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Full text of "Segunda comedia de Celestina"

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Accessions 


Shelf  No 


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COLECCION 


DE 

LIBROS  ESPAÑOLES, 

RAROS  Ó  CURIOSOS. 


TOMO  NOVENO. 


SEGUNDA  COMEDIA 


DE 

CELESTINA 


POR 

FELICIANO  DE  SILVA. 


MADRID 


IMPRENTA  DE  MIGUEL  GINESTA 
calle  de  Campomancs,  núm.  8. 


1874. 


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ADVERTENCIA. 


Nuestro  buen  amigo  el  diligente 
bibliófilo  Sr.  D.  José  Antonio  de  Ba- 
lenchana  nos  ha  hecho  el  señalado  fa¬ 
vor  de  encargarse  de  la  corrección  de 
pruebas  de  la  Segunda  Celestina  de 
Feliciano  de  Silva,  cuya  reimpresión 
ve  hoy  la  lu\  pública ,  y  no  contento 
con  tan  ímprobo  trabajo,  ha  llevado 
su  galantería  hasta  el  punto  de  escribir 
la  erudita  introducción  que  la  precede. 
Sólo  al  público  compete  juagar  el  tra¬ 
bajo  del  Sr.  Balenchana;  d  nosotros 
darle  aquí  testimonio  de  nuestra  gra¬ 
titud,  así  como  al  Sr.  D.  Ricardo  He- 
re  di  a,  quien,  después  de  impresa  la 
obra,  nos  ha  facilitado ,  con  su  acos¬ 
tumbrada  generosidad ,  el  ejemplar  de 
la  edición  de  1 534  posee ,  y  de  cuya 
portada  damos  un  facsímile,  además 
del  de  la  de  Venecia ,  que  ya  teníamos 
hecho. 


VI 


Bien  hubiéramos  querido  hacer  un 
cotejo  minucioso  de  la  edición  de  1 534 
con  la  que  hoy  damos  á  lu\,  indicando 
las  variantes  y  aclarando ,  probable¬ 
mente,  algunos  puntos  oscuros;  pero 
impreso  y  a  el  tomo  y  ocupados  en  el 
que  ha  de  seguirle,  no  hemos  podido 
tomarnos  este  trabajo. 

F.  del  V  J.  S.  R. 


4 


El  fabuloso  éxito  que  obtuvo,  desde 
su  aparición ,  la  famosa  Celestina, 
que  compuso  ó  acabó,  por  lo  mé- 
nos,  el  célebre  bachiller  Fernando  de 
Rojas,  las  numerosas  ediciones  que  de 
ella  se  hicieron,  en  breve  tiempo,  y  los 
elogios  entusiastas  que  mereció  á  los 
hombres  más  eminentes  de  aquella  épo¬ 
ca,  produjeron,  como  era  natural,  mul¬ 
titud  de  obras  literarias,  ya  continuando 
el  argumento  de  aquella,  ya  imitándole 
con  más  ó  ménos  ligeras  variantes.  Fué 
acaso  la  primera  de  sus  continuaciones 
la  Segunda  Celestina  de  Feliciano  de 
Silva  que  hoy  viene  á  enriquecer  esta 
escogida  Colección.  Y  en  verdad,  que  en 
ella  concurren  bien  claras  y  distintas  las 
dos  circunstancias  de  rareza  y  curiosi¬ 
dad,  cualidades  que  forman  la  base  de 
dicha  Colección ,  que  con  tanto  acierto 
como  aplauso  de  los  aficionados  á  libros 


p 


VIII 


antiguos,  van  eligiendo  y  publicando  sus 
ilustrados  editores. 

No  es  posible,  empero,  desconocer  la 
gran  distancia  que  media  entre  el  méri¬ 
to  literario  de  la  primera  y  la  Segunda 
Celestina.  En  la  primera  la  originalidad, 
el  lenguaje,  los  caracteres  de  los  perso¬ 
najes,  y  hasta  el  desenlace  de  la  acción, 
forman  un  conjunto  tan  acabado  y  tan 
perfecto  que  no  son  de  extrañar,  en  mo¬ 
do  alguno,  los  elogios  y  los  panegíricos 
que  de  ella  se  hacen,,  y  hasta  el  entusias¬ 
mo  exagerado  que  produjo  en  hombres 
tan  eminentes  como  D.  Diego  Hurtado 
de  Mendoza,  que  en  una  ocasión  célebre, 
(al  marchar  de  Embajador  á  Roma)  re¬ 
dujo  toda  su  librería  á  la  Celestina  y  el 
Arnadis  de  Gaula,  que  llevaba  en  su 
porta-manteo.  No  menor  aplauso  mere¬ 
ció  á  Cervantes,  pues  en  los  versos  del 
Donoso ,  que  preceden  á  la  primera  par¬ 
te  de  su  Ingenioso  Hidalgo ,  dice  ha¬ 
blando  de  la  Celestina: 

Libro  en  mi  opinión  divi- 

Si  encubriera  más  lo  huma-. 

De  la  Segunda  Celestina,  no  hemos 


IX 


hallado  en  las  varias  obras  literarias  coi> 
sultadas,  juicio  crítico  ni  examen  algu¬ 
no,  acaso  porque  citada  siempre  como 
continuación  de  la  primera  y  deslum¬ 
brados  los  encomiadores  de  esta,  con  los 
refulgentes  resplandores  de  sus  múltiples 
bellezas,  no  les  quedó  luz  suficiente  ó 
consideraron  como  trabajo  harto  secun¬ 
dario,  ocuparse  de  la  segunda.  Pudieron 
quizá  también,  tener  alguna  influencia 
para  ello,  los  rudos  golpes  que  D.  Diego 
Hurtado  de  Mendoza  y  el  inmortal  Cer¬ 
vantes  descargaron  sin  piedad,  sobre  las 
obras  de  Feliciano  de  Silva:  aquel  en  su 
carta  del  Bachiller  de  Arcadia  y  el  se^ 
gundo  en  varios  capítulos  de  su  Inge¬ 
nioso  Hidalgo ,  y  especialmente  en  el 
primero,  en  el  cual  al  indicar  como  cau¿ 
sa  de  la  locura  de  D.  Quijote  su  desme¬ 
dida  afición  á  los  libres  de  Caballerías 
dice:  «que  de  todos,  ningunos  le  parecían 
tan  bien  como  los  que  compuso  el  famo¬ 
so  Feliciano  de  Silva,  porque  la  claridad 
de  su  prosa  y  aquellas  intrincadas  razo¬ 
nes  suyas  le  parecían  de  perlas,  etc. »  Más 
adelante  en  el  capítulo  VI,  también  de 
la  primera  parte,  al  referir  el  escrutinio 

b 


X 


que  el  Cura  y  el  Barbero  hicieron  en  la 
librería  de  D,  Quijote,  lanza  á  los  libros 
de  Caballerías  de  Silva  el  siguiente  ana¬ 
tema  «Este  que  viene  ahora,  dijo  el  Bar¬ 
bero,  es  Amadis  de  Grecia  y  aun  todos 
los  de  este  lado,,  á  lo  que  creo,  son  del 
mismo  linaje  de  Amadis.— Pues  vayan 
todos  al  corral,,  dijo  el  Cura,  que  á  true¬ 
co  de  quemar  á  la  reina  Pitinquinestra 
y  á  sus  églogas,  y  á  las  endiabladas  y 
revueltas  razones  de  su  autor,  quemára 
con  ellos  al  padre  que  me  engendró  si 
anduviera  en  figura  de  caballero  andan¬ 
te.  »  Pero  por  más  legítimas  y  justas 
que  fueran  estas  censuras  no  se  explica 
el  silencio  tan  rígidamente  observado 
respecto  á  la  Segunda  Celestina,  si  co¬ 
mo  queda  dicho,  no  se  considera  causa 
eficiente  de  él,  el  parangón  que  necesa¬ 
riamente  tenian  que  hacer  con  la  obra 
i  nmortal  de  Rojas. 

Que  la  de  Feliciano  de  Silva  no  debe 
permanecer  en  la  oscuridad,  ni  en  el 
olvido,  lo  ha  venido  á  declarar,  hasta 
cierto  punto,  la  Academia  Española,  co¬ 
locándola  en  el  Catálogo  de  Autoridades 
técnicas  que  ha  publicado  este  mismo 


XI 

año;  y  basta  la  mas  ligera  lectura  de  ella, 
para  convencerse  de  su  no  escaso  valer, 
sobre  todo  si  se  tiene  en  cuenta  la  época 
en  que  salió  á  luz. 

Resalta  desde  luego,  y  en  nuestra  opi¬ 
nión  es  su  principal  mérito,  lo  bien  sos¬ 
tenido  que  en  toda  la  obra  se  halla  el 
carácter  de  Celestina.  Desde  las  prime-' 
ras  escenas  hasta  el  fin,  se  ve  en  ella  á 
la  vieja  entremetida  y  artera,  solapada 
y  codiciosa  siempre,  y  pronta  en  todo 
momento  á  tramar  enredos  y  artificios, 
para  complacer  á  todos  en  el  logro  de 
sus  impuros  deseos,  si  con  ello  alcanza 
el  precio  de  tan  torpes  tercerías.  No  me¬ 
nos  bien  sostenido  se  halla  el  carácter 
del  rufián  Pandulfo,  bravo  en  el  decir 
y  cobarde  hasta  la  exageración,  modelo 
exacto  del  matón  perdona-vidas,  que 
con  tanta  frecuencia  se  halla  hoy  toda¬ 
vía,  en  las  ínfimas  clases  de  nuestra  so¬ 
ciedad.  Los  personajes  de  la  novela  Feli- 
des  y  Polandria,  hacen  recordar  alguna 
vez,  la  dura  calificación  que  Cervantes 
aplicó  á  las  obras  de  Silva,  pues  endia¬ 
bladas  y  revueltas  razones  pueden  lla¬ 
marse  muchos  de  los  conceptos  que  pone 


en  boca  de  los  dos,  en  varías  ocasiones, 

Pero  dejando  aparte  este  defecto,  so¬ 
brado  común  en  las  obras  de  aquella 
época,  y  prescindiendo  de  la  tendencia 
demasiado  frecuente  á  hacer  alarde  de 
desmedida  erudición,  colocando  en  per¬ 
sonas  de  baja  estofa  frases  y  conceptos 
completamente  ajenosá  su  clase  y  estado, 
y  que  no  siempre,  áun  esforzando  la  ima¬ 
ginación,  llegan  á  descifrarse  entera¬ 
mente;  no  es  posible  dejar  de  admirar  la 
naturalidad  y  gracejo  de  muchas  esce¬ 
nas,  el  chispeante  diálogo  de  algunas  de 
ellas  y  el  buen  desarrollo  de  toda  la 
acción;  circunstancias  que  le  hubieran 
valido  alto  concepto  literario,  si  el  brillo 
de  la  Primera  Celestina  no  hubiera 
eclipsado  por  completo  á  todos  sus  con¬ 
tinuadores  é  imitadores. 

El  desenlace  de  la  acción  no  queda,  á 
la  verdad,  completamente  acabado,  y 
como  la  pluma  de  Feliciano  de  Silvano 
puede  tacharse  de  infecunda,  forzoso  es 
atribuirlo  á  deliberada  intención  de  con¬ 
tinuarla  todavía,  como  lo  hizo  algunos 
años  después  Gaspar  Gómez,  publican¬ 
do  la  Tercera  Celestina,  no  sabemos  si 


xm 


con  la  anuencia  y  beneplácito  de  Silva, 
por  más  que  á  él  esté  dedicada.  Esto  no 
obstante,  la  falta  de  un  completo  desen¬ 
lace  y  la  impunidad  de  los  infames  he¬ 
chos  de  Celestina  y  sus  criadas,  vienen 
á  dejar  en  claro  y  sin  el  paliativo  del 
castigo  los  cuadros  del  vicio,  que  con 
excesiva  transparencia  presentan  muchas 
escenas;  y  por  más  que  se  abrigue  la 
íntima  convicción,  de  que  son  retrato 
fiel  y  exacto  reflejo  de  las  costumbres  de 
la  época,  que  en  nada  aventajaba  á  la 
nuestra  en  este  punto,  no  puede  ménos 
de  censurarse  duramente,  que  se  deje 
triunfante  el  vicio  y  la  inmoralidad, 
dando  este  ejemplo  funesto  y  olvidando 
acaso  la  frecuencia,  con  que  sin  recurrir 
á  imaginarios  artificios,  vemos  palpable 
en  el  orden  de  la  vida,  que  la  miseria, 
las  enfermedades  y  la  muerte  violenta, 
han  sido  y  son  en  todo  tiempo,  por  regla 
general,  el  fin  de  ios  personajes  que  tan 
perfectamente  modelados  se  hallan  en 
Celestina,  sus  criadas  y  amigos. 

De  todas  suertes,  y  protestando  nues¬ 
tra  falta  de  autoridad  literaria,  creemos, 
sinceramente  que  la  reimpresión  de  esta 


9 


obra,  hoy  tan  rara  y  de  tan  subido  pre¬ 
cio  cuando  se  presenta  algún  ejemplar 
á  la  venta,  ha  de  ser  muy  bien  acogida 
y  leida  con  afan  por  los  estudiosos  y  afi¬ 
cionados  á  nuestra  literatura.  Estos,  no 
verán  en  ella  solamente  la  pintura  de 
cuadros  más  ó  menos  desenvueltos  y  pro¬ 
caces,  como  vulgarmente  se  cree  ó  se 
dice,  por  ciertos  fingidos  timoratos  y  aun 
por  -personas  de  cuya  educación  y  cul¬ 
tura  debia  esperarse  penetráran  más  la 
esencia  de  las  cosas,  sino  que  la  estudia¬ 
ran,  ya  como  tipo  del  desarrollo  y  rápi¬ 
da  perfección  de  nuestra  lengua,  ya  co¬ 
mo  retrato  de  los  hábitos  y  costumbres 
de  una  época,  que  por  ser  tan  distante 
de  la  nuestra  ofrece  tan  vasto  campo  al 
filósofo  y  al  historiador;  ya  finalmente 
como  indicio  ó  preliminar  de  nuestro 
teatro,  no  obstante  que  la  opinión  gene¬ 
ral  de  los  literatos  se  halle  unánime, 
en  considerar  como  novelas,  estas  lla¬ 
madas  comedias. 

Escasas  son  las  noticias  biográficas, 
que  sin  embargo  de  nuestra  no  peque¬ 
ña  diligencia,  hemos  podido  adquirir 
de  Feliciano  de  Silva.  Parece  fuera  de 


XV 


duda,  quo  fue  natural  de  Ciudad-Ro¬ 
drigo  é  hijo  de  Tristan  de  Silva,  Cronis¬ 
ta  del  Emperador  Carlos  V.  Nació  á 
fines  del  siglo  XV,  ó  en  los  primeros 
años  del  XVI,  y  debió  alcanzar  bastante 
edad,  según  se  desprende  de  la  dedica¬ 
toria  que  hizo  de  su  obra  Don  Florisel 
de  Niquea  á  la  Emperatriz  doña  María, 
hija  de  aquel  monarca.  Tuvo,  según 
añade  el  Sr.  La  Barrera,  un  hijo  llamado 
Diego,  que  sirvió  primero  bajo  las  bande¬ 
ras  del  Emperador  y  se  embarcó  después 
para  tierra  firme,  donde  murió  en  una 
batalla  con  los  indios  de  aquella  región. 

El  ilustrado  autor  de  la  crónica  de  la 
Casa  de  Niebla,  Pedro  Barrantes  Mal- 
donado,  cuya  importante  obra  publicó, 
no  hace  muchos  años,  la  Academia  de  la 
Historia,  en  su  Memorial  histórico  Es¬ 
pañol,  refiere  que  Feliciano  de  Silva  fué 
paje  de  D.  Juan  Alonso  de  Guzman  el 
Bueno,  séptimo  Conde  de  Niebla,  y  que 
hallándose  en  Sevilla  en  1540,  salvó  la 
vida  á  la  esposa  de  éste,  la  Condesa  doña  / 
Ana  de  Aragón,  nieta  del  Rey  D.  Fer¬ 
nando  el  Católico,  que  viniendo  desde 
Triana,  al  pasar  el  puente  de  barcas  del 


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Guadalquivir,  se  hundió ,  y  la  Condesa 
cayó  al  rio  en  la  muía  que  montaba,  lo 
mismo  que  todas  las  personas  que  esta¬ 
ban  á  la  redonda,  y  donde  se  hubiera 
ahogado  como  se  ahogaron  catorce  de 
sus  doncellas- é  dueñas  é  algunos  caba¬ 
lleros  é pajes  sin  el  oportuno  auxilio  de 
Feliciano  de  Silva,  que  llegó  nadando 
hasta  ella  y  con  la  ayuda  de  un  barque¬ 
ro  la  socorrió  asiéndola  de  una  manga, 
hasta  que  se  acercaron  otros  barcos  y  pu¬ 
dieron  sacarla  á  tierra. 

Respecto  de  las  obras  literarias  de  Sil¬ 
va,  bastará  decir  que  uno  de  nuestros 
más  distinguidos  literatos  y  bibliófilos,  e\ 
señor  D.  Pascual  de  Gayangos,  le  llama 
celebérri  mo  y  nunca  bien  ponderado  es¬ 
critor  de  Caballerías  y  el  más  fecundo  y 
prolífico  de  todos  los  de  este  género;  y 
efectivamente  además  del  Lisuarte  de 
Grecia  ó  séptimo  libro  de  Amadis,  de 
que  con  muy  sólido  fundamento  se  le 
supone  autor,  aunque  no  lleva  su  nombre 
en  la  portada,  son  conocidamente  obras 
suyas  el  Amadis  de  Grecia,  que  tituló 
libro  noveno  de  Amadis ,  y  las  cuatro 
partes  de  Don  Florisel  de  Ni  que  a. 


XVI  í 


Es  completamente  ajeno  á  nuestro  pro¬ 
pósito,  el  exámen  crítico  de  estas  obras, 
que  hizo  ya  de  una  manera  tan  perfecta 
y  acabada,  como  todo  lo  que  sale  de  su 
docta  pluma,  el  mencionado  Sr.  de  Ga- 
yangos  en  el  Discut'so  que  precede  al 
tomo  titulado  Libros  de  Caballerías, 
que  es  el  XL,  en  el  orden  de  publicación, 
de  la  Biblioteca  de  Autores  Españoles. 
Pero  no  dejaremos  de  admirar  la  fecun¬ 
didad  de  este  escritor,  en  una  época,  en 
que  eran  muy  pocos  los  autores  que  mul¬ 
tiplicaban  así  sus  producciones  literarias, 
y  aunque  le  censuraron  tan  agriamente 
como  hemos  dicho,  Mendoza  y  Cervan¬ 
tes,  es  forzoso  convenir  en  que  esas  cen¬ 
suras  dirigidas  principalmente  contra  los 
disparatados  argumentos  de  sus  libros  de 
Caballerías  y  contra  el  lenguaje  oscuro  y 
afectado  que  en  ellos  empleó,  no  menos¬ 
caban  ni  pueden  rebajar  su  ingenio,  su 
incansable  laboriosidad ,  y  la  erudición 
que  demuestra  en  sus  voluminosos  es¬ 
critos;  y  por  eso,  sin  duda,  la  Academia 

• 

Española,  juzgándolos  con  más  deteni¬ 
miento  y  ménos  pasión,  ha  colocado 
también  en  el  catálogo  de  Autoridades 


XVIII 


técnicas  el  Don  Florisel  de  Niquea. 

No  consta  de  una  manera  positiva  el 
año  en  que  salió  á  luz  la  Segunda  Ce¬ 
lestina,  que  seguramente  no  fué  la  pri¬ 
mera  producción  de  Silva,  si  como  creen 
los  modernos  bibliógrafos  es  autor  del 
Lisuarte  de  Grecia,  publicado  en  Se¬ 
villa  en  i525,  por  los  dos  hermanos 
Cromberger.  Ticknor  dice,  que  aquella 
obrase  publicó  en  1 53o;  el  Sr.  Gayangos 
al  citarla  en  una  nota  de  su  mencionado 
Discurso,  la  refiere  al  año  de  1 535,  y  el 
Sr.  La  Barrera ,  en  su  Catálogo  del 
Teatro  Español,  indica  ambas  ediciones 
como  la  primera  y  segunda,  pero  sin 
fijar  respecto  de  la  de  i53o  su  tamaño, 
nombre  del  impresor  y  lugar  en  que  se 
hizo,  y  adoleciendo  la  indicación  de  la 
segunda  de  las  mismas  faltas,  escepto 
la  del  tamaño  que  expresa  ser  en  4.0 

No  negaremos,  en  absoluto,  que  haya 
realmente  estas  dos  ediciones;  pero  nace 
una  legítima  duda  de  su  existencia,  al 
observar  que  la  cita  de  Ticknor  no  vá 
acompañada  como  la  generalidad  de  las 
obras  que  menciona,  de  la  nota  corres¬ 
pondiente,  insertando  el  título  íntegro  de 


XIX 


ellas,  su  tamaño  y  el  lugar  y  el  nombre 
del  impresor;  y  esa  duda  se  robustece  al 
ver  que  se  guarda  ese  mismo  silencio,  en 
las  notas  con  que  tan  profusa  y  acerta¬ 
damente  han  ilustrado  la  edición  caste¬ 
llana  de  Ticknor,  sus  distinguidos  tra¬ 
ductores.  Todo  lo  cual,  tratándose  de 
personas  tan  competentes  en  la  materia 
como  las  citadas,  da  lugar  á  afirmar  que, 
ó  dichas  ediciones  no  existen,  ó  es  tal  su 
rareza  que  ni  han  llegado  á  verlas,  ni  á 
adquirir  los  datos  suficientes  para  des¬ 
cribirlas  cumplidamente. 

La  primera  edición  conocida,  es  pues 
indudablemente,  la  que  el  erudito  señor 
Salvá  cita  y  describe  en  el  número  1414, 
del  catálogo  de  su  librería  con  el  si¬ 
guiente  título:  Segunda  comedia  de 
Celestina ,  en  la  cual  se  trata  de  los 
amores  de  un  caballero  llamado  Féli- 
desy  de  una  doncella  de  clara  sangre 
llamada  Polandria.  Donde  pueden  salir 
para  los  que  lieren  muchos  y  gran¬ 
des  avisos  que  della  se  pueden  tomar . 
Dirigida  y  endrecada  al  muy  excelen¬ 
te  y  ilustrísimo  señor  D.  Francisco  de 
Zúñiga  Guarnan  y  de  Sotomayor,  Du- 


XX 


que  de  Béjar,  Marques  de  Ay  amonte 
y  de  Gibraleon,  Conde  de  Belalcdcar 

y  de  Bañares .  La  cual  comedia 

fué  corregiday  enmendada  por  el  muy 
noble  caballero  Pedro  de  Mercado,  ve¬ 
cino  y  morador  en  la  noble  villa  de 
Medina  del  Campo.  Acabóse  en  la  muy 
noble  villa  de  Medina  del  Campo  en 
casa  de  Pedro  Touans  en  el  corral  de 
Boeys.  Año  de  MD XX XI III  á  XXIX 
>  de  Octobre.  4.0  letra  gótica.  Sin  folia¬ 
ción ,  signaturas  a — q ,  cada  una  de 
ocho  hojas. 

Hemps  tenido  ocasión  de  examinar 
este  ejemplar,  después  de  estar  impresa 
la  presente  obra,  en  la  biblioteca  del 
distinguido  y  opulento  bibliófilo  D.  Ri¬ 
cardo  de  Heredia ,  poseedor  hoy,  de  la 
rica  y  escogida  librería  que  perteneció  á 
D.  Vicente  Salvá  y  que  recientemente 
ha  comprado  á  sus  herederos. 

Esta  misma  edición  es  la  que  cita  tam¬ 
bién  en  primer  lugar  el  eminente  biblió¬ 
grafo  Garlos  Brunet,  advirtiendo  que 
era  tal  su  rareza  que  sólo  había  logrado 
ver  un  ejemplar  y  ese  falto  de  algunas 
hojas. 


El  mismo  Brunet  cita  á  continuación 
otra  edición,  que  podrá  ser  la  segunda, 
la  cual  asegura  haber  tenido  á  la  vista, 
pero  añadiendo,  que  es  no  menos  rara 
que  la  precedente,  impresa  en  Salaman¬ 
ca  por  Pedro  cíe  Castro.  Año  de 
MDXXXVI  á  doce  dias  del  mes  de  Ju¬ 
nio.  En  4.0;  letra  gótica,  signaturas  a-o 
sin  foliación  y  con  grabados  en  ma¬ 
dera. 

La  tercera  edición,  de  las  hoy  conoci¬ 
das,  es  la  que  ha  servido  de  modelo  para 
la  presente ,  cuya  portada  se  ha  repro¬ 
ducido  por  la  foto-litografía  y  el  final  se 
ha  copiado  á  la  letra ,  la  cual  fue  corre¬ 
gida  por  Domingo  de  Gaztelu,  secretario 
de  D.  Lope  de  Soria,  embajador  de 
Cárlos  V.  en  Venecia. 

La  cuarta  edición  conocida,  se  impri¬ 
mió  en  Amberes,  en  16.0,  sin  expresar  el 
año,  que  fué  hacia  el  de  i55o,  según  Bru¬ 
net.  Carece  también  de  foliación  y  lleva 
las  signaturas  A — F.  dé  segundo  abece¬ 
dario,  todas  de  ocho  hojas  menos  la  F  qüe 
tiene  cuatro  y  la  última  de  estas  es  blan¬ 
ca.  Se  vendia,  según  dice  la  portada,  en 
Amberes  á  la  enseña  de  la  Polla  grasa,  y 


XXII 


en  París  á  la  enseña  de  la  Samaritana, 
calle  San  Benito. 

/ 

Feliciano  de  Silva,  imitando  á  Rojas, 
ocultó  su  nombre  en  la  portada  de  estas 
cuatro  ediciones,  pero  lo  declara  el  cor¬ 
rector  Pedro  de  Mercado,  en  la  última 
estancia  de  las  coplas  de  arte  mayor,  que 
se  hallan  entre  los  preliminares  de  ellas. 

Inútiles  nuestros  esfuerzos  y  los  de  los 
editores,  para  adquirir  un  ejemplar  de 
las  ediciones  hechas  en  España,  nos  he¬ 
mos  valido  para  la  corrección  de  pruebas 
de  la  presente,  de  uno  de  la  de  Venecia, 
que  con  exquisita  espontánea  generosi¬ 
dad,  nos  ha  facilitado  el  Sr.  D.  Isidoro  de 
Urzaizy  cuyo  ejemplar  por  su  limpieza, 
por  su  perfecto  estado  de  conservación  y 
hasta  por  su  encuadernación  en  vitela,  al 
estilo  antiguo,  es  una  joya  bibliográfica. 
Hemos  tenido  también  otro  ejemplar, 
no  menos  notable,  de  la  edición  de  Ve- 
necia,  perteneciente  al  Sr.  D.  José  San¬ 
cho  Rayón;  pero  á  pesar  del  gran  mérito 
bibliográfico  de  uno  y  otro,  se  halla  el 
texto  de  los  dos  plagado  de  errores  ma¬ 
teriales  ,  como  sucede  generalmente ,  á 
todas  las  obras  impresas  por  personas 


XXJII 


que  desconocen  el  idioma  que  estampan. 

Nuestra  diligencia,  pues,  se  ha  diri¬ 
gido  á  purgar  esta  edición  de  tales  erro¬ 
res,  confrontándola  cuidadosamente  con 
las  dos  citadas,  adoptando  algunas  veces 
la  lección  de  la  de  Amberes,  cuando  co¬ 
nocidamente  era  más  correcta,  pero  ate¬ 
niéndonos,  en  todo  caso,  á  la  de  Venecia 
por  ser  la  más  antigua. 

Aún  así,  quedan  frases  y  palabras  que 
de  muy  buena  gana  hubiéramos  redon¬ 
deado  ó  corregido,  pero  que  hemos  te¬ 
nido,  sin  embargo,  que  respetar  ciega¬ 
mente  por  hallarlas  iguales  en  ambas 
ediciones. 

No  hemos  anotado  las  variantes  de  una 
y  otra  porque  las  hemos  considerado  de 
tan  escasa  importancia,  que  su  utilidad 
no  hubiera  compensado  ciertamente,  ni 
el  enojo  de  leerlas,  ni  lo  que  hubieran 
desfigurado  las  cajas  de  la  impresión. 

Muy  léjos  está  de  nuestro  ánimo,  la 
idea  de  que  esta  edición  salga  perfecta 
en  su  parte  material  *,  porque  ni  para 


*  A  pesar  de  nuestro  cuidado,  en  la  pdg.  286  se  ha 
puesto  dos  veces  el  nombre  de  Sofía  en  lugar  de  Sosia. 


xxsv 


ello  nos  creemos  competentes,  ni  estamos 
acostumbrados  á  tales  tareas,  pero  si 
como  juzgamos,  sin  alarde  de  vanidad, 
es  la  más  limpia  y  correcta  de  cuantas 
hoy  se  conocen,  daremos  por  altamente 
galardonado,  el  arduo  é  ímprobo  trabajo 
material,  ya  que  no  de  erudición,  que 
la  hemos  dedicado. 

J.  A.  DE  B. 


/ 


¡c£5cgunda  comedía 

ocCclertma:cnlo5lfetrafaDelo6  amo¬ 
res  dc  vn  cauallcro  llamado  ^elideo  t  y 
serna  oo^clUDeclaraíangretUmada 

-JboUíiria*50onde  pueden  íaíír  para  I05 
qucíieren  muebooy  grddeoaiuíoo  que 
odia  fe  puede  toman£>cri$tda  y  embr¬ 
eada  al  muy  eecclctcailluftrííTimo  feiáoi: 
t>5  f ráctíco  te  $uníga  sitjmanty  De  foto 
mayo:t©uqucc>e^ejar:marq0  6  ‘Bra* 
mófety  dc  Cibialeó.  Conde  De  Crlaíca 
$ar:  v  oc  ¿afíareo.Skíioi  orla  puebla  dc 
Alcocer  có  todo  fu  vtjcódado.y  ólao  rí= 
Uao  Dc)lcpr36»urgutUoo:y  Capilla,  y 
ludida  mayoitf  Cartilla  JLaqi  comedia 
fue  coire$ídarcmédada:po:cl  muyiio* 
ble  caualicro  ‘íbedro  ó  mercado:  vecino 
y  mojado:  enU  noblarillaoc  Aedma 
bel  Campo.  4k^.*ttíüí* 


% 


oo  mingo 


)$  gástelo 


Segunda  comedía  De  la  fa¿ 

mofa  ¿Celeflina  en  (anual  fe  trata  oe  la 
^cfurrection  oe  (a  oicba  aCeleíhna :  y 
&c  loa  amotea  oc  f  elides  y  tboiádria 
co:regtday  emendada  po:  x^oiti  w 
go  De  &a$t€lu  fecretario  Del  jfU 
luftriffimc  Ocñot  doii  jtope 
oe  ^ouaembaxadoí  ¿Cela' 
reo  acerca  la  ^Iluftrifftma 
0cnona  oe  venecia ; 

Hño  *  f  xg  enel  mea 
oe  junio* 


. 


Muchos  de  los  antiguos  escritores 
escribieron,  muy  excelente  se¬ 
ñor  ,  y  en  diversas  formas ,  para 
por  diversas  maneras  poder  aprovechar 
á  los  lectores.  Entre  los  cuales  autores, 
los  comichos  y  ordenadores  de  come¬ 
dias  ,  fueron  muy  acetos  comunmente 
á  todos,  y  á  mi  ver  es  una  buena  mane¬ 
ra  de  escribir,  por  que  como  ya  los 
hombres  tengan  el  gusto  tan  dañado 
para  recebir  las  virtudes,  trae  mucho 
aparejo  traer  cubierto  de  oro  de  burlas 
y  cosas  apacibles,  el  acibar  que  todos 
reciben  en  la  verdad ,  en  las  cosas  de 
que  se  puede  sacar  provecho,  y  de  esta 
manera  unos  por  forma  satírica,  como 
füé  Juvénal,  escribieron  debajo  de  de¬ 
cir  mal  reprehendiendo  los  vicios  desús 


2 


DEDICATORIA. 


mayores  para  poder  mostrar  la  virtud, 
para  vivir  en  ella  los  hombres  debajo  de 
tal  estilo  apacible.  Otros  escribieron 
trajedias,  como  escribió  Séneca,  para 
monstrar,  en  las  caidas  de  los  príncipes, 
el  aviso  para  guardarse  de  los  semejan¬ 
tes  golpes  de  la  fortuna.  Otros  repre¬ 
sentaban  las  comedias  en  los  teatros ,  y 
las  dejaban  por  escrito,  para  comun¬ 
mente  mostrar  é  sacar  al  natural,  en 
tales  representaciones,  las  burlas  y  en¬ 
gaños  que  ansí  en  los  enamorados  y  sus 
criados  suele  haber,  como  parésce  por 
el  Terencio  y  Plauto,  y  otros  que  escri¬ 
bieron  comedias;  y  á  mí  paresciéndome 
que  debajo  deste  estilo  podría  más  ha¬ 
cer  ver  la  virtud  enjerida  en  tal  repre¬ 
sentación,  ésta  segunda  comedia  de  Ce¬ 
lestina  escribí  y  á  vuestra  señoría  la 
enderecé.  Suplico  á  vuestra  señoría  que 
lo  que  en  ella  falta  se  supla  en  virtud 
de  mi  deseo,  porque  debajo  de  tal  es¬ 
fuerzo  y  con  ayuda  del  favor  que  la  obra 
rescibe  de  recebirla  vuestra  excelencia 
en  servicio ,  quedará  debajo  de  tal  pro¬ 
testación  la  obra  y  el  que  la  hizo,  como 
los  que  hablan  en  la  fé,  poniéndose  de- 


I 


'  \ 

DEDICATORIA.  3 

bajo  de  la  correcion  de  la  iglesia,  como 
yo  me  pongo  á  la  de  vuestra  señoría, 
protestando  en  tal  fé  vivir,  y  si  fuere 
necesario  morir,  en  todo  lo  que  de  su 
servicio  para  pagar  mi  obligación  se 
ofresciere. 


\ 


COPLAS  DE  PEDRO  DE  MERCADO, 
CORRECTOR,  EN  LOOR  DE  LA  OBRA  Y  EN  QUE 
DECLARA  EL  AUTOR  DELLA. 

» 

Si  al  tiempo  presente  memoria  dejaron 
Los  que  en  el  pasado  íüeron  excelentes , 

Con  hechos  y  dichos  notables,  prudentes, 

Con  que  la  fama  que  oímos  cobraron  : 

Si  tal  como  aquestos ,  que  así  se  mostraron , 
Hallamos  algún  excelente  varón , 

Ni  quiere  mi  pluma,  ni  manda  razón* 

Si  no  que  gane  lo  que  ellos  ganaron. 

Los  que  en  el  siglo  pasado  se  vieron 
Famosos  por  sciencia  ó  por  caballería , 

Oímos  la  fama  que  resplandecía  , 

Aunque  no  vimos  lo  que  ellos  hicieron  : 

Así  que  sabemos  lo  qüestos  valieron 
Su  grande  excelencia  y  mucho  valor, 

Por  que  publican  su  alto  loor 

Los  que  en  escrito  sus  hechos  pusieron. 

Por  donde  esta  obra  tan  maravillosa 
No  es  justo  que  pase  en  desimulacion , 

Pues  vemos  que  mana  de  cada  renglón 
Sentencia  excelente  y  muy  provechosa : 

Ni  quiero  que  sea  mi  mano  espaciosa 
En  declarar  quien  fue  el  inventor 
Desta  tan  clara  y  estraña  labor, 

Tan  llena  de  sciencia  cuanto  es  de  graciosa. 


% 


/ 


6 


Si  obra  se  halla  de  grande  primor 
Es  cosa  cierta  tener  ya  por  uso 
Loar  por  ella  al  que  la  compuso , 

Como  en  pintura  loar  al  pintor: 

Mas  digo  si  fuere  como  este  el  autor  , 
Aunque  en  la  obra  se  loe  su  sciencia , 

Su  valor  tiene  tan  gran  preeminencia 
Que  ella  por  él  rescibe  el  yalor. 

Pues  siendo  la  obra  tan  buena  por  sí 
Sin  que  tuviera  autor  cual  paresce , 

Ela  por  ella  por  si  lo  meresce 
Todos  loores  juzgándola  así: 

Así  que  mirando  resulta  de  aquí , 

Que  siendo  ella  tal  y  tal  el  autor 
De  casta  y  de  sabio,  que  es  la  mejor 
Que  nunca  se  vio  ni  yo  jamás  vi. 

Aqueste  excelente  tan  buen  caballero 
A  quien  de  su  casta  sesmalta  el  saber, 

La  sciencia  es  esmalte  de  tal  rosicler 
La  casta  el  fino  oro  ques  el  verdadero  : 

De  casa  y  linaje  de  Silva  heredero , 

Felice  en  las  obras  pues  es  Feliciano  , 

Al  cual  yo  suplico  que  mi  torpe  mano 
Perdone  guiada  por  seso  grosero. 

Y  mira  lector  con  gran  diligencia 
No  pases  liviano  por  esta  gran  obra , 

Pues  lo  que  falta  de  grande ,  le  sobra 
Así  en  el  estilo  y  en  buena  sentencia : 

Y  allende  de  ver  su  grande  excelencia 
Vieras  el  refrán  complido  y  entero 
No  embote  á  el  saber  la  lanza  al  guerrero 
Donde  es  la  nobleza  tan  llena  de  sciencia. , 


\ 


ARGUMENTO  DE  LA  PRIMERA  CENA. 

% 

Felides,  caballero  mancebo  de  clara  sangre  y  rico, 
vencido  de  los  amores  de  Polandria,  doncella  muy 
clara  de  linaje  y  hermosura ,  se  descubre  á  su  criado 
Sigeril  y  le  aconseja  que  mande  á  su  mozo  Pandulfo 
que  trabe  pendencia  con  Quincia  ,  moza  de  Paltrana, 
madre  de  Polandria,  y  el  mozo  lo  acepta.  Intro- 
diicense. 

•  * 

FELIDES.—  SIGERIL. — PANDULFO. 

Fel.  Ay  de  tí  Felides,  que  ni  la  gran¬ 
deza  de  tu  corazón  te  pone  el  esfuerzo,  ni 
la  sabiduría  consejo ,  ni  la  riqueza  espe¬ 
ranza,  para  esperar  en  la  razón  que  para 
amar  tuviste,  la  que  en  tal  razón  se  niega 
para  esperar  el  remedio,  por  el  mere¬ 
cimiento,  valor  y  hermosura  de  mi  señora, 
porque  cuanto  por  una  parte  pide  la  razón 
de  amarse ,  por  la  otra  niega  en  la  razón 
de  tal  servicio  la  poca  que  para  esperar 
remedio  hay.  Oh  mi  señora  Polandria, 
quién  pudiese  decirte  mi  mal,  con  que 
con  decillo  pudieses  tú  sacar  dél  lo  que 
con  las  palabras  de  decirse  se  niega  al 
comedimiento,  que  á  la  poca  esperanza 


SEGUNDA  CELESTINA. 


8 

de  mi  remedio  se  debe  por  tu  parte ,  por 
parte  de  tu  valor  sin  ningún  precio ,  por 
mi  parte  para  redimir  la  libertad  que  en 
él  tengo  perdida.  Ay  de  mí,  que  la  pena 
me  manda  decir,  y  la  razón  callar;  el 
dolor  publicar  mi  fatiga,  y  el  comedi¬ 
miento  que  á  tu  valor  se  debe  encubrilla. 
Tu  hermosura  pide  lo  que  niega  esperan- 
za,  razón  della  me  demanda;  lo  que  niega 
tu  valor  se  me  esfuerza ,  tu  merescer  me 
desmaya,  el  pensamiento  osa,  el  enten¬ 
der  teme,  la  memoria  me  fatiga,  la  vo¬ 
luntadme  congoja,  el  deseo  me  engaña  y 
el  amor  me  esfuerza  para  más  me  quitar 
el  esfuerzo.  ¡Oh  amorque  no  hay  razón 
en  que  tu  sinrazón  no  tenga  mayor  ra¬ 
zón  en  sus  contrarios!  Y  pues  tú  me  nie¬ 
gas,  con  tus  sinrazones,  lo  que  en  razón 
de  tus  leyes  prometes,  con  la  razón  que 
yo  tengo  para  amar  á  mi  señora  Polan- 
dria,  para  ponerte  á  tí  y  casarte  con  la 
razón  que  en  tí  contino  falta,  el  consejo 
que  tú  niegas  en  mi  mal  quiero  pedir  á 
mi  sabio  y  fiel  criado  Sigeril ;  podrá  ser 
que,  como  libre  de  tí,  pueda  mejor  dar 
consejo  en  el  que  á  mí  me  falta.  Por  tan¬ 
to  quiérole  llamar.  Sigeril,  Sigeril. 

Sig.  Señor. 

Fel.  Ven  acá,  que  quiero  pedirte  lo  que 
á  mí  me  falta. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


9 


Sig.  Señor,  bien  librado  estoy  yo  luego, 
si  aguardando  á  tener  de  tus  sobras  el 
remedio  de  mis  faltas,  piensas  tú  que  de 
mis  faltas  se  hayan  de  cumplir  las  tuyas. 

Fel.  ¿Y  qué  faltas  piensas  tú  que  digo? 

Sig.  Señor,  de  las  que  hacen  falta  en 
todo  lo  que  fuera  de  tenerlo  sobra,  en 
valor,  linaje,  gracias  y  hermosura,  que  es 
el  dinero,  por  el  cual  no  hay  falta  que 
con  él  no  se  cubre ,  pues  no  hay  tacha  ni 
falta  que  la  riqueza  no  supla,  ni  virtud 
ni  linaje  y  saber  que  la  pobreza  no  es¬ 
conda, 

Fel.  No  pone  falta,  Sigeril,  lo  que  se 
puede  comprar  y  vender,  mas  lo  que  por 
faltar  precio ,  no  se  puede  comprar  con 
precio,  que  es  la  voluntad. 

Sig.  Muy  engañado  estás,  señor,  si 
piensas  que  haya  ya  voluntad  que  no  se 
compre  con  dinero,  pues  el  almoneda 
que  de  todo  lo  desta  vida  por  él  se  hace 
te  debería  desengañar.  ¿Quién  vendió  la 
república  de  Roma  y  su  monarquía  sino 
éste,  según  que  juzgarás?  el  rey  de  Numi- 
dia  lo  dijo  y  pronosticó  en  su  torpe  deli¬ 
beración  de  Roma,  cuando  dijo  mirándola 
de  una  cuesta:  ¡ Oh  ciudad  puesta  en  pre¬ 
cio,  si  tuvieses  comprador!  como  quien 
por  dinero  había  comprado  su  virtud  y 
justicia.  Así  que,  señor,  por  el  dinero  se 


ÍO 


SEGUNDA  CELESTINA. 


corrompió  su  virtud  y  vino  en  perdimien¬ 
to  su  monarquía.  Por  éste  todo  anda  al 
almoneda;  y  para  qué  quieres  más  prue¬ 
ba,  sino  que  el  hijo  de  Dios  se  puso  en 
precio  y  se  vendió  por  treinta  dineros. 

Fel.  Ay  Sigeril,  que  el  valor  que  me 
falta  á  mí  para  que  quiero  pedirte  con¬ 
sejo,  como  se  ponga  en  precio,  pierde 
todo  el  que  tiene  quedando  con  ninguno; 
y  por  la  misma  razón ,  no  se  puede  esperar 
por  precio  lo  que  con  precio  comprán¬ 
dose  pierde  el  precio  de  su  estimación, 
que  es  el  valor  de  las  mujeres.  Y  más  de 
tal  mujer  como  mi  señora  Polandria, 
donde  solo  para  pagar  su  precio  queda 
por  paga  la  vida,  quedando  yo  sin  ella,  y 
con  perdella  acrescentar  ella  más  en  el 
valor  de  su  bondad,  ante  quien  todo  pre¬ 
cio  queda  tan  pobre,  cuanto  yo  me  siento, 
en  su  acatamiento  y  presumpcion  y  valer. 

Sig.  Señor,  la  falta  de  la  esperanza  te 
hace  desesperar  de  lo  en  quien  todo  el 
mundo  espera;  ¿mas  no  has  tú  oido  un  pro¬ 
verbio  muy  antiguo  que  dice:  que  quien 
dineros  tiene  hace  lo  que  quiere? 

Fel.  Si  sé:  mas  ¿por  qué  dices  eso? 

Sig.  Dígolo ,  por  lo  que  tengo  dicho  de 
lo  que  con  él  se  compra  y  se  vende,  y 
pues  á  tí  no  te  falta,  no  pongas  falta  en 
lo  que  para  tu  esperanza  te  sobra. 


SEGUNDA  CELESTINA.  II 

.  -  *  i  >  +  y 

Fel.  Hora  ordena  tú  lo  que  te  paresce, 
que  yo  ni  tengo  saber  ni  tengo  consejo. 

Sig.  Señor,  lo  que  á  mí  me  paresce  es, 
que  en  la  sobra  del  deseo  te  fallece  la 
esperanza,  y  no  me  maravillo,  porque 
aunque  tengas  el  remedio  te  faltará  en 
el  contentamiento  de  gozar,  por  donde 
no  es  mucho  que  falte  en  el  deseo  de  es- 
perallo.  Mas  lo  que  á  mí  me  paresce  es, 
que  su  madre  de  Polandria  tiene  una 
criada  que  sale  al  rio  y  á  la  fuente ,  lla¬ 
mada  Quincia;  parésceme  que  será  bien 
á  un  ruin  hechalle  otro,  que  será,  á  tu 
mozo  despuelas  Pandulfo  hacer  que  la 
requiera  de  amores,  y  que  procure  al¬ 
canzar  parte  della ,  para  que  tú  la  tengas 
en  el  todo  de  Polandria,  hechándola  por 
tercera. 

Fel.  Muy  bien  me  dices:  llámalo  acá. 

Sig.  ¿Pandulfo,  Pandulfo? 

Pand.  ¿Qué  fué,  que  tanta  priesa  hay? 

Sig.  Es  que  te  llama  nuestro  amo. 

Pand.  ¿Quiere  matar  alguno ,  ó  para 
qué  tiene  necesidad  de  mí? 

Sig.  Oh,  válame  Dios,  con  hombre  tan 
fiero  como  este! 

Pand.  ¿Qué  dices,  Sigeril? 

Sig.  Digo,  que  no  adevines  tú  lo  que  tu 
amo  te  ha  de  querer,  sino  que  lo  pongas 
por  obra  y  vengas. 


12 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Pand.  ¿Qué  diablos  me  puede  él  á  mí 
querer,  fuera  de  andar  á  sus  espuelas 
sino  es  para  apalear  alguno ,  ó  cruzar  la 
cara  á  alguna  bellaca ,  ó  embiar  á  cenar 
con  Jesucristo  algún  bellaco  que  lo  tiene 
enojado? 

Sig.  Déjate  estas  bravezas  y  ven,  que 
no  es  tiempo  de  pasar  tiempo  en  eso. 

Pand.  ¿Qué  bravezas?  ¡voto  á  la  casa 
santa  de  Hierusalen!  mejor  lo  haré  que  lo 
digo.  Tú  no  me  debes  de  conocer. 

Sig.  Dias  há  yá  que  te  tengo  conoscido. 

Pand.  ¿Qué  dices,  qué  estás  hablando 
entre  dientes? 

Sig.  Digo  que  dias  há  que  te  tengo  co¬ 
nocido  por  tal,  y  que  agora  quiero  ver 
cómo  haces  lo  que  nuestro  amo  te  enco¬ 
mienda. 

Pand.  No  sea  cosa  de  pedirme  consejo, 
sino  de  ponerlo  en  ejecución,  y  mánde¬ 
me  poner  las  manos  del  rey  abajo  ,  que 
por  la  Verónica  de  Roma ,  que  primero 
sea  hecho  que  mandado ,  y  aun  al  rey  no 
sacara  sino  fuera  por  no  caer  en  mal  caso. 

Sig.  ¡  Qué  desmandar  se  hace  este  pan- 
farron ! 

Pand.  ¿Qué  dices,  ó  de  qué  te  ries? 

Sig.  Rióme  con  que  gastas  mas  tiem¬ 
po  en  decir  que  en  hacer,  según  son  tus 

obras. 


SEGUNDA  CELESTINA.  13 

Pand.  Dí,  ¿tú  no  conoces  á  Mostafás,  el 
carnicero? 

Sig.  Si  conosco,  ¿mas  para  qué  es  ag«- 
ra  eso? 

Pand.  Para  que  sepas  lo  que  pasé  con 
él  ayer  en  casa  de  Silea  la  cantora. 

Sig.  ¿Qué  pasaste? 

Pand.  Pregúntalo  tú  á  Baravon,  el  mozo 
de  caballos,  que  él  te  lo  dirá;  porque  no 
es  bien  los  hombres  decir  sus  cosas. 

Sig.  Ansí  es,  porque  la  palabra  divina 
lo  niega ,  que  ninguno  diga  su  gloria;  mas 
dejémonos  hora  deso,  que  yo  sé  bien  tu 
esfuerzo  y  valor  de  persona. 

Pand.  No  estés  en  eso,  que  veinte  mu¬ 
jeres  y  rapaces  que  allí  estaban  no  me 
pudieran  tener;  sino  que  me  hallé  con 
espada  y  él  no  tenía  armas  ningunas ,  y 
por  eso  me  detuvieron  de  llegar  á  las 
manos  con  él,  sobre  cierto  juego  sobre 
que  hubimos  palabras. 

Sig.  Ansí  lo  creo  yo;  que  por  eso  es¬ 
tabas  tú  tan  fiero  entre  las  ruecas. 

Pand.  ¿Qué  dices,  que  me  atajas? 

Sig.  Digo,  que  le  quebráras  las  rue¬ 
cas  en  la  cabeza,  pues  que  no  tenía  es¬ 
pada. 

Pand.  Bueno  es  esto,  por  Cristo.  No  es 
más  en  mi  mano  enojado  dejar  de  matar, 
que  puede  dejar  de  morir  el  que  me  eno- 


¡4 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ja;  especial  si  es  sobre  el  caso  de  alguna 
muchacha. 

Sig.  Hora  ven,  que  basta  lo  dicho,  que 
todos  lo  sabemos. 

I  V 

Pand.  Mas  por  tu  vida,  ¿sabias  tú  ya  lo 
que  pasé  con  Mostafás? 

Sig.  Si  sé;  y  estaba  maravillado  dello. 

Pand.  ¿Luego  no  debes  de  saberlo  que 
ántes  habia  pasado  con  el  sacristán  de 
san  Martin,  cuando  le  rasgué  toda  la  so¬ 
brepelliz,  y  aun  parte  de  la  corocha, 
sobre  el  tomar  del  pan  bendito?  que  no 
te  maravillaras  deso,  y  á  la  verdad  no 
era  tanto  por  el  pan  bendito  como  por¬ 
que  me  parescía  que  miraba  de  mal  ojo  á 
mi  muchacha,  que  estaba  en  su  parroquia. 
Sig.  Hi ,  hi ,  hi. 

Pand.  ¿De  qué  ríes,  dices  que  no  es  ansí? 

Sig.  No  por  Dios,  que  bien  te  conozco 
dias  ha ;  sino  porque  te  pesase  que  mirase 
á  tu  mochacha,  teniéndola  tú  á  ganar 
dineros  en  la  mancebía. 

Pand.  ¿Deso  te  espantas?  Pues  sabes  que 
una  cosa  es  ganar  dineros,  y  otra  es,  fue¬ 
ra  del  lugar  de  ganallos,  decille  de  pala¬ 
bra  ni  de  señas  ninguna  discortesía  en  mi 
presencia ,  porque  quiero  yo  que  delante 
de  mí  parezca  una  santa  Catalina,  y  que 
todos  me  tengan  en  el  acatamiento  que 
me  deben  por  mi  persona. 


t 


% 

SEGUNDA  CELESTINA.  15 

Sig.  Hora  basta,  andacá  que  está  nues¬ 
tro  amo  esperando. 

Pand.  Hora  vamos,  mas  di  por  tu  fé 
¿sabes  qué  me  quiere? 

Sig.  Allá  lo  sabrás. 

Pand.  ¿Señor,  qué  es  lo  que  me  mandas? 

Fel.  Pandulfo,  mi  fiel  criado,  yo  te 
quiero  encomendar  una  cosa  ,  en  que  no 
me  va  menos  que  la  vida. 

Pand.  Perder  la  mia  es  lo  menos  que 
por  tu  servicio  tengo  de  hacer. 

Fel.  No  me  atajes ,  que  bien  conoscida 
tengo  tu  voluntad,  y  para  esto  yo  quería 
que  tú  trabases  pendencia. 

Pand.  ¿Qué  pendencia,  señor?  por  los 
misterios  de  la  misa,  con  el  rey  la  tome 
por  tu  servicio. 

Fel.  ¿Yá  no  te  digo,  que  no  me  atajes 
hasta  el  cabo? 

Pand.  Pues  di  presto  con  quién  es  la 
pendencia,  para  quitalle  la  vida  en  pago 
de  tu  enojo.  •  . 

Sig.  Oh,  do  al  diablo  este  bellaco,  si 
há  de  acabar  hoy  con  sus  fieros. 

Fel.  ¿Qué  dices  tú,  Sigeril? 

Sig.  Digo,  señor,  que  es  recia  cosa  me¬ 
ter  hombre  tan  determinado,  y  usa  de 
consejo. 

Fel.  Ora,  tornando  á  nuestra  plática, 
la  pendencia  es  de  amores  y  no  de  armas. 


l6  SEGUNDA  CELESTINAi 

Pand.  ¿De  amores  señor?  pues  éstas  son 

mis  misas.  ' 

✓  - _ 

Fel.  Pues  el  caso  es ,  que  á  mí  me  cum¬ 
ple]  que  tú  trabes  pendencia  y  procures 
tener  amores  con  Quincia,  criada  de 
Paltrana,  la  viuda. 

Pand.  ¿Qué  amores?  no  digo  amores, 
más  si  fuere  menester,  por  el  Corpus 
damni ,  de  casa  de  su  ama  la  saque  arras¬ 
trando  por  los  cabellos  y  te  la  traiga  aquí. 

Fel.  Hi,  hi,  hi. 

Pand.  ¿De  qué  te  ríes,  señor,  piensas 
que  no  lo  haré  mejor  que  lo  digo  ? 

Fel.  No  me  rio  deso,  sino  que  no  quie¬ 
ro  que  la  enojes,  sino  que  la  enamores 
para  traella  á  mi  propósito. 

Pand.  Mal  sabes  señor  de  achaque  de 
trama,  ¿por  qué  piensas  que  me  adoran 
á  mí  las  mujeres,  sino  porque  sé  dalles 
del  pan  y  del  palo?  Porque  has  de  saber 
que  quieren  ser  halagadas  y  castigadas. 

Sig.  Al  diablo  el  rufianazo  vellaco,  si 
piensa  que  está  en  el  bordel,  hablando 
con  Tripa  en  Brapo  y  Monton  de  Oro  y 
con  otros  tales  bellacos. 

Fel.  Aquí  no  te  demando  que  la  cas¬ 
tigues,  sino  que  la  regales  y  la  enamo¬ 
res  para  que  la  tengamos  contenta,  que 
quería  que  me  llevase  cierta  embajada  á 
Polandria,  hija  de  su  señora. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


17 

Pand.  Ya,  ya;  por  las  reliquias  de  Ro¬ 
ma  que  te  tengo  entendido,  hi  de  puta  y 
cómo  es  bella  y  fresca  la  doncella:  déja¬ 
me  el  cargo  señor,  que  en  mi  cuidado  te 
puedes  bien  descuidar.  Yo  tomo  el  ne¬ 
gocio  á  mi  cargo  y  voy  á  entender  en 
poner  por  obra  mi  oficio  y  tu  manda¬ 
miento;  porque  yo  más  nascí  por  esto, 
cierto,  que  no  para  almohazar  y  servir  de 
mozo  espuelas. 

Fel.  Hora  ve  con  Dios,  y  pon  mucha 
diligencia.  ¡Qué  panfarron  y  fiero  es  este 
bellaco,  y,  si  viene  á  mano,  jamás  debe 
de  decir  cosa  que  sea  verdad ! 

Sig.  Tal  me  paresce  él,  mas  todo  es 
proballo  y  cuando  él  no  aprovechare  yo 
trabaré  pendencia  con  Poncia,  doncella 
muy  privada  de  Polandria,  y  fingiré  de 
casarme  con  ella  para  mas  la  poner  en  el 
juego,  y  en  tanto  reposa  tu,  señor,  que  no 
has  dormido  esta  noche;  yo  iré  á  dar 
priesa  á  este  panfarron ,  no  se  vaya  todo 
en  fieros  y  palabras  su  hecho. 

JFel.  Ansí  lo  haz,  y  ve  con  Dios  y  der¬ 
rame  esta  puerta. 


i8 


SEGUNDA  CELESTINA. 


\ 


ARGUMENTO  DE  LA  SEGUNDA  CENA- 

i 

Pandulfo  va  á  buscar  á  Quincia  ,  y  la  topa  camino  de  la 
fuente  y  la  requiere  de  amores.  Y  estando  con  ella 
llega  Zambran ,  negro  de  Paltrana  ,  y  riñe  con  la  mo¬ 
za  y  reprehende  á  Pandulfo  y  él  se  escusa  y  se  va. 
Después  torna  y  tornan  á  topar  á  Boruca,  negra,  cuyo 
enamorado  era  Zambran  y  lleva  encomiendas  Quin¬ 
cia  de  Boruca  á  Zambran  ;  y  entroducénse. 

PANDULFO. —  QUINCIA. —  ZAMBRAN. — BORUCA. 

Panel.  Agora  quiero  ver  qué  manera  ter- 
né  en  lo  que  mi  amo  me  há  encomendado, 
porque  del  dicho  al  fato  hay  muy  gran 
rato.  Porque  Paltrana  tiene  criados  mozos 
y  locos,  que  no  dudarán  más  en  matarme 
que  en  comer  un  pedazo  de  pan ;  yo  que¬ 
ríalo  hacer  á  mi  salvo,  porque  en  fin, 
como  dice  el  proverbio,  mal  ajeno  de 
pelo  cuelga,  y  más  vale  que  se  alargue  su 
pena  que  no  que  se  acorte  mi  vida.  Y  mas 
que  yo  no  quería  ninguna  cosa  llegar  á 
efecto,  baste  que  por  mis  palabras  me 
tengan  por  valiente  hombre,  y  no  quiero 
con  la  esperiencia  de  las  obras  desenga¬ 
ñarlos.  Mas  también ,  porque  mi  amo  no 
me  tenga  en  poco,  porque  todas  las  cosas 
más  en  estimación  que  en  hecho  consis¬ 
ten  .su  valor,  quiero  ir  á  la  fuente,  y  si 


SEGUNDA  CELESTINA.  '  19 

topare  á  Quincia,  fuera  de  los  límites  de 
su  casa,  decirle  dos  parolas  á  manera  de 
llevada,  y  como  las  tomare  ansí  proce¬ 
deré.  Quiero  tomar  mi  espada  y  mi  capa, 
y  peiñar  mi  hebra  para  parecerle  mejor, 
que  á  un  salir  á  buen  fin  estos  hechos,  no 
seria  mucho  encantusarla  de  casa  de  su 
ama  y  hacerla  iluminaria  de  una  botica, 
donde  me  ganase  más  provecho  que  mi 
amo  me  daría  en  estos  diez  años.  Hora  yo 
voy,  para  el  Corpus  damni:  héla  allí  do 
va;  quiérome  llegará  ella  y  hablarle.  Dios 
os  salve,  señora  hermosa:  ¿sois  muda,  se¬ 
ñora,  ó  porqué  no  queréis  hablar?  Por 
el  Corpus  damni  he  de  hablaros  por  señas, 
pues  no  entendéis  por  palabras;  volveos, 
volveos  acá ,  mi  ángel ,  despecho  de  la 
vida  que  vivo. 

Quin.  Desvíate  allá;  el  diablo  el  bella - 
cazo  que  lo  lleve. 

Pand.  Despecho  de  la  vida,  señora, 
¿eras  tan  brava  con  el  otro  marido? 

Quin.  Vereis  vos  el  rufianazo;  con  que 
se  viene  el  desgraciado. 

Pand.  Señora,  no  seáis  descortés  con 
vuestros  servidores. 

I 

Quin.  No  seas  tú  mal  criado,  no  seré  yo 
descortés.  Vereis  vos,  mi  hermano  pa- 
pienco,  bendígamelo  Dios  no  lo  hocen 
puercos.  Harracá  mi  necio. 


. ' 


20  SEGUNDA  CELESTINA. 

Pand.  No  estés,  señora  mia,  tan  brava; 

vuélvete  acá. 

Quin.  Desvíate  allá,  no  seas  mal  criado, 
sino,  por  vida  de  mi  señora,  de  te  arrojar 
este  cántaro  á  los  ojos. 

Pand.  No  pienso  yo,  señora,  que  sereis 
tan  descortés. 

Quin.  Por  mi  vida,  sino  estés  quedo, 
que  lo  diga  á  tu  amo  más  presto  que  te 
santigües.  Válgalo  el  diablo,  si  há  de 
estar  quedo  el  asnejonazo  majadero. 

Pand.  Por  nuestra  dueña,  hermana,  que 
para  ser  tan  hermosa  que  no  os  hiciese 
mal  una  poca  de  más  gracia. 

Quin.  Vereis  vos  el  desgraciado;  con 
esta  me  quieren  á  mí  en  mi  casa,  sin  que 
te  vaya  á  demandar  prestada  la  tuya. 

Pand.  Por  las  reliquias  de  Meca,  seño¬ 
ra,  que  conmigo  no  estás  muy  graciosa; 
no  sé  la  gracia  que  con  otros  teneis.  No 
sé  porqué,  que,  por  nuestra  dueña,  que  no 
tienes  otro  mayor  servidor  que  yo  en 
este  mundo.  ¿Ríeste,  señora?  ¡Oh,  bendito 
sea  Dios  que  te  me  dejó  ver  reir! 

Quin.  Rióme  de  ver  tu  desgracia ,  que  de 
desgraciado  eres  gracioso. 

Pand.  ¡Oh  rostro  hecho  de  flores !  Por  la 
Verónica  de  Jaén  que  me  tienes  muerto, 
que  te  vi  estotro  dia  las  piernas  en  el  rio, 
que  me  dejaron  muerto  de  amores. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


21 


Quin .  Mirá  vos,  tales  cuales  ellas  son 
con  ellas  me  sostengo;  escucha,  escucha. 

Zam.  Cantar,  bailar,  Mohoma;  no  xa- 
ber  guala,  xeñora. 

Quin.  Desvíate  allá,  amigo,  porque  viene 
aquí  Zambran,  el  negro  de  mi  casa ,  no  te 
vea  hablar  conmigo. 

Pand.  Pues  señora,  ¿dasme  licencia  para 
que  te  dé  esta  noche  una  música? 

Quin.  Haz  lo  que  quisieres.  ¡  Cuitada  de 
mí,  que  nos  ha  visto  Zambran  1 

Pand.  ¿Pues  á  qué  hora  mandas,  mis 
ojos?  di  hora,  di,  mi  alma,  hora  di.  $u- 
plícotelo,  mi  corazón,  presto. 

Quin.  Ay  Jesús,  que  importuno  eres. 
Dios  me  libre  de  hombre  tan  pesado.  Sea 
á  las  doce ,  y  calla  y  desvíate  allá. 

Zamb.  Gentel  homber;  ¿qué  querer  vox, 
voxa  merxe?  á  calla  vax  máx,  á  colla  venex 
con  la  mochacha  de  mi  xeñora? 

Pand.  Hermano  Zambran  ,  por  el  cru¬ 
cifijo  de  Búrgos,  cosa  no  le  decía,  por 
vida  tuya  ni  mia, 

Zamb.  Jura  á  dux  á  mi  entender,  y  no 
extar  bona  cortexía,  lox  hombrex  deben 
andar  á  lox  oydox  con  lax  mochachax  á  la 
fon  te  en  amore  conex,  xoxacando  la  crea¬ 
da  de  mi  xeñora. 

Pand.  Por  santa  María,  tal  cosa  no  pasa. 

Zamb.  Andar  allá,  por  xanta  Mareya, 


22 


SEGUNDA  CELESTINA. 


por  xanta  Mareya,  á  mí  no  extar  tan  buo- 
vo  como  tú  penxar:  tú  penxarque  no  en¬ 
tender  á  mí  ruindadex. 

Pand.  Ven  acá,  hermano,  no  hayas  eno¬ 
jo.  Por  el  corpus  damni ,  que  no  le  decia 

ninguna  cosa  ni  descortesía. 

* 

Zamb.  ¿Qué  corpo  crexte,  corpo  crexte? 
Andar  con  el  diablo,  tú  andar  bielaca  ,  no 
extar  máx  ai,  xino  á  mi  dexer  á  mi  xeñora. 

Quin.  Valalo  el  diablo  el  buzano  ¿yo 
que  le  hago  á  él,  ni  qué  tengo  que  ver 
con  estotro? 

Zamb.  Andar  á  entender  en  hacer  ha- 
cenda  y  dexar  de  engrellamentox  y  pote- 
ronex. 

Quin.  Al  diablo  el  escarabajo;  ¿habéis 
vos  de  tomar  estas  cuentas? 

Zamb.  Tú  no  querer  andar. 

Pan.  Hermano  Zambran,  callar  por 
me  hacer  merced,  y  no  haber  enojo  que 
voto  al  Antecristo  si  te  enojo  de  no  la 
hablar  en  mi  vida. 

Zamb.  Andar,  xeñor,  voxa  merxé,  que 
yo  no  tener  conta  contigo.  Si  tú  quier 
extar  homber  de  ben,  á  mí  querer  xer 
leal  á  mi  xeñora;  que  no  parecer  ben  foxte 
acá ,  ne  foxte  acullá  con  la  moza ,  quextar 
bova  y  no  mirar  á  xu  honra. 

Pand.  Ora  calla,  hermano,  que  yo  soy 
tu  amigo. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


23 


Zamb.  Y  á  mí  tuyo,  por  xanta  Mareya. 
Max  mirar  xeñor  voxa  merxé.  No  parexer 
ben  extax  coxillax ,  extox  xecretox  camino 
de  la  fonte,  no  jurara  dux;  ¿para  qué  ex 
xino  decir  verdad? 

Pand.  Hora,  hijo  Zambran  ,  yo  me  voy, 
y  queda  con  Dios,  que  por  nuestra  dama 
'  no  te  enoje  más  que  á  mí. 

Zamb.  Andar  con  dux,  xeñor,  voxa 
merxé. 

Pand.  Aun  el  diablo  me  hubiera  de 
traer  hoy  acá.  Sino  fuera  por  mi  cordura, 
diérame  aqueste  puto  negro  una  porrada, 
con  que  me  dejara  tendido  en  el  suelo, 
á  muchos  peligros  destos  daré  yo  al  dia¬ 
blo  los  amores.  Mas  por  eso  hago  yo  co¬ 
mo  sabio,  que  me  voy  á  mis  pasatiempos 
á  esa  mancebía  por  apartarme  destos  pe¬ 
ligros,  y  por  eso  dicen,  que  buey  suelto 
bien  se  lame.  Mas  como  quiera  que  sea, 
ya  no  puedo  complir  con  mi  honra  sin 
dalle  esta  noche  la  música;  mas  yo  iré  tan 
acompañado  con  los  criados  de  mi  amo, 
con  que  sea  seguro  que  no  sea  la  música 
de  responso  para  me  enterrar,  y  si  viniere 
algún  peligro ,  como  mis  compañeros  pre¬ 
sumen  de  honra,  entre  tanto  que  se  des¬ 
envuelven  los  que  vinieren  dellos,  toma¬ 
ré  yo  las  viñas  y  ponerme  en  salvo;  que 
más  vale  que  digan  aquí  huyó  Pandulfo, 


24 


SEGUNDA  CELESTINA. 


que  no  que  digan  aquí  murió  el  malogra¬ 
do  de  Pandulfo;  que  no  me  parió  mi  ma¬ 
dre  para  cebo  de  buitrera  de  los  amores 
de  Polandria,  que  tales  me  van  parescien- 
do,  si  mi  seso  no  templara  la  ira  de  Zam- 
bran.  Mas  quiero  ponerme  á  la  puerta  de 
la  ciudad  y  esperar  á  que  torne  Quincia, 
y  decille  algo  de  camino  porque  no  me 
tenga  por  cobarde  en  haber  sufrido  tanto 
á  Zambran :  héla  aquí  donde  viene.  Her¬ 
mana,  por  la  cruz  de  Carabaca,  que  tuvo 
en  tí  buen  padrino  Zambran,  que  sino 
por  enojarte  ,  no  estuvo  en  mas  de  em- 
bialle  á  cenar  con  Jesucristo,  que  por  el 
corpus  damni,  tres  veces  tuve  puesta  la 
mano  en  la  espada. 

Quin.  Por  tu  vida,  amigo,  que  te  dejes 
destos  pasos ,  que  es  un  bellaco ,  y  decillo 
ha  á  mi  señora ;  y  como  es  un  atochado,  no 
me  maravillo  sino  cómo  no  nos  mató  allí. 

Pand.  Por  Dios,  que  eso  es  lo  que  yo 
ando  á  buscar. 

Quin.  ¿Qué  dices? 

Pand.  Digo,  que  por  Dios  si  tal  cosa 
pensase,  que  yo  le  buscase  y  el  menor 
pedazo  fuese  la  oreja;  mas  deso  se  guar¬ 
dará  él  bien  de  me  enojar.  Y  tú,  mi  vida, 
no  seas  tan  rigurosa  conmigo. 

Quin.  Ay,  por  Dios,  no  tornes  á  estas 
cosas,  que  no  soy  desas  que  tú  piensas. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


25 


Pand.  ¡Oh  perla  de  oro,  qué  sabia  eres! 
No  quería,  sino  deshacerte  á  besos  esa 
boquita. 

Quin.  ¡  Bien  librada  estaría  yo  por  Dios! 
¿y  con  qué  comería  si  me  deshicieses  la 
boca? 

Pand.  Hi ,  hi,  hi.  Por  las  reliquias  de 
Roma,  sabia  eres  y  traidora;  tú  eres  la 
que  yo  ando  á  buscar  por  mi  condición, 
que  cuantas  palabras  echas  por  esa  boca, 
todas  me  parecen  que  me  derriten  un 
panal  de  miel  en  la  mia. 

Quin.  Hora  vete  con  Dios  que  llegamos 
cerca  de  mi  casa,  no  torne  Zambran  á 
toparnos,  no  sea  el  diablo. 

Pand.  Señora  de  mis  entrañas.  Por  tu 
vida,  que  si  tornare,  que  me  perdones, 
que  no  será  en  mi  mano  dejar  de  matalle 
ó  á  lo  ménos  cortalle  un  brazo  ó  una 
pierna. 

Quin.  ¡Ay,  por  Dios,  no  hagas  tal  cosa, 
que  seria  echarme  á  mi  perder!  pues  no 
era  más  menester  para  no  osar  tornar  yo 
más  á  casa  de  mi  señora.  * 

Pand.  Amores  de  mi  alma,  ¿habíate  á 
tí  de  faltar  casa,  y  casas  donde  estuvieses 
á  tu  honra? 

Quin.  Nunca  Dios  me  traiga  á  tal  tiem¬ 
po,  y  vete  ya,  por  Dios,  que  viene  aquí 
Boruca  la  negra  de  Astibon  que  lo  dirá 


26  SEGUNDA  CELESTINA. 

á  Zambran,  que  es  mucho  su  enamorado. 

Pand.  Hora,  pues,  los  ángeles  vayan 
contigo,  que  la  música  será  cierta  esta 
noche. 

Quin.  Y á  ti  guarde,  gentil-hombre.  ¿A 

dónde  andar,  Boruca? 

7  -  . 

Boruca.  Acá  andar  voxa  merxé  á  la 
fonte  por  agua.  ¿Tú  venir  voxa  merxé  de 
allá? 

Quin.  Boruca  hermana,  ¿venir  mandar 
algo  para  Zambran? 

Bor.  Ha ,  ha,  ha. 

Quin.  ¿De  quéreis,  Boruca? 

Bor.  Extar  mucho  me  namorado  Zam¬ 
bran. 

Quin.  Por  eso  mejor. 

Bor.  Dar  al  diablo,  xeñora,  que  extar 
muy  bellaco.  Que  arremeter  á  mí  extotro 
dia,  á  querer  baxar  como  un  perro. 

Quin.  ¿Y  tú  hacer? 

Bor.  Para  xantar  marea  voxa  merxé ,  á 
fogir  y  meter  en  caxa  de  mi  xeñor. 

Quin.  Hora,  Boruca  hermana,  yo  me 
voy.  Andar  con  dux. 

Bor.  Dux  andar  contigo,  hermana;  en¬ 
comendar  me  á  Zambran.  Que  guala  estar 
bon  hejo,  aunque  traviexo  y  beliaco. 

Pand.  Hora  yo  voy  á  contar  como  dexo 
la  moza  más  mansa ,  que  esta  yo  la  doy 
por  alcanzada.  Y  quiero  concertar  la  mú- 


/ 


-I 


i 

✓"  * 

SEGUNDA  CELESTINA.  27 

sica  con  estos  criados  de  mi  amo,  para 
que  sea  de  suerte  que  me  tengan  por  hom¬ 
bre  de  bien,  y  la  deje  muerta  de  amores, 
que  tiempo  es  ya  de  entender  en  ella  si 
se  há  de  dar. 


v . , 


\ 


28 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  TERCERA  CENA. 

Sigeril  ve  venir  alegre  á  Pandulfo,  y  pregúntale  de 
qué.  Y  dice  como  tiene  concertado  de  dar  música  esa 
noche  á  Quincia;  y  conciertan  ambos  de  la  dar,  con 
los  otros  criados  de  Felides.  Y  entrodúcense. 

SIGERIL. — PANDULFO. 

Sig.  Aquí  viene  Pandulfo ,  alegre  vie¬ 
ne,  buen  recaudo  debemos  de  tener.  ¿Qué 
gozo  es  este,  hermano? 

Pand.  Es  que  voto  á  la  rebervorada, 
que  dejo  la  mochacha  casi  mia,  puesto 
que  á  los  principios  la  hallé  algo  dura  de 
cerviz,  mas  supe  también  enlabialla,  y 
decille  tales  parolas,  que  la  dejo  como 
una  marta;  mas  ayna  hubieran  de  costar 
caros  los  amores. 

Sig.  ¿Cómo  eso  me  di? 

Pand.  Como  que  pensé  que  dejara  cebo 
para  buitrera  destos  amores,  en  que  me 
cebaran  los  buitres  y  cuervos  en  la  carne 
de  Zambran,  el  negro  de  casa  de  Paltrana, 
si  con  la  razón  no  refrenara  los  primeros 
movimientos,  según  el  humo  me  subió  á 
las  narices.  Que  voto  á  la  casa  de  Meca, 
aunque  diez  escudillas  de  mostaza  hubiera 
comido,  más  humo  no  tuviera. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


2<y 

Sig.  Bueno  fuera  eso  para  destruir  el 
negocio  de  nuestro  amo.  ¿Pues  cómo  se 
atajó  esa  brega ,  ó  porqué  fué? 

Pand.  Fué  porque  me  topó  hablando 
con  Quincia,  y  comenzó  de  hacer  fieros, 
y  atajóle  que  como  me  vió  enojado  tor¬ 
nó  como  una  marta,  y  la  mucha  pacien¬ 
cia  suya  fué  parte  para  templar  la,  poca 
mia. 

Sig.  Pues  no  has  de  hacer  eso  en  estos 
casos,  que  es  destruir  la  negociación. 

Pand.  Hermano,  ¡voto  á  tal!  no  es  más 
en  mi  mano  dejar  de  matar  á  uno  si  me 
enoja,  que  dejar  de  comer  para  vivir. 

Sig.  ¡Al  diablo,  este  panfarron  enco¬ 
miendo  al  diablo!  La  verdad  debe  decir 
en  cuanto  dice  que  pasa;  más  valiera  no 
habelle  metido  en  esto,  que  toda  la  cosa 
se  ha  de  ir  en  humo  y  fieros,  y  como 
azogue  no  ha  de  quedar  nada  en  el  crisol. 

Pand.  ¿Qué  estas  rezando ,  Sigeril? 

Sig.  Rezo  por  las  almas  de  los  que  te 
enojaran ,  y  que  nos  guarde  Dios  de  tal 
pestilencia  ,  y  á  Zambran,  para  que  no 
sea  causa  de  la  muerte  de  nuestro  amo 
Felides;  y  no  sea  todo  palabras  ,  sepamos 
lo  que  tenemos  en  obra. 

Pand.  No  burles  tú,  que  yo  de  veras 
hablo;  mas  lo  que  queda  acordado  es 
que  yo  le  dé  música  esta  noche  á  las  once, 


30  SEGUNDA  CELESTINA. 

m  V 

como  me  mandó.  Y  según  lo  que  pasé  con 
el  negro,  temo  no  haya  dado  mandado 
á  los  criados  de  Paltrana  y  quisiera  ir 
acompañado,  sino  fuese  por  parescer  que 
los  tengo  en  algo  y  que  muestro  temor 
donde  no  lo  hay  ni  puede  haber. 

Sig.  No,  que  para  eso  todos  iremos 
contigo,  y  á  recaudo  para  si  algo  fuere. 

Pand.  Sí,  mas  ha  de  ser  con  condición 
que  si  algo  sucede,  que  me  dejes  á  mí 
solo  con  ellos  para  que  parezca  que  fuis- 
tes  por  vuestro  placer  y  no  por  mi  temor. 

Sig.  ¡Oh,  encomiendo  al  diablo  hom¬ 
bre  tan  fiero! 

Pand.  ¿Qué  dices  ? 

Sig.  Digo  que  es  bien,  que  ansí  se  ha¬ 
rá.  Mas,  ¿cómo  piensas  que  será  bien  dar 
la  música  ? 

Pand.  Yo  con  mi  guitarra,  y  Canarin, 
el  pajecico,  cantará,  que  tiene  la  voz  en 
el  cielo,  y  Corniel  mozo  despuelas,  mi 
compañero ,  hará  el  ruiseñor  que  es  glo¬ 
ria  vérselo  hacer,  y  tú  tañerás  los  casca¬ 
beles,  y  Barañon,  mozo  de  caballos,  ta¬ 
ñerá  el  cántaro.  Mira  si  tengo  pensada 
música  con  que  enamore  á  los  ángeles; 
y  mucha  copla  y  mucha  cosa  y  regoci¬ 
jos,  que  hagamos  de  placer  morir  la  mo- 
chacha. 

Sig.  Por  nuestra  dueña ,  que  lo  tienes 


SEGUNDA  CELESTINA. 


bien  pensado.  Pues  yo  tomo  el  cargo  de 
se  lo  mandar  de  parte  de  Felides',  porque 
lo  hagan  con  más  voluntad. 

Parid.  Pues  así  se  haga ,  y  con  tu  cui¬ 
dado  me  descuido  hasta  que  sea  hora  de 
ir,  ya  que  acostado  sea  nuestro  amo. 


\ 


3  2 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  CUARTA  CENA. 

Pandulfo  pregunta  si  están  á  punto  los  que  han  de  dar  la 
música ,  y  todo  aparejado  vánla  á  dar,  y  dándola  viene 
el  alguacil  y  huye  Pandulfo ;  y  después  torna  desimu¬ 
lando,  y  riñe  con  Canarin,  pajecico.  Y  tornados  á 
casa  ,  torna  acechar  y  oye  como  Quincia  y  Polandria 
burlan  de  su  huida ;  y  entrodúcense. 

PANDULFO. — SIGERIL. — CORNIEL. —  BARANON. 
CANARIN. — QUINCIA. — POLANDRIA. 

Pand.  Hermano  Sigeril,  ¿está  ya  acos¬ 
tado  nuestro  amo? 

Sig .  Sí  está. 

Pand.  Pues,  hora  me  parece  para  ir. 
i  Ah!  Corniel  hermano,  ¿está  el  ruiseñor 
á  punto? 

Cor.  Si  está  y  aquí  Barañon  con  su 
cántaro. 

Sig.  Pues  hé  aquí  los  cascabeles,  que 
por  mí  no  ha  de  quedar. 

Pand.  ¿Lleváis  todos  vuestras  guadras 
y  rodanchos?  porque  si  repicaren  ,  ya  me 
entendéis. 

Bar.  Todo  va  á  punto. 

Pand.  Escucha  que  da  el  reloj :  las  once 
da,  buena  hora  es;  sus,  vamos,  mas  bien 
será  que  nos  concertemos  aquí  y  digamos 
una  copla. 


SEGUNDA  CELESTINA.  33 

Sig.  Bien  es;  por  tanto  toca  tú  la  gui¬ 
tarra. 

Pand.  Mal  haya  el  puerco  que  me  ven¬ 
dió  esta  prima,  que  no  es  la  mejor  del 
mundo ;  mas  ansí  pasará:  hora  tocá,  y  di 
tú,  Canarin,  una  copla. 

Can.  Levantaos  mi  corazón , 

Levantaos  la  madrugada, 

Y  oid  en  esta  alborada 
Lo  que  os  dice  mi  pasión. 

Sig.  Por  nuestra  dueña,  cosa  real  es 
oir  la  voz  deste  rapaz,  y  la  melodía  que 
hace  el  ruiseñor. 

Pand.  Y  la  guitarra,  ¿qué  tacha  tiene? 

Bar.  Voto  á  mares,  no  hay  que  pedir, 
que  si  la  moza  no  es  boba ,  por  las  ven¬ 
tanas  abajo  pienso  que  se  há  de  echar 
por  nosotros. 

Can.  No  se  gaste  en  palabras ,  vamos 
donde  habernos  de  ir. 

Pand.  Canarin,  por  vida  tuya,  que 
digas  otra  copla  que  no  es  sino  gloria 
oirte. 

Can.  ¿Para  qué  es  eso?  juro  á  san  Juan, 
que  me  enroqueza  que  no  pueda  después 
cantar. 

Sig.  Bien  dice  :  vamos  donde  habernos 
de  ir  y  déjate  deso,  que  allá  te  hartarás 
de  tañer  y  cantar. 

Pand.  Hora  vamos:  por  aquí  vamos  me- 

3 


/ 


I 


34  SEGUNDA  CELESTINA. 

jor,  porque  no  topemos  con  el  alguacil, 
no  haga  algún  desvario  con  que  la  música 
se  torne  en  responsos. 

Can.  Maldito  sea  el  hombre  tan  fan¬ 
farrón,  y  si  viene  á  mano,  el  primero  que 
tome  calzas  de  Villadiego  será  él. 

Sig.  Eso  jura  tú  á  Dios;  mas  callemos 
ya ,  que  si  nos  oye  no  acabamos  esta  no¬ 
che  con  fieros.  Ya  llegamos;  pongámonos 
aquí  en  bajo  destas  ventanas.  Hora,  sus, 
comenzá  á  tañer,  y  bien  pausado.  Hora, 
sus,  Ganarin,  la  voz  en  el  cielo. 

Can.  Levanta ,  levanta  ayna , 

Mi  señora  y  mis  amores, 

Más  linda  que  clavellina 

Y  más  hermosa  que  flores. 

Bar.  Encomiéndoos  á  Dios  tan  buena 
copla. 

Sig.  Calla,  no  le  estorbes. 

Pand.  Di,  perla  preciosa,  que  eso  me 
contenta. 

Can.  Levantaos  por  el  huerto 

Y  paraos  á  la  ventana, 

Y  ver  me  heis  sin  cosa  sana 

Por  vuestros  amores  muerto. 

Oh  rostro  hecho  de  rosas 

El  más  lindo  que  yo  vf , 

Clavellina  entre  hermosas ; 

Hayas  mancilla  de  mí. 

Pand.  Voto  á  la  casa  santa,  que  me  es- 


SEGUNDA  CELESTINA.  35 

panta  este  rapaz.  El  diablo  le  mostró  ta¬ 
les  dichos. 

Bar.  Hi  de  puta  el  diablo,  y  qué  sen¬ 
tidos  que  son. 

Sig.  Dejadle  hora  vaya  delante,  que 
me  paresce  que  veo  tocados  á  la  ventana 
puestos. 

Pand.  Por  la  Verónica  de  Jaén,  que 
dices  verdad.  Hora,  hora,  Canarin,  hacé 
maravillas. 

\ 

Qitin.  ¡Oh  señora  mia  Polandria,  qué 
gloria  es  oir  aquel  rapaz!  Llégate  ,  llégate 
acá,  y  verás  qué  maravillas  dice  por  aque¬ 
lla  boca,  que  no  es  sino  gloria  oille. 

Pol.  Hora  calla,  que  ya  comienza  á 
•  cantar. 

'  \ 

Can ,  Oh  ángel  que  á  mi  alborada 

Estas,  y  hecha  de  flores , 

Remedia  ya  mis  dolores 
Mi  alma,  esta  madrugrada. 


Pand.  Dote  al  diablo,  rapaz,  que  cosa 
más  á  propósito  no  pudieras  cantar;  ve 
adelante,  que  por  nuestra  dueña,  que  se 
rien  de  gozo  en  oirte. 


Oh  señora  y  mis  entrañas , 
Tu  vida  y  mi  corazón , 
Remedia  ya  mi  pasión 
Y  mis  penas  tan  estrañas: 


Can. 


36  SEGUNDA  CELESTINA. 

Remedia  ya  mis  pasiones 

Y  mi  mal  fuerte  y  cruel, 

Tú ,  más  dulce  que  la  miel , 

Ni  qué  nueces  ni  piñones. 

Quin.  Señora,  estas  trobas  me  parescen 
á  mí  como  azúcar,  que  no  las  retobeas 
que  la  otra  noche  nos  decían  los  cantores 
del  infante ,  á  un  son  que  ni  entendía  lo 
uno  ni  lo  otro. 

Pol.  Así  lo  creo  ya,  que  no  era  para  la 
boca  del  asno  la  miel. 

Quin.  Señora,  por  te  hacer  á  tí  sabia 
dices  eso,  que  por  mi  vida  que  tampoco 
lo  entendías  tú. 

Pol.  Anda  loca,  ¿no  lo  había  de  enten¬ 
der?  tú  por  tu  corazón  juzgas  el  ajeno. 

Quin.  Señora,  no  sé  par  Dios;  esto  me 
paresce  á  mí  como  perlas,  que  no  paresce 
sino  que  habla  aquella  guitarra,  y  que 
estamos  en  el  alameda  del  rio,  según  con¬ 
trahace  aquel  el  ruiseñor. 

Pol.  Hora  calla,  que  la  voz  del  mocha- 
cho  es  lo  mejor,  si  cantase  cosa  sentida. 

Quin.  Señora,  ¿y  cosas  mas  sentidas  se 
pueden  decir? 

Pol.  Hi,  hi,  hi;  hora  calla,  que  torna 
va  á  cantar. 

Can.  La  guitarra  y  ruiseñor 

Y  el  cántaro  y  cascabeles, 

Mi  alma ,  dice  que  veles 

Y  que  oyas  al  tu  amor. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


37 


Pand.  Dote  á  Dios,  rapaz,  ¿dónde  ha¬ 
llas  esos  primores?  por  la  cruz  de  Gara- 
baca,  si  vive  este  rapaz  que  ha  de  ser 
gran  glosador. 

Sig.  Calla,  no  le  vayas  á  la  mano. 

Can.  La  prima  tengo  quebrada 

La  tercera  y  el  bordon , 

Y  tú  no  estás  enhadada 
Mi  alma  en  darme  pasión. 


Quin.  Señora,  ¿no  tiene  gracia  aquel 
niño  en  lo  que  dice?  Oyele  hora,  señora, 
que  no  es  sino  gloria  oirle. 

Pol.  Hora  calla,  que  si  oyo. 

Can.  Con  vuestra  merced  mi  vida , 

Rosa  fresca  del  rosal , 

Que  la  noche  hace  frida 
Tárdome  y  dícenme  mal. 


Sig.  Hora  una  deshecha,  y  poco  y  bue¬ 
no,  y  no  mucho  y  malo. 

Can.  Señora ,  pues  quiso  Dios 

Haceros  hecha  de  flores, 

No  me  deshagáis  de  amores. 

Quin.  Landra,y  qué  cantarcico  tan  sa¬ 
lado;  ¿no  es  muy  gentil  señora? 

Pol.  Calla  y  oyamos  la  vuelta. 


I 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Can.  Hizoos  Dios  y  tan  gentil 

Y  á  mí  por  vos  desdichado , 

Hizoos  Dios  el  mes  de  Abril 

Y  á  mí  el  Agosto  agostado ; 

Veome  todo  ajenado 

Viendo  á  vos  hecha  de  flores 

Y  á  mí  deshecho  de  amores. 

Sig.  Válame  Dios,  ¿y  qué  ruido  de  ar¬ 
mas  es  este  que  aquí  viene? 

Pand.  No  es  tiempo  de  aguardar,  mas 
de  poner  piés  en  polvorosa,  que  con  la 
vuelta  no  echarán  de  ver  en  mí.  Ya  que 
estoy  en  salvo ,  quiero  volver  acechar  en 
qué  paró  el  negocio.  Quiérome  un  poco 
sosegar,  que  no  me  alcanza  huelgo  á  huel¬ 
go  con  la  priesa  que  he  tenido;  y  dejaré 
aquí  tras  estas  piedras  ascondida  la  gui¬ 
tarra  y  el  espada  y  el  broquel ,  porque  si 
fuere  el  alguacil  no  me  lo  tome,  y  paso  á 
paso  veré  lo  que  ha  sido  de  mis  compa¬ 
ñeros.  Malogrados  dellos  si  son  ya  muer- 
tos;  y  ¡qué  buenos  mancebos  eran!  Hora 
ya  torno  á  acechar,  y  si  algo  fuere  tor¬ 
naré  mas  descargado  para  huir,  y  sino 
diré  que  vine  á  defender  que  no  les  toma¬ 
sen  las  espaldas  por  estotra  calle.  Hora  yo 
voy,  que  ya  no  oyo  ruido. 

Sig.  ¿Quién  es? 

Alguacil.  Mas  ¿quién  sois  vos? 

Sig.  ¿Quién  es? 

Alg.  Mas  ¿quién  sois  vos? 


SEGUNDA  CELESTINA.  39 

Sig.  ¿Quién  sois  vos  que  lo  deman¬ 
dáis? 

Alg.  Soy  el  alguacil. 

Sig.  Oh  señor,  perdona,  que  por  Dios 
pensamos  que  eras  otro. 

Alg.  ¿Traéis  armas?  dadlas  acá,  y  la 
guitarra  que  tañíades,  que  á  tal  hora  no 
es  bien  andar  dando  músicas  en  lugar  sos¬ 
pechoso. 

Sig.  Señor,  no  nos  debes  de  conocer, 
que  hacernos  hías  toda  cortesia  por  cu¬ 
yos  somos. 

Alg.  ¿Y  quién  sois? 

Sig.  Somos  criados  de  Felides;  yo  soy 
Sigeril,  hijo  de  su  ama. 

Alg.  Perdona,  señor  Sigeril,  que  no 
te  conoscia.  Por  ser  cuyos  sois  andad  con 
Dios,  y  no  hagais  más  estos  alborotos, 
que  si  otros  fuérades,  por  vida  del  rey, 
desarmados  fueran  á  la  cárcel. 

Sig.  Téngotelo  en  merced,  señor,  y  ¿si 
mandas  que  te  acompañemos? 

Alg.  No,  sino  que  os  vais  luego  por 
amor  de  mí,  y  quedad  con  Dios. 

Pand.  En  paz  está  ya  la  cosa,  quiero 
tornar,  quizá  poderé  disimular  que  no 
falté;  no  puede  ser,  que  ya  me  han  visto: 
quiero  hablalles.  ¿Qué  es  esto,  hermanos, 
que  pensé  que  nos  tomaban  las  espaldas  y 
fui  á  proveer  en  tal  peligro? 


40 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Sig.  ¿Pues  á  dó  dejaste  la  espada  y  la 
guitarra? 

Panel.  Como  vi  que  no  había  con  quien 
pelear,  y  oí  que  acá  eran  paces,  dejélo 
escondido ,  porque  si  por  ventura  fuese  la 
justicia,  no  haber  brega  con  ella,  por  lo 
que  tú  dijiste  que  no  convenia  á  los  amo¬ 
res  de  nuestro  amo  ningún  escándalo. 

Can.  Hi,  hi,  hi. 

Panel.  ¿De  qué  te  ries,  rapaz? 

Can.  De  la  diligencia  que  pusiste  en  ir 
á  proveer  en  eso ,  que  parescia  que  no  po¬ 
nías  los  pies  en  el  suelo. 

Pand.  Al  diablo  el  rapacejo  mal  criado, 
¿pues  había  de  ir  despacio?  por  nuestra 
dueña,  si  os  tomo  por  una  pierna,  sino 
os  acibarro  en  aquella  pared  porque  estés 
mofando. 

Can.  Verés  vos  el  panfarron.  Ay,  ay, 
ay,  hi  de  puta,  bellaco,  ¿habeisme  vos 
á  mí  de  dar?  ¿soñólo  el  puto  de  vuestro 
linaje?  vos  juro  á  la  mi  fe  que  yo  lo' diga 
á  Felides,  ¿porqué  me  haves  vos,  don  ru- 
fianazo,  de  llegar  la  mano  ni  dar  bofe¬ 
tón?  para  mí  teneis  vos,  don  panfarron, 
manos,  y  para  los  que  ciñen  espadas,  piés. 

Sig.  Quítate  allá,  Pandulfo,  ¿no  has 
empacho  de  tomarte  con  ese  niño? 

Pand.  ¿Pues  háse  de  igualar  él  siendo 
rapaz,  con  un  hombre  barbado? 


SEGUNDA  CELESTINA. 


41 


Can.  El  diablo  me  lleve  sino  os  desca¬ 
labro,  don  bellacazo,  ¿por  qué  me  dais 
vos  á  mí? 

Sig.  Quítale,  quítale  la  piedra,  Barañon. 

Bar.  Déjala,  rapaz,  bellaco,  sino  darte 
hé  de  bofetones. 

Can.  Agradecedlo  vos  á  Barañon,  que 
para  esta,  que  yo  os  hiciera  una  pitera  en 
esa  cabeza. 

Pand.  Y’os  voto  á  la  casa  no  santa,  don 
rapaz,  sino  fuera  por  los  padrinos,  que 
yo  os  diera  que  moflir. 

Can.  Galla  ya,  mal  aventurado,  con 
tus  girmanías. 

Pand.  Señor  Sigeril,  hacé  que  calle 
ese  rapaz ,  sino  por  estas  barbas ,  que  me 
habéis  de  perdonar. 

Can.  Verés  vos,  ¿y  por  qué  tengo  de 
callar? 

Sig.  Calla  ya  pues  tú  ,  rapaz,  que  no  te 
has  de  igualar  con  un  hombre. 

Cor.  Por  nuestra  dueña,  pues  que  no 
es  bien  que  un  muchacho  se  iguale  con 
un  hombre  de  barbas. 

Sig.  Calla  ya  tú,  que  juro  por  Dios, 
que  si  Felides  sabe  que  le  llegaste  las 
manos ,  que  haya  tanto  enojo  que  de 
cosa  más  lo  pueda  haber. 

Pand.  Hermano  Sigeril,  castigúelo  él 
y  no  sea  mal  criado;  y  si  mucho  enojo 


42 


SEGUNDA  CELESTINA. 


hubiere,  no  faltará  quien  me  dé  de  co¬ 
mer  ni  á  él  quien  le  sirva,  que  yo  no  soy 
hombre  que  tengo  de  sufrir  cosa  contra 
mi  honra. 

Sig.  Hora  baste  esto ,  que  es  tarde  y  vᬠ
monos  acostar.  Y  tú,  Canarin,  no  hayas 
enojo,  que  tú  tuviste  la  culpa;  y  calla,  por 
mi  amor. 

Pand.  Ves,  aquí  dejé  entre  estas  pie¬ 
dras  el  espada  y  la  guitarra,  porque  veáis 
si  tenia  intención  en  huir ;  que  si  huyera 
no  habia  de  dejar  perder  mi  hacienda. 

Sig .  Hora  baste  que  ansí  se  cree  de  tí, 
y  vamos  y  entremos  paso,  que  duerme 
nuestro  amo,  no  despierte. 

Pand.  Agora  que  quedo  solo,  quiero  ir 
á  casa  de  mi  puta  á  pedille  cuenta  de  lo 
que  há  hoy  ganado;  como  voy  enojado, 
podrá  ser,  sino  la  da  tal,  que  descargue 
en  ella  el  nublado.  Y  quiérome  ir  por 
casa  de  Paltrana,  quizá  estará  Quincia 
á  la  ventana  y  haré  de  un  tiro  dos  cuchi¬ 
lladas.  Hablando  está;  quiero  llegar  paso. 

Quin.  Señora,  dejando  una  razón  por 
otra,  ¿tú  no  viste  qué  huir  llevaba  uno 
de  los  de  la  música  cuando  sintió  el  al¬ 
guacil? 

Pol.  ¿Pues  tú  no  has  oido,  que  el  huir 
no  es  correr,  sino  volar? 

Pand .  Noramala,  acá  estaban;  cuitadas 


SEGUNDA  CELESTINA.  43 

de  orejas  que  tal  oyen.  No  de  valde  dice 
el  proverbio,  que  quien  escucha  de  su 
mal  oye. 

Quin.  Hi  de  puta,  qué  gran  cobarde 
debia  ser  aquel ;  no  debia  de  ser  el  Pan- 
dulfo  criado  de  Felides,  que,  así  goce  yo, 
el  más  fiero  hombre  es  que  hay  en  toda 
esta  ciudad,  que  estotro  dia  le  oí  decir, 
que  sino  fuera  por  cierta  persona  que 
matara  á  Zambran ,  ó  le  cortara  un  brazo 
ó  una  pierna  á  mejor  librar.  Que  con  una 
furia  lo  decia  que  las  barbas  henchia  de 
la  saliva,  con  la  braveza  que  lo  decia. 

Pand.  Bueno  va  esto,  en  buena  pose¬ 
sión  estoy  tenido  con  Quincia;  pláceme 
que  terné  poco  que  hacer  en  abonarme 
con  ella. 

Pol.  Muy  engañada  vives  en  eso,  que 
todos  los  panfarrones  tienen  eso,  que 
todo  su  hecho  es  palabras.  ¿No  conociste 
á  Gandulfo,  mozo  de  espuelas  de  mi  pa¬ 
dre,  que  era  otro  tal  en  sus  fieros,  y  no 
habia  liebre  más  cobarde  en  el  mundo 
quél? 

Pand.  Guayas  de  mí ;  con  ese  abono  di¬ 
go  que  medraré  yo. 

Pol.  Cuanto  más,  que  por  mi  vida  que 
creo  que  no  era  otro  el  que  huyó  sino  él. 

Pand.  Peor  está  que  estaba;  noramala 
acá  vine  esta  noche. 


44  SEGUNDA  CELESTINA. 

Qián.  ¿Cómo,  señora? 

Pol.  Di,  ¿el  que  huyó,  no  era  el  que 
tañía  la  guitarra? 

Qiiin.  No,  era  otro. 

Pol.  Pues  por  vida  de  mi  señora,  que 
me  pareció  él. 

Pand.  Bien  está ,  pues  dice  que  le  pareé- 
ció,  porque  ningún  testigo  no  hace  fe 
sino  depone  afirmando. 

Quin.  Mas,  ¡qué  donaire  seria  si  fuese  él! 

Pol.  Mayor  seria  si  no  fuese  él  quien 
venia  allí,  que  mejor  lo  pudiese  hacer.  . 

Quin.  Cuanto  si  él  es,  échese  sus  fie¬ 
ros  y  bravezas  acuestas. 

Pol.  Andacá,  vamos  acostar,  que  poco, 
nos  va  que  sea  él  que  otro. 

Quin.  Señora,  vamos. 

Pand.  Hora  yo  quedo  bien  librado  desta 
noche;  en  Palana  habrán  de  quebrar  estos 
enojos  si  no  me  da  buena  cuenta;  quiero 
ir  allá,  que  no  me  faltarán  escusas  y  men¬ 
tiras  para  con  Quincia ,  si  supiere  que  fui 
yo  el  que  huí. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


45  ' 


ARGUMENTO  DE  LA  QUINTA  CENA. 

✓ 

Pandulfo ,  acabada  la  música  ,  va  á  pedir  cuenta  ¿  su 

ramera  Palana,  y  allegan  á  reñir,  y  después  hacer 

paces ;  y  entrodúcense. 

PANDULFO. — PALANA. 

Pand.  Ta,  ta,  ta. 

Pal.  ¿Quién  está  ahí? 

Pand.  Abre  allá,  pesar  de  tal,  que  ven¬ 
go  dado  al  enemigo. 

Pal.  Encomiendo  al  diablo  este  desue¬ 
lla-caras;  con  algún  achaque  debe  él  de 
venir  agora;  duelos  tenemos. 

Pand.  ¿Has  de  abrir  allá,  ó  tienes  algún 
gayón  que  me  ha  tomado  la  posada? 

Pal.  Aguarda  que  ya  voy. 

Pand.  Abre  pues;  pesar  de  la  vida  que 
vivo  con  esta  borracha,  si  ha  de  abrir 
esta  noche. 

V 

Pal.  ¿Qué  diablos  habéis  que  tan  rifa- 
dor  venís? 

Pand.  Pesa  á  la  casa  de  meca,  con  la 
bagasa,  si  me  ha  de  pedir  la  cuenta.  Creo 
que  por  no  dar  la  que  te  tengo  de  de¬ 
mandar,  me  la  estás  tú  ya  pidiendo. 

Pal.  Y  aun  de  ahí  nasce  la  tose  á  la  ga¬ 
llina.  j Desventurada  de  mí,  que  cuanto 


46 


SEGUNDA  CELESTINA. 


afano  y  trabajo  para  sostener  mi  honra 
me  ha  de  robar  este  desuella-caras! 

Pand.  ¿Qué  estáis  rezando,  dueña?  pues 
no  apañe  yo  un  látigo  para  haceros  rezar 
bien  de  verdad. 

Pal.  Digo,  que  después  que  venís  harto 
de  andar  en  vuestras  puterias  por  donde 
os  pagais,  venís  á  descargar  en  mí  el  eno¬ 
jo.  ¡Desdichada  de  mí,  que  tengo  yo  de 
pagar  vuestros  desabrimientos ! 

Pand.  No  llores  amor,  es  despecho  de 
la  vida,  que  dándome  tú  lo  que  es  razón, 
no  tengo  de  tratarte  más  que  á  mis  ojos. 

Pal.  ¿Y  qué  os  tengo  de  dar  más  de  lo 
que  os  tengo  dado,  que  soy  vuestra  es¬ 
clava? 

Pand.  Y  aun  con  eso  reniego  yo,  dama. 
Déjate  estas  roncerias  y  dame  lo  que  has 
ganado,  y  no  quiebre  el  enojo  que  trayo 
en  tí. 

Pal.  ¿Y  qué  enojos  son  estos? 

Pand.  Es  que  topé  con  cinco  ó  seis  be¬ 
llacos,  y  no  sé  qué  me  hicieron  y  como 
me  enojaron;  tomaron  las  viñas  y  no 
aguardaron  á  que  quebrase  en  ellos  mi 
ira,  y  queria  que  no  fueses  tú  causa  de 
pagar  lo  que  ellos  me  quedaron  á  deber. 

Pal.  Dejaos  de  esas  rufianerías,  galan, 
que  no  tengo  yo  toda  mi  vida  de  ser  vues¬ 
tra  esclava.  Pensé  en  buena  fe  que  me 


\ 


SEGUNDA  CELESTINA.  .  47 

vengaríades  la  injuria  que  tengo  recebida 
á  vuestra  causa,  por  teneros  yo  á  vos. 

Pand.  Oh  despecho  de  la  vida  que  vivo, 
¿y  quién  te  ha  enojado?  pues  no  será  sa¬ 
bido,  cuando,  voto  á  la  casa  santa  de  Hie- 
rusalen,  á  palos  le  muela,  por  no  apocar 
mi  espada  en  matalle  á  espaldarazos ;  y  si 
es  mujer,  voto  á  la  Verónica  de  Jaén,  de  te 
poner  las  narices  en  tus  manos,  porque 
sepan  que  te  han  de  tener  en  lo  que  por 
mí  te  deben. 

Pal.  ¿Para qué  son  esos  fieros,  Pandul- 
fo?  ¿pensáis  que  con  ellos  me  habéis  de 
hacer  pago?  mirá,  si  queréis  que  os  lo 
diga,  yo  soy  mujer  de  bien,  y  hablar 
claro  Dios  lo  mandó,  no  tengo  yo  de  tra¬ 
mar  y  trabajar  para  vos,  si  vos  no  habéis 
de  tornar  á  mis  cosas ,  y  me  han  á  mí  mal¬ 
tratar  y  tengo  de  buscar  quien  me  vengue. 

Pand.  Oh,  reniego  de  los  moros,  con 
la  puta;  estoy  le  diciendo  que  me  diga 
quién  la  ha  enojado,  para  dalle  mil  muer¬ 
tes  en  lugar  de  una,  y  estáme  trayendo 
garabatos  por  no  me  dar  la  cuenta  de  lo 
que  hoy  ha  ganado. 

Pal.  ¿Vos  no  lo  sabéis?  ¿para  qué  me 
preguntáis? 

Pand.  ¿Y  qué  se  ? 

Pal.  ¿No  sabes  cuál  me  paró  Botafes, 
el  rufián  de  Azcarena,  porque  habíamos 


« 


48  SEGUNDA  CELESTINA  . 

habido  palabras?  ¿Yo  no  lo  dije  á  vos?. 
;para  qué  os  hacéis  de  nuevas?  ¿qué  es  lo 
que  habéis  hecho? 

Pand.  Qué  son  borrachas.  Ven  acá,  ma¬ 
la  mujer,  que  me  estás  afrontando.  ¿Tú 
no  me  dijiste  que  te  habia  dicho  Cana- 
rin,  el  pajecico  de  mi  amo,  que  habian 
avisado  á  la  justicia  cómo  andaba  á  bus¬ 
car  á  Botafes  para  lo  despachar,  y  que 
andaban  por  te  prender  á  tí  y  á  mí ,  y  que 
por  eso  acordamos,  entre  tí  y  mí,  de  disi¬ 
mular  por  algún  tiempo? 

Pal.  Andaos  d’ahí  con  vuestros  fieros  y 
rufianerias,  que  eso  todo  lo  ordistes  vos 
con  los  criados  de  vuestro  amo,  que  si 
vos  no  lo  dijérades,  ¿de  dónde  ellos  ni  la 
justicia  lo  habia  de  saber? 

Pand.  Pése  á  la  vida  que  vivo,  que  no 
querria  yo  puta  tan  sabia  como  esta;  en¬ 
tendido  ha  la  quadramaña. 

Pal.  ¿Qué  dices  entre  dientes,  ó  qué 
estás  rezando,  que  no  tentiendo? 

Pand.  Digo  que  no  hay  tan  mala  mujer 
en  el  mundo  como  tú,  ni  más  sospechosa; 
voto  jal  sepulcro  no  santo  mañana  le  ha¬ 
cer  que  el  mayor  pedazo  sea  la  oreja; 
porque  en  fin,  yo  sé  que  estoy  fletado 
para  la  horca,  no  me  da  más  hoy  que 
mañana,  y  yo  te  contentaré,  porque  no  me 
andes  con  esos  dobleces.  Yo  soy  contigo 


SEGUNDA  CELESTINA.  49 

como  un  ángel ,  y  tú  andas  conmigo  con 
dos  haces. 

Pal.  No  lo  digo  por  tanto,  mas  para 
que  sepáis  que  no  me  mamo  los  dedos, 
que  acabo  de  treinta  años  que  ando  en  la 
mancebía  algo  habia  de  haber  aprendido. 

Pand.  Y  aun  pese  á  tal,  porque  has 
aprendido  tanto. 

Pal.  ¿Qué  dices? 

Pand.  Digo  hermana,  que  me  mandes 
dar  dinero,  porque  habiendo  de  hacer  lo 
que  tengo  acordado  por  tu  servicio,  que 
es  matar  á  Botafes  mañana  y  cruzar  la 
cara  á  su  puta ,  ya  sabes  que  para  andar 
por  iglesias  y  monesterios,  á  sombra  de 
tejados,  que  no  se  puede  hacer  la  bolsa 
vacia. 

Pal .  Mal  año  para  tí,  don  rufianazo, 
que  no  me  sacarás  más  de  lo  que  me  has 
sacado,  con  esos  fieros  y  mentiras. 

Pand.  ¿Dices,  vida,  que  te  parece  bien? 

Pal.  No  digo  sino  que  no  lo  mates 
agora,  que  al  presente  no  me  hallo  con 
dinero  para  tan  gran  costa  como  esa. 

Pand.  Por  nuestra  dueña,  ya  no  te 
aprovecha,  que  no  quiero  que  me  digas 
otra  vez  lo  que  me  dijiste,  por  todo  el 
mundo,  que  yo  tengo  de  hacer  lo  que 
digo,  y  tú  me  has  de  dar  cuanto  tienes; 
porque  á  lo  ménos,  si  la  justicia  viniere 

4 


50  SEGUNDA  CELESTINA. 

á  secrestarte  los  bienes,  que  no  les  halle 
para  nuestros  males,  que  donde  fuera  la 
persona  mejor  irá  la  hacienda. 

Pal.  Buen  estilo  toma  el  bellaco  cuero 
para  robarme;  pues,  por  nuestra  dueña, 
que  yo  te  haga  que  te  salga  el  sueño  del 
perro. 

Pand.  ¿Qué  dices? 

Pal.  Digo  que  no  tengo  blanca  ,  ni  lo 
puedo  ganar. 

Pand.  ¿No?  pues  dame  acá  tus  ropas, 
para  que  las  empeñe  esta  noche  ó  las  pon¬ 
ga  á  recaudo,  para  que  mañana  á  estas 
horas,  yo  juro  á  Mahoma,  que  yo  tenga 
un  real  puesto  sobre  mí,  en  la  iglesia  ó 
monesterio  donde  me  acogeré. 

Pal.  Déjate,  amores  mios,  desas  paro¬ 
las,  que  no  te  quiero  yo  tan  mal  que  te 
querria  ver  puesto  en  esas  afrentas  por  mí. 

Pand.  Ya  ni  en  tu  mano  ni  en  la  mia 
no  es ,  que  lo  que  una  vez  determino 
todo  el  mundo  no  lo  estorbará.  Saca  las 
ropas  priado,  sino  iré  yo  por  ellas. 

Pal.  Por  cierto  no  irás. 

Pand.  ¿No  las  quieres  traer?  Pues  yo 
las  tomo. 

Pal.  Deja,  amigo,  mis  sayas,  que  no 
me  las  distes  tú. 

Pand.  Desvíate  allá,  no  quiebre  en  tí 
el  enojo  que  tengo. 


SEGUNDA  CELESTINA.  51 

Pal.  Déjate  desos  fieros  que  no  son 
para  mí ,  que  ya  sé  cuántas  son  cinco.  A 
quien  cierne  y  amasa  no  le  hurtes  hogaza. 

Pand.  Déjame,  sino  juro  á  tal  de  te 
hacer  un  juego  que  sea  sonado  en  todo  el 
reino.  No  quieres,  pese  hora  á  tal  con  la 
puta,  si  me  ha  de  dejar. 

Pal .  Justicia,  justicia,  que  me  roban 
y  me  matan  en  mi  casa. 

Pand.  ¿Tú  no  quieres  callar?  voto  á  tal, 
sino  callas ,  que  te  envie  con  nuevas  á  los 
infiernos. 

Pal.  Pues  deja  tú  mis  ropas,  amigo, 
que  sí  callaré;  que  ya  sabes  que  honra 
me  quedará  para  ganar  para  tí  y  mí,  que 
yo  te  daré  dos  reales,  que  por  tu  vida,  mi 
alma,  que  no  he  ganado  hoy  más. 

Pand.  Pues  ¿cómo  quieres  tú  que  con 
tan  poco  dinero  me  ponga  yo  á  tal  pe¬ 
ligro? 

Pal.  Que  no  quiero,  por  agora,  que  te 
pongas  en  nada,  hasta  que  yo  tenga  con 
que  te  hacer  bien  la  barba. 

Pand.  Hora,  pues,  después  no  te  quejes; 
y  dame  acá  ese  caire  que  dices  que  tienes 
al  presente ,  para  una  camisa  que  me  ha¬ 
ce  menester,  y  vamos  acostar;  y  después 
no  te  quejes  que  no  vengo  tus  injurias. 

Pal.  Hora  que  no  quejaré;  mas  la  ca¬ 
misa,  ¿paréscete  que  es  bien  que  la  pague 


52 


SEGUNDA  CELESTINA. 


yo,  para  que  te  vayas  tú  á  la  fuente  á  re¬ 
quebrar  con  la  moza  de  Paltrana  ? 

Pand.  Calla  ya,  amores  mios,  voto  á 
tal,  todo  el  mundo  no  estimo  en  tanto 
como  una  paja  para  contigo.  ¿Mas  quién 
te  lo  dijo? 

Pal.  Por  mi  fé  que  me  lo  dijo  el  negro 
de  su  casa,  que  ha  estado  aquí  conmigo 
toda  esta  tarde  y  aun  parte  de  la  noche. 

Pand.  Yo  te  voto  á  la  casa  santa,  que 
él  me  lo  pague ,  porque  no  venga  con  estas 
parlerías.  Creo  que  quedó  enojado  de  mí 
porque  le  traté  mal  de  palabras  allá  en  la 
fuente,  y  pensando  que  me  enojaba  me 
levantó  eso  para  mal  meterme  contigo. 

Pal.  Dalo  al  diablo,  amigo,  que  no  me 
da  nada;  mas  no  querría  que  lo  que  yo 
gano  y  trabajo  para  tí,  lo  gastases  con 
otras. 

Pand.  Deso  puedes  tú  estar  segura;  y 
vamos,  amores  mios,  acostar,  que  es  ya 
tarde,  y  acabar  se  han  los  nublados  de  las 
quistiones,  y  haremos  las  amistades,  que 
no  hay  mejor  concertador  ni  tercero  para 
las  rencillas  de  los  enamorados  que  la 
cama. 

Pal.  Vamos,  entrañas  mias ,  y  en  cuan¬ 
to  pudiéremos  démonos  á  placer  y  deje¬ 
mos  los  enojos. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


53 


< 


ARGUMENTO  DE  LA  SEXTA.  CENA. 


Pandulfo  va  á  la  fuente  y  topa  con  Quincia ,  y  estando 
con  ella  llega  Boruca  la  negra  y  después  Zambran. 
E  ido  Zambran,  ruega  Boruca  á  Pandulfo  le  lea  una 
carta  de  Zambran ,  y  leída  váse  Pandulfo,  y  topa  á 
Zambran  y  lóale  la  carta  para  tenerlo  contento  ;  y  en¬ 
lodácense. 


PANDULFO. - QUINCIA. —  BORUCA. - ZAMBRAN. 

Pand.  Quiérome  ir  por  la  fuente  por 
ver  si  podré  ver  á  Quincia,  que  voto  á 
tal,  alliende  de  lo  que  me  va  en  abonar¬ 
me  con  ella  de  la  mala  estimación  de  ano¬ 
che,  querría  concluir  estas  pláticas,  que 
me  parece  gentil  moza,  y  dar  al  diablo 
esta  puerca  de  Palana,  que,  voto  á  tal, 
más  vieja  es  que  Sarra,  y  con  la  edad 
sabe  tanta  ruindad  como  yo,  y  con  puta 
v  tan  marrera  mal  puedo  yo  mudar  el  pello; 
y  si  esta  moza  pudiese  yo  amansar,  es 
hermosa  y  bozal,  y  con  ella  podría  salir 
de  mal  año  poniéndola  á  ganar,  hecha 
de  mi  mano,  y  no  sabría  salirme  de  man¬ 
dado,  que  estotra  puerca,  voto  á  tal,  no 
le  sufra  el  hedor  de  la  boca  por  cuanto 
me  puede  dar.  \  Pese  á  tal,  con  la  borracha, 
si  hay  quien  la  sufra!  Hora  yo  quiero  po¬ 
ner  haldas  en  cinta,  y  haré  de  un  tiro  dos 


54 


SEGUNDA  CELESTINA. 


cuchilladas,  que  será  hacer  lo  que  mi 
amo  me  encomendó,  y  lo  que  á  mí  cum¬ 
ple  ,  que  será  hacer  lo  que  no  hizo  hasta 
hoy  ninguno,  que  es  meter  honra  y  pro¬ 
vecho  en  un  saco;  así  que,  saliendo  con  la 
honra  de  lo  que  mi  amo  me  encomendó, 
meter  el  provecho  en  mi  bolsa.  Quiérome 
aquí  sentar ,  que  no  puede  tardar  de  ve¬ 
nir,  y  voto  á  tal,  sino  me  engaño,  que 
héla  allí  do  viene;  es  ella,  no  es  otra,  por 
nuestra  dueña  del  Antigua.  Señora  Quin- 
cia,  voto  á  tal,  de  media  legua  te  conoscí 
en  la  gracia  que  tienes  en  traer  ese  cántaro. 

Quin.  ¿Calla,  ya  estás  haciendo  burla? 
Así  como  lo  llevo  no  dejarán  de  beber  del 
agua  que  llevare. 

Parid.  Juro  por  tu  vida  y  mia,  que  si  el 
agua  tiene  la  gracia  que  tú  tienes  en  lie- 
valla  ,  que  puedes  decir  con  razón  que  no 
la  dejarán  de  beber. 

Quin.  Déjate  deso,  no  estés  haciendo 
burla. 

Parid.  Déjate  tú,  mi  ángel,  que  tú  lo 
ves  mejor  que  yo  lo  digo  ;  mas  dejando 
una  razón  por  otra,  ¿estás  ya  más  mansa 
que  ayer? 

Quin.  Ay  señor,  mucho  te  agradezco  la 
música,  que  fué  muy  linda. 

Pand.  No  me  hables  en  eso ,  señora,  que 
estoy  para  renegar  la  leche  que  mamé. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


55 


Quin.  ¿De  qué,  señor? 

Pand.  ¿De  qué?  ¡  oh  despecho  de  la  vida 
que  vivo!  ¿y  no  lo  tengo  destar?  Que  va¬ 
ya  hombre  con  cobardes  á  hacer  sus  co¬ 
sas,  y  que  se  ponga  a  recebir  la  muerte 
por  cumplir  con  su  honra,  y  en  confianza 
de  los  que  lleva  consigo ,  y  se  le  torne 
el  sueño  del  perro. 

Quin.  ¿Cómo  es  eso,  di? 

Pand.  ¿Y  cómo  tú,  señora  de  mi  alma, 
no  viste  que  huir  llevaba  aquel  lebrón  de 
Barañon,  mozo  de  caballos,  cuando  ano¬ 
che  me  acometió  el  alguacil?  que  voto  á 
la  casa  de  meca ,  que  con  todo  mi  esfuer¬ 
zo,  cuando  le  vi  volver  las  espaldas  me 
hizo  titubear.  Que  crée,  que  un  hombre 
cobarde  es  para  destruir  mil  hombres, 
aunque  sean  leones. 

Quin.  ¿Cómo,  él  era  el  que  huyó  anoche? 

Pand.  Pues ,  despecho  de  la  vida,  ¿quién 
habia  de  ser  sino  él?  que  voto  á  tal ,  sino 
fuera  por  ser  de  una  casa,  las  piernas  le 
cortara,  porque  á  él  fuera  castigo  y  á 
otros  escarmiento. 

Quin.  Bien  lo  decia  yo  á  la  señora  Po- 
landria  que  era  él. 

Pand.  ¿Qué  me  dices,  señora?  ¿qué, 
oyó  su  merced  la  música? 

Quin.  Sí ,  por  mi  vida,  y  aun  qué  decia^ 
que  habías  sido  tú  que  habías  huido. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


5b 

Pand.  ¡Oh,  pese  á  los  ángeles  con  tal 
pensamiento  !  Bien  paresce  que  no  me  tie¬ 
ne  conoscido ,  pues  en  tal  posesión  me 
tiene.  Suplicóte,  mi  vida,  que  la  desen¬ 
gañes  tú  de  tan  mal  pensamiento. 

Qiiin.  Por  cierto  que  yo  lo  dije  anoche, 
que  no  eras  tú  tal  persona. 

Pand.  Tengotelo  en  merced,  mi  alma, 
que  no  vives  tú  engañada,  porque  por  las 
reliquias  de  meca,  que  no  hay  cosa  que  yo 
más  ame  que  á  tí,  que  toda  me  paresces 
hecha  de  perlas  preciosas ,  y  no  querría 
cosa  más  sino  que  conocieses  el  amis¬ 
tad  que  te  tengo,  porque  no  fueses  tan 
desamorada  conmigo. 

Quin.  Por  cierto,  hermano,  bien  te 
quiero  yo. 

Pand.  Bueno  va  esto. 

Quin.  ¿Qué  dices  ? 

Pand.  Que  no  estás  engañada,  hermana, 
por  nuestra  dama.  Y  para  que  conozcas 
más  mi  voluntad,  ruégote  que  me  hagas 
merced  de  oir  esta  noche  ciertas  palabras, 
que  á  mí  me  cumplen  y  te  cumple  decirte. 

Quin.  ¿Y  aquí  no  me  las  puedes  decir? 

Pand.  No  es  cosa  que  se  ha  de  decir 
tan  de  priesa. 

Quin.  No  querría  que  te  atrevieses  á  lo 
vedado. 

Pand.  Por  el  Antecristo ,  no  tengas  te- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


i 


57 


mor  que  cosa  contra  tu  voluntad  haga. 

Quin.  Hora,  pues,  desvíate  allá,  que 
viene  aquí  Boruca. 

Pand.  ¿Qué  me  respondes  á  esto,  mi 
alma?  * 

Quin.  Otro  dia  te  daré  la  respuesta. 

Pand.  No  ,  sino  que  lo  hagas. 

Qiiin.  Vete  presto  que  ella  es. 

Pand.  Pues  hace  esto  que  te  ruego. 

Quin.  ¡Oh  Jesús!  como  eres  tan' impor¬ 
tuno,  no  de  balde  dicen  que  romero  hito 
saca  zatico.  Hora  vete  que  si  haré. 

Pand.  ¿Pues  á  qué  hora,  mi  alma? 

Quin.  A  las  doce. 

Pand.  ¿Por  dónde? 

Quin.  Oh  Jesús,  por  entre  las  puertas 
de  mi  casa. 

Bor.  Hermana  Quincia,  extar  en  bon 
hora. 

Quin.  Y  tú  venir.  Boruca. 

Bor.  Ha ,  ha,  ha ,  ¿dicir  á  Zambran  mix 
encomendax? 

Quin.  Si  decir  y  holgar  mucho. 

Bor.  ¿E  qué  rexponder? 

Quin.  Questar  tú  muy  beliaca,  que  no 
querer  á  él  mucho. 

Bor.  ¿A  mí  beliaca?  maxbeliaco  extar  él. 

Quin.  Hermana  Boruca,  decirme  alguna 
respuesta  buena  que  llevar  á  Zambran. 

Bor.  Ha,  ha,  ha,  decir,  que  decir  á  mí 


5* 


SEGUNDA  CELESTINA. 


quextar  bellaco,  y  que  andar  en  puterio- 
nex,  que  á  mí  xaber  xalir  ayer  de  la  pu- 
terixa  de  caxa  de  Palanax,  que  no  decir 
dexpox  jurax  á  dux  mucho  te  quero,  mu¬ 
cho  te  quero.  Mas  venir  acá,  ¿qué  te 
dexer  aquel  gentel  homber? 

Qiiin.  Preguntarme  por  Zambran. 

Bor.  A  bona  fe  mentir  tú,  que  no  de¬ 
cir  xino  alguna  belaqueria  de  amori  co- 
nex.  He,  he,  he,  catar  Zambran,  catar 
Zambran,  querer  á  mí  fuxir. 

Quin.  Por  mi  vida,  que  te  tengo  de  te¬ 
ner.  Corre  Zambran,  corre  ,  que  querer 
huir  Boruca. 

Zam.  ¿Por  quextar  tan  bellaca,  que 
querer  fugir  de  mí? 

Bor.  Andar,  andar  para  Palanax. 

Zam.  Envidia  extar  exa  é  bien  parexcer 
á  mí;  andar  acá  amorex  y  nuer  enojo.  Ju- 
ráx  á  dux  max  querer  á  tí  que  á  todax; 
dexar  ox  celox. 

Bor.  Andar  con  el  diablo;  dexar  á  xe- 
ñora  Quincia.  Tomar,  don  beliaco,  porque 
llegar  á  me. 

Zam.  Oh  corpo  de  dux  con  talex  bur- 
lax;  juráx  á  dux  que  te  tengo  de  abrazar 
aunque  no  querer. 

Bor.  Dexarme  bellaco,  dexarme. 

Zam.  Hora  pox  perdonarme  y  á  mí 
dexar. 


SEGUNDA  CELESTINA.  59 

Bor.  Hora  xi  perdonar;  andar  con  el 
diablo. 

Zam.  Hora  puex,  ¿á  mí  andar  á  caxa 
exta  noche  ? 

Bor.  Hora  andar,  que  vox  pagar  á  me. 

Quin.  Hora  hermana  Boruca,  quedar 
con  Dios,  que  yo  me  quiero  ir  á  mi  casa. 

Bor.  Andar  con  dux  hermana.  Decir  á 
Zambran  que  no  andar  á  la  noche  á  mi 
caxa,  que  extar  burlan  cío.  Venir  acá 
Quincia,  chamar  aquel  gentil  homber,  y 
moxarte  un  carte  de  Zambran. 

Qiiin.  Chámalo  tú. 

Bor.  Ah  xeñor,  vexa  acá  la  mano  de 
voxa  merxé;  chegar  acá,  por  tu  vida. 

Pand.  ¿Qué  quieres,  hermana? 

Bor.  Xeñor  voxa  merxé,  leer  exta  carta. 

Pand.  De  buena  voluntad;  dar  acá  y 
escuchar.  Xeñora  de  mi  corazón :  guala 
querer  á  tí  como  á  me  vida.  Para  xanta 
marea  no  xaberme  bien  lo  que  comer. 

Bor.  A  mí  xi  xaber,  pardux;  hora  decer. 

Pand.  Extar  muy  rixte  y  no  poder 
dormir. 

Bor.  Ha,  ha,  ha,  á  mí  gualardonir 
haxta  lax  mañanax. 

Pand.  Oh,  dexirme  todox,  ¿de  que  an¬ 
dar  rixte  Zambran  hermano?  dexir  á  mi 
no  xaber  guala,  xabendo  que  todo  lo  ha- 
xer  tú.  Mex  extrañax,  mi  corazón  no  me 


6o 


SEGUNDA  CELESTINA. 


✓ 


querer  hacer  máx  mal,  por  vida  de  voxa 
merxé,  puex  extar  tuyo  todox. 

Bor .  Ha,  ha,  ha,  guala  menter  que  no 
extar  me  yo,  xino  tu  xeñora  Paltranax.  Y 
xi  tú  querer  á  mí,  caxar  contigo,  y  bexa 
cá  la  mano  ve  voxa  merxé.  Guala  extar 
ben  excrita ,  max  á  me  no  xe  me  dar  nada; 
max  de  para  burlar  y  paxar  tempo,  que 
extar  un  bobo  Zambran.  Dexer  hermana 
Quincia,  que  dexar  dextax  boberiax,  y 
dexar  amore  conex,  que  no  aprovechar 
nada. 

Pand.  Señora  hermosa,  ¿mandas  que 
se  haga  más  por  tu  servicio  y  desta  se¬ 
ñora? 

Quin.  Señor,  no  más,  sino  que  te  agra¬ 
decemos  el  trabajo ,  y  que  vayas  con  Dios. 

Pand.  Esto  es  lo  ménos  que  por  tu  ser¬ 
vicio  y  desa  señora  tengo  de  hacer ;  y 
por  nuestra  dueña  del  Antigua,  que  está 
,  la  carta  para  pasar  donde  quiera ,  y  la 
gracia  de  Dios  quede  contigo. 

Quin.  Y  contigo  vaya,  gentil  hombre. 

Pand.  Allí  veo  venir  á  Zambran  ;  quie¬ 
ro  alaballe  la  carta  para  estar  bien  con 
él,  que  no  será  poco  buena  granjeria 

para  esta  noche.  Dios  te  salve ,  hermano 

% 

Zambran. 

Zam.  Vexaca  la  mano  de  voxa  merxé, 
xeñor  Pandulfox. 


> 


SEGUNDA  CELESTINA. 


6r 


Pand .  Por  el  Corpus  damni ,  una  carta 
tuya  dióme  Boruca  a  leer,  que  mejor  es¬ 
crita  no  la  he  visto  en  mi  vida. 

Zam.  He,  he,  he;  callar,  xeñor,  que 
extar  burlando ;  extar  todo  boberias. 

Pand.  Voto  á  las  reliquias  de  Roma, 
no  son  sino  buenos  y  singulares  dichos 
en  el  caso. 

Zam.  Por  tu  vertú,  que  guala  todo 
extar  necedadex.  Max  á  mí  quedar  á  tu 
xervicio,  y  andár  con  dux  que  ir  de- 
prexa. 

Pand.  Dios  vaya  contigo,  hermano. 
Dentro  le  dejo  en  la  gorrionera;  por  nues¬ 
tra  dueña,  yo  te  sepa  traer  la  mano  por 
el  cierro;  y  no  es  ya  tiempo  de  tardar  de 
ir  á  dar  cuenta  de  lo  pasado  á  Felides, 
y  decille  en  el  estado  en  que  tengo  sus 
amores. 


f)2 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  SEPTIMA  CENA. 


En  que  Zenara ,  manceba  del  Arcediano ,  pasa  con  Ce¬ 
lestina  grandes  cosas  sobre  los  celos  que  Celestina  le 
dice  que  ha  tenido  del  Arcediano  viejo,  en  la  casa 
donde  estaba  ascondida,  y  viene  el  Arcediano,  y  des¬ 
pedida  dellos  sale,  y  espantado  el  pueblo  va  á  su 
casa  y  halla  á  Elicia  y  Areusa ,  y  pasan  muchas  cosas 
espantadas  de  vella;  y  entrodúcense. 

ZENARA.  —  CELESTINA.  —  EL  ARCEDIANO. —  EL 
PUEBLO. — ELICIA. — AREUSA 


Zen~  Ay,  comadre,  y  ¿cómo  puedes  su¬ 
frir  tan  largo  encerramiento? 

Cel.  ¡Cómo,  como,  comadre  ?  como  la 
costumbre  quieren  los  sabios  que  sea  con¬ 
tra  naturaleza,  y  como  en  esta  natura¬ 
leza  ,  con  la  costumbre  yo  haya  ya  hecho 
hábito  para  sostener  esta  negra  honra 
que  á  tantos  trabajos  nos  obliga,  y  como 
sin  ellos  á  ninguno -se  da,  sufro  el  tra¬ 
bajo,  comadre,  para  con  sufrirlo  sacar 
la  gloria,  así  de  mi  honra  como  de  la 
gloria  de  la  venganza  de  aquellos  mal 
aventurados  de  Sempronio  y  Parmeno, 
que  así  me  querían  quitar  la  vida,  donde 
con  las  suyas  quedaron  pagados  de  su 
maldad,  y  yo  satisfecha  de  tal  injuria. 


SEGUNDA  CELESTINA.  63 

Zen.  Bien  se  podrá  aquí  decir,  que 
quién  mal  hace  parte  le  cae. 

Cel.  Así  es,  mas  también,  comadre, 
muchas  veces  haciendo  bien  se  recibe  mal. 

Zen.  ¿Por  qué  dices  eso,  comadre? 

Cel.  Tú  me  tienes  entendida,  y  á  buen 
entendedor  pocas  palabras;  porque  al  sa¬ 
bio  no  es  menester  más  de  ponelle  en  el 
camino. 

Zen.  Mejor  me  ayude  Dios,  comadre, 
que  yo  entiendo  ese  latin. 

Cel.  Pues  yo  por  romance  lo  tengo. 
Porque  yo,  comadre,  siempre  me  precié 
de  ser  muy  clara  con  mis  amigos,  y  poder 
andar  con  esta  cara  de  aquí  aquí,  muy 
sin  vergüenza.  Porque  así  como  la  ver¬ 
güenza  en  los  mozos  es  buena,  porque 
por  falta  della  no  hagan  lo  que  no  deben, 
es  mala  en  los  viejos  tenella,  por  haber 
hecho  lo  que  no  debian  hacer ;  así  que  la 
vergüenza  á  los  mozos  es  freno  para  no 
errar,  y  en  los  viejos  no  la  tener  ha  de 
ser  espuelas  por  parte  de  no  haber  erra¬ 
do,  y  con  no  haber  errado,  faltalles  la 
vergüenza  de  no  haber  hecho  cosa  de  que 
la  poder  tener. 

Zen.  Señora ,  declárate  que  no  te  en¬ 
tiendo. 

Cel.  Comadre,  señora,  tú  entiendes  me¬ 
jor  que  yo  lo  se  dar  á  entender.  Y  porque 


SEGUNDA  CELESTINA. 


64 

entre  los  amigos  no  ha  de  dormir  queja  ni 
se  sufre  en  verdadera  amistad ,  para  que  la 
satisfacción  supla  con  verdad  la  falta  de  la 
verdad  en  lo  que  muchas  veces  se  sospe¬ 
cha,  yo  me  quiero,  señora  comadre,  conti¬ 
go  declarar;  y  es  que  yo  vine  aquí  á  casa 
del  señor  Arcediano  viejo,  como  á  casa 
del  señor  y  padre,  á  ser  encubierta  de  la 
venganza  que  de  los  criados  de  Calixto  yo 
quise  tomar,  fingiendo  con  mis  artes  que 
era  muerta  y  fiéme  de  tí,  señora  coma¬ 
dre,  como  de  persona,  que  como  dice 
Plutarcho,  alabando  á  Camilo,  que  era  así 
pronto  y  amigable  á  aquellos  á  quien  ha¬ 
bía  hecho  beneficios,  como  si  dellos  los 
hubiera  rescebido,  por  haber  ellos  sido 
causa  de  acrescentar  su  honor.  Así  que  yo, 
señora ,  como  fui  causa  de  acrescentar  tu 
honor,  pensaba  que  habia  de  ser  amiga¬ 
ble  á  tí. 

Zen.  ¿Porqué  dices  eso,  señora? 

Cel.  Hablar  claro,  en  fin,  dicen  que 
Dios  lo  dijo,  y  que  barba  á  barba  ver¬ 
güenza  se  catan;  dígolo,  porque  la  ver¬ 
dad  es  hija  de  Dios,  é  yo  siempre  me 
prescié  de  decilla  antes  que  de  desnudar¬ 
me  de  verdad ,  para  vestir  á  mis  amigos 
de  lisonjas. 

Zen.  Señora,  por  Dios  que  te  aclares 
ya,  que  no  lo  entiendo. 


SEGUNDA  CELESTINA.  65 

Cel.  Señora  comadre,  pues- que  quieres 
que  lo  diga,  yo  lo  diré.  El  caso  es,  que 
ya  sabes  cómo  yo  te  conoscí,  conoscida 
del  cura  de  san  Martin. 

Zen.  ¿Qué  quieres  decir,  madre,  por 
eso? 

Cel.  En  buena  fe,  hija,  no  soy  yo  tan 
madre,  que  puedes  tu  ser  mi  hija;  mas 
pues  lo  he  sido  en  consejo,  yo  lo  quiero 
sufrir,  y  lo  que  quiero  decir  es,  que  yo 
te  hice  conoscer  al  cura  de  san  Martin, 
vendiéndote  por  virgen,  como  tú  sabes; 
que  te  hice  correr  por  moneda  buena,  ha¬ 
biendo  ya  sido  ántes  quebrada  en  poder 
del  maestre  sala  del  Obispo  viejo,  y  como 
yo  fui  en  la  casa  de  tu  moneda  la  que  te¬ 
nia  la  mayordomía ,  no  hay  para  qué  ne¬ 
garme  cosa. 

Zen.  ¿Pues  de  qué  sirve  agora  eso, 
comadre? 

Cel.  Sirve,  de  que  si  en  casa  del  señor 
Arcediano  viejo  tú  tienes  honra  y  pro¬ 
vecho  y  hijos,  y  mandas  su  casa,  y  vedas, 
que  por  mí  la  mandas;  y  si  subiste  del 
maestre  sala  al  cura,  y  del  cura  al  Arce¬ 
diano  ,  y  del  Arcediano  á  entrar  por  man¬ 
ceba  y  salir  por  señora,  por  mí  es. 

Zen.  Declárate  ya  por  Dios,  y  no  trai¬ 
gas  cuentos  viejos  á  la  memoria. 

Cel.  Declaróme,  que  yo  te  hice  pasar 

5 


66 


SEGUNDA  CELESTINA. 


por  virgen  al  Arcediano,  y  que  te  jugase 
de  boleo  viniendo  ya  de  dos  botes;  y  de¬ 
claróme,  que  si  yo  tuviera  pensamiento 
de  Arcediano,  amiga,  si  quieres  que  te 
lo  diga,  que  no  sacaran  pieza  para  meter 
pieza,  pues  que  no  sé  tan  mal  jugar  los 
dados,  que  sacara  á  mí  para  meterte  á  tí; 
mas  como  yo  más  estimé  siempre  la  hon¬ 
ra  que  el  interés,  quise  más  que  lo  hu¬ 
bieses  tú,  quedando  yo  con  mi  honra,  que 
no  que  quedase  yo  sin  el  interese  de  la 
honra  por  el  del  dinero:  y  creo  que  me 
tienes  entendida. 

Zen .  i  Ay  tal  donaire!  Mejor  me  ayude 
Dios,  que  yo,  comadre,  te  entiendo  ni  sé 
qué  quieres  decir. 

Gel.  Señora  Zenara ,  pues  sino  has  en¬ 
tendido,  entiende  que  tú  has  habido  celos 
de  mí  y  del  señor  Arcediano ,  de  que  le 
has  visto  hablar  conmigo  secreto;  y,  her¬ 
mana,  si  celos  pudieras  haber,  sabe  que 
dias  ha  que  si  yo  tal  pensamiento  tuviera, 
que  no  me  pudiera  por  tecera  para  conti¬ 
go  en  la  vihuela  ,  pues  pudiera  ser  la  pri¬ 
ma;  que  aunque  seas  más  moza  que  yo, 
otras  cosas  tengo  yo  que  no  tienes  tú,  por 
donde  supliera  con  la  gracia  y  saber  la 
demasia  de  la  edad;  que  si  yo  vine  á  casa 
del  Arcediano  viejo,  señora  Zenara,  no 
fué  para  tener  amores  con  él,  no,  no 


SEGUNDA  CELESTINA. 


67 


por  cierto,  y  mírame  tú,  sino  para  con¬ 
fiarme  de  su  virtud,  por  el  cargo  que  por 
tu  causa  me  es,  y  para  que  por  el  que 
tú  me  tienes,  pues  por  mí  estás  puesta 
en  honra,  me  confiase  de  tí,  que  no  para 
que  hubieses  celos  de  mí  y  de  tu  viejo 
honrado,  que  si  eso  fuera,  siendo  él  mozo 
y  yo  moza,  pudiera  comprar  mi  amor 
ese  favor  de  mí,  que  cierto  lo  tuvo  com¬ 
prado,  con  más  pasos  y  malas  noches,  \ 
alboradas  y  músicas  por  mi  puerta,  que 
por  la  tuya  dió.  Mas  lo  poco  que  en  la 
mocedad  le  aprovechó  para  sostener  mi 
honra,  crée,  mi  amor,  que  ménos  le  apro¬ 
vechará  en  la  vejez,  donde  ni  su  edad 
mata  de  amores,  ni  la  mía  puede  morir 
por  ellos.  Y  el  agua  que  mató,  con  te¬ 
mor  de  la  honra,  el  fuego  en  la  mocedad, 
créeme,  señora  ,  que  no  se  encenderá  con 
tanta  frialdad  en  el  hábito  de  tal  temor 
de  honra,  en  la  frialdad  de  la  vejez.  No 
tengas,  mi  amor,  celos  de  mí,  que  ni  la 
edad  del  señor  Arcediano  el  viejo,  requie¬ 
re,  ni  la  mia  lo  demanda;  y  si  lo  has  por 
pensar  que  me  ha  de  dar  algún  interese, 
sabe,  mi  amor,  que  no  calzan  sino  á 
quien  rompen.  Así  que,  he  querido  de¬ 
cirte  lo  dicho  ,  para  que  no  vivas  conmigo 
engañada;  porque  ya  es  tiempo  de  salir 
á  fingir  mi  resurrección ,  y  no  quiero,  se- 


68 


SEGUNDA  CELESTINA. 


* 

ñora,  que  quedes  con  sospecha,  y  por 
parte  de  tenella  con  queja,  de  la  que  no 
se  debe  de  mí  tener;  que  como  crees  en 
Dios,  puedes  tener  por  fe,  que  ni  yo  ten¬ 
go  tales  pensamientos,  ni  hay  para  qué 
los  tener,  que  moza  fui  y  vieja  soy,  y  pues 
que  moza  no  los  tuve ,  no  hay  para  qué, 
mi  amor,  tenellos  en  la  vejez:  basta  haber 
ofendido  á  Dios  en  tramar  esos  hilados, 
de  lo  cual  ya  tengo  la  experiencia  de  mi 
yerro ,  para  me  arrepentir  y  enmendar, 
y  hacer  penitencia  de  lo  pasado.  Por  lo 
cual,  sino  fuese  por  las  obras  que  de  tí 
y  del  señor  Arcediano  he  recebido ,  yo  te 
consejara  y  le  aconsejara,  que  os  apar- 
tárades  de  más  ofender  á  Dios;  mas  por¬ 
que  no  digas  que  te  quiero  yo  quitar  tus 
provechos,  yo  quiero  atreverme  ántes  á 
mi  conciencia,  que  darte  pesar.  Y  lo  di¬ 
cho,  mi  amor,  baste  para  que  pierdas  tal 
sospecha,  y  nunca  juzgues  lo  que  no  juz¬ 
ga  la  Iglesia,  que  es  del  secreto.  Y  cuan¬ 
do  me  vieres,  no  hablar  solamente  con  el 
Arcediano,  mas  estar  abrazado  conmigo 
boca  con  boca,  habías  de  pensar,  como 
manda  el  Baldo  que  me  estaba  bendicien¬ 
do.  Y  mira  cuanto  te  quiero,  que  no  he 
querido  que  quedase  contigo  ni  conmigo 
ninguna  doblez  ántes  que  saliese  de  tu 
casa,  para  que  el  amistad  quedase  sin 


SEGUNDA  CELESTINA. 


69 


sospecha  de  ninguna  parte,  y  quiérote 
abrazar  para  más  confirmada,  y  para  que 
sepas  que  lo  dicho  ha  sido  para  quitalla,  y 
dejar  amor  en  lugar  que  la  mala  volun¬ 
tad  podia  tener  para  estorbado,  no  se  de¬ 
clarando  las  voluntades.  Y  con  esta  con¬ 
fianza  del  amor  que  yo  te  tengo,  hete 
descubierto  mi  corazón,  para  que  pueda 
con  tal  secreto  dejar  el  de  mi  resurrección 
fingida  en  el  tuyo. 

Zen.  Señora,  yo  me  corro,  por  cierto, 
de  lo  que  has  pensado,  mas  huelgo  de  lo 
que  dices,  para  que  sepas,  como  amiga, 
que  no  he  dejado  de  tener  alguna  sospe¬ 
cha  de  tí ;  y  esto  no  te  maravilles ,  porque 
me  han  dicho  que  cuando  moza  tuviste 
ciertas  pendencias  con  el  Arcediano,  y 
ya  sabes  que  á  los  años  mil  torna  el  rio 
por  donde  solia  ir.  Mas  yo  quedo  satisfe¬ 
cha  de  tí ,  y  cree  que  por  mí  no  serás  des¬ 
cubierta. 

Cel.  He,  he,  he.  Bien  sé  que  en  tanto 
que  hubiere  lenguas,  que  no  faltarán  fal¬ 
sos  testimonios.  ¿Y  por  cuál  carga  de 
agua,  mi  amor,  si  yo  fuera  primera  con 
el  Arcediano,  habia  de  ser  tercera  para 
contigo  para  perder  lo  servido  al  tiempo 
de  la  paga?  Perdóneselo  Dios  y  perdón 
netelo ,  que,  como  Dios  es  verdad,  para 
contigo  como  mi  madre  me  parece  estoy; 


7° 


SEGUNDA  CELESTINA. 


y  no  te  dejo  yo  de  confesarte  que  no 
quedara  por  el  Arcediano,  si,  cuando 
éramos  mozos,  yo  consintiera  en  su  deseo; 
mas  crée,  señora,  que  pues  yo  te  di  á  tí 
la  mano,  que  le  di  á  él  del  pié.  Ay  boba, 
ay  boba  ¿y  por  tan  néscia  tienes  tú  á  Ce¬ 
lestina  que  si  algo  deso  hubiera,  que  re¬ 
nunciara  en  tí  el  beneficio  sin  que  le 
quedara  regreso?  No  creas,  mi  amor,  que 
si  tan  caro  me  costaran  las  burlas  del 
Arcedianadgo,  que  tan  barato  renunciara 
el  derecho  de  sus  beneficios. 

Zen.  Habla,  señora,  en  mal  hora,  paso, 
no  lo  oya  el  Arcediano. 

Cel.  Antes  estás  engañada,  que  el  que 
sabe  la  verdad,  es  bien  que  lo  oya,  para 
que  te  desengañe  del  pensamiento  tan 
malo  que  de  mí  y  dél  has  tenido.  Perdó¬ 
nete  Dios,  que  yo  ya  te  lo  tengo  perdo¬ 
nado,  porque  sé  que  sino  perdonaremos, 
no  seremos  perdonados  de  Dios.  Oh,  que, 
hélo  aquí  donde  viene  la  mi  reverenda 
persona ,  que  no  paresce  sino  que  hinche 
toda  esta  casa  con  el  autoridad  con  que 
viene. 

Zen.  Ay,  por  Dios,  comadre,  habla 
paso,  no  diga  que  ando  yo  en  estas  cosas. 

Cel.  Antes  es  mejor,  para  quitarte  la 
sospecha,  que  sepas  mi  inocencia  y  mi 
limpieza.  He,  he,  he;  oh  señor,  y  como 


A 

SEGUNDA  CELESTINA.  71 

huelgo  de  tu  venida,  para  que  sepas  en 
lo  que  estábamos  la  señora  Zenara  y  yo. 

Zen.  Ay,  por  Dios,  no  digas  nada,  que 
por  Dios  que  no  es  verdad. 

Cel.  Por  Dios,  sí  diré;  y  á  la  verdad, 
señor,  pensaba  la  señora,  mi  comadre, 
que  tú  y  yo  que  andábamos  entendiendo 
en  hacer  mala  harina,  é  yo  estábale  di¬ 
ciendo,  que  si  eso  hubiera  de  ser,  que  en 
tiempo  que  los  cedazos  estaban  más  nue¬ 
vos,  hubiéramos  cernido,  que  ya,  mal  pe¬ 
cado,  ni  tú  puedes  amasar,  ni  yo  puedq 
darte  de  heñir. 

Are.  Por  Dios,  buena  sospecha,  pues, 
es  esa. 

Zen.  Ay,  por  Dios,  señor,  no  digas  eso, 
que  por  vida  mia  y  de  Ancelinico,  tu 
hijo,  que  nunca  tal  me  pasó  por  el  pen¬ 
samiento. 

Are.  Hora  que  yo  seguro,  que  no  de 
valde  dice  mi  comadre  lo  que  ha  dicho, 
y  desto  yo  tengo  la  culpa  en  darte  tanto, 
que  quieres  tomar  el  todo. 

Zen.  Señor,  por  tu  vida,  que  tal  cosa 
nunca  pensé. 

Are.  Hora  sus,  no  es  menester  más, 
que  yo  te  tengo  dias  ha  bien  conoscida. 

Cel.  Ay  mi  amor,  ¿y  cómo  estás  tan 
engañada?  Oh  quién  pudiese,  comadre, 
decirte  cuanto  el  señor  Arcediano  procuró 


f 

72  SEGUNDA  CELESTINA. 

comprar  caro  lo  que  tú  tan  barato  de  mi 
honra  querías  comprar. 

Zen.  Ay,  por  tu  vida,  señora,  no  me 
digas  más,  que  me  corro. 

Cel.  ¡  Ah  señor!  pues  viene  á  propósito, 
por  vida  de  la  señora  Zenara,  que  sé  que 
es  la  cosa  desta  vida  que  más  quieres,  que 
digas  lo  que  te  acaesció  la  noche  que  yo 
y  Garatusa  estábamos  á  la  ventana,  cuan¬ 
do  tú  y  el  Arcipreste,  tu  amigo,  nos  ha- 
blastes,  cuando  yo  moraba  ála  calle  nueva. 

Are.  ¿Para  qué  es  decir  nada  deso?  ya 
pasó  ese  tiempo  de  liviandades. 

Cel.  Hora  por  mi  vida  que  lo  digas. 

Are.  Déjame,  comadre,  que  ya  no  es 
tiempo  dentender  en  tales  liviandades. 

Cel.  Por  Dios ,  pues  si  tú  no  lo  dices, 
yo  lo  diré,  que  aquella  noche,  si  por  mí 
no  quedara,  por  Garatusa  no  quedó  por 
cierto,  que  queria  que  os  abriésemos 
viendo  los  prometimientos  que  nos  hacía- 
des,  que,  por  tu  vida,  comadre  ,  que  gas¬ 
taban  más  de  cien  doblas.  Mas  mira, 
como  yo  siempre  fui  recatada  desta  ne¬ 
gra  honra,  á  palabras  locas  hice  mis  ore¬ 
jas  sordas,  y  deseché  el  precio  y  valor  del 
dinero  por  el  mayor  fin  de  la  honra,  co¬ 
mo  quien  sabe  que  el  dinero  se  ha  de  bus¬ 
car  para  la  honra  y  la  honra  no  ha  de 
servir  al  dinero.  Y  por  aquí,  señora,  de 


SEGUNDA  CELESTINA. 


73 


bueycillo  verás  con  qué  buey  aras.  Dígolo, 
para  que  pues,  en  la  mocedad  puede  de 
mí  dar  tal  experiencia,  que  creas,  mi 
amor,  que  en  la  madura  edad,  que  no 
está  tan  verde  la  leña,  que  sin  mucho 
fuego  se  pueda  encender,  porque  muy 
mal  mi  amor,  un  hielo  con  otro  saca  lum¬ 
bre;  y  como  la  vejez  no  tenga  ningún  ca¬ 
lor  sino  es  para  beber,  créeme ,  mi  seño¬ 
ra,  que  ya,  mal  pecado,  su  merced  del 
señor  Arcediano  y  yo,  más  necesidad  tene¬ 
mos  de  vino  añejo  para  callentar  la  cama, 
que  el  de  viejo  para  suplir  la  falta  de 
nuestro  calor.  Ya,  ya  pasó  el  tiempo 
donde  con  fuego  no  se  quemó  mi  fama, 
crée ,  comadre ,  que  agora  no  se  encende¬ 
rá  con  hielo.  Y  baste  lo  dicho,  y  dejemos 
lo  pasado,  pues  ya  no  hay  para  qué  trae- 
11o  á  la  memoria,  pues  harto  hay  que  en¬ 
tender  en  los  duelos  presentes ;  y,  señor, 
dejando  una  razón  por  otra,  yo  quiero 
salir  para  lo  que  tenemos  ordenado,  de 
fingir  que  soy  resucitada,  en  la  confianza 
del  secreto  tuyo  y  de  mi  comadre.  ¿Qué 
es  lo  que  te  parece  que  debo  de  decir? 
pues  tú,  como  más  libre,  sabrás  en  las 
cosas  ajenas,  lo  que  ninguno  en  las  suyas 
propias  puede  saber,  y  el  que  más  sabe 
sabe  con  saber ,  que  no  sabe  ni  puede  sa¬ 
ber  en  sus  cosas  propias. 


74 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Are.  Comadre,  parésceme  que  no  hay 
más  que  pensar,  sino  fingir  que  has  re¬ 
sucitado,  que  del  secreto  desta  casa,  á 
buen  sueño  suelto  puedes  dormir. 

Cel.  Hora,  pues,  con  esa  seguridad,  yo 
voy  en  el  nombre  de  Dios,  con  intención 
de  enmendar  mi  vida  y  las  ajenas  ,  y  Dios 
quede  contigo,  señora  y  señor. 

Are.  Y  contigo  vaya,  comadre. 

Cel.  Válame  Dios,  y  ¡qué  de  gente  pa- 
resce  y  viene  á  mí,  como  si  fuese  lechu¬ 
za  ó  buho  que  camina  de  dia  !  Quiérome 
meter  presto  en  mi  casa,  sino  aquí  me 
sacarán  los  ojos. 

Pueb.  Vala  el  diablo  á  aquella  Celesti¬ 
na  ,  la  que  mataron  los  criados  de  Calix¬ 
to  ,  ¿paresce  ó  es  alguna  visión  ?  por  cierto 
non  es  otra;  y  qué  priesa  que  lleva  que  pa¬ 
resce  que  va  á  ganar  beneficio.  ¡Oh,  gran 
misterio,  que  ella  es! 

Cel.  ¡Válalos  el  diablo,  y  qué  mirar 
que  tienen!  Hora,  sus,  yo  digo  que  la 
puerta  de  mi  casa  está  abierta;  bien  pa¬ 
resce  á  osadas  el  poco  cuidado  que  con  mi 
absencia  hay.  Acá  están  Elicia  y  Areusa, 
espántanse  de  verme,  santiguándose  es¬ 
tán;  quiéroles  hablar,  que  dan  gritos  y 
se  abrazan  la  una  con  la  otra,  pensando 
que  soy  fantasma.  Oh,  las  mis  hijas  y  los 
mis  amores,  no  hayais  miedo,  que  yo 


SEGUNDA  CELESTINA.  75 

# 

soy  vuestra  madre,  que  ha  placido  á  Venus 
tornarme  al  siglo. 

Ar.  j  Ay  Jesús,  que  me  muero  de  miedo! 

Elic.  ¡Ay  hermana  mia,  que  mi  madre 
Celestina  paresce!  ¡Ay  válame  la  virgen 
María,  y  no  sea  algún  fantasma  que  nos 
quiera  matar ! 

Cel.  Ay  bobas,  y  no  hayais  miedo  ,  que 
yo  soy;  las  mis  hijas  y  los  mis  amores,  ve¬ 
nidme  á  abrazar ,  y  dad  las  gracias  á  Dios 
que  acá  me  tornar  dejó.  Así  juntas  os 
quiero  abrazar,  que  no  tendré  sufrimien- 
ta  para  más  esperar. 

Elic.  Ay  Jesús,  Jesús;  válame  Dios, 
ay  madre,  desvíate  allá,  que  me  muero 
de  miedo,  que  pienso  que  eres  muerta. 

Cel.  Ay  boba,  bobita,  ¿y  de  qué  das 
gritos,  loca?  no  hayas  miedo,  mi  amor 
y  mi  hija,  y  las  mis  entrañas,  que  yo  soy 
tu  tia,  que  viva  soy,  y  no  muerta;  abrᬠ
zame,  abrázame,  loca  ¿qué  te  escandalizas? 
á  osadas,  que  si  fuera  hombre  y  mozo, 
como  soy  mujer  y  vieja,  que  no  te  espan¬ 
taras  de  me  ver  ni  de  me  abrazar. 

Elic.  Ay  tia,  señora,  y  bien  seas  veni¬ 
da,  ¿y  para  qué  dices  mallicias  en  mal 
hora  y  en  mal  punto ,  y  qué  hombre  pu¬ 
diera  venir  á quien  yo  más  quisiera  que  á  tí? 

Cel.  Aquel  Sempronio,  que  á  osadas, 
hija,  que  no  te  estuviera  bien  abrazallo, 


SEGUNDA  CELESTINA. 


76 

según  queda  y  yo  lo  vi  en  los  infiernos 
abrasado.  ¿Lloras,  hija,  por  lo  que  digo? 
pues  no  llores ,  que  obligada  eres  á  gozar¬ 
te  con  lo  que  á  Dios  place ,  y  él  es  servido 
de  su  justicia. 

Elic.  A  osadas ,  madre ,  que  lloro  por 
eso,  y  aun  obras  te  hizo  él  para  que  yo 
llore  por  él;  no  lloro  en  mi  ánima,  sino 
de  gozo  de  verte. 

Cel.  Ay  mi  amor,  así  lo  creo  yo,  que 
para  conoscer  tu  amor  lo  dije,  que  bien 
satisfecha  estoy  yodél,  aunque  huelgo  de 
oirlo.  ¿Pues  cómo  has  estado,  mi  hija,  y 
tú,  mi  amor,  Areusa? 

ir.  Ay  madre,  ya  ves  qué  tales  esta¬ 
ñamos  sin  tí;  con  harta  necesidad  y  des¬ 
ventura. 

Cel.  Según  eso,  el  capitán,  tu  amigo, 
no  debe  haber  venido ,  que  del  rufianazo 
gesto  del  diablo  de  Centurio,  bien  sé  lo 
poco  que  con  él  puedes  medrar. 

Ar.  Ay  madre,  no  ha  venido;  mas  en 
mi  ánima  con  Centurio  yo  he  medrado 
con  él  tampoco  el  pelo,  como  mi  prima 
con  él  su  mal  pasar  de  Crito. 

Cel.  Hartos  dias  há,  hija,  que  si  ella 
me  hubiera  creido,  lo  hubiera  dado  á  la 
maldición,  y  mudara  ropa  vieja,  y  se 
vistiera  toda  de  nueva;  mas  las  mozas  no 
miran  los  tropiezos  deste  mundo  hasta 


SEGUNDA  CELESTINA. 


77 


que  han  caido;  venís  tras  el  deseo  y  ne¬ 
gáis  el  provecho,  pues  renegad,  hijas 
mías,  de  la  matemia,  y  busca  quien  te 
dé  de  comer  é  cuando  tuvieres  alguno, 
por  muy  gran  afición ,  sin  pluma ,  bueno 
es  dalle  compañero,  para  pelar  y  hinchir 
los  cabezales  para  el  frió  de  la  necesidad, 
y  traelles  á  ambos  las  manos  sobre  el 
cerro ,  dándoles  á  entender  que  cada  uno 
es  solo  y  no  hay  otro ;  y  cuando  uno  con 
el  otro  en  casa  se  toparen ,  hacer  al  uno 
entender  qne  es  el  otro  pariente  ó  primo, 
y  al  otro,  que  es  el  otro  tio;  repartiendo 
el  deudo,  conforme  á  la  edad  de  cada  uno, 
para  quitar  sospechas  y  hacer  las  hechas. 

Ar.  Ay  tia,  señora,  ¡y  qué  gran  gloria 
es  oirte  y  dar  los  consejos  y  avisos  que 
das  á  todo  el  mundo ,  y  la  gran  abundan¬ 
cia  de  sabiduría  que  tienes  y  cuán  per¬ 
didas  sin  tí  hemos  estado! 

Cel.  A  la  fe,  hijas,  pues  agora  lo  po¬ 
déis  decir  con  razón ,  que  traigo  más 
sciencia  que  llevé.  Y  dadme  acá  ese  jarro, 
que  el  camino  pone  sed  y  dalle  un  toque. 
Paréceme,  hijas,  que  no  estábades  mal 
bastecidas  de  vino. 

Elic.  Ay  madre,  ¡y  qué  transida  de  sed 
venias! 

Cel.  Por  cierto,  hija,  no  me  llegó  á  los 
dientes. 


i 


78  SEGUNDA  CELESTINA. 

Elic.  Pues  por  mi  vida,  madre,  que  por 
demas  de  un  azumbre,  que  puedes  bien 
pensar  que  lo  tenia  el  jarro. 

Cel.  Hija,  quiero  descansar,  y  tomar 
otros  dos  traguitos,  que,  en  mi  ánima, 
que  con  la  priesa  que  he  traido  por  veros, 
no  me  alcanzaba  huelgo  á  huelgo. 

Elic .  Refréscate,  madre,  de  la  calor,  y 
lávate  el  rostro  con  lo  que  quedare  del 
vino. 

Cel.  Hija,  no  hay  mejor  lavar,  para  re¬ 
frescar,  que  los  gargueros,  que  como  del 
estómago  viene  el  calor,  principalmente 
allí,  mi  amor,  se  ha  de  socorrer  á  lo  más 
peligroso ,  y  de  la  garganta  se  participa  la 
sequedad  á  los  labios  y  la  lengua.  El  alma, 
hijas,  me  ha  tornado  este  vino,  que  por 
cierto  transida  venia  de  sed. 

Ar.  Madre,  bien  será  que  te  vaya  por 
más  vino,  que  poco  debe  de  quedar. 

Cel.  Hijas,  basta,  que  ahí  queda  para 
remojar  otra  vez  los  labios. 

Elic.  Ay,  ay,  señora,  ¡y  qué  gloria  me 
es  verte ,  y  qué  de  cosas  debes  allá  haber 
visto  en  el  otro  mundo ! 

Ar.  A  osadas ,  prima ,  ¡ y  cómo  las  debe 
haber  visto ! 

Cel.  He  visto,  hija,  tanto,  que  no  se 
puede  decir;  y  agora  más  tiempo  es  de 
descansar  de  mi  camino,  que  de  saber 


SEGUNDA  CELESTINA.  79 

nuevas  de  lo  que  allá  pasa,  que  más  días 
habrá,  hijas,  que  longanizas. 

Elic..  Ay,  dinos  ahora  algo,  tia. 

Ar.  Déjala,  prima,  y  descanse  y  huel¬ 
gue;  ¿y  qué  más  ha  de  decir  que  verla,  y 
holgamos  con  ella,  y  para  qué  quieres 
tú  ver  ni  saber  más  que  tener  tanto  bien? 

Elic.  Ay  prima,  por  mi  fe,  que  dices 
verdad.  Dame  acá  las  manos,  señora,  y 
holgarme  he  contigo,  que,  en  mi  ánima, 
no  puedo  aun  acabar  de  creer  que  eres  tú. 

Cel.  Ay  hija,  ay  hija,  ¡y  cómo  quisie¬ 
ras  tú  otras  manos  más  blandas  y  mozas 
con  que  holgar,  que  estas  que  parecen, 
mal  pecado,  raíces  de  árboles!  no  me  las 
beses,  hija,  que  no  están  ya  para  besar. 

Elic.  Ay  madre,  por  cierto,  más  huelgo 
yo  de  tales  besar,  que  cuantas  manos  de 
galanes  puede  haber;  que  destas  me  viene 
á  mí,  cierto,  más  provecho. 

Cel.  Pues,  á  la  verdad,  hija,  desas  raí¬ 
ces,  si  tú  tomares  mi  consejo,  sacáras 
cierto  más  fruto  que  de  las  de  Grito,  ni 
tu  hija  Areusa  de  las  de  Centurio. 

Elic.  Dalos  á  Dios,  tia,  y  no  los  mien¬ 
tes  agora,  que  no  son  menester,  y  échate 
aquí  en  mi  regazo,  y  rascarte  hé,  y  es¬ 
pulgarte  hé,  y  descansa  un  poco. 

Cel.  Así  lo  quiero  hacer,  antes  que  ven¬ 
ga  más  gente. 


8o 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  OCTAVA  CENA. 

Felides  está  consigo  hablando ,  y  llega  Pandulfo  á  dalle 
nuevas  de  lo  que  ha  hecho ;  y  estando  en  esto ,  llega 
Canarin  corriendo  á  decille  que  media  ciudad  va  á 
casa  de  Celestina,  que  dicen  que  es  resucitada.  Y  Fe- 
lides  envia  allá  á  saber  la  verdad  á  Sigeril ,  y  entro- 
dúcense. 

I 

FELIDES. —  SíOERIL.  — PANDULFO. — CANARIN. 

Fel.  ¡  Oh  santo  Dios ,  cuanta  pena  es  al 
que  aguarda  tiempo,  por  breve  que  sea! 
¡Ay  de  mí!  que  no  hay  cosa  que  no  me 
.prometa  esperanza,  y  en  cosa  que  me  la 
prometa  no  la  hallo.  En  la  fe  que  á  mi 
señora  tengo  pienso  hacer  milagros,  y 
no  puedo  dejar  de  ponella  en  razón  de  su 
valor ,  para  jamás  esperados  ver  en  la  poca 
esperanza  de  mi  remedio.  Quiero  llamar  á 
Sigeril,  para  ver  si  se  ha  hecho  algo  de  lo 
que  á  Pandulfo  mandé.  Sigeril,  ah,  Si¬ 
geril. 

Sig.  ¿Señor,  mandas  algo? 

Fel.  Quiero  saber  qué  está  hecho,  en 
lo  que  á  Pandulfo  encomendamos. 

Sig.  Señor  lo  que  está  hecho  es,  que  la 
música  se  dió  esta  noche  á  Quincia,  y  dán¬ 
dose,  llegó  el  alguacil,  y  Pandulfo,  por 
no  dar  ocasión  á  que  se  dañase  esta  tu 


SEGUNDA  CELESTINA. 


8l 

negociación,  pensando  que  hubiera  ruido, 
quísose  apartar  dél  dejando  á  nosotros 
en  él. 

Fel.  ¿Cómo  es  eso,  me  di? 

Sig.  Es,  que  por  nuestra  dueña,  como 
sintió  que  venia  gente,  no  hubiera  galgo 
por  ligero  que  fuera  que  le  alcanzara,  se¬ 
gún  contra-hacia  la  liebre. 

Fel.  Bueno  es  eso;  ¿todos  sus  fieros 
pararon  en  eso? 

Sig.  No  sé  en  qué  pararon  ;  mas  sé  que 
no  hubiera  él  parado,  según  el  son  que 
llevaba,  sino  oyera  que  habia  paces ,  y  de¬ 
jando  escondida  la  espada,  y  el  broquel  y 
la  guitarra ,  tornó,  asegurando  que  nos 
dejaba  seguros  que  nos  tomasen  las  es¬ 
paldas. 

Fel.  Esas  no  debe  él  de  tener  seguras, 
según  el  trato  que  por  esos  burdelestrae, 
y  lo  que  sus  fieros  pregonan.  Oh,  enco¬ 
miendo  al  diablo,  el  panfarron  bellaco, 
¿y  toda  esa  es  su  ferocidad?  Mas  escucha, 
no  nos  oya,  qué  lo  oyo  hablar;  él  es.  ¿Qué 
tenemos,  hijo  Pandulfo  ? 

Pand.  Tenemos,  hija,  que  vale  más 
que  él,  por  el  corpo  deMahoma. 

Fel.  ¿Cómo  es  eso,  que  me  va  pare¬ 
ciendo  bien? 

Pand.  Mejor  te  parecerá  desque  lo 
sepas. 


() 


82 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Fel.  Dímelo ,  que  no  basta  mi  deseo  á 
tanta  tardanza. 

Pand.  Ya,  señor,  habrás  sabido  de  la 
música  de  anoche,  y  como  la  oyeron  de 
buena  gana. 

Fel.  Si  sé ,  y  oí  de  tu  esfuerzo ,  de 
que  estoy  más  pagado  ,  porque  siempre  te 
tuve  en  tal  posesión.  Y  mucho  te  agradez¬ 
co  tu  osadía,  y  que  tuviste  templanza; 
porque  seria  destruir  el  negocio  de  otra 
suerte. 

Pand.  Señor,  así  lo  dije  yo  á  Sigeril; 
que  pues  eso  cumplia,  que  me  veria  he¬ 
cho  un  san  Francisco  en  humildad;  mas 
dejando  desto,  después  acá  he  hablado  á 
la  moza,  y  no  con  ménos  peligros  de  los 
criados  de  su  padre. 

Sig.  Desos  te  sabrás  tú  muy  bien 
guardar. 

Pand.  ¿Qué  dices,  Sigeril? 

Sig.  Digo,  que  por  Dios  que  te  guardes 
deso,  no  destruya  la  negociación. 

Fel.  No  le  atajes,  que  él  está  ya  tan 
avisado,  que  no  hay  para  qué  hablar  en 
eso. 

Pand.  Por  nuestra  dueña  del  Antigua, 
que  pienso  que  más  servicio  te  hago,  se¬ 
ñor,  en  eso ,  según  mi  condición,  que  en 
traerte  aquí  á  Polandria ,  lo  cual  creo  que 
se  va  aparejando,  porque  para  esta  noche 


SEGUNDA  CELESTINA. 


tengo  concertado  la  habla  con  su  criada, 
y  por  la  Verónica  de  Roma,  que  antes 
que  de  las  manos  me  salga ,  la  deje  tan  de 
mi  mano ,  que  tengas  tú  á  Polandria  por 
cierta  en  las  tuyas. 

Fel.  Oh  Pandulfo,  mucho  te  agradezco 
tu  buena  diligencia,  y  bien  sabia  yo  á 
quién  encomendaba  mis  cosas ;  yo  te  pro¬ 
meto  que  yo  te  lo  satisfaga  si  llevas  á  fin 
estos  hechos. 

Pand.  No  queria  yo  que  fuese  todo  pa¬ 
rolas,  porque  más  quiero  un  tomar,  que 
dos  te  daré. 

Fel.  ¿Qué  dices? 

Pand.  Digo,  señor,  que  tengas  el  ne¬ 
gocio  por  acabado,  según  los  principios 
lleva;  que  yo  lo  sabré  así  ordir,  como  tú 
lo  verás  tejer.  Y  paresce  que  oyo  ruido 
de  gente  en  la  calle;  algo  debe  de  ser, 
que  Ganarin  viene  corriendo  que  no  le  al¬ 
canza  huelgo;  quiérome  ir  armar,  que 
algo  debe  de  ser. 

Fel.  Aguarda,  sepamos  qué  es,  y  con¬ 
forme  á  lo  que  fuere,  se  proveerá;  por¬ 
que  ya  sabes  que  dice  el  proverbio,  que 
hombre  apercebido  es  medio  combatido. 
¿Qué  es  esto,  Canarin? 

Can.  Señor,  la  mayor  nueva  y  despanto 
que  jamás  oiste. 

Fel.  ¿Qué  es?  dilo  presto. 


84 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Can.  Señor,  no  traigo  huelgo;  mas  has 
de  saber  que  toda  la  ciudad  va  corriendo 
á  casa  de  Celestina,  que  es  fama  que  ha 
resucitado. 

Fel.  Válame  Dios,  jes  posible!  si  así 
es,  agora  pienso  que  Dios  ha  oido  mis 
oraciones ,  y  que  para  mi  remedio  le  en¬ 
vía.  Sigeril ,  por  tu  fe  ,  que  vayas  allá,  y 
me  traigas  recaudo  presto  de  la  verdad 
deste  hecho,  que  es  el  mayor  que  jamás 
ha  acaescido,  y  no  es  razón  de  dejar  de 
ir  á  ver  cosa  tan  admirable. 

Sig.  Señor,  yo  voy,  y  haré  lo  que  me 
mandas. 

Fel.  Hora,  Canarin,  en  tanto  que  va 
Sigeril,  ¿qué  es  lo  que  oíste?  ya  que  estás 
más  sosegado. 

Can.  Señor,  oí,  que  estando  Areusa  y 
Elicia  en  casa  de  Celestina,  entró  Celes¬ 
tina  por  la  puerta,  y  paresciéndoles  cosa 
fuera  de  razón  ó  fantasma,  no  lo  podían 
creer  que  ella  fuese,  hasta  que  las  asegu¬ 
ró,  y  les  dijo,  y  certificó  que  era  ella.  Y 
á  esta  causa,  toda  la  ciudad  va  corriendo 
á  ver  tan  gran  milagro,  y  yo  vine  te  lo  á 
decir. 

Pand.  Ha,  ha,  ha. 

Fel.  ¿De  qué  ries,  Pandulfo? 

Pand.  Rióme  ,  que  pienso,  por  las  reli¬ 
quias  de  Mahoma ,  que  alguna  devota  ilu- 


SEGUNDA  CELESTINA.  85 

minaría  de  las  boticas  del  burdel,  con  sus 
oraciones  ha  hecho  tal  milagro,  ó  por  la 
santidad  de  tan  buena  persona  como  ella 
era  y  de  la  piedad  de  que  en  esta  vida 
usaba,  con  remediar  muchas  erradas  don¬ 
cellas,  renovando  sus  quiebras,  haciendo 
correr  por  buena  su  moneda  falsa ,  la  de 
esa  Venus ,  la  ha  querido  tornar  al  mundo, 
para  que  tan  santas  y  buenas  obras  no  fal¬ 
ten  por  faltar  tan  buena  y  santa  persona. 

Fel.  Pues  no  burles  tú ,  que  por  cierto 
no  tengo  yo  por  pequeña  obra  de  miseri¬ 
cordia  remediar  tan  gran  mal,  como  el 
que  yo  paso. 

Pand.  Por  cierto,  señor,  por  eso  pien¬ 
so  que  te  envia  el  Dios  de  amor,  su  ángel 
Celestina,  para  que  remedie  tu  pena, 
como  remedió  la  del  mártir  Calixto;  y 
plega  á  Dios  que  no  lo  seas  tú  como  él 
lo  fué. 

Fel.  Por  cierto,  Pandulfo,  con  conse¬ 
guir  la  gloria  que  él  consiguió,  no  ternia 
yo  por  pequeña  merced  de  Dios,  pasar  su 
martirio. 

Pand.  Pues  yo  te  certifico,  señor,  si  es 
verdad  la  resurrección  desta  santa  dueña, 
que  ella  te  sacrifique  á  Polandria,  para 
que  te  puedas  tú  después  á  ella  sacrificar, 
como  tiene  sacrificadas  más  de  once  mil 
vírgenes  á  las  saetas  de  los  ídolos  de  amor. 


86 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Por  cierto ,  gran  bien  ha  venido  á  todo  el 
mundo  con  tal  persona,  para  poblarse 
las  ermitas  de  los  desiertos  burdeles, 
qué  tales  sin  ella  habian  quedado,  sino 
se  hubieran  sostenido  en  esperanza  de  su 
resurrección ;  y  para  ver  tan  gran  miste¬ 
rio,  yo  quieío  ir  tras  Sigeril,  en  cuanto 
tú  te  llevantes,  y  si  para  así  no  fuere,  no 
perderé  cuidado  del  que  esta  noche  tengo 
concertado  para  remediar  el  tuyo  con 
Quincia,  que  creo  que  será  otro  santo 
más  apropósito  á  tus  oraciones,  que  la 
santa  resucitada,  según  mi  buena  maña 
lo  tiene  ya  rodeado. 

Fel.  Hora,  pues,  hazlo  así.  Y  Ganarin, 
dame  tú  en  tanto  de  vestir. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


87 


ARGUMENTO  DE  LA  NOVENA  CENA. 


Elicia  dice  á  Celestina  que  viene  mucha  gente  á  vella 
y  pasa  con  ella  y  con  Areusa  grandes  cosas ;  y  llega 
el  pueblo  d  la  hablar ,  y  después  muchas  dueñas;  in- 
trodúcensc. 

ELICIA. — CELESTINA. — AREUSA. — EL  PUEBLO. 

LAS  DUEÑAS. 

Elic.  Oh,  válame  Dios,  con  tanta  gen¬ 
te  como  aquí  viene,  madre. 

Cel.  Déjalos,  hija,  que  ya  sabes  que 
cuantos  más  moros,  más  ganancia.  Todo 
esto  es  autorizar  más  mi  persona ,  esti¬ 
mar  más  mi  fama,  dar  más  crédito  á  mi 
poder;  porque  habiéndome  visto  muerta, 
viéndome  agora  viva,  ¿quién  dudará  de 
mis  artes?  ¿quién  no  temerá  mis  conjuros? 
¿á  quién  faltará  esperanza  en  mi  saber? 
¿  quién  podrá  pensar  cosa,  que  piense  que 
le  podrá  faltar?  A  todos  habla  bien,  pues 
sabes  cuán  poco  cuesta  el  bien  hablar.  A 
todos  rescibe  con  muy  buen  amor,  para 
que  con  él  te  paguen ;  á  todos  sabe  bien 
hablar  al  sabor  de  su  paladar;  porque  no 
hay,  hija  mia,  mejor  librea,  ni  puedes  á 
ninguno  dar  mejor  vestido  que  de  li- 


88  SEGUNDA  CELESTINA. 

sonjas;  todos  los  resciben,  todos  los  aman; 
ninguno  las  desecha;  créeme,  hija,  que 
no  hay  moneda  que  más  corra ,  y  que  me¬ 
jor  se  resciba.  ¿Qné  te  paresce ,  loquilla, 
que  estás  desbarbada  ?¿paréscete  que  todo 
es  hacer  entradas  en  la  toca,  pelar  las 
cejas,  acecalar  el  rostrillo  para  parescer 
bien?  ¿paréscete  si  vengo  ménos  avisada 
del  otro  mundo  que  cuando  caminé  para 
allá?  Sábete  que  más  mercaduría  traigo 
que  llevé;  que  más  letras  aprendí,  que 
tenia;  más  criados  tengo  á  mi  mandar, 
que  hombres  ves  venir  ;  espíritus  infer¬ 
nales  ,  digo,  con  quien  en  esta  jornada  he 
tomado  conoscimiento  y  amistad.  Mas 
quédese  agora  esto  para  después,  que  es 
razón  de  complir  con  los  que  vienen. 

Ar.  Ay  tia,  señora,  espantadas  nos 
tienes  en  ver  cuanto  dices,  sino  que  pa¬ 
resce  que  vienes  más  vieja  y  más  cana  que 
cuando  fuiste. 

Cel.  A  la  fe,  hija,  sabe  que  deso  resci- 
be  mi  persona  más  autoridad;  que  á  mi 
oficio  más  autoridad  sale  de  la  edad  y 
canas,  que  no  de  hermosura  y  mocedad. 
Más  se  aprovechan  mis  artes  de  la  sabi¬ 
duría  ,  que  no  de  la  tez ;  más  de  la  scien- 
cia,  que  no  del  vestido.  Mas  ya  es  tiempo 
que  callemos,  que  el  pueblo  llega  acá. 

Pueb.  Oh  madre  Celestina,  ¿qué  mara- 


SEGUNDA  CELESTINA.  89 

villa  tan  grande  ha  sido  esta  de  tu  resur¬ 
rección? 

Cel.  Hijos,  los  secretos  de  Dios  no  es 
lícito  sabellos  todos,  sino  á  quien  él  los 
quiere  revelar;  porque  ya  sabéis  que  lo 
que  encubre  á  los  sabios,  descubre  á  los 
pequeñuelos  como  yo.  Sabed,  hijos  mios, 
que  no  vengo  á  descubrir  los  secretos  de 
allá,  sino  á  enmendar  la  vida  de  acá, 
para  con  las  obras  dar  el  ejemplo,  con 
aviso  de  lo  que  allá  pasa;  pues  la  mise¬ 
ricordia  de  Dios  fué  de  volverme  al  siglo 
á  hacer  penitencia.  Y  esto  baste,  hijos, 
para  que  todos  os  enmendéis,  como  en  la 
predicación  de  Jonás,  porque  no  peres- 
cais;  que  las  cosas  de  la  otra  vida,  no 
bastan  lenguas  á  decillas;  y  por  tanto, 
todos  vivamos  bien,  para  que  no  acabe¬ 
mos  mal. 

Pueb.  Madre,  espantados  nos  tienes  de 
lo  que  dices ;  mucha  honra  nos  harías  en 
decirnos  algo  de  lo  que  viste. 

Cel.  Hijos,  ni  me  cumple,  ni  os  cum¬ 
ple  ;  y  por  tanto ,  no  me  preguntéis  más, 
que  el  silencio  será  mi  respuesta;  é  id 
con  Dios,  que  quiero  reposar,  que  vengo 
de  muy  largo  camino,  y  quiero  descansar 
con  mis  hijas,  y  entender  en  mi  casa, 
que  la  hallo  mal  reparada ;  que  mal  pe¬ 
cado,  ya  sabéis  el  proverbio  que  á  muer- 


90 


SEGUNDA  CELESTINA. 


tos  y  á  idos,  no  hay  amigos;  y  con  esto, 
por  una  parte  me  fui  al  otro  mundo,  y 
por  otra  se  comenzó  á  desbaratar  lo  que 
con  tanto  trabajo  yo  habia  ganado  para 
sostener  mi  honra.  Porque  como  dice, 
ganástelo,  ó  heradástelo,  que  así  me  ha 
acaescidoá  mí  con  Elicia,  que  mal  pecado, 
hijos,  las  mozas  no  curan  de  lo  que  ha¬ 
brán  menester,  sino  de  lo  con  que  podrán 
mejor  parescer;  y  no  curando,  mirar  ade¬ 
lante,  cayen  muchas  veces  atrás;  mas  la 
vieja  como  yo,  escarmentada,  arregazada 
pasa  el  vado  de  los  peligros  desta  vida. 
Y  esto  baste  por  agora,  hijos,  y  andad 
con  la  gracia  de  Dios ;  básteos  saber  que 
habéis  de  vivir  bien,  y  enmendar  todos 
la  vida.  Y  con  esto  me  entro  en  mi  casa, 
y  vosotros  os  id  á  las  vuestras  á  reposar. 

Pueb.  Madre  Celestina,  tú  seas  muy  bien 
venida,  y  Dios  quede  contigo.  Parécenos 
que  la  vieja  viene  escarmentada.  Trato 
le  deben  haber  dado,  por  donde  quiere 
mudar  el  natural,  que  no  se  dirá  agora 
que  mudó  la  piel  la  raposa,  mas  su  natu¬ 
ral  no  despoja;  pues  con  mudar  la  piel, 
viene  mudadas  las  obras.  No  de  valde  se 
dice  que  el  loco  por  la  pena  es  cuerdo. 
Aquí  podremos  con  razón  decir,  que  de 
los  escarmentados,  se  hacen  los  arteros. 
Por  cierto,  caso  de  predestinación  paresce, 


SEGUNDA  CELESTINA. 


9f 


pues  la  quiso  Dios  sacar  de  los  infiernos 
para  tornalla  á  hacer  penitencia  de  sus 
pecados. 

Cel.  Hijas,  comamos,  que  cansada  me 
deja  aquella  gente. 

Ar.  Por  cierto,  madre,  que  te  veo,  y 
no  lo  puedo  acabar  de  creer  que  te  veo; 
tan  suspensa  estoy  y  espantada  de  te  ver. 

Elic.  Y  hermana  mia,  pues  si  la  vieras 
como  yo  la  vi,  que  aquellos  mal  aventu¬ 
rados  me  la  dejaron  en  ios  brazos  muerta 
y  atravesada  de  mil  estocadas ,  más  con 
razón  dirías  lo  que  dices. 

Cel.  Hijas,  dejemos  lo  pasado,  y  en¬ 
tendamos  en  lo  presente,  pues  á  Dios 
gracias,  todo  se  ha  hecho  tan  bien.  Porque 
de  aquellos  desventurados  de  Sempronio 
y  Parmeno,  yos  certifico,  que  yo  los  vi 
allá  donde  vengo  de  suerte  que  se  puede 
bien  por  ellos  decir ,  que  si  Marina  bailó, 
tomó  lo  que  halló;  que  ellos  están  bien 
pagados  ,  y  yo  satisfecha.  Y  dejando  esto, 
hijas,  ya  que  hemos  comido,  cumple 
hacer  nuestros  hechos  de  aquí  adelante, 
de  otra  manera  que  hasta  aquí,  porque 
de  lo  pasado ,  ya  tenemos  la  celada  des¬ 
cubierta,  y  dado  aviso,  para  que  todos 
guardándose  de  mí,  pudiésemos,  hija  Eli¬ 
da,  morir  de  hambre;  sino  que  con  mi 
santidad,  como  buey  de  perdices  encer- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


rado,  pueda  meter  sin  que  lo  sientan  las 
perdices,  en  la  red.  Las  mochadlas  en  la 
red,  digo  hijas,  por  otras  nuevas  formas 

V  maneras  que  traigo  aprendidas;  porque 
no  es  razón  de  dejar  de  dar  gualardon  de 
mis  servicios  á  Vénus ,  que  me  hizo  las 
mercedes,  con  las  pasadas  de  alcanzar 
de  Júpiter  que  tornase  acá.  Y  ante  tí,  hija 
Areusa,  todo  puede  pasar  este  secreto, 
que  te  tengo  en  lugar  de  hija,  y  siempre 
te  tuve  por  muy  sabia  y  de  buen  secreto. 

Y  pues,  ya  sabes  que  los  sabios  dicen: 
que  el  que  á  otros  su  secreto  descubre,  le 
da  su  corazón;  ya  ves,  hija,  la  prenda 
que  te  dejé  para  poner  á  recaudo  el  secre¬ 
to.  Y  desto  bien  segura  estoy  yo  de  tu  sa¬ 
ber,  aunque  te  digo  lo  que  te  dicho  tengo. 

Ar.  No  estás  engañada,  madre,  por 
cierto,  que  así  lo  guarde  yo  como  á  mí 
misma  lo  guardaría,  y  haz  cuenta  que  lo 
que  dices  y  dijeres,  que  lo  dices  á  tu  con¬ 
fesor. 

Cel.  Así  lo  tengo  yo,  hija,  que  no  de 
valde  dice  el  proverbio,  que  no  hay  cora¬ 
zón  engañado,  como  por  el  mió  conozco 
yo  el  tuyo.  Y  en  pago  desto,  yo  quiero, 
hijas,  que  de  todas  sea  lo  que  se  ganare 
y  lo  que  se  encubriere,  porque  en  tan 
verdadera  amistad ,  no  se  sufre  haber  cosa 
partida. 


I 


SEGUNDA  CELESTINA*  93 

Ar.  Así  es  razón,  madre,  y  así,  pues, 
tú  haced  de  todo  lo  que  yo  tengo  á  tu  vo¬ 
luntad. 

Cel.  Yo  lo  tengo,  hija,  bien  conoscido. 
Yo,  todo  lo  que  al  presente,  para  co¬ 
menzar  nuestro  trato  me  dieres,  créeme 
que  saldrá  á  logro  del  caudal.  Porque 
más  tesoros  enterrados  traigo  sabidos, 
que  años  tengo  acuestas;  de  todas  tres 
serán  sabidos,  y  de  todas  será  la  ganan¬ 
cia,  que  no  tengo  ya  necesidad  de  in¬ 
vocaciones  á  Pluton ;  porque  de  allá  trai¬ 
go  sabidos  todos  sus  secretos ,  y  al  pre¬ 
sente,  porque  no  sientan  que  tenemos 
tanta  riqueza,  los  tesoros  estarán  bien 
guardados  donde  están,  que  yos  certi¬ 
fico  que  nadie  nos  los  hurte  hasta  que 
vamos  por  ellos,  y  si  lo  sienten,  luego  el 
rey  se  meteria  en  querer  su  quinto,  y  no 
faltarian  envidiosos,  por  donde  se  pusie¬ 
se  en  peligro  nuestra  vida,  perderse  tras 
el  caudal.  Así  que  conviene  al  presente 
en  esto,  como  en  lo  demas,  gran  secreto 
y  disimulación;  que  el  tiempo  adelante 
nos  dirá  lo  que  habernos  de  hacer.  Y  en 
tanto,  supliremos  nuestras  necesidades 
con  lo  que  tú,  hija  Areusa ,  tienes,  y  con 
aquellas  cien  monedas  y  cadena  que  el 
malogrado  de  Calixto  me  dió,  que  tan  caro 
me  costó,  que  pocas  habrás  tú,  hija  Eli- 


94 


SEGUNDA  CELESTINA. 


cia,  dello  gastado;  aunque  mal  pecado, 
como  las  mozas  no  miráis  lo  de  adelante, 
ya  tú  habrás  gastado  cuales  media  doce¬ 
na  de  las  monedas.  ¿He  acertado,  por  mi 
vida?  Eya,  di  la  verdad,  loquilla,  que  te 
estás  riendo. 

Elic.  Ay  madre,  no  me  rio  deso,  sino 
que  como  tú  fuiste  enterrada ,  escondí  la 
cadenilla,  porque  vino  aquí  el  mayordo¬ 
mo  de  la  cruzada,  y  diciendo  que  por 
haber  muerto  abentestado ,  venian  todos 
tus  bienes  á  la  cruzada,  todo  lo  secresta¬ 
ron,  y  llevaron  las  cien  monedas,  con 
todo  lo  demas,  hasta  no  dejar  estaca  en 
pared.  Y  la  cadenilla,  en  mi  alma,  que 
me  perjuró,  y  la  enterré,  y  después  ,  sa¬ 
cándola  para  vender  algún  eslavon,  aquel 
desuella  caras  de  Genturio  me  la  vió,  y 
nunca  fui  poderosa  de  sacársela  de  las 
manos.  Y  á  la  justicia  me  fuere  á  que¬ 
jar,  sino  porque  no  me  acusasen  el  per¬ 
jurio  de  no  la  haber  declarado,  y  por 
esto  me  callé  con  mi  pérdida.  Así  que 
madre,  señora,  de  mis  ropas  y  tocados 
puedes  disponer,  que  de  lo  demas,  ya 
ves  lo  que  ha  sucedido,  por  mis  pecados; 
que  como  yo  quedé  huérfana  sin  tí,  y 
más  de  saber  sin  tu  consejo  y  seso,  todo 
se  perdió  cuanto  bueno  dejaste  y  yo  es¬ 
condí  de  lo  que  llevó  la  cruzada. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


95 


Cel.  Esta  mochacha  no  es  necia,  aun¬ 
que  no  ha  ido  á  los  infiernos  como  yo. 

Elic.  ¿Qué  dices,  madre? 

Cel.  Hija,  digo,  que  no  vi  cosa  más 
en  los  infiernos  castigarse,  que  encubrir 
nada  de  la  hacienda  de  otros;  y  pues,  tú, 
hija,  erraste  en  encubrillo  á  la  cruzada, 
ya  que  yo  estoy  en  el  mundo,  no  sea 
peor  el  postrer  yerro  quel  primero,  que 
deso  del  juramento  yo  lo  terné  secreto. 

Elic.  He,  he,  he;  bueno  es  eso,  madre. 

Cel.  ¿Rieste,  por  mi  vida,  de  que  te  caí 
en  el  cantar?  ¿Qué  pensabas,  que  habia 
yo  de  descubrirte  por  la  descomunión  de 
la  cruzada?  Ay,  como  eres  boba;  desas 
descomuniones,  hija,  tengo  tragadas  po¬ 
cas,  por  tu  vida  y  de  Areusa,  más  tengo 
tragadas,  que  canas  tengo  en  la  cabeza. 
Mas  ya  sabes ,  hija  ,  el  proverbio  que  dice, 
que  nunca  diga  esta  por  donde  pague 
aquesta.  Acertado  te  tengo  la  vena;  bien  sé 
que  te  contento;  no  hayas,  hija,  mi  amor, 
vengüenza  de  me  haber  encubierto  la 
hacienda,  que  bien  sé  que  no  lo  heciste, 
sino  por  lo  que  yo  me  sé.  ¿Direlo,  loqui- 
11a?  cata,  que  lo  quiero  decir,  si  me  das- 
licencia  y  no  has  vergüenza ;  decillo  quie¬ 
ro  ,  para  que  sepas  que  no  se  me  esconde 
cosa;  y  quiérome  reir;  ¿dasme  licencia 
que  lo  diga? 


96  SEGUNDA  CELESTINA. 

Elic.  Di,  madre,  que  yo  no  sé  porqué 
dices  eso. 

Cel.  Areusa,  no  me  hagas  del  ojo,  que 
ni  buen  entendedor  pocas  palabras.  Que 
la  verdad  es,  que  Elicia  pensaba  que  me 
quería  yo  de  tí  encubrir.  ¿Dite  en  el  cora¬ 
zón,  loquilla?  ¿Hete  errado  una  jota?  pues 
no  te  engañes,  hija,  que  no  quiero  que 
con  Areusa  haya  cosa  encubierta  ;  que  no 
tengo  yo  descubierto  lo  que  dije  de  los 
tesoros  que  tenemos ,  y  de  lo  demas,  para 
encubrille  cosa.  No  hayas  vergüenza,  hija, 
de  lo  que  has  gastado,  que  yo  te  lo  per¬ 
dono;  y  saca  lo  que  te  queda,  que  á  mí 
ya  no  hay  cosa  encubierta. 

Elic.  Al  diablo  encomiendo,  vieja,  que 
tanto  sabe. 

Cel.  ¿Qué  dices  ,  hija? 

Elic.  Madre,  señora,  que  por  Dios,  acer¬ 
tado  me  has,  que  he  dicho  lo  que  dije, 
por  ver  si  sabias  las  cosas  encubiertas,  y 
agora  veo  que  sabes  más  que  antes. 

Cel.'  Ay  mi  amor,  ¡cómo  lo  dices,  y 
con  qué  gracia!  Así  lo  creo  yo  por  cierto, 
y  así  lo  has  de  creer,  hija  Areusa,  que 
por  tu  vida,  desde  tan  mañita,  nunca 
hallé  tras  ella  un  alfiler.  Mas  hija  ,  parés- 
ceme  que  quisiste  ser  como  dices,  á  un 
traidor,  dos  alevosos.  Mas  por  mi  vida, 
¿qué  tienes  gastado  de  las  cien  monedas? 


SEGUNDA  CELESTINA.  97 

* 

Elic.  Por  Dios,  madre,  que  lo  digas  tú, 
para  ver  si  aciertas. 

Cel.  Por  mi  vida ,  que  digas  á  ver  si  me 
dijo  Pluton  la  verdad,  ó  si  es  lo  que  yo  sé. 

Elic.  Por  Dios,  madre,  doce  monedas 
tengo  gastadas,  y  la  cadena  entera  se  está 
como  tú  la  dejaste  escondida. 

Cel.  Por  tu  vida,  tanto  me  dijo  Pluton 
que  habías  gastado. 

Elic.  Pues  por  mi  vida,  que  mintió, 
que  no  tengo  gastadas  más  de  ocho. 

Cel.  Por  tu  vida,  que  eso  es  lo  que  yo 
sabia,  y  el  traidor  siempre  acostumbró 
mentir;  bien  testifica  la  palabra  divina 
donde  dice,  que  desde  su  principio  fué 
mentiroso  y  padre  de  mentiras.  Buena  es¬ 
tuviera  yo,  hija,  sino  supiera  más  que  él. 

Ar.  Espantada  me  tienes,  madre,  con 
lo  que  te  veo  hablar. 

Cel.  Cada  dia,  mi  amor,  lo  estarás 
más,  y  lo  dicho  dicho;  y  por  agora  no 
más,  que  vienen  muchas  conoscidas  nues¬ 
tras  á  me  hablar,  y  tengo  necesidad  de 
aseguradas  para  tener  seguridad  dentrar 
á  visitar  sus  hijas,  porque  el  mayor  ser¬ 
vicio  que  á  Venus  puedo  hacer,  es  sacri¬ 
ficar  sangre  para  amatar  sus  encendidos 
fuegos  en  los  corazones  de  sus  servidores. 

Dueñas.  Oh  madre  Celestina,  ¡cuánta 
gloria  nos  es  de  verte !  plega  á  Dios  que 

7 


98  SEGUNDA  CELESTINA. 

por  muchos  años  y  buenos  sea  tu  resur¬ 
rección. 

Cel.  Señoras  mias,  todo  ha  de  ser  para 
vuestro  servicio  y  doctrina  de  todos ,  con 
los  avisos  que  vengo  á  dar  al  mundo,  muy 
al  contrario  que  les  solia  dar,  que  esto  es 
lo  principal  á  que  soy  venida ,  á  desdecir¬ 
me  de  lo  pasado  y  consejar  en  lo  pre¬ 
sente,  y  á  pensar  lo  que  está  por  venir; 
que  nadie  puede  saber  lo  que  allá  se 
pasa,  sino  quien  como  yo  ha  pasado 
por  ello.  Que  yos  certifico  que  otros 
consejos  resciban  de  mí  vuestras  hijas  de 
hoy  más,  y  otra  reprensión  las  livian¬ 
dades  de  los  mancebos,  que  hasta  aquí, 
y  otra  doctrina  los  viejos,  y  otra  pre¬ 
dicación  los  religiosos,  y  otro  aviso  los 
abades;  y  porque  desto,  el  tiempo  dará 
testimonio,  yo,  señoras  mias,  iré  á  pagar 
particularmente  estas  visitaciones  y  mer¬ 
ced,  á  cada  una  en  su  casa,  y  estonces 
se  podrá  en  secreto  saber  los  secretos; 
que  público  de  lo  mucho  que  he  visto, 
no  se  permite  decir  sin  gran  ofensa  de 
Dios ;  y  porque  yo  estoy  cansada ,  vuestras 
gracias  me  perdonen,  hasta  cuando  digo 
que  en  vuestras  casas  os  visite;  y  vayan 
con  la  gracia  de  Dios. 

Dueñas.  Madre  Celestina ,  y  tú  quedes 
con  ella. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


99 


Cel.  Hijas,  de  mano  en  mano,  dadme 
acá  ese  jarrillo,  si  quedó  algún  vino,  que 
me  ha  quedado  la  boca  de  tanto  predi¬ 
car  tan  seca ,  que  aun  la  saliva  no  puedo 
tragar. 

Ar.  Madre,  parésceme  que  no  se  te  ha 
olvidado  el  beber,  aunque  ha  dias  que  no 
lo  usaste. 

Elic.  No  te  maravilles,  que  viene  de 
lugares  secos. 

Cel.  Lastimásteme,  pues,  para  mí  san¬ 
tiguada,  que  yo  os  lastime  hijas,  según  el 
calor  de  donde  vengo ,  no  espantéis ;  cuan¬ 
to  más,  que  en  el  infierno,  ni  hay  deseo 
de  capones,  ni  perdices ,  ni  de  riquezas,  ni 
de  cosa  de  las  desta  vida,  sino  es  de  mo¬ 
jar  la  boca,  según  paresce  por  aquel  rico 
avariento,  que  pidió  á  Lázaro  que  le  pu¬ 
siese  el  dedo  mojado  en  la  lengua;  que 
mejor  autoridad  para  mí  no  se  puede 
haber. 

Ar.  Madre,  eso  seria  con  agua. 

Cel.  Hija,  mejor  fuera  con  vino,  por 
tu  vida;  ¿no  sabes  tú  que  con  vino  se 
mata  el  fuego  de  alquitrán,  y  con  vino 
se  lavan  los  cauterios  después  quedados? 
y  las  llagas  ¿con  qué  se  lavan  sino  con  él? 
y  el  fuego,  hija,  de  san  Antón,  ¿con  qué 
se  ataja  sino  con  vino?  que  mejor  cosa, 
ni  más  cuadrada,  no  puede  ser  para  la 


'  100 


SEGUNDA  CELESTINA. 


sed  del  fuego  que  traigo.  ¿Y  qué  más  au- 
toridad  quieres  tú  para  la  bondad  del 
vino,  sino  que  vello  se  convierta  en  san¬ 
gre  de  Jesucristo,  para  saber  la  ventaja 
que  en  todo  al  agua  tiene? 

Ar.  Madre,  pues  también  echan  agua 
en  el  c^liz. 

Cel.  Hija,  eso  es  á  medio  cáliz  de  vino 
una  gótica;  pienso  que  para  significar  el 
agua  que  junto  del  costado,  con  la  sangre 
salió.  ¿No  sabes  que  en  la  cena  del  Señor, 
que  dijo  Cristo  que  no  comeria  de  aquel 
fruto  de  vid,  hasta  que  lo  comiese  con 
ellos  en  el  reino  de  Dios?  donde  se  saca, 
que  en  la  gloria,  vino  y  no  agua,  se  ha 
de  beber.  Y  por  cierto,  hija,  si  lo  miras 
bien,  que  en  la  cena  del  Señor,  á  osadas 
que  no  oyas  tú  que  se  mentase  agua,  sino 
vino,  cuando  dijo  que  comulgó  á  sus  dis¬ 
cípulos,  y  les  mandó  que  aquello  hiciesen 
en  su  memoria.  Mira  cuanta  virtud  tiene, 
hija,  el  vino,  y  como  nuestro  maestro 
mandó  aquella  noche  que  hiciesen  como 
él  habia  hecho,  quiero  yo  tenelle  imita¬ 
ción  en  beber  vino  y  no  agua. 

Ar.  Madre,  ese  mandamiento  fué  más 
de  agua  que  de  vino,  porque  lo  dijo  aca¬ 
bando  de  lavar  los  pies  á  sus  discípulos. 

Cel.  Ay  boba,  y  aun  en  eso  verás  que 
te  digo  la  verdad,  pues  con  el  agua  man- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


IOI 


dó  lavar  los  pies,  y  con  el  vino  las  bocas; 
cada  cosa,  hija,  es  para  su  oficio ;  buena, 
el  agua  para  lavar ,  y  el  vino  para  beber. 
¿Hete  satisfecho?  ¿qué  me  respondes,  bo- 
billa?  Qué,  ¿quieres  argüir  conmigo? 
mas,  por  Dios,  que  si  me  das  licencia 
que  te  diga  una  cosa,  que  no  ménos  que 
la  vida  te  va  en  ella. 

Ar.  Di,  madre,  que  si  perdono. 

Cel.  Pues  no  tienes  de  correr. 

Ar.  No  correré,  por  mi  vida. 

Cel.  Pues  sabe,  hija,  que  hoy  al  comer 
me  paresció  que  bebias  agua,  y  deso  re¬ 
goldaste  dos  ó  tres  veces;  y  aun  por  mi 
vida,  que  ese  rostro  con  tan  poca  color, 
que  no  sale  de  otra  cosa,  cá  no  hay  cosa 
que  más  coma  la  color,  que  el  agua. 

Ar.  Ay  madre,  cómo  estás  engañada 
en  lo  de  la  color;  que  por  tu  vida,  no  es 
sino  de  llorar  la  muerte  de  aquel  malo¬ 
grado  de  Parmeno ;  que  con  el  amor  que 
le  tuve,  no  hago  sino  deshacerme  en  lᬠ
grimas. 

Cel.  Y  aun  eso  hace  á  mi  propósito; 
que  aun  las  lágrimas  por  parte  de  ser 
agua,  destruyen  la  tez.  Otra,  por  cierto, 
hace  lavar  el  rostro  con  vino,  y  mucho 
más  bebello ;  porque  ves  tú  aquí ,  mi 
amor,  á  Elicia,  que  dende  que  nasció  lo 
bebe ;  que  así  goce  yo  della  ,  que  la  teta 


I 


102  SEGUNDA  CELESTINA. 

tenia  en  la  boca,  y  viendo  el  jarro  ó  ca¬ 
labaza,  como  dice  el  proverbio,  los  ojos 
en  la  puerta ,  y  las  manos  puestas  en  la 
rueca  ;  con  la  teta  en  la  boca,  y  los  ojos 
en  el  jarro,  tan  de  revés  por  mi  rallo,  que 
así  goce  yo  cosa,  sino  lo  blanco  dellos  se 
le  parescia;  con  la  manita  estaba  haciendo 
de  señas  que  se  lo  diesen,  meneando  los 
deditos;  y  otras  veces,  teniéndola  empino 
en  las  rodillas,  en  viendo  vino  ó  su  vasi¬ 
ja,  así  se  avalanzaba  á  él  dando  saltos, 
que  parescia  quererme  quebrar  las  pier¬ 
nas,  y  si  el  jarro  le  ponian  en  las  manos, 
parescia  quererse  bautizar  dentro  con  la 
gana  con  que  bebía.  Más  bien  se  le  pares- 
ce  á  osadas,  hija,  en  las  colores,  que  en  las 
mejillas  tiene,  que  no  parescen  sino  una 
grana.  Ha  venido  esto  hija ,  sobre  lo  de  tu 
estómago;  que  pienso  que  alliende  de  la 
mala  color  del  rostro,  á  no  bebello  te  cau¬ 
sa  un  poco  de  olor  en  la  boca ,  de  la  mala 
digestión  y  frialdad  del  estómago,  donde 
se  causan  asimismo  aquellas  ventosidades 
que  lanzaste  por  la  boca  cuando  comía¬ 
mos,  que  á  la  verdad  no  paresce  bien, 
puesto  que  entre  nosotros  no  vaya  nada 
en  ello;  que,  hija,  ves  me  tú  aquí  á  mí, 
que  ni  tengo  diente  ni  muela,  y  tengo 
un  olor  en  la  boca  como  una  niña-de  tres 
años,  y  todo  esto  ha  venido  sobre  que 


SEGUNDA  CELESTINA.  .  IO3 

dijiste  si  habia  olvidado  el  beber,  y  con 
este  aviso  nos  vamos  á  reposar,  que  es 
hora,  y  no  salgas  de  mi  parescer,  ni  sigas 
el  vuestro,  hijas,  sino  queréis  errar. 

Ar.  Madre,  parésceme  que  no  faltan 
autoridades  para  beber,  y  por  tanto,  yo 
quiero  hacerlo  así  de  aquí  adelante. 

Cel.  Pues  hacerlo  así,  hija,  que  aun 
por  mi  vida,  el  dolorcillo  de  la  madreja 
la  noche  de  Parmeno,  si  te  acuerdas  que 
no  viene  de  otra  cosa,  y  con  esto  vamos 
á  reposar  la  siesta. 


104 


SEGUNDA  CELESTINA- 


ARGUMENTO  DE  LA  DECIMA  CENA. 

Felides  pregunta  á  Sigeril  si  es  verdad  la  resurrección 
de  Celestina.  Y  después  manda  apartar  á  Pandulfo 
y  á  él  para  escribir  una  carta  á  Polandria ;  y  los  cria¬ 
dos  burlan  dél ;  y  introdúcense. 

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FELIDES. — PANDULFO. — SIGERIL. 

Fel.  ¿Qué  cosa  es,  Sigeril  ?  ¿es  verdad 
que  ha  resucitado  aquella  honrada  dueña? 

Sig.  Por  nuestra  dueña,  señor,  yo  la 
vi,  y  media  ciudad  á  la  redonda;  si  es 
fantasma  ó  no,  no  lo  sé;  mas  ver  cuán 
santa  viene  y  predicadora,  no  lo  podrias 
creer. 

Fel.  ¿Según  eso,  no  querrá  entender 
en  mis  negocios? 

Pand.  Mal  conoces,  señor,  roncerías 
de  putas  viejas  hechiceras;  con  aquella 
sardina  piensa  ella  pescar  la  trucha ,  pues 
sabes  que  no  se  toman  truchas;  todos 
aquellos  ardides  nascen  de  la  mucha  expe¬ 
riencia.  Quien  espantase  las  perdices 
cuando  vienen  á  la  red,  ¿paréscete,  señor, 
que  tomaría  alguna?  poco  sabes  de  acha¬ 
que  de  trama,  ¿viste  acá  á  nuestra  ama? 
pues  la  mejor  trama  que  ella  puede  tra¬ 
mar,  es  con  hipocresía  y  santidad  urdir 


* 


SEGUNDA  CELESTINA.  IO5 

para  tejer  sus  telas,  que  con  este  hilado, 
podrá  ella  mejor  urdir  tu  tela  con  Polan- 
dria,  que  con  el  de  las  madejas  tejió  el 
de  Calixto  y  Melibea. 

Fel.  No  pensé,  yo,  Pandulfo,  que  tan 
sabio  eras;  mucho  me  has  alegrado  en 
gran  manera,  en  oirte;  mas  mira,  que 
quizá  con  la  mudanza  de  Celestina  y  su 
muerte,  habrá  mudado  las  costumbres. 

Pand.  ¿No  sabes  tú,  señor,  que  muda 
la  piel  la  raposa ,  mas  su  natural  no  des¬ 
poja?  ¿No  te  acontece  venirte  de  confe¬ 
sar  un  santo  y  de  ahí  á  tres  dias  tornarte 
de  otro  pelo?  ¿qué  piensas,  que  es  aque¬ 
llo  lo  que  quiere  el  filósofo,  que  la  cos¬ 
tumbre  sea  otra  naturaleza?  Por  tu  vida, 
señor,  quien  me  quitase  á  mí  de  tener 
dos  ó  tres  mujeres  á  ganar,  la  vida  me 
quitase;  y  así  lo  hará  quien  quitare  á 
Celestina  sobre  ochenta  años  de  canoni¬ 
zada  y  sabia  alcahueta,  dejallo  agora  de 
ser;  cuanto  más,  que  yo  te  tramaré  el 
hilado  esta  noche  con  Quincia ,  de  suerte 
que  no  se  pueda  errar  la  tela. 

Fel.  Así  te  lo  ruego  yo,  y  tú,  como 
más  sabio ,  me  harás  mañana  venir  acá  á 
Celestina,  para  que  por  todas  partes  se 
combata  la  fortaleza ,  y  veamos  por  donde 
se  entra  más  presto. 

Pand.  Descansa,  señor,  que  así  se  hará; 


106  SEGUNDA  CELESTINA. 

y  yo  me  quiero  ir  á  entender  en  aderezar 
armas,  y  lo  más  necesario. 

Sig.  Mira,  por  tu  vida,  pues  hablas  en 
armas,  no  hagas  algún  desvario  con  que 
borres  lo  bien  hecho. 

Pand.  No  tengas  miedo. 

Sig.  No  he  miedo,  mas  he  rezelo. 

Fel.  Hora,  que  yo  salgo  por  fiador, 
que  Pandulfo  haga  esto  con  toda  cordura 
y  seso;  y  dame  tú,  Sigeril,  papel  y  tinta, 
y  escribiré  una  carta  para  Polandria,  para 
que  vaya  á  punto  Pandulfo,  si  hallare  dis- 
pusicion  en  Quincia  para  quererla  llevar. 

Pand.  No  me  paresce  mal  consejo. 

Sig.  Señor,  ves  aquí  la  tinta  y  el 
papel. 

Fel.  Apartaos  vosotros  allá. 

Pand.  Mira,  mira,  Sigeril,  cuan  tras¬ 
portado  está  nuestro  amo  con  su  pluma 
en  la  mano,  y  los  ojos  embelesados. 

Sig.  Paresce  á  san  Juan,  cuando  lo  pin¬ 
tan  en  la  isla  de  Pathmos. 

Pand.  Quita  el  san,  y  acertarás  en  el 
Juan;  que  por  nuestra  dueña  del  Antigua, 
otra  salida  supiera  yo  dar  á  aquella  carta, 
que  pienso  que  con  filosofías  y  retóricas 
ha  de  quedar  tan  entendida  leida,  como 
ántes  que  se  leyese.  Mira ,  hermano,  como 
se  está  riendo  entre  sí. 

Sig.  Alguna  buena  razón  debe  de  ha- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


IO7 

ber  acertado,  que  se  goza  en  pensalla. 
Mal  año  para  Julio,  que  llegue  á  su  es¬ 
cribir. 

Fel.  Pandulfo,  mi  fiel  criado,  ¿ves 
aquí  esta  carta?  yo  te  prometo  buenas 
albricias  si  me  traes  respuesta  della. 

Pand.  Con  ese  descuido,  en  mi  cuida¬ 
do,  puedes,  señor,  dormir;  que  yo  voy  á 
entender  en  lo  que  cumple. 

Fel.  Dios  vaya  contigo  y  te  guie. 


io8 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  UNDECIMA  CENA. 

Pandulfo  va  al  concierto  con  Quincia,  y  se  desposa  con 
ella,  y  han  efecto  sus  amores;  y  le  da  la  carta  de  Po- 
landria;  y  él  se  va  muy  alegre.  Introdúcense. 

PANDULFO. — QUINCIA. 

\ 

Pand.  Hora  es  ya  de  ir  á  mi  concierto; 
ir  quiero.  No  quisiera  yo  noche  tan  escu¬ 
ra,  porque  es  peligro  para  huir,  porque  no 
ve  hombre  por  donde  va,  hasta  que  ha 
dado  de  narices.  Hora  ya  estoy  cerca; 
quiérome  santiguar.  ¿Qué  diablo  es  aque¬ 
llo  que  está  cabe  la  puerta  de  Paltrana? 
no  sea  el  diablo  que  me  engaña,  no  me 
estén  aguardando  para  me  matar;  no  haya 
por  ventura,  Quincia,  descubierto  la  ce¬ 
lada;  mas  creo  que  no  hará,  que  yo  la  vi 
de  buen  temple  ayer.  Hora  yo  quiero 
llegar;  válame  Dios,  parésceme  que  entro 
en  agua  fria,  según  se  me  ataja  el  huel¬ 
go  y  se  me  espeluzan  los  cabellos.  Quié¬ 
rome  tornar  y  dar  al  diablo  estos  amores. 
¿Mas  qué  dirá  Quincia,  si  por  ventura 
sale,  sino  que  de  cobarde  lo  dejé?  que 
para  con  mi  amo  no  me  faltarán  menti¬ 
ras.  Hora  quiero  llegar,  que  por  donde 
vengo  todo  queda  seguro,  y  á  la  prima 


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SEGUNDA  CELESTINA.  10$ 

voz,  mis  pies  me  han  de  valer,  sino  me 
toman  en  medio.  Hora  encomiéndome  á 
Dios,  y  llego.  ¿Qué  diablo  es  aquesto  que 
está  en  el  portal,  que  tanto  suena?  sí 
son  armas:  quiero  escuchar.  Llaves  pa- 
rescen;  Quinciadebe  de  ser,  que  viene  al 
concierto.  Quiérome  bien  certificar,  que 
no  me  engañe  el  oido,  que  muchas  veces 
se  engaña. 

Quin.  ¿Ce,  señor,  estás  ahí? 

Pand.  Ella  es;  por  nuestra  dueña,  el 
alma  me  ha  tornado  al  cuerpo  y  la  san¬ 
gre  á  las  venas.  Oh  señora  de  mis  entra¬ 
ñas  y  de  mi  vida ,  desesperado  me  tenias 
pensando  que  no  habías  de  venir. 

Quin.  Ay  señor,  vete  por  tu  fe,  que 
por  no  quedar  en  falta  contigo  vine ,  que 
por  cierto,  aun  los  de  casa  no  están  acos¬ 
tados. 

Pand.  Buayas,  ¿y  qué  nuevas  son  estas 
para  mí? 

Quin.  ¿Qué  dices?  _ 

Pand.  Digo,  que  tú  no  debieras  de  ve¬ 
nir  hasta  que  durmieran;  porque  sí  te 
sienten,  será  forzado  con  muerte  suya 
procurar  tu  libertad. 

Quin.  Ay  por  Dios,  no  digas  tal;  que 
ya  pienso  que  estarán  acostados,  y  di 
presto  lo  que  me  quieres. 

Pand.  Señora  mia,  lo  que  quiero  es, 


T  10 


SEGUNDA  CELESTINA. 


que  voto  á  tal,  que  estoy  perdido  por  tus 
amores ,  y  que  hayas  piedad  de  mí. 

Quin.  Ay  por  Dios,  señor,  que  te  dejes 
deso,  que  no  soy  yo  de  las  que  piensas; 
cuanto  más,  que  agora  me  tratan  casa¬ 
miento.  Por  tu  vida,  que  te  vayas,  no 
me  disfames. 

Pand.  ¿Con  quién? 

Qiiin.  No  lo  puedes  saber. 

Pand.  Bien  haces  en  encubrirlo,  que 
por  vida  del  rey,  que  si  me  lo  dijeres 
que  no  se  casara  él  contigo,  que  yo  lo 
casara  ántes  con  su  madre  la  tierra, 
digo. 

Quin.  Y  eso,  señor,  ¿así  quieres  mi 
honra  y  mi  provecho? 

Pand.  Oh  despecho  de  la  vida,  con  tal 
honra  y  provecho  ;  eso  seria  que  por  no 
enterrar  á  él,  que  me  enterrasen  á  mí; 
sabe ,  señora  de  mi  alma ,  que  no  te  con¬ 
viene  tomar  á  otro  esposo  sino  es  á  mí, 
si  quieres  gozalle,  por  vida  tuya. 

Quin.  Yo,  señor,  seria  la  dichosa. 

Pand.  Pues  no  está  en  más  que  en  eso, 
ábreme,  amores,  y  darnos  hemos  las 
manos. 

Quin.  No  querría  que  entrases  en  lo 
vedado. 

Pand.  Y  te  voto  á  tal,  que  descortesía 
ninguna  no  rescibas  de  mí. 


SEGUNDA  CELESTINA.  III 

Quin.  Ay,  señor,  no  querría  después 
que  me  burlases. 

Pand.  Señora  mía,  yo  te  juro  á  esta 
que  es  cruz,  y  al  sepulcro  santo  de  san 
Vicente  de  Avila,  de  no  te  hacer  burla 
ninguna. 

Quin.  ¿Haráslo  así? 

Pand.  Sí  juro,  y  hora  abre. 

Quin.  Ay  que  no  oso,  por  mi  vida. 

Pand.  Hora,  mis  ojos,  abre,  que  yo  te 
voto  á  tal,  de  en  mi  vida  cobrar  otra 
esposa. 

Quin.  Hora  dame  la  mano  por  entre 
las  puertas  de  ser  mi  esposo  y  de  no 
hacer  nada  contra  mi  voluntad,  y  yo  te 
abriré. 

Pand.  No  sea  algún  concierto  de  to¬ 
marme  para  tenerme,  en  tanto  que  salen 
d  matarme. 

Quin.  ¿Qué  dices,  Pandulfo,  señor? 

Pand.  No  digo ,  sino  que  encomiendo 
al  diablo  estas  puertas,  que  están  tan 
juntas  que  no  me  cabe  la  mano,  que  aun 
las  manos  te  daré. 

Quin.  Yo  sacaré  la  mia,  que  es  más 
delgada. 

Pand.  Bueno  es  esto,  no  debe  haber 
traición ;  hora  daca  la  mano. 

Quin.  ¿Otorgas  te  por  mi  esposo? 

Pand.  Si  otorgo. 


t  1 2  SEGUNDA  CELESTINA.  / 

Quin.  Y  yo  por  tu  esposa.  Y  aguarda 
un  poco  iré  á  ver  si  duermen  todos  para 
abrir. 

Pand.  Hora  va ,  y  mira  bien  en  eso. 
Bueno  va  esto;  por  nuestra  dueña,  que 
tengo  buena  noche;  hi  de  puta  el  diablo, 
como  me  huelgo,  que  voto  á  la  cruz  de 
Carabaca,  más  hermosa  moza  no  hay  en 
la  ciudad,  y  creo  que  Dios  ha  sido  causa 
deste  casamiento,  por  apartarme  de  le 
ofender  con  Palana  y  otras  tales  borrachas. 
Ya  viene,  plega  á  Dios  de  guardarme  de 
traición.  Oh,  pese  á  tal,  ¿qué  es  esto? 
muerto  soy;  no  es  tiempo  de  esperar; 
hora  quiero  escuchar;  no  viene  nadie  tras 
mí;  quiero  tornar.  ¿Es  ella  la  questá  á  la 
'  puerta?  si,  ella  es  que  tocado  tiene;  mas 
quiero  bien  á  de  fuera  mirar,  no  sea  ca¬ 
pacete,  ó  celada,  para  me  meter  en  ella. 

Quin.  Ce,  señor  Pandulfo,  llégate  acá. 

Pand.  Ella  es;  seguro  está  el  campo. 

Quin.  Señor,  ¿porqué  te  fuiste  á  tanta 
priesa? 

Pand.  Señora,  fui  tras  uno  que  me 
pateó,  para  castigalle. 

Quin.  Pensé,  cuitada  de  mí,  que  te 
habias  espantado  cuando  quité  el  aldaba, 
que  se  me  soltó  de  las  manos  y  hizo  ruido 
en  dar  en  las  puertas. 

Pand .  Espantadizo  es  el  potro,  cierto, 


I 


SEGUNDA  CELESTINA.  II  3 

para  se  espantar  desas  pocas  cosas.  ¿Si 
más  espantado  no  fuese  el  que  se  me  fue 
por  piés? 

Quin.  Ay,  señor,  mira  por  Dios  no  te 
vea  alguno  entrar. 

Pand.  Cierra  la  puerta,  amores,  que 
no  llevaba  él  ese  son,  según  huia. 

Quin.  Hora,  pues,  siéntate  al  pié  desta 
escalera,  en  cuanto  cierro  la  puerta. 

Pand .  Ah ,  bien  me  ha  salido  la  huida, 
pues  la  hice  entender  que  hice  huir  al 
otro.  Hora,  cosa  del  diablo  es  loque  sue¬ 
na  de  noche  cualquier  cosa.  Voto  á  tal, 
mil  hombres  no  hicieran  más  ruido  que 
hizo  aquella  aldava.  Héla  aquí  do  viene. 
Oh  mi  alma,  qué  gozo  me  es  tenerte  abra¬ 
zada,  y  gozar  de  la  tu  boca. 

Quin.  Señor  mió,  por  tu  vida,  que  aun¬ 
que  sea  tu  esposa,  que  fasta  otra  noche 
no  me  afrentes;  ay  señor,  no  seas  tan 
porfiado;  cata  que  daré  voces. 

Pand.  Si  tú  dieres  voces,  daré  yo 
gritos. 

Quin.  ]Ay  desventurada  de  mí,  y  qué 
mala  cuenta  he  dado  de  mí!  ¡Oh  mi  padre 
y  mi  madre,  qué  dinades  si  tal  supiésedes 
que  había  hecho!  ¡Oh  mi  señora Paltrana, 
que  diríades  vos  de  la  mala  cuenta  que  en 
vuestra  casa  he  dado! 

Pand .  Amores  mios,  ¿para  qué  es  eso? 

8 


SEGUNDA  CELESTINA. 


\ 


114 

/¿de  qué  sirven  esos  llantos?  ¿yo  no  soy 
tu  esposo? 

Quin.  Quítate  allá  por  Dios,  no  llegues 
á  mí.  ¡Oh  desventurada  yo,  mi  virginidad 
perdida!  ¡Ay,  y  cómo  no  me  mato  habien¬ 
do  perdido  todo  mi  bien! 

Pand.  Hora,  amores  mios,  por  el  cru¬ 
cifijo  de  Burgos,  si  eso  haces,  de  me  ir 
donde  jamás  sepas  de  mí;  hora  calla,  mis 
ojos,  ¿yo  no  soy  tu  esposo? 

Quin.  Pues  si  así  no  fuera,  yo  me  ma¬ 
tara. 

Pand.  Hora  ya,  amores  de  mi  alma. 

Qiiin.  Hora,  señor,  suplicóte  que  te 
vayas  y  baste  lo  fecho. 

Pand.  Bueno  seria  eso. 

Quin.  Hora,  déjame  ya,  por  Dios,  que 
me  tienes  muerta. 

Pand.  Hora,  pues,  perdonarme  has. 

Qiiin.  Hora  déjame,  que  sí  perdono, 
con  que  no  me  trates  más  mal  que  me  has 
tratado. 

% 

Pand.  No  más  que  á  mis  ojos,  entrañas; 
y  vuélveme  acá  esa  boquita  de  perlas. 

Quin.  Hora  ve  aqqí ;  déjame  ya. 

Pand.  Hora  mis  ojos,  enhoramaza;  no 
estés  enojada. 

Quin.  ¿Paréscete,  señor,  que  me  has 
parado  bonita. 

Pand.  Mi  alma,  no  me  culpes,  que  no 


SEGUNDA  CELESTINA. 


5  1  5 

ha  sido  más  en  mi  mano,  ¿qué  querias 
que  ficiese,  estando  con  tal  perla  como 
tú?  Hora,  por  tu  vida,  que  me  perdones. 

Quin.  Hora,  que  si  perdono,  con  tal 
que  te  vayas,  que  es  ya  muy  tarde. 

Pand.  Alma  mia,  si  iré  si  tú  huelgas 
dello. 

Quin.  Si  tú  estuvieses  quedo,  bien  me 
holgaria  yo  contigo. 

Pand.  Hora,  que  si  estaré. 

Quin.  Hora  me  huelgo  yo  contigo,  que 
estás  quedo  y  no  me  andas  sobajando. 

Pand.  Amores  mios, quiéresme  facer 
una  merced ,  que  no  ménos  que  la  vida 
me  va  en  ello? 

Qiiin.  Todo  cuanto  tú  mandares  haré, 
con  que  no  me  afrentes  más  esta  noche. 

Pand.  Pues  mi  corazón,  lo  que  has  de 
hacer  por  mí,  es  que  des  una  carta  de  mi 

amo  á  la  señora  Polandria. 

/ 

Quin.  Ay  señor,  por  Dios -no  me  man¬ 
des  tal  cosa. 

Pand.  Por  mi. vida,  que  lo  has  de  hacer. 

Quin.  Ay  por  Dios,  ¿cómo  osaré  yo  fa¬ 
cer  eso?  que  me  matará  en  boqueargelo 
solamente. 

Pand.  Yo  diré  cómo:  di  que  Felides, 
yendo  á  la  fuente,  te  rogó  que  se  la  die¬ 
ses,  y  que  él,  de  que  no  quisiste  acetallo, 
te  la  arrojó  y  se  fué,  y  que  tú  la  tomaste 


fio  SEGUNDA  CELESTINA. 

porque  nadie  no  la  viese.  Y  desta  manera 
podrás  dársela  ,  y  mañana  yo  iré  á  la 
fuente  á  saber  cómo  la  tomó. 

Quin.  Desa  manera,  á  mí  me  place  de 
lo  hacer,  y  te  daré  mañana  la  respuesta. 

Pand.  Yo,  señora,  te  lo  tengo  en  mer¬ 
ced;  y  quiérome  ir,  que  ya  es  tarde, 
s*  Quin.  No  te  vayas  tan  presto,  que  aun 
no  ha  media  hora  que  veniste. 

Pand.  Que  se  haga  así  como  lo  mandas, 
mis  ojos. 

Qiiin.  Bueno  es  eso,  señor,  está  ya 
quedo;  por  mi  vida,  si  pensara  que  así  lo 
habias  de  hacer,  no  te  rogara  que  no  te 
fueras.  ¿No  estás  ya  cansado  de  maltra¬ 
tarme  esta  noche?  Hora  ya  baste  lo  fecho; 
y  veré,  que  no  me  ayude  Dios,  si  yo  más 
te  digo  que  no  te  vayas. 

Pand.  Amores  de  mi  alma,  harto  se 
me  hace  á  mí  de  mal  apartarme  de  tí.  He 
aquí  la  carta;  y  mañana  cuando  me  die¬ 
ras  la  respuesta  daremos  forma  en  tor¬ 
narnos  á  ver;  y  los  ángeles  queden  con¬ 
tigo  y  abre  paso  la  puerta. 

Qtiin.  Y  contigo  vayan,  señor.  ¿Eso  que¬ 
daba  por  hacer?  Ay  Jesús,  ¿no  estás  ya 
harto  de  besucar? 

Pand.  Oh  gozo  singular,  oh  dichoso 
Pandulfo  que  tal  moza  has  alcanzado;  la 
puta  que  la  parió,  qué  piernas  y  cuerpo 


SEGUNDA  CELESTINA.  I  I  7 

• 

tiene.  Alguna  diferencia  hay,  por  Dios, 
de  las  suyas  á  las  de  Palana,  que  no  pa- 
rescen  sino  dos  cañahejas  llenas  de  vello, 
que  para  barbas  serian  aspas.  Pues  en  la 
boca  y  olor,  todo  se  le  paresce.  Voto  á  tal, 
en  toda  mi  vida  me  tomen  más  allá;  vᬠ
yase  para  borracha;  pues  tal  joya  me 
tengo,  donde  sin  ofender  á  Dios,  puedo 
pasar  la  vida  á  mi  placer.  Pardios ,  her¬ 
mosa  dicha  y  recaudo  he  tenido  en  lo  que 
mi  amo  me  ha  acomendado.  Desta  hecha 
no  se  excusan  las  albricias,  y  la  mitad 
dellas  serán  para  Quincia,  que  es  razón, 
pues  es  mi  esposa,  de  dalle  las  donas;  y 
con  esta  buena  ventura,  quiero  echarme 
y  reposar  y  descansar  lo  que  me  queda 
de  la  noche,  que  bien  lo  he  menester. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


/ 


118 


ARGUMENTO  DE  LA  DUODECIMA  CENA. 

* 

Pandulfo  viene  á  dar  las  nuevas  á  Felides ,  y  topa  á  Si- 
geril ;  y  hállanle  trovando  un  romance ,  y  burlan  dél, 
y  entrando,  reprende  Pandulfo  á  Felides  el  estilo  del 
trovar;  y  dale  las  nuevas;  y  después  mándale  que  le 
vaya  á  llamar  á  Celestina ,  y  quédase  con  Sigeril ;  y 
introdúcense. 

PANDULFO. — SIGERIL. — FELIDES. 

i 

Pand.  Mucho  me  he  dormido,  tiempo 
es  de  ir  á  dar  cuenta  á  mi  amo  de  lo  pa¬ 
sado.  A  Sigeril  veo,  no  le  quiero  decir 
nada,  porque  no  pierdan  sazón  las  nue¬ 
vas  con  andar  en  tantas  manos. 

Sig.  ¿Qué  madrugar  es  este,  Pandulfo? 
buenas  nuevas  debemos  de  tener,  que 
tu  gesto  da  señal,  con  las  muestras  de 
alegria  del  corazón. 

Pand .  Anda  acá ,  que  delante  Felides 
sabrás  lo  que  es.  \ 

Sig.  Paso,  paso,  Pandulfo,  que  paresce 
que  vas  á  ganar  beneficio ,  según  la  prie¬ 
sa  que  llevas;  que  pienso  que  duerme 
Felides. 

Pand .  Así  lo  vo  yo'  á  ganar  beneficio, 
y  aun  beneficios  por  mi  buena  diligencia; 
escucha,  que  paresce  que  no  duerme,  que 


SEGUNDA  CELESTINA.  I  I  9 

hablando  está  consigo.  Oye,  oye,  que 
para  el  cuerpo  de  mí,  trovando  está. 

Fel.  Ya  al  amor  sus  vivas  llamas 

En  Felides  las  ponías, 

Cuando  el  sol  resplandeciente 
De  su  Polandria  encendida, 

Su  corazón  como  estopas 
Con  el  espejo  que  via, 

De  su  rostro  divinal 
Que  tiene  en  mí  fantasía. 

Podiéndome  así  quemar 
Como  el  Fénix  se  encendía , 

Para  sacar  otro  yo 
En  la  inmortal  pena  mia, 

Por  sostenerme  enjas  muertes 
Que  me  causa  cada  dia. 

Sig.  Romance,  por  nuestra  señora, 
está  haciendo. 

Pand.  Por  el  Corpus  damni,  esto  hace 
á  estos  caballeros  jamás  alcanzar  mujer; 
que  todo  el  tiempo  se  les  va  en  elevacio¬ 
nes.  Encomiendo  al  diablo  la  cosa,  que 
las  mujeres  entienden  destas  filosofías, 
ni  se  les  da  por  ellas  una  paja;  por  mi  fe 
que  creo,  que  por  ellas  se  dice  que  hablar 
claro  Dios  lo  dijo. 

Sig.  Por  mi  vida,  que  creo  que  acier¬ 
tas  en  eso. 

Pand.  Y  cómo  si  acierto ,  voto  á  la 
casa  santa,  que  se  enloquecen  con  estas 
trovas ,  y  lo  que  han  de  hacer  en  una  se- 


120 


SEGUNDA  CELESTINA. 


mana,  no  lo  hacen  en  un  año.  Y  piensan 
que  como  todo  es  mentira  lo  que  les 
dicen  en  las  coplas,  que  así  se  las  dicen 
en  las  palabras.  Y  aun  amostrarse  muy 
penados,  voto  á  la  Verónica  de  Jaén  ,  no 
puede  ser  mayor  necedad,  porque  no  lo 
tienen  en  nada.  Y  quiero  entrar  y  desen¬ 
gañado,  que  se  me  hace  vergüenza  de- 
jalle  decir  tanta  bobería. 

Fel.  Sigeril. 

Sig.  Señor. 

Fel.  Dame  acá  aquella  vihuela ;  probaré 
á  tañer  y  cantar  un  romance  que  tengo 
fecho. 

Pand.  Pese  á  la  vida  que  vivo,  con 
tanta  vanidad  y  elevación. 

Fel.  Oh  Pandulfo,  que  norabuena  ven¬ 
gas;  bien  te  debió  ir  esta  noche,  que  vie¬ 
nes  hablando  contigo. 

Pand.  Mejor,  por  cierto,  que  á  tí  con 
tus  filosofías,  que  esto  venia  diciendo. 
¿Para  qué  son,  señor,  esas  coplas  y  esos 
romances  que  voto  al  Corpus  damni ,  que 
todos  son  latin  para  las  mujeres,  y  otra 
cosa  deste  trovar  no  se  saca,  ni  tiene 
otro  provecho  más,  que  para  desvanecer 
la  cabeza,  y  muchas  veces  perder  el  seso 
y  quedar  sin  sentido? 

Fel.  He,  he,  he;  gracioso  eres;  ¿y  di, 
loco,  qué  mayor  seso  puede  ser,  que  per- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


121 


dello  en  tanta  razón  como  yo  tengo  para 
lo  perder? 

Pand.  Mas  ya  creo  que  lo  tienes  per¬ 
dido. 

Fel.  ¿Qué  dices^  Pandulfo? 

Pand.  Digo,  señor,  que  todo  es  esto 
perder  tiempo  y  dañar  lo  que  tengo 
hecho. 

Fel.  Dime,  ¿eso  cómo  es?  que  bien  me 
paresce. 

Pand.  Es  que  voto  á  la  casa  no  santa, 
que  sin  esas  filosofías,  he  gozado  esta 
noche  la  más  fresca  moza  de  la  ciudad,  y 
estáte  tú  ahí  haciendo  romances,  que  por 
la  vida  del  Turco,  ya  pienso  que  tiene 
leída  tu  carta  Polandria. 

Fel.  ¿Es  posible  tal  cosa,  mi  Pandulfo? 

Pand.  Es  tan  posible ,  cuanto  imposi¬ 
ble  entender  las  razones  de  la  carta  si 
llevan  las  elevaciones  del  romance.  Por 
encuerpo  de  Mahoma,  señor,  si  esto  te 
hubiera  visto  trovar,  yo  la  rasgara  y  la 
escribiera  otra  que  hiciera  algo  más  al 
caso. 

Fel.  He,  he,  he;  gracioso  es  Pandulfo, 
por  nuestro  señor.  ¿Qué  la  escribieras,  por 
mi  vida,  que  ya  de  hoy  más,  por  mi  vida, 
de  te  hacer  mi  secretario?  ¿Pasas  por  tal 
cosa,  Sigeril?  ¿-hay  tal  hombre  en  el  mun¬ 
do  como  Pandulfo  ? 


122 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Pcüiá.  Pues  no  te  rías,  señor,  que  voto 
á  la  casa  santa,  que  aquellos  espejos  que 
enciende  el  sol,  y  tu  corazón  estopas, 
que  todo  es  tascos,  por  el  cuerpo  del 
Turco. 

Fel.  Hi,  hi,  hi;  la  mejor  cosa  es  esta 
que  nunca  he  oido,  aunque  otra  ganan¬ 
cia  no  se  saque  destos  amores  sino  esta, 
yo  doy  por  bien  empleada  mi  pena. 

Pand.  Riete  tu,  señor,  que  tú  llorarás 
si  llevas  ese  camino  hecho  Fénix,  que 
acaba  y  comienzas  de  nuevo ,  que  así  co¬ 
menzarás,  voto  á  tal,  cuando  pienses 
que  acabas,  para  jamás  acabar  de  con¬ 
cluir  tus  amores,  cargado  de  comparacio¬ 
nes  y  de  embelesamientos.  Da  al  diablo, 
señor  tal  estilo ,  que  yo  que  he  tratado 
con  mujeres  toda  mi  vida,  sé  cómo  se 
han  de  seguir  y  alcanzar ;  que  no  de  balde 
dice  el  proverbio :  que  quien  las  sabe  las 
tañe;  como  yo  he  tañido  esta  noche  á 
Quincia ,  que  queda  por  cierto  tocada  de 
manera,  que  hará  otra  música  que  tu 
romance  en  latin,  tocado  en  la  vihuela 
con  sus  comparaciones.  Engáñate,  señor, 
por  mí  y  mucho,  de  mi  corazón  y  de  mi 
alma  y  de  mis  entrañas  cuando  escri¬ 
bieres,  y  mucho  de  la  buena  osadía  y 
desenvoltura,  cuando  estés  con  ella;  y 
déjate  desas  tronicas ,  porque  las  muje- 


SEGUNDA  CELESTINA.  1 23 

res  son  algo  empachadas,  y  si  nosotros 
.110  las  desenvolvemos,  así  nos  estaremos 
hechos  como  ellas  dueñas,  hasta  el  dia 
del  juicio. 

Fel.  Por  cierto,  Pandulfo,  que  me 
contenta  lo  que  has  dicho,  y  de  hoy  más 
yo  quiero  Seguir  tu  parescer;  y  cuéntame 
cómo  te  aconteció  con  Quincia,  y  cómo 
le  diste  la  carta. 

Pánd.  ¿Cómo,  señor?  que  por  tu  vida, 
que  pienso  qne  lo  principal  que  la  hizo 
rendírseme  tan  presto,  fué  verme  oxear 
seis  ó  siete  garzones,  que  con  guitarras 
me  tenian  ocupada  la  calle;  y  fué  tanta 
su  tardanza,  que  me  obligaron  á  co- 
metellos;  y  fué  de  suerte,  que  sino  se 
me  hiciera  de  conciencia,  media  docena 
de  capas  trajera  para  calzas,  que  harto 
lugar  me  dieron  ellos  para  ello,  según  el 
huir  llevaban. 

Sig.  Maldita  la  verdad  este  bellaco  dice; 
agora  no  le  creeré  cosa  de  cuanto  dijere. 

Fel.  Por  cierto,  gentil  hazaña  fué;  y 
en  más  tengo  tu  buena  conciencia  que  tu 
esfuerzo ,  porque  yo  lo  tengo  de  dias  co- 
noscido,  y  pocas  veces  se  casan  osadia  y 
buena  conciencia.  Mas  dejando  aparte  lo 
que  toca  á  las  armas,  lo  de  los  amores 
sepamos,  que  nos  va  más  en  ello. 

Pand.  En  lo  de  los  amores  fué,  que  yo 


124 


SEGUNDA  CELESTINA. 


alcancé  della  lo  que  otro  no  había  alcan¬ 
zado;  porque  por  la  Verónica,  como  su 
madre  la  parió  estaba,  y  hízome  tanta 
conciencia,  que  me  desposé  con  ella,  por 
no  lo  ser  en  cargo. 

Sig.  Válame  Dios,  con  persona  tan 
católica. 

Pand.  ¿Qué dices,  Sigeril? 

Sig.  Digo ,  que  por  cierto  que  son  gran¬ 
des  los  misterios  de  Dios,  pues  en  tan 
poco  tiempo  te  ha  mudado  á  hacerte  tan 
santa  persona. 

Pand.  No  te  maravilles  deso,  y  toma 
ejemplo  en  san  Pablo;  y  tornando  á  nues¬ 
tro  propósito,  yo  le  di,  señor,  tu  carta, 
y  ella  queda  hoy  á  la  fuente  traerme  res¬ 
puesta  de  Polandria.  Esto  es  lo  hecho,  y 
lo  por  hacer  será  alcanzada,  si  tú  con  tus 
retóricas  no  dañas  mi  filosofía  natural. 

Fel.  Hora  Pandulfo  ,  un  sayo  y  una 
capa  tú  lo  tienes  cierto.  Y  pues  tan  buena 
dicha  traes,  en  tanto  que  se  face  hora  á 
la  tarde  de  ir  á  la  respuesta  de  Quincia, 
tú  me  llama  acá  á  Celestina,  para  que 
por  muchos  presto  acometida  Polandria 
no  se  yerre  el  cerco. 

Pand.  Yo  señor,  voy,  y  te  beso  las  ma¬ 
nos  por  la  merced  del  sayo  y  de  la  capa. 

Fel.  ¿Qué  te  parece,  Sigeril?  qué  do¬ 
noso  ha  estado  este  bellaco  panfarron; 


SEGUNDA  CELESTINA. 


125 


maldita  la  cosa  de  cuantas  dice  debe  de¬ 
cir  verdad;  mas  como  quien  echa  lodo  á 
la  pared,  vaya  si  apegare;  sino  ahí  está 
la  buena  dueña  de  Celestina,  que  nunca' 
faltó,  ni  pienso  que  faltará  cuanto  no 
faltare  dinero,  que  para  eso  no  me  ha  de 
faltar.  Y  dame  la  vihuela  en  cuanto  va 
Pandulfo,  á  ver  si  te  contenta  á  tí  las 
comparaciones,  y  decirte  un  villancico 
que  tengo  hecho. 

Sig.  Señor,  hélaaquí: 

Fel .  Señora ,  no  me  fflatais 

Si  piensais  que  me  matais 
Porque  más  vida  me  dais. 

Sig.  Por  nuestra  dueña,  señor,  á  mu¬ 
jer  sentida,  que  la  hagas  perder  con  tu 
voz  y  tañer,  junto  con  tal  letra. 

Fel.  ¿Paréscete,  bien  ,  por  mi  vida? 

Sig.  Por  Dios,  que  por  esta  letra  se 
dice :  que  la  letra  con  sangre  entra ;  que 
no  pienso  que  podrá  ser  ménos  que  ba¬ 
ñarse  en  sangre  el  corazón  de  Polandria 
si  la  oye. 

Fel.  No  dirá  eso  aquel  borracho  de 
Pandulfo;  mas  ¿qué  cosa  es  un  necio  que 
no  entiende  las  cosas?  Bien  librados  que¬ 
daran  Virgilio  y  Homero  con  otros  tales, 
si  se  usara  entonces  la  retórica  del  burdel 
que  Pandulfo  tiene  aprendida. 


I  2(5 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Sig.  Dalo  al  diablo,  señor,  que  es  un 
majadero,  y  di  la  copla  si  la  tienes  hecha. 

Fel.  Pues  oye. 

Si  pensáis  con  acabarme 
Que  tengo  así  de  acabar, 

Pues  yo  no  puedo  engañarme 
Yo  os  quiero  desengañar; 

Que  n’os  queráis  engañar, 

Si  pensáis  que  me  matais ; 

Porque  más  vida  me  dais. 

Sig.  Oh,  válame  nuestra  Señora,  con 
cosa  tan  buena  y  tan  sentida.  Por  cierto, 
señor ,  que  pienso  que  no  tienes  par  en 
trovar. 

Fel.  Por  cierto,  quer  en  este  caso  de 
amores,  que  pienso  que  es  así;  más  no  lo 
tengas  en  mucho ,  que  con  la  pena  diga 
tan  buenas  cosas. 

.Sig.  Dentro  está  el  asno. 

Fel.  ¿Qué  dices,  Sigeril? 

Sig.  Señor,  digo  que  á  un  asno  pondrá 
sentido  tal  música  y  razones. 

Fel.  Hora,  yo  me  contento  que  te  con¬ 
tenten,  porque  por  cierto,  tienes  gentil 
sentido  y  viveza. 

Sig.  Señor,  bésote  las  manos  por  lo 
que  dices.  Yo,  señor,  no  siento  mucho, 
mas  tus  cosas  son  tan  sentidas ,  que  no 
les  falta  la  virtud  de  Orfeo  para  traer  las 
piedras  y  las  aguas  á  sentillas,  y  abrir  los 
infiernos  á  las  oir. 


0 


SEGUNDA  CELESTINA.  I27 

Fel.  El  infierno  en  que  yo  estoy  quer¬ 
ría  que  abriesen,  para  mover  á  Polan- 
dria ,  que  contino  en  él  me  atormenta. 

Sig.  Por  cierto ,  no  pienso  yo  que  será 
ménos,  según  ella  es  sabia,  y  hora  es  que 
levantes,  señor. 

Fel.  Pues  dame  mis  vestidos,  que  no 
dices  mal  ni  puedes  decillo ,  según  tu  ha¬ 
bilidad,  en  cosa  que  dijeres;  y  mándame 
ensillar  una  muía,  iremos  á  misa,  y  de  • 
ida  y  de  venida,  por  casa  de  mi  tia. 

Sig.  Por  casa  de  Paltrana  debes  de 
decir.  * 

Fel.  No*  por  otra. 

Sig.  No  me  paresce  mal  así  se  haga, 
señor,  que  aun  á  mí  no  me  paresce  mal 
Ponda  su  doncella. 

Fel.  Por  mi  vida,  pues,  que  non  es  malo 
que  se  hagan  de  un  tiro  dos  cuchilladas, 
que  miéntras  más  moros  más  ganancia 
para  mis  amores. 


%  \ 


128 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  DECIMATERCIA  CENA. 

Areusa  dice  á  Celestina  que  coman ,  que  tarda  Centu- 
rio,  y  ella  dice  que  no  es  razón;  y  venido,  comen: 
y  viene  Pandulfo  á  rogar  á  Celestina  de  parte  de  Fe- 
lides  que  vaya  allá ,  y  ella  se  excusa  diciendo  que  no 
tiene  manto  con  qué  salir ;  y  introdúcense. 

AREUSA.—  CELESTINA.  — ELICIA. —  CENTURIO. 

PANDULFO. 

Ar.  Oh  madre  señora,  y  tú  prima, 
siéntate  y  comamos,  que  aquel  desuella 
caras  desvergonzado  de  Centurio,  no 
vendrá  acá. 

Cel.  Hija,  tiempo  hay;  más  vale  que 
aguardemos  un  poco,  que  es  mala  crian¬ 
za  comer  hasta  que  venga,  no  diga  des¬ 
pués  que  sobre  cuernos  siete  sueldos, 
que  pagando  la  comida  no  le  aguardamos. 

Ar.  Duelos  le  dé  Dios  en  su  paga,  si 
la  hemos  nosotras  descotar  aguardándole 
á  Es  verdad  que  estará  en  alguna  er¬ 
mita  ó  devoto  monasterio,  sino,  si  viene 
á  mano,  metido  en  algún  bodegón  con 
otro  tal  como  él,  que  yos  seguro  que  no  se 
descuida  él  con  lo  que  nosotras  habernos 
comido. 

Cel  Hija,  nunca  juzgues  las  cosas  á 


SEGUNDA  CELESTINA.  12Q 

la  peor  parte,  pues  sabes  que  la  iglesia 
no  juzgó  lo  secreto. 

Ar.  Hi,  hi,  hi;  reirme  quiero,  madre, 
de  tí ;  decir  que  juzgo  por  lo  secreto ,  como 
si  lo  fuese  en  lo  que  digo,  ¿préciase  él  de 
otra  cosa,  sino  de  lo  que  todo  el  mundo 
y  yo  lo  tacho?  ¿su,  vida,  es  sino  salir  á  las 
tabernas  y  bodegones?  que  asi  goce  yo, 
que  un  tufo  á  vino  tiene  cuando  se  llega 
á  mí,  que  estoy  para  lanzar  las  tripas  de 
asco.  Pues  ya  que  esta  tacha  tiene,  en  el 
buen  rostro  se  sufre,  que  más  costuras 
tiene  en  él  y  arpaduras,  que  en  la  capa 
que  trae  á  cuestas. 

Elic.  Ay  prima,  ¿y  los  hombres,  para 
qué  los  quieres  tú  hermosos,  sino  valien¬ 
tes  y  robustos  y  esforzados?  ¿han  te  de 
servir  de  damas  ó  de  hombres  cuando  los 
hubieres  menester  para  tal  caso,  como  la 
venganza  que  nos  dió  de  Calixto? 

Ar.  Si  por  eso  que  hizo  no  le  hablase, 
¿habia  de  le  hablar  por  sus  ojos  bellidos 
el  uno  arrendado  á  la  oreja,  y  el  otro  á 
la  boca,  que  en  mi  alma,  no  paresce  sino 
que  quiere  espantar  niños? 

Cel.  Hija,  á  un  hombre  esforzado  todo 
se  le  ha  de  sofrir,  que  en  un  dia  meresce 
cuanto  le  puedes  dar;  y  esto  de  Calixto, 
pues  lo  supistes  hacer ,  sabedlo  callar, 
pues  no  va  ménos  que  la  vida  en  ello;  y 

_  9 


SEGUNDA  CELESTINA. 


13° 

callemos,  que  helo  aquí  do  viene.  Oh  hijo 
Centurio,  tal  me  venga  el  buen  año  á 
casa,  cual  tú  me  paresces.  Ven  acá,  que 
abrazarte  quiero. 

Ar.  Ay  por  Dios,  madre,  no  le  favo- 
rescas,  sino  no  podremos  hoy  con  él ,  que 
en  lugar  de  reñir  su  descomedimiento  y 
tardanza,  le  estás  agora  haciendo  estos 
amores. 

Cel.  Hago  bien,  sábete  que  no  le  quie¬ 
ro  mal ,  pues  yo  me  lo  abrazaré  otra  vez 
aunque  te  pese;  y  tú  no  le  respondas 
ninguna  cosa,  que  todo  lo  hace  de  ce¬ 
los  de  tu  tardanza.  ¿Has  celos,  Areusa, 
de  mí? 

Ar.  Bonito,  es  pues,  el  rostro  de  ángel 
para  haber  celos. 

Cen.  Calla,  ojos  mios,  que  este  gesto 
te  paresce  á  tí  como  hecho  de  flores ;  que 
no  te  tengo  por  de  tan  mal  conoscimien- 
to,  que  bien  sé  que  sabrás  que  virtudes 
vencen,  que  por  mi  persona  tomaste  la 
toca  más  que  por  la  lista.  Nunca  pidas 
hermosura  al  cuerpo,  cuando  no  le  falta  la 
del  ánimo  y  fortaleza. 

Ar.  Hora  sus,  déjate  ya  por  tu  vida, 
de  filosofías  y  comamos. 

Cen.  Por  las  reliquias  de  Meca,  que 
me  has  primero  de  abrazar  que  á  la  mesa 
me  siente. 


SEGUNDA  CELESTINA.  1 3 1 

Ar.  Antes  reventase  yo  con  lo  que  co¬ 
miese,  que  tal  hiciese. 

Cel.  Por  cierto,  si  harás. 

Ar.  Déjame,  madre,  que  no  lo  tengo 
de  hacer. 

Cel.  Por  cierto ,  aunque  no  quieras  lo 
harás.  Llega,  hijo  Centurio,  y  abrázala  y 
bésala  aunque  no  quiera. 

Cen.  Tenia,  señora,  y  tú,  Elida,  tén- 
mele  la  cabeza. 

Elic.  Ya  te  la  tengo,  dale  aquí  mil 
besos. 

Cen.  Ténmela,  ténmela,  que  me  vuelve 
la  cabeza. 

Ar.  Doy  al  diablo  tal  cosa,  por  nuestra 
dueña,  de  su  boca  á  un  jarro  no  hay  di¬ 
ferencia.  Ay  Elicia,  ¿por  qué  haces  eso? 
bonicos  perfumes  me  pones  por  Dios  á 
las  narices.  Y  de  tí ,  tia  señora ,  me  mara¬ 
villo  y  de  tu  saber. 

Cen.  ¿Ríeste  mi  alma?  voto  á  tal,  que 
no  te  olía  tan  mal  la  boca  como  dices. 

Ar.  Mirad  vos  el  desgraciadazo ,  con 
qué  gracia  lo  dice.  Reíme  de  mirarte  ese 
gesto  de  carta  de  navegar ,  según  las  di¬ 
versidades  de  aguas  tienes  en  él. 

Cen.  Yo  te  certifico,  que  á  mi  madre 
que  le  paresciera  mejor  la  diversidad  del 
olor  del  vino  que  bebí ;  que  tal  era  él  que 
las  de  las  aguas  que  dices  de  mi  rostro. 


I 


I32  SEGUNDA  CELESTINA. 

«  1  I- 

Cel.  Hijo,  á  todos  nos  sabe  bien,  y  á 
ninguno  no  amarga  comiendo  y  hablan¬ 
do,  y  dejémosnos  hora  de  motes. 

Cem.  Eso  es  lo  que  me  contenta,  y  hᬠ
gase  así  y  siéntate  madre,  que  yo  ya  estoy 
sentado,  y  Elicia  se  siente  cabe  mí  y 
Areusa  cabe  tí. 

Ar.  Por  cierto,  por  te  hacer  pesar,  yo 
me  siente  cabe  tí  porque  querías  huir  de 
mí,  y  te  tengo  de  comer  cuanto  tuvieres 
delante. 

Cen.  Buen  disimular  es  ese. 

Cel.  Hijo,  bien  dice  Terencio:  que  las 
rencillas  de  los  amantes  es  para  confirma¬ 
ción  de  mas  amor. 

Cen.  ¿Para  qué  me  besas  si  te  huelo 
mal?  desvíate  allá  que  huelo  á  vino. 

Ar.  Por  te  hacer  rabiar  lo  hago. 

Cen.  ¿Así  es  la  verdad? 

Ar.  Aláze,  mas  que  por  la  hermosura  de 
tu  rostro  y  boca  tuerta,  que  paresce  que 
estaba  hilando. 

Cel.  Eso  me  paresce  de  perlas;  y  hijos, 
entre  col  y  col  lechuga ,  no  sea  todo  re¬ 
tozar,  que  la  mesa  más  se  puso  para  co¬ 
mer  y  beber. 

J  _  \ 

Cen.  Todo  es  bueno,  madre. 

Ar.  ¿Dónde  hubiste  este  capón,  Centu: 
rio?  si  viene  á  mano,  de  algún  bodegón  lo 
cantusarlas  tú. 


SEGUNDA  CELESTINA.  I  33 

% 

Cen.  De  otra  parte  vino,  que  si  io  su¬ 
pieses,  quizá  no  lo  comerias. 

Ar.  De  alguna  bellaca  quieres  decir, 
que  no  podia  ser  ménos  la  que  contigo 
tuviere  amistad. 

Cen.  De  otra  por  cierto,  que  presume 
tanto  como  tú. 

Cel.  Hija,  por  tu  vida,  que  me  hace  de 
ojo;  no  cures  de  respondelle. 

Ar.  ¿Y  qué  le  tengo  de  responder?  Plu¬ 
guiese  á  Dios,  que  tomase  ya  pendencias 
con  otra  tal  como  él  porque  me  dejase, 
que  por  importunada  la  veo,  y  si  viene 
á  mano,  será  la  dama  Palana:  porque  tal 
para  tal,  Pedro  para  Juan.  Por  que  estos 
no  saben  conservar  mujer  ninguna  que 
sea  de  bien  ni  limpia,  sino  otras  tales  su¬ 
cias  como  ellos  y  Palana. 

Cen.  ¿Qué,  Palana  es  fea? 

Ar.  Y  que  sea  hermosa  y  tú  esforzado, 
¿qué  va  en  ello?  ¿no  sabes  el  proverbio? 

Cen.  ¿Qué  proverbio? 

Ar.  Que  la  hermosura  en  la  puta,  y  la 
fuerza  en  el  bellaco  que  está  perdida, 
cuanto  yo  lo  estoy  con  tenerte  á  tí;  que  á 
osadas,  que  los  refranes  viejos  que  todos 
son  sentencias,  pues  perdido  es,  quien 
tras  perdido  anda. 

Cen.  ¿Y  eso  señora?  ¿estoy  yo  burlando 
y  tómaslo  tú  de  veras?  No  llores,  que  voto 


134  SEGUNDA  CELESTINA. 

á  la  casa  santa,  que  estaba  burlando  con¬ 
tigo. 

Ar.  Buenas  burlas  por  Dios.  Si  te  vi 
burléme,  sino  te  vi  calléme;  después  que 
ha  dicho  lo  que  ha  querido ,  dice  que  es¬ 
taba  burlando. 

Cel.  Hija,  por  mi  amor,  que  no  te 
enojes  y  te  tornes  á  sentar,  que  en  mi 
alma,  y  por  el  siglo  de  do  vengo,  que  á 
todo  cuanto  dijo  me  daba  del  ojo. 

Cen.  Por  nuestra  dueña,  que  es  así.  ¿Y 
yo  qué  te  he  dicho,  en  comparación  de  lo 
que  tú  me  has  dicho  á  mí?  mas  todo  lo 
echo  á  burlas  y  en  pasatiempo. 

Elic.  Por  mi  vida,  prima,  que  comas  y 
no  haya  mas,  sino  en  mi  ánima >  de  no 
comer  bocado.  ' 

Ar.  Come  tú  prima,  que  yo  no  he  gana, 
por  mi  vida,  de  comer. 

Elic.  Por  mi  vida,  de  no  comer  bocado 
sino  comes,  y  no  hayas  enojo. 

Ar.  Por  tu  vida,  que  si  lo  hubiera 
gana  que  yo  comería,  que  no  lo  dejo 
por  eso. 

Elic.  Por  vida  de  mi  tia  Celestina,  que 
has  de  comer  esta  pechuga  de  capón. 

Ar.  ¿Para  qué  es  hacerme  fuerza?  ¿si  lo 
hubiera  gana,  no  lo  comiera? 

Gel.  Hija,  ¿y  tan  poco  quieres  mi  vida? 
Cata,  que  me  enojaré  sino  comes. 


SEGUNDA  CELESTINA.  I35 

Ar.  Por  te  hacer  placer  yo  comeré, 
mas  por  Dios,  que  no  lo  tengo  gana. 

Cen.  Mejor  será  por  te  hacer  á  tí  placer, 
porque  por  nuestra  dueña,  que  está  el 
capón  muy  tierno  y  bueno. 

Ar.  Por  te  hacer  á  tí  pesar  lo  hago; 
porque  no  lo  has  hecho  sino  porque  no  lo 
comiese,  por  te  lo  comer  tú  todo. 

Ce/.  Dame  acá  hija,  esa  que  no  derrama 
solaces,  y  echaré  el  bastón  á  estas  renci¬ 
llas.  Por  Dios,  hijo  Centurio ,  que  no  co- 
nosces  mal  de  vino,  que  tal  me  paresce 
este.  Prueba,  hija  Elicia. 

Elic.  Señor  Centurio,  pues  mi  prima 
no  lo  bebe,  prueba  mis  ecamochos. 

Cen.  Téngotelo,  señora,  en  merced  y 
quiérolo  hacer  por  te  beber  la  gracia. 

Ar.  Esa  no  te  bebiera  ella  á  tí,  que 
maldita  la  que  hoy  has  tenido, 

Cen.  Señora  de  mis  entrañas,  ¿cómo 
tengo  de  tener  gracia  faltándome  para 
contigo?  Mas  alzarse  han  los  mantelles, 
y  darme  has  tú  gracia  por  donde  merez¬ 
ca  tu  gloria. 

Ar.  Mal  año  para  tí,  que  nunca  tú  lo 
verás  en  cuanto  vivieres.  Y  aun  palabras 
has  tu  dicho  hoy  para  hallar  gracia  ni 
merecer  gloria. 

Cen.  Señora  de  mi  alma,  las  obras  su¬ 
plirán  lo  que  faltaron  las  palabras. 


136  SEGUNDA  CELESTINA. 

Ar.  Desto  estarás  tú  bien  seguro  de  mí. 

Cel.  Hijo,  alzados  los  mantelles,  anden 
las  manos;  las  lenguas  estén  quedas,  pues 
tanto  dañan,  y  quitar  se  ha  el  nublado, 
y  hará  claro  y  buen  tiempo.  Y  escucha, 
que  á  la  puerta  llaman.  Elida,  ve  á  ver 
quién  es. 

Elic.  Señora  tia,  un  criado  de  Felides 
llamado  Pandulfo,  dice  que  te  quiere  á  tí. 

Cel.  ¿Quién,  hija? 

Elic.  Un  criado  de  Felides  llamado 
Pandulfo. 

Cel.  No  cayo  en  quien  es  Pandulfo. 

Cen.  He ,  he,  he. 

Cel.  ¿De  qué  te  ries  ,  hijo? 

Cen.  Rióme,  señora,  de  que  mejor  lo 
conociera  Palana  que  no  tú,  porque  está 
por  ese  gentil  hombre. 

Cel.  ¿Cuyo  hijo  es  este? 

Cen.  Madre,  ¿tú  conosciste  á  Mollejas  el 
hortelano? 

Cel.  Sí  conoscí. 

Cen.  ¿Conosciste  una  hija  suya  que 
casó  con  Surracas  el  cortidor? 

Cel.  Como  á  mí  mesma;  que  por  mi 
vida,  para  con  nosotros,  que  yo  la  vendí 
tres  veces  por  virgen. 

Cen.  Así  la  pudieras  vender  doce. 

Cel.  ¿Qué  dices,  hijo? 

Cen.  Digo  que  este  es  su  hijo,  y  el  más 


I 


SEGUNDA  CELESTINA.  1 37 

fiero  hombre  que  hay  en  esta  ciudad  y 
gran  amigo  mió,  que  nos  conoscemos 
allá  de  la  santa  Gualteria.  Entre,  que  no 
se  perderá  nada  por  él  del  solaz. 

Cel.  Hija,  dile  que  entre. 

Elic.  Señor  Pandulfo,  que  subas. 

Pand.  Buena  pro  hg.ga,  señora  y  la  com¬ 
pañía. 

Cen.  Oh  hermano,  ¿y  qué  buena  venida 
esta? 

Pand.  A  la  señora  madre  quiero  dos 
palabras. 

Cel.  Hijo  ¿es  cosa  de  priesa  levan¬ 
tarme  he?  y  sino,  en  tanto  tú  ya  alcan¬ 
zarás  dos  bocados  y  beberás  una  vez. 

Pand.  Señora,  téngotelo  en  merced; 
yo  aguardaré,  y  tú  come,  que  yo  huelgo 
de  te  aguardar. 

Cel.  Pues  siéntate,  hijo,  y  alcanza  dos 
bocados,  por  amor  de  mí. 

Cen.  Si  por  mi  amor,  hermano,  que 
tal  persona  como  tú,  no  hace  poco  al 
propósito  de  nuestro  solaz. 

Pand.  Señor  Centurio,  voto  á  Maho- 
ma,  que  tú  puedes  preciarte  que  tienes 
cabe  tí  la  más  gentil  mujer  que  yo  he 
visto. 

Ar.  Eso  no  le  parece  á  él  por  cierto. 

Cen.  Por  mi  vida,  Pandulfo,  ¿cuál  te 
parece  á  tí  más  hermosa,  esta  señora  ó  la 


138  SEGUNDA  CELESTINA. 

señora  Palana?  la  verdad,  la  verdad,  por 
mi  vida. 

Parid.  Por  vida  de  los  ángeles,  no  me¬ 
rece  Palana  descalzar  á  la  señora  Areusa. 

Ar.  Téngotelo  en  merced,  señor,  aun¬ 
que  no  sea  así. 

Pand.  Señora,  por  mi  vida,  otra  cosa 
no  me  queda  más  de  lo  que  digo ;  y  si 
fuere  menester,  lo  haga  bueno  á  cual¬ 
quier  gentil  hombre  que  lo  contrario  di¬ 
jere,  yá  un  voto  tal,  que  le  dé  una  arma 
de  ventaja. 

Cen.  Si  como  dijiste  eso,  dijeras  lo 
contrario,  conmigo  estabas  en  el  juego. 
Y  voto  al  martilojo,  que  te  diera  yo  dos 
armas  de  ventaja  con  tanta  justicia. 

Pand.  ¿Qué  armas  me  dieras? 

Cen.  Dos  paveses  de  barrera. 

Ar.  Ay,  calla  ya,  desgraciado,  ya  me 
maravillaba  que  por  mí  querías  hacer 
cosa  de  afrenta. 

Cen.  Voto  á  tal,  si  pensase  que  hubie¬ 
se  quien  me  respondiese,  carteles  públi¬ 
cos  pusiese  por  tu  servicio;  mas  bien  sé 
que  teniendo  Pandulfo  mi  opinión,  no 
hay  quien  me  ose  responder,  y  por  tanto 
no  haré  mucho  en  hacerte  tan  pequeño 
servicio. 

Ar.  Hora  déjate  de  fieros,  por  tu  vida, 
y  háblese  en  otra  cosa. 


1 


SEGUNDA  CELESTINA.  I39 

Cel.  Hija,  donde  hay  mujeres  mozas  y 
gentiles  hombres,  como  están  aquí,  no 
se  escusan  estas  pláticas. 

Ar.  Di,  madre,  gentil  hombre  y  no 
metas  á  Centurio  en  esa  cuenta. 

Cen.  Vengarte  has  querido  señora,  por 
cierto,  que  más  me  precio  yo  de  valiente 
hombre  que  no  gentil;  y  ya  creo  que  tú 
lo  sabes  si  lo  fui  en  algo  de  tu  servicio, 
cuando  el  oxeo  de  los  garzones  que  tú 
me  mandaste. 

Ar.  Hora,  baste  lo  dicho. 

Cel.  Hijo  Pandulfo,  dejada  una  razón 
por  otra,  ¿qué  nuevas  hay  por  allá? 

Pand.  Señora,  agora  no  se  habla  otra 
cosa  sino  en  tu  resurrección. 

Cel.  Hijos,  así  es,  con  eso  se  pasa  el 
mundo ;  presto  acaescerá  otra  cosa  con 
que  se  ponga  la  mia  en  olvido. 

Pand.  Señora  ,  tú  dices  verdad;  que 
hasta  aquí  no  se  hablaba  sino  en  la  muer¬ 
te  de  Calixto  y  Melibea,  y  agora  con  tu 
venida  está  ya  olvidada. 

Cel.  Hijo,  bien  sé  que  se  ha  dicho  que 
tuve  yo  alguna  culpa  en  esos  amores. 
Aquel  Dios  que  está  en  los  cielos  sabe  la 
poca  culpa  que  yo  tengo  en  ello,  que 
para  el  siglo  quellos  tienen  y  nosotros 
esperamos,  más  inocente  dello  estoy, que 
estáis  cuantos  aquí  estáis. 


140  SEGUNDA  CELESTINA. 

Cen.  Señora  madre,  ¿para  qué  lloras, 
y  dices  eso,  que  así  se  cree  de  tu  santi¬ 
dad?  No  hay  necesidad  de  juramentos. 

Cel.  Hijo,  ¿no  quieres  que  llore  pades- 
ciendo  mi  honra  con  tan  falso  testimonio? 
Mal  siglo  les  dé  Dios  allá  donde  están 
Parmeno  y  Sempronio,  que  ellos  me  lo 
levantaron,  y  si  lo  levantaron,  bien  lo 
pagaron  acá  con  las  vidas  y  allá  lo  pagan 
con  las  almas;  que  plega  Dios  que  no 
nos  veamos  como  yo  los  vi.  Y  bien  pa- 
rescen,  señor  que  estás  en  los  cielos,  tus 
justos  juicios,  que  por  eso  permitiste  que 
para  purgar  mi  limpieza  y  inocencia 
tornase  á  este  siglo. 

Pand.  Por  cierto,  madre,  si  eso  no  te 
oyera,  que  según  lo  que  se  certificaba,  todo 
el  mundo  no  me  ficiera  creer  otra  cosa. 

Cel.  Hijo,  mi  amor,  en  otras  cosas  no 
me  quiero  alabar,  que  mal  pecado,  yo 
me  conozco  por  pecadora  á  Dios  como 
todos  los  somos,  mas  en  esto  de  Calixto 
y  Melibea ,  él  nunca  me  lo  perdone,  si 
más  culpa  que  tú  no  tengo. 

Cen.  Trastrócame  esas  palabras. 

Cel.  ¿Qué  dices,  hijo? 

Cen.  Madre ,  digo  que  no  son  menester 
más  palabras,  que  sin  juramento  serás 
creída;  y  limpia  esas  lágrimas,  y  mira 
qué  te  quiere  ese  gentil  hombre. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


14* 

Cel.  Mal  siglo,  hijos,  les  dé  Dios  á  se¬ 
ñores  y  criados  allá  donde  están ,  que  tal 
han  parado  mi  honra  y  pararán  si  acá 
no  tornara  á  dar  mi  desculpa. 

Elic.  Mas  por  Dios,  madre,  dejando 
una  razón  por  otra,  ¿viste  allá  á  Melibea? 

Cel.  Andate  ahí  á  decir  donaires.  Dé¬ 
jate,  hija,  de  preguntar  boberias:  víla 
cual  plega  á  Dios  que  no  te  veas.  Y  de¬ 
jando  esto;  ven  acá,  hijo  Pandulfo,  y 
sabré  lo  que  mandas.  Hijo,  por  tu  vida 
que  me  perdones  lo  que  he  dicho ,  que 
con  pasión  no  hay  quien  tenga  seso,  y 
habréte  sido  enojosa  con  mi  prolijidad. 

Parid.  Madre,  ántes  he  recebido  merced 
en  oirte;  porque  por  cierto,  hasta  aquí 
yo  habia  vivido  contigo  engañado. 

Cel.  Pues  hijo,  como  crees  en  Dios 
crée  lo  que  te  tengo  dicho,  y  no  estás 
engañado  en  el  amor  que  me  tienes,  que 
para  el  siglo  que  nos  sostiene,  que  tu 
agüelo  Mollejas  el  hortelano,  no  tuvo 
mayor  amiga  que  á  mí  y  á  tu  madre  Ga¬ 
ratusa,  y  á  tu  padre  Surracas,  ¡es  verdad 
que  poco  conocimiento  tuve  con  ellos,  y 
que  pocas  veces  comí  en  su  casa  y  ellos 
en  la  mia!  Así  que,  hijo,  no  me  maravi¬ 
llo  que  del  conocimiento  pasado  se  te 
engendrase  el  amor  que  me  tienes  y  te 
tengo,  y  aun  por  tu  vida,  que  me  acuer- 


142 


SEGUNDA  CELESTINA. 


do  que  fui  tu  comadre  cuando  te  bauti¬ 
zaron. 

Pand.  ¿Que  fuiste  mi  comadre? 

Cel.  Espera,  espera  hijo,  ¿tú  no  te 
llamas  Pandulfo  el  de  la  Gortiza? 

Pand.  No  es  otro  mi  nombre. 

Cel.  Pues  por  vida  tuya  y  mia,  que 
eres  mi  ahijado.  Mira  si  tienes  razón  para 
me  querer,  y  aun  si  tiempo  hubiera,  yo 
te  dijera  cosas  de  gran  importancia  que 
entre  tu  madre,  que  haya  gloria,  y  mí 
pasaron ;  mas  anda ,  quédense  para  otro 
dia,  que  más  hay  dias,  hijo,  que  longa¬ 
nizas.  Y  di,  ¿tú  padre  es  vivo? 

Pand.  Señora,  no,  que  dias  ha  que 
murió. 

Cel.  Hijo,  con  la  edad  y  las  muchas 
cosas  que  por  mí  pasan ,  tengo  caduca  la 
memoria,  que  ya  me  acuerdo,  que  por 
tu  vida,  que  me  hallé  á  su  enterramiento. 
Dios  le  dé  gloria  y  á  nosotros  cuando  allá 
fuéremos;  y  di  lo  que  me  quieres,  que 
con  placer  de  te  hablar  y  hablarte  en  los 
pasados,  los  presentes  tenia  olvidados. 

Pand.  Señora,  lo  que  te  quiero  es  de 
parte  de  mi  amo  pedirte  por  merced,  que 
llegues  á  su  posada  ó  á  parte  donde  él  te 
pueda  hablar  sin  sospecha. 

Cel.  Hijo,  mi  amor,  ¿y  qué  sospecha 
puede  haber  de  mujer  tan  vieja  como  yo? 


SEGUNDA  CELESTINA.  1 43 

aun  si  fuera  cuando  moza,  razón  tuviera, 
que  por  mi  vida,  que  para  contigo,  que 
pocas  habia  en  el  lugar  de  mejores  ges¬ 
tos  ;  y  aunque  otros  tan  estirados  y  ricos 
como  tu  amo  me  siguieron  harto,  aun¬ 
que  por  tu  vida  y  mia,  que  les  aprove¬ 
chó  bien  poco;  que  aunque  yo  era  algo 
desenvuelta  y  graciosa,  siempre  de  la 
honra  fui  muy  recatada ;  pero  ya  sabes, 
hijo,  que  dice  el  proverbio,  que  enora- 
mala  nace  quien  mala  fama  cobra.  Y  de 
aquí  se  levanta  la  tos  á  la  gallina,  como 
lo  de  Calixto  y  otras  tales  cosas  que  me 
han  levantado;  queste  mundo,  quien 
mucho  vive ,  mal  pecado ,  mucho  ha  de 
ver  y  por  mucho  ha  de  pasar;  que  en 
largo  camino,  hijo,  por  fuerza  ha  de  ha¬ 
ber  barrancos,  y  en  mucho  tiempo  mu¬ 
chas  mudanzas  dél  se  han  de  ver.  Mas 
anda,  pase;  mundo  es,  por  fuerza  lo 
hemos  de  pasar  con  las  condiciones  que 
lo  tomaron  los  pasados  y  lo  tenemos  los 
presentes  y  lo  heredarán  los  por  venir. 
Mas  dejando  esto,  ¿qué  me  quiere  tu  amo? 

Pand.  Lo  que  te  quiere  es,  según  pien¬ 
so,  consuelo  y  consejo  para  un  gran  mal. 

Cel.  Hijo,  ¿y  qué  mal  es  el  suyo? 

Pand.  Él  te  lo  dirá  allá,  que  yo  no  se 
de  más  de  ser  embajador. 

Cel.  Hijo,  si  es  mal  de  pena,  yo  hol- 


144 


SEGUNDA  CELESTINA. 


garé  de  consolarle,  porque  Dios,  dicen 
los  teólogos,  que  es  causa  de  los  males 
de  pena  y  para  eso  son  los  buenos,  y  á 
eso  vine  al  mundo  siendo  apartada  dél. 
Mas  si  es  mal  de  culpa,  no  es  de  mi  hᬠ
bito  ni  de  mi  autoridad,  porque  en  los 
tales  no  se  halla  Dios  y  por  tal  razón  no  se 
deben  hallar  sus  siervos. 

Pand.  Muy  santa  está  la  puta  vieja 
conmigo.  Gomo  sino  cerniese  y  amasase 
yo  también  como  ella,  me  quiere  hurtar 
la  hogaza. 

Cel.  ¿Qué  dices,  hijo? 

Pand.  Digo,  madre,  que  ¿á  qué  llamas 
males  de  pena  ? 

Cel.  Hijo,  muerte  de  padres  y  de  ma¬ 
dres,  y  de  hijos  y  hermanos;  pérdidas  de 
haciendas,  con  otros  desastres,  que  mal 
pecado,  cada  dia  pasan  por  los  hombres, 
donde  hay  necesidad  de  consejo  y  con¬ 
suelo,  ejercitando  una  de  las  obras  de 
misericordia,  que  es  consolar  los  tristes. 

Pand.  Y  el  mal  de  los  amores  ,  madre, 
¿no  es  mal  de  pena? 

Cel.  He,  he,  he;  hijo,  ese  mal  más 
propio  es  de  culpa  de  mirar  y  otras  oca¬ 
siones;  que  la  pena  ántes  es  remedio  en 
los  tales,  pues  sabe  que  el  loco,  dice,  que 
por  la  pena  es  cuerdo. 

Pand.  Eso  madre,  es  en  mal  de  locura. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


!45 


Cel .  Pues  hijo,  ¿qué  hallas  tú  en  los 
amores  para  que  no  lo  sea?  Mi  amor,  no 
curo  yo  tales  enfermedades ,  pues  sabes 
un  proverbio  que  dice:  que  quien  de  lo¬ 
cura  enfermó,  que  tarde  ó  nunca  sanó;* 
y  el  consejo  que  para  eso  yo  puedo  dar, 
es  para  apartar  tales  vanidades.  Ya  pasó, 
hijo,  ese  tiempo  de  liviandades,  y  ántes 
es  de  hacer  penitencia  de  lo  pasado ,  que 
de  perseverar  en  lo  presente  y  porvenir, 
pues  sabes  que  de  los  hombres  es  el  pe¬ 
car  mas  diabólico,  el  perseverar. 

Pand.  No  adevines  tú,  madre,  el  mal 
de  mi  amo  ,  que  yo  tampoco  no  lo  sé; 
cuando  él  te  lo  dijere,  estonces  confor¬ 
me  al  mal,  le  pondrás  la  melecina. 

Cel.  Bien  dices,  hijo;  pues  di  tú  al 
señor  Felides ,  que  yo  holgaré  de  hacer 
lo  que  él  me  manda  y  hablalle  en  un 
monasterio  por  más  honestidad;  sino  que 
como  vengo  de  tan  largo  camino,  hallé 
tan  mal  recaudo  en  mi  casa,  que  así  goce, 
que  no  tengo  manto  con  que  salir. 

Pand.  Ya  la  puta  vieja  quiere  hincar 
el  dado. 

Cel.  ¿Qué  dices,  hijo? 

Pand.  Digo  madre,  que  de  noche  pue¬ 
des  ir  que  no  te  verá  naide. 

Cel.  Hijo,  no  has  tú  dicho  hoy  cosas 
para  salir  yo  de  noche:  quien  tiene  ene- 

io 


146  SEGUNDA  CELESTINA. 

migos  no  le  cumple,  mi  amor,  desman¬ 
darse  ni  andar  de  noche. 

Pand.  Madre,  el  hermano  Centurio  y 
yo  iremos  contigo,  que  voto  á  la  casa 
santa,  toda  la  ciudad  no  sea  parte  para 
te  enojar. 

Cel.  Hijo,  no  quiero  veros  ni  verme 
en  ese  peligro.  Por  tu  vida,  que  de  no¬ 
che  todo  el  mundo  no  sea  parte  para  lle¬ 
varme.  Basta ,  que  haciendo  manto ,  yo  iré 
donde  digo,  por  tu  amor  y  de  ese  señor; 
y  no  me  llegues  más  á  la  mata. 

Pand.  Señora,  pues  voy  á  lo  decir  á 
mi  amo,  y  quede  Dios  contigo. 

Cel.  Y  contigo  vaya,  hijo,  y  si  allá 
hay  algún  manto  prestado,  yo  iré  luego. 

Pand.  Y  aun  por  eso  ronceas  tú,  que 
bien  sé  de  qué  pie  coxqueas.  Señor  Cen¬ 
turio  y  señoras,  Dios  quede  en  vuestra 
guarda. 

Cen.  Y  vaya  en  la  tuya. 

Cel.  Para  mi  santiguada,  que  pienso 
que  tengo  un  enfermo,  con  que  le  purgue 
de  suerte  que  mudemos  el  pelo  malo. 

Cen.  ¿Cómo  es  eso,  madre? 

Cel.  Hijo,  súfrete,  que  aun  agora  no 
se  puede  decir,  que  si  fuere  menester  tú 
lo  sabrás. 

Cen.  No  me  pena  agora  saberlo,  más 
queria  que  mandases  á  Areusa  que  nos 


V 


SEGUNDA  CELESTINA.  147 

fuésemos  á  una  cámara  á  pasar  la  siesta. 

Ar.  Eso  no  verás  tú  en  tu  vida. 

Cel.  Tómala  tú,  hijo,  y  no  estés  en 
díselo  tú. 

Cen.  Así  lo  quiero  hacer. 

Ar.  Ayúdame  prima  Elicia ,  contra  este 
desuellacaras,  que  me  lleva  por  fuerza. 

Elic.  Ayudar  á  llevar,  sí  haré. 

Cen .  Paréceme  que  te  tengo  acá. 

Ar.  Porque  me  tomaste  descuidada. 

Cen.  Tia,  señora,  si  alguno  me  bus¬ 
care,  ya  sabes  que  tengo  justo  impedi¬ 
mento. 

Cel.  Nunca  pensé,  hijo,  que  eras  tan 
bobo  y  de  tan  poco  saber.  ¿No  sabes  que 
á  buen  entendedor  pocas  palabras?  Y  tú 
hija  Elicia,  cierra  esa  puerta,  y  repose¬ 
mos  nosotras. 

Elic.  Madre,  hecho  es;  andacá  á  la  cᬠ
mara  y  descansarás,  que  te  han  dado  hoy 
gran  trato. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Í4S 


ARGUMENTO  DE  LA  DECIMACUARTA  CENA. 


Poncia  llama  á  Polandria  para  que  vea  pasar  á  Felides 
y  á  sus  criados ,  y  burlan  dellos ;  y  Qnincia  le  da  la 
carta  de  Felides,  y  sobre  ella  pasan  grandes  donaires: 
y  introdúcense. 

%  .-1 

PONCIA. — POLANDRIA. — QUINCIA. 

Pon .  ¿Señora  Polandria?  Ce,  ¿señora 
Polandria?  llégate  aquí  tras  mí  y  verás  un 
requebrado. 

Pol.  ¿Quiénes,  Felides? 

Pon.  No,  sino  aquel  gentil  hombre  que 
va  tras  él.  Ay  Dios,  y  no  me  lo  aojen;  y 
qué  volver  lleva  acá  la  cabeza. 

Pol.  Está  queda,  no  te  abajes ,  que  me 
verán ,  que  también  el  galan  de  su  amo 
paresce  que  tiene  torcidas  las  cervices. 
Mira  que  embelesados  que  van  mirando 
acá;  plega  á  Dios  que  no  me  hayan  visto. 

Pon.  Ay  señora,  que  todo  no  vale  nada 
con  estotro.  Mal  pesar,  y  riese  por  mi 
vida,  mi  duelo. 

Pol.  Debe  destar  tu  enamorado. 

Pon.  Pues  guárdenos  Dios,  ¿agora  lo 
viste?  Por  tu  vida,  señora,  que  el  dia  que 
fuimos  con  mi  señora  á  santa  María  la 
nueva  disfrazadas,  en  todo  el  camino 


SEGUNDA  CELESTINA.  1 49 

nunca  hizo  sino  desimuladamente  decir¬ 
me  mil  boberias. 

Pol.  Y  el  babusan  de  su  amo,  ¿viste  que 
mirar  hacia  desde  la  muía?  Mas  por  mi 
vida,  ¿qué  te  decia? 

Pon.  He,  he,  he;  mil  requebrejones. 

Pol  Qué,  por  vida  de  mi  señora,  ¿y 
decirte  yo  lo  que  pasó  en  la  iglesia  des¬ 
pués  con  su  amo? 

Pon.  Por  Dios,  que  me  dijo:  señora, 
no  te  tapes  si  quieres  desconocerte,  que 
juro  á  mi  vida,  que  por  tu  gracia  de 
media  legua  eres  conocida:  no  abajes 
tanto  el  sombrero ,  que  por  vida  mía,  que 
otro  sol  mayor  lleves  debajo:  deja,  seño¬ 
ra,  á  tus  ojos  hacer  su  oficio,  que  es  ma¬ 
tar  y  no  les  quites  tanto  bien,  como  me 
hacen  con  tal  mal.  Y  yo  no  hacia  sino 
cuantas  más  boberias  él  decia,  abajar 
más  el  sombrero  y  callar  y  andar;  y  ver 
como  se  sespivillaba  y  estiraba,  y  recha¬ 
zaba  la  espada;  no  era  sino  gloria,  tanto 
que  no  pude  estar  sin  reirme  una  vez,  y 
el  asno,  muy  favorecido  dijo:  aunque 
sea  burlar  de  mí,  señora  mia  ,  me  huelgo, 
y  bien  es  que  rias  tú  para  templar  lo  que 
yo  lloro  en  el  mal  que  tú  me  haces,  que 
juro  á  la  fe  que  te  tengo,  que  me  tienes 
muerto  de  amores.  Y  aquí  pareciéndome 
que  iba  ya  muy  descubierto  el  requiebro, 


SEGUNDA  CELESTINA. 


1  5° 

me  junté  contigo  y  con  mi  señora,  y  de- 
jéle  por  majadero. 

Qiiin.  Hi ,  hi ,  hi. 

Pol.  ¿De  qué  te  ries,  Quincia? 

Quin.  Rióme,  que  mala  landra  me  mate, 
si  camino  de  la  fuente  me  puedo  defender 
dese  mozo  despuelas. 

Pol .  ¿De  cual?  por  tu  vida. 

Quin.  Del  gentil  hombre,  que  huyó  la 
noche  de  la  música. 

Pon.  Hi,  hi,  hi;  mala  muerte  muera 
yo,  sino  debe  haber  concierto  entre  amo 
y  criados  de  impetrar  en  todas  nosotras! 

Qiiin.  ¿Pues  si  bien  lo  supieses? 

Pon.  ¿Es  así  como  yo  digo?  ¿di  por  mi 
vida? 

-  Qiiin.  Por  mi  vida,  que  ayer  yendo  yo 
á  la  fuente  no  me  pude  defender  del  ga¬ 
lán  de  su  amo,  para  que  te  trajese,  seño¬ 
ra  Polandria,  una  carta. 

Pol.  Verés  vos  el  loco,  y  qué  atrevi¬ 
mientos  y  qué  necedades. 

Pon.  Señora  mia,  no  la  atajes  que  es 
la  más  linda  cosa,  cosa  que  nunca  vi;  yo 
juro  á  mi  vida,  que  nos  tienen  ellos  por 
alcanzadas ,  á  la  cuenta  que  entre  ellos 
hacen;  y  di  deso,  hermana  Quincia,  que 
me  mata  de  amores. 

Qiiin.  Par  Dios,  desque  me  dijo  mil  re¬ 
tobeas,  que  no  las  entendía  más  que  esa 


SEGUNDA  CELESTINA.  I  5  I 

pared,  arrojóme  una  carta,  y  desque  no 
la  quise  tomar,  fuese  corriendo  con  el 
caballo  y  sus  criados  tras  él,  y  porque 
no  la  hallasen  toméla. 

Pol.  ¿Y  no  la  rasgaste? 

Quin.  Hi,  hi,  hi;  sí  rasgué. 

Pon.  Mejor  me  ayude  á  mí  Dios  que 
tú  tal  heciste  ,  que  no  te  tengo  yo  á  tí  por 
tan  necia. 

Quin.  Par  Dios,  dices  verdad,  que  no 
rasgué,  mas  escondíla  entre  los  cantos. 

Pol.  Eso  fué  peor;  ¿y  allí  la  habías  de 
dejar  para  que  la  hallasen  y  viesen  el 
atrevimiento  de  aquel  loco? 

Quin.  Par  Dios,  señora,  porque  no  te 
enojes  lo  dije ,  que  en  el  seno  me  la  traje. 

Pol.  Traela  acá  luego  y  rasguémosla, 
sus,  en  un  punto,  y  no  sepa  él  que  tal 
cosa  á  casa  trajiste. 

Quin.  Par  Dios,  yo  voy  por  ella,  que 
ascondida  la  tengo. 

Pol.  ¿Pasas,  Poncia,  portal  locura?  Si, 
que  sus  pasadas  de  aquel  loco  por  aquí 
tan  á  menudo  no  son  de  valde.  Y  para 
que  veas,  ese  dia  que  dices  que  te  fué  ese 
otro  majadero  diciendo  eso  que  dijiste, 
el  señor  atreguado  de  su  amo,  al  tiempo 
que  llegué  á  tomar  el  agua  bendita,  hizo 
él  que  tomaba  la  agua,  y  apretóme  un 
dedo;  y  después  en  la  misa  toda,  ponía 


152  SEGUNDA  CELESTINA. 

1  __ 

las  manos  hácia  mí  como  que  pedia  pie¬ 
dad,  cuando  via  que  no  miraba  naide; 
estando  alzando  el  fraile,  hacia  él  señas, 
que  no  adoraba  la  hostia,  sino  á  mí;  y 
desto  no  pude  estar  que  no  me  sonriese 
de  su  necedad  y  herejía;  y  debia  de  pen¬ 
sar  que  ya  estaba  todo  acabado ,  y  atre¬ 
vióse  á  escribir  el  badajo,  y  callemos, 
que  no  quiero  que  sepa  esta  moza  tales 
atrevimientos,  que  ya  siento  que  viene. 

Quin.  Señora,  he  aquí  la  carta. 

Pol.  Tómala,  Ponda,  y  rásgala. 

Pon.  Por  Dios,  señora,  que  habernos 
de  ver  las  boberias  primero,  que  no  hay 
cosa  en  este  mundo  con  que  más  huelgue 
que  de  ver  cartas  de  amores,  y  más  deste 
caballero  que  lo  tienen  por  muy  sabio, 

Pol.  No  me  parece  á  mí  tal  en  sus 
atrevimientos;  mas  lee,  veamos  qué  por¬ 
radas  dice. 

Pon.  Lee  tú,  señora,  que  sabes  mejor 
leer. 

Pol.  Mal  año  para  él,  que  yo  tal  haga. 

Pon.  Hora,  pues,  en  nombre  de  Dios, 
que  yo  comienzo  á  leerla,  y  dice  así. 

Pol.  Cierra  aquella  puerta  de  la  escale¬ 
ra,  Quincia,  no  suba  alguno. 

Quin  Hecho  es,  señora. 

Pon.  Bien  dicen:  letra  de  carta  de  amo¬ 
res,  que  así  goce  yo  y  tú,  requebrada 


SEGUNDA  CELESTINA.  I  53 

quiso  ser,  que  no  hay  quien  la  lea;  mas 
oye,  que  dice:  señora  tia. 

Pol.  Hi,  hi,  hi. 

Pon.  ¿Ya  te  ries,  señora? 

Pol.  Rióme,  que  debe  ser  para  mi  se¬ 
ñora  esa  carta,  que  la  llama  tia. 

Pon.  ¿Pues  no  dice  así? 

Pol.  Hora  muestra  que  no,  en  mal 
punto,  sino  señora  mia. 

Pon.  Yo,  par  Dios,  tia  me  pareció  que 
decía;  mas  oye  más  adelante:  tu  mi  querer 
y  atrevimiento. 

Pol.  Anda  noramala  que  no  dice  así, 
que  no  sabes  leer,  sino:  tu  merecer  y  mi 
atrevimiento. 

Pon.  Ha,  ha,  ha;  que  gran  donaire, 
por  mi  vida,  que  dices  verdad.  Por  tu 
vida,  que  la  leas  tú,  señora,  que  yo  no 
acierto. 

Pol.  Hora  dala  acá,  que  así  lo  habré 
de  hacer.  Y  Quincia,  guárdate  del  diablo 
no  lo  digas  á  aquel  loco,  sino  no  seria  más 
menester  para  perder  del  todo  el  seso. 

Quin.  Guárdeme  Dios,  señora,  ¿y  de 
decillo  había? 

Pol.  Pues  pone  aquí  la  mano  en  la 
cruz,  y  tú  también,  Ponda,  y  agora  oid, 
Señora  mia:  tu  merecer  y  mi  atrevimien¬ 
to  te  darán  á  conoscer  la  pena  que  á  tu 
-  causa  paso. 


t  54  SEGUNDA  CELESTINA. 

Pon.  Pues  ya  señora  que  la  lees,  léela 
con  toda  la  solenidad  que  se  requiere. 

Pol.  ¿Qué  solenidad? 

Pon.  Con  sospiros  y  pasiones. 

Pol.  Hi,  hi,  hi;  hora  que  sea  así,  y 
torno  á  comenzar  por  hacerte  placer. 
Señora  mia:  tu  merecer  y  mi  atrevimien¬ 
to,  te  darán  á  conoscer  la  pena  que  á  tu 
causa  paso,  pues  mi  osadia  osa  lo  que  tu 
valor  niega ;  mas  ni  el  fuego  de  tu  vista 
puede  dejar  de  quemar,  ni  el  conoci¬ 
miento  de  tu  hermosura,  de  ponerlo  en 
mis  entrañas  y  corazón,  con  tanta  fuer¬ 
za,  cuanta  Dios  para  poder  matar  te 
puso,  y  con  tan  poco  poder  de  mi  parte, 
cuanto  yo  tengo  para  estorbar  de  no  mo¬ 
rir,  habiendo  mirado  tu  beldad,  si  en  la 
fuerza  della  no  templas  en  la  razón  de 
matar,  la  que  yo  tengo  para  morir.  Lo 
cual  te  suplico,  no  por  no  morir,  pues 
no  dejo  de  conocer  la  gloria  que  seria 
recebir  la  muerte  de  tales  manos ;  mas 
para  sostener  en  la  vida  la  gloria  de  tal 
muerte,  con  padecella  contino  en  ella, 
acompañada  de  tantas  muertes  como  con¬ 
tino  por  tu  causa  paso,  con  las  cuales 
quedo  aguardando  con  la  licencia  de  lla¬ 
marme  tuyo,  el  previlejo  para  no  acabar, 
que  de  otra  suerte  se  niega,  si  de  tus  her¬ 
mosas  manos  no  se  permite,  las  cuales 


SEGUNDA  CELESTINA.  I  55 

besando  mil  veces,  acabo  hasta  que  aca¬ 
be  en  servicio  mi  obligación. 

Pon.  Por  mi  vida,  señora,  sentidas  ra¬ 
zones  tiene ,  y  con  el  son  que  tú  les  has 
dado,  así  goce,  que  me  ha  puesto  de¬ 
voción. 

Quin.  Así  goce  yo,  no  entiendo  más 
palabras,  que  sino  la  hubieras  leido. 

Pol.  Ni  aun  hay  que  entendellas,  y  lo 
que  has  de  entender  sea,  que  luégo  la 
quemes  y  no  sepa  persona  que  tal  pasa, 
y  alzo  la  mano  y  santigúate,  y  no  des  más 
oidos  á  aquel  loco ,  segundo  Calixto. 

Pon.  Y  mas  agora,  señora,  que  tene¬ 
mos  á  Celestina. 

Pol.  Deso  se  guardará  ella  ya,  que  mas 
me  dicen  que  viene  á  dar  consejo,  que  á 
ponello  en  tales  liviandades. 

Pon.  Por  eso  dice  el  proverbio,  que  de 
los  escarmentados  se  hacen  los  arteros. 

Pol.  ¿Ponda?  toma  tú  esa  carta  y  qué¬ 
mala  luego. 

Pon.  Eso  no  haré  yo. 

Pol.  ¿Qué  dices? 

Pon.  Que  eso  haré  yo  de  buena  volun¬ 
tad,  y  corre,  corre,  señora,  que  ya  tornan 
nuestros  requebrajados. 

Pol.  Ay,  por  Dios,  no  te  asomes,  no 
des  lugar  de  mas  osadia  á  ese  loco. 

Pon.  Acecha,  señora,  por  mi  vida,  y 


>5r> 


SEGUNDA  CELESTINA. 


verás  cuan  embelesados  tornan.  Precioso 
es  el  paje,  por  mi  vida,  que  va  poniendo 
la  mano  sobre  el  corazón,  encogiéndose 
comoque  le  duele. 

Pol.  ¿ Y  el  ciguñal  de  su  amo,  que  hace 
entanto?  ¿aquel  sospiro  es  suyo? 

Pon.  No  de  otrí.- 

Pol.  Así  goce  de  lo  acechar  tras  tí, 
mas  tarde  llegué  que  ya  pasa.  ¡Ah  santo 
Dios!  y  que  rodear  la  cabeza,  ya  queda 
por  el  campo.  ¡Oh,  santa  María,  cuánta 
vanidad  hay  en  los  hombres!  déjalos  por 
tu  vida,  y  vámonos  que  es  ya  hora;  que 
está  mi  señora  sola,  y  lo  dicho,  dicho, 
Quincia. 

Qiiin.  Señora,  pierde  cuidado. 

Pol.  Abre  esa  puerta  y  anda  acá,  Poncia. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


T57 


ARGUMENTO  DE  LA  DEClMAQUINTA  CENA. 

Sígeril  dice  á  Felides,  si  había  visto  acechar  á  su  señora 
y  pasan  sobre  esto  muchas  razones;  y  viene  Pandulfo 
y  dale  la  respuesta  de  Celestina  ,  y  acuerda  de  ir  Feli¬ 
des  esa  noche  á  ella,  y  introdúceme. 

SIGERIL. — FELIDES. — PANDULFO. 

Sig.  ¿Señor,  viste  cuando  pasábamos, 
estar  acechando  á  la  señora  Polandria  y 
á  su  doncella  Poncia? 

Fel.  Si  vi,  ¿más  por  qué  lo  dices? 

Sig.  Dígolo  porque  nunca  medre  yo,  si 
ella  no  debe  haber  leido  la  carta ,  y  aun 
mala  pascua  me  dp  Dios,  sino  están  ya 
dentro  en  el  juego. 

Fel.  Tú,  por  tu  corazón,  juzgas  los 
ajenos. 

Sig.  Y  tú,  señor,  ¿no  viste  la  risa  que 
tenían?  que  por  nuestra  señora,  acá  se  oia. 

Fel.  ¿Pues  que  fundas  tú  deso?  ¿no 
puede  ser  que  burlaban  de  nosotros,  lo 
cual  yo  tengo  por  mas  cierto? 

Sig.  Y  cómo,  señor,  ¿tú  no  conosces 
condición  de  mujeres,  que  con  quien 
burlan  público  gozan  secreto? 

Fel.  Esas  serán  de  las  damas  con  c^uien 
puedes  tú  tratar,  mas  no  las  tales  como 


/ 


'  ./  .  '  .  •! 

I58  SEGUNDA  CELESTINA. 

mi  señora,  que  aun  esa  merced  de  burlar 
de  mí,  pienso  que  no  me  querria  hacer; 
porque  sobra  á  mi  merecer  por  ser  de  su 
mano. 

Sig.  No  sé  por  Dios,  señor,  para  qué 
buscas  remedio  en  lo  que  tú  lo  aborreces 
con  tus  desconfianzas.  Con  mal  estaba  el 
mundo  si  otras  con  quien  ella  puede  vivir, 
no  han  alcanzado  otros  que  pueden  vivir 
contigo. 

Fel.  Calla  ya,  necio,  que  no  dirás  pa¬ 
labra  que  no  la  conviertas  en  necedad.  ¿Y 
hay  en  el  mundo  quien  merezca  servir  á 
Polandria,  cuanto  mas  servir  ella  á  otra? 

Sig.  Y  cómo  señor,  ¿luégo  en  el  mun¬ 
do  no  hay  reinas ,  ni  princesas ,  ni  otras 
señoras  de  gran  estado? 

Fel.  Como  eres  necio.  Simple,  ¿cuales 
más,  me  di,  poseer  estado  ó  merecimiento 
de  tener  estado?  ¿sabes  cuánto  va  de  lo 
uno  á  lo  otro?  ¿ó  de  tener  estado  que  se  lo 
da  Dios  seguro  de  acaecimiento  ó  el  que 
ponen  los  hombres,  sujeto  á  todos  acaeci¬ 
mientos?  Esta  es  y  no  otra  la  diferencia 
de  la  grandeza  de  mi  señora  á  la  de  esas 
reinas  y  princesas  que  dices.  ¿Qué  va  del 
merecimiento  de  Medea  al  de  Penélope? 
¿que  no  era  reina,  me  di?  ¿ni  del  de  la  em¬ 
peratriz  Mesalina  al  de  Lucrecia?  Y  por 
estos  estados  conoscerás,  que  no  le  falta  á 


I 


SEGUNDA  CELESTINA. 


l59 


mi  señora  en  el  mayor  de  sus  virtudes,  el 
que  se  le  debía  de  grandeza.  ¿No  sabes,  ne¬ 
cio,  que  dice  el  proverbio,  que  quien  qui¬ 
siere  bien  que  no  lo  merezca?  andate  ahí 
tras  tus  dineros,  que  sin  persona  son  un 
poco  de  tierra. 

Sig.  Pues  yo  te  prometo  señor,  que  la 
mayor  esperanza  que  yo  tengo  para  mi¬ 
nar  la  fortaleza  de  Polandria,  que  son 
ellos,  y  el  tiempo  te  doy  por  testigo.  Mas 
he  aquí,  donde  viene  Pandulfo,  éntrate  en 
tu  cámara,  y  veremos  qué  dice  aquella 
santa  dueña  de  Celestina. 

Fel.  ¿Pues  qué  tenemos,  Pandulfo? 

Pand.  Señor,  yo  fui  á  aquella  vieja  hon¬ 
rada  de  Celestina.  Dejadas  razones  aparte, 

r  * 

ella  se  muestra  tan  santa,  cuanto  para 
encobrir  mejor  la  red  es  menester.  Todas 
sus  palabras  son  de  Dios  y  enderezadas  á 
Dios,  y  para  solo  consolar  tu  mal,  sino  es 
de  amores,  ella  dice,  que  verná  á  un  de¬ 
voto  monesterio  á  te  hablar,  en  haciendo 
manto  que  no  lo  tiene  ó  enviándoselo 
tú  prestado  á  nunca  pagar. 

Fel.  ¿Cómo  es  eso? 

Pand.  Que  quiere  manto  para  la  vista 
del  proceso. 

Fel.  Eso  es  lo  de  menos,  que  yo  le  daré, 
si  ella  me  da  remedio.  ¿Mas  tú  no  dices 
que  no  quiere  entender  en  amores? 


i ÜO  SEGUNDA  CELESTINA. 

Pand.  Señor,  tú  no  me  entiendes :  si  yo 
no  la  entendiera  mejor  á  ella,  mejor  li¬ 
brada  quedara  su- santidad  para  conmigo, 
que  mi  saber  para  contigo.  Y  pues  ella  por 
buen  estilo  pide  manto,  harta  señal  de 
dar  es  recebir,  porque  esta  santa  madre 
nunca  metió  aguja  sin  sacar  reja. 

Fel.  Pues  por  eso,  no  quede.  Corta 
luego,  Sigeril,  cuatro  varas  de  contray, 
de  aquella  pieza  que  me  trajeron  de  la 
feria  y  dalas  á  Pandulfo  que  se  las  lleve, 
y  á  él  otras  ocho  varas  para  saya  y  capa 
que  le  mandé. 

Sig.  A  tres  tales  aguijones,  no  quedará 
cera  en  el  oido. 

Fel.  ¿Qué  vas  rezando,  qué  dices? 

Sig.  Señor  digo:  que  no  sabes  que  á 
dineros  pagados  brazos  quebrados.  Que 
mejor  fuera,  pues  ella  no  puede  salir,  que 
fueras  tú  allá  esta  noche,  para  que  sino 
quiere  entender  en  amores,  el  manto  te 
habrás  ahorrado. 

Fel.  No  dice  mal  este  necio;  hágase  así 
y  da  su  paño  á  Pandulfo,  y  vaya  á  la 
fuente  á  saber  de  Quincia  lo  hecho. 

Sig.  Señor,  suplicóte,  pues  sabes  quel 
amor  no  tiene  consejo,  que  nunca  te  pese 
de  recebirlo  de  quien  te  desea  servir,  que 
en  estos  casos,  créeme,  que  de  los  escar¬ 
mentados  se  hacen  los  arteros. 


SEGUNDA  CELESTINA.  1 6 1 

FeL  Dentro  está  ya  Sigeril,  en  la  sa¬ 
biduría.  ¡Hi  de  puta,  que  de  damas  ha 
alcanzado  y  cuanta  edad  tiene  para  ser 
artero,  con  tales  escarmientos  y  esperien- 
cias! 

Sig.  Señor,  si  yo  no  las  tengo,  ahí  está 
Pandulfo  que  ha  tratado  toda  su  vida  con 
mujeres  y  las  conoce. 

FeL  Hi,hi,  hi.  ¡Por  Dios,  gentil  aviso 
sabe  de  las  damas  de  la  mancebía!  Para 
las  que  yo  tengo  de  servir,  uno  es  el 
juego  para  sacallo  por  las  trechas  del 
burdel. 

Sig.  Pues  yo  te  prometo,  señor,  si  has 
de  jugar  con  Celestina,  que  te  conviene 
jugar  de  las  trechas  del  burdel,  y  aun  á 
casa  llena,  según  á  mi  me  va  pareciendo, 
porque  sus  trechas  no  las  sacó  ella  del 
palacio  de  los  reyes,  sino  de  la  espe- 
riencia  de  los  burdeles.  Cuando  estés 
con  Polandria,  hablarle  has  como  á  Po- 
landria;  más  cuando  con  Celestina,  ha¬ 
bíale  señor,  con  nombre  de  madre,  y 
como  á  madre  de  putas  digo,  y  con 
más  dobleces  en  el  hablar  que  llevas  en  la 
ropa,  porque  no  viene  ella  aforrada  de 
ménos  armas,  y  créeme  señor,  que  en  lo 
que  ella  te  dijere,  que  puedes  bien  pensar 
que  no  es  todo  vero  lo  que  canta  el  pan¬ 
dero:  ve  bien  apercibido,  y  serás  medio 


SEGUNDA  CELESTINA. 


y 


1 1>2 


combatido,  que  yo  te  prometo,  que  sino 
te  sabes  con  ella  sostener,  que  á  tres  dias 
no  te  deje  cera  en  el  oido:  á  las  cosas  de 
burlas  señor,  así  han  de  ir  los  hombres 
salteados  á  ellas ,  que  no  les  salgan  de 

veras.  Los  corredores  descubren  las  cela- 

/ 

das,  el  tocar  al  arma  pone  cuidado  en  los 
ejércitos,  las  espias  dan  aviso  de  las  cela¬ 
das,  debajo  de  la  buena  razón  se  ha  de 
temer  el  engaño.  Así  que,  señor,  tú  mejor 
sabes  estas  cosas  que  no  yo ;  más  ya  sabes, 
que  el  amor  que  lo  pintan  ciego,  porque 
si  piensas  porque  no  vee,  pues  sino  vee, 
bueno  es  un  mozo  de  ciego  como  yo,  que 
sabe  donde  tropieza,  y  un  perro  viejo 
como  Pandulfo,  que  te  sabrá  guiar  á  pe¬ 
dir  limosna  en  casa  de  Celestina,  sin  que 
estropieces  delante  su  casa.  Y  con  esto 
concluyo ;  que  del  enemigo  se  ha  de  tomar 
el  primero  consejo,  cuanto  más  del  ser¬ 
vidor  como  yo.  Oye,  señor,  que  más 
vale  dejar  el  consejo  si  tal  no  fuere,  des¬ 
pués  de  habello  oido,  que  no  por  falta  de 
no  lo  querer  oir,  por  ventura,  carecer  de 
consejo  pudiendo  ser  tal,  y  procurar  con 
consejo  siempre  desculpar  el  acaecimien¬ 
to,  y  no  que  el  acaecimiento  te  ponga  la 
culpa  por  haber  aborrecido  el  consejo. 

Fel.  Basta,  que  por  buen  estilo  me 
has  querido  llamar  ciego:  yo  te  agradez- 


i 


SEGUNDA  CELESTINA. 


163 


co  tus  palabras  y  así  lo  pienso  hacer,  y 
dame  aquella  vihuela  en  cuanto  viene 
Pandulfo. 

Sig.  Señor,  los  sabios  antiguos  te  pu¬ 
sieron  el  nombre  cuando  te  batizaste ;  con 
lágrimas  tomaste  nombre  de  amador,  que 
yo  no  te  lo  pongo.  He,  la  vihuela,  héla 
aquí,  y  quiero  ir  á  mandar  dar  de  comer 
á  aquel  azor ,  que  con  estos  amores  todos 
tenemos  poco  cuidado. 

Fel.  Pues  hazlo  así ,  porque  no  diga 
por  vosotros:  que  el  harto  del  ayuno  no 
tiene  cuidado  ninguno. 


io'4 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  DECIMASEXTA  CENA. 


Pandulfo  va  á  saber  de  Quincia ,  lo  que  hizo  sobre  la 
carta  de  Felides;  y  él  y  ella  burlan  de  las  razones 
della.  Y  el  va  muy  alegre  con  su  recaudo  á  contallo  á 
Felides;  y  íntrodúcense. 


PANDULFO. — QUINCIA. 


Pand.  Deste  juego  ya  Pandulfo,  tú  lle¬ 
vas  lo  mejor:  anoche  de  gozar  de  tan 
gentil  moza  como  Quincia ,  y  hoy  capa 
y  sayo  de  contray.  Quien  agora  te  diese 
un  papirote  en  las  narices  ¿qué  seria?  no 
creo  en  tal  si  yo  querría  ser  él.  El  cora¬ 
zón  de  placer  no  me  cabe  en  el  cuerpo; 
voto  á  la  casa  santa ,  que  aun  tengo  de 
mudar  el  pelo  malo  con  estos  amores, 
que  mi  amo  es  liberal  y  está  caído  en  el 
lazo  y  no  ha  de  doler  ni  estimar  el  gasto, 
y  bien  dice  el  proverbio:  que  con  lo  que 
Juan  adolece,  Sancho  y  Domingo  sanan; 
así  que  mi  amo  doliente  y  más  que  Juan, 
en  sus  amores,  como  que  él  adolesce, 
sana  á  Sancho  y  Domingo,  que  somos  yo 
y  Celestina;  que  yo  voto  á  diez,  queántes 
que  ella  saque  las  manos  de  la  masa ,  que 
ella  dé  de  heñir  á  mi  amo.  ¿Mas  á  mí 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ÍÓ5 

que  me  pena  ?  que  á  rio  revuelto,  ganan¬ 
cia  de  pescadores.  Ya  me  paresce  que 
asoma  Quincia  con  su  cántaro ;  quiérome 
llegar  á  ella,  que  quizá  traerá  tal  nueva 
que  me  valga  más  que  la  de  esta  mañana, 
y  sino  trujiere  yo  la  sabré  ordenar,  por¬ 
que  quien  quisiere  mentir  alargue  los 
testigos,  como  yo  los  alargaré,  probando 
con  Quincia  y  con  Poncia:  donde  será 
excusado  saber  dellas  la  verdad. 

Quin.  Ay  desventurada,  que  á  Pandul- 
fo  veo  y  quiérome  morir  de  vergüenza 
de  lo  que  con  él  anoche  pasé.  Ay  Jesús, 
y  qué  saltos  me  da  el  corazón :  par  Dios 
que  estoy  por  me  volver  sin  agua.  Ay 
desventurada  que  allega  cerca  y  no  pue¬ 
do  huille. 

Pand.  Señora  de  mi  alma,  ya  no  podia 
sufrir  el  deseo  de  te  ver ,  que  por  mi  vida, 
mil  años  se  me  han  hecho  desta  noche 
acá.  ¿Y  por  qué  no  me  hablas,  amores 
mios?  ¿peor  está  que  estaba?  Si  te  han 
dicho  algo  para  te  meter  mal  conmigo 
ó  te  ha  acaecido  algún  desastre  por  mi 
causa,  háblame,  mi  ángel,  queme  tienes 
todo  alterado;  y  si  alguno  te  ha  enojado, 
dímelo,  que  yo  te  voto  á  la  cruz  de  Ca- 
rabaca,  que  pueden  doblar  por  él. 

Quin.  Ay  señor  mió:  no  me  hables,  por 
tu  vida. 


1 66 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Pand.  ¿Y  por  qué,  mi  ángel,  no  te  ten¬ 
go  de  hablar? 

Quin.  Porque,  por  mi  vida  y  tuya,  que 
me  muero  de  vergüenza  de  tí. 

Pand.  ¡Oh  despecho  de  la  condición! 
¿Y  de  qué  has  vergüenza?  Juro-  á  la  casa  de 
Meca,  que  me  tenias  alterado,  mas  yo  te 
quitaré  presto  esa  vergüenza;  mas  tam¬ 
bién  huelgo,  porque  yo  querria  las  mu¬ 
jeres  en  la  calle  muy  vergonzosas,  y  el 
contrario  en  lo  secreto  y  así  me  vas  tú 
pareciendo,  porque  en  todo  te  hizo  Dios 
á  mi  condición.  Mi  ida,  señora  de  mis 
entrañas,  será  para  esta  noche;  por  tanto 
aguárdame. 

Quin.  Mejor  viva  yo,  que  en  mi  vida 
más  te  hable. 

Pand .  ¡Oh  despecho  de  la  vida!  ¿y 
cómo  es  eso,  amores  mios? 

Quin.  Ay  Jesús,  señor,  que  me  muero 
de  miedo  de  tí;  par  Dios,  tal  trato  me 
diste  tú  esta  noche  para  tornarte  á  hablar. 

Pand.  No ,  que  ya  no  te  tengo  de  eno¬ 
jar  más  que  á  mis  ojos.  ¿  No  sabes  tú  que 
los  principios  de  las  cosas  todas  son  difí¬ 
ciles,  más  con  la  costumbre  hácese  otra 
naturaleza  ? 

Quin.  Otra  vez  me  puedes  engañar,  y 
por  tanto  ve  cuando  mandares ,  que  ya 
sabes  que  soy  tuya. 


SEGUNDA  CELESTINA.  167 

Pand.  Yo,  mi  corazón,  tuyo  más  que 
mió;  mas  dejado  esto  por  asentado  por 
esta  noche,  ¿qué  recaudo  tenemos  en  lo 
de  la  carta? 

Quin.  Muy  bueno. 

Pand.  Bueno  dices,  por  mi  vida,  pues 
yo  te  mando  unos  chapines. 

Quin.  Yo  te  diré  qué  tal ,  que  esta 
mañana  cuando  pasó  por  nuestra  puerta 
Felides,  violo  Ponda  y  llamó  á  mi  seño¬ 
ra  Polandria  y  á  mí;  y  aun  harto  me  pesó 
á  mí  que  no  te  vi  allí,  que  por  mi  vida, 
que  tenia  ya  deseo  de  te  ver. 

Pand.  Téngotelo  en  merced,  que  no 
vives  engañada,  mis  ojos. 

Quin.  Así  que,  comenzaron  á  burlar  de 
tu  amo  y  de  su  paje,  de  cuan  resquebra¬ 
jados  iban  y  cuán  embelesados,  especial 
tu  amo,  que  parescia  que  se  le  queria 
caer  la  baba  de  enamorado. 

Pand.  Pese  á  tal  con  este  bobo,  que 
harto  te  lo  tengo  yo  avisado,  que  deje 
esos  embelesamientos  y  estas  elevaciones, 
que  aborrecen  á  todo  el  mundo. 

Quin.  Así  que,  señor,  yo  comencé  á 
decir  que  tú  también  andabas  muy  ena¬ 
morado,  y  allí  burlamos  de  todos  tres 
pasando  mil  donaires:  que  Poncia  y  Po¬ 
landria  son  muy  donosas  y  tienen  gracia 
en  cuanto  dicen. 


1 68 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Pand.  Es  la  mejor  cosa  que  nunca  vi; 
yo  te  prometo  que  no  dejasen  de  burlar 
de  las  filosofías  de  mi  amo ,  y  del  palado 
del  badajo  de  su  paje,  que  presume  de 
muy  sabio. 

Quin.  Y  pasando  más  adelante  en  burla 
y  donaires,  yo  dije  lo  que  temamos  con¬ 
certado  de  la  carta ,  y  hizo  muchas  bra¬ 
vezas  Polandria  porque  no  la  había  ras¬ 
gado,  y  yo  dije  que  si  había,  y  aquí  dijo 
Poncia  que  no  me  tenia  ella  por  tan  necia 
que  tal  hubiese  hecho,  hasta  ver  lo  que 
decía. 

Pand.  ¡  Oh  qué  gracia  de  doncella!  voto 
á  tal,  que  no  es  necia  la  señora. 

Quin.  Y  por  mi  fe,  con  lo  que  Poncia 
me  dijo  saqué  la  carta,  y  Polandria  qui¬ 
siera  luego  rasgalla. 

Pand.  Oh  santo  Dios ,  qué  gran  bondad; 
pues  por  nuestro  señor,  que  ella  se  aman¬ 
se  que  otras  tan  bravas  he  yo  visto. 

Quin.  Y  mi  fe,  señor,  Poncia  no  lo 
consintió  hasta  que  la  leyese. 

Pand.  Oh,  calla,  que  me  matas  de  amo¬ 
res,  con  el  saber  y  gracia  desa  doncella. 

Quin.  Mi  fe,  hermano  mió,  la  señora 
Polandria  vino  en  que  se  leyese,  y  tomó¬ 
nos  juramento  á  Poncia  y  á  mí  que  no  lo 
dijésemos,  y  mandóme  cerrar  la  puerta 
para  la  leer. 


SEGUNDA  CELESTINA.  IÓQ 

Pand.  No  me  medre  Dios  si  eso  no  va 
bueno.  Pues  pasa  adelante,  amores  mios, 
que  yo  te  absuelvo  dese  juramento,  por¬ 
que  juramento  en  perjuicio  de  parte,  no 
se  ha  de  complir,  ni  se  puede  ni  debe 
hacer. 

Quin.  ¿Qué  perjuicio? 

Pand.  Oh ,  pese  á  la  vida ,  ¿y  qué  mayor 
perjuicio  que  el  que  mi  amo  de  no  lo 
saber  recebiria,  y  el  que  yo  de  perder 
las  albricias  que  me  tiene  mandadas? 

Quin.  Andate  ahí  á  decir  donaires. 

Pand.  ¿Tú  piensas  que  burlo?  voto  á  la 
casa  santa,  que  seria  gran  cargo  de  cons¬ 
ciencia  no  decir  lo  que  pasó. 

Quin.  ¿Díceslo  de  verdad? 

Pand.  Dígolo  tan  de  verdad,  que  el 
Papa  solo  fuese  parte  para  te  poder  absol¬ 
ver  si  lo  encubrieses,  en  tan  notable  per¬ 
juicio  de  mi  amo  y  mió. 

Quin.  Pues  has  de  saber,  señor,  que 
Poncia  la  comenzó  á  leer,  y  mi  fe,  no 
acertaba;  y  mi  señora  la  tomó  de  sus 
manos,  y  diciendo  que  alzase  la  mano 
y  me  santiguase  no  lo  supiese  la  tierra, 
la  leyó;  mas  maldita  sea  yo  de  Dios,  si 
pienso  que  palabra  dello  entendieron 
tan  poco  como  yo  la  entendí;  aunque 
Poncia  por  hacerse  sabia  decia  que  era 
muy  sentida,  mas  Polandria  dijo  que  yo 


170 


SEGUNDA  CELESTINA. 


tenia  razón  porque  dije  que  no  entendia 
las  retólicas  que  allí  venian. 

Parid.  Oh,  maldito  sea  hombre  tan  ne¬ 
cio.  Encomiendo  al  diablo  sus  filosofías  y 
sus  comparaciones,  que  tengo  avisado 
al  asno  mil  veces,  que  dé á Dios  estas  re¬ 
tólicas,  que  no  las  entienden  las  mujeres 
y  antes  las  aborrecen,  y  no  hace  sino 
porfiar  con  sus  badajadas.  Hora,  pues, 
¿en  qué  paró? 

Quin.  ¿En  qué,  por  mi  vida?  que  no  le 
pesa  á  Polandria,  que  no  lo  pudo  éneo— 
brir,  que  yo  lo  sentia,  aunque  desimula¬ 
ba.  Y  en  esto  tornó  á  pasar  Felides  y 
tornó  á  la  burla  de  los  quebrados,  y  dió 
tu  amo  un  gran  sospiro. 

Pand.  Ah,válame  Dios;  todo  quedaría 
por  él  con  ese  sospiro.  Mas  en  fin,  ¿qué 
me  dices,  amores,  que  la  carta  la  leyó 
Polandria? 

Quin.  ¿Cómo  que  la  leyó?  y  aun  dos 
veces,  porque  le  dijo  Poncia  que  ya  que 
la  leia,  que  la  leyese  con  la  solenidad 
de  congoja  y  sospiros  que  se  requerían, 
y  Polandria  lo  quiso  hacer  así;  que  ver  la 
gracia  con  que  ella  lo  contra  hacia,  á  to¬ 
dos  nos  hacia  dar  mil  lareadas  de  risa. 

Pand.  Oh  graciosa  Poncia  y  sabia  Po¬ 
landria;  voto  á  la  fe  de  los  moros,  que 
todo  eso  era  burlar  de  los  embelesamien- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


tos  y  escuridades  de  mi  amo.  Por  tu  vida, 
que  pienso  que  ha  de  estar  con  ella,  y  no 
ha  de  ser  para  más  de  para  filosofar  en¬ 
careciendo  sus  penas  con  comparaciones, 
que  ni  tengan  provecho  á  Dios  ni  al 
mundo.  Hora,  ello  está  mejor  que  1(J  po¬ 
demos  pedir  á  Dios.  Yo  voy  á  demandar 
las  albricias,  y  los  ángeles  queden  conti¬ 
go,  y  lo  dicho,  dicho,  para  esta  noche. 

Quin.  Y  contigo  vaya  ,  señor. 


172 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE" LA  DECIMASETIMA  CENA. 

Sigeril  dice  á  Felides,  que  viene  Pandulfo,  y  después 
que  le  ha  dicho  lo  que  Quincia  habia  hecho,  van  á 
casa  de  Celestina,  y  habíanle  y  queda  acordado  que 
Celestina  vaya  á  casa  de  Paltrana,  y  introdúcense. 

SIGERIL.  — FELIDES.  —  PANDULFO. —  CELESTI¬ 
NA. —  ELICIA. 

Sig.  Señor,  Pandulfo  viene  ,  y  paréce- 
me  que  viene  alegre. 

Fel.  Él  venga  en  hora  buena.  Pues 
Pandulfo,  ¿con  qué  venimos? 

Pand.  Señor,  con  más  de  lo  que  se 
puede  pensar. 

Fel .  ¿Cómo  eso? 

Pand.  Es,  señor,  que  Polandria  leyó 
tu  carta  dos  veces ,  y  no  quieras  tras  esto 
saber  mejor  nueva  para  la  primera  vez. 

Fel.  En  gran  cargo  te  soy,  Pandulfo, 
¿cómo  te  puedo  yo  pagar  tanto  cuanto 
por  mí  has  hecho? 

Pand.  Señor,  ya  tú  me  tienes  pagado 
con  las  mercedes  receñidas,  y  yo  lo  estoy 
de  mí,  en  haberte  hecho  algún  servicio. 
Mas  mira,  señor,  perdóname,  que  te  lo 
quiero  decir,  que  tú  como  eres  tan  sabio 
no  quieres  tomar  consejo  y  ríeste  de  lo 


SEGUNDA  CELESTINA. 


que  hombre  te  dice.  Cata,  señor,  que 
ninguno  que  pelea  ve  tanto  como  los  que 
miran,  que  no  hay  quien  sepa  en  sus  cosas 
propias  como  en  las  ajenas,  que  más  ven 
cuatro  ojos  que  no  dos;  y  lo  que  vota  la 
mayor  parte  del  senado,  eso  se  hace, 
porque  presumen  las  leyes  que  aquello 
es  lo  mejor,  y  comunmente  se  acierta 
más  por  parecer  de  muchos  que  por  el 
de  uno. 

Fel.  No  quiere  eso  el  que  dice  que 
adonde  está  la  muchedumbre  ahí  está  la 
confusión.  ¿Mas  por  qué  dices  eso? 

Pand.  Esa  confusión  has  de  entender, 
señor ,  por  tabahola  ó  voces  de  cofradía, 
donde  los  unos  á  los  otros  ni  se  oyen  ni 
aguardan  respuesta,  que  en  lo  demas,  la 
razón  da  lo  que  tengo  dicho.  Y  lo  porque 
lo  dijere  es,  por  lo  que  muchas  veces  te 
tengo  dicho:  que  des  al  diablo  para  con  las 
mujeres,  comparaciones  ni  estilo  retóri¬ 
co;  que  me  dijo  Quincia,  que  no  habian 
más  entendido  palabra  de  tu  carta,  que 
ántes  que  la  leyesen ;  ¿de  qué  sirve,  señor, 
escrebir  lo  que  no  se  ha  de  entender,  pues 
no  puede  aprovechar? 

Fel.  Eso  seria  que  no  lo  entenderla 
Quincia;  ¿por  ella  juzgas  tú  á  las  otras ? 

Pand.  Voto  á  tal,  de  te  lo  decir,  señor, 
pues  me  haces  que  lo  diga;  que  tampoco 


174  SEGUNDA  CELESTINA. 

lo  entendió  Polandria.  Y  si  llevaba  las 
razones  del  romance  deste  otro  dia,  ¿qué 
diablos  habia  de  entender?  que  yo  juro  á 
los  santos,  que  yo  no  lo  entendí. 

Fel.  He,  he,  he. 

Pand .  ¿De  qué  te  ries,  señor? 

Fel.  Rióme  de  que  pareces  don  Jimeno. 

Pand.  ¿Que  por  mi  mal  ves  el  ajeno 
quieres  decir?  pues  yo  te  certifico,  que  lo 
que  yo  no  entendiere,  que  no  lo  entienda 
Polandria.  ¿No  sabes  tú,  señor,  que  ten¬ 
go  yo  corrido  á  ceca  y  á  meca ,  y  á  los  oli¬ 
vares  de  Santander,  y  que  sé  donde  roye 
ó  puede  roer  el  zapato?  Pues  pídote  por 
merced  que  yerres  por  parescer  ajeno, 
antes  que  aciertes  por  el  tuyo,  porque 
no  podrás  errar  errando  con  consejo,  ni 
acertar  acertando  sin  él.  Y  en  caso  de 
amores,  sabe  que  he  sido  bien  acuchi¬ 
llado. 

Fel.  Bien  se  te  parece,  según  eres  sa¬ 
bio,  yo  tomaré  tu  parecer  de  aquí  ade¬ 
lante.  Y  dejado  esto,  tomad  vuestras 
capas  y  espadas,  y  vamos  á  casa  de  Ce¬ 
lestina,  que  ya  es  hora. 

Pand.  Vamos,  señor;  y  si  pudiese  ser, 
habíale  en  mi  presencia,  porque  yo  te 
prometo  que  tienes  menester  faraute  para 
con  vieja  tan  matrera;  y  sabes,  señor, 
que  yo  he  leido  donde  ella,  en  un  libro, 


SEGUNDA  CELESTINA.  I  75 

digo;  y  para  un  traidor  son  buenos  dos 
alevosos,  porque  palabra  no  te  dirá  que 
no  tenga  dos  entendimientos,  y  para  tu 
nobleza  es  escura  su  germánica  y  muy 
clara  para  quien  la  entiende  como  yo. 

Fel.  Hora  basta  lo  dicho,  que  yo  te 
agradezco  tu  consejo;  y  dame,  Sigeril. 
una  espada  y  una  rodela ,  y  vamos. 

Sig .  Héla  aquí,  señor. 

Fel.  ¿Vamos  bien  por  aquí? 

Pand.  Señor,  muy  bien;  y  quiero  lla¬ 
mar,  que  aquí  es  su  casa:  ta,  ta,  ta. 

Cel.  Hija  Elicia,  mira  quién  llama  ahí. 

Elic.  ¿Quién  está  ahí? 

Pand.  Señora,  di  á  la  madre  que  aquí 
está  Pandulfo. 

Elic.  Madre,  aquel  gentil  hombre  es, 
que  hoy  te  habló. 

Cel.  Bien  venga  si  trae  recaudo ;  ábrele 
hija  y  suba. 

Elic.  Entra  señor  Pandulfo,  y  aguarda 
y  hacelle  he  saber  como  estás  aquí. 

Pand.  Madre,  señora,  Dios  te  guarde. 

Cel.  Hijo,  mi  amor,  ¿qué  buena  veni¬ 
da  es  esta?  ¿no  se  le  debe  de  cocer  el 
pan  á  aquel  caballero ,  ó  qué  es  esta 
priesa? 

Pand.  Madre,  ya  sabes,  á  los  dolientes 
cuán  dulce  les  es  la  cara  del  médico,  es¬ 
pecial  en  males  congojos  y  que  no  su- 


1/6  SEGUNDA  CELESTINA. 

fren  la  tardanza  como  el  de  mi  amo. 

Cel.  Según  eso,  el  manto  debes  de  traer. 

Pand.  Aun  esa  tardanza  no  tuvo  sufri¬ 
miento  para  aguardar,  que  aquí  viene 
á  hablarte  ,  que  á  la  puerta  queda ;  mira 
si  mandas  que  suba. 

Cel.  Más  cortos  los  pasos  y  larga  la 
bolsa ,  quisiera  yo  este  galan. 

Pand.  ¿Dices,  madre,  que  suba? 

Cel.  Jesús,  hijo;  no  digo  sino  que  no 
tengo  yo  tan  cortos  los  pasos,  para  no 
abajar  á  recebir  tal  persona,  que  yo  iré 
abajo  á  ver  que  manda  su  merced. 

Pand.  Más  vale  que  suba  él,  madre,  que 
es  mozo;  no  tomes  tú  tanto  trabajo. 

Cel.  No  hables  en  eso  mi  amor,  que  no 
soy  tan  mal  criada.  Alumbra  ese  candil 
Elida,  que  está  allí  el  señor  Felides. 

Sig.  Señor,  paréceme,  según  lo  que  veo, 
que  habremos  esta  noche  de  andar  á  per¬ 
dices,  pues  no  nos  falta  candil. 

Fel.  Calla  y  entremos.  ¡  Oh  madre  se¬ 
ñora,  abrazarte  quiero,  que  Dios  sabe  lo 
que  con  tu  venida  yo  he  holgado! 

Cel.  Señor  Felides,  ¿y  para  qué  toma¬ 
bas  tanto  trabajo?  que  yo  fuera  á  tu  casa, 
que  era  más  razón. 

Fel.  Más  es,  por  cierto,  que  yo  venga  á 
la  tuya,  siendo  tan  anciana  y  honrada 
persona  como  eres. 


/ 


SEGUNDA  CELESTINA*  I77 

Ccl.  No  digas  eso  señor,  que  me  corro, 
que  yo  fuera  y  de  rodillas.  Más  por  vida 
desta  mochacha,  que  no  quedó  sino  por 
falta  de  manto,  que  mal  pecado,  como  soy 
recien  venida  aun  para  acordarme  de  lo 
sacar,  por  vida  tuya  señor,  no  me  han 
dado  lugar  con  visitaciones;  y  ya  sabes 
que  quien  de  muchos  se  quiere  aprove¬ 
char,  que  con  todos  ha  de  complir,  que 
esta  negra  honra  no  se  puede  sostener  sino 
con  trabajos,  que  en  mi  vida  supe  hacer 
mi  voluntad  por  complir  con  las  ajenas. 

Fel.  Madre,  así  es.  Que  por  eso  los  sa¬ 
bios  tienen  por  mayor  fortaleza  á  propio 
vencimiento  que  los  ajenos.  Y  no  hace  su 
voluntad  el  que  la  sigue,  sino  el  que  con¬ 
tino  la  contradice  para  estar  en  las  vo¬ 
luntades  ajenas,  y  por  eso  no  me  mara¬ 
villo  que  una  persona  tan  señalada  como 
tú  contradiga  siempre  su  voluntad. 

Sig.  ¿Y  cómo  señalada?  ¿si  bien  le  mira¬ 
ses  el  hierro,  que  como  á  yegua  morisca 
le  dieron  por  las  quijadas?  ¿Crees  herma¬ 
no,  que  le  dieron  la  señal  para  hacella 
señalada  por  el  rostro ,  por  no  seguir  su 
voluntad  por  estar  en  las  ajenas? 

Cel.  Nunca  el  diablo  me  ha  de  sacar  de 
mozos  susurradores. 

Fel.  ¿Qué  dices,  madre? 

Cel.  Digo,  señor,  que  nunca  Dios  me 


12 


178  SEGUNDA  CELESTINA. 

ha  de  sacar  de  trabajos,  en  cuanto  presu¬ 
miere  de  honra,  y  por  tanto  quisiera  que 
lo  escusaras  tú  de  venir  acá  y  me  lo  deja¬ 
ras  á  mí  para  ir  á  tu  casa;  que  en  mi  alma, 
que  hallo  la  mía  tan  mudada  y  desbara¬ 
tada,  que  estrado  ni  silla  no  hallé  en  ella, 
en  que  se  pueda  sentar  sin  vergüenza  tal 
persona  como  tú.  Llega  aquí,  Elicia,  esa 
silleta  en  que  se  asiente  su  merced. 

Fel.  Señora,  no  hace  menester,  que 
por  nuestro  señor,  que  estoy  harto  de  estar 
sentado,  tañendo  con  una  vihuela. 

Sig.  Bueno  es  mandalle  asentar;  piensa 
el  asno  que  está  al  evangelio  de  sus  pa¬ 
labras  y  sentarse  ha  mi  padre  que  Dios 
perdone. 

Pand.  Sino  llevase  más  cerimonia,  el 
evangelio  de  Celestina,  que  la  epístola  de 
nuestro  amo  de  hoy,  él  estaría  mejor  li¬ 
brado  con  su  amiga. 

Fel.  Mozos,  ¿que  es  eso?  ¿á  dónde 
aprendistes  esa  crianza?  ¿pensáis  que  es- 
tais  en  algún  bodegón? 

Pand.  No  le  pesaría  deso  á  Celestina. 

Fel.  ¿Qué  estáis  rezando? 

Pand.  Señor,  no  digo,  sino  que  nos 
reimos  de  una  cabezada  que  dió  en  la 
puerta  Sigeril,  cuando  entramos. 

Fel.  Abajárase  él  bien  y  no  topara,  y 
calla  luégo ,  y  salios  allá  á  la  calle. 


SEGUNDA  CELESTINA.  I  79 

Cel.  No  había  yo  menester  tantos  ba¬ 
chilleres  como  aquí  veo. 

Fel.  ¿Qué  dices,  madre? 

Cel.  Señor,  que  no  es  menester:  déje¬ 
los,  que  son  mozos  y  huélganse;  que  á 
los  mancebos  de  cualquiera  cosa  les  está 
bien  reir,  que  los  viejos,  mi  fé  señor,  con 
la  experiencia  de  las  cosas  que  por  noso¬ 
tros  han  pasado,  pocos  donaires  nos  ha¬ 
cen  reir. 

Fel .  Aquellos  no  son  donaires  sino 
necedades,  que  donde  yo  estoy  han  de 
callar.  Sus,  salios  afuera,  cerrad  esa 
puerta. 

Cel.  No  por  mi  vida ,  señor ,  sino  sú¬ 
banse  al  fuego,  arriba,  para  Elicia,  que  es 
moza  y  pasarán  tiempo;  pues  sabes  que 
cada  cosa  se  huelga  con  su  igual. 

Fel.  Por  mi  vida,  madre,  no  subirán. 

Pand.  ¿Parécete  Sigeril,  que  tomó  bien 
nuestro  amo  mi  consejo? 

Sig.  ¿Por  qué  lo  dices? 

Pand.  ¿No  ves  los  rodeos  que  ha  bus¬ 
cado  para  quedarse  sólo  con  la  vieja, 
con  cuánto  hoy  le  he  avisado? 

Sig.  Yo  te  prometo  que  si  marina  bailo 
que  tome  lo  que  hallo,  que  quien  en  ruin 
lugar  hace  leña,  acuestas  la  saca.  Mas  por 
Dios,  ¿quiéres  que  acechemos  por  entre 
las  puertas  lo  que  pasa? 


SEGUNDA  CELESTINA. 


180 

Pand.  Por  Dios ,  te  quería  decir  que  lo 
hiciésemos. 

Cel.  Señor,  agora  que  estamos  solos, 
¿qué  mal  es  el  tuyo?  que  hoy  aquel  tu 
criado  no  me  lo  supo  decir;  que  por  cier¬ 
to,  si  es  cosa  en  que  yo  pueda  aprovechar, 
alma  y  vida  pondré  por  tu  servicio. 

Fel.  Por  cierto,  madre,  que  me  lo 
debes  en  el  amor  que  te  tengo  y  siempre 
tuve,  que  por  cierto,  así  me  pesó  de  tu 
muerte,  como  me  plugo  de  tu  venida. 

Cel.  Burlando,  señor  mió,  dices  que  te 
lo  debo,  ¿y  tuve  yo  mayor  señor  en  este 
mundo  y  que  más  favoreciese  mis  cosas 
que  tu  agüelo,  que  en  gloria  sea?  j  Oh  que 
caballero  aquel !  qué  presencia,  qué  gracia, 
qué  disposición  que  tenia.  En  verdad, 
cuando  entraste  por  aquella  puerta,  no 
me  parecia  sino  que  lo  tenia  delante  de 
mis  ojos. 

Pand.  Ya  lo  comienza  á  enlabiar. 

Sig.  Yo  te  prometo,  hermano,  que  ella 
lo  enlabie  presto  y  aún  lo  emboce  como 
á  hurón,  porque  no  le  coma  la  caza. 

Cel.  ¿Y  es  verdad,  que  tu  padre  Andro- 
medes  que  iba  en  zaga  á  tu  agüelo?  dígote 
que  en  esos  dientes  de  la  boca,  le  pare¬ 
ces,  cosa  extraña,  que  los  tenia  como  tú  un 
poco  grandes  y  la  risa  graciosa  como  tú. 
Pues  á  la  señora  Sebila,  tu  madre,  ¿no  la 


SEGUNDA  CELESTINA.  l8l 

conoscí?  ¡oh,  qué  real  mujer,  qué  gracia 
y  que  saber!  No  parescia  cuando  iba  por 
la  calle  sino  duquesa,  que  así  la  henchia 
toda. 

Fel.  ¿Qué  conosciste  á  mi  señora  Sebila? 
madre. 

Sig.  Mira  si  la  conosció;  voto  á  la  casa 
de  Meca,  á  Adan  y  Eva  su  madre  diga  que 
conosció,  si  se  lo  preguntan  y  es  menester 
para  que  él  no  la  conosca  á  ella. 

Pand.  Hora,  callemos. 

Cel.  ¿Y  cómo  la  conoscí  mi  señor?  ¿y 
con  quién  comunicaba  ella  sus  dolores  y 
sus  placeres,  sino  con  esta  vieja?  ¡oh,  cuán¬ 
tas  veces  la  torné  del  otro  mundo  á  este! 
Que  la  señora  Sebila,  era  muy  doliente  de 
la  madre ;  por  cierto,  no  pariera  ella  sin  mí 
por  todo  el  mundo,  que  cuando  Felides, 
que  está  presente  nació,  así  goce  yo  desta 
alma  pecadora,  y  tú  dese  cuerpo  gentil, 
que  la  vieja  Celestina  fue  la  primera  que 
te  tomó  en  las  manos.  Más  nalgadas  te  di, 
señor,  en  este  mundo  y  besos,  que  años 
tengo  acuestas.  No  venia  la  luna  por  acu¬ 
llá,  ni  callentura,  ni  el  mal  de  ojo,  que 
luégo  no  venia  un  paje  á  llamarme,  para 
que  te  viese,  y  te  curase  y  te  desaojase,  que 
cada  dia  te  aojaban;  que  siempre  fuiste 
como  hecho  de  oro,  que  no  parescias  sino 
un  ángel,  y  agora  parescesun  serafín,  con 


i8-2 


SEGUNDA  CELESTINA. 


esa  crespa  de  oro,  que  desde  tan  mañito 
lo  tuviste  tal.  Pues  con  los  trabajos,  ¿no 
venian  galardones?  por  tu  vida  hijo,  que 
los  pajes  de  su  casa  á  la  mia,  se  encon¬ 
traban  con  los  presentes ,  y  aún  yo  te  cer¬ 
tifico,  que  si  tu  madre  fuera  viva,  que  no 
tuviera  yo  necesidad  de  manto  prestado, 
cuando  hoy  me  mandaste  llamar.  jOh, 
qué  franca;  oh,  que  liberal;  oh,  que  her¬ 
mosura;  oh,  que  piadosa;  oh,  que  com- 
plida!  No  me  asomaba  la  necesidad  por 
>  una  legua,  cuando  ya  la  tenia  suplida.  No 
parecia  sino  que  tenia  corredores  en  mis 
necesidades,  según  sentía  sus  celadas.  Que 
en  mi  ánima  y  por  el  siglo  quella  tiene, 
que  necesidades  que  sola  yo  y  mi  confesor 
pensaba  que  las  sabíamos  las  adevinaba: 
no  se  quien  se  las  podría  decir,  sino  la 
voluntad  que  para  me  hacer  mercedes 
tenia. 

Pand.  Ya  la  puta  vieja  le  comienza  á 
conjurar  con  sus  mentiras  confitadas  de 
sus  falsas  y  cautelosas  lágrimas,  para  sa- 
calle  el  manto  que  hoy  le  habíamos  hecho 
ahorrar. 

Sig.  Pues  mira,  con  qué  atención  la  está 
oyendo  nuestro  amo. 

Cel.  Yo  tenia  en  ella,  madre  en  amor, 
señora  en  favor,  compañera  en  conversa¬ 
ción,  letrada  en  consejo.  Pues  con  las  jus- 


SEGUNDA  CELESTINA.  I 83 

ticias,  ¿no  estaba  favorecida?  Por  mi  alma, 
señor,  que  una  vez  ó  dos  que  me  prendie¬ 
ron,  por  cosas  que  nunca  faltan,  mal  peca¬ 
do,  envidiosos  en  esta  vida  á  las  que  ven 
puestas  en  honra  como  yo,  que  pienso  que 
no  comió  ni  durmió,  hasta  verme  fuera 
de  la  cárcel.  Y  cuantos  escuderos  y  pajes 
tenia  en  casa  y  fuera  de  casa ,  tenia  de¬ 
satinados  y  acosados,  uno  acá,  otros  por 
acullá,  ve  á  ver  la  madre,  llévenle  de 
comer,  sabe  si  tiene  cama  y  mira  si  le 
falta  algo;  ve  á  la  justicia  que  le  suplico 
que  le  alivie  las  prisiones;  que  me  la  den  en 
fiado;  al  carcelero  y  carcelera  que  la  tra¬ 
ten  bien;  ¿que  tal  está?  ¿cuándo  saldrá? 
¿cómo  fué?  ¿cómo  le  levantaron  tan  falso 
testimonio  á  aquella  cordera?  ¡Oh,  señor! 
de  aquí  á  mañana  no  acabaña  de  decirte  las 
virtudes  de  aquella  santa  y  honrada  dueña 
de  mi  señora,  tu  madre,  y  las  mercedes 
que  della  rescibí  en  la  vida ,  y  la  falta  que 
agora  siento  en  su  muerte.  Y  aún  por 
cierto  ¿sillas  faltaran  en  mi  casa,  para  que 
se  asentara  Felides,  como  agora?  que  las 
faces  se  me  quieren  abrasar  de  vergüen¬ 
za  de  tal  persona  como  tú;  y  si  te  quisiera 
convidar  ¿faltaran  manteles  reales  en 
que  te  lo  pudiera  poner,  como  agora  todo 
me  falta? 

Pand.  Cuanto  te  sobra  á  tí  de  ruindad. 


lS-4  SEGUNDA  CELESTINA. 

Sig.  Escucha,  que  ya  responde  nuestro 
amo. 

Fel.  Señora  madre,  no  llores:  que  pla¬ 
ciendo  á  Dios,  ya  que  yo  sé  lo  que  me 
has  dicho  de  tus  necesidades,  yo  supliré 
la  falta  de  mi  señora. 

Cel.  Señor  mió,  bésote  las  manos,  que 
no  lo  digo  tanto  por  mostrarte  mis  nece¬ 
sidades,  que  loado  Dios,  con  mis  trabajos, 
nunca  falta  un  pedazo  de  pan  y  dos  veces  • 
de  vino  que  beber;  mas  por  la  necesidad 
que  siento  del  amor  que  la  señora  Sebila 
me  tenia  y  de  la  falta  de  su  conversa¬ 
ción  ;  y  para  que  sepas  la  obligación  que 
á  servirte  tengo,  y  la  que  tú  tienes  para  me 
favorecer  y  hacer  mercedes,  como  á  criada 
vieja  de  tu  casa  y  para  ayudarme  á  soste¬ 
ner  esta  sobrina,  por  que  no  caya  de  su 
honra.  Que  plega  á  Dios,  no  me  lleve  para 
sí  otra  vez  hasta  que  la  deje  remediada  y 
casada,  que  en  mi  alma,  para  contigo ,  que 
en  toda  la  noche  no  duermo ,  como  alcai¬ 
de  sospechoso  de  la  honra  de  perder  la 
fortaleza;  ya,  señor,  me  entiendes,  por 
guardar  digo ,  ganado  nuevo  y  loco ;  que 
en  fin,  como  sea  mujer  moza  y  algo  her¬ 
mosa  como  ella  lo  es,  <f quién  quitará  que 
no  tenga  necesidad  de  guardarse?  aunque  á 
la  verdad,  harto  buena  hija,  cuerda  y 
asentada  y  obediente  me  es  ella,  que  es 


✓ 


% 


SEGUNDA  CELESTINA. 


harto  buena  señal.  Mas  en  fin,  señor,  es 
moza;  ¿digo  mal,  por  tu  vida? 

Fel.  No,  sino  como  sabia  y  persona 
celosa  de  su  honra  della  y  de  la  tuya. 

Cel.  Hora  señor,  yo  te  tengo  como  á 
señor,  dada  cuenta  de  mi  vida:  dime  tus 
duelos,  pues  has  oido  los  mios,  qué  dife¬ 
rentes  deben  de  ser,  mal  pecado,  y  per¬ 
dóname  por  Dios  si  te  he  enojado  con 
mis  boberias,  que  bien  he  sentido  que 
he  sido  prolija;  mas  con  el  amor  que  tuve 
á  tus  padres  y  te  tengo  á  tí,  he  tomado  el 
atrevimiento. 

Fel.  Madre,  por  cierto,  no  has  sido 
sino  muy  corta  para  lo  que  yo  he  holga¬ 
do  de  te  oir. 

Sig.  Eso  no  te  pareciera  á  tí,  si  hubie¬ 
ras  estado  al  sereno  como  yo  dos  horas, 
oyendo  sus  mentiras  y  tus  necedades. 

Fel.  Así  que,  señora  madre,  dejados 
aparte  todos  preámbulos,  porque  para" 
contigo  no  son  menester,  yo  vivo  el  más 
apasionado  y  triste  hombre  del  mundo,  y 
tanto,  que  el  comer  y  beber  y  dormir  me 
falta ,  y  no  pienso  que  con  faltar  no  me 
faltará  la  muerte  si  la  vida  no  me  socorre, 
la  cual  está  toda  puesta  en  tus  manos. 

Cel.  ¿En  mis  manos,  señor?  pluguiese 
á  Dios,  que  no  la  procuraré  ménos  que  la 
mia  propia  ;  y  dime  tu  mal  de  qué  es,  y 


1 86  SEGUNDA  CELESTINA. 

- 

verás  si  lo  puedo  remediar  lo  que  tienes 
en  mí. 

Fel.  Mi  mal  es  el  mayor  del  mundo, 
porque  es  de  amores. 

Cel.  He,  he,  he. 

Fel.  ¿Ríeste  madre?  ¿piensas  que  burlo? 
Por  tu  vida,  no  burlo. 

Cel.  No  pienso  que  burlas,  señor,  mas 
rióme  que  para  mí  no  es  entender  en 
tales  burlas. 

Sig.  Ya  se  conmienza  á  encarecer  la 
puta  vieja. 

Cel.  Jesús,  señor  mió,  ¿y  tal  cosa  me 
habias  á  mí  decir,  sobre  ochenta  años 
acuestas,  muerta,  y  castigada,  y  escar¬ 
mentada,  y  recien  remitida  á  hacer  peni¬ 
tencia  de  las  culpas  pasadas?  Consejo 
dártelo  he  yo,  señor  mió,  como  á  mi 
alma  y  como  á  mis  ojos,  mas  remedio 
Dios  y  tu  buen  seso  lo  han  de  poner  en 
tu  mal. 

Fel.  Pues  madre,  ese  te  vengo  yo  á 
pedir. 

Cel.  Ese  te  daré  yo  de  muy  buena  vo¬ 
luntad  ,  que  será  que  te  apartes  de  tales 
pensamientos,  en  que  tanta  ofensa  recibe 
Dios,  que  te  acuerdes  que  te  has  de  mo¬ 
rir,  lo  que  mal  pecado,  los  mozos  no  hay 
cosa  que  más  olvidado  tengáis;  y  sé  que 
en  mi  fe,  señor,  todo  es  viento  lo  desta 


SEGUNDA  CELESTINA.  187 

'  I 

vida,  sino  servir  á  Dios  y  bien  que  nos 
lo  dice  la  Iglesia  en  el  oficio  de  finados, 
si  lo  quisiésemos  mirar. 

Fel.  Madre,  ese  consejo  déjalo  tú  para 
los  que  predican  ,  que  no  te  pido  yo  sino 
para  remediar  mi  pena,  presupuesto  que 
huye  todo  consejo. 

Cel.  Hijo,  así  lo  dice  el  poeta,  que  el 
amor  más  enciende  sus  llamas ,  cuanto 
le  ponen  mayor  defensión. 

Fel.  ¿Pues  para  qué  me  aconsejas  eso 
si  se  ha  de  encerjder  más  con  tu  consejo? 

Cel.  ¿Pues  tras  cuáles  cabras  ando  yo? 

Fel.  ¿Qué  dices,  madre? 

Cel.  Digo  que  no  es  tras  eso  lo  que  yo 
ando.  Si  fueras  una  doncella  que  por  un 
desastre,  como  cada  dia  acaesce,  hubie¬ 
ras  perdido  tu  virginidad  y  te  quisieras 
casar,  si  estuvieras  preñada,  dar  manera 
á  parir  en  todo  secreto.  Ya  sabes  que  dice 
el  Evangelio:  que  bien  aventurados  son 
los  misericordiosos,  porque  ellos  alcan¬ 
zarán  misericordia.  En  tales  casos,  yo, 
señor,  no  dejara  de  entender,  mas  ya 
sabes  que  lo  que  me  demandas  hacer  es 
contrario ,  porque  no  creo  que  me  man¬ 
darás  tú  que  lo  haga  habiendo  tantas  en 
el  lugar  que  lo  sabrán  hacer  muy  mejor 
que  yo  lo  sabré  mirar. 

Fel .  En  lo  que  mucho  va,  madre,  se 


1 88 


SEGUNDA  CELESTINA. 


conocen  los  amigos,  que  en  lo  que  poco, 
poco  va  en  que  se  haga. 

Cel.  i Y  aconsejarme  hias  tú,  señor, 
que  lo  hiciese? 

Fel.  Si  por  cierto. 

Cel.  ¿Y  el  alma,  señor? 

Fel.  Cómo  madre,  donde  pongo  yo  la 
mia,  ¿no  aventurarias  tú  la  tuya  hasta 
confesarte? 

Cel.  Hijo,  ese  es  una  especie  de  pecar 
en  el  Espíritu  Santo;  pecar  en  confianza 
de  la  misericordia  de  Dios.  ¿  Mas  tú  bien 

me  absolverías? 

, '  \ 

Fel.  Si  por  cierto;  y  no  habrá  cosa 
que  tú  me  mandes  que  yo  no  hiciese  por 
grave  que  fuese. 

Cel.  Pues  así  es;  dame  camino  para 
Elicia. 

Fel.  Eso  es  lo  menos  que  por  tí  haré, 
si  tú  haces  lo  que  te  pido. 

Cel.  ¿Prométeslo  así  ? 

Fel.  Si  prometo. 

Sig.  Dentro  lo  tiene;  maldito  sea  hom¬ 
bre  tan  asno  y  sin  sufrimiento.  Corre, 
Pandulfo,  y  llama  un  escribano  y  hacelle 
há  una  obligación. 

Cel.  Calla  señor,  que  estoy  burlando 
contigo,  que  ni  lo  uno  ni  lo  otro  no  se 
sufre.  Mas  mira,  llégate  acá  á  este  rincón, 
que  te  quiero  decir  un  secreto. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


189 

Fel.  ¿De  qué  me  diste  de  ojo,  madre? 

Cel.  De  que  quiero  que  no  nos  oyan 
lo  que  quiero  agora  decirte.  Y  por  eso, 
para  desmentir  las  escuchas,  rehusé  tu 
merced,  que  no  lo  dejo  de  aceptar  ni  de 
obligarme  á  mi  servicio;  mas  temo  estos 
mozos  tuyos,  que  los  oí  denantes  mur¬ 
murar,  no  me  levanten  algún  caramillo 
como  los  de  Calixto,  mal  siglo  les  dé 
Dios  allá  donde  están ,  que  sí  creo  que 
dará,  que  aquí  si  otra  cosa  fuera,  yo  lo 
dijera;  que  para  aquel  Dios  que  está  en 
los  cielos,  no  tuve  más  culpa  que  tú.  Mas 
dejando  esto,  yo,  señor,  quiero  hacer  por 
tí  lo  que  no  tenia  pensado ,  mas  ha  de 
ser  con  todos,  secreto;  y  tú  di  á  tus  cria¬ 
dos  que  no  has  podido  acabar  cosa  con¬ 
migo,  y  dime  la  dama. 

Fel.  Señora,  yo  te  lo  agradezco,  y 
prometo  pagar.  La  dama  es  Polandria, 
hija  de  Paltrana. 

Cel.  No  prometas  más,  señor,  que  bas¬ 
ta  lo  prometido.  Y  mucho  huelgo  que  te 
hayas  empleado  en  tal  parte;  y  sepamos 
si  has  pasado  algo  con  ella ,  para  que  no 
se  yerre  la  cura. 

Fel.  Solo  de  señas  le  he  dado  á  conos- 
cer  mi  pena;  y  una  carta  mia  pienso 
que  le  dio  una  moza  suya. 

Cel.  No  te  fies  de  mozos  ni  mozas, 


SEGUNDA  CELESTINA. 


190 

señor,  que  en  un  día  dirán,  no  sabiendo 
negociar,  lo  que  no  se  pueda  remediar  de 
mí;  y  vete  y  déjame  el  cargo,  porque  no 
sientan  tus  criados  lo  que  pasa,  y  no  par¬ 
len  y  tomen  aviso  de  mí  en  casa  de  Paltra- 
na;  y  ten  sufrimiento  de  aquí  á  cuatro  ó 
cinco  dias,  que  yo  haré  manto,  y  yo  iré 
luego  á  entender  en  ello,  que  más  no  se 
tardará. 

Fel.  Por  eso  no  quede,  madre,  que  yo 
te  enviaré  luego  manto ,  cuanto  lo  haga 
hacer  luego  esta  noche. 

Cel.  Pues  sea  así,  pues  no  tienes  su¬ 
frimiento. 

Fel.  ¿Quiéreslo  guarnecido  de  terciopelo? 

Cel.  Para  mí  no  es  menester  tan  galan, 
no  digan ,  mal  pecado,  á  la  burra  vieja 
arracadas  nuevas;  más  no  será  mal,  que 
no  me  acordaba,  para  si  Elicia  quisiere 
salir  alguna  vez,  que  es  moza  y  galana. 
Y  tú  vete,  señor,  y  á  mí  déjame  el  cargo. 

Fel.  Pues  madre,  los  ángeles  queden 
contigo. 

Cel.  Señor,  y  contigo  vayan.  Elicia 
para  la  mi  santiguada,  que  te  tengo  aquel 
asno  de  suerte  que  presto  nos  traerán  á 
cargas  el  bastimiento. 

Elic.  ¿Cómo  es  eso? 

Cel.  Cenemos,  que  es  tarde,  que  sabe- 
11o  has  cuando  sea  tiempo. 


SEGUNDA  CELESTINA.  I9I 

Sig.  ¿Señor,  dejas  la  vieja  cual  ha  de 
quedar? 

Fel.  Dóla  al  diablo;  viene  tan  santa, 
que  no  hay  quien  la  pueda  hacer  hacercosa. 

Pand.  Agora  la  creo  ménos. 

Fel.  El  manto  le  quiero  dar,  para  ver 
si  la  podré  vencer.  Hácelo  hacer,  Sigeril, 
y  bien  guarnecer,  y  tráigaselo  Pandulfo 
de  mañana,  porque  ya  sabes  que  dádivas 
quebrantan  piedras,  y  vámonos  á  cenar, 
que  es  hora.  Y  mirá,  vosotros,  ¿para  qué 
estáis  susurrando  de  Celestina,  que  sabe 
más  ruindad  que  el  diablo  y  metésme  á 
mí  en  afrenta?  - 

Pand.  ¿Y  por  eso,  señor,  nos  echaste 
fuera  para  hacer  lo  que  te  tenia  avisado? 
medio  aviso  tuvo  ella  cuando  te  apartó 
al  rincón  porque  no  le  oyesen  lo  que 
queria  decirte. 

Fel.  No  seas  malicioso,  que  no  me 
queria  cosa  que  á  mí  ni  á  ella  tocaba. 

Sig.  Quien  compra  y  miente,  en  su 
bolsa  lo  siente* 

Fel.  ¿Qué  dices  tú,  Sigeril? 

Sig.  Señor,  no  digo  sino  que  aquella 
vieja  con  mentir,  quiere  comprar  á  lo 
ménos  el  sereno  que  con  sus  prolijidades 
nos  hizo  allí  pasar. 

Fel.  Por  cierto,  eso  no  me  pareció  á 
mí,  que  gloria  es  oylla. 


\g2  SEGUNDA  CELESTINA. 

Sig.  Menos  nos  pafesciera  á  nosotros 
si  nos  dejaras  sobir  á  Elieia  ,  y  aun  pien¬ 
so  que  á  ella  no  le  pesara  de  nuestra  con¬ 
versación. 

Fel.  Calla  en  mal  punto,  que  la  quiere 
casar;  que  no  era  razón. 

Pand.  Ha,  ha,  ha.  ¿Agora  la  quiere  ca¬ 
sar,  después  de  haber  corrido  á  ceca  y  á 
meca,  y  á  .los  olivares  de  Santander? 
i  señor  y  cómo  te  hacen  creer  cuanto  quie¬ 
ren,  y  cómo  no  crees  cuanto  te  cumple 
creer! 

Fel.  ¿Por  qué  dices  eso? 

Pand.  Porque  encomiendo  al  diablo  la 
verdad  que  en  la  boca  de  aquella  puta 
vieja  cabe,  que  agora  querría  que  le  ca¬ 
sases  la  criada;  un  bien  tienes,  señor, 
que  no  hallarás  quien  la  tome,  según  está 
ya  tomada.  } 

Fel.  Hora,  basta  lo  dicho,  y  callemos 
que  estamos  en  casa;  y  dadme  de  cenar, 
y  tú,  Sigeril,  ten  cuidado  del  manto.  Y 
mira,  corta  un  sayo  para  tí  de  la  misma 
pieza. 

Sig.  Bésote  las  manos,  señor,  bueno 
vá  esto:  á  rio  vuelto  ganancia  de  pesca¬ 
dores.  Agora  diga  y  haga  Celestina  cuanto 
quisiere,  que  cuando  el  proverbio  quiere, 
que  mal  de  muchos  sea  gozo,  con  mas  ra¬ 
zón  lo  será  bien  de  muchos  con  mal  de  uno. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


*93 


P 

ARGUMENTO  DE  LA  DECIMAOCTA VA  CÉNA. 

Polandria  habla  consigo  sola  quejándose  del  amor  y  lia? 
ma  á  Poncia,  para  que  vaya  á  ver  al  pastor  enamora- 
rado  Filinides,  y  están  con  di  hasta  que  las  llama 
Quincia,  y  introdúcense. 

POLANDRIA. — PONCIA. — QUINCIA. —  FILINIDES- 
PALTRANA. 

Pol.  ¡Ay,  de  mí,  que  no  de  balde  se 
dice :  lo  que  ojos  no  ven,  que  el  corazón  no 
desea!  Si  yo  no  viera  la  carta  de  Felides 
habiendo  visto  su  hermosura,  no  deseara 
el  corazón  lo  que  razón  aborrece.  ¡Oh 
amor  y  cuán  contrario  de  razón  te  hallo, 
cuán  amigo  del  deseo  te  veo,  cuán  contra¬ 
rio  de  honestidad  te  miro,  cuán  enemigo 
de  honra  te  entiendo!  ¡Ay  de  mí,  cuán 
mal  se  casan  amor  y  la  obligación  de  mi 
limpieza!  ¡no  se  qué  diga  que  no  sea  con¬ 
tra  mí,  ni  qué  haga  para  vengarme  de  mí! 
Y  lo  peor  de  mi  mal  es ,  que  le  falte  por 
mi  honestidad,  el  bien  que  con  comunicar¬ 
se  los  males  se  puede  hallar  para  aliviar 
la  congoja,  pues  mi  honestidad  defiende  lo 
que  en  esto  el  remedio  me  pide.  Asi,  que 
la  muerte  ha  de  quedar  por  testigo  de  mi 
honestidad,  ó  por  testigo  de  mi  natural 

*3 


1 


i 94  SEGUNDA  CELESTINA, 

forzado,  con  el  contra  natural  de  mi 
honra  castigado.  Más  para  alivio  del  mal, 
muchas  veces  he  oido  que  es  gran  parte 
comunicarlo  con  los  heridos  del  mismo 
dolor,  y  por  tanto  yo  quiero  rogar  á  Pon¬ 
da,  que  vamos  al  jardín,  donde  el  pastor 
Filinides  está  haciendo  las  cucharas,  y 
preguntalle  de  su  enamorada  la  pastora 
Acays,  y  con  oir  sus  males  podré  consolar 
la  congoja  de  los  mios,  porque  cosa  ma¬ 
ravillosa  es,  lo  que  aquel  en  su  lengua 
rústica  sabe  de  los  secretos  del  amor. 

Pon.  ¿Qué  hablar  es  este  de  Polandria 
entre  sí,  y  qué  descuido  en  su  cuidado, 
que  contino,  de  poco  acá  la  veo?  Mal  pe¬ 
cado,  no  sean  las  burlas  de  Felides  que 
hayan  salido  á  veras ,  que  por  mi  vida,  que 
aunque  yo  burlo  de  las  señas  de  su  paje 
que  no  me  pesa  cuando  le  veo  pasar,  ni  lo 
quiero  tan  mal ,  que  no  me  pesase  de  cual¬ 
quiera  cosa  que  á  él  no  le  estuviese  bien . 
Quiero  preguntalle  de  qué  anda  como 
suspensa.  ¡Ah,  señora  mia  Polandria!  ¿pa- 
résceme  que  andas  como  embelesada?  su¬ 
plicóte  que  me  digas  el  por  qué  si  lo  sabes; 
porque  mil  veces  me  acaesce  estar  alegre 
sin  saber  de  qué,  y  otras  estar  triste. 

Pol.  Ay,  Poncia;  desa  suerte,  por  tu 
vida,  estoy  y  pienso  quel  mal  de  la  ija¬ 
da,  que  mi  señora  esta  noche  ha  tenido. 


SEGUNDA  CELESTINA.  I95 

-  .  ' 

me  ha  dado  lo  principal  de  mi  pena;  y 
para  algún  alivio,  te  querria  rogar  que 
nos  fuésemos  al  jardin  á  oir  al  pastor  Fi- 
linides  hablar  en  los  amores  de  la  pastora 
Acays,  que  no  es  sino  gloria  oille. 

Pon.  Ya,  ya;  no  me  digas  más,  ¿en 
amores  quieras  hablar?  En  mi  seso  esta¬ 
ba  yo:  más  mal  hay  que  suena. 

Pol.  ¿Qué  dices,  Poncia? 

Pon.  Señora,  digo  que  es  gloria  oille 
cantar  y  aun  contar  su  mal.  Que  vamos. 

Quin.  Señora,  habla  paso  que  duerme 
mi  señora. 

Pon.  Buenas  nuevas  te  dé  Dios.  Y  ven 
acá  Quincia;  ¿ha  te  dicho  más  aquel  loco 
del  otro  dia? 

Quin.  Señora,  no  le  doy  yo  tanto  lugar, 
que  luego  en  viéndolo  boto  como  un  rayo. 

Pol.  Haces  tú  muy  bien,  y  así  lo  haz. 

Pon.  Buen  disimular  es  ese. 

Pol.  ¿Qué  dices  tú? 

Pon.  Digo,  señora,  que  si  el  mal  pesar 
del  duelo  de  mi  requebrado  ¿si  le  ha  di¬ 
cho  algo?  ¡Ay,  Dios,  y  cuán  lindo  es,  no 
me  lo  aojen! 

Quin.  Par  Dios,  harto  pues,  me  mira  él 
cuando  me  ve. 

Pon.  ¿Y  el  otro  hurgonero  de  horno,  de 
tu  requebrado,  gesto  de  cucharon  de  ha¬ 
cer  conserva,  cómo  te  va  con  él? 


SEGUNDA  CELESTINA. 


196 

Qiiin.  Calla  en  mal  hora,  señora,  que 
por  cierto  que  no  me  paresce  á  mí  sino 
un  pino  de  oro,  y  tal  sea  su  vida,  si  yo  no 
le  parezco  á  él  mejor. 

Pol.  Hora  déjate  desas  burlas,  y  en 
despertando  mi  señora  llámanos  al  jardin, 
y  anda  acá  Poncia.  Dios  te  salve,  amigo 
Filinides. 

Fil.  Así  haga  á  tí,  señora  Acays. 

Pol.  ¿Cómo  es  eso,  hermano,  y  no  me 
conoces  ? 

Fil.  Par  Dios,  señora,  yo  cuidaba,  que 
de  yuso  de  las  hayas  á  la  fuente  sombro¬ 
sa,  estaba  haciendo  este  cucharon,  y 
como  vi  cosa  tan  bella,  no  pude  pensar 
quien  fuese  sino  aquella  que  no  se  aparta 
mi  memoria  de  otealla. 

Pon.  Según  eso,  hermano  mió,  ¿no  es¬ 
tabas  pensando  en  mí? 

Fil.  Par  Dios,  señora,  no  tiene  tanta 
fuerza  mi  ganado  para  aballar  mis  memo¬ 
riales  de  lo  que  digo,  de  lo  cual  mi  sol¬ 
dada  es  buen  testigo,  que  toda  se  ha  ido 
en  las  prendas  que  por  estar  prendado 
de  Acays  me  han  prendado  en  los  panes 
y  vedados  donde  con  tanto  cuidado  mis 
ovejas  se  apacientan,  en  cuanto  yo  con 
semejante  descuido  me  puedo  apacentar 
en  los  prados  y  flores  de  la  hermosura  de 
mi  Acays. 


SEGUNDA  CELESTINA.  1 97 

Pol.  Ay  amigo,  qué  gloria  es  oirte: 
cuenta  más,  por  tu  fe,  di  deso  mucho. 

Fil.  Ay  mi  señora,  ¿qué  quieres  que 
os  cuente?  sino  que  tan  desmarrido  y 
cargado  de  cordojos  me  siento,  cuanto 
descordojado  de  mí,  y  perdidos  los  me¬ 
moriales,  que  ni  voz  de  pastor  oyo,  ni 
ladrido  de  perro  me  pone  cordojo,  para 
que  primero  que  yo  pueda  oir  el  llobo, 
no  haya  llevado  la  cordera:  tan  ocupado 
y  encarnizado  está  el  llobo  del  amor  en 
mis  entrañas.  Pues  los  cencerros  de  los 
mansos,  tan  sordos  están  en  mis  oidos 
cuanto  me  los  tiene  recalcados  y  tapidos 
la  memoria  de  la  voz  de  mi  Acays,  sin 
que  otra  cosa  pueda  ni  quiera  oir.  Só 
los  olmos  del  lugar  mil  veces  á  dormir 
me  recuesto,  y  cuando  recuerdo,  só  las. 
hayas  me  hallo  sin  saber  quién  me  lleva, 
que  aunque  mis  piés  me  traen,  Acays  es 
quien  los  manda;  ya  el  bailar  me  tiene 
vuelto  en  cordojos,  las  castañetas  en  muy 
terribles  sospiros,  el  cantar  en  plantos 
de  mis  ojos,  que  ya  de  hechos  rios  ten¬ 
go  aburridas  las  fuentes.  Ni  las  frescas 
majadas  me  ponen  tempranza  al  calor 
que  siento,  ni  las  yerbas  agostadas  y 
fuerza  del  sol  en  las  siestas  me  quitan  el 
frió  que  tengo,  junto  con  abrasarme;  no 
hay  aire  temprado  para  mí,  ni  cosa  de 


SEGUNDA  CELESTINA. 


198 

pracer  que  no  me  destempre,  pues  si  al¬ 
guno  toma  cordojo  en  ponérmelo,  cuan¬ 
do  acabe  de  departir,  si  me  pide  cuenta 
de  lo  que  me  ha  dicho  treinta  veces  des¬ 
atino.  Con  ninguno  me  hallo  sino  con 
Acays,  á  ninguno  entiendo  por  entender 
en  pensalla,  no  me  oteo  por  otealla,  ni 
gozo  de  cosa  por  gozar  de  su  imaginación; 
los  sonidos  que  retumban  por  los  valles  y 
bosques  todos  me  despiertan  con  sobre¬ 
salto  de  ser  mi  Acays,  la  calor  de  sus 
amores  me  tiene  agostado  mi  placer,  y  su 
desamor  abuchornada  mi  esperanza,  de 
suerte  que  de  quemadas  las  froles  de  toda 
ella  escusado  es  esperar  la  fruta  de  mi 
libertad.  Y  ni  el  beber  de  bruzas  en  las 
fuentes  me  quita  la  sed ,  ni  recostarme 
en  los  prados  me  pone  descanso,  ni  las 
bellotas,  castañas,  ni  piñas  me  quitan  la 
hambre,  ni  los  bobos  me  ponen  cuidado, 
ni  el  ganado  me  quita  el  descuido.  Ya  os 
he  dicho  lo  que  sé  de  lo  que  siento,  y  no 
es  cacho  el  todo  que  de  amor  puedo 
sentir. 

Pol.  Oh  hermano,  que  gozo  me  ha  sido 
oirte.  Por  mi  amor,  que  nos  cantes  algu¬ 
nos  versos  si  sobre  tu  mal  has  hecho. 

Fil.  De  buenamente,  comienzo  en  cuan¬ 
to  acabo  este  cucharro. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


*99 


Oh  hayas  de  gran  beldad 
Que  os  alzais  tanto  del  suelo , 

Mis  dolores  otead, 

Mi  pena  y  su  crueldad , 

Y  subid  con  ella  al  cielo. 

Los  aves,  los  animales 

Por  los  bosques  y  los  prados 
Canten  y  lloren  mis  males  , 

Pues  que  siendo  en  sí  mortales  , 

En  mí  al  revés  son  tornados. 

Pol.  Canta,  por  mi  amor  más,  amigo, 
para  que  ayudemos  con  las  aves  y  anima¬ 
les  á  sentir  tu  dolor. 

Fil.  Fuentes ,  entrad  en  mí  luego 
Con  los  mares  y  los  ríos , 

Procurad  matar  mi  fuego, 

Y  á  las  llamas  todo  ruego 
Vengan  á  matar  mis  frios. 

Y  toda  se  ponga  en  medio 
De  mis  pechos  y  veremos, 

Si  en  frió  calor  hay  medio 

Y  en  calor  frió  remedio 
En  concertar  sus  extremos. 

Pol.  Oh,  válame  Dios,  qué  cosa  tan 
sentida;  vé,  por  Dios,  adelante. 

FU.  Si  un  extremo  es  yo  cuita  do 

Y  Acays  es  otro  extremo, 

El  remedio  será  escusado, 

Según  me  hallo  apartado 

De  su  amor  conque  me  quemo; 

Con  él  hace  cherriar 
Por  cigarras  mis  dolores, 


200 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Y  como  los  grillos  cantar 
En  las  noches  mi  penar, 

Sobre  el  sol  de  sus  amores. 

Pol.  Ay  por  Dios ,  amigo  mió ,  no  aca¬ 
bes  tan  aina. 

Fil.  Mis  lágrimas  fuentes  son 
Donde  lanzado  de  pechos, 

Todas  juntas  cuantas  son, 

Con  el  aire  y  la  razón 
De  mis  sospiros  deshechos, 

No  bastan  la  sed  matar 
Del  calor  que  está  en  el  alma, 

Ni  á  dejar  de  se  ahogar 
Con  fuelles  de  sospirar 
Mi  corazón  en  tal  calma. 

Qiiin.  Señora,  mi  señora  há  ya  desper¬ 
tado  y  te  llama. 

Pol.  Amigo  Filinides,  quédate  á  Dios; 
y  por  tu  fe,  que  nos  vengas  á  ver  cuando 
tuvieres  lugar,  que  sino  me  llamáran, 
toda  mi  vida  te  estuviera  oyendo. 

FU.  Señora,  Dios  vaya  contigo. 

Pol.  Señora  mia,  ¿qué  tal  te  sientes? 

Palt.  Hija,  algo  mejor;  vé  tú,  Poncia, 
y  traeme  algún  paño  caliente. 

Pol.  ¿Todavia  te  duele  el  lado,  señora? 

Palt.  Hija  si,  mas  mucho  provecho  hallo 
en  los  paños  calientes.  ¿Qué  has  hecho, 
mi  amor? 

Pol.  Señora,  par  Dios,  en  cuanto  has 


SEGUNDA  CELESTINA.  201 

V  \ 

dormido,  he  estado  oyendo  al  pastor  Fi- 
linides ,  el  que  mandaste  hacer  los  cu¬ 
charos,  que  no  es  sino  gloria  oille. 

Palt.  Ay  hija,  diz  que  está  loco  el  cuita¬ 
do  de  amores  de  una  pastora. 

Pol.  No  lo  parece  en  sus  razones. 

Pon.  Señora,  he  aquí  los  paños. 

Palt.  Dálos  acá. 

Pon.  Mira,  señora  Polandria,  qué  te 
digo  al  oido. 

Pol.  ¿Qué  dices?  ¿ha  pasado  el  mal  pe¬ 
cado  de  tu  requebrado  por  la  puerta? 

Pon.  No,  mas  enviábame  él,  mi  duelo, 
una  carta  con  un  pobrecito  destos  que 
entraban  en  casa  á  pedir  por  Dios. 

Pol.  ¿Pues  tomástela? 

Pon.  Mal  año  para  él,  ¿de  tomalla 
habia?  antes  le  di  de  bofetadas,  y  lo  envié 
con  el  diablo. 

Pol.  ¿Luego  él  era  el  que  lloraba  de- 
nantes? 

Pon.  Par  Dios,  no  era  otro. 

Pol.  Pues  no  te  tengo  yo  á  tí  por  tan 
necia  que  no  supieres  darte  maña  á  tomar 
la  carta,  que  no  fuera  poco  de  ver. 

Pon.  Par  Dios,  señora,  que  te  matara 
de  amores ,  si  vieras  como  en  un  punto  la 
tomé  y  le  rasgué  un  papel  que  traia  en  el 
seno,  haciéndole  entender  que  era  la  carttt; 

que  me  habia  dado. 

% 


i 


202  SEGUNDA  CELESTINA. 

Pol.  Mucho  huelgo  deso,  que  tendre¬ 
mos  un  buen  rato  en  que  pasar  tiempo. 

Palt.  Hija,  vé  tú  y  Poncia  á  que  me 
aderecen  la  cena. 

Pon.  Vamos,  señora,  y  primero  arriba 
á  ver  la  carta  de  aquellos  amoritos  mios, 
para  ver  si  trae  elegancias  como  su  amo. 

Pol.  Hora  cierra  esa  puerta,  y  dalacá 
y  oye:  Señora  de  mis  entrañas:  Ó  templa 
tu  hermosura  ó  tu  crueldad  para  con¬ 
migo. 

Pon.  Y  aun  pesa  al  diablo,  señora,  por¬ 
que  me  la  templó  Dios  tanto,  aunque  se 
destemplara  más  para  con  su  pena. 

Pol.  Nunca  medre  yo,  si  tú  piensas  eso, 
no  te  fagas  hora  tan  santa. 

Pon.  Par  Dios,  señora,  si  pienso;  y  vé 
adelante. 

Pol.  Y  no  seas,  señora  mia,  cuando  te 
ries  conmigo,  como  gato  que  retoza  con 
la  presa  para  después  la  matar. 

Pon.  Ay  mi  duelo,  y  también  él  hace 
comparaciones. 

Pol.  Calla  en  mal  punto  ,  que  harto 
se  humilla  el  cuitado  en  hacerse  ratón. 

Pon.  Pues  si  se  hace  ratón,  con  un 
poco  de  queso  le  haré  pago;  y  veamos  en 
qué  para,  y  di  más,  señora,  que  me  va 
contentando. 

Pol.  No  te  acontezca  como  á  las  har- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


203 


pías  que  se  matan  cuando  se  miran  en  las 
fuentes  y  ven  que  han  muerto  sus  pro¬ 
pias  figuras ,  que  tal  soy  yo  contigo ,  tan 
ocupados  mis  sentidos  y  memoria  en  tu 
hermosura  tienes. 

Pon.  jOh  válame  Dios,  qué  muerto  lo 
vemos  á  este  hombre  ! 

Pol.  Calla  ,  que  según  me  paresce,  pe¬ 
ligro  corres.  Noramazas,  pues  razón  tie¬ 
ne,  ¿para  qué  le  matas  al  cuitado  si  des¬ 
pués  te  has  de  matar  por  él? 

Pon.  Por  cierto,  señora,  que  ambos 
estamos  bien  seguros  dese  peligro;  por 
tanto  pasa  adelante. 

Pol.  Y  para  que  sepas,  señora  de  mi 
alma,  la  razón  que  tienes  de  me  haber 
piedad ,  suplicóte  me  quieras  dar  lugar  á 
que  te  hable;  y  con  esto  acabo,  besando 
tus  manos,  hasta  que  pueda  merecer  be¬ 
sar  tu  hermosa  boca.  » 

Pon.  Oxte,  mi  asno  xo  que  te  estregó 
asna  coxa.  Por  mi  vida,  señora,  que  qui¬ 
siera  podelle  decir  que  me  tomara  acues¬ 
tas,  y  me  besára  donde  no  me  pudiere 
aojar,  pues  recibe  mal  de  ojo. 

Pol.  Por  cierto,  tú  le  pagas  mal  sus 
deseos  al  cuitado. 

Pon.  Bonita  boca,  pues,  tiene  mi  do¬ 
lor' para  le  besar,  que  no  se  contentára 
con  las  manos,  que  la  boca  queria;  y  dala 


v_ 


204  SEGUNDA  CELESTINA. 

acá,  señora,  dalle  el  pago  que  merecen 
tales  necedades. 

Pol.  Para  que  en  mal  punto  la  rasgabas 
que  era  buena  para  la  amostrar  para  reir. 

Pon.  Nunca,  señora,  pongas  en  aven¬ 
tura  las  cosas  de  veras,  por  gozar  de  las 
burlas. 

Pol.  ¿Por  qué  dices  eso? 

Pon.  Dígolo,  porque  muchas  veces  de 
semejantes  cosas,  se  juzgan  y  condenan 
las  veras  secretas  y  honra  de  las  mujeres 
por  las  burlas  públicas ,  porque  quien  vie¬ 
re  la  carta  burlando  della,  no  dejará  de 
condenar  á  vueltas  de  las  burlas  las  veras 
de  habella  recebido;  porque  en  esta  parte 
créeme,  señora,  que  las  mujeres  y  los 
alcaides  hemos  de  ser  de  una  manera: 
quiero  decir,  que  no  demos  jamás  orejas 
á  oir  lo  que  no  debemos  de  hacer;  que 
como  del  corazón  los  hombres  solos  son 
jueces,  de  sí  mismos  no  se  han  de  descui¬ 
dar  para  poner  sospecha  en  su  virtud, 
pues  sabes,  que  los  indicios  son  parte  de 
probanza,  á  lo  menos  para  poner  á  quis- 
tion  de  tormento,  como  es  indicio  á  la 
mujer  y  al  alcaide  rescibir  embajadas,  ni 
cartas  para  sospechar  de  su  fidelidad;  y 
con  esto  nos  vamos  á  dar  la  cena  á  mi 
señora. 


I 


SEGUNDA  CELESTINA. 


205 


ARGUMENTO  DE  LA  DECIMANOVENA  CENA. 

Pandulfo  va  á  casa  de  Celestina  con  el  manto,  y  después 

de  ido,  Celestina  dice  á  Elicia,  fingiendo  saber  que  está 

allá  Crito,  que  no  quiere  deshonestidades  en  su  casa 

ya,  y  ida  queda  Crito  y  Elicia,  y  introdúcense. 

PANDULFO. — CELESTINA. — ELICIA. — CRITO. 

Pand.  Ta,  ta,  ta. 

Cel.  Mira,  hija  Elicia,  quién  llama  á 
la  puerta. 

Elic.  Tia,  señora;  Pandulfo,  criado  de 
aquel  caballero  que  vino  acá  anoche. 

Cel.  Anda ,  mi  amor,  ábrele ;  que  á  este 
su  amo  no  se  le  debe  de  cocer  el  pan. 

Pand.  Tia,  señora,  Dios  te  salve. 

Cel.  Hijo,  ¿qué  buena  venida  es  esta? 

Pand.  Señora,  Felides  mi  señor,  te 
envia  este  manto  y  que  le  perdones,  que 
no  es  cual  él  quisiera. 

Cel.  Hijo,  él  es  mejor  que  yo  le  puedo 
merecer.  Plega  á  Dios,  hijo,  que  él  viva 
muchos  años  y  buenos ,  que  yo  espero  que 
no  me  haga  falta  mi  señora  su  madre,  que 
está  en  gloria. 

Pand.  A  perro  viejo,  no  cuz  cuz,  vieja. 

Cel.  ¿Qué  dices,  hijo? 


2 b6  SEGUNDA  CELESTINA. 

Pand.  Madre ,  que  esto  es  lo  ménos  que 
mi  amo  ha  de  hacer  por  tí,  y  que  te  ruega 
que  no  le  olvides  en  tus  oraciones ,  pues 
no  le  puedes  aprovechar  en  otra  suerte. 

Cel.  En  mi  ánima  hijo,  que  eso  haga 
yo  de  tan  buenas  entrañas  cual  las  tenga 
Dios  para  conmigo,  que  yo  te  prometo  de 
dar  hoy  cuatro  vueltas  á  mi  rosario.  Y 
dejando  esto  aparte  ven  acá,  mi  amor. 
¿Todo  esto  es  el  amor  y  conocimiento  pa¬ 
sado  de  la  mal  lograda  de  mi  comadre? 

Pand.  ¿Por  qué  dices  eso,  madre? 

Cel.  Tú  me  entiendes  mejor  que  yo  lo 
se  decir,  no  te  me  hagas  bobo. 

Pand.  Por  la  Verónica  de  Jaén,  madre, 
no  entiendo. 

Cel.  Hijo,  los  buenos  amigos  no  se  han 
de  roerlos  zancajos. 

Pand.  ¿Por  qué  dices  eso,  madre?  De¬ 
clárate,  que  hablar  claro,  Dios  lo  dijo. 

Cel.  Hijo,  por  el  murmurar  que  anoche 
tuviste  de  mí,  tú  y  esotro  tu  compañero; 
que  no  há  aún  salido  del  cascaron,  ni  sabe 
donde  le  roe  el  zapato  y  quiere  mofar 
de  una  vieja  como  yo,  que  bien  puedes 
creer  que  no  soñaba  él  de  nascer,  cuando 
tenia  yo  ya  mudados  los  dientes,  á  lo 
ménos  la  segunda  vez  digo,  y  pónese  á 
mofar  de  mí  en  presencia  de  su  ama,  que 
ya  que  no  lo  dejase  por  la  reverencia  de 


SEGUNDA  CELESTINA. 


207 

mis  canas,  por  la  autoridad  de  su  amo  la 
debria  de  hacer. 

Pand .  Madre,  por  nuestra  dueña  del 
Pelarin,  que  no  lo  debias  de  entender. 

Cel.  Hijo,  á  buen  entendedor  pocas 
palabras.  Y  á  la  verdad ,  á  tí  no  te  culpo 
porque  no  podias  en  fin ,  dejar  de  oir,  más 
dígolo  por  esotro  tu  compañero ,  que  me 
paresce  mofador  y  escarnidor,  y  par  Dios 
hijo,  que  si  mete  la  mano  en  su  seno  que 
á  cada  parte  hay  tres  leguas  de  mal  ca¬ 
mino,  que  por  mi  vida,  si  le  parezco  puta 
vieja,  que  más  se  lo  paresciera  su  agüela 
y  aun  su  madre  no  le  iba  en  zaga. 

Pand.  No  le  debes  de  conoscer,  señora. 

Cel.  Veamos,  ¿y  él  no  es  hijo  de  Cana- 
ruza  el  ama  de  Felides? 

Pand.  No  de  otra,  por  tu  vida. 

Cel.  Pues,  cállese  y  callemos  que  cada 
sendas  tenemos,  y  no  me  haga  que  suelte 
yo  esta  maldita,  sino,  por  mi  vida,  que  po¬ 
demos  entendernos  á  coplas,  y  agradézca¬ 
lo,  hijo,  él  á  tí,  que  por  mi  vida  que  ganó 
contigo  anoche  como  con  cabeza  de  lobo, 
que  otro  cuidado  tengo  yo  de  remediar  tus 
cosas,  que  tú  de  sacar  las  mias  á  plaza;, 
que  por  tu  vida,  no  se  si  lo  pudistes  ver, 
que  si  verías,  que  mal  pecado,  acecharías 
por  entre  las  puertas,  que  cuando  yo  apar¬ 
té  en  secreto  anoche  á  tu  amo,  no  fué 


\ 


I 


208  SEGUNDA  CELESTINA. 

sino  para  decille  mil  males  de  tí,  cuales 
plega  á  Dios  los  digan  de  mí,  haciéndole 
saber  quién  eres,  y  cuánto  mereces  y  te 
deben  por  tu  persona,  y  mas  por  el  deseo 
de  su  servicio,  y  con  cuánta  voluntad  me 
habías  hablado  en  sus  cosas.  Y  por  mi  vida, 
que  no  le  quise  dejar  ir  hasta  que  perdiese 
el  enojo  del  murmurar  en  su  presencia, 
que  no  fué  poco  acaballo  con  él,  según 
estaba  enojado  de  vosotros,  y  á  la  verdad 
tenia  mucha  razón,  y  si  viene  á  mano, 
pensadas  tú  que  lo  apartaba  yo  para  mi 
provecho.  Mas  en  fin,  hijo,  haga  cada 
uno  lo  que  debe  y  diga  quien  quiera  lo 
que  quisiere,  que  al  cabo  á  Dios  solo  tengo 
de  dar  la  cuenta.  Y  toma,  hijo  Pandulfo, 
de  mí  una  cosa  y  con  esta  acabo :  que  la 
mayor  virtud  y  el  mayor  saber  de  todos 
es,  no  decir  á  ninguno  cosa  de  que  le  pese. 
Porque  el  que  las  dice,  créeme  amigo,  que 
se  ha  de  aparejar  á  oillas,  porque  ya  sabes 
hijo,  que  cuales  palabras  me  dices,  tal 
corazón  te  tengo,  porque  por  tu  vida,  que 
al  cabo  del  año,  todos  estamos  en  cuenta. 
Yo  me  he  tanto  contigo  alargado,  porque 
á  la  verdad  téngote  en  el  lugar  que  tu 
madre,  que  haya  buen  siglo,  te  me  dejó 
encomendado  en  lugar  de  hijo,  digo,  y  de 
aquí  adelante  mucho  más,  y  seamos  bue¬ 
nos  amigos,  ya  que  no  tenemos  tentadas 


SEGUNDA  CELESTINA. 


209 


las  espadas.  Y  agradésceme  lo  dicho,  que 
por  tu  vida,  que  si  lo  haces  que  mas  te 
valdrá  que  el  pan  que  has  de  comer  este 
mes. 

Pand.  Madre,  señora,  téngote  en  mer¬ 
ced  lo  dicho,  aunque  cierto  tú  te  enga¬ 
ñaste  en  lo  de  anoche ,  que  por  cierto,  yo 
te  tengo  en  lugar  de  madre. 

Cel.  Hijo,  yo  lo  creo,  que  tampoco  no 
lo  digo  tanto  por  mi,  como  para  que  no 
te  dañe  la  conversación  de  tu  compañero; 
pues  sabes:  que  no  con  quien  nasces  sino 
con  quien  pasees.  Guárdate,  hijo,  de  las 
malas  conversaciones,  y  llégate  á  los  bue¬ 
nos  y  serás  uno  dellos.  Y  con  esto  te  vé 
con  Dios  y  á  tu  amo  di  lo  dicho. 

Pand.  Y  tu,  señora,  con  él  quedes  y  la 
señora  Elida  también. 

Elic.  Y  tú  vayas,  señor  Pandulfo. 

Cel.  ¿Paréscete,  hija,  si  te  dejo  bien  ras¬ 
cado  aquel  asno  para  hacelle  sufrir  el 
albarda? 

Elic.  Ya  lo  vi  madre,  que  espantada  me 
tienes  de  tu  saber. 

Cel.  Pues  á  tí  lo  digo  mi  hijuela  en¬ 
tiéndelo  tú  mi  nuera,  que  no  lo  dijera  yo 
tanto  por  escantarle  á  él  los  oidos,  como 
para  darte  á  tí  consejo.  Que  en  fin,  bien 
sé  que  has  de  venir  á  lo  que  vengo,  que 
la  mocedad  no  ha  de  durar  para  siempre, 

14 


210 


SEGUNDA  CELESTINA. 


y  de  estas  cosas  y  de  otras  tales,  ya  sabes 
que  de  los  escarmentados  salen  los  arte¬ 
ros;  y  también  te  quiero  decir  otra  cosa: 
ce,  llégate  acá.  4  , 

Elic.  ¿Qué  quieres,  madre? 

Cel.  ¿Fuése  ya  Crito? 

Elic.  ¿Cuándo  diablos  se  habia  de  ir? 
antes  está  en  el  sobrado  escondido. 

Cel.  Pues  no  le  hables  de  aquí  adelan¬ 
te  sino  fingiendo  qué  yo  no  lo  sé.  Ni  me 
pasa  por  pensamiento,  y  no  digo  mas  á 
él  que  á  otro,  porque  ya  sabes,  que  si  por 
camino  de  santidad  novamos,  que  somos 
ya  tomadas  con  el  hurto.  Y  desvíate  allá, 
y  haré  como  que  no  sé  que  está  acá. 
¿Quién  era  aquel  galan,  Elida,  que  te  ha¬ 
blaba  denantes  en  el  portal? 

Elic.  ¿No  lo  conociste  que  era  Crito? 

Cel.  ¿Qué  Crito,  ni  qué  Crita?  No  me  en¬ 
tre  hombre  en  esta  casa,  que  no  vengo  acá 
al  siglo  para  tornarápagar  pecados  ajenos. 

Elic.  ¿Y  qué  has  tú  visto,  madre,  para 
decir  eso? 

Cel.  Elicia,  lo  que  he  visto  ó  lo  que  no 
he  visto,  esto  mando  yo  y  en  mi  casa  se 
ha  de  hacer  lo  que  yo  mando ,  y  sino  ahí 
está  la  puerta,  hija;  que  ya  no  me  cum¬ 
plen  á  mí  nada  destas  romerías:  ya  me 
tienes  entendida,  porque  á  buen  entende¬ 
dor  pocas  palabras. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


21  E 


Elic.  Por  Dios,  madre,  yo  no  sé  que  has 
visto  tú  en  mí  para  que  dijeses  eso. 

Cel.  Déjate  desas  lágrimas,  y  lo  dicho 
dicho. 

Elic.  Madre,  yo  lo  haré  como  lo  man¬ 
das,  y  acaba  por  Dios,  no  des  mas  voces. 

Cel.  Aquí  no  hay  voces  ni  hocicos,  que 
tú  las  dás,  sino  que  yo  quiero  que  Crito 
ni  Crita,  ni  Centurio  ni  otros  tales,  sino 
fueren  personas  religiosas,  no  entren  en 
mi  casa.  Y  de  aquí  adelante,  cuentas  se 
han  de  hallar  en  mi  casa,  y  no  redomi- 
llas  ni  badulacas;  que  las  ruecas  y  los 
husos  quiero  que  nos  sostengan  para  sos¬ 
tener  mi  honra;  que  al  cabo,  hija,  mis 
dos  maravedís  y  mi  cara  sin  vergüenza 
quiero  más,  que  provechos  sin  honra  y  con 
pecado,  que  el  mundo  acábase  presto  y 
escótase  muy  á  la  larga  lo  que  dél  se  goza, 
que  yo  te  prometo,  hija,  que  por  él  se 
puede  bien  decir,  que  es  carne  de  buytrera 
que  el  que  la  come  paga  bien  el  escote. 
Y  mira  en  esa  puerta,  que  quiero  estrenar 
este  manto  en  ir  á  dar  gracias  á  Dios,  que 
la  primera  jornada  razón  es  de  empleada 
en  él. 

y 

Elic.  Al  diablo  la  vieja;  mejor  fuera  que 
nunca  Dios  acá  la  tornára,  si  ella  me  ha 
de  querer  poner  tasa  en  lo  que  el  rey  no 
la  puso.  ¿Oíste  señor  Crito,  lo  que  ha 


212 


SEGUNDA  CELESTINA. 


dicho  mi  tia,  de  que  te  vió  hablar  conmi¬ 
go  en  el  portal? 

Crito.  Ya  lo  vi,  pese  á  tal  con  la  puta 
vieja,  y  cuán  santa  viene. 

Elic.  Ay,  señor  mió,  es  cosa  que  no  se 
puede  pensar.  Por  tu  vida,  que  cuando 
entrares  mires  mucho  que  no  te  vea.  Y 
aun ,  por  Dios,  que  creo  que  á  vueltas  de 
su  santidad,  que  mi  tia  está  enojada  de 
otra  cosa  que  yo  me  sé. 

Crito.  ¿De  qué  por  mi  vida,  amores? 

Elic.  De  no  nada,  que  estoy  burlando. 

Crito.  ¿Di,  por  mi  vida? 

Elic.  Que  por  mi  vida,  no  es  nada. 

Crito.  Plega  Dios,  que  yo  muera  mala 
muerte,  si  tú  no  me  lo  dijeres. 

Elic.  Ay,  Jesús,  no  digas  tal  cosa,  mejor 
lo  haga  Dios. 

Crito .  Hora,  pues,  dímelo. 

Elic.  Por  Dios,  que  no  lo  quieras  oir, 
que  he  vergüenza. 

Crito.  Hora,  dímelo,  por  mi  vida. 

Elic.  Por  Dios,  señor,  que  la  verdad  es, 
que  anoche  me  preguntó  si  después  de 
su  muerte  si  me  habias  dado  mucho,  y  yo 
dije  que  no  me  habias  dado  nada,  y  ella 
díjome  cosas  del  diablo  y  que  no  te  viese 
ella  mas  en  esta  casa. 

Crito.  Voto  á  la  casa  santa,  que  de  ahí 
debe  de  venir  la  tos  á  la  gallina.  Hora, 


SEGUNDA  CELESTINA.  213 

pues,  que  eso  yo  lo  remediaré,  ¿y  ves 
aquí  dos  doblas? 

Elic.  Téngotelo  en  merced,  señor.  No 
me  las  des,  que  yo  no  lo  digo  por  eso, 
sino  porque  creo  que  hace  mucho  esto  á 
su  intención. 

Crito.  Por  mi  vida,  que  las  has  de  to¬ 
mar,  que  bien  veo  que  tiene  la  señora 
Celestina  razón. 

Elic.  Por  Dios,  por  eso  nó  te  lo  queria 
decir,  porque  luego  vi  que  habías  de  pen¬ 
sar  que  porque  me  dieses  algo  lo  decía; 
porque  en  mi  alma,  que  nunca  te  miré 
por  nada  de  esto,  y  no  las  tomára  sino 
por  amansar  á  la  vieja,  que  cree  señor, 
que  así  se  huelga  con  dineros  como  si 
viese  á  Dios. 

Crito.  Natural  cosa  de  la  vejez  es  co¬ 
dicia;  y  andacá,  vamos  á  holgar  un  po¬ 
quito. 

Elic.  Ay  señor,  ¿y  para  qué  es  tanto 
retozar?  . 

Crito.  Señora,  yo  me  quiero  ir. 

Elic.  Ya  me  maravillaba  de  tu  sufri¬ 
miento.  Créeme,  que  es  mala  la  mujer 
que  hace  placer  á  hombre,  que  en  ha¬ 
ciendo  vuestra  voluntad,  luego  no  hay 
quien  os  tenga.  ¿Háte  venido  algún  dolor 
de  estómago  como  el  de  la  otra  noche, 
que  por  te  ir  de  mí,  fingiste? 


214 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Crito.  Hora,  crée,  que  eres  el  diablo. 
Voto  á  tal,  no  hay  quien  ose  hablarte, 
según  hechas  las  cosas  ála  peor  parte;  no 
lo  haga,  en  mal  hora,  sino  porque  no 
venga  Celestina  y  no  sea  el  diablo,  ¿tú 
no  viste  lo  que  te  dijo? 

Elic.  Hora  está  un  poco,  que  no  vendrá 
tan  aina. 

Crito.  Pese  á  tal  con  ella,  de  escotar 
habré  el  placer.  ¡Qué  pasatiempo  para  mí 
estos  amores!  Estoy  rabiando  por  me  ir, 
como  un  perro,  y  ella  mucho  besar. 

Elic.  ¿Qué  dices  entre  dientes?  Pues 
mándote  yo  rabiar,  que  estas  dos  horas 
no  saldrás  de  aquí. 

Crito.  No  digo,  por  Dios,  sino  que  no 
hay  mujer  que  tenga  seso.  Qué  vendrá  tu 
tia,  que  por  lo  demas,  toda  mi  vida  quer- 
ria  estar  contigo. 

Elic.  ¿Pues  por  qué  vuelves  el  rostro? 
mal  año  para  tí,  que  yo  te  sufra.  Anda, 
véte  con  Dios. 

Crito.  Por  Dios,  no  me  fuera  sino  por 
lo  que  digo;  y  queda,  mi  alma,  con  Dios. 
Voto  á  tal ,  que  me  paresce  qne  escapo  de 
la  cárcel,  que  parecía  que  jamás  había 
de  salir  de  allí.  Yo  te  prometo  que  no 
me  tomes  acá  tan  presto. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


2I5 


ARGUMENTO  DE  LA  VIGÉSIMA  CENA. 

Paltrana  dice  á  Quincia  que  mire  quién  llama,  y  ella 
dice  que  Celestina ,  y  Polandria  ruega  que  suba,  y  su¬ 
bida,  hace  grandes  ofrecimientos  vendiéndose  por 
santa;  y  después  de  la  haber  recebido  ,  váse  con  Po¬ 
landria  y  Poncia  al  jardín,  donde  con  gran  cautela 
descubre  á  Polandria  su  venida;  y  introdúcense. 


PALTRANA.— QUINCIA. — CELESTINA. — POLAN- 
DRIA. — PONCIA. 

« 

Palt.  Quincia,  mira  quién  llama  á  aque¬ 
lla  puerta. 

Qjuin.  ¿Quién  está  ahí? 

Cel.  Hija,  di  á  la  señora  que  está  aquí 
una  criada  y  servidora  suya. 

Quin.  ¡Válala  el  diablo  la  vieja!  Señora, 
mala  muerte  me  tome,  si  Celestina  la 
que  resucitó  no  está  allí. 

Palt.  Válame  Dios,  ¿y  qué  querrá? 

Pol.  Ay  señora,  por  tu  vida,  que  suba 
y  decirnos  há  algo  del  otro  mundo,  que 
muero  por  vella  que  es  maravilla. 

Palt.  Pues  díle  que  suba. 

Quin.  Madre,  que  subáis. 

Cel.  Paz,  salud,  descanso  sea  en  esta 
casa. 

Palt.  Comadre  honrada,  para  bien  sea 


2IÓ  SEGUNDA  CELESTINA. 

tu  venida,  que  Dios  sabe  el  gozo  que 
en  esta  casa  de  tu  resurrección  se  ha 
tenido. 

Cel.  Señora,  yo  te  beso  las  manos;  y 
por  esa  voluntad  que  yo  siempre  de  tí  co- 
noscí,  que  como  dicen,  no  hay  corazón 
engañado,  ha  sido  esta  ia  primera  visita¬ 
ción,  que  por  tu  vida,  y  así  goces  desta 
hija  honrada  y  la  veas  casada  como  de¬ 
seas  y  ella  meresce  (que  sí  verás)  como 
no  he  atravesado  el  umbral  de  mi  casa 
después  que  vine  á  este  siglo,  hasta  que 
vine  aquí;  y  también,  la  verdad,  porque 
hablar  claro  Dios  lo  dijo,  supe  de  tu  en¬ 
fermedad,  y  parescióme  causa  que  acres- 
centaba  en  la  obligación  de  visitarte  pri¬ 
mero  que  á  otra  ninguna  señora  deste  lu¬ 
gar,  que  á  Dios  gracias  tengo  hartas ,  no 
porque  yo  lo  meresca  á  Dios,  mas  por 
su  virtud. 

Pon.  Qué  labia  tiene  la  madre. 

Pol.  Calla,  que  estoy  espantada,  que 
me  parece  que  veo  fantasma,  según  lo 
que  de  su  muerte  ha  poco  que  oí. 

Palt.  Vecina  honrada,  yo  te  agradezco 
tu  visitación;  y  huelgo,  por  cierto,  con 
ella. 

Cel.  Señora,  bésote  las  manos;  ¿mas 
de  qué  es  ese  mal  que  te  tiene  en  la  cama 
tan  fatigada? 


SEGUNDA  CELESTINA. 


21? 


Palt.  No  sé,  un  lado  es;  unos  me  dicen 
que  es  madre,  otros  ijada;  mil  cosas 
me  han  hecho,  y  nada  me  aprovecha. 

Cel.  Doncella  de  oro,  haced  traer  una 
poca  de  lumbre,  y  calentaré  las  manos  y 
tentaré  á  su  merced,  que  mal  pecado,  á 
mí  algo  se  me  deben  de  entender  destos 
males. 

Palt.  Quincia,  anda,  trae  aquí  un  bra- 
serico  con  lumbre.  Por  cierto  que  huelgo, 
vecina ,  de  lo  que  dices ,  que  en  todo  debes 
de  ser  sabia. 

Cel.  Señora,  mal  pecado,  la  experien¬ 
cia  me  ha  hecho  maestra ;  porque  ya  sabes 
que  no  hay  tal  cirujano  como  el  bien 
acuchillado;  que  mas  madres  y  ijadas  he 
tenido ,  por  mis  pecados ,  que  años  tengo 
acuestas. 

Pol.  Hi,  hi,  hi. 

Cel.  ¿Ríeste  de  lo  que  digo,  señora? 

Pol.  Rióme,  madre,  que  fueras  buena 
para  atún,  según  las  ijadas  que  dices  que 
has  tenido. 

Cel.  ¡Ay  gesto  de  ángel!  ¡con  qué  gra¬ 
cia  lo  dices!  tal  me  vengan  los  años,  cual 
tú  me  paresces.  Bendígala  Dios,  señor.  ¿Y 
qué  mujer  está?  Espantada  estoy,  que  me 
paresce  que  aun  ayer  la  vi  nacer. 

Palt.  La  mala  yerba  presto  crece. 

Cel.  No  se  entenderá  aquí  eso;  que 


SEGUNDA  CELESTINA. 


2  18 

por  cierto,  ni  tiene  ella  cara  ni  presencia 
para  lo  decir,  ni  poderse  pensar. 

Palt.  Así  quiera  Dios,  madre- 

Cel.  Sí  querrá,  señora,  y  aun  por  mi 
vida,  hija  señora  Polandria,  que  si  me 
tomaras  en  otro  tiempo,  que  supiera  yo 
dar  cuenta  de  otras  curas  para  las  mozas, 
como  sé  para  las  viejas. 

Pon.  ¿Esas  curas  serian  de  amores, 
madre? 

Cel.  Aquí  parésceme  que  pueden  decir: 
que  en  casa  del  alboguero  todos  los  son, 
que  también  esta  doncella  es  graciosa. 
Hija,  ya  pasó  ese  tiempo ,  que  moza  fui 
y  vieja  soy.  Mal  pecado,  en  mi  tiempo 
también  á  mí  me  miraban,  mas  mi  amor, 
las  curas  de  rostro  y  cabellos  manos  son: 
no  lo  eches  tú  á  la  peor  parte.  Más  me 
precio,  hija,  de  dar  consejos,  que  de  tales 
vencejos;  de  un  rosario  digo,  hija,  y  sus 
misterios,  de  una  oración  del  Conde  ó  de 
la  Emparedada:  esto  te  podré  yo  amos¬ 
trar,  mi  amor,  si  lo  quieres  aprender. 

Pon.  Por  cierto,  madre,  nunca  tuve 
deseo  de  ser  emparedada ;  por  tu  vida,  que 
no  me  lo  muestres. 

Cel.  He,  he,  he;  bien  parece  que  esta 
doncella  quiere  gozar  del  mundo ,  como 
quien  viene  agora  á  él.1  Hija,  pues  dem- 
paredar  hás  tu  voluntad  para  ir  al  cielo, 


SEGUNDA  CELESTINA. 


2  19 

que  la  via  de  la  salvación  estrecha  es,  y 
fuerza  padece.  No  podemos,  mi  amor, 
en  esta  vida  haciendo  nuestra  voluntad, 
hacer  la  de  Dios ;  porque  en  todo  contra¬ 
dice  esta  carne  pecadora  á  lo  que  quiere 
el  espíritu,  como  lo  sentía  esto  san  Pablo 
cuando  decia:  que  sentia  en  sí  otra  ley 
que  repugnaba  la  ley  de  su  espíritu ,  por 
las  inclinaciones  naturales  decia.  Así  que 
mi  fe,  mi  amor,  en  esta  vida  sembramos 
con  bien,  mal  pecado,  con  lágrimas,  para 
coger  con  gozo  sí,  á  la  fe.  Y  mírame  tú, 
hija,  que  á  esto  torné  acá,  que  no  á  otras 
liviandades.  Bien  sé,  hija,  que  holgaras 
tú  más  que  te  dijera  que  con  ceniza  de 
sarmientos  y  cal,  tanto  de  uno  como  de 
otro,  con  cendra  y  orochico  y  alarguez, 
se  hace  la  buena  legia  para  esponjar ,  y 
que  con  solimán  molido  y  cocido  con  un 
limón,  se  hace  buen  badulaque  para  el 
rostro;  y  con  jabón  raspado  y  nueve  dias 
en  vinagre  fuerte,  se  cura  y  mudan  bien 
las  manos;  con  otras  mil  tarabusterias 
que  de  aquí  á  mañana  no  acabaría  de  de¬ 
cir.  Mas  hija,  lo  que  es  bueno  para  el 
bazo  es  malo  para  el  hígado,  para  el  alma 
digo ,  que  para  esta  se  han  de  hacer  las 
verdaderas  legias,  con  ceniza  de  dolor  y 
con  agua  de  lágrimas  de  arrepentimien¬ 
to,  con  que  se  te  hará  en  la  gloria  una 


220 


SEGUNDA  CELESTINA- 


crespina  de  oro  que  parezcas  un  ángel. 

Pon.  Más  la  quisiese  agora  acá,  que 
cuando  vieja,  madre,  haria  esa  otra 
legía. 

Cel.  Esta  doncella,  señora,  á  vieja 
piensa  llegar.  ¡Ay  hija,  ay  hija!  ¿y  no 
sabes,  mal  pecado,  que  tan  presto  se  va 
el  cordero  como  el  carnero?  ¿y  qué  segu¬ 
ro  tienes  de  Dios ,  mi  amor,  para  llegar 
á  vieja?  Nunca,  hija,  en  cuanto  tengas  con 
que  pagar  tomes  fiado ,  porque  en  fin  es 
más  caro  y  por  fuerza  ha  de  llegar  el 
tiempo  de  la  paga,  y  muchas  veces  al 
tiempo  de  la  paga  no  tenemos  con  qué 
pagar,  y  hácennos  esecucion  por  la  paga, 
y  pénennos  en  la  cárcel  hasta  pagar  la 
postrera  blanca,  como  lo  dice  el  Evange¬ 
lio;  así  que,  hija,  en  cuanto  tuvieres  con 
que  pagar  á  Dios  las  mercedes  que  te  dió 
con  darte  sér  y  hermosura  y  gracia ,  y 
sobre  todo  hacerte  cristiana,  no  aguar¬ 
des  á  las  veces,  pues  mi  amor,  no  sabe¬ 
mos  el  dia  ni  la  hora  de  la  muerte  sien¬ 
do  cada  dia  más  cierta  y  más  natural  hora 
de  morir  que  no  de  vivir. 

Palt.  Ay  comadre  honrada,  qué  gozo 
es  de  oirte  hablar  en  las  cosas  de  Dios; 
bien  me  lo  habian  á  mí  dicho  que  venias 
una  santa. 

Cel.  Señora,  Dios  es  santo,  que  yo 


SEGUNDA  CELESTINA. 


221 


pecadora  á  él  me  siento  é  indigna  de  ser 
suya  y  llamarme  tal. 

Palt.  Ay  tia,  por  tu  fe,  que  me  visites 
mucho,  para  dar  ejemplo  á  esta  hija. 

Cel .  Señora,  como á  mis  entrañas,  que 
no  vengo  á  otra  cosa. 

Quin.  Señora,  he  aquí  la  lumbre. 

Palt.  ¡Mas  no  debieras  hoy  venir  acá! 
i  para  enviar  por  la  muerte  eras  buena! 
Aunque  así  goce  yo,  que  me  estuviera 
boquiabierta  oyéndote,  madre,  de  aquí  á 
mañana ,  que  casi  sin  dolor  he  estado  con 
oirte. 

Cel.  Hora  señora,  dejemos  uno  y  to¬ 
memos  otro,  que  como  dice  el  proverbio: 
cada  cosa  en  su  tiempo,  y  nabos  en  ad¬ 
viento.  Ponte  despaldas  y  tentarte  hé,  y 
bendecirte  hé;  que  yo  espero  en  Dios,  que 
ántes  de  mañana  quedes  sin  dolor  que 
sabida  la  causa  luego  será  remediada, 
que  como  dicen :  quita  la  causa  y  quito 
el  pecado. 

Palt.  Ya  estoy  como  mandas,  madre. 

Cel.  ¿Es  aquí,  ó  aquí? 

Palt.  Ahí  es,  ahí,  ahí,  donde  tienes 
agora  la  mano. 

Cel.  Bendígate  Dios  tal  cuerpo,  seño¬ 
ra;  por  cierto,  la  señora  Polandria  con 
su  niñez,  no  puede  tener  mejor  barriga 
y  pechos  que  tienes. 


222  SEGUNDA  CELESTINA. 

Palt.  Ay  madre,  no  digas  eso;  ¿qué 
hicieres  si  me  los  vieras  hoy  há  veinte 
años? 

Cel.  A  osadas,  señora,  que  no  tienes 
necesidad  de  decillo,  que  por  lo  presente 
se  parece  bien  lo  pasado;  y  por  cierto, 
que  no  sé  qué  mejor  puede  ser  que  es. 

Palt.  Ay  tia,  ¿y  para  qué  dices  eso? 
verdad  es  que  para  haber  parido  bien 
pienso  que  no  habrá  otra  que  me  haga 
ventaja;  mas  en  fin,  diferencia  hay  de 
cuando  era  moza. 

Pol.  Por  Dios,  madre,  pues  si  vieras  á 
mi  señora  lavar  las  piernas  este  otro  dia, 
que  te  maravillaras  de  cuán  buenas  y 
blancas  las  tiene;  pues  una  lisura  tienen 
que  no  es  sino  gloria  traer  las  manos 
por  ellas. 

Cel.  A  osadas,  hija  señora,  que  no 
tiene  necesidad  de  me  lo  decir,  que  por 
el  hilo  saco  yo  bien  el  ovillo. 

Palt.  Ay  dolor,  madre,  del  hilo  y  aun 
del  ovillo;  di  lo  que  te  paresce  de  mi  mal 
y  déjate  agora  de  eso,  que  ni  va  ya  nada 
en  que  sea  bueno  ni  lo  deje  de  ser,  que 
ya  pasó  su  tiempo. 

Cel.  Señora,  esto  más  me  parece  ijada 
que  no  madre;  lo  que  has  de  hacer  es 
que  tú ,  hija ,  mi  amor,  ¿  cómo  es  tu  gracia? 

Qitin.  Quincia. 


i 


SEGUNDA  CELESTINA. 


223 


Cel.  Pues  Quincia,  mi  amor,  tomarás 
y  harás  un  saquito  tan  largo  como  la 
ijada,  y  enchillo  hás  de  flor  de  saugo;  y 
sin  calentar,  sino  lo  quisieres  calentar,  y 
pónlo  en  la  ijada;  y  tú,  señora,  échate 
sobre  el  lado,  y  tú  me  nombrarás;  y  si 
el  saugo  no  se  puede  haber  verde ,  que  no 
habrá,  que  no  es  tiempo,  sea  la  flor  del 
seco,  aunque  mejor  fuera  verde;  y  si  esto 
no  aprovechare,  yo  tornaré,  que  no  fal¬ 
tarán  otras  cosas,  aun  questa  es  muy 
singular.  Ya  que  te  tengo  dicho  lo  que 
conviene  para  tu  mal ,  á  mi  señora  Polan- 
dria  quiero  decir  ciertas  veras  en  pago 
de  las  burlas  que  ella  me  ha  dicho. 

Palt.  Deso  holgaré  yo ,  por  cierto;  y  tú, 
hija,  toma  contigo  á  la  madre  y  llévala 
al  jardin,  que  por  ventura  habrá  algunos 
higos  ó  granadas  y  desenhadar  se  há. 

Cel.  Esto  es  lo  que  yo  deseaba. 

Palt.  ¿Qué  dices,  tia? 

Cel.  Señora,  que  no  tengo  de  cosa  más 
deseo  que  de  eso ,  especial  con  tal  com¬ 
pañía. 

Pol.  Tia,  señora,  andacá. 

Palt.  Poncia,  vé  tú  con  ellas. 

Cel.  Por  cierto  fresco  y  deleitoso  lugar 
es  este;  no  paresce  sino  paraíso. 

Pol.  Madre  ¿en  el  otro  mundo  mejores 
jardines  habrá? 


22  4  SEGUNDA  CELESTINA. 

Cel.  Hija  señora,  hay  tantas  cosas,  que 
no  se  pueden  decir  ni  contar. 

Pon.  Madre,  por  tu  fe,  ¿viste  allá  á 
Melibea? 

Cel.  Ya  hija,  me  han  preguntado  esa 
miseria  otra  vez.  Mi  amor,  no  se  pueden 
decir  esos  secretos,  bástete  saber  que  fué 
homicida  de  sí  misma. 

Pol.  Ay  Jesús,  ¿para  qué  preguntas 
esas  boberias? 

% 

Pon.  Por  Dios,  señora,  que  te  quería 
á  tí  ver  preguntar ,  para  ver  qué  pre¬ 
guntarías. 

Pol.  A  lo  ménos  no  preguntaría  yo  bo- 
berías  como  tú. 

Cel.  Déjala,  señora,  que  es  moza,  y 
los  niños  todos  quieren  saber,  y  aquello 
ante  es  buena  señal  cierto,  de  querer  sa¬ 
ber  para  cuando  vieja;  porque  de  bueyci- 
11o  verás  con  qué  buey  aras. 

Pon.  Tia,  señora,  quien  pregunta  no 
yerra. 

Cel.  No  por  cierto  hija.  Mas  dejando 
las  burlas  y  tornando  á  las  veras,  yo  se 
de  tí,  señora  Polandria,  cosa  que  pensa¬ 
rás  tú  que  ninguno  no  las  puede  saber; 
y  aun  de  tí,  Poncia  hija,  también. 

Pol.  Ay  tia,  ¿dime  eso  por  tu  vida? 

Pon.  ¿Y  á  mi  madre,  señora?así  Dios  te 
deje  acabar  en  su  servicio. 


SEGUNDA  CELESTINA.  225 

Cel.  A  tí,  hija  Ponda,  yo  te  haré  rabiar. 
¿Por  qué  mofabas  de  mí  delante  tu  señora? 
tú,  boba,  ¿piensas  que  con  los  dias  he 
perdido  el  seso? 

Pon.  Ay  tia  no  digas  eso ,  que  por 
Dios,  no  burlaba  y  que  me  corro  en  que 
me  digas  tal  cosa,  que  no  soy  tan  mal 
criada. 

Cel.  Hija,  mi  amor,  burlando  estoy 
contigo,  que  no  sé  tan  poco  del  mundo 
que  no  sé  cuáles  son  burlas  y  cuáles  son 
veras.  Agora  quiero  hablar  á  la  señora 
Polandria,  otro  dia  será  para  tí;  y  entre 
tanto,  mi  amor,  encubre  esas  guedejas 
que  traes  de  fuera  y  ponte  más  honesta 
para  que  mis  palabras  puedan  llover  so¬ 
bre  mojado,  porque  ya  sabes  que  cuando 
la  tierra  está  muy  seca,  que  todas  las 
gotas  se  tornan  sapos,  como  acaece  en 
las  reprensiones  cuando  no  se  dispone  la 
parte  con  humildad  á  recibillas. 

Pon.  Madre,  pues  me  predicas  tú  á  mí, 
queria  que  quitases  primero  la  viga  que 
me  vieses  la  mota. 

Cel.  He,  he,  he;  ay  hija,  por  esta 
guarnición  del  manto  debes  de  decir. 

Pon.  A  la  fe,  no  lo  digo  por  otra  cosa. 
Porque  á  la  verdad,  ya  tu  edad  no  lo 
demanda ,  como  la  mia  no  deja  de  pedir 
lo  que  tú  me  reprendes. 


i5 


220 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Cel.  Ay  hija,  por  tí  se  puede  decir: 
dígole  un  duelo  y  díceme  ciento.  Poco 
has  leido  donde  yo:  nunca  juzgues  la  toca 
por  la  lista;  no  sabes  tú,  mi  amor,  cuán 
reprendida  es  la  hipocresía  entre  los  jus¬ 
tos,  y  que  la  palabra  divina  manda  que 
nos  untemos  y  lavemos  las  cabezas  cuan¬ 
do  ayunáremos,  por  no  parescer  á  los  hi¬ 
pócritas  tristes,  que  hacen  uno  y  mues¬ 
tran  otro,  quiere  decir.  Y  así,  mi  amor, 
con  ruin  saya,  trayo  buen  manto,  y  no 
todo  bueno,  porque  los  extremos  siempre 
son  viciosos ;  y  por  eso  yo,  hija ,  me  pongo 
en  el  medio,  y  aun  porque  dice  el  sabio: 
que  en  el  medio  consiste  la  virtud.  Mas 
paréscete  si  otra  tacha  me  supieras,  tam¬ 
bién  me  la  dijeras.  Ay  hija,  hija,  bien  pa- 
resces  que  aun  agora  vienes  al  mundo. 

Pon.  Madre,  aun  porque  yo  vengo  á  él 
y  tú  sales,  me  parescen  bien  las  guedejas 
de  fuera  á  mí  y  á  tí  mal  el  manto  con 
lista. 

i 

Cel.  Ay  hija,  por  tí  me  paresce  que  se 
podrá  decir:  pregonar  en  balde;  y  por 
tanto,  acá  lo  quiero  haber  con  mi  señora 
Polandria;  y  tú  perdona  un  poco,  que  no 
quiero  que  oyas  lo  que  digo,  pues  tam¬ 
poco  te  conviertes. 

Pon.  Madre,  yo  soy  un  poco  sospecho¬ 
sa;  no  me  parescen  bien  esos  secretos. 


SEGUNDA  CELESTINA.  227 

r 

Cel.  Pues  en  mi  alma,  que  no  oyas 
nada,  porque  quedes  con  esa  sospecha;  y 
andacá,  señora.  ¡Ay  señora  Polandria,  y 
qué  perla  de  doncella  tienes  aquí !  en  mi 
alma,  no  es  sino  gloria  departir  con  ella. 
¿Pues  es  verdad  que  es  fea ,  ya  que  la  hizo 
Dios  graciosa? 

Pon.  Qué  palabras  tiene  la  puta  vieja; 
agora  te  creo  ménos,  hace  que  habla  se¬ 
creto,  de  manera  que  lo  oya  para  enla¬ 
biarme. 

Pol.  Pues  madre,  más  de  verdad  dirias 
eso  si  conoscieses  su  condición,  que  no 
es  sino  como  un  ángel  en  tratar  con  ella, 
que  nunca  mentira  ni  decir  mal  de  otro 
en  su  boca  oí;  pues  secreto,  yo  te  certifi¬ 
co  que  puedes  bien  decir  delante  della 
cualquiera  cosa  y  dormir  á  sueño  suelto. 

Cel.  Mucho  huelgo ,  mi  amor,  que  ten¬ 
gas  tal  compañía.  Y  tornando  á  lo  que  te 
quiero  decir,  el  caso  es,  señora,  que 
según  tu  linaje,  discreción,  saber  y  cor¬ 
dura,  escusado  era  tomar  yo  este  trabajo; 
mas  hija,  para  que  sepas  lo  que  yo  sé 
y  deseo  saber  en  tu  servicio,  te  quiero 
avisar  de  lo  que  creo  que  tú  estarás  avi¬ 
sada;  y  esto  en  confesión,  que  no  quiero 
que  sean  para  mi  daño,  pues  yo  lo  digo 
por  tu  provecho. 

Pol.  Tia,  bien  puedes  decir  lo  que 


228  SEGUNDA  CELESTINA * 

/  ->*  - 

quisieres,  que  á  buen  seguro  lo  dejarás 
en  mi  secreto. 

Cel.  ¡Oh  ángel  de  oro,  oh  perla  precio¬ 
sa!  con  qué  gracia  lo  dices;  así  lo  creo  yo 
por  cierto,  mas  mira  señora,  descuídanse 
las  personas,  y  suéltase  alguna  palabra 
que  no  podria  hacerse  carne ,  que  podría 
costarme  la  vida  digo,  y  baste  habella 
perdido  una  vez  por  Calixto  sin  culpa, 
no  querría  perdella  otra  vez  por  Felides, 
que  pienso  que  no  me  costaría  ménos  el 
consejo  que  te  quiero  dar,  si  él  lo  supie¬ 
se  ,  y  por  eso  te  dije  lo  que  te  dije. 

Pol.  Por  cierto,  madre,  que  con  las 
postreras  palabras  me  hís  asosegada  de 
alteración,  que  de  las  primeras  con  nom¬ 
brarme  ese  loco  me  pusiste.  Sobre  tal 
prenda  bien  puedes  decir  lo  que  qui¬ 
sieres. 

Cel.  Señora,  conociendo  mi  autoridad, 
y  habiendo  oido  mis  palabras,  no  sé  qué 
alteración  te  podía  poner  ninguna  cosa 
de  mi  boca,  hasta  saber  el  fin;  y  para 
que  más  crédito  desto  tengas,  yo  he  al¬ 
canzado  por  mis  artes,  después  que  te  vi; 
que  este  caballero  anda  loco  perdido  por 
tus  amores,  hecho  otro  Calixto,  y  peor; 
y  no  es  nada  la  pena  que  tú  puedes  saber 
ni  él  puede  decir  con  la  que  pasa,  que  es 
tanta,  que  no  me  maravillo  sino  como  no 


SEGUNDA  CELESTINA. 


229 


pierde  la  vida  junto  con  el  seso;  y  no  lo 
puedo  yo  encarecer,  que  no  compra  ba¬ 
rato  cuanto  a  él  le  cuestan  caro  tus 
amores. 

PoL  A  buena  fe,  tía,  que  si  acabas 
como  has  encomenzado,  que  no  deje  de 
pensar  que  te  ha  dado  dineros  aquel  loco, 
por  tercera;  mas  con  las  palabras  que 
me  dijiste,  me  quiero  asosegar  hasta  aca¬ 
barte  de  oir. 

Cel.  Oh,  cómo  me  huelgo,  hija  señora, 
de  verte  con  esas  alteraciones  y  azora- 
mientos ,  que  á  buena  fe,  no  me  tengas 
por  tan  necia  que  tan  secamente  te  dije¬ 
ra  lo  dicho,  sino  fuera  para  tocar  el  oro 
de  tus  quilates.  Porque  la  virtud,  con  su 
contrario  se  ha  de  experimentar;  y  en  la 
tentación  se  esmera  la  bondad  de  la  pól¬ 
vora:  hija,  hasta  que  le  toca  el  fuego, 
no  se  conosce  su  virtud.  ¡Quien  te  vió  tan 
mansa!  ¡quien  te  ve  agora  tan  zahareña  y 
alterada!  Pues  tal  parezca  yo  ante  Dios, 
como  eso  me  paresce,  y  tal  sea  mi  vejez, 
como  eso  me  contenta;  y  con  seguridad 
que  el  fin  de  mi  consejo,  es  muy  contra¬ 
rio  de  lo  que  hasta  aquí  ha  parecido, 
quiero  pasar  adelante  y  digo:  que  juzgué 
lo  que  tengo  dicho  de  aquel  caballero, 
porque  por  mis  artes  hallo  que  por  tu 
causa  ni  come,  ni  duerme,  ni  vela,  se- 


I 


i 


23O  SEGUNDA  CELESTINA. 

gun  está  adormido  en  pensarte;  ni  oye,  y 
por  cierto  que  está  tal,  que  pienso  que 
ya  ni  ve  ni  palpa.  ¿Para  qué  si  piensas, 
señora,  te  tengo  dicho  todo  esto? 

Pol.  No  sé,  por  cierto,  tú  lo  dirás. 

Cel.  Pues  oye,  que  sí  diré:  la  razón, 
señora,  es  que  eres  mujer  y  no  de  hierro 
ni  de  piedra,  sino  de  la  natural  condición 
de  las  mujeres,  piadosa  quiero  decir,  y 
sabiendo  lo  que  te  tengo  dicho  de  aquel 
caballero,  como  sé  que  mucha  parte  sa¬ 
bes,  tengo  temor  que  con  mensajes  y 
burlas  de  enamorados  no  acaezca  lo  que 
Dios  no  quiera,  pues  sabes  que  la  estopa 
no  está  segura  en  burlas  con  los  tizones; 
que  te  guardes  y  santigües  con  la  mano 
derecha,  quiero  decir,  y  si  hasta  aquí  le 
has  dado  alguna  lisonja  de  favor  con  la 
izquierda,  que  no  puede  ser  ménos  en 
tales  burlas,  que  no  lo  sepa  la  tu  dere¬ 
cha  ;  pues  sabes  que  la  honra  de  las  mu¬ 
jeres  no  está  en  más  de  la  común  opi¬ 
nión.  Esto  es  lo  que  te  quiero  decir,  de 
lo  que  te  quiero  avisar,  y  lo  que  te  quie¬ 
ro  aconsejar,  y  la  merced  que  quiero  des- 
to  recibir,  es  que  recibas  en  servicio  mis 
palabras. 

Pol  Por  cierto,  madre,  yo  te  agradez¬ 
co  lo  dicho  mucho,  y  conozco  el  cargo 
en  que  te  soy,  puesto  caso  que  yo  estoy 


1 


SEGUNDA  CELESTINA.  23  I 

bien  salteada  de  las  "liviandades  de  aquel 
loco;  y  pues  todo  lo  sabes,  no  es  razón 
de  encobrirte  cosa  que  á  la  verdad  no  ha 
dejado  de  hacer  algunas  muestras  de  sus 
liviandades,  y  aun  una  carta  pienso  que 
suya  halló  una  moza  de  aquí  de  casa;  que 
por  tu  vida,  que  no  la  viera  sino  fuera 
por  importunidad  de  aquella  doncella, 
para  pasar  tiempo  con  sus  importuni¬ 
dades. 

Cel.  Pues  más  que  eso  sé  yo,  mas  no 
te  lo  quiero  decir,  pues  te  •  haces  tan 
santa. 

Pol.  Di,  por  tu  vida,  madre. 

Cel.  ¿Dasme  licencia? 

Pol.  Sí,  par  Dios. 

Cel.  Hora,  que  no  te  lo  quiero  decir, 
que  te  enojarás. 

Pol.  Par  Dios,  que  no  enojaré. 

Cel.  Pues  si  acertare  no  me  has  de  en- 
cobrir  la  verdad. 

Pol.  Par  Dios,  si  diré. 

Cel.  Pues  en  mi  alma,  que  yo  sé  no  lo 
quieres  mal,  y  no  me  maravillo,  porque 
un  hombre  que  en  disposición  no  tiene 
par,  y  en  gracia  no  es  nascido  otro;  des¬ 
pués  deso  un  Alexandre  en  franqueza,  y 
un  Héctor  en  fortaleza,  ¡mi  padre  si  se 
querrá  mal!  que  no  es  posible;  mas  aquí 
se  gana,  hija,  la  honra  queriéndole  bien, 


SEGUNDA  CELESTINA. 


y  queriéndote  á  tí  mal;  contradiciendo  tu 
voluntad  para  estar  más  en  tu  honra, 
quiero  decir,  que  queriéndole  mal,  ni 
grado  ni  gracias.  ¿He  acertado,  por  mi 
vida?  ¿ríeste,  señora?  di  la  verdad;  no 
hayas  vergüenza. 

Pol.  Par  Dios,  madre,  no  le  quiero 
mal,  ¿para  qué  es  sino  decir  la  verdad? 
Mas  así  lo  quiero  bien  con  que  no  me 
quiera  mal. 

Cel.  Tal  sea  mi  vida,  y  tal  sea  mi  vejez, 
y  tal  sea  mi  alma,  como  eso  me  conten¬ 
tado  há.  Pues  otra  cosa,  señora,  se  me 
olvidaba  de  que  debes  tener  aviso  mucho. 

Pol.  ¿Qué,  madre? 

Cel.  Que  te  guardes  del  diablo,  seño¬ 
ra,  y  por  los  ojos  que  en  la  cara  tienes, 
que  no  le  oyas  tañer,  ni  cantar,  que  en 
mi  alma,  una  gracia  tiene  en  hacello,  que  - 
pienso  que  no  hay  piedra  imán  que  á  sí 
traiga  el  acero,  como  con  su  voz  los  co¬ 
razones  de  las  mujeres  llama;  y  con  este 
aviso  nos  vamos,  que  es  ya  hora,  señora, 
que  comas. 

Pol.  Tia,  así  es  bien;  mas  por  mi  vida, 
¿habíate,  dicho  algo  en  esto  aquel  caba¬ 
llero? 

Cel.  No  me  parece  mala  señal  esta, 
pues  no  quiere  dejar  la  plática. 

Pol.  ¿Qué  dices,  madre? 


SEGUNDA  CELESTINA. 


233 


Cel.  Jesús,  señora,  y  si  me  lo  dijera 
¿habíatelo  yo  de  decir?  no,  en  mal  hora, 
sino  que  yo  lo  sé,  y  como  tu  servidora  te 
aviso.  Y  vámonos,  y  esto  baste. 

Pol.  Tia  vamos;  mas  mira,  por  tu  fe, 
que  no  digas  nada  á  aquel  caballero  desto 
que  ha  pasado. 

Cel.  ¡Ay  señora  ,  y  cuán  mal  me  tienes 
conocida,!  ¿No  sabes  que  cuando  tú  nas- 
ciste  tenia  yo  mudados  los  dientes  y  aun 
caidas  las  muelas?  ¿por  qué  me  avisas? 
llama  á  tu  doncella,  que  estará  la  señora 
Paltrana  sola. 

Pol.  Poncia ,  ven  acá ,  que  nos  quere¬ 
mos  ya  ir. 

Pon.  Buen  disimular  es  ese,  señora. 

Cel.  Calla  hija,  que  á  tí  te  verná  tu 
Sant  Martin  otro  dia,  y  andacá.  Señora 
Paltrana,  Dios  te  agradezca  la  merced 
que  hoy  me  has  hecho  en  la  compañía 
que  me  diste,  con  el  deleitoso  lugar  donde 
hemos  estado.  Dios  quede  contigo  y  con 
la  señora  tu  hija,  y  si  fuere  menester 
para  tu  dolor,  yo  volveré. 

Pal.  Madre,  yo  te  lo  agradezco  y  aun¬ 
que  no  sea  menester,  no  nos  olvides. 

Cel.  Eso  yo  lo  llevo  á  cargo,  que  no 
he  rescibido  mercedes  para  olvidar  esta 
casa.  Señora  mia  Polandria,  mira  que  te 
digo  dos  palabras. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


234 

Pol.  ¿Qué  madre? 

Cel.  Que  después  acá  he  pensado  en  lo 
que  te  dije,  y  llevo  un  escrúpulo,  y  por 
descargo  de  mi  conciencia  por  no  ser 
encargo  de  su  muerte,  ni  que  lo  seas 
desesperándolo  del  todo,  que  no  será  malo 
mostralle  algún  favor,  cuando  pasare  por 
la  calle  y  le  vieres;  porque  hija:  bien¬ 
aventurados  son  los  misericordiosos,  por 
cuanto  ellos  alcanzarán  misericordia;  la 
cual  no  lo  sería  si  de  todo  punto  lo  des¬ 
favoreciésemos,  si  á  nuestra  causa  enlo¬ 
queciese  ó  muriese;  bien  me  tienes  en¬ 
tendida. 

Pol.  Muy  bien. 

Cel .  Pues  con  esto  me  voy,  y  Dios 
quede  contigo. 

Pol.  Y  contigo  vaya,  madre. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


2.3  5 


% 

ARGUMENTO  DE  LA  VIGÉSIMA  PRIMERA  CENA. 

Celestina  va  á  Sant  Martin,  y  dice  á  Felides  que  tiene 
ganado  de  Polandria  que  le  muestre  favores  de  aquí 
adelante ;  y  él  le  da  treinta  ducados,  y  se  va;  y  él  que¬ 
da  con  Pandulfo  y  con  Sigeril ,  pasando  burlas  y  en¬ 
cubriéndose  de  su  hecho ;  y  introdúcense. 


CELESTINA. — FELIDES. — PANDULFO. — SIGERIL. 

Cel.  ¡Oh  hermosa  astucia!  ¡Oh  linda 
cautela!  ¡Oh  maravillosa  burla!  ¿Quién 
como  yo,  supiera  rodear  tan  bien  y  tan 
sin  sospecha  este  negocio?  Y  cómo  le  hice 
entender  lo  que  me  complia,  vendiéndo¬ 
selo  por  su  provecho,  siendo  en  su  daño 
y  mi  provecho.  Yo  me  quiero  ir  por  casa 
de  Felides,  y  por  ventura  veré  alguno 
de  sus  criados  para  que  le  diga  que  me 
conviene  hablalle.  Bien  se  me  ordenará; 
irme  hé  á  Sant  Martin  para  le  hablar. 

Fel.  Vélame  Dios,  aquella  me  paresce 
á  Celestina.  Si,  es  ella;  ellaes,^por  nues¬ 
tro  Señor;  ¿quién  diablos  la  trujo  por 
acá  con  tanta  priesa?  De  ojo  me  hace; 
algo  de  bueno  debe  haber;  en  Sant  Martin 
se  mete  ;  ir  quiero  allá.  Mozos ,  tenedme 
guisado  de  comer,  en  cuanto  llego  aquí 
á  Sant  Martin  á  rezar  ciertas  devociones. 


236  SEGUNDA  CELESTINA. 

<  •  ' 

Oh  madre  y  todo  mi  bien,  ¿qué  buena 
venida  es  esta?  que  por  Dios,  cuando  vi 
asomar  tan  reverenda  persona  por  la  calle, 
sin  conocerte,  un  sobresalto  me  dió  el 
corazón  ,  y  no  debe  de  ser  sin  causa,  que 
mi  alma  y  tu  gesto  conforman  con  mi 
sospecha. 

Cel.  Por  cierto,  señor  Felides,  con  toda 
tu  hacienda  no  me  pagases,  si  con  la  obli¬ 
gación  del  amor  no  supliese  la  paga;  no 
lo  que  por  tí  he  hecho,  mas  la  cautela  y 
arte  que  tuve  para  lo  hacer. 

Fel.  Díme  señora  y  madre  mia,  lo  que 
es,  que  no  quiero  yo  que  el  amor  excuse 
la  paga  de  tu  trabajo.  Porque  así  como 
tú  lo  debes  al  amor  que  me  tienes  lo  que 
haces,  debo  yo  la  paga  á  la  obligación  de 
quien  soy. 

Cel.  Hijo  señor,  tú  dices  como  quien 
eres ,  que  las  mercedes  más  acatamiento 
han  de  tener  á  quien  las  hace  que  á  quien 
las  rescibe,  como  pues,  lo  sintió  aquel 
rey  Alexandre,  ejemplo  de  liberales,  cuan¬ 
do  pidiéndole  un  pobre  miserable  limos¬ 
na,  le  dió  una  ciudad.  Así  que,  hijo, 
parésceme  que  ya  yo  puedo  aprender  de 
tu  saber ,  por  cierto,  según  sabes  todos 
los  términos  de  fortaleza ,  que  pienso  que 
sabes  de  coro  todas  las  obras  de  Aristó¬ 
teles,  y  en  más  tengo  sabellas  ejercitar 


I 


SEGUNDA  CELESTINA.  1^"¡ 

que  hacer;  porque  hijo,  no  es  sabio  el 
que  mucho  sabe,  mas  el  que  obra  como 
sabio.  Así  que  de  hoy  más ,  yo  quiero 
dejar  para  tí  el  obrar  y  para  mí  el  hacer; 
pues  todos  de  tí  podemos  aprender.  Ya 
voy,  por  Dios  dalle  gracias  porque  tal 
saber  y  juicio  te  dió  en  tan  poca  edad, 
donde  pocas  veces  sin  experiencia  y  ma¬ 
dura  edad  se  halla  decir  y  hacer,  pues 
como  dice  el  proverbio :  que  es  para  bue¬ 
nos;  y  así  me  paresce  por  cierto  á  mí, 
pues  en  tí  se  conoce  la  experiencia;  y 
pues  tan  bien  tienes  sabidos  los  términos 
de  la  liberalidad,  yo  me  puse  á  decir  lo 
que  no  sabes  de  lo  que  yo  sé  que  traigo 
hecho  en  tu  servicio. 

Fel.  Di  madre,  que  con  deseo  de  oirte 
no  tengo  entendidas  tus  razones. 

Cel.  Buen  disimular  es  ese,  aun  pesaria 
al  diablo  si  hubiese  sido  vana  mi  retórica. 

Fel.  ¿Qué  dices,  señora? 

Cel.  Hijo,  que  alabando  tu  liberalidad  y 
saber,  hacella  conforme  á  quien  la  haces 
y  no  á  quien  se  hace,  dijiste;  he  estado 
encareciendo  y  autorizando  lo  que  se  debe 
loar,  pues  yo,  mal  pecado,  no  tengo 
fuerza  para  más,  y  como  estás  trasporta¬ 
do  en  tus  pensamientos,  y  con  razón  en 
verdad,  no  me  has  entendido  y  si  servido 
eres,  yo  te  tornaré  á  referir  mi  oración. 


238  SEGUNDA  CELESTINA. 

Fel.  Madre,  yo  te  tengo  entendida;  que 
burlando  te  lo  dije,  para  que  me  dijeses 
con  brevedad  lo  que  deseo ;  que  como  tus 
palabras  no  sean  locas  ,  cree ,  que  no  se¬ 
rán  mis  orejas  sordas. 

Cel.  Así  lo  creo  yo,  señor;  que  como  en 
todo  eres  fuerte  que  sojuzgarás  tu  volun¬ 
tad  y  te  vencerás,  pues  esta  es  la  mejor 
fortaleza  de  todas,  como  tú  mejor  sabes; 
y  dejando  esto  por  concluido,  yo  fui  en 
casa  de  su  madre  de  Polandria. 

Fel.  ¿Qué  fuiste,  madre? 

Cel.  A  la  fé,  que  fui  yo  y  no  otra. 

Fel.  Ven  acá,  que  te  quiero  abrazar 
mil  veces,  que  con  tal  entrada  no  pueda 
haber  mala  salida. 

Cel.  Señor,  pues  no  me  abrazes  tanto 
ni  me  beses  los  carrillos,  que  mal  pecado, 
ya  sabes  cuán  peligroso  es  el  pajar  viejo 
cuando  se  enciende,  especial  si  el  fuego 
es  grande  como  el  de  tu  hermosura. 

Fel.  Madre,  por  me  reprender  que  no 
te  beso  las  manos  por  tan  gran  merced, 
creo  dices  eso,  y  tienes  razón,  y  dámelas 
acá  y  besártelas  hé. 

Cel.  Esas  aguardo  yo  para  besar  á  tí 
por  las  mercedes  que  espero,  y  no  me 
atajes  hasta  el  cabo,  que  has  de  saber  que 
hallé  á  su  madre  Paltrana,  mala  en  la 
cama;  y  como  dice  el  proverbio,  con  lo 


I 


I 


SEGUNDA  CELESTINA.  239 

que  Sancho  adolece,  Domingo  y  Martin 
sanan;  que  quiere  decir,  que  con  su  mal 
alcanzamos  tú  y  yo  el  principio  de  la  sa¬ 
lud,  porque  has  de  saber  que  me  hice  fí¬ 
sica  y  me  aproveché  de  mi  saber,  porque 
como  sabes  cuando  fueres  á  Roma  vive 
como  romano;  ya  tentéle  los  pechos  y  la 
barriga  y  allá  le  hice  entender  que  los 
tenia  mejores  que  su  hija ,  que  no  lo  puedo 
más  encarecer,  teniéndolos  mas  flojos  que 
dos  madejas  sin  cuenda,  y  la  barriga  como 
un  reclamo ;  mas  desnudéme  de  verdad 
por  vestirla  de  lisonja  para  ganalle  la  boca 
y  ponelle  freno  con  que  le  hice  hacer  cor¬ 
vetas.  Y  sobre  esto  fué  la  segunda  parte 
de  mi  sermón,  todo  de  santa  doctrina 
pregonando  vino  y  vendiendo  vinagre,  de 
suerte  que  por  gran  privada  suya,  mandó 
á  su  hija  y  á  su  doncella  que  me  llevasen 
al  jardin  á  recrear  y  comer  fruta  y  sobre 
tan  buena  comida,  ya  tu. puedes  saber  si 
seria  sabrosa  la  fruta. 

Fel.  ¡Oh,  singular  mujer !  ¡Oh,  astuta  y 
sabia  cautela!  No  me  digas  mas,  que  per¬ 
deré  el  seso  con  oirte. 

Cel.  Bien  librada  estaba  yo,  si  tú  no  lo 
tuvieses  ya  perdido. 

Fel.  ¿Qué  dices  madre?  no  hables  paso 
que  con  trompetas  queria  que  se  prego¬ 
nasen  tan  gloriosas  nuevas. 


240  SEGUNDA  CELESTINA. 

Cel.  No  digo,  señor,  sino  que  no  fue 
mi  tiempo  perdido,  que  supe  así  rodear 
mis  lisonjas  con  la  doncella  suya  que  á  la 
verdad,  es  graciosa  y  hermosa,  que  la 
hice  pasear  y  quedéme  con  Polandria  sola. 

Fel.  ¿Qué  me  dices?  que  sola  la  tuviste, 
¿es  posible? 

Cel .  Alacé  sola,  y  díjele  tales  razones 
con  que  por  evitar  prolejidad,  queda  de 
suerte  que  temo  será  de  hoy  más  otro 
rostro  y  favor  que  hasta  aquí.  Mira  si  es 
harto  para  la  primera  vez. 

Fel.  ¿Qué  paga?  yo  no  tengo  con  que 
te  pagar  tan  gran  bien  y  por  tu  vida, 
madre,  que  no  me  hables  en  prolejidad  en 
cosa  de  mi  señora,  sino  que  me  lo  cuentes 
todo  por  extenso  lo  que  con  ella  pasaste. 

Cel.  El  harto  del  ayuno  no  tiene  cui¬ 
dado  ninguno.  Caro  me  costaría  á  mí  tanta 
prolejidad. 

Fel.  ¿Qué  dices,  señora? 

Cel.  Señor,  que  no  quieras  por  agora 
saber  mas ,  porque  hasta  llegar  á  este  fin 
todo  fué  rigor  para  contigo.  Bástete  saber 
que  el  fin  fué  bueno,  que  es  hora  de  tor¬ 
nar  á  mi  casa ,  que  tengo  como  te  dije, 
ganado  nuevo  y  malo  de  guardar;  que  yo 
tornaré  allá  muchas  veces  como  está  acor¬ 
dado  y  otras  veces  nos  veremos  y  no  lo 
quieras  todo  junto.  Y  la  verdad  es  hora  de 


SEGUNDA  CELESTINA.  v  24 1 

comer,  y  mal  pecado,  cuando  fuere  á  casa 
si  viene  á  mano,  no  habrá  que  comer  ni 
cuidado  de  se  haber  traido. 

Fel.  Qué  ¿Háte  de  faltar  de  comer  ago¬ 
ra  ni  en  toda  tu  vida?  Pues  para  ese  so¬ 
bresalto  envia  por  ración  cada  dia  á  mi 
casa. 

Cel.  Señor,  bésote  las  manos  por  la 
merced,  y  mejor  seria  secretamente  que 
me  la  hagas  en  dineros,  porque  no  bar¬ 
runten  en  casa  de  Polandria,  ni  tus  cria¬ 
dos  menos,  no  hayamos  de  reñir  sobre 
partir  la  ganancia,  como  con  los  mozos 
de  Calixto  dicen  que  me  acaeció,  cuando 
me  costó  no  menos  que  la  vida. 

Fel.  Muy  bien  dices,  madre,  y  así  se 
hará,  y  quiero  ver  si  tengo  aquí  algo  en 
esta  bolsa  que  para  jugar  traigo.  Ello  es 
poco,  mas  como  por  señal  lleva  esas  trein¬ 
ta  doblas;  y  el  casamiento  de  tu  criada 
no  se  deje  de  buscar  marido,  y  tenlo  por 
cierto. 

Cel.  Señor,  por  señal  y  por  paga  la  re¬ 
cibo  yo  esta  merced  y  bien  me  parece  que 
oiste  el  ejemplo  de  Alexandre. 

Fel.  Madre,  no  hables  en  eso  que  me 
corro ,  que  tú  verás  lo  que  yo  haré  ade¬ 
lante,  y  acaba  tu  razón. 

Cel.  Señor,  por  mi  vida,  que  hasta 
traerte  mejores  nuevas  se  quede;  y  báste- 

16 


242  SEGUNDA  CELESTINA. 

te  que  por  las  obras  quiero  que  me  co¬ 
nozcas  que  yo  soy  muy  enemiga  de  pala¬ 
bras,  y  ellas  sean  testigos  de  mis  servicios 
y  tus  mercedes.  Y  no  gastemos  tanto 
tiempo  juntos,  que  despertemos  al  que 
duerme,  pues  que  sabes  que  quien  no  ase¬ 
gura  no  prende.  Déjame  tú  errar  ó  acer¬ 
tar  esta  tela  que  tengo  tramada,  y  en¬ 
gáñate  por  mí,  que  á  osadas  que  no  te 
engañes. 

Fel.  Madre,  hágase  como  tú  mandas  y 
abrázame,  y  Dios  vaya  contigo,  que  no 
te  quiero  ser  mas  enojoso. 

Cel.  Y  quede  contigo,  y  pásame  por 
la  puerta  esta  tarde  muy  gentil  hombre 
cual  yo  te  pinté  y  tú  lo  eres,  que  no  puse 
nada  de  mi  casa. 

Fel.  Déjame  el  cargo,  y  yo  me  voy. 
¡Oh,  bien  aventurado  Felides!  ¡Oh,  exce¬ 
lente  mujer  Celestina!  ¡Oh  gozo  tan  gran¬ 
de  que  temo  con  él  no  perder  el  seso,  y 
olvidar  con  perderlo  lo  que  gané  en  habe- 
lle  perdido!  Mozos,  mozos. 

Sig.  Señor. 

Fel.  ¿Comeremos  ya? 

Sig.  ¡A  buena  hora,  par  Dios,  señor! 
Por  nuestro  señor,  que  están  tan  secos  los 
capones ,  y  que  pienso  que  no  están  para 
comer  según  ha  tardado. 

Fel.  ¿Qué  hora  es? 


SEGUNDA  CELESTINA. 


*43 

Sig.  Señor,  la  una  es  dada. 

Fel.  Válame  Dios,  no  sé  como  me  he 
descuidado,  hora  pues,  sus,  comamos:  que 
el  mejor  comer  y  la  mejor  hora,  es  cuan¬ 
do  hombre  lo  há  gana. 

Sig.  ¿Y  cuándo  los  otros  la  tienen  per¬ 
dida  ? 

Fel.  Qué  necedad,  ¿tengo  yo  de  comer 
por  tu  voluntad  ó  por  la  mia?  Llámame 
acá  á  Pandulfo. 

Pañi.  Señor  ¿y  no  me  ves? 

Fel.  Por  nuestro  señor,  no  te  vía.  ¿Pues, 
tenemos  mas  de  lo  pasado? 

Pañi.  Con  los  nuevos  terceros  los  vie¬ 
jos  se  te  han  olvidado;  pues  voto  á  tal, 
que  yo  aun  parte  tengo  en  el  concierto. 

Fel.  ¡Como  que  te  olvidare  por  cierto, 
Pandulfo!  Tal  no  haré  yo,  ni  aun  tengo 
olvidadas  las  razones  que  me  avisaste 
para  escribir. 

Pañi.  Pues  búrlate  tú  señor,  que  yo  te 
prometo  que  rio  yerres  si  tomares  mi 
consejo. 

Fel.  Yo  te  prometo  que  si  otra  carta 
escribo,  que  yo  te  la  encomiende  á  tí  y 
para  en  señal  de  lo  que  te  tengo  de  dar, 
toma  esa  pechuga  de  capón,  y  dale  tú 
Sigeril,  una  vez  de  vino  con  mi  copa  y  de 
mi  vino. 

Pañi.  Quieres  decir,  señor,  que  sobre 


*44 


SEGUNDA  CELESTINA. 


el  buen  comer  el  ajo;  pues  déjame  el 
cargo  que  por  tu  vida,  que  yo  te  haga  que 
mientes  y  aun  me  ayunes  la  víspera, 
mejor  que  la  de  santa  Celestina,  libéranos 
domine,  y  qué  tú  me  digas  alguna  vez:  te 
rogamos  audi  nos. 

Fel.  ¿Pasas  por  la  santidad  de  aquella 
buena  mujer? 

Parid.  Buen  disimular  es  ese. 

Fel.  ¿Qué  dices? 

Pand.  Digo,  señor,  que  á  otro  perro 
con  ese  hueso. 

Fel.  ¡Cómo  eres  malicioso! 

Pand.  Lo  que  con  los  ojos  veo,  con  los 
dedos  lo  adevino,  ¿para  qué  es  eso  señor? 
á  perro  viejo  nunca  le  digas  cuz,  cuz. 

Fel.  ¿Por  qué  dices  eso?  mira  no  digan 
por  tí  y  mí,  que  escudero  pobre  rapaz 
adevino. 

Pand.  Yo,  señor,  me  lo  querria  ser; 
mas  mal  pecado,  ya  tengo  edad  para  sa¬ 
ber  yo  cuántas  son  cinco.  Mas  paréceme 
que  no  sin  causa  fui  contigo,  cedazuelo 
nuevo  tres  dias  en  estaca,  ya  me  traes 
sin  tocinos  y  sin  estacas,  que  no  te  acuer¬ 
das  si  soy  nacido,  y  teniéndome  delante 
preguntas  por  mí,  y  así  la  realez  de  las 
cosas  es  madre  de  admiración,  salvo 
si  te  quieres  tornar  beato  con  las  predi¬ 
caciones  de  Celestina ,  y  si  te  ha  tomado 


SEGUNDA  CELESTINA.  245 

por  testigo  de  abono  para  canonizaba 
por  santa.  Y  á  buen  entendedor  pocas 
palabras;  y  no  me  tengas,  señor,  por 
bobo,  que  yo  te  entiendo  y  tú  me  entien¬ 
des  ;  mas  ya  sabes  que  no  hay  peor  sordo 
quel  que  no  quiere  oir.  Mas  refrán  viej  o  es, 
que  de  fuera  venga  quien  de  casa  nos  eche. 

Fel.  Deso  estarás  tú  seguro,  que  á  buen 
sueño  suelto  puedes  dormir,  y  yo  con 
descuidarme  con  el  cuidado  que  del  mió 
has  tomado.  Y  con  esto,  alza  esta  mesa, 
que  yo  me  voy  á  reposar ;  y  para  después 
á  la  tarde,  aderézame  el  caballo  overo 
con  un  jaez  blanco.  Y  tú,  Sigeril,  aparéja¬ 
me  el  vestido  frisado  acuchillado  sobre 
tela  de  oro,  que  quiero  dar  una  vuelta. 

Pand.  Alguna  buena  nueva  hay. 

Fel.  ¿Qué  dices,  Pandulfo? 

Pand.  Digo,  señor,  que  no  hay  vuelta 
sin  revuelta.  Que  la  revuelta  que  contigo 
traes,  te  hace  dar  estas  vueltas;  y  tantas 
daremos  á  la  noria,  que  salgan  llenos  los 
arcaduces. 

Fel.  Así  plega  á  Dios,  y  quédate  con  él, 
que  me  voy  á  reposar.  Y  dame  aquella 
vihuela  y  diré  un  villancico  que  hice  esta 
noche. 

Sig.  Señor,  héla  aquí. 

Fel.  Pues  oye. 


246 


SEGUNDA  CELESTINA 


VILLANCICO. 

Llorareis  mis  ojos  tristes 
Vuestro  mal ,  no  por  cruel  , 

Mas  por  la  tardanza  dél. 

Sig.  Singular  es,  par  Dios,  señor. 

Fel.  Pues  oye  las  coplas. 

Llorad  del  mal  que  perdistes , 

Y  no  se  puede  cobrar, 

'  El  tiempo  que  sin  penar 

Por  amores  estuvistes: 

Y  vereis  sino  lo  vistes, 

Que  en  mi  mal  no  hay  mal  por  él. 

Sino  es  la  tardanza  dél. 

Sig.  Oh,  que  apropósito  del  villancico 
es  l,a  copla. 

Fel.  Oye. 

El  tiempo  que  no  gastastes 
En  servir  á  quien  servistes, 

Todo  aquel  tiempo  perdistes, 

Cuando  en  servilla  ganasfes; 

Pues  que  perdistes  aquel 
Que  no  penastes  en  él. 

• 

Sig.  Más  perdido  es,  señor,  el  que 
dejas  de  trovar,  pues  también  lo  sabes 
hacer. 

Fel.  Hora  oye  y  calla. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


247. 


No  hallo  tiempo  ganado, 

Sino  es  el  tiempo  servido , 

Que  lo  más  todo  ha  pasado , 

Sin  pasar,  pues  es  perdido , 

Sin  vivir  habéis  vivido 
Todo  el  tiempo  que  con  él , 

Vivistes  sin  pena  en  él. 

t 

Y  toma  allá  esta  vihuela,  que  me  entris¬ 
tece  la  música  más  de  lo  que  yo  estoy,  y 

véte. 

\ 

Sig.  Par  Dios,  señor,  de  aquí  á  maña¬ 
na  me  estuviera  oyéndote.  Mas  bien  es 
que  descanses,  y  yo  me  voy. 


248 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  VIGÉSIMA  SEGUNDA  CENA: 

Celestina  va  á  su  c_asa  y  muestra  á  Elicia  las  doblas.  Y 
en  esto  Palana  llama  á  la  puerta;  y  sobre  celos  de 
Pandulfo,  deshónranse  todas  tres,  y  dánle  de  chapi- 
nazos  y  de  palos  con  una  rueca,  y  los  vecinos  las  des¬ 
parten,  y  ellas  se  van  á  un  monesterio;  y  intro- 
dúcense. 


CELESTINA. — ELICIA. — PALANA. — VECINAS. 

Cel.  Ta,  ta. 

Elic.  ¿Quién  está  ahí? 

Cel.  Abre  hija  Elicia,  que  yo  soy. 

Elic.  Par  Dios,  madre,  á  buena  hora 
vienes;  mas  nunca  debieres,  par  Dios, 
venir  acá,  que  en  mi  alma,  transida  de 
hambre  estoy. 

Cel.  Ay  hija,  poco  cuidado  tienes  de 
lo  que  yo  iba  para  quien  le  cumple.  ¿Pa- 
réscete  hija,  que  es  cara  tardanza  la  que 
nos  ha  dado  treinta  piezas  de  oro  después 
que  de  aquí  salí?  tú  no  miras  á  mañana; 
sabe  hija,  que  no  he  andado  holgando,  ni 
eres  más  de  hueso  y  carne  que  yo  lo  soy. 

Elic.  Ay  tia,  señora,  ¿y  dónde  hubiste 
tanto  bien? 

Cel.  A  la  fe ,  hija,  de  mi  oficio,  y  no 
aprendas,  y  ándate  ahí  con  tu  Grito  acucs- 


'  -  SEGUNDA  CELESTINA.  249 

tas,  que  al  cabo  de  diez  años  te  da  dos 
doblas. 

Elic.  Hora  tia,  comamos,  y  déjate  de 
eso;  que  ya  sabes  que  nunca  fui  aficionada 
á  ese  oficio,  sino  á  ganar  dos  doblas,  y  co¬ 
mellas  con  uno  ó  con  dos  amigos,  á  mi 
contentamiento. 

Cel.  Hora  hija,  pasarse  há  la  mocedad, 
y  cuando  viniere  el  tiempo  que  des  los 
cañibetes,  entonces  tú  te  acordarás  de  mí; 
mas  dejemos  esto  y  comamos,  que  tran¬ 
sida  vengo  de  sed. 

Elic.  Madre,  como  dicen  bebe  á  cor¬ 
tesía,  que  no  has  comido  bocado  y  has 
bebido  tres  veces. 

Cel.  Hija,  por  tu  vida,  que  no  me  estés 
contando  las  veces ,  pues  yo  no  te  arriendo 
los  escamochos,  que  pocas  veces  me  verás, 
hija,  rifar  sobre  el  pesebre;  que  por  mi 
vida,  que  no  te  sabe  á  tí  peor  que  á  mí. 

Elic.  Madre,  no  te  enojes,  que  no  lo 
digo  por  tanto;  que  en  fin,  bien  sabré 
beber  agua  si  fuere  menester. 

Cel.  Ya  lo  digo,  que  por  mi  vida  que 
no  lo  bebo  yo  todo ;  y  callémonos  no  nos 
oyan  reñir  sobre  el  beber.  ¿Oyes  que  á 
la  puerta  llaman?  mira  quién  es. 

Elic.  ¿Quién  llama  ahí? 

Pal.  Yo  soy,  que  quiero  dos  palabras 
á  la  señora  Celestina. 


2  50 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Elic.  Tia,  en  mi  ánima,  Palana  está 
allí  que  te  quiere  hablar. 

Cel.  ¿Quién  es  Palana? 

Elic.  Oh  Jesús,  madre,  qué  mala  me¬ 
moria  tienes,  ¿*tú  no  oiste  el  otro  dia 
habkir  de  una  ramera  que  está  por  Pan- 
dulfo  el  mozo  despuelas  de  Felides? 

Cel.  ¿Pues  qué  quiere  ella  en  mi  casa? 

Elic.  Por  Dios,  no  sé  más,  en  mi  alma, 
que  aunque  pasa  ya  de  sus  treinta  y  cinco 
años,  unas  colores  trae,  que  dedos  dedos 
en  alto  trae  los  carrillos  almagrados  y 
otro  tanto  en  albayalde. 

Cel.  Por  Dios  que  estamos  buenos; 
dile,  hija,  que  se  vaya  con  Dios,  que  no 
son  tales  mujeres  para  entrar  en  mi  casa. 
¡Dios,  que  eso  es  lo  que  yo  ando  á  buscar 
para  aprobar  mi  persona! 

Elic.  Señora  Palana,  que  está  mi  tia 
ocupada,  que  no  puedes  al  presente  estar 
con  ella. 

Pal.  Buen  disimular  es  ese ,  hermana: 
á  quien  cuece  y  amasa,  nunca  le  hurtes 
hogaza,  que  viejo  es  Pedro  para  cabrero, 
por  mi  vida. 

Elic.  Válala  Dios,  ¿y  ella  que  há,  her¬ 
mana?  véte  con  Dios,  que  no  te  entiendo 
esa  algarabía. 

Pal.  Tú  me  entiendes,  y  aun  el  que 
tienes  allá  yo  le  tengo  bien  entendido. 


I 


SEGUNDA  CELESTINA.  25  I 

Elic.  Hay  tal  cosa  en  el  mundo  ;  andad, 
andad  hermana  con  Dios,  que  no  son 
para  mí  esas  roncerías ,  que  ni  te  entien¬ 
do  ni  sé  qué  dices. 

Pal.  Gentil  cortesía  de  señora;  después 
que  ha  hecho  sus  mangas,  presume  agora 
de  muy  dueña. 

Cel.  Hija,  deja  esa  borracha,  y  déjate 
destar  con  ella:  acullá  fué,  mas  acullá  vino 
desde  la  ventana,  que  no  es  tu  honra  ni 
mia. 

Pal.  Mujer  honrada,  no  llaméis  á  nin¬ 
guna  borracha ,  que  aquí  no  hay  borracha 
ninguna,  y  dejaos  deso  y  echad  acá  ese 
galan  que  teneis  allá  encerrado. 

Elic.  ¡Al  diablo  la  deslabada,  y  mira 
qué  dichos!  Por  mi  vida,  doña  puerca, 
sucia,  que  si  de  ahí  no  os  is,  y’os  haga 
castigar  como  vos  mereceis,  ¿y  qué  gentil 
hombre  habéis  visto  acá?  mirad,  por  vues¬ 
tra  vida,  quien  tal  oye  á  la  bagasa  y 
creello  há. 

Pal.  Vos  sois  la  bagasa  y  la  puerca, 
que  yo  soy  mujer  tan  honrada  que  no 
me  mereces  vos  descalzar;  ¿y  quién  me 
habia  á  mí  de  castigar?  ¿vuestro  rufián 
Grito,  ó  Pandulfo  el  que  agora  tienes 
allá  metido?  pues  y’os  prometo  que  tan 
enhoramala  allá  lo  tienes. 

Cel.  Jesús,  Jesús;  tú  no  has  entendido 


\. 


N 


252  SEGUNDA  CELESTINA. 

esta  trama  que  trae  esta  huena  mujer,  que 
piensa  que  le  tienes  acá  su  rufián,  porque 
le  deben  de  haber  dicho  que  ha  venido  aquí 
dos  ó  tres  veces.  ¡En  el  nombre  del  Padre, 
y  del  Hijo,  y  del  Espíritu  Santo,  con  tal 
testimonio!  Jesús,  Jesús,  líbreme  Dios  del 
diablo  y  de  tal  testimonio,  ¿habéis  oido 
que  maldad?  andad,  andad,  mujer  de 
bien,  que  en  mi  casa  no  se  acostumbran 
esas  rufianerías,  que  mujer  soy,  que  del 
rey  abajo  pueden  entrar  en  mi  casa  sin 
sospecha  desas  bellaquerías ;  que  ni  co¬ 
nocemos  aquí  á  Crito  ni  á  Crita,  ni  á 
Pandulfo  más  de  por  criado  de  Felides, 
que  es  un  honrado  caballero :  ¿habés  hora 
mirado,  con  qué  se  viene  allegar  gente 
la  deslabada,  sucia,  desvergonzada,  y  qué 
osadía  y  qué  atrevimiento? 

Pal.  Ay,  Celestina,  y  quien  la  oye:  como 
sino  conociésemos  su  labia  y  sus  pala¬ 
bras. 

Elic.  Borracha,  bellaca,  establera,  ¿con 
mi  tia  os  habés  de  igualar?  landre  mala  me 
mate,  si  nos  hago  cortar  las  narices,  doña 
puerca  bagasa. 

Pal .  ¡Mirad,  que  condesa  Celestina,  para 
no  se  igualar  con  ella!  Vos  sois  la  puerca 
y  la  bagasa,  y  callad  y  meted  la  lengua 
donde  sabes,  que  vuestra  cabeza  guardará 
la  mia.  Veres  vos  la  duquesa,  que  ame- 


/ 


SEGUNDA  CELESTINA.  253 

/  * 

naza  con  sus  caballeros,  que  cortará  na¬ 
rices. 

Cel.  Mírame  acá,  dueña,  para  esta  y 
por  los  huesos  de  mi  padre,  que  vos  me 
lo  paguéis  y  que  y’os  haga  cruzar  los  ho¬ 
cicos,  porque  pongáis  vos  lengua  en  tal 
mujer  como  yo. 

Pal.  Mirad,  por  mi  fé  que  no  la  habia 
conoscido,  en  mi  alma,  que  es  la  señora 
Celestina,  la  de  la  cuchillada,  la  que  dice 
que  me  la  hará  dar.  Señora,  perdóneme 
vuestra  merced,  que  no  la  habia  conos- 
cido. 

Elic.  Dó  al  diablo  la  establera,  mala 
muerte  muera,  si  cabello  en  la  cabeza  te 
dejo,  y  los  cascos  á  chapinazos  no  le 
quiebro. 

Cel.  Torna  acá,  Elicia,  no  te  iguales 
con  esa  borracha. 

Pal.  Celestina,  con  lo  que  vos  bebés, 
me  emborracho  yo. 

Elic.  Aguarda,  doña  bagasa. 

Vecinas.  ¿Y eso  señora  Elicia?  ¿y  tu  seso? 
;y  con  esa  te  habias  tú  de  igualar? 

Elic.  Dejadme,  dejadme  castigar  esa 
bellaca  ramera,  sucia  establera,  ¿y  con  mi 
tia  se  há  ella  de  igualar? 

Pal.  Vos  sois  la  ramera  y  la  establera, 
que  yo  limpiamente  y  público  vivo  de  mi 
oficio,  y  no  ganando  dineros  secretos 


t 


254  SEGUNDA  CELESTINA. 

como  vos:  yo  soy  tan  buena  como  vos  y 
mejor. 

Cel.  Déjala,  hija,  que  dice  la  verdad: 
que  Séneca  dice,  que  estonces  es  la  mu¬ 
jer  buena  cuando  claramente  es  mala. 

Pal.  Callá  vos  puta  vieja,  que  estáis 
predicando  de  la  ventana,  al  cabo  de 
ochenta  años  de  alcahueta. 

Elic.  Oh,  la  bellaca;  déjame,  déjame, 
señora. 

Pal.  Seme  testigos,  que  me  arrojó  el 
chapin  y  me  ha  descalabrado  con  él. 

Vecinas.  Anda  en  mal  punto,  ¿y  con 
Celestina  vieja  honrada^  te  has  de  tomar? 

Pal.  Como  sino  supiésemos  aquí  quién 
es  Celestina,  á  cabo  de  ser  coronada  tres 
veces  por  alcahueta. 

Cel.  ¡Oh,  mala  mujer  averiguada! 

Vecinas.  Y  eso  madre,  ¿tu  seso  dónde 
está? 

Cel.  Déjamela,  déjamela,  que  por  el 
siglo  de  mi  padre ,  de  hacelle  pedazos  esta 
rueca  en  la  cabeza. 

Elic.  El  diablo  me  lleve,  doña  puta,  si 
pelo  os  dejo  en  la  cabeza. 

Pal.  Justicia,  justicia,  que  me  matan 
y  me  han  descalabrado. 

Vecinas.  Hora  no  mas  ,  y  métete  tú  ma¬ 
dre  en  tu  casa,  y  tú  Elicia. 

Pal.  Señores,  sedme  testigos  como  me 


_  SEGUNDA  CELESTINA.  255 

han  mesado  y  quebrado  las  ruecas  en  la 
cabeza. 

Vecinas.  Hora,  anda  amiga  con  Dios 
y  toma  tus  lados,  que  en  mi  alma  que 
pensé  que  eran  tus  cabellos,  hasta  verte 
la  motila  de  fuera. 

Pal.  A  aquella  justicia  me  iré  braman¬ 
do  como  una  leona,  porque  sobre  cuer¬ 
nos  penitencia. 

Cel.  Andad,  andad,  doña  borracha,  que 
no  os  habés  de  igualar  con  tal  mujer 
como  yo  ,  que  no  es  eso  nada,  que  por  los 
huesos  de  mi  padre,  que  y’os  haga  hacer 
un  castigo  que  se*t  sonado ,  y  para  otras 
borrachas  escarmiento. 

Vecinas.  Jesús,  ¿y  qué  ha  sido,  comadre, 
esto? 

Cel.  Mi  desdicha,  que  en  este  mundo 
ni  en  el  otro  me  deja,  ¡Desventurada  de 
mi,  que  negro  dia  fué  que  yo  nascí! 

Vecinas.  ¿Y  eso  comadre?  Por  Dios  no 
te  abofetees  ni  meses,  mira  la  autoridad 
de  tus  canas. 

Cel.  ¿No  tengo  de  sentir,  que  una  be¬ 
llaca  me  levante  que  tengo  rufianes  en 
mi  casa,  viviendo  como  santa  Catalina, 
y  lacerando  y  pasando  hambre  y  sed,  para 
sostener  mi  honra ,  y  que  hoy  venida  y 
eras  garrida?  ¡Plega  á  tí  señor  que  estás  en 
los  cielos,  que  en  poder  de  justicia  vea  yo 


-  256  SEGUNDA  CELESTINA. 

aquella  bellaca  que  tal  me  ha  levantado! 
! Hombres  diz  que  tenemos  encerrados! 
vecinos  honrados,  entrad  en  mi  casa  y 
buscaldo,  para  que  se  sepa  si  tengo  hom¬ 
bres  escondidos,,  que  por  el  siglo  de  mi 
padre,  mi  honra  ponga  en  la  vida  de 
aquella  borracha  deslenguada. 

Elic.  Calla  tia,  señora,  que  en  fin  yo  te 
prometo,  que  si  marina  bailó  que  tomó  lo 
que  halló,  que  cosa  no  le  dejé  en  la  cabeza 
sana,  ni  le  dejé  con  los  chapines  y  la  rue¬ 
ca.  Y  enhoramala  porque  no  tenia  cabe¬ 
llos,  que  como  me  dejó  las  guedejitas  que 
traía  la  borracha,  á  cabo  de  su  vejez,  en 
las  manos  me  dejara  los  cabellos,  si  los 
tuviera. 

Vecinas.  En  hora  negra,  que  una  oreja 
medio  la  dejaste  arrancada. 

Elic.  Más  quisiera  podelle  arrancar 
ambas  y  aun  las  narices. 

Vecinas.  Hora,  tia  señora,  tócate;  y  tú 
Elicia,  métela  en  casa;  y  bien  será  iros 
á  alguna  casa  ó  monasterio  hasta  que  se 
asiente  esto,  que  aquella  mujer  de  bien 
no  va  en  son  de  parar  hasta  dar  queja. 

Cel.  No  soy  mujer  que  tengo  de  salir 
de  mi  casa  por  tan  poca  cosa. 

Vecinas.  Sí,  mas  todavía  es  bien  por¬ 
que  la  justicia,  en  fin,  no  mira  tan  por 
el  cabo  las  cosas 


I 


SEGUNDA  CELESTINA.  257 

Elic.  Bien  dicen  las  vecinas,  madre; 
por  tu  vida,  que  nos  vamos  á  santa  Clara 
que  es  monasterio  de  dueñas,  y  allí  esta¬ 
remos  más  á  nuestra  honra. 

Cel.  Pues  te  paresce  hija,  toma  tu 
manto  y  cierra  esa  puerta  y  vamos.  Y 
señoras ,  pídoos  por  merced  que  miréis  por 
mi  casa,  que  poco  durará  esta  ausencia. 

Vecinas.  Pierde  cuidado  tia;  Dios  vaya 
contigo. 


r7 


/ 


I 


25S  SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  VIGÉSIMA  TERCERA  CENA. 

* 

Elicia  dice  á  Celestina  como  viene  Areusa  á  vellas;  y 
tras  ella  viene  Pandulfo  ,  y  luego  Felides;  y  Pandulfo 
y  Sigeril  burlando  dél,  de  que  habla  en  seso  con  el 
senado  de  Celestina,  y  toma  á  cargo  de  delibrarlas 
con  la  justicia;  y  hácelo  así,  enviando  la  respuesta 
con  Canarín  su  pajecico ;  y  íntrodúcense. 

ELICIA. — CELESTINA. —  AREUSA.  —  CENTURIO. 
FELIDES. —  PANDULFO.  — SIGERIL. - CANARIN. 

Elic.  Madre,  bien  dicen,  échate  á  en¬ 
fermar  y  sabrás  quién  te  quiere  bien  y 
quién  te  quiere  mal.  Que  he  aquí  donde 
viene  Areusa,  y  cuán, desahilada  viene. 

Ar .  ¿Qué  es  esto,  madre?  que  toda 
vengo  sin  huelgo,  cuando  me  dijeron 
que  te  habian  visto  venir  de  priesa  tú  y  mi 
prima  y  que  quedábades  en  santa  Clara. 

Cel.  A  la  fe,  hija,  los  malhechores  no 
es  cosa  nueva  andar  por  iglesias.  ¿Paré¬ 
cete  que  estoy  bien  librada,  al  cabo  de  mi 
vejez,  andar  en  tales  pasos? 

Ar.  Ay  madre  ¿qué  ha  sido  esto?  que 
desde  la  calle  del  Arcediano  vengo  los 
chapines  en  las  manos,  por  venir  más 
apriesa. 

Elic.  Y  cómo  prima,  ¿y  tú  no  lo  sabes? 


1 


) 


SEGUNDA  CELESTINA. 


2  59 


Ar.  No  sé  más,  de  como  os  vieron  ve¬ 
nir  como  quien  viene  á  ganar  beneficio. 

Elic.  Ay  prima,  si  tú  hubieras  visto  en 
la  escarapela'  que  nos  hemos  visto,  más 
con  razón  dijeras  lo  que  dices. 

Ar.  ¿Y  qué  escarapela? 

Cel.  Qué  demonios  de  escarapela,  que 
no  fué  nada,  hija,  sino  que  una  borracha 
vino  á  mi  casa  y  no  sé  qué  deshonesti¬ 
dades  me  dijo  y  quebréle  una  rueca  en 
los  cascos  y  dijéronnos  que  daba  queja: 
y  yo  habia  de  venir  aquí  á  rezar  ciertas 
devociones,  y  traje  conmigo  tu  prima, 
que  ni  hay  porqué  estar  aquí,  y  todo  no 
fué  nada. 

Elic.  A  osadas,  madre,  que  no  fué 
nada!  Por  tu  vida,  prima,  que  sobre 
echalle  los  tocados  en  el  suelo  con  la  ca¬ 
bellera,  los  chapines  le  deshice  á  chapi- 
nazos,ylas  orejas  le  dejé  medio  arranca¬ 
das,  y  dice  mi  tia  que  no  fué  nada. 

Cel.  Alacé  hija,  no  fué  nada;  pues  no 
dejó  allí  las  narices  y  aun  la  vida,  según 
lo  que  merescia. 

Ar.  ¿Y  quién  era  la  señora? 

Elic.  Por  cierto  ,  vergüenza  es  de  deci- 
11o  por  no  ensuciar  mi  boca  en  nombra¬ 
da,  como  ensucié  mis  chapines  en  casti¬ 
gada.  Hi ,  hi ,  hi. 

Ar.  ¿Y  de  qué  te  ries? 


2  6o 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Elic .  De  que  no  puedo  dejar  de  reirme 
de  ver  la  borracha  cómo  venia  con  sus 
guedejitas  á  los  lados,  y  sus  dos  dedos  de 
color  mal  puesta  en  las  mejillas,  que  no 
parescia  sino  unas  santas  viejas  mal  en- 
varnizadas,  y  cuando  no  me  cato,  víla 
con  su  motila  de  fuera  y  los  cabellos  ru¬ 
bios,  sin  tocas,  por  ese  suelo  pisados  de 
cuantos  allí  andaban. 

Ar.  ¿Y  quién  era  ella? 

Elic.  Quién  diablos  podia  ser  sino  aque¬ 
lla  rameruela  borracha  de  Palana. 

Cel.  A  osadas,  no  enoramazas,  rame¬ 
ruela.  Llamóla  yo  rameraza,  y  más  que 
rameraza. 

Ar.  ¿Quién,  Palana,  la  cantonera  de 
cuatro  maravedís ,  que  vive  á  la  cal  nueva? 

Elic.  Esa  misma  y  no  otra;,  y  aquí  vie¬ 
ne  Centurio  que  la  conocerá  mejor. 

Ar.  En  el  nombre  del  Padre,  y  del 
Hijo  y  del  Espíritu  Santo.  ¿Y  dónde  esta¬ 
ba  vuestro  seso  cuando  en  tal  puerca  en- 
suciábades  las  manos?  á  tal  borracha  man- 
dalla  matar  á  palos  á  dos  acemileros. 

Elic.  Ay  prima,  ¿y  cómo  dices  eso?  y 
aun  por  Dios,  paciencia  nos  puso  ella 
para  aguardar  eso. 

Cen.  Oh  despecho  de  la  condición.  ¿Y 
qué  ha  sido  lo  que  ha  pasado  ?  que  renie¬ 
go  de  la  leche  que  mamé,  sino  preciára 


SEGUNDA  CELESTINA. 


20l 


más  llegar  á  tiempo  que  cuanto  tengo, 
para  cortar  el  gesto  á  aquella  borracha 
bellaca,  de  Palana. 

Elic.  ¿ Y  tú,  señor,  has  sabido  lo  que 
fué? 

Cen.  ¿Qué  fué?  fué,  juro  á  la  santa 
letania,  que  no  he  dejado  botica  en  todo 
el  burdel  que  no  he  buscado  aquella  be¬ 
llaca,  y  aun  voto  al  santo  martilojo,  que 
este  guante  de  malla  me  calzé  para  dalle 
dos  pares  de  bofetones ;  por  no  ensuciar 
las  manos  en  aquella  puerca;  que  las  tales 
no  se  han  de  castigar  sino  de  pomo  de  es¬ 
pada  ó  tanto  del  bofetón  de  guante  hasta 
hacella  escopir  la  malla  á  vueltas  de  las 
muelas  y  dientes. 

Elic.  ¿Dónde  lo  supiste,  señor? 

Cen.  Déjame,  pesar  de  los  moros,  que 
estoy  para  me  ahorcar.  ¿Y  tú  madre,  habias 
de  poner  manos  en  tal  borracha? 

Cel.  Hijo,  por  tu  vida,  que  me  hizo 
salir  de  seso;  que  bien  veo  que  fué  desati¬ 
no  una  mujer  como  yo,  ponerme  á  casti¬ 
gar  tal  puerca. 

Cen.  Burlando  dices  desvario;  hora  sus, 
sus,  no  se  hable  más  en  esto,  que  ello  se 
hará  lo  que  se  ha  de  hacer  para  castigo 
de  una  y  escarmiento  de  muchas  tales 
bellacas,  borrachas,  puercas,  sucias,  es¬ 
tableras,  como  aquellas  y  otras  tales. 


I 


2Ó2  SEGUNDA  CELESTINA. 

Elic.  Yo  te  certifico  señor,  que  ella 
queda  bien  castigada  de  mis  manos. 

Cen.  Hora,  que  ello  se  hará  lo  que  se  ha 
de  hacer,  no  se  hable  mas  en  ello,  que 
hé  aquí  donde  viene  el  señor  Felides.  Acá 
debe  de  venir. 

Cel.  Debe  de  haber  sabido  lo  que  pasa, 
y  mal  pecado,  como  yo  fui  muy  querida 
de  la  señora  Sebila,  viéneme  á  vesitar  y 
ver  lo  que  he  menester,  que  para  esto  son 
los  buenos  en  el  lugar.  Mi  señor  Felides, 
bien  dice  el  proverbio:  échate  á  enfermar, 
y  sabrás  quien  te  quiere  bien  ó  quien  te 
quiere  mal;  bien  empleado  es  el  servi¬ 
cio  en  tales  personas,  donde  las  merce¬ 
des  no  tienen  descuido  en  todo  tiempo. 

Fel.  ¿Qué  há  sido  esto  madre?  que  en 
saliendo  de  mi  casa  me  dijeron  no  se 
qué,  y  derecho  he  venido  á  ver  lo  que 
mandas. 

Cel.  Señor,  no  fué  nada,  ¿qué  habia  de 
ser  sino  cosas  de  mujeres?  Mas  á  osadas, 
hijo  Pandulfo,  que  nos  ha  costado  caro 
dos  veces  que  en  mi  casa  has  entrado,  que 
la  fama  que  hemos  sacado,  en  el  dedo  la 
ataremos. 

Pand.  Señora,  disimuláras  tú  con  aque¬ 
lla  puerca,  y  dijérasmelo  que  yo  la  cas¬ 
tigara  como  ella  merecía. 

Cel.  A  osadas,  mi  amor,  ¿cómo  dices  tú 


SEGUNDA  CELESTINA.  263 

disimularas?  ¡Y  aun  ese  lugar  nos  dió  ella 
para  disimular! 

Fcl.  Madre,  no  se  hable  por  Dios  mas 
en  esto,  que  por  Dios  paresce  poquedad 
mujer  tan  honrada  como  tú,  que  se  diga 
que  tiene  diferencias  con  tal,  como  Palana. 

Cel.  ¿Diferencias,  señor?  ¡Bien  librada 
estaba  yo,  por  tu  vida!  Más  olvidada  la 
tengo  ya  que  la  primera  camisa  que  vestí. 
Yo  la  perdono  señor,  porque  ya  sabes  que 
nuestro  Redentor  nos  manda,  que  si  nos 
dieren  una  bofetada  que  paremos  el  otro 
carrillo. 

Fel.  Pues,  si  sabias  eso  madre,  ¿por  qué 
no  tuviste  paciencia,  y  no  ponerte  aven¬ 
turar  tu  honra  á  donde  ninguna  se  puede 
ganar  con  las  tales? 

Cen.  Porque  no  tuvo  sufrimiento,  por¬ 
que  cree,  señor,  que  no  hay  mujer  que 
tenga  seso. 

Cel.  ¡Andate  ahí  á  decir  donaires,  ami¬ 
go!  ¿No  sabes  tú  que  tras  aquella  hoja  hay 
otra,  donde  dice  el  mismo  señor,  dar  y 
daros  han? 

Cen.  Según  yo  he  sabido  no  aguardaste 
tú  á  eso,  porque  primero  diste,  y  nunca 
recebiste. 

Cel.  Ay  hijo,  entiende  bien  que  dice, 
pedid  y  daros  han.  Y  las  palabras  de  aque¬ 
lla  sucia  pidieron  para  dalle  lo  que  le 


264  '  SEGUNDA  CELESTINA. 

dieron,  y  mucho  mas  fuera  su  merecido. 

Fel.  Hora  basta,  que  ello  está  bien 
dicho  y  mal  entendido,  que  á  la  verdad, 
tú  madre,  tuviste  poca  paciencia. 

Cel.  ¡  Oh  señor,  como  hablas  de  talan¬ 
quera!  Quería  yo  que  los  que  dicen  esto, 
que  les  tocasen  en  la  honra,  para  ver  el 
sufrimiento  que  tendrían.  Bien  con  razón 
dice  Catón :  que  de  fuera  todos  sabemos  y 
á  otros  damos  consejo,  y  para  nosotros 
mismos  no  lo  tenemos.  Cree  señor,  que 
del  dito  al  fato,  que  hay  gran  rato.  No  hay 
ninguno  que  no  dé  consejo,  y  pocos  veo 
recibillo  en  sus  cosas  propias,  ¿no  has  tú 
oido ,  que  del  loco  al  airado  no  hay  dife¬ 
rencia? 

Fel.  Y  aun  por  eso  dice  David ,  madre: 
airaos  y  no  queráis  pecar,  porque  los  pri¬ 
meros  movimientos  de  la  ira  no  son  en 
manos  de  los  hombres,  mas  la  razón  ha 
luego  de  señorear  la  inclinación  natural 
de  la  venganza. 

Pand.  ¡Oh,  pese  á  la  vida  con  tu  seso 
y  tu  presunción !  ¿pues  había  de  parar  para 
predicará  Celestina  y  á  Elicia?  y  en  la 
santidad  de  Centurio. 

Sig.  ¿Y  el  autoridad  de  la  tela  de  oro 
en  tal  senado?  Maldito  sea  hombre  que 
así  se  quiere  deshonrar  á  sí  y  á  los  que 
venimos  con  él. 


SEGUNDA  CELESTINA.  2Ó5 

I 

Fel.  Y  la  fortaleza  en  eso  consiste  y 
por  esto  habian  los  hombres  de  procurar 
habituarse  á  refrenar  las  inclinaciones; 
porque  de  la  costumbre  hácese  hábito,  y 
viene  á  convertirse  en  natural  el  tal  hᬠ
bito;  pues  quiere  el  filósofo,  que  la  cos¬ 
tumbre  sea  otra  naturaleza. 

Pand.  Por  cierto,  ese  hábito  á  lo  menos 
que  tú  traes ,  no  te  ha  hecho  con  toda  ri¬ 
queza  la  naturaleza  de  tu  desautoridad, 
y  mejor  se  podrá  por  tí  decir:  que  el  hᬠ
bito  no  hace  al  monje.  jMira  con  quien 
habla  en  el  filósofo!  Si  alegaran  algún  di¬ 
cho  de  mollejón,  el  padre  de  las  señoras 
del  burdel,  yo  te  certifico  hermano,  que  ie 
entendieran  mejor.  ¡Hi  de  puta  qué  doctor 
Centurio  para  esas  autoridades! 

Sig.  ¿Tú  no  ves  que  la  señora  Celesti¬ 
na,  sabe  mucho  de  los  efetos  de  natura? 
No  tienes  razón. 

Pand.  Mejor  dijeras  de  los  defetos;  mas 
también  me  parece  que  quiere  aquí  filo¬ 
sofar  como  en  la  carta  del  otro  dia.  Pues 
por  nuestra  dueña  de  la  Antigua,  que  hoy 
á  la  fuente,  di  á  la  moza  otra  carta  mia 
en  su  nombre  para  Polandria,  para  ver  si 
aprovechara  mas  mí  germanía  que  su  fi¬ 
losofía. 

Sig.  Cata,  ¿y  estás  burlando? 

Pand.  ¿Que  burlo?  Voto  á  tal  y  por  vida 


206 


SEGUNDA  CELESTINA. 


de  Quincia  que  no  burlo,  sino  que  es  así. 

Sig.  Pues  no  digas  nada  á  Felides  que 
se  enojará;  hasta  ver  como  sale  tu  ardid. 

Pand.  Así  se  hará.  Yo  te  prometo  que  se 
saque  otra  fruta  de  mis  razones,  que  de 
sus  filosofías. 

Cel.  Señor,  yo  te  beso  las  manos  por  lo 
dicho,  y  pues  lo  pasado  no  tiene  remedio, 
suplicóte  que  pongas  remedio  en  lo  pre¬ 
sente  y  en  lo  porvenir,  pues  somos  tuyas. 
Y  de  camino  no  dejes  de  hablar  al  corre¬ 
gidor:  ya  me  entiendes. 

Fel.  Muy  bien,  y  quede  Dios  contigo; 
que  yo  me  voy  á  la  justicia  y  te  enviaré 
luego  aviso  de  lo  que  pasa,  y  sino  se  deli¬ 
brare  tan  presto,  lo  cual  yo  no  pienso 
sino  que  se  hará  sabido  el  corregidor  la 
verdad,  no  es  razón  que  estés  aquí,  que 
yo  buscaré  casa  honrada  donde  podáis 
estar  mas  á  vuestra  honrada.  Y  quedad  á 
Dios,  y  andad  acá  mozos. 

Cel.  Señor,  Dios  te  guie. 

Elic.  Bendígalo  Dios,  que  no  paresce 
sino  un  pino  do  oro. 

Ar.  ¿Burlando  lo  dices,  hermana?  Por 
cierto  no  pienso  que  hay  tan  gentil  hom¬ 
bre  como  él  en  el  mundo.  ¡Y  qué  crespa 
tiene !  por  cierto  ,  dél  á  sant  Miguel  ángel 
no  hay  diferencia,  sino  que  es  frió.  En 
mi  alma,  perlas  parecíen  cuantas  pala- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


267 


bras  echaba  por  aquella  boca.  ¡Maldita 
sea  la  mujer  que  niega  lo  que  le  pide  tal 
hombre !  ¡Sino,  que  el  vestido  es  mocoso  y 
poco  galan! 

Cen.  Ta,  ta,  ta;  señora,  que  tengo  ce-, 
los  desto,  ¿y  cómo,  yo  no  te  parezco  mejor? 

Cel.  Hijo,  otras  cosas  tienen  los  hom¬ 
bres  más  que  hermosura ,  de  que  se  con-' 
tentan  las  mujeres;  que  de  otra  suerte 
bueno  seria  si  todas  anduviesen  tras  los 
mas  hermosos. 

Ar.  Mi  madre  te  ha  respondido-  cuanto 
hay  en  esto.  Cuanto  más  que  bien  sabes 
tú,  que  quien  feo  ama,  hermoso  le  parece. 

Cen.  Oh  despecho  de  la  condición,  ¿que 
yo  feo  soy? 

Elic.  Anda  señor  Centurio,  que  en  fin, 
virtudes  son  las  que  vencen. 

Cen.  ¿Y  por  eso  fundas  tú  que  me  quiere 
á  mí  tu  prima? 

Ar.  Alacé,  más  que  no  por  tu  hermo¬ 
sura;  que  en  fin,  aunque  te  quiero  mu¬ 
cho,  no  dejo  de  conoscer  que  es  más  her¬ 
moso  Felides  que  no  tú;  más  así  te  quiero 
vo  como  á  mi  vida. 

Cen.  Tienes  razón,  que  así  habrá  dife¬ 
rencia  de  lo  que  yo  haré  por  tu  servicio, 
á  lo  que  hará  Felides.  Sino  á  las  obras, 
crée,  la  noche  que  me  mandaste  aquello: 
ya  me  tienes  entendido. 


268 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Ar.  Ay  por  Dios,  no  me  digas  tantas 
veces  eso;  pues  que  sabes,  que  don  zaheri¬ 
do,  que  no  es  agradecido;  no  digan  por 
tí,  que  una  vez  que  fuiste  al  baño,  tienes 
que  contar  todo  año. 

Cen.  ¿No  sabes  tú,  señora,  que  decir  y 
hacer  que  es  para  bueno?  pues  si  tú  me 
tienes  por  tal,  déjame  decir  lo  que  quie¬ 
ro;  porque  no  hay  ninguno  que  sus  ha¬ 
zañas  las  quiera  meter  debajo  de  tierra, 
sino  que  sean  públicas  con  gloria  suya, 
y  ejemplo  para  los  otros. 

Ar.  Sí,  mas  deja  tú  á  otras  loar  tus 
cosas ,  y  no  les  quites  tú  con  el  loor  de  tí 
mismo,  la  gloria  que  de  otra  boca  dicha 
recibirán.  Porque  bien  sabes,  que  ningu¬ 
no  en  sus  cosas  propias  es  creido;  y  pues 
con  las  palabras  de  tu  alabanza  pones  de¬ 
fecto  en  las  obras  que  te  pueden  alabar, 
háslas  tú  y  díganlas  otros. 

Cen.  Señora,  no  dé  ya  la  envidia  de  los 
hombres  ese  lugar  para  que  yo  deje  ya  de 
decir,  lo  que  otros  sé  que  han  de  callar  y 
adelgazar. 

Cel.  Hijo,  bien  te  dice;  que  en  fin, 
la  verdad  quieren  los  sabios  que  sea 
hija  del  tiempo,  y  así  con  él  se  sabe 
lo  bueno  y  aun  lo  malo.  Y  pues  todos 
conocen  tu  valor,  no  hay  para  qué 
querello  autorizar  con  palabras.  Y  calle- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


269 

mos,  que  aquí  viene  un  paje  de  Felides. 

Can.  Señora,  Felides  mi  señor,  dice 
que  él  ha  estado  con  el  corregidor,  y  que 
ello  está  como  debe,  y  que  tú  te  puedes  ir 
y  Elicia  á  tu  casa  sin  ningún  temor ,  y 
que  huelgues  y  tomes  placer. 

Cel.  Hijo,  mi  amor,  decid  á  su  merced 
que  le  besamos  las  manos ,  y  que  plega  á 
Dios  que  nos  viva  él  mil  años,  que  no  se 
espera  ménos  de  tal  persona.  Y  andad, 
mi  amor,  con  Dios,  que  nosotras  nos 
vamos  luego. 

Cen.  Hora,  ios  vosotras,  que  yo  quiero 
ir  á  ver  si  podré  topar  aquella  borracha 
para  le  arrancar  las  narices  en  pago  de 
la  lengua,  sino  se  la  pudiere  de  presto 
cortar. 

Cel.  No  por  mi  vida,  hijo;  baste  lo 
pasado. 

Cen.  Déjame,  madre,  que  aun  lo  que 
me  debe  á  mí  no  está  pagado. 

Cel.  Hora,  sus,  díle  por  Dios,  que  no 
cure  de  tal  cosa,  no  se  borre  lo  bierl 
hecho. 

Ar.  Ah,  Centurio. 

Cen.  ¿Qué  mandas? 

Ar.  No  hagas  nada  deso,  que  no  quie¬ 
re  mi  tia. 

Cen.  Mas  mejor,  será  sufrir  que  nos 
meen  en  los  ojos 


27O  SEGUNDA  CELESTINA. 

Cel.  Por  mi  vida  hijo,  que  no  me  ha¬ 
bles  más  en  esto. 

Cen.  Hora  madre,  pues  así  quieres,  vé 
con  Dios ;  y  si  te  quebraren  otro  dia  la 
cabeza,  échate  á  tí  la  culpa. 

Cel.  Asi  lo  quiero  yo,  y  Dios  vaya 
contigo. 

Cen.  ¡Bien  tenian  pensado  las  borrachas 
que  habia  yo  de  hacer  algo!  Mejor  sueño 
les  dé  Dios,  que  yo  por  ellas  le  perdiera 
esta  noche.  ¡No  me  faltaban  otros  duelos! 
Mas  ellas  creido  lo  llevan  ,  cual  sea  su 
salud.  ¡Así  yo  lo  hiciera!  Yo  querria,  par 
Dios,  antes  topar  á  Pandulfo  para  reir, 
de  la  brega  de  su  puta,  y  irnos  mano 
á  mano  á  un  bodegón  donde  bebiése¬ 
mos  el  alboroque  y  hablásemos  algarabia 
como  aquel  que  bien  la  sabe ,  germanía 
digo  ;  mas  pues  no  puedo  ir  con  él ,  yo 
quiero  ir  sólo  á  gozar  de  haberme  libra¬ 
do  desta  trama  tan  á  mi  honra.  Y  sobre 
mi  alegría  doblarse  há  la  parada;  pues 
dicen  que  el  vino  alegra  el  corazón  del 
hombre;  para  no  haber  envidia  á  Celes¬ 
tina,  que  bien  creo  yo  que  esta  noche  la 
venganza  que  no  quiso  que  tomase  de 
Palana,  que  ella  la  tome  del  jarro  pues 
no  le  faltará  gana. 


\ 


SEGUNPA  CELESTINA.  '271 


ARGUMENTO  DE  LA  VIGÉSIMA  CUARTA  CENA. 

Poncia  dice  á  Polandria  que  venga  á  ver  pasar  á  Feli- 
des  y  á  sus  criados.  Y  pasando  sobre  ejlo  donaires, 
Quincia  dice  que  tiene  la  carta  de  Pandulfo  en  nom¬ 
bre  de  Felides,  y  léenla  y  búrlanse  de  sus  necedades, 
y  Polandria  deshonra  á  Quincia  por  traer  la  carta  ;  y 
introdúcense. 

PONCIA.  — POLANDRIA.  — FELIDES.  —  SIGERIL. 

'  / 

QUINCIA. 

Pon.  Señora,  señora,  corre,  corre 
presto,  presto,  mira  cuán  galan  viene  el 
señor  de  mi  requebrado.  ¡Par  Dios,  bien 
vestido  viene ,  y  como  galan ! 

Sig.  Señor,  señor,  mira,  ¿no  ves? 

Fel.  Y  con  lo  mucho  que  via,  no  vi 
como  me  perdia. 

Pol.  No  ha  dicho  mal  Poncia ;  ¿  oiste 
lo  que  dijo  aquel  galan? 

Pon.  Señora,  olio  yo  y  sentístelo  tú. 
Pol.  ¡Toma  en  mal  punto,  porque  digas 
malicias!  Por  mi  vida,  que  me  paresció 
también  que  no  pude  dejar  de  reirme.  Y 
creo,  noramala  para  tí,  que  pensó  que 
me  reia  con  él. 

Pon.  Sea  para  él,  señora,  y  para  mi 
enamorado;  que  pienso,  par  Dios,  que 
de  mí  no  la  puede  llevar  buena.  Mas 


2-J2  SEGUNDA  CELESTINA. 

mira  qué  hablar  tienen;  y  par  Dios,  que 
tornan. 

Fel.  Tú  Sigeril,  ¿no  viste  cómo  se  me 
rió  mi  señora? 

Sig.  Par  Dios,  señor,  pues  la  mia  no 
la  fué  en  zaga. 

Pon.  Dentro  vienen,  por  mi  vida;  ¿no 
ves,  señora,  qué  reirse  traen?  Ay  mis 
almas  ¿cuánto,  que  desta  hecha  todo  que¬ 
da  por  vosotros?  Mira,  señora  Polandria, 
que  risa  tiene  Quincia. 

Qiiin.  Par  Dios,  no  me  rio  yo  deso. 

Pon.  ¿Pues  de  qué  te  ries? 

Qiiin.  Par  Dios,  rióme,  que  de  la  mes- 
ma  manera  del  otro  dia  me  arrojó  otra 
carta,  y  porque  venia  mucha  gente  la 
tomé. 

Pol.  Al  diablo  esta  bellaca,  por  mi  vida 
no  estoy  sino  por  te  quebrar  esos  ojos;  y 
os  los  quebraré  si  más  con  cartas  me  ve¬ 
nís  burlando',  ni  de  veras. 

Qiiin.  ¿Pues  querias  tú  señora  que  la 
dejase  allí  para  que  la  leyesen  todos? 

Pol.  Sí,  y  no  la  tomar  vos;  ¿y  qué  es 
della?  dalla  acá  luego. 

Qiiin.  Héla  aquí. 

Pon.  Por  cierto  heciste  muy  bien ,  y 
como  no  parezcas  que  las  tomas,  muchas 
desas  nos  vengan;  que  cuanto  más  moros 
más  ganancia  para  reir. 


SEGUNDA  CELESTINA.  273 

Pol.  Dala  acá,  y  rasgalla  hé. 

Pon.  Par  Dios,  no  rasgarás  hasta  que 
la  veas. 

Pol.  Déjame,  Poncia. 

Pon.  Par  Dios,  no  te  dejaré  sino  me 
prometes  de  no  la  rasgar  hasta  la  leer. 

Pol.  Hora,  que  si  prometo;  y  oye,  que 
dice  así:  Señora  de  mis  entrañas,  y  amo¬ 
res  de  mi  alma. 

Pon.  Oxte  mi  asno. 

Pol.  Hora,  yo  me  maravillo  de  tan 
gran  necedad,  oye :  ahí  te  envió  mi  cora¬ 
zón  pintado  en  esa  carta,  atravesado  como 
lo  verás  con  esas  saetas,  que  tal  me  tienes 
tú  á  mí  el  mió,  mi  alma. 

Pol.  Quincia,  esto  bien  lo  entiendes  tú. 

Quin.  Por  Dios,  señora,  ya  me  parescen 
otras  razones  que  las  retólicas  del  otro  dia. 

Pol.  Hora,  pues,  óyelas  que  para  tí 
son.  Y  señora  mia,  tú  eres  la  que  mis 
entrañas  puedes  sanallas,  y  pues  tu  bel¬ 
dad  me  hirió,  sáneme  tu  piedad.  ¡Ay  co¬ 
razón,  que  me  muero!  ¡ay  entrañas,  que 
me  fino!  ¡ay  mi  alma,  que  me  matas! 
Como  lo  dice  esa  copla : 

Eres  tan  hecha  de  flores 
V  de  perlas  y  azucenas, 

Que  me  ponen  mil  dolores, 

Que  me  ponen  más  temores, 

Que  me  han  de  matar  tus  penas. 

'  18 


274  SEGUNDA  CELESTINA. 

Linda  dama  en  perfección. 

Sabida  entre  las  discretas,  - 
Ves  ahí  mi  corazón, 

Como  está  tan  sin  razón 
Pasado  con  tres  saetas. 

Pol.  Mal  año  para  tí,  doña  puerca, 
que  esta  carta  sea  para  mí,  que  sus  razo¬ 
nes  dan  la  razón  de  las  razones  que  tú 
entiendes  en  la  lengua  de  Pandulfo,  ó  de 
otros  tales  mozos  despuelas  como  él.  Que 
la  razón  de  mis  pensamientos  bastaba  á 
ponella  en  la  lengua,  aunque  faltara  en 
el  saber. 

Pon.  Quieres  decir,  señora,  que  tal 
para  tal,  y  Pedro  para  Juan. 

Pol.  Mira  qué  haré;  Felides  loco  es  y 
majadero  en  tener  tales  pensamientos,  si 
los  tiene,  digo;  mas  si  él  la  escribió,  ni  es¬ 
cribiera  tales  necedades  que  me  maten, 
porque  el  instinto  de  su  linaje  y  casta, 
supliera  lo  que  la  razón  para  escribir  fal¬ 
tara;  sino  que  aquel  Pandulfo  ú  otro  tal, 
dió  á  esta  bellaca  esta  carta,  y  para  tener 
forma  de  la  ver,  dijo  que  era  del  otro 
cuitado.  ¡Y  aun  cierto,  las  razones  de  la 
del  otro  dia  y  las  desta,  todas  se  quieren 
parecer! 

Pon.  Señora,  ¿según  eso  no  te  parecie¬ 
ron  mal? 

Pol.  ¿Pot;  qué  me  habian  de  parescer 


SEGUNDA  CELESTINA.  275 

mal  si  ellas  eran  buenas?  Parésceme  mal 
la  locura  de  su  dueño,  mas  las  razones 
no  dejan  de  ser  buenas,  cuanto  estas  son 
nescias.  Y  tómala  allá  y  rásgala,  que  aun 
esa  honra  no  quiero  yo  que  reciban  de 
mis  manos  tales  necedades.  Y  anda,  sú¬ 
bete  allá,  y  no  me  vengas  más  con  esas 
embajadas;  y  cierra  esa  puerta  y  véte. 
¿Hora  pasas,  Poncia,  por  tales  badajadas? 
Crée  como  crees  en  Dios,  que  aquella 
carta  es  para  aquella  rapaza,  y  ella  tuvo 
buena  manera  para  vella. 

Pon.  Sin  duda  no  es  otra  cosa. 

Pol.  ¿Quiéreslo  ver?  pues  si  miras  en 
esto,  no  tenia  más  que  ver  la  letra  desta 
con  la  del  otro  dia,  que  yo  con  el  rey. 

Pon.  Par  Dios,  señora,  que  es  verdad: 
questa  parescia  de  rapaz  aprendiz,  y  la 
otra  de  galan,  y  muy  sueltamente  escrita; 
mas  es  el  mayor  donaire  del  mundo. 

Pol.  ¿Hora  has  visto  cómo  quiso  sacar 
las  castañas  del  fuego  con  la  mano  del 
gato  la  señora  Quinzuela?  ¿si  hallaba  otro 
sacristán  ó  monacillo  para  leella  más  á 
mano  que  á  mí?  ¿pasas  por  tal  cosa? 

Pon.  Paso,  porque  no  se  te  pasa  cosa 
por  alto. 

Pol.  A  lo  menos  las  razones  desta  carta 
no  pasarán  por  alto. 

Pon.  Par  Dios,  señora,  que  traen  es- 


276  •  SEGUNDA  CELESTINA. 

crito  en  la  frente  el  mozo  despuelas.  ¿Más. 
qué  placer  seria  para  Felides  si  supiese 
que  tales  razones  te  habían  dado  en  su 
nombre? 

Pol.  Antes  era  mejor  para  él,  para  dar¬ 
me  á  entender  que  á  mi  causa  había  per¬ 
dido  todo  el  saber  y  seso,  según  que  con 
tal  testimonio  se  probaba,  habiéndola  él 
escrito.  Mas  dejemos  las  burlas  y  tome¬ 
mos  las  veras,  y  debajo  de  todo  secreto  y 
en  confision  tomarás  loque  te  dijere. 

Pon.  Señora,  con  tal  confianza  puedes 
darme  tu  corazón  y  yo  recebillo  con  la 
condición  con  que  lo  das;  puesto  que  los 
sabios  niegan  esto  del  secreto,  porque  di¬ 
cen:  ¿que  cómo  piensa  ninguno  que  otro  le 
guarde  el  secreto  que  él  á  sí  mismo  no 
puede  guardar? 

Pol.  Yo  estoy  en  eso  al  contrario;  por¬ 
que  nunca  fio  ninguno  de  otro  gran  secre¬ 
to  sino  de  una  de  dos  maneras,  ó  debajo 
de  ley  de  amistad  ó  con  pasión,  la  cual  no 
le  dá  sufrimiento  á  podella  encobrir.  Si 
por  la  primera  manera  el  amigo,  como 
tal,  descubre  su  secreto  al  amigo,  créeme, 
que  no  ménos  está  obligada  la  verdadera 
amistad  á  no  encobrir  secreto  al  que  to¬ 
ma  por  amigo  con  verdadera  amistad,  que 
á  encubrillo  el  que  lo  recibe  con  tal  ley  de 
amigo.  Porque  no  es  justo  que  el  amigo 


I 


/ 

SEGUNDA  CELESTINA.  277 

encubra  cosa  á  su  amigo,  ni  por  la  misma 
razón  descubra  el  amigo  lo  que  se  le  dijo, 
no  como  á  persona  apartada,  mas  como  á 
uno,  como  han  de  ser  los  verdaderos  ami¬ 
gos,  una  cosa.  Pues  lo  que  se  descubre  con 
pasión,  como  dije,  la  misma  razón  la  dá 
para  guardar  el  secreto:  porque  el  que  lo 
rescibe,  la  pasión  que  tuvo  el  que  se  la  di¬ 
jo  para  descubrille  su  secreto,  se  vuelve 
al  que  lo  rescibe  en  razón,  para  no  lo  des¬ 
cubrir.  Así  que,  no  tuvieron  razón  á  mi 
ver,  los  que  dijeron,  que  cómo  quiere  nin¬ 
guno  que  otro  le  guarde  el  secreto,  que 
él  á  sí  no  supo  guardar  secreto,  por  las 
razones  dichas;  como  yo  por  ámbas,  así 
de  la  amistad  que  me  tienes  y  te  tengo, 
como  de  la  pasión  que  para  descobrírtelo 
me  fuerza  á  te  decir,  lo  que  agora  sabrás. 
Y  es,  que  de  la  gloria  que  se  gana  en  for¬ 
zar  con  la  razón  lo  que  quiere  el  natural 
deseo,  no  quiero  que  falte  testigo  de  mi  vic¬ 
toria,  para  con  acrescentarse  con  saberlo 
tú,  se  esfuerce  mas  la  razón  de  resistir  al 
deseo.  Porque  créeme,  Ponda,  que  pocos 
habria  que  con  esfuerzo  aventurasen  las 
vidas,  si  pensasen  que  solos  ellos  habian 
de  ser  testigos  de  la  gloria  de  sus  hazañas, 
mas  por  la  estimación  que  acerca  de  la  glo¬ 
ria  de  osar  ganan  acerca  de  los  otros,  ó  de 
la  mala  estimación  de  no  servir  con  la 


278  SEGUNDA  CELESTINA. 

vida  á  la  fortaleza  de  osar,  por  razón  de 
temerse,  disponen  el  sacrificio  de  las  vidas 
por  las  honras.  Porque  yo  te  certifico, 
que  si  esto  asi  no  fuese,  que  no  aguardá- 
ra  Lucrecia  á  sellar  su  castidad  con  el 
cuchillo,  delante  los  deudos,  pudiendo  sa¬ 
crificarse  tanto  antes,  después  de  la  fuer¬ 
za  del  superbo  Tarquino,  y  por  esto  quiso 
lo  mortal  posponer  á  lo  inmortal,  así 
acerca  de  los  hombres  en  la  fama,  como 
acerca  de  Dios  para  gozar  de  su  gloria. 
Y  porque  yo  no  la  pierda  en  ámbas  partes, 
ya  que  con  Dios  tengo  complido,  como 
quien  sabe  y  conosce  los  corazones,  quiero 
complir  con  los  hombres  diciéndote  á  tí 
lo  que  siento,  para  que  mi  muerte  quede 
en  testimonio  de  mi  limpieza,  y  tú  publi¬ 
ques  este  secreto  para  testimonio  de  mi 
fama.  Y  para  esto  sabrás,  que  ni  la  hermo¬ 
sura  y  gracias  de  Felides,  tienen  perdida 
su  fuerza  natural  en  mí,  ni  mi  conosci- 
miento  ni  la  obligación  de  mi  limpieza, 
tienen  perdidas  las  fuerzas  de  su  obligación 
para  resistirme  á  mí  de  mí.  Créeme  Pon- 
cia,  que  ni  el  fuego  de  la  sinrazón  de 
amor  deja  de  abrasar  mis  entrañas,  ni  el 
mayor  de  sacrificarme  á  la  honra,  de  en¬ 
cender  en  el  alma  con  mayores  llamas  mi 
corazón.  ¡Mira  con  cuánta  fuerza  se  hace 
aquella,  con  que  mi  limpieza  resiste  al 


SEGUNDA  CELESTINA.  279 

deseo  de  podella  ofender!  Llora  mi  pena, 
gózate  con  mi  gloria,  espántete  mi  dolor, 
admírete  el  resistillo,  maravíllete  cómo 
amo  á  Felides,  y  más  cómo  me  desamo 
po'r  resistir  el  amor.  Mira  cómo  el  cuerpo 
sacrifico  al  deseo,  mas  el  alma  á  la  fama 
de  mi  honestidad  y  limpieza.  Mi  mal  has 
oido,  tu  consuelo  espero,  no  en  lisonjas, 
pues  ni  de  tu  parte  se  me  deben,,  ni  de  la 
mia  se  sufren.  Díme  tu  parecer  en  lo  que 
debo,  no  conforme  al  mió  en  lo  que  desea, 
mas  en  lo  que  aborrezco  á  mí  por  desea- 
11o,  para  ménos  lo  hacer. 

Pon.  Señora,  yo  te  beso  las  manos  por 
la  confianza  que  de  mí  haces,  y  pésame 
de  lo  que  dices,  no  tanto  por  lo  que  sien¬ 
to  por  la  razón  de  lo  que  debo  sentir,  lo 
que  tú  tanto  dices  que  sientes  tu  dolor, 
como  por  la  licencia  que  para  decillo  has 
tomado.  Porque  cree,  señora,  que  mas  qui¬ 
siera  que  la  vergüenza  de  decir  tu  mal,  te 
hiciera  á  tí  sola  testigo  de  la  gloria  de  resis¬ 
tillo,  que  no  que  para  extender  tu  fama 
tomáras  licencia  de  me  lo  decir:  porque 
alargando  la  licencia  de  descubrillo,  se  va 
encogiendo  la  vergüenza  de  resistillo.  Por¬ 
que  no  hay  cosa  que  más  conserve  la  ver¬ 
güenza  de  las  mujeres,  que  el  hábito  de  no 
descobrir  sus  flaquezas,  para  que  con  él 
se  haga  otra  naturaleza  en  la  honestidad; 


28o 


SEGUNDA  CELESTINA. 


porque  con  descobrirse  muchas  veces  las 
inclinaciones  naturales,  no  pierdan  el  velo 
de  la  vergüenza,  que  es  el  principal  muro 
en  las  mujeres,  para  resistir  la  furiosa  ar¬ 
tillería  de  los  fuegos  y  secretos  del  amor. 
Y  por  tanto,  mi  consejo  es:  que  con  autos 
virtuosos  ejercitando  el  tiempo,  hagas  al 
tiempo  que  olviden  lo  que  sin  tiempo 
deseo.  Este  es  mi  consejo  y  mi  consuelo 
es:  que  junto  con  el  trabajo  de  resistir  tu 
voluntad,  no  pierdas  de  la  memoria  la  glo¬ 
ria  que  sale  de  resistida,  y  para  mejor 
resistir  el  amor,  toma  otro  amor. 

Pol.  ¿Y  qué  amor? 

Pon.  El  amor  de  Dios  y  de  tu  honra,  y 
podrás  meter  honra  y  provecho  en  un 
saco. 

Pol.  Yo  te  agradezco  Poncia  tu  buen 
consejo,  y  bien  paresce  que  la  natural  vir¬ 
tud  te  mostró  por  instinto  lo  que  la  edad 
por  razón  te  niega,  y  bien  paresce  á  osadas, 
que  lo  que  la  naturaleza  dá,  ninguno  lo 
puede  negar;  pues  tu  virtud  natural,  te 
hace  decir  lo  que  nunca  oiste  ni  aprendis¬ 
te  en  los  estudios  de  Atenas. 

Pon.  Señora,  no  hay  mejor  estudio  si 
los  hombres  fuesen  ó  quisiesen  ser  sabios, 
que  lo  que  la  razón  á  cada  uno  dice  para 
guardar  su  virtud;  porque  créeme  señora, 
que  como  la  ley  natural  te  muestra  natu- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


28l 


raímente,  que  es  mal  hacer  con  los  otros 
lo  que  no  queremos  que  ellos  hiciesen  con 
nosotros,  la  misma  razón  si  queremos  mi¬ 
rar  nos  dice,  que  no  hagamos  ni  consinta¬ 
mos  en  nosotros,  loque  á  otros  reprehen¬ 
demos  por  vicio  ó  falta  de  virtud.  Créeme, 
señora,  que  de  todo  nos  puso  Dios  dechado 
en  todo  lo  que  vemos  fuera  de  nosotros 
mismos,  porque  de  allí  sacásemos  las  la¬ 
bores  de  virtud,  que  en  nosotros  mismos 
encubre  el  amor  propio  y  falta  de  conosci- 
miento  con  nuestra  pasión  propia,  que  nos 
eicga,  para  ver  en  nosotros  mismos  lo  que 
no  dejamos  de  ver  en  los  otros.  ¿Quieres 
ver  la  razón  desto  que  nos  niega  vernos? 
pues  la  experiencia  nos  lo  muestra  por 
experiencia,  como  si  pones  una  cosa  junta 
á  la  vista,  no  la  verás,  como  algo  apar¬ 
tada.  Y  la  razón  es,  por  que  hay  necesidad 
de  medio  para  verse,  y  como  éste  le  falta, 
pierde  la  vista  el  principio  para  ver  el  fin, 
porque  le  falta  la  proporción  del  medio. 
¿Pues  qué  cosa  mas  cerca  de  nosotros,  que 
nosotros  mismos?  Y  como  falta  el  medio 
que  nos  ha  de  proporcionar  la  vista  para 
vernos,  que  es  claridad  sin  pasión,  con 
su  contrario  la  ceguedad  de  amor  propio 
y  pasión  de  nuestras  cosas,  nos  falta  per- 
ficion  del  fin,  que  para  nos  ver  es  menes¬ 
ter.  Así  que,  señora ,  mira  tú  lo  que  te 


282  SEGUNDA  CELESTINA 

parece  mal  en  otras  tales  como  tú,  sin  el 
medio  de  la  poca  pasión  que  en  las  cosas 
agenas  tienes  para  ver  sus  defectos  y  co- 
noscer  sus  virtudes;  que  aquello,  temo  que 
será  lo  que  te  estorba  que  no  puedes  ver 
en  tí  misma,  y  saca  de  tales  dechados  las 
labores,  para  no  errar  el  punto  real  de  tu 
virtud  y  limpieza. 

Pol.  Tú  me  has  dicho  tanto,  que  no 
pensé  que  tu  edad  pudiera  hallar  tanta 
labor  de  lo  que  dices.  Y  pues  te  he  co¬ 
menzado  á  decir  este  hecho,  quiero  que 
sepas  un  misterio,  y  es  que  aquella  bue¬ 
na  mujer  Celestina,  me  dijo  el  otro  dia 
todo  mi  corazón  y  el  secreto  del  de  Fe- 
lides. 

Pon.  jOh  mala  mujer  averiguada,  re¬ 
clamo  de  codorniz  ,  añagaza  aforrada  de 
corcho!  No  de  balde  sospechaba  yo  de 
sus  secretos,  sin  mí. 

Pol.  No  juzgues  mal  hasta  oir,  que  por 
eso  dicen:  que  es  mal  juzgar  sin  oir  las 
partes;  que  antes  me  dió  consejo  que  me 
guardase  dél. 

Pon.  Oh  mala  mujer;  con  ese  oro  te 
quiso  confitar  el  acibar  de  las  píldoras 
que  te  daba;  con  ese  azúcar,  encobrir  el 
rejalgar,  y  tras  esas  matas  verdes,  enco¬ 
brir  la  celada.  Bien  con  razón  dice  David: 
que  nos  guarde  Dios  de  los  labios  inícos 


SEGUNDA  CELESTINA.  283 

y  de  la  lengua  engañosa;  créeme,  señora, 
que  110  de  balde  dice  Séneca:  que  enton¬ 
ces  es  la  mujer  buena,  cuando  claramen¬ 
te  es  mala;  pues  con  saber  su  maldad, 
no  puede  empezer  lo  que  aquesta  buena 
mujer  de  Celestina  puede  dañar  con  su 
hipocresia.  Bien  con  razón  dice  de  los  hi¬ 
pócritas  nuestro  Redentor :  que  con  ora¬ 
ciones  deshacen  las  casas  de  las  viudas, 
como  aquella  vieja  con  sus  palabras  que¬ 
ría  deshonrar  la  casa  de  mi  señora.  Su¬ 
plicóte,  señora,  que  en  tales  mares  nunca 
navegues  sin  la  sonda  en  la  mano,  sin 
calar  las  palabras  y  la  hondura  dellas, 
digo.  Que  no  hay  piélago  más  hondo,  que 
el  corazón  del  hombre,  ni  máscara  más 
disfrazada,  que  la  lengua  del  lisonjero  ó 
del  que  quiere  engañar;  porque  los  tales 
con  la  lombriz  encubren  el  anzuelo,  en¬ 
gañando  el  gusto,  hasta  que  tiran  por  el 
sedal  y  sacan  la  presa.  ¡Oh  cuán  bueno  ha 
sido,  señora,  darme  parte  desto!  porque  tu 
sabiduría  con  la  bondad  pierde  la  sospecha 
que  en  los  tales  tiempos  se  debe  tener. 
Guárdate  de  su  lengua ,  que  yo  le  conoscí; 
que  mal  año  para  los  oradores  romanos 
que  más  fuerza  tengan  en  orar,  que  esta 
vieja  tiene. 

Pol.  ¿ Y  qué  puede  ella  decir,  estando 
yo  avisada,  para  que  me  nueva? 


284 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Pon.  ¿Qué,  señora?  lo  que  pudo  la  len¬ 
gua  de  Julio  para  deshacer  la  sentencia 
pronunciada  por  César  y  todo  el  Senado 
contra  el  rey  de  Egipto,  cuando  se  le 
envió  á  encomendar.  Que  no  hay  piedra 
imán,  señora,  que  más  traiga  á  sí  el  acero, 
que  la  lengua  dulce  al  corazón  que  tiene 
ya  blando;  por  eso  no  te  engañes. 

Pol.  Pues  si  supieses  lo  que  me  dijo 
cuando  me  tornó  á  hablar  delante  de  mi 
señora,  más  razón  tendrías. 

Pon .  ¿Y  qué  te  dijo? 

Pol .  Que  tenia  escrúpulo  de  conciencia 
por  lo  que  me  habia  dicho ,  no  fuese 
causa  de  su  muerte  de  Felides.  Y  por 
tanto,  que  le  diese  algún  favor,  porque 
no  muriese  ó  enloqueciese ,  pues  que 
bien  aventurados  son  los  misericordio¬ 
sos. 

Pon.  Oh  mala  hembra,  y  con  el  gusa¬ 
no,  Cristo,  y  sus  palabras,  te  encubría  el 
anzuelo.  ¿Y  qué  más  claramente  quieres 
tú,  señora,  ver  loque  te  digo?  Por  cierto, 
el  homicidio  ella  lo  hacia;  pues  quería 
matarte  con  matar  tu  honra.  Aquí,  seño¬ 
ra,  no  haya  más,  sino  que  te  guardes 
della  como  del  diablo;  y  á  lo  ménos, 
cosa  no  te  diga  que  no  me  la  digas,  para 
ser  como  dicen:  á  un  traidor  dos  ale¬ 


vosos. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


285 


Pol.  Hora,  yo  estoy  espantada  de  tu 
saber,  que  nunca  tal  pensé.  Y  déjame  el 
cargo  de  aquí  adelante.  Y  con  esto  nos 
vamos  para  mi  señora,  que  há  mucho 
que  estamos  acá. 

'  ,  ' 


1 


1  > 


\ 


286 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  VIGESIMA  QUINTA  CENA. 

Celestina  se  va  de  casa  y  dice  á  Elicia  que  vaya  á  ver 
á  su  prima  Areusa ,  y  ella  va.  Y  después  que  han  ha¬ 
blado  ,  conciertan  de  saber  si  es  verdad  que  Centurio 
mató  á  Calixto ,  para  dejalle  por  el  despensero  Gra- 
jales.  Y  vienen  Sofía  y  Tristan,  criados  de  Calixto; 
y  sabido  el  caso  ,  con  cautela  los  despiden ;  y  intro- 
diíccnse. 

CELESTINA. - ELICIA. — AREUSA. — SOFIA. 

TRISTAN. 

Cel.  Hija  Elicia,  yo  voy  á  entender  en 
cierto  negocio.  Tú  te  cubre  tu  manto,  y 
vé  á  visitar  á  tú  prima  Areusa,  que  es 
razón. 

Elic.  Por  vida  mia,  tia  señora,  que  de 
la  boca  me  lo  quitaste  y  yo  voy,  y  queda 
con  Dios,  y  deja  la  llave  á  las  vecinas, 
porque  si  por  ventura  viniere  yo  primero 
que  tú.  Ta,  ta,  ta. 

Ar.  ¿Quién  está  ahí? 

Elic.  Abre  prima,  que  yo  soy. 

Ar.  Y  los  buenos  años  vengan  contigo, 
que  de  cosas  más  no  pudiere  holgar.  Ay 
prima  mia,  abrazarte  quiero.  ¡Bendígate 
Dios,  qué  fresca  y  qué  hermosa  vienes! 

Elic.  A  la  ñora  negra,  ¿estás  burlando? 
¡sino,  estuvieses  tú  más  hermosa !  que  en 


SEGUNDA  CELESTINA.  287 

mi  alma,  no  es  sino  locura  mirar  tu  gesto, 
según  la  frescura  tienes  en  él. 

Ar.  ¡Ay  prima  y  qué  gorgera,  y  cómo 
te  está  á  los  pechos!  ¡Rabia,  y  qué  manto 
tan  bien  guarnecido  traes !  toda  vienes  á 
punto;  ¿háte  dado  Crito,  ese  manto? 

Elic.  ¿Está  acá  alguien 7] 

Ar.  No,  por  tu  vida,  que  aun  ahora  se 
fué  de  aquí  el  despensero  del  Arcediano, 
que  te  dije  este  otro  dia;  que  lo  que  me 
dá,  no  lo  puedes  creer. 

Elic.  ¿Y  Centurio,  siente  algo? 

Ar.  Ay  prima,  no,  que  por  tu  vida, 
tamañita  he  estado,  con  miedo  que  no 
viniese  y  no  lo  hallase  acá.  Ya  teníamos 
acordado  si  veniese  de  decir,  que  para  que 
hiciese  ciertas  camisas  á  su  amo,  habia 
venido  aquí.  Mas  tornando  á  nuestra 
razón,  ¿dónde  hubiste  el  manto? 

Elic.  Par  Dios  prima  ,  á  mi  tia  lo  dió 
aquel  caballero  que  llaman  Felides. 

Ar.  ¿Tenemos  ya  otro  Calixto? 

Elic.  Y  aun  según  entra  bravo ,  pienso 
que  no  sacará  mi  tia  desta  cura  ménos 
provecho  ,  y  á  ménos  costa  ,  porque  lleva 
ya  otro  camino  y  aviso  de  no  meter  cria¬ 
do  en  el  trato  para  no  lo  perder  junto 
con  el  caudal,  como  nos  acaeció  en  los 
negros  amores  de  Calixto  y  Melibea ,  que 
bien  negros  fueron  ellos  para  mí ;  que  así 


1 


I 


288  SEGUNDA  CELESTINA. 

yo  goce,  que  la  amistad  que  tomé  con 
aquel  malogrado  de  Sempronio,  no  lo 
puedes  creer;  que  no  tengo  vez,  con¬ 
versación  con  hombre,  que  no  me  caya 
una  tristeza  en  acordarme  de  aquel  ma¬ 
logrado,  que  no  parece  sino  que  el  alma 
de  las  carnes  se  me  quieren  arrancar. 

Ar.  *Ay  prima,  no  llores,  que  así  goce 
yo,  que  me  acaece  á  mí  con  Parmeno; 
que  era  el  malogrado  para  conmigo,  como 
un  ángel.  Que  entrase  él  en  esta  casa 
y  si  por  ventura  otro  hallase  conmigo, 
todo  lo  que  le  decia,  así  lo  creía  como  el 
Evangelio;  que  por  Dios,  delante  los  ojos 
que  le  hiciera  mil  mañas  y  embustes,  y 
le  hiciera  entender  del  cielo  cebolla.  En 
Dios  y  en  mi  ánima,  prima,  que  por  ol- 
vidalle  tomé  pendencias  nuevas  por  ver 
si  podré  hallar  alguno  que  me  quite  su 
deseo.  Y  por  Dios,  harto  hombre  de  bien 
es  este  despensero  del  Arcediano,  que 
maldita  sea  yo  de  Dios,  si  cosa  le  pido 
que  no  me  lo  dá. 

Elic.  Ay  prima ,  depárame  otro  tal;  que 
aquel  desaventurado  de  Crito ,  ni  de  pro¬ 
vecho  ni  de  pasatiempo,  no  me  entra  de 
la  boca  adentro,  que  así  goce  yo,  que 
acabo  de  un  mes  que  me  ve ,  no  ha  entrado 
cuando  es  salido;  ya  medio  rostro  me  ha¬ 
bla;  mas  mal  año  para  él  que  yo  tal  sufra. 


SEGUNDA  CELESTINA.  289 

Ar.  Toma  tú,  prima,  otro  con  que 
pierdas  esas  ansias. 

Elic.  Por  Dios  prima,  de  puro  consejo 
para  contigo,  he  tomado  pendencia  con 
un  paje  del  Infante,  que  no  es  sino  como 
un  serafín;  y  en  verdad,  harto  contenta¬ 
miento  tengo  yo  dél ;  mas  mi  fe ,  no  al¬ 
canza  moneda ,  que  aunque  dé  tres  saltos 
no  se  le  caerá  una  blanca. 

Ar.  Ay  prima,  ¿y  quién  es  ese  paje? 
y  más  si  es  Albacin,  un  mancebo  rubio  y 
alto,  desbarbado. 

Elic.  Por  tu  vida,  no  es  otro. 

Ar.  ¡Rabia,  prima!  y  qué  mochacho 
gozas ;  envidia  te  tengo. 

Elic.  Sí  prima,  mas  él  tiene  poco  y  yo 
ménos,  y  no  nos  podremos  mucho  tiem¬ 
po  sostener. 

Ar.  Pela  tú  á  Crito,  para  tender  penca 
con  esotro. 

Elic.  ¡Pelaré  al  diablo!  Por  Dios,  más 
es  sacalle  un  maravedí,  que  si  saliese  por 
alquitara  tan  coadolada. 

Ar.  Ay  prima,  dejando  una  razón  por 
otra,  por  mi  vida,  que  me  parece  que 
tienes  esos  pechos  algo  hinchados,  y  aun 
la  barriga  no  está  muy  floja;  y  mal  peca¬ 
do,  ¿más  si  estás  preñada  dese  mancebo? 

Elic.  Enhora  negra,  prima,  dices  eso, 
que  en  mi  ánima  no  me  ha  faltado  vez  la 

19 


2CjO  SEGUNDA  CELESTINA. 

camisa,  mira  cómo  puede  ser.  Mas  por 
mi  vida  que  me  lo  pareces  tú  á  mí  más. 

Ar.  Pues  por  tu  vida,  dejando  las  bur¬ 
las,  que  pienso  que  dices  verdad,  porque 
así  goce  yo,  que  ocho  dias  há  que  no  se 
me  detiene  cosa  en  el  estómago ,  y  más 
ha  de  cinco  que  me  falta. 

Elic.  No  sea,  mal  pecado,  con  los  nue¬ 
vos  amores  del  despensero  del  Arcediano. 
Mas  el  bien  es,  que  cae  en  buen  lugar 
para  criar  el  hijo  y  regalar  la  madre.  ¿Y 
también  puede  ser  que  tenga,  mal  pecado, 
Genturio,  parteen  el  hijo? 

Ar.  En  mi  ánima,  que  mal  puedo  yo 
saber  de  cuál  dellos  sea. 

V  f 

Elic.  Cuando  tú  no  lo  sabes,  ménos  lo 
podrian  ellos  averiguar.  Mas  en  fin,  del 
más  rico  ha  de  ser  el  nombre,  y  el  hecho 
averigüelo  Dios. 

Ar.  Yo  prima,  más  creo  que  sea  del 
despensero  que  del  otro  desuellacaras, 
gesto  del  diablo,  que  solo  por  lo  que  hizo 
por  mí  lo  sufro;  que  ya  lo  habria  dado  al 
diablo. 

Elic.  Pues  si  algo  hizo,  bien  lo  sabe 
zaherir. 

Ar.  Hora  ¿viste  que  de  veces  lo  trae  á 
la  memoria?  y  mala  muerte  me  tome  si 
pienso  que  hizo  nada,  sino  que  Calixto 
cayó,  que  este  es  un  panfarron,  y  en  mi 


SEGUNDA  CELESTINA. 


29I 


ánima  si  puedo  ver  aquí  al  babusan  de 
rascamulas  de  Sosia,  que  cada  dia  pasa 
por  aquí  echando  el  ojo  al  tocino,  que  le 
tengo  de  traer  la  mano  sobre  el  cerro 
como  la  otra  vez,  para  hacelle  decir  lo 
suyo  y  lo  ajeno,  para  que  no  vivamos 
engañadas  con  este  panfarron  baledron 
de  Centurio. 

Elic.  Y  mas,  ¿si  es  aquel  que  viene  por 
allí? 

Ar.  No  es  otro  por  mi  vida.  Y  el  que 
viene  con  él,  veamos  ¿conósceslo  tú? 

Elic.  Si  conosco,  que  con  el  malogrado 
de  Sempronio  venia  muchas  veces.  Un 
paje  es  de  Calixto  que  llaman Tristan,  bien 
avisado  para  tan  niño. 

Ar.  Pues  yo  lo  llamaré,  y  tú  tenme  en 
palabras  al  paje,  en  cuanto  lo  confieso. 

Sos.  Oh  señora,  bésote  las  manos. 

Ar.  ¡Oh  mi  Sosia,  sube  acá;  que  ya  con 
estos  lutos  nos  tienes,  mal  pecado,  olvi¬ 
dadas! 

Sos.  Primero  me  olvidára  á  mí  el  mun¬ 
do,  que  yo  señora  te  olvide.  Tristan  her¬ 
mano;  ¿quiéres  que  subamos  un  poco 
para  ver  que  mandan  estas  señoras? 

Tris.  Subamos  si  tú  quieres. 

Sos.  ¿Parécete  hermano,  si  es  señal  esta 
de  lo  que  yo  te  decia  la  noche  que  mu¬ 
rió  nuestro  amo,  que  haya  gloria?  Tú 


292  SEGUNDA  CELESTINA. 

desenvuélvete  con  la  otra  su  prima,  y  no 
digan  por  tí:  que  el  mozo  vergonzoso  que 
el  diablo  le  trajo  á  palacio.  Ya  me  tienes 
entendido. 

Tris .  No  se  qué  pueda  entender,  en¬ 
tendiendo  en  lo  poco  que  estas  pueden 
contigo  y  conmigo  medrar,  lo  cual  no 
pienso  que  dejan  ellas  mejor  de  entender, 
para  no  querer  entender  en  lo  que  tú  en¬ 
tiendes.  y 

Sos.  Guárdete  Dios,  hermano,  de  que¬ 
rer  bien  una  mujer,  que  no  hay  interés 
á  que  mire. 

Tris. ^Eso  por  tu  gentileza  debes  de  sa¬ 
cado,  que  como  eres  un  Narciso  no  me 
maravillo.  Hora,  sus,  subamos;  que  no  es 
tiempo  de  tanta  tardanza,  que  estas  son 
matreras  y  sospecharán  alguna  ruindad. 

Ar.  ¿No  subes,  amor? 

Sos.  Señora,  ya  subimos. 

Ar.  ¿Quién  es  este  gentil  hombre  que 
viene  contigo?  de  una  casa  debés  de  ser, 
que  la  conformidad  del  vestido  y  vuestra 
tristeza  lo  dice. 

Sos.  Señora,  así  es  como  dices,  que  cria¬ 
do  de  Calixto  mi  señor,  que  haya  gloria,  es. 

Ar.  Si  habrá,  que  tal  fama  dejó  él  de 
su  virtud  en  esta  vida.  ¿Y  cómo  es  su 
gracia? 

Tris.  Señora,  Tristan,  á  tu  servicio. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


293 

Ar.  Ay  señor  Tristan ,  cuánto  huelgo  de 
conoscerte,  por  las  nuevas  que  de  tí  tengo 
de  lo  que  aquel  malogrado  de  Parmeno 
me  decía,  de  tu  virtud  y  el  amistad  que 
con  él  tenias;  que  por  cierto,  así  todos 
los  de  aquella  casa  tengo  yo  puestos  en 
las  entrañas,  y  á  tí  mas;  porque  quien 
quiere  bien  á  Beltran,  ya  me  entiendes.  Y 
viéndote,  y  acordándome  de  la  amistad 
que  con  aquel  malogrado  tuviste  no  puedo 
dejar  de  llorar,  y  más  acordándome  de 
un  ángel  morir  muerte  tan  desastrada  que 
aun  el  desventurado  no  tuvo  lugar  de  se 
confesar.  ¡Plega  á  Dios  de  haber  piedad  de 
su  alma,  que  en  harto  tiempo  de  peligro, 
según  su  edád,  fué  el  desdichado! 

Tris.  Señora,  no  llores  lo  que  no  se 
puede  cobrar,  que  todos  perdimos  harto, 
mal  pecado,  y  quedamos  huérfanos  de 
señor  y  de  padre,  que  no  ménos  perdimos 
en  Calixto. 

Ar.  ¿Y  á  dónde  quedastes? 

Tris.  Señora,  hasta  agora  ahí  hemos 
estado,  de  aquí  adelante  buscaremos  donde 
servir  de  nuevo. 

Ar.  Plega  á  Dios,  señor  Tristan,  de  te 
lo  deparar  como  tú  lo  mereces.  Y  si  en 
tanto  desta  casa  te  cumple  algo,  por  cier¬ 
to,  que  no  ménos  que  el  malogrado  de 
Parmeno,  lo  hallarás. 


294  SEGUNDA  CELESTINA. 

Elic.  Prima,  déjame  gozar  de  Tristan, 
que  aun  yo  no  le  debo  ménos,  por  el  des¬ 
dichado  de  Semproríio;  y  señor  Tristan, 
suplicóte  que  te  vengas  para  mí,  que  te 
quiero  conoscer  y  hablar. 

Tris.  Señora  Areusa,  yo  te  tengo  en 
merced  tu  ofrescimiento,  y  quedo  obligado 
á  lo  servir;  y  quiero  ver  qué  me  quiere 
esta  señora. 

Ar.  Llégate  acá,  amigo  Sosia,  á  esta 
ventana ,  que  también  yo  tengo  que  hablar 
contigo. 

Sos.  ¿Qué  es  lo  que  me  mandas  señora? 

Ar.  Sosia  amigo,  ¿cómo  te  has  tanto 
olvidado  de  me  visitar?  pues  por  cierto, 
que  aunque  léjos  de  mí,  que  no  lo  has 
estado  del  corazón. 

Sos.  Señora,  no  estás  engañada. 

Ar.  No  sé  si  lo  estoy,  mas  mucho  te  has 
olvidado,  ¿qué  ha  sido  la  causa? 

Sos.  Señora,  con  la  muerte  de  Calixto, 
y  procurando  sacar  mi  soldada,  no  me 
ha  vagado  á  rascar  los  oidos;  que  Dios 
sabe,  que  después  que  te  vi,  no  te  has 
apartado  de  mi  memoria. 

Ar.  Harto,  por  cierto,  es  suficiente  la 
escusa;  mas  en  verdad,  que  yo  he  sentido 
tu  pena,  y  la  muerte  de  aquel  caballero, 
en  el  ánima.  Mas  di  mi  amor,  Sosia;  ¿há- 
llástete  tú  con  él  al  tiempo  de  su  muerte? 


SEGUNDA  CELESTINA. 


295 


Sos.  Señora,  halléme;  que  pluguiera  á 
Dios  que  no  me  hubiera  hallado ,  según  la 
lástima  que  de  tan  gran  desastre  nos 
vino. 

Ar.  ¿Cómo,  mi  amor? 

Sos.  ¿Qué  quieres  tú  más,  señora,  sino 
que  con  estas  manos  pecadoras,  alzó  So¬ 
sia  los  sesos  del  malogrado  de  Calixto,  de 
entre  unos  cantos? 

Ar.  Hora  por  tu  vida,  que  me  cuentes 
como  pasó,  que  nunca  me  lo  han  sabido 
decir,  y  no  hay  cosa  que  más  desee,  que 
saber  la  verdad  de  como  pasó. 

Sos.  Señora,  para  el  mundo  que  nos 
sostiene  y  le  sostiene,  que  yo  te  diga  la 
verdad. 

Ar.  Dentro  lo  tengo  ya. 

Sos.  ¿Qué  dices,  señora? 

Ar.  Que  ya  que  estás  dentro  en  mi 
casa,  que  par  Dios,  que  de  aquí  no  sal¬ 
drás  hasta  que  me  lo  cuentes. 

Sos.  Señora  mia,  el  caso  es:  que  Tris- 
tan,  que  presente  está,  y  yo  con  nuestras 
armas  fuimos  con  Calixto,  y  estando  con 
Melibea  dentro  de  su  huerta,  que  ya  bien 
se  puede  decir,  que  mas  público  es  que 
me  llaman  á  mí  Sosia,  ciertos  rufianes 
diéronnos  un  repiquete  de  broquel  á  Tris- 
tan  y  á  mí,  y  huyéronnos.  Y  oyendo  el 
ruido  nuestro  amo,  como  era  un  Héctor, 


« 


296  SEGUNDA  CELESTINA. 

por  salir  á  priesa  pensando  que  teniamos 
peligro,  cayó  el  desventurado  de  cabeza 
y  no  dijo  más  aquí  estoy. 

Ar.  Hora,  mira  como  se  levantan  ellas, 
que  nos  habian  dicho  que  lo  habian  muer¬ 
to  ciertos  hombres  que  os  acometieron. 

Sos.  ¿Que  nos  acometieron  y  lo  ma¬ 
taron? 

Ar.  Si,  por  tu  vida. 

Sos.  Oh,  santo  Dios,  qué  mentirosos. 
Hora,  cree,  que  no  hay  verdad  en  el  mun¬ 
do.  Por  tu  vida  señora,  que  es  la  cosa  que 
mas  quiero,  no  llegó  mas  hombre  á  Ca¬ 
lixto,  ni  á  mí  y  á  Tristan  que  tú  llegas 
agora.  Mira,  señora,  si  tú  llegas  á  Calixto 
agora. 

Ar.  No  por  cierto. 

Sos.  Pues  así  llegaron  á  Calixto  y  á 
nosotros,  y  aun  por  tu  vida,  que  conoscí 
mejor  que  á  mí,  los  que  dieron  el  repiquete 
del  broquel ,  aunque  hasta  agora  á  mí 
nunca  por  la  boca  me  ha  salido  ni  me  sal¬ 
drá,  porque  no  se  gana  nada  en  ello,  y  po¬ 
drían  les  demandar  la  muerte  de  Calixto. 

Ar.  ¿Qué,  los  conociste  por  mi  vida? 

Sos.  Y  aun  por  la  mia,  como  conosco 
agora  á  Areusa. 

Ar.  Pues  tú  no  me  conosces  bien. 

Sos.  ¿Qué  dices,  señora? ¿qué  no  los  co¬ 
nocí? 


SEGUNDA  CELESTINA.  297 

Ar.  Digo,  que  fué  maravilla  conoce- 
llos. 

Sos.  Según  ellos  tomaban  las  viñás, 
dices  verdad. 

Ar.  ¿Qué  huyeron,  dices? 

Sos.  Como,  ¿si  huyeron?  y  como  que 
los  vi  yo  huir. 

Ar.  Por  mi  vida,  mi  amor,  que  para 
ver  si  es  verdad,  que  eran  los  que  á  mi 
me  dijeron,  que  me  digas  quién  eran,  y 
haz  cuenta  que  lo  echas  en  un  pozo,  que 
no  me  saldrá  por  la  boca. 

Sos.  Di  tú,  señora,  quién  te  dijeron  que 
eran,  y  yo  te  lo  diré  á  tí,  y  no  para  que 
otro  lo  sepa,  si  es  verdad  ó  no. 

Ar.  Pues  mira  que  te  lo  digo  en  secre¬ 
to,  porque  noramazas,  mira  el  peligro 
que  en  ello  puede  haber. 

Sos.  Di  señora,  que  al  cabo  esto. 

Ar.  ¿Pues  tú  conoces  á  Centurio? 

Sos.  ¿Qué  Centurio?  ¿el  rufianazo  de  los 
dos  reveses  por  las  quijadas? 

Ar.  Ese  mismo. 

Sos.  Pues  qué,  ¿dijeron  que  se  halló  en 
ello? 

Ar.  Pues  no  lo  ha  de  saber  nadie. 

Sos.  ¡Oh,  ¿eñora!  ¿ya  no  te  dije  que 
perdieses  cuidado? 

Ar.  Pues  por  tu  vida,  que  me  dijeron 
que  él  habia  muerto  á  Calixto. 


\ 


\ 


9 


I 


2<jS  SEGUNDA  CELESTINA. 

Sos.  En  el  nombre  del  Padre  y  del 
Hijo  y  del  Espíritu  Santo,  con  tal  men¬ 
tira.  Yo  te  juro  al  cuerpo  santo  de  Sant 
Vicente  de  Avila,  no  se  halló  mas  allí 
Genturio,  que  tú  hallaste.  ¡Y  aun  persona 
era  Calixto,  para  morir  á  manos  de  Cen- 
turio ! 

Ar.  ¿Que  no  se  halló  allí? 

Sos.  Gomo  que  no  se  halló.  ¿Tú,  seño¬ 
ra,  quieres  saber  la  verdad? 

Ar.  No  quería  otra  cosa,  para  desmen¬ 
tir  á  quien  me  lo  dijo. 

Sos.  Pues  por  vida  tuya,  señora,  para 
que  veas  la  mentira  que  eran  los  del  re¬ 
piquete,  Traso  el  cojo,  y  Tripa  en  brazo, 
y  Monton  de  oro,  y  que  los  conoscí  todos 
tres ,  como  te  conosco  á  tí. 

Ar.  ¿Qué,  no  eran  más  desos  tres? 

Sos.  Tres  eran  y  no  más,  para  las  tres 
horas  de  Dios.  ¿Santiguaste,  señora?  pues 
yo  te  digo  la  verdad,  y  no  se  hallará  otra 
cosa.  ¿Quiéreslo  ver  más  claro?  pues  oye 
señor  Tristan,  por  vida  de  tu  padre  y 
así  Dios  te  dé  lo  que  tú  deseas ;  aquí,  entre 
nosotros,  ¿quiénes  eran  los  del  repiquete, 
cuando  Calixto  cayó  por  descender? 

Tris.  ¿Para  qué  es  agora  ese  cuento, 
Sosia  ? 

Sos.  Por  mi  vida  y  desa  señora  questá 
contigo,  que  lo  digas. 


SEGUNDA  CELESTINA.  299 

Tris.  Jura  es  esa  que  no  quebraré  yo. 
Por  Dios ,  señoras,  Traso  el  cojo,  y  Mon¬ 
tón  de  oro,  y  Tripa  en  brazo,  y  yo  he 
rogado  á  Sosia  que  dijese  que  no  los  ha¬ 
blamos  conoscido,  porque  ellos  no  pensa¬ 
ron  que  hacían  lo  que  sucedió ,  y  pudie¬ 
ran  peligrar. 

Sos.  Mira,  por  tu  vida,  ¡diz  que  Cen- 
turio  había  muerto  á  Calixto V  Yo,  seño¬ 
ra  ,  te  digo  la  verdad ,  y  no  hallarás  otra 
cosa  de  aquí  á  mil  años. 

Ar.  Hora,  yo  te  lo  agradezco,  mi  amor. 
Y  otro  dia  que  vengas  solo ,  ven  acá ,  que 
quiero  hablar  contigo;  ya  me  entien¬ 
des. 

Sos.  Señora,  bésote  las  manos,  que  sí 
entiendo. 

Ar.  Y  desvíate  allá  y  siéntate  ,  porque 
si  alguien  viniere  no  tome  sospecha,  no 
avisemos  á  quien  duerme,  en  cuanto  mi 
prima  acaba  de.  hablar  con  Tristan. 

Sos.  Así  lo  haré,  y  en  todo  me  pareces 
sabia. 

Tris.  Señora  Elida,  ya  que  tengo  co- 
noscida  tu  persona,  suplicóte  que  te  sirvas 
de  mí;  que  por  cierto,  que  no  voy  con 
tanta  libertad  cuanta  truje  cuando  aquí 
vine;  y  pues  me  hiciste  el  bien  de  te  co- 
noscer,  no  me  hagas  el  mal  de  no  conos- 
cer  el  deseo  que  de  servirte  tengo,  que  de 


SEGUNDA  CELESTINA. 


mí  y  de  cuanto  tengo  puedes  disponer  á 
tu  voluntad. 

Elic.  Señor  Tristan,  yo  soy  la  que  ha 
ganado  en  conoscerte,  y  allá  en  mi  casa 
te  quiero  responder  á  eso,  y  ténme  por 
tu  servidora,  y  pues  mi  prima  há  ya  aca¬ 
bado  ,  quédese  lo  demas  de  nuestras  ha¬ 
blas  para  cuando  digo. 

Tris .  Señora,  sea  así,  que  yo  no  me 
olvidaré  de  recebir  esa  merced.  Sosia, 
hermano,  hora  es  de  nos  ir. 

Sos.  Cuando,  Tristan,  mandares. 

Tris.  Aquí  no  hay  más,  sino  que  yo, 
señoras ,  quedo  con  la  obligación  que  el 
conoscimiento  que  tuve  con  Sempronio  y 
Parmeno  me  obliga,  y  como  á  uno  dellos 
me  pueden  mandar. 

Ar.  Así,  señor  Tristan,  puedes  tú  dis¬ 
poner  desta  casa,  y  Dios  vaya  contigo. 

Tris.  Y  con  vosotras,  señoras,  quede. 

Ar.  Hermana,  por  tu  vida,  que  precio 
más  haber  acojido  hoy  acá  aquel  pelón 
que  á  una  saya  de  grana;  para  salir  de 
aquel  rufianazo,  bellaco,  panfarron,  que 
tan  gran  mentira  nos  dijo,  y  cada  dia  nos 
zaheriza  la  muerte  de  Calixto.  Vaya  para 
bellaco,  que  no  me  entrará  más  de  los 
dientes  adentro,  en  su  casa. 

Elic.  Oh  prima,  cuán  avisado  mocha- 
cho  es  aquel  Tristan,  y  burla  burlando, 


SEGUNDA  CELESTINA.  3OI 

por  mi  vida,  que  me  requirió  de  amores, 
y  aunque  yo  le  vi  tan  desenvuelto  que  si 
solos  estuviéramos,  que  pienso  que  pu¬ 
dieran  decir  por  él,  que  decir  y  hacer  es 
para  buenos. 

Ar.  ¿Y  pues  en  qué  paró  la  plática?  que  , 
poca  carne  y  mucha  pluma  me*  parece 
que  puedes  allí  hallar:  poco  dinero  y 
buena  parola,  digo. 

Elic.  Ya  te  tengo  entendida,  y  desa 
parte  no  lo  tengo  en  lo  que  huello  con  mi 
chapin ,  y  ántes  disimulé  con  él,  echán¬ 
dole  todos  sus  ofrecimientos  á  la  amistad 
de  Sempronio. 

Ar.  Pues  este  otro,  gesto  de  cucharon, 
rascamulas,  bien  dentro  en  la  gorrionera 
queda,  para  que  viniese  acá  estando  sola, 
para  dalle  con  la  puerta  en  los  ojos.  Y  con 
esto,  pues  es  tarde,  véte,  y  pasaremos 
hasta  otro  dia  tan  bueno  como  este. 

Elic.  Así  plega  á  Dios,  y  él  quede 
contigo. 

Ar.  Y  contigo,  prima,  vaya. 


302 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  VIGESIMA  SEXTA  CENA. 

* 

Polandria  dice  á  Poncia  que  se  vayan  al  jardín.  Y  Pon¬ 
da  allá,  le  aconseja  sobre  su  honestidad  lo  que  debe  de 
hacer,  y  cómo  se  debe  mostrar  zahareña  si  Celestina 
►  viniere,  y  procurar  casarse  con  Felides.  Y  en  esto 
llega  Quincia  á  decir  que  viene  Celestina ;  y  entrada, 
después  de  algunas  burlas  ,  habla  á  Polandria  y  ella 
la  deshonra;  y  llega  Poncia  y  ataja  la  rencilla ,  y  des¬ 
pués  de  atajada,  conciertan  que  trate  el  casamiento,  \ 
váse  y  introdúcense. 


POLANDRIA  .—PONCIA.— QUINCIA  .—CELESTINA . 

'  r  / 

> 

Pol.  Poncia ,  en  tanto  que  señora  está 
en  misa,  anda  acá,  vamos  al  jardin.  Y 
mira  tú,  Quincia,  si  alguna  persona  vi¬ 
niere  vénnoslo  á  decir. 

Pon .  Señora,  después  que  me  desco¬ 
loriste  tu  corazón,  he  mucho  pensado  en 
tu  remedio;  y  como  yo  he  oido  muchas 
veces  que  este  mal  no  sufre  consejo,  temo 
tu  enfermedad  y  no  querria  que  la  pena 
de  aquel  caballero,  junto  con  el  amor 
que  le  tienes,  diesen  lugar  con  el  tiempo 
á  publicar  alguna  cosa,  con  que  tu  fama 
y  honra  padesciese  sin  culpa;  por  donde 
la  gloria  de  tu  fortaleza  en  lo  secreto,  no 
sirviese  más  de  para  contigo.  Y  para  esto 


SEGUNDA  CELESTINA.  3O3 

he  pensado  que  seria  bien  si  alguna  cosa 
de  su  parte  te  dijesen ,  pedille  que  se  case 
contigo  secretamente,  porque  público 
pienso  que  tu  madre  no  querrá;  porque 
aunque  él  tan  es  rico  y  de  muy  buen  lina¬ 
je,  ya  sabes  que  tu  mayorazgo  no  puedes 
heredado  casándote  fuera  de  tu  linaje. 
Mas  yo  por  mejor  tendría  la  pérdida  de 
la  hacienda,  que  la  de  la  honra,  tanto 
cuanto  va  de  lo  que  se  cobra  en  casarte 
con  él,  pues  su  riqueza  suplirá  la  falta 
de  la  tuya ,  á  lo  que  se  pierde  sin  se  po¬ 
der  jamás  cobrar,  que  es  tu  fama,  por 
solo  las  apariencias  públicas  condenando 
la  virtud  secreta;  pues  sabes  que  la  Igle¬ 
sia  no  juzga  de  lo  secreto,  y  en  todo 
tiempo  se  debe  temer,  que  lo  perdido  en 
ningún  tiempo  se  puede  cobrar. 

Pol.  Poncia,  amiga  fiel,  tú  me  acon¬ 
sejas  como  sabia,  cuanto  más  que  no 
puedo  yo  aventurar  ningún  estado,  que 
no  se  compre  en  él  barato,  el  conten¬ 
tamiento  que  de  la  persona  de  Felides 
tengo ;  pues  sabes  que  más  vale  un  poco 
de  pan  con  gozo  ,  que  la  casa  llena  de 
riquezas  con  descontentamiento.  Créeme, 
que  no  hay  estado  mayor  que  el  del  con¬ 
tentamiento,  pues  todos  le  buscaron  pafa 
este  fin ;  y  si  yo  con  otro  me  casase,  todos 
los  dias  de  mi  vida  me  faltaría.  Yo  estoy 


304  SEGUNDA  CELESTINA. 

/  l 

en  lo  que  dices,  y  así  lo  entiendo  hacer 
y  con  todo  secreto,  porque  si  mis  parien¬ 
tes  lo  supiesen  ,  ponerme  hán  donde  no 
pudiese  tener  libertad. 

Quin.  Señora,  allí  está  la  madre  Celes¬ 
tina  que  quiere  hablarte  y  verte. 

Pol.  Díle  que  suba.  Mucho  huelgo, 
Poncia,  de  la  venida  desta  vieja  para  lo 
que  me  tienes  dicho. 

Pon.  Pues  señora ,  ten  con  ella  prime¬ 
ro  toda  disimulación  en  tu  bondad,  y 
háblale  como  mujer  salteada  della,  para 
que  te  tengan  en  más.  Pues  sabes  que 
ninguna  virtud  se  conoce,  sino  experi¬ 
mentada  con  su  contrario. 

Pol.  Bien  dices,  y  callemos,  que  ya 
viene. 

Cel.  Nunca  Dios  hizo  á  ninguno  exce¬ 
lente  en  ninguna  cosa,  que  no  le  diese 
fortuna  en  lo  necesario  para  ponelle  en 
la  cumbre  de  la  gracia  que  le  quiso  dar, 
como  agora  me  apareja  á  mí  este  tiempo 
de  no  hallar  la  madre  desta  doncella  en 
casa. 

Pol.  Madre,  ¿qué  vienes  contigo  har 
blando  ? 

Cel.  Dios,  señora,  te  guarde,  y  á  la 
señora  Poncia;  que  por  tu  vida,  que  venia 
N  tan  embebida  en  acabar  ciertas  devocio¬ 
nes,  que  no  os  habia  visto.  Y  huelgo, 


SEGUNDA  CELESTINA. 


305 


hija,  de  te  hallar  en  tal  lugar  por  tomar 
parte  de  tu  pasatiempo. 

Pol.  Madre,  Dios  te  dé  lo  que  deseas. 
¿A  qué  ha  sido  tu  venida  tan  de  mañana? 

Cel.  Hija  señora,  yo  venia  á  ver  cómo 
se  habia  hallado  la  señora  Paltrana  con 
mi  experiencia,  para  si  no  habia  aprove¬ 
chado  hacerle  otra  cosa;  mas  Dios  loa¬ 
do,  mejor  es  así  que  me  dicen  que  no 
está  acá,  que  es  ida  á  misa.  Y  parescióme 
que  hallándome  acá  era  descortesía  irme 
sin  te  hablar,  y  dije  á  la  doncella  que  te 
lo  dijese. 

Pon.  Así  vivas  tú,  vieja  malvada,  sino 
te  trujera  más  acá  otro  mal  que  el  de  mi 
señora. 

Cel.  ¿Qué  dice  la  doncella  graciosa? 
que  en  mi  alma,  que  no  es  sino  gloria 
oirte  cuanto  dices  por  esa  boca  hecha  de 
perlas. 

Pon.  Ya  me  quiere  enlabiar.  Digo  ma¬ 
dre,  que  luego  se  le  quitó  el  mal  á  mi 
señora. 

Cel.  Ay  traidora,  ojos  de  arrebata  co¬ 
razón,  no  decias  tú  eso,  en  mi  alma. 

Pon.  Madre,  no  de  balde  dicen:  que 
quién  há  las  hechas  há  las  sospechas. 

Cel.  Mi  hija,  por  tu  boca  te  condenas, 
que  de  habellas  murmurabas  de  lo  que 
decía. 


t 


20 


*  \  «. 

306  SEGUNDA  CELESTINA. 

Pon.  Madre,  mi  edad  salva  eso,  que  es 
tan  poca  que  no  he  tenido  tiempo  para 
tener  hechas  ni  sospechas. 

Cel.  Hija,  para  las  hechas  no  hay  me¬ 
jor  edad  que  la  tuya,  ni  para  las  sospe¬ 
chas  que  la  mia.  Porque,  mal  pecado,  ya 
aunque  yo  las  quisiese  tener  las  hechas 
no  hay  quien  las  tenga  conmigo;  aunque 
por  cierto,  hijas,  que  otros  duelos  me 
ponen  más  cuidado ,  que  con  la  vejez  todo 
carga,  y  todo  como  casa  vieja  se  sostiene 
con  riostras,  con  trabajos  quiero  decir; 
que  con  la  mocedad  todo  se  pasa.  Así  que, 
hija,  dejando  una  razón  y  tomando  otra, 
todo  esto  he  dicho  por  atravesar  burlas 
contigo  ,  por  te  ver  decir  gracias ;  que  en 
mi  alma,  todas  cuantas  palabras  dices 
lo  son. 

Pon.  Alacé  madre,  no  me  vistas  de  li¬ 
sonjas,  que  si  gracia  tuviese,  alcanzalla 
hia  con  alguno,  que  maldito  aquel  que 
me  dice  ¿qué  tienes  ahí? 

Cel.  Ay  traidora ,  porque  no  las  tendrás 
tú  en  lo  que  huellas  con  el  chapin,  que 
por  mí  santiguada,  que  sé  yo  alguno  que 
está  muerto  por  tus  amores. 

Pon.  Ay  madre,  ¿dime  quién,  por  tu 
vida?  para  que  si  es  muerto,  pues  no  pu- 
diendo  remedialle  el  cuerpo,  procure  sal- 
valle  el  alma. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


3°7 

Cel.  ¿Burlas?  pues  por  vida  desa  cara 
de  oro ,  que  no  burlo  yo ,  sino  que  es  ver¬ 
dad  que  está  uno  muerto  por  tus  amores. 

Pon.  Ay  madre,  ¿dímelo  ya,  por  tu  vida? 
que  me  toman  ansias  por  lo  saber. 

Cel.  ¿Quieres  que  te  lo  diga? 

Pon.  Ay  Dios,  que  no  quiero  otra  cosa. 

Cel.  ¿Dásme  licencia? 

Pon.  Di  ya  ahora,  madre,  que  me 
congojo. 

Cel.  Hija,  pues  el  enamorado  questá 
muerto  por  tí,  sabe  que  es  Jesucristo, 
que  de  amores  de  redimirte  murió  por 
tí.  Mira  si  tienes  razón  de  morir  de  amo¬ 
res  de  tal  enamorado. 

Pon.  Toma,  toma,  ¿y  ese  es  el  enamo¬ 
rado?  pensé  en  buena  fe  que  era  otro. 

Cel.  ¿Y  quién  habia  de  ser^boba,  di- 
ciéndotelo  yo? 

Pon.  Hi ,  hi ,  hi ;  por  mi  vida,  que  pensé 
que  decias  por  Sigeril,  paje  de  Felides. 

Cel.  He ,  he ,  he ;  por  tu  vida ,  hija ,  que 
no  lo  conozco. 

Pon.  Sea  por  la  tuya,  madre,  que  per¬ 
derás  menos,  como  quien  há  ya  vivido 
lo  más. 

Cel.  Ay  hija,  ay  hija,  ¿qué  seguro  tie¬ 
nes  tomado  de  Dios  para  vivir  más  que  yo? 

Pon.  Y  tú,  madre,  ¿de  la  razón  de  tu 
edad  para  no  morir  más  presto?  No  me 


( 


308  segunda  celestina. 

metas  palabras  en  medio,  que  por  mi 
vida,  que  te  paraste  colorada  cuando  te 
lo  nombré.  * 

Cel.  Hija,  será  de  celos,  que  es  mi  ena¬ 
morado.  Mejor  me  ayude  Dios,  señora 
Polandria,  que  yo  sé  por  quién  dice. 
Hora,  hija  Poncia ,  dejemos  las  burlas, 
que  yo  te  conozco  que  no  tienes  otro 
enamorado  más  del  que  yo  te  dije,  y  to¬ 
mando  las  veras,  señora  Polandria,  cier¬ 
tas  cosas  se  me  han  revelado  más  de  las 
que  este  otro  dia  te  dije,  que  cumple 
mucho  sabellas. 

Pon .  Según  eso,  yo  me  quiero  apartar. 

Cel.  No  te  vayas  hija,  que  no  es  cosa 
que  no  puedes  oir. 

Pon.  Déjame  madre,  que  como  sean 
cosas  de  veras,  no  me  sufre  el  corazón  á 
tanto  sosiego,  que  con  estas  higueras 
quiero  pasar  un  poco  tiempo  requebrán¬ 
dome  con  los  higos,  que  en  fin,  sino  bebo 
en  la  taberna,  huélgome  en  ella;  quiero 
decir,  que  porque  tienen  el  nombre  de 
hombres,  me  parecen  mejor  y  me  huelgo 
.  más  de  conversar  con  ellos  que  con  las 
granadas. 

Cel.  He,  he,  he;  en  forma,  estoy  ena¬ 
morada  desta  perla  de  doncella.  Y  señora, 
tornando  á  nuestra  plática,  yo  sé  que 
aquel  caballero  anda  tan  perdido  por  tí. 


/ 


SEGUNDA  CELESTINA. 


309 


que  tengo  temor  y  estoy  tan  atónita,  que 
se  ha  de  descobrir  á  alguna  persona.  Y 
como  la  fama  de  las  mujeres,  hija,  mal 
pecado,  más  en  el  dicho  que  en  el  hecho 
consista,  no  querriaque  sin  culpa  tu  fama 
padeciese. 

Pol.  ¿Pués  á  qué  propósito  es  eso  que 
me  dices? 

Cél.  ¿ A  qué  propósito,  mi  amor,  dices? 
á  propósito  que  no  seria  malo  avisalle 
dello  y  hablalle. 

Pol.  Ya  Celestina,  no  me  digas  más; 
ya  se  te  ha  gastado  el  cebo,  que  descu¬ 
bres  el  sedal  con  el  anzuelo. 

Cel.  Hija  señora,  mejor  viva  yo  que 
entiendo  lo  que  dices. 

Pol.  Pues  yo  bien  entendida  te  tengo  á 
tí,  que  quien  malas  maña  há,  tarde  ó 
nunca  las  perderá.  Allá,  allá,  á  otras 
bajas  doncellas  de  linaje  y  de  saber,  buena 
mujer,  vé  tú  con  esas  palabras  desfraza¬ 
das  en  lisonjas  y  hipocresía,  que  no  á  mí 
que  te  las  entiendo. 

Cel.  Malo  va  esto,  como  el  diablo. 

Pol.  ¿Qué  dices  entre  dientes? 

Cel.  Señora,  ¿qué  tengo  de  decir?  vién¬ 
dote  tan  sospechosa  de  mi  inocencia,  y 
diciendo  que  entiendes  mis  palabras ,  sien¬ 
do  tan  sencillas,  que  maldito  el  entendi¬ 
miento  que  tienen  fuera  de  lo  que  suenan. 


3IQ 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Pol.  Así  me  parescen  á  mí,  y  así  las  en¬ 
tiendo;  y  entiéndolas  tan  bien,  que  sino 
fuese  por  publicar  tu  osadía,  y  el  atrevi¬ 
miento  del  que  te  envia,  yo  te  haria  que 
cesases  ya  de  ofender  á  Dios. 

^  Cel.  Señora,  no  me  deshonres  mis  ca¬ 
nas  y  dañes  mi  crédito,  que  á  mí  no  me 
envia  nadie  á  decir  lo  que  digo,  sino  mi 
conciencia  y  el  deseo  de  tu  servicio.  ¡  Otro 
pago  y  honra  pensaba  yo,  cierto,  sacar  de 
tus  manos!  Mas  andar,  que  nunca  vi  mé- 
nos  de  gran  servicio,  sino  pagarse  con 
desagradecimiento  grande.  A  Dios  gracias 
que  tengo  compañeros:  á  Régulo  muerto 
en  Cartago  y  á  Cipion  en  Lucerna,  á 
Demóstenes  en  Manesia,  por  desagrade¬ 
cimientos  de  sus  servicios;  y  por  cierto, 
señora,  tú  me  pagas  bien  con  deshonra, 
lo  que  yo  por  tu  honra  trabajo. 

Pol.  A  otro  perro  con  ese  hueso,  Celes¬ 
tina. 

Cel.  ¿Que  hueso,  señora?  suplicóte  me 
digas  que  huesos,  que  yo  no  lo  entiendo, 
por  tu  vida  y  mia. 

Pol.  ¿Tú  piensas  que  no  te  tengo  en¬ 
tendida,  que  por  ver  si  estaba  hondo  el 
vado  has  entrado  tentando  con  el  bordon? 

Cel.  Declárate  señora,  que  me  supendes 
con  tus  sospechas. 

Pol.  Tú  lo  entiendes  mejor  que  yo  lo 


SEGUNDA  CELESTINA.  3  I  1 

sé  decir;  y  digo  que  ya  tienes  quitada  la 
paja  y  se  ha  descubierto  la  red.  No  me 
vengas  más  con  estos  consejos  que  no  los 
hé  menester;  sino  á  mi  señora  haré  testi¬ 
go  de  tus  romerías.  ¿Parécente  buenas  es¬ 
taciones  éstas  en  que  andas? 

Cel.  ¿Qué  lo  dirás  á  mi  señora?  deso 
huelgo  yo.  Anda  acá  señora,  que  á  osadas, 
que  ella  que  es  vieja  y  sabia,  que  mire 
mis  razones  de  otra  manera.  Andacá,  an- 
dacá  señora,  delante  de  su  merced,  pues 
me  atajas  ántes  de  tiempo.  ¡Oh  y  como 
huelgo  de  haber  entendido  tu  sospecha! 

Pol.  ¿Qué,  te  tengo  de  oir  hasta  el  cabo? 
pues  por  el  hilo  se  saca  el  ovillo  de  lo  que 
quieres  tramar. 

Cel.  No  creas  tú,  señora,  ántes  de  tiem¬ 
po,  que  mi  urdidura  no  tiene  malos  li¬ 
ñuelos;  suplicóte  que  oyas  hasta  el  cabo. 

Pol.  ¿Qué  te  tengo  de  oir,  pues  tú  me 
dices  al  principio,  que  será  bien  de  mi 
parte  avisar  aquel  loco  que  te  envia  con 
tales  mensajes? 

Cel.  No  digas,  señora,  que  me  envia, 
que  si  otra  mi  igual  fuera,  ya  le  hubiera 
respondido.  No  me  deshonres,  sino  daré 
voces  como  una  loca  y  á  todo  el  mundo 
haré  testigo  de  mi  inocencia;  y  para  los 
santos  de  Dios,  que  mis  canas  eche  de 
fuera  pidiendo  á  Dios  venganza  de  tus 


312 


SEGUNDA  CELESTINA. 


palabras,  rasgando  con  mis  uñas  mi  ros¬ 
tro.  Señora  Polandria,  no  soy  mujer  de 
nada  desas  tramas:  limpiamente  vivo, 
honestamente  trato,  de  castidad  me  pre¬ 
cio,  no  me  enviaron  del  otro  mundo  á 
tales  liviandades.  ¿Que  cosa  es  decir  que 
vengo  de  parte  de  ninguno?  No  me  hagas 
perder  el  seso,  no  me  enloquezcas,  seño¬ 
ra,  que  daré  voces  como  una  loca.  ¿Que 
cosa  es  decirme  á  mí  que  vengo  de  parte  de 
nadie  viniendo  por  solo  servicio  de  Dios 
y  tuyo? 

Pol.  Paso,  paso,  Celestina;  no  hagas 
esas  algaradas. 

Cel.  Qué  paso,  paso;  que  no  quiero, 
sino  que  lo  oya  Dios  y  todo  el  mundo  y 
sepa  mi  limpieza ,  y  el  galardón  que  saco 
de  tu  servicio. 

Pon.  ¿Qué  es  esto,  madre?  ¿qué  altera¬ 
ción  es  esta? 

Cel.  Déjame  hija.  \ Desventurada  yo! 
que  estoy  para  perder  el  seso ;  que  me  ha 
deshonrado  la  señora  Polandria  sin  oirme, 
por  solo  sospechas;  que  así  parezca  yo 
ante  Dios ,  como  con  la  limpieza  y  inocen  ¬ 
cia  que  yo  le  hablaba. 

Pon.  Limpia  tus  lágrimas  y  habla  paso, 
no  des  cuenta  á  todo  el  mundo  de  lo  que 
no  hay  para  qué  la  dar. 

Cel.  Hora  hija,  á  tí  te  quiero  hacer 


I 


SEGUNDA  CELESTINA.  313 

juez,  para  que  veas  si  tengo  razón.  Yo, 
mi  amor,  avisé  este  otro  dia  á  la  señora 
Polandria  de  cómo  hallaba  por  mis  artes 
ciertas  liviandades  de  mancebos,  de  un 
caballero  que  llaman  Felides,  y  que  le 
suplicaba  que  se  guardase  dél  como  del 
diablo.  ¿Pasa  así,  señora? 

Pol.  Así  pasa;  vé  adelante. 

Cel.  Así,  que  hoy  tórnele  á  decir  que 
hallaba  que  le  crecia  tanto  la  pena,  que 
temia  que  se  descobriese  á  alguno  y  fuese 
causa  de  su  disfamia,  pues  la  fama  de  las 
mujeres,  más  en  la  estimación  de  ser 
buenas  que  en  el  hecho  consistia.  ¿Es  así? 

Pol.  Pasa  adelante. 

Cel.  Y  que  por  tanto,  que  me  parescia 
que  era  bien  hablalle,  y  aquí  atajóme 
diciéndome  mil  denuestos ,  los  cuales  por 
esta  alma  pecadora,  nunca  nadie  sino  ella 
me  dijo. 

Pol.  ¿Parécete  si  tuve  razón,  Ponda? 

Cel.  Si  tuviste,  si  yo  no  te  dijera  que 
me  oyeras  hasta  el  cabo,  lo  que  tú  no 
quisiste  hacer. 

Pon.  En  eso  no  tuviste,  señora,  razón, 
porque  las  palabras  muchas  veces  se  co¬ 
mienzan  con  varios  propósitos  de  los  que 
quieren  concluir ;  y  para  culpa  tuya  y 
justificación  de  la  madre,  es  bien  que  la 
oyamos  hasta  el  cabo. 


I 


I 


314  SEGUNDA  CELESTINA. 

Pol.  Hora  diga,  y  yo  le  pido  perdón 
si  me  enojé  antes  de  tiempo. 

Cel.  Señora,  el  alcon  cuando  sube  á  la 
garza  remontada,  no  va  derecho  á  ella 
hasta  que  la  tiene  señoreada  dando  vuel¬ 
tas.  Así  que,  yo  aun  no  habia  llegado  á  la 
garza,  y  para  que  veas  que  la  querria 
matar  en  el  cielo,  la  buena  razón  digo  y 
torno  á  decir,  que  es  bien  que  sepa  aquel 
caballero  que  si  él  se  ha  de  casar  contigo, 
que  hable  en  ello  conmigo  ó  con  otra  per¬ 
sona,  y  que  de  otra  suerte,  que  no  ande 
haciendo  liviandades.  Si  mal  dicho  es  esto, 
Poncia,  en  tu  ánima,  ¿di  la  verdad? 

Pon.  Por  cierto  no,  sino  muy  bien. 

Pol .  ¿Pues  por  qué  no  le  decias  como  lo 
dijiste  agora? 

Cel.  Porque  no  me  diste  tú  lugar  ni 
me  quisiste  oir.  Cata,  señora,  que  no  seas 
tan  súpita;  deja  á  la  razón  sojuzgar  los 
primeros  movimientos,  porque  no  son 
en  manos  de  los  hombres;  no  seas  don 
Perogil,  que  daba  arremetidas  contra  los 
suyos.  No  seas,  como  dicen  del  mal  ba¬ 
llestero,  que  á  los  suyos  tira.  Ando  yo 
buscando  tu  provecho ,  y  tras  buen  servi¬ 
cio,  mal  galardón. 

Pol.  Madre,  perdóname  por  Dios,  que 
no  fué  más  en  mi  mano ,  que  yo  conozco 
mi  yerro. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


3*5 


Cel.  Señora,  en  buena  parte  caye,  que 
no  se  me  han  pasado  los  dias  en  balde, 
que  bien  sé  que  de  los  señores  todo  se  ha 
de  sofrir;  y  créeme,  que  sino  por  el  deseo 
que  de  servirte  tengo,  por  aquella  puerta 
me  fuera,  y  ojos  que  me  vieran  entrar 
nunca  me  vieran  tornar. 

Pon.  Madre,  para  eso  es  el  seso,  que 
bien  sabes  que  cuando  uno  no  quiere  dos 
no  barajan.  Por  tanto,  pues  Dios  tanto 
seso  te  dió,  ordenemos  aquí  lo  más  sano, 
que  en  mi  alma,  que  me  ha  parecido  de 
perlas  tu  consejo;  y  que  queria  á  mi  se¬ 
ñora  Polandria  más  vella  casada  con  este 
caballero  que  con  el  emperador. 

Cel.  Y  cómo,  hija,  tienes  razón. 

Pon.  ¿Pues  quién  se  lo  dirá,  sin  que 
persona  lo  entienda? Tú,  madre,  lo  harias 
bien. 

Cel.  Yo  diré  mi  parecer,  mas  no  tengo 
dicha,  quiero  callar. 

Pol.  Di  tia,  que  ya  que  estoy  segura  de 
tu  inocencia ,  todo  puedes  decir  lo  que  qui¬ 
sieres,  que  sobre  tal  cimiento  no  se  asen¬ 
tará  ninguna  piedra  mala. 

Cel.  Pues  señora,  lo  que  á  mí  me  pa¬ 
rece  para  que  no  haya  tantas  idas  y  veni¬ 
das  y  esto  se  concluya  es,  que  pues  am¬ 
bos  sois  para  en  uno,  le  hables  por  una 
destas  dos  rejas  deste  jardín  esta  noche, 


/ 


3  l6  SEGUNDA  CELESTINA. 

y  díle  abiertamente  tu  voluntad;  y  si  lo 
quisiere  hacer,  bien ;  onde  no,  díle  el  sue¬ 
ño  y  la  soltura ,  que  yo  fiadora  que  no  se 
desconcierte ;  y  en  pago  del  buen  servicio, 
y  mal  galardón  de  hoy,  yo  lo  concertaré 
con  él,  con  el  secreto  que  para  ello  se 
requiere. 

Pol.  Ay  tia,  por  tu  vida,  que  no  tornes 
á  echarme  culpa,  pues  ya  me  tienes  per¬ 
donada.  Y  eso  que  dices  no  me  lo  man¬ 
des  ,  que  me  moriré  de  vergüenza  dél, 
que  en  mi  vida  le  hablé. 

Cel.  Andate  ahí  con  tus  vergüenzas. 
Hija,  mi  amor,  dejar  de  hacer  los  hom¬ 
bres  lo  que  les  cumple  por  vergüenza, 
no  es  vergüenza,  sino  necedad.  Cuanto 
más  que  yo  te  diré . 

Pol.  ¿Qué,  madre? 

Cel.  Que  venga  él;  y  si  mucha  ver¬ 
güenza  hubieres,  háblele  Poncia,  y  en 
dos  palabras  dígale  el  sueño  y  la  soltura, 
y  par  Dios ,  ó  dentro  ó  de  fuera. 

Pol.  Si  Poncia  quiere  hacello,  yo  lo 
haré. 

%  Pon.  Señora,  eso  es  lo  de  ménos  que 
yo  por  tu  servicio  haré;  mas  no  querria 
que  me  dijese  de  no,  y  me  perdiese  la 
vergüenza  por  todo  el  mundo. 

Cel.  Señora,  ¿tú  quieres  y  hás  gana 
casarte  con  este  caballero? 


i 


SEGUNDA  CELESTINA. 


3l7 


Pol.  Si  por  cierto,  siendo  en  mi  honra. 

Cel.  Andate  allá  decir  donaires.  ¿Mas 
pensé  á  buena  fe,  que  te  habiamos  de 
aconsejar  que  fuese  con  tu  deshonra? 

Pol.  Pues  desa  manera  no  querria  cosa 
más. 

Cel.  Pues  si  lo  quieres,  da  al  diablo 
esas  vergüenzas,  que  barba  á  barba,  ver¬ 
güenza  se  acata.  ¿Estoy  en  mi  seso,  Pon¬ 
da?  ¿héte  dado  en  el  alma?  ¿héte  muerto 
una  ágria?  ándate  allá  con  tus  donaires, 
que  piensas  que  todo  lo  sabes;  y  tú,  se¬ 
ñora,  haciendo  de  la  muy  salteada  de  la 
honra ,  que  aun  no  sabes  donde  te  roe  el 
zapato,  j Guayas  de  Celestina!  ¡que  pien¬ 
ses  tú  de  entender  mis  razones,  á  cabo  de 
mis  ochenta  años  acuestas,  teniendo  aun 
el  cascaron  en  la  cola  y  la  leche  en  los 
bezos!  ¡Guayas  de  mí,  si  acabo  de  mi 
vejez  habia  yo,  hijas,  de  venir  á  depren¬ 
der  como  se  ha  tratar  y  servir  las  tales 
como  tú,  mi  señora  Polandria!  Hora,  sus, 
esto  queda  muy  bien  acordado  y  no  se 
hable  más  en  ello ;  y  yo  me  quiero  ir. 

Pol.  Madre,  mira  que  le  tomes  muchos 
juramentos,  y  que  mire  de  quién  se  fia, 
porque  si  mi  señora  algo  barrunta,  todo 
irá  borrado. 

Cel.  Ay  hija,  angelito,  angelito.  En 
Dios  y  en  mi  ánima  que  no  te  queda  más 


SEGUNDA  CELESTINA. 


3-8 

en  el  estómago  ,  ¿y  á  Celestina  avisas  tú 
de  secreto?  ¡Dolor  de  mí,  que  este  es  el 
primer  secreto  que  en  este  mundo  yo  he 
sabido  encobrir!  Calla,  señora,  que  eres 
boba,  noramaza,  que  así  te  lo  quiero 
decir,  y  perdóname.  Por  cierto,  por 
mayor  afrenta  tengo  decirme  esto ,  que 
cuantas  hoy  me  has  dicho.  Bien  parece 
que  con  la  niñez  que  no  sabes  cuántas 
son  cinco. 

Pol.  Paréceme  madre,  que  te  has  que¬ 
rido  vengar:  no  se  si  tomas  esta  afrenta  de 
lo  que  dije. 

-  Cel.  ¿Porqué,  señora? ¿porque  te  llamé 
boba?  Alacé,  pues  sabe  que  eres  boba  y 
aun*bobita;  que  aun  agora  naciste,  que 
mal  pecado,  no  debes  de  saber  cómo  tras 
los  dias  viene  el  seso,  que  no  te  espantá- 
ras  de  llamarte  bobita.  Mírala,  Poncia, 
cuál  está  boquiabierta  el  angelito,  que  en 
mi  alma,  no  paresce  sino  pajarito  nuevo 
que  toma  el  cebo  á  la  madre.  Pues  sabe, 
que  madre  soy  que  lo  sé  traer.  ¿Que  me 
estás  mirando?  que  mejor  lo  sabré  hacer 
que  lo  digo. 

Pol.  Hora,  madre,  véte,  y  déjate  de  ra¬ 
zones,  que  vendrá  mi  señora. 

Cel.  ¡Ay  perla  preciosa!  ¡ay  serafín!  ¡ay 
ángel  del  cielo!  ¡ya  no  se  te  cuece  el  pan! 
Pues  asegúrate,  asegura,  que  en  manos 


I 


/  .j 

SEGUNDA  CELESTINA.  3 1 9 

0  - 

está  el  pandero  que  lo  sabrá  bien  tañer. 

Pol.  Ay  Dios,  madre,  como  eres  mali¬ 
ciosa;  si  quiera  nunca  te  vayas. 

Cel.  ¿Crees  tú,  hija  Poncia,  que  dije 
aquello  con  la  boca  grande  ó  con  la  boca 
chequita? 

Pon.  Con  la  chequita. 

Cel.  En  mi  alma,  que  estás  en  lo  cierto; 
y  con  esto  yo  me  voy,  y  si  no  tornare,  el 
acierto  está  seguro,  y  quedad  con  Dios. 

Pol.  Y  con  él  vayas,  madre.  ¿Paréscete, 
Poncia,  que  lo  supe  bien  hacer? 

Pon.  Ello,  señora,  está  mejor  que  se 
puede  pedir.  Esta  noche  tendremos  fiesta, 
y  más  si  viene  con  Felides,  él,  mi  mal  pe¬ 
sar,  tendremos  en  qué  entender  y  de  qué 
burlar  y  reir  mañana.  Y  con  esto  nos  va¬ 
mos  antes  que  venga  mi  señora. 

Pol.  Vamos  que  es  razón  de  ir  á  labrar 
y  de  hacer  algo,  y  cierra  tras  tí  esa  puer¬ 
ta  del  jardin. 


320 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  VIGESIMA  SETIMA  CENA. 


Pandulfo  va  á  la  fuente  á  saber  de  Quincia  lo  que  pasó 
sobre  su  carta ,  y  sobre  quedar  muy  corrido ,  concierta 
de  hablalle  el  domingo  en  la  noche,  yintrudúcense. 

PANDULFO. — QUINCIA. 

Pand.  Mucho  huelgo  que  á  Quincia  veo, 
para  hacer  con  ella  algún  concierto,  y  sa¬ 
ber  cómo  le  fué  con  mi  carta.  Hermana 
mia,  no  puedes  pensar  el  deseo  que  de 
verte  tenia,  para  dar  alguna  manera  que 
nos  hablemos,  y  para  saber  cómo  nos  fué 
con  la  carta  de  mi  amo. 

Quin.  Ay,  señor;  por  tu  vida,  que  no 
me  mandes  mas  llevar  estas  cartas,  que 
ver  la  burla  que  de  la  carta  han  hecho,  no 
lo  puedes  creer. 

Pand .  ¿Cómo  es  eso? 

Quin.  Yo  te  diré  cómo;  que  me  dijo  Po- 
landria,  que  Pandulfo  ó  otro  tal  que,  mozo 
despuelas,  habia  escrito  aquella  carta;  que 
para  mí  ó  para  otra  tal  puerca  como  yo 
debia  de  ser,  según  las  badajadas  que 
traia. 

Pand.  Cuerpo,  hora  de  tal,  con  la  loca. 
Pues  voto  á  la  Casa  Santa,  que  mi  agüelo 
Mollejas,  que  no  debia  nada  á  D.  Brasco, 


SEGUNDA' CELESTINA.  32  [ 

su  agüelo,  sino  por  la  renta,  que  aunque 
era  hortelano  él  era  muy  buen  hidalgo. 
¿Badajadas  le  parecían?  ¡Pese  á  tal,  con  ella 
hTsabia !  ¿Pues  qué  queria  ella,  filosofía, 
que  no  las  sienten  más  que  la  muía  de 
mi  amo,  sino  por  hacerse  muy  dueña  y 
muy  sabia?  Yo  seguro,  que  si  Poncia  la 
via,  que  la  entendiese  de  otra  manera. 

Qiiin.  Ay,  ay,  eso  es  lo  mejor  del  mun¬ 
do;  otra  que  bien  baila.  Por  mi  vida,  que 
en  comenzando  á  leer  la  carta,  dijo:  oxte 
mi  asno. 

Pand.  Oh  cuerpo,  hora  de  tal,  con  la 
duquesa;  ¿quiere  también  filosofías  como 
su  señora,  la  dama? 

Quin.  Ay,  pues  si  supieses  cuán  mofa¬ 
dora  es,  espantarte  hias. 

Pand.  Escarnidora  parece;  mas  por  mi 
vida,  hermana,  que  no  falte  quien  tam¬ 
bién  mofe  della,  y  dereniego  del  puto  de 
su  linaje.  ¿Y  qué  hallaba  ella  para  hacer  es¬ 
carnio?  ¿queria  que  le  hablasen  en  el  mar 
yen  las  arenas? Al  diablo  las  locas;  hora, 
por  tu  vida  y  mia ,  que  pienso  que  estas  y 
estos  caballerotes  que  tienen  otra  lengua 
sobre  sí,  que  no  deben  entender  la  nues¬ 
tra,  pues  que  mofan  della. 

Quin.  Ay,  ¡y  cómo  mofan!  Pues  en 
cargo  de  mi  conciencia,  que  yo  vi  la  carta 
del  otro  dia  y  la  de  ayer,  que  no  era  sino 

21 


1 


A 


322  SEGUNDA  CELESTINA. 

gloría  oír  la  postrera,  cuanto  en  hado  la 
primera. 

Pand.  No,  que  estás  engañada;  que  me¬ 
jor  es  decir,  que  el  sol  es  pasado  por  vi¬ 
driera  y  el  fénis  que  se  quema.  Que  eso¬ 
tras  no  son  razones  para  sus  altezas  de  la 
señora  Polandria  y  Poncia. 

Quin.  Hi,  hi,  hi.  Ay,  par  Dios,  que 
deso  es  toda  la  carta  de  Felides,  la  prime¬ 
ra;  ¿y  qué  diablos  quieren  decir  esas  reto¬ 
beas  que  agora  digiste? 

Pand.  ¿Qué  han  de  querer  decir?  la  se¬ 
ñora  Poncia  te  lo  dirá,  pregúntaselo. 

Quin.  Ay,  y  como  lo  dirá  para  escarnir; 
que  ayer  en  todo  el  dia  nunca  otra  cosa 
hizo,  tanto,  que  mil  veces  le  preguntaron 
Claudia  y  Galarza,  dueñas  de  mi  señora, 
que  de  qué  se  reia  ya  tanto  y  decía :  mi  se¬ 
ñora  Polandria  lo  sabe. 

Pand.  Pues  voto  á  la  Casa  Santa,  que 
no  entiende  ella  más  que  yo  esas  elegan¬ 
cias,  y  que  si  yo  me  viese  con  ella  solos, 
que  nos  entendiésemos  á  coplas. 

Quin.  Bueno  es  eso  señor;  ¿querías  una 
en  papo  y  otra  en  saco? 

Pand.  No  lo  digo,  hermana,  sino  por¬ 
que  entendiera  mi  lengua ,  que  en  lo  de¬ 
mas,  más  quiero  á  tu  zapato  que  á  ella  y 
á  todo  su  linaje. 

Quin.  Dalas  ya  á  Dios,  y  no  hablemos 


I 


SEGUNDA  CELESTINA.  323 

f  ^  % 

más  en  ellas,  y  dejémoslas  con  Celestina 
allá  en  el  jardín  de  casa. 

Pand.  ¿Qué  dices?  ¿allá  queda  Celestina 
con  ellas? 

Quin.  Si  por  cierto;  y  aun  dos  veces 
ha  ido  esta  semana  allá.  ¡Y  aunque  no 
huelgan  ellas  poco  con  ella ! 

Pand.  Su,  su,  su. 

Quin.  ¿De  qué  silbas,  señor? 

Pand.  Silbo ,  de  que  por  tu  vida ,  que 
en  una  escuela  aprendimos  Celestina  y 
yo  la  lengua:  no  sé  como  la  entienden 
mejor  que  á  mí ;  y  no  me  digas  más ,  que 
por  nuestra  dueña ,  que  es  descubierta  la 
celada  y  no  vivo  yo  engañado. 

Quin.  ¿Por  qué  dices  eso,  señor? 

Pand.  Dios  y  yo  nos  entendemos.  ¿Pues 
ha  predicado  su  reverencia  á  estas  tan 
sabidas  doncellas  ? 

Quin.  Ay,  y  cómo  ha  predicado,  y  qué  de 
cosas  de  Dios,  les  dice  á  ellas  y  á  mí,  que  las 
tiene,  así  goce  yo,  desbabadas  oyéndola. 

Pand.  Eso  querría  yo  que  entendiese 
la  señora  Polandria,  que  voto  á  santa  Ca¬ 
talina,  que  lo  entiendo  yo  mejor  que  ellas 
las  cartas. 

Quin.  ¿Qué  entiendes,  por  tu  vida, 
señor? 

Pand.  Entiendo,  en  lo  que  entiende 
Celestina. 


324  SEGUNDA  CELESTINA. 

\ 

Quin.  Ay  señor,  no  digas  eso,  que  es 

•  #  j 

una  santa.  , 

Pand.  Pues  si  es  santa,  díles  que  le 
ayunen  la  víspera,  que  el  tiempo  dirá  lo 
que  sacarán  en  tenella  por  abogada.  Y 
dejemos  esto  y  veamos  cuándo  me  podrás 
hablar. 

Quin.  Por  Dios  señor,  de  aquí  á  tres 
dias  no  es  posible ,  que  no  estoy  para  ello. 

Pand.  Hora,  pues,  quédese  para  el 
domingo ,  y  quédate  con  Dios,  y  yo  me 
voy. 

Quin.  Contigo,  señor,  vaya. 


\ 


SEGUNDA  CELESTINA.  325 

I 

ARGUMENTO  DE  LA  VIGESIMA  OCTAVA  CÉNA. 

Celestina  va  á  Felides  diciéndole  del  concierto  para  esa 
noche ,  y  dale  de  albricias  cien  ducados ,  y  váse ;  y  él 
qneda  con  sus  criados ,  y  pasa  donaires  con  ellos ;  y 
introdúcense. 

CELESTINA. — FELIDES. — PANDULFO. — SIGERIL. 

Cel.  Oh  válame  Dios ,  y  en  cuán  poco 
estuvo  de  perderse  hoy  mi  caudal  junto 
con  el  autoridad  que  con  mi  nueva  veni¬ 
da  he  cobrado,  si  con  la  razón  no  previ¬ 
niera  á  la  necesidad  del  tiempo,  y  puesto 
que  perdí  grandes  intereses  desta  cura, 
que  por  alargar  se  pudieran  ganar,  harto 
fue  rodeallo,  para  que  estando  yo  olean¬ 
do  el  enfermo ,  le  tornase  la  vida.  Y  para 
suplir  lo  que  con  dilatarse  pudiera  ganar, 
yo  le  venderé  al  enfermo  por  el  concierto 
desta  noche,  y  ántes  que  se  den  ellos  las 
manos,  si  yo  puedo,  sacaré  las  mias  llenas 
con  las  albricias  del  buen  concierto.  Y 
quiero  ir  á  Sant  Martin,  y  como  allí  viere 
alguno  de  sus  criados ,  él  lo  hará  saber  á 
su  amo,  para  que  no  aparezca  que  yo  lo 
busco.  Bien  se  me  hace,  que  Pandulfo 
está  oyendo  misa,  y  ya  se  acaba;  y  héle 
donde  va  á  dar  la  nueva.  Yo  lo  tengo  bien 


SEGUNDA  CELESTINA. 


326 

amasado;  quiero  dar  gracias  á  la  Magda¬ 
lena  ,  de  haberme  sacado  hoy  de  tan  gran 
peligro ,  que  aunque  en  hartos  me  he 
visto,  nunca  tal  como  el  de  hoy,  porque 
llovia  ya  sobre  mojado.  Y  háceseme  agora 
bien,  que  ya  no  hay  misa  que  decir  y 
queda  el  campo  solo;  y  en  tres  palabras 
entiendo  despachar  este  galan.  Hélo  aquí 
dó  viene,  y  pláceme  que  los  criados  deja 
fuera. 

Fel.  Oh  madre  y  señora  mia ,  cómo  me 
dá  el  alma  en  tu  gesto  que  traes  á  la  mia 
algún  consuelo. 

Cel.  Oh  mi  ángel  y  mi  serafín  de  oro, 
como  es  llegada  la  hora  que  tus  mercedes 
darán  testimonio  de  mis  servicios.  Agora 
quiero  yo  ver  en  el  precio  que  tienes  á 
Polandria,  con  las  albricias  que  me  das. 

Fel.  Señora,  deso  huelga  mi  alma;  y 
sepamos  tan  gran  bien  y  toma  todo  lo 
que  con  quedar  con  mi  señora  sola,  te 
puedo  dar. 

Cel.  Hijo,  no  pido  yo  tanto,  porque 
ya  sabes  que  las  donaciones  no  valen  nada 
cuando  pasan  del  diezmo  de  la  hacienda 
del  que  las  hace ,  y  con  el  quinto  me  con¬ 
tentaré  yo. 

Fel.  Hora  madre,  di,  que  yo  me  ofrez¬ 
co  á  contentarte  á  tu  voluntad. 

Cel.  ¿Cuándo? 


SEGUNDA  CELESTINA.  327 

Fel.  Luego,  si  tal  fuere  la  nueva. 

Cel.  Pues  la  nueva  es  tal,  cual  la  vieja 
te  la  dirá ;  y  porque  para  decir  las  afren¬ 
tas  y  el  hilado  que  se  ha  gastado  en  desen¬ 
volver  la  tela,  no  bastaría  todo  el  dia, 
ello  queda  concertado  que  tú  le  hables 
esta  noche  por  una  de  las  rejas  de  su  jar- 
din,  después  de  todos  sosegados. 

Fel.  Calla,  madre,  ¿quiéresme  probar? 
¿estás  burlando?  ¿es  posible  eso?  mira  no 
se  te  antoje  ó  no  lo  hayas  soñado,  que  eso 
más  paresce  sueño  que  verdad;  y  no  sea 
la  soltura  que  soñé  yo  con  tu  sueño  ,  que 
me  espulgaba  el  gato. 

Cel.  Señor,  en  la  sobra  del  deseo  te 
falta  la  razón  de  tal  tercera  como  yo.  Yo 
te  digo  la  verdad,  y  tú  lo  verás  esta  noche 
si  burlo  ó  digo  verdad. 

Fel.  Oh  mi  madre,  oh  mi  señora,  oh 
mi  vieja  honrada.  ¿Con  qué  te  puedo  ala¬ 
bar?  ¿con  qué. te  puedo  encarecer?  ¿con  qué 
te  podrá  pagar  Felides?  pues  no  ménos  dé 
á  Felides  muerto,  me  das  vida. 

Cel.  No  me  quiebres  las  costillas,  y  no 
me  mates  con  tanto  abrazo.  Creo  que  por 
no  me  pagar  quiéresme  matar,  sabiendo 
que  no  tengo  heredero. 

Fel.  Oh  madre,  dame  esas  manos,  que 
tal  hazaña  han  hecho.  Dame  esos  piés, 
besártelos  hé,  porque  anduvieron  tangió- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


328 

riosos  pasos;  y  sino  quieres,  dame  esa 
boca  que  ordenó  tan  gran,  bien  que  la  mia 
no  sabe  encarecello. 

Cel.  Señor,  tu  estado  y  mi  bajeza  nie¬ 
gan  las  manos;  tu  edad  y  mi  vejez  niegan 
la  boca;  que  mejor  será  empleada  en 
aquellos  labios  de  rosicler,  y  en  aquellos 
dientes  hechos  de  azúcar,  donde  pienso 
que  emplearás  tú  esta  noche  la  tuya;  que 
tal  piedra  preciosa  como  tu  boca,  no  es 
razón  de  engastada  en  tan  mal  engaste  y 
tan  viejo,  como  mi  boca.  Sino  que  dejando 
estas  palabras,  y  refiriéndonos  á  las  obras, 
en  las  de  mi  parte  sea:  que  tú  vayas  esta 
noche  allá  á  la  una ,  y  por  una  escala  pue¬ 
des  entrar  á  la  parte  que  la  mar  bate  en  el 
jardin,  y  él  está  tan  apartado,  que  sin  que 
se  pueda  oir,  puedes  cabe  las  rejas  de  den¬ 
tro  hacer  las  señas  tañendo  y  cantando 
para  hacer  parar  las  aguas  y  venir  las 
piedras  con  las  aves,  junto  con  el  corazón 
de  Polandria,  á  te  oir.  Y  con  esto  yo  he 
hecho  mi  oficio;  tú  haz  agora  el  tuyo,  y 
yo  me  voy,  pues  quedo  satisfecha  que  no 
dirás  que  tenga  buena  parola  y  mal  fato. 

Fel.  Madre,  tú  te  puedes  ir,  y  haré  yo 
que  no  puedas  tampoco  decir  por  mí  esas 
palabras,  que  yo  te  doy  mi  fe,  que  ántes 
que  goce  de  la  merced  que  me  has  hecho, 
sea  en  tu  casa  el  galardón. 


SEGUNDA  CELESTINA.  329  _ 

Cel.  Señor,  yo  te  beso  las  manos,  y  á 
esos  que  hobieres  de  llevar  contigo,  con 
gran  secreto  díles  que  á  concierto  vas  de 
casamiento,  porque  de  otra  suerte  no  po- 
diste  acabar  conmigo,  que  entendiese  en 
este  negocio.  Ybésote  las  manos,  que  por 
esta  puerta  me  quiero  ir.  r 

Fel.  Madre,  Dios  vaya  contigo  como 
quede  conmigo,  y  pierde  el  cuidado.  Andad 
acá,  mozos,  vamos  á  comer. 

Pand.  Dentro  está  el  pelón.  Por  nues¬ 
tro  señor,  que  debemos  de  tener  alguna 
buena  nueva,  ó  buena  mentira  en  su 
lugar. 

Sig.  Calla,  que  ello  dirá,  que  no  tendrá 
sufrimiento  para  callar.  Mas  di  ¿has  sabido 
más  de  la  carta  que  me  dijiste? 

Pand.  Sé,  que  tampoco  la  entendieron 
como  la  otra. 

Sig.  Cómo  ¿pusístete  tú  á  hacer  filoso¬ 
fías,  ó  cómo  no  la  entendieron? 

Pand.  Voto  á  tal,  más  clara  iba  que 
el  agua.  * 

Sig.  Paréceme  que  podemos  decir  aquí, 
que  ni  oxte  tan  corto  como  las  razones  de 
Felides,  ni  arre  tan  luengo  como  las  tuyas; 
y  con  esto  callemos  que  nos  mira. 

Fel.  Hijos,  aderezarme  las  armas  para 
esta  noche,  que  me  cumple  ir  algún  cabo, 
donde  podria  ser  que  fuesen  menester. 


I 


330  SEGUNDA  CELESTINA. 

Parid.  Eso  es,  por  Dios  pues,  lo  quehé 
menester. 

F el.  ¿Qué  dices  Pandulfo?  Bien  sé  que 
estas  son  tus  misas. 

Pand.  Señor,  eso  decia;  que  eso  es  lo 
que  yo  he  menester  para  que  me  conoscas. 

Fel.  Dias  há  que  te  tengo  conoscido;  y 
vámonos  á  comer,  que  después  sabrás  lo 
demás  cuando  fuéremos. 

Pand.  Señor,  sube  á  comer,  que  apare¬ 
jado  está. 

Fel.  Subamos. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


331 


ARGUMENTO  DE  LA  VIGESIMA  NOVENA  CENA. 


Celestina  va  á  su  casa  muy  alegre ,  y  allá  halla  Areusa  y 
á  Grajales  que  la  están  aguardando  á  comer,  y  en  la 
comida  cuenta  Celestina  un  cuento  que  la  acaesció  con 
un  menistro,  Echa-cuervo  de  la  Trinidad  y  una  moza 
y  un  rufián  llamado  Fragoso;  y  introdúcense. 


CELESTINA .  —  ELICIA.  —  AREUSA. —  GRAJALES. 

Cel.  Ta,  ta,  ta. 

Elic.  ¿Quién  está  ahí? 

Cel.  Abre  hija,  que  yo  soy.  Oh  hija, 

Areusa,  ¿acá  estas? 

Elic.  Por  Dios,  una  hora  há  questá 
aquí  aguardándote ,  que  trujo  dos  pares  de 
perdices  para  que  comiésemos  juntas. 

Ar.  Por  Dios,  madre,  no  puedo  comer 
cosa  buena  sin  tí.  Y  envióme  estas  perdi¬ 
ces  el  despensero  del  Arcediano,  y  véngo- 
las  comer  contigo. 

Cel.  ¿Quién  hija? 

Ar.  El  despensero  del  Arcediano. 

Cel.  ¿Quién  es  el  despensero  del  Arce- 
cediano? 

Elic.  ¡Ay  Jesús,  madre,  qué  desmemo¬ 
riada  eres!  ¿No  te  acuerdas  del  gentil 
hombre  que  te  dije  que  tenia  mi  prima, 
que  le  da  cuanto  há  menester? 

i 

✓ 


332  SEGUNDA  CELESTINA. 

Cel.  Ya,  ya,  hija,  al  cabo  estoy;  mas 
mala  landre  nunca  me  tome ,  si  me  acor¬ 
daba. 

Elic.  Pues  habla  paso,  que  está  arriba  y 
viene  por  conocerte  y  á  comer  con  nos¬ 
otras. 

Cel.  Él  y  los  buenos  años,  que  por 
cierto  huelgo  mucho  dello.  Y  hija  Areusa, 
¿parécete  si  estuvieres  con  el  capitán 
aguardándole  hasta  agora,  y  no  tomaras 
mi  consejo,  que  estuvieras  bien  librada 
guardando  mucha  lealtad  á  ese  otro  pan- 
farron,  gesto  de  diablo  de  Genturio?  Mi  fe 
hija,  uno  en  papo  y  otro  en  saco,  uno  al 
fuego  y  otro  tras  la  cama ,  uno  sospirando 
por  la  calle  y  otro  en  los  brazos,  porque 
seas  nueva;  que  ya  sabes  hija,  que  mu¬ 
dando  muchos  y  no  dejándolos  envejecer, 
que  contíno  serás  cedazuelo  nuevo  puesto 
en  estaca.  Que  así  como  te  enhada  á  tí 
una  saya  vestida  de  tres  veces  arriba,  en¬ 
hadarás  tú  al  hombre  como  te  hable  tres 
veces;  que  como  te  dije  la  noche  de  Par- 
meno,  miéntras  más  moros  más  ganancia. 

Ar.  Habla  madre,  paso,  en  mal  punto, 
no  te  oiga  Grajales. 

Cel.  ¿Cómo  es  su  gracia? 

Ar.  Grajales. 

Cel.  ¿Grajales,  hija?  Oh  cómo  huelgo 
que  tomases  amistad  con  tal  persona,  por 


SEGUNDA  CELESTINA. 


333 


las  nuevas  que  dél  he  oido;  que  tú  mejor 
estabas,  mal  pecado,  sin  ninguno,  como 
hasta  aquí  has  vivido;  mas  ya  que  la  ne¬ 
cesidad  te  forzó  á  tomar  quien  te  la  reme¬ 
diase,  no  podiste  tomar  mejor  persona, 
que  me  dicen  que  es  muy  liberal  y  franco. 

Ar.  Eso  que  hablas  agora  recio,  me 
contenta.  •  * 

Cel.  Calla  boba ,  que  yo  sé  lo  que  ha  de 
ser  público  en  la  misa  y  lo  que  ha  de  ser 
que  no  lo  oyan  más  del  que  la  dice.  Mal 
pecado,  hija,  afición  demasiada  que  ten¬ 
drías  á  ese  hombre  honrado,  te  haría 
mudar  la  casta  intención  que  hasta  aquí 
has  tenido. 

# 

Ar.  Par  Dios,  madre,  no  otra  cosa  sino 
demasiado  amor,  que  harto  tenia  yo,  mal 
pecado,  quitado  del  corazón  de  ofender  á 
Dios,  con  él  ni  con  otro. 

Cel.  Así  es  hija,  mas  consuélate,  que 
los  yerros  por  amores  dignos  son  de  per¬ 
donar.  Y  llámale  que  le  jquiero  conocer, 
y  comamos. 

Ar.  Ah  señor,  baja  acá,  que  ya  es  ve¬ 
nida  mi  tia. 

Graj.  Señora,  buenos  dias  hayas. 

Cel.  Hijo  Graj  ales,  tú  seas  bien  venido 
y  conoscido  por  hijo,  que  por  buena  fe,  que 
con  las  entrañas  que  siempre  tuve  á  Elicia 
y  á  su  prima  Areusa,  te  recibiré  yo  y  recibo 


334  SEGUNDA  CELESTINA. 

en  mi  casa.  Y  á  la  verdad,  hijo,  hablando 
contigo  como  con  tal  persona,  yo  más 
quisiera  que  mi  sobrina,  aunque  mal  pe¬ 
cado,  sufria  harta  laceria  y  necesidad,  que 
por  su  castidad  se  estuviera  sola  con  su 
rueca  y  su  huso,  por  esta  negra  honra, 
hijo,  como  sabes;  que  mal  pecado,  carga  es 
que  sin  trabajo  no  se  lleva,  contradiciendo 
siempre  la  voluntad  del  que  la  quiere  te¬ 
ner;  porque  no  en  el  honrado  está,  como 
mejor  sabes,  sino  en  los  que  nos  han  de 
honrar;  y  como  esta  negra  fama  sea  tan 
delicada,  como  digo,  quisiera  á  mi  sobrina  • 
sola.  Mas  ya  que  habia  de  hacer  algo  para 
suplir  sus  necesidades,  yo  huelgo  mucho 
que  sea  ántes  contigo  que  con  otro,  por¬ 
que  sé  que  eres  persona  honrada  y  tendrás 
secreto  y  suplirás  sus  necesidades;  por' 
que  estas  hacen  hacer  á  las  mujeres,  mal 
pecado  hijo,  muchas  veces  lo  que  no  que¬ 
dan  ,  como  agora  mi  sobrina  hace.  Mas  ya 
sabes  que  es  proverbio  antiguo:  que  con 
mal  está  el  uso  cuando  la  barba  no  anda 
desuso.  Y  por  esto  me  place  que  haya  to¬ 
mado,  ya  que  lo  habia  de  tomar,  como 
dije,  hombre  de  barba,  que  tal  me  pare¬ 
ces  tú  á  mi  en  verdad. 

Graj.  Señora,  yo  te  tengo  en  merced 
lo  dicho,  y  creo  que  ella  tendrá  en  mí 
un  buen  amigo,  y  tú  un  hijo  y  servidor. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


335 


Cel.  Así  lo  creo  yo ,  hijo.  Y  pues  para 
entre  nosotros  no  hay  necesidad  de  ofre¬ 
cimientos  ,  vámonos  á  comer ,  que  es  hora. 
Y  sus,  sentaos,  hijas,  y  tú  señor  Graja- 
les,  entre  mí  y  Areusa;  y  dame  acá,  Eli¬ 
da  la  taza  y  el  jarro,  tendrélo  cabe  mí, 
para  que  no  tengáis  necesidad  de  os  le¬ 
vantar.  Y  hijo  Grajales,  ya  sabes  que  es 
el  oficio  de  los  viejos  servir  de  pajes  de 
copa,  y  aun  que  os  haga  la  salva,  pues 
sirvo  de  copa,  n’  os  maravillares. 

Graj.  Madre,  sea  de  suerte  la  salva 
que  se  salve  el  vino ,  para  que  quede  para 
los  que  sirves  la  copa. 

Cel.  Hijo,  no  bebo  tanto  como  me  mo¬ 
tejas;  que  por  tu  vida,  que  como  el  jarro 
es  grande,  que  está  el  vino  muy  hondo, 
y  por  no  lo  ver,  bebia  despacio  y  con 
tiento,  que  así  goce,  á  los  labios  no  me 
ha  llegado. 

Graj .  Si  á  los  labios  no  te  ha  llegado 
madre,  si  te  llégara  ála  boca,  pienso  que 
no  llégara  á  los  nuestros. 

Cel.  Ay,  putillo  y  gracioso  y  decidor 
eres;  contigo  me  entierren,  porque  creed¬ 
me,  hijas,  que  cuando  moza,  que  agora 
no  hay,  mal  pecado,  para  qué,  que  si  me 
hubiera  de  enamorar,  que  más  aina  to¬ 
mara  un  hombre  con  razonable  gesto 
gracioso  y  decidor  y  desenvuelto,  como 


SECUNDA  CELESTINA. 


336 

Grajales,  que  no  otro  tan  lindo  como  Fe- 
lides,  si  fuera  frió. 

Ar.  ¿Burlando  lo  dices,  madre?  no  hay 
cosa  que  más  enamore ,  en  mi  ánima,  que 
la  gracia  de  los  hombres  y  de  las  mujeres. 

Graj.  Señora,  comamos  y  bebamos, 
que  no  sabe  hombre  quién  le  quiere  bien 
ó  quién  le  quiere  mal.  Porque  ya  sabes: 
que  oveja  que  mucho  bala,  poco  mama; 
y  pues  ya  tienes  hecha  la  salva,  dame  acá 
ese  jarro,  que  quiero  yo  beberte  los  es¬ 
camochos. 

Ar.  No  te  los  arrendaría  yo. 

Cel.  ¿Y  también  vos  decís  donaires? 
bien  parece  que  no  con  quien  naces,  sino 
con  quien  paces ;  que  la  conversación  de 
Grajales  te  hace  decir  ya  gracias. 

Graj.  Tia  señora,  por  buen  estilo  me 
has  querido  llamar  bestia. 

Cel.  No  sé,  hijo,  si  paces  para  ser 
bestia,  mas  sé  que  no  tienes  mal  abreva¬ 
dero,  según  sabes  empinar  el  esquilón. 
Que  por  mi  vida,  hijo ,  que  pienso  que  no 
ganará  contigo  la  dehesa  Sancha  la  ber¬ 
meja,  á  beber  digo,  que  no  á  pacer,  por¬ 
que  no  digas  que  te  motejo. 

Elic.  Madre,  muy  regocijada  te  veo 
hoy  y  donosa;  no  sé  qué  es  esto. 

Cel.  Ay  boba,  ¿y  quién  tiene  convida¬ 
dos,  que  no  los  regocija? 


SEGUNDA  CELESTINA.  337 

Graj.  A  buena  fe,  señora  tia,  que  la 
señora  Elida,  que  no  perdiera  nada  en  el 
abrevadero  de  la  dehesa. 

Elic.  ¿Cómo? 

Graj.  Porque  me  paresce,  que  ha  saca¬ 
do  mi  madre  muy  buena  discípula  en  es¬ 
canciar. 

Cel.  Por  tu  vida,  hijo,  que  se  lo  era 
cdla,  y  aun  maestra,  antes  que  á  mi  po¬ 
der  se  viniese. 

ir.  Ay  Jesús,  madre,  hablemos  en 
otra  cosa  ¿todo  ha  de  ser  hablar  en  el 
vino  y  en  beber? 

Elic.  Por  Dios,  bien  será;  y  madre, 
por  tu  vida,  que  sobre  mesa,  ya  que  hemos 
comido,  cuentes  al  señor  Grajales  y  á  mi 
prima  el  cuento  de  lo  que  te  acaesció  que 
me  decías  la  otra  noche,  que  es  la  mayor 
gracia  que  nunca  vi. 

Cel.  ¿Qué  cuento,  hija? 

Elic.  El  cuento  del  ministro. 

Cel.  ¿Qué  ministro,  mi  amor? 

Elic.  Oh  Jesús,  no  se  te  acuerda  del 
ministra  Echa-cuervo  de  las  burlas  de  la 
tinaja. 

Cel.  Ya,  ya;  mira,  por  vuestra  vida, 
¿Cómo  se  me  había  de  acordar  diciendo 
del  ministro?  Por  tu  vida ,  hijo ,  más  cuen¬ 
tos  de  ministros  he  visto  que  canas  tengo, 
mas  aquel  es  muy  donoso. 


22 


338  SEGUNDA  CELESTINA. 

Graj.  Dínoslo  ahora,  madre,  en  cuanto 
se  asan  las  castañas  para  beber. 

Cel.  Habéis  de  saber,  hijo,  que  Dios 
enhorabuena,  que  tuve  yo  aquí  una  moza 
muy  fresca  y  graciosa  que  se  llamaba  Te¬ 
jeira,  y  era  portuguesa  y  muy  donosa, 
y  teníala,  que  le  daba  cuanto  habia  me¬ 
nester,  en  mi  casa,  un  valentísimo  hom¬ 
bre  y  muy  marcado  rufianazo ,  que  se  lla¬ 
maba  Fragoso.  Y  vino  aquí  á  predicar 
entonces  bulas  un  Echa-cuervo,  ministro 
de  la  orden  de  la  Trinidad,  y  mal  peca¬ 
do,  enamoróse  de  la  negra  Tejeira;  y 
tanto  le  dió,  y  tanto  le  prometió,  que 
concertó  de  venir  á  mi  casa,  estando  el 
Fragoso  fuera  de  aquí,  á  comer  una  sole¬ 
ñe  comida.  ¡Y  de  vinos  era  mocosa!  ¡'cua¬ 
les  los  tuviéramos  agora!  Y  que  después 
de  comer  se  habian  de  celebrar  las  bodas. 
Mi  fe,  hijos  mios ,  aderezamos  la  Tejeira 
y  yo  nuestra  comida,  pusimos  nuestros 
manteles  muy  lavados  en  la  mesa,  hicí- 
mosle  un  brasero  muy  hermoso,  que 
hacia  frío,  y  todo  aparejado,  heos  aquí 
donde  entra  el  negro  fraile ,  blanco ,  tan 
gordo,  tan  ancho  y  tan  reverendo,  como 
el  que  estaba,  á  osadas,  bien  cebado. 

Graj .  No  estaría  á  pan  y  agua,  ni  sar¬ 
dinas  trechadas. 

Cel.  No  por  cierto,  sino  á  buenos  ca- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


339 


pones  y  perdices,  cuales  los  teníamos  en 
la  mesa  aparejados.  Y  como  él  entró,  yo 
tenia  avisada  á  la  moza  que  le  trajese  la 
mano  por  el  cerro,  para  pelalle  mejor 
que  habiamos  pelado  sus  capones;  y  no 
lo  dije  á  sorda,  y  viérades  la  moza  tan 
diligente  diciéndole :  ¡oh  miña  vida ,  miña 
alma,  miño  corazón!  sentayvos  aquí,  mas 
sentayvos  acá ;  y  viérades  el  bueno  de 
vuestro  fraile  sentado  cabe  su  moza  á 
comer,  y  yo  de  la  otra  parte,  el  más  re¬ 
gocijado  que  os  queríades,  pensando  go¬ 
zar  la  dama  alzados  los  manteles,  y  muy 
cerrada  la  puerta  del  escalera,  porque  no 
subiesen  perros  donde  estaba  la  cama 
hecha,  que  no  debiera,  como  diré.  Yaála 
media  comida,  al  mejor  regocijo,  heos 
aquí  donde  llama  á  la  puerta  el  negro 
Fragoso;  que  como  dijimos  ¿quién  está 
ahí?  y  dijo  que  Fragoso,  viérades  vuestro 
fraile  más  blanco  que  su  hábito;  porque 
el  diablo  de,  Fragoso  tenia  celos  dél,  y 
teníale  amenazado  que  le  habia  de  matar. 
Y  si  turbado  estaba  el  fraile,  más  lo  es¬ 
taba  la  Tejeira,  torciendo  las  manos,  di¬ 
ciendo:  ay  desventurada,  oh  mezquiña, 
que  no  es  más ,  miña  vida  de  en  cuanto 
entre  Fragoso.  Yo  que  con  menos  turba¬ 
ción  estaba,  quise  abrir  la  puerta  de  la 
escalera  para  esconder  el  negro  fraile,  y 


340  '  SEGUNDA  CELESTINA. 

áun  empecinado,  que  tal  lo  fue  él  aquel 
dia;  ni  sé  si  con  la  turbación  ó  con  qué 
diablos  ,  turbóse  la  cerradura ,  que  no 
podimos  jamás  abrir  la  puerta.  Y  en  toda 
la  casa  no  habia  sobrado  en  lo  de  arriba, 
sino  la  cámara  donde  estábamos,  y  el 
Fragoso,  como  era  diablo  y  sospechoso, 
viendo  nuestra  tardanza  daba  voces  como 
un  perdido,  que  abriésemos,  sino  que 
quebraría  las  puertas.  Mi  fe,  no  sabiendo 
que  nos  hacer,  ni  donde  asconder  á  nues¬ 
tro  fraile,  estaba  una  gran  tinaja  de  agua 
á  una  esquina  de  palacio,  y  la  buena  de 
la  Tejeira  dijo  al  fraile:  ay  señor,  por  la 
pasión  de  Deus,  vose  paternidad  se  chante 
en  aquella  tinaja,  que  me  matará  aquel 
homen  sino  le  desfecho  anisa  á  aquella 
porta.  Y  el  diablo  del  ministro,  con  la 
turbación ,  y  nosotras  también ,  no  fuimos 
para  vacialla,  y  con  todo  el  frió  que  hacia, 
lánzase  vuestro  fraile  en  la  tinaja,  y  como 
él  entró,  vácianse  dos  ó  tres  cántaros  de 
agua  por  el  palacio,  y  pónese  el  bueno 
del  fraile  en  la  tinaja  rebosando  el  agua, 
puesta  la  cabeza  de  manera  que  solas  las 
narices  y  la  boca,  por  no  se  ahogar,  tenia 
de  fuera. 

Graj.  ¿De  suerte  que  perdiera  bien  el 
riso  su  reverencia? 

Cel.  Yo  te  lo  prometo  y  como  la  perdió. 


SEGUNDA  CELESTINA.  341 

Elic.  Escucha,  que  es  la  mejor  cosa 
que  nunca  viste. 

Cel.  Así  que,  hijos  mios,  aun  el  fraile 
no  estaba  bien  metido  dentro  en  la  tinaja, 
cuando  la  buena  de  laTejeira  quita  el  al¬ 
daba,  y  entra  el  diablo  del  Fragoso  ha¬ 
ciendo  mil  fieros;  que  pesase  á  tal  y  á 
cual  con  la  puta ,  que  qué  tardanza  habia 
sido  aquella,  si  tenia  allá  algún  gayón  as- 
condido.  Y  viérades  hacer  mil  juramentos, 
más  espesos  que  piedras,  atablando  á 
vuestra  Tejeira.  Y  yo  aunque  hablaba  no 
me  oia;  y  con  todo  esto,  echa  mano  al 
espada ,  y  dále  de  espalderazos ,  y  como  él 
desayunó  con  el  agua  y  el  fuego ,  el  bue¬ 
no  del  ministro  comenzó  á  tronar  en  la 
nube  ó  tinaja,  que  en  mi  ánima,  que  con 
toda  el  afrenta  que  teníamos  fué  nuestra 
risa  tal,  que  salvó  toda  la  sospecha,  pre¬ 
guntando  el  bueno  del  Fragoso  de  qué 
nos  reíamos,  y  dijimos  que  de  que  habia 
pensado  que  habia  alguno  dentro  y  que 
no  habia  sido  sino  por  miedo  que  viese 
que  comíamos  tan  bien,  estando  él  fuera; 
y  con  esto  asosegóse,  y  dijo  que  ántes 
holgaba  él  dello,  y  sentóse  á  la  mesa,  y 
dijo  que  comiésemos;  y  sentémonos,  y 
comimos  de  buen  reposo  la  comida  del 
desventurado  del  fraile,  el  cual  sola  su 
nariz  tenia  con  medio  rostro  de  fuera, 


34-''  SEGUNDA  CELESTINA. 

que  no  parescia  sino  raposa  que  quiere 
quitar  las  pulgas  en  el  rio,  que  tiene  solo 
el  hocico  defuera.  Y  estando  ya  muy  so¬ 
segados  comiendo,  vínonos  otro  sobre¬ 
salto,  que  fué  que  el  diablo  del  Fragoso 
vió  la  nariz  del  bueno  del  fraile  estar 
sobre  el  agua  de  la  tinaja,  y  dijo:  ¿qué 
diablo  es  aquello  que  asoma  por  allí?  y 
aquí  pienso  que  no  nos  quedó  gota  de 
sangre  en  el  cuerpo,  ni  pienso  que  al 
bueno  del  fraile  de  lo  que  habia  comido. 

Graj.  Haria  el  milagro  de  architricli- 
nio,  según  lo  que  habia  bebido. 

Cel.  Mas  tornó  el  agua  en  la  ira  de  Dios, 
que  según  hedía,  pienso  que  no  pudo  ser 
ménos  sino  con  el  miedo  y  el  frió,  que  le 
tomaron  cámaras. 

Graj.  Pues  veamos;  cuando  el  rufián 
preguntó  qué  era  aquello,  ¿en  qué  paró? 

Cel.  Pues  calla,  que  lo  mejor  está  por 
venir.  Yo  le  respondí,  que  la  Tejeira  ni  oia 
ni  entendia,  que  me  habian  dado  un  ga¬ 
lápago  y  que  lo  habia  puesto  en  aquella 
tinaja,  y  á  él  tomóle  gran  risa  y  dijo:  dolé 
al  diablo  ¿y  la  cabeza  tiene  defuera?  Y  aquí 
pensó  el  fraile  que  por  la  suya  decía,  y 
súmese  todo,  y  torna  luego  por  no  se 
ahogar  á  sacar  su  nariz;  y  el  bueno  del 
Fragoso,  muerto  de  risa  del  galápago  de 
que  sacaba  la  cabeza,  que  pensaba  que 


SEGUNDA  CELESTINA. 


343 


era  la  nariz  del  negro  ministro,  arrojóle 
un  majadero,  y  dió  un  golpe  en  la  tinaja 
que  pensamos  que  la  quebrara.  Y  aquí  fué 
otra  afrenta,  que  le  queria  tirar  otra  vez 
con  el  mortero  que  habia  quedado ,  sino 
que  yo  se  lo  quité  de  las  manos  diciendo: 
anda  amigo,  que  no  te  costó  dineros  como 
á  mí,  no  quiebres  mi  tinaja;  y  en  esto, 
plugo  á  Dios,  que  entraron  las  vecinas  y 
asosegóse  el  alteración.  Yo  tuve  manera 
de  echar  de  casa  al  diablo  del  rufianazo, 
que  no  habia  diablos  que  le  hiciesen  salir 
de  casa;  y  ya  que  le  tuve  echado,  que  que-' 
ria  despedir  las  vecinas ,  el  diablo  del  frai¬ 
le,  no  sé  cómo  fué,  si  desperecido  de  frió  ó 
por  revolverse,  da  consigo  una  flairada  y 
con  la  tinaja,  y  queda  vuestro  fraile  en 
mitad  de  la  sala,  que  parecia  que  habia 
salido  por  algún  albañal.  Y  como  se  ver¬ 
tió  el  agua,  no  olia  la  casa  á  menjuí;  fué 
tanta  la  risa  de  ver  caer  la  tinaja  y  que¬ 
brarse,  y  quedar  el  diablo  del  fraile  hecho 
un  palomino,  esperecido  de  frió  en  el  sue¬ 
lo,  que  ni  él  se  podia  levantar,  ni  de  risa 
ninguna  le  podia  ayudar.  Y  ya  que  hartas 
de  reir  calentárnoslo  lo  mejor  que  pudi¬ 
mos,  y  con  juramentar  las  vecinas,  echᬠ
rnoslo  con  todos  los  diablos.  Y  este  fué 
fraile  ó  fué  diablo,  que  nunca  jamás  pa¬ 
reció. 


/ 


344  SEGUNDA  CELESTINA. 

Graj.  De  suerte  que  él  no  fue  novio. 

Cel.  Seria  novio  el  diablo;  y  á  un  tal 
iba  él,  que  pienso  que  no  podia  tornaren 
sí  en  esos  ocho  dias. 

Graj.  Por  nuestro  señor,  el  mejor 
cuento  es  que  oí. 

Cel.  Pues  oye,  que  con  el  desatino  de¬ 
jóme  una  bolsa  con  media  docena  de  du¬ 
cados,  para  la  vista  del  proceso. 

Graj.  Así  que,  tia,  de  la  burla  tú  lle- 
-  vaste  lo  mejor. 

Cel.  ¡Y  como  lo  mejor!  Mas  yo  te  cer¬ 
tifico,  que  de  aquí  á  un  mes  no  acabase 
cuentos  graciosos  que  por  mí  han  pasado. 
Mas  paréceme  que  á  la  puerta  llaman; 
cesen  los  cuentos,  y  sabe  hija  quién  es. 

Elic.  Tia,  Sigeril,  paje  del  señor  Feli- 
des,  está  allí. 

Cel.  Subios  vosotros  arriba,  y  ábrele 
hija. 

Sig.  Tia,  señora,  Dios  te  salve. 

Cel.  Hijo,  y  tu  vengas  con  su  gracia. 

Sig.  Señora,  dos  palabras  te  quiero  de¬ 
cir  sola. 

Cel.  Pues  hija  Elicia,  súbete  arriba. 
;Qué  es  lo  que  mandas  hijo? 

Sig.  Señora,  Felides  mi  señor,  te  en¬ 
vía  estos  cien  ducados  por  el  corretaje  del 
casamiento;  y  que  el  de  tu  sobrina  quede 
aparte,  para  cuando  tú  hubieres  buscado 


\ 


SEGUNDA  CELESTINA. 


/ 


345 


el  que  se  ha  de  casar  con  ella.  Y  que  le 
perdones  si  es  poco. 

Cel.  Hijo,  mi  amor,  que  le  beso  Jas 
*  manos,  que  no  se  espera  menos  de  tal- 
persona,  y  que  es  tanto,  que  no  merezco 
á  Dios  tan  gran  merced.  Y  toma  tú,  hijo, 
un  par  de  piezas  para  calzas. 

Sig.  Madre,  no  es  menester,  y  queda 
con  Dios. 

Cel.  Por  mi  vida,  si  tomarás. 

Sig-  Hora  madre,  yo  te  lo  tengo  en 
merced,  y  queda  con  Dios. 

Cel.  Hijo,  y  él  vaya  contigo,  y  ruégote 
que  te  aproveches  desta  casa  como  de  la  de 
tu  amo. 

Sig.  Señora ,  téngotelo  en  merced. 

Cel.  Hora,  yo  quiero  dormir,  pues  tengo 
ya  cobrada  buena  fama,  que  aquellos 
mancebos  no  se  apartarán  tan  presto;  y 
esconder  este  dinero,  porque  no  me  lo 
hurte  Elida,  como  me  queria  cantusar  la 
cadena  y  las  cien  monedas. 


I 


346 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  TRIGESIMA  CENA. 


Pandulfo  dice  á  Sigeril  queá  qué  fue  á  casa  de  Celestina, 
y  él  dice  que  á  dalle  cien  doblas ,  y  sobre  esto  pasan 
grandes  cosas;  y  después  Pandulfo  se  quiere  excusar 
por  santo  de  no  ofender  á  Dios,  por  temor  de  ir  esta 
noche  con  su  amo  al  concierto ,  y  pasa  con  Sigeril, 
muchas  cosas  sobre  ello,  y  introdúcense. 

PANDULFO. —  SIGERIL. 

“  x 

Pand.  Hermano  Sigeril,-  ¿á  qué  fuiste 
hoy  á  casa  de  Celestina? 

Sig.  No  digas  nada. 

Pand.  A  mí  no  hay  necesidad  desos 
avisos. 

Sig.  Pues  sabe,  que  le  llevé  cien  doblas 
que  le  envió  nuesto  amo. 

Pand.  Ahí  pasó  la  liberalidad  del  pié  á 
la  mano. 

Sig.  Así  me  paresce  á  mí,  porque  tan 
mal  paresce  dar  mucho  donde  no  se  debe, 
como  dejar  los  servicios  sin  galardón:  que 
no  es  liberalidad,  la  que  pierde  el  nom¬ 
bre  con  la  falta  de  la  razón  para  dar,  y 
cobra  nombre  de  prodigalidad. 

Pand.  Por  cierto  que  te  quiero  decir, 
que  es  tan  mala  la  escaseza,  que  tengo  yo 
por  mejor  tocar  en  pródigos  los  hombres, 
que  no  en  avaros. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


347 


Sig.  Todos  los  extremos  son  viciosos,  y 
en  el  medio  hallaron  los  sabios  que  con¬ 
sistía  la  virtud.  Y  la  mayor  virtud  es 
rehusar  las  riquezas;  como  se  tuvo  en 
Atenas  por  mayor  liberalidad  rehusar 
Focion  los  doscientos  talentos  que  el  rey 
Alexandre  le  daba,  que  la  liberalidad  que 
el  rey  hacia  en  dar  tan  gran  dádiva. 

Pand.  Seria  esa  merced  con  mayor  ra¬ 
zón  de  dar  por  la  virtud  del  servicio ,  que 
la  de  Celestina,  y  para  ganar  Alexandre 
mayor  fama  de  tal  liberalidad,  que  Feli- 
des  con  dar  lo  suyo  á  alcahuetas,  para 
ganar  fama  inmortal  de  vicios.  Mas  pues 
no  quiere  tomar  nuestro  consejo,  déjale 
pélelo,  que  el  loco  por  la  pena  es  cuerdo. 

Sig.  Y  la  obligación  que  como  criados 
tenemos  de  decille  la  verdad,  ¿cómo  se 
pagará? 

Pand.  ¿Ya  no  se  lo  tenemos  dicho?  y 
pues  le  aborrece  la  verdad,  vistámoslo  de 
isonjas,  y  si  Celestina  robare,  robemos, 
que  á  rio  vuelto,  ya  me  tienes  entendido. 

Sig.  Pandulfo,  sí  entiendo,  mas  tam¬ 
bién  entiendo  que  el  mayor  galardón  que 
de  servir  se  saca  es ,  que  quedamos  más 
pagados  de  nuestras  obligaciones  y  virtud, 
que  sin  ellas  ricos  de  dinero  y  pobres  de 
la  deuda  que  nos  debemos,  á  decir  verdad 
á  nuestro  amo,  y  más  por  lo  que  le  de- 


348  SEGUNDA  CELESTINA. 

bcmos;  porque  me  parece  que  la  mayor 
paga  que  podemos  sacar  de  nuestro  servi¬ 
cio,  es  de  haber  servido  bien.  Y  pues  el 
que  sirve  no  medra,  ¿el  que  mal  sirve 
qué  espera?  Y  por  esto  no  pienso  jamás, 
porque  se  enoje  Felides,  dejar  de  decille 
verdad;  que  más  quiero  que  me  desame 
por  se  la  decir,  que  no  que  me  ame  por 
decille  la  falta  della:  más  quiero  quedar 
aborrecido  por  bueno,  que  loado  por  no 
tal.  Y  en  fin,  quiero  que  cuando  me  falte  el 
galardón  de  servir,  que  me  sobre  á  lo  menos 
el  que  pude  sacar  de  haber  servido  bien. 

Pand.  ¿Qué,  tú  no  sabes  que  con  eso  que 
dices,  que  de  necios  leales  se  hinchen  los 
infiernos?  Y  por  tanto,  yo  quiero  vivir 
conforme  al  tiempo,  y  usar  lisonjas  como 
se  usan ,  pues  sabes  que  lo  que  se  usa  que 
no  se  excusa. 

Sig.  Pues  yo  me  quiero  excusar  de  uso, 
que  ni  en  los  otros  ni  en  mí  me  puede 
parescer  bien,  excusarme  dél. 

Pand.  Más  querria  que  buscases  manera 
para  excusar  de  ir  con  nuestro  amo  esta 
noche,  como  hoy  viste  que  nos  dijo. 

Sig.  Hermano  Pandulfo,  nunca  pienso 
en  excusarme  donde  no  me  excusa  y  me 
tiene  obligado  lo  que  debo  á  mi  amo,  y 
por  debérselo,  á  mi  me  debe  á  pagallo. 

Pand.  Muy  filósofo  estás  agora. 


SEGUNDA  CELESTINA.  349 

Sig-  Y  tú  muy  temeroso.  ¿Tú  no  decias 
que  no  naciste  sino  para  cosa  de  afren¬ 
tas?  ¿Pues  cómo  agora  te  querrías  excusar 
dellas? 

Pand.  Porque  tan  feo  me  parece  toma¬ 
das  sin  causa,  como  dejallas  con  causa  y 
razón  de  tomadas. 

Sig.  Bien  dices,  si  el  tomadas  y  deja¬ 
das  fuese  en  nuestra  mano,  no  para  de¬ 
jadas  por  injustas,  ó  tomadas  por  lo 
contrario;  mas  la  razón  que  para  tomar 
peligro  en  tales  liviandades  á  nuestro  amo 
falta,  nos  sobra  de  la  razón  á  nosotros  por 
mandárnoslo  él. 

Pand.  Sí,  mas  yo  he  oido  á  teólogos, 
que  lo  que  es  contra  ley  de  Dios  que  no 
es  obligado  el  hombre  á  hacello,  aunque  lo 
mande  su  señor.  Que  por  esta  causa  me 
quería  yo  apartar  deste  peligro,  donde  no 
temiéndolo  en  el  cuerpo  lo  debo  temer  en 
el  alma.  Y  cuanto  va  de  la  excelencia  del 
alma  á  la  del  cuerpo,  se  debe  mas  esti¬ 
mar  lo  que  toca  al  alma  que  lo  que  toca  al 
cuerpo:  pues  la  una  es  inmortal  y  el  otro 
ha  de  acabar  tan  presto. 

Sig.  Amigo  Pandulfo,  muy  mozos  so¬ 
mos  para  tanta  conciencia.  Basta  para  mi 
edad  escrúpulos  de  honra:  pues  sabes  que 
honra  y  provecho  no  caben  en  un  saco. 
Provecho  del  ánima  y  honra  corporal 


1 


350  SEGUNDA  CELESTINA. 

•  • 

del  mundo  digo;  mas  no  sé  dónde  te  vie¬ 
nen  estas  santidades,  que  tan  católico  y 
tan  temeroso  del  ánima  te  veo. 

Pand.  Sigeril  hermano,  hago  bien;  que 
sabe  que  pon  eso  me  desposé,  por  apar¬ 
tarme  de  ofender  á  Dios  con  Palana,  y 
por  tanto  no  lo  quiero  ofender  por  Po- 
landria.  Que  en  fin  de  los  hombres  es 
pecar  mas  diabólico  el  perseverar,  que 
en  todo  tiempo  se  ha  de  tomar  lo  que 
priva  la  vida  por  todo  tiempo,  por  el 
morir  mal  en  tiempo  digo,  para  vivir 
muriendo  para  siempre. 

Sig.  Hora,  pues  tan  santo  te  haces,  yo 
te  aconsejo  que  no  vayas  allá,  y  lo  acon¬ 
sejo  á  mi  amo  que  no  te  lleve,  y  que 
mande  llamar  á  sus  escuderos  Filestres  y 
Fornaces,  que  yo  te  prometo,  que  aunque 
sonyiejos  que  noseexcusen  porconciencia. 

Pand.  Hermano,  ya  sabes  que  primero 
hemos  de  buscar  el  reino  de  Dios  y  su 
justicia,  y  si  desta  manera  mi  amo  se 
quiere  servir  de  mí,  yo  pondré  por  él  la 
vida,  mas  el  alma  no  lo  quiero  aventurar. 
Si  quiere  ser  homicida  de  sí  á  manos  de 
los  criados  de  Paltrana,  no  lo  quiero  yo 
ser,  porque  estoy  determinado  de  por 
ninguna  cosa  ofender  á  Dios.  Porque  él 
dice:  ^qué  le  aprovecha  al  hombre  ganar 
á  todo  el  mundo  si  su  alma  rescibe  detri- 


'  SEGUNDA  CELESTINA.  35 1 

mentó?  y  que  temamos  no  á  los  que  solo 
nos  pueden  matar  los  cuerpos,  mas  al  que 
no  solo  puede  matar  el  cuerpo,  mas  po¬ 
ner  el  alma  en  los  fuegos  eternos.  Y  si 
dijeres  que  lo  dejo  de  temor,  como  digo, 
más  quiero  vergüenza  en  cara,  que  man¬ 
cilla  en  corazón. 

Sig.  No  es  menester  más,  tú  te  puedes 
quedar.  Y  por  esto  veo  que  son  grandes 
los  juicios  de  Dios,  y  no  sabidos  sus  ca¬ 
minos. 

Pand.  ¿Por  qué  dices  eso? 

Sig.  Porque  de  prescito  en  el  burdel, 
tan  presto  te  veo  predestinado;  y  por  una 
parte  quieres  ser  lisonjero  para  no  dicien¬ 
do  verdad,  perder  el  alma  por  ganar  el 
cuerpo;  y  por  otra  apartarte  de  peligros 
por  ganar  el  alma  y  salvar  el  cuerpo. 

Pand.  Y  qué,  ¿decir  lisonjas  es  pecado? 

Sig.  Y  como  lo  es  querer  ganar  con 
fraude,  no  decir  verdad.  Y  pues  Dios  es 
verdad,  y  lo  que  no  es  por  él,  contra  él 
es,  como  él  dice,  mira  si  con  lisonjas 
sirves  á  Dios. 

Pand.  Pues  déjame  el  cargo,  que  ni  en 
eso  ni  en  esotro  le  entiendo  de  deservir. 

Sig.  En  eso  de  las  lisonjas  no  le  desir¬ 
vas,  que  en  esotro,  yo  te  aseguro  el  ser¬ 
vicio. 

Pand.  Di  lo  que  quisieres ,  que  yo  tengo 


I 


352  SEGUNDA  CELESTINA. 

tan  probada  mi  persona ,  que  no  hay 
quien  pueda  juzgar  á  temeridad  lo  que 
hago. 

Sig.  Hi,  hi,  hi. 

Pand .  ¿De  qué  te  ries? 

Sig.  De  que  te  salvas  deso  por  térmi¬ 
nos  de  fortaleza,  que  de  la  temeridad  yo 
te  aseguro  la  reprehensión ,  porque  en  mi 
alma,  jamás  la  conocí  en  tí. 

Pand.  Pues  deso  me  contento  yo,  y 
quedo  abonado,  pues  no  me  tuviste  por 
temeroso  ó  por  temerario,  por  mejor 
decir. 

Sig.  No  por  cierto.  Y  con  esto  nos 
vamos,  que  se  hace  hora  del  concierto; 
y  yo  diré  á  Felides  tu  buena  conciencia, 
y  llevará  otro  en  tu  lugar;  y  quedarte  has 
orando,  pues  tan  santo  eres,  porque  nos 
guie  Dios. 

Pand.  Di  lo  que  quisieres,  pues  todo 
te  lo  tengo  de  sofrir,  pues  sé:  que  bien 
aventurados  son  los  pacíficos,  pues  hijos 
de  Dios  serán  llamados. 

Sig.  Hora  véte  acostar,  que  yo  voy  á 
entender  en  mis  armas. 

Pand.  ¡Oh  qué  cosa  es  un  hombre  sabio 
como  yo!  Cómo  he  sabido  rodear  mi  pro¬ 
vecho  para  guardarme  del  daño  que  esta 
noche  se  apareja.  Y  aunque  lo  dijo  á  otro 
fin  Sigeril,  bien  puedo  yo  decir  que  he 


i 


SEGUNDA  CELESTINA. 


353 


metido  honra  y  provecho  en  un  saco: 
pues  con  honra  de  servicio  de  Dios,  en- 
cobrí  la  falta  della  en  mi  temor,  y  saqué 
el  peligro  de  la  vida  para  metella  con  el 
provecho  de  sabella  guardar  en  el  saco 
de  la  honra  que  dije.  ¡Bien  librado  estu¬ 
viera  yo,  habiéndome  apartado  de  tantos 
peligros  hasta  aquí ,  ir  agora  por  su  li¬ 
viandad  de  mi  amo,  á  buscar  la  muerte, 
que  tal  pienso  que  se  le  apareja  esta  no¬ 
che  á  él  y  á  los  que  con  él  quisieren  ir! 
Y  para  más  seguridad,  yo  me  quiero  ir  á 
dormir  á  los  tajones  de  la  carnicería ,  no 
se  le  antoje  á  Felides  de  me  sacar  de  la 
cama,  y  diré  mañana' que  todo  lo  que 
dije  á  Sigeril  fué  por  no  mentir  á  Quin- 
cia,  que  tenia  hecho  concierto  para  esta 
noche  con  ella.  Oh  cuerpo  de  tal ,  que  no 
es  esto  bueno,  porque  más  noches  habrá 
que  longanizas  para  ir;  mejor  es,  voto  á 
la  casa  santa,  lo  que  tengo  dicho.  Y  de 
mañana  en  adelante  compraré  unos  aga¬ 
llones,  y  haré  mucho  del  ermitaño  con 
mis  cuentas,  para  disimular  en  cuanto 
dura  este  cebo  de  buitrera,  destos  negros 
amores,  que  tales  pienso  yo  que  han  de 
ser.  Y  quiérome  ir,  y  diré  que  á  salí*) 
está  el  que  repica,  cuando  ayudare  al 
doblar  por  los  que  van.  * 


7  o 


354 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  TRIGESIMA  PRIMERA  CENA. 

Felides  dice  á  Sigeril  si  es  hora  de  ir  al  concierto,  y  le 
dice  que  sí ;  y  cómo  Pandulfo  no  quiso  ir  allá ,  y  en  su 
lugar  va  Corniel ,  y  llevan  la  vihuela ,  y  entran  en  el 
jardín  y  cantan  y  tañe  Felides  ;  y  óyenlo  Polandria  y 
Poncia,  y  después  sale, Ponda  y  concierta  el  qamino 
con  Felides.  Y  desposados  déjalos  á  la  reja  y  apárta¬ 
se  con  Sigeril ,  y  desengáñale  que  si  no  se  casa  con 
ella  que  es  excusado.  Y  con  esto,  tornan  á  sus  señores, 
y  despídense ,  porque  era  ya  mucho  tarde ;  y  intro- 
dúcense. 


FELIDES. — SIGERIL. —  CORNIEL.—  POLANDRIA. 

PONCIA. 

Fel.  Sigeril,  ¿es  hora  yaque  vamos? 

Sig.  Señor,  hora  es;  mas  mira  quién 
ha  de  ir  contigo,  que  Pandulfo  es  tan 
santo,  que  no  quiere  ofender  á  Dios. 

Fel.  ¿Cómo  es  eso,  me  di? 

Sig.  Señor,  es,  que  del  dicho  al  fato 
hay  gran  rato.  Y  en  fin,  que  él  no  irá, 
según  dice ,  donde  se  ofenda  á  Dios. 

Fel.  Pues  vaya  para  bellaco  cobarde, 
y  sino  fuera  porque  no  me  descubriera, 
no  lo  tuviera  más  un  dia.  Di  á  Corniel  que 
se  aderece,  y  él  y  tú  iréis  conmigo. 

Sig.  Señor,  ¿no  seria  bueno  llamar  á 
tus  criados  de  tierra? 


SEGUNDA  CELESTINA.  355 

•  1  - 

Fel.  Qué,  no  es  menester,  sino,  sus,  to¬ 
ma  una  escala  y  vamos ,  y  llama  á  Corniel. 

Sig.  He  aquí  á  Corniel. 

Fel.  Pues  hijo  Corniel,  tomarás  esa 
escala  debajo  tu  capa,  y  tú,  Sigeril,  lleva 
mi  vihuela. 

Sig.  Señor,  todo  está  aparejado. 

Fel.  Hora,  pues,  vamos;  por  aquí 
vamos  mejor,  que  hace  luna.  Hora,  sus, 
y  callando.  Llega,  Corniel,  y  pon  aquí  el 
escala  cabe  la  mar;  y  como  hubiéremos 
entrado,  ponte  apartado  y  mira  no  duer¬ 
mas  para  cuando  yo  salga.  Y  tú,  Sigeril, 
entra  conmigo. 

Cor.  Señor,  la  escala  está  como  ha  de 
estar ;  hora  sube. 

Fel.  Sube  Sigeril,  que  ya  estoy  acá. 
Dame  acá  la  vihuela  en  cuanto  subes. 

Sig.  Oh  cuerpo  de  mi  vida,  que  malo 
es  subir  por  estas  cuerdas. 

Fel.  Daca  la  mano;  ayudarte  he. 

Sig.  Señor,  no  es  menester. 

Fel.  Daca  la  mano ,  bobo ,  que  nunca 
subirás.  Oh  válame  Dios,  y  qué  suelto 
queres;  Corniel,  hora  apártate.  Anda  acá, 
Sigeril,  aquí  estamos  bien  cabe  esta  reja; 
por  cierto  que  me  es  gloria  andar  en  este 
jardin,  que  con  saber  que  mi  señora  se 
pasea  por  él  de  noche  y  de  dia,  tendria 
yo  por  gloria  estar  aquí.  Y  dame  acá  esa 


SEGUNDA  CELESTINA. 


356 

vihuela  en  tanto  que  viene  aquel  ángel  á 
visitarme. 

Sig.  Mira,  señor,  no  te  oyan. 

Fel.  No  puede  ser,  que  el  jardin  está 
apartado  donde  no  nos  puedan  oir,  que 
ya  yo  lo  tengo  sabido,  y  oye. 

Sig.  Oh  señor,  como  está  buena  esa 
vihuela,  y  qué  mano  traes.  Hora  nunca 
tan  excedente  cosa  oí,  paréceme  que  jamás 
así  te  oí  tañer. 

Fel .  Calla  y  escucha,  que  así  es  me¬ 
nester. 

Pon.  Señora  Polandria,  llégate,  que 
está  aquí  aquel  caballero,  y  oiremos  un 
rato.  Oh  válame  Dios,  y  qué  maravillas 
hace  en  aquella  vihuela. 

Pol.  Todo  se  paresce  á  la  guitarra  de 
Pandulfo;  llama  acá  á  la  señora  Quincia 
para  que  lo  entienda. 

Pon.  Más,  para  que  lo  parle. 

Pol.  Hora  oigamos,  que  comienza  ya  á 
cantar  Felides. 

Fel.  ,  La  luna  resplandecía 

El  cielo  estaba  estrellado , 

Los  árboles  se  bullían 
Con  el  aire  delicado, 

Con  golpes  de  las  riberas 
Del  sordo  mar  concertado. 

Pol.  Oh  válame  Dios,  qué  suavidad  de 
voz,  y  qué  garganta;  y  con  el  son  del 


SEGUNDA  CELESTINA. 


357 


ruido  de  las  ondas  del  mar,  y  el  regocijo 
delicado  de  los  aires  en  los  cipreses,  como 
él  dice,  no  parece  sino  cosa  divina,  con 
aquel  traer  el  aire  á  hondas  la  voz,  ha¬ 
ciendo  cerca  y  lejos  della,  como  en  pin¬ 
tura  de  gran  artífice. 

Pon. -Señora,  y  aquellos  sospiros  con 
que  despide  la  voz  de  rato  á  rato  ¿qué  te 
párecen  ? 

Pol.  Paréceme  que  son  para  despedir 
las  almas  de  las  que  lo  oyan.  Y  callemos 
no  perdamos  de  oir  tan  excelente  cosa, 
que  trae  por  cierto  devoción  y  considera¬ 
ción  de  la  gloria  celestial. 


Fel.  Los  clines  de  los  cometas 

Corren  con  fuego  inflamado , 
Las  aves ,  los  animales , 

El  descanso  habían  tomado, 
Salvo  las  aves  nocturnas, 

Que  á  cantar  han  comenzado, 
Con  gritos  tan  dolorosos, 
Como  contino  han  cantado  : 
Cuando  el  triste  corazón 
Con  Felídes  ha  quedado, 

-  Con  vida  apartada  el  alma 

Por  habella  allí  enviado 
Donde  por  más  la  tener 
Es  della  el  cuerpo  apartado  ; 
Como  lo  muestra  á  Polandria 
Que  á  sus  males  ha  llamado, 
Que  por  si  la  llama  á  ella 
Como  en  ella  transformado 


35§  SEGUNDA  CELESTINA. 

✓ 

Para  pedirle  piedad, 

No  del  mal  questá  llagado. 

Mas  del  mal  que  le  haría 
En  acabar  tal  cuidado: 

Por  perder  más  bien  con  él 
Que  en  la  vida  que  ha  dejado 

'i  *  i  *  -A 

Pol.  Por  cierto,  no  pensé  que  en  mi 
vida  viera  cosa  tal. 

Pon.  Señora,  paréceme  que  no  hay  cosa 
que  deje  de  venir  á  tal  reclamo;  y  pues 
que  dice  que  te  llama,  razón  es  de  venir 
á  ver  lo  que  quiere ,  para  ver  si  se  con¬ 
cierta  con  lo  que  queremos. 

Pol.  Hora,  oyamos  que  habla,  y  vea¬ 
mos  qué  dice. 

Fel.  Ay  Sigeril. 

Pon.  Señora,  por  Dios  que  no  tenemos 
mala  noche,  que  allí  tenemos  mi  reque¬ 
brado. 

Pol.  Hora  escucha. 

.  Fel.  Por  cierto,  la  consideración  de  mis 
palabras ,  y  aquellos  cometas  que  con  más 
resplandescientes  llamas  corren  por  mi 
corazón,  en  la  esfera  del  alma  donde  se 
encienden,  con  lo  que  más  se  desespera  del 
bien  de  mi  señora,  así  tiene  hecha  ceniza 
mi  esperanza  que  si  su  favor  con  su  vista 
presto  no  me  socorre,  para  sacarme  de 
mi  ceniza  como  á  Fénix,  yo  pienso  que 
con  el  favor  primero  de  mandarme  venir 


SEGUNDA  CELESTINA.'  359 

aquí,  acabarada  vida  dejando  en  testimo¬ 
nio  el  cuerpo  para  mostrar  adonde  pudo 
aposentar  al  alma. 

Pol.  ¡Por  cierto,  estas  razones  y  las  de 
la  carta  del  otro  dia,  todas  son  unas! 

Pon.  Calla,  señora,  veamos  qué  res¬ 
ponde  el  otro,  mal  pesar  de  mi  amigo. 

Sig.  Señor,  por  cierto,  con  el  son  de 
tus  palabras  y  la  memoria  de  lo  que  ten¬ 
go  en  la  fantasía,  tan  trasportado  estaba, 
que  la  gloria  de  mi  contemplación  cuasi 
sin  vida  y  sin  pena  me  tenia  suspendido. 

Pon.  Ay  mi  dolor,  ¿y  también  hace 
comparaciones?  Señora,  paréceme  que  el 
mancebo,  que  no  quiere  deber  nada  á  su 
amo. 

Pol.  Por  mi  vida,  que  se  le  han  apegado 
de  la  conversación  las  buenas  razones;  y 
oyámoslos  un  rato,  que  es  gran  gloria. 

Fel.  Sigeril,  de  la  tazón  de  mi  pena 
participa  ya  la  tuya  las  razones  que  has 
dicho.  Bien  parece  que  es  grande  mi  fue¬ 
go,  pues  estando  tú  tan  léjos  te  puedes 
á  él  calentar.  Bien  aventurado  yo,  que 
aun  el  mal  de  mi  mal  pueda  dar  gloria, 
aún  al  que  sólo  del  bien  de  se  calentar  al 
fuego  que  dél  se  enciende  gozar  puede. 

Sig.  Señor,  no  te  lo  quiero  consentir, 
que  no  pienso  yo  que  el  fuego  de  mi  se¬ 
ñora  Poncia  tiene  ménos  virtud  en  que- 


360  SEGUNDA  CELESTINA. 

mar,  que  el  tuyo  me  puede  con  su  calor 
poner. 

Pon.  Oxte  mi  necio,  pues  aguarda  á 
quemarte  á  ese  fuego,  que  bien  te  podrás 
antes  secar  á  él. 

Pol.  Calla,  por  tu  vida  y  oye,  qué 
responde  Felides. 

Fel.  Deja  ya,  Sigeril,  la  vanidad  de 
dioses  vanos,  y  adora  aquel  sólo  que  yo 
por  Dios  adoro  y  conozco. 

Sig.  Bien  paresce,  señor,  la  virtud  de 
mi  señora,  pues  sin  herejía  no  te  consin¬ 
tió  responder. 

Pon.  Por  mi  vida,  señora,  que  el  paje 
que  no  es  nada  necio. 

Pol.  Hora,  oye  la  respuesta. 

Fel.  Bien  parece  que  se  pierde  de  tu 
razón  en  mi  fe,  pues  por  faltarte  á  tí 
tal  lumbre,  juzgas  tan  mal.  Y  quiero 
echar  el  bastón  con  la  deshecha  del  ro¬ 
mance  y  sello  al  de  tu  razón,  con  la 
razón  que  para  decilla  tengo ,  y  oye. 

El  que  no  siente  mi  mal , 

No  puede  sentir  de  vos 
Como  os  adoro,  por  Dios. 

Pon.  Por  mi  vida,  que  de  improviso  lo 
ha  hecho,  y  dado  son  al  villancico. 

Pol.  ¿Hora ,  viste  tal  cosa  y  tan  á  pro¬ 
pósito? 


SEGUNDA  CELESTINA.  361 

Pon.  Al  diablo  doy  tal  grande  hombre, 
y  oyamos  la  vuelta,  que  ya  la  comienza. 

Fel.  No  puede  sentir  que  siento 

Los  milagros  que  hacéis , 

Como  quitáis  y  ponéis 
Vida  y  muerte  en  un  momento; 

Y  así  sin  tal  pensamiento. 

No  puede  sentir  de  vos 
Como  os  adoro,  por  Dios. 

Sig.  Par  Dios,  señor,  que  si  la  señora 
Polandria  como  oye  ese  villancico  hubie¬ 
ra  oido  la  carta  que  en  tu  nombre  le  es¬ 
cribió  el  elegante  Pandulfo,  que  pienso 
que  tu  pena  fuera  ya  acabada. 

Fel.  Díme  eso  otra  vez,  ¿y  eso  es  po¬ 
sible? 

Sig.  Es  tan  posible,  cuanto  se  salvó  en 
su  crédito  para  condenarte  á  tí  en  el  que 
tenia  de  tus  razones. 

Fel.  ¿Quieres  decir  que  porque  mi  se¬ 
ñora  no  entendia  mis  ñlosofías,  quiso  él 
enmendallas  con  sus  necedades? 

Sig.  Eso  digo. 

Fel.  Por  cierto,  yo  quedára  tan  mal 
librado ,  si  en  mi  nombre  se  hubiera  leido 
tal  carta,  cuanto  tú  lo  has  querido  en¬ 
carecer. 

Sig.  Pues  sabes  cuán  bien  librado  que¬ 
daste  ,  que  en  leyendo  la  carta  conosció 


362  SEGUNDA  CELESTINA. 

tu  señora  las  razones  della  con  su 
razón. 

Fel.  Razón  has  dicho,  con  que  por  esa 
sola  merece  ser  servida  y  adorada,  y  aun¬ 
que  otra  merced  no  me  hiciera  jamás, 
con  esa  sola  quedo  no  solo  pagado,  mas 
adeudado  para  toda  mi  vida.  ¿Pasas  por 
tal  necedad  y  atrevimiento  de  majadero? 
Bien  librado  quedára  yo,  si  en  la  sabidu¬ 
ría  de  mi  señora  no  se  salvára  mi  ino¬ 
cencia,  en  sus  necedades  del  asno. 

Sig.  Señor,  perdónale,  que  no  pensó 
él  que  erraba. 

Fel.  Mejor  fuera  que  pensára  que  no 
podia  acertar.  No  de  balde  se  celebró  con 
letras  de  oro  aquel  notable  dicho  de  Chi¬ 
llón  lacedemon,  que  dice:  conócete  á  tí 
mismo.  Porque  desta  ignorancia  que  los 
hombres  naturalmente  tienen  de  sí,  se 
venden  por  ignorantes  ante  los  otros;  y 
este  mal  que  todos  tenemos,  es  bastante 
para  que  yo  le  perdone  ese  yerro,  pues 
la  intención  que  á  elle  salvó,  me  conde¬ 
nó  á  mí  con  su  inocencia. 

Pol.  Tú  Ponda. .¿Has  entendido  aquello 
que  ha  pasado,  y  como  la  traidora  de 
Quincia  traia  tales  tramas  industriada 
por  aquel  majadero,  cuya  era  la  carta? 
Mas  cómo  la  conocí  luego. 

Pon.  Y  aun  par  Dios,  mala  estaba  ella 


SEGUNDA  CELESTINA. 


363 


de  conocer.  Y  cree,  señora,  que  estas  ra¬ 
pazas  hacen  padecer  la  honra  de  las  mu¬ 
jeres  sin  causa,  yendo  y  viniendo  carga¬ 
das  de  mentiras.  Mas  como  nos  hacia 
entender  que  le  arrojaba  Felides  la  carta, 
dándosela  el  otro  hurgonero  de  horno, 
gesto  de  cucharon. 

Pol.  Hora  dejemos  esto,  que  se  hace 
tarde;  y  llégate  y  habla  á  Felides,  y  se¬ 
pamos  que  tenemos. 

Pon.  ¿Todavía  quieres,  señora,  que  te 
quite  la  vergüenza? 

Pol.  Sí,  por  tu  vida. 

Pon.  Ponte  tú,  señora,  detrás  de  mí; 
que  en  el  nombre  de  Dios,  yo  llego. 

Fel.  ¿Es  algún  mensajero  del  cielo  el 
que  abre  la  ventana,  ó  el  mismo  Dios 
que  torna  á  la  tierra  á  redimir  á  Felides 
de  tanta  pena? 

Pon.  Mensajero  es  y  del  suelo,  y  por 
tanto  yo  vengo  á  decirte ,  señor,  de  parte 
de  mi  señora,  lo  que  sabido  será  en  tu 
mano  venir  ella  aquí,  ó  no  venir  agora 
ni  jamás. 

Fel.  Oh  ángel,  que  yo  no  puedo  des¬ 
conocer  por  parte  de  donde  veniste.¿Cómo 
dices  tú  que  está  en  mis  manos  lo  que 
está  en  aquellas  en  quien  están  las  mias 
con  toda  mi  libertad?  El  mandamiento  de 
mi  Dios  y  mi  señora  me  notifica,  quel» 


364  SEGUNDA  CELESTINA. 

,  y 

cumplimiento  de  mi  parte  obedecerá  lo 
que  como  vasallo  debo  al  tributo  de  fe, 
valor  y  hermosura. 

Pon.  Señor  Felides,  no  pensé  yo  que 
tan  fuera  de  sí  estuviera-  un  hombre  tan 
sabio  y  tan  gentil  hombre  como  tú,  que 
viendo  una  mujer  moza  y  no  de  mal  pa^ 
recer  como  yo,  y  sola,  dejarás  de  decir¬ 
me  la  pena  de  que  pienso  yo  que  ningu¬ 
no  queda  libre  de  vista,  debajo  de  buen 
conocimiento,  y  hasta  ver  si  me  satisfa¬ 
ces  á  esto  no  diré  el  mensaje  que  traigo, 
donde  no  poco  saber  es  menester  para 
responder  á  él. 

Fel.  Mi  señora  Poncia,  dejada  la  gra¬ 
cia  con  que  dices,  lo  dicho  aparte,  y  el 
donaire  que  con  ella  has  dicho  junto  con 
la  razón  que  en  lo  dicho  tienes,  por  ser 
así  como  lo  dices,  digo:  que  la  mayor 
razón  para  pensar  que  no  me  faltará  para 
responder,  es  no  la  guardar  yo  como  di¬ 
giste,  acerca  de  la  ley  de  tu  hermosura  y 
mi  saber,  con  poca  edad,  pues  que  fal¬ 
tándome  en  tal  tiempo  para  gozar  de  tal 
libertad,  bien  parece  que  mi  señora  Po- 
landria  me  dejó  sin  ninguna  para  que  yo 
della  gozase.  Mira  si  teniendo  la  libertad 
prendada  en  tal  lugar,  si  hay  razón  para 
demandalla  fuera  de  donde  la  perdí. 

Pon.  Así  que,  señor,  que  según  eso 


SEGUNDA  CELESTINA. 


/ 


quieres  ser  como  dice  el  proverbio:  que 
donde  perdiste  la  capa  ahí  la  cata. 

Fel.  Eso  quiero  decir. 

Pon.  Pues  señor,  lo  que  tu  señora  dice: 
que  ella  no  te  hablará  palabra ,  hasta  que 
con  la  primera  puedas  asegurar  el  come¬ 
dimiento  que  á  su  honra  se  debe.  Y  esto 
respondido  y  satisfecho,  estará  en  tu  mano 
hablalle  ó  jamás  le  hablar. 

Fel.  Señora,  eso  yo  lo  aseguro  y  pro¬ 
meto. 

Pon.  Pues  cumple  que  des  la  mano 
para  ello ,  para  la  seguridad  que  es  me¬ 
nester  y  yo  quiero  poner  sobre  tí. 

Fel.  Señora  mia,  héla  aquí,  que  por 
eso  no  quedará. 

Pon.  ¿Pues  otorgas  todo  lo  que  yo 
dijere? 

Fel.  Si  por  cierto. 

Pon.  Pues  sabe  que  otorgas  de  ser  es¬ 
poso  y  marido  de  Polandria,  que  presen¬ 
te  está;  y  sal  tú,  señora,  que  sin  tí  no  se 
puede  hacer  la  boda. 

Fel.  Déjame,  señora,  adorar  á  mi  Dios 
ántes  que  lo  reciba:  y  por  una  parte  le 
adoro  y  alabo  por  tan  gran  bien ,  y  por 
otra,  si  soy  digno,  otorgo  lo  que  has 
dicho. 

Pon.  ¿Y  tú,  señora,  otorgaste  por  mu¬ 
jer  y  por  esposa  de  Felides? 


f  * 

366  SEGUNDA  CELESTINA. 

Pol.  Si  otorgo. 

Pon.  Pues  los  que  Dios  y  yo  hemos 
ayuntado,  no  los  apartará  Sigeril,  que 
conmigo  será  testigo.  Y  agora  que,  señor, 
has  dicho  la  palabra  de  seguridad  que  te 
demandé,  di  la  segunda  desta  y  primera 
de  desposado. 

Fel.  Digo:  que  la  primera  ha  sido  tal, 
que  seria  lo  mejor  responder  con  enmu¬ 
decer,  pues  falta  la  segunda  que  pueda 
tras  la  primera  de  mi  señora,  ser  prime¬ 
ra  ni  segunda. 

Pol.  Señor  Felides,  ya  que  tengo  segu¬ 
ridad  del  precio  principal  de  mi  bondad, 
por  el  cual  podiste  tú  merecer  el  del  valor 
de  tus  pensamientos  quedando  ellos  con 
el  valor  que  tenian,  que  no  quedaran  si 
yo  de  otra  suerte  con  darte  favor  los  aba¬ 
jara,  cuanto  por  la  razón  de  mi  estima¬ 
ción  los  habias  ensalzado;  yo  te  confieso, 
que  como  por  lo  que  digo,  pusiste  en  su 
estado  la  estimación  en  que  me  tenias,  he 
puesto  yo  en  libertad  aquella  fuerza  de  mi 
limpieza,  que  por  la  fuerza  de  tu  valor, 
gracias ,  con  hermosura  he  sido  hasta  aquí 
combatida,  para  con  mayor  gloria  ganar 
la  victoria  de  mi  honestidad,  en  la  cruel 
guerra  de  la  sinrazón  de  amor,  resistida 
con  la  defensa  de  la  mayor  razón  del  amor 
de  mi  virtud,  con  aquella  vergüenza  que 


SEGUNDA  CELESTINA.  367 

\ 

%  '  ,  *•  / 

más  á  mi  que  á  los  extraños  debía:  por¬ 
que  dellos  puedo  huir  ó  esconderme  lo 
que  de  mí  no  puedo,  pues  contino  donde 
fuera,  fuera  conmigo  la  vergüenza  de 
haber  faltado  á  mí  á  la  obligación  de 
aquella  honra  y  fama  que  mis  pasados 
con  tantos  trabajos  me  dejaron  con  el 
autoridad  de  su  linaje  sostenida  en  los 
trabajos,  premios  de  la  honra,  que  con 
descanso  á  ninguno  es  otorgada.  Así  que 
debajo  de  tal  seguro,  tú  tienes  razón  para 
decir  ya  lo  que  querrás,  y  yo  para  res¬ 
ponder,  y  no  tratándome  como  á  Dios: 
pues  más  estimo  yo,  como  tu  esposa,  ser 
tratada  como  compañera  habiendo  de¬ 
fendido  mi  limpieza,  que  por  la  via  de 
señora  ser  adorada  como  á  Dios:  pues  ni 
á  Dios  se  le  ha  de  hacer  tal  injuria,  ni  á 
mí  se  debía  con  n-ombre  de  señora  tal 
sujeción. 

Fel.  Mi  señora  Polandria,  bienaventu¬ 
rado  soy  yo,  pues  con  perder  contigo  la 
esperanza,  con  el  comedimiento  que  á 
mis  pensamientos  debía,  pude  merecer 
cobrada  con  gloria  tuya  y  mia ,  que  es  la 
tuya.  Créeme,  señora  mia,  que  nunca 
contra  tu  valor  pecó  mi  voluntad ;  y  por 
tanto ,  como  esposo,  acepto  las  mercedes 
que  como  compañera  me  puedes  partici¬ 
par  para  mi  remedio  y  tu  limpieza,  y  en 


368  SEGUNDA  CELESTINA. 

todo  lo  demas  no  quiero  quitarte  el  se¬ 
ñorío,  que  para  te  servir  contino  reconocí 
para  gloria  tuya  y  de  mis  pensamientos: 
pues  el  matrimonio  entre  tales  personas 
como  tú  y  yo,  no  se  sufre  la  sujeción 
que  los  bajos  casados  de  sus  mujeres 
quieren,  donde  faltando  en  ellos  la  razón 
de  la  honra  que  á  las  mujeres  como  ú  sí 
mismos  deben,  pues  por  razón  del  sa¬ 
cramento  son  ya  uno  y  no  dos,  quedan 
con  el  instinto  para  rifar  con  ellas  como 
animales  sobre  el  pesebre ,  que  es  el  ser¬ 
vicio  de  su  casa,  tratándolas  como  á  sier- 
vas.  Y  créeme,  que  los  tales,  el  mayor 
testimonio  que  pueda  haber  para  saber 
que  Dios  no  los  ayuntó,  es  podellos 
apartar  el  diablo,  que  no  podria  si  ellos 
en  Dios  fuesen  ayuntados.  Así  que  los 
tales  ofenden  á  Dios  y  á  su  honra:  á 
Dios  en  no  ser  uno  en  una  carne,  hacién¬ 
dolas  cada  dia  carne;  á  sí  ofenden,  que 
con  tratallas  mal  se  tratan  peor  á  sí  mis¬ 
mos,  haciendo  esclavas  á  ellas  y  á  sí, 
bajos  y  de  poco  valor  y  ménos  virtud. 
Así  que  mi  señora,  fuera  de  lo  que  como 
compañero  puedo  gozar  del  remedio  de 
mis  dolores,  en  lo  demas  contino  quiero 
conocer  tu  señorío  para  no  caer  en  la 
servidumbre  de  la  poquedad,  que  como 
dije,  los  bajos  -  y  de  poco  valor  caen. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


3^9 

Y  para  ponerme  en  ambas  posesiones, 
dame  esas  hermosas  manos,  y  con  besa¬ 
das  gozaré  de  la  gloria  de  mis  pensamien¬ 
tos  en  compañía  d’esposa,  y  tú  da  la 
gloria  que  por  tu  valor  todos  y  yo  por 
señora,  te  deben. 

Pon.  No  sea  todo  hablar  en  seso,  que 
yo  también  quiero  ver  hablar  á  Sigeril. 

Sig.  Señora,  y  yo  callar  habiendo  re¬ 
cibido  tan  gran  merced  como  esa:  pues 
no  bastan  ningunas  obras  ni  servicios  á 
lo  poder  pagar;  pues  cuanto  ménos  las 
palabras  suplirán  lo  que  debo  á  tus  fa¬ 
vores  en  acatamiento  de  mi  señor  Feli- 
des,  adonde  como  criado  le  debo  el  si¬ 
lencio  en  su  presencia. 

Pol.  Paréceme,  Poncia,  que  con  res¬ 
ponderte  Sigeril  encareciendo  la  merced 
que  le  heciste,  te  reprende  la  obliga¬ 
ción  que  no  me  pagas,  como  él  publica, 
de  verla  y  querer  pagalla  á  Felides,  como 
a  señor. 

Pon.  Pues  señora,  si  yo  tengo  de  callar 
en  tu  presencia ,  dame  licencia  para 
irme  á  la  otra  reja  pues  que  ya  no  hay 
necesidad  de  testigos. 

Pol.  Y  te  la  doy  y  tú  la  tienes. 

Sig.  Y  yo  la  pido  para  desde  abajo 
tenerte  compañía. 

Pon .  Yo  te  la  doy  para  que  pienses 

24 


370 


SEGUNDA  CELESTINA. 


que  no  te  la  doy  en  la  parte  que  tú  la 
pides,  y  allá  me  voy. 

Fel.  Oh  mi  señora  Polandria ,  supli¬ 
cóte  que  con  la  discreción  y  saber  que 
tienes  juzgues  por  tu  valor  y  hermosura 
en  tu  conoscimiento,  que  en  esto  no  pue¬ 
de  faltar,  la  razón  de  mis  dolores  y  el 
amor  que  contino  de  tu  parte  abrasa  mis 
entrañas,  porque  yo  no  osaré  ponerme 
á  decir  cosa  tan  alta,  con  tan  bajas  pala¬ 
bras  como  en  comparación  de  lo  que  yo 
siento  es  todo  lo  que  se  puede  decir. 

Pol.  Señor,  no  hay  necesidad  de  decir 
lo  que  yo  contino  con  igual  sentimiento 
te  tengo  pagado,  sino  que  te  tengo  una 
ventaja,  que  es  la  falta  de  la  libertad  que 
tenia  para  descobrir  mi  dolor  con  mi 
limpieza:  que  á  tí,  con  gloria  de  publi¬ 
cado  para  buscar  el  remedio,  disminuia  la 
pena. 

Fel.  Oh  mi  señora,  besóte  las  manos 

#  ' 

por  tal  merced:  pues  disminuyendo  mi 
dolor  en  padescer,  en  valor  lo  has  acres- 
centado  con  acrescentar  el  que  tú  por 
encobrillo  publicas,  y  de  disminuido  me 
ha  puesto  tanto  para  merecer  gloria, 
que  con  el  atrevimiento  de  tanta  gran¬ 
deza,  te  suplico  de  tu  hermosa  boca,  como 
á  esposo,  por  esta  reja  me  hagas  merced; 
pues  como  cosa  fresca  y  corriendo  sangre, 


SEGUNDA  CELESTINA. 


371 

que  es  la  color  de  sus  labios,  tras  la  red 
desta  reja  ó  por  mejor  decir  de  mis  pri¬ 
siones,  yo  la  tengo  ya  comprada  con  el 
precio  que  con  tu  pena  pusiste  á  mi 
dolor. 

Pol.  Señor,  ni  mi  honestidad  lo  sufre 
ni  tu  autoridad  lo  debe  pedir.  Súfrete  por 
esta  noche  y  no  quieras  ser  el  mozo  del 
gallego  que  andando  todo  el  año  des¬ 
calzo  en  una  hora  mataba  al  zapatero 
por  el  calzado ;  que  mañana  en  la  noche 
yo  buscaré  manera  para  me  salir  para  tí 
á  ese  jardin,  y  entonces  si  con  forzar 
mi  honestidad  quisieres  gozar  desa  mer¬ 
ced,  no  será  en  mi  mano  resistir:  pues 
la  fuerza  de  tus  manos  con  la  mayor  de 
ser  tu  esposa,  pedirán  la  posesión  en  lo 
que  agora  me  pides,  que  la  propiedad  de 
mi  honestidad  y  tu  autoridad  en  tal  parte 
te  niegan:  pues  más  justo  es  que  reciba 
yo  fuerza  de  tus  manos  para  recibida  yo 
en  darte  este  favor,  que  no  que  la  haga  yo 
á  mí  por  mí,  para  hacer  lo  que  mandas, 
y  la  reja  al  presente  nos  estorba  de  tu 
voluntad  en  lo  que  con  ella  la  mia  defien¬ 
de  con  mi  honestidad. 

Fel.  Señora ,  yo  te  beso  las  manos  por 
la  merced  que  mañana  me  quieres  hacer, 
y  quiero  sufrir  mi  deseo  en  la  paciencia 
de  tu  honestidad;  y  al  presente,  en  estas 


SEGUNDA  CELESTINA. 


372 

manos  que  en  las  mías  tengo  quiero 
ocupar  mi  boca;  y  si  gozándolas  causa¬ 
ren  mi  muerte,  con  el  agua  de  mis  lágri¬ 
mas  quedarán  lavadas  como  las  de  Pila- 
tos,  para  tu  inocencia  en  la  muerte  del 
justo  Felides. 

Sig.  Señora  mia,  pues  me  heciste  mer¬ 
ced  de  me  querer  oir,  suplicóte  que  con  tu 
licencia  tenga  libertad  con  la  poca  que  á 
tu  causa  tengo,  para  te  decir  mi  pena. 

Pon.  Paréceme,  amigo,  que  ántes  que 
recibas  la  licencia  la  has  tomado. 

Sig.  Señora,  no  lo  creas  que  lo  diré 
yo  sino  mi  mal,  que  es  tanto  que  cuanto 
más  se  quiere  encobrir  más  se  descubre, 
pues  sabes  que  amores  y  diablos  y  dine¬ 
ros  no  se  pueden  encobrir. 

Pon.  Pues  según  eso,  no  te  quiero  dar 
licencia  para  que  goces  de  mí  en  tu  pen¬ 
samiento,  porque  querria  yo  que  el  que 
fuese  mi  enamorado,  fuese  muy  secreto. 

Sig.  Así  lo  seré  yo. 

Pon.  ¿Cómo  es  posible?  ¿tú  no  dices 
que  amores  y  diablos  y  dineros  que  no  se 
pueden  encobrir? 

Sig.  Sí  digo. 

Pon.  Pues  mira  como  te  has  condenado. 

Sig.  ¿Cómo? 

Pon.  Porque  teniendo  en  mí  el  pensa¬ 
miento,  asegúrame  tú  los  dineros,  que 


SEGUNDA  CELESTINA. 


373 


los  diablos  y  los  amores  yo  te  los  aseguro. 

Sig.  ¿Cómo  es  eso,  señora? 

Pon.  ¿Y  cómo  tú  no  ves  que  soy  el 
diablo  ? 

Sig.  Hi,  hi,  hi;  tal  diablo,  señora, 
querria  yo  que  me  llevase,  como  dijo  el 
hijo  del  rey. 

Pon.  Cuéntame  hora  esa. 

Sig.  ¿Y  cómo  tú,  señora,  si  eres  el 
diablo  no  los  sabes?  que  el  diablo  todo  lo 
pasado  sabe. 

Pon.  Hora  cuéntamelo,  por  tu  fe,  que 
yo  te  responderé  después  á  eso. 

Sig.  Pues  has  de  saber  que  un  rey 
mandó  á  un  sabio  que  enseñase  á  un  hijo 
suyo  dende  que  nasció,  adonde  no  viese 
más  que  al  sabio,  y  después  que  ya 
hombre  llevólo  adonde  pasaban  muchas 
cosas,  y  pasando  unos  y  otros  y  el  hijo 
del  rey  preguntando  cada  cosa  qué  era 
y  el  sabio  diciéndoselo,  pasaron  unas 
mujeres  muy  hermosas,  y  preguntó  el 
hijo  del  rey:  qué  cosa  era  aquello,  y  el 
sabio  dijo  que  diablos,  pues  tales  hacían 
á  los  hombres;  y  respondió  el  hijo  del 
rey:  si  estos  son  diablos,  yo  quiero  que 
me  lleven  á  mí.  Y  así,  señora,  me  lleva 
tú  á  mí  si  eres  diablo,  que  yo  por  ángel 
te  tengo. 

Pon.  Pues  yo  te  certifico  que  en  las 


/ 


374  SEGUNDA  CELESTINA. 

obras  me  conozcas  si  soy  ángel  ó  si  soy 
diablo.  ¿Mas  para  qué  quieres  que  te 
lleve?  porque  aunque  tengas  amores  y 
diablos,  sino  tienes  dineros,  maldita  la 
necesidad  que  de  tí  tengo. 

Sig.  ¿Y  qué  sabes  tu,  señora,  si  los 
tengo? 

Pon.  ¿Tú  no  dices  que  no  se  pueden 
encobrir?  pues  yo  te  prometo  que  si  los 
tienes  que  el  proverbio  mienta;  porque 
los  tienes  tan  secretos,  que  podemos  de¬ 
cir  por  tí  que  aun  el  mesmo  moro  no  lo 
sabe.  Y  pues  tú  me  dices  cuentos,  yo  te 
quiero  responder  otro  cuento  y  es,  que 
eches  mano  á  la  bolsa  y  te  dejes  dezurru, 
zurru. 

Sig.  Hora ,  díme  ese  cuento. 

Pon.  El  cuento  es,  que  andaba  uno 
muy  enamorado  de  una  mujer  moza  y 
muy  gentil  y  no  dormia  cada  noche, 
dándole  música  y  tañéndole  á  su  puerta 
con  una  vihuela  y  cantando;  y  una  noche 
paróse  ella  á  la  ventana  y  di  jóle:  mira, 
amigo ,  si  tú  algo  quieres  de  mí ,  echa 
mano  á  la  bolsa  y  déjate  zurru,  zurru. 

Sig.  Señora  mia,  no  pienso  yo  que 
en  precio  pusieras  lo  que  yo  juzgaba  sin 
ninguno. 

Pon.  ¿Pues  agora  sabes  tú  que  sin  él 
no  se  hán  las  mujeres?  Pues  sabe,  si  no  lo 


SEGUNDA  CELESTINA. 


375 


sabes,  que  con  mi  limpieza  y  dineros 
me  has  de  alcanzar,  que  no  por  diablos  y 
amores. 

Sig.  ¿Pues  cómo  se  ha  de  alcanzar  con 
dineros  lo  que  se  ha  de  conservar  con 
limpieza? 

Pon.  ¿Y  tú  no  me  has  entendido?  Pues 
entiende:  que  con  tener  dineros  para  te 
poder  casar  conmigo,  quedaré  con  mi 
limpieza  y  tú  con  tu  remedio,  que  de  otra 
suerte  no  podrás. 

Sig.  Y  veamos,  señora,  ¿Mi  persona  y 
amor  con  virtudes,  no  suplirán  la  falta 
de  los  dineros? 

Pon.  ¿Tú  no  sabes  que  lo  que  se  usa 
no  se  excusa?  Pues  si  no  lo  sabes,  sabe 
que  ya  no  vale  casamiento  de  linaje  ni 
de  valor,  si  falta  dinero;  y  si  sobra  de 
dinero,  sesenta  tachas  de  persona  se  su¬ 
plen  con  él  y  se  encubren,  como  encu¬ 
bre  la  blancura.  Que  ya  no  se  buscan 
hombres  sin  dineros,  sino  dineros  sin 
hombres,  y  por  esto  los  ménos  que  se  ca¬ 
san  son  bien  casados.  Y  la  razón  es,  que 
como  falta  el  interese  porque  se  vendió  el 
amistad  del  casamiento,  luego  falta  el 
amistad ,  quiero  decir,  que  faltando  el  di¬ 
nero  porque  se  casan,  luego  falta  el  amor 
que  se  deben  como  casados,  lo  que  no 
faltára  si  por  virtudes  se  juntáran,  por- 


376  SEGUNDA  CELESTINA. 

I 

que  no  faltando  el  interese  que  se  estima 
de  la  virtud,  no  podian  faltar  de  ser  bien 
casados  por  virtud. 

Sig.  Señora,  pues  hagamos  yo  y  tú 
lo  que  apruebas  para  ser  bien  casados ;  y 
pues  nos  falta  el  dinero,  suplamos  con  la 
virtud  la  falta  del  dinero. 

Pon.  ¿Y  deso  comeremos?  Mira,  no 
quiero  yo  decir  que  sin  tener  nada,  que 
con  sola  virtud  se  casen  los  hombres 
para  pedillo  por  Dios  lo  que  han  de  co¬ 
mer;  mas  quiero  decir,  que  no  fuese  el 
fin  á  solo  dinero,  sino  á  dinero  con  vir¬ 
tud,  y  que  lo  más  del  dinero  sin  virtud 
no  corrompiese  la  mayor  virtud  por  el 
vestido  y  por  el  comer.  ¿Hasme  entendi¬ 
do?  Y  si  no  me  has  entendido  entiéndeme: 
que  ni  tú  ni  yo,  no  teniendo  nada  no  hay 
para  que  nos  casar;  mas  los  que  se  han  de 
casar,  quiero  decir,  que  han  de  tener  con¬ 
sideración  á  más  que  sólo  dinero,  puesto 
que  sin  él  no  se  han  de  necesitar  á  casar¬ 
se,  que  sería  necedad:  que  mejor  es  ser¬ 
vir  á  Dios  con  virginidad,  que  no  casarse 
para  ponerse  en  necesidad  más  de  la  que 
con  guardar  virginidad  tuvieron,  que  es 
mejor  estado  á  mi  ver.  Y  por  eso,  para 
necesidad  en  este  estado  y  en  el  del  ma¬ 
trimonio,  mejor  es  estar  en  el  primero;  y 
cuando  se  hubieren  de  casar,  que  no  sea 


SEGUNDA  CELESTINA.  377 

todo  por  suplir  la  falta  del  dinero  si  no 
viene  acompañado  de  virtudes,  de  la 
suerte  que  tengo  dicho. 

Sig.  Señora,  si  pensára  que  para  pre¬ 
dicar  me  llamabas,  no  viniera  á  tu  ser¬ 
món  ,  porque  eres  muy  niña  para  tanta 
doctrina. 

Pon.  Pues  sabe,  amigo,  que  no  hay 
arte  que  mejor  enseñe,  que  la  intención 
de  hacer  los  hombres  lo  que  deben,  y  la 
falta  de  mi  edad  suple  el  deseo  de  mi 
limpieza;  y  por  esto  te  he  querido  predi¬ 
car  para  reprenderte  tu  liviandad  y  no¬ 
tificarte  mi  limpieza,  para  que  no  gastes 
tiempo  para  alcanzar  con  él  lo  que  yo  en 
todo  tiempo  tengo  de  conservar,  que  es 
mi  virtud ,  para  con  ella  hacer  en  la  vida 
que  ha  de  acabar  con  tiempo,  inmortal 
fama  en  todo  tiempo.  Y  para  pagarte  el 
amor  que  me  tienes,  te  pego  amostrán¬ 
dote  el  amor  que  me  debes  tener  y  no  el 
que  ni  me  debes  ni  te  debo ,  y  por  él  te 
debo  ménos,  cuanto  te  deberia  más  con 
amarme  de  limpio  y  verdadero  amor  vir¬ 
tuoso,  y  no  para  conformidad  de  vicios. 
Y  no  llames  ni  pongas  nombre  de  amor 
al  amor  que  con  tanto  desamor  procura 
deshacer  lo  que  más  se  precia ,  y  poner 
desprecio  en  lo  que  ama ,  que  es  la  casti¬ 
dad  y  limpieza  de  las  mujeres;  y  no  te 


SEGUNDA  CELESTINA. 


378 

espantes  que  siendo  niña  y  no  habiendo 
estudiado ,  te  sepa  decir  lo  que  con  ley 
natural  se  alcanza  y  se  sabe  en  todo  hom¬ 
bre;  porque  fué  tan  sabio  el  artífice  de 
naturaleza,  que  en  las  cosas  sin  sentido 
y  en  las  que  por  instinto  se  gobiernan, 
como  son  los  animales,  aves  y  peces, 
les  puso  tal  natural,  que  ninguna  yerra 
de  lo  necesario  para  conservar  el  fin  de 
su  naturaleza;  por  donde  se  saca  que 
menos  dejó  de  tal  virtud  desamparada  la 
razón  del  hombre,  pues  lo  principal  que 
hace  al  hombre  ser  hombre  es  vivir  con 
razón  de  hombre,  y  esta  razón  con  su  na¬ 
turaleza  la  recibió,  y  por  esto  no  te  mara¬ 
villes  tú  que  yo  haga  mi  oficio  de  razón, 
usando  de  ella  para  la  necesidad  de  con¬ 
servar  mi  natural  limpieza,  pues  para 
conservar  el  ser  de  tal  virtud,  las  cosas 
todas  no  faltan.  Y  con  esto  te  vé  con 
Dios,  que  quiero  ir  á  recordar  á  mi  señora 
del  sueño  de  la  conversación  de  los  que 
mucho  se  aman ,  que  es  más  pesado  que  el 
natural;  y  conténtate  de  me  amar  con 
limpio  amor  como  te  amo,  y  deja  el  amor 
que  buscas  para  menor  contentamiento, 
cuanto  para  mejor  lo  deseas,  y  desengᬠ
ñete  dese  engaño  el  desengaño  que  en 
todas  las  cosas  desta  vida  hay,  y  más  en 
aquellas  que  con  vicio  prometen  el  con- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


379 


tentamiento,  como  son  los  amores,  que 
alcanzando  el  fin  dejan  el  desengaño  por 
castigo  del  tiempo  pasado  y  mal  gastado, 
y  el  pesar  del  engaño,  con  el  desengaño 
presente  de  su  poco  contentamiento ;  y 
no  hagas  jamás  cosa  que  sepas  que  for¬ 
zado  en  algún  tiempo  te  ha  de  pesar 
de  habella  hecho;  y  procura  siempre  ha¬ 
cer  aquello ,  que  de  hacello  en  todo  tiem¬ 
po  pone  gloria  de  contentamiento.  Y  con 
esto  te  queda  á  Dios,  con  quien  quedarás 
haciendo  lo  que  digo ,  teniéndome  y  te¬ 
niéndote  los  verdaderos  amores  que  tengo 
dichos. 

Sig.  Señora,  espantado  me  dejas,  y 
bien  decia  yo  que  en  nombre  del  diablo 
me  llevaras  á  Dios,  según  tus  razones,  y 
con  él  vayas. 

Pon.  Señora,  hora  es  de  te  retraer  y 
quédese  esto  por  otra  noche. 

Pol.  Señor,  hagamos  lo  que  dice  Pon¬ 
da,  pues  los  que  miran  batalla  más  ven 
que  los  que  están  en  ella,  y  no  perdamos 
por  tan  poco  lo  que  nos  asegura  gozar  tan 
presto  de  mas  tiempo. 

Fel.  Señora,  yo  no  puedo  mas  que 
obedecer  en  todo  á  Poncia,  pues  tuvo  se¬ 
ñorío  para  ponerme  en  el  mayor  del 
mundo.  Y  con  esto,  tornando  á  besar  tus 
manos  me  voy. 


380  SEGUNDA  CELES  TINA. 

Pol.  Yo  te  prometo  señor,  que  me  las 
dejas  bien  lavadas  esta  noche,  que  aun 
que  tuvieran  mudas  las  hubieras  bien 
mudado  para  las  poder  besar  sin  asco. 

Fel.  Mudas  y  que  mudas  tienen  y  han 
tenido,,  pues  me  mudaron  de  cautivo  á 
libre,  de  pena  á  gloria,  de  esclavo  á  se¬ 
ñor,  de  infierno  á  paraiso,  de  no  ser  á 
ser,  y  de  muerte  á  tener  vida,  y  vida  se¬ 
gura  de  toda  muerte. 

Pon.  Hora  deja,  señor,  de  tanto  filoso¬ 
far  y  deja  á  las  aves  el  parlar,  que  ya  con 
la  mañana  asi  lo  comienzan  á  hacer. 

Fel.  Señora,  hombres  de  armas  no  pen¬ 
saba  yo  que  desta  gloria  me  pudieran  apar¬ 
tar  cuanto  más  los  pájaros,  y  pues  donde 
fuerza  hay  derecho  se  pierde,  señora  mia, 
Dios  quede  contigo  y  tú  vayas  conmigo, 
hasta  mañana,  y  contigo  señora  Poncia. 

Pol.  Señor  mió,  y  contigo  vaya  que 
conmigo  quedas. 

Pon.  Señora,  daca  la  mano  no  tropie¬ 
ces  y  acuéstate  y  durmamos,  que  bien  lo 
hemos  menester. 

Pol.  ¡Oh,  Poncia!  ¿Con  qué  te  pagaré 
yo  lo  que  por  mí  has  hecho? 

Pon.  Señora,  con  dejarme  ir  á  dormir 
que  lo  he  menester.' 

Pol.  Hora,  pues,  Dios  vaya  contigo. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


33. 


ARGUMENTO  DE  LA  TRIGÉSIMA  SEGUNDA  CENA. 

Felides  llama  á  Sigeril,  y  él  se  queja  del  poco  cuidado 
que  con  su  gloria  ha  tenido  en  su  pena ,  y  Felides  le 
promete  de  dar  casamiento  y  casallo  con  Poncia;  y 
mándale  llamar  á  Pandulfo  y  burlan  con  él  sobre  su 
santidad ;  y  van  después  por  la  puerta  de  Polandria,  y 
Polandria  y  Poncia  los  ven ,  y  introdúcense. 


FELIDES. — SIGERIL. — PANDULFO. - CORNIEL. 

PONCIA. —  POLANDRIA. 

Fel.  Bien  parece  que  la  falta  del  cui¬ 
dado  con  el  no  pensado  remedio,  ha  dado 
lugar  al  sueño ,  que  tarde  es ;  quiero  lla¬ 
mar  á  Sigeril  y  ponerme  muy  galan  hoy, 
pues  tengo  razón  para  ello.  Sigeril,  ah  Si¬ 
geril. 

Sig.  Señor,  qué  mandas. 

Fel.  ¿Qué  hora  es? 

Sig.  Señor,  las  diez  son  dadas. 

Fel.  Hora  es  de  levantar,  dame  hoy  de 
vestir  de  brocado  forrado  en  armiños. 

Sig.  Bien  parece,  señor,  que  tienes  mas 
gloria  que  yo. 

Fel.  ¿Pues  cómo  te  fué  con  Poncia? 
que  con  mi  gloria  no  me  he  acordado  de 
tu  pena. 

Sig.  No  te  has  querido  parecer  á  Julio 


382  SEGUNDA  CELESTINA. 

César  en  la  victoria  contra  Pompeyo ,  ni 
al  rey  Agesilao  en  la  victoria  contra  los 
Tebanos  y  Argivos,  que  la  clemencia  de 
los  muertos  y  vencidos  les  templaba  la 
gloria  del  vencimiento;  y  por  una  parte, 
con  las  mercedes  mostraban  la  gloria  de 
su  victoria  pagando  los  servicios  y  con  las 
lágrimas  la  clemencia  de  los  vencidos  y 
muertos  de  los  suyos  y  de  los  ajenos. 

Fel.  Por  cierto,  cosa  digna  de  notables 
Príncipes  has  dicho  y  deuda  principal  de 
verdaderos  hombres,  que  es  que  en  ningún 
tiempo  el  interese  propio  niegue  el  de  la 
obligación  de  la  virtud  que  los  hombres 
más  á  complir  con  otros  que  consigo 
tienen;  mas  la  victoria  de  mi  gloria,  pen¬ 
sando  que  la  tuya  se  habia  reportado, 
pareciéndome  que  mi  ventura  sobraría 
donde  por  razón  faltase  en  mis  criados, 
me  hizo  descuidar;  mas  sepamos  ¿cómo 
te  fué? 

Sig.  Fuéme,  que  por  nuestra  dueña,  que 
mal  año  para  cuantos  predicadores  hay  en 
el  mundo  que  tal  sermón  me  hiciera, 
como  aquella  doncella  anoche  me  hizo, 
para  apartarme  de  mis  pensamientos,  fue¬ 
ra  de  casarme  con  ella.  Y  con  esto  puso 
mas  estorbo  por  parte  de  faltar  dinero, 
en  entrambas  partes. 

Fel.  Pues  bien  está,  que  en  eso  quiero 


SEGUNDA  CELESTINA. 


383 

yo  que  veas  tú  que  en  mi  victoria  no  ol¬ 
vido  las  mercedes  de  los  grandes  servicios; 
que  yo  quiero  esta  noche  ser  tu  casamen¬ 
tero  y  suplir  con  mis  sobras  vuestras 
faltas. 

Sig.  Besóte  las  manos,  señor,  porque 
las  mercedes  sobran  á  todo  mi  merecer  y 
llegan  á  todo  lo  que  tú  debes  al  tuyo;  no 
tanto  por  suplir  con  el  dinero  la  falta  dél 
como  con  la  persona  de  Ponda,  la  falta  del 
contentamiento  que  sin  ella  toda  mi  vida 
tuviera;  que  bien  paresce,  que  quieres 
pagar  lo  que  te  debo,  más  que  no  lo  que 
me  debes:  pues  conforme  á  la  deuda  de 
tu  obligación  me  has  querido  pagar,  y  no 
á  la  poca  que  á  mis  servicios  tienes. 

Fel.  Tú  dices  lo  que  debes  y  yo  no 
pago  lo  que  debo:  porque  créeme,  Sigeril, 
que  en  esto  de  las  mercedes,  que  han  de 
sobrar  tanto  por  razón  del  que  dá,  que  los 
príncipes  sabidos,  realmente  sabidos  los 
servicios,  no  habían  de  tomar  parecer 
para  las  mercedes,  de  hombre  que  ménos 
que  príncipe  fuese.  ¿Sabes  por  qué?  porque 
el  que  con  obligación  de  rey  nasció  no 
nasce  ni  ha  de  nascer  ménos  que  con  cora¬ 
zón  y  ánimo  de  rey  para  pagar  los  ser¬ 
vicios;  y  los  que  no  son  reyes,  contino 
aconsejan  á  la  medida  de  sus  ánimos,  y 
como  quedan  tan  bajos  del  ánimo  que  el 


384  SEGUNDA  CELESTINA. 

rey  debe  tener,  por  mucho  que  se  alarguen 
quedan  cortos,  y  así  salen  escasas  las 
mercedes  de  los  príncipes,  porque  no  se 
hicieron  con  ánimo  y  corazón  de  reyes 
sino  por  corazón  y  ánimo  de  súbditos. 
¿Sabes  el  por  qué?  porque  ninguno  da 
mas  de  lo  que  tiene,  y  adonde  pensó  el 
súbdito  que  se  alargó,  queda  corto  el 
príncipe.  Y  dejando  esto,  dame  de  vestir 
y  pasaremos  tiempo  un  poco  con  Pandul- 
fo,  sobre  su  santidad. 

Sig.  Pues  si  lo  vieses,  señor,  cual  anda 
con  unos  agallones,  que  no  parece  sino 
ermitaño  rezando  toda  esta  mañana. 

Fel.  Válalo  el  diablo  el  rufianazo  co- 
bardazo.  ¿Y  qué  le  ha  tomado  agora  de  ser 
tan  santo? 

Sig.  Maldita  otra  cosa  sino  de  miedo 
de  ir  contigo  anoche. 

Fel.  Hora,  dame  acá  de  vestir,  y  ponme 
bien  esa  ropa.  Y  tú,  Ganarin,  di  que  me 
ensillen  una  muía  con  una  guarnición  de 
brocado  y  aderezada  llámame  y  di  á  Pan- 
dulfo  que  venga  acá.  Y  Sigeril,  dame  acá 
la  gorra  de  la  medalla  del  Fénix  que  se 
quema,  pues  puedo  sacar  de  mi  ceniza  otro 
yo,  honrémosla  hoy. 

Pand.  Señor,  ¿  qué  es  lo  que  demandas? 

Fel.  ¿Qué  santidad  es  esta  tan  súpita, 
Pandulfo  ? 


SEGUNDA  CELESTINA.  385 

Pañi.  Señor,  el  espíritu  donde  quiere 
espira.  ¿Quien  convirtió  á  sant  Pablo  y 
á  sant  Agustin  y  á  María  Magdalena,  es 
mucho  que  dé  gracia  á  un  hombre  pecador 
como  yo  he  sido? 

Fel.  Por  cierto  que  la  gracia  no  sé  si 
te  la  dio;  mas  es  gracia  la  que  veo  en 
verte  con  esas  cuentas. 

Pañi.  Señor,  las  cuentas  como  á  sólo 
Dios  se  han  de  dar,  no  me  pena  que  te 
parezcan  gracia;  porque  á  solo  Dios  se  ha 
de  satisfacer,  que  los  hombres  de  nada 
se  satisfacen ;  y  ándeme  yo  caliente  en  su 
servicio  y  ríase  la  gente  cuanto  quisiere, 
pues  sabes:  que  bienaventurados  sereis, 
cuando  los  hombres  dijeren  mal  de  vos¬ 
otros  mintiendo  por  mí. 

Fel.  Por  cierto  que  estás  tan  reforma¬ 
do  que  será  bien  que  prediques  de  aquí 
adelante. 

Pañi.  Señor,,  la  verdadera  predicación 
es  con  el  buen  ejemplo  en  las  obras,  por¬ 
que  mal  se  recibe  la  reprensión  de  las 
palabras  del  que  no  la  tiene  en  las  obras. 

Fel.  En  fin.  ¿Qué,  ya  no  son  tus  misas 
cosas  de  armas  ni  de  afrentas  como  hasta 
aquí? 

Pañi.  Señor,  no  soy  tan  necio  que  no 
entiendo  algaravia,  como  aquel  que  bien 
la  sabe;  mas  sabe  que  en  cosas  justas  que 

25 


386  SEGUNDA  CELESTINA. 

ninguno  me  echará  el  pié  adelante,  ni  en 
cosas  injustas  quedará  más  atras  que  yo. 

Fel.  Bendito  sea  Dios  que  tan  presto 
te  mudó.  ¿Mas  qué  llamas  cosas  justas, 
para  que  sepamos  lo  que  te  hemos  de  en¬ 
comendar? 

Pand.  Guerra  contra  infieles;  tomar 
armas  en  defensión  de  tu  persona. 

Fel.  ¿Pues  cómo  anoche  no  las  quisiste 
tomar  para  ir  en  defensión  de  mi  per¬ 
sona? 

Pand.  Porque  ibas  en  ofensa  de  tu 
persona  y  ánima,  y  no  tenemos  los  ser¬ 
vidores  de  Dios  tanta  licencia;  que  si  á  tí 
te  viniesen  á  matar,  estonces  yo  tomaria 
las  armas. 

Fel.  Mas  estonces  no  las  llevarías  para 
estar  más  suelto;  que  el  peso  de  las  armas 
empide  mucho. 

Pand.  Yo*  señor,  entiendo  bien  eso; 
mas  ya  te  dije  que  bienaventurado  sereis 
cuando  los  hombres  dijeren  mal  de  vos 
mintiendo  por  mí. 

Fel.  ¿Luego  yo  miento?  ¿pues  no  está 
más  liviano  un  hombre  desarmado  que 
armado?  Yo  te  hago  á  tí  juez. 

Sig.  Eso,  señor,  será  para  huir. 

Fel.  Pues  paro  algo  es  ello. 

Pand.  Oh  santo  Dios,  qué  valiente 
hombre  hemos  topado,  Sigeril.  Pues  no 


SEGUNDA  CELESTINA. 


387 

pienso  que  me  has  echado  tú  el  pié  de¬ 
lante  en  lo  que  nos  habernos  hallado. 

Sig.  No  por  cierto ,  que  no  pienso  yo 
que  ninguno  en  cosa  de  afrenta  te  lo  eche 
delante;  y  que  me  puedes  tú  á  mí  decir 
con  más  razón  lo  que  el  hombre  anciano 
dijo  al  rey  Alexandre,  tratándolo  mal. 

Pand.  ¿Y  qué  le  dijo? 

Sig.  Díjole:  no]  sé  yo,  oh  Alexandre, 
por  qué  me  tratas  mal,  pues  sabes  cuan¬ 
tas  veces  con  mis  pechos  defendí  yo  tus 
espaldas;  como  tú  lo  heciste  la  noche  de 
la  música  que  con  los  pechos  fuiste  á 
defender  mis  espaldas  porque  pensaste 
que  nos  tomaban  la  calle. 

Pand.  No  estoy  ya  en  tiempo  de  res¬ 
ponderte,  que  bien  entiendo  esas  malicias. 
Perdónete  Dios,  que  más  pasó  él  por  mí. 

Fel.  Hora  déjale,  que  la  mayor  prueba 
de  fortaleza  es  ir  por  el  camino  estrecho 
de  la  salvación  donde  los  fuertes  solos 
son  los  que  la  ganan,  y  fuerza  padece. 
Y  déjale  que  es  un  santo  y  dame  acá  la 
muía;  y  tú,  Sigeril,  toma  un  vestido  de 
terciopelo  de  los  mios  por  pago  del  tra¬ 
bajo  de  anoche,  porque  así  se  han  de  ga¬ 
lardonar  los  que  osan  como  reprender 
los  que  temen,  como  por  experiencia 
desto  he  loado  á  Pandulfo  y  galardona¬ 
do  á  tí. 


SEGUNDA  CELESTINA 


388 

Pand .  Ya  tengo  respondido  y  no  de 
balde  dicen:  á  palabras  locas,  orejas 
sordas. 

Fel.  Así  lo  hacia  yo  cuando  tú  repren- 
dias  mis  filosofías;  y  cállate  y  callemos 
que  cada  sendas  nos  tenemos.  Y  vamos 
por  casa  de  Paltrana. 

Cor.  Par  Dios,  señor,  que  vas  de  per¬ 
las  y  para  parecer  donde  quiera. 

Pon.  Señora  Polandria,  corre,  corre. 

Pol.  ¿Qué  es? 

Pon.  Es  tu  esposo;  que  en  mi  ánima, 
dél  á  un  serafín  no  hay  diferencia.  Ben¬ 
diga  Dios  tan  lindo  hombre.  Ponte  los 
cabellos  tras  las  orejas,  señora,  que  así 
destocada  estás  tú  para  ver. 

Pol.  Ay  cuitada,  y  creo  que  me  vió; 
mas  no  se  me  da  nada  que  ya  lo  tengo 
engañado. 

Pon.  Maldito  el  engaño  que  de  ningu¬ 
na  parte  veo,  que  tú  para  mujer  y  él  para 
hombre  no  hay  más  que  pedir.  ¿Mas  no 
viste  qué  mustio  iba  el  cuitado  de  mi  re¬ 
quebrado? 

Pol.  Por  cierto,  harta  lástima  hube  yo 
dél. 

Pon.  Y  no  me  quiso  mirar  el  dolor, 
haciendo  del  enojado. 

Pol.  Par  Dios  que  es  muy  bonito  man¬ 
cebo,  y  que  tengo  de  trabajar  con  Feli- 


SEGUNDA  CELESTINA.  389 

des  que  os  casemos  y  os  demos  con  que 
honradamente  podáis  pasar. 

Pon.  Besóte  las  manos  señora,  que  con 
eso,  por  cierto,  á  él  le  sobra  para  casarnos 
lo  que  sólo  sin  eso  nos  falta,  que  yo  estoy 
bien  contenta  de  su  persona,  casta  y  dis¬ 
posición. 

Qiiin.  ¿No  sabes  como,  señora,  el  pastor 
Filinides  es  venido  al  jardin  á  acabar  sus 
cucharos? 

Pol.  Oh  como  huelgo ;  vamos  un  rato, 
Poncia ,  á  holgar  con  él. 

Pon.  Par  Dios,  vamos  señora,  y  ten¬ 
dremos  buen  dia  como  tendremos  buena 
la  noche. 

Pol.  Vamos,  que  cree  que  no  hay  cosa 
que  más  huelgue  que  de  oirle  hablar  en 
amores,  puesto  que  le  tengo  gran  lástima. 
Y  tú,  Quincia,  si  llamáre  mi  señora  llᬠ
manos. 


390 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  TRIGESIMA  TERCERA  CENA. 

Polandria  habla  al  pastor  Filinides  en  el  jardín,  y  él 
huelga  con  ellas  y  canta  sus  versos;  y  después  de  ha- 
belles  contado  todo  lo  que  pasó  con  la  pastora  Acays, 
vánse  para  Paltrana ,  y  introdúcense. 

POLANDRIA. —  FILINIDES. — PONCIA. 

Pol.  Oh  amigo  Filinides,  tú  seas  bien 
venido. 

Fil.  Mi  señora,  no  puedo  yo  ser  bien 
venido  a  pobrado  dejando  por  el  desier¬ 
to  aquella  Acays  que  me  tiene  á  mí  de¬ 
sierto  de  todo  placer;  mas  el  consuelo 
que  en  su  soledad  me  trae  es  para  verte 
á  tí,  que  con  verte  y  otearte  se  regocija 
mi  corazón  como  si  viese  á  la  mí  Acays. 

Pol.  Ay  Filinides,  mucho  me  huelgo 
yo  que  con  mi  vista  recibes  algún  consue¬ 
lo  á  tu  mal ,  y  ruégote  que  me  digas  cómo 
te  ha  ido  después  que  de  acá  fuiste. 

Fil.  Mi  señora,  yo  huelgo  decirte  lo 
que  ha  pasado  porque  de  contallo  recibo 
pracer  junto  con  el  que  me  dices  que 
de  contallo  sientes,  para  que  en  la  sole¬ 
dad  donde  apartado  de  la  mí  Acays  me 
hallo,  con  las  hayas  y  mis  ovejas  hablo 
para  que  diciendo  mi  mal  tome  algún 


SEGUNDA  CELESTINA.  39  1 

descanso;  que  sino  lo  dijese,  con  mis 
congojas  se  aprieta  tanto  mi  pecho,  que 
todos  los  campos  halla  estrecho,  según 
se  siente  apretado.  Y  el  mayor  consuelo 
que  tengo  es  visitar  los  prados  y  fuentes, 
donde  alguna  vez  veo  la  mí  Acays  hablan¬ 
do  con  sus  flores,  diciendo  que  dónde 
dejaron  ir  aquella  flor  de  mayor  hermo¬ 
sura;  y  viéndolas  pacer  á  mi  ganado  ,  así 
como  él  está  rumiando  las  flores,  rumio 
en  la  flor  de  más  hermosura  y  frescura 
de  la  mí  Acays. 

Pol.  Y  veamos,  ¿haste  hallado  alguna 
vez  con  ella  solo? 

Fil.  Sí  hallé;  mas  tan  sólo  la  vi,  que 
áun  conmigo  no  me  hallé  viéndome  solo 
con  ella. 

Pon.  Dínos  hora  eso,  Filinides. 

Fil.  Habés  de  saber,  mi  señora,  que 
andando  iyo  con  mi  ganado  al  prado  de 
las  fuentes  de  las  hayas,  que  es  una  fresca 
pradera,  ya  que  el  sol  queria  ponerse 
teniendo  el  cielo  todo  lleno  de  manera  de 
ovejas  de  gran  hermosura,  gozando  yo  de 
lo  ver  junto  con  el  son  que  la  caida  de 
una  hermosa  fuente  hacía  sobre  unas  pi¬ 
zarras  mezclada  la  melodía  del  son  del 
agua  de  los  cantares  de  los  grillos,  que 
ya  barruntaban  la  noche  con  la  caida  del 
sol,  y  frescor  de  cierto  aire  que  el  olor  de 


392  SEGUNDA  CELESTINA. 

los  poleos  juntamente  con  él  corria.  Es¬ 
tando,  pues,  yo  á  tal  tiempo  labrando  una 
cuchara  con  mi  cañivete,  probando  en  el 
cabo  della  á  contra  hacer  á  la  mí  Acays 
de  la  suerte  que  la  tenia  en  la  memoria, 
diciendo  que  quién  la  tuviera  allí  para 
podelle  decir  toda  mi  grima  y  cordojos; 
héteosla  aquí,  donde  asoma  para  beber 
del  agua  de  la  fuente,  con  un  capillejo  en 
su  cabeza  con  mil  crespinas,  y  dos  zar¬ 
cillos  colgando  de  sus  orejas  con  dos 
gruesas  cuentas  de  plata  saliendo  por 
somo  sus  cernejas  rubias  como  unas  can¬ 
delas ,  vestida  una  saya  bermeja  con  su 
cinta  de  tachones  de  plata,  que  no  era 
sino  gloria  vella.  Pues  á  otear  sus  ojos 
monteros,  tamaños  como  de  una  becerra, 
no  eran  sino  dos  saetas  con  la  gracia  y 
fuerza  con  que  ojeaba:  por  cierto,  que  el 
ganado,  desbabado  por  otealla,  dejaba  el 
pasto.  Y  así  agostó  con  su  hermosa  vista 
la  hermosura  de  los  campos,  como  los  li¬ 
rios  y  rosas  agostan  con  hermosura  las 
magarzas.  Y  junto  venia  cantando;  que 
mal  año  para  cuanta  calandrias  ni  ruise¬ 
ñores  hay  en  el  mundo  que  así  retumba¬ 
sen  sus  cantilenas;  pues  el  gritillo  de  la 
voz  ni  grillos  ni  chicharras  que  así  lo  em¬ 
pinen.  Y  como  yo  la  oteé  y  con  aquella 
boca,  que  no  parescia  sino  que  se  desha- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


393 


cía  sal  de  la  blancura  de  sus  dientes,  ma¬ 
nando  por  la  bermejura  de  sus  labios;  y 
que  me  habló  diciendo:  ¿Que  haces  ahí  Fi- 
linides?  Yo  así  asmé  en  oilla  y  otealla  tan 
cerca,  que  no  parescia  sino  bordon  de  gai¬ 
ta  cuando  al  mejor  cherriar  le  dan  puñada 
que  la  hacen  estancar,  que  quedé  que  por 
gran  priesa  á  un  cacho  de  hora  no  pude 
hablar.  Mas  ella  llega  y  bebe  en  la  fuente, 
al  chorro  que  sobre  las  lanchas  caía,  que 
con  el  esperriadero  del  agua  cuando  se 
alzó  de  beber,  unos  goterones  traía  por  las 
mejillas,  que  con  la  color  y  blancura  de  su 
rostro  no  semejaba,  sino  que  via  las  flo¬ 
res  de  mayo  por  las  mañanas  cargadas 
del  relumbrante  y  claro  rocío.  ¡Oh,  vá- 
lasme  Dios !  y  qué  cosa  era  ver  su  gestadu- 
ra,  yhabra  agora  este  canto,  así  habraba 
yo  y  díjome:  si  pensara  Filinides,  que  con 
otearme  habías  de  pasar  tal  grima  no  te 
viniera  á  ver  para  con  vesitarte  pagarte 
el  amorío  que  me  tienes  que  fuera  de 
habrarte  y  otearte  no  te  puedo  pagar.  Ya 
yo  entonces  mas  recobrado  sobre  mí,  ha¬ 
ciendo  manar  mas  agua  de  mis  ojos  que 
las  fuentes  de  sí  daban,  le  respondí:  ¡Ay, 
la  mí  Acays,  cómo  quiere  que  habré,  quien 
tú  has  quitado  todos  los  memoriales!  Que 
ya  tan  desmarrido  estoy,  que  el  bien  que 
para  mi  remedio  pensaba  que  era  otearte, 


394  SEGUNDA  CELESTINA. 

aquel  me  han  mas  empecido,  yo  cierto  te 
digo;  que  pisé  cogido  el  dia  que  te  vi 
cuando  cobré  tal  roña,  que  la  miera  que 
yo  pensaba  que  podia  sanarme,  que  es  tu 
vista,  acrecienta  mas  mi  roña.  ¡Oh,  mi 
Acays,  yo  te  juro  que  no  hay  carnero  en 
todas  las  majadas  tan  modorro  como  yo! 
Tanto  que  mi  ganado  tiene  la  color  demu¬ 
dada  de  ver  la  mia  tan  desmarrida.  No 
sé  ya  que  te  diga,  pues  no  sé  lo  que  ha- 
bro;  no  sé  que  te  pida,  pues  me  daña  lo 
que  pienso  que  me  aprovecha;  no  sé  qué 
te  oteé,  pues  con  otearte  me  muero,  y 
con  otearme  me  matas;  no  sé  donde  vaya, 
pues  los  campos  hallo  estrechos';  no  sé 
dónde  me  abrigue,  pues  las  majadas  no  me 
amparan;  no  sé  dónde  me  escaliente,  pues 
al  sol  y  en  la  siesta  hé  frió.  Ni  las  hayas 
me  hacen  sombra,  ni  el  sol  me  quitó  el 
frío,  ni  el  agua  me  quita  la  sed,  y  el  co¬ 
mer  me  pone  hambre,  y  todo  me  hace 
hastío.  Sólo  querría  lo  que  no  quieres,  que 
es  que  pues  has  agostado  mi  esperiencia 
que  la  acabes  con  acabar  la  vida  abrasán¬ 
dola,  pues  está  ya  seca  en  el  agosto  de  mi 
remedio  para  que  pueda  producirse  della 
mi  esperanza,  donde  se  apaciente  mi  deseo, 
secando  la  yerba  de  tal  esperanza  para 
morir  con  la  lluvia  de  mis  lágrimas.  Y 
mia  fé,como  esto  dije  trasportóme  fuera 


SEGUNDA  CELESTINA. 


395 


de  mis  memoriales  y  cuando  en  mi  torné 
hallé  mi  rostro  mojado,  y  sus  mejillas 
con  el  manantial  de  sus  lágrimas.  Y  con 
esta  piedad  en  su  crueldad,  se  fué  sin  ha¬ 
blarme  ni  hablar  mas  con  ella ;  y  después 
de  ida,  gocé  más  de  la  gloria  de  haberla 
oteado  que  cuando  presente  mis  ojos  la 
oteaban,  y  quedé  donde  al  propósito  hice 
ciertos  versos. 

Pol.  Ay  por  tu  vida,  amigo,  que  los 
digas  que  hé  tanto  gozo  en  oirte  que  no 
lo  puedes  pensar  ni  saber. 

Fil.  Hora  pues,  oye. 


Acays  de  gran  beldad  , 
Aquella  agua  sin  amor , 

Con  ojos  de  piedad 
De  tu  propia  crueldad 
Que  vertiste  en  mi  dolor: 

Me  acrecentaron  el  mal, 

Y  puedeslo  ver  así, 

Que  de  verme  tan  mortal 
La  lástima  en  verme  tal 
Te  la  hizo  haber  de  tí. 

Tu  crueldad  que  lloraste 
Más  cierto  que  mi  fatiga, 

En  ella  claro  mostraste 
Cuán  gran  mal  en  mi  dejaste, 
Pues  lo  siente  su  enemiga. 

Oh  grave  dolor  sin  cuento  , 
Caso  de  gran  maravilla, 

Que  la  causa  del  tormento 
De  sentir  lo  que  en  él  siento 
Queriéndolo  haya  mancilla. 


396 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Si  Filinides  es  mudo , 

Acays  es  causa  dello  , 

Dando  á  su  garganta  nudo 
Muy  más  que  hablando  pudo , 

Sentillo,  Acays,  con  vello. 

Yo  sentí  lo  que  sentía 
En  mí  por  sentillo  ella, 

Más  que  por  lo  que  debia 
En  mi  mal,  que  en  mí  no  via , 

Hasta  que  lo  vi  por  ella. 

Las  aves ,  los  animales , 

Mares ,  peces  á  deshora, 

Con  alaridos  mortales 
Vengan  á  sentir  mis  males, 

Lloren ,  pues  Acays  llora. 

Los  vientos  quebrando  ramas, 

Muestren  tan  gran  sentimiento 
Que  espanten  ciervos  y  gamas  , 

Y  en  fuerza  de  vivas  llamas 
Todos  sientan  lo  que  siento. 

Pol.  Por  cierto,  amigo,  tú  das  tan  bien 
á  sentir  tu  mal  que  de  tu  sentimiento  lo 
has  puesto  á  los  que  te  oímos;  y  estoy 
muy  espantada  que  una  pastora  tenga 
razón  para  sufrir  en  su  bondad  la  fuerza 
de  la  piedad  de  tu  dolor,  sabiendo  ser  á 
tu  causa. 

Pon.  Mi  señora,  por  ahí  verás  tú  lo  que 
yo  digo,  que  la  mejor  sciencia  para  bien 
vivir  es  la  ley  natural  que  Dios  puso  en 
todas  las  cosas,  pues  una  pastora  sabe 
también  resistir  su  voluntad  para  satisfa¬ 
cer  su  honra. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


397 


Fil.  Mi  señora,  y  aun  en  la  paciencia  de 
su  bondad  sufro  yo  mi  fatiga.  Mas  gozaos 
que  hay  algunos  buenos  hombres  del  lu¬ 
gar  que  andan  entendiendo  en  casarnos 
y  está  ya  concertado,  y  á  esto  vine  á  ha¬ 
céroslo  saber,  y  para  las  bodas  serés  mis 
convidadas  porque  os  gocés  con  mi  gozo. 

Pol.  Eso  haré  yo  de  muy  buena  volun¬ 
tad,  si  mi  señora  me  diere  licencia. 

Fil.  Si  dará,  que  yo  se  le  tengo  de  ro¬ 
gar.  Y  yo  te  prometo  ,  mi  señora  ,  de  la 
primera  vez  que  acá  venga,  de  traerte  una 
docena  de  cuchares  y  en  la  una  dellas  la 
ñgurade  Acays  y  en  otra  lamia  para  que 
te  acuerdes  de  mí ;  porque  por  cierto, 
allá  en  somo  las  hayas,  no  me  olvido  yo 
de  vosotras  en  todos  mis  trabajos,  por  el 
gozo  que  en  hablar  con  vosotras  en  mis 
amores  rescibo;  porque  por  allá,  mal  pe¬ 
cado,  nunca  me  depara  Dios  sino  unos 
zagales  que  burlan  de  mi  mal  y  se  me 
ponen  á  dar  consejo  ,  que  no  es  para  mí 
sino  á  par  de  muerte,  porque  la  vida  sola 
con  acabar,  tiene  poder  de  acabar  en  mí 
el  mal  y  amor  que  á  la  mí  Acays  tengo; 
y  aun  pienso  que  no  ha  de  acabar  la  vida, 
porque  este  mal  más  lo  siento  ya  en  el 
alma  que  en  el  cuerpo';  y  pues  ella  no  es 
de  acabar,  no  pienso  que  acabará  Jo  que 
está  contino  en  ella,  porque  á  mí  ni  me 


SEGUNDA  CELESTINA. 


393 

duele  pié  ni  cabeza,  brazo  ni  piernas, 
sino  solo  siento  el  dolor  en  el  alma,  don¬ 
de  contino  tengo  á  la  mí  Acays.  Y  no 
temeria  la  muerte  por  temor  de  ir  á  los 
fuegos  del  infierno,  porque  ménos  pena 
que  paso,  en  ellos  pasaria;  sino  fuese  por 
quitar  á  la  mí  Acays  dellos,  que  no  qui¬ 
taría  si  mi  alma  allá  fuese. 

Pol.  Por  cierto,  el  amor  te  hace  decir 
lo  que  tu  estado  niega.  Y  con  esto  te 
queda  á  Dios  y  visítanos  muchas  veces. 

Fil.  Señora,  y  Dios  vaya  contigo,  que 
sí  haré. 

Pol.  Tú,  Poncia,  ¿no  te  maravillas  de 
lo  que  hemos  oido  á  este  rústico?  Agora 
no  me  maravillo  de  los  dichos  de  Felides. 

Pon.  Señora,  no  te  maravilles  que 
como  espíritu  habla  en  él  el  amor,  que  él 
es  el  que  dice  las  sentencias  y  la  lengua 
pronuncia  conforme  á  su  natural  las  pa¬ 
labras  groseramente.  Y  con  esto,  tome¬ 
mos  nuestras  labores,  y  vamos  hasta  que 
sea  hora  de  la  venida  de  tu  esposo. 

Pol.  Hora,  vamos,  que  razón  es  que  se 
haga  así. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


399 


ARGUMENTO  DE  LA  TRIGÉSIMA  CUARTA  CENA. 

En  que  Areusa  llama  á  la  puerta  de  Celestina  y  ábrele 
Elicia,  y  dice  que  viene  á  comer  con  ella  á  costa  de 
Grajales  y  Barrada,  despensero  del  Maestrescuela, 
el  cual  trae  para  Elicia  y  entra  Buzarco ,  mozo  de 
Grajales,  con  las  aves  y  con  el  vino;  y  después  viene 
Grajales  y  Barrada ,  y  introdúcense. 


AREUSA. — CELESTINA. — ELICIA. — BUZARCO. — 
GRAJALES. — BARRADA. 


Ar.  Ta,  ta,  ta. 

Cel.  Mira  hija,  quién  llama  allí. 

Elic.  Ay  prima  mia  y  mis  entrañas, 
que  bien  venida  seas,  aguarda  irte  abrir. 
Tia  señora,  mi  prima  Areusa  es. 

Cel.  Ella  y  los  buenos  años  vengan. 

Ar.  Tia  señora,  Dios  te  salve.  Que 
acá  me  vengo  á  comer  contigo  y  con  mi 
prima. 

Cel.  Ello  sea  enhorabuena,  hija,  y  á 
osadas  que  algo  de  bueno  debes  tú  de 
traer  que  nunca  tú  vienes  las.  manos 
vacías. 

Ar.  Par  Dios,  madre,  Grajales  me  rogó 
que  viniésemos  acá  á  comer  y  que  él 
enviaria  su  ración. 

Cel.  A  osadas,  hija,  que  no  sea  mala, 


400  SEGUNDA  CELESTINA. 

que  yo  lo  tengo  por  tan  cumplido  y  por 
tan  hombre  de  bien,  que  no  consentirá  él 
escote  de  nuestra  parte. 

Ar.  Asi  lo  cree  tú,  madre,  y  venimos  á 
gozar  de  la  despedida  de  Centurio,  que 
ya  ayer  le  envié  á  decir  que  se  fuese  á 
la  mala  ventura,  y  también,  á  la  verdad, 
á  honrar  las  bodas  de  mi  prima,  que  con¬ 
certado  ha  un  amigo  de  Grajales,  que  á 
osadas  madre,  que  no  le  baja  en  zaga  en 
henchile  las  manos. 

Cel.  ¿Y  cómo  es  su  gracia? 

Ar.  Madre,  Barrada  ,  y  muy  valiente 
hombre  y  un  Alexandre ,  y  él  y  Grajales 
vendrán  juntos  á  comer. 

Cel.  Aguarda,  hija,  por  cierto  que  pien¬ 
so  que  conozco  yo  ese  hombre  de  bien; 
veamos,  ¿Él  no  es  criado  del  Maestres¬ 
cuela? 

Ar.  Si,  madre,  y  despensero  suyo  y 
que  manda  toda  su  casa. 

Cel.  Aguárdate  hija,  que  en  el  pico  de 
la  lengua  tengo  á  su  madre.  ¡Válame  Dios 
y  como  tengo  caduca  la  memoria!  Aguar¬ 
da,  aguarda.  ¿Como  se  llamaba,  Celesti¬ 
na?  Por  tu  vida,  que  es  hijo  de  Garapía  la 
hija  de  la  Carbena;  su  padre  no  me  acuer¬ 
do  el  nombre,  pienso  que  tenia  oficio 
de  sacamuelas  y  singular  oficial.  Por 
cierto,  hija,  que  huelgo  dello  como  de 


SEGUNDA  CELESTINA.  4OI 

la  vida  por  dar  á  tu  prima  tal  amigo,  y 
sacalla  del  poder  del  desventurado  de  Cri- 
to  y  del  baral  del  Paje  Rojo,  que  no  hay 
diablos  que  le  echen  desta  casa,  como  si 
hubiésemos  de  comer  de  cabellos  rubios 
y  nos  lo  diese  él ,  así  le  pesa  si  ve 
entrar  alguno  en  esta  casa  al  pelado. 

Ar.  Vaya,  prima,  á  la  maldición  que 
no  eres  tú  para  romper  sin  alzar. 

Elic.  Ay,  prima,  no  quisiera  yo  que 
viniera  acá  ese  hombre  de  bien  hasta  que 
yo  despidiera  al  paje  del  infante. 

Cel.  Qué  despedir  y  qué  nada.  Si  él 
fuese  hombre  de  bien  él  se  ternia  por 
despedido.  ¿Por  cual  carga  de  agua  hija  le 
has  tú  de  dar  esa  obediencia?  ¿Por  el  co¬ 
mer  ó  el  vestir  que  te  ha  dado?  Cuando 
estés  en  tu  casa,  mi  amor,  usa  tú  esos  cum¬ 
plimientos,  que  en  la  mia  déjamelos  tú 
para  mí,  hija,  que  yo  le  rogué  á  tu  prima 
que  buscase  tal  persona  como  Barrada,  te 
sacase,  hija,  de  vergüenza  con  darte  hom¬ 
bre  de  barba  y  no  pelado  como  esotro 
hurgonero  de  Albazin  ó  servidor;  que 
á  osadas,  tan  pelado  es  de  las  barbas  como 
de  la  moneda,  que  en  mi  ánima  y  por  el 
siglo  de  mi  padre,  un  gesto  mas  deslavado 
tiene  y  sin  vergüenza,  que  en  mi  vida  vi;  . 
y  pues  no  tiene  barba  ya  sabes,  hija,  que 
con  mal  está  el  huso  cuando  la  barba  no 

26 


402  SEGUNDA  CELESTINA. 

anda  de  suso.  Engáñate  por  mí  y  busca 
agora  que  eres  moza,  quien  te  dé  y  no 
quien  te  huelle  y  envejezca,  que  no  han 
de  ser  todos  los  amores  flores  y  gentile¬ 
za  sino  de  lo  uno  con  lo  otro. 

i 

Ar.  Prima,  mi  tia  dice  cuanto  hay  en 
ello. 

Cel.  Pregunta,  hija,  á  tu  prima  Areusa 
cómo  le  fué  y  le  ha  ido  con  el  consejo  que 
le  di  la  noche  que  la  hallé  con  el  dolor  de 
la  madre,  guardando  mucha  lealtad  al 
otro  negro  capitán.  Como  si  le  hubiera 
hecho  pleito  homenaje  de  guardalle  la 
fortaleza  así  aguardaba  la  boba  á  dejar¬ 
se  tomar  por  hambre,  y  hasta  agora  se 
estuviera,  sino  tomára  mi  consejo,  á 
dientes  como  haca  gallega.  Sabe,  hija, 
como  tu  prima  salir  de  uno  y  entrar  en 
otro  y  nunca,  mi  amor,  dejes  envejecer  la 
bestia  en  tu  poder,  pues  sabes  que  desque 
ha  cerrado  no  podrás  salir  della,  sino  que 
como  tu  prima  si  fuere  menester  del  ca¬ 
pitán  á  Parmeno,  y  de  Parmeno  á  Cen- 
turio,  y  de  Centurio  á  Grajales;  con  otros 
que  bien  me  sé,  yendo  de  bien  en  mejor, 
como  dicen:  de  aguja  á  dedal,  de  dedal  á 
gallo,  de  gallo  á  caballo.  Que  todos  los 
cantares  y  refranes,  hija,  tienen  senten¬ 
cias  para  condenar  por  necios  á  los  que 
oyéndolos  no  se  avisan  como  tengo  yo  á 


SEGUNDA  CELESTINA.  403 

tu  prima  por  tan  avisada,  que  yo  te  certi¬ 
fico  que  si  fuere  menester,  que  tan  sin 
pena  deje  á  Grajales  como  salió  del  otro 
gesto  del  diablo  de  Centurio. 

Elic.  Diferencia  hay,  por  cierto,  del 
gesto  de  Albacin  y  su  gracia  y  disposición 
á  la  de  Centurio,  para  hacer  comparación. 

Ar.  Ay,  prima,  y  el  capitán,  ¿qué  debia 
á  Albacin?  Por  cierto  que  nunca  le  viste 
caer  la  baba  ni  pienso  que  le  limpiaste 
los  mocos;  que,  por  Dios,  dél  á  un  serafín 
no  habia  diferencia,  y  no  fué  más  menes¬ 
ter  que  mandarme  mi  tia  que  lo  dejase 
para  hacello;  cuanto  más  que  si  tuerto  y 
cojo  me  lo  diese,  por  de  dos  ojos  lo  to¬ 
maría  y  por  sano  de  los  piés. 

Cel.  Así  lo  es,  hija,  el  que  lo  fuere  de 
la  bolsa,  que  no  hay  ya  mi  amor  gentile¬ 
zas  sin  dineros ;  y  mira,  mira  qué  lágrimas 
le  corren  á  tu  prima  por  dejar  al  negro 
paje,  como  si  Barrada  se  mamase  los 
dedos. 

Elic.  ¿Pues  no  tengo  de  recibir  pena 
de  dejar  un  ángel  que  me  adora  y  me 
deja  de  querer? 

Cel.  ¿En  qué  se  te  paresce  hija  el  adora¬ 
ción?  ¿en  los  sacrificios  que  te  ha  hecho 
de  aves  y  cabritos  con  el  humo  del  in¬ 
cienso  de  la  pringue  cuando  se  asaban, 
ó  con  las  ofrendas  de  pan  y  vino  que  te 


404  .  SEGUNDA  CELESTINA. 

ha  dado,  según  la  orden  Melchisedech? 

Elic.  Mas  quiero  contentamiento  que 
cuanto  me  pueden  dar,  porque  todas  las 
riquezas  se  buscan  para  este  fin. 

Cel.  Hora,  sus,  sus;  dejemos  de  lagri- 
mitas ,  y  cuando  est^s  en  tu  casa  harás 
tu  voluntad  que  en  la  mia,  la  mia  se  ha 
de  hacer. 

Ar.  ¿Para  qué  es  eso  madre?  que  no  hay 
necesidad,  que  mi  prima  hará  todo  lo  que 
tú  quisieres;  porque  en  fin,  noramazas, 
débele  de  querer  bien  y  él  á  ella. 

Cel.  Obras  son  amores,  hija,  que  no 
buenas  razones;  harto  tendriamos  aquí 
que  hacer  en  entender  de  servir  al  paje 
rojo. 

Elic.  Jesús  madre.  ¿Cuántos  servicios  le 
has  tú  hecho,  ó  cuántas  malas  noches  has 
pasado  por  él?  y  aun  por  mi  vida,  que 
cuando  reñimos  con  Palana,  que  si  yo 
quisiera,  que  le  cruzara  él  la  cara,  que  no 
le  soy  en  tan  poco  cargo. 

Cel.  Deso  comeremos  hija ,  como  de 
los  fieros  y  mentiras  de  Centurio.  Apren¬ 
de,  aprende,  hija,  que  poco  sabes,  mal 
pecado,  del  mundo.  Nunca  te  cebes,  mi 
amor,  de  fieros  de  rufianes  que  si  lo 
hubiesen  de  hacer  cree,  hija,  que  no  lo  di¬ 
rían  cuanto  más  que  no  hace  al  caso 
buena  parola  y  mal  fato.  Baste  que  mi 


SEGUNDA  CELESTINA. 


405 


voluntad  es,  y  ya  lo  has  oido,  que  no  me 
entre  aquel  paje  y  la  misma  es  que  to¬ 
mes  á  Barrada,  que  yo  que  te  le  doy  por 
tu  provecho  no  te  lo  dejaré  envejecer  si 
fuere  para  tu  daño. 

Elic.  Hi,  hi,  hi;  bueno  es  eso  madre.- 

Cel.  ¿Ríeste  boba  de  que  te  dije  que  no 
te  lo  dejara  envejecer?  ¿pues  qué  pensa¬ 
bas  que  te  queria  casar  con  él  para  siem¬ 
pre?  Mejor  salud  nos  dé  Dios ,  que  yo  te 
lo  deje  más  de  cuanto  viéremos  que  no 
cria  polilla  en  sus  trojes  ni  hace  tesoro 
donde  lo  come  el  orin  y  lo  hurtan  los 
ladrones,  como  dice  el  Evangelio,  que 
aquí  más  lo  queremos  por  su  bolsa  que 
por  su  disposición  ,  aunque  á  la  verdad 
no  la  tiene  mala.  Y  que  la  tuviera,  no 
hacia  á  nuestro  caso:  mas  bueno  es  lo 
uno  y  lo  otro  junto,  pues  es  meter  honra 
y  provecho  en  un  saco,  que  pocas  veces 
se  hace  así;  que  hija,  quien  te  dá  este  y 
te  quita  esotro,  gesto  de  palmatoria,  te 
sabrá  quitar  éste  y  dar  otro  y  otros,  si 
con  más  provecho  se  ofrecieren  ,  porque 
dereniega,  hija,  de  tratos  sin  ganancia. 

Elic.  Hora,  madre,  no  se  gasten  más 
palabras  que  yo  no  tengo  de  salir,  en  fin 
de  tu  voluntad  y  consejo,  pues  sé  que  esa 
es  mi  honra  y  que  con  cuanto  más  fuerza 
de  la  voluntad  se  gana  es  de  mayor  loor. 


40Ó  SEGUNDA  CELESTINA. 

.  I 

Cel.  Anda  á  decir  donaires  ;  mas  pensé 
¿qué  te  había  yo,  hija,  de  aconsejar  cosa 
que  no  fuese  tu  honra?  Cree,  hija,  que 
ya  sé  cuantas  son  cinco  y  en  qué  está  la 
honra  y  la  deshonra,  la  fortaleza  y  la 
temeridad,  la  liberalidad  y  la  prodigali¬ 
dad;  y  sino  lo  sabes,  sabe  no  salir  de  mi 
consejo. 

Elic.  Así  lo  haré,  madre. 

Ar.  Así  lo  haz,  prima,  que  á  osadas, 
que  no  yerres  sobre  mi  corona ,  y  limpia 
esos  ojos,  porque  si  vienen  Grajales  y 
Barrada  no  conozcan  en  tí ,  descontenta¬ 
miento;  que  esto  está  bien  acordado,  y 
parésceme  que  á  la  puerta  llaman. 

Cel.  Mira,  Elida,  quién  es. 

Elic.  Madre,  un  mozo  en  pierna  es, 
que  viene  cobijado  con  una  capa  y  trae 
gran  bulto,  que  en  mi  ánima,  parece  que 
viene  preñado. 

Cel.  Abrele,  hija,  y  alúmbrele  Dios 
con  bien  si  viene  preñado  y  sepamos 
presto  si  tenemos  hijo  ó  hija. 

Ar.  Abre,  abre  prima,  que  mozo  es 
de  Grajales,  llamado  Buzarco. 

Bu%.  Señoras,  Grajales  mi  señor  y  el 
señor  Barrada,  envían  estos  capones  y 
estas  perdices  con  este  cangilón  de  vino 
de  Monviedro,  y  que  estando  guisado  son 
luego  acá. 


SEGUNDA  CELESTINA.  407 

Cel.  Hijo,  mi  amor,  decid  que  ellos 
vengan  mucho  enhorabuena,  que  luego 
se  pondrá  asar  y  anda  con  Dios,  mi  hijo. 

Buf.  Con  Dios  quedéis,  señoras. 

Ar.  Buzarco,  mis  ojos,  di  á  tu  señor 
que  mire  cómo  viene,  porque  he  sido  avi¬ 
sada  que  Centurio  y  Traso  el  cojo,  me 
han  rondado  esta  noche  toda,  la  puerta  y 
que  se  vengan  presto. 

Bu?.  Señora,  déjame  el  cargo. 

Cel.  ¿Parécete  hija,  Elicia ,  que  tendre¬ 
mos  hoy  mejor  de  comer  que  de  la  paro¬ 
la  del  paje,  y  de  los  cuentos  viejos  de 
Crito?  Sus  ,  sus,  asad  esas  aves,  y  déjate 
de  voces,  y  muestra  probaré  ese  vino. 
Por  Dios,  singular  es;  ay  bobas,  bobas, 
¿  y  qué  queréis  vosotras  más  que  las  des¬ 
pensas  del  Arcediano  y  Maestrescuela? 

Elic.  Ay  por  Dios  tia,  no  se  hable  más 
en  eso,  pues  se  hace  todo  como  tú  lo 
quieres. 

Cel.  Pues  mira,  que  no  te  conozca  des¬ 
contento  Barrada,  y  cuando  viniere  sú¬ 
bete  tú  allá  que  lo  quiero  hablar  en  tu 
absencia. 

Elic.  Así  lo  haré  tia,  como  acabe  de 
asar  estas  aves.  Y  tú,  prima,  lava  esas 
copas  no  estés  mano  sobre  mano. 

Ar.  Hora,  que  sí  haré,  aunque  yo  ju¬ 
bilada  había  de  ser ;  mas  porque  has  de 


408 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ser  tú  hoy  la  novia  lo  quiero  hacer.  * 

Elic.  Calla  ya  en  hora  negra,  prima, 
no  digas  esas  malicias,  que  ya  viejo  es 
Pedro  para  cabrero;  aunque  por  mi  vida, 
que  agora  me  quiere  dar  casamiento  el 
señor  Felides  y  seré  novia  de  verdad, 
con  hacer  entender  al  novio  del  cielo 
cebolla.  ' 

Ar.  Ahí  está  mi  tia,  con  quien  podrás 
pasar  ese  puerto  como  azor  con  gavilán, 
sin  que  se  pague  el  portazgo. 

Cel.  Por  mi  vida,  hija,  que  si  ella  quie¬ 
re  y  quisiese  que  también  puede  pasar 
consigo  como  conmigo,  que  también 
sabe  acuñar  la  moneda  como  yo  para 
que  corra  por  buena,  sino  que  de  muy 
dueña  quiere  despreciarse  del  oficio.  Pues 
para  mi  santiguada,  que  tiempo  venga 
que  tu  te  arrepientas,  que  moza  eres  y 
vieja  serás  y  lo  que  en  la  mocedad,  hija, 
no  se  aprende,  mal  se  sabe  en  la  vejez; 
mas  andar,  que  el  tiempo  te  doy  por  tes¬ 
tigo,  que  con  él  la  necesidad  te  hará  sa¬ 
ber  lo  que  la  falta  de  la  discreción  agora 
te  encubre.  ¡No  sé  qué  diablos  es  la  pre¬ 
sunción  de  las  mozas  deste  tiempo!  Por 
el  siglo  de  mi  padre,  que  moza  fui  y  no 
más  fea  que  otra,  y  nunca  me  desprecié 
de  saber  y  aprender,  y  trabajar  como 
una  perra,  porque  en  fin,  hijas,  la  honra 


SEGUNDA  CELESTINA.  409 

no  viene  ni  el  provecho  dormiendo  y 
holgando. 

Elic.  ¿Qué  negros  trabajos  para  ganar 
honra  dirá  agora  mi  tia? 

Cel.  ¿Qué  negros,  hija?  Perdónela  Dios 
á  mi  comadre  su  madre  de  Parmeno,  aun¬ 
que  él  supo  mal  conocer  el  amistad  que 
con  ella  tuve,  que  ella  te  dijera  los  traba¬ 
jos  que  para  el  siglo  que  la  tiene  y  nos  es¬ 
pera;  que  tan  moza  como  tú  y  con  tanta 
presunción  de  hermosa,  más  noches  es¬ 
curas  que  boca  de  cuervo,  fuimos  á  la 
horca  del  teso,  más  veces  que  canas  ten¬ 
go  en  la  cabeza.  ¿Pues  conjuros  de  encru¬ 
cijadas,  pocos  me  hallé  á  su  lado?  Que 
en  mi  ánima,  quien  la  viera  llena  de  can¬ 
delillas  sacudirle  y  menear  las  quijadas, 
aunque  fuera  Héctor,  le  temblára  la  con¬ 
tera  y  se  respeluzara  el  copete;  y  estaba 
yo  con  ella  que  ella  se  maravillaba,  mas 
bien  se  me  ha  parescido  á  osadas,  hija; 
que  por  Dios,  que  pienso  que  no  hay 
maestra  de  mi  oficio  ni  áun  sacamuelas 
en  el  suyo  que  así  sepa  sacar  los  dientes 
á  un  ahorcado,  ni  cabestrero  que  también 
sepa  cuántos  hilos  de  esparto  tiene  una 
soga:  tantas  veces  las  he  quitado  y  des¬ 
hecho.  ¿Pues  conjuros  con  que  hacia  tem¬ 
blar  á  todos  los  espíritus,  pocos  he  hecho? 
Por  cierto  más,  hija  Areusa,  que  tengo 


410  SEGUNDA  CELESTINA. 

años.  ¿Pues  es  verdad  que  tengo  con  los 
dias  caduca  la  memoria?  Por  cierto,  no 
hay  zumo  de  yerba,  ni  virtud  de  piedra 
para  mi  oficio  que  se  me  haya  olvidado, 
ni  cómo  se  han  de  hacer  los  vasos  de  la 
yedra  y  cogerse  en  ellos  el  agua  de  Mayo, 
ni  las  agujas  ponerse  en  la  cera  para 
traspasar  los  corazones,  ni  hilo  de  alam¬ 
bre,  ni  telas  de  los  potros  recien  nacidos, 
con  otras  mil  tarabusterias  que  de  aquí  á 
mañana  no  acabára  de  decir.  Mas  quéde¬ 
se  esto,  que  á  la  puerta  llaman  ;  mira  tú, 
hija  Elicia,  quién  es. 

Ar .  Sus,  sus,  señora,  Grajales  y  Bar¬ 
rada;  quiérolos  ir  á  abrir. 

Cel.  Mas  toma  tú  allí,  y  súbase  Elicia 
arriba  que  yo  les  abriré,  porque  quiero 
dar  una  lición  á  Barrada  como  la  di  á 
Grajales. 

Elic.  Pues  toma,  prima,  que  en  mi 
ánima  que  me  muero  de  vergüenza  de 
Barrada,  que  me  paresce  ya  hombre  ma¬ 
yor  y  pone  mucho  empacho  igualdad  de 
conversación  adonde  más  edad  para  con¬ 
sejo  se  habia  de  tomar  que  retozos  de 
mancebos;  porque  tal  para  tal  y  Pedro 
para  Juan ;  que  en  mi  alma,  esto  me  hacia 
querer  al  paje  del  infante. 

Ar.  Daca  en  mal  punto  y  súbete  arriba, 
que  más  mozo  es  un  viejo  si  se  aliviana, 


SEGUNDA  CELESTINA.  4  L  I 

0 

que  cuantos  mancebos  hay  en  el  mundo. 

Elic.  Eso  es  en  el  seso;  mas  no  será  en 
el  peso. 

Ar.  Ahora  déjate  deso,  y  anda  que  tú 
te  podrás  aprovechar  de  ambos  y  pelar 
del  uno  para  emplumar  la  cabeza  al  otro 
y  hacerle  guirnalda  de  penachos,  en  pago 
de  lo  que  á  estotro  dejares  de  cuernos  so¬ 
bre  siete  sueldos  que  le  harás  pagar. 

Ccl.  Bien  venga  el  señor  Grajales  y  la 
compañía. 

Graj  Y  tú  estés  en  ella,  madre;  y  co- 
nosce  al  señor  Barrada  por  hijo  y  por 
servidor  como  á  mí  me  tienes. 

Cel.  Por  cierto,  presencia  tiene  él  para 
que  yo  gane  en  tal  conocimiento;  y  subid 
hijos,  que  acá  te  quiero  hablar  señor 
Barrada. 

Bar.  Donde  quiera,  señora,  soy  yo  tuyo 
y  como  á  hijo  y  criado  desta  casa  me 
puedes  mandar. 

Graj.  Por  los  misterios  de  la  misa  que 
me  sueño  gran  señor,  pues  tal  cocinero 
tengo. 

Ar.  Mas  tú  bien  pensabas  comer  de  lo 
que  yo  aso. 

Graj.  Y  áun  por  fruta  de  sobre  mesa 
gozar  de  la  cocinera. 

Ar.  Agora  para  padrino  eres  llamado, 
que  no  para  novio. 


# 


41  2  SEGUNDA  CELESTINA. 

X 

Graj.  Hora  que  todo  es  bueno  y  pan 
para  cosa,  que  mi  madre  dispensará  tam¬ 
bién  con  los  padrinos  como  con  los  ahi¬ 
jados.  Mas  dejando  una  razón  por  otra, 
¿dónde  está  la  señora  Elida? 

Cel.  Hijo,  haciendo  está  una  cama 
arriba. 

Graj.  Quien  la  hace  la  deshace  ;  y  mira, 
madre,  cuán  colorado  se  ha  parado  Bar¬ 
rada  con  lo  que  dije. 

Cel.  Hace  bien ,  que  no  es  desvergon¬ 
zado  como  tú  que  estás  diciendo  malicias. 

Graj.  Madre,  el  mozo  vergonzoso  el 
diablo  le  trajo  á  palacio. 

Cel.  Tú  lo  desenvolverás  presto,  á  osa¬ 
das,  hijo. 

Graj.  Déjate  ahora  de  burlas,  madre, 
entendamos  en  las  veras,  para  que  como 
dicen ,  pueda  ser  después  de  la  comida 
sobre  el  buen  comer  el  ajo. 

Cel.  Ay  putillo  deslavadillo;  parésceme 
que  más  querrias  estar  ya  al  sabor  que 
al  olor  de  la  fruta  de  sobremesa,  digo. 

Graj.  A  buen  entendedor,  madre,  po¬ 
cas  palabras;  que  por  Dios,  ya  no  me 
tomaria  la  fruta  en  ayunas,  que  para 
nuestra  dueña,  dos  pares  de  sant  Martin 
tengo  ya  en  el  buche. 

Cel.  Ay  putillo,  y  quién  te  tomase  el 
buche  como  á  garza.  Mas  déjate,  hora 


/ 


SEGUNDA  CELESTINA.  4 1 3 

deso  que  con  el  señor  Barrada  que  no  es 
loco  como  tú,  lo  quiero  haber  y  hablar 
con  él  en  seso.  Y  hijo  Barrada,  mi  sobrina 
Areusa,  me  ha  dado  nuevas  de  tus  condi¬ 
ciones,  porque  en  lo  demas  de  tu  casta 
dias  há  que  conoscí  como  á  mí  á  tu  madre 
Garapía ,  y  aún  alcancé  algún  conoci¬ 
miento  con  Carbena  tu  abuela;  así,  que 
hijo,  yo  te  digo  que  no  hay  obligación 
para  ménos  que  para  tenerte  por  tal.  He 
sabido  que  tienes  afición  á  tener  amistad  ' 
con  Elicia,  y  por  cierto,  lo  que  dije  á  su 
prima  sobre  Grajales,  lo  tengo  dicho  á  ella 
y  lo  digo  agora  á  tí,  que  yo  mas  quisiera 
que  se  pasara  hijo  con  su  necesidad,  para 
suplir  la  de  la  honra  y  trabajara,  mas  es 
tanta,  hijo,  nuestra  necesidad,  que  donde 
fuerza  hay  derecho  se  pierde,  y  ya  que  se 
ha  de  hacer,  huelgo  que  sea  por  cierto, 
más  contigo  que  con  el  rey,  porque  me 
paresces  cuerdo  y  persona  de  secreto: 
que  este,  hijo,  es  el  que  hace  á  las  muje¬ 
res  querer  por  él  mas  á  unos  hombres  que 
á  otros,  porque  hijo  mió,  ninguna  sería 
mala  sino  fuese  publicada',  que  el  hecho 
pues,  ninguno  lo  vé,  del  dicho'nos  guarde 
Dios.  Así  que,  aquí  todo  cabe  bien  pues 
se  encierran  en  tí  ambos  mandamientos, 
en  que  consiste  la  ley  y  los  profetas.  El 
primero,  amor  de  suplir  la  necesidad  digo, 


414  SEGUNDA  CELESTINA. 

que  esto  es  sobre  todas  las  cosas  lo  que 
se  ha  de  amar;  y  al  prójimo  (que  eres 
tú)  el  segundo,  amalle  como  á  sí  mismo 
por  hombre  de  secreto ,  como  persona 
con  quien  se  mete  honra  y  provecho  e» 
un  saco.  Verdad  es,  hijo,  que  yo  no  te  lo 
quisiera  decir,  mas  ya  que  he  comenzado 
como  á  mi  alma  y  como  á  mi  vida  y  co¬ 
mo  á  mis  entrañas,  todavia  hijo,  te  lo 
habré  de  decir,  y  es:  que  Elicia  está  muy 
escandalizada  de  que  el  otro  dia  le  dijo 
aquí  una  señora  amiga  suya,  que  por  pro¬ 
mesas  le  habia  burlado  un  señor  y  la  ha¬ 
bía  dejado  sin  nada,  y  ella  juró  que  ya 
que  se  determinase  de  hacer  por  alguno, 
de  no  lo  hacer  sin  ver  primero  porqué,  y 
porque  ella  está  desnuda,  mal  pecado,  que 
á  la  verdad,  hijos,  para  con  vosotros,  esta 
es  la  negra  cama  que  está  haciendo,  ver¬ 
güenza,  digo,  de  parecer  así,  y  como  es 
tan  niña,  querría  pues  se  determina  de 
conoscer  otro  que  no  sea  su  esposo,  pues 
ya  él  es  muerto,  que  pudiese  suplir  lo  que 
le  falta  para  osar  parescer. 

Graj.  Ya  le  quiere  untar  la  cabeza  des¬ 
pués  de  habelle  quebrado  el  casco. 

Cel.  ¿Que  dices  tu,  hijo  Grajales? 

Graj.  Digo,  madre,  que  para  con  mi 
hermano  no  hay  necesidad  de  nada  deso, 
que  yo  salgo  por  fiador. 


SEGUNDA  CELESTINA.  4 1  5 

Cel.  Andate  ahí  á  decir  donaires,  hijo, 
como  sino  fuese  el  señor  Barrada  persona 
para  fiar  dél  también  como  de  tí;  eso  y 
más  que  eso,  hijo,  se  fiará  dél.  ¿Tú  no  en¬ 
tiendes  enoramazas,  que  no  es  sino  por 
el  juramento  que  hizo  Elicia? 

Graj.  Ah,  por  el  juramento  no  miraba. 

Cel.  ¿Pues  qué  pensabas  bobo?  por  lo 
demas  ¿qué  necesidad  había  de  fianza 
donde  está  Barrada?  Mas  el  ánima,  hijo, 
es  sobre  todo,  y  esto  hace  que  por  un  la¬ 
drón  pierden  los  otros  el  mesón,  como 
por  aquel  que  hizo  lo  que  no  debía,  pier¬ 
da  Barrada  lo  que  se  fiara  dél  sino  se  hu¬ 
biera  jurado. 

Bar.  Señora,  que  así  está  bien ,  que  al 
buen  pagador  no  le  duelen  prendas.  Ves 
aquí  cuatro  ducados  para  una  saya  para 
pago  y  señal. 

Graj.  Al  diablo  el  asno;  ya  lo  tiene 
dentro  en  la  gorrionera. 

Cel.  Hijo,  por  mi  vida,  que  no  los  to¬ 
mara  sino  por  lo  que  tengo  dicho,  que 
harta  vergüenza  se  me  hace,  mas  para  se¬ 
ñal  los  tomo;  y  esto  verás  que  por  no 
quebrar  el  juramento  lo  hago  mas  que 
por  no  fiar  de  tal  persona  como  tú,  que 
tan  poca  cosa  sino  por  señal  no  se  habiu 
de  tomar;  mas  yo  fio  lo  más  y  recibo  en 
señal  lo  menos  que  puedo  recibir. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


i 

416 

Graj.  Ya  fia  la  puta  vieja  sobre  buena 
prenda;  y  cuál  está  el  bobazo  que  piensa 
que  hurta  bolsas. 

Cel.  ¿Qué  dices,  el  decidor?  alguna 
gracia,  á  osadas ,  estás  tú  agora  comi¬ 
diendo. 

Graj.  No  digo,  madre,  sino  que  mandes 
abajar  á  Elida  y  abrazarse  han,  y  be¬ 
beremos  el  alboroque. 

Cel.  ¿No  lo  digo  yo  que  algo  es  ello? 
No  te  mates  que  hacerse  há  la  saya,  que 
más  dias  hay  que  longanizas;  que  no  es 
razón  la  vea  Barrada  desnuda,  la  prime¬ 
ra  vez. 

Graj.  Señora,  mejor  es  así;  que  la  polla 
pelada  se  ha  de  comer  y  tendrá  ménos 
mi  hermano  que  desplumar,  pues  él  está 
desplumado. 

Cel.  ¿Qué  es  eso  que  á  la  postre  digiste 
entre  dientes?  ¿no  sabes  que  no  para  mi 
que  te  las  entiendo? 

Graj.  Déjate  deso,  señora,  y  venga  la 
señora  Elida. 

Cel.  Que  no  está  por  salir. 

Ar.  Madre,  venga,  que  gesto  tiene  mi 
prima  que  no  le  han  de  mirar  á  la  lista; 
y  pues  gesto  pone  mesa,  venga  á  comer 
que  del  brazo  y  de  la  pierna,  yo  fiadora 
que  no  se  desagrade  Barrada. 

Bar.  Si  señora,  suplícotelo  que  venga. 


1 


SEGUNDA  CELESTINA.  417 

Cel.  Hora,  por  Barrada  quiero  hacer  lo 
que  no  tenia  determinado.  Baja  acá  Elicia. 

Elic.  Ay  Jesús,  madre,  no  me  lo  man¬ 
des  por  Dios  que  estoy  desnuda,  que  me 
muero  de  vergüenza  dese  señor. 

Cel.  Baja  acá,  hija,  que  así  te  quiere  él. 

Elic.  Por  Dios,  madre,  que  no  lo 
mandes. 

Graj.  Anda  tú,  hermano,  y  sube  por 
ella. 

Bar.  Por  Dios,  que  yo  lo  quiero  hacer, 
y  subo. 

Cel.  ¿Para  qué  le  Haces  subir?  Ya  le 
quieres  hacer  como  tú,  desvergonzado. 

Graj.  En  mi  vida  vi  bestia  tan  empa¬ 
chada. 

Ar.  Hace  bien,  ¿Para  qué  han  de  ser 
los  hombres  deslavados  como  tú?  Acaba 
ya,  habe  vergüenza  de  las  canas  que  te 
están  mirando ,  déjate  de  retozar  que  tiem¬ 
po  habrá,  y  oye  lo  que  pasan  mi  prima 
y  Barrada  y  acechemos. 

Cel.  Mira  no  os  vean. 

Bar.  Dios  te  salve,  señora  hermosa. 

Elic.  Así  haga  á  tí,  gentil  hombre. 

Bar.  Señora,  ¿Por  qué  no  abajas? 

Elic.  ¡Ay  Jesús! 

Bar.  Señora  mia,  ¿Qué  es  lo  que  dices? 

Elic.  Digo,  señor,  que  te  abajes  que 
yo  iré  luego. 


27 


SEGUNDA  CELESTINA. 


418 

Bar.  Pues  h asme  de  dar  la  fe  de  abajar, 
y  dáme  acá  la  mano. 

Elic.  Desvíate  allá,  señor,  que  no  soy 
de  las  que  piensas. 

Bar.  Pues  abrázame  y  yo  me  abajaré. 

Graj.  ¡  Oh  hi  de  puta,  y  qué  gran  bestia! 

Ar.  Mira,  mira  mi  prima ,  cuán  veci- 
compuesta  está,  como  novia  de  aldea. 

Graj.  No  veo  yo  en  son  el  asno  para 
sello  de  aquí  á  mañana;  mas  bien  es  que 
tenemos  ya  cuatro  ducados  y  la  comida 
de  hoy  para  la  vista  del  proceso. 

Ar.  Mirad  y  qué  mucho;  hora  oye. 

Bar.  Señora,  ¿No  me  has  de  querer 
hablar? 

Elic.  Hora  bájate,  señor,  que  sí  ha¬ 
blaré. 

Bar.  Hora,  pues,  abrázame  y  yo  me 
abajo. 

Elic.  Ay  gentil  hombre,  desvíate  por 
Dios  allá  y  abájate,  que  yo  me  iré  luego. 

Bar.  Pues  señora,  bésote  las  manos;  y 
yo  quiero  hacer  lo  que  me  mandas. 

Elic.  Dios  vaya  contigo.  ¡Ay  Jesús,  qué 
hombre  tan  desgraciado!  Por  Dios,  buena 
cosa  pues,  me  ha  traido  mi  prima,  y  ya 
que  le  falta  gracia  es  bien  desenvuelto 
el  asno. 

Ar.  Anda  acá,  vamos,  que  ya  vienen. 

Graj.  ¿Pues  cómo  no  la  traes,  hermano? 


SEGUNDA  CELESTINA.  419 

Bar.  Está  muy  zahareña. 

Cel.  Ella,  hijo,  se  amansará  y  se  hará 
de  tu  mano,  que  como  no  se  ha  visto  en 
otra  tal,  há  vergüenza;  mas  yo  la  quiero 
llamar. 

Bar.  Si,  madre,  por  tu  vida. 

Cel.  Hora:  sus,  Elicia;  hora  baja  acá, 
pues  lo  has  de  hacer,  déjate  de  vergüenzas. 

Elic.  Ay  Jesús,  madre,  ¿Para  qué  me 
mandas  abajar  desnuda? 

Cel.  Hora,  sus,  abraza  al  señor  Barra¬ 
da  ,  que  nunca  Dios  te  depare  peor  marido. 

Bar.  Heme  aquí,  señora;  ¿Quiéresme 
abrazar  ? 

Graj.  He ,  he ,  he. 

Ar.  Calla,  en  mal  hora  tú,  no  te  rias 
no  se  corra  Barrada. 

Graj.  Ay  hermano,  por  los  misterios 
de  la  misa,  que  pareces  azor  zahareño 
que  se  espanta  de  la  polla  y  no  osa  entrar 
en  ella. 

Bar.  No  te  hagas  hora  tú,  pues,  tan 
gracioso ,  que  si  fuera  menester  yo  me 
sabré  tan  bien  como  tú  atraivar. 

Ar.  Anda,  enhoranegra,  que  está  el 
triste  afrontado. 

Cel.  Quita,  pues,  tú  Elicia,  la  manga 
de  la  boca  que  no  te  huele  el  huelgo,  y 
abraza  ese  ángel,  que  tal  me  paresce  él 
en  su  condición. 


4'20 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Elic.  Hora,  sus,  ves  aquí  te  abrazo. 

Bar .  Ah,  pese  á  tal,  señora.  ¿Vuélvesme 
la  cabeza?  ¿Muy  desenamorada  eres? 

Ar.  Hi,  hi,  hi;  bozal  es  el  galan,  por 
mi  vida,  aunque  no  en  el  bozo  de  las 
barbas. 

Graj.  Estaste  tú  riendo  y  después  dices 
á  mí. 

Cel.  Ea,  sus,  á  sentar;  sus,  á  sentar, 
y  comamos.  Siéntate  tú  señor  Barrada 
aquí  cabe  mí,  y  Elicia  se  sentará  cabe  tí; 
y  esotros,  ellos  se  sabrán  asentar  si  qui¬ 
sieren. 

Graj.  Así  madre,  celos  hé  yo  de  eso; 
así  que  de  fuera  vendrá  quien  de  casa  nos 
eche:  hoy  venido,  crás  garrido. 

Cel.  Hago  bien;  sábete  que  lo  quiero 
más  que  á  tí ,  que  es  mi  hijo.  Y  tú,  Gra- 
jales  sirve  de  trinchante,  que  ya  sabes 
que  mi  oficio  es  servir  de  copa. 

Ar.  Hi,  hi,  hi. 

Cel.  ¿De  qué  te  ries  tú,  loca? 

Ar.  Par  Dios,  rióme  que  parescen  des¬ 
posados  de  aldea  el  señor  Barrada  y  mi 
prima,  según  están  mesurados. 

Cel.  Tal  sea  mi  vida  y  tal  sea  mi 
alma  y  tal  sea  mi  vejez  como  aquello 
me  parece;  cuanto  más  que  gato  maúlla  - 
dor  nunca  buen  murador;  que  yo  te  cer¬ 
tifico ,  que  aunque  Barrada  calla,  que 


SEGUNDA  CELESTINA. 


421 


piedras  apaña;  que  bien  sabéis,  fijos,  que 
hasta  que  hay  tinieblas  no  se  tañen  los 
mazuelos ;  cuanto  más  que  yo  le  miro 
con  ojos  ,  que  alzados  los  manteles  y  aca¬ 
bados  los  oficios  y  muertas  las  candelas, 
que  la  falta  de  la  desenvoltura  de  Elicia 
por  tan  nueva  en  el  oficio  ,  que  á  osadas 
para  mí  santiguada,  que  él  lo  supla.  Y 
reios  vosotros  cuanto  quisiéredes. 

Elic.  Ay  por  Dios  tia,  no  digas  tales 
deshonestidades.  Por  cierto,  ¿Y  áun  ese 
pensamiento  tengo  yo  agora?  Ay  prima, 
¿Para  qué  ries?  Come,  por  tu  vida,  y  dé¬ 
jate  desos  escarnios. 

Ar.  ¿Y  cómo,  prima,  no  quieres  que 
me  ria?  Par  Dios,  bueno  seria  si  me  hu¬ 
bieses  de  atapar  la  boca. 

Cel.  Hora,  pues,  porque  no  me  la 
atapeis  vosotras,  yo  echaré  el  bastón  con 
este  cangilón  y  haré  de  un  tiro  dos  cu¬ 
chilladas,  que  serán  atapar  la  boca,  pues 
tanto  daña  el  hablar,  y  daros  hé  ejemplo 
para  que  hagais  como  yo  hago. 

Bar.  Pues  madre,  ¿Por  qué  no  bebes 
con  la  copa? 

Cel.  Ay  putillo.  ¿Y  ya  vos  os  desenvol¬ 
véis?  Por  mi  vida,  que  pienso  que  presto 
tengamos  más  necesidad  de  ponerte  fre¬ 
no  que  espuelas;  mas  hijo,  pues  pregun¬ 
tas  ,  razón  es  de  responder :  bebo  por 


422 


SEGUNDA  CELESTINA 


aquí,  mi  amor,  porque  mudar,  hijo,  cos¬ 
tumbre,  es  á  par  de  muerte;  y  como  yo, 
mi  amor,  pocas  veces  tengo  copa  sino 
un  jarrillo  viejo  y  mal  empegado,  ya  con 
la  costumbre  no  me  hallo  á  beber  por 
otra  parte :  como  quieren  los  sabios  que 
la  costumbre  sea  otra  naturaleza,  y  por¬ 
que  á  la  verdad,  bébese  ménos  bebiendo 
por  jarro.  Pero  dejando  una  razón  por 
otra,  por  cierto  el  vino  es  singular,  y 
aunque  ha  dias  que  no  lo  bebí,  yo  jurare 
que  es  de  Monviedro. 

Graj.  ¿Qué  no  lo  sabias,  Madre? 

Cel.  Por  tu  vida,  hijo,  no;  sino  que  en 
bebiendo  cualquier  vino,  luego  dije  dón¬ 
de  es. 

Graj.  Para  podenca  de  muestra,  ma¬ 
dre,  fueras  buena  pues  también  rastras. 

Cel.  Hijo,  por  tu  vida,  que  no  dirás 
tú  peor  del  viento  que  yo ,  ni  cayeras  con 
la  perdiz  ménos  bien  en  la  herida. 

Graj.  ¿Mas,  por  mi  vida,  sabíaslo? 

Cel.  No,  por  tu  vida,  hijo,  antes  aquel 
tu  mozo,  Buzarco,  dijo  que  era  de  Luque, 
pero  á  mí  no  me  echará  nadie  dado  falso. 

Elic.  Por  cierto,  madre,  no  dijo  sino 
de  Monviedro. 

Cel.  Por  tu  vida,  hija,  tal  no  oí;  mas 
no  me  dejarás  tú  á  mí  mentir. 

Bar.  Señora,  di  á  la  señora  Elicia  que 


SEGUNDA  CELESTINA.  423 

coma,  que  me  parece  que  no  quiere  comer. 

Cel.  Para  eso,  hija,  tienes  tú  mucha 
vergüenza,  mas  no  para  sacar  la  mia  á 
plaza  desmintiéndome.  Pues  yo  te  pro¬ 
meto  que  estás  en  manos  de  quien  te  la 
hará  presto  dejar,  que  yo  miro  con  ojos 
al  señor  Barrada,  que  sabrá  bien  romper 
el  potro  y  hacerte  que  no  seas  espanta¬ 
diza. 

Graj.  Y  áun,  á  osadas,  que  no  digo  lo 
que  dice  el  proverbio. 

Cel.  ¿Qué  dice? 

Graj.  Que  el  potro ,  primero  de  otro. 

Cel.  No,  á  osadas,  hijo,  que  bien  se  le 
paresce  á  la  mochacha,  que  tan  bozal  está 
que  despantadiza  amuesga  las  orejas. 

Bar.  Dalle  de  las  espuelas  ,  madre ,  y 
hácelle  pasar  claro. 

Cel.  He,  he,  he;  ayputillo,  ¿Y  eso  me 
tenias  guardado?  ¿Tan  buen  gineteeres? 

Elic.  Habló  el  buey,  y  dijo  mú.  Qué 
graciecitas  para  mí. 

Cel.  Atiéntale  el  freno,  hijo,  pues  le 
hace  abrir  la  boca. 

Bar.  Más  quiero  tentalle  el  diente. 

Elic.  Sí,  que  no  soy  bestia,  que  me 
has  de  mirar  el  diente. 

Graj.  He,  he,  he;  bien  puedes  pensar 
que  no  ha  cerrado ,  pues  aún  no  está 
domada. 


424  SEGUNDA  CELESTINA. 

Cel.  Por  el  siglo  de  mi  madre ,  que  lo 
puedes  bien  decir;  que  tan  niña  la  conos- 
ció  su  esposo,  que  en  gloria  sea ;  y  como 
luego  murió ,  que  tan  por  domar  quedó 
como  ántes. 

Graj.  De  suerte  que  si  le  echan  la  ta¬ 
lega  de  la  arena,  ¿Qué,  dará  pernadas? 

Bar.  Aquí  está  quien  le  hará  perder 
esos  siniestros. 

Elic.  Ay  bendígamelo  Dios  el  gracioso, 
no  me  lo  aojen. 

Cel.  Hora  yo  quiero  ver,  hijos,  si  tira 
pernadas  este  cangilón  para  varealle  y 
hacer  que  pase  la  carrera  claro. 

Graj.  Hi  de  puta,  el  diablo,  qué  rostro, 
que  brazo  lleva  mi  madre  en  la  carrera, 
y  al  parar,  por  nuestra  dueña,  que  pone  el 
colodrillo  en  el  suelo. 

Bar.  Pues  no  tiene  á  mi  parescer  muy 
buen  freno. 

Cel.  ¿Y  vos  también  motejáis? 

Graj.  Madre,  no  lo  dice  sino  porque 
se  te  fué  el  caballo  un  poco  de  boca;  mas 
á  lo  ménos  no  dirá  que  se  torció ,  que  así 
goce  yo,  tan  claro  en  mi  vida  vi  á  nadie 
pasar  la  carrera. 

Cel.  ¿Y  vos  también  tomáis  ya  de  Bar¬ 
rada  á  decir  donaires?  Hora,  pues,  yo 
quiero  ver  cómo  corréis  vosotros. 

Graj.  Madre,  échame  aquí  en  este  es- 


SEGUNDA  CELESTINA.  425 

quilon ,  que  yo  oficio  de  campanero 
aprendí  más  que  de  ginete. 

Cel.  A  osadas,  hijo,  que  según  sabes 
bien  empinar,  que  se  te  parece  bien 
aprendiste  el  oficio,  que  tan  buen  maestro 
has  salido.  Hora,  tú,  hijo  Barrada,  ayú¬ 
dale  con  esotro  esquilón  á  doblar  por  el 
jarro. 

Graj.  Madre,  según  lo  dejaste  muerto 
bien  pueden  doblar  por  él. 

Cel.  Por  mi  vida,  hijo,  que  cuando  yo 
caí  con  él,  que  ya  venia  el  señor  Turco 
herido  de  más  de  dos  pares  de  lanzadas. 

Graj.  Bien  puede  ser,  mas  después  que 
entró  en  tus  manos  bien  podemos  decir: 
perdónele  Dios ,  pues  no  le  quedó  sangre 
en  el  cuerpo. 

Cel.  Por  mi  vida,  pues,  que  no  eres  tú 
tan  mal  zurujano,  que  na  llegaste  tú  por 
presto  que  yo  le  herí,  y  más  presto  á  to¬ 
mar  la  sangre. 

Ar.  Ay  Jesús,  ¿Todo  el  palacio  ha  de 
ser  de  vino? 

Graj.  Pues  como  la  señora,  mi  madre, 
viene  agora  del  otro  mundo,  es  más  de¬ 
vina  que  humana. 

Cel.  Por  mi  vida,  hijo,  que  lo  eres  tú, 
aunque  no  has  ido  allá  ni  has  visto  las 
revelaciones  de  sant  Pablo. 

Bar.  Hora  por  mi  vida,  que  hemos  de 


426  SEGUNDA  CELESTINA. 

ver  la  señora  Elida  cómo  pasa  la  carrera. 

Graj.  En  eso,  pues,  yo  te  prometo  que 
no  dé  corcobos,  porque  ya  tiene  usada  la 
carrera  y  no  se  espantará  en  ella. 

Elic.  Dejástela  tú  tan  llana  y  paseada, 
que  no  hay  para  qué  poder  espantarse 
nadie  en  ella;  y  por  no  te  hacer  ese  placer 
no  la  pasaré. 

Cel.  Hija,  nunca  por  quebrar  los  ojos 
á  otro,  te  lo  quiebres  á  tí;  bebe  y  no  cu¬ 
res  de  motes. 

Bar.  Par  Dios,  de  dalle  una  sofrenada 
en  los  dientes,  pues  no  quiere  entrar  en 
la  carrera. 

Elic.  Desvíate  allá,  ten  empacho. 

Ar.  Por  mi  vida,  que  te  besó  burla 
burlando,  prima. 

Elic.  Par  Dios,  no  besó  sino  en  el  car¬ 
rillo,  que  mal  año  para  él ,  que  no  le  diese 
lugar. 

Cel.  Y  te  prometo,  hijo,  que  con  tales 
sofrenadas  que  nunca  le  quiebres  los 
dientes. 

Graj.  Los  dientes  no,  más  vendrále  á 
sacar  las  muelas. 

Ar.  Ay,  desvíate  allá  desgraciado,  no 
digas  esas  desvergüenzas. 

Graj.  Ah,  pese  á  tal  señora,  ¿Y  quién 
te  amostró  ese  latin? 

Ar.  Háblaslo  tú  tan  claro,  que  no  hay 


SEGUNDA  CELESTINA.  427 

que  haberlo  aprendido,  para  entenderte. 

Cel.  Hora,  sus,  de  tornar  habré  á  echar 
el  bastón. 

Graj.  Madre,  cata;  que  el  vino  del  can¬ 
gilón  que  no  tiene  agua;  no  te  haga  mal. 

Cel.  Hijo  antes  dicen  los  médicos,  que 
es  dañoso  el  vino  muy  aguado. 

Graj.  Muy  aguado  sí,  madre,  más  no 
sin  agua  ninguna. 

Cel.  Ay  bobo,  bobo;  ¿Y  no  sabes  tú 
que  cada  cosa  llegada  á  su  principio  tiene 
mas  perficion?  Y  así  hijo,  el  vino  por  sí 
se  ha  de  beber,  y  el  agua  por  sí.  ¿Quiéres- 
lo  ver?  Pues  ves  aquí  Areusa  que  no  bebe 
vino,  pídote  por  merced  que  le  eches  en 
el  agua  algún  vino,  y  mira  como  lo  be¬ 
bería. 

Ar.  Ay,  guárdeme  Dios  de  tan  mala 
cosa. 

Cel.  Pues  pídote  por  merced,  hijo,  que 
me  digas  qué  ventaja  tiene  el  agua  al 
vino  para  gozar  del  previlegio  que  el  vino 
no  goza,  que  así  como  el  agua  no  con¬ 
siente  mezcla  de  poco  vino,  menos  con¬ 
siente  el  vino  mezcla  de  poca  agua,  que 
de  mucha  excusado  es.  Mi  fé,  hijo,  cada 
cosa  es  para  su  oficio:  el  agua  para  lavar, 
y  el  vino  para  beber;  y  cuanto  más  que 
yo  desde  que  nascí  lo  bebo  así,  por  cierta 
enfermedad  que  me  lo  mandaron  beber 


SEGUNDA  CELESTINA. 


428 

los  físicos.  Ya  sabes,  hijo,  que  como  dice  el 
proverbio:  que  mudar  costumbre,  es  á  par 
de  muerte.  Mezcla  por  tu  vida  una  poca 
de  hiel  con  mucha  miel,  y  verás  cual  se 
para;  porque  cada  cosa,  hijo,  quiere  guar¬ 
dar  el  privilegio  de  su  natural,  como  el 
fuego  no  se  sufre  con  el  agua,  y  así  de 
los  otros  elementos;  y  por  esta  razón,  no 
se  sufre  el  agua  con  el  vino,  pues  sabes 
que  el  vino  es  caliente  y  el  agua  fria: 
concértame  esas  medidas  por  me  hacer 
merced.  Tú,  hijo,  poco  sabes  de  filosofía 
natural;  cuanto  mas,  que  aunque  en  la 
teórica  no  lo  sabes,  en  la  práctica,  por  mi 
vida,  que  no  la  tienes  olvidada,  porque  así 
goce,  que  tan  poco  agua  como  yo  te  he 
visto  echar  en  el  vino. 

Graj.  Por  cierto,  madre,  grandes  auto¬ 
ridades  has  dicho  para  fundar  tu  inten¬ 
ción. 

Cel.  Por  tu  vida,  hijo,  que  es  tuya  tan 
bien  como  mia. 

Ar.  Hora,  déjese  ya,  por  Dios,  este  vino 
y  hablemos  en  otra  cosa,  pues  hemos  ya 
comido. 

Cel .  Pues  así  queréis,  hija  Elicia,  sube 
tú  mi  amor  allí  por  unas  pajas,  con  que 
se  limpien  los  dientes  el  señor  Grajales  y 
Barrada.  Y  tú  hijo  Barrada,  súbete  allá 
antes  que  abaje  Elicia,  y  á  buen  entende- 


SEGUNDA  CELESTINA.  429 

dor  pocas  palabras;  porque  si  lo  siente, 
no  habrá  diablo  que  allá  la  haga  tornar. 
Y  el  mozo  vergonzoso,  el  diablo  le  trajo  á 
palacio.  Ya  me  tienes  entendida. 

Bar.  Déjame  el  cargo,  madre,  que  yo 
voy. 

Cel.  Andad  acá  vosotros  hijos,  irnos 
hemos  á  reposar. 

Graj.  Mejor  me  ayude  Dios,  que  yo  no 
vaya  acechar  primero  á  mi  compañero 
para  ver  como  se  desenvuelve. 

Ar.  Pues  yo  no  quedaré  que  te  quiero 
tener  compañía. 

Cel.  Pues  mirad,  en  mal  hora,  que  no 
os  sientan,  que  yo  me  voy  á  reposar,  y 
vosotros  quedáis  á  Dios. 


\ 


SEGUNDA  CELESTINA. 


43° 


ARGUMENTO  DE  LA  TRIGESIMA  QUINTA  CENA 

En  que  Elida  y  Barrada  pasan  en  el  sobrado  muchas  ra¬ 
zones,  acechándolos  Grajales  y  Areusa;  y  al  ruido 
acude  Celestina,  y  estando  con  ellos  llegan  Centurio  y 
Albacin,  y  quieren  entrar  y  despídelos  Celestina  por 
buena  maña,  y  introdúcense. 


ELIGIA. — BARRADA. — AREUSA. —  GRA  JALES. — 
CELESTINA. —  CENTURIO. — ALBACIN. 

Elic.  Jesús,  señor,  ¿Para  qué  subías  acá? 
En  mi  vida  vi  hombre  tan  importuno; 
pensaba  yo  que  estaba  por  tí  el  capón. 

Bar.  Señora,  suplicóte  que  conozcas  la 
voluntad  que  te  tengo  y  el  deseo  de  ser¬ 
virte,  de  lo  cual  ya  tengo  dado  á  la  señora 
Celestina  la  señal. 

Elic.  ¿Qué  señal  y  que  nada?  ¿Qué  cui¬ 
dado  tengo  yo  deso?  Desvíate  allá,  que  no 
soy  de  las  que  piensas.  Buena  estaba  por 
Dios.  ¿Pensabas  ya  gentil  hombre  que  no 
había  más  que  llegar  y  pegar? 

Bar.  Por  nuestra  dueña,  que  no  sé  por 
qué  no  has  lástima  de  mí.  Que  por  vida 
tuya,  señora,  ques  la  cosa  que  más  quiero, 
que  te  amo  más  que  á  mis  entrañas. 

Elic.  Por  vida  tuya,  señor,  que  te  abajes 
y  déjame. 


SEGUNDA  CELESTINA.  43  I 

Bar.  ¿Por  qué,  señora,  eres  tan  desamo¬ 
rada? 

Elic.  Y  aún  par  Dios,  ¿Razón  harta  hay 
para  ser  amorosa  con  el  mucho  conosci- 
miento  y  los  muchos  servicios  que  me 
has  hecho?  Anda  bájate  allá,  señor,  y  des¬ 
víate  allá,  par  Dios. 

Bar.  Pues  bésame,  señora,  primero. 

Elic.  He,  he,  he;  ¿Bueno  seria  par 
Dios?  Dios,  que  eso  estaba  agora  yo  pen¬ 
sando. 

Ar.  Ay  Grajales,  ¿Para  qué  traias  acá 
este  asno?  En  mi  vida  vi  tan  donoso  hom¬ 
bre  como  éste.  Mejor  hicieras  en  echalle 
un  albarda  y  haceile  llevar  harina  al  mo¬ 
lino. 

Graj.  ¿Más  para  qué  es  hora,  Elicia  ha¬ 
cerse  tan  santa? 

Ar.  Mas  pensé  hora  en  buena  fé,  que  le 
había  ella  de  rogar.  Está  tú  quedo  tam¬ 
bién;  ¿Quieres  ahora  suplir  las  faltas  de 
tu  compañero?  Harás  mejor  en  llevalle  de 
aquí;  que  en  mi  ánima  no  puedo  sufrir 
hombre  tan  gran  bestia.  Hora  está  quedo 
ya,  y  escucha. 

Bar.  Señora,  si  pensára  que  tan  mal  me 
habías  de  querer,  por  nuestra  dueña,  acá 
no  subiera. 

Elic.  Poco  es  el  trabajo,  gentil  hombre 
de  tornar  á  bajar. 


I 


432  SEGUNDA  CELESTINA. 

Bar .  Pues  señora,  ¿Cuándo  me  harás 
mercedes  de  quererme  remediar? 

Elic.  ¿Qué  llamas  remedio? 

Bar.  Quitarme  de  tanta  pasión  como 
por  tí  contino  paso. 

Elic.  ¿Y  con  qué  te  la  tengo  de  quitar? 

Bar.  Señora,  con  remediarme.  jOh,  se¬ 
ñora,  no  te  vayas,  sino,  por  mi  vida,  de 
te  tener! 

Elic.  Déjame,  señor,  no  seas  mal  cria¬ 
do.  ¿Para  qué  quieres  de  nadie  cosa  contra 
su  voluntad? 

Bar.  Señora,  ¿Para  qué  me  hacíades 
venir  acá? 

Elic.  ¿Y  quién  te  hizo  venir?  Por  cierto 
bueno,  pues,  es  eso. 

Bar.  Por  nuestro  señor,  de  me  ir  á  que¬ 
jar  á  la  señora  Celestina. 

Elic.  Ya  fueses  ido. 

Bar.  ¿Qué  dices,  señora,  entre  dientes? 

Elic.  Digo,  señor,  que  par  Dios,  que  te 
abajes  allá  y  que  me  dejes. 

Bar .  Hora  yo  me  quiero  abajar,  pues 
tan  mal  conmigo  lo  haces. 

Graj.  ¡Oh,  maldito  sea  el  hombre  tan 
asno!  Por  nuestra  dueña  que  no  estoy 
sino  por  ir  y  mostralle  como  se  ha  de 
desenvolver. 

Ar.  Ay  deslavado.  ¿Una  querias  tener 
en  papo  y  otra  en  saco?  Por  mi  vida  que 


0 


SEGUNDA  CELESTINA.  433 

no  mirases  tu  mucho  al  deudo  que  yo 
y  Elicia  nos  tenemos. 

Graj.  Señora,  sino  fuese  por  enojarte, 
para  todos  esos  casos  tengo  yo  dispen¬ 
sación. 

Ar.  ¿Y  qué  dispensación  tienes  ? 

Graj.  ¿Qué  dispensación?  Mejor  des¬ 
envoltura  que  mi  compañero,  que  por 
tu  vida,  que  si  tal  pensara,  acá  no  lo  tra¬ 
jera  que  me  corro  de  venir  con  hombre 
tan  bestial. 

Ar.  Par  Dios ,  tal  me  paresce  él.  Mas 
escucha,  escucha  por  mi  vida,  que  mi 
prima  le  quiere  desenvolver. 

Elic.  Ven  acá,  señor.  Antes  que  te  ba¬ 
jes  di,  por  tu  vida.  ¿Quién  te  dijo  á  tí  que 
te  había  yo  mandado  venir  acá? 

Bar.  ¡  Oh  bendito  sea  Dios,  señora,  que 
me  dijiste  que  no  me  abajase  ! 

Elic.  Bueno  es  eso;  no  lo  digo  sino 
para  saber  quién  pudo  levantarme  tal  tes¬ 
timonio  ;  que  en  mi  ánima,  que  juraré 
que  nunca  te  vi  si  hoy  no. 

Bar.  Pues  por  cierto,  la  señora  Areusa 
me  hizo  venir  acá,  diciendo  que  tú  querías 
tener  mi  amistad  y  que  me  querías  mucho. 

Elic.  ¿Hay  tal  donaire  en  el  mundo? 
Por  cierto  nunca  yo  tal  le  dije  quererte 
bien ;  si  quiero,  por  cierto,  más  de  buena 
parte  como  á  señor  y  hermano. 

28 


434  SEGUNDA  CELESTINA. 

Bar.  Pues,  señora,  yo  como  á  enamo¬ 
rado  quiero  que  me  quieras. 

Elic.  Oh  señor,  que  con  el  tiempo  y 
los  servicios  que  hicieres  podrá  ser  que 
se  haga  lo  que  agora  estorba  el  poco  co- 
noscimiento. 

Bar .  Por  mi  vida,  señora,  que  te  ten¬ 
go  de  besar. 

Elic.  ¡Ay  Jesús,  y  qué  hombre  tan  atre¬ 
vido!  ¿Paréscete  bien?  Por  mi  vida,  si  esto 
supiera,  que  no  te  dijera  que  me  dijeras 
lo  que  te  pregunté.  Por  cierto,  buen 
atrevimiento  ha  sido  ese.  Hora,  sus,  aca¬ 
ba  ya  y  vete,  y  bástete,  que  en  mi  áni¬ 
ma,  no  pensé  en  mi  vida  hacer  otro  tanto 
por  tí.  Quítate  allá. 

Bar.  ¿Empújasme  señora?  No  sé  por 
qué  me  tratas  tan  mal  y  das  esas  voces. 

Cel.  Elicia,  ¿Qué  voces  son  esas?  Par 
Dios,  hija,  que  seria  hora  bien  que  jun¬ 
tases  aquí  toda  la  vecindad.  Por  Dios  que 
me  das  la  vida. 

Elic.  Mas  par  Dios,  bueno  será,  madre, 
que  callase.  Díle  que  se  abaje  de  aquí, 
sino  en  mi  ánima,  de  juntar  toda  la  ve¬ 
cindad.  Piensa  que  no  hay  más  sino  entrar 
en  lo  vedado. 

Cel.  Ce,  llégate  acá,  señor  Barrada. 

Bar.  ¿Qué  me  quieres,  madre? 

Cel.  No  te  maravilles,  hijo,  que  como 


SEGUNDA  CELESTINA. 


435 


es  mochacha  y  nunca  se  vió  en  otra  tal, 
está  zahareña  y  arisca;  mas  ella  se  aman¬ 
sará,  que  en  un  día  no  se  ganó  Troya. 
Elicia,  por  mi  amor,  que  no  me  tornes 
á  despertar  y  que  te  estés  con  ese  señor, 
y  déjate  hora,  hija,  de  voces. 

Elic.  Pues  esté  él  quedo  y  hable  de 
apartado  y  callaré  yo. 

Bar.  Mejor  será,  señora,  que  me  vaya 
que  yo  veo  que  es  excusado. 

Ar.  ¿Para  qué  son,  prima,  esos  miste¬ 
rios?  Bien  puedes,  si  quieres,  no  hacer 
por  él  sin  dar  voces  como  si  nunca  hobie- 
ses  visto  hombre,  que  así  te  espantas. 

Elic.  Por  tu  vida,  prima,  que  te  vayas 
á  dormir  la  siesta  y  no  des  consejo  á  quien 
no  te  lo  pide. 

Ar.  Por  mi  vida,  pues,  que  no  te  haria 
á  tí  mal,  prima,  tomallo  para  no  hacer 
esas  algaradas. 

Cel.  Calla  enhoranegra,  que  es  niña 
y  nunca  se  ha  visto  en  otra  tal;  y  tú,  se¬ 
ñor,  súfrete,  súfrete,  que  más  dias  hay 
que  longanizas;  que  otro  dia  amanecerá 
y  hará  buen  tiempo,  que  yo  salgo  por 
fiadora  que  antes  de  ocho  dias  ella  te 
ruegue  que  no  te  vayas. 

Elic.  Con  esa  esperanza  se  puede  bien 
echar  á  dormir,  y  soñará  que  le  espulga 
el  gato. 


436  SEGUNDA  CELESTINA. 

Cel.  Hora,  hora,  yo  fiadora  que  tú  te 
amanses,  aunque  estás  muy  zahareña,  y 
vengas  á  comer  en  la  mano;  mas  mira 
que  á  la  puerta  llaman ;  sabe  quién  es; 
más  yo  voy  y  calla  tú.  ¿Quién  está  ahí? 

Cen.  Señora,  el  señor  Albacin  y  yo 
estamos  aquí,  que  te  queremos  decir  dos 
palabras. 

Ar.  j Ay  desventurada  de  mí!  Plega  á 
Dios  que  no  acontesca  alguna  cosa  ,  que 
aquel  rufianazo  con  algún  fiero  debe  él 
devenir,  porque  ayer  le  envié  á  despedir; 
y  pues  él  trae  consigo  al  otro,  debe  de 
haber  sabido  como  estáis  acá  vosotros. 

Graj.  Si  él  viniere  con  esa  demanda 
no  le  faltará  la  respuesta;  y  calla,  veamos 
lo  que  quiere. 

Cel.  Hijo,  mi  amor,  ¿Qué  es  lo  que 
mandas?  Dílo  desde  ahí,  que  estoy  acá 
embarazada  en  cierta  hacienda,  que  en 
mi  ánima,  no  puedo  abajar  y  Elicia  no 
está  en  casa  para  que  abra,  que  mal  pe¬ 
cado,  si  viene  á  mano,  debe  destar  con 
su  prima  Areusa,  y  yo  estoyla  esperando 
para  comer. 

Cen.  Señora,  ¿Solíasme  tú  abrir?  No  sé 
por  qué  agora  no  quieres.  Bien  parece  que 
el  lobo  y  vulpeya  ambos  son  de  una  con¬ 
seja.  Pues  voto  á  la  reverborada,  que  no 
me  mamo  los  dedos. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


437 


Cel.  Hijo,  ¿Qué  quieres  decir  por  eso? 
Que  por  el  siglo  de  mi  padre,  que  no  te 
entiendo. 

Cen.  Pues  yo  si  á  tí.  Y  pues  tienes  allá 
á  las  señoras  y  los  galanes,  no  te  hagas 
ahora  de  nuevas  y  ábrenos,  sino  quieres 
que  seamos  mal  criados. 

Graj  Déjame,  señora,  salir  allá  á  cas¬ 
tigar  aquel  fanfarrón. 

Ar.  Bueno  seria  eso,  par  Dios ;  por  mi 
vida,  de  aquí  no  saldrás. 

Bar.  Déjanos,  señora,  que  no  son  co¬ 
sas  para  sufrir. 

Ar.  Prima,  ten  á  Barrada  ahí  por  amor 
de  Dios,  no  se  haga  tal  cosa  que  es  des¬ 
truirnos  á  nosotras ,  que  mi  madre  lo  re¬ 
mediará  todo. 

Cel.  Hijo  Centurio,  algunos  celos  debes 
tú  de  tener  pues  que  eso  dices,  y  en  mi 
ánima,  que  me  parece  como  de  perlas, 
que  nunca  hay  celos  sino  donde  hay 
amor.  No  tengas,  no  tengas  esas  sospe¬ 
chas,  mi  amor,  que  á  osadas,  así  nos 
quisiese  Dios  como  Areusa  te  quiere 
a  ti. 

Cen.  Si  eso  fuera  no  me  enviára  á  decir 
que  no  entrase  más  en  su  casa.  Pues  voto 
al  martilojo  de  pe  á  pa,  que  el  que  en¬ 
trare  en  ella  sino  fuere  yo,  que  ha  de 
salir  por  las  ventanas. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


438 

Graj.  Déjame,  señora,  salir,  que  no 
son  cosas  para  sufrir  estas. 

Ar.  Por  mi  vida,  no  saldrás.  Buena 
cosa,  par  Dios,  para  destruirnos  á  nos¬ 
otras.  Sabe,  noranegra  desimular,  que 
por  más  está  la  prenda. 

Cel.  Bien  digo  yo,  hijo  Centurio,  que 
algo  es  ello,  que  el  lobo  hace  entre  se¬ 
mana  por  donde  no  va  el  domingo  á  misa. 
Tú  irías  algún  cabo  por  donde  Areusa 
te  enviaría  á  decir  eso ;  más  á  buen  enten¬ 
dedor  pocas  palabras,  pues  sabes,  hijo, 
que  la  ira  de  los  amadores  es  para  más 
confirmación  de  amor.  Tú  puedes,  mi 
amor,  dormir  á  sueño  suelto,  que  yo  te 
quitaré  desa  congoja,  que  á  la  tarde  yo 
iré  á  su  casa  y  le  reñiré  esos  celitos  y  esas 
naditas.  Y  también,  noranegra,  cuando 
entrares  en  alguna  casa,  mira  cómo  en¬ 
tras  y  no  digan  por  tí  el  refrán  que  dice: 
que  el  hombre  ande  con  tiento  y  que  la 
mujer  no  la  toque  el  viento.  No  pidas, 
hijo,  lo  que  negaste  ni  niegues  lo  que 
pediste,  como  dice  Séneca.  Y  ios  con 
Dios',  que  quisiera  yo  estar  en  despo- 
sicion  de  poderos  abrir,  mas  la  casa 
está  tan  revuelta,  que  por  el  siglo  de 
mi  padre,  yo  hé  empacho  de  tales  per¬ 
sonas. 

Cen.  Señora,  á  quien  cuece  y  amasa 


SEGUNDA  CELESTINA.  439 

nunca  le  hurtan  hogaza,  que  nosotros  ve¬ 
nimos  desembarazar  la  casa. 

Cel.  ¿ Y  qué  embarazo,  hijo,  podéis  vos¬ 
otros  desembarazar?  Mal  pecado,  pienso 
hijos,  que  nunca  barristes  ni  fregastes, 
para  quitarme  esos  embarazos. 

Cen.  Alo  ménos,  madre,  yo  te  prome¬ 
to  que  el  cangilón  que  trujo  Buzarco,  que 
creo  yo  que  no  aguardastes  los  que  allá  es- 
tais  á  que  lo  desembarazásemos  nosotros. 

Cel.  He,  he,  he;  ándate  ahí,  hijo,  á  de¬ 
cir  donaires.  ¿Y  qué  cangilón  y  qué  Bu- 
zarco  ó  Buzarca,  hijo,  tú  viste  entrar  en 
esta  casa?  Mas  mala  landre  me  deje,  que 
no  me  acordaba  que  esta  mañana  vino 
aquí  sobarcado  con  dos  ó  tres  piezas  de 
lienzo  á  saber  si  le  querria  Elicia  hacer 
ciertas  camisas,  y  debriades  vosotros,  en 
mal  punto,  de  comedir  alguna  malicia. 
No  hijo,  no,  no;  no  se  acostumbran  en 
mi  casa  cosas  .de  que  se  pueda  tomar  sos¬ 
pecha:  limpiamente  vivimos ,  no  se  tra¬ 
tan  aquí,  hijo,  esas  tramas. 

Cen.  Señora,  mundanos  abrir;  que  lo 
que  con  los  ojos  veo,  con  el  dedo  lo  ade¬ 
vino. 

Cel.  Pues  por  mi  vida,  que  por  dejar¬ 
te  con  esa  ansia  que  no  entres  tú  acá 
agora;  y  andad  con  Dios,  hijos,  que  quie¬ 
ro  reposar. 


440 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Alb.  Por  vida  del  infante,  que  de  aquí 
no  hemos  de  ir  sin  entrar  allá. 

Cel.  Hijo,  por  vida  del  rey  que  es  más 
que  el  infante  que  acá  no  entréis  ¿Y  por 
cuál  carga  de  agua,  mi  amor,  queréis  vos 
tener  esa  jurisdicion  en  mi  casa?  ¿Por  los 
tributos  que  nos  habéis  dado? 

Alb.  Yo  soy  persona,  que  por  mi  perso¬ 
na  me  han  de  honrar  á  do  quiera  que 
fuere  y  tener  en  lo  que  soy. 

Cel.  Déjate  desos  donaires,  hijo,  que 
aquí  no  te  conoscemos,  ni  sabemos  quién 
eres  mas  de  para  honrarte  por  paje  del  se¬ 
ñor  infante;  y  por  esta  causa  por  cierto  te 
digo,  si  mi  casa  estuviera  buena  para  ello, 
yo  holgára  de  rescebirte  en  ella  como  á 
mis  entrañas;  mas  yo  me  quiero,  hijos,  de¬ 
clarar  con  vosotros,  que  por  vuestra  vida, 
que  estoy  aguardando  á  mi  primo  Bar- 
banteso,  que  ha  de  venir  agora  á  hablar 
aquí  conmigo,  sobre  cierto  casamiento  de 
Elicia.  A  la  noche,  hijos,  os  podéis  venir, 
así  ambos  como  estáis  solitos,  y  yo  os  ha¬ 
blaré  cuanto  mandáredes;  y  por  mi  amor 
que  os  vais  de  ahí,  no  venga  Barbanteso  y 
os  halle,  que  es  el  mas  malicioso  del  mun¬ 
do  y  no  sospeche  alguna  malicia.  Y  per¬ 
donar,  hijos,  que  no  puedo  más  estar  aquí. 

Cen.  ¿Qué  haremos,  Albacin? 

Alb.  Que  derroquemos  las  puertas. 


SEGUNDA  CELESTINA.  44 1 

Cen.  No  me  parece  buen  consejo,  por 
que  ellos  están  dos  dentro  y  con  poca 
afrenta  suya,  la  podríamos  recebir;  más 
vámonos  al  burdel  á  buscar  á  Traso  el  cojo 
y  Tripaenbrazo  y  Montondoro,  y  dare¬ 
mos  aquí  á  la  noche  un  rebate  con  que 
espantemos  los  garzones  y  los  oxemos  de 
suerte  que  nos  dejen  la  posada;  que  mas 
vale,  voto  á  martilojo,  hacer  éstas  cosas 
con  seso  que  no  ponellas  á  riesgo. 

Alb.  Bien  me  parece.  Vamos  que  estos 
no  saldrán  de  aquí  hasta  la  noche. 

Cel.  Allá  iréis  rufianazos,  ¿No  veis  con 
qué  se  venían  ahora,  guayas  de  mi  vejez? 
¿Si  me  habian  ellos  á  mi  de  echar  el  dado 
falso?  Y  ándate  tú  ahí,  Grajales,  haciendo 
del  esforzado  que  querías  mucho  salir. 
¡Ay  bobo,  bobo!  ¿No  sabes  que  á  palabras, 
palabra?  Hora  sus,  hijos,  esto  está  muy  bien 
hecho;  ios  no  se  le  antoje  aquel  rufiana- 
zo  de  tornar  y  no  se  borre  todo.  Y  tú 
Barrada,  huelga  y  descansa ,  que  yo  salgo 
por  fiadora  que  cuando  tornes,  que  Elida 
no  esté  tan  brava. 

Bar.  Así  te  lo  suplico  yo,  señora. 

Cel.  Tú  puedes,  hijo,  dormir  á  sueño 
suelto. 

Elic.  Con  ese  cuidado  te  puedes  bien 
descuidar. 

Ar.  Hora  ya  pues,  tú  prima,  no  seas  ya 


442  SEGUNDA  CELESTINA. 

tú  tampoco  tan  desabrida.  Y  abrázale  ahí 
y  váyase  con  Dios  y  hayamos  la  fiesta  en 
paz. 

Graj.  Por  nuestra  dueña,  que  sino  fue¬ 
ra  por  haceros  placer  de  aquí  no  saliera. 

Cel.  Hora,  hijo,  que  conoscido  está  tu 
esfuerzo  y  nunca  te  pongas  con  los  tales 
á  aventurar  la  honra.  Y  andad  con  Dios 
hasta  otro  dia. 

Graj.  Y  con  Dios  quedés,  señora  y  se¬ 
ñoras. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


443 


ARGUMENTO  DE  LA  TRIGESIMA  SEXTA  CENA. 

En  que  Centurio  y  Albacin  van  hablando  y  topan  áTra- 
so  el  cojo  y  á  Tripaenbrazo,  y  acuerdan  de  dar  un 
repiquete  de  broquel  en  casa  de  Celestina,  para  se 
quejar,  y  ellos  se  van.  Y  queda  ella  y  Elicia  hablando; 
y  vienen  Barrada  y  Grajales,  y  introdúcense. 

CENTURIO.  —  GRAJALES.  —  BARRADA.  — ALBA- 
CIN.  —  TRASO  EL  COJO.  —  TRIPAENBRAZO. — 
CELESTINA. — ELICIA. 

Cen.  Por  la  santa  letanía,  que  estoy 
para  renegar  la  leche  que  mamé,  de  ver 
que  me  tenga  en  tan  poco  Grajales  que 
me  tome  esta  mujer  y  que  ella  me  ose 
enviar  á  decir  que  no  entre  en  su  casa.  Yo 
renegaré  destas ,  sino  hago  un  hecho  que 
sea  sonado  y  castigo  para  ellos. 

Alb.  ¿Y  yo  no  tengo  razón,  que  me 
deje  á  mí  Elicia,  siendo  quien  soy,  por 
Barrada,  despensero  del  Maestrescuela? 
¡Pues  voto  á  tal,  que  no  se  me  vaya  ala¬ 
bando,  que  no  me  ha  de  quedar  por  corta 
ni  por  mal  echada  la  satisfacion ! 

Cen.  Tú,  señor  Albacin,  no  tienes  tanta 
razón. 

Alb.  Oh,  pese  á  la  vida  que  vivo,  ¿Y  eso 
has  de  decir?  ¿Y  por  qué  no  tengo  tanta 


444 


SEGUNDA  CELESTINA. 


razón  ,  dejándome  por  un  majadero, 
una  mujer  que  la  adoro  y  me  deja  de 
querer? 

Cen.  Yo  te  lo  diré:  y  [la  razón  es,  por¬ 
que  tú  á  Elida  no  le  das  nada  y  no  es  ca¬ 
maleón,  que  se  ha  de  mantener  del  aire. 
Y  basta,  que  no  te  ha  enviado  á  despedir 
como  á  mí  la  otra  puerca  de  su  prima; 
que  voto  al  santo  sepulcro  de  sant  Vicen¬ 
te  de  Avila,  que  estoy  para  tomar  el  cielo 
con  las  manos. 

Alb.  ¡Oh,  pese  hora  á  tal  con  hombre 
que  tal  dice!  ¿Y  tú  qué  das  á  Areusa  más 
que  yo  á  Elicia? 

Cen.  ¿Qué?  Qué  voto  á  tal,  no  me  pague 
el  peligro  que  por  ella  me  puse,  con  todo 
cuanto  tiene  Grajales  ni  la  puta  vieja  de 
su  tia  Celestina. 

Alb.  ¿Dices  por  lo  que  hiciste  cuando 
mataste  á  Calixto? 

Cen.  ¿Pues  parécete  que  fué  caso  ese, 
para  olvidar  adonde  entonces  aventuré  la 
vida  y  cada  dia  la  traigo  en  aventura?  Que 
para  la  santa  letanía,  cada  mañana  cuando 
despierto,  me  atiento  los  gargueros  pen¬ 
sando  que  estoy  en  la  horca,  ó  que  tengo 
la  soga  ya  echada  para  ahorcarme. 

Alb.  Pues  veamos,  ¿Porque  tú  pusiste 
la  vida  por  ella,  es  ella  obligada  á  poner 
la  suya,  dejándose  morir  por  tí  de  ham- 


SEGUNDA  CELESTINA.  445 

bre?  Si  tú  no  se  lo  das  tampoco  ¿Cómo  yo 
dices  que  no  lo  doy  á  Elicia? 

Cen.  ¡Oh  pese  al  diablo  con  tal  dicha! 
Eso  es,  si  le  quitase  yo,  que  no  hiciese 
lo  que  quisiese.  Si,  que  bien  sé  que  no  soy 
salido  cuando  es  entrado  Grajales  y  Vi¬ 
cente  y  otros  veinte ,  que  no  sé  tampoco 
del  mundo  ni  he  aprendido  tan  poco  en 
veinticinco  años  que  sé  que  es  tener  mu¬ 
jeres  á  ganar  la  vida,  que  no  sepa  que 
una  mujer  que  ha  de  tener  un  hombre 
por  valiente  hombre  y  por  amor ,  y  pelar 
de  otros  bozales  para  sostenerse  á  sí  y  á 
él.  Desto  no  me  quejo,  que  no  sé  tan 
poco  de  las  tramas  destas  tales,  que  no 
sepa  ya  enchilar  las  canillas  y  aun  tra¬ 
mar  los  liñuelos  sin  quebrar  los  hilos  y 
hacerme  bobo,  y  pasar  en  el  alarde  el 
gayón  por  primo,  y  haciendo  que  creo 
del  cielo  cebolla  y  que  no  hay  otro  sino 
yo.  Que  viejas  son  para  mí  todas  roncerías, 
que  bien  sé  aguardar  los  tiempos  de  la 
iza  y  cuáles  son,  como  sé  los  de  la  gua- 
dra  y  del  rodancho.  Que  no  me  acodicio 
tanto  á  tirar  el  tajo  mortal  para  que  la 
puta  me  adore,  que  no  me  sepa  reparar 
del  revés  peligroso  que  me  puede  matar 
de  hambre,  porque  tanto  la  quiero  por  la 
mesa  como  para  la  cama ;  que  bien  se  me 
entiende,  que  la  bondad  que  no  guarda 


446  SEGUNDA  CELESTINA. 

ni  ha  de  guardar  por  su  honra ,  que  no 
la  defenderá  por  mi  placer,  cuanto  más 
que  no  es  otro  el  mió  sino  que  gane  de 
otros  para  honrarme  á  mí,  conforme  á 
las  leyes  de  la  santa  gualteria,  las  cua¬ 
les  se  guardan  en  las  disfrazadas  rameras 
como  estas,  como  en  las  públicas  y  lumi¬ 
narias  de  las  boticas  del  burdel.  Así  que, 
hermano  Albacin,  áun  agora  bisoño  y 
bozal  eres  en  este  colegio,  y  poco  expe¬ 
rimentado  en  esta  guerra;  y  pues  no  la 
sabes,  aprende  de  tal  doctor  como  yo  los 
misterios  de  la  santa  germanía ,  y  de  tal 
capitán  general,  cómo  se  han  de  hacer  los 
ardides  de  la  guerra  tirando  tiros  morta¬ 
les  sin  sacar  sangre  ni  vertella,  blaso¬ 
nando,  bien  digo,  del  arnés;  ya  me  tienes 
entendido.  Porque,  voto  á  la  santa  leta¬ 
nía  ,  que  por  el  camino  que  llevas  una 
espada  más  larga  has  menester  que  de 
aquí  á  Roma ,  y  una  vida  más  luenga  que 
Matusalén  con  un  seguro  firmado  de 
Dios,  por  vida  de  Mahoma,  si  has  de  de¬ 
fender  la  posesión  de  la  señora  Elicia 
en  cuanto  ella  tuviere  derecho  á  la  pro¬ 
piedad  que  tiene  y  nunca  perderá,  si 
con  la  vida  no  la  pierde:  porque  se  pier¬ 
den  los  dientes  y  no  las  mientes.  Apren¬ 
de,  aprende  hermano,  si  quieres  salir 
buen  hijo  en  este  oficio  y  si  quieres  leal- 


SEGUNDA  CELESTINA. 


447 


tad,  vacía  la  bolsa  y  quedarás  pelado  del 
dinero  y  vestido  de  cuernos  disfrazados. 
Que  por  vida  tuya  y  mia,  que  porque 
mantengas  la  dama,  que  no  ahorres  los 
cuernos; y  pues  han  de  ser  forzados,  más 
vale  disimulallos  tú  á  costa  suya  que  no 
que  á  la  tuya  los  disimule  ella,  y  los  encu¬ 
bra  de  tí ;  que  por  las  reliquias  de  Maho- 
ma,  que  delante  los  ojos  te  hagan  mil 
trampantojos  metiendo  y  sacando  dado: 
metiendo,  digo,  como  prima  el  primo  y 
el  pariente,  y  saliendo  por  gayón  ó  ma¬ 
rido,  sin  desaminar  contigo  la  dispen¬ 
sación  si  es  buena  ó  mala. 

Alb.  Voto  á  tal,  que  no  pensé  que  tanto 
sabias;  mas  vés  aquí  á  Traso  el  cojo  y  á 
Tripaenbrazo,  que  no  los  tengo  yo  por 
necios  en  este  oficio. 

Cen.  Nunca  Dios  me  depare  peores  do- 
tores  ni  compañeros  para  un  repiquete 
de  broquel  y  beber  el  alboroque  después, 
sabiéndolo  hacer  á  salvo,  como  al  que 
repica  se  pone  del  ruido,  que  esto  es  lo 
principal  que  el  buen  maestro  de  nues¬ 
tro  oficio  ha  de  tener:  que  sea  el  ruido 
más  que  las  nueces,  buena  parola  y  mal 
fato,  quiero  decir,  y  la  espada  no  sacalla; 
porque  con  salir  de  la  vaina  no  añuble  y 
llueva  sobre  su  dueño,  como  pudiera  ser 
si  quebráremos  las  puertas  de  Celestina, 


44S  SEGUNDA  CELESTINA. 

como  tú  querías.  Porque  mejor  es  oxea- 
llos  á  costa  de  su  miedo ,  que  á  la  nuestra 
con  peligro  de  las  vidas ,  y  ponernos  en 
hazañas  donde  se  gana  poco  provecho  y 
ménos  honra,  aventurando  la  vida  por 
putas:  porque  si  la  vida  se  debe  á  la  hon¬ 
ra  ,  no  es  razón  de  pagar  con  ella  en  cosa 
que  ménos  sea ,  como  seria  perdella  por 
las  tales;  y  pues  se  toman  para  placer  no 
se  han  de  sostener  para  enojo,  álo  menos 
que  llegue  á  sangre  ,  sino  por  camino  de 
Santiago,  donde  anda  tanto  Traso  el 
cojo  como  el  sano. 

Traso.  ¿Qué  dices  de  Traso? 

Cen.  Digo  yo,  hermano,  que  camino  de 
Santiago,  que  tanto  andas  tú  como  hace 
el  señor  Tripaenbrazo. 

T raso.  Con  la  parola ,  excusado  el  fato, 
quieres  decir. 

Cen.  Eso  digo  yo,  porque  el  señor  Al- 
bacin  y  yo  queríamos  bien  oxear  un  par 
de  garzones  de  casa  de  Celestina,  para 
que  no  me  coman  la  fruta  tan  descubier¬ 
to  que  no  tengan  en  nada  á  los  hor¬ 
telanos. 

Traso.  Al  cabo  esto;  pues,  sus,  vamos 
en  anocheciendo  y  anden  los  pomos  de 
las  espadas  en  las  copas  de  los  rodanchos 
como  quien  repica  á  fuego,  para  no  se 
quemar  en  él  adefuera,  digo,  porque  no 


SEGUNDA  CELESTINA.  449  # 

caya  algún  madero  que  nos  descalabre. 

Cen.  Pues  no;  que  dice  el  señor  Alba- 
cin,  que  mejor  es  derrocar  la  puerta  y 
entrar  á  matar  el  fuego  en  casa  de  Ce¬ 
lestina. 

Traso.  No  es  este  fuego  de  alquitrán 
que  se  ha  de  matar  con  vinagre  y  tan 
acedo,  sino  fuego  de  amores  que  se  ha 
de  matar  con  vino,  adefuera  y  bebiendo  el 
alboroque. 

Cen.  En  mi  corazón  estás:  en  un  libro 
habernos  leido. 

Trip.  ¿Pues  qué  diferencia  hay  en  eso; 
Está  esa  lición  tan  sabida  de  coro ,  que 
no  se  lee  otra  cosa  en  el  arte  del  burdel. 

Cen.  Que  no :  que  mejor  es  entrar  por 
lana  y  venir  tresquilados. 

Trip.  Voto  á  la  reborborada,  que  cuan¬ 
do  yo  era  bozal,  que  aquello  era  con  la 
mocedad  como  el  señor  Albacin  lo  que 
me  parescia,  hasta  que  la  experiencia  de 
bien  acuchillado  me  hizo  cirujano,  para 
saber  curar  las  llagas  ántes  que  se  hagan. 

Traso.  Con  un  tajo  que  me  dieron  en 
esta  pierna  me  atajaron  esos  pasos  y  me 
los  acortaron,  viendo  las  veneras  que  se 
suelen  traer  de  tales  romerías;  porque 
éste  es  un  potaje  que  se  ha  de  traer  á  una 
mano,  y  adefuera  del  fuego,  porque  no  se 
corte  como  manjar  blanco. 


29 


450  SEGUNDA  CELESTINA. 

Trip.  Tal  blanco  es,  voto  á  tal,  quien 
lo  quiere  guisar  de  otra  manera. 

Traso.  Hora  que  aquí  no  hay  que  es¬ 
tudiar  sino  que  ya  me  parece  que  es  hora, 
que  noche  es  ya.  Y  en  llegando  desen¬ 
vainar,  y  vosotros  haced  que  queréis  que¬ 
brar  las  puertas  para  oxear  los  garzones, 
y  Tripaenbrazo  y  yo  que  lo  queremos 
estorbar,  y  buen  ojo  y  buen  broquel  y 
adefuera  y  cantos:  no  tiren  de  la  ventana 
alguna  lágrima  de  Moysen ;  y  si  salieren 
los  garzones  á  nosotros,  decir  que  no  pen¬ 
sábamos  que  eran  ellos  sino  otros. 

Alb.  Pues  eso  parescería  cobardía,  si 
saliendo  no  hiciésemos  lo  que  somos  obli¬ 
gados. 

Trip.  ¿Ante  qué  escribano  está  esa  obli¬ 
gación?  Por  Dios  buena  paga  seria  esa,  á 
lo  ménos,  no  sin  costas.  Muy  mozo  eres, 
hermano:  no  debes  aún  de  saber  á  qué 
sabe  la  trementina.  Nunca  busques  cinco 
pies  al  carnero,  pues  está  averiguado  que 
no  tiene  más  de  cuatro,  y  sino  te  quieres 
cortar,  dejallo  desollar  á  quien  sabes  que 
te  sacará  sano  el  pellejo;  que  en  manos 
está  el  pandero  de  quien  lo  sabrá  tañer; 
y  en  cuanto  pudieres  sacar  las  castañas 
del  fuego  con  la  mano  del  gato,  no  las 
saques  con  la  tuya  sino  te  quieres  quemar: 
déjate  de  voces,  y  engáñate  por  nosotros 


SEGUNDA  CELESTINA.  45  I 

que  sabemos  ya  dónde  roe  ó  puede  roer 
el  zapato,  y  nunca  las  cosas  de  burlas  las 
hagas  veras  pudiéndolas  excusar.  Y  sus, 
vamos  y  dejémonos  de  voces,  que  esto  está 
mejor  pensado  que  merecemos  á  Dios; 
que  la  celada  va  tan  bien  encubierta  con 
rama  que  sino  nos  descubrimos  nosotros, 
nadie  nos  ha  de  sentir. 

Cen.  Hora,  que  no  hay  más  que  pedir, 
que  por  aquí  vamos  mejor.  Ya  llegamos. 
Hora,  sus,  desenvaina  tú  Albacin  y  túCen- 
turio. 

Traso.  Hora,  por  amor  de  Dios,  seño¬ 
res,  no  se  haga  tal  cosa. 

Cen.  Déjanos,  déjanos  derrocar  la 
puerta  y  veamos  qué  garzones  son  estos 
que  están  dentro. 

Trip.  Que  no,  por  amor  de  Dios.  Hora 
teneos  allá,  no  se  haga  tal  desvarío. 

Elic.  Ay  desventuradas,  tia,  que  es  Al¬ 
bacin  y  Centurio  que  dicen  que  quieren 
quebrar  la  puerta. 

Cel.  ¿Qué  quebrar  ó  que  nada?  Sé  que 
rey  tenemos,  déjame  parar  á  aquella  ven¬ 
tana.  ¿Qué  cosas  son  estas?  Andad,  andad 
con  Dios  de  mi  puerta.  ¿Qué  deshonesti¬ 
dad  es  esta?  ¿Qué  atrevimiento  de  hom¬ 
bres  de  bien? 

Alb.  Voto  á  tal,  que  hemos  de  saber 
quién  está  allá. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


452 

Cel.  Voto  yo  á  ese  que  vos  juráis  que 
la  justicia  sepa  lo  que  pasa.  Oxte,  pues 
como  yo  me  pago  de  fieros  de  rufianes, 
sé  que  Dios  hay  en  el  cielo  y  rey  en  la 
tierra. 

Cen.  Dejaos  de  palabras,  mujer  honra¬ 
da,  sino  queréis  que  quebremos  la  puer¬ 
ta  y  echad  los  garzones  fuera. 

Cel.  ¿Qué  garzones  y  qué  nada,  y  qué 
fieros?  Yo  certifico,  que  si  vosotros  pen- 
sárades  que  hay  dentro  hombres  que  no 
hiciérades  lo  que  hacéis:  para  con  las  rue¬ 
cas  teneis  manos.  Andad,  andad  con  Dios, 
hermanos ,  que  en  esta  casa  no  se  usan 
esas  cosas  ni  esas  deshonestidades  que 
honestamente  vivimos:  con  nuestros  husos 
y  ruecas  nos  sostenemos  y  no  de  tales 
bellaquerías. 

Alb.  ¿Vos  no  queréis  abrir? 

Cel.  ¿  Qué  abrir?  Aguarda  que  sí  abriré. 
Elicia,  dame  acá  aquel  manto,  que  por 
vida  del  rey,  á  aquella  justicia  me  vaya 
bramando  como  una  leona;  veamos  don¬ 
de  se  sufren  tales  rufianerías  como  estas. 

Alb.  Dejaos  hora,  vieja  honrada,  desas 
pláticas,  y  echa  fuera  los  galanes  si  no 
queréis  que  salgan  por  la  ventana. 

Cel.  Daca ,  daca  mi  manto ;  veamos 
qué  fieros  y  qué  burleria  es  esta  desta 
noche. 


SEGUNDA  CELESTINA.  453 

Elic.  Madre,  no  vayais  así  sola,  aguar¬ 
da  que  yo  iré  contigo. 

Cel.  ¿Qué  cosas  son  estas?  Seme  testi¬ 
gos  y  mira  tú,  en  esa  casa  son,  Elicia. 

Traso.  Voto  á  la  casa  de  Meca,  que  no 
debe  de  haber  en  casa  nadie.  Ténla,  ténla 
tú,  Tripaenbrazo,  que  yo  no  la  puedo 
alcanzar  con  esa  mi  pierna  coja. 

Trip.  Torna,  torna  señora,  no  hayas 
enojo,  que  nosotros  haremos  que  se  va¬ 
yan  luego;  no  haya  más,  por  Dios. 

Cel.  ¿Qué  torna,  torna?  Que  no  quiero 
sino  que  se  castigue  tan  gran  afrenta  y 
que  sepa  Dios  y  todo  el  mundo  mi  limpie¬ 
za  y  cómo  vivimos. 

Elic.  ¿Parécete  buenos  hechos  estos, 
señor  Albacin  ? 

A  Ib.  ¿Mas  paréscete  bien  á  tí,  señora 
Elicia? 

Elic.  Déjate  deso,  señor,  que  ni  á  Dios 
ni  al  mundo  parescen  bien  tales  cosas. 

Traso.  Señora,  por  amor  de  mí,  que 
por  esta  noche  no  salgas  de  tu  casa  ,  que 
agora  estás  con  pasión. 

Cel.  ¿Y  cómo  con  pasión,  no  te  paresce 
que  tengo  razón? 

Trip.  Si  por  cierto,  y  grande.  Mas  por 
amor  de  mí,  que  á  lo  ménos  por  esta  no¬ 
che,  que  tú  te  entres  en  tu  casa  y  no 
haya  más. 


454 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Cel.  Por  amor  de  tí  así  lo  haré ,  mas 
con  condición  que  mañana  no  me  lo  es¬ 
torbes  y  que  entres  en  mi  casa  tú  y  el 
señor  Traso  para  ver  qué  galanes  son 
estos  que  tenemos  dentro. 

Trip.  Yo  señora,  te  lo  tengo  en  mer¬ 
ced,  y  no  es  menester  que  así  se  crée  de 
tal  persona  como  tú. 

Cel.  ¡Dios,  que  á  eso  me  enviaron  acá 
del  otro  mundo!  ¿Pareceos  á  vos  y  qué 
dichos  de  señores? 

Cen.  Déjate,  madre,  desas  hipocresías, 
que  no  son  para  mí;  no  quieras  por  ha¬ 
certe  á  tí  sabia  hacerme  á  mí  necio. 

Cel.  Mas  déjate  tú  desas  rufianerías, 
que  te  las  entiendo  yo  á  tí  mejor. 

Traso.  Entrate  en  casa,  señora,  no 
estés  aquí  dando  cuenta  á  los  que  pa¬ 
san. 

Cel.  Deso  huelgo  yo,  de  dalle  á  Dios  y 
todo  el  mundo.  ¿Qué  es  esto?  Claramente 
hijo  Centurio  vivo,  y  limpia;  que  ni  hay 
aquí  hipocresías  ni  santidades  fingidas, 
que  sólo  Dios  es  el  santo,  que  yo  por  pe¬ 
cadora  á  él  me  tengo  ,  y  á  solo  Dios  ten¬ 
go  de  dar  esas  cuentas,  que  no  las  has  tú 
hijo  de  venir  á  pedir  á  mi  casa.  ¿Y  por  cuál 
carga  de  agua?  ¿Por  las  muchas  mercedes 
que  de  tí  hemos  recibido?  Anda,  anda  mi 
amor  con  Dios,  y  no  pidas  cuenta  donde 


SEGUNDA  CELESTINA.  455 

no  hay  recibo ,  pues  sabes  que  no  puede 
haber  alcance. 

Cen.  Pues  por  el  santo  martilojo,  que 
sin  alcance  alcanzo  yo  á  entender  cuán¬ 
tas  son  cinco. 

Cel.  Pues  si  lo  sabes,  sabe  en  tu  casa, 
hijo,  que  en  la  mia  yo  sé  lo  que  me 
cumple;  pues  ya  sabes  que  más  sabe  el 
necio  en  su  casa  que  el  sabio  en  la  ajena. 

Cen .  Señora,  dejémonos  de  andar  á  mo¬ 
tes;  y  pídote  por  merced  que  me  perdo¬ 
nes,  y  si  está  acá  Areusa  que  me  le  dejes 
decir  dos  razones. 

Cel.  Después  de  me  quebrar  la  cabeza 
me  unta  el  casco.  Perdónete  Dios,  hijo, 
que  más  pasó  él  por  mí ;  y  Areusa,  mi 
amor,  búscala  en  su  casa,  que  no  suele 
ella  venir  á  la  mia  á  tales  horas. 

Cen.  ¿Pues  cómo  hace  ella  cosa  sin  tu 
consejo? 

Cel.  Harto,  hijo,  tengo  que  entender 
en  mis  duelos  sin  curar  de  los  ajenos; 
que  á  cada  parte  hay  tres  leguas  de  mal 
camino. 

Cen.  Pues  cómo,  ¿Ella  no  estaba  casi 
noche  acá  en  tu  casa  ? 

Cel.  Pues  que  estuviese.  ¿No  puede  ser 
ida?  ¿Soy  yo  obligada  á  ser  su  fiadora,  y 
traella  de  trailla?  Vete  hijo  con  Dios,  que 
no  pensaba  yo  rescebir  tal  pago  de  tí,  de 


456  SEGUNDA  CELESTINA. 

las  buenas  obras  que  en  esta  casa  has 
recebido;  mas  bien  dicen,  que  maldito 
sea  el  hombre  que  confia  en  el  hombre; 
que  á  osadas,  que  un  gran  beneficio  no 
se  paga  sino  con  gran  desagradecimiento, 
como  de  tí  lo  tengo  recebido. 

Cen.  Tú,  madre,  tienes  la  culpa. 

Cel.  Si  tengo  la  culpa  hijo,  ya  tengo 
recebida  la  pena;  que  quien  en  ruin  lu¬ 
gar  hace  leña,  ya  me  tienes  entendida. 

Cen.  Madre,  sé  bien  criada,  no  me  ha¬ 
gas  ser  descortés. 

Cel.  Ya  no  puedes  hijo,  á  lo  menos,  de¬ 
jar  de  serlo  conmigo  como  lo  has  sido. 
;Háme  deshonrado,  y  dice  que  sea  bien 
criada!  Sabe  hijo,  que  cuales  palabras  me 
dices,  tal  corazón  te  tengo. 

Elic.  Ge,  señor  Albacin,  ios  con  Dios; 
que  cuando  yo  tenga  lugar  te  diré  mara¬ 
villas. 

Cel.  Elida,  súbete  arriba  y  déjate  de 
secretos,  hija. 

Elic.  Ay  tia,  ¿Qué  secretos  me  ves  tú  á 
mí  hablar  ni  decir? 

Cel.  Lo  que  con  los  ojos  veo,  ya  hija 
creo  que  me  entiendes.  Lo  que  yo  mando, 
es  que  te  subas  arriba  que  yo  quiero 
cerrar  mi  puerta. 

Traso.  Hora  que  ello  está  bien,  y  per¬ 
dónanos  señora,  y  queda  á  Dios. 


SEGUNDA  CELESTINA.  457 

Cel.  A  Dios  vayas  hijo,  y  vosotros  tam¬ 
bién. 

Cen.  Voto  á  tal,  muy  bien  se  ha  hecho; 
que  la  cosa  queda  de  manera,  que  pienso 
que  saltarán  los  garzones  por  los  tejados, 
de  miedo. 

Traso.  Ello  está  mejor  que  pensába¬ 
mos;  vamos  á  beber  el  alboroque. 

Cen.  Vamos,  pues  tan  bueno  nos  ha  sa¬ 
lido  el  ardid. 

Cel.  Hora,  has  mirado  ¿Con  qué  se  ve¬ 
nían  los  rufianazos  á  dar  repiquetes  de 
broquel  á  mi  puerta?  ¡Guayas  de  mi ,  como 
sino  conosciese  yo  rufianes!  ¡Y  tú  Elida, 
póneste  al  oidito  desotro  majadero  delan¬ 
te  de  mí !  ¡  Pues  delante  ni  detrás ;  no  lo 
vea  yo  en  esta  casa!  Y  cuando  Barrada  vi¬ 
niera,  no  sea  lo  que  hasta  aquí. 

Elic.  Hora  ya,  por  cierto  tia,  que  eres 
muy  sospechosa;  que  en  mi  ánima  no  le 
decia  sino  reñille  su  descortesía. 

Cel.  Por  mi  vida,  hija,  que  á  quien 
cuece  y  amasa ,  ya  me  entiendes  y  creo 
que  me  tienes  ya  entendida;  que  éste  paje 
no  quiero  que  me  entre  aquí:  pues  honra 
ni  otro  provecho  dél  se  saca,  sino  la  afren¬ 
ta  desta  noche  y  otras  tales. 

Elic.  Por  cierto,  tia,  pues  no  es  poco 
provecho  tener  una  persona  de  casta  como 
Albacin,  para  que  defienda  mi  honra;  que 


SEGUNDA  CELESTINA. 


458 

unos  se  han  de  tener  para  honrarse  la 
persona  dellos,  y  otros  para  provecho. 
Que  tal  como  Albacin:  es  para  cumplir  la 
honra,  y  como  Barrada  para  la  nece¬ 
sidad. 

Cel.  Mas  quiero  hija  asno  que  me  lleve, 
que  caballo  que  me  derrueque.  Cuanto 
más,  que  Barrada  yo  lo  miro  con  tales 
ojos  que  servirá  de  ambas  sillas,  así  de  la 
honra  como  de  la  del  provecho. 

Elic.  ¡Y  aún  disposición  tiene  él  para 
honra! 

Cel.  Déjate,  mi  amor,  de  las  disposicio¬ 
nes  que  no  hemos  de  comer  dellas;  que 
mas  has  de  tomar  el  hombre  para  prove¬ 
cho  que  para  pasatiempo ;  más  por  in¬ 
terese,  que  por  hermosura;  más  por  su 
bolsa  que  por  su  disposición.  Que  mal  pe¬ 
cado,  hija,  pues  por  necesidad  lo  tomas, 
más  has  de  servir  de  jornalera,  que  no  de 
dama,  más  del  amor  del  interese,  que  de 
sólo  pasatiempo;  los  cuales  pasatiempos, 
muy  mal,  hija,,  se  pasan  con  hambre,  pues 
no  hay  peor  ahito  que  della. 

Elic.  ¿Pues  no  vale  más,  tia,  tener  me¬ 
diadamente  con  honra,  que  sin  honra  go¬ 
zar  de  mayor  interese? 

Cel.  ¿Que  quieres  decir  por  eso? 

Elic.  Quiero  decir,  que  mejor  es  tener 
al  paje  del  infante  para  mi  honra,  con  el 


SEGUNDA  CELESTINA. 


459 


mediano  interese  de  Grito,  que  no  todo 
el  interese  de  Barrada  con  la  falta  de  su 
linaje. 

Cel.  ¡Qué  negro  linaje,  y  qué  negra  nada 
de  honra!  Como  sino  supieses,  hija,  que 
todos  somos  hijos  de  Adan  y  de  Eva.  Y  por 
aquí  verás,  mi  amor,  que  sola  la  riqueza 
hace  el  linaje;  porque  créeme,  hija,  que 
como  ya  todo  lo  que  se  compra  y  se  ven¬ 
de  anda  puesto  á  peso  y  medida  así  anda 
la  honra  y  el  linaje  á  peso  y  medida,  de 
ser  mas  y  valer  más,  no  el  que  más  vale 
de  persona,  mas  el  que  más  vale  su  ha¬ 
cienda;  no  el  que  más  tiene  de  virtud  y 
linaje,  mas  el  que  más  tiene  de  falta  de 
todo  esto,  con  sobra  de  lo  contrario  para 
saber  adquirir  más  dinero.  Mira,  mira, 
hija,  los  estados  como  se  estiman  y  esti¬ 
marás  aquello  porque  se  estiman  los  es¬ 
tados,  de  donde  nasce  la  honra.  ¿Porque  si 
piensas,  es  más  el  rey  que  el  duque,  y  el 
duque  que  el  marqués,  y  el  marqués  que  el 
caballero,  y  el  caballero  que  el  escudero, 
y  el  escudero  que  el  oficial,  y  el  oficial  que 
el  labrador?  No  por  otra  cosa  sino  por  el 
peso  y  medida  del  más  ó  ménos  dinero. 
¿Quiéreslo  ver  mas  claro?  Pues  mira  quel 
ditado  no  da  autoridad  al  dinero  y  estado, 
mas  el  dinero  y  estado,  al  ditado;  porque 
si  así  no  fuese,  siempre  los  ditados  mayo- 


4t>o 


SEGUNDA  CELESTINA. 


res  serian  más  tenidos  y  honrados  con  me¬ 
nos  de  dinero,  que  los  menores  con  más 
de  riqueza;  lo  cual  es  al  contrario,  porque 
á  un  conde  se  hace  con  más  hacienda  la 
honra,  que  á  un  duque  no  se  hace  con 
ménos  de  tal  interés.  Y  si  lo  quieres  ver 
mas  claro,  mira  la  diferencia  de  la  honra 
que  se  hace  á  un  obispo  de  anillo  á  la  de 
otro  obispo  de  mayor  renta  con  igual 
dignidad  y  ditado.  Así  que,  hija,  mi  fé  ya 
no  se  estima  hombre  sin  dinero  sino  di¬ 
nero  sin  hombre:  así  que,  mi  amor,  no 
hay  tacha  que  el  dinero  no  encubra,  ni 
virtud  que  supla  la  falta  del  dinero,  ni  veo 
que  el  pobre  la  falta  de  las  lisonjas  que 
oye  le  pongan  estado,  ni  al  rico  la  sobra 
de  las  lisonjas  con  la  falta  de  la  verdad 
que  le  dicen,  le  quite  el  estado;  ni  veo 
que  el  simple  rico  deje  ser  oido,  ni  que 
al  sabio  y  pobre  alguno  le  quiera  oir;  ni 
veo  dejar  de  acompañar  al  rico  y  avaro ,  ni 
veo  acompañado  al  pobre  liberal  y  vir¬ 
tuoso.  ¿Sabes  por  qué?  Porque  no  miran 
á  ninguno  lo  que  da,  sino  lo  que  puede 
dar.  Así  que  el  acatamiento  al  mayor 
interese,  hace  no  tener  acatamiento  ni 
respeto  al  menor  interese  con  sobra  de 
virtud;  y  de  aquí  vino  á  decir:  mas  vale 
pájaro  en  mano,  que  buitre  volando.  Así 
que,  hija,  lo  que  se  usa  no  se  excusa;  y 


/ 


SEGUNDA  CELESTINA. 


461 

concluyo  con  un  cantar  italiano  que  dice : 
Compaño ,  mi  compaño  volle  que  te  dica , 
quien  no  tiene  diñare  teñe  mala  vita. 

Elic.  Por  cierto,  tia;  pues  yo  he  oido 
decir  que  dicen  los  sabios:  que  más  vale 
saber  que  haber,  y  virtud  que  riqueza. 

Cel.  Eso,  hija,  seria  en  otro  tiempo, 
mas  no  en  este;  que  ya  sabes  que  dice  el 
proverbio:  que  cada  cosa  en  su  tiempo. 
¿No  has  visto  usar  un  vestido,  y  de  aquí 
á  tres  dias  otro,  teniendo  ya  por  grosero 
el  primero?  ¿Pues  qué  piensas  que  lo 
muda  y  lo  hace?  No  otra  cosa  sino  el 
tiempo,  que  muda  todas  las  cosas:  la 
mocedad  en  vejez;  la  hermosura  en  feal¬ 
dad;  la  vida  en  muerte;  y  áun  fasta  las 
plantas  y  campos  anda  vistiéndolos  de 
hermosura  y  libreas  de  colores  de  hojas 
y  flores  en  el  verano,  y  desnudándolas 
en  invierno  de  tal  hermosura.  Todo,  hija, 
lo  hace  y  deshace  el  tiempo;  y  por  esto 
dijeron  los  sabios  que  era  la  verdad  hija 
del  tiempo.  Y  pues  la  verdad  es  hija  del 
tiempo,  créeme  mi  amor,  que  el  padre 
no  hay  cosa  que  más  quiera  que  á  los 
hijos,  y  por  aquí  verás  que  el  tiempo 
quiere  lo  que  se  usa  en  el  engendrado 
por  él,  ques  el  dinero.  Y  pues  sabiduría 
es  vivir  conforme  al  tiempo  procura  hacer, 
hija,  lo  que  se  usa  hacer  en  él;  pues  lo 


462  SEGUNDA  CELESTINA 

que  se  usa  no  se  excusa,  como  dije,  que 
es  el  dinero ;  que  con  este  te  casarás  me¬ 
jor  sin  castidad  ,  que  con  más  castidad 
que  Lucrecia  si  eres  pobre :  que  no  hay, 
hija,  cosa  ya  que  más  se  aborresca  que  la 
pobreza.  Y  con  esto  acabo,  porque  paresce 
que  llaman  á  la  puerta :  mira  quién  es. 

Elic.  ¿Quién  está  ahí? 

Graj.  Señora,  di  á  la  madre  que  el  se¬ 
ñor  Barrada  y  yo  estamos  aquí. 

Elic.  Tia,  Grajales  y  Barrada  son. 

Cel.  Espera,  que  de  aquí  les  quiero 
hablar.  Hijos  mios,  ¿Qué  mandáis? 

Graj.  ¿Qué  ruido  ha  sido  el  que  acá 
dicen  que  ha  acaescido?  Que  por  nuestra 
dueña,  que  como  supimos  que  era  á  tu 
puerta,  por  la  posta  hemos  venido  á  ver 
si  habias  menester  algo. 

Cel.  Ay  hijos,  ios  de  ahí  no  tornen 
aquellos  rufianazos,  no  sea  peor  la  recaí¬ 
da  quel  primer  adolescer;  que  aquí  nos 
han  querido  Centurio  y  el  negro  paje  del 
infante,  quebrar  las  puertas;  porque  há 
mil  años  que  anda  perdido  de  amores  por 
esta  mochacha,  y  de  que  no  le  ha  apro¬ 
vechado,  de  celos  de  vosotros  decia  que 
os  echásemos  fuera,  sino  que  quebrarian 
las  puertas.  Y  así  lo  hicieran,  sino  por 
Traso  el  cojo  y  Tripaenbrazo  que  lo  es¬ 
torbaban. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


4^j 

Graj.  Así,  pues,  anda  acá,  hermano, 
que  esto  no  se  puede  ya  sufrir.  Vamos 
allá,  y  castiguemos  estos  panfarrones. 

Bar.  Vamos. 

Cel.  Hijos,  por  mi  amor  tal  cosano  se 
haga.  ¡Oh  desventurada,  qué  corriendo 
van!  Plega  á  Dios  no  acontesca  algo,  que 
estos  son  dos  valentísimos  hombres. 

Elic.  Allá  se  avengan  si  aconteciere 
algo.  Dejemos,  tia,  los  duelos  ajenos  y 
entendamos  en  cenar. 

Cel.  Pues  mira  qué  vino  quedó  en  el 
cangilón ,  para  que  si  no  tenemos  vino 
enviemos  por  ello,  si  halláremos  algún 
rapaz  que  nos  lo  traiga. 

Elic.  Ay  tia,  por  mi  vida,  que  no  hay 
mucho;  mas  ven  y  siéntate. 

Cel.  De  mala  gana  lo  hago  en  saber  que 
hay  poco  vino,  mas  por  tí  lo  quiero 
hacer;  porque  por  cierto,  hija,  así  se  me 
ansia  el  corazón  sino  tengo  vino  á  lo 
menos  á  comer  y  á  cenar,  que  no  paresce 
sino  que  me  toma  gota  coral.  Y  como  yo 
soy  algo  vieja ,  con  dos  tra  güitos  me  pares- 
ce  que  me  torna  el  alma  al  cuerpo  y  que 
me  refresca  y  me  calienta  la  sangre;  por¬ 
que  crée,  hija,  que  no  hay  epitima  que 
así  esfuerce  el  corazón,  ni  caldo  esforza¬ 
do  que  así  torne  el  alma  al  cuerpo,  como 
el  vino ;  que  así  como  es  gloria  beber  el 


464 


SEGUNDA  CELESTINA. 


bueno,  se  me  ansia  el  corazón  con  el 
malo;  mas  mal  por  mal,  todavia  es  mejor 
que  agua. 

Elic.  Oh  madre  y  cómo  huelgo  deso, 
porque  así  como  te  contenta  á  tí  más  un 
vino  que  otro,  aunque  es  más  á  tu  costa, 
así  me  huelgo  yo  más,  aunque  sea  á  la 
mia,  con  el  paje  que  con  Barrada. 

Cel.  Dígote  que  uno  es  el  juego  por 
hacer  comparación,  para  poner  un  mo- 
chacho  con  buen  vino  añejo. 

Elic.  Madre,  en  el  vino  es  mejor  el 
añejo  y  en  los  amores  el  nuevo. 

Cel.  Déjate  de  voces  y  lo  que  yo  dijere 
tenlo  por  fe  sino  lo  alcanzas  por  razón; 
y  cenemos,  pues  todos  los  duelos,  ya  me 
entiendes. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


40  5 


ARGUMENTO  DE  LA  TRIGÉSIMA  SETIMA  CENA. 

En  que  Centurio  y  Albacin  y  Tripaenbrazo  van  á  casa 
de  Montondoro  á  beber  y  comer;  y  estando  hablando 
en  lo  que  habian  hecho,  llegan  á  la  puerta  Grújales  y 
Barrada  y  quieren  entrar  y  desquicialla ;  y  Centurio 
no  halla  por  dónde  huir  y  Tripaenbrazo,  y  tornan 
porque  oyen  quel  pueblo  pone  paces ,  y  inírodúcense. 


CENTURIO. — TRASO  EL  COJO. — TRIPAENBRA- 
ZO.  —  ALBACIN. - MONTONDORO.  —  GRA  JALES. 

BARRADA. — EL  PUEBLO. 

Cen.  Parésceme  que  será  bien  que  nos 
vamos  por  las  ermitas  del  burdel  á  dar 
las  gracias  de  nuestra  victoria,  pues  tam¬ 
bién  nos  ha  sucedido;  y  de  camino,  si 
topáremos  á  Montondoro  llevalle  hemos 
á  su  bodegón,  y  cenaremos  y  beberemos 
el  alboroque. 

Traso.  Mejor  será  del  primer  voleo  ir 
al  bodegón ,  porque  ahí  pienso  que  halla¬ 
remos  á  Montondoro,  y  después  de  cenar 
hará  esotra  romería  el  que  más  devoción 
le  tuviere. 

é 

Trip.  A  este  voto  me  allego  por  parte 
destar  más  cerca  de  la  bota,  que  á  la  de¬ 
vota  gualtería  ó  romería. 

Alb.  Mejor  dijeras  ramería.  Y  por  tanto, 

30 


466  SEGUNDA  CELESTINA. 

yo  me  junto  al  voto  de  los  más  y  vamos 
al  bodegón,  pues  á  ninguno  le  falta  de¬ 
voción. 

Cen.  Hora,  pues,  vamos;  que  voto  á 
mares,  que  la  mesa  está  puesta;  entre¬ 
mos.  Buenos  dias  compañero. 

Mont.  Bien  vengas,  Centurio  amigo,  y 
vosotros  bien  vengáis. 

Traso.  Pues  compañero,  ¿ Tenemos 
bien  que  moflir? 

Mont.  Echa  acá  esos  cinco. 

Traso.  ¿Para? 

Mont.  Pues  para  aquestos  diez  manda¬ 
mientos  que  hay  que  rezar,  y  que  no  fal¬ 
ta  vino  con  que  canten  los  ángeles. 

Cen.  Echame  aquí,  que  quiero  echar 
una  traviesa  para  tentar  el  pulso  á  este 
piezgo  deste  cuero,  que  me  paresce  que 
tiene  pujamiento  de  sangre.  ¡Voto  á  la 
casa  de  Meca,  singular  es! 

Alb.  Mas  me  paresce  pular,  pues  todos 
te  tememos  compañía. 

Traso.  Hora,  yo  he  oido  que  los  heri¬ 
dos  de  yerba  no  hay  tal  cosa  como  chu- 
palles  la  herida,  y  por  tanto  quiero  chu¬ 
par  la  llaga  deste  piezgo. 

Mont.  Mejor  salud  me  dé  Dios  que  yo 
consienta  tal  experiencia,  porque  soy  muy 
enemigo  de  sangría  en  mis  amigos  sin  sa¬ 
ber  las  onzas  que  se  sacan. 


SEGUNDA  CELESTINA.  467 

Cen.  Hora  pues,  sácale  cuatro  azum¬ 
bres  en  ese  cangilón,  y  sentémonos. 
Agora  que  estamos  sentados,  bueno  fuera 
tener  aqui  á  Celestina  para  que  nos  ben¬ 
dijese  la  mesa;  que  voto  á  la  revorborada 
que  para  aplacalle  la  saña  desta  noche, 
que  no  hallo  yo  mejor  ofrenda  que  la 
deste  vino. 

Moni.  ¿Y  qué  saña  ha  tenido  su  reve¬ 
rencia? 

Cen.  ¿Qué  saña?  Pregúntalo  al  señor 
Traso. 

Traso.  No  fué  nada,  sino  un  repiquete 
de  broquel  á  manera  de  llevada  con  que 
oxeamos  ciertos  garzones  que  venian  á 
entrar  á  comer  en  la  gorrionera ,  que  por 
más  de  dos  docenas  de  goteras  en  los  te¬ 
jados  de  sus  vecinos  yo  lo  hago. 

Trip.  Voto  á  tal,  que  yo  oia  el  crujir 
de  las  tejas  que  llevaban. 

Mont.  ¿Y  quién  eran  los  garzones? 

Cen.  Los  señores  Grajales  y  Barrada. 

Mont.  Y  veamos,  ¿En  ese  vencimiento 
no  cogistes  el  despojo  de  las  despensas  de 
sus  amos,  que  no  faltaria? 

Cen.  j  Oh  derreniego  de  los  moros  si 
tuve  memoria!  Que  tanta  gana  tenia  de 
castigar  y  seguir  el  alcance  de  los  ene¬ 
migos,  que  se  me  olvidó  del  despojo  del 
carruaje. 


408 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Mont.  Pues  no  te  tengo  yo  á  ti  y  á  los 
señores  Traso  y  Tripaenbrazo  por  tan 
descuidados  y  bozales,  que  en  el  alcance 
no  echárades  ántes  mano  del  carruaje  del 
bastimiento  que  del  despojo  de  las  damas 
que  os  dejarian,  pues  tan  mal  os  defen¬ 
dieron  la  fortaleza. 

Cen.  Pues  voto  á  tal,  que  pienso  que 
en  la  defensa  no  faltó  tiros  de  artillería; 
que  aunque  los  enemigos  desampararon 
la  fortaleza,  yo  olí  la  pólvora  al  entrar 
de  la  muralla. 

Mont.  Pues  la  señora  Celestina,  ¿Cómo 
se  dejó  llegarse  á  combatir?  ¿Qué,  no  usó 
primero  de  sus  tratos  y  por  mejor  decir, 
baratos? 

Cen.  No  la  dejamos  entrar  en  el  juego, 
y  ya  sabes  que  cuando  el  fato  toma  pri¬ 
mero  la  mano,  que  se  ataja  la  parola. 

Mont.  Así  que  en  tal  afrenta  os  habéis 
visto. 

Traso.  ¿Sabes  que  tal?  Que  la  primera 
cosa  que  hicimos,  fué  prometernos  á  este 
tu  bodegón  para  que  Dios  nos  diese  victo¬ 
ria,  á  oxear  los  garzones  y  á  beber  los 
cangilones.  Que  por  vida  de  Celestina, 
que  prometí  de  beber  diez  veces  descalzo 
de  agua  en  esta  santa  romería  de  tu  casa. 
El  señor  Albacin  no  sé  lo  que  prometió, 
porque  estaba  tan  embebido  por  querer 


SEGUNDA  CELESTINA. 


469 


matar,  que  creo  que  no  se  le  acordaba  el 
peligro  que  tenia  de  morir  de  sed;  que 
yo,  voto  á  la  gruta  de  Hércoles,  que  si 
salieran  á  mí,  que  estaba  determinado  de 
dej alies  las  damas,  como  gato  de  algalia 
las  bolsas,  para  salvar  la  vida:  que  pienso 
que  no  faltaria  algalia  en  ellas,  según 
estaban  demudadas  cuando  entramos. 

Alb.  Pues  yo  no  tenia  ojo  sino  a  las 
ventanas,  no  viniese  algún  canto  desman¬ 
dado,  que  de  su  salida  no  holgara  de 
cosa  más. 

Mont.  Mejor  me  parece  el  consejo  de 
Traso  que  la  determinación  del  señor  Al- 
bacin;  mas  ello  se  hizo  mejor. 

Cen.  Déjate  de  palabras;  échame  aquí 
en  este  esquilón  una  pasada:  ofrecella  hé 
por  el  alma  de  Celestina. 

Mont.  Mas  los  señores  Barrada  y  Gra- 
jales  lindamente  tomaron  las  viñas. 

Cen.  Por  tu  vida  que  las  tomaron;  y 
de  suerte  que  pienso  quel  año  que  viene 
ha  de  haber  carestia  de  vino,  según  las 
dejaron  vendimiadas  de  tomallas. 

Mont.  ¿Y  la  señora  Celestina  ha  caido 
en  el  daño?  Porque  esa  será  más  negra 
para  ella  que  la  afrenta  desta  noche  que 
dices.  A  la  puerta  llaman.  ¿Quién  está  ahí? 

Graj.  Grajales  y  Barrada,  para  saber 
si  son  ellos  los  que  tomaron  las  viñas  que 


4?o 


SEGUNDA  CELESTINA. 


dicen  esos  panfarrones,  ó  si  se  han  de  ha¬ 
cer  los  hechos  bebiendo  las  viñas  encer¬ 
radas  en  las  tabernas  y  bodegones. 

A  Ib.  Aquí  no  es  tiempo  de  más  desi- 
mulacion.  Abre,  señor  Montondoro,  y  dé¬ 
jame  salir. 

Mont.  Buena  cuenta  daria  yo  de  mí,  si 
en  mi  casa  dejase  hacerse  tal  escándalo. 

Cen.  ¿Ce,  señor  Montondoro? 

Mont.  ¿Qué  dices? 

Cen.  ¿La  puerta  está  á  recaudo? 

Mont.  Si  está,  que  con  llave  le  dejé. 

Cen.  ¿De  suerte  que  á  salvo  está  el  que 
repica? 

Mont.  Deso  á  buen  sueño  suelto  puedes 
dormir. 

Cen.  ¿Qué  burleria  y  qué  fieros  son 
estos?  Abre,  abre,  y  veamos  si  decir  y  ha¬ 
cer  si  es  para  buenos.  Quita,  quita  señor 
Albacin,  ese  cerrojo  ó  déjame  salir. 

Trip.  Que  no  por  amor  de  Dios.  Tenle, 
tenle,  Traso  el  cojo. 

Alb.  i  Ah  pese  á  tal,  que  está  cerrado  con 
llave!  Abre,  abre,  pesar  de  la  vida,  señor 
Montondoro,  no  se  vayan  alabando  estos 
panfarrones,  después  de  haber  huido 
cuantos  tejados  hay  en  la  cibdad. 

Graj.  ¡Oh,  el  bellaco  rapaz  panfarron! 
Salí,  salí  y  veres  quién  huyó,  que  si  allá  es¬ 
tuviéramos,  vos  supiérades  cómo  se  es- 


SEGUNDA  CELESTINA.  47 1 

pantan  los  hombres  de  bien,  con  repique¬ 
tes  de  broquel  de  tales  panfarrones  y  ru¬ 
fianes  como  vos  y  los  que  están  con  vos, 
y  os  prometo  que  si  no  abris,  que  la 
puerta  echemos  en  el  suelo. 

Alb.  Abre  Montondoro,  sino  por  vida 
del  rey  de  echarte  esta  espada  por  el  cuer¬ 
po.  ¿Qué  es  esto?  Abre,  abre  esas  puertas. 

Alont.  Señor  Albacin,  no  daria  yo  buena 
cuenta  de  mí  y  de  mi  casa  si  eso  hiciese. 

Graj.  ¡Buen  disimular  de  panfarrones 
es  ese! 

Alb.  Callá  vos,  don  jarro,  que  voto  á 
tal,  que  yo  y  vos  nos  veamos  mañana, 
pues  no  nos  dejan  esta  noche. 

Cen.  Voto  á  la  santa  letanía,  si  salir  me 
dejasen,  más  espaldarazos  os  diese,  doños 
panfarrones,  que  pudiésedes  llevar  acues¬ 
tas,  por  no  apocar  mi  espada  en  sacar 
vino  por  sangre,  que  pues  vosotros  os 
osais  igualar  conmigo,  no  puede  ser  sino 
que  venis  hechos  dos  cueros. 

Bar.  Dias  ha  que  conoscimos,  don  ru- 
fianazo,  vuestros  fieros.  Salí  acá  y  dejaos 
de  parolas  desde  talanquera. 

Cen.  Abre  ahí,  Montondoro,  déjamelos 
castigar  sino  quieres  que  corte  aquí  cer¬ 
rojos  y  cerraduras. 

Graj .  Barrada,  toma  de  ahí  dese  palo 
que  está  aquí  y  desquiciemos  la  puerta,  no 


472  SEGUNDA  CELESTINA. 

se  vayan  en  humo  los  fieros  destos  pan- 
farrones.  Alza,  alza,  que  ya  sale  de  quicio. 

Cen.  ¡Ah,  pese  á  tal!  Aguarda  que  yo 
buscaré  por  do  salir.  Ce,  señor  Tripaen- 
brazo,  vámonos  y  saldremos  por  el  corral, 
que  yo  te  prometo  que  abren  las  puertas. 
Anda  allá,  anda;  hora,  sus,  sube.  ¡Oh,  pese 
á  la  vida  en  que  vivo,  que  no  me  dejan 
subir  las  bardas! 

Trip.  Aguarda  probaré  yo,  y  darte  hé 
la  mano  de  arriba  no  lleva  medio.  ¡Oh 
desventura  grande! 

Cen.  Tornemos,  y  digamos  que  burlᬠ
bamos  con  ellos.  Oye,  oye,  que  mejor  me 
paresce  que  se  hace,  que  la  calle  paresce 
que  está  llena  de  gente,  y  que  no  los  de¬ 
jan  llegar  á  efecto.  Tornemos  allá  y  disi¬ 
mulemos. 

Pueblo.  Hora,  ya  no  haya  mas,  que  no 
se  ha  de  consentir. 

Mont.  Seme  testigos,  señores,  que  me 
han  desquiciado  las  puertas;  que  voto  á 
la  vida,  que  la  justicia  averigüe  lo  de  esta 
noche. 

Cen.  ¡Oh  pese  á  tal,  que  no  hallé  por  do 
salir! 

A  Ib.  Mas,  ó  pese  á  tal,  con  quien  viene 
con  panfarrones  cobardes  á  hacer  sus  co¬ 
sas,  que  no  ganaran  ellos  conmigo  la  hon¬ 
ra  que  esta  noche  han  ganado. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


473 


Cen.  Señor  Albacin,  no  llames  á  nin¬ 
guno  cobarde;  que  voto  á  tal,  sino  fuera 
á  tí,  del  rey  abajo  no  lo  sufriera.  jDios,  que 
esa  fama  tuvo  Centurio,  mi  abuelo;  y 
Centurio,  mi  padre;  y  Centurio,  su  fijo 
que  soy  yo,  y  que  por  eso  nos  pusieran  el 
nombre!  Que  si  yo  hallára  por  do  salir,  yo 
te  quitára  dese  cuidado. 

A  Ib.  Hora,  que  ello  que  está  bien;  que 
yo  te  prometo  que  yo  pierda  el  cuidado 
de  venir  contigo  á  cosa  de  afrenta,  y  llᬠ
mate  cuanto  quisiéredes  Centurio. 

Cen.  Eres  mi  amigo  y  téngote  de  su¬ 
frir:  por  tanto  di  lo  que  quisieres,  que  yo 
tengo  tan  aprobada  mi  persona,  por  cuan¬ 
tos  burdeles  hay  en  el  reino,  que  tengo 
poca  necesidad  de  testigos  de  abono,  que 
yo  te  certifico,  que  es  tanto  el  rastro  de 
malla  y  aros  y  copas  de  broqueles,  con  bra¬ 
zos  y  piernas  que  he  dejado  por  donde  he 
andando,  que  por  el  hilo  de  mi  espada 
pueden  sacar  bien  el  ovillo  de  quién  es 
Centurio.  ¡  Digoos,  que  eso  es  lo  que  rezan 
por  mi  alma,  las  viudas  y  huérfanos  que 
tengo  hechos  en  este  mundo!  ¡Por  Dios, 
que  me  tienes  bien  conoscido! 

Alb.  Hora,  sus,  que  ello  está  bien. 

Cen.  No  está  sino  muy  mal;  pues  no 
puedes  salir  á  que  te  desengañase  mi  es¬ 
pada. 


474 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Alb.  Yo  te  prometo,  que  me  tienes  bien 
desengañado. 

Graj.  Hora,  que  yo  y  vos  nos  veremos; 
dejaos  de  palabras. 

Alb.  Más  querria  agora,  que  después. 

Pueblo.  Hora,  teneos  allá,  que  no  os 
hemos  de  dejar.  Huid,  huid,  que  hé  aquí 
do  viene  la  justicia. 

Alb.  ¡Mirad  que  correr  llevan  mis  com¬ 
pañeros!  Y’os  prometo  que  los  conosco  yo 
mejor  por  este  rastro  que  por  el  de  las 
mallas  y  aros  de  broqueles,  con  piernas 
y  brazos,  que  Centurio  ha  dejado  por  los 
bórdeles. 

Pueblo.  Vete,  señor  Albacin,  ántes  que 
llegue  la  justicia. 

Alb.  Juro  por  mi  vida,  más  me  voy 
porque  no  me  hallen  en  tal  compañía, 
que  por  lo  que  me  pueden  achacar,  que 
esto  yo  lo  averiguaré  por  otro  camino.  Y 
quedad,  señores,  á  Dios,  pues  no  me  de- 
jastes  hacer  lo  que  queria. 

Pueblo.  Con  él  vayas,  señor,  que  mejor 
es  así.  ¡Hi  de  puta  el  rapaz!  Aunque  no 
tiene  barba ,  y’os  prometo  que  es  hombre 
de  barba  y  que  no  le  tomen  la  capa.  Y 
con  eso,  compadres,  nos  vamos  á  nues¬ 
tras  casas,  pues  todo  queda  en  paz  y  so¬ 
segado. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


475 


ARGUMENTO  DE  LA  TRIGESIMA  OCTAVA  CENA. 

En  que  Barbanteso  va  á  casa  de  Celestina  á  reñir ,  y 
pasan  grandes  cosas ;  y  introdúcense. 


ELICIA. — CELESTINA. — BARBANTESO. 

Elic.  Mala  landre  me  mate,  tia,  si  tu 
primo  Barbanteso  no  está  aquí  á  la  puerta. 

Cel.  Aguarda  hija,  aguarda.  Ya,  señor, 
¿Eres  tú? 

Barb.  Mándame  abrir,  señora  prima, 
que  quiero  entrar  allá. 

Cel .  Toma  Elida  ese  candil,  y  alúm¬ 
brale,  no  caya  el  viejo  pecador. 

Elic.  Entra,  señor,  y  daca  la  mano  no 
cayas. 

Cel.  ¿Qué  buena  venida  es  esta  señor, 
á  tal  hora? 

Barb.  Las  buenas  andadas  ó  malas, 
por  decir  mejor,  hacen  las  buenas  ve¬ 
nidas. 

Cel.  ¿Qué  quieres  decir  por  eso?  Y 
siéntate  en  este  escaño. 

Barb.  Quiero  decir:  que  hoy  venida,  y 
crás  garrida.  Ayer  viniste  del  otro  mun¬ 
do,  y  hoy  estás  más  verde  en  éste  que 
cuando  sobre  ochenta  años  acuestas  ca- 


I 


9 


4 76  SEGUNDA  CELESTINA. 

minaste  para  el  otro.  Dices  que  venias  á 
hacer  penitencia  de  lo  pasado ,  y  parésce- 
me  que  haces  nuevo  libro  de  lo  olvidado 
para  hacer  hábito  con  lo  presente  en  lo 
que  está  por  venir.  Ni  las  canas  en  la 
vida  te  avisaron  de  la  muerte,  ni  la  vejez 
del  cercano  tiempo  della  para  enmendar¬ 
te,  ni  en  la  mocedad  dejaste  las  hechas, 
ni  la  mayor  edad  con  la  experiencia  te 
las  quitó,  ni  la  muerte  te  puso  castigo, 
ni  la  resurrección  escarmiento.  Que  si 
buenas  mañas  en  la  vida  pasada  tuviste, 
ni  con  la  muerte  se  acabaron,  ni  con  el 
castigo  las  olvidaste,  ni  con  la  resurrec¬ 
ción  las  tienes  dejadas. 

Cel.  ¿Qué  diablo,  pues,  há  agora  el  vie¬ 
jo  clueco?  Una  vez  en  el  año  que  viene  á 
mi  casa,  y  esa  con  daño.  ¡Por  Dios  que 
eres  gracioso!  ¿Y  qué  has  tú  visto  en  mi 
casa  para  decir  tales  dichos?  Cuando  tú 
con  el  deudo  que  conmigo  tienes,  dices 
tales  cosas,  ¿Qué  harán  los  que  mal  me 
quieren  ?  Señor  Barbanteso  ,  aquí  limpia¬ 
mente  vivimos,  y  de  honestidad  nos  pre¬ 
ciamos:  con  pobreza  nos  contentamos. 
Más  queremos  el  poco  interés  de  nuestros 
husos  y  ruecas  con  honra,  que  la  abun¬ 
dancia  de  la  riqueza  con  lo  contrario. 
Entiende  en  tus  duelos  y  en  los  de  tus 
hijas  y  nietas,  y  deja  los  de  mi  casa,  y 


SEGUNDA  CELESTINA. 


477 


no  harás  poco,  sino  quieres  pagar  los 
sueldos;  y  sino  lo  sabes,  sabe  que  en 
Roma  está  una  higa  para  quien  da  con¬ 
sejo  á  quien  no  lo  pide.  Cada  uno  mire 
como  vive  en  su  casa,  y  deja  las  vidas 
ajenas,  pues  sabe  más  el  necio  en  su  casa 
que  el  cuerdo  en  la  ajena.  ¡Dios,  que  eso 
es  lo  que  acá  estamos  rezando!  Lacerando 
y  sufriendo  hambre  y  sed,  cansancio  y 
laceria,  pobreza,  malos  dias  y  peores 
noches,  trabajando  como  perras,  y  velan¬ 
do  como  grúas  salteadas  del  sueño,  para 
sostener  la  honra ;  y  que  tras  buen  servi¬ 
cio  mal  galardón.  ¡Por  Dios  que  me  das 
la  vida! 

Barb.  Más  me  das  tú  á  mí  la  muerte 
con  tales  cosas,  como  las  escarapelas 
desta  noche,  que  toda  la  cibdad  está 
dellas  llena,  y  quieres  ser  tresquillada 
en  concejo  y  que  no  lo  sepan  en  tu  casa. 
No  para  mí,  prima,  no,  que  ya  no  tengo 
edad  para  guardar  cabras. 

Cel.  Ten  cuidado  de  tus  nietas,  y  pues 
no  lo  tienes,  no  vengas  adonde  no  hay 
necesidad  para  dar  consejo,  que  acá  no 
nos  descuidamos  en  cuidado  ajeno.  ¡Bien 
labradas  estañamos,  por  Dios,  si  pudié¬ 
semos  poner  freno  y  quitar  las  espuelas 
á  cuantos  bellacos  y  rufianes  haya  en  la 
cibdad ,  para  quitalles  que  hagan  lo  que 


SEGUNDA  CELESTINA. 


478 

tienen  por  oficio!  ¿Y  qué  culpa  tenemos 
aquí  nosotras  de  lo  que  á  dos  locos  se  les 
antoja  hacer,  que  nos  la  vienes  agora  con 
mucha  furia  á  poner,  haciendo  del  muy 
honrado?  Mete,  mete  primo,  la  mano  en 
tu  seno,  y  por  mi  vida,  que  no  la  saques 
sin  lepra;  y  límpiate  della  y  no  harás 
poco,  y  deja  los  duelos  ajenos.  Limpia, 
limpia  tu  barba,  y  deja  de  mirar  si  hay 
paja  en  las  ajenas.  Mira  tus  hijas  las  man¬ 
gas  que  hicieron,  y  no  vendrás  á  cerce¬ 
nar  nuestras  faldas,  pues  no  hay  que  cer¬ 
cenar;  que  por  mi  vida,  que  al  pasar  del 
vado,  que  no  hé  menester  que  nadie  me 
venga  á  regacear,  quel  escarmiento  me 
tiene  bien  avisada. 

Barb.  Mis  hijas  y  mis  nietas  han  dado 
de  sí  y  dan  tal  cuenta,  que  ántes  alcanzan 
que  son  alcanzadas;  y  mira  la  viga  en 
tu  ojo,  y  no  quitarás  la  mota  del  de  mis 
hijas. 

Cel.  ¿Mota?  Por  mi  vida,  si  bien  miras 
que  no  es  mota,  sino  deshecha,  para  no 
deshacerse  la  hecha.  Y  aunque  la  nube  es 
tan  grande,  que  no  solo  tiene  cubierta  la 
niña  del  ojo  de  Francilla  tu  nieta,  más  al 
tuyo  alcanza,  pues  no  la  vees;  y  tan  cu¬ 
bierta  la  niña,  que  siendo  niña,  no  vió 
como  de  niña  se  hizo  dueña,  y  áun  no 
con  el  rey. 


SEGUNDA  CELESTINA.  479 

Barb.  Eso  fue  y  es  un  gran  testimonio 
y  mentira. 

Cel.  Pues  si  fue  testimonio,  también  lo 
es  el  que  tú  nos  levantas:  porque  quien 
tiene  tetas  en  seno,  ya  me  tienes  enten- 
,  dida.  Y  cállate  y  callemos;  pues  donde 
quiera  que  hay  cebo,  no  dejan  de  venir 
los  buitres.  Y  guarde  cada  uno  su  bui¬ 
trera,  que  así  haré  yo  la  mia. 

Barb.  Por  cierto,  prima,  tú  me  pagas 
bien  el  consejo. 

Cel.  Primo,  yo  te  prometo  que  no  eres 
muy  primo  en  dallo  á  quien  no  te  lo 
pide;  que  cada  uno  conoce  de  sí  el  con¬ 
sejo  que  há  menester,  si  lo  quiere  tomar. 
Mas  ya,  amigo,  no  vendas  consejo  que  no 
se  compra,  sino  lisonjas,  pues  tan  barato 
se  venden  y  se  compran :  y  usa  de  lo  que 
se  usa,  pues  no  se  excusa. | 

Barb.  No  estoy  en  tiempo  que  me  pa- 
resce  buen  consejo  ese.  Lo  que  me  parece 
es  que  seria  bueno  que  hubiese  más  ho¬ 
nestidad  en  tu  casa,  y  que  no  se  vinie¬ 
sen  á  registrar  en  ella  las  despensas  de 
los  clérigos  y  caballeros,  y  que  sobre 
ello  hubiese  ruidos,  deshonrando  tus 
deudos. 

Cel.  Las  despensas,  mira  tú  si  se  regis¬ 
tran  en  tu  casa  y  en  tus  hijas,  que  en  la 
mia  no  tenemos  ni  se  hallará  tal  registro. 


4S0  SEGUNDA  CELESTINA. 

Elic.  ¡Mirá  vos  qué  dichos  y  qué  lin¬ 
dezas  aquellas! 

Barb.  Aunque  tuvieses  para  moza  más 
vergüenza,  no  perderías  nada. 

Elic.  Yo  tengo  la  vergüenza  que  hé 
menester,  sin  que  la  vaya  á  pedir  pres¬ 
tada  á  Francilla  tu  nieta:  que  no  me  han 
tomado  á  mí  con  ningún  fraile  echacuer- 
vo,  ni  ménos  con  ningún  sacristán. 

Barb.  Mi  nieta  es  tal  que  no  la  mere¬ 
céis  vos  descalzar,  y  calla  y  mete  la  len¬ 
gua  donde  sabes,  sino  hacerte  hé  yo  que 
calles. 

Elic.  Mal  año  para  vos. 

Cel.  Calla  tú,  Elicia. 

Elic.  ¿Y  por  qué  tengo  de  callar? 

Cel.  Porque  lo  mando  yo  que  calles.  Y 
tú,  primo,  anda,  anda  con  Dios  á  tu  casa, 
y  deja  por  tu  vida,  de  entender  en  vidas 
ajenas. 

Barb.  Yo  lo  haré  así,  pues  harta  señal 
de  muerte  es  cuando  el  enfermo  aborrece 
la  salud  y  no  quiere  obedecer  al  médico. 

Cel.  Ya  te  tengo  dicho  que  cada  uno  se 
cure  á  sí  y  no  hará  poco. 

Barb.  Hora  basta,  que  yo  de  Focion  ate¬ 
niense  aprendí  á  no  ser  juntamente  amigo 
y  lisonjero,  pues  no  se  sufre  en  verdadera 
amistad  encobrir  la  verdad  al  amigo  con 
lisonja,  y  pues  tan  poco  aprovecha  mi 


SEGUNDA  CELESTINA.  48  I 

predicación,  yo  te  prometo  que  esta  sea 
la  primera  y  la  postrera  reprensión. 

Cel.  Con  el  tiempo  se  muda  el  tiempo 
y  todo  lo  que  anda  en  él ,  y  con  él  se  han 
mudado  las  leyes  de  Atenas  en  otras  leyes; 
y  la  sabiduría  es  vivir  conforme  al  tiempo. 

Barb.  La  sabiduría  es  de  todos  aborre¬ 
cida,  pues  los  hombres  no  viven  confor¬ 
me  á  ser  hombres,  mas  á  dejar  de  ser 
hombres  ,  por  contentar  á  los  hombres.  Y 
con  esto  me  voy,  y  la  merced  que  me 
habéis  de  hacer,  es  que  no  pongáis  lengua 
en  mi  nieta  si  queréis  que  hayamos  la 
fiesta  en  buena  concordia  y  paz. 

Elic.  No  la  pongas  tú  en  mí  y  no  la 
pondré  yo  en  ella. 

Barb.  Esto  digo  yo ,  y  no  es  menester 
aquí  más. 

Elic.  Y  esto  respondo  yo,  y  no  será 
aquí  menester  ménos. 

Cel.  Quien  no  quiere  oir,  primo,  no 
diga;  y  si  dijere,  haga  las  orejas  sordas 
á  sus  palabras  locas.  Y  todos  vivamos 
bien,  que  en  fin,  la  verdad  no  puede  du¬ 
rar  mucho  tiempo  en  opinión,  y  ella  saca 
las  cosas  á  luz  de  las  tinieblas  de  las  ma¬ 
las  lenguas. 

Barb.  Eso  es  lo  que  digo  yo,  que  cada 
uno  en  su  casa  sea  buen  juez,  castigue 
sus  vicios,  sino  quiere  que  otros  los  casti- 

31 


482 


SEGUNDA  CELESTINA. 


guen  por  justicia  ó  por  infamia.  Y  con 
esto  me  voy,  y  quedad  á  Dios. 

Cel.  Y  con  él  vayas.  ¿Vistes  agora  con 
qué  se  venia  acá  el  viejo  clueco?  No  es 
para  castigar  las  tramas  de  sus  hijas  y  sus 
nietas,  y  viene  acá  á  dar  consejo  á  quien 
no  se  le  pide.  Y  dejemos  hora  de  cuen¬ 
tos  viejos,  y  daca  vámonos  á  cenar,  que 
en  cuanto  viviéremos  hemos  de  tomar  el 
mundo  con  estas  condiciones;  y  pues 
todos  los  duelos  con  pan  son  buenos, 
demos  en  los  relieves  del  pan  y  vino  que 
quedaron  de  las  rastras  del  registro  de 
las  despensas,  que  decia  el  viejo  bobo  de 
mi  primo,  y  darte  hé  una  lición  que  te 
valga  más,  cierto,  que  la  del  viejo  loco. 

Elic.  Siéntate,  tia. 

Cel.  Pues  el  caso  es  que  entre  col  y  col 
lechuga,  quiero  decir:  que  ni  seas  con 
Barrada  tan  brava,  ni  seas  tan  mansa  que 
dañes  la  conversación  y  te  tenga  en  poco, 
sino  que  entre  dos  duras  una  madura. 
Hasta  que  le  hayas  dado  parte  de  tí  ente¬ 
ra,  no  le  dés  esperanza  del  todo,  para 
sostenelle  y  alargalle  la  esperanza,  para  po- 
nelle  más  deseo  y  acrecentalle  más  amor; 
y  el  rato  que  estés  con  él,  móstralle  tan¬ 
to  amor  que  piense  que  solo  es  él  en  el 
mundo  amado,  y  contino  en  sus  ofreci¬ 
mientos  traelle  á  la  memoria  que  obras 


SEGUNDA  CELESTINA.  483 

son  amores,  que  no  buenas  razones.  Y 
mira,  que  no  sienta  que  es  fingido  lo  que 
le  dices,  porque  no  sea  contigo  como  dicen: 
á  un  traidor  dos  alevosos,  más  que  sea¬ 
mos  yo  y  tigo  con  él  al  contrario,  pues  no 
me  paresce  nada  traidor,  y  pues  no  lo  es, 
sábele  traer  la  mano  por  el  cerro,  y  echa- 
lle  el  albarda  y  cínchalle  de  manera  que 
traiga  á  cargas  el  bastimiento  para  el  real; 
y  no  dejes  de  contino  avisarme  de  lo  que 
pasa ,  porque  á  nuevas  necesidades  nue¬ 
vos  consejos;  y  bueno  será  que  lo  tome¬ 
mos  para  nos  ir  á  reposar,  que  es  hora. 

Elic.  Tia,  déjame  el  cargo,  que  como 
tus  palabras  no  son  locas,  no  serán  mis 
orejas  sordas. 


484 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  TRIGÉSIMA  NOVENA  CENA. 


Pandulfo  corrido  de  las  palabras  de  Felides,  acuerda  de 
se  ir  y  pedir  prestados  diez  ducados  á  Celestina,  y 
ella  por  buen  estilo  le  negó  que  había  recibido  los  du¬ 
cados,  y  le  hizo  entender  lo  contrario;  y  él  ido  dice 
á  Elida,  que  no  le  entre  allá  el  paje  del  infante,  pues 
dél  no  se  puede  sacar  provecho.  Y  váse  de  casa,  y  Eli¬ 
da  queda  murmurando  della,  y  introdúcense. 


PANDULFO. — CELESTINA.  — ELICIA. 

Pand.  Oh,  gran  mal  es  el  que  no  tiene 
remedio;  que  yo  por  encobrir  mi  cobar¬ 
día  heme  puesto  en  trabajo  que  no  tengo 
de  poder  llevar  adelante,  pues  para  mí 
no  son  estas  santidades,  porque  no  hay 
peor  mal  de  encobrir  que  el  de  la  hipo¬ 
cresía,  porque  no  puede  forzarse  tanto  el 
natural  de  ser  malo,  que  más  no  procure 
descobrillo  la  verdadera  naturaleza  de  ser 
tal.  Así,  que  yo  he  condenado  mi  fama  de 
valiente  hombre,  y  si  más  aquí  estoy, 
condenaré  la  de  buen  cristiano  por  do  me 
pensaba  salvar  de  mi  cobardía,  que  ni 
basta  ya  reir  y  burlar  mi  amo  della,  mas 
Sigeril  tiene  ya  en  tan  poco  mi  persona 
que  burla  de  mí.  No  sé  por  qué  pueda  te¬ 
ner  tanta  fuerza  el  temor  de  la  muerte, 


SEGUNDA  CELESTINA. 


485 

que  no  debia  antes  ser  forzado  con  la 
fuerza  del  temor  de  la  honra:  pues  si  el 
temor  primero  amenaza  con  una  muerte, 
que  forzado  ha  de  pagarse  en  algún  tiem¬ 
po,  el  déla  fama  amenaza  con  cient  mil 
muertes  en  la  vida.  Por  cierto,  grande 
es  el  trabajo  que  pide  la  honra  para  sos¬ 
tenerse,  mas  muy  mayor  es  el  de  vivir 
sin  ella.  ¡Oh,  traidor  de  mí!  ¿No  valiera 
más  aventurar  anoche  la  vida  con  ventu¬ 
ra  de  salir  con  ella,  aunque  algo  acae¬ 
ciera,  y  ya  que  la  perdiera  pagara  la 
deuda  natural  con  gloria  de  fama  inmor¬ 
tal,  que  quitando  la  de  tal  ventura  po¬ 
nerme  á  seguridad  de  infamia  para  mo¬ 
rir  viviendo  en  la  vida,  y  morir  cuando 
muriere  muriendo  en  la  fama?  Y  si  pudie¬ 
ra  yo  ser  tal  cual  es  publicado,  todo  se 
remediaba ,  porque  el  temor  salvábase 
con  que  no  debemos  temer  los  que  ma¬ 
tan  los  cuerpos,  mas  al  que  condena  las 
almas  al  fuego  eterno;  y  tal  fama  es,  con 
que  en  la  memoria  eterna  ha  de  ser  la  del 
justo  y  no  temer  á  oir  cosas  malas,  como 
yo  por  no  temer  honra  ni  justificación 
para  con  Dios  las  temo  oir  cada  dia.  Y 
agora  veo  que  tiene  razón  el  evangelio 
de  decir,  que  los  fuertes  ganan  la  vida 
eterna ,  pues  por  pura  flaqueza  no  me 
esfuerzo  yo  para  poder  servir  á  Dios.  Así 


9 


486  SEGUNDA  CELESTINA. 

que,  me  conviene  para  no  sufrir  tanta 
vergüenza,  pues  primero  no  miré  que  más 
es  sufrir  vergüenza  contina  que  temor  de 
una  hora,  que  me  vaya  ya  de  aquí,  y  para 
esto  llevaré  conmigo  á  mi  esposa  Quin- 
cia.  Y  quiérome  ir  primero  por  casa  de 
Celestina  y  pedille  diez  doblas  prestadas, 
en  virtud  del  amistad  que  á  mi  madre 
tuvo,  para  ayuda  al  camino.  Esto  me  pa- 
resce  bien,  quiérolo  poner  por  obra,  que 
no  estaré  aquí  más  por  todo  el  mundo,  á 
pasar  tanta  vergüenza  como  hoy  he  pa¬ 
sado.  Allá  me  voy,  que  no  puede  ser  me¬ 
jor  consejo;  ta,  ta,  ta. 

Cel.  ¿Quién  está  ahí? 

Pand.  Abre  madre,  que  yo  soy. 

Cel.  Válale  el  diablo,  y  qué  querrá 
agora  este  rufianazo;  aún  si  por  ventura, 
quiere  pedir  parte  de  mi  ganancia  como 
Sempronio,  quiérole  decir  que  lo  diga  de 
defuera  que  estoy  de  priesa. 

Pand.  Madre,  ¿Señora,  no  me  abres? 

Cel.  Hijo,  mi  amor,  yo  tengo  cierta 
priesa:  di  de  ahí  loque  mandas,  que  desta 
ventana  te  oiré. 

Pand.  Madre,  ábreme;  que  en  dos  pa¬ 
labras  despacharé. 

Cel  Hora,  sus;  yo  quiero  abrille,  y  si 
algo  fuere,  yo  preveniré  al  tiempo  con  la 
necesidad.  Hora,  entra  hijo,  y  di  qué  es  lo 


SEGUNDA  CELESTINA.  487 

que  mandas,  que  en  mi  ánima,  no  te  osa¬ 
ba  abrir  porque  dos  negras  veces  que 
aquí  entraste  ya  ves  lo  que  sucedió.  Di  en 
dos  palabras  lo  que  quieres,  no  me  torne 
á  levantar  aquella  puerca  otro  testimonio 
en  que  nos  veamos  en  otra  peor. 

Pand.  Madre,  por  cierto,  á  quien  más 
dello  pesó  fui  yo;  mas  como  dicen,  la 
verdades  hija  de  Dios,  y  ella  limpia  estas 
cosas  con  el  tiempo  que  luego  gasta  lo 
que  con  verdad  no  se  sostiene;  y  por 
tanto,  dejando  esto  aparte,  madre  ya  sa¬ 
bes  que  el  amistad  no  niega  lo  que  por 
razón  della  está  obligado :  que  es  la  vida 
á  ponerse  por  los  amigos,  y  trás  la  vida 
los  bienes  quedan  por  accesorias ,  porque 
en  verdadera  amistad ,  los  bienes  han  de 
ser  comunes  en  las  necesidades;  y  como 
yo  tengo  de  mi  presupuesto  poner  la 
vida  por  tí,  y  la  hacienda  si  fuere  menes¬ 
ter,  y  porque  dicen,  que  no  hay  corazón 
engañado,  como  por  el  mió  juzgo  yo 
para  conmigo  el  tuyo,  vengo  á  socorrerme 
de  tí  en  una  gran  necesesidad  que  tengo. 

Cel.  Algo  es  lo  que  yo  digo,  más  bien 
es  que  no  trae  armas,  y  á  palabras,  pa¬ 
labras. 

Pand.  ¿Qué  dices  madre? 

Cel.  Hijo,  que  acabes  tu  razón,  que  des¬ 
pués  yo  te  responderé;  y  por  cierto,  que 


48S 


SEGUNDA  CELESTINA. 


todo  lo  que  por  tí  pudiere  hacer,  yo  lo 
haré  sin  necesidad  de  nuevos  proferi- 
mientos. 

Pand.  Madre,  téngotelo  en  merced,  que 
eso  me  hace  á  mí  atreverme  á  tí,  y  para 
esto  sabrás,  que  anoche  mi  amo  me  man¬ 
dó  ir  con  mis  armas  adonde  tú  sabes. 

Cel.  ¿Adonde,  hijo,  sé  yo? 

Pand.  Para  conmigo,  madre,  no  hay  pa  - 
ra  qué  encobrirte  que  todo  se  me  entiende. 

Cel.  Por  tu  vida,  hijo,  pues  que  yo  no 
te  entiendo,  ni  sé  por  qué  lo  dices. 

Pand.  Hora,  madre,  que  no  hace  esto 
mucho  al  caso,  pasemos  adelante.  Así  que, 
señora,  tomóme  el  diablo  que  otro  no 
fué,  á  engañarme,  [y  póseme  antenoche 
á  jugar  y  ganáronme  ocho  varas  de  con- 
tray  que  para  sayo  y  capa  mi  amo  me 
habia  dado;  y  el  espada  y  el  broquel  y 
una  jaca  de  malla,  y  con  toda  mi  desven¬ 
tura,  fui  á  noche  por  complir  con  mi 
honra  las  tripas  al  aire  y  hemos  de  ir 
esta  noche;  y  como  á  noche  no  acaeció 
nada,  no  querria  que  acaeciese  ésta  y  ya 
ves  que  tal  iria  yo  sin  armas.  Véngote  á 
suplicar,  que  me  hagas  merced  de  pres¬ 
tarme  diez  doblas  solas  que  para  rescatar 
mis  armas  son  menester,  que  yo  te  pro¬ 
meto,  como  hidalgo,  de  te  las  pagar  ántes 
de  tres  dias. 


SEGUNDA  CELESTINA.  489 

Cel.  Hijo,  por  cierto  que  á  mí  me  pesa 
en  el  alma  de  tu  desdicha;  mas  no  es  de 
maravillar,  hijo,  que  anoche  perdiste  y 
otro  dia  ganarás,  que  todo  lo  deste  mun¬ 
do  carretillas  son  que  corren:  todo,  hijo, 
es  juego  que  no  permanece  en  un  estado. 
En  lo  demas  quisiera  yo ,  hijo,  con  la  vida 
y  con  el  alma  tener,  no  para  prestarte  tan 
poca  cosa,  mas  para  darte  no  diez  mas 
veinte  doblas,  como  lo  solia  ya  yo  hacer 
y  lo  hacia  con  la  malograda  de  tu  madre. 
Mas  mi  fe,  hijo,  mal  pecado,  en  mi  casa 
no  hay  un  maravedí,  que  por  tu  vida, 
que  la  priesa  que  te  dije ,  que  no  era  sino 
para  ir  á  buscar  prestado  para  comer,  y 
Elicia  anda  por  otra  parte,  que  mal  pe¬ 
cado,  con  mi  ausencia  hallé  tal  mi  casa, 
que  Dios  sabe  cuántas  noches  nos  acos¬ 
tamos  ayunas  esta  mochacha  Elicia  y 
yo,  y  no  osamos  sino  chiz  porque  no  lo 
sepa  la  tierra  pór  esta  honra  negra,  hijo, 
porque  más  quiero  que  me  tengan  por 
rica  y  mezquina  que  por  pobre  y  liberal; 
que  ya  mi  fé,  mi  amor,  el  mundo  es  tan 
malo  que  no  tienen  ni  estiman  sino  al 
que  saben  que  tiene.  Mas  á  tí,  hijo,  como 
á  mis  entrañas  digo  yo  mis  necesidades, 
porque  sé  que  las  mias  son  tuyas  y  las 
tuyas  son  mias,  como  quisiera,  y  sabe 
Dios  como  lo  quisiera  tener  con  qué  po- 


490 


SEGUNDA  CELESTINA. 


der  suplir  esa  falta ,  que  por  cierto  que 
si  tú  la  sientes  en  el  cuerpo  que  la  siento 
yo  en  el  alma;  mas  ya  sabes  que  hace 
hombre  lo  que  puede  y  no  lo  que  quiere. 
Así  que ,  lo  que  puedo  es  pesarme  de  tu 
mal,  y  lo  que  quiero  y  no  puedo,  es  no 
poder  suplir  tu  necesidad. 

Parid.  Oh  mala  vieja  avarienta,  y  qué 
palabras  tiene. 

Cel.  Qué  dices,  mi  amor,  ¿Pones  duda 
en  lo  que  digo?  Pues  como  Dios  es  ver¬ 
dad  y  nacimos  para  morir,  que  no  lo 
puedes  pensar  que  es  así  como  lo  digo. 
¿Y  quién  ganará  en  eso,  mi  amor,  más 
que  yo?  Qué  tiempos  son  estos,  que 
cuando  no  los  tenia  los  andaba  á  buscar, 
porque  son  tiempos  donde  sin  recibir 
afrenta  pueden  los  amigos  tomar  de  sus 
amigos,  lo  que  sin  tales  necesidades  no 
se  sufre  por  la  honra  de  tomar  de  sus 
iguales.  Ya  me  tienes  entendido  que  sa¬ 
bio  y  discreto  eres,  y  todo  se  te  entiende, 
mal  pecado. 

Pand.  Madre,  ¿Y  en  qué  gastaste  tan 
presto  las  cien  doblas  que  te  trajo  ayer  Si- 
geril? 

Cel.  ¿Qué  cien  doblas,  hijo? 

Pand.  ¿Para  qué  te  haces  agora  de  nue¬ 
vas?  ¿Sigeril  no  te  trajo  cien  doblas  que 
te  dió  Felides  ayer? 


SEGUNDA  CELESTINA.  49 1 

Cel.  Peor  está  que  estaba;  aun  eso  seria 
el  diablo  si  es  así  que  me  las  enviase  y 
no  me  las  haber  dado.  Por  cierto,  no  me 
has  dejado  gota  de  sangre  en  el  cuerpo, 
y  si  viene  á  mano,  seria  para  el  casa¬ 
miento  de  mi  sobrina  Elicia  que  me  lo 
habia  mandado,  y  darme  há  la  vida  si 
fuese  así;  y  mal  pecado,  si  viene  á  mano, 
las  ha  jugado  como  tú  las  armas  y  lo 
demas. 

Pand.  Ya,  madre.  ¿No  te  dije  que  para 
conmigo  no  son  menester  dobleces?  Dame 
prestadas  solas  diez  doblas ,  que  cierto 
no  es  mucho  que  vendas  tan  barato  el 
precio  de  tus  ofrecimientos. 

Cel.  jAy  cuitada!  hijo,  que  no  sé  res¬ 
ponderte  que  me  tienes  toda  turbada ,  que 
nunca  tales  doblas  me  dió ;  y  pienso, 
como  Dios  es  verdad ,  que  las  envió  tu 
amo.  Aguarda  tomaré  mi  manto  y  vamos 
allá;  y  si  dijere  en  mis  barbas  que  me  las 
dió,  entonces  tú  tendrás  razón. 

Parid.  Madre ,  bueno  es  eso  para  que 
dijese  Sigeril  ó  Felides  que  ando  en  par¬ 
lerías.  No  cures  desos  cumplimientos  para 
conmigo  si  lo  quieres  hacer,  sino  di  que 
no  quieres. 

Cel.  ¡A  osadas,  y  qué  cumplimientos! 
Anda  allá,  hijo,  que  más  me  va  que  ju¬ 
ramento.  Déjame  tomar  mi  manto,  que 


492  SEGUNDA  CELESTINA. 

por  los  santos  de  diez,  á  Felides  me  voy 
derecha;  veamos  qué  trama  es  esta  y  qué 
trampantoja,  que  cierto,  tú  debes  decir 
verdad  y  el  paje  se  ha  callado  con  los  di¬ 
neros  ó  los  ha  jugado.  Anda,  anda  á  allá; 
vamos  á  Felides. 

Pand.  Por  el  cuerpo  del  mundo,  que 
debe  ser  verdad  lo  que  esta  dice,  que 
llora  muy  de  veras ,  y  Sigeril  debia  de 
mentir  ó  callarse  con  las  doblas.  Madre, 
no  cures  por  agora ,  suplícotelo,  de  ir 
allá,  no  diga  Felides  que  ando  yo  en  estas 
cosas  y  sepa  mi  necesidad. 

Cel.  Antes  es  mejor,  hijo,  que  él  lo 
remediará  con  sabella.  ¡Desventurada  de 
mí !  y  cuando  ménos  cient  doblas.  Anda- 
llá,  andallá,  que  no  es  cosa  de  disimu¬ 
lar.  ¡Por  Dios,  que  seria  buen  disimular! 
Apártate ,  amor ,  y  déjame  cerrar  mi  puer¬ 
ta  y  ir  á  entender  en  tan  gran  burla. 

Pand.  flora,  madre,  sosiégate ,  que  por 
burlar  contigo  lo  dije. 

Cel.  ¡Donosas  burlas!  Déjame,  hijo,  que 
no  es  tiempo  de  matar  abades. 

Pand.  Por  el  cuerpo  de  mi  vida  que 
te  digo  de  verdad  que  burlo;  que  por  sosa¬ 
car  si  mi  amo  te  habia  dado  algo,  lo  dije; 
que  ni  tengo  necesidad  ni  hay  para  qué 
pedir  nada,  que  quise  ver  lo  que  tenia 


SEGUNDA  CELESTINA. 


493 


Cel.  Hijo,  mi  amor,  nunca  cures  con 
tus  amigos  de  tales  expiriencias:  nunca 
burlando  pongas  veras  en  amistad.  Por¬ 
que  ves  aquí,  si  no  fuera  verdad  lo  que 
dijiste  todo  el  mundo  no  te  hiciera  creer 
lo  que  yo  te  decia,  que  con  el  ánima  que 
te  decia  lo  que  te  dije  y  con  la  que  yo 
tengo,  tal  la  tenga  Dios  para  conmigo. 
Ay  traidor,  loquillo,  ¿Desos  eres?  A  osa¬ 
das  ,  que  de  hoy  más ,  que  yo  esté  avisa¬ 
da  para  contigo,  y  aunque  para  conmigo 
no  se  entiende  lo  que  te  quiero  decir, 
nunca,  hijo,  por  palabras  de  ofrecimien¬ 
tos  como  las  que  te  dije  la  primera  vez 
que  te  vi,  llegues  al  cabo  el  amistad: 
pues  sabes  que  muchos  son  los  llamados 
y  pocos  los  escogidos,  amigos  digo;  y  no 
tomes  de  cada  uno  más  de  lo  que  te  da, 
ni  le  des  más  de  lo  que  te  ofrece.  A  pala¬ 
bras,  palabras,  digo,  pues  que  ya  sabes 
que  palabras  y  plumas  que  las  lleva  el 
viento,  y  llevadas,  no  hallarás  limpia  tal 
parba  más  de  la  paja  que  el  viento  lleva; 
porque  cuando,  hijo,  se  ha  de  pedir  obras, 
han  de  estar  recibidas  y  entonces  no  te 
podrán  decir:  ni  pidas  lo  que  negaste,  ni 
niegues  lo  que  pediste,  como  Séneca  dice. 
Esto  no  lo  digo  por  mí,  mas  para  que  con 
otros  no  juzgues  toda  la  pieza  del  paño 
por  la  muestra,  porque  los  corazones  están 


494 


SEGUNDA  CELESTINA. 


muy  l'éjos,  hijo,  de  las  palabras,  y  cuan¬ 
do  sin  mucha  causa  no  se  pide,  hácense 
dos  afrentas:  la  una  recibe  el  que  pide 
de  lo  que  le  niegan ,  y  la  otra  al  que  pi¬ 
den,  de  lo  que  no  da.  Porque  sin  buena 
seguridad  más  quiere  el  tal  vergüenza  en 
cara,  que  mancilla  en  corazón;  cuanto 
más,  hijo,  que  nunca  vi  buen  ejemplo 
deste  prestar,  sin  buena  prenda;  porque 
quien  presta  no  cobra,  y  si  cobra  no  tal, 
y  si  tal  enemigo  mortal.  Así  que  por  esto, 
puesto  caso  que  yo  tuviera  que  te  prestar, 
sabe  hijo,  mi  amor,  que  no  lo  hiciera 
sino  para  dártelo  como  dije,  como  lo  hi¬ 
ciera.  Prestado,  créeme,  que  sin  buena 
prenda  no  te  lo  prestára.  ¿Sabes  por  qué? 
Porque  más  quiero  de  mi  amigo  enojalle 
que  no  perdelle.  Y  la  razón  es ,  que  con 
prenda  enójase  de  pedilla,  más  paga;  y 
sin  ella  piérdese  por  no  pagar  muchas 
veces;  y  pues  te  tengo  cobrado,  no  te 
tengo  de  perder.  Dígolo  para  cuando  se¬ 
pas  que  tenga  que  prestar  que  no  lo 
pidas  sin  buena  prenda,  que  si  te  lo  qui¬ 
siere  dar  yo  [lo  daré.  Y  cuando  tomares 
prestado  tórnalo  presto,  porque  ya  sabes 
que  el  buen  pagador,  señor  es  de  haber 
lo  ajeno.  Y  con  esto,  hijo,  te  vé,  que  yo 
quiero  ir  á  buscar  lo  que  te  dije  por  no 
quedar  hoy  sin  comer. 


SEGUNDA  CELESTINA. 


495 


Pand.  Madre ,  yo  te  tengo  en  merced  lo 
que  has  dicho  y  te  beso  las  manos;  y 
queda  con  Dios. 

Cel.  Y  con  él  vayas,  hijo.  ¡Allá  irás  ru- 
rianazo!  ¡  Buena  manera  traia  el  pelón  para 
pedir  prestado,  sobre  la  fé  de  la  hidal¬ 
guía  que  su  agüelo  Mollejas  ganó  en  el 
blasón  de  las  armas,  de  los  terrones  que 
quebró  con  grandísimas  hazañas  en  la  ba¬ 
talla  campal,  con  el  arado  por  lanza  y  el 
azada  por  espada  y  la  hachuela  por  pu¬ 
ñal!  ¡Cómo  pensaba  el  asno  necio  de  me¬ 
ter  pieza  y  sacar  pieza !  Xo  que  te  estregó 
asna  coja.  Más  habias  de  haber  madruga¬ 
do,  á  nacer  digo.  ¡Guayas  de  Celestina,  si 
á  cabo  de  su  vejez  la  habia  de  engañar 
Pandulfo!  Baja  acá  Elida,  y  sabrás  lo 
que  no  sabes. 

Elic.  Tia,  desde  acá  lo  he  oido. 

Cel.  Pues  si  lo  oiste ,  no  se  diga  á  sor¬ 
das,  pues  que  ejemplo  te  doy  que  hagas 
como  yo  he  hecho,  pues  que  sabes  que 
no  es  mayor  el  discípulo  que  el  maestro. 
¡Pensaba  que  no  habia  más  sino  llegar  y 
pegar  con  sus  manos  lavadas  y  cara  sin 
vergüenza,  como  si  nos  mamásemos  acá 
el  dedo!  Hora,  sus,  yo  me  voy  á  misa,  y 
mira  que  aquel  paje  del  infante  no  me 
entre  en  casa,  porque  yo  no  como  carne 
que  no  se  pele,  sino  guárdame  la  pluma 


496  segunda  celestina. 

para  enfundar  los  cabezales.  Ya  me  tienes 
entendida,  que  no  hemos  de  comer  de 
gentilezas  ni  de  cabellos  peinados,  ni  de 
quien  nos  diga:  llámate  mia  y  busca 
quien  te  dé  á  comer. 

Elic.  Ay  Jesús,  madre,  acaba  ya,  que 
ni  quiero  que  entre,  ni  nunca  Dios  lo 
deje  entrar. 

Ccl .  Enójate  tú,  hija,  que  si  muy  eno¬ 
jada  estuvieres,  desnuda  la  saya  y  dale  de 
coces ,  que  lo  que  yo  mando  háse  de  hacer 
en  mi  casa,  que  no  he  menester  tratos 
sin  provecho.  ¿Habernos  de  ser  aquí  el 
sastre  de  Piedras  Albas,  que  tengo  de 
poner  el  hilo  y  el  aguja  de  mi  casa?  Y  si 
no  me  has  entendido,  entiéndeme. 

Elic.  Ay  tia.  ¡Gomo  si  te  encubriese  yo 
cosa!  Veamos,  de  las  doblas  que  Crito  me 
dió,  ¿Hete  demandado  blanca? 

Cel.  ¿Mas  pidiésesmela?  Pardios,  hija, 
que  no  eres  camaleón,  para  pedir  lo  que 
no  das,  que  te  sostienes  de  solo  aire,  digo, 
como  te  conviene  si  has  de  gozar  del 
paje  rojo;  y  á  cabo  de  mil  años  que  te 
doy  vestidos  y  calzado  y  de  comer,  me 
zahieres  dos  negras  doblas  empecinadas. 
¡  Guayas  de  las  doblas  y  de  la  nada,  que 
para  vino  son  menester  cada  mes  diez! 
Busca,  busca  hija,  quien  te  dé  ropa  y  quien 
te  calce,  y  déjate  de  gentilezas,  que  no 


SEGUNDA  CELESTINA. 


497 


hemos  en  fin  de  comer  dellas.  Y  lo  dicho 
dicho,  y  queda  á  Dios  y  cierra  tu  puerta. 

Elic.  ¡  Al  diablo  la  vieja,  que  no  se  con¬ 
tenta  con  cuanto  ha  ganado  conmigo, 
sino  que  si  tengo  amor  á  uno,  no  le  tengo 
de  osar  mirar!  Toma  para  tus  ojos,  que 
yo  le  hablaré  aunque  te  pese;  que  no 
tengo  yo  de  estar  á  diente  como  haca  ga¬ 
llega  con  solo  Barrada,  que  no  es  bueno 
según  su  edad,  sino  para  tomar  consejo. 
Que  par  Dios,  que  aunque  tú  sepas  más 
ruindad,  que  yo  te  haga  mil  trampanto¬ 
jos,  y  aunque  viniese  agora  Tristan  no 
me  pesase,  como  quedó  concertado  el  otro 
dia,  que  de  cuanta  ganancia  yo  te  doy 
algún  placer  tengo  yo  de  haber.  ¡Al  diablo 
la  vieja  clueca,  que  desque  han  gozado 
el  mundo  estas  abucastas  quieren  las  mo¬ 
zas  muy  castas ,  que  todo  su  hecho  ha  de 
ser  beber  y  comer!  Pues  allá  irás  y  man¬ 
dóte  yo  doña  vieja  refonfonear,  que  con 
esta  almoaza  te  tengo  de  almoazar. 


* 


32 


493 


SEGUNDA  CELESTINA. 


ARGUMENTO  DE  LA  CUADRAGESIMA  CENA. 

•  '  V  ' 

Polandria  dice  á  Poncia  que  es  hora  de  ir  al  concierto, 
y  van.  Y  venido  Felides,  conciértase  el  casamiento  de 
Poncia  con  Sigeril,  y  apartados,  goza  Felides  de  los 
amores  de  Polandria.  Y  Poncia  no  consiente  en  los  de 
Sigeril  hasta  que  se  velen.  Y  ellos  idos,  queda  Poncia 
reprendiendo  á  Polandria  haber  dado  parte  de  sí  á 
Felides  hasta  casarse.  Y  concluyese  la  comedia,  y 
introduce  nsc. 

POLANDRIA. — PONCIA. — FELIDES. — SIGERIL. 

Pol.  Ponda,  hora  es  ya  que  vamos  al 
jardin. 

Pon.  Señora,  vamos  paso,  que  á  buen 
sueño  suelto  duermen  todos. 

Pol.  Hermosa  noche  hace,  y  gloria  es 
estar  debajo  de  las  sombras  destos  cipre- 
ses,  á  los  frescos  aires  que  vienen  regoci¬ 
jando  las  aguas  marinas  por  encima  de 
los  poderosos  mares. 

Pon.  Señora,  ¿Cuál  te  paresce  mejor, 
esta  música  que  dices  destos  airezicos  en 
las  hojas  de  los  árboles,  ó  la  de  la  voz  y 
cantar  de  Felides? 

Pol.  Ay  Poncia,  la  de  Felides:  tanto 
cuanto  va  y  no  ménos  de  la  mezcla  de  la 
razón,  que  con  las  consonancias  viene 
mezclada,  al  regocijo  que  estos  aires  natu- 


I 


I 


SEGUNDA  CELESTINA.  49 9 

raímente  hacen,  sin  ornamento  de  más 
razón  de  aquella  que  ellos  guardan  en  su 
naturaleza;  porque  esta  música  pone  des¬ 
canso  al  cuerpo,  y  la  otra  al  ánima,  por¬ 
que  goza  el  entendimiento  de  lo  que  se 
entiende  en  las  palabras  que  en  los  oidos 
suenan. 

Pon.  Señora,  dejando  aparte  esta  mú¬ 
sica,  ¿Qué  tacha  tiene  la  de  Celestina? 
Mezcladas  las  palabras  diferentes  enten¬ 
dimientos.  ¿Hay  instrumento  en  el  mundo 
ni  manos  de  artífice  puestas  en  él,  qne  tal 
melodia  y  diferencia  haga  como  la  lengua 
de  aquella  vieja? 

Pol.  ¡Hora  las  pasas  por  tan  mala  vieja! 
Por  cierto,  que  pienso  que  no  tuvo  Orfeo 
otra  arpa  más  que  la  lengua  y  saber 
desta  vieja,  y  que  por  forma  poética 
fingen  los  poetas  arpa  por  la  lengua, 
porque,  ¿Qué  fuerza  para  ablandar  las 
piedras  más  duras,  que  son  los  corazones, 
que  la  lengua?  Que  con  palabras  blandas 
tiene  la  fuerza  en  una  hora,  que  el  agua 
blanda  en  mucho  tiempo  tiene  para  hora¬ 
dar  las  duras  piedras.  Pues  las  aves,  que 
son  los  pensamientos  puestos  en  el  cielo, 
esta  los  puede  traer  y  abajar  á  su  son. 
Pues  abrir  las  puertas  del  infierno,  de 
suyo  está ,  que  mudando  los  buenos  pen¬ 
samientos  que  las  tienen  cerradas,  las 


500  SEGUNDA  CELESTINA 

abren  dando  lugar  á  vicios.  ¡  Oh  quien 
tomara  aquella  vieja  sin  bastimientos  y 
reparos  para  defender  la  fortaleza  de  su 
bondad,  que  no  la  derrocara  con  el  arti¬ 
llería  de  su  lengua!  ¡Qué  celadas  pone! 
¡ De  qué  ardides  usa!  ¡Qué  reparos  hace! 
¡De  qué  pertrechos  trata!  ¡Qué  escuchas 
tiene  !  ¡  Qué  treguas  pone !  ¡  Qué  guerra 
hace!  ¡  De  qué  ahumadas  usa!  Por  cierto, 
el  humo  de  mis  narices  no  habia  hecho 
la  menor  almenara,  cuando  ya  tenia  el 
aviso  para  el  socorro.  ¡Cuitada  de  Meli¬ 
bea !  que  agora  no  le  pongo  tanta  culpa, 
pues  tal  guerra  tuvo. 

Pon .  Señora,  tú  dices  la  verdad;  mas 
no  de  ménos  guerra  fueron  los  mártires 
guerreados,  y  en  los  escudos  de  la  fé 
sufrieron  mayores  golpes,  por  donde  res- 
cibieron  la  corona  de  mártires,  y  las  vír¬ 
genes  de  continentes:  como  somos  todas 
obligadas  en  la  fé  de  nuestra  limpieza  á 
resistir,  no  sólo  el  artillería  de  la  lengua 
de  Celestina,  más  martirio  de  la  vida, 
para  que  el  cuerpo  pague  con  lo  que 
debe,  que  es  la  muerte,  lo  que  más  debe 
á  la  fama  y  limpieza  de  la  virtud  del  alma. 
Mas  oye,  señora,  que  ya  debe  de  venir 
Felides. 

Fel.  Pon  Corniel,  esa  escala  y  aguarda 
como  la  otra  noche.  Sigeril,  ¿No  subes? 


SEGUNDA  CELESTINA. 


501 

Sig.  Señor:  por  nuestra  dueña,  que  no 
sé  de  qué  arte  está  esa  escala  que  no  me 
deja  subir. 

Fel.  Daca  la  mano,  que  la  escala  no 
tiene  culpa  si  tu  ligereza  no  la  tuviese. 
Por  cierto,  más  suelto  que  un  sapo  eres. 
¡Oh,  hi  de  puta  el  diablo,  y  qué  suelto  que 
estás,  si  así  estás  con  Ponda! 

Sig.  Par  Dios,  señor,  el  espada  me 
estorbaba. 

Fel.  Hora,  calla,  que  hablar  oyo  en  el 
jardín:  mi  señora  debe  de  ser. 

Pon.  Señora,  ¿Tuno  oyes,  qué  armonía 
pasa  en  subir  mi  requebrado? 

Pol.  Ya  lo  oyo;  y  en  todo  hizo  Dios 
acabado  á  Felides,  que  aun  hasta  con  sus 
criados  tiene  gracia.  Y  callemos,  que  hélo 
aquí  donde  llega. 

Fel.  Mi  señora  Polandria,  para  tomar 
la  posesión  de  mi  remedio.  ¿Dasme  licen¬ 
cia,  pues  me  niegas  las  manos  como  es¬ 
posa  ya  que  como  tal  las  diste,  que 
engaste  en  estos  brazos  ese  relicario 
precioso  de  tu  hermoso  cuerpo  donde 
está  encerrado  todo  mi  bien? 

Pol.  Señor,  yo  recibo  y  quiero  pagar  la 
deuda  del  amor  que  te  tengo,  en  la  mis¬ 
ma  moneda  que  de  tí  la  rescibió. 

Fel.  Oh ,  mi  señora ,  con  la  gloria  del 
bien  que  en  los  brazos  tengo  estoy  tan 


502 


SEGUNDA  CELESTINA. 


enajenado,  para  más  en  tí  estar  converti¬ 
do,  que  no  me  siento  para  sentir  el  bien 
que  tengo,  tanto  que  milagrosamente  ten¬ 
go  vida,  teniendo  más  razón  para  tenella 
que  hasta  aquí  por  estar  ya  con  mi  alma 
de  quien  contíno  he  sido  desamparado.  Y 
en  la  hermosura  que  agora  veo  en  ella 
conozco  que  estoy  en  gloria,  sino  me  des¬ 
engañase  deste  engaño  la  falta  que  para 
gozar  de  entera  gloria  rescibo  con  acor¬ 
darme,  que  tengo  destar  tan  presto  apar¬ 
tado  del  alma  y  en  mi  posada  con  solo  el 
cuerpo. 

Pol.  Señor  Felides,  no  sé  qué  te  res¬ 
ponder,  porque  meparesce  que  estoy  hecha 
Sofía  criada  de  Anfitreon  cuando  Mer¬ 
curio  le  hizo  entender  que  era  otro  él;  así 
yo  soy  otro  tú,  y  pues  tú  hablas  como 
tal  tú,  yo  no  tengo  que  responder. 

Fel.  Oh,  mi  señora,  tus  palabras  ata¬ 
jan  toda  respuesta. 

Pon.  Agora  digo  yo  que  pudiera  de¬ 
cir  Quincia,  que  no  entendía  esas  retó¬ 
ricas. 

Fel.  Hora,  ¿Pasas,  señora,  por  el  do¬ 
naire  de  Pandulfo,  y  mas  por  el  de  agora, 
que  de  miedo  se  ha  hecho  santo  por  no 
venir  conmigo  y  pienso  que  es  ido,  que 
desde  esta  mañana  no  paresce? 

Pon.  Si  eso  es  así,  que  me  maten  si 


SEGUNDA  CELESTINA.  5O3 

Quincia  no  es  ida  con  él,  que  desde  esta 
mañana  no  paresce. 

Fel.  Sin  duda  es  así,  que  él  me  dijo  que 
se  habian  desposado;  y  porque  no  quede 
Sigeril  quejoso,  yo  quiero,  señora  Poncia, 
ser  vuestro  casamentero  á  suplir  con  mis 
bienes  la  falta  de  los  suyos  y  la  sobra  d  e 
sus  males. 

Pon.  Buena  Celestina,  señor,  te  has  tor¬ 
nado,  bien  dicen,  que  cuales  romerías  ha¬ 
ces  tales  veneras  traes. 

Fel.  No  digas  mal,  señora,  de  quien  me 
pudo  hacer  tanto  bien. 

Pon.  No  digo  yo  mal  que  no  sea  bien, 
según  lo  poco  que  en  lo  mucho  que  ella 
tiene  puede  decir. 

Fel.  Bien  paresce,  señora,  que  hablas 
como  libre  de  amor;  que  por  su  mal,  si  lo 
tuvieras,  supieras  el  bien  de  Celestina. 
No  de  balde  se  dice,  que  mal  ajeno  de 
pelo  cuelga,  y  pues  así  tienes  tú  colgado 
el  de  Sigeril,  por  la  lástima  que  de  mí 
pude  haber  para  procurar  mi  remedio 
sacando  lo  que  le  debo,  quiero,  si  mi  se¬ 
ñora  Polandria  es  servida  y  contenta,  que 
con  suplir  yo  vuestra  necesidad  en  lo  que 
puedo ,  le  saques  tú  de  la  suya. 

Pon.  Como  yo  no  tenga  sobre  mí  más 
señorío  del  que  la  servidumbre  que  debo 
á  mi  señora  Polandria  me  debe  poner, 


504  SEGUNDA  CELESTINA. 

que  es  para  gozar  de  la  gloria  de  ser  suya, 
y  por  tal  razón  debelle  mi  voluntad  para 
en  todo  hacer  la  suya,  á  ella  doy  la  mano 
en  todo. 

Pol.  Pues  tú  me  das  la  mano,  yo  la  doy 
á  Sigeril  junto  con  la  mia  para  complir 
contigo  la  obligación  que  por  tu  amor  y 
servicio  te  debo;  para  ayuda  á  lo  que  mi 
señor  Felides  hace  con  él. 

Fel.  Señora  mia,  yo  rescibo  la  merced 
en  nombre  de  Sigeril,  y  te  beso  por  ella 
las  manos,  y  á  él  entrego  la  de  Poncia 
por  esposa.  ¿Y  tú  otórgaslo  así? 

Pon.  Sí  otorgo,  por  el  poder  de  mi  se¬ 
ñora  receñido,  y  en  confirmación  de  las 
mercedes  tuyas  y  suyas  receñidas;  que  de 
tales  personas  no  ménos  fuerza  por  pala¬ 
bra  pueden  tener,  que  con  la  seguridad 
con  las  obras  se  recibe. 

Sig.  Pues  yo  besando  las  manos  de  Fe- 
lides  mi  señor,  y  de  Polandria  mi  señora, 
recibo  la  tuya  como  de  esposa,  y  como 
de  esposo  te  doy  la  mia  con  la  primera 
palabra,  que  es:  que  más  precio  de  haber 
receñido  el  precio  de  tu  virtud  para  tu 
fama  y  mi  gloria,  que  el  precio  que  con 
el  de  tu  beldad  recibo  para  mi  remedio 
y  contentamiento. 

Fel.  Hora,  pues,  para  que  yo  goce  del 
mió  y  tú  del  tuyo,  tú  te  puedes  ir  donde 


SEGUNDA  CELESTINA.  305 

de  la  posesión  de  esposa  puedas  gozar, 
con  guardar  la  propiedad  que  á  su  virtud 
y  tu  comedimiento  se  debe. 

Pon.  Señor,  por  mayor  merced  tengo 
la  que  con  tu  mandamiento  en  mi  hones¬ 
tidad  rescibo ,  que  la  que  para  sostener  la 
vida  me  quisiste  hacer;  porque  de  mayor 
grandeza  es  el  manjar  que  sostiene  lo 
inmortal,  pues  es  de  tal  condición,  que  lo 
que  sostiene  la  mortal  con  la  misma  con¬ 
dición:  como  lo  primero  sea  la  fama,  que 
nunca  acaba,  y  lo  segundo  la  vida  que 
ha  de  acabar  forzado.  Y  con  esto  te  dejo 
con  la  libertad  que  me  envias. 

Fel.  Oh  mi  señora,  cuánto  bien  es  el 
que  tengo  entre  mis  brazos  y  cuánta  glo¬ 
ria  recibo  de  gozar  desta  boca,  que  áun 
el  pensamiento  solia  tener  el  comedi¬ 
miento  que  se  te  debia,  que  de  tu  valor 
me  hizo  digno  que  gozase. 

Pol.  Señor  Felides,  suplicóte  yo  que  la 
licencia  que  el  pensamiento  te  ha  dado 
como  á  mi  esposo,  en  lo  que  antes  como 
dices  no  osabas  gozar,  no  te  ponga  más 
licencia  de  la  que  has  tomado ;  no  re¬ 
prendas  en  tí  y  en  mí  con  obras,  lo  que 
con  las  palabras  á  nuestros  criados  enca¬ 
reciste  por  virtud. 

Fel.  Mi  señora,  aquellas  son  cosas  para 
decirse  y  no  para  hacerse.  No  pienses  que 


506  segunda  celestina. 

* 

está  en  mi  mano  dejar  de  poner  mi  deseo 
en  la  posesión  de  su  gloria. 

Pol.  Oh  señor,  por  Dios  que  estés  que¬ 
do;  mira  lo  que  haces,  no  me  pongas  en 
vergüenza. 

Fel.  Señora  mia,  no  hay  nadie  que 
nos  vea. 

Pol.  Ah  Jesús,  señor,  ¿Y  quién  más  que 
yo  lo  puede  ver,  y  á  quién  debe  nadie 
más  vergüenza  que  á  sí  mismo?  Cuanto 
más  que  lo  ves  tú. 

Fcl.  Señora,  no  hagas  diferencia  de  mí 
á  tí  pues  somos  una  cosa. 

Pol.  No  pensé  yo  que  quedando  conti¬ 
go  tomáras  tanta  licencia  y  me  hicieras 
tal  afrenta;  mas  yo  tengo  la  culpa  por 
do  meresco  la  pena,  pues  que  en  ningún 
peligro  se  ha  de  poner  ninguno  en  con¬ 
dición ,  pudiéndolo  asegurar.  Yo  di  lugar 
con  dar  la  ocasión  á  tu  atrevimiento,  y 
pues  tengo  la  culpa ,  bien  es  que  sea  con 
la  pena  castigada. 

Fel.  Señora  mia,  no  te  vea  yo  enojada, 
sino  con  esta  espada  te  daré  la  venganza 
de  mí. 

Pol.  Señor,  la  venganza  de  mí  la  ten¬ 
go  rescebida.  Yo  hice  como  loca  doncella 
en  ponerme  en  tal  lugar  contigo,  confián¬ 
dome  de  lo  que  no  debiera ;  y  tú  has  he¬ 
cho  lo  que  no  debías  á  mi  honestidad, 


SEGUNDA  CELESTINA.  507 

aunque  lo  debieras  á  tu  atrevimiento,  para 
tan  presto  tomar  la  posesión  de  toda  mi 
limpieza. 

Fel.  Oh  mi  señora,  suplicóte  que  me 
perdones. 

Pol.  Hora,  señor,  que  no  hay  necesidad 
de  pedir  perdón  en  lo  que  con  él  no  se 
puede  remediar,  y  esto  es  causa  bastante 
para  lo  alcanzar. 

Sig.  Mi  señora  Poncia,  bien  paresce  te 
puso  Dios  razón  en  todas  las  cosas,  pues 
no  quiso  dejar  sin  ella  al  amor  que  yo  te 
tenia  para  remediar  la  muerte,  que  sin 
duda  de  otra  suerte,  no  se  podia  excusar 
á  tu  causa. 

Pon.  Señor  Sigeril,  yo  huelgo  mucho 
de  haber  sido  tan  á  honra  mia  esa  deuda 
que  dices  haberte  yo  debido ,  y  ruégote 
que  te  contentes  con  la  licencia  que  tu 
amo  nos  dió  y  no  te  pongas  en  eso,  que 
yo  te  prometo  que  es  por  agora  excusado; 
porque  no  sólo  quiero  la  desculpa  de  ser 
tu  esposa  para  darte  tanto  favor;  mas  lo 
que  debo  á  mi  honestidad  para  con  el 
tiempo  y  con  el  amor  de  larga  conversa¬ 
ción,  poner  alguna  razón  y  desculpa  á  mi 
vergüenza,  lo  que  en  tan  poco  tiempo  ni 
en  razón  de  verdadero  amor  se  sufre,  ni 
en  vergüenza  de  honestidad  se  dá  licen¬ 
cia.  No  porñes,  que  no  te  ha  de  aprove- 


50S  SEGUNDA  CELESTINA. 

char  sin  mi  voluntad  querer  satisfacer  la 
tuya;  déjame,  par  Dios,  que  me  traes 
muerta,  que  maldita  la  cosa  que  te  apro¬ 
vecha;  que  yo  te  doy  mi  fe,  que  hasta  que 
conmigo  te  veles  que  es  excusado. 

Sig.  Hora  señora,  pues  así  quieres  hága¬ 
se  tu  voluntad,  pues  en  todo  ha  de  ser  la 
mia,  la  tuya. 

Pon.  Esta  es  mi  voluntad  y  doyte  mi 
fé,  si  no  la  guardares,  que  no  me  ponga 
más  donde  puedas  ofenderme  hasta  el 
tiempo  que  te  tengo  dicho.  Por  tanto, 
siéntate  y  está  quedo. 

Fel.  ¡Oh  mi  señora,  cuán  gran  gloria  de 
gozar  de  tanto  bien  rescibo!  Sino  que  con 
semejante  ventura,  sin  haber  en  el  mundo 
su  igual,  estoy  con  el  sobresalto  del  rey 
Felipo,  rey  de  Macedonia,  cuando  en  un 
dia  le  trajeron  juntos  tres  correos  tres 
grandes  y  alegres  nuevas.  La  una,  que 
Olimpia  su  mujer  habia  parido  un  hijo, 
el  cual  fué  Alexandre;  la  segunda  fué, 
que  Parmineon,  su  capitán  general,  ha¬ 
bia  vencido  una  insigne  batalla;  la  ter¬ 
cera,  que  un  hijo  suyo  habia  llevado  la 
gloria  en  las  disputas  en  Rodas,  que  como 
tan  grandes  nuevas  juntas  oyese,  alzan¬ 
do  las  manos  dijo:  ¡Oh  fortuna!  suplicóte 
que  me  pagues  con  pequeña  adversidad; 
teniendo  por  cierto,  según  las  naturales 


SEGUNDA  CELESTINA.  509 

«  *  — 

mudanzas  desta  vida,  la  adversidad  tras 
tan  gran  prosperidad,  lo  cual  las  serenas 
no  ignoran  con  el  instinto,  pues  lloran 
con  la  calma  y  cantan  con  las  grandes 
tormentas,  con  cada  cosa  conformándose 
con  el  tiempo,  con  la  más  cierta  natura¬ 
leza  de  su  mudanza,  que  es  de  no  perma¬ 
necer  cosa  desta  vida  en  un  ser.  Así  yo, 
gozando  de  la  presente  gloria,  ruego  á 
Dios  que  me  pague  con  pequeña  adversi¬ 
dad  la  cierta  mudanza  de  la  prosperidad 
tan  grande  que  me  veo ;  y  pienso  que 
como  á  los  que  notifican  la  gloria  del 
pontificado,  para  templar  la  gloria  de  la 
nueva  por  el  peligro  que  la  vida  recibe 
con  la  alteración,  como  por  ejemplo  del 
Pontífice  tenemos  que  murió  con  la  glo¬ 
ria  de  tal  nueva,  les  queman  las  estopas 
delante,  diciéndoles  que  así  se  pasa  la 
gloria  deste  mundo,  que  no  se  ensober¬ 
bezcan  para  morir  con  cosa  que  tan 
presto  han  de  dejar;  así  la  tal  memoria 
me  quema  las  estopas  de  la  brevedad  de 
todo  tiempo  por  largo  que  sea,  para  go¬ 
zar  de  tal  gloria,  para  que  la  vida  se  sos¬ 
tenga  y  no  acabe  con  el  gozo  demasiado, 
á  todo  lo  que  con  fuerzas  humanas  se 
puede  sentir. 

Pol.  Señor  Felides,  bien  es  que  para 
que  yo  templase  la  gloria  con  el  peligro 


5  ÍO  SEGUNDA  CELESTINA. 

de  la  vida,  como  dices,  se  templase  con 
quemarme  las  estopas  de  haberme  despo¬ 
sado  sin  licencia  de  mis  parientes,  y  ha¬ 
ber  tomado  tú  de  mí  la  prenda  que  hasta 
ser  velados,  no  se  permite  en  verdadera 
honestidad  de  doncella;  porque  bien  fuera 
que  ya  que  el  amor  disculpara  el  primer 
yerro,  la  honestidad  quedára  sin  culpa 
reservada  del  segundo,  para  que  pare¬ 
ciera  que  la  virtud  del  matrimonio  por 
sólo  nuestro  contentamiento  enderezado 
al  servicio  de  Dios  nos  habia  juntado, 
V  no  para  sólo  conformidad  de  ningún 
vicio. 

Fel.  Mi  señora,  no  tienes  en  eso  mejor 
disculpa  para  conmigo  que  la  fuerza  que 
vo  conozco  que  de  mí  en  esa  parte  has 
rescebido:  pues  sabes  que  donde  fuerza 
hay  derecho  se  pierde;  que  para  lo  de¬ 
mas,  el  secreto  quedará  por  disculpa  con 
no  se  saber. 

Pol.  Señor,  bien  dices ,  si  esa  fuerza  no 
diera  yo  lugar  á  ella  por  ponerme  en 
lugar  donde  la  pudiese  rescebir;  porque  no 
hay  fuerza  en  este  caso  que  disculpe  las 
mujeres,  cuando  la  ocasión  de  su  parte 
da  lugar  á  recibilla;  porque  si  yo  no  diera 
ocasión  á  salir  en  tu  poder,  no  recibiera 
ninguna  fuerza  de  tus  manos.  Mas  de  lo 
malo  escoger  lo  mejor,  y  es  que  mañana 


'  SEGUNDA  CELESTINA.  5 1  I 

envíes  á  pedirme  á  mi  madre  en  casa¬ 
miento;  y  hay  un  gran  bien  para  ello  y 
es:  que  yo  supe  hoy  della  que  la  manda 
que  mi  padre  hizo,  que  casase  con  hom¬ 
bre  que  fuese  de  mi  linaje,  no  pudo  per¬ 
judicar  mi  mayorazgo,  por  cuanto  mis 
agüelos  lo  dejaron  libre  de  la  tal  restitu¬ 
ción,  y  mi  padre  no  pudo  agravarme  en 
lo  que  no  fué  ni  podía  ser  más  parte  que 
gozar  del  uso  y  fruto  por  su  vida.  Así 
que  salvo  está ,  como  lo  está  tu  persona  y 
riqueza:  demanda  mi  voluntad  y  la  de 
mis  parientes,  y  esto  para  que  nuestro 
gozo  sea  complido  y  sin  sobresalto  que  se 
pueda  saber. 

Fel.  Mi  señora ,  mucho  he  holgado  con 
lo  que  dices,  para  que  se  pueda  hacer  lo 
que  mandas  para  tu  contentamiento,  pues 
en  él  consiste  el  mió;  y  con  esta  segu¬ 
ridad  de  gloria,  tendré  más  acrecenta¬ 
miento  en  la  qüe  en  el  presente  gozo. 

Pol.  Hora  pues,  señor,  con  este  acuerdo 
dejo  yo  reposar  mi  honestidad,  y  qué¬ 
dense  las  locuras  y  burlas  para- otro  dia, 
que  hora  es  ya  y  tiempo  que  te  vayas, 
que  ya  el  sol  comienza  á  dar,  con  el  muy 
gran  resplandor  y  claridad,  testimonio  de 
su  cercana  venida  para  nuestra  ida;  y 
llama  tu  criado  y  despertemos  el  juego, 
que  la  pena  que  yo  en  apartarme  de  tí 


512  SEGUNDA  CELESTINA. 

siento,  me  dice  la  que  sentirás  en  apar¬ 
tarte  de  mí. 

Fel.  Parésceme,  señora,  que  Poncianos 
ha  quitado  desos  cuidados,  que  héla  aquí 
donde  viene  con  muy  gran  priesa. 

Pon.  Señor,  hora  es  que  te  vayas. 

Fel.  Señora  Poncia,  sepamos  quién 
tiene  la  culpa  deste  mal  que  nos  haces  á 
mi  señora  y  á  mí,  ¿La  mucha  desembol- 
tura  tuya  ó  la  falta  de  la  de  tu  esposo? 

Pon.  Mi  honestidad  á  lo  segundo,  pone 
la  razón  del  cuidado  en  lo  primero;  y  dé¬ 
jate  de  burlas,  pues  que  en  ellas  en  esa 
parte  no  te  debe  nada  tu  criado,  de  lo 
que  mi  señora  debe  á  su  criada. 

Pol.  En  mal  hora  y  en  mal  punto  Pon¬ 
cia,  tú  digas  eso.  ¿Y  qué  has  tú  visto  en 
mí  desa  deuda? 

Pon.  El  mal  de  hablar  tanto  al  señor 
Felides,  con  el  bien  del  callar  de  Sigeril; 
porque  agora  veo,  que  tuvo  razón  un  fi¬ 
lósofo  que  dijo:  que  nunca  de  callar  se 
habia  arrepentido  y  del  hablar  sí  muchas 
veces;  como  agora  parece,  que  el  hablar 
de  tu  esposo  ha  puesto  la  sospecha  que 
las  obras  han  negado  á  la  vista;  y  por 
esto,  dice  bien  el  proverbio:  que  al  buen 
callar  llaman  Sancho. 

Pol.  ¿Para  qué  señor  dices  nada  destos 
donaires,  que  por  te  hacer  á  tí  desen- 


SEGUNDA  CELESTINA.  5 1 3 

vuelto ,  has  querido  hacer  á  mí  des¬ 
honesta? 

Fel.  Mi  señora,  yo  estoy  burlando  por 
atravesar  con  la  gracia  de  Poncia,  y  por 
dar  ocasión  á  dilatar  una  Ave  Maria,  como 
quien  quiere  quitarme  las  escaleras  y  de¬ 
jarme  ahorcado,  pues  no  ménos  es  apar¬ 
tarme  de  tí;  y  pues  Poncia  es  el  verdugo, 
razón  es  de  pagalle  sus  derechos  que  son 
los  vestidos  de  el  muerto ,  que  soy  yo ;  por 
lo  cual  le  mando  seis  piezas  de  seda  de 
colores,  para  el  dia  que  se  desposare  pú¬ 
blico,  que  si  yo  puedo  será  antes  de  ocho 
dias;  y  la  vieja  Celestina,  quiero  que  con¬ 
cierte  lo  acordado  de  nuestro  casamiento, 
para  aprobación  de  su  mala  estimación. 

Pon.  Señor,  desa  manera  cada  dia  en¬ 
tiendo  de  quitarte  las  escalas,  pues  tan 
buenos  derechos  tengo  de  tal  oficio. 

Fel.  No,  que  ya  muerto  el  hombre  no 
puede  tornar  á  morir. 

Pon.  Pues  Celestina,  según  eso;  ¿No 
tornará  á  morir? 

Fel.  Sea  secreto,  y  deciros  hé  una  cosa 
que  es  espanto  de  la  oir. 

Pol.  Di  señor,  que  sí  será. 

Fel.  Pues  sabe,  que  una  persona  hon¬ 
rada  y  quien  á  Celestina  es  en  gran  cargo, 
la  tuvo  escondida  todo  el  tiempo  que  se 
dijo  que  era  muerta;  y  ella  con  sushechi- 

33 


514  SEGUNDA  CELESTINA. 

zos  hizo  parescer  todo  lo  pasado  para  se 
vengar  de  los  criados  de  Calixto,  porque 
le  querian  tomar  lo  que  su  amo  le  habia 
dado;  y  hizo  con  sus  encantamientos  pa¬ 
rescer  que  era  muerta,  y  agora  fingió  haber 
resucitado.  Y  esta  es  la  verdad,  que  lo  de 
Júpiter  y  Venus,  todo  es  burla  como  ellos 
son  dioses  de  burlas.  Y  sea  en  gran  se¬ 
creto,  porque  el  Arcediano  viejo  me  lo 
dijo;  que  con  esto  le  quiso  pagar  muchas 
deudas  de  cuando  era  mozo  que  desta 
buena  mujer  habia  rescebido,  así  de  su 
persona  de  cuando  era  moza,  que  tuvo 
amores  con  él,  como  de  tercera;  y  des¬ 
pués  que  ya  ella  estaba  más  para  pagar 
los  cañibetes  que  para  los  poder  rescibir, 
sino  es  por  corredera  de  lonja,  como  ha¬ 
ya  salido  tan  buena  maestra.  Y  sea  muy 
secreto  porque  correría  gran  peligro  la 
buena  dueña  con  la  justicia,  si  se  supiese. 

Pol.  Jesús,  Jesús,  agora  me  libre  Dios 
del  diablo  de  tal  cosa,  y  de  tal  ruindad 
de  vieja.  ¿Qué  es  posible? 

Fel.  Es  así  sin  duda  ninguna,  y  lo  di¬ 
cho  en  confision. 

Pol.  Pierde  cuidado,  señor. 

Pon.  Válala  el  diablo,  y  aún  con  eso, 
¡No  quiere  ella  decir  nada  del  otro  mun¬ 
do,  ni  de  lo  que  vió  en  él! 

Pol.  ¿Cómo  diablos  dirá  lo  que  no  vió? 


SEGUNDA  CELESTINA.  515 

Hora,  cree  que  es  el  diablo  y  no  otro.  Ay 
por  Dios,  señor,  no  la  metas  en  que  sea 
nuestra  casamentera  para  que,  pues  Dios 
nos  ha  ajuntado,  no  nos  pueda  el  diablo 
apartar. 

Fel.  Señora,  y  no  sabes  un  proverbio 
que  dice,  ¿Que  lo  que  de  Dios  está,  el  dia¬ 
blo  lo  acarrea?  Déjala,  que  si  de  Dios  está, 
esta  lo  acarreará  más  ayna  que  otra  per¬ 
sona  del  mundo. 

Pon.  Hora  sus,  señor,  tú  te  vé  y  nos¬ 
otras  nos  iremos,  y  acaba  ya  de  tanto  besar. 

Fel.  Señora  mia,  Dios  quede  contigo, 
y  contigo  Poncia. 

Pol.  Y  vaya  contigo  señor.  jAy  Poncia! 
¿Para  qué  me  dejabas  sola?  que  por  mi 
vida,  que  he  salido  por  mis  fuerzas  del  pe¬ 
ligro  en  que  me  dejaste. 

Pon .  Buen  disimular  es  ese,  señora. 

Pol.  ¿Qué,  piensas  que  burlo?  Por  tu 
vida,  que  te  digo  verdad. 

Pon.  Jura  por  la  tuya,  señora,  que  por 
la  mia,  que  no  me  tomes  acá  más  hasta 
que  se  concierten  los  casamientos. 

Pol.  ¿Cómo  es  eso? 

Pon.  Como  ó  como  no;  que  no  quiero 
ponerme  yo  á  ser  el  ángel  con  Jacob  toda 
la  noche. 

Pol.  ¿Quiéres  decir,  qué  has  luchado 
con  tu  esposo  toda  la  noche? 


5i6 


SEGUNDA  CELESTINA. 


Pon.  Eso  digo,  que  no  quiero  ponerme 
en  más  afrentas. 

Pol.  Veamos;  ¿Y  él  no  es  tu  esposo? 

Pon.  Eso  me  parece  mal,  señora,  pues 
ya  buscas  excusas  para  desculparte.  ¡Oh 
y  cómo  me  paresce  que  quieres  complir  el 
proverbio  que  dice,  que  mal  de  muchos, 
gozo  es! 

Pol.  A  buena  fe,  que  eres  muy  mali¬ 
ciosa. 

Pon.  Lo  que  con  los  ojos  veo,  con  el 
dedo  lo  adevino. 

Pol.  Y  di,  ¿Viste  algo,  por  tu  vida? 

Pon.  Vi  lo  que  no  verás  de  mí  tú,  ni 
aun  mi  esposo  tan  presto. 

Pol.  Ay  desventurada  y  qué  vergüenza 
hé;  no  tengo  de  osar  en  mi  vida  mirar  á 
Sigeril.  ¿Y  tal  cosa  vió? 

Pon.  En  mal  punto ,  señora ,  y  qué  mala 
eres  para  haber  hecho  alguna  travesura, 
que  tan  presto  confiesas.  Pocos  tormentos 
sufrirías  de  los  que  esta  noche  yo  he  su 
frido ,  pues  sin  ellos  dices  la  verdad. 

Pol.  Anda  en  mal  hora,  que  no  viste 
nada. 

Pon.  No,  por  tu  vida,  sino  que  adrede 
por  sosacarte  lo  dije. 

Pol.  Nunca  medres  tú,  que  tal  ver¬ 
güenza  me  hiciste  pasar  con  decir  que 
habias  visto  lo  que  hice. 


SEGUNDA  CELESTINA.  5 1 7 

Pon.  Y  tú,  señora,  ¿Para  qué  haces 
cosa  que  no  quieres  que  se  sepa,  pues 
sabes  que  no  hay  cosa  encubierta  que  no  se 
descubra?  No  fies  de  tu  vergüenza  lo  que 
de  otro  no  fiaras,  porque  desvergonzarse 
los  hombres  á  sí  mismos  vienen  á  perder 
la  vergüenza  con  otros.  Nunca  hagas  ejer¬ 
cicio  en  cosa  que  no  quieras  hacer  hábito,, 
porque  la  costumbre  hace  hacer  lo  que 
hecho  con  ella  no  se  puede  deshacer.  ¿De 
quién  temes  más  la  ofensa  que  de  tí  mis¬ 
ma?  Pues  si  tú  te  haces  ofensa,  con  la 
misma  razón  te  obligas  á  recibilla  de 
otros.  La  honra,  señora,  aunque  quieren 
los  sabios  que  esté  en  los  que  honran,  más 
que  no  en  el  honrado,  créeme,  que  no  la 
harian  si  la  causa  de  hacella  no  saliese 
de  los  efectos  de  virtud  que  en  el  hon¬ 
rado  ven.  Los  hombres  siempre  se  tra¬ 
ten  á  sí  mismos  como  querrian  que  los 
tratasen,  porque  ¿Quién  más  debe  á  sí 
que  el  hombre  se  debe  á  sí  mismo?  Pues 
no  es  razón  que  espere  yo  de  otros  ser 
pagado  de  deuda  que  yo  mismo  de¬ 
biéndola  no  la  pago.  Con  la  virtud  se 
hacen  los  hombres  sin  deuda  y  á  todos 
hacen  deudores  de  su  virtud;  con  la 
virtud  se  hacen  los  hombres  exentos  de 
las  leyes,  y  por  falta  de  virtud  se  sujetan 
á  las  leyes  y  punición,  por  la  fealdad  del 


SEGUNDA  CELESTINA. 


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delito  de  traspasar  la  virtud.  Por  la  virtud 
está  todo  hombre  obligado  á  sacrificar 
la  vida  para  conservar  la  fama,  pues  si 
así  es,  ¿Cuánto  feo  parecerá  al  vicio 
sacrificar  la  honestidad  y  virtud  con  la  fa¬ 
ma?  Dígolo,  porque  no  hay  ninguna  excu¬ 
sa  en  lo  que  se  debe  excusar,  que  aunque 
Felides  es  tu  esposo,  dexcusar  se  debiera 
la  honestidad  hasta  el  lugar  que  lo  permi¬ 
ten  Dios  y  los  hombres,  porque  de  hacello 
tú  así,  te  estimarás  á  tí  en  más  y  tu 
esposo  no  te  estimará  en  menos;  y  con 
estas  dos  estimas,  tú  quedarás  en  la  obli¬ 
gación  de  la  estimación  que  te  debias, 
para  que  todos  te  la  pagasen.  El  remedio 
desto  principal  es  que  Dios  no  se  ofendió, 
y  tu  ofensa  callaremos,  y  pues  tiene  dis¬ 
culpa,  la  culpa  se  desminuye  aunque  no 
sin  culpa,  pues  recibe  disculpa.  Mas  con 
el  gozo  del  desposorio  que  esperamos,  y 
con  la  seguridad  del  que  presente  tenemos, 
y  con  el  contentamiento  de  hallar  mari¬ 
dos  á  nuestra  voluntad,  y  con  el  gozo 
que  de  haber  salido  á  nuestra  honra  nos 
debe  quedar,  y  con  la  gloria  de  también 
haber  vencido  al  amor,  y  con  la  clemen¬ 
cia  que  guardando  nuestra  honra  hemos 
usado  sobre  el  vencimiento,  y  con  la  glo* 
ria  de  haber  conservado  el  previlegio  de 
nuestra  limpieza  para  la  fama,  y  con  las 


SEGUNDA  CELESTINA. 


519 

gracias  á  Dios  que  por  todo  le  debemos, 
y  por  lo  que  está  por  venir  nos  tiene  obli¬ 
gadas,  pues  cosa  sin  él  que  cosa  sea  no 
se  hace,  como  sin  él  nada  podemos  ha¬ 
cer;  nos  vamos  acostar  para  dar  reposo  á 
la  vida,  que  así  nos  ha  sustenido  en  honra 
para  por  medio  de  su  virtud  conseguir  el 
fin  que  esperamos  para  salir  de  tal  fin  al 
principio  de  la  vida  que  no  lo  tenemos. 


FINIS. 


El  libro  presente ,  agradable  á  todas  las  extrañas  nacio¬ 
nes,  fue  en  esta  ínclita  ciudad  de  Venecia  reimpreso 
por  maestro  Estefano  da  Sabio,  impresor  de  li¬ 
bros  griegos,  latinos  y  españoles,  muy  corre¬ 
gidos  con  otras  diversas  obras  y  libros. 

Lo  acabó  este  año  del  Señor  del  1 5  36, 
á  dias  diez  de  Junio,  reinan¬ 
do  el  ínclito  y  Serenísi¬ 
mo  Príncipe  Miscer 
Andrea  Griti, 

Duque  clarí¬ 
simo. 


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SHELF  No. 


1 

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