Accessions
Shelf No
&0A55k
,▼> BOSTONIA oV
Al!» (.ONDIWLD /Á
>.\ .9, 1650 JÍS/A.
4
FUOM THE
(EicUuur Jftmb
mmt
ím
:/'W* .vAAS^ikW'1' MI v^‘ •
SB8L *~ **■ . »
«''BfpV-
j¡B£¡¡¡¡pt añ |
«V\
vi1*
yiH ' . ' .' ..HF
/
i
\
»
. /
V
/
COLECCION
DE
LIBROS ESPAÑOLES,
RAROS Ó CURIOSOS.
TOMO NOVENO.
SEGUNDA COMEDIA
DE
CELESTINA
POR
FELICIANO DE SILVA.
MADRID
IMPRENTA DE MIGUEL GINESTA
calle de Campomancs, núm. 8.
1874.
x>, /foX-
’/OT
/
f»
l
)
ADVERTENCIA.
Nuestro buen amigo el diligente
bibliófilo Sr. D. José Antonio de Ba-
lenchana nos ha hecho el señalado fa¬
vor de encargarse de la corrección de
pruebas de la Segunda Celestina de
Feliciano de Silva, cuya reimpresión
ve hoy la lu\ pública , y no contento
con tan ímprobo trabajo, ha llevado
su galantería hasta el punto de escribir
la erudita introducción que la precede.
Sólo al público compete juagar el tra¬
bajo del Sr. Balenchana; d nosotros
darle aquí testimonio de nuestra gra¬
titud, así como al Sr. D. Ricardo He-
re di a, quien, después de impresa la
obra, nos ha facilitado , con su acos¬
tumbrada generosidad , el ejemplar de
la edición de 1 534 posee , y de cuya
portada damos un facsímile, además
del de la de Venecia , que ya teníamos
hecho.
VI
Bien hubiéramos querido hacer un
cotejo minucioso de la edición de 1 534
con la que hoy damos á lu\, indicando
las variantes y aclarando , probable¬
mente, algunos puntos oscuros; pero
impreso y a el tomo y ocupados en el
que ha de seguirle, no hemos podido
tomarnos este trabajo.
F. del V J. S. R.
4
El fabuloso éxito que obtuvo, desde
su aparición , la famosa Celestina,
que compuso ó acabó, por lo mé-
nos, el célebre bachiller Fernando de
Rojas, las numerosas ediciones que de
ella se hicieron, en breve tiempo, y los
elogios entusiastas que mereció á los
hombres más eminentes de aquella épo¬
ca, produjeron, como era natural, mul¬
titud de obras literarias, ya continuando
el argumento de aquella, ya imitándole
con más ó ménos ligeras variantes. Fué
acaso la primera de sus continuaciones
la Segunda Celestina de Feliciano de
Silva que hoy viene á enriquecer esta
escogida Colección. Y en verdad, que en
ella concurren bien claras y distintas las
dos circunstancias de rareza y curiosi¬
dad, cualidades que forman la base de
dicha Colección , que con tanto acierto
como aplauso de los aficionados á libros
p
VIII
antiguos, van eligiendo y publicando sus
ilustrados editores.
No es posible, empero, desconocer la
gran distancia que media entre el méri¬
to literario de la primera y la Segunda
Celestina. En la primera la originalidad,
el lenguaje, los caracteres de los perso¬
najes, y hasta el desenlace de la acción,
forman un conjunto tan acabado y tan
perfecto que no son de extrañar, en mo¬
do alguno, los elogios y los panegíricos
que de ella se hacen,, y hasta el entusias¬
mo exagerado que produjo en hombres
tan eminentes como D. Diego Hurtado
de Mendoza, que en una ocasión célebre,
(al marchar de Embajador á Roma) re¬
dujo toda su librería á la Celestina y el
Arnadis de Gaula, que llevaba en su
porta-manteo. No menor aplauso mere¬
ció á Cervantes, pues en los versos del
Donoso , que preceden á la primera par¬
te de su Ingenioso Hidalgo , dice ha¬
blando de la Celestina:
Libro en mi opinión divi-
Si encubriera más lo huma-.
De la Segunda Celestina, no hemos
IX
hallado en las varias obras literarias coi>
sultadas, juicio crítico ni examen algu¬
no, acaso porque citada siempre como
continuación de la primera y deslum¬
brados los encomiadores de esta, con los
refulgentes resplandores de sus múltiples
bellezas, no les quedó luz suficiente ó
consideraron como trabajo harto secun¬
dario, ocuparse de la segunda. Pudieron
quizá también, tener alguna influencia
para ello, los rudos golpes que D. Diego
Hurtado de Mendoza y el inmortal Cer¬
vantes descargaron sin piedad, sobre las
obras de Feliciano de Silva: aquel en su
carta del Bachiller de Arcadia y el se^
gundo en varios capítulos de su Inge¬
nioso Hidalgo , y especialmente en el
primero, en el cual al indicar como cau¿
sa de la locura de D. Quijote su desme¬
dida afición á los libres de Caballerías
dice: «que de todos, ningunos le parecían
tan bien como los que compuso el famo¬
so Feliciano de Silva, porque la claridad
de su prosa y aquellas intrincadas razo¬
nes suyas le parecían de perlas, etc. » Más
adelante en el capítulo VI, también de
la primera parte, al referir el escrutinio
b
X
que el Cura y el Barbero hicieron en la
librería de D, Quijote, lanza á los libros
de Caballerías de Silva el siguiente ana¬
tema «Este que viene ahora, dijo el Bar¬
bero, es Amadis de Grecia y aun todos
los de este lado,, á lo que creo, son del
mismo linaje de Amadis.— Pues vayan
todos al corral,, dijo el Cura, que á true¬
co de quemar á la reina Pitinquinestra
y á sus églogas, y á las endiabladas y
revueltas razones de su autor, quemára
con ellos al padre que me engendró si
anduviera en figura de caballero andan¬
te. » Pero por más legítimas y justas
que fueran estas censuras no se explica
el silencio tan rígidamente observado
respecto á la Segunda Celestina, si co¬
mo queda dicho, no se considera causa
eficiente de él, el parangón que necesa¬
riamente tenian que hacer con la obra
i nmortal de Rojas.
Que la de Feliciano de Silva no debe
permanecer en la oscuridad, ni en el
olvido, lo ha venido á declarar, hasta
cierto punto, la Academia Española, co¬
locándola en el Catálogo de Autoridades
técnicas que ha publicado este mismo
XI
año; y basta la mas ligera lectura de ella,
para convencerse de su no escaso valer,
sobre todo si se tiene en cuenta la época
en que salió á luz.
Resalta desde luego, y en nuestra opi¬
nión es su principal mérito, lo bien sos¬
tenido que en toda la obra se halla el
carácter de Celestina. Desde las prime-'
ras escenas hasta el fin, se ve en ella á
la vieja entremetida y artera, solapada
y codiciosa siempre, y pronta en todo
momento á tramar enredos y artificios,
para complacer á todos en el logro de
sus impuros deseos, si con ello alcanza
el precio de tan torpes tercerías. No me¬
nos bien sostenido se halla el carácter
del rufián Pandulfo, bravo en el decir
y cobarde hasta la exageración, modelo
exacto del matón perdona-vidas, que
con tanta frecuencia se halla hoy toda¬
vía, en las ínfimas clases de nuestra so¬
ciedad. Los personajes de la novela Feli-
des y Polandria, hacen recordar alguna
vez, la dura calificación que Cervantes
aplicó á las obras de Silva, pues endia¬
bladas y revueltas razones pueden lla¬
marse muchos de los conceptos que pone
en boca de los dos, en varías ocasiones,
Pero dejando aparte este defecto, so¬
brado común en las obras de aquella
época, y prescindiendo de la tendencia
demasiado frecuente á hacer alarde de
desmedida erudición, colocando en per¬
sonas de baja estofa frases y conceptos
completamente ajenosá su clase y estado,
y que no siempre, áun esforzando la ima¬
ginación, llegan á descifrarse entera¬
mente; no es posible dejar de admirar la
naturalidad y gracejo de muchas esce¬
nas, el chispeante diálogo de algunas de
ellas y el buen desarrollo de toda la
acción; circunstancias que le hubieran
valido alto concepto literario, si el brillo
de la Primera Celestina no hubiera
eclipsado por completo á todos sus con¬
tinuadores é imitadores.
El desenlace de la acción no queda, á
la verdad, completamente acabado, y
como la pluma de Feliciano de Silvano
puede tacharse de infecunda, forzoso es
atribuirlo á deliberada intención de con¬
tinuarla todavía, como lo hizo algunos
años después Gaspar Gómez, publican¬
do la Tercera Celestina, no sabemos si
xm
con la anuencia y beneplácito de Silva,
por más que á él esté dedicada. Esto no
obstante, la falta de un completo desen¬
lace y la impunidad de los infames he¬
chos de Celestina y sus criadas, vienen
á dejar en claro y sin el paliativo del
castigo los cuadros del vicio, que con
excesiva transparencia presentan muchas
escenas; y por más que se abrigue la
íntima convicción, de que son retrato
fiel y exacto reflejo de las costumbres de
la época, que en nada aventajaba á la
nuestra en este punto, no puede ménos
de censurarse duramente, que se deje
triunfante el vicio y la inmoralidad,
dando este ejemplo funesto y olvidando
acaso la frecuencia, con que sin recurrir
á imaginarios artificios, vemos palpable
en el orden de la vida, que la miseria,
las enfermedades y la muerte violenta,
han sido y son en todo tiempo, por regla
general, el fin de ios personajes que tan
perfectamente modelados se hallan en
Celestina, sus criadas y amigos.
De todas suertes, y protestando nues¬
tra falta de autoridad literaria, creemos,
sinceramente que la reimpresión de esta
9
obra, hoy tan rara y de tan subido pre¬
cio cuando se presenta algún ejemplar
á la venta, ha de ser muy bien acogida
y leida con afan por los estudiosos y afi¬
cionados á nuestra literatura. Estos, no
verán en ella solamente la pintura de
cuadros más ó menos desenvueltos y pro¬
caces, como vulgarmente se cree ó se
dice, por ciertos fingidos timoratos y aun
por -personas de cuya educación y cul¬
tura debia esperarse penetráran más la
esencia de las cosas, sino que la estudia¬
ran, ya como tipo del desarrollo y rápi¬
da perfección de nuestra lengua, ya co¬
mo retrato de los hábitos y costumbres
de una época, que por ser tan distante
de la nuestra ofrece tan vasto campo al
filósofo y al historiador; ya finalmente
como indicio ó preliminar de nuestro
teatro, no obstante que la opinión gene¬
ral de los literatos se halle unánime,
en considerar como novelas, estas lla¬
madas comedias.
Escasas son las noticias biográficas,
que sin embargo de nuestra no peque¬
ña diligencia, hemos podido adquirir
de Feliciano de Silva. Parece fuera de
XV
duda, quo fue natural de Ciudad-Ro¬
drigo é hijo de Tristan de Silva, Cronis¬
ta del Emperador Carlos V. Nació á
fines del siglo XV, ó en los primeros
años del XVI, y debió alcanzar bastante
edad, según se desprende de la dedica¬
toria que hizo de su obra Don Florisel
de Niquea á la Emperatriz doña María,
hija de aquel monarca. Tuvo, según
añade el Sr. La Barrera, un hijo llamado
Diego, que sirvió primero bajo las bande¬
ras del Emperador y se embarcó después
para tierra firme, donde murió en una
batalla con los indios de aquella región.
El ilustrado autor de la crónica de la
Casa de Niebla, Pedro Barrantes Mal-
donado, cuya importante obra publicó,
no hace muchos años, la Academia de la
Historia, en su Memorial histórico Es¬
pañol, refiere que Feliciano de Silva fué
paje de D. Juan Alonso de Guzman el
Bueno, séptimo Conde de Niebla, y que
hallándose en Sevilla en 1540, salvó la
vida á la esposa de éste, la Condesa doña /
Ana de Aragón, nieta del Rey D. Fer¬
nando el Católico, que viniendo desde
Triana, al pasar el puente de barcas del
X
xvr
Guadalquivir, se hundió , y la Condesa
cayó al rio en la muía que montaba, lo
mismo que todas las personas que esta¬
ban á la redonda, y donde se hubiera
ahogado como se ahogaron catorce de
sus doncellas- é dueñas é algunos caba¬
lleros é pajes sin el oportuno auxilio de
Feliciano de Silva, que llegó nadando
hasta ella y con la ayuda de un barque¬
ro la socorrió asiéndola de una manga,
hasta que se acercaron otros barcos y pu¬
dieron sacarla á tierra.
Respecto de las obras literarias de Sil¬
va, bastará decir que uno de nuestros
más distinguidos literatos y bibliófilos, e\
señor D. Pascual de Gayangos, le llama
celebérri mo y nunca bien ponderado es¬
critor de Caballerías y el más fecundo y
prolífico de todos los de este género; y
efectivamente además del Lisuarte de
Grecia ó séptimo libro de Amadis, de
que con muy sólido fundamento se le
supone autor, aunque no lleva su nombre
en la portada, son conocidamente obras
suyas el Amadis de Grecia, que tituló
libro noveno de Amadis , y las cuatro
partes de Don Florisel de Ni que a.
XVI í
Es completamente ajeno á nuestro pro¬
pósito, el exámen crítico de estas obras,
que hizo ya de una manera tan perfecta
y acabada, como todo lo que sale de su
docta pluma, el mencionado Sr. de Ga-
yangos en el Discut'so que precede al
tomo titulado Libros de Caballerías,
que es el XL, en el orden de publicación,
de la Biblioteca de Autores Españoles.
Pero no dejaremos de admirar la fecun¬
didad de este escritor, en una época, en
que eran muy pocos los autores que mul¬
tiplicaban así sus producciones literarias,
y aunque le censuraron tan agriamente
como hemos dicho, Mendoza y Cervan¬
tes, es forzoso convenir en que esas cen¬
suras dirigidas principalmente contra los
disparatados argumentos de sus libros de
Caballerías y contra el lenguaje oscuro y
afectado que en ellos empleó, no menos¬
caban ni pueden rebajar su ingenio, su
incansable laboriosidad , y la erudición
que demuestra en sus voluminosos es¬
critos; y por eso, sin duda, la Academia
•
Española, juzgándolos con más deteni¬
miento y ménos pasión, ha colocado
también en el catálogo de Autoridades
XVIII
técnicas el Don Florisel de Niquea.
No consta de una manera positiva el
año en que salió á luz la Segunda Ce¬
lestina, que seguramente no fué la pri¬
mera producción de Silva, si como creen
los modernos bibliógrafos es autor del
Lisuarte de Grecia, publicado en Se¬
villa en i525, por los dos hermanos
Cromberger. Ticknor dice, que aquella
obrase publicó en 1 53o; el Sr. Gayangos
al citarla en una nota de su mencionado
Discurso, la refiere al año de 1 535, y el
Sr. La Barrera , en su Catálogo del
Teatro Español, indica ambas ediciones
como la primera y segunda, pero sin
fijar respecto de la de i53o su tamaño,
nombre del impresor y lugar en que se
hizo, y adoleciendo la indicación de la
segunda de las mismas faltas, escepto
la del tamaño que expresa ser en 4.0
No negaremos, en absoluto, que haya
realmente estas dos ediciones; pero nace
una legítima duda de su existencia, al
observar que la cita de Ticknor no vá
acompañada como la generalidad de las
obras que menciona, de la nota corres¬
pondiente, insertando el título íntegro de
XIX
ellas, su tamaño y el lugar y el nombre
del impresor; y esa duda se robustece al
ver que se guarda ese mismo silencio, en
las notas con que tan profusa y acerta¬
damente han ilustrado la edición caste¬
llana de Ticknor, sus distinguidos tra¬
ductores. Todo lo cual, tratándose de
personas tan competentes en la materia
como las citadas, da lugar á afirmar que,
ó dichas ediciones no existen, ó es tal su
rareza que ni han llegado á verlas, ni á
adquirir los datos suficientes para des¬
cribirlas cumplidamente.
La primera edición conocida, es pues
indudablemente, la que el erudito señor
Salvá cita y describe en el número 1414,
del catálogo de su librería con el si¬
guiente título: Segunda comedia de
Celestina , en la cual se trata de los
amores de un caballero llamado Féli-
desy de una doncella de clara sangre
llamada Polandria. Donde pueden salir
para los que lieren muchos y gran¬
des avisos que della se pueden tomar .
Dirigida y endrecada al muy excelen¬
te y ilustrísimo señor D. Francisco de
Zúñiga Guarnan y de Sotomayor, Du-
XX
que de Béjar, Marques de Ay amonte
y de Gibraleon, Conde de Belalcdcar
y de Bañares . La cual comedia
fué corregiday enmendada por el muy
noble caballero Pedro de Mercado, ve¬
cino y morador en la noble villa de
Medina del Campo. Acabóse en la muy
noble villa de Medina del Campo en
casa de Pedro Touans en el corral de
Boeys. Año de MD XX XI III á XXIX
> de Octobre. 4.0 letra gótica. Sin folia¬
ción , signaturas a — q , cada una de
ocho hojas.
Hemps tenido ocasión de examinar
este ejemplar, después de estar impresa
la presente obra, en la biblioteca del
distinguido y opulento bibliófilo D. Ri¬
cardo de Heredia , poseedor hoy, de la
rica y escogida librería que perteneció á
D. Vicente Salvá y que recientemente
ha comprado á sus herederos.
Esta misma edición es la que cita tam¬
bién en primer lugar el eminente biblió¬
grafo Garlos Brunet, advirtiendo que
era tal su rareza que sólo había logrado
ver un ejemplar y ese falto de algunas
hojas.
El mismo Brunet cita á continuación
otra edición, que podrá ser la segunda,
la cual asegura haber tenido á la vista,
pero añadiendo, que es no menos rara
que la precedente, impresa en Salaman¬
ca por Pedro cíe Castro. Año de
MDXXXVI á doce dias del mes de Ju¬
nio. En 4.0; letra gótica, signaturas a-o
sin foliación y con grabados en ma¬
dera.
La tercera edición, de las hoy conoci¬
das, es la que ha servido de modelo para
la presente , cuya portada se ha repro¬
ducido por la foto-litografía y el final se
ha copiado á la letra , la cual fue corre¬
gida por Domingo de Gaztelu, secretario
de D. Lope de Soria, embajador de
Cárlos V. en Venecia.
La cuarta edición conocida, se impri¬
mió en Amberes, en 16.0, sin expresar el
año, que fué hacia el de i55o, según Bru¬
net. Carece también de foliación y lleva
las signaturas A — F. dé segundo abece¬
dario, todas de ocho hojas menos la F qüe
tiene cuatro y la última de estas es blan¬
ca. Se vendia, según dice la portada, en
Amberes á la enseña de la Polla grasa, y
XXII
en París á la enseña de la Samaritana,
calle San Benito.
/
Feliciano de Silva, imitando á Rojas,
ocultó su nombre en la portada de estas
cuatro ediciones, pero lo declara el cor¬
rector Pedro de Mercado, en la última
estancia de las coplas de arte mayor, que
se hallan entre los preliminares de ellas.
Inútiles nuestros esfuerzos y los de los
editores, para adquirir un ejemplar de
las ediciones hechas en España, nos he¬
mos valido para la corrección de pruebas
de la presente, de uno de la de Venecia,
que con exquisita espontánea generosi¬
dad, nos ha facilitado el Sr. D. Isidoro de
Urzaizy cuyo ejemplar por su limpieza,
por su perfecto estado de conservación y
hasta por su encuadernación en vitela, al
estilo antiguo, es una joya bibliográfica.
Hemos tenido también otro ejemplar,
no menos notable, de la edición de Ve-
necia, perteneciente al Sr. D. José San¬
cho Rayón; pero á pesar del gran mérito
bibliográfico de uno y otro, se halla el
texto de los dos plagado de errores ma¬
teriales , como sucede generalmente , á
todas las obras impresas por personas
XXJII
que desconocen el idioma que estampan.
Nuestra diligencia, pues, se ha diri¬
gido á purgar esta edición de tales erro¬
res, confrontándola cuidadosamente con
las dos citadas, adoptando algunas veces
la lección de la de Amberes, cuando co¬
nocidamente era más correcta, pero ate¬
niéndonos, en todo caso, á la de Venecia
por ser la más antigua.
Aún así, quedan frases y palabras que
de muy buena gana hubiéramos redon¬
deado ó corregido, pero que hemos te¬
nido, sin embargo, que respetar ciega¬
mente por hallarlas iguales en ambas
ediciones.
No hemos anotado las variantes de una
y otra porque las hemos considerado de
tan escasa importancia, que su utilidad
no hubiera compensado ciertamente, ni
el enojo de leerlas, ni lo que hubieran
desfigurado las cajas de la impresión.
Muy léjos está de nuestro ánimo, la
idea de que esta edición salga perfecta
en su parte material *, porque ni para
* A pesar de nuestro cuidado, en la pdg. 286 se ha
puesto dos veces el nombre de Sofía en lugar de Sosia.
xxsv
ello nos creemos competentes, ni estamos
acostumbrados á tales tareas, pero si
como juzgamos, sin alarde de vanidad,
es la más limpia y correcta de cuantas
hoy se conocen, daremos por altamente
galardonado, el arduo é ímprobo trabajo
material, ya que no de erudición, que
la hemos dedicado.
J. A. DE B.
/
¡c£5cgunda comedía
ocCclertma:cnlo5lfetrafaDelo6 amo¬
res dc vn cauallcro llamado ^elideo t y
serna oo^clUDeclaraíangretUmada
-JboUíiria*50onde pueden íaíír para I05
qucíieren muebooy grddeoaiuíoo que
odia fe puede toman£>cri$tda y embr¬
eada al muy eecclctcailluftrííTimo feiáoi:
t>5 f ráctíco te $uníga sitjmanty De foto
mayo:t©uqucc>e^ejar:marq0 6 ‘Bra*
mófety dc Cibialeó. Conde De Crlaíca
$ar: v oc ¿afíareo.Skíioi orla puebla dc
Alcocer có todo fu vtjcódado.y ólao rí=
Uao Dc)lcpr36»urgutUoo:y Capilla, y
ludida mayoitf Cartilla JLaqi comedia
fue coire$ídarcmédada:po:cl muyiio*
ble caualicro ‘íbedro ó mercado: vecino
y mojado: enU noblarillaoc Aedma
bel Campo. 4k^.*ttíüí*
%
oo mingo
)$ gástelo
Segunda comedía De la fa¿
mofa ¿Celeflina en (anual fe trata oe la
^cfurrection oe (a oicba aCeleíhna : y
&c loa amotea oc f elides y tboiádria
co:regtday emendada po: x^oiti w
go De &a$t€lu fecretario Del jfU
luftriffimc Ocñot doii jtope
oe ^ouaembaxadoí ¿Cela'
reo acerca la ^Iluftrifftma
0cnona oe venecia ;
Hño * f xg enel mea
oe junio*
.
Muchos de los antiguos escritores
escribieron, muy excelente se¬
ñor , y en diversas formas , para
por diversas maneras poder aprovechar
á los lectores. Entre los cuales autores,
los comichos y ordenadores de come¬
dias , fueron muy acetos comunmente
á todos, y á mi ver es una buena mane¬
ra de escribir, por que como ya los
hombres tengan el gusto tan dañado
para recebir las virtudes, trae mucho
aparejo traer cubierto de oro de burlas
y cosas apacibles, el acibar que todos
reciben en la verdad , en las cosas de
que se puede sacar provecho, y de esta
manera unos por forma satírica, como
füé Juvénal, escribieron debajo de de¬
cir mal reprehendiendo los vicios desús
2
DEDICATORIA.
mayores para poder mostrar la virtud,
para vivir en ella los hombres debajo de
tal estilo apacible. Otros escribieron
trajedias, como escribió Séneca, para
monstrar, en las caidas de los príncipes,
el aviso para guardarse de los semejan¬
tes golpes de la fortuna. Otros repre¬
sentaban las comedias en los teatros , y
las dejaban por escrito, para comun¬
mente mostrar é sacar al natural, en
tales representaciones, las burlas y en¬
gaños que ansí en los enamorados y sus
criados suele haber, como parésce por
el Terencio y Plauto, y otros que escri¬
bieron comedias; y á mí paresciéndome
que debajo deste estilo podría más ha¬
cer ver la virtud enjerida en tal repre¬
sentación, ésta segunda comedia de Ce¬
lestina escribí y á vuestra señoría la
enderecé. Suplico á vuestra señoría que
lo que en ella falta se supla en virtud
de mi deseo, porque debajo de tal es¬
fuerzo y con ayuda del favor que la obra
rescibe de recebirla vuestra excelencia
en servicio , quedará debajo de tal pro¬
testación la obra y el que la hizo, como
los que hablan en la fé, poniéndose de-
I
' \
DEDICATORIA. 3
bajo de la correcion de la iglesia, como
yo me pongo á la de vuestra señoría,
protestando en tal fé vivir, y si fuere
necesario morir, en todo lo que de su
servicio para pagar mi obligación se
ofresciere.
\
COPLAS DE PEDRO DE MERCADO,
CORRECTOR, EN LOOR DE LA OBRA Y EN QUE
DECLARA EL AUTOR DELLA.
»
Si al tiempo presente memoria dejaron
Los que en el pasado íüeron excelentes ,
Con hechos y dichos notables, prudentes,
Con que la fama que oímos cobraron :
Si tal como aquestos , que así se mostraron ,
Hallamos algún excelente varón ,
Ni quiere mi pluma, ni manda razón*
Si no que gane lo que ellos ganaron.
Los que en el siglo pasado se vieron
Famosos por sciencia ó por caballería ,
Oímos la fama que resplandecía ,
Aunque no vimos lo que ellos hicieron :
Así que sabemos lo qüestos valieron
Su grande excelencia y mucho valor,
Por que publican su alto loor
Los que en escrito sus hechos pusieron.
Por donde esta obra tan maravillosa
No es justo que pase en desimulacion ,
Pues vemos que mana de cada renglón
Sentencia excelente y muy provechosa :
Ni quiero que sea mi mano espaciosa
En declarar quien fue el inventor
Desta tan clara y estraña labor,
Tan llena de sciencia cuanto es de graciosa.
%
/
6
Si obra se halla de grande primor
Es cosa cierta tener ya por uso
Loar por ella al que la compuso ,
Como en pintura loar al pintor:
Mas digo si fuere como este el autor ,
Aunque en la obra se loe su sciencia ,
Su valor tiene tan gran preeminencia
Que ella por él rescibe el yalor.
Pues siendo la obra tan buena por sí
Sin que tuviera autor cual paresce ,
Ela por ella por si lo meresce
Todos loores juzgándola así:
Así que mirando resulta de aquí ,
Que siendo ella tal y tal el autor
De casta y de sabio, que es la mejor
Que nunca se vio ni yo jamás vi.
Aqueste excelente tan buen caballero
A quien de su casta sesmalta el saber,
La sciencia es esmalte de tal rosicler
La casta el fino oro ques el verdadero :
De casa y linaje de Silva heredero ,
Felice en las obras pues es Feliciano ,
Al cual yo suplico que mi torpe mano
Perdone guiada por seso grosero.
Y mira lector con gran diligencia
No pases liviano por esta gran obra ,
Pues lo que falta de grande , le sobra
Así en el estilo y en buena sentencia :
Y allende de ver su grande excelencia
Vieras el refrán complido y entero
No embote á el saber la lanza al guerrero
Donde es la nobleza tan llena de sciencia. ,
\
ARGUMENTO DE LA PRIMERA CENA.
%
Felides, caballero mancebo de clara sangre y rico,
vencido de los amores de Polandria, doncella muy
clara de linaje y hermosura , se descubre á su criado
Sigeril y le aconseja que mande á su mozo Pandulfo
que trabe pendencia con Quincia , moza de Paltrana,
madre de Polandria, y el mozo lo acepta. Intro-
diicense.
• *
FELIDES.— SIGERIL. — PANDULFO.
Fel. Ay de tí Felides, que ni la gran¬
deza de tu corazón te pone el esfuerzo, ni
la sabiduría consejo , ni la riqueza espe¬
ranza, para esperar en la razón que para
amar tuviste, la que en tal razón se niega
para esperar el remedio, por el mere¬
cimiento, valor y hermosura de mi señora,
porque cuanto por una parte pide la razón
de amarse , por la otra niega en la razón
de tal servicio la poca que para esperar
remedio hay. Oh mi señora Polandria,
quién pudiese decirte mi mal, con que
con decillo pudieses tú sacar dél lo que
con las palabras de decirse se niega al
comedimiento, que á la poca esperanza
SEGUNDA CELESTINA.
8
de mi remedio se debe por tu parte , por
parte de tu valor sin ningún precio , por
mi parte para redimir la libertad que en
él tengo perdida. Ay de mí, que la pena
me manda decir, y la razón callar; el
dolor publicar mi fatiga, y el comedi¬
miento que á tu valor se debe encubrilla.
Tu hermosura pide lo que niega esperan-
za, razón della me demanda; lo que niega
tu valor se me esfuerza , tu merescer me
desmaya, el pensamiento osa, el enten¬
der teme, la memoria me fatiga, la vo¬
luntadme congoja, el deseo me engaña y
el amor me esfuerza para más me quitar
el esfuerzo. ¡Oh amorque no hay razón
en que tu sinrazón no tenga mayor ra¬
zón en sus contrarios! Y pues tú me nie¬
gas, con tus sinrazones, lo que en razón
de tus leyes prometes, con la razón que
yo tengo para amar á mi señora Polan-
dria, para ponerte á tí y casarte con la
razón que en tí contino falta, el consejo
que tú niegas en mi mal quiero pedir á
mi sabio y fiel criado Sigeril ; podrá ser
que, como libre de tí, pueda mejor dar
consejo en el que á mí me falta. Por tan¬
to quiérole llamar. Sigeril, Sigeril.
Sig. Señor.
Fel. Ven acá, que quiero pedirte lo que
á mí me falta.
SEGUNDA CELESTINA.
9
Sig. Señor, bien librado estoy yo luego,
si aguardando á tener de tus sobras el
remedio de mis faltas, piensas tú que de
mis faltas se hayan de cumplir las tuyas.
Fel. ¿Y qué faltas piensas tú que digo?
Sig. Señor, de las que hacen falta en
todo lo que fuera de tenerlo sobra, en
valor, linaje, gracias y hermosura, que es
el dinero, por el cual no hay falta que
con él no se cubre , pues no hay tacha ni
falta que la riqueza no supla, ni virtud
ni linaje y saber que la pobreza no es¬
conda,
Fel. No pone falta, Sigeril, lo que se
puede comprar y vender, mas lo que por
faltar precio , no se puede comprar con
precio, que es la voluntad.
Sig. Muy engañado estás, señor, si
piensas que haya ya voluntad que no se
compre con dinero, pues el almoneda
que de todo lo desta vida por él se hace
te debería desengañar. ¿Quién vendió la
república de Roma y su monarquía sino
éste, según que juzgarás? el rey de Numi-
dia lo dijo y pronosticó en su torpe deli¬
beración de Roma, cuando dijo mirándola
de una cuesta: ¡ Oh ciudad puesta en pre¬
cio, si tuvieses comprador! como quien
por dinero había comprado su virtud y
justicia. Así que, señor, por el dinero se
ÍO
SEGUNDA CELESTINA.
corrompió su virtud y vino en perdimien¬
to su monarquía. Por éste todo anda al
almoneda; y para qué quieres más prue¬
ba, sino que el hijo de Dios se puso en
precio y se vendió por treinta dineros.
Fel. Ay Sigeril, que el valor que me
falta á mí para que quiero pedirte con¬
sejo, como se ponga en precio, pierde
todo el que tiene quedando con ninguno;
y por la misma razón , no se puede esperar
por precio lo que con precio comprán¬
dose pierde el precio de su estimación,
que es el valor de las mujeres. Y más de
tal mujer como mi señora Polandria,
donde solo para pagar su precio queda
por paga la vida, quedando yo sin ella, y
con perdella acrescentar ella más en el
valor de su bondad, ante quien todo pre¬
cio queda tan pobre, cuanto yo me siento,
en su acatamiento y presumpcion y valer.
Sig. Señor, la falta de la esperanza te
hace desesperar de lo en quien todo el
mundo espera; ¿mas no has tú oido un pro¬
verbio muy antiguo que dice: que quien
dineros tiene hace lo que quiere?
Fel. Si sé: mas ¿por qué dices eso?
Sig. Dígolo , por lo que tengo dicho de
lo que con él se compra y se vende, y
pues á tí no te falta, no pongas falta en
lo que para tu esperanza te sobra.
SEGUNDA CELESTINA. II
. - * i > + y
Fel. Hora ordena tú lo que te paresce,
que yo ni tengo saber ni tengo consejo.
Sig. Señor, lo que á mí me paresce es,
que en la sobra del deseo te fallece la
esperanza, y no me maravillo, porque
aunque tengas el remedio te faltará en
el contentamiento de gozar, por donde
no es mucho que falte en el deseo de es-
perallo. Mas lo que á mí me paresce es,
que su madre de Polandria tiene una
criada que sale al rio y á la fuente , lla¬
mada Quincia; parésceme que será bien
á un ruin hechalle otro, que será, á tu
mozo despuelas Pandulfo hacer que la
requiera de amores, y que procure al¬
canzar parte della , para que tú la tengas
en el todo de Polandria, hechándola por
tercera.
Fel. Muy bien me dices: llámalo acá.
Sig. ¿Pandulfo, Pandulfo?
Pand. ¿Qué fué, que tanta priesa hay?
Sig. Es que te llama nuestro amo.
Pand. ¿Quiere matar alguno , ó para
qué tiene necesidad de mí?
Sig. Oh, válame Dios, con hombre tan
fiero como este!
Pand. ¿Qué dices, Sigeril?
Sig. Digo, que no adevines tú lo que tu
amo te ha de querer, sino que lo pongas
por obra y vengas.
12
SEGUNDA CELESTINA.
Pand. ¿Qué diablos me puede él á mí
querer, fuera de andar á sus espuelas
sino es para apalear alguno , ó cruzar la
cara á alguna bellaca , ó embiar á cenar
con Jesucristo algún bellaco que lo tiene
enojado?
Sig. Déjate estas bravezas y ven, que
no es tiempo de pasar tiempo en eso.
Pand. ¿Qué bravezas? ¡voto á la casa
santa de Hierusalen! mejor lo haré que lo
digo. Tú no me debes de conocer.
Sig. Dias há yá que te tengo conoscido.
Pand. ¿Qué dices, qué estás hablando
entre dientes?
Sig. Digo que dias há que te tengo co¬
nocido por tal, y que agora quiero ver
cómo haces lo que nuestro amo te enco¬
mienda.
Pand. No sea cosa de pedirme consejo,
sino de ponerlo en ejecución, y mánde¬
me poner las manos del rey abajo , que
por la Verónica de Roma , que primero
sea hecho que mandado , y aun al rey no
sacara sino fuera por no caer en mal caso.
Sig. ¡ Qué desmandar se hace este pan-
farron !
Pand. ¿Qué dices, ó de qué te ries?
Sig. Rióme con que gastas mas tiem¬
po en decir que en hacer, según son tus
obras.
SEGUNDA CELESTINA. 13
Pand. Dí, ¿tú no conoces á Mostafás, el
carnicero?
Sig. Si conosco, ¿mas para qué es ag«-
ra eso?
Pand. Para que sepas lo que pasé con
él ayer en casa de Silea la cantora.
Sig. ¿Qué pasaste?
Pand. Pregúntalo tú á Baravon, el mozo
de caballos, que él te lo dirá; porque no
es bien los hombres decir sus cosas.
Sig. Ansí es, porque la palabra divina
lo niega , que ninguno diga su gloria; mas
dejémonos hora deso, que yo sé bien tu
esfuerzo y valor de persona.
Pand. No estés en eso, que veinte mu¬
jeres y rapaces que allí estaban no me
pudieran tener; sino que me hallé con
espada y él no tenía armas ningunas , y
por eso me detuvieron de llegar á las
manos con él, sobre cierto juego sobre
que hubimos palabras.
Sig. Ansí lo creo yo; que por eso es¬
tabas tú tan fiero entre las ruecas.
Pand. ¿Qué dices, que me atajas?
Sig. Digo, que le quebráras las rue¬
cas en la cabeza, pues que no tenía es¬
pada.
Pand. Bueno es esto, por Cristo. No es
más en mi mano enojado dejar de matar,
que puede dejar de morir el que me eno-
¡4
SEGUNDA CELESTINA.
ja; especial si es sobre el caso de alguna
muchacha.
Sig. Hora ven, que basta lo dicho, que
todos lo sabemos.
I V
Pand. Mas por tu vida, ¿sabias tú ya lo
que pasé con Mostafás?
Sig. Si sé; y estaba maravillado dello.
Pand. ¿Luego no debes de saberlo que
ántes habia pasado con el sacristán de
san Martin, cuando le rasgué toda la so¬
brepelliz, y aun parte de la corocha,
sobre el tomar del pan bendito? que no
te maravillaras deso, y á la verdad no
era tanto por el pan bendito como por¬
que me parescía que miraba de mal ojo á
mi muchacha, que estaba en su parroquia.
Sig. Hi , hi , hi.
Pand. ¿De qué ríes, dices que no es ansí?
Sig. No por Dios, que bien te conozco
dias ha ; sino porque te pesase que mirase
á tu mochacha, teniéndola tú á ganar
dineros en la mancebía.
Pand. ¿Deso te espantas? Pues sabes que
una cosa es ganar dineros, y otra es, fue¬
ra del lugar de ganallos, decille de pala¬
bra ni de señas ninguna discortesía en mi
presencia , porque quiero yo que delante
de mí parezca una santa Catalina, y que
todos me tengan en el acatamiento que
me deben por mi persona.
t
%
SEGUNDA CELESTINA. 15
Sig. Hora basta, andacá que está nues¬
tro amo esperando.
Pand. Hora vamos, mas di por tu fé
¿sabes qué me quiere?
Sig. Allá lo sabrás.
Pand. ¿Señor, qué es lo que me mandas?
Fel. Pandulfo, mi fiel criado, yo te
quiero encomendar una cosa , en que no
me va menos que la vida.
Pand. Perder la mia es lo menos que
por tu servicio tengo de hacer.
Fel. No me atajes , que bien conoscida
tengo tu voluntad, y para esto yo quería
que tú trabases pendencia.
Pand. ¿Qué pendencia, señor? por los
misterios de la misa, con el rey la tome
por tu servicio.
Fel. ¿Yá no te digo, que no me atajes
hasta el cabo?
Pand. Pues di presto con quién es la
pendencia, para quitalle la vida en pago
de tu enojo. • .
Sig. Oh, do al diablo este bellaco, si
há de acabar hoy con sus fieros.
Fel. ¿Qué dices tú, Sigeril?
Sig. Digo, señor, que es recia cosa me¬
ter hombre tan determinado, y usa de
consejo.
Fel. Ora, tornando á nuestra plática,
la pendencia es de amores y no de armas.
l6 SEGUNDA CELESTINAi
Pand. ¿De amores señor? pues éstas son
mis misas. '
✓ - _
Fel. Pues el caso es , que á mí me cum¬
ple] que tú trabes pendencia y procures
tener amores con Quincia, criada de
Paltrana, la viuda.
Pand. ¿Qué amores? no digo amores,
más si fuere menester, por el Corpus
damni , de casa de su ama la saque arras¬
trando por los cabellos y te la traiga aquí.
Fel. Hi, hi, hi.
Pand. ¿De qué te ríes, señor, piensas
que no lo haré mejor que lo digo ?
Fel. No me rio deso, sino que no quie¬
ro que la enojes, sino que la enamores
para traella á mi propósito.
Pand. Mal sabes señor de achaque de
trama, ¿por qué piensas que me adoran
á mí las mujeres, sino porque sé dalles
del pan y del palo? Porque has de saber
que quieren ser halagadas y castigadas.
Sig. Al diablo el rufianazo vellaco, si
piensa que está en el bordel, hablando
con Tripa en Brapo y Monton de Oro y
con otros tales bellacos.
Fel. Aquí no te demando que la cas¬
tigues, sino que la regales y la enamo¬
res para que la tengamos contenta, que
quería que me llevase cierta embajada á
Polandria, hija de su señora.
SEGUNDA CELESTINA.
17
Pand. Ya, ya; por las reliquias de Ro¬
ma que te tengo entendido, hi de puta y
cómo es bella y fresca la doncella: déja¬
me el cargo señor, que en mi cuidado te
puedes bien descuidar. Yo tomo el ne¬
gocio á mi cargo y voy á entender en
poner por obra mi oficio y tu manda¬
miento; porque yo más nascí por esto,
cierto, que no para almohazar y servir de
mozo espuelas.
Fel. Hora ve con Dios, y pon mucha
diligencia. ¡Qué panfarron y fiero es este
bellaco, y, si viene á mano, jamás debe
de decir cosa que sea verdad !
Sig. Tal me paresce él, mas todo es
proballo y cuando él no aprovechare yo
trabaré pendencia con Poncia, doncella
muy privada de Polandria, y fingiré de
casarme con ella para mas la poner en el
juego, y en tanto reposa tu, señor, que no
has dormido esta noche; yo iré á dar
priesa á este panfarron , no se vaya todo
en fieros y palabras su hecho.
JFel. Ansí lo haz, y ve con Dios y der¬
rame esta puerta.
i8
SEGUNDA CELESTINA.
\
ARGUMENTO DE LA SEGUNDA CENA-
i
Pandulfo va á buscar á Quincia , y la topa camino de la
fuente y la requiere de amores. Y estando con ella
llega Zambran , negro de Paltrana , y riñe con la mo¬
za y reprehende á Pandulfo y él se escusa y se va.
Después torna y tornan á topar á Boruca, negra, cuyo
enamorado era Zambran y lleva encomiendas Quin¬
cia de Boruca á Zambran ; y entroducénse.
PANDULFO. — QUINCIA. — ZAMBRAN. — BORUCA.
Panel. Agora quiero ver qué manera ter-
né en lo que mi amo me há encomendado,
porque del dicho al fato hay muy gran
rato. Porque Paltrana tiene criados mozos
y locos, que no dudarán más en matarme
que en comer un pedazo de pan ; yo que¬
ríalo hacer á mi salvo, porque en fin,
como dice el proverbio, mal ajeno de
pelo cuelga, y más vale que se alargue su
pena que no que se acorte mi vida. Y mas
que yo no quería ninguna cosa llegar á
efecto, baste que por mis palabras me
tengan por valiente hombre, y no quiero
con la esperiencia de las obras desenga¬
ñarlos. Mas también , porque mi amo no
me tenga en poco, porque todas las cosas
más en estimación que en hecho consis¬
ten .su valor, quiero ir á la fuente, y si
SEGUNDA CELESTINA. ' 19
topare á Quincia, fuera de los límites de
su casa, decirle dos parolas á manera de
llevada, y como las tomare ansí proce¬
deré. Quiero tomar mi espada y mi capa,
y peiñar mi hebra para parecerle mejor,
que á un salir á buen fin estos hechos, no
seria mucho encantusarla de casa de su
ama y hacerla iluminaria de una botica,
donde me ganase más provecho que mi
amo me daría en estos diez años. Hora yo
voy, para el Corpus damni: héla allí do
va; quiérome llegará ella y hablarle. Dios
os salve, señora hermosa: ¿sois muda, se¬
ñora, ó porqué no queréis hablar? Por
el Corpus damni he de hablaros por señas,
pues no entendéis por palabras; volveos,
volveos acá , mi ángel , despecho de la
vida que vivo.
Quin. Desvíate allá; el diablo el bella -
cazo que lo lleve.
Pand. Despecho de la vida, señora,
¿eras tan brava con el otro marido?
Quin. Vereis vos el rufianazo; con que
se viene el desgraciado.
Pand. Señora, no seáis descortés con
vuestros servidores.
I
Quin. No seas tú mal criado, no seré yo
descortés. Vereis vos, mi hermano pa-
pienco, bendígamelo Dios no lo hocen
puercos. Harracá mi necio.
. '
20 SEGUNDA CELESTINA.
Pand. No estés, señora mia, tan brava;
vuélvete acá.
Quin. Desvíate allá, no seas mal criado,
sino, por vida de mi señora, de te arrojar
este cántaro á los ojos.
Pand. No pienso yo, señora, que sereis
tan descortés.
Quin. Por mi vida, sino estés quedo,
que lo diga á tu amo más presto que te
santigües. Válgalo el diablo, si há de
estar quedo el asnejonazo majadero.
Pand. Por nuestra dueña, hermana, que
para ser tan hermosa que no os hiciese
mal una poca de más gracia.
Quin. Vereis vos el desgraciado; con
esta me quieren á mí en mi casa, sin que
te vaya á demandar prestada la tuya.
Pand. Por las reliquias de Meca, seño¬
ra, que conmigo no estás muy graciosa;
no sé la gracia que con otros teneis. No
sé porqué, que, por nuestra dueña, que no
tienes otro mayor servidor que yo en
este mundo. ¿Ríeste, señora? ¡Oh, bendito
sea Dios que te me dejó ver reir!
Quin. Rióme de ver tu desgracia , que de
desgraciado eres gracioso.
Pand. ¡Oh rostro hecho de flores ! Por la
Verónica de Jaén que me tienes muerto,
que te vi estotro dia las piernas en el rio,
que me dejaron muerto de amores.
SEGUNDA CELESTINA.
21
Quin . Mirá vos, tales cuales ellas son
con ellas me sostengo; escucha, escucha.
Zam. Cantar, bailar, Mohoma; no xa-
ber guala, xeñora.
Quin. Desvíate allá, amigo, porque viene
aquí Zambran, el negro de mi casa , no te
vea hablar conmigo.
Pand. Pues señora, ¿dasme licencia para
que te dé esta noche una música?
Quin. Haz lo que quisieres. ¡ Cuitada de
mí, que nos ha visto Zambran 1
Pand. ¿Pues á qué hora mandas, mis
ojos? di hora, di, mi alma, hora di. $u-
plícotelo, mi corazón, presto.
Quin. Ay Jesús, que importuno eres.
Dios me libre de hombre tan pesado. Sea
á las doce , y calla y desvíate allá.
Zamb. Gentel homber; ¿qué querer vox,
voxa merxe? á calla vax máx, á colla venex
con la mochacha de mi xeñora?
Pand. Hermano Zambran , por el cru¬
cifijo de Búrgos, cosa no le decía, por
vida tuya ni mia,
Zamb. Jura á dux á mi entender, y no
extar bona cortexía, lox hombrex deben
andar á lox oydox con lax mochachax á la
fon te en amore conex, xoxacando la crea¬
da de mi xeñora.
Pand. Por santa María, tal cosa no pasa.
Zamb. Andar allá, por xanta Mareya,
22
SEGUNDA CELESTINA.
por xanta Mareya, á mí no extar tan buo-
vo como tú penxar: tú penxarque no en¬
tender á mí ruindadex.
Pand. Ven acá, hermano, no hayas eno¬
jo. Por el corpus damni , que no le decia
ninguna cosa ni descortesía.
*
Zamb. ¿Qué corpo crexte, corpo crexte?
Andar con el diablo, tú andar bielaca , no
extar máx ai, xino á mi dexer á mi xeñora.
Quin. Valalo el diablo el buzano ¿yo
que le hago á él, ni qué tengo que ver
con estotro?
Zamb. Andar á entender en hacer ha-
cenda y dexar de engrellamentox y pote-
ronex.
Quin. Al diablo el escarabajo; ¿habéis
vos de tomar estas cuentas?
Zamb. Tú no querer andar.
Pan. Hermano Zambran, callar por
me hacer merced, y no haber enojo que
voto al Antecristo si te enojo de no la
hablar en mi vida.
Zamb. Andar, xeñor, voxa merxé, que
yo no tener conta contigo. Si tú quier
extar homber de ben, á mí querer xer
leal á mi xeñora; que no parecer ben foxte
acá , ne foxte acullá con la moza , quextar
bova y no mirar á xu honra.
Pand. Ora calla, hermano, que yo soy
tu amigo.
SEGUNDA CELESTINA.
23
Zamb. Y á mí tuyo, por xanta Mareya.
Max mirar xeñor voxa merxé. No parexer
ben extax coxillax , extox xecretox camino
de la fonte, no jurara dux; ¿para qué ex
xino decir verdad?
Pand. Hora, hijo Zambran , yo me voy,
y queda con Dios, que por nuestra dama
' no te enoje más que á mí.
Zamb. Andar con dux, xeñor, voxa
merxé.
Pand. Aun el diablo me hubiera de
traer hoy acá. Sino fuera por mi cordura,
diérame aqueste puto negro una porrada,
con que me dejara tendido en el suelo,
á muchos peligros destos daré yo al dia¬
blo los amores. Mas por eso hago yo co¬
mo sabio, que me voy á mis pasatiempos
á esa mancebía por apartarme destos pe¬
ligros, y por eso dicen, que buey suelto
bien se lame. Mas como quiera que sea,
ya no puedo complir con mi honra sin
dalle esta noche la música; mas yo iré tan
acompañado con los criados de mi amo,
con que sea seguro que no sea la música
de responso para me enterrar, y si viniere
algún peligro , como mis compañeros pre¬
sumen de honra, entre tanto que se des¬
envuelven los que vinieren dellos, toma¬
ré yo las viñas y ponerme en salvo; que
más vale que digan aquí huyó Pandulfo,
24
SEGUNDA CELESTINA.
que no que digan aquí murió el malogra¬
do de Pandulfo; que no me parió mi ma¬
dre para cebo de buitrera de los amores
de Polandria, que tales me van parescien-
do, si mi seso no templara la ira de Zam-
bran. Mas quiero ponerme á la puerta de
la ciudad y esperar á que torne Quincia,
y decille algo de camino porque no me
tenga por cobarde en haber sufrido tanto
á Zambran : héla aquí donde viene. Her¬
mana, por la cruz de Carabaca, que tuvo
en tí buen padrino Zambran, que sino
por enojarte , no estuvo en mas de em-
bialle á cenar con Jesucristo, que por el
corpus damni, tres veces tuve puesta la
mano en la espada.
Quin. Por tu vida, amigo, que te dejes
destos pasos , que es un bellaco , y decillo
ha á mi señora ; y como es un atochado, no
me maravillo sino cómo no nos mató allí.
Pand. Por Dios, que eso es lo que yo
ando á buscar.
Quin. ¿Qué dices?
Pand. Digo, que por Dios si tal cosa
pensase, que yo le buscase y el menor
pedazo fuese la oreja; mas deso se guar¬
dará él bien de me enojar. Y tú, mi vida,
no seas tan rigurosa conmigo.
Quin. Ay, por Dios, no tornes á estas
cosas, que no soy desas que tú piensas.
SEGUNDA CELESTINA.
25
Pand. ¡Oh perla de oro, qué sabia eres!
No quería, sino deshacerte á besos esa
boquita.
Quin. ¡ Bien librada estaría yo por Dios!
¿y con qué comería si me deshicieses la
boca?
Pand. Hi , hi, hi. Por las reliquias de
Roma, sabia eres y traidora; tú eres la
que yo ando á buscar por mi condición,
que cuantas palabras echas por esa boca,
todas me parecen que me derriten un
panal de miel en la mia.
Quin. Hora vete con Dios que llegamos
cerca de mi casa, no torne Zambran á
toparnos, no sea el diablo.
Pand. Señora de mis entrañas. Por tu
vida, que si tornare, que me perdones,
que no será en mi mano dejar de matalle
ó á lo ménos cortalle un brazo ó una
pierna.
Quin. ¡Ay, por Dios, no hagas tal cosa,
que seria echarme á mi perder! pues no
era más menester para no osar tornar yo
más á casa de mi señora. *
Pand. Amores de mi alma, ¿habíate á
tí de faltar casa, y casas donde estuvieses
á tu honra?
Quin. Nunca Dios me traiga á tal tiem¬
po, y vete ya, por Dios, que viene aquí
Boruca la negra de Astibon que lo dirá
26 SEGUNDA CELESTINA.
á Zambran, que es mucho su enamorado.
Pand. Hora, pues, los ángeles vayan
contigo, que la música será cierta esta
noche.
Quin. Y á ti guarde, gentil-hombre. ¿A
dónde andar, Boruca?
7 - .
Boruca. Acá andar voxa merxé á la
fonte por agua. ¿Tú venir voxa merxé de
allá?
Quin. Boruca hermana, ¿venir mandar
algo para Zambran?
Bor. Ha , ha, ha.
Quin. ¿De quéreis, Boruca?
Bor. Extar mucho me namorado Zam¬
bran.
Quin. Por eso mejor.
Bor. Dar al diablo, xeñora, que extar
muy bellaco. Que arremeter á mí extotro
dia, á querer baxar como un perro.
Quin. ¿Y tú hacer?
Bor. Para xantar marea voxa merxé , á
fogir y meter en caxa de mi xeñor.
Quin. Hora, Boruca hermana, yo me
voy. Andar con dux.
Bor. Dux andar contigo, hermana; en¬
comendar me á Zambran. Que guala estar
bon hejo, aunque traviexo y beliaco.
Pand. Hora yo voy á contar como dexo
la moza más mansa , que esta yo la doy
por alcanzada. Y quiero concertar la mú-
/
-I
i
✓" *
SEGUNDA CELESTINA. 27
sica con estos criados de mi amo, para
que sea de suerte que me tengan por hom¬
bre de bien, y la deje muerta de amores,
que tiempo es ya de entender en ella si
se há de dar.
v . ,
\
28
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA TERCERA CENA.
Sigeril ve venir alegre á Pandulfo, y pregúntale de
qué. Y dice como tiene concertado de dar música esa
noche á Quincia; y conciertan ambos de la dar, con
los otros criados de Felides. Y entrodúcense.
SIGERIL. — PANDULFO.
Sig. Aquí viene Pandulfo , alegre vie¬
ne, buen recaudo debemos de tener. ¿Qué
gozo es este, hermano?
Pand. Es que voto á la rebervorada,
que dejo la mochacha casi mia, puesto
que á los principios la hallé algo dura de
cerviz, mas supe también enlabialla, y
decille tales parolas, que la dejo como
una marta; mas ayna hubieran de costar
caros los amores.
Sig. ¿Cómo eso me di?
Pand. Como que pensé que dejara cebo
para buitrera destos amores, en que me
cebaran los buitres y cuervos en la carne
de Zambran, el negro de casa de Paltrana,
si con la razón no refrenara los primeros
movimientos, según el humo me subió á
las narices. Que voto á la casa de Meca,
aunque diez escudillas de mostaza hubiera
comido, más humo no tuviera.
SEGUNDA CELESTINA.
2<y
Sig. Bueno fuera eso para destruir el
negocio de nuestro amo. ¿Pues cómo se
atajó esa brega , ó porqué fué?
Pand. Fué porque me topó hablando
con Quincia, y comenzó de hacer fieros,
y atajóle que como me vió enojado tor¬
nó como una marta, y la mucha pacien¬
cia suya fué parte para templar la, poca
mia.
Sig. Pues no has de hacer eso en estos
casos, que es destruir la negociación.
Pand. Hermano, ¡voto á tal! no es más
en mi mano dejar de matar á uno si me
enoja, que dejar de comer para vivir.
Sig. ¡Al diablo, este panfarron enco¬
miendo al diablo! La verdad debe decir
en cuanto dice que pasa; más valiera no
habelle metido en esto, que toda la cosa
se ha de ir en humo y fieros, y como
azogue no ha de quedar nada en el crisol.
Pand. ¿Qué estas rezando , Sigeril?
Sig. Rezo por las almas de los que te
enojaran , y que nos guarde Dios de tal
pestilencia , y á Zambran, para que no
sea causa de la muerte de nuestro amo
Felides; y no sea todo palabras , sepamos
lo que tenemos en obra.
Pand. No burles tú, que yo de veras
hablo; mas lo que queda acordado es
que yo le dé música esta noche á las once,
30 SEGUNDA CELESTINA.
m V
como me mandó. Y según lo que pasé con
el negro, temo no haya dado mandado
á los criados de Paltrana y quisiera ir
acompañado, sino fuese por parescer que
los tengo en algo y que muestro temor
donde no lo hay ni puede haber.
Sig. No, que para eso todos iremos
contigo, y á recaudo para si algo fuere.
Pand. Sí, mas ha de ser con condición
que si algo sucede, que me dejes á mí
solo con ellos para que parezca que fuis-
tes por vuestro placer y no por mi temor.
Sig. ¡Oh, encomiendo al diablo hom¬
bre tan fiero!
Pand. ¿Qué dices ?
Sig. Digo que es bien, que ansí se ha¬
rá. Mas, ¿cómo piensas que será bien dar
la música ?
Pand. Yo con mi guitarra, y Canarin,
el pajecico, cantará, que tiene la voz en
el cielo, y Corniel mozo despuelas, mi
compañero , hará el ruiseñor que es glo¬
ria vérselo hacer, y tú tañerás los casca¬
beles, y Barañon, mozo de caballos, ta¬
ñerá el cántaro. Mira si tengo pensada
música con que enamore á los ángeles;
y mucha copla y mucha cosa y regoci¬
jos, que hagamos de placer morir la mo-
chacha.
Sig. Por nuestra dueña , que lo tienes
SEGUNDA CELESTINA.
bien pensado. Pues yo tomo el cargo de
se lo mandar de parte de Felides', porque
lo hagan con más voluntad.
Parid. Pues así se haga , y con tu cui¬
dado me descuido hasta que sea hora de
ir, ya que acostado sea nuestro amo.
\
3 2
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA CUARTA CENA.
Pandulfo pregunta si están á punto los que han de dar la
música , y todo aparejado vánla á dar, y dándola viene
el alguacil y huye Pandulfo ; y después torna desimu¬
lando, y riñe con Canarin, pajecico. Y tornados á
casa , torna acechar y oye como Quincia y Polandria
burlan de su huida ; y entrodúcense.
PANDULFO. — SIGERIL. — CORNIEL. — BARANON.
CANARIN. — QUINCIA. — POLANDRIA.
Pand. Hermano Sigeril, ¿está ya acos¬
tado nuestro amo?
Sig . Sí está.
Pand. Pues, hora me parece para ir.
i Ah! Corniel hermano, ¿está el ruiseñor
á punto?
Cor. Si está y aquí Barañon con su
cántaro.
Sig. Pues hé aquí los cascabeles, que
por mí no ha de quedar.
Pand. ¿Lleváis todos vuestras guadras
y rodanchos? porque si repicaren , ya me
entendéis.
Bar. Todo va á punto.
Pand. Escucha que da el reloj : las once
da, buena hora es; sus, vamos, mas bien
será que nos concertemos aquí y digamos
una copla.
SEGUNDA CELESTINA. 33
Sig. Bien es; por tanto toca tú la gui¬
tarra.
Pand. Mal haya el puerco que me ven¬
dió esta prima, que no es la mejor del
mundo ; mas ansí pasará: hora tocá, y di
tú, Canarin, una copla.
Can. Levantaos mi corazón ,
Levantaos la madrugada,
Y oid en esta alborada
Lo que os dice mi pasión.
Sig. Por nuestra dueña, cosa real es
oir la voz deste rapaz, y la melodía que
hace el ruiseñor.
Pand. Y la guitarra, ¿qué tacha tiene?
Bar. Voto á mares, no hay que pedir,
que si la moza no es boba , por las ven¬
tanas abajo pienso que se há de echar
por nosotros.
Can. No se gaste en palabras , vamos
donde habernos de ir.
Pand. Canarin, por vida tuya, que
digas otra copla que no es sino gloria
oirte.
Can. ¿Para qué es eso? juro á san Juan,
que me enroqueza que no pueda después
cantar.
Sig. Bien dice : vamos donde habernos
de ir y déjate deso, que allá te hartarás
de tañer y cantar.
Pand. Hora vamos: por aquí vamos me-
3
/
I
34 SEGUNDA CELESTINA.
jor, porque no topemos con el alguacil,
no haga algún desvario con que la música
se torne en responsos.
Can. Maldito sea el hombre tan fan¬
farrón, y si viene á mano, el primero que
tome calzas de Villadiego será él.
Sig. Eso jura tú á Dios; mas callemos
ya , que si nos oye no acabamos esta no¬
che con fieros. Ya llegamos; pongámonos
aquí en bajo destas ventanas. Hora, sus,
comenzá á tañer, y bien pausado. Hora,
sus, Ganarin, la voz en el cielo.
Can. Levanta , levanta ayna ,
Mi señora y mis amores,
Más linda que clavellina
Y más hermosa que flores.
Bar. Encomiéndoos á Dios tan buena
copla.
Sig. Calla, no le estorbes.
Pand. Di, perla preciosa, que eso me
contenta.
Can. Levantaos por el huerto
Y paraos á la ventana,
Y ver me heis sin cosa sana
Por vuestros amores muerto.
Oh rostro hecho de rosas
El más lindo que yo vf ,
Clavellina entre hermosas ;
Hayas mancilla de mí.
Pand. Voto á la casa santa, que me es-
SEGUNDA CELESTINA. 35
panta este rapaz. El diablo le mostró ta¬
les dichos.
Bar. Hi de puta el diablo, y qué sen¬
tidos que son.
Sig. Dejadle hora vaya delante, que
me paresce que veo tocados á la ventana
puestos.
Pand. Por la Verónica de Jaén, que
dices verdad. Hora, hora, Canarin, hacé
maravillas.
\
Qitin. ¡Oh señora mia Polandria, qué
gloria es oir aquel rapaz! Llégate , llégate
acá, y verás qué maravillas dice por aque¬
lla boca, que no es sino gloria oille.
Pol. Hora calla, que ya comienza á
• cantar.
' \
Can , Oh ángel que á mi alborada
Estas, y hecha de flores ,
Remedia ya mis dolores
Mi alma, esta madrugrada.
Pand. Dote al diablo, rapaz, que cosa
más á propósito no pudieras cantar; ve
adelante, que por nuestra dueña, que se
rien de gozo en oirte.
Oh señora y mis entrañas ,
Tu vida y mi corazón ,
Remedia ya mi pasión
Y mis penas tan estrañas:
Can.
36 SEGUNDA CELESTINA.
Remedia ya mis pasiones
Y mi mal fuerte y cruel,
Tú , más dulce que la miel ,
Ni qué nueces ni piñones.
Quin. Señora, estas trobas me parescen
á mí como azúcar, que no las retobeas
que la otra noche nos decían los cantores
del infante , á un son que ni entendía lo
uno ni lo otro.
Pol. Así lo creo ya, que no era para la
boca del asno la miel.
Quin. Señora, por te hacer á tí sabia
dices eso, que por mi vida que tampoco
lo entendías tú.
Pol. Anda loca, ¿no lo había de enten¬
der? tú por tu corazón juzgas el ajeno.
Quin. Señora, no sé par Dios; esto me
paresce á mí como perlas, que no paresce
sino que habla aquella guitarra, y que
estamos en el alameda del rio, según con¬
trahace aquel el ruiseñor.
Pol. Hora calla, que la voz del mocha-
cho es lo mejor, si cantase cosa sentida.
Quin. Señora, ¿y cosas mas sentidas se
pueden decir?
Pol. Hi, hi, hi; hora calla, que torna
va á cantar.
Can. La guitarra y ruiseñor
Y el cántaro y cascabeles,
Mi alma , dice que veles
Y que oyas al tu amor.
SEGUNDA CELESTINA.
37
Pand. Dote á Dios, rapaz, ¿dónde ha¬
llas esos primores? por la cruz de Gara-
baca, si vive este rapaz que ha de ser
gran glosador.
Sig. Calla, no le vayas á la mano.
Can. La prima tengo quebrada
La tercera y el bordon ,
Y tú no estás enhadada
Mi alma en darme pasión.
Quin. Señora, ¿no tiene gracia aquel
niño en lo que dice? Oyele hora, señora,
que no es sino gloria oirle.
Pol. Hora calla, que si oyo.
Can. Con vuestra merced mi vida ,
Rosa fresca del rosal ,
Que la noche hace frida
Tárdome y dícenme mal.
Sig. Hora una deshecha, y poco y bue¬
no, y no mucho y malo.
Can. Señora , pues quiso Dios
Haceros hecha de flores,
No me deshagáis de amores.
Quin. Landra,y qué cantarcico tan sa¬
lado; ¿no es muy gentil señora?
Pol. Calla y oyamos la vuelta.
I
SEGUNDA CELESTINA.
Can. Hizoos Dios y tan gentil
Y á mí por vos desdichado ,
Hizoos Dios el mes de Abril
Y á mí el Agosto agostado ;
Veome todo ajenado
Viendo á vos hecha de flores
Y á mí deshecho de amores.
Sig. Válame Dios, ¿y qué ruido de ar¬
mas es este que aquí viene?
Pand. No es tiempo de aguardar, mas
de poner piés en polvorosa, que con la
vuelta no echarán de ver en mí. Ya que
estoy en salvo , quiero volver acechar en
qué paró el negocio. Quiérome un poco
sosegar, que no me alcanza huelgo á huel¬
go con la priesa que he tenido; y dejaré
aquí tras estas piedras ascondida la gui¬
tarra y el espada y el broquel , porque si
fuere el alguacil no me lo tome, y paso á
paso veré lo que ha sido de mis compa¬
ñeros. Malogrados dellos si son ya muer-
tos; y ¡qué buenos mancebos eran! Hora
ya torno á acechar, y si algo fuere tor¬
naré mas descargado para huir, y sino
diré que vine á defender que no les toma¬
sen las espaldas por estotra calle. Hora yo
voy, que ya no oyo ruido.
Sig. ¿Quién es?
Alguacil. Mas ¿quién sois vos?
Sig. ¿Quién es?
Alg. Mas ¿quién sois vos?
SEGUNDA CELESTINA. 39
Sig. ¿Quién sois vos que lo deman¬
dáis?
Alg. Soy el alguacil.
Sig. Oh señor, perdona, que por Dios
pensamos que eras otro.
Alg. ¿Traéis armas? dadlas acá, y la
guitarra que tañíades, que á tal hora no
es bien andar dando músicas en lugar sos¬
pechoso.
Sig. Señor, no nos debes de conocer,
que hacernos hías toda cortesia por cu¬
yos somos.
Alg. ¿Y quién sois?
Sig. Somos criados de Felides; yo soy
Sigeril, hijo de su ama.
Alg. Perdona, señor Sigeril, que no
te conoscia. Por ser cuyos sois andad con
Dios, y no hagais más estos alborotos,
que si otros fuérades, por vida del rey,
desarmados fueran á la cárcel.
Sig. Téngotelo en merced, señor, y ¿si
mandas que te acompañemos?
Alg. No, sino que os vais luego por
amor de mí, y quedad con Dios.
Pand. En paz está ya la cosa, quiero
tornar, quizá poderé disimular que no
falté; no puede ser, que ya me han visto:
quiero hablalles. ¿Qué es esto, hermanos,
que pensé que nos tomaban las espaldas y
fui á proveer en tal peligro?
40
SEGUNDA CELESTINA.
Sig. ¿Pues á dó dejaste la espada y la
guitarra?
Panel. Como vi que no había con quien
pelear, y oí que acá eran paces, dejélo
escondido , porque si por ventura fuese la
justicia, no haber brega con ella, por lo
que tú dijiste que no convenia á los amo¬
res de nuestro amo ningún escándalo.
Can. Hi, hi, hi.
Panel. ¿De qué te ries, rapaz?
Can. De la diligencia que pusiste en ir
á proveer en eso , que parescia que no po¬
nías los pies en el suelo.
Pand. Al diablo el rapacejo mal criado,
¿pues había de ir despacio? por nuestra
dueña, si os tomo por una pierna, sino
os acibarro en aquella pared porque estés
mofando.
Can. Verés vos el panfarron. Ay, ay,
ay, hi de puta, bellaco, ¿habeisme vos
á mí de dar? ¿soñólo el puto de vuestro
linaje? vos juro á la mi fe que yo lo' diga
á Felides, ¿porqué me haves vos, don ru-
fianazo, de llegar la mano ni dar bofe¬
tón? para mí teneis vos, don panfarron,
manos, y para los que ciñen espadas, piés.
Sig. Quítate allá, Pandulfo, ¿no has
empacho de tomarte con ese niño?
Pand. ¿Pues háse de igualar él siendo
rapaz, con un hombre barbado?
SEGUNDA CELESTINA.
41
Can. El diablo me lleve sino os desca¬
labro, don bellacazo, ¿por qué me dais
vos á mí?
Sig. Quítale, quítale la piedra, Barañon.
Bar. Déjala, rapaz, bellaco, sino darte
hé de bofetones.
Can. Agradecedlo vos á Barañon, que
para esta, que yo os hiciera una pitera en
esa cabeza.
Pand. Y’os voto á la casa no santa, don
rapaz, sino fuera por los padrinos, que
yo os diera que moflir.
Can. Galla ya, mal aventurado, con
tus girmanías.
Pand. Señor Sigeril, hacé que calle
ese rapaz , sino por estas barbas , que me
habéis de perdonar.
Can. Verés vos, ¿y por qué tengo de
callar?
Sig. Calla ya pues tú , rapaz, que no te
has de igualar con un hombre.
Cor. Por nuestra dueña, pues que no
es bien que un muchacho se iguale con
un hombre de barbas.
Sig. Calla ya tú, que juro por Dios,
que si Felides sabe que le llegaste las
manos , que haya tanto enojo que de
cosa más lo pueda haber.
Pand. Hermano Sigeril, castigúelo él
y no sea mal criado; y si mucho enojo
42
SEGUNDA CELESTINA.
hubiere, no faltará quien me dé de co¬
mer ni á él quien le sirva, que yo no soy
hombre que tengo de sufrir cosa contra
mi honra.
Sig. Hora baste esto , que es tarde y vá¬
monos acostar. Y tú, Canarin, no hayas
enojo, que tú tuviste la culpa; y calla, por
mi amor.
Pand. Ves, aquí dejé entre estas pie¬
dras el espada y la guitarra, porque veáis
si tenia intención en huir ; que si huyera
no habia de dejar perder mi hacienda.
Sig . Hora baste que ansí se cree de tí,
y vamos y entremos paso, que duerme
nuestro amo, no despierte.
Pand. Agora que quedo solo, quiero ir
á casa de mi puta á pedille cuenta de lo
que há hoy ganado; como voy enojado,
podrá ser, sino la da tal, que descargue
en ella el nublado. Y quiérome ir por
casa de Paltrana, quizá estará Quincia
á la ventana y haré de un tiro dos cuchi¬
lladas. Hablando está; quiero llegar paso.
Quin. Señora, dejando una razón por
otra, ¿tú no viste qué huir llevaba uno
de los de la música cuando sintió el al¬
guacil?
Pol. ¿Pues tú no has oido, que el huir
no es correr, sino volar?
Pand . Noramala, acá estaban; cuitadas
SEGUNDA CELESTINA. 43
de orejas que tal oyen. No de valde dice
el proverbio, que quien escucha de su
mal oye.
Quin. Hi de puta, qué gran cobarde
debia ser aquel ; no debia de ser el Pan-
dulfo criado de Felides, que, así goce yo,
el más fiero hombre es que hay en toda
esta ciudad, que estotro dia le oí decir,
que sino fuera por cierta persona que
matara á Zambran , ó le cortara un brazo
ó una pierna á mejor librar. Que con una
furia lo decia que las barbas henchia de
la saliva, con la braveza que lo decia.
Pand. Bueno va esto, en buena pose¬
sión estoy tenido con Quincia; pláceme
que terné poco que hacer en abonarme
con ella.
Pol. Muy engañada vives en eso, que
todos los panfarrones tienen eso, que
todo su hecho es palabras. ¿No conociste
á Gandulfo, mozo de espuelas de mi pa¬
dre, que era otro tal en sus fieros, y no
habia liebre más cobarde en el mundo
quél?
Pand. Guayas de mí ; con ese abono di¬
go que medraré yo.
Pol. Cuanto más, que por mi vida que
creo que no era otro el que huyó sino él.
Pand. Peor está que estaba; noramala
acá vine esta noche.
44 SEGUNDA CELESTINA.
Qián. ¿Cómo, señora?
Pol. Di, ¿el que huyó, no era el que
tañía la guitarra?
Qiiin. No, era otro.
Pol. Pues por vida de mi señora, que
me pareció él.
Pand. Bien está , pues dice que le pareé-
ció, porque ningún testigo no hace fe
sino depone afirmando.
Quin. Mas, ¡qué donaire seria si fuese él!
Pol. Mayor seria si no fuese él quien
venia allí, que mejor lo pudiese hacer. .
Quin. Cuanto si él es, échese sus fie¬
ros y bravezas acuestas.
Pol. Andacá, vamos acostar, que poco,
nos va que sea él que otro.
Quin. Señora, vamos.
Pand. Hora yo quedo bien librado desta
noche; en Palana habrán de quebrar estos
enojos si no me da buena cuenta; quiero
ir allá, que no me faltarán escusas y men¬
tiras para con Quincia , si supiere que fui
yo el que huí.
SEGUNDA CELESTINA.
45 '
ARGUMENTO DE LA QUINTA CENA.
✓
Pandulfo , acabada la música , va á pedir cuenta ¿ su
ramera Palana, y allegan á reñir, y después hacer
paces ; y entrodúcense.
PANDULFO. — PALANA.
Pand. Ta, ta, ta.
Pal. ¿Quién está ahí?
Pand. Abre allá, pesar de tal, que ven¬
go dado al enemigo.
Pal. Encomiendo al diablo este desue¬
lla-caras; con algún achaque debe él de
venir agora; duelos tenemos.
Pand. ¿Has de abrir allá, ó tienes algún
gayón que me ha tomado la posada?
Pal. Aguarda que ya voy.
Pand. Abre pues; pesar de la vida que
vivo con esta borracha, si ha de abrir
esta noche.
V
Pal. ¿Qué diablos habéis que tan rifa-
dor venís?
Pand. Pesa á la casa de meca, con la
bagasa, si me ha de pedir la cuenta. Creo
que por no dar la que te tengo de de¬
mandar, me la estás tú ya pidiendo.
Pal. Y aun de ahí nasce la tose á la ga¬
llina. j Desventurada de mí, que cuanto
46
SEGUNDA CELESTINA.
afano y trabajo para sostener mi honra
me ha de robar este desuella-caras!
Pand. ¿Qué estáis rezando, dueña? pues
no apañe yo un látigo para haceros rezar
bien de verdad.
Pal. Digo, que después que venís harto
de andar en vuestras puterias por donde
os pagais, venís á descargar en mí el eno¬
jo. ¡Desdichada de mí, que tengo yo de
pagar vuestros desabrimientos !
Pand. No llores amor, es despecho de
la vida, que dándome tú lo que es razón,
no tengo de tratarte más que á mis ojos.
Pal. ¿Y qué os tengo de dar más de lo
que os tengo dado, que soy vuestra es¬
clava?
Pand. Y aun con eso reniego yo, dama.
Déjate estas roncerias y dame lo que has
ganado, y no quiebre el enojo que trayo
en tí.
Pal. ¿Y qué enojos son estos?
Pand. Es que topé con cinco ó seis be¬
llacos, y no sé qué me hicieron y como
me enojaron; tomaron las viñas y no
aguardaron á que quebrase en ellos mi
ira, y queria que no fueses tú causa de
pagar lo que ellos me quedaron á deber.
Pal. Dejaos de esas rufianerías, galan,
que no tengo yo toda mi vida de ser vues¬
tra esclava. Pensé en buena fe que me
\
SEGUNDA CELESTINA. . 47
vengaríades la injuria que tengo recebida
á vuestra causa, por teneros yo á vos.
Pand. Oh despecho de la vida que vivo,
¿y quién te ha enojado? pues no será sa¬
bido, cuando, voto á la casa santa de Hie-
rusalen, á palos le muela, por no apocar
mi espada en matalle á espaldarazos ; y si
es mujer, voto á la Verónica de Jaén, de te
poner las narices en tus manos, porque
sepan que te han de tener en lo que por
mí te deben.
Pal. ¿Para qué son esos fieros, Pandul-
fo? ¿pensáis que con ellos me habéis de
hacer pago? mirá, si queréis que os lo
diga, yo soy mujer de bien, y hablar
claro Dios lo mandó, no tengo yo de tra¬
mar y trabajar para vos, si vos no habéis
de tornar á mis cosas , y me han á mí mal¬
tratar y tengo de buscar quien me vengue.
Pand. Oh, reniego de los moros, con
la puta; estoy le diciendo que me diga
quién la ha enojado, para dalle mil muer¬
tes en lugar de una, y estáme trayendo
garabatos por no me dar la cuenta de lo
que hoy ha ganado.
Pal. ¿Vos no lo sabéis? ¿para qué me
preguntáis?
Pand. ¿Y qué se ?
Pal. ¿No sabes cuál me paró Botafes,
el rufián de Azcarena, porque habíamos
«
48 SEGUNDA CELESTINA .
habido palabras? ¿Yo no lo dije á vos?.
;para qué os hacéis de nuevas? ¿qué es lo
que habéis hecho?
Pand. Qué son borrachas. Ven acá, ma¬
la mujer, que me estás afrontando. ¿Tú
no me dijiste que te habia dicho Cana-
rin, el pajecico de mi amo, que habian
avisado á la justicia cómo andaba á bus¬
car á Botafes para lo despachar, y que
andaban por te prender á tí y á mí , y que
por eso acordamos, entre tí y mí, de disi¬
mular por algún tiempo?
Pal. Andaos d’ahí con vuestros fieros y
rufianerias, que eso todo lo ordistes vos
con los criados de vuestro amo, que si
vos no lo dijérades, ¿de dónde ellos ni la
justicia lo habia de saber?
Pand. Pése á la vida que vivo, que no
querria yo puta tan sabia como esta; en¬
tendido ha la quadramaña.
Pal. ¿Qué dices entre dientes, ó qué
estás rezando, que no tentiendo?
Pand. Digo que no hay tan mala mujer
en el mundo como tú, ni más sospechosa;
voto jal sepulcro no santo mañana le ha¬
cer que el mayor pedazo sea la oreja;
porque en fin, yo sé que estoy fletado
para la horca, no me da más hoy que
mañana, y yo te contentaré, porque no me
andes con esos dobleces. Yo soy contigo
SEGUNDA CELESTINA. 49
como un ángel , y tú andas conmigo con
dos haces.
Pal. No lo digo por tanto, mas para
que sepáis que no me mamo los dedos,
que acabo de treinta años que ando en la
mancebía algo habia de haber aprendido.
Pand. Y aun pese á tal, porque has
aprendido tanto.
Pal. ¿Qué dices?
Pand. Digo hermana, que me mandes
dar dinero, porque habiendo de hacer lo
que tengo acordado por tu servicio, que
es matar á Botafes mañana y cruzar la
cara á su puta , ya sabes que para andar
por iglesias y monesterios, á sombra de
tejados, que no se puede hacer la bolsa
vacia.
Pal . Mal año para tí, don rufianazo,
que no me sacarás más de lo que me has
sacado, con esos fieros y mentiras.
Pand. ¿Dices, vida, que te parece bien?
Pal. No digo sino que no lo mates
agora, que al presente no me hallo con
dinero para tan gran costa como esa.
Pand. Por nuestra dueña, ya no te
aprovecha, que no quiero que me digas
otra vez lo que me dijiste, por todo el
mundo, que yo tengo de hacer lo que
digo, y tú me has de dar cuanto tienes;
porque á lo ménos, si la justicia viniere
4
50 SEGUNDA CELESTINA.
á secrestarte los bienes, que no les halle
para nuestros males, que donde fuera la
persona mejor irá la hacienda.
Pal. Buen estilo toma el bellaco cuero
para robarme; pues, por nuestra dueña,
que yo te haga que te salga el sueño del
perro.
Pand. ¿Qué dices?
Pal. Digo que no tengo blanca , ni lo
puedo ganar.
Pand. ¿No? pues dame acá tus ropas,
para que las empeñe esta noche ó las pon¬
ga á recaudo, para que mañana á estas
horas, yo juro á Mahoma, que yo tenga
un real puesto sobre mí, en la iglesia ó
monesterio donde me acogeré.
Pal. Déjate, amores mios, desas paro¬
las, que no te quiero yo tan mal que te
querria ver puesto en esas afrentas por mí.
Pand. Ya ni en tu mano ni en la mia
no es , que lo que una vez determino
todo el mundo no lo estorbará. Saca las
ropas priado, sino iré yo por ellas.
Pal. Por cierto no irás.
Pand. ¿No las quieres traer? Pues yo
las tomo.
Pal. Deja, amigo, mis sayas, que no
me las distes tú.
Pand. Desvíate allá, no quiebre en tí
el enojo que tengo.
SEGUNDA CELESTINA. 51
Pal. Déjate desos fieros que no son
para mí , que ya sé cuántas son cinco. A
quien cierne y amasa no le hurtes hogaza.
Pand. Déjame, sino juro á tal de te
hacer un juego que sea sonado en todo el
reino. No quieres, pese hora á tal con la
puta, si me ha de dejar.
Pal . Justicia, justicia, que me roban
y me matan en mi casa.
Pand. ¿Tú no quieres callar? voto á tal,
sino callas , que te envie con nuevas á los
infiernos.
Pal. Pues deja tú mis ropas, amigo,
que sí callaré; que ya sabes que honra
me quedará para ganar para tí y mí, que
yo te daré dos reales, que por tu vida, mi
alma, que no he ganado hoy más.
Pand. Pues ¿cómo quieres tú que con
tan poco dinero me ponga yo á tal pe¬
ligro?
Pal. Que no quiero, por agora, que te
pongas en nada, hasta que yo tenga con
que te hacer bien la barba.
Pand. Hora, pues, después no te quejes;
y dame acá ese caire que dices que tienes
al presente , para una camisa que me ha¬
ce menester, y vamos acostar; y después
no te quejes que no vengo tus injurias.
Pal. Hora que no quejaré; mas la ca¬
misa, ¿paréscete que es bien que la pague
52
SEGUNDA CELESTINA.
yo, para que te vayas tú á la fuente á re¬
quebrar con la moza de Paltrana ?
Pand. Calla ya, amores mios, voto á
tal, todo el mundo no estimo en tanto
como una paja para contigo. ¿Mas quién
te lo dijo?
Pal. Por mi fé que me lo dijo el negro
de su casa, que ha estado aquí conmigo
toda esta tarde y aun parte de la noche.
Pand. Yo te voto á la casa santa, que
él me lo pague , porque no venga con estas
parlerías. Creo que quedó enojado de mí
porque le traté mal de palabras allá en la
fuente, y pensando que me enojaba me
levantó eso para mal meterme contigo.
Pal. Dalo al diablo, amigo, que no me
da nada; mas no querría que lo que yo
gano y trabajo para tí, lo gastases con
otras.
Pand. Deso puedes tú estar segura; y
vamos, amores mios, acostar, que es ya
tarde, y acabar se han los nublados de las
quistiones, y haremos las amistades, que
no hay mejor concertador ni tercero para
las rencillas de los enamorados que la
cama.
Pal. Vamos, entrañas mias , y en cuan¬
to pudiéremos démonos á placer y deje¬
mos los enojos.
SEGUNDA CELESTINA.
53
<
ARGUMENTO DE LA SEXTA. CENA.
Pandulfo va á la fuente y topa con Quincia , y estando
con ella llega Boruca la negra y después Zambran.
E ido Zambran, ruega Boruca á Pandulfo le lea una
carta de Zambran , y leída váse Pandulfo, y topa á
Zambran y lóale la carta para tenerlo contento ; y en¬
lodácense.
PANDULFO. - QUINCIA. — BORUCA. - ZAMBRAN.
Pand. Quiérome ir por la fuente por
ver si podré ver á Quincia, que voto á
tal, alliende de lo que me va en abonar¬
me con ella de la mala estimación de ano¬
che, querría concluir estas pláticas, que
me parece gentil moza, y dar al diablo
esta puerca de Palana, que, voto á tal,
más vieja es que Sarra, y con la edad
sabe tanta ruindad como yo, y con puta
v tan marrera mal puedo yo mudar el pello;
y si esta moza pudiese yo amansar, es
hermosa y bozal, y con ella podría salir
de mal año poniéndola á ganar, hecha
de mi mano, y no sabría salirme de man¬
dado, que estotra puerca, voto á tal, no
le sufra el hedor de la boca por cuanto
me puede dar. \ Pese á tal, con la borracha,
si hay quien la sufra! Hora yo quiero po¬
ner haldas en cinta, y haré de un tiro dos
54
SEGUNDA CELESTINA.
cuchilladas, que será hacer lo que mi
amo me encomendó, y lo que á mí cum¬
ple , que será hacer lo que no hizo hasta
hoy ninguno, que es meter honra y pro¬
vecho en un saco; así que, saliendo con la
honra de lo que mi amo me encomendó,
meter el provecho en mi bolsa. Quiérome
aquí sentar , que no puede tardar de ve¬
nir, y voto á tal, sino me engaño, que
héla allí do viene; es ella, no es otra, por
nuestra dueña del Antigua. Señora Quin-
cia, voto á tal, de media legua te conoscí
en la gracia que tienes en traer ese cántaro.
Quin. ¿Calla, ya estás haciendo burla?
Así como lo llevo no dejarán de beber del
agua que llevare.
Parid. Juro por tu vida y mia, que si el
agua tiene la gracia que tú tienes en lie-
valla , que puedes decir con razón que no
la dejarán de beber.
Quin. Déjate deso, no estés haciendo
burla.
Parid. Déjate tú, mi ángel, que tú lo
ves mejor que yo lo digo ; mas dejando
una razón por otra, ¿estás ya más mansa
que ayer?
Quin. Ay señor, mucho te agradezco la
música, que fué muy linda.
Pand. No me hables en eso , señora, que
estoy para renegar la leche que mamé.
SEGUNDA CELESTINA.
55
Quin. ¿De qué, señor?
Pand. ¿De qué? ¡ oh despecho de la vida
que vivo! ¿y no lo tengo destar? Que va¬
ya hombre con cobardes á hacer sus co¬
sas, y que se ponga a recebir la muerte
por cumplir con su honra, y en confianza
de los que lleva consigo , y se le torne
el sueño del perro.
Quin. ¿Cómo es eso, di?
Pand. ¿Y cómo tú, señora de mi alma,
no viste que huir llevaba aquel lebrón de
Barañon, mozo de caballos, cuando ano¬
che me acometió el alguacil? que voto á
la casa de meca , que con todo mi esfuer¬
zo, cuando le vi volver las espaldas me
hizo titubear. Que crée, que un hombre
cobarde es para destruir mil hombres,
aunque sean leones.
Quin. ¿Cómo, él era el que huyó anoche?
Pand. Pues , despecho de la vida, ¿quién
habia de ser sino él? que voto á tal , sino
fuera por ser de una casa, las piernas le
cortara, porque á él fuera castigo y á
otros escarmiento.
Quin. Bien lo decia yo á la señora Po-
landria que era él.
Pand. ¿Qué me dices, señora? ¿qué,
oyó su merced la música?
Quin. Sí , por mi vida, y aun qué decia^
que habías sido tú que habías huido.
SEGUNDA CELESTINA.
5b
Pand. ¡Oh, pese á los ángeles con tal
pensamiento ! Bien paresce que no me tie¬
ne conoscido , pues en tal posesión me
tiene. Suplicóte, mi vida, que la desen¬
gañes tú de tan mal pensamiento.
Qiiin. Por cierto que yo lo dije anoche,
que no eras tú tal persona.
Pand. Tengotelo en merced, mi alma,
que no vives tú engañada, porque por las
reliquias de meca, que no hay cosa que yo
más ame que á tí, que toda me paresces
hecha de perlas preciosas , y no querría
cosa más sino que conocieses el amis¬
tad que te tengo, porque no fueses tan
desamorada conmigo.
Quin. Por cierto, hermano, bien te
quiero yo.
Pand. Bueno va esto.
Quin. ¿Qué dices ?
Pand. Que no estás engañada, hermana,
por nuestra dama. Y para que conozcas
más mi voluntad, ruégote que me hagas
merced de oir esta noche ciertas palabras,
que á mí me cumplen y te cumple decirte.
Quin. ¿Y aquí no me las puedes decir?
Pand. No es cosa que se ha de decir
tan de priesa.
Quin. No querría que te atrevieses á lo
vedado.
Pand. Por el Antecristo , no tengas te-
SEGUNDA CELESTINA.
i
57
mor que cosa contra tu voluntad haga.
Quin. Hora, pues, desvíate allá, que
viene aquí Boruca.
Pand. ¿Qué me respondes á esto, mi
alma? *
Quin. Otro dia te daré la respuesta.
Pand. No , sino que lo hagas.
Qiiin. Vete presto que ella es.
Pand. Pues hace esto que te ruego.
Quin. ¡Oh Jesús! como eres tan' impor¬
tuno, no de balde dicen que romero hito
saca zatico. Hora vete que si haré.
Pand. ¿Pues á qué hora, mi alma?
Quin. A las doce.
Pand. ¿Por dónde?
Quin. Oh Jesús, por entre las puertas
de mi casa.
Bor. Hermana Quincia, extar en bon
hora.
Quin. Y tú venir. Boruca.
Bor. Ha , ha, ha , ¿dicir á Zambran mix
encomendax?
Quin. Si decir y holgar mucho.
Bor. ¿E qué rexponder?
Quin. Questar tú muy beliaca, que no
querer á él mucho.
Bor. ¿A mí beliaca? maxbeliaco extar él.
Quin. Hermana Boruca, decirme alguna
respuesta buena que llevar á Zambran.
Bor. Ha, ha, ha, decir, que decir á mí
5*
SEGUNDA CELESTINA.
quextar bellaco, y que andar en puterio-
nex, que á mí xaber xalir ayer de la pu-
terixa de caxa de Palanax, que no decir
dexpox jurax á dux mucho te quero, mu¬
cho te quero. Mas venir acá, ¿qué te
dexer aquel gentel homber?
Qiiin. Preguntarme por Zambran.
Bor. A bona fe mentir tú, que no de¬
cir xino alguna belaqueria de amori co-
nex. He, he, he, catar Zambran, catar
Zambran, querer á mí fuxir.
Quin. Por mi vida, que te tengo de te¬
ner. Corre Zambran, corre , que querer
huir Boruca.
Zam. ¿Por quextar tan bellaca, que
querer fugir de mí?
Bor. Andar, andar para Palanax.
Zam. Envidia extar exa é bien parexcer
á mí; andar acá amorex y nuer enojo. Ju-
ráx á dux max querer á tí que á todax;
dexar ox celox.
Bor. Andar con el diablo; dexar á xe-
ñora Quincia. Tomar, don beliaco, porque
llegar á me.
Zam. Oh corpo de dux con talex bur-
lax; juráx á dux que te tengo de abrazar
aunque no querer.
Bor. Dexarme bellaco, dexarme.
Zam. Hora pox perdonarme y á mí
dexar.
SEGUNDA CELESTINA. 59
Bor. Hora xi perdonar; andar con el
diablo.
Zam. Hora puex, ¿á mí andar á caxa
exta noche ?
Bor. Hora andar, que vox pagar á me.
Quin. Hora hermana Boruca, quedar
con Dios, que yo me quiero ir á mi casa.
Bor. Andar con dux hermana. Decir á
Zambran que no andar á la noche á mi
caxa, que extar burlan cío. Venir acá
Quincia, chamar aquel gentil homber, y
moxarte un carte de Zambran.
Qiiin. Chámalo tú.
Bor. Ah xeñor, vexa acá la mano de
voxa merxé; chegar acá, por tu vida.
Pand. ¿Qué quieres, hermana?
Bor. Xeñor voxa merxé, leer exta carta.
Pand. De buena voluntad; dar acá y
escuchar. Xeñora de mi corazón : guala
querer á tí como á me vida. Para xanta
marea no xaberme bien lo que comer.
Bor. A mí xi xaber, pardux; hora decer.
Pand. Extar muy rixte y no poder
dormir.
Bor. Ha, ha, ha, á mí gualardonir
haxta lax mañanax.
Pand. Oh, dexirme todox, ¿de que an¬
dar rixte Zambran hermano? dexir á mi
no xaber guala, xabendo que todo lo ha-
xer tú. Mex extrañax, mi corazón no me
6o
SEGUNDA CELESTINA.
✓
querer hacer máx mal, por vida de voxa
merxé, puex extar tuyo todox.
Bor . Ha, ha, ha, guala menter que no
extar me yo, xino tu xeñora Paltranax. Y
xi tú querer á mí, caxar contigo, y bexa
cá la mano ve voxa merxé. Guala extar
ben excrita , max á me no xe me dar nada;
max de para burlar y paxar tempo, que
extar un bobo Zambran. Dexer hermana
Quincia, que dexar dextax boberiax, y
dexar amore conex, que no aprovechar
nada.
Pand. Señora hermosa, ¿mandas que
se haga más por tu servicio y desta se¬
ñora?
Quin. Señor, no más, sino que te agra¬
decemos el trabajo , y que vayas con Dios.
Pand. Esto es lo ménos que por tu ser¬
vicio y desa señora tengo de hacer ; y
por nuestra dueña del Antigua, que está
, la carta para pasar donde quiera , y la
gracia de Dios quede contigo.
Quin. Y contigo vaya, gentil hombre.
Pand. Allí veo venir á Zambran ; quie¬
ro alaballe la carta para estar bien con
él, que no será poco buena granjeria
para esta noche. Dios te salve , hermano
%
Zambran.
Zam. Vexaca la mano de voxa merxé,
xeñor Pandulfox.
>
SEGUNDA CELESTINA.
6r
Pand . Por el Corpus damni , una carta
tuya dióme Boruca a leer, que mejor es¬
crita no la he visto en mi vida.
Zam. He, he, he; callar, xeñor, que
extar burlando ; extar todo boberias.
Pand. Voto á las reliquias de Roma,
no son sino buenos y singulares dichos
en el caso.
Zam. Por tu vertú, que guala todo
extar necedadex. Max á mí quedar á tu
xervicio, y andár con dux que ir de-
prexa.
Pand. Dios vaya contigo, hermano.
Dentro le dejo en la gorrionera; por nues¬
tra dueña, yo te sepa traer la mano por
el cierro; y no es ya tiempo de tardar de
ir á dar cuenta de lo pasado á Felides,
y decille en el estado en que tengo sus
amores.
f)2
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA SEPTIMA CENA.
En que Zenara , manceba del Arcediano , pasa con Ce¬
lestina grandes cosas sobre los celos que Celestina le
dice que ha tenido del Arcediano viejo, en la casa
donde estaba ascondida, y viene el Arcediano, y des¬
pedida dellos sale, y espantado el pueblo va á su
casa y halla á Elicia y Areusa , y pasan muchas cosas
espantadas de vella; y entrodúcense.
ZENARA. — CELESTINA. — EL ARCEDIANO. — EL
PUEBLO. — ELICIA. — AREUSA
Zen~ Ay, comadre, y ¿cómo puedes su¬
frir tan largo encerramiento?
Cel. ¡Cómo, como, comadre ? como la
costumbre quieren los sabios que sea con¬
tra naturaleza, y como en esta natura¬
leza , con la costumbre yo haya ya hecho
hábito para sostener esta negra honra
que á tantos trabajos nos obliga, y como
sin ellos á ninguno -se da, sufro el tra¬
bajo, comadre, para con sufrirlo sacar
la gloria, así de mi honra como de la
gloria de la venganza de aquellos mal
aventurados de Sempronio y Parmeno,
que así me querían quitar la vida, donde
con las suyas quedaron pagados de su
maldad, y yo satisfecha de tal injuria.
SEGUNDA CELESTINA. 63
Zen. Bien se podrá aquí decir, que
quién mal hace parte le cae.
Cel. Así es, mas también, comadre,
muchas veces haciendo bien se recibe mal.
Zen. ¿Por qué dices eso, comadre?
Cel. Tú me tienes entendida, y á buen
entendedor pocas palabras; porque al sa¬
bio no es menester más de ponelle en el
camino.
Zen. Mejor me ayude Dios, comadre,
que yo entiendo ese latin.
Cel. Pues yo por romance lo tengo.
Porque yo, comadre, siempre me precié
de ser muy clara con mis amigos, y poder
andar con esta cara de aquí aquí, muy
sin vergüenza. Porque así como la ver¬
güenza en los mozos es buena, porque
por falta della no hagan lo que no deben,
es mala en los viejos tenella, por haber
hecho lo que no debian hacer ; así que la
vergüenza á los mozos es freno para no
errar, y en los viejos no la tener ha de
ser espuelas por parte de no haber erra¬
do, y con no haber errado, faltalles la
vergüenza de no haber hecho cosa de que
la poder tener.
Zen. Señora , declárate que no te en¬
tiendo.
Cel. Comadre, señora, tú entiendes me¬
jor que yo lo se dar á entender. Y porque
SEGUNDA CELESTINA.
64
entre los amigos no ha de dormir queja ni
se sufre en verdadera amistad , para que la
satisfacción supla con verdad la falta de la
verdad en lo que muchas veces se sospe¬
cha, yo me quiero, señora comadre, conti¬
go declarar; y es que yo vine aquí á casa
del señor Arcediano viejo, como á casa
del señor y padre, á ser encubierta de la
venganza que de los criados de Calixto yo
quise tomar, fingiendo con mis artes que
era muerta y fiéme de tí, señora coma¬
dre, como de persona, que como dice
Plutarcho, alabando á Camilo, que era así
pronto y amigable á aquellos á quien ha¬
bía hecho beneficios, como si dellos los
hubiera rescebido, por haber ellos sido
causa de acrescentar su honor. Así que yo,
señora , como fui causa de acrescentar tu
honor, pensaba que habia de ser amiga¬
ble á tí.
Zen. ¿Porqué dices eso, señora?
Cel. Hablar claro, en fin, dicen que
Dios lo dijo, y que barba á barba ver¬
güenza se catan; dígolo, porque la ver¬
dad es hija de Dios, é yo siempre me
prescié de decilla antes que de desnudar¬
me de verdad , para vestir á mis amigos
de lisonjas.
Zen. Señora, por Dios que te aclares
ya, que no lo entiendo.
SEGUNDA CELESTINA. 65
Cel. Señora comadre, pues- que quieres
que lo diga, yo lo diré. El caso es, que
ya sabes cómo yo te conoscí, conoscida
del cura de san Martin.
Zen. ¿Qué quieres decir, madre, por
eso?
Cel. En buena fe, hija, no soy yo tan
madre, que puedes tu ser mi hija; mas
pues lo he sido en consejo, yo lo quiero
sufrir, y lo que quiero decir es, que yo
te hice conoscer al cura de san Martin,
vendiéndote por virgen, como tú sabes;
que te hice correr por moneda buena, ha¬
biendo ya sido ántes quebrada en poder
del maestre sala del Obispo viejo, y como
yo fui en la casa de tu moneda la que te¬
nia la mayordomía , no hay para qué ne¬
garme cosa.
Zen. ¿Pues de qué sirve agora eso,
comadre?
Cel. Sirve, de que si en casa del señor
Arcediano viejo tú tienes honra y pro¬
vecho y hijos, y mandas su casa, y vedas,
que por mí la mandas; y si subiste del
maestre sala al cura, y del cura al Arce¬
diano , y del Arcediano á entrar por man¬
ceba y salir por señora, por mí es.
Zen. Declárate ya por Dios, y no trai¬
gas cuentos viejos á la memoria.
Cel. Declaróme, que yo te hice pasar
5
66
SEGUNDA CELESTINA.
por virgen al Arcediano, y que te jugase
de boleo viniendo ya de dos botes; y de¬
claróme, que si yo tuviera pensamiento
de Arcediano, amiga, si quieres que te
lo diga, que no sacaran pieza para meter
pieza, pues que no sé tan mal jugar los
dados, que sacara á mí para meterte á tí;
mas como yo más estimé siempre la hon¬
ra que el interés, quise más que lo hu¬
bieses tú, quedando yo con mi honra, que
no que quedase yo sin el interese de la
honra por el del dinero: y creo que me
tienes entendida.
Zen . i Ay tal donaire! Mejor me ayude
Dios, que yo, comadre, te entiendo ni sé
qué quieres decir.
Gel. Señora Zenara , pues sino has en¬
tendido, entiende que tú has habido celos
de mí y del señor Arcediano , de que le
has visto hablar conmigo secreto; y, her¬
mana, si celos pudieras haber, sabe que
dias ha que si yo tal pensamiento tuviera,
que no me pudiera por tecera para conti¬
go en la vihuela , pues pudiera ser la pri¬
ma; que aunque seas más moza que yo,
otras cosas tengo yo que no tienes tú, por
donde supliera con la gracia y saber la
demasia de la edad; que si yo vine á casa
del Arcediano viejo, señora Zenara, no
fué para tener amores con él, no, no
SEGUNDA CELESTINA.
67
por cierto, y mírame tú, sino para con¬
fiarme de su virtud, por el cargo que por
tu causa me es, y para que por el que
tú me tienes, pues por mí estás puesta
en honra, me confiase de tí, que no para
que hubieses celos de mí y de tu viejo
honrado, que si eso fuera, siendo él mozo
y yo moza, pudiera comprar mi amor
ese favor de mí, que cierto lo tuvo com¬
prado, con más pasos y malas noches, \
alboradas y músicas por mi puerta, que
por la tuya dió. Mas lo poco que en la
mocedad le aprovechó para sostener mi
honra, crée, mi amor, que ménos le apro¬
vechará en la vejez, donde ni su edad
mata de amores, ni la mía puede morir
por ellos. Y el agua que mató, con te¬
mor de la honra, el fuego en la mocedad,
créeme, señora , que no se encenderá con
tanta frialdad en el hábito de tal temor
de honra, en la frialdad de la vejez. No
tengas, mi amor, celos de mí, que ni la
edad del señor Arcediano el viejo, requie¬
re, ni la mia lo demanda; y si lo has por
pensar que me ha de dar algún interese,
sabe, mi amor, que no calzan sino á
quien rompen. Así que, he querido de¬
cirte lo dicho , para que no vivas conmigo
engañada; porque ya es tiempo de salir
á fingir mi resurrección , y no quiero, se-
68
SEGUNDA CELESTINA.
*
ñora, que quedes con sospecha, y por
parte de tenella con queja, de la que no
se debe de mí tener; que como crees en
Dios, puedes tener por fe, que ni yo ten¬
go tales pensamientos, ni hay para qué
los tener, que moza fui y vieja soy, y pues
que moza no los tuve , no hay para qué,
mi amor, tenellos en la vejez: basta haber
ofendido á Dios en tramar esos hilados,
de lo cual ya tengo la experiencia de mi
yerro , para me arrepentir y enmendar,
y hacer penitencia de lo pasado. Por lo
cual, sino fuese por las obras que de tí
y del señor Arcediano he recebido , yo te
consejara y le aconsejara, que os apar-
tárades de más ofender á Dios; mas por¬
que no digas que te quiero yo quitar tus
provechos, yo quiero atreverme ántes á
mi conciencia, que darte pesar. Y lo di¬
cho, mi amor, baste para que pierdas tal
sospecha, y nunca juzgues lo que no juz¬
ga la Iglesia, que es del secreto. Y cuan¬
do me vieres, no hablar solamente con el
Arcediano, mas estar abrazado conmigo
boca con boca, habías de pensar, como
manda el Baldo que me estaba bendicien¬
do. Y mira cuanto te quiero, que no he
querido que quedase contigo ni conmigo
ninguna doblez ántes que saliese de tu
casa, para que el amistad quedase sin
SEGUNDA CELESTINA.
69
sospecha de ninguna parte, y quiérote
abrazar para más confirmada, y para que
sepas que lo dicho ha sido para quitalla, y
dejar amor en lugar que la mala volun¬
tad podia tener para estorbado, no se de¬
clarando las voluntades. Y con esta con¬
fianza del amor que yo te tengo, hete
descubierto mi corazón, para que pueda
con tal secreto dejar el de mi resurrección
fingida en el tuyo.
Zen. Señora, yo me corro, por cierto,
de lo que has pensado, mas huelgo de lo
que dices, para que sepas, como amiga,
que no he dejado de tener alguna sospe¬
cha de tí ; y esto no te maravilles , porque
me han dicho que cuando moza tuviste
ciertas pendencias con el Arcediano, y
ya sabes que á los años mil torna el rio
por donde solia ir. Mas yo quedo satisfe¬
cha de tí , y cree que por mí no serás des¬
cubierta.
Cel. He, he, he. Bien sé que en tanto
que hubiere lenguas, que no faltarán fal¬
sos testimonios. ¿Y por cuál carga de
agua, mi amor, si yo fuera primera con
el Arcediano, habia de ser tercera para
contigo para perder lo servido al tiempo
de la paga? Perdóneselo Dios y perdón
netelo , que, como Dios es verdad, para
contigo como mi madre me parece estoy;
7°
SEGUNDA CELESTINA.
y no te dejo yo de confesarte que no
quedara por el Arcediano, si, cuando
éramos mozos, yo consintiera en su deseo;
mas crée, señora, que pues yo te di á tí
la mano, que le di á él del pié. Ay boba,
ay boba ¿y por tan néscia tienes tú á Ce¬
lestina que si algo deso hubiera, que re¬
nunciara en tí el beneficio sin que le
quedara regreso? No creas, mi amor, que
si tan caro me costaran las burlas del
Arcedianadgo, que tan barato renunciara
el derecho de sus beneficios.
Zen. Habla, señora, en mal hora, paso,
no lo oya el Arcediano.
Cel. Antes estás engañada, que el que
sabe la verdad, es bien que lo oya, para
que te desengañe del pensamiento tan
malo que de mí y dél has tenido. Perdó¬
nete Dios, que yo ya te lo tengo perdo¬
nado, porque sé que sino perdonaremos,
no seremos perdonados de Dios. Oh, que,
hélo aquí donde viene la mi reverenda
persona , que no paresce sino que hinche
toda esta casa con el autoridad con que
viene.
Zen. Ay, por Dios, comadre, habla
paso, no diga que ando yo en estas cosas.
Cel. Antes es mejor, para quitarte la
sospecha, que sepas mi inocencia y mi
limpieza. He, he, he; oh señor, y como
A
SEGUNDA CELESTINA. 71
huelgo de tu venida, para que sepas en
lo que estábamos la señora Zenara y yo.
Zen. Ay, por Dios, no digas nada, que
por Dios que no es verdad.
Cel. Por Dios, sí diré; y á la verdad,
señor, pensaba la señora, mi comadre,
que tú y yo que andábamos entendiendo
en hacer mala harina, é yo estábale di¬
ciendo, que si eso hubiera de ser, que en
tiempo que los cedazos estaban más nue¬
vos, hubiéramos cernido, que ya, mal pe¬
cado, ni tú puedes amasar, ni yo puedq
darte de heñir.
Are. Por Dios, buena sospecha, pues,
es esa.
Zen. Ay, por Dios, señor, no digas eso,
que por vida mia y de Ancelinico, tu
hijo, que nunca tal me pasó por el pen¬
samiento.
Are. Hora que yo seguro, que no de
valde dice mi comadre lo que ha dicho,
y desto yo tengo la culpa en darte tanto,
que quieres tomar el todo.
Zen. Señor, por tu vida, que tal cosa
nunca pensé.
Are. Hora sus, no es menester más,
que yo te tengo dias ha bien conoscida.
Cel. Ay mi amor, ¿y cómo estás tan
engañada? Oh quién pudiese, comadre,
decirte cuanto el señor Arcediano procuró
f
72 SEGUNDA CELESTINA.
comprar caro lo que tú tan barato de mi
honra querías comprar.
Zen. Ay, por tu vida, señora, no me
digas más, que me corro.
Cel. ¡ Ah señor! pues viene á propósito,
por vida de la señora Zenara, que sé que
es la cosa desta vida que más quieres, que
digas lo que te acaesció la noche que yo
y Garatusa estábamos á la ventana, cuan¬
do tú y el Arcipreste, tu amigo, nos ha-
blastes, cuando yo moraba ála calle nueva.
Are. ¿Para qué es decir nada deso? ya
pasó ese tiempo de liviandades.
Cel. Hora por mi vida que lo digas.
Are. Déjame, comadre, que ya no es
tiempo dentender en tales liviandades.
Cel. Por Dios , pues si tú no lo dices,
yo lo diré, que aquella noche, si por mí
no quedara, por Garatusa no quedó por
cierto, que queria que os abriésemos
viendo los prometimientos que nos hacía-
des, que, por tu vida, comadre , que gas¬
taban más de cien doblas. Mas mira,
como yo siempre fui recatada desta ne¬
gra honra, á palabras locas hice mis ore¬
jas sordas, y deseché el precio y valor del
dinero por el mayor fin de la honra, co¬
mo quien sabe que el dinero se ha de bus¬
car para la honra y la honra no ha de
servir al dinero. Y por aquí, señora, de
SEGUNDA CELESTINA.
73
bueycillo verás con qué buey aras. Dígolo,
para que pues, en la mocedad puede de
mí dar tal experiencia, que creas, mi
amor, que en la madura edad, que no
está tan verde la leña, que sin mucho
fuego se pueda encender, porque muy
mal mi amor, un hielo con otro saca lum¬
bre; y como la vejez no tenga ningún ca¬
lor sino es para beber, créeme , mi seño¬
ra, que ya, mal pecado, su merced del
señor Arcediano y yo, más necesidad tene¬
mos de vino añejo para callentar la cama,
que el de viejo para suplir la falta de
nuestro calor. Ya, ya pasó el tiempo
donde con fuego no se quemó mi fama,
crée , comadre , que agora no se encende¬
rá con hielo. Y baste lo dicho, y dejemos
lo pasado, pues ya no hay para qué trae-
11o á la memoria, pues harto hay que en¬
tender en los duelos presentes ; y, señor,
dejando una razón por otra, yo quiero
salir para lo que tenemos ordenado, de
fingir que soy resucitada, en la confianza
del secreto tuyo y de mi comadre. ¿Qué
es lo que te parece que debo de decir?
pues tú, como más libre, sabrás en las
cosas ajenas, lo que ninguno en las suyas
propias puede saber, y el que más sabe
sabe con saber , que no sabe ni puede sa¬
ber en sus cosas propias.
74
SEGUNDA CELESTINA.
Are. Comadre, parésceme que no hay
más que pensar, sino fingir que has re¬
sucitado, que del secreto desta casa, á
buen sueño suelto puedes dormir.
Cel. Hora, pues, con esa seguridad, yo
voy en el nombre de Dios, con intención
de enmendar mi vida y las ajenas , y Dios
quede contigo, señora y señor.
Are. Y contigo vaya, comadre.
Cel. Válame Dios, y ¡qué de gente pa-
resce y viene á mí, como si fuese lechu¬
za ó buho que camina de dia ! Quiérome
meter presto en mi casa, sino aquí me
sacarán los ojos.
Pueb. Vala el diablo á aquella Celesti¬
na , la que mataron los criados de Calix¬
to , ¿paresce ó es alguna visión ? por cierto
non es otra; y qué priesa que lleva que pa¬
resce que va á ganar beneficio. ¡Oh, gran
misterio, que ella es!
Cel. ¡Válalos el diablo, y qué mirar
que tienen! Hora, sus, yo digo que la
puerta de mi casa está abierta; bien pa¬
resce á osadas el poco cuidado que con mi
absencia hay. Acá están Elicia y Areusa,
espántanse de verme, santiguándose es¬
tán; quiéroles hablar, que dan gritos y
se abrazan la una con la otra, pensando
que soy fantasma. Oh, las mis hijas y los
mis amores, no hayais miedo, que yo
SEGUNDA CELESTINA. 75
#
soy vuestra madre, que ha placido á Venus
tornarme al siglo.
Ar. j Ay Jesús, que me muero de miedo!
Elic. ¡Ay hermana mia, que mi madre
Celestina paresce! ¡Ay válame la virgen
María, y no sea algún fantasma que nos
quiera matar !
Cel. Ay bobas, y no hayais miedo , que
yo soy; las mis hijas y los mis amores, ve¬
nidme á abrazar , y dad las gracias á Dios
que acá me tornar dejó. Así juntas os
quiero abrazar, que no tendré sufrimien-
ta para más esperar.
Elic. Ay Jesús, Jesús; válame Dios,
ay madre, desvíate allá, que me muero
de miedo, que pienso que eres muerta.
Cel. Ay boba, bobita, ¿y de qué das
gritos, loca? no hayas miedo, mi amor
y mi hija, y las mis entrañas, que yo soy
tu tia, que viva soy, y no muerta; abrá¬
zame, abrázame, loca ¿qué te escandalizas?
á osadas, que si fuera hombre y mozo,
como soy mujer y vieja, que no te espan¬
taras de me ver ni de me abrazar.
Elic. Ay tia, señora, y bien seas veni¬
da, ¿y para qué dices mallicias en mal
hora y en mal punto , y qué hombre pu¬
diera venir á quien yo más quisiera que á tí?
Cel. Aquel Sempronio, que á osadas,
hija, que no te estuviera bien abrazallo,
SEGUNDA CELESTINA.
76
según queda y yo lo vi en los infiernos
abrasado. ¿Lloras, hija, por lo que digo?
pues no llores , que obligada eres á gozar¬
te con lo que á Dios place , y él es servido
de su justicia.
Elic. A osadas , madre , que lloro por
eso, y aun obras te hizo él para que yo
llore por él; no lloro en mi ánima, sino
de gozo de verte.
Cel. Ay mi amor, así lo creo yo, que
para conoscer tu amor lo dije, que bien
satisfecha estoy yodél, aunque huelgo de
oirlo. ¿Pues cómo has estado, mi hija, y
tú, mi amor, Areusa?
ir. Ay madre, ya ves qué tales esta¬
ñamos sin tí; con harta necesidad y des¬
ventura.
Cel. Según eso, el capitán, tu amigo,
no debe haber venido , que del rufianazo
gesto del diablo de Centurio, bien sé lo
poco que con él puedes medrar.
Ar. Ay madre, no ha venido; mas en
mi ánima con Centurio yo he medrado
con él tampoco el pelo, como mi prima
con él su mal pasar de Crito.
Cel. Hartos dias há, hija, que si ella
me hubiera creido, lo hubiera dado á la
maldición, y mudara ropa vieja, y se
vistiera toda de nueva; mas las mozas no
miran los tropiezos deste mundo hasta
SEGUNDA CELESTINA.
77
que han caido; venís tras el deseo y ne¬
gáis el provecho, pues renegad, hijas
mías, de la matemia, y busca quien te
dé de comer é cuando tuvieres alguno,
por muy gran afición , sin pluma , bueno
es dalle compañero, para pelar y hinchir
los cabezales para el frió de la necesidad,
y traelles á ambos las manos sobre el
cerro , dándoles á entender que cada uno
es solo y no hay otro ; y cuando uno con
el otro en casa se toparen , hacer al uno
entender qne es el otro pariente ó primo,
y al otro, que es el otro tio; repartiendo
el deudo, conforme á la edad de cada uno,
para quitar sospechas y hacer las hechas.
Ar. Ay tia, señora, ¡y qué gran gloria
es oirte y dar los consejos y avisos que
das á todo el mundo , y la gran abundan¬
cia de sabiduría que tienes y cuán per¬
didas sin tí hemos estado!
Cel. A la fe, hijas, pues agora lo po¬
déis decir con razón , que traigo más
sciencia que llevé. Y dadme acá ese jarro,
que el camino pone sed y dalle un toque.
Paréceme, hijas, que no estábades mal
bastecidas de vino.
Elic. Ay madre, ¡y qué transida de sed
venias!
Cel. Por cierto, hija, no me llegó á los
dientes.
i
78 SEGUNDA CELESTINA.
Elic. Pues por mi vida, madre, que por
demas de un azumbre, que puedes bien
pensar que lo tenia el jarro.
Cel. Hija, quiero descansar, y tomar
otros dos traguitos, que, en mi ánima,
que con la priesa que he traido por veros,
no me alcanzaba huelgo á huelgo.
Elic . Refréscate, madre, de la calor, y
lávate el rostro con lo que quedare del
vino.
Cel. Hija, no hay mejor lavar, para re¬
frescar, que los gargueros, que como del
estómago viene el calor, principalmente
allí, mi amor, se ha de socorrer á lo más
peligroso , y de la garganta se participa la
sequedad á los labios y la lengua. El alma,
hijas, me ha tornado este vino, que por
cierto transida venia de sed.
Ar. Madre, bien será que te vaya por
más vino, que poco debe de quedar.
Cel. Hijas, basta, que ahí queda para
remojar otra vez los labios.
Elic. Ay, ay, señora, ¡y qué gloria me
es verte , y qué de cosas debes allá haber
visto en el otro mundo !
Ar. A osadas , prima , ¡ y cómo las debe
haber visto !
Cel. He visto, hija, tanto, que no se
puede decir; y agora más tiempo es de
descansar de mi camino, que de saber
SEGUNDA CELESTINA. 79
nuevas de lo que allá pasa, que más días
habrá, hijas, que longanizas.
Elic.. Ay, dinos ahora algo, tia.
Ar. Déjala, prima, y descanse y huel¬
gue; ¿y qué más ha de decir que verla, y
holgamos con ella, y para qué quieres
tú ver ni saber más que tener tanto bien?
Elic. Ay prima, por mi fe, que dices
verdad. Dame acá las manos, señora, y
holgarme he contigo, que, en mi ánima,
no puedo aun acabar de creer que eres tú.
Cel. Ay hija, ay hija, ¡y cómo quisie¬
ras tú otras manos más blandas y mozas
con que holgar, que estas que parecen,
mal pecado, raíces de árboles! no me las
beses, hija, que no están ya para besar.
Elic. Ay madre, por cierto, más huelgo
yo de tales besar, que cuantas manos de
galanes puede haber; que destas me viene
á mí, cierto, más provecho.
Cel. Pues, á la verdad, hija, desas raí¬
ces, si tú tomares mi consejo, sacáras
cierto más fruto que de las de Grito, ni
tu hija Areusa de las de Centurio.
Elic. Dalos á Dios, tia, y no los mien¬
tes agora, que no son menester, y échate
aquí en mi regazo, y rascarte hé, y es¬
pulgarte hé, y descansa un poco.
Cel. Así lo quiero hacer, antes que ven¬
ga más gente.
8o
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA OCTAVA CENA.
Felides está consigo hablando , y llega Pandulfo á dalle
nuevas de lo que ha hecho ; y estando en esto , llega
Canarin corriendo á decille que media ciudad va á
casa de Celestina, que dicen que es resucitada. Y Fe-
lides envia allá á saber la verdad á Sigeril , y entro-
dúcense.
I
FELIDES. — SíOERIL. — PANDULFO. — CANARIN.
Fel. ¡ Oh santo Dios , cuanta pena es al
que aguarda tiempo, por breve que sea!
¡Ay de mí! que no hay cosa que no me
.prometa esperanza, y en cosa que me la
prometa no la hallo. En la fe que á mi
señora tengo pienso hacer milagros, y
no puedo dejar de ponella en razón de su
valor , para jamás esperados ver en la poca
esperanza de mi remedio. Quiero llamar á
Sigeril, para ver si se ha hecho algo de lo
que á Pandulfo mandé. Sigeril, ah, Si¬
geril.
Sig. ¿Señor, mandas algo?
Fel. Quiero saber qué está hecho, en
lo que á Pandulfo encomendamos.
Sig. Señor lo que está hecho es, que la
música se dió esta noche á Quincia, y dán¬
dose, llegó el alguacil, y Pandulfo, por
no dar ocasión á que se dañase esta tu
SEGUNDA CELESTINA.
8l
negociación, pensando que hubiera ruido,
quísose apartar dél dejando á nosotros
en él.
Fel. ¿Cómo es eso, me di?
Sig. Es, que por nuestra dueña, como
sintió que venia gente, no hubiera galgo
por ligero que fuera que le alcanzara, se¬
gún contra-hacia la liebre.
Fel. Bueno es eso; ¿todos sus fieros
pararon en eso?
Sig. No sé en qué pararon ; mas sé que
no hubiera él parado, según el son que
llevaba, sino oyera que habia paces , y de¬
jando escondida la espada, y el broquel y
la guitarra , tornó, asegurando que nos
dejaba seguros que nos tomasen las es¬
paldas.
Fel. Esas no debe él de tener seguras,
según el trato que por esos burdelestrae,
y lo que sus fieros pregonan. Oh, enco¬
miendo al diablo, el panfarron bellaco,
¿y toda esa es su ferocidad? Mas escucha,
no nos oya, qué lo oyo hablar; él es. ¿Qué
tenemos, hijo Pandulfo ?
Pand. Tenemos, hija, que vale más
que él, por el corpo deMahoma.
Fel. ¿Cómo es eso, que me va pare¬
ciendo bien?
Pand. Mejor te parecerá desque lo
sepas.
()
82
SEGUNDA CELESTINA.
Fel. Dímelo , que no basta mi deseo á
tanta tardanza.
Pand. Ya, señor, habrás sabido de la
música de anoche, y como la oyeron de
buena gana.
Fel. Si sé , y oí de tu esfuerzo , de
que estoy más pagado , porque siempre te
tuve en tal posesión. Y mucho te agradez¬
co tu osadía, y que tuviste templanza;
porque seria destruir el negocio de otra
suerte.
Pand. Señor, así lo dije yo á Sigeril;
que pues eso cumplia, que me veria he¬
cho un san Francisco en humildad; mas
dejando desto, después acá he hablado á
la moza, y no con ménos peligros de los
criados de su padre.
Sig. Desos te sabrás tú muy bien
guardar.
Pand. ¿Qué dices, Sigeril?
Sig. Digo, que por Dios que te guardes
deso, no destruya la negociación.
Fel. No le atajes, que él está ya tan
avisado, que no hay para qué hablar en
eso.
Pand. Por nuestra dueña del Antigua,
que pienso que más servicio te hago, se¬
ñor, en eso , según mi condición, que en
traerte aquí á Polandria , lo cual creo que
se va aparejando, porque para esta noche
SEGUNDA CELESTINA.
tengo concertado la habla con su criada,
y por la Verónica de Roma, que antes
que de las manos me salga , la deje tan de
mi mano , que tengas tú á Polandria por
cierta en las tuyas.
Fel. Oh Pandulfo, mucho te agradezco
tu buena diligencia, y bien sabia yo á
quién encomendaba mis cosas ; yo te pro¬
meto que yo te lo satisfaga si llevas á fin
estos hechos.
Pand. No queria yo que fuese todo pa¬
rolas, porque más quiero un tomar, que
dos te daré.
Fel. ¿Qué dices?
Pand. Digo, señor, que tengas el ne¬
gocio por acabado, según los principios
lleva; que yo lo sabré así ordir, como tú
lo verás tejer. Y paresce que oyo ruido
de gente en la calle; algo debe de ser,
que Ganarin viene corriendo que no le al¬
canza huelgo; quiérome ir armar, que
algo debe de ser.
Fel. Aguarda, sepamos qué es, y con¬
forme á lo que fuere, se proveerá; por¬
que ya sabes que dice el proverbio, que
hombre apercebido es medio combatido.
¿Qué es esto, Canarin?
Can. Señor, la mayor nueva y despanto
que jamás oiste.
Fel. ¿Qué es? dilo presto.
84
SEGUNDA CELESTINA.
Can. Señor, no traigo huelgo; mas has
de saber que toda la ciudad va corriendo
á casa de Celestina, que es fama que ha
resucitado.
Fel. Válame Dios, jes posible! si así
es, agora pienso que Dios ha oido mis
oraciones , y que para mi remedio le en¬
vía. Sigeril , por tu fe , que vayas allá, y
me traigas recaudo presto de la verdad
deste hecho, que es el mayor que jamás
ha acaescido, y no es razón de dejar de
ir á ver cosa tan admirable.
Sig. Señor, yo voy, y haré lo que me
mandas.
Fel. Hora, Canarin, en tanto que va
Sigeril, ¿qué es lo que oíste? ya que estás
más sosegado.
Can. Señor, oí, que estando Areusa y
Elicia en casa de Celestina, entró Celes¬
tina por la puerta, y paresciéndoles cosa
fuera de razón ó fantasma, no lo podían
creer que ella fuese, hasta que las asegu¬
ró, y les dijo, y certificó que era ella. Y
á esta causa, toda la ciudad va corriendo
á ver tan gran milagro, y yo vine te lo á
decir.
Pand. Ha, ha, ha.
Fel. ¿De qué ries, Pandulfo?
Pand. Rióme , que pienso, por las reli¬
quias de Mahoma , que alguna devota ilu-
SEGUNDA CELESTINA. 85
minaría de las boticas del burdel, con sus
oraciones ha hecho tal milagro, ó por la
santidad de tan buena persona como ella
era y de la piedad de que en esta vida
usaba, con remediar muchas erradas don¬
cellas, renovando sus quiebras, haciendo
correr por buena su moneda falsa , la de
esa Venus , la ha querido tornar al mundo,
para que tan santas y buenas obras no fal¬
ten por faltar tan buena y santa persona.
Fel. Pues no burles tú , que por cierto
no tengo yo por pequeña obra de miseri¬
cordia remediar tan gran mal, como el
que yo paso.
Pand. Por cierto, señor, por eso pien¬
so que te envia el Dios de amor, su ángel
Celestina, para que remedie tu pena,
como remedió la del mártir Calixto; y
plega á Dios que no lo seas tú como él
lo fué.
Fel. Por cierto, Pandulfo, con conse¬
guir la gloria que él consiguió, no ternia
yo por pequeña merced de Dios, pasar su
martirio.
Pand. Pues yo te certifico, señor, si es
verdad la resurrección desta santa dueña,
que ella te sacrifique á Polandria, para
que te puedas tú después á ella sacrificar,
como tiene sacrificadas más de once mil
vírgenes á las saetas de los ídolos de amor.
86
SEGUNDA CELESTINA.
Por cierto , gran bien ha venido á todo el
mundo con tal persona, para poblarse
las ermitas de los desiertos burdeles,
qué tales sin ella habian quedado, sino
se hubieran sostenido en esperanza de su
resurrección ; y para ver tan gran miste¬
rio, yo quieío ir tras Sigeril, en cuanto
tú te llevantes, y si para así no fuere, no
perderé cuidado del que esta noche tengo
concertado para remediar el tuyo con
Quincia, que creo que será otro santo
más apropósito á tus oraciones, que la
santa resucitada, según mi buena maña
lo tiene ya rodeado.
Fel. Hora, pues, hazlo así. Y Ganarin,
dame tú en tanto de vestir.
SEGUNDA CELESTINA.
87
ARGUMENTO DE LA NOVENA CENA.
Elicia dice á Celestina que viene mucha gente á vella
y pasa con ella y con Areusa grandes cosas ; y llega
el pueblo d la hablar , y después muchas dueñas; in-
trodúcensc.
ELICIA. — CELESTINA. — AREUSA. — EL PUEBLO.
LAS DUEÑAS.
Elic. Oh, válame Dios, con tanta gen¬
te como aquí viene, madre.
Cel. Déjalos, hija, que ya sabes que
cuantos más moros, más ganancia. Todo
esto es autorizar más mi persona , esti¬
mar más mi fama, dar más crédito á mi
poder; porque habiéndome visto muerta,
viéndome agora viva, ¿quién dudará de
mis artes? ¿quién no temerá mis conjuros?
¿á quién faltará esperanza en mi saber?
¿ quién podrá pensar cosa, que piense que
le podrá faltar? A todos habla bien, pues
sabes cuán poco cuesta el bien hablar. A
todos rescibe con muy buen amor, para
que con él te paguen ; á todos sabe bien
hablar al sabor de su paladar; porque no
hay, hija mia, mejor librea, ni puedes á
ninguno dar mejor vestido que de li-
88 SEGUNDA CELESTINA.
sonjas; todos los resciben, todos los aman;
ninguno las desecha; créeme, hija, que
no hay moneda que más corra , y que me¬
jor se resciba. ¿Qné te paresce , loquilla,
que estás desbarbada ?¿paréscete que todo
es hacer entradas en la toca, pelar las
cejas, acecalar el rostrillo para parescer
bien? ¿paréscete si vengo ménos avisada
del otro mundo que cuando caminé para
allá? Sábete que más mercaduría traigo
que llevé; que más letras aprendí, que
tenia; más criados tengo á mi mandar,
que hombres ves venir ; espíritus infer¬
nales , digo, con quien en esta jornada he
tomado conoscimiento y amistad. Mas
quédese agora esto para después, que es
razón de complir con los que vienen.
Ar. Ay tia, señora, espantadas nos
tienes en ver cuanto dices, sino que pa¬
resce que vienes más vieja y más cana que
cuando fuiste.
Cel. A la fe, hija, sabe que deso resci-
be mi persona más autoridad; que á mi
oficio más autoridad sale de la edad y
canas, que no de hermosura y mocedad.
Más se aprovechan mis artes de la sabi¬
duría , que no de la tez ; más de la scien-
cia, que no del vestido. Mas ya es tiempo
que callemos, que el pueblo llega acá.
Pueb. Oh madre Celestina, ¿qué mara-
SEGUNDA CELESTINA. 89
villa tan grande ha sido esta de tu resur¬
rección?
Cel. Hijos, los secretos de Dios no es
lícito sabellos todos, sino á quien él los
quiere revelar; porque ya sabéis que lo
que encubre á los sabios, descubre á los
pequeñuelos como yo. Sabed, hijos mios,
que no vengo á descubrir los secretos de
allá, sino á enmendar la vida de acá,
para con las obras dar el ejemplo, con
aviso de lo que allá pasa; pues la mise¬
ricordia de Dios fué de volverme al siglo
á hacer penitencia. Y esto baste, hijos,
para que todos os enmendéis, como en la
predicación de Jonás, porque no peres-
cais; que las cosas de la otra vida, no
bastan lenguas á decillas; y por tanto,
todos vivamos bien, para que no acabe¬
mos mal.
Pueb. Madre, espantados nos tienes de
lo que dices ; mucha honra nos harías en
decirnos algo de lo que viste.
Cel. Hijos, ni me cumple, ni os cum¬
ple ; y por tanto , no me preguntéis más,
que el silencio será mi respuesta; é id
con Dios, que quiero reposar, que vengo
de muy largo camino, y quiero descansar
con mis hijas, y entender en mi casa,
que la hallo mal reparada ; que mal pe¬
cado, ya sabéis el proverbio que á muer-
90
SEGUNDA CELESTINA.
tos y á idos, no hay amigos; y con esto,
por una parte me fui al otro mundo, y
por otra se comenzó á desbaratar lo que
con tanto trabajo yo habia ganado para
sostener mi honra. Porque como dice,
ganástelo, ó heradástelo, que así me ha
acaescidoá mí con Elicia, que mal pecado,
hijos, las mozas no curan de lo que ha¬
brán menester, sino de lo con que podrán
mejor parescer; y no curando, mirar ade¬
lante, cayen muchas veces atrás; mas la
vieja como yo, escarmentada, arregazada
pasa el vado de los peligros desta vida.
Y esto baste por agora, hijos, y andad
con la gracia de Dios ; básteos saber que
habéis de vivir bien, y enmendar todos
la vida. Y con esto me entro en mi casa,
y vosotros os id á las vuestras á reposar.
Pueb. Madre Celestina, tú seas muy bien
venida, y Dios quede contigo. Parécenos
que la vieja viene escarmentada. Trato
le deben haber dado, por donde quiere
mudar el natural, que no se dirá agora
que mudó la piel la raposa, mas su natu¬
ral no despoja; pues con mudar la piel,
viene mudadas las obras. No de valde se
dice que el loco por la pena es cuerdo.
Aquí podremos con razón decir, que de
los escarmentados, se hacen los arteros.
Por cierto, caso de predestinación paresce,
SEGUNDA CELESTINA.
9f
pues la quiso Dios sacar de los infiernos
para tornalla á hacer penitencia de sus
pecados.
Cel. Hijas, comamos, que cansada me
deja aquella gente.
Ar. Por cierto, madre, que te veo, y
no lo puedo acabar de creer que te veo;
tan suspensa estoy y espantada de te ver.
Elic. Y hermana mia, pues si la vieras
como yo la vi, que aquellos mal aventu¬
rados me la dejaron en ios brazos muerta
y atravesada de mil estocadas , más con
razón dirías lo que dices.
Cel. Hijas, dejemos lo pasado, y en¬
tendamos en lo presente, pues á Dios
gracias, todo se ha hecho tan bien. Porque
de aquellos desventurados de Sempronio
y Parmeno, yos certifico, que yo los vi
allá donde vengo de suerte que se puede
bien por ellos decir , que si Marina bailó,
tomó lo que halló; que ellos están bien
pagados , y yo satisfecha. Y dejando esto,
hijas, ya que hemos comido, cumple
hacer nuestros hechos de aquí adelante,
de otra manera que hasta aquí, porque
de lo pasado , ya tenemos la celada des¬
cubierta, y dado aviso, para que todos
guardándose de mí, pudiésemos, hija Eli¬
da, morir de hambre; sino que con mi
santidad, como buey de perdices encer-
SEGUNDA CELESTINA.
rado, pueda meter sin que lo sientan las
perdices, en la red. Las mochadlas en la
red, digo hijas, por otras nuevas formas
V maneras que traigo aprendidas; porque
no es razón de dejar de dar gualardon de
mis servicios á Vénus , que me hizo las
mercedes, con las pasadas de alcanzar
de Júpiter que tornase acá. Y ante tí, hija
Areusa, todo puede pasar este secreto,
que te tengo en lugar de hija, y siempre
te tuve por muy sabia y de buen secreto.
Y pues, ya sabes que los sabios dicen:
que el que á otros su secreto descubre, le
da su corazón; ya ves, hija, la prenda
que te dejé para poner á recaudo el secre¬
to. Y desto bien segura estoy yo de tu sa¬
ber, aunque te digo lo que te dicho tengo.
Ar. No estás engañada, madre, por
cierto, que así lo guarde yo como á mí
misma lo guardaría, y haz cuenta que lo
que dices y dijeres, que lo dices á tu con¬
fesor.
Cel. Así lo tengo yo, hija, que no de
valde dice el proverbio, que no hay cora¬
zón engañado, como por el mió conozco
yo el tuyo. Y en pago desto, yo quiero,
hijas, que de todas sea lo que se ganare
y lo que se encubriere, porque en tan
verdadera amistad , no se sufre haber cosa
partida.
I
SEGUNDA CELESTINA* 93
Ar. Así es razón, madre, y así, pues,
tú haced de todo lo que yo tengo á tu vo¬
luntad.
Cel. Yo lo tengo, hija, bien conoscido.
Yo, todo lo que al presente, para co¬
menzar nuestro trato me dieres, créeme
que saldrá á logro del caudal. Porque
más tesoros enterrados traigo sabidos,
que años tengo acuestas; de todas tres
serán sabidos, y de todas será la ganan¬
cia, que no tengo ya necesidad de in¬
vocaciones á Pluton ; porque de allá trai¬
go sabidos todos sus secretos , y al pre¬
sente, porque no sientan que tenemos
tanta riqueza, los tesoros estarán bien
guardados donde están, que yos certi¬
fico que nadie nos los hurte hasta que
vamos por ellos, y si lo sienten, luego el
rey se meteria en querer su quinto, y no
faltarian envidiosos, por donde se pusie¬
se en peligro nuestra vida, perderse tras
el caudal. Así que conviene al presente
en esto, como en lo demas, gran secreto
y disimulación; que el tiempo adelante
nos dirá lo que habernos de hacer. Y en
tanto, supliremos nuestras necesidades
con lo que tú, hija Areusa , tienes, y con
aquellas cien monedas y cadena que el
malogrado de Calixto me dió, que tan caro
me costó, que pocas habrás tú, hija Eli-
94
SEGUNDA CELESTINA.
cia, dello gastado; aunque mal pecado,
como las mozas no miráis lo de adelante,
ya tú habrás gastado cuales media doce¬
na de las monedas. ¿He acertado, por mi
vida? Eya, di la verdad, loquilla, que te
estás riendo.
Elic. Ay madre, no me rio deso, sino
que como tú fuiste enterrada , escondí la
cadenilla, porque vino aquí el mayordo¬
mo de la cruzada, y diciendo que por
haber muerto abentestado , venian todos
tus bienes á la cruzada, todo lo secresta¬
ron, y llevaron las cien monedas, con
todo lo demas, hasta no dejar estaca en
pared. Y la cadenilla, en mi alma, que
me perjuró, y la enterré, y después , sa¬
cándola para vender algún eslavon, aquel
desuella caras de Genturio me la vió, y
nunca fui poderosa de sacársela de las
manos. Y á la justicia me fuere á que¬
jar, sino porque no me acusasen el per¬
jurio de no la haber declarado, y por
esto me callé con mi pérdida. Así que
madre, señora, de mis ropas y tocados
puedes disponer, que de lo demas, ya
ves lo que ha sucedido, por mis pecados;
que como yo quedé huérfana sin tí, y
más de saber sin tu consejo y seso, todo
se perdió cuanto bueno dejaste y yo es¬
condí de lo que llevó la cruzada.
SEGUNDA CELESTINA.
95
Cel. Esta mochacha no es necia, aun¬
que no ha ido á los infiernos como yo.
Elic. ¿Qué dices, madre?
Cel. Hija, digo, que no vi cosa más
en los infiernos castigarse, que encubrir
nada de la hacienda de otros; y pues, tú,
hija, erraste en encubrillo á la cruzada,
ya que yo estoy en el mundo, no sea
peor el postrer yerro quel primero, que
deso del juramento yo lo terné secreto.
Elic. He, he, he; bueno es eso, madre.
Cel. ¿Rieste, por mi vida, de que te caí
en el cantar? ¿Qué pensabas, que habia
yo de descubrirte por la descomunión de
la cruzada? Ay, como eres boba; desas
descomuniones, hija, tengo tragadas po¬
cas, por tu vida y de Areusa, más tengo
tragadas, que canas tengo en la cabeza.
Mas ya sabes , hija , el proverbio que dice,
que nunca diga esta por donde pague
aquesta. Acertado te tengo la vena; bien sé
que te contento; no hayas, hija, mi amor,
vengüenza de me haber encubierto la
hacienda, que bien sé que no lo heciste,
sino por lo que yo me sé. ¿Direlo, loqui-
11a? cata, que lo quiero decir, si me das-
licencia y no has vergüenza ; decillo quie¬
ro , para que sepas que no se me esconde
cosa; y quiérome reir; ¿dasme licencia
que lo diga?
96 SEGUNDA CELESTINA.
Elic. Di, madre, que yo no sé porqué
dices eso.
Cel. Areusa, no me hagas del ojo, que
ni buen entendedor pocas palabras. Que
la verdad es, que Elicia pensaba que me
quería yo de tí encubrir. ¿Dite en el cora¬
zón, loquilla? ¿Hete errado una jota? pues
no te engañes, hija, que no quiero que
con Areusa haya cosa encubierta ; que no
tengo yo descubierto lo que dije de los
tesoros que tenemos , y de lo demas, para
encubrille cosa. No hayas vergüenza, hija,
de lo que has gastado, que yo te lo per¬
dono; y saca lo que te queda, que á mí
ya no hay cosa encubierta.
Elic. Al diablo encomiendo, vieja, que
tanto sabe.
Cel. ¿Qué dices , hija?
Elic. Madre, señora, que por Dios, acer¬
tado me has, que he dicho lo que dije,
por ver si sabias las cosas encubiertas, y
agora veo que sabes más que antes.
Cel.' Ay mi amor, ¡cómo lo dices, y
con qué gracia! Así lo creo yo por cierto,
y así lo has de creer, hija Areusa, que
por tu vida, desde tan mañita, nunca
hallé tras ella un alfiler. Mas hija , parés-
ceme que quisiste ser como dices, á un
traidor, dos alevosos. Mas por mi vida,
¿qué tienes gastado de las cien monedas?
SEGUNDA CELESTINA. 97
*
Elic. Por Dios, madre, que lo digas tú,
para ver si aciertas.
Cel. Por mi vida , que digas á ver si me
dijo Pluton la verdad, ó si es lo que yo sé.
Elic. Por Dios, madre, doce monedas
tengo gastadas, y la cadena entera se está
como tú la dejaste escondida.
Cel. Por tu vida, tanto me dijo Pluton
que habías gastado.
Elic. Pues por mi vida, que mintió,
que no tengo gastadas más de ocho.
Cel. Por tu vida, que eso es lo que yo
sabia, y el traidor siempre acostumbró
mentir; bien testifica la palabra divina
donde dice, que desde su principio fué
mentiroso y padre de mentiras. Buena es¬
tuviera yo, hija, sino supiera más que él.
Ar. Espantada me tienes, madre, con
lo que te veo hablar.
Cel. Cada dia, mi amor, lo estarás
más, y lo dicho dicho; y por agora no
más, que vienen muchas conoscidas nues¬
tras á me hablar, y tengo necesidad de
aseguradas para tener seguridad dentrar
á visitar sus hijas, porque el mayor ser¬
vicio que á Venus puedo hacer, es sacri¬
ficar sangre para amatar sus encendidos
fuegos en los corazones de sus servidores.
Dueñas. Oh madre Celestina, ¡cuánta
gloria nos es de verte ! plega á Dios que
7
98 SEGUNDA CELESTINA.
por muchos años y buenos sea tu resur¬
rección.
Cel. Señoras mias, todo ha de ser para
vuestro servicio y doctrina de todos , con
los avisos que vengo á dar al mundo, muy
al contrario que les solia dar, que esto es
lo principal á que soy venida , á desdecir¬
me de lo pasado y consejar en lo pre¬
sente, y á pensar lo que está por venir;
que nadie puede saber lo que allá se
pasa, sino quien como yo ha pasado
por ello. Que yos certifico que otros
consejos resciban de mí vuestras hijas de
hoy más, y otra reprensión las livian¬
dades de los mancebos, que hasta aquí,
y otra doctrina los viejos, y otra pre¬
dicación los religiosos, y otro aviso los
abades; y porque desto, el tiempo dará
testimonio, yo, señoras mias, iré á pagar
particularmente estas visitaciones y mer¬
ced, á cada una en su casa, y estonces
se podrá en secreto saber los secretos;
que público de lo mucho que he visto,
no se permite decir sin gran ofensa de
Dios ; y porque yo estoy cansada , vuestras
gracias me perdonen, hasta cuando digo
que en vuestras casas os visite; y vayan
con la gracia de Dios.
Dueñas. Madre Celestina , y tú quedes
con ella.
SEGUNDA CELESTINA.
99
Cel. Hijas, de mano en mano, dadme
acá ese jarrillo, si quedó algún vino, que
me ha quedado la boca de tanto predi¬
car tan seca , que aun la saliva no puedo
tragar.
Ar. Madre, parésceme que no se te ha
olvidado el beber, aunque ha dias que no
lo usaste.
Elic. No te maravilles, que viene de
lugares secos.
Cel. Lastimásteme, pues, para mí san¬
tiguada, que yo os lastime hijas, según el
calor de donde vengo , no espantéis ; cuan¬
to más, que en el infierno, ni hay deseo
de capones, ni perdices , ni de riquezas, ni
de cosa de las desta vida, sino es de mo¬
jar la boca, según paresce por aquel rico
avariento, que pidió á Lázaro que le pu¬
siese el dedo mojado en la lengua; que
mejor autoridad para mí no se puede
haber.
Ar. Madre, eso seria con agua.
Cel. Hija, mejor fuera con vino, por
tu vida; ¿no sabes tú que con vino se
mata el fuego de alquitrán, y con vino
se lavan los cauterios después quedados?
y las llagas ¿con qué se lavan sino con él?
y el fuego, hija, de san Antón, ¿con qué
se ataja sino con vino? que mejor cosa,
ni más cuadrada, no puede ser para la
' 100
SEGUNDA CELESTINA.
sed del fuego que traigo. ¿Y qué más au-
toridad quieres tú para la bondad del
vino, sino que vello se convierta en san¬
gre de Jesucristo, para saber la ventaja
que en todo al agua tiene?
Ar. Madre, pues también echan agua
en el c^liz.
Cel. Hija, eso es á medio cáliz de vino
una gótica; pienso que para significar el
agua que junto del costado, con la sangre
salió. ¿No sabes que en la cena del Señor,
que dijo Cristo que no comeria de aquel
fruto de vid, hasta que lo comiese con
ellos en el reino de Dios? donde se saca,
que en la gloria, vino y no agua, se ha
de beber. Y por cierto, hija, si lo miras
bien, que en la cena del Señor, á osadas
que no oyas tú que se mentase agua, sino
vino, cuando dijo que comulgó á sus dis¬
cípulos, y les mandó que aquello hiciesen
en su memoria. Mira cuanta virtud tiene,
hija, el vino, y como nuestro maestro
mandó aquella noche que hiciesen como
él habia hecho, quiero yo tenelle imita¬
ción en beber vino y no agua.
Ar. Madre, ese mandamiento fué más
de agua que de vino, porque lo dijo aca¬
bando de lavar los pies á sus discípulos.
Cel. Ay boba, y aun en eso verás que
te digo la verdad, pues con el agua man-
SEGUNDA CELESTINA.
IOI
dó lavar los pies, y con el vino las bocas;
cada cosa, hija, es para su oficio ; buena,
el agua para lavar , y el vino para beber.
¿Hete satisfecho? ¿qué me respondes, bo-
billa? Qué, ¿quieres argüir conmigo?
mas, por Dios, que si me das licencia
que te diga una cosa, que no ménos que
la vida te va en ella.
Ar. Di, madre, que si perdono.
Cel. Pues no tienes de correr.
Ar. No correré, por mi vida.
Cel. Pues sabe, hija, que hoy al comer
me paresció que bebias agua, y deso re¬
goldaste dos ó tres veces; y aun por mi
vida, que ese rostro con tan poca color,
que no sale de otra cosa, cá no hay cosa
que más coma la color, que el agua.
Ar. Ay madre, cómo estás engañada
en lo de la color; que por tu vida, no es
sino de llorar la muerte de aquel malo¬
grado de Parmeno ; que con el amor que
le tuve, no hago sino deshacerme en lá¬
grimas.
Cel. Y aun eso hace á mi propósito;
que aun las lágrimas por parte de ser
agua, destruyen la tez. Otra, por cierto,
hace lavar el rostro con vino, y mucho
más bebello ; porque ves tú aquí , mi
amor, á Elicia, que dende que nasció lo
bebe ; que así goce yo della , que la teta
I
102 SEGUNDA CELESTINA.
tenia en la boca, y viendo el jarro ó ca¬
labaza, como dice el proverbio, los ojos
en la puerta , y las manos puestas en la
rueca ; con la teta en la boca, y los ojos
en el jarro, tan de revés por mi rallo, que
así goce yo cosa, sino lo blanco dellos se
le parescia; con la manita estaba haciendo
de señas que se lo diesen, meneando los
deditos; y otras veces, teniéndola empino
en las rodillas, en viendo vino ó su vasi¬
ja, así se avalanzaba á él dando saltos,
que parescia quererme quebrar las pier¬
nas, y si el jarro le ponian en las manos,
parescia quererse bautizar dentro con la
gana con que bebía. Más bien se le pares-
ce á osadas, hija, en las colores, que en las
mejillas tiene, que no parescen sino una
grana. Ha venido esto hija , sobre lo de tu
estómago; que pienso que alliende de la
mala color del rostro, á no bebello te cau¬
sa un poco de olor en la boca , de la mala
digestión y frialdad del estómago, donde
se causan asimismo aquellas ventosidades
que lanzaste por la boca cuando comía¬
mos, que á la verdad no paresce bien,
puesto que entre nosotros no vaya nada
en ello; que, hija, ves me tú aquí á mí,
que ni tengo diente ni muela, y tengo
un olor en la boca como una niña-de tres
años, y todo esto ha venido sobre que
SEGUNDA CELESTINA. . IO3
dijiste si habia olvidado el beber, y con
este aviso nos vamos á reposar, que es
hora, y no salgas de mi parescer, ni sigas
el vuestro, hijas, sino queréis errar.
Ar. Madre, parésceme que no faltan
autoridades para beber, y por tanto, yo
quiero hacerlo así de aquí adelante.
Cel. Pues hacerlo así, hija, que aun
por mi vida, el dolorcillo de la madreja
la noche de Parmeno, si te acuerdas que
no viene de otra cosa, y con esto vamos
á reposar la siesta.
104
SEGUNDA CELESTINA-
ARGUMENTO DE LA DECIMA CENA.
Felides pregunta á Sigeril si es verdad la resurrección
de Celestina. Y después manda apartar á Pandulfo
y á él para escribir una carta á Polandria ; y los cria¬
dos burlan dél ; y introdúcense.
** * .% ■< -J **' ► * ♦ * C • mm
FELIDES. — PANDULFO. — SIGERIL.
Fel. ¿Qué cosa es, Sigeril ? ¿es verdad
que ha resucitado aquella honrada dueña?
Sig. Por nuestra dueña, señor, yo la
vi, y media ciudad á la redonda; si es
fantasma ó no, no lo sé; mas ver cuán
santa viene y predicadora, no lo podrias
creer.
Fel. ¿Según eso, no querrá entender
en mis negocios?
Pand. Mal conoces, señor, roncerías
de putas viejas hechiceras; con aquella
sardina piensa ella pescar la trucha , pues
sabes que no se toman truchas; todos
aquellos ardides nascen de la mucha expe¬
riencia. Quien espantase las perdices
cuando vienen á la red, ¿paréscete, señor,
que tomaría alguna? poco sabes de acha¬
que de trama, ¿viste acá á nuestra ama?
pues la mejor trama que ella puede tra¬
mar, es con hipocresía y santidad urdir
*
SEGUNDA CELESTINA. IO5
para tejer sus telas, que con este hilado,
podrá ella mejor urdir tu tela con Polan-
dria, que con el de las madejas tejió el
de Calixto y Melibea.
Fel. No pensé, yo, Pandulfo, que tan
sabio eras; mucho me has alegrado en
gran manera, en oirte; mas mira, que
quizá con la mudanza de Celestina y su
muerte, habrá mudado las costumbres.
Pand. ¿No sabes tú, señor, que muda
la piel la raposa , mas su natural no des¬
poja? ¿No te acontece venirte de confe¬
sar un santo y de ahí á tres dias tornarte
de otro pelo? ¿qué piensas, que es aque¬
llo lo que quiere el filósofo, que la cos¬
tumbre sea otra naturaleza? Por tu vida,
señor, quien me quitase á mí de tener
dos ó tres mujeres á ganar, la vida me
quitase; y así lo hará quien quitare á
Celestina sobre ochenta años de canoni¬
zada y sabia alcahueta, dejallo agora de
ser; cuanto más, que yo te tramaré el
hilado esta noche con Quincia , de suerte
que no se pueda errar la tela.
Fel. Así te lo ruego yo, y tú, como
más sabio , me harás mañana venir acá á
Celestina, para que por todas partes se
combata la fortaleza , y veamos por donde
se entra más presto.
Pand. Descansa, señor, que así se hará;
106 SEGUNDA CELESTINA.
y yo me quiero ir á entender en aderezar
armas, y lo más necesario.
Sig. Mira, por tu vida, pues hablas en
armas, no hagas algún desvario con que
borres lo bien hecho.
Pand. No tengas miedo.
Sig. No he miedo, mas he rezelo.
Fel. Hora, que yo salgo por fiador,
que Pandulfo haga esto con toda cordura
y seso; y dame tú, Sigeril, papel y tinta,
y escribiré una carta para Polandria, para
que vaya á punto Pandulfo, si hallare dis-
pusicion en Quincia para quererla llevar.
Pand. No me paresce mal consejo.
Sig. Señor, ves aquí la tinta y el
papel.
Fel. Apartaos vosotros allá.
Pand. Mira, mira, Sigeril, cuan tras¬
portado está nuestro amo con su pluma
en la mano, y los ojos embelesados.
Sig. Paresce á san Juan, cuando lo pin¬
tan en la isla de Pathmos.
Pand. Quita el san, y acertarás en el
Juan; que por nuestra dueña del Antigua,
otra salida supiera yo dar á aquella carta,
que pienso que con filosofías y retóricas
ha de quedar tan entendida leida, como
ántes que se leyese. Mira , hermano, como
se está riendo entre sí.
Sig. Alguna buena razón debe de ha-
SEGUNDA CELESTINA.
IO7
ber acertado, que se goza en pensalla.
Mal año para Julio, que llegue á su es¬
cribir.
Fel. Pandulfo, mi fiel criado, ¿ves
aquí esta carta? yo te prometo buenas
albricias si me traes respuesta della.
Pand. Con ese descuido, en mi cuida¬
do, puedes, señor, dormir; que yo voy á
entender en lo que cumple.
Fel. Dios vaya contigo y te guie.
io8
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA UNDECIMA CENA.
Pandulfo va al concierto con Quincia, y se desposa con
ella, y han efecto sus amores; y le da la carta de Po-
landria; y él se va muy alegre. Introdúcense.
PANDULFO. — QUINCIA.
\
Pand. Hora es ya de ir á mi concierto;
ir quiero. No quisiera yo noche tan escu¬
ra, porque es peligro para huir, porque no
ve hombre por donde va, hasta que ha
dado de narices. Hora ya estoy cerca;
quiérome santiguar. ¿Qué diablo es aque¬
llo que está cabe la puerta de Paltrana?
no sea el diablo que me engaña, no me
estén aguardando para me matar; no haya
por ventura, Quincia, descubierto la ce¬
lada; mas creo que no hará, que yo la vi
de buen temple ayer. Hora yo quiero
llegar; válame Dios, parésceme que entro
en agua fria, según se me ataja el huel¬
go y se me espeluzan los cabellos. Quié¬
rome tornar y dar al diablo estos amores.
¿Mas qué dirá Quincia, si por ventura
sale, sino que de cobarde lo dejé? que
para con mi amo no me faltarán menti¬
ras. Hora quiero llegar, que por donde
vengo todo queda seguro, y á la prima
#
SEGUNDA CELESTINA. 10$
voz, mis pies me han de valer, sino me
toman en medio. Hora encomiéndome á
Dios, y llego. ¿Qué diablo es aquesto que
está en el portal, que tanto suena? sí
son armas: quiero escuchar. Llaves pa-
rescen; Quinciadebe de ser, que viene al
concierto. Quiérome bien certificar, que
no me engañe el oido, que muchas veces
se engaña.
Quin. ¿Ce, señor, estás ahí?
Pand. Ella es; por nuestra dueña, el
alma me ha tornado al cuerpo y la san¬
gre á las venas. Oh señora de mis entra¬
ñas y de mi vida , desesperado me tenias
pensando que no habías de venir.
Quin. Ay señor, vete por tu fe, que
por no quedar en falta contigo vine , que
por cierto, aun los de casa no están acos¬
tados.
Pand. Buayas, ¿y qué nuevas son estas
para mí?
Quin. ¿Qué dices? _
Pand. Digo, que tú no debieras de ve¬
nir hasta que durmieran; porque sí te
sienten, será forzado con muerte suya
procurar tu libertad.
Quin. Ay por Dios, no digas tal; que
ya pienso que estarán acostados, y di
presto lo que me quieres.
Pand. Señora mia, lo que quiero es,
T 10
SEGUNDA CELESTINA.
que voto á tal, que estoy perdido por tus
amores , y que hayas piedad de mí.
Quin. Ay por Dios, señor, que te dejes
deso, que no soy yo de las que piensas;
cuanto más, que agora me tratan casa¬
miento. Por tu vida, que te vayas, no
me disfames.
Pand. ¿Con quién?
Qiiin. No lo puedes saber.
Pand. Bien haces en encubrirlo, que
por vida del rey, que si me lo dijeres
que no se casara él contigo, que yo lo
casara ántes con su madre la tierra,
digo.
Quin. Y eso, señor, ¿así quieres mi
honra y mi provecho?
Pand. Oh despecho de la vida, con tal
honra y provecho ; eso seria que por no
enterrar á él, que me enterrasen á mí;
sabe , señora de mi alma , que no te con¬
viene tomar á otro esposo sino es á mí,
si quieres gozalle, por vida tuya.
Quin. Yo, señor, seria la dichosa.
Pand. Pues no está en más que en eso,
ábreme, amores, y darnos hemos las
manos.
Quin. No querría que entrases en lo
vedado.
Pand. Y te voto á tal, que descortesía
ninguna no rescibas de mí.
SEGUNDA CELESTINA. III
Quin. Ay, señor, no querría después
que me burlases.
Pand. Señora mía, yo te juro á esta
que es cruz, y al sepulcro santo de san
Vicente de Avila, de no te hacer burla
ninguna.
Quin. ¿Haráslo así?
Pand. Sí juro, y hora abre.
Quin. Ay que no oso, por mi vida.
Pand. Hora, mis ojos, abre, que yo te
voto á tal, de en mi vida cobrar otra
esposa.
Quin. Hora dame la mano por entre
las puertas de ser mi esposo y de no
hacer nada contra mi voluntad, y yo te
abriré.
Pand. No sea algún concierto de to¬
marme para tenerme, en tanto que salen
d matarme.
Quin. ¿Qué dices, Pandulfo, señor?
Pand. No digo , sino que encomiendo
al diablo estas puertas, que están tan
juntas que no me cabe la mano, que aun
las manos te daré.
Quin. Yo sacaré la mia, que es más
delgada.
Pand. Bueno es esto, no debe haber
traición ; hora daca la mano.
Quin. ¿Otorgas te por mi esposo?
Pand. Si otorgo.
t 1 2 SEGUNDA CELESTINA. /
Quin. Y yo por tu esposa. Y aguarda
un poco iré á ver si duermen todos para
abrir.
Pand. Hora va , y mira bien en eso.
Bueno va esto; por nuestra dueña, que
tengo buena noche; hi de puta el diablo,
como me huelgo, que voto á la cruz de
Carabaca, más hermosa moza no hay en
la ciudad, y creo que Dios ha sido causa
deste casamiento, por apartarme de le
ofender con Palana y otras tales borrachas.
Ya viene, plega á Dios de guardarme de
traición. Oh, pese á tal, ¿qué es esto?
muerto soy; no es tiempo de esperar;
hora quiero escuchar; no viene nadie tras
mí; quiero tornar. ¿Es ella la questá á la
' puerta? si, ella es que tocado tiene; mas
quiero bien á de fuera mirar, no sea ca¬
pacete, ó celada, para me meter en ella.
Quin. Ce, señor Pandulfo, llégate acá.
Pand. Ella es; seguro está el campo.
Quin. Señor, ¿porqué te fuiste á tanta
priesa?
Pand. Señora, fui tras uno que me
pateó, para castigalle.
Quin. Pensé, cuitada de mí, que te
habias espantado cuando quité el aldaba,
que se me soltó de las manos y hizo ruido
en dar en las puertas.
Pand . Espantadizo es el potro, cierto,
I
SEGUNDA CELESTINA. II 3
para se espantar desas pocas cosas. ¿Si
más espantado no fuese el que se me fue
por piés?
Quin. Ay, señor, mira por Dios no te
vea alguno entrar.
Pand. Cierra la puerta, amores, que
no llevaba él ese son, según huia.
Quin. Hora, pues, siéntate al pié desta
escalera, en cuanto cierro la puerta.
Pand . Ah , bien me ha salido la huida,
pues la hice entender que hice huir al
otro. Hora, cosa del diablo es loque sue¬
na de noche cualquier cosa. Voto á tal,
mil hombres no hicieran más ruido que
hizo aquella aldava. Héla aquí do viene.
Oh mi alma, qué gozo me es tenerte abra¬
zada, y gozar de la tu boca.
Quin. Señor mió, por tu vida, que aun¬
que sea tu esposa, que fasta otra noche
no me afrentes; ay señor, no seas tan
porfiado; cata que daré voces.
Pand. Si tú dieres voces, daré yo
gritos.
Quin. ]Ay desventurada de mí, y qué
mala cuenta he dado de mí! ¡Oh mi padre
y mi madre, qué dinades si tal supiésedes
que había hecho! ¡Oh mi señora Paltrana,
que diríades vos de la mala cuenta que en
vuestra casa he dado!
Pand . Amores mios, ¿para qué es eso?
8
SEGUNDA CELESTINA.
\
114
/¿de qué sirven esos llantos? ¿yo no soy
tu esposo?
Quin. Quítate allá por Dios, no llegues
á mí. ¡Oh desventurada yo, mi virginidad
perdida! ¡Ay, y cómo no me mato habien¬
do perdido todo mi bien!
Pand. Hora, amores mios, por el cru¬
cifijo de Burgos, si eso haces, de me ir
donde jamás sepas de mí; hora calla, mis
ojos, ¿yo no soy tu esposo?
Quin. Pues si así no fuera, yo me ma¬
tara.
Pand. Hora ya, amores de mi alma.
Qiiin. Hora, señor, suplicóte que te
vayas y baste lo fecho.
Pand. Bueno seria eso.
Quin. Hora, déjame ya, por Dios, que
me tienes muerta.
Pand. Hora, pues, perdonarme has.
Qiiin. Hora déjame, que sí perdono,
con que no me trates más mal que me has
tratado.
%
Pand. No más que á mis ojos, entrañas;
y vuélveme acá esa boquita de perlas.
Quin. Hora ve aqqí ; déjame ya.
Pand. Hora mis ojos, enhoramaza; no
estés enojada.
Quin. ¿Paréscete, señor, que me has
parado bonita.
Pand. Mi alma, no me culpes, que no
SEGUNDA CELESTINA.
5 1 5
ha sido más en mi mano, ¿qué querias
que ficiese, estando con tal perla como
tú? Hora, por tu vida, que me perdones.
Quin. Hora, que si perdono, con tal
que te vayas, que es ya muy tarde.
Pand. Alma mia, si iré si tú huelgas
dello.
Quin. Si tú estuvieses quedo, bien me
holgaria yo contigo.
Pand. Hora, que si estaré.
Quin. Hora me huelgo yo contigo, que
estás quedo y no me andas sobajando.
Pand. Amores mios, quiéresme facer
una merced , que no ménos que la vida
me va en ello?
Qiiin. Todo cuanto tú mandares haré,
con que no me afrentes más esta noche.
Pand. Pues mi corazón, lo que has de
hacer por mí, es que des una carta de mi
amo á la señora Polandria.
/
Quin. Ay señor, por Dios -no me man¬
des tal cosa.
Pand. Por mi. vida, que lo has de hacer.
Quin. Ay por Dios, ¿cómo osaré yo fa¬
cer eso? que me matará en boqueargelo
solamente.
Pand. Yo diré cómo: di que Felides,
yendo á la fuente, te rogó que se la die¬
ses, y que él, de que no quisiste acetallo,
te la arrojó y se fué, y que tú la tomaste
fio SEGUNDA CELESTINA.
porque nadie no la viese. Y desta manera
podrás dársela , y mañana yo iré á la
fuente á saber cómo la tomó.
Quin. Desa manera, á mí me place de
lo hacer, y te daré mañana la respuesta.
Pand. Yo, señora, te lo tengo en mer¬
ced; y quiérome ir, que ya es tarde,
s* Quin. No te vayas tan presto, que aun
no ha media hora que veniste.
Pand. Que se haga así como lo mandas,
mis ojos.
Qiiin. Bueno es eso, señor, está ya
quedo; por mi vida, si pensara que así lo
habias de hacer, no te rogara que no te
fueras. ¿No estás ya cansado de maltra¬
tarme esta noche? Hora ya baste lo fecho;
y veré, que no me ayude Dios, si yo más
te digo que no te vayas.
Pand. Amores de mi alma, harto se
me hace á mí de mal apartarme de tí. He
aquí la carta; y mañana cuando me die¬
ras la respuesta daremos forma en tor¬
narnos á ver; y los ángeles queden con¬
tigo y abre paso la puerta.
Qtiin. Y contigo vayan, señor. ¿Eso que¬
daba por hacer? Ay Jesús, ¿no estás ya
harto de besucar?
Pand. Oh gozo singular, oh dichoso
Pandulfo que tal moza has alcanzado; la
puta que la parió, qué piernas y cuerpo
SEGUNDA CELESTINA. I I 7
•
tiene. Alguna diferencia hay, por Dios,
de las suyas á las de Palana, que no pa-
rescen sino dos cañahejas llenas de vello,
que para barbas serian aspas. Pues en la
boca y olor, todo se le paresce. Voto á tal,
en toda mi vida me tomen más allá; vá¬
yase para borracha; pues tal joya me
tengo, donde sin ofender á Dios, puedo
pasar la vida á mi placer. Pardios , her¬
mosa dicha y recaudo he tenido en lo que
mi amo me ha acomendado. Desta hecha
no se excusan las albricias, y la mitad
dellas serán para Quincia, que es razón,
pues es mi esposa, de dalle las donas; y
con esta buena ventura, quiero echarme
y reposar y descansar lo que me queda
de la noche, que bien lo he menester.
SEGUNDA CELESTINA.
/
118
ARGUMENTO DE LA DUODECIMA CENA.
*
Pandulfo viene á dar las nuevas á Felides , y topa á Si-
geril ; y hállanle trovando un romance , y burlan dél,
y entrando, reprende Pandulfo á Felides el estilo del
trovar; y dale las nuevas; y después mándale que le
vaya á llamar á Celestina , y quédase con Sigeril ; y
introdúcense.
PANDULFO. — SIGERIL. — FELIDES.
i
Pand. Mucho me he dormido, tiempo
es de ir á dar cuenta á mi amo de lo pa¬
sado. A Sigeril veo, no le quiero decir
nada, porque no pierdan sazón las nue¬
vas con andar en tantas manos.
Sig. ¿Qué madrugar es este, Pandulfo?
buenas nuevas debemos de tener, que
tu gesto da señal, con las muestras de
alegria del corazón.
Pand . Anda acá , que delante Felides
sabrás lo que es. \
Sig. Paso, paso, Pandulfo, que paresce
que vas á ganar beneficio , según la prie¬
sa que llevas; que pienso que duerme
Felides.
Pand . Así lo vo yo' á ganar beneficio,
y aun beneficios por mi buena diligencia;
escucha, que paresce que no duerme, que
SEGUNDA CELESTINA. I I 9
hablando está consigo. Oye, oye, que
para el cuerpo de mí, trovando está.
Fel. Ya al amor sus vivas llamas
En Felides las ponías,
Cuando el sol resplandeciente
De su Polandria encendida,
Su corazón como estopas
Con el espejo que via,
De su rostro divinal
Que tiene en mí fantasía.
Podiéndome así quemar
Como el Fénix se encendía ,
Para sacar otro yo
En la inmortal pena mia,
Por sostenerme enjas muertes
Que me causa cada dia.
Sig. Romance, por nuestra señora,
está haciendo.
Pand. Por el Corpus damni, esto hace
á estos caballeros jamás alcanzar mujer;
que todo el tiempo se les va en elevacio¬
nes. Encomiendo al diablo la cosa, que
las mujeres entienden destas filosofías,
ni se les da por ellas una paja; por mi fe
que creo, que por ellas se dice que hablar
claro Dios lo dijo.
Sig. Por mi vida, que creo que acier¬
tas en eso.
Pand. Y cómo si acierto , voto á la
casa santa, que se enloquecen con estas
trovas , y lo que han de hacer en una se-
120
SEGUNDA CELESTINA.
mana, no lo hacen en un año. Y piensan
que como todo es mentira lo que les
dicen en las coplas, que así se las dicen
en las palabras. Y aun amostrarse muy
penados, voto á la Verónica de Jaén , no
puede ser mayor necedad, porque no lo
tienen en nada. Y quiero entrar y desen¬
gañado, que se me hace vergüenza de-
jalle decir tanta bobería.
Fel. Sigeril.
Sig. Señor.
Fel. Dame acá aquella vihuela ; probaré
á tañer y cantar un romance que tengo
fecho.
Pand. Pese á la vida que vivo, con
tanta vanidad y elevación.
Fel. Oh Pandulfo, que norabuena ven¬
gas; bien te debió ir esta noche, que vie¬
nes hablando contigo.
Pand. Mejor, por cierto, que á tí con
tus filosofías, que esto venia diciendo.
¿Para qué son, señor, esas coplas y esos
romances que voto al Corpus damni , que
todos son latin para las mujeres, y otra
cosa deste trovar no se saca, ni tiene
otro provecho más, que para desvanecer
la cabeza, y muchas veces perder el seso
y quedar sin sentido?
Fel. He, he, he; gracioso eres; ¿y di,
loco, qué mayor seso puede ser, que per-
SEGUNDA CELESTINA.
121
dello en tanta razón como yo tengo para
lo perder?
Pand. Mas ya creo que lo tienes per¬
dido.
Fel. ¿Qué dices^ Pandulfo?
Pand. Digo, señor, que todo es esto
perder tiempo y dañar lo que tengo
hecho.
Fel. Dime, ¿eso cómo es? que bien me
paresce.
Pand. Es que voto á la casa no santa,
que sin esas filosofías, he gozado esta
noche la más fresca moza de la ciudad, y
estáte tú ahí haciendo romances, que por
la vida del Turco, ya pienso que tiene
leída tu carta Polandria.
Fel. ¿Es posible tal cosa, mi Pandulfo?
Pand. Es tan posible , cuanto imposi¬
ble entender las razones de la carta si
llevan las elevaciones del romance. Por
encuerpo de Mahoma, señor, si esto te
hubiera visto trovar, yo la rasgara y la
escribiera otra que hiciera algo más al
caso.
Fel. He, he, he; gracioso es Pandulfo,
por nuestro señor. ¿Qué la escribieras, por
mi vida, que ya de hoy más, por mi vida,
de te hacer mi secretario? ¿Pasas por tal
cosa, Sigeril? ¿-hay tal hombre en el mun¬
do como Pandulfo ?
122
SEGUNDA CELESTINA.
Pcüiá. Pues no te rías, señor, que voto
á la casa santa, que aquellos espejos que
enciende el sol, y tu corazón estopas,
que todo es tascos, por el cuerpo del
Turco.
Fel. Hi, hi, hi; la mejor cosa es esta
que nunca he oido, aunque otra ganan¬
cia no se saque destos amores sino esta,
yo doy por bien empleada mi pena.
Pand. Riete tu, señor, que tú llorarás
si llevas ese camino hecho Fénix, que
acaba y comienzas de nuevo , que así co¬
menzarás, voto á tal, cuando pienses
que acabas, para jamás acabar de con¬
cluir tus amores, cargado de comparacio¬
nes y de embelesamientos. Da al diablo,
señor tal estilo , que yo que he tratado
con mujeres toda mi vida, sé cómo se
han de seguir y alcanzar ; que no de balde
dice el proverbio : que quien las sabe las
tañe; como yo he tañido esta noche á
Quincia , que queda por cierto tocada de
manera, que hará otra música que tu
romance en latin, tocado en la vihuela
con sus comparaciones. Engáñate, señor,
por mí y mucho, de mi corazón y de mi
alma y de mis entrañas cuando escri¬
bieres, y mucho de la buena osadía y
desenvoltura, cuando estés con ella; y
déjate desas tronicas , porque las muje-
SEGUNDA CELESTINA. 1 23
res son algo empachadas, y si nosotros
.110 las desenvolvemos, así nos estaremos
hechos como ellas dueñas, hasta el dia
del juicio.
Fel. Por cierto, Pandulfo, que me
contenta lo que has dicho, y de hoy más
yo quiero Seguir tu parescer; y cuéntame
cómo te aconteció con Quincia, y cómo
le diste la carta.
Pánd. ¿Cómo, señor? que por tu vida,
que pienso qne lo principal que la hizo
rendírseme tan presto, fué verme oxear
seis ó siete garzones, que con guitarras
me tenian ocupada la calle; y fué tanta
su tardanza, que me obligaron á co-
metellos; y fué de suerte, que sino se
me hiciera de conciencia, media docena
de capas trajera para calzas, que harto
lugar me dieron ellos para ello, según el
huir llevaban.
Sig. Maldita la verdad este bellaco dice;
agora no le creeré cosa de cuanto dijere.
Fel. Por cierto, gentil hazaña fué; y
en más tengo tu buena conciencia que tu
esfuerzo , porque yo lo tengo de dias co-
noscido, y pocas veces se casan osadia y
buena conciencia. Mas dejando aparte lo
que toca á las armas, lo de los amores
sepamos, que nos va más en ello.
Pand. En lo de los amores fué, que yo
124
SEGUNDA CELESTINA.
alcancé della lo que otro no había alcan¬
zado; porque por la Verónica, como su
madre la parió estaba, y hízome tanta
conciencia, que me desposé con ella, por
no lo ser en cargo.
Sig. Válame Dios, con persona tan
católica.
Pand. ¿Qué dices, Sigeril?
Sig. Digo , que por cierto que son gran¬
des los misterios de Dios, pues en tan
poco tiempo te ha mudado á hacerte tan
santa persona.
Pand. No te maravilles deso, y toma
ejemplo en san Pablo; y tornando á nues¬
tro propósito, yo le di, señor, tu carta,
y ella queda hoy á la fuente traerme res¬
puesta de Polandria. Esto es lo hecho, y
lo por hacer será alcanzada, si tú con tus
retóricas no dañas mi filosofía natural.
Fel. Hora Pandulfo , un sayo y una
capa tú lo tienes cierto. Y pues tan buena
dicha traes, en tanto que se face hora á
la tarde de ir á la respuesta de Quincia,
tú me llama acá á Celestina, para que
por muchos presto acometida Polandria
no se yerre el cerco.
Pand. Yo señor, voy, y te beso las ma¬
nos por la merced del sayo y de la capa.
Fel. ¿Qué te parece, Sigeril? qué do¬
noso ha estado este bellaco panfarron;
SEGUNDA CELESTINA.
125
maldita la cosa de cuantas dice debe de¬
cir verdad; mas como quien echa lodo á
la pared, vaya si apegare; sino ahí está
la buena dueña de Celestina, que nunca'
faltó, ni pienso que faltará cuanto no
faltare dinero, que para eso no me ha de
faltar. Y dame la vihuela en cuanto va
Pandulfo, á ver si te contenta á tí las
comparaciones, y decirte un villancico
que tengo hecho.
Sig. Señor, hélaaquí:
Fel . Señora , no me fflatais
Si piensais que me matais
Porque más vida me dais.
Sig. Por nuestra dueña, señor, á mu¬
jer sentida, que la hagas perder con tu
voz y tañer, junto con tal letra.
Fel. ¿Paréscete, bien , por mi vida?
Sig. Por Dios, que por esta letra se
dice : que la letra con sangre entra ; que
no pienso que podrá ser ménos que ba¬
ñarse en sangre el corazón de Polandria
si la oye.
Fel. No dirá eso aquel borracho de
Pandulfo; mas ¿qué cosa es un necio que
no entiende las cosas? Bien librados que¬
daran Virgilio y Homero con otros tales,
si se usara entonces la retórica del burdel
que Pandulfo tiene aprendida.
I 2(5
SEGUNDA CELESTINA.
Sig. Dalo al diablo, señor, que es un
majadero, y di la copla si la tienes hecha.
Fel. Pues oye.
Si pensáis con acabarme
Que tengo así de acabar,
Pues yo no puedo engañarme
Yo os quiero desengañar;
Que n’os queráis engañar,
Si pensáis que me matais ;
Porque más vida me dais.
Sig. Oh, válame nuestra Señora, con
cosa tan buena y tan sentida. Por cierto,
señor , que pienso que no tienes par en
trovar.
Fel. Por cierto, quer en este caso de
amores, que pienso que es así; más no lo
tengas en mucho , que con la pena diga
tan buenas cosas.
.Sig. Dentro está el asno.
Fel. ¿Qué dices, Sigeril?
Sig. Señor, digo que á un asno pondrá
sentido tal música y razones.
Fel. Hora, yo me contento que te con¬
tenten, porque por cierto, tienes gentil
sentido y viveza.
Sig. Señor, bésote las manos por lo
que dices. Yo, señor, no siento mucho,
mas tus cosas son tan sentidas , que no
les falta la virtud de Orfeo para traer las
piedras y las aguas á sentillas, y abrir los
infiernos á las oir.
0
SEGUNDA CELESTINA. I27
Fel. El infierno en que yo estoy quer¬
ría que abriesen, para mover á Polan-
dria , que contino en él me atormenta.
Sig. Por cierto , no pienso yo que será
ménos, según ella es sabia, y hora es que
levantes, señor.
Fel. Pues dame mis vestidos, que no
dices mal ni puedes decillo , según tu ha¬
bilidad, en cosa que dijeres; y mándame
ensillar una muía, iremos á misa, y de •
ida y de venida, por casa de mi tia.
Sig. Por casa de Paltrana debes de
decir. *
Fel. No* por otra.
Sig. No me paresce mal así se haga,
señor, que aun á mí no me paresce mal
Ponda su doncella.
Fel. Por mi vida, pues, que non es malo
que se hagan de un tiro dos cuchilladas,
que miéntras más moros más ganancia
para mis amores.
% \
128
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA DECIMATERCIA CENA.
Areusa dice á Celestina que coman , que tarda Centu-
rio, y ella dice que no es razón; y venido, comen:
y viene Pandulfo á rogar á Celestina de parte de Fe-
lides que vaya allá , y ella se excusa diciendo que no
tiene manto con qué salir ; y introdúcense.
AREUSA.— CELESTINA. — ELICIA. — CENTURIO.
PANDULFO.
Ar. Oh madre señora, y tú prima,
siéntate y comamos, que aquel desuella
caras desvergonzado de Centurio, no
vendrá acá.
Cel. Hija, tiempo hay; más vale que
aguardemos un poco, que es mala crian¬
za comer hasta que venga, no diga des¬
pués que sobre cuernos siete sueldos,
que pagando la comida no le aguardamos.
Ar. Duelos le dé Dios en su paga, si
la hemos nosotras descotar aguardándole
á Es verdad que estará en alguna er¬
mita ó devoto monasterio, sino, si viene
á mano, metido en algún bodegón con
otro tal como él, que yos seguro que no se
descuida él con lo que nosotras habernos
comido.
Cel Hija, nunca juzgues las cosas á
SEGUNDA CELESTINA. 12Q
la peor parte, pues sabes que la iglesia
no juzgó lo secreto.
Ar. Hi, hi, hi; reirme quiero, madre,
de tí ; decir que juzgo por lo secreto , como
si lo fuese en lo que digo, ¿préciase él de
otra cosa, sino de lo que todo el mundo
y yo lo tacho? ¿su, vida, es sino salir á las
tabernas y bodegones? que asi goce yo,
que un tufo á vino tiene cuando se llega
á mí, que estoy para lanzar las tripas de
asco. Pues ya que esta tacha tiene, en el
buen rostro se sufre, que más costuras
tiene en él y arpaduras, que en la capa
que trae á cuestas.
Elic. Ay prima, ¿y los hombres, para
qué los quieres tú hermosos, sino valien¬
tes y robustos y esforzados? ¿han te de
servir de damas ó de hombres cuando los
hubieres menester para tal caso, como la
venganza que nos dió de Calixto?
Ar. Si por eso que hizo no le hablase,
¿habia de le hablar por sus ojos bellidos
el uno arrendado á la oreja, y el otro á
la boca, que en mi alma, no paresce sino
que quiere espantar niños?
Cel. Hija, á un hombre esforzado todo
se le ha de sofrir, que en un dia meresce
cuanto le puedes dar; y esto de Calixto,
pues lo supistes hacer , sabedlo callar,
pues no va ménos que la vida en ello; y
_ 9
SEGUNDA CELESTINA.
13°
callemos, que helo aquí do viene. Oh hijo
Centurio, tal me venga el buen año á
casa, cual tú me paresces. Ven acá, que
abrazarte quiero.
Ar. Ay por Dios, madre, no le favo-
rescas, sino no podremos hoy con él , que
en lugar de reñir su descomedimiento y
tardanza, le estás agora haciendo estos
amores.
Cel. Hago bien, sábete que no le quie¬
ro mal , pues yo me lo abrazaré otra vez
aunque te pese; y tú no le respondas
ninguna cosa, que todo lo hace de ce¬
los de tu tardanza. ¿Has celos, Areusa,
de mí?
Ar. Bonito, es pues, el rostro de ángel
para haber celos.
Cen. Calla, ojos mios, que este gesto
te paresce á tí como hecho de flores ; que
no te tengo por de tan mal conoscimien-
to, que bien sé que sabrás que virtudes
vencen, que por mi persona tomaste la
toca más que por la lista. Nunca pidas
hermosura al cuerpo, cuando no le falta la
del ánimo y fortaleza.
Ar. Hora sus, déjate ya por tu vida,
de filosofías y comamos.
Cen. Por las reliquias de Meca, que
me has primero de abrazar que á la mesa
me siente.
SEGUNDA CELESTINA. 1 3 1
Ar. Antes reventase yo con lo que co¬
miese, que tal hiciese.
Cel. Por cierto, si harás.
Ar. Déjame, madre, que no lo tengo
de hacer.
Cel. Por cierto , aunque no quieras lo
harás. Llega, hijo Centurio, y abrázala y
bésala aunque no quiera.
Cen. Tenia, señora, y tú, Elida, tén-
mele la cabeza.
Elic. Ya te la tengo, dale aquí mil
besos.
Cen. Ténmela, ténmela, que me vuelve
la cabeza.
Ar. Doy al diablo tal cosa, por nuestra
dueña, de su boca á un jarro no hay di¬
ferencia. Ay Elicia, ¿por qué haces eso?
bonicos perfumes me pones por Dios á
las narices. Y de tí , tia señora , me mara¬
villo y de tu saber.
Cen. ¿Ríeste mi alma? voto á tal, que
no te olía tan mal la boca como dices.
Ar. Mirad vos el desgraciadazo , con
qué gracia lo dice. Reíme de mirarte ese
gesto de carta de navegar , según las di¬
versidades de aguas tienes en él.
Cen. Yo te certifico, que á mi madre
que le paresciera mejor la diversidad del
olor del vino que bebí ; que tal era él que
las de las aguas que dices de mi rostro.
I
I32 SEGUNDA CELESTINA.
« 1 I-
Cel. Hijo, á todos nos sabe bien, y á
ninguno no amarga comiendo y hablan¬
do, y dejémosnos hora de motes.
Cem. Eso es lo que me contenta, y há¬
gase así y siéntate madre, que yo ya estoy
sentado, y Elicia se siente cabe mí y
Areusa cabe tí.
Ar. Por cierto, por te hacer pesar, yo
me siente cabe tí porque querías huir de
mí, y te tengo de comer cuanto tuvieres
delante.
Cen. Buen disimular es ese.
Cel. Hijo, bien dice Terencio: que las
rencillas de los amantes es para confirma¬
ción de mas amor.
Cen. ¿Para qué me besas si te huelo
mal? desvíate allá que huelo á vino.
Ar. Por te hacer rabiar lo hago.
Cen. ¿Así es la verdad?
Ar. Aláze, mas que por la hermosura de
tu rostro y boca tuerta, que paresce que
estaba hilando.
Cel. Eso me paresce de perlas; y hijos,
entre col y col lechuga , no sea todo re¬
tozar, que la mesa más se puso para co¬
mer y beber.
J _ \
Cen. Todo es bueno, madre.
Ar. ¿Dónde hubiste este capón, Centu:
rio? si viene á mano, de algún bodegón lo
cantusarlas tú.
SEGUNDA CELESTINA. I 33
%
Cen. De otra parte vino, que si io su¬
pieses, quizá no lo comerias.
Ar. De alguna bellaca quieres decir,
que no podia ser ménos la que contigo
tuviere amistad.
Cen. De otra por cierto, que presume
tanto como tú.
Cel. Hija, por tu vida, que me hace de
ojo; no cures de respondelle.
Ar. ¿Y qué le tengo de responder? Plu¬
guiese á Dios, que tomase ya pendencias
con otra tal como él porque me dejase,
que por importunada la veo, y si viene
á mano, será la dama Palana: porque tal
para tal, Pedro para Juan. Por que estos
no saben conservar mujer ninguna que
sea de bien ni limpia, sino otras tales su¬
cias como ellos y Palana.
Cen. ¿Qué, Palana es fea?
Ar. Y que sea hermosa y tú esforzado,
¿qué va en ello? ¿no sabes el proverbio?
Cen. ¿Qué proverbio?
Ar. Que la hermosura en la puta, y la
fuerza en el bellaco que está perdida,
cuanto yo lo estoy con tenerte á tí; que á
osadas, que los refranes viejos que todos
son sentencias, pues perdido es, quien
tras perdido anda.
Cen. ¿Y eso señora? ¿estoy yo burlando
y tómaslo tú de veras? No llores, que voto
134 SEGUNDA CELESTINA.
á la casa santa, que estaba burlando con¬
tigo.
Ar. Buenas burlas por Dios. Si te vi
burléme, sino te vi calléme; después que
ha dicho lo que ha querido , dice que es¬
taba burlando.
Cel. Hija, por mi amor, que no te
enojes y te tornes á sentar, que en mi
alma, y por el siglo de do vengo, que á
todo cuanto dijo me daba del ojo.
Cen. Por nuestra dueña, que es así. ¿Y
yo qué te he dicho, en comparación de lo
que tú me has dicho á mí? mas todo lo
echo á burlas y en pasatiempo.
Elic. Por mi vida, prima, que comas y
no haya mas, sino en mi ánima > de no
comer bocado. '
Ar. Come tú prima, que yo no he gana,
por mi vida, de comer.
Elic. Por mi vida, de no comer bocado
sino comes, y no hayas enojo.
Ar. Por tu vida, que si lo hubiera
gana que yo comería, que no lo dejo
por eso.
Elic. Por vida de mi tia Celestina, que
has de comer esta pechuga de capón.
Ar. ¿Para qué es hacerme fuerza? ¿si lo
hubiera gana, no lo comiera?
Gel. Hija, ¿y tan poco quieres mi vida?
Cata, que me enojaré sino comes.
SEGUNDA CELESTINA. I35
Ar. Por te hacer placer yo comeré,
mas por Dios, que no lo tengo gana.
Cen. Mejor será por te hacer á tí placer,
porque por nuestra dueña, que está el
capón muy tierno y bueno.
Ar. Por te hacer á tí pesar lo hago;
porque no lo has hecho sino porque no lo
comiese, por te lo comer tú todo.
Ce/. Dame acá hija, esa que no derrama
solaces, y echaré el bastón á estas renci¬
llas. Por Dios, hijo Centurio , que no co-
nosces mal de vino, que tal me paresce
este. Prueba, hija Elicia.
Elic. Señor Centurio, pues mi prima
no lo bebe, prueba mis ecamochos.
Cen. Téngotelo, señora, en merced y
quiérolo hacer por te beber la gracia.
Ar. Esa no te bebiera ella á tí, que
maldita la que hoy has tenido,
Cen. Señora de mis entrañas, ¿cómo
tengo de tener gracia faltándome para
contigo? Mas alzarse han los mantelles,
y darme has tú gracia por donde merez¬
ca tu gloria.
Ar. Mal año para tí, que nunca tú lo
verás en cuanto vivieres. Y aun palabras
has tu dicho hoy para hallar gracia ni
merecer gloria.
Cen. Señora de mi alma, las obras su¬
plirán lo que faltaron las palabras.
136 SEGUNDA CELESTINA.
Ar. Desto estarás tú bien seguro de mí.
Cel. Hijo, alzados los mantelles, anden
las manos; las lenguas estén quedas, pues
tanto dañan, y quitar se ha el nublado,
y hará claro y buen tiempo. Y escucha,
que á la puerta llaman. Elida, ve á ver
quién es.
Elic. Señora tia, un criado de Felides
llamado Pandulfo, dice que te quiere á tí.
Cel. ¿Quién, hija?
Elic. Un criado de Felides llamado
Pandulfo.
Cel. No cayo en quien es Pandulfo.
Cen. He , he, he.
Cel. ¿De qué te ries , hijo?
Cen. Rióme, señora, de que mejor lo
conociera Palana que no tú, porque está
por ese gentil hombre.
Cel. ¿Cuyo hijo es este?
Cen. Madre, ¿tú conosciste á Mollejas el
hortelano?
Cel. Sí conoscí.
Cen. ¿Conosciste una hija suya que
casó con Surracas el cortidor?
Cel. Como á mí mesma; que por mi
vida, para con nosotros, que yo la vendí
tres veces por virgen.
Cen. Así la pudieras vender doce.
Cel. ¿Qué dices, hijo?
Cen. Digo que este es su hijo, y el más
I
SEGUNDA CELESTINA. 1 37
fiero hombre que hay en esta ciudad y
gran amigo mió, que nos conoscemos
allá de la santa Gualteria. Entre, que no
se perderá nada por él del solaz.
Cel. Hija, dile que entre.
Elic. Señor Pandulfo, que subas.
Pand. Buena pro hg.ga, señora y la com¬
pañía.
Cen. Oh hermano, ¿y qué buena venida
esta?
Pand. A la señora madre quiero dos
palabras.
Cel. Hijo ¿es cosa de priesa levan¬
tarme he? y sino, en tanto tú ya alcan¬
zarás dos bocados y beberás una vez.
Pand. Señora, téngotelo en merced;
yo aguardaré, y tú come, que yo huelgo
de te aguardar.
Cel. Pues siéntate, hijo, y alcanza dos
bocados, por amor de mí.
Cen. Si por mi amor, hermano, que
tal persona como tú, no hace poco al
propósito de nuestro solaz.
Pand. Señor Centurio, voto á Maho-
ma, que tú puedes preciarte que tienes
cabe tí la más gentil mujer que yo he
visto.
Ar. Eso no le parece á él por cierto.
Cen. Por mi vida, Pandulfo, ¿cuál te
parece á tí más hermosa, esta señora ó la
138 SEGUNDA CELESTINA.
señora Palana? la verdad, la verdad, por
mi vida.
Parid. Por vida de los ángeles, no me¬
rece Palana descalzar á la señora Areusa.
Ar. Téngotelo en merced, señor, aun¬
que no sea así.
Pand. Señora, por mi vida, otra cosa
no me queda más de lo que digo ; y si
fuere menester, lo haga bueno á cual¬
quier gentil hombre que lo contrario di¬
jere, yá un voto tal, que le dé una arma
de ventaja.
Cen. Si como dijiste eso, dijeras lo
contrario, conmigo estabas en el juego.
Y voto al martilojo, que te diera yo dos
armas de ventaja con tanta justicia.
Pand. ¿Qué armas me dieras?
Cen. Dos paveses de barrera.
Ar. Ay, calla ya, desgraciado, ya me
maravillaba que por mí querías hacer
cosa de afrenta.
Cen. Voto á tal, si pensase que hubie¬
se quien me respondiese, carteles públi¬
cos pusiese por tu servicio; mas bien sé
que teniendo Pandulfo mi opinión, no
hay quien me ose responder, y por tanto
no haré mucho en hacerte tan pequeño
servicio.
Ar. Hora déjate de fieros, por tu vida,
y háblese en otra cosa.
1
SEGUNDA CELESTINA. I39
Cel. Hija, donde hay mujeres mozas y
gentiles hombres, como están aquí, no
se escusan estas pláticas.
Ar. Di, madre, gentil hombre y no
metas á Centurio en esa cuenta.
Cen. Vengarte has querido señora, por
cierto, que más me precio yo de valiente
hombre que no gentil; y ya creo que tú
lo sabes si lo fui en algo de tu servicio,
cuando el oxeo de los garzones que tú
me mandaste.
Ar. Hora, baste lo dicho.
Cel. Hijo Pandulfo, dejada una razón
por otra, ¿qué nuevas hay por allá?
Pand. Señora, agora no se habla otra
cosa sino en tu resurrección.
Cel. Hijos, así es, con eso se pasa el
mundo ; presto acaescerá otra cosa con
que se ponga la mia en olvido.
Pand. Señora , tú dices verdad; que
hasta aquí no se hablaba sino en la muer¬
te de Calixto y Melibea, y agora con tu
venida está ya olvidada.
Cel. Hijo, bien sé que se ha dicho que
tuve yo alguna culpa en esos amores.
Aquel Dios que está en los cielos sabe la
poca culpa que yo tengo en ello, que
para el siglo quellos tienen y nosotros
esperamos, más inocente dello estoy, que
estáis cuantos aquí estáis.
140 SEGUNDA CELESTINA.
Cen. Señora madre, ¿para qué lloras,
y dices eso, que así se cree de tu santi¬
dad? No hay necesidad de juramentos.
Cel. Hijo, ¿no quieres que llore pades-
ciendo mi honra con tan falso testimonio?
Mal siglo les dé Dios allá donde están
Parmeno y Sempronio, que ellos me lo
levantaron, y si lo levantaron, bien lo
pagaron acá con las vidas y allá lo pagan
con las almas; que plega Dios que no
nos veamos como yo los vi. Y bien pa-
rescen, señor que estás en los cielos, tus
justos juicios, que por eso permitiste que
para purgar mi limpieza y inocencia
tornase á este siglo.
Pand. Por cierto, madre, si eso no te
oyera, que según lo que se certificaba, todo
el mundo no me ficiera creer otra cosa.
Cel. Hijo, mi amor, en otras cosas no
me quiero alabar, que mal pecado, yo
me conozco por pecadora á Dios como
todos los somos, mas en esto de Calixto
y Melibea , él nunca me lo perdone, si
más culpa que tú no tengo.
Cen. Trastrócame esas palabras.
Cel. ¿Qué dices, hijo?
Cen. Madre , digo que no son menester
más palabras, que sin juramento serás
creída; y limpia esas lágrimas, y mira
qué te quiere ese gentil hombre.
SEGUNDA CELESTINA.
14*
Cel. Mal siglo, hijos, les dé Dios á se¬
ñores y criados allá donde están , que tal
han parado mi honra y pararán si acá
no tornara á dar mi desculpa.
Elic. Mas por Dios, madre, dejando
una razón por otra, ¿viste allá á Melibea?
Cel. Andate ahí á decir donaires. Dé¬
jate, hija, de preguntar boberias: víla
cual plega á Dios que no te veas. Y de¬
jando esto; ven acá, hijo Pandulfo, y
sabré lo que mandas. Hijo, por tu vida
que me perdones lo que he dicho , que
con pasión no hay quien tenga seso, y
habréte sido enojosa con mi prolijidad.
Parid. Madre, ántes he recebido merced
en oirte; porque por cierto, hasta aquí
yo habia vivido contigo engañado.
Cel. Pues hijo, como crees en Dios
crée lo que te tengo dicho, y no estás
engañado en el amor que me tienes, que
para el siglo que nos sostiene, que tu
agüelo Mollejas el hortelano, no tuvo
mayor amiga que á mí y á tu madre Ga¬
ratusa, y á tu padre Surracas, ¡es verdad
que poco conocimiento tuve con ellos, y
que pocas veces comí en su casa y ellos
en la mia! Así que, hijo, no me maravi¬
llo que del conocimiento pasado se te
engendrase el amor que me tienes y te
tengo, y aun por tu vida, que me acuer-
142
SEGUNDA CELESTINA.
do que fui tu comadre cuando te bauti¬
zaron.
Pand. ¿Que fuiste mi comadre?
Cel. Espera, espera hijo, ¿tú no te
llamas Pandulfo el de la Gortiza?
Pand. No es otro mi nombre.
Cel. Pues por vida tuya y mia, que
eres mi ahijado. Mira si tienes razón para
me querer, y aun si tiempo hubiera, yo
te dijera cosas de gran importancia que
entre tu madre, que haya gloria, y mí
pasaron ; mas anda , quédense para otro
dia, que más hay dias, hijo, que longa¬
nizas. Y di, ¿tú padre es vivo?
Pand. Señora, no, que dias ha que
murió.
Cel. Hijo, con la edad y las muchas
cosas que por mí pasan , tengo caduca la
memoria, que ya me acuerdo, que por
tu vida, que me hallé á su enterramiento.
Dios le dé gloria y á nosotros cuando allá
fuéremos; y di lo que me quieres, que
con placer de te hablar y hablarte en los
pasados, los presentes tenia olvidados.
Pand. Señora, lo que te quiero es de
parte de mi amo pedirte por merced, que
llegues á su posada ó á parte donde él te
pueda hablar sin sospecha.
Cel. Hijo, mi amor, ¿y qué sospecha
puede haber de mujer tan vieja como yo?
SEGUNDA CELESTINA. 1 43
aun si fuera cuando moza, razón tuviera,
que por mi vida, que para contigo, que
pocas habia en el lugar de mejores ges¬
tos ; y aunque otros tan estirados y ricos
como tu amo me siguieron harto, aun¬
que por tu vida y mia, que les aprove¬
chó bien poco; que aunque yo era algo
desenvuelta y graciosa, siempre de la
honra fui muy recatada ; pero ya sabes,
hijo, que dice el proverbio, que enora-
mala nace quien mala fama cobra. Y de
aquí se levanta la tos á la gallina, como
lo de Calixto y otras tales cosas que me
han levantado; queste mundo, quien
mucho vive , mal pecado , mucho ha de
ver y por mucho ha de pasar; que en
largo camino, hijo, por fuerza ha de ha¬
ber barrancos, y en mucho tiempo mu¬
chas mudanzas dél se han de ver. Mas
anda, pase; mundo es, por fuerza lo
hemos de pasar con las condiciones que
lo tomaron los pasados y lo tenemos los
presentes y lo heredarán los por venir.
Mas dejando esto, ¿qué me quiere tu amo?
Pand. Lo que te quiere es, según pien¬
so, consuelo y consejo para un gran mal.
Cel. Hijo, ¿y qué mal es el suyo?
Pand. Él te lo dirá allá, que yo no se
de más de ser embajador.
Cel. Hijo, si es mal de pena, yo hol-
144
SEGUNDA CELESTINA.
garé de consolarle, porque Dios, dicen
los teólogos, que es causa de los males
de pena y para eso son los buenos, y á
eso vine al mundo siendo apartada dél.
Mas si es mal de culpa, no es de mi há¬
bito ni de mi autoridad, porque en los
tales no se halla Dios y por tal razón no se
deben hallar sus siervos.
Pand. Muy santa está la puta vieja
conmigo. Gomo sino cerniese y amasase
yo también como ella, me quiere hurtar
la hogaza.
Cel. ¿Qué dices, hijo?
Pand. Digo, madre, que ¿á qué llamas
males de pena ?
Cel. Hijo, muerte de padres y de ma¬
dres, y de hijos y hermanos; pérdidas de
haciendas, con otros desastres, que mal
pecado, cada dia pasan por los hombres,
donde hay necesidad de consejo y con¬
suelo, ejercitando una de las obras de
misericordia, que es consolar los tristes.
Pand. Y el mal de los amores , madre,
¿no es mal de pena?
Cel. He, he, he; hijo, ese mal más
propio es de culpa de mirar y otras oca¬
siones; que la pena ántes es remedio en
los tales, pues sabe que el loco, dice, que
por la pena es cuerdo.
Pand. Eso madre, es en mal de locura.
SEGUNDA CELESTINA.
!45
Cel . Pues hijo, ¿qué hallas tú en los
amores para que no lo sea? Mi amor, no
curo yo tales enfermedades , pues sabes
un proverbio que dice: que quien de lo¬
cura enfermó, que tarde ó nunca sanó;*
y el consejo que para eso yo puedo dar,
es para apartar tales vanidades. Ya pasó,
hijo, ese tiempo de liviandades, y ántes
es de hacer penitencia de lo pasado , que
de perseverar en lo presente y porvenir,
pues sabes que de los hombres es el pe¬
car mas diabólico, el perseverar.
Pand. No adevines tú, madre, el mal
de mi amo , que yo tampoco no lo sé;
cuando él te lo dijere, estonces confor¬
me al mal, le pondrás la melecina.
Cel. Bien dices, hijo; pues di tú al
señor Felides , que yo holgaré de hacer
lo que él me manda y hablalle en un
monasterio por más honestidad; sino que
como vengo de tan largo camino, hallé
tan mal recaudo en mi casa, que así goce,
que no tengo manto con que salir.
Pand. Ya la puta vieja quiere hincar
el dado.
Cel. ¿Qué dices, hijo?
Pand. Digo madre, que de noche pue¬
des ir que no te verá naide.
Cel. Hijo, no has tú dicho hoy cosas
para salir yo de noche: quien tiene ene-
io
146 SEGUNDA CELESTINA.
migos no le cumple, mi amor, desman¬
darse ni andar de noche.
Pand. Madre, el hermano Centurio y
yo iremos contigo, que voto á la casa
santa, toda la ciudad no sea parte para
te enojar.
Cel. Hijo, no quiero veros ni verme
en ese peligro. Por tu vida, que de no¬
che todo el mundo no sea parte para lle¬
varme. Basta , que haciendo manto , yo iré
donde digo, por tu amor y de ese señor;
y no me llegues más á la mata.
Pand. Señora, pues voy á lo decir á
mi amo, y quede Dios contigo.
Cel. Y contigo vaya, hijo, y si allá
hay algún manto prestado, yo iré luego.
Pand. Y aun por eso ronceas tú, que
bien sé de qué pie coxqueas. Señor Cen¬
turio y señoras, Dios quede en vuestra
guarda.
Cen. Y vaya en la tuya.
Cel. Para mi santiguada, que pienso
que tengo un enfermo, con que le purgue
de suerte que mudemos el pelo malo.
Cen. ¿Cómo es eso, madre?
Cel. Hijo, súfrete, que aun agora no
se puede decir, que si fuere menester tú
lo sabrás.
Cen. No me pena agora saberlo, más
queria que mandases á Areusa que nos
V
SEGUNDA CELESTINA. 147
fuésemos á una cámara á pasar la siesta.
Ar. Eso no verás tú en tu vida.
Cel. Tómala tú, hijo, y no estés en
díselo tú.
Cen. Así lo quiero hacer.
Ar. Ayúdame prima Elicia , contra este
desuellacaras, que me lleva por fuerza.
Elic. Ayudar á llevar, sí haré.
Cen . Paréceme que te tengo acá.
Ar. Porque me tomaste descuidada.
Cen. Tia, señora, si alguno me bus¬
care, ya sabes que tengo justo impedi¬
mento.
Cel. Nunca pensé, hijo, que eras tan
bobo y de tan poco saber. ¿No sabes que
á buen entendedor pocas palabras? Y tú
hija Elicia, cierra esa puerta, y repose¬
mos nosotras.
Elic. Madre, hecho es; andacá á la cá¬
mara y descansarás, que te han dado hoy
gran trato.
SEGUNDA CELESTINA.
Í4S
ARGUMENTO DE LA DECIMACUARTA CENA.
Poncia llama á Polandria para que vea pasar á Felides
y á sus criados , y burlan dellos ; y Qnincia le da la
carta de Felides, y sobre ella pasan grandes donaires:
y introdúcense.
% .-1
PONCIA. — POLANDRIA. — QUINCIA.
Pon . ¿Señora Polandria? Ce, ¿señora
Polandria? llégate aquí tras mí y verás un
requebrado.
Pol. ¿Quiénes, Felides?
Pon. No, sino aquel gentil hombre que
va tras él. Ay Dios, y no me lo aojen; y
qué volver lleva acá la cabeza.
Pol. Está queda, no te abajes , que me
verán , que también el galan de su amo
paresce que tiene torcidas las cervices.
Mira que embelesados que van mirando
acá; plega á Dios que no me hayan visto.
Pon. Ay señora, que todo no vale nada
con estotro. Mal pesar, y riese por mi
vida, mi duelo.
Pol. Debe destar tu enamorado.
Pon. Pues guárdenos Dios, ¿agora lo
viste? Por tu vida, señora, que el dia que
fuimos con mi señora á santa María la
nueva disfrazadas, en todo el camino
SEGUNDA CELESTINA. 1 49
nunca hizo sino desimuladamente decir¬
me mil boberias.
Pol. Y el babusan de su amo, ¿viste que
mirar hacia desde la muía? Mas por mi
vida, ¿qué te decia?
Pon. He, he, he; mil requebrejones.
Pol Qué, por vida de mi señora, ¿y
decirte yo lo que pasó en la iglesia des¬
pués con su amo?
Pon. Por Dios, que me dijo: señora,
no te tapes si quieres desconocerte, que
juro á mi vida, que por tu gracia de
media legua eres conocida: no abajes
tanto el sombrero , que por vida mía, que
otro sol mayor lleves debajo: deja, seño¬
ra, á tus ojos hacer su oficio, que es ma¬
tar y no les quites tanto bien, como me
hacen con tal mal. Y yo no hacia sino
cuantas más boberias él decia, abajar
más el sombrero y callar y andar; y ver
como se sespivillaba y estiraba, y recha¬
zaba la espada; no era sino gloria, tanto
que no pude estar sin reirme una vez, y
el asno, muy favorecido dijo: aunque
sea burlar de mí, señora mia , me huelgo,
y bien es que rias tú para templar lo que
yo lloro en el mal que tú me haces, que
juro á la fe que te tengo, que me tienes
muerto de amores. Y aquí pareciéndome
que iba ya muy descubierto el requiebro,
SEGUNDA CELESTINA.
1 5°
me junté contigo y con mi señora, y de-
jéle por majadero.
Qiiin. Hi , hi , hi.
Pol. ¿De qué te ries, Quincia?
Quin. Rióme, que mala landra me mate,
si camino de la fuente me puedo defender
dese mozo despuelas.
Pol . ¿De cual? por tu vida.
Quin. Del gentil hombre, que huyó la
noche de la música.
Pon. Hi, hi, hi; mala muerte muera
yo, sino debe haber concierto entre amo
y criados de impetrar en todas nosotras!
Qiiin. ¿Pues si bien lo supieses?
Pon. ¿Es así como yo digo? ¿di por mi
vida?
- Qiiin. Por mi vida, que ayer yendo yo
á la fuente no me pude defender del ga¬
lán de su amo, para que te trajese, seño¬
ra Polandria, una carta.
Pol. Verés vos el loco, y qué atrevi¬
mientos y qué necedades.
Pon. Señora mia, no la atajes que es
la más linda cosa, cosa que nunca vi; yo
juro á mi vida, que nos tienen ellos por
alcanzadas , á la cuenta que entre ellos
hacen; y di deso, hermana Quincia, que
me mata de amores.
Qiiin. Par Dios, desque me dijo mil re¬
tobeas, que no las entendía más que esa
SEGUNDA CELESTINA. I 5 I
pared, arrojóme una carta, y desque no
la quise tomar, fuese corriendo con el
caballo y sus criados tras él, y porque
no la hallasen toméla.
Pol. ¿Y no la rasgaste?
Quin. Hi, hi, hi; sí rasgué.
Pon. Mejor me ayude á mí Dios que
tú tal heciste , que no te tengo yo á tí por
tan necia.
Quin. Par Dios, dices verdad, que no
rasgué, mas escondíla entre los cantos.
Pol. Eso fué peor; ¿y allí la habías de
dejar para que la hallasen y viesen el
atrevimiento de aquel loco?
Quin. Par Dios, señora, porque no te
enojes lo dije , que en el seno me la traje.
Pol. Traela acá luego y rasguémosla,
sus, en un punto, y no sepa él que tal
cosa á casa trajiste.
Quin. Par Dios, yo voy por ella, que
ascondida la tengo.
Pol. ¿Pasas, Poncia, portal locura? Si,
que sus pasadas de aquel loco por aquí
tan á menudo no son de valde. Y para
que veas, ese dia que dices que te fué ese
otro majadero diciendo eso que dijiste,
el señor atreguado de su amo, al tiempo
que llegué á tomar el agua bendita, hizo
él que tomaba la agua, y apretóme un
dedo; y después en la misa toda, ponía
152 SEGUNDA CELESTINA.
1 __
las manos hácia mí como que pedia pie¬
dad, cuando via que no miraba naide;
estando alzando el fraile, hacia él señas,
que no adoraba la hostia, sino á mí; y
desto no pude estar que no me sonriese
de su necedad y herejía; y debia de pen¬
sar que ya estaba todo acabado , y atre¬
vióse á escribir el badajo, y callemos,
que no quiero que sepa esta moza tales
atrevimientos, que ya siento que viene.
Quin. Señora, he aquí la carta.
Pol. Tómala, Ponda, y rásgala.
Pon. Por Dios, señora, que habernos
de ver las boberias primero, que no hay
cosa en este mundo con que más huelgue
que de ver cartas de amores, y más deste
caballero que lo tienen por muy sabio,
Pol. No me parece á mí tal en sus
atrevimientos; mas lee, veamos qué por¬
radas dice.
Pon. Lee tú, señora, que sabes mejor
leer.
Pol. Mal año para él, que yo tal haga.
Pon. Hora, pues, en nombre de Dios,
que yo comienzo á leerla, y dice así.
Pol. Cierra aquella puerta de la escale¬
ra, Quincia, no suba alguno.
Quin Hecho es, señora.
Pon. Bien dicen: letra de carta de amo¬
res, que así goce yo y tú, requebrada
SEGUNDA CELESTINA. I 53
quiso ser, que no hay quien la lea; mas
oye, que dice: señora tia.
Pol. Hi, hi, hi.
Pon. ¿Ya te ries, señora?
Pol. Rióme, que debe ser para mi se¬
ñora esa carta, que la llama tia.
Pon. ¿Pues no dice así?
Pol. Hora muestra que no, en mal
punto, sino señora mia.
Pon. Yo, par Dios, tia me pareció que
decía; mas oye más adelante: tu mi querer
y atrevimiento.
Pol. Anda noramala que no dice así,
que no sabes leer, sino: tu merecer y mi
atrevimiento.
Pon. Ha, ha, ha; que gran donaire,
por mi vida, que dices verdad. Por tu
vida, que la leas tú, señora, que yo no
acierto.
Pol. Hora dala acá, que así lo habré
de hacer. Y Quincia, guárdate del diablo
no lo digas á aquel loco, sino no seria más
menester para perder del todo el seso.
Quin. Guárdeme Dios, señora, ¿y de
decillo había?
Pol. Pues pone aquí la mano en la
cruz, y tú también, Ponda, y agora oid,
Señora mia: tu merecer y mi atrevimien¬
to te darán á conoscer la pena que á tu
- causa paso.
t 54 SEGUNDA CELESTINA.
Pon. Pues ya señora que la lees, léela
con toda la solenidad que se requiere.
Pol. ¿Qué solenidad?
Pon. Con sospiros y pasiones.
Pol. Hi, hi, hi; hora que sea así, y
torno á comenzar por hacerte placer.
Señora mia: tu merecer y mi atrevimien¬
to, te darán á conoscer la pena que á tu
causa paso, pues mi osadia osa lo que tu
valor niega ; mas ni el fuego de tu vista
puede dejar de quemar, ni el conoci¬
miento de tu hermosura, de ponerlo en
mis entrañas y corazón, con tanta fuer¬
za, cuanta Dios para poder matar te
puso, y con tan poco poder de mi parte,
cuanto yo tengo para estorbar de no mo¬
rir, habiendo mirado tu beldad, si en la
fuerza della no templas en la razón de
matar, la que yo tengo para morir. Lo
cual te suplico, no por no morir, pues
no dejo de conocer la gloria que seria
recebir la muerte de tales manos ; mas
para sostener en la vida la gloria de tal
muerte, con padecella contino en ella,
acompañada de tantas muertes como con¬
tino por tu causa paso, con las cuales
quedo aguardando con la licencia de lla¬
marme tuyo, el previlejo para no acabar,
que de otra suerte se niega, si de tus her¬
mosas manos no se permite, las cuales
SEGUNDA CELESTINA. I 55
besando mil veces, acabo hasta que aca¬
be en servicio mi obligación.
Pon. Por mi vida, señora, sentidas ra¬
zones tiene , y con el son que tú les has
dado, así goce, que me ha puesto de¬
voción.
Quin. Así goce yo, no entiendo más
palabras, que sino la hubieras leido.
Pol. Ni aun hay que entendellas, y lo
que has de entender sea, que luégo la
quemes y no sepa persona que tal pasa,
y alzo la mano y santigúate, y no des más
oidos á aquel loco , segundo Calixto.
Pon. Y mas agora, señora, que tene¬
mos á Celestina.
Pol. Deso se guardará ella ya, que mas
me dicen que viene á dar consejo, que á
ponello en tales liviandades.
Pon. Por eso dice el proverbio, que de
los escarmentados se hacen los arteros.
Pol. ¿Ponda? toma tú esa carta y qué¬
mala luego.
Pon. Eso no haré yo.
Pol. ¿Qué dices?
Pon. Que eso haré yo de buena volun¬
tad, y corre, corre, señora, que ya tornan
nuestros requebrajados.
Pol. Ay, por Dios, no te asomes, no
des lugar de mas osadia á ese loco.
Pon. Acecha, señora, por mi vida, y
>5r>
SEGUNDA CELESTINA.
verás cuan embelesados tornan. Precioso
es el paje, por mi vida, que va poniendo
la mano sobre el corazón, encogiéndose
comoque le duele.
Pol. ¿ Y el ciguñal de su amo, que hace
entanto? ¿aquel sospiro es suyo?
Pon. No de otrí.-
Pol. Así goce de lo acechar tras tí,
mas tarde llegué que ya pasa. ¡Ah santo
Dios! y que rodear la cabeza, ya queda
por el campo. ¡Oh, santa María, cuánta
vanidad hay en los hombres! déjalos por
tu vida, y vámonos que es ya hora; que
está mi señora sola, y lo dicho, dicho,
Quincia.
Qiiin. Señora, pierde cuidado.
Pol. Abre esa puerta y anda acá, Poncia.
SEGUNDA CELESTINA.
T57
ARGUMENTO DE LA DEClMAQUINTA CENA.
Sígeril dice á Felides, si había visto acechar á su señora
y pasan sobre esto muchas razones; y viene Pandulfo
y dale la respuesta de Celestina , y acuerda de ir Feli¬
des esa noche á ella, y introdúceme.
SIGERIL. — FELIDES. — PANDULFO.
Sig. ¿Señor, viste cuando pasábamos,
estar acechando á la señora Polandria y
á su doncella Poncia?
Fel. Si vi, ¿más por qué lo dices?
Sig. Dígolo porque nunca medre yo, si
ella no debe haber leido la carta , y aun
mala pascua me dp Dios, sino están ya
dentro en el juego.
Fel. Tú, por tu corazón, juzgas los
ajenos.
Sig. Y tú, señor, ¿no viste la risa que
tenían? que por nuestra señora, acá se oia.
Fel. ¿Pues que fundas tú deso? ¿no
puede ser que burlaban de nosotros, lo
cual yo tengo por mas cierto?
Sig. Y cómo, señor, ¿tú no conosces
condición de mujeres, que con quien
burlan público gozan secreto?
Fel. Esas serán de las damas con c^uien
puedes tú tratar, mas no las tales como
/
' ./ . ' . •!
I58 SEGUNDA CELESTINA.
mi señora, que aun esa merced de burlar
de mí, pienso que no me querria hacer;
porque sobra á mi merecer por ser de su
mano.
Sig. No sé por Dios, señor, para qué
buscas remedio en lo que tú lo aborreces
con tus desconfianzas. Con mal estaba el
mundo si otras con quien ella puede vivir,
no han alcanzado otros que pueden vivir
contigo.
Fel. Calla ya, necio, que no dirás pa¬
labra que no la conviertas en necedad. ¿Y
hay en el mundo quien merezca servir á
Polandria, cuanto mas servir ella á otra?
Sig. Y cómo señor, ¿luégo en el mun¬
do no hay reinas , ni princesas , ni otras
señoras de gran estado?
Fel. Como eres necio. Simple, ¿cuales
más, me di, poseer estado ó merecimiento
de tener estado? ¿sabes cuánto va de lo
uno á lo otro? ¿ó de tener estado que se lo
da Dios seguro de acaecimiento ó el que
ponen los hombres, sujeto á todos acaeci¬
mientos? Esta es y no otra la diferencia
de la grandeza de mi señora á la de esas
reinas y princesas que dices. ¿Qué va del
merecimiento de Medea al de Penélope?
¿que no era reina, me di? ¿ni del de la em¬
peratriz Mesalina al de Lucrecia? Y por
estos estados conoscerás, que no le falta á
I
SEGUNDA CELESTINA.
l59
mi señora en el mayor de sus virtudes, el
que se le debía de grandeza. ¿No sabes, ne¬
cio, que dice el proverbio, que quien qui¬
siere bien que no lo merezca? andate ahí
tras tus dineros, que sin persona son un
poco de tierra.
Sig. Pues yo te prometo señor, que la
mayor esperanza que yo tengo para mi¬
nar la fortaleza de Polandria, que son
ellos, y el tiempo te doy por testigo. Mas
he aquí, donde viene Pandulfo, éntrate en
tu cámara, y veremos qué dice aquella
santa dueña de Celestina.
Fel. ¿Pues qué tenemos, Pandulfo?
Pand. Señor, yo fui á aquella vieja hon¬
rada de Celestina. Dejadas razones aparte,
r *
ella se muestra tan santa, cuanto para
encobrir mejor la red es menester. Todas
sus palabras son de Dios y enderezadas á
Dios, y para solo consolar tu mal, sino es
de amores, ella dice, que verná á un de¬
voto monesterio á te hablar, en haciendo
manto que no lo tiene ó enviándoselo
tú prestado á nunca pagar.
Fel. ¿Cómo es eso?
Pand. Que quiere manto para la vista
del proceso.
Fel. Eso es lo de menos, que yo le daré,
si ella me da remedio. ¿Mas tú no dices
que no quiere entender en amores?
i ÜO SEGUNDA CELESTINA.
Pand. Señor, tú no me entiendes : si yo
no la entendiera mejor á ella, mejor li¬
brada quedara su- santidad para conmigo,
que mi saber para contigo. Y pues ella por
buen estilo pide manto, harta señal de
dar es recebir, porque esta santa madre
nunca metió aguja sin sacar reja.
Fel. Pues por eso, no quede. Corta
luego, Sigeril, cuatro varas de contray,
de aquella pieza que me trajeron de la
feria y dalas á Pandulfo que se las lleve,
y á él otras ocho varas para saya y capa
que le mandé.
Sig. A tres tales aguijones, no quedará
cera en el oido.
Fel. ¿Qué vas rezando, qué dices?
Sig. Señor digo: que no sabes que á
dineros pagados brazos quebrados. Que
mejor fuera, pues ella no puede salir, que
fueras tú allá esta noche, para que sino
quiere entender en amores, el manto te
habrás ahorrado.
Fel. No dice mal este necio; hágase así
y da su paño á Pandulfo, y vaya á la
fuente á saber de Quincia lo hecho.
Sig. Señor, suplicóte, pues sabes quel
amor no tiene consejo, que nunca te pese
de recebirlo de quien te desea servir, que
en estos casos, créeme, que de los escar¬
mentados se hacen los arteros.
SEGUNDA CELESTINA. 1 6 1
FeL Dentro está ya Sigeril, en la sa¬
biduría. ¡Hi de puta, que de damas ha
alcanzado y cuanta edad tiene para ser
artero, con tales escarmientos y esperien-
cias!
Sig. Señor, si yo no las tengo, ahí está
Pandulfo que ha tratado toda su vida con
mujeres y las conoce.
FeL Hi,hi, hi. ¡Por Dios, gentil aviso
sabe de las damas de la mancebía! Para
las que yo tengo de servir, uno es el
juego para sacallo por las trechas del
burdel.
Sig. Pues yo te prometo, señor, si has
de jugar con Celestina, que te conviene
jugar de las trechas del burdel, y aun á
casa llena, según á mi me va pareciendo,
porque sus trechas no las sacó ella del
palacio de los reyes, sino de la espe-
riencia de los burdeles. Cuando estés
con Polandria, hablarle has como á Po-
landria; más cuando con Celestina, ha¬
bíale señor, con nombre de madre, y
como á madre de putas digo, y con
más dobleces en el hablar que llevas en la
ropa, porque no viene ella aforrada de
ménos armas, y créeme señor, que en lo
que ella te dijere, que puedes bien pensar
que no es todo vero lo que canta el pan¬
dero: ve bien apercibido, y serás medio
SEGUNDA CELESTINA.
y
1 1>2
combatido, que yo te prometo, que sino
te sabes con ella sostener, que á tres dias
no te deje cera en el oido: á las cosas de
burlas señor, así han de ir los hombres
salteados á ellas , que no les salgan de
veras. Los corredores descubren las cela-
/
das, el tocar al arma pone cuidado en los
ejércitos, las espias dan aviso de las cela¬
das, debajo de la buena razón se ha de
temer el engaño. Así que, señor, tú mejor
sabes estas cosas que no yo ; más ya sabes,
que el amor que lo pintan ciego, porque
si piensas porque no vee, pues sino vee,
bueno es un mozo de ciego como yo, que
sabe donde tropieza, y un perro viejo
como Pandulfo, que te sabrá guiar á pe¬
dir limosna en casa de Celestina, sin que
estropieces delante su casa. Y con esto
concluyo ; que del enemigo se ha de tomar
el primero consejo, cuanto más del ser¬
vidor como yo. Oye, señor, que más
vale dejar el consejo si tal no fuere, des¬
pués de habello oido, que no por falta de
no lo querer oir, por ventura, carecer de
consejo pudiendo ser tal, y procurar con
consejo siempre desculpar el acaecimien¬
to, y no que el acaecimiento te ponga la
culpa por haber aborrecido el consejo.
Fel. Basta, que por buen estilo me
has querido llamar ciego: yo te agradez-
i
SEGUNDA CELESTINA.
163
co tus palabras y así lo pienso hacer, y
dame aquella vihuela en cuanto viene
Pandulfo.
Sig. Señor, los sabios antiguos te pu¬
sieron el nombre cuando te batizaste ; con
lágrimas tomaste nombre de amador, que
yo no te lo pongo. He, la vihuela, héla
aquí, y quiero ir á mandar dar de comer
á aquel azor , que con estos amores todos
tenemos poco cuidado.
Fel. Pues hazlo así , porque no diga
por vosotros: que el harto del ayuno no
tiene cuidado ninguno.
io'4
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA DECIMASEXTA CENA.
Pandulfo va á saber de Quincia , lo que hizo sobre la
carta de Felides; y él y ella burlan de las razones
della. Y el va muy alegre con su recaudo á contallo á
Felides; y íntrodúcense.
PANDULFO. — QUINCIA.
Pand. Deste juego ya Pandulfo, tú lle¬
vas lo mejor: anoche de gozar de tan
gentil moza como Quincia , y hoy capa
y sayo de contray. Quien agora te diese
un papirote en las narices ¿qué seria? no
creo en tal si yo querría ser él. El cora¬
zón de placer no me cabe en el cuerpo;
voto á la casa santa , que aun tengo de
mudar el pelo malo con estos amores,
que mi amo es liberal y está caído en el
lazo y no ha de doler ni estimar el gasto,
y bien dice el proverbio: que con lo que
Juan adolece, Sancho y Domingo sanan;
así que mi amo doliente y más que Juan,
en sus amores, como que él adolesce,
sana á Sancho y Domingo, que somos yo
y Celestina; que yo voto á diez, queántes
que ella saque las manos de la masa , que
ella dé de heñir á mi amo. ¿Mas á mí
SEGUNDA CELESTINA.
ÍÓ5
que me pena ? que á rio revuelto, ganan¬
cia de pescadores. Ya me paresce que
asoma Quincia con su cántaro ; quiérome
llegar á ella, que quizá traerá tal nueva
que me valga más que la de esta mañana,
y sino trujiere yo la sabré ordenar, por¬
que quien quisiere mentir alargue los
testigos, como yo los alargaré, probando
con Quincia y con Poncia: donde será
excusado saber dellas la verdad.
Quin. Ay desventurada, que á Pandul-
fo veo y quiérome morir de vergüenza
de lo que con él anoche pasé. Ay Jesús,
y qué saltos me da el corazón : par Dios
que estoy por me volver sin agua. Ay
desventurada que allega cerca y no pue¬
do huille.
Pand. Señora de mi alma, ya no podia
sufrir el deseo de te ver , que por mi vida,
mil años se me han hecho desta noche
acá. ¿Y por qué no me hablas, amores
mios? ¿peor está que estaba? Si te han
dicho algo para te meter mal conmigo
ó te ha acaecido algún desastre por mi
causa, háblame, mi ángel, queme tienes
todo alterado; y si alguno te ha enojado,
dímelo, que yo te voto á la cruz de Ca-
rabaca, que pueden doblar por él.
Quin. Ay señor mió: no me hables, por
tu vida.
1 66
SEGUNDA CELESTINA.
Pand. ¿Y por qué, mi ángel, no te ten¬
go de hablar?
Quin. Porque, por mi vida y tuya, que
me muero de vergüenza de tí.
Pand. ¡Oh despecho de la condición!
¿Y de qué has vergüenza? Juro- á la casa de
Meca, que me tenias alterado, mas yo te
quitaré presto esa vergüenza; mas tam¬
bién huelgo, porque yo querria las mu¬
jeres en la calle muy vergonzosas, y el
contrario en lo secreto y así me vas tú
pareciendo, porque en todo te hizo Dios
á mi condición. Mi ida, señora de mis
entrañas, será para esta noche; por tanto
aguárdame.
Quin. Mejor viva yo, que en mi vida
más te hable.
Pand . ¡Oh despecho de la vida! ¿y
cómo es eso, amores mios?
Quin. Ay Jesús, señor, que me muero
de miedo de tí; par Dios, tal trato me
diste tú esta noche para tornarte á hablar.
Pand. No , que ya no te tengo de eno¬
jar más que á mis ojos. ¿ No sabes tú que
los principios de las cosas todas son difí¬
ciles, más con la costumbre hácese otra
naturaleza ?
Quin. Otra vez me puedes engañar, y
por tanto ve cuando mandares , que ya
sabes que soy tuya.
SEGUNDA CELESTINA. 167
Pand. Yo, mi corazón, tuyo más que
mió; mas dejado esto por asentado por
esta noche, ¿qué recaudo tenemos en lo
de la carta?
Quin. Muy bueno.
Pand. Bueno dices, por mi vida, pues
yo te mando unos chapines.
Quin. Yo te diré qué tal , que esta
mañana cuando pasó por nuestra puerta
Felides, violo Ponda y llamó á mi seño¬
ra Polandria y á mí; y aun harto me pesó
á mí que no te vi allí, que por mi vida,
que tenia ya deseo de te ver.
Pand. Téngotelo en merced, que no
vives engañada, mis ojos.
Quin. Así que, comenzaron á burlar de
tu amo y de su paje, de cuan resquebra¬
jados iban y cuán embelesados, especial
tu amo, que parescia que se le queria
caer la baba de enamorado.
Pand. Pese á tal con este bobo, que
harto te lo tengo yo avisado, que deje
esos embelesamientos y estas elevaciones,
que aborrecen á todo el mundo.
Quin. Así que, señor, yo comencé á
decir que tú también andabas muy ena¬
morado, y allí burlamos de todos tres
pasando mil donaires: que Poncia y Po¬
landria son muy donosas y tienen gracia
en cuanto dicen.
1 68
SEGUNDA CELESTINA.
Pand. Es la mejor cosa que nunca vi;
yo te prometo que no dejasen de burlar
de las filosofías de mi amo , y del palado
del badajo de su paje, que presume de
muy sabio.
Quin. Y pasando más adelante en burla
y donaires, yo dije lo que temamos con¬
certado de la carta , y hizo muchas bra¬
vezas Polandria porque no la había ras¬
gado, y yo dije que si había, y aquí dijo
Poncia que no me tenia ella por tan necia
que tal hubiese hecho, hasta ver lo que
decía.
Pand. ¡ Oh qué gracia de doncella! voto
á tal, que no es necia la señora.
Quin. Y por mi fe, con lo que Poncia
me dijo saqué la carta, y Polandria qui¬
siera luego rasgalla.
Pand. Oh santo Dios , qué gran bondad;
pues por nuestro señor, que ella se aman¬
se que otras tan bravas he yo visto.
Quin. Y mi fe, señor, Poncia no lo
consintió hasta que la leyese.
Pand. Oh, calla, que me matas de amo¬
res, con el saber y gracia desa doncella.
Quin. Mi fe, hermano mió, la señora
Polandria vino en que se leyese, y tomó¬
nos juramento á Poncia y á mí que no lo
dijésemos, y mandóme cerrar la puerta
para la leer.
SEGUNDA CELESTINA. IÓQ
Pand. No me medre Dios si eso no va
bueno. Pues pasa adelante, amores mios,
que yo te absuelvo dese juramento, por¬
que juramento en perjuicio de parte, no
se ha de complir, ni se puede ni debe
hacer.
Quin. ¿Qué perjuicio?
Pand. Oh , pese á la vida , ¿y qué mayor
perjuicio que el que mi amo de no lo
saber recebiria, y el que yo de perder
las albricias que me tiene mandadas?
Quin. Andate ahí á decir donaires.
Pand. ¿Tú piensas que burlo? voto á la
casa santa, que seria gran cargo de cons¬
ciencia no decir lo que pasó.
Quin. ¿Díceslo de verdad?
Pand. Dígolo tan de verdad, que el
Papa solo fuese parte para te poder absol¬
ver si lo encubrieses, en tan notable per¬
juicio de mi amo y mió.
Quin. Pues has de saber, señor, que
Poncia la comenzó á leer, y mi fe, no
acertaba; y mi señora la tomó de sus
manos, y diciendo que alzase la mano
y me santiguase no lo supiese la tierra,
la leyó; mas maldita sea yo de Dios, si
pienso que palabra dello entendieron
tan poco como yo la entendí; aunque
Poncia por hacerse sabia decia que era
muy sentida, mas Polandria dijo que yo
170
SEGUNDA CELESTINA.
tenia razón porque dije que no entendia
las retólicas que allí venian.
Parid. Oh, maldito sea hombre tan ne¬
cio. Encomiendo al diablo sus filosofías y
sus comparaciones, que tengo avisado
al asno mil veces, que dé á Dios estas re¬
tólicas, que no las entienden las mujeres
y antes las aborrecen, y no hace sino
porfiar con sus badajadas. Hora, pues,
¿en qué paró?
Quin. ¿En qué, por mi vida? que no le
pesa á Polandria, que no lo pudo éneo—
brir, que yo lo sentia, aunque desimula¬
ba. Y en esto tornó á pasar Felides y
tornó á la burla de los quebrados, y dió
tu amo un gran sospiro.
Pand. Ah,válame Dios; todo quedaría
por él con ese sospiro. Mas en fin, ¿qué
me dices, amores, que la carta la leyó
Polandria?
Quin. ¿Cómo que la leyó? y aun dos
veces, porque le dijo Poncia que ya que
la leia, que la leyese con la solenidad
de congoja y sospiros que se requerían,
y Polandria lo quiso hacer así; que ver la
gracia con que ella lo contra hacia, á to¬
dos nos hacia dar mil lareadas de risa.
Pand. Oh graciosa Poncia y sabia Po¬
landria; voto á la fe de los moros, que
todo eso era burlar de los embelesamien-
SEGUNDA CELESTINA.
tos y escuridades de mi amo. Por tu vida,
que pienso que ha de estar con ella, y no
ha de ser para más de para filosofar en¬
careciendo sus penas con comparaciones,
que ni tengan provecho á Dios ni al
mundo. Hora, ello está mejor que 1(J po¬
demos pedir á Dios. Yo voy á demandar
las albricias, y los ángeles queden conti¬
go, y lo dicho, dicho, para esta noche.
Quin. Y contigo vaya , señor.
172
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE" LA DECIMASETIMA CENA.
Sigeril dice á Felides, que viene Pandulfo, y después
que le ha dicho lo que Quincia habia hecho, van á
casa de Celestina, y habíanle y queda acordado que
Celestina vaya á casa de Paltrana, y introdúcense.
SIGERIL. — FELIDES. — PANDULFO. — CELESTI¬
NA. — ELICIA.
Sig. Señor, Pandulfo viene , y paréce-
me que viene alegre.
Fel. Él venga en hora buena. Pues
Pandulfo, ¿con qué venimos?
Pand. Señor, con más de lo que se
puede pensar.
Fel . ¿Cómo eso?
Pand. Es, señor, que Polandria leyó
tu carta dos veces , y no quieras tras esto
saber mejor nueva para la primera vez.
Fel. En gran cargo te soy, Pandulfo,
¿cómo te puedo yo pagar tanto cuanto
por mí has hecho?
Pand. Señor, ya tú me tienes pagado
con las mercedes receñidas, y yo lo estoy
de mí, en haberte hecho algún servicio.
Mas mira, señor, perdóname, que te lo
quiero decir, que tú como eres tan sabio
no quieres tomar consejo y ríeste de lo
SEGUNDA CELESTINA.
que hombre te dice. Cata, señor, que
ninguno que pelea ve tanto como los que
miran, que no hay quien sepa en sus cosas
propias como en las ajenas, que más ven
cuatro ojos que no dos; y lo que vota la
mayor parte del senado, eso se hace,
porque presumen las leyes que aquello
es lo mejor, y comunmente se acierta
más por parecer de muchos que por el
de uno.
Fel. No quiere eso el que dice que
adonde está la muchedumbre ahí está la
confusión. ¿Mas por qué dices eso?
Pand. Esa confusión has de entender,
señor , por tabahola ó voces de cofradía,
donde los unos á los otros ni se oyen ni
aguardan respuesta, que en lo demas, la
razón da lo que tengo dicho. Y lo porque
lo dijere es, por lo que muchas veces te
tengo dicho: que des al diablo para con las
mujeres, comparaciones ni estilo retóri¬
co; que me dijo Quincia, que no habian
más entendido palabra de tu carta, que
ántes que la leyesen ; ¿de qué sirve, señor,
escrebir lo que no se ha de entender, pues
no puede aprovechar?
Fel. Eso seria que no lo entenderla
Quincia; ¿por ella juzgas tú á las otras ?
Pand. Voto á tal, de te lo decir, señor,
pues me haces que lo diga; que tampoco
174 SEGUNDA CELESTINA.
lo entendió Polandria. Y si llevaba las
razones del romance deste otro dia, ¿qué
diablos habia de entender? que yo juro á
los santos, que yo no lo entendí.
Fel. He, he, he.
Pand . ¿De qué te ries, señor?
Fel. Rióme de que pareces don Jimeno.
Pand. ¿Que por mi mal ves el ajeno
quieres decir? pues yo te certifico, que lo
que yo no entendiere, que no lo entienda
Polandria. ¿No sabes tú, señor, que ten¬
go yo corrido á ceca y á meca , y á los oli¬
vares de Santander, y que sé donde roye
ó puede roer el zapato? Pues pídote por
merced que yerres por parescer ajeno,
antes que aciertes por el tuyo, porque
no podrás errar errando con consejo, ni
acertar acertando sin él. Y en caso de
amores, sabe que he sido bien acuchi¬
llado.
Fel. Bien se te parece, según eres sa¬
bio, yo tomaré tu parecer de aquí ade¬
lante. Y dejado esto, tomad vuestras
capas y espadas, y vamos á casa de Ce¬
lestina, que ya es hora.
Pand. Vamos, señor; y si pudiese ser,
habíale en mi presencia, porque yo te
prometo que tienes menester faraute para
con vieja tan matrera; y sabes, señor,
que yo he leido donde ella, en un libro,
SEGUNDA CELESTINA. I 75
digo; y para un traidor son buenos dos
alevosos, porque palabra no te dirá que
no tenga dos entendimientos, y para tu
nobleza es escura su germánica y muy
clara para quien la entiende como yo.
Fel. Hora basta lo dicho, que yo te
agradezco tu consejo; y dame, Sigeril.
una espada y una rodela , y vamos.
Sig . Héla aquí, señor.
Fel. ¿Vamos bien por aquí?
Pand. Señor, muy bien; y quiero lla¬
mar, que aquí es su casa: ta, ta, ta.
Cel. Hija Elicia, mira quién llama ahí.
Elic. ¿Quién está ahí?
Pand. Señora, di á la madre que aquí
está Pandulfo.
Elic. Madre, aquel gentil hombre es,
que hoy te habló.
Cel. Bien venga si trae recaudo ; ábrele
hija y suba.
Elic. Entra señor Pandulfo, y aguarda
y hacelle he saber como estás aquí.
Pand. Madre, señora, Dios te guarde.
Cel. Hijo, mi amor, ¿qué buena veni¬
da es esta? ¿no se le debe de cocer el
pan á aquel caballero , ó qué es esta
priesa?
Pand. Madre, ya sabes, á los dolientes
cuán dulce les es la cara del médico, es¬
pecial en males congojos y que no su-
1/6 SEGUNDA CELESTINA.
fren la tardanza como el de mi amo.
Cel. Según eso, el manto debes de traer.
Pand. Aun esa tardanza no tuvo sufri¬
miento para aguardar, que aquí viene
á hablarte , que á la puerta queda ; mira
si mandas que suba.
Cel. Más cortos los pasos y larga la
bolsa , quisiera yo este galan.
Pand. ¿Dices, madre, que suba?
Cel. Jesús, hijo; no digo sino que no
tengo yo tan cortos los pasos, para no
abajar á recebir tal persona, que yo iré
abajo á ver que manda su merced.
Pand. Más vale que suba él, madre, que
es mozo; no tomes tú tanto trabajo.
Cel. No hables en eso mi amor, que no
soy tan mal criada. Alumbra ese candil
Elida, que está allí el señor Felides.
Sig. Señor, paréceme, según lo que veo,
que habremos esta noche de andar á per¬
dices, pues no nos falta candil.
Fel. Calla y entremos. ¡ Oh madre se¬
ñora, abrazarte quiero, que Dios sabe lo
que con tu venida yo he holgado!
Cel. Señor Felides, ¿y para qué toma¬
bas tanto trabajo? que yo fuera á tu casa,
que era más razón.
Fel. Más es, por cierto, que yo venga á
la tuya, siendo tan anciana y honrada
persona como eres.
/
SEGUNDA CELESTINA* I77
Ccl. No digas eso señor, que me corro,
que yo fuera y de rodillas. Más por vida
desta mochacha, que no quedó sino por
falta de manto, que mal pecado, como soy
recien venida aun para acordarme de lo
sacar, por vida tuya señor, no me han
dado lugar con visitaciones; y ya sabes
que quien de muchos se quiere aprove¬
char, que con todos ha de complir, que
esta negra honra no se puede sostener sino
con trabajos, que en mi vida supe hacer
mi voluntad por complir con las ajenas.
Fel. Madre, así es. Que por eso los sa¬
bios tienen por mayor fortaleza á propio
vencimiento que los ajenos. Y no hace su
voluntad el que la sigue, sino el que con¬
tino la contradice para estar en las vo¬
luntades ajenas, y por eso no me mara¬
villo que una persona tan señalada como
tú contradiga siempre su voluntad.
Sig. ¿Y cómo señalada? ¿si bien le mira¬
ses el hierro, que como á yegua morisca
le dieron por las quijadas? ¿Crees herma¬
no, que le dieron la señal para hacella
señalada por el rostro , por no seguir su
voluntad por estar en las ajenas?
Cel. Nunca el diablo me ha de sacar de
mozos susurradores.
Fel. ¿Qué dices, madre?
Cel. Digo, señor, que nunca Dios me
12
178 SEGUNDA CELESTINA.
ha de sacar de trabajos, en cuanto presu¬
miere de honra, y por tanto quisiera que
lo escusaras tú de venir acá y me lo deja¬
ras á mí para ir á tu casa; que en mi alma,
que hallo la mía tan mudada y desbara¬
tada, que estrado ni silla no hallé en ella,
en que se pueda sentar sin vergüenza tal
persona como tú. Llega aquí, Elicia, esa
silleta en que se asiente su merced.
Fel. Señora, no hace menester, que
por nuestro señor, que estoy harto de estar
sentado, tañendo con una vihuela.
Sig. Bueno es mandalle asentar; piensa
el asno que está al evangelio de sus pa¬
labras y sentarse ha mi padre que Dios
perdone.
Pand. Sino llevase más cerimonia, el
evangelio de Celestina, que la epístola de
nuestro amo de hoy, él estaría mejor li¬
brado con su amiga.
Fel. Mozos, ¿que es eso? ¿á dónde
aprendistes esa crianza? ¿pensáis que es-
tais en algún bodegón?
Pand. No le pesaría deso á Celestina.
Fel. ¿Qué estáis rezando?
Pand. Señor, no digo, sino que nos
reimos de una cabezada que dió en la
puerta Sigeril, cuando entramos.
Fel. Abajárase él bien y no topara, y
calla luégo , y salios allá á la calle.
SEGUNDA CELESTINA. I 79
Cel. No había yo menester tantos ba¬
chilleres como aquí veo.
Fel. ¿Qué dices, madre?
Cel. Señor, que no es menester: déje¬
los, que son mozos y huélganse; que á
los mancebos de cualquiera cosa les está
bien reir, que los viejos, mi fé señor, con
la experiencia de las cosas que por noso¬
tros han pasado, pocos donaires nos ha¬
cen reir.
Fel . Aquellos no son donaires sino
necedades, que donde yo estoy han de
callar. Sus, salios afuera, cerrad esa
puerta.
Cel. No por mi vida , señor , sino sú¬
banse al fuego, arriba, para Elicia, que es
moza y pasarán tiempo; pues sabes que
cada cosa se huelga con su igual.
Fel. Por mi vida, madre, no subirán.
Pand. ¿Parécete Sigeril, que tomó bien
nuestro amo mi consejo?
Sig. ¿Por qué lo dices?
Pand. ¿No ves los rodeos que ha bus¬
cado para quedarse sólo con la vieja,
con cuánto hoy le he avisado?
Sig. Yo te prometo que si marina bailo
que tome lo que hallo, que quien en ruin
lugar hace leña, acuestas la saca. Mas por
Dios, ¿quiéres que acechemos por entre
las puertas lo que pasa?
SEGUNDA CELESTINA.
180
Pand. Por Dios , te quería decir que lo
hiciésemos.
Cel. Señor, agora que estamos solos,
¿qué mal es el tuyo? que hoy aquel tu
criado no me lo supo decir; que por cier¬
to, si es cosa en que yo pueda aprovechar,
alma y vida pondré por tu servicio.
Fel. Por cierto, madre, que me lo
debes en el amor que te tengo y siempre
tuve, que por cierto, así me pesó de tu
muerte, como me plugo de tu venida.
Cel. Burlando, señor mió, dices que te
lo debo, ¿y tuve yo mayor señor en este
mundo y que más favoreciese mis cosas
que tu agüelo, que en gloria sea? j Oh que
caballero aquel ! qué presencia, qué gracia,
qué disposición que tenia. En verdad,
cuando entraste por aquella puerta, no
me parecia sino que lo tenia delante de
mis ojos.
Pand. Ya lo comienza á enlabiar.
Sig. Yo te prometo, hermano, que ella
lo enlabie presto y aún lo emboce como
á hurón, porque no le coma la caza.
Cel. ¿Y es verdad, que tu padre Andro-
medes que iba en zaga á tu agüelo? dígote
que en esos dientes de la boca, le pare¬
ces, cosa extraña, que los tenia como tú un
poco grandes y la risa graciosa como tú.
Pues á la señora Sebila, tu madre, ¿no la
SEGUNDA CELESTINA. l8l
conoscí? ¡oh, qué real mujer, qué gracia
y que saber! No parescia cuando iba por
la calle sino duquesa, que así la henchia
toda.
Fel. ¿Qué conosciste á mi señora Sebila?
madre.
Sig. Mira si la conosció; voto á la casa
de Meca, á Adan y Eva su madre diga que
conosció, si se lo preguntan y es menester
para que él no la conosca á ella.
Pand. Hora, callemos.
Cel. ¿Y cómo la conoscí mi señor? ¿y
con quién comunicaba ella sus dolores y
sus placeres, sino con esta vieja? ¡oh, cuán¬
tas veces la torné del otro mundo á este!
Que la señora Sebila, era muy doliente de
la madre ; por cierto, no pariera ella sin mí
por todo el mundo, que cuando Felides,
que está presente nació, así goce yo desta
alma pecadora, y tú dese cuerpo gentil,
que la vieja Celestina fue la primera que
te tomó en las manos. Más nalgadas te di,
señor, en este mundo y besos, que años
tengo acuestas. No venia la luna por acu¬
llá, ni callentura, ni el mal de ojo, que
luégo no venia un paje á llamarme, para
que te viese, y te curase y te desaojase, que
cada dia te aojaban; que siempre fuiste
como hecho de oro, que no parescias sino
un ángel, y agora parescesun serafín, con
i8-2
SEGUNDA CELESTINA.
esa crespa de oro, que desde tan mañito
lo tuviste tal. Pues con los trabajos, ¿no
venian galardones? por tu vida hijo, que
los pajes de su casa á la mia, se encon¬
traban con los presentes , y aún yo te cer¬
tifico, que si tu madre fuera viva, que no
tuviera yo necesidad de manto prestado,
cuando hoy me mandaste llamar. jOh,
qué franca; oh, que liberal; oh, que her¬
mosura; oh, que piadosa; oh, que com-
plida! No me asomaba la necesidad por
> una legua, cuando ya la tenia suplida. No
parecia sino que tenia corredores en mis
necesidades, según sentía sus celadas. Que
en mi ánima y por el siglo quella tiene,
que necesidades que sola yo y mi confesor
pensaba que las sabíamos las adevinaba:
no se quien se las podría decir, sino la
voluntad que para me hacer mercedes
tenia.
Pand. Ya la puta vieja le comienza á
conjurar con sus mentiras confitadas de
sus falsas y cautelosas lágrimas, para sa-
calle el manto que hoy le habíamos hecho
ahorrar.
Sig. Pues mira, con qué atención la está
oyendo nuestro amo.
Cel. Yo tenia en ella, madre en amor,
señora en favor, compañera en conversa¬
ción, letrada en consejo. Pues con las jus-
SEGUNDA CELESTINA. I 83
ticias, ¿no estaba favorecida? Por mi alma,
señor, que una vez ó dos que me prendie¬
ron, por cosas que nunca faltan, mal peca¬
do, envidiosos en esta vida á las que ven
puestas en honra como yo, que pienso que
no comió ni durmió, hasta verme fuera
de la cárcel. Y cuantos escuderos y pajes
tenia en casa y fuera de casa , tenia de¬
satinados y acosados, uno acá, otros por
acullá, ve á ver la madre, llévenle de
comer, sabe si tiene cama y mira si le
falta algo; ve á la justicia que le suplico
que le alivie las prisiones; que me la den en
fiado; al carcelero y carcelera que la tra¬
ten bien; ¿que tal está? ¿cuándo saldrá?
¿cómo fué? ¿cómo le levantaron tan falso
testimonio á aquella cordera? ¡Oh, señor!
de aquí á mañana no acabaña de decirte las
virtudes de aquella santa y honrada dueña
de mi señora, tu madre, y las mercedes
que della rescibí en la vida , y la falta que
agora siento en su muerte. Y aún por
cierto ¿sillas faltaran en mi casa, para que
se asentara Felides, como agora? que las
faces se me quieren abrasar de vergüen¬
za de tal persona como tú; y si te quisiera
convidar ¿faltaran manteles reales en
que te lo pudiera poner, como agora todo
me falta?
Pand. Cuanto te sobra á tí de ruindad.
lS-4 SEGUNDA CELESTINA.
Sig. Escucha, que ya responde nuestro
amo.
Fel. Señora madre, no llores: que pla¬
ciendo á Dios, ya que yo sé lo que me
has dicho de tus necesidades, yo supliré
la falta de mi señora.
Cel. Señor mió, bésote las manos, que
no lo digo tanto por mostrarte mis nece¬
sidades, que loado Dios, con mis trabajos,
nunca falta un pedazo de pan y dos veces •
de vino que beber; mas por la necesidad
que siento del amor que la señora Sebila
me tenia y de la falta de su conversa¬
ción ; y para que sepas la obligación que
á servirte tengo, y la que tú tienes para me
favorecer y hacer mercedes, como á criada
vieja de tu casa y para ayudarme á soste¬
ner esta sobrina, por que no caya de su
honra. Que plega á Dios, no me lleve para
sí otra vez hasta que la deje remediada y
casada, que en mi alma, para contigo , que
en toda la noche no duermo , como alcai¬
de sospechoso de la honra de perder la
fortaleza; ya, señor, me entiendes, por
guardar digo , ganado nuevo y loco ; que
en fin, como sea mujer moza y algo her¬
mosa como ella lo es, <f quién quitará que
no tenga necesidad de guardarse? aunque á
la verdad, harto buena hija, cuerda y
asentada y obediente me es ella, que es
✓
%
SEGUNDA CELESTINA.
harto buena señal. Mas en fin, señor, es
moza; ¿digo mal, por tu vida?
Fel. No, sino como sabia y persona
celosa de su honra della y de la tuya.
Cel. Hora señor, yo te tengo como á
señor, dada cuenta de mi vida: dime tus
duelos, pues has oido los mios, qué dife¬
rentes deben de ser, mal pecado, y per¬
dóname por Dios si te he enojado con
mis boberias, que bien he sentido que
he sido prolija; mas con el amor que tuve
á tus padres y te tengo á tí, he tomado el
atrevimiento.
Fel. Madre, por cierto, no has sido
sino muy corta para lo que yo he holga¬
do de te oir.
Sig. Eso no te pareciera á tí, si hubie¬
ras estado al sereno como yo dos horas,
oyendo sus mentiras y tus necedades.
Fel. Así que, señora madre, dejados
aparte todos preámbulos, porque para"
contigo no son menester, yo vivo el más
apasionado y triste hombre del mundo, y
tanto, que el comer y beber y dormir me
falta , y no pienso que con faltar no me
faltará la muerte si la vida no me socorre,
la cual está toda puesta en tus manos.
Cel. ¿En mis manos, señor? pluguiese
á Dios, que no la procuraré ménos que la
mia propia ; y dime tu mal de qué es, y
1 86 SEGUNDA CELESTINA.
-
verás si lo puedo remediar lo que tienes
en mí.
Fel. Mi mal es el mayor del mundo,
porque es de amores.
Cel. He, he, he.
Fel. ¿Ríeste madre? ¿piensas que burlo?
Por tu vida, no burlo.
Cel. No pienso que burlas, señor, mas
rióme que para mí no es entender en
tales burlas.
Sig. Ya se conmienza á encarecer la
puta vieja.
Cel. Jesús, señor mió, ¿y tal cosa me
habias á mí decir, sobre ochenta años
acuestas, muerta, y castigada, y escar¬
mentada, y recien remitida á hacer peni¬
tencia de las culpas pasadas? Consejo
dártelo he yo, señor mió, como á mi
alma y como á mis ojos, mas remedio
Dios y tu buen seso lo han de poner en
tu mal.
Fel. Pues madre, ese te vengo yo á
pedir.
Cel. Ese te daré yo de muy buena vo¬
luntad , que será que te apartes de tales
pensamientos, en que tanta ofensa recibe
Dios, que te acuerdes que te has de mo¬
rir, lo que mal pecado, los mozos no hay
cosa que más olvidado tengáis; y sé que
en mi fe, señor, todo es viento lo desta
SEGUNDA CELESTINA. 187
' I
vida, sino servir á Dios y bien que nos
lo dice la Iglesia en el oficio de finados,
si lo quisiésemos mirar.
Fel. Madre, ese consejo déjalo tú para
los que predican , que no te pido yo sino
para remediar mi pena, presupuesto que
huye todo consejo.
Cel. Hijo, así lo dice el poeta, que el
amor más enciende sus llamas , cuanto
le ponen mayor defensión.
Fel. ¿Pues para qué me aconsejas eso
si se ha de encerjder más con tu consejo?
Cel. ¿Pues tras cuáles cabras ando yo?
Fel. ¿Qué dices, madre?
Cel. Digo que no es tras eso lo que yo
ando. Si fueras una doncella que por un
desastre, como cada dia acaesce, hubie¬
ras perdido tu virginidad y te quisieras
casar, si estuvieras preñada, dar manera
á parir en todo secreto. Ya sabes que dice
el Evangelio: que bien aventurados son
los misericordiosos, porque ellos alcan¬
zarán misericordia. En tales casos, yo,
señor, no dejara de entender, mas ya
sabes que lo que me demandas hacer es
contrario , porque no creo que me man¬
darás tú que lo haga habiendo tantas en
el lugar que lo sabrán hacer muy mejor
que yo lo sabré mirar.
Fel . En lo que mucho va, madre, se
1 88
SEGUNDA CELESTINA.
conocen los amigos, que en lo que poco,
poco va en que se haga.
Cel. i Y aconsejarme hias tú, señor,
que lo hiciese?
Fel. Si por cierto.
Cel. ¿Y el alma, señor?
Fel. Cómo madre, donde pongo yo la
mia, ¿no aventurarias tú la tuya hasta
confesarte?
Cel. Hijo, ese es una especie de pecar
en el Espíritu Santo; pecar en confianza
de la misericordia de Dios. ¿ Mas tú bien
me absolverías?
, ' \
Fel. Si por cierto; y no habrá cosa
que tú me mandes que yo no hiciese por
grave que fuese.
Cel. Pues así es; dame camino para
Elicia.
Fel. Eso es lo menos que por tí haré,
si tú haces lo que te pido.
Cel. ¿Prométeslo así ?
Fel. Si prometo.
Sig. Dentro lo tiene; maldito sea hom¬
bre tan asno y sin sufrimiento. Corre,
Pandulfo, y llama un escribano y hacelle
há una obligación.
Cel. Calla señor, que estoy burlando
contigo, que ni lo uno ni lo otro no se
sufre. Mas mira, llégate acá á este rincón,
que te quiero decir un secreto.
SEGUNDA CELESTINA.
189
Fel. ¿De qué me diste de ojo, madre?
Cel. De que quiero que no nos oyan
lo que quiero agora decirte. Y por eso,
para desmentir las escuchas, rehusé tu
merced, que no lo dejo de aceptar ni de
obligarme á mi servicio; mas temo estos
mozos tuyos, que los oí denantes mur¬
murar, no me levanten algún caramillo
como los de Calixto, mal siglo les dé
Dios allá donde están , que sí creo que
dará, que aquí si otra cosa fuera, yo lo
dijera; que para aquel Dios que está en
los cielos, no tuve más culpa que tú. Mas
dejando esto, yo, señor, quiero hacer por
tí lo que no tenia pensado , mas ha de
ser con todos, secreto; y tú di á tus cria¬
dos que no has podido acabar cosa con¬
migo, y dime la dama.
Fel. Señora, yo te lo agradezco, y
prometo pagar. La dama es Polandria,
hija de Paltrana.
Cel. No prometas más, señor, que bas¬
ta lo prometido. Y mucho huelgo que te
hayas empleado en tal parte; y sepamos
si has pasado algo con ella , para que no
se yerre la cura.
Fel. Solo de señas le he dado á conos-
cer mi pena; y una carta mia pienso
que le dio una moza suya.
Cel. No te fies de mozos ni mozas,
SEGUNDA CELESTINA.
190
señor, que en un día dirán, no sabiendo
negociar, lo que no se pueda remediar de
mí; y vete y déjame el cargo, porque no
sientan tus criados lo que pasa, y no par¬
len y tomen aviso de mí en casa de Paltra-
na; y ten sufrimiento de aquí á cuatro ó
cinco dias, que yo haré manto, y yo iré
luego á entender en ello, que más no se
tardará.
Fel. Por eso no quede, madre, que yo
te enviaré luego manto , cuanto lo haga
hacer luego esta noche.
Cel. Pues sea así, pues no tienes su¬
frimiento.
Fel. ¿Quiéreslo guarnecido de terciopelo?
Cel. Para mí no es menester tan galan,
no digan , mal pecado, á la burra vieja
arracadas nuevas; más no será mal, que
no me acordaba, para si Elicia quisiere
salir alguna vez, que es moza y galana.
Y tú vete, señor, y á mí déjame el cargo.
Fel. Pues madre, los ángeles queden
contigo.
Cel. Señor, y contigo vayan. Elicia
para la mi santiguada, que te tengo aquel
asno de suerte que presto nos traerán á
cargas el bastimiento.
Elic. ¿Cómo es eso?
Cel. Cenemos, que es tarde, que sabe-
11o has cuando sea tiempo.
SEGUNDA CELESTINA. I9I
Sig. ¿Señor, dejas la vieja cual ha de
quedar?
Fel. Dóla al diablo; viene tan santa,
que no hay quien la pueda hacer hacercosa.
Pand. Agora la creo ménos.
Fel. El manto le quiero dar, para ver
si la podré vencer. Hácelo hacer, Sigeril,
y bien guarnecer, y tráigaselo Pandulfo
de mañana, porque ya sabes que dádivas
quebrantan piedras, y vámonos á cenar,
que es hora. Y mirá, vosotros, ¿para qué
estáis susurrando de Celestina, que sabe
más ruindad que el diablo y metésme á
mí en afrenta? -
Pand. ¿Y por eso, señor, nos echaste
fuera para hacer lo que te tenia avisado?
medio aviso tuvo ella cuando te apartó
al rincón porque no le oyesen lo que
queria decirte.
Fel. No seas malicioso, que no me
queria cosa que á mí ni á ella tocaba.
Sig. Quien compra y miente, en su
bolsa lo siente*
Fel. ¿Qué dices tú, Sigeril?
Sig. Señor, no digo sino que aquella
vieja con mentir, quiere comprar á lo
ménos el sereno que con sus prolijidades
nos hizo allí pasar.
Fel. Por cierto, eso no me pareció á
mí, que gloria es oylla.
\g2 SEGUNDA CELESTINA.
Sig. Menos nos pafesciera á nosotros
si nos dejaras sobir á Elieia , y aun pien¬
so que á ella no le pesara de nuestra con¬
versación.
Fel. Calla en mal punto, que la quiere
casar; que no era razón.
Pand. Ha, ha, ha. ¿Agora la quiere ca¬
sar, después de haber corrido á ceca y á
meca, y á .los olivares de Santander?
i señor y cómo te hacen creer cuanto quie¬
ren, y cómo no crees cuanto te cumple
creer!
Fel. ¿Por qué dices eso?
Pand. Porque encomiendo al diablo la
verdad que en la boca de aquella puta
vieja cabe, que agora querría que le ca¬
sases la criada; un bien tienes, señor,
que no hallarás quien la tome, según está
ya tomada. }
Fel. Hora, basta lo dicho, y callemos
que estamos en casa; y dadme de cenar,
y tú, Sigeril, ten cuidado del manto. Y
mira, corta un sayo para tí de la misma
pieza.
Sig. Bésote las manos, señor, bueno
vá esto: á rio vuelto ganancia de pesca¬
dores. Agora diga y haga Celestina cuanto
quisiere, que cuando el proverbio quiere,
que mal de muchos sea gozo, con mas ra¬
zón lo será bien de muchos con mal de uno.
SEGUNDA CELESTINA.
*93
P
ARGUMENTO DE LA DECIMAOCTA VA CÉNA.
Polandria habla consigo sola quejándose del amor y lia?
ma á Poncia, para que vaya á ver al pastor enamora-
rado Filinides, y están con di hasta que las llama
Quincia, y introdúcense.
POLANDRIA. — PONCIA. — QUINCIA. — FILINIDES-
PALTRANA.
Pol. ¡Ay, de mí, que no de balde se
dice : lo que ojos no ven, que el corazón no
desea! Si yo no viera la carta de Felides
habiendo visto su hermosura, no deseara
el corazón lo que razón aborrece. ¡Oh
amor y cuán contrario de razón te hallo,
cuán amigo del deseo te veo, cuán contra¬
rio de honestidad te miro, cuán enemigo
de honra te entiendo! ¡Ay de mí, cuán
mal se casan amor y la obligación de mi
limpieza! ¡no se qué diga que no sea con¬
tra mí, ni qué haga para vengarme de mí!
Y lo peor de mi mal es , que le falte por
mi honestidad, el bien que con comunicar¬
se los males se puede hallar para aliviar
la congoja, pues mi honestidad defiende lo
que en esto el remedio me pide. Asi, que
la muerte ha de quedar por testigo de mi
honestidad, ó por testigo de mi natural
*3
1
i 94 SEGUNDA CELESTINA,
forzado, con el contra natural de mi
honra castigado. Más para alivio del mal,
muchas veces he oido que es gran parte
comunicarlo con los heridos del mismo
dolor, y por tanto yo quiero rogar á Pon¬
da, que vamos al jardín, donde el pastor
Filinides está haciendo las cucharas, y
preguntalle de su enamorada la pastora
Acays, y con oir sus males podré consolar
la congoja de los mios, porque cosa ma¬
ravillosa es, lo que aquel en su lengua
rústica sabe de los secretos del amor.
Pon. ¿Qué hablar es este de Polandria
entre sí, y qué descuido en su cuidado,
que contino, de poco acá la veo? Mal pe¬
cado, no sean las burlas de Felides que
hayan salido á veras , que por mi vida, que
aunque yo burlo de las señas de su paje
que no me pesa cuando le veo pasar, ni lo
quiero tan mal , que no me pesase de cual¬
quiera cosa que á él no le estuviese bien .
Quiero preguntalle de qué anda como
suspensa. ¡Ah, señora mia Polandria! ¿pa-
résceme que andas como embelesada? su¬
plicóte que me digas el por qué si lo sabes;
porque mil veces me acaesce estar alegre
sin saber de qué, y otras estar triste.
Pol. Ay, Poncia; desa suerte, por tu
vida, estoy y pienso quel mal de la ija¬
da, que mi señora esta noche ha tenido.
SEGUNDA CELESTINA. I95
- . '
me ha dado lo principal de mi pena; y
para algún alivio, te querria rogar que
nos fuésemos al jardin á oir al pastor Fi-
linides hablar en los amores de la pastora
Acays, que no es sino gloria oille.
Pon. Ya, ya; no me digas más, ¿en
amores quieras hablar? En mi seso esta¬
ba yo: más mal hay que suena.
Pol. ¿Qué dices, Poncia?
Pon. Señora, digo que es gloria oille
cantar y aun contar su mal. Que vamos.
Quin. Señora, habla paso que duerme
mi señora.
Pon. Buenas nuevas te dé Dios. Y ven
acá Quincia; ¿ha te dicho más aquel loco
del otro dia?
Quin. Señora, no le doy yo tanto lugar,
que luego en viéndolo boto como un rayo.
Pol. Haces tú muy bien, y así lo haz.
Pon. Buen disimular es ese.
Pol. ¿Qué dices tú?
Pon. Digo, señora, que si el mal pesar
del duelo de mi requebrado ¿si le ha di¬
cho algo? ¡Ay, Dios, y cuán lindo es, no
me lo aojen!
Quin. Par Dios, harto pues, me mira él
cuando me ve.
Pon. ¿Y el otro hurgonero de horno, de
tu requebrado, gesto de cucharon de ha¬
cer conserva, cómo te va con él?
SEGUNDA CELESTINA.
196
Qiiin. Calla en mal hora, señora, que
por cierto que no me paresce á mí sino
un pino de oro, y tal sea su vida, si yo no
le parezco á él mejor.
Pol. Hora déjate desas burlas, y en
despertando mi señora llámanos al jardin,
y anda acá Poncia. Dios te salve, amigo
Filinides.
Fil. Así haga á tí, señora Acays.
Pol. ¿Cómo es eso, hermano, y no me
conoces ?
Fil. Par Dios, señora, yo cuidaba, que
de yuso de las hayas á la fuente sombro¬
sa, estaba haciendo este cucharon, y
como vi cosa tan bella, no pude pensar
quien fuese sino aquella que no se aparta
mi memoria de otealla.
Pon. Según eso, hermano mió, ¿no es¬
tabas pensando en mí?
Fil. Par Dios, señora, no tiene tanta
fuerza mi ganado para aballar mis memo¬
riales de lo que digo, de lo cual mi sol¬
dada es buen testigo, que toda se ha ido
en las prendas que por estar prendado
de Acays me han prendado en los panes
y vedados donde con tanto cuidado mis
ovejas se apacientan, en cuanto yo con
semejante descuido me puedo apacentar
en los prados y flores de la hermosura de
mi Acays.
SEGUNDA CELESTINA. 1 97
Pol. Ay amigo, qué gloria es oirte:
cuenta más, por tu fe, di deso mucho.
Fil. Ay mi señora, ¿qué quieres que
os cuente? sino que tan desmarrido y
cargado de cordojos me siento, cuanto
descordojado de mí, y perdidos los me¬
moriales, que ni voz de pastor oyo, ni
ladrido de perro me pone cordojo, para
que primero que yo pueda oir el llobo,
no haya llevado la cordera: tan ocupado
y encarnizado está el llobo del amor en
mis entrañas. Pues los cencerros de los
mansos, tan sordos están en mis oidos
cuanto me los tiene recalcados y tapidos
la memoria de la voz de mi Acays, sin
que otra cosa pueda ni quiera oir. Só
los olmos del lugar mil veces á dormir
me recuesto, y cuando recuerdo, só las.
hayas me hallo sin saber quién me lleva,
que aunque mis piés me traen, Acays es
quien los manda; ya el bailar me tiene
vuelto en cordojos, las castañetas en muy
terribles sospiros, el cantar en plantos
de mis ojos, que ya de hechos rios ten¬
go aburridas las fuentes. Ni las frescas
majadas me ponen tempranza al calor
que siento, ni las yerbas agostadas y
fuerza del sol en las siestas me quitan el
frió que tengo, junto con abrasarme; no
hay aire temprado para mí, ni cosa de
SEGUNDA CELESTINA.
198
pracer que no me destempre, pues si al¬
guno toma cordojo en ponérmelo, cuan¬
do acabe de departir, si me pide cuenta
de lo que me ha dicho treinta veces des¬
atino. Con ninguno me hallo sino con
Acays, á ninguno entiendo por entender
en pensalla, no me oteo por otealla, ni
gozo de cosa por gozar de su imaginación;
los sonidos que retumban por los valles y
bosques todos me despiertan con sobre¬
salto de ser mi Acays, la calor de sus
amores me tiene agostado mi placer, y su
desamor abuchornada mi esperanza, de
suerte que de quemadas las froles de toda
ella escusado es esperar la fruta de mi
libertad. Y ni el beber de bruzas en las
fuentes me quita la sed , ni recostarme
en los prados me pone descanso, ni las
bellotas, castañas, ni piñas me quitan la
hambre, ni los bobos me ponen cuidado,
ni el ganado me quita el descuido. Ya os
he dicho lo que sé de lo que siento, y no
es cacho el todo que de amor puedo
sentir.
Pol. Oh hermano, que gozo me ha sido
oirte. Por mi amor, que nos cantes algu¬
nos versos si sobre tu mal has hecho.
Fil. De buenamente, comienzo en cuan¬
to acabo este cucharro.
SEGUNDA CELESTINA.
*99
Oh hayas de gran beldad
Que os alzais tanto del suelo ,
Mis dolores otead,
Mi pena y su crueldad ,
Y subid con ella al cielo.
Los aves, los animales
Por los bosques y los prados
Canten y lloren mis males ,
Pues que siendo en sí mortales ,
En mí al revés son tornados.
Pol. Canta, por mi amor más, amigo,
para que ayudemos con las aves y anima¬
les á sentir tu dolor.
Fil. Fuentes , entrad en mí luego
Con los mares y los ríos ,
Procurad matar mi fuego,
Y á las llamas todo ruego
Vengan á matar mis frios.
Y toda se ponga en medio
De mis pechos y veremos,
Si en frió calor hay medio
Y en calor frió remedio
En concertar sus extremos.
Pol. Oh, válame Dios, qué cosa tan
sentida; vé, por Dios, adelante.
FU. Si un extremo es yo cuita do
Y Acays es otro extremo,
El remedio será escusado,
Según me hallo apartado
De su amor conque me quemo;
Con él hace cherriar
Por cigarras mis dolores,
200
SEGUNDA CELESTINA.
Y como los grillos cantar
En las noches mi penar,
Sobre el sol de sus amores.
Pol. Ay por Dios , amigo mió , no aca¬
bes tan aina.
Fil. Mis lágrimas fuentes son
Donde lanzado de pechos,
Todas juntas cuantas son,
Con el aire y la razón
De mis sospiros deshechos,
No bastan la sed matar
Del calor que está en el alma,
Ni á dejar de se ahogar
Con fuelles de sospirar
Mi corazón en tal calma.
Qiiin. Señora, mi señora há ya desper¬
tado y te llama.
Pol. Amigo Filinides, quédate á Dios;
y por tu fe, que nos vengas á ver cuando
tuvieres lugar, que sino me llamáran,
toda mi vida te estuviera oyendo.
FU. Señora, Dios vaya contigo.
Pol. Señora mia, ¿qué tal te sientes?
Palt. Hija, algo mejor; vé tú, Poncia,
y traeme algún paño caliente.
Pol. ¿Todavia te duele el lado, señora?
Palt. Hija si, mas mucho provecho hallo
en los paños calientes. ¿Qué has hecho,
mi amor?
Pol. Señora, par Dios, en cuanto has
SEGUNDA CELESTINA. 201
V \
dormido, he estado oyendo al pastor Fi-
linides , el que mandaste hacer los cu¬
charos, que no es sino gloria oille.
Palt. Ay hija, diz que está loco el cuita¬
do de amores de una pastora.
Pol. No lo parece en sus razones.
Pon. Señora, he aquí los paños.
Palt. Dálos acá.
Pon. Mira, señora Polandria, qué te
digo al oido.
Pol. ¿Qué dices? ¿ha pasado el mal pe¬
cado de tu requebrado por la puerta?
Pon. No, mas enviábame él, mi duelo,
una carta con un pobrecito destos que
entraban en casa á pedir por Dios.
Pol. ¿Pues tomástela?
Pon. Mal año para él, ¿de tomalla
habia? antes le di de bofetadas, y lo envié
con el diablo.
Pol. ¿Luego él era el que lloraba de-
nantes?
Pon. Par Dios, no era otro.
Pol. Pues no te tengo yo á tí por tan
necia que no supieres darte maña á tomar
la carta, que no fuera poco de ver.
Pon. Par Dios, señora, que te matara
de amores , si vieras como en un punto la
tomé y le rasgué un papel que traia en el
seno, haciéndole entender que era la carttt;
que me habia dado.
%
i
202 SEGUNDA CELESTINA.
Pol. Mucho huelgo deso, que tendre¬
mos un buen rato en que pasar tiempo.
Palt. Hija, vé tú y Poncia á que me
aderecen la cena.
Pon. Vamos, señora, y primero arriba
á ver la carta de aquellos amoritos mios,
para ver si trae elegancias como su amo.
Pol. Hora cierra esa puerta, y dalacá
y oye: Señora de mis entrañas: Ó templa
tu hermosura ó tu crueldad para con¬
migo.
Pon. Y aun pesa al diablo, señora, por¬
que me la templó Dios tanto, aunque se
destemplara más para con su pena.
Pol. Nunca medre yo, si tú piensas eso,
no te fagas hora tan santa.
Pon. Par Dios, señora, si pienso; y vé
adelante.
Pol. Y no seas, señora mia, cuando te
ries conmigo, como gato que retoza con
la presa para después la matar.
Pon. Ay mi duelo, y también él hace
comparaciones.
Pol. Calla en mal punto , que harto
se humilla el cuitado en hacerse ratón.
Pon. Pues si se hace ratón, con un
poco de queso le haré pago; y veamos en
qué para, y di más, señora, que me va
contentando.
Pol. No te acontezca como á las har-
SEGUNDA CELESTINA.
203
pías que se matan cuando se miran en las
fuentes y ven que han muerto sus pro¬
pias figuras , que tal soy yo contigo , tan
ocupados mis sentidos y memoria en tu
hermosura tienes.
Pon. jOh válame Dios, qué muerto lo
vemos á este hombre !
Pol. Calla , que según me paresce, pe¬
ligro corres. Noramazas, pues razón tie¬
ne, ¿para qué le matas al cuitado si des¬
pués te has de matar por él?
Pon. Por cierto, señora, que ambos
estamos bien seguros dese peligro; por
tanto pasa adelante.
Pol. Y para que sepas, señora de mi
alma, la razón que tienes de me haber
piedad , suplicóte me quieras dar lugar á
que te hable; y con esto acabo, besando
tus manos, hasta que pueda merecer be¬
sar tu hermosa boca. »
Pon. Oxte, mi asno xo que te estregó
asna coxa. Por mi vida, señora, que qui¬
siera podelle decir que me tomara acues¬
tas, y me besára donde no me pudiere
aojar, pues recibe mal de ojo.
Pol. Por cierto, tú le pagas mal sus
deseos al cuitado.
Pon. Bonita boca, pues, tiene mi do¬
lor' para le besar, que no se contentára
con las manos, que la boca queria; y dala
v_
204 SEGUNDA CELESTINA.
acá, señora, dalle el pago que merecen
tales necedades.
Pol. Para que en mal punto la rasgabas
que era buena para la amostrar para reir.
Pon. Nunca, señora, pongas en aven¬
tura las cosas de veras, por gozar de las
burlas.
Pol. ¿Por qué dices eso?
Pon. Dígolo, porque muchas veces de
semejantes cosas, se juzgan y condenan
las veras secretas y honra de las mujeres
por las burlas públicas , porque quien vie¬
re la carta burlando della, no dejará de
condenar á vueltas de las burlas las veras
de habella recebido; porque en esta parte
créeme, señora, que las mujeres y los
alcaides hemos de ser de una manera:
quiero decir, que no demos jamás orejas
á oir lo que no debemos de hacer; que
como del corazón los hombres solos son
jueces, de sí mismos no se han de descui¬
dar para poner sospecha en su virtud,
pues sabes, que los indicios son parte de
probanza, á lo menos para poner á quis-
tion de tormento, como es indicio á la
mujer y al alcaide rescibir embajadas, ni
cartas para sospechar de su fidelidad; y
con esto nos vamos á dar la cena á mi
señora.
I
SEGUNDA CELESTINA.
205
ARGUMENTO DE LA DECIMANOVENA CENA.
Pandulfo va á casa de Celestina con el manto, y después
de ido, Celestina dice á Elicia, fingiendo saber que está
allá Crito, que no quiere deshonestidades en su casa
ya, y ida queda Crito y Elicia, y introdúcense.
PANDULFO. — CELESTINA. — ELICIA. — CRITO.
Pand. Ta, ta, ta.
Cel. Mira, hija Elicia, quién llama á
la puerta.
Elic. Tia, señora; Pandulfo, criado de
aquel caballero que vino acá anoche.
Cel. Anda , mi amor, ábrele ; que á este
su amo no se le debe de cocer el pan.
Pand. Tia, señora, Dios te salve.
Cel. Hijo, ¿qué buena venida es esta?
Pand. Señora, Felides mi señor, te
envia este manto y que le perdones, que
no es cual él quisiera.
Cel. Hijo, él es mejor que yo le puedo
merecer. Plega á Dios, hijo, que él viva
muchos años y buenos , que yo espero que
no me haga falta mi señora su madre, que
está en gloria.
Pand. A perro viejo, no cuz cuz, vieja.
Cel. ¿Qué dices, hijo?
2 b6 SEGUNDA CELESTINA.
Pand. Madre , que esto es lo ménos que
mi amo ha de hacer por tí, y que te ruega
que no le olvides en tus oraciones , pues
no le puedes aprovechar en otra suerte.
Cel. En mi ánima hijo, que eso haga
yo de tan buenas entrañas cual las tenga
Dios para conmigo, que yo te prometo de
dar hoy cuatro vueltas á mi rosario. Y
dejando esto aparte ven acá, mi amor.
¿Todo esto es el amor y conocimiento pa¬
sado de la mal lograda de mi comadre?
Pand. ¿Por qué dices eso, madre?
Cel. Tú me entiendes mejor que yo lo
se decir, no te me hagas bobo.
Pand. Por la Verónica de Jaén, madre,
no entiendo.
Cel. Hijo, los buenos amigos no se han
de roerlos zancajos.
Pand. ¿Por qué dices eso, madre? De¬
clárate, que hablar claro, Dios lo dijo.
Cel. Hijo, por el murmurar que anoche
tuviste de mí, tú y esotro tu compañero;
que no há aún salido del cascaron, ni sabe
donde le roe el zapato y quiere mofar
de una vieja como yo, que bien puedes
creer que no soñaba él de nascer, cuando
tenia yo ya mudados los dientes, á lo
ménos la segunda vez digo, y pónese á
mofar de mí en presencia de su ama, que
ya que no lo dejase por la reverencia de
SEGUNDA CELESTINA.
207
mis canas, por la autoridad de su amo la
debria de hacer.
Pand . Madre, por nuestra dueña del
Pelarin, que no lo debias de entender.
Cel. Hijo, á buen entendedor pocas
palabras. Y á la verdad , á tí no te culpo
porque no podias en fin , dejar de oir, más
dígolo por esotro tu compañero , que me
paresce mofador y escarnidor, y par Dios
hijo, que si mete la mano en su seno que
á cada parte hay tres leguas de mal ca¬
mino, que por mi vida, si le parezco puta
vieja, que más se lo paresciera su agüela
y aun su madre no le iba en zaga.
Pand. No le debes de conoscer, señora.
Cel. Veamos, ¿y él no es hijo de Cana-
ruza el ama de Felides?
Pand. No de otra, por tu vida.
Cel. Pues, cállese y callemos que cada
sendas tenemos, y no me haga que suelte
yo esta maldita, sino, por mi vida, que po¬
demos entendernos á coplas, y agradézca¬
lo, hijo, él á tí, que por mi vida que ganó
contigo anoche como con cabeza de lobo,
que otro cuidado tengo yo de remediar tus
cosas, que tú de sacar las mias á plaza;,
que por tu vida, no se si lo pudistes ver,
que si verías, que mal pecado, acecharías
por entre las puertas, que cuando yo apar¬
té en secreto anoche á tu amo, no fué
\
I
208 SEGUNDA CELESTINA.
sino para decille mil males de tí, cuales
plega á Dios los digan de mí, haciéndole
saber quién eres, y cuánto mereces y te
deben por tu persona, y mas por el deseo
de su servicio, y con cuánta voluntad me
habías hablado en sus cosas. Y por mi vida,
que no le quise dejar ir hasta que perdiese
el enojo del murmurar en su presencia,
que no fué poco acaballo con él, según
estaba enojado de vosotros, y á la verdad
tenia mucha razón, y si viene á mano,
pensadas tú que lo apartaba yo para mi
provecho. Mas en fin, hijo, haga cada
uno lo que debe y diga quien quiera lo
que quisiere, que al cabo á Dios solo tengo
de dar la cuenta. Y toma, hijo Pandulfo,
de mí una cosa y con esta acabo : que la
mayor virtud y el mayor saber de todos
es, no decir á ninguno cosa de que le pese.
Porque el que las dice, créeme amigo, que
se ha de aparejar á oillas, porque ya sabes
hijo, que cuales palabras me dices, tal
corazón te tengo, porque por tu vida, que
al cabo del año, todos estamos en cuenta.
Yo me he tanto contigo alargado, porque
á la verdad téngote en el lugar que tu
madre, que haya buen siglo, te me dejó
encomendado en lugar de hijo, digo, y de
aquí adelante mucho más, y seamos bue¬
nos amigos, ya que no tenemos tentadas
SEGUNDA CELESTINA.
209
las espadas. Y agradésceme lo dicho, que
por tu vida, que si lo haces que mas te
valdrá que el pan que has de comer este
mes.
Pand. Madre, señora, téngote en mer¬
ced lo dicho, aunque cierto tú te enga¬
ñaste en lo de anoche , que por cierto, yo
te tengo en lugar de madre.
Cel. Hijo, yo lo creo, que tampoco no
lo digo tanto por mi, como para que no
te dañe la conversación de tu compañero;
pues sabes: que no con quien nasces sino
con quien pasees. Guárdate, hijo, de las
malas conversaciones, y llégate á los bue¬
nos y serás uno dellos. Y con esto te vé
con Dios y á tu amo di lo dicho.
Pand. Y tu, señora, con él quedes y la
señora Elida también.
Elic. Y tú vayas, señor Pandulfo.
Cel. ¿Paréscete, hija, si te dejo bien ras¬
cado aquel asno para hacelle sufrir el
albarda?
Elic. Ya lo vi madre, que espantada me
tienes de tu saber.
Cel. Pues á tí lo digo mi hijuela en¬
tiéndelo tú mi nuera, que no lo dijera yo
tanto por escantarle á él los oidos, como
para darte á tí consejo. Que en fin, bien
sé que has de venir á lo que vengo, que
la mocedad no ha de durar para siempre,
14
210
SEGUNDA CELESTINA.
y de estas cosas y de otras tales, ya sabes
que de los escarmentados salen los arte¬
ros; y también te quiero decir otra cosa:
ce, llégate acá. 4 ,
Elic. ¿Qué quieres, madre?
Cel. ¿Fuése ya Crito?
Elic. ¿Cuándo diablos se habia de ir?
antes está en el sobrado escondido.
Cel. Pues no le hables de aquí adelan¬
te sino fingiendo qué yo no lo sé. Ni me
pasa por pensamiento, y no digo mas á
él que á otro, porque ya sabes, que si por
camino de santidad novamos, que somos
ya tomadas con el hurto. Y desvíate allá,
y haré como que no sé que está acá.
¿Quién era aquel galan, Elida, que te ha¬
blaba denantes en el portal?
Elic. ¿No lo conociste que era Crito?
Cel. ¿Qué Crito, ni qué Crita? No me en¬
tre hombre en esta casa, que no vengo acá
al siglo para tornarápagar pecados ajenos.
Elic. ¿Y qué has tú visto, madre, para
decir eso?
Cel. Elicia, lo que he visto ó lo que no
he visto, esto mando yo y en mi casa se
ha de hacer lo que yo mando , y sino ahí
está la puerta, hija; que ya no me cum¬
plen á mí nada destas romerías: ya me
tienes entendida, porque á buen entende¬
dor pocas palabras.
SEGUNDA CELESTINA.
21 E
Elic. Por Dios, madre, yo no sé que has
visto tú en mí para que dijeses eso.
Cel. Déjate desas lágrimas, y lo dicho
dicho.
Elic. Madre, yo lo haré como lo man¬
das, y acaba por Dios, no des mas voces.
Cel. Aquí no hay voces ni hocicos, que
tú las dás, sino que yo quiero que Crito
ni Crita, ni Centurio ni otros tales, sino
fueren personas religiosas, no entren en
mi casa. Y de aquí adelante, cuentas se
han de hallar en mi casa, y no redomi-
llas ni badulacas; que las ruecas y los
husos quiero que nos sostengan para sos¬
tener mi honra; que al cabo, hija, mis
dos maravedís y mi cara sin vergüenza
quiero más, que provechos sin honra y con
pecado, que el mundo acábase presto y
escótase muy á la larga lo que dél se goza,
que yo te prometo, hija, que por él se
puede bien decir, que es carne de buytrera
que el que la come paga bien el escote.
Y mira en esa puerta, que quiero estrenar
este manto en ir á dar gracias á Dios, que
la primera jornada razón es de empleada
en él.
y
Elic. Al diablo la vieja; mejor fuera que
nunca Dios acá la tornára, si ella me ha
de querer poner tasa en lo que el rey no
la puso. ¿Oíste señor Crito, lo que ha
212
SEGUNDA CELESTINA.
dicho mi tia, de que te vió hablar conmi¬
go en el portal?
Crito. Ya lo vi, pese á tal con la puta
vieja, y cuán santa viene.
Elic. Ay, señor mió, es cosa que no se
puede pensar. Por tu vida, que cuando
entrares mires mucho que no te vea. Y
aun , por Dios, que creo que á vueltas de
su santidad, que mi tia está enojada de
otra cosa que yo me sé.
Crito. ¿De qué por mi vida, amores?
Elic. De no nada, que estoy burlando.
Crito. ¿Di, por mi vida?
Elic. Que por mi vida, no es nada.
Crito. Plega Dios, que yo muera mala
muerte, si tú no me lo dijeres.
Elic. Ay, Jesús, no digas tal cosa, mejor
lo haga Dios.
Crito . Hora, pues, dímelo.
Elic. Por Dios, que no lo quieras oir,
que he vergüenza.
Crito. Hora, dímelo, por mi vida.
Elic. Por Dios, señor, que la verdad es,
que anoche me preguntó si después de
su muerte si me habias dado mucho, y yo
dije que no me habias dado nada, y ella
díjome cosas del diablo y que no te viese
ella mas en esta casa.
Crito. Voto á la casa santa, que de ahí
debe de venir la tos á la gallina. Hora,
SEGUNDA CELESTINA. 213
pues, que eso yo lo remediaré, ¿y ves
aquí dos doblas?
Elic. Téngotelo en merced, señor. No
me las des, que yo no lo digo por eso,
sino porque creo que hace mucho esto á
su intención.
Crito. Por mi vida, que las has de to¬
mar, que bien veo que tiene la señora
Celestina razón.
Elic. Por Dios, por eso nó te lo queria
decir, porque luego vi que habías de pen¬
sar que porque me dieses algo lo decía;
porque en mi alma, que nunca te miré
por nada de esto, y no las tomára sino
por amansar á la vieja, que cree señor,
que así se huelga con dineros como si
viese á Dios.
Crito. Natural cosa de la vejez es co¬
dicia; y andacá, vamos á holgar un po¬
quito.
Elic. Ay señor, ¿y para qué es tanto
retozar? .
Crito. Señora, yo me quiero ir.
Elic. Ya me maravillaba de tu sufri¬
miento. Créeme, que es mala la mujer
que hace placer á hombre, que en ha¬
ciendo vuestra voluntad, luego no hay
quien os tenga. ¿Háte venido algún dolor
de estómago como el de la otra noche,
que por te ir de mí, fingiste?
214
SEGUNDA CELESTINA.
Crito. Hora, crée, que eres el diablo.
Voto á tal, no hay quien ose hablarte,
según hechas las cosas ála peor parte; no
lo haga, en mal hora, sino porque no
venga Celestina y no sea el diablo, ¿tú
no viste lo que te dijo?
Elic. Hora está un poco, que no vendrá
tan aina.
Crito. Pese á tal con ella, de escotar
habré el placer. ¡Qué pasatiempo para mí
estos amores! Estoy rabiando por me ir,
como un perro, y ella mucho besar.
Elic. ¿Qué dices entre dientes? Pues
mándote yo rabiar, que estas dos horas
no saldrás de aquí.
Crito. No digo, por Dios, sino que no
hay mujer que tenga seso. Qué vendrá tu
tia, que por lo demas, toda mi vida quer-
ria estar contigo.
Elic. ¿Pues por qué vuelves el rostro?
mal año para tí, que yo te sufra. Anda,
véte con Dios.
Crito. Por Dios, no me fuera sino por
lo que digo; y queda, mi alma, con Dios.
Voto á tal , que me paresce qne escapo de
la cárcel, que parecía que jamás había
de salir de allí. Yo te prometo que no
me tomes acá tan presto.
SEGUNDA CELESTINA.
2I5
ARGUMENTO DE LA VIGÉSIMA CENA.
Paltrana dice á Quincia que mire quién llama, y ella
dice que Celestina , y Polandria ruega que suba, y su¬
bida, hace grandes ofrecimientos vendiéndose por
santa; y después de la haber recebido , váse con Po¬
landria y Poncia al jardín, donde con gran cautela
descubre á Polandria su venida; y introdúcense.
PALTRANA.— QUINCIA. — CELESTINA. — POLAN-
DRIA. — PONCIA.
«
Palt. Quincia, mira quién llama á aque¬
lla puerta.
Qjuin. ¿Quién está ahí?
Cel. Hija, di á la señora que está aquí
una criada y servidora suya.
Quin. ¡Válala el diablo la vieja! Señora,
mala muerte me tome, si Celestina la
que resucitó no está allí.
Palt. Válame Dios, ¿y qué querrá?
Pol. Ay señora, por tu vida, que suba
y decirnos há algo del otro mundo, que
muero por vella que es maravilla.
Palt. Pues díle que suba.
Quin. Madre, que subáis.
Cel. Paz, salud, descanso sea en esta
casa.
Palt. Comadre honrada, para bien sea
2IÓ SEGUNDA CELESTINA.
tu venida, que Dios sabe el gozo que
en esta casa de tu resurrección se ha
tenido.
Cel. Señora, yo te beso las manos; y
por esa voluntad que yo siempre de tí co-
noscí, que como dicen, no hay corazón
engañado, ha sido esta ia primera visita¬
ción, que por tu vida, y así goces desta
hija honrada y la veas casada como de¬
seas y ella meresce (que sí verás) como
no he atravesado el umbral de mi casa
después que vine á este siglo, hasta que
vine aquí; y también, la verdad, porque
hablar claro Dios lo dijo, supe de tu en¬
fermedad, y parescióme causa que acres-
centaba en la obligación de visitarte pri¬
mero que á otra ninguna señora deste lu¬
gar, que á Dios gracias tengo hartas , no
porque yo lo meresca á Dios, mas por
su virtud.
Pon. Qué labia tiene la madre.
Pol. Calla, que estoy espantada, que
me parece que veo fantasma, según lo
que de su muerte ha poco que oí.
Palt. Vecina honrada, yo te agradezco
tu visitación; y huelgo, por cierto, con
ella.
Cel. Señora, bésote las manos; ¿mas
de qué es ese mal que te tiene en la cama
tan fatigada?
SEGUNDA CELESTINA.
21?
Palt. No sé, un lado es; unos me dicen
que es madre, otros ijada; mil cosas
me han hecho, y nada me aprovecha.
Cel. Doncella de oro, haced traer una
poca de lumbre, y calentaré las manos y
tentaré á su merced, que mal pecado, á
mí algo se me deben de entender destos
males.
Palt. Quincia, anda, trae aquí un bra-
serico con lumbre. Por cierto que huelgo,
vecina , de lo que dices , que en todo debes
de ser sabia.
Cel. Señora, mal pecado, la experien¬
cia me ha hecho maestra ; porque ya sabes
que no hay tal cirujano como el bien
acuchillado; que mas madres y ijadas he
tenido , por mis pecados , que años tengo
acuestas.
Pol. Hi, hi, hi.
Cel. ¿Ríeste de lo que digo, señora?
Pol. Rióme, madre, que fueras buena
para atún, según las ijadas que dices que
has tenido.
Cel. ¡Ay gesto de ángel! ¡con qué gra¬
cia lo dices! tal me vengan los años, cual
tú me paresces. Bendígala Dios, señor. ¿Y
qué mujer está? Espantada estoy, que me
paresce que aun ayer la vi nacer.
Palt. La mala yerba presto crece.
Cel. No se entenderá aquí eso; que
SEGUNDA CELESTINA.
2 18
por cierto, ni tiene ella cara ni presencia
para lo decir, ni poderse pensar.
Palt. Así quiera Dios, madre-
Cel. Sí querrá, señora, y aun por mi
vida, hija señora Polandria, que si me
tomaras en otro tiempo, que supiera yo
dar cuenta de otras curas para las mozas,
como sé para las viejas.
Pon. ¿Esas curas serian de amores,
madre?
Cel. Aquí parésceme que pueden decir:
que en casa del alboguero todos los son,
que también esta doncella es graciosa.
Hija, ya pasó ese tiempo , que moza fui
y vieja soy. Mal pecado, en mi tiempo
también á mí me miraban, mas mi amor,
las curas de rostro y cabellos manos son:
no lo eches tú á la peor parte. Más me
precio, hija, de dar consejos, que de tales
vencejos; de un rosario digo, hija, y sus
misterios, de una oración del Conde ó de
la Emparedada: esto te podré yo amos¬
trar, mi amor, si lo quieres aprender.
Pon. Por cierto, madre, nunca tuve
deseo de ser emparedada ; por tu vida, que
no me lo muestres.
Cel. He, he, he; bien parece que esta
doncella quiere gozar del mundo , como
quien viene agora á él.1 Hija, pues dem-
paredar hás tu voluntad para ir al cielo,
SEGUNDA CELESTINA.
2 19
que la via de la salvación estrecha es, y
fuerza padece. No podemos, mi amor,
en esta vida haciendo nuestra voluntad,
hacer la de Dios ; porque en todo contra¬
dice esta carne pecadora á lo que quiere
el espíritu, como lo sentía esto san Pablo
cuando decia: que sentia en sí otra ley
que repugnaba la ley de su espíritu , por
las inclinaciones naturales decia. Así que
mi fe, mi amor, en esta vida sembramos
con bien, mal pecado, con lágrimas, para
coger con gozo sí, á la fe. Y mírame tú,
hija, que á esto torné acá, que no á otras
liviandades. Bien sé, hija, que holgaras
tú más que te dijera que con ceniza de
sarmientos y cal, tanto de uno como de
otro, con cendra y orochico y alarguez,
se hace la buena legia para esponjar , y
que con solimán molido y cocido con un
limón, se hace buen badulaque para el
rostro; y con jabón raspado y nueve dias
en vinagre fuerte, se cura y mudan bien
las manos; con otras mil tarabusterias
que de aquí á mañana no acabaría de de¬
cir. Mas hija, lo que es bueno para el
bazo es malo para el hígado, para el alma
digo , que para esta se han de hacer las
verdaderas legias, con ceniza de dolor y
con agua de lágrimas de arrepentimien¬
to, con que se te hará en la gloria una
220
SEGUNDA CELESTINA-
crespina de oro que parezcas un ángel.
Pon. Más la quisiese agora acá, que
cuando vieja, madre, haria esa otra
legía.
Cel. Esta doncella, señora, á vieja
piensa llegar. ¡Ay hija, ay hija! ¿y no
sabes, mal pecado, que tan presto se va
el cordero como el carnero? ¿y qué segu¬
ro tienes de Dios , mi amor, para llegar
á vieja? Nunca, hija, en cuanto tengas con
que pagar tomes fiado , porque en fin es
más caro y por fuerza ha de llegar el
tiempo de la paga, y muchas veces al
tiempo de la paga no tenemos con qué
pagar, y hácennos esecucion por la paga,
y pénennos en la cárcel hasta pagar la
postrera blanca, como lo dice el Evange¬
lio; así que, hija, en cuanto tuvieres con
que pagar á Dios las mercedes que te dió
con darte sér y hermosura y gracia , y
sobre todo hacerte cristiana, no aguar¬
des á las veces, pues mi amor, no sabe¬
mos el dia ni la hora de la muerte sien¬
do cada dia más cierta y más natural hora
de morir que no de vivir.
Palt. Ay comadre honrada, qué gozo
es de oirte hablar en las cosas de Dios;
bien me lo habian á mí dicho que venias
una santa.
Cel. Señora, Dios es santo, que yo
SEGUNDA CELESTINA.
221
pecadora á él me siento é indigna de ser
suya y llamarme tal.
Palt. Ay tia, por tu fe, que me visites
mucho, para dar ejemplo á esta hija.
Cel . Señora, como á mis entrañas, que
no vengo á otra cosa.
Quin. Señora, he aquí la lumbre.
Palt. ¡Mas no debieras hoy venir acá!
i para enviar por la muerte eras buena!
Aunque así goce yo, que me estuviera
boquiabierta oyéndote, madre, de aquí á
mañana , que casi sin dolor he estado con
oirte.
Cel. Hora señora, dejemos uno y to¬
memos otro, que como dice el proverbio:
cada cosa en su tiempo, y nabos en ad¬
viento. Ponte despaldas y tentarte hé, y
bendecirte hé; que yo espero en Dios, que
ántes de mañana quedes sin dolor que
sabida la causa luego será remediada,
que como dicen : quita la causa y quito
el pecado.
Palt. Ya estoy como mandas, madre.
Cel. ¿Es aquí, ó aquí?
Palt. Ahí es, ahí, ahí, donde tienes
agora la mano.
Cel. Bendígate Dios tal cuerpo, seño¬
ra; por cierto, la señora Polandria con
su niñez, no puede tener mejor barriga
y pechos que tienes.
222 SEGUNDA CELESTINA.
Palt. Ay madre, no digas eso; ¿qué
hicieres si me los vieras hoy há veinte
años?
Cel. A osadas, señora, que no tienes
necesidad de decillo, que por lo presente
se parece bien lo pasado; y por cierto,
que no sé qué mejor puede ser que es.
Palt. Ay tia, ¿y para qué dices eso?
verdad es que para haber parido bien
pienso que no habrá otra que me haga
ventaja; mas en fin, diferencia hay de
cuando era moza.
Pol. Por Dios, madre, pues si vieras á
mi señora lavar las piernas este otro dia,
que te maravillaras de cuán buenas y
blancas las tiene; pues una lisura tienen
que no es sino gloria traer las manos
por ellas.
Cel. A osadas, hija señora, que no
tiene necesidad de me lo decir, que por
el hilo saco yo bien el ovillo.
Palt. Ay dolor, madre, del hilo y aun
del ovillo; di lo que te paresce de mi mal
y déjate agora de eso, que ni va ya nada
en que sea bueno ni lo deje de ser, que
ya pasó su tiempo.
Cel. Señora, esto más me parece ijada
que no madre; lo que has de hacer es
que tú , hija , mi amor, ¿ cómo es tu gracia?
Qitin. Quincia.
i
SEGUNDA CELESTINA.
223
Cel. Pues Quincia, mi amor, tomarás
y harás un saquito tan largo como la
ijada, y enchillo hás de flor de saugo; y
sin calentar, sino lo quisieres calentar, y
pónlo en la ijada; y tú, señora, échate
sobre el lado, y tú me nombrarás; y si
el saugo no se puede haber verde , que no
habrá, que no es tiempo, sea la flor del
seco, aunque mejor fuera verde; y si esto
no aprovechare, yo tornaré, que no fal¬
tarán otras cosas, aun questa es muy
singular. Ya que te tengo dicho lo que
conviene para tu mal , á mi señora Polan-
dria quiero decir ciertas veras en pago
de las burlas que ella me ha dicho.
Palt. Deso holgaré yo , por cierto; y tú,
hija, toma contigo á la madre y llévala
al jardin, que por ventura habrá algunos
higos ó granadas y desenhadar se há.
Cel. Esto es lo que yo deseaba.
Palt. ¿Qué dices, tia?
Cel. Señora, que no tengo de cosa más
deseo que de eso , especial con tal com¬
pañía.
Pol. Tia, señora, andacá.
Palt. Poncia, vé tú con ellas.
Cel. Por cierto fresco y deleitoso lugar
es este; no paresce sino paraíso.
Pol. Madre ¿en el otro mundo mejores
jardines habrá?
22 4 SEGUNDA CELESTINA.
Cel. Hija señora, hay tantas cosas, que
no se pueden decir ni contar.
Pon. Madre, por tu fe, ¿viste allá á
Melibea?
Cel. Ya hija, me han preguntado esa
miseria otra vez. Mi amor, no se pueden
decir esos secretos, bástete saber que fué
homicida de sí misma.
Pol. Ay Jesús, ¿para qué preguntas
esas boberias?
%
Pon. Por Dios, señora, que te quería
á tí ver preguntar , para ver qué pre¬
guntarías.
Pol. A lo ménos no preguntaría yo bo-
berías como tú.
Cel. Déjala, señora, que es moza, y
los niños todos quieren saber, y aquello
ante es buena señal cierto, de querer sa¬
ber para cuando vieja; porque de bueyci-
11o verás con qué buey aras.
Pon. Tia, señora, quien pregunta no
yerra.
Cel. No por cierto hija. Mas dejando
las burlas y tornando á las veras, yo se
de tí, señora Polandria, cosa que pensa¬
rás tú que ninguno no las puede saber;
y aun de tí, Poncia hija, también.
Pol. Ay tia, ¿dime eso por tu vida?
Pon. ¿Y á mi madre, señora?así Dios te
deje acabar en su servicio.
SEGUNDA CELESTINA. 225
Cel. A tí, hija Ponda, yo te haré rabiar.
¿Por qué mofabas de mí delante tu señora?
tú, boba, ¿piensas que con los dias he
perdido el seso?
Pon. Ay tia no digas eso , que por
Dios, no burlaba y que me corro en que
me digas tal cosa, que no soy tan mal
criada.
Cel. Hija, mi amor, burlando estoy
contigo, que no sé tan poco del mundo
que no sé cuáles son burlas y cuáles son
veras. Agora quiero hablar á la señora
Polandria, otro dia será para tí; y entre
tanto, mi amor, encubre esas guedejas
que traes de fuera y ponte más honesta
para que mis palabras puedan llover so¬
bre mojado, porque ya sabes que cuando
la tierra está muy seca, que todas las
gotas se tornan sapos, como acaece en
las reprensiones cuando no se dispone la
parte con humildad á recibillas.
Pon. Madre, pues me predicas tú á mí,
queria que quitases primero la viga que
me vieses la mota.
Cel. He, he, he; ay hija, por esta
guarnición del manto debes de decir.
Pon. A la fe, no lo digo por otra cosa.
Porque á la verdad, ya tu edad no lo
demanda , como la mia no deja de pedir
lo que tú me reprendes.
i5
220
SEGUNDA CELESTINA.
Cel. Ay hija, por tí se puede decir:
dígole un duelo y díceme ciento. Poco
has leido donde yo: nunca juzgues la toca
por la lista; no sabes tú, mi amor, cuán
reprendida es la hipocresía entre los jus¬
tos, y que la palabra divina manda que
nos untemos y lavemos las cabezas cuan¬
do ayunáremos, por no parescer á los hi¬
pócritas tristes, que hacen uno y mues¬
tran otro, quiere decir. Y así, mi amor,
con ruin saya, trayo buen manto, y no
todo bueno, porque los extremos siempre
son viciosos ; y por eso yo, hija , me pongo
en el medio, y aun porque dice el sabio:
que en el medio consiste la virtud. Mas
paréscete si otra tacha me supieras, tam¬
bién me la dijeras. Ay hija, hija, bien pa-
resces que aun agora vienes al mundo.
Pon. Madre, aun porque yo vengo á él
y tú sales, me parescen bien las guedejas
de fuera á mí y á tí mal el manto con
lista.
i
Cel. Ay hija, por tí me paresce que se
podrá decir: pregonar en balde; y por
tanto, acá lo quiero haber con mi señora
Polandria; y tú perdona un poco, que no
quiero que oyas lo que digo, pues tam¬
poco te conviertes.
Pon. Madre, yo soy un poco sospecho¬
sa; no me parescen bien esos secretos.
SEGUNDA CELESTINA. 227
r
Cel. Pues en mi alma, que no oyas
nada, porque quedes con esa sospecha; y
andacá, señora. ¡Ay señora Polandria, y
qué perla de doncella tienes aquí ! en mi
alma, no es sino gloria departir con ella.
¿Pues es verdad que es fea , ya que la hizo
Dios graciosa?
Pon. Qué palabras tiene la puta vieja;
agora te creo ménos, hace que habla se¬
creto, de manera que lo oya para enla¬
biarme.
Pol. Pues madre, más de verdad dirias
eso si conoscieses su condición, que no
es sino como un ángel en tratar con ella,
que nunca mentira ni decir mal de otro
en su boca oí; pues secreto, yo te certifi¬
co que puedes bien decir delante della
cualquiera cosa y dormir á sueño suelto.
Cel. Mucho huelgo , mi amor, que ten¬
gas tal compañía. Y tornando á lo que te
quiero decir, el caso es, señora, que
según tu linaje, discreción, saber y cor¬
dura, escusado era tomar yo este trabajo;
mas hija, para que sepas lo que yo sé
y deseo saber en tu servicio, te quiero
avisar de lo que creo que tú estarás avi¬
sada; y esto en confesión, que no quiero
que sean para mi daño, pues yo lo digo
por tu provecho.
Pol. Tia, bien puedes decir lo que
228 SEGUNDA CELESTINA *
/ ->* -
quisieres, que á buen seguro lo dejarás
en mi secreto.
Cel. ¡Oh ángel de oro, oh perla precio¬
sa! con qué gracia lo dices; así lo creo yo
por cierto, mas mira señora, descuídanse
las personas, y suéltase alguna palabra
que no podria hacerse carne , que podría
costarme la vida digo, y baste habella
perdido una vez por Calixto sin culpa,
no querría perdella otra vez por Felides,
que pienso que no me costaría ménos el
consejo que te quiero dar, si él lo supie¬
se , y por eso te dije lo que te dije.
Pol. Por cierto, madre, que con las
postreras palabras me hís asosegada de
alteración, que de las primeras con nom¬
brarme ese loco me pusiste. Sobre tal
prenda bien puedes decir lo que qui¬
sieres.
Cel. Señora, conociendo mi autoridad,
y habiendo oido mis palabras, no sé qué
alteración te podía poner ninguna cosa
de mi boca, hasta saber el fin; y para
que más crédito desto tengas, yo he al¬
canzado por mis artes, después que te vi;
que este caballero anda loco perdido por
tus amores, hecho otro Calixto, y peor;
y no es nada la pena que tú puedes saber
ni él puede decir con la que pasa, que es
tanta, que no me maravillo sino como no
SEGUNDA CELESTINA.
229
pierde la vida junto con el seso; y no lo
puedo yo encarecer, que no compra ba¬
rato cuanto a él le cuestan caro tus
amores.
PoL A buena fe, tía, que si acabas
como has encomenzado, que no deje de
pensar que te ha dado dineros aquel loco,
por tercera; mas con las palabras que
me dijiste, me quiero asosegar hasta aca¬
barte de oir.
Cel. Oh, cómo me huelgo, hija señora,
de verte con esas alteraciones y azora-
mientos , que á buena fe, no me tengas
por tan necia que tan secamente te dije¬
ra lo dicho, sino fuera para tocar el oro
de tus quilates. Porque la virtud, con su
contrario se ha de experimentar; y en la
tentación se esmera la bondad de la pól¬
vora: hija, hasta que le toca el fuego,
no se conosce su virtud. ¡Quien te vió tan
mansa! ¡quien te ve agora tan zahareña y
alterada! Pues tal parezca yo ante Dios,
como eso me paresce, y tal sea mi vejez,
como eso me contenta; y con seguridad
que el fin de mi consejo, es muy contra¬
rio de lo que hasta aquí ha parecido,
quiero pasar adelante y digo: que juzgué
lo que tengo dicho de aquel caballero,
porque por mis artes hallo que por tu
causa ni come, ni duerme, ni vela, se-
I
i
23O SEGUNDA CELESTINA.
gun está adormido en pensarte; ni oye, y
por cierto que está tal, que pienso que
ya ni ve ni palpa. ¿Para qué si piensas,
señora, te tengo dicho todo esto?
Pol. No sé, por cierto, tú lo dirás.
Cel. Pues oye, que sí diré: la razón,
señora, es que eres mujer y no de hierro
ni de piedra, sino de la natural condición
de las mujeres, piadosa quiero decir, y
sabiendo lo que te tengo dicho de aquel
caballero, como sé que mucha parte sa¬
bes, tengo temor que con mensajes y
burlas de enamorados no acaezca lo que
Dios no quiera, pues sabes que la estopa
no está segura en burlas con los tizones;
que te guardes y santigües con la mano
derecha, quiero decir, y si hasta aquí le
has dado alguna lisonja de favor con la
izquierda, que no puede ser ménos en
tales burlas, que no lo sepa la tu dere¬
cha ; pues sabes que la honra de las mu¬
jeres no está en más de la común opi¬
nión. Esto es lo que te quiero decir, de
lo que te quiero avisar, y lo que te quie¬
ro aconsejar, y la merced que quiero des-
to recibir, es que recibas en servicio mis
palabras.
Pol Por cierto, madre, yo te agradez¬
co lo dicho mucho, y conozco el cargo
en que te soy, puesto caso que yo estoy
1
SEGUNDA CELESTINA. 23 I
bien salteada de las "liviandades de aquel
loco; y pues todo lo sabes, no es razón
de encobrirte cosa que á la verdad no ha
dejado de hacer algunas muestras de sus
liviandades, y aun una carta pienso que
suya halló una moza de aquí de casa; que
por tu vida, que no la viera sino fuera
por importunidad de aquella doncella,
para pasar tiempo con sus importuni¬
dades.
Cel. Pues más que eso sé yo, mas no
te lo quiero decir, pues te • haces tan
santa.
Pol. Di, por tu vida, madre.
Cel. ¿Dasme licencia?
Pol. Sí, par Dios.
Cel. Hora, que no te lo quiero decir,
que te enojarás.
Pol. Par Dios, que no enojaré.
Cel. Pues si acertare no me has de en-
cobrir la verdad.
Pol. Par Dios, si diré.
Cel. Pues en mi alma, que yo sé no lo
quieres mal, y no me maravillo, porque
un hombre que en disposición no tiene
par, y en gracia no es nascido otro; des¬
pués deso un Alexandre en franqueza, y
un Héctor en fortaleza, ¡mi padre si se
querrá mal! que no es posible; mas aquí
se gana, hija, la honra queriéndole bien,
SEGUNDA CELESTINA.
y queriéndote á tí mal; contradiciendo tu
voluntad para estar más en tu honra,
quiero decir, que queriéndole mal, ni
grado ni gracias. ¿He acertado, por mi
vida? ¿ríeste, señora? di la verdad; no
hayas vergüenza.
Pol. Par Dios, madre, no le quiero
mal, ¿para qué es sino decir la verdad?
Mas así lo quiero bien con que no me
quiera mal.
Cel. Tal sea mi vida, y tal sea mi vejez,
y tal sea mi alma, como eso me conten¬
tado há. Pues otra cosa, señora, se me
olvidaba de que debes tener aviso mucho.
Pol. ¿Qué, madre?
Cel. Que te guardes del diablo, seño¬
ra, y por los ojos que en la cara tienes,
que no le oyas tañer, ni cantar, que en
mi alma, una gracia tiene en hacello, que -
pienso que no hay piedra imán que á sí
traiga el acero, como con su voz los co¬
razones de las mujeres llama; y con este
aviso nos vamos, que es ya hora, señora,
que comas.
Pol. Tia, así es bien; mas por mi vida,
¿habíate, dicho algo en esto aquel caba¬
llero?
Cel. No me parece mala señal esta,
pues no quiere dejar la plática.
Pol. ¿Qué dices, madre?
SEGUNDA CELESTINA.
233
Cel. Jesús, señora, y si me lo dijera
¿habíatelo yo de decir? no, en mal hora,
sino que yo lo sé, y como tu servidora te
aviso. Y vámonos, y esto baste.
Pol. Tia vamos; mas mira, por tu fe,
que no digas nada á aquel caballero desto
que ha pasado.
Cel. ¡Ay señora , y cuán mal me tienes
conocida,! ¿No sabes que cuando tú nas-
ciste tenia yo mudados los dientes y aun
caidas las muelas? ¿por qué me avisas?
llama á tu doncella, que estará la señora
Paltrana sola.
Pol. Poncia , ven acá , que nos quere¬
mos ya ir.
Pon. Buen disimular es ese, señora.
Cel. Calla hija, que á tí te verná tu
Sant Martin otro dia, y andacá. Señora
Paltrana, Dios te agradezca la merced
que hoy me has hecho en la compañía
que me diste, con el deleitoso lugar donde
hemos estado. Dios quede contigo y con
la señora tu hija, y si fuere menester
para tu dolor, yo volveré.
Pal. Madre, yo te lo agradezco y aun¬
que no sea menester, no nos olvides.
Cel. Eso yo lo llevo á cargo, que no
he rescibido mercedes para olvidar esta
casa. Señora mia Polandria, mira que te
digo dos palabras.
SEGUNDA CELESTINA.
234
Pol. ¿Qué madre?
Cel. Que después acá he pensado en lo
que te dije, y llevo un escrúpulo, y por
descargo de mi conciencia por no ser
encargo de su muerte, ni que lo seas
desesperándolo del todo, que no será malo
mostralle algún favor, cuando pasare por
la calle y le vieres; porque hija: bien¬
aventurados son los misericordiosos, por
cuanto ellos alcanzarán misericordia; la
cual no lo sería si de todo punto lo des¬
favoreciésemos, si á nuestra causa enlo¬
queciese ó muriese; bien me tienes en¬
tendida.
Pol. Muy bien.
Cel . Pues con esto me voy, y Dios
quede contigo.
Pol. Y contigo vaya, madre.
SEGUNDA CELESTINA.
2.3 5
%
ARGUMENTO DE LA VIGÉSIMA PRIMERA CENA.
Celestina va á Sant Martin, y dice á Felides que tiene
ganado de Polandria que le muestre favores de aquí
adelante ; y él le da treinta ducados, y se va; y él que¬
da con Pandulfo y con Sigeril , pasando burlas y en¬
cubriéndose de su hecho ; y introdúcense.
CELESTINA. — FELIDES. — PANDULFO. — SIGERIL.
Cel. ¡Oh hermosa astucia! ¡Oh linda
cautela! ¡Oh maravillosa burla! ¿Quién
como yo, supiera rodear tan bien y tan
sin sospecha este negocio? Y cómo le hice
entender lo que me complia, vendiéndo¬
selo por su provecho, siendo en su daño
y mi provecho. Yo me quiero ir por casa
de Felides, y por ventura veré alguno
de sus criados para que le diga que me
conviene hablalle. Bien se me ordenará;
irme hé á Sant Martin para le hablar.
Fel. Vélame Dios, aquella me paresce
á Celestina. Si, es ella; ellaes,^por nues¬
tro Señor; ¿quién diablos la trujo por
acá con tanta priesa? De ojo me hace;
algo de bueno debe haber; en Sant Martin
se mete ; ir quiero allá. Mozos , tenedme
guisado de comer, en cuanto llego aquí
á Sant Martin á rezar ciertas devociones.
236 SEGUNDA CELESTINA.
< • '
Oh madre y todo mi bien, ¿qué buena
venida es esta? que por Dios, cuando vi
asomar tan reverenda persona por la calle,
sin conocerte, un sobresalto me dió el
corazón , y no debe de ser sin causa, que
mi alma y tu gesto conforman con mi
sospecha.
Cel. Por cierto, señor Felides, con toda
tu hacienda no me pagases, si con la obli¬
gación del amor no supliese la paga; no
lo que por tí he hecho, mas la cautela y
arte que tuve para lo hacer.
Fel. Díme señora y madre mia, lo que
es, que no quiero yo que el amor excuse
la paga de tu trabajo. Porque así como
tú lo debes al amor que me tienes lo que
haces, debo yo la paga á la obligación de
quien soy.
Cel. Hijo señor, tú dices como quien
eres , que las mercedes más acatamiento
han de tener á quien las hace que á quien
las rescibe, como pues, lo sintió aquel
rey Alexandre, ejemplo de liberales, cuan¬
do pidiéndole un pobre miserable limos¬
na, le dió una ciudad. Así que, hijo,
parésceme que ya yo puedo aprender de
tu saber , por cierto, según sabes todos
los términos de fortaleza , que pienso que
sabes de coro todas las obras de Aristó¬
teles, y en más tengo sabellas ejercitar
I
SEGUNDA CELESTINA. 1^"¡
que hacer; porque hijo, no es sabio el
que mucho sabe, mas el que obra como
sabio. Así que de hoy más , yo quiero
dejar para tí el obrar y para mí el hacer;
pues todos de tí podemos aprender. Ya
voy, por Dios dalle gracias porque tal
saber y juicio te dió en tan poca edad,
donde pocas veces sin experiencia y ma¬
dura edad se halla decir y hacer, pues
como dice el proverbio : que es para bue¬
nos; y así me paresce por cierto á mí,
pues en tí se conoce la experiencia; y
pues tan bien tienes sabidos los términos
de la liberalidad, yo me puse á decir lo
que no sabes de lo que yo sé que traigo
hecho en tu servicio.
Fel. Di madre, que con deseo de oirte
no tengo entendidas tus razones.
Cel. Buen disimular es ese, aun pesaria
al diablo si hubiese sido vana mi retórica.
Fel. ¿Qué dices, señora?
Cel. Hijo, que alabando tu liberalidad y
saber, hacella conforme á quien la haces
y no á quien se hace, dijiste; he estado
encareciendo y autorizando lo que se debe
loar, pues yo, mal pecado, no tengo
fuerza para más, y como estás trasporta¬
do en tus pensamientos, y con razón en
verdad, no me has entendido y si servido
eres, yo te tornaré á referir mi oración.
238 SEGUNDA CELESTINA.
Fel. Madre, yo te tengo entendida; que
burlando te lo dije, para que me dijeses
con brevedad lo que deseo ; que como tus
palabras no sean locas , cree , que no se¬
rán mis orejas sordas.
Cel. Así lo creo yo, señor; que como en
todo eres fuerte que sojuzgarás tu volun¬
tad y te vencerás, pues esta es la mejor
fortaleza de todas, como tú mejor sabes;
y dejando esto por concluido, yo fui en
casa de su madre de Polandria.
Fel. ¿Qué fuiste, madre?
Cel. A la fé, que fui yo y no otra.
Fel. Ven acá, que te quiero abrazar
mil veces, que con tal entrada no pueda
haber mala salida.
Cel. Señor, pues no me abrazes tanto
ni me beses los carrillos, que mal pecado,
ya sabes cuán peligroso es el pajar viejo
cuando se enciende, especial si el fuego
es grande como el de tu hermosura.
Fel. Madre, por me reprender que no
te beso las manos por tan gran merced,
creo dices eso, y tienes razón, y dámelas
acá y besártelas hé.
Cel. Esas aguardo yo para besar á tí
por las mercedes que espero, y no me
atajes hasta el cabo, que has de saber que
hallé á su madre Paltrana, mala en la
cama; y como dice el proverbio, con lo
I
I
SEGUNDA CELESTINA. 239
que Sancho adolece, Domingo y Martin
sanan; que quiere decir, que con su mal
alcanzamos tú y yo el principio de la sa¬
lud, porque has de saber que me hice fí¬
sica y me aproveché de mi saber, porque
como sabes cuando fueres á Roma vive
como romano; ya tentéle los pechos y la
barriga y allá le hice entender que los
tenia mejores que su hija , que no lo puedo
más encarecer, teniéndolos mas flojos que
dos madejas sin cuenda, y la barriga como
un reclamo ; mas desnudéme de verdad
por vestirla de lisonja para ganalle la boca
y ponelle freno con que le hice hacer cor¬
vetas. Y sobre esto fué la segunda parte
de mi sermón, todo de santa doctrina
pregonando vino y vendiendo vinagre, de
suerte que por gran privada suya, mandó
á su hija y á su doncella que me llevasen
al jardin á recrear y comer fruta y sobre
tan buena comida, ya tu. puedes saber si
seria sabrosa la fruta.
Fel. ¡Oh, singular mujer ! ¡Oh, astuta y
sabia cautela! No me digas mas, que per¬
deré el seso con oirte.
Cel. Bien librada estaba yo, si tú no lo
tuvieses ya perdido.
Fel. ¿Qué dices madre? no hables paso
que con trompetas queria que se prego¬
nasen tan gloriosas nuevas.
240 SEGUNDA CELESTINA.
Cel. No digo, señor, sino que no fue
mi tiempo perdido, que supe así rodear
mis lisonjas con la doncella suya que á la
verdad, es graciosa y hermosa, que la
hice pasear y quedéme con Polandria sola.
Fel. ¿Qué me dices? que sola la tuviste,
¿es posible?
Cel . Alacé sola, y díjele tales razones
con que por evitar prolejidad, queda de
suerte que temo será de hoy más otro
rostro y favor que hasta aquí. Mira si es
harto para la primera vez.
Fel. ¿Qué paga? yo no tengo con que
te pagar tan gran bien y por tu vida,
madre, que no me hables en prolejidad en
cosa de mi señora, sino que me lo cuentes
todo por extenso lo que con ella pasaste.
Cel. El harto del ayuno no tiene cui¬
dado ninguno. Caro me costaría á mí tanta
prolejidad.
Fel. ¿Qué dices, señora?
Cel. Señor, que no quieras por agora
saber mas , porque hasta llegar á este fin
todo fué rigor para contigo. Bástete saber
que el fin fué bueno, que es hora de tor¬
nar á mi casa , que tengo como te dije,
ganado nuevo y malo de guardar; que yo
tornaré allá muchas veces como está acor¬
dado y otras veces nos veremos y no lo
quieras todo junto. Y la verdad es hora de
SEGUNDA CELESTINA. v 24 1
comer, y mal pecado, cuando fuere á casa
si viene á mano, no habrá que comer ni
cuidado de se haber traido.
Fel. Qué ¿Háte de faltar de comer ago¬
ra ni en toda tu vida? Pues para ese so¬
bresalto envia por ración cada dia á mi
casa.
Cel. Señor, bésote las manos por la
merced, y mejor seria secretamente que
me la hagas en dineros, porque no bar¬
runten en casa de Polandria, ni tus cria¬
dos menos, no hayamos de reñir sobre
partir la ganancia, como con los mozos
de Calixto dicen que me acaeció, cuando
me costó no menos que la vida.
Fel. Muy bien dices, madre, y así se
hará, y quiero ver si tengo aquí algo en
esta bolsa que para jugar traigo. Ello es
poco, mas como por señal lleva esas trein¬
ta doblas; y el casamiento de tu criada
no se deje de buscar marido, y tenlo por
cierto.
Cel. Señor, por señal y por paga la re¬
cibo yo esta merced y bien me parece que
oiste el ejemplo de Alexandre.
Fel. Madre, no hables en eso que me
corro , que tú verás lo que yo haré ade¬
lante, y acaba tu razón.
Cel. Señor, por mi vida, que hasta
traerte mejores nuevas se quede; y báste-
16
242 SEGUNDA CELESTINA.
te que por las obras quiero que me co¬
nozcas que yo soy muy enemiga de pala¬
bras, y ellas sean testigos de mis servicios
y tus mercedes. Y no gastemos tanto
tiempo juntos, que despertemos al que
duerme, pues que sabes que quien no ase¬
gura no prende. Déjame tú errar ó acer¬
tar esta tela que tengo tramada, y en¬
gáñate por mí, que á osadas que no te
engañes.
Fel. Madre, hágase como tú mandas y
abrázame, y Dios vaya contigo, que no
te quiero ser mas enojoso.
Cel. Y quede contigo, y pásame por
la puerta esta tarde muy gentil hombre
cual yo te pinté y tú lo eres, que no puse
nada de mi casa.
Fel. Déjame el cargo, y yo me voy.
¡Oh, bien aventurado Felides! ¡Oh, exce¬
lente mujer Celestina! ¡Oh gozo tan gran¬
de que temo con él no perder el seso, y
olvidar con perderlo lo que gané en habe-
lle perdido! Mozos, mozos.
Sig. Señor.
Fel. ¿Comeremos ya?
Sig. ¡A buena hora, par Dios, señor!
Por nuestro señor, que están tan secos los
capones , y que pienso que no están para
comer según ha tardado.
Fel. ¿Qué hora es?
SEGUNDA CELESTINA.
*43
Sig. Señor, la una es dada.
Fel. Válame Dios, no sé como me he
descuidado, hora pues, sus, comamos: que
el mejor comer y la mejor hora, es cuan¬
do hombre lo há gana.
Sig. ¿Y cuándo los otros la tienen per¬
dida ?
Fel. Qué necedad, ¿tengo yo de comer
por tu voluntad ó por la mia? Llámame
acá á Pandulfo.
Pañi. Señor ¿y no me ves?
Fel. Por nuestro señor, no te vía. ¿Pues,
tenemos mas de lo pasado?
Pañi. Con los nuevos terceros los vie¬
jos se te han olvidado; pues voto á tal,
que yo aun parte tengo en el concierto.
Fel. ¡Como que te olvidare por cierto,
Pandulfo! Tal no haré yo, ni aun tengo
olvidadas las razones que me avisaste
para escribir.
Pañi. Pues búrlate tú señor, que yo te
prometo que rio yerres si tomares mi
consejo.
Fel. Yo te prometo que si otra carta
escribo, que yo te la encomiende á tí y
para en señal de lo que te tengo de dar,
toma esa pechuga de capón, y dale tú
Sigeril, una vez de vino con mi copa y de
mi vino.
Pañi. Quieres decir, señor, que sobre
*44
SEGUNDA CELESTINA.
el buen comer el ajo; pues déjame el
cargo que por tu vida, que yo te haga que
mientes y aun me ayunes la víspera,
mejor que la de santa Celestina, libéranos
domine, y qué tú me digas alguna vez: te
rogamos audi nos.
Fel. ¿Pasas por la santidad de aquella
buena mujer?
Parid. Buen disimular es ese.
Fel. ¿Qué dices?
Pand. Digo, señor, que á otro perro
con ese hueso.
Fel. ¡Cómo eres malicioso!
Pand. Lo que con los ojos veo, con los
dedos lo adevino, ¿para qué es eso señor?
á perro viejo nunca le digas cuz, cuz.
Fel. ¿Por qué dices eso? mira no digan
por tí y mí, que escudero pobre rapaz
adevino.
Pand. Yo, señor, me lo querria ser;
mas mal pecado, ya tengo edad para sa¬
ber yo cuántas son cinco. Mas paréceme
que no sin causa fui contigo, cedazuelo
nuevo tres dias en estaca, ya me traes
sin tocinos y sin estacas, que no te acuer¬
das si soy nacido, y teniéndome delante
preguntas por mí, y así la realez de las
cosas es madre de admiración, salvo
si te quieres tornar beato con las predi¬
caciones de Celestina , y si te ha tomado
SEGUNDA CELESTINA. 245
por testigo de abono para canonizaba
por santa. Y á buen entendedor pocas
palabras; y no me tengas, señor, por
bobo, que yo te entiendo y tú me entien¬
des ; mas ya sabes que no hay peor sordo
quel que no quiere oir. Mas refrán viej o es,
que de fuera venga quien de casa nos eche.
Fel. Deso estarás tú seguro, que á buen
sueño suelto puedes dormir, y yo con
descuidarme con el cuidado que del mió
has tomado. Y con esto, alza esta mesa,
que yo me voy á reposar ; y para después
á la tarde, aderézame el caballo overo
con un jaez blanco. Y tú, Sigeril, aparéja¬
me el vestido frisado acuchillado sobre
tela de oro, que quiero dar una vuelta.
Pand. Alguna buena nueva hay.
Fel. ¿Qué dices, Pandulfo?
Pand. Digo, señor, que no hay vuelta
sin revuelta. Que la revuelta que contigo
traes, te hace dar estas vueltas; y tantas
daremos á la noria, que salgan llenos los
arcaduces.
Fel. Así plega á Dios, y quédate con él,
que me voy á reposar. Y dame aquella
vihuela y diré un villancico que hice esta
noche.
Sig. Señor, héla aquí.
Fel. Pues oye.
246
SEGUNDA CELESTINA
VILLANCICO.
Llorareis mis ojos tristes
Vuestro mal , no por cruel ,
Mas por la tardanza dél.
Sig. Singular es, par Dios, señor.
Fel. Pues oye las coplas.
Llorad del mal que perdistes ,
Y no se puede cobrar,
' El tiempo que sin penar
Por amores estuvistes:
Y vereis sino lo vistes,
Que en mi mal no hay mal por él.
Sino es la tardanza dél.
Sig. Oh, que apropósito del villancico
es l,a copla.
Fel. Oye.
El tiempo que no gastastes
En servir á quien servistes,
Todo aquel tiempo perdistes,
Cuando en servilla ganasfes;
Pues que perdistes aquel
Que no penastes en él.
•
Sig. Más perdido es, señor, el que
dejas de trovar, pues también lo sabes
hacer.
Fel. Hora oye y calla.
SEGUNDA CELESTINA.
247.
No hallo tiempo ganado,
Sino es el tiempo servido ,
Que lo más todo ha pasado ,
Sin pasar, pues es perdido ,
Sin vivir habéis vivido
Todo el tiempo que con él ,
Vivistes sin pena en él.
t
Y toma allá esta vihuela, que me entris¬
tece la música más de lo que yo estoy, y
véte.
\
Sig. Par Dios, señor, de aquí á maña¬
na me estuviera oyéndote. Mas bien es
que descanses, y yo me voy.
248
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA VIGÉSIMA SEGUNDA CENA:
Celestina va á su c_asa y muestra á Elicia las doblas. Y
en esto Palana llama á la puerta; y sobre celos de
Pandulfo, deshónranse todas tres, y dánle de chapi-
nazos y de palos con una rueca, y los vecinos las des¬
parten, y ellas se van á un monesterio; y intro-
dúcense.
CELESTINA. — ELICIA. — PALANA. — VECINAS.
Cel. Ta, ta.
Elic. ¿Quién está ahí?
Cel. Abre hija Elicia, que yo soy.
Elic. Par Dios, madre, á buena hora
vienes; mas nunca debieres, par Dios,
venir acá, que en mi alma, transida de
hambre estoy.
Cel. Ay hija, poco cuidado tienes de
lo que yo iba para quien le cumple. ¿Pa-
réscete hija, que es cara tardanza la que
nos ha dado treinta piezas de oro después
que de aquí salí? tú no miras á mañana;
sabe hija, que no he andado holgando, ni
eres más de hueso y carne que yo lo soy.
Elic. Ay tia, señora, ¿y dónde hubiste
tanto bien?
Cel. A la fe , hija, de mi oficio, y no
aprendas, y ándate ahí con tu Grito acucs-
' - SEGUNDA CELESTINA. 249
tas, que al cabo de diez años te da dos
doblas.
Elic. Hora tia, comamos, y déjate de
eso; que ya sabes que nunca fui aficionada
á ese oficio, sino á ganar dos doblas, y co¬
mellas con uno ó con dos amigos, á mi
contentamiento.
Cel. Hora hija, pasarse há la mocedad,
y cuando viniere el tiempo que des los
cañibetes, entonces tú te acordarás de mí;
mas dejemos esto y comamos, que tran¬
sida vengo de sed.
Elic. Madre, como dicen bebe á cor¬
tesía, que no has comido bocado y has
bebido tres veces.
Cel. Hija, por tu vida, que no me estés
contando las veces , pues yo no te arriendo
los escamochos, que pocas veces me verás,
hija, rifar sobre el pesebre; que por mi
vida, que no te sabe á tí peor que á mí.
Elic. Madre, no te enojes, que no lo
digo por tanto; que en fin, bien sabré
beber agua si fuere menester.
Cel. Ya lo digo, que por mi vida que
no lo bebo yo todo ; y callémonos no nos
oyan reñir sobre el beber. ¿Oyes que á
la puerta llaman? mira quién es.
Elic. ¿Quién llama ahí?
Pal. Yo soy, que quiero dos palabras
á la señora Celestina.
2 50
SEGUNDA CELESTINA.
Elic. Tia, en mi ánima, Palana está
allí que te quiere hablar.
Cel. ¿Quién es Palana?
Elic. Oh Jesús, madre, qué mala me¬
moria tienes, ¿*tú no oiste el otro dia
habkir de una ramera que está por Pan-
dulfo el mozo despuelas de Felides?
Cel. ¿Pues qué quiere ella en mi casa?
Elic. Por Dios, no sé más, en mi alma,
que aunque pasa ya de sus treinta y cinco
años, unas colores trae, que dedos dedos
en alto trae los carrillos almagrados y
otro tanto en albayalde.
Cel. Por Dios que estamos buenos;
dile, hija, que se vaya con Dios, que no
son tales mujeres para entrar en mi casa.
¡Dios, que eso es lo que yo ando á buscar
para aprobar mi persona!
Elic. Señora Palana, que está mi tia
ocupada, que no puedes al presente estar
con ella.
Pal. Buen disimular es ese , hermana:
á quien cuece y amasa, nunca le hurtes
hogaza, que viejo es Pedro para cabrero,
por mi vida.
Elic. Válala Dios, ¿y ella que há, her¬
mana? véte con Dios, que no te entiendo
esa algarabía.
Pal. Tú me entiendes, y aun el que
tienes allá yo le tengo bien entendido.
I
SEGUNDA CELESTINA. 25 I
Elic. Hay tal cosa en el mundo ; andad,
andad hermana con Dios, que no son
para mí esas roncerías , que ni te entien¬
do ni sé qué dices.
Pal. Gentil cortesía de señora; después
que ha hecho sus mangas, presume agora
de muy dueña.
Cel. Hija, deja esa borracha, y déjate
destar con ella: acullá fué, mas acullá vino
desde la ventana, que no es tu honra ni
mia.
Pal. Mujer honrada, no llaméis á nin¬
guna borracha , que aquí no hay borracha
ninguna, y dejaos deso y echad acá ese
galan que teneis allá encerrado.
Elic. ¡Al diablo la deslabada, y mira
qué dichos! Por mi vida, doña puerca,
sucia, que si de ahí no os is, y’os haga
castigar como vos mereceis, ¿y qué gentil
hombre habéis visto acá? mirad, por vues¬
tra vida, quien tal oye á la bagasa y
creello há.
Pal. Vos sois la bagasa y la puerca,
que yo soy mujer tan honrada que no
me mereces vos descalzar; ¿y quién me
habia á mí de castigar? ¿vuestro rufián
Grito, ó Pandulfo el que agora tienes
allá metido? pues y’os prometo que tan
enhoramala allá lo tienes.
Cel. Jesús, Jesús; tú no has entendido
\.
N
252 SEGUNDA CELESTINA.
esta trama que trae esta huena mujer, que
piensa que le tienes acá su rufián, porque
le deben de haber dicho que ha venido aquí
dos ó tres veces. ¡En el nombre del Padre,
y del Hijo, y del Espíritu Santo, con tal
testimonio! Jesús, Jesús, líbreme Dios del
diablo y de tal testimonio, ¿habéis oido
que maldad? andad, andad, mujer de
bien, que en mi casa no se acostumbran
esas rufianerías, que mujer soy, que del
rey abajo pueden entrar en mi casa sin
sospecha desas bellaquerías ; que ni co¬
nocemos aquí á Crito ni á Crita, ni á
Pandulfo más de por criado de Felides,
que es un honrado caballero : ¿habés hora
mirado, con qué se viene allegar gente
la deslabada, sucia, desvergonzada, y qué
osadía y qué atrevimiento?
Pal. Ay, Celestina, y quien la oye: como
sino conociésemos su labia y sus pala¬
bras.
Elic. Borracha, bellaca, establera, ¿con
mi tia os habés de igualar? landre mala me
mate, si nos hago cortar las narices, doña
puerca bagasa.
Pal . ¡Mirad, que condesa Celestina, para
no se igualar con ella! Vos sois la puerca
y la bagasa, y callad y meted la lengua
donde sabes, que vuestra cabeza guardará
la mia. Veres vos la duquesa, que ame-
/
SEGUNDA CELESTINA. 253
/ *
naza con sus caballeros, que cortará na¬
rices.
Cel. Mírame acá, dueña, para esta y
por los huesos de mi padre, que vos me
lo paguéis y que y’os haga cruzar los ho¬
cicos, porque pongáis vos lengua en tal
mujer como yo.
Pal. Mirad, por mi fé que no la habia
conoscido, en mi alma, que es la señora
Celestina, la de la cuchillada, la que dice
que me la hará dar. Señora, perdóneme
vuestra merced, que no la habia conos-
cido.
Elic. Dó al diablo la establera, mala
muerte muera, si cabello en la cabeza te
dejo, y los cascos á chapinazos no le
quiebro.
Cel. Torna acá, Elicia, no te iguales
con esa borracha.
Pal. Celestina, con lo que vos bebés,
me emborracho yo.
Elic. Aguarda, doña bagasa.
Vecinas. ¿Y eso señora Elicia? ¿y tu seso?
;y con esa te habias tú de igualar?
Elic. Dejadme, dejadme castigar esa
bellaca ramera, sucia establera, ¿y con mi
tia se há ella de igualar?
Pal. Vos sois la ramera y la establera,
que yo limpiamente y público vivo de mi
oficio, y no ganando dineros secretos
t
254 SEGUNDA CELESTINA.
como vos: yo soy tan buena como vos y
mejor.
Cel. Déjala, hija, que dice la verdad:
que Séneca dice, que estonces es la mu¬
jer buena cuando claramente es mala.
Pal. Callá vos puta vieja, que estáis
predicando de la ventana, al cabo de
ochenta años de alcahueta.
Elic. Oh, la bellaca; déjame, déjame,
señora.
Pal. Seme testigos, que me arrojó el
chapin y me ha descalabrado con él.
Vecinas. Anda en mal punto, ¿y con
Celestina vieja honrada^ te has de tomar?
Pal. Como sino supiésemos aquí quién
es Celestina, á cabo de ser coronada tres
veces por alcahueta.
Cel. ¡Oh, mala mujer averiguada!
Vecinas. Y eso madre, ¿tu seso dónde
está?
Cel. Déjamela, déjamela, que por el
siglo de mi padre , de hacelle pedazos esta
rueca en la cabeza.
Elic. El diablo me lleve, doña puta, si
pelo os dejo en la cabeza.
Pal. Justicia, justicia, que me matan
y me han descalabrado.
Vecinas. Hora no mas , y métete tú ma¬
dre en tu casa, y tú Elicia.
Pal. Señores, sedme testigos como me
_ SEGUNDA CELESTINA. 255
han mesado y quebrado las ruecas en la
cabeza.
Vecinas. Hora, anda amiga con Dios
y toma tus lados, que en mi alma que
pensé que eran tus cabellos, hasta verte
la motila de fuera.
Pal. A aquella justicia me iré braman¬
do como una leona, porque sobre cuer¬
nos penitencia.
Cel. Andad, andad, doña borracha, que
no os habés de igualar con tal mujer
como yo , que no es eso nada, que por los
huesos de mi padre, que y’os haga hacer
un castigo que se*t sonado , y para otras
borrachas escarmiento.
Vecinas. Jesús, ¿y qué ha sido, comadre,
esto?
Cel. Mi desdicha, que en este mundo
ni en el otro me deja, ¡Desventurada de
mi, que negro dia fué que yo nascí!
Vecinas. ¿Y eso comadre? Por Dios no
te abofetees ni meses, mira la autoridad
de tus canas.
Cel. ¿No tengo de sentir, que una be¬
llaca me levante que tengo rufianes en
mi casa, viviendo como santa Catalina,
y lacerando y pasando hambre y sed, para
sostener mi honra , y que hoy venida y
eras garrida? ¡Plega á tí señor que estás en
los cielos, que en poder de justicia vea yo
- 256 SEGUNDA CELESTINA.
aquella bellaca que tal me ha levantado!
! Hombres diz que tenemos encerrados!
vecinos honrados, entrad en mi casa y
buscaldo, para que se sepa si tengo hom¬
bres escondidos,, que por el siglo de mi
padre, mi honra ponga en la vida de
aquella borracha deslenguada.
Elic. Calla tia, señora, que en fin yo te
prometo, que si marina bailó que tomó lo
que halló, que cosa no le dejé en la cabeza
sana, ni le dejé con los chapines y la rue¬
ca. Y enhoramala porque no tenia cabe¬
llos, que como me dejó las guedejitas que
traía la borracha, á cabo de su vejez, en
las manos me dejara los cabellos, si los
tuviera.
Vecinas. En hora negra, que una oreja
medio la dejaste arrancada.
Elic. Más quisiera podelle arrancar
ambas y aun las narices.
Vecinas. Hora, tia señora, tócate; y tú
Elicia, métela en casa; y bien será iros
á alguna casa ó monasterio hasta que se
asiente esto, que aquella mujer de bien
no va en son de parar hasta dar queja.
Cel. No soy mujer que tengo de salir
de mi casa por tan poca cosa.
Vecinas. Sí, mas todavía es bien por¬
que la justicia, en fin, no mira tan por
el cabo las cosas
I
SEGUNDA CELESTINA. 257
Elic. Bien dicen las vecinas, madre;
por tu vida, que nos vamos á santa Clara
que es monasterio de dueñas, y allí esta¬
remos más á nuestra honra.
Cel. Pues te paresce hija, toma tu
manto y cierra esa puerta y vamos. Y
señoras , pídoos por merced que miréis por
mi casa, que poco durará esta ausencia.
Vecinas. Pierde cuidado tia; Dios vaya
contigo.
r7
/
I
25S SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA VIGÉSIMA TERCERA CENA.
*
Elicia dice á Celestina como viene Areusa á vellas; y
tras ella viene Pandulfo , y luego Felides; y Pandulfo
y Sigeril burlando dél, de que habla en seso con el
senado de Celestina, y toma á cargo de delibrarlas
con la justicia; y hácelo así, enviando la respuesta
con Canarín su pajecico ; y íntrodúcense.
ELICIA. — CELESTINA. — AREUSA. — CENTURIO.
FELIDES. — PANDULFO. — SIGERIL. - CANARIN.
Elic. Madre, bien dicen, échate á en¬
fermar y sabrás quién te quiere bien y
quién te quiere mal. Que he aquí donde
viene Areusa, y cuán, desahilada viene.
Ar . ¿Qué es esto, madre? que toda
vengo sin huelgo, cuando me dijeron
que te habian visto venir de priesa tú y mi
prima y que quedábades en santa Clara.
Cel. A la fe, hija, los malhechores no
es cosa nueva andar por iglesias. ¿Paré¬
cete que estoy bien librada, al cabo de mi
vejez, andar en tales pasos?
Ar. Ay madre ¿qué ha sido esto? que
desde la calle del Arcediano vengo los
chapines en las manos, por venir más
apriesa.
Elic. Y cómo prima, ¿y tú no lo sabes?
1
)
SEGUNDA CELESTINA.
2 59
Ar. No sé más, de como os vieron ve¬
nir como quien viene á ganar beneficio.
Elic. Ay prima, si tú hubieras visto en
la escarapela' que nos hemos visto, más
con razón dijeras lo que dices.
Ar. ¿Y qué escarapela?
Cel. Qué demonios de escarapela, que
no fué nada, hija, sino que una borracha
vino á mi casa y no sé qué deshonesti¬
dades me dijo y quebréle una rueca en
los cascos y dijéronnos que daba queja:
y yo habia de venir aquí á rezar ciertas
devociones, y traje conmigo tu prima,
que ni hay porqué estar aquí, y todo no
fué nada.
Elic. A osadas, madre, que no fué
nada! Por tu vida, prima, que sobre
echalle los tocados en el suelo con la ca¬
bellera, los chapines le deshice á chapi-
nazos,ylas orejas le dejé medio arranca¬
das, y dice mi tia que no fué nada.
Cel. Alacé hija, no fué nada; pues no
dejó allí las narices y aun la vida, según
lo que merescia.
Ar. ¿Y quién era la señora?
Elic. Por cierto , vergüenza es de deci-
11o por no ensuciar mi boca en nombra¬
da, como ensucié mis chapines en casti¬
gada. Hi , hi , hi.
Ar. ¿Y de qué te ries?
2 6o
SEGUNDA CELESTINA.
Elic . De que no puedo dejar de reirme
de ver la borracha cómo venia con sus
guedejitas á los lados, y sus dos dedos de
color mal puesta en las mejillas, que no
parescia sino unas santas viejas mal en-
varnizadas, y cuando no me cato, víla
con su motila de fuera y los cabellos ru¬
bios, sin tocas, por ese suelo pisados de
cuantos allí andaban.
Ar. ¿Y quién era ella?
Elic. Quién diablos podia ser sino aque¬
lla rameruela borracha de Palana.
Cel. A osadas, no enoramazas, rame¬
ruela. Llamóla yo rameraza, y más que
rameraza.
Ar. ¿Quién, Palana, la cantonera de
cuatro maravedís , que vive á la cal nueva?
Elic. Esa misma y no otra;, y aquí vie¬
ne Centurio que la conocerá mejor.
Ar. En el nombre del Padre, y del
Hijo y del Espíritu Santo. ¿Y dónde esta¬
ba vuestro seso cuando en tal puerca en-
suciábades las manos? á tal borracha man-
dalla matar á palos á dos acemileros.
Elic. Ay prima, ¿y cómo dices eso? y
aun por Dios, paciencia nos puso ella
para aguardar eso.
Cen. Oh despecho de la condición. ¿Y
qué ha sido lo que ha pasado ? que renie¬
go de la leche que mamé, sino preciára
SEGUNDA CELESTINA.
20l
más llegar á tiempo que cuanto tengo,
para cortar el gesto á aquella borracha
bellaca, de Palana.
Elic. ¿ Y tú, señor, has sabido lo que
fué?
Cen. ¿Qué fué? fué, juro á la santa
letania, que no he dejado botica en todo
el burdel que no he buscado aquella be¬
llaca, y aun voto al santo martilojo, que
este guante de malla me calzé para dalle
dos pares de bofetones ; por no ensuciar
las manos en aquella puerca; que las tales
no se han de castigar sino de pomo de es¬
pada ó tanto del bofetón de guante hasta
hacella escopir la malla á vueltas de las
muelas y dientes.
Elic. ¿Dónde lo supiste, señor?
Cen. Déjame, pesar de los moros, que
estoy para me ahorcar. ¿Y tú madre, habias
de poner manos en tal borracha?
Cel. Hijo, por tu vida, que me hizo
salir de seso; que bien veo que fué desati¬
no una mujer como yo, ponerme á casti¬
gar tal puerca.
Cen. Burlando dices desvario; hora sus,
sus, no se hable más en esto, que ello se
hará lo que se ha de hacer para castigo
de una y escarmiento de muchas tales
bellacas, borrachas, puercas, sucias, es¬
tableras, como aquellas y otras tales.
I
2Ó2 SEGUNDA CELESTINA.
Elic. Yo te certifico señor, que ella
queda bien castigada de mis manos.
Cen. Hora, que ello se hará lo que se ha
de hacer, no se hable mas en ello, que
hé aquí donde viene el señor Felides. Acá
debe de venir.
Cel. Debe de haber sabido lo que pasa,
y mal pecado, como yo fui muy querida
de la señora Sebila, viéneme á vesitar y
ver lo que he menester, que para esto son
los buenos en el lugar. Mi señor Felides,
bien dice el proverbio: échate á enfermar,
y sabrás quien te quiere bien ó quien te
quiere mal; bien empleado es el servi¬
cio en tales personas, donde las merce¬
des no tienen descuido en todo tiempo.
Fel. ¿Qué há sido esto madre? que en
saliendo de mi casa me dijeron no se
qué, y derecho he venido á ver lo que
mandas.
Cel. Señor, no fué nada, ¿qué habia de
ser sino cosas de mujeres? Mas á osadas,
hijo Pandulfo, que nos ha costado caro
dos veces que en mi casa has entrado, que
la fama que hemos sacado, en el dedo la
ataremos.
Pand. Señora, disimuláras tú con aque¬
lla puerca, y dijérasmelo que yo la cas¬
tigara como ella merecía.
Cel. A osadas, mi amor, ¿cómo dices tú
SEGUNDA CELESTINA. 263
disimularas? ¡Y aun ese lugar nos dió ella
para disimular!
Fcl. Madre, no se hable por Dios mas
en esto, que por Dios paresce poquedad
mujer tan honrada como tú, que se diga
que tiene diferencias con tal, como Palana.
Cel. ¿Diferencias, señor? ¡Bien librada
estaba yo, por tu vida! Más olvidada la
tengo ya que la primera camisa que vestí.
Yo la perdono señor, porque ya sabes que
nuestro Redentor nos manda, que si nos
dieren una bofetada que paremos el otro
carrillo.
Fel. Pues, si sabias eso madre, ¿por qué
no tuviste paciencia, y no ponerte aven¬
turar tu honra á donde ninguna se puede
ganar con las tales?
Cen. Porque no tuvo sufrimiento, por¬
que cree, señor, que no hay mujer que
tenga seso.
Cel. ¡Andate ahí á decir donaires, ami¬
go! ¿No sabes tú que tras aquella hoja hay
otra, donde dice el mismo señor, dar y
daros han?
Cen. Según yo he sabido no aguardaste
tú á eso, porque primero diste, y nunca
recebiste.
Cel. Ay hijo, entiende bien que dice,
pedid y daros han. Y las palabras de aque¬
lla sucia pidieron para dalle lo que le
264 ' SEGUNDA CELESTINA.
dieron, y mucho mas fuera su merecido.
Fel. Hora basta, que ello está bien
dicho y mal entendido, que á la verdad,
tú madre, tuviste poca paciencia.
Cel. ¡ Oh señor, como hablas de talan¬
quera! Quería yo que los que dicen esto,
que les tocasen en la honra, para ver el
sufrimiento que tendrían. Bien con razón
dice Catón : que de fuera todos sabemos y
á otros damos consejo, y para nosotros
mismos no lo tenemos. Cree señor, que
del dito al fato, que hay gran rato. No hay
ninguno que no dé consejo, y pocos veo
recibillo en sus cosas propias, ¿no has tú
oido , que del loco al airado no hay dife¬
rencia?
Fel. Y aun por eso dice David , madre:
airaos y no queráis pecar, porque los pri¬
meros movimientos de la ira no son en
manos de los hombres, mas la razón ha
luego de señorear la inclinación natural
de la venganza.
Pand. ¡Oh, pese á la vida con tu seso
y tu presunción ! ¿pues había de parar para
predicará Celestina y á Elicia? y en la
santidad de Centurio.
Sig. ¿Y el autoridad de la tela de oro
en tal senado? Maldito sea hombre que
así se quiere deshonrar á sí y á los que
venimos con él.
SEGUNDA CELESTINA. 2Ó5
I
Fel. Y la fortaleza en eso consiste y
por esto habian los hombres de procurar
habituarse á refrenar las inclinaciones;
porque de la costumbre hácese hábito, y
viene á convertirse en natural el tal há¬
bito; pues quiere el filósofo, que la cos¬
tumbre sea otra naturaleza.
Pand. Por cierto, ese hábito á lo menos
que tú traes , no te ha hecho con toda ri¬
queza la naturaleza de tu desautoridad,
y mejor se podrá por tí decir: que el há¬
bito no hace al monje. jMira con quien
habla en el filósofo! Si alegaran algún di¬
cho de mollejón, el padre de las señoras
del burdel, yo te certifico hermano, que ie
entendieran mejor. ¡Hi de puta qué doctor
Centurio para esas autoridades!
Sig. ¿Tú no ves que la señora Celesti¬
na, sabe mucho de los efetos de natura?
No tienes razón.
Pand. Mejor dijeras de los defetos; mas
también me parece que quiere aquí filo¬
sofar como en la carta del otro dia. Pues
por nuestra dueña de la Antigua, que hoy
á la fuente, di á la moza otra carta mia
en su nombre para Polandria, para ver si
aprovechara mas mí germanía que su fi¬
losofía.
Sig. Cata, ¿y estás burlando?
Pand. ¿Que burlo? Voto á tal y por vida
206
SEGUNDA CELESTINA.
de Quincia que no burlo, sino que es así.
Sig. Pues no digas nada á Felides que
se enojará; hasta ver como sale tu ardid.
Pand. Así se hará. Yo te prometo que se
saque otra fruta de mis razones, que de
sus filosofías.
Cel. Señor, yo te beso las manos por lo
dicho, y pues lo pasado no tiene remedio,
suplicóte que pongas remedio en lo pre¬
sente y en lo porvenir, pues somos tuyas.
Y de camino no dejes de hablar al corre¬
gidor: ya me entiendes.
Fel. Muy bien, y quede Dios contigo;
que yo me voy á la justicia y te enviaré
luego aviso de lo que pasa, y sino se deli¬
brare tan presto, lo cual yo no pienso
sino que se hará sabido el corregidor la
verdad, no es razón que estés aquí, que
yo buscaré casa honrada donde podáis
estar mas á vuestra honrada. Y quedad á
Dios, y andad acá mozos.
Cel. Señor, Dios te guie.
Elic. Bendígalo Dios, que no paresce
sino un pino do oro.
Ar. ¿Burlando lo dices, hermana? Por
cierto no pienso que hay tan gentil hom¬
bre como él en el mundo. ¡Y qué crespa
tiene ! por cierto , dél á sant Miguel ángel
no hay diferencia, sino que es frió. En
mi alma, perlas parecíen cuantas pala-
SEGUNDA CELESTINA.
267
bras echaba por aquella boca. ¡Maldita
sea la mujer que niega lo que le pide tal
hombre ! ¡Sino, que el vestido es mocoso y
poco galan!
Cen. Ta, ta, ta; señora, que tengo ce-,
los desto, ¿y cómo, yo no te parezco mejor?
Cel. Hijo, otras cosas tienen los hom¬
bres más que hermosura , de que se con-'
tentan las mujeres; que de otra suerte
bueno seria si todas anduviesen tras los
mas hermosos.
Ar. Mi madre te ha respondido- cuanto
hay en esto. Cuanto más que bien sabes
tú, que quien feo ama, hermoso le parece.
Cen. Oh despecho de la condición, ¿que
yo feo soy?
Elic. Anda señor Centurio, que en fin,
virtudes son las que vencen.
Cen. ¿Y por eso fundas tú que me quiere
á mí tu prima?
Ar. Alacé, más que no por tu hermo¬
sura; que en fin, aunque te quiero mu¬
cho, no dejo de conoscer que es más her¬
moso Felides que no tú; más así te quiero
vo como á mi vida.
Cen. Tienes razón, que así habrá dife¬
rencia de lo que yo haré por tu servicio,
á lo que hará Felides. Sino á las obras,
crée, la noche que me mandaste aquello:
ya me tienes entendido.
268
SEGUNDA CELESTINA.
Ar. Ay por Dios, no me digas tantas
veces eso; pues que sabes, que don zaheri¬
do, que no es agradecido; no digan por
tí, que una vez que fuiste al baño, tienes
que contar todo año.
Cen. ¿No sabes tú, señora, que decir y
hacer que es para bueno? pues si tú me
tienes por tal, déjame decir lo que quie¬
ro; porque no hay ninguno que sus ha¬
zañas las quiera meter debajo de tierra,
sino que sean públicas con gloria suya,
y ejemplo para los otros.
Ar. Sí, mas deja tú á otras loar tus
cosas , y no les quites tú con el loor de tí
mismo, la gloria que de otra boca dicha
recibirán. Porque bien sabes, que ningu¬
no en sus cosas propias es creido; y pues
con las palabras de tu alabanza pones de¬
fecto en las obras que te pueden alabar,
háslas tú y díganlas otros.
Cen. Señora, no dé ya la envidia de los
hombres ese lugar para que yo deje ya de
decir, lo que otros sé que han de callar y
adelgazar.
Cel. Hijo, bien te dice; que en fin,
la verdad quieren los sabios que sea
hija del tiempo, y así con él se sabe
lo bueno y aun lo malo. Y pues todos
conocen tu valor, no hay para qué
querello autorizar con palabras. Y calle-
SEGUNDA CELESTINA.
269
mos, que aquí viene un paje de Felides.
Can. Señora, Felides mi señor, dice
que él ha estado con el corregidor, y que
ello está como debe, y que tú te puedes ir
y Elicia á tu casa sin ningún temor , y
que huelgues y tomes placer.
Cel. Hijo, mi amor, decid á su merced
que le besamos las manos , y que plega á
Dios que nos viva él mil años, que no se
espera ménos de tal persona. Y andad,
mi amor, con Dios, que nosotras nos
vamos luego.
Cen. Hora, ios vosotras, que yo quiero
ir á ver si podré topar aquella borracha
para le arrancar las narices en pago de
la lengua, sino se la pudiere de presto
cortar.
Cel. No por mi vida, hijo; baste lo
pasado.
Cen. Déjame, madre, que aun lo que
me debe á mí no está pagado.
Cel. Hora, sus, díle por Dios, que no
cure de tal cosa, no se borre lo bierl
hecho.
Ar. Ah, Centurio.
Cen. ¿Qué mandas?
Ar. No hagas nada deso, que no quie¬
re mi tia.
Cen. Mas mejor, será sufrir que nos
meen en los ojos
27O SEGUNDA CELESTINA.
Cel. Por mi vida hijo, que no me ha¬
bles más en esto.
Cen. Hora madre, pues así quieres, vé
con Dios ; y si te quebraren otro dia la
cabeza, échate á tí la culpa.
Cel. Asi lo quiero yo, y Dios vaya
contigo.
Cen. ¡Bien tenian pensado las borrachas
que habia yo de hacer algo! Mejor sueño
les dé Dios, que yo por ellas le perdiera
esta noche. ¡No me faltaban otros duelos!
Mas ellas creido lo llevan , cual sea su
salud. ¡Así yo lo hiciera! Yo querria, par
Dios, antes topar á Pandulfo para reir,
de la brega de su puta, y irnos mano
á mano á un bodegón donde bebiése¬
mos el alboroque y hablásemos algarabia
como aquel que bien la sabe , germanía
digo ; mas pues no puedo ir con él , yo
quiero ir sólo á gozar de haberme libra¬
do desta trama tan á mi honra. Y sobre
mi alegría doblarse há la parada; pues
dicen que el vino alegra el corazón del
hombre; para no haber envidia á Celes¬
tina, que bien creo yo que esta noche la
venganza que no quiso que tomase de
Palana, que ella la tome del jarro pues
no le faltará gana.
\
SEGUNPA CELESTINA. '271
ARGUMENTO DE LA VIGÉSIMA CUARTA CENA.
Poncia dice á Polandria que venga á ver pasar á Feli-
des y á sus criados. Y pasando sobre ejlo donaires,
Quincia dice que tiene la carta de Pandulfo en nom¬
bre de Felides, y léenla y búrlanse de sus necedades,
y Polandria deshonra á Quincia por traer la carta ; y
introdúcense.
PONCIA. — POLANDRIA. — FELIDES. — SIGERIL.
' /
QUINCIA.
Pon. Señora, señora, corre, corre
presto, presto, mira cuán galan viene el
señor de mi requebrado. ¡Par Dios, bien
vestido viene , y como galan !
Sig. Señor, señor, mira, ¿no ves?
Fel. Y con lo mucho que via, no vi
como me perdia.
Pol. No ha dicho mal Poncia ; ¿ oiste
lo que dijo aquel galan?
Pon. Señora, olio yo y sentístelo tú.
Pol. ¡Toma en mal punto, porque digas
malicias! Por mi vida, que me paresció
también que no pude dejar de reirme. Y
creo, noramala para tí, que pensó que
me reia con él.
Pon. Sea para él, señora, y para mi
enamorado; que pienso, par Dios, que
de mí no la puede llevar buena. Mas
2-J2 SEGUNDA CELESTINA.
mira qué hablar tienen; y par Dios, que
tornan.
Fel. Tú Sigeril, ¿no viste cómo se me
rió mi señora?
Sig. Par Dios, señor, pues la mia no
la fué en zaga.
Pon. Dentro vienen, por mi vida; ¿no
ves, señora, qué reirse traen? Ay mis
almas ¿cuánto, que desta hecha todo que¬
da por vosotros? Mira, señora Polandria,
que risa tiene Quincia.
Qiiin. Par Dios, no me rio yo deso.
Pon. ¿Pues de qué te ries?
Qiiin. Par Dios, rióme, que de la mes-
ma manera del otro dia me arrojó otra
carta, y porque venia mucha gente la
tomé.
Pol. Al diablo esta bellaca, por mi vida
no estoy sino por te quebrar esos ojos; y
os los quebraré si más con cartas me ve¬
nís burlando', ni de veras.
Qiiin. ¿Pues querias tú señora que la
dejase allí para que la leyesen todos?
Pol. Sí, y no la tomar vos; ¿y qué es
della? dalla acá luego.
Qiiin. Héla aquí.
Pon. Por cierto heciste muy bien , y
como no parezcas que las tomas, muchas
desas nos vengan; que cuanto más moros
más ganancia para reir.
SEGUNDA CELESTINA. 273
Pol. Dala acá, y rasgalla hé.
Pon. Par Dios, no rasgarás hasta que
la veas.
Pol. Déjame, Poncia.
Pon. Par Dios, no te dejaré sino me
prometes de no la rasgar hasta la leer.
Pol. Hora, que si prometo; y oye, que
dice así: Señora de mis entrañas, y amo¬
res de mi alma.
Pon. Oxte mi asno.
Pol. Hora, yo me maravillo de tan
gran necedad, oye : ahí te envió mi cora¬
zón pintado en esa carta, atravesado como
lo verás con esas saetas, que tal me tienes
tú á mí el mió, mi alma.
Pol. Quincia, esto bien lo entiendes tú.
Quin. Por Dios, señora, ya me parescen
otras razones que las retólicas del otro dia.
Pol. Hora, pues, óyelas que para tí
son. Y señora mia, tú eres la que mis
entrañas puedes sanallas, y pues tu bel¬
dad me hirió, sáneme tu piedad. ¡Ay co¬
razón, que me muero! ¡ay entrañas, que
me fino! ¡ay mi alma, que me matas!
Como lo dice esa copla :
Eres tan hecha de flores
V de perlas y azucenas,
Que me ponen mil dolores,
Que me ponen más temores,
Que me han de matar tus penas.
' 18
274 SEGUNDA CELESTINA.
Linda dama en perfección.
Sabida entre las discretas, -
Ves ahí mi corazón,
Como está tan sin razón
Pasado con tres saetas.
Pol. Mal año para tí, doña puerca,
que esta carta sea para mí, que sus razo¬
nes dan la razón de las razones que tú
entiendes en la lengua de Pandulfo, ó de
otros tales mozos despuelas como él. Que
la razón de mis pensamientos bastaba á
ponella en la lengua, aunque faltara en
el saber.
Pon. Quieres decir, señora, que tal
para tal, y Pedro para Juan.
Pol. Mira qué haré; Felides loco es y
majadero en tener tales pensamientos, si
los tiene, digo; mas si él la escribió, ni es¬
cribiera tales necedades que me maten,
porque el instinto de su linaje y casta,
supliera lo que la razón para escribir fal¬
tara; sino que aquel Pandulfo ú otro tal,
dió á esta bellaca esta carta, y para tener
forma de la ver, dijo que era del otro
cuitado. ¡Y aun cierto, las razones de la
del otro dia y las desta, todas se quieren
parecer!
Pon. Señora, ¿según eso no te parecie¬
ron mal?
Pol. ¿Pot; qué me habian de parescer
SEGUNDA CELESTINA. 275
mal si ellas eran buenas? Parésceme mal
la locura de su dueño, mas las razones
no dejan de ser buenas, cuanto estas son
nescias. Y tómala allá y rásgala, que aun
esa honra no quiero yo que reciban de
mis manos tales necedades. Y anda, sú¬
bete allá, y no me vengas más con esas
embajadas; y cierra esa puerta y véte.
¿Hora pasas, Poncia, por tales badajadas?
Crée como crees en Dios, que aquella
carta es para aquella rapaza, y ella tuvo
buena manera para vella.
Pon. Sin duda no es otra cosa.
Pol. ¿Quiéreslo ver? pues si miras en
esto, no tenia más que ver la letra desta
con la del otro dia, que yo con el rey.
Pon. Par Dios, señora, que es verdad:
questa parescia de rapaz aprendiz, y la
otra de galan, y muy sueltamente escrita;
mas es el mayor donaire del mundo.
Pol. ¿Hora has visto cómo quiso sacar
las castañas del fuego con la mano del
gato la señora Quinzuela? ¿si hallaba otro
sacristán ó monacillo para leella más á
mano que á mí? ¿pasas por tal cosa?
Pon. Paso, porque no se te pasa cosa
por alto.
Pol. A lo menos las razones desta carta
no pasarán por alto.
Pon. Par Dios, señora, que traen es-
276 • SEGUNDA CELESTINA.
crito en la frente el mozo despuelas. ¿Más.
qué placer seria para Felides si supiese
que tales razones te habían dado en su
nombre?
Pol. Antes era mejor para él, para dar¬
me á entender que á mi causa había per¬
dido todo el saber y seso, según que con
tal testimonio se probaba, habiéndola él
escrito. Mas dejemos las burlas y tome¬
mos las veras, y debajo de todo secreto y
en confision tomarás loque te dijere.
Pon. Señora, con tal confianza puedes
darme tu corazón y yo recebillo con la
condición con que lo das; puesto que los
sabios niegan esto del secreto, porque di¬
cen: ¿que cómo piensa ninguno que otro le
guarde el secreto que él á sí mismo no
puede guardar?
Pol. Yo estoy en eso al contrario; por¬
que nunca fio ninguno de otro gran secre¬
to sino de una de dos maneras, ó debajo
de ley de amistad ó con pasión, la cual no
le dá sufrimiento á podella encobrir. Si
por la primera manera el amigo, como
tal, descubre su secreto al amigo, créeme,
que no ménos está obligada la verdadera
amistad á no encobrir secreto al que to¬
ma por amigo con verdadera amistad, que
á encubrillo el que lo recibe con tal ley de
amigo. Porque no es justo que el amigo
I
/
SEGUNDA CELESTINA. 277
encubra cosa á su amigo, ni por la misma
razón descubra el amigo lo que se le dijo,
no como á persona apartada, mas como á
uno, como han de ser los verdaderos ami¬
gos, una cosa. Pues lo que se descubre con
pasión, como dije, la misma razón la dá
para guardar el secreto: porque el que lo
rescibe, la pasión que tuvo el que se la di¬
jo para descubrille su secreto, se vuelve
al que lo rescibe en razón, para no lo des¬
cubrir. Así que, no tuvieron razón á mi
ver, los que dijeron, que cómo quiere nin¬
guno que otro le guarde el secreto, que
él á sí no supo guardar secreto, por las
razones dichas; como yo por ámbas, así
de la amistad que me tienes y te tengo,
como de la pasión que para descobrírtelo
me fuerza á te decir, lo que agora sabrás.
Y es, que de la gloria que se gana en for¬
zar con la razón lo que quiere el natural
deseo, no quiero que falte testigo de mi vic¬
toria, para con acrescentarse con saberlo
tú, se esfuerce mas la razón de resistir al
deseo. Porque créeme, Ponda, que pocos
habria que con esfuerzo aventurasen las
vidas, si pensasen que solos ellos habian
de ser testigos de la gloria de sus hazañas,
mas por la estimación que acerca de la glo¬
ria de osar ganan acerca de los otros, ó de
la mala estimación de no servir con la
278 SEGUNDA CELESTINA.
vida á la fortaleza de osar, por razón de
temerse, disponen el sacrificio de las vidas
por las honras. Porque yo te certifico,
que si esto asi no fuese, que no aguardá-
ra Lucrecia á sellar su castidad con el
cuchillo, delante los deudos, pudiendo sa¬
crificarse tanto antes, después de la fuer¬
za del superbo Tarquino, y por esto quiso
lo mortal posponer á lo inmortal, así
acerca de los hombres en la fama, como
acerca de Dios para gozar de su gloria.
Y porque yo no la pierda en ámbas partes,
ya que con Dios tengo complido, como
quien sabe y conosce los corazones, quiero
complir con los hombres diciéndote á tí
lo que siento, para que mi muerte quede
en testimonio de mi limpieza, y tú publi¬
ques este secreto para testimonio de mi
fama. Y para esto sabrás, que ni la hermo¬
sura y gracias de Felides, tienen perdida
su fuerza natural en mí, ni mi conosci-
miento ni la obligación de mi limpieza,
tienen perdidas las fuerzas de su obligación
para resistirme á mí de mí. Créeme Pon-
cia, que ni el fuego de la sinrazón de
amor deja de abrasar mis entrañas, ni el
mayor de sacrificarme á la honra, de en¬
cender en el alma con mayores llamas mi
corazón. ¡Mira con cuánta fuerza se hace
aquella, con que mi limpieza resiste al
SEGUNDA CELESTINA. 279
deseo de podella ofender! Llora mi pena,
gózate con mi gloria, espántete mi dolor,
admírete el resistillo, maravíllete cómo
amo á Felides, y más cómo me desamo
po'r resistir el amor. Mira cómo el cuerpo
sacrifico al deseo, mas el alma á la fama
de mi honestidad y limpieza. Mi mal has
oido, tu consuelo espero, no en lisonjas,
pues ni de tu parte se me deben,, ni de la
mia se sufren. Díme tu parecer en lo que
debo, no conforme al mió en lo que desea,
mas en lo que aborrezco á mí por desea-
11o, para ménos lo hacer.
Pon. Señora, yo te beso las manos por
la confianza que de mí haces, y pésame
de lo que dices, no tanto por lo que sien¬
to por la razón de lo que debo sentir, lo
que tú tanto dices que sientes tu dolor,
como por la licencia que para decillo has
tomado. Porque cree, señora, que mas qui¬
siera que la vergüenza de decir tu mal, te
hiciera á tí sola testigo de la gloria de resis¬
tillo, que no que para extender tu fama
tomáras licencia de me lo decir: porque
alargando la licencia de descubrillo, se va
encogiendo la vergüenza de resistillo. Por¬
que no hay cosa que más conserve la ver¬
güenza de las mujeres, que el hábito de no
descobrir sus flaquezas, para que con él
se haga otra naturaleza en la honestidad;
28o
SEGUNDA CELESTINA.
porque con descobrirse muchas veces las
inclinaciones naturales, no pierdan el velo
de la vergüenza, que es el principal muro
en las mujeres, para resistir la furiosa ar¬
tillería de los fuegos y secretos del amor.
Y por tanto, mi consejo es: que con autos
virtuosos ejercitando el tiempo, hagas al
tiempo que olviden lo que sin tiempo
deseo. Este es mi consejo y mi consuelo
es: que junto con el trabajo de resistir tu
voluntad, no pierdas de la memoria la glo¬
ria que sale de resistida, y para mejor
resistir el amor, toma otro amor.
Pol. ¿Y qué amor?
Pon. El amor de Dios y de tu honra, y
podrás meter honra y provecho en un
saco.
Pol. Yo te agradezco Poncia tu buen
consejo, y bien paresce que la natural vir¬
tud te mostró por instinto lo que la edad
por razón te niega, y bien paresce á osadas,
que lo que la naturaleza dá, ninguno lo
puede negar; pues tu virtud natural, te
hace decir lo que nunca oiste ni aprendis¬
te en los estudios de Atenas.
Pon. Señora, no hay mejor estudio si
los hombres fuesen ó quisiesen ser sabios,
que lo que la razón á cada uno dice para
guardar su virtud; porque créeme señora,
que como la ley natural te muestra natu-
SEGUNDA CELESTINA.
28l
raímente, que es mal hacer con los otros
lo que no queremos que ellos hiciesen con
nosotros, la misma razón si queremos mi¬
rar nos dice, que no hagamos ni consinta¬
mos en nosotros, loque á otros reprehen¬
demos por vicio ó falta de virtud. Créeme,
señora, que de todo nos puso Dios dechado
en todo lo que vemos fuera de nosotros
mismos, porque de allí sacásemos las la¬
bores de virtud, que en nosotros mismos
encubre el amor propio y falta de conosci-
miento con nuestra pasión propia, que nos
eicga, para ver en nosotros mismos lo que
no dejamos de ver en los otros. ¿Quieres
ver la razón desto que nos niega vernos?
pues la experiencia nos lo muestra por
experiencia, como si pones una cosa junta
á la vista, no la verás, como algo apar¬
tada. Y la razón es, por que hay necesidad
de medio para verse, y como éste le falta,
pierde la vista el principio para ver el fin,
porque le falta la proporción del medio.
¿Pues qué cosa mas cerca de nosotros, que
nosotros mismos? Y como falta el medio
que nos ha de proporcionar la vista para
vernos, que es claridad sin pasión, con
su contrario la ceguedad de amor propio
y pasión de nuestras cosas, nos falta per-
ficion del fin, que para nos ver es menes¬
ter. Así que, señora , mira tú lo que te
282 SEGUNDA CELESTINA
parece mal en otras tales como tú, sin el
medio de la poca pasión que en las cosas
agenas tienes para ver sus defectos y co-
noscer sus virtudes; que aquello, temo que
será lo que te estorba que no puedes ver
en tí misma, y saca de tales dechados las
labores, para no errar el punto real de tu
virtud y limpieza.
Pol. Tú me has dicho tanto, que no
pensé que tu edad pudiera hallar tanta
labor de lo que dices. Y pues te he co¬
menzado á decir este hecho, quiero que
sepas un misterio, y es que aquella bue¬
na mujer Celestina, me dijo el otro dia
todo mi corazón y el secreto del de Fe-
lides.
Pon. jOh mala mujer averiguada, re¬
clamo de codorniz , añagaza aforrada de
corcho! No de balde sospechaba yo de
sus secretos, sin mí.
Pol. No juzgues mal hasta oir, que por
eso dicen: que es mal juzgar sin oir las
partes; que antes me dió consejo que me
guardase dél.
Pon. Oh mala mujer; con ese oro te
quiso confitar el acibar de las píldoras
que te daba; con ese azúcar, encobrir el
rejalgar, y tras esas matas verdes, enco¬
brir la celada. Bien con razón dice David:
que nos guarde Dios de los labios inícos
SEGUNDA CELESTINA. 283
y de la lengua engañosa; créeme, señora,
que 110 de balde dice Séneca: que enton¬
ces es la mujer buena, cuando claramen¬
te es mala; pues con saber su maldad,
no puede empezer lo que aquesta buena
mujer de Celestina puede dañar con su
hipocresia. Bien con razón dice de los hi¬
pócritas nuestro Redentor : que con ora¬
ciones deshacen las casas de las viudas,
como aquella vieja con sus palabras que¬
ría deshonrar la casa de mi señora. Su¬
plicóte, señora, que en tales mares nunca
navegues sin la sonda en la mano, sin
calar las palabras y la hondura dellas,
digo. Que no hay piélago más hondo, que
el corazón del hombre, ni máscara más
disfrazada, que la lengua del lisonjero ó
del que quiere engañar; porque los tales
con la lombriz encubren el anzuelo, en¬
gañando el gusto, hasta que tiran por el
sedal y sacan la presa. ¡Oh cuán bueno ha
sido, señora, darme parte desto! porque tu
sabiduría con la bondad pierde la sospecha
que en los tales tiempos se debe tener.
Guárdate de su lengua , que yo le conoscí;
que mal año para los oradores romanos
que más fuerza tengan en orar, que esta
vieja tiene.
Pol. ¿ Y qué puede ella decir, estando
yo avisada, para que me nueva?
284
SEGUNDA CELESTINA.
Pon. ¿Qué, señora? lo que pudo la len¬
gua de Julio para deshacer la sentencia
pronunciada por César y todo el Senado
contra el rey de Egipto, cuando se le
envió á encomendar. Que no hay piedra
imán, señora, que más traiga á sí el acero,
que la lengua dulce al corazón que tiene
ya blando; por eso no te engañes.
Pol. Pues si supieses lo que me dijo
cuando me tornó á hablar delante de mi
señora, más razón tendrías.
Pon . ¿Y qué te dijo?
Pol . Que tenia escrúpulo de conciencia
por lo que me habia dicho , no fuese
causa de su muerte de Felides. Y por
tanto, que le diese algún favor, porque
no muriese ó enloqueciese , pues que
bien aventurados son los misericordio¬
sos.
Pon. Oh mala hembra, y con el gusa¬
no, Cristo, y sus palabras, te encubría el
anzuelo. ¿Y qué más claramente quieres
tú, señora, ver loque te digo? Por cierto,
el homicidio ella lo hacia; pues quería
matarte con matar tu honra. Aquí, seño¬
ra, no haya más, sino que te guardes
della como del diablo; y á lo ménos,
cosa no te diga que no me la digas, para
ser como dicen: á un traidor dos ale¬
vosos.
SEGUNDA CELESTINA.
285
Pol. Hora, yo estoy espantada de tu
saber, que nunca tal pensé. Y déjame el
cargo de aquí adelante. Y con esto nos
vamos para mi señora, que há mucho
que estamos acá.
' , '
1
1 >
\
286
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA VIGESIMA QUINTA CENA.
Celestina se va de casa y dice á Elicia que vaya á ver
á su prima Areusa , y ella va. Y después que han ha¬
blado , conciertan de saber si es verdad que Centurio
mató á Calixto , para dejalle por el despensero Gra-
jales. Y vienen Sofía y Tristan, criados de Calixto;
y sabido el caso , con cautela los despiden ; y intro-
diíccnse.
CELESTINA. - ELICIA. — AREUSA. — SOFIA.
TRISTAN.
Cel. Hija Elicia, yo voy á entender en
cierto negocio. Tú te cubre tu manto, y
vé á visitar á tú prima Areusa, que es
razón.
Elic. Por vida mia, tia señora, que de
la boca me lo quitaste y yo voy, y queda
con Dios, y deja la llave á las vecinas,
porque si por ventura viniere yo primero
que tú. Ta, ta, ta.
Ar. ¿Quién está ahí?
Elic. Abre prima, que yo soy.
Ar. Y los buenos años vengan contigo,
que de cosas más no pudiere holgar. Ay
prima mia, abrazarte quiero. ¡Bendígate
Dios, qué fresca y qué hermosa vienes!
Elic. A la ñora negra, ¿estás burlando?
¡sino, estuvieses tú más hermosa ! que en
SEGUNDA CELESTINA. 287
mi alma, no es sino locura mirar tu gesto,
según la frescura tienes en él.
Ar. ¡Ay prima y qué gorgera, y cómo
te está á los pechos! ¡Rabia, y qué manto
tan bien guarnecido traes ! toda vienes á
punto; ¿háte dado Crito, ese manto?
Elic. ¿Está acá alguien 7]
Ar. No, por tu vida, que aun ahora se
fué de aquí el despensero del Arcediano,
que te dije este otro dia; que lo que me
dá, no lo puedes creer.
Elic. ¿Y Centurio, siente algo?
Ar. Ay prima, no, que por tu vida,
tamañita he estado, con miedo que no
viniese y no lo hallase acá. Ya teníamos
acordado si veniese de decir, que para que
hiciese ciertas camisas á su amo, habia
venido aquí. Mas tornando á nuestra
razón, ¿dónde hubiste el manto?
Elic. Par Dios prima , á mi tia lo dió
aquel caballero que llaman Felides.
Ar. ¿Tenemos ya otro Calixto?
Elic. Y aun según entra bravo , pienso
que no sacará mi tia desta cura ménos
provecho , y á ménos costa , porque lleva
ya otro camino y aviso de no meter cria¬
do en el trato para no lo perder junto
con el caudal, como nos acaeció en los
negros amores de Calixto y Melibea , que
bien negros fueron ellos para mí ; que así
1
I
288 SEGUNDA CELESTINA.
yo goce, que la amistad que tomé con
aquel malogrado de Sempronio, no lo
puedes creer; que no tengo vez, con¬
versación con hombre, que no me caya
una tristeza en acordarme de aquel ma¬
logrado, que no parece sino que el alma
de las carnes se me quieren arrancar.
Ar. *Ay prima, no llores, que así goce
yo, que me acaece á mí con Parmeno;
que era el malogrado para conmigo, como
un ángel. Que entrase él en esta casa
y si por ventura otro hallase conmigo,
todo lo que le decia, así lo creía como el
Evangelio; que por Dios, delante los ojos
que le hiciera mil mañas y embustes, y
le hiciera entender del cielo cebolla. En
Dios y en mi ánima, prima, que por ol-
vidalle tomé pendencias nuevas por ver
si podré hallar alguno que me quite su
deseo. Y por Dios, harto hombre de bien
es este despensero del Arcediano, que
maldita sea yo de Dios, si cosa le pido
que no me lo dá.
Elic. Ay prima , depárame otro tal; que
aquel desaventurado de Crito , ni de pro¬
vecho ni de pasatiempo, no me entra de
la boca adentro, que así goce yo, que
acabo de un mes que me ve , no ha entrado
cuando es salido; ya medio rostro me ha¬
bla; mas mal año para él que yo tal sufra.
SEGUNDA CELESTINA. 289
Ar. Toma tú, prima, otro con que
pierdas esas ansias.
Elic. Por Dios prima, de puro consejo
para contigo, he tomado pendencia con
un paje del Infante, que no es sino como
un serafín; y en verdad, harto contenta¬
miento tengo yo dél ; mas mi fe , no al¬
canza moneda , que aunque dé tres saltos
no se le caerá una blanca.
Ar. Ay prima, ¿y quién es ese paje?
y más si es Albacin, un mancebo rubio y
alto, desbarbado.
Elic. Por tu vida, no es otro.
Ar. ¡Rabia, prima! y qué mochacho
gozas ; envidia te tengo.
Elic. Sí prima, mas él tiene poco y yo
ménos, y no nos podremos mucho tiem¬
po sostener.
Ar. Pela tú á Crito, para tender penca
con esotro.
Elic. ¡Pelaré al diablo! Por Dios, más
es sacalle un maravedí, que si saliese por
alquitara tan coadolada.
Ar. Ay prima, dejando una razón por
otra, por mi vida, que me parece que
tienes esos pechos algo hinchados, y aun
la barriga no está muy floja; y mal peca¬
do, ¿más si estás preñada dese mancebo?
Elic. Enhora negra, prima, dices eso,
que en mi ánima no me ha faltado vez la
19
2CjO SEGUNDA CELESTINA.
camisa, mira cómo puede ser. Mas por
mi vida que me lo pareces tú á mí más.
Ar. Pues por tu vida, dejando las bur¬
las, que pienso que dices verdad, porque
así goce yo, que ocho dias há que no se
me detiene cosa en el estómago , y más
ha de cinco que me falta.
Elic. No sea, mal pecado, con los nue¬
vos amores del despensero del Arcediano.
Mas el bien es, que cae en buen lugar
para criar el hijo y regalar la madre. ¿Y
también puede ser que tenga, mal pecado,
Genturio, parteen el hijo?
Ar. En mi ánima, que mal puedo yo
saber de cuál dellos sea.
V f
Elic. Cuando tú no lo sabes, ménos lo
podrian ellos averiguar. Mas en fin, del
más rico ha de ser el nombre, y el hecho
averigüelo Dios.
Ar. Yo prima, más creo que sea del
despensero que del otro desuellacaras,
gesto del diablo, que solo por lo que hizo
por mí lo sufro; que ya lo habria dado al
diablo.
Elic. Pues si algo hizo, bien lo sabe
zaherir.
Ar. Hora ¿viste que de veces lo trae á
la memoria? y mala muerte me tome si
pienso que hizo nada, sino que Calixto
cayó, que este es un panfarron, y en mi
SEGUNDA CELESTINA.
29I
ánima si puedo ver aquí al babusan de
rascamulas de Sosia, que cada dia pasa
por aquí echando el ojo al tocino, que le
tengo de traer la mano sobre el cerro
como la otra vez, para hacelle decir lo
suyo y lo ajeno, para que no vivamos
engañadas con este panfarron baledron
de Centurio.
Elic. Y mas, ¿si es aquel que viene por
allí?
Ar. No es otro por mi vida. Y el que
viene con él, veamos ¿conósceslo tú?
Elic. Si conosco, que con el malogrado
de Sempronio venia muchas veces. Un
paje es de Calixto que llaman Tristan, bien
avisado para tan niño.
Ar. Pues yo lo llamaré, y tú tenme en
palabras al paje, en cuanto lo confieso.
Sos. Oh señora, bésote las manos.
Ar. ¡Oh mi Sosia, sube acá; que ya con
estos lutos nos tienes, mal pecado, olvi¬
dadas!
Sos. Primero me olvidára á mí el mun¬
do, que yo señora te olvide. Tristan her¬
mano; ¿quiéres que subamos un poco
para ver que mandan estas señoras?
Tris. Subamos si tú quieres.
Sos. ¿Parécete hermano, si es señal esta
de lo que yo te decia la noche que mu¬
rió nuestro amo, que haya gloria? Tú
292 SEGUNDA CELESTINA.
desenvuélvete con la otra su prima, y no
digan por tí: que el mozo vergonzoso que
el diablo le trajo á palacio. Ya me tienes
entendido.
Tris . No se qué pueda entender, en¬
tendiendo en lo poco que estas pueden
contigo y conmigo medrar, lo cual no
pienso que dejan ellas mejor de entender,
para no querer entender en lo que tú en¬
tiendes. y
Sos. Guárdete Dios, hermano, de que¬
rer bien una mujer, que no hay interés
á que mire.
Tris. ^Eso por tu gentileza debes de sa¬
cado, que como eres un Narciso no me
maravillo. Hora, sus, subamos; que no es
tiempo de tanta tardanza, que estas son
matreras y sospecharán alguna ruindad.
Ar. ¿No subes, amor?
Sos. Señora, ya subimos.
Ar. ¿Quién es este gentil hombre que
viene contigo? de una casa debés de ser,
que la conformidad del vestido y vuestra
tristeza lo dice.
Sos. Señora, así es como dices, que cria¬
do de Calixto mi señor, que haya gloria, es.
Ar. Si habrá, que tal fama dejó él de
su virtud en esta vida. ¿Y cómo es su
gracia?
Tris. Señora, Tristan, á tu servicio.
SEGUNDA CELESTINA.
293
Ar. Ay señor Tristan , cuánto huelgo de
conoscerte, por las nuevas que de tí tengo
de lo que aquel malogrado de Parmeno
me decía, de tu virtud y el amistad que
con él tenias; que por cierto, así todos
los de aquella casa tengo yo puestos en
las entrañas, y á tí mas; porque quien
quiere bien á Beltran, ya me entiendes. Y
viéndote, y acordándome de la amistad
que con aquel malogrado tuviste no puedo
dejar de llorar, y más acordándome de
un ángel morir muerte tan desastrada que
aun el desventurado no tuvo lugar de se
confesar. ¡Plega á Dios de haber piedad de
su alma, que en harto tiempo de peligro,
según su edád, fué el desdichado!
Tris. Señora, no llores lo que no se
puede cobrar, que todos perdimos harto,
mal pecado, y quedamos huérfanos de
señor y de padre, que no ménos perdimos
en Calixto.
Ar. ¿Y á dónde quedastes?
Tris. Señora, hasta agora ahí hemos
estado, de aquí adelante buscaremos donde
servir de nuevo.
Ar. Plega á Dios, señor Tristan, de te
lo deparar como tú lo mereces. Y si en
tanto desta casa te cumple algo, por cier¬
to, que no ménos que el malogrado de
Parmeno, lo hallarás.
294 SEGUNDA CELESTINA.
Elic. Prima, déjame gozar de Tristan,
que aun yo no le debo ménos, por el des¬
dichado de Semproríio; y señor Tristan,
suplicóte que te vengas para mí, que te
quiero conoscer y hablar.
Tris. Señora Areusa, yo te tengo en
merced tu ofrescimiento, y quedo obligado
á lo servir; y quiero ver qué me quiere
esta señora.
Ar. Llégate acá, amigo Sosia, á esta
ventana , que también yo tengo que hablar
contigo.
Sos. ¿Qué es lo que me mandas señora?
Ar. Sosia amigo, ¿cómo te has tanto
olvidado de me visitar? pues por cierto,
que aunque léjos de mí, que no lo has
estado del corazón.
Sos. Señora, no estás engañada.
Ar. No sé si lo estoy, mas mucho te has
olvidado, ¿qué ha sido la causa?
Sos. Señora, con la muerte de Calixto,
y procurando sacar mi soldada, no me
ha vagado á rascar los oidos; que Dios
sabe, que después que te vi, no te has
apartado de mi memoria.
Ar. Harto, por cierto, es suficiente la
escusa; mas en verdad, que yo he sentido
tu pena, y la muerte de aquel caballero,
en el ánima. Mas di mi amor, Sosia; ¿há-
llástete tú con él al tiempo de su muerte?
SEGUNDA CELESTINA.
295
Sos. Señora, halléme; que pluguiera á
Dios que no me hubiera hallado , según la
lástima que de tan gran desastre nos
vino.
Ar. ¿Cómo, mi amor?
Sos. ¿Qué quieres tú más, señora, sino
que con estas manos pecadoras, alzó So¬
sia los sesos del malogrado de Calixto, de
entre unos cantos?
Ar. Hora por tu vida, que me cuentes
como pasó, que nunca me lo han sabido
decir, y no hay cosa que más desee, que
saber la verdad de como pasó.
Sos. Señora, para el mundo que nos
sostiene y le sostiene, que yo te diga la
verdad.
Ar. Dentro lo tengo ya.
Sos. ¿Qué dices, señora?
Ar. Que ya que estás dentro en mi
casa, que par Dios, que de aquí no sal¬
drás hasta que me lo cuentes.
Sos. Señora mia, el caso es: que Tris-
tan, que presente está, y yo con nuestras
armas fuimos con Calixto, y estando con
Melibea dentro de su huerta, que ya bien
se puede decir, que mas público es que
me llaman á mí Sosia, ciertos rufianes
diéronnos un repiquete de broquel á Tris-
tan y á mí, y huyéronnos. Y oyendo el
ruido nuestro amo, como era un Héctor,
«
296 SEGUNDA CELESTINA.
por salir á priesa pensando que teniamos
peligro, cayó el desventurado de cabeza
y no dijo más aquí estoy.
Ar. Hora, mira como se levantan ellas,
que nos habian dicho que lo habian muer¬
to ciertos hombres que os acometieron.
Sos. ¿Que nos acometieron y lo ma¬
taron?
Ar. Si, por tu vida.
Sos. Oh, santo Dios, qué mentirosos.
Hora, cree, que no hay verdad en el mun¬
do. Por tu vida señora, que es la cosa que
mas quiero, no llegó mas hombre á Ca¬
lixto, ni á mí y á Tristan que tú llegas
agora. Mira, señora, si tú llegas á Calixto
agora.
Ar. No por cierto.
Sos. Pues así llegaron á Calixto y á
nosotros, y aun por tu vida, que conoscí
mejor que á mí, los que dieron el repiquete
del broquel , aunque hasta agora á mí
nunca por la boca me ha salido ni me sal¬
drá, porque no se gana nada en ello, y po¬
drían les demandar la muerte de Calixto.
Ar. ¿Qué, los conociste por mi vida?
Sos. Y aun por la mia, como conosco
agora á Areusa.
Ar. Pues tú no me conosces bien.
Sos. ¿Qué dices, señora? ¿qué no los co¬
nocí?
SEGUNDA CELESTINA. 297
Ar. Digo, que fué maravilla conoce-
llos.
Sos. Según ellos tomaban las viñás,
dices verdad.
Ar. ¿Qué huyeron, dices?
Sos. Como, ¿si huyeron? y como que
los vi yo huir.
Ar. Por mi vida, mi amor, que para
ver si es verdad, que eran los que á mi
me dijeron, que me digas quién eran, y
haz cuenta que lo echas en un pozo, que
no me saldrá por la boca.
Sos. Di tú, señora, quién te dijeron que
eran, y yo te lo diré á tí, y no para que
otro lo sepa, si es verdad ó no.
Ar. Pues mira que te lo digo en secre¬
to, porque noramazas, mira el peligro
que en ello puede haber.
Sos. Di señora, que al cabo esto.
Ar. ¿Pues tú conoces á Centurio?
Sos. ¿Qué Centurio? ¿el rufianazo de los
dos reveses por las quijadas?
Ar. Ese mismo.
Sos. Pues qué, ¿dijeron que se halló en
ello?
Ar. Pues no lo ha de saber nadie.
Sos. ¡Oh, ¿eñora! ¿ya no te dije que
perdieses cuidado?
Ar. Pues por tu vida, que me dijeron
que él habia muerto á Calixto.
\
\
9
I
2<jS SEGUNDA CELESTINA.
Sos. En el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, con tal men¬
tira. Yo te juro al cuerpo santo de Sant
Vicente de Avila, no se halló mas allí
Genturio, que tú hallaste. ¡Y aun persona
era Calixto, para morir á manos de Cen-
turio !
Ar. ¿Que no se halló allí?
Sos. Gomo que no se halló. ¿Tú, seño¬
ra, quieres saber la verdad?
Ar. No quería otra cosa, para desmen¬
tir á quien me lo dijo.
Sos. Pues por vida tuya, señora, para
que veas la mentira que eran los del re¬
piquete, Traso el cojo, y Tripa en brazo,
y Monton de oro, y que los conoscí todos
tres , como te conosco á tí.
Ar. ¿Qué, no eran más desos tres?
Sos. Tres eran y no más, para las tres
horas de Dios. ¿Santiguaste, señora? pues
yo te digo la verdad, y no se hallará otra
cosa. ¿Quiéreslo ver más claro? pues oye
señor Tristan, por vida de tu padre y
así Dios te dé lo que tú deseas ; aquí, entre
nosotros, ¿quiénes eran los del repiquete,
cuando Calixto cayó por descender?
Tris. ¿Para qué es agora ese cuento,
Sosia ?
Sos. Por mi vida y desa señora questá
contigo, que lo digas.
SEGUNDA CELESTINA. 299
Tris. Jura es esa que no quebraré yo.
Por Dios , señoras, Traso el cojo, y Mon¬
tón de oro, y Tripa en brazo, y yo he
rogado á Sosia que dijese que no los ha¬
blamos conoscido, porque ellos no pensa¬
ron que hacían lo que sucedió , y pudie¬
ran peligrar.
Sos. Mira, por tu vida, ¡diz que Cen-
turio había muerto á Calixto V Yo, seño¬
ra , te digo la verdad , y no hallarás otra
cosa de aquí á mil años.
Ar. Hora, yo te lo agradezco, mi amor.
Y otro dia que vengas solo , ven acá , que
quiero hablar contigo; ya me entien¬
des.
Sos. Señora, bésote las manos, que sí
entiendo.
Ar. Y desvíate allá y siéntate , porque
si alguien viniere no tome sospecha, no
avisemos á quien duerme, en cuanto mi
prima acaba de. hablar con Tristan.
Sos. Así lo haré, y en todo me pareces
sabia.
Tris. Señora Elida, ya que tengo co-
noscida tu persona, suplicóte que te sirvas
de mí; que por cierto, que no voy con
tanta libertad cuanta truje cuando aquí
vine; y pues me hiciste el bien de te co-
noscer, no me hagas el mal de no conos-
cer el deseo que de servirte tengo, que de
SEGUNDA CELESTINA.
mí y de cuanto tengo puedes disponer á
tu voluntad.
Elic. Señor Tristan, yo soy la que ha
ganado en conoscerte, y allá en mi casa
te quiero responder á eso, y ténme por
tu servidora, y pues mi prima há ya aca¬
bado , quédese lo demas de nuestras ha¬
blas para cuando digo.
Tris . Señora, sea así, que yo no me
olvidaré de recebir esa merced. Sosia,
hermano, hora es de nos ir.
Sos. Cuando, Tristan, mandares.
Tris. Aquí no hay más, sino que yo,
señoras , quedo con la obligación que el
conoscimiento que tuve con Sempronio y
Parmeno me obliga, y como á uno dellos
me pueden mandar.
Ar. Así, señor Tristan, puedes tú dis¬
poner desta casa, y Dios vaya contigo.
Tris. Y con vosotras, señoras, quede.
Ar. Hermana, por tu vida, que precio
más haber acojido hoy acá aquel pelón
que á una saya de grana; para salir de
aquel rufianazo, bellaco, panfarron, que
tan gran mentira nos dijo, y cada dia nos
zaheriza la muerte de Calixto. Vaya para
bellaco, que no me entrará más de los
dientes adentro, en su casa.
Elic. Oh prima, cuán avisado mocha-
cho es aquel Tristan, y burla burlando,
SEGUNDA CELESTINA. 3OI
por mi vida, que me requirió de amores,
y aunque yo le vi tan desenvuelto que si
solos estuviéramos, que pienso que pu¬
dieran decir por él, que decir y hacer es
para buenos.
Ar. ¿Y pues en qué paró la plática? que ,
poca carne y mucha pluma me* parece
que puedes allí hallar: poco dinero y
buena parola, digo.
Elic. Ya te tengo entendida, y desa
parte no lo tengo en lo que huello con mi
chapin , y ántes disimulé con él, echán¬
dole todos sus ofrecimientos á la amistad
de Sempronio.
Ar. Pues este otro, gesto de cucharon,
rascamulas, bien dentro en la gorrionera
queda, para que viniese acá estando sola,
para dalle con la puerta en los ojos. Y con
esto, pues es tarde, véte, y pasaremos
hasta otro dia tan bueno como este.
Elic. Así plega á Dios, y él quede
contigo.
Ar. Y contigo, prima, vaya.
302
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA VIGESIMA SEXTA CENA.
*
Polandria dice á Poncia que se vayan al jardín. Y Pon¬
da allá, le aconseja sobre su honestidad lo que debe de
hacer, y cómo se debe mostrar zahareña si Celestina
► viniere, y procurar casarse con Felides. Y en esto
llega Quincia á decir que viene Celestina ; y entrada,
después de algunas burlas , habla á Polandria y ella
la deshonra; y llega Poncia y ataja la rencilla , y des¬
pués de atajada, conciertan que trate el casamiento, \
váse y introdúcense.
POLANDRIA .—PONCIA.— QUINCIA .—CELESTINA .
' r /
>
Pol. Poncia , en tanto que señora está
en misa, anda acá, vamos al jardin. Y
mira tú, Quincia, si alguna persona vi¬
niere vénnoslo á decir.
Pon . Señora, después que me desco¬
loriste tu corazón, he mucho pensado en
tu remedio; y como yo he oido muchas
veces que este mal no sufre consejo, temo
tu enfermedad y no querria que la pena
de aquel caballero, junto con el amor
que le tienes, diesen lugar con el tiempo
á publicar alguna cosa, con que tu fama
y honra padesciese sin culpa; por donde
la gloria de tu fortaleza en lo secreto, no
sirviese más de para contigo. Y para esto
SEGUNDA CELESTINA. 3O3
he pensado que seria bien si alguna cosa
de su parte te dijesen , pedille que se case
contigo secretamente, porque público
pienso que tu madre no querrá; porque
aunque él tan es rico y de muy buen lina¬
je, ya sabes que tu mayorazgo no puedes
heredado casándote fuera de tu linaje.
Mas yo por mejor tendría la pérdida de
la hacienda, que la de la honra, tanto
cuanto va de lo que se cobra en casarte
con él, pues su riqueza suplirá la falta
de la tuya , á lo que se pierde sin se po¬
der jamás cobrar, que es tu fama, por
solo las apariencias públicas condenando
la virtud secreta; pues sabes que la Igle¬
sia no juzga de lo secreto, y en todo
tiempo se debe temer, que lo perdido en
ningún tiempo se puede cobrar.
Pol. Poncia, amiga fiel, tú me acon¬
sejas como sabia, cuanto más que no
puedo yo aventurar ningún estado, que
no se compre en él barato, el conten¬
tamiento que de la persona de Felides
tengo ; pues sabes que más vale un poco
de pan con gozo , que la casa llena de
riquezas con descontentamiento. Créeme,
que no hay estado mayor que el del con¬
tentamiento, pues todos le buscaron pafa
este fin ; y si yo con otro me casase, todos
los dias de mi vida me faltaría. Yo estoy
304 SEGUNDA CELESTINA.
/ l
en lo que dices, y así lo entiendo hacer
y con todo secreto, porque si mis parien¬
tes lo supiesen , ponerme hán donde no
pudiese tener libertad.
Quin. Señora, allí está la madre Celes¬
tina que quiere hablarte y verte.
Pol. Díle que suba. Mucho huelgo,
Poncia, de la venida desta vieja para lo
que me tienes dicho.
Pon. Pues señora , ten con ella prime¬
ro toda disimulación en tu bondad, y
háblale como mujer salteada della, para
que te tengan en más. Pues sabes que
ninguna virtud se conoce, sino experi¬
mentada con su contrario.
Pol. Bien dices, y callemos, que ya
viene.
Cel. Nunca Dios hizo á ninguno exce¬
lente en ninguna cosa, que no le diese
fortuna en lo necesario para ponelle en
la cumbre de la gracia que le quiso dar,
como agora me apareja á mí este tiempo
de no hallar la madre desta doncella en
casa.
Pol. Madre, ¿qué vienes contigo har
blando ?
Cel. Dios, señora, te guarde, y á la
señora Poncia; que por tu vida, que venia
N tan embebida en acabar ciertas devocio¬
nes, que no os habia visto. Y huelgo,
SEGUNDA CELESTINA.
305
hija, de te hallar en tal lugar por tomar
parte de tu pasatiempo.
Pol. Madre, Dios te dé lo que deseas.
¿A qué ha sido tu venida tan de mañana?
Cel. Hija señora, yo venia á ver cómo
se habia hallado la señora Paltrana con
mi experiencia, para si no habia aprove¬
chado hacerle otra cosa; mas Dios loa¬
do, mejor es así que me dicen que no
está acá, que es ida á misa. Y parescióme
que hallándome acá era descortesía irme
sin te hablar, y dije á la doncella que te
lo dijese.
Pon. Así vivas tú, vieja malvada, sino
te trujera más acá otro mal que el de mi
señora.
Cel. ¿Qué dice la doncella graciosa?
que en mi alma, que no es sino gloria
oirte cuanto dices por esa boca hecha de
perlas.
Pon. Ya me quiere enlabiar. Digo ma¬
dre, que luego se le quitó el mal á mi
señora.
Cel. Ay traidora, ojos de arrebata co¬
razón, no decias tú eso, en mi alma.
Pon. Madre, no de balde dicen: que
quién há las hechas há las sospechas.
Cel. Mi hija, por tu boca te condenas,
que de habellas murmurabas de lo que
decía.
t
20
* \ «.
306 SEGUNDA CELESTINA.
Pon. Madre, mi edad salva eso, que es
tan poca que no he tenido tiempo para
tener hechas ni sospechas.
Cel. Hija, para las hechas no hay me¬
jor edad que la tuya, ni para las sospe¬
chas que la mia. Porque, mal pecado, ya
aunque yo las quisiese tener las hechas
no hay quien las tenga conmigo; aunque
por cierto, hijas, que otros duelos me
ponen más cuidado , que con la vejez todo
carga, y todo como casa vieja se sostiene
con riostras, con trabajos quiero decir;
que con la mocedad todo se pasa. Así que,
hija, dejando una razón y tomando otra,
todo esto he dicho por atravesar burlas
contigo , por te ver decir gracias ; que en
mi alma, todas cuantas palabras dices
lo son.
Pon. Alacé madre, no me vistas de li¬
sonjas, que si gracia tuviese, alcanzalla
hia con alguno, que maldito aquel que
me dice ¿qué tienes ahí?
Cel. Ay traidora , porque no las tendrás
tú en lo que huellas con el chapin, que
por mí santiguada, que sé yo alguno que
está muerto por tus amores.
Pon. Ay madre, ¿dime quién, por tu
vida? para que si es muerto, pues no pu-
diendo remedialle el cuerpo, procure sal-
valle el alma.
SEGUNDA CELESTINA.
3°7
Cel. ¿Burlas? pues por vida desa cara
de oro , que no burlo yo , sino que es ver¬
dad que está uno muerto por tus amores.
Pon. Ay madre, ¿dímelo ya, por tu vida?
que me toman ansias por lo saber.
Cel. ¿Quieres que te lo diga?
Pon. Ay Dios, que no quiero otra cosa.
Cel. ¿Dásme licencia?
Pon. Di ya ahora, madre, que me
congojo.
Cel. Hija, pues el enamorado questá
muerto por tí, sabe que es Jesucristo,
que de amores de redimirte murió por
tí. Mira si tienes razón de morir de amo¬
res de tal enamorado.
Pon. Toma, toma, ¿y ese es el enamo¬
rado? pensé en buena fe que era otro.
Cel. ¿Y quién habia de ser^boba, di-
ciéndotelo yo?
Pon. Hi , hi , hi ; por mi vida, que pensé
que decias por Sigeril, paje de Felides.
Cel. He , he , he ; por tu vida , hija , que
no lo conozco.
Pon. Sea por la tuya, madre, que per¬
derás menos, como quien há ya vivido
lo más.
Cel. Ay hija, ay hija, ¿qué seguro tie¬
nes tomado de Dios para vivir más que yo?
Pon. Y tú, madre, ¿de la razón de tu
edad para no morir más presto? No me
(
308 segunda celestina.
metas palabras en medio, que por mi
vida, que te paraste colorada cuando te
lo nombré. *
Cel. Hija, será de celos, que es mi ena¬
morado. Mejor me ayude Dios, señora
Polandria, que yo sé por quién dice.
Hora, hija Poncia , dejemos las burlas,
que yo te conozco que no tienes otro
enamorado más del que yo te dije, y to¬
mando las veras, señora Polandria, cier¬
tas cosas se me han revelado más de las
que este otro dia te dije, que cumple
mucho sabellas.
Pon . Según eso, yo me quiero apartar.
Cel. No te vayas hija, que no es cosa
que no puedes oir.
Pon. Déjame madre, que como sean
cosas de veras, no me sufre el corazón á
tanto sosiego, que con estas higueras
quiero pasar un poco tiempo requebrán¬
dome con los higos, que en fin, sino bebo
en la taberna, huélgome en ella; quiero
decir, que porque tienen el nombre de
hombres, me parecen mejor y me huelgo
. más de conversar con ellos que con las
granadas.
Cel. He, he, he; en forma, estoy ena¬
morada desta perla de doncella. Y señora,
tornando á nuestra plática, yo sé que
aquel caballero anda tan perdido por tí.
/
SEGUNDA CELESTINA.
309
que tengo temor y estoy tan atónita, que
se ha de descobrir á alguna persona. Y
como la fama de las mujeres, hija, mal
pecado, más en el dicho que en el hecho
consista, no querriaque sin culpa tu fama
padeciese.
Pol. ¿Pués á qué propósito es eso que
me dices?
Cél. ¿ A qué propósito, mi amor, dices?
á propósito que no seria malo avisalle
dello y hablalle.
Pol. Ya Celestina, no me digas más;
ya se te ha gastado el cebo, que descu¬
bres el sedal con el anzuelo.
Cel. Hija señora, mejor viva yo que
entiendo lo que dices.
Pol. Pues yo bien entendida te tengo á
tí, que quien malas maña há, tarde ó
nunca las perderá. Allá, allá, á otras
bajas doncellas de linaje y de saber, buena
mujer, vé tú con esas palabras desfraza¬
das en lisonjas y hipocresía, que no á mí
que te las entiendo.
Cel. Malo va esto, como el diablo.
Pol. ¿Qué dices entre dientes?
Cel. Señora, ¿qué tengo de decir? vién¬
dote tan sospechosa de mi inocencia, y
diciendo que entiendes mis palabras , sien¬
do tan sencillas, que maldito el entendi¬
miento que tienen fuera de lo que suenan.
3IQ
SEGUNDA CELESTINA.
Pol. Así me parescen á mí, y así las en¬
tiendo; y entiéndolas tan bien, que sino
fuese por publicar tu osadía, y el atrevi¬
miento del que te envia, yo te haria que
cesases ya de ofender á Dios.
^ Cel. Señora, no me deshonres mis ca¬
nas y dañes mi crédito, que á mí no me
envia nadie á decir lo que digo, sino mi
conciencia y el deseo de tu servicio. ¡ Otro
pago y honra pensaba yo, cierto, sacar de
tus manos! Mas andar, que nunca vi mé-
nos de gran servicio, sino pagarse con
desagradecimiento grande. A Dios gracias
que tengo compañeros: á Régulo muerto
en Cartago y á Cipion en Lucerna, á
Demóstenes en Manesia, por desagrade¬
cimientos de sus servicios; y por cierto,
señora, tú me pagas bien con deshonra,
lo que yo por tu honra trabajo.
Pol. A otro perro con ese hueso, Celes¬
tina.
Cel. ¿Que hueso, señora? suplicóte me
digas que huesos, que yo no lo entiendo,
por tu vida y mia.
Pol. ¿Tú piensas que no te tengo en¬
tendida, que por ver si estaba hondo el
vado has entrado tentando con el bordon?
Cel. Declárate señora, que me supendes
con tus sospechas.
Pol. Tú lo entiendes mejor que yo lo
SEGUNDA CELESTINA. 3 I 1
sé decir; y digo que ya tienes quitada la
paja y se ha descubierto la red. No me
vengas más con estos consejos que no los
hé menester; sino á mi señora haré testi¬
go de tus romerías. ¿Parécente buenas es¬
taciones éstas en que andas?
Cel. ¿Qué lo dirás á mi señora? deso
huelgo yo. Anda acá señora, que á osadas,
que ella que es vieja y sabia, que mire
mis razones de otra manera. Andacá, an-
dacá señora, delante de su merced, pues
me atajas ántes de tiempo. ¡Oh y como
huelgo de haber entendido tu sospecha!
Pol. ¿Qué, te tengo de oir hasta el cabo?
pues por el hilo se saca el ovillo de lo que
quieres tramar.
Cel. No creas tú, señora, ántes de tiem¬
po, que mi urdidura no tiene malos li¬
ñuelos; suplicóte que oyas hasta el cabo.
Pol. ¿Qué te tengo de oir, pues tú me
dices al principio, que será bien de mi
parte avisar aquel loco que te envia con
tales mensajes?
Cel. No digas, señora, que me envia,
que si otra mi igual fuera, ya le hubiera
respondido. No me deshonres, sino daré
voces como una loca y á todo el mundo
haré testigo de mi inocencia; y para los
santos de Dios, que mis canas eche de
fuera pidiendo á Dios venganza de tus
312
SEGUNDA CELESTINA.
palabras, rasgando con mis uñas mi ros¬
tro. Señora Polandria, no soy mujer de
nada desas tramas: limpiamente vivo,
honestamente trato, de castidad me pre¬
cio, no me enviaron del otro mundo á
tales liviandades. ¿Que cosa es decir que
vengo de parte de ninguno? No me hagas
perder el seso, no me enloquezcas, seño¬
ra, que daré voces como una loca. ¿Que
cosa es decirme á mí que vengo de parte de
nadie viniendo por solo servicio de Dios
y tuyo?
Pol. Paso, paso, Celestina; no hagas
esas algaradas.
Cel. Qué paso, paso; que no quiero,
sino que lo oya Dios y todo el mundo y
sepa mi limpieza , y el galardón que saco
de tu servicio.
Pon. ¿Qué es esto, madre? ¿qué altera¬
ción es esta?
Cel. Déjame hija. \ Desventurada yo!
que estoy para perder el seso ; que me ha
deshonrado la señora Polandria sin oirme,
por solo sospechas; que así parezca yo
ante Dios , como con la limpieza y inocen ¬
cia que yo le hablaba.
Pon. Limpia tus lágrimas y habla paso,
no des cuenta á todo el mundo de lo que
no hay para qué la dar.
Cel. Hora hija, á tí te quiero hacer
I
SEGUNDA CELESTINA. 313
juez, para que veas si tengo razón. Yo,
mi amor, avisé este otro dia á la señora
Polandria de cómo hallaba por mis artes
ciertas liviandades de mancebos, de un
caballero que llaman Felides, y que le
suplicaba que se guardase dél como del
diablo. ¿Pasa así, señora?
Pol. Así pasa; vé adelante.
Cel. Así, que hoy tórnele á decir que
hallaba que le crecia tanto la pena, que
temia que se descobriese á alguno y fuese
causa de su disfamia, pues la fama de las
mujeres, más en la estimación de ser
buenas que en el hecho consistia. ¿Es así?
Pol. Pasa adelante.
Cel. Y que por tanto, que me parescia
que era bien hablalle, y aquí atajóme
diciéndome mil denuestos , los cuales por
esta alma pecadora, nunca nadie sino ella
me dijo.
Pol. ¿Parécete si tuve razón, Ponda?
Cel. Si tuviste, si yo no te dijera que
me oyeras hasta el cabo, lo que tú no
quisiste hacer.
Pon. En eso no tuviste, señora, razón,
porque las palabras muchas veces se co¬
mienzan con varios propósitos de los que
quieren concluir ; y para culpa tuya y
justificación de la madre, es bien que la
oyamos hasta el cabo.
I
I
314 SEGUNDA CELESTINA.
Pol. Hora diga, y yo le pido perdón
si me enojé antes de tiempo.
Cel. Señora, el alcon cuando sube á la
garza remontada, no va derecho á ella
hasta que la tiene señoreada dando vuel¬
tas. Así que, yo aun no habia llegado á la
garza, y para que veas que la querria
matar en el cielo, la buena razón digo y
torno á decir, que es bien que sepa aquel
caballero que si él se ha de casar contigo,
que hable en ello conmigo ó con otra per¬
sona, y que de otra suerte, que no ande
haciendo liviandades. Si mal dicho es esto,
Poncia, en tu ánima, ¿di la verdad?
Pon. Por cierto no, sino muy bien.
Pol . ¿Pues por qué no le decias como lo
dijiste agora?
Cel. Porque no me diste tú lugar ni
me quisiste oir. Cata, señora, que no seas
tan súpita; deja á la razón sojuzgar los
primeros movimientos, porque no son
en manos de los hombres; no seas don
Perogil, que daba arremetidas contra los
suyos. No seas, como dicen del mal ba¬
llestero, que á los suyos tira. Ando yo
buscando tu provecho , y tras buen servi¬
cio, mal galardón.
Pol. Madre, perdóname por Dios, que
no fué más en mi mano , que yo conozco
mi yerro.
SEGUNDA CELESTINA.
3*5
Cel. Señora, en buena parte caye, que
no se me han pasado los dias en balde,
que bien sé que de los señores todo se ha
de sofrir; y créeme, que sino por el deseo
que de servirte tengo, por aquella puerta
me fuera, y ojos que me vieran entrar
nunca me vieran tornar.
Pon. Madre, para eso es el seso, que
bien sabes que cuando uno no quiere dos
no barajan. Por tanto, pues Dios tanto
seso te dió, ordenemos aquí lo más sano,
que en mi alma, que me ha parecido de
perlas tu consejo; y que queria á mi se¬
ñora Polandria más vella casada con este
caballero que con el emperador.
Cel. Y cómo, hija, tienes razón.
Pon. ¿Pues quién se lo dirá, sin que
persona lo entienda? Tú, madre, lo harias
bien.
Cel. Yo diré mi parecer, mas no tengo
dicha, quiero callar.
Pol. Di tia, que ya que estoy segura de
tu inocencia , todo puedes decir lo que qui¬
sieres, que sobre tal cimiento no se asen¬
tará ninguna piedra mala.
Cel. Pues señora, lo que á mí me pa¬
rece para que no haya tantas idas y veni¬
das y esto se concluya es, que pues am¬
bos sois para en uno, le hables por una
destas dos rejas deste jardín esta noche,
/
3 l6 SEGUNDA CELESTINA.
y díle abiertamente tu voluntad; y si lo
quisiere hacer, bien ; onde no, díle el sue¬
ño y la soltura , que yo fiadora que no se
desconcierte ; y en pago del buen servicio,
y mal galardón de hoy, yo lo concertaré
con él, con el secreto que para ello se
requiere.
Pol. Ay tia, por tu vida, que no tornes
á echarme culpa, pues ya me tienes per¬
donada. Y eso que dices no me lo man¬
des , que me moriré de vergüenza dél,
que en mi vida le hablé.
Cel. Andate ahí con tus vergüenzas.
Hija, mi amor, dejar de hacer los hom¬
bres lo que les cumple por vergüenza,
no es vergüenza, sino necedad. Cuanto
más que yo te diré .
Pol. ¿Qué, madre?
Cel. Que venga él; y si mucha ver¬
güenza hubieres, háblele Poncia, y en
dos palabras dígale el sueño y la soltura,
y par Dios , ó dentro ó de fuera.
Pol. Si Poncia quiere hacello, yo lo
haré.
% Pon. Señora, eso es lo de ménos que
yo por tu servicio haré; mas no querria
que me dijese de no, y me perdiese la
vergüenza por todo el mundo.
Cel. Señora, ¿tú quieres y hás gana
casarte con este caballero?
i
SEGUNDA CELESTINA.
3l7
Pol. Si por cierto, siendo en mi honra.
Cel. Andate allá decir donaires. ¿Mas
pensé á buena fe, que te habiamos de
aconsejar que fuese con tu deshonra?
Pol. Pues desa manera no querria cosa
más.
Cel. Pues si lo quieres, da al diablo
esas vergüenzas, que barba á barba, ver¬
güenza se acata. ¿Estoy en mi seso, Pon¬
da? ¿héte dado en el alma? ¿héte muerto
una ágria? ándate allá con tus donaires,
que piensas que todo lo sabes; y tú, se¬
ñora, haciendo de la muy salteada de la
honra , que aun no sabes donde te roe el
zapato, j Guayas de Celestina! ¡que pien¬
ses tú de entender mis razones, á cabo de
mis ochenta años acuestas, teniendo aun
el cascaron en la cola y la leche en los
bezos! ¡Guayas de mí, si acabo de mi
vejez habia yo, hijas, de venir á depren¬
der como se ha tratar y servir las tales
como tú, mi señora Polandria! Hora, sus,
esto queda muy bien acordado y no se
hable más en ello ; y yo me quiero ir.
Pol. Madre, mira que le tomes muchos
juramentos, y que mire de quién se fia,
porque si mi señora algo barrunta, todo
irá borrado.
Cel. Ay hija, angelito, angelito. En
Dios y en mi ánima que no te queda más
SEGUNDA CELESTINA.
3-8
en el estómago , ¿y á Celestina avisas tú
de secreto? ¡Dolor de mí, que este es el
primer secreto que en este mundo yo he
sabido encobrir! Calla, señora, que eres
boba, noramaza, que así te lo quiero
decir, y perdóname. Por cierto, por
mayor afrenta tengo decirme esto , que
cuantas hoy me has dicho. Bien parece
que con la niñez que no sabes cuántas
son cinco.
Pol. Paréceme madre, que te has que¬
rido vengar: no se si tomas esta afrenta de
lo que dije.
- Cel. ¿Porqué, señora? ¿porque te llamé
boba? Alacé, pues sabe que eres boba y
aun*bobita; que aun agora naciste, que
mal pecado, no debes de saber cómo tras
los dias viene el seso, que no te espantá-
ras de llamarte bobita. Mírala, Poncia,
cuál está boquiabierta el angelito, que en
mi alma, no paresce sino pajarito nuevo
que toma el cebo á la madre. Pues sabe,
que madre soy que lo sé traer. ¿Que me
estás mirando? que mejor lo sabré hacer
que lo digo.
Pol. Hora, madre, véte, y déjate de ra¬
zones, que vendrá mi señora.
Cel. ¡Ay perla preciosa! ¡ay serafín! ¡ay
ángel del cielo! ¡ya no se te cuece el pan!
Pues asegúrate, asegura, que en manos
I
/ .j
SEGUNDA CELESTINA. 3 1 9
0 -
está el pandero que lo sabrá bien tañer.
Pol. Ay Dios, madre, como eres mali¬
ciosa; si quiera nunca te vayas.
Cel. ¿Crees tú, hija Poncia, que dije
aquello con la boca grande ó con la boca
chequita?
Pon. Con la chequita.
Cel. En mi alma, que estás en lo cierto;
y con esto yo me voy, y si no tornare, el
acierto está seguro, y quedad con Dios.
Pol. Y con él vayas, madre. ¿Paréscete,
Poncia, que lo supe bien hacer?
Pon. Ello, señora, está mejor que se
puede pedir. Esta noche tendremos fiesta,
y más si viene con Felides, él, mi mal pe¬
sar, tendremos en qué entender y de qué
burlar y reir mañana. Y con esto nos va¬
mos antes que venga mi señora.
Pol. Vamos que es razón de ir á labrar
y de hacer algo, y cierra tras tí esa puer¬
ta del jardin.
320
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA VIGESIMA SETIMA CENA.
Pandulfo va á la fuente á saber de Quincia lo que pasó
sobre su carta , y sobre quedar muy corrido , concierta
de hablalle el domingo en la noche, yintrudúcense.
PANDULFO. — QUINCIA.
Pand. Mucho huelgo que á Quincia veo,
para hacer con ella algún concierto, y sa¬
ber cómo le fué con mi carta. Hermana
mia, no puedes pensar el deseo que de
verte tenia, para dar alguna manera que
nos hablemos, y para saber cómo nos fué
con la carta de mi amo.
Quin. Ay, señor; por tu vida, que no
me mandes mas llevar estas cartas, que
ver la burla que de la carta han hecho, no
lo puedes creer.
Pand . ¿Cómo es eso?
Quin. Yo te diré cómo; que me dijo Po-
landria, que Pandulfo ó otro tal que, mozo
despuelas, habia escrito aquella carta; que
para mí ó para otra tal puerca como yo
debia de ser, según las badajadas que
traia.
Pand. Cuerpo, hora de tal, con la loca.
Pues voto á la Casa Santa, que mi agüelo
Mollejas, que no debia nada á D. Brasco,
SEGUNDA' CELESTINA. 32 [
su agüelo, sino por la renta, que aunque
era hortelano él era muy buen hidalgo.
¿Badajadas le parecían? ¡Pese á tal, con ella
hTsabia ! ¿Pues qué queria ella, filosofía,
que no las sienten más que la muía de
mi amo, sino por hacerse muy dueña y
muy sabia? Yo seguro, que si Poncia la
via, que la entendiese de otra manera.
Qiiin. Ay, ay, eso es lo mejor del mun¬
do; otra que bien baila. Por mi vida, que
en comenzando á leer la carta, dijo: oxte
mi asno.
Pand. Oh cuerpo, hora de tal, con la
duquesa; ¿quiere también filosofías como
su señora, la dama?
Quin. Ay, pues si supieses cuán mofa¬
dora es, espantarte hias.
Pand. Escarnidora parece; mas por mi
vida, hermana, que no falte quien tam¬
bién mofe della, y dereniego del puto de
su linaje. ¿Y qué hallaba ella para hacer es¬
carnio? ¿queria que le hablasen en el mar
yen las arenas? Al diablo las locas; hora,
por tu vida y mia , que pienso que estas y
estos caballerotes que tienen otra lengua
sobre sí, que no deben entender la nues¬
tra, pues que mofan della.
Quin. Ay, ¡y cómo mofan! Pues en
cargo de mi conciencia, que yo vi la carta
del otro dia y la de ayer, que no era sino
21
1
A
322 SEGUNDA CELESTINA.
gloría oír la postrera, cuanto en hado la
primera.
Pand. No, que estás engañada; que me¬
jor es decir, que el sol es pasado por vi¬
driera y el fénis que se quema. Que eso¬
tras no son razones para sus altezas de la
señora Polandria y Poncia.
Quin. Hi, hi, hi. Ay, par Dios, que
deso es toda la carta de Felides, la prime¬
ra; ¿y qué diablos quieren decir esas reto¬
beas que agora digiste?
Pand. ¿Qué han de querer decir? la se¬
ñora Poncia te lo dirá, pregúntaselo.
Quin. Ay, y como lo dirá para escarnir;
que ayer en todo el dia nunca otra cosa
hizo, tanto, que mil veces le preguntaron
Claudia y Galarza, dueñas de mi señora,
que de qué se reia ya tanto y decía : mi se¬
ñora Polandria lo sabe.
Pand. Pues voto á la Casa Santa, que
no entiende ella más que yo esas elegan¬
cias, y que si yo me viese con ella solos,
que nos entendiésemos á coplas.
Quin. Bueno es eso señor; ¿querías una
en papo y otra en saco?
Pand. No lo digo, hermana, sino por¬
que entendiera mi lengua , que en lo de¬
mas, más quiero á tu zapato que á ella y
á todo su linaje.
Quin. Dalas ya á Dios, y no hablemos
I
SEGUNDA CELESTINA. 323
f ^ %
más en ellas, y dejémoslas con Celestina
allá en el jardín de casa.
Pand. ¿Qué dices? ¿allá queda Celestina
con ellas?
Quin. Si por cierto; y aun dos veces
ha ido esta semana allá. ¡Y aunque no
huelgan ellas poco con ella !
Pand. Su, su, su.
Quin. ¿De qué silbas, señor?
Pand. Silbo , de que por tu vida , que
en una escuela aprendimos Celestina y
yo la lengua: no sé como la entienden
mejor que á mí ; y no me digas más , que
por nuestra dueña , que es descubierta la
celada y no vivo yo engañado.
Quin. ¿Por qué dices eso, señor?
Pand. Dios y yo nos entendemos. ¿Pues
ha predicado su reverencia á estas tan
sabidas doncellas ?
Quin. Ay, y cómo ha predicado, y qué de
cosas de Dios, les dice á ellas y á mí, que las
tiene, así goce yo, desbabadas oyéndola.
Pand. Eso querría yo que entendiese
la señora Polandria, que voto á santa Ca¬
talina, que lo entiendo yo mejor que ellas
las cartas.
Quin. ¿Qué entiendes, por tu vida,
señor?
Pand. Entiendo, en lo que entiende
Celestina.
324 SEGUNDA CELESTINA.
\
Quin. Ay señor, no digas eso, que es
• # j
una santa. ,
Pand. Pues si es santa, díles que le
ayunen la víspera, que el tiempo dirá lo
que sacarán en tenella por abogada. Y
dejemos esto y veamos cuándo me podrás
hablar.
Quin. Por Dios señor, de aquí á tres
dias no es posible , que no estoy para ello.
Pand. Hora, pues, quédese para el
domingo , y quédate con Dios, y yo me
voy.
Quin. Contigo, señor, vaya.
\
SEGUNDA CELESTINA. 325
I
ARGUMENTO DE LA VIGESIMA OCTAVA CÉNA.
Celestina va á Felides diciéndole del concierto para esa
noche , y dale de albricias cien ducados , y váse ; y él
qneda con sus criados , y pasa donaires con ellos ; y
introdúcense.
CELESTINA. — FELIDES. — PANDULFO. — SIGERIL.
Cel. Oh válame Dios , y en cuán poco
estuvo de perderse hoy mi caudal junto
con el autoridad que con mi nueva veni¬
da he cobrado, si con la razón no previ¬
niera á la necesidad del tiempo, y puesto
que perdí grandes intereses desta cura,
que por alargar se pudieran ganar, harto
fue rodeallo, para que estando yo olean¬
do el enfermo , le tornase la vida. Y para
suplir lo que con dilatarse pudiera ganar,
yo le venderé al enfermo por el concierto
desta noche, y ántes que se den ellos las
manos, si yo puedo, sacaré las mias llenas
con las albricias del buen concierto. Y
quiero ir á Sant Martin, y como allí viere
alguno de sus criados , él lo hará saber á
su amo, para que no aparezca que yo lo
busco. Bien se me hace, que Pandulfo
está oyendo misa, y ya se acaba; y héle
donde va á dar la nueva. Yo lo tengo bien
SEGUNDA CELESTINA.
326
amasado; quiero dar gracias á la Magda¬
lena , de haberme sacado hoy de tan gran
peligro , que aunque en hartos me he
visto, nunca tal como el de hoy, porque
llovia ya sobre mojado. Y háceseme agora
bien, que ya no hay misa que decir y
queda el campo solo; y en tres palabras
entiendo despachar este galan. Hélo aquí
dó viene, y pláceme que los criados deja
fuera.
Fel. Oh madre y señora mia , cómo me
dá el alma en tu gesto que traes á la mia
algún consuelo.
Cel. Oh mi ángel y mi serafín de oro,
como es llegada la hora que tus mercedes
darán testimonio de mis servicios. Agora
quiero yo ver en el precio que tienes á
Polandria, con las albricias que me das.
Fel. Señora, deso huelga mi alma; y
sepamos tan gran bien y toma todo lo
que con quedar con mi señora sola, te
puedo dar.
Cel. Hijo, no pido yo tanto, porque
ya sabes que las donaciones no valen nada
cuando pasan del diezmo de la hacienda
del que las hace , y con el quinto me con¬
tentaré yo.
Fel. Hora madre, di, que yo me ofrez¬
co á contentarte á tu voluntad.
Cel. ¿Cuándo?
SEGUNDA CELESTINA. 327
Fel. Luego, si tal fuere la nueva.
Cel. Pues la nueva es tal, cual la vieja
te la dirá ; y porque para decir las afren¬
tas y el hilado que se ha gastado en desen¬
volver la tela, no bastaría todo el dia,
ello queda concertado que tú le hables
esta noche por una de las rejas de su jar-
din, después de todos sosegados.
Fel. Calla, madre, ¿quiéresme probar?
¿estás burlando? ¿es posible eso? mira no
se te antoje ó no lo hayas soñado, que eso
más paresce sueño que verdad; y no sea
la soltura que soñé yo con tu sueño , que
me espulgaba el gato.
Cel. Señor, en la sobra del deseo te
falta la razón de tal tercera como yo. Yo
te digo la verdad, y tú lo verás esta noche
si burlo ó digo verdad.
Fel. Oh mi madre, oh mi señora, oh
mi vieja honrada. ¿Con qué te puedo ala¬
bar? ¿con qué. te puedo encarecer? ¿con qué
te podrá pagar Felides? pues no ménos dé
á Felides muerto, me das vida.
Cel. No me quiebres las costillas, y no
me mates con tanto abrazo. Creo que por
no me pagar quiéresme matar, sabiendo
que no tengo heredero.
Fel. Oh madre, dame esas manos, que
tal hazaña han hecho. Dame esos piés,
besártelos hé, porque anduvieron tangió-
SEGUNDA CELESTINA.
328
riosos pasos; y sino quieres, dame esa
boca que ordenó tan gran, bien que la mia
no sabe encarecello.
Cel. Señor, tu estado y mi bajeza nie¬
gan las manos; tu edad y mi vejez niegan
la boca; que mejor será empleada en
aquellos labios de rosicler, y en aquellos
dientes hechos de azúcar, donde pienso
que emplearás tú esta noche la tuya; que
tal piedra preciosa como tu boca, no es
razón de engastada en tan mal engaste y
tan viejo, como mi boca. Sino que dejando
estas palabras, y refiriéndonos á las obras,
en las de mi parte sea: que tú vayas esta
noche allá á la una , y por una escala pue¬
des entrar á la parte que la mar bate en el
jardin, y él está tan apartado, que sin que
se pueda oir, puedes cabe las rejas de den¬
tro hacer las señas tañendo y cantando
para hacer parar las aguas y venir las
piedras con las aves, junto con el corazón
de Polandria, á te oir. Y con esto yo he
hecho mi oficio; tú haz agora el tuyo, y
yo me voy, pues quedo satisfecha que no
dirás que tenga buena parola y mal fato.
Fel. Madre, tú te puedes ir, y haré yo
que no puedas tampoco decir por mí esas
palabras, que yo te doy mi fe, que ántes
que goce de la merced que me has hecho,
sea en tu casa el galardón.
SEGUNDA CELESTINA. 329 _
Cel. Señor, yo te beso las manos, y á
esos que hobieres de llevar contigo, con
gran secreto díles que á concierto vas de
casamiento, porque de otra suerte no po-
diste acabar conmigo, que entendiese en
este negocio. Ybésote las manos, que por
esta puerta me quiero ir. r
Fel. Madre, Dios vaya contigo como
quede conmigo, y pierde el cuidado. Andad
acá, mozos, vamos á comer.
Pand. Dentro está el pelón. Por nues¬
tro señor, que debemos de tener alguna
buena nueva, ó buena mentira en su
lugar.
Sig. Calla, que ello dirá, que no tendrá
sufrimiento para callar. Mas di ¿has sabido
más de la carta que me dijiste?
Pand. Sé, que tampoco la entendieron
como la otra.
Sig. Cómo ¿pusístete tú á hacer filoso¬
fías, ó cómo no la entendieron?
Pand. Voto á tal, más clara iba que
el agua. *
Sig. Paréceme que podemos decir aquí,
que ni oxte tan corto como las razones de
Felides, ni arre tan luengo como las tuyas;
y con esto callemos que nos mira.
Fel. Hijos, aderezarme las armas para
esta noche, que me cumple ir algún cabo,
donde podria ser que fuesen menester.
I
330 SEGUNDA CELESTINA.
Parid. Eso es, por Dios pues, lo quehé
menester.
F el. ¿Qué dices Pandulfo? Bien sé que
estas son tus misas.
Pand. Señor, eso decia; que eso es lo
que yo he menester para que me conoscas.
Fel. Dias há que te tengo conoscido; y
vámonos á comer, que después sabrás lo
demás cuando fuéremos.
Pand. Señor, sube á comer, que apare¬
jado está.
Fel. Subamos.
SEGUNDA CELESTINA.
331
ARGUMENTO DE LA VIGESIMA NOVENA CENA.
Celestina va á su casa muy alegre , y allá halla Areusa y
á Grajales que la están aguardando á comer, y en la
comida cuenta Celestina un cuento que la acaesció con
un menistro, Echa-cuervo de la Trinidad y una moza
y un rufián llamado Fragoso; y introdúcense.
CELESTINA . — ELICIA. — AREUSA. — GRAJALES.
Cel. Ta, ta, ta.
Elic. ¿Quién está ahí?
Cel. Abre hija, que yo soy. Oh hija,
Areusa, ¿acá estas?
Elic. Por Dios, una hora há questá
aquí aguardándote , que trujo dos pares de
perdices para que comiésemos juntas.
Ar. Por Dios, madre, no puedo comer
cosa buena sin tí. Y envióme estas perdi¬
ces el despensero del Arcediano, y véngo-
las comer contigo.
Cel. ¿Quién hija?
Ar. El despensero del Arcediano.
Cel. ¿Quién es el despensero del Arce-
cediano?
Elic. ¡Ay Jesús, madre, qué desmemo¬
riada eres! ¿No te acuerdas del gentil
hombre que te dije que tenia mi prima,
que le da cuanto há menester?
i
✓
332 SEGUNDA CELESTINA.
Cel. Ya, ya, hija, al cabo estoy; mas
mala landre nunca me tome , si me acor¬
daba.
Elic. Pues habla paso, que está arriba y
viene por conocerte y á comer con nos¬
otras.
Cel. Él y los buenos años, que por
cierto huelgo mucho dello. Y hija Areusa,
¿parécete si estuvieres con el capitán
aguardándole hasta agora, y no tomaras
mi consejo, que estuvieras bien librada
guardando mucha lealtad á ese otro pan-
farron, gesto de diablo de Genturio? Mi fe
hija, uno en papo y otro en saco, uno al
fuego y otro tras la cama , uno sospirando
por la calle y otro en los brazos, porque
seas nueva; que ya sabes hija, que mu¬
dando muchos y no dejándolos envejecer,
que contíno serás cedazuelo nuevo puesto
en estaca. Que así como te enhada á tí
una saya vestida de tres veces arriba, en¬
hadarás tú al hombre como te hable tres
veces; que como te dije la noche de Par-
meno, miéntras más moros más ganancia.
Ar. Habla madre, paso, en mal punto,
no te oiga Grajales.
Cel. ¿Cómo es su gracia?
Ar. Grajales.
Cel. ¿Grajales, hija? Oh cómo huelgo
que tomases amistad con tal persona, por
SEGUNDA CELESTINA.
333
las nuevas que dél he oido; que tú mejor
estabas, mal pecado, sin ninguno, como
hasta aquí has vivido; mas ya que la ne¬
cesidad te forzó á tomar quien te la reme¬
diase, no podiste tomar mejor persona,
que me dicen que es muy liberal y franco.
Ar. Eso que hablas agora recio, me
contenta. • *
Cel. Calla boba , que yo sé lo que ha de
ser público en la misa y lo que ha de ser
que no lo oyan más del que la dice. Mal
pecado, hija, afición demasiada que ten¬
drías á ese hombre honrado, te haría
mudar la casta intención que hasta aquí
has tenido.
#
Ar. Par Dios, madre, no otra cosa sino
demasiado amor, que harto tenia yo, mal
pecado, quitado del corazón de ofender á
Dios, con él ni con otro.
Cel. Así es hija, mas consuélate, que
los yerros por amores dignos son de per¬
donar. Y llámale que le jquiero conocer,
y comamos.
Ar. Ah señor, baja acá, que ya es ve¬
nida mi tia.
Graj. Señora, buenos dias hayas.
Cel. Hijo Graj ales, tú seas bien venido
y conoscido por hijo, que por buena fe, que
con las entrañas que siempre tuve á Elicia
y á su prima Areusa, te recibiré yo y recibo
334 SEGUNDA CELESTINA.
en mi casa. Y á la verdad, hijo, hablando
contigo como con tal persona, yo más
quisiera que mi sobrina, aunque mal pe¬
cado, sufria harta laceria y necesidad, que
por su castidad se estuviera sola con su
rueca y su huso, por esta negra honra,
hijo, como sabes; que mal pecado, carga es
que sin trabajo no se lleva, contradiciendo
siempre la voluntad del que la quiere te¬
ner; porque no en el honrado está, como
mejor sabes, sino en los que nos han de
honrar; y como esta negra fama sea tan
delicada, como digo, quisiera á mi sobrina •
sola. Mas ya que habia de hacer algo para
suplir sus necesidades, yo huelgo mucho
que sea ántes contigo que con otro, por¬
que sé que eres persona honrada y tendrás
secreto y suplirás sus necesidades; por'
que estas hacen hacer á las mujeres, mal
pecado hijo, muchas veces lo que no que¬
dan , como agora mi sobrina hace. Mas ya
sabes que es proverbio antiguo: que con
mal está el uso cuando la barba no anda
desuso. Y por esto me place que haya to¬
mado, ya que lo habia de tomar, como
dije, hombre de barba, que tal me pare¬
ces tú á mi en verdad.
Graj. Señora, yo te tengo en merced
lo dicho, y creo que ella tendrá en mí
un buen amigo, y tú un hijo y servidor.
SEGUNDA CELESTINA.
335
Cel. Así lo creo yo , hijo. Y pues para
entre nosotros no hay necesidad de ofre¬
cimientos , vámonos á comer , que es hora.
Y sus, sentaos, hijas, y tú señor Graja-
les, entre mí y Areusa; y dame acá, Eli¬
da la taza y el jarro, tendrélo cabe mí,
para que no tengáis necesidad de os le¬
vantar. Y hijo Grajales, ya sabes que es
el oficio de los viejos servir de pajes de
copa, y aun que os haga la salva, pues
sirvo de copa, n’ os maravillares.
Graj. Madre, sea de suerte la salva
que se salve el vino , para que quede para
los que sirves la copa.
Cel. Hijo, no bebo tanto como me mo¬
tejas; que por tu vida, que como el jarro
es grande, que está el vino muy hondo,
y por no lo ver, bebia despacio y con
tiento, que así goce, á los labios no me
ha llegado.
Graj . Si á los labios no te ha llegado
madre, si te llégara ála boca, pienso que
no llégara á los nuestros.
Cel. Ay, putillo y gracioso y decidor
eres; contigo me entierren, porque creed¬
me, hijas, que cuando moza, que agora
no hay, mal pecado, para qué, que si me
hubiera de enamorar, que más aina to¬
mara un hombre con razonable gesto
gracioso y decidor y desenvuelto, como
SECUNDA CELESTINA.
336
Grajales, que no otro tan lindo como Fe-
lides, si fuera frió.
Ar. ¿Burlando lo dices, madre? no hay
cosa que más enamore , en mi ánima, que
la gracia de los hombres y de las mujeres.
Graj. Señora, comamos y bebamos,
que no sabe hombre quién le quiere bien
ó quién le quiere mal. Porque ya sabes:
que oveja que mucho bala, poco mama;
y pues ya tienes hecha la salva, dame acá
ese jarro, que quiero yo beberte los es¬
camochos.
Ar. No te los arrendaría yo.
Cel. ¿Y también vos decís donaires?
bien parece que no con quien naces, sino
con quien paces ; que la conversación de
Grajales te hace decir ya gracias.
Graj. Tia señora, por buen estilo me
has querido llamar bestia.
Cel. No sé, hijo, si paces para ser
bestia, mas sé que no tienes mal abreva¬
dero, según sabes empinar el esquilón.
Que por mi vida, hijo , que pienso que no
ganará contigo la dehesa Sancha la ber¬
meja, á beber digo, que no á pacer, por¬
que no digas que te motejo.
Elic. Madre, muy regocijada te veo
hoy y donosa; no sé qué es esto.
Cel. Ay boba, ¿y quién tiene convida¬
dos, que no los regocija?
SEGUNDA CELESTINA. 337
Graj. A buena fe, señora tia, que la
señora Elida, que no perdiera nada en el
abrevadero de la dehesa.
Elic. ¿Cómo?
Graj. Porque me paresce, que ha saca¬
do mi madre muy buena discípula en es¬
canciar.
Cel. Por tu vida, hijo, que se lo era
cdla, y aun maestra, antes que á mi po¬
der se viniese.
ir. Ay Jesús, madre, hablemos en
otra cosa ¿todo ha de ser hablar en el
vino y en beber?
Elic. Por Dios, bien será; y madre,
por tu vida, que sobre mesa, ya que hemos
comido, cuentes al señor Grajales y á mi
prima el cuento de lo que te acaesció que
me decías la otra noche, que es la mayor
gracia que nunca vi.
Cel. ¿Qué cuento, hija?
Elic. El cuento del ministro.
Cel. ¿Qué ministro, mi amor?
Elic. Oh Jesús, no se te acuerda del
ministra Echa-cuervo de las burlas de la
tinaja.
Cel. Ya, ya; mira, por vuestra vida,
¿Cómo se me había de acordar diciendo
del ministro? Por tu vida , hijo , más cuen¬
tos de ministros he visto que canas tengo,
mas aquel es muy donoso.
22
338 SEGUNDA CELESTINA.
Graj. Dínoslo ahora, madre, en cuanto
se asan las castañas para beber.
Cel. Habéis de saber, hijo, que Dios
enhorabuena, que tuve yo aquí una moza
muy fresca y graciosa que se llamaba Te¬
jeira, y era portuguesa y muy donosa,
y teníala, que le daba cuanto habia me¬
nester, en mi casa, un valentísimo hom¬
bre y muy marcado rufianazo , que se lla¬
maba Fragoso. Y vino aquí á predicar
entonces bulas un Echa-cuervo, ministro
de la orden de la Trinidad, y mal peca¬
do, enamoróse de la negra Tejeira; y
tanto le dió, y tanto le prometió, que
concertó de venir á mi casa, estando el
Fragoso fuera de aquí, á comer una sole¬
ñe comida. ¡Y de vinos era mocosa! ¡'cua¬
les los tuviéramos agora! Y que después
de comer se habian de celebrar las bodas.
Mi fe, hijos mios , aderezamos la Tejeira
y yo nuestra comida, pusimos nuestros
manteles muy lavados en la mesa, hicí-
mosle un brasero muy hermoso, que
hacia frío, y todo aparejado, heos aquí
donde entra el negro fraile , blanco , tan
gordo, tan ancho y tan reverendo, como
el que estaba, á osadas, bien cebado.
Graj . No estaría á pan y agua, ni sar¬
dinas trechadas.
Cel. No por cierto, sino á buenos ca-
SEGUNDA CELESTINA.
339
pones y perdices, cuales los teníamos en
la mesa aparejados. Y como él entró, yo
tenia avisada á la moza que le trajese la
mano por el cerro, para pelalle mejor
que habiamos pelado sus capones; y no
lo dije á sorda, y viérades la moza tan
diligente diciéndole : ¡oh miña vida , miña
alma, miño corazón! sentayvos aquí, mas
sentayvos acá ; y viérades el bueno de
vuestro fraile sentado cabe su moza á
comer, y yo de la otra parte, el más re¬
gocijado que os queríades, pensando go¬
zar la dama alzados los manteles, y muy
cerrada la puerta del escalera, porque no
subiesen perros donde estaba la cama
hecha, que no debiera, como diré. Yaála
media comida, al mejor regocijo, heos
aquí donde llama á la puerta el negro
Fragoso; que como dijimos ¿quién está
ahí? y dijo que Fragoso, viérades vuestro
fraile más blanco que su hábito; porque
el diablo de, Fragoso tenia celos dél, y
teníale amenazado que le habia de matar.
Y si turbado estaba el fraile, más lo es¬
taba la Tejeira, torciendo las manos, di¬
ciendo: ay desventurada, oh mezquiña,
que no es más , miña vida de en cuanto
entre Fragoso. Yo que con menos turba¬
ción estaba, quise abrir la puerta de la
escalera para esconder el negro fraile, y
340 ' SEGUNDA CELESTINA.
áun empecinado, que tal lo fue él aquel
dia; ni sé si con la turbación ó con qué
diablos , turbóse la cerradura , que no
podimos jamás abrir la puerta. Y en toda
la casa no habia sobrado en lo de arriba,
sino la cámara donde estábamos, y el
Fragoso, como era diablo y sospechoso,
viendo nuestra tardanza daba voces como
un perdido, que abriésemos, sino que
quebraría las puertas. Mi fe, no sabiendo
que nos hacer, ni donde asconder á nues¬
tro fraile, estaba una gran tinaja de agua
á una esquina de palacio, y la buena de
la Tejeira dijo al fraile: ay señor, por la
pasión de Deus, vose paternidad se chante
en aquella tinaja, que me matará aquel
homen sino le desfecho anisa á aquella
porta. Y el diablo del ministro, con la
turbación , y nosotras también , no fuimos
para vacialla, y con todo el frió que hacia,
lánzase vuestro fraile en la tinaja, y como
él entró, vácianse dos ó tres cántaros de
agua por el palacio, y pónese el bueno
del fraile en la tinaja rebosando el agua,
puesta la cabeza de manera que solas las
narices y la boca, por no se ahogar, tenia
de fuera.
Graj. ¿De suerte que perdiera bien el
riso su reverencia?
Cel. Yo te lo prometo y como la perdió.
SEGUNDA CELESTINA. 341
Elic. Escucha, que es la mejor cosa
que nunca viste.
Cel. Así que, hijos mios, aun el fraile
no estaba bien metido dentro en la tinaja,
cuando la buena de laTejeira quita el al¬
daba, y entra el diablo del Fragoso ha¬
ciendo mil fieros; que pesase á tal y á
cual con la puta , que qué tardanza habia
sido aquella, si tenia allá algún gayón as-
condido. Y viérades hacer mil juramentos,
más espesos que piedras, atablando á
vuestra Tejeira. Y yo aunque hablaba no
me oia; y con todo esto, echa mano al
espada , y dále de espalderazos , y como él
desayunó con el agua y el fuego , el bue¬
no del ministro comenzó á tronar en la
nube ó tinaja, que en mi ánima, que con
toda el afrenta que teníamos fué nuestra
risa tal, que salvó toda la sospecha, pre¬
guntando el bueno del Fragoso de qué
nos reíamos, y dijimos que de que habia
pensado que habia alguno dentro y que
no habia sido sino por miedo que viese
que comíamos tan bien, estando él fuera;
y con esto asosegóse, y dijo que ántes
holgaba él dello, y sentóse á la mesa, y
dijo que comiésemos; y sentémonos, y
comimos de buen reposo la comida del
desventurado del fraile, el cual sola su
nariz tenia con medio rostro de fuera,
34-'' SEGUNDA CELESTINA.
que no parescia sino raposa que quiere
quitar las pulgas en el rio, que tiene solo
el hocico defuera. Y estando ya muy so¬
segados comiendo, vínonos otro sobre¬
salto, que fué que el diablo del Fragoso
vió la nariz del bueno del fraile estar
sobre el agua de la tinaja, y dijo: ¿qué
diablo es aquello que asoma por allí? y
aquí pienso que no nos quedó gota de
sangre en el cuerpo, ni pienso que al
bueno del fraile de lo que habia comido.
Graj. Haria el milagro de architricli-
nio, según lo que habia bebido.
Cel. Mas tornó el agua en la ira de Dios,
que según hedía, pienso que no pudo ser
ménos sino con el miedo y el frió, que le
tomaron cámaras.
Graj. Pues veamos; cuando el rufián
preguntó qué era aquello, ¿en qué paró?
Cel. Pues calla, que lo mejor está por
venir. Yo le respondí, que la Tejeira ni oia
ni entendia, que me habian dado un ga¬
lápago y que lo habia puesto en aquella
tinaja, y á él tomóle gran risa y dijo: dolé
al diablo ¿y la cabeza tiene defuera? Y aquí
pensó el fraile que por la suya decía, y
súmese todo, y torna luego por no se
ahogar á sacar su nariz; y el bueno del
Fragoso, muerto de risa del galápago de
que sacaba la cabeza, que pensaba que
SEGUNDA CELESTINA.
343
era la nariz del negro ministro, arrojóle
un majadero, y dió un golpe en la tinaja
que pensamos que la quebrara. Y aquí fué
otra afrenta, que le queria tirar otra vez
con el mortero que habia quedado , sino
que yo se lo quité de las manos diciendo:
anda amigo, que no te costó dineros como
á mí, no quiebres mi tinaja; y en esto,
plugo á Dios, que entraron las vecinas y
asosegóse el alteración. Yo tuve manera
de echar de casa al diablo del rufianazo,
que no habia diablos que le hiciesen salir
de casa; y ya que le tuve echado, que que-'
ria despedir las vecinas , el diablo del frai¬
le, no sé cómo fué, si desperecido de frió ó
por revolverse, da consigo una flairada y
con la tinaja, y queda vuestro fraile en
mitad de la sala, que parecia que habia
salido por algún albañal. Y como se ver¬
tió el agua, no olia la casa á menjuí; fué
tanta la risa de ver caer la tinaja y que¬
brarse, y quedar el diablo del fraile hecho
un palomino, esperecido de frió en el sue¬
lo, que ni él se podia levantar, ni de risa
ninguna le podia ayudar. Y ya que hartas
de reir calentárnoslo lo mejor que pudi¬
mos, y con juramentar las vecinas, echá¬
rnoslo con todos los diablos. Y este fué
fraile ó fué diablo, que nunca jamás pa¬
reció.
/
344 SEGUNDA CELESTINA.
Graj. De suerte que él no fue novio.
Cel. Seria novio el diablo; y á un tal
iba él, que pienso que no podia tornaren
sí en esos ocho dias.
Graj. Por nuestro señor, el mejor
cuento es que oí.
Cel. Pues oye, que con el desatino de¬
jóme una bolsa con media docena de du¬
cados, para la vista del proceso.
Graj. Así que, tia, de la burla tú lle-
- vaste lo mejor.
Cel. ¡Y como lo mejor! Mas yo te cer¬
tifico, que de aquí á un mes no acabase
cuentos graciosos que por mí han pasado.
Mas paréceme que á la puerta llaman;
cesen los cuentos, y sabe hija quién es.
Elic. Tia, Sigeril, paje del señor Feli-
des, está allí.
Cel. Subios vosotros arriba, y ábrele
hija.
Sig. Tia, señora, Dios te salve.
Cel. Hijo, y tu vengas con su gracia.
Sig. Señora, dos palabras te quiero de¬
cir sola.
Cel. Pues hija Elicia, súbete arriba.
;Qué es lo que mandas hijo?
Sig. Señora, Felides mi señor, te en¬
vía estos cien ducados por el corretaje del
casamiento; y que el de tu sobrina quede
aparte, para cuando tú hubieres buscado
\
SEGUNDA CELESTINA.
/
345
el que se ha de casar con ella. Y que le
perdones si es poco.
Cel. Hijo, mi amor, que le beso Jas
* manos, que no se espera menos de tal-
persona, y que es tanto, que no merezco
á Dios tan gran merced. Y toma tú, hijo,
un par de piezas para calzas.
Sig. Madre, no es menester, y queda
con Dios.
Cel. Por mi vida, si tomarás.
Sig- Hora madre, yo te lo tengo en
merced, y queda con Dios.
Cel. Hijo, y él vaya contigo, y ruégote
que te aproveches desta casa como de la de
tu amo.
Sig. Señora , téngotelo en merced.
Cel. Hora, yo quiero dormir, pues tengo
ya cobrada buena fama, que aquellos
mancebos no se apartarán tan presto; y
esconder este dinero, porque no me lo
hurte Elida, como me queria cantusar la
cadena y las cien monedas.
I
346
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA TRIGESIMA CENA.
Pandulfo dice á Sigeril queá qué fue á casa de Celestina,
y él dice que á dalle cien doblas , y sobre esto pasan
grandes cosas; y después Pandulfo se quiere excusar
por santo de no ofender á Dios, por temor de ir esta
noche con su amo al concierto , y pasa con Sigeril,
muchas cosas sobre ello, y introdúcense.
PANDULFO. — SIGERIL.
“ x
Pand. Hermano Sigeril,- ¿á qué fuiste
hoy á casa de Celestina?
Sig. No digas nada.
Pand. A mí no hay necesidad desos
avisos.
Sig. Pues sabe, que le llevé cien doblas
que le envió nuesto amo.
Pand. Ahí pasó la liberalidad del pié á
la mano.
Sig. Así me paresce á mí, porque tan
mal paresce dar mucho donde no se debe,
como dejar los servicios sin galardón: que
no es liberalidad, la que pierde el nom¬
bre con la falta de la razón para dar, y
cobra nombre de prodigalidad.
Pand. Por cierto que te quiero decir,
que es tan mala la escaseza, que tengo yo
por mejor tocar en pródigos los hombres,
que no en avaros.
SEGUNDA CELESTINA.
347
Sig. Todos los extremos son viciosos, y
en el medio hallaron los sabios que con¬
sistía la virtud. Y la mayor virtud es
rehusar las riquezas; como se tuvo en
Atenas por mayor liberalidad rehusar
Focion los doscientos talentos que el rey
Alexandre le daba, que la liberalidad que
el rey hacia en dar tan gran dádiva.
Pand. Seria esa merced con mayor ra¬
zón de dar por la virtud del servicio , que
la de Celestina, y para ganar Alexandre
mayor fama de tal liberalidad, que Feli-
des con dar lo suyo á alcahuetas, para
ganar fama inmortal de vicios. Mas pues
no quiere tomar nuestro consejo, déjale
pélelo, que el loco por la pena es cuerdo.
Sig. Y la obligación que como criados
tenemos de decille la verdad, ¿cómo se
pagará?
Pand. ¿Ya no se lo tenemos dicho? y
pues le aborrece la verdad, vistámoslo de
isonjas, y si Celestina robare, robemos,
que á rio vuelto, ya me tienes entendido.
Sig. Pandulfo, sí entiendo, mas tam¬
bién entiendo que el mayor galardón que
de servir se saca es , que quedamos más
pagados de nuestras obligaciones y virtud,
que sin ellas ricos de dinero y pobres de
la deuda que nos debemos, á decir verdad
á nuestro amo, y más por lo que le de-
348 SEGUNDA CELESTINA.
bcmos; porque me parece que la mayor
paga que podemos sacar de nuestro servi¬
cio, es de haber servido bien. Y pues el
que sirve no medra, ¿el que mal sirve
qué espera? Y por esto no pienso jamás,
porque se enoje Felides, dejar de decille
verdad; que más quiero que me desame
por se la decir, que no que me ame por
decille la falta della: más quiero quedar
aborrecido por bueno, que loado por no
tal. Y en fin, quiero que cuando me falte el
galardón de servir, que me sobre á lo menos
el que pude sacar de haber servido bien.
Pand. ¿Qué, tú no sabes que con eso que
dices, que de necios leales se hinchen los
infiernos? Y por tanto, yo quiero vivir
conforme al tiempo, y usar lisonjas como
se usan , pues sabes que lo que se usa que
no se excusa.
Sig. Pues yo me quiero excusar de uso,
que ni en los otros ni en mí me puede
parescer bien, excusarme dél.
Pand. Más querria que buscases manera
para excusar de ir con nuestro amo esta
noche, como hoy viste que nos dijo.
Sig. Hermano Pandulfo, nunca pienso
en excusarme donde no me excusa y me
tiene obligado lo que debo á mi amo, y
por debérselo, á mi me debe á pagallo.
Pand. Muy filósofo estás agora.
SEGUNDA CELESTINA. 349
Sig- Y tú muy temeroso. ¿Tú no decias
que no naciste sino para cosa de afren¬
tas? ¿Pues cómo agora te querrías excusar
dellas?
Pand. Porque tan feo me parece toma¬
das sin causa, como dejallas con causa y
razón de tomadas.
Sig. Bien dices, si el tomadas y deja¬
das fuese en nuestra mano, no para de¬
jadas por injustas, ó tomadas por lo
contrario; mas la razón que para tomar
peligro en tales liviandades á nuestro amo
falta, nos sobra de la razón á nosotros por
mandárnoslo él.
Pand. Sí, mas yo he oido á teólogos,
que lo que es contra ley de Dios que no
es obligado el hombre á hacello, aunque lo
mande su señor. Que por esta causa me
quería yo apartar deste peligro, donde no
temiéndolo en el cuerpo lo debo temer en
el alma. Y cuanto va de la excelencia del
alma á la del cuerpo, se debe mas esti¬
mar lo que toca al alma que lo que toca al
cuerpo: pues la una es inmortal y el otro
ha de acabar tan presto.
Sig. Amigo Pandulfo, muy mozos so¬
mos para tanta conciencia. Basta para mi
edad escrúpulos de honra: pues sabes que
honra y provecho no caben en un saco.
Provecho del ánima y honra corporal
1
350 SEGUNDA CELESTINA.
• •
del mundo digo; mas no sé dónde te vie¬
nen estas santidades, que tan católico y
tan temeroso del ánima te veo.
Pand. Sigeril hermano, hago bien; que
sabe que pon eso me desposé, por apar¬
tarme de ofender á Dios con Palana, y
por tanto no lo quiero ofender por Po-
landria. Que en fin de los hombres es
pecar mas diabólico el perseverar, que
en todo tiempo se ha de tomar lo que
priva la vida por todo tiempo, por el
morir mal en tiempo digo, para vivir
muriendo para siempre.
Sig. Hora, pues tan santo te haces, yo
te aconsejo que no vayas allá, y lo acon¬
sejo á mi amo que no te lleve, y que
mande llamar á sus escuderos Filestres y
Fornaces, que yo te prometo, que aunque
sonyiejos que noseexcusen porconciencia.
Pand. Hermano, ya sabes que primero
hemos de buscar el reino de Dios y su
justicia, y si desta manera mi amo se
quiere servir de mí, yo pondré por él la
vida, mas el alma no lo quiero aventurar.
Si quiere ser homicida de sí á manos de
los criados de Paltrana, no lo quiero yo
ser, porque estoy determinado de por
ninguna cosa ofender á Dios. Porque él
dice: ^qué le aprovecha al hombre ganar
á todo el mundo si su alma rescibe detri-
' SEGUNDA CELESTINA. 35 1
mentó? y que temamos no á los que solo
nos pueden matar los cuerpos, mas al que
no solo puede matar el cuerpo, mas po¬
ner el alma en los fuegos eternos. Y si
dijeres que lo dejo de temor, como digo,
más quiero vergüenza en cara, que man¬
cilla en corazón.
Sig. No es menester más, tú te puedes
quedar. Y por esto veo que son grandes
los juicios de Dios, y no sabidos sus ca¬
minos.
Pand. ¿Por qué dices eso?
Sig. Porque de prescito en el burdel,
tan presto te veo predestinado; y por una
parte quieres ser lisonjero para no dicien¬
do verdad, perder el alma por ganar el
cuerpo; y por otra apartarte de peligros
por ganar el alma y salvar el cuerpo.
Pand. Y qué, ¿decir lisonjas es pecado?
Sig. Y como lo es querer ganar con
fraude, no decir verdad. Y pues Dios es
verdad, y lo que no es por él, contra él
es, como él dice, mira si con lisonjas
sirves á Dios.
Pand. Pues déjame el cargo, que ni en
eso ni en esotro le entiendo de deservir.
Sig. En eso de las lisonjas no le desir¬
vas, que en esotro, yo te aseguro el ser¬
vicio.
Pand. Di lo que quisieres , que yo tengo
I
352 SEGUNDA CELESTINA.
tan probada mi persona , que no hay
quien pueda juzgar á temeridad lo que
hago.
Sig. Hi, hi, hi.
Pand . ¿De qué te ries?
Sig. De que te salvas deso por térmi¬
nos de fortaleza, que de la temeridad yo
te aseguro la reprehensión , porque en mi
alma, jamás la conocí en tí.
Pand. Pues deso me contento yo, y
quedo abonado, pues no me tuviste por
temeroso ó por temerario, por mejor
decir.
Sig. No por cierto. Y con esto nos
vamos, que se hace hora del concierto;
y yo diré á Felides tu buena conciencia,
y llevará otro en tu lugar; y quedarte has
orando, pues tan santo eres, porque nos
guie Dios.
Pand. Di lo que quisieres, pues todo
te lo tengo de sofrir, pues sé: que bien
aventurados son los pacíficos, pues hijos
de Dios serán llamados.
Sig. Hora véte acostar, que yo voy á
entender en mis armas.
Pand. ¡Oh qué cosa es un hombre sabio
como yo! Cómo he sabido rodear mi pro¬
vecho para guardarme del daño que esta
noche se apareja. Y aunque lo dijo á otro
fin Sigeril, bien puedo yo decir que he
i
SEGUNDA CELESTINA.
353
metido honra y provecho en un saco:
pues con honra de servicio de Dios, en-
cobrí la falta della en mi temor, y saqué
el peligro de la vida para metella con el
provecho de sabella guardar en el saco
de la honra que dije. ¡Bien librado estu¬
viera yo, habiéndome apartado de tantos
peligros hasta aquí , ir agora por su li¬
viandad de mi amo, á buscar la muerte,
que tal pienso que se le apareja esta no¬
che á él y á los que con él quisieren ir!
Y para más seguridad, yo me quiero ir á
dormir á los tajones de la carnicería , no
se le antoje á Felides de me sacar de la
cama, y diré mañana' que todo lo que
dije á Sigeril fué por no mentir á Quin-
cia, que tenia hecho concierto para esta
noche con ella. Oh cuerpo de tal , que no
es esto bueno, porque más noches habrá
que longanizas para ir; mejor es, voto á
la casa santa, lo que tengo dicho. Y de
mañana en adelante compraré unos aga¬
llones, y haré mucho del ermitaño con
mis cuentas, para disimular en cuanto
dura este cebo de buitrera, destos negros
amores, que tales pienso yo que han de
ser. Y quiérome ir, y diré que á salí*)
está el que repica, cuando ayudare al
doblar por los que van. *
7 o
354
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA TRIGESIMA PRIMERA CENA.
Felides dice á Sigeril si es hora de ir al concierto, y le
dice que sí ; y cómo Pandulfo no quiso ir allá , y en su
lugar va Corniel , y llevan la vihuela , y entran en el
jardín y cantan y tañe Felides ; y óyenlo Polandria y
Poncia, y después sale, Ponda y concierta el qamino
con Felides. Y desposados déjalos á la reja y apárta¬
se con Sigeril , y desengáñale que si no se casa con
ella que es excusado. Y con esto, tornan á sus señores,
y despídense , porque era ya mucho tarde ; y intro-
dúcense.
FELIDES. — SIGERIL. — CORNIEL.— POLANDRIA.
PONCIA.
Fel. Sigeril, ¿es hora yaque vamos?
Sig. Señor, hora es; mas mira quién
ha de ir contigo, que Pandulfo es tan
santo, que no quiere ofender á Dios.
Fel. ¿Cómo es eso, me di?
Sig. Señor, es, que del dicho al fato
hay gran rato. Y en fin, que él no irá,
según dice , donde se ofenda á Dios.
Fel. Pues vaya para bellaco cobarde,
y sino fuera porque no me descubriera,
no lo tuviera más un dia. Di á Corniel que
se aderece, y él y tú iréis conmigo.
Sig. Señor, ¿no seria bueno llamar á
tus criados de tierra?
SEGUNDA CELESTINA. 355
• 1 -
Fel. Qué, no es menester, sino, sus, to¬
ma una escala y vamos , y llama á Corniel.
Sig. He aquí á Corniel.
Fel. Pues hijo Corniel, tomarás esa
escala debajo tu capa, y tú, Sigeril, lleva
mi vihuela.
Sig. Señor, todo está aparejado.
Fel. Hora, pues, vamos; por aquí
vamos mejor, que hace luna. Hora, sus,
y callando. Llega, Corniel, y pon aquí el
escala cabe la mar; y como hubiéremos
entrado, ponte apartado y mira no duer¬
mas para cuando yo salga. Y tú, Sigeril,
entra conmigo.
Cor. Señor, la escala está como ha de
estar ; hora sube.
Fel. Sube Sigeril, que ya estoy acá.
Dame acá la vihuela en cuanto subes.
Sig. Oh cuerpo de mi vida, que malo
es subir por estas cuerdas.
Fel. Daca la mano; ayudarte he.
Sig. Señor, no es menester.
Fel. Daca la mano , bobo , que nunca
subirás. Oh válame Dios, y qué suelto
queres; Corniel, hora apártate. Anda acá,
Sigeril, aquí estamos bien cabe esta reja;
por cierto que me es gloria andar en este
jardin, que con saber que mi señora se
pasea por él de noche y de dia, tendria
yo por gloria estar aquí. Y dame acá esa
SEGUNDA CELESTINA.
356
vihuela en tanto que viene aquel ángel á
visitarme.
Sig. Mira, señor, no te oyan.
Fel. No puede ser, que el jardin está
apartado donde no nos puedan oir, que
ya yo lo tengo sabido, y oye.
Sig. Oh señor, como está buena esa
vihuela, y qué mano traes. Hora nunca
tan excedente cosa oí, paréceme que jamás
así te oí tañer.
Fel . Calla y escucha, que así es me¬
nester.
Pon. Señora Polandria, llégate, que
está aquí aquel caballero, y oiremos un
rato. Oh válame Dios, y qué maravillas
hace en aquella vihuela.
Pol. Todo se paresce á la guitarra de
Pandulfo; llama acá á la señora Quincia
para que lo entienda.
Pon. Más, para que lo parle.
Pol. Hora oigamos, que comienza ya á
cantar Felides.
Fel. , La luna resplandecía
El cielo estaba estrellado ,
Los árboles se bullían
Con el aire delicado,
Con golpes de las riberas
Del sordo mar concertado.
Pol. Oh válame Dios, qué suavidad de
voz, y qué garganta; y con el son del
SEGUNDA CELESTINA.
357
ruido de las ondas del mar, y el regocijo
delicado de los aires en los cipreses, como
él dice, no parece sino cosa divina, con
aquel traer el aire á hondas la voz, ha¬
ciendo cerca y lejos della, como en pin¬
tura de gran artífice.
Pon. -Señora, y aquellos sospiros con
que despide la voz de rato á rato ¿qué te
párecen ?
Pol. Paréceme que son para despedir
las almas de las que lo oyan. Y callemos
no perdamos de oir tan excelente cosa,
que trae por cierto devoción y considera¬
ción de la gloria celestial.
Fel. Los clines de los cometas
Corren con fuego inflamado ,
Las aves , los animales ,
El descanso habían tomado,
Salvo las aves nocturnas,
Que á cantar han comenzado,
Con gritos tan dolorosos,
Como contino han cantado :
Cuando el triste corazón
Con Felídes ha quedado,
- Con vida apartada el alma
Por habella allí enviado
Donde por más la tener
Es della el cuerpo apartado ;
Como lo muestra á Polandria
Que á sus males ha llamado,
Que por si la llama á ella
Como en ella transformado
35§ SEGUNDA CELESTINA.
✓
Para pedirle piedad,
No del mal questá llagado.
Mas del mal que le haría
En acabar tal cuidado:
Por perder más bien con él
Que en la vida que ha dejado
'i * i * -A
Pol. Por cierto, no pensé que en mi
vida viera cosa tal.
Pon. Señora, paréceme que no hay cosa
que deje de venir á tal reclamo; y pues
que dice que te llama, razón es de venir
á ver lo que quiere , para ver si se con¬
cierta con lo que queremos.
Pol. Hora, oyamos que habla, y vea¬
mos qué dice.
Fel. Ay Sigeril.
Pon. Señora, por Dios que no tenemos
mala noche, que allí tenemos mi reque¬
brado.
Pol. Hora escucha.
. Fel. Por cierto, la consideración de mis
palabras , y aquellos cometas que con más
resplandescientes llamas corren por mi
corazón, en la esfera del alma donde se
encienden, con lo que más se desespera del
bien de mi señora, así tiene hecha ceniza
mi esperanza que si su favor con su vista
presto no me socorre, para sacarme de
mi ceniza como á Fénix, yo pienso que
con el favor primero de mandarme venir
SEGUNDA CELESTINA.' 359
aquí, acabarada vida dejando en testimo¬
nio el cuerpo para mostrar adonde pudo
aposentar al alma.
Pol. ¡Por cierto, estas razones y las de
la carta del otro dia, todas son unas!
Pon. Calla, señora, veamos qué res¬
ponde el otro, mal pesar de mi amigo.
Sig. Señor, por cierto, con el son de
tus palabras y la memoria de lo que ten¬
go en la fantasía, tan trasportado estaba,
que la gloria de mi contemplación cuasi
sin vida y sin pena me tenia suspendido.
Pon. Ay mi dolor, ¿y también hace
comparaciones? Señora, paréceme que el
mancebo, que no quiere deber nada á su
amo.
Pol. Por mi vida, que se le han apegado
de la conversación las buenas razones; y
oyámoslos un rato, que es gran gloria.
Fel. Sigeril, de la tazón de mi pena
participa ya la tuya las razones que has
dicho. Bien parece que es grande mi fue¬
go, pues estando tú tan léjos te puedes
á él calentar. Bien aventurado yo, que
aun el mal de mi mal pueda dar gloria,
aún al que sólo del bien de se calentar al
fuego que dél se enciende gozar puede.
Sig. Señor, no te lo quiero consentir,
que no pienso yo que el fuego de mi se¬
ñora Poncia tiene ménos virtud en que-
360 SEGUNDA CELESTINA.
mar, que el tuyo me puede con su calor
poner.
Pon. Oxte mi necio, pues aguarda á
quemarte á ese fuego, que bien te podrás
antes secar á él.
Pol. Calla, por tu vida y oye, qué
responde Felides.
Fel. Deja ya, Sigeril, la vanidad de
dioses vanos, y adora aquel sólo que yo
por Dios adoro y conozco.
Sig. Bien paresce, señor, la virtud de
mi señora, pues sin herejía no te consin¬
tió responder.
Pon. Por mi vida, señora, que el paje
que no es nada necio.
Pol. Hora, oye la respuesta.
Fel. Bien parece que se pierde de tu
razón en mi fe, pues por faltarte á tí
tal lumbre, juzgas tan mal. Y quiero
echar el bastón con la deshecha del ro¬
mance y sello al de tu razón, con la
razón que para decilla tengo , y oye.
El que no siente mi mal ,
No puede sentir de vos
Como os adoro, por Dios.
Pon. Por mi vida, que de improviso lo
ha hecho, y dado son al villancico.
Pol. ¿Hora , viste tal cosa y tan á pro¬
pósito?
SEGUNDA CELESTINA. 361
Pon. Al diablo doy tal grande hombre,
y oyamos la vuelta, que ya la comienza.
Fel. No puede sentir que siento
Los milagros que hacéis ,
Como quitáis y ponéis
Vida y muerte en un momento;
Y así sin tal pensamiento.
No puede sentir de vos
Como os adoro, por Dios.
Sig. Par Dios, señor, que si la señora
Polandria como oye ese villancico hubie¬
ra oido la carta que en tu nombre le es¬
cribió el elegante Pandulfo, que pienso
que tu pena fuera ya acabada.
Fel. Díme eso otra vez, ¿y eso es po¬
sible?
Sig. Es tan posible, cuanto se salvó en
su crédito para condenarte á tí en el que
tenia de tus razones.
Fel. ¿Quieres decir que porque mi se¬
ñora no entendia mis ñlosofías, quiso él
enmendallas con sus necedades?
Sig. Eso digo.
Fel. Por cierto, yo quedára tan mal
librado , si en mi nombre se hubiera leido
tal carta, cuanto tú lo has querido en¬
carecer.
Sig. Pues sabes cuán bien librado que¬
daste , que en leyendo la carta conosció
362 SEGUNDA CELESTINA.
tu señora las razones della con su
razón.
Fel. Razón has dicho, con que por esa
sola merece ser servida y adorada, y aun¬
que otra merced no me hiciera jamás,
con esa sola quedo no solo pagado, mas
adeudado para toda mi vida. ¿Pasas por
tal necedad y atrevimiento de majadero?
Bien librado quedára yo, si en la sabidu¬
ría de mi señora no se salvára mi ino¬
cencia, en sus necedades del asno.
Sig. Señor, perdónale, que no pensó
él que erraba.
Fel. Mejor fuera que pensára que no
podia acertar. No de balde se celebró con
letras de oro aquel notable dicho de Chi¬
llón lacedemon, que dice: conócete á tí
mismo. Porque desta ignorancia que los
hombres naturalmente tienen de sí, se
venden por ignorantes ante los otros; y
este mal que todos tenemos, es bastante
para que yo le perdone ese yerro, pues
la intención que á elle salvó, me conde¬
nó á mí con su inocencia.
Pol. Tú Ponda. .¿Has entendido aquello
que ha pasado, y como la traidora de
Quincia traia tales tramas industriada
por aquel majadero, cuya era la carta?
Mas cómo la conocí luego.
Pon. Y aun par Dios, mala estaba ella
SEGUNDA CELESTINA.
363
de conocer. Y cree, señora, que estas ra¬
pazas hacen padecer la honra de las mu¬
jeres sin causa, yendo y viniendo carga¬
das de mentiras. Mas como nos hacia
entender que le arrojaba Felides la carta,
dándosela el otro hurgonero de horno,
gesto de cucharon.
Pol. Hora dejemos esto, que se hace
tarde; y llégate y habla á Felides, y se¬
pamos que tenemos.
Pon. ¿Todavía quieres, señora, que te
quite la vergüenza?
Pol. Sí, por tu vida.
Pon. Ponte tú, señora, detrás de mí;
que en el nombre de Dios, yo llego.
Fel. ¿Es algún mensajero del cielo el
que abre la ventana, ó el mismo Dios
que torna á la tierra á redimir á Felides
de tanta pena?
Pon. Mensajero es y del suelo, y por
tanto yo vengo á decirte , señor, de parte
de mi señora, lo que sabido será en tu
mano venir ella aquí, ó no venir agora
ni jamás.
Fel. Oh ángel, que yo no puedo des¬
conocer por parte de donde veniste.¿Cómo
dices tú que está en mis manos lo que
está en aquellas en quien están las mias
con toda mi libertad? El mandamiento de
mi Dios y mi señora me notifica, quel»
364 SEGUNDA CELESTINA.
, y
cumplimiento de mi parte obedecerá lo
que como vasallo debo al tributo de fe,
valor y hermosura.
Pon. Señor Felides, no pensé yo que
tan fuera de sí estuviera- un hombre tan
sabio y tan gentil hombre como tú, que
viendo una mujer moza y no de mal pa^
recer como yo, y sola, dejarás de decir¬
me la pena de que pienso yo que ningu¬
no queda libre de vista, debajo de buen
conocimiento, y hasta ver si me satisfa¬
ces á esto no diré el mensaje que traigo,
donde no poco saber es menester para
responder á él.
Fel. Mi señora Poncia, dejada la gra¬
cia con que dices, lo dicho aparte, y el
donaire que con ella has dicho junto con
la razón que en lo dicho tienes, por ser
así como lo dices, digo: que la mayor
razón para pensar que no me faltará para
responder, es no la guardar yo como di¬
giste, acerca de la ley de tu hermosura y
mi saber, con poca edad, pues que fal¬
tándome en tal tiempo para gozar de tal
libertad, bien parece que mi señora Po-
landria me dejó sin ninguna para que yo
della gozase. Mira si teniendo la libertad
prendada en tal lugar, si hay razón para
demandalla fuera de donde la perdí.
Pon. Así que, señor, que según eso
SEGUNDA CELESTINA.
/
quieres ser como dice el proverbio: que
donde perdiste la capa ahí la cata.
Fel. Eso quiero decir.
Pon. Pues señor, lo que tu señora dice:
que ella no te hablará palabra , hasta que
con la primera puedas asegurar el come¬
dimiento que á su honra se debe. Y esto
respondido y satisfecho, estará en tu mano
hablalle ó jamás le hablar.
Fel. Señora, eso yo lo aseguro y pro¬
meto.
Pon. Pues cumple que des la mano
para ello , para la seguridad que es me¬
nester y yo quiero poner sobre tí.
Fel. Señora mia, héla aquí, que por
eso no quedará.
Pon. ¿Pues otorgas todo lo que yo
dijere?
Fel. Si por cierto.
Pon. Pues sabe que otorgas de ser es¬
poso y marido de Polandria, que presen¬
te está; y sal tú, señora, que sin tí no se
puede hacer la boda.
Fel. Déjame, señora, adorar á mi Dios
ántes que lo reciba: y por una parte le
adoro y alabo por tan gran bien , y por
otra, si soy digno, otorgo lo que has
dicho.
Pon. ¿Y tú, señora, otorgaste por mu¬
jer y por esposa de Felides?
f *
366 SEGUNDA CELESTINA.
Pol. Si otorgo.
Pon. Pues los que Dios y yo hemos
ayuntado, no los apartará Sigeril, que
conmigo será testigo. Y agora que, señor,
has dicho la palabra de seguridad que te
demandé, di la segunda desta y primera
de desposado.
Fel. Digo: que la primera ha sido tal,
que seria lo mejor responder con enmu¬
decer, pues falta la segunda que pueda
tras la primera de mi señora, ser prime¬
ra ni segunda.
Pol. Señor Felides, ya que tengo segu¬
ridad del precio principal de mi bondad,
por el cual podiste tú merecer el del valor
de tus pensamientos quedando ellos con
el valor que tenian, que no quedaran si
yo de otra suerte con darte favor los aba¬
jara, cuanto por la razón de mi estima¬
ción los habias ensalzado; yo te confieso,
que como por lo que digo, pusiste en su
estado la estimación en que me tenias, he
puesto yo en libertad aquella fuerza de mi
limpieza, que por la fuerza de tu valor,
gracias , con hermosura he sido hasta aquí
combatida, para con mayor gloria ganar
la victoria de mi honestidad, en la cruel
guerra de la sinrazón de amor, resistida
con la defensa de la mayor razón del amor
de mi virtud, con aquella vergüenza que
SEGUNDA CELESTINA. 367
\
% ' , *• /
más á mi que á los extraños debía: por¬
que dellos puedo huir ó esconderme lo
que de mí no puedo, pues contino donde
fuera, fuera conmigo la vergüenza de
haber faltado á mí á la obligación de
aquella honra y fama que mis pasados
con tantos trabajos me dejaron con el
autoridad de su linaje sostenida en los
trabajos, premios de la honra, que con
descanso á ninguno es otorgada. Así que
debajo de tal seguro, tú tienes razón para
decir ya lo que querrás, y yo para res¬
ponder, y no tratándome como á Dios:
pues más estimo yo, como tu esposa, ser
tratada como compañera habiendo de¬
fendido mi limpieza, que por la via de
señora ser adorada como á Dios: pues ni
á Dios se le ha de hacer tal injuria, ni á
mí se debía con n-ombre de señora tal
sujeción.
Fel. Mi señora Polandria, bienaventu¬
rado soy yo, pues con perder contigo la
esperanza, con el comedimiento que á
mis pensamientos debía, pude merecer
cobrada con gloria tuya y mia , que es la
tuya. Créeme, señora mia, que nunca
contra tu valor pecó mi voluntad ; y por
tanto , como esposo, acepto las mercedes
que como compañera me puedes partici¬
par para mi remedio y tu limpieza, y en
368 SEGUNDA CELESTINA.
todo lo demas no quiero quitarte el se¬
ñorío, que para te servir contino reconocí
para gloria tuya y de mis pensamientos:
pues el matrimonio entre tales personas
como tú y yo, no se sufre la sujeción
que los bajos casados de sus mujeres
quieren, donde faltando en ellos la razón
de la honra que á las mujeres como ú sí
mismos deben, pues por razón del sa¬
cramento son ya uno y no dos, quedan
con el instinto para rifar con ellas como
animales sobre el pesebre , que es el ser¬
vicio de su casa, tratándolas como á sier-
vas. Y créeme, que los tales, el mayor
testimonio que pueda haber para saber
que Dios no los ayuntó, es podellos
apartar el diablo, que no podria si ellos
en Dios fuesen ayuntados. Así que los
tales ofenden á Dios y á su honra: á
Dios en no ser uno en una carne, hacién¬
dolas cada dia carne; á sí ofenden, que
con tratallas mal se tratan peor á sí mis¬
mos, haciendo esclavas á ellas y á sí,
bajos y de poco valor y ménos virtud.
Así que mi señora, fuera de lo que como
compañero puedo gozar del remedio de
mis dolores, en lo demas contino quiero
conocer tu señorío para no caer en la
servidumbre de la poquedad, que como
dije, los bajos - y de poco valor caen.
SEGUNDA CELESTINA.
3^9
Y para ponerme en ambas posesiones,
dame esas hermosas manos, y con besa¬
das gozaré de la gloria de mis pensamien¬
tos en compañía d’esposa, y tú da la
gloria que por tu valor todos y yo por
señora, te deben.
Pon. No sea todo hablar en seso, que
yo también quiero ver hablar á Sigeril.
Sig. Señora, y yo callar habiendo re¬
cibido tan gran merced como esa: pues
no bastan ningunas obras ni servicios á
lo poder pagar; pues cuanto ménos las
palabras suplirán lo que debo á tus fa¬
vores en acatamiento de mi señor Feli-
des, adonde como criado le debo el si¬
lencio en su presencia.
Pol. Paréceme, Poncia, que con res¬
ponderte Sigeril encareciendo la merced
que le heciste, te reprende la obliga¬
ción que no me pagas, como él publica,
de verla y querer pagalla á Felides, como
a señor.
Pon. Pues señora, si yo tengo de callar
en tu presencia , dame licencia para
irme á la otra reja pues que ya no hay
necesidad de testigos.
Pol. Y te la doy y tú la tienes.
Sig. Y yo la pido para desde abajo
tenerte compañía.
Pon . Yo te la doy para que pienses
24
370
SEGUNDA CELESTINA.
que no te la doy en la parte que tú la
pides, y allá me voy.
Fel. Oh mi señora Polandria , supli¬
cóte que con la discreción y saber que
tienes juzgues por tu valor y hermosura
en tu conoscimiento, que en esto no pue¬
de faltar, la razón de mis dolores y el
amor que contino de tu parte abrasa mis
entrañas, porque yo no osaré ponerme
á decir cosa tan alta, con tan bajas pala¬
bras como en comparación de lo que yo
siento es todo lo que se puede decir.
Pol. Señor, no hay necesidad de decir
lo que yo contino con igual sentimiento
te tengo pagado, sino que te tengo una
ventaja, que es la falta de la libertad que
tenia para descobrir mi dolor con mi
limpieza: que á tí, con gloria de publi¬
cado para buscar el remedio, disminuia la
pena.
Fel. Oh mi señora, besóte las manos
# '
por tal merced: pues disminuyendo mi
dolor en padescer, en valor lo has acres-
centado con acrescentar el que tú por
encobrillo publicas, y de disminuido me
ha puesto tanto para merecer gloria,
que con el atrevimiento de tanta gran¬
deza, te suplico de tu hermosa boca, como
á esposo, por esta reja me hagas merced;
pues como cosa fresca y corriendo sangre,
SEGUNDA CELESTINA.
371
que es la color de sus labios, tras la red
desta reja ó por mejor decir de mis pri¬
siones, yo la tengo ya comprada con el
precio que con tu pena pusiste á mi
dolor.
Pol. Señor, ni mi honestidad lo sufre
ni tu autoridad lo debe pedir. Súfrete por
esta noche y no quieras ser el mozo del
gallego que andando todo el año des¬
calzo en una hora mataba al zapatero
por el calzado ; que mañana en la noche
yo buscaré manera para me salir para tí
á ese jardin, y entonces si con forzar
mi honestidad quisieres gozar desa mer¬
ced, no será en mi mano resistir: pues
la fuerza de tus manos con la mayor de
ser tu esposa, pedirán la posesión en lo
que agora me pides, que la propiedad de
mi honestidad y tu autoridad en tal parte
te niegan: pues más justo es que reciba
yo fuerza de tus manos para recibida yo
en darte este favor, que no que la haga yo
á mí por mí, para hacer lo que mandas,
y la reja al presente nos estorba de tu
voluntad en lo que con ella la mia defien¬
de con mi honestidad.
Fel. Señora , yo te beso las manos por
la merced que mañana me quieres hacer,
y quiero sufrir mi deseo en la paciencia
de tu honestidad; y al presente, en estas
SEGUNDA CELESTINA.
372
manos que en las mías tengo quiero
ocupar mi boca; y si gozándolas causa¬
ren mi muerte, con el agua de mis lágri¬
mas quedarán lavadas como las de Pila-
tos, para tu inocencia en la muerte del
justo Felides.
Sig. Señora mia, pues me heciste mer¬
ced de me querer oir, suplicóte que con tu
licencia tenga libertad con la poca que á
tu causa tengo, para te decir mi pena.
Pon. Paréceme, amigo, que ántes que
recibas la licencia la has tomado.
Sig. Señora, no lo creas que lo diré
yo sino mi mal, que es tanto que cuanto
más se quiere encobrir más se descubre,
pues sabes que amores y diablos y dine¬
ros no se pueden encobrir.
Pon. Pues según eso, no te quiero dar
licencia para que goces de mí en tu pen¬
samiento, porque querria yo que el que
fuese mi enamorado, fuese muy secreto.
Sig. Así lo seré yo.
Pon. ¿Cómo es posible? ¿tú no dices
que amores y diablos y dineros que no se
pueden encobrir?
Sig. Sí digo.
Pon. Pues mira como te has condenado.
Sig. ¿Cómo?
Pon. Porque teniendo en mí el pensa¬
miento, asegúrame tú los dineros, que
SEGUNDA CELESTINA.
373
los diablos y los amores yo te los aseguro.
Sig. ¿Cómo es eso, señora?
Pon. ¿Y cómo tú no ves que soy el
diablo ?
Sig. Hi, hi, hi; tal diablo, señora,
querria yo que me llevase, como dijo el
hijo del rey.
Pon. Cuéntame hora esa.
Sig. ¿Y cómo tú, señora, si eres el
diablo no los sabes? que el diablo todo lo
pasado sabe.
Pon. Hora cuéntamelo, por tu fe, que
yo te responderé después á eso.
Sig. Pues has de saber que un rey
mandó á un sabio que enseñase á un hijo
suyo dende que nasció, adonde no viese
más que al sabio, y después que ya
hombre llevólo adonde pasaban muchas
cosas, y pasando unos y otros y el hijo
del rey preguntando cada cosa qué era
y el sabio diciéndoselo, pasaron unas
mujeres muy hermosas, y preguntó el
hijo del rey: qué cosa era aquello, y el
sabio dijo que diablos, pues tales hacían
á los hombres; y respondió el hijo del
rey: si estos son diablos, yo quiero que
me lleven á mí. Y así, señora, me lleva
tú á mí si eres diablo, que yo por ángel
te tengo.
Pon. Pues yo te certifico que en las
/
374 SEGUNDA CELESTINA.
obras me conozcas si soy ángel ó si soy
diablo. ¿Mas para qué quieres que te
lleve? porque aunque tengas amores y
diablos, sino tienes dineros, maldita la
necesidad que de tí tengo.
Sig. ¿Y qué sabes tu, señora, si los
tengo?
Pon. ¿Tú no dices que no se pueden
encobrir? pues yo te prometo que si los
tienes que el proverbio mienta; porque
los tienes tan secretos, que podemos de¬
cir por tí que aun el mesmo moro no lo
sabe. Y pues tú me dices cuentos, yo te
quiero responder otro cuento y es, que
eches mano á la bolsa y te dejes dezurru,
zurru.
Sig. Hora , díme ese cuento.
Pon. El cuento es, que andaba uno
muy enamorado de una mujer moza y
muy gentil y no dormia cada noche,
dándole música y tañéndole á su puerta
con una vihuela y cantando; y una noche
paróse ella á la ventana y di jóle: mira,
amigo , si tú algo quieres de mí , echa
mano á la bolsa y déjate zurru, zurru.
Sig. Señora mia, no pienso yo que
en precio pusieras lo que yo juzgaba sin
ninguno.
Pon. ¿Pues agora sabes tú que sin él
no se hán las mujeres? Pues sabe, si no lo
SEGUNDA CELESTINA.
375
sabes, que con mi limpieza y dineros
me has de alcanzar, que no por diablos y
amores.
Sig. ¿Pues cómo se ha de alcanzar con
dineros lo que se ha de conservar con
limpieza?
Pon. ¿Y tú no me has entendido? Pues
entiende: que con tener dineros para te
poder casar conmigo, quedaré con mi
limpieza y tú con tu remedio, que de otra
suerte no podrás.
Sig. Y veamos, señora, ¿Mi persona y
amor con virtudes, no suplirán la falta
de los dineros?
Pon. ¿Tú no sabes que lo que se usa
no se excusa? Pues si no lo sabes, sabe
que ya no vale casamiento de linaje ni
de valor, si falta dinero; y si sobra de
dinero, sesenta tachas de persona se su¬
plen con él y se encubren, como encu¬
bre la blancura. Que ya no se buscan
hombres sin dineros, sino dineros sin
hombres, y por esto los ménos que se ca¬
san son bien casados. Y la razón es, que
como falta el interese porque se vendió el
amistad del casamiento, luego falta el
amistad , quiero decir, que faltando el di¬
nero porque se casan, luego falta el amor
que se deben como casados, lo que no
faltára si por virtudes se juntáran, por-
376 SEGUNDA CELESTINA.
I
que no faltando el interese que se estima
de la virtud, no podian faltar de ser bien
casados por virtud.
Sig. Señora, pues hagamos yo y tú
lo que apruebas para ser bien casados ; y
pues nos falta el dinero, suplamos con la
virtud la falta del dinero.
Pon. ¿Y deso comeremos? Mira, no
quiero yo decir que sin tener nada, que
con sola virtud se casen los hombres
para pedillo por Dios lo que han de co¬
mer; mas quiero decir, que no fuese el
fin á solo dinero, sino á dinero con vir¬
tud, y que lo más del dinero sin virtud
no corrompiese la mayor virtud por el
vestido y por el comer. ¿Hasme entendi¬
do? Y si no me has entendido entiéndeme:
que ni tú ni yo, no teniendo nada no hay
para que nos casar; mas los que se han de
casar, quiero decir, que han de tener con¬
sideración á más que sólo dinero, puesto
que sin él no se han de necesitar á casar¬
se, que sería necedad: que mejor es ser¬
vir á Dios con virginidad, que no casarse
para ponerse en necesidad más de la que
con guardar virginidad tuvieron, que es
mejor estado á mi ver. Y por eso, para
necesidad en este estado y en el del ma¬
trimonio, mejor es estar en el primero; y
cuando se hubieren de casar, que no sea
SEGUNDA CELESTINA. 377
todo por suplir la falta del dinero si no
viene acompañado de virtudes, de la
suerte que tengo dicho.
Sig. Señora, si pensára que para pre¬
dicar me llamabas, no viniera á tu ser¬
món , porque eres muy niña para tanta
doctrina.
Pon. Pues sabe, amigo, que no hay
arte que mejor enseñe, que la intención
de hacer los hombres lo que deben, y la
falta de mi edad suple el deseo de mi
limpieza; y por esto te he querido predi¬
car para reprenderte tu liviandad y no¬
tificarte mi limpieza, para que no gastes
tiempo para alcanzar con él lo que yo en
todo tiempo tengo de conservar, que es
mi virtud , para con ella hacer en la vida
que ha de acabar con tiempo, inmortal
fama en todo tiempo. Y para pagarte el
amor que me tienes, te pego amostrán¬
dote el amor que me debes tener y no el
que ni me debes ni te debo , y por él te
debo ménos, cuanto te deberia más con
amarme de limpio y verdadero amor vir¬
tuoso, y no para conformidad de vicios.
Y no llames ni pongas nombre de amor
al amor que con tanto desamor procura
deshacer lo que más se precia , y poner
desprecio en lo que ama , que es la casti¬
dad y limpieza de las mujeres; y no te
SEGUNDA CELESTINA.
378
espantes que siendo niña y no habiendo
estudiado , te sepa decir lo que con ley
natural se alcanza y se sabe en todo hom¬
bre; porque fué tan sabio el artífice de
naturaleza, que en las cosas sin sentido
y en las que por instinto se gobiernan,
como son los animales, aves y peces,
les puso tal natural, que ninguna yerra
de lo necesario para conservar el fin de
su naturaleza; por donde se saca que
menos dejó de tal virtud desamparada la
razón del hombre, pues lo principal que
hace al hombre ser hombre es vivir con
razón de hombre, y esta razón con su na¬
turaleza la recibió, y por esto no te mara¬
villes tú que yo haga mi oficio de razón,
usando de ella para la necesidad de con¬
servar mi natural limpieza, pues para
conservar el ser de tal virtud, las cosas
todas no faltan. Y con esto te vé con
Dios, que quiero ir á recordar á mi señora
del sueño de la conversación de los que
mucho se aman , que es más pesado que el
natural; y conténtate de me amar con
limpio amor como te amo, y deja el amor
que buscas para menor contentamiento,
cuanto para mejor lo deseas, y desengá¬
ñete dese engaño el desengaño que en
todas las cosas desta vida hay, y más en
aquellas que con vicio prometen el con-
SEGUNDA CELESTINA.
379
tentamiento, como son los amores, que
alcanzando el fin dejan el desengaño por
castigo del tiempo pasado y mal gastado,
y el pesar del engaño, con el desengaño
presente de su poco contentamiento ; y
no hagas jamás cosa que sepas que for¬
zado en algún tiempo te ha de pesar
de habella hecho; y procura siempre ha¬
cer aquello , que de hacello en todo tiem¬
po pone gloria de contentamiento. Y con
esto te queda á Dios, con quien quedarás
haciendo lo que digo , teniéndome y te¬
niéndote los verdaderos amores que tengo
dichos.
Sig. Señora, espantado me dejas, y
bien decia yo que en nombre del diablo
me llevaras á Dios, según tus razones, y
con él vayas.
Pon. Señora, hora es de te retraer y
quédese esto por otra noche.
Pol. Señor, hagamos lo que dice Pon¬
da, pues los que miran batalla más ven
que los que están en ella, y no perdamos
por tan poco lo que nos asegura gozar tan
presto de mas tiempo.
Fel. Señora, yo no puedo mas que
obedecer en todo á Poncia, pues tuvo se¬
ñorío para ponerme en el mayor del
mundo. Y con esto, tornando á besar tus
manos me voy.
380 SEGUNDA CELES TINA.
Pol. Yo te prometo señor, que me las
dejas bien lavadas esta noche, que aun
que tuvieran mudas las hubieras bien
mudado para las poder besar sin asco.
Fel. Mudas y que mudas tienen y han
tenido,, pues me mudaron de cautivo á
libre, de pena á gloria, de esclavo á se¬
ñor, de infierno á paraiso, de no ser á
ser, y de muerte á tener vida, y vida se¬
gura de toda muerte.
Pon. Hora deja, señor, de tanto filoso¬
far y deja á las aves el parlar, que ya con
la mañana asi lo comienzan á hacer.
Fel. Señora, hombres de armas no pen¬
saba yo que desta gloria me pudieran apar¬
tar cuanto más los pájaros, y pues donde
fuerza hay derecho se pierde, señora mia,
Dios quede contigo y tú vayas conmigo,
hasta mañana, y contigo señora Poncia.
Pol. Señor mió, y contigo vaya que
conmigo quedas.
Pon. Señora, daca la mano no tropie¬
ces y acuéstate y durmamos, que bien lo
hemos menester.
Pol. ¡Oh, Poncia! ¿Con qué te pagaré
yo lo que por mí has hecho?
Pon. Señora, con dejarme ir á dormir
que lo he menester.'
Pol. Hora, pues, Dios vaya contigo.
SEGUNDA CELESTINA.
33.
ARGUMENTO DE LA TRIGÉSIMA SEGUNDA CENA.
Felides llama á Sigeril, y él se queja del poco cuidado
que con su gloria ha tenido en su pena , y Felides le
promete de dar casamiento y casallo con Poncia; y
mándale llamar á Pandulfo y burlan con él sobre su
santidad ; y van después por la puerta de Polandria, y
Polandria y Poncia los ven , y introdúcense.
FELIDES. — SIGERIL. — PANDULFO. - CORNIEL.
PONCIA. — POLANDRIA.
Fel. Bien parece que la falta del cui¬
dado con el no pensado remedio, ha dado
lugar al sueño , que tarde es ; quiero lla¬
mar á Sigeril y ponerme muy galan hoy,
pues tengo razón para ello. Sigeril, ah Si¬
geril.
Sig. Señor, qué mandas.
Fel. ¿Qué hora es?
Sig. Señor, las diez son dadas.
Fel. Hora es de levantar, dame hoy de
vestir de brocado forrado en armiños.
Sig. Bien parece, señor, que tienes mas
gloria que yo.
Fel. ¿Pues cómo te fué con Poncia?
que con mi gloria no me he acordado de
tu pena.
Sig. No te has querido parecer á Julio
382 SEGUNDA CELESTINA.
César en la victoria contra Pompeyo , ni
al rey Agesilao en la victoria contra los
Tebanos y Argivos, que la clemencia de
los muertos y vencidos les templaba la
gloria del vencimiento; y por una parte,
con las mercedes mostraban la gloria de
su victoria pagando los servicios y con las
lágrimas la clemencia de los vencidos y
muertos de los suyos y de los ajenos.
Fel. Por cierto, cosa digna de notables
Príncipes has dicho y deuda principal de
verdaderos hombres, que es que en ningún
tiempo el interese propio niegue el de la
obligación de la virtud que los hombres
más á complir con otros que consigo
tienen; mas la victoria de mi gloria, pen¬
sando que la tuya se habia reportado,
pareciéndome que mi ventura sobraría
donde por razón faltase en mis criados,
me hizo descuidar; mas sepamos ¿cómo
te fué?
Sig. Fuéme, que por nuestra dueña, que
mal año para cuantos predicadores hay en
el mundo que tal sermón me hiciera,
como aquella doncella anoche me hizo,
para apartarme de mis pensamientos, fue¬
ra de casarme con ella. Y con esto puso
mas estorbo por parte de faltar dinero,
en entrambas partes.
Fel. Pues bien está, que en eso quiero
SEGUNDA CELESTINA.
383
yo que veas tú que en mi victoria no ol¬
vido las mercedes de los grandes servicios;
que yo quiero esta noche ser tu casamen¬
tero y suplir con mis sobras vuestras
faltas.
Sig. Besóte las manos, señor, porque
las mercedes sobran á todo mi merecer y
llegan á todo lo que tú debes al tuyo; no
tanto por suplir con el dinero la falta dél
como con la persona de Ponda, la falta del
contentamiento que sin ella toda mi vida
tuviera; que bien paresce, que quieres
pagar lo que te debo, más que no lo que
me debes: pues conforme á la deuda de
tu obligación me has querido pagar, y no
á la poca que á mis servicios tienes.
Fel. Tú dices lo que debes y yo no
pago lo que debo: porque créeme, Sigeril,
que en esto de las mercedes, que han de
sobrar tanto por razón del que dá, que los
príncipes sabidos, realmente sabidos los
servicios, no habían de tomar parecer
para las mercedes, de hombre que ménos
que príncipe fuese. ¿Sabes por qué? porque
el que con obligación de rey nasció no
nasce ni ha de nascer ménos que con cora¬
zón y ánimo de rey para pagar los ser¬
vicios; y los que no son reyes, contino
aconsejan á la medida de sus ánimos, y
como quedan tan bajos del ánimo que el
384 SEGUNDA CELESTINA.
rey debe tener, por mucho que se alarguen
quedan cortos, y así salen escasas las
mercedes de los príncipes, porque no se
hicieron con ánimo y corazón de reyes
sino por corazón y ánimo de súbditos.
¿Sabes el por qué? porque ninguno da
mas de lo que tiene, y adonde pensó el
súbdito que se alargó, queda corto el
príncipe. Y dejando esto, dame de vestir
y pasaremos tiempo un poco con Pandul-
fo, sobre su santidad.
Sig. Pues si lo vieses, señor, cual anda
con unos agallones, que no parece sino
ermitaño rezando toda esta mañana.
Fel. Válalo el diablo el rufianazo co-
bardazo. ¿Y qué le ha tomado agora de ser
tan santo?
Sig. Maldita otra cosa sino de miedo
de ir contigo anoche.
Fel. Hora, dame acá de vestir, y ponme
bien esa ropa. Y tú, Ganarin, di que me
ensillen una muía con una guarnición de
brocado y aderezada llámame y di á Pan-
dulfo que venga acá. Y Sigeril, dame acá
la gorra de la medalla del Fénix que se
quema, pues puedo sacar de mi ceniza otro
yo, honrémosla hoy.
Pand. Señor, ¿ qué es lo que demandas?
Fel. ¿Qué santidad es esta tan súpita,
Pandulfo ?
SEGUNDA CELESTINA. 385
Pañi. Señor, el espíritu donde quiere
espira. ¿Quien convirtió á sant Pablo y
á sant Agustin y á María Magdalena, es
mucho que dé gracia á un hombre pecador
como yo he sido?
Fel. Por cierto que la gracia no sé si
te la dio; mas es gracia la que veo en
verte con esas cuentas.
Pañi. Señor, las cuentas como á sólo
Dios se han de dar, no me pena que te
parezcan gracia; porque á solo Dios se ha
de satisfacer, que los hombres de nada
se satisfacen ; y ándeme yo caliente en su
servicio y ríase la gente cuanto quisiere,
pues sabes: que bienaventurados sereis,
cuando los hombres dijeren mal de vos¬
otros mintiendo por mí.
Fel. Por cierto que estás tan reforma¬
do que será bien que prediques de aquí
adelante.
Pañi. Señor,, la verdadera predicación
es con el buen ejemplo en las obras, por¬
que mal se recibe la reprensión de las
palabras del que no la tiene en las obras.
Fel. En fin. ¿Qué, ya no son tus misas
cosas de armas ni de afrentas como hasta
aquí?
Pañi. Señor, no soy tan necio que no
entiendo algaravia, como aquel que bien
la sabe; mas sabe que en cosas justas que
25
386 SEGUNDA CELESTINA.
ninguno me echará el pié adelante, ni en
cosas injustas quedará más atras que yo.
Fel. Bendito sea Dios que tan presto
te mudó. ¿Mas qué llamas cosas justas,
para que sepamos lo que te hemos de en¬
comendar?
Pand. Guerra contra infieles; tomar
armas en defensión de tu persona.
Fel. ¿Pues cómo anoche no las quisiste
tomar para ir en defensión de mi per¬
sona?
Pand. Porque ibas en ofensa de tu
persona y ánima, y no tenemos los ser¬
vidores de Dios tanta licencia; que si á tí
te viniesen á matar, estonces yo tomaria
las armas.
Fel. Mas estonces no las llevarías para
estar más suelto; que el peso de las armas
empide mucho.
Pand. Yo* señor, entiendo bien eso;
mas ya te dije que bienaventurado sereis
cuando los hombres dijeren mal de vos
mintiendo por mí.
Fel. ¿Luego yo miento? ¿pues no está
más liviano un hombre desarmado que
armado? Yo te hago á tí juez.
Sig. Eso, señor, será para huir.
Fel. Pues paro algo es ello.
Pand. Oh santo Dios, qué valiente
hombre hemos topado, Sigeril. Pues no
SEGUNDA CELESTINA.
387
pienso que me has echado tú el pié de¬
lante en lo que nos habernos hallado.
Sig. No por cierto , que no pienso yo
que ninguno en cosa de afrenta te lo eche
delante; y que me puedes tú á mí decir
con más razón lo que el hombre anciano
dijo al rey Alexandre, tratándolo mal.
Pand. ¿Y qué le dijo?
Sig. Díjole: no] sé yo, oh Alexandre,
por qué me tratas mal, pues sabes cuan¬
tas veces con mis pechos defendí yo tus
espaldas; como tú lo heciste la noche de
la música que con los pechos fuiste á
defender mis espaldas porque pensaste
que nos tomaban la calle.
Pand. No estoy ya en tiempo de res¬
ponderte, que bien entiendo esas malicias.
Perdónete Dios, que más pasó él por mí.
Fel. Hora déjale, que la mayor prueba
de fortaleza es ir por el camino estrecho
de la salvación donde los fuertes solos
son los que la ganan, y fuerza padece.
Y déjale que es un santo y dame acá la
muía; y tú, Sigeril, toma un vestido de
terciopelo de los mios por pago del tra¬
bajo de anoche, porque así se han de ga¬
lardonar los que osan como reprender
los que temen, como por experiencia
desto he loado á Pandulfo y galardona¬
do á tí.
SEGUNDA CELESTINA
388
Pand . Ya tengo respondido y no de
balde dicen: á palabras locas, orejas
sordas.
Fel. Así lo hacia yo cuando tú repren-
dias mis filosofías; y cállate y callemos
que cada sendas nos tenemos. Y vamos
por casa de Paltrana.
Cor. Par Dios, señor, que vas de per¬
las y para parecer donde quiera.
Pon. Señora Polandria, corre, corre.
Pol. ¿Qué es?
Pon. Es tu esposo; que en mi ánima,
dél á un serafín no hay diferencia. Ben¬
diga Dios tan lindo hombre. Ponte los
cabellos tras las orejas, señora, que así
destocada estás tú para ver.
Pol. Ay cuitada, y creo que me vió;
mas no se me da nada que ya lo tengo
engañado.
Pon. Maldito el engaño que de ningu¬
na parte veo, que tú para mujer y él para
hombre no hay más que pedir. ¿Mas no
viste qué mustio iba el cuitado de mi re¬
quebrado?
Pol. Por cierto, harta lástima hube yo
dél.
Pon. Y no me quiso mirar el dolor,
haciendo del enojado.
Pol. Par Dios que es muy bonito man¬
cebo, y que tengo de trabajar con Feli-
SEGUNDA CELESTINA. 389
des que os casemos y os demos con que
honradamente podáis pasar.
Pon. Besóte las manos señora, que con
eso, por cierto, á él le sobra para casarnos
lo que sólo sin eso nos falta, que yo estoy
bien contenta de su persona, casta y dis¬
posición.
Qiiin. ¿No sabes como, señora, el pastor
Filinides es venido al jardin á acabar sus
cucharos?
Pol. Oh como huelgo ; vamos un rato,
Poncia , á holgar con él.
Pon. Par Dios, vamos señora, y ten¬
dremos buen dia como tendremos buena
la noche.
Pol. Vamos, que cree que no hay cosa
que más huelgue que de oirle hablar en
amores, puesto que le tengo gran lástima.
Y tú, Quincia, si llamáre mi señora llá¬
manos.
390
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA TRIGESIMA TERCERA CENA.
Polandria habla al pastor Filinides en el jardín, y él
huelga con ellas y canta sus versos; y después de ha-
belles contado todo lo que pasó con la pastora Acays,
vánse para Paltrana , y introdúcense.
POLANDRIA. — FILINIDES. — PONCIA.
Pol. Oh amigo Filinides, tú seas bien
venido.
Fil. Mi señora, no puedo yo ser bien
venido a pobrado dejando por el desier¬
to aquella Acays que me tiene á mí de¬
sierto de todo placer; mas el consuelo
que en su soledad me trae es para verte
á tí, que con verte y otearte se regocija
mi corazón como si viese á la mí Acays.
Pol. Ay Filinides, mucho me huelgo
yo que con mi vista recibes algún consue¬
lo á tu mal , y ruégote que me digas cómo
te ha ido después que de acá fuiste.
Fil. Mi señora, yo huelgo decirte lo
que ha pasado porque de contallo recibo
pracer junto con el que me dices que
de contallo sientes, para que en la sole¬
dad donde apartado de la mí Acays me
hallo, con las hayas y mis ovejas hablo
para que diciendo mi mal tome algún
SEGUNDA CELESTINA. 39 1
descanso; que sino lo dijese, con mis
congojas se aprieta tanto mi pecho, que
todos los campos halla estrecho, según
se siente apretado. Y el mayor consuelo
que tengo es visitar los prados y fuentes,
donde alguna vez veo la mí Acays hablan¬
do con sus flores, diciendo que dónde
dejaron ir aquella flor de mayor hermo¬
sura; y viéndolas pacer á mi ganado , así
como él está rumiando las flores, rumio
en la flor de más hermosura y frescura
de la mí Acays.
Pol. Y veamos, ¿haste hallado alguna
vez con ella solo?
Fil. Sí hallé; mas tan sólo la vi, que
áun conmigo no me hallé viéndome solo
con ella.
Pon. Dínos hora eso, Filinides.
Fil. Habés de saber, mi señora, que
andando iyo con mi ganado al prado de
las fuentes de las hayas, que es una fresca
pradera, ya que el sol queria ponerse
teniendo el cielo todo lleno de manera de
ovejas de gran hermosura, gozando yo de
lo ver junto con el son que la caida de
una hermosa fuente hacía sobre unas pi¬
zarras mezclada la melodía del son del
agua de los cantares de los grillos, que
ya barruntaban la noche con la caida del
sol, y frescor de cierto aire que el olor de
392 SEGUNDA CELESTINA.
los poleos juntamente con él corria. Es¬
tando, pues, yo á tal tiempo labrando una
cuchara con mi cañivete, probando en el
cabo della á contra hacer á la mí Acays
de la suerte que la tenia en la memoria,
diciendo que quién la tuviera allí para
podelle decir toda mi grima y cordojos;
héteosla aquí, donde asoma para beber
del agua de la fuente, con un capillejo en
su cabeza con mil crespinas, y dos zar¬
cillos colgando de sus orejas con dos
gruesas cuentas de plata saliendo por
somo sus cernejas rubias como unas can¬
delas , vestida una saya bermeja con su
cinta de tachones de plata, que no era
sino gloria vella. Pues á otear sus ojos
monteros, tamaños como de una becerra,
no eran sino dos saetas con la gracia y
fuerza con que ojeaba: por cierto, que el
ganado, desbabado por otealla, dejaba el
pasto. Y así agostó con su hermosa vista
la hermosura de los campos, como los li¬
rios y rosas agostan con hermosura las
magarzas. Y junto venia cantando; que
mal año para cuanta calandrias ni ruise¬
ñores hay en el mundo que así retumba¬
sen sus cantilenas; pues el gritillo de la
voz ni grillos ni chicharras que así lo em¬
pinen. Y como yo la oteé y con aquella
boca, que no parescia sino que se desha-
SEGUNDA CELESTINA.
393
cía sal de la blancura de sus dientes, ma¬
nando por la bermejura de sus labios; y
que me habló diciendo: ¿Que haces ahí Fi-
linides? Yo así asmé en oilla y otealla tan
cerca, que no parescia sino bordon de gai¬
ta cuando al mejor cherriar le dan puñada
que la hacen estancar, que quedé que por
gran priesa á un cacho de hora no pude
hablar. Mas ella llega y bebe en la fuente,
al chorro que sobre las lanchas caía, que
con el esperriadero del agua cuando se
alzó de beber, unos goterones traía por las
mejillas, que con la color y blancura de su
rostro no semejaba, sino que via las flo¬
res de mayo por las mañanas cargadas
del relumbrante y claro rocío. ¡Oh, vá-
lasme Dios ! y qué cosa era ver su gestadu-
ra, yhabra agora este canto, así habraba
yo y díjome: si pensara Filinides, que con
otearme habías de pasar tal grima no te
viniera á ver para con vesitarte pagarte
el amorío que me tienes que fuera de
habrarte y otearte no te puedo pagar. Ya
yo entonces mas recobrado sobre mí, ha¬
ciendo manar mas agua de mis ojos que
las fuentes de sí daban, le respondí: ¡Ay,
la mí Acays, cómo quiere que habré, quien
tú has quitado todos los memoriales! Que
ya tan desmarrido estoy, que el bien que
para mi remedio pensaba que era otearte,
394 SEGUNDA CELESTINA.
aquel me han mas empecido, yo cierto te
digo; que pisé cogido el dia que te vi
cuando cobré tal roña, que la miera que
yo pensaba que podia sanarme, que es tu
vista, acrecienta mas mi roña. ¡Oh, mi
Acays, yo te juro que no hay carnero en
todas las majadas tan modorro como yo!
Tanto que mi ganado tiene la color demu¬
dada de ver la mia tan desmarrida. No
sé ya que te diga, pues no sé lo que ha-
bro; no sé que te pida, pues me daña lo
que pienso que me aprovecha; no sé qué
te oteé, pues con otearte me muero, y
con otearme me matas; no sé donde vaya,
pues los campos hallo estrechos'; no sé
dónde me abrigue, pues las majadas no me
amparan; no sé dónde me escaliente, pues
al sol y en la siesta hé frió. Ni las hayas
me hacen sombra, ni el sol me quitó el
frío, ni el agua me quita la sed, y el co¬
mer me pone hambre, y todo me hace
hastío. Sólo querría lo que no quieres, que
es que pues has agostado mi esperiencia
que la acabes con acabar la vida abrasán¬
dola, pues está ya seca en el agosto de mi
remedio para que pueda producirse della
mi esperanza, donde se apaciente mi deseo,
secando la yerba de tal esperanza para
morir con la lluvia de mis lágrimas. Y
mia fé,como esto dije trasportóme fuera
SEGUNDA CELESTINA.
395
de mis memoriales y cuando en mi torné
hallé mi rostro mojado, y sus mejillas
con el manantial de sus lágrimas. Y con
esta piedad en su crueldad, se fué sin ha¬
blarme ni hablar mas con ella ; y después
de ida, gocé más de la gloria de haberla
oteado que cuando presente mis ojos la
oteaban, y quedé donde al propósito hice
ciertos versos.
Pol. Ay por tu vida, amigo, que los
digas que hé tanto gozo en oirte que no
lo puedes pensar ni saber.
Fil. Hora pues, oye.
Acays de gran beldad ,
Aquella agua sin amor ,
Con ojos de piedad
De tu propia crueldad
Que vertiste en mi dolor:
Me acrecentaron el mal,
Y puedeslo ver así,
Que de verme tan mortal
La lástima en verme tal
Te la hizo haber de tí.
Tu crueldad que lloraste
Más cierto que mi fatiga,
En ella claro mostraste
Cuán gran mal en mi dejaste,
Pues lo siente su enemiga.
Oh grave dolor sin cuento ,
Caso de gran maravilla,
Que la causa del tormento
De sentir lo que en él siento
Queriéndolo haya mancilla.
396
SEGUNDA CELESTINA.
Si Filinides es mudo ,
Acays es causa dello ,
Dando á su garganta nudo
Muy más que hablando pudo ,
Sentillo, Acays, con vello.
Yo sentí lo que sentía
En mí por sentillo ella,
Más que por lo que debia
En mi mal, que en mí no via ,
Hasta que lo vi por ella.
Las aves , los animales ,
Mares , peces á deshora,
Con alaridos mortales
Vengan á sentir mis males,
Lloren , pues Acays llora.
Los vientos quebrando ramas,
Muestren tan gran sentimiento
Que espanten ciervos y gamas ,
Y en fuerza de vivas llamas
Todos sientan lo que siento.
Pol. Por cierto, amigo, tú das tan bien
á sentir tu mal que de tu sentimiento lo
has puesto á los que te oímos; y estoy
muy espantada que una pastora tenga
razón para sufrir en su bondad la fuerza
de la piedad de tu dolor, sabiendo ser á
tu causa.
Pon. Mi señora, por ahí verás tú lo que
yo digo, que la mejor sciencia para bien
vivir es la ley natural que Dios puso en
todas las cosas, pues una pastora sabe
también resistir su voluntad para satisfa¬
cer su honra.
SEGUNDA CELESTINA.
397
Fil. Mi señora, y aun en la paciencia de
su bondad sufro yo mi fatiga. Mas gozaos
que hay algunos buenos hombres del lu¬
gar que andan entendiendo en casarnos
y está ya concertado, y á esto vine á ha¬
céroslo saber, y para las bodas serés mis
convidadas porque os gocés con mi gozo.
Pol. Eso haré yo de muy buena volun¬
tad, si mi señora me diere licencia.
Fil. Si dará, que yo se le tengo de ro¬
gar. Y yo te prometo , mi señora , de la
primera vez que acá venga, de traerte una
docena de cuchares y en la una dellas la
ñgurade Acays y en otra lamia para que
te acuerdes de mí ; porque por cierto,
allá en somo las hayas, no me olvido yo
de vosotras en todos mis trabajos, por el
gozo que en hablar con vosotras en mis
amores rescibo; porque por allá, mal pe¬
cado, nunca me depara Dios sino unos
zagales que burlan de mi mal y se me
ponen á dar consejo , que no es para mí
sino á par de muerte, porque la vida sola
con acabar, tiene poder de acabar en mí
el mal y amor que á la mí Acays tengo;
y aun pienso que no ha de acabar la vida,
porque este mal más lo siento ya en el
alma que en el cuerpo'; y pues ella no es
de acabar, no pienso que acabará Jo que
está contino en ella, porque á mí ni me
SEGUNDA CELESTINA.
393
duele pié ni cabeza, brazo ni piernas,
sino solo siento el dolor en el alma, don¬
de contino tengo á la mí Acays. Y no
temeria la muerte por temor de ir á los
fuegos del infierno, porque ménos pena
que paso, en ellos pasaria; sino fuese por
quitar á la mí Acays dellos, que no qui¬
taría si mi alma allá fuese.
Pol. Por cierto, el amor te hace decir
lo que tu estado niega. Y con esto te
queda á Dios y visítanos muchas veces.
Fil. Señora, y Dios vaya contigo, que
sí haré.
Pol. Tú, Poncia, ¿no te maravillas de
lo que hemos oido á este rústico? Agora
no me maravillo de los dichos de Felides.
Pon. Señora, no te maravilles que
como espíritu habla en él el amor, que él
es el que dice las sentencias y la lengua
pronuncia conforme á su natural las pa¬
labras groseramente. Y con esto, tome¬
mos nuestras labores, y vamos hasta que
sea hora de la venida de tu esposo.
Pol. Hora, vamos, que razón es que se
haga así.
SEGUNDA CELESTINA.
399
ARGUMENTO DE LA TRIGÉSIMA CUARTA CENA.
En que Areusa llama á la puerta de Celestina y ábrele
Elicia, y dice que viene á comer con ella á costa de
Grajales y Barrada, despensero del Maestrescuela,
el cual trae para Elicia y entra Buzarco , mozo de
Grajales, con las aves y con el vino; y después viene
Grajales y Barrada , y introdúcense.
AREUSA. — CELESTINA. — ELICIA. — BUZARCO. —
GRAJALES. — BARRADA.
Ar. Ta, ta, ta.
Cel. Mira hija, quién llama allí.
Elic. Ay prima mia y mis entrañas,
que bien venida seas, aguarda irte abrir.
Tia señora, mi prima Areusa es.
Cel. Ella y los buenos años vengan.
Ar. Tia señora, Dios te salve. Que
acá me vengo á comer contigo y con mi
prima.
Cel. Ello sea enhorabuena, hija, y á
osadas que algo de bueno debes tú de
traer que nunca tú vienes las. manos
vacías.
Ar. Par Dios, madre, Grajales me rogó
que viniésemos acá á comer y que él
enviaria su ración.
Cel. A osadas, hija, que no sea mala,
400 SEGUNDA CELESTINA.
que yo lo tengo por tan cumplido y por
tan hombre de bien, que no consentirá él
escote de nuestra parte.
Ar. Asi lo cree tú, madre, y venimos á
gozar de la despedida de Centurio, que
ya ayer le envié á decir que se fuese á
la mala ventura, y también, á la verdad,
á honrar las bodas de mi prima, que con¬
certado ha un amigo de Grajales, que á
osadas madre, que no le baja en zaga en
henchile las manos.
Cel. ¿Y cómo es su gracia?
Ar. Madre, Barrada , y muy valiente
hombre y un Alexandre , y él y Grajales
vendrán juntos á comer.
Cel. Aguarda, hija, por cierto que pien¬
so que conozco yo ese hombre de bien;
veamos, ¿Él no es criado del Maestres¬
cuela?
Ar. Si, madre, y despensero suyo y
que manda toda su casa.
Cel. Aguárdate hija, que en el pico de
la lengua tengo á su madre. ¡Válame Dios
y como tengo caduca la memoria! Aguar¬
da, aguarda. ¿Como se llamaba, Celesti¬
na? Por tu vida, que es hijo de Garapía la
hija de la Carbena; su padre no me acuer¬
do el nombre, pienso que tenia oficio
de sacamuelas y singular oficial. Por
cierto, hija, que huelgo dello como de
SEGUNDA CELESTINA. 4OI
la vida por dar á tu prima tal amigo, y
sacalla del poder del desventurado de Cri-
to y del baral del Paje Rojo, que no hay
diablos que le echen desta casa, como si
hubiésemos de comer de cabellos rubios
y nos lo diese él , así le pesa si ve
entrar alguno en esta casa al pelado.
Ar. Vaya, prima, á la maldición que
no eres tú para romper sin alzar.
Elic. Ay, prima, no quisiera yo que
viniera acá ese hombre de bien hasta que
yo despidiera al paje del infante.
Cel. Qué despedir y qué nada. Si él
fuese hombre de bien él se ternia por
despedido. ¿Por cual carga de agua hija le
has tú de dar esa obediencia? ¿Por el co¬
mer ó el vestir que te ha dado? Cuando
estés en tu casa, mi amor, usa tú esos cum¬
plimientos, que en la mia déjamelos tú
para mí, hija, que yo le rogué á tu prima
que buscase tal persona como Barrada, te
sacase, hija, de vergüenza con darte hom¬
bre de barba y no pelado como esotro
hurgonero de Albazin ó servidor; que
á osadas, tan pelado es de las barbas como
de la moneda, que en mi ánima y por el
siglo de mi padre, un gesto mas deslavado
tiene y sin vergüenza, que en mi vida vi; .
y pues no tiene barba ya sabes, hija, que
con mal está el huso cuando la barba no
26
402 SEGUNDA CELESTINA.
anda de suso. Engáñate por mí y busca
agora que eres moza, quien te dé y no
quien te huelle y envejezca, que no han
de ser todos los amores flores y gentile¬
za sino de lo uno con lo otro.
i
Ar. Prima, mi tia dice cuanto hay en
ello.
Cel. Pregunta, hija, á tu prima Areusa
cómo le fué y le ha ido con el consejo que
le di la noche que la hallé con el dolor de
la madre, guardando mucha lealtad al
otro negro capitán. Como si le hubiera
hecho pleito homenaje de guardalle la
fortaleza así aguardaba la boba á dejar¬
se tomar por hambre, y hasta agora se
estuviera, sino tomára mi consejo, á
dientes como haca gallega. Sabe, hija,
como tu prima salir de uno y entrar en
otro y nunca, mi amor, dejes envejecer la
bestia en tu poder, pues sabes que desque
ha cerrado no podrás salir della, sino que
como tu prima si fuere menester del ca¬
pitán á Parmeno, y de Parmeno á Cen-
turio, y de Centurio á Grajales; con otros
que bien me sé, yendo de bien en mejor,
como dicen: de aguja á dedal, de dedal á
gallo, de gallo á caballo. Que todos los
cantares y refranes, hija, tienen senten¬
cias para condenar por necios á los que
oyéndolos no se avisan como tengo yo á
SEGUNDA CELESTINA. 403
tu prima por tan avisada, que yo te certi¬
fico que si fuere menester, que tan sin
pena deje á Grajales como salió del otro
gesto del diablo de Centurio.
Elic. Diferencia hay, por cierto, del
gesto de Albacin y su gracia y disposición
á la de Centurio, para hacer comparación.
Ar. Ay, prima, y el capitán, ¿qué debia
á Albacin? Por cierto que nunca le viste
caer la baba ni pienso que le limpiaste
los mocos; que, por Dios, dél á un serafín
no habia diferencia, y no fué más menes¬
ter que mandarme mi tia que lo dejase
para hacello; cuanto más que si tuerto y
cojo me lo diese, por de dos ojos lo to¬
maría y por sano de los piés.
Cel. Así lo es, hija, el que lo fuere de
la bolsa, que no hay ya mi amor gentile¬
zas sin dineros ; y mira, mira qué lágrimas
le corren á tu prima por dejar al negro
paje, como si Barrada se mamase los
dedos.
Elic. ¿Pues no tengo de recibir pena
de dejar un ángel que me adora y me
deja de querer?
Cel. ¿En qué se te paresce hija el adora¬
ción? ¿en los sacrificios que te ha hecho
de aves y cabritos con el humo del in¬
cienso de la pringue cuando se asaban,
ó con las ofrendas de pan y vino que te
404 . SEGUNDA CELESTINA.
ha dado, según la orden Melchisedech?
Elic. Mas quiero contentamiento que
cuanto me pueden dar, porque todas las
riquezas se buscan para este fin.
Cel. Hora, sus, sus; dejemos de lagri-
mitas , y cuando est^s en tu casa harás
tu voluntad que en la mia, la mia se ha
de hacer.
Ar. ¿Para qué es eso madre? que no hay
necesidad, que mi prima hará todo lo que
tú quisieres; porque en fin, noramazas,
débele de querer bien y él á ella.
Cel. Obras son amores, hija, que no
buenas razones; harto tendriamos aquí
que hacer en entender de servir al paje
rojo.
Elic. Jesús madre. ¿Cuántos servicios le
has tú hecho, ó cuántas malas noches has
pasado por él? y aun por mi vida, que
cuando reñimos con Palana, que si yo
quisiera, que le cruzara él la cara, que no
le soy en tan poco cargo.
Cel. Deso comeremos hija , como de
los fieros y mentiras de Centurio. Apren¬
de, aprende, hija, que poco sabes, mal
pecado, del mundo. Nunca te cebes, mi
amor, de fieros de rufianes que si lo
hubiesen de hacer cree, hija, que no lo di¬
rían cuanto más que no hace al caso
buena parola y mal fato. Baste que mi
SEGUNDA CELESTINA.
405
voluntad es, y ya lo has oido, que no me
entre aquel paje y la misma es que to¬
mes á Barrada, que yo que te le doy por
tu provecho no te lo dejaré envejecer si
fuere para tu daño.
Elic. Hi, hi, hi; bueno es eso madre.-
Cel. ¿Ríeste boba de que te dije que no
te lo dejara envejecer? ¿pues qué pensa¬
bas que te queria casar con él para siem¬
pre? Mejor salud nos dé Dios , que yo te
lo deje más de cuanto viéremos que no
cria polilla en sus trojes ni hace tesoro
donde lo come el orin y lo hurtan los
ladrones, como dice el Evangelio, que
aquí más lo queremos por su bolsa que
por su disposición , aunque á la verdad
no la tiene mala. Y que la tuviera, no
hacia á nuestro caso: mas bueno es lo
uno y lo otro junto, pues es meter honra
y provecho en un saco, que pocas veces
se hace así; que hija, quien te dá este y
te quita esotro, gesto de palmatoria, te
sabrá quitar éste y dar otro y otros, si
con más provecho se ofrecieren , porque
dereniega, hija, de tratos sin ganancia.
Elic. Hora, madre, no se gasten más
palabras que yo no tengo de salir, en fin
de tu voluntad y consejo, pues sé que esa
es mi honra y que con cuanto más fuerza
de la voluntad se gana es de mayor loor.
40Ó SEGUNDA CELESTINA.
. I
Cel. Anda á decir donaires ; mas pensé
¿qué te había yo, hija, de aconsejar cosa
que no fuese tu honra? Cree, hija, que
ya sé cuantas son cinco y en qué está la
honra y la deshonra, la fortaleza y la
temeridad, la liberalidad y la prodigali¬
dad; y sino lo sabes, sabe no salir de mi
consejo.
Elic. Así lo haré, madre.
Ar. Así lo haz, prima, que á osadas,
que no yerres sobre mi corona , y limpia
esos ojos, porque si vienen Grajales y
Barrada no conozcan en tí , descontenta¬
miento; que esto está bien acordado, y
parésceme que á la puerta llaman.
Cel. Mira, Elida, quién es.
Elic. Madre, un mozo en pierna es,
que viene cobijado con una capa y trae
gran bulto, que en mi ánima, parece que
viene preñado.
Cel. Abrele, hija, y alúmbrele Dios
con bien si viene preñado y sepamos
presto si tenemos hijo ó hija.
Ar. Abre, abre prima, que mozo es
de Grajales, llamado Buzarco.
Bu%. Señoras, Grajales mi señor y el
señor Barrada, envían estos capones y
estas perdices con este cangilón de vino
de Monviedro, y que estando guisado son
luego acá.
SEGUNDA CELESTINA. 407
Cel. Hijo, mi amor, decid que ellos
vengan mucho enhorabuena, que luego
se pondrá asar y anda con Dios, mi hijo.
Buf. Con Dios quedéis, señoras.
Ar. Buzarco, mis ojos, di á tu señor
que mire cómo viene, porque he sido avi¬
sada que Centurio y Traso el cojo, me
han rondado esta noche toda, la puerta y
que se vengan presto.
Bu?. Señora, déjame el cargo.
Cel. ¿Parécete hija, Elicia , que tendre¬
mos hoy mejor de comer que de la paro¬
la del paje, y de los cuentos viejos de
Crito? Sus , sus, asad esas aves, y déjate
de voces, y muestra probaré ese vino.
Por Dios, singular es; ay bobas, bobas,
¿ y qué queréis vosotras más que las des¬
pensas del Arcediano y Maestrescuela?
Elic. Ay por Dios tia, no se hable más
en eso, pues se hace todo como tú lo
quieres.
Cel. Pues mira, que no te conozca des¬
contento Barrada, y cuando viniere sú¬
bete tú allá que lo quiero hablar en tu
absencia.
Elic. Así lo haré tia, como acabe de
asar estas aves. Y tú, prima, lava esas
copas no estés mano sobre mano.
Ar. Hora, que sí haré, aunque yo ju¬
bilada había de ser ; mas porque has de
408
SEGUNDA CELESTINA.
ser tú hoy la novia lo quiero hacer. *
Elic. Calla ya en hora negra, prima,
no digas esas malicias, que ya viejo es
Pedro para cabrero; aunque por mi vida,
que agora me quiere dar casamiento el
señor Felides y seré novia de verdad,
con hacer entender al novio del cielo
cebolla. '
Ar. Ahí está mi tia, con quien podrás
pasar ese puerto como azor con gavilán,
sin que se pague el portazgo.
Cel. Por mi vida, hija, que si ella quie¬
re y quisiese que también puede pasar
consigo como conmigo, que también
sabe acuñar la moneda como yo para
que corra por buena, sino que de muy
dueña quiere despreciarse del oficio. Pues
para mi santiguada, que tiempo venga
que tu te arrepientas, que moza eres y
vieja serás y lo que en la mocedad, hija,
no se aprende, mal se sabe en la vejez;
mas andar, que el tiempo te doy por tes¬
tigo, que con él la necesidad te hará sa¬
ber lo que la falta de la discreción agora
te encubre. ¡No sé qué diablos es la pre¬
sunción de las mozas deste tiempo! Por
el siglo de mi padre, que moza fui y no
más fea que otra, y nunca me desprecié
de saber y aprender, y trabajar como
una perra, porque en fin, hijas, la honra
SEGUNDA CELESTINA. 409
no viene ni el provecho dormiendo y
holgando.
Elic. ¿Qué negros trabajos para ganar
honra dirá agora mi tia?
Cel. ¿Qué negros, hija? Perdónela Dios
á mi comadre su madre de Parmeno, aun¬
que él supo mal conocer el amistad que
con ella tuve, que ella te dijera los traba¬
jos que para el siglo que la tiene y nos es¬
pera; que tan moza como tú y con tanta
presunción de hermosa, más noches es¬
curas que boca de cuervo, fuimos á la
horca del teso, más veces que canas ten¬
go en la cabeza. ¿Pues conjuros de encru¬
cijadas, pocos me hallé á su lado? Que
en mi ánima, quien la viera llena de can¬
delillas sacudirle y menear las quijadas,
aunque fuera Héctor, le temblára la con¬
tera y se respeluzara el copete; y estaba
yo con ella que ella se maravillaba, mas
bien se me ha parescido á osadas, hija;
que por Dios, que pienso que no hay
maestra de mi oficio ni áun sacamuelas
en el suyo que así sepa sacar los dientes
á un ahorcado, ni cabestrero que también
sepa cuántos hilos de esparto tiene una
soga: tantas veces las he quitado y des¬
hecho. ¿Pues conjuros con que hacia tem¬
blar á todos los espíritus, pocos he hecho?
Por cierto más, hija Areusa, que tengo
410 SEGUNDA CELESTINA.
años. ¿Pues es verdad que tengo con los
dias caduca la memoria? Por cierto, no
hay zumo de yerba, ni virtud de piedra
para mi oficio que se me haya olvidado,
ni cómo se han de hacer los vasos de la
yedra y cogerse en ellos el agua de Mayo,
ni las agujas ponerse en la cera para
traspasar los corazones, ni hilo de alam¬
bre, ni telas de los potros recien nacidos,
con otras mil tarabusterias que de aquí á
mañana no acabára de decir. Mas quéde¬
se esto, que á la puerta llaman ; mira tú,
hija Elicia, quién es.
Ar . Sus, sus, señora, Grajales y Bar¬
rada; quiérolos ir á abrir.
Cel. Mas toma tú allí, y súbase Elicia
arriba que yo les abriré, porque quiero
dar una lición á Barrada como la di á
Grajales.
Elic. Pues toma, prima, que en mi
ánima que me muero de vergüenza de
Barrada, que me paresce ya hombre ma¬
yor y pone mucho empacho igualdad de
conversación adonde más edad para con¬
sejo se habia de tomar que retozos de
mancebos; porque tal para tal y Pedro
para Juan ; que en mi alma, esto me hacia
querer al paje del infante.
Ar. Daca en mal punto y súbete arriba,
que más mozo es un viejo si se aliviana,
SEGUNDA CELESTINA. 4 L I
0
que cuantos mancebos hay en el mundo.
Elic. Eso es en el seso; mas no será en
el peso.
Ar. Ahora déjate deso, y anda que tú
te podrás aprovechar de ambos y pelar
del uno para emplumar la cabeza al otro
y hacerle guirnalda de penachos, en pago
de lo que á estotro dejares de cuernos so¬
bre siete sueldos que le harás pagar.
Ccl. Bien venga el señor Grajales y la
compañía.
Graj Y tú estés en ella, madre; y co-
nosce al señor Barrada por hijo y por
servidor como á mí me tienes.
Cel. Por cierto, presencia tiene él para
que yo gane en tal conocimiento; y subid
hijos, que acá te quiero hablar señor
Barrada.
Bar. Donde quiera, señora, soy yo tuyo
y como á hijo y criado desta casa me
puedes mandar.
Graj. Por los misterios de la misa que
me sueño gran señor, pues tal cocinero
tengo.
Ar. Mas tú bien pensabas comer de lo
que yo aso.
Graj. Y áun por fruta de sobre mesa
gozar de la cocinera.
Ar. Agora para padrino eres llamado,
que no para novio.
#
41 2 SEGUNDA CELESTINA.
X
Graj. Hora que todo es bueno y pan
para cosa, que mi madre dispensará tam¬
bién con los padrinos como con los ahi¬
jados. Mas dejando una razón por otra,
¿dónde está la señora Elida?
Cel. Hijo, haciendo está una cama
arriba.
Graj. Quien la hace la deshace ; y mira,
madre, cuán colorado se ha parado Bar¬
rada con lo que dije.
Cel. Hace bien , que no es desvergon¬
zado como tú que estás diciendo malicias.
Graj. Madre, el mozo vergonzoso el
diablo le trajo á palacio.
Cel. Tú lo desenvolverás presto, á osa¬
das, hijo.
Graj. Déjate ahora de burlas, madre,
entendamos en las veras, para que como
dicen , pueda ser después de la comida
sobre el buen comer el ajo.
Cel. Ay putillo deslavadillo; parésceme
que más querrias estar ya al sabor que
al olor de la fruta de sobremesa, digo.
Graj. A buen entendedor, madre, po¬
cas palabras; que por Dios, ya no me
tomaria la fruta en ayunas, que para
nuestra dueña, dos pares de sant Martin
tengo ya en el buche.
Cel. Ay putillo, y quién te tomase el
buche como á garza. Mas déjate, hora
/
SEGUNDA CELESTINA. 4 1 3
deso que con el señor Barrada que no es
loco como tú, lo quiero haber y hablar
con él en seso. Y hijo Barrada, mi sobrina
Areusa, me ha dado nuevas de tus condi¬
ciones, porque en lo demas de tu casta
dias há que conoscí como á mí á tu madre
Garapía , y aún alcancé algún conoci¬
miento con Carbena tu abuela; así, que
hijo, yo te digo que no hay obligación
para ménos que para tenerte por tal. He
sabido que tienes afición á tener amistad '
con Elicia, y por cierto, lo que dije á su
prima sobre Grajales, lo tengo dicho á ella
y lo digo agora á tí, que yo mas quisiera
que se pasara hijo con su necesidad, para
suplir la de la honra y trabajara, mas es
tanta, hijo, nuestra necesidad, que donde
fuerza hay derecho se pierde, y ya que se
ha de hacer, huelgo que sea por cierto,
más contigo que con el rey, porque me
paresces cuerdo y persona de secreto:
que este, hijo, es el que hace á las muje¬
res querer por él mas á unos hombres que
á otros, porque hijo mió, ninguna sería
mala sino fuese publicada', que el hecho
pues, ninguno lo vé, del dicho'nos guarde
Dios. Así que, aquí todo cabe bien pues
se encierran en tí ambos mandamientos,
en que consiste la ley y los profetas. El
primero, amor de suplir la necesidad digo,
414 SEGUNDA CELESTINA.
que esto es sobre todas las cosas lo que
se ha de amar; y al prójimo (que eres
tú) el segundo, amalle como á sí mismo
por hombre de secreto , como persona
con quien se mete honra y provecho e»
un saco. Verdad es, hijo, que yo no te lo
quisiera decir, mas ya que he comenzado
como á mi alma y como á mi vida y co¬
mo á mis entrañas, todavia hijo, te lo
habré de decir, y es: que Elicia está muy
escandalizada de que el otro dia le dijo
aquí una señora amiga suya, que por pro¬
mesas le habia burlado un señor y la ha¬
bía dejado sin nada, y ella juró que ya
que se determinase de hacer por alguno,
de no lo hacer sin ver primero porqué, y
porque ella está desnuda, mal pecado, que
á la verdad, hijos, para con vosotros, esta
es la negra cama que está haciendo, ver¬
güenza, digo, de parecer así, y como es
tan niña, querría pues se determina de
conoscer otro que no sea su esposo, pues
ya él es muerto, que pudiese suplir lo que
le falta para osar parescer.
Graj. Ya le quiere untar la cabeza des¬
pués de habelle quebrado el casco.
Cel. ¿Que dices tu, hijo Grajales?
Graj. Digo, madre, que para con mi
hermano no hay necesidad de nada deso,
que yo salgo por fiador.
SEGUNDA CELESTINA. 4 1 5
Cel. Andate ahí á decir donaires, hijo,
como sino fuese el señor Barrada persona
para fiar dél también como de tí; eso y
más que eso, hijo, se fiará dél. ¿Tú no en¬
tiendes enoramazas, que no es sino por
el juramento que hizo Elicia?
Graj. Ah, por el juramento no miraba.
Cel. ¿Pues qué pensabas bobo? por lo
demas ¿qué necesidad había de fianza
donde está Barrada? Mas el ánima, hijo,
es sobre todo, y esto hace que por un la¬
drón pierden los otros el mesón, como
por aquel que hizo lo que no debía, pier¬
da Barrada lo que se fiara dél sino se hu¬
biera jurado.
Bar. Señora, que así está bien , que al
buen pagador no le duelen prendas. Ves
aquí cuatro ducados para una saya para
pago y señal.
Graj. Al diablo el asno; ya lo tiene
dentro en la gorrionera.
Cel. Hijo, por mi vida, que no los to¬
mara sino por lo que tengo dicho, que
harta vergüenza se me hace, mas para se¬
ñal los tomo; y esto verás que por no
quebrar el juramento lo hago mas que
por no fiar de tal persona como tú, que
tan poca cosa sino por señal no se habiu
de tomar; mas yo fio lo más y recibo en
señal lo menos que puedo recibir.
SEGUNDA CELESTINA.
i
416
Graj. Ya fia la puta vieja sobre buena
prenda; y cuál está el bobazo que piensa
que hurta bolsas.
Cel. ¿Qué dices, el decidor? alguna
gracia, á osadas , estás tú agora comi¬
diendo.
Graj. No digo, madre, sino que mandes
abajar á Elida y abrazarse han, y be¬
beremos el alboroque.
Cel. ¿No lo digo yo que algo es ello?
No te mates que hacerse há la saya, que
más dias hay que longanizas; que no es
razón la vea Barrada desnuda, la prime¬
ra vez.
Graj. Señora, mejor es así; que la polla
pelada se ha de comer y tendrá ménos
mi hermano que desplumar, pues él está
desplumado.
Cel. ¿Qué es eso que á la postre digiste
entre dientes? ¿no sabes que no para mi
que te las entiendo?
Graj. Déjate deso, señora, y venga la
señora Elida.
Cel. Que no está por salir.
Ar. Madre, venga, que gesto tiene mi
prima que no le han de mirar á la lista;
y pues gesto pone mesa, venga á comer
que del brazo y de la pierna, yo fiadora
que no se desagrade Barrada.
Bar. Si señora, suplícotelo que venga.
1
SEGUNDA CELESTINA. 417
Cel. Hora, por Barrada quiero hacer lo
que no tenia determinado. Baja acá Elicia.
Elic. Ay Jesús, madre, no me lo man¬
des por Dios que estoy desnuda, que me
muero de vergüenza dese señor.
Cel. Baja acá, hija, que así te quiere él.
Elic. Por Dios, madre, que no lo
mandes.
Graj. Anda tú, hermano, y sube por
ella.
Bar. Por Dios, que yo lo quiero hacer,
y subo.
Cel. ¿Para qué le Haces subir? Ya le
quieres hacer como tú, desvergonzado.
Graj. En mi vida vi bestia tan empa¬
chada.
Ar. Hace bien, ¿Para qué han de ser
los hombres deslavados como tú? Acaba
ya, habe vergüenza de las canas que te
están mirando , déjate de retozar que tiem¬
po habrá, y oye lo que pasan mi prima
y Barrada y acechemos.
Cel. Mira no os vean.
Bar. Dios te salve, señora hermosa.
Elic. Así haga á tí, gentil hombre.
Bar. Señora, ¿Por qué no abajas?
Elic. ¡Ay Jesús!
Bar. Señora mia, ¿Qué es lo que dices?
Elic. Digo, señor, que te abajes que
yo iré luego.
27
SEGUNDA CELESTINA.
418
Bar. Pues h asme de dar la fe de abajar,
y dáme acá la mano.
Elic. Desvíate allá, señor, que no soy
de las que piensas.
Bar. Pues abrázame y yo me abajaré.
Graj. ¡ Oh hi de puta, y qué gran bestia!
Ar. Mira, mira mi prima , cuán veci-
compuesta está, como novia de aldea.
Graj. No veo yo en son el asno para
sello de aquí á mañana; mas bien es que
tenemos ya cuatro ducados y la comida
de hoy para la vista del proceso.
Ar. Mirad y qué mucho; hora oye.
Bar. Señora, ¿No me has de querer
hablar?
Elic. Hora bájate, señor, que sí ha¬
blaré.
Bar. Hora, pues, abrázame y yo me
abajo.
Elic. Ay gentil hombre, desvíate por
Dios allá y abájate, que yo me iré luego.
Bar. Pues señora, bésote las manos; y
yo quiero hacer lo que me mandas.
Elic. Dios vaya contigo. ¡Ay Jesús, qué
hombre tan desgraciado! Por Dios, buena
cosa pues, me ha traido mi prima, y ya
que le falta gracia es bien desenvuelto
el asno.
Ar. Anda acá, vamos, que ya vienen.
Graj. ¿Pues cómo no la traes, hermano?
SEGUNDA CELESTINA. 419
Bar. Está muy zahareña.
Cel. Ella, hijo, se amansará y se hará
de tu mano, que como no se ha visto en
otra tal, há vergüenza; mas yo la quiero
llamar.
Bar. Si, madre, por tu vida.
Cel. Hora: sus, Elicia; hora baja acá,
pues lo has de hacer, déjate de vergüenzas.
Elic. Ay Jesús, madre, ¿Para qué me
mandas abajar desnuda?
Cel. Hora, sus, abraza al señor Barra¬
da , que nunca Dios te depare peor marido.
Bar. Heme aquí, señora; ¿Quiéresme
abrazar ?
Graj. He , he , he.
Ar. Calla, en mal hora tú, no te rias
no se corra Barrada.
Graj. Ay hermano, por los misterios
de la misa, que pareces azor zahareño
que se espanta de la polla y no osa entrar
en ella.
Bar. No te hagas hora tú, pues, tan
gracioso , que si fuera menester yo me
sabré tan bien como tú atraivar.
Ar. Anda, enhoranegra, que está el
triste afrontado.
Cel. Quita, pues, tú Elicia, la manga
de la boca que no te huele el huelgo, y
abraza ese ángel, que tal me paresce él
en su condición.
4'20
SEGUNDA CELESTINA.
Elic. Hora, sus, ves aquí te abrazo.
Bar . Ah, pese á tal, señora. ¿Vuélvesme
la cabeza? ¿Muy desenamorada eres?
Ar. Hi, hi, hi; bozal es el galan, por
mi vida, aunque no en el bozo de las
barbas.
Graj. Estaste tú riendo y después dices
á mí.
Cel. Ea, sus, á sentar; sus, á sentar,
y comamos. Siéntate tú señor Barrada
aquí cabe mí, y Elicia se sentará cabe tí;
y esotros, ellos se sabrán asentar si qui¬
sieren.
Graj. Así madre, celos hé yo de eso;
así que de fuera vendrá quien de casa nos
eche: hoy venido, crás garrido.
Cel. Hago bien; sábete que lo quiero
más que á tí , que es mi hijo. Y tú, Gra-
jales sirve de trinchante, que ya sabes
que mi oficio es servir de copa.
Ar. Hi, hi, hi.
Cel. ¿De qué te ries tú, loca?
Ar. Par Dios, rióme que parescen des¬
posados de aldea el señor Barrada y mi
prima, según están mesurados.
Cel. Tal sea mi vida y tal sea mi
alma y tal sea mi vejez como aquello
me parece; cuanto más que gato maúlla -
dor nunca buen murador; que yo te cer¬
tifico , que aunque Barrada calla, que
SEGUNDA CELESTINA.
421
piedras apaña; que bien sabéis, fijos, que
hasta que hay tinieblas no se tañen los
mazuelos ; cuanto más que yo le miro
con ojos , que alzados los manteles y aca¬
bados los oficios y muertas las candelas,
que la falta de la desenvoltura de Elicia
por tan nueva en el oficio , que á osadas
para mí santiguada, que él lo supla. Y
reios vosotros cuanto quisiéredes.
Elic. Ay por Dios tia, no digas tales
deshonestidades. Por cierto, ¿Y áun ese
pensamiento tengo yo agora? Ay prima,
¿Para qué ries? Come, por tu vida, y dé¬
jate desos escarnios.
Ar. ¿Y cómo, prima, no quieres que
me ria? Par Dios, bueno seria si me hu¬
bieses de atapar la boca.
Cel. Hora, pues, porque no me la
atapeis vosotras, yo echaré el bastón con
este cangilón y haré de un tiro dos cu¬
chilladas, que serán atapar la boca, pues
tanto daña el hablar, y daros hé ejemplo
para que hagais como yo hago.
Bar. Pues madre, ¿Por qué no bebes
con la copa?
Cel. Ay putillo. ¿Y ya vos os desenvol¬
véis? Por mi vida, que pienso que presto
tengamos más necesidad de ponerte fre¬
no que espuelas; mas hijo, pues pregun¬
tas , razón es de responder : bebo por
422
SEGUNDA CELESTINA
aquí, mi amor, porque mudar, hijo, cos¬
tumbre, es á par de muerte; y como yo,
mi amor, pocas veces tengo copa sino
un jarrillo viejo y mal empegado, ya con
la costumbre no me hallo á beber por
otra parte : como quieren los sabios que
la costumbre sea otra naturaleza, y por¬
que á la verdad, bébese ménos bebiendo
por jarro. Pero dejando una razón por
otra, por cierto el vino es singular, y
aunque ha dias que no lo bebí, yo jurare
que es de Monviedro.
Graj. ¿Qué no lo sabias, Madre?
Cel. Por tu vida, hijo, no; sino que en
bebiendo cualquier vino, luego dije dón¬
de es.
Graj. Para podenca de muestra, ma¬
dre, fueras buena pues también rastras.
Cel. Hijo, por tu vida, que no dirás
tú peor del viento que yo , ni cayeras con
la perdiz ménos bien en la herida.
Graj. ¿Mas, por mi vida, sabíaslo?
Cel. No, por tu vida, hijo, antes aquel
tu mozo, Buzarco, dijo que era de Luque,
pero á mí no me echará nadie dado falso.
Elic. Por cierto, madre, no dijo sino
de Monviedro.
Cel. Por tu vida, hija, tal no oí; mas
no me dejarás tú á mí mentir.
Bar. Señora, di á la señora Elicia que
SEGUNDA CELESTINA. 423
coma, que me parece que no quiere comer.
Cel. Para eso, hija, tienes tú mucha
vergüenza, mas no para sacar la mia á
plaza desmintiéndome. Pues yo te pro¬
meto que estás en manos de quien te la
hará presto dejar, que yo miro con ojos
al señor Barrada, que sabrá bien romper
el potro y hacerte que no seas espanta¬
diza.
Graj. Y áun, á osadas, que no digo lo
que dice el proverbio.
Cel. ¿Qué dice?
Graj. Que el potro , primero de otro.
Cel. No, á osadas, hijo, que bien se le
paresce á la mochacha, que tan bozal está
que despantadiza amuesga las orejas.
Bar. Dalle de las espuelas , madre , y
hácelle pasar claro.
Cel. He, he, he; ayputillo, ¿Y eso me
tenias guardado? ¿Tan buen gineteeres?
Elic. Habló el buey, y dijo mú. Qué
graciecitas para mí.
Cel. Atiéntale el freno, hijo, pues le
hace abrir la boca.
Bar. Más quiero tentalle el diente.
Elic. Sí, que no soy bestia, que me
has de mirar el diente.
Graj. He, he, he; bien puedes pensar
que no ha cerrado , pues aún no está
domada.
424 SEGUNDA CELESTINA.
Cel. Por el siglo de mi madre , que lo
puedes bien decir; que tan niña la conos-
ció su esposo, que en gloria sea ; y como
luego murió , que tan por domar quedó
como ántes.
Graj. De suerte que si le echan la ta¬
lega de la arena, ¿Qué, dará pernadas?
Bar. Aquí está quien le hará perder
esos siniestros.
Elic. Ay bendígamelo Dios el gracioso,
no me lo aojen.
Cel. Hora yo quiero ver, hijos, si tira
pernadas este cangilón para varealle y
hacer que pase la carrera claro.
Graj. Hi de puta, el diablo, qué rostro,
que brazo lleva mi madre en la carrera,
y al parar, por nuestra dueña, que pone el
colodrillo en el suelo.
Bar. Pues no tiene á mi parescer muy
buen freno.
Cel. ¿Y vos también motejáis?
Graj. Madre, no lo dice sino porque
se te fué el caballo un poco de boca; mas
á lo ménos no dirá que se torció , que así
goce yo, tan claro en mi vida vi á nadie
pasar la carrera.
Cel. ¿Y vos también tomáis ya de Bar¬
rada á decir donaires? Hora, pues, yo
quiero ver cómo corréis vosotros.
Graj. Madre, échame aquí en este es-
SEGUNDA CELESTINA. 425
quilon , que yo oficio de campanero
aprendí más que de ginete.
Cel. A osadas, hijo, que según sabes
bien empinar, que se te parece bien
aprendiste el oficio, que tan buen maestro
has salido. Hora, tú, hijo Barrada, ayú¬
dale con esotro esquilón á doblar por el
jarro.
Graj. Madre, según lo dejaste muerto
bien pueden doblar por él.
Cel. Por mi vida, hijo, que cuando yo
caí con él, que ya venia el señor Turco
herido de más de dos pares de lanzadas.
Graj. Bien puede ser, mas después que
entró en tus manos bien podemos decir:
perdónele Dios , pues no le quedó sangre
en el cuerpo.
Cel. Por mi vida, pues, que no eres tú
tan mal zurujano, que na llegaste tú por
presto que yo le herí, y más presto á to¬
mar la sangre.
Ar. Ay Jesús, ¿Todo el palacio ha de
ser de vino?
Graj. Pues como la señora, mi madre,
viene agora del otro mundo, es más de¬
vina que humana.
Cel. Por mi vida, hijo, que lo eres tú,
aunque no has ido allá ni has visto las
revelaciones de sant Pablo.
Bar. Hora por mi vida, que hemos de
426 SEGUNDA CELESTINA.
ver la señora Elida cómo pasa la carrera.
Graj. En eso, pues, yo te prometo que
no dé corcobos, porque ya tiene usada la
carrera y no se espantará en ella.
Elic. Dejástela tú tan llana y paseada,
que no hay para qué poder espantarse
nadie en ella; y por no te hacer ese placer
no la pasaré.
Cel. Hija, nunca por quebrar los ojos
á otro, te lo quiebres á tí; bebe y no cu¬
res de motes.
Bar. Par Dios, de dalle una sofrenada
en los dientes, pues no quiere entrar en
la carrera.
Elic. Desvíate allá, ten empacho.
Ar. Por mi vida, que te besó burla
burlando, prima.
Elic. Par Dios, no besó sino en el car¬
rillo, que mal año para él , que no le diese
lugar.
Cel. Y te prometo, hijo, que con tales
sofrenadas que nunca le quiebres los
dientes.
Graj. Los dientes no, más vendrále á
sacar las muelas.
Ar. Ay, desvíate allá desgraciado, no
digas esas desvergüenzas.
Graj. Ah, pese á tal señora, ¿Y quién
te amostró ese latin?
Ar. Háblaslo tú tan claro, que no hay
SEGUNDA CELESTINA. 427
que haberlo aprendido, para entenderte.
Cel. Hora, sus, de tornar habré á echar
el bastón.
Graj. Madre, cata; que el vino del can¬
gilón que no tiene agua; no te haga mal.
Cel. Hijo antes dicen los médicos, que
es dañoso el vino muy aguado.
Graj. Muy aguado sí, madre, más no
sin agua ninguna.
Cel. Ay bobo, bobo; ¿Y no sabes tú
que cada cosa llegada á su principio tiene
mas perficion? Y así hijo, el vino por sí
se ha de beber, y el agua por sí. ¿Quiéres-
lo ver? Pues ves aquí Areusa que no bebe
vino, pídote por merced que le eches en
el agua algún vino, y mira como lo be¬
bería.
Ar. Ay, guárdeme Dios de tan mala
cosa.
Cel. Pues pídote por merced, hijo, que
me digas qué ventaja tiene el agua al
vino para gozar del previlegio que el vino
no goza, que así como el agua no con¬
siente mezcla de poco vino, menos con¬
siente el vino mezcla de poca agua, que
de mucha excusado es. Mi fé, hijo, cada
cosa es para su oficio: el agua para lavar,
y el vino para beber; y cuanto más que
yo desde que nascí lo bebo así, por cierta
enfermedad que me lo mandaron beber
SEGUNDA CELESTINA.
428
los físicos. Ya sabes, hijo, que como dice el
proverbio: que mudar costumbre, es á par
de muerte. Mezcla por tu vida una poca
de hiel con mucha miel, y verás cual se
para; porque cada cosa, hijo, quiere guar¬
dar el privilegio de su natural, como el
fuego no se sufre con el agua, y así de
los otros elementos; y por esta razón, no
se sufre el agua con el vino, pues sabes
que el vino es caliente y el agua fria:
concértame esas medidas por me hacer
merced. Tú, hijo, poco sabes de filosofía
natural; cuanto mas, que aunque en la
teórica no lo sabes, en la práctica, por mi
vida, que no la tienes olvidada, porque así
goce, que tan poco agua como yo te he
visto echar en el vino.
Graj. Por cierto, madre, grandes auto¬
ridades has dicho para fundar tu inten¬
ción.
Cel. Por tu vida, hijo, que es tuya tan
bien como mia.
Ar. Hora, déjese ya, por Dios, este vino
y hablemos en otra cosa, pues hemos ya
comido.
Cel . Pues así queréis, hija Elicia, sube
tú mi amor allí por unas pajas, con que
se limpien los dientes el señor Grajales y
Barrada. Y tú hijo Barrada, súbete allá
antes que abaje Elicia, y á buen entende-
SEGUNDA CELESTINA. 429
dor pocas palabras; porque si lo siente,
no habrá diablo que allá la haga tornar.
Y el mozo vergonzoso, el diablo le trajo á
palacio. Ya me tienes entendida.
Bar. Déjame el cargo, madre, que yo
voy.
Cel. Andad acá vosotros hijos, irnos
hemos á reposar.
Graj. Mejor me ayude Dios, que yo no
vaya acechar primero á mi compañero
para ver como se desenvuelve.
Ar. Pues yo no quedaré que te quiero
tener compañía.
Cel. Pues mirad, en mal hora, que no
os sientan, que yo me voy á reposar, y
vosotros quedáis á Dios.
\
SEGUNDA CELESTINA.
43°
ARGUMENTO DE LA TRIGESIMA QUINTA CENA
En que Elida y Barrada pasan en el sobrado muchas ra¬
zones, acechándolos Grajales y Areusa; y al ruido
acude Celestina, y estando con ellos llegan Centurio y
Albacin, y quieren entrar y despídelos Celestina por
buena maña, y introdúcense.
ELIGIA. — BARRADA. — AREUSA. — GRA JALES. —
CELESTINA. — CENTURIO. — ALBACIN.
Elic. Jesús, señor, ¿Para qué subías acá?
En mi vida vi hombre tan importuno;
pensaba yo que estaba por tí el capón.
Bar. Señora, suplicóte que conozcas la
voluntad que te tengo y el deseo de ser¬
virte, de lo cual ya tengo dado á la señora
Celestina la señal.
Elic. ¿Qué señal y que nada? ¿Qué cui¬
dado tengo yo deso? Desvíate allá, que no
soy de las que piensas. Buena estaba por
Dios. ¿Pensabas ya gentil hombre que no
había más que llegar y pegar?
Bar. Por nuestra dueña, que no sé por
qué no has lástima de mí. Que por vida
tuya, señora, ques la cosa que más quiero,
que te amo más que á mis entrañas.
Elic. Por vida tuya, señor, que te abajes
y déjame.
SEGUNDA CELESTINA. 43 I
Bar. ¿Por qué, señora, eres tan desamo¬
rada?
Elic. Y aún par Dios, ¿Razón harta hay
para ser amorosa con el mucho conosci-
miento y los muchos servicios que me
has hecho? Anda bájate allá, señor, y des¬
víate allá, par Dios.
Bar. Pues bésame, señora, primero.
Elic. He, he, he; ¿Bueno seria par
Dios? Dios, que eso estaba agora yo pen¬
sando.
Ar. Ay Grajales, ¿Para qué traias acá
este asno? En mi vida vi tan donoso hom¬
bre como éste. Mejor hicieras en echalle
un albarda y haceile llevar harina al mo¬
lino.
Graj. ¿Más para qué es hora, Elicia ha¬
cerse tan santa?
Ar. Mas pensé hora en buena fé, que le
había ella de rogar. Está tú quedo tam¬
bién; ¿Quieres ahora suplir las faltas de
tu compañero? Harás mejor en llevalle de
aquí; que en mi ánima no puedo sufrir
hombre tan gran bestia. Hora está quedo
ya, y escucha.
Bar. Señora, si pensára que tan mal me
habías de querer, por nuestra dueña, acá
no subiera.
Elic. Poco es el trabajo, gentil hombre
de tornar á bajar.
I
432 SEGUNDA CELESTINA.
Bar . Pues señora, ¿Cuándo me harás
mercedes de quererme remediar?
Elic. ¿Qué llamas remedio?
Bar. Quitarme de tanta pasión como
por tí contino paso.
Elic. ¿Y con qué te la tengo de quitar?
Bar. Señora, con remediarme. jOh, se¬
ñora, no te vayas, sino, por mi vida, de
te tener!
Elic. Déjame, señor, no seas mal cria¬
do. ¿Para qué quieres de nadie cosa contra
su voluntad?
Bar. Señora, ¿Para qué me hacíades
venir acá?
Elic. ¿Y quién te hizo venir? Por cierto
bueno, pues, es eso.
Bar. Por nuestro señor, de me ir á que¬
jar á la señora Celestina.
Elic. Ya fueses ido.
Bar. ¿Qué dices, señora, entre dientes?
Elic. Digo, señor, que par Dios, que te
abajes allá y que me dejes.
Bar . Hora yo me quiero abajar, pues
tan mal conmigo lo haces.
Graj. ¡Oh, maldito sea el hombre tan
asno! Por nuestra dueña que no estoy
sino por ir y mostralle como se ha de
desenvolver.
Ar. Ay deslavado. ¿Una querias tener
en papo y otra en saco? Por mi vida que
0
SEGUNDA CELESTINA. 433
no mirases tu mucho al deudo que yo
y Elicia nos tenemos.
Graj. Señora, sino fuese por enojarte,
para todos esos casos tengo yo dispen¬
sación.
Ar. ¿Y qué dispensación tienes ?
Graj. ¿Qué dispensación? Mejor des¬
envoltura que mi compañero, que por
tu vida, que si tal pensara, acá no lo tra¬
jera que me corro de venir con hombre
tan bestial.
Ar. Par Dios , tal me paresce él. Mas
escucha, escucha por mi vida, que mi
prima le quiere desenvolver.
Elic. Ven acá, señor. Antes que te ba¬
jes di, por tu vida. ¿Quién te dijo á tí que
te había yo mandado venir acá?
Bar. ¡ Oh bendito sea Dios, señora, que
me dijiste que no me abajase !
Elic. Bueno es eso; no lo digo sino
para saber quién pudo levantarme tal tes¬
timonio ; que en mi ánima, que juraré
que nunca te vi si hoy no.
Bar. Pues por cierto, la señora Areusa
me hizo venir acá, diciendo que tú querías
tener mi amistad y que me querías mucho.
Elic. ¿Hay tal donaire en el mundo?
Por cierto nunca yo tal le dije quererte
bien ; si quiero, por cierto, más de buena
parte como á señor y hermano.
28
434 SEGUNDA CELESTINA.
Bar. Pues, señora, yo como á enamo¬
rado quiero que me quieras.
Elic. Oh señor, que con el tiempo y
los servicios que hicieres podrá ser que
se haga lo que agora estorba el poco co-
noscimiento.
Bar . Por mi vida, señora, que te ten¬
go de besar.
Elic. ¡Ay Jesús, y qué hombre tan atre¬
vido! ¿Paréscete bien? Por mi vida, si esto
supiera, que no te dijera que me dijeras
lo que te pregunté. Por cierto, buen
atrevimiento ha sido ese. Hora, sus, aca¬
ba ya y vete, y bástete, que en mi áni¬
ma, no pensé en mi vida hacer otro tanto
por tí. Quítate allá.
Bar. ¿Empújasme señora? No sé por
qué me tratas tan mal y das esas voces.
Cel. Elicia, ¿Qué voces son esas? Par
Dios, hija, que seria hora bien que jun¬
tases aquí toda la vecindad. Por Dios que
me das la vida.
Elic. Mas par Dios, bueno será, madre,
que callase. Díle que se abaje de aquí,
sino en mi ánima, de juntar toda la ve¬
cindad. Piensa que no hay más sino entrar
en lo vedado.
Cel. Ce, llégate acá, señor Barrada.
Bar. ¿Qué me quieres, madre?
Cel. No te maravilles, hijo, que como
SEGUNDA CELESTINA.
435
es mochacha y nunca se vió en otra tal,
está zahareña y arisca; mas ella se aman¬
sará, que en un día no se ganó Troya.
Elicia, por mi amor, que no me tornes
á despertar y que te estés con ese señor,
y déjate hora, hija, de voces.
Elic. Pues esté él quedo y hable de
apartado y callaré yo.
Bar. Mejor será, señora, que me vaya
que yo veo que es excusado.
Ar. ¿Para qué son, prima, esos miste¬
rios? Bien puedes, si quieres, no hacer
por él sin dar voces como si nunca hobie-
ses visto hombre, que así te espantas.
Elic. Por tu vida, prima, que te vayas
á dormir la siesta y no des consejo á quien
no te lo pide.
Ar. Por mi vida, pues, que no te haria
á tí mal, prima, tomallo para no hacer
esas algaradas.
Cel. Calla enhoranegra, que es niña
y nunca se ha visto en otra tal; y tú, se¬
ñor, súfrete, súfrete, que más dias hay
que longanizas; que otro dia amanecerá
y hará buen tiempo, que yo salgo por
fiadora que antes de ocho dias ella te
ruegue que no te vayas.
Elic. Con esa esperanza se puede bien
echar á dormir, y soñará que le espulga
el gato.
436 SEGUNDA CELESTINA.
Cel. Hora, hora, yo fiadora que tú te
amanses, aunque estás muy zahareña, y
vengas á comer en la mano; mas mira
que á la puerta llaman ; sabe quién es;
más yo voy y calla tú. ¿Quién está ahí?
Cen. Señora, el señor Albacin y yo
estamos aquí, que te queremos decir dos
palabras.
Ar. j Ay desventurada de mí! Plega á
Dios que no acontesca alguna cosa , que
aquel rufianazo con algún fiero debe él
devenir, porque ayer le envié á despedir;
y pues él trae consigo al otro, debe de
haber sabido como estáis acá vosotros.
Graj. Si él viniere con esa demanda
no le faltará la respuesta; y calla, veamos
lo que quiere.
Cel. Hijo, mi amor, ¿Qué es lo que
mandas? Dílo desde ahí, que estoy acá
embarazada en cierta hacienda, que en
mi ánima, no puedo abajar y Elicia no
está en casa para que abra, que mal pe¬
cado, si viene á mano, debe destar con
su prima Areusa, y yo estoyla esperando
para comer.
Cen. Señora, ¿Solíasme tú abrir? No sé
por qué agora no quieres. Bien parece que
el lobo y vulpeya ambos son de una con¬
seja. Pues voto á la reverborada, que no
me mamo los dedos.
SEGUNDA CELESTINA.
437
Cel. Hijo, ¿Qué quieres decir por eso?
Que por el siglo de mi padre, que no te
entiendo.
Cen. Pues yo si á tí. Y pues tienes allá
á las señoras y los galanes, no te hagas
ahora de nuevas y ábrenos, sino quieres
que seamos mal criados.
Graj Déjame, señora, salir allá á cas¬
tigar aquel fanfarrón.
Ar. Bueno seria eso, par Dios ; por mi
vida, de aquí no saldrás.
Bar. Déjanos, señora, que no son co¬
sas para sufrir.
Ar. Prima, ten á Barrada ahí por amor
de Dios, no se haga tal cosa que es des¬
truirnos á nosotras , que mi madre lo re¬
mediará todo.
Cel. Hijo Centurio, algunos celos debes
tú de tener pues que eso dices, y en mi
ánima, que me parece como de perlas,
que nunca hay celos sino donde hay
amor. No tengas, no tengas esas sospe¬
chas, mi amor, que á osadas, así nos
quisiese Dios como Areusa te quiere
a ti.
Cen. Si eso fuera no me enviára á decir
que no entrase más en su casa. Pues voto
al martilojo de pe á pa, que el que en¬
trare en ella sino fuere yo, que ha de
salir por las ventanas.
SEGUNDA CELESTINA.
438
Graj. Déjame, señora, salir, que no
son cosas para sufrir estas.
Ar. Por mi vida, no saldrás. Buena
cosa, par Dios, para destruirnos á nos¬
otras. Sabe, noranegra desimular, que
por más está la prenda.
Cel. Bien digo yo, hijo Centurio, que
algo es ello, que el lobo hace entre se¬
mana por donde no va el domingo á misa.
Tú irías algún cabo por donde Areusa
te enviaría á decir eso ; más á buen enten¬
dedor pocas palabras, pues sabes, hijo,
que la ira de los amadores es para más
confirmación de amor. Tú puedes, mi
amor, dormir á sueño suelto, que yo te
quitaré desa congoja, que á la tarde yo
iré á su casa y le reñiré esos celitos y esas
naditas. Y también, noranegra, cuando
entrares en alguna casa, mira cómo en¬
tras y no digan por tí el refrán que dice:
que el hombre ande con tiento y que la
mujer no la toque el viento. No pidas,
hijo, lo que negaste ni niegues lo que
pediste, como dice Séneca. Y ios con
Dios', que quisiera yo estar en despo-
sicion de poderos abrir, mas la casa
está tan revuelta, que por el siglo de
mi padre, yo hé empacho de tales per¬
sonas.
Cen. Señora, á quien cuece y amasa
SEGUNDA CELESTINA. 439
nunca le hurtan hogaza, que nosotros ve¬
nimos desembarazar la casa.
Cel. ¿ Y qué embarazo, hijo, podéis vos¬
otros desembarazar? Mal pecado, pienso
hijos, que nunca barristes ni fregastes,
para quitarme esos embarazos.
Cen. Alo ménos, madre, yo te prome¬
to que el cangilón que trujo Buzarco, que
creo yo que no aguardastes los que allá es-
tais á que lo desembarazásemos nosotros.
Cel. He, he, he; ándate ahí, hijo, á de¬
cir donaires. ¿Y qué cangilón y qué Bu-
zarco ó Buzarca, hijo, tú viste entrar en
esta casa? Mas mala landre me deje, que
no me acordaba que esta mañana vino
aquí sobarcado con dos ó tres piezas de
lienzo á saber si le querria Elicia hacer
ciertas camisas, y debriades vosotros, en
mal punto, de comedir alguna malicia.
No hijo, no, no; no se acostumbran en
mi casa cosas .de que se pueda tomar sos¬
pecha: limpiamente vivimos , no se tra¬
tan aquí, hijo, esas tramas.
Cen. Señora, mundanos abrir; que lo
que con los ojos veo, con el dedo lo ade¬
vino.
Cel. Pues por mi vida, que por dejar¬
te con esa ansia que no entres tú acá
agora; y andad con Dios, hijos, que quie¬
ro reposar.
440
SEGUNDA CELESTINA.
Alb. Por vida del infante, que de aquí
no hemos de ir sin entrar allá.
Cel. Hijo, por vida del rey que es más
que el infante que acá no entréis ¿Y por
cuál carga de agua, mi amor, queréis vos
tener esa jurisdicion en mi casa? ¿Por los
tributos que nos habéis dado?
Alb. Yo soy persona, que por mi perso¬
na me han de honrar á do quiera que
fuere y tener en lo que soy.
Cel. Déjate desos donaires, hijo, que
aquí no te conoscemos, ni sabemos quién
eres mas de para honrarte por paje del se¬
ñor infante; y por esta causa por cierto te
digo, si mi casa estuviera buena para ello,
yo holgára de rescebirte en ella como á
mis entrañas; mas yo me quiero, hijos, de¬
clarar con vosotros, que por vuestra vida,
que estoy aguardando á mi primo Bar-
banteso, que ha de venir agora á hablar
aquí conmigo, sobre cierto casamiento de
Elicia. A la noche, hijos, os podéis venir,
así ambos como estáis solitos, y yo os ha¬
blaré cuanto mandáredes; y por mi amor
que os vais de ahí, no venga Barbanteso y
os halle, que es el mas malicioso del mun¬
do y no sospeche alguna malicia. Y per¬
donar, hijos, que no puedo más estar aquí.
Cen. ¿Qué haremos, Albacin?
Alb. Que derroquemos las puertas.
SEGUNDA CELESTINA. 44 1
Cen. No me parece buen consejo, por
que ellos están dos dentro y con poca
afrenta suya, la podríamos recebir; más
vámonos al burdel á buscar á Traso el cojo
y Tripaenbrazo y Montondoro, y dare¬
mos aquí á la noche un rebate con que
espantemos los garzones y los oxemos de
suerte que nos dejen la posada; que mas
vale, voto á martilojo, hacer éstas cosas
con seso que no ponellas á riesgo.
Alb. Bien me parece. Vamos que estos
no saldrán de aquí hasta la noche.
Cel. Allá iréis rufianazos, ¿No veis con
qué se venían ahora, guayas de mi vejez?
¿Si me habian ellos á mi de echar el dado
falso? Y ándate tú ahí, Grajales, haciendo
del esforzado que querías mucho salir.
¡Ay bobo, bobo! ¿No sabes que á palabras,
palabra? Hora sus, hijos, esto está muy bien
hecho; ios no se le antoje aquel rufiana-
zo de tornar y no se borre todo. Y tú
Barrada, huelga y descansa , que yo salgo
por fiadora que cuando tornes, que Elida
no esté tan brava.
Bar. Así te lo suplico yo, señora.
Cel. Tú puedes, hijo, dormir á sueño
suelto.
Elic. Con ese cuidado te puedes bien
descuidar.
Ar. Hora ya pues, tú prima, no seas ya
442 SEGUNDA CELESTINA.
tú tampoco tan desabrida. Y abrázale ahí
y váyase con Dios y hayamos la fiesta en
paz.
Graj. Por nuestra dueña, que sino fue¬
ra por haceros placer de aquí no saliera.
Cel. Hora, hijo, que conoscido está tu
esfuerzo y nunca te pongas con los tales
á aventurar la honra. Y andad con Dios
hasta otro dia.
Graj. Y con Dios quedés, señora y se¬
ñoras.
SEGUNDA CELESTINA.
443
ARGUMENTO DE LA TRIGESIMA SEXTA CENA.
En que Centurio y Albacin van hablando y topan áTra-
so el cojo y á Tripaenbrazo, y acuerdan de dar un
repiquete de broquel en casa de Celestina, para se
quejar, y ellos se van. Y queda ella y Elicia hablando;
y vienen Barrada y Grajales, y introdúcense.
CENTURIO. — GRAJALES. — BARRADA. — ALBA-
CIN. — TRASO EL COJO. — TRIPAENBRAZO. —
CELESTINA. — ELICIA.
Cen. Por la santa letanía, que estoy
para renegar la leche que mamé, de ver
que me tenga en tan poco Grajales que
me tome esta mujer y que ella me ose
enviar á decir que no entre en su casa. Yo
renegaré destas , sino hago un hecho que
sea sonado y castigo para ellos.
Alb. ¿Y yo no tengo razón, que me
deje á mí Elicia, siendo quien soy, por
Barrada, despensero del Maestrescuela?
¡Pues voto á tal, que no se me vaya ala¬
bando, que no me ha de quedar por corta
ni por mal echada la satisfacion !
Cen. Tú, señor Albacin, no tienes tanta
razón.
Alb. Oh, pese á la vida que vivo, ¿Y eso
has de decir? ¿Y por qué no tengo tanta
444
SEGUNDA CELESTINA.
razón , dejándome por un majadero,
una mujer que la adoro y me deja de
querer?
Cen. Yo te lo diré: y [la razón es, por¬
que tú á Elida no le das nada y no es ca¬
maleón, que se ha de mantener del aire.
Y basta, que no te ha enviado á despedir
como á mí la otra puerca de su prima;
que voto al santo sepulcro de sant Vicen¬
te de Avila, que estoy para tomar el cielo
con las manos.
Alb. ¡Oh, pese hora á tal con hombre
que tal dice! ¿Y tú qué das á Areusa más
que yo á Elicia?
Cen. ¿Qué? Qué voto á tal, no me pague
el peligro que por ella me puse, con todo
cuanto tiene Grajales ni la puta vieja de
su tia Celestina.
Alb. ¿Dices por lo que hiciste cuando
mataste á Calixto?
Cen. ¿Pues parécete que fué caso ese,
para olvidar adonde entonces aventuré la
vida y cada dia la traigo en aventura? Que
para la santa letanía, cada mañana cuando
despierto, me atiento los gargueros pen¬
sando que estoy en la horca, ó que tengo
la soga ya echada para ahorcarme.
Alb. Pues veamos, ¿Porque tú pusiste
la vida por ella, es ella obligada á poner
la suya, dejándose morir por tí de ham-
SEGUNDA CELESTINA. 445
bre? Si tú no se lo das tampoco ¿Cómo yo
dices que no lo doy á Elicia?
Cen. ¡Oh pese al diablo con tal dicha!
Eso es, si le quitase yo, que no hiciese
lo que quisiese. Si, que bien sé que no soy
salido cuando es entrado Grajales y Vi¬
cente y otros veinte , que no sé tampoco
del mundo ni he aprendido tan poco en
veinticinco años que sé que es tener mu¬
jeres á ganar la vida, que no sepa que
una mujer que ha de tener un hombre
por valiente hombre y por amor , y pelar
de otros bozales para sostenerse á sí y á
él. Desto no me quejo, que no sé tan
poco de las tramas destas tales, que no
sepa ya enchilar las canillas y aun tra¬
mar los liñuelos sin quebrar los hilos y
hacerme bobo, y pasar en el alarde el
gayón por primo, y haciendo que creo
del cielo cebolla y que no hay otro sino
yo. Que viejas son para mí todas roncerías,
que bien sé aguardar los tiempos de la
iza y cuáles son, como sé los de la gua-
dra y del rodancho. Que no me acodicio
tanto á tirar el tajo mortal para que la
puta me adore, que no me sepa reparar
del revés peligroso que me puede matar
de hambre, porque tanto la quiero por la
mesa como para la cama ; que bien se me
entiende, que la bondad que no guarda
446 SEGUNDA CELESTINA.
ni ha de guardar por su honra , que no
la defenderá por mi placer, cuanto más
que no es otro el mió sino que gane de
otros para honrarme á mí, conforme á
las leyes de la santa gualteria, las cua¬
les se guardan en las disfrazadas rameras
como estas, como en las públicas y lumi¬
narias de las boticas del burdel. Así que,
hermano Albacin, áun agora bisoño y
bozal eres en este colegio, y poco expe¬
rimentado en esta guerra; y pues no la
sabes, aprende de tal doctor como yo los
misterios de la santa germanía , y de tal
capitán general, cómo se han de hacer los
ardides de la guerra tirando tiros morta¬
les sin sacar sangre ni vertella, blaso¬
nando, bien digo, del arnés; ya me tienes
entendido. Porque, voto á la santa leta¬
nía , que por el camino que llevas una
espada más larga has menester que de
aquí á Roma , y una vida más luenga que
Matusalén con un seguro firmado de
Dios, por vida de Mahoma, si has de de¬
fender la posesión de la señora Elicia
en cuanto ella tuviere derecho á la pro¬
piedad que tiene y nunca perderá, si
con la vida no la pierde: porque se pier¬
den los dientes y no las mientes. Apren¬
de, aprende hermano, si quieres salir
buen hijo en este oficio y si quieres leal-
SEGUNDA CELESTINA.
447
tad, vacía la bolsa y quedarás pelado del
dinero y vestido de cuernos disfrazados.
Que por vida tuya y mia, que porque
mantengas la dama, que no ahorres los
cuernos; y pues han de ser forzados, más
vale disimulallos tú á costa suya que no
que á la tuya los disimule ella, y los encu¬
bra de tí ; que por las reliquias de Maho-
ma, que delante los ojos te hagan mil
trampantojos metiendo y sacando dado:
metiendo, digo, como prima el primo y
el pariente, y saliendo por gayón ó ma¬
rido, sin desaminar contigo la dispen¬
sación si es buena ó mala.
Alb. Voto á tal, que no pensé que tanto
sabias; mas vés aquí á Traso el cojo y á
Tripaenbrazo, que no los tengo yo por
necios en este oficio.
Cen. Nunca Dios me depare peores do-
tores ni compañeros para un repiquete
de broquel y beber el alboroque después,
sabiéndolo hacer á salvo, como al que
repica se pone del ruido, que esto es lo
principal que el buen maestro de nues¬
tro oficio ha de tener: que sea el ruido
más que las nueces, buena parola y mal
fato, quiero decir, y la espada no sacalla;
porque con salir de la vaina no añuble y
llueva sobre su dueño, como pudiera ser
si quebráremos las puertas de Celestina,
44S SEGUNDA CELESTINA.
como tú querías. Porque mejor es oxea-
llos á costa de su miedo , que á la nuestra
con peligro de las vidas , y ponernos en
hazañas donde se gana poco provecho y
ménos honra, aventurando la vida por
putas: porque si la vida se debe á la hon¬
ra , no es razón de pagar con ella en cosa
que ménos sea , como seria perdella por
las tales; y pues se toman para placer no
se han de sostener para enojo, álo menos
que llegue á sangre , sino por camino de
Santiago, donde anda tanto Traso el
cojo como el sano.
Traso. ¿Qué dices de Traso?
Cen. Digo yo, hermano, que camino de
Santiago, que tanto andas tú como hace
el señor Tripaenbrazo.
T raso. Con la parola , excusado el fato,
quieres decir.
Cen. Eso digo yo, porque el señor Al-
bacin y yo queríamos bien oxear un par
de garzones de casa de Celestina, para
que no me coman la fruta tan descubier¬
to que no tengan en nada á los hor¬
telanos.
Traso. Al cabo esto; pues, sus, vamos
en anocheciendo y anden los pomos de
las espadas en las copas de los rodanchos
como quien repica á fuego, para no se
quemar en él adefuera, digo, porque no
SEGUNDA CELESTINA. 449 #
caya algún madero que nos descalabre.
Cen. Pues no; que dice el señor Alba-
cin, que mejor es derrocar la puerta y
entrar á matar el fuego en casa de Ce¬
lestina.
Traso. No es este fuego de alquitrán
que se ha de matar con vinagre y tan
acedo, sino fuego de amores que se ha
de matar con vino, adefuera y bebiendo el
alboroque.
Cen. En mi corazón estás: en un libro
habernos leido.
Trip. ¿Pues qué diferencia hay en eso;
Está esa lición tan sabida de coro , que
no se lee otra cosa en el arte del burdel.
Cen. Que no : que mejor es entrar por
lana y venir tresquilados.
Trip. Voto á la reborborada, que cuan¬
do yo era bozal, que aquello era con la
mocedad como el señor Albacin lo que
me parescia, hasta que la experiencia de
bien acuchillado me hizo cirujano, para
saber curar las llagas ántes que se hagan.
Traso. Con un tajo que me dieron en
esta pierna me atajaron esos pasos y me
los acortaron, viendo las veneras que se
suelen traer de tales romerías; porque
éste es un potaje que se ha de traer á una
mano, y adefuera del fuego, porque no se
corte como manjar blanco.
29
450 SEGUNDA CELESTINA.
Trip. Tal blanco es, voto á tal, quien
lo quiere guisar de otra manera.
Traso. Hora que aquí no hay que es¬
tudiar sino que ya me parece que es hora,
que noche es ya. Y en llegando desen¬
vainar, y vosotros haced que queréis que¬
brar las puertas para oxear los garzones,
y Tripaenbrazo y yo que lo queremos
estorbar, y buen ojo y buen broquel y
adefuera y cantos: no tiren de la ventana
alguna lágrima de Moysen ; y si salieren
los garzones á nosotros, decir que no pen¬
sábamos que eran ellos sino otros.
Alb. Pues eso parescería cobardía, si
saliendo no hiciésemos lo que somos obli¬
gados.
Trip. ¿Ante qué escribano está esa obli¬
gación? Por Dios buena paga seria esa, á
lo ménos, no sin costas. Muy mozo eres,
hermano: no debes aún de saber á qué
sabe la trementina. Nunca busques cinco
pies al carnero, pues está averiguado que
no tiene más de cuatro, y sino te quieres
cortar, dejallo desollar á quien sabes que
te sacará sano el pellejo; que en manos
está el pandero de quien lo sabrá tañer;
y en cuanto pudieres sacar las castañas
del fuego con la mano del gato, no las
saques con la tuya sino te quieres quemar:
déjate de voces, y engáñate por nosotros
SEGUNDA CELESTINA. 45 I
que sabemos ya dónde roe ó puede roer
el zapato, y nunca las cosas de burlas las
hagas veras pudiéndolas excusar. Y sus,
vamos y dejémonos de voces, que esto está
mejor pensado que merecemos á Dios;
que la celada va tan bien encubierta con
rama que sino nos descubrimos nosotros,
nadie nos ha de sentir.
Cen. Hora, que no hay más que pedir,
que por aquí vamos mejor. Ya llegamos.
Hora, sus, desenvaina tú Albacin y túCen-
turio.
Traso. Hora, por amor de Dios, seño¬
res, no se haga tal cosa.
Cen. Déjanos, déjanos derrocar la
puerta y veamos qué garzones son estos
que están dentro.
Trip. Que no, por amor de Dios. Hora
teneos allá, no se haga tal desvarío.
Elic. Ay desventuradas, tia, que es Al¬
bacin y Centurio que dicen que quieren
quebrar la puerta.
Cel. ¿Qué quebrar ó que nada? Sé que
rey tenemos, déjame parar á aquella ven¬
tana. ¿Qué cosas son estas? Andad, andad
con Dios de mi puerta. ¿Qué deshonesti¬
dad es esta? ¿Qué atrevimiento de hom¬
bres de bien?
Alb. Voto á tal, que hemos de saber
quién está allá.
SEGUNDA CELESTINA.
452
Cel. Voto yo á ese que vos juráis que
la justicia sepa lo que pasa. Oxte, pues
como yo me pago de fieros de rufianes,
sé que Dios hay en el cielo y rey en la
tierra.
Cen. Dejaos de palabras, mujer honra¬
da, sino queréis que quebremos la puer¬
ta y echad los garzones fuera.
Cel. ¿Qué garzones y qué nada, y qué
fieros? Yo certifico, que si vosotros pen-
sárades que hay dentro hombres que no
hiciérades lo que hacéis: para con las rue¬
cas teneis manos. Andad, andad con Dios,
hermanos , que en esta casa no se usan
esas cosas ni esas deshonestidades que
honestamente vivimos: con nuestros husos
y ruecas nos sostenemos y no de tales
bellaquerías.
Alb. ¿Vos no queréis abrir?
Cel. ¿ Qué abrir? Aguarda que sí abriré.
Elicia, dame acá aquel manto, que por
vida del rey, á aquella justicia me vaya
bramando como una leona; veamos don¬
de se sufren tales rufianerías como estas.
Alb. Dejaos hora, vieja honrada, desas
pláticas, y echa fuera los galanes si no
queréis que salgan por la ventana.
Cel. Daca , daca mi manto ; veamos
qué fieros y qué burleria es esta desta
noche.
SEGUNDA CELESTINA. 453
Elic. Madre, no vayais así sola, aguar¬
da que yo iré contigo.
Cel. ¿Qué cosas son estas? Seme testi¬
gos y mira tú, en esa casa son, Elicia.
Traso. Voto á la casa de Meca, que no
debe de haber en casa nadie. Ténla, ténla
tú, Tripaenbrazo, que yo no la puedo
alcanzar con esa mi pierna coja.
Trip. Torna, torna señora, no hayas
enojo, que nosotros haremos que se va¬
yan luego; no haya más, por Dios.
Cel. ¿Qué torna, torna? Que no quiero
sino que se castigue tan gran afrenta y
que sepa Dios y todo el mundo mi limpie¬
za y cómo vivimos.
Elic. ¿Parécete buenos hechos estos,
señor Albacin ?
A Ib. ¿Mas paréscete bien á tí, señora
Elicia?
Elic. Déjate deso, señor, que ni á Dios
ni al mundo parescen bien tales cosas.
Traso. Señora, por amor de mí, que
por esta noche no salgas de tu casa , que
agora estás con pasión.
Cel. ¿Y cómo con pasión, no te paresce
que tengo razón?
Trip. Si por cierto, y grande. Mas por
amor de mí, que á lo ménos por esta no¬
che, que tú te entres en tu casa y no
haya más.
454
SEGUNDA CELESTINA.
Cel. Por amor de tí así lo haré , mas
con condición que mañana no me lo es¬
torbes y que entres en mi casa tú y el
señor Traso para ver qué galanes son
estos que tenemos dentro.
Trip. Yo señora, te lo tengo en mer¬
ced, y no es menester que así se crée de
tal persona como tú.
Cel. ¡Dios, que á eso me enviaron acá
del otro mundo! ¿Pareceos á vos y qué
dichos de señores?
Cen. Déjate, madre, desas hipocresías,
que no son para mí; no quieras por ha¬
certe á tí sabia hacerme á mí necio.
Cel. Mas déjate tú desas rufianerías,
que te las entiendo yo á tí mejor.
Traso. Entrate en casa, señora, no
estés aquí dando cuenta á los que pa¬
san.
Cel. Deso huelgo yo, de dalle á Dios y
todo el mundo. ¿Qué es esto? Claramente
hijo Centurio vivo, y limpia; que ni hay
aquí hipocresías ni santidades fingidas,
que sólo Dios es el santo, que yo por pe¬
cadora á él me tengo , y á solo Dios ten¬
go de dar esas cuentas, que no las has tú
hijo de venir á pedir á mi casa. ¿Y por cuál
carga de agua? ¿Por las muchas mercedes
que de tí hemos recibido? Anda, anda mi
amor con Dios, y no pidas cuenta donde
SEGUNDA CELESTINA. 455
no hay recibo , pues sabes que no puede
haber alcance.
Cen. Pues por el santo martilojo, que
sin alcance alcanzo yo á entender cuán¬
tas son cinco.
Cel. Pues si lo sabes, sabe en tu casa,
hijo, que en la mia yo sé lo que me
cumple; pues ya sabes que más sabe el
necio en su casa que el sabio en la ajena.
Cen . Señora, dejémonos de andar á mo¬
tes; y pídote por merced que me perdo¬
nes, y si está acá Areusa que me le dejes
decir dos razones.
Cel. Después de me quebrar la cabeza
me unta el casco. Perdónete Dios, hijo,
que más pasó él por mí ; y Areusa, mi
amor, búscala en su casa, que no suele
ella venir á la mia á tales horas.
Cen. ¿Pues cómo hace ella cosa sin tu
consejo?
Cel. Harto, hijo, tengo que entender
en mis duelos sin curar de los ajenos;
que á cada parte hay tres leguas de mal
camino.
Cen. Pues cómo, ¿Ella no estaba casi
noche acá en tu casa ?
Cel. Pues que estuviese. ¿No puede ser
ida? ¿Soy yo obligada á ser su fiadora, y
traella de trailla? Vete hijo con Dios, que
no pensaba yo rescebir tal pago de tí, de
456 SEGUNDA CELESTINA.
las buenas obras que en esta casa has
recebido; mas bien dicen, que maldito
sea el hombre que confia en el hombre;
que á osadas, que un gran beneficio no
se paga sino con gran desagradecimiento,
como de tí lo tengo recebido.
Cen. Tú, madre, tienes la culpa.
Cel. Si tengo la culpa hijo, ya tengo
recebida la pena; que quien en ruin lu¬
gar hace leña, ya me tienes entendida.
Cen. Madre, sé bien criada, no me ha¬
gas ser descortés.
Cel. Ya no puedes hijo, á lo menos, de¬
jar de serlo conmigo como lo has sido.
;Háme deshonrado, y dice que sea bien
criada! Sabe hijo, que cuales palabras me
dices, tal corazón te tengo.
Elic. Ge, señor Albacin, ios con Dios;
que cuando yo tenga lugar te diré mara¬
villas.
Cel. Elida, súbete arriba y déjate de
secretos, hija.
Elic. Ay tia, ¿Qué secretos me ves tú á
mí hablar ni decir?
Cel. Lo que con los ojos veo, ya hija
creo que me entiendes. Lo que yo mando,
es que te subas arriba que yo quiero
cerrar mi puerta.
Traso. Hora que ello está bien, y per¬
dónanos señora, y queda á Dios.
SEGUNDA CELESTINA. 457
Cel. A Dios vayas hijo, y vosotros tam¬
bién.
Cen. Voto á tal, muy bien se ha hecho;
que la cosa queda de manera, que pienso
que saltarán los garzones por los tejados,
de miedo.
Traso. Ello está mejor que pensába¬
mos; vamos á beber el alboroque.
Cen. Vamos, pues tan bueno nos ha sa¬
lido el ardid.
Cel. Hora, has mirado ¿Con qué se ve¬
nían los rufianazos á dar repiquetes de
broquel á mi puerta? ¡Guayas de mi , como
sino conosciese yo rufianes! ¡Y tú Elida,
póneste al oidito desotro majadero delan¬
te de mí ! ¡ Pues delante ni detrás ; no lo
vea yo en esta casa! Y cuando Barrada vi¬
niera, no sea lo que hasta aquí.
Elic. Hora ya, por cierto tia, que eres
muy sospechosa; que en mi ánima no le
decia sino reñille su descortesía.
Cel. Por mi vida, hija, que á quien
cuece y amasa , ya me entiendes y creo
que me tienes ya entendida; que éste paje
no quiero que me entre aquí: pues honra
ni otro provecho dél se saca, sino la afren¬
ta desta noche y otras tales.
Elic. Por cierto, tia, pues no es poco
provecho tener una persona de casta como
Albacin, para que defienda mi honra; que
SEGUNDA CELESTINA.
458
unos se han de tener para honrarse la
persona dellos, y otros para provecho.
Que tal como Albacin: es para cumplir la
honra, y como Barrada para la nece¬
sidad.
Cel. Mas quiero hija asno que me lleve,
que caballo que me derrueque. Cuanto
más, que Barrada yo lo miro con tales
ojos que servirá de ambas sillas, así de la
honra como de la del provecho.
Elic. ¡Y aún disposición tiene él para
honra!
Cel. Déjate, mi amor, de las disposicio¬
nes que no hemos de comer dellas; que
mas has de tomar el hombre para prove¬
cho que para pasatiempo ; más por in¬
terese, que por hermosura; más por su
bolsa que por su disposición. Que mal pe¬
cado, hija, pues por necesidad lo tomas,
más has de servir de jornalera, que no de
dama, más del amor del interese, que de
sólo pasatiempo; los cuales pasatiempos,
muy mal, hija,, se pasan con hambre, pues
no hay peor ahito que della.
Elic. ¿Pues no vale más, tia, tener me¬
diadamente con honra, que sin honra go¬
zar de mayor interese?
Cel. ¿Que quieres decir por eso?
Elic. Quiero decir, que mejor es tener
al paje del infante para mi honra, con el
SEGUNDA CELESTINA.
459
mediano interese de Grito, que no todo
el interese de Barrada con la falta de su
linaje.
Cel. ¡Qué negro linaje, y qué negra nada
de honra! Como sino supieses, hija, que
todos somos hijos de Adan y de Eva. Y por
aquí verás, mi amor, que sola la riqueza
hace el linaje; porque créeme, hija, que
como ya todo lo que se compra y se ven¬
de anda puesto á peso y medida así anda
la honra y el linaje á peso y medida, de
ser mas y valer más, no el que más vale
de persona, mas el que más vale su ha¬
cienda; no el que más tiene de virtud y
linaje, mas el que más tiene de falta de
todo esto, con sobra de lo contrario para
saber adquirir más dinero. Mira, mira,
hija, los estados como se estiman y esti¬
marás aquello porque se estiman los es¬
tados, de donde nasce la honra. ¿Porque si
piensas, es más el rey que el duque, y el
duque que el marqués, y el marqués que el
caballero, y el caballero que el escudero,
y el escudero que el oficial, y el oficial que
el labrador? No por otra cosa sino por el
peso y medida del más ó ménos dinero.
¿Quiéreslo ver mas claro? Pues mira quel
ditado no da autoridad al dinero y estado,
mas el dinero y estado, al ditado; porque
si así no fuese, siempre los ditados mayo-
4t>o
SEGUNDA CELESTINA.
res serian más tenidos y honrados con me¬
nos de dinero, que los menores con más
de riqueza; lo cual es al contrario, porque
á un conde se hace con más hacienda la
honra, que á un duque no se hace con
ménos de tal interés. Y si lo quieres ver
mas claro, mira la diferencia de la honra
que se hace á un obispo de anillo á la de
otro obispo de mayor renta con igual
dignidad y ditado. Así que, hija, mi fé ya
no se estima hombre sin dinero sino di¬
nero sin hombre: así que, mi amor, no
hay tacha que el dinero no encubra, ni
virtud que supla la falta del dinero, ni veo
que el pobre la falta de las lisonjas que
oye le pongan estado, ni al rico la sobra
de las lisonjas con la falta de la verdad
que le dicen, le quite el estado; ni veo
que el simple rico deje ser oido, ni que
al sabio y pobre alguno le quiera oir; ni
veo dejar de acompañar al rico y avaro , ni
veo acompañado al pobre liberal y vir¬
tuoso. ¿Sabes por qué? Porque no miran
á ninguno lo que da, sino lo que puede
dar. Así que el acatamiento al mayor
interese, hace no tener acatamiento ni
respeto al menor interese con sobra de
virtud; y de aquí vino á decir: mas vale
pájaro en mano, que buitre volando. Así
que, hija, lo que se usa no se excusa; y
/
SEGUNDA CELESTINA.
461
concluyo con un cantar italiano que dice :
Compaño , mi compaño volle que te dica ,
quien no tiene diñare teñe mala vita.
Elic. Por cierto, tia; pues yo he oido
decir que dicen los sabios: que más vale
saber que haber, y virtud que riqueza.
Cel. Eso, hija, seria en otro tiempo,
mas no en este; que ya sabes que dice el
proverbio: que cada cosa en su tiempo.
¿No has visto usar un vestido, y de aquí
á tres dias otro, teniendo ya por grosero
el primero? ¿Pues qué piensas que lo
muda y lo hace? No otra cosa sino el
tiempo, que muda todas las cosas: la
mocedad en vejez; la hermosura en feal¬
dad; la vida en muerte; y áun fasta las
plantas y campos anda vistiéndolos de
hermosura y libreas de colores de hojas
y flores en el verano, y desnudándolas
en invierno de tal hermosura. Todo, hija,
lo hace y deshace el tiempo; y por esto
dijeron los sabios que era la verdad hija
del tiempo. Y pues la verdad es hija del
tiempo, créeme mi amor, que el padre
no hay cosa que más quiera que á los
hijos, y por aquí verás que el tiempo
quiere lo que se usa en el engendrado
por él, ques el dinero. Y pues sabiduría
es vivir conforme al tiempo procura hacer,
hija, lo que se usa hacer en él; pues lo
462 SEGUNDA CELESTINA
que se usa no se excusa, como dije, que
es el dinero ; que con este te casarás me¬
jor sin castidad , que con más castidad
que Lucrecia si eres pobre : que no hay,
hija, cosa ya que más se aborresca que la
pobreza. Y con esto acabo, porque paresce
que llaman á la puerta : mira quién es.
Elic. ¿Quién está ahí?
Graj. Señora, di á la madre que el se¬
ñor Barrada y yo estamos aquí.
Elic. Tia, Grajales y Barrada son.
Cel. Espera, que de aquí les quiero
hablar. Hijos mios, ¿Qué mandáis?
Graj. ¿Qué ruido ha sido el que acá
dicen que ha acaescido? Que por nuestra
dueña, que como supimos que era á tu
puerta, por la posta hemos venido á ver
si habias menester algo.
Cel. Ay hijos, ios de ahí no tornen
aquellos rufianazos, no sea peor la recaí¬
da quel primer adolescer; que aquí nos
han querido Centurio y el negro paje del
infante, quebrar las puertas; porque há
mil años que anda perdido de amores por
esta mochacha, y de que no le ha apro¬
vechado, de celos de vosotros decia que
os echásemos fuera, sino que quebrarian
las puertas. Y así lo hicieran, sino por
Traso el cojo y Tripaenbrazo que lo es¬
torbaban.
SEGUNDA CELESTINA.
4^j
Graj. Así, pues, anda acá, hermano,
que esto no se puede ya sufrir. Vamos
allá, y castiguemos estos panfarrones.
Bar. Vamos.
Cel. Hijos, por mi amor tal cosano se
haga. ¡Oh desventurada, qué corriendo
van! Plega á Dios no acontesca algo, que
estos son dos valentísimos hombres.
Elic. Allá se avengan si aconteciere
algo. Dejemos, tia, los duelos ajenos y
entendamos en cenar.
Cel. Pues mira qué vino quedó en el
cangilón , para que si no tenemos vino
enviemos por ello, si halláremos algún
rapaz que nos lo traiga.
Elic. Ay tia, por mi vida, que no hay
mucho; mas ven y siéntate.
Cel. De mala gana lo hago en saber que
hay poco vino, mas por tí lo quiero
hacer; porque por cierto, hija, así se me
ansia el corazón sino tengo vino á lo
menos á comer y á cenar, que no paresce
sino que me toma gota coral. Y como yo
soy algo vieja , con dos tra güitos me pares-
ce que me torna el alma al cuerpo y que
me refresca y me calienta la sangre; por¬
que crée, hija, que no hay epitima que
así esfuerce el corazón, ni caldo esforza¬
do que así torne el alma al cuerpo, como
el vino ; que así como es gloria beber el
464
SEGUNDA CELESTINA.
bueno, se me ansia el corazón con el
malo; mas mal por mal, todavia es mejor
que agua.
Elic. Oh madre y cómo huelgo deso,
porque así como te contenta á tí más un
vino que otro, aunque es más á tu costa,
así me huelgo yo más, aunque sea á la
mia, con el paje que con Barrada.
Cel. Dígote que uno es el juego por
hacer comparación, para poner un mo-
chacho con buen vino añejo.
Elic. Madre, en el vino es mejor el
añejo y en los amores el nuevo.
Cel. Déjate de voces y lo que yo dijere
tenlo por fe sino lo alcanzas por razón;
y cenemos, pues todos los duelos, ya me
entiendes.
SEGUNDA CELESTINA.
40 5
ARGUMENTO DE LA TRIGÉSIMA SETIMA CENA.
En que Centurio y Albacin y Tripaenbrazo van á casa
de Montondoro á beber y comer; y estando hablando
en lo que habian hecho, llegan á la puerta Grújales y
Barrada y quieren entrar y desquicialla ; y Centurio
no halla por dónde huir y Tripaenbrazo, y tornan
porque oyen quel pueblo pone paces , y inírodúcense.
CENTURIO. — TRASO EL COJO. — TRIPAENBRA-
ZO. — ALBACIN. - MONTONDORO. — GRA JALES.
BARRADA. — EL PUEBLO.
Cen. Parésceme que será bien que nos
vamos por las ermitas del burdel á dar
las gracias de nuestra victoria, pues tam¬
bién nos ha sucedido; y de camino, si
topáremos á Montondoro llevalle hemos
á su bodegón, y cenaremos y beberemos
el alboroque.
Traso. Mejor será del primer voleo ir
al bodegón , porque ahí pienso que halla¬
remos á Montondoro, y después de cenar
hará esotra romería el que más devoción
le tuviere.
é
Trip. A este voto me allego por parte
destar más cerca de la bota, que á la de¬
vota gualtería ó romería.
Alb. Mejor dijeras ramería. Y por tanto,
30
466 SEGUNDA CELESTINA.
yo me junto al voto de los más y vamos
al bodegón, pues á ninguno le falta de¬
voción.
Cen. Hora, pues, vamos; que voto á
mares, que la mesa está puesta; entre¬
mos. Buenos dias compañero.
Mont. Bien vengas, Centurio amigo, y
vosotros bien vengáis.
Traso. Pues compañero, ¿ Tenemos
bien que moflir?
Mont. Echa acá esos cinco.
Traso. ¿Para?
Mont. Pues para aquestos diez manda¬
mientos que hay que rezar, y que no fal¬
ta vino con que canten los ángeles.
Cen. Echame aquí, que quiero echar
una traviesa para tentar el pulso á este
piezgo deste cuero, que me paresce que
tiene pujamiento de sangre. ¡Voto á la
casa de Meca, singular es!
Alb. Mas me paresce pular, pues todos
te tememos compañía.
Traso. Hora, yo he oido que los heri¬
dos de yerba no hay tal cosa como chu-
palles la herida, y por tanto quiero chu¬
par la llaga deste piezgo.
Mont. Mejor salud me dé Dios que yo
consienta tal experiencia, porque soy muy
enemigo de sangría en mis amigos sin sa¬
ber las onzas que se sacan.
SEGUNDA CELESTINA. 467
Cen. Hora pues, sácale cuatro azum¬
bres en ese cangilón, y sentémonos.
Agora que estamos sentados, bueno fuera
tener aqui á Celestina para que nos ben¬
dijese la mesa; que voto á la revorborada
que para aplacalle la saña desta noche,
que no hallo yo mejor ofrenda que la
deste vino.
Moni. ¿Y qué saña ha tenido su reve¬
rencia?
Cen. ¿Qué saña? Pregúntalo al señor
Traso.
Traso. No fué nada, sino un repiquete
de broquel á manera de llevada con que
oxeamos ciertos garzones que venian á
entrar á comer en la gorrionera , que por
más de dos docenas de goteras en los te¬
jados de sus vecinos yo lo hago.
Trip. Voto á tal, que yo oia el crujir
de las tejas que llevaban.
Mont. ¿Y quién eran los garzones?
Cen. Los señores Grajales y Barrada.
Mont. Y veamos, ¿En ese vencimiento
no cogistes el despojo de las despensas de
sus amos, que no faltaria?
Cen. j Oh derreniego de los moros si
tuve memoria! Que tanta gana tenia de
castigar y seguir el alcance de los ene¬
migos, que se me olvidó del despojo del
carruaje.
408
SEGUNDA CELESTINA.
Mont. Pues no te tengo yo á ti y á los
señores Traso y Tripaenbrazo por tan
descuidados y bozales, que en el alcance
no echárades ántes mano del carruaje del
bastimiento que del despojo de las damas
que os dejarian, pues tan mal os defen¬
dieron la fortaleza.
Cen. Pues voto á tal, que pienso que
en la defensa no faltó tiros de artillería;
que aunque los enemigos desampararon
la fortaleza, yo olí la pólvora al entrar
de la muralla.
Mont. Pues la señora Celestina, ¿Cómo
se dejó llegarse á combatir? ¿Qué, no usó
primero de sus tratos y por mejor decir,
baratos?
Cen. No la dejamos entrar en el juego,
y ya sabes que cuando el fato toma pri¬
mero la mano, que se ataja la parola.
Mont. Así que en tal afrenta os habéis
visto.
Traso. ¿Sabes que tal? Que la primera
cosa que hicimos, fué prometernos á este
tu bodegón para que Dios nos diese victo¬
ria, á oxear los garzones y á beber los
cangilones. Que por vida de Celestina,
que prometí de beber diez veces descalzo
de agua en esta santa romería de tu casa.
El señor Albacin no sé lo que prometió,
porque estaba tan embebido por querer
SEGUNDA CELESTINA.
469
matar, que creo que no se le acordaba el
peligro que tenia de morir de sed; que
yo, voto á la gruta de Hércoles, que si
salieran á mí, que estaba determinado de
dej alies las damas, como gato de algalia
las bolsas, para salvar la vida: que pienso
que no faltaria algalia en ellas, según
estaban demudadas cuando entramos.
Alb. Pues yo no tenia ojo sino a las
ventanas, no viniese algún canto desman¬
dado, que de su salida no holgara de
cosa más.
Mont. Mejor me parece el consejo de
Traso que la determinación del señor Al-
bacin; mas ello se hizo mejor.
Cen. Déjate de palabras; échame aquí
en este esquilón una pasada: ofrecella hé
por el alma de Celestina.
Mont. Mas los señores Barrada y Gra-
jales lindamente tomaron las viñas.
Cen. Por tu vida que las tomaron; y
de suerte que pienso quel año que viene
ha de haber carestia de vino, según las
dejaron vendimiadas de tomallas.
Mont. ¿Y la señora Celestina ha caido
en el daño? Porque esa será más negra
para ella que la afrenta desta noche que
dices. A la puerta llaman. ¿Quién está ahí?
Graj. Grajales y Barrada, para saber
si son ellos los que tomaron las viñas que
4?o
SEGUNDA CELESTINA.
dicen esos panfarrones, ó si se han de ha¬
cer los hechos bebiendo las viñas encer¬
radas en las tabernas y bodegones.
A Ib. Aquí no es tiempo de más desi-
mulacion. Abre, señor Montondoro, y dé¬
jame salir.
Mont. Buena cuenta daria yo de mí, si
en mi casa dejase hacerse tal escándalo.
Cen. ¿Ce, señor Montondoro?
Mont. ¿Qué dices?
Cen. ¿La puerta está á recaudo?
Mont. Si está, que con llave le dejé.
Cen. ¿De suerte que á salvo está el que
repica?
Mont. Deso á buen sueño suelto puedes
dormir.
Cen. ¿Qué burleria y qué fieros son
estos? Abre, abre, y veamos si decir y ha¬
cer si es para buenos. Quita, quita señor
Albacin, ese cerrojo ó déjame salir.
Trip. Que no por amor de Dios. Tenle,
tenle, Traso el cojo.
Alb. i Ah pese á tal, que está cerrado con
llave! Abre, abre, pesar de la vida, señor
Montondoro, no se vayan alabando estos
panfarrones, después de haber huido
cuantos tejados hay en la cibdad.
Graj. ¡Oh, el bellaco rapaz panfarron!
Salí, salí y veres quién huyó, que si allá es¬
tuviéramos, vos supiérades cómo se es-
SEGUNDA CELESTINA. 47 1
pantan los hombres de bien, con repique¬
tes de broquel de tales panfarrones y ru¬
fianes como vos y los que están con vos,
y os prometo que si no abris, que la
puerta echemos en el suelo.
Alb. Abre Montondoro, sino por vida
del rey de echarte esta espada por el cuer¬
po. ¿Qué es esto? Abre, abre esas puertas.
Alont. Señor Albacin, no daria yo buena
cuenta de mí y de mi casa si eso hiciese.
Graj. ¡Buen disimular de panfarrones
es ese!
Alb. Callá vos, don jarro, que voto á
tal, que yo y vos nos veamos mañana,
pues no nos dejan esta noche.
Cen. Voto á la santa letanía, si salir me
dejasen, más espaldarazos os diese, doños
panfarrones, que pudiésedes llevar acues¬
tas, por no apocar mi espada en sacar
vino por sangre, que pues vosotros os
osais igualar conmigo, no puede ser sino
que venis hechos dos cueros.
Bar. Dias ha que conoscimos, don ru-
fianazo, vuestros fieros. Salí acá y dejaos
de parolas desde talanquera.
Cen. Abre ahí, Montondoro, déjamelos
castigar sino quieres que corte aquí cer¬
rojos y cerraduras.
Graj . Barrada, toma de ahí dese palo
que está aquí y desquiciemos la puerta, no
472 SEGUNDA CELESTINA.
se vayan en humo los fieros destos pan-
farrones. Alza, alza, que ya sale de quicio.
Cen. ¡Ah, pese á tal! Aguarda que yo
buscaré por do salir. Ce, señor Tripaen-
brazo, vámonos y saldremos por el corral,
que yo te prometo que abren las puertas.
Anda allá, anda; hora, sus, sube. ¡Oh, pese
á la vida en que vivo, que no me dejan
subir las bardas!
Trip. Aguarda probaré yo, y darte hé
la mano de arriba no lleva medio. ¡Oh
desventura grande!
Cen. Tornemos, y digamos que burlá¬
bamos con ellos. Oye, oye, que mejor me
paresce que se hace, que la calle paresce
que está llena de gente, y que no los de¬
jan llegar á efecto. Tornemos allá y disi¬
mulemos.
Pueblo. Hora, ya no haya mas, que no
se ha de consentir.
Mont. Seme testigos, señores, que me
han desquiciado las puertas; que voto á
la vida, que la justicia averigüe lo de esta
noche.
Cen. ¡Oh pese á tal, que no hallé por do
salir!
A Ib. Mas, ó pese á tal, con quien viene
con panfarrones cobardes á hacer sus co¬
sas, que no ganaran ellos conmigo la hon¬
ra que esta noche han ganado.
SEGUNDA CELESTINA.
473
Cen. Señor Albacin, no llames á nin¬
guno cobarde; que voto á tal, sino fuera
á tí, del rey abajo no lo sufriera. jDios, que
esa fama tuvo Centurio, mi abuelo; y
Centurio, mi padre; y Centurio, su fijo
que soy yo, y que por eso nos pusieran el
nombre! Que si yo hallára por do salir, yo
te quitára dese cuidado.
A Ib. Hora, que ello que está bien; que
yo te prometo que yo pierda el cuidado
de venir contigo á cosa de afrenta, y llá¬
mate cuanto quisiéredes Centurio.
Cen. Eres mi amigo y téngote de su¬
frir: por tanto di lo que quisieres, que yo
tengo tan aprobada mi persona, por cuan¬
tos burdeles hay en el reino, que tengo
poca necesidad de testigos de abono, que
yo te certifico, que es tanto el rastro de
malla y aros y copas de broqueles, con bra¬
zos y piernas que he dejado por donde he
andando, que por el hilo de mi espada
pueden sacar bien el ovillo de quién es
Centurio. ¡ Digoos, que eso es lo que rezan
por mi alma, las viudas y huérfanos que
tengo hechos en este mundo! ¡Por Dios,
que me tienes bien conoscido!
Alb. Hora, sus, que ello está bien.
Cen. No está sino muy mal; pues no
puedes salir á que te desengañase mi es¬
pada.
474
SEGUNDA CELESTINA.
Alb. Yo te prometo, que me tienes bien
desengañado.
Graj. Hora, que yo y vos nos veremos;
dejaos de palabras.
Alb. Más querria agora, que después.
Pueblo. Hora, teneos allá, que no os
hemos de dejar. Huid, huid, que hé aquí
do viene la justicia.
Alb. ¡Mirad que correr llevan mis com¬
pañeros! Y’os prometo que los conosco yo
mejor por este rastro que por el de las
mallas y aros de broqueles, con piernas
y brazos, que Centurio ha dejado por los
bórdeles.
Pueblo. Vete, señor Albacin, ántes que
llegue la justicia.
Alb. Juro por mi vida, más me voy
porque no me hallen en tal compañía,
que por lo que me pueden achacar, que
esto yo lo averiguaré por otro camino. Y
quedad, señores, á Dios, pues no me de-
jastes hacer lo que queria.
Pueblo. Con él vayas, señor, que mejor
es así. ¡Hi de puta el rapaz! Aunque no
tiene barba , y’os prometo que es hombre
de barba y que no le tomen la capa. Y
con eso, compadres, nos vamos á nues¬
tras casas, pues todo queda en paz y so¬
segado.
SEGUNDA CELESTINA.
475
ARGUMENTO DE LA TRIGESIMA OCTAVA CENA.
En que Barbanteso va á casa de Celestina á reñir , y
pasan grandes cosas ; y introdúcense.
ELICIA. — CELESTINA. — BARBANTESO.
Elic. Mala landre me mate, tia, si tu
primo Barbanteso no está aquí á la puerta.
Cel. Aguarda hija, aguarda. Ya, señor,
¿Eres tú?
Barb. Mándame abrir, señora prima,
que quiero entrar allá.
Cel . Toma Elida ese candil, y alúm¬
brale, no caya el viejo pecador.
Elic. Entra, señor, y daca la mano no
cayas.
Cel. ¿Qué buena venida es esta señor,
á tal hora?
Barb. Las buenas andadas ó malas,
por decir mejor, hacen las buenas ve¬
nidas.
Cel. ¿Qué quieres decir por eso? Y
siéntate en este escaño.
Barb. Quiero decir: que hoy venida, y
crás garrida. Ayer viniste del otro mun¬
do, y hoy estás más verde en éste que
cuando sobre ochenta años acuestas ca-
I
9
4 76 SEGUNDA CELESTINA.
minaste para el otro. Dices que venias á
hacer penitencia de lo pasado , y parésce-
me que haces nuevo libro de lo olvidado
para hacer hábito con lo presente en lo
que está por venir. Ni las canas en la
vida te avisaron de la muerte, ni la vejez
del cercano tiempo della para enmendar¬
te, ni en la mocedad dejaste las hechas,
ni la mayor edad con la experiencia te
las quitó, ni la muerte te puso castigo,
ni la resurrección escarmiento. Que si
buenas mañas en la vida pasada tuviste,
ni con la muerte se acabaron, ni con el
castigo las olvidaste, ni con la resurrec¬
ción las tienes dejadas.
Cel. ¿Qué diablo, pues, há agora el vie¬
jo clueco? Una vez en el año que viene á
mi casa, y esa con daño. ¡Por Dios que
eres gracioso! ¿Y qué has tú visto en mi
casa para decir tales dichos? Cuando tú
con el deudo que conmigo tienes, dices
tales cosas, ¿Qué harán los que mal me
quieren ? Señor Barbanteso , aquí limpia¬
mente vivimos, y de honestidad nos pre¬
ciamos: con pobreza nos contentamos.
Más queremos el poco interés de nuestros
husos y ruecas con honra, que la abun¬
dancia de la riqueza con lo contrario.
Entiende en tus duelos y en los de tus
hijas y nietas, y deja los de mi casa, y
SEGUNDA CELESTINA.
477
no harás poco, sino quieres pagar los
sueldos; y sino lo sabes, sabe que en
Roma está una higa para quien da con¬
sejo á quien no lo pide. Cada uno mire
como vive en su casa, y deja las vidas
ajenas, pues sabe más el necio en su casa
que el cuerdo en la ajena. ¡Dios, que eso
es lo que acá estamos rezando! Lacerando
y sufriendo hambre y sed, cansancio y
laceria, pobreza, malos dias y peores
noches, trabajando como perras, y velan¬
do como grúas salteadas del sueño, para
sostener la honra ; y que tras buen servi¬
cio mal galardón. ¡Por Dios que me das
la vida!
Barb. Más me das tú á mí la muerte
con tales cosas, como las escarapelas
desta noche, que toda la cibdad está
dellas llena, y quieres ser tresquillada
en concejo y que no lo sepan en tu casa.
No para mí, prima, no, que ya no tengo
edad para guardar cabras.
Cel. Ten cuidado de tus nietas, y pues
no lo tienes, no vengas adonde no hay
necesidad para dar consejo, que acá no
nos descuidamos en cuidado ajeno. ¡Bien
labradas estañamos, por Dios, si pudié¬
semos poner freno y quitar las espuelas
á cuantos bellacos y rufianes haya en la
cibdad , para quitalles que hagan lo que
SEGUNDA CELESTINA.
478
tienen por oficio! ¿Y qué culpa tenemos
aquí nosotras de lo que á dos locos se les
antoja hacer, que nos la vienes agora con
mucha furia á poner, haciendo del muy
honrado? Mete, mete primo, la mano en
tu seno, y por mi vida, que no la saques
sin lepra; y límpiate della y no harás
poco, y deja los duelos ajenos. Limpia,
limpia tu barba, y deja de mirar si hay
paja en las ajenas. Mira tus hijas las man¬
gas que hicieron, y no vendrás á cerce¬
nar nuestras faldas, pues no hay que cer¬
cenar; que por mi vida, que al pasar del
vado, que no hé menester que nadie me
venga á regacear, quel escarmiento me
tiene bien avisada.
Barb. Mis hijas y mis nietas han dado
de sí y dan tal cuenta, que ántes alcanzan
que son alcanzadas; y mira la viga en
tu ojo, y no quitarás la mota del de mis
hijas.
Cel. ¿Mota? Por mi vida, si bien miras
que no es mota, sino deshecha, para no
deshacerse la hecha. Y aunque la nube es
tan grande, que no solo tiene cubierta la
niña del ojo de Francilla tu nieta, más al
tuyo alcanza, pues no la vees; y tan cu¬
bierta la niña, que siendo niña, no vió
como de niña se hizo dueña, y áun no
con el rey.
SEGUNDA CELESTINA. 479
Barb. Eso fue y es un gran testimonio
y mentira.
Cel. Pues si fue testimonio, también lo
es el que tú nos levantas: porque quien
tiene tetas en seno, ya me tienes enten-
, dida. Y cállate y callemos; pues donde
quiera que hay cebo, no dejan de venir
los buitres. Y guarde cada uno su bui¬
trera, que así haré yo la mia.
Barb. Por cierto, prima, tú me pagas
bien el consejo.
Cel. Primo, yo te prometo que no eres
muy primo en dallo á quien no te lo
pide; que cada uno conoce de sí el con¬
sejo que há menester, si lo quiere tomar.
Mas ya, amigo, no vendas consejo que no
se compra, sino lisonjas, pues tan barato
se venden y se compran : y usa de lo que
se usa, pues no se excusa. |
Barb. No estoy en tiempo que me pa-
resce buen consejo ese. Lo que me parece
es que seria bueno que hubiese más ho¬
nestidad en tu casa, y que no se vinie¬
sen á registrar en ella las despensas de
los clérigos y caballeros, y que sobre
ello hubiese ruidos, deshonrando tus
deudos.
Cel. Las despensas, mira tú si se regis¬
tran en tu casa y en tus hijas, que en la
mia no tenemos ni se hallará tal registro.
4S0 SEGUNDA CELESTINA.
Elic. ¡Mirá vos qué dichos y qué lin¬
dezas aquellas!
Barb. Aunque tuvieses para moza más
vergüenza, no perderías nada.
Elic. Yo tengo la vergüenza que hé
menester, sin que la vaya á pedir pres¬
tada á Francilla tu nieta: que no me han
tomado á mí con ningún fraile echacuer-
vo, ni ménos con ningún sacristán.
Barb. Mi nieta es tal que no la mere¬
céis vos descalzar, y calla y mete la len¬
gua donde sabes, sino hacerte hé yo que
calles.
Elic. Mal año para vos.
Cel. Calla tú, Elicia.
Elic. ¿Y por qué tengo de callar?
Cel. Porque lo mando yo que calles. Y
tú, primo, anda, anda con Dios á tu casa,
y deja por tu vida, de entender en vidas
ajenas.
Barb. Yo lo haré así, pues harta señal
de muerte es cuando el enfermo aborrece
la salud y no quiere obedecer al médico.
Cel. Ya te tengo dicho que cada uno se
cure á sí y no hará poco.
Barb. Hora basta, que yo de Focion ate¬
niense aprendí á no ser juntamente amigo
y lisonjero, pues no se sufre en verdadera
amistad encobrir la verdad al amigo con
lisonja, y pues tan poco aprovecha mi
SEGUNDA CELESTINA. 48 I
predicación, yo te prometo que esta sea
la primera y la postrera reprensión.
Cel. Con el tiempo se muda el tiempo
y todo lo que anda en él , y con él se han
mudado las leyes de Atenas en otras leyes;
y la sabiduría es vivir conforme al tiempo.
Barb. La sabiduría es de todos aborre¬
cida, pues los hombres no viven confor¬
me á ser hombres, mas á dejar de ser
hombres , por contentar á los hombres. Y
con esto me voy, y la merced que me
habéis de hacer, es que no pongáis lengua
en mi nieta si queréis que hayamos la
fiesta en buena concordia y paz.
Elic. No la pongas tú en mí y no la
pondré yo en ella.
Barb. Esto digo yo , y no es menester
aquí más.
Elic. Y esto respondo yo, y no será
aquí menester ménos.
Cel. Quien no quiere oir, primo, no
diga; y si dijere, haga las orejas sordas
á sus palabras locas. Y todos vivamos
bien, que en fin, la verdad no puede du¬
rar mucho tiempo en opinión, y ella saca
las cosas á luz de las tinieblas de las ma¬
las lenguas.
Barb. Eso es lo que digo yo, que cada
uno en su casa sea buen juez, castigue
sus vicios, sino quiere que otros los casti-
31
482
SEGUNDA CELESTINA.
guen por justicia ó por infamia. Y con
esto me voy, y quedad á Dios.
Cel. Y con él vayas. ¿Vistes agora con
qué se venia acá el viejo clueco? No es
para castigar las tramas de sus hijas y sus
nietas, y viene acá á dar consejo á quien
no se le pide. Y dejemos hora de cuen¬
tos viejos, y daca vámonos á cenar, que
en cuanto viviéremos hemos de tomar el
mundo con estas condiciones; y pues
todos los duelos con pan son buenos,
demos en los relieves del pan y vino que
quedaron de las rastras del registro de
las despensas, que decia el viejo bobo de
mi primo, y darte hé una lición que te
valga más, cierto, que la del viejo loco.
Elic. Siéntate, tia.
Cel. Pues el caso es que entre col y col
lechuga, quiero decir: que ni seas con
Barrada tan brava, ni seas tan mansa que
dañes la conversación y te tenga en poco,
sino que entre dos duras una madura.
Hasta que le hayas dado parte de tí ente¬
ra, no le dés esperanza del todo, para
sostenelle y alargalle la esperanza, para po-
nelle más deseo y acrecentalle más amor;
y el rato que estés con él, móstralle tan¬
to amor que piense que solo es él en el
mundo amado, y contino en sus ofreci¬
mientos traelle á la memoria que obras
SEGUNDA CELESTINA. 483
son amores, que no buenas razones. Y
mira, que no sienta que es fingido lo que
le dices, porque no sea contigo como dicen:
á un traidor dos alevosos, más que sea¬
mos yo y tigo con él al contrario, pues no
me paresce nada traidor, y pues no lo es,
sábele traer la mano por el cerro, y echa-
lle el albarda y cínchalle de manera que
traiga á cargas el bastimiento para el real;
y no dejes de contino avisarme de lo que
pasa , porque á nuevas necesidades nue¬
vos consejos; y bueno será que lo tome¬
mos para nos ir á reposar, que es hora.
Elic. Tia, déjame el cargo, que como
tus palabras no son locas, no serán mis
orejas sordas.
484
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA TRIGÉSIMA NOVENA CENA.
Pandulfo corrido de las palabras de Felides, acuerda de
se ir y pedir prestados diez ducados á Celestina, y
ella por buen estilo le negó que había recibido los du¬
cados, y le hizo entender lo contrario; y él ido dice
á Elida, que no le entre allá el paje del infante, pues
dél no se puede sacar provecho. Y váse de casa, y Eli¬
da queda murmurando della, y introdúcense.
PANDULFO. — CELESTINA. — ELICIA.
Pand. Oh, gran mal es el que no tiene
remedio; que yo por encobrir mi cobar¬
día heme puesto en trabajo que no tengo
de poder llevar adelante, pues para mí
no son estas santidades, porque no hay
peor mal de encobrir que el de la hipo¬
cresía, porque no puede forzarse tanto el
natural de ser malo, que más no procure
descobrillo la verdadera naturaleza de ser
tal. Así, que yo he condenado mi fama de
valiente hombre, y si más aquí estoy,
condenaré la de buen cristiano por do me
pensaba salvar de mi cobardía, que ni
basta ya reir y burlar mi amo della, mas
Sigeril tiene ya en tan poco mi persona
que burla de mí. No sé por qué pueda te¬
ner tanta fuerza el temor de la muerte,
SEGUNDA CELESTINA.
485
que no debia antes ser forzado con la
fuerza del temor de la honra: pues si el
temor primero amenaza con una muerte,
que forzado ha de pagarse en algún tiem¬
po, el déla fama amenaza con cient mil
muertes en la vida. Por cierto, grande
es el trabajo que pide la honra para sos¬
tenerse, mas muy mayor es el de vivir
sin ella. ¡Oh, traidor de mí! ¿No valiera
más aventurar anoche la vida con ventu¬
ra de salir con ella, aunque algo acae¬
ciera, y ya que la perdiera pagara la
deuda natural con gloria de fama inmor¬
tal, que quitando la de tal ventura po¬
nerme á seguridad de infamia para mo¬
rir viviendo en la vida, y morir cuando
muriere muriendo en la fama? Y si pudie¬
ra yo ser tal cual es publicado, todo se
remediaba , porque el temor salvábase
con que no debemos temer los que ma¬
tan los cuerpos, mas al que condena las
almas al fuego eterno; y tal fama es, con
que en la memoria eterna ha de ser la del
justo y no temer á oir cosas malas, como
yo por no temer honra ni justificación
para con Dios las temo oir cada dia. Y
agora veo que tiene razón el evangelio
de decir, que los fuertes ganan la vida
eterna , pues por pura flaqueza no me
esfuerzo yo para poder servir á Dios. Así
9
486 SEGUNDA CELESTINA.
que, me conviene para no sufrir tanta
vergüenza, pues primero no miré que más
es sufrir vergüenza contina que temor de
una hora, que me vaya ya de aquí, y para
esto llevaré conmigo á mi esposa Quin-
cia. Y quiérome ir primero por casa de
Celestina y pedille diez doblas prestadas,
en virtud del amistad que á mi madre
tuvo, para ayuda al camino. Esto me pa-
resce bien, quiérolo poner por obra, que
no estaré aquí más por todo el mundo, á
pasar tanta vergüenza como hoy he pa¬
sado. Allá me voy, que no puede ser me¬
jor consejo; ta, ta, ta.
Cel. ¿Quién está ahí?
Pand. Abre madre, que yo soy.
Cel. Válale el diablo, y qué querrá
agora este rufianazo; aún si por ventura,
quiere pedir parte de mi ganancia como
Sempronio, quiérole decir que lo diga de
defuera que estoy de priesa.
Pand. Madre, ¿Señora, no me abres?
Cel. Hijo, mi amor, yo tengo cierta
priesa: di de ahí loque mandas, que desta
ventana te oiré.
Pand. Madre, ábreme; que en dos pa¬
labras despacharé.
Cel Hora, sus; yo quiero abrille, y si
algo fuere, yo preveniré al tiempo con la
necesidad. Hora, entra hijo, y di qué es lo
SEGUNDA CELESTINA. 487
que mandas, que en mi ánima, no te osa¬
ba abrir porque dos negras veces que
aquí entraste ya ves lo que sucedió. Di en
dos palabras lo que quieres, no me torne
á levantar aquella puerca otro testimonio
en que nos veamos en otra peor.
Pand. Madre, por cierto, á quien más
dello pesó fui yo; mas como dicen, la
verdades hija de Dios, y ella limpia estas
cosas con el tiempo que luego gasta lo
que con verdad no se sostiene; y por
tanto, dejando esto aparte, madre ya sa¬
bes que el amistad no niega lo que por
razón della está obligado : que es la vida
á ponerse por los amigos, y trás la vida
los bienes quedan por accesorias , porque
en verdadera amistad , los bienes han de
ser comunes en las necesidades; y como
yo tengo de mi presupuesto poner la
vida por tí, y la hacienda si fuere menes¬
ter, y porque dicen, que no hay corazón
engañado, como por el mió juzgo yo
para conmigo el tuyo, vengo á socorrerme
de tí en una gran necesesidad que tengo.
Cel. Algo es lo que yo digo, más bien
es que no trae armas, y á palabras, pa¬
labras.
Pand. ¿Qué dices madre?
Cel. Hijo, que acabes tu razón, que des¬
pués yo te responderé; y por cierto, que
48S
SEGUNDA CELESTINA.
todo lo que por tí pudiere hacer, yo lo
haré sin necesidad de nuevos proferi-
mientos.
Pand. Madre, téngotelo en merced, que
eso me hace á mí atreverme á tí, y para
esto sabrás, que anoche mi amo me man¬
dó ir con mis armas adonde tú sabes.
Cel. ¿Adonde, hijo, sé yo?
Pand. Para conmigo, madre, no hay pa -
ra qué encobrirte que todo se me entiende.
Cel. Por tu vida, hijo, pues que yo no
te entiendo, ni sé por qué lo dices.
Pand. Hora, madre, que no hace esto
mucho al caso, pasemos adelante. Así que,
señora, tomóme el diablo que otro no
fué, á engañarme, [y póseme antenoche
á jugar y ganáronme ocho varas de con-
tray que para sayo y capa mi amo me
habia dado; y el espada y el broquel y
una jaca de malla, y con toda mi desven¬
tura, fui á noche por complir con mi
honra las tripas al aire y hemos de ir
esta noche; y como á noche no acaeció
nada, no querria que acaeciese ésta y ya
ves que tal iria yo sin armas. Véngote á
suplicar, que me hagas merced de pres¬
tarme diez doblas solas que para rescatar
mis armas son menester, que yo te pro¬
meto, como hidalgo, de te las pagar ántes
de tres dias.
SEGUNDA CELESTINA. 489
Cel. Hijo, por cierto que á mí me pesa
en el alma de tu desdicha; mas no es de
maravillar, hijo, que anoche perdiste y
otro dia ganarás, que todo lo deste mun¬
do carretillas son que corren: todo, hijo,
es juego que no permanece en un estado.
En lo demas quisiera yo , hijo, con la vida
y con el alma tener, no para prestarte tan
poca cosa, mas para darte no diez mas
veinte doblas, como lo solia ya yo hacer
y lo hacia con la malograda de tu madre.
Mas mi fe, hijo, mal pecado, en mi casa
no hay un maravedí, que por tu vida,
que la priesa que te dije , que no era sino
para ir á buscar prestado para comer, y
Elicia anda por otra parte, que mal pe¬
cado, con mi ausencia hallé tal mi casa,
que Dios sabe cuántas noches nos acos¬
tamos ayunas esta mochacha Elicia y
yo, y no osamos sino chiz porque no lo
sepa la tierra pór esta honra negra, hijo,
porque más quiero que me tengan por
rica y mezquina que por pobre y liberal;
que ya mi fé, mi amor, el mundo es tan
malo que no tienen ni estiman sino al
que saben que tiene. Mas á tí, hijo, como
á mis entrañas digo yo mis necesidades,
porque sé que las mias son tuyas y las
tuyas son mias, como quisiera, y sabe
Dios como lo quisiera tener con qué po-
490
SEGUNDA CELESTINA.
der suplir esa falta , que por cierto que
si tú la sientes en el cuerpo que la siento
yo en el alma; mas ya sabes que hace
hombre lo que puede y no lo que quiere.
Así que , lo que puedo es pesarme de tu
mal, y lo que quiero y no puedo, es no
poder suplir tu necesidad.
Parid. Oh mala vieja avarienta, y qué
palabras tiene.
Cel. Qué dices, mi amor, ¿Pones duda
en lo que digo? Pues como Dios es ver¬
dad y nacimos para morir, que no lo
puedes pensar que es así como lo digo.
¿Y quién ganará en eso, mi amor, más
que yo? Qué tiempos son estos, que
cuando no los tenia los andaba á buscar,
porque son tiempos donde sin recibir
afrenta pueden los amigos tomar de sus
amigos, lo que sin tales necesidades no
se sufre por la honra de tomar de sus
iguales. Ya me tienes entendido que sa¬
bio y discreto eres, y todo se te entiende,
mal pecado.
Pand. Madre, ¿Y en qué gastaste tan
presto las cien doblas que te trajo ayer Si-
geril?
Cel. ¿Qué cien doblas, hijo?
Pand. ¿Para qué te haces agora de nue¬
vas? ¿Sigeril no te trajo cien doblas que
te dió Felides ayer?
SEGUNDA CELESTINA. 49 1
Cel. Peor está que estaba; aun eso seria
el diablo si es así que me las enviase y
no me las haber dado. Por cierto, no me
has dejado gota de sangre en el cuerpo,
y si viene á mano, seria para el casa¬
miento de mi sobrina Elicia que me lo
habia mandado, y darme há la vida si
fuese así; y mal pecado, si viene á mano,
las ha jugado como tú las armas y lo
demas.
Pand. Ya, madre. ¿No te dije que para
conmigo no son menester dobleces? Dame
prestadas solas diez doblas , que cierto
no es mucho que vendas tan barato el
precio de tus ofrecimientos.
Cel. jAy cuitada! hijo, que no sé res¬
ponderte que me tienes toda turbada , que
nunca tales doblas me dió ; y pienso,
como Dios es verdad , que las envió tu
amo. Aguarda tomaré mi manto y vamos
allá; y si dijere en mis barbas que me las
dió, entonces tú tendrás razón.
Parid. Madre , bueno es eso para que
dijese Sigeril ó Felides que ando en par¬
lerías. No cures desos cumplimientos para
conmigo si lo quieres hacer, sino di que
no quieres.
Cel. ¡A osadas, y qué cumplimientos!
Anda allá, hijo, que más me va que ju¬
ramento. Déjame tomar mi manto, que
492 SEGUNDA CELESTINA.
por los santos de diez, á Felides me voy
derecha; veamos qué trama es esta y qué
trampantoja, que cierto, tú debes decir
verdad y el paje se ha callado con los di¬
neros ó los ha jugado. Anda, anda á allá;
vamos á Felides.
Pand. Por el cuerpo del mundo, que
debe ser verdad lo que esta dice, que
llora muy de veras , y Sigeril debia de
mentir ó callarse con las doblas. Madre,
no cures por agora , suplícotelo, de ir
allá, no diga Felides que ando yo en estas
cosas y sepa mi necesidad.
Cel. Antes es mejor, hijo, que él lo
remediará con sabella. ¡Desventurada de
mí ! y cuando ménos cient doblas. Anda-
llá, andallá, que no es cosa de disimu¬
lar. ¡Por Dios, que seria buen disimular!
Apártate , amor , y déjame cerrar mi puer¬
ta y ir á entender en tan gran burla.
Pand. flora, madre, sosiégate , que por
burlar contigo lo dije.
Cel. ¡Donosas burlas! Déjame, hijo, que
no es tiempo de matar abades.
Pand. Por el cuerpo de mi vida que
te digo de verdad que burlo; que por sosa¬
car si mi amo te habia dado algo, lo dije;
que ni tengo necesidad ni hay para qué
pedir nada, que quise ver lo que tenia
SEGUNDA CELESTINA.
493
Cel. Hijo, mi amor, nunca cures con
tus amigos de tales expiriencias: nunca
burlando pongas veras en amistad. Por¬
que ves aquí, si no fuera verdad lo que
dijiste todo el mundo no te hiciera creer
lo que yo te decia, que con el ánima que
te decia lo que te dije y con la que yo
tengo, tal la tenga Dios para conmigo.
Ay traidor, loquillo, ¿Desos eres? A osa¬
das , que de hoy más , que yo esté avisa¬
da para contigo, y aunque para conmigo
no se entiende lo que te quiero decir,
nunca, hijo, por palabras de ofrecimien¬
tos como las que te dije la primera vez
que te vi, llegues al cabo el amistad:
pues sabes que muchos son los llamados
y pocos los escogidos, amigos digo; y no
tomes de cada uno más de lo que te da,
ni le des más de lo que te ofrece. A pala¬
bras, palabras, digo, pues que ya sabes
que palabras y plumas que las lleva el
viento, y llevadas, no hallarás limpia tal
parba más de la paja que el viento lleva;
porque cuando, hijo, se ha de pedir obras,
han de estar recibidas y entonces no te
podrán decir: ni pidas lo que negaste, ni
niegues lo que pediste, como Séneca dice.
Esto no lo digo por mí, mas para que con
otros no juzgues toda la pieza del paño
por la muestra, porque los corazones están
494
SEGUNDA CELESTINA.
muy l'éjos, hijo, de las palabras, y cuan¬
do sin mucha causa no se pide, hácense
dos afrentas: la una recibe el que pide
de lo que le niegan , y la otra al que pi¬
den, de lo que no da. Porque sin buena
seguridad más quiere el tal vergüenza en
cara, que mancilla en corazón; cuanto
más, hijo, que nunca vi buen ejemplo
deste prestar, sin buena prenda; porque
quien presta no cobra, y si cobra no tal,
y si tal enemigo mortal. Así que por esto,
puesto caso que yo tuviera que te prestar,
sabe hijo, mi amor, que no lo hiciera
sino para dártelo como dije, como lo hi¬
ciera. Prestado, créeme, que sin buena
prenda no te lo prestára. ¿Sabes por qué?
Porque más quiero de mi amigo enojalle
que no perdelle. Y la razón es , que con
prenda enójase de pedilla, más paga; y
sin ella piérdese por no pagar muchas
veces; y pues te tengo cobrado, no te
tengo de perder. Dígolo para cuando se¬
pas que tenga que prestar que no lo
pidas sin buena prenda, que si te lo qui¬
siere dar yo [lo daré. Y cuando tomares
prestado tórnalo presto, porque ya sabes
que el buen pagador, señor es de haber
lo ajeno. Y con esto, hijo, te vé, que yo
quiero ir á buscar lo que te dije por no
quedar hoy sin comer.
SEGUNDA CELESTINA.
495
Pand. Madre , yo te tengo en merced lo
que has dicho y te beso las manos; y
queda con Dios.
Cel. Y con él vayas, hijo. ¡Allá irás ru-
rianazo! ¡ Buena manera traia el pelón para
pedir prestado, sobre la fé de la hidal¬
guía que su agüelo Mollejas ganó en el
blasón de las armas, de los terrones que
quebró con grandísimas hazañas en la ba¬
talla campal, con el arado por lanza y el
azada por espada y la hachuela por pu¬
ñal! ¡Cómo pensaba el asno necio de me¬
ter pieza y sacar pieza ! Xo que te estregó
asna coja. Más habias de haber madruga¬
do, á nacer digo. ¡Guayas de Celestina, si
á cabo de su vejez la habia de engañar
Pandulfo! Baja acá Elida, y sabrás lo
que no sabes.
Elic. Tia, desde acá lo he oido.
Cel. Pues si lo oiste , no se diga á sor¬
das, pues que ejemplo te doy que hagas
como yo he hecho, pues que sabes que
no es mayor el discípulo que el maestro.
¡Pensaba que no habia más sino llegar y
pegar con sus manos lavadas y cara sin
vergüenza, como si nos mamásemos acá
el dedo! Hora, sus, yo me voy á misa, y
mira que aquel paje del infante no me
entre en casa, porque yo no como carne
que no se pele, sino guárdame la pluma
496 segunda celestina.
para enfundar los cabezales. Ya me tienes
entendida, que no hemos de comer de
gentilezas ni de cabellos peinados, ni de
quien nos diga: llámate mia y busca
quien te dé á comer.
Elic. Ay Jesús, madre, acaba ya, que
ni quiero que entre, ni nunca Dios lo
deje entrar.
Ccl . Enójate tú, hija, que si muy eno¬
jada estuvieres, desnuda la saya y dale de
coces , que lo que yo mando háse de hacer
en mi casa, que no he menester tratos
sin provecho. ¿Habernos de ser aquí el
sastre de Piedras Albas, que tengo de
poner el hilo y el aguja de mi casa? Y si
no me has entendido, entiéndeme.
Elic. Ay tia. ¡Gomo si te encubriese yo
cosa! Veamos, de las doblas que Crito me
dió, ¿Hete demandado blanca?
Cel. ¿Mas pidiésesmela? Pardios, hija,
que no eres camaleón, para pedir lo que
no das, que te sostienes de solo aire, digo,
como te conviene si has de gozar del
paje rojo; y á cabo de mil años que te
doy vestidos y calzado y de comer, me
zahieres dos negras doblas empecinadas.
¡ Guayas de las doblas y de la nada, que
para vino son menester cada mes diez!
Busca, busca hija, quien te dé ropa y quien
te calce, y déjate de gentilezas, que no
SEGUNDA CELESTINA.
497
hemos en fin de comer dellas. Y lo dicho
dicho, y queda á Dios y cierra tu puerta.
Elic. ¡ Al diablo la vieja, que no se con¬
tenta con cuanto ha ganado conmigo,
sino que si tengo amor á uno, no le tengo
de osar mirar! Toma para tus ojos, que
yo le hablaré aunque te pese; que no
tengo yo de estar á diente como haca ga¬
llega con solo Barrada, que no es bueno
según su edad, sino para tomar consejo.
Que par Dios, que aunque tú sepas más
ruindad, que yo te haga mil trampanto¬
jos, y aunque viniese agora Tristan no
me pesase, como quedó concertado el otro
dia, que de cuanta ganancia yo te doy
algún placer tengo yo de haber. ¡Al diablo
la vieja clueca, que desque han gozado
el mundo estas abucastas quieren las mo¬
zas muy castas , que todo su hecho ha de
ser beber y comer! Pues allá irás y man¬
dóte yo doña vieja refonfonear, que con
esta almoaza te tengo de almoazar.
*
32
493
SEGUNDA CELESTINA.
ARGUMENTO DE LA CUADRAGESIMA CENA.
• ' V '
Polandria dice á Poncia que es hora de ir al concierto,
y van. Y venido Felides, conciértase el casamiento de
Poncia con Sigeril, y apartados, goza Felides de los
amores de Polandria. Y Poncia no consiente en los de
Sigeril hasta que se velen. Y ellos idos, queda Poncia
reprendiendo á Polandria haber dado parte de sí á
Felides hasta casarse. Y concluyese la comedia, y
introduce nsc.
POLANDRIA. — PONCIA. — FELIDES. — SIGERIL.
Pol. Ponda, hora es ya que vamos al
jardin.
Pon. Señora, vamos paso, que á buen
sueño suelto duermen todos.
Pol. Hermosa noche hace, y gloria es
estar debajo de las sombras destos cipre-
ses, á los frescos aires que vienen regoci¬
jando las aguas marinas por encima de
los poderosos mares.
Pon. Señora, ¿Cuál te paresce mejor,
esta música que dices destos airezicos en
las hojas de los árboles, ó la de la voz y
cantar de Felides?
Pol. Ay Poncia, la de Felides: tanto
cuanto va y no ménos de la mezcla de la
razón, que con las consonancias viene
mezclada, al regocijo que estos aires natu-
I
I
SEGUNDA CELESTINA. 49 9
raímente hacen, sin ornamento de más
razón de aquella que ellos guardan en su
naturaleza; porque esta música pone des¬
canso al cuerpo, y la otra al ánima, por¬
que goza el entendimiento de lo que se
entiende en las palabras que en los oidos
suenan.
Pon. Señora, dejando aparte esta mú¬
sica, ¿Qué tacha tiene la de Celestina?
Mezcladas las palabras diferentes enten¬
dimientos. ¿Hay instrumento en el mundo
ni manos de artífice puestas en él, qne tal
melodia y diferencia haga como la lengua
de aquella vieja?
Pol. ¡Hora las pasas por tan mala vieja!
Por cierto, que pienso que no tuvo Orfeo
otra arpa más que la lengua y saber
desta vieja, y que por forma poética
fingen los poetas arpa por la lengua,
porque, ¿Qué fuerza para ablandar las
piedras más duras, que son los corazones,
que la lengua? Que con palabras blandas
tiene la fuerza en una hora, que el agua
blanda en mucho tiempo tiene para hora¬
dar las duras piedras. Pues las aves, que
son los pensamientos puestos en el cielo,
esta los puede traer y abajar á su son.
Pues abrir las puertas del infierno, de
suyo está , que mudando los buenos pen¬
samientos que las tienen cerradas, las
500 SEGUNDA CELESTINA
abren dando lugar á vicios. ¡ Oh quien
tomara aquella vieja sin bastimientos y
reparos para defender la fortaleza de su
bondad, que no la derrocara con el arti¬
llería de su lengua! ¡Qué celadas pone!
¡ De qué ardides usa! ¡Qué reparos hace!
¡De qué pertrechos trata! ¡Qué escuchas
tiene ! ¡ Qué treguas pone ! ¡ Qué guerra
hace! ¡ De qué ahumadas usa! Por cierto,
el humo de mis narices no habia hecho
la menor almenara, cuando ya tenia el
aviso para el socorro. ¡Cuitada de Meli¬
bea ! que agora no le pongo tanta culpa,
pues tal guerra tuvo.
Pon . Señora, tú dices la verdad; mas
no de ménos guerra fueron los mártires
guerreados, y en los escudos de la fé
sufrieron mayores golpes, por donde res-
cibieron la corona de mártires, y las vír¬
genes de continentes: como somos todas
obligadas en la fé de nuestra limpieza á
resistir, no sólo el artillería de la lengua
de Celestina, más martirio de la vida,
para que el cuerpo pague con lo que
debe, que es la muerte, lo que más debe
á la fama y limpieza de la virtud del alma.
Mas oye, señora, que ya debe de venir
Felides.
Fel. Pon Corniel, esa escala y aguarda
como la otra noche. Sigeril, ¿No subes?
SEGUNDA CELESTINA.
501
Sig. Señor: por nuestra dueña, que no
sé de qué arte está esa escala que no me
deja subir.
Fel. Daca la mano, que la escala no
tiene culpa si tu ligereza no la tuviese.
Por cierto, más suelto que un sapo eres.
¡Oh, hi de puta el diablo, y qué suelto que
estás, si así estás con Ponda!
Sig. Par Dios, señor, el espada me
estorbaba.
Fel. Hora, calla, que hablar oyo en el
jardín: mi señora debe de ser.
Pon. Señora, ¿Tuno oyes, qué armonía
pasa en subir mi requebrado?
Pol. Ya lo oyo; y en todo hizo Dios
acabado á Felides, que aun hasta con sus
criados tiene gracia. Y callemos, que hélo
aquí donde llega.
Fel. Mi señora Polandria, para tomar
la posesión de mi remedio. ¿Dasme licen¬
cia, pues me niegas las manos como es¬
posa ya que como tal las diste, que
engaste en estos brazos ese relicario
precioso de tu hermoso cuerpo donde
está encerrado todo mi bien?
Pol. Señor, yo recibo y quiero pagar la
deuda del amor que te tengo, en la mis¬
ma moneda que de tí la rescibió.
Fel. Oh , mi señora , con la gloria del
bien que en los brazos tengo estoy tan
502
SEGUNDA CELESTINA.
enajenado, para más en tí estar converti¬
do, que no me siento para sentir el bien
que tengo, tanto que milagrosamente ten¬
go vida, teniendo más razón para tenella
que hasta aquí por estar ya con mi alma
de quien contíno he sido desamparado. Y
en la hermosura que agora veo en ella
conozco que estoy en gloria, sino me des¬
engañase deste engaño la falta que para
gozar de entera gloria rescibo con acor¬
darme, que tengo destar tan presto apar¬
tado del alma y en mi posada con solo el
cuerpo.
Pol. Señor Felides, no sé qué te res¬
ponder, porque meparesce que estoy hecha
Sofía criada de Anfitreon cuando Mer¬
curio le hizo entender que era otro él; así
yo soy otro tú, y pues tú hablas como
tal tú, yo no tengo que responder.
Fel. Oh, mi señora, tus palabras ata¬
jan toda respuesta.
Pon. Agora digo yo que pudiera de¬
cir Quincia, que no entendía esas retó¬
ricas.
Fel. Hora, ¿Pasas, señora, por el do¬
naire de Pandulfo, y mas por el de agora,
que de miedo se ha hecho santo por no
venir conmigo y pienso que es ido, que
desde esta mañana no paresce?
Pon. Si eso es así, que me maten si
SEGUNDA CELESTINA. 5O3
Quincia no es ida con él, que desde esta
mañana no paresce.
Fel. Sin duda es así, que él me dijo que
se habian desposado; y porque no quede
Sigeril quejoso, yo quiero, señora Poncia,
ser vuestro casamentero á suplir con mis
bienes la falta de los suyos y la sobra d e
sus males.
Pon. Buena Celestina, señor, te has tor¬
nado, bien dicen, que cuales romerías ha¬
ces tales veneras traes.
Fel. No digas mal, señora, de quien me
pudo hacer tanto bien.
Pon. No digo yo mal que no sea bien,
según lo poco que en lo mucho que ella
tiene puede decir.
Fel. Bien paresce, señora, que hablas
como libre de amor; que por su mal, si lo
tuvieras, supieras el bien de Celestina.
No de balde se dice, que mal ajeno de
pelo cuelga, y pues así tienes tú colgado
el de Sigeril, por la lástima que de mí
pude haber para procurar mi remedio
sacando lo que le debo, quiero, si mi se¬
ñora Polandria es servida y contenta, que
con suplir yo vuestra necesidad en lo que
puedo , le saques tú de la suya.
Pon. Como yo no tenga sobre mí más
señorío del que la servidumbre que debo
á mi señora Polandria me debe poner,
504 SEGUNDA CELESTINA.
que es para gozar de la gloria de ser suya,
y por tal razón debelle mi voluntad para
en todo hacer la suya, á ella doy la mano
en todo.
Pol. Pues tú me das la mano, yo la doy
á Sigeril junto con la mia para complir
contigo la obligación que por tu amor y
servicio te debo; para ayuda á lo que mi
señor Felides hace con él.
Fel. Señora mia, yo rescibo la merced
en nombre de Sigeril, y te beso por ella
las manos, y á él entrego la de Poncia
por esposa. ¿Y tú otórgaslo así?
Pon. Sí otorgo, por el poder de mi se¬
ñora receñido, y en confirmación de las
mercedes tuyas y suyas receñidas; que de
tales personas no ménos fuerza por pala¬
bra pueden tener, que con la seguridad
con las obras se recibe.
Sig. Pues yo besando las manos de Fe-
lides mi señor, y de Polandria mi señora,
recibo la tuya como de esposa, y como
de esposo te doy la mia con la primera
palabra, que es: que más precio de haber
receñido el precio de tu virtud para tu
fama y mi gloria, que el precio que con
el de tu beldad recibo para mi remedio
y contentamiento.
Fel. Hora, pues, para que yo goce del
mió y tú del tuyo, tú te puedes ir donde
SEGUNDA CELESTINA. 305
de la posesión de esposa puedas gozar,
con guardar la propiedad que á su virtud
y tu comedimiento se debe.
Pon. Señor, por mayor merced tengo
la que con tu mandamiento en mi hones¬
tidad rescibo , que la que para sostener la
vida me quisiste hacer; porque de mayor
grandeza es el manjar que sostiene lo
inmortal, pues es de tal condición, que lo
que sostiene la mortal con la misma con¬
dición: como lo primero sea la fama, que
nunca acaba, y lo segundo la vida que
ha de acabar forzado. Y con esto te dejo
con la libertad que me envias.
Fel. Oh mi señora, cuánto bien es el
que tengo entre mis brazos y cuánta glo¬
ria recibo de gozar desta boca, que áun
el pensamiento solia tener el comedi¬
miento que se te debia, que de tu valor
me hizo digno que gozase.
Pol. Señor Felides, suplicóte yo que la
licencia que el pensamiento te ha dado
como á mi esposo, en lo que antes como
dices no osabas gozar, no te ponga más
licencia de la que has tomado ; no re¬
prendas en tí y en mí con obras, lo que
con las palabras á nuestros criados enca¬
reciste por virtud.
Fel. Mi señora, aquellas son cosas para
decirse y no para hacerse. No pienses que
506 segunda celestina.
*
está en mi mano dejar de poner mi deseo
en la posesión de su gloria.
Pol. Oh señor, por Dios que estés que¬
do; mira lo que haces, no me pongas en
vergüenza.
Fel. Señora mia, no hay nadie que
nos vea.
Pol. Ah Jesús, señor, ¿Y quién más que
yo lo puede ver, y á quién debe nadie
más vergüenza que á sí mismo? Cuanto
más que lo ves tú.
Fcl. Señora, no hagas diferencia de mí
á tí pues somos una cosa.
Pol. No pensé yo que quedando conti¬
go tomáras tanta licencia y me hicieras
tal afrenta; mas yo tengo la culpa por
do meresco la pena, pues que en ningún
peligro se ha de poner ninguno en con¬
dición , pudiéndolo asegurar. Yo di lugar
con dar la ocasión á tu atrevimiento, y
pues tengo la culpa , bien es que sea con
la pena castigada.
Fel. Señora mia, no te vea yo enojada,
sino con esta espada te daré la venganza
de mí.
Pol. Señor, la venganza de mí la ten¬
go rescebida. Yo hice como loca doncella
en ponerme en tal lugar contigo, confián¬
dome de lo que no debiera ; y tú has he¬
cho lo que no debías á mi honestidad,
SEGUNDA CELESTINA. 507
aunque lo debieras á tu atrevimiento, para
tan presto tomar la posesión de toda mi
limpieza.
Fel. Oh mi señora, suplicóte que me
perdones.
Pol. Hora, señor, que no hay necesidad
de pedir perdón en lo que con él no se
puede remediar, y esto es causa bastante
para lo alcanzar.
Sig. Mi señora Poncia, bien paresce te
puso Dios razón en todas las cosas, pues
no quiso dejar sin ella al amor que yo te
tenia para remediar la muerte, que sin
duda de otra suerte, no se podia excusar
á tu causa.
Pon. Señor Sigeril, yo huelgo mucho
de haber sido tan á honra mia esa deuda
que dices haberte yo debido , y ruégote
que te contentes con la licencia que tu
amo nos dió y no te pongas en eso, que
yo te prometo que es por agora excusado;
porque no sólo quiero la desculpa de ser
tu esposa para darte tanto favor; mas lo
que debo á mi honestidad para con el
tiempo y con el amor de larga conversa¬
ción, poner alguna razón y desculpa á mi
vergüenza, lo que en tan poco tiempo ni
en razón de verdadero amor se sufre, ni
en vergüenza de honestidad se dá licen¬
cia. No porñes, que no te ha de aprove-
50S SEGUNDA CELESTINA.
char sin mi voluntad querer satisfacer la
tuya; déjame, par Dios, que me traes
muerta, que maldita la cosa que te apro¬
vecha; que yo te doy mi fe, que hasta que
conmigo te veles que es excusado.
Sig. Hora señora, pues así quieres hága¬
se tu voluntad, pues en todo ha de ser la
mia, la tuya.
Pon. Esta es mi voluntad y doyte mi
fé, si no la guardares, que no me ponga
más donde puedas ofenderme hasta el
tiempo que te tengo dicho. Por tanto,
siéntate y está quedo.
Fel. ¡Oh mi señora, cuán gran gloria de
gozar de tanto bien rescibo! Sino que con
semejante ventura, sin haber en el mundo
su igual, estoy con el sobresalto del rey
Felipo, rey de Macedonia, cuando en un
dia le trajeron juntos tres correos tres
grandes y alegres nuevas. La una, que
Olimpia su mujer habia parido un hijo,
el cual fué Alexandre; la segunda fué,
que Parmineon, su capitán general, ha¬
bia vencido una insigne batalla; la ter¬
cera, que un hijo suyo habia llevado la
gloria en las disputas en Rodas, que como
tan grandes nuevas juntas oyese, alzan¬
do las manos dijo: ¡Oh fortuna! suplicóte
que me pagues con pequeña adversidad;
teniendo por cierto, según las naturales
SEGUNDA CELESTINA. 509
« * —
mudanzas desta vida, la adversidad tras
tan gran prosperidad, lo cual las serenas
no ignoran con el instinto, pues lloran
con la calma y cantan con las grandes
tormentas, con cada cosa conformándose
con el tiempo, con la más cierta natura¬
leza de su mudanza, que es de no perma¬
necer cosa desta vida en un ser. Así yo,
gozando de la presente gloria, ruego á
Dios que me pague con pequeña adversi¬
dad la cierta mudanza de la prosperidad
tan grande que me veo ; y pienso que
como á los que notifican la gloria del
pontificado, para templar la gloria de la
nueva por el peligro que la vida recibe
con la alteración, como por ejemplo del
Pontífice tenemos que murió con la glo¬
ria de tal nueva, les queman las estopas
delante, diciéndoles que así se pasa la
gloria deste mundo, que no se ensober¬
bezcan para morir con cosa que tan
presto han de dejar; así la tal memoria
me quema las estopas de la brevedad de
todo tiempo por largo que sea, para go¬
zar de tal gloria, para que la vida se sos¬
tenga y no acabe con el gozo demasiado,
á todo lo que con fuerzas humanas se
puede sentir.
Pol. Señor Felides, bien es que para
que yo templase la gloria con el peligro
5 ÍO SEGUNDA CELESTINA.
de la vida, como dices, se templase con
quemarme las estopas de haberme despo¬
sado sin licencia de mis parientes, y ha¬
ber tomado tú de mí la prenda que hasta
ser velados, no se permite en verdadera
honestidad de doncella; porque bien fuera
que ya que el amor disculpara el primer
yerro, la honestidad quedára sin culpa
reservada del segundo, para que pare¬
ciera que la virtud del matrimonio por
sólo nuestro contentamiento enderezado
al servicio de Dios nos habia juntado,
V no para sólo conformidad de ningún
vicio.
Fel. Mi señora, no tienes en eso mejor
disculpa para conmigo que la fuerza que
vo conozco que de mí en esa parte has
rescebido: pues sabes que donde fuerza
hay derecho se pierde; que para lo de¬
mas, el secreto quedará por disculpa con
no se saber.
Pol. Señor, bien dices , si esa fuerza no
diera yo lugar á ella por ponerme en
lugar donde la pudiese rescebir; porque no
hay fuerza en este caso que disculpe las
mujeres, cuando la ocasión de su parte
da lugar á recibilla; porque si yo no diera
ocasión á salir en tu poder, no recibiera
ninguna fuerza de tus manos. Mas de lo
malo escoger lo mejor, y es que mañana
' SEGUNDA CELESTINA. 5 1 I
envíes á pedirme á mi madre en casa¬
miento; y hay un gran bien para ello y
es: que yo supe hoy della que la manda
que mi padre hizo, que casase con hom¬
bre que fuese de mi linaje, no pudo per¬
judicar mi mayorazgo, por cuanto mis
agüelos lo dejaron libre de la tal restitu¬
ción, y mi padre no pudo agravarme en
lo que no fué ni podía ser más parte que
gozar del uso y fruto por su vida. Así
que salvo está , como lo está tu persona y
riqueza: demanda mi voluntad y la de
mis parientes, y esto para que nuestro
gozo sea complido y sin sobresalto que se
pueda saber.
Fel. Mi señora , mucho he holgado con
lo que dices, para que se pueda hacer lo
que mandas para tu contentamiento, pues
en él consiste el mió; y con esta segu¬
ridad de gloria, tendré más acrecenta¬
miento en la qüe en el presente gozo.
Pol. Hora pues, señor, con este acuerdo
dejo yo reposar mi honestidad, y qué¬
dense las locuras y burlas para- otro dia,
que hora es ya y tiempo que te vayas,
que ya el sol comienza á dar, con el muy
gran resplandor y claridad, testimonio de
su cercana venida para nuestra ida; y
llama tu criado y despertemos el juego,
que la pena que yo en apartarme de tí
512 SEGUNDA CELESTINA.
siento, me dice la que sentirás en apar¬
tarte de mí.
Fel. Parésceme, señora, que Poncianos
ha quitado desos cuidados, que héla aquí
donde viene con muy gran priesa.
Pon. Señor, hora es que te vayas.
Fel. Señora Poncia, sepamos quién
tiene la culpa deste mal que nos haces á
mi señora y á mí, ¿La mucha desembol-
tura tuya ó la falta de la de tu esposo?
Pon. Mi honestidad á lo segundo, pone
la razón del cuidado en lo primero; y dé¬
jate de burlas, pues que en ellas en esa
parte no te debe nada tu criado, de lo
que mi señora debe á su criada.
Pol. En mal hora y en mal punto Pon¬
cia, tú digas eso. ¿Y qué has tú visto en
mí desa deuda?
Pon. El mal de hablar tanto al señor
Felides, con el bien del callar de Sigeril;
porque agora veo, que tuvo razón un fi¬
lósofo que dijo: que nunca de callar se
habia arrepentido y del hablar sí muchas
veces; como agora parece, que el hablar
de tu esposo ha puesto la sospecha que
las obras han negado á la vista; y por
esto, dice bien el proverbio: que al buen
callar llaman Sancho.
Pol. ¿Para qué señor dices nada destos
donaires, que por te hacer á tí desen-
SEGUNDA CELESTINA. 5 1 3
vuelto , has querido hacer á mí des¬
honesta?
Fel. Mi señora, yo estoy burlando por
atravesar con la gracia de Poncia, y por
dar ocasión á dilatar una Ave Maria, como
quien quiere quitarme las escaleras y de¬
jarme ahorcado, pues no ménos es apar¬
tarme de tí; y pues Poncia es el verdugo,
razón es de pagalle sus derechos que son
los vestidos de el muerto , que soy yo ; por
lo cual le mando seis piezas de seda de
colores, para el dia que se desposare pú¬
blico, que si yo puedo será antes de ocho
dias; y la vieja Celestina, quiero que con¬
cierte lo acordado de nuestro casamiento,
para aprobación de su mala estimación.
Pon. Señor, desa manera cada dia en¬
tiendo de quitarte las escalas, pues tan
buenos derechos tengo de tal oficio.
Fel. No, que ya muerto el hombre no
puede tornar á morir.
Pon. Pues Celestina, según eso; ¿No
tornará á morir?
Fel. Sea secreto, y deciros hé una cosa
que es espanto de la oir.
Pol. Di señor, que sí será.
Fel. Pues sabe, que una persona hon¬
rada y quien á Celestina es en gran cargo,
la tuvo escondida todo el tiempo que se
dijo que era muerta; y ella con sushechi-
33
514 SEGUNDA CELESTINA.
zos hizo parescer todo lo pasado para se
vengar de los criados de Calixto, porque
le querian tomar lo que su amo le habia
dado; y hizo con sus encantamientos pa¬
rescer que era muerta, y agora fingió haber
resucitado. Y esta es la verdad, que lo de
Júpiter y Venus, todo es burla como ellos
son dioses de burlas. Y sea en gran se¬
creto, porque el Arcediano viejo me lo
dijo; que con esto le quiso pagar muchas
deudas de cuando era mozo que desta
buena mujer habia rescebido, así de su
persona de cuando era moza, que tuvo
amores con él, como de tercera; y des¬
pués que ya ella estaba más para pagar
los cañibetes que para los poder rescibir,
sino es por corredera de lonja, como ha¬
ya salido tan buena maestra. Y sea muy
secreto porque correría gran peligro la
buena dueña con la justicia, si se supiese.
Pol. Jesús, Jesús, agora me libre Dios
del diablo de tal cosa, y de tal ruindad
de vieja. ¿Qué es posible?
Fel. Es así sin duda ninguna, y lo di¬
cho en confision.
Pol. Pierde cuidado, señor.
Pon. Válala el diablo, y aún con eso,
¡No quiere ella decir nada del otro mun¬
do, ni de lo que vió en él!
Pol. ¿Cómo diablos dirá lo que no vió?
SEGUNDA CELESTINA. 515
Hora, cree que es el diablo y no otro. Ay
por Dios, señor, no la metas en que sea
nuestra casamentera para que, pues Dios
nos ha ajuntado, no nos pueda el diablo
apartar.
Fel. Señora, y no sabes un proverbio
que dice, ¿Que lo que de Dios está, el dia¬
blo lo acarrea? Déjala, que si de Dios está,
esta lo acarreará más ayna que otra per¬
sona del mundo.
Pon. Hora sus, señor, tú te vé y nos¬
otras nos iremos, y acaba ya de tanto besar.
Fel. Señora mia, Dios quede contigo,
y contigo Poncia.
Pol. Y vaya contigo señor. jAy Poncia!
¿Para qué me dejabas sola? que por mi
vida, que he salido por mis fuerzas del pe¬
ligro en que me dejaste.
Pon . Buen disimular es ese, señora.
Pol. ¿Qué, piensas que burlo? Por tu
vida, que te digo verdad.
Pon. Jura por la tuya, señora, que por
la mia, que no me tomes acá más hasta
que se concierten los casamientos.
Pol. ¿Cómo es eso?
Pon. Como ó como no; que no quiero
ponerme yo á ser el ángel con Jacob toda
la noche.
Pol. ¿Quiéres decir, qué has luchado
con tu esposo toda la noche?
5i6
SEGUNDA CELESTINA.
Pon. Eso digo, que no quiero ponerme
en más afrentas.
Pol. Veamos; ¿Y él no es tu esposo?
Pon. Eso me parece mal, señora, pues
ya buscas excusas para desculparte. ¡Oh
y cómo me paresce que quieres complir el
proverbio que dice, que mal de muchos,
gozo es!
Pol. A buena fe, que eres muy mali¬
ciosa.
Pon. Lo que con los ojos veo, con el
dedo lo adevino.
Pol. Y di, ¿Viste algo, por tu vida?
Pon. Vi lo que no verás de mí tú, ni
aun mi esposo tan presto.
Pol. Ay desventurada y qué vergüenza
hé; no tengo de osar en mi vida mirar á
Sigeril. ¿Y tal cosa vió?
Pon. En mal punto , señora , y qué mala
eres para haber hecho alguna travesura,
que tan presto confiesas. Pocos tormentos
sufrirías de los que esta noche yo he su
frido , pues sin ellos dices la verdad.
Pol. Anda en mal hora, que no viste
nada.
Pon. No, por tu vida, sino que adrede
por sosacarte lo dije.
Pol. Nunca medres tú, que tal ver¬
güenza me hiciste pasar con decir que
habias visto lo que hice.
SEGUNDA CELESTINA. 5 1 7
Pon. Y tú, señora, ¿Para qué haces
cosa que no quieres que se sepa, pues
sabes que no hay cosa encubierta que no se
descubra? No fies de tu vergüenza lo que
de otro no fiaras, porque desvergonzarse
los hombres á sí mismos vienen á perder
la vergüenza con otros. Nunca hagas ejer¬
cicio en cosa que no quieras hacer hábito,,
porque la costumbre hace hacer lo que
hecho con ella no se puede deshacer. ¿De
quién temes más la ofensa que de tí mis¬
ma? Pues si tú te haces ofensa, con la
misma razón te obligas á recibilla de
otros. La honra, señora, aunque quieren
los sabios que esté en los que honran, más
que no en el honrado, créeme, que no la
harian si la causa de hacella no saliese
de los efectos de virtud que en el hon¬
rado ven. Los hombres siempre se tra¬
ten á sí mismos como querrian que los
tratasen, porque ¿Quién más debe á sí
que el hombre se debe á sí mismo? Pues
no es razón que espere yo de otros ser
pagado de deuda que yo mismo de¬
biéndola no la pago. Con la virtud se
hacen los hombres sin deuda y á todos
hacen deudores de su virtud; con la
virtud se hacen los hombres exentos de
las leyes, y por falta de virtud se sujetan
á las leyes y punición, por la fealdad del
SEGUNDA CELESTINA.
5l8
delito de traspasar la virtud. Por la virtud
está todo hombre obligado á sacrificar
la vida para conservar la fama, pues si
así es, ¿Cuánto feo parecerá al vicio
sacrificar la honestidad y virtud con la fa¬
ma? Dígolo, porque no hay ninguna excu¬
sa en lo que se debe excusar, que aunque
Felides es tu esposo, dexcusar se debiera
la honestidad hasta el lugar que lo permi¬
ten Dios y los hombres, porque de hacello
tú así, te estimarás á tí en más y tu
esposo no te estimará en menos; y con
estas dos estimas, tú quedarás en la obli¬
gación de la estimación que te debias,
para que todos te la pagasen. El remedio
desto principal es que Dios no se ofendió,
y tu ofensa callaremos, y pues tiene dis¬
culpa, la culpa se desminuye aunque no
sin culpa, pues recibe disculpa. Mas con
el gozo del desposorio que esperamos, y
con la seguridad del que presente tenemos,
y con el contentamiento de hallar mari¬
dos á nuestra voluntad, y con el gozo
que de haber salido á nuestra honra nos
debe quedar, y con la gloria de también
haber vencido al amor, y con la clemen¬
cia que guardando nuestra honra hemos
usado sobre el vencimiento, y con la glo*
ria de haber conservado el previlegio de
nuestra limpieza para la fama, y con las
SEGUNDA CELESTINA.
519
gracias á Dios que por todo le debemos,
y por lo que está por venir nos tiene obli¬
gadas, pues cosa sin él que cosa sea no
se hace, como sin él nada podemos ha¬
cer; nos vamos acostar para dar reposo á
la vida, que así nos ha sustenido en honra
para por medio de su virtud conseguir el
fin que esperamos para salir de tal fin al
principio de la vida que no lo tenemos.
FINIS.
El libro presente , agradable á todas las extrañas nacio¬
nes, fue en esta ínclita ciudad de Venecia reimpreso
por maestro Estefano da Sabio, impresor de li¬
bros griegos, latinos y españoles, muy corre¬
gidos con otras diversas obras y libros.
Lo acabó este año del Señor del 1 5 36,
á dias diez de Junio, reinan¬
do el ínclito y Serenísi¬
mo Príncipe Miscer
Andrea Griti,
Duque clarí¬
simo.
: ^ ‘ |
.
... Ot.
"
.
* '
-
.. .
t
\
/
I
f
s
V
SHELF No.
1
BOSTON PUBLIC LIBRARY.
Central Department, Boylston Street.
One volume allowed at a time, and obtained only by
card; to be kept 14 days without Une; to be renewcd only
before incurring the fíne; to be reclainied by messenger
after 21 days, who will collect 20 cents, beside fíne of 2 cents
a day, including Sundays and liolidays; not to be lent out
of the borrowex-’s household, and not to be kept by transiera
more tlian one month; to be returned at this Hall.
Borrowers finding this book mutilated or unwarrantably
defaced, are expected to report it; and also any undue dc-
lay ín the delivery of books.
***No claim can be estabhshed because of the failure of
any notice, to or from the Library, through the mail.
Tlie record tielow inst not be made or alterel by borrower.
•
|
.
-