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Sábados de Mayo.
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Sábados ^
^ de Mayo
Miguel Moreno
Honorato Vázquez
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CUENCA
1908
.^
Advertencia ile lo segundo edición.
tN Mayo de 1877 se publicaron con el nombre
de este libro algunos versos de dos escolares que
empezaban á cultivar su afición á la poesía.
En 1878 y después hubieran seguido otras se-
ries; pero de los autores, uno salió ese año fuera
de la República, y el otro, que aguardaba volviese
su amigo para reanudar aquella publicación, antes
de que regresara el ausente dejó á su vez la Patria,
lanzado de ella por un injusto destierro político.
Después, el tráfago de la vida hizo que no se pu-
blicasen las proyectadas series y quedaran inéditos
algunos versos y salieran otros diseminados por
periódicos y revistas.
Hoy, en la edad madura y sólo por el placer con
que se mira el lejano horizonte de tierras ya cami-
M9S532
VI ADVERTENCIA
nadas y á las que no es dado regresar, los autores
de los Sábados de Mayo juntan á las composicio-
nes de la primera edición otras que estaban desti-
nadas á seguirlas (1).
Salvas ligeras correcciones, van los versos de esa
época tales como brotaron, grama descuidada del
camino. La indulgencia de hoy continúe la indul-
gencia de ayer para versos de los que, con la salve-
dad del poeta latino— parvís coínponere magna, —
pueden los autores decir con la tristeza de Musset:
«Este libro es toda mi juventud: hecho casi sin
creer hacerlo, así se revela. Hubiera podido corre-
girlo; pero cuando el hombre mismo cambia ince-
santemente, ¿para qué cambiar nada á lo pasado?
Vete, pobre ave viajera, y que Dios te guíe...»
El público acogió bondadoso esos versos, y la
generación de adolescentes que nos seguía en el
Colegio y en el Liceo de la Juventud, en hermosos
ensayos que hacían predecir los triunfos que luego
ha cosechado en distintos géneros de literatura, nos
atestiguaba su simpatía con la índole regional ca-
sera de nuestros versos.
<1) Las de 1877 van señaladas en esta edición con un asterisco.
ADVERTENCTA VH
Ingenua, modesta, religiosa como nuestra vida
de hogar, plácida con la plenitud de esa vida sana
y fiel a sus tradiciones, robusta con el brío que al
alma da el amor de lo bueno y de lo bello, vigorosa
para el diario combate de la vida, porque sabe que
ella se nutre con la inmortalidad de la esperanza;
así es la poesía de nuestros jóvenes amigos azua-
yos, quienes, venidos después de nosotros por el
sendero de las letras, han llegado y seguirán avan-
zando adonde nosotros no hemos podido llegar.
Suyo es el campo. Retrayéndonos á un lado del
camino para verlos seguir adelante, les encarece-
mos que en el culto á la belleza no olviden la aus-
teridad trascendental que debe tener toda obra hu-
mana, y mucho más aquellas en que el sentimiento
engendra sentimiento, y les pediremos que no des-
figuren lo ingenuo, á poder de sugestiones de mo-
das literarias que al buen gusto autoricen á decir
de ellas con tristeza, como el rey D. Alfonso el On-
ceno en el poema de su nombre decía de un su ene-
migo (estrofa 230):
E me fizo crúa guerra
con poder de robadores,
estragóme la mi tierra,
matóme mis labradores.
Vni ADVERTENCIA
Hermoso lema tienen para su poesía en este can-
tar popular de las orillas del Tomebamba:
Como la arirumba, niña,
así te quiere mi amor:
escondidita en las hojas,
con la cabecita al sol.
Miguel Moreno. Honorato Vázquez.
LOS SÁBADOS DE MAYO
Jipf s tan corta, tan de ayer la historia literaria de
las ciudades y naciones hispano-americanas, que
bien puede asegurarse que, en muchas de ellas,
existen aún los hombres que plantaron la primera
rama de laurel en los duros terrones sobre los que
pasó infecunda la noche de la Colonia y la tumul-
tuosa alborada de la Revolución.
A esos privilegiados ingenios les cabe la gloria
de ver cómo, bajo el árbol que sembraron, se mul-
tiplica la semilla, en el suelo fecundado por las
mismas flores que han venido cubriendo la des-
nuda tierra en muchas y felices estaciones.
En esta humilde ciudad de Cuenca, donde se
concibió, sintió y escribió el libro de poesías, olo-
rosas á tierra recién mojada por la lluvia, llamado
SÁBADOS DE Mayo, los primeros cultivadores de
las letras, el padre Solano, el coronel Francisco
E. Tamariz, los doctores Benigno Malo, Bravo, los
sXbados de mayo
Parras, murieron, ignorando que detrás de ellos
vendrían numerosas generaciones á recoger la si-
miente de la sagrada encina.
Otros más dichosos, los doctores Mariano Cueva,
José R. Arízaga, Vicente Cuesta, Juan Bautista Váz-
quez y el Sr. Rafael Villagómez Borja, presidieron
los entusiastas torneos de la juventud literaria que
en su tiempo se agolpaba en las aulas, mientras
lá música popular se apoderaba de sentidas estro-
fas de Miguel Ángel Corral, Joaquín Fernández
Córdova, Manuel Salcedo y Antonio Marchan.
Después, el limo. Sr. Toral, cariñoso Mecenas de
los jóvenes poetas, franqueaba las prensas del
Clero á los trovadores que se ensayaban con fe y
amor á la sombra del venerable Prelado. Vive aún
el Dr. Antonio Borrero, cuya veneranda persona-
lidad ha dado prestigio á las multitudes escolares
de su ciudad natal, donde la popularidad del pen-
sador y el magistrado no han tenido eclipse alguno.
El Dr. Tomás Rondón, sobrino de Fr. Vicente So-
lano, versado en la clásica antigüedad, humanista
y filósofo cristiano, ejemplo de rara tenacidad en
largos años de fructuosa labor, ha amaestrado á
muchos, y, árbol de savia vigorosa, se corona aún
con los alegres renuevos de la primavera. Y vive
el eximio poeta, educador de toda una generación,
el Dr. Luis Cordero, cuya fecunda inteligencia no
C3sa de producir, cuya voluntad abnegada no aban-
SERADOS DE MAYO
dona el circo de las luchas intelectuales, en estí-
mulo á bisónos lidiadores.
En la vida del pueblo de Cuenca, ésta es una
página recién escrita, una historia de ayer, casi un
suceso de actualidad.
Á este propósito, ¿quiénes más nuevos en nues-
tra literatura doméstica que Matovelle, Moreno y
Honorato Vázquez? ¿Qué libro más inmortal, más
querido, más vinculado á nuestra vida íntima de
pueblo apenas nacido al comercio de las ideas, que
este de Sábados de Mayo; ramillete de flores sil-
vestres, á cuyo brillo y frescura todos hemos con-
currido con nuestras emociones y nuestros aplau-
sos, que fueron al corazón de los trovadores de la
Virgen, para despertar en lo más recóndito de él
las sonoras abejas del sentimiento?
Ido Matovelle, esperanza la más legítima de las
letras azuayas, hacia otras moradas del sacro monte;
silenciosa después su lira, de acompasados y ma-
jestuosos acentos; recogidos por él los laureles de
su incansable propaganda artística en el Liceo;
para las letras, para los cantos de su ciudad, como
únicos ruiseñores de La Luciérnaga (1) quedaron
Moreno y Vázquez, y, como libro del hogar y la
poesía de la tierra. Sábados de Mayo.
Ninguna de las obras de esta incipiente literatura
(1) Revista que servía de órgano oficial del Liceo de la Juventud,
sXbados de mayo
ha tenido, como estos Sábados, nacimiento más
feliz; ninguna ha gozado de más influencia, ni ha
fecundado tanto las imaginaciones adolescentes
como esa colección de baladas y cantares, de amo-
res ultraterrenos y terrenales amores^ de azucenas
místicas y de rosas nacidas en la cara de gallai*-
das doncellas.
En un mes de Mayo, cuando los campanarios
cantaban el himno de amor y de gloria á la Vir-
gen, encarnación la más pura de la mujer y del
ideal cristiano; cuando el perfume de las flores
blancas — los lirios, las azucenas y las margaritas —
se esparcía en los templos como incienso de los
campos, dos jóvenes poetas que escribían á un
tiempo cartas de amor y plegarias, memorias ínti-
mas y soliloquios místicos, después de rondar á las
muchachas de su barrio, iban á la iglesia vecina á
encender las luces del altar de la Virgen y á dejar
los manojos de rosas del valle, en donde pasaron
el día, enamorados de la Naturaleza.
Por la noche, en la voluble mesa del estudiante,
en desafío poético y en rivalidad de amor, escri-
bían, con pluma mojada en tinta del corazón. Las
tres auroras. Las cuatro rosas. Sauces y cipreses.
La Virgen de la Peña y todos esos primorosos
cantares, bellos como niños recién nacidos, puros
como los capullos, todavía no abiertos, de los pen-
siles de la soledad.
sXbádos de mato
La literatura nacional brota sin esfuerzo, como
el vapor del húmedo suelo, como el perfume del
inviolado cáliz de las flores. Sentir, entregarse sin
miedo á las ternuras, sorpresas, ensueños y des-
mayos de la emoción ; no resistir con vanos y me-
ticulosos artificios á la dulce violencia inspiradora,
eso es el arte... el arte sincero, que no miente por
boca de la retórica, que no engaña con la dorada
hojarasca de una insoportable tradición escolar.
Y no está la originalidad, no el sello caracterís-
tico, únicamente en el paisaje, en nombrar los ríos
y las montañas de la Patria: se halla en algo más:
en la traslación del sentimiento á los signos del
arte, en la ingenuidad de la expresión, en el am-
biente popular esparcido por el fondo del cuadro,
en la fácil contextura de la obra, nacida sin es-
fuerzo, como la mariposa de su larva.
El sentimiento es el alma de la poesía, y no
puede sentirse sino lo que deja impresión pro-
funda, por el recuerdo, por la observación diaria,
por la influencia del medio en que vivimos, por la
tradición, por las aspiraciones del pueblo que nos
rodea y de la raza y la comunidad religiosa á.que
pertenecemos.
El hombre no ingresa á la ciudad del arte para
jiu'ar allí una ciudadanía neutra: va á ella con su
pasado y sus esperanzas, lleva á la comunidad in-
telectual sus dioses y sus amores; y de todo ello.
sXbados de mayo
incrustado en él por naturaleza como el oro en el
cuarzo duro, extrae las obras bellas, traslada la
observación personal, su ser íntimo y su ser colec-
tivo á las formas artísticas, y así nacen los libros de
larga vida, engendrados para la gloria, las obras
fecundas que dan vida á otras, las literaturas ori-
ginales de sello propio y de patria definida.
Estas hojas poéticas de Moreno y Vázquez, tan
humildemente entregadas á la publicidad en 1877,
constituyen una página de oro en la historia de la
literatura ecuatoriana. Ellas, sin pretensiones de
nacionalizar la poesía, sin haber acudido á resor-
tes de anticuaría y á recursos prehistóricos, ajenos
á las condiciones de la raza dominante, han demos-
trado que la sinceridad es el camino para hacer
libros inmortales, y que debe cantarse lo que sen-
timos y lo que el pueblo siente, para que así vaya
formándose el arte de nuestra tierra y de nuestra
casa.
Alcancé yo á los últimos años de esa bohemia
incomparable, de la cual salieron Sábados de
Mayo. En un grupo de estudiantes (de Medicina los
más) risueños, siempre decidores y traviesos, apa-
recían las soñadoras cabezas de Moreno y Vázquez.
Eran los poetas perdidos en un círculo de prosa-
dores positivistas que charlaban sin cesar, y que
entregados en cuerpo y alma á bromas y pasatiem-
pos sin consecuencia, procuraban ahogar los gor-
sXbados de mayo
jeos de los dos tímidos ruiseñores. Bajo los viejos
cipreses del huerto de Moreno, en un rincón del
cuarto de Vázquez, desde el cual se veían chispo-
rrotear en la vecina iglesia de Santo Domingo
las luces del altar, donde esperaba á los poetas la
Morenica del Eosario; á hurtadillas, en ratos per-
didos, entre la confusión de los impenitentes prosa-
dores, se acompañaban á la guitarra el Yaraví 6
los Cantares de Elina.
Del seno de aquella opresora compañía de mó-
dicos por venir, se escapaban los noveles trovado-
res é iban á la Comisión literaria del Liceo, ó á la
sesión general del mismo, donde leían los versos
compuestos ayer , y esos versos entusiasmaban á
toda la Junta literaria, que los aplaudía con tierna
admiración.
Y estos versos se popularizaban rápidamente,
porque eran flores naturales de nuestra región. En
ellos veían los hijos de Cuenca retratada la vieja
ciudad española con su Egido cercado de rosas y
sus vastas arboledas, los azulados cerros que cie-
rran el amplio horizonte del valle y los ríos que en
florestas no plantadas por mano de hombre se re-
tuercen arrullando á un pueblo sencillo, creyente
y amador de la paz como ninguno (1).
La Virgen de la Peña nos recuerda ese paisaje
(1) González Suárez.— H¿«toWa del Ecucuhr, t. IL
XVI sXbados de mayo
de Suiza — heredad paterna de Moreno — que se alza
encima de las llanuras de Tarqui. De una muralla
de rocas cubiertas de musgo se desprende la cas-
cada blanca que va á fecundar los prados de per-
petua frescura, donde se desparraman rebaños y
cabanas, presididos por la extensa casa de la
granja y la tosca iglesia, rodeadas de un cercado
jardín de rosales y pensamientos. En esa peña ha-
llaréis á la Virgen, de grosero mármol, á la que
ofrendan sus dones inocentes las niñas del campo...
Esa poesía de Sábados, ingenua, sentida, caliente
aún, con el calor del pecho y del aliento, fué una
improvisación de arte nacional, y produjo en la
juventud hondas emociones. De ese libro, como
de manantial primero , viene mucho de la abun-
dante literatura azuaya; viene la poesía Ma/rianay
llena de ensueños de peregrina hermosura, el sen-
timiento de la Naturaleza, comprendida, adorada y
trasladada al lienzo con amoroso pincel, y la pasión
melancólica y pura á la madre, á la novia, á las
niñas, idealizadas todas, con tanta ternura y tan
castos y virginales colores.
¿Cómo nació esta poesía de Sábados? ¿En qué
se inspiró? Su mayor mérito es haber nacido sola
sin precedentes tal vez. Algo hay en los poetas de
Cuenca del candor de Trueba y de su manera
de glosar: algo más en Moreno, autor de la Flor
del Mosquito y de La Arirumba^ de la interpreta-
sXbados de mayo xyu
ción de la Naturaleza que hace de Selgas un origi-
nal y admirable poeta; pero lo más gentil de los
versos de Moreno y Vázquez no lo hallaréis en
fuente alguna literaria. Ellos devoraban entonces
los libros de Lamartine, lloraban sobre la tumba
de la pastora de Ischia, se adormían en la barca
de Rafael en el límpido lago, repetían el gran-
dioso «Canto á Teresa» del Diablo Mundo; leían
á Werther á hurtadillas, y aprendían de memo-
ria las estrofas de los nuevos poetas colombianos
Gutiérrez González y Pombo, y las endechas del
desdichado Plácido y los romances de Zenea, cis-
nes de las Antillas. Ninguno de estos poetas mayo-
res 6 menores dejó huella visible en los estudian-
tes cuencanos. Devotos y enamorados rezaban y
cantaban al son del órgano ó de la guitarra, sin
otro modelo que el que había surgido en sus cere-
bros, donde el misticismo del sentimiento y algo
como un panteísmo de buena ley, sereno y purí-
simo, se habían mezclado en armonioso conjunto.
Y esto, no para formar solamente poesía erudita y
arte de sabia composición, sino poesía popular,
arte doméstico, sentido, al alcance de todos.
Los que vinimos después, que experimentamos
antes y ahora todavía el influjo de esos versos, in-
corporados á nuestra personal historia literaria,
podemos medir lo que ellos valen, porque sentimos
que palpita aún en nuestras liras mucho del acorde
xYiii síCbados de mayo
sonoro de aquellos himnos con que despertó núes
tra adolescencia poética.
No por lo dicho se crea que Moreno y Vázqiiez
son poetas del mismo linaje. Dentro de la estirpe,
dentro de la poesía sentimental y cristiana de am-
bos, se acentúan las diferencias á primera vista.
Moreno es, ante todo, poeta popular y de limpia
cepa española: sus mayores triunfos se fundan en
que ha sabido trasladar las penas y las alegrías del
pueblo; y el pueblo ha correspondido á su trova-
dor, porque suyos son los cantares que en su ciu-
dad se cantan á la reja, suyas las leyendas que se
repiten en las veladas del hogar, suyas las glosas
de amor que los novios preludian á las novias. Las
estrofas de No puedo amarte andan en boca de to-
dos; la piedad infantil reza la Virgen del Rio; las
muchachas conocen la Flor de la dicha; como re-
cuerdo de nuestras civiles contiendas, anda en la
. memoria La novia del sargento.
En las noches de luna, ¿no os ha sorprendido la
serenata con:
Paloma, palomita,
paloma blanca,
llévame por los cielos
de mi esperanza?
¡Qué hermosa es la música infantil y triste que el
pueblo ha compuesto para estas estrofas!
sXbados de mayo
En este mundo, todo,
todo se muere;
pero muere más pronto
lo que se quiere.
Palomita de mi huerto,
de ojos de dulce mirar,
¿conque es cierto, conque es cierto
que huiste del palomar?
¡Bien me dice el corazón
que no me amas, que no me amas!...
Y la cuerda del poeta no es sólo la popular.
¿Queréis la poesía sentenciosa, profunda, como de
un proverbio árabe? Leed Él incienso y la alhuce-
ma, El poeta, La flor de la montaña, El olvido^ No
las mires; composiciones empapadas en alta filoso-
fía moral, y que son algo como doloras, nombre de
confirmación puesto por Campoamor á un gé-
nero nacido muy antes que él. ¿No es del género
aquello de:
¡Ay de ese constante anhelo
que sin combatir me vence!
que no quisiera sentirle,
que no quisiera perderle?,
versos que recuerdan estos del autor de Los bue-
nos y los sabios:
Huyendo de mi dolor
á Dios clamé de esta suerte:
SÁBADOS DE MAYO
«Haced que el tiempo, Señor,
venga á quitarme este amor
que me está dando la muerte.»
Mis súplicas escuchando,
su interminable camino
para mi mal acortando,
corriendo ó más bien volando,
como siempre el tiempo vino.
Y... «voy tu mal á curar»,
dijo; y cuando el bien que adoro
me fué del pecho á arrancar,
sentí un afán de llorar,
que aun de recordarlo lloro... *
No es indiferente á la solitaria y dolorida musa
de H. Heine el bardo americano d,e Dos tumbas, Es
él, ¡Pobres flores!, Ecos de ultratumba.
Son baladas originales y hermosas: La oración
de la huérfana; Las tres torcaces; La garza del ali-
zar; Cantaba, pero calló; Ante un nido; ¡Pobre esco-
lar! Y ¿no es una balada la de Osear y Elisa? Su
amada corresponde á Osear:
Al principio coloreando,
poco después sonriendo,
luego, amorosa, mirando,
y, al fln, su mano oprimiendo.
Después (exclama Osear) recordando su des-
dicha:
Dijo, y mi seno buscando,
como si tuviese frío...
me abrazó, y, agonizando,
murió sobre el pecho mío.
sXbados de mayo
Y tiembla Osear otros amores, porque teme ver
muerto al ídolo de su pecho, y canta:
Pues al verte coloreando,
temo verte sonriendo;
más tarde enferma, llorando,
y entre mis brazos muriendo.
¡Esta es poesía, la que se habla en el momento
de las supremas emociones y de las infinitas ter-
nuras!
Pero Moreno, insuperable en la intensidad de los
sentimientos, pulsa también la cuerda sonora de la
poesía psicológica. Son temas de observación pro-
funda: Bodas que matan, Cantos no acombados; esos
cantos,
niños que en el vientre mueren
de sus madres;
esos cantos, dispersos en borradores inintehgi-
bles, en los que la inspiración ha pasado tortuosa-
mente, en
caminos, por donde ha ido
el corazón como á saltos.
Con razón, empleando las cuerdas todas de la
sagrada lira, ha podido escribir:
Y por la cláusula ardiente
del idioma soberano,
sepa el mundo lo que pienso,
sepa el mundo lo que canto.
sXbados de mayo
En cuanto á la poesía religiosa, con perdón del
amigo, tan apasionado del arpa del santuario, y
cuya vida es un gran poema del género, debo de-
cir: que él sobresale en lo humano, que él sabe
decir como pocos lo que son los ojos, sabe que
son las
manos graciosas
puñados de rocío
sobre las rosas.
Y muchos otros donaires, más cultos y más acen-
drados; que en eso es maestro quien dijo:
Vida del suelo, las flores;
vida del alma, las niñas.
Hermano de Moreno por el sentimiento, hermano
por el ideal que informa sus composiciones, Hono-
rato Vázquez se distingue, ante todo, por su tenden-
cia mística y por la perfección del concepto, la ar-
tística disposición del poema y la corrección de la
frase.
En las letras españolas y americanas no se en-
contrará fácilmente un poeta que se haya formado
con tanta conciencia de serlo y saberlo como Váz-
quez: la forma sale junto con la idea, sin exuberan-
cia, con precisión casi matemática. La fantasía va
por sendas rectas; la imagen se engasta en la com-
posición sin dificultad; la poesía resulta armoniosa
sXbados de mayo
y aspira á la perfección en las partes y en el con-
junto.
En los poetas franceses, en Millevoye, en Sully
Prudhomme, en los mismos simbolistas Baudelai-
re, Verlaine, Regnier, se encuentran analogías con
los poemas de Honorato Vázquez, nutridos de ideas,
precisos en la imagen, ajustados á la severidad de
un ideal tranquilo. Ni las palabras sobran ni los
pensamientos quedan á la reserva.
Es una manera delicada y nueva, rara en las le-
tras castellanas, extrañas á lo vago y tenue del
pensamiento, que penetra en los pliegues del alma.
En tan difícil senda va con paso seguro el poeta de
¡Adiós, hasta los cielos!; En el hogar; Azahares;
Arrullos. Por la heroína de Amor de un ángel, la
del soñado nupcial velo blanco,
trocado en las tocas mortuorias, en las tardes se
ponía á contemplar con insistente y llorosa mirada:
Los cielos profundos
de nubes velados,
creyendo ser ellos,
ser ellos soñando *
azahares que van floreciendo
las nubes de paso...
¡Y esa soñadora criatura aun está
unas nupcias arriba esperando.
sXbados de mayo
arrullada por los gemidos de su poeta, que se con-
suela con las esperadas flores de la Resurrección y
de la primavera eterna!
En la poesía de Vázquez, ya lo he dicho, se tro-
pieza á cada paso con la manera sutil y trova-
doresca de los poetas franceses contemporáneos.
Véanse estos dos pasajes sobre amor y fraternidad
de las almas, entresacados de ¡Adiós, hasta los
cielos!:
—¡Cuan hermoso es el misterio
del llanto que vierto y viertes!... ^
yo no sé de dónde brota...
— Yo sí sé que hay una fuente
entre dos almas que se aman,
como entre los sauces verdes
que prestan sombra á tu huerto
hay una fuente perenne.
Elvira, de él se alimentan
los árboles juntamente,
y en él juntos se remiran
cuando los vientos los mueven;
y en lánguido balanceo,
cuando el frío Agosto viene,
confunden las hojas secas
en el agua de la fuente...
¿Has visto si en una rama
dos azucenas florecen,
que el viento las junta al paso
y una con otra las mueve?
¿No has sentido que al rozarse
embalsaman el ambiente?
Nuestros tiernos corazones
dos azucenas parecen:
sXbados de mayo xxy
ahora que se hallan juntos,
bien sabes lo que sucede...
Es dolor de lo futuro,
¡Ay, mi paloma inocente;
tal vez de las azucenas
la una, de noche, se muere,
y la otra queda en la rama!
¡ Tal vez, tal vez muy en breve,
mirándose nuestros ojos,
llenos de dolor se cierren!
Las imitaciones del antiguo castellano del
siglo XV y del XVín, imitaciones casi auténticas,
provienen del pensamiento español; y nadie habrá
comunicado mejor que Vázquez al viejo lenguaje
sus impresiones, como lo hizo en Villancico, More-
nica del Rosario y Esquela de amor.
La nota elegiaca es la predominante en las
composiciones de Vázquez. Pero es su tristeza una
tristeza sana, la del que sigue la senda del dolor
amando el dolor, considerándolo necesario como
sacrificio expiatorio. El Yaraví, Sauces y cipreses,
Una rania de trébol, Piensa de tarde, están empa-
padas en una dulce y sosegada melancolía. ¡Cuan
sentidos los romances que lloran las ruinas del
colegio donde la turba estudiantil bullía en otro
tiempo! En medio de los escombros, preside la cruz
de piedra, levantada sobre la grama que creció en
los senderos limpios, antes de que fuese marchi-
tada por la carrera de los estudiantes idos y muer-
tos. ¿Quién no llora por los compañeros que duer-
sXbados de mayo
men bajo la hierba, y no arroja un manojo de
trébol campesino sobre esas tumbas, olvidadas
quizás hasta por las madres, y no por los compa-
ñeros vivos?
En este tiempo aciago
todo se muere;
pero muere más pronto
. lo que se quiere.
Moreno.
Acuérdate de mí, Amor y muerte. Hay en estas
composiciones mucho de la vaguedad y del en-
sueño de la poesía del Norte. El poeta se coloca en
los linderos de la vida y sorprende los misterios de
un mundo desconocido.
La poesía de Vázquez no se ajusta al molde
vulgar; debe estudiarse, porque es empapada en
ideas, más bien que rica en imágenes, pues de todo
jugo sabe extraer el néctar divino:
Tai nuestro incienso ha de ser,
que nuestra existencia muerta,
aun de su memoria yerta
brote el perfume de ayer...
Y en la del afecto místico, Vázquez, no sólo en
Villancico^ en la Morenica, en poesías de otra co-
lección (1), ha llegado adonde sólo pueden llegar los
(1) En el destierro.
SíCbADOS DE MAYO XXVII
elegidos: Plegaria á María, Hojas secas, y, sobre
todo, la Virgen del cementerio, patentizan que el
autor de La Salve del proscrito j de El discípulo
amado, es, ante todo, poeta místico; el poeta que,
al mirar al estrellado cielo en una noche serena, es
sorprendido por la visión hermosa:
Y María, allí sus plantas,
arriba, en la luna llena,
discurriendo silenciosa
entre las mudas entre Has,
que más que estrellas parecen
ojos fijos en la Tierra,
sobre los vivos que olvidan,
sobro los muertos que esperan ...
¡Cuánta fortuna ha deparado Dios al poeta de
Am4)r de un ángel, que, en sus versos, jamás se
deslizó la pasión vituperable, que no ensayó la
nota del furor para matar la santa caridad, que
sintió por los muertos, que lloró por las humanas
desventuras sin ensangrentar la llaga, y arribó á la
puerta del Cielo, demandando perdón. y miseri-
cordia.
Las líneas que preceden, no una crítica, son
una apóloga de Los Sábados de Mayo. En ellos
encontrará la censura los defectos propios, sin
duda, de toda poesía sincera, nacida con la corteza
de la ingenuidad, falta en ocasiones del primor de
la forma y de las exquisiteces de la Escuela.
sXbados de mayo
No han querido, no han debido enmendar los
poemas de su adolescencia los cantores de María,
para no quitar á esas flores recién abiertas la hu-
medad de las lágrimas de la aurora. Lo que se
puede ganar en la vestidura, no se ha de perder en
el alma de la poesía.
Así que. Moreno y Vázquez, resucitados hoy en
esta edición de sus Sábados, para solaz de una ge-
neración nueva, reciban enhorabuenas de los
amigos, que lloramos todavía hoy, al leer sus ver-
sos, porque son nuestros, ya que los cantábamos
con ternura á nuestras amadas, ¡en esos días
muertos de la adolescencia poética, cada vez más
hermosos cuanto más lejanos!...
Y los numerosos jóvenes que, en la emulación
de la lira, se levantan ahora, encuentren en Los
Sábados de Mayo, como encontramos nosotros, la
frescura de la inspiración, la alada pureza de las
intenciones, la fluidez de la facilidad, el encanto de
los sentimientos. El
humilde rondador de humildes cañas,
que pasa gimiendo en las calles de nuestras aldeas
y á la vera de los caminos orlados de retama y
moral silvestres, sea honrado, en esta Arcadia de
los Andes.
Los poetas hermanos, unidos en la vida y en el
arte,
sXbados de mayo
dos palomas en un nido,
dos flores en una rama,
pasen juntos á la posteridad, con las plegarias de
Mayo y las baladas del amor, y los paisajes de la
tierra natal, enseñando a las nuevas multitudes la
divisa de los antiguos trovadores, Fe, Patria y
Amor, con la convicción de que sus rimas no deja-
rán en las almas sino polvo de oro, nunca la ce-
niza de los escombros, pues será oída su oración:
Cantamos ya. ¡ Dios quiera que no broten
á la lectura de estos pobres versos,
las flores del rubor, en las mejillas,
do el ángel del pudor estampó un beso! (1).
Y que la Santa Virgen, á estos sus heraldos de la •
poesía Mariana en el Ecuador, concediéndoles la
renovación de la primavera, haga que canten veinte
años después, juntando á las ternezas de su idilio,
que hoy sale á nueva luz, la elegía de pasadas ven-
turanzas. Todavía la Virgen de su barrio (More-
nica del Rosario), la de su casa, la de sus hogares,
recibirá adelfas y cipreses á los poetas que la co-
ronaron de lirios en los distantes Sábados de su
poética adolescencia.
STEIN.
Cuenca, 31 de Mayo de 1905.
(1) Vázquez, Cantamos,
Jíuestro propósito.
\ NUESTRO
PROPÓSITO
JANTES de que se sequen las hojas nacidas en Di-
ciembre, y antes de que la amarillenta hojarasca
desprendida de los árboles por los vientos de Julio
cubra la gratna de los campos, se presenta Mayo
corneo una hermosa jardinera, que en su florido
huerto recoge las flores abiertas, riega los botones,
quita del cauce del arroyo las hojas que han prin-
cipiado á caer y atisba, curiosa y compasiva, los
nidos de las aves, ocultos en el follaje de la enra-
mada.
Una armonía indefinible se deja oír entonces en
la Naturaleza con los misteriosos murmullos de los
2 ••• .V !;•*:•..• sXbados de mayo
I ■;-ü*-i»|-v,,v;;- •■■■. ; •*•
• •/•^••« • •I* • •• ■
* ^iéntv^^ue*s€íbit(%€ni^*los sauces y capulíes, y agitan
los campos sembrados de maíz y de trigo: cada ra-
ma, cada tallo, inclinándose uno sobre otro, parece
que se avisan alegres la pronta llegada de Mayo,
Las auras juegan con las flores, haciéndolas estre-
mecerse en sus tallos, y desprendiendo, al pasar,
los pétalos próximos á plegarse marchitos; '¡nos, asi
que los ven caídos, huyen coquo asustadas en busca
de otras flores más tiernas y galanas , y en su fuga
van agitando las leves extremidades de las plantas,
las hojas secas y las tembladoras gramíneas de los
campos. Júntense á la armonía de los vientos y las
brisas los agudos trinos del gorrión y los alegres
gorjeos de los mirlos y jilgueros, y escúchese cómo
armonizan, por la tarde, los lamentos de nuestras
gemebundas tórtolas con el tañido majestuoso de las
campanas que tocan á oración, y se tendrá una
idea, imperfecta, es verdad, de las inefables armo-
nías que inebrian los corazones y animan los cua-
dros poéticos de Mayo.
11
Era la mañana de un sábado de este hermoso
mes. Muchos años hace, dos a/migos penetrábamos,
niños, en tm templo, en cuyo ambiente se respira-
sXbados de mayo
ban los perfumes del incienso, el silvestre olor de la
retama y el romero, y el delicado aroma de las ma-
dreselvas, jazmines y claveles. En el altar mayor de
la iglesia ardían delante de una imagen de María
algunos cirios, cuyo lánguido chispear alternaba
con las suaves y casi imperceptibles voces de los fíe-
les, que elevaban su oración á la Reina de los án-
geles. Avanzamos al altar, llevando un
ra/mo de flores; mfís la Virgpn e^fah<t
en un sitio muy aUo, para (ptr J\
nosotros, pequehudos^ pudié-
semos estampar %in heso en
sus pies y deposiiar unrs-
tros pobres dones en Iííh
floreros.
Asi fué que, arro-
'dillados, le eleva-
mos nuestra ora-
ción, y despnéüí
de dejar las flo-
res en el suelo,
salimos del
templo. Cuan-
do regresa-
mos por la tar-
de, ya una mano catnpasiva había levantado nues-
tros ramos y colocádolos en un florero. En el tiempo
que ha transcurrido desde entonces, ¡cuántas flores
sXbados de mayo
se han marchitado en nuestras manos! ¡Cuántas
otras hemos depositado en ese mismo altar ^ hume-
decidas con lágrimas! Muchas, muchas^ en verdad,
y, no obstante, cuando volvemos los ojos al combino
que hemos recorrido, allá, á lo lejos, vemos todavía,
aunque muy seco, ese ra/mo de flores cortadas á ori-
llas de nuestro patrio rio en un sábado de Mayo.
I Recuerdo de nuestra infancia, recuerdo de nues-
tra inocencia!
III
A impulso, pues, de estos recuerdos, por el atrac-
tivo que para nosotros tienen los días, y más aún
los sábados de Mayo, hemos emprendido la presente
publicación. No encontraréis en ella, lectores, sino
sencillos cantares de colegio y ecos de la adolescen-
cia, recuerdos é ilusiones. Estas páginas han sido
escritas, unas al clarean* de una aurora que ya des-
apa/recía, otras al reverberar de un sol que infla-
maba los cielos, y otras á la melancólica lumbre de
una ta/rde que expiraba. ¡La luz ha guardado con-
sonancia con el corazón!
Con rubor os presentamos esta ofrenda: bien hu-
biéramos querido ofreceros flores frescas y olorosas;
sXbados de mato
inas no tenemos sino una rama con hojas amari-
llentas: aceptadla, pues, ya que no poseemos un
presente más digno de vosotros.
Mayo de 1877.
.^ LOS SÁBADOS DE MAYO
■aí^'
9f REGÚNTASME hace tiempo,
carísimo Honorato,
por qué son tan alegres,
por qué son tan galanos
y llenos de atractivo
los sábados de Mayo.
Amigo de mi infancia,
amigo idolatrado,
consulta al firmamento
la causa del encanto
que ofrecen halagüeños
los sábados de Mayo.
Contempla las estrellas
y encontrarás un astro
que irradia majestuoso
la luz en los espacios,
cuando en oriente nacen
los sábados de Mayo.
MIGUEL MORENO. — SOBADOS DE HATO
Él es quien á María
anuncia, y con sus lampos
esmalta de colores
los cielos, y de encantos
inunda el orbe todo
los sábados de Mayo.
Por eso reverdece
la grama de los prados,
y el lirio, la azucena,
las rosas y los nardos
se ostentan primorosos
los sábados de Mayo.
Y el tímido arroyuelo,
las brisas de los campos,
las niñas y las aves,
ensayan dulces cantos,
entonan melodías
los sábados de Mayo.
Ya ves, poeta amigo,
carísimo Honorato,
por qué son tan alegres,
por qué son tan galanos
y llenos de atractivo
los sábados de Mayo.
Yo sé que tu alma ardiente
se inebria de entusiasmo,
al recordar que un tiempo
tus juveniles años
corrieron entre flores
los sábados de Mayo.
MIGUEL MORENO.— SXbADOS DE MATO
Y sé que, entre otros muchos
recuerdos venerandos
que guardas en tu historia
risueña del pasado,
María se te ofrece
los sábados de Mayo.
Y entonas para Ella
cantares inspirados,
que forman, con tu afecto,
poético holocausto
que ofreces á la Virgen
los sábados de Mayo.
Me invitas bondadoso
á unir mis pobres cantos
con esos que en tu lira
modulas solitario,
vagando por las tardes
los sábados de Mayo.
No ignoras que en mi pecho,
cual tú, también yo guardo
sencillas impresiones,
que en tiempos no lejanos
sintiera el alma mía
los sábados de Mayo.
Allá, cuando en mi valle,
ardiendo de entusiasmo,
corría en pos de flores,
para adornar cantando
la Virgen de la Peña
los sábados de Mayo.
10 MIGUEL MORENO.— SOBADOS DE MAYO
Ya sabes que aunque huyeron
aquellos días gratos,
y ahora no sentimos
de nuevo sus encantos,
no obstante, me conmueven
los sábados de Mayo.
Porque ellos en mi pecho
un tierno amor dejaron
á la amorosa Madre
de quien espero tanto,
y más que en otros días
los sábados de Mayo.
Pues ya que un dulce afecto
nos une como á hermanos,
y ensueños y esperanzas
iguales abrigamos,
juntémonos, amigo,
los sábados de Mayo.
Y á orillas de ese río
do crece solitario
el sauce, á cuya sombra,
tal vez hace diez años,
nos hallan reunidos
los sábados de Mayo;
Busquemos ese huerto,
do. se alza entre granados
aquel ciprés doliente,
en donde con tu mano
grabaste nuestros nombres
un sábado de Mayo.
MIGUEL MORENO. — SXbADOS DE MAYO 11
¡Qué veces en su tronco
el número marcamos
de días en que tristes
sentimos desencantos!
mas nunca han sido aquellos
los sábados de Mayo.
¡Oh, vamos á ese huerto
en donde contemplamos
gemelos dos rosales,
á trechos coronados
de rosas purpurinas
los sábados de Mayo!
Su aroma, los recuerdos
traeránnos de un pasado
á flores oloroso,
recuerdos que cantando
iremos uno á uno
los sábados de Mayo.
Y en apacible tregua
del escolar trabajo,
cantemos con las aves,
riamos con los campos,
lloremos con las fuentes
los sábados de Mayo.
Mañana, si el destino
me arranca de tu lado,
recuérdame, te ruego,
recuérdame cantando
en ese mismo sitio
los sábados de Mayo.
12 MIGUEL MORENO.— SXbADOS DF MAYO
Solícito á María
plegarias por entrambos,
con las silvestres flores
de los verjeles patrios,
ofrécele á mi nombre
los sábados de Mayo.
Dirásle entonces triste
que el tiempo que ha pasado
del corazón las flores
nos ha ido marchitando,
y esperas las devuelvan
los sábados de Mayo.
¡Qué breve es, ¡ay!, la vida!
¡Qué presto llega el plazo!
¡Tal vez pronto se cierren
por siempre nuestros labios!
Pero, ¡ay!, antes cantemos
los Sábados de Mayo.
Si á orillas del camino
por do vamos viajando
hemos de hallar el lecho
del eternal descanso
los que hoy cantamos juntos
los Sábados de Mayo;
Dios quiera, sí. Dios quiera,
que cuando nos mullamos,
se cave nuestra tumba
debajo de un mismo árbol,
al cual den nuevas hojas
los sábados de Mayo.
MIGUEL MORENO.— SíCbADOS DE MAYO
13
Aliento^ caro amigo;
y en este y otros años
cantemos á María
y á nuestros valles patrios;
cantemos, sí, cantemos
los Sábados de Mayo.
Miguel MORENO.
^h! cuan hermosa es la tierra
coh las flores y las niñas!
éstas, deleitan al alma,
ellas, recrean la vista;
por ambas cantan las aves,
por ambas cantan las brisas.
¡Vida del suelo las flores,
vida del alma las niñas
por quienes Naturaleza ,
temblando de amor palpita ,
y arpa de cuerdas sonoras
estalla en mil armonías!
¡Oh, cuan hermosas del cielo
las bóvedas infinitas !
Jardín de Dios, donde lucen,
como flores cristalinas,
tras la luna las estrellas;
tal vez, almas de las niñas;
quizás, alas de querubes,
ó de sus ojos pupilas.
16
MIGUEL MORENO.— EFLUVIO
¡Pero, sobre estas bellezas,
más arriba, muy arriba,
palpitas, eterno arcano ,
paraíso de delicias;
niña, flor, luna y estrella,
cielo de cielo, MARÍA!
Miguel MORENO.
¿s^K
■>"-:
Á MARÍA *
J^i no hay flores, Señora,
cuando el estío abrasa,
siquiera hay hojas secas
caídas en la grama;
si no hay flores, Señora,
un pobre afecto el corazón te guarda.
¡Ay! Cuando sopla el viento,
se lleva la hojarasca;
si no, los caminantes
la huellan, cuando pasan.
¡Ay! Cuando sopla el viento,
¡pobre jardín, marchito de nuestra alma!
El sol es ardoroso ,
y en el jardín abrasa
las hojas, si no vierte
su fresco llanto el alba;
el sol es ardoroso...,
para aquello que muere, sólo lágrimas...
18 HONORATO VXZQUEZ.— HOJAS SECAS
Ya ves, Madre querida,
que sólo tengo en mi alma,
afectos que agonizan
y morirán mañana;
ya ves, Madre querida,
que mi pobre jardín marchito se halla.
Y aunque hoy está agostado,
no quiero. Madre amada,
sus hojas lleve el viento,
las huellen los que pasan;
y aunque hoy está agostado ,
hojas hay que mi pecho te consagra.
¿Qué hacer con lo que muere?
Besarlo con el alma,
dejarlo de los muertos
en la postrer morada;
¿qué hacer con lo que muere?
¡verter en su sepulcro nuestras lágrimas!.
Si vuelve primavera
y á su primer mañana,
brota mi jardín flores,
entre hojas de esmeralda;
si vuelve primavera,
tuya es la flor primera. Madre amada.
Honorato VÁZQUEZ.
Á MARlA*
át
J^i con tierno corazón
has contemplado quizás
de mi dolor la emoción,
desde el trono donde estás,
vuelve á mí tu compasión.
20 MORAIMA.— X MARÍA
Vuelve á mí tus tiernos ojos,
llena mi alma de consuelo,
y del mundo los abrojos
atraviese en alto vuelo,
dejando aquí mis despojos.
Pues si la existencia mía
sumergida está en la mar
de tristísima agonía,
¿qué auxilio debo buscar
si no es el tuyo, María?
¡Señora, haz que mi morada,
no se fije en este suelo,
y que á tu amor consagrada,
mi amparo sea tu velo...
y mi cielo tu mirada!
¡Cual un ave errante, hoy día
luchando con mi destino
triste voy: paloma mía,
séme, pues, en el camino
tú mi esperanza y mi guía!
MORADIA.
LA FLOR DE LA MONTANA
Cía *
vw ED esa flor hechicera
del postrer día de Abril,
ved esa flor hechicera;
pero no en verde pradera,
ni en aromoso pensil.
Pobre flor de la montaña,
en árida roca crece,
pobre flor de la montaña ,
blanda brisa no la mece ,
sino del cierzo la saña.
Es de tarde: tristemente,
mustia en su tallo se inclina;
es de tarde, tristemente,
sobre su marchita frente
brilla la luz vespertina.
De muerte se encuentra herida;
ya no habrá de revivir:
de muerte se encuentra herida;
después de tan corta vida,
¡cuan triste será morir!
.•\.
22 MIGUEL MORENO.— FLOR DE LA MONTAÑA
Sólo la lluvia del cielo
espera la pobre flor,
sólo la lluvia del cielo,
• pues no fecunda á ese suelo
un arroyo bienhechor.
La noche extendió su manto
sobre la flor que moría;
tan triste extendió su manto ,
que la flor en su quebranto
no esperaba un nuevo día.
Vino Mayo , y sonriente
lució su primera aurora;
vino Mayo , y sonriente
otra vez alzó la frente
esa flor encantadora.
¡Pobre flor desventurada!
¿Y quién alivió su mal?
¡Pobre flor desventurada!
Refrescóle, á la alborada,
el rocío matinal.
Y ¿por qué el alba hechicera
ala flor resucitó?
Y ¿por qué el alba hechicera
rocío, por vez primera,
tan fecundo derramó?
Porque con ella venía
la Reina de los querubes;
porque con ella venía,
velada por róseas nubes,
Reina del Cielo, María.
MIGUEL MORENO.— FLOR DE LA MONTAÑA 28
Y ese bienhechor rocío
era su llanto de amor;
y ese bienhechor rocío
necesita el pecho mío
en sus horas de dolor.
¡ Ay de los hombres, Señora,
en su doloroso anhelo;
ay de los hombres. Señora,
si, cual madre bienhechora,
no los miras desde el cielo!
Mándanos de allí la calma
que mitigue nuestro mal,
mándanos de allí la calma,
que es la tierra el hospital
de los enfermos del alma...
Miguel MORENO.
LA HIJA DE MARÍA *
(ante una imagen del INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA)
«^SFesde la obscura cárcel de la Tierra,
en donde el bien y el mal luchan en guerra,
te elevo mi oración;
escucha, dulce Madre, mi plegaria;
yo quiero entrar, al verme solitaria,
dentro tu corazón.
Tú lo muestras abierto. Madre mia,
y yo entonces le llamo, en mí alegría,
la puerta de mi Edén.
¡Amante corazón, que lates tierno;
si por las niñas ruegas al Eterno,
ruega por mí también!
Pero al mirar tus ojos tan llorosos,
paréceme que escucho los sollozos
que exhalas de dolor:
26 MIGUEL MORENO.— LA HIJA DE MASÍA
dime, ¿sufres cual yo, tal vez, María?...
—Mi pena es sin igual; lloro, hija mía,
de maternal amor.
Y mis ingratos hijos mi quebranto
no comprenden, ni enjugan este llanto,
ni me quieren amar.
—Madre mía, tu pena yo deploro;
quiero amarte, enjugar tu acerbo lloro,
y contigo llorar.
— Ven, hija mía, ven; tú que inocente
desde niña has calmado dulcemente
mi llanto y mi dolor;
ven, y tu corazón amante y pío,
generosa, poniendo junto al mío,
júrame eterno amor.
—Yo me entrego. Señora, entre tus brazos,
y á que sean iguales nuestros lazos,
ámame tú también...
_ — Mi amor es para ti, mientras la vida;
no me olvides jamás... ¡Hija querida,
te espero en el Edén...!
Miguel MORENO.
Honorato Vázquez
S;
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^"^^^^Z
%
DE L117 •
AMOR DE UN ÁNGEL
I
CANTO SOÑADO
fc MOR mío de mi vida,
casto ensueño,
manojito de claveles,
entreabiertos
en la aurora de mi dicha,
tras la noche de mi duelo,
tras la nieve y las tormentas
de mi invierno.
En mis manos temblorosas
te contemplo,
y tu rocío y mi llanto
entremezclo,
y al devorarte mis ojos
mis labios guardan silencio,
miedoso de que te seques
con mi aliento.
80 HONORATO VXZQÜEZ. — AMOR DE UN XnGEL
¿Adonde se van dejando
tallos yertos ,
los aromas de las flores
con los vientos?
¿Adonde se van, Dios mío,
esas lágrimas que siento
subir de mi alma á mis ojos
en silencio?
Manojito de claveles
entreabiertos,
si te han de secar mis labios,
muere presto;
que al llorarte con el llanto
en que toda el alma vierto,
nos juntamos en la muerte
para hallarnos en el Cielo.
II
¡ADIÓS, HASTA LOS CIELOS ! *
— Pobre niña, pobre niña,
cuál será, dime, tu suerte?...
—Feliz, feliz, cantor mío,
si á mi lado has de estar siempre..
— ¿Y quién hará que se aparten
almas que tanto se quieren?
— Mira hacia arriba y contempla
ese sol que desfallece:
¿el que le manda apagarse,
decirnos también no puede:
«Palomas, bajad del árbol
y dormios para siempre»?
¡Ay, cantor del alma mía!
Tal vez, tal vez muy en breve,
mirándose nuestros ojos,
llenos de dolor se cierren.
32 HONORATO VXZQüEZ.— AMOR DE UN XnGEL
— ¡Pobre paloma extranjera!
¿Por qué al corazón te vienen
tan tristes presentimientos?
No llores. Dime, ¿qué tienes?
— ¡ Ay, no sé! Pero esas nubes,
ese sol que ya se muere,
que estará viendo mis campos,
de los que me encuentro ausente...
¡Ay!, esas blancas estrellas
que en el confín aparecen;
¡ay!, esta calma del viento;
¡ay!, estas flores que duermen;
¡ay!, este río que suena,
no sé por que me entristecen...
—Deja que ese sol se ponga...
— Pero el corazón no puede
dejar tan honda tristeza;
una tristeza que tiene
no sé qué de unos recuerdos,
no sé qué de lo presente,
no sé qué de lo futuro,
que á martirizarme viene...
— ¡Ay! No llores, amor mío;
hay instantes que, aunque breves,
acibaran aun los besos,
marchitan aun los laureles.
Dime, paloma querida:
¿cuántas veces, cuántas veces,
has llorado acongojada
y has inclinado la frente
HONORATO VXZQUEZ.— AMOR DE UN XnOEL 38
en mi pecho, aun al decirme:
«Tuya seré para siempre...»?
Yo también, cantor dichoso,
¡cuántas veces, cuántas veces,
al ensayar en mi lira
mis cantares inocentes,
he bañado con mi llanto
aquellas cuerdas que siempre
han sonado con canciones
tuyas, tuyas solamente!
Canciones para mi Elvira,
¿por qué iban á entristecerme,
hasta verter unas lágrimas
que en lo apacibles parecen
el llanto que ahora tus ojos
fijos en el cielo vierten?...
— ¡Ay, cantor del alma mía!
si de la extranjera quieres
que cese el llanto, te pido
que también de llorar dejes:
¡ahora mismo tus ojos
están con llanto lucientes!...
¡Cuan hermoso es el misterio
del llanto que vierto y viertes!...
Yo no sé de dónde brota...
—Yo sí sé que hay una fuente
entre dos almas que se aman,
como entre los sauces verdes
que prestan sombra á tu huerto
hay un arroyo perenne.
84
HONORATO VXZQUEZ.— AMOR DE UN XnGEL
Elvira, de él se alimentan
los árboles juntamente,
y en él juntos se remiran
cuando los vientos los mueven;
y en lánguido balanceo,
cuando el triste Agosto viene,
confunden las hojas secas
en el agua de la fuente...
— ¡Pobres sauces, cantor mío!
— ¡Pobre quien corazón tiene!
¡Pobre corazón que á otro ama!
¡Pobres de aquellos que sienten
al corazón un vacio,
y buscan, por llenar éste.
HONORATO yXZQüEZ.— AMOB DE UN XnOEL 35
otro corazón tan tierno,
¡tan tierno como el que tienen!
El dolor es la morada
de las almas que se quieren;
al salir de ella, ¡ay, Elvira!,
¡adiós, adiós para siempre!
Pero es dolor que no mata
el que los amantes sienten ;
es dolor de unos recuerdos,
amor mío, bien me entiendes,
de esas tus primeras rosas
y mis primeros claveles...
¡Ay! Como tú me lo dices,
es dolor de lo presente,
mas dolor que no desangra
cuando el corazón nos hiere.
¿Has visto, si en una rama
dos azucenas florecen,
que el viento las junta al paso,
y una contra otra las mueve?
¿No has sentido que al rozarse
embalsaman el ambiente?
Nuestros tiernos corazones
dos azucenas parecen;
ahora que se hallan juntos,
bien sabes lo que sucede...
Es dolor de lo futuro;
¡ay, mi paloma inocente!
tal vez de las azucenas
la una de noche se muere,
S6 HONORATO VXZQÜEZ.— AMOR DE ÜN XNOEL
y la otra queda en la rama...
• —Tal vez, tal vez muy en breve,
mirándose nuestros ojos,
llenos de dolor se cierren...
— ¡Ay! No llores, amor mío;
mira el sol que desfallece;
por allá van los perfumes
de las flores que se mueren...
Al cielo nuestros amores
irán muy tarde ó en breve:
no importa que la azucena
á la otra muerta contemple,
que el sol que le ve con vida
muerta muy pronto ha de verle...
— Óyeme, si antes me muero...
—Pronto á tu lado has de verme,
¡pronto, infortunada Elvira!
—Si tú primero te mueres,
yo he de seguirte... ¡Áy, entonces,
allá, en la mansión celeste,
renacerá el amor nuestro
para siempre, para siempre!
¡Ay! ¡Adiós, hasta los cielos!
Tal vez, tal vez muy en breve,
mirándose, nuestros ojos
al sueño eterno se cierren...
III
LAS CUATRO ROSAS*
«¡Feliz, feliz!», murmurando,
vi que pasaba mi niña,
revolviendo sus miradas
calle arriba, calle arriba.
8S
HONORATO VXZQUEZ.— AMOR DE UN XnGEL
Acerquéme, y, con mis manos,
halagando sus mejillas,
rosas que sólo en botones
el sol marchitado había:
—¿Qué estás mirando así atenta,
le dije, mi bien, mi vida?
Repíteme las palabras
que hace poco proferías.—
HONORATO VXZQUEZ.— AMOR DE UN XnGEL 39
Entonces alzó los ojos
hacia los míos Elvira,
y, bajándolos, de nuevo
se puso á ver calle arriba,
y me dijo entre suspiros:
—Van por allá madre é hija...;
pero yo soy extranjera,
sin hogar y sin familia...—
Y escondiendo entre mis manos
sus macilentas mejillas,
trémulas dejó en mis dedos
dos lágrimas cristalinas:
las enjugó, y, pudorosa,
de mí se alejaba esquiva;
mas la detuve, abrigando
sus manos entre las mías,
y le dije: —No te vayas,
no te vayas, pobre niña;
yo sé que murió tu madre
y que hoy lloras desvalida;
mas, cuéntame: ¿qué te ha dicho
tu madre, mientras Mvía?
— Yo he de morir sin consuelo,
cuando se muera mi Elvira.
—¿Y qué es lo que te ha enseñado?
— Á rezar siempre á María
y á poner en sus altares
tres rosas todos los días:
«La una, por tu padre muerto
le has de ofrecer, me decía;
40
HOWTIATO VXZQUEZ.— AMOR DE UN XnOEL
la segunda, por tu madre;
la tercera, por ti misma.»
Y á cortar voy las tres rosas
del Tomebamba á la orilla.
¡Ay, si tuviera jardines,
qué flores yo le daría!...
—Pues bien: entonces no llores;
tienes madre, niña mía.
HONORATO YXzQUEZ.— AMOR DE UN XnOEL 41
y una madre que te quiere
y te guarda eterna vida.
Atrás, atrás de las nubes, •
muy arriba, más arriba,
allí se encuentra tu Madre
la Santa Virgen María.
¿Sabes? ¡ Ah, le gustan tanto
las plegarias de las niñas,
que de noche, cuando duermen,
baja á besar sus mejillas!
Aduérmete, espera en ella
y no llores, pobre Elvira.
—Pero ¿cómo he de rogarle?
Sólo sé el Ave María.
—Basta esto sólo, pues ella
entiende á todas las niñas
cual tus primeras palabras
antes tu madre entendía;
y agrega cuando termines
tu plegaria, de rodillas:
«Huérfana desventurada,
te pido. Virgen bendita,
que me concedas los dones
que mi madre te pedía.»
Yo estaba del Tomebamba
á la margen florecida,
cuando rayaba la aurora
del sábado que seguía,
y entre los frescos rosales
42
HONORATO VXZQUEZ.— AMOR DE UN XnGEL
apiñados á la orilla,
vi que iba cortando rosas,
. llena de placer, la niña:
ya no estaban macilentas
cual antes vi sus mejillas,
que con las rosas entonces
en arrebol competían.
Al verme se acercó presto,
y, después de una sonrisa,
me dijo:— ¡Qué dulce Madre
la que me has dado en María!...
Desde hoy viviré contenta
sin envidiar á otra hija;
HONORATO yXZQüEZ.— AMOR DE ÜN XkOEL 43
por esto vengo temprano
á llevarle estas rositas.
¿No percibes? ¡Qué fragantes!—
Yo besé las florecillas,
y embriagado de su aroma,
con el alma enternecida:
—Tienes Madre, no la olvides...—
dije, fijando mi vista
en los ojos cristalinos
que ella en los míos ponía;
y enjugué después las turbias
lágrimas de mis pupilas;
y, alargándole mis manos
de temor estremecidas,
mientras temblaba mi pecho,
estreché sus manecitas,
húmedas con el rocío
de las rosas purpurinas.
—¿Y por qué lloras?— me dijo,
mirándome compasiva.
Yo, confuso, respondíle,
bajando presto la vista:
—¿Que lloro yo? No he llorado
jamás en toda mi vida...
¡Esas tus húmedas rosas
me mojaron las mejillas! —
É inclinando mi cabeza,
quise evitar mis pupilas,
mientras ella, de mi lado
alejándose, decía:
44
HONORATO VÁZQUEZ.— AMOR DE UN XnOEL
—¡Adiós! Me voy á la iglesia,
que es hora ya de la Misa.
¡Cuánto, cuánto te agradezco—
añadió la hermosa niña —
que me hayas dado otra Madre
después que perdí la mía!...
Esta rosa en recompensa...
— ¡Gracias! Lleva otra, mi vida,
á la iglesia, con las tuyas,
á que se sequen unidas...
Te pido que no me olvides
si me estás agradecida,
y en vez de tres rosas, lleves
cuatro, desde hoy, á María:
HONORATO VXZQUKZ.— AMOR DE UN XnOEL 45
las dos, por tus padres muertos;
la tercera, por ti misma,
y la cuarta, por el joven
que hoy te besa las mejillas...
Pasó Mayo con sus flores
y con sus brisas parleras,
y Agosto vino trayendo
huracanes y hojas secas.
Alboradas y alboradas,
de mi río en las riberas,
esperaba yo á la niña
que me dio una rosa fresca;
mas en vano la esperaba,
que sin que yo lo supiera...
agonizaba mi Elvira
en una pobre vivienda.
Yo la encontré moribunda,
¡pobre paloma extranjera!
Aún sus ojos me hablaban
con miradas, ¡ay, cuan tiernas!
Nebulosa era la tarde,
y el sol alumbraba apenas
entre la bruma extendida
sobre la lejana sierra.
— ¡Ay, allá... tras esos montes,
allá morirme quisiera!...—
di jome entonces, mirando
el camino de su tierra.
46
HONORATO VXZQUEZ,— AMOR DE UN XnOEL
Y en seguida, hacia mi seno,
doblegando la cabeza:
— Junto á tu corazón muero..,
agregó de dolor llena,
y reclinó sus mejillas,
pálidas como azucenas,
sobre mi agitado pecho
la moribunda extranjera.
Esparcida entre mis labios,
y en su frente macilenta,
en silencio humedecía
mi llanto su cabellera.
HONORATO VÁZQUEZ.— AMOR DE UN XnGEL 47
¡Siento aún entre mis manos
el calor de su cabeza,
y en mi corazón lo amargo
de sus lágrimas postreras!...
¡Pobre niña, al fin, alzando
la mirada turbia y lenta,
miróme y llevó la vista
al camino de su tierra;
luego, á una Virgen hermosa,
ornada con flores secas,
y, después de hondo suspiro,
en mis brazos quedó muerta!.. .
¡Yo amortaje su cadáver,
y yo lo velé en la iglesia,
y yo, al cegar su sepulcro,
y entre aromáticas yerbas,
al dejar la cruz clavada,
planté cuatro ramas frescas
del rosal del cual Elvira
me dio la rosa primera,
y dejé mi amor de niño
enterrado con la muerta!...
¡Señor! ¡Señor! ¡La llevaster!
¡Tu querer bendito sea!
¡Que el ángel suba á los Cielos,
que el hombre quede en la Tierra!...
IV
EFÍMERA
¡Era tan bella, tan pura;
era tan bella la nifia,
con esos ojos azules,
con esas castas sonrisas,
con esas manos criadas
para prenderse en espinas
cuando aliñaban ui^ p?\ino
con las flores de la prilja!
50 HONORATO VXZQUEZ.— AMOR DB UN XnOEL
¡Eras tan tierna, tan pura;
eras tan bella, mi niña,
que ya tus ojos azules,
que ya tus castas sonrisas,
tanta virtud, tanta gracia,
ya se han tornado, mi Elvira,
hoy en tesoro del Cielo
y hambre de mi alma mendiga;
mendiga de unas ternuras,
ay, que nunca fueron mías !
V
AZAHARES
Brisas de mi valle
que estáis revolando
por esa arboleda
de frescos naranjos,
enhiestos arriba
de un viejo tejado,
á orillas del río
y al pie de un barranco,
seguid, seguid fieles
de un árbol á otro árbol
mezclando rumores,
perfumes cambiando.
No importa que falten
esas blancas manos
52 HONORATO VX-^QTJET.— AMOR DE UN XnGEL
que al suelo inclinaban
vuestros verdes ramos,
vertían sus flores
en un cendal blanco ,
y luego ensayaban
gracioso tocado,
al que eran corona
azahares con llanto rociados.
—Mira, así has de verme
un día á tu lado,
del altar delante,
delante el Sagrario;
cuando el SÍ que digas
repita temblando, *
por más que se esfuerce
mi tímido labio ,
cuando allí, en el tomplo,
tu mano y mi mano
sostengan dos cirios
chispeando cercanos;
cuando del incienso
el humo sagrado
ofusque estos ojos,
que tanto lloraron,
y ofusque los tuyos,
que viven buscando
la luz de los míos,
tras soñado nupcial velo blanco.
HONORATO VXZQXJEZ.— AMDR DE UN XnOEL 53
Así se me hablaba
bajo esos naranjos...
\Á.ji dichas que fuisteis!
¡Ay, tiempo pasado!
Un día fui al huerto
llorando, y, llorando,
cortaba azahares,
triste y solitario,
con rosas del río,
con ciprés mezclados,
tejí ramilletes:
¿rocío?... Mi llanto.
Callada moría,
y ya de su labio
no oí más palabras
que el SÍ fatigado
que iba respondiendo
al Símbolo santo
que en nuestra agonía
fieles protestamos:
—¿Crees resuciten
los muertos, y, al cabo,
á una eterna vida
se hallan destinados?
— Sí, creo; sí, creo... —
balbució su labio,
y tiernos sus ojos
y húmedos de llanto,
54 HONORATO VXZQÜEZ.— AMOR DE UN XnOEL
vueltos á los míos,
por fin... se cerraron.
Para su guirnalda,
del mismo naranjo
las últimas flores
arrancó mi mano.
Tendida en las andas
fuese al camposanto,
do junto á su huesa
brotó el incensario
el humo, que al cielo
fué lento volando,
después de extenderse
por sobre el sudario
que el rostro cubría,
¡su rostro adorado,
que vi, en mis delirios
de dicha soñando,
feliz, sonriente,
tras soñado nupcial velo blanco!..
Nupcias de la muerte,
bien solemnizaron
el cirio chispeante
de Elvira en la mano,
el SÍ repetido
creyendo, esperando;
las lánguidas nubes
de incienso sagrado,
las flores postreras
HONORATO VXZQUEZ.— AMOR DE UN XnGEL 55
del tierno naranjo,
blancas cual su yerto
semblante de mármol,
y en él extendido,
como velo postrero, el sudario.
Brisas de ese huerto
de frescos naranjos,
que vais silenciosas
de un árbol á otro árbol,
cual si revolaseis
á Elvira buscando,
llevad vuestro vuelo
allá, al camposanto,
hundido en la pompa
de mis valles patrios.
Si olor de azahares
lleváis, derramadlo
en torno al sepulcro
de Elvira, olvidado:
despertadla luego;
si es polvo, besadlo,
y^ al palva decidle-
cuál vivo esperando,
con alma que mira,
arriba el espacio,
los cielos profundos
de nubes velados,
creyendo ser ellas,
ser ellas, soñando ,
63 '• HONORATO VXZQUEZ.— AMOR DE UN XnGEL
azahares, que van floreciendo
las nubes de paso.
Te busco, te grito,
los vientos reclamo
te lleven mensajes
de mi íntimo llanto.
,¡Te fuiste! Reposas
envuelta en sudario,
azahar de muerte
bajo esos naranjos,
donde yo te lloro,
donde velo en vano,
sino para hallarte
unas nupcias arriba esperando.
VI
ARRULLOS
Ese ciprés que sombrea
la losa de tu sepulcro,
al mecerse con las auras
en misterioso murmurio,
canta á tu sueño postrero
de esperanzas este arrullo:
58 HONORATO YXzQüEZ. — AMOR DE UN XnGEL
«Aguardad, restos inertes,
que el día último del mundo
surgiréis con nueva vida
del vacío del sepulcro;
y claveles y azucenas,
confundidos en un grupo ,
encarnarán nuevamente
esos huesos hoy enjutos;
y la lumbre de los astros
lanzados en lo profundo,
al fracasarse la esfera,
dejará el brillante surco
de sus rayos postrimeros
en los dos huecos obscuros
de ese cráneo en que la araña
enlaza sutiles nudos.
»Volverá el alma á tu cuerpo,
y, en más hermoso conjunto,
rendirás á Dios, Elvira,
de amor inmortal tributo ;
y, gotas que al mar descienden,
todos tus afectos puros,
de aquel amor mezclaránse
en un piélago profundo.
»No..., que ese encanto infinito
á este corazón viudo
que á llorar viene las tardes
contemplando tu sepulcro,
¡oh! no hará que tú le olvides
de Dios ante el trono augusto.
HONORATO TXZQüEZ.— AMOR DE ÜN XnGEL
Dios es padre, y Él te ama,
y no maldijo el profundo
amor que te ha consagrado,
al par de rendirle culto.
»Duerme en esperanza, Elvira,
en el fondo del sepulcro;
yo te cantaré canciones
de las auras al murmurio,
mis canciones aprendidas
de ese corazón viudo
que, en suspiros, sube al cielo,
y, en llanto, viene á este túmulo.
Duerme en amor y esperanza,
duerme, Elvira, en tu sepulcro...»
EL POETA
rESPUÉs que el hombre proscrito
salió del Edén afuera,
quiso Dios darle, cual Padre,
algún alivio á sus penas.
«Dirige, dijo á un arcángel,
raudo tu vuelo á la Tierra,
y dale esta lira al hombre,
formada de cinco cuerdas.
»Si él es grato, que me ensalce
cuando pulse la primera;
si ncí,:^ejé que me adore
muda la naturaleza.
» Cante á ella en la segunda,
que hará coro á sus cadencias,
con lo eterno de los Cielos
y lo fugaz de la Tierra.
MIGUEL MOSENO. — IIL POETA
»De barro, dos corazones,
con una pasión gemela,
hombre y mujer he criado,
de un solo fuego centellas.
»Del amor al suave impulso,
estremézcase otra cuerda,
y continúe perenne
el idilio de Adán y Eva.
»Pues el dolor le acompaña,
va del dolor una cuerda:
cante con ella llorando
sus sobresaltos y penas.
»¡Dios, mundo, afectos, dolores,
todo se olvida en la Tierra!
Y aun de esta lira, gimiendo,
arrancaránse las cuerdas.
»Sólo una quedará intacta,
que algo de inmortal tiene ella:
es la cuerda que al olvido
consagrar debe el poeta.
»¡ Sueños de un día en el mundo,
y aquí realidad eterna!
Dile cante al rey Olvido,
y arranque la última cuerda.»
Miguel MORENO.
LAS TRES AURORAS *
J^VES del Cielo, cuando
llegue la aurora,
trinad y despertadme,
que á esa hora
quiero ir al Dueño amado
á quien mi pecho adora;
y tú, María,
guarda siempre el santuario
del alma mía.»
64 MIGUEL MORENO. — LAS TRES AURORAS
Así cantaba Angelina,
tan virtuosa como bella,
vísperas de la mañana
de su Comunión primera.
Y cuando, tras de los montes,
los rayos del sol clarean,
oyó cantar á las aves
en la vecina arboleda;
y, de blanco tul vestida,
la niña se fué á la iglesia,
ornada la casta frente
con nevadas azucenas.
MIGUEL MORENO.— LAS TRES AURORAS
65
II
«Aves del cielo, cuando
llegue la aurora,
trinad y despertadme,
que á esa hora
iré á ocultarme en donde
mi amante Dueño mora;
y tú, María,
haz que renuncie al mundo
el alma mía.»
65 MIGUEL MORENO. — LAS TRES AURORAS
Otra vez así la niña
cantó, de entusiasmo llena,
antes de confiar al claustro
su virginal inocencia;
y al momento en que la aurora
su manto de oro despliega,
cantaron alborozadas
las aves de primavera;
y Angelina entró en el claustro,
y el ángel de la pureza
besó su frente, y el mundo
tras ella cerró las puertas.
MIGUEL MORENO. — LAS TRES AURORAS
67
III
«Aves del cielo, cuando
llegue la aurora,
trinad y despertadme,
que á esa hora
he de volar adonde
mi amado Dueño mora;
y tú, María,
en tus brazos recibe
al alma mía.»
63 MIGUEL MORENO. — LAS TRES AURORAS
Dijo Angelina una noche,
moribunda y con voz tierna,
tendiendo la vista á lo alto
desde el fondo de una celda.
Y á la hora en que desparece
lejana la última estrella,
dejando alegre la niña
sus despojos en la Tierra,
fué al Cielo, dormida, en alas
del ángel de la inocencia:
y en los brazos de María
despertó de gozo llena.
Miguel MORENO.
ESQUELA DE AMOR
(estilo siglo xvín)
$
^LTiMA te escribo
de mis pobres cartas,
si para amor cortas,
para amistad largas.
Ser cortas dijera,
como son las lágrimas
que se hilan en gotas
en estas pestañas,
donde el alma pone
faena diaria
de lo que ella teje
llorando en su trama;
donde, si lo piensas,
vespertinas auras
harán temblar gotas
que de mí se arrancan.
70 HONORATO VXZQUEZ.— EEQI'EI A DE AKOR
que adentro nacidas
traicioneras se alzan,
y tornar adentro
vanamente ensayan.
Mi vida que pase,
te lleve mis ansias ,-
te rinda lo íntimo
que guardo en el alma;
que te vierta lo último
que mis penas cuajan,
y en gotas de llanto
te moje las plantas!
Honorato VÁZQUEZ.
CONTEMPLA aquí este nido
y mira en él un ave,
un quindecülo tierno,
que ansioso el pico entreabre.
¿Qué dice este esqueleto?
¿Interpretar quién sabe
las tristes peripecias
y todos los contrastes
que guardan de este huérfano
los últimos instantes?...
¡ Tal vez murió de frío,
tal vez murióse de hambre!...
¡Acaso ocurrió, ¡ay, triste!,
que fué su pobre madre
en busca de alimento,
y astutos gavilanes
hicieron presa escasa
en corazón tan grande....
72 MIGUEL MORENO. — ANPE UN NIDO
y el infeliz poUuelo,
en hoiido y espantable
silencio, el que rodea
á un corazón sin madre,
murió, clamando al Cielo
algún socorro en balde!
¡El cómo de este drama
jamás lo sabrá nadie!...
¡Mas, de seguro, ha muerto
cantando la pobre ave,
lo mismo que se mueren
desconocidos vates,
sin otros compañeros
que el ritmo, triste enjambre
de estériles lamentos,
de cánticos y de ayes,
y el corazón, su nido
de amor y de pesares!...
Miguel MORENO.
%N
LA VIRGEN DEL CEMENTERIO
A MI DISTINGUroO MAESTRO Y AMIGO
EL SR. DR. D. LUIS CORDERO
lo, no es el viento que pasa
el que sacude las yerbas
que alfombran del cementerio
la muda extensión desierta;
ni por acaso allí pían
las golondrinas viajeras,
vagando sobre las cruces
en los sepulcros enhiestas;
ni, por alumbrar la noche,
asoman luna y estrellas
74 HONORATO VXZQUEZ. — LA VIBGEN DEL CEMENTERIO
tras las lumbres desvaídas
que en el ocaso se amenguan.
¡Aventar ¿a! y solloza
la campana de la Iglesia;
¡Avemaria! y los vivos,
el alma en los Cielos puesta;
y los muertos, ¡pobres muertos!,
¡Avemaria! f dijeran,
con gemidos de nostalgia
por una esperanza eterna...;
mas su pecho ya no late,
mas está muda su lengua;
y de las plantas brotadas
desde el fondo de la huesa,
palpitación de las tumbas,
ese follaje que tiembla
es la muda Avemaria
de los muertos de la aldea.
No sé lo que por mí pasa
cuando al salir de la iglesia,
con la oración vespertina
bullente aún en mi lengua,
oigo apagados sollozos
entre esas plantas que, yertas,
alzan el tallo á los Cielos,
y, al fin, tristes, lo doblegan,
desengañadas, cautivas
todavía de la Tierra,
resolviendo su amargura
en olor que el aura lleva.
HONORATO VXZQÜEZ. — LA VIRGEN DEL COEMEXTEBIO
75
Estrellas que vais de viaje,
¿qué conversáis con las yerbas,
enredadas con las cruces
de las tumbas de la aldea?
Golondrinas que, pasando,
subís y bajáis inquietas
del cementerio y las nubes,
¿qué buscáis, volando inciertas,
76 HONORATO VXZQUEZ. — LA VIRGEN DEL CEMENTERIO
entre los astros que pasan
y entre los muertos que esperan?
«Soy resurrección y vida»,
dicen unas grandes letras,
en la cruz que el cementerio
misteriosa señorea.
Es que, en medio á la nostalgia
de los Cielos y la Tierra,
va la esperanza viajando,
impalpable mensajera.
¡Avemaria!, los vivos
el alma en el Cielo puesta;
¡Avemaria!, las tumbas
ocultas bajo la yerba;
y María, allá, sus plantas
arriba en la luna llena,
discurriendo silenciosa
entre las mudas estrellas,
que más que estrellas parecen
ojos fijos en la Tierra,
sobre los vivos que olvidan,
sobre los muertos que esperan...
Honorato VÁZQUEZ.
¡RO, RO!
X MERCEDES VICTORIA DE MORENO,
ARRULLOS PARA SU PRIMOGÉNITA
MERCEDES HORTENSIA. MARÍA
4(
J^o^Éy soñé llorando
que alguien venía
á besarme en la boca
mientras dormía;
cuando dormía,
yo vi en sueños la imagen
do mi María.
Fruto de mis entrañas,
si tienes miedo,
de este mundo esconderte
yo sabré lejos;
lejos, muy lejos,
aquí del pecho mío,
adentro, adentro.
78
HONORATO VÁZQUEZ. — i RO, RO!
Más que la luz del día
buscas mis ojos,
como si algo encontrases
allá en su fondo;
allá en su fondo,
absorto en ti mi espíritu,
tiembla de gozo.
HONORATO VXZQUEZ. — ¡RO, RO! 79
Pero soy una mala,
muy mala madre,
que tu sueño, amor mío,
vengo á turbarte.
Por no turbarte,
¡chist!, dándote un besito,
voy á callarme.
¡Hola! No estás dormida...
¿Fué dulce el beso?
Si lo fué, me lo dice
tu labio abierto;
tu labio abierto,
donde el corazón mío
todo lo entierro.
jVaya!... Dormir no puedes,
que de amor loca
ternezas y canciones
mi labio brota;
aunque amor brota,
ven, Ángel de su guarda,
cierra mi boca.
Honorato VÁZQUEZ.
SOMBRAS
üÉ queréis las sombras
de la tarde en mi alma?
—Ponerte en lo obscuro,
pedirte plegarias.
— Mas ¿el sol que nace?...
—Es sol de esperanzas.
— ¿Vosotras?
—Venimos
cuando el sol se apaga,
82 HONORATO VXZQUEZ. — EOMBRAS
cuando todo muere
y, afligida el alma,
nos ve como velos
de cumbres lejanas,
tras las que se sueñan
tierras de una Patria
donde el sol no muere,
donde el sol es lámpara
que alumbra perenne
la vida del alma...
Honorato VÁZQUEZ.
LA ORACIÓN DE LA HUÉRFANA
H, Sianta Virgen bendita ,
Madre de consolación!
Dile á mi madre en el Cielo
que no olvide á su Leonor.
84 HiaUEL MORENO. — LA OBACIÓN DE LA HUÉRFANA
Que los niños están buenos,
limpiecitos, y que hoy
fueron todos á la escuela,
y han dado buena lección.
Cuéntale que padecemos
porque nos falta su amor,
aunque el pan nunca nos falta
por la caridad de Dios.
Dile que las azucenas
que junto al ciprés sembró
florecieron, no la hallaron,
y murieron de dolor.
Que si nosotros vivimos
es por tu consolación,
sola Madre que no mueres,
Santa Madre del Señor.
Dile que Juanito, viendo
el lecho donde murió,
se arrodilla ante él, y canta
con tierna y llorosa voz:
«Aquí se durmió mi madre
la última vez que durmió...;
si quieren que ella despierte,
déjenme ir al panteón.»
Dile, por fln, que no olvide
que, al irse, nos ofreció
volver, y llevarse al Cielo
á estos hijos de su amor.
Miguel MORENO.
EN EL HOGAR
X DAVID SERRANO Y SU ESPOSA, EN SUS CUMPLEAÑOS
Presto, en movimiento vario.,
lo que prendió chispa escasa
enciende, brasa por brasa,
el vacilante incensario.
Y, don de amor y pureza,
el incienso, puesto al fuego,
en breves espiras luego
camino al Cielo endereza.
86 HONORATO VXZQUEZ. — EN EL HOGAR
Amor, fuego cual ninguno,
dicen ser, que Dios bendijo,
cuando, hablando de dos, dijo
que los dos se harían uno.
Llevado de tal idea,
heme dado hoy en pensar
que incensario es el hogar,
y en él vuestra vida humea.
Al Cielo debéis subir
alimentados de amor,
sacrificando en olor
cada instante del vivir.
El incensario, apagado
por la noche ante el altar,
aun así suele guardar
recuerdos de olor pasado.
Tal nuestro incienso ha de ser
que, nuestra existencia muerta,
aun de su memoria yerta
brote el perfume de ayer.
Honorato VÁZQUEZ.
LA VIRGEN DE LA ESCUELA <•>
^üANDO llegué á estudiante,
adoré la gentil sabiduría,
y mi alma adolescente, en la distante
Grecia y en Roma espléndida vivía.
Me abrió la vieja edad su grande escena,
los muros de Ilion, el magno Imperio
de Aquiles y la eterna hermosa Helena
y de Edipo el misterio.
Las rosas su corola
abren al sol, sangrienta;
sangre de Adonis, que en purpúrea ola
en los estambres húmedos revienta.
(1) Inspirada esta hermosa poesía de nuestro amigo el autor en^
los mismos sentimientos de piedad y afecto escolares de los Sábados
ds Mayoy honramos esta colección incluyendo aquí La Virgen de la
Escuela,
88 REMIGCO CRESPO TORAL. — LA VIRGEN DE LA ESCUELA
Se hincha la blanca espuma
como azucena abierta,
y mal velada en la movible bruma
del mar, la diosa del Amor despierta.
Eneas lleva el corazón troyano
al Lacio; bajo rústicos alares,
el gran pueblo romano
el templo eleva de sus dioses Lares.
Y el Mantuano la hazaña
canta de Roma; su esplendor predice,
el arte enseña, y huye á la montaña,
donde el secreto de los campos dice.
Tulio de su elocuencia la cascada
suelta; y coro de alados ruiseñores
os la estrofa de Ovidio, enamorada,
rauda explosión de rimas y colores;
Mientras adusta lira cortesana
Horacio pulsa en vigoroso trino,
celebrando la gloria ciudadana
y el lustre y nombre del honor latino.
Pero aquellas volubles hermosuras,
en la noche sombría,
huyeron en tropel; que, en las alturas,
te alzaste como el sol, ¡Santa María !
REMIGIO CRESPO TORAL. — LA VIRGEN DE LA ESCUELA
Al asomar la luz por el Oriente
eras tú la sonrisa de la aurora;
te saludaba el suelo floreciente
y el vago viento con la mar sonora.
Cuando del monte en la nevada espalda
el sol se hundía entre arreboles rojos,
recibías al sol sobre tu falda
y le dabas la lumbre de tus ojos.
90 REMIGIO CRESPO TORAL. — LA VIRGEN DS LA ESCUELA
Luego, hollando la luna,
surgías de la linde de los mares,
y después encendías una á una
en el espacio estrellas á millares.
De zagala vestida,
presidías la iglesia de la aldea,
y niños y doncellas, en sentida
trova, clamaban: — ¡Que bendita sea!
Y sobre un haz de rosas y de heléchos,
al resplandor de cariñosa vela,
imán de nuestros pechos,
¡nos miraba la Virgen de la Escuela!
¡Trino de rezos! ¡Coro de plegarias!
¡Oh, mística ascensión á las alturas!
Madre, en las luchas del saber diarias
derramabas la miel de tus dulzuras.
De tosca tabla era el altar: al velo
de tu dosel el tiempo los colores
robó... Pero tú amabas como el Cielo
esa mansión de niños y de flores...
Cayó tu altar. El aula, como un nido
sin pájaros, quedó muda y desierta;
y en las ruinas el viento con gemido
canta la dicha muerta.
REMIGIO CRESPO TORAL. — LA VIRGEN DE LA ESCUELA
91
Al camposanto fueron
cuántos de aquel hogar de adolescentes;
y los ensueños místicos huyeron
allá, cual jilguerillos inocentes.
Y hoy en las soledades
huérfana mi alma á lo pasado vuela,
y, náufrago de tantas tempestades,
te amo otra vez, ¡oh. Virgen de la Escuela!
Remigio CRESPO TORAL.
JL^^P
¡POBRE ESCOLAR!
JENUE vapor vespertino,
grupos de niebla fugaz,
que vais lamiendo, lamiendo,
las faldas del Turi, allá;
no lleguéis hasta su cima,
porque me vais á ocultar
esa llama que contemplo
desde la triste ciudad.
¡Ay!, esa lumbre querida
es la lumbre de mi hogar,
encendida por mi madre,
quien comprende que hasta allá
^4 MIGUEL MORENO. — ¡POBRE ESCOLAR!
llegan los ávidos ojos
de su adorado Pascual.
Están allí mis montañas,
mi casita, mi heredad,
mis hermanos, mis palomas,
mi campo, mi carrizal;
y aquí sollozo y me angustio,
desventurado escolar,
en extraña mesa, triste,
comiendo de ajeno pan;
entre libros y maestros,
muriendo en la soledad;
aquí un penetrante frío,
mi hogar encendido allá!...
¡Cuánto, cuánto me consuela
esa lumbre en mi ansiedad!
si hasta parece, ¡Dios mío!,
que escucho el chisporrotear
de las retamas que crujen
y revientan, cual si acá
quisieran calor eaviarle
al pequeñuelo Pascual.
¡Cómo alumbra! Si parece
que miro en mi soledad
congregados á los míos
en derredor del hogar!
¡Calentaos, calentaos,
hermanos míos, allá!...
¡Cuánto frío, qué tristeza,
<5uán lóbrega obscuridad,
MIGUEL MORENO. — ¡POBRE ESCOLAR !
en la estancia y en el alma
del pobrecito escolar!
¡Oh, blanca niebla! Esa lumbre
no me escondas, por piedad,
porque me muero de frío,
sin luz, sin amor, sin pan!...
¡Señor Cura, señor Cura,
poned una escuela allá,
y no se arranque á los hijos
del regazo maternal!
Miguel MORENO.
Crié una paloma hermosa,
mi esperanza y mi ilusión;
mas ella huyó, veleidosa...
¡Ay, paloma!... ¡Ay, corazdnL.
^ ALOMiTA de mi huerto,
de ojos de dulce mirar,
¿conque es cierto, conque es cierto,
que huíste del palomar?...
93 MICUEL MORENO. — CANTARES DE ELINA
Yo formé del pecho mío
un nido para ti fiel;
y ahora lo dejas vacío:
palomita, ¡eres muy cruel!
¡Quién me diera, en mi tormento,
arrancar del corazón
tu imagen ó el sentimiento
de esta horrible decepción!...
Aprende: esas dos palomas...
van juntas en pos de ti ,
y aunque traspasan las lomas,
juntas vuelven hacia mí...
Y me dicen: —¿Hasta cuándo
te ha prometido volver?... —
Y les contesto llorando:
—¡Mañana, al amanecer!...
Y de mañana en mañana
va creciendo mi dolor,
y con él, ¡suerte inhumana!,
¡también se aumenta mi amor!
Vuelve, palomita ausente;
mi pecho es tu palomar;
¡como supe amar ardiente,
así sé yo perdonar!...
MIGUEL MORENO.— CANTARES DE ELINA 99
¡Ay! ¿Por qué das al olvido
que te ofrecí con amor,
para que tejas tu nido,
rosas y malvas de olor?
Como un inocente niño,
cuanto tuve te ofrecí;
aun de mi madre el cariño
lo sustraje para ti...
Si al nacer hubieras dado
á la tierra tus despojos,
no te habrían visto ni amado
mi corazón y mis ojos.
Mas creció en el pecho mío,
al par que tú, mi pasión;
ahora lloro mi desvío,
jAy, paloma! ¡Ay, corazón!...
¡Vuelve, palomita ausente;
mi pecho es tu palomar!
¡Como supe amar ardiente,
así sé yo perdonar!...
Vuelve, vuelve, te lo ruego
por nuestro soñado edén,
por mi amor ardiente y ciego,
j por el tuyo también.
100 MIGUEL MORENO. — CANTARES DE ELINA
Mas ya no tendrán su día
tanto amor, tanta ilusión.
¡Adiós, esperanza mía!...
¡Queda muerto el corazón !...
Miguel MORENO.
uiÉN es aquel que tétrico
y solitario vive
cu las riberas áridas
de ese desierto marj
y que con mano trémula
sol) re la areiiíi escribe?
¿Por qué le miro pálido
alguna vez llorar '-Í
—Es él, poeta lírico
de corazón ardiente,
que sueña con las sílfides
y vive del amor;
y un día y otro inspírase
en su castalia fuente:
la fuente de las lágrimas,
la fuente del dolor.
Miguel MORENO.
LA NIÑA Y EL ESORffiANILLO "
íi
fí^scRiBANiLLO, di, ¿qué
escribes sobre las aguas?
— ¡Ay, niña, estoy dando fe
del juramento que acaba
(*) Pequeño insecto del género de los hidrófilos. Llámaselo escríbor-
nillo, escribano, porque recorre rápidamente sobre la superficie del
agua trazando rasgop.
10 A MIGUEL MORENO. — LA NiSfA Y EL ESGRIBANILLO
de hacerte el joven que aquí,
te espera tarde y mañana!
— ¿Es posible? Pero allí
yo no veo escrito nada.
—Así no verás, Leonor,
que él te cumpla su palabra;
pues las promesas de amor,
¡son cual firmas en el agua!
Miguel MORENO.
POBRES FLORES!
1^ NA madreselva umbría,
primor del jardín de Laura,
amaneció de repente
marchita y vertiendo lágrimas.
Y es que á la sombra de aquélla,
y en esa misma mañana,
le hizo un falso juramento
infiel prometido á Laura.
¡Pobre planta, pobre niña,
pobres flores de su alma!!...
Miguel MORENO.
{RÉBiüLO el sol se hundía
tras las montañas,
mientras de un triste sauce
entre las ramas;
dentro las ramas,
una torcaz oculta
sola arrullaba.
Entre el tenue follaje,
casi en secreto,
mansamente corría
remiso el viento:
tan triste el viento,
que no rumor, sollozos
eran sus ecos.
108 HONORATO VXZQÜKZ.--EL YABAYÍ
Y plumas de los nidos
con hojas secas,
á su vuelo cayendo
iban dispersas;
iban dispersas
arrastrándose luego
sobre la arena.
Tan leve como el viento
que entre los sauces
gime al venir la noche
vagando errante,
triste y errante,
entre nidos deshechos,
plumas fugaces;
Tal de tus armonías
las notas vagan
en incierto revuelo
dentro del alma,
dentro del alma;
sepulcro donde yacen
dichas pasadas.
Recuerdos son tus quejas
de aquellas horas
que en la niñez pasaron
bellas y cortas;
¡ay. Dios, cuan cortas,
en el hogar oyendo
tus dulces notas!
HONORATO ViCZQUKZ.— EL YARAVÍ 109
Y allá, bajo otro cielo,
¡cuan triste y dulce,
es entonar tus ayes
viendo las cumbres,
lejanas cumbres
que del paterno campo
al cielo suben!
Lejos del hogar nuestro,
sólo tenemos
de él las dulces notas
que, al son del viento,
y con el viento,
años atrás cantamos
en nuestro huerto.
Cuan tierno es á tus voces
sentir rodando
por nuestra faz marchita
gotas de llanto,
íntimo llanto
por las prendas del alma
que allá dejamos.
¡Oh, qué triste, es entonces
decir: —Mi casa,
¿cómo estará? Mi madre
y mis hermanas,
¡pobres hermanas!,
¿cantarán lo que canto?
¡Ay, dulce patria!
lio
HONORATO VXZQUEZ.— EL YARAVÍ
¡Quién me diera, Dios mío,
por un instante,
como la golondrina,
sólo una tarde,
sólo una tarde
volar á cantar triste
junto á mis padres! —
Á las faldas de un monte
hay una aldea,
y allí, entre capulíes,
blanca una iglesia,
y tras la iglesia,
la cruz de un cementerio
sobre la yerba.
HONORATO VXZQUEZ. — EL YARAVÍ 111
Á un tierno pastorcito
oí una tarde,
clamando ante un sepulcro:
«Querida madre,
óyeme madre,
si sólo estás dormida,
despierta, es tarde.»
Después, sentóse triste
bajo de un árbol,
y un rondador del seno
sacó, y llorando,
su mal llorando
el rondador campestre
llevó á los labios.
Tocó un yaraví, de esos
que antes cantaba
con la madre: inocente,
tal vez pensaba,
tal vez pensaba
con sus lúgubres sones
resucitarla.
No S3 si ha respondido
la muerta madre,
mas desde entonces baja
todas las tardes,
todas las tardes
al cementerio el hijo
con sus cantares.
112 HONORATO VXZQUEZ.— EL YARAVÍ
Ya al son de la vihuela,
ya al de la flauta,
del rondador campestre
dentro las cañas,
dentro las cañas
donde con el aliento
se vierte el alma;
Yaraví de mis campos,
voz de la pena,
que con el dolor mismo
dolor consuelas,
si así consuelas,
yaraví de mis campos,
¡bendito seas!
Honorato VÁZQUEZ.
ECOS DE ULTRATUMBA
^Y, pobres de esos pobres
esposos prometidos!
Dios haga sean siempre
tan pobres como hoy;
que entonces, aunque humilde,
oculto entre rosales,
aguárdales hermoso
el nido de su amor.
Seis meses,
dos años,
un lustro
después,
respondan
los novios,
¿qué es de ella?
¿qué es de él?...
114 MIGUEL MORENO.-- ECOS DE ULTRATUMBA
— Á mí me ha heeíio el oro
infiel y desgraciada:
esposa de otro, vivo
sin fe, sin corazón!...
— Y yo, de entonces, duermo
feliz en esta tumba,
¡que aquí tienen los pobres
el lecho de su amor!...
Miguel MORENO.
NO PUEDO AMARTE
ÓSCAR Y EUSA
)R QUÉ al verme, pobre Elisa,
amargo llanto derramas?
— Porque el corazón me avisa
¡que no me amas, que no me amas!.
— Oye, paloma inocente,
llorando contarte quiero
la historia tierna y doliente
de mi triste amor primero.
Dos lustros há, cuando niño,
á una niña amaba yo;
correspondió á mi cariño,
la pobrecita me amó.
116 MIGUEL MORENO. -T-]^0 PUEDO AMARTE
Iban su amor y ternura
creciendo de día en día;
te diré, con amargura,
cómo me correspondía:
Al principio coloreando,
poco después sonriendo,
luego amorosa mirando,
y, al fin, mi mano oprimiendo.
Mas vino la muerte un día;
y escucha lo que pasó,
cuando, cercándola impía,
de mis brazos la arrancó.
Tomando su mano helada,
no amar á otra le juré,
y dije: «Junto á mi amada,
corazón, te enterraré!...»
Y ella, en su dolor profundo,
«Si me olvidas, dijo, espero
que muera tu amor segundo,
como muere tu primero!»
Y así, mi seno buscando,
como si sintiese frío,
me abrazó y, agonizando,
murió sobre el pecho mío!...
MIGUEL MORENO. — NO PUEDO AMARTE
117
Hoy yace en la desolada
tumba de mi corazón,
esa prenda idolatrada
de mi primera pasión.
Por esto te ruego, hermosa,
no me mires, ni te ostentes
con faz teñida de rosa,
con ojos tan elocuentes.
Pues al verte coloreando,
temo verte sonriendo,
¡más tarde, enferma llorando,
y entre mis brazos muriendo!..
118 MIGUEL MORENO. — NO PUEDO AMARTE
¡Ay, no llores, huye, olvida!
Si unes tu suerte á mi suerte,
al buscar en mí la vida,
habrás de encontrar la muerte.
Mas si te hiere el desdén
con que te miro insensible,
toma mi vida más bien,
pero mi amor, imposible...
Y deja que, en mi quebranto,
de esa pasión los despojos
humedezca con el llanto
que van vertiendo mis ojos.
— ¿Por una muerta pasión
tan triste llanto derramas?...
Bien me dijo el corazón
¡que no me amas, que no me amas!..
Miguel MORENO.
MORENIOA DEL ROSARIO
JELoRENiGA, mi vecina,
morenica del Rosario,
que habedes vuesa morada
cabe la del desterrado,
desde el Rímac os envío
recordaciones é planto.
Yo non os puedo olvidare,
fuera faceros agravio:
120 HONORATO yXzQüEZ.— MORENICA DEL ROSARIO
VOS lo mirados adentro
del mi coraron cuitado,
que ha tiempo es vueso cautivo
que, su latir concertando,
te fas música contina
maguer con sueños de planto.
Falagueras recordangas
vienen en discurso manso
que en honda malinconía
dexan mi ánimo lazdrado.
En imagines me llegan
vueso talante gallardo,
vuesos ojos fabladores,
vuesos sonriyentes labios,
vuesos lindos piececicos
en la luna descansados,
é tantas, tantas candelas
que os estarán alumbrando,
sinon que hi faltará una,
la del pobre desterrado.
Si lueñe de vuesa casa
vivo della remembrando,
non me mengüen las mercedes
que fas llover vuesa mano;
é se á mí me las negades
en merescido al pecado,
non lasTieguéis á mis deudos
que -por mí vos facen cargos.
Asaz de duelo hanme fecho
como si oviese finado.
HONORATO VXZQUEZ. — MOKENICA DEL ROSARIO 121
cuando en balde me apellidan
ó me buscan por mi cuarto,
é, non trovándome, al cielo
ponen la voz de su planto.
Con sed é fambre obsequiadme
ó con amargor al labio,
pero en trueque consoledes
á los que penan atante.
Decildes que den á olvido
á quien mi mal ha causado,
sinon para bendecirlo,
sinon para perdonarlo,
maguer para bendiciones
átales tiemble la mano.
Decildes que el tiempo vuela,
ó que me apresten los bragos,
á do de tornarme tengo,
bien dichoso, bien lazdrado;
é por darles confldanga,
prometed que vuesa mano,
á quien colman con las flores
que antes ove coltivado,
prometeldes que hacia Cuenca
enderegará mis pasos.
É fasta el dichoso día
de avistar el campanario
de vuesa eglesia, vecina
á la cas del desterrado,
siempre os algaré en ofrenda
mis sospiros cotidianos:
122 HONORATO VXZQÜEZ.— MORBNICA DEL ROSARIO
como quier soy vueso fijo,
ó como quier ansí os amo.
Ya, pues, de vuesa campana
en el tannido diario
non oigades al metale
con el golpe retumbando,
sinon decí: — Son clamorse
del mi fijo desterrado,
que aun desde tan lejas tierras
me dice: «Sennora, os amo»;
é porque os guardo temega,
Morenica del Rosario,
desde el Rímac os envío
recordaciones é planto.
Honorato VÁZQUEZ.
Lima, Enero de 1882.
LA VIRGEN DEL ElO
fl»ORQUE vives adentro
de ese molino,
porque te quiero tanto,
Virgen del Río,
Virgen bendita,
perdona si te llamo
MoUnerita.
124 MIGUEL MORENO. — LA VIRGEN DEL RÍO
¡ Ay! ¡Si como otro tiempo
gozar pudiera
de tus Misas de Niño
de Nochebuena!
¡Ah, Madre amante,
si á tu lado estuviera,
sólo un instante!
Entonces te diría
mi honda nostalgia,
y en un ramo de flores
te consagrara
mis desventuras,
mi amor y mis ardientes
lágrimas puras.
Mas, ¡ay!, ya tanto tiempo
que en balde vivo
ansiando tus alegres
Misas de Niño,
cuando favores
te imploraba yo, en cambio
de humildes flores.
En vano, Madre mía;
porque á mi patria
cada vez la contemplo
á más distancia;
y año tras año
mis lágrimas se mezclan
con pan extraño.
MIGUEL MORBNO.— LA YIBOEN DEL RfO 125
Porque desde yo niño
te quiero tanto,
porque me tienes lejos
del suelo patrio,
y por él lloro
y, abrumado de penas,
mi mal deploro;
Y como donde vives
se muele trigo,
puñaditos de penas
de aquí te envío.
¡Virgen bendita,
se, pues, de mis dolores
Molinerita!
Miguel MORENO.
DOS TUMBAS
^UAL yo entonando fúnebres
cantares de dolor,
llorando por su patria
y ausente como yo,
sus amarguras íntimas
Cantaba un r\jiseñor,
que ayer á una flor candida,
á una magnolia vio,
y eterno amor solícitos
juráronse los dos...
Míis, ¡ay!, la flor purísima
quemóse con el sol,
y el ruiseñor doliente
sin vida quedóse hoy.
¡Cuan bien y á tiempo júntanse
la muerte y el dolor!...
128
MIGUEL MOREKO.— DOS TT3MBAS
¡Si acaso cae exánime
la niña que amo yo,
cavad grande la tumba,
cavad para los dos!...
Miguel MORENO.
LA FLOR DE LA DICHA
J^roDEADO de retamas
y carrizales
y rico de verdura,
se ostenta un valle,
do el alba perlas
prodiga, y lindas flores
la primavera.
180 MIGUEL MORENO.— LA FLOR DE LA DICHA
Allí medra una planta
de cuya hojas
roba el ligero ambiente
gratos aromas;
y que florece,
dicen las jardineras,
muy pocas veces.
¡He visto á muchas niñas
en ese valle,
con afán esas flores
buscar de tarde,
porque decían
que ellas presagian siempre
no sé qué dichas!...
Y luego tornar tristes,
pues que no se halla,
sino de vez en cuando,
flor tan deseada.
¡Quién les dijera:
«La flor de la ventura
no es de la tierra!»
¿Por qué es que no florece
tan bella planta?
Oigamos lo que cuentan
de ellas las auras.
Niñas traviesas,
que ambicionáis sus flores,
oídme atentas.
MIGUEL MORENO. — LA FLOR DE LA DICHA ISl
La triste planta, dicen,
miró marchita
á otra su compañera,
siempre florida,
y, acongojada,
le preguntó el motivo
de tal desgracia.
Y tristemente aquélla
respondió entonces:
«Mostróme engalanada
con bellas flores,
y gocé un tiempo,
mas pronto me cercaron
viles insectos.
«Clamé, pero mis ayes
desoyó el Cielo,
y al florecer, marchita,
me inclino y muero.
Guarda que mueras
apenas te engalanes,
¡no, no florezcas!»
La planta escuchó triste
lo que le dijo
aquélla, desgraciada
por sus hechizos;
de entonces teme
mostrarse seductora,
y no florece.
132 MIGUEL MOKEKC— LA FLOR DE lA DICHA
II
Imagen eres, bella
planta sin flores,
de un corazón que vive
sin ilusiones,
y al que ni un día
le asaltan las congojas
que amor prodiga.
¡Oh, niñas, que sus flores
buscáis en balde!
¿Queréis ser venturosas?...
Pues imitadle:
por su modestia,
esa planta se llama
la yerhahtiena.
Miguel MORENO.
EL INCIENSO Y LA ALHUCEMA
ÍSTE mundo es un mercado
en donde juntos se expenden
el incienso y la alhucema,
las penas y los placeres.
134 MiaUEL MORENO. — EL INCIENSO Y LA ALHUCENA
—Mi vecina, veciiiita,
pasa á la tienda de enfrente,
compra incienso y quema luego,
que ya el Santísimo viene.
¡Pobre de mí! ¡Que mi madre
se me muere, se me muere!
¡Ay, qué sones tan funestos
esa campanilla tiene!
— Yo no puedo, señorita,
yo no puedo detenerme:
mi madre da á luz un niño
y, con presteza y alegre.
Me dice: «Compra alhucema,
allá en la tienda de enfrente;
acércame acá el brasero;
quémala, quémala breve.»
II
El incienso y la alhucema
¡qué bien huelen! ¡qué bien huelen!
Aquél á un huésped que parte,
y la otra á un huésped que viene.
MIGUEL MORENO. — EL INCIENSO Y LA ALHUCENA
185
¡Ay! ¡Qué suerte tan distinta
aquellas dos niñas tienen:
la una con cara de pascua,
la otra que ya se muere!
Rosa, con ojos saltones,
chispeantes, vivos, alegres,
y Ana, con ojos hundidos,
apagados y dolientes;
138 MIGUEL MORENO. — EL INCIENSO T L\ ALHUCENA
La una que huele á alhucema
y á un hermanito que viene,
y la otra que huele á tumba,
y á una madre que se muere.
III
—Bate palmas, ¡gloria al Cielo!
¡Llega el huésped! ¡Llegó el huésped!.
— ¡Ay! ¡Ya se murió mi madre!
¡Di que doblen y me entierren!
¿Y no es el mundo mercado,
en donde juntos se expenden
el incienso y la alhucema,
las penas y los placeres?
Miguel MORENO.
Á MARÍA*
[rémulo el labio, la mirada triste,
vengo á tus plantas, celestial Señora.
¡Ay de aquel pecho que el dolor embiste!
¡Ay del que llora!
138 JULIO MATOVELLE. — X MARÍA
Madre amorosa del que gime y pena
sobre las zarzas de este rudo suelo,
cúrale á mi alma, de pesares llena,
calma mi duelo.
Darte quisiera, Madre amada, cuanto
brilla en la tierra: seda, perlas, oro;
pero, ¡ay!, no ignoras, que el amargo llanto
es mi tesoro.
Quien ha gustado la mundana dicha,
pisa las pompas, como impuro lodo;
humo es la ciencia, y el placer desdicha:
mentira todo.
Rico en blasones, adalid valiente,
goces falaces con afán pregona,
mientras le rasga la orgullosa frente
áurea corona.
Madre, tú sabes la terrible historia
que esquivo guarda mi llagado pecho:
goces y dichas, ilusiones, gloria,
todo deshecho.
Pérfido el mundo por subido precio,
lloro y hiél brinda con fingido halago.
¡Mísero y triste del que incauto y necio
liba ese trago!
Siempre que el siglo con un haz de abrojos
hiere mi pecho con desdén impío.
JULIO MATOVELLK. — X MARÍA 1S9
vienen á hablarte mis dolientes ojos,
¡dulce Bien mío!
Himno es tu nombre, que al mortal recrea,
mirra, que aromas del Edén exhala;
tu nombre, al labio, como miel hiblea,
cura y regala.
Cuando del mundo la maldad me abruma,
corro á tus plantas á buscar contento,
porque tú acoges esta leve pluma,
juego del viento.
Tu vista sola, con sublime encanto,
sana del vicio la mortal herida.
¡Sola tú enjugas nuestro acerbo llanto,
Madre querida!
Calandria triste, por la carne presa,
gime, entre redes, abatida mi alma;
líbrame pronto de esta vil pavesa,
dame la calma.
Lumbre indecisa, solitaria, vierte
trémula estrella tras las nubes pardas.
¿Eres tú. Madre?... Peno yo por verte.
¡ Ay! ¿Por qué tardas?
Julio MATOVELLE.
r
EL NOMBRE DE MARÍA
. PORMANZONI*
(Traducción del italiano.)
►ALLADA, un día, por ignoto monte,
de un nazareno obrero iba la esposa,
á la feliz vivienda de una anciana
por concebir dichosa.
142 HONORATO VÁZQUEZ.— EL NOMBRE DE HARÍA
Y á la huéspeda «¡salve!» repitiendo,
que reverente honróla en su morada,
á Dios loando, dijo: «El mundo todo
me dirá bienhadada. »
¡Oh! ¡Con cuánto desdén oído hubiera
la edad soberbia el antever lejano!
¡Oh, torpe juicio! ¡Oh, previsión mentida
del pobre intento humano!
Testigos somos que á tu voz. Señora,
la voz del porvenir sonó obediente,
nosotros del amor hijos, nacidos
en celestial ambiente.
Nosotros, ¡oh, María, bien sabemos
que la voz de la antigua profecía
el Dios que en ti la puso, oyó: ¡solemne
es tu nombre, María!
Para nosotros. Madre, cómo suena
tu nombre: ¡Salve! ¡salve bienhadada!
¿De Adán la prole á comparar un nombre
al tuyo será osada?
¡Oh, feliz en tu Dios! ¿Edad alguna
tu nombre ahogó en su labio? ¿Cuándo, cuándo
del padre no oyó el hijo? ¿El monte, el agua
de continuo escuchando
HONORATO VXZQUEZ. — EL NOMBRE DE MARÍA 148
Hasta hoy no lo están? No el mundo antiguo
sólo aras, templos para ti levanta;
que el mundo por Colón adivinado
también tus glorias canta.
¿En qué desierto, allende de qué mares
de tan bárbaro nombre flor se siega,
que de tu altar en las benditas aras
vida y olor no entrega?
¡Oh, Virgen! ¡Oh, Señora! ¡Oh, toda Santa!
¡Cuan bellos nombres dlóte el labio humano!
¡ Cuántos pueblos soberbios alardean
de estar bajo tu mano!
Á ti al nacer, á ti al morir el día,
y cuando del zenit su luz reparte,
saluda el bronce, y el mortal su labio
despliega para honrarte.
Y en el temblor de nocturnal vigilia
te nombra el ternezuelo, y á ti clama
trémulo el navegante, al arreciado
furor del mar que brama.
La púdica doncella, en tu real seno
su llanto, que alguien despreció, lo vierte;
y á ti expone su afán, afán, cual su alma,
exento de la muerte;
144 HONORATO VXZQÜKZ. — EL NOMBRE DE MARÍA
Á ti que el ruego y el gemido escuchas,
no cual el mundo que aquilata el lloro;
á ti, que igual la lágrima contemplas
en arcilla ó en oro.
Tú también, ¡oh, feliz!, lloraste un día,
y á tu llanto jamás vendrá el olvido;
aun todo labio cuéntalo, en la senda
de siglos que han corrido.
Aun todo labio cuéntalo, y se llora
doquiera con tu llanto; no ha pasado
tu gozo para el mundo, que en él goza
cual de hoy alborozado.
¡Aun hoy tanto debía ser loada
de Dios la Madre con la voz primera!
¡Tanto de Heber á la doncella pura,
á Dios honrar pluguiera!
¡Oh, prole de Israel! ¡Oh, derrocada
¡Oh, por la ira de Dios doquier batida!
¿Esta, nuestro blasón, no fué en tu suelo
donde brotó á la vida?
¿Del tronco de David no es ramo? En ella
fijos los hondos ojos del profeta,
sobre Satán miraron el trofeo
de victoria completa.
HONORATO YXzQUEZ* — EL NOMBRE DE MARÍA
145
¡Oh! Conocido, al fin, su excelso nombre
invocadlo: «¡Oh, placer del afligido!
¡ínclita como el Sol! ¡Terrible como
real apercibido!»
Honorato VÁZQUEZ.
JC HONORATO VÁZQUEZ
[UÉ de cantos se principian
para no ser terminados,
porque se entristece el alma
y el corazón desmayado
las alas pliega, cual madre
que agotó todo su llanto!
Tú lo entiendes, lo has sentido ,
y dices muy bien, hermano:
148 MIGUEL MORENO. — CANTOS NO ACABADOS
« Son como telas de araña
esos inconclusos cantos.»
He visto á ese insecto humilde
comenzar con entusiasmo,
la red que darle podría
el sustento y el descanso,
y he visto luego á una mosca
venir y pasar volando,
y echar por tierra á la obrera
con su esperanza y trabajo.
Así nacen y así mueren
los pobres cantos de un bardo...
También una tela urdimos
con nuestros sueños dorados,
y en largas horas de insomnio
pasa la mente escuchando
los ritmos y las cadencias
de un canto, ¡qué hermoso canto!
Pero viene la alborada,
y anhelosos despertamos,
ansiando vuelvan los sones
de ese cántico soñado...
—Repite, ¡oh, ardiente musa!,
los sublimes arrebatos
y las pausas deliciosas
y los sollozos ahogados...
y por la cláusula ardiente
del idioma soberano,
sepa el mundo lo que sueño,
sepa el mundo lo que canto...
MIGUEL MORENO.— CANTOS NO ACABADOS 149
Y ¡nada!, nada, ¡Dios mío!,
tan sólo silencio amargo
del corazón casi muerto
en el lúgubre santuario.
Y, como moscas errantes,
llegan fúnebres zumbando
algunos recuerdos tristes
que revuelan solitarios
al rededor del cadáver
de algún amor olvidado...
Ya de una esperanza muerta,
se ve el sepulcro lejano;
ya los restos de un afecto
que en la alma se están velando...
¡Ay! El corazón entonces,
lo sabes muy bien, hermano,
¡cuánta sangre en vano vierte,
cuánto lucha, gime cuánto !
Y ¿al fin?... Al fin sólo queda,
en medio de un fondo blanco,
algún título pomposo,
renglones medio borrados,
caminos por donde ha ido
el corazón como á saltos:
quizá una lágrima tierna,
gota de hiél ó de bálsamo
con que ungimos piadosos
las cenizas del pasado...
jSe descubre en esas líneas
una herida que hace años
150 MIGUEL MORENO. — CANTOS NO ACABADOS
se cerró, y á cuya vista
huye el alma con espanto!
¡Se escucha el eco perdido
de un tiempo hermoso y lejano,
se escucha ardiente reproche
á un sor que está perdonado!
¡Fugaces telas de araña,
pobres cantos, tristes cantos,
tesoro que los poetas
tienen en su alma guardado;
niños que en el vientre mueren
de sus madres; cuánto, cuánto
de dolor tra^n al pecho
y á los ojos lloro amargo!...
Esos cantos de otro tiempo
acaba, dices. ¡Hermano,
pide también que á la vida
vuelvan los sueños pasados;
que se recoja de nuevo
todo el llanto derramado,
que se fundan, que se junten
del corazón los pedazos!...
Miguel MORENO.
UN PÉTALO DE ROSA *
Á MI QUERIDA MADRE
'lERTA mañana límpida y serena,
de un bullidor arroyo á las orillas
vi un erguido rosal que sustentaba
un racimo de rosas purpurinas.
Por la tarde volví, y hasta las hojas
el airoso rosal perdido había,
152 MIGUEL MORENO. — UN PÉTALO DE R03A
pues furioso aquilón toda su gala
le arrancó destructor en su partida,
y un pétalo no más de aquellas rosas
enclavado dejóle en una espina.
II
Cuando en mis horas de mortal quebranto
nada digno de amor hallo en la vida,
y al corazón le siento moribundo
entre sangrientas y ásperas espinas,
entonces, madre, compasiva vienes
y con tu llanto curas mis heridas.
Y cuandatodo me abandona instable,
sólo me quedas tú, madre querida,
oculta de mi pecho en lo más hondo
y enclavada, amorosa, á mis espinas.
Miguel MORENO.
¡NO LAS MIRESt..
Á ERNESTO
kYly no mires á las niñas,
á las niñas inocentes,
con miradas que revelan
un afecto que no siente
tu corazón, hace tiempo
cautivo ya de otras redes;
154 MIGUEL MORENO. — ¡NO LAS MIRES !...
ni las sigas con los ojos,
ni cuando tras ti las dejes,
para mirarlas de nuevo,
te revuelvas, porque teme
que sus curiosas miradas
con tus miradas se encuentren
y entre el gozo de ser vistas
y el rubor que las enciende,
mancilles sus corazones,
sencillos como inocentes.
¡No las mires!, pues las niñas
acarician un perenne
ideal color de rosa,
con el que en su pecho sienten
no se qué anhelos sin nombre,
suspiran y se entristecen;
ideal cSn el que sueñan
desconocidos placeres,
ideal que encontrar piensan
tras el cristal de las fuentes,
ó al través de la arboleda
que ilumina el sol poniente;
ya en esos rojos celajes
con que el alba se embellece;
ya en los nidos, ya en las flores,
y en todo cuanto conmueve
su corazón, ambicioso
de un algo que no comprenden.
¡Pobres niñas, pobres niñas!
sin duda por eso, alegres
MiaUEL MORENO. — ¡NO LAS MIRES !...
155
siembran flores, crían aves,
y ruborosas inquieren
por el nombre de ese joven
que, al ir por su calle, siempre
las saluda, las remira,
se sonríe y se revuelve
de allá lejos, de la esquina,
en donde airoso se pierde,
robándoles con los ojos
esa paz que á su edad sienten.
156 MIGUEL MORENO.— ¡NO LAS MIRES !...
Desde entonces, pobrecillas,
se desvelan, se entristecen,
y en íntimas confidencias,
se dicen tímidamente:
—¿Por qué me mira ese joven?.,
y por qué yo siento al verle
un algo que me atormenta,
me ruboriza y conmueve?...
¿Quién es él, corazón mío?...
Cuéntame por qué le temes,
por qué cuando no le miras
quisieras con ansia verle,
y, si le ves, al momento
tembloroso te arrepientes,
y si se va sientes pena,
suspiras y desfalleces?...
Y tú que así me interesas,
pues tu vista me conmueve,
joven de mirada amable,
¿quién eres, dime, quién eres?
¿Por qué misterioso arcano ,
al mirarnos de repente,
mientras yo me ruborizo,
tú, temblando, palideces?
¿Por qué haces que solitaria,
con tristeza te recuerde,
y venga tu hermosa imagen
á turbar mi sueño siempre?...
¡Ay, de ese constante anhelo
que, sin combatir, me vence.
MIOÜEL MORENO.— ¡NO LAS MIKES!... 157
que no quisiera sentirle,
que no quisiera perderle!
¡Ay de mi paz de otros días!
¡Ay de mi inquietud presente!
¡Ay de la amarga congoja
de mi madre si la advierte! —
n
¿Escuchas, amigo Ernesto,
cuál se quejan tristemente
las desventuradas niñas
á quienes amor las hiere?
¿Y piensas cuál lamentara
esa niña, si supiese,
que, sin amarla, tan sólo
la estás asechando, aleve?
Y ¿qué harás, cuando algún día
apasionada te niegue
realices las ilusiones
que le ofrecieron infieles
esos ojos expresivos
con que tu audacia le miente?
¡Ay!, no las mires, Ernesto,
pues si im día te arrepientes,
¿cómo apartarás sus ojos
de los tuyos?, pues entiende
que en un corazón sensible
no se apagan, nunca mueren.
158 MIGUEL MORENO. — ¡NO LAS MIRES !.^
ilusiones y esperanzas
que el primer amor enciende;
y si viene el desengaño,
al recuerdo languidece
de una historia que desecha,
aunque olvidarla no puede.
¡Ay, no las mires!, prefiero
que la luz el sol te niegue,
antes que á esos corazones
incautos les tiendas redes,
en las que, amores soñando,
presto caen, presto mueren.
¡Oh, por Dios! , nunca las mires,
pues las niñas inocentes
son como mansas palomas
que, en torno á la Virgen, suelen
congregarse y su alma pura
aleteando ofrecerle.
Pero tal vez si alevoso
ese palomar sorprendes,
y á una tímida paloma
la ahuyentas y cruel la hieres,
entonces, ¡ay, pobre Ernesto
tiembla las iras celestes
y los celos de aquella otra
niña, á quien de veras quieres,
que, ¡ay de ti!, saldrá llorando
de tu pecho para siempre...
Miguel MORENO.
SAUCES Y OIPRESES *
Fauces de hojas de esmeralda,
temblorosas con el viento,
sauces de hojas amarillas,
con las que pobláis el suelo;
vosotros, que en la arboleda
formáis cortinaje estrecho,
bien uniendo frescos ramos,
bien uniendo ramos secos,
ondead vuestro follaje
con el fatigado aliento
160 HONORATO VXZQUEZ.— SAUCES Y CIPRESES
de las auras vespertinas,
de los moribundos vientos.
Yo, en la grama recostado
y con los ojos al cielo,
veré temblar vuestras hojas,
doradas al sol postrero,
y escucharé vuestras quejas
al soplo fugaz del viento.
Con las ramas desmayadas
y con la copa hacia el cielo,
con ramos de primavera,
con tallos de Agosto secos,
árbol para cubrir tumbas
es el sauce amarillento.
No quiero para coronas
las flores y hojas que veo,
si coronas no se tejen
para las sienes de un muerto.
Yo ambiciono al ver un árbol
como el sauce, macilento,
que, cuando se abra la fosa
para mi cadáver yerto,
junto con la cruz se plante
de ese árbol un ramo fresco,
para que el follaje tienda
en mi tumba, y con el tiempo
hojas que brotando vayan,
vayan, como verdes fueron,
con el sol amarilleando
y con los vientos cayendo.
HONORATO VXZQUEZ. — SAUCES Y CIPBESES 161
cayendo sobre la grama
que haya mi tumba cubierto.
Yo no ambiciono coronas,
porque ahora mismo estoy viendo
que de los sauces humildes
• se desprenden con el viento
sobre mis latientes sienes
hojas que palidecieron,
hojas que el sol de mañana
calcinará con su fuego,
mientras que las hojas verdes
bien alto se están meciendo,
y nadie puede alcanzarlas
sino las aves del cielo...
Éstas tejerán su nido
con hojas verdes, que quiero
para coronar mis sienes,
pero que alcanzar no puedo.
Mas, recogiendo esas hojas
que ya por muertas cayeron,
haré á mis sienes guirnalda
y cantaré al son del viento:
«¡Sauces, ya que no luyas verdes,
dadme secas á lo menos;
si vivo me negáis sombra,
no me la neguéis de muerto!»
11
HONORATO VXZQUKZ. — SAUCES Y CIPRESES
n
Cual de un cárabo dormido
en un árbol, con el viento •
suavemente se menean
las pardas plumas del pecho
en vagas ondulaciones
y en apacible silencio,
tal con el vuelo del aura,
tal con el soplo del viento,
del ciprés las negras ramas
calladas se están meciendo.
Del saucedal de mi río
he llegado al cementerio;
de ver la luz del poniente
á ver la luna me vengo,
y á escuchar cuál llora el aura
en este ámbito desierto,
entre las flores dormidas
bajo los astros despiertos.
Árbol también de las tumbas,
como ei sauce predilecto
para que cubra mi losa,
es el ciprés verdinegro.
Sus ramas no se doblegan
para dar abrigo al muerto;
pero esas ramas se elevan
dolorosas hacia el cielo,
HONORATO YXZQÜBZ. — SAUCES Y CIPRESES 163
pero esas hojas no caen
al primer soplo del viento.
¡Ay! Y es árbol cuyas hojas
guárdajime un grato recuerdo,
grato por lo que hubo un día,
triste por lo que hoy ha muerto.
¡Oh, quién, quién me dijera
que d§ un árbol tan funesto
en dos Jiojas separadas
pintaáo fuera un afecto!
Mas bien pintado se encuentra
cuando ahora todo ha muerto,
y está ima lira colgada
de un ciprÓ3 áM cementerio.
Mas la esperanza no muere:
muerto en la tierra un afecto,
resucita en las alturas,
¡en las alturas del Cielo!
Que el sauce cubra mi tumba
con sus ramos macilentos,
y que alfombre con las hojas
la losa que me hayan puesto;
que, con la copa inclinada,
por mí llore al son del viento
como un amigo constante,
como hermano y compañero.
Que el ciprés alce las ramas
sobre las del sauce al Cielo,
al Cielo, donde se juntan
los pobres, los extranjeros,
164 HONORATO YXzQUEZ. — SAUCES Y CIFRESES
¡ay!, los que desde un camino
por otro se dividieron,
y al separarse, aunque tristes,
guardaron paz en el seno.
Sauces verdes y amarillos
y cipreses verdinegros,
desde hoy para mi sepulcro
elegidos compañeros,
si hoy no me dais hojas verdes,
dadme secas á lo menos;
si vivo me negáis sombra,
no me la neguéis ya muerto.
Honorato VÁZQUEZ.
LA VIRGEN DE LA PEÑA
►üATRO inocentes niñas
de faz hermosa,
apretadita y fresca
como una rosa,
van por el valle
gallardas, cimbreando
su esbelto talle.
166 MIGUEL MORENO. — LA YIROEN DE LA PEÑA
Mirad cómo afanosas
guardan al seno
cada una un ramillete
de aromas lleno:
flores tan bellas
van allí, justa envidia
de las estrellas.
Airosa va Lucía,
de labios rojos,
de tez de blanco lirio,
de negros ojos,
que ha trece abriles
encanta á los pastores
de esos pensiles.
Ni son sus tres hermanas
menos graciosas,
capullos dignos de ella,
nacientes rosas:
durmió cada ima,
meciéndola á su turno,
la misma cuna.
Ya van en romería
por la alta Peña,
do una Virgen se oculta
de faz risueña.
¡Qué ojos tan bellos!
Parece que á las niñas
dice con ellos:
UIOüEL MORENO. — LA VIRGEN DE LA PESfA 167
— Traedme flores nuevas,
mis tiernecitas;
las que ayer me dejasteis
ya están marchitas;
vuestros desvelos
os han de dar corona
mía en los Cielos.—
Ella no tiene un nicho
de oro y topacio:
una gruta en las peñas
es su palacio,
do vagarosa
canta sólo del aura
voz melodiosa.
Llegan, y de María
la excelsa frente
circundan de guirnaldas
alegremente,
y tiernos cantos
entonan á esa Virgen
llena de encantos.
Y obséquianla un campestre
bello ropaje
de flores y de hermoso
musgo salvaje;
sonríe el cielo
al ver tanta ternura,
tan dulce anhelo.
168
MIGUEL MOBKNO. — LA VIRGEN DE LA PEÑA
Ya para orar postradas,
humildemeiite,
ponen Jas manos juntas;
bajan la frente,
y, eon Y02 pía,
cada una de ellas, luego,
dice á María:
II
Lucía. Paloma del Empíreo,
paloma blanca,
llévame por los cielos
de mi esperanza:
¡ay, mi esperanza,
que coloreando vienes
en lontananza!
MIGUEL MORENO. — LA YIROEN DE LA PE9A 169
Ardiente mi alma sueña
dichas y goces,
placeres inocentes,
castos amores,
castos amores,
como los de las aves,
y de las flores.
Madre, sólo á ti cuento
mi cruel angustia,
que mis penas no sabe
sino la luna,
la blanca luna,
lámpara de mi vida
desde la cuna.
Bendice, yo te ruego,
mis ilusiones
mis dulces esperanzas,
mis tiernos goces,
los tiernos goces,
cuya inocencia. Madre,
sola conoces.
Delia. ¡Madre!, consuela el alma
de mi Lucía,
de este ángel que en mi cuna
me sonreía.
¡Ay, es tan buena!
¡Pero entiendo que sufre
no sé que pena!...
170
MIGUEL MORENO.— LA VIRGEN DE LA PESTA
Matilde. De dondequiera dame,
Madre bendita,
dos muñequitas blancas
y una negrita;
que también ellas
haré te traigan flores,
flores muy bellas.
Clotilde. Ha ya tres noches, Madre,
que estoy soñando
que muertoswy fantasmas
me están mirando:
y no es posible
me abandones, en tanta
congoja horrible.
III
Los ángeles custodios
con raudo vuelo,
se fueron, de las niñas,
llevando al Cielo,
¡qué de oblaciones,
y Cándidas querellas
y peticiones!...
MIQÜEL MORENO.— LA YIRGEX DE LA PEÑA 171
La Virgen de esos campos,
al otro día,
las manos elevadas,
las bendecía:
¡manos graciosas,
puñados de rocío
sobre las rosas!
Miguel MORENO.
I*
. o vi un haz de retama
que lentamente ardía.
La moribunda llama
temblorosa extinguirse parecía.
Un céfiro, volando en torno de ella,
le dijo, apasionado, esta querella:
—Hermosa luz por quien suspiro tanto
¿por qué al dolor te rindes afiigida?
¡eres mi único encanto;
quemándome en tu fuego
te mantendré la vida!
Y al céfiro gentil la tenue llama
repuso desdeñosa:
— Fugaz como un suspiro,
¿qué puedes darme tú? ¡Sabe que anhelo
174 MIQÜEL MORENO.— DBBEO
subir y más subir, y en raudo giro
romper las nubes y escalar el cielo!
Adoro al huracán, que tal vez puede,
llevándome en sus alas,
un instante siquiera real palacio
brindarme en los jardines del espacio.
—Inmensa es tu ambición. ¡Verdad no puedo
realizar lo que sueñas,
y el campo del amor al otro cedo!...—
repuso acongojado
el céfiro infeliz, y huyó á las breñas.
n
Después el huracán sopló potente,
y á la llama atizando,
cercóla enfurecido,
y á lo alto la encumbró; mas de repente
volaron por el aire humo y cenizas,
y la llama, al morir, lanzó un gemido...
Miguel MORENO.
iiNAS, frescos ramilletes
de nacientes rosas blancas,
en cuyos inquietos ojos
se adivina una esperanza,
inmensa como el espacio
y tierna cual la plegaria
del niño que la balbuce,
escuchad: mi amor os habla.
¡Niñas, que á la fresca sombra
de las nativas montañas
vivís, junto á vuestras madres,
del amor enamoradas;
tened miedo de esas bodas
con que sueñan vuestras almas
al mirar los azahares
que primavera regala
176 MIGUEL MORENO.— BODAS QUE MATAN
á los verdes limoneros
de las campiñas azuayas!
¡Tened miedo, blancas rosas,
del cierzo y de las escarchas!
mucho miedo, que la hiblea
miel, esconde heces amargas;
que en el festín de la vida,
si hay copas que nos regalan,
hay otras que dan la muerte,
llenas de hiél y de lágrimas.
— ¡Ay, Dios! ¿No es todo sentarse,
vestidas de oro y de gala,'
al banquete donde alegre
el esposo nos aguarda?...
— Escuchadme: por parejas
vienen al mundo las almas,
para Él, Ella; y Él, para Ella.
¡Sólo así, palomas blancas!
Porque en el pecho un santuario
se oculta, donde no alcanzan
sino dos en uno, como
un alma dentro de otra alma.
¡Dos palomas en un nido!
¡Dos flores en una rama!
Lo demás, temblad, ¡oh, niñas!
lo demás es pena amarga;
en vez de placer— suplicio,
no fresco rocío— lágrimas,
no azahares, sino espinas,
y muerte: ¡bodas que matan!
MiaUEL MORENO.— BODAS QUE MATAN 177
II
¡Oh, doncellas!, serafines
peregrinos, señalada
tiene Dios vuestra pareja:
buscadla, presto, buseadla
de la pasión en los cielos,
que allá vagan otras almas,
como las vuestras buscando,
también algún alma hermana...
¿Lo sentís? Ese es un cielo
de afectos, do cara á cara,
con la luz de la creencia
y al ardor de la esperanza,-
tenóis de buscar, orando,
al ángel de vuestra casa.
178 MiaUEL MORENO.— BODAS QUE MATAN
¡Oh, doncellas, de la vida
encanto que no se acaba!
Los arroyos con las fuentes,
jazmines con rosas blancas,
palomas entre palomas,
los céfiros con las auras,
y Él con Ella, han de juntarse
en íntimo lazo de alma
si han de ser buenas las bodas
si han de ser las bodas santas;
¡que no es posible, mis niñas,
que violetas delicadas
medren á la sombra obscura
de viejos troncos, sin ramas,
sin flores que den aromas,
muerta en sus fibras la savia!
¡Porque la vejez adusta
nunca hará segura alianza
con la riqueza de ensueños
que á la juventud halagan!
¡Ni es bien que al caer en brazos
de la ventura soñada,
tal vez tímidas requieran
á otro vuestras miradas,
y contemplen tristemente
la inmensurable distancia
á que llorando se quedan
las primeras esperanzas!
¡Que nunca paséis, que nunca
asesinas como ingratas.
MiaUEL M DRENO.— BODAS QUE MATAN 179
por encima del cadáver
de una antigua fe jurada!...
¿Me comprendéis? ¿Á los muertos
miedo no tenéis, hermanas?
¿Cómo pisar las cenizas?
¡Respetadlas, respetadlas!
Ya sabéis, castas doncellas
que buscáis dichas soñadas,
que si hay bodas que dan vida,
también hay bo^as que matan.
Dios os libre, blancas rosas,
y os librará porque os ama,
de unos vestidos de novia
que del amor son mortaja,
y os libre de esos festines,
funerales de las almas
con que al corazón se entierra,
y se llora á carcajadas.
Miguel MORENO,
ACUÉRDATE DE MÍ!
Á MARÍA
' E triste noche al silencioso abrigo
tranquilo reposaba yo en mi lecho,
desmayada la sien, mas palpitante
al compás del latido de mi seno.
182 HONOBATO VXZQÜEZ.— ¡ACUÉRDATE DE MÍ!
Antes que aquella tarde obscureciera,
tuve tristes, muy tristes pensamientos,
como en el corazón también sentía
anidar melancólicos afectos.
Mientras la sombra de la noche, quise
á mente y corazón ahogar el eco,
pero fué vano todo; triste estaba,
muy triste todavía hasta en mis sueños.
Á pesar del sopor que me rendía,
sentí que, entre las gasas de mi lecho,
una mosca, zumbando dolorosa,
volaba en vago y perezoso vuelo.
Tendí la diestra en hórrida agonía,
mas desmayó mi diestra sobre el pecho;
tendí la izquierda mano, pero sólo
desfallecida se inclinó hacia el suelo.
Y rendido después adormecíme,
y, en la indecisa fiebre de mi sueño,
creí hallarme cubierto de una losa,
¡ay!, para siempre solitario y muerto...
Alcé desesperado entrambas manos,
que al tocar con la tabla de mi lecho,
¡ay. Dios!, creí tocaba la cubierta
del ataúd do hallábanse mis restos...
«¡Madre mía, los míos, mis amigos!»
exclamar pude entonces, mas el eco
sólo escuché de la volante mosca
que, al posar en mi faz, contuvo el vuelo.
Alzando entonces con horror mis brazos,
mientras vigor faltábame y aliento.
HONORATO VXZQUEZ. — ¡ACUÉRDATE DE MÍ!
183
desesperado, en convulsión horrible,
volví á tocar la tabla de mi lecho...
Mas mi diestra arrancó desespérala
algo que fuera como el mármol yerto
que me negaba el aire de los vivos,
que comprimía mi rendido cuerpo.
Cesó entonces la fiebre, y en mi mano,
cuando volví de tan horrible sueño,
hallé una imagen de la Santa Virgen,
precaución de mi madre á mis ensueños.
Besos de amor en el papel sonaron,
mientras mis ojos lágrimas vertieron;
yo no sé qué expresaban esas lágrimas,
yo no sé qué expresaban esos besos.
184 HONORATO VXZQUEZ.— ¡ACUÉRDATE DE MÍ!
TÚ debiste entender, Santa María,
lo que entonces pasó dentro mi pecho:
no era más, ¡oh, Señora!, que el ardiente
amor que para ti guardado tengo.
Yo lloré con tu imagen en mis manos,
¡ay!, lloré con la imagen de mi sueño,
cuando me vi enterrado. Madre mía,
sin mirar ya la luz del firmamento.
Como tú hiciste despertara, ¡oh, Madre!,
y al despertar hallárate en mi seno,
haz que, al dejar mis restos en la tierra,
se abran tus brazos para mí en el Cielo.
Honorato VÁZQUEZ.
Á CLORINDA, *
ENVIÁNDOLE UNA VIOLA TRICOLOR
» OMO nuestra pasión que, pudorosa
va entre penas creciendo, esta violeta
entre zarzas hállela temblorosa,
semejante á una bella mariposa
que los rayos del sol devuelve inquieta.
Nuestro amor infeliz se halla pintado
de esa flor en los vividos colores;
que el blanco, el amarillo y el morado
simbolizan, mi dueño idolatrado,
unos tiernos, tristísimos amores...
186
MIGUEL MORENO.— X CLORINDA
Do esa flor repasando en la corola
nuestra historia de amor y de tormento,
riégala con tu llanto, si estás sola,
y piensa en mí, Clorinda: la viola
signiñea entre ausentes: / Pensamiento!,.,
Miguel MORENO.
LA GARZA DEL ALISAR *
[ ENDiDO sobre una roca,
orillas del Macará,
suelta el ala del sombrero,
melancólica la faz,
macilento y pensativo
joven simpático está,
183 MIGUEL UOBENO. — LA GARZA DEL ALTSAR
que así le dice á un correo
de Cuenca, lleno de afán:
— Correo que vas y vuelves
por caminos del Azuay,
adonde, triste proscrito,
ya no he de volver jamás;
di, ¿qué viste de mi Cuenca
en el último arrabal,
en una casita blanca
que á orillas del río está,
coronada de un molino,
perdida entre un alisar?
— Diez días há que saliera
de los valles del Azuay:
yo vi del río á la margen
la casa de que me habláis,
coronada de un molino,
perdida entre un alisar.
—Está bien, ¿pero no viste
en este sitio algo más?...
—Os contaré, pobre joven,
que vi una tarde, al pasar,
una niña de ojos negros
y belleza angelical,
toda vestida de blanco,
vagando en el alisar...
— ¡Ay!, no te vayas, correo,
por Dios, suspende tu afán;
tú, que dichoso visitas
las calles de mi ciudad,
inaUEL MORENO.— LA GARZA DEL ALISAR
189
aunque estés de prisa, dime
de esa joven algo más.
— Caballero, cual los vuestros,
cual los vuestros eran, ¡ah!,
los ojos encantadores
de esa niña del Azuay:
190 MiaUEL MORENO. — LA GARZA DEL ALISAR
tras de unas negras pestañas,
como el sol que va á expirar,
velado por densas nubes
que enlutan el cielo ya,
melancólicos, á veces,
miraban con grande afán
á todos los caminantes
que entraban á la ciudad.
Pobre niña, pensativa,
cubierta la hermosa faz
con sombras de honda tristeza
y una palidez mortal,
otras veces contemplaba
las hojas del alisar
que, arrastradas por el río,
no volverían jamás.
Pobre niña, no lo dudo,
estaba enferma, quizá
ese momento se hallaba
pensando en la eternidad.
— ¡Ay!, mi correo, correo
tan veloz en caminar,
tú que dichoso transitas
por donde mi amor está,
dime, por Dios, si supiste
de esa joven algo más.
—Cuando una vez de mañana
paseábame en la ciudad,
vi esparcidos por el suelo
rosas, ciprés y azahar.
MiaUEL MORENO. — LA GARZA DEL ALISAR 191
que formaban un camino
que, yendo desde el umbral
de una iglesia, terminaba
en la casa de que habláis.
Luego escuché en su recinto
el tañido funeral
de una campanilla, y luego
de la salmodia el compás,
y olor de incienso espiraba
el ambiente matinal...
— Dime, amigo, ¿no supiste
quién se iba á sacramentar?
— Una niña á quien llamaban,
por su nivea hermosa faz,
porque de blanco vestía,
¡La Garza del Alisar!
— ¡Oh! ¡Basta, basta, no sigas!
Es ella... ¡Suerte fatal!...
¿Y habrá muerto?...— Era de noche
cuando dejé la ciudad.
«olor á cera y á tumba»
percibí en el Alisar...
— ¡Valor! No tiembles, termina...
¡Mi suplicio es sin igual!...
— ¡Infeliz! Yo vi las puertas
de la casa...— ¡Acaba ya!...
— Con un negro cortinaje,
abiertas do par en par...
— ¡Bendito seas. Dios mío,
acato tu voluntad!
192 MIGUEL MORENO. — L\ GARZA DEL ALISAR
Ella muerta, yo entretanto
proscrito, enfermo, jamás,
jamás veré aquellos ojos
que empezaban á alumbrar
mi camino... nunca, nunca,
sino allá en la eternidad...
Miguel MORENO.
Lfer^
AURAS DE ABRIL*
fLLAS son! Por allí vienen,
raudas volando, las brisas,
pues se estremecen las copas
de la arboleda vecina,
y aquí y allá van cayendo
hojas secas y amarillas.
¡Ellas son! Ya cerca escucho
de mis aladas amigas
los quejumbrosos suspiros,
las campestres armonías.
13
194 MIGUEL MORENO. — AURAS DE ABRIL
¡Ellas son! Siento en el alma
la dulce melancolía
que me traen los aromas
de floripondios que, á orillas
del parlero Tomebamba,
en blancos grupos se apiñan.
Mas ¿por qué pasáis veloces?
Vuestra música me anima:
parad el inquieto vuelo,
y en las cuerdas de mi lira
posad, y en verso sencillo
reveladle al alma mía
la causa de la tristeza
que vuestro volar inspira.
—Nosotras, las que en invierno
lloramos todos los días
por las aves que se mueren
en los nidos ateridas;
nosotras, las que en estío,
viendo las flores marchitas,
enturbiados los arroyos
y en honda pena á las niñas,
sin más flores que las rosas
de sus purpúreas mejillas,
lamentamos vagabundas
por los valles y colinas;
somos las mismas que ahora
prodigamos mil caricias
á los nacientes capullos
y á las tiernas florecillas,
MIGUEL MORENO. — AITRAS DE ABRIL 195
que en sus cunas de esmeralda
sonríen llenas de vida,
anunciando al mes de Mayo
y á la Virgen sin mancilla.
Y nosotras, con el ángel
de la primavera unidas,
por los pensiles vagando
cual jardineras prolijas,
de las flores que se mueren
recogemos las semillas
y las vamos esparciendo
por los montes y campiñas;
y de los lagos, rozando
las claras y frescas linfas,
llevamos en nuestras alas,
como raudas golondrinas,
gotas de agua, y en las tumbas
regamos de esas semillas;
y reverdecen los campos,
y las flores resucitan,
y se aprestan al encuentro
del mes de las armonías,
de las fuentes, de las aves
y de las virtuosas niñas.
—Vuestro aroma me deleita,
la fausta nueva me inspirs^
¡pasad, pasad voladoras,
auras de Abril vespertinas!
Pasad anunciando á Mayo,
jardineras de María,
196 MIGUEL MOBENO. — AüRAS DE ABRIL
y derramad en las almas,
por el dolor abatidas,
cariñosas, el consuelo,
el amor, la poesía;
y disipando ligeras
la cenicienta neblina,
haced se vista de gala
naturaleza estos días,
y apreste follaje y flores
para aguardar á María;
6, volando por los cielos,
disipad las nubéculas
que el esplendor nos ocultan
de la Estrella Matutina,
vagabunda en los espacios,
cual cisne que va de huida,
rozando las niveas alas
entre nubes opalinas.
Id, pero no sollozantes,
id difundiendo alegrías;
pero volved presurosas
á esta risueña campiña,
que aquí se hallan los jardines
donde las azuayas niñas
entretejen ramilletes
para ofrendar á María;
volved, si queréis, gozosas,
revolar junto á ellas, brisas,
y empaparos del perfume
de esas rojas clavellinas.
MIGUEL MORENO. — AURAS DE ABRIL 197
¡Adiós! ¡Adiós! Entretanto,
del Tomebamba, auras mías,
¡ya no me hallaréis mañana
vagando por las orillas!...
Para entonces la fragancia
de la madreselva umbría,
llevadme luego á las playas
en donde extranjero viva;
que al aspirar el aroma
de esa su flor preferida,
en las alas del afecto,
tornará á la patria mía
mi corazón escondido
en melancólicas rimas.
Miguel MORENO.
1876.
PIENSA DE TARDE!
J^jSAy á la luz de ocaso amarillenta,
el alma á solas con dolor medita;
cuando quieras amar, piensa de tarde,
viendo morir al sol tras las colinas...
Piensa de tarde, cuando triste suena
el canto postrimero de las brisas;
piensa de tarde, cuando van y vienen
piando las inquietas golondrinas.
Mira la flor en tu jardín amado
sobre el follaje pálido rendida;
oye el gemir del vespertino viento,
mira caer las hojas desprendidas.
200 HONORATO VXZQUEZ. — ¡PIENSA DE TARDE !
Y en tanto escucha dentro de tu pecho,
cómo doliente el corazón palpita,
mientras vacilan en tus negros ojos
lágrimas, como ardientes, indecisas.
Alza tu visea al torreón adusto,
donde se ostenta, tétrica y sombría,
la cruz del campanario, do sollozan
las campanas, con quejas repetidas.
Alza la vista al cielo, ve sus nubes,
mira su inmensa soledad tranquila,
piensa en lo que hay tras él, piénsalo, y llora...
llora, y entonces ama, ¡vida mía!
Honorato VÁZQUEZ.
¡CANTABA, PERO CALLÓ! *
JuÍN esa casita blanca
que, á la falda de un peñón,
medio oculta entre el ramaje
de limoneros en flor,
parece un copo de niebla
que descuidada dejó,
enredado entre las ramas,
el aura al pasar veloz,
MIGUEL MORENO. — ¡CANTABA, PERO CALLÓ I
vive una niña morena,
de sensible corazón,
de alma tierna y entusiasta,
y dulce y sonora voz.
Aquella niña graciosa
á quien recordamos hoy,
todas las tardes solía,
cuando se ocultaba el sol,
entonar desde su huerto
las notas de una canción
lánguida, triste y sentida
como un suspiro de amor,
como una queja del alma,
como un ¡ay! del corazón.
¡Pobre niña! Cada tarde
cantaba, pero calló
de repente, y ya no se oye
su melancólica voz,
resonando entre las quiebras
de aquel tétrico peñón,
donde tal vez tiene oculto
la niña un nido de amor...
¡Ay!, pero no, ¡pobre niña!,
callemos...; líbreme Dios
de arrancar algún secreto
clavado en su corazón;
repetiré solamente :
¡Cantaba, pero calló!...
Preguntó á las aldeanas
que viven al rededor
MIGUEL MOBENO. — I CANTABA, PEBO CALLÓ I 208
de la casa en donde mora
la niña de dulce voz,
por qué guardaba silencio
la cantora del peñón,
y me dijeron con pena
y cubiertas de rubor:
«Fué, sin duda, que atraído
por la melodiosa voz
de la niña que cantaba
al ver moribimdo el sol,
vino d^l cercano valle
un airoso cazador,
quien, por las tardes rondando
la casita del peñón,
con miradas seductoras
y con promesas de amor,
á la niña dejó herida,
herida del corazón-
Vino Mayo con sus flores,
y Mayo se fué veloz,
pero á ver ya no volvimos •
al ingrato cazador.
Y muchos meses pasaron,
y un año entero pasó,
y en vano esperó la niña
al objeto de su amor.
Y hoy sin fe, sin esperanza,
escondida en su mansión,
se va muriendo, muriendo,
víctima de un desamor.
204 MIGUEL MORENO.— ¡CAKTABA, PERO CALLÓ!
¡Pobre niña, pobre niña,
cantaba, pero calló!...
» Poeta, que en nuestros valles,
de tu triste lira al son,
vas cantando las historias
de las niñas que de amor
se mueren, te suplicamos,
por quien de tu corazón
es la dueña, que de Elina
tan sólo digas, por Dios:
«En una casita blanca,
á la falda de un peñón,
tiempos ha vivió una niña
que, con argentina voz,
todas las tardes cantaba,
¡caiítaba, pero calló!...»
Miguel MORENO.
!ÜV>-
BUENAS NOCHES!
J^ E van á cerrar mis ojos,
se van á cerrar mis labios;
sólo quedará despierto
mi corazón palpitando.
¿Por qué vive, por qué late,
por qué late desvelado,
cuando al quedarme dormido
es cual muerte mi descanso?
Fuente que desde ti mana,
espiración de tus labios,
él no cesa, Jesús mío,
con su sangre resonando.
206 HONORATO YXzQüEZ. — ¡ BUENAS noches!
Dijera que esas cadencias
son el dolorido canto
de ave que en jaula cerrada
óanta al mirar el espacio.
Bien han llorado mis ojos,
y, de su llorar cansados,
del sueño van á rendirse
al consolador desmayo.
Al pie de tu cruz se dice
estaba de Adán el cráneo,
aunque sin ojos, los huecos
á tu esperanza mirando.
Dormido, en vigilia 6 muerto,
el corazón que me has dado
allí queda, al pie. Dios mío,
de la cruz de tu Calvario.
Honorato VÁZQUEZ.
LA NOVIA DEL SARGENTO *
^& OMO esconden cuidadosas
en lo espeso del ramaje
su nido de hojas y musgo
las solitarias torcaces,
así, al pie de una montaña
y en el término de un valle,
la pobre Luz tiene oculta,
entre árboles seculares,
una casita de paja,
donde vive con su madre.
Única hija de un alférez
que murió en cierto combate,
no quedó la pobre niña
con cuantiosas heredades;
pero, en cambio, cultivaba,
labradora infatigable,
un jardín, con su cercado
de rosados amancayes.
MIGUEL MORENO. — LA NOVIA DEL SARGENTO
y en el corazón afectos,
como amorosos, constantes,
por un sargento bizarro
de los bizarros Tulcanes.
Afanosa jardinera,
regaba todas las tardes
á las flores con el agua
de un arroyo murmurante,
y á su pasión con el llanto
del amor; pero fué en balde,
en balde, pues cuando estaba
ya muy cercano su enlace,
y anunciaban á Diciembre
los primeros amancayes,
soñando gloria, á campaña
salió el sargento, y de tarde,
á la hora en que hacia los nidos
van diligentes las aves,
MIGUEL MORENO. — LA NOVIA DEL SARGENTO ' 209 '
y las auras y los vientos
pasan sollozando erranjtesy
de la aldeana en el huerto,
en despedida inefable,
se separaron temblando
los desgraciados amantes.
¡Ay, pobre Luz! Desde entonces,
pálido y triste el semblante,
llena de inquietud vagaba
de un punto hacia otro del valle,
averiguando afanosa
las maniobras y los lances
del ejército do estaba
el sargento Campomanes.
Cada mañana iba al pueblo,
donde á la Virgen del Carmen
lo ofrendaba entre sollozos
fresco ramo de amancayes,
húmedo con el rocío
de sus lágrimas constantes,
y no volvía á la cas^
mientras el cura del valle
no le diese las noticias
de los partes militares.
¡Infeliz! Era de verla
fatigada por las tardes
caminar á la colina
que trasmontara su amante,
imaginándose acaso
que estaba, yendo á encontrarle.
14
210 MIGUEL MORENO. — LA NOYLl DEL SARGENTO
Y soñaba por la noche,
soñaba con el cadáver,
tinto en sangre, del soldado
á quien no hallaba de tarde.
¡Ay del amor si se aleja!
¡Ay de las niñas amantes,
á quienes les cupo en suerte
amar á los militares!...
n
Sobre la verde colina
estaba Luz una tarde
llena de afán, contemplando
el camino real del valle,
cuando miró de repente
á lo lejos destacarse
de entre una nube de polvo
un jinete, que al escape
venía por el camino
que corta el valle en dos partes.
—¿Será él?...— exclamó entonces
la infeliz al divisarle.
Y después, enajenada
por un placer inefable:
— ¡Él es, él es! — exclamando,
corrió veloz á encontrarle.
MIGUEL MORENO. — LA NOYLA. DEL 8ABOENTO 211
—Iba, Luz á vuestra casa;
soy conductor de un mensaje
que para vos me ha encargado
el sargento Campomanes.
Señora, tiemblo deciros...
pero, ¿qué hacer?, escuchadme:
Tres días ha combatimos
en ese funesto Galte;
nos portamos con bravura,
como siempre, los Tulcanes:
un tiro, luego otro tiro
veinte pasos adelante.
Ya el enemigo cejaba,
ya nos creímos triunfantes.
Todo nos sobró, señora,
ese día memorable,
pero nos faltó ventura
y perdimos el combate.
Cayeron muchos valientes,
gritando al caer: « ¡Avancen! »
y entre ellos cayó matando
mi sargento Campomanes.
212 -MIGUEL MORENO. — LA NOVIA DEL SARGENTO
Una bala hirió su pecho
valerosa como amante;
yo lo tuve entre mis brazos
en sus últimos instantes;
. me dio entonce esta cartera
salpicada con su sangre,
y, con voz entrecortada,
me dijo así al entregarme:
«Por si el Señor te concede
regresar á nuestro valle,
y contemplar venturoso
entre los bosques, humeante,
una casita de paja
con un jardín de amancayes,
lleva, amigo, este retnierdo
á esa joven á quien sabes
que la amé 'desde la infancia
con amor siempre constante...
¡Ay, dile que no me olvide!...
¡Ay, dile que no me aguarde!...»
Dijo, y después, balbuciente,
quiso hablar más, pero en balde,
¡porque la muerte dejóme
en los brazos su cadáver!
De vuestro novio el recuerdo
tomad, y que el Cielo os guarde»
Bien quisiera detenerme,
pero me espera mi madre..,
¡Adiós, adiós, desdichada!
¡Adiós, que el Cielo os amparé!
MIGUEL MORENO. — LA NOYIA DEL SARGENTO 21 S
Dijo el soldado, y lloroso
tornó riendas, y al escape
internóse en la espesura
de una arboleda distante.
III
Presto una lóbrega noche
siguió á esa funesta tarde,
y cubriéronse de sombras
las montañas y los valles,
y la desgraciada niña,
dando al Cielo amargos ayes,
fuese á caer, moribunda,
en los brazos de su madre,
exclamando entre sollozos
con expresión inefable:
— ¡Él ha muerto! Hanse cumplido
mis presentimientos, madre.
¡Ay, dice que no le olvide!...
iAy, dice que no le aguarde!...
Miguel MORENO.
AMOR Y MUERTE *
JuLuRió una niña ayer, y el alba frente
la madre coronóle de azüceBAB,
las mismas azucenas que brotaron
en los jardines de la niña hoy muerta.
Lamentaban los padres la partida
de la hija de su amor, y las estrellas
iban brillando en el azul del cielo,
apagada del sol la luz postrera,
216 HONORATO' TXzQüBZ.— AMOR T MUERTE
Cuando en fúnebre doble las campanas
anunciaron, tañendo lastimeras,
que, entre cortejo silencioso, el cura
el cadáver llevaba hacia la iglesia.
II
Es de noche; en el templo solitario
tan sólo un cirio pálido chispea
en tomo del cadáver de la niña,
bañado por su lumbre macilenta.
Oíd, oíd zumbido misterioso
entre el crespón que de la tumba cuelga;
oíd, oíd: se acerca, se retira;
ya fuerte se oye, ya se escucha apenas.
HONORATO yXzQüEZ. — - AMOR Y MUERTE 217
Y en tanto vuelve á chispear el cirio,
y á balancear su lumbre tremulenta, .
y á dar luz en un giro, y luego en otro
á obscurecer el antro de la iglesia.
Ved cómo de la fúnebre guirnalda^
marchitas ya, las blancas azucenas
pliegan su seno, se desmayan, mueren,
de la niña en las sienes macilentas.
Ya se acerca el zumbido, y en las flores
trémula posa una dorada abeja,
y en triste acento, desmayando el ala,
así dice á las muertas azucenas:
— Dormida estaba en vuestro casto seno,
en el jardín... No vino el aura fresca
de mi apacible sueño á despertarme;
despierto ahora, entre vosotras muertas...
El cáliz, donde miel siempre libaba,
marchito está, y aunque halle en la pradera
otras flores, no quiero ya la vida
si murieron mis blancas azucenas...
—También quiero morir, también me muero,
el cirio dijo á la cuitada abeja;
tú por la flor que miel te diera, mueres;
tú me diste mi ser en la colmena... •
218 HONORATO YXzQüBZ. — AMOR Y MUERTE
La abeja bajó entonces de las flores
á la faz de la niña jardinera,
y desde allí, zumbando condolida,
fuese á la luz del cirio macilenta.
El insecto tendió las leves alas
sobre la lumbre que irradiaba apenas;
la luz se estremeció, se oyó un crujido,
el cirio se apagó, murió la abeja.
Honorato VÁZQUEZ.
PLEGAEIA Á MARÍA
NOS hace era yo niño,
y de otros niños amado:
hoy mi corazón palpita,
no como en tiempos pasados;
hoy mi corazón uo encuentra,
cnal tuvo en mejores años,
sonrisas llenas de afecto
entre candorosos labios.
220 HONORATO VXZQUKZ. — PLEGARIA X MARÍA
¡Ay!, esas gratas sonrisas,
más que de amigos, de hermanos,
que en im ruinoso colegio
nos conocimos y amamos.
II
Quiso la suerte qué un día,
tras de venturosos años,
dejáramos nuestras ruinas
por otro colegioextraub.
¡Ay!, cierto que para el alma
no fué placentero el cambio,
porque á esas ruinas queridas
vivió el corazón atado;
porque entre ruinas viviendo,
entre ruinas nos amamos,
grupo de florido musgo
á un mismo escombro pegado.
Años ha fuíme una tarde
á visitar esos patios;
mas, ¡ay!, ¡cuan diverso me iba
de como en tiempos pasados!
mas, ¡ay!, ¡cuan diverso hallaba
ese lugar venerado!
Entre la yerba caídos
blanqueaban restos de arcos.
HONORATO ViZQUE?. — PLEGARIA X HARfA 221
con musgo y silvestre malva
en desorden festoneados,
mientras á trechos lucía,
do el gramal era menguado,
el cristal de una laguna
que aguas de invierno formaron:
tan sólo la cruz de piedra,
clavada al centro del patio,
ella sola en pie se hallaba
en medio al común estrago;
y en rápido ó lento vuelo
las golondrinas bajando,
iban á posarse alegres
y á cantap-^sobre^ sus brazos,
en tanto que entre las yerbas,
con desigual intervalo,
chillandoiest^ban vías ranas ^
y las moscas susurrando.
La'grámá rio era amarilla,
cual era en tiempos pasados,
todo el año marchitada,
marchitada á nuestros pasos*
¡Ay! La grama estaba verde,
cual en panteón solitario
está el gramal que rodea
la tumba de un desgraciado^
á la cual nadie dirige,
movido de amor, sus pasos.
Al volver mis tristes ojos
hacia ^1 corredor de un lado^
2SS
HONORATO VXZQÜEZ. — PLEOARU X MARÍA
advertí que entre las ruinas
un lugar estaba salvo,
y era la puerta por donde
tantos amigos entramos,
'^•m^^.^-s,^
con inocencia en el *lma
y con afecto en los labios,
á orar juntos en el templo
con los libros bajo el brazo.
n
HONORATO YXzQUEZ. — PLEGARIA í MARÍA 228
m
Hoy, cuando de mis amigos
vivo ha tiempos separado;
hoy, cuando sólo contemplo
en el panteón solitario
sus sepulcros en olvido,
sus nombres medio borrados;
hoy, cuando con pobre lira
mis cantares acompaño,
mis cantares á la Virgen,
á la que niños aimamos;
hoy debo por mis amigos,
en un sábado de Mayo,
abrir ante ti. Señora,
en n\ego ardiente mis labios.
¡Cuántas veces, cuántas veces
ante tus aras postrados
nos has mirado. Señora,
á la sombra del santuario!
Bien sabes qué te pedimos,
bien sabes por qué lloramos,
bien sabes que si la muerte
no hubiera presto llegado,
¡ay!, todos á quienes viste
dentro de tu templo orando,
todos, otra vez reunidos.
224 HONORATO TXzQüEZ. — PLl^aARIA X HARÍA
abriéramos nuestros labios,
te habláramos nuestras quejas
al compás de nuestro llanto.
Ellos se fueron... María,
recuerda que bien te amaron,
recuerda que aun esperan
postrer favor de tu mano.
Ellos se fueron... Señora,
¡ay!, es en el viaje cuando
solemos tornar la vista
á quienes hemos amqdo
para pedirles recuerdos,
cuando ya eii un suelp extraño,
tal vez, tal vez no encontremos
quien nos extienda sus brazos...
Que hoy resuene. Madre mía,
de mi voz el triste canto
por mis muertos compañeros,
que aun te amarán cual te amaron.
Así lo espero. Señora:
grato es vivir esperando...
mucho más si la plegaria
asciende de nuestros labios
en un día de favores,
en un sábado de Mayo.
Honorato VÁZQUEZ.
4c
JSf} ouTARio, inquieto y triste,
como un enfermo del alma,
revuela y gime un mosquito
de un limonero en las ramas.
¡Oh, cuan hermoso el insecto
zumba tenue como el aura!
Pétalos de pensamientos
semejan sus breves alas.
Es Agosto: al limonero,
de su primorosa gala
de primavera, le queda
tan sólo una flor lozana.
(1) El mosquito es una diminuta orquídea de los vaUes del Tome-
bamba, reproducción admirable de la figura del díptero mosca.
16
226 MIGUEL MORENO. — LA FLOR DEL MOSQUITO
Ella, al contemplarse hermosa,
se siente tímida, y candida
entre dos hojas se esconde,
como en urna de esmeralda.
Pero la mira el mosquito,
su tierno amor la declara,
y por besarle en el cáliz
en vano vuela y se afana.
Porque la flor, pudorosa
y, más que hechicera, casta,
al sentirse requerida,
pliega su broche de nácar.
Hasta que, al fin, el mosquito,
perdida toda esperanza,
muere de amor, y se entierra
del árbol en la hojarasca.
Y la fior, enternecida
y ya tarde apasionada,
en la tumba de su amante
copioso llanto derrama.
Y luce la aurora, y viendo
secarse á la ñor galana,
le pregunta compasiva
de sus dolores la cau^a.
Cuenta el azahar la historia
de ese desdén, que hoy, en llama
de vivo amor, corresponde
á esa pasión desdeñada.
Y la aurora, sonriendo,
promete calmar sus ansias,
MIGÜKL M OBENO. — LA FLOR DEL MOSQUITO 227
en obsequio á su ternura
y su amorosa constancia.
Vierte la aurora rocío
sobre la yerta hojarasca,
y la flor, adolorida,
une su llanto al del alba.
Y al limonero adherido,
resucita una mañana
el mosquito, transformado
en flor hermosa y lozana.
Y entre el canto de las aves
y la música del aura,
se desposan con un beso
las flores apasionadas.
Miguel MORENO.
MI ESCUELA
^ORTA la heredad materna,
y, cual corta, así cuidada,
que aun el don de su verdura
oortés le niega á la grama.
Pocos árboles en ella,
sino los viejos que guardan,
sombra y frutos que tuvieron
para mi madre en su infancia.
280 HONORATO TXzQVEZ. — MI ESCUELA
En las lindes y caminos,
allí grupos de retamas,
capulíes y morales
sembramos con mis hermanas.
Pródigos en fruto y flores,
asilan en la enramada
aves comensales nuestras,
que con cantos nos regalan.
Inclinada entre rosales,
en la colina, una casa,
como se inclinan las madres
cuando á los hijos abrazan.
Humo constante en el techo,
desmadejado en las auras,
sube del hogar, llevando
penas que se hacen plegarias.
Es que allí dentro se sufre,
es que allí dentro se ama,
y si no es para consuelos,
piadosa la lengua calla.
Es que allí dentro presides,
reinas tú, madre de mi alma,
maestra ayer con tus besos,
hoy maestra con tus lágrimas.
HONORATO YXzQUEZ. — MI ESCUELA Sil
Santa maestra, esos ojos
que inquieren dentro de mi alma,
al cielo luego, piadosos,
cuando me miras, los alzas.
Ya conozco ese camino
que de los tuyos arranca...
Providencia y amor mío,
no me falten tus miradas.
Honorato VÁZQUEZ.
LAS TRES TORCACES *
Después de primavera^
estío viene,
y en este tiempo aciago
todo se muere;
todo se muere,
pero muere más pronto
lo que se quiere.
, E acuerdas, madre mía,
de esa mañana
que yo saliera triste
de mi cabana,
de mi cabana,
oculta entre las rocas
de la montaña?
284 MIGUEL MOREKO. — LAS TRES TORCACES
Tú sola comprendiste
la cuita acerba
que me hizo verter llanto
por vez primera.
Por vez primera
dijiste: — Quiere otra alma
por compañera...
—Las flores de amor crecen
llenas de espinas;
vive por siempre solo,
tu amor decía.
Y aun me decía:
— Sola es la luna, ¡oh, hijo
del alma mía!
Y yo repuse entonces:
— De amor las penas
se curan con sus mismas
hondas querellas;
dulces querellas
la luna cambia amanté
con las estrellas.
Y al punto recordando
que, enamoradas,
las aves en la selva
también lloraban;
de amor lloraban,
sin duda, cuando solas,
cual yo, se hallaban;
laOüEL MOREKO. — LAS TRES TORCACES 286
Me dije:— Tan sólo ellas
comprender pueden
cuánto en sus ilusiones
mi alma quiere.
¡Ay! Mi alma quiere
llorar acompañada,
si amor la hiere.
Y fui á la selva umbría,
y á dos torcaces
oí se prodigaban
arrullos suaves.
¡Oh, cuan suaves
son de amor las ternezas,
madre, lo sabes!
Y un nido vi junto á ellas
de ramos secos,
albergue solitario
de dos hijuelos;
los dos hijuelos
piaban temblorosos
viendo á los cielos.
—Estos pichones, dije,
vendrán conmigo
cuando de tarde traiga
de allá, del río,
¡ay!, de ese río...,
á mi novia, á la dueña
del pecho mío.
286 MIGUEL MORENO. — LAS TRES TORCACES
Y pronto tres torcaces
serán mañana
las que en el huerto canten
de mi cabana;
y mi cabana
será el edén hermoso
de la montaña.
Ellas, las venturosas
reinas del bosque,
serán las confidentes
de mis amores;
y esos amores
harán brotar fecundos
nidos y flores.
Y si alguien las acosa,
serán su asilo
mi madre, mi cabana
y el pecho mío:
el pecho mío,
será para ti sola,
torcas del rio.
Y al irme bosque adentro,
ligero el paso:
—Ella, yo me decía,
me está esperando;
me está esperando
también como yo, triste,
de amor llorando.—
MIGUEL MOBENO. — LAS TRES TORCACES 237
Mas no, como otras veces
la encontró alegre
jugando entre la grama,
junto á la fuente;
junto á esa fuente,
do una vez á la niña
besé la frente.
Ni hallé que en los caminos
había del monte
regado, cual solía,
hojas y flores;
silvestres flores,
cartas con que expresamos
nuestros amores.
Ni la vi que, sentada
bajo ese aliso,
me estuviera esperando
cerca del río;
de nuestro río,
raudo cual los afanes
del pecho mío.
Y cuando, sin hallarla
llegué en el pueblo,
alguien me dijo á solas:
— Ve al cementerio...
Fui al cementerio,
y ya la suerte de ella
no fué un misterio.
28$ laaUEL MORENO. — LAS TRES TORCACES
Leyendo de las losas
las inscripciones,
en una, la más nueva,
hallé su nombré...
¡Su caro nombre!
¡Cuan cortos días vive.
Dios mío, el hombre!
Ya me lo presentía,
pues tuve un sueño...,
torcaz de negros ojos,
que te habías muerto;
y te habías muerto
sin conocer siquiera
mi pobre huerto.
Del ciprés de su tumba
nunca abandono
hacecillos que llevo
como despojos;
tristes despojos
de la niña á quien nunca
verán mis ojos.
De tarde á la cabana
torné afligido
con el alma viuda
y sin destino:
ya, ¿qué destino,
sin amor, de la vida
por el camino?
MIGUEL MORENO. — LAS TRES TORCACES 289
Y de las dos torcaces
los dos poUuelos,
por el cierzo ateridos,
ya se habían muerto;
y estaba muerto,
como el jardín de mi alma,
el de mi huerto. .
¡Qué poco viven, madre,
las pobres niñas,
las flores y aves!... Viven
un breve día.
¡Qué breve día
de ilusiones, de aromas
y de armonía!
Y hoy, solo en mi cabana
paso cantando
endechas, en que vierto
mi desengaño;
el desengaño,
estío, para mi alma,
de todo el año.
Después de primavera
estío viene,
y en este tiempo aciago
tomo se muere;
todo se muere,
pero, ¡ay!, muere más pronto
lo que se quiere.
Miguel MORENO.
AMOR IMPOSIBLE
;e ruego, corazón mío,
no lo digas..., que no sepa
la virgen á quien adoro,
que estoy muriendo por ella.
16
242 MIGUEL MORENO. — AMOR IMPOSIBLE
—Pero, ¿por qué miedo tanto,
y tan tímida reserva?...
—Yo soy niño, soy pequeño,
y ella grande, como reina;
y mi amor anda escoltado
de temor y de vergüenza.
Me estremezco si me mira;
mirarla yo no pudiera,
y me asusto si la veo
á lo lejos, casi aérea,
jugando á orillas del río,
ó corriendo en las praderas.
—¿Y si alguna vez tus ojos
te traicionan, y si tiemblas,
al tenderle el ramillete
de lirios y de azucenas
que te pide que le lleves
los domingos?— ¡No lo temas!
Insisto, corazón mío,
ni lo digas, ni lo sepa...
II
Ya ves, corazón amante,
cuan feliz es mi existencia,
con ese amor escondido
en misteriosa reserva.
MIGUEL MORENO. — AMOR IMPOSIBLE 243
Ha pasado el crudo invierno
cual pasó la primavera,
y así pasará el otoño
sin que adivine, ni sepa,
que la adoro como nadie,
sin afán de recompensa,
y aún seguiré gozando,
al darle las azucenas,
con que á la Virgen regala
todos los días de fiesta,
en que me voy á la ermita
en pos de la misa y de ella.
¡Feliz, si los días todos
del año domingos fueran!
¡Qué hermoso es amar á solas,
y á solas gozar la pena
de un amor tierno y sin nombre! .
¿Ésta será la inocencia?...
¡Ea, corazón, silencio,
no lo digas, no lo sepa!...
ni
¡Llora ya, corazón mío;
sucedió lo que temiera!
—«Ya no vengas los domingos,
ni nos traigas azucenas.
244 MIGUEL MORENO. — AMOR IMPOSIBLE
pues lo ordena el señor cura»...,
me ha escrito la madre de ella;
y ella, hace un mes no recorre
por el bosque y las praderas.
Desde entonces ha caído
en mi alma noche perpetua.
Mis ojos me han denunciado:
¡ojalá no los tuviera!...
¡Albricias, corazón mío,
no te abatas, ni te mueras!
Sólo fué una pesadilla
de anoche, la carta aquella...
Nadie sabe que la adoro.
Presto, rosas y azucenas:
mañana es día de gloria,
mañana es día de fiesta.
¡Pero te ruego mil veces
no lo digas..., no lo sepan !
IV
—¡Corazón, cava un sepulcro,
y entiórrate con tu pena!
¡Adiós, adiós para siempre!
¡Ni aun puedes pensar en ella!
—¿Y por qué?... ¿Se encuentra acasa
MIGUEL MORENO. — AMOR IMPOSIBLE 245
desposada, quizá muerta?
—¡Algo peor! La fortuna
volvióla rica heredera,
y se va. Deja por siempre
estos campos, esta aldea,
y ni un adiós al cuitado
niño que flores le diera.
¡Bendito el largo silencio
de tu amorosa cautela,
corazón!... ¡Bien te advertía!
Ni lo digas, ni lo sepa!...
Miguel MORENO.
RAMA DE TRÉBOL
«4Br EJAD, dejad que me acuerde
de mis días de colegio,
y que entone un pobre canto
por mis muertos compañeros;
dejad que ponga en sus tumbas
no la ofrenda de mis versos,
íH
248
HONORATO ViCZQUEZ. — RAMA DE TRÉBOL
sino una gota de llanto
y una corona de trébol.
Era una tarde, y á orillas
del Tomebamba parlero,
alumnos en vacaciones
vagábamos de paseo.
Alegres nos recostamos
bajo unÁsauce amarillento
sobre la mullida grama,
mientras zumbaban los vientos,
y del yaraví en las notas
resonaron estos versos:
«Las hojas que se desprenden
de los sauces macilentos,
unas caen en el río,
otras se van con el viento.
Hojas verdes y amarillas,
ya caigan cerca, ya lejos,
son hojas que se dispersan,
son hojas que se murieron.»
Y los vientos de la tarde
volaron ese momento,
y hojas verdes y amarillas
del pobre sauce cayeron,
y unas fuéronse en el río,
y otras se las llevó el viento,
mientras algunas quedaron
caídas en nuestro pecho.
Hoy mis amigos del alma,
¿dónde están? No los encuentro.
HONORATO YJCZQUEZ. — RAKA DE TRÉBOL 249
Mi corazón que los busca,
guarda sólo su recuerdo:
como las hojas brotaron,
como las hojas murieron.
II
Todos los días me asaltan ,
cuando me voy al colegio,
de mis ya muertos amigos
amargadores recuerdos.
Ahí está, junto á esa puerta,
vacío su antiguo puesto,
y al lado el que yo ocupaba,
todos de polvo cubiertos.
Allí están en las paredes,
medio borrados del tiempo,
sus nombres, que ellos ponían
del año el día postrero,
vísperas de vacaciones,
para dejar un recuerdo.
Ahí están esos rosales,
que ellos en rama trajeron
de su jardín, á plantarlos
en el patio del colegio.
Y de mis tiernos amigos,
unos murieron tan presto.
250 HONORATO VXZQUEZ. — RAMA DE TRÉBOL
que ni miraron siquiera
brotar el botón primero,
y de los sauces gallardos,
hoy en el patio desierto,
sólo uno, tétrico, extiende
de su sombra el balanceo.
Del mismo árbol de esa tarde
fué trasplantado un renuevo,
y ese es el árbol que hoy queda
solitario en el colegio,
y que al prestarme su sombra
me dice casi gimiendo:
«^Brotaron como mis hojas,
como mis hojas murieron.»
ni
Al llegar á los altares
de la iglesia del colegio,
hallo ya sin vuestros dones
las lámparas y floreros.
¡Cuánta pena, qué honda pena!
Allí, postrado en el suelo,
por vosotros mis plegarias
adoloridas elevo,
cual alzan vuestros rosales
desde el recatado seno,
HONORATO VXZQüEZ. — RAMA DE TRÉBOL
251
entre el brillar del rocío,
efluvios de aroma llenos.
Mas también voy caminando
á la tumba, compañeros:
haga Dios que en mi camino
vaya mirando bacia el cielo,
en tanto el sauce murmure
al ir sus hojas cayendo:
«Hojas verdes y amarillas,
ya caigan cerca ya lejos.
252 HONORATO YXzQUEZ. — RAMA DE TRÉBOL
ya floten sobre las aguas,
ya revuelen con el viento,
son hojas ya desprendidas,
son hojas que ya murieron.»
Sauce, ¡adiós! Voy á sus tumbas,
y allí no á dejar letreros,
sino una gota de llanto
sobre una rama de trébol.
Honorato VÁZQUEZ.
ARIRÜAEiA
una dorada arirumba
la cercaron lisonjeros
una inquieta mariposa,
un cristalino arroyuelo
y el céfiro vagaroso,
que llegó desde muy lejos.
Ella, entonces, requerida
por tres galanes á un tiempo.
264 MIGUEL MORENO. — LA ARIRÜMBA
preguntóles, uno á uno,
el motivo de su afecto.
Trémula la mariposa,
dijo con ardiente anhelo:
— Entrambas somos muy bellas,
entrambas vivimos presto;
nuestra suerte es parecida,
unamos nuestros afectos;
y en tus pétalos hermosos
de dorado terciopelo,
posaré estas alas de oro,
del mismo sol embeleso.
Mas yo tus tiernas caricias
á su ardiente amor prefiero:
no me desdeñes esquiva,
quiero morir en tu seno...
Y respondió la arirumba:
— ¡Ay! Mariposa, huye presto;
que el ideal de mi dicha,
que el ideal de mis sueños,
ni tiene amantes que mueren,
ni tiene un amor con celos.
Y vino y dijo doliente,
murmurando, el arroyuelo:
— Sólo yo, flor hechicera,
soy acreedor á tu afecto.
MiaUEL MORENO. — LA ARIRÜMBA 255
porque en mi margen naciste
y mis frescas linfas fueron
las que, fecundando amantes
tu germen en este suelo,
para encanto de los prados,
gallarda brotar te hicieron.
Mas, si acaso me desdeñas,
me moriré de despecho,
y quedarás á la orilla
de tu pobre amante muerto,..
Ingrata flor, arirumba,
corresponde á mi amor tierno:
inclina hacia mí tu frente,
te daré el último beso...—
La flor respondió arrogante:
— De mi vida cuida el cielo,
y antes muriera dichosa
que comprarla con mi afecto;
que el ideal de mi dicha,
que el ideal de mis sueños,
ni tiene amantes suicidas,
ni tiene efímeros besos. —
Y el arroyo, enternecido,
murmuró un adiós postrero,
y huyó, llorando, llorando,
á los mares, allá lejos.
Al punto, el céfiro triste,
dijo revolando inquieto:
—Muévante, flor, mis querellas;
256 MiaUEL MORENO. — LA ARIRüMBA
reina del pensil, ¡me muero!...
Traigo ,áe remotos valles
para perfumar tu seno,
los delicados aromas
del florido limonero,
del nardo, de la azucena
y del floripondio esbelto.
Ámame, flor peregrina,
y calma por un momento
la pena desgarradora
del infeliz extranjero. —
Y respondió la arirumba:
— Ceflrillo, lleva presto
tus suspiros á otros valles,
que no te daré mi afecto
por aromas de otras flores
que te conflaron su seno:
huye, vuela; nunca, nunca
me engañarás lisonjero;
que el ideal de mi dicha,
que el ideal de mis sueños,
no tiene amantes que pasan
fugaces como los vientos...
Dijo, y el céfiro triste,
después de un suspiro acerbo,
por los valles y los bosques
huyó gimiendo, gimiendo,
hasta dar con una roca,
y un ¡ay! exhaló postrero...
MIGUEL MOBENO. — LA ARIRÜMBA 2S»7
Triste después la arínimba
alzó su frente á los cielos,
y una gota de rocío
cayó temblando en su seno, ,
y dijo: — Flor pudorosa,
de los ángeles recreo,
soy la lágrima que amante
lloró de amor uno de ellos
al sorprender complacido
tus íntimos pensamientos.
De la solitaria luna,
oculta en un rayo vengo
á decirte que no esperes
encontrar en este suelo
esos amores que sueñas,
ardientes, castos y eternos,
porque ellos se hallan del mundo
allá muy lejos, muy lejos.
Pronto del sol de mañana
te agostará el vivo fuego,
y yo también, flor hermosa,
junto contigo habré muerto;
pero, en vapor convertida,
iré de la tierra, presto,
llevando en tu suave aroma
tu joya de mayor precio;
y á la hora de los amores,
cuando en calma y en silencio,
del crepúsculo renazca
el vespertino lucero
17
258
MIGUEL MORENO. — LA ARIRÜMBA
y se ostente engalanado
de lirios el firmamento,
resucitaremos juntos
en los jardines del cielo.
Miguel MORENO.
ADA más tierno
ni seductor ,
que de las flores
el dulce amor.
Mas yo pregunto
con vivo afán:
¿También las flores
olvidarán?....
¡Ay! No, las flores
no olvidan, no;
¡lo dicen ellas,
lo afirmo yo!
260 MIGUEL MORENO. — OLVIDO
Muere una rosa
que ama á un clavel
y ambos se secan:
¡qué amor tan fiel!
Flores dichosas
suelen decir:
—¡Si ha de olvidarse,
más bien morir!...
¡Corazón mío,
tanto dolor!....
¡Quién no fuera hombre!
¡Quién fuera flor!
^ Miguel MORENO.
■^
LA DOLOROSA
1f
^yESTiDiTA de negro,
blanca la toca,
al cielo levantados
ojos que lloran;
xin puñal en el pecho
con lumbres rojas
á la luz reflejada
de las antorchas;
á sus plantas floreros
en que desbordan
manojos de amancayes,
romero y rosas,
que al del incienso embeben
el fresco aroma; —
así en capilla obscura,
de pena absorta,
Tigila día y noche
la Dolorosa.
262 HONORATO YXzQUEZ. — LA DOLOROSA
Esos labios que espiran
á Dios aromas,
en un leve gemido
cual de paloma,
de un dolor infinito
la queja ahogan.
Esos castos ojuelos,
luz de la gloria
que, encerrada en el alma,
por ellos brota,
ellos, los inocentes
que en Dios se arroban,
gemelos de los ojos
de Cristo, lloran...
Los viernes la visito,
y me acongoja
hallarla solitaria,
verla llorosa.
Las luces que vacilan
entre las sombras,
el viento que se arrastra
por las baldosas
entre flores marchitas
y secas hojas,
el vaivén incierto
de luz y sombra
cuando al sol una nube
la luz le roba,
HONORATO YXzQUEZ. — LA DOLOROSA 268
y del grupo de flores
el tibio aroma,
en que surgir parece
el que en la losa
á Jesús ofrendaron.
manos devotas; —
todo, todo parece
como que llora
como llora en silencio
la Dolorosa.
Y en lo íntimo de mi alma
y entre sus sombras
este mudo escenario
se me prolonga:
allí luces que tiemblan
y muertas hojas,
vientos murmuradores,
leves aromas,
tristezas é ilusiones
que al alma arroban; —
todo en mística vida
quietud recobra
de la virtud oculta
que tiernos brotan
esos ojos que al cielo
tomados lloran:
tal en caudal silente
entre las rocas,
264 HONORATO YXzQüEZ. — LA DOLOROSA
á la luz de la luna
duermen las olas.
Toda pena se acalla,
muda se ahoga,
y avergonzada gime
por pecadora;
toda esperanza al cielo
en flores brota,
todo lo santiflcas,
Madre y Señora,
corazón misterioso
donde se agolpan
sobre pureza tanta,
penas tan hondas.
Entre los amancayes
que se desbordan
del florero á tus plantas,
¡oh, Dolorosa!,
quedan de mi esperanza
las blancas rosas
y el sombrío romero
de mis congojas...
Honorato VÁZQUEZ.
PERDÓN DE MADRE
^^tEKMANiTO de mi vida,
pido á mi madre perdón
\ por las penas que le ha dado
mi nmor, ¡ay, cuáii loco amor!
— ¿Á qué madre?— ¿No lo sabes?...
—¿A cuál?... No lo entiendo yo...
A muy poco que salieras
MIGUEL MORENO. — PERDÓN DE MADRE
para casarte, ¡ay, dolor! ,
de vergüenza la mataste,
la mataste de aflicción,
y al morir dijo: «Si Julia
quiere la perdone yo,
vaya á buscarme en la tumba
adonde por ella voy...»
— ¡Ay! Hermanito, quisiera
también morir de dolor...»
Acompáñame á esa tumba,
¡te lo encarezco por Dios!
Ya me abandonó mi esposo;
tengo miedo..., ¡sola estoy!
—No puedo, hermana; tu madre,
antes de morir, mandó
que fueses sola en la noche
á recibir su perdón;
y hasta dijo: «¡Que las manos
no me las aten, pues yo
aun tengo que dar á Julia
mi postrera bendición!...»
n
Y Julia lloró su culpa,
y por su madre lloró,
y, con un cirio bendito,
dirigióse al panteón.
MIQÜEL MORENO. — PERDÓN DE MADRE 267
y tarde, á la media noche ,
se oyó un grito aterrador
y una triste voz que dijo:
«¡Te lo perdono por Dios!
¡La madre siempre perdona!
¡Por ti no he dormido hasta hoy!...
Mas ya que tú te arrepientes,
hija de mi corazón,
vente, juntas dormiremos
en una tumba las dos...»
Y apagóse el cirio, y luego
la doliente voz calló.
¿Qué fué de Julia? Lo saben
tan sólo su madre y Dios.
Miguel MORENO.
^EMPLASTE al fin tu lira, amigo mío;
tu voz uniste á mi insonoro acento:
esto quise de ti, porque es muy grato
unir la voz como se unió el afecto.
Nada importa, Miguel, que nuestras notas
se oigan y mueran al volar del viento;
270 HONORATO VXZQÜEZ. — CANTAMOS
que de una débil voz acento débil
debe extinguirse de la brisa al vuelo.
El labrador de los azuayos valles
que sombrea al ramaje de su huerto,
viendo la flor que nace y la que muere,
la hoja que cae desprendida viendo.
Llevar suele á los labios, por la tarde,
el rondador de sones lastimeros,
no para que otros oi^an esos sones,
sino por dar solaz ai triste pecho.
Humilde rondador de humildes cañas,
¡cómo ha de pretender vayan sus ecos
á resonar más lejos de esos valles,
á resonar más lejos de ese huerto!
No, que tan sólo en un hogar vecino
se escuchará tal vez algún acento;
no, que otros morirán entre las ramas,
entre las ramas de ese mismo huerto.
De nuestros valles, cuyas claras fuentes,
<5uyos árboles guárdannos recuerdos;
del hogar conocido, de la iglesia,
de los amigos ¡ay! y del colegio.
Tenemos en el alma las historias,
cual en ella guardamos el afecto;
HONORATO VXZQUEZ. — CANTAMOS 271
tenemos en los labios nuestro canto,
á nuestro canto unimos sus recuerdos.
Que hoy no se mueve en olas el sembrado
de conocidos campos, sin que el pecho
sienta temblar al corazón herido
como tiembla la espiga con el viento.
Que hoy no murmura la serena fuente
del mullido gramal, do era el paseo,
sin que unamos al lánguido murmullo
gratas voces que hablaban otros tiempos.
Que hoy no podemos, al mirar las flores
y al llevarlas al ámbito del templo,
ahogar las memorias de otros días
y negar el dolor á nuestro seno.
¡Ay! Por esto cantamos: triste fuera
pasar indiferentes por el suelo
sin colocar siquiera una hoja seca
en las tumbas queridas del sendero.
Triste pasar sin exhalar un canto
por esas. almas cuyo casto seno
fuera el asilo de un amor bendito,
bendito de los hombres y del Cielo...
Más triste aún callar los de la infancia
consoladores, plácidos recuerdos,
272
HONORATO yXzQUEZ. — CANTAMOS
como la yedra al árbol así unidos
á la sagrada fe con que creemos.
Cantamos ya con insonora lira;
nuestras notas iránse por el viento:
¡Dios haga que siquiera alguna de ellas
vaya á extinguir el son allá en el Cielo!
Cantamos ya: Dios quiera que no broten,
á la lectura d^ estos pobres versos,
las rosas del rubor en las mejillas
do el Ángel del pudor estampó un beso.
HONORATO VXZQUEZ. — CANTAMOS 278
Si otras playas te esperan, caro amigo,
y en mis nativos campos yo me quedo,
las flores que obsequiabas á María
yo las he de llevar á sus floreros.
Y con las flores llevaré en mis labios,
por ti, un sincero y fervoroso ruego,
que el afecto de amigos en la tierra
se debe completar allá en el Cielo.
Honorato VÁZQUEZ.
1877.
18
AÑOS DESPUÉS
Á HONORATO
i
^MiQO del alma mía,
y más bien que amigo, hermano;
ven y reclina la frente
sobre mi pecho angustiado,
y entre suspiro y suspiro,
pensativos encendamos
la lámpara moribunda
de nuestro hermoso pasado.
¿Recuerdas?... ¡Santas memorias!
4 Han transcurrido veinte años
desde aquel en que escribimos
nuestros Sábados de Mayo!
Orillas del Tomebamba,
bajo los sauces cantando,
la estrella de unos ensueños
persiguiendo solitarios,
por cielos desconocidos,
cual golondrinas, volando;
276 MIQüEL MORENO. — AÑOS DESPUÉS
erguida y noble la frente,
siempre el espíritu en alto,
en el alma hondos afectos,
la humilde lira en las manos,
nos encontraban las tardes
de esos sábados de Mayo.
¡Adiós, ensueños de entonces
¡Han huido tantos años!
¡Qué largos para sufridos,
qué cortos para gozados!...
¡Decepción todo! La gloria
fué la quimera de entrambos,
y ahora sabemos que es ella
humo de nuestro tejado...
Y como éste, ¡cuántos otros
dolorosos desengaños!
¡ Ay! ¡Quién hubiera creído
que fuese, al fin, tan amargo
el despertar de los sueños
y el invierno de los años!
¿Y los afectos?... ¡Dios mío,
besemos tu santa mano!
¡Cuántas cruces, negras cruces^
se alzan en el camposanto,
y cuántos altares menos
en el corazón, hermano,
sin contar esos idilios,
muertos al nacer, pintados
allí en mis Eosas azules
MIGUEL MORENO. — AfiOS DESPUÉS 277
y en tus Floripondios blancos!
¡Idilios, rayos de luna
de la noche del pasado,
pues va clareando la aurora
de los sábados de Mayo,
no turbéis nuestro reposo,
quedaos atrás, quedaos! ..
¿Y nuestra patria?... La patria,
aire y luz siempre adorados;
yo muy lejos, tú proscrito,
¡cuántos sábados de Mayo
oramos juntos por ella
en extranjeros santuarios!
¿Y después?... Patria adorada,
¡qué de sangre, qué de llanto,
siempre en intestinas luchas,
has vertido cuántos años!
¡Desde el foro á la cabana
se viste luto! En los campos,
para viudas y huérfanos
el pan sabe muy amargo.
¿Y sus hijos?... Al palenque
ya no acuden esforzados:
muertos yacen 6 proscritos
sus ilustres ciudadanos...
j Ay, amigo, es larga, larga,
la lista de desengaños!
Del hogar en el asilo
278 MIGUEL MORENO.— AÍ^OS DESPUÉS
volemos á refugiarnos.
Pero antes vamos al templo,
donde juntos ideamos
aquel haz de humildes flores,
nuestros Sábados de Mayo.
¿La conoces?... Es la nuestra
Morenica del Rosario.
¡Madre mía de mi alma!
¿Te acuerdas tú de los bardos
que entre rima y rima, flores
en el alma y en el campo
iban recogiendo alegres,
y, tiernos enamorados,
las ponían, si á tus plantas,
más en el albergue casto
de tu corazón de Madre
en los sábados de Mayo?
¿Nuestras flores, qué se hicieron?
¿Qué se hicieron esos cantos?
Sus virginales aromas,
¿se fueron al Cielo, acaso?
Primicias de la inocencia,
volaron, allá volaron;
pero nos queda el recuerdo
de aquellos días lejanos,
y de la piedad primera
nos queda el perfume casto>
el dulce amor á María,
MIGUEL MORENO. — AÑOS DESPUÉS 279
que, luchando, hemos salvado,
á pesar de tempestades
y de luctuosos naufragios.
¿Y nuestros hijos? Los hijos,
de nuestra alma hoy tan amados,
si ayer pensamos en ellos,
cual son hoy no los soñamos;
que ese amor nuevo y sin nombre,
por lo puro y por lo santo,
era aún desconocido
de nuestra alma en el santuario.
Y hora el mayor de los míos,
de mi amor fruto temprano,
ya es luciérnaga que alumbra
al Dios de los Tabernáculos.
Y su comunión primera
la hizo ayer... Sus tiernos años
cayeron en los altares
como hacecillo de nardos...
¿Y nuestras madres?... Refugio
de tormentas y naufragios,
ellas su amor á María
en nuestro pecho grabaron,
y nuestras primeras flores
las pusieron de su mano,
sobre su ara... ¡Quién nos diera
hacer eternos sus años,
á que en nuestras sepulturas
planten floripondios blancos
280 MIGUEL MORENO — AÑOS DESPUÉS
y pensamientos azules,
junto á los lirios del campo!
¡Amigo, la Santa Virgen
con creces nos ha pagado
esas flores y esas rimas
de los Sábados de Mayo!
¿Cómo enumerar los dones
de su maternal amparo?...
¡Aliento, poeta amigo,
y hacia la Patria cantando
avancemos, mientras llega
aquel día, no lejano,
en que á nuestros tiernos hijos
la rota lira legando,
de María al casto seno
volemos, buenos hermanos,
plegué á Dios que un mismo día
y en un sábado de Mayo!
1897.
Miguel MORENO.
FINAL
A HONORATO
jKÍFesde entonces acá, cuántos sepulcros >
tú bien lo sabes, en el alma abiertos!...
¡Nuestros padres al Cielo ya son idos,
y mi esposa y mis hijos ya se fueron!...
Recibamos cosechas que se cuajan
al intenso amargor de los recuerdos...
¡Cuanto la tierra da, no es sino tierra
que con cada dolor nutre renuevos!...
Dos gusanos de luz, salimos juntos
á vagar de la vida en el sendero;
pero, al venir la noche, ¡Dios lo quiera!,
luzcas tú de mi tumba en el silencio!
Miguel MORENO.
1905.
APÉNDICE
A AGUSTÍN CUESTA V.
yM UE yo vuelva á ser dichoso
y alterne contigo el canto?
¿Que en mi lira rememore
esos ya distantes SÁBADOS?...
Sin advertirlo, un profundo
"mar de pena has conturbado
y el majestuoso silencio
de un corazón solitario...
—¿Las funestas soledades
de tu corazón acaso?...
— ¡Evoco mi ayer! Escucha
lo que debiera callarlo.
MIGUEL MORENO, — FLOR DE MI PENA
Tiende atenta la mirada i
sobre este campo asolado; 1
mira cuan negros los árboles,
desnudos de sus encantos, ,
y esa nube cenicienta t
que acrece el pavor del cuadro.
Un incendio taló el bosque,
turbo la paz de este lago,
y arrasó el hermoso carmen
donde ayer dos pobres bardos,
como las auras marinas,
como gaviotas flotando
sobre el piélago del ritmo,
por norte el ideal cristiano,
por numen la Santa Virgen,
fueron ensayando el canto
en aquella sola lira
que la Virgen les dio á entrambos,
hasta que por fin surgieron
esos SÁBADOS DE MAYO.
Contempla: allá estuvo el huerto i
donde soñé con mi hermano: j
mas ¡ay! sueños de poetas, j
¡cuan presto se disiparon! j
Allí Clorinda y Elvira^
dos seres tímidos, castos;
ésa. La Torcaz del rio,
nacida en un bosque azuayo;
ésta, Híiérfana extra'njeray
MIGUEL MORENO. — FbOR DE MI PENA 28?
entre floripondios blancos,
cual mariposas azules,
nos estaban atisbando
inocentes sonriendo,
al escuchar nuestros cantos;
y nos regalaban flores,
de nuestras flores en cambio,
¡y amor puro, candorosas,
nos dieron! Entrelazados
todos cuatro corazones,
sólo un corazón formaron.
Mas, ¡oh, dolor!, ¡ya con ellas
no tuvimos otro Mayo!...
— ¿Os olvidaron?...
— ¡Murieron!...
¡Dios cortó de amor el lazo!,
y un ¡Adiós, ha^ta los cielos!.
mutuamente nos cambiamos.
¡Cuántas noches las estrellas
silenciosas nos miraron
ante sus tumbas, de hinojos,
tiernas preces elevando!
— ¡Desventurados poetas!
— ¡Mucho sus ojos lloraron,
mucho sus almas sufrieron!...
-- ¡ Aliento ! ¡ Prosigue, bardo !
— ¿Ves allá esa casa blanca?
Es un molino en un campo
de alisares: ¡cuan desierto
de la amistad el santuario!
MIGUEL MORENO. — FLOR DE MI PENA
Allí fué donde á La Garza
del Alisar encontramos...,
tímida, blanca y hermosa
como luna en cielo diáfano.
¡Oh, esa sombra fugitiva!
¡ Oh, ese ser amante y candido!
¡Cuántas veces vino á vemos
y á remirarse en el lago !
Mas ¡ay, la mató la ausencia!
¡Como á hermana la lloramos!...
Allá cantaron Elisa
y Osear el desamorado;
y esa Elina, la olvidada,
la de los sentidos cantos:
dichosas, ambas huyeron
al terreno cielo, al claustro:
ya en torno al Peñón tan sólo
miro sus sombras vagando.
— ¿Y La Novia del Sargento ^
la de los grandes quebrantos,
la cuitada montañesa?
—Alma viuda, clamando:
/ Que no le olvide ni aguarde!,
se vino loca á este lago.
—¿Y Moraima?...
—Tierna alondra,
una sola vez, de paso
al cielo, unió con los nuestros
MIGUEL MORENO. — FLOR DE MI PENA
SU primer sonoro canto,
que, preludiado en la tierra,
lo está repitiendo en lo alto;
¡y todo así disipóse
como el eco de esos cantos!
—¿Y La Virgen de la Peña?
¿Y las niñas que llevaron
para Ella preces y flores?
— ¡Doloroso desencanto!
19
290 MIOÜEL MORENO. — FLOR DE MI PENA
¡Nunca más volví á encontrarlas!
¡ Ensueños , aves de paso !...
Pero me queda La Virgen
en la gruta; mira, en lo alto
de aquel majestuoso risco
está mi tesoro amado,
MARÍA, y la gruta en donde
me acogí cuando el naufragio
de Dora! (1)
— ¡Ah, de tu Dora!
¿Tu musa real, oh, bardo?
—¡Sí, de Dora, vida mía,
ayer mi cisne del lago,
hoy día Flor de mi Penal..,
¡Corazón, prorrumpe en llanto!...
¡Tú el colmo de mi ventura,
de mis dolores el máximo,
en vez de la Barca blanca
para venir á mi lado,
tomaste la Barca negra,
y con tres de los más caros
de nuestros hijos, te hundiste,
te sepultaste en el lago!...
¿Y aun vives, corazón mío,
aquí en la margen llorando?
(1) Véase el Libro del Coragón, de Miguel Moreno. (Advertencia de
loa eiityree.)
MIGUEL MORENO. — FLOR DE Mi PÜNÁ 2dl
¡Tengo allí otra Barca negra!...
Mas ¡ay, que me encuentro atado L,
¡Que sepan volar los cisnes
que ella me dejó, y de un salto
yo en la barca, y luego arriba,
donde ella me está- aguardando!
Pero antes, joven poeta,
préstame apoyo; ascendtimos
á la gruta, y á la Virgen
le consagremos un canto;
y tu primero se aune
á mi último; ¡que ya helados
siento el corazón y el alma!
¿Quién continuará mis cantos?.,
Lleva mi lira, la pulse
mi primogénito amado (1),
y que continúe en ella
esos Cantos no acabados
que él conoce; y crea y cante,
¡siga mis huellas, y á lo alto!...
¡Y ascendamos!... Llevo preces,
llevo lágrimas, que, aun cuando
(1) Va á continuación Á mi padre, poesía del hijo primogénito dé
Moreno. (Adv9rtmcia de Un editores.)
MIGUEL MOBEKO.~-FLOR DE MI PENA
ya mi lira no dé sones,
ni haya cisnes en mi lago,
¡por MARÍA y por mis muertos,
feliz, creo, espero y amo!...
Miguel MORENO.
Á MI PADRE
HLe mandas tu lira
por mí tan amada,
de cuerdas tan suaves,
mojada en tus lágrimas;
sus tristes acentos
apenan á mi alma.
Mi madre y tu lira
mi cuna arrullaban;
tu lira y mi madre
en una alborada
de Mayo risueño
mi vida ofrendaban,
¡al pie de la Virgen,
de Dios ante el aral
¡Oh, lira que llega
en llanto mojada!...
Con ella lloraste
nuestra honda desgracia;
294 MIGUEL A. líORfiNO 8. — X MI PADRE
por ella en las penas
brilló la esperanza;
por eso yo la amo
cual Dora la amaba.
Tu musa, la Virgen
me enseñe á pulsarla,
y á Ella yo cante
y eleve plegarias
por seres queridos
que adora mi alma,
por ti y por mi madre,
¡mis prendas amadas!
Miguel A. MORENO S.
ÍNDICE
Páfrinas
Advertencia V
Los sábados de Mayo IX
Ntíestro propósito 1
Los sábados de Mayo 7
Efluvio 16
Hojas secas 17
Á María. 19
La flor de la montaña. 21
La hija de María 26
Amor de un ángel 29
El poeta 61
Las tres Auroras 68
Esquela de amor 69
Ante un nido 71
La Virgen del cementerio 7S
¡Ro, ro! 77
Sombras 81
La oración de la huérfana. 88
En el hogar 85
La Virgen de la escuela 87
¡Pobre escolar! 93
Cantares de Elina. ; . . . 97
¡Es él! i 101
La niña y el escribanillo. ". . 103
¡Pobres flores! , ', 105
El yaraví 107
Ecos de ultratumba ; 113
No puedo amarte 115
Morenica del llpsario. ....,...♦♦,.,, Jl^
ÍNDICE
Página»
La Virgen del Río 123
ÜOB tumbas. 127
La flor de la dicha 129
El incienso y la alhucema 133
A María. 137
El nombre de María. 141
Cantos no acabados 147
Un pétalo de rosa. 161
¡No las mires! 163
Sauces y cipreses 169
La Virgen de la Peña 165
Deseo 178
Bodas que^^matan 175
¡Acuérdate de mí! 181
A Olorinda 185
La garza del Alisar 187
Auras de Abril 193
¡Piensa de tarde! 199
¡Cantaba, pero calló! 201
¡Buenas noches! * 206
La novia del sargento 207
Amor y musrte 215
Plegaria á María 219
La flor del mosquito. 225
Mi escuela 229
Las tres torcaces 233
Amor imposible 241
Rama de trébol 247
La arirumba 263
Olvido 259
La Dolorosa. 261
Perdón de madre 265
Cantamos. 269
Años después 275
Final 281
Flor de mi pena 285
A mi padre 298
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