienen dere-
cho electoral no llega á la tercera parte de la población efectiva,
ó sea de los seres dotados de las condiciones de inteligencia, li-
bertad ó sociabilidad en que especulativa y fundamentalmente
pretendió apoyarse la regla.
Esta . pues , en los Estados más democráticos no será nunca la
realización del sufragio universal; por el contrario, la regla es
quedar excluidos del sufragio la mayor parte de los seres inteligen-
tes y libres que viven en la sociedad, reduciéndose y vinculándose
la presunción de capacidad á favor de «los varones mayores de
veinticinco anos.»
Y cuenta que tampoco logran satisfacernos las razones en que la
escuela democrática funda la exclusión de los niños y de las mu-
jeres. A la luz del criterio doctrinario tendrían ellas fuerza incon-
trastable , lo reconocemos ; de nada sirven contra la inviolabilidad
de un derecho que se supone preexistente á la ley y anterior al
mismo poder.
Cuando se repite la gastada muletilla de que la mujer ha na-
cido, no para descender al estadio de nuestras contiendas y vivir
en la atmósfera de las banderías y las recriminaciones , sino para
ser el ángel del hogar, y de que los jóvenes no tienen discei*ni-
miento bastante para llenar' conscientemente los derechos políti-
cos , lo que se hace en hecho de verdad es sentar la planta mal
segura en el terreno de los doctrinarios , capitular y transigir con
el mé^ y el menos de las escuelas caldas, y, en una palabra, dar lu-
gar á que los Gobiernos pl^visoi*es, por Irt misma regla de criterio
EN LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS. 433
con que se determina y condiciondBpl derecho excluyendo á los
niños y á las mujeres , y quizás con mayoría de razón, excluyan de
los comicios electorales á ciertas clases y agrupaciones no menos
tornadizas é inconscientes. De modo que en este asunto se pre-
senta un dilema inflexible : ó el derecho radica en la individuali-
dad, y en este caso el poder es impotente para negarlo, ó corres-
ponde al Estado determinar quiénes son los capaces bajo la idea
de la utilidad social , y en este caso el principio debe aceptarse con
todas sus consecuencias.
Como quiera, importa dejar sentado que el criterio democrá-
tico que se impuso en nombre de la filosofía , no es nunca lógico
con su principio. Habla de sufragio universal , y lo establece li-
mitado. Tronaba contra los partidos medios que se atrevían á de-
terminar dónde estaba la capacidad , y ella la determina á su vez.
Quiso huir de las conveniencias y de las transacciones para cimen-
t2^r^ 3obr.e una tegría filosófica perenne , y después de proclamarla
la relega al olvido. Anatematiza la ficción de que en ciertas con-
diciones sociales podía presumirse la capacidad, y establece la
más insostenible todavía de que son capaces todos los varones ma-
yores de 25 años. Dolíase de que, por razones de utilidad pública,
un hombre de talento pudiese verse postergado á otro ignorante,
siquiera rico, y ha debido acabar por hacerse tributaria de la fi-
siología , es decir, por dar al sexo y á la edad lo que niega á la
inteligencia y á la moralidad. Y el caso es, que semejante evolu-
ción política se preparó y efectuó á nombre de un elevado espiri-
tualismo ; tratábase de enaltecer y glorificar la dignidad humana
y purificar la atmósfera social , y el resultado de tantas vigilias,
de tanta declamación y tanto vocerío ha sido la victoria , el pre-
valecimiento de la tendencia igualitaria en lo que tiene de más
grosero y materialista. Así lo van comprendiendo ya los países que
saludaron, henchidos de gozo, el advenimiento de la era democrá-
tica destinada á regenerarla tierra, ó que cuando menos, miraban
con simpatía y benevolencia la propagación y dilatación de las
teorías revolucionarias, y á la hora presente ciertos razonamientos
que deslumhraban antes á los incautos por su aparente trabazón,
exactitud y robustez, van quedando relegados á la condición de un
pnjo espejismo de la inteligencia tan mentiroso como seductor.
(Se continuará, j
José Leopoldo Feu.
TOMO XV. 28
I
FILÓSOFOS ESPAÑOLES.
JUAN HUARTE.
•'Nongorgonas harpiasque in-
"venies; hominem soltim página
"nostra sapit,
Mabcial.
Si hay alguna obra digna de pasar á la posteridad, si alguna
existe que resuma en si el voto de los sabios, el sufragio de los eru-
ditos y la sanción del mundo filosófico, es sin disputa El Examen
de Ingenios del ilustre médico español Juan de Dios Hüarte.
Nada hay más grande, nada más sublime que remontarse á
cuestiones difíciles é importantes para el porvenir de la sociedad
humana; nada más útil y necesario que conocer ese arcano de la
creación, ese ser complicado á quien se llama hombre, y cuya sola
consideración reúne en si lo más bello y elevado de las medita-
ciones del mismo; pues sólo á éste es dado contemplar el universo
y referirlo todo á su propia existencia. No es extraño, pues, que
Pope haya dicho con tanta verdad como elocuencia, «que el estu-
dio más propio de la naturaleza humana, era el hombre mismo.»
Si el estudio de este ente maravilloso es tan difícil , considerán-
dolo en su estado fisico como la criatura más perfecta, ¿cuánto más
intrincado y confuso debe aparecer al contemplarle en la forma su
carácter especifico, en las producciones de su ingenio y en las fa-
cultades creatrices de este mismo talento? ¡ Qué erudición tan vasta
es necesaria para fallar con buen juicio y fino criterio del mérito
de una obra, toda ella dedicada á los problemas más arduos ydifi-
I
FILÓSOFOS ESPAÑOLES. 435
ciles del inmenso estudio del hombre; qué de pruebas j datos se
han menester para poder decir en qué punto está la verdad y en
cuál el error; y finalmente, qué precisión de ingenio para apreciar
en su justo valor una producción, que apenas leida, seduce y arras-
tra hacia si la admiración del lector!
Juan Hüarte (navarro, esto es, natural de San Juan del
Pié del Puerto), debió estudiar los primeros años en su pueblo na-
tural, y después pasó á hacer sus estudios á Huesca, en cuya Uni-
versidad se licenció, sin que hasta hoy se sepa la data de su naci-
miento, ni su matrícula en Huesca, pues es difícil averiguar lo uno
y lo otro, por los trastornos de los archivos, asi de su pueblo (que
hoy es del dominio francés), como de la Universidad de Huesca
(que hoy no existe), y por lo tanto conjetural cuanto sobre esto
se ha escrito. .
No es menos conjetural el que viajase por España, y es suposi-
ción gratuita el que hubiese compuesto su libro á su vuelta de
Huesca, porque no está averiguado, y tenemos fundados motivos
para creer lo contrario. En efecto, apenas concluida su carrera, la
practicó sin duda en Huesca; pero está averiguado que en 1566 es-
taba en Granada ejerciendo la Medicina, lo cual consta por motivo
de una peste que se padeció en Baeza en dich© año, y D. Juan
Hüarte, médico en Granada, ofreció al Rey cortarla dicha peste,
como en efecto lo logró: por cuya razón el Ayuntamiento de Baeza,
agradecido á este singular servicio, representó á S. M. pidiendo le
autorizase para señalar al Doctor Huarte una renta anual de dos-
cientas fanegas de trigo sobre el pósito de Baeza, á fin de que per-
maneciese en dicha ciudad, pues la plaza titular estaba servida y
provista.
El Rey concedió esta gracia: Huarte admitió la propuesta, y
residió en Baeza muchos años, sin que se haya podido averiguar si
llegó á ser médico titular, ni si murió aquí , aunque es lo probable,
porque su hijo D . Luis dio en Baeza una edición de la obra de su
padre, en 1594, siendo éste ya difunto.
El Doctor Huarte fué casado y tuvo un hijo, llamado Luis, co-
mo consta de la aprobación de la edición de Baeza en 1594: murió
pobre tan esclarecido ingenio, pues de aquella misma aprobación
consta que los únicos bienes que habia dejado á su hijo, fueron la
propiedad de su obra.
Leyendo este ingenioso autor el libro de Galeno, Be la relación
436 FILÓSOFOS ESPAÑOLES.
que tienen los temperamentos y las costumbres, se excitó su curio-
sidad, y esto dio ocasión á que él escribiese su preciosa obra del
Examen de los Ingenios, la cual concluyó no se sabe cuándo, pues,
aunque el Sr. Chinchilla dice que fué en 1557, por estar aprobada
en 11 de Agosto de 1574, y por lo mismo la obra no estuvo sin
publicar ni treinta y seis años como dice Chinchilla, ni veintitrés
como afirma el Doctor Martínez, sino que se publicó al año si-
guiente de 1575 en Baeza. Estas equivocaciones han nacido, de
que Chinchilla consideró como primitiva la de 1580 de Bilbao, que
no es, como probaremos superabundantemente.
En efecto, la primera edición es la de Baeza de 1575, que fué
costeada por ei señor Conde Gareés, por carecer de fondos el autor
Juan de Huarte.
Apenas se publicó la obra, llovieron muchas impugnaciones,
motiva por el cual se prohibió y se expurgó (á pesar de estar apro-
bada por Fray Lorenzo de Villavicencio en *25 de Abril de 1574), cosa
notable, pues este fraile era tan reputado en aquella época, que
parece mentira se atreviesen contra una obra cuya doctrina toda
es católica y sana, en sentir de dicho fraile ; pero cuya autoridad y
celo, y sus servicios como espía de Felipe II en Alemania para ro-
zarse con los protestantes españoles y averiguar sus planes, no
sirvieron ni á él tampoco de escudo á la obra del Doctor Huarte,
pues pudo más la intolerancia que las cualidades del autor y del
aprobante.
Entre los impugnadores de Jcan Huarte , se encuentra un joven
de raro mérito, que dirigió al autor una obra manuscrita (escrita
en Córdoba en el mes de Febrero de 1578), y su edad á los veintiún
años, en el curso de 4.° teologia, de nombre Diego Alvarez.
Todas las impugnaciones motivaron disgustos á Huarte, y prue-
ban, á la vez, las mutilaciones, las supresiones, las sustituciones
que ha sufrido la obra de tan insigne español.
Eximen de la obra. Ya hemos indicado que la primitiva edición
es la de Baeza en 1575, y sólo nos resta presentar las pruebas fe-
hacientes ; helas aqui.
»Exdmen de ingenios para las scienzias. Donde se demuestra la
^diferencia de habilidades que hay en los hombres, y el género de
»letr»s que á cada uno responde en particular. Es obra donde el
»que leyere con atención hallará la manera de su ingenio y sabrá
A^escoger la ciencia en que más ha de aprovechar ; y si por ventu-
I
FILÓSOFOS ESPAÑOLES. 437
»ra la hubiere ya profesado , entenderá si atinó á la que pedia su
^habilidad natural/Compuesta por el Doctor Juan de Hüartb de
>.San Juan, natural de San Juan del Pié del Puerto. Va dirigida á
»la magestad del rey N. S., cuyo ingenio se declara exemplifican-
»do las reglas y preceptos de esta doctrina. Con privilegio real de
» Castilla y Aragón. Con licencia impreso en Baeza en casa de Juan
»Bautista 1575.»
Laudetur Christus in Mernum.
»A loor y gloria de nuestro Señor Jesucristo y de su bendita
»Madre la Virgen Santa María, Señora y Abogada nuestra. Hace
»fin el presente libro, intitulado Examen de Ingenios, para las
>yscienzias. Acabóse á veinte y tres dias del mes de Febrero, año
»del nacimiento de nuestro Señor Jesu-Christo de mil y quinientos
»y setenta y cinco años. Fué impreso en la muy noble y muy leal
»y antigua ciudad de Baeza. En casa de Juan Bautista Montoya,
»impresor de libros.»
Esta es la portada, y no pos-portada final, de la primitiva edi-
ción de Baeza. Como todo cuanto se diga de esta ave fénix de
nuestra literatura es poco, añadiré algunas otras noticias.
En primer lugar hay un escudo de armas con una guirnalda de
flores y una cruz en medio, con este lema. — O crux ave spes úni-
ca», y alrededor en la cenefa este otro. — «f Nos autem gloriari
oportet i% cruce domini 7wséri Jesu-Ohristí f», con esta» cruce-
citas en los cuatro. Existe primero el privilegio.
En esta edición primitiva hay la aprobación de fray Lorenzo de
Villa vicencio, fecha en Madrid á 25 del mes de Abril de 1571 , Y fir-
ma por mandato de S. M. , Antonio Eraso.
«He visto el libro, y su doctrina toda es católica y sana, sin que
»sea contraria á nuestra madre la Iglesia de Roma. Sin esto es doc-
»trina de grande y nuevo ingenio, fundada y sacada de la mejor
»filosofia que puede enseñarse. Toca algunos lugares de la Sagrada
»Escritura muy eruditamente declarados. Su principal argumento
»es tan necesario de considerar de todos los padres de familia, que
»si siguiesen lo que en este libro se advierte, la Iglesia, la repú-
»blica y las familias tendrían singulares ministros y sujetos impor-
»tantisimos. Esto me parece, salvo el mejor juicio. »
Sigue á esta aprobación, la del Consejo de Aragón que dice asi:
'< He visto y examinado el libro intitulado Examen de Ingenios,
438 FILÓSOFOS ESPAÑOLES.
»compuesto por el doctor Juan Hüarte (navarro), natural de San
»Juan del Pié del Puerto; paréceme obra católica en que el autor
»muestra singular ingenio inventivo, y ejercitado en subtil filoso-
»fia natural. Su argumento es exquisito entre todos los que yo he
» visto y oido en su género. Y si se probase, seria (sin duda) de im-
»portante utilidad á la república. Tengo por provechoso el haberlo
»reducido á tales términos que los ingenios puedan ejercitarse y
»descubrir algunos naturales de los que el autor ofrece.»
»Parésceme que se le debe dar licencia para imprimirlo. Esto
»me paresce, debajo de otro mejor juicio á que me remito. En
»Madrid Agosto once de 1574. El Doctor Heredia.» Por este trozo
original , se ve la equivocación y anacronismo de fecha que se
ha cometido por los que afirman y ponen la aprobación en 1557,
siendo como se vé en 1574.
A esta licencia y aprobación del Doctor Heredia , sigue la del
Rey para Aragón. — «Fecha en Madrid á 15 de Agosto de 1574.
»V. D. Bernar. Vicecan. V. Comes, g. V. Campi R. V. Plá R.
»Dominus Rex mandavit mihi Petro Frapnesa visa per D. Berna-
»dum vice-cancel , comitem gene, thesaurarum sentis Campi
»Terza et Plá. Regentes. Cano, et Talayero pro conservato re ge-
^nerali in diver. fin. X.cIXIX. V. Talayer per comisio genera. V.
»Sentis R. V. Tersa. R.»
Tal es la edición de Baeza, la primitiva, tan rara que jamas he
visto dos ejemplares. Por el relato hecho, se ve el inmenso valor
que tiene.
La edición valenciana se diferencia de la primitiva, en que al
fin del segundo proemio se añade : « ¡ O quan bueno y felice seria
»para la buena administración de la república , el acercar á unir
»la scienzia con el ingenio y talento de cada uno!»
»Sed pauci, quos aequus amabit!»
Examen de Ingenios.... Al Rey Don Felipe II. En Huesca en
casa de Juan Pérez de Valdivieso, año 1581. Esta edición es en 8.**,
de 406 páginas, más dos de tabla al fin. La licencia está dada por
el Vicario de Huesca el Dr. D. Pablo Lozano en 16 de Agosto de
1581. Sigue la aprobación de Fr. Lorenzo de Villavicencio, la del
Dr. Heredia , y últimamente la de Fr. Gabriel de Al va en 1578.
Es igual á la de Valencia, con sólo estar impresa un año después.
Además de estas ediciones, existen sin expurgar cinco ediciones
españolas. Las ediciones extranjeras, la Plantiniana de 1603, la
FILÓSOFOS ESPAÑOLES. 439
de Amsterdam de Juan Eavenstein de 1662, son ig-uales á las no
expurg'adas , y pueden consultarse con provecho , porque no son
tan raras como las españolas.
Además se han hecho, que nosotros sepamos, las ediciones si-
guientes :
Venecia, en italiano, por Camilo Camili, en 4.°. 1582
ídem , por Salustius Gratis , id 1603
Roma, id 1540
ídem , id. 1619
Strasburgo, en latin, por Astosg-onio 1612
Anhal , por Escasio Mayor , id 1623
Londres , por Juan Maire , id . 1652
Gena , por Samuel Krebl , id 1663
León (Francia) , id 1580
Paris 1605
ídem, id 1675
Colonia 1610
Creo que no se nos tachará de prolijos, los que sepan cuan difí-
cil es aclarar hechos literarios , ni de pedantes , los aficionados á
literatura, porque las anteriores lineas aclaran una multitud de
puntos importantes para la historia de la literatura, y para el co-
nocimiento de uno de los hombres más profundamente pensadores
que hemos tenido en España.
Con lo dicho sobre el Examen de Ingenios , se puede formar
idea cabal de las vicisitudes bibliográficas, enmiendas y supresio-
nes que ha padecido este magnifico libro. Pasamos ahora á anali-
zarle, pareciéndonos oportuno presentar antes el juicio que de él
han formado varios escritores célebres.
« Aunque del libro del Doctor Hüarte , dice el Padre Feijóo en
;>su carta 28, no pueda esperarse la gran reforma que él pretende,
»podrá ser muy útil para otros efectos ; porque siendo el autor de
»un ingenio supremamente sutil y perspicaz, como consta del elo-
»gio que de él hace Escasio Mayor, se debe creer que da unas re-
»glas de especialisima delicadeza para discernir los genios, talen-
»tos é inclinaciones de los sujetos.» Adviértase que el famoso Be-
nedictino solo conocia á Huarte de oidas, cosa extraña en persona
tan erudita, como en la misma carta lo manifiesta.
«Me ha parecido (son palabras de Escasio Mayor, su traductor)
440 FILÓSOFOS ESPAÑOLES.
»el más sutil entre los hombres doctos de nuestro siglo , á quien
»el público debe tributar supremas estimaciones , y que entre los
»escritores más excelentes, cuanto yo conozco, tiene un gran de-
»reclio para ser copiado por todos. Reprodujo en nuestros dias
^aquella fugitiva sutileza y libertad de opinar de los sabios anti-
»guos , que los conducía directamente á su fin , como se ve por el
»titulo de sn certamen, para analizar lo más intimo de la natura-
»leza, de tal modo y tan felizmente, que toda la posteridad que le
»siga se penetrará de su gran mérito.
))La obra de Hüarte , según Bordeu , está llena de reflexiones
»singulares y de un gusto delicado; se lee muy poco á mi parecer,
»y merecía un largo comentario.» Concisión y verdad, hé aquí ]a
belleza de este juicio critico, nada sospechoso por cierto, en razón
á ser dictado por uno de los más profundos pensadores de Francia.
M. Lavater, este escritor sublime y elocuente, este sabio, amigo
y digno compañero de Zimmermann, en su obra sobre la fixiogno-
mia no se olvida de citar entre los que le precedieron á nuestro
Juan Huarte, especialmente cuando se ocupa de la relación de las
facultades intelectuales y las pasiones con los temperamentos; y su
juicio relativamente á nuestro autor es más favorable que el de
los demás autores á quienes critica.
Otro escritor moderno se expresa en estos términos: «Fué Huar-
»TE una de las especialidades del siglo XV ; uno de esos hombres
»atrevidos é investigadores ; uno de esos libres meditadores que
»por la fuerza de su superior ingenio descubren altas verdades
»A1 leer su libro se admira con frecuencia la profundidad y pene-
»tracion de su autor, y las inducciones filosóficas á que le llevan
»sus principios: por todas partes se encuentra la sana observación,
»la reflexión atenta, y aquella especie de virilidad científica, que,
*no cediendo nada á las sutilezas de la metafísica ni á las releida-
»des del orgullo , marcha derecha á su fin ; no juzga sino por los
»hechos; no se apoya sino en la experiencia , y constituye la filo-
asofia de la sensatez, elevada á la más alta potencia.»
A pesar de todos estos juicios de personas ilustradas, nos parece
oportuno añadir algunas palabras sobre esta obra, cuyo mérito li-
terario se diferencia de todas por los principios de fraternidad y
tolerancia desconocidos en las demás, por lo mismo que el examen
severo y filosófico no podia ser resistido. No es ciertamente la re-
iigion cristiana la que puede temer la discusión de su doctrina:
FILÓSOFOS ESPAÑOLAS. • 44l
que ella sale siempre vencedora de la falsa filosofía, y sabe remon-
taf Su vuelo majestuoso á las regiones más sublimes, á do no lle-
gan los tiros de la impiedad, por lo mismo que éstos jamas pueden
salir del fango en que han sido engendrados.
Duélenos lamentar esta falta de aquellos de nuestros mayores,
que por un falso celo, ó mejor dicho, guiados del fanatismo é in-
tolerancia reprobados por los sublimes principios del Hombre-Dios,
han producido (acaso sin pensarlo) un mal grave j de trascenden-
cia á su patria , despojándola de los monumentos de gloria más
acrisolada, que pudieran inmortalizarla en la memoria de las fu-
turas generaciones; pero desgraciadamente para España, sólo nos
quedan lágrimas que verter sobre la pérdida de manuscrito» y
obras sepultadas para siempre en el olvido , ó consumidas por las
voraces llamas del Santo Oficio. Los que á cada paso nos motejan
de atrasados é ignorantes, entren siquiera una vez en razón, y di-
gannos al menos con sinceridad si la nación que durante más de
trescientos años ha estado bajo la dominación de semejante tribu-
nal, no ha producido demasiadas obras, y confiesen sin rubor cuán-
to más hubiera adelantado España bajo Gobiernos menos fanáticos
y más tolerantes. ¿Habrán olvidado los detractores de España su
historia, para no ser jamas justos? No creemos que asi suceda, pues
observamos de algún tiempo á esta parte más justicia cuando se
ocupan de España y de sus asuntos; decimos esto, y sentamos estas
premisas, porque para hacer nuestro juicio tenemos que remontar-
nos á la época en que escribió el autor , y comparar su obra con
las circunstancias que le rodeaban. Las inteligencias privilegiadas
cuya acción influye poderosamente en el desarrollo progresivo de
la humanidad, desde este alto punto de vista deben de ser consi-
deradas.
Escribia Júa.íí HüAríe bajo el reinado de Felipe II , rey á quien
no se ha juzgado completamente por la historia contemporánea,
ya por temor, ya por falta de datos, ya, en fin, porque es un ver-
dadero Proteo á quien unos dirigen severos cargos, y á quien otros
patrocinan todos sus actos; pero de todos resulta evidentemente
que su genio fuerte, su carácter enérgico y su gobierno despótico
y firme era suficiente para enervar las fuerzas del más atrevido es-
critor, especialmente si se ocupaba de asuntos que pudieran atañer
más ó Iñénos directamente al gobierno de los pueblos, y atacar las
creencias del rey, dueño de vidas y haciendas, sin más cortapisa
442 FILÓSOFOS ESPAÑOLES.
á SUS caprichos que su propia voluntad , expresada por una turba
de aduladores cortesanos , siempre dispuestos á ejecutarlas servil-
mente.
En tan desgraciada época, y cuando el poder inquisitorial es-
taba más en fuerza, es cuando Hüarte se lanza á escribir un Exa-
men de Ingenios y á dedicar un articulo exclusivamente para
representar las cualidades de que debiera estar dotado un rey,
sin dejar de manifestar las muchas condiciones que exigían los
jurisperitos, los sacerdotes , los médicos y todas las clases sociales,
atacando preocupaciones arraigadas, tachando abusos, y pene-
trando en una senda aún desconocida hasta él , teniendo que com-
paginar por el esfuerzo de su ingenio muchas cosas que si hubiera
escrito en época más bonancible no se hubiera curado ni aun de
justificarlas. Pues bien, en esa época un hombre solo é ignorado
desafia las creencias de su siglo y establece un sistema , el más
ingenioso inventado hasta hoy , por los que se han ocupado en
sondear el arcano del hombre intelectual y moral. ¿Qué importa
que mezcle algunas paradojas que jamas se demostrarán, según
afirma uno de sus críticos , ó que es lástima que á ellas hubiera
dado asenso el autor del Examen de Ingenios'^ Nada absoluta-
mente, nada; pues es necesario esforzarse mucho para probar que
si no son verdades , también es cierto que en el terreno de lo posi-
ble acaso no haya uno que pueda resolverlas más atinadamente;
además , Hüarte era hombre , y sabido es que nuestra ñaca inte-
ligencia, para una verdad que encuentre, cae en mil errores;
querer que Hüarte hubiese acertado en todo , seria pretender un
imposible, porque lo es evidentemente pensar que hay hombre
infalible, y mucho menos en ciencias, en que la infalibilidad nunca
se alcanza.
La obra de este sabio compatriota es tal , que formó época , no
sólo en la literatura patria, sino en la Europa, y los hombres
sabios de todas las naciones aprecian el mérito de este español in-
signe, cuya obra, escrita con fluidez y lógica profunda, llena de
máximas atrevidas y pensamientos grandes , debe considerarse en
tanta mayor altura , cuanto que Hüarte no podia aún expresarse
sus ideas de filosofía natural (como con muchos rodeos y no sin
gracias refiere él mismo), respecto de ciertas cuestiones teológicas,
teniendo que acudir siempre al velo misterioso de la fé para san-
cionar verdades que muy fácil le hubiese sido demostrar, á tener
FILÓSOFOS ESPAÑOLES. 443
en su arbitrio cambiar las vallas que se lo impedian ; mas sin em-
bargo de esto , él será siempre respetado por los que amantes de
la humanidad le consulten, y por el filósofo que le analice y juz-
gue , remontándose á la época en que escribió , y mirándole como
un oráculo de elocuencia , de medicina y de filosofía , dechado de
modestia y sencillez, y modelo de virtudes.
Como entre los impugnadores de Huarte , se ha distinguido un
francés sabio y erudito, á saber Jourdan Guihelet, médico de
Evreux, en su Examen del Examen de Ingenios , dado á luz en
1631 , es decir, cincuenta y seis años después de Huarte, creemos
oportuno, para completar el cuadro, sentará mejor la impugnación
española de Diego Alvarez, hecha en 1578, tres años después de
publicada la edición de Baeza. Este precioso manuscrito es de sumo
valor, y por- eso en otro articulo daremos noticia circunstanciada,
con lo cual quedará muy esclarecida y fundada la reputación de
Huarte y Alvarez, como competidores; pues entrar en lid con un
filósofo á los veinticinco años de edad , el intentarlo sólo es glo-
rioso ; pero si consigue corregir al contrario , como lo logró Al-
varez, es hasta heroico y motivo bastante para pasar á la pos-
teridad.
Octavio Marticorena.
UNA TEMPORADA EN EL MAS BELLO DE LOS PLANETAS.
CAPITULO XXV.
Recibimiento de Silaydi.
Al anochecer entramos en Romalia , y poco después en la casa
de Silaydi , que fué recibido con efusión por sus padres y por su
hermana. El Sr. Rodulio que estaba allí, dijo, después de las pri-
meras manifestaciones de alegría :
— Ahora, señores , silencio , que quiero que nos cuente Silaydi
la aventura de esta noche, en la que se me fig-ura que ha de ha-
ber hecho algún papel cierto perillán.... Dónde está?
Y buscaba con la vista á Nottely.
— Ah, ya le veo. Venga V. acá, caballerito, y liaga corro con
los demás.
El Sr. Nottely obedeció.
— Pues, como iba diciendo, — continuó el Sr. Rodulio, — creo
que el referido perillán haya hecho algún papel en la tal aventu-
ra; de manera que.... eh, Silaydi, me equivoco acaso?
— No en verdad, no os equivocáis, señor, y vais á verlo.
— Cuenta, cuenta, — dijo sonriendo el noble anciano, — pues ardo
por saber lo que pasó.
Entonces el Sr. Silaydi, con todo el fuego que le inspiraban su
juventud, su nobleza y su agradecimiento, contó la aventura mi-
nuciosamente, poniendo nuestro valor en las nubes, y realzando
con los colores más vivos la lucha de Nottely con Russilio. Tuvo
I
tJNA TEMPORADA, ETO^ 445
también la bondad de decir que habia sido yo quien le desatara á
él y á sus compañeros, y quien habia salvado la vida al embaja-
dor, matando á un bandido que, á traición, iba á herirle por la
espalda.
— Mi querido Soletty, — continuó el Sr. Silaydi, — se batió tam-
bién como un león: todos, en una palabra, rivalizaron en bravura:
pero sobre todo el embajador, pues él fué, señores, el que concibió,
dirigió y llevó á cabo este proyecto.
Al oír esto se levantó el Sr. Nomara, y acercándose al embaja-
dor, le dijo:
—Desde ayer, Nottely, soy vuestro deudor. Habéis librado de la
muerte, ó al menos de un g-ran pelig-ro, á mi hijo, y este servicio
no se paga sino con un reconocimiento eterno, eterno, y una
amistad á toda prueba: contad con ambas cosas; yo os lo digo.
— Dais, señor, — repuso el joven, — demasiada importancia á lo
sucedido, toda vez que cualquiera en mi lugar hubiera hecho otro
tanto. Por lo demás, podéis creer que estimo en todo lo que valen
vuestra consideración y vuestro aprecio.
Dicho esto, despidióse el embajador, y salió de la estancia se-
guido de la mirada de Aneyda, la cual, durante la narración de
su hermano, habia sentido aumentarse el interés, ya tan grande,
que le inspiraba Nottely.
Después que éste marchó, cogió Silaydi del brazo á Nostrendy,
y lo condujo al hueco de una ventana, cerca de la cual estaba yo.
— Vamos, querido, cuándo te casas? — dijo el Sr. Silaydi.
— Por mi, mañana, — contestó Nostrendy; — pero....
— Qué? — preguntó el Sr. Silaydi.
— No sé si Aneyda pensará lo mismo, — respondió Nostrendy.
— Bah, pues esperabais más que mi regreso para casaros?
— En eso estábamos; pero....
— Qué diantres de peros son esos, querido? ¿Sabes que no te en-
tiendo? Además, por qué estás tan triste? ¿Qué tienes que apenas
puedes hablar? ¿Por qué no te has mostrado más alegre por haber-
me librado del feroz Russilio? ¿Sabes que esto me ha llamado la
atención? Vamos, qué hay? Habíame con franqueza: ¿es que acaso
no amas ya á mi hermana?
— Más que á mi vida, — dijo Nostrendy con viveza.
—•Será que ella no te ame?
— Hé ahi lo que no puedo decirte, á lo menos con seguridad*
446 UNA TEMPORADA
— Cómo! ¿Consistirá en mi hermana el que tu matrimonio se
retarde?
— Mucho, en verdad, lo temo, — contestó Nostrendy.
— No puede ser, no puede ser. Cómo! ¡Ella tan buena, tan ama-
ble, tan dulce!... Te repito que no puede ser, como te lo demos-
traré sin tardar mucho.
— Entonces te deberé toda mi dicha.
— Me espantas, querido, — dijo el Sr. Silaydi, mirando á su pri-
mo sorprendido: — ¿entonces Anejda se niega al matrimonio, por
lo visto?
— No digo precisamente que se niegue; pero lo retarda, al me-
nos, todo lo posible.
— Vamos, — dijo algo más tranquilo el Sr. Silaydi, — ya arregla-
ré yo todo eso.
— Hazlo, y toda mi sangre no será bastante para pagarte ese
servicio.
— Diantre! Mucho amas á Aneyda, querido.
— Que si la amo! — dijo con una sonrisa que tenia algo de ex-
traña el Sr. Nostrendy. — Que si la amo! Di más bien que estoy
loco, poco menos que frenético por ella, y acertarás.
— No sabes lo que me alegro de ello.
— Por qué?
— Vamos, favor por favor, — dijo, clavando su vista en Nos-
trendy, el Sr. Silaydi.
— Cómo favor por favor? No te comprendo.
— Si, que me hagas tú un fevor, y que yo te haga otro; ¿con-
sientes?
— Desde luego; di pronto.
— Pues bien, hermana por hermana; quieres?
— Hermana por hermana! — repuso Nostrendy admirado.
Nomatty, que estaba cercayoia esta conversación, perdió el color.
— Si, hombre, si, — dijo Silaydi con amable sonrisa ; dame á
Silody , y yo haré que te den á Aneyda. Hay cosa más natural?
— Cómo! amas tú á mi hermana? — Dijo Nostrendy cada vez
más asombrado.
— Con delirio, querido.
— Y te ama ella?
— Dispensa si tengo la presunción de creer que no le soy indi-
ferente.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 447
—Luego la ñas tratado en Catilia?
— Ni un dia dejé de verla : desde el primero descubrí en ella
mil bellas cualidades, y en mi trato ulterior, vi que que era un
ángel. Su hermosura no tiene igual , y su virtud y su juicio son
mayores aún que su hermosura. Después de algunas conferencias
y súplicas de mi parte , me dio Silody su consentimiento para ob-
tener el tuyo , sin el cual dice que no es posible nuestro enlace.
Con que ya ves, querido, que mi felicidad pende ahora de ti, como
la tuya pende de mi. ¿Quieres, como te dige antes, favor por fa-
vor, ó lo que es igual, hermana por hermana? Responde.
Fatal por demás era la situación de Nostrendy. Conocía dema-
siado las ventajas de aquel enlace , no sólo para su hermana , sino
para él, pues era el único medio de casarse seguramente con
Aneyda; pero esto, que hubiera sido su suprema felicidad seis me-
ses antes, era ahora un tormento, recordando el compromiso tan
formal como imprudente, que habia contraído con Nomatty. Nos-
trendy estaba en un suplicio ; asi es que sólo con palabras confu-
samente articuladas pudo decir :
— Perdóname , querido Silaydi , si en este momento no acierto á
responderte , pues la sorpresa que me ha causado tu noticia fué
tan grande , que apenas, como ves, puedo explicarme : déjame re-
poner un poco, y luego hablaremos de ella cuanto quieras.
— Bueno, bueno, — dijo contrariado ya Silaydi; — pero no te oculto
que me sorprende en extremo que no hubieses acogido, en el acto,
mi proposición.
— No te enfades por Dios, — repuso el Sr. Nostrendy, — y concé-
deme siquiera un momento para reflexionar.
— Los que quieras, amigo, — dijo el Sr. Silaydi con visible frial-
dad ; — pero no extrañes que no te vuelva á tocar este punto hasta
que tú lo hagas.
Y diciendo esto, le volvió la espalda, y fué á sentarse junto á
Soletty. Apenas se apartó Silaydi corrió Nomatty á unirse á Nos-
trendy, al cual dijo pálido y temblando :
— Me sacrificarás Nostrendy?
— Déjame, — respondió Nostrendy; — voy á morir, lo sé ; pero no
faltaré á mi palabra.
— Morir! y por qué? — dijo mirándole con inquietud el señor
Nomattv.
t/
— Pueden oírnos aquí, — dijo Nostrendy, echando una mirada
448 UNA TEMPORADA
sobre mí, que era el que estaba más cerca >— ven á mi cuarto, y en
él te haré ver que soy el más desgraciado de los hombres.
Y se marcharon.
Entre tanto, decia el Sr. Nolatto:
— No teng-o la menor duda de que la retirada de Nottely no tie-
ne más motivo que el consejo que va á reunir nuestro Monarca.
Nottely jamas falta á sus deberes, y como ayer ha estado fuera,
querrá aprovechar esta noche para meditar la cuestión y hablar
mañana con el tino y sabiduría que acostumbra.
— Pero entonces, ese diablo de rey, — dijo el Sr. Rodulio,—
está empeñado en apoderarse de la Ciliana á todo trance.
— Si, Eodulio, — dijo el Sr. Nomara; — y seg-un las últimas noti-
cias que tenemos, las tropas de Catilia están ya muy cerca de Ta-
lussa. Además, sabemos que cuenta con socorros poderosos de Ho-
tayde, que le llevará en persona el Príncipe de Nocuara.
— Calla! — dijo el Sr. Rodulio, — ¿el que se batió con Nottely en
el torneo?
— El mismo, — contestó el Sr . Nomara; — y es un valiente campeón.
— Efectivamente, — dijo el Sr. Nolatto, — y Las cosas m van po-
niendo de tal modo, Príncipe, que no sé adonde iremos á parar.
— Veremos, — dijo el Sr. Nomara: — de todos modos, mañana en
el consejo, sabremos á qué atenernos.
— Tenéis razón, — contestó el Sr. Nolatto; — sabremos á qué ate-
nernos; pero no sabremos nunca (y esto es lo que nos importaba)
cómo hemos de impedir que un Príncipe, por una ambición desme-
surada, ponga en conflagración un continente como el nuestro.
— Cierto que valdría más saber eso, — dijo M. Leynoff, — pues
preferible es prevenir un daño á repararlo; pero, por lo que veo,
aún no habéis obtenido ese resultado los Roquelianos.
— Absolutamente nó, — contestó el Sr. Nolatto; — pero lo inten-
tamos al menos como lo podréis ver si asistís á una reunión donde
se tratarán varios puntos, de interés vital para los pueblos
— Y cuándo? — preguntó M. Leynoff.
— Pasado mañana.
— Desde ahora os cojo la palabra, — dijo M. Leynoff.
— Y yo, — añadí á mi vez.
—Y nosotros, — dijeron los señores Nomara y Otrocy.
Los señores Silaidy y Soletty, apartados del grupo que formá-
bamos, nada oyeron de esta conversación
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 449
CAPITULO XXVI.
HOSPITAL DE ROMALIA.
Al dia siguiente, ya tenía en mi casa un nuevo guardia para
sustituir al que habia muerto en la caverna de Russilio. Tan pronto
como supo el rey el resultado de la lucha, nombró otro y me lo
mandó.
Agradecido á tan singular favor, no pude menos de ir á darle
las gracias.
Esperé la audiencia, y me presenté. Apenas me vio, me dijo con
aquella bondad que le era peculiar:
(" — Qué es eso, Mendoza? Venis á pedirme algo? En extremo lo
celebraría.
— Muy exigente sería, señor, si tal hiciese, pues V. M. previene
de tal modo mis deseos, que sólo á darle gracias puedo venir
aquí.
— Luego venis á dármelas, según parece?
— Sí señor.
— Y por qué?
— Por el nuevo guardia que me ha mandado V. M.
— Os engañáis, Sr. Mendoza, — me dijo aquel excelente sobe-
rano,— pues en este asunto soy yo, y no vos, quien debe daros las
gracias.
— A mí, señor? No comprendo á V. M.
— A vos sí, porque á vuestro arrojo, y al de vuestro jefe, sobre
todo, debo yo el verme libre de un hombre tan peligroso como
Russilio, que siempre se burló de mis agentes, y que me causaba
no poco disgusto por el descaro con que se presentaba entre no-
sotros. Es una verdadera victoria la derrota de ese bandido. Sé lo
que hicisteis, y lo bizarramente que os batisteis todos. Gracias.
—Y me permitirá V. M. que k haga una súplica?
— Hacedla.
— Que me consienta dar á la familia de mi guardia una pequeña
renta de la espléndida que V. M. se ha dignado señalarme.
— No puede ser, Mendoza.
— No puede serí ¿Y me permitirá V. M. que le pregunte el por
qué?
TOMO XV. 29
450 UNA TEMPORADA
— Porque ya está hecho.
— Está hecho, señor! — Dije admirado.
— Si, lo mismo que pagadas las exequias del difunto.
— Ah, señor, — dije lleno de reconocimiento; — V. M. no es un
rey, sino un padre tiernisimo para sus subditos, y casi un Dios
para los extranjeros, á quienes colma de beneficios.
— Sabéis una cosa, señor Mendoza?
— Qué, señor?
— Que si es, en efecto, dulce hacer beneficios á los subditos y á
los extranjeros, lo es infinitamente más que unos y otros sean dig--
nos de ellos. Ahora marchaos, — añadió, — porque tengo que ir al
Consejo.
Al salir, vi con el mayor gusto al Sr. Otrocy, que se paseaba
solo por los pórticos de Palacio. Después de los saludos de costum-
bre, dije, estrechándole la mano :
— Qué hacéis aqui, amigo?
— Lo que veis, querido, pasearme.
— Sin más objeto? Permitidme que lo dude.
— Hablándoos con franqueza, Mendoza, esperaba á que saliesen
del Consejo para saber algo de Catilia. El horizonte poli tico se os-
curece por momentos y llama ya demasiado la atención .
— Asi parece,— le contesté, — por lo que vi ayer en casa del se-
ñor Nomara; pero el Consejo durará mucho: ¿queréis que demos
una vuelta por la ciudad?
— Con mucho gusto, Mendoza. ¿Pero por qué no habéis venido
al Consejo? Queriéndoos tanto el rey, os hubiera admitido con
gusto. M. Ley noff está en él.
— Si? Y quién os lo ha dicho?
— Lo he visto entrar con el Sr. Nomara: ya sabéis que son in-
separables.
En efecto, la amistad de M. Leynoff con el Sr. Nomara, habia
llegado á ser tan grande, que casi siempre estaban juntos. Se ha-
bían tomado tanto cariño como nos lo hablamos tomado Nottely y
yo, y como principiaba á tomárselo á Silaydi. Desde la aventura
de Russilio, de que tanto se habia alegrado M. Leynoff, por la parte
que yo habia tomado en la salvación del hijo de nuestro bienhe-
chor, ios señores de Nomara nos miraban como de la familia. No
me extrañó, pues, que el Principe llevase consigo áM. Leynoff.
— No fui al ('Onsejo, — dije al Sr. de DtrDry. — porque, hablándoos
KN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS 451
con franqueza, no me gustan las cosas serias; soy joven todavía,
y me gusta más divertirme.
— Y lo apruebo tanto más, — repuso el Sr. Otrocy, — cuanto que
yo hacia lo mismo cuando era de vuestra edad. ¿Adonde queréis
que vayamos?
— Adonde gustéis .
— ¿Queréis ver nuestros hospitales, nuestras escuelas, ó nues-
tras casas de beneficencia?
— Todo, si tenemos tiempo para ello.
— Pues vamos á este hospital. .
— Vamos.
Y nos dirigimos á uno que teniamos enfrente.
Siempre me causaba una sensación grata caminar por aquellas
calles anchísimas, cuyas casas y palacios eran tan altos, que mi-
rando á los terrados nos parecía que tocaban á las nubes. Enfren-
te, como he dicho, estaba el hospital, y después de algunas pa-
labras que el Sr. Otrocy dijo al portero, entramos en él.
Llamóme la atención el ver lo espacioso y lo aseado de las sa-
las. Lejos de percibir en ellas aquel olor particular, sui generis^
pero repugnante, que hay en los hospitales de la Tierra, senti por
el contrario una fragancia que aspiraba con placer. Las camas eran
cómodas y hasta elegantes , si se atiende al objeto á que estaban
destinadas. Estaban muy separadas unas de otras , y tenian sába-
nas, colchas y colchones demasiado ricos para un hospital. Cuando
entramos, estaba un hombre dando de comer á los enfermos ; y si
me admiró lo limpio y sazonado de la comida , no me admiró me-
nos la dulzura y amabilidad con que ejecutaba aquel trabajo. No
sólo contemplaba á los enfermos , sino que no se enfadaba con al-
gunos que, además de rehusar la comida, le trataron con dureza.
Sorprendido de semejante porte, no pude menos de decirle :
— Mucha paciencia necesitáis, amigo.
— Paciencia! — me dijo con extraneza, — y por qué?
— Porque veo que algunos enfermos se enfadan, y Idjos de hacer
vos lo mismo, los tratáis con más cariño.
— Pues no hago más que mi deber, — me dijo el hombre con la
mayor naturalidad.
— Ya lo veo, ya lo veo; pero no todos lo harán asi, amigo.
— En Romalia? yo os aseguro, seíior, que no hay en toda ella
un enfermero que no trate á sus enfermos tan bien ó mejor que yo.
452 UNA TEMPORADA
— Ya sabéis que no soy de Saturno, y por lo mismo no debéis
extrañar que os baga alg-unas preguntas , hijas de la ignorancia
en que aún estoy de vuestros usos.
—Haced las que gustéis, señor.
— Por qué son tan buenos los enfermeros en Romalia?
Sonrióse mi hombre de mi pregunta , que sin duda debió pare-
cerle singular, puesto que me dijo mirándome con fijeza :
— Primero, señor, porque nos buscan con un cuidado exquisito,
ño admitiéndonos sino después de haber tomado informes muy mi-
nuciosos de nosotros; segundo, porque sino cumplimos con nues-
tro deber, nos despiden al momento ; tercero, porque nos pagan
bien ; y cuarto, porque se nos hace comprender que un enfermo es
siempre digno de lástima por lo mucho que padece, y que por efecto
de este padecimiento suele cambiarse su carácter pasando de dulce
y afable á acre y muchas veces insultante , si el mal ataca sobre
todo á la cabeza. Hé ahi , señor, las causas que nos hacen ser
tan buenos como habéis tenido la bondad de decir que os pare-
cemos.
— y las creo poderosas, amigo.
— No son acaso tan buenos los enfermeros de la Tierra?
Me quedé helado al oír esta pregunta y no sabia qué contestar,
cuando afortunadamente se presentó el médico del establecimiento
acompañado del Sr. Otrocy, el cual habia ido á buscarle , no sólo
porque era el médico de su familia y queria saludarle , sino tam-
bién por si yo queria hacerle alguna pregunta acerca del modo
como se trataban los enfermos en Saturno.
Era el médico un hombre ya de edad , entrecano , de facciones
pronunciadas y de semblante grave , pero de trato muy ameno y
agradable. Me saludó afectuosamente, y dijo :
— Hace días , señor , que deseaba conoceros á vos y á vuestro
compañero, de cuyo talento y sabiduria estoy enterado. Ese viaje
que acabáis de hacer os coloca á una altura tal, que no debéis ex-
trañar que deseemos trataros como á dos personas verdaderamente
extraordinarias. Puedo seros útil en alguna cosa?
— Ante todo, —le respondí, — os doy gracias por el buen concepto
en que nos tenéis , pudiendo aseguraros que si hemos corrido al-
gunos peligros en el viaje de que acabáis de hablar, estamos más
que suficientemente recompensados con la acogida que nos habéis
dispensado, y por haber visto un mundo como Saturno.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 453
— Según eso, ¿tenéis á nuestro mundo por muy superior al
vuestro?
— Y tanto, que no hay comparación entre uno y otro.
— Eso lo decis porque sois amable, y porque os halláis entre
nosotros.
— No, en verdad, le respondí; lo digo porque estoy convencido
de ello.
— Y son vuestros hospitales mejores que los de Saturno?
— Por lo que hasta ahora he visto, me parece que nó. Una cosa
me admira de los vuestros, sobre todo.
— Qué cosa?
— Los pocos enfermos que hay en ellos.
— Pues prescindiendo de alguna epidemia que suele haber de
cuando en cuando, rara vez tenemos más.
— Cómo! ¿en una capital tan grande como Romalia, nunca hay
más enfermos que los que tenéis ahora? Eso no es posible.
— Pues es la verdad.
— Y los pobres? no vienen aqui también los pobres?
— En Romalia no hay pobres, querido, — me dijo el Sr. Otrocy.
—No hay pobres! Cómo así? — pregunté cada vez más sorpren-
dido.
— Porque en nuestro pais , — repuso el Sr. Otrocy, — recoge el
Gobierno cuantas personas de uno y otro sexo carecen de subsis-
tencia. ¿Os ha pedido limosna algún mendigo desde que estáis en
Romalia?
— No, lo confieso, y ya esto me habia llamado la atención.
— Desgraciado del que tal hiciese, pues seria inmediatamente
castigado.
— Pero antes de recogerlos, preciso será que pidan,— dije, cre-
yendo parar al Sr. Otrocy.
— Nada de eso, querido, — respondió éste, — pues la policía conoce
hasta la última familia pobre que hay en las ciudades y en los
campos. Cuando cualquiera de sus individuos está enfermo , ó ca-
rece de trabajo , lo recoge al punto un comisario , mandándolo al
hospital en el primer caso , ó proporcionándole trabajo en el se-
gundo. Además, tenemos establecimientos donde á los niños aban-
donados se les educa y se les enseña un oficio , ó arte , según su in-
clinación. Por lo demás , tanto en los hospitales , como en los es-
tablecimientos de beneficencia , hay gran esmero en proporcionar
454 UNA TEMPORADA
á los que los habitan cuanto es necesario para su bienestar ; por
eso hay pocos enfermos , y los que hay se curan pronto.
— Todo eso es bellísimo , amigo , y veré con gusto esos edifi-
cios.
— Cuando queráis.
— Y tiene muchas salas este hospital? — pregunté al doctor.
— Otras tres exactamente iguales; podéis verlas si gustáis.
En efecto, las recorrí una después de otra, y en todas observé el
mismo orden, el mismo aseo, y la misma limpieza que en la primera.
— Me admira todo esto, — dije al doctor.
— Es que , caballero , sabemos muy bien , que la parte higiéni-
ca de los pueblos , y , sobre todo , de los establecimientos públicos,
es la base mas firme en que reposan la salud y la vida de nuestros
conciudadanos : por eso el gobierno vigila este ramo con un afán
y una solicitud que le honran en extremo. Y no penséis que ha si-
do siempre así , nó , pues antes de llegar á esta cultura que admi-
ráis, ha habido epidemias espantosas como producto inseparable
de la ignorancia , que es de todas las plagas la plaga más terrible
que puede añigir á una nación. Bien que de esto ya oiréis hablar
mañana , si , como lo supongo , asistís á la reunión que ha de ha-
ber en casa del Sr. Nolatto. Pensáis ir?
— Sí, y vos?
— También.
— Me alegro mucho.
En esto un grito que salió del extremo de la sala , nos llamó á
todos la atención.
— Qué es aquello?^— dije yo.
— Aquello, caballero, es el ¡ay! con que la inteligencia me re-
vela el trastorno que padece.
— No os comprendo, doctor.
— Ahora me comprendereis, — respondió este.
Y acercándose á la cama del enfermo , le dijo con la mayor dul-
zura :
— Qué hay, amigo? qué queréis?
— Allí está, doctor, allí está, — dijo con viveza aquel infeliz:
cogedle , por Dios y traédmele al momento.
— A quién , querido ?
— Al pérfido que me robó á Sattilda. Mirad, mirad como se
rie y me insulta el malvado.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 455
— Ah, SÍ, ya lo veo.
— No es cierto, querido doctor? — dijo el joven radiante de ale-
gría.
— Si, querido, y voy á buscarlo; pero para que no se escape,
es preciso que cierre las ventanas: así que le coja, os lo traeré.
— Bien, doctor, bien; gracias por vuestros cuidados : no dejéis
de traérmele , por Dios.
A una señal del doctor , cerró el enfermero las ventanas , y sa-
limos nosotros de la sala. Fuera ya , dije al doctor :
— Quién es ese desgraciado que así imploraba vuestro auxilio?
— Un joven de talento y bellísimo carácter , á quien la mujer
que amaba abandonó por otro que tenia una posición más venta-
josa que la suya.
— Y qué enfermedad padece?
— Una manía.
— Horrorosa enfermedad , doctor.
— Lo es en efecto.
— ¿Queréis, doctor, decirme bajo qué punto de vista conside-
ráis al hombre los médicos de Saturno ? Aunque no soy de la fa-
cultad , he leído algo de medicina, y me alegraría conocer la dife-
rencia que hay acerca del modo de apreciar este ser entre voso-
tros y los médicos de la Tierra.
Iba el doctor á responderme, cuando aparecieron en la estancia'^
los señores Nolatto, Nottely , M. Leynoff y el Sr. Nomara.
CAPITULO XXVII.
CONFERENCIA EN EL HOSPITAL.
— Cómo es eso? — preguntó el Sr. Otrocy.
— Qué? — repuso el Sr. Nomara.
— El haber venido tan pronto.
— Porque se ha aplazado el consejo, — contestó el Sr. Nomara.
— Aplazado ! y por qué?
— Porque se ha creído prudente, antes de adoptar una resolu-
ción definitiva , que marche Nostrendy á Catilia á ver si , como
sobrino del rey , reduce á éste á que desista de sus pretensiones so-
bre la Ciliana , ó en caso contrario , á que se se preste á un arre-
glo con la Gran Roquelia, la Nostracia y la Nattricia,
456 UNA TEMPORADA
— Y ha aceptado Nostrendy? — repuso el Sr. Ottrocy.
— Sí , á los ruegos de S. M. y mios.
— Y cuándo marcha?
— Mañana.
— Y cómo habéis sabido que estábamos aqui? — pregunté al se-
ñor Nomara.
— Porque nos lo dijo un centinela que os vio entrar en el hos-
pital ; y como era temprano , y deseaba que M. Leynoff conociese
á Sattulo (así se llamaba el doctor) , le propuse venir á buscaros
en compañía del Sr. Nottely. De qué hablabais?
— Estaba rogando al doctor me dijese lo que pensaban del hom-
bre los médicos de Saturno. »
— Delicada es la pregunta, dijo el Sr. Nottely; p^o os asegu-
ro, Mendoza, que Sattulo os dejará poco que desear al respon-
deros.
— Luego ya conocéis al doctor? — le pregunté.
— Y quién no le conoce? Sattulo, Mendoza, es de aquellos hom-
bres de quienes se oye hablar, pese á su modestia, tan pronto co-
mo se llega á un pueblo , y á Sattulo le conocen todos los sabios
y las personas mas distinguidas de Romalia. Vais á juzgar vos
mismo , y no podéis imaginaros cuánto me alegro de que le oigáis,
lo mismo que M. Leynoff. Vamos, querido doctor, responded al
Sr. Mendoza.
— Rogándoos, — me dijo el doctor, — que no deis crédito á los elo-
gios inmerecidos que me dispensa el Sr. Nottely, os diré Pero
servios tomar asiento , caballeros.
Asi lo hicimos , y sentados , á su vez , el Sr. Sattulo siguió di-
ciendo :
— El hombre, señores, es para mi el resumen de los prodigios
del Omnipotente.
Mirado detenidamente , lo primero que llama la atención es ver
que tiene, como base de la vida, un circulo. En efecto, señores,
la sangre que es de donde sacan sus principios reparadores nues-
tros órganos, recorre un circulo ó, por mejor decir, una elipse más
ó menos prolongada, dentro de nuestro cuerpo.
¿ Y no son el circulo y la esfera , las figuras predilectas del Cria-
dor, al formar los mundos y trazar sus movimientos? ¿Y el circu-
lo y la esfera, no parecen ser las bases de sus existencias? No son
elipses , más ó menos prolongadas , las órbitas que , en torno de
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 457
SUS centros , recorren los planetas, satélites y cometas ? ¿Y no hay
en esto analogía con lo que pasa dentro de nosotros? ¿No la hay
en que unos y otros cuerpos , además de sus virtudes peculiares,
tengan también sus cubiertas respectivas ? ¿ La piel no es al hom-
bre, lo que su corteza es á Saturno?
— Si, doctor, — dijo el Sr. Nottely, — pues aunque el circulo que
recorre la sangre en el hombre , lo mismo que su figura , no sean
exactamente iguales á las figuras y á los circuios que describen
los cuerpos celestes, preciso es no olvidar que el objeto que tuvo
Dios al crear estos, no es ni puede ser el mismo que tuvo al crear
al hombre. Alguna diferencia ha de haber entre estos seres , la
precisa , al menos , para explicar la que hay en el modo de existir
de unos y otros. Tened la bondad de continuar.
— ¿Y porqué vemos ya, — dijo el doctor, — en este mismo circulo
un antagonismo tan marcado , es decir , dos sangres distintas , y
aun opuestas en su composición y aun en sus funciones? Esto para
mi es muy notable, señores , en alto grado notable; os lo aseguro.
— 5f creo que tengáis razón , — dijo M. Leynoff.
— La sangre arterial, — continuó el Sr. Sattulo, — viva, rutilante,
y reparadora , es esencialmente distinta de la venosa , pues , ade-
más del color oscuro de esta , y de que recoge las moléculas que se
desprenden de nuestros órganos al fijarse en ellos el oxigeno del
aire , parece que no tiene otra misión que ir á vivificarse en los
pulmones. ¿Por qué estas dos sangres distintas en un mismo circu-
lo? Y digo en un mismo círculo, porque si bien es cierto que la
sangre arterial se extravasa en el sistema capilar , para ponerse
en inmediato é íntimo contacto con las moléculas integrantes de
la economía , también lo es que vuelve á ser recogida y modifica-
da por las raicillas de las venas que la llevan nuevamente á los
pulmones.
Descuella, á la par del sanguíneo, el sistema nervioso del hom-
bre, que es otro de los focos principales de la vida. Este sistema se
compone, como el anterior, de dos discos, no sólo por su extructu-
ra, sino por su posición y atribuciones. ¡Cuidado que semejante
coincidencia es bien notable! ¿Por qué dos sistemas nerviosos dife-
rentes?...
El primero de estos sistemas, el más precioso, por cierto, está
destinado á ponernos en relación con los objetos que nos rodean; el
segundo, preside á la vida orgánica.
458 UNA TEMPORADA
El primero, se le conoce con el nombre de cerebro-espinal; el se-
gundo, con el de gangliónico, ó gran simpático. Cada uno de ellos
tiene su centro : el cerebro-espinal, en la médula oblongada; el
gangliónico, en el plexo solar.
Y estos dos centros, señores, son los sitios adonde van á parar
las más leves impresiones y las más finas modificaciones que se
efectúan en el organismo , con la particularidad (fijaos en esto)
que, al mismo tiempo que cada uno siente las que le están exclusi-
vamente encomendadas, siente las que está sintiendo el otro.
— El resto del sistema nervioso, — continuó el Sr. Sattulo, — no
tiene más objeto que trasmitir las sensaciones, es decir, que los
cordones nerviosos que salen de los dos centros referidos, no son
más que meros conductores unas veces de las sensaciones, y otras
de las voliciones. Sólo los pares cerebrales tienen atribuciones pro-
pias, que os diria si tuviese tiempo para ello, porque son en extre-
mo interesantes.
— Una dificultad se me ocui're, —dijo M. Leynoff: — ¿me permi-
tís que os la exponga?
— Con el mayor gusto, — contestó el doctor.
— El cordón que está encargado de trasmitir la sensación del
centro á una parte, ¿es el mismo que debe conducirla de la parte
al centro?
— El mismo.
— Entonces es forzoso que, si una sube y otra baja al mismo
tiempo, se paren ambas en el punto donde lleguen á encontrarse.
—No, — contestó el Sr. Sattulo, — porque cada cordón nervioso
está compuesto de muchos filetes, rodeado cada uno de ellos de un
tejido celular finísimo, que los aisla y separa de los demás, con
cuya disposición ya comprendereis que bien puede bajar una sen-
sación por un filete y subir otra por el inmediato, sin que en el
caminó se tropiecen ni confundan.
— Siendo así, tenéis razón, — repuso M. Leynoff.
— Además, — continuó el Sr. Sattulo, — cada cordón nervioso está
cubierto por una especie de vaina (neurilema) que lo aisla y separa
de los órganos que recorre.
— Previsión muy sabia, — dijo el Sr. Nottely, — que permite ejer-
cía libremente sus funciones ese sistema, al cual debe el hombre su
importancia y su poder. Pero esa sensación, qué es? ¿quién la for-
ma? cómo sube? cómo baja? podéis decírnoslo?
EN BL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 459
— Hacéis unas preguntas, querido, — dijo el Sr. Sattulo,— cuya
importancia vos mismo no conocéis quizá; pero ya veré si puedo
contestar á ellas. Entre tanto, os diré que, para mi, á lo menos,
cuantas sensaciones experimenta el hombre dentro de sí mismo, no
son más que modificaciones del fluido eléctrico animal.
Todos los médicos designan al q^ibid misterioso que recorre los
nervios, unos con el nombre de fluido nérveo, otros con el de fuer-
za nerviosa, y otros con el de espíritus animales; pero yo, conside-
rando al hombre física y médicamente, no vacilo en asegurar que
lo que recorre sus nervios no son más que las dos grandes fuerzas
que animan al universo, ó, lo que es igual, los dos fluidos positivo
y negativo animales. Y digo animales, para distinguirlos de los
atmosféricos, pues es preciso que sepáis que, aunque la electricidad
que anima' al hombre es igual en la esencia á la del mundo, difie-
re, sin embargo, de ésta, en que está preparada por uno de sus
órganos para ponerla en relación con su estructura. La electrici-
dad, pues, de Saturno, no sirve para el hombre, así como la de éste
no sirve para Saturno. La diferencia de estas dos electricidades
importa mucho para el médico, puesto que la atmosférica obra
siempre como causa externa, al paso que la animal se relaciona
intimamente con nuestras enfermedades.
— ¿Y os será posible decir, — preguntó M. Leynoff, — cómo el
hombre modifica el fluido eléctrico animal?
— Veré si puedo, — contestó el Sr. Sattulo.
La electricidad positiva de Saturno está en la atmósfera: la extrae
del espacio por medio de un aparato elaborador que tiene en su
superficie: la electricidad negativa de Saturno está en su seno: hay,
pues, desde Saturno á la atmósfera un cambio recíproco de estos
fluidos, que se combinan y neutralizan á medida que se elaboran.
Mientras este cambio se efectúa con facilidad, la naturaleza rie y
ostenta toda su belleza y lozanía; pero cuando el aire (cuerpo unas
veces conductor , y otras aislador , según está húmedo ó seco) lo
interrumpe, la naturaleza se resiente, el viento silba, el rayo bri-
lla, el trueno retumba, y torrentes de agua inundan la superficie
de Saturno.
— Ohl eso es hermoso, — dije yo. sin poderme contener.
— El hombre, parte integrante de Saturno, puesto que vive en
su superficie, y respira su misma atmósfera , separado de la cual,
perece inmediatamente , coge de ésta el fluido eléctrico positivo, y
460 UNA TEMPORADA
de aquel el negativo. En efecto, cuando respira, además del aire
que penetra en sus pulmones, entran con él los fluidos elétrico, ca-
lórico y lumínico, que, mezclados con la sangre y modificados por
ésta, son llevados al cerebro. No penetran, sin embargo, en eete
órgano bruscamente á causa de su extructura delicada , sino des-
pués de haber atravesado un enrejado de vasos sanguíneos que for-
man una membrana finísima (piamadre) que abraza inmediatamen-
te la sustancia cortical. Esta membrana se introduce , además, en
el cerebro para formar dos producciones váculo-membranosas, que
son los sitios donde yo creo que se elabora el fluido eléctrico posi-
tivo. Depositado éste en la médula espinal, se difunde después por
el organismo. No olvidéis que este fluido es el positivo : más ade-
lante hablaré del negativo (1).
Hizo aquí una pausa el doctor, y luego dijo :
— Si conforme hablo á hombres que por pura afición oyeH estas
cosas , hablase á médicos , daria otros detalles que probasen la po-
sibilidad de lo que expongo ; pero para vosotros , y para que for-
méis idea de cómo los médicos de Saturno consideran al hombre,
basta lo dicho.
— Os entendemos, — le contestó el Sr. Nottely, — y os escuchamos
con el mayor gusto. Continuad, pues.
— Os he dicho, — prosiguió el Sr. Sattulo, — que de la sangre se
extraían los principios reparadores del organismo, y por Lo que
acabáis de oír, de la sangre se extrae también el fluido eléctrico
animal. Cierto que ella no lo tiene entre sus elementos químicos;
pero también lo es que lo recibe , que lo modifica y lo adapta á su
naturaleza para pasarlo después á los sitios que deben elaborarlo.
Y digo á los sitios , porque es preciso que sean dos , uno para el
fluido positivo, y otro para el negativo. Sigamos ocupándonos del
primero, que, como habéis oido, se elabora en el cerebro.
Para que este trabajo se efectué, es absolutamente forzoso, que,
además de la sangre que se necesita para la nutrición de la sustan-
cia cerebral , haya un sobrante de donde se extraiga el fluido eléc-
trico positivo. Y lo hay en efecto? He ahí el prodigio; lo hay, se-
ñores, y más que un sobrante, hay un exceso, y este exceso que
(1) De este modo pensaba el antor hace 20 años ( época en que fué escrita
esta obra) : lioy, aunque da al fltádo eléctrico animal la misma importancií^
en el organismo, es bajo otro punto de vista muy distinto.
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 461
veíamos , y cuyo efecto no conocíamos , pasó desapercibido hasta
hace poco. Y este exceso, sin embargo, cuya importancia es
grande; este exceso, repito, ¿no nos dice con una elocuencia irre-
sistible, que sólo para un objeto tan misterioso conio él pudo ha-
berle destinado Dios? ¿Y quién más misterioso que el fluido eléc-
trico animal? ¿Y esta presunción no adquiere un grado absoluto de
certeza, si en la economía hallamos otro exceso igual , para la ela-
boración del negativo ?
— Indudablemente,— contestamos todos .
— De la atmósfera, pues, — continuó el Sr. Sattulo,— -extrae el
hombre el fluido eléctrico positivo ; pero antes de adaptarlo á la
delicada extructura de sus órganos, lo modifica en los plexos co-
roides. Y de dónde extrae el negativo?
— De Saturno. Colocado el hombre en su superficie, respira el
aire que hay en ella; con este aire va el fluido eléctrico positivo; el
negativo lo recoge de los alimentos (acordaos que estos vienen
inmediatamente de Saturno). Una vez extraído de ellos, es recogido
y llevado por la linfa (excelente conductor) á un sistema particular
extraordinario y único en su clase, que es el de la vena porta. Este
sistema, que es independiente, independiente , lo oís, señores, del
venoso general, lo conduce después al bazo , que es á esta sangre lo
que los pulmones á la arterial ; en el bazo, pues, sufre la sangre de
la vena porta una modificación pre^paratoria, que finaliza en el higa-
do, donde se elabora el fluido eléctrico negativo; éste, robado por
los nervios que del plexo solar van á aquel órgano, pasa luego al
gran simpático para difundirse por el organismo.
— En verdad que me admira lo que estáis diciendo, — repuse sin
poderme contener.
— No lo extraño — respondió el Sr. Sattulo ; — pero escuchad lo
que falta todavía, y después me haréis las observaciones que
queráis.
— El hígado es el órgano más voluminoso de la economía , y á
pesar de esto, no se le asignaba otra función que la de elaborar la
bilis. Repugnaba, sin embargo, creer que un órgano de tales pro-
porciones, no tuviese más objeto que esta pequeña secreción. El
hígado, además , tiene para nutrirse la arteria hepática, y según
la opinión de médicos que valen mucho, de esa misma sangre se
extrae también la bilis. Otros creen lo contrario, es decir, que la
bilis se extrae de la sangre de la vena porta, cosa á la verdad muy
AtU UNA TEMPORADA
singular, pues seria en este caso el único producto que no saliese
de la arterial ; pero sea de ello lo que fuere, y aun concediendo
que la bilis se extraiga de la sangre de la vena porta ¿está esta
sangre en relación con la cantidad de bilis que en la vejiguilla se
elabora? De ningún modo, porque la cantidad de sangre que la
vena porta vierte en el Ligado, excede mucho á la cantidad de
bilis que de ella pueda sacarse : luego siempre queda un exceso
cuyo uso tampoco conocíamos, como no conocíamos el del cerebro.
¿ Y no son notabilísimos estos dos excesos en los dos órganos más
voluminosos de la economía, y que tienen la singular circunstan-
cia de ser igualmente coevales?...
— Me parece que ya vemos aqui un objeto, — continuó el señor
Sattulo, — de importancia suma, para explicar la creación de dos
sangres y de dos sistemas nerviosos diferentes. Si la vida no hu-
biese de resultar de dos elementos contrarios , sin los cuales seria
imposible su existencia; ¿constarían de dos elementos también con-
trarios,¡los dos aparatos más necesarios para sostenerla? Imposible.
Me confundo, y á veces no comprendo por qué los médicos no
se fijan en esto.
— Pues qué! no piensan todos del mismo modo? — preguntó
M. Leynoff.
— Todos no , amigo mío , porque no todos han hecho un estudio
minucioso de la anatomía , y el imprescindible de la fisica para
conocer el valor más ó menos grande que pueden tener estas teo-
rías. Pero dejando esto á un lado , prosigamos en nuestras refie-
xiones.
Existentes en la economía, — continuó el Sr. Sattulo, — estas
dos fuerzas, ó, lo que es igual, los dos fluidos positivo y negativo
animales ¿cómo es posible que dejen de producir efectos más ó
menos parecidos á los que se ven en los" aparatos físicos? Y los
producen, señores, cosa que no debemos extrañar, si recordamos
que nuestro cuerpo tiene dentro de si, como el torpedo , un aparato
eléctrico-magnético de una perfección extremada.
Y sin embargo de que la potencia es una (fluido eléctrico-animal) ,
los efectos que produce son infinitos , como nos lo demuestran los
fenómenos fisico-quimicos que se efectúan en el organismo. Si,
M. Leynoff; todos estos fenómenos, inclusa la inteligencia (1),
(1) Considerada fisiológicamente.
EN EL Mis BELLO DE LOS PLANETAS. 463
no dependen de otra cosa que de la organización, es decir, de la
disposición delicadísima que Dios dio á la materia ponderable.
— Os comprendo, amigo, — dijo M. Leynoff.
— Veis ese reloj? — y señalaba el que estaba en la mesa, — pues la
potencia que lo mueve , — continuó el Sr. Sattulo , — es la elastici-
dad , sin embargo de que esta propiedad no se vé más que por sus
efectos. Quién mueve la mano y el minutero? Inmediatamente las
ruedas, mediatamente el muelle , ó, lo que es igual , la elasticidad.
Pues supongamos que se me antoja poner en la esfera , además de
las horas , todo nuestro sistema planetario ; ¿ qué tendría que hacer
para esto? añadir otra potencia? no; qué, entonces? Aumentar el
número de las ruedas y la complicación de los resortes. Luego,
aunque los movimientos que se ejecutan en la esfera, pendan in-
mediatamente de las ruedas no por eso dejan de ser efecto de la
elasticidad , por mas que esta potencia no se vea.
He ahí, pues, lo que sucede al hombre. Las maravillas que en
él vemos penden inmediatamente de la organización , ó lo que es
igual , de los fenómenos físico-químicos que en ésta tienen lugar;
pero estos mismos fenómenos, no se efectuarían jamas, si no los
animase y presidiese el fluido eléctrico animal. Comprendéis
ahora?
— Perfectamente, — respondió M. Leynoff, — si bien tengo un
escrúpulo que quisiera me desvanecieseis.
— Qué escrúpulo?
— Que considerando al hombre como acabáis de hacerlo , predi-
cáis el materialismo, puesto que le convertís en una máquina;
puesto que hacéis depender todas sus operaciones, inclusas las in-
telectuales , del organismo ; puesto que le quitáis su libertad y el
albedrío que son los atributos más preciosos de su ser , y puesto
que le convertís en un autómata. Siendo esto así, ¿para qué que-
réis la justicia? para qué los tribunales? Según vuestras doctrinas
no debe haber castigo , ni remuneración en este mundo , ni en
ningún otro.
— Oh, M. Leynoff!— dijo con fuego el Sr. Sattulo; — es imposible
que creáis que yo pueda ser materialista, cuando desprecio y abo-
mino ese sistema. Recordad que yo hablo ahora como médico y no
como teólogo ni psicólogo , que me ocupo exclusivamente de los
órganos y de fluidos que, aunque incoercibles, son, sin la más leve
duda, materiales. Por lo demás, M. Leynoff, entre los órganos y
464 UNA TEMPORADA
SUS fluidos , Ó, lo que es igual , entre la materia ponderable y la
imponderable , hay un quiero y un no quiero , 6, lo que es igual,
la voluntad; y este quiero y no quiero, ó esta voluntad, no son,
no pueden ser, ni serán jamas, jamas, ¿lo ois bien, M. Leynofñ
producto de la materia. Y por qué? Porque no fué nunca atributo
de ésta pensar ni deliberar. Y siendo esto cierto , como lo es sin la
menor duda, ¿no vienen á ser este quiero y no quiero, ó, lo que es
igual , la voluntad , la prueba más inequívoca de que dentro del
hombre hay algo más que materia , que hay en él una cosa sobre-
natural , una cosa que se sustrae á nuestras investigaciones , que
no pueden apreciar nuestros sentidos , y que por lo mismo debe
pertenecer á otra esfera muy distinta de la humana? Esta ema-
nación , pues , ó este rayo que nos viene del Altísimo , es nuestra
alma, M. Leynoff, y esta alma como nada tiene de común con
la materia, no es del dominio del médico, que no debe hablar, ni
ocuparse jamas de ella, sino para enorgullecerse de poseerla. ¿Es-
tais ahora satisfecho?
— Enteramente , — contestó M. Leynoff: — servios continuar.
— Pasemos entonces, — dijo el Sr. Sattulo, — á otra clase de fe-
nómenos.
Si lo dicho hasta ahora no bastase para probar que la electricidad
existe dentro de nosotros, y que es la que inmediatamente nos ani-
ma, bastaría ver al organismo todo cuajado de fibras, que son sus
mejores conductores, para que no nos quedase duda de este aserto.
Hasta el cerebro mismo no es otra cosa que un conjunto de estos
hacecillos admirables, si se exceptúa la sustancia cortical, que está
formada por vasillos de una tenuidad excesiva.
Aún más: estando los fluidos eléctrico y magnético existentes en
los nervios, y difundidos per el organismo, es forzoso que se eli-
minen por la piel. Y se eliminan, señores, puesto que, unidos á los
gases de que se compone el aire, y á los fluidos calórico y lumíni-
co, contribuyen á formar la atmósfera que envuelve al hombre.
Esta atmósfera no se ve, es verdad, porque está formada de cuer-
pos invisibles y pohderables unos, é invisibles é imponderables
otros; pero se siente por sus efectos. Para que tengáis una idea de
ella, figuráosla como una luz remisa que se ensancha alrededor de
la cabeza, que se estrecha en el cuello , que vuelve á ensancharse
en el pecho , que disminuye en el vientre , y que disminuye más
aún en ha extremidades. Esta atmósfera que emana del hombre.
fiN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 465
y que está compuesta de aire, del oxigeno, hidrógeno y sales que
componen la exhalación, y de los fluidos eléctrico, calórico y lu-
mínico, se extiende doce ó trece pasos por delante , se desvanece
progresivamente, y va á perderse de un modo casi insensible en la
atmósfera de Saturno; de manera que todo lo que el hombre roba
á ésta por medio de la respiración y de la piel, se lo devuelve por
medio de esta atmósfera, como devuelve á Saturno , por medio de
sus deyecciones, las sustancias que de él habia tomado para la con-
servación de su existencia.
Figuraos ahora que atraviesan esta atmósfera dos ráfagas lumi-
nosas que salen de las pupilas, susceptibles como ellas de aumento
y disminución, y que van á perderse á una distancia imposible de
apreciar, porque es muy grande ; figuraos otras dos que salen de
los oidos, más gruesas que las anteriores, pero menos poderosas
que ellas, que van á perderse á una distancia también muy consi-
derable; figuraos otras dos que salen de las narices, más gruesas
que las precedentes , pero que no pasan sino muy poco de la at-
mósfera que atraviesan ; figuraos otra que sale por la boca , más
gruesa que las demás juntas , pero de menos extensión ; figuraos
todo esto, repito, y tendréis una idea, no sólo de las atmósferas que
nos rodean, sino de lo que puede alcanzar su actividad.
Por lo dicho, y sin que me extienda en más explicaciones, com-
prendereis perfectamente que el influjo que los seres tienen unos
sobre otros , lo mismo que sus antipatías , simpatías y afecciones,
no penden de modificaciones puramente nerviosas como antes equi-
vocadamente se creia, sino de cuerpos que, aunque invisibles é im-
ponderables, son, sin la más leve duda, materiales. Por ejemplo:
henos aquí ahora ; ¿no parece que estamos separados? Pues no es
asi, toda vez que nos hallamos reunidos por medio de nuestras at-
mósferas, é influyendo unos sobre otros , según el estado eléctrico
de cada uno.
— ¿Cómo el estado eléctrico? — preguntó M. Leynoff.
— Voy á explicarme, — contestó el Sr. Sattulo.
Todos los hombres se hallan, unos respecto de otros, electrizados
positiva ó negativamente. Cuando el estado eléctrico es uno mis-
mo, se rechazan: cuando es contrario, se atraen. Pondré un ejem-
plo para que me comprendáis mejor.
Cuando dos jóvenes de diferente sexo se encuentran, sus atmós-
feras se ponen en contacto , y no sólo se mezclan é introducen en
TOMO XV, 30
466 UNA TEMPORADA
SUS respectivos cuerpos las ráfagas que de ellas se destacan, sino
que se agrandan y vigorizan hasta dar lugar á fenómenos muy
dignos de consideración. En efecto, su sensibilidad se exalta á im-
pulso de la mutua influencia que las atmósferas y las ráfagas ejer-
cen unas sobre otras; su sangre se acelera, palpitan sus corazones,
su respiración se hace frecuente, brillan sus ojos, se colorean sus
rostros, y se sienten atraídos por una fuerza irresistible. Sin em-
bargo, la razón y la sociedad acallan estos impulsos hasta el punto
de hacerlos imperceptibles.
• — Ah , esto es muy curioso — dije yo , sin poderme contener.
— En general, — continuó elSr. Sattulo, — el hombre más vigoroso
está siempre electrizado en sentido positivo respecto del que lo es
menos; por eso, si en lugar de la joven, continuó este, presenta-
seis al joven un niño, ó un anciano , sucedería lo mismo ; pero la
atracción seria menos enérgica, pues, aunque respecto de ellos , se
halla siempre el joven electrizado en sentido positivo, las atmós-
feras y las ráfagas que el niño y el anciano le devuelven, no son tan
poderosas como las que él les manda; asi es que se agrandan algo,
pero nunca tanto como habéis visto que sucedía con la joven.
Pero si en lugar de una joven , de un niño, ó de un anciano , le
presentaseis otro joven de la misma edad y de igual fuerza y po-
derlo, electrizado en un mismo sentido, es decir, en sentido posi-
tivo, podrán la educación , el talento, y los deberes que impone la
sociedad, mantenerlos por algún tiempo en armonía; pero tan
pronto como el más leve motivo ponga en acción su cólera , y esta
aumente la extensión y el vigor de sus ráfagas y de sus atmósfe-
ras, no sólo estos jóvenes se mirarían con tibieza, sino que llega-
rían á aborrecerse.
Y de estas atmósferas y de estas ráfagas, pende, señores, el que
un hombre superior mande despóticamente á ejércitos poderosos,
y que arrastre y conduzca al fin que se propone , á todo un audi-
torio por sabio y numeroso que este sea. Los grandes genios se
hallan siempre electrizados en sentido positivo , respecto de los
demás , que, á pesar suyo, tienen que admirarlos y seguirlos. ¿Y
por qué? Porque dotados de un sistema nervioso muy activo , y ro-
deados de atmósferas poderosas , derraman sobre sus oyentes can-
tidades enormes de fluido electro-magnético, que los atraen y en-
tusiasman hasta el punto de hacer de ellos todo lo que, con bueno
ó mal fin , se hayan propuesto.
EK BL MÁS SELLO DE LOS PLANETAS. 46*7
Hé ahí, pues, cómo, aunque poco conocidos estos cuerpos, nos
explican con sencillez esas simpatías misteriosas que tanto nos
sorprendieron algún dia, y que tanto nos dieron en qué pensar; y
hé ahi cómo á medida que los estudiamos , van desapareciendo
esos que el vulgo llama encantos, sortilegios y fenómenos sobrena-
turales, que no son en resumidas cuentas otra cosa que fuegos y
modificaciones de estos fluidos admirables.
— ¡Oh doctor! — dijo á esta sazón M. Leynoff; — aunque falta mu-
cho por saber de esa materia sobrehumana (esta es la palabra,
doctor) , lo que acabáis de referir es de tal precio , que abre un
campo dilatado al genio del hombre por el cual , si se lanza con
resolución, llegará á ejecutar cosas, que, como ha dicho el señor
Nottely, le harán parecerse á un Dios.
— Asi es la verdad, — dijo el Sr. Sattulo; — y si cupiese en los lími-
tes de una conferencia decir todo lo que pienso respecto de estos
fluidos, veríais que no sólo se puede explicar por ellos lo que pasa
en la inteligencia, sino hasta el milagro de descorrer el velo á lo
futuro.
No quiero concluir, — continuó el Sr. Sattulo, — sin deciros que,
así como hay dos sangres y dos sistemas nerviosos en nuestra eco-
nomía, hay también dos vidas.
— ¡Dos vidas! ¿Cómo es eso? — preguntó M. Leynof; — explicaos,
amigo.
— Dos vidas, sí, — respondió éste.
— Y qué vidas son esas ?
— La orgánica y la de relación.
— Ah, sí, os comprendo; — proseguid, doctor.
— La orgánica, — continuó el Sr. Sattulo, — cuyas exigencias vie-
nen de las visceras, se parece mucho á la de los brutos, pues ade-
más de residir en ella el dominio del instinto, no admite, sino des-
pués de grandes luchas, la menor cortapisa á sds deseos. Cuando
estos hablan , quiere satisfacerlos al momento, y lo haría á todas
horas y en todas partes , si la otra no corrigiese y moderase sus
impulsos. De ahí las luchas que tienen entre sí, siempre tenaces,
siempre peligrosas, pues no puede vencer la una, sin que se resien-
ta la otra .
Sí, señores; las exigencias de las visceras son, á veces, tan im-
periosas , que , no sólo desarreglan y aun dañan la inteligencia
por los esfuerzos que esta hace para contrarestarles, sino que la
468 UNA TEMPORADA
vencen y anonadan hasta el punto de que despojando al hombre
de su razón, acaban por convertirle en una bestia.
Otras veces no pasan asi las cosas, sino que siendo menos apre-
miantes las exigencias de las visceras, son, sin embarg-o, más per-
sistentes, en cuyo caso, los puntos del cerebro solicitados por ellas,
llegan á fatigarse y á enfermar , constituyendo asi esas variadas,
delicadisimas y progresivas gradaciones de la melancolia . de la
mania, de la monomania y de la demencia. En una palabra, la
preponderancia de las visceras, ó, lo que es igual, sus exigencias
que no pueden existir, sino á espensas de la integridad intelectual,
convierte al hombre en un ser malo , intratable y feroz , mientras
que la preponderancia de la inteligencia le hace amable, espiri-
tual y afectuoso. Del equilibrio (casi nunca posible) de estas dos
vidas, resulta la armonía perfecta de las facultades que posee el
hombre , y este equilibrio lo disfrutan sólo los que ejercitan á la
vez sus fuerzas físicas é intelectuales, si bien este equilibrio ¡ pas-
maos! no produce los grandes genios.
— Qué decis? — preguntó sorprendido el Sr. Nomara.
— No, Principe, — repuso el Sr. Sattulo, — porque los grandes ge-
nios, lo mismo que los grandes criminales , necesitan para serlo y
distinguirse de los demás , un cerebro bien conformado (advertid
que digo conformado y no desarrollado, porque un cerebro volu-
minoso no constituye el genio, sino la armonía que entre si tienen
las partes que lo componen) , y la preponderancia de una viscera,
ó que esta padezca una enfermedad crónica .
— Me sorprendéis, — dijo M. Leynoff.
— Pero pensareis como yo — repuso el Sr. Sattulo — cuando se-
páis en qué me fundo.
— Pues decid, decid, amigo mió.
— La preponderancia de una viscera — continuó el Sr. Sattulo—
supone un exceso de vitalidad en ella, y este exceso es forzoso que
agrande Ift atmósfera que la rodea, y por consiguiente su esfera
de actividad. Advertid que todos los órganos poseen una y otra.
Y como estas atmósferas y estas esferas (simpatías y sinergias de
los médicos) no pueden formarlas sino los fluidos incoercibles, es
claro que, actuando poderosamente sobre el cerebro, lo excitarán,
vigorizarán y sacarán de su estado natural, ya comunicándole
parte de la vitalidad que habia en la viscera, ó ya elevando á la
suya á un grado de poder tal , que le hagan concebir esas produc-
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 469
ciones sublimes y brillantes que tanto embelesan á ios hombres.
Y lo misrao que sucede con la preponderancia de una viscera,
sucede con una enfermedad crónica que , manteniendo un punto
constante de fluxión, y por consig'uiente de vitalidad en ella, pro-
duce los efectos que acabo de referir. ¡Oh, si yo pudiera deciros todo
cuanto en esta materia se me ocurre ! Entonces ni admiraríais los
grandes genios, ni execraríais, sino que compadeceríais ciertos
célebres criminales. Basta por hoy, señores.
Impresión grande nos causó esta conferencia : Nolatto , sobre
todo, no acababa de salir de su abstracción , ni quizá hubiera sa-
lido en mucho tiempo si el ruido que hicimos con los asientos , al
levantarnos, no le hubiera sacado de ella.
— No, no os vayáis aún, — dijo levantando la cabeza,— pues si
bien admiro y conozco todo el mérito de lo que acaba de decir
Sattulo, se me ocurren algunas dudas que quisiera me resolviese.
— Exponedlas, — dijo el Sr. Sattulo, — y procuraré complaceros.
Al oír esto volvimos á sentarnos todos.
— Vos lo habéis dicho, querido Sattulo, — dijo el Sr. Nolatto; —
sin los órganos no puede haber vida, así como sin ésta no pueden
existir aquellos.
— Cierto que lo he dicho y lo repito, — contestó el Sr. Sattulo.
— Y entonces, — repuso el Sr. Nolatto, — si la vida y los órganos
no pueden separarse; si sólo unidos y formando un ser es como
pueden percibirse, ¿qué fuerza, qué valor ó qué grado de certeza
han de tener vuestras doctrinas respecto de la materia ponderable
é imponderable, toda vez que si una y otra son materias, incurrís
en el mismo error que echáis en cara á los que no ven en el hom-
bre más que órganos? Cuál es entonces para vos la vida? ¿Dónde
está? Qué queréis hacer de ella? Y aun cuando la coloquéis en la
materia imponderable, como casi lo habéis hecho presumir, ¿quién
os ha dicho que el análisis de esas fuerzas , y de su modo de obrar
eran posibles, tratándose de una gran síntesis como es el hombre?
Le matáis? Adiós vida, adiós fluidos incoercibles, que desaparece-
rán como el relámpago sin dejar en pos de sí la más pequeña hue-
lla. Cómo entonces estudiáis la vida? Cómo estudiáis los fluidos? Y
si absolutamente es imposible, como no podéis menos de conceder,
¿qué valor tendrán, repito, vuestras teorías, que, aunque seducto-
ras siempre^ no pueden ser más que utopias, puesto que carecen
de fundamento? Desengañaos, amigo: todo estudio del hombre que
470 UNA TEMPORADA
no se haga sobre el hombre mismo con vida, y tal como Dios nos
le ofrece á nuestra vista, será siempre erróneo, será un sistema , y
como tal, incapaz de llenar los vacíos de la ciencia y las variadas
modificaciones de que el organismo es susceptible. Perdonadme si
os hablo con esta franqueza , puesto que así lo exige la importan-
cia del asunto.
— Y esa franqueza, Nolatto amigo, me encanta, puesto que me
pone en el caso de afirmarme más y más en mis doctrinas, que vos
pretendéis desvirtuar. Vuestra objeción es justa, poderosa, y sobre
todo fundada; pero en parte, en parte sólo, lo entendéis?
— Cómo en parte?
— Voy á explicarme.
Convengo en que el hombre sólo debe considerarse como tal,
cuando goza del lleno de su existencia, y que exento de esta, no
queden más que sus órganos; convengo en que cuando se estudian
estos, no podemos estudiar la vida, ó lo que es igual, los fluidos
incoercibles, porque ya no existen, y porque no dejan en pos de sí
huella ninguna; y convengo, en fin, en que el hombre es una gran
síntesis. Ahora os pregunto: ¿el estudio de una síntesis es el mis-
mo que el que requieren los elementos que la constituyen? No,
porque la síntesis puede estar compuesta de multitud de partes, y
ser estas heterogéneas. Cuando estudiamos una síntesis , haciendo
abstracción enteramente del análisis, ¿será este estudio lo bastante
para comprender aquella síntesis, y cuanto con ella tiene referen-
cia? Imposible, porque nunca me negareis una cosa.
— Qué cosa?
— Que de esta síntesis sólo examinaremos el conjunto, es decir,
su parte externa; pero jamas podremos apreciar la parte interna.
¿Y cuál os parece que ofrece más ventajas , examinar y estudiar
ese exterior desentendiéndonos del interior, ó estudiar éste y des-
pués aquel, ó los dos á un mismo tiempo?
— Es que con el estudio interior, — repuso el Sr. Nolatto, — nada
podréis adelantar porque os falta la vida, los fluidos incoercibles
si queréis.
— Verdad es que me falta la vida, — dijo el Sr. Sattulo, — con
una sonrisa imposible de describir, pero que penetró hasta lo ínti-
mo del Sr. Nolatto; me faltan los fluidos incoercibles, no lo niego;
pero si me falta esto, me queda su residencia, me queda franca y
patente su habitación que puedo registrar y examinar á mi placer
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 471
como lo liag-o con el cadáver; me quedan los sitios que recorrían,
me quedan sus conductores, y me quedan, en una palabra, los
muebles (visceras) de su uso que estudio, como he dicho, á mi pla-
cer. Y después de haber hecho este estudio con la atención que re-
quiere su importancia, ayudado siempre del cálculo y de la física,
¿os parece tan difícil presentir como ya habéis visto que lo hice,
cuál puede ser la naturaleza de los agentes que deben animar aque-
lla estancia, cuál su modo de obrar, mientras la habitan, y cuál
el fin que se propone Dios al disponer las cosas de aquel modo? No
habré acertado, es muy posible, ni tengo la fatuidad de presumirlo;
pero después de este estudio, es decir, del de las partes,"¿no puedo
hacer el del conjunto, ó lo que es igual, de la gran gíntesis? Y este
estudio, precedido del anterior, ¿no será más perfecto, más seguro,
é infinitamente más útil, que si hubiese estudiado únicamente
vuestra síntesis? Querido Nolatto, persuadios de una cosa.
— Qué cosa?
— Que la verdad es siempre una; pero que el modo de exami-
narla, cuando es de aquellas que no pueden apreciar nuestros sen-
tidos, difiere tanto, como difieren los genios, la instrucción y ca-
pacidad de los mismos que la examinaron. Queréis oir otra?
— Decidla.
— Que el juez competente en ese examen es la razón, y que la
razón no sufre más yugo que el que quiere imponerse ella á sí
misma. Sé que me entendéis, y basta. Verdad?
— Cierto, — respondió Nolatto; — y os confieso que vuestras re-
flexiones nos han llamado sobremanera la atención y que medi-
taré detenidamente sobre ellas. Por lo demás, creedme, os he escu-
chado con gran placer y creciente curiosidad.
Inclinóse el Sr. Sattulo, nos dio la mano y nos retiramos muy
complacidos de él.
^ Se continuará.)
Tirso Aguimana de Veca.
REVISTA POLÍTICA.
INTERIOR.
Comenzamos esta revista bajo una impresión de ánimo difícil de des-
cribir, i A qué ocultarlo? Estamos atónitos y sorprendidos. Las noticias^ los
hechos, los desastres de la guerra entre Francia y Prusia se precipitan con
tan vertiginosa rapidez , que no sabemos si antes de terminar la palabra
que traza nuestra pluma, una nueva peripecia vendrá á cambiar la dirección
de nuestras ideas. Hace pocos dias calculábamos todos las probabilidades de
la lucha por una y otra parte; pero no podiamos creer, no imaginábamos
siquiera, que se apresurara tan violentamente como se apresura el término
de esa formidable contienda donde se ventila, no sólo la suerte de dos na-
ciones poderosas, sino la nuestra, la de todo el mundo.
¿Qué valen y significan las estériles convulsiones de nuestra política mi-
serable ante el grandioso y solemne espectáculo de esas muchedumbres trá-
gicas que sé acometen y despedazan en las clásicas y ensangrentadas orillas
del Ehin? ¿Quién puede prestar atento oido á nuestras gárrulas discordias
intestinas, cuando todos los espíritus se sienten irresistiblemente atraídos
por el confuso rumor de esa dolorosa tormenta humana que lleva en su seno
el misterio de nuevas trasformaciones sociales? Todo es á nuestros ojos se-
cundario en presencia del pavoroso problema que está resolviéndose en es-
tos momentos tan inopinadamente por el choque de las armas; problema que
no ha planteado la voluntad codiciosa de dos ambiciones impacientes, ni la
cólera irreflexiva de dos pueblos rivales, como cree el vulgo, sino esa fuerza
oculta y desconocida que algunos llaman lógica íatal de la historia, y noso-
tros Providencia. Aun cuando circunscrita la guerra hasta el dia á Prusia y
Francia, en el fondo oscuro de esta cuestión magna, donde, en nuestra opi-
REVISTA POLÍTICA INTERIOR. 473
nion, disputan su supremacía la raza latina y la germánica, palpitan confu-
samente dos principios religiosos, ó más bien, sus consecuencias filosóficas.
La verdad es que esta desastrosa contienda representa los postreros golpes
del duelo mortal empeñado entre el racionalismo que avanza y la tradición
que retrocede: es Lutero acorralando á León X después de más de tres siglos
de una lucha implacable que sostuvo con gloria el vigoroso Concilio de Tren«
to, y termina, como todos ven, en el triste y abandonado Coticilio de Roma,
i Oh ! no nos extraña, por más que la rapidez del resultado nos asombre^
la marcha dolorosa de esta guerra funesta, pero inevitable, cuyas consecuen-
cias se ocultan á la previsión humana. Abrigábamos el presentimiento de
lo que está sucediendo, porque en nuestro concepto la raza latina, antes de
empezar el combate, estaba ya moralmente vencida. Hace mucho tiempo que
tiene su conciencia religiosa vacía, que ha perdido la noción de su destino,
que defiende principios en cuya eficacia no cree, y que, en el orden filosófi-
co, está entregada en cuerpo y alma á sus propios contrarios, por más que
vaya muy por delante de ellos en métodos y prácticas gubernamentales. Era
imposible que con estas condiciones y en tan difíciles circunstancias pudiese
en definitiva vencet á esa enérgica raza germánica que persigue un ideal de
que su émula en el mundo carece ya, que conoce la importancia filosófica de
la causa que sustenta, y que en estos momentos realiza quizas una segunda
renovación moral de estos pueblos del Mediodía de Europa, llenos de genio,
de arte y de grandeza, pero fatalmente propensos por sus instintos demagó-
gicos á la corrupción y á la tiranía.
Gran parte, casi toda la responsabilidad del lamentable y decaído estado
en que se encuentran, alcanza á la Iglesia, que resistiéndose á los consejos
de la prudencia, negando ciegamente su sanción religiosa á los progresos
del espíritu humano, anatematizando en nombre de Dios la civilización y la
libertad, ha puesto á la Europa latina, donde predominan sus adeptos, en
el terrible trance de optar entre la razón y la fé. En esta pugfla, temeraria-
mente sostenida, lafó ha perdido de dia en dia terreno, el sentimiento ca-
tólico se ha debilitado , la indiferencia ha cundido por todas partes , la im-
posibilidad de un acuerdo entre la Iglesia y la libertad ha divorciado los
intereses de las creencias, de tal modo y hasta tal extremo, que los pueblos
latinos son , acaso por el esfuerzo mismo que han tenido necesidad de ha-
cer para emancipar su inteligencia de pesadas ligaduras religiosas , los menos
morales y sin duda alguna los más descreídos.
Esta resistencia incansable y tenaz de la Iglesia á todo pensaíniento re.
formador, ha desvanecido , por decirlo así, entre sombras, la misión y el
destino de nuestra raza, que navega al azar y sin brújula por mares borras-
cosos. Ya en el fondo de su alma social no es católica, ni protestante, ni
neutral siquiera; es una confusión humana que se precipita en el abisíno
deesa democracia t)rutal, turbulenta y niveladora que ha perdido, por la
474 REVISTA POLÍTICA
intransigencia clerical, su esperanza en Dios y busca sólo la posesión mate-
rial de la tierra.
¿Cómo habia de resistir esta confusión humana, simbolizada por Fran-
cia, cabeza y corazón de la familia latina, á esa impetuosa invasión del
robusto elemento germánico, libre en la esfera de la conciencia, como el
águila en los aires; pero reglamentado, regimentado, encerrado todavía
políticamente en la férrea armadura de instituciones casi feudales para que
sea más potente la unidad de su impulso contra la monstruosa dislocación
de nuestras fuerzas morales y políticas, cada vez más disueltas?
Ha vencido, como era de esperar; pero ha vencido demasiado pronto, casi
de improviso. Se ha dejado sentir en esta lucha antes el golpe que el ama-
go. De la noche á la mañana Europa ha visto trastornadas todas las leyes
de su equilibrio. Hoy está suspensa y aturdida : dentro de pocos dias, acaso
de pocas horas, ¿cómo estará? ¡ Quién lo sabe!
En medio de esta crisis suprema que á todos los pueblos alcanza, ¿qué
hace ó que se propone hacer el Gobierno español? ¿Piensa permanecer cru-
zado de brazos, entregado á esa especie de fatalismo musulmán que le
enerva y aniquila? jVa á abrir las Cortes ó á mantenerlas cerradas? ¿Va á
salir al encuentro de los sucesos ó á esperarlos con la resignación de la im-
potencia?
El tiempo urge, y es menester resolver pronto. La catástrofe se cierne
sobre el mundo. Ante las temerosas eventualidades que oscurecen el hori-
zonte político, no es posible vivir en este estado de inquietud perpetua.
Hace dias era discutible la conveniencia de convocar las Cortes Constitu-
yentes; habia en pro y en contra razones atendibles, y el ánimo desapasio-
nado y sereno vacilaba sin saber qué camino seguir con probabilidades de
acierto. Pero las circunstancias han cambiado repentinamente, se ha acele-
rado el desenlace, la hora de las soluciones imprevistas ha sonado , y ya no
es lícita la duda. O el Gobierno se cree con suficientes fuerzas para ejercer
la dictadura en el momento no imposible del peligro, ó necesita á toda
costa buscar para vigorizarse el concurso activo de la Asamblea soberana.
En el primer caso, es decir, si se decide á ejercer la dictadura, debe con-
siderar detenida y maduramente el grave peso que vá á echar sobre sus
hombros, comprometiendo en una lucha con lo desconocido los intereses
más caros de la nación, y exponiéndose, si le fuera adversa la fortuna, á tre-
mendas pero merecidas responsabilidades. Por grandes que sean las ilusio-
nes que acerca de su poder y su prestigio se forje el Ministerio presidido por
el General Prim , no creemos que lleve su temeridad hasta el punto de no
ver, cegado por la soberbia, los lados débiles y vulnerables de esta si-
tuación , monárquica en principio , republicana en el hecho, mansamente
anárquica en su conjunto. Ponemos á Dios por testigo de que en estos críticos
instantes ningún espíritu de hostihdad guia nuestra pluma, porque sería
INTERIOR. 475
insensato y criminal no ahogar la voz de partido en presencia de las arduas
circunstancias que nos rodean, y de las ineaperadas complicaciones que pue-
den envolvernos de un dia á otro ; pero debemos la verdad al país inquieto
y desasosegado, y no podemos ocultar, sin menoscabo de nuestra concien-
cia, que esta situación es flaca, insegura y deleznable.
i Tendremos que hacer esfuerzos para demostrar la certidumbre de nues-
tra afirmación? ¿No es, por ventura, un hecho que se impone la vergon-
zosa parálisis en que ha caido la Revolución de Setiembre? En la esfera
política no hemos sabido organizamos, ni llevamos trazas de consti-
tuimos; hemos proclamado , sin haber acertado á establecerla, la única
institución fundamental que en caso de conflicto podría agrupar en torno
suyo todos los elementos de resistencia en pro del orden y de la libertad
amenazados, y nos agitamos estérilmente en el vacío. En la esfera económi-
ca carecemos de recursos, siendo posible, ó más bien seguro, que el probable
cataclismo de la nación francesa, nos prive de los pocos con que podíamos
contar y que eran la sola esperanza de nuestro desfallecido Erario ; vivimos
en un estado próximo á la bancarota, bajo la enorme pesadumbre de un
déficit insaciable, y atormentados por las violentas oscilaciones de nuestro
crédito moribundo. En la esfera administrativa, siéntese la confusión natu-
ral en períodos de renovación absoluta y cambio radical de sistemas, y
como consecuencia inmediata de este estado transitorio , pero inevitable,
reinan la irregularidad en todas las funciones de nuestro mecanismo social,
y la incertidumbre en los nuevos ó reformados poderes públicos que no
poseen aún la noción concreta y exacta de sus deberes y derechos. De suer-
te, que nos falta base política sólidamente asentada , nos falta dinero para
estar prevenidos contra cualquier suceso trascendental , nos faltan medios
ejecutivos de gobierno, ó lo que es lo mismo, este cuerpo social, empobreci-
do y desconcertado, no tiene idea de organización en su cerebro, ni san-
gre en sus venas agotadas, ni fuerza en sus músculos enflaquecidos. ¿Puede
haber situación más desdichada?
Hemos dicho antes que no nos guia espíritu alguno de oposición , y en
efecto, no saldrá de nuestros labios una palabra de amarga queja contra
aquellos que pudiéndolo todo, nada han hecho, y han visto resbalar indife-
rentemente los dias , los meses y los años sin terminar la obra salvadora
que la Nación habia encomendado á su patriotismo. El peligro común, la
común desgracia, son una especie de amnistía que el tiempo ofrece de vez en
cuando á los hombres y partidos entre sí más enconados y opuestos, para
que suspendan, con el mutuo perdón, sus imprudentes hostilidades. Pre-
parémonos á aprovecharla, y en vez de recordar ofensas pasadas, unámo-
nos lealmente con el propósito de salvar de la deshecha borrasca en que de
un momento á otro nos podemos ver envueltos, los principios liberales que
juntos hemos defendido y las instituciones conservadoras que juntos tam-
476 REVISTA POLÍTICA
bien hemos creado. Mas para acudir oportunamente al remedio, menester
es aprcciai* en toda su intensidad el daño; no desfigurarle, no encubrirle, no
negarle, no cerrar los ojos á su triste manifestación, no hacer, en último
resultado, lo que esas aves azoradas y medrosas que creen esquivar el ries-
go ocultando, para no verle, la cabeza debajo del ala. Repitámoslo otra vez
más : la Revolución de Setiembre y el Gobierno que la simboliza, tropiezan
en el interior y en el exterior con grandes dificultades, y están expuestos á
mortales contingencias.
¿Es posible que, dentro de estas condiciones, el Ministerio presidido por
el General Prim desconozca hasta tal punto su flaqueza, que crea bastarse
solo para salir al paso de los acontecimientos, mantener ilesa su autoridad
comprometida, y ejercer, como antes hemos dicho, si el peligro arreaia, la
dictadura de las circunstancias? Seguros estamos de que no abriga presun-
ción tan loca y ocasionada á terribles desengaños. No hay más camino, pues,
que abrir las Cortes, buscar en el mutuo concurso de todos los elementos
revolucionarios la fuerza que aisladamente á todos ellos falta, anticiparse,
hasta donde la previsión alcance, á las eventualidades probables, y arbitrar
el medio de robustecer parlamentariamente al Ministerio si se mantiene fir-
me , como de su lealtad y propia conveniencia debe esperarse, en la fe mo-
nárquica que ha sostenido y confesado.
Porque sobre este punto no nos es siquiera permitida la duda. Calum-
nian al Marqués de los Castillejos los que, en vista del giro que toman las
asuntos de Europa, suponen en él veleidades ó vacilaciones republicanas.
Sus profundas convicciones monárquicas , su dignidad personal y política,
su seguridad misma, le vedan entrar en este terreno, donde, perdiéndonos,
se perderia irremisiblemente para siempre. No es posible que haya cruzado
por su pensamiento la absurda idea de confundir la lánguida serenidad de la
revolución española con los estremecimientos convulsivos de la angustia
francesa, dado el caso hipotético de que , vencido el Imperio por las armas
prusianas, se proclamase en la nación vecina la tremenda república de la de-
sesperación. La república no puede nacer en Francia sino de la catástrofe,
que nunca ha engendrado más que monstruos. Pasaria como nube tempes-
tuosa, y ¡ ay de los Gobiernos imprevisores! ¡ay de los pueblos insensatos
que hubieran hecho causa común con la tormenta !
Pero ¿á qué cansarnos? Puede haber, hay en efecto, si nó en e) Ministe-
rio, al menos cerca de él, imaginaciones impresionables y naturalezas in-
quietas, que, trastornadas por la grandeza de os sucesoB, creen en la posibi-
lidad, y la defienden, de una evolución gubernamental en sentido republi-
cano. Puede haber, hay seguramente, periódicos radicales que con cierta ti-
midez apuntan ya el deseo de llegar á esta soluc on, si la dinastía napoleri-
nica desapareciera del trono de Francia, empujad por sus derrotas y por la
exasperación de un pueblo humillado. Pero los hombres del poder no están
INTERIOR. 477
tan desprovistos de juicio, que participen de estas irreflexivas exaltaciones
de ánimo, y no nos cabe la menor duda de que todos ellos,, especialmente el
General Prim , cuyas cuentas con la demagogia no están aún saldadas , se
opondrían con toda la energía de que son capaces, si la eventualidad surgie-
se, á esa tendencia aventurera de algunos de sus mal aconsejados amigos é
impacientes auxiliares.
La república no vendrá por estos caminos ; pero -á nadie tanto como al
Grobierno le conviene estar preparado contra el turbión demagógico que de
un momento á otro puede inundarnos, si los descalabros del ejército francés
se repiten y acrecientan. Por eso tenemos el íntimo convencimiento de que
las Cortes reanudarán dentro de breve plazo sus sesiones, á pesar del acuer-
do negativo tomado la noche del 8 por la Comisión permanente.
Las palabras mismas del Presidente del Consejo de Ministros en la dis-
cusión que con este motivo se promovió robustecen nuestra creencia, y sólo
sentimos que una mezquina cuestión de amor propio haya sido causa quizás
de que no se llegara en la reunión del lunes á una necesaria y patriótica
avenencia. Pero era preciso que á un mensaje se opusiera otro mensaje, á
una petición una repulsa, á la opinión de los señores Eios Rosas, Topete,
Cantero y Lorenzana, la de los señores Martos, Madoz y Madrazo, y ante
esta necesidad de nuestras malas costumbres políticas , donde la abnegación
para nada figura, se sacrificó una idea que en nuestro juicio se agitaba, más
ó menos intensamente, en la conciencia de lodos los individuos de la Co-
misión y del Gobierno mismo.
Esta intransigencia incurable de nuestros partidos políticos , que de tan-
tas y tan hondas perturbaciones ha sido origen, produjo en el curso de la
discusión, sostenida la noche del 8 en el seno de la Comisión permanente,
sus tristes y deplorabihsimos efectos. No censuraremos á nadie; pero la
verdad es que no comprendemos en momentos tan difíciles como los actua-
les , cuando es necesaria la cooperación de todos para vencer los obstáculos
que se presentan, cuando la debilidad misma de la situación, cuyos peligros
saltan á la vista, reclama de unos y otros la mayor prudencia; no com-
prendemos, repetimos, que haya hombres conservadores que se declaren
en oposición abierta, Gobiernos que contesten á estas agresiones puramente
personales con embozadas amenazas , ni espíritus tan esencialmente volu-
bles que bajo la impresión de los^sucesos, y con menosprecio délas ideas,
dejen entrever la inminencia de un cambio radical en sus doctrinas, propó-
sitos y soluciones. No: en estas circunstancias escabrosas, ni debe combatir-
se al poder, mientras permanezca fiel á sus compromisos fundamentales, ni
el Ministerio puede entregarse sin reflexión á una política de despecho, ni
es licito abandonar como miserable tránsfuga, como desertor al frente
del enemigo, las opiniones que en días más bonancibles se han profesado.
Tenemos formado de los distinguidos repúblicos á quienes aludimos, un
478 RSVISTA POLÍTICA
concepto tan alto que no les creemos capaces de faltar en estas horas supre-
mas á las inspiraciones del deber y del patriotismo. La palabra es un ins-
trumento indócil que no siempre obedece á la dirección del pensamiento, y
cuando el debate se caldea, cuando la contradicción se hace apasionada, sue-
le romper muchas veces la elocuencia , como corcel desbocado , los límites
de la razón y la justicia. Hay que ser indulgentes con las imperfecciones in-
corregibles de nuestra flaca naturaleza humana.
No falta, sin embargo, quien quiera sacar partido de estos incidentes de
un debate acalorado, para ahondar las divisiones que, por desdicha, separan
á los más autorizados hombres de la Revolución de Setiembre. Inútil nos
parece advertir, porque á la penetración de nuestros lectores no puede ocul-
társeles, que los que más se señalan y distinguen en esta poco envidiable
empresa, son precisamente aquellos que mal avenidos con su disfraz monár-
quico, y alucinados por el aspecto nada halagüeño de los asuntos político-
militares de Francia, juzgan llegada la hora de verificar un movimiento de
conversión hacia la república. Estos elementos díscolos, á quienes en primer
término puede culpárseles del estado de marasmo crónico en que ha caido la
Revolución, se mueven, agitan y bullen estos días, con incansable perseve-
rancia en periódicos, reuniones, cafés y centros políticos; buscan alianzas
con los jefes del partido republicano, y hasta se asegura que mantienen se-
cretas inteligencias con los clubs más perturbadores de Madrid , á la vez
que tratan , valiéndose de sus influencias y amistades , de empujar al Gro-
biemo por la pendiente del abismo.
La verdad es , que desde que los reveses del ejército francés han hecho
entrever la posibilidad de la caidadel Imperio, entre los horrores de una
guerra extranjera y las violencias del tumulto, reina en determinados círcu-
los de la capital cierta agitación sorda que no se ve, pero que se siente. Algu-
nos grupos pacíficos, más ó menos numerosos en la Puerta del Sol durante
las primeras horas de la noche; unos cuantos discursos incendiarios en los
clubs , varios de los cuales se han declarado en sesión permanente, y algu-
nos artículos audaces en la prensa exaltada, tales son los únicos síntomas
de la oculta ebullición, que aparecen en la superficie social. Diríase que son
las palpitaciones del motin que despierta y se dispone para el combate.
Esta inquietud creciente se sostiene y aviva con la esperanza falsamente ex-
tendida, y no sabemos por quién alimentada , de que el Ministerio actual
tomaria la iniciativa para proclamar la República, si las oleadas de la de-
magogia consiguieran derribar el vacilante trono de Napoleón III. Hasta la
circunstancia de haber concedido en estos momentos el Gobierno una am-
nistía general y amplia para todos los delitos políticos cometidos desde el
29 de Setiembre de 1868, medida de clemencia que aplaudimos, aun cuan-
do su oportunidad, para muchos, sea discutible, contribuye á robustecer esa
desatinada creencia que ha encontrado fácil acogida enl re el vulgo. El partido
INTEÍIIOR. 4Í9
republicano ha recibido la amnistía como una promesa ministerial de mayo-
res concesiones ; sus Diputados se han reunido para pedir , según se dice,
la convocatoria de las Cortes á fin de proceder á la revisión inmediata del
artículo 33 de la Constitución, y el Directorio anuncíala publicación de un
próximo Manifiesto.
No sabemos si cuando se desengañen de su error y vean que el Gobierno
no se aparta de la línea de conducta trazada por el deber, y exigida por la
seguridad del Estado, pretenderán esos soñadores de repúblicas imposibles,
imponemos su voluntad por la fuerza. Sentiríamos que llevasen á ese ex-
tremo su demencia, porque la sangre vertida estérilmente en luchas intesti-
nas imprime indeleble mancha en los vencedores y en los vencidos; pero si
á tanto se atreviesen, caiga sobre ellos la maldición de Dios y la de todos los
hombres honrados. La situación es débil; lo hemos reconocido y confesado
con leal franqueza ; pero más débiles son sus enemigos , sea cual fuere la
bandera que enarbolen. No esperen, no, que el Gobierno, como una tran-
sacción que en último resultado ningún interés legítimo reclama , rompa el
pacto constitucional y proclame la república unitaria. El Gobierno sabe
que detras de la república unitaria se oculta la república federal, en cuyo
seno fermentan las heces de la más desenfrenada demagogia; sabe que com-
prometerla la libertad, entregándola á los azares del desorden público, que
es, ha sido y será siempre el precursor de la tiranía; sabe que lo que es vio-
lento es efímero, y que sobre las ondas movibles no se funda nada sólido y
duradero; sabe que en el estado actual de Europa sería una insensatez hacer
solidaria á España de los delirios en que puede incurrir la Francia calentu-
rienta y vencida; sabe, en fin, lo mucho que conviene á nuestra dignidad
nacional que el Congreso de las grandes potencias nos halle tranquilos, se-
renos, impasibles en medio de la general conflagración, para que no caiga
sobre nuestras espaldas el látigo ignominioso de una intervención diplomá-
tica. Qué más necesita saber?
Pierdan, pues, toda esperanza los republicanos impacientes y sus auxilia-
res de última hora : el Gobierno no quiere ni puede hacer traición ája patria.
Abrigamos sobre este particular una confianza absoluta en el Regente
del Reino, que ha regresado á Madrid, atraído por la gravedad de las cir-
cunstancias; en el Marqués de los Castillejos, cuya entereza no cabe poner
en duda; en la lealtad personal del Ministerio, nunca desmentida, y en úl-
timo término, en la cordura de la Nación, que no ha de dejarse sorprender
y arrebatar fácilmente por el vértigo para caer quebrantada y sin honra en
el fondo del precipicio.
De cualquier modo , y como las precauciones nunca son inútiles , conclui-
remos esta Revista, por lo que pueda sobrevenir, con el grito del soldado
que guarda de noche una plaza sitiada: — ¡Centinela, alerta!
Gaspar Nuñez de Arí'e.
480 IIBVISTA POLÍTICA
EXTERIOR.
Triste, deplorable prólogo ha puesto la diplomacia á la espantosa lucha
de las armas que los dos primeros ejércitos de Europa han comenzado ya.
Cuando medio millón de soldados va á combatir encarnizadamente contra
otro medio millón, con los mayores y más perfeccionados medios de des-
trucción que hasta ahora ha inventado el ingenio humano, causa profunda
pena considerar por qué procedimientos de etiqueta cortesana, por qué
cuestiones pequeñas y pueriles , por qué malas inteligencias , ó torpezas de
diplomáticos aturdidos, se decide aveces acerca de la paz ó de la guerra, es
decir, acerca de la muerte ó la mutilación de muchos millares de hombres,
del trastorno de innumerables familias , de la ruina de extensas y prósperas
comarcas.
Empezaron las cancillerías por dar diferentes versiones sobre la manera
con que el Rey Guillermo I habia recibido, ó más bien, despedido al em-
bajador francés. La relación de los unos es desmentida por los otros. Ape-
nas Emilio OUivier afirmaba un hecho en el Cuerpo Legislativo de París,
el Conde de Bismarck lo negaba, lo rectificaba ó lo hacía desmentir seca-
mente.
Y después que esta polémica lamentable pareció agotada, comenzó de
improviso otra de un género mucho peor. Los Prusianos acusaron al Gro-
bierno francés de haber estado durante mucho tiempo queriéndolos seducir
para que juntos cometiesen la iniquidad de arrojarse sobre la débil Bélgica,
modelo de Estados pacíficos y bien regidos , con el objeto de que los despo-
jos de su independencia sirviesen para saldar las cuentas de las dos más
ambiciosas grandes potencias europeas. El Gobierno francés se ha defendido
lanzando acusaciones semejantes al prusiano; y entre ambos, en efecto,
han probado cuan pocos escrúpulos tienen todavía algunag veces los diplo-
máticos, para disponer de los destinos de los pueblos por medio de la
fuerza, y con menosprecio del derecho.
Esta segunda parte de la contienda diplomática nos parece mucho más
lamentable que la primera. No hay grandes motivos para regocijarse de los
progresos de la civilización cuando se ve el sosiego de todas la? naciones
europeas pendiente de un movimiento de mal humor de un rey, que no
quiere continuar por sí mismo negociaciones que le desagradan, ó de la
forma precipitada con que la vanidad de un ministro comunica por telé-
grafo á varios Gobiernos lo que ofende la susceptibilidad de otro ; pero,
considerándolo bien , se convence uno muy pronto de que por tan fútiles
motivos no se perturbaría la paz del mundo, si esos movimientos de ira, ó
EXTERIOR-. 481
de vanidad^ si esas nimiedades cancillerescas no fuesen la fórmula en que
vienen á condensarse las cóleras, los recuerdos , los deseos de venganza, las
aspiraciones contradictorias de dos grandes pueblos. Pero no hay conside-
ración que baste á dar consuelo al ánimo abatido del hombre pensador
cuando la astucia, la mala fé, el abuso del poder se sobreponen al derecho
claro é incuestionable, y los fuertes, sm más título que su fuerza, se con-
ciertan para oprimir á los débiles.
Vamos á hacer una ligera reseña de la voluminosa colección de docu-
mentos diplomáticos que han sido publicados por varios Gobiernos desde
que la ruptura de las hostilidades entre Francia y Prusia fué un hecho
inminente é inevitable.
De lo que pasó entre el Rey Guillermo I y el Embajador francés en las
conferencias de Ems, cuya estrepitosa y brusca ruptura fué la causa ocasio-
nal de la declaración de guerra por la Francia, creyó conveniente el Monarca
prusiano que levantase acta uno de sus ayudantes de campo , testigo de lo
sucedido. Este anómalo testimonio se halla redactado en estos términos:
iiEn la mañana del 13 de Julio, y á consecuencia de una conversación entre S. M. el
Rey y el Conde Benedetti en el paseo de los Manantiales, S. M. me dispensó el honor
de enviarme á las dos á la casa del Conde con la siguiente comunicación :
"S. M. ha recibido hace una hora, por una comimicacion escrita del Príncipe Ho-
henzollern desde Sigmaringen, la confirmación completa de lo que el mismo Conde
ha comunicado esta mañana , habiéndolo sabido directamente de Paris , sobre la re-
nimcia del Príncipe Leopoldo á su candidatura al trono de España. S. M. , en vista
de ello, considera terminada la cuestión. "
Después que hube ejecutado esta órdeu^ el Conde Benedetti dijo que, después de
su entrevista con el Rey, habia recibido un nuevo despacho de M. de Grammont,
quien le encargaba soHcitase una audiencia de S. M. , exponiéndole los deseos del Go-
bierno francés, es decir:
"1." Aprobar la renuncia del Príncipe HohenzoUern.
"Y 2.° Dar la seguridad de que esta candidatura no se reproduciría en el por-
venir. !f
S. M. hizo responder entonces por mi conducto al Conde, que aprobaba la renuncia
del Príncipe Leopoldo en el mismo sentido y con el propio carácter que habia aprobado
antes la aceptación de su candidatura. S. M. habia recibido comunicación de la re-
nuncia por parte del Príncipe Antonio de HohenzoUern, quien habia sido autorizado
para el acto por el Príncipe Leopoldo. En cuanto al segundo punto, relativo á la se-
guridad para el porvenir, el Rey sólo podia referirse á lo que por la mañana habia
repHcado personalmente al Conde.
El Conde Benedetti aceptó esta respuesta de S. M. con reconocimiento, y declaró
que, estando autorizado para ello, la haría conocer á su Gobierno.
Pero en cuanto al segundo punto, debía, como se lo encargaba expresamente el
último despacho de M. de Grammont, mantener su petición de una nueva conferencia
con el Rey, aun cuando sólo fuera para oír de nuevo las mismas palabras de S. M. ,
con tanta más razón, cuanto el último despacho contenia nuevos argumentos que de-
seaba someter al Rey.
8. M. hizo responder al Conde Benedetti, por mi conducto, á las cinco y media de
la tarde, y por tercera vez, que se veia obligado á negarse absolutamente á entrar en
TOMO XV. 31
482 REVISTA política
nuevas negociaciones sobre el último extremo relativo á una garantía que lo ligase en
lo futuro. Lo que S. M. habia dicho por la mañana era su última palabra en este asun-
to, y el Embajador podia referirse á ella i)ura y simplemente.
Como respuesta á la seguridad de que el Conde de Bismarck no llegaria á Ems el
dia siguiente, el Conde Benedetti declaró que por su parte se contentaba con esta
declaración de S. M. el Rey.— Ems 13 de Julio de 1870. — A. Radriril, Ayudante d^
campo de S. M. el Rey."
El 18 de Julio, Bismarck dirigió á los representantes de la Confedera-
ción de la Alemania del Norte en las cortes extranjeras una circular decla-
rando falsas las afirmaciones hechas por MM. Ollivier y Grammont en las
sesiones celebradas por el Senado y el Cuer].x> Legislativo en 15 de Julio, y
explicando á su manera los sucesos. En aquel documento se intentaba ya
establecer una diferencia entre el Gobierno imperial de Francia y el pueblo
francés, que Bismarck asegura ser amigo de la paz, y cuyas pasiones supone
que loa Ministros han excitado, ^^desnaturalizando ó inventando sucesos, cuya
falsedad les era conocida oficialmente. Desde aquí comienza un uso, muy re-
petido por ambas partes, de expresiones semejantes á estas, é igualmente
impropias de los jefes de Gobiehios, aun en estado de guerra.
El Canciller de la Confederación del Norte afirma que no ha habido nota
ó despacho diplomático, como Ollivier y Gramniont hablan dicho, en que él
hubiese anunciado á los Gabinetes de Europa que el Rey se habia negado
á recibir al Embajador francés; pero confiesa que el anuncio fué hecho , en
efecto, aunque sólo por medio de un parte telegráfico. El hecho mismo de
la negativa de Guillermo I á recibir á Benedetti, lo cree explicado y justifi-
cado Bismarck con el testimonio del Ajnidante de campo, que ya hemos co-
piado. Y, en cuanto á lo sucedido entre el Duque de Grammont, Ministro
de Negocios extranjeros de Francia, y el Barón Werther, representante de
la Alemania del Norte en París, se refiere á las explicaciones dadas por este
último, y de las «uales une copia á su circular. La parte principal del des-
pacho de Werther dice así:
"El Duque de Grammont añadió que consideraba la renuncia del Príncipe Hohen-
zoUern como una cuestión secundaria, puesto (jue el Gobierno francea no habría tole-
ráwio ñutica su advenimiento al trono; pero temia que la actitud de Prusia crease una
gran irritación entre los dos países.
"La causa de esta tensión debia ser destruida, partiendo del punto de vista de qut
en nuestra manera de obrar con Francia, en ve/, de corteses, habíamos sido agresivos.
lo cual era cosa reconocida por todas las Potencias. Hablando con sinceridad, añadía,
no queremos la guerra con Prusia, y sí, por el contrario, relaciones cordiales. Sabiendo
que yo tendía al mismo objeto, dijo que debíamos buscar juntos un medio adecuado
para ejei-ccr una influencia favorable en este sentido. Me sometió la idea de si nna
carta designada por el Rey al Emperador ofrecería un desenlace favorable. Al
jnismo tiempo apel() al corazón caballeresco de S. M. Podría decirse «n esta -carta,
añadió, que S. M., al autorizar al Príncipe Leopoldopara aceptar la Corona de España,
no pudo creer que lastimaba los intereses 'ó \% dignidad de la nacioii francesa; que el
Rey aprobiaba sftt renuncia, exprétend* ai pro^o tiempo la espemoa de que babria
BXTEtllGtl.. 483
desaparecido así todo motivo de desacuerdo entre los dos pueblos. La publicidad dada
á esta carta calmaria el espíritu público, muy excitado en Francia. Deseaba M. de
Grammont que no se hablase en la carta del parentesco del Príncipe Leopoldo con la
dinastía imperial, pues no se quería que la cuestión tomase carácter alguno de familia.
"Hice observar al Duque de Grammont que un acto de esta índole se habia hecho
dificilísimo por el carácter de su declaración ante las Cámaras, la cual habia herido
profundamente ai Rey. Lo negó, sosteniendo que la Prusia no habia sido nombra-
da siquiera en un discurso, reclamado por lá necesidad de calmar la Cámara y la
opinión.
"M. Ollivier, que llegó en este momento, insistió en la necesidad, por interés de la
paz, de la carta; me rogaron que fuese yo quien la propusiera al ELey, dicióndome que
de no hacerlo se verían obligados á encargar al Conde Benedetti de esta misión.
" Insistió ado en la idea de que necesitaban un arreglo de esta clase para calmar los
espíritus excitados y dar fuerza al Gobierno en las Cámaras, los dos Ministros afia-
dieron, que una ísarta del Rey les i^ermitiria defender la Prusia contra los ataques
que debían esperarse. Finalmente, me hicieron observar que nuestra actitud en la
cuestión de la candidatura del Príncipe Hohenzollern al trono de España habia exci-
tado más á la nación francesa que al Emperador. Durante esta conferencia, Gram-
mont manifestó creer que el Príngipe Leopoldo habría renunciado por -consejos del
Rey; pero yo lo negué, declarando que esta renuncia se debía exclusivamente á la
iniciativa del Príncipe."
Antes de tener conocimiento de esta circular de Bismarck^ del 18 de Ju-
liOj el Duque de Grammont expidió por su parte otra el 21, con el objeto de
justificar la conducta del Gobierno francés. En ella hay un párrafo que ]ia
dado origen á reclamaciones del Gobierno español, y que dice así:
'•Hé aquí indudablemente cuál ha sido el plau combinado contra nosotros. Una in-
teligencia preparada misteríosamente por intermediarios secretos debía, sí no se hu-
biese descubierto el plan antes de consumarse, llevar las cosas al extremo de que la
candidatura de un Príncipe prusiano á la Corona de España se habría revelado de
improviso á las Oórtes ya reunidas. Un voto arrancado por sorpresa antes que el pue-
blo «spa^ol hubiese tenido tiempo de reflexionar, proclamaría, así se esperaba al me-
nos, al Príncipe Leopoldo Hohenzollern, heredero del cetro de Carlos V.
"A&í Europa «e habría haJlado frente á un hecho consumado, y especulando sobre
nuestra deferenoia hacía el gran principio de la Soberanía popular, se contaba con
qiae la Francia, á pesar de un disgusto pasajero, se detendría ante la voluntad osten-
siblemente manifestada de una nación por quien se conocían todas nuestras sim-
patías."
Después de proclamar que toda nación es dueña de sus destinos, habien-
do llegado á ser este principio, altamente afirmado por la Francia, una de
las leyes fundamentales de ia política moderna, Grammont asienta que, sin
embargo, "el derecho de cada pueblo, como el de cada individuo, está limi-
tado por el derecho de otro , hallándose prohibida á cada nación amenazar
la seguridad ó la -existencia de su vecina bajo el pretexto de ejercer su pro-
pia soberanía. M Desp¡ués recu-erda, que «n la cuestión de Bélgica se dejó oir
la voz de la Europa, puesto que tomaron acuerdos decisivos las cinco gran-
des potencias ; que las tres cortes , protectoras del pueblo helénico, se con-
vinieron en no aceptar el trono de Grecia para un Príncipe de su familia; que
484 REVISTA POLÍTICA
en ^d^tud de los compromisos adquiridos por la diplomacia, fué inútil que
el Congreso nacional de Bélgica eligiese Rey al Duque de Nemours, y que-
dó al mismo tiempo inhabilitada la candidatura del Duque de Leuchtem-
berg j que en la última vacante del trono de Grecia, el Gobierno del Em-
perador Napoleón combatió á la vez las candidaturas del Príncipe Alfredo
de Inglaterra, y de otro Duque de Leuchtemberg , habiendo reconocido la
autoridad de sus razones los Gobiernos de Inglaterra y de Rusia. Y, des-
pués de citar estos hechos, añade :
iiLa Prusia, á quien no hemos dejado de recordar estos antecedentes, pareció ceder
un momento á nuestras justas reclamaciones. El Príncipe Leopoldo desistió de su
candidatura y pudimos felicitarnos de que no se turbaría la paz. Pero esta esperanza
abrió bien pronto camino á nuevos temores y después á la certeza de que Prusia, sin
retirar seriamente ninguna de sus pretensiones, sólo quería ganar tiempo.
El lenguaje ikdeciso en im principio, después resuelto y altivo del jefe de la fami-
lia Hohenzollern, su negativa á mantener en lo venidero la renuncia de la víspera, el
trato inferido á nuestro Embajador, al cual un mensaje verbal prohibió toda nueva
comunicación sobre el objeto de su misión concili^rdora, en ñn, la publicidad dada á
este proceder insólito por los diarios prusianos y la notificación hecha á los Gabine-
tes, todos estos síntomas sucesivos de intenciones agresivas, hicieron cesar la duda en
los espíritus más prevenidos. ¿Era permitida la ilusión cuando un soberano que man-
da un millón de soldados declara, poniendo la mano sobre su espada, que se reserva
tomar consejo de sí solo y de las circunstancias? Habíamos llegado á ese límite extre-
mo en que una nación que siente lo que se debe á sí misma, no transige más que con
las exigencias de su honor.
Si los liltimos incidentes de este penoso debate no arrojasen vivísima luz sobre los
proyectos alimentados por el Gobierno de Berlín, ima circunstancia menos conocida
hasta el dia daría á su conducta una significación decisiva.
La idea de elevar al trono de España un Hohenzollern no era nueva. Ya en Mari»
de 1869 había sido señalada por nuestro Embajador en Berlín, quien fué en el acto in-
vitado á hacer saber al Conde de Bismarck cómo consideraría el Gobierno del Empe-
rador semejante eventualidad. El Conde Benedetti, en muchas conversaciones que
sobre esto tuvo, ya con el Cancüler de la Confederación de la Alemania del Norte, ya
con el Subsecretario encargado de la dirección de Negocios extranjeros, no había de-
jado ignorar que no podríamos admitir que un príncipe prusiano reinase del otro lado
de los Pirineos.
El Conde de Bismarck, por su parte, había declarado que no debíamos preocupar-
nos de modo alguno de una combinación que él mismo consideraba irrealizable, y en
ausencia del Canciller federal, en un momento en que M. Benedetti, mostrándose in-
crédulo, insistía, M. de Thile había empeñado su palabra de honor de que el Prínci-
pe HoenzoUem no era y no podía ser un candidato sérío á la corona de España.
Si se debiera sospechar de la sincerídad de seguridades tan positivas, las comunica-
ciones diplomáticas dejarían de ser una prenda de paz europea, y se convertirían en
im lazo ó en un peligro. Así, aun cuando nuestro Embajador trasmitió estas declara-
ciones bajo toda reserva, el Gobierno del Emperador consideró oportuno acogerlas
favorablemente. Se había llegado á poner en duda su buena fe hasta el dia en que se
reveló de súbito la combinación que era su negación patente. "
Después de conocida la circular del Conde de Bismarck y los documen-
tos unidos á ella, el Duque de Grammont los contesta con una nueva, que
EXTERIOR. 485
expide por su parte el 24 de Julio. Empieza por decir que el Barón f[e
Werther^ al referir la conversación que entre los dos medió _, no presenta
las cosas bajo su verdadero aspecto , por lo que se vé obligado á negar (S
rectificar algunas de sus palabras y apreciaciones. Después de las negacio-
nes y rectificaciones^ que no son pocas^ añade el Duque :
"Hechas estas reservas, llego á la principal acusación que nos dirige el Gabinete de
Berlin. Se dice que voluntariamente hemos planteado la cuestión cerca del Rey de
Pnisia, en vez de abordarla con su Gobierno. Pero cuando el 4 de Julio, siguiendo mis
instrucciones, nuestro Encargado de negocios se presentó á M. de Thile para hablarle
de las noticias que nos habian llegado de España, ¿cuál fué el lenguaje del Secretario
de Estado? Según sus mismas expresiones, "el Gobierno Prusiano ignoraba plenamente
este asunto, que á sus ojos no existia." En presencia de la actitud del Gabinete, que
afectaba no ocuparse de tal suceso, para considerarlo como atañendo únicamente á la
familia Real, ¿quépodiamos hacer sino dirigirnos al mismo Rey?
Así y contra nuestra voluntad hemos debido invitar á nuestro Embajador á ponerse
en comunicación con el Soberano, en vez de tratar con su Ministro.
He residido sobrado tiempo en las cortes europeas para saber lo desventajoso que
es este sistema de negociación, y todos los Gabinetes prestarán fé á mis palabras
cuando afirmo que sólo hemos seguido esta via porque todas las demás nos estaban
cerradas.
Sentimos que el Conde de Bismark, tan luego como supo la gravedad del debate, no
se dirigiese á Ems para recobrar su puesto natural de intermediario entre el Rey y
nuestro Embajador; pero el aislamiento en que S. M. sin duda quiso permanecer y
que el Canciller ha debido considerar favorable á sus designios, ¿es culpa nuestra? Y
si como lo hace notar el Gabinete de Berlin, la declaración de guerra que le ha sido
entregada por nuestro Encargado de negocios constituye nuestra primera comunicación
escrita y oficial, ¿de quién es la falta? ¿Se dirigen notas á los Soberanos? ¿Podia permi-
tirse nuestro Embajador semejante denegación á los usos, cuando trataba con el Rey
y no es por el contrario la falta de todo documento cambiado entre los dos Gobiernos
antes de la declaración de la guerra, la consecuencia indeclinable de la obligación en
que se nos ha puesto de seguir la discusión en Ems en vez de dejarla en Berlin, adon-
de nos hablamos dirigido en un principio?"
Pasa después el Ministro de Negocios extranjeros de Francia á demostrar
la inexactitud cometida por el Conde de Bismarck y M. de Thile^ al decir
que jamás la candidatura del Príncipe HohenzoUem habia sido entre ellos
y M. Benedetti objeto de ninguna conferencia oficial ó particular. Al efecto,
copia el siguiente despacho oficial, que ya en Marzo de 1869 el Embajador
francés en Berlin remití*) al Marques de Lavallete , Ministro entonces de
Negocios extranjeros :
"Señor Marqués: V. E. me ha invitado ayer por telégrafo á que averiguase si la
candidatura del Príncipe HohenzoUem al trono de España tenía im carácter formal.
He tenido ocasión de ver esta mañana á M. de Thile, y he creído poder preguntarle
si debía forestar alguna importancia á los rumo^-es que habian circulado respecto de
este punto. No le he ocultado que tenía interés en estar exactamente informado, ha-
ciéndole observar que semejante eventualidad interesaba demasiado directamente al
Gobierno del Emperador para que no fuera deber mío señalarle los peligros^ en el caso
deque existiesen razones para creer que semejante combinación pudiera realizarse. Le
añadí que pensaba daros parte de nuestra conferencia.
486 REVISTA POLÍTICA
M. de Thile me ha dado la más formal seguridad de que en ningún tiempo ha teni-
do conocimiento de indicación alguna que pudiera autorizar conjeturas semejantes, y
que el Ministro de España en Viena (Sr. Eancés), durante la estancia que hizo en Ber-
lin, no habia hecho siquiera la menor alusión. El Subsecretario de Estado, al expresarse
así, y sin que nada de lo (lue yo le decia pudiera provocar semejante manifestación,
creyó deber empeñar su palabra de honor.
Según él, el Sr. Ranees se habría limitado á conferenciar con el Conde de Bismarck,
que quería aprovechar el paso de este diplomático por Berlin, para enterarse del estado
de cosas en España, sobre la situación en qv.e€e hallaba la cuestión de la elección del
futuro Soberano.
Hé aquí sustancialmente lo que M. de Thile me ha dicho, repitiendo muchas veces
su primera declaración de que no se habia tratado ni se trataría del Príncipe Hoheazo-
llem para la corona de España. "
El Gobierno inglés ha presentado al Parlamento ^ en un libro azul, la
correspondencia diplomática relativa á la candidatura Holienzollem_, y á la
guerra entre Francia y Prusia. Esta colección consta de 124 documentos, ex-
pedidos en veinte dias. Digamos algo de lo más notable que contiene. El 8 de
Julio, Lord Granville escribe á Lord Lyons, Embajador inglés en Paris, di-
ciéndole que ha encarecido al Gobierno de Berlin la conveniencia de una so-
lución amistosa , haciéndole observar que •« la posición de la Alemania del
Norte era tal, que sino debia ceder á las amenazas, tampoco se hallaba en el
caso de lanzarse en el extremo contrario por frases pronunciadas en momen-
tos de grande excitación, u Al dia siguiente. Lord Lyons daba cuenta ájGran-
ville de su conferencia con el Duque de Grammont, en que éste le habia
dicho : "Es la presente una cuestión en que los Ministros franceses no pue-
den dirigir, sino seguir á la nación. La opinión pública no consentiria que
hiciesen menos de lo quehabian hecho Hay dos cosas evidentes; que el
Rey de Prusia ha autorizado la aceptación de la corona de España, y que la
resolución del Príncipe, desistiendo de su candidatura ó insistiendo en ella,
se hará de acuerdo con S. M. Por tanto, la cuestión se halla planteada en-
tre la Francia y el Rey El Gobierno francés aplazará por veinticuatro
horas los preparativos ostensibles de guerra, como el llamamiento de la re-
serva, para no excitar el espíritu público en Francia. Pero después los pre-
parativos serán hechos con gran vigor, porque habría una grave falta en
dejar que la Prusia ganase tiempo con pretextos dilatorios. m
El 12 de Julio, insta Lord Lyons al Duque de Grammont á que el Go-
bierno francés se diese por satisfecho con la renuncia del Príncipe Leopol-
do, considerándola como desenlace de la cuestión. Al dia siguiente, Gram-
mont le contesta que la Francia no ha obtenido nada de la Prusia; que el
General Fleury, su Embajador en San Petersburgo, le ha anunciado por el
telégrafo que el Emperador Alejandro habia escrito al Rey de Prusia pi-
diéndole mandase al Príncipe Hohenzollern retirar su aceptación de la co-
rona, habiéndose expresa<Io en los términos más amistosos respecto de la
Francia; pero que el Rey Guillermo no habia ivccedido á esta recomenda-
EXTERIOR. 487
cion de su sobrino, ni dado una palabra de explicación á la Francia ; y que
las exigencias de esta última se reducian á que el Rey impidiese al Príncipe
Leopoldo retirar en ningún caso su renuncia. Lord Lyons dice en seguida :
"Yo pregunté entonces si me autorizaba categóricamente á decir á mi Gobierno, á
nombre del del Emi)erador, si en tal caso la cuestión quedaría resuelta por completo.
—Sin duda alguna, respondió; y tomando un pedazo de papel, escribió este Memo-
rándum ó nota, que me entregó:
"Pedimos al Rey de Prusia que impida que el Príncipe HohenzoUem cambie de
resolución. Si lo hace, el incidente queda completamente terminado. "
Observé á M. de Grammont era difícil concebir que el Gobierno francés temiese que
después de todo lo sucedido, el Príncipe pudiese presentarse aúii como candidato, ó ser
aceptado por la España.
Grammont me respondió que era jjreciso precaverse contra tal eventualidad, y que
si el Rey se negaba á esta sencilla jírohibicion, Francia deberia suponer que abrigaba
designios hostiles, y tomar sus medidas en vista de ello. Me preguntó por último, si
Francia podria contar con los buenos oficios de la Inglaterra para obtener del Rey esta
garantía. Dije, que nada sería más grato al Gobierno de S.. M. que realizar una recon-
ciliación entre Francia y Prusia; pero que no podia comprometerme, sin autorización
del Gobierno, á ofrecer loque se me pedia sobre un punto especial."
El Gobierno británico recomienda, el 14 de Julio, al prusiano que co-
munique al de Paris su aprobación de la renuncia del Príncipe Leopoldo;
pero Bismarck no sólo no accede, sino que se niega aun á dar cuenta al Eey
de la recomendación. El Ministro prusiano reclama de ese modo para sí
toda la responsabilidad de lo que pudiera suceder. Después va más allá to-
davía j pues censura que el Rey haya estado tan moderado y cortés con Be-
nedetti. Lord Loftus, Embajador de Inglaterra en Berlín, refiere así una
conferencia que habia tenido con el canciller :
El donde de Bismarck ha mostrado muchas dudas de que estén terminadas todas
las diferencias con Francia. Me dijo que la extremada moderación mostrada por el
Rey ante el amenazador tono del Gobierno francés y la cortés recepción del Conde de
Benedetti en Ems, después del severo lenguaje dirigido á Prusia, habían producido
en el país profunda indignación. Aquella manan a habia recibido telegramas de Brema,
Koenigsberg y otras ciudades, expresando gran desaprobación de la actitud concilia-
dora del Rey de Prusia en Ems y pidiendo que no se sacrifique el honor de la patria.
El Conde expresó su deseo de que el Gobierno inglés, por una declaración en el Par-
lamento, manifestase su satisfacción ante el desenlace de la cuestión española, merced
á la espontánea renuncia del Príncipe Leopoldo, y diese público testimonio de la sere-
na y prudente moderación del Rey de Prusia, de su Gobierno y de la prensa."
Este despacho de Lord Loftus induce á creer que la brusca intimación
hecha á Benedetti para que no volviese á visitar al Rey, fué producida por
los consejos de Bismarck.
El Gabinete de Londres, en 15 de Julio, propone á la Francia y á la Pru-
sia en idénticos términos, que antes de declararse la guerra, recurran á los
buenos oficios de alguna ó algunas potencias amigas, ofreciendo desde luego
que la Inglaterra aceptará este encargo si se lo confian. Pero ni en Paris ni
488 REVISTA POLÍTICA
en Berlín fué oida su proposición. Después de declarada la guerra, el Go-
bierno inglés dedicó sus esfuerzos á trabajar en favor de los neutrales.
Todos los documentos hasta aquí citados , perdieron su interés al publi-
car el Times, de Londres, un proyecto de tratado, que habia sido formulado
en 1866 por M. Benedetti, Embajador en Berlín, y que dice así :
ni.** S. M. el Emperador de los Franceses admite y reconoce las adquisiciones que
Prusia ha hecho de resultas de la última guerra que ha sostenido contra el Austria y
sus aliados.
2.° S. M. el Rey de Prusia promete facililiar á la Francia la adquisición del Luxem*
burgo. Al efecto, el expresado soberano entrará en negociaciones con S. M. el Rey d^
los Países-Bajos para determinarle á hacer al Emperador de los Franceses la cesión
de sus derechos soberanos sobre ese Ducado, mediante la compensación que se juzgue
suficiente, ó de otro modo. Por su parte el Emperador de los Franceses se comprome-
te á tomar sobre sí las cargas pecuniarias que esa transacción pudiera originar.
3.** S. M. el Emperador de los Franceses no se opondrá á una unión federal de la
confederación del Norte con los Estados del Mediodía de Alemania, á excepción del
Austria, cuya unión podrá basarse sobre un Parlamento común, respetando en una
justa medida la soberanía de los expresados Estados.
4.° Por su parte S. M. el Rey de Prusia, en el caso de que S. M. el Emperador de
los Franceses se viese impulsado x>or las circunstancias á hacer entrar sus tropas en
Bélgica ó á conquistarla, concederá el auxilio de sus armas á Francia y la sostendrá
con todas sus fuerzas de tierra y de mar contra cualquier potencia que en esa even-
tualidad la declarase la guerra.
5.° Para asegurar la plena ejecución de las disposiciones que preceden, S. M. el
Rey de Prusia y S. M. el Emperador de los Franceses contraen por el presente trata-
do una alianza ofensiva y defensiva que se comprometen solemnemente á sostener.
SS. MM. se obligan además especialmente á observarla en todos los casos en que sus
Estados respectivos, cuya integridad se garantizan mutuamente, estuviesen amenaza-
dos de una agresión, considerándose como obligados en esa circunstancia á adoptar sin
demora y no declinar bajo ningún pretexto los arreglos militares que exigiese su ínteres
común en conformidad á las cláusulas y previsiones arriba enunciadas."
La publicación de este proyecto produjo una impresión muy grande en
Inglaterra, y sirvió en toda Europa para lanzar «agrias censuras contra la
ambición de la Francia. Al principio, no faltó quien lo creyese apócrifo;
pero pronto la duda fué imposible, ante las explícitas declaraciones del
mismo Benedetti y de Bismarck. El primero, en ima comunicación dirigida
al Ministro de Negocios extranjeros, en 29 de Julio, explica lo sucedido y
aprecia de la manera siguiente el documento publicado por el Times :
De notoriedad pública es que el Conde de Bismarck nos ha ofrecido antes y doran-
te la pasada guerra contribuir á reunir la Bélgica á la Francia en compensación de los
engrandecimientos que ambicionaba y ha obtenido para la Prusia. Podría invocar
para esto el testimonio de toda 'la diplomacia europea, que no ha ignorado nada. ¥j]
Gobierno del Emperador declaró constantemente estas indicaciones , y uno de nues-
tros predecesores, M. Drouyn de Lhuys puede dar sobre esto explicaciones que no
dejarían duda alguna.
Al hacerse la paz de Praga, y ante la impresión que en Francia causaba la anexión
fiel Hannóver, del Hesse Electoral y de la ciudad de Francfort á Prusia, M. de Bis-
EXTERIOR. 489
marck manifestó otra vez el deseo más vivo de restablecer el equilibrio europeo , roto
por aquellas adquisiciones. Tratóse de diversas combinaciones respetando la integri-
dad de los Estados vecinos de la Francia y de la Prusia, conferencióse mucho sobre
el particular, procurando siempre M. de Bismarck hacer prevalecer sus ideas perso-
nales. En una de estas conversaciones, y para formar juicio exacto de sus combinacio
nes, accedí á trascribirlas, dictadas por él en cierto modo. La forma así como el fondo
demuestra claramente que me limité á reproducir un proyecto concebido y desarro
Hado por él. M. de Bismarck se quedó con dicha minuta para enseñársela al Rey. Y
por mi parte di cuenta en sustancia al Gobierno imperial de las comunicaciones que
se me habían hecho. El Emperador las rechazó así que se hubo enterado. Debo decir
que el mismo Rey de Prusia no se mostró propicio á la base, y desde entonces, esto es,
en los cuatro años últimos no he vuelto á tratar nada de particular con M. de Bis-
marck.
Si correspondiera á la iniciativa del Gobierno imperial el tratado en cuestión , el
proyecto habría sido bosquejado por el Ministerio, y no habría para qué existiera una
copia escrita por mí ; habría sido redactado en otra parte y de otro modo, dando lugar
á negociaciones que se habrían seguido simultáneamente en París y en Berlín.
Con igual fecha de 29 de Julio, circulaba el Conde de Bismarck sus ex-
plicaciones sobre el mismo asunto ; y anadia nuevas noticias de otros pro-
yectos de la misma índole. Hé aquí los principales párrafos de su escrito :
"El manuscrito publicado por El Times no es la única proposición que se nos haya
hecho en este sentido por Francia. Ya antes de la guerra de Dinamarca agentes fran-
ceses oficiosos y no oficiosos, hicieron tentativas para inducirme á una alianza entre
Francia y Prusia con objeto de obtener engrandecimientos recíprocos.
No necesito hacéroslo observar; la confianza del Gobierno francés en la posibilidad
de semejante transacción con un Ministro alemán, cuya posición es una consecuencia
de su acuerdo completo con el sentimiento nacional alemán, no puede explicarse sino
por el hecho de que los hombres de Estado de Francia no conocen las condiciones fun-
damentales de la existencia de los otros pueblos.
Si los agentes del Gabinete francés se hubiesen tomado el trabajo de observar las
relaciones alemanas, no se habrían entregado nunca en París á la ilusión de que Pru-
sia aceptase arreglar los asuntos de Alemania con ayuda de Francia. Sabéis tan bien
como yo la ignorancia de los Franceses respecto de Alemania.
Ya antes de 1865 había contado Francia con la explosión de una guerra entre noso-
tros y el Austria, y se acercaba á nosotros en cuanto nuestras relaciones con Viena
amenazaban turbarse. Antes de estallar la guerra de 1866, se nos hicieron proposicio-
nes, en pai*te por parientes del Emperador de los Franceses, y en parte por agentes
confidenciales. Esas proposiciones tendían siempre á transacciones para procurar en-
grandecimientos recíprocos.
Unas veces se trataba del Luxemburgo ó de la frontera de 1814 con Landau y Sar-
relouis; otras de objetos más extensos, de los que no se hallaban excliTÍdos la Suiza
francesa y la cuestión de sí debía trazarse en el Piamonte la frontera, tomando la len-
gua por base.
En 1866 adquirieron esas insinuaciones la forma de una proposición en regla para.una
alianza ofensiva y defensiva : ha quedado en mis manos el extracto siguiente de este
proyecto:
l.*> En caso de Congreso, proseguir de acuerdo la cesión del Véneto á la Italia y la
anexión de los Ducados Daneses á Prusia. 2.*» Sí el Congreso no da resultado, alianza
ofensiva y defensiva entre Francia y Prusia. 3." El Rey de Prusia principiará las hos-
tilidades á los diez días de haberse separado el Congreso. 4." Si el Congreso no se re-
490 fiEVlSTA POLÍTICA
une, Prusia atacará en los treinta dias después de firmado el presente tratado. 5.° El Em-
perador de los Franceses declarará la guerra á Austria luego que hayan principiado laR
hostilidades entre Austria y Prusia, 6.'' No se hará paz separadamente con Austria.
7.° La paz se hará bajo los condiciones siguientes: á Italia el Véneto; á Prusia territo-
rios alemanes á elección, hasta siete ú ocho millones de subditos, más la reforma fede-
ral en el sentido prusiano; á Francia el territorio entre el Moselay el Rhin, sin Coblen-
za ni Maguncia, comprensivo de 500.000 almas, el PaJatinado bávaro; en la orilla iz-
quierda del Rhin, Berkenfeld y Hease-Homburgo, 213.000 almas; un convenio müitar
y marítimo en Francia y Prusia, luego que el Rey de Italia haya dado su adhesión. "
La fuerza del ejército con que el Emperador queria ayudarnos con arreglo al art. 5."
se fijaba en 300.000 hombres.
El número de almas de los aumentos de territorios que Francia deseaba, ascendía
según los cálculos franceses (que no están en consonancia con la cifra verdadera) á
1.800.000 almas.
Callé sobre las demandas que se me Jiacian, y lie sostenido negodacionea dikbtorias
sin haber hecho jamás proonesa alguna.
Después del mal éxito de las negociaciones entabladas con el Eey de los Países-Ba-
jos para la adqídsicion del Luxemburgo, me renovó Francia sus proposiciones, am-
pliándolas. Entonces comprendieron la Bélgica y la Alemania.
En ese momento fué cuando tuvo lugar la comunicación de M. Benedetti. Que el
Embajador francés haya podido formular esas proposiciones de su propio puño, entre-
gármelas, discutirlas en diferentes ocasiones y modificar el texto de ellas en vista de
las observaciones que se hacían, sin la autorización de su Soberano, es cosa tan inve-
rosímil como el aserto emitido en otra circunstancia de que el Emperador Napoleón
no había accedido á la demanda de la cesión de Maguncia, demanda que me fué hecha
oficialmente por el Etabajador imperial en Agosto de 1866 bajo amenaza de guerra en
caso de negativa.
Las diversas fases de mal humor y de afán de hacer la guerra de Francia que he-
mos atravesado desde 1866 hasta 1869 , coinciden bastante bien con la simpatía ó la
antipatía para las negociaciones que los agentes franceses creían encontrar en mí.
Un personaje de elevada posición que no era ajeno á las negociaciones, me hizo en-
tender que en el caso de una ocupación de Bélgica, hallaríamos nuestra compensación
en otra parte. Del mismo modo se me dio á entender en ocasiones anteriores, que en
la solución de la cuestión de Oriente no buscaría Francia su parte en Oriente, sino en
sus fronteras inmediatas.
Abrigo la idea de que si el Emperador se ha decidido á hacemos la guerra, es porque
ha acabado de convencerse de la imposibilidad de Uegar con nosotros á un aumento
de territorio francés.
Tengo motivos para creer que si no hubiese tenido lugar la publicación del tratado,
Francia nos habría hecho después determinados nuestros mutuos armamentos, la oferta
de poner en ejecución las proposiciones que nos habia heclio anteriormente, luego que
nos hubiéramos hallado juntos al frente de un millón de soldados bien armados, en-
frente de Europa desarmada, esto es, de hacer la paz Antes ó después de la primera
batalla sobre la base de las proposiciones de M. Benedetti, á es] )en8as de la Bélgica.
Relativamente al texto de estas proposiciones, haré observar <iue el proyecto de
tratado está enteramente escrito de mano de M. Benedetti y en papel de la Embajada
imperial francesa.
Los Embaja-dores y Ministros de Austria, Inglaterra, Rusia, Badén, Baviera, Bél-
gica, Hesse, Italia, Sajonia, Tur<iuía y Wurtemberg, que vieron el original, han
reconocido la letra de M. Benedetti. M. Benedetti, cu la primera lectura, renunció á
la cláusula final (la habia puesto] entre i)arénte8Í8), después que le hice observar
EXTERIOR. , 491
que haria suponer una ingerencia de Francia en los asuntos interiores de Alemania.
Esa revisión del borrador del proyecto por los Embajadores conocedores
de la letra de Benedetti^ revisión^ por lo demás completamente innecesaria,
puesto que Benedetti confiesa haberlo escrito , acaba de dar un carácter de-
plorable á las relaciones diplomáticas seguidas en este desgraciado asunto.
Además de querer utilizar ese manuscrito para excitar los recelos de la
Bélgica, la Holanda, la Suiza y la Italia contra la Francia, di cese que Bis-
marck lo ha utilizado también con gran éxito para mover á los Gobiernos
de Baviera, Wurtemberg y Báden á aliarse estrechamente con él. Si ade~
más fuese cierto , como Benedetti dice, que el mismo Bismarck le dictó el
documento, sería preciso convenir en que el Canciller de la Confederación
del Norte de Alemania es el Ministro de política más maquiavélica de
nuestro siglo, y que por sus cualidades personales era más digno de haber
figurado en el XVI.
El Duque de Grammont, contestándole en una nueva circular, en 3 de
Agosto, empieza diciendo que el último escrito del Ministro prusiano no
añade hecho algvMo esencial á los que habia ya antes afirmado, y sólo contie"
ne algunas nuevas inverosimilitudes, que no merecen ser refutadas. Afirma
en seguida como un hecho ya demostrado de un modo irrevocable, «*á pesar
de todas las negativas en contrario, que jamás el Emperador Napoleón ha
propuesto á la Prusia un tratado para apoderarse de la Bélgica, pertene-
ciendo esta idea á M. Bismarck, y siendo uno de los medios de su politica
sin escrúpulos f que es de esperar que toque ya á su término, n Añade
Grammont, que se abstendría de refutar " asertos cuya falsedad es hoy
patente, si el autor de la nota prusiana, con una falta de tacto por prime-
ra vez vista en un documento diplomático, no hubiese citado á parientes
del Emperador como portadores de mensajes y confidencias comprometedo-
ras....m I' Por grande que sea, continúa diciendo , la repugnancia con que
me veo obligado, para seguir al Canciller prusiano, á entrar en una sen-
da tan contraria á mis hábitos, me hago superior á este sentimiento, por-
que es deber mio....n Y, en seguida, formula contra Bismarck acusaciones
semejantes á las hechas por éste :
"En Berlín, dice, fué donde, tomando M. de Bismarck la iniciativa que quiere hoy
atribuirnos, de ideas por él concebidas, solicitaba en estos términos al Príncipe fran-
cés, á quien hace hoy intervenir en esta inconveniente polémica:
"Buscáis una cosa imposible queriendo las provincias del Rhin que son alemanas.
;,Por qué no anexionaros la Bélgica, donde existe un pueblo que tiene el mismo origen,
la misma religión, y que habla el mismo idioma? Ya he hecho decir todo esto al Em-
perador. Si entrase en mis ideas le ayudaríamos á apoderarse de la Bélgica. En cuanto
á mí, si yo fuese el soberano, y no me viese compelido por la obstinación del Rey, esto
sería ya cosa hecha. "
"Estas palabras del Canciller prusiano han sido literalmente repetidas en la Corte
de Francia por el Conde Goltz. Este Embajador ocultaba tan poco su modo de pensar,
'jue es grande el número de testigos que le han oido. Añadiré que, en la época de la
492 R^ÍVISTA POLÍTICA
Exposición universal, las propuestas de Prusia fueron conocidas por más de un alto
personaje, que tomó nota de eUas, y se acuerda aún. No era esta, además, en el Conde
de Bismarck una idea pasaijera, sino un proyecto concertado, al que se enlajaban sus
planes ambiciosos, y proseguia su ejecución con una perseverancia probada por sus
frecuentes excursiones á Francia, ya á Biarritz, ya á otros puntos. Fracasó ante la vo-
luntad inquebrantable del Emperador, que se negó siempre á asociarse á una política
indigna de su lealtad. "
Desmiente después Grammont de la manera más categórica las afirmacio-
nes de Benedetti respecto de proyectos de la Francia sobre la Bélgica _, y le
desafia d la faz de la Europa á que alegue un hecho cualquiera que pueda ha-
cer suponer que el Emperador haya manifestado, directa ó indirectamente,
por la vía oficial ó por agentes secretos, la intención de unirse á la Prusia
para consumar con ella sobre la Bélgica un atentado como el cometido sobre
él Hannóver.
Lo más interesante de este último escrito del Ministerio de Negocios ex-
tranjeros de Francia consiste en la reseña de las negociaciones iniciadas
para un desarme simultáneo. El Conde Daru pidió en 1." de Febrero á Lord
Clarendon que interpusiese su influencia á fin de decidir á Bismarck á un con-
venio para disminuir los armamentos. El Ministro prusiano contestó que
no se encargaba de comunicar la propuesta al Rey; género de negativa que
por tercera vez le vemos emplear en los documentos extractados en esta Re-
vista. Pero, no desanimándose por este desaire, que no era ya el primero,
el Conde Daru, en 1 3 de Febrero, insistia en su proyecto, y anunciaba que
la Francia, por su parte, se preparaba á dar el ejemplo, disminuyendo á
90.000 hombres el contingente anual para el ejército, que hasta ahora habia
sido de 100.000, lo que significa una rebaja de 90.000 para lo sucesivo,
puesto que hay siempre sobre las armas nueve contingentes. El cálculo e«
notoriamente exagerado, porque no están tomadas en cuenta las bajas natu-
rales, y en todo caso se necesitarian nueve años para realizar la disminución
anunciada, si bien es verdad que el Ministro francés la presentaba sólo co
mo el principio de otras más considerables. El Conde de Bismarck consin-
tió al fin en someter el asunto al Rey; pero S. M. no aceptó la idea del de-
sarme. Las razones que para rechazarlo tenía el Gobierno prusiano, segim
las explicaba el Marqués de Lavalette, después de trasmitírselas Lord Cla-
rendon, eran las siguientes:
•lEn apoyo de esa negativa, alegaba el Canciller el temor de una alianza eventual del
Austria con los Estados del Sud de Alemania y las veleidades de engrandecimiento
que podría tener la Francia. Pero alegaba, sobre todo, los cuidados que le inspiraba
según decia, la política de Rusia, y se lanzaba con este motivo en consideraciones par-
ticulares sobre la corte de San Petersburgo, que prefiero pasar en silencio, no pudien-
do resolverme á reproducir insinuaciones ofensivas. '•
Estas afirmaciones del Duque de Grammont son ciertamente notables.
Respecto de los Estados del Sud de Alemania , no tiene nada de extraño la
EXTERioa. 493
desconfianza, puesto que todos habían combatido contra la Prusia en 1866,
y sólo bajo la presión de la victoria los convirtió Bismarek en aliados; pero
ciertamente no se esperaba ver la noticia de que los armamentos enormes
que agobian á la Europa estaban principalmente sostenidos por la desconfian-
za de la Prusia contra la Rusia. De todas maneras, la Rusia y los Estados del
Sud de Alemania son las únicas potencias con cuya amistad , más ó menos
segura, cuenta hoy el Gobierno prusiano, armado contra ellas, según la cir-
cular francesa, en fines de Febrero último. Bismarek lo negará sin duda al-
guna; y para entonces dice ya Grammont: "Cualesquiera que sean las calum-
nias inventadas por el Canciller federal, no abrigamos temor j \í2í perdido el
derecho d ser creido.^*
Esas violencias de lenguaje han sido seguidas de las violencias de las ar-
mas. En el momento en que escribimos estas líneas, ya han comenzado las
sangrientas acometidas de los ejércitos, y se espera para un dia muy próxi-
mo una gran batalla. Ya que la guerra no ha sido evitada, deseemos que ten-
ga breve duración, la limitación posible en sus necesarios estragos, y las con-
secuencias más favorables para una paz duradera, y para mejorar el mapa
político de la Europa.
Fernando Cos-Gayon.
boletín bibliográfico.
LIBROS ESPAÑOLES.
La ItTJBTRACiOíí EsPAfíoiA Y AmericaHa, feriódicoUtcsfrado.-^M^úñd.
El activo é inteligente editor D. Abelardo de Carlos, no contento con los
esfuerzos que viene haciendo para que La Ilustración EspaTwla y Americana
sea, en su forma ordinaria de publicación periódica, digna de competir con
las mejores que se publican en el extranjero, ha comenzado á regalar á sus
suscritores suplementos, que contengan numerosas estampas y artículos re-
lativos á la actual guerra entre Francia y Prusia. El primero de estos suple-
mentos contiene, entre otros excelentes grabados, los siguientes :
Grandes retratos del Rey Guillermo I de Prusia y del Conde de Bis-
marck. — Salida de tropas francesas para las márgenes del Rhin. — Despe-
dida de un joven que le ha tocado la suerte de soldado. — Destrucción del
puente de Kheld por la parte de la frontera francesa — Regreso del joven
soldado al seno de su familia. — Las*ametralladoras. — Máquinas trilladoras
á vapor. — Ilustración á la novela, de D. Manuel Fernandez y González. —
Dioses mitológicos contemporáneos, por Ortego. — Retratos de los Maris-
cales Mac-Mahon, Canrobert y Baz ine. — Plano del canal de Cinco Villas,
inaugurado en 18 de Julio de 1870.
Entre los artículos literarios los hay de los Sres. Castro y Serrano, Sel-
gas, E. Blasco, Simonet, etc.
Los que quieran poseer un álbum completo é ilustrado de la guerra fran-
co-prusiana , deberán suscribirse á La Ilustración Espaíwla y Americana,
único medio por el cual se podrá adquirir la Crónica ilustrada de la gueira
mire Francia y Prusia y que en suplementos y números ordinarios ha de
aparecer en sus páginas á medida que vayan ocurriendo los acontecimientos.
Los precios para la Ilustración son desde ahora los siguientes :
En Madrid, por seis meses 13 pesetas, y por un mes 2,50. — En provin-
cias, por seis meses 15 pesetas, y por tres 8.
boletín BIBLTOGRÁFICI». 495
Inglaterra y los ingleses , por D. Francisco de Acuña A'oüarro.— Madrid, 1870, im-
prenta de D. F. López Vizcaíno, Caños, 4.
"Este libro, dice su autor, debe su ser á un sentimiento de patriotismo;
es una respuesta á la calumnia grosera y mal intencionada que cada dia pe-
riódicos, libros y hombres políticos vomitan contra nuestra noble é infortu-
nada España. Ataques á la religión, á las instituciones, á los gobiernos,
puede tal vez considerarse ser espíritu intransigente de partido, de doctrina
fanática ; escarnecer á un pueblo entero, vilipendiar á toda una raza, cuando
ese pueblo peca de caballeresco, y esta raza es noble, sobria y digna, tan
sólo es dado á quien abriga un sentimiento perverso, y un alma envilecida;
y llenos de fe, ya que no de mérito literario, hemos creido de nuestro deber
contestar con este mal perjeñado enjendro á los que lanzan sus envenenados
dardos á la patria, á esa patria en donde la historia cuenta en su lengua de
mármol y bronce, y escribe en la piedra del torreón derruido, y graba en
el lienzo y en el suelo de dos continentes las levantadas hazañas de nuestros
mayores; esa patria en donde yacen las cenizas de nuestros antepasados , en
donde existen nuestros padres, nuestras esposas, nuestros hermanos y
nuestros hijos, en donde alienta todo cuanto amamos y veneramos en este
mundo. II
El libro del Sr. Acuña es una diatriba sangrienta contra la Inglaterra y
los Ingleses. Sus costumbres , sus usos , los vicios y abusos que afean su
civilización, están pintados con los más negros colores. No afirmaremos
que la imparcial justicia preside en su redacción ; pero no se puede negar
que hay en él riqueza de datos, buen método de exposición, mucho arte para
producir el efecto que el autor se ha propuesto , estilo rápido para las des-
cripciones, calor y vehemencia en las consideraciones.
El Sr. Acuña Navarro, cree que vale la pena visitar la Inglaterra, para
disfrutar "la dicha que se experimenta al abandonarla: i» Y concluye su
trabajo despidiéndose de las Islas Británicas en estos términos : " Comenzó
el mes de Febrero con cj^ímenes, delitos y escándalos -credentes, mas no
estaba nuestro ánimo para tomar de ellos nota; acercábase el para liosotros
suspirado momento de abandonar para siempre nación tan abominable , y
ante la idea de abrazar parientes y amigos, y de pisar de nuevo el suelo
sagrado de la patria , dimos al dvido las grandes y pequeñas miserias de
Inglaterra y los Ingleses. Ojalá que nos sea dado vivir y morir en el hermoso
y noble país en que hemos nacido, y que ninguno de los seres que nos son
caros, tengan la desgracia de amargar su existencia al otro lado del Canal
de la Mancha. 11
Después de despacharse á su gusto pintando á su manera la vida del
campo entre los Ingleses, las condiciones de su trato, su manera de celebrar
496 boletín bibliográfico.
el domingo, sus rutinas, su animosidad contra España, su espíritu calcula-
dor, sus fiestas, sus pugilistas, su aristocracia, sus manías, su hospitalidad,
la organización de ladrones, el protestantismo, los clubs, las nieblas y tem-
pestades, los Fenianos, los infanticidios á precio fijo, etc., etc., hace, en
una segunda parte, intitulada Los Ingleses jpintadospor sí mismos, una copio-
sa recopilación de textos de periódicos, revistas, libros y autores distingui-
dos respecto de crímenes, delitos, malas costumbres, preocupaciones y abu-
sos de toda clase. Es una inmensa serie de terribles cargos fulminados con-
tra la civilización inglesa por quien tiene capacidad, conocimiento práctico
y dotes aventajadas para el desempeño de la tarea que se habia impuesto;
pero no quiere, ó no puede, por haberse dejado arrastrar de la pasión, exa-
minar y poner de manifiesto lo mucho bueno que anda mezclado con lo malo.
LIBROS EXTRANJEROS.
GUIDB DE l'aMATEXIR DE LIVRES A VIGNETTES DU DIX-HDITIEME SIECLB, COtlienanf la (Us-
cription d'un choix de plus de 450 ouvrages illustrés par Boucher, CochÍJi^ Gravelot, Bisen,
Moreau, Marilliér, etc. , avec le détail du nombre de figures, vignettes, et culs -de-lampe
contenusdanschacund^eux, par Henri Cohén. —Paris, P. Rouquette, 1870.— Un vol. en
S.°, de XX, y 156 páginas.
Las obras ilustradas de los siglos anteriores son hoy buscadas con afán.
••Y á pesar de eso, dice M. Cohén, no se ha formado ningún vade-mecum
para servir de guia á los aficionados. Todas las indicaciones, en las obras
de Brunet y de Querard, lo mismo que en los catálogos de ventas, están re-
ducidas á estas sencillas palabras: «'con estampas;»' ó, cuando más, á decir:
"con estampas de Moreau y de Eisen.'» En algunos pocos casos se llega
hasta indicar, con más ó menos exactitud, el número de las estampas, ó la
circunstancia de estar hechas avant la lettre. Pero ninguna mención se hace
de las viñetas, de las orlas, de los finales grabados ; jamas se da cuenta del
nombre del grabador, n
El mismo M. Cohén reconoce que su ensayo no puede menos de ser in-
completo, por lo mismo que nadie habia tratado hasta ahora de realizarlo.
'•Sé mejor que nadie, dice, lo que hay de imperfecto en esta primera tenta-
tiva de reseña de los libros ilustrados del siglo XVIII ; los aficionados me
ayudarán á perfeccionarlo más adelante. '• Promete hacer un suplemento con
rectificaciones y adiciones cuando tenga las bastantes reunidas con este fin.
TiPocRArti DE GREGORIO ESTRADA , Ui0dra , 7., Madrid.
LA GÜEERA.
La Europa contempla asombrada los acontecimientos que en los
primeros días de Agosto se han verificado entre el Moselay elRhin.
La civilización se estremece de espanto al ver desarrollarse las hos-
tilidades entre los dos primeros ejércitos del mundo, tan numero-
sos y tan armados de medios de destrucción como jamas se vieron
otros en el mundo.
Los vencedores de Sadowa han comenzado una campaña á la
izquierda del Rhin con la misma enérgica actividad, con la misma
temeraria osadía con que hicieron la de Bohemia. Los resultados,
en los primeros dias, han sido también igualmente rápidos y sor-
prendentes. Más sorprendentes todavía que en 1866. Si entonces
nadie , que tomase en cuenta la estadística , podia prever la victo -
ria de un reino de menos de veinte millones de habitantes sobre
un Imperio que, además de tener casi doble población, estaba es-
trechamente aliado á los otros cuatro reinos y demás Estados se-
cundarios, de alguna importancia, de Alemania, ahora fué comple-
tamente imposible suponer que Francia, la altiva Francia, inme-
diatamente después de emprender, con jactanciosa ligereza, la
guerra, preparándose á llevar las gloriosas banderas de sus regi-
mientos hasta Berlín , iba á verse acorralada en su propio territo-
rio, y á batirse en retirada antes de que la mayor parte de su
ejército hubiese combatido siquiera en una gran batalla.
Eso, sin embargo, ha sucedido. Los mismos Alemanes están
asombrados de la felicidad de sus primeras victorias. Creyéndolas
definitivas, se entreg'an al delirio del entusiasmo. La Gaceta de
Augshurgo dice: «El mundo latino se va: el reinado de la Alemania
comienza.»
TOMO XV. 32
498 LA GUERRA.
El Diario de Francfort se regocija con la idea de que «la buena
espada alemana empieza á tener peso en el mundo. » Y , discur-
riendo de esta manera, cuantos habitan desde el Pal atinado hasta
Polonia creen que está ya cambiado el eje del mundo político , y
que han mudado de sitio el corazón y la cabeza de Europa.
Preguntemos á la razón fría , á la historia , á la geografía , á la
estadística, á la política internacional en lo que tiene de más sub-
sistente y duradero, cuál será la solución definitiva de este conflic-
to, sin desconocer la grandeza de los sucesos de este momento his-
tórico, pero sin dejarnos arrastrar por la natural propensión de
atribuir exagerada importancia á los hechos mientras nos están
impresionando, bien halagüeña, bien desagradablemente.
Hay un hecho , por desgracia , definitivo : que , después de una
discusión diplomática , breve pero escandalosa , seguida en térmi-
nos lamentables, y con un carácter entre pueril y maquiavélico,
ha estallado una guerra que por muchos conceptos es un escarnio
de los progresos de la civilizazion, de que la Europa se alababa.
Pero el éxito de la lucha no es definitivo. La Gaceta de Augsbur-
go se precipita demasiado á cantar el triunfo de la raza germánica
sobre la latina. Si, á fuerza de oro derramado para el espionaje,
han tenido los Alemanes un conocimiento exacto de la situación y
de los descuidos de sus enemigos, y han alcanzado sobre estos
tres victorias, los títulos de una raza á seguir ocupando en el
mundo el puesto que muchos siglos de trabajos gloriosos le hablan
dado, no se pierden por el esfuerzo de cuatro espías, ni por la for-
tuna de un par de movimientos estratégicos.
Analicemos primeramente el hecho fatal de la guerra en sí mis-
ma y en absoluto ; y examinemos después , por encima de la estra-
tegia y de la táctica , y sin dejarnos aturdir por los accidentes del
combate , ni por los cantos de la victoria , las condiciones esencia-
les de la contienda entre Francia y Alemania.
1.
Dios entregó el mundo á las disputas de los hombres . Preten-
der que los hombres gocen del mundo sin disputárselo , es una ilu-
sión irrealizable . El hombre lia nacido para la lucha ; está forma-
do para la lucha; la lucha le engrandece, aumenta su robustez,
LA aUERRA. 499
sus fuerzas , su vida ; la falta de la lucha le enerva , le debilita , le
conduce á la postración , á las enfermedades , á la muerte. El hom-
bre y los pueblos , luchando , cumplen con su destino. El hombre
y los pueblos que no luchan , no tienen ya nada que hacer en este
mundo , y desaparecen necesaria y prontamente de él , para dejar
su sitio á otros que lo sepan ocupar mejor. Pierden su puesto y
sus derechos , como Aníbal y sus Cartagineses perdieron la con-
quista de Roma el dia en que se olvidaron de luchar , entre las de-
licias de Cápua ; como los Romanos perdieron el imperio del mun-
do el dia en que , debilitados por la molicie del lujo y de los pla-
ceres , formaron sus legiones con soldados mercenarios y con tro-
pas bárbaras, entregándoles las armas con que los Romanos de
otro tiempo, familiarizados con el combate , habían sometido la
tierra ; como la España del siglo XVI bajó rápidamente de su
grandeza y poderlo cuando las riquezas del Nuevo-Mundo , fácil-
mente adquiridas , hicieron olvidar á sus hijos las luchas fecundas
de la industria y del comercio.
Sin luchar en los campos de batalla , como Roma , ó en las ar-
tes y las letras , como Atenas , ó en las operaciones mercantiles é
industriales, como Cartago ó Venecia, no ha habido jamas nación
de que haya podido formarse historia . Sin luchar tenazmente con-
tra el rigor de los elementos , contra las incomodidades del frió y
del calor, contra el hambre, contra las enfermedades , y los mil
contratiempos de su existencia terrena , el hombre no habria podi-
do subsistir un momento .
El trabajo y el dolor han sido y serán siempre una parte prin-
cipal de la vida del hombre , La agitación y la lucha han ocupado
siempre y seguirán ocupando el sitio más importante en la historia
de los pueblos. Sólo cuando muere, deja el hombre de sentir dolo-
res y de trabajar. Sólo cuando perecen , dejan los pueblos de agi-
tarse y de lidiar.
Pero ¿será , á lo menos , posible que las luchas de los pueblos
pierdan el carácter sangriento que han solido tener hasta ahora,
y que sólo rivalidades y competencias pacificas den en lo porvenir
ocupación á la actividad humana, viniendo á ser cada vez más
difícil, y hasta imposible la guerra? ¿O deberemos considerar como
utópico el pensamiento de la paz universal y perpetua?
SOO LA GUERRA.
n.
Ignoramos si la guerra puede ser suprimida de un modo defini-
tivo en las relaciones de unos pueblos con otros. La historia, único
criterio que tiene el hombre pensador para hacer conjeturas acerca
de lo porvenir , deduciéndolas de las lecciones y las experiencias
de lo pasado , no nos presenta en sus muchas páginas ejemplo al-
guno de un estado social en que la paz no haya tenido que temer
verse remplazada á cada momento por la guerra. El dia en que la
guerra pudiese ser considerada como imposible ya para siempre,
la historia de la humanidad seria una cosa enteramente distinta
de lo que ha sido sin interrupción desde su principio hasta nues-
tros dias. No sabemos lo que entonces podria ser el hombre ; pero
seguramente no seria lo que hasta aqui ; ignoramos con qué se es-
cribiria su historia, que hasta ahora siempre se escribió con
sangre.
El primer hombre que tuvo un hermano, fué el primer fratrici-
da; el primero, de quien se sabe que fué más fuerte y más podero-
so que sus vecinos, fué el primer conquistador. Y las series de los
fratricidas y de los conquistadores , inaugurados por Cain y por
Nemrod, no se han interrumpido hasta nuestros dias, ni vemos
próxima la época en que concluirán.
Cierto es que en los tiempos modernos las guerras son cada vez
ó menos frecuentes, ó menos largas y desastrosas, y no parece que
vuelvan á adquirir el carácter de universal matanza y destrucción
que tenian las de los pueblos antiguos, y especialmente las que
dieron fin al Imperio romano y principio á las naciones cristianas;
pero, no porque haya cambiado de carácter, ha dejado de subsistir
inalterable en su esencia la costumbre de la guerra. Por lo mismo
que es un hecho universal y constante, han sido tan diversas sus
condiciones como las circunstancias de cada época. Los siglos cre-
yentes y piadosos emprenden guerras de religión ; las razas pode-
rosas y soberbias se arrojan á la guerra por vanagloria y por espí-
ritu de conquista ; los pueblos mercantiles y dados al cultivo de
los intereses materiales, hacen la guerra cuando de algún modo
favorece el desarrollo de su riqueza,
Y cuando los pueblos no combaten unos con otros, se fraccionan
LA GUERRA. 501
ellos mis a OS en partidos que guerrean entre si; las luchas civiles
ó las luchas sociales suceden á los combates internacionales ; los
hombres no dejan de derramar la sangre de sus rivales sino para
hacer correr la sangre de sus hermanos. El terreno que pierden la
idea y la práctica de la guerra, lo ganan la idea y la práctica de
las revoluciones.
Cuando las guerras sostenidas entre Francia y la Casa de Aus-
tria, y las religiosas de los siglos XVI y XVII llegaron á fatigar
á Europa, y el espiritu público pareció tomar horror á las bata-
llas, y cuidarse más de otras ideas pacificas que de las eternas
cuestiones de limites internacionales , con tanta constancia y con
fruto tan escaso para todos debatidas anteriormente, estalló la re-
volución francesa , que excedió en desastres y horrores á todos los
que las guerras hablan engendrado. Y para distraer y terminar
aquella revolución, fué preciso que viniera un conquistador por el
estilo de los antiguos, cuya reproducción se juzgaba ya imposible,
y ensangrentara la Europa con tantos y tan espantosos combates
como no se creia que volverian á verse ya en nuestra época civili-
zada. Y después que la caida de aquel genio de las batallas hizo
posible la paz general, cierto es que Europa la ha conservado
la mayor parte del tiempo desde entonces trascurrido, aunque muy
trabajosamente , y con lamentables interrupciones; pero en cam-
bio las revoluciones han vuelto á invadir su suelo, y lo han agitado
y conmovido de continuo y en todas direcciones. Los hombres no
han traspasado con tanta frecuencia como en los pasados siglos,
las fronteras de suspaises respectivos, para llevar la desolación y la
muerte á otras comarcas ; pero han despedazado con manos parri-
cidas las entrañas de su patria. El extranjero no ha entrado á saco
las poblaciones, pero los pueblos han sido acuchillados dentro del
recinto de sus propias moradas por sus propios soldados ; las ciu-
dades han sido bombardeadas por sus propios gobiernos. No se han
visto monarcas hechos prisioneros, como Francisco I, en el campo
de batalla ; pero se han visto reyes y pontifices reducidos á prisión
por las revoluciones dentro de sus mismos palacios, ó teniendo que
apelar á la fuga para librarse de la ira de una parte de sus propios
subditos.
502 LA GUEBRA.
m.
Consideradas en las causas que las ocasionan , la guerra y la re-
volución presentan completa analogía en sus caracteres esenciales.
La una es la negación de la paz exterior ; la otra la negación de la
paz interior. Cuando las pasiones llegan á poder más que las le-
yes, y las quebrantan violentamente, y citan al combate á sus de-
fensores, si las leyes ultrajadas son las de la política interior de un
país, el movimiento se llama revolución", excepto en los casos en
que sólo merece el nombre de motin ; y si las leyes quebrantadas
son las de política internacional, el hecho es la guerra.
Lo mismo que el estado de revolución, el estado de guerra se ha
hecho permanente en Europa. Lejos de haberse llegado á asegurar
sólidamente la paz , la guerra ha venido á ser la situación normal
de nuestro continente. Los ejércitos de todas las naciones se hallan
siempre organizados bajo pié de guerra, y dispuestos en todo mo-
mento para entrar en campana. Millones de soldados, constante-
mente con el arma al brazo, esperan siempre la orden de romper
las hostilidades. El espectáculo que desde hace medio siglo presenta
Europa cuando está en paz, es mucho más guerrero que el que
tuvo en los tiempos más exclusivamente ocupados en luchas mili-
tares.
En el estado normal de las naciones europeas, lo que existe más
que la paz, es una tregua, un armisticio. Si no hay hostilidades,
se está siempre temiendo el momento de verlas empezadas.
IV.
Horrible y espantosa es la guerra ! Naciones violentamente agi-
tadas, pueblos destrozados, ciudades entradas á saco, villas incen-
diadas; hombres muertos; atropellados los ancianos y los niños,
violadas las doncellas, profanados los templos, suspenso el comer-
cio, empobrecida la industria ; la miseria haciendo presa lo mismo
en la hacienda de cada país que en el hogar de cada familia; el
embrutecimiento extendiéndose rápidamente por las clases inferio-
res; la desmoralización corroyendo como un cáncer las entrañas
LA GUERRA. 503
de la sociedad; unas veces el hambre, otras la peste; ¡hé aquí los
elementos que componen el espectáculo de la guerra I
Los diplomáticos, desde lo interior de sus gabinetes, discuten á
sangre fria sobre los destinos de las naciones; y, ora movidos por
el amor á su patria, ora excitados por los estímulos de su ambi-
ción particular, conducen los sucesos de manera que un dia ú otro,
ya tratando de evitarla, ya provocándola, llega á estallar la guer-
ra. Y en el momento mismo, millares y millares de soldados, ig-
norantes la mayor parte de la causa porque combaten, se precipi-
tan á la matanza y al exterminio, y, trastornándolo todo, destru-
yen en un dia todo lo que en largos años de paz ha acumulado un
país en orden, riqueza, moralidad y civilización.
V.
Pues con ser tan tristes y tan terribles sus efectos, hay para los
pueblos males mayores y más dignos de ser evitados que la guerra;
y bienes más apreciables y más merecedores de amor que la paz-
Muy alto se deben estimar los beneficios de ésta; pero valen más,
infinitamente más, la justicia y la libertad.
La paz es un accidente dichoso en la vida de los pueblos; pero
nada más que un accidente. Nunca puede ser la esencia de su des-
tino; jamás debe ser la base de su derecho, ni el objeto supremo de
sus miras. Las naciones que tengan en algo su porvenir, no deben
titubear en sacrificar su reposo cuando lo encuentren momentánea-
mente incompatible con su dignidad. Asi obró con gran gloria suya
el pueblo español cuando en 1808 se lanzó decidido á la pelea, sin
reparar en la desigualdad de las armas, sin contar el número de
sus invasores. x\migos y contrarios hacen justicia á su heroísmo,
y le prodigan y le prodigarán alabanzas porque sostuvo tan tenaz
y resueltamente aquella guerra, no ya con las condiciones más sua-
ves y regularizadas de las guerras modernas, sino con las formas
rudas y terribles de tiempos lejanos, resistiendo en las ciudades á
la manera de Nümancia, combatiendo con sus guerrilleros ala ma-
nera de Viriato.
Hay guerras que, sin ser de todo punto necesarias para la dig-
nidad de una nación, le son muy útiles por sus recuerdos glorio-
sos. La base más firme para la conservación de una nacionalidad
504 LA. GUERRA.
consiste en los grandes recuerdos de su historia; el fuego del pa-
triotismo en nada se enciende tan pronto como en los resplandores
de la gloria. Nuestra misma guerra de la Independencia en este
siglo puede servirnos de ejemplo. Supongamos por un instante que
nuestro pueblo de 1808 no hubiera querido ó podido hacer tan co-
losales esfuerzos por mantener la dinastía de sus reyes, y el mo-
narca intruso hubiera logrado gobernar en paz los reinos de Es-
paña y de sus Indias; supongamos también que no hubiera sido ne-
cesaria nuestra resistencia para que Europa venciese á Napoleón,
y que , caido éste y destronado su hermano , hubiese venido el
rey legitimo á ocupar su sitio bajo el solio de sus mayores. En
este caso el resultado definitivo habria sido el mismo, y España se
habria ahorrado los raudales de sangre y de lágrimas que una
guerra hace correr. Estamos, sin embargo, seguros de que Es-
paña no querría cambiarla gloria que conquistó en aquella guerra,
por haber obtenido los mismos resultados sin guerrear.
Hay, pues, ocasiones en que la paz no sólo vale menos que la
justicia y la libertad, sino es también inferior á la gloria.
Estos casos han sido los menos frecuentes, y por cada guerra jus-
ta ó verdaderamente gloriosa, se encuentran en la historia muchas
empezadas y sostenidas por espíritu de conquista, por prurito de
guerrear, ó por cuestiones de etiquetas diplomáticas.
VI.
Las tendencias á la guerra, que tan arraigadas ha tenido la
humanidad, han cambiado sucesivamente de carácter, y cada vez
es menor su fuerza ; resultado al que han contribuido diferentes
causas morales y materiales.
El progreso de la filosofía en los pueblos cristianos ha suavizado
las costumbres , humanizado las ideas , abolido la esclavitud , dis-
minuido el horror de las prácticas antig-uas de las guerras. El
mundo no verá ya invasiones como las del siglo V, en que los ven-
cedores exterminaban nacionalidades, legislaciones, costumbres,
ciudades y razas enteras.
El considerable desarrollo adquirido por los intereses materiales
del comercio y de la industria , ha contribuido por su parte efica-
cisimamente á la disminución del número de las guerras. Estas
LA GUERRA. 505
no se emprenden ahora con tanta facilidad y entusiasmo como
antes , porque han dejado de ser un negocio lucrativo. En otras
épocas , cuando las costumbres eran feroces , cuando la esclavitud
era un elemento esencial de las sociedades , la guerra era una ne-
cesidad. ¿Qué otra cosa que no fuese la guerra habria dado satis-
facción á los odios internacionales engendrados por las falsas reli-
giones , y habria provisto á los pueblos del número suficiente de
esclavos? Vencedoras las doctrinas cristianas, y aminorada la
esclavitud , la guerra no fué ya una necesidad social , pero fué un
vicio de las vigorosas razas germanas y escitas que remplazaron
al Imperio romano. Más adelante, las conquistas fueron, ó por lo
menos parecieron, por mucho tiempo, especulaciones lucrativas.
Pero hoy son tan generales y tan grandes los desastres de las
guerras, que no hay quien crea fomentar con ellas sus intereses
materiales. La solidaridad de las naciones civilizadas es un hecho
cada vez más verdadero y más grande. Hoy no se saquean las
provincias como antes , ni se priva de sus propiedades y hasta de
su libertad personal á los vencidos para hacer de ambas cosas un
reparto entre los soldados vencedores. La industria, el comercio,
el trabajo y la vida de todos los pueblos padecen trastorno y dis-
minución con las luchas armadas entre dos de ellos. Por eso, en
donde los intereses materiales no oponen su poderoso veto á la
guerra; en donde ésta puede aún considerarse como un buen ne-
gocio, es decir, en donde la solidaridad del mundo civilizado no
se quebranta , porque la contienda sea fuera de Europa y de Amé-
rica, allí la guerra puede seguirse haciendo sin que nadie se
alarme, sin que una reclamación universal exija su abreviación.
De esa manera ha g'uerreado Francia en la Argelia, la Gran
Bretaña en la India , España en Marruecos , las dos primeras de
esas naciones en la China , la primera unida con España en Co-
chinchina.
Algunos errores, que servían de fomento para las guerras, han
sido destruidos por el progreso de la Economía Política. Nadie
sostendría ya, como lo sostuvieron muchos escritores en el si-
glo XVII , la conveniencia de sostener guerras en provincias leja-
nas , para desahogar en ellas el excedente pernicioso de la pobla-
ción vagabunda y aventurera.
Otra de las grandes remoras de la guerra debería ser la ley es-
crita; pero en este punto poco es lo que se ha adelantado. La di-
506 LA GUERRA.
plomacia no es de los agentes que más han hecho por la civiliza-
ción. Los tratados internacionales, llevados á cabo por Europa,
ni han evitado ocasiones de guerras , reduciendo cada país á sus
limites y condiciones naturales , ni , tales cuales han sido , fueron
bastante respetados por los mismos que los hicieron.
La influencia de las ideas cristianas , la de la filosofía , la de los
intereses materiales , la de la Economía Política , detienen y difi-
cultan el paso al genio de la guerra; pero la ley internacional,
que debiera ser su mayor adversario , no ha sabido ajustarse á la
justicia lo bastante para merecer el amor de los débiles, ni para
inspirar respeto á los poderosos. El derecho de la fuerza continúa
siendo el decisivo , lo mismo que en épocas más atrasadas. Ahora,
como en tiempo de Alejandro , los nudos que la diplomacia enreda,
sólo los desata la espada ; ahora , como en tiempo de Breno , el
V(B vicíisl es la ley de las naciones, y la balanza en que se pesan
los destinos de los pueblos, no es la balanza de la justicia, sino
aquella otra que el Galo llevó á Roma , y que recibe en uno de sus
platillos los tesoros de los vencidos , y en el otro la espada de los
vencedores.
VIL
Expuestas las anteriores consideraciones sobre la guerra en ge-
neral, concretemos ya las que hemos de hacer á la que en la ac-
tualidad están sosteniendo Francia y Prusia.
La grandeza de los medios puestos en acción desde los primeros
momentos, será el carácter más sobresaliente de esta lucha espan-
tosa. El mundo ha quedado, en realidad, atónito. Sabíase que iban
á luchar los dos ejércitos más preparados, los dos pueblos que se
disputan el primer puesto entre las grandes Potencias; no se igno-
raba que desde algunos años se ocupaban sin cesar en perfeccionar
sus armas y su organización militar. Pero, á pesar de eso, la Eu-
ropa ha visto con asombro que á los pocos dias de haberse decla-
rado abiertas las hostilidades se han puesto , en frente unos de
otros, un millón de soldados. Jamas en los tiempos modernos se
habia visto una cosa semejante. Si en las últimas campanas del
primer Napoleón se reunieron ejércitos tan numerosos, sucedió á
los veinticinco años de continuo guerrear, y suministrando con-
tingentes todos los pueblos europeos.
LA GUERRA. 507
No son ya ejércitos sólo , son las naciones armadas las que com-
baten, como en el siglo V. La civilización no espera ya poderse
salvar sino por el exceso mismo del mal. Después de la presente
guerra, acaso ningún hombre de Estado se atreva con la respon-
sabilidad de provocar otra.
El ejemplo de lo que ha sucedido á la Francia será saludable.
No tenia la más pequeña duda acerca de la superioridad de sus
armas desde los primeros momentos. Creia probable la entrada
próxima de sus soldados en Berlin, y consideraba imposible que sus
enemigos lograsen tocar con la culata de un fusil, ni con el casco
de un caballo, siquiera por un instante, el suelo inviolable del Im-
perio francés. Y, sin embargo, los Franceses se tuvieron que poner
muy pronto á la defensiva, y, rechazados por las armas alemanas,
han desistido de penetrar en la provincia del Rhin, no han inten-
tado el paso de este rio, han abandonado la linea de los Vosgos, y
después la del Mosela, y han temido por Paris.
La trinidad , formada por el Rey Guillermo , por el Canciller
Bismark y por el General Molke, triple personificación del derecho
divino de los Reyes, de la política maquiavélica y del espíritu de
conquista del gran Federico, avanza temeraria hacia el corazón de
Francia, trayendo detrás un ejército tan numeroso como el de Jerjes;
conduciendo atados á la fortuna de la Prusia los pueblos alema-
nes, como los Griegos iban atados al reino macedón por Alejandro,
y dando batallas tan sangrientas y destructoras como las de Atila.
¿Por qué sucede esto en el último tercio del siglo XIX, que unas
veces se ve acusado de excesivo apego á los intereses mercantiles y
á la molicie, y otras se jacta de su adelantada filosofía? No aumen-
temos todavía la oscuridad de las tintas del lamentable cuadro de
estos sucesos, tratando de explicar las causas de esta guerra , se-
gún las han expuesto los diplomáticos de ambas naciones en la
lamentable polémica que ha precedido á las hostilidades. Si la
parte más florida de la población viril de toda Francia y de toda
Alemania sostiene ese duelo á muerte , que tiene acobardadas las
imaginaciones más audaces , no es porque el Rey Guillermo haya
estado más ó menos cortés con M. Benedetti , ni porque en una
nota diplomática, ó en un aviso telegráfico se haya comunicado á
otros gobiernos la noticia de que aquel Monarca no quería recibir
ya de ese Embajador preguntas ó que creia haber dado contesta-
ción suficiente.
508 LA GUERRA.
La única causa de la guerra es la ambición , tanto por la una
como la otra parte. Prusia aspira á formar la unidad alemana.
Los Margraves de Brandemburgo ascendieron , por su audacia , á
Electores del Sacro Romano Imperio ; de Electores se convirtieron
en Reyes ; ahora quieren ser Emperadores. La Alemania, bajo su
dirección, si su sueño ambicioso se realiza , seria la mayor po-
tencia de Europa.
Francia , á su vez , no quiere consentir que haya ninguna na-
ción europea mas poderosa que ella. Si ha de verse obligada á
conformarse con la hegemonia prusiana en Alemania, porque
los pueblos alemanes quieran aceptarla, exige, por lo menos,
como compensación, que se le permita agrandar su territorio.
En 1866 formuló su pretensión en los términos más explicitos y
categóricos. El Emperador Napoleón , en documentos oficiales y
solemnes declaró , al estallar la guerra entre Austria y Prusia,
que el vencedor tendría que ponerse de acuerdo con Francia para
la distribución del botin , no siendo para nadie un secreto que en-
tendía , por parte destinada á aumentar su Imperio , el territorio
alemán de la izquierda del Rhin. Pero Guillermo I y Bismark
contestaron con una negativa rotunda , asegurando que jamas ce-
derían una pulgada del terreno sagrado de la patria germánica.
Hacia , pues , cuatro años que los términos de la cuestión se ha-
llaban formulados , y que, en realidad estaba la guerra declarada.
vm.
Y bien pudiera decirse que desde 1815 datan, sino la declara
cion, el anuncio, los deseos, los preparativos de la guerra. Desde
aquella fecha la Prusia , para cuando estas hostilidades de ahora
comenzasen, tomó, y ha estado fortificando sin cesar, posiciones en
Tréveris , en Coblenza , en Maguncia , puntos situados á larga dis-
tancia de su antiguo territorio Desde entonces Francia ha recla-
mado de continuo contra los humillantes tratados que le dieron
unas fronteras caprichosas y arbitrarias , y arregladas contra sus
intereses y su seguridad con tal arte y violencia, como han proba
do los primeros sucesos de la actual campaña , en que , por la for-
ma de esas fronteras , ni le fué posible tomar la ofensiva , ni colo-
carse á la defensiva de una manera conveniente.
LA GUERKA. 509
Pretende Francia que la pertenece el Palatinado y los demás
terrenos que Estados alemanes poseen á la izquierda del Rhin,
porque en ellos se habla francés , y porque , no habiendo otra
frontera natural , el rio debe servir para fijarla. La etnografía y
la geografía señalan como francesa aquella comarca y aquella
población.
Iguales razones sirvieron para que Italia cediese á Francia el
Condado de Niza y la Saboya, en donde se habla también el
idioma francés con preferencia , y que se hallan del lado acá de los
Alpes. Pero Bismark se siente mas fuerte que Cavour , y cree que
la unidad alemana no tiene que pagar tributo al Imperio francés
para que la permita nacer y crecer , ni está obligada á pagar ser-
vicios directos y costosos , hechos en su obsequio , como lo estuvo
la italiana. Niega, pues, lo que se le pide y la razón con que
se pide. Si el Palatinado habla francés, la Alsacia habla ale-
mán: no hay más que leer en el mapa los nombres de sus pueblos,
Strasburgo, Schlestadt, Weisemburgo, Lautemburgo, Phalsburgo,
para comprender á qué raza pertenecen sus habitantes. Los mon-
tes son mejor frontera que los rios, y los Vosgos están más indica-
dos, para formarla , que el Rhin. Y, además, la historia quita
también la razón á la Francia , puesto que todas esas comarcas,
tanto las actualmente alemanas que reclama, como las francesas
que puede pedirle la Alemania , han pertenecido á esta última
mucho más tiempo que á ella.
Á estas razones pueden replicar los Franceses que, antes de que
la Prusia fuese reino , tenia Francia la Alsacia y la Lorena ; que
después de algunos siglos de posesión no disputada , y de no haber
manifestado sus habitantes el deseo de cambiar de patria , no há
lugar ya á tratar de esta cuestión ; que no es cierto que se hable
en esas provincias el alemán con la generalidad con que se habla
el francés en la izquierda del Rhin ; que los títulos con que man-
tiene la posesión de sus territorios están sancionados por el derecho
internacional desde hace siglos, al paso que los de Prusia sobre
comarcas que la misma Europa vencedora reconoció en 1814 cor-
responder á Francia, no son más que un abuso irritante de la vic-
toria de Waterlóo, y una humillación impuesta por la fiíerza al
pueblo francés, y que el pueblo francés puede rechazar con razón
cuando se siente fuerte, y cuando ve que los tratados de 1815 son
infringidos por los mismos que los hicieron.
510 LA GUERRA.
IX.
La unidad alemana es una grande idea, y una noble aspiración;
más justa, más conveniente, más necesaria que la unidad italia-
na. Los pueblos germánicos hacian bien en desear que desapare-
cieran tantos pequeños ducados, principados y ciudades que los
tenian divididos en parcelas insignificantes: acaso no lo han de-
seado nunca tanto como debieran. Pueblos de raza latina no ha-
brían tolerado por tan prolongado período de tiempo un estado de
cosas tan anómalo, tan absurdo, tan vejatorio. Esa es una infe-
rioridad innegable de la raza germánica: cuanto más aleguen sus
hombres para demostrar la legitimidad de su unidad nacional, más
de manifiesto pondrán su inhabilidad política, que no ha acertado
todavía á realizarla.
El enemigo más antiguo y más constante de la unidad germá-
nica ha sido, en lo pasado, Prusia. De la misma manera que ahora
la quiere llevar á cabo, lo habría hecho Austria, si ella no se hu-
biese convertido en núcleo de oposición y de resistencia. Prusia ha
sido la iniciadora y la sostenedora del dualismo alemán, más eficaz
impedimento para la unidad que la pluralidad de intereses parti-
culares de la multitud de Estados.
La unidad alemana está todavía muy lejos de ser un hecho de-
finitivo. Los pueblos alemanes se presentan hoy distribuidos en los
cinco grupos siguientes:
Primero. — Pueblos que antes de 1866 formaban ya parte de la
monarquía prusiana.
Segundo. — Pueblos que, por consecuencia de sus victorias de
1866, se anexionó Prusia por la ley de 20 de Setiembre de aquel
ano, en castigo de haber sido sus enemigos durante la guerra: el
reino de Hannóver, el Electorado de Hesse, el Ducado de Nassau,
y la ciudad de Francfort.
Tercero. — Pueblos que, con la Prusia, forman la Confederación
del Norte: el reino de Sajonia; los cuatro grandes ducados de Mec-
klemburgo Schewerin, de Mecklemburgo Strelita, de Sajonia-
Weimar-Eisenach, y de Oldemburgo; los cinco Ducados de Bruns-
wick, Sajonia Meiningen, Sajonia Altemburgo, Sajonia Coburgo
Gotta, y Anhatt; los siete Principados de Schwarsbourg-Rudols-
LA GUERRA. 511
tadt, de Schwarsbourg-Sondershausen, de Walldeck y Pyrmont,
de Reuss, linea primogénita, de Reuss, linea segunda, de Schaum-
bourg-Lippe, y de Lippe-Detmold; las tres ciudades libres de Lu-
beck, de Bremen y de Hamburgo; y el gran Ducado de Hesse-
Darmstad, por la parte de su territorio situada al Norte del Mein.
Cuarto. — Pueblos, que están unidos á la Prusia (no á la Confe-
deración del Norte ) , por los tratados militares á que tuvieron que
someterse, después de su derrota, en Setiembre de 1866: los reinos
de Baviera y de Wurtemberg, y los grandes Ducados de Báden y
de Hesse.
Y quinto.— Pueblos alemanes que forman parte del Imperio aus-
tro-húngaro.
Todavía, para proceder con rigorosa exactitud, seria preciso
clasificar por separado el Holstein, el Schleswig y el Luxemburgo,
colocados en situaciones especiales; y señalar las diferencias de re-
laciones establecidas entre cada Estado y Prusia, pues aun entre
los mismos de la Confederación del Norte las hay notables. Por
ejemplo, el reino de Sajonia y el Ducado de Brunswick no han ce-
dido todavía á Prusia el derecho de dar los nombramientos y los
ascensos á los oficiales de sus respectivas tropas.
El enemigo principal de la unidad alemana no es hoy Francia.
Lo son, por una parte, Austria, que tiene diez ó doce millones de
subditos de la raza germánica repartidos en las diversas partes de
su heterogéneo Imperio; y las dinastías de reyes y de príncipes, y
las autonomías municipales de los Estados secundarios y pequeños.
La guerra actual , sobre todo si fuese favorable á los federales y
aliados, estrecharía los lazos que los unen , y borraría en mucha
parte las rivalidades anteriores. Pero esos mismos lazos de más
íntima alianza son la mayor dificultad para unificar la Alemania.
Cuando todos sus Estados de alguna importancia, lucharon en 1866
contra la Prusia , ésta , que los venció , pudo hacer dar grandes
pasos á la obra de construcción de la nacionalidad común. Con el
derecho de la victoria, suprimió un Reino, un Electorado, un Du-
cado, una Ciudad libre ; obligó á la mayor parte de los Estados á
entrar en una Confederación, en que de 43 votos, fijados al Con-
sejo federal, se reservó para sí 17, además de la Presidencia, de la
dirección de los negocios generales, de la representación diplomá-
tica común, y del mando de los ejércitos; sometió á los pueblos
del Sud á tratados militares, que le conceden igualmente el man-
512 LA GUERRA.
do de las tropas en caso de guerra , é impuso el silencio y el ais-
lamiento al Austria-Hungría. Pero, cuando Septentrionales y Me-
ridionales se han mantenido unidos á sus banderas, y han partici-
pado de sus fatig-as, de sus combates, de sus laureles y de sus der-
rotas, no podrá amenguar los derechos de esos Reyes, Grandes-
Duques, Duques y Principes, que están peleando al lado del
Monarca y de los Principes de Prusia.
¿ Quién tiene de su parte la razón?
Esta cuestión no puede ser juzgada por el examen de los docu-
mentos diplomáticos ni de los tratados internacionales.
Los pactos sancionados por Europa en 1815, último código
general de su derecho escrito, están borrados por cien hechos poste-
riores : por la desaparición de la República de Cracovia, el esta-
blecimiento del Reino de Bélgica , la emancipación del Lombar-
do-Véneto , el despojo de los Ducados del Elba cometido contra
Dinamarca, la disolución de la Confederación Germánica. En esas
infracciones del derecho internacional establecido á la caida del
primer Imperio napoleónico , ha tenido una parte mucho más
grande Prusia que Francia. Pero ésta, que se habia jactado alguna
vez, no sin razón, de ser la única gran potencia capaz de pelear por
una idea, no fundó en 1866 sino en el interés de su ambición, la
exigencia de que ningún Estado europeo aumentase considerable-
mente su poder sin darle una compensación territorial ; exigencia
que, mantenida desde entonces con perseverancia, es la única
verdadera causa de la guerra actual.
Prescindiendo de los tratados internacionales, que á ninguno de
los dos contendientes dan la razón, ambos reivindican el honor de
ser el más autorizado y legitimo representante de la civilización
contemporánea. Francia, cuyos soldados van cantando la Marse-
llesa, alega que ha sido la nación propagandista, por excelencia,
de las ideas y del espíritu moderno; recuerda que ha derramado la
sangre de sus hijos y sus tesoros donde quiera que se ha peleado
por el triunfo de la libertad y de la emancipación de los pueblos,
en Grecia, en Bélgica, en Italia: echa en cara á la Prusia que fué
uno de los miembros de la Santa Alianza, que su rey se titula y
LA GUERRA. 513
se cree monarca de derecho divino, que sus hombres políticos más
importantes pertenecen al partido feudal , que jamas ha hecho
nada por la emancipación de los pueblos, y que, por el contrario,
ha tomado parte siempre en iniquidades como los tres repartos
generales de la Polonia , y la supresión de la República de Cra-
covia.
A todo esto la Prusia , además de la representación de la grande
idea déla unidad germánica, opone jactanciosa dos hechos; la
de que los filósofos alemanes marchan al frente del movimiento
científico del mundo , y la de que los pueblos inmediatamente
puestos bajo su dirección , tienen la honra de ser los que más han
extendido entre sus habitantes la instrucción primaria elemental.
XI.
¿ Quién tiene de su parte la fuerza ?
Si nos dejamos llevar, como el vulgo, por las primeras impre-
siones, producidas por los sucesos con que ha comenzado la guer-
ra, seria preciso conceder la ventaja á Prusia. Haciendo retroce-
der bruscamente á su enemigo , que se preparaba á invadirla , y
consiguiendo contra él tres victorias sucesivas, en que lo ha aplas-
tado , presentando una irresistible superioridad numérica , ha re-
petido en el ánimo de la Europa la sorpresa con que en 1866 se le
vio vencer al Austria. La repetición del hecho es un dato que no
puede ser despreciado , y que arguye fuertemente en favor de los
federales. Sin embargo , ni la estadística , ni la historia , ni la crí-
tica razonable de los recursos de cada país , ni los primeros aconte-
cimientos de la guerra , deciden la cuestión de fuerza , considerada
en términos absolutos , en desventaja de la Francia.
Su población es casi igual á la de sus enemigos: muy cerca de 40
millones de almas, contra una cifra que pasa muy poco de esa. Su
riqueza pública y privada no presentan inferioridad. Su hacienda
nacional está próspera , y en mejor situación que la de sus contra-
rios. Su organización administrativa es la más fuerte del mundo.
Su educación militar no cede á la de ningún pueblo. El espíritu
guerrero de sus hijos no peca sino de excesivo. Sus soldados son,
en la actualidad , los más aguerridos de Europa. La cohesión de
sus elementos nacionales está formada por el trabajo lento de mu-
TOMO XV. 33
514 LA GUERRA.
chos siglos , y es incomparablemente más sólida que la de los pue-
blos alemanes, anexionados , confederados y aliados de Prusia.
Si ha sido posible que los Prusianos se presenten en los primeros
momentos con triplicadas fuerzas en los campos de batalla , no hay
una razón para que continué esa desproporción por mucho tiempo.
Todo está , pues , reducido á saber si el patriotismo francés , aun
en el caso de sufrir nuevas derrotas , se sabe colocar á la altura de
las exigencias de su destino. Pasadas pocas semanas , toda la po-
blación válida de Francia puede estar con las armas en la mano
enfrente de toda la población válida de la Alemania. Y hasta aho-
ra no se ha probado ciertamente que , tantos á tantos , los solda-
dos germánicos sean más fuertes que los franceses.
Aun obligada , por continuadas victorias de Prusia , si esta lo-
gra aprovechar la sorpresa y el tiempo , á hacer una paz desven-
tajosa y humillante, no es fácil que Francia deje de ser una nación
de primer orden. La paz seria, en realidad, sólo una tregua, y el
combate se renovaria al poco tiempo con condiciones de igualdad .
Los pueblos de la raza latina saben sostener luchas seculares. Es-
paña peleó dos siglos contra Roma , ocho contra todas las razas
musulmanas, venidas sucesivamente de África, dos contra la
Francia. Francia ha combatido cuatro siglos contra Inglaterra,
dos contra la casa de Austria , un cuarto de siglo , que equivalió
á muchos, desde 1792 á 1815, contra toda la Europa coali-
gada.
Prusia, en cambio , que , apenas ha sido una nación de primer
orden hasta 1866 , en que su población no llegaba , entre subditos
alemanes y no alemanes , á veinte millones de almas , sino logra
realizar en su provecho la unidad germánica; si, enfrente de Aus-
tria vencida ayer, y de Francia, vencida (si la venciere) hoy, vie-
ra mas pronto , ó más tarde, desmoronarse la hegemonía prusiana
como se desmoronaron sucesivamente el Sacro Romano Imperio,
la Confederación del Rhin, la Confederación Germánica y el Im-
perio alemán, revolucionario y utópico de 1848, podria todavía,
después de haber humillado dos grandes Imperios, dejar de ser
una de las primeras potencias de Europa. Es un mortal que lucha
con un inmortal.
LA aUERRA. 515
XII.
Los demás Estados europeos tienen intereses más ó menos direc-
tos en la lucha; pero hasta ahora se conservan en la neutralidad.
Austria no puede ver con indiferencia lo que pasa. Sobre el Rhin
y el Mosa se está decidiendo acerca de su porvenir. Alli se trata
principalmente de confirmar ó deshacer la obra de Sadowa. Pero
Austria tiene poderosas razones para permanecer inactiva ó para
caminar despacio. En primer lug-ar, sus procedimientos jamas han
sido muy precipitados; acaso para hacer la paz, se ha dado alg-u-
nas veces demasiada priesa; pero nunca para emprender la guerra.
No es la primera ocasión en que se contenta con ser mera espec-
tadora de contiendas que directamente le interesan : en la guerra
de Oriente, se trataba también de su porvenir político sobre el Da
nubio, más que del de las naciones occidentales. En segundo lu-
gar, están muy divididas las opiniones de sus habitantes y de sus
hombres de Estado : los que se sienten animados de espíritu ger-
mánico, cualesquiera que sean sus rencores respecto de Prusia, va-
cilan en declararse en su contra cuando la ven pelear por la pre-
ponderancia del germanismo en Europa; los Eslavos y los Magya-
res tto quieren contribuir á que el Imperio austro-húngaro vuelva
á ser principalmente alemán. Y en tercer lugar, el temor á la inter-
vención de Rusia en la guerra es una remora eficaz contra la de
Austria .
Rusia no ve, ciertamente, con entusiasmo la amenaza de un Im-
perio unitario germánico de más de cuarenta millones de habitan-
tes; pero, con sus ojos fijos siempre en Oriente, sólo en Austria y
en Inglaterra ve rivales y enemigos eternos. Salvaría á Prusia, si
la viese seriamente amenazada, para conservar el más útil y más
seguro de sus aliados ; pero prefiere reducir su papel á contener á
Austria dentro de sus fronteras.
Inglaterra ha determinado con toda claridad los objetos de su
política internacional, reduciéndolos á tres; la conservación de la
neutralidad de Bélgica , que aleje de la cindadela de Ambéres la
bandera de guerra de una gran potencia militar ; el manteni-
miento ó el restablecimiento más inmediato posible de la paz , que
es el alma de su asombroso comercio y la vida de su vastísima in-
7)16 LA GUERRA.
dustria; y la limitación de las ambiciones moscovitas en Oriente.
El primero de estos fines lo ha asegurado por algún tiempo ; por
el segundo hará lo que pueda sin salir del terreno diplomático; por
el tercero, se pondría en su caso , de parte de Austria , en aliada
constante contra Rusia, su rival de ayer, de hoy y de mañana.
Italia , colocada entre la nación que le dio la Lombardia , y la
que le facilitó la adquisición del Véneto , no es extraño que vacile.
La cuestión de Roma pudiera haberla tentado á hostilizar á Fran-
cia ; pero contra ésta , cuando Austria está más dispuesta á auxi-
liarla que á combatirla , habría sido una locura en Italia empren-
der la lucha. A pesar de lo mucho que ha adelantado , la unidad
italiana no resistirla á la acción común de Austria y de Francia.
Roma ha sido evacuada por las tropas francesas , y los problemas
políticos del poder temporal del Papa y de la integridad y capita-
lidad del reino italiano van á ocupar nuevamente á los partidos y
á la diplomacia ; pero con una importancia separada de la cues-
tión de neutralidad. Parece cierto, entre tanto, que Italia se arma
á toda prisa para estar preparada á intervenir en la guerra , y que
sus simpatías oficiales son decididas á favor de los Franceses.
Las naciones de segundo orden no desean otra cosa que alejar
de sus territorios los horrores y los desastres de la lucha. Bélgica
ha temido con mucha razón por su independencia ; Suiza ha to-
mado sus precauciones para que sus fronteras no sean violadas:
Holanda ha considerado con recelo que por el Rhin el vencedor,
cualquiera que sea, podrá inquietarla en sus intereses nacionales:
Suecia está lejos, y, por tanto, tranquila; y Dinamarca, que
guarda en su alma grandes rencores contra la Prusia , y que acaso
se aprestaba á buscar las satisfacciones de la venganza , ha pen-
sado , al ver que los principios de la guerra eran desfavorables
contra Francia , que ésta está muy distante de su territorio , asi
oomo Prusia es un vecino muy temible.
La guerra, pues, ha quedado limitada, á lo menos en su primer
período , á Francia por una parte , y á Prusia , sus confederados y
sus aliados, por la otra.
xm.
De todos los Estados no hay ninguno cuya neutralidad se halle
fundada sobre bases tan sólidas como la de España. Nadie desea
LA GUERRA. 517
que la abandone , ni ella siente estimulo alguno para abandonar-
la. Le conviene hasta tal punto , y con tal evidencia, que todos
sus hombres políticos y sus partidos convienen en proclamarla
como útil y como necesaria , siendo éste el único asunto sobre el
cual no hay cuestión ni pareceres distintos.
A Francia, cuyo territorio separa nuestra península del resto de
Europa, le conviene ig'ualmente nuestra neutralidad. La prefiere
á nuestra alianza. Siendo neutrales , le guardamos una extensa
linea de fronteras , y puede dedicar toda su atención al Este ; pelea
con la grandísima ventaja de tener las espaldas guardadas por una
posición inaccesible. Durante la paz , tiene una situación céntrica
en Europa , por hallarnos nosotros á su Occidente ; durante la
guerra, no sufre los inconvenientes naturales de esa situación cén-
trica, porque nuestra neutralidad cierra en los Pirineos el área
posible de extensión de las hostilidades.
Siendo sus aliados , tendría que satisfacer nuestras exigencias.
Los aliados no pueden ser tan desinteresados como los neutrales.
Ademas los aliados son elementos activos , que conservan su albe-
drío y su independencia , que pueden variar á cualquier momento
de actitud y convertirse en enemigos. Hay que considerarlos con
recelo, sobre todo cuando se hallan en situación de hacer mucho
más daño con sus hostilidades que servicios con su amistad.
XIV.
Pero la neutralidad no se entiende si no respecto de las armas.
En punto á simpatías, no hay español que sea neutral. Unos de-
sean el triunfo de Prusia , otros el de Francia. Más exacto es decir
que unos ven con placer las victorias de los Franceses y otros su
derrota.
Nuestra historia está mezclada desde hace siglos con la de
Francia , y puede escribirse muy bien sin tomar en cuenta la de
Prusia. Aunque esta representa en Alemania las tradiciones del
protestantismo y de los principados secundarios que nos combatie-
ron constantemente y que ó nacieron ó crecieron para combatir-
nos cuando nuestra política nacional estuvo unida á la de la casa
de Austria , ni aquella política es ya la nuestra , ni Prusia figuró
en el mundo como nación de alguna importancia mientras los Es-
518 LA GUERRA.
pañoles sostuvimos nuestra influencia sobre ese Rhin , ese Mosela
y ese Mosa , que si hoy se tiñen tan abundantemente de sangre de
otros pueblos , con tanta frecuencia se enrojecieron , durante los
siglos XVI y XVII, con la de nuestros soldados.
En época mas reciente , Prusia tomó parte , como miembro del
Congreso de Verona , en decretar contra España la intervención
armada de 1823, la mayor ignominia que hemos sufrido en el pre-
sente siglo. A eso están reducidas nuestra relaciones politicas
con aquel reino.
Continuas y de contrarias naturalezas , las hemos tenido con
Francia , que fué nuestro enemigo tenaz cuando éramos los más
fuertes y temidos en Europa. Desde Cerinola hasta Rocroy lucha-
mos sin descanso, enfrente los Españoles de los Franceses. Después,
en la guerra de Sucesión , unimos nuestras armas para pelear con-
tra el resto de la Europa coaligada. Durante el siglo XVIII y los
primeros años de este , nos mantuvimos en una amistad pocas ve-
ces interrumpida , y con mas frecuencia llevada al exceso de fu-
nestos pactos de familia , y de perniciosas alianzas con la Repúbli-
ca y el Imperio. La invasión aleve de 1808 , y la heroica resisten-
cia de nuestros padres, han dejado huellas profundas en el alma
noble y altiva del pueblo español , que vé con razón en aquella
guerra una de sus más grandes glorias. La intervención de 1823,
aunque menos antipática , cuando se verificó , á numerosos parti-
dos españoles, llena de justa amargura los sentimientos de la ge-
neración actual.
Pero desde 1830 , entre los pueblos cuyos intereses están veci-
nos á los de España , Francia es el único con quien no hemos esta-
do en peligro de reñir; asi como, entre los vecinos de la Francia,
somos los únicos con quienes no ha tenido esa nación conflictos.
En las cuestiones de Cuba , de Santo Domingo y del Pacifico,
hemos tropezado muchas veces con la rivalidad de los Estados-
Unidos. En Portugal y en Marruecos, con las intimaciones hostiles
de Inglaterra. Hemos tenido guerras con Méjico, con el Perú, con
Chile , con el Ecuador , con Santo Domingo , con Marruecos , con
Cochinchina. El pueblo portugués , nuestro más natural amigo,
no pierde ocasión de manifestar hacia nosotros recelos infundados.
Y Francia, que ha peleado contra Rusia , contra Austria , contra
Prusia, que hizo temer varias veces á Inglaterra con la amenaza de
un desembarco, que ha puesto con repetición en peligro la inde-
LA GUERRA. 519
pendencia de Bélgica , que ha tenido exigencias sobre el Luxem-
burgo , que ha hecho sentir el peso de su fuerza á Italia , no ha
provocado , en los últimos cuarenta años , ninguna cuestión que
haya comprometido sus buenas relaciones con España. Dirigidos
sus gobiernos sucesivamente por un Orleans , por la República , y
por un Bonaparte , han vivido en constante buena armenia con los
nuestros , ya cuando reinaba en España un Borbon , ya cuando he-
mos tenido una prolongada interinidad. Soldados franceses pelea-
ron, en compañía de los nuestros, en nuestra guerra civil , y jun-
tos después han estado en Méjico y en Cochinchina , habiendo
además manifestado su resuelta decisión de ponerse de nuestra
parte , si nos convenia , en la guerra de Marruecos , y en nuestras
cuestiones de Santo Domingo y de Cuba.
Hay, pues, en la historia material abundante, si sólo en los sen-
timientos han de fundarse , para alimentar nuestras simpatías ó
nuestras antipatías respecto de Francia. Si hubiésemos de fun-
darlas en afinidades de raza ó de civilización, con dificultad podría
sostenerse que son mayores las que nos ligan á los Germanos que
las que nos unen á la más importante, en la actualidad, de las na-
ciones latinas.
XV.
Una guerra larga , ó una paz con escasas probabilidades de ser
duradera, y un crecimiento extraordinario del militarismo, son las
dos grandes amenazas que pesan hoy sobre la Europa .
Mucho se temía de las trasform aciones hechas en el armamento
de los ejércitos; pero los destrozos causados por los primeros com-
bates han superado á los más tristes cálculos. Si se sigue peleando,
aunque sólo sea por pocos meses, como se ha empezado, va á des-
aparecer la mayor parte de la población viril de Alemania y de
Francia, comprendida entre los veinte y los cuarenta años de edad.
Vamos á presenciar el exterminio de una generación entera en los
países más civilizados de la tierra.
Y ante el espectáculo de esa Francia, tan marcial, tan aguerri-
da, que se creía á sí misma tan preparada para una lucha, en
que no ha dejado de pensar desde 1866, ó más bien desde 1815, y
que, sin embargo, se ha encontrado sorprendida por el descuido y
520 LA. GUERRA.
la inferioridad de sus preparativos, ¿van á deducir todos los pue-
blos la necesidad de adoptar el sistema militar prusiano , que im-
pone á todos los hombres, sin excepción, la tarea de soldados du-
rante los mejores diez y nueve años de su vida? Seria declarar á
Europa toda en estado de sitio permanente, en un campamento
ó en una trinchera inmensos.
Para mezclar alguna dulzura al amargo dejo de estas tristes re-
flexiones, concluyamos recordando las mejoras que la mayor sua-
vidad de las costumbres y de las ideas ha introducido en las prác-
ticas de la guerra. Los rigores de ésta están circunscritos , en lo
posible, á los ejércitos beligerantes; los ciudadanos inermes no son
tratados por el vencedor como enemigos, y los derechos de los neu-
trales son respetados. No se entregan las poblaciones al saqueo ni
al degüello; no se expiden patentes en corso; está admitido y ob-
servado el principio de que el pabellón neutral cubre la mercan-
cía, y de que la mercancía neutral no puede ser apresada bajo nin-
gún pabellón. Los prisioneros son guardados con humanidad , y
no están expuestos á represalias. Los heridos son atendidos con es-
mero por amigos y por contrarios. Asociaciones internacionales
los amparan desde los mismos campos de batalla, al abrigo de una
neutralidad concedida á la filantropía. Pero nada de eso basta : es
necesario desear que el progreso del derecho imposibilite ó dificulte
sobremanera las guerras, ó que, á falta de otro remedio más noble
y más honroso para la civilización, podamos á lo menos abrigar la
esperanza de que la misma lamentable perfección de las armas
evite la repetición de esas espantosas carnicerías humanas, siendo
á un mismo tiempo remora para las invasiones ambiciosas, y fuer-
za de resistencia formidable para los pueblos, relativamente débi-
les, que se defienden dentro de sus confines.
Fernando Cob-Gayon.
Madrid 12 de Agosto de 1870.
ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
EN EL SIGLO XVIL
CAPITULO IV.
usos T COSTUMBRES.
Los USOS y costumbres de los Londeños habían variado comple-
tamente desde la época de la Restauración. El antiguo cortesano
sencillo, ignorante, tosco, al par que generoso en sus maneras,
era ya un nuevo personaje que pretendía distinguirse por su finura
y buen talante , inclinado á los placeres , apto para la intriga , y
aspirante á plaza de sutil ingenio. Las damas de la corte , que en
otro tiempo cifraban su orgullo en vestir sarga de lana, ahora os-
tentaban lujosas sedas, rivalizando en coquetismo y elegancia ; la
modesta silla de manos hizo lugar á la soberbia carroza; la vajilla
de peltre, destinada ya á usos vulgares, habia sido remplazada con
las de bruñida plata. En los tiempos de Cromwell , las fiestas pú-
blicas llevaban el sello de la austeridad republicana. El pueblo in-
glés, afecto entonces á la música severa, se complacía en escuchar
los salmos de David ó los cantares de Salomón; pero volvió la mo-
narquía vestida á la francesa, y ya sólo se pensaba en bailes y fes-
tines, teatros y zarabandas.
Esta trasformacion de costumbres era debida á los emigrados
ingleses, que desde 1648 hasta 1660 habían vivido en medio de un
pueblo festivo y licencioso. La Francia era entonces, y ha seguido
siendo hasta hoy, la escuela del libertinaje de las altas clases, don-
522 líSTADO GENERAL DE INGLATERRA
de se aprendía á despreciar los más nobles sentimientos, y á rom-
per los lazos más sagrados que unen al hombre con la sociedad.
Luis XIV hubo de ensenar á Carlos II que un rey puede ser rela-
jado en su conducta y apellidarse el Grande : Fouquet hizo ver á
Sunderland que un Ministro no pierde su reputación por ser falsa-
rio; y Churchill debió aprender del gran Turena que los secretos
de Estado pueden revelarse á las prostitutas , sin que por ello se
empañe el honor de un Mariscal de Francia. La juventud inglesa,
adiestrada en el sitio de Arras, en el campamento de Dunquerque
y en la campaña de Holanda, sabia jugar á los «quince,» dar pe-
tardos, y ganar á ciencia cierta. Ni se inquietaba el nuevo Lord
por la suerte de su hacienda, porque seria de mal tono que un
hombre bien nacido no entregara al indispensable maitre d'Mtel
el manejo de la economía doméstica. Finalmente , en las tertulias
de Mme. de Sevigné aprendía Milady á ser condescendiente con
los extravíos de sus hijas y cómplice en sus amores , sin que por
eso se alarmaran los moralistas del siglo , pues con saber escribir
chistes, hablar de filosofía y asistir á los sermones del P. Bourda-
loue, era ya la madre ejemplar y la más recatada de las mujeres.
Con modelos tan perfectos que imitar, volvieron á Inglaterra los
emigrados de la revolución de 1640. Westminster fué desde en-
tonces un París en pequeño, Whitehall un Versailles , y Windsor
un remedo de San Germán. Los émulos de Bacon y Milton empe-
zaron á beber en las fuentes del país que aún no había visto nacer
á Voltaire. En fin, las modas, usos, costumbres y hasta el lenguaje
de los cortesanos ingleses, eran una grotesca caricatura de cuanto
habían visto y oído en la corte de Francia. Entonces empezaron á
llamarse los bailes de máscaras masquerades, y los del teatro ba-
llets: el día de besamanos petite levée, el de gala grande levée: la
tertulia del rey le coucher, y la reunión de la rema petitjeu: las
cenas de Palacio amhigús, y el tocador de las señoras toilettes.
¡Cosa extraña, en verdad, que los hijos de Corazón de León,
los vencedores de Crecy, Poitiers y D'Agincourt, decayeran hasta el
extremo de imitar servilmente á los vencidos ! Pero tal es la índo-
le de las naciones, y nuestra España nos ofrece un tristísimo ejem-
plo: ayer, soberbia con su poderío, dictaba leyes en San Quintín;
hoy, humilde en su decadencia, recibe agradecida el soplo civili-
zador de la Francia.
Montesquieu dice, que cuando la juventud de un pais llega á
EN EL SIGLO XV!I. 523
corromperse, es señal que los hombres maduros están ya corrom-
pidos ; verdad incontestable , que debieran aprender nuestros ma-
yores , cuando quieren descartarse de sus propias faltas con los
extra vios de sus educandos. La juventud inglesa, en la época de la
Restauración , nos ofrece uno , entre los muchos ejemplos , que
para prueba de esto mismo encierran las páginas de la historia.
El joven noble de aquella época era un mal criado caballerete,
afectado en su porte , afeminado en sus maneras, frivolo en su
lenguaje y disoluto en sus costumbres. Se le distinguía con el
sobrenombre de fop, palabra que abarca todos los calificativos que
acabamos de darle. No se conocía entonces el tipo del noble ado-
lescente del dia, que principia sus estudios en el colegio de Eton,
se perfecciona en el de Oxford ó Cambridge , se hace hombre via-
jando por nuestro continente , y concluye por presentarse á los
libres electores , para que le hagan sitio en los bancos del Parla-
mento. Por el contrario , se consideraba impropio del hijo de un
caballero el que asistiera á los institutos de enseñanza , porque en
ellos adquiría necesariamente malos modales, alternando con otros
jóvenes que pudieran serle inferiores en fortuna ó nacimiento. Una
madre cariñosa no podía permitir que su hijo se estropeara el
vestido ó el calzado retozando, ni que desempolvara su peluca , ni
que afeara la forma de sus manos : y todo esto era natural suce-
diese en un colegio , donde se atiende más al saber de los libros
que al pulimento de la persona. Para evitar el mal, se encargaba
su educación al cuidado de un pedagogo , que atento sólo al ade-
lanto de su propia fortuna , mimaba al educando , adulaba á sus
padres, y lograba de este modo vivir en plácida holganza. La ma-
dre, uniendo sus esfuerzos á los del preceptor, desempeñaba la
parte más esencial de la educación de su hijo, enseñándole á no
cruzar las piernas, á no cargarse de espaldas ni andar tambalean-
do, á conversar con gracia, á decir chistes , y otras muchas cosas
de absoluta insignificancia; de modo, que cuando el joven salia
de las manos del tutor , podia frecuentar desde luego los templos
de la moda, porque sabia hacer cortesías, bailar un minuet, reco-
jer á tiempo un abanico , ofrecer un polvo y chapurrar el idioma
francés: conocimientos todos indispensables, para distinguirse
entre las gentes del gran tono.
La corte ( Cí?tír¿ ) , significaba grandes cosas para la juventud
dorada: gloria, poder, riquezas, placeres, todo cuanto puede caber
524 ESTADO GENERAL DE INGLATKRKA
en la ardiente imaginación de un joven cortesano. Sabia éste muy
bien , que para adquirir estos goces , no necesitaba ser orador ni
legista, ni entender de política . ni estudiar la ciencia económica,
ni saber la historia de su país ; pues que conocía tantas magnífi-
cas nulidades, como el Ministro Godolphin, que jamas habló en el
Parlamento ; ó como Cornbury , que no sabia lo que eran los cír-
culos de Alemania; ó como Sunderland, Consejero de Estado, que
nunca aconsejó cosa de provecho. Jóvenes había, como Hydes,
Talbot, Hamilton, Sidney y otros, que al decir de sus contempo-
ráneos, no habían visto la Universidad sino en perspectiva , y sin
embargo llegaron á ocupar distinguidos puestos en el estado polí-
tico. Otros eran, pues, los medios de hacer fortuna. Buckingham,
divirtiendo con sus bufonadas á Carlos II, obtuvo el cargo de pri-
mer Ministro; Churchill, vendiendo á las damas su persona, con-
seguía ver repleto su bolsillo ; y Talbot, agente oficioso en los ga-
lanteos del Duque de York , alcanzó la dignidad de Virey de
Irlanda. Hé aquí los modelos que imitaba la juventud, ansiosa de
participar de los favores que con mano liberal repartía Carlos II
entre sus disolutos compañeros .
Nutrido con tales ideas y esperanzas, el nuevo cortesano no tar-
daba en distinguirse por el desenfreno de su conducta. Estaba de
moda el libertinaje, y era natural que un joven distinguido se
hiciese esclavo de la moda ; así es que apenas iniciado en las cos-
tumbres de la corte , ingresaba en el círculo de los libertinos por
excelencia, especie de sociedad á que pertenecían todos los jóve-
nes de la aristocracia, llamados en el lenguaje de Milton hijos de
Belial. Los continuos desórdenes á que éstos se entregaban eran de
naturaleza tan feroz, que llegaron sus promovedores á apellidarse
públicamente Mosohocks, nombre de una tribu salvaje del Norte de
América. También se les conocía por otros apodos significativos,
como Nukers, truhanes, Scoures, vagabundos; lo cual demuestra el
odio que les profesaba el pueblo, víctima no pocas veces de sus cri-
minales pasatiempos. En sus correrías nocturnas se les veía embria-
garse con las rameras, asaltar las sillas de mano y golpear á los
cocheros, insultar á las jóvenes, apedrear las ventanas de los re-
publicanos, y asesinar á los agentes de seguridad pública. El que
más fechorías contaba era el héroe envidiado de la comunidad;
de modo que cada cual se esforzaba en escandalizar á las gentes,
para poder, como D. Juan Tenorio, enseíiar á sus rivales un libro
EN Ef. SIGLO XVIT. 525
inédito de fastuosos crímenes. Broncard se alababa descaradamen-
te de poseer un serrallo de bellísimas aldeanas : Wilmot se jactaba
de haberse embriagado 1825 dias consecutivos: Russell hacia mé-
rito de haber escalado los balcones de palacio : Duncan , creía lle-
varse la palma por haber robado una camarista de la reina : Sun-
derland contaba con orgullo que llegó á perder en una noche
20.000 libras esterlinas al juego : y Oxford se hizo notable por ha-
ber sacrilegamente fingido una ceremonia nupcial con el fin de se-
ducir á una joven honrada. Tales eran los vicios á que se abando-
naba aquella aristocrática juventud, predestinada á ver terminar
su existencia entre los achaques de una vejez prematura , ó á su-
cumbir, como D'Avenant , á les efectos de una enfermedad ver-
gonzosa.
Lo que más caracterizaba al fop^ como le hemos llamado, era su
fanatismo por la moda. El elegante de aquella época gastaba chu-
pa y calzón corto, casaca guarnecida con pasamanos de seda, me-
dias de lo mismo, zapato con moña, espadín y tricornio. Era de ri-
gor que los guantes fuesen bordados, perfumados, de color á la
martial, y llegados de París por el último paquebot de Douvres.
La corbata era de finísimo lino, atada al cuello con un lazo enor-
me, cuyos extremos, guarnecidos de encajes, caían sueltos y pen-
dientes hasta la mitad del pecho. La peluca era un promontorio de
cabellos rizados, que se desprendían de ambos lados hasta descan-
sar sobre los hombros y espaldas, figurando en la cúspide de la
cabeza una como cresta de gallo. Había pelucas á la Bichon, á la
Moutonne d'Abbé, etc., más ó menos exageradas, pero que debían
rizarse , perfumarse y empolvarse todos los dias. Ataviado de esta
suerte nuestro elegante , se presentaba en los salones luciendo su
lente de Paris, su relox de Nuremberg, su espejillo de Venecia : ó
bien hacía su entrada triunfal en Hide Park, ya recostado en su
caleche tirada por yeguas ñamencas, ya montando con desden su
brioso corcel de Andalucía.
Hamilton pinta en sus Memorias la triste figura del cortesano,
que no rendía el debido homenaje á la moda. Russell, por ejemplo,
era un hombre escéntrico, de quien todos se reian, por que daba
en usar sombrero cónico, bastón de marfil , galones de oro, y bo-
tas de picos. El mismo autor nos refiere la consideración de que
gozaban en la corte M. de Flamarin, introductor del mimcet; M. de
Grammot, que desterró la antigua carroza y adoptó la caleche de
526 ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
Versalles, y D. Francisco de Mello, español y hombre de buen hu-
mor, que puso en boga la zarabanda. Estos beneméritos persona-
jes eran festejados á porfía, disputándose las tertulias su asistencia:
la nobleza les daba banquetes, la reina les trataba hasta con fa-
miliaridad, y el monarca les señalaba pensiones.
Los sitios que frecuentaba asiduamente el elegante eran los ca-
fés. De éstos se conocían dos en la calle de San Jaime , que por es-
tar situados en las inmediaciones del palacio y de los parques, eran
los comunmente preferidos. El café de White se distinguía de su
rival el de San Jaime, en que los tertulios del primero se re-
unían á tratar de cosas políticas , mientras que los del segundo se
divertian en murmurar y referir los escándalos de la corte. Para
ser admitido en estos establecimientos era preciso pagar dos peni-
ques á la entrada, y habia que abstenerse de fumar y salivar, por-
que el suelo estaba curiosamente entarimado. Era también forzoso
que el vestido del concurrente fuese intachable, y sobre todo la pe-
luca, que de no estar bien encrestada, baria pasar á su dueño por
un teignasse, tinoso, y seria causa de que los sirvientes no respon-
dieran á su llamamiento. Usábase tomar café, chocolate, y sorber
tabaco en polvo, mientras se disponían las partidas de juego ó de
caza , ó se divulgaban con algazara las últimas aventuras del ca-
pitán Duncan, los deslices de Miss Price y el proyectado divorcio
del rey. De allí sallan los ociosos para ir á la prisión de Bride-
well á ver azotar á las mujeres, ó á presenciar un desafio, una riña
de gallos, un combate de pugilistas, ó una ejecución del verdugo.
La noche se pasaba entre los bastidores del teatro de Covent-Gar-
den, en la tertulia del rey y en los salones de la Duquesa de York;
y cuando la aurora anunciaba el nuevo dia, sallan aquellos disolu-
tos, huyendo de la luz, á reparar en letárgico sueño las fuerzas
que perdían en el fuego impuro de sus bacanales.
Digna pareja del fop , cuyo retrato acabamos de bosquejar,
era Milady en aquella época. La joven que aspiraba á brillar en
los circuios de la aristocracia, se distinguía generalmente por sus
finos modales, su alta estatura, su talle flexible y esbelto, su blan-
quísima tez, sus ojos azules y su rubia cabellera. La virtud de la
doncella era incorruptible mientras abrigaba la esperanza de con-
traer algún ventajoso matrimonio. Hábil en el arte de disimular,
sabía fingir una convulsión á tiempo, para dar un público testi-
monio de su sentimentalismo. Afectaba una predilección decidida
EN EL STOLO XVIl. 527
por los pasatiempos inocentes, propios de la candorosa infancia,
como el jugar á la gallina ciega y el hacer castillos de naipes. No
sabia lo que era amor, ni queria comprender su estratégico len-
guaje; así es que sacudía de la manga de su vestido, con admira-
ble serenidad, los billetes amatorios que le entremetían sus adora-
dores: y prorumpia en un ¡ay! escandaloso cuando alguno le
pisaba adrede el pié ó le apretaba la mano. Tal era el retrato de
Miss Stewart, de Miss Wermestre, de Miss Temple, y de otras mu-
chas que fueron célebres por su hermosura en la corte de Car-
los II.
El tocador de una de estas beldades merecía ser descrito por la
pluma de otro Ovidio. El colorete y el blanquillo, los polvos y las
moscas, el espejillo de bolsa, las pastas, esencias y engalanados
estuches, formaban un elegante contraste con los billetes amorosos,
esparcidos sin pretensión entre mil juguetes de valor y joyas de
exquisito gusto: brazaletes, collares, pendientes, cintas y moños.
Alli, en un mueble que la moda habla hecho inservible, yacía el
retrato empolvado de un amante en desgracia: aquí , revuelta con
la basquina que sirvió en el último baile, asomaba el mástil de una
preciosa guitarra. Los cuadernos de música, la nueva zarabanda,
la novela popular, las poesías de Rochester, mezcladas y confandi-
des con otros tantos objetos de moda, contribuían á aumentar aquel
bello desorden, proporcionando al artista un vivísimo modelo para
poder trazar, á los ojos del curioso, el cuadro fascinador del templo
de la elegancia.
Sin embargo, ¡cuánta miseria no se oculta bajo el espléndido
atavío de la joven cortesana! El amor, ese pudoroso sentimiento
que eleva las almas y las edifica, era una planta exótica en el pe-
cho de Milady. Los galanteos delicados, las sentidas frases, todo,
en fin, cuanto puede conmover un corazón amante, era inútil hoja
rasca que su razón desechaba. Ella no comprendía aquel recatado
amor de los torneos que Valenzuela profesaba á María de Austria,
expresado en su divisa: « Adoro á quien me mata; » ni sentía aque-
llas borrascas del corazón que con tanta verdad pintaba Villame-
diana, cuando comparándose al ángel de las tinieblas, se decía,
«más penado y menos arrepentido,» los dardos del amor se embota-
ban en aquel bellísimo seno, blanco, frío é inanimado como el déla
Venus de Médicis. Su ídolo era el becerro de oro; su filosofía el
positivismo. Para ella, el mérito de un galán consistía en su for-
528 ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
tuna; y el más persuasivo era el que le decia sin rodeos: «Milady,
os ofrezco mis 3.000 Jacobos anuales y mi persona.» Este era y ha
sido por mucho tiempo después, el lenguaje oficial de los amantes
ingleses.
Saint Evremond, filósofo observador de las costumbres del bello
sexo, y que conociaá fondo el carácterde las damas inglesas, aconse-
jaba de este modo á su amigo M. de Grammont: «No esperéis amor de
»las doncellas de la corte: Westminster no es el Haya ni Paris. En
»el Haya las solteras son sensibles y las casadas Lucrecias: en Pa-
»ris las unas son coquetas, y las otras muy tiernas de corazón; pero
»en Westminster no se conoce más que un común sentimiento de
linteres y de egoísmo.»
Si aquella aparente insensibilidad fuese el efecto de una moral
austera llevada al extremo, ciertamente que no seria tan vitupe-
rable; pero no es licito el pensarlo cuando vemos á Milady, ya en-
trada en años, convertirse en una lasciva romana, ó manchar, co-
mo Mesalina, el tálamo conyugal, comprando amantes indiscretos
con el oro de su señor. Pasados los primeros años de la juventud,
la cortesana, soltera ó casada, variaba sensiblemente de conducta .
Los deseos más vulgares, las pasiones más torpes la caracteriza-
ban. Vendía su honor por pasearse en la carroza del Duque de
Guisa. Disfrazada de lacayo, asistía al desafío que ella misma cau-
saba entre su amante y su esposo. Hoy se rinde á los vigorosos ata-
ques de Hall el Saltimbanqui, y mañana compra á fuerza de do-
blones los favores de un capitán de Guardias. En sociedad, Milady
era jugadora consumada de revesino y harto desmesurada en be-
ber, sin que se pasara dia en que no hiciera frecuentes libaciones
de aguardiente y de Canarias, de whisky y de usquehangh. Tal es
el tipo que nos trasmite la crónica de aquella época, al recordar-
nos los nombres de las Duquesas de York, Portsmouth y Cleve-
land, de las Condesas de Shrewsbury, Saint Albans, Derventwa-
ter, y otras muchas que componían los círculos más distinguidos
de la aristocracia.
El traje de las damas inglesas en la época de la Restauración,
era en extremo airoso, copiado, como todos sus usos y costumbres,
del que llevaban las Francesas en París y Versaílles. Aun nos
place el ver en nuestros teatros modernos el gracioso guarda-in-
fante, especie de tontillo entretejido de finísimos alambres, sobre
el cual se coloca la basquina de anchos pliegues y escandaloso
EN EL SIGLO XVIT. 529
vuelo. Nos agrada aquel caprichoso calzado, con su alto tacón de
madera y su moña de raso; la plateada peluca, compuesta de bu-
cles, trenzas y ensortijados : los guantes bordados , el abanico de
seda, el lente de oro, y los collares, pendientes y joyas que con
tanta profusión sabian ostentar las seductoras ninfas de la moda.
El fino pincel de Sir Peter Lely ha trasmitido á la posteridad los
retratos de aquellas rubias hijas de Albion, que más brillaron por
su belleza y elegancia , en la Corte de los Estuardos.
La sociedad, que ha sido siempre el teatro de las costumbres,
ofrece ancho campo al moralista para poder discurrir á su placer
sobre la corrupción de los hombres. Si logramos trazar un cuadro
exacto de la sociedad inglesa, en la época que vamos historiando,
para lo cual nos suministran abundantes datos las memorias y
escritos de autores fidedignos , alcanzaremos el fin que nos hemos
propuesto en el presente capitulo.
Multitud de tertulias se conocían entonces en Westminster. Lady
Chesterfield , Lady Hamilton , Lady Castlemaine , Lady Bristol y
otras , reunían en sus saraos lo más escogido de la nobleza britá-
nica. El mismo rey abria su estrado de Whitehall á todos los
cortesanos indistintamente ; pero aquella sociedad de palaciegos y
favoritas, no debe confundirse con las demás, esencialmente aris-
tocráticas. De éstas , la más concienzuda era la de la Duquesa de
York. Frecuentábanla la Duquesa de Norfolk, las Condesas de
Shrewsbury , Portland , Por vis y Berks , las Vizcondesas de Mon-
tagne y Stafíbrd, y las Ladies Azundel, Petri, Talbot, Howard,
Laúdale, Arlington y Clifort. Todas estas damas pertenecían á la
flor de la nobleza católica , muy superior á la protestante , porque
procedía de un linaje más ilustre y se engalanaba con más anti-
guos blasones. A la aristocracia protestante se adherían en pri-
mera linea la Duquesa de Buckingam, la Condesa de Essex, y las
Ladies Cecil , Villiers , Cooper , Russell , Coventry , Dormer y Os-
borne. La nobleza católica databa sus títulos de 1442: la protes-
tante de 1620, esto es , del mismo siglo en que vivian sus vastagos
más ilustres. La primera se vanagloriaba de tener por antecesores
á los esclarecidos Normandos que conquistaron la Francia , la In-
glaterra, la Sicilia, y la Palestina; la segunda jamas hacia men-
ción de su cuna , porque se avergonzaba de proceder del favorito
Villiers, del mercero Coventry, del especiero Browne , y del pañero
Osborne.
TOMO XV. 34
530 ESTADO GENERAL DK INGLATIíRRA
Las curiosas Memorias de Hamilton nos dan una idea del orden
y espíritu que reinaba en la tertulia de la Duquesa de York. Al
abrirse la reunión, los sirvientes disponian las mesas de juego, las
damas formaban partidas , los caballeros hacian corrillos , y los
amantes se aprovechaban del rio revuelto, ho^fops, eternos ene-
migos del hogar doméstico , circulaban por todas partes dispues-
tos á seducir doncellas y á conquistar matronas. La Duquesa diri-
gía sus lentes al inconstante Jermyn, quien, por su parte, fijaba
los suyos en la hermosa Lady Churchill ; y el Duque , al mismo
tiempo, se insinuaba con alguna picante camarista, contándole
sus cacerías de, zorras, sus combates navales, y sus triunfos par-
lamentarios. Lady Chesterfield , antes de sentarse á la mesa del
revesino , hace entrega de sus guantes y abanico al primito Ha-
milton : Milord Chesterfield , marido celoso en demasía , se coloca
en un taburete algo distante para observar la conducta de su sen-
sible esposa ; pero el desgraciado es de aquellos seres que compa-
dece la Escritura, porque tienen ojos y no ven. Mr. Denham se
encarga gratuitamente de sacarlo de su letargo, por pura caridad,
y le hace observar que la mano de S. A. el Duque habia desapa-
recido de la mesa. Milord amostazado , no vé entonces otro recurso
que el de pedir consejo á sus parientes. — Mirad, mirad, dice al
primito Hamilton, mostrándole la mano del atrevido Duque, ¿qué
debo hacer eu este caso? — Pero Hamilton , que era uno de los
amantes de Milady , se creía con derecho á hacer la misma pre-
gunta.
Al otro extremo del salón , un corrillo de damas y galanes ce-
lebra la bien torneada pierna de la embajadora de Moscovia ; y los
elegantes , tomando el asunto con calor , hacen alarde en compe-
tencia de haber medido piernas á cual más primorosas. Uno de
ellos, un imprudente duque, dijo, que por su experiencia en el
oficio, sabia que las medias verdes disimulaban mucho la falta de
pantorrillas. Un noble lord que le escuchaba, se retira temblando
de cólera : Milady usaba medias verdes , y era claro que el Duque
habia medido las piernas de Milady.
Denham , el poeta satírico , sentado en un rincón , mordiéndose
la punta de los dedos , observaba con maligna sonrisa el aprieto de
los maridos. Su lengua viperina no perdonaba reputación, por hon-
rada que fuese , ensañándose en los celosos con irritante oportu-
nidad. Pero al par que veia los defectos ajenos, no hacia caso de
EN EL SIGLO XVII. 531
los suyos propios: su esposa, la bella Miss Brooks, le castig-aba
diiariamente con la pena del Talion. Así ha sucedido siempre. Mo-
liere, que tanto divertia al público francés, á costa de los maridos,
era el marido más desgraciado de su tiempo.
Mientras unos jugaban y otros murmuraban, los enamorados no
estaban ociosos. El buen decir, la agudeza y el aticismo refinado,
caracterizaban los coloquios de aquellos amantes fingidos, sobresa-
liendo las damas por su desembarazo en replicar. — Tenéis celos? —
decia una sensible rubia á su exigente cortejo, — pues por lo mis-
mo los merecéis. — No profanéis el mérito de la constancia, — decia
una matrona á un importuno. — Estáis enfermo? — preguntaba una
coqueta á un necio que suspiraba, — pues no descuidéis por mi
vuestra salud.
La Duquesa de York , aunque nacida en humilde cuna , sabia
hacer dignamente los honores de su escogida sociedad. Ella, la
hija de un pobre abogado de provincia, no demostraba extrañeza
ni agradecimiento por el enlace que contrajo con el hermano del
Rey Carlos II, heredero legitimo de la corona de Inglaterra. «Me
ha hecho justicia casándose conmigo», decia al hablar del Duque su
esposo ; queriendo sin duda encarecer sus cualidades físicas , pues
en cuanto ala moralidad de su conducta, siempre había dejado
mucho que desear. Se decia que había tenido trato criminal con
el Duque antes de casarse , y que desde muy joven , había sido la
heroína de ruidosas aventuras galantes ; rumor que no desmintió
la Duquesa en su nuevo estado , pues más de una vez provocó el
escándalo con sus adúlteros amores. Entre las muchas anécdotas
que de ella se contaban por las tertulias y cafés , figura un chis-
toso lance que merece referirse. Fué el caso , que una noche en
que Talbot acudió á palacio, citado por la Duquesa, se introdujo
en una oscura habitación, que él creyó muy á propósito para el lo-
gro de sus proyectos, pero que era en realidad el gabinete donde
tenía sus sesiones el Consejo de Ministros ; y los amantes, poco pre-
visores en el calor de sus pasatiempos , hubieron de tropezar con
el bufete, derribando un enorme tintero , y emborronando los pa-
peles del Gobierno : quedando así probado el delito con irrecusa-
ble testimonio, pues que tan buen testigo era en este caso el papel
manchado como el papel escrito. Mujeres hay siempre en las cortes
de reyes disolutos , que quieren hacer un mérito de su extremada
sensibilidad, llamando «amor de lo bello» á la pasión del momento,
532 ESTADO GENERAL T)E INGLATRURA
que suelen sentir por un galán de donosa apostura; pero ni aun
este nombre podia darse á los caprichos de la Duquesa, pues
el beau Jermyn, su más constante favorito, era bajo de estatura y
feo de rostro, de cabeza monstruosa, aunque vacia, y de piernas
enjutas, aunque preciosas para un danzarín de oficio; que ci-
fraba su orgullo en haber sostenido dos ó tres desafios con poco
valor, y en haber ganado algunas apuestas en las corridas de ca-
ballos.
La Duquesa tenia á sus órdenes una pequeña y distinguida co-
mitiva de camaristas, todas ellas célebres por su hermosura, ó sus
galanteos ; tales eran Miss Price , Miss Blake , Miss Bagett , Miss
Jennings y Miss Temple. La dirección de estas jóvenes estaba con-
fiada al cuidado de una dueña , Miss Herbert , señora ya entrada
en años, pero que aún conservaba algunos restos de su pasada
lozanía. De ella cuentan los escritores , que jamas tuvo amor al
sexo varonil, pero que en cambio se hallaba poseída de esa pa-
sión funesta que Safo habia ingerido entre las damas de Lesbos.
Los poetastros de su tiempo solian aguzarse el ingenio compo-
niendo anagramas alusivos al vicio de la griega moderna; y la
Duquesa, que no ignoraba cuan ciertos eran los rumores del vul-
go, disimulaba aparentando ignorarlos, pues no creia prudente
despedir de su servicio á la q ue era encubridora de sus propios ex-
travíos.
La tertulia del rey era de menos tono que la de la Duquesa de
York. En el palacio de Whitehall , no se conocía la etiqueta ni el
ceremonial que presidian las reuniones del de San Jaime. Allí ha-
bia más libertad en las palabras y más licencia en las acciones:
en San Jaime se respetaban al menos las apariencias.
La magnifica galería de Whitehall que habían construido los
Tudors, era el local predilecto en que Carlos II entretenía á sus
tertuliantes. Allí pasaban gran parte de la noche los disolutos y
tahúres de la corte , en compañía de todas aquellas cortesanas que
vivían en el ocio y los placeres : cómicas , bailarinas y favoritas,
mezcladas con duquesas , condesas y camaristas : nobles lords y
distinguidos diplomáticos, confundidos familiarmente con músi-
cos , poetas , jugadores y pisaverdes.
A la hora de recepción la galería presentaba un golpe de vista
tan brillante como grotesco. A un extremo del salón se veía una
gran mesa cubierta qjow un riquísimo tapete, y coronada de pira-
EN EL SIGLO XVII. 533
mides de oro , alrededor de la cual se apiñaban los insaciables
jugadores Bucking-ham , Sunderland, Grammont, Talbot, Wi-
lliamson , Cornualiis y otros. Al extremo opuesto , Carlos II re-
costado en cogines de escarlata , rodeando con uno de sus brazos
el blanco cuello de su sultana favorita , se entretenía en retozar
con la célebre Hortensia Mazarino, «la petite maítresse» Luisa
de Queronville, la bailarina María Da vis y la cómica Elena Givin.
Más allá « la belle Stewart » resistiéndose á una curiosidad liber-
tina , obedece á la voz del Rey Carlos, y enseña su pierna hasta
la rodilla ante un enjambre de cortesanos que acuden á rendirle
adoración. En medio del estrado . los dilettanti forman corrillo pa-
ra oir á un paje francés entonar una zarabanda , al son de la gui-
tarra de D. Francisco de Mello. En fin , por todas partes se oyen
requiebros ,' dichos picantes , bufonadas y escandalosas risas , sin
que bastara la presencia de la reina á contener aquel tumultuoso
desorden.
A la hora del baile se transforma la escena. Miss Wesmestre se
presenta á bailar el minuet, luciendo su talle de abeja; el Mar-
ques de Flamarin , inimitable danzante , la acompaña con grave-
dad cómica y mesurada cadencia. Concluido este espectáculo , sa-
le al estrado una relamida camarista , y ejecuta un paso de zara-
banda al son de las castañuelas que toca Correa da Silva. En fin,
después de haberse lucido cada cual individualmente , sin excep-
tuar á veces los más graves personajes, termina la fiesta con una
contradanza general, en la que toman parte los menos ágiles, con
gran satisfacción y risa de los bufones.
Lady Monsery era el blanco de los tiros de la malicia cortesana.
A ello se prestaba admirablemente aquella noble señora , por sus
risibles pretensiones y su horroroso personal. Tenia una afición
entrañable al minuet , sin reparar que su talle grosero , su cuerpo
pequeño y contrahecho , y sus mal aderezados pies , eran tristes
elementos para aspirar al lauro de Tersípcore. Pero lo que mas le
atraia el escarnio de las gentes, era su inconcebible manía por fin-
girse en cinta. Cierta noche en que Milady, para castigo de sus
culpas, parodiaba un minuet, desprendióse, con la violencia de sus
saltos descompasados , el ridiculo envoltorio con que se abultaba
el seno. El terrible Buckingham se avanza fingiendo solicitud há
cia el trapo caido , y le envuelve en su casaca contrahaciendo el
llanto de un niño recien- nacido. Los tertuliantes prorumpen en
534 ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
risotadas celebrando el talento imitativo del Duque, pero éste,
sin dar el lance por concluido , se dirige á las camaristas de la
reina y les pregunta si hay entre ellas algún ama de leche. Fácil
es concebir la indignación de aquellas jóvenes , y los frenéticos
aplausos con que todos acogieron este nuevo chiste. La misma rei-
na , en medio de la reprensión que dirigió al Duque, no pudo con-
tener la risa que la ahogaba. Carlos II restableció finalmente el
orden , y mandó que, para remediar el escándalo, bailara de nuevo
la desembarazada.
El Chevalier de Grammont era de los que más contribuían con
sus chistes á divertir la sociedad. Hastiado del amor, que le habia
consumido su fortuna, se dedicaba con preferencia al juego, donde
logró no pocas veces rehacer su crédito. — Chevalier, le decia
al oido el filósofo Saint-E vremond, «sé que habéis triplicado
» vuestro caudal ; bien está : seguid en esa noble senda ; adorad
>^al dios del dinero y renunciad á Cupido . Sobre todo, os acon-
»sejo que dejéis en paz á las favoritas del rey, y que seáis muy
»cauto. Si queréis vivir tranquilo en la corte, ocupaos en hacer
»reir á Carlos II , y dejadlo que duerma en el seno de los pla-
ceres. »
Grammont siguió por mucho tiempo los consejos de su «petit
faquín de philosophe» como llamaba á Saint-E vremond. Maestro
en el arte de los tahúres del ejército francés, burlaba fácilmente
la vigilancia de los jugadores de Whitehall, quienes á su vez so-
lian olvidar las deudas contraidas en el juego. Cuando acosado por
la mala suerte se decidla á abandonar los naipes, el Chevalier
formaba un corro de curiosos y les referia los lances de su vida
aventurera y los de la corte de Francia. En estos casos , el rey,
la reina y la mayor parte de los tertuliantes se acercaban al gru-
po, queriendo devorar los disparates que sallan del cerebro del
Francés. A menudo, cuando para dar color á su narración, queria
referir algún dicho inmodesto, se dirigía á la reina diciéndola con
sorna: «Señora, no puedo seguir la historia delante de V. M.»
Pero el rey no se daba por satisfecho hasta oir el fin del cuento,
y entonces se retiraba apoyando familiarmente su brazo en el hom-
bro del poeta D'Urfey, ó entonando soUo-voce alguna canción
obscena.
Carlos era un principe escéptico y sibarita. No tenia fe política
ni religiosa, ni ambicionaba más gloria que vivir indolente entre
EN EL SIGLO XVII. 535
viciosos palaciegos, y dueño absoluto de su caprichosa voluntad.
Era generoso con sus aduladores, familiar con los libertinos, ene-
migo de su esposa, y tirano de sus ministros cuando querían mo-
ralizarle. Gastaba su patrimonio y el de sus subditos en protejer
favoritas y ennoblecer bastardos. Los cortesanos, que veian la fa-
miliaridad con que el rey los trataba , se aplaudían de tener un
principe tan bien vaciado en sus moldes , y le pagaban en cambio
con igual desacato. En prueba de esto , se cuenta que una noche,
en que estaba el rey rodeado de sus más Íntimos consejeros , Ver-
rio, pintor napolitano, le grita 'desde lejos: — Señor deseo obtener
una gracia de V. M. — Qué quieres ? replica el rey. — Dinero, Se-
ñor, dinero; V. M. y yo sabemos, por experiencia, que á los ocio-
sos y á los pintores pronto se nos acaba el crédito. — Carlos, sin de-
mostrar enfado ni sorpresa, le contesta: Ya he mandado que te
entreguen 1.000 libras. — Pero, Señor, repuso el artista, esas 1.000
libras las tengo ya gastadas. — Pues á ese paso, dijo el rey, gasta-
rás más dinero que yo. — Cierto, reponde el pintor imperturbable,
pero V. M. no gasta mesa de Estado como la mia.
Tales eran las sociedades de Westminter, y tales las costumbres
de los cortesanos.
Este género de vida sufria alguna alteración con la venida del
estio. Entonces la corte se trasladaba á Tunbridge, que era el Spa
ó el Báden Báden de aquella época, y los elegantes, variando sus
pasatiempos, requebraban las aldeanas, jugaban á los bolos, bai-
laban sobre el césped, y hacian su acostumbrada tertulia en casa
del rey. El juego de naipes era, sin embargo, la pasión favorita,
por cuya razón se infestaba aquel lugar de « rogues » ó caballeros
de industria, quebrantados en su salud y más aún en su fortuna,
que por la eficacia de los baños lograban restablecer la una y la
otra.
Sería un error el creer que las costumbres de la nobleza britá-
nica eran comunes á todo el reino. La corrupción de la corte no
llegaba á contagiar las demás ciudades donde la industria y el
trabajo tenían su cuna. El colono, el labrador y hasta el señor
feudal , que residían en los campos y los castillos , afanados aque-
llos en regar las tierras con su sudor, estos en recoger las míeses
para su regalo, no pensaban en otros goces ni podían dedicarse á
otras ocupaciones. Sus costumbres eran , por lo tanto, diversas de
las que hemos venido bosquejando, y ya es tiempo que digamos
536 KSTADO GENERAL DE INGLATERRA
algo de ellas, ciñéndouos, como hasta aqui, á la brevedad que nos
hemos impuesto.
La ciudad era la verdadera y única residencia de la clase media.
En su recinto no tenian cabida los palacios de la nobleza. Su aris-
tocracia se componía del platero de Londres, del negrero de Bris-
tol, del pañero de Leeds, y de los principales fabricantes de Man-
chester y Norwich. Su gobierno municipal estaba confiado á los
mercaderes , especieros y propietarios de fincas urbanas. Fácil es
pues adivinar las costumbres de aquellas gentes que , como ya he-
mos dicho , se ocupaban en fomentar su comercio y en dar vida á
sus pequeñas industrias. Los comerciantes más opulentos, que
eran sin duda los que hacian el tráfico de negros , se sallan de la
común esfera por el mayor lujo que desplegaban en público, y muy
particularmente por la pompa con que acostumbraban á celebrar los
bautismos y hacer los funerales de sus allegados. Algunos gasta-
ban coche y lacayos de librea , comian manjares suculentos y be-
bían vino de Canarias; pero la mayor parte de los fabricantes,
lejos de vivir con desahogo, tenia que hacerlo con grande econo-
mía, trabajando en el mismo taller con sus aprendices , y comien-
do con ellos á la misma mesa.
En el campo ó coiintry, como le hemos llamado, vivia el colono
oscuro de nacimiento, sencillo en su saber y humilde en su condi-
ción. Las tareas agrícolas le entretenían exclusivamente. Ayudado
de su mujer é hijos, trabajaba en la tierra desde que asomaba el
alba hasta la muerte del dia, sin otro descanso que el preciso para
tomar sus alimentos. A su mal provista mesa se sentaban los sir-
vientes, por muy viles que fueran, confundidos con su familia ; y
cuando alguno de sus hijos varones se casaba á gusto suyo , le
construía una choza al extremo de su campo, para que en ella co-
habitara con su joven compañera.
El country-gentleman, ó caballero del campo, era uno de los ti-
pos ingleses más marcados , cuyas costumbres y género de vida
contrastaban singularmente con las del noble Londeño. Era el ha-
cendado enemigo personal de los cortesanos, á quienes despreciaba
como hombres venales y mal nacidos , que debian sus riquezas y
blasones á la deshonra de sus madres, esposas é hijas. Jamas pisa-
ba las calles de la capital , á menos de ser elegido miembro del
Parlamento, ó cuando la urgencia de algún asunto de familia se lo
exigía imperiosamente. No entendia de política, ni alcanzaba otros
EN EL SIGLO XVII. 537
principios que los que le imponian obediencia pasiva á su rey y
odio á los revolucionarios. Vivia encerrado en su Manor , esto es,
su posesión campestre, entregado á los placeres de la mesa y de la
caza, y sin más sociedad que la de su familia é inmediatos depen-
dientes: el capellán, el caballerizo , los monteros y los principales
colonos.
El Manor del noble hacendado se componía de un Tiall, nombre
que significaba propiamente sala, pero que se aplicaba por antono-
masia á toda la casa ó palacio feudal, con un parque ó bosque, un
jardin, y tierras de labradío. El hall era comunmente de madera y
estuco ó de ladrillo', con ventanas altas y estrechas , y tejado de
caballete. Muchos de estos palacios llevaban impreso el carácter
normando, fortificados, como lo estaban en muchos condados, con
torrecillas, almenas y fosos; pero los más eran de estilo Isabelino,
llamado también en arquitectura Renacimiento inglés, por haber
sido aquellos restaurados ó construidos en tiempos de Isabel Tudor.
En el interior de dichos edificios se velan largas galerías , salones
vestidos de madera de encina curiosamente tallada, chimeneas de
fresno ó de piedra esculpida, techos bajos y arqueados, y escaleras
espaciosas con grandes y macizas balaustradas. No se conocían ta-
pices, ni mármoles, ni porcelanas, ni pinturas: sólo algún retrato
de familia, debido al pincel de Lely, figuraba en el gran salón co-
mo prenda de lujo al lado de los trofeos de caza y de mohosas ar-
mas, que revelaban á primera vista la orgullosa antigüedad de sus
posesores. En la capilla se solía ver una alta vidriera, pintada allá
en los siglos que llamaban bárbaros, tal vez la pieza de más mé-
rito que encerraba el hall , pero que el gentleman miraba con des-
precio, porque creía que de las supersticiones papistas no podía na-
cer el genio de las artes.
El parque era una especie de dehesa y coto , con monte alto y
bajo , donde pacía el ganado , retozaba el gamo y anidaba la per-
diz. Sólo la naturaleza se cuidaba de adornar estos agrestes sitios
de recreo, donde no se veía un cercado , ni una cascada artificial,
ni un rústico asiento , ni una sombreada gruta , ni se respiraba el
perfume de las ñores , ni se sabía lo que era un invernáculo para
dar vida y calor á las plantas tropicales. Por el contrario , la hor-
taliza se plantaba en el jardin; el estiércol yacía amontonado con-
tra las ventanas del palacio, y las cuadras se disponían junto á la
puerta principal del edificio.
588 ESTADO GENERAL DE INGLATERRA
Hecha esta breve descripción de la morada del cou7itry-gentU-
man, es inútil extendernos demasiado sobre los hábitos de su vida
patriarcal. Alli dominaba, según la expresión del jurisconsulto
Blakestone, como un pequeño Nemrod, ensoberbecido con la gran
autoridad que le daban las leyes sobre sus colonos tributarios:
y mientras los realistas y parlamentarios sostenían á sangre y
fuego sus principios políticos, él, indiferente á todo, preparaba
su fusil, reunia sus perros, y cazaba en sus dominios la zorra y el
jabalí.
La caza era la diversión favorita del counir^-geníleman; era más
bien una ocupación forzosa que la necesidad le imponía , por la
multitud de lobos, ciervos, toros, jabalíes y zorras que corrían por
los campos , causando grandes daños en sus sembrados. El modo
de que se valían para destruir estos enemigos de la hacienda co-
mún merece especial mención.
Contra el toro ó jabalí se organizaban compañías de 400 y 500
batidores de á pié , y de 80 á 100 de á caballo. Los batidores tre-
paban á los árboles y caseríos para poder herir al bruto á mansal-
va, y los caballistas corrían mañosamente de una á otra parte, dis-
puestos á cortar la retirada al enemigo. El animal, acosado, no
tardaba en presentarse en la arena , y entonces se le hacía una des-
carga general , y caía acribillado á balazos; habiendo fieras de vida
tan robusta , que postradas con treinta y más heridas , recobraban
ánimo y fuerzas para defenderse del cuchillo del cazador. Para ex-
terminar la zorra , se empleaban indistintamente el plomo , las re-
des y los galgos [grey-hounds], anímales de sin igual ligereza, que
tenían un valor inmenso , y que se criaban con el mismo esmero
que los caballos de sangre ó de regalo. Las bellas proporciones del
galgo de buena casta, están descritas en una balada antigua, y
consistían en tener cabeza de culebra, cola de rata, pié de gato,
y cuello de dragón. La zorra era el más temido de aquellos selvá-
ticos brutos , por la astucia con que solía introducirse en los cor-
tijos, destruyéndolas aves, y llevándose las provisiones de boca.
El cazador que lograba apresar una zorra con sus cachorrillos, ad-
quiría una eterna reputación en su comarca.
Cuando al fin de su larga jornada volvía el caballero á su casti-
llo , cargado de ricos despojos , su familia le recibía en el umbral
de la puerta , ayudándole á descargar la caza : sus hijas le descal-
zaban las espuelas , suspendían su fusil en lo alto de la chimenea,
EN EL SIGLO XVll. 539
avivaban la lumbre , y le servían la comida. Su mujer era la úni-
ca que tenia derecho á sentarse á comer á su lado ; pero en llegan-
do los postres , se levantaba de la mesa para dejarlo en libre pose-
sión de su botella de Alicante , su pipa , y su mullida poltrona.
Entonces no se tomaba té, como hoy dia, después de comer. Si
tenia amigos que le acompañaran, el Gentleman bebia, fumaba y
cantaba hasta media noche ; pero si estaba sólo , se contentaba con
vaciar la botella , y dormitar al calor de la lena de su chimenea
hasta la hora de dirigirse al lecho matrimonial.
Este género de vida , que también se adaptaba al antiguo ca-
rácter de John BuU, no se interrumpía, como hemos dicho, sino á
pesar suyo y en fuerza de apremiantes circunstancias. En la corte
nuestro hacendado era el ludibrio de las gentes. Si entraba en el
aristocrático caté de San Jaime , los concurrentes se escandaliza-
ban al oir que pedia pipa y tabaco , ó al verle escupir sin mira-
mientos en el pulido entarimado. Si queria levantar la voz en las
Cámaras , provocaba la hilaridad general con su acento provincia-
no , que á leguas revelaba su procedencia de Somerset ó de York.
En las tertulias ofendía la vista y los oidos cortesanos con su ves-
tido desusado y su vulgar locuacidad. En fin, por todas partes ha-
llaba motivo para irritarse y echar de menos la quietud de su vida
campestre.
Addisson , queriendo hacernos ver lo que era el country -gentle-
man en sociedad , nos refiere la siguiente anécdota.
Mr. Belfrey era uno de los 100 caballeros que contenia cada con-
dado en Inglaterra. Intrépido Sportsman , esto es , cazador in-
fatigable , y enemigo acérrimo de la música italiana , poseia una
voz estentórea y unos modales harto groseros para que pudieran
cubrirse con capa de franqueza y sencillez. En uno de los raros
viajes que hizo á la corte , quiso asistir á la tertulia de su prima,
Lady Dainty , que recibía en su casa una escogida sociedad. Bel-
frey , con el fin de decir algo , empieza por hacer á los tertuliantes
la descripción de una cacería, y acto continuo , empuñando el láti-
go , que siempre llevaba consigo á guisa de bastón , se pone á dar
aullidos, sacudiendo latigazos al aire, y gritando desaforado —
\ A la zorra, á la zorra! — El perrito faldero de Lady Dainty , asus-
tado con aquella algazara , empieza á hacerle dúo ladrando con
encono , y fué tal el estruendo que de esta combinación resultó, que
os vecinos de las casas inmediatas salieron á formar corro debajo
540 ESTADO GENKRAL DE INGLATERRA EN EL SIGLO XVII.
de las ventanas del salón , ansiosos por saber lo que allí pasaba.
Pero de pronto cesa el ruido : Mr. Belfrey había concluido de des-
cribir lo que era una cacería de zorras. Lady Dainty, entonces, se
dirige hacia su primo , y le ase del brazo para conducirlo hasta la
puerta de la calle , pero Belfrey, furioso de semejante tratamiento,
se revuelve y desgañita, desgarra con sus espuelas la basquina de
una señora , y hace añicos con el látigo un soberbio jarro de Chi-
na : con cuyas hazañas quedó tan corrido , que en el mismo instan-
te huyó de la corte , y no volvió á salir de su « Manor » en lo res-
tante de su vida. »
Con esto daremos fin á este capítulo , dejando al lector pronun-
ciar su fallo sobre las costumbres feudales y las monárquico-fran
cesas.
{Síe continuará.)
Isidoro Gutiérrez de Castro.
EL CATOLICISMO Y LA FILOSOFÍA ALEMANA.
<ifNo pretendáis conocer á los pueblos sin conocer antes á sus Dio-
ses,» ha dicho un partidario de la Filosofía indicada. Tiene razón
á todas luces, y por esto creemos que los estudios sobre Religión
son los más útiles, los más urgentes y los más trascendentales de
todos.
Por más que nos preocupe la política, es ésta sin la moral inex-
plicable, como lo es la misma moral sin el dogma. Y pudiéramos
decir á ios meramente políticos: queréis cuidar sólo de la bellota,
cuando hay un gusano que roe el corazón de la encina. Comparad
á Paris con Tetuan y conoceréis los distintos dogmas que en ellos
imperan.
La escuela alemana ha percibido bien las dependencias lógicas
entre la religión, la moral y la política; y de aquí su insistencia
sobre los estudios teológicos; de aquí el reto arrojado con valentía
á todos los católicos, y de todo ello la necesidad de la critica que
emprendemos.
Pero la crítica para un católico es sumamente difícil, porque no
puede prescindir del sentimiento ni dejarse llevar de él sola-
mente.
La crítica católica, prescindiendo de la polémica de tantos dia-
rios sagaces, que se acechan y regocijan con encontrar el hueco de
la armadura desús contrarios; la verdadera crítica católica, decía-
mos, tiene un verdadero modelo en la Historia de las Variaciones
del gran Bossuet. ¡Con qué placer vemos en ella dejar á los prin-
cipios el trmnfo, y detras al hombre suavizar los golpes, apreciar
las cualidades personales y tender un velo sobre sus defectos! ¡Ojalá
542 EL CATOLICISMO
que nosotros, pigmeos comparados con tal hombre, pudiéramos
imitarle!
Para imitarle es preciso no irritarnos con los que nos contradi-
cen, y considerar lo que decia Tertuliano: «Que este mundo no
»está destinado á la plena justificación de la verdad: que es propio
ȇ la verdad el verse frecuentemente contestada en esta vida y aun
»oprimida y condenada. »
Por esto no debemos quejarnos de que tales escritores opinen de
diverso modo que nosotros, ni deque impug*nen nuestras creencias,
ni suponerlos irracionales é injustos, siendo todo esto contra la ca-
ridad^ sin la que no hay verdadero estilo católico.
Después de este sucinto exordio, diremos dos palabras sobre el
método que seguiremos en estos artículos.
Extractar las doctrinas anticatólicas déla escuela alemana, desde
Spinosa hasta Krausse, seria un inmenso trabajo , y si este trabajo
se encontrara hecho por algún Doctor de dicha escuela , criticando
á éste, seria nuestro trabajo mucho más fácil y menos indigesto á
los lectores, con tal que el indicado Doctor representase bien á sus
predecesores.
Le encontramos en verdad en G. Tiberghien , profesor de la Uni-
versidad de Bruselas, porque en sus Estudios sobre la Religión
ha condensado toda la doctrina de Krausse y de sus predecesores.
Por esto el mejor método consiste en ceder la palabra á Tiber-
ghien, contestando á cada uno de sus más capitales pensamientos,
para que el lector tenga á la vista el pro y la contra y pueda de-
cidirse sobre lo que más racional le parezca.
El primer capítulo de Tiberghien se titula La situación^ y co-
mienza con las palabras siguientes de Edgar Quinet: «Salgamos
de sueiios; dejemos la infancia, es ya tiempo de ser hombres. »
Lo mismo decimos nosotros: despertemos del sueno de las falsas
teorías, teniendo presente que están dormidos todos los que no pien-
san en Dios y le aman. Por esto el gran consejo de Jesús dice: Ve-
lad y orad. Velar es tener abiertos los ojos del espíritu para no de-
jarse seducir por las pasiones ó por los errores, para no perderse
en el laberinto de la palabrería y los sofismas.
Porque esto es muy fiácil en un siglo en el que abundan pala-
bras claras y pensamientos oscuros; en un siglo en el que, como
dice nn crítico, reinan muchas aprensiones y pocas ideas, muchas
emociones y pocos sentimientos, pocas ideas fijas y muchas erran-
Y LA. FILOSOFÍA ALEMANA.. 543
tes, sentimientos muy vivo.s y pocos constantes, espíritus decididos
y opiniones flotantes.
Para evitar estos peligros usaremos de palabras claras que con-
tengan un pensamiento completo; frases que tengan pocos miem-
bros, pocos engranes, para que permitan percibir de una sola mi-
rada la luz de las ideas.
<3c Cuando los dogmas se van, dice Tiberghien, cuando los cultos
seculares han dejado de hablar á la inteligencia de las nuevas ge-
neraciones, y no se sostienen sino por la fuerza de inercia que po-
seen las instituciones del pasado, por la ignorancia que favorecen
y por el temor de las innovaciones que asustan á los intereses ma-
teriales, importa examinar seriamente si la religión debe ser con-
servada, modificada ó suprimida; si es un elemento transitorio que
no encuentra justificación sino en el período de alumbramiento de
las sociedades humanas, ó si debe como todas las cosas renovarse
para florecer aún bajo formas más puras en las sociedades más
perfectas que nos reserva el futuro.»
Si los dogmas se van, si los cultos seculares han enmudecido,
estarán muertos, y en tal caso á nada condúcela averiguación de si
deben ser conservados, modificados ó suprimidos, porque Tiber-
ghien no había de imitar á aquel médico de Voltaire que decía, se
atrevía á escribir un tomo in folio, probando que uno de sus enfer-
mos no se debía de haber muerto.
Tiberghien nos diría que la religión muda, que la religión
muerta es el catolicismo, y que la religión que florecerá es la reli-
gión del futuro.
¿Y qué religión es esa? Escuchemos á otro Germánico un po-
quito más explícito: «La idea de Dios, tal cual la tierra puede pro-
ducirla, no estará plenamente acabada sino cuando todas las tra-
diciones humanas reunidas poco á poco; cuando cada isla en sus
olas, cada clima en sus zonas, cada monte en su cadena, podrán
decir de él por el órgano de un pueblo: Nació en Oriente, creció
en Persia, pasó por .Tudea, por el Cáucaso, por los Alpes; pisó tam
bien en mi camino, bebió en mis fuentes, durmió en mis sombras
y ahora la tierra ha eng*endrado á su Dios . »
Hé aquí un hermoso periodo para los que se contentan con la
magia de las palabras; y sí estas ú otras semejantes cayeran des-
de lo alto de un congreso, motivarían estrepitosos aplausos. ¡Tanto
es el poder de la imaginación en los que no piensan !
544 EL CATOLICISMO
Una tierra que produce ideas, es un descubrimiento pereg^rino:
una idea que bebe en las fuentes , pisa en los caminos y duerme en
las sombras podría ser bellísimo , si pudiera haber belleza sin ver-
dad. Lo que hay de cierto es que la piedad del sentimentalismo,
que el germanismo y el deísmo encomian y ensalzan con las cita-
das frases y tantas otras semejantes , no es ni puede ser una reli-
gión , aunque la piedad sea el alma de todas las religiones. Por-
que no tenemos religión porque tengamos piadosas inclinaciones,
como no tenemos patria con sola la filantropía. No tiene patria el
que no es ciudadano de ningún país , el que no se decide á cumplir
y defender ciertas leyes , á obedecer á ciertos magistrados , á adop-
tar ciertas maneras de ser y de obrar. No tiene religión quien pa-
sa del misticismo al sensualismo , quien no ama á una religión co
mo á una especie de patria y de nodriza ; quien no ve en ella una
luz contra la ignorancia , una virtud contra la debilidad , una ap-
titud contra la inercia , un talento para descubrir nuestro destino
en la creación , la ley de nuestra existencia , el fin religioso de
nuestra vida y la autoridad competente para encaminarnos á tal
fin. Todas esas vagas aspiraciones del panteísmo moderno , no han
engendrado más que la melancolía del siglo que algunos toman
por principio de una nueva religión. «La melancolía del siglo, ha
dicho un gran escritor , es un sentimiento religioso , vago , inde-
terminado , que no se liga á ningún dogma , á ninguna creencia
precisa, que no se apoya sobre ningún culto. Buscad el objeto de
esa melancolía y no tiene ninguno fijo. Es percibida por la sed de
felicidad que cada uno experimenta en el fondo de su alma. Dónde
buscar tal felicidad? Está en el cielo? Está en la tierra? Lo ignora.
Qué camino nos lleva á ella? No lo sabe. Una increíble indecisión,
he aquí su indeleble carácter. Por esto no produce en el alma más
que una agitación dolorosa , una ansiedad atormentadora. »
Hé aquí la religión del futuro que vendrá, no hemos dicho bien,
que ha venido del Oriente, que pasó por Persia, por el Cáucaso,
por los Alpes , que ha bebido en nuestras fuentes descansando en
nuestras sombras; y que no ha producido más que el eclecticismo,
el panteísmo y el romanticismo , pan cuotidiano de las almas sen-
sibles y extravagantes.
Y este malestar general de la religión del futuro es tan cono-
cido , que Madame Stael decía : « Esos vagos pensamientos que
ruedan en el espíritu sin que puedan convertirse en actos , el con-
Y LA FILOSOFÍA ALEMANA. 545
traste singular de una vida más monótona que la de los antiguos j
de una existencia interior mucho más ag-itada, causan una especie
de aturdimiento semejante al que se experimenta al borde de un
abismo ; y la fatiga misma que se siente después de haberle con-
templado mucho tiempo, puede arrastrar á precipitarse en él.» Tie-
ne razón Mme. Stael, y pudiera haber añadido : hé aquí la causa
de la frecuencia del suicidio, primer fruto de la religión del futuro.
Y Pedro Leroux, uno de los apóstoles de la misma religión,
anadia : « La vida social actual no corresponde á la actividad de
nuestra alma. De la discordancia entre nuestros sentimientos con
el mundo que nos rodea, provino en Byron un desprecio profundo
de todas las creencias humanas y de toda religión. Terminó Byron
por dudar de Dios y de todas las cosas. No fue simplemente la in-
credulidad vulgar , sino el ateísmo más pronunciado el que le de-
voraba.» Y añade: «Después que la filosofía del sig-lo XVIII
infiltró en las almas la duda sobre todas las cuestiones de la reli-
gión , de la moral y de la política, originó también la poesía me-
lancólica de nuestra época , de la que dos ó tres genios poéticos
de gran talla , aparecieron en cada una de las dos grandes regio-
nes que dividen á la Europa intelectual , es decir , de una parte la
Inglaterra y la Alemania representando todo el Norte , y la Fran-
cia , que representa toda la parte occidental , dominio particular
de toda la civilización romana. En torno de estos grandes hom-
bres gravitan , como los planetas en derredor del sol , una multi-
tud de escritores notables, pero de un orden inferior. Byron por la
naturaleza particular de su genio . por la inmensa influencia que
ejerció , por la franqueza con que aceptó el papel de la duda y la
ironía, del entusiasmo y el esplín, mereció quizas de la posteridad
dar su nombre á este periodo del arte : en todo caso , sus contem-
poráneos le han rendido tales homenajes. Goethe le había prece-
dido en muchos años : pero éste, con una vida más pacífica , se hizo
una religión del arte , y el autor de Werther y de Fausto llegó á
ser un semidiós para la Alemania , honrado por los príncipes , vi-
sitado por los filósofos , incensado por los poetas , por los músicos
y los pintores, por todo el mundo.... »
«Y vemos en tal poesía un mal y un progreso. No hay parto sin
dolor. Byron nos parece el signo de dos destinos : de un destino
que concluye , y de un destino que comienza ; de un mundo que
se sepulta j de un mundo que resucita. . . .
TOMO XV. 35
546 EL CATOLICISMO
»Se dirá que su poesía no es más que la agonía de la desespera-
ción. Yo digo que hay en esa agonia rasgos que indican la resur-
rección
»E1 hombre, confiando en su fuerza por la filosofía del si-
glo XVIII, ha pensado en nuevos destinos; ha abdicado el pasado,
ha desechado la tradición, y se ha lanzado hacia el futuro »
En buen hora ¡oh Leroux! Pero ¿qué percibe en ese futuro? ¿qué
espera en ese futuro? Una densa niebla que no le deja percibir si
amanece ó si anochece. Escuchad á Víctor Hugo , que ha pintado
tal situación en los Cantos del crepúsculo.
L'Orient, rOrient! qu'y voyez vous, poetes?
Tournez vers FOrient vos esprits et vos yeux !
Helas ! ont repondu leurs voix longtemps muettes.
Nous voyons bieu la-bas un jour misterieux !
Mais nous ne savons pas, si cette aube lontaine.
Vous annonce le jour le vrai soleil ardent ;
Car survenus dans l'ombre á cette heure incertaine
Ce qu'on croit FOrient peut-etre est TOccident !
La religión del futuro ignora si amanecerá ó anochecerá; por-
que habiendo nacido en un crepúsculo indefinible y entre las rui-
nas del siglo XVIII, no tiene la fe que tenía éste en su obra de des-
trucción.
Y, en verdad, el siglo XVIII sabía lo que quería, y no há muchos
años que una revista británica decía: «La literatura del siglo XVIII
tenía un solo objeto, destruir. ¡Y con qué fuerza, con qué poder,
con qué íntimo convencimiento lo realizaba ! Se advierte en sus
producciones una gran confianza en la energía humana y en la
perfectibilidad de nuestra naturaleza Con una mano destruía la
autoridad de los siglos, y con la otra abría el libro de un nuevo
Apocalipsis de la renovación moderna, que ofrecía ventura y pros-
peridad á todos los hombres. Voltaire , Helvecio y Diderot sabían
lo que querían, y se regocijaban cuando oían desmoronarse el an-
tiguo edificio y caer en derredor suyo, envueltos en polvo, los tro-
nos y los ídolos , los santuarios y los castillos feudales. Aquellos
hombres tenían vida y vigor; la posteridad los mirará como gigan-
tes. Ayudábanse unos á otros en su común empresa, y la Europa
temblaba á cada nuevo montón de ruinas que atestiguaban su po-
der; eran los nuevos sacerdotes de una nueva era, los apóstoles fa-
Y LA FILOSOFÍA ALEMANA. 547
náticos de una destrucción gig'antesca. jQué fecundidad de imagi-
nación ! ¡ Qué plan el suyo tan majestuoso y atrevido !
»Si les comparamos con los escritores del dia, ¡qué pequeños,
qué falsos, y qué sin objeto nos parecerán estos últimos! ¡Qué es-
tériles en ideas , y qué pródigos en el ridiculo brillo de las pala-
bras! Y es que la experiencia, terrible consejera del bombre, ba
entibiado el ardor de los entusiastas; y tanto mayor y más amargo
y profundo ba sido el desaliento, cuanto más grande fué la cegue-
dad con que abrigaron esperanzas insensatamente lisonjeras.
»Teofilántropos, místicos templarios y sansimonianos, todos con-
fiesan que la seguridad social no tiene otra base , ni la revolución
otro apoyo que el de la religión.»
Pero ¿qué religión? Ab! la religión no es una teología ni una
teosofía; es más que todo esto: es una disciplina, una ley, un yugo,
un vínculo indisoluble. ¿Quién podrá imponerle? Strauss, Hegel,
Krausse y demás filósofos que trabajan en la confección de la reli-
gión del futuro? ¿Son ellos los que van á renovarla y bacerla flo-
recer bajo formas más puras, como dice Tibergbien?
Mas en todo caso, bay que suponer para la renovación indicada,
como Tibergbien supone, que el catolicismo está muerto. ¿Lo está
por ventura? Recordemos la época en que con verdad pudo decirse:
los Dioses se van.
Cuando el politeísmo agonizaba, Constantino decía en el célebre
edicto del año 20 de su reinado : «Consiento en que los que viven
aún ofuscados en los errores del paganismo , gocen de la misma
seguridad que los fieles. La equidad que se observará con ellos, y
la igualdad de trato para con todos , contribuirán á ponerlos en el
buen camino: que ninguno inquiete á otro; que cada uno elija lo
que juzgue más conveniente; que los que buyen de vuestra obe-
diencia tengan templos consagrados al error, pues lo quieren; que
nadie atormente á los que no son de su opinión. El que posea co-
nocimientos , que ilumine á los demás en cuanto pueda ; y si no
puede, que los deje en paz. Cosa distinta es reñir en los combates
por adquirir la corona de la inmortalidad, que la de usar de la vio-
lencia para obligar á aceptar una religión.»
He aquí, pues, que los paganos podían acudir á arrodillarse ante
sus viejos altares, y esto no obstante, sus templos estaban desier-
tos. Pero el Emperador Juliano, más hábil acaso que Constantino,
acudió por todos medios á la defensa de los dioses, cuya importan-
548 EL CATOLICISMO
cia le revelaban las mismas musas. Es imposible trabajar más que
este Emperador filósofo trabajó para lograr una restauración al
parecer tan hacedera. Los viejos Ídolos, aunque agobiados en su
edad terrestre, llamaban á sus adoradores; pero nadie acudia más
que la sociedad oficial, la milicia, los empleados, los aspirantes y
aduladores. Juliano, demasiado advertido é ingenuo, conoce al fin
y confiesa sus sueños restauradores. «Debia celebrar, se dice, la
fiesta de Apolo: dejó el templo de Júpiter Casio, y corrió á presen-
ciar toda la magnificencia de que era capaz Antioquia. Llevaba mi
imaginación llena de perfumes, de victimas, de libaciones, de jó-
venes vestidas de blanco, símbolo de su pureza. .. ; pero todo no
fué más que un bellísimo sueño. Llego al templo, y no encuentro
ni una victima, ni una torta, ni un grano de incienso. Quedo ab-
sorto, y presumo que los preparativos estarán en las afueras, y que
esperan mis órdenes , como Pontífice máximo , para entrar. Pre-
gunto al sacerdote qué ha ofrecido la ciudad en tan solemne dia:
nada, me dice: hé aquí un ganso que traigo de mi casa, porque la
ciudad nada ha mandado.»
Yo preguntarla ahora á los que suponen al Catolicismo muerto,
sino se encuentra en sus templos un grano de incienso, después
de la destrucción del siglo XVIfl y de las indagaciones del Ger-
manismo.
Y cuando esto aseveramos, no puede decírsenos que la fuerza
obliga al culto católico: ni somos nosotros de otra opinión que la
de un escritor de la época de Juliano mismo. ^<El poder de la fuer-
za, decía Themistio, tiene sus límites. Los decretos y los enojos de
los reyes se ven forzados á reconocer la libertad de las virtudes y
más que todo el sentimiento religioso.»
«Es fácil imperar sobre las operaciones del cuerpo; pero á los
sentimientos del corazón y á las fa:'ultades del j^nsamiento, perte-
nece la independencia y la soberanía.... Un despotismo insensato
ha osado ya esta violencia y ha querido imponer á todos los hom-
bres las opiniones de uno solo; pero no logró más que, á la faz de
los suplicios, disimulasen todos sus verdaderos sentimientos, sin
convertirse á su doctrina. La hipocresía no puede durar, y una re-
ligión aceptada por temor y no por voluntad, no es más que hipo-
cresía.»
No hay ya inquisición por doquiera, con la que pudieran expli-
car los apóstoles de la religión del futuro la asistencia al culto ca-
Y LA filosofía ALEMANA 549
tólico, poco observado por los que le suponen muerto. Nosotros les
diriamos: acudid, observad y juzgad después, pues los hechos no
son maleables.
Y antes de terminar el análisis del pasaje de Tiberghien, les
diriamos además, respecto á doctrinas: No supongáis que el si-
glo XVIII mató el Catolicismo, pues entonces desconocéis la lite-
ratura de dicho siglo. Un solo ejemplo os puede hacer reflexionar
más que las generalidades por las que aseveráis la pujanza de los
anticatólicos que cita la Revista Británica. Todos conocen la crí-
tica de Voltaire sobre el antiguo Testamento, con la que hizo reir
á sus contemporáneos, porque en tiempos de oposición es entraña-
ble la risa, insensata de suyo las más veces. Voltaire creyó que su
critica del antiguo Testamento no tenia réplica y asi lo creyeron
sus contemporáneos y muchos de sus nietos también.
Pero hé aqui que un hombre desconocido se levanta, el Abate
Guenée, y se encarga de contestar á todos los argumentos de Vol-
taire contra el Pentateuco, el Levítico, contra el Éxodo, contra
toda la historia y toda la legislación de Moisés.
Las Cartas Judias de Guenée es la crítica contundente, más ló-
gica, más conveniente y más civil y más fina que puede idearse.
Es imposible leer dos páginas sin que á los labios se asome la son-
risa, y sin que se siente en el corazjn la compasión más cristiana
por el superficialismo de Voltaire.
La prueba de esto es que el mismo Voltaire, que despreciaba á
todos los críticos, al leer las Cartas Judias, dijo de su autor: ano
es en verdad hombre falto de espíritu y de conocimientos; pero es
tan maligno como un mono, que al aparentar besar la mano, muer-
de hasta sacar sangre.y>
Por las pocas ideas indicadas vemos que la religión del futuro
tan ansiada por Tiberghien, ha principiado á florecer con el sar-
casmo y la ligereza de Voltaire, con la desesperación de Byron.
con la teoría del suicidio de Werther. Y cómo siempre es cierto que
primavera con flores, otoño con frutos, cosecha perniciosa y nociva
nos aguarda, si á fuerza de remo no lográramos ingertar las creen-
cias en otros principios de mejor savia; que es lo que nos mueve á
escribir estas líneas, y Dios sabe cuan sincera es esta aseveración.
Sintiendo Tiberghien la necesidad de una religión, y creyendo
muerto al Catolicismo é insuficiente para las necesidades sociales,
nos dice después: «O el Catolicismo, ó el progreso, tal es el dilema
550 EL CATOLICIÍáMO
para las generaciones presentes. Estos dos términos se excluyen; es
preciso optar por uno. Si el progreso triunfa, el Catolicismo debe
modificarse, sea por la tolerancia, sea por la reforma. Si el Catoli-
cismo triunfa, la civilización se extingue.»
Cualquiera advierte que Tiberghien deseara no la extinción del
Catolicismo, porque la fé en una nueva religión es para él, como
para todos, una utopia, sino que el Catolicismo progresara, porque
sin el progreso nada es hoy inteligible.
Si los Germánicos leyeran á los Padres de la Iglesia más que á
Spinosa y á Kant, hubieran encontrado una solución á su progreso
católico. San Vicente de Lerin les hubiera dicho lo que sigue: «Al-
guno dirá quizá: ¿No puede haber algún progreso religioso en la
iglesia de Cristo? Yo deseo que haya uno y muy grande. ¿Pudiera
haber alguno tan enemigo de Dios y de los hombres para compri-
mir y detener tal progreso? Mas era preciso que fuera un verdadero
progreso y no uu cambio. Lo que constituye el progreso de una
cosa cualquiera, es que se desarrolle en si misma sin cambiar de
esencia. Lo que constituye un cambio es el paso de una naturaleza
á otra. Que crezcan con fuerza y vigor la inteligencia, la ciencia,
la sabiduria de cada uno y de todos, del individuo como de la Igle-
sia: que crezcan en proporción de las edades y de los siglos, pero
que no salgan de su ser, que siempre el dogma sea el mismo, que
el sentido del dogma no cambie de naturaleza.
«Los progresos religiosos en las almas deben modelarse con los
del cuerpo, que desarrollándose con los años permanecen siempre
los mismos. Hay una diferencia inmensa entre la flor de la juven-
tud y la madurez de la vejez. Esto, no obstante, los que hoy son
viejos, son los mismos que en otro tiempo fueron adolescentes, y el
mismo hombre, cambiando de estado y de manera de ser, con-
serva siempre su misma naturaleza y permanece la misma persona.
»Que la Religión siga estas mismas leyes del progreso ; que con
los años llegue á ser más fuerte , que se desarrolle con el tiempo,
que se engrandezca con la edad, pero que se mantenga pura y sin
mancha, que permanezca en plena y perfecta posesión de todas sus
partes, que son como sus miembros y sus sentidos, que no sufra
ningún cambio, que no pierda nada de su naturaleza, que no pa-
dezca variación alguna su doctrina. Nuestros padres sembraron en
la Iglesia el trigo puro de la fe: que la cultura dé á esta semilla
nueva belleza, pero no cambiemos la especie.
Y LA FILOSOFÍA ALEMANA. 551
))Es preciso cultivar y sostener lo que sembraron nuestros pa-
dres, es preciso que por nuestros cuidados florezca , crezca y llegue
á la madurez. Es permitido cuidar, pulir, limar con el tiempo
estos dogmas antiguos de una filosofía que nos vino del cielo; pero
nos está prohibido cambiarla , truncarla ó mutilarla. Que se la
inunde de evidencia, de luz, de claridad, pero que guarde su
plenitud, su integridad, su esencia.
»Si una vez se permite un fraude implo , tiemblo del peligro
que correrá la religión. Desechada una parte del dogma católico,
se desechará otra, y después otra y otra, y se llegará á desechar
el todo.»
Los Católicos queremos el progreso tal cual va explicado , pero
este progreso no satisface á Tiberghien , porque baja, á la luz de
la lámpara de Krausse, a las profundidades de la metafísica, donde
cree encontrar lo que no hay. Nosotros bajaremos con él, y esta-
mos cierto de poder mostrarle, que ni en religión ni en metafísica
puede haber progreso más que en el sentido indicado.
Lo que no puede pasarse en silencio ahora es, que si el Catoli-
cismo triunfa, la civilización se extingue. Nosotros, por el contra-
rio, pensamos que si la civilización perdiese el camino trazado por
el Evangelio , detendría su vida en las lindes de los sentidos , en
los goces materiales , y bien pronto la indolencia de los salvajes
mataría á la ciencia y á la sociedad. Si el Evangelio imperase por
completo, el hombre sería sincero , justo , bueno , caritativo y hu-
milde, y la Cruz del Redentor rompería todas las trabas sociales
opuestas á la igualdad y á la fi'aternidad humanas.
Porque diríamos con un gran escritor de nuestros días : « Nin-
g^una doctrina fué nunca tan bien proporcionada como la cristia-
na á todas las necesidades naturales del corazón y del espíritu:
hé aquí por qué no se puede hablar contra el Cristianismo sin
cólera, ni en su favor sin amor.»
No, no es el Catolicismo el que ha de extinguir la civilización:
ni esto es inteligible ; ni tal lenguaje se escuchará más que en
un tiempo en que abundan , como ya digímos , palabras claras y
pensamientos oscuros, ideas errantes y muy pocas fijas.
Y en verdad , lo que hace al hombre civil , es la religión , el
pudor, la benevolencia, la humildad . la caridad, la justicia; y
la irreligión, la impudencia , la disputa, la audacia, la ambición,
la avaricia, le hacen incivil é insociable.
552 EL CATOLICISMO
La civilidad , y la civilización misma , no tienen otro venero
que la caridad, y el Cristianismo, según San Agustin, non preci-
pit nissi cMritaiem, nec vetat nissi cupidUaúem; no manda más
que la caridad, ni veda más que el egoismo.
La Caridad bajada del cielo para conducirnos á él , la Caridad
nos abraza á todos sin atender á las distinciones de la tierra, ni da
niüguD valor ni importancia más que á la imagen de Dios que
llevamos todos en nosotros mismos. Todas las clases , las edades
todas, respiran con ella la verdadera esencia de la civilidad. Fue-
ra de la caridad, no tienen los hombres nada que los una más que
el interés y los placeres, que á poco engendran la indiferencia , y
después el desprecio y el odio. Privados de caridad , viven en so-
ciedad estrechados como un haz de sarmientos que los retiene sin
unirlos, no llegando á tocarse más que por sus pasiones ó sus
vicios, j Qué ideal el de la caridad ! ¡ Qué son con él comparados
los sistemas sociales que nos agitan ? Tenia razón un gran escritor
que decia: ^¿Qué ganan con la libertad los sabios y los hombres
de bien, que viven bajo el imperio de la razón , y son esclavos del
deber? Quizá lo que el sabio y el hombre de bien no pueden per-
mitirse, no debiera ser permitido á nadie.»
Y Tiberghien continúa: «Es preciso esforzarse por poner un
término á estas agitaciones estériles y permanentes. Las crisis
demasiado repetidas fatigan y debilitan el organismo. Los es
piritus se gastan en una lucha que renace siempre : los des-
fallecimientos se aumentan , la vida moral se pierde por inter-
valos.
» Busquemos otra salida, fuera de las declaraciones banales
contra la política del clero. x\ceptando las libertades públicas
como herencia de nuestros padres , no temamos añadir una inno-
vación más. Cuando todo progresa en derredor nuestro, no es el
cambio el que debe asustarnos, sino la inmovilidad. El verdadero
conservador es el que marcha con el mundo, y el verdadero revo-
lucionario el que quiere detener el movimiento de las ideas, y
provoca la destrucción. Cuando veo que todo se ha ensayado , ex-
ceptuando la seria reforma de las instituciones religiosas, que
todo se ha renovado sin decentar el espíritu de la Iglesia, que
nada se ha respetado sino los dogmas del pasado, me es permitido
preguntar si se ha seguido fielmente las lecciones de la historia y
de la razón; si no pertenece i la religión bien comprendida repa-
Y LA FILOSOFÍA ALEMANA. 553
rar los desastres de una religión ladeada de su misión.... La cues-
tión religiosa toca en todos los intereses públicos.»
Es preciso reconocer y confesar, que Tiberg-hien ha conocido lo
secundarias que son todas las reformas cuando no eran ingertas
en la religión ; que ésta es la más atendible y sin la que todas las
políticas y sociales no mejoran la triste condición humana .
La reforma de la religión en sus dogmas es imposible , por lo
que ya hemos dicho : en la disciplina es posible y conveniente, pero
no como Tiberghien la quisiera. El progreso, en todas las cosas
que son susceptibles de él, no se efectúa sino con el tiempo y con el
concurso de los que nos han precedido.
El progreso es un resultado al que conducen lentamente los es-
fuerzos reunidos y constantes de la inteligencia humana sobre una
misma cuestión : el espíritu humano no llega á él de un brinco,
porque hay en el mundo intelectual una comunidad, una solidari-
dad de indagaciones, de reflexiones, que preparan un resultado
proclamado por tal genio ó por tal época, pero que no es su propie-
dad exclusiva. Y si lo fuera en su estado completo, no lo seria en
sus detalles, porque todos los elementos fueron preparados por una
larga elaboración, cuando un genio poderoso reúne en un resul-
tado completo todos los elementos hallados esparcidos en la socie-
dad ó en la ciencia.
Los Germánicos niegan esta solidaridad de la inteligencia hu-
mana, bajo el punto de vista religioso, aislando al individuo de
todas las indagaciones, de todas las observaciones anteriores. Es
imposible que un hombre racional sostenga que su opinión indivi-
dual es preferible al testimonio permanente y universal de tantos
siglos. A pesar de esto, cada racionalista ha intentado proponer
sus opiniones como dogmas ; y mostrándolos con exterioridades se
ductoras; como libertad de pensar, autonomía, soberanía de la ra-
zón; abriendo á todas las almas un solo templo, el de la natura-
leza, y un solo culto, el que más grato parezca , su lenguaje fué
muy pronto comprendido por las masas. Su progreso fué muy fácil
por tanto, y ya divisamos desgraciadamente su término, el escep-
ticismo, la indiferencia, la debilitación del sentido moral y ciertas
tendencias á la desorganización social. Que mire cualquiera en
torno suyo y juzgue. Es verdad que el verdadero conservador es
el que marcha con el mundo, pero el mundo marcha con la majes-
tuosa lentitud que nos enseña la historia. Y el hombre que mar-
554 EL CATOLICISMO
cha tiene un pié fijo en el presente, levantado otro hacia el íuturo
y detrás las huellas de sus pasos pretéritos.
Queréis prescindir del pasado? Caéis en el racionalismo; en una
independencia arbitraria, ilógica, inmoral y antisocial totalmente .
Reconocéis la necesidad de mirar al pasado? Pues encontrareis que
lo que la fe, lo que el catolicismo proclaman es un kecko , y que el
hecho no tiene otra razón que el testimonio: encontraréis que los
hechos no son maleables; que los hechos son ciertos cuando se prue-
ban, puedan ó no puedan explicarse. Mirando al pasado, es como
podemos saber de dónde venimos; é ignorando esto, no podemos
saber adonde vamos. Por esto decia el sabio Joubert : « La antigüe-
dad más vecina de todas las creaciones, debe servirnos de guia en
las cosas de moral y religión por ella recibidas. Debemos poner
nuestros pies en sus huellas, insistere vestigiis.yy
Los racionalistas no pueden prescindir del pasado, pero no satis-
faciéndoles la revelación, le explican á su manera.
La revelación nos dice : No hay más que un solo Dios, creador
del cielo y de la tierra. Inmaterial por esencia, no es accesible á los
sentidos, y sólo si á la inteligencia y al corazón puro. El hombre
hecho á su imagen y semejanza, en el dia sereno de la creación,
contemplaba interiormente á la verdad soberana y la amaba como
al soberano bien. En esta contemplación encontraba el amor,
la luz, la rectitud, la grandeza y la libertad. Pero rompiendo
voluntariamente esa intima unión que constituía su vida, su
inteligencia y su voluntad , separadas de la voluntad y de la in-
teligencia divinas, se perdieron en las sensaciones y en la ig-
norancia, y en seguida en los vicios, en la miseria, en la escla-
vitud.
Y después. Dios, por misericordia, llamó al hombre, viniendo
por si mismo á traerle los medios de expiación para repararle, tal
cual el Evangelio expresa.
Hé aquí en sustancia lo que la revelación nos dice. Pero esta re-
velación no satisface á los racionalistas que tienen otro Génesis
que vamos á exponer.
'<E1 hombre, luego que salió del seno de la naturaleza, donde
habia vivido como el niño en el seno maternal, se vio asaltado por
el mal, que le era desconocido en el estado embrionario donde ha-
bia vivido hasta entonces. Se vio obligado á luchar, y á medida
que lucha, su inteligencia se pulimenta, su instinto social y reli-
Y LA FILOSOFÍA ALEÍlíANA. 555
gioso se desenvuelve y aumenta su poder sobre el mundo.» (Juan
Reynaud, Encyclop, nouv.)
¿Quién comprende este origen del hombre, ni cuál es el seno de
la naturaleza, ni qué es ni cuánto dura ese estado embrionario^
¿Cómo le elabora la naturaleza, ni quién es esta señora? ¿Cómo el
mal produce el bien, ni cómo la inteligencia brota de lo que no es
inteligente? ¿Cómo la lucha con el mal forma la libertad, la perso-
nalidad, la inteligencia? ¿Cómo de lo imperfecto nace lo perfecto,
ó de lo menos lo más? ¿Qué testimonios tenemos de esa edad anti-
racional y estrambótica? De esa edad, dice Reynaud, no ka venido
ningún testimonio hasta nosotros y no vive en la conciencia de la
posteridad. Y ¿cuántos años duró este estado embrionario? Veinti-
cinco mil años, dice el mismo Reynaud.
Pero no habiendo llegado ningún testimonio hasta nosotros, ni
viviendo en la conciencia de la posteridad, ¿de dónde sacáis esas
aseveraciones tan extrañas á la filosofía y á la tradición ?
Porque escuchad ; con la Biblia se conforman todas las tradicio-
nes. El terrible dogma de la caida de nuestro primer padre, y de
la corrupción de la naturaleza humana, según Vol taire, se encuen-
tra por todas partes, y es el fundamento de la teología de todas las
naciones antiguas. Todos los antiguos teólogos opinaban que el
alma está encerrada en el cuerpo como en una prisión , S7i castigo
de un pecado.
Los Orficos decian que el hombre habia salido bueno é inteli-
gente de las manos de Dios; que habia vivido en un estado de
pureza é inocencia , y que el crimen por el que habia sido casti-
gado fué posterior á la creación.
Los Griegos y los Romanos reputaban la edad de oro como un esta-
do feliz, en el que no habia ni trabajos, ni enfermedades , ni muerte.
Según la doctrina de los Persas, el primer hombre y la primera
mujer eran puros , sumisos á Ormund ; su autor Arimanes , bajo
la forma de una culebra, los sedujo con ciertos frutos con los que
su naturaleza fué corrompida, é infestó á toda su posteridad.
Mauricio ha probado en las Antigüedades indias que la historia
de Adán y de su caida , tal como la refiere Moisés, está confirmada
por los monumentos y las tradiciones de los Indios.
Prueba igualmente que la doctrina del pecado original era en-
señada por los Druidas.
Los libros sagrados de los Chiuoí^ dicen : que en el estado del pri-
556 EL CATOLICISMO Y LA FILOSOFÍA ALEMANA,
mer cielo, el hombre estaba unido interiormente á la razón sobera-
na, y practicaba todas las obras de justicia. El corazón se regoci-
jaba en la verdad, y no habia en él mezcla alguna de falsedad.
Entonces las cuatro estaciones del año seguian un orden regular... .
Nada dañaba al hombre , y el hombre no dañaba á nada. Una
armonía universal reinaba en toda la naturaleza.... Pero el hom-
bre se revolucionó contra el cielo y fué cambiado el sistema del
universo, y los males y los crímenes inundaron la faz de la tierra.
Según las tradiciones mejicanas la madre de nuestra carne ó
la serpiente^ hizo caer al hombre de su estado de inocencia.
Lamennais ha encontrado la prueba de la caida en el uso univer-
sal de los sacrificios expiatorios y de la esperanza de un reparador.
Preguntaríamos ahora: ¿cuál es más racional y lógico, la tra-
dición del género humano, ó ese génesis de los racionalistas que
hace salir al hombre de la tierra como salen los hongos en los ma-
torrales?
Si fuera sola la historia lo que desmintiese á los racionalistas,
todavía podrían estos dudar, aunque sin fundado criterio, de la
revelación; pero la metafísica pulveriza todas sus objeciones, como
demostraremos más adelante , cuando sigamos á Tiberghien á las
profundidades de la misma.
Si los dogmas del pasado han sido respetados, como Tiberghien
lamenta, es porque la metafísica y la historia los justifican; de lo
contrario ¿cómo hubieran subsistido tantos siglos? Más adelante
lo diremos.
Concluimos este artículo aseverando, que las cuestiones dogmá-
ticas son hoy las de más interés, pues como dice un crítico: «La
incredulidad dogmática es un estado de irritación y de exaltación;
nos pone en guerra perpetua con nosotros mismos, con nuestra edu-
cación , con nuestros hábitos, con nuestras primeras opiniones; nos
pone en guerra con nuestros padres , con nuestros hermanos , con
nuestros vecinos , con nuestros amigos ; nos pone en guerra con el
orden público, al que miramos como un desorden ; con el tiempo
presente , que juzgamos menos ilustrado que debiera serlo; con el
tiempo pasado, cuya simplicidad é ignorancia despreciamos. El
futuro y el gén<íro humano en su eternidad futura, hé aquí los dos
Ídolos de la incredulidad sistemática.»
(Se continuará.) Nicombdbs Martin Mateos.
Béjar, Enero 6, 1870.
RECUERDOS DE VIAJE.
APUNTES PARA LA DESCRIPCIÓN É HISTORIA DE GALICIA.
PRIMERA PARTE.
Salir en verano camino de las Provincias Vascongadas y Fran-
cia, el más trillado de los madrileños, es para éstos cosa tan natu-
ral y sencilla , como desatinada el emprender un viaje durante el
invierno. Pocos deben de apartarse de semejante parecer, pues ha-
biéndome llegado á la administración de diligencias de Vigo pi-
diendo billete, me dijeron que, como no daban ninguno hacia ya
tiempo, era imposible decirme si estaba franco el paso de las Por-
tillas.
No se maraville el lector de la respuesta. La verdad es que se
va por camino de hierro hasta Zamora; y como desde aquella ciu-
dad es donde hay que seguir en diligencia , los pocos que en in-
vierno van á Galicia por aquel lado, son más bien de las comarcas
que baña el Duero. De Madrid, puede asegurarse pasan semanas
enteras sin ir nadie.
Tan escasas eran las noticias de aquella térra ignota , que fué
necesario avisar por telégrafo á Zamora , preguntando si pasaban
coches á Galicia. Contestaron que si; y entonces, lleno de verda-
dero temor de quedarme en algún mal paso , sali de Madrid en el
tren-correo.
Poco se parece, en verdad, la mezquina estación del Norte du-
rante una fria noche de Invierno, á lo que suele ser en las ahoga-
das tardes del Estío. A la sazón , todos echábamos menos el calor;
558 RECUERDOS
viendo tardaban en traer caloríferos , no cesábamos de pedirlos á
cuantos empleados pasaban por delante del coche, hasta que llega-
ron los anhelados tubos llenos de agua, que, cierto, hacian gran-
dísima falta .
Después de larga espera y encierro en el coche, capaces de ha-
cer perder la paciencia á viajeros que no fueran españoles , parte
el tren Vénse á entrambos lados las ramas secas de los pelados ár-
boles de la Moncloa, y, á poco, el calor del carruaje y el gran frío
de fuera son causa de que los cristales se empañen de suerte que
no es posible ver nada.
Del mal el menos. Lo cierto es que á nuestros padres no se les
habría jamas ocurrido fuera posible atravesar la sierra de Guadar-
rama con toda comodidad en el rigor del Invierno.
¡Qué no padecerían los mismos reyes, no há mucho, dado el caso
de tener que ir de Castilla la Nueva á la Vieja, en estación seme-
jante ! Compárese á Isabel la Católica , cruzando en muía por esas
asperezas , y á cualquiera que hoy disponga de unos pocos reales
para ir en coche de primera clase , en blando asiento , cómoda-
mente abrigados los pies , y no será fácil dejar de bendecir á Dios
que tales ventajas nos concede. Hablo de caminos de hierro, como
más adelante hablaré de otras cosas ; y así , quien crea hallar en
mis palabras más ni menos de lo que dicen, se equivoca de veras.
Bien sé que el mundo vive en nuestros días desaforadamente di-
vidido entre los amigos de lo nuevo y de lo viejo. Entre los prime-
ros, no dejará de haber quien se ría de verme dar gracias á Dios
por los ferro-carriles; de los segundos, también los habrá que mo-
tejen mi afición á lo moderno, como si á la par de lo mucho malo
que en efecto hay, no hubiera también mucho bueno. Válgame la
verdad, de la cual no me he de apartar mientras yo pueda; y en
cuanto á las palabras y tiempo que muchos tienen por bien mal-
gastar en ciertas disputas, allá se las hayan los aficionados al mo-
derno er gotismo] que, á mi entender, vale más predicar con el
ejemplo que con las palabras.
Suprimidos en gran parte los inconvenientes de un viaje en In-
vierno, lo mismo podría decirse de las ventajas que antes traia con-
sigo el caminar para ir viendo tierras y poblaciones. En el ancho
y cómodo espacio de un coche de primera , donde á lo sumo van
ocho personas, no hallaba yo sino una grandísima molestia el sa-
ber que á breve espacio, y en el mismo tren, iban semejantes míos
Dlí VIAJE. 559
en coches que ni cristales tienen , que poco habia de costar á la
empresa el ponerles. Cuando, al abrir la portezuela del coche, me
cortaba el cierzo la cara, dolíame el pensar en el horrible frió que
experimentarían los infelices que iban en coches de tercera. La em-
presa debía, por humanidad , poner cristales á estos coches , como
hace la de Medina á Zamora. Entre tanto , y mientras una voz
bienhechora, más poderosa é influyente que la mía, no lo logra,
viva yo sin el remordimiento de no haber pedido para los pobres
viajeros de tercera el mísero abrig-o de un pedazo de cristal. ¿Quién
sabe? ¡Acaso lea estos renglones la hija, hermana ó esposa de al-
guna persona notable, cuyo influjo obligue al cabo á la empresa á
tener caridad con los que no tienen dinero para viajar en coches
de primera clase ! ¡ Pluguiera á Dios que así fuese, evitándose tan-
tos reumas, catarros y pulmonías mortales, merced al piadoso co-
razón de una mujer caritativa !
I.
Ajeno al territorio que voy atravesando , pues ni aun le puedo
ver, sólo los nombres de Pozuelo, Las Rozas , Torrelodones , etc.,
que oigo al detenerse el tren , me indican lo que llevamos andado.
Seguimos adelante. ¡El Escorial! Al oír este grito no pude menos
de asomar el rostro á la portezuela , mientras dos ó tres viajeros
se apeaban en la estación.
¡Soberbio espectáculo! Escasa era la claridad nocturna, y con
todo , la mole del Escorial , compitiendo en grandeza con los mon-
tes , cuyo dosel de argentada nieve señoreaba las cumbres , y cor-
ría después por las cañadas , formaba tan espléndida vista , que
todavía mi mente se complace y deleita en su recuerdo. ¿Cuándo
formará parte de nuestra educación el enseñarnos á amar los pri-
mores de la naturaleza , no con palabras triviales y cansadas á fuer
de repetidas , sino haciéndonos tener el paso desde niños para mi-
rar la Puerta del Sol, la hermosura de un árbol , ó el regio esplen-
dor de las sierras que tanto abundan en nuestra Península?
Todo texto traído de fuera en apoyo da una opinión , le suele
servir de mucho , y como, además, los Angl o -sajones son el pue-
blo civilizado que verdaderamente ama en nuestros dias el campo,
560 RFCUERDOS
citaré aquí las palabras de un inglés , á quien las artes , y España
en particular, deben mucho.
Mr. Street ( 1 ) en su obra que , no sin modestia excesiva , llama
mera Relación de la arquitectura gótica de España, dice, y se fun~
da , que aun en las comarcas menos interesantes , bastan los mon-
tes y la atmósfera. Y asi sucede, por ejemplo, añade; con la vista
del (juadarrama desde Madrid , vista que rbdimb la ing*rata si-
tuación de la corte , a la cual da él único atractivo que posee.
\ Cuántos madrileños no se quedarían, primero con la boca abier-
ta , y después ciegos de enojo al oir que la villa del oso y del ma-
droño no tenia para ciertas personas más atractivo sino la vista
del Guadarrama! {Del Guadarrama, al cual nuestra torpe y soez
incuria, acusa de la mayor parte de las pulmonías, debidas á la fal-
ta de los árboles que hemos ido talando, y no queremos reponer!
Y ya que del Sr. Street hablo, bien me parece citarle de igual
manera, en abono de mi viaje á las remotas tierras de Occidente,
á propósito de las cuales habré de hacerlo más adelante. Dice el in-
signe artista inglés, que c<de intento [purposely] no ha querido
» viajar por la tan conocida región andaluza, donde, sin duda, han
»formado los Ingleses su opinión acerca de España y los Espa-
»ñoles.»
Hermosa y digna de visitarse es , en efecto, Andalucía, pero no
es España entera , como muchos extranjeros suponen , y á bien que
nuestra región del Noroeste merece, en verdad, no menor atención
y estudio. En el Mediodía están las ramas del árbol ; el tronco y
raíces en el Norte. Si las catedrales de Bárgos, Zamora y León,
los templos de Asturias , y las catedrales , templos románicos y
arruinados castillos de Galicia no llamaran la atención de corazo-
nes poco aficionados al arte , los aires puros , saludables y grato
esparcimiento que nuestras provincias del Norte ofrecen durante
el Estío, harán de ellas, con que los ferro-carriles ayuden , man-
siones de solaz y recreo para los agostados hijos del Centro y Me-
diodía de la Península.
No dudamos que tan buenas calidades sean poca cosa para
aquellos que más que al del espíritu , atienden al bien material de
su cuerpo. Pero aun á estos les hemos de citar asimismo nuestro
(1) Some Accomit of Gothic Arehitecture in Spain. By George Edraund
Street F. S. A. London. John Murray. Albemarie Street. 1865.
DE VIAJE. 561
buen ing-lés, el cual afirma — y con razón — que en los más apar-
tados lugares de León y Galicia no hay dificultad de hallar en la
más pobre {poorest) posada, aves y pescados en cantidad y cali-
dad suficientes para satisfacer á un buen comedor [foragourmand).
Pero ¿qué tiene que ver con todo esto el maquinista que lleva el
tren por los túneles de Robledo , la Paradilla , la Palomera , y tan-
tos otros que no cito, hasta el de 1.000 metros, cuyo nombre es
el no menos largo y majestuoso de Navalg-rande ! Todavía retum-
ban las ruedas y wagones por las bóvedas de otros túneles ; rechi-
na y silba luego la máquina en campo abierto.
¡Avila! Demás están para nosotros su rio Adaja, sus parameras
y graciosas mingorrianas. Avila del Rey, de los Caballeros , cuya
hermosa catedral defienden altas torres y murallas , cuyas pie-
dras hablan , y hablarán mientras exista el claro nombre español,
de aquel Rayo de la Guerra , Sancho Dávila ; de aquella Paloma
del Cielo, Santa Teresa de Jesús.... Adiós, Avila, bendita sea la
moderna invención que más de una vez me ha llevado á tus puer-
tas , bendita la via de rieles , el riel-via ( 1 ) por donde tan fácil
me ha sido encaminarme á tu honrado solar.
De Avila, los leales ; dijeron nuestros abuelos , cuando en Es-
paña era la mayor honra el ser leal .
II.
De los montes bajamos á la llanura. Ya no parecen á uno y otro
lado cerros y peñascales de Guadarrama. Nada estorba el paso al
cierzo que hiela los campos de Castilla, Arévalo, Medina del
Campo....
¡Medina del Campo! ¡Qué de cosas no recuerda su nombre! Sus
ferias, esplendor pasado y desventura presente, dan nuevo realce
á su historia. En Medina lloró la triste y hermosa Doña Blanca de
Borbon la mala fé de su esposo Pedro el Cruel. Aquí murió, se
cree, de veneno el antiguo valido de D. Pedro, á la sazón su ene-
líiigo y jefe de los nobles coaligados, D. Juan Alfonso de Albur-
( 1 ) Lástima que no se tuviese presente cuando la introducción de ferro-
carriles lo fácil que era formar esta palabra , compuesta de dos tan bellas y
españolas. Aun hoy , en el Peni , llaman rieles á lo que nosotros, ferozmente,
llamamos canales y rails.
TOMO XV. 36
562 RECUERDOS
querque. Aqui mató el cruel Pedro á Sancho Ruiz de Villegas y
al Adelantado Pedro Ruiz de Villegas.
Era Medina del Campo la más opulenta ciudad de Castilla. Su
fortaleza de la Mota, en mal hora destruida para dar paso al cami-
no de hierro (mengua de cuantos lo hicieron ó consintieron) era en
verdad digna del nomhre que tenía. En Medina, Isahel la Católica
murió en 26 de Noviembre de 1504. Dícese que los últimos dias
faeron para ella de mortal tristeza. ¿Por ventura la acosaban re-
mordimientos de haber alentado la deslealtad de los grandes con-
tra Enrique IV, y de no ser ella la legitima heredera, sino Doña
Juana, á quien los Castellanos llamaron la Beltraneja j los Por-
tugueses, mejores caballeros entonces, llamaron siempre la exce-
lente Señora'^ ¿Lloraba, acaso, la pérdida del único hijo varón, co-
mo castigo del cielo, quedándole tan sólo aquella misera Doíía
Juana, á la cual llamaban ya todos la Loca"^
Grande fué Isabel la Católica . Bien pueden sus nobilísimas cali-
dades eximirla de todo cargo, en trueco, al menos, de cuanto debió
de padecer como madre y cristiana. Mandó no vistieran los pueblos
luto por su muerte, pero le vistió el cielo Fueron tales las lluvias
durante semanas enteras y en tan ruin estado se hallaban los ca-
minos, que el cuerpo de la Reina salió de Medina el dia 27 ó 28
de Noviembre, no llegando á Granada, donde yace en magnífica
sepultura, hasta el 18 de Diciembre. Campos inundados, torrentes
asoladores, ríos fuera de madre, hicieron perder la vida á hom-
bres, caballos y acémilas, cuyos cuerpos quedaban atollados en el
fango de los barrancos ó desaparecían arrastrados por las aguas.
Veinte dias tardó el regio y fúnebre cortejo.... En unas cuantas
horas acababa de llevarme el tren desde Madrid á Medina; casi la
tercera parte del camino que tantos dias, padecimientos y muertes
costó á nuestros padres.
III.
La noche era larga y cada vez más fria, como de Invierno. Quise
entrar en la estación, buscando abrigo; pero había el mismo, por
estar apagada la estufa, que pudiera hallarse en tiempos de Isabel
la Católica. En estrechísima estancia esperaban treinta ó cuarenta
personas, en pié la mayor parte, que no podían estar de otro modo.
DE VIAJE. 563
Habla tal frió y mal olor , que preferí salir á pasearme por el an-
dén. Además, aquellos encerrados esperaban el tren del Norte y yo
seguia hacia el Duero, teniendo que aguardar como dos horas.
Para saber lo que es el frió seco de Castilla, no hay más que pa-
searse en Invierno de una á tres de la madrugada por el andén de
Medina del Campo. Llegó al cabo el tren, pero, como siguiendo la
costumbre francesa, es preciso aguardar á que abran la vidriera del
salón, ó pieza de descanso, no parecía nadie, y mis encerrados se-
guían en su chiquero, en pié y esperando á su tren.... Partió éste,
y ya un tanto escamados, salieron del encierro, preguntando por
el tren ¡en que debían ir!... A la vista de ellos estaba todavía, mas
ya era imposible detenerle.
Fueron de ver el apuro de los empleados y el justiciero enojo de
los viajeros, que , fieles en la ibérica costumbre, se contentaron
con desatarse en denuestos contra la empresa, en vez de reunirse
todos para pedir les resarciesen daños y perjuicios. Esto habría
dolido algo más, dando mejores resultas que unas cuantas pala-
bras, por salpimentadas que fuesen .
En resolución, mientras los infelices gritaban y maldecían al
saber no les quedaba más remedio sino quedarse en la estación de
Medina hasta la tarde del día siguiente, el tren del Norte había ya
desaparecido, y el de Zamora me esperaba. Allá dejé disputando
á viajeros y empleados, aquellos hartos de razón y estos deseando
tenerla. Cierto que público más sufrido que el español no lo hay
bajo la capa del cielo . Podía y debía la empresa poner un tren
para los infelices que después de pagar sus asientos, se hallaban
de tal manera burlados por no haber cumplido el portero cpn su
obligación. ¿Lo hizo?
El tren de Zamora dio la señal de partir; yo me apresuré á ocu-
par mi asiento en el nuevo coche, y quedaron viajeros y emplea-
dos del ferro-carril del Norte perdiendo los primeros el tiempo en
disputar, en v<ez de pedir se pusiese, como era justo, un tren á su
disposición. ¿Qué' culpa tenían ellos de que el encargado de abrir
las puertas de la pieza de descanso al andén no lo hubiese hecho á
tiempo? La que tiene todo español de no saber n^irar por si, de no
quejarse á tiempo con legalidad y firmeza, acudiendo después, cie-
go de ira, á insurrecciones y desatinos, cuyas resultas no suelen
ser, en verdad, las que él desearía.
564 EECUERDOS
IV.
En los noventa kilómetros que tiene el camino de hierro de Me-
dina del Campo á Zamora, va hojeando el viajero buena parte de
la historia de España, No tema el lector que á tanto le obligue,
pero raya el alba y luego la luz ilumina los campos de Rueda y
la Seca, á la derecha y á la izquierda de la Nava, famosos todos
por sus vinos. Más allá, á la izquierda también está Siete Ig-lesias,
¡y quién no ofrece una lágrima á su desventurado Marqués, don
Rodrigo Calderón! Sigue Castronuño, tan célebre en nuestra his-
toria, especialmente durante el reinado de los Reyes Católicos y á
cuyo castillo se acogió el Rey de Portugal, vencido en la batalla
de Toro. Luego, á la derecha, Villalar.
1 Quién no llora la libertad de España perdida, por culpas pro-
pias y ajenas, en aquellos campos!
En San Román, desagüe del Hornija en el Duero, está el mo-
nasterio abierto por el Rey godo Chindasvinto, matador de dos-
cientos nobles y quinientos de clase intermedia , usurpador del tro-
no- Chindasvinto fué enterrado alli mismo, en sepulcro inmediato
al de su amada esposa Reciberga, á la cual, en versos nacidos del
corazón, habia dicho: «Si perlas y tesoros tentaran á desarmar el
brazo de la muerte, fueras inmortal, esposa mia» «¡Adiós, mi ama-
da Reciberga, grata te sea la postrer morada que para ti labra tu
esposo Chindasvinto!»
Tierras son estas del Pan y del Vino, que tenian en mucho los
Reyes Godos.
Toro, sus almenas, y preciosa colegiata, el pueblo de Pelea
(Pelayo) Gonzalo, cuyo nombre no parece corrompido por el uso
sino para conservar á la posteridad la pelea entre Castellanos y
Portugueses, llamada en adelante Batalla de Toro ; Bamba que
aún tiene el de aquel gran rey, obligado, rara avis, con amenazas
de muerte á aceptar la corona; Zamora, en fin, con sus monu-
mentos y sus recuerdos de Alfonso III el Magno, y Ordoño II, de
Abdehrraman III, su destructor, y del Cid, que á todos oscurece...
no es Zamora para mencionarla á la ligera en este viaje. Ya en
DE VIAJE. 565
otro lugar, con mucha más detención, si bien no toda la necesaria,
he historiado y descrito el territorio que acabo de recorrer (1).
En Zamora concluye el camino de hierro. Al entrar en la dili-
gencia, me olió á Galicia.... Espesa capa de heno cubria el suelo
del coche, y le perfumaba llenándole del hermoso olor almizclado,
que tan buen efecto me causaba. Con todo , aún estábamos bien
lejos de Galicia.
La densa niebla del Duero que envolvía á Zamora , desapareció
un cuarto de legua más allá, conforme íbamos subiendo, quedan-
do el cielo azul y despejado, pero el frió era glacial. Bien les
avino á mis pobres pies el heno protector. En diligencia se ve la
tierra, cosa que á duras penas se logra en camino de hierro, ni
agradecerá mucho el viajero obligado á cruzar los campos tristes
y desiertos por donde va la carretera de Zamora á Galicia. Tam-
poco se hallan pueblos importantes , pues son muy contados los
que llegan á tener 200 ó 300 vecinos.
Al ruido del camino de hierro , y á la compañía que casi siem-
pre se halla en sus coches , habían sucedido el cascabeleo de las
muías y las palabras é interjecciones más expresivas que cultas
del conductor y zagal. Solo en la berlina, y sin tener con quien
hablar, hallaba entretenimiento — para mí siempre sabroso — en ir
viendo campo y respirando su aire restaurador, de suerte que, á
pesar del frío, llevaba abierta la ventanilla de al lado. Como había
llovido, no molestaba el polvo, que tanto mortifica y sofoca, espe-
cialmente cuando hace calor. Era mi único desahogo preguntar
los nombres de las poblaciones que muy de tarde en tarde veía,
pues leer en diligencia no es fácil, y me cansaba la vista. En esto,
ancho y caudaloso río, cuyas aguas enturbiaban arroyos y torren-
tes, aumentados con las grandes lluvias de este Invierno, dio
descanso á mis ojos fatigados de no ver sino tierras escuetas ó en-
charcadas. Aquel rio era el Esla, cuyas aguas vienen del Norte de
tierra de León y van á parar al Duero.
El Esla es rio importante , aunque no siempre traiga el caudal
que á la sazón corría por entre sus peñascosas y desiertas riberas.
Largo y hermoso puente le atraviesa: pero el Español , que tantas
tierras ha conquistado, comienza al presente á conquistar la suya.
(1) Crónica de Avila, ValladoUd y Zamora ^ de la Crónica General de
España.
566 BECUEllDOS
La carretera es nueva y tan reciente , que aún se ven al lado, por
las llanuras inmediatas, huellas de ruedas de los coches, que por
allí pasaban á causa del mal estado del camino real — donde le ha-
bla.— El puente es recien hecho , y aún el año pasado cruzaban
las diligencias el rio en barcas, por lugar que el mayoral me en-
senó. Al ver la espuma y embates contra las peñas, de la poderosa
corriente , di gracias al cielo de no tener que pasarlo en barca á
la sazón.
El campo seguia por el estilo de lo que habia visto desde Za-
mora. Tierras de pan llevar, viñas, y de vez en cuando algunas
robledas, entre las cuales medraban también encinas. Demás es
decir, cuánto me alegraban aquellos árboles, después de leguas y
leguas de raso desierto.
Por estas tierras se extendían á veces las armas de los Musul-
manes Cordobeses cuando iban contra León , pues contra Galicia
era para ellos harto más cómoda y segura la via de Portugal.
Por estas tierras volvió á las suyas un noble Gallego, cuya con-
ducta no debe de haber sido muy agradable á los cortesanos, pues
tan pocos le han imitado. Hablo del Conde de Lemos, insigne am-
parador de Cervantes. Era Presidente del Consejo de Italia en
tiempos dal apocado Felipe III ; y viendo comenzaba la tormenta
que dio en tierra con el valimiento de su suegro el Duque de Ler-
raa , se presentó al rey diciéndole cuánto habia servido al trono
de virey de Ñapóles y en otras partes. Añadió, que, si en algo
habia faltado sin saberlo, ofrecía su cabeza en desagravio, y,
puesto que eran tantos los enemigos de él que rodeaban á S. M. y
á S. A. (Felipe IV), pedia licencia para tornar ásu casa. «Conde, —
respondió Felipe III , — si queréis retiraros , podéis hacerlo cuando
quisiereis . »
Hallábanse en el Escorial. Besó al punto el de Lemos la mano
al rey, pasó luego á hacer lo mismo con el principe; fuese á Ma-
drid , donde se despidió del Consejo de Italia ; y á poco , iba ya
camino de Galicia. Acompañáronle hasta Guadarrama su madre
la Condesa de Lemos, y su suegro y tio el Duque de Lerma.
Seria de ver por los campos y llanuras de Castilla y León el
número de literas, caballerías y acémilas que formaban el séquito
del ilustre magnate, hasta su llegada al castillo de Monforte.
DE VIAJE. 567
V.
Galicia at last! Dirá alguno para su capote; en inglés, si le
sabe , y si nó , exclamará en castellano : ¡ Al cabo ya estamos en
Galicia! Todavía nó, lector; ten una poca paciencia, que aún hay
bastante camino hasta el que llamó Tirso de Molina :
Reino famoso , del inglés estrago.
Aún hay algo que ver ó recordar. Llegamos á Távara , villa ti-
tulo de marquesado, que se halla siete leguas de Zamora, y tendrá
como ochocientos habitantes. Rodean á Távara algunos hermosos
])rados, cuya verde alfombra alegra la vista. Nada de esto fuera
])arte á detenernos tanto en la modesta villa , sino tuviéramos que
mencionar algo digno de cuenta. Sabido es el cuento de la cabeza
encantada que vio D. Quijote en Barcelona. Hablan libros, harto
más antiguos, de una que fabricó Alberto Magno, que hablaba y
decia cosas sorprendentes. Como quiera, es lo cierto, que en nues-
tra Távara habia en la iglesia una cabeza de metal que , según el
Tostado, vaticinaba, avisando además, si habia en ella algún ju-
dio. (Super. Numer. c. 21, qusest. 19).
También habla de ella Rodrigo de Yepes , en la Historia del
Niño de la Guardia (Cap. 60), añadiendo, para que no haya duda,
que Távara está entre Zamora y Benavente , y en la torre de la
iglesia jO«r^í5 haber estado una cabeza de metal, como la que tenia
don D. Enrique de Villena.
Era el buen Alonso de Madrigal (El Tostado) hombre de fiar, si
bien escribió mucho, y esta aunque no sea razón en contra, no deja-
rá de haber quien por tal la tenga. En resolución, como desde luego
habrá curiosos que deseen saber el paradero déla cabeza de Távara ,
ei Tostado añade que los vecinos la hicieron pedazos por ignoran-
cia , á lo cual pone el anotado al margen , que fué malicia de los
Judíos. De donde se deduce que también por estas apartadas regio-
nes habia hijos de Israel, y debian de ser tantos y tener la sufi-
ciente importancia, ó por lo menos malicia para acabar con la en-
fadosa cabeza. De todas maneras, Távara posee una iglesia con su
torre, ambas románicas, y dignas de atención.
Mas allá de Távara vi que hacia nosotros venia una cuadrilla de
Gallegos , hombres de buena edad y robustos , acompañados de va-
rios muchachos de catorce á diez y seis años. Al punto comenzó
568 RECUERDOS
el zagal á gritar en broma \ Marra, marra \ amenazando á mis
Celto-suevos con la tralla. Los hombres no hicieron caso, pero
los muchachos, en especial uno á quien alcanzó cruel y alevoso
latigazo, gritó:
«Marran un , Marrau dos , Marran tres , Marran o Demo que
te leve.»
Dolióme el latigazo al paisano de mis padres, como á mi propio,
y viendo que el zagal arreaba al tiro riéndose y gritando, Marra,
marra, le dije: «Ese infeliz, á quien sin razón, acaba V. de pegar,
no dice lo que V. cree, sino que no pudiendo vengarse de otra
suerte, le grita á V. : Marrano uno, dos y tres, Marrano, el De-
monio te lleve.»
«No les entendia , exclamó el zagal que era de tierra de Falen-
cia ; pues cuando halle otros , les he de dar más fuerte. »
En aquel momento divisamos segunda cuadrilla. Pronto llega-
mos á ella, el zagal alzó el látigo, y un muchacho, que, sin duda
salia por primera vez de su tierra, se quedó mirando á la diligen-
cia lleno de curiosidad. Sólo él estaba al alcance de la tralla.
«No le pegue V. , dije al zagal, siendo tal mi necedad que es-
tuve por decirle (Dios me perdone) que aun á la Academia Espa-
ñola habia yo ido con alegatos más ó menos literarios en pro de
Galicia. Por poco no le hablo de mis trabajos históricos y novelas.
Saqué la mano por la portezuela, asi del brazo al zagal , y el mu-
chacho, que, en aquel momento comprendió lo que le amenazaba,
alzó la diestra, como defendiéndose, á la altura del rústico som-
brero de paja que le cubria el rubio cabello, y puso en mi sus ojos
azules con tal ademán de agradecimiento y sorpresa, que los míos
se llenaron de lágrimas.
Allá quedó en medio del camino con la mano alzada y torcido el
cuerpo, en graciosa postura , que no pidiera más un artista para
dibujarle. Allá quedó, por ventura dudando, si era de burlas cuan-
to habia visto, si de cierto habia un Castellano capaz de tener ca-
riño ó lástima siquiera á un hijo de Galicia.. .
VI.
Llana la tierra y excelente el camino, como recien hecho, lle-
vaba el tiro la diligencia á buen paso. Al cabo di vista á un nuevo
DK VIA.JE. 569
rio, no tan caudaloso como el Esla, pero que á la sazón traía mu-
cha agua. Un puente acabado de hacer le cruzaba , y era en la
construcion muy parecido al que había atravesado leguas antes.
Canteros gallegos han labrado la piedra de uno y otro, que en ver-
dad están admirablemente fabricados y concluidos.
Pasado el Teza, que asi se llamaba el nuevo rio, hay una cuesta
y de pronto parecen hacia el horizonte altas montañas nevadas,
que defienden la entrada de Galicia. Por ellas es forzoso pasar, si
se quiere seguir adelante. Va concluyendo el dia, el frió arrecia
y la vista de la nieve es mal consuelo para quién, á pesar del heno
á los pies y mantas con que se abriga, experimenta cada vez más
temor á la noche que le espera.
Ya oscuro el campo y sin luz en lo interior del carruaje, no
hay otro remedio sino dormir. De vez en cuando nos detenemos en
una población, y entonces sé que estoy en Mombuey ó en la Pue-
bla de Sanabria. Entre ambos 'se halla el Remesal, pequeño pue-
blo donde se vieron el Rey Católico y el Archiduque Felipe , para
quien la historia no ha tenido otro elogio — si tal puede decirse —
que llamarle el Hermoso.
Todos se hablan puesto de parte del sol naciente. Además de los
grandes que al Archiduque acompañaban , le precedían mil pi-
queros alemanes , habiendo quedado á la parte de la Puebla el
campamento, con artillería y seis mil hombres de guerra. Al Rey
Católico seguían el Duque de x\lba, y algunos caballeros y oficia-
les de justicia, que todos eran doscientas personas, montadas en
sendas muías.
Al de Benavente , que venia con el Archiduque , preguntó Don
Fernando :
— Conde ¿cómo has engordado tanto?
— Andando con el tiempo , señor ; — respondió el rico-hombre.
Si vá á decir verdad , no hay duda que el mejor modo de pasar-
lo bien, es andar con el tiempo. Por eso le ha sucedido siempre lo
contrario al autor de estos renglones.
Cierto que pensé en estas y otras cosas , conforme la diligencia
trepaba por los enhiestos ramos de la sierra Segundera , camino
de la Portilla de Padornelo. Allí fícaha ó punto , allí estaba la difi-
cultad ; y , á pesar de que el telegrama recibido en Madrid , decía
Portillas paso franco ^ no dejaba de experimentar ciertos temores,
que con el frío y todo no me estorbaron dormir.
570 RECUERDOS
En brazos del sueño iba yo, y, lo peor, iban también, sino me
engaño , conductor y zagal , cuando repentino choque nos hizo á
todos despertar sobresaltados. Para dormir con el mayor sosiego,
en el canto de un precipicio, donde lo más seguro es desnucarse»
no hay sino la siguiente receta :
« Tomarás el nacer en España , vivirás siempre en ella y harás
exactamente lo mismo que hacen todos los Españoles. » Es pro-
bado.
Ello fué que los cinco malos caballejos del tiro , cansados de
aquellas asperezas , y , sobre todo , de las nieves , dieron á enten-
der que no podian más , ladeándose de suerte , que , á no ser los
dos metros de nieve , durísima por estar ya helada , que habia á
entrambos lados del camino, lo probable fuera haber dado un
vuelco todos á la vez , en cuyas resultas no quiero recrearme , ni
siquiera por imaginación.
Desperté yo y despertamos todos. Arrearon á los caballos, y per-
manecimos como estábamos. Arrearon, pegaron y maldijeron, y
los caballos no se movieron porque no podian.
Enmedio de todo, no dejó de maravillarme , que á pesar de ha-
ber tanta nieve , el frió me molestara menos que por las rasas lla-
nuras de León. Hermoso espectáculo ofrecian los montes. La nieve
ocultaba sierras y peñascales, oyéndose únicamente allá, en las
más profundas cañadas, los torrentes que por bajo de los témpa-
nos corrían.
Como la nieve apaga los sonidos , el rumor sordo de las aguas
y las voces del conductor y zagal tenian en aquella soledad algo
espantable y siniestro. Hubo momento en que tuvimos determina-
do montar en los caballos y dar la vuelta al misero pueblecillo de
Padornelo, que ya habia quedado atrás. Una hora pasó, y de ella
no pocos minutos , en que desazonados todos , ni aun el conductor
y zagal mostraban ánimo para maldecir. Ocurriaseme que , si en
aquellas nevadas soledades se hubieran presentado unos cuantos
lobos, hambrientos, como era natural, pronto habrían dado bue-
na cuenta de nosotros.
A la sazón , un hombre que venia en la vaca , se unió al con-
ductor y zagal , y todos empujaron las ruedas, logrando sacar-
las de la nieve y fango en que hablan atollado. Los pobres caba-
llejos pusieron de su parte lo poco que podian, y partimos, no sin
temor de vernos detenidos á cada momento.
DE VIAJE. 571
VIL
Al cabo pasamos la Portilla de Padornelo , y receloso con lo que
habia visto , pregunté al mayoral qué tal era la Portilla de la
Canda.
— Tan peligrosa por las nieblas, como estajpor las nieves; me
contestó.
Ambas son los dos pasos ó puertos , por donde siempre ha sido
necesario cruzar , yendo de Benavente ó Zamora á Galicia , mas no
parece sino que sirven también para indicar la diversidad de cli-
mas de las regiones á que pertenecen. La de Padornelo está toda-
vía en tierra de León, tiene 1.566 pies de altura sobre el nivel del
mar y en ella el intenso frió y aire seco , mantienen la nieve mu-
cho tiempo. El pueblecillo de Lubian, aún tierra leonesa, digan
lo que quieran ciertos mapas , viene á estar entre ambas. Mas
adelante está la Canda , aldehuela , cuya parroquia es anexa de
la feligresía de Villavieja de la Mezquita. El pueblo está 1.431
pies, y la Portilla 1.514 sobre el nivel del mar; pero aun viniendo
á ten'er no mucha menor altara , el clima de Galicia influye por
allí notablemente. En efecto , si en Padornelo hay que temer á las
nieves, en la Canda han sido causa las frecuentes y densísimas
nieblas de no pocas desgracias.
Imposible parece que, á la pequeña distancia de tres leguas, sean
tan diversos los climas , pero como aquellas mismas alturas les di-
viden, cada una está sujeta á la influencia de la región que tiene
inmediata.
No parece sino que esta apartadísima comarca de España , com-
prendida en los confines de Zamora , Portugal y Galicia , es cosa
digna de escasa atención, pues aun en el Diccionario de Madoz no
se halla el pueblecillo de la Canda, mencionado aparte, como lo es-
tán otros muchos de menor importancia.
Ni es^ decir que la de este sea muy grande, pues acaso no tenga
sesenta habitantes. Como todas las feligresías de tal limite de Es-
paña; Cadavos, Santa María Magdalena, Castromil, Santa Eufe-
mia, Villavieja, Santigoso y otras varias, forman el Ayuntamiento
de San Martin de Mezquita, no ha dejado de dar que hacer este úl-
timo nombré á etimologistas y anticuarios. A la entrada de Gali-
572 RECUERDOS
cia, ó mejor, en el ángulo que forma Portugal en España , está la
Marra y fuente de los tres reinos de Galicia , Portugal y Castilla
Todo el terreno forma parte de las Frieras, ramales de la Sierra
Segundera y cuyo nombre indica harto á las claras el frió que por
esta región se experimenta. Hay algunos llanos entre aquellos
montes, y ya se ven por las cañadas muchos prados que riegan las
purisimps aguas que de las cumbres se despenan. Por desgracia,
la vecindad de Portugal , y la agrura de los montes , favorecen el
contrabando, á que se dedican muchos hijos de aquellas comarcas.
Hay en la cumbre que señorea la aldea de Santigoso, subterrá-
neos y vestigios de antigua fortaleza. Ocurriósele á alguno si se-
rian de obra romana, pero acaso el nombre , á primera vista mu-
sulmán, de la feligresía que con el titulo de villa es cabeza de las
otras, ha hecho creer fueran aquellos restos de tiempos de Moros.
En la provincia de Álava está un pueblo llamado Mezquía, otro
en Navarra, por nombre Mezquiriz. Kn Galicia son varios los nom-
bres de lugar iguales al de que vamos hablando. En San Pedro de
Mezquita, provincia de Orense, dos leguas de Celanova, hay anti-
quísima iglesia que, según tradición fué en efecto mezquita (¿ten-
drá culpa, el nombre, de la tradición?)
Fuera de Galicia , en Aragón , provincia de Teruel , hay Mez-
quita de Jarque, Mezquita de Lóseos; en la provincia de Cuenca
hay el despoblado Mezquitas ; otro que se llama Mezquitilla en el
partido judicial de Zamora; Mezquitillon se llama un lugar de la
provincia de Soria ; y Mezquitillas ó Mesquitillas una aldea agre-
gada al Ayuntamiento y parroquia de Saucejo, en la provincia de
Sevilla, partido judicial de Osuna. También se llama Mezquia un
arroyo de la provincia de Terruel, partido judicial de Valder-
robles.
Como los nombres de lugar tienen en España tan á menudo ori-
gen euskaro ó vascongado, propongo, antes de suponer haya ha-
bido por esta apartada pobrísima región templos mahometanos, el
estudio comparativo de la inicial y terminación del nombre de lu-
gar Mezquita, en especial comparándole con el vasco Mezquia de
Álava. Además, hay que tener presente que, en Pentés, una le-
gua de la Gudiíia, estuvo la antigua Pinetum , mansión ó parada
de via romana.
DE VIAJB. 573
VIII.
Ya estamos en Galicia y en los primeros términos de la provin-
cia de Orense. Ya estoy en la tierra de mis padres , y aunque to-
davía dura la noche, puedo hablar de esta reg-ion por cosa cono-
cida. Escaso el número de pobladores, áspero el suelo y estéril,
halla en cambio el artista por los montes y hondísimas cañadas so-
berbias vistas que encantan y enamoran. Sigue el camino faldean-
do y cortando los enhiestos ramales de Sierra Segundera. En estas
soledades hay muchos animales dañinos, en especial lobos y zor-
ras. Además de los prados que las aguas de las cumbres riegan, y
á veces inundan , hay por laderas y cañadas robles, monte bajo y
brezo. Da el suelo cultivado centeno, patatas, lino y hortalizas.
También medra el castaño, que es el árbol más hermoso de la zona
central europea, á la que corresponde Galicia.
Esta comarca, no sólo parte términos al presente en el vecino
reino de Portugal, sino que en todo tiempo ha sido lugar indicado
para defensa del territorio gallego. Asi es que, además de las rui-
nas de fortaleza que hay hacia Santigoso , vénse por todo el tér-
mino restos de antiguas construcciones. Toda antigualla es, en lo
general, atribuida á Romanos ó Moros. Bien pudo haber, cuando los
últimos amenazaban, fortificaciones hacia este lado, pero es sabido
que en Galicia duraron poco los Musulmanes, y aun para sus en-
tradas, todos, incluso el grande Almanzor, preferían el camino de
Portugal esguazando el Duero y después el Miño, á dar la embes-
tida por una tan desierta y áspera región, en que los naturales po-
dían fácilmente estorbarles el paso. Además, como el camino al
norte estaba cerrado por las altísimas cumbres de Segundera , y
luego de San Mamed , era forzoso seguir á Orense por la Lecicia,
que hasta nuestros tiempos ha sido impracticable para todo ejér-
cito numeroso, el cual, ni aun ahora hallarla fácil paso sino por el
camino real.
También tiene su historia la pequeña é ignorada villa de San
Martin de Mezquita. Por de pronto su fundación se pierde en la
noche de los tiempos , aunque su nombre haya hecho suponer fué
cosa de Moros. Como quiera , ruinas y cimientos que por allí se
ven, persuaden á que fué harto superior la importancia de nues-
tra población en lo antiguo.
5^4: RECUERDOS
De sus vecinos los Portugueses conservan memoria no muy gra-
ta, pues habiendo ellos entrado por los años de 1646 , en España,
llevando por jefe á un llamado Radiador, quiso éste asaltar la
iglesia, donde los vecinos se hablan encerrado , confiando en su
fortaleza. Murió el Rachador, y los suyos, en venganza, pusieron
fuego á la villa.
Subiendo y bajando cumbres se extiende el camino formando
revueltas, en las cuales se tarda mucho y se adelanta bien poco.
Continúa la noche. A cada paso, arroyos y torrentes que de lo alto
se despeñan, distraen el tristísimo silencio que reina todo entorno,
llegando hasta la misma carretera y pasando debajo por puentes y
alcantarillas. A veces, mejor es no verlos precipicios que faldean la
calzada.
Como la noche es tan larga, dura la oscuridad todavía, y ape-
nas hay la suficiente luz para distinguir un objeto á pocos pasos.
Detiénesela diligencia al lado de unas casas, de ruin altura, acá
y allá esparcidas y no lejos de un arroyo, cuyas aguas caen, ha-
ciendo borbotones y espuma, á la vera del camino.
Estamos en la Gudiña, villa, que, no por serlo, tiene arriba de
setenta casas. Y aun estas, que forman una sola calle, pertenecen
las del Norte á la diócesis de Astorga, y las del Sur á Orense. Otra
cosa no habrá por la Gudiña; pero aguas frescas, puras, cristali-
nas, y árboles y montes que se están mirando en ellas, son cosas
que alegran su grandioso y frígido paisaje.
A la hora en que llegué, noche oscura todavía, nada alteraba el
silencio, sino era el ruido del agua, que por distintos cauces corría.
No lo hacia mal tampoco el frío; pero, abrigándome cuanto pude,
miré al cielo, y creí rayaba el alba
Tenía los ojos puestos en el espacio por donde acababa de pa-
sar. ;Nada veía sino la oscuridad más completa; pero, hacia lo
alto, pareció, como de repente , bellísima aureola de color blanco
azulado por el centro y cuyos extremos se desvanecían en la
atmósfera. Tan hermosa vista me hizo dudar si tenía ante mis ojos
una aurora boreal; pero sus tintas eran harto más apagadas y uni-
formes
A fuerza de mirar, descubrí otras dos ó tres aureolas, aun-
que más lejanas y confusas, y entonces, comprendí, al cabo,
que no eran sino las cumbres nevadas por donde acababa de pa-
sar. Cerraban el horizonte los hermosos semicírculos, que bien
DE VIAJE. 575
parecían argentadas diademas de aquellas descomunales mon-
tanas.
¡A fé que tan soberbia vista, vale la pena de emprender un viaje
á Galicia en el rigor del Invierno!
IX.
Amaneció, j el contraste de las tierras de Galicia con las de
León, últimas que la luz del dia anterior me habia dejado ver, era
tan favorable á nuestra verde y hermosa Erin como siempre que
con lo interior de la Península se compare.
De la Gudína parten dos caminos; el que va desde Zamora y Be-
navente á Vigo, por Orense, y el que, cruzando la Sierra Seca,
y faldeando laderas de San Mamed, sigue á Orense también por
Laza, cruzando el amenísimo valle del propio nombre, que bañan
el Tamega y Cereijo.
¡Qué clima tan benigno el de Galicia! Mientras las nieves inte-
riores de León y ambas Castillas, se muestran heladas y sin el me-
nor asomo de vegetación, allá por las alturas deNavallo y Barrei-
ra, asi como por las caííadas y valles que de trecho en trecho se
ven, cúbrela tierra perpetuo manto de verdor. Si en Invierno, y
con los árboles desnudos de hoja, está la tierra siempre verde, ¡qué
no será en Primavera! Bien que la amenidad de Galicia no se
agosta ni con los rigores del Estío. En cuanto á los aficionados á
truchas, las hallarán excelentes en las frescas aguas de toda esta
región .
Cruza el camino por comarca poco poblada y estéril , que no
pueden ser otra cosa las desmesuradas alturas que por esta parte
defienden la entrada de Galicia. Mas apenas se hunde el terreno
para dar paso á las aguas, divididas después en reguerillas de los
prados, los ojos se deleitan en aquella aterciopelada y fresca al-
fombra que va por laderas y profundidades hasta desaparecer en
las revueltas de los montes. De vez en cuando, especialmente, ha-
cia la coftiarca de Ríos ú Orrios que está poco más adelante, se ven
hermosísimos valles, que si tal parecen en Invierno, no es mucho
sean verdadera mansión de frescura y delicia en Verano.
Desde la pequeña villa de Santa María de Ríos, que apenas ten-
drá doscientas casas, contando con sus lugares, Flor de Rey, Co-
576 RECUERDOS
belas, Marcelin, Navallo, Pena de Souto, San Cristobo, Mauoás y
la Trepa; quedan doce leguas á Orense, llenas de amenidad la ma-
yor parte. Cierto que todavía el camino va por grandes alturas,
apenas cubiertas de vegetación; pero desde ellas se ven cañadas y
valles que ponen deseo en quien les mira de quedarse á vivir para
siempre en ellos. El mismo contraste con las asperezas por donde
baja el camino, les realza.
Iba cruzando desierto y estéril monte, cuando vi dos muchachas
de diez á doce años , arrancando matas de urces ó brezo , con las
cuales formaban haces. La borriquilla abandonada á si propio al
margen del camino, pastaba la yerba de la cuneta, aguardando
pacientemente la carguilla que las pobres muchachas disponian en
la empinada ladera. Tienen las urces grandes raíces y madera du-
rísima, que, á falta de otra, da buen combustible. No hay arbolado
por aquellas alturas, y es gran lástima. Como en todo los alrede-
dores no se veia una sola habitación ni rastro de cultivo, pregunté
á la niña que estaba más cerca, para dónde llevaban aquella leña.
«Para Fumaces,»
me contestó , apartándose con ambas manos el cabello que le cu-
bría el rostro, y echándose atrás el delantal ó mantelo que, á modo
de mantilla , se ponen las Gallegas en la cabeza cuando llueve ó
hace frió.
Santa María de Fumaces es una pobre feligresía de treinta y
tantos vecinos, que está una legua de Verin y once de Orense.
Poco más allá descubre el viajero una de las más hermosas vistas
de España .
Altos montes que forman parte ó descienden de las seberbias
sierras Seca , de San Mamed y Larouco , forman el deleitoso valle
de Monterey ó Verin, que va hasta Chaves, en Portugal, y cuyos
fértilísimas tierras fecunda el rio Tamaga, nacido en el ayunta-
miento de Laza.
La cerrazón de nieves , nubes y nieblas que se ve por las cum-
bres en derredor hace todavía más alegre el benigno cielo de Ve-
rin. Desde lo alto, y cayendo todo en forma de menuda lluvia, te-
nía yo á la vista el apacible valle que el sol medio entolAido, ale-
graba, aumentando el atractivo de los fértiles campos. Acá y allá
parecían las eses que formaba el rio, y era en verdad seductor el
aspecto de tanta fertilidad y hermosura al pié de los enhiestos mon-
tes, cuyas cumbres cenia nevada diadema.
DE VIAJE. 577
Bajando al cabo la larga y pintoresca cuesta de la Amada, lle-
gué á la villa de Santa María de Verin, que así se llama. Era día
de feria; dentro y fuera de la población iban y venían mercaderes
y compradores de Galicia y Portugal. Lo que más se beneficia es
el ganado, que en esta parte del antiguo reino suevo es pequeño,
de pelo oscuro, y aun negro. A menudo pasan por la puerta de
Hierro , siguiendo las riberas del Manzanares á Madrid , manadas
de bueyes, de las cuales van teniendo cuenta un par de hombres.
Aquellos pobres animales, de pequeño cuerpo y largas astas , lle-
gan tan cansados, que muchas veces se caen en el camino por ser-
les imposible tenerse en pié. Ese es el ganado que en gran canti-
dad envía la provincia de Orense al mercado de la corte. El gana-
do vacuno y la cria de muías para Castilla dan mucho dinero á Ga-
licia.
El puente de Verin sobre el Tamaga fué construido en tiempos
de Felipe II, y recompuesto en 1795 por el Conde de Monterey,
Duque de Alba. Tiene seis arcos, 252 pies de largo y 13 de ancho.
Entre la villa y la parroquia de Abedes están las aguas minerales,
excelentes para el mal de orina, de las Sonsas, de gran fama en
Portugal, y que, á no estar en nuestras manos, la tendrían mucho
mayor.
Verdadera pena causa dejar el valle de Verin , más conocido por
el nombre de Monterey. Esta última villa está un cuarto de legua
distante, y tiene hermoso palacio de los Condes de su título. Fué
repoblada por D. Alfonso VIII (1150). Enrique Iv^ le dio en con-
dado á D. Sancho Sánchez de Ulloa y á Doña Teresa de Zúñiga y
Viedma. Hoy está el Condado en la casa de los Duques de Berwick
y de Alba.
Conforme se sale del valle, las revueltas del camino, que por la
sierra se dirige, dejan ver á cada momento las amenísimas riberas
del Tamaga. Quedan á la derecha el pico de la Atalaya, de 1.866
metros de alto, y á la izquierda el valle de Villaza. Después, el
cielo nublado y aun lluvioso y la tierra estéril dan muestra de la
altura por donde va la carretera. Más á lo interior puso el gran
Tirso de Molina dos personajes á su comedia La Gallega Mari-
Hernández, quienes describen esta región de la manera siguiente:
— Caldeíra, esta es Galicia.
No vive en estas sierras la malicia
De envidias y traiciones,
TOMO XV, 37
578 RECUERDOS
De lisonjas, engaños y ambiciones.
— Asperilla es la tierra.
—Es de Laroco esta empinada sierra,
Y Limia este florido
Valle ( que es guarnición de su vestido ),
Por fértil estimado;
El de Laza, que yace á estotro lado,
Ameno se avecina
Al val de Monterey, con quien confina.
Cinco leguas de Chaves
Dista este monte.
Tirso, en quien el vigor heroico y la vida que sabía dar á sus
personajes aventajan á su tan celebrado gracejo , sola calidad que
muchos admiradores suyos le conceden, rivaliza con Shakespeare.
Y no lo dice sólo el modesto autor de estas humildísimas líneas,
que á tanto no se atreviera, de no tener en abono de su opinión la
de un escritor eminente y gran juez en materias de arte , ya que
no en asuntos de moral. Hablo de Jorge Sand , que en su traduc-
ción, ó imitación más bien, de El condenado jior desconfiado, llama
á Tirso en el prólogo Shakespeare español.
No es tiempo de extenderse más en el asunto, que en otro lugar
trataré despacio; pero aquí, y siempre que ocurra lo mismo, creo
que todo hijo de la región boreal de Iberia, desde Galicia al pueblo
Vascongado, debe mostrarse agradecido á Tirso de Molina, no por
haber éste adulado á Gallegos ni Vascos, lo cual no ha hecho, mas
por haber sabido estudiarles y comprenderles cual ningún otro es-
critor de tiempos antiguos y modernos.
Se sigue hacia la Limia alta, á Abacides ; quedan á la derecha
Ginzo y el castillo de Pena, más allá del cual, en Trandeiras, está
el exconvento del Buen Jesús, de Franciscanos. Hacia Nocelo de
Pena hay las ruinas de Lúnica, ciudad romana.
La Limia, adonde se baja después de cruzar las tierras que la
separan de Verin y Monterey, es una de las comarcas más singu-
lares, ricas é importantes de Galicia. Rodean á la laguna Antela
ó Lago Beon pantanos que forman buena parte de aquel espacioso
valle. De Ginzo de Limia sale, cruzando la carretera, un terreno
de tal suerte encharcado , que no es posible poner los pies en seco
fuera de aquella, ni media vara. Diríase que va atravesando un rio,
á no ver las aguas detenidas. Luego se pasa el rio Limia ó Antela,
DE VIAJE. 579
que aún por allí conserva el nombre de la laguna donde nace, por
el puente de San Mateo ó de las Poldras. Y á la verdad que este
último nombre me recuerda el de los polders de Holanda, terrenos
muy parecidos al que voy atravesando.
A decir verdad , para conocer los tiempos primitivos de Galicia
es necesario, además del estudio comparativo del vascuence, espe-
cialmente en cuanto á nombres de lugar , el del origen ariano de
sus pobladores. Así como en buena parte de España se hallan nom-
bres de origen arábigo , por nuestra región del Norte y Occidente
no pudo el Musulmán borrar la honrada tradición de nuestros pa-
dres iberos y celtas. Las desinencias en dre, como por ejemplo, en
Lambre, Cambre (Cambray), Tambre, Pambre, Tiobre, Callobre;
las en anteí , como Serán tes , Nantes , Cervantes , y otra porción
que podría citar de diversos géneros, persuaden á tener en cuenta
lo que digo.
Después de Ginzo de Limia, se halla San Esteban de Saudia-
nes ó Sandias. Inmediata se ve la torre ó castillo del propio nom-
bre donde estuvo Geminas, así como más allá , en Couso, se con-
serva el miliario LXVI. Por aquí corta el camino real la antigua
vía romana , que enlazaba , cruzando antes el término donde hoy
está Castro Galdela, la vía de Geira con la de Larouco. ¡ Qué her-
mosa vista ofrece desde aquí el valle de Limia ! Muy cerca de la
carretera se alza la cuadrada torre feudal de Sandias , cuya mole
señorea sobre las ruinas del castillo buena parte del no sin razón
llamado granero de Galicia. Al viajero que demuestra deseos de
conocer la tierra , le enseñan además por las alturas el castillo de
Pena, de que no há mucho hablé. La riqueza y singular aspecto
de aquella comarca, no menos que el recuerdo de cuanto fué en la
Edad Media y tiempos de Roma y anteriores, realzan el atractivo
y respeto que todo pecho noble experimenta en la región donde
los antiguos creyeron encontrar el rio Letéo. Decían, que pasadas
sus aguas se perdía la memoria; y en verdad, que vistas las ame-
nísimas comarcas que fecunda el Miño , bien se puede perder el
recuerdo de las más hermosas del mundo !
Cruza luego el camino por varias alturas, y pasado el Monte de
San Marcos, se baja la cuesta donde hay una fuente, y se llega
580 RECUERDOS
á Nanin. Aquí nos detendremos, no en virtud de la importancia de
la población, mas para advertir el gran error de la Guia de Mella-
do (año 1864), la cual me habia dado el susto de hacerme creer que
Nanin. Alláriz y Taboadela se hallaban en pleno reino de León, en-
tre Palacios y el Remesal, buen trecho antes de la Puebla de Sana-
bria. ¿Qué terremoto, ó que desconocido trastorno del suelo ibéri-
co, me decia yo, ha podido hacer dar semejante salto á los desven-
turados Nanin, Alláriz y Taboadela? Miraba el Itinerario de
Valladolid á Orense (pág. 130) y tornaba á mirarle, sin volver en
mi del asombro que tal cambio me causaba.
En fin, no hay más remedio sino persuadirse á que la Guia de
Mellado está grandemente equivocada, y ad virtiéndoselo al lector,
seguir adelante.
Asi lo hice, llegando á Alláriz, cuyo hermoso valle circundan
los montes de Penamá y Santa Marina. £n su rio Arnoya forman
los naturales unas pesqueras llamadas cañizas, donde recogen ex-
celentes truchas, anguilas y lampreas ; mientras en los altos mon-
tes hay toda suerte de caza, especialmente en la Sierra de San Ma-
med, donde se hallan ciervos, rebezos y aun osos.
Es Alláriz pueblo importante, y tiene la gloria de ser patria del
célebre P. M. Fr. Felipe de la Gándara, cuya casa subsiste en la
villa, asi como las de Soto-Almirano, Amoeiro, Arias y otros no
menos ilustres. También lo es en gran manera Alláriz, por haber-
se criado en ella el tan justamente alabado escritor Feijó, nacido
en Mellas. Deben verse las iglesias, en especial la de Santiago, fun-
dada, según dicen, cuando la villa, y el hermoso convento de re-
ligiosos franciscanos, fundado por la reina Doña Violante y su hijo
el rey D. Sancho III de Galicia y de León y IV de Castilla, más
conocido por Sancho el Bravo, en la Era MCCCXXIV (año de
1286.)
De los Judíos hay gran memoria en Alláriz. Dícese que en e}
Campo de la Mina se han hallado lápidas c©n caracteres hebreos.
De las sepulturas, repetiré lo que en la Crónica de Orense (1) he di-
cho: «También parecieron varias sepulturas todas de piedra, en for-
ma de silla, donde ponían los cadáveres sentados y con algunas
alhajas de plata y oro. Tal es la noticia que se da sobre estas sepul-
(1) En ella, así como en mis Crónicas de la Coruña y Pontevedra {Cróni-
ca general de España) pueden verse más pormenores sobre GaUcia.
DE VIAJE. 581
turas, si bien en forma y modo de enterrar los cadáveres no con-
cuerdan con el origen que se les atribuye.» Y aquí advertiré, que
por un error de que no respondo, como de otros muchos, están en
la referida Crónica ai tratar de Alláriz, malamente confundidos la
capilla de San Benito y el convento de Santa Clara, ya menciona-
do. El hermoso castillo de Alláriz , propiedad del Marqués de Mal-
pica, ha padecido completa ruina últimamente. ¡ Cuándo compren-
deremos los Españoles lo obligados que estamos á mirar por los
edificios y objetos de arte que nuestros padres nos legaron.
De Alláriz se sube, bajando luego á San Miguel de Taboadela,
por la cuesta del propio nombre ; queda á la derecha el valle de la
Rabeda, después Castroverde, luego Sejalbo y más allá de su pon-
tón se deja á la derecha la casa llamada de Sevilla , nombre sin-
gular para estos lugares. Va el camino costeando el rio Barbaña,
que luego entra en el Miño. Se atraviesa el antiguo Campo de la
Feria, hoy Alameda del Poseo, y al pié del Monte Alegre está
Orense.
Antes de entrar en la noble ciudad, advierta todo español aman-
te de su patria, que siguiendo el Miño arriba, cuyas aguas bañan
los campos de Orense, está el pueblecito de San Miguel de Melias,
patria del ilustre Feijóo.
También á la izquierda y no lejos de Alláriz, hemos dejado el
monasterio de Celanova, uno de los más importantes de España.
Orense, ciudad que en nuestros dias ha prosperado en proporción
más que ninguna otra de Galicia, merece particular estudio. El
antiguo reino Suevo fué tan codiciado y tenido en estima por los
Godos, que cuando éstos le conquistaron, no entró en su imperio
como una provincia cualquiera, mas quedó siempre como reino
aparte.
« E si algún escándalo aviniere en la tierra de Spanna ó de Qa-
lizia ó de Francia, ó en alguna tierra nuestra que sea de nuestro
reino», dice el Fuero Juzgo (Ley IX, tit. II, lib. IX.)
Nuestros padres, cediendo al empuje de los Musulmanes, halla-
ron en la región del norte el vigor aniquilado con la hueste de
Rodrigo, orillas de Guadalete. Recobradas ambas Castillas, Anda-
lucia y las tierras de Levante, descubierta América después, nues-
tra vida dio el ser á un nuevo mundo, Las ciudades aventajan á
primera vista en importancia al campo, la región del norte no tie-
ne grandes poblaciones , y nosotros no profesamos todavía , por
582 RECUERDOS
desgracia, aquella noble máxima inglesa de que el hombre hizo
las ciudades, el campo le hizo Dios.
Durante los siglos XVII j XVIII, siglos de decadencia para Es-
paña , no hubo en ésta ojos y alma sino para sus regiones más des-
pobladas del centro y mediodía. En aquellas dos últimas centurias,
anteriores á la presente, nuestras calidades padecieron singular
alteración. De graves, sesudos y enemigos de colorines para nues-
tros vestidos, llegamos en el siglo pasado á tener fama solamente
por nuestros bailes y cantares , causa de que nuestros hermanos
europeos nos pintaran con guitarra y castañuelas en las manos,
acostumbradas otros tiempos á empuñar el cetro de medio mundo.
Llegó el caso — mengua es pensarlo, sonrojo decirlo — de que un
principe español , el segundo Don Juan de Austria , desacreditase
el valor de Iberia, no queriendo mandar sino soldados alemanes.
Nuestra disposición por las armas varió de tal suerte , que la in-
fantería, nervio de todo ejército, no sólo perdió su antiguo renom
bre, sino que el Ministro Ensenada , llegó á decir á Fernando VI (1) :
«La caballería, sin gran trabajo se puede renombrar jOor^Mg el es-
pañol se inclina a ella, y caballos suficientes producirán Andalu-
cía y Extremadura , etc. Lo difícil es el aumento de la infantería,
pero no imposible ; los naturales no aman la infantería, etc. »
De suerte que para el Marqués de la Ensenada no eran Españo-
les los Catalanes, hijos del alto Aragón , Navarros, Vascos, Mon
tañeses, Asturianos y Gallegos, que apenas montan á caballo. ¡Qué
de otra suerte pensaba el Gran Capitán , cuando pedia Asturianos
y Gallegos para combatir y vencer á los Franceses de Nemours y á
los Escoceses de Aubigny !
Cierto que para decir un estadista afamado como Ensenada, que
los hijos de aquellos valientes peones de Rávena y Pavía preferían
guerreará caballo; para desconfiar, en suma, de la firmeza de nues-
tra infantería, que siglos antes no habla tenido rival , era forzoso
gran mudanza en el brioso, constante y esforzado carácter español.
Si en lo que voy diciendo, hallara nadie ni aun sombra siquiera
de mala fé, de perversa intención contra tal ó cual provincia, para
ensalzar las del Norte, preferiría callar. Protesto que suponer en
mi intención tamaña infamia, es calumniarme.
La traslación de la Corte á Castilla la Nueva, puso al Gobierno
(1) Informe para el adelantamiento de la Monarquía y buen gobierno de
ella, presentado al Rey en 1751, por el Marqués de la Ensenada.
DE VIAJE. 583
en más directa relación con las provincias del Sur y Levante, ale-
jándole por extremo de las provincias del Norte. Acaso estas per-
dieron tanto como el mismo Valladolid. Orillas de Pisuerga la
corte, no habria sido el primer camino de hierro de España el de
Alicante, sino el del Atlántico y Francia.
Como quiera , Barcelona , Valencia , Málaga , Sevilla , Cádiz y
gran parte de las demás ciudades populosas ,de España llamaban
ante todo la atención, mientras los moradores agrícolas ó marine-
ros del norte sólo eran tenidos en cuenta para exigirles sangre
y dinero. Harto han dado ya. Tiempo es de estudiar sus poblacio-
nes, artes y costumbres.
Pelayo, asturiano; Alfonso, VII el Emperador, gallego; Guz-
man el Bueno y San Fernando, leoneses; el Cid, castellano, hijos
son de aquella tierra , allende Guadarrama, á la cual por mucho
tiempo llamaron los Musulmanes Qhalikya (Galicia); prueba de
la señaladísima importancia de Jakolsland (1), que asi llamaban
á Galicia los Normandos.
Pero nuestros Españoles de la región boreal , dieron cuanto va-
llan y tenian , inclusa la sangre de sus hijos, por librar á España
de la aborrecida raza mestiza de Sem y de Cham , sectaria de Ma-
homa. España, después de llevar á cabo las más altas empresas
que recuerda la historia, vuelve á si los ojos, y quiere estudiarse
y conocerse. A la espada del guerrero y gobernable del descubri-
dor, bien es ya que acompañen el conocimiento de cuanto hemos
hecho en ciencias , armas , letras y artes.
Bellísimo resumen de toda gracia material , recreo de los ojos y
encanto del corazón es el alcázar de Alhambra. Cuanto el lujo de
las tierras que laten al beso abrasador del Mediodía, pudo inventar
para su recreo y placeres, lo halla ó sueña quien visita el palacio de
Alhamar..., No permita Dios que España consienta su destrucción.
Pero hay algo, y aún mucho más, que los alcázares de Granada.
Al lado diQlalharife, esté elfranc-mason , cuyo nombre indica, des-
de el siglo pasado, cosa harto distinta de lo que eran aquellas cor-
poraciones de arquitectos y albañiles que tan soberbios edificios
labraron en Europa durante la Edad Media.
Las catedrales de León , Burgos y Toledo, hermosísima aquella
[pulchra leonina) , admirables estas en sus pormenores y conjun-
(1) t/a^o65/a/M¿, Tierra de Santiago.
584 RECUERDOS DE VIAJE.
to, fueron en tiempo las mas conocidas de España. La de Sevilla,
si bien de tiempos en que el arte gótico se hallaba en decadencia,
merece por sus proporciones y grandeza notable atención. Hoy
desde Barcelona á Pamplona, desde Avila á Zaragoza, están ya re-
corridcs y aun en parte estudiados los hermosos templos con que
el arte cristiano ha dejado indeleble huella en nuestra Península.
Una sola región de España quedaba por conocer y ya hay dos
libros excelentes sobre la catedral de Santiago; el de Street, de que
más arriba he dado cuenta , y otro de D. José Villa- Amil y Castro,
titulado : Descripción histórico-artistico-arqiieológica de la cate-
dral de Santiago (Lugo, 1866. Imprenta de Soto Freiré, Editor).
Mi objeto ha sido llamar la atención del lector, llevándole como
por la mano y procurando uo asustarle, — que el arte y la historia
asustan á no pocos, — á los umbrales de algunos monumentos de
Galicia, descansando á veces por aquellos campos deleitosos.
De catedrales solamente, hay en este Reino las de Santiago, Lugo,
Mondoñedo, Orense y Tuy, todas importantes y dignas de estudio.
De monasterios , colegiatas , parroquias y otros templos dignos de
mención fuera la lista más larga de lo que consienten los límites
del presente escrito.
Entre tanta riqueza veamos algunas joyas , indicando otras mu-
chas, casi desconocidas ó que lo son del todo. ¡Pluguiera á Dios
que mi acento tuviera autoridad suficiente para llamar la atención
de todo buen español !
Nueva vida, nuevo amor al estudio de cuanto es nuestro , cunde
por el ámbito de Iberia. Nuestros corazones repiten el eco de una
voz que acusa á España de olvido, cuando no de ingratitud.
Vuelva el Español los ojos á tierras donde su sangre regenerada
repudió siempre todo maridaje con razas inferiores , y conservan-
do ilesa la tradición del Arya Asiática, cuna de Celtas y Suevos,
mantuvo, primero por las armas y después por las artes , perpetua
unión con sus hermanas de Europa. ¡ Vuelva , como el guerrero
moribundo pone todavía el recuerdo y la esperanza en el regazo
de su madre.... como el marino, después de dar la vuelta al globo,
torna loco de alegría á la costa, donde por primera vez desafió á
la inclemencia del Océano.... como el águila, cansada de campos
y llanuras , recoge el vuelo, y partiendo á lo alto, busca la peña
enhiesta y señera donde anida ! !
( Se contintuirá. ) Fernando Fuloosio.
DE LA CAPACIDAD POLÍTICA
EN LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS.
(Continuación.)
IV.
Frente á frente de la teoría que se conoce con el nombre de
sufragio universal y anterior á ésta en el orden histórico, aparece
la de los derechos limitados y que se traduce politicamente por la
institución del censo. Más práctica que la primera, no deduce la
capacidad política del derecho individual , ni trata de cimentarse
sobre la base de la psicología. Sus fundamentos son distintos,
aunque, á decir verdad, tampoco se ha presentado nunca del todo
lógica con el principio científico que establece.
Para esta escuela — tal como la explicó Royer-Collard , — los
llamados derechos políticos no son ilegislables , absolutos y ni si-
quiera derechos. Arrancando del supuesto de que el fin de la polí-
tica es social y no individual ; partiendo del principio de que la
emisión del voto es simplemente un medio práctico de realizar la
organización del poder, traza una línea divisoria , un muro de se-
paración entre los derechos civiles y las funciones públicas. Los
primeros corresponden al hombre como tal , aunque determinados
y regularizados ; las segundas sólo pueden confiarse al ciudadano
en cuanto ofrezca garantías positivas de cumplir discretamente el
fin político. Bajo este criterio, la escuela á que nos referimos
586 DE LA CAPACIDAD POLÍTICA
busca la capacidad política en el terreno de la capacidad efectiva
deduciéndola de datos exteriores.
Pero hemos dicho ya que esta escuela tampoco suele presentarse
de todo en todo consecuente , y vamos á probarlo . Es por demás
que en el terreno de las doctrinas separe con fino escalpelo la no-
ción del derecho y la de las funciones públicas que la política trae
inherentes, si en la práctica ha revestido siempre el desempeño de
tales funciones con el carácter de un derecho. Los favorecidos por
la ley , los que reciben esta investidura por reunir las cualidades
determinantes de la capacidad, no la ejercen como acto obligatorio,
sino que á tenor de su capricho la practican ó descuidan sin darle
cuenta á nadie , ni quedar sujetos por ello á correctivo ni sanción
de ning-una clase.
Esta circunstancia , de carácter accidental , ha contribuido en
gran manera á que se perdiese de vista la naturaleza de los dere-
chos políticos en la Monarquía constitucional. A los ojos del radi-
calismo, las personas revestidas con las condiciones externas de la
capacidad , eran como los privilegiados de aquel orden de cosas»
los señores feudales de la libertad, los bracmanes del siglo XIX,
que al compás de las circunstancias y según lo estimaban conve-
niente, salían de sus tiendas para tomar parte en la organización
del poder ó abandonaban esta tarea considerándola como liviana
ocupación de gente moza. Bajo esta funestísima influencia, el pres-
tigio del cuerpo electoral decreció considerablemente ; y mientras
por un lado , los Gobiernos invocaban los títulos de la capacidad
como fundamento , como determinación del derecho , por otro los
favorecidos, los privilegiados, los sedicientes capaces hacían alarde
de no estar , ni con mucho , á la altura de esa capacidad que por
convención se les atribuía. Esta es la verdad , y no hay para qué
recatarlo. La ignorancia, la indiferencia, el nepotismo, hasta la
venalidad en determinadas ocasiones han sido piedra de escándalo
para los buenos y honrados, antes que el sufragio se convirtiera
en atributo común á todos los varones mayores de 25 años.
Entre tanto, las clases inferiores de la sociedad, que presencia-
ban los malos ejemplos , y estaban sobreexcitadas por efecto de
una propaganda pertinazmente insidiosa , ardían en el deseo de
ocupar un puesto en el banquete y tomar parte directa en las fun-
ciones de la política. Y hasta cierto punto su pretensión era lógi-
ca. Si el criterio de la limitación no impedia los abusos de la ig-
EN LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS. 587
norancia y de la misma venalidad, ¿en nombre de qué interés ó
alto principio se privaba del sufragio á clases enteras? Si los lla-
mados á ejercer un ministerio público no comprendían su trascen-
dencia y lo desdeñaban por falta de educación, ¿cómo decir que se
excluía á las clases inferiores por poco preparadas é incons-
cientes?
Estos argumentos , fundados en una práctica abusiva , que al
principio se oyeron con indiferencia por estadistas y repúblicos
poco previsores, cundieron luego con la velocidad del rayo y pre-
pararon el estallido de la revolución. Y consumada esta, para huir
de los abusos del censo, se proclamó el sufragio universal ; para
evitar el inconveniente de que la capacidad política se vinculara
en unos pocos, que á veces no estaban á la altura de su misión,
se extendió el sufragio á un número mucho mayor que reconoci-
damente no lo estaba; para contrariar los perjuicios inherentes al
censo, se adoptó la ilimitacion del derecho sin otros requisitos de-
terminantes que los dos temperamentos fisiológicos del sexo y de
la edad.
Ahora bien ; basta considerar á cierta profundidad las causas
generadoras del mal, para que se advierta lo incongruente del
remedio que se adoptó con el propósito de hacer frente á la enfer-
medad que se observaba. Si la indiferencia nacia de la poca ilus-
tración de los escogidos, ¿habia de cesar á proporción que se en-
sanchara el número de los incapaces'^ Si la corrupción era obs-
táculo á que los hombres dotados de ciertas condiciones ejercieran
sus derechos con independencia , ¿ debia esperarse la extirpación
del mal porque entraran en el concierto de la vida pública otros
ciudadanos menos independientes todavía? Si las clases que se lla-
maban privilegiadas tenían, en efecto, escasos elementos de capa-
cidad positiva , ¿ habia de corregirse el mal condensando aun ma-
yormente las tinieblas de la ignorancia , y dilatando el círculo de
los incapaces é ineptos? O, en otros términos, ¿de la suma de las
incapacidades habia de brotar la expresión de la capacidad? — No
es fácil legitimarlo en buena lógica , á menos que la democracia
se prometiera cicatrizar ó restañar las hondas llagas del cuerpo
social mediante una novísima aplicación de aquel principio ho-
meopático similia similihus curantnr. Pero si en la ciencia médica
es dudosa la autoridad de este principio , aún nos parece más con-
trovertible en el campo político .
588 DE LA CAPACIDAD POLÍTICA
Como quiera que sea, al adoptarse el sufragio convencionalmente
llamado universal , la escuela novadora cayó en los mismos erro-
res que hablan sido el obstáculo , la piedra de tropiezo para la
doctrinaria. Decíase antes que el organismo de esta última era una
armazón puramente artificiosa, un convencionalismo, un agre-
gado áe ficciones en desacuerdo con la realidad social, y por una
anomalía inexplicable la revolución exageró las dificultades en
vez de disiparlas. Tratábase de desvanecer una ficción que servia
de sustentáculo á la teoría del censo limitado , y lo que se hizo en
hecho de verdad fué prohijar otra^ccion más hueca é inverosímil
todavía. Los Gobiernos limitados partían del supuesto de que , da-
das ciertas condiciones externas , la profesión de determinadas car-
reras ó el pago de cierta cuota anual á título de impuesto , la ca-
pacidad áehis, presumirse : esto no era la verdad en algunos casos:
después se reconoció que la capacidad debia presumirse por las
simples condiciones de sexo y edad , y esta ficción es mucho más
absurda que la primera. El espectáculo de Francia , España y de-
mas países que han aprohijado las formas del derecho novísimo,
si algo demuestra es que el sufragio universal , aun en el sentido
de sufragio lato, no existe de hecho, sino que es reemplazado por la
soberanía de la inteligencia relativa dentro de cada bandería ó
parcialidad. Sí, no nos cansaremos de repetirlo; la masa del pue-
blo no vota jamas, ni ejerce las funciones que se suponen; en
ciertos distritos rurales se mueve bajo las mismas influencias que
la institución del censo , y en los grandes centros, quien vota por
él es la pléyada de los hombres más ó menos bien intencionados y
diligentes que se ocultan detrás de esa pantalla que tiene por
nombre la clase proletaria , y que sabe halagar y electrizar sus
instintos prometiéndole innovaciones y mejoras que casi nunca
realiza en el poder. Más tarde, cuando las ilusiones lozanas y pri-
merizas de hoy se hayan desvanecido, cuando la rotación de los
sucesos haya puesto de relieve la impotencia de los novadores y la
esterilidad de los programas políticos si no se apoyan en la opi-
nión ilustrada y las virtudes cívicas, la masa popular tampoco vo-
tará por sí , sino que , convertida de radical y demagógica en sa-
télite ó aduladora de la dictadura ó del cesarismo , venderá por
un plato de lentejas esa diadema esplendorosa de la soberanía in-
dividual con que sus cortesanos trataron de enaltecerla y glorifi-
carla. Y esto lo saben perfectamente las escuelas revolucionarias;
EN LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS. 589
así es que su sistema, mejor que en beneficio de la clase proleta-
ria , se predica y fomenta en odio á las que suelen llamarse privi-
legiadas. Los argumentos capitales en que se funda no son positi-
vos , sino de negación ; más claro , para orillar y resolver el pro-
blema de la capacidad , no se inquiere y escudriña de buena fe si
los llamados al sufragio universal son realmente capaces (que es
lo que ^debiera demostrarse ) , sino que todo el esfuerzo de su dia-
léctica laboriosa se reduce á patentizar que por el becho de la li-
mitación resultaban favorecidos algunos incapaces, mientras se
apartaba de los comicios electorales á otros de cuya inteligencia y
educación no podia dudarse.
Por otra parte , la experiencia acredita que en los grandes sacu-
dimientos de la sociedad no todo es obra de los revolucionarios.
El publicista alemán , autor de la Historia del siglo XIX, Ger-
vinus, observa con razón, en un pasaje de este libro, que el amor
al bien , desviándose de su cauce , obra algunas veces sobre nues-
tra época con la eficacia y trascendencia de un elemento revolu-
cionario altamente peligroso. Por efecto de este impulso, generoso
en el fondo , se exageraron los inconvenientes del censo durante
la monarquía de Julio ; y aun en España no ban faltado espíritus
superiores que , en alas de su ardentísimo é inacabable celo por la
causa del bien , ban contribuido , y no poco , á preparar la revo-
lución que ba hecho retemblar en su cimiento los pilares de nues-
tra constitución social. Bien se comprende que aludimos á la fa-
lanje católica llamada así por excelencia y á su malogrado jefe
el Marqués de Valdegamas. Ante las irregularidades y ñuctuacio-
nes del parlamentarismo, ante los abusos que ocurrían cada vez
que se dirigía un llamamiento al cuerpo electoral, ante la acción
no siempre justificada y discreta de los gobiernos y la debilidad
de los electores, ante los estravíos é intemperancias de la «bella
pecadora» como solía llamarse á la discusión, era costumbre del
grupo á que nos referimos denunciar al público las demasías y los
escándalos que se observaban fulminando anatemas tremebundos
contra el poder y deslumhrando á las gentes con golpes de efecto y
rasgos de apocalíptica elocuencia. — Sucedía esto áraiz de las compli-
caciones y trastornos que produjo la revolución de 1848; y el re-
sultado de tanta porfía hubo de ser que, en lugar de considerarse
la obra de la política como paulatinamente perfectible, en lugar
de estudiarse serenamente las dificultades con que luchaba el sis-
590 DB LA CAPACIDAD POLfTiCA
tema constitucional en su terreno propio, es decir, no perdiendo
nunca de vista la limitación del ser humano y las contrariedades
relativas de cada pueblo en el tiempo y en el espacio, se estimuló
inconsideradamente al espíritu revolucionario aun por los que mé •
nos interés mostraban en desenvolverlo y fomentarlo. Otra cosa
hubiera sido en el caso de que las escuelas conservadoras, penetra-
das de la gravedad de las circunstancias, estuviesen á la altura de
su misión poniéndose al lado del principio de autoridad, y, en vez
de excitar el espíritu aventurero y levantisco de las razas y los
pueblos meridionales, procurasen, como la aristocracia de Ingla-
terra, ayudar al poder con elementos positivos preparando á los
ineptos y favoreciendo el desarrollo de la educación moral é inte-
lectual. No se hizo asi por desgracia, y, después de sembrar vien-
tos, era natural que más tarde se cosecharan tempestades. Conste
por lo tanto que en la sacudida revolucionaria de que tanto se
duelen y lamentan algunos, no todo es obra del periodismo ni de
las predicaciones tribunicias: si el pueblo la impulsó, la desacerta-
da conducta de las clases superiores ha sido su cómplice.
V.
Sentados estos precedentes en el campo de la crítica histórica y
doctrinal , pasemos á formular nuestra opinión sobre el problema
de la capacidad política.
Hace tiempo nos propusimos sondearlo un poco en sus relacio-
nes con el sistema representativo , y , sin pretensión de ningún
linaje, daremos á conocer el pobre fruto de nuestras vigilias.
Veamos, ante todo, el procedimiento empleado para estu-
diarlo. Aplicando el método de observación recomendado por Le
Play ( 1 ) , y examinando en conjunto la manera como resuelven
la dificultad los Gobiernos de Europa y América , se nos presenta-
ron frente á frente dos sistemas : el de los derechos individuales , ó
que propendía á considerar la capacidad política como una mani-
festación de la capacidad civil ; y el que trazaba una línea diviso-
ria, una valla entre la libertad civil y el ejercicio de las funcio-
í 1 ) Véanse sus obras " La reforma social en Francia y la Organización del
trabajo. "
EN LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS. 591
nes políticas. Desde luego , sin embargo , advertimos que en nin-
gún pueblo campeaba y dominaba el primer sistema en toda su
latitud y con sus consecuencias lógicas , sino que en la práctica se
tenian como necesarias para el ejercicio del derecho individual las
condiciones de educación y competencia : tanta era la fuerza del
segundo sistema que lograba imponerse á sus detractores bajo una
forma más ó menos encubierta.
Otro dato hubo de presentarse inmediatamente á nuestra consi-
deración , y es , que si como los Gobiernos todos , aun los mas obs-
tinados y recalcitrantes , pensasen en rendir un tributo de home-
naje á la democracia , verdadera pasión del siglo , como dijo Gui-
zot, por diversidad de caminos, senderos y atajos, los poderes pú-
blicos de Iqs países civilizados tendían á ensanchar la base del
sufragio para templarse , en cuanto fuese posible , en las corrientes
de la opinión y no vivir un solo momento divorciados del espíritu
de la época. Por un lado, pues, el ejercicio de los derechos se
procuraba que radicase fundamentalmente en las condiciones , no
finjidas , sino reales y positivas de la capacidad ; por otro , se os-
tentaba el vivísimo anhelo de sustraer el campo político de la in-
fluencia del monopolio y poner en consonancia las leyes con las
costumbres, las ideas con los sentimientos, la forma con el fondo,
la organización legislativa con el pensamiento de la sociedad. En
vano se decía por la democracia que los partidos conservadores
eran reaccionarios : precisamente uno de sus caracteres típicos era
la tendencia á liberalizar y mejorar , pero paulatinamente , con
firmeza y seguridad ; por otra parte , tampoco era justa la acusa-
ción que estos últimos fulminaban á las veces contra los innova-
dores suponiendo que lo sacrificaban todo á las exigencias del in-
dividualismo y al espíritu de rebeldía.
Pero si bien colocados en el terreno de la observación , pudimos
juzgar á plena luz y libres de vulgares prevenciones el fin de las
dos escuelas , no por eso habíamos de permanecer neutrales en la
contienda , ni exagerar los deberes de la imparcialidad hasta el
punto de que en las investigaciones de la legislación comparada se
ofuscase la conciencia del observador y se perdiesen en este trai-
cionero laberinto las reglas de nuestro criterio. No , aun haciendo
justicia á la lealtad de los adversarios, aun comprendiendo que
sus intenciones se apartaban mucho del bastardo intento que la
pasión les atribuía , conservamos íntegra la fé de nuestra escuela,
592 DE LA CAPACIDAD POLÍTICA
y , poniendo en contacto los dos sistemas que hemos descrito , op-
tamos por el segundo sin desconocer ni menoscabar el levantado
propósito á que responde el primero. O, en otros términos, al de-
cidirnos por la segunda aspiración tuvimos en cuenta señalada-
mente que ella constituye el medio natural y filosófico para la rea-
lización de la primera en lo que tiene de justa. Empero , no por
esto pudimos echar en olvido los errores y los abusos á que habia
dado lugar la teoría de los derechos limitados ; y , si le prestamos
nuestra adhesión , fué con el aditamento de varios requisitos y
condiciones que le permitieran ilustrarse , moralizarse y desen-
volverse.
Hé aqui , pues, la explicación de nuestra doctrina.
En el campo de la ciencia jurídica aparecen siempre dos nocio-
nes fundamentales : la del derecho y la del poder. La primera es
esencialmente egoísta , y expresa la extensión de nuestra libertad
racional en provecho propio. La segunda presupone también am-
pliación , ejercicio de libertad , pero no es ya con fines exclusiva-
mente particulares : mejor que un derecho es un cargo , una fun-
ción pública , un ministerio que la ley confiere á los que conside-
ra capaces de realizar un fin determinado. El derecho, como con-
dición necesaria para que el hombre realice sus destinos , aparece
con la misma individualidad ; la idea de poder es relativa á cierto
desarrollo físico y moral , á la posesión de ciertos requisitos , á la
posibilidad de realizar el fin que lo determina.
Cualquiera que se fije atentamente en el carácter distinto de
estas dos ideas fundamentales, comprenderá á primera vista que
el problema de la capacidad política, mejor que á la noción del de-
recho, en sentido estricto, corresponde á la órbita del poder. No
existe para lisonjear la vanidad del hombre ni satisfacer sus capri-
chos, sino para realizar un bien; no tiene por objeto el fin inme-
diato de que el ciudadano emita un sufragio, sino la buena orga-
nización del poder ; no responde á la conveniencia particular , sino
á la utilidad común ó social. De tales precedentes se deduce que
proclamar la legitimidad del derecho político como inherente á
todo individuo , es desnaturalizar el fin de la política y el carácter
del poder. Desnaturalizar la idea política en cuanto sacrifica la
buena constitución del organismo gubernativo, esencia de la cosa,
al hecho de que en semejante tarea intervenga mayor ó menor
número de personas , circunstancia puramente accidental en la
EN LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS. 593
cuestión. Y desnaturalizar el carácter del poder, toda vez que lo
confiere á un gran número de ciudadanos, sin curarse de averiguar
anticipadamente si los favorecidos reúnen ó nó las condiciones ne-
cesarias para cumplirlo.
En esta difícil materia , pues , lo que importa principalmente es
el fondo y no la forma ; de manera que teniendo por base la capa-
cidad de hecho ^ no hay inconveniente en que el poder se ejerza por
el mayor número. Al contrario : ya veremos á su tiempo que don-
de la cultura y la capacidad son generales , lo lógico y convenien-
te es ese mismo sufragio universal , que como necesidad jurídica
rechazaremos siempre. La historia enseña, efectivamente, que don-
de dicho sistema rinde buenos resultados , no es porque se respete
la esencia de un supuesto derecho humano , sino porque el desar-
rollo de la civilización , el incremento adquirido por las condicio-
nes de inteligencia y moralidad hace sumamente difícil designar
quiénes son los escogidos entre la masa de los ciudadanos. Por ma-
nera que en tales pueblos la cuestión electoral se resuelve de un
modo opuesto . enteramente opuesto al sentido con que en España
se plantea, iiqui se dice comunmente que por no saber hallar quié-
nes son los capaces , la cordura aconseja entregarse á los azares de
la ignorancia ; alli se considera que por ser difícil señalar una ma-
sa privilegiada en inteligencia y moralidad, lo mejor es invocar el
concurso de todas las clases.
La cuestión de capacidad política , por lo tanto , es de utilidad
común y no de derecho estricto ; y la regla fundamental en el
asunto , á despecho de todas las teorías , es que la capacidad del
derecho se funde , en cuanto sea posible , sobre la capacidad de he-
cho ó efectiva. Al escribir estas palabras, sin embargo, no preten-
demos , ni con mucho , haber resuelto la cuestión : dejamos senta-
da una fórmula abstracta , y nada más.
Falta ahora — y es lo difícil precisamente — averiguar cuáles
son , entre los elementos de la sociedad , los que mejor representan
la capacidad efectiva en cada momento histórico.
Entre los maestros y campeones del sistema constitucional se
observan disidencias en este punto. Para unos el elemento más
apreciable es la instrucción ; para otros la propiedad ó la riqueza;
los hay , finalmente , que buscan con preferencia la representación
del os grandes intereses sociales .
Confesamos que , constitucionalmente hablando , no nos satisfa-
TOMO XV. 38
594 DE LA CAPACIDAD POLÍTICA
ce ninguna de estas fórmulas. La instrucción tiene importancia,
pero no es el todo , y tanto como ella al menos valen la indepen-
dencia y la moralidad ; la riqueza individual dista mucho de pres-
tar una regla de criterio constante é inequívoca para resolver una
cuestión de capacidad. Y la razón es obvia. O la riqueza se admite
como patente de aptitud personal, ó en el sentido de que ella pre-
supone el trabajo, es decir, el triunfo del espíritu sobre la mate-
ria. La primera suposición la destruye la experiencia: dejando
aparte que hay ricos incapaces , no podemos prescindir de que en
todos los países existen muchos hombres capaces que no son ricos.
En cuanto á la segunda, todavía es menos satisfactoria. Si hon-
rar á la riqueza es honrar al trabajo, la riqueza honrada debe ser
la personal , no la trasmitida ó heredada ; y , sobre todo , si la con-
sideración que le sirve de base es firme y valedera , cae por tierra,
en un instante, el edificio de la capacidad relativa , y lo estricta-
mente lógico es admitir á todos en el ejercicio del sufragio, supues-
to que todos los hombres trabajan , que todos desenvuelven sus fa-
cultades activas , y dichosamente se hallan comprendidos en la ley
económica de la solidaridad. Más claro: si el trabajo anterior pue-
de ser termómetro de capacidad , con mayores títulos reclamaría
sus fueros y prerogativas el trabajo presente.
La calidad de propietario tampoco es garantía absoluta de capa-
cidad. Y aunque lo fuere, colocados en este terreno nos sería difí-
cil señalar la línea de intervención que revela la aparición del
derecho; pues, como está demostrado, las formas de la propiedad
son múltiples y dilatadísimas, y el jornalero es propietario tam-
bién en cierto sentido.
Una consideración análoga se nos ocurre respecto de que el Es-
tado busque con preferencia la representación de los grandes in-
tereses sociales. Todos los que la nación encierra , en cuanto son
legítimos, merecen ser atendidos y respetados , y por lo tanto lo
grande y lo peq ueíio dependen en la generalidad de los casos del
punto de vista que escoge el observador.
En este conflicto debe adoptarse una fórmula distinta y que,
aunque conduce á resultados parecidos, es la única que responde
al fin de la política y la idea de poder. El ejercicio de las funcio-
nes políticas pertenece, no perso7ialmente al rico, al propietario, ni
al hombre ilustrado, sino en conjunto á la mayor ilustración é in-
dependencia relativas de un Estado.
EN LOS SISTEMAS RKPRESENTATiVOS. ^95
Mientras la cuestión se coloque en el terreno individualista en
que generalmente se revuelve, es irresoluble. La inteligencia de
cada uno en particular no siempre se revela por señales exterio-
res; la moralidad, como cosa de fuero interno , se resiste á ser de-
terminada por condiciones externas y taxativas.
Si se tratase , pues , de sondear é investigar la inteligencia y
moralidad de cada individuo — lo hemos dicho ya — el problema se-
ria irresoluble. El criterio de la profesión que ejerce cada uno , el
de su riqueza, el de su nacimiento, todos aparecen ocasionados á
decepciones. La experiencia demuestra, v. gr., que no hay titulo
por elevado que sea que constituya siquiera una credencial de sen-
tido común, y de labios que académicamente debieran considerarse
autorizados se oyen continuamente sandeces , inepcias y lamenta-
bles desbarros que no aceptarla como suyos el último gañan. Por
otra parte, la calidad de rico, la circunstancia de pagar una cuota
superior de imposición, no es garantía absoluta, ni mucho menos,
de que un individuo represente el grado de ilustración suficiente
ó posea la dignidad y la independencia de carácter necesarias para
el ejercicio de la soberanía. En una palabra, no existe un rasero
perfecto para conocer la moralidad y la inteligencia de cad,a indi-
f>iduo\ adóptese el sistema que se quiera, resultarán siempre inclui-
dos algunos que no lo merecen , y excluidos otros que pudieran
estar continuados: es un achaque indeclinable de la limitación hu-
mana extensiva también á los Gobiernos.
Para resolver la dificultad conviene tomar un punto de vista
más seguro. La observación da á conocer un hecho , un fenómeno
de gran importancia social que, apreciado en su justo valor, re-
suelve el conflicto , ó , cuando menos , nos suministra un rayo de
viva luz entre la densidad de las tinieblas. La cuestión que era
irresoluble en el terreno individual , se simplifica y despeja en el
terreno general de las agrupaciones, en el de las grandes masas.
¿De qué se trata cuando se estudia el problema de la capacidad
política? — De hallar la suma, el extracto de la mayor capacidad
circunstancial , de la mayor independencia y de la mayor educa-
ción relativas de un pueblo, Pues bien; colocada en este terreno
la dificultad . se esclarece súbitamente. Los mismos que pondrán
en tela de juicio que un diploma académico sea garantía de capa-
cidad en el individuo , se verán imposibilitados de poner en duda
que las clases facultativas y literarias representan , en globo , un
596 DE LA CAPACIDAD POLÍTICA
mayor grado de ilustración y cultura que otras inferiores. Del
mismo modo, aunque se reconozca que ocupando una posición
aventajada viven algunas personas entregadas al regalo y á la
molicie , y destituidas casi de conocimientos útiles , no puede con-
trovertirse que la riqueza, como tal, facilita considerablemente la
educación y la instrucción de las familias , poniendo en las manos
de los hombres medios positivos de obtenerla. Y que esto no es una
suposición aventurada lo prueba la experiencia del mundo ; de ma
ñera que en tanto la riqueza se considera como presunción de ca-
pacidad que los mismos radicales truenan enérgicamente contra
los poderosos y opulentos en el sentido de que , poseyendo infini-
tos medios de hacer bien y ocupando un nivel superior á las de-
más clases, no están á la altura de sus deberes.
Además, siquiera sea cierto que la instrucción y la riqueza no
siempre van acompañadas de independencia y dignidad, ello es
que una y otra favorecen de tal manera la independencia que, fal-
tando su concurso, esta última se hace ilusoria. Asi, en vano el
hombre completamente ineducado blasona de su independencia
personal cuando en la práctica se halla á la merced del primer ex-
plotador que hace propósito de engañarle. Y del mismo modo, el
ciudadano que vegeta desdichadamente en el seno de la penuria y
el desvalimiento , está necesitado de condiciones verdaderamente
heroicas para defender, contra las asechanzas de la corrupción
mundana, la pureza de su conciencia política. Cervantes dudaba
en su tiempo de que el pobre «pudiese ser honrado : » sin llegar á
tanto, bien podemos nosotros negar categóricamente que la falta de
recursos con que lucha casi siempre el proletariado , le permita
educar sus facultades á la altura de la importante tarea que se le
encomienda, y más todavía de que el estado de privación en que
vegeta, le permita llenar dignamente sus deberes políticos.
Es seguro que el radicalismo democrático de nuestra época ten-
drá por inexactas estas afirmaciones. Hace tiempo que se observa
señalado empeño en atribuir á la clase proletaria un grado de pre-
paración suficiente para tomar parte en las tareas de la vida poli-
tica, deduciéndola del empeño y la tenacidad con que lo reclama,
sobre todo en los grandes centros de población. Este argumento,
sin embargo, no basta para convencernos. La avidez con que el
proletariado reivindica los que llama sus derechos en esta parte,
no es cuestión política; es una m&nifestacion , una faz de la lucha
EN LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS. 597
económico-social que mantiene contra las clases privilegiadas. El
secreto , la clave del fabuloso medro y desarrollo que han obteni-
do modernamente las ideas democráticas , no pertenece á la políti-
ca , sino á la moral social. El principio de igualdad se preconiza,
no como resultado de una educación suficiente, que sería lo impor-
tante , sino como arma de combate y en odio á los ricos ; de forma
que, como advertía hace años Emilio OUivier , el auxiliar más po-
sitivo de la democracia en el mundo , es un sentimiento bastardo,
la envidia (1). Por esto no es de extrañar que en nuestros dias en
que la envidia y la malquerencia se hallan exacerbadas y como en
su período álgido , el campo democrático dilate tan asombrosamen-
te sus confines. ¿Y cómo no había de ser así? Este fenómeno apa-
rece natural; y dejando aparte un grupo de hombres bien inten-
cionados , encendidos en la antorcha de la caridad, que miran la
cuestión política como la realización social del Evangelio, ello es
que bajo los anchos pliegues del pabellón democrático se cobija
también una gran parte de los que viven mal avenidos con el Có-
digo penal, de los descreídos, de los petardistas, de los tramposos,
de los que crían mala sangre contra todo orden de cosas bien or-
ganizado y estable; en una palabra, aquel conjunto de hombres y
familias que forman en los países civilizados lo que un economista
respetable, M. Fregier, apellidaba por pintoresca manera clases
dañosas (dangereuses) de la sociedad.
De cuyas observaciones se desprende, pues, que lo que se señala
como un adelanto político, no es en el fondo sino un peligro social.
Importa poco que se hable de la capacidad y de la iniciativa del
proletario cuando sin esfuerzo se trasparenta el móvil perturbador
á que obedece; que se difundan, por un lado, doctrinas de caridad
y de justicia, acentos de reconciliación y dulcedumbre, mientras
por otro se estimulan sordamente trasnochados odios entre el capi-
tal y el trabajo y se prepara insidiosamente la realización de un
estado de cosas en que los supuestos señores de ayer habían de ser
los explotados del día siguiente. Esta es— duele reconocerlo — la
meta á que se encaminan los esfuerzos de muchos agitadores; este
e: ideal que acarician en sus vigilias y lucubraciones. jComo si la
obra del progreso pudiese cimentarse sobre cadáveres y hacinadas
ruinasl ¡Como si los pueblos hubieran de asentar el majestuoso
(1) Recientemente hemos visto la misma idea en im libro de E. Eenau
598 DE LA CAPACIDAD POLÍTICA
edificio de su prosperidad sobre despojos ensangrentados y fuese
posible enrarecer y purificar la atmósfera con voces de venganza
y estallidos de amarga desesperación !
El reconocimiento de este peligro indica el puerto de salvación
en medio de la borrasca que corren los intereses sociales.
Ante los siniestros avances de la idea socialista y comunista,
ante el peligro que nos amenaza, ante los esfuerzos que hace el error
para desvirtuar la influencia del elemento moral , ante la afanosa
solicitud que se desenvuelve para oscurecer en las conciencias la
idea de Dios, desterrar de la política el espíritu gerárquico y degra-
dar á la mujer, esa triple empresa de gigantes que, como ha obser-
vado Le Play , absorbe y consume á tantas inteligencias varoniles de
nuestro tiempo, necesario es despertar del letargoso sueño y saber
apercibirse para hacer frente á las tribulaciones del porvenir. Y el
primer paso debe ser, en nuestro concepto , evitar que tan insen-
satas aspiraciones entren en el campo de la vida política por el
portillo del sufragio universal ; torcer la impetuosa corriente igua-
litaria que hoy nos sojuzga y avasalla; poner en más estricto
acuerdo la política con las exigencias morales de la sociedad ; sa-
crificar un poco las pretensiones del individualismo á los intereses
colectivos de la asociación ; subordinar la razón política á la razón
práctica ; dar cimiento y firmeza al principio de gobierno y á la
buena administración de justicia ; y, en resumen , declarar guerra
implacable, sin tregua ni descanso , á esa libertad vertiginosa y
anárquica que, como decia la madre de los Gracos , pone satisfac-
ción y regocijo en los malos y hace estremecer á los buenos.
Ésta es la gran misión del poder público y de los sistemas re-
presentativos en el momento histórico que alcanzamos. Para obte-
ner este grandioso resultado, ¿qué importan los pequeños sacrifi-
cios? ¿Qué importan las dificultades inherentes á todo sistema
misto? ¿Qué importa, por ejemplo, que al formular las bases y
las condiciones de la capacidad política en el sentido de conve-
niencia social y no individualista , la limitación de las facultades
humanas, inherente también á los hombres de gobierno por más
encumbrados que se consideren , no permita que todos los ciudada-
nos inteligentes , morales y bien intencionados de un país estén
comprendidos en las tablas del censo, ni que puedan utilizarse y
aprovecharse con matemática exactitud todas las partículas de
capacidad política que existen en el seno de una sociedad? ¿Qué
EN LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS. 599
trascendencia podrá tener que algunos ignorantes resulten inclui-
dos en el censo si á su lado figuran al mismo tiempo y contrastan
su influencia gran número de personas investidas de la capacidad
necesaria y otras justamente celosas de que los elementos de pro-
greso sigan su marcha concertada y tranquila*? ¿Qué importancia
puede darse al hecho , tan decantado y repetido , de que por los
azares y caprichos de la suerte tal vez un editor oscuro é ig*no-
rante ejerza el derecho electoral, mientras el literato, que abas-
tece sus prensas , se ve privado de este beneficio por no pagar di-
rectamente cuota alguna de contribución? — A la verdad que es-
tas inclusiones y exclusiones del antiguo sistema tienen bien es-
casa importancia para que, al efecto de impedirlas, se sacrifique
sistemáticamente la capaciiad verdadera á la razón del número, y
se dejen abandonados é indefensos altisimos intereses cien veces
más venerandos que la negra honrilla de algún escritor ó el en-
vidioso impulso de los que han dado en la flor de apellidarse los
desheredados de la vida social. Y tanto más, en cuanto el sufragio
que se llama ilimitado tiene también su criterio de limitación , y
desde el momento en que se subordina á los requisitos de sexo y
edad ofrece anomalías idénticas á las que trataba de corregir. Es
doloroso , ciertamente , que el literato ó el artista pueden resultar
excluidos del censo en ocasiones; pero no lo es menos que en nom-
br del individualismo filosófico se conceda al paleto más zafio é
ignorante la investidura que no tendrían la baronesa de Staél ó
Mme. Recamier por razón de su sexo, ó que se negarla á Pascal,
Mozart, Pitt y demás talentos precocísimos que la historia regis-
tra en sus anales si hubiesen pretendido ejercerla el dia antes de
llegar á la mayor edad.
En resumen , sea el que fuere el sistema electoral que se adopte
en los sistemas representativos, descansará siempre sobre una
ficción , porque la ley no puede regular la capacidad concreta de
cada individuo : siendo asi , pues , la cordura y el buen sentido po-
lítico aconsejan posponer el elemento individual al social , el dere-
cho á la función pública, el egoísmo á la utilidad común.
Colocado en este terreno el hombre político, vislumbra ya sin es-
fuerzo la manera como puede resolver el problema electoral. Tra-
tando de buscar la mayor inteligencia , moralidad é independencia
colectivas de un país, no tiene más que fijarse en los hechos que su-
ceden á su alrededor. Si en las clases literarias y facultativas se en-
600 DE LA CAPACIDAD POLÍTICA
cuentra realmente un nivel superior de ilustración , debe darles
una influencia correlativa á la capacidad que representan. Si la
riqueza expresa colectivamente un grado mayor de cultura y faci-
lita la independencia , tampoco puede prescindir de este hecho. De
manera que aunque el sabio y el ignorante , el rico y el pobre sean
iguales ante la ley, y valgan lo mismo como hombres , teniendo
en cuenta que aquí no se trata de su identidad psicológica , sino
de la mayor probabilidad que ofrecen respectivamente de llenar
en conciencia una función pública , lo más cuerdo y oportuno es
abandonar las abstracciones de la metafísica para buscar la capa-
cidad donde se encuentra de hecho , es decir, entre los elementos
más ilustrados é independientes del Estado.
Pero hasta aqui no hemos visto más que una fase de las dos que
presenta el arduo problema de la capacidad politica.
Dijimos ya que , observando la manera cómo los pueblos han
constituido su sistema electoral, hablamos notado que en el asunto
de que hablamos juega siempre una doble influencia: la cuestión
de capacidad en si, y la conveniencia de que las leyes se formulen,
en cuanto se pueda, como producto de una necesidad común real-
mente sentida. De modo que si el primer elemento es convergente
y tiende á restringir , el segundo es expansivo y propende á dila-
tar y ampliar el número de los electores en cuanto sea compatible
con los intereses morales y materiales de la sociedad. Suponiendo
que en la materia no hubiese más que un interés exclusivo, asegu-
rar la representación de la capacidad , por eliminación se iria re-
duciendo el circulo de los electores hasta el punto de encomendar
esta tarea á la Academia de Ciencias morales y politicas. Por re-
verso, teniendo en cuenta tan sólo la conveniencia de que las leyes
nazcan como producto genuino de la opinión, el sufragio habia de
ser más legitimo en cuanto más lato y extenso. En este estado, la
politica aconseja un procedimiento que tienda á concordar ambas
tendencias, á sintetizar, por decirlo asi, el principio de la capaci-
dad y el sentido social.
Y esta doctrina, que por una parte viene justificada con la ex-
periencia de los pueblos que mejor han revelado el sentimiento de
la libertad, y por otro se explica ápriori por la variedad y com-
plexidad de los elementos que la vida social atesora, tiene también
en su apoyo la autoridad de los grandes maestros de la politica.
Entre ellos citaremos al Conde Jhon Russell en su importante En-
EN LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS. 601
sayo sobre la historia del Qolierno y de la Constitución británi-
cas . En la introducción de esta obra, el ilustre hombre de Estado
se ocupa de examinar la cuestión electoral ; y después de impug-
nar las teorías individualistas que le salen al paso, condensa en
unas pocas bases los que, á su juicio, merecen el nombre de prin-
cipios fundamentales en este asunto, y son:
1 .** Que el cuerpo electoral signifique y exprese principalmente
el término medio de la inteligencia común.
2,** Que ofrezca en conjunto garantías suficientes de atender á
la conservación de la propiedad.
3.° Que aunque no pueda responderse de su completa incor-
ruptibilidad, no aparezca ante la opinión pública como tachado de
corrupción; Y
4.' Que pueda ser considerado como expresión de las tenden-
cias generales de la comunidad por sus íntimos lazos con la opi-
nión pública (1).
¡ Qué diferencia entre el sentido práctico , el exquisito conoci-
miento de la sociedad en que vivimos , revelado por cada una de
las proposiciones que anteceden, y la vaguedad con que el espíritu
filosófico de nuestros individualistas plantea y solventa la cuestión !
I Qué diferencia entre la Nación Británica haciendo del toque del
(jobierno una cuestión de buen sentido y de experiencia , y la de-
mocracia del continente, mensajera siempre de derechos ilegislahles
en teoría, pero forjadora de cadenas y dictaduras en la práctica!
Antes de concluir este capítulo haremos presente que, en núes
tra opinión, la teoría del censo ó del derecho limitado tiene menos
prestigio del que merece por no haberse establecido nunca en un
terreno franco y despejado y admitiendo sus consecuencias natura-
les y legítimas. Si no corresponde á la esfera del derecho indivi-
dual, el sufragio representa un deber, un cargo, una función pú-
blica, y en este caso no se comprende cómo su ejercicio es volun-
tario y no da lugar á la debida responsabilidad por los abusos y
manejos de que es susceptible. Quien posee un derecho, puede
ejercerlo ó renunciarlo, ya que existe en su favor; no se compren-
de que el hombre tenga en sus atribuciones y caprichos dejar
de practicar aquellos actos que por su capacidad jor^íí¿?i^¿? le están
conferidos en nombre propio y representación de los demás. Igual-
(1) Trad. francesa de Carlos Beraard, pág. 38 de la Introducción. 1866.
602 BE LA CAPACIDAD POLÍTICA
mente, como las costumbres son el gran auxilio de las leyes , no
seria de escasa utilidad y trascendencia que los Gobiernos , en vez
de explotar y utilizar habitualmente, siquiera con miras elevadas,
la incapacidad social, dieran el saludable ejemplo de reprimir al-
g-unos de los manejos á que se prestan en manos de hombres poco
capaces, y que en ciertos casos no seria dificil justificar. Es ajena
de este escrito la tarea de estudiar en concreto el mecanismo , la
manera práctica como el sufragio se habia de hacer obligatorio y
quedar sujeto á responsabilidad. Para nuestro propósito basta con
la enunciación de la idea, á fin de que se sepa que, al negar la ca-
lidad de derecho á la emisión del voto en los comicios, no retroce-
demos por ningún estilo ante las consecuencias de nuestra doctrina.
Por ciertas personas que estudian concienzudamente los proble-
mas de la ciencia social, se ha pensado en hacer del ejercicio del
sufragio una cuestión , no individualista , sino corporativa ó de
clases , dándoles en cierto modo una representación correlativa á
su influencia en la sociedad. En principio esta idea no se aparta de
los fundamentos que nosotros aceptamos en la cuestión electoral y
propende , de una manera más directa todavia , á contrarestar el
espíritu democrático ó igualitario. Prácticamente, sin embargo,
ofrece dificultades, y no pocas, hacer revivir en el terreno de la po-
lítica un espíritu corporativo que apenas se manifiesta en la so-
ciedad. Desde la caida de los gremios, la opinión tiende al arra-
samiento de los desniveles exteriores entre las colectividades ó
granos sociales y , siquiera sea útil contrarestar esta tendencia ni-
veladora , dudamos mucho de que esto pueda alcanzarse emplean-
do medidas directas enderezadas al renacimiento de lo que va de-
bilitando la mano del tiempo , maximus novatur tempus. De todos
modos, repetimos que en el campo teórico no podemos rechazar es-
ta idea , y que la dificultad para nosotros es meramente práctica ó
de organización. Hace poco soltamos una idea que está necesitada
de cierta explanación y desenvolvimiento. Decíamos , como recor-
darán nuestros leyentes , que nosotros rechazábamos el sufragio
universal como la fórmula del derecho en la cuestión de capacidad
política ; pero que en determinadas circunstancias lo admitiríamos
como conveniente. Y es la verdad. Cuando las condiciones de in-
teligencia y moralidad son tan generales en un pueblo que el es-
píritu del cuerpo electoral , aun extendiéndose á todos los varones
mayores de veinte y cinco años , no es obstáculo para que realice
EN LOS SISTEMAS REPRESENTATIVOS. 603
la diversidad de los fines que tan perspicuamente le atribuye el
ilustre repúblico inglés antes citado ; cuando el lieclio corresponde
al derecho j el medio al Jln , lejos de estimar peligroso que todos
los ciudadanos concurran á las funciones de la vida pública , tal
medida realiza , en nuestra opinión, el ideal de los sistemas repre-
sentativos. ¿ Qué más puede desearse que ver establecida en una
sociedad la capacidad de derecho de todos los ciudadanos como sim-
ple expresión de la capacidad de hecho ó efectivo ?
Entre tanto , sin embargo , lo condenamos con todas nuestras
fuerzas aplicado á pueblos incultos combatidos por el espíritu de
exajeracion y donde las fuerzas de la generalidad de los hombres
son más activas desgraciadamente para el mal que para el bien.
Y nuestra convicción sobre este punto es tan inveterada , que en el
sufragio universal es donde creemos ver hace tiempo el más grave
peligro de la sociedad moderna.
Sea esto dicho en el terreno de las doctrinas y sin menoscabo de
la obediencia y rendido acatamiento que , como españoles , presta-
remos siempre á la ('onstitucion del Estado.
{Se continuarán^
JosE Leopoldo Feu.
Barcelona, Abril, 1870.
RUINAS DEL CASTILLO DE TÍJDELA.
Los recuerdos que, perdidos entre las edades remotas, vienen de
vez en cuando á herir nuestra imaginación con la viveza que hie-
ren á la mente de un anciano las conmovedoras escenas que en su
infancia presenciara, cúbrense de un velo sombrio para el filósofo,
y de color de rosa para el poeta. Delante de unas ruinas, el hom-
bre pensador habrá de hacer historia; el hijo de las Musas pedirá
á su laúd armonía. Meditará el uno bajo el peso de abrumadoras
ideas al comparar la nada de la humanidad con lo infinito del tiem-
po, y elevará el otro un canto plañidero que consuele á la pena de
su alma, pues el poeta goza aun gimiendo.
Todo lo que es muy antiguo nos inspira algo de ese respeto pe-
culiar á lo misterioso. El hombre no sueña solamente con el por-
venir; sueña también con el pasado. Lo primero es tan natural co-
mo el revestir de las imágenes halagüeñas de la esperanza las si-
niestras huellas que deja la desgracia en el campo de nuestra exis-
tencia. Lo segundo es el signo más característico de la edad cadu-
ca; carácter que ya hacía notar Horacio respecto á su época, y que,
al sobrevivir al mundo romano y á las inmensas vicisitudes de la
Edad Media, infiltrándose de igual modo en todas las generaciones
modernas, puede formularse en estos términos: «Lo anterior es me-
jor que lo posterior.» Absurdo que sólo se concibe soñando; y tan
irrealizables son los sueños de los viejos como los de los niños.
Cuando nos detenemos á considerar el aspecto de unas ruinas
tan imponentes como las que forman el objeto del artículo presen-
te, podrá ocurrirsenos admirar la férrea virilidad del siglo que las
diera el ser, el que levantara al coloso sobre sus hombros de gra-
RUINA.S DEL CASTILLO DE TUDELA. 605
nito, el que hiciera erguirse su frente entre el fragor de las tem-
pestades, armando á su brazo formidable con el rayo de las bata-
llas; pero de ningún modo habremos de empequeñecer á los siglos,
de aquel sucesores, no más que porque presenciaron impasibles el
derrumbamiento de tal gigante, abandonando su carcomido esque-
leto á los siniestros buhos.
I.
Descúbrense las ruinas del castillo de Tudela en el concejo de
este nombre, á dos leguas de la capital de Asturias, sobre el monte
llamado Pico de Lanza. A las faldas de este monte existia, durante
la dominación romana , la ciudad de Lancia , cuja posesión fué
considerada por los dominadores del mundo de tal importancia,
que en tiempo de Augusto edificaron para su defensa la fortaleza
de Tutela, nombre que en la Edad Media sufrió la ligera adultera-
ción con que hoy se le conoce , ya coa objeto de contener las fre-
cuentes sublevaciones de los indomables montañeses, ya de preca-
verse contra los amagos de las tribus bárbaras.
Hasta la invasión de los Sarracenos fué el castillo para el país
lo que un altivo señor para sus esclavos , por más que no siempre
sufriesen con resignación los Astúres el abuso constante de su po-
der. Pero desde la época citada los esclavos hallaron, entre los bra-
zos fortisimos del señor, seguro asilo, humanitario albergue contra
el terrible conquistador. La antigua raza sojuzgadora se confundió
y hermanó con la vencida , por arrojar de su suelo á los hijos del
desierto.
Lo mismo que sus leones, embistieron contra Lancia y su casti-
llo. La ciudad fué arrasada, pero el coloso se irguió sobre sus hu-
meantes escombros, merced al heroísmo de los companeros de don
Pelayo, cuyos esfuerzos eran multiplicados hasta un límite fabu-
loso por el aliento de la fe y por el valor de la constancia. La
epopeya de Covadonga no se iniciaba con menos grandiosidad en
el lugar más célebre que nuestra historia señala , que bajo los
derruidos cuanto olvidados muros de Tudela.
Vanamente estrechaban el sitio los Árabes, puesto que, obliga-
dos de continuo á distraer lo más florido de sus ejércitos contra
las furiosas arremetidas que suírian, ya de un lado, ya de otro,
606 RUINAS
por aquellos incansables guerrilleros , que caian sobre ellos como
avalanchas desde lo alto de sus montañas, y cuyo rápido acrecen-
tamiento amenazaba convertir un dia en sitiados á los sitiadores;
cada vez que intentaban el asalto, experimentaban , con nuevas é
irreparables pérdidas , la imposibilidad de la rendición de los fir-
mísimos baluartes.
El mismo Tarik, el invencible , el mimado por la victoria , aquel
guerrero, cuya sangrienta huella no se ha borrado todavía de las
márgenes del Guadalete, hubo de humillar su frente orgullosa
ante el gigante de Tudela, que le vio volver grupa desesperado y
desaparecer con rumbo á León en medio de sus huestes. Y aquella
retirada, aunque sin desorden, era la primera derrota de Tarik.
Desde entonces libró el castillo de Tudela á la parte principal
de Asturias de las incursiones agarenas. Pasaron muchos anos:
alejóse la guerra de las fronteras de la provincia, y los inexpugna-
bles muros quedaron á solas con el respeto venerable que á las
gentes del pais infundian. Mas no por ello quedó su importancia
anulada, y del dominio del Concejo pasó á la propiedad Real , sin
que las crónicas que hablan del caso determinen la época en que
sucedió, mencionando únicamente, que el año de 1222 fué conferido
el título de Gobernador al Jefe de la guarnición de la fortaleza.
n.
Queda reseñada la primera parte de la historia del castillo ; y
antes de principiar la segunda, que, si no tan gloriosa, ofrece en
su grande interés mayor variación y certidumbre indudable , no
habrá de conceptuarse inoportuno el dirigir una rápida ojeada al
estado social de Asturias, durante casi toda la Edad Media.
De entre las nuevas generaciones que surgieron simultánea-
mente con la dominación de los Sarracenos, surgió asimismo, mu-
cho más desigual que nunca , la servidumbre de los débiles bajo
los fuertes ; advirtiendo que los señores asturianos, aquellos nobles
improvisados que arrancaran con las lanzas su ejecutoria de los
broqueles de sus contrarios : aquellos rudos soldados que debían la
obediencia y acatamiento de sus compañeros á un valor más
terrible que el suyo , á una impiedad más feroz con el vencido,
daban á la referida servidumbre un carácter tan cruel é irritante
DEL CASTILLO DE TUDELA. 607
como era humana y llevadera la impuesta por los conquistadores.
Llevaba entonces el Asia en cultura alg-unos siglos de ventaja á
la Europa, y por la ley eterna é inmutable del progreso, así como
los Romanos hablan tenido por bárbaros á los Españoles y á los
Godos, así también, junto á la civilización de los hijos de la Ara-
bia, bárbaras hablan de ser las costumbres de los descendientes de
Romanos. Porque los restos de la dominación del gran imperio en
la península ibérica , al perder su nacionalidad confundiéndose con
los naturales, no hallaron mejor medio de borrar sus huellas de
oprobio, que bajarse hasta el tosco nivel de su primitiva rudeza.
Los jefes animosos que entre los Cántabros y Astures eligiera
D. Pelayo para dar principio á la reconquista, tardaron muy poco
en ser sustituidos por los señores de horca y cuchillo , quienes no
tanto se cuidaron de llevar sus mesnadas á la frontera, como de
alimentar sus mutuas rivalidades en sangrientas peleas , con gran
desolación del país é irremediables detrimentos de sus moradores.
Pasado el peligro común , rechazados los Agarenos á las llanu-
ras de Castilla y á los valles de Andalucía , natural hubiera sido
que la fraternidad más humanitaria volviera á aposentarse en los
libres hogares, bajo las bóvedas de aquellos magníficos bosques,
en medio de aquella naturaleza cuya exuberancia y prodigalidad
convidan á la unión y á la concordia
Y asi sucedía, en efecto, dentro de las cabanas, pero no en las
moradas señoriales, tan numerosas como inexpugnables á la sazón,
en el reino asturiano. Cada castillo era un nido de buitres, cuya
voracidad insaciable nunca dejaba de encontrar alimento, ya entre
los siervos miserables, ya entre sus rivales altaneros.
El de Tudela, no tanto por lo ventajosísimo de su posición,
cuanto por la férrea estructura de sus almenadas torres, que con
decir que eran de construcción romana no habrá necesidad de
añadir nuevas palabras á las de su mayor encarecimiento , habría
necesariamente de ocasionar desgracias más considerables. Así,
al menos , lo consignan antiguos cronicones , en los que , sin duda
por hallarse escritos por monges asturianos , se ha querido evitar
la vergüenza é indignación que había de arrojar la posteridad so-
bre la memoria de aquellos inhumanos señores, omitiendo sus
nombres, ó dejándolos completamente sepultados bajo el polvo de
sus archivos.
Nada hay tan sombrío y horrible como algunas narraciones
^08 RÜIN.VS
histórico-fantásticas que aun hoy dia puede escuchar el viajero
de los labios de los campesiaos tudelanos , con referencia á los ca-
labozos y subterráneos del castillo en los primeros tiempos de do-
minación de los señores de pendón y caldera.
En dichas narraciones abundan sobremanera las heroicidades
de bandoleros convertidos en libertadores del pueblo , las violado
nes de doncellas, espantosamente vengadas por manos misterio-
sas , los combates de los desalmados caballeros con vestiglos y
dragones guiados hasta las profundidades subterráneas donde el
fruto de sus rapiñas encerraban , por medio de columnas de fuego
que súbitamente aparecían en los espacios, ó por flamígeras an-
torchas que negros demonios llevaban con giro vertiginoso.
No faltan tampoco rasgos de extremada hidalguía por parte de
alguno de los señores, ni hazañas tan maravillosas como las de
los caballeros de la Tabla Redonda. Ni se echa , á las veces , de
menos, el nunca bien ponderado enano del cuerno de la abun-
dancia , ni la poética dama blanca de las leyendas alemanas : eu
lo cual claramente se desmiente á los que niegan á nuestras pro-
vincias del Norte su analogía con las razas eslavas. Cierto que la
dama blanca es el alma de todas las leyendas principales de la
Alemania, y que en las de Asturias sólo de vez eu cuando aparece
como un elemento secundario ; pero esto procede de la grande al-
teración que sufrieron aquellas razas entre nosotros , desde siglos
remotos, por repetidisimas invasiones, que naturalmente hablan de
impelerlas hacia su centro primitivo , los bosques de la Germanía .
Tan densa como fué la oscuridad de la historia durante los pri-
meros siglos de la Edad Media , tan radiante apareció el brillo de
las tradiciones romancescas , de las leyendas milagrosas , de los
cuentos cuyas fantásticas proporciones dejaban atrás á los de las
«Mil y una noches.»
No habiendo quien contase ó quien escribiese los rasgos de la
Gloria y del Amor con la sencillez de la verdad , necesariamente
hablan de apoderarse de su campo las acaloradas imaginaciones por
el abundantísimo alimento que donde quiera encontraban , y que
ofrecía á su atrevimiento la credulidad sin límites de la ignorancia.
No resiste el autor de este artículo al deseo de trascribir aquí
una de las tradiciones á que se refiere, aunque promete hacerlo de
la manera más concisa, siquiera como muestra de las creencias
populares de Asturias, respecto 4 uno de sus monumentos famosos.
DEL CASTILLO DE TUDELA. 609
III.
Arruinado hoy completamente el castillo de Tudela, y sin haber
encontrado en las crónicas , detalles suficientemente descriptivos
para que en presencia del resto aislado de un torreón, el único que
no ha concluido de desmoronarse , y de los cimientos que se des-
cubren, y llegan á once pies de espesor , pueda suplirse con pro-
babilidad de certeza, al descuido ó negligencia de los cronistas, y
á la saña implacable de los tiempos , habrá que prescindir de tan
importante circunstancia, respecto al interés de la relación.
Era, según el cómputo popular, á principios del reinado de Al-
fonso VI, cuando dominaba en el castillo uno de esGS señores cuya
generosidad y valor constantemente ofrecian motivos de alabanza
á la consideración de sus vasallos ; quienes en prueba de ella, ana-
dian los dictados de «muy noble y dadivoso » á su nombre de Don
Albar Tellez.
Tenia este caballero una hija hermosa como la primavera de los
valles del Nora, y pura como el cristal de la fuente de Guan-
ga (1), la de virtudes maravillosas. Ningún mancebo podia enva-
necerse de haber atraído una mirada de sus ojos de color de cielo,
por apuesto y gentil que le encontraran las demás doncellas del
país.
Llamábase Hermesinda, y en prueba de cariño, su padre la habia
ofrecido casarla con el hombre que fuera de su gusto, en la segu-
ridad de que no habia de entregar su mano sino al más digno de
poseerla, y nunca á individuo alguno de otra religión que la cris-
tiana .
Tiernamente la repetía su oferta al declinar de una tarde de
otoño, hallándose una y otro disfrutando de apacible temperatura,
asomados al balcón principal del torreón de oriente del castillo,
cuando apareció de improviso un ginete árabe á la entrada del
puente levadizo. Venia cubierto de polvo y jadeante , perseguido
por una turba inmensa de hombres, mujeres y muchachos, que le
arrojaban piedras y ballestas.
(1) Existe en lo alto de una montaña, casi á las márgenes del Nalon, y
dominando á la villa de Právia. Según los campesinos, toda doncella que lava
el rostro en sus aguas, lava también sus malos pensamientos.
TOMO XV. 39
610 RUINAS
Insuficiente á resguardarle contra su innumerable multitud el
ancho escudo, pugnó por revolver su cabalgadura sobre la mu-
chedumbre, al encontrarse con el puente, aguijoneándole san-
grientamente, ya con los acicates , ya con la punta de su cimitarra,
que blandia con el desembarazo propio de un caballero.
Y el noble animal , herido y maltratado, revolvió á tiempo que
D. Albar con enérgicas voces , y Hermesinda agitando su blanco
pañizuelo, pudieron contenerá los perseguidores, quienes inconti-
nenti se dispersaron, haciendo acatamiento á su señor, no sin que
alguno protestase asegurando que habian querido matar ignomi-
niosamente á aquel perro musulmán , por traidor y por villano,
más que por enemigo de su fe y de su patria.
Y hubo todavia quien se atrevió á suplicar á D Albar que les
permitiese dar cumplimiento á su homicida proyecto, jurando y
perjurando que habia de ser un acto de justicia divina y humana.
Pero el castellano de Tudela , atento únicamente á sus senti-
mientos de caballerosidad, y sin otra guia que un generoso im-
pulso hacia un enemigo solo y perseguido , y perseguido por vi-
llanos , mostrando ser un caballero, un hombre de su altiva clase,
aunque de pueblo distinto, mandó que en el acto fuese alzado el
rastrillo del puente, y á los pocos momentos el Árabe descabalgaba
briosamente dentro del patio del castillo, entre numerosos pajes,
escuderos y palaf raneros , que el honor de servirle aparentaban
disputarse, puesto que su voluntad repugnaba lo que el mandato
de su señor debia hacer agradable.
Hermesinda vio á aquel hombre , y su rostro de azucena colo-
reóse como una aurora de Mayo. ¿De dónde procedía aquel dulce
fuego ? Sólo podria ella habérselo preguntado á su corazón , único
responsable, á juzgar por su temblor y repentino azoramiento.
Hacer aqui un retrato del Árabe caballero, seria casi poner en
duda el exquisito gusto de la delicada doncella , y por más que
haya de defraudar las esperanzas de alguna curiosísima lectora,
me limitaré á decir que era todo lo perfecto que puede suponerse,
el tipo varonil más acabado de la raza árabe pura ; un moreno de
ojos negros y ardientisimos , frente prominente , nariz aguileña,
barba sedosa , cabeza arrogantísima , sobre un cuerpo no menos
arrogante.
Don Albar recibió á su huésped á la entrada del salón destinado
á los festines y otras solemnidades , haciéndole alzar del suelo,
DEL CASTILLO DE TUDELA. 611
donde había hincado una rodilla, obstinándose en besarle la mano
con vivas muestras de gratitud.
Aben-Zobey, — que este dijo era su nombre, — dando á entender
que no desconocía completamente el lenguaje castellano, lo cual
no ha de causar extrañeza á quien tenga presente la afición de los
Árabes al cultivo de los idiomas y el contacto en que se hallaban
con nuestro pueblo; refirió que, á consecuencia de un disgusto gra-
ve que habia tenido con su Rey Almemun (1), se alejara de Toledo
en busca de Alfonso VI, con ánimo de pasar en su corte el tiempo
necesario á que este huésped y amigo de su monarca hubiese de
conseguir volverle á su gracia.
Añadió que el Rey de Castilla, aunque le recibiera con atención
y consideraciones, le habia manifestado que no creia prudente su
permanencia en medio de su Corte, dándole al propio tiempo guar-
dias suficientes á acompañarle á otro punto de su reino que designara,
lo cual habia llevado á cabo, acordándose de la buena fama de Don
Albar Tellez, para suplicarle la hospitalidad que acababa de obtener.
Preguntándole D. Albar la causa de haber llegado sin la escolta
y en la deplorable situación de que le librara, contestó que habia
despedido á los guardias á su llegada al Concejo de Tudela, porque
se habia considerado más seguro bajo la salvaguardia del nombre
de su señor.
Mordióse los labios el Castellano, y observó que la ignorancia
de los villanos tan sólo pudiera ocasionar el conflicto, asegurándole
castigaría á los culpables, y acompañándole en seguida á la bien
exornada habitación que le destinara.
Al saludar á Hermesinda, lanzó sobre ella Aben-Zobey una mi-
rada como un relámpago, y, al contestarle con otra la hermosa
doncella, confundiéndose las dos miradas, se convirtieron en un
rayo, rayo de amor que D. Albar no vio brillar.
A la mañana siguiente, muy temprano, invitó á su huésped á
acompañarle á la caza del jabalí, y el huésped aceptó de muy buen
grado, ocultando su inmensa satisfacción al saber que la cristiana
beldad, de quien ardientemente se enamorara, habia de ser de la
partida.
Púsose en movimiento todo el castillo, y á poco salía de sus
puertas una lucida cabalgata, seguida de innumerables monteros
(1) Alnienon le llaman otros.
612 RUINAS
y de una jauría considerable, internándose en los bosques seculares
situados á un tiro de ballesta de la parte occidental del castillo.
Hermesinda, sobre una hacanea blanca como el armiño, cabal-
gaba entre su padre y Aben-Zobey, que gallardamente dominaba
un potro negro como el abismo, y cuya ancha nariz parecia aspirar
el fuego del África.
Aben-Zobey ahogaba sussuspiros; Hermesinda velaba sus miradas.
La caza principió. El eco sonoro de la trompa retumbó de valle
en valle y de montaña en montaña, asustando á los tímidos cor-
zos y haciendo salir con furia de sus guaridas á los fieros jabalíes.
En la distribución de puestos habia correspondido uno de los
más peligrosos al Castellano, su hija y Aben-Zobey, solos. Pasó,
no obstante , algún tiempo, sin que indicios descubriesen de que
habia de cumplirse su deseo. Únicamente les entretuvo una corza
que mató el Árabe con su jabalina, con una destreza que asombró
á sus compañeros , cortándola en seguida la cabeza y presentán-
dosela galantemente á Hermesinda , quien la aceptó con un rubor
que hizo la ventura del diestro cazador.
Impaciente D. Albar salió á recorrer los demás puestos, con ob-
jeto de enterarse de las dificultades que se oponían á la continua-
ción de la caza con el éxito que esperaba , y dejando en tanto á su
hija encomendada á la guarda de su huésped.
Este era el momento anhelado por Aben-Zobey para arrojarse
á los pies de la doncella, y jurarla un amor eterno y delicioso
como el paraíso de las huríes, á ella , la reina de la hermosura, la
sultana de sus sueños , la virgen de ojos de cielo y mejillas de
azucena, la que Alá habia enviado al mundo para hacer la felici-
dad de su siervo Aben-Zobey, el vasallo poderoso, casi tan pode-
roso como el rey Almemun, que le temía y envidiaba, y por eso le
habia obligado á abandonar su corte , donde él poseía alcázares y
jardines maravillosos que ofrecerla , esclavos para servirla , y va-
lientes guerreros para custodiarla.
Prolijo fuera expresar cómo acrecentaría las proporciones de
esas magnificencias la ardiente imaginación y el amoroso entu-
síasaio del Árabe.
Hermesinda temblaba enagenada por la ilusión al escucharle, y
al rogarle que no continuase de hinojos ni hablase á su corazón
con aquella mágica elocuencia , no tuvo valor para libertar á su
mano de nieve de los besos febriles de sus labios de fuego.
DEL CASTILLO DE TULELA. 613
Aben-Zobey la propuso la huida; Hermesinda contestó que tal
propósito era de imposible cumplimiento, y que desgarraba su
filial corazón. Volvió á arrojarse éi á sus plantas, y volvió ella á
decirle con lágrimas en los ojos que si queria hacerla feliz bastaba
con que se convirtiese á su relig-ion ; porque entonces su padre con-
sentiria, puesto que la habia ofrecido casarla con el hombre á quien
quisiera, y no habia de dar su mano á quien al adorarla á ella no
adorase igualmente á su Dios, el Dios verdadero.
Iba el enamorado musulmán á prometer y á jurar el cumpli-
miento de cuanto ella quisiera, á tiempo que hendieron los aires,
partiendo de lo más espeso del bosque, gritos de espanto y de
dolor, que debian anunciar alguna terrible desgracia.
Impulsados por el mismo sentimiento, Hermesinda y Aben-Zobey
se lanzaron al lugar del peligro. Cruel y horrible espectáculo hi-
rió sus ojos. Ante ellos yacian dos moribundos; un hombre y una
fiera: el hombre era D. Albar Tellez ; la fiera un oso gigantesco,
que aún , cubierto de heridas y de sangre , afianzaba una de sus
garras poderosas sobre el pecho desgarrado del caballero.
Hermesinda cayó como herida de un rayo sobre el cuerpo de su
padre , y Aben-Zobey , después de rematar al feroz animal , hubo
de llevarla en sus brazos á la orilla de un arroyo inmediato, yerta
como un cadáver , y manchado de negra sangre el blanco cendal
que su seno velaba.
A este tiempo llegaron presurosos varios monteros , y descubrie-
ron igualmente , y levantaron de entre unos matorrales vecinos, el
cadáver de otro companero , horrorosamente despedazado por la
fiera, y por cuya salvación intentada y acia su señor moribundo.
El duelo de aquellos hombres, tan rudos como fieles, fué imponen-
te , conmovedor , sombrío y mudo en unos , ruidoso y exaltado en
otros. Estos hicieron trizas en un momento, en su impotente rabia, el
cuerpo enorme del oso ; aquellos hicieron pedazos el tosco lienzo de
sus camisas para contener el rio de sangre que manaba de las heridas
de D. Albar, y para retener por breves instantes su postrer aliento.
Uno de ellos ayudó á Aben-Zobey á volver en si á Hermesinda,
por medio del agua del arroyo.
Y pasaron algunos meses; y el Árabe continuaba en el castillo
de Tudela, prodigando á la huérfana dolorida los consuelos de su
amoroso sentimiento , con asombro y escándalo de los vasallos de
614 RUINAS
D. Albar, á quien habían dado sepultura al dia siguiente de la
catástrofe, en la capilla de su mansión.
Y acrecentóse la indignación de aquellos leales , cuando vieron
á Hermesiuda trocar su brial enlutado por las alegres galas del
himeneo; cuando contemplaron á aquella hija del más cabal cris-
tiano, dispuesta á entregar, con su mano, las primicias de su vir-
tud y de su hermosura, á quien ostentaba, sobre el turbante abor-
recido, la aún más aborrecida Media Luna.
Aben-Zobey habia seducido á Hermesinda hasta el punto de
reducirla al lazo conyugal, sin que él hubiese sido bautizado, aun-
que con la promesa de verificarlo al propio tiempo ó inmediata-
mente después de las bodas.
Menos crédulos los Tudelanos que su confiada señora , dispusie-
ron una venganza terrible para la misma noche de la fiesta nup-
cial, secundados por la mayor parte de la guarnición del castillo,
pues sólo á unos cuantos demasiado codiciosos y un si es no es desal-
mados, hablan conseguido atraerse las dádivas y astucia del Árabe.
A altas horas de la noche indicada , á pesar de que el castillo
resplandecía como una ascua de oro , por las iluminaciones de la
fiesta, siniestros augurios resonaban alrededor de sus almenas,
producidos por los buhos y otras aves nocturnas; augurios que
no tardaron en verse justificados.
Al estruendo espantoso de un encarnizado combate , se unió el
fragor del incendio en el torreón de Oriente , que era el principal,
donde se defendían, como tigres acorralados, los servidores de
Aben-Zobey contra los innumerables acometedores que sobre ellos
lanzaban toda clase de armas mortíferas y con especialidad enormes
piedras , desde los otros torreones , desde el patio y desde afuera.
Aben-Zobey alentaba á los suyos , sosteniendo á Hermesinda en-
tre sus brazos: pero, en un momento que dieron de tregua los sitia-
dores á su devastadora faena, desapareció con su preciosísima carga,
sin que ni unos ni otros hubiesen podido averiguar su paradero.
— Digo — sí lo averiguaron, pues les Tudelanos creen hoy co-
mo artículo de fé que Hermesinda y su seductor fueron ahogados
entre las llamas por D. Albar Tellez , que se alzó vengador de
su tumba de la capilla; y respecto á los companeros de Aben-Zo-
bey, alguno , de vista larga , alcanzó á distinguirle penetrando
en tierra de los suyos , y llevando á la grupa de su magnífico po-
tro, de color de abismo, á la enamorada cuanto bella Hermesinda,
DEL CASTILLO DE TUDELa. 61b
Queda de esta tradición el referir que, después de tai desenlace,
amigos y enemigos tornaron á hacer las paces, volviendo asimis-
mo á construir, entre todos , el derruido é incendiado torreón de
Oriente.
IV.
Llegando ahora á la última parte histórica de los recuerdos que
trae á la mente el aspecto de las ruinas del castillo de Tudela ; ya
explorado el campo de la tradición y conocidas las creencias que
el fanatismo religioso y el patrio entusiasmo han arraigado en el
pais ; resta manifestar que hasta principios del siglo XIV no vol-
vió á recuperar la famosa fortaleza la importancia perdida , y fué
con ocasión de las reñidas contiendas entre el Ohispo y el Concejo
de Oviedo , durante la ausencia larga de D. Rodrigo Alvarez de
Asturias ( 1 ) Cor ende ro del Eey .
Asalariada por el Obispo la guarnición del castillo , hacia incur-
siones por el Concejo , cometiendo atropellos y robando á sus ha-
bitantes, en tal manera que, indignado el Rey D. Alonso XI, es-
cribió al Obispo y su cabildo en 2 de Octubre de 1315, reprendién-
doles severisimamente por los daños causados á los pueblos. Y co-
mo no bastasen amonestaciones , llegó á poner sitio al castillo Don
Rodrigo Alvarez , durante la primavera del año siguiente , logran-
do apoderarse de él , después de muy obstinada resistencia.
Vuelto el castillo , después de este desastre , al poder real , dis-
tinguióse por su fidelidad al Rey D. Pedro , habiendo sostenido
varios sitios, sin entregarse á las tropas de D. Enrique, sino en
el último extremo de desesperación de sus defensores, y cuando
hubieron sabido el trágico suceso de Montiel.
Don Enrique le cedió á su hijo natural, D. Alfonso Enriquez, el
cual, en abierta rebelión contra su hermano D. Juan I el año 1381 ,
le obligó á acudir á Asturias con el ejército real, y poner al casti-
llo el último délos sitios que sufrió; pues, habiéndose apoderado de
él, por asalto, no sin tres meses de terrible asedio, ordenó su des-
mán telamiento completo en 1382. Y tan completo fué , que no se
hizo necesaria la poderosa ayuda del tiempo , para que el viajero
exclame , con tristeza melancólica , al detenerse en lo alto del Pico
de Lanza: «hé ahi los miserables restos de un monumento célebre»:
«hé ahi las ruinas del castillo de Tudela.»
(1) Autoridad superior en la provincia.
Luciano García del Real,
UNA TEMPORADA EN EL MAS BELLO DE LOS PLANETAS.
CAPITULO xxvm.
SEGUNDO PASEO POR LA CIUDAD.
Cuando llegamos á casa , nos esperaban para comer : era ya muy
tarde.
— En dónde habéis estado, Mendoza? — me dijo el Sr. Silaydi.
— En el hospital, querido, oyendo una conversación muy agra-
dable.
— Sobre qué?
— Sobre el hombre , es decir, sobre el modo como le consideran
los médicos de Saturno.
— Y os ha gustado?
— En extremo.
— Entonces habéis oido á Sattulo.
— Calla, le conocéis?
— Y quien no conoce á Sattulo? Sattulo , querido Mendoza, es
un hombre de mérito, á quien se oye siempre con gusto : ya no
me admira la tardanza de papá.
— Pues vamos , no hagamos esperar á las señoras.
Estábamos reunidos , y sólo nos faltaba Nostrendy.
— Que le avisen , — dijo el Sr. Nomara.
Salió al instante un ayuda de cámara , que no tardó en volver,
UNA TEMPORADA ETC. 617
diciendo que estaba el Sr. Nostrendy acabando sus preparativos
de marcha , y que pronto bajaria.
— Está solo? — dijo el principe.
— Con el Sr. Nomatty.
— Entonces debemos esperarlos , — dijo la princesa.
— Señora , — dijo el ayuda de cámara , — me encargó el seüor
Nostrendy rogase á V. A. que principiasen á comer , pues él y el
Sr. Nomatty sólo tomarían un bocado.
— Pues comamos , — dijo el Sr. Nomara.
Noté que Aneyda y su hermano apenas tocaban los manjares, y
que parecían como disgustados : pensé que algo acaso habia pasa-
do entre ellos y Nostrendy.
Este apareció , por fin, visiblemente alterado. El Sr. Nomatty,
por el contrario , me pareció más satisfecho que nunca , cosa que
me sorprendió en extremo. ¡Cuánto no hubiera dado por saber lo
que habia pasado entre los dos !
— Hicisteis vuestros preparativos, Nostrendy? — preguntó el
principe.
— Si, tio.
— Pues comed algo.
Y volviéndose á su amigo, añadió.
— Sentaos, Sr. Nomatty.
Sentados todos, dijo con aire resuelto la princesa.
— Cuidado, Nostrendy, con que no os detengáis mucho , y que
traigáis á vuestra hermana para que presencie vuestro enlace con
Aneida , que se efectuará tan pronto como volváis.
— Bien , señora , así lo haré.
— Y que venga , — continuó la princesa, — en el supuesto que
ha de pasar con nosotros algún tiempo. Lo oís?
— Si señora , y os repito que así lo haré.
— Lo que importa, Nostrendy, — dijo el Sr. Nomara , — es que
recabéis de vuestro tio que retire las tropas de la Ciliana : haced
cuanto podáis por conseguirlo.
— Lo haré , señor, — contestó Nostrendy, — pero temo mucho
que no pueda complaceros , porque conozco al rey , y sé que la to-
ma de Talussa es su idea favorita.
— Entonces, — repuso el príncipe, — esforzaos para que acceda
á la conferencia.
— Eso es más fácil, y me prometo conseguirlo.
618 UNA TEMPORADA
— A qué hora pensáis salir?
— Después de media noche.
— Pues recog^eos pronto, y dormid algo.
— Ya pienso en eso , — contestó Nostrendy.
A los postres, y antes que de costumbre, Aneyda, que se sen-
tia algo indispuesta , se retiró con su madre. El Sr. Nomara y
M. Leynoff se levantaron poco después para dar su paseo acostum-
brado. Silaydi, Nostrendy, Nomatty y yo nos quedamos en la mesa
tomando café.
— Con que, ¿cosa convenida, eh? — dijo Silaydi, asi que queda-
mos solos.
— Si, — contestó Nostrendy, — si no lo impide algún suceso
inesperado.
— Y qué suceso ha de impedirlo, Nostrendy?
— Qué sé yo? Pero si nada acontece , de seguro vendrá Silody.
— En ese caso, ningún obstáculo hallarás por parte de mi her
mana.
— Lo crees asi? — dijo Nostrendy, mirándole con fijeza.
— Lo juro, — contestó Silaydi.
Nostrendy se inmutó visiblemente. Cada seguridad que le daba
su primo era para él una puñalada , pues veia cuanto se oponia á
su dicha el compromiso contraído con Nomatty. ¿Cómo éste, que
c Cttiocia su amor y la impetuosidad de su carácter , no se apresura-
ba á librarle de él? Porque era tan malvado, como religioso Nos-
trendy en cumplir su juramento. Además, tenia sus planes, que
conocerá el lector más adelante.
¿Pjro como Nostrendy, si pensaba dar gusto á Nomatty, ofre-
cía traer á Silody consigo? Esto me daba mucho en qué pensar.
El Sr. Nostrendy dijo:
— En hora buena.
— Tú cumple por tu parte, — dijo Silaydi, — que de la mia
yo respondo. Ahora te ruego que entregues esa carta á Silody : va
abierta , y en ella le participo tu consentimiento y mi deseo de
que venga pronto á Romalia.
— Selaentregaré,-contestó Nostrendy, metiéndola en su cartera.
¿Porque el Sr. Nomatty estaba tranquilo, á pesar de la seguri-
dad con que hablaba Silaydi? Los sucesos lo dirán.
— Y ahora que vas á hacer? — preguntó Silaydi al Sr. Nos-
endy.
EN BL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 619
— Algunas despedidas, y á acostarme.
— Pero nos veremos antes de marchar, nó?
— Se supone , — contestó Nostrendy.
En seguida se marcharon él y el Sr. Nomatty. Solos ya, me di-
jo el Sr. Salaydi, que como procedía de buena fé estaba alegre
con las promesas de su primo.
— Ahora, Mendoza, os prendo.
— Me prendéis! y con qué objeto?
— Con el de que me dediquéis todo el día de mañana.
— Hola , y qué hemos de hacer ?
— Muchas cosas: primero, algunas visitas; luego os enseñaré
las escuelas , ó cualquier establecimiento público ; por la tarde re-
correremos los cafés, después pasearemos, y luego iremos al teatro.
— Soberbio, amigo! precisamente era eso loque deseaba, sin que
hasta ahora hubiese podido conseguirlo.
— Y con quién? con papá? Nunca va al teatro, y se halla muy
á gusto con M. Leynoff, que tampoco me parece muy aficionado
á estas diversiones. ¿Con Nottely, á quien os veo tan intimamente
unido? Me parece demasiado formal ese joven para que quiera lle-
varos á esos sitios. Os faltaba yo , Mendoza , que hago á todo , y
heme aquí.
— Cabal, amigo; y ahora podré gozar con vuestro padre, M. Ley-
noff y Nottely de las cosas serias de Romalia , y con vos , de
sus encantos. Qué diantre ! Aún soy demasiado joven para que no
me guste divertirme.
— Yo lo creo , y otro tanto hicieron ellos cuando eran de nues-
tra edad. Con que cosa convenida , eh ?
— Si.
— Iremos á pié para pararnos en cualquier sitio , y asi gozare-
mos más.
— Corriente. Y si acaso se nos reúne Nottely, os disgustará?
— A mi? Todo al contrario, me agradarla en extremo; quien se
disgustarla seria él .
— Es un brillante joven , verdad?
Esto lo dije con el objeto de sondear sus disposiciones respec-
to de una persona que me interesaba tanto, y ver qué partido
podría sacar de él en los acontecimientos que preveía iban á sobre-
venir.
— Yo lo creo , Mendoza ; y aunque no le debiera la vida (porque
620 UNA TEMPORADA
se la debo, amigo, sin el menor género de duda), diria lo mismo.
Diantre ! Todo lo reúne , buena figura , talento , instrucción y un
valor á toda prueba. Oh! es un verdadero fenómeno ese joven. ¿Cuál
será la beldad que logre algún dia cautivarle ? Envidiable seria la
tal niña.
Mi corazón latia de gozo al oir estas palabras , y tentado estuve
á decirle algo ; pero recordando el amor que tenia á Silody , y la
esperanza que fundaba en el que Nostrendy tenia á su hermana
para conseguirla , me parecían demasiado prematuras estas expli-
caciones , y creí prudente esperar á que los acontecimientos me
proporcionasen una coyuntura más feliz ; asi es , que me contenté
con responderle.
— Con efecto , querido; mucho debiera envanecerse una mujer
con tal conquista, porque Nottely, como vos decis, no tiene igual.
— Papá le quiere sobremanera, y aún me parece que Aneyda le
estima mucho. Sólo en mamá he notado cierta frialdad. ... un no sé
qué.... En fin , yo le preguntaré el motivo.
Temblé al oir esto ; pero como cualquiera palabra que se me es-
capase , pudiera hacerle caer en la verdad, me contenté con decir:
— Sería alguna aprensión vuestra.
— Puede ser, puede ser , pero nó : Diantre ! — dijo de pronto, y
como si acabase de asaltarle alguna idea ; — después de un'servicio
como el que me hizo , esa frialdad es muy notable. Ya veré , ya
veré
Y luego volviéndose á mi , añadió :
— Os dejo , Mendoza.
Y estrechándome la mano , se marchó.
A la mañana siguiente , salimos muy temprano de casa.
Siempre me sorprendía el no hallar en las calles ning-una de esas
caras patibularias que recorren las ciudades de la Tierra. En Sa-
turno , ó á lo menos en Romalia, no veia más que semblantes fran-
cos , y de una inteligencia muy superior á la que suele tener el
pueblo. Jamás percibí que se burlasen de mi talla , que debia sor-
prenderles en extremo. Tampoco manifestaban esa curiosidad necia
que lastima á las personas delicadas , y excepto la primera vez que
nos veian , no hacian más alto en nosotros que en cualquiera. Eran
afectuosos y amables con M. Leynoff y conmigo , y lo eran unos
con otros hasta el punto de no haber presenciado una sola riña
mientras estuvimos en Romalia: se les veia entregados al trabajo.
líN EL MÁS BELLO DK LOS PLANETAS 621
sin que en las calles se observase ese barullo , ni ese ruido atrona-
dor que en la Tierra producen los vag-os, las mujeres del pueblo,
los coches y las campanas. Era una delicia caminar por aquellas
calles , en que además de su extremada limpieza , nada nos moles-
taba , pues los carruajes y los caballos , que tantos sustos causan á
los distraídos de la Tierra, tenian un sitio destinado para ellos.
Tan absorto iba en estas contemplaciones , que lo notó Silaydi.
— En qué pensáis, Mendoza? — me dijo.
— En el juicio y cultura de estos habitantes.
— Qué! no son asi los de la Tierra?
— Particularmente si; pero en lo general.... Decidme, Silaydi,
hay en Romalia tabernas?
— Ante todo , querido , es preciso que me digáis lo que son ta-
bernas.
— Ah ! si , no me acordaba que no las conoceréis por este
nombre.
Entonces le di una idea de estos establecimientos.
— Precisamente como esos nó ; pero hay sitios donde se reúnen
los artesanos los dias de fiesta , y en las horas de descanso , que
son desde que se pone el sol hasta que se retiran á sus casas. Es-
tos edificios son grandes y cómodos , y en ellos hay cuanto puede
satisfacer los deseos de esta gente, como comida, bebida, ó jue-
gos puramente de recreo.
— y no se embriagan, quiero decir, ¿no se exceden en el vino
y en el juego?
— Jamás, — dijo, mirándome con extrañeza, el señor Silaydi.
— Diantre! Tan juicioso son los habitantes de Romalia?
— Es que si no lo son , querido, se lo hacen ser.
— Cómo asi? Explicadme eso.
— Porque no hay en Romalia un solo establecimiento público,
que esté fuera de la influencia del gobierno. En cada uno de ellos
tiene un agente , que responde del orden con su sueldo , con su
destino , ú otro cualquier castigo arreglado á la gravedad de la
falta ; asi es , que en las tabernas , como vos las llamáis , ó en los
cafés de nuestros trabajadores , como los llamamos nosotros , no
puede excederse ninguno de los concurrentes , porque antes que
lo haga , se le contiene ó le arrojan á la calle. Esto en cuanto á la
primera falta , que si reincide , se le castiga , y si comete la terce-
ra , se le prohibe para siempre la entrada en el establecimiento.
622 UNA TEMPORADA
i No faltaba más , sino que se les dejasen cometer los delitos para
castigarlos después ! No , amig-o , lo que importa es prevenirlos , y
esto lo hace el gobierno con un cuidado y una solicitud que le
honran en extremo. Os aseguro , Mendoza , que después que se
estableció esta vigilancia , no sólo el pueblo está mucho más mori-
gerado , sino que apenas se vé un delito en Romalia. Con que ya
veis , querido , que de este modo no son posibles los excesos.
— Cierto, cierto, — le respondí; — pero mucha prudencia nece-
sita el tal agente para que no abuse de sus facultades.
— En otro tiempo asi sucedia , Mendoza ; pero ahora que el go-
bierno rebosa en juicio y circunspección, ahora que los ministros
no son como antes, es decir, unos hombres osados é ignorantes,
sino hombres probos y llenos de sabiduría (porque no sabéis el
cuidado con que se buscan en Romalia los ministros), ahora, repi-
to, que estos ministros no tienen mas objeto que el bien y la feli-
cidad de la nación , ahora no sucede lo que otras veces , pues su ma-
yor empeño lo ponen en elegir hombres dignísimos de los empleos
que desempeñan. Y esto tanto con los más importantes , como con
aquellos que significan poco.
— Y lo consiguen?
— Os aseguro que sí , Mendoza.
— Y no me diréis cómo obtienen ese resultado, cuyas ventajas
conozco?
— Ya lo creo , y por lo mismo que el gobierno lo conoce tam-
bién , pone tanto cuidado en la elección.
— Y cómo? queréis decírmelo?
— Primero , no admite ninguna recomendación , porque si la
recomendación es admitida , dais al que recomienda y no al reco-
mendado, la gracia que solicita: puede haber un desatino mayor?
Segundo, los busca entre la gente cuya vida pública y privada está
exenta de toda mancha; tercero, los examina con extremado rigor
acerca de los conocimientos que exige el empleo que se le confiere;
cuarto, los paga bien, y quinto, jamás los quita sin motivo grave.
— Bien, amigo, me parece eso perfectamente.
Aquí íbamos de la conversación , cuando me dijo Silaydi :
— Estamos á la puerta del Sr. Ottrocy : queréis que subamos?
— Con mucho gusto.
No estaba en ella, pero nos recibió su esposa, muger muy ama-
ble y de gran atractivo.
k
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 623
Pasamos después á ver á los señores Notty y Soletty, que tampo-
co encontramos, mas sí á sus familias, con quienes estuvimos ha-
blando largo rato.
Por último nos dirigimos á la habitación del Sr. Esttrola, el
cual , después de estar algún tiempo con nosotros , se marchó á pa-
lacio dejándonos en compañía de su esposa é hija.
Hablábamos de cosas indiferentes, cuando entró Soletty. Después
dé saludar á las señoras, y cambiar con nosotros un apretón de
manos, dijo:
— No esperaba hallaros aquí.
— Pues ya lo veis, querido.
— Qué pensáis hacer esta tarde?
— Recorrer la ciudad á pié, y entrar en algunos estableci-
mientos.
— Vais al teatro?
— Es probable, — contestó Silaydi; y si quieres acompañarnos
al paseo, iremos juntos.
— Corriente.
— Qué pieza se ejecuta hoy? — preguntó la señora Notissa.
— La Corattilay — respondió Sottely.
— Es nueva?
— Para vos, por lo que veo , sí ; pero no para mí , que ya la he
visto en Nattricia.
— Y cual es su argumento?
Mientras Soletty , Nottisa y Silaydi , se ocupaban de la comedia,
me dijo Nassala en voz baja :
— Tenia que hablaros, caballero Mendoza.
— A mí , señorita?
— Sí.
—Y de qué?
— De Aneyda.
— De Aneyda! pues qué hay?
— Acaba de salir de aquí la princesa, y ha tenido con mamá
una conversación acalorada acerca de su hija.
— Y sobre qué? podéis decírmelo?
— Está enojada contra ella por su frialdad respecto de Nostren-
dy , y decidida á casarla con éste tan pronto como vuelva de Ca-
tilia.
— Diantre!
624 UNA TEMPORADA
— Lo peor es que mamá la apoya en todo, porque quiere mu-
cho á Nostrendy.
— Eso más? pobre Aneyda!
— Yo quise defenderla, pero me riñeron y me mandaron ca-
la r.
— Mucho se van complicando las cosas , señorita ^ y si el princi-
pe no toma parte en este asunto , temo más que nunca á la prin-
cesa.
— Escuchadme. No me cabe la menor duda de que estáis al cor-
riente de las cosas de Nottely, y yo leo en el corazón de Aneyda.
Los dos se aman , pero no se atreven á decírselo. Y francamente,
Mendoza , Dios los ha hecho el uno para el otro , porque es impo-
sible hallar dos jóvenes de tanto mérito , y que posean cualidades
más brillantes. Vos os interesáis por Nottely; yo por Aneyda: fa-
vorezcámoslos.
— No deseo otra cosa. Algo he hecho ya , pero para hacer más,
necesitaba poseer la confianza de xlneyda.
— De eso me encargo yo. En qué sentido está Silaydi? lo sa-
béis?
— He ahi el mal : Silaydi no sospecha nada del amor de su her-
mana , y menos que Nottely la ame á ella; pero Silaydi tiene inte-
rés en que Aneyda se case con Nostrendy.
— Cómo asi? — dijo Nassala sorprendida.
— Porque Silaydi está enamorado de Silody , y á mi vista ha
ofrecido á Nostrendy , que si le daba á su hermana, él baria que
Aneyda fuese suya.
— Oh, oh, eso es más serio, amigo, y en verdad que me hace
temblar. ¿Cuando yo creia que Silaydi fuese de los nuestros por el
servicio que le hizo el embajador , salimos ahora con ese compro-
miso que, ni remotamente,, sospechaba? Ahora sí que digo yo:
i pobre Aneyda !
— Sin embargo no desmayemos; mañana iré á su casa, y haré
cuanto pueda porque se confie á vos , á quien sé profesa la más al-
ta estimación. Son ya demasiados los obstáculos que se ofrecen á
esos jóvenes para que no les prestemos nuestro apoyo.
— Yo ya estaba dispuesto á hacerlo ; pero ahora que me veo se-
cundado por tan amable compañera , lejos de mirar esto como un
trabajo , lo miraré como un placer.
— Eso lo decis porque sois amable.
KN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 625
— Bien sabéis, señorita, cuan grande es mi deferencia hacia
vos , y cuan acreedora sois á mi reconocimiento . Esto uo podéis
dudarlo , Nassala.
—Ni vos que os he disting-uido siempre , desde la primera vez
que os he visto.
— Por lo que os estaré eternamente agradecido.
— No os olvidéis de prevenir á Aneyda.
— En cuanto á eso , descuidad.
— Muy bien, señora, — dijo á esta sazón el Sr. Soletty, — puesto
que vais al teatro, ya me diréis lo que os ha parecido de esa
pieza .
— Venís, Mendoza?--me dijo el Sr. Silaydi.
— Cuando gustéis.
En la calle ya, me dijo Silaydi:
— Qué queréis ver, Mendoza?
— El establecimiento más cercano.
— Pues entremos en esta escuela.
— Entremos.
CAPITULO XXIX.
CüTROSY.
El edificio era, como todos los de Saturno, inmejorable. Alzábase
airoso y esbelto de en medio de los jardines que por todas partes
le rodeaban, y que, á su vez, estaban cercados por verjas de hier-
ro, al través de las cuales se escapaban las flores á millares.
Cuando llegamos, los niños habian salido ya; pero apenas supo
el maestro que nosotros estábamos allí, se apresuró á presentarse.
Acostumbrado yo á ver las figuras vulgares, y, á veces, ridicu-
las de los maestros de la Tierra, aquel hombre con su porte y ma-
neras intachables, y que se harian notar en la reunión más distin-
guida, no pude menos de sorprenderme grandemente.
— Me parece, querido Cutrosy, — dijo el Sr. Silaydi, — que veni-
mos en mala ocasión: habéis depachado ya los discípulos, y este
tiempo que os quedaba libre, tendréis que destinarlo á....
— A nada que sea importante: servios entrar.
Dentro ya, nos enseñó el establecimiento. En todas las clases ob-
TOMO XV. 40
UNA TEMPORADA
servé orden, aseo y comodidad. Nada faltaba tampoco en ellas de
lo necesario para la comprensión y práctica de lo que allí se ense-
naba. En una, en la de g-eografia, vi un mapa notabilísimo que
llamó sobremanera mi atención. En él recorrí, con ávida mirada,
las partes en que Saturno estaba dividido, las naciones que compo-
nían cada parte, y las capitales que les pertenecían. Y en este rá-
pido viaje de la imag-inacion, me ayudaba el Sr. Cutrosy indicán-
dome las costumbres de cada país, nombrándome las producciones
de cada pueblo, y refiriéndome, á grandes rasgos, la historia y vi-
cisitudes de aquel mundo.
Nosotros nos encontrábamos en la parte más civilizada, que se lla-
maba Tolenayda. De ella, la nación más culta, era la Nostracia, y
después la Gran Roquelia. LaCatilia y la Natricia eran otras dos po-
tencias, que, con las anteriores, componían aquella parte de Sa-
turno.
Por las explicaciones de Cutrosy, y el examen del estableci-
miento, comprendí que en la Gran Roquelia, la primera enseñanza
era objeto especial de los cuidados del Gobierno, y que se le con-
cedía trascendental y bien entendida importancia.
— Decidme, — pregunté al profesor, — ¿hace mucho tiempo que
las escuelas están montadas de este modo?
— No mucho; tan sólo de doscientos años á esta parte: oíd la
causa. Un hombre de genio é instrucción, el inmortal Cottllo, ha-
blando cierto dia con uno de los antepasados del monarca acerca
de la corrupción escandalosa de la época, le dijo:
— Queréis, señor, extirpar en gran parte, ó acaso del todo, los
males que abruman á la nación?
— Ya lo creo; pero es eso posible?
— V. M. puede, si gusta, regenerar la Gran Roquelia.
—y cómo?
— Por medio de las escuelas.
Sonrióse el rey con aire de duda.
Pero Cottllo habló, y el monarca cambió de idea.
— Vaya, — dijo; — no creí que tu remedio fuese tan eficaz, ni
que la instrucción primaria tuviese tanta trascendencia. La cosa
es grave, y merece la pena de que nos fijemos en ella.
— ¡Gran señor! No lo sabe bien V. M. La primera enseñanza, y
no temo afirmarlo por mi honor, es la base más firme de la cultura
y pro.speridad de una nación, y por consiguiente, de la felicidad
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 627
y bienestar de las familias. Procurad que los hombres sean buenos,
y- la sociedad será mejor. ¿Y cómo se hacen estos hombres? En las
escuelas, señor, no lo dude V. M. ; pues aunque á ello contribuyen
también los demás establecimientos literarios, en las escuelas es
donde se reciben las primeras impresiones, que, g-rabadas en al-
mas tiernas y exentas de toda mancha, adquieren un grado de fi-
jeza y poder tales, que lejos de borrarse con el tiempo, acompañan
al hombre hasta el sepulcro.
— Si, si, Cottilo, — dijo el rey; — me hace fuerza lo que dices.
Es preciso reunir mañana el Consejo, y que le expongas todas esas
razones: si, como lo creo, las aprueba, quiero que al instante ha-
gas un reglamento para las escuelas, y que tú mismo seas uno de
los maestros-.
— Yo! — dijo sonriendo el Sr. Cottilo; — no puede ser, señor.
— No puede ser! y por qué?
— Porque no soy digne de tanto honor.
— No eres digno de tanto honor! — dijo sorprendido el sobe-
rano.— Cómo! ¿tú que me das el consejo y conoces su importancia,
tú, Cottilo, no eres digno de ser maestro? Estás loco por fuerza.
— Y sabe V. M. — dijo, sonriendo, el Sr. Cottilo, — ¿cómo debe
de ser un maestro de primera enseñanza, tal cual yo lo concibo?
— Un hombre sabio y bueno, y tú eres uno y otro.
— Ah, señor, si bastase ser bueno y sabio para maestro, muchos
encontrarla V. M. que pudiesen desempeñar estos destinos. Para
ser maestro, señor, es preciso tener una virtud sin tacha, ser fino,
amable y grave á la vez, poseer una instrucción muy vasta, prin-
cipalmente en medicina, un conocimiento profundo del corazón
humano, y sobre todo, un tacto exquisito para dirigir los niños,
premiar la aplicación y la virtud, y castigar el vicio. ¡Un maestro,
señor! un maestro, para ser bueno, no debiera ser un hombre.
— Pues qué debiera ser entonces?
— Casi un Dios.
— Y dónde encuentras tú esos semidioses?
— Búsquelos V. M.
— Pero en dónde? en el cielo?
—Aunque pocos, también los hay en Saturno; lo que importa es
saber hallarlos
— Pero cómo? de qué modo? Indícame tú algo.
— Escójalos V. M. entre los hombres más virtuosos, y que más
628 UNA TEMPORADA
brillen en las ciencias; dótelos de un modo regio; eleve su catego-
ría al nivel de las más altas de la Gran Roquelia, pues ocupando
tan distinguido rango, poseerán todas las cualidades- á él anexas,
y conocerán de lleno la responsabilidad que este mismo rango y la
sociedad les imponen en el desempeño de sus destinos. ¿No va á
depositarse en ellos la dicha y bienestar de las familias, y por con-
siguiente la cultura y prosperidad de la nación? Pues que esta los
dote con esplendor.
Hé aquí, caballero, la conversación que pasó entre el rey y el se-
ñor Cottilo. La propuesta se hizo al dia siguiente en el Consejo, y
no sólo fué aprobada por unanimidad, sino con entusiasmo. ¡Tan
grande fué la convicción que el Sr. Cottilo llevó al corazón de los
vocales! Este hizo, en seguida, el reglamento que rige actualmente
las escuelas, y tuvo que ser maestro porque S. M. se empeñó en
ello. Desde entonces, Sr. Mendoza, principió la prosperidad de esta
nación.
— Me dejais pasmado, — le contesté, — y me habéis hecho com-
prender toda la importancia que para la sociedad tiene la enseñan-
za de los niños.
— Pues por mucha que le deis, señor, nunca será, creedme, Li
querella tiene en realidad. Ahora voy á deciros el motivo de que los
niños lleven un mismo traje.
— Ah, sí, lo habia olvidado. Os escucho.
— Primero, un traje igual, — continuó el Sr. Cutrosy, — hace co-
nocer á los que lo llevan que iguales han de ser los deberes que ten-
gan que cumplir; segundo, dice muda, pero elocuentemente al
maestro, que la enseñanza debe ser también igual , es decir, que
debe dispensarla con el mismo amor á los pobres que á los ricos;
tercero, acostumbrados los niños á esa igualdad, se cobran más ca-
riño, habiéndose observado que por este medio iba desapareciendo,
poco á poco, esa profunda ojeriza que habia entre los pobres y los
ricos, ojeriza que daba lugar á ataques perpetuos y á perpetuas y
á veces sangrientas represalias; y cuarto, en fin, que con este
afecto, que suele durar toda la vida, las clases altas protegen y se
interesan por las bajas.
Debo advertiros también, que los maestros tienen un poder abso-
luto sobre los niños, del cual no abusan jamas, porque son muy
ilustrados, y los aman demasiado ; pero este poder es la base de
toda buena educación, pues poco importaría (fijaos en esto) que los
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 629
maestros se esmerasen y sacrificasen por los niños, si éstos, apo-
yados en el indiscreto cariño de sus padres, como hemos visto su-
cedia antes, se empeñasen en no estudiar. Á.quí el que no se aplica
seg'un su capacidad, que el maestro tiene cuidado de apreciar, es
castig-ado con relación al g-rado y á la gravedad de la falta, y ya
se guardarian los padres de decir nada al maestro, porque el go-
bierno los reprenderla y aun los castigarla, si tratasen de recon-
venirle. Hé aquí por qué los niños aman y respetan tanto á los
maestros.
— Oh, amigo! Desde luego admiro y apruebo cuanto acabáis de
referir, porque conozco demasiado su importancia.
— Y no están montadas lo mismo vuestras escuelas en la Tierra?
El puñal estaba al pecho y no sabia qué responder, cuando afor-
tunadamente dijo el Sr. Silaydi:
— Amigos, la conversación es buena; pero os olvidáis que es ya
muy tarde; otro dia la continuareis. ¿Queréis acompañarnos á co-
mer, Cutrosy?
— No, gracias; ya sabéis que á los que tenemos hijos nos gusta
comer en familia : además , se abre la clase á las tres y no puedo
faltar á ella.
Y volviéndose á mi, añadió :
— Caballero, he tenido un placer en conoceros, y celebrarla que
no fuese esta la última vez que nos viésemos.
— Asi lo espero, — le contesté, — y estoy muy agradecido á vues*
tra amabilidad : disponed de mi como gustéis.
Cuando estuvimos en la calle, rae dijo el Sr. Silaydi :
— Os gusta Cutrosy?
— Mucho.
— Es un hombre de mérito, y probablemente le veréis en la re-
unión de mañana.
— Pensáis ir?
— Veremos. No me gusta , Mendoza , hallarme donde está papá,
no por mi sino por él, pues temo coartar su libertad. Un padre, y
un padre tan angelical como el mió, mira mucho lo que dice
cuando tiene delante á su hijo.
Cuando llegamos á casa, se dirigió Silaydi al cuarto de su ma-
dre y yo al mió. Al atravesar por delante del cuarto de Aneyda,
volvi á ver al Sr. Nomatty en conversación con la doncella, y, como
la primera vez, se ocultaron de mi tan pronto como me vieron.
630 UNA TEMPORADA
— Nó, esto no se hace sin objeto, — dije para conmig-o: — qué tra-
mará este hombre?
Iba á entrar en mi cuarto, cuando tropecé con el Sr. Sulfendy:
su semblante triste me chocó.
— Qué tenéis, amigo? Parece que no estáis contento?
— Y no os equivocáis, Sr. Mendoza.
— Os sentis mal? — le dije con interés.
— Al contrario, me siento perfectamente : es por la señorita.
— Por Aneyda ! — Pues qué hay?
— Sé, señor, cuanto os aprecian SS. AA., y asi no temo deciros
lo que pasa.
— Oh, hablad, hablad, querido Sulfendy, sin temor alguno, y
seguro de mi discreción.
— Ayer, señor, hubo una escena fatal.
—En dónde?
— En el cuarto de la princesa.
— Y con qué motivo?
— Con el de despedirse el Sr. Nostrendy,
— Ah, si; y que hubo? Decid.
— Preguntó éste á la señorita, si estaba dispuesta á casarse con
él , cuando volviese, y si podria irse con esta satisfacción.
— Eso no se pregunta , — dijo al punto la princesa , — á una niña
como Aneyda , que conoce sus deberes , y sabe que sólo dando gus-
to á sus padres puede ser feliz.
— No ignoro, señora, — repuso el Sr. Nostrendy, — cuánta es
vuestra bondad para conmigo ; pero tampoco debéis extrañar que
ambicione un poco la de Aneyda.
— Y como Aneyda no tiene más voluntad que la mia , y yo res-
pondo de ella, me parece que debéis estar satisfecho. ¿No basta que
yo diga que se casará?
— Oh, si señora, y mucho que basta, si Aneyda no tiene nada
que oponer.
— Pero mamá, — dijo con voz suplicante la pobre niña, — ¿no
te parece que soy aún demasiado joven ? ¿ No podrías retardar
un poco este matrimonio? Soy tan feliz junto á ti, y al lado de mi
Al oir estas palabras, el Sr. Nostrendy perdió el color, afectán-
dose de tal modo, que tuvo que sentarse para no caerse, La prin-
cesa lo notó, y dijo, temblando de despecho:
EN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS. 631
— Señorita , abusáis de mi paciencia, y no puedo sufrir más. Ten
cuidado, Aneyda, pues no sabes aún délo que soy capaz.
—Mamá, mamá, no me quieres ya? ¿Por qué te enojas y me
riñes tanto? Si me hablas asi, me matarás.
Y la niña se ahogaba; pero la princesa, lejos de conmoverse,
añadió, cada vez más irritada :
—Responde te digo; ¿te casarás con tu primo, si ó nó?
— Mamá ! . . .
Y la niña , pálida como un cadáver, cayó sin conocimiento.
— Oh, señora, — dijo, en mi concepto demasiado tarde, el señor
Nostrendy; — no la atormentéis asi; os lo suplico.
— Dejadme, Nostrendy: Aneyda necesita rigor, y sólo con él
acabaré de vencer su carácter rebelde. Ahora, marchaos seguro
de que cuando volváis, no hallareis oposición, yo oslo digo.
Se marchó el Sr. Nostrendy, y entre la princesa y yo, pues no
quiso que nadie entrase porque no presenciasen aquel lance, la
metimos en la cama. Alli, con sumo trabajo, y haciéndola respirar
algunas sales , conseguimos que volviese en si.
Esto es lo que pasó ayer, y hoy, de resultas de una conversación
que la princesa tuvo con el Sr. Nomatty que no la deja un punto,
y que parece ser el encargado, cerca de ella, de los intereses de su
amigo, se reprodujo la misma escena: de manera, que si esto si-
gue así , es muy posible que la señorita enferme, y que acaso muera.
— Y el Sr. Nomara, qué dice á esto? — pregunté.
— ^No sabe nada.
— No sabe nada ! Pues qué , Aneyda, no busca el único apoyo
capaz de librarla de los furores de su madre ?
— No, porque ésta le ha prohibido hacerlo.
— Dios mió! — dije; — y cómo hemos de remediar esto? Perdo-
nadme, amigo, si os dejo, porque quiero verá M. Leynoff.
— Sería agraviaros, — me dijo el Sr. Sulffendy, — el encargaros
la reserva.
— Descuidad, — le respondí.
Entré en nuestra habitación, y dije á M. Leynoff:
— Hay mil bellezas en este mundo, amigo; pero también hay sus
desgracias como en el nuestro.
— Dejarían de ser hombres estos habitantes, — me dijo M. Ley-
noff,— y sería una mentira la inmortalidad del alma, si así no su-
cediese. Porqué decís eso, Mendoza?
632 UNA TEMPORADA FN EL MÁS BELLO DE LOS PLANETAS.
—Por qué he visto cosas que me llenaron de admiración, recor-
riendo la ciudad con el hijo del Sr. Nomara;y al llegar á casa
supe que Aneyda habia tenido un gran disgusto.
Entonces le conté la conversación con el Sr. Sulfendy.
— Muy ciega está esa señora, — me dijo M. Leyuofí, — y veo que
es preciso decir algo al Sr. Nomara.
— Indudablemente — le contesté : — las cosas no pueden seguir de
esta manera, y el mejor modo de evitarlo es contar al principe lo
que pasa ; en el alma celebro oiros hablar asi.
— Quiero á Aneyda, Mendoza; primero por ella; luego porque
es hija del Sr. Nomara; y después, porque la ama Nottely; de con-
siguiente, estoy pronto á hacer en su obsequio todo lo que de mi
dependa,
{Se continuará,)
Tirso Agüimana de Veca.
REVISTA POLÍTICA.
INTERIOR.
Basta recorrer con ánimo sereno la historia de los últimos treinta años
para cerciorarse de que la única forma de gobierno compatible con los ade-
lantos modernos hay que buscarla en el régimen representativo, rodeado de
todas las garantías que permiten el desarrollo de la libertad.
Las revoluciones, los alzamientos, las guerras, cuantos trastornos y pe-
ligros pueden afectar más ó menos directamente á las naciones, prueban á la
larga la virtud del sistema parlamentario ejercitado bajo la garantía de un
trono que, sin ser obstáculo al ejercicio de los que ahora, por moda, se lla-
man derechos ilegislables y han constituido siempre las libertades públicas,
ofrezca una solución de continuidad en el poder y sea garantía de orden y
de paz.
Cuando contemplamos el espectáculo que hoy presenta la Europa, ante
las grandes batallas que ya han tenido lugar, y teniendo en cuenta las que
por desdicha se preparan, sin dejar de admirar el heroico valor, el patrióti-
co entusiasmo de los contendientes y la grandeza de la lucha, nuestras sim-
patías están por completo de parte de los pueblos neutrales.
Ni la libertad se asentará sobre unas bases más sólidas porque sea Fran-
cia la que salga triunfante, ó resulte en definitiva Prusia vencedora, ni la
civilización habrá adelantado en uno ú otro caso. Lo que conviene es que
la guerra termine cuanto antes, que las naciones neutrales aprovechen una
ocasión oportuna para interponer unidas su influencia y poderío , si fuese
necesario, con el objeto de que tan tremenda lucha tenga fin, sin que el in-
cendio que ha estado á punto de prender en la capital del Imperio vecino,
634 REVISTA POLÍTICA
y que, mal apagado, puede revivir de un momento á otro, alcance á otros
pueblos , y la hoguera revolucionaria se extienda por todo el Mediodía de
Europa como en 1848, dando lugar á consecuencias tan tristes como enton-
ces, viniendo á ser, faltos de escarmiento, los exagerados defensores de la li-
bertad los llamados á colocar con sus propias manos las piedras angulares
sobre que han de levantarse las nuevas tiranías.
Apenas tranquila la Nación española de las pasadas catástrofes, recientes
temores han agitado los ánimos sobrecogidos por el peligro de que el par-
tido republicano se lance otra vez á vias de hecho , infundiendo verdadero
pavor la idea de que pudiera triunfar por un momento siquiera. No hemos
participado nosotros de la creencia, con secreta intención tal vez esparcida,
de que el Presidente del Consejo se preparaba á nuevas aventuras, y de que,
si los vientos republicanos soplaban fuertemente del lado de los Pirineos,
él dejaria henchir las velas revolucionarias, dispuesto á coger el timón que
habia de encaminar á puerto seguro la nave del nuevo Estado. ¡Donosa
ilusión hubiera sido en el General Prim abrigar ni por un solo instante se-
mejante pensamiento!
Prescindiendo de que, en nuestro sentir, la República no puede plan-
tearse hoy en ningún punto de Europa, sin que muera pronto por sus pro-
pios excesos, en España tiene ya demasiada organización el partido , sufi-
cientes apóstoles, no pocos mártires, para que la sangre recientemente der-
ramada se borre , las luchas de ayer se olviden, y vengan á formar en las
últimas líneas los que con un derecho indisputable serian proclamados como
los mejores, los más dignos, los más consecuentes, los verdaderos deposita-
rios del fuego sagrado el dia después de la \dctoria.
Discurramos, sin embargo, un momento sobre la extraña hipótesis de
que, con el asentimiento de algunos monárquicos arrepentidos , triunfase
por un momento la República. No queremos ocuparnos del atentado social,
pues no merecería otro nombre, de que semejante forma de gobierno se im-
pusiese por la fuerza. El federalismo aparecería entonces con todo el es-
plendor de su natural barbáríe; pronto cada Estado, declarándose indepen-
diente, formaría su autoridad soberana, dejando á la consideración de nues-
tros lectores las fuerzas de que, para impedir los desmanes más vulgares,
dispondrían los nuevos Gobiernos.
No ha tenido lugar un pronunciamiento, una revolución, entre nosotros,
sin que las juntas de distrito, ó de barrio, improvisadas en el entusiasmo
de la victoria, cuando todo es abnegación, generosidad y nobleza, hayan tra-
bado rudas contiendas, por creerse cada una adornada de títulos, anteceden-
tes y merecimientos de que Lis demás carecían : si esto sucedía cuando o]
ix)der habia de ser efímero y pasajero, fácilmente se comprende el edificante
cuadro que algunas horas después del gloríoso alzamiento presentarla la Na-
ción española, en la cual serian extranjeros y considerados como sospecho-
INTERIOR = 635
SOS cuantos elementos sociales no estuviesen afiliados desde antiguo en el
partido triunfante.
El ejército, rota por completo la disciplina, sería disuelto enmedio de
una nacional francachela, y los jefes superiores, tachados de poco afectos al
nuevo orden de cosas, se encontrarían vigilados de cerca, si no eran some-
tidos á duras y extravagantes purificaciones.
Se contrista el ánimo al pensar á qué triste estado podia llegar este país
el dia en que en cada provincia funcionase una autoridad independiente de
la Metrópoli, sin que existiese un poder central con nervio suficiente para
sostener el imperio de las leyes, j Qué respeto merecería la propiedad , qué
acatamiento la justicia, qué garantías tendría la seguridad personal, adonde
llegarían las venganzas prívadas, y cuál podría ser el desarrollo del bando-
lerismo ?
Lejos está de nosotros, al escribir estas líneas , la idea de ofender en lo
más mínimo á los defensores ilustrados de las ideas republicanas. Abriga-
mos el más firme convencimiento de que piensan como nosotros , de que les
asaltan idénticos temores, de que están firmemente convencidos de que ellos
correrían los prímeros y mayores peligros.
Un sentimiento de consecuencia política, mal entendido á nuestro juicio,
les impulsa; compromisos solemnes ante la opinión pública los ligan; ideas
profesadas en la niñez, cuando tal vez se consideraban irrealizables y
deslumhraba la grandeza de sus peligros, los compromete. Su historia, sus
votos en la Asamblea , sus conversaciones particulares , su honradez perso-
nal y la nobleza misma de sus caracteres , son pruebas irrecusables de esta
verdad.
No sería más halagüeño el porvenir, si, lo que no esperamos , desmem-
brándose una parte de la mayoría monárquica, se reformase por la Asam-
blea el artículo 33 de la Constitución, proclamándose de una manera legal
la República.
Jamas hemos visto posición análoga á la que ocuparían en las huestes re-
• publicanas los arrepentidos , ni creemos que la historia registre en sus va-
riadas páginas un gobierno tan débil eomo el que necesariamente habría
de formarse. Una república de tránsfugas, impuesta por las circunstancias de
orígen extranjero, tríunfante en odio á un partido ó á algunos de sus hom-
bres, proclamada por Diputados que faltarían á sus compromisos más so-
lemnes , pues han sido elegidos por sus respectivos comitentes como mo-
nárquicos, y distinta en su forma de lo que los republicanos verdaderos pi-
den y defienden, 'era realmente una solución más ridicula y dia])ólica que lo
que jamas pudieron idear los más encarnizados enemigos de la Revolución.
Más débil, más marchita, más reaccionaria y más ceníralizadora, si que-
ría vivir algunos meses que la de 1848 en Francia, la República española
morirla pronto víctima de sus propios excesos, combatida por sus legítimos
636 REVISTA POLÍTICA
representantes, odiada de los verdaderos revolucionarios, cuyas esperanzas
frustraría por completo, maldecida por los verdaderos liberales , cuyas pa-
trióticas aspiraciones serian ya imposibles , dejando libre el campo á los
reaccionarios de todos los matices, que subirían al poder ensalzados y acla-
mados por el verdadero pueblo, ansioso de paz y dispuesto á echarse en
brazos de quien le prometería orden para salvar en tan deshecha ])orrasca
los aniquilados restos de la pátría.
^De qué argumento podrían valerse para explicar su conducta los que fue-
ran á defender las mismas soluciones políticas que hasta ahora han com-
batido? ¿Tendrían el poco envidiable valor de decir que el estado de Europa
ahora era favorable á la República, y que antes le habia sido adverso? Este
raciocinio, que es el único que se nos ocurre, es sin duda alguna el más
opuesto á nuestra altivez históríca y á la índole tradicional de nuestro ca-
rácter.
Sólo en los Estados Unidos de Améríca ha podido aclimatarse, y no sa-
bemos si para siempre, este género de instituciones; pero ¡qué pasión, ce-
guedad ó ignorancia no se necesitan para desconocer las radicales diferencias
que existen entre el origen de aquel pueblo y los antecedentes de la Nación
española y de casi todas las naciones de Europa!
Creemos firmemente que ni Washington, ni Adams, ni Franklin, ni Pa-
trick, ni Morrís, ni Hamilton sobre todo , serían republicanos, si tuviesen
asiento en la Cámara constituyente española, si fuesen aquellos grandes pa-
tríotas los llamados á fundar nuestras nuevas instituciones.
No se improvisan los pueblos , ni se crean en pocos dias costumbres po-
líticas, ni se desentrañan con unos cuantos discursos vicios de siglos. Las
instituciones republicanas de la Améríca inglesa encontraron por firmísima
base las libertades que consignaba la Gran Carta, á que de antiguo era
tan adicto el pueblo inglés. Los ciudadanos que emigraron á aquellas re-
giones, dejaron en su isla natal , como asegura el historiador más entusiasta
de las instituciones de América, el clero y la nobleza, elementos cuya im-
portancia nadie puede desconocer, y cuya influencia será siempre grande en
el desenvolvimiento de la civilización de un pueblo.
Las antiguas libertades de Inglaterra implantadas en un suelo virgen,
sin tradición monárquica, sin afecciones dinásticas en lucha, sin un clero
prepotente, sin intereses creados, sin nobleza, sin las costumbres cultas de
las monarquías, sin los vicios socialistas del absolutismo, sin las dificulta-
des que una estrecha propiedad territorial trae consigo , con tierras inmen-
sas que explotar libremente por doquiera, brotaron con tal vigor enmedio
de una 'gran igualdad social , que hubiera sido locura semejante á la que
pretenden realizar íiquí los defensores do la República haber pensado en
construir allí mía Monarquía.
El amor de la libertad no nació súbitamente en el suelo de la Virginia
INTERIOR. 637
en 1776. Los nietos de los Puritanos no inventaron la democracia que ha-
blan llevado sus padres del otro lado de los mares. Antes que Locke escri-
biera el Gobierno civil y Rouseau el Contrato social, los emigrantes de Ply-
mouth hablan fundado una verdadera República.
La historia de los pueblos enseña á los buenos gobernantes el camino
que deben seguir al fundar nuevas instituciones.
Del espíritu de la prensa ministerial de estos últimos dias se deduce^ que
tan claras verdades se han abierto camino en el ánimo de los gobernantes,
y todas las fuerzas vivas de la sociedad están dispuestas á defender el Có-
digo fundamental, ya que, por desdicha, no tienen otro símbolo más real,
más palpable para el país el orden social y las libertades públicas.
Algunos artículos de los periódicos más radicales, que han sacrificado
por el momento los intereses más grandes de la patria al efímero temor de
que los hombres de ideas conservadoras que han aceptado los principios re-
volucionarios, tengan la influencia que debieran en la gestión de los nego-
cios públicos, hicieron justamente concebir esperanzas á ciertas publicacio-
nes republicanas de que el Gobierno, ó al menos sus hombres de más ini-
ciativa hasta ahora, estaban dispuestos á proclamar solemnemente aquella
forma política.
Por fortuna para el país, las ilusiones han durado poco tiempo, y el
Regente del Reino, con el beneplácito, sin duda, de sus Consejeros respon-
sables, ha tenido una conferencia con varios personajes importantes , en la
cual se ha visto claro , que desde el Presidente del Consejo hasta el último
individuo de la mayoría monárquica , están dispuestos á sostener en toda su
integridad la ley fundamental del Estado.
No podia ser por menos , pues no sólo las reflexiones antes expuestas
hablan de tener gran fuerza en tan eminentes patricios, sino que la conducta
del pueblo francés y de la nación italiana en la ocasión presente, han pues-
to de relieve el justo temor que levantan por doquiera los partidarios de la
República.
Prescindiendo de que el Gobierno tenga el vigor suficiente para sostener
la tranquilidad si los enemigos del reposo público intentasen turbarlo , es
lo cierto que su posición en la Cámara sería comprometida si las cosas
siguiesen como están, si no se reconstituyen los antiguos lazos de la mayo-
ría. La presencia en la Asamblea de los Diputados repubhcanos, que esta-
ban en el extranjero, no sólo aumentará en una cifra importante el número
de los adversarios del Gabinete, sino que hará imposible aquella especie de
tregua ó amistad disfrazada, que durante los últimos meses de la pasada le-
gislatura ha existido entre los bancos de la extrema izquierda y el Minis-
terio.
Los espíritus transaccionistas se concentrarán en tan exigua minoría en
la ya robusta oposición, que el Gabinete tendrá por necesidad que apoyarse
638 B3V1STA POLÍTICA
resueltamente en la izquierda ó en la derecha ; pues de otro modo correrá
diariamente el peligro de ser derrotado.
De esta situación comprometida y difícil, pue'de redundar un gran ade-
lanto para el país. La historia de la humanidad enseña, que del fon-
do del mal suele salir el bien , y que , por el contrario , las grandes fortu-
nas, suelen engendrar en su seno terribles catástrofes. Así, pues, no sería
difícil, si todos ponemos un poco de nuestra parte, que en esta legislatura,
cuando la Revolución está rodeada de mayores contratiempos , quede por
fin terminado el edificio de las instituciones, de que sin ningún género de
dudas depende la prosperidad nacional.
Es preciso que los hombres formales de todos los partidos hayan adqui-
rido ya el más firme convencimiento de que no hay esperanza de mejorar el
estado de los negocios públicos, sino perfeccionando nuestro organismo po-
lítico dentro de la Revolución, y que fuera de ella, cualquiera que sea el juicio
que se tenga formado de este gran suceso, no hay esperanzas de salvarse. Si
las personas sinceramente liberales y juiciosas, si las individualidades y los
grupos que representan en la Nación española sus intereses más respetables,
y que son al mismo tiempo expresión sincera de sus verdaderas aspiracio-
nes, permanecen desunidos, dispersos, contemplando con fría indiferencia los
negocios del Estado, sin otro empeño que hacer el vacío alrededor de los
poderes públicos, el país se perderá en definitiva, alcanzando la responsabi-
lidad á todos. Si, por el contrario', saben anteponer los deberes de bue-
nos ciudadanos á sus quejas y resentimientos personales, si se convencen
de que en el siglo en que vivimos es inconcebible delirio soñar en reaccio-
nes que en todos los pueblos han dado por resultado grandes cataclismos,
y se apresuran á tomar parte activa en los negocios públicos, acudiendo con
valor á los comicios electorales, á las Diputaciones, á los Municipios, en-
trando, en fin, de lleno en la vida moderna délas naciones, España podrá
alcanzar en poco tiempo el lugar que de derecho le corresponde en Europa.
Mas para que así suceda no es el Gobierno quien tiene menos altos debe-
res que cumplir. Es preciso que el Ministerio se eleve sobre las pequeneces
de las fracciones que hasta ahora han pretendido dominarla; es necesario
que el general Prim se persuada de que su misión es más alta que sostenerse
en el poder algunos meses y repartir los dones de la fortuna entre sus
adeptos; es de necesidad absoluta que cese la suspicacia entre las antiguas
huestes liberales monárquicas, para que exista estrecha y sincera unión en-
tre el Regente y sus Ministros. Divididos los monárquicos, nadie tiene ele-
mentos suficientes, no ya para fundar las nuevas instituciones, pero ni siquie-
ra para derrotar á sus adversarios; unidos y compactos, por el contrario, su
fuerza es inconstrastable; pero como acaba de decir con no común talento y
extraordinario patriotismo un General distinguido, de quien Francia atribu-
lada espera en la actualidad mucho: — '»E1 error de todos los Gobiernos es-
INTERIOR. 639
•'triba en considerar la fuerza como la última ratio del poder. Todos, engra-
"dos diferentes, han relegado al olvido la verdadera fuerza, la única que es
"efxcaz en todos los tiempos, la única que es decisiva cuando se trata de re-
"solver los grandes problemas que encierra la civilización: la fuerza moral.
"Todos, en diferentes grados, han údiO personales, sin comprender que el
"poder impersonal que se presenta como una delegación del poder de la na-
"cion, que obra siempre en interés de la nación y jamás en el suyo propio y
'•que se somete á todas las intervenciones que aquella estima conveniente y
'•que las considera como una verdadera salvaguardia, que es leal, sincero,
'•ardiente por el bien público y j?ro/e5or de honradez pública, está únicamente
"en posesión de esta fuerza moral cuyo poder es tan grande."
Pues esta buena moral, que nace del respeto á las instituciones, y de que
los pueblos se gobiernen por sí mismos sin ridículos subterfugios ni men-
tiras legales, de que el General Trochu se declara partidario entusiasta y la
cual estima como primer elemento para salvar la capital del Imperio vecino,
es la que debe formular por la imparcialidad de sus actos el Gobierno de la
Eevolucion si quiere estar á la altura de su encargo y elevar á un alto ran-
go el país cuyos destinos preside.
Es necesario que los Ministros ^q2Jíi profesores de honradez pública, lo cual
nada tiene que ver con la honradez privada de cada uno, que nadie pone ahora
en duda, sino con la honradez política en que la fuerza moral se engendra y
de la cual nace.
Es necesario gobernar en nombre de ideas definidas, guiarse por princi-
pios fijos, tener propósitos claros, fines conocidos, dentro de los cuales
caben aquellas transacciones de pensamientos afines que van á realizar por
el general concurso el plan general de la obra.
Hay que desengañarse : en Europa no puede existir más que una clase
de gobierno; la monarquía constitucional que permita sin desorden la prác-
tica de las libertades públicas ; el Gobierno que existe en Inglaterra, en Ho-
landa, en Bélgica, que se acaba de fundar en Italia y que se está plantean-
do en Austria. Todo lo demás son delirios de almas candidas ó propósitos
malvados de espíritus misántropos.
Hemos dicho al comenzar esta Revista, que únicamente los pueblos en
que se practica sinceramente el sistema representativo saben evitar los males
de que está siendo hoy teatro el suelo francés. Si el primer Ministerio
parlamentario que formó el Imperio no se hubiera modificado; si el jefe
del Estado no hubiera creido conveniente el plebiscito que aumentaba su
poder personal; si Buffet y Daru hubiesen permanecido en el Gobierno , la
guerra con Prusia no hubiera tenido lugar ; estamos seguros de eUo. Ellos
hubieran comprendido que , como dice Proudhon , hay algo de providencial
y misterioso en que Francia no se extienda hasta el Ehin. Ni la Galia Cél-
tica, ni la G^ia Franca, ni la Galia Romana lo alcanzaron. Luis XIV no
640 REVISTA POLÍTICA
pudo conseguirlo; Turena, Conde, Vauban, Luxemburgo y el Mariscal
de VilliU-s fueron para tamaña empresa impotentes. Napoleón I pagó en
Waterlóo contra la Europa coaligada el haberlo por un momento alcanzado;
pero los poderes personales no escarmientan porque necesitan estar rodea-
dos de permanente gloria para mantener viva su influencia ; la paz pública,
el desarrollo de la prosperidad nacional por medio de la industria y del tra-
bajo, son bienes que carecen del estruendo y brillantez que para sostenerse
necesitan.
Si en España no llegamos á fundar verdaderas instituciones, si los Go-
biernos han de seguir teniendo el carácter personal que predomina en el ac-
tual Ministerio, más tarde ó más temprano, en una forma ó en otra^ tocare-
mos idénticas consecuencias. Lo hemos dicho muchas veces en estas Revis-
tas y no nos cansaremos de repetirlo; el munlo moral está sujeto á leyes
indeclinables.
Por el poder personal de los graiides reyes de nuestra historia, por el
poder personal, después, de los validos se explica la decadencia de la pátna:
el poder personal llevó á Fernando VII á cometer verdaderos crímenes, y
por ejercerlo llora en tierra extranjera la ex-Reina Isabel eterno destierro.
Si el poder personal ha de seguir existiendo constantemente entre nosotros,
si la Revolución no tiene fuerza para que desaparezca, el país arrastrará una
existencia tormentosa, oscilará de revolución en reacción, de anarquía en
absolutismo, sin alcanzar jamas la existencia de los pueblos cultos.
Pedimos al cielo que el Gobierno persista en el camino últimamente em-
prendido, deseando que todo el mundo comprenda la gravedad de las actua-
les circunstancias. Esperamos que los partidos monárquicos, animados de
noble patriotismo,, se muestren dispuestos á hacer cada cual algún sacrificio
en aras del bien común.
Créanos el General Prim, de cuya bnena fé no abrigamos la menor sospe-
cha. Sobre él pesa una gran responsabilidad, por lo mismo que sin razón, én
sentir nuestro, se le juzga todopoderoso y capaz de guiar á su antojo el car-
ro de la Revolución: por halagüeña que sea la pintura que en el elegante
preámbulo del decreto de amnistía hace del estado de los negocios públicos
el Sr. Ministro de la Gobernación, la verdad está muy distante del diseño;
el país lo conoce y pide á voz en grito paz moral, sin la cual no hay prospe-
ridad posible ni verdadero orden público.
J. L. Albareda.
KXTRRIOB, 641
EXTERIOR.
¡Cuan grande era la confianza con que los Franceses emprendían la guer-
ra! Por fin, iban á borrar las huellas de aquellos odiados pactos internacio-
nales de 1815, con que los diplomáticos de Viena, explotando la derrota de
Waterlóo, habian humillado y empequeñecido la Francia. Los límites de su
patria iban á llegar al deseado Ehin, no sólo desde Basilea hasta Lautem-
burgo, sino hasta Holanda. Tréveris, Maguncia, Coblentza, Colonia, iban
á dejar de ser los puestos avanzados que la Prusia enemiga estaba ocupan-
do, desde hacía medio siglo, en el territorio francés , para amenazar desde
ellos el corazón de Francia. La unidad alemana iba á dejar de ser un pe-
ligro; y, en todo caso, sería compensada con exceso por la unidad francesa,
que comprendiese todo el actual Imperio, y el Palatinado, y la parte occi-
dental de la provincia prusiana del Ehin , y lo demás que los Estados ale-
manes poseen á la izquierda del rio , y acaso el Luxemburgo, y tal vez la
Bélgica! Ya la Inglaterra pedia explicaciones respecto déla neutralidad bel-
ga; pero el Gobierno francés se hacía el distraído, y no contestaba sino con
evasivas, y la opinión pública del Imperio hubiera condenado como una de-
bilidad injustificable y como una imprevisión indigna de ser perdonada,
toda garantía nueva que á Bélgica se hubiese dado.
¡A Berlín, á Berlín! se gritaba en Paris por todas partes ; en las plazas
públicas lo mismo que en el Cuerpo Legislativo. Los Diputados y los pe-
riodistas hablaban de arrojar á los Prusianos á culatazos al otro lado del
Rhincomo de empresa facilísima y segura. M. Emile de Girardin, reputado
desde hace muchos años como el primer periodista de Francia, y ahora Se-
nador del Imperio, daba con un juego de palabras, en un teatro, la medida
exacta del poco valor concedido á la tarea que se encomendaba al ejército.
Como se exigiese á un actor que cantase, como todos sus compañeros , con
los versos de Alfredo de Musset la música del Rhin alemán, y él se excu-
sase alegando que no la sabía ni le era posible aprenderla en pocos minutos,
el periodista-Senador gritó desde un asiento de la platea: «'Es decir, que so
necesita más tiempo para aprender el Ehin (apprendre) que para conquistarlo
iprendre). En el Cuerpo Legislativo, un Diputado creyó conveniente propo-
TOMO XV. 41
642 REVISTA POLÍTICA
ner que se armasen las poblaciones próximas á la frontera, en la previsión
de que el extranjero llegase á invadirla por algún punto. Una gritería into-
lerante le ahogó la voz, protestando contra tan ignominiosa suposición.
Quiso insistir en ella, atenuándola mucho, y limitando su hipótesis á la po-
sibilidad remota de que el enemigo , siquiera por un momento, y en algún
punto aislado , lograse poner su planta en el suelo de Francia; y el mismo
jefe del Gobierno, M. Ollivier, declaró que no debian suponerse posibles se-
mejantes casos. El Ministro de la Guerra, M. Leboeuf, contribuia por su
parte á aumentar la confianza, asegurando que el Imperio estaba preparado
para la guerra, y que ésta sería rápida y ventajosa.
La única voz que en aquella gritería de fanfarronadas, de promesas exa-
geradas al patriotismo, de amenazas locas contra el extranjero, tomó un
acento grave, y quiso llamar la atención de los Franceses hacia las dificul-
tades y peligros de la guerra, fué la del Emperador. En su proclama al ejér-
cito, apenas hubo llegado al cuartel general de Metz, decia á los soldados:
i» Vengo á colocarme á vuestra cabeza para defender el honor y el suelo de la
patria.... La guerra que empieza será larga y penosa, porque tendrá por
teatro lugares erizados de obstáculos y de fortalezas." • Qué impertinentes
parecieron estas frases á la mayor parte de los Franceses ! Creer la próxima
guerra larga ó trabajosa, y sobre todo, que en ell^ iba á tratarse del sítelo
de la patria , les parecia desconocer demasiado los recursos y la fuerza de
Francia. Más pasadero encontraban que Napoleón III dijese á las tropas:
i»Vais á combatir con uno de los mejores ejércitos de Europa,»» porque el
mérito atribuido al enemigo aumentaria el de la victoria , que se contaba
como segura.
Pero el Emperador mismo se engañaba, porque anadia en su proclama:
u Cualquiera que sea el camino que tomemos fuera de mtestras fronteras, en-
contraremos las huellas gloriosas de nuestros padres.'" Se engañaba toda la
Europa, que consideraba como indudable que los Franceses iban á tomar
la ofensiva. Y bien podemos añadir que los mismos Prusianos y sus aliados
participaban del error, puesto que se dedicaron con iüan á inutilizar líneas
de ferro-carriles, á cortar puentes , y á colocarse entre Tréveris, Coblentza
y Maguncia, ocupando posiciones defensivas sobre las líneas del Mosela, del
Saar y del Rhin, y esperando en ellas el ataque de los impetuosos soldados
franceses.
Los dias pasaban, y la Francia se impacientaba mucho y toda Eu-
I
EXTERraa. 643
ropa se impacientabsi un tanto. Los hombres de este siglo nunca cree-
mos que las cosas marchan demasiado a^írisa. ,S(^gun parece, Napoleón III
y los Mariscales conocieron, desde que deliberaron por primera vez
sobre el teatro de las operaciones militares, las grandes dificultades con
que iban á tropezar. ¿Se referían, en su sentir, esas dificultades á las
naturales y profíias de los dos únicos movimientos militares que les serán
posiiíles entonces, y que consistian, el uno en atacar á los Prusianos,
aparapetados entce sus plazas fuertes, y los tres ríos, y el otro en atra-
vesar el Ehin con un material inmenso á la vista de un ejército enemigo
numei'osííámo, y no quebrantado todavía por ningún combate? ¿O compren-
dieron desde luego la enorme desproporción numérica con q^iae federaJes y
franceses se habian presentado en las líneas de operaciones?
Como quiera que sea, el dia 2 de Agosto el ejército francés atacó el punto
más avanzado del ejército enemigo, y sin grande esfuerzo se apoderó de
Saarbruck, que los Prusianos apenas le disputaron. Napoleón III se halló
presente en aquel combate, y á su lado su hijo, el Príncipe imperial, oyó
por primera vez silbar las balas, y á la tierna edad de catorce años dio
muestras de gran serenidad y sangre fría. El regocijo que causó en París
aquel prímer paso dado en el camino déla guerra, fué bien pronto amargado
y olvidado.
El dia 4, el Príncipe real de Prusia ataca á los Franceses en Wissem-
burgo, punto en <iue formaban -un ángulo las dos extensas líneas de frente
que estaban ocupando, una desde aUí hasta Thionville, y la otra hasta Stras-
bttrgo. El general Douay, que mandaba eiA aquel puesto avanzado, muere
pele^ido, y los Franceses tienen que ceder ante fuerzas muy superiores.
El Mariscal Mao-Mahon, que no pudo llegar á tiempo para salvar las tropas
de Douay, y la posición -de Wissemburgo, se sitúa en Woerthj pero el dia
6, le íítaca allí el mismo Príncipe real de Prusia, y si el intrépido Mariscal
francés no muere como Douay, es porque las balas enemigas parecen evi-
tarle. Ya no era una división la que sufria el ataque, como dos dias antes,
sino un cuei-po de ejército entero, <íompuesto de tropas escogidas, entre las
que estaban algunos regimientos de zuavos y de Turcos, y mandado por el
General ea quien Francia tenía depositada mayor confianza. Sin embar-
go, la Buperíoridad numérica de los federales continuaba siendo abrumado-
ra; se habian presentado 140.000 contra 35.000 Franceses. En vanolosguer-
reros de África liaeen prodigios de valor; en vano los regimientos de caba-
644 REVISTA POLÍTICA
Uería dan cargas heroicas. El número vence; los Franceses emprenden la
retirada^ que no tarda en convertirse en desordenada tuga.
Y en el mismo dia, el General Frossard, que habia tomado el 2 á Saar-
bruck, es rechazado con grandes pérdidas hacia Metz. Al ver llegar sus tro-
pas en el desorden propio de la derrota, y al saber lo sucedido al ejército de
Mac-Mahon, se escapa del cuartel general del Emperador un grito de an-
gustia, que esparce el pánico hasta París, que llena de estupor á todo ellm-
perio, y que causa el mayor asombro en toda Europa. '«Aquí no hemos per-
dido todavía la sangre fria ni la confianza; pero es necesario que Francia haga
un esfuerzo supremo para salvarnos y para salvarse.»» j Terrible contraste en-
tre estas exclamaciones que piden socorro para un ejército cuya mayor parte
no habia combatido, y la confianza absoluta con que los Franceses hablan
mirado hasta entonces la guerra! Napoleón III habia dicho pocos dias antes
en una alocución dirigida á todos sus subditos: "Voy á ponerme á la cabeza
de ese valiente ejército que está animado por el amor del deber y de la pa-
tria. El sabe lo que vale, porque ha visto en las cuatro partes del mundo
que la victoria ha seguido sus pasos.'» Y á sus soldados, en la proclama an-
tes citada, les habia recordado, como garantía de que vencerían á los Pru-
sianos, sus triunfos sobre los Rusos y los Austríacos, su buena fortuna en
África, en Crímea, en China, en Italia y en Méjico. Las armas francesas,
en efecto, hablan mantenido brillante su prestigio en todas partes, aun
en aquellas en que la diplomacia del Gobierno imperíal habia sido des-
graciada.
La lucha ofensiva estaba convertida en defensiva: la guerra de Alemania
se habia cambiado en guerra de Francia; las esperanzas de dictar la paz muy
pronto en Berlin estaban sustituidas por los temores de que los fenerales se
apoderasen en breves dias de París. El patriotismo francés se encontraba
puesto á ruda prueba; era, en efecto, necesarío el esfuerzo supremo que el
Emperador reclamaba desde Metz en sus inesperados despachos telegráfi-
cos. Si Francia no se levantaba hasta la altura de las exigencias de su infor-
tunio, resultarla indigna de su pasada grandeza.
Afortunadamente para su gloria y su porvenir, se mostró desde el pri-
mer momento resuelta á todos los sacrificios y á todos los esfuerzos de pa-
triotismo, de heroísmo, de abnegación, que el destino le pidiese. Los cantos
prematuros de triunfo se trocaron en gritos de rabia y de venganza; de
venganza contra el extranjero que habia hollado el suelo sagrado de la pá-
EXTERIOR. 645
tria; de furia contra el Gobierno impre\'isor que habia puesto á Francia con
sus faltas en tan duro trance.
Las faltas cometidas eran notorias, innegables, enormes. Consistía la pri-
mera en la inconcebible ignorancia de la diplomacia francesa, que no habia
visto los preparativos de Prusia, mientras Bismark organizaba, no ya un
ejército, sino toda una nación, ó, por mejor decir, muchas naciones arma-
das para el combate, que si no han traido al Rhin, con todos sus hombres,
á las mujeres y á los niños, como los Germanos del siglo V, han conducido
un material inmenso de víveres, de artillería, de municiones, de hospitales
ambulantes, de telégrafos, de puentes. Sin embargo, desde 1866, no sólo
debian tener su vista muy fija en estos preparativos las legaciones francesas
en Alemania, sino que, para que su vigilancia fuese más eficaz, todas tenian
agregados militares con este exclusivo objeto.
La segunda falta, igualmente inconcebible, estuvo en no saber que el
ejército francés carecía de la fuerza numérica que, según los datos oficiales,
le correspondía, y que no pedia poner enfrente del prusiano sino un solda-
do para cada dos ó tres enemigos.
La tercera , y acaso la más grave é influyente en los primeros desastres
de la guerra, fué creer que, en presencia de cuatrocientos mil soldados man-
dados por los Príncipes y Generales prusianos, maestros en la estrategia y
la táctica, se podia estar cubriendo, durante muchos dias, dos líneas de
frontera tan extensas como las de Sierk ó Thionville á Wissemburgo , y
desde este punto á Strasburgo: sesenta leguas , ocupadas en toda su exten-
sión por pequeños cuerpos de ejército, contra cualquiera de los cuales podia
el enemigo acumular , en cualquier momento , fuerzas triples , cuádruples,
decuples.
Se imputaban también como crímenes al desventurado Ministerio Olli-^
vier otras cosas. En la ansiedad por saber noticias, que tan natural es en
todos los ciudadanos de un país en momentos críticos, se habia recibido con
vivo disgusto la orden de que los periódicos no hablasen de los movimien-
tos de las tropas; y el descontento llegó al colmo cuando, habiendo detenido
el Gobierno algunas horas la comunicación de los despachos anunciando las
derrotas del día 6, se supieron en Paris por los periódicos de Londres.
Convocadas precipitadamente las Cámaras por orden de la Emperatriz
Regente, les fueron presentados varios proyectos de ley, para el armamento
de loda Francia, y para arbitrar recursos para los gastos de la guerra.
646 REVISTA POLÍTICA
Los proyectos fueron votados por unanimidad y con entusiasmo; pero con'
tralos Ministros los ataques fueron escandalosamente violentos. La izquier-
da del Cuerpo Legislativo no toleraba ni que hablasen; y se llegó pronto al
extremo de lanzarse algunos Diputados sobre el banco ministerial y abofe-
tear á uno de los Ministros. Estos no se defendieron de los cargos; pidieron
que, sin perder en discusiones acerca de sus personas y sus actos el tiempo
que hacía falla para proveer á la defensa de Francia, se votase si seguían
teHÍendo la confianza del Cuerpo Legislativo. Este se la negó en seguida en
votación ordinaria, y el Ministerio del 2 de Enero, que después de restable-
cer el régimen parlamentario, habia aspirado á la gloria de restablecer las
fronteras nacionales de 1814, fué expulsado del poder por la mayoría par-
lamentaria por haber traido á su país la ignominia de la invasión ex-
tranjera.
Las leyes votadas por el Cuerpo Legislativo y por el Senado , llaman in-
mediatamente á las tilas del ejército á todos los mozos que debian ser sor-
teados en la quinta de este año, sin distinción de los números que les
toquen por suerte, que sólo serán tomados en cuenta después de concluida
la guerra : á todos los solteros ó viudos sin hijos, de 25 á 35 años, que no
estuviesen ya sirviendo en la Guardia movilizada; y á todos los licenciados
de las seis últimas quintas, anteriores á las que tenian hoy sus contingen-
tes en los regimientos. Mandan ingresar en la Guardia movilizada á todos
los mozos de 21 á 25 años á quienes no hubiese tocado la suerte de solda-
dos, y á los que habian cambiado de suerte, ó puesto sustitutos; y dispo-
nen, que todos los demás ciudadanos de 21 á 50 años, solteros de más de
35, casados ó viudos con hijos, formen la Guardia nacional sedentaria del
Distrito municipal en que estén domiciliados desde un año antes.
A estos preceptos legislativos , según los que deben tomar sin pérdida de
tiempo las armas todos los varones franceses , desde los 20 á los 50 años,
sin otra excepción que la de los inútiles para el servicio por defecto físico,
han contestado en todos los puntos de Francia el entusiasmo y el ardor
patriótico Los alistamientos voluntarios se hacen en una escala verdadera-
mente admirable. Todo el mundo quiere correr á la defensa de la patria.
Las jactancias anteriores, las burlas prematuras, las caricaturas del enemigo,
vituperables y con frecuencia pueriles, las ligerezas, las frivolidades, que
ahora se recuerdan como un remordimiento, son rescatadas por el sacrificio
individual que todos hacen de su sangre y de su fortuna en aras de la
EXTERIOR. 647
patria. A los juegos de palabras, los equívocos, las chanzonetas, las mani-
festaciones alegres de un carácter superficial , suceden los acentos austeros
de la noble ira inspirada por el amor del suelo natal, y del decoro y la
integridad de la nación. Se repiten por doquiera hechos dignos de los varo-
nes ilustres de Plutarco. Francia el país del paudeville , de la caricatura y
del canean, deja de bailar y de reir, y se arroja sobre las armas para salvar,
con su territorio, el honor de su historia y el de la raza latina. Que perse-
vere en esos sentimientos ; que, si su ejército ha de sufrir nuevos reveses,
la guerra popular, de que los Españoles dieron tan insigne ejemplo en la
de su Independencia, sea sustituida á los esfuerzos de las tropas regulares;
que no consienta en hablar de paz mientras el extranjero esté armado sobre
suelo francés ', que se resigne á que la guerra dure tanto como sea necesario
para conquistar una paz honrosa ; y Francia puede estar segura de que la
conquistará.
Desgraciadamente, hay partidos políticos que no quieren desaprovechar
la ocasión de pretender el poder para sí. Los radicales y demagogos, que á
fuerza de humanitarismo y de cosmopohtismo, dan menos importancia á
la idea de la nacionalidad que al triunfo de sus utopias, han reclamado im-
periosamente la peligrosa honra de encargarse de la salvación de Francia
en estos críticos momentos. Recuerdan á todo instante la admirable cam-
paña militar hecha por la Convención , y dan por supuesto que la forma
republicana tiene virtud para unir estrechamente la victoria á las banderas
revolucionarias. En lo antiguo se entendia al revés : Roma, cuando se veia
amenazada por un extranjero invasor, nombraba un dictador, y le conferia
el poder absoluto ; ó bien daba la dictadura á sus primeros magistrados
ordinarios, decretando el caveant Cónsules. Es verdad que en 1792 la
Convención, con su energía, salvó á Francia; pero lo hizo centralizando el
poder, vigorizándolo en la única forma en que entonces era posible, creando
la unidad de acción, haciendo, en suma, todo lo contrario de lo que en
otras cualesquiera circunstancias , que no sean las especialísimas de enton-
ces, puede hacer el establecimiento de un Gobierno republicano sustituyen-
do al monárquico. Cuando la Convención se reunió, la Monarquía estaba
derribada; el Rey se hallaba preso en calabozos, de que no habia de salir
sino para el cadalso ; los Prusianos avanzaban victoriosos por los caminos
que recorren ahora; los Príncipes franceses , con lo más granado de la no-
bleza, del clero, del ejército, conspiraban desde Coblentza contra su patria,
648 REVISTA POLÍTICA
y mantenian numerosas y estrechas relaciones en la Corte; los Girondinos
se preparaban á proclamar el federalismo.
En aquellas críticas circunstancias, la Convención, sin retroceder ante
ningún horror, reconcentró en sus manos el poder para que hubiese unidad
de acción en la defensa del territorio, y en la resistencia á la guerra civil, y
para oponer enérgicamente la unidad indivisible de la patria á las doctri-
nas federales. Pero aquella situación anómala y singular no puede repetir-
se. Hoy no hay emigración de Coblentza, ni realistas sublevados en la Ven-
dée, ni federales; y si hay algo parecido á eso, está en los republicanos. Ni
la conspiración desde el extranjero, ni la guerra civil, ni el federalismo, son
procurados por nadie más que por los demagogos. Para vencer á los Ale-
manes lo que se necesita no es hoy la guillotina levantada en París para los
ciudadanos franceses, como la levantó en 1793 la Convención que no tuvo,
en realidad, otro instrumento de gobierno que el verdugo : lo que hace falta
es buena dirección, estrategia, táctica, disciplina militar, administración
activa y ordenada, hacienda bien conducida, armas, municiones, diploma-
cia, escasez de discusiones públicas, abstención absoluta de tumultos en las
calles, esmero en evitar todo motivo de división entre los defensores del
país.
Caido el Ministerio OUivier ante las exigencias de la extrema izquierda,
la Emperatriz Regente, con el asentimiento del Emperador, encargó la for-
mación de uno nuevo al General Montauban, Conde de Palikao, que lo for-
mó con diputados de la extrema derecha y del centro derecho. Tres eran los
principales motivos alegados por los republicanos, y por los demás miem-
bros de la izquierda para exigir que el Gabinete del 2 de Enero les cediese
el poder : primero, que los partidarios del Imperio napoleónico habian com-
prometido á Francia con sus errores ó sus faltas; segundo, que el Cuer-
po Legislativo, representación directa de Francia, tenia el derecho y el de-
ber de dirigir por sí mismo negocios tan trascendentales como la guerra,
convirtiéndose en comité de defensa nacional ; y tercero, que era insoporta-
ble el silencio impuesto por el Gobierno respecto de los sucesos militares.'
y el monopolio que quería ejercer de las noticias del cuartel general. Pues
bien; el Ministerio del Conde de Palikao se compone de representantes de
fracciones más imperialistas que las que apoyaban al de Emilio OUivier;
ha empezado exigiendo más confianza en sus actos, y ha llevado más lejos
a condición del PÍlencio en cuanto á los sucesos militares; y sin embargo,
EXTERIOR. 649
OS que echaban á gritos y á bofetadas á los Ministros anteriores, han reci-
bido con respeto y con benevolencia á los nuevos.
Verdad es que, en cambio , la minoría republicana ha dirigido censuras
muy fuertes contra el Emperador, á las que no se ha contestado; que ha
exigido que deje de ser el generalísimo de los ejércitos^ y se ha visto com-
placida, hasta cierto punto, con el nombramiento del Mariscal Bazaine,
para General en jefe del del Ehin, sin que haya, según las declaraciones de
Palikao, ningún mando superior al suyo, ni á parte de él; que ha logrado
que en la proclama del General Trochu, encargado de la defensa de París,
no se hable del Emperador ni de su dinastía; que el Presidente del Conse-
jo evita también citar al Monarca ^ de quien es Ministro, y parece fun
dar todos sus títulos al poder en el apoyo de la Cámara; y que, por toda
estas causas, se habla, como de suceso inmimente, de la caida del Imperio,
y de la constitución de un Gobierno provisional. Sin embargo, hasta los
momentos de ser escrito este artículo, al lado del hecho certísimo de que el
Gobierno imperial está tan desprestigiado como lo demuestran esos rumo-
res y esos sucesos, no hay hecho alguno en las regiones oficiales que pueda
ser considerado como el principio de la revolución dinástica anunciada. Si el
Ministerio y la mayoría del Cuerpo Legislativo no han contestado á la mi-
noría con la energía con que ésta ha atacado, puede consistir en que se crea
conveniente no discutir la persona del Emperador, y apartar su responsa-
bilidad de los actuales sucesos.
Entre tanto, pasan los dias, y los Generales franceses detienen al ene-
migo, ganando el tiempo posible para que se completen los armamentos de
Francia. Desde el dia 14 al 18 ha habido combates y batallas repetidas;
pero las relaciones telegráficas, en que ambas partes se atribuyen las victo-
rias, no permiten hasta ahora saber lo que ha^pasado. Lo seguro es, que al
campamento de Chalons, en que se está concentrando el grueso del ejército
francés , han llegado por una parte el Emperador y el Príncipe imperial,
atravesando por entre los Prusianos; por otra, el Maríscal Mac-Mahon,
cuya popularidad no sólo no ha sido dcstruida_, sino que parece haberse
aumentado con los desastres de Wissemburgo y de Woerth, y que ha condu-
cido hasta aquel punto su ejército derrotado, sin que el del Príncipe real
de Prusia^ su vencedor y cuatro veces más numeroso, le haya molestado, ú
pesar de haber hecho hasta Nancy el mismo camino; por otra, el General
Félix Douay, con el sétimo cuerpo de ejército, que estaba antes en Bellfort;
650 REVISTA POLÍTICA EXTERIOR.
y por último, los refuerzos enviados desde Reims, Paris y otros puntos.
Las fortificaciones de Paris están ya con su sistema de defensa completo.
Todo el mundo conviene en que el General Palikao tiene una actividad
admirable para la organización de nuevos cuerpos. El Mariscal Bazaine pe-
lea casi diariamente con los ejércitos federales, primero y segundo. Si desde
el 14 al 18 se ha propuesto forzar el paso para reunirse con el Emperador
y Mac-Mahon, no lo ha logrado; si su objeto ha sido entretener al enemigo
mientras en Chalons se agrupan fuerzas suficientes para la resistencia, y
mientras Paris completa sus fortificaciones , ha conseguido hasta ahora lo
que se proponía.
I' Hay un punto en que las noticias, desgraciadamente, están conformes;
en que las pérdidas por ambas partes son enormes. Alemania dispone nue-
vas reservas para completar las mermadas filas de los federales. Francia
tendrá que redoblar también sus esfuerzos. Todas las demás potencias, cada
vez más encerradas en la neutralidad , no ven la ocasión de intervenir para
hacer algo en favor del restablecimiento de la paz.
Ha comenzado el bombardeo de Strasburgo. Desde esta ciudad y la de
Phalsburgo, también sitiada por los Alemanes, se han hecho salidas por las
guarniciones , habiendo sido muy feliz la de esta última plaza, que logró
causar 1.500 muertos á los sitiadores. Se aguardan noticias de las opera-
ciones de la escuadra francesa en el Báltico. Pero los destrozos y horrores
de estos puntos apartados son, en su mayor parte, sin resultado. La cues-
tión se ha de decidir ahora en torno de Metz, y en frente de Chalons; des-
pués, en donde la suerte de las armas disponga. El ciego azar de las batallas
es en la actualidad el arbitro de la política, y le impondrá sus leyes capri-
chosas. Quiera Dios que la tempestad pase pronto, que el horizonte se
aclare, que la sangre derramada, ya que con espantosa abundancia corre,
sea fecunda en frutos de una paz duradera, estable, ajustada á las verdade-
ras necesidades de los pueblos.
Fernando Cos-Gayon.
boletín bibliográfico.
HlSTOKlA DE LÁ MATRÍCULA DE MAE, Y EXAMEN Di VARIOS SISTEMAS DE RE-
CLUTAMIENTO MARÍTIMO, por el Capitán de fragata^ D. F. Javier de Salas,
individuo de número de la Academia de la Historia. — Madrid. — Imprenta
deT. Fortanet.-1870.
Este libro no es enteramente nuevo. En 1865 publi<;ó su autor, de orden
del Gobierno, una Memoria sobre matrículas, dividida en tres partes. De
la primera y segunda, corregidas y aumentadas, se compone la que, también
de orden superior, ha visto ahora la luz pública.
Es nueva una epístola que á su frente ha puesto el Sr. Salas, en donde
con fina ironía combate á los enemigos de las matrículas, y de la cual tras-
ladaríamos aquí, con gusto, varios pasajes; pero conténtemelos con el si-
guiente recuerdo délos resultados que la reforma realizada en 1820 produ-
jo; recuerdo oportuno, á pesar de que en las circunstancias de aquella época
y de la actual hay diferencias dignas de ser tomadas en cuenta.
'•De 1.622 hombres, convocados en el departamento de Ferrol por de-
cretos de Cortes fechas 14 de Mayo de 1821 y 11 de Noviembre del si-
guiente, faltaron 1.578, obteniéndose tan sólo 84, que, en vez de utilidad
para los buques, eran semillero de toda clase de vicios. De 1.730 llamados
en el de Cartagena, faltaron 1.373. Análoga suerte cupo al de Cádiz. La
provincia de Canarias no remitió ni uno solo; lo mismo la de Granada; Se-
villa uno, en vez de los centenares que le habian correspondido; en Mallorca
paseábanse tranquilamente por la capital unos 300 desertores, sin que el
Ayuntamiento, á cuyo cargo estaba la matrícula, los persiguiera; en la Ha-
652 boletín bibliogkáfico.
baña veíanse amarrados todos los buques del apostadero por no poder dis-
ponerse ni de un solo hombre para dotarlos. Y cuenta, que la totalidad
consistia en la corbeta Céi'es, bergantines Hiena y Marte, goleta Clarita y
cinco cañoneros; cuya suma de dotaciones no llega á la de una de nuestras
actuales fragatas. La corbeta MaHa Francisca, destinada á comisión urgente
y peligrosa del servicio, salió con la tercera parte de su fuerza: la fortuna
evitó un combate: de otro modO;, jqué hubiera sido de la honra del país?
Pero al cabo lastimáronla profundamente las vergonzosas y trascendentales
sublevaciones del navio Asia y bergantin Aquiles.^^
La parte primera de la nueva edición contiene principalmente las noticias
históricas, aumentadas con otras de varias clases^, y con reflexiones y co-
mentarios dignos de ser estudiados. La segunda reseña la vida del marinero,
y la compara con la del soldado; coteja la matrícula de mar con la quinta;
examina el sistema de sorteos para dotar de personal los buques de la Ar-
mada; y explica los sistemas de reclutamiento naval seguidos en Inglaterra,
Prusia, Italia, Brasil y Francia.
Como apéndice, se inserta la traducción de un notable artículo sobre es-
tos mismos asuntos, que publicó la Eevm des devjx mondes, y que se atri-
buye al Príncipe de Joinville.
Historia de las germaníás de valencia y breve reseña del levanta.
MIENTO REPUBLICANO DE 1869 , pov Maniiel Fernatidez Herrero; precedido
de un prólogo, de Roque Barcia.— Madrid, imprenta de la viuda é hijos de
M. Alvarez.-1840.
El título de esta obra bastarla para demostrar que la política ocupa en
ella tanto lugar, por lo menos, como la historia. El prólogo se propone de-
mostrar que el levantamiento republicano en 1869 fué idéntico, en sus ten-
dencias, en su espíritu, en su significación, al de las Germaníás de Valencia;
que los federales son los agermanados de ahora, como los agermanados fue-
ron los republicanos federales del siglo XVI. Las semejanzas entre dos su-
cesos históricos son siempre posibles; pero cuando se cree conveniente se-
ñalarlas, es justo indicar al mismo tiempo las desemejanzas. Estas últimas
serian probablemente mayores que aquellas, si el cotejo se hiciese (X)n im-
parcialidad y buen criterio.
boletín bibliográfico. 6b3
A pesar de las referencias hechas de los sucesos de un siglo á los del otro,
el relato de la insurrección de 1869, que ocupa sólo el capítulo 26 del libro,
es más bien un apéndice, poco ligado con el resto. Son dos relaciones histó-
ricas, entre las que no existe unidad, aunque tengan una paginación se-
guida, y estén encerradas ambas en un solo y pequeño volumen.
LIBROS EXTRANJEROS.
Lettres completes d'abélIrd et d'héloísse , texte latín soigneusement
revu; tradvction ncmvelle^ précédée (JPune Uude philosopJiique et Uttéraire,
par M. Grréard, inspecteur de FAcadémie de París.— Librairie Garnier
fréres.
Las cartas de Abelardo y Heloisa no son conocidas sino por traducciones
infieles. Aun el mismo original latino no es completamente digno de fé;
acaso se demuestre algún dia que, en la forma en que ha llegado hasta noso-
tros, no conserva la que primeramente le dieron sus autores. M. Gréard ha
procurado, . según todas las noticias hasta hoy disponibles, corregir cuidado-
samente el texto, y traducirlo con fidelidad.
De la autora y heroina de las Cartas dice así: nLa sencillez en el herois-
mo es la más rara de las perfecciones; por eso no es , de ordinario, bien
comprendida. Los diferentes traductores de las Cartas de Abelardo y Heloisa
han entendido á su manera, é interpretado á gusto de las preocupaciones y
de las pasiones de su siglo respectivo aquel sacrificio sublime. El autor de
la Novela de la Rosa, y Villon, en su balada, inspirándose en sus resentimien-
tos contra la vida monacal de la Edad Media, prestan á la desesperación de
Heloisa un sabor de despecho irónico. Entre las manos de Bussy-Rabutin y
de sus imitadores, Heloisa se convierte en una especie de Longueville arre-
pentida, lanzada en el convento por el remordimienio de sus faltas. El si-
glo XVIII hace de ella una religiosa disgustada y rebelde. En nuestros dias,
bajo la influencia de Werther, de Rene, de Obermann, se ha extrañado que
no prefiriese buscar en la muerte el remedio y el fin de sus sufrimientos. Y
no se ha comprendido que no habia lugar en su alma, ni para el despecho,
ni para el arrepentimiento, ni para una resolución personal cualquiera. Fa-
654 BOLRTIN BIBLIOGRÁFICO,
milia, honor, religión, Heloisa lo inmoló todo á Abelardo; aniquiló su volun-
tad en la de Síi *mado; no se reservó nada para sí, nada más que el derecho
de ser toda para él. Los arranques generosos y las piadosas ternuras que
una instrucción <le una profundidad y de una extensión, poco comunes en su
siglo, hablan desarrollado en su alma, se convirtió de repente en un «enti-
miento único. Ama á Abelardo, ama á la criatura como los grandes santos
aman áDios, con un amor absoluto, infinito. En el momento de tomar el
velo, el único pensamiento que la hubiera llenado de dolor, y, según ella
misma añade, de vergüenza, habria sido que Abelardo pudiese sospechar la
espontaneidad de su sacrificio. «'Dios sabe, dice Heloisa, que, por una sola
palabra tuya, te habria, sin v,&cilíir, precedido ó seguido á Jas abismos infla-
mados de los siglos; porque mi corazón no estaba ya conmigo, sinoxjontigo
y en tí. Y, ea efecto, ^no habia aceptado la más cruei de todas las muertes,
el olvido?"
TiPOORáH A w r.REf.nRm ESTRADA Hiééra , 1 , Madrid
ÍNDICE DE LOS ARTÍCULOS DEL TOMO XV.
IVTxm. 5T.
Págs.
Castello Branco , por D. Antonio Romero Ortiz 5
Novelistas contemporáneos de la Gran Bretaña, por D. Emilio
Huelin 36
Las generaciones artísticas de la ciudad de Toledo (continuación),
por D. B. Pérez Galdós 62
La crisis de España, por D. Carlos Navarro y Rodrigo 94
Una temporada en el más bello de los planetas (continuación), por
D. Tirso Aguimana de Veca 122
Revista política interior, por D, J. L. Albareda 142
ídem id. exterior, por D. F. Cos-Gajon 152
Noticias literarias. — Observaciones sobre la novela contemporánea
en Esyaña.— Proverbios ejemplares y Proverbios cómicos, de
D. Ventura Ruiz Agmlera, por D. B. Pérez Galdós 162
Boletín bibliográfico 173
ISrúin. 58.
Leyendas del antiguo Oriente, por D. Juan Valera 177
El hombre pre-histórico, por D. Recaredo de Garay y Anduaga. . . 195
Estado general de Inglaterra en el siglo XVII , por D. Isidoro Gu-
tiérrez de Castro 223
Las Bibliotecas, por D. José de la Cuesta y Crespo 242
El Licenciado Pedro de La-Gasea , por D. Carlos Ramírez de Are-
llano 252
Una temporada en el más bello de los planetas (continuación), por
D. Tirso Aguimana de Veca 266
Revista política interior, por D. J. L. Albareda 294
ídem id. exterior, por D. F. Cos-Gayon 301
Noticias \\\,QX9.x\^^.— Discursos leídos en la Academia de la His-
toria en la recepción pública de D. JoséQodoy Alcántara, por
D. Fernando Cos-Gayon 3l0
Estudio histórico.— OW^í^í y fundamento de la Universidad de
Salamanca, por D. Domingo Doncel y Orgaz 323
Boletín bibliográfico 330
y
El comercio de América y los Filibusteros, por D. Joaquín Maído -
nado Macanáz 337
Estado general de Inglaterra en el siglo XVII (continuación) , por
D. Isidoro Gutiérrez de Castro 362
Los Evangelios Apócrifos, por D. Francisco Caminero 379
Apuntes para un estudio filosófico del derecho de familia , por don
Luis Miralles , 406
De la capacidad política en los sistemas representativos, por D. José
Leopoldo Feu 4l9
Filósofos españoles. — Juan Huarte, por D. Octavio Marticorena. . 434
Una temporada en el más bello de los planetas (continuación), por
D. Tirso Aguimana de Veea 444
Revista política interior, por D. G. Nuñez de Arce 472
Revista política exterior, por D. F. Cos-Gajon 480
Boletín bibliográfico 494
isrúm. 60.
La guerra, por D. Fernando Cos-Gayon 497
Estado general de Inglaterra en el siglo XVII (continuación), por
D. Isidoro Gutiérrez de Castro 521
El Catolicismo y la Filosofía alemana, por D. Nicomedes Martin
Mateos 54]
Recuerdos de viaje. — Apuntes para la descripción é historia de
Gíilicia, por D. Fernando Fulgosio 557
De la capacidad política en los sistemas representativos (continua-
ción) , por D. José Leopoldo Feu 585
Ruinas del castillo de Tudela, por D. Luciano García del Real 604
Una temporada en el más bello de los planetas (continuación ), por
D. Tirso Aguimana de Veca 616
Revista política interior, por D. J. L. Albareda 633
ídem id. exterior, por D. F. Cos Gayón 641
Boletín bibliográfico , 651
AP Revista de España
60
t.l5
PLEASE DO NOT REMOVE
CARDS OR SLIPS FROM THIS POCKET
UNIVERSITY OF TORONTO LIBRARY