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Full text of "Teatro popular (novelas)"

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COLECCIÓN SELECTA 

Antiguas Novela* EspaAoIaa 

Tomo I 

Teatro popular 

(NOVELAS) 

Francisco de^ugo y Dávila 

Con lotrodoccldn y nota* da 
DON EMILIO COTARELO Y MOSl 

Ot 1« Hó«l AckdunU Eiptflolk 



Madrid, 1906 



PUBLÍCALA la' 

LIBRffltÍA DE LA VIUDA DB RICO 
TniTMÍ> del Arenal, 1— Madrid 



Ti./. 



.ClHlglc 



rea! 



COLECaON SELECTA 

ANTIGUAS NOVELAS ESPAÑOLAS 
TOMO I 



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titad por la increíble escasez de tales obras. 

La imprenta del siglo xyiii había repe- 
tido con no macha frecuencia las más fa- 
mosas, que fueron justamente las que, una 
vez más, reprodujo la antigua y célebre 
Biblioteca de Autores Españoles. Pero cen- 
tenares de ellas quedaron tan desconocidas 
como antes, á pesar de que la inteligente 
curiosidad de un librero madrileño, D. Pe- 
dro José Alonso y Padilla, había, á los co- 
mienzos de aquel siglo, reimpreso algunas^ 
que ya en su tiempo, como asegura, eran 
muy escasas. 

La rareza de las demás continuó siendo 
tal, que de muchas no se conocen más que 
uno ó dos ejemplares, famosos por haber 
pertenecido á los bibliófilos Gallardo, Bohl 
de Faber, Maestre, Salva, Duran, Q-ayan- 
gos, etc., y cuya gran mayoría ha venido, 
al fin, á parar á nuestra Biblioteca Nacio- 
nal, inmenso océano, por decirlo así, que 
recibió el tributo de estos y otros menos 
caudalosos ríos de la bibliografía nacional. 

Que el valor histórico y estético de nues- 
tra vieja novela del siglo xvii (hablo de la 
no conocida, dejando á un lado á Cervantes, 
Alemán, Espinel, Vélez, Pérez de Hita y 



ívCloi.i'íli: 



demás harto célebres) está en relación con 
su número, es cosa que ya la crítica ilus- 
trada ha reconocido. Divulgar, pues, su 
perfecto conocimiento y facilitar su estudio 
con la publicación de estos rarísimos tex- 
tos, parece ser, por consecuencia lógica, 
obra conveniente y provechosa. 

Solamente los poco sabidos juzgarán em- 
presa redundante la que el editor intenta, 
toda vez que la Nueva Biblioteca de Autores 
Españole» promete, j lo realizará,, dar una 
buena colección de nuestros antiguos nove- 
listas no incluidos en la de Rivadeneyra. 
Y muestra de lo que en tal materia ba de 
hacer, 63, desde luego, la portentosa Histo- 
ria de los orígenes y desarrollo de la novela 
española anterior, á Cervantes, ultima y es- 
tupenda manifestación del genio de la eru- 
dición y de la crítica, más fecundas y bien- 
hechoras, encarnado enMenéndez y Pelayo, 
incomparable maestro, orguUo de su pa- 
tria, cuya gloria literaria le debe á él solo 
más que á todos los que le han precedido 
en la noble y patriótica tarea de difundirla 
y hacerla reconocer por el mundo entero. 

Pero el campo de la novela española es, 
como otros de nuestra literatura, tan vasto 



y variado, que todoB podemos en él mo- 
vernos con desembarazo y trabajar cou 
provecho y novedad, ya publicando textos 
diversos, ya escudriñando las vidas de los 
autores, punto descuidadísimo en la histo- 
ria de las hispanas letras, 6 ya contem- 
plando bajo aspectos y con fines distintos 
estas producciones del ingenio. 

¿Qué utilidades no pueden obtenerse, asi 
para la historia de las costumbres naciona- 
les, en sus mil ramificaciones, como para el 
estudio interno del idioma en la novela de 
menos valor estético y, por tanto, conde- 
nada á no figurar en una colección de tex- 
tos escogidos de buen decir? ¿Cómo no ad- 
mirarse ante el poderoso ingenio de nues- 
tros autores de la grande época que, ur- 
diendo un complicadísimo enredo, salpicado 
de aventuras extrañas y episodios inespera- 
dos, sabían conducirlo con hábil y seguro 
paso y desenlazarlo con natural maestría, 
siquiera los primores y elegancias del estilo 
no correspondan á veces igualmente á esta 
fuerza creadora? 

En algunos, la precipitación con que es- 
cribían, y en otros el deseo de hacerlo me- 
jor, «ayendo por ello en los vicios del cnlte- 



ívCouyk 



PKÚLOCO uc 

ranismo ó del conceptismo , deslucen , es 
verdad, varias de estas obras. Pero no se 
crea "en la frecuencia del caso ; porque 
otras, y en número infínitamente mayor, 
están libres de tales defectos y encierran nn 
lenguaje más ó menos elegante y escogido, 
pero siempre claro, castizo y adecuado ¿ la 
narración y asuntos en que se emplea. 

No vamos aquí á juzgar ni en conjunto 
ni siquiera en series ó grupos el riquísimo 
y complejo tesoro novelístico, que eso se 
queda para el que ha de trazar su bistoria 
completa. Tampoco entraremos en por- 
menores sobre el origen y nacimiento de 
nuestra novela, acerca de lo cual remitimos 
al curioso al referido y admirable tomo del 
Sr. Menéndez y Pelayo; nuestro papel está 
reducido á introducir con el leyente el inge- 
nio autor del libro que tiene ya en las ma- 
nos, y hacer algunas observaciones sobre 
este último. 



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II 

Don Fhancisco db Lugo t DAvila, ó Dá- 
TÍla y Lugo, pues aún no estamos segiiros 
sobre el verdadero orden de sua apeLlidoa(l), ■ 
fué un caballero de origen abálense por una 
rama y canario por la otra, que nació ea 
Madrid algo antes de expirar el 3Íglo xvi. 

Su familia, si era ilustre por sangre, no 



(1) L&8 notioiaa persoDalea que tenemoa de Lago y 
D&víU son muy escasas. Don Nicolás Antonio sólo 
dice lo siguiente: 

»D. raisoiBouB BE Lugo bt Avila, Ma,tritensis, 
Americanae proTiucias de Chiapa olim praetor, huma- 
nlomm literarum historiaeque peritus, lusit olim: 

Novela: Matriti, 1(22, in 8. Deinde scripsit: 

Béplúsai á lai Propotivianei de Gerardo Bateo, quae 
de re monetaria sunt. 

Eipectari a sejaot din íecit librum Ve la Nobleza 
exemplifieada en el ítTtoje de Lugo. 

In viviB erat anno JÍ.IXJXIX. Matrití. {Nic. A«t. 
2^000, I, 439). 

Alvarez y Baena, que le conaagra un artlonlo en ana 
Hijo» ilaüret ¿Le Madrid (II, iSl), dice que <es uno da 
los sojetoa de qnien no he podido alcanzar noticia» 
muj puntuales*. 

Bespecto del orden de sus apellidos, advertiremos 
qae aa hermano, D. Dioníaio, ae firma dos veces en loa 



í,C;<)üyliJ 



PRÓLOGO XI 

debía de gozar igual ventaja en cuanto ¿ 
bienes de fortuna, puea la vemos oonstitoida 
bajo cierta dependencia de la casa de Cár- 
denas. Don Dionisio Dávila j Lugo, her- 
mano de D. Francisco, en la dedicatoria 
qne precede álae novelas, dice que su refe- 
rido hermano había sido criado de don 
Jorge de Cárdenas, cuarto duque de Maque- 
da, y afiade estas cariosas palabras: «bien 
que no es nuevo en la casa de V. E. qne su- 
cedamos los hijos á nuestros padres y abue- 
los en su servicio y vivamos todos á la som- 
bra de su magnánima protección'. 

Esto no debe, sin embargo, entenderse en 
un sentido material. Eran en aquella época 



preiiminaree de las Boyelas de bu hermano 'DáTÍla y 
Lugo»; por m&a qae, por errata, en el presente tomo se 
hayan impreso al i^vós: «Lugo y D&vila.> 

E! mismo D. Francisco usó primero el Diivila en 
aigona obra que imprimíú años adelante, como va- 
remos. En esta última forma le menciona Gerardo Er- 
nesto de Franckenau, ó sea D. Juan Lucas Cortés, en 
sa SiMioteca Heráldica (pA^ina 124). Sin embarco, don 
Francisco estimaba en mucho au apellido Logo, de 
cayo linaje escribió ezteuaamente, y hasta en un 
peqaeflo bosquejo acerca de Santo Domingo de Gtuz- 
mán tuvo cuidado de especificar que también le oo- 
respondia aquel apellido. Los Lugos eran procedentes 
de las islas Canarias. 



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XII FkÓLOGO 

criados de la casa de los grandes, no sólo 
los qne prestaban los servicios más ínfimos, 
sino todos los que gozaban sueldo ó tiraban 
gajes por acompa&ar al magnate á cier- 
tas horaa del día, ¿lea servían de secreta- 
rios ú otro cargo de distinción. Así , ae veían 
entre ellos machos que ostentaban en sa 
pecho las rojas cruces de Santiago ó Cala- 
trava. 

De esta clase debieron de ser los aervicios 
qne nuestro D. Francisco, y probablemen- 
te su hermano, prestaban en casa del duque 
D. Jorge, en quien subió la caea á su mayor 
altura, pues no sólo heredó á sa padre, el 
gran D. Bernardino de Cárdenas, virrey 
de Sicilia, sino toda la casa de Nájera, cuya 
propietaria, doña Luisa Manrique, quinta 
duquesa de Kájera, fué su madre. 

Por su parte, D. Jorge era el tipo de 
aquella nobleza disipada, fastuosa y elegan- 
te qne, saliendo de la sujeción en que du- 
rante su vida la tuvo el severo Felipe II, se 
precipitó briosa, aventurera y siempre v^ 
líente en toda clase de locuras, en los man- 
doa militares de tierra y mar, en los gobier- 
nos y virreinatos de Italia, Flandes y Amé- 
rica y ha^ta en la misma corte de los reyes 



ívCloi.i'íli: 



Felipe UI y Felipe IV. En comprobación, 
yétLOse los noticias que al ñual damoe de 
este uginoo daqae de Maqaeda. 

DoB Franoiico de Lugo hizo estudios 
muy profundos en toda clase de letrM hu- 
manas, de que dan harta muestra las nore- 
las que (ignen. Debió de seguir también ¡a 
carrera de jarisprudencia, fundamento del 
cargo honrOBO é importante que tal vez le 
gr&n jearía sa Mecenas por los años de 1623 , 
onal era. el de gobernador de la prorinciade 
Chiapa, en el virreinato americano de 
Kserft España. 

HaUilMse y desempeñando el puesto en 
1622, cuando su hermano, D. Dionisio, pu- 
blicd las Nóvdas, y debía de ser reciente »u 
mwrcba, pues en tal concepto, alude i, ella 
Alonao Jerónimo de Salas Barbadillo, nmy 
afecto ¿ Lugo, en la silva que se estampa 
mi» adelante, al decir qae todavia llora 
Manzanee* la ausencia d^ novelista 

traaladado á laa últimaa regionee, 

en mal seguro leño coudQcido, 

á ser prodigio é, 'ijárbaraa n 



La residencia en Méjico de D. Francisco 
de Lugo debió de prolongarse unos díeí 
afios. Parece que en 1632 se hallaba ya en 



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XIV PRÓLOGO 

Madrid, aegún lo que dice de él el doctor 
Jaau Pérez de Montalb&n en sa Para todos, 
impreso en dicho año: *Don Francisco de 
Lngo y Dávila, erudito poeta, grande hu- 
manista y noticioso generalmente de todas 
materias. Publicó unas Novelas y tieue para 
dar á la estampa muchos libros importan- 
tísimos. > 

Montalbán era amigo suyo y había, en 
1622, elogiado con una décima las referi- 
das novelas como se Te más adelante. 

SnMadrid se deslizó ya tranquilamente la 
Tida de D. Francisco de Lugo. Aquí residía! 
en 1666 cuando se hizo la solemne dedicación 
del nuevo templo de Santo Tomás, erigido 
en la calle de Atocha por la Orden de Santo 
Domingo, y devorado por las llamas hace 
una treintena de años. En tal ocasión, don 
José de Miranda y la Gotera reunió en un 
tomo elgran número de poesías que ae escri- 
bieron al suceso,y lo dio á luz al año siguien- 
te con el título de Certamen angélico (1), Co- 

(1) Certamen \ angélieo | en la grande | eelehridad | 
de la dedicación | del nvevo, y magnifico templo \ qve IV 
grave convento | de religioioi j de /aenlarieidaordend* 
Fredieadoreí \ eomagró \ á Santo Tomat de Aqmno,doe' 
tor de la Igleña, \ el oetubre dt M.DC.L VI | dedicóle \ 



ívCjou-^L 



FRÓLOGO KV 

laboró en este libro nuestro novelista con 
una canción real á Santo Domingo, llamán- 
dose en el encabezado <Dávila y Lugo>. Y 
con el título de «El gobernador D, Francis- 
co Dávila y Lugo» estampó también en los 
preliminares de él un elogio en prosa del 
colector don José de Miranda; tema que le 
da pie para lucir su erudición, discurriendo 
sobre el hecho de componer versos sacros ó 
dirigidos & los dioses entre griegos y lati- 
nos; los de tal carácter escritos por los he- 
breos y los poetas cristiano-latinos, en es- 
pecial españoles, como Prudencio y Ju- 
Tonco. 

Después de la referida fecha sólo sa- 
bemos, porque así lo afirma D. Nicolás An- 
tonio, que Lugo TÍTÍa aún en 1669, 



al «obili*timo Mflor D, Ftraando ¡ de Ftmieca Suix de 
Oontrerai, MorgiMi de Lapitla... { D. Joeeph de Miran- 
da j/ la Gotera. I Con privilegio. | En Madrid; Por Diego 
IKaz de la Carrera. \ Aiio de M.DC.LVII. 

4.', SS k. prela., 204 foliadas. Al fin repita las aefias 
de iiupreaidn. Son Tersos escritos por 80 iiij;eiiios: 
Cabillo, Baeza, Dávila y Lugo, una canción real i, 
Santo Domingo, Godinez, Bocángel, D. Jaan Télez, 
D. Francisco Bernardo de Qoirós, D. Vicente 8nA- 



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La primera olira literaria que D. Fran- 
cisco de Lugo parece Laber dado á luz, es 
cierto elogio de la colección de novelitas de 
AloDso Jerónimo de Salas Barbadillo, im- 
{HTesas en Madrid, en 1615, con el titulo de 
Corrección de vicios. Ski aquella especie de 
introducción, dirigida <al Iector>, enaaLaa 
la forma satírica empleada por Salas á fín 
de moralizar las costumbres, citando divex- 
aos lugares de autores clásicos. Salas le pagó 
allos adelante, como hemos dicho, elogiando 
en verso su Teatro popular. 

Después de las novelas y de su regreso í 
Eispa£a, ae dedicó D. Francisco á oompo^ 
ner una extensa genealogía de sn familia, 
con el título: De la nobleza exemplifieada en 
el linage de Lugo. Habla con. aplauso de esta 
obra D. Antonio Snárez de Alarcón en las 
Relaciones histórica» de su casa (libro TV, 
capítulo V, página 368), diciendo: «Do la 
oasa de Lugo y de todas sus ramas tiene 
escrito un libro D. Francisco Dávila y 



ívCjou-^L 



LftgO, úQü gta&dBB noticias d» la autigüe^ 
dftd) bóUttsh y oasiffiíientoB destA f&milíA, 
ooi^*«ltiátad6lo c<Míi pAp«IeB de muohe eré'- 
dito y con eBorituras anténticaa.» 

Rodrigo Mi»Bá«z Silva ta cita t4^bi4ii, 
aBBaC[oe e«|uÍTo6iindo «1 titulo (nobleza cúg- 
piicada eñ «I linaje de LHgoJ, afitidieudo i^é 
eQtOBeM lA t«ilíá pata dar á la estampa 
(ñttzaiMi del eapitún Cégpede», folio 143). 

0«iMel61a afflmissto D. NiGOlá« A.bto)lid 
otmo bfemea visto, yp6r últituó, £>. Jtittú 
LA«MC<Mtés, quien &e la&ienta de quS en su 
tiempo aúnn« Sé hubiese dado íil públicoíl). 
Desde entonces ha desaparecido, pues ni 
aun los especialistas de estos estudios, si 
bien la citan, han logrado verla (2.) 

En 1649 imprimió D. Francisco un bos- 
quejo histórico acerca de la familia de los 
Marqueses de Eivas, con el título de Origen 



(1) «Jferíío autem dolendumhiitoriam iitam ávsfBÓTilv 
adhuc in leriniU dttíleeeere euriotor-am- , (Franekeu&u: 
06. oií J 

(2) Por ejemplo, D. Franüisco Fernández Bethen- 
coart, en sa grande Siiloria genealógica de la monar- 
gitíae»pí»«(iía, tomo I, página 160, que la menciona con 
el tltalo de Elogio y corolario de ¡a» armai y genealogía 
de lot Lugoi, qne quisa también llevó 6 le darla algu- 
no de ana últimos poseedores. 

TBATItO FOFUIJUI □ 



ívCouyk 



XVín PRÓLOGO 

de la gran casa de Saavedra, que citan oon 
encomio D. José de Pellicef, que trató luego 
el mismo asunto, y B. Luís de Salazar y 
Castro. 

Compuso también un panegírico con el 
título de Elogio de Don Gaspar de Seyxas, 
Vasconeellps y Lugo, que se imprimió al 
principio del libro del propio D. Q-aspar, 
titulado Corona de espinas de Christo Be- 
demtor. nuestro , como afirma el cronista fray 
Felipe de la G-ándara en su Nobiliario de 
Galicia (páginas 308 y 658) y recuerdan 
Franckenau y Alvarez y Baena. 



ívCooiílc 



Annqiie no sea rigurosamente exacto qne 
Cervantes" (como él propio afirma) haya 
sido el primero que novelase á la italiana 
en nuestro idioma, lo cual en sí mismo no 
sería ttn gran mérito, 69 may cierto que su 
genio de narrador original é independiente 
hizo oosa macho mejor, que fué acomodar' 
á las costumbres y gusto de España aquellas 
breves novelas en que, desde el Boccaccio, 
tanto habían sobresalido los cuentistas ita- 
lianos, sobre todo los del siglo zvi. 

Nada deben á Italia, ni aun hay en ella 
cosa que se pueda igualar con aquellos pri- 
morosos cuadros de costumbres que forman 
La Qitanüla, La iluetre fregona ^ Rinconete 
y Cortadillo, El celoso extremeño, ni el in- 
comparable Goloquio de los perros (Hpión y 
Bergama. Lo que Cervantes en estay otra 
clase de obras ha hecho, más que imitar ni 
adaptar, es crear y fijar un género literario 
ya en adelante genuinamente nacional, que 
sometido á las mismas leyes internas y esen- 



ívCouyk 



cíales de nuestro glorioso teatro, 7 Bin más 
difereuoia que la de adoptar la forma narra- 
tiva 7 el lenguaje prosaico, había de ence- 
rrar con ¿I la expresión más completa de Is 
ñda intelectual de Espafia en el periodo de 

V^o, d« 1q8 pvis^e^s disQi|tiftloB 4 inútftáo^ 
ÍM i» CejfTftntes eji eqte \v(ís,j^ 4e qbws ta» 
P. PwiSMíisco de Luigct y Dáifilft. Nq bfttiia>A 

fef(iB#&uif!fido siete ft&oa ía I* p(w.blicsi(íiiift de 
- ht% Notidne ejemplares, oiwtada «vw^tro 
»B^, pwa Qítrefcener 1ih íQraaáoa y Ift^M 
eoioa d* m resideftoi» en un*. «M?» poí ma 
tisupo qi?» aa oQuatft, <}ome>aMá- » l»H»i«wr 
Kft Teatra popular , al q ue di<i fis h«qí» 1^30. 
Cuando pensaba en d^rlo &, Ist Itut pábUpA 
W>Epre9;L(iÍóle su i^ombr^sii^iLto p9T4 4I £0- 
biernade Cbiapa; pero en^Quo^ fué sm. huc- 
SM^? P- DioflipJiO quie«, a^iniftdo y IftTíft' 
íwádo por loa Bmclwí amigca. qwft aq^ w 

l^ía gra,nje*do el aoseateP. Ft»»**??», 
«laJ^AO? i^uy conQcidoa U'iei'fttoSi eotiMt §>«»" 
bu^iu, Francisco de Medíaao, 5t(ifttókbán, 
Eraaiíi» y 4,Q08lia y Sftlas BftpbftiíiUQ, ea^- 
gé á 1a iiij,pi;e«ta el n,aotieq^t«, 3ali¿ % \wt 
«a MfV^id «n IÍ^%, é, ^s^am dJiJ.: ÜlHCeiio 
Aiéixmo i4ve^,. padre djej, d>Q«i$qi: Jg«ft F^ew 



ívCoi.i'íli: 



de Mou)bftlb¿n, qne acabamos de nombrar, j 
hajo la proteooidii del oaarto daqae de Ma- 
znada (1). 

Dióle el autor »L btbalo algo «rtrallo da 
Teúiirú papaiar, va. cuanto abraza dírenoa 
;b«elioB y apiaodtos comanea ¿ toda cías» d«i 
gentes aun de la más abatid»; pero ofiaee 
•n ima sagttsda [>&rte pintar, »o la común 
éml paablo, sino «lo anpevior, o«sla imita- 
«tún trá^m,; esto ae entiende, Mgán Ari»- 
tótelea, las aociones gravea de los principas 
éignoa del coturno de Sáfoclsa». No consta 
que haya puesto mano á semejante obra. 

En la presente ae propuso, oomo expresa 
elaramente, inducir é mover al lector al 
destierro del vicio y al amor de La virtud. 
Pero esto es lo que no resulta, al m«naa 
«ridenAemente , de tas presentes histoTias. 
Bit la épooa em que Lugo escribía la moral 
atpHoadft no ae entendía de an modo tan 
jweoisa y oomoreto como boy; no era neoe- 

(1) Ei volameaeaei^8.°, «le 2201ioJaB, aaQqueliLlo- 
líaciAa esti eitalvacadb, j con las sigaatnr&e, aparte 
éa los. pnaliaiiiMM*, A^O-i. Despaja de le. poitaiiia, da 
4«aj^lp-lMjH¡oiUUti^("lAridM,aiilApá«¡a»4d« asta 
tojno, signen la vaelCa en blanco, Taaa. Errataa-y de- 
mis preHminareg que hemos reproducido; Texto, Cd- , 
lbl6n AbaJ' 7 vuelta en blb*poi 



cGoogk 



sario que el ejemplo apareciese muy claro, 
es decir, que el crimen fuese ineTÍtablemen- 
te punido y la virtud premiada. Deducían 
la aplicación del curso mismo del hecho, sin 
reparar en el ñu ni aun en que los colores 
prestados á las malas acciones fuesen auti- 
pátíoos y desagradables. 

Ea este sentido llamó Cervantes morale» 
á ana Novelas, que, aunque no son inmora- 
lea, tampoco deben presentarse como norma 
de conducta, y después de ellas bautizaron 
con el mismo nombre todos los que compu- 
sieron este género de historias cortas. 

Es muy importante para el estudio de la 
historia social de esta época la circunstan- 
cia de que algunos de los sucesos referidos 
en eate libro hayan ocurrido verdaderamen- 
te en los lugares que cita. Este mismo pro- 
cedimiento siguieron otros muchos novelia- 
tas de entonces y poco posteriores; lo cual 
da nuevo valor y positiva utilidad é, estos 
excelentes libre jos. 

El estilo de Lugo y DávUa es claro, co- 
rrecto y abundante. En alguna novela, como 
la tercera, quiso niodificarlo haciéndolo más 
conoiao, como lo realizó en la primera parte 
de ella, resultando áspero y seco. Fero luego 



ívCoi.i'íli: 



se causó de «ate juego y volvió al suyo nor- 
mal y elegante. 

Algo afea el curso de sus párrafos la fre- 
cuente cita de autores griegos y latinos & 
fin de autorizar pensarntentos y máximas 
tan comtmeB y evidentes que no exigían, en 
verdad, tales apoyos. Resabio es este muy 
frecuente en los que, entregados áJargos 
estadios clásicos, no han visto el mundo más 
que con los ojos de aquellos autores, ni se 
atreven á juzgar los hechos humanos sino 
con las reglas que ellos nos dejaron. Y to- 
davía reputaba D. Francisco de Lngo de- 
ficiente el empleo de autoridades, pues dice 
en el prólogo: «No bailarás en este volumen 
citados á Comelio Tácito, Justo Lipsio y 
otros, no por no haberlos visto con asiduo 
cuidado, mas por lograr en más propia oca- 
sión lo mucho bueno que tengo advertido en 
ellos así como en otros autores.* 

El espíritu doctrinal de Lugo se manifies- 
ta igualmente en la introducción que puso 
á sus novelas, donde considerando este gé- 
nero como una especie de poema, le aplica 
las reglas generales de la fábula contenidas 
en la Poética, de Aristóteles, y en la de Ho- 
racio. Establece por base la imitación^ pide 



íXlouyk 



lio la narración fiel, Bino la Terosímil, 1a- 
división en partes, según el cambio de po^ 
sición de los personajes, el estilo y leOgUkje 
propioa de cada uno y demás preceptos vul* 
gares de aquellos autores, citando «ólo de 
paso á los novelistas griegos ó bÍEOntinos 
Heliodoro y Aquiles Tacio, á los italianos y 
& Timoneda, Cervantes y Céspedes y Mene- 
ses, & sea las Historias trágicas de este 
autor. 

Hemos dicho que Lugo y Dávila «a iml* 
tador de Cervantes; y aunque esto resultará 
más claro de algunas notas que ponemos al 
final, todavía debemos aquí advertir que no^ 
sólo en la forma y estractura de sue novelas 
tavo presente aquel insigne modelo, sino 
que le siguió en algunos temas ó argnmen** 
to de ellas, como en la titulada M Andró* 
gino, que tiene no poca semejanza con £} 
cdoso extremeño, y en La Hermania, que es 
un trasunto del Sinconeíe y Cortadillo. La 
titulada La juventud tiene parcial semejan- 
za con La seUora Cornelia^ y en algunos in- 
cidentes se parece también Cada uno hace' 
CQmo quien e« al Curioso imperti'nente, nove- 
la contenida en el Quijote. 



,i;Goa^\c 



TEATRO 

POPULAR 

NOVELAS MORALES 

para mostrar los géneros de vidas 

del pueblo, y afectos, costumbres, y 

passiones del ánimo, co aproue- 

chamiento para todas 

personas. 

Al Exmo Señor Don Jorge de Cárdenas, Man- 
rique de LarB, Duque de Maqueda, Marqués 
de Elche, BartSn de Planes, Conde de Valrada, 
Conde de Trevlño, &. 

POR 

D. Francisco de Lugo y Dávila 



En Madrid. Por la viuda de 
Fernando Correa Hoatenegro. 



cCouyk 



íiGocílt^ 



TASA 

Yo Diaao GonzAi.bz de Villarrobl, Escriba- 
no de Cámara de Su Majestad, de los -que ea su 
Oonsejo residen, 

DOY FE; Que habiéndose visto poi* los señoves 
■del un libro intitulado Teatro Popiüar, de ocho 
nOTelas, compuesto por Don Francisco db Luoo, 
que con licencia de los dichos Señores fué impreso, 
tiisaron cada pliego de los del dicho libio á cuatro 
maravedís y é, este precio mandaron se venda y 
no A máa, y que otra tasa se ponga al principio de 
cada Libro de los que se imprimieren. En Madrid 
á treinta y uno de Mayo de mil seiscientos y veiQ' 
te y dos años. 

DiBOO GOHZÁI.HZ DB ViLLAKROBL. 



APBOBACIÓN 

He visto este libro intitulado Teatro Popular 
que ha compuesto Don FuANCiaco db Luoo, y nt 
hallo en 61 cosa que contradiga á nuestra íé ni i 
las buenas costumbre?, antes me parece á pi-opósi 
to y A provecho su lección, para aprender de sui 



í;C<)üyk 



ejemplos á seguir el camino de los hombres caer>- 
doa y acertados y demás de que en el método de él 
muestra su autor su iiijenio bien conocido de ton- 
tos bombree versados en todo género de letras; y 
aaí por lo uno como por lo otro, me parece podrá 
salir en público, [y] dársele la licencia qae pide 
para imprimirlo. En este convento de Ntra. Sra, do 
la Merced de Madrid í 2S de Octubre do 1620. 
Prat Alonso RaiMóti. 



M. P. S. 



Puede T, Alteza ser servido de hacer merced á» 
dar licencia para que so imprima este Teatro Po- 
pular, de Don Fiiancisco de Lugo, por la utilidad 
de su lección y satisfacción del buen ingenio y tra- 
bajo de su autor. En Madrid ¿ 14 Noviembre 1820. 
Luis Cabbbba. 



SUMA DE PRIVILEGIO 

Tiene privilegio de Su Majestad, Don FitANCiec» 
DE Lugo, para poder imprimir por tiempo de diez 
años este libro intitulado Teatro Poptdar ó la 
persona que su ]rader tuviere, so las penas en él 
contenidas, como mas largamente consta de su 
original. Fecha sn Madrid á nueve dias del mes d» 
Diciembre de lii20. 



ívCooiílc 



DECIMA DEL LICENCIADO 

FBLIPB BEBNARDO DEL CASTILLO, AL ADTOR 

No ausente, presente sienlío 
lo oculto y grave ensefliis; 
DO OB fuisteis, pues nos dejáis 
parte del antendimiento. 
Devaestro hermano el inteato, 
DoK Fbahcisco. se ha lof^ado; 

6 Esp&fia j at mundo ha dado, 
con vueotroa doctos escritos, 
emnlaoión & infinitos, 

7 él, por TOS, se ha eternizado. 



DE SEBASTIAN FRANCISCO DE MEDEANO 

AL AUTOR 

Bomance. 

Despliegue al viento las alas, 
anime la fama el bronce, 
sin que se oculte á su aliento 
lo más remoto del orbe. 

Uáj-molea, Fbascisco insigne, 
produaea Paros q^ue formen 
4 vuestro retrato estatuas, 
i, la envidia admiraciones. 



cGoogk 



SI oro áe ra&a quilates, 
Ophir, donde Tiiestro nombre 
eterno consei^e el tiempo; 
sólo el olvido perdone- 
Dafne se vista bizarra 
de más seguros verdores, 
para qae el tusieute Febo 
TWittglorioao 03 corone. 

Las noeve hermanas, qae Itbr«s 
viven el Parnaso monte, 
para que vos las piséis, 
^irnaldae tejan de dores. 

Y en competencia lae Gracias 
las de vuestro ingenio logren 
sin que emulaciones vanas 
las marchiten ni deshojen. 
Por TOS dichosa Madrid, 
mnchas veces se pregone, 
pues ausente de sa cielo 
la dais tan altos blasones. 

Vuestro Teatro rotibo, 
j en él admira y conoce 



de vuestra luz esplendores. 
Viva, puee, eternos siglos 
7 á sombra suya se asombren 
cuantos floridos Ingenios 
la antigüedad r< 



ívCooiílu 



DÉCIMA DEL LICENCIADO 
JUAN pAbdz db hontalbán, al autor 

Fbucisoo, en cuanto escribía, 
tan ntilTerBal habl&ia, 
que di virtiendo euseñ&ii, 
j enaefiaado divertía; 
loa dos fLaes coosegaís, 
j aal loe gracias oa dan 
cuantos advirtiendo est&n, 
que 09 prometéis geaeroao, 

y diaoreto en lo fj^lán. 



DE FRANCISCO DE FRANCIA Y ACOSTA 

AL AUTOR 

Soneto, 

Site Teatro insigne, que aon acepto 
del pecho veadiá á aer m&s envidioso, ' 
fábrica es, loh Luqd prodigioso!, 
qae desmaya al máa célebre arqnitepto. 

Intitulado aquí sa antor perfecto, 
indicio es á toda vista ocioso, 
qne leido lo docto, lo ingenioso, 
la cansa se verá por el efecto. 

Efecto tal, que aal cual al Troyano 
rescatan de flamigercrs absombros, 
manoeno menos, qne obligadas pias, 

Bien como & padre, [ob grande bonor Hispanol, 
ha de librarte en sos valientes hombros 
de lae voraces llamas de los días. 



ívCouyk 



ALONSO JERÓNIMO DE SALAS BARBADILLO 

ÜN ALABANZA AL AUTOR 

Dtü felicidad se comunictt 
ea tus escritos, ¡oh Faiscisco!, al suelo; 
siendo tajos, bou dádivas dt^l cielo; 

y del cielo la mano los reparte, 

con qae estA ta modestia asegurada, 

y queda tu virtud más venernda. 

Con impulso divino, 

fiel & la patria, el caro hermano tuyo, 

no le quiso usurpar la Ini!, 1% gloria, 

que la han de dar en la común ineuioria 

de tu ingenio feliz esüos hazañas, 

en que vencida la Tolgar escuela, 

triunfando eat&s con singular doctrina. 

Manzanares con planta cristalina, 

emula al Tajo an las arenas de oro 

por ser tu padre, oriento se imagina 

aun de mayor tesoro, 

el que desde el Alcázar soberano 

del cuarto ardiente cielo, 

con su fecunda luz ilustra el suelo. 

Del haberte perdido, 

trasladado á loa áltimas regiones, 

en mal seguro leño conducido, 

á ser prodigio á bárbaras naciones, 

hoy en estos ( 

dilatándose e: 

mus que no et 

porque eítá á breves pasos de sd fuente, 

que en precipicios de una sierra cnelgá, 



veioi de plftta al vtsnto, 

llalla en Jarsma túmnlo Huoro, 

i donde mneie en paz tan deleitoM 

que, en su misma harmonía, 

axeqniaa gratas hace á bu dichosa, 

bien qae temprana muerte, 

con que te debe i ti más alta snerte. 

Tú, pues , de estoa aptansos animado, 

do Apolo volver&s é, la pal''stra, 

& ganar nnevoe trinnfoB y blascnes; 

así satisfarás aaestros deseos, 

qne en tu laz encendidos, 

con gloriosos empleos, 

de una ambición gallarda snspendidoB, 

más obras solicitan, 

y más flores esperan 

lia ingenio tan feliz, tan fructuoso. 

Por eso consagramos á los cielos 

eacriflcioa j votos, 

y tn restituciún también pedimos 

los que con otros ojos merecimos 

comunicarte y verte : 

vnelve i. pesar de la inconstante suerte; 

y el piélago profundo, 

parto raro y monstxaoso 

de aqnel caos que fué cárcel del mundo, 

ya ameno y deleitoso, . 

con sus vientos halague y facilite 

de sos ondas el paso 

á la dichosa nave, 

que, siendo alada imagen del Pegaso, 



al puerto, que te espera; 

donde obediente, el mar soberbio humilla 

los olas que son juego de sn orilla. 



cGoogk 



AL EXCELENTÍSIMO SEÑOR 

DON JORGE DE CÁRDENAS MANRIQUE 

DE LARA 

Duque de Maqueda, Marqués de Elche, Barón de 
Planes, Conde de Valencia, Conde de Treviño, 
Comendador de Medina de las Torreí, &. 

Ahora que V. Excelencia, después de haber pos- 
trado la corona de soberbia délos africanos leones, 
restituye á la patria, con su presencia, su ornamea- 
to, tan principe, tan capitán que á, no haber naci- 
do con lo primero, lo mereciera en virtud de lo se- 
gundo, pndiendo jastamente llamarse Principe de 
los capitanes y merecer &, eate titulo el de Capit&n 
de los Principes. Ahora qhe respirará el África, li- 
bre de tanto (bien que generoso) peso, y que ie pre- 
viene España, {estivos aplausos, calificados con el 
decoro de los méritos, y no entorpecidos coa el afec- 
to rndo de las vulgares lisonjas, llego yo é. poner 
á los pies de V. Excel, este libro, porque sé que si 
Don Fuancisco, mi hermano y autor suyo, se ha- 
llara presente, había de concurrir conmigo en esta 
elección; porque, ya que le he defraudado su inten- 
to con imprimirla (que él nunca fué de este pare- 
oer), se desenoje, viendo le he dado el mismo pa- 
trocinio que él sé solicitara. Recíbale V. Excden- 
oia, como & hijo de un criado suyo, que nació con 

cíi.-.imívCjOU'^Ii; 



11 



eeperanz&e d« iga&larae & su padre en merecerle 
por diieao, pues no ea nuevo en la grandeza de la 
casa de V. Excelencia que sucedamos loa hijos á 
nuestros padrea ; abuelos en su servicio y vivamos 
todos á la sombra de su magnánima protección. 
Onarde N. Señor la persona de Y. Excelencia con , 
la felicidad que sus criados deseamos y hemos me- 

De Madrid, á 3 de Junio de 1622 añoa. 



Dos DioSiSIO DB LüUO Y DÁVILA. 



cGoogk 



DON DIONISIO DE LUGO Y DAVILA 

HHBKAHO DBL AUTOB, Á. LOS LECTORES 

Pin de ocupar muchas horas de uaa aldea, donde 
asistía el autor de eate libro, fué el principio de 
escribirle, no ambición de darle á la estampa. Obli- 
gaciones forzosas, le sacaron de España, dejándole 
ea mis manos, no tan castigado y corregido como 
él quisiera. Mirándole yo algunas veces, despacio, 
me obligó á comunicarle con muchas personas que, 
ya por ser amigos, ya por ser hombres eruditos 
hice de su voto grande conHanza. Sallé en ellos 
tan buena aceptación que casi me han compelido, 
con solicitud continua, á darle i, la luz común, 
de que ya goza, fiado de que tantos, ni habrán po- 
dido engañarse ni querido engañarme. Bien sé que 
si mi hermano hubiera puesto sobre él segunda 
vez la pluma, saliera con diferentes colores; y yo 
lo he querido dilatar hasta que se llegara este día; 
pero el ruego de los amigos y más el de los doctos, 
es imperio tan poderoso que no me he podido de- 
fender á su obediencia de quien espero que, como 
interesados ya por su aprobación en el crédito de 
"esta obra, serán sus jiadrinos y protectores. 



cGoogk 



DON FfiANCISCO DE LUGO T DÁVILA 



Declárase el intento con que se ha escrito este libro. 

Según están depravados loe ánimos de los hom- 
bres, inclinados á laa cosas terrenas, vemos cnm- 
plidas la profecía de S. Pablo, en la segunda Epís- 
tola escrita á Timoteo, capítulo cuarto: <porqae ya 
apartan los oídos de la verdad y se convierten á 
las fábulas», y Santo Tomás: *No quieren oírlo 
útil, sino lo onrioBO*. Antiguamente, la rudeza de 
loe ingenios de aquellos primitivos hombres que 
habitaron la tierra después de! diluvio, obligó á los 
sabios á dar principio á las fábalas, y á esta cansa, 
dice Gelio, en su libro segundo, era costumbre de 
los filósofos, para atraer á sí los ánimos rebeldes, 
usar de blanduras artificiosas; y, como enseña Auo- 
nimio, en bus Semejanzas, de la manera que Semó- 
crates médico, para curar una mujer, que rehusaba 
cualquier medicamento, áspero al gusto, la dio á • 
beber leche de cabrae que habían pacido lantiscos, 
así á aquellos que huyen y aborrecen los preceptos 
de la filosofía se les proponen fábulas amenas; pero 
lo qne en la antigüedad enseSó la rudeza, enseña 
hoy la milicia, que, seg4a Coraelio (sobre el lugar 
citado de San Pablo), no buscan para sí los hombres 



ívCouyk 



Maestros que muerdan con las palabras y cortea á 
raíz los vicios, sino qae los halaguen. 

Maña y blandura es menester pai-a que ae ape- 
tezcan hoy los preceptos de la filosofía moral, tan 
provechosa medicina, paca curarse los afectos y 
pasiones del Animo desengañando al pueblo y re- 
presentándole sus errores; que no es otra cosa una 
república, que un teatro donde siempre están re- 
presentando admirables sucesos, útiles los unos 
para seguirlos, útiles los otros para huirlos y abo- 
rrecerlos. Esta causa (lector) me dio ¿nimo de po- 
ner á tus ojos la representación popular de este 
teatro, valiéndome para acertar de las reglas y 
doctrina de Santo Tomás (Epist. I, ad Timo., ca- 
pitulo 4, lib. 2), cuyas palabras incluyen, á mi jui- 
cio, todo lo esencial y curioso de esta materia. «La 
fábula (dice) según el filósofo, es compuesta de lo 
admirable, y fueron inventadas al principio, como 
dice el filósofo en su Poética, porque la intención 
de loa hombres era inducir y mover para adquirir 
las virtudes y evitar los vicios»; y da la causa de 
su utilidad, diciendo: iCon las simples representa- 
ciones mejor se inducen y mueven que con las ra- 
zones; de donde en lo admirable, bien representa- 
do, se ve la delectaoiób; porque la razón se deleita 
en la comparación» (y da el ejemplo). 

•De la manera que la delectación en los hechos es 
delectable, así en la representación con las pala- 
bras, y esto es la fábula; conviene á saber, dicho 
aquello que se representa, y la representación qoe 
mueve á alguna cosa; por lo cual los antiguos te- 
nían fábulas acomodadas con algunos casos verda- 
deros, que en las fábulas ocultaban la verdad» (y 



ívCouyli: 



15 



añade): -Dos coaas, en concluaión, ha de tener la 
f&bala; esto es, que coatenga en sí Terdadero sen- 
tido y que represente algo útil y que conmueva 
aquello con la verdad». Y deoláraae de todo punto 
con estas palabras: «Si se propone fábula que no 
puede representar alguna verdad, es sin sustancia 
y frustratoria, y la que no representa propiamente, 
es inadvertida y necia*. Estos son los rumbos, esta 
la carta conque me atreví á navegar el iusconstan- 
te golfo del pueblo, ¡'receptos, no con autores pro- 
fanos autorizados, sino por ua Doctor Angélico; cu- 
yos avisos y reglas be procurado guardar en este 
volumen, donde (,á mi ver) las representaciones son 
verosímiles y próximas á ia verdad y algunas de 
ellas verdades, y éstas, nacidas de lo admirable 
elegido á tu aprovecbamiento, y deseando inducir- 
te y moverte á desterrar el vicio y amar la virtud. 

Cuanto al adorno, he procurado romper la len- 
gua en varias frases; ejecutando cuanto abraza la 
Retórica y Oratoria, los Tropos, las Figuras, así 
de las sentencias como de las palabras, con la va- 
riedad de estilos que enseñan Cicerón, Quintiliano 
y los demás autores. 

Espero tu censura, no dictada de la malicia, sino 
de la corrección sabia; y, agradándote este traba- 
jo en que represento lo común del pueblo, te ofrez- 
co en otro lo superior, con la imitación trágica, 
esto se entiende según Aristóteles, las acciones 
graves de los Príncipes dignos del coturno de Só- 
focles (como dijo Virgilio), ofreciendo cifrarte un 
verdadero y cristiano político, desengañado, pru- 
dente y sabio, que, de acuerdo, no hallarás en este 
volumen citados ¿ Cornelio Tácito, Justo Lipsio y 



ívCouyk 



16 



otros; no por no haberlos visto con asiduo cuida- 
do, mas por lograr en m¿B propia ocasión lo mucho 
bueno que tengo advertido en ellos así como en 
otros autores. 



Vale, 



ívCooiílu 



LAS NOVELAS . 

1. Escarmentar en eabeza ajena. 

2. Premiado eí amor constarUe. 

3. De las dos hermanas, 

4. De la kermanía {!), 

ñ. Cada uno kaee como quien es. 

6. Del médico de Cádiz. 

7. Dd' andrógino. 

8. De la juventud. 



L 



(1) Quiere decir de la gtrmaaia. 

2 



¡ 

i 



A 



íjCooiílu 



INTRODUCCIÓN i. LAS NOVELAS 



Ver erat et blando mordtntia fñgora senau. (Era 
la primavera, y blandamente ee dejaba sentir el 
mordaz hielo.) 

Galante descripción, en pocas palabras (hecha 
por Ansonio) del tiempo en que Celio, Fabio y 
Montano, trae, amigos igualea en cualidad, en coa- 
tnmbrea,6ningenioy aun en la inclinación y letras 
(puedo decir), para vacar & mayores cnidados, hu- 
yendo el ocio (raiz de los vicios) se juntaban á te- 
ner apacibles ratos en el jardín de Celio, donde el 
arte emulaba á la naturaleza y la naturaleza al 
arte, Ea los cuadros, competían loa colores de las 
plantas con la hermosura de los lazos. Fragancia 
prestaban al viento los jazmines, las rosas, clave 
les y mosqnetas, confeccionando suavidad para el 
olfato, cnanto belleza para la vista. Enmedio, im- 
pelida contra su natural, hurtaba el agua su ejer 
cieio á los pájaros, trepando el aire, y ellos en él 
acompañaban, como á instrumento, el dulce mur- 
murar de las aguas. Aq^uí, entre otras, una tarde 
dijo Celio, con Horacio: 



Deshicense los hielos, y i loa campos 

víate !ft hierba verde; 
Bdórnasae toa árboles con bojaa; 

muda vecea Ja tiorro; 
á las riberas laa oorrientPS faltan, 

y pasan loa arroyos; 
Gracia con las hermanas ninfas se oye 

llevar coro desnuda; 
nada inmortal eaperea, amonesta 

el año, el día, la hora, etc. 

Y pues el anciano tiempo nos enseña (como ein- 
tió Eschilo), gocemos el que nos ofrece ahora la pri- 
mavera, á qnien los poetas dieron tan diferentes 
epítetos, y tan en su favor. 

Todas las acciones humanaa tienen sus tiempo» 
acomodados y propios, cual muestra el sabio; y la 
dificultad está en qae no se huya sin lograrle. ¡Qué 
bien los poetas pintaban su celeridad! ¡qué bien 
sus costumbres! ¡qué bien su naturaleza! Leed, en- 
tre otros muchos, á Claudiano, en el quinto pane- 
gírico hecho en alabanza de Stüicón; Á Cornelio 
Giallo, á Horacio y Ovidio. De todo, no sólo gusto 
(dijo Fabio), mas desengaño de la frágil vida hu- 
mana, se opone á la consideración. Estas flores, 
testigos y elegantes retóricos, persuaden con ea. 
hermosura, al nacer el día alegres, á la tarde mar- 
chitas; ya las plantas brotando, ya agostadas; ya 
los árboles vestidos, ya desnudos; ya el verano ale- 
gra la tierra, ya el estío la deseca; el otoño la hu- 
medece, el invierno la hiela, Y lo mismo que vemos 
en un año, vemos en otro, y en tan largos tiempos 
apenas le gozamos; el pasado, ya es ido; el porve^ 
nir, no ha llegado, y el presente, es un punto índL 



ívCjOU-^L 



21 



TÍaible. No ea balda se maeTea disputas sí hay 
tiempo presente, pues lo indivisible no permite ac- 
ción humana con existencia; que las nuestras vue- 
lan con la misma velocidad, todas pretéritas, y el 
que más metafísico lo considera, halla sólo que el 
presente no es otra cosa que el punto en que ter- 
mina el fin de lo pasado y pretende el fia de lo fu- 
turo; y entre dos puntos y términos tan juntos, mal 
pnede caber otro punto real: y aunqne os parezca 
nueva esta doctrina, la hallaréis eu Temistio, 

— Lo disputable, quede á las escuelas (añadió 
Montano). Y pues ha tantos días que nos convidó, 
aun imaginada, la primavera para gozarla, en este 
jardín demos principio a.\ entretenimiento concer- 
tado, ocupando las tardes en referir cada uno de 
los tres una Novela, explicando el lugar curioso 
que ocasionare la conversación, pues así consegui- 
remos el precepto de Horacio, acertando en mez- 
otar lo útil con lo deleitoso. 

— Aunque los italianos, dijo Celio, con tanto nú- 
mero de novelas pudieran excusarnos hacer nuevas 
imagiinacioDes é inquirirnos nuevos sucesos en la 
antigüedad, hallamos en los griegos dado principio 
á este género de poemas, cual se ve en la de Tedgt- 
ne* y Cariclea, Leucipo y Clithophonte; y, en nues- 
tro vulgar, el Patraütielo, las Bistorias trágicas, 
Cervantes y otras muchas. 

— Primero que se refiera ninguna (añadió Fabio), 
deseo que Celio, como tan versado en todas las 
Imanas letras qne pida la curiosidad, nos dé á en- 
tender qué es {¿bula, quiénes sus inventores, qué 
género de fábula ea la novela, qué partes requiere 
tener y qnó preceptos se deban guardar y de qué 



utilidad sean, porque sabido el camino, se errari 
menos veces. 

— Nuevo tratado (respondió Celio) pide explicar 
lo que propone Fabio; mas obedeceré, excusando, 
cuanto me sea posible, latitud tan grande coiao- 
abraza esta materia. 

Dejo aparte la etimología de este nombre; fábu- 
la, si viene d fanda, por ñagir, como quiere 
San Isidoro, en sus Etimologías ó á f abalar- fabu- 
iarix, por hablar, cuyo derivativo, es fabela, lo 
mismo que habla; quiénes hayan sido sus inven- 
tores, dificultoso es averiguarlo. 

Aristóteles dice que la confección de las fábu- 
las manó de Sicilia y que las inventaron Epioar- 
mo y Formio. Celio Rodiginio, en sus Lección»» 
antiguas, y S. Isidoro dan otros: lo cierto es que en 
varias naciones y tiempos hubo varios invento- 
res, cual se colige de sus nombres, lia deñnición 
verdadera, y que hace á nuestro propósito, es cogi- 
da de la doctrina de Aristóteles, en su I'oética, y á 
mi ver, quiditativa á este género de fábula, pro- 
pia á las novelas. Esta fábula es imitación de la- 
acción, y no dijo de las acciones, porque no le ea 
permitido á la novela abrazar más que una acción. 

Esto parece determina el filósofo, diciendo que 
de la manera que en las otras ai'tes imitatrices ea 
una y de una la imitación, así debe ser en la fábu- 
la; y lo mismo enseñó Horacio en el principio de 
su Poética, mostrando el vicio de las fábulas inad- 
vertidas, que algunas veces, con el rostro humano, 
compuestas de miembros de diferentes animales, 
fenecen en pez; y á esta causa de las que no se pro- 



ívCouyli: 



porcíontiii del principio al fin, eieodo de una espe- 
cie y natoraleza dice Á loa Flioaes, el lea caosara 
riea. Y pregunta, como tan docto; pues de la torpe- 
za j fealdad nace el afecto de reir, y de lo hermo- 
ao lo admirable; y aaí AriatÓtelea enseña qae dia- 
aurrieado por todo, parezca nn animal hermoso; 
por lo cual, Celio Rodiginio,Ut^ma á la fábula ima- 
gen de la verdad; y exciiaando la multitud de di- 
viaionea que tiene la fábula, unaa por sua invento- 
res, como las Eaópicaa; otras por el fin, como las 
Apologéticas; otras poéticas, porque las osaron los 
poetaa, ó inventándolas, como Heeiodo ú Orfeo. 

La diviaión que hace al propósito de este género 
que vamos tratando, es la que da Celio Rodiginio; 
racional,moral;niixta.Deesta9 tres, aunque abra- 
zando el fin y la especie |qae toca á la novela es lo 
m.oral, por mirar á aquella alegoría que hace rela- 
ción & laa coatambres, segán la doctrina del mismo 
Celio. Laa partes de que se compone la fábula ó 
novela, según Aristóteles, aon: agnición, peripecia 
y pertnrbación; la agnición es aquel deaengafio que 
se adquiere por el reoODocim.iento; como si una per- 
sona, teniéndose por otra, llega á conocerse en 1» 
verdad de lo que es; la peripecia ea aquella súbita 
madauza que viene de un caso á otro, no esperada; 
la perturbación, es aquello confuso que anapende 
en la inquietud el ánimo, perturbando el verdade- 
ro conocimiento del suceso. La mayor valentía y 
primor en la fábula que compone la novela, es mo- 
ver á la admiración con suceso dependiente del 
caso y la fortuna; mas esto tan próximo á lo vero- 
símil, que no haya nada qne repugne al crédito; 
porqne, según el filósofo, cuya es toda eata doctri- 



ívCouyk 



na, ai poeta no le toca narrar las ooaaa como ellaa 
fueron, sino veroeímiles á lo qne debieron ser. 

Cnanto i la duración y limite de la fábula ¿ 
novela (para guardar loa preceptos de Aristótelea), 
es todo aquel tiempo que se ofrece por varios acci- 
dentes, hasta que con exiatenoía se pasa de la incó- 
moda fortuna á la cómoda, ó de la cómoda á la in- 
cómoda; esto es, de la felicidad & la adversidad, ó al 
contrario. Y reprueba el ñlósofo la opinión de lo§ 
que pretenden abrazar por una acción todas las qne 
pertenecen i uno. Esto mismo comprueba Eurípi- 
des en las Ifigenias, donde, aunque es una la per- 
sona, divide las acciones; y así escribió dos trage- 

Cuanto á la elocución qne debe guardarse os re- 
mito al 3." de loa Retíñeos, de Aristóteles, y á sus 
comentftdoree Alejandro Aphrodisio, Pedro Victo- 
rio, Alejandro Piecolomini, y, en sus prosas, al 
Cardonal Pedro Bembo, donde hallaréis el m.odo de 
formar las sentencias y los períodos; y cuanto al 
formar las figuras, en Cicerón, Quintiliano, Cipria- 
no y otros muchos; porque no es lugar este para 
dar preceptos, en materia que pide libro aparte y 
tan grande como lo escribió el Cavalcante, donde, 
si gustáis de mayor latitud, hallaréis lo que desea- 
reis: lo que yo advierto es el decoro de las pereo- 
nas, donde tantos han errado, hablando el pastor 
como académico; el plebeyo como consular, y el 
Kaflo como político. 

Y por primer precepto, digo que la novela es un 
poema regular, fundado en la imitación; porque 
toda la poética, seg&n la definió Aristóteles, es imi- 
tación de la naturaleza. Lo mismo sintió Horacio, 



ívCloi.i'íli: 



TBATllO POPULA» 26 

eecribieado á los de Pesa; que toa pintores y los 
poetas, tienen igual poierío por la imitiíaíón. Y de- 
seando yo quien hermauags j eiplícaBe la deñni- 
eión de Horacio , que la dio comparativa como 
poeta, con la que dio Aristóteles, quiditativa como 
ñlÓBofo, paes ambos dioea una miama sentencia, 
liallé lo que bascaba en el doctísimo Fray Luis de 
León, en el segundo de sus comentarios sobre los 
Cantares, cuyas palabras son estas: confieso atre- 
vimiento en traducirlas: <(Como la poetta no sea 
otra cosa giiepintura que habla'. Veis ahi la defi- 
nición de Horacio. Todo su estudio estriba en imi- 
tar la naturaleza. Veis ahí la definición de Aristó- 
teles. Y Rñade á mi propósito: 'Nuestros poetas, 
que escribieron cosas de amores, poco advertidos 
¿ lo cierto, entendiendo para consigo que decían 
bien, se apartaron muy lejos del excelente oficio 
de poetas. Esto es por donde pretendieron llegarse 
á la perfección, se apartaron lejfsimos de alcanzar- 
la; error que nace de escribir sin saber el arta 
con que ae escribe; y así acontece & los m&s, por 
huir de la culpa, dejarse llevar del vicio, como lo 
enseñó Horacio. 

De manera que en la imitación está el todo para 
acei'tar. Tal dio & entender Plutarco : D« audü. 
poe., diciendo, que se deleita con los peces, qae na 
son peces y con las carnea que no son carnes. Esto 
es, con aquellas imitaciones tan propias que repre- 
senten al vivo lo imitado. Y de toda esta doctrina 
lo qué se saca ea qne se debe imitar cada persona 
que se introduce en la novela, con el decoro y pro- 
piedad que le pertenece; hablando el sabio como 
sabio, el ignorante como ignorante, el viejo como 



ívCouyk 



26 LUGO Y UÁVILA 

viejo, el mozo como mozo, BÍn exceder los límites 
de su talento y acomodándose al corriente de sos 
frasee y palabras; y si quisiereis perfeccionar con 
más arte estos preceptos, leed todo el segundo li- 
bro de los retóricos de Aristóteles, donde, como es 
retrato, os pone la variedad de afectos y costum- 
bres de los que habéis de imitar, y para la práctica, 
harto os dará el Boccaccio en su Fíam^a y en el 
Decanieráa de sus novelas: 

El ün que tienen estos poemas, como ya apun- 
té, es poner k los ojos del entendimiento un es- 
pejo en qne hacen reflexión loa sucesos humanos; 
para que el hombre, de la suerte qne en el cristal 
se compone 4 sí, mirándose en loa varios casos qne 
abrazan y representan las novelas, componga ans 
acciones, imitando lo bueno y hayendo lo malo. La 
utilidad que, escritas con este aouei-do, tieuea este 
género de fábulas, muestran bien Plutarco, Celio 
Rodigino, Platón y Dionisio Halicarnasio, dicien- 
do: unas tienen consuelo de las humanas calami- 
dades; otras destierran de nosotros las perturba- 
ciones y terrores del ánimo; otras destruyen las 
opiniones poco honestas, y otras fueron inventa- 
das á causa de otras utilidades; porque, según San 
Ambrosio, la fábula, aunque no tiene fuerza de 
verdad, tiene la razón; y en las nuestras, no sólo 
hemos de contentarnos con lo alegórico y moral, 
eiaj que hemod de mirar también á la sentencia; 
pues como enseña el Filósofo manifiesto es de es- 
tas acciones ser dos las causas: la sentencia y las 
-costumbres: éstae, para el adorno del suceso, y 
aquéllas para el adorno de la elocución, y no con 
menosapr^vechamiento. Aloqué juzgo, pues, déla 



ívCjOUI^IiJ 



27 



sentencia dificultosa y aguda del po^ta, de la oues- 
tíóa dese&da en la ñlosofia y de lo oculto de la an- 
tigüedad , daremos lo más carioao y lo máa útil 
qne ñas sea pasible, adelantando la erudición en 
algunas de nuestras novelas ¿ las que se han es- 
crito por los italianos y españoles. 

— De oposición (dijo Uontano), parece que nos 
habéis leido los preceptos que pidió Fabio: yo os 
confieso por notario, el arte que se requiere saber 
para escribir novelas; y asi, desde ma&ana, demos 
principio & lo tratada, que ser¿ á mi juicio útil y 
apacible entretenimiento y que le podrá inmorta- 
lizar la estampa. Lo que de mi parte os pido, es 
qne se varíen los asuntos y el lenguaje junto con 
el adorno de las letras linmaaas; de suerte, que no 
todo sea para los doctos ni todo para los vulgares, 
ni todo entre estos dos extremos; así lo concedie- 
TOD Celio y Fabio, ejecutando lo prometido. 



c.Googk 



„Ci)Oglc 



NOVELA PRIMERA 



Escarmentar en cabeza ajena. 

Enseña cómo loa sabios saben tolerar los caeos 
de la, fortuna; esto se entíeade, aqaellas cosas que 
dependen de la dispoeición de los sucesos, oculto el 
gobierno de ellos al conocimiento humano; porque 
no hay caso ni fortuna; que todo está, debajo de la 
divina Providencia, y asi se han de entender estas 
voces, «caso y fortuna» cuando se usaren. Enseña 
asimismo cómo por dejarse llevar de la demasiada 
curiosidad se da en el riesgo y pierden las ocaeio- 
nsB, y cuánto vale á los cuerdos el escarmiento de 
las aji ñas desdicbas. 

Iios varios accidectes en los sucesos del vivir 
humano dieron motivo 4 los tres amigos, Fafaio, ' 
Montano y Celio para considerar la verdadera sen- 
tencia qae en sí encierra este proverbio, tantas 
veces experimentado en el mundo, casi desde ana 
principios que, é. no temer fastidiar al ánimo del 
lector con ejemplos, á manos llenas me los ofre- 
cen las historias. 



í,CH)üyk 



30 LUGO Y DÁTILA 

Ponderaba Fabio el uso de los proverbios en to- 
das las naciones y lenguas, casi tan antiguos como 
ellas; veíalos usados con tanta frecueacia en las 
divinas letras, que pudo el docto P. Martin del Río 
hacer dos volúmenes no pequeños de aquellos solos 
que se hallan en la Biblia; discurría en la enseñan* 
za que de ellos paede sacarse, así en la filosofía mo- 
ral, como ea la natural. Acordábale del Comenda- 
dor Griego y otros, ocupados en recogerlos y escri- 
birlos; últimamente, reconocía su certeza, dando 
por razón que los adagios ó refranes no son otra 
cosa que una sentencia -nacida de la verdad y con 
la experiencia comprobada, y así concluyó dicien- 
do: — Mía despierta lengua, mayor elocuencia y 
mis delgada pluma que la mía, pide la expliea- 
oióu del proverbio qne boy ha dado motivo parft 
nuestra conversación; pues cuando no tuviera más 
antigüedad y autoridad que haberle referido Plu- 
tarco en la vida de Timoleonta, bastaba. 



Hiehoio d guian le AocM 
loi ajenoi peligroi advertido. 

Ved si ee le pondera bien, añadiendo voz de feli- 
cidad al qne guarda nuestro proverbio; y, supuesto 
que á mí me toca referir la novela de hoy, á propo- 
sito de lo que se tratue, ya parece qne me está lla- 
mando un caso de nuestros tiempos, que, en mi opi- 
nión, tiene de novedad y gasto y, sobre todo, sm 
maestra cuan provechoso es en cualquier géawa 
des 



ívCoi.i'íli: 



XSCAKHBHTAB EN CABOZA AJBNA 



No 



\o levaut&ré la voa & la cumbre; no colocaré 
mi novela en lae eaperíores, que eso remití mos & 
Celio, & quien tenemos por maestro; y cuando le 
toque el referir la taya, no le perdonamos la ex- 
plicación de las dificultades, ni lo seci-eto de la 
curiosidad, pantos y cuestiones de la Filosofía y 
lo que abrazan las ciencias circulares y de la re- 
tórica, oratoria, poética, económica y las demás 
qne le vinieren á las manos. 

— Basta, basta (dijo Celio); que visita la 
sangre el rostro y creo que de la lisonja paséis á 
la murmuración.' Bien me conozco; y por no daros 
disgusto semejante, dejo de referiros encareci- 
das alabanzas; sólo advierto, ya qne gustéis que 
os dé preceptos en todo, que si algunas senten- 
cias ó lagares se trajeren, vayan traducidas en 
nuestro vulgar, de tal saerte, qne pueda correr 
la contestara de modo que no estorbe la inteli- 
gencia y el lenguaje. 

— Observando estos preceptos (dijo Fabio), 
prosigo, 

£n Sevilla, ciudad acomodada, por la variedad 
de gentes que en si encierra, para que la fortu- 
na halle en qué tropezar, ejecutando con los 
hombres su poderlo ó jugando con ellos, pues. 



ívCouyk 



como dice el filósofo, el hombre es el jnego de )a 
fortuna, bobo dos caballeros mozos, gal&nes en> 
trambos j pretendientes al casamiento de una 
señora hermosa y discreta , y, sobre todo, con 
grnesa cantidad de hacienda, que es el mayor 
afeite, el qne más perfecciona las partes en que 
anduvo corta la naturaleza, annque en doSa Bea- 
triz, qne así era el nombre de esta dama, antea 
se mostró liberal, concediendo belleza al cuerpo 
y órganos excelentes para que mejor obrase el 
alma; qne de la disposición de él, aunque acci- 
dental, le viene más ó menos perfección & ella. 
Acrecentaba la riqueza & la hermosura y la her- 
mosura & la riqueza, y á lo uno y á lo otro servia 
de esmalte agradable, para el deseo de los pre- 
tendieutes, el no tener ya madre doña Beatriz; 
que suegra, ni de barro, &., dijo el castellano. 
Padre solo tenia y viejo, que no era lo menos 
apacible; pues ya la expectativa est& introduci- 
da por parte de dote; díganlo m&s de cuatro que 
yo conozco arrepentidos de haberse casado con 
mujer gallarda dotada de futuros contingentes. 
Llamábase, si bien me acuerdo, su padre de la 
dama, el capitán Alvarado; persona que había 
adquirido su riqueza en un gobierno de India, 
atravesando mercaderías y empleando situados; 
cosa qne ya, por introducida y acostumbrada, la 
hacen poco escrupulosa; que fii bien lo confiesan 
por pecado, piensan que es como las colaciones 
que dicen incurrieron en él los inventores y á los 



ívCon-^L 



demás quita el rieago y asegura la conciencia la 
caetumbre. £n este modo de acarrear acrecenta- 
miento se enriqueció, como digo, nuestro capi- 
tán. Y annqae las inclina clones de viejo (como 
enseña el filósofo) le hacian codicioso y avarien- 
to, no era la menor causa de estos efectos el ser 
indiano, qae los tales tienen hecha naturaleza 
la miseria; pero con toda la que tenia permitía 
galas y joyas ¿ su hija, y para éstas no limitaba 
el gasto, diciendo que por tener plata y oro labra- 
do en vajillas, cadenas,' sortijas y otras joyas, 
no era costoso en los hombrea que tienen antes 
extremado camino de atesorar, haciendo que en 
nn saco entren honra y provecho. 

Traía cocho de dos caballos que, hecha la cuen- 
ta y supuesta la prevención del gasto en tiem- 
po y con dinero adelantado, ahorraba una gran 
suma de salarios y raciones de criados, que excu- 
saba con *pon el coche», palabra breve y com- 
pendiosa. Sólo en la mesa descubría sn limita- 
ción, dando por disculpa el proverbio «Come 
poco>, etc. 

Andaba siempre al lado de su hija; en su com- 
paBla gozaba las fiestas y entretenimientos; con 
ella ealfa á la Alameda, al Arenal y al Campo 
de Tablada, y tai vez en nn barco enramado ba- 
jaba por el rio hasta las hnertas de San Juan de 
Alfarache, agradable principio al motivo de Ma- 
teo Alemán. 

En esta estación y en todas las que hacía doña 



íXlouyk 



8i LUGO Y UÁVllA 

Beatriz, los que más la seguían, los que más 
procuraban mostrarse eran don Félix y don 
S'ernaudo, fundamento de nuestro suceso. Repa- 
raba la dama de los dos competidores en Jas fine- 
zas y partes corporales de don Félix, perfeccio- 
nadas con diligencias de amante ^favorecidas de 
oculta 7 superior inclinacióa. El capitán Alvara- 
do á quien más lugar permitía y menos estorba- 
ba era á don Fernando, á causa de ser hijo úni- 
co de uno de loa hombres más acreditados y más 
ricos de aquella ciudad, también indiano y guar- 
doso; mas con ánimo de que no le faltasen á don 
Fernando galas y dinero con que preten diese 
conquistar el matrimonio de doña Beatriz, á qne 
ayudaba por su parte Marco Antonio (que este 
era el nombre del padre de don Fernando) pro- 
fesando una grande amistad con el capitán y 
pedidole descubiertamente que trabasen, con el 
casamiento de sus hijos, parentesco. 

Doña Beatriz lo estorbaba, procurando fuese 
don Félix su marido; á que no ayudaba poco 
Hernández, una dueña que la Labia criado desde 
sus primeros días, persona de antojos pendientes 
en la cabeza, y en el alma cuentas largas, y que 
no eran cortas las que tenia con don Félix. Amor- 
tajado traía el cuerpo en cumplidísimas tocas; 
mas sélo en lo exterior usaba mortificaciones. 
Era carilarga la buena dueña, y de las que entre 
Ave Maria y Ave María, cogen vuelo y cuentan 
una patraña, con más palabras qne ciego que 



ívClon-^li; 



^ende coplas: era, sobre todo, urtm retórica na- 
■tural y que en mover afectos padiera gaa&rsela 
i, un pobre portugués criado en Italia y trasplan- 
tado í la Corte de Castilla. Entendía sn poqaito 
del lacro cesante y daño emergente, y teuia:ta co- 
rrespondencia con cierta corredor de lonja, díes- 
-tro en el arte de hacer que no se consuma uaa 
mercadería en ciento y cincuenta ventas; cansa 
>que la buena Hernández faose algo aficionada al 
'dinero y granillo de la ganancia, si bien la dis- 
culpaba una hija qne tenía para remendar, digo, 
para remediar, qne así llaman el casarse. Últi- 
mamente, Hernández era dueña (extraña gente); 
y, aunque haga alguna digresión i. nuestro cuen- 
to, no pnedo dejar de referiros uno que me viene 
& la memoria que califica lo qne son éstas. 

CasibaEe un señor de estos reinos y encargó á 
im amigo qne le pusiese la casa de todos los cria- 
dos que le pareciesen á propósito. Disponíalo el 
comisario con el cuidado que era menester; y, 
cuando llegó & recibir dueñas, no se atrevió por 
sí solo á cosa tan peligrosa sin consultarlo con 
sn amigo, á quien escribió un papol en que le de- 
cía qne, entre otras, había hallado una muy hon- 
dada mujer; pero que era tuerta y algo sorda, y 
qne cojeaba y, sobre todo, de pesadísima condi- 
ción; á qne respondió el señor amigo: «Recibidla 
luego, que por fe de caballero que en mi vida vi 
dueña con menos tachas.* 

Uaohas cosas pudiera deciros de las diabólicas 



í,CH)üyk 



figuras daeñeficas; pero no me atrevo á eagolodi- 
narmQ de suerte que olvidemos á don Félix, qu« 
conquistó á Hernández en aa favor, valíéndoB« 
del adagio «Dádivas qnebrantan peñas* ; con que 
la tenía tan de bu mano, que no había instante 
que no trajese & la memoiiii, de su ama la gallar- 
día de su ahijado, la liberalidad, el agrado, la 
discreción y el aplaaso que le daba toda la ciu- 
dad, así por las partes de su persona, como las 
adquiridas por su nobleza, que si no tan rico' 
como su competidor, más conocida su calidad y 
con bas'ante hacienda para poder vivir y pasar, 
sabiendo gobernarse cuerdo, que lo era muoho y 
también entendido; que esto solo pndiera bas- 
tarle por terceros, para competir sin miedo coa 
don Fernando, que si bien era bachiller en decir 
íi\iB sentimientos, faltábale prudencia y ora de- 
masiadamente fácil en persuadirse á gozar de su 
apetito, sin reparar en inconvenientes; que no 
está en la lengua la verdadera discreción y pru- 
dencia. 

Paseaban los dos caballeros de dia y de noche 
la calle de su dama; y en particular, no la princi- 
pal, sino donde calan lae ventanas del cuarto de 
doña Beatriz y una puerta falsa correspondiente 
á un jardín. La soledad de esta calle la hacía, 
más á pi-opósito para los amantes, así porque Iil 
frecuentaba poca gente, como por no haber en 
ella más registro que el del doctor Ranjelo (que 
a«í le daré nombre) y Celia su mujer. 

cíi.-.imívCjOU'^Ii: 



NOVELA PBIHBRA 37 

Era Celia de bizarro talle y de las qne tieoen 
aqaello qae llama el vulgo garabato, oooque aaiá 
á muchos y, entre ellos, & don Fernando, qae 
con los ordinarios paseos y viéndose meaos favo- 
recido qno en competidor, procuró divertir los 
amores de doña Beatriz con los de Celia. Usó de 
billetes y tercerias; sacó poco fruto; que había 
pasado Celia en la Corte d año del noviciado y, 
como madrigada, rehusó toda ostentación y rui- 
do, reduciendo 4 sf sola todas las negociaciones. 
Asi lo dio ¿ entender á don Femando, que ha- 
biendo conocido el camino, cumpliendo «1 gusto 
de Celia, alcanzó el suyo con tan grande recato, 
qafi i. las criadas y á las sospechas estaba secre- 
to. Las se&as conque se entendían, el modo con- 
qoe se avisaban, las trazas conque se velan fne- 
ra alargar demasiado el referirlo: corra la imagi- 
oación por las mayores agudeeas, que aún andará 
corta. 

Doa Fóliz, Gomo más perseverante, en nada 
se divertía; todos sus sentidos ocupaba en su 
doña Beatriz; laa noches y los días todos se de- 
dicaban & la pretensión del buen suceso de sus 
amores, ayudando á ello valientemente Hernán- 
dez, quien, de cuando en cuando, servia de des- 
pertador al dar de don Félix; el cual trabó amis- 
tad estrecha con el doctor Kanjelo, ael por regis- 
tro forzoso, como por conocer en él superior 
ingenio y extremado gusto y desenfado para 
todas cosas. 



íXlouyk 



Uq dia, pnes, entre otros, dedicado por la. 
suerte para determinar el fin del casamiento, 
pretendido por don Félix y don Fernando, el 
capitán Alvarado trazó una fiesta & en hija en. 
las huertas de Alfarache, convidando á Marc» 
Antonio y acordando coa él que don Fernando, 
sn hijo, se hallase en ella, como acaso á tos úl- 
timos límites del día. Hlzose el concierto; súpoI& 
don Félix, por medio de Hernández; fuáso á la. 
huerta donde había de ser la holgura y, á fuerza. 
de interés y maña, hartó el oficio á an mozo del 
jardinero, y en su lugar, como qna suplía por él, 
alcanzó introducirse á la vista de su dama, dis- 
frazado de labrador; dando & entender al man- 
cebo que le importaba, para gnardarse de cierta 
riesgo, estar allí aquel día, sin que supiese su 
amo la causa, haciéndole creer, como fué fácil, 
que por no estar bueno el mozo de le, huerta, para 
que no faltase quien acudiese en ocasión tan for- 
zosa, le había traído en su lugar. Supo fingir don 
Félix extremadamente; aguardó á su dama que 
vino á desembarcar cuando el sol pudo hallarse 
á verla, tan hermosa que, á valer lisonjas poéti- 
cas, se hallara de ésta más prendado qae de la 
que se convirtió en laurel. 

Estaba la huerta que podía acrecentar la vida 
y el deleite; los naranjos, cubiertos de azahar, 
ofrecían á un tiempo regalo á los dos sentidos, 
vista y olfato; las flores, mezclando su fragan- 
cia, transformaban el rocío en agua de ángeles; 

' -'.C.iglc 



los pajarillos que habitaban «n aquellas fresca- 
raa, no daban de sa parte menos agrado, dando 
al viento las alas y las voces. 

Apenas desampararon el barco, el capitán Al- 
varado, Marco Antonio, dofia Beatriz, Hernán- 
dez y na pajecillo, qne no trajeron más gente 
(por tener díapaeata la comida an cocinero del 
capitán), cuando el hortelano aalió al encuentro 
con nnoB ramilletes, despojos de lo más precioso 
qae ofreció la primavera á los jardines. Recibié- 
ronlos y estimaron el oaidado todos, y, en agra- 
decimiento, doña Beatriz dio al jardinero una 
sortija, si no de precio, de primor la heohnra. 
Pasaron á la casa, que estaba compuesta de flo- 
res y hierbas, puestas con tal correspondencia^ 
qne se lucia en ellas más ingenio qne el del jardi- 
nero; porque don Félix, á qnien el amor (grande 
artífice) enseñaba, mostré qne para t«do le ha- 
bla concedido gracia el cielo. Quedáronse á poco 
rato los viejos tratando muchas y varias mate- 
rias de estado, plática dulce en los de sus años 
y profesión; y do&a Beatriz y Hernández, dejan- 
do al pajecillo de guarda para que les avísase al 
tiempo qae fuese á propósito, comenzaron á dis- 
currir por la huerta, yendo con particular acuer- 
do desviándose de la cosa, y guiando Hernández 
á donde vio á don Félix, que como embebecido 
(annqne cuidadoso) estaba cortando unas ñores 
de qne formaba una guirnalda, dedicada al ídolo 
de aa deseo. Llegaron, pnea, la dama y dueña. 



ívCouyk 



donde el gatán estaba y, haciendo la astata 
Hernández de la inadvertida, dijo: 

— ¿fia visto V. m., reina, tan lindo talle de 
labrador como aquél? 

Doña Beatriz, acercándose y reconociendo & 
don Félix, con el sobresalto que prestó la ver- 
güenza en el suceso no esperado, reepondió & )a 
dueña: 

— jAy, Hernández, qne aquél parece don Fé- 
lix! ¡Triste de mi, y si lo sabe mi padre, qué 
será de él! jAy Dios, y qué atrevidos son los 
hombres, y más éste, que tantas veces en mi ca- 
lle le be visto acuchillar con dos ó tres: que si 
bien aficiona la valentía, por lo menos, mientras 
dura el riesgo, se padece el sobresalto! Volvámo- 
nos, Hernández, volvámonos á donde está mi pa- 
dre; pues aunque me alegra el ver á don Félix, 
tengo el ánimo de mujer. 

— ¡Ay, reina! (replicó la vieja). ¿De eso se 
acongoja? ¡Miren que serpiente ó que león la so- 
bresalta, sino un hombre que mañana ha de ser 
su marido; tan galán y tan discreto, que lo uno 
aficiona y lo otro deatierra el temor! Ande, niña 
de mis ojos, no parezca que desdeña y menos- 
precia á quien tantas finezas ha hecho y baca. 
Ea, ¿para qué son conmigo melindres? ¿no se 
acuerda que me ha descubierto lo Intimo de su 
corazón? ¿yo no sé qne le quiere bien? ¿no soy la 
misma por cuyo medio se trata sus aficiones? 
¿qné teme? ¿no sabe que la ocasión que se pipr- 



ívCoi.i'íli: 



da, t&rdú ó naDüa se cobra? ¡Animo, reiaa!, que 
8n criada soy, y con amor de madre, y no taa 
lerda qtte no tenga míradoa todos los inconve- 
nientes; bien paede satisfacer la experiencia qae 
tiene de mí en tantos años de comnnicacióa. En 
estas manos nació; mis pechos la di; yo la ense- 
ñé lof primeros movimientos y las primeras pa- 
labras; pues ¿por qué no me da crédito? ¿esa ea 
la confianza que tan bien fundada puede tener en 
lo qne Li quiero? 

— jAy, Hernández! (respondió la doncella): no 
se espante, que tengo bonor y no soy de las que 
con las ocasiones han perdido el miedo. 

— No me espanto yo (replicó la dueña); que 
bien sé su virtud; mas jlínda cpsa es ser las mu- 
jeres para todo! 

A esto, atrepellando temores, llegó don Félix; 
y, componiendo los semblantes, la dneBa y la 
dama le aguardaron; y él, con la guirnalda que 
había tejido, dijo asi-. 

— Ya qne el hábito, mí señora, puede propia- 
mente mostrar lo poco qne valgo, & lo menos el 
Animo se jnzgne por el más generoso que se en- 
cierra en mortal cuerpo; pues dejando las cria- 
turas qne muestran en todo ser humanas, me 
atrevo & la qne casi conñe&o por divina; que á 
no tener conocimiento de cristiano, aras levan- 
tara y dedicara templos & tal belleza. Yo, pues, 
soy don Félix, villano en lo exterior y noble en 
los pensamientos; que los caliñcó el amor con tan 



ívCouyk 



43 LOGO Y DAVILA 

dichoso empleo, j&y, sefiora, y qnién padiera 
mostrar el corasón por las palabras, que cierto 
padiera estar de qne moviera U cansa de mis 
desvelos! ^,B^ posible de que me hallo en ocasión 
donde tan á solas ms concede estos bienes la for- 
tona? ¿Es posible que haya capacidad en mí para 
recibir tanta gloria que puedan estas rústicas 
manos atreverse á formar una guirnalda que sí 
gustáis, sefiora, sirva en tan alto lugar como 
vuestra cabeza? SÍ, que no es suedo; verdad es, 
sí bien dificultosa al crédito. 

Callaba doQa Beatriz; y Bemández, qne la 
pareció que el amante se alargaba, atajó la plá- 
tica; tomó la gairualda de mano de don Félix; 
púsola en la cabeza de la dama; entabló el jnego, 
y dando principio & los lances, gnió los que le 
parecieron en provecho del gaUn. Fué perdiendo 
la doncella el miedo; gastó de oir á don Félix, y_ 
él, á fuerza de razones, conquistó el si, tan de- 
seado, de doña Beatrie; y ella prometió que la 
noche siguiente á la de aquel día, por la puerta 
falsa del jardín, á las doce de la noche, Hernán- 
dez le agaardaría para entrarle en su aposento, 
donde, avisando á su padre que estaban juntos, 
lo que no se había podido alcanzar por negocia- 
ciones, se haría por necesidad. 

Admirábase don Félix de su dicha; ponderaba 
sa fortuna; hacía largas ofertas; prometía eterno 
agradecimiento, y deseaba se apresurase el tiem- 
po que dilataba el fin de sns esperanzas. La due- 



ívCjOui^Ic 



48 



ña, como m&eBtra del arte, para qne cobrase 
Qaevo aliento entre loe amantes metía el mon- 
tante de la astucia de oa&ndo en cuando, perfac- 
cionando las beridaa y dando cumplido efecto á 
las tretas qne se ofrecían en favor de don Fé- 
lix. Despidiéronse los dos amantes con ternezas 
en los afectos ; en la vista; porque ya el sol, 
desde lo m&s alto del cielo, arrojaba rayos dere- 
chos & la tierra. Avisó el paje con seBas que los 
viejos llamaban; fuéronse las dos, dejando á don 
Félix alegre con los gastos qne representaba el 
amor en la fantasía; y, en tanto que la comida 
daraba, se retiró con su hortelano donde los re- 
galaron de la mesa. 

Acabada esta obra forzosa y ordinaria, los 
viejos se entregaron al sueño, obligados de la 
evaporación que envía el mantenimiento al cere- 
bro; por lo cual Aristóteles llamó al sne&o «pasión 
natural y lazo de loa sentidos». Doña Beatriz y 
Hernández, viendo á los ancianos hechos ima- 
gen de la muerto, dejando el paje de gnarda, sa- 
lieron de la huerta, hallando & pocos pasos í 
don Félix que esperaba. Las razones qne pasa- 
ron en esta segunda vista, las trazas de la vie- 
ja, para qne el concierto hecho quedase ratifica- 
do, fueron tales que se niegan á la pluma. 

En tanto, don Fumando, & quien el amor 
abrasaba m&s que el rigor de la siesta, en un 
barco adornado de ramos, defensa contra el sol 
llegó & la huerta y, desembarcando solo, dejan- 



ívCouyk 



do aoomodudo y encubierto el barco, 7 )a cotn- 
pK&Ia á la gombra de los árboles de aquella ri- 
bera, llamó & la puerta, salió el hortelano 7 
reoonociéadole (por tenerle prevenido desde al 
dia antes), le ofreció franca entrada, negociando 
el interés su parte, 7 no la menor. Hizo don Fer- 
nando varias preguntas; dióle el hortelano satis- 
facción á todas; y, en OBtas pláticas, el caballero 
TÍÓ la sortija que había dado doña Beatriz al 
rúatico; inquirió la causa de tenerla en el dedo, 
7 quién fué su dueño; supo que su dama; ofreció 
al jardinero otra mejor, ó el interés que quisie- 
se; mas no se atrevió á darla por entonces, hasta 
la partida, disculpándose con que la señora que 
la había dado, no le preguntase por ella 7 dis- 
gustase de verla en otra mano. Hubo de aceptar 
el partido don Fernando, 7 el labrador con esto 
U guió al puerto donde estaba doña Beatriz tan 
encubiertamente, que é. no hacer ruido entre las 
espesuras pudiera coger en el hurto á su dama 7 
competidor: tan suspendidos los tenían las pláti- 
oaa amorosas. 

Has Hernández, volviendo al rumor loa ojos 7 
viendo otra persona que el jardinero, tirando da 
la ropa ¿ doña Beatriz, mudó la plática diciendo: 

— Cierto, mi reina, que son apacibles las fuen- 
tes 7 los árboles gozados no todas veces; pues 
ésta, en cu7a margen estamos, sirviendo de es- 
pejo á los naranjos 7 laureles que sobre ella se 
enlazan, ya tan hermoso rostro como en sas 

[íi.-.imívCjOU'^Ii: 



46 



ftgafts ahora se mira, parece que presta, no s61i> 
deleite & los sentidos, más a) alma; y ahora veo 
7 coa U experiencia toco lo que tantas veces he 
oído predicar eu los pulpitos; que la belleza de 
las criaturas, manifiesta su criador. Mire, mi 
eeSora, qné florecillas tan graciosas naces por 
eeta parte que bb vierten las aguas con tan vi' 
TOS colores y tan diferentes, que en valde los 
pintores se pneden atrever & retratarlas, y me- 
nos nosotras eos las sedas y rebotines. Mas, ¡ay 
Diost (dijo levantándose), ¿qué gente es aquella? 
¡Ah, buen hombre! (volviéndose a don Télix), 
llamad un paje que está á la puerta de la casa; 
corred á prisa; haced que despierte al Capitán 
mí señor. ¡Hola, hola! ¿Qaé es esto? ¿dónde está 
el hortelano? ¿qné hombre galán es aquél? ¿para 
esto se da el dinero? De esto sirvió la preven- 
ción. 

Don Félix, que entendió el artificioso hablar 
d« Hernández y que así levantando la voz había 
desmentido las sospechas que pudieran tener kw 
que venían y negociado siu altxffoto el remedio, 
dejando la plática corrió á llamar á la g<ente; y 
el hortelano, que se vio en peligro, fué tras de 
don Félix, y alcanzándote, procuró detenerle, 
con decirle quién era el que había entrado; aVi»D 
qtie apresuró con la espuela de los celos al ga- 
lán, pata que hiciese ruido que despertase los 
viejos y estorbase su competidor, que llegó *n 
tanto d«ad« estaban dófia Beatriz y Hernández 



ívCouyk 



46 rUGO Y DÁVILA 

7, procarando aplacarlas & fuerza de razones, 
dijo. 

— ¿Qué es eeto, señoras? Hombre soy y no fie- 
ra; y hombre & qnien el amor permite tan licito 
atrevimiento; mas yo conozco la cortedad de mi 
suerte, pues un rústico merecía estar favorecido 
con hallarse gozando de tanto bien, y yo espan- 
to; yo hago dar vocea; yo altero. No crei que me- 
reciera mi voluntad y mi deseo castigo por lo 
que debe juzgarse digno de premio, que no ven- 
go & disgustar sino & servir. Licencia traigo del 
sefior capitán, y cuando no, amor pudiera dis- 
culparme. 

— ¡Jesús, Jesús, señor don Fernando! (respon- 
dió la vieja, santiguándose); perdone v. m., que 
este sobresalto es justo al recato que se debe te- 
ner estando aquf mi señora. |Ay, amores!; vael- 
va en sí y vamonos, que ya es tiempo, y habr¿ 
despertado padre. |Ay Dios, y qué me dirá si ve 
este caballero! Según conozco de su condición, 
pensará que es traza mfa.V. m., señor don Fer- 
nando^ por quien es y por lo que debe á caba- 
llero, nos haga merced de irse antes de aguarnos 
un día de contento que no sabemos cuándo ten- 
dremos otro. £a, vayase 6 quédese, que oigo 
ruido. 

— XiO mismo, señor, suplico yo á v. m. (dijo 
doña Beatriz); y con esto se fueron acercando á 
la casa. 

Y don Femando, viendo que no podía á rue- 



ívCloi.i'íli: 



47 



go8 ni niailaB aqniet.Etrlas ní detenerlas, habo de 
tomar, por último partido, deapedirse, pidiendo 
se callasen haberle visto. Prometiéroalo la dama 
y la dueña; dieron voces al hortelano, qae pnSo 
en breve á, don Fernando fuera de la huerta, de 
que no se alegr¿ poco don ¿"élix, que tamhién 
gnisiera hallar cansa á propósito para hacer lo 
miamo, temeroso de que le había de conocer don 
Fernando ó los viejos, sin poderlo disimular ti 
traje; y asi, volviendo á trabar plática con el jar- 
dinero, de qnien entendió qne habia tratado ven- 
der la aortija á don Fernando, de una en otra 
palabra le llevó hacia otra puerta de la huerta, 
que salía al campo; allí, con engafio, le pidió la 
sortija para verla, 7 habiéndosela dado el hor- 
telano inocente, don Félix, malicioso, abrió la 
puerta, salió por ella y fuese alejando, hasta que 
le pareció estar seguro; entonces, sacando un 
pistolete y poniéndosele al villano & los pechos, 
le amedrentó de suerte que pudo escaparse an- 
tes que diese voces y llamase gente; pues cuan- 
do & ellas llegaron los viejos, el cocinero y el 
otro moza de la huerta, ya don Félix estaba en 
salvo. 

Volvieron admirados todos del atrevimiento 
de aquel hombre á quien llamaban ladrón; hicie- 
ron mirar si faltaba alguna pieza de plata; ha- 
lláronlas cabales, con que sólo el hortelano llo- 
raba sn riesgo y su sortija, echando la culpa á 
su mozo, que le habla introducido tal persona. 



íXlouyk 



4S LUGO Y DÁVILA 

Hem&ndez no fué la poBtrera (annqae sabedora 
de la verdad) en hacer extremos y esclamaciones 
diciendo: 

— Miren lo que hay en él mundo, y cómo se 
echaba de ver en la traza aquel bellaconazo que 
no era labrador ni hortelano, porque tonia muy 
blancas las manos y la cara, y talle á, lo esca- 
rraraanado; y aquel decir lo de «Dios ea Cria- 
toi, y el artificio en el hablar y entremeterse, 
bien mostraba que debajo de aquel sayal había 
algo. Cierto, señores, que les quise decir mil ve- 
ces que no tenia btien concepto de aquel hombre. 

— ¿Ha visto, Heraándesí, y cómo se nos lle- 
gaba?, dijo Dofia Beatriz. 

— Por robar alguna joya serla, respondió Her- 
nández. Y el capitán, sacando fuerzas de la fla- 
queza de su condición, compensó al hortelano la 
pérdida de su sortija; y, ofreciendo su parle Mar- 
co Antonio, divirtió la plática, á que dio fin una 
regalada voz que á la harmonía de una lira, ex- 
celente instrumento, pronunció estos versos, que 
pienso son los primeros madrigales que con la 
imitación do los italianos, se escribieron en nues- 
tra lengua: 

JPuff itivfts corrientes 
Del padre Betis, candaloao tío. 
Si á loa piea de mi Laura 
Oa viéredes presentoa, 
Ho seaia en besarlos perezosas, 
Ni el mezclarse en vosotras llanto mió 
Os Iiaf^a temerosas. 



ívCoi.i'íli: 



Séftoe ejemplo Lftiira 

(]01i noble atrevimiento!) 

Ckm mis sospiros, presta & Laura aliento. 

Suspendió la dnlznra del canto y el Isonído 
blando de las caerdas con el arco heridas, asi á 
les ancianos como & dofia Beatriz y los deniis, 
annqae Hernández coDooió en la voz ser Heredía, 
el primero que eu España deleitó los oidos con el 
saperior instrumento de la lira, no conocido has- 
ta entonces en estos reinos. T a^ii por esto como 
por lo sucedido non don Fernando, discorrid la 
daeGa ser él cansa de oirse aquellos versos. 

Kandó el capitán abrir la hnerta, porqne 
Harco Antonio dio aviso que, según las sefias de 
sn hijo, venia á dar anmento & la fiesta con traer- 
les tan regalada voz que, en tanto qae el horte- 
lano obedecía, se oyó asi: 

. Anhelante deseo. 

Tanto caldo, cnanto levantado, 

Aspira á las eatrellas. 

Cuéntale al mismo Apolo mis qnerellos; 

Pne» como jo me veo. 

El se vio de ea Dafne desdeñado. 

Con flecha noble amor rompió an pecho, 

Ensayo para el tiro que en mi ha hecho. 

Hirió con plomo vil la Niafa hermosa, 

Hnjó y bascó an mnarte presorosa. 

Laura advierte da amor el sabio intento 

Que temprano previno el escarmiento. 

La repetición del último verso hacia Heredia, 
cuando Marco Antonio y el capitán vieron & don 

TÍATKO Pi 



ívCouyk 



m 



Fernando saltar del barco, tan galán qoe pudi»- 
ra aficionar ánimo más desapasionado que esta- 
ba el do dofta Beatriz entonces. Recibiéroale con 
alegría lo9 viejos, celebrando la prevención de 
la música. 

Desembarcóse Heredia y, tras breves preám- 
bnlos, se fueron á la fnente donde gozó don Fé- 
lix sus favores y donde procuró conquistar aJga- 
nos don Fernando, alcanzó los que doña Beatriz 
no pndo negar á la cortesía. Pasaron las últimas 
horas de la tarde gustosas, cenaron juntos rega- 
lado y abundante; y, porque ya el día era cre- 
púsculo, se volvieron á embarcar todos jnntos, 
subiendo el rio, con herir los remos las aguas, 
tan blandamente, que casi eran otro instrnmento. 

Poco trecho habían navegado cuando descn- 
brieron una falúa, y en ella, en la proa de ella, 
nn caballero en pie, dando al aire plumas y acre- 
centando al cielo arreboles ó hurtándoles él co- 
lor en nn vestido de tela de plata encarnada. 
Llevó á todos la vista deleitándola; y porque no 
les faltase su parte á los oídos, de tres acordadas 
voces, enviados fueron estos versos, que hacen & 
mi ver imitación á otros de Torcuato Tasso: 

InfiniCa hermosura. 
Infinita habéis hecho mi ventara. 
Y aunque ha sido finita mi esperanza, 
Gloria infinita alcania. 
laftnito es e\ bien qae ya poseo, 
Sí deeeo infinito mi deseo. 



ívCjOUi^Ic 



SOVRLA fKIMERA 51 

Los reraoB y la persona <lo don Félix conoció 
dofia Beatriz & nn tiempo, admirándose de ]a 
presteza con que había llegado y con tanta pre- 
TenciÓD, qae pudo alcnnxar dos fioes, siendo la 
acciáa nna; éstos fueron clostorrar el sobresalto 
7 temor de la dama y la sou[jflcha de qae hubie- 
se sido el ladrón de la sortija. 

Abordaron el barco y la falúa, salndándose 
con agrado y celebrando ol capitán y su cuadri- 
lla las voces que traía en la suya don Félix, 
que repondió: 

— No en valde pueden liacerse admiraciones, 
pues los que hoy acompaño, 80u tres que cada uno 
tiene dado honor á nuestrn^ nación y llenas las 
estranjeras de envidia y fama. 

— ¿Quién son, por vida mía, señor don Félix?, 
pregunté el capitán. 

— £1 ilacionero Cortés, López Maldonado y 
don Francisco Uañoz (dijo B, Félix); que sólo 
me faltaba Hercdia y ea Uvu. 

—No falta (replicó el capitíin), que aquí viene 
en nuestra compañía. 

A esto, mostrándose á bordn, &e hablaron los 
cuatro amigos, émulos de Anfién y Orfeo : fué 
común la alegría , y exciisamlo ruegos y cere- 
monias, qne los músicos alquilones han intro- 
dncido por preámbulo do .'^a ^anto, á gusto de 
don Félix, cantaron este soneto: 

(Oh tiempol tú que á tío volver volando 
Con movimiento regular temaevea. 



cCouyk 



Softado Tuelo tu correr formando. 

Ligero al pensamiento ve emalaudo, 
Muestra veloz, que 6, competir te atreves. 
Porque mis penas con au cuiso lleves, 
His glorias con tn curso acelerando 

¡A;) si Tes fuera dado &, los mortales 
Gomo dentro de al, que obrar pudiera 
Vehemente imap;inar hasta en el cielo: 

Moviera yo los orbes celestiales; 
Alas prestara al sol en su carrera; 
Prestara asi reposo ¿ mi desvelo. 

Los acentos de las voceB que, deseoso de go- 
zarlos, llevaba el aire; la harmonía de la lira, 
cuyas cuerdas, poderosas á mover afectos en las 
almas, dieron vida á los versos, de suerte que, 
por largo rato, casi impresos estuvieron en las 
memorias de los oj^entes y más en doña Beatriz, 
que penetraba el artificio con que se dijeron en 
tal ocasión, ponderando qne ¿ veces los poetas 
son pronósticos de los sucesos. 

No poco deseaba Hernández saber el que con 
tanta brevedad le ofreció & don Félix comodida- 
des tales. Preguntóle curiosa y advertida y sa- 
tisfizo su deseo el galán en breves razones, di- 
ciéndola que desde la huerta vino á pie 4 Triana, 
en casa de un amigo, á quien había encomendado 
juntar la música; y, hallándole prevenido para 
partirse, mudando aquel traje, ocupó la falúa en 
que hizo tan feliz negocio. 

Entretúvola hasta la Torre del Oro la música 



ívCjOU-^L 



y la plática baatantea á eogailar el tiempo, de 
manera qae, con habar dilatado el movimiento 
de loa remoa, llegaron, al juicio de todos, con 
demaaiada presteza; pisaron la tierra ; deshicie- 
ron las camaradas entrando en un coche doña 
BeatrÍE, el Capitán y Hernández, y en otro Mar- 
co Antonio, Heredia y don Femando, y retirán- 
dose á Triana don Félix y sua músicos, en casa 
de BU amigo, donde ^cenaron aq^uella noche. 

La venidera, en quien la suerte habia dedica- 
do el último de sus lancea, así en estos como en 
otros amores, llegó al pago de loa cieloa, qne no 
ea poco veloz y ellos parece que do su parte ayu- 
daron, escaseando Inces. La lana, por hallarse 
cerca del sol, no se mostraba á los mortales; las 
eatrellaa no dejaban verse con un denso nublado 
que laa servia de velo. 

Todos los laminares parece se habían escon- 
dido de industria 6 avergonzados en ayudar (ai 
es lícito decirse) con sus inñuencias í la fortuna; 
que así lo sintieron el Dante y comentándole 
LandÍDO y Vellutelo, pues todos concluyen que 
la fortuna no es otra cosa que ios varios influjos 
de loa cielos, ocultos siempre & nosotros. 

Vino don Félix, cubierto con la negra capa 
de tan oscura nocbe, al puesto sefialado de la . 
puerta falsa del jardín de au dama, apresurado 
del deseo, que es la más viva espuela^ vino tam- 
bién más temprano qne pedía au dicha, aunque 
no flu suerte. Paseó la calle entretanto con laa 



ívCouyk 



54 LUGO V D.VV1LA 

fantasías dalces qun formaba la esperanza, gran 
maestra de semejatit.is tropelías. 

A poco rato que ti^i-aba, oyó y v¡ó abrir la 
puerta de su gran t > amigo el doctor Kaujelo; 
y llevado algo m&n A-- Iü cariosidad que de las 
leyes de atnicicia, I!. 4Ó al tiempo qne las puer* 
tas se cerraban; pu-^ ' .Á ofdo á ellas y codocíó la 
voz de Celia que det:ia á un galán sayo, estas 
palabras: 

— Poco e 
loe ratos de nuestros 
mi marido está fueru 
tan tarde & gozar lor 
esta noche: tempraur 
las tres de la tarde 
doce. Mas ¡ayl que aun- 
sóido, como lo no nh-, 
precias favores y cuj 
ojos para que no igiii 
denes. 

Como Boñaudo oia don Félix aqnellas pala- 
bras, admirado de n>w Oelia, que podía prestar 
buena opinión, las pronunciase; mas no le dieron 
Ingar A largos diaciir^oa porque el ruido de una 
espada y broquel le, (iii:ieron volver la cabeza, & 
tiempo que si se descuidara cayera sobre ella 
el castigo de sn cuiioaidad. Vio un hombre con 
gallarda determinación que pretendía ofenderle^ 
mas don Félís, que U esperiencia de otras oca- 
siones le había hecho diestro, salió al e 



Mempo que tan cortés nos da 
ustos, pues sabiendo que 
e esta ciudad, has venido 
1 <;ontento3 que pudiéramos 
I te avisé de mí soledad; ¿ 
í previne y viflues á las 
e estima tanto lo po- 
izado. Aquí, mi bien, des- 
ñ-AS, y en otra parte (á mis 
e mi desdicha) adoras des- 



ívCouyli: 



NOVELA FE.1MEK.A 55 

tro y dio tal respuesta de cachilladas, que, con 
mostrar macha valontía el contrario, le hizo re- 
tirar, la calle arriba. £n tanto que duraba el 
rnido, el galán qae estaba con Celia oyéndole (& 
aas ruegos) volvió á salir; y, viendo ^ae los dos 
que se acuchillaban iban 6. la parte alta de la 
calle, bajó á buen paso por ella dejando en su re- 
friega á los que la tenían; amigo de su comodi- 
dad más que de riesgo: qne en Sevilla, por que- 
rer poner paz, se han visto desdichas grandes. 

En el discurso de la pendencia, ya en la voz, 
ya en los movimientos, se conocieron don Félix 
; et doctor Ranjelo. Conoiidos, se pararon con 
ignal admiración; y don Félix, como más en sí, 
preguntó á SQ amigo qué le movió á embestirle 
con tanta determinación de matarle. 

— No os espante (respondió Ranjelo), que el 
honor presta aceleración y ánimo á las acciones 
de la venganza. Sé qoe estoy ofendido en la par- 
te de mayor estimación, que es la honra; sé que 
mi mujer no me es leal y, entendiendo ser vos el 
agresor, no me permitió la cólera dilatar más 
querer satisfacerme. Y asi, amigo, pues quiso 
mi fortuna que os halle á tal punto que no me 
permite mi pena callarla, volvamos á mi casa, 
donde según la relación de estar ya mi ofensa 
en ella, allí, con vuestra ayuda, ya que en los 
principios parece que erré el golpe á mi ven- 
ganza, la haré perfecta; si bien no puedo dejar 
de preguntaros qué os movió á estar escuchando 



í,c;<)üyk 



taa atento, por las junturas de mis paertas, que 
á no ser vos, y aun viéndolo, me tiene cuidado- 
so y confuso; pues aunque sé la ofensa, no el 
traidor que me la hace. 

— No me admira (respondió don Félix) tan 
rigurosa ocasión; saque fuera de sí al hombre 
más cuerdo; y para satisfaceros, sólo os traigo & 
la memoria que soy don Félix y vuestro amigo, y 
esta misma causa me hizo llegar & vuestra puer- 
ta, porque oí abrirla, tras ver entrar por ella un 
hombre; y apenas llegué, cuando una mujer le 
daba quejas, como amante, por haberse tardado 
en venir, estando el dueño de la casa que pudie- 
ra estorbarlo, fuera de la ciudad. 

— ¿Qué aguardamos? (volvió á decir Banje- 
lo). Verificóse mi deshonra; echó el resto mi 
desdicha: vamos, amigo, vamos, que para las ad- 
versidades, es el amparo de los que verdadera- 
mente lo son. 

Don Félix, viendo el embarazo de tiempo.que 
había de resultarle, arrepentido de haberle irri- 
tado, procuró divertir al doctor, preguntándola 
si tenía alguna criada de sospecha. 

— No, sino leal (respondió Ranjelo); porque 
sabréis que una doncella, hija de gente bien 
honrada que tengo para que sirva á Celia, me 
ha desengañado avisándome de todo lo que pasa. 
Dijome, hará seis días, que mí traidora mujer, 
hablando con el instrumento de mi infamia (esta 
criada la oyó entrándose mañosamente en so 



NOVBLA FRJUEKA 57 

aposeoto 7 puesta debajo de la cama que está 
muy cerca de la ventana), escnclió los coucíertoa, 
los amores y trazas de mi deshonra; á qué horas 
la ejecutaban y cómo se escribían, y otras machas 
particnlaridadee que afirmaron mi desgracia. Yo, 
para asegurarlos, fingí que me partía á Jerez de 
la ^Frontera, pretendiendo por este camino ase- 
gurar é, mis enemigos y cogerlos en el hurto de 
mi honor; y esta criada anduvo tan solicita, que 
esta tarde, como otras, oyó el concierto que hi- 
cieron para esta noche y tavo mafia para avisár- 
mele. Yo he dejado que pase bastan» tiempo 
para hallarlos juntos, llamando á hora tal, que 
cobre con mí venganza mi honra. Vamos aprisa; 
pues cada instante que pierdo, cobro de in- 
famia. 

Con esto volvieron á la puerta; llamó Ranjelo 
con el pomo de la espada presuroso y, á largo 
rato, respondió Celia desde su aposento, en alta 
voz que pudiese oirse. 

— ¿Quién llama? ¿quién tiene atrevimiento 
para llegar á estas puertas? ¡Hola, hola, Maria- 
nal (que asi tenia nombre la doncella): ponte á 
una ventana y mira qué golpes son aquellos. 
¡Ay, Jesús, y con qué rigor los dan! Acaba; date 
prisa, qne abierto está tu aposento, no cerrado 
como suele, que me olvidó esta noche. 

A esto salió Mariana, y conociendo en la voz 
á su amo, bajó corriendo á abrirle diciendo: 

— Mi señor, mi sefior es. 



cGoogk 



Levantóse Celia (qne ya se había vnelto & 
acostar), y tomando nn manteo se pneo á la puer- 
ta de su aposento, cuando ya Aanjelo subió la 
escalera, dejando por guarda de la puerta de la 
calle á don Félis. Y entonces Celia, haciéndose 
la sobresaltada, decía: 

— ¡Ay de mí! ¿Qué puede ser la causa de ijue 
vuelva el doctor con tanta prisa? ¿es falta de sa- 
lud? Muerta. estoy. ¡Hola!, ¿no sube? ¡Ay triste dd 
mi! ¡qué es de él? 

— Aquí me ves, traidora (dijo Ranjelc), para 
quitar una y aun dos vidas que han dado muer- 
te & la de mayor estimación que yo tengo—. Y 
asiendo del brazo á Celia, prosiguió: — ¿Para 
qué son, traidora, afectos fingidos? ¿para qué 
ademanes? Ya no os tiempo sino de poneros con 
Dios y declarar luego donde está el adúltero; 
que no han de valer lágrimas ni ruegos: yo le vi 
entrar por mia ojos y yo le buscaré. 

Celia, que en lo exterior estaba libre, cuanto 
en lo interior culpada; más en si de lo que pareca 
era permitido á la femenil flaqueza, que tanto 
puede la discreción en las adversidades que aun 
las reglas de naturaleza pervierte, dijo á su ma- 
rido: 

— ¿Qaé es esto, señor, que no lo creo? ¿AbÍ 
me infamáis y os infamáis debiéndome el honor 
que me debéis? ¿Qué frenesí es éste? ¿yo culpada 
en vuestra deshonra? ¿Yo quien no os ofende en el 
pensamiento, cuanto más en el acto? Ahora digo 

c.j.-.iMívt-loi.i'íli: 



que á los inocentes persigue la deadicba. Mirada 
sefior, por qaien sois y por qníen Boy lo que decía; 
reportaos y )a satisfacciiin que podéis tomar con 
reputación de cuerdo, no la precipitéis & la de 
loco. ¡Dios me libre de tal enreda! Mil veces me 
santiguo. ¿Hombre en mi casa y vístole entrar 
vos? No sé á qué lo atribuya, sino á antojo vues- 
tro ó & maldad de una criada. Satisfaceos, señor, 
qne ea muy justo; no dejéis rincón, ni aun cofre 
en que no miréis. 

Por ana parte se consumía Ranjelo oyendo ha- 
blar tan en si k Celia. Por otra atribula ¿ artificio 
aquel modo de razones, conociendo en ella pronti- 
tud é ingenio vivísimo; mas cnando la vio pedir 
que se mirase la casa y echar la culpa á las cria - 
das, mil imaginanac iones le asaltaron. Reportóse 
cnanto pudo; encerró á Celia en su aposento; llamó 
á don Félix; púsole en él de guarda; visitó la 
casa sin dejar desván, tejado ni cofre que no mi- 
rase, y no hallando lo qne buscaba, volvió á su 
amigo lleno de rabia y admiraciones dando cuen- 
ta de lo que habla. Don Félix, que advirtió cner- 
damente que se había escapado mientras la pen- 
dencia el gal&n qne buscaba Ranjelo; qne lo veri- 
ficaba la seguridad de Celia, para verse libre con 
presteza de aquel embarazo, dijo: 

— Por cierto, señor, qne oa tengo por engaña- 
do; pues dejando las criadas libres, habéis pueato 
el cuidado en guardar vuestra mujer que, juzgo 
yo, no tiene culpa. 



.,C<)oyk 



— Pnede sor (reaponáid Ranjelo). Y con esto 
abrió el aposento, eacó la daga, amedreató de 
nuevo á Celia; mas ella constante, dijo: 

— ¡Ay, señor; y cómo me parece que os falta 
mucho de vuestro entendimiento; j no me es- 
panto, que una ocasión drbonra, al más valeroso 
y cuerdo saca de sí! ¿Yo os habla de ofender? ¿yo 
de pouorme en este riesgo, cuando no mirara & 
Dios, ni ¿ vos, ui k mi, síno al amor que os tengo? 
Ahora, ]ior vuestra vida, que me digáis si habéis 
hallado en tanto tiempo como ha que vivimos jun- 
tos, ni aun causa justa para sospechar. N-o, por 
cierto; y ai ahora visteis entrar alguna persona y 
DO la halláis, ¿quién duda que es vuestra la cul- 
pa? Prevenieteie contra mí solamente, no contra 
las criadas; yo encerrada, ellas libres, ¿quién 
duda hayan escapado á quien quisierenP ¡Plu- 
guiera Dios que el temor y sobresalto me dejaran 
prevenirlo; que yo sé bien se descubriera la ver- 
dad de mi inocencia y su malicia y másde Ma- 
riana! ¿Qué ea de ella? ¿adonde está? ¿no parece? 
Pues yo sé que esta sola y no otra, puede hacer 
semejante maldad, ó levantarme á mí tal testi- 
monio, quien duda por causa vuestra. Kiraisla 
con afición demasiada; y habrá imaginado qne, 
al paso que yo pierdo mi honor y vuestra gracia, 
gana ella lo uno y lo otro. Séame testigo et señor 
don Félix: á él hago juez de esta causa y no por 
acto, por imaginación de culpa, me condene. 

Este 4'Bcvirso último de Celia, hizo fuerza al 



.,C.<n,sk 



doctor Banjalo, de aserte qne Je dio por verda- 
dero; y volviéndose á don Félix, ]© apartó y dijo: 

— Ahora BÍn duda esta mala criada hizo todo 
el enredo que os he contado y habéis visto, con 
el intento qne dice Celia; pues yo os confieso que 
con justa causa, muestra en su razón sus celos. 
Verificase con no hallar el agresor; con la 
gnridad qne Celia muestra; y ¿qni6n duda que, 
viéndoos entrar conmigo y que no venía solo, 
conque se deecubriria sn maldad, como yo, inad- 
vertido, he puesto el cuidado contra Celia, sola 
Mariana ha tenido lugar bastante para poner en 
salvo el hombre que visteis y oisteis? No hay 
que hacer m¿s conjeturas, esto es lo cierto. 

Ayudó A esto don Félix, diciendolo: 

— Volved, doctor, á deshacer el yerro; pedid 
perdón á vuestra mujer y echad mañana esa 
criada de casa, no os ocasione mayor desdicha. 
Y dejando de este acuerdo á Banjelo, conforme 
más qne nunca con Celia y haciendo de ella ma- 
yor estimación, remitió castigar á Mariana, que 
si inocente por la verdad del cago, no por la in- 
tención. 

Salió con esto don Félix admirado de ver su 
amigo, hombre tan bien entendido, tras agravia- 
do, satisfecho; tras ofendido, obligado; tras ce- 
loso y con razón, libre de celos y sospechas; y 
Celia, en vez de castigada, premiada; en vez de 
ofensora con renombre de leal, y en vez de astuta 
y cautelosa, con nombre de inocente: milagros 



ívCouyk 



que no esta vez sola ha techo la fortuna y ]a 
buena traza. 

Hallóse libre don Félix y en la puerta de bu 
dama contó del último reloj las doce: no le pare- 
ció tarde; hizo señas, no le res]>ondieron; envió 
suspiros mal logrados. Corrió la noche los acos- 
tumbrados pasos de las horas y acercóle el día 
sin que don Félix alcansase más que contusio- 
nes. Triste se volvió & su casa poco antes que el 
80l saliese á verle. Sntró en ella lleno de disgus- 
tos y recelos. Recibiéronle sus criados, alegres, 
jnzgando, por la tarde del día, que navegaba 
viento en popa la felicidad de su amo; mas ¿I 
los desengañó diciendo; 

— ¡Ay, amigos; cómo se ha trocado contra mi 
la fortuna, mostrándome el rostro feo, si ayer el 
hermoso: qne no en vano la pintaron los anti- 
guos mujer por la inconstancia; con alas por la 
presteza conque se muda de un estado á otro; 
con dos caras porque con todos tas tiene, la una 
blanca, que enseUa felicidad, !a otra negra y 
abominable^ ciega está para no ver las miserias 
ni condolerse de los desdichados. Nadie, como 
dijo Valerio Máximo, debe creer la felicidad 
grande de la fortuna; que bien la llamé versable 
Quinto Curcio; pues como veleta frágil, la mue- 
ve nn soplo de próspera en adversa. Ayer, ami- 
gos, me vi colocado en el primer asiento suyo; 
hoy casi me juzgo en el abismo del desprecio; 
eali de mi casa rico de alegres esperanzas y 



vuelvo de ellas tan pobre, que sólo hallo míeeraB 
conJBturaj. Salí nado ea ana palabra dada por 
una mujer, en que me prometió el fin de mis de- 
seos, y hallóme burlado entre mayores confusio- 
nes: que sin dada, á fuerza de experiencia, dijo 
Menandro: 



Consolábanle sus criados á don Félix; y él 
todo era dolerse y lastimarse, haciendo verdade- 
ro concepto, como prudente y sabio, cuan grande 
era la causa y cuan dallosa, de qae doña Beatriz, 
ni Hernández, como otras noches, siquiera por 
una reja, no saliesen á disculparse y decirle qué 
estorbaba cumplirle las promesas. Sabia muy 
bien la facilidad y el poco inconveniente que 
para esto tenían. 

Hallaba para mayor confusión cu&n temprano 
había acndido al pnesto y cuan tarde le había 
dejado. En estos discursos iba y venía, sín qne 
acertasen loa criados & consolarle, ni ¿1 á admi- 
tir reposo. El sol entró á visitarle cuando Her- 
nández tocó á la puerta. Fnéronle con Jas nuevas 
á don Félix; cobró nuevo ánimo y esperanzas; 
mas pronto se le desvanecieron; porque la dueña 
entró con los ojos llorosos, la toca mal puesta, 
un papel en la mano y diciendo: 

— ¡Quién me persuadiera, señor mío, que en el 
mismo tiempo que entendí darle parabienes, le 
iiengo & dar pésames! 



cCouyk 



64 LUGO Y DÁVILA 

—¿Pues qué, murió doBft Beatriz?, dijo alboro- 
tado el caballero. 

— No, señor (respondió la daeña): v. m. si lo 
es en la gracia de mi sefiora; que la variedad ds 
9U condición y la disposición de la suerte se con- 
juraron en un punto contra el aeñor don Félix y 
contra la desgraciada Hernández. 

Aquí liizo la cenizada dneña, en poco rato, 
todas las hazañas que, á fuer de su estado, Supo 
ejecutar, que fueron hartas, y prosiguió: 

— Porque habrá de saber (no quiero dilatar el 
caso) que , aguardándole mi sefiora en su apo- 
sento, trazado lo que había de ejecutarse, yo bajé 
á la puerta del jardín y con la oscnridad grande 
de la noche, llegó uu hombre embozado de buena 
traza, que á lo que juzgué era quien esperaba; 
si bien (¡ay necia!) pudiera reparar, que hombre 
que oía ruido de cuchilladas, no muy lejos y no 
se hallaba en ellas, ya ríñendo, ya metiendo paz, 
no podía ser don í'ólix. Cecéele y entróme dentro, 
qne era la se&a que habíamos tratado. Siguióme 
los pasos, cerrando tras sí la puerta del jardín, 
que, como da golpe, quedó con llave; subí el cara- 
col que da en la antecámara del caarto de mi se- 
ñora: estaba todo oscuro, allí, sin reparar, le dije: 
<Ea, señor don Félix, ya ha llegado el deseado 
punto que tanto le cuesta, ya no hay que temer 
rigores, como hasta aquí; buen ánimo y segaid- 
me, que no está lejos de hallarse á los ojos de SU 
dama. ¡Quién tal le dijera, ha pocas horas! Con 



eeto habré camplido de mi parte; v. m. mire 
cómo negocia por la su;a.> No me respondió pa- 
labra quién era, ni yo di lagar & dilaciones; an- 
tes tomándole por la mano, favoreciéndole la ob- 
onridad y la fortuna, le puse 4 la paerta del 
aposento de doña Beatriz. Allí le dije: «Entre, 
que no hay que temer; mi señora egti sola y yo 
tengo bien dispuesto el campo de enemigos.* Con 
esto me partí al aposento del capitán, mi señor, 
que siempre duerme con luz: llegué á la cama, 
despertéle, y dije: «Al pan que tantos años he co- 
mido en esta casa, ¿ las obligaciones de que me 
precio, & la lealtad que tanto estimo y al mismo 
honor mío y de mis amos, fnera ingrata si me 
cegara la pasión, el amor ó el interés, que por 
todo he atropellado para llegar á haoer esta ha- 
zaña. — ¿Qué hazaña? (replicó el viejo). Acabad, 
Hernández, que me dais rigurosa muerte. — ¿Es 
pequeña, señor (dije yo entonces, humedeciendo 
los ojos j levantando & ellos las tocas); es peque- 
ña llegar ¿ los pies de v. m. y decirle que mi se- 
ñora tiene un hombre dentro de su aposento? Yo 
le he visto; no son imaginaciones; f con todo lo 
qne la quiero, quiero más su honra y la de v. m. 
— Tened (dijo mi señor); tapad la boca que ha 
sido la trompeta qne publicar mi infamia. ¡Hola, 
. hola! Uas ¿qné llamo? En mi casa estoy y aún me 
dura vigor en las fuerzas y en la honra.* T to- 
mando una ropa y su espada, salió de su aposen- 
to, para el de su hija, Fui con la luz tras él; eu- 



ívCouyk 



tramos jautos... ¿Qué diré?ai^uí me falta aliento, 
y entonces no sé cómo no me faltó la vida. Hallé 
i mi señora en pie; hallé & don Fernando, su 
hijo de Marco Antonio, el que ayer desdeñaba, - 
el broquel y la espada en la mano izquierda, 
suelto el un canto de la capa, pendiente de sola 
un hombro; persuadiendo estaba á la mudahl» 
doBcella en docirla (según me confesó después) 
que V. m,, señor don Félix, tenía la culpa cele- 
brando lo que estaba dispuesto en parte que hubo 
persona que le llevase la. nueva; y que asi, máa 
cuidadoso, había ganado por la mano, mostrando 
en esta fineza cuánto era más verdadero amante- 
Mi señora me afirma que se resistió lo que ^ra 
posible; y cuando entró su padre, le tenía gran- 
jeado á que se volviese á ir. Paede ser: crea v. m. 
lo que quisiere, que lo que yo vi, entrando el ca- 
pitán, íué turbarse entrambos; querer mi seño- 
ra dar satisfacciones: no escucharlas su padre; 
decir don Fernando que estaba con su mujer y 
que no ofendía en estar con lo que era tan lícito. 
En esta resolución vi que concedieron todos; mi 
señora dio la mano ¿ don Fernando; que el capi- 
tán les hizo agrados y, llamando gente delante, 
se dieron las manos y confirmó el matrimonio, y 
el capitán se volvió á su cama, diciendo á don 
Fernando que se fueae hasta que amaneciese y 
sacasen licencia del Arzobispo para desposarlos. 
Pero don Femando, ido el viejo, se acostó con mi 
señora y ella lo hizo con bien poca fuerza. Esta 



ívCouyli: 



es la triste nueva que traigo á v. m., obra de la 
soerte; pues yo fui el instrumento del daflo, yo 
merezco el castigo; por eso vengo í ponerme en 
manos del agraviado y sólo confieso, más que 
para consuelo de v. m. para desengafio, ser mi 
señora doña Beatriz la misma variedad; y así 
como tan violento este suceso, lo que hoy parece 
que ama, dentro de pocos días ha de aborrecerlo 
y hallarse arrepentida; que son diferentes los 
gustos gozados qne imaginados, y dificultoso es 
matar en corto rato fuego qne se ha encendido 
en tantos días; y no sé si lo afirme asi viendo 
que, en el mismo tiempo de sus gustos, se acuer- 
da, sea como fuere, de dar disculpa de su yerro. 
£a este papel viene; y su esposo don Fernando, 
que ya le doy este nombre, delante de mi ayudó 

Así terminó Hernández, vertiendo lágrimas y 
haciendo extremos y don Félis, cuando sus cria- 
dos entendieron .verle salir de si, tomó el papel 
y compuso el semblante. ¡Oh, lector! ya me cul- 
parás de inadvertido, pues no te he dicho quién 
era el galán de Celia . Sabe pues qne don Fernán ■ 
do, que te dije al principio de este discurso quo 
la gozaba, este fué el que salió de con ella, en 
tanto que duraba la pendencia, y este mii^mo, ba 
jando la calle y llegando á la puerta del jardín, 
entró á la sefla qne hizo Hernández, y este mis- 
mo caso de Ranjelo, Celia y don Fernando, que 
bien conjeturó ser él, don Félix, le hizo repor- 



ívCouyk 



tar, viendo en otra cabeza, tan fresco el escar- 
miento. 

Suspenso estuvo el caballero revolviendo dis- 
cursos algún rato, con el reSejo qne imprimió en 
an fantasía esta desdicha del doctor su amigo. 
Hompió el silencio y dijo así: 

— Parece, señora Hernández, que me hallo en 
el peor trance que contra mi podo inventar la 
fortuna. Digo, como cristiano, aqaella disposi- 
ción prevista en la divina Providencia ignorada 
de los hombres. En fin, doña Beatriz dio la mano 
á don Fernando; y é), sabiendo que estaba favo- 
recido otro galán, que tenia franca la entrada, 
de suerte que pudiera gozar con más guato de en 
dama que el que él goza, atropello por todo, 
dejándose llevar de au apetito, de tal suerte que 
me envía, sí no letras, palabras con las nuevas: 
yo las estimo sin admirarme que salgan mal laa 
esperanzas que se fnndan en la mndanza misma. 
¿Qué mucho doña Beatriz no fuese firme en re- 
sistir el aprieto en que debió juzgarse y tanto 
más fácil sería en esto, cuanto las mujeres tienen 
la inclinación tal, que en cada instante muestran 
au inconatancia? Y no quiera persuadirme, Her- 
nández, que aún dura en la memoria de au ama 
acuerdo de la voluntad que me ha debido y de- 
berá (aunque con otro bien) que hasta aqnf ; pues 
antea, cuando no fuera en esta aeñora paaiónco-, 
nocida la variedad, en todaa creo yo que es na- 
turaleza. Créame & ral, HernándeK, que cuando 



ívCoi.i'íli: 



faUaraa para consaelo mió razones, procuro 
tanto tener sujeto á mi razón mi apetito, que si 
bien confieso el aentimiento por forzoso k la fri- 
gil nitturaleza nuestra, no por eso bastante á per- 
turbar la razón; que con esta soy poderoso para 
atropellar y huir las quejas que otros dieran ha- 
llándose en mi estado. Asi me valgo de la doc- 
trina de Boecio, qne dice : 

Aqaelia no ea potencia, 
que huir no sabe las qaerellaa miseras. 

y dice Séneca: «Como el rapaz vive sujeto á loa 
preceptos de su maestro, asi debe hacer conso- 
nancia, con la razón el apetito». Y no por esto 
dejo de confesar, por difícil, el vencerse uno & si 
mismo; pero á mí esme hoy más fácil que otro 
día; que hace de su parte mucho el proverbio 
que enseña: (escarmentar en cabeza ajena» y, 
aunque yo solo entiendo ahora la fuerza de esta 
razón, porqne sé la causa, estimo el provecho que 
del. adagio me viene. Goce, goce don Fernán 
do & do&a Beatriz, que podria ser ayndase á con 
firmar en mí cnánta discreción es eacarmentai 
en cabeza ajena. Variable es su esposa; no con 
tradigo honrada; por rica se conoce; yo por rigu- 
rosa la sentencia de Juveual: 

Nada tan intolerable 
como la lUDJer qqe es rica. 

¿Qué la parece, señora Hernández? ¿no estoy 
may filósofo? ¿Qué dice oyéndome autoridades, 



70 LUCO V I>ÁV1!,.\ 

que más parece que leo en una academia que no 
qne hablo con una majer á quien se juagara por 
más á propósito dar quejas, aunque fueran fingi- 
das y mostrar sentimientos? Mas sepa que he ha- 
blado tan en juicio, por conseguir con un razo- 
namiento solo dos fines: el uno, moverme á mi 
mismo para desechar el sentimiento, no hacien- 
do mayor el gusto & mis enemigos; y el otro, que 
sirva de respuesta á las razones que me persua- 
den; qne con ellas y refrescar en la memoria 
el proverbio antes citado, puedo juzgarme di- 
choso. 

Admirados estaban Hernández y los criados 
de douFélis; pues aunque en él conocían tanto 
valor, tanta cordura y tau buen ingenio, con 
todo, les parecía increíble lo que estaban miran- 
do; atribuían todos las repeticiones del proverbio, 
«escarmentar en cabeza ajenas referido tantas 
veces, á la sentencia de Juvenat que dijo don Fé- 
lix; mas él, como agndo, les deslumbre con ella, 
y como cuerdo, tenía en la memoria el suceiso de 
su amigo Ranjelo. 

Hernández esperaba la respuesta del papel 
que don Félis aún se tenía en la mano, sin leerle. 
La dueüa, para ver si era artificio le pidió que 
leyese y respondiese si gustaba, aunque ella lle- 
vase harto que contar. 

— No qnerría (dijo don Félix) despertadores 
tan cercanos; mas le procuraba dar al olvido^ 
obra propia de una determinación honrada. 



ívChwi'^Ii: 



— Léale v. m. {volvió & decir Hernández), que 
viene en copla. 

— ¿Y eso más? (replicó Don Félix), Ahora bien, 
oidle todos; que quiero seáis participes de pala- 
bras notadas por hombre tan apacible y escritas 
por mano tan mudable. Abrióle y leyó así: 

A un amor, otro amor le satisFace; 
A un dnaamor, un desamor ea justo; 
Dn gusto le pagaó con otro gusto, 
Si mal hice, castigo á quien mal hace. 

Sileno, esta sentencia me amenace, 
Mas no de ingratitud fiero disgusto; 
Que aunque al hado le dais nombre de injusto, 
Es justo, al fin, si desengaños hace. 

Jamas vida por mnerte se desprecia; 
No ae aborrece el oro por la escoria; 
Esto el médico fué para mi llaga. 

Confirmáirase en mi el nombre de necia, 
A no trocar mi pena por mi gloria 
Que )a ocasión a letra vista paga. 

— Basta (dijo Don Félix); que entre satisfac- 
ciones, mi señora doña Beatriz me envia desen- 
gaQos: forzoso es responderla. Dadme recaudo, 
que si á su merced le faltó amor, á mi no la cor- 
tesia. Y tomando la pluma, escribió asi: 
Parió la ociosidad un rapaz ciego 
Qne llamaron amor, deseo ó ventura; 
Tnvo, en la fantasía, á la locnra 
O por hija ó por llama de su fuego. ■ 

8n hermano de ésta fué el desasosiego; 
Entre ios dos rompieron la cordnra; 
Prendaron la razón en una oscura 
C&roel, y del rigor hujó el sosiego. 



ívCouyk 



Acudió i, la TEizÓD el deaeugaño; . 
Entró el engafio, en formas da Frotao, 
Fué en la batalla el premio mi oaidado. 

Perdió la vida el cauteloso en^afio; 
Sujetó la razón & mi defieo, 
Y vivo, coa razón, desengañado. 
Con dar fin á su novela, Fabio, did principio 
el intento que formará este volumen. 



ívCooiílu 



NOVELA SEGUNDA 



Premiado el amor coastante. 

Eoseña por los varios caminoa que coaaigue 
Dios la salvación de las almas, y cómo se conoce 
que la Divina Providencia favorece á los que tie- 
nea sangre de cristianos y cuánto ae luce en las 
mayores adversidades au misericordia; y en toda 
ea un. retrato de cuan ínconataate es la vida hu- 

Nimoa se vid en amor nini^fnn contento 
Que no le siga en posta otro cnidado; 
líi en él habr& placer tan acabado 
Qne no traigo consigo algna d'.'scaento. 

i_/BT08 versos de Jorge de Montemayor, refirió 
Fabio por haberse ocarrido á la memoria. Cuán- 
to sean escasos loa gustos de los hombres y cu&n 
llenos están de pinsiones de pesares; que en esta 
frágil corrieate (dijo) de la humana vida siem- 
pre navegamos sujetos al riesgo y á la incons- 
tancia. Epicteto, ñli^sofo moral excelentísimo, 



ívCouyk 



74 LUCJO Y DÁVILA 

prueba coa razón, que lo mismo es vivir que na- 
vegar; porque de la suerte qno al navegante le es 
tan cierto el peligro, como el puorto deseado, así 
al hombre, por quien dijo Eurípides, -en el ffi- 
pálito: 

Toda la -vida do loe hombrea llena 

Kítá de la desdiclia: 

Que no tienen descanso sua trabajos, 

— Moral venia, Fabio (dijo Celio), pues con el 
corto motivo del cuarteto de Moutemayor, os en- 
golfáis en el mar proceloso del vivir humano. 
Mas, ya que os toca referir vaestra novela, bás- 
teos para ella el primer asunto d^l aiitor de la 
Diana, donde, á mi ver, hay copiosa materia, sin 
que mostréis vuestra mucha erudición; antes de- 
jando correr solamente la lengua y ios afectos; 
que así (no por excusarme de la dificultad) os 
prometo referir la que me tocare; que ni al cu- 
rioso docto y de valiente ingenio le deleitan la 
galantería de sentencias y lugares: otros hay que 
dicen les rompe el gusto que llevan en el suce- 
so. Probemos asi, veremos lo que agrada; y co- 
nociendo en lo que se acierta, huiremos lo que 
diere fastidio. 

— Obedezco (respondió Fabio) y, en cumpli- 
miento de mi obligación y vuestro precepto, pro- 
baré en mi discurso cuan verdadera es la sen- 
tencia de Jorge de Moutemayor : estad atentos. 

Con luz escasa, pocas estrellas se mostraban 
. al mundo, cubierto el cielo de enlazadas nubes; 



ívCjOi.I'íIi: 



hería el viento apacible en la eepesnra de los ár- 
boles; y, entre BOmbrau y abaombroe, cuando ni 
racional y al broto los sepultaba el repoeo, acre- 
centando con el silencio el horror de la noche, 
una voz triste lamentaba su desdicha entre las 
incultaB asperezas, hoy ruinosos y destrozados 
edificios, menosprecios de la fortuna y el tiem- 
po, y en otro, emulación de los romanos y de 
Cartago poflesionea. 

Herían en las orejas de Celimo, no bien distin- 
tas las palabras qne sallan del fatigado pecho de 
una afligida mujer; y heríanle juntamente el 
alma: que en los ánimos generosos y nobles es 
grande el sentimiento de ver padecer & loa ren- 
didos. Caminó el valiente mancebo & la parte 
que sonaban las voces, eual suels el diestro 
cazador, con advertidos pasos; y habiendo dado 
pocos, cerca de sí, detrás de .un paredón (qne 
aunque oscura la noche, bien se divisaba), con 
terrible mido de armas, conoció se procuraban 
la muerte. Suspendióse entre las blanduras de 
las femeniles ansias y entre la aspereza de los 
soberbios golpes, con que retumbaban los ecos 
de aquellas soledades; y como el corazón brio- 
so le inclinase é, la parte del mayor y más 
cercano riesgo, dejando el comenzado camino, 
gaió adonde peleaban, desnadó su alfanje y se 
halló en medio de dos valientes soldados que, con 
más obras qne razones, pretendía cada uno la 
mejor parte de la batalla. 



í,CH)üyk 



76 LUGO Y DÁViLA 

Esta, quiso estorbar Celimo, conociendo en loa 
tnoTiinientoa no ser ya tan TaleroBas las fuerzas 
como el ánimo, & causa de la sangre que debían 
verter por las muchas heridas qae uno y otro 
áe los que re&íaa era forzoso que tuviese de la 
mano de su contrario, luciéndose en los dos valor 
igual. 

Mas apenas con las primeras diligencias y pa- 
labras, dichas en arábigo, procuró el fin de la 
pendencia el moro, cuando respondiéndole en 
alemán, lo que no entendió, se pnsieron á una 
parte, haciéndose una voluntad, los dos enemi- 
gos, y comenzaron á herir al que tuvieron por 
tal. Has conociendo el joven la flaqueza de la 
sangre que les faltaba y perdían, y viendo qae 
la retórica eñcaz á persuadirlos era el rigor de 
los ñloa de su alfanje, uorecentando tas obras y 
disminuyendo las palabras, se volvi4 para ellos, 
y dio tanta prisa, que el uno cayó en tierra con 
los últimos suspiros, y el otro, hallando muerto 
al compañero, se retiró, á toda brevedad, & la 
parte que estaban arrendados ras caballas á unos 
Arbolee. 

Conoció el mancebo qne pretendía escaparse: 
dejóle. Ocupó la silla y volvió á toda rienda las 
espaldas, aumentando con diligencias el movi- 
miento del animal veloz. Aún se oían las quejas 
lastimosas de aquella estancia que, si no ele- 
gantes, con faerza natural persuadían á Celimo 
que buscase la cansa de'ellas; y así, vagando ¿ 

c.j.-.iMívt-loi.i'íli: 



77 



una parte y & otra, porque no siempre sallan de 
un lugar, aunque se dejaba conocer ser de solo 
una persona, cuando los primaros candores de la 
ma&ana, con la vecindad qne el eol tenía al hori- 
zonte, desterraban poco á poco la oscuridad y las 
estrellas, se lo ofreció á la vista una mujer tan 
hermosa, que á no conocer el africano el rostro y 
la Toz suya, casi á un tiempo lajuzgara por más 
qne hnmana sombra. Sobresaltóse al rumor de 
los pasos, Zara (que asi era el nombre de la don- 
cella); haciendo concepto que el uno de sus ene- 
migos vencedor seria el que se acercaba; mas 
volviendo los ojos en su engaño, halló su ventu- 
ra conociendo á Celimo, y quedando los dos 
amantes tan suspensos do verse en tan no espe- 
rado suceso, que lai-go rato se les dilató el mo- 
vimiento y las palabras, hasta qne el moro, rom- 
piendo lo uno y lo otro, dijo así: 

— ¿Qué es esto, Zara míaV ¿qué varios acciden- 
tes de fortuna nos tienen solos en esta parte,y tnn 
sin prevenirlo? ¿quién te pudo traer á estas sole- 
dades? Mas ¿qué pregunto, si estos asolados edi- 
ficios, sendereados hoy de las malezas, me respon- 
den cuan sujetas están las prosperidades huma- 
nas 4 las miserias y desdichas? Un tiempo, ¡oh 
mi Zara!, pendían en mármoles y jaspes trofeos 
cartagineses, dando envidia y terror á Italia y á 
Espafia, y hoy, apenas gozan la memoria de que 
fueron claro espejo de la inconstancia que tienen 
y han tenido las más supremas monarquías y cla- 



cCouyk 



ro pronóstico da cuan poco han de diu-ar las feli- 
cidades en ellas. Ayer, ¡triste! , mi dueño j tn pa- 
dre Barbarroja regla el seliorío de Túnez, con 
asombro de la tierra y el mar, y hoy vaga fugiti- 
vo, con solo cuiíiado de librar la vida; y tñ, & 
quien los rayoa drl sol no se atrevían, servida de 
africanas hermnsfts y guardada da eunucos y de 
llaves, gozabas entre señorío recogimiento; y hoy 
te hallo en los campos, enviando al cielo suspiros 
y á la tierra ligrimas. ¡Ay, Zara mia, cuan al re- 
vés proponen los hombres y ejecutan los hadosl, 
pues cuando me glorie de tí favorecido, prome- 
tiéndome el gozarte por esposa con próspero des- 
canso, vengo apenas á poder servirte de con- 
Buelo y de amparo, desterrado, solo y destituido 
de mis haberes y cargos; que la frágil y humana 
suerte parece que se goza en las adversidades de 
loe hombres para qae no fien en ella. Triunfe 
hoy Carlos, Emperador de Occidente; restituya 
reinos , menospreci&n dolos para su corona; de- 
leite la imaginación en tantas victorias cuantas 
no abrazan las lenguas ni las plumas; y, con 
todo, advierta que es hombre y vive sujeto & la 
infelicidad, sirviéndole de ejemplo los Césares, 
los Pompeyos, los Antonios y tantos otros prín- 
cipes cuantos claman las historias. Mas triste 
yo, que me divierto en los ajenos sucesos, de- 
biendo cuidar sólo de los presentes propíos; en 
fin, mi Zara, ni somos los primeros ni los últi- 
mos á quien los infiujos celestes traigan á seme- 



íXlouyliJ 



79 



jante estaáo, y en él conozco que, ya que sean 
señores de casoa tales, no lo son por eso de la 
razón libre y virtud de los valientes ánimos, qne 
tal vez se conocen y lucen más en loa mayores 
infortunios. Aquí, ¡oh mi Zara!, me tiene?, y. 
donde quieras te segairé, á tu disposición la 
vida. ¡Animo, bien mÍo, ánimo!; que yo con te- 
norte á ti, tengo más que pide el deseo y más qne 
pueda concedHrme la fortuna. 

— ¡Ay, mi Oelimo! (respondió la doncella), 
¡ay, ini Celimo!; tuya soy en trance ni de ti pe- 
dido, ni de mí esperado; mas advierte soto á mi 
honor; advierte que la desdicha no es justo que 
sea en mi causa de desprecio; y también advierte 
que no estamos seguros aqui de los soldados im- 
periales; porque te hago saber que saliendo tras 
mi padre Barbarroja, destrozando el poco núme- 
ro que me acompaflaba, fui prisionera de dos 
capitanes, deseAndome cada nno por suya, sobre 
que litigaron largo rato, hasta que de un acuerdo 
los dos, me. trajeron sola á estas asperezas; y, 
apartándose de mi algún trecho, me dejaron por 
premio del vencedor. Apeáronse y remitieron á 
la fuerza de las armas la presa de mi persona; 
hablábamos, por mi desdicha, en diferentes len- 
gaas; ni los entendía, ni me entendían, y dieron 
principio á su batalla y yo A enviar al cielo las- 
timeras voces, apartándome sin saber adonde, 
ni saber el fin que tuvieron. 

— Este riesgo (respondió Celimo) ya no le 



¡ouyk 



tenemos; porque á mis manos acab¿ el uno y el 
otro huyó ¿ lae tiendas de sa campo, bien crea 
mal herido, y no lejos de aquí está el caballo del 
muerto. Yo sé bien estas tierras, como el que 
tantas veces las corría cazando, en tiempos más 
venturosos que el presente; y asi, mi Zara, entre 
las cabanas y apriscos de ganaderos que hay en 
estas soledades pasaremos desconocidos, hasta 
qne el tiempo nos maestro otro camino más di- 
choso. 

Aprobó Zara y aceptó el intento de Celimo; y, 
puestos los dos amant-es en el caballo del solda- 
do muerto, prosigaieron sn viaje hasta qne el sol 
había andado aquel día casi la mitad del suyo. 
Iban buscando siempre con la vista y los deseos 
los errantes donde parar, cuando, entre nnos ár- 
boles ¿ quienes prestaba lozanía un arroyo dis- 
curriendo entre ellos, hallaron ha^ta cuatro ca- 
banas ó albergues de vaqueros, cosa tan usada 
siempre en la Libia, qne la antigüedad pndo 
llamarla tierra de pastos. Apeáronse Celimo y- 
Zara; y, apeados, buscaron gente: salió á reci- 
birlos un hombre anciano, dando fuerzas á sn 
vejez un báculo de acebo; habiéronle en arábi- 
go y respondióles afable. Contóle Celimo en bre- 
ve sus desdichas; la causa de su venida y el 
modo con que buscaban su libertad. Atendió el 
viejo' á los sucesos y preguntó los más menudos 
accidentes, dando muestra de haber ól seguido 
en sus mocedades también los marciales escua- 



ívCoi.i'íli: 



«1 



drones; hizo ofertas largas j regalólos con es- 
casa f aerzft y ánimo liberal, prometiéndose Zara 
y Oelimo en aquella vida más descanso y deleite 
que en la grandeza cortesana. 

Jant&ranse á aquella fiesta los zagales, y cada 
uno hizo ante los forasteros muestra de sus agi- 
lidades y gracias; cuál saltaba, cuál corda, coál 
trepaba los árboles, cuál tooaba el rástioo ias- 
trumento, cuál cantaba con delicada voz, conce- 
dida de los tiernos años y la naturaleza más que 
del arte y del estudio. Acudieron las zagalas y 
mujeres, admirando la hermosara y traje de 
Zara, que las acariciaba á todas, y agradecía 
mostrándose obligada, que es grande maestra de 
ceremonias la necesidad. 

Así amor y la fortuna suspendían la suerte ad- 
versa de los amantes en tanto grado, que casi se 
pedia juzgar por verdadero lo fabuloso que Ho- 
mero escribe en su UHeea del árbol Lothoe, que 
se cría en esta región de Libia, cerca de las co- 
marcas de Visierta (hoy asi llamada, y de tos 
antiguos Uttica), el cual tenia propiedad tan 
misteriosa, que el forastero que gustaba su fru- 
ta olvidaba su patria, de manera que si no era 
forzado, no salla de esta provincia. Mas ¡ayl 



Nunca se vio en ainor ningiiii 
que no ee siga en po^ta otro cuidado, ele. 

Cuando mayor seguridad imaginaban, cuando 
mayor descanso se prometían, convidándoles ya 



ívCouyk 



á Zara y Gelimo laa tinieblas nocturnas al d«- 
ma.do reposo, los cercaron hasta veinte hombrea 
que, esparcidos entre las espesuras, hablan ca- 
minado cubiertos; dieron repentinamente eobre 
los no apercibidos vaqueros y pastores. Mas Ce- 
limo, con gallardo ánimo, escogiendo por sitio 
fuerte la entrada de una caballa, donde se ence- 
rró sa prenda con otras mujeres, hizo tan briosa 
resistencia que, ¿ tener pocos de su valor que le 
ayudaran, consiguiera la libertad de todos. Mas 
como no las fuerzas rústicas, sino el corazón 
noble prestan determinaciones para vencer los 
peligros, Á poco tiempo qne duraba la tefriega, 
huyeron los más villanos y otros se rindieron, 
de suerte que Celimo, solo, caneado y herido, 
apenas sustentaba la vida y la batalla. Encen- 
dióse en cólera nno de los que le herían y apar- 
tándose afuera disparó una pistola cuya bala 
derribó á Celimo sin poder más tenerse. Entra- 
ron los imperiales, franca la entrada de la caba- 
na, donde hicieron presa de las pocas mujeres 
que, entre llantos, pedían clemencia; aunquA 
Zara viendo caer & su Celimo pretendió acompa- 
fiarle en el duro trance en que se hallaba, pro- 
curando antes negociar la muerte que el canti- 
verio; irritando los fieros ánimos de los vence- 
dores y abrazándose del africano, qne entre 
muerto y vivo agradecía con los ojos aquellas 
finezas, nada bastantes para que snependieaan ni 
librase el cautiverio de Zara, la cual, maniatán- 



ívCjOu-^L 



doU oon loB demás, puestos en los Ingajes qna 
hallaron de aqnelloa ganaderos y en caballos 
qae toa soldados traían, caminaron al campo im- 
perial, dejando i Gelimopor inótil al vivir. 

Alentóse el moro 7 pretendió lerantarse; mas 
fnéle imposible por entonces; qne la mocha san- 
gre de las grandes heridas lo estorbaba, y en 
tan rignroBO estado, no su mnerte, sino la pér- 
dida de sn querida Zara era el mayor dolor y 
tormento que padecía. Procuraba con las voces 
desahogar la pena; daba algunas con flaco alien- 
to; volvía & esforzarse y & rendirse, cual anele 
la luz artificial en los términos últimos. 

En esta congoja, desesperado del remedio, ad- 
virtió pasos cerca de sí; levantó al ruido la ca- 
beza como pudo, y la voz diciendo: 

— Enemigo ó amigo que seas, acábame, que 
será la crueldad más piadosa que á hombre triste 
le puede conceder el cíelo. 

Aún el bulto se movía ein responder palabra, 
cuando á poca distancia de tiempo, hiriendo un 
pedernal el vaquero anciano que recibió á Celi- 
mo, se le pneo delante con luz, y consolándole y 
reparando lo mejor que pudo las heridas, le dio 
-cuenta en brevee palabras, cómo escondido entre 
anas pe&as aguardó y vio el lastimoso caso que, 
ten sin poderlo prevenir, les había sobrevenido. 
Lastimábase Colimo de la pérdida de su Zara 
más que de eu propia muerte, y el rústico le di- 
vertía y consolaba con razones más discretas 



íXlouyk 



84 LUGO Y DÁVILA 

<ine de Tillaao; que la experiencia de la vida 
larga eaele perfeccionar el natural incnlto. 

Acndieron & la luz, como á farol de capitana 
después de la borrasca las esparcidas naves, los 
que escondidos entre las breñas salvaron con 
ellos y la noche, el vivir y la libertad. Y ha- 
biéndose juntado hasta seis personas y benefi- 
ciando lo mejor que supieron las heridas de Ge- 
limo, de común acuerdo se determinaron llevarle 
& una cueva que no lejos de allí, entre unas rul- 
ñas de edificación, estaba, donde asistía un hom- 
bre prodigioso, de religión cristiana, de edad 
larga, de venerable aspecto y de conocidas ma- 
ravillas, experimentadas entre aquellos rústicos 
africanos. 

Pusieron por obra el camino, llevando sobre 
una tabla, eu hombros de cuatro^ de ellos, al 
mancebo y, guiando con su luz el vaquero, llega- 
ron i la estancia de Fernando (este era el nom- 
bre del solitario); y aun asi, pasada la tormenta, 
amedrantada aquella vil gente, volvían la vista 
y suspendían los pasos, juzgando por enemigo 
cada tronco. Celimo, en aquel trance, para co- 
brar aliento, pronunciaba como podía: *¡Ay Zara, 
ay Zara!>; y ella, vertiendo lágrimas en manos 
de sus enemigos, caminaba al campo qne ya mos- 
traba á la vista el sol que vertía, sus rayos en- 
tre las tiendas imperiales, gozándose en los re- 
flejos de sus vencedoras armas, y los eoldados, 
en ver mayor presa qne imaginaron, y. aun al- 



ívCloi.i'íli: 



NOVELA SEGUNDA 



tercando discasio'nes por la hermoBa Zara, que, 
cual flor entre espinas, lucia entre las demás 
pñaíoneras. 

Herlaii'loB campos los clarines, celebrando 
el nuevo <Ha, y acrecentaba el regocijo de los 
yictorlosos qne trinut'aban, aunque de poco nú- 
mero de cftQtivos. Salieron á recibirlos muchos, 
admirando todos que entre cabanas de pastores 
se hallase tan rica prenda como Zara. 

Corrió la voz en corta distancia da tiempo 
larga distancia de lugares, sin parar hasta la 
misma persona de la majestad Cesárea, á quien 
obligó el rumor á mandar que trajesen ante si la 
presa que hicieron aquellos soldados, los cuales, 
gloriosos, y en particular Benavidea, valiente 
español, se presentaron á sa Príncipe y presen- 
taron á Zara, tan hermosa, entre llantos y aflic- 
ciones, que pudo verse ejemplo y acto segundo 
de Scipión y la doncella cartaginesa; y en Carlos 
Quinto mayor valor, mayor virtud y mayor lar- 
gueza que en el romano. 

Mandó Su Majestad que se repartiese entre 
aquellos soldados el precio de aquella esclava, 
oon determinación que, libre tan perfecto cuerpo, 
no ae perdiese, antes con la verdadera ley, se 
ganase para Dios aquella alma. Preguntó Su Ma- 
jestad á la mora quién era y cómo la hallaron es- 
condida entre pastores y gente rústica. A lo cual 
respondió la doncella (entendida por intérprete), 
8i no OQ estas palabras, esta sustancia: 



ívCouyk 



— Barbarroja, Majestad fnclíta, antes que so 
apoderase del seflorio de Túnez, surcaba loa ma- 
res de Levante y costa de Valencia con algu- 
nas fustas, dando terror con su fama y haza- 
ñosas presas y, entre laa mayores (según me atir- 
maba), fué una galera genovesa donde, á vuelt& 
de riquezas y esclavos, venia uua señora que pa- 
saba con su marido ¿Italia en servicio de V. M. 
católica, ocupado en cierto cargo en el reino de 
Ñápeles. Costóle el rendir la galera ¿ Barba- 
rroja sangre y diligencias, porque fué la resis- 
tencia valerosa. Entróla, en ña, habiendo muerto 
el capitán y este caballero que era mi verdadero 
padre, aunque yo no había nacido al mundo. ¡Ab, 
cuánto me fuera mejor no nacer! En Argel des- 
embarcó los esclavos el valiente corsario, y des- 
pendiendo algunos, guardó para si á mi madre, 
de quien sólo heredé desdichas; y, como fuese 
persona de cuenta en £spaña, movido de interés 
grande, Barbarroja la rescató á pocos diaa qa» 
yo había nacido, haciéndola entender que era 
muerta y dándola otro cuerpo en lugar del mío: 
estratagema que en sus principios la hizo el 
bárbaro para gozar después del segundo rescata. 
Diéronme á criar por hija de Barbarroja, habida 
en una de sus mujeres, cuya fué la criatura que, 
en mi trueco, recibió mi mal afortunada madre. 
Crecí y creció la opimón de mi hermosura y no 
menos el amor de mi fingido padre, que me crió 
en sus ritos y ley, esparciendo y confirmando la 

c.j.-.iMívCoi.i'íli: 



37 



opinión de qne yn era an hija. Llegó á regir el 
cetro de Túnez j llegó á prometerme la Booesión 
del reino (tal era el verdadero amor que me te- 
nia), j tal que para representarme mayores obli- 
gaciones me refirió machas veces mi nacimiento, 
encargándome el secreto de él, igual con el vi- 
vir. Bl aparato con qne me servían, la majestad 
con qae me trataban, las caricias y los regalos 
qne me hacían, mii podré yo representarlos, sino 
para acrecentar ligrimas y noevas cansas de 
dolor en mi adversidad. Últimamente, sefior, las 
cruzadas banderas de ta Imperio, tremolaron en 
las murallas de Táoes; y, desesperado Barbarro* 
ja, hnyó, no á ta rigor, mas la servidumbre que 
es el fin de las desdichas, para los ánimos de au 
naturaleza, inclinados á mao^dar, y más cuando 
á la inclinación ayuda el hábito. Trazó que yo 
también huyese el cautiverio, acompañada de 
algunos leales que, á poco trecho qne habíamos 
corrido, perdieron ta vida en manos de un escua- 
drón pequeño de soldados, y siendo yo la presa 
entre dos capitanes, por mi salieron á matarse. 
Habla gnisdo la fortuna, errando tambián fu- 
rtivo por la misma parte á Celimo, ¡ay triste!, 
el más gallardff mancebo, más hermoso, más dis- 
creto y más valiente que pisó jamás el suelo 
africano. Este me libró; con éiite paré entre 
aquellos albergues de pastores; éste perdió allí 
la vida en mi defensa y éste habla de ser mi es- 
poso. 



í,c;<)üyk 



Aqnl dio fin Zara & su discurso, anegándole ea 
un profundo mar que vertía de lágrimas. Admi- 
raba y condolía el suceso y llanto de Zara, des- 
de el ánimo Cesáreo hasta los más Ínfimos que 
se hallaron presentes; y viendo Su Majestad que 
uon tales principios seria fácil reducir á la ver- 
dadera fe á la doncella, mandó entregarla al 
Marqués de Aguilar para que, dándola bautismo, 
la remitiese á España. Encargase ooa gusto de 
este cuidado el Marqués, por tener partéenla 
conversión de aquella alma, disponiendo lo mejor 
que se podía cumplir el mandato de su principe; 
si bien lo más dificultoso era desterrar en Zara 
el sentimiento y memoria de su Celimo; el cual 
llegó á la cueva y manos de Fernando, casi pei'- 
dido de todo punto el aliento y el vivir. 

Saltó el anciano y recibiólos alegre, condolién- 
dose del herido mancebo, viendo malograr en 
tan pocos años tanta belleza. Beñrió luego entre 
dientes versea y salmos poderosos á restañar la 
sangre á vista de los que allí asistían y, hacien- 
do un lecho de hojas secas de árboles y otras fus- 
tas, le puso en él, beneficiándole las heridas, 
prosiguiendo el curarle tan felizmente, que en 
poco tiempo se halló Celimo libre del peligro de 
la vida, aunque la convalecencia hubo de ser lar- 
ga, asi por la falta de regalo y comodidad, como 
por la macha sangre qne habla perdido. Yisitá- 
banle y entretenían á Celimo loa pastores, y Fer- 
nando le iba reconociendo poco á poco, haciendo 



ívCjOu-^L 



verdades infalibles sus conjeturas ana argolla 
de oro con ciertos caracteres arábigos que Celi- 
mo traía siempre en el brazo derecho, gala mny 
usada entre los africanos. 

Pues como ya de todo panto Femando se cer- 
tificase, asi por las señales del cuerpo, como por 
las preguntas que coidadoso le hizo muchas ve- 
ces; hallándole toe dos solos un día, á la eombra 
de unos abrazados árboles, gozando del naci- 
mieilto de una faente que, rompieado las duras 
entrañas de ana peña, se comunicaba al prado 
saministraudo radical virtud á las plantas y á 
las flores, Fernando dijo asf á Celimo: 

— Dios, ¡oh mancebo!, en quién están presen- 
tes los sucesos humanos y que con su divina pro- 
videncia, obrando libremente las segundas cau- 
sas, guia 808 efectos i loa mejores fines por tan 
extraordinarios caminos y accidentes como has 
visto en ti, te trajo á mi presencia para que no 
sólo te desengañe de quien eres, mas, si me es 
concedido, te obligue á seguir la verdadera reli- 
gión de tus pasados. Sabe, pues, que de Francia 
flalió un caballero, cuya valentía se celebra no 
8¿lo en Europa, mas en Asia y en África; la fama 
diá noticia de su valor. Eate,por algunas causas, 
le forzó su hado (si puede asi decirse, cuando las 
ocasiones necesitan) á seguir las banderas de 
Garlos Quinto, Rey de España y Emperador de 
Boma, á costa de la vida de Borbón (que este es 
el nombre de tan valeroso principe y soldado); y 



íXlouyk 



90 LUGO Y DAVILA 

como no sa menosprecia el rigor militar de Us 
bl&ndnraa de Venus entre laa armas, tal vez el 
francéií se dejó llevar de lo9 afectos naturales. 

Alojóse en un lugar del Spoleto (en cuyo du- 
cado antiguamente 8e llamaron Vilumbrios). 
Enamoróse allí da una seitora cuyo nombre te 
callaré por en decoro; tan hermosa, qae dejo el 
pintarla por no hacer agravio ni cortedad á la 
mucha largueza con qae la concedió perfección 
el cielo. 

Era huérfana de madre; 7 con las alteraciones 
de la Italia, su padre asistía en las guerras, can- 
ea de que Borbón consiguiese, entre violencias 
j caricias, su deseo. Quedó preñada; servíale yo 
entonces, fiando de mí sus mayores secretos; 7, 
como llegase el tiempo del parto, eu un cenador 
del jardin fué el puerto donde gozaste la prime- 
ra vista del mundo. Desde allí, con increíble se- 
oreto, llevaron á tu madre á su habitación y 
cama, fiándose de una mujer en cuyos brazos 
ella habia nacido; ya no criada, sino compañera 
fiel, que esto puede la comunicación de las fla- 
qnezas. Entregóme Borbón entre su misma capa 
^1 mismo que estoy mirando; á ti, ¡oh mi Colime^ 
mejor diré , mí Carlos; que este nombre te pu- 
sieron cuando recibiste la crisma de cristiano! 
Mandóme mi dneBo que no parase hasta Barle- 
ta, puerto de la Pulla, donde estaba prevenido 
el modo de criarte. La incomodidad y trabajos 
que pasé y pasaste, al llegar por los campos y 



íXloü^li: 



91 



«Ideas & que te snatentaaen laa mujeres que ha- 
llaba con oriataras; cuántas veces me libré coa 
didiraa de prisiones y molestias; porque el ver 
caminar nn hombre solo con un niño en los bra- 
, zoB, naeido apenas, daba cansa bastante para 
'aoapechar, no quiero referirte, pues seria me- 
nester otro tanto tiempo como duró el viaje. 
Llegaste, en fin, vivo á Barleta; 7 allí te entre- 
gné i Laudomia, mujer de on mercader, llama- 
do Florencio Met«li; & éstos te enoargné, seg&n 
l¿ orden qne trola y yo me volvi en basca de tu 
padre, qae me esperaba. Sabíamos ¿ menudo de 
tu salad y criansa, por cartas, hasta qne en el 
asalto de Homa nna bala fué el instrumento 
conque triunfó la muerte de hombre tiui valero- 
so, qne juzgo no se atrevió desde más cerca á 
quitarle la vida. 

Alcanzóse aquel día la victoria muriendo Ber- 
bén; y tú y yo, desde aquel punto, quedamos 
hechos esclavos de la fortuna. 

Recogí las joyas y dineros que pude; partí 
donde estaba tu madre, hállela casada; enterne- 
cióse de no poder luego ampararte y encargóme 
que en siendo de diez años te llevase á servirla. 
Prometilo asi y caminé & Barleta; busqué & Lau- 
domia y á Florencio; pedlles que me restituyesen 
mi prenda, volviéndote á mi poder. Mas Laudo- 
mia, con ansias, lágrimas y suspiros, me confesó 
que, habiendo tenido en su casa un turco espía, 
qne viniendo de España y habiendo corrido la 



ívCouyk 



Italia, hacJéndoBA dneño de los motivos de loa 
principes, aguardó allí algún bajel de venecia- 
nos para atravesar el mar Jónio y entrarse por 
Epiro en la Macedonia y por tierra & Constanti- 
nopla, te robó y llevó consigo, añcionado de tu 
belleza (qae así pagan bárbaros los hospedajes, 
y este premio reciben los que amparan enemigos 
de la fe). 

Yo creí, en los principios, que era Fábala in- 
ventaaa por Florencio y Laudomía, á causa del 
amor que en tu crianza te habían cobrado. Has 
como ya me certificase, arrebatado con la pa- 
sión, el sentimiento y la cólera, quise dar muer- 
te á marido y mujer, qne huyendo escaparon la 
vida, y yo la libertad y el rigor de los jueces 
embarcándome en nna tartana aquella misma 
noche, Hicimoaos A la vela, con ánimo de bascar 
el seno Adriático, hoy golfo de Veneeia, donde 
yo llevaba ánimo de parar, dando desde allf 
den de buscarte, aunqae me costase mil vidas 
Navegamos con viento próspero, y al nacer el 
dia dimos en las manos de Barbarroja, qne ei 
tonces corría aquellos mares. Librábame por v< 
neciano con quien tenía hecho cierto modo d 
paces; mas yo, que llevaba el intento en tu bm 
ca, no quise par entonces gozar del beneficio. 
Agradecióme el corsario qne me quedase en 
compañía y prometióme su amparo para cobrar- 
te, aunque te hubiesen llevado á las áltimas re- 
giones del Asia. 

c.j.-.iMívt-loi.i'íli: 



fia 



Dejando á pocos diaa el Mediterráneo, por. en- 
tre muchedumbre de islas, pasamos el Archipié- 
lago, y dejando el mar Egeo llegamos á Constan- 
tinopla, donde lfnstaf& (^oe asi tenia nombre el 
espía qne te robó) te habla presentado al Turco, 
For laa señas y por las diligencias de Barbarroja 
y roías, diciendo que yo era to padre, se negoció 
de suerte, que no sólo te gocé libre eu mis bra- 
zos, mas confesando el e&pia cómo te habla hur- 
tado, estnvo cerca de que le empalasen. 

En estas peregrinaciones trabamos amistad 
tan grande el corsario y yo, qne pudo forzarme 
á qne asistiese en su compaüla. Criábaste en 
tanto, y deseaba qne tn educación fuese en la 
del verdadero Dios; mas Barbarroja lo estorba- 
ba por todos caminos que le eran posibles. Te- 
nías ya siete afios, llevando tras ti los ojos de la 
morisma, y desde entonces te pose en el brazo la 
ajorca que traes ahora, pidiéndote que nunca la 
dejases, por trabajos en que te vieses, qne no te 
aprovecharía poco; & causa de que la forjó con 
asiduas observaciones .de estrellas, un turco 
grande filósofo, astrólogo y aun mágico, de quien 
aprendí algunos casos naturales, que quizá lO' 
dispusb así el cielo para que , con ellos, aprove- 
chasen en tn cnra. Las veces, pues, que yo po- 
día, te representaba que eras cristiano, que era 
Oarlos -tu nombre y te desengañaba del error 
bárbaro de la secta mahometana, aunque sin 
atreverme jam&s á decirte quién fuese tu ver- 



íXlouyk 



91 LUGO V DAVUA 

dkánro padre; así por la poca seguridad de toa 
tiernos aaos como por obligarte á qne me oyeBes 
con majror respeto y afición ocopando el nombre 
paternal. Olasme con guato; mas Barbarroja, qne 
siempre te llamó Gelímo, determinado & qne te 
qnedaaes con él, saoó ana patente del gran eefior, 
y entregándomela, me dijo en qné parte gusta- 
ba que me pusiese; ó si qaerfa atravesar alguna 
tierra ó ir á la Siria & risitar los Ingares de Je- 
rnsalem, de que tantas veces yo me acordaba; 
que me fuese donde gastase; mas advírtiendo, 
que ni te habia de llevar conmigo, ni verte más. 
Quise desesperado hurtarte; salióme al revés el 
intento, y el que hasta allí vivió libre y estima- 
do de la amistad de Barbarroja, quedó hecho es- 
clavo y aborrecido. Tal premio dan las bárbaras 
cortesías y tal es la confianza que se fonda en 
los infieles tiranos. 

Sentí mi desdicha y la tuya, y llorándola por 
varios accidentes, deseoso siempre de hallarme, 
aunque escondido, cerca de donde estabas, me 
retiré últimamente entre estas asperezas, donde 
vierto lágrimas desde que el sol nos visita con 
su luz hasta qne vuelve á mostrarse. Siempre 
suspiro; siempre doy gemidos á Dios, al cíele», á 
las demás criaturas, pidiendo tu salvación y 
la mía. 

Aquí me he sustentado algunos tiempos, coma- 
nicando asta gente rústica y tal vez he aloansado 
bautizar algunos, granjeando para Dios almu, 



ívCloi.i'íli: 



NOVELA SECUNDA 05 

en recompwiBa de Us qoo 8« han perdido por mi 
canaa: *i es asi qae pnede haber compensación 
de espiritas ganados y perdidos. Esta, [oh gallar- 
do niancebol , es tu historia; TneWe ahora los ojos 
á tos principios, á tas obligaciones al Supremo 
Hacedor de esta grandiosa y misteriosa máquina; 
y pues te dio el rostro levantado í las estrellas, 
por BU hermosura, por la regularidad y disposi- 
ción de BUS cursos, pasa i considerar bu artífice 
que lo criú todo para el hombre, y el hombre le 
es ingrato; no seas tú de este número. 

Di¿ fin & su razonamiento Fernando, y Celimo, 
que le escuchó atento, reconocía pooo & poco al 
qne un tiempo llamó padre, revolviendo en su 
imaginación tantos conceptos, que loa unos á los 
otros se embarazaban. Mas ya el sol, pasaado 
sus rayos & los antípodas, dando causa la noche, 
para dejar aquel sitio por el qae les servia de al- 
bergue, adonde entre admiraciones y ofertas ha- 
cían su viaje los dos amigos, cuando, desde Isjos, 
les hirió la vista una las, que por boca de la 
cueva se comunicaba á los aires lóbregos con las 
nocturnas tinieblas. 

Beparó el mancebo y llevóle el ánimo la nove- 
dad; y el mío lleva tras si Leonora (que este era 
ya el nombre de la que en otro tiempo Zara) llora- 
ba [oisionera en Constant inopia, clamando al 
cielo en su retraimiento y pidiendo ayuda á quien 
podía bien dársela, decía: 

— ¿Cómo, Señor? Ya qne permitiste qae me fal- 



ívCouyk 



tftae el qua tenía por eeposo, qne parase en el cau- 
tiverio del César, tan en mi Favor, qae me libré 
de la eecta abomioable y perversa mahometana; 
qoe felice me embarqué para gozar mi patria ver- 
dadera; estimada de los principes cristianos; aca- 
riciada de mi patrón el Marqués de Agoilar; con 
esperanzas Felices de verme en España religiosa, 
haciendo mis desposorios con el mismo Dios; en- 
tonces, desembarcándome para lograr mi deseo 
con mayor brevedad, en ank poderosa nave; 
tranquila el agua, blando el viento, alegres des- 
de el piloto al pasajero, en tan corto tiempo, sé 
alteran las olas, se rompen las velas j jarcias, se 
tronchan los gruesos árboles, y sin saber adon- 
de, la triste que huía las infieles costas, arriba 
en ellas; y donde un tiempo fuí libre, soy es- 
clava; porque ya donde fuí esclava, era libre; ya 
me venden; ya de una mano en otra me presen- 
tan al Turco; ya, por mi desdicha, se enamora de 
mí; ya me persigne que vuelva ¿ los primeros 
errores de mis años; ya me halaga, ya me opri- 
me con terrores y absombros. Por una parte, me 
representa el .ocupar el puesto de una de sus mu- 
jeres; por otra, el poderío de dueño apasionado; 
aquí el rigor, allí la blandura y la caricia, y yo 
mujer ñaca. ¿Qué es est», Sefior? ¿no sois Tos en 
quien están presentes los sucesos nuestros? ¿oo 
sois Ves la verdadera Providencia? ¿no os costó 
mi alma precio infinito de vuestra preciosa san- 
gre? ¿Pues cómo ]o que tanto os cuesta lo dejáis 



.,G<,„8lc 



97 



ál peligro? Has bí es por acrecentar. Señor, qui- 
lates á mis merecimientos, aqnl estoy diepnesta 
& padecer millones de martirios; aqui pretenderé 
resistir las violencias de nn principe b&rbaro y 
enamorado. > 

Así lloraba Leonora sns infortunios cnando 
entr¿ la Sultana en sn aposento, celosa de ver 
qne el Turco quisiese preferir una esclava á las 
que tenía con propio nombre de mujeres; movien- 
do no menos el verle tan rendido que, por no dis- 
gustar á Leonora, granjeaba con finezas lo qne 
pudiera con violencia. 

Volvió Leonora á la turca el rostro lloroso, y 
la Sultana, consolindola, libró en su resistencia 
sn rescate. Agradeció Leonora cortésmente el 
ofrecimiento y prometió perseverar, de modo que 
ya artificiosa, ya determinada, antes perdiese la 
vida que la candida aureola con que triunfan las 
verdaderas vírgenes, de que tenia hecho voto á 
BU esposo Jesucristo. 

Estimó la Sultana su promesa y aseguró ¿ la 
cantiva su palabra, ofreciéndola libertad; mas el 
Turco abreviaba las dilaciones de Leonora, ya 
con blanduras, ya con amenazas y otras enamo- 
radas diligencias, que fueron vivas espuelas de 
los celos de la Sultana; la cual, conociendo cuan 
flaca resistencia era la de una mujer y prisione- 
ra, contra un principe bárbaro y enamorado, 
apresuró su intento y dándole & Mustafá, hombre 
anciano y astuto más quo Ulises (y que por saber 

TEATRO p 



ívCouyk 



diversidad de lenguas fué espía en Bspafia y 
otros reinos), cantidad de ceqníes de oro y otras 
joyas y riquezas, le encargó pusiese en libertad 
á Leonora, engañándola con darla & entender que 
Uustafá era cristiano y se llamaba Juan, y que 
sus canas aseguraban sa compaBfa. Yistió Mns- 
tafá la cristiana de hombre & lo tarco, y una no- 
che, embozáadoBe los dos, la sacó de palacio y, 
valiéndose de los pasaportes generales que tenía, 
atravesó los muros de Constantinopla y dejando 
el camino del mar se entró por la Tracia, y ba- 
jando por la Sárdioa á Adrianópolis (hoy Ader- 
nópolis), bajó por la Benica á entrar por la Ma- 
cedonia y, atravesándola, paró en Dorase, yendo 
siempre Leonora en hábito de hombre y llamán- 
dose hijo de Mustafá. 

En tanto que duró este viaje tan largo, no 
quedó puerto en todas las costas del Helesponto 
y mar Egeo, y aun machas de las islas del Ar- 
chipiélago, que no se visitasen hasta los rincones 
de las casas en busca de Leonora, por quien el 
Turco vertfa rabia y pasión. Mas en valde ha- 
cían diligencias por mujer que, mudado el hábito, 
caminó siempre como varón por contraria parte 
da la que buscaban. Viéndose Mustafá en Dura- 
zo; temblando, si no al riesgo, á la iniagiltaciÓn 
del, se embarcó en un bergantín de corsarios de 
hasta dieciséis ó dieciocho bancos, pretendiendo 
en él correr el golfo de Venecia hasta Otranto, 
donde, á su parecer, de noche tomaría tierra, con 



ívCjOui^Ii; 



vestidos espalloUa él y Leonora (& qnien llamaba 
H«met), y «ntrándose ana vez en Italia á sn sal< 
TO, haría lo que le ordenase Leonora'; pero dife* 
rente es proponer qne ejecntar; que si los princi- 
pios están en manos de los hombrea, no los fines, 
qne éstos dependen siempre de superior cansa, 
cayos efectos parecen irresistibles. 

Apenas di¿ la fusta lienzos al aire; apenas 
rompió el mar con los remos; apenas navegó seis 
millas cuando, al mostrarse el alba, se les mostró 
también ana vela latina tan cerca, qne por más 
qne se fatigaron los bogantes; por más que pun- 
tearon la vela; por más qne cazaron la escota 
para volverse al puerto, les dio caza la galera; 
^ue en un ponto, echando la palamenta sobre el 
bordo del bergantín, aclamó victoria, saltando 
en Ól un caballero vestido de negro y oro, con un 
morrión lleno de plumas negras y amarillas y en 
el brazo izquierdo una rodela, primer espejo en 
qne se miró el sol aquel día. Tanto terror puso 
)a determinación gallarda del capitán valiente, 
. qne á los primeros golpes cruzaron todos los 
brazos en señal de rendidos y, pidiendo miseri- 
cordia, se arrojaron á sus pies, y él, generoso, 
los consolaba en la suerte adversa; mas entre 
todos, quien le llevó los ojos era Mamet. Man- 
dó á los soldados (que ya tenia al lado muchos) 
qne pasasen á su galera aquel mancebo; llega- 
ron á ejecutarlo, y Mustafá, vertiendo lágri- 
mas & los pies ¿el capitán vencedor, pedia qne la 



ívCouyk 



viás 7 no el cuerpo dividiesen de en hijo Hamet. 

Concediósele el no apartarse; pasaron jnntos 4 
la galera victoriosa; y el capitAn, puesto en la 
popa, asiendo an cabo al bergantín, al sonido de 
bélicos instramentoB, dando al aire dámnlas y 
gallardetes con que jugase, volvió la proa al mar 
Mediterráneo, más alegre por el esclavo Hamet, 
qne por la victoria. 

Asi navegaba, y Unstafá no quitaba los ojos 
de un hombre anciano que con venerable aspec- 
to asistía al lado del capitán; y el viejo no mi- 
raba á Uastafá menos, infundiendo en él, con ea 
vista, ciertos ocultos temores. Hamet, clavó los 
ojos en su nuevo dueño, y todos cuatro parecían 
más cuerpos sin alma que con ella, hasta qne Ha< 
met, dijo así: 

— Valeroso capitán: así goces triunfantes fe- 
licidades perpetuas en la mar y en la tierra, que 
BÍ merece ó es lícito á un cautivo preguntar 4 
quién le señorea, quién es y de qué patria, yo 
sepa de mi p)atrón lo que deseo. 

£1 capitán, que con el mismo estaba, le res- 
pondió: 

— Con que me pagues al precio i que yo satis- 
faré tu pregunta, la propiaque te hago, fácilmen- 
te referiré lo que me pides. Nací en Italia; no 
conocí mis padres más que por relaciones, siendo 
mi nacimiento tan oscuro, como el color que vis- 
to; crióme en manos de la fortuna; peregriné en 
pocos a&os muchas tierras; seguí á Mahoma, 



íXlouyliJ 



8Í no forzado, inclinado y porsoadido; crecí al 
paso de los tiempos; paré en África; dime & la 
guerra, más por naturaleza que por obligación: 
«namoréme, en fin, ; concedióme la suerte en mi 
nayor desdicha mi esposa, cuya vista fué como 
la f&bula de Orfeo y la suya, pues al tiempo que 
la cobré la perdf. Quedé en los umbrales de la 
muerte por salvar la vida de aquella por qnien 
diera muchas. Hallóme, cuando más desespers- 
clo, abundante de remedios, ministrados de este 
hombre venerable que veis presente, éste me diú 
la salud del onerpo y la del alma; porqne ha- 
biéndome curado las heridas, ya libre de ellas, 
aunque convaleciente, ai de su boca lo que hasta 
Mitouoes me tuvo encnbierto, cuidadoso de mis 
«ncesos; me volvi con este anciano á su cueva 
cuando vimos salir por ella una luz no esperada, 
alargué el paso y juzgúela á ilusión & c&usa de 
encubrirse antes que llegase con baen trecho, 
desapareciendo á mis ojos lo que los deslnm- 
braba. Entré á oscuras en la cueva tenté á todas 
partes con el alfanje, no hallé nada que hiciese 
estorbo y, atribuyéndolo ¿ diferentes cosas, en- 
tró Femando dioiéndome: — cSin duda lo que es- 
criben de loa carbuncos, es cierto, pues no hallo 
otra oausa para esta lumbre qae así se nos ha 
mostrado y escondido.» Yo en tanto busqué don- 
de solía el eslabón y la yesca; herí al pedernal y 
dióme fuego de_sua entrañas (¡cuan verdadero 
retrato de las míasl); olvidado el portento, cena- 



íXlouyk 



102 LUGO V DÁVIIA 

mos de las frotas prevenidas al efecto, entregi- 
monos al reposo, buscando en el snefio el des- 
oabso, no en la blandura de los lechos. 

Poco rato doró la suspensión -de los onídados, 
pues del suefio que deseábamos libres, desperta- 
mos cautivos, hallándonos prisioneros de hasta 
dieE soldados españoles que, guiados de algunos 
esclavos que fueron en compañía de mi querida 
prenda, hablan acertado á aquella parte donde 
no sólo nos prendieron á mí j á este anciauo, 
mas todos los que se habían librado primero. 
Seutl no poder defenderme, que aunque ñaco en 
las fuerzas, no lo estaba en el ánimo. Consolé- 
me, que ya que mi suerte me entregaba & la es-- 
clavitnd, fuese de cristianos. Lleváronnos á la 
tienda del César, & persuasión de Fernando, el 
cual dio cuenta & Carlos Y de mis fortunas tan 
por menudo, con tales señas y con un anillo, qaa 
el Cesáreo príncipe había puesto de su mano en 
la de mi padre, que alcanzó crédito sn verdad. 
Recibí, en vez de cadenas, premios; cuando me 
lamentaba esclavo, me glorié dichoso; volví á ser 
verdadero cristiano, confirmándome un Obispo; 
diéronme entre si lugar y honor los príncipes; 
hálleme en pocos días rico de joyas y mercedes, 
encargándome la majestad del César esta galera 
de la escuadra de Ñapóles con que he corrida las 
costas de la Grecia, haciendo presas notables. 
Mas ¿qaé me importan estas vbntnras? ¿De qa¿ 
me sirve tanta felicidad si lloro siempre mi pren* 

' -..CooSl^ 



KOVELA SEGUNDA 10í> 

da, ya ganada, ya perdida, ya cristiana, ya (se- 
gún las noevas) en Constantino pía, donde el tor- 
co, rendido & aa belleza, granjea su condenación 
y la mayor de mía deadichas? 

No pudo aguardar m&a Leonora á descubrirse 
& sn Calimo (ya Garlos); dióle larga cuenta de lo 
qae habia padecido; y cómo la Divina Providen- 
cia, obrando milagro sin obrarle, ya la tenia & 
sos pies, y los dos amantes remitieron á sns ojos 
lo que no acertaban sus lenguas, suspendidos en 
la no esperada ventura. 

Qae tanto míia se estima la Ijonanza 
cuanto ma^or ha sido la tormenta. 

Divulgóse luego el auceao por la galera; acu- 
dieron todos & dar los parabienes. Mas aun allí 
se manifestó lo último de la sentencia de Jorge 
de Montemayor, que si hasta entonces 



también, aun cuando pareció que era imposi- 
ble tener pensión el gusto que á los dos concedió 
el amor, verificó también que 

Ni en él habrá placer tan acabado, 
qiiB no traiga consigo algún descuento. 

Parecióle á Garlos que, ya sin impedimento al- 
guno, pues se hallaba cristiano y Leonora cris- 
tiana, nobles entrambos y siempre amantes, en- 
trambos gozarían con el matrimonio el premio de 
ana deseos; y aai Carlos pidió la mano á Leono- 



ívCouyk 



rs, llamándose esposo suyo, mas ella se apartó 
dilatando la reapnesta. En este tiempo y el qne 
duraron las narraciones de Leonora y Carlos, 
Fernando conoció ¿ Mustafá y Mnstafá á Fer- 
nando, & cuyos pies se echó el torco, pidiendo 
bautismo y perdón de nuevo del hurto que hizo 
de Carlos, pues le pagó con restítair y librar i 
Leonora, confesando cómo su virtud y eficaces 
persaasiones le traían hecho verdadero cristiano 
en el corazón, deseando ya llegar á tierra donde 
recibieae el lavatorio perfecto de las almas; qne 
una compañía virtuosa y santa, de los infieles 
más endurecidos hace virtuosos y aun santos. Y 
asi, Mustafá decía al capitán: 

— Señor, ves aquí á tas pies quien te robój vea 
ac[uí por qnien viviste moro; y ves aquí ya de- 
seoso de ser cristiano, y que intercede la misma 
prenda qne te restituye. 

No le respondía Carlos, admirado que Leono- 
ra le huyese la mano y el sí del matrimonio; pre- 
guntaba la causa, y ella, desamparando al co- 
razón la sangre por acudir al rostro, le satisfi- 
zo diciéndole que habla hecho voto de religión y 
castidad; y que asi, primero entregarla la vida 
que romperle á Dios las promesas; consolando á 
Garlos, que admirado y pesaroso la esoachaha. 
Has Fernando alentó el gusto de los amastaa 
con la esperanza de que el Pontífice dispensaría 
un matrimonio tan deseado y merecido de Car- 
los y Leonora. Con esto se dieron todos naeros 



ívCjOu-^L 



105 



parabienes, y torciendo la proa, dejando atri.8 el 
faro de Meaina y la Calabria en breves días to- 
maron puerto en Ostia, y de alH, siguiendo la 
ribera del Tíber, á los pies del Vicario de Cristo, 
cabeza de la católica Iglesia, alcanzó MuBtafá 
bautismo, y, con dispensación, el fin y premio de 
sns fortunas los amantes. 



cGoogk 



ívCjOUI^IiJ 



NOVELA TERCERA 



De las dos hermanas. 



In duas sórores diversontm morum. (Auso- 
Nitis: Epig.) 

Ense&a cuánto dañan á las mujerea los trajes y 
acciones libres, aunque las costumbres sean vir- 
tuoaaa, y cuan poco aprovecha la ceremonia ni el 
hábito honesto para encubrir las falacias en las 
obras; y cómo aquellos fines que se pretenden por 
malos medios, deseando defraudar al próximo, re- 
sultan (sin valor la. astucia) en mayor daño, en lu- 
gar del pretendido aprovechamiento, 

Delia, nos miramur, et est mirabüt, qitod iam 
disimües estis, tu que sororque tua. 

BcBC ftabitu casto, cum non sit casta videtur. 

Tupreeter cultum nihil meretricis habes. 

Cum casti mores tibi fiut, ftuíc crtltus honestus. 
■ Te tamem, et cuíítw datnnat, et actus can. 



cCouyk 



d). 



WHE no es todo oro lo que relnce, añadió Mon- 
tano á la epigrama que refirió. 

— Mucho quisiera (reepoadió- Celio) qne die- 
ra otro motivo precepto & mi novela; mas ya que 
Ansonio, como por snerte, me ofrece el caao de 
mi cuento, dejando aparte los sentimientos de 
sus expositores, diré loemfos, reprendiendo, no 
atrevido mordaz, sino moral filósofo, el engafio 
que hay en los virtuosos exteriores, y cuánto 
dafian (ya que no á las coetumbres propias) & 
las ajenas los vestidos rameriles (digámoslo asi, 
por excusar otro más desgarrado término); y pues 
Fabio nos mostró la inconstancia de los saeñoa 
de esta vida y habrá dejado el ánimo de quien 
leyere su discurso, con los afectos que dice 
Aristóteles pretende por fin la tragedia, que es 
limpiar las pasiones por medio de la conmisera- 
ción y el miedo: que no estriba en los fines infe- 
lices la puridad trágica, sino en la imitación. 
To, dejando el coturno, calzaré el zueco intro- 
duciendo personas y usos cómicos; annqae ya 
qne excuso, por lo propuesto, el adorno de la eru- 
dición, que lo siento, porque temo ocasiones har- 
tas; estad atentos, que también me precio de sa- 
berme explicar sin valedores, aunque nada se 
dice que no esté dicho, si ya no en la misma for- 
ma, en la misma sentencia. Y pues al curioso y 
docto se le dedican las novelas qne llevan mi 
nombre, para diferenciar nsaré en ésta el estilo 



ívCouyliJ 



HOVILA TBBCRRA 109 

lacónico, esto ae, oodcíbo; mas no qaerrítt afec- 
tado. Jazgadle, qne agradará á algunos 6 por 
moderno en nuestra vulgar, ó por parecer ellos 
sabios; y, en el caso qne me toca, seri más difi- 
cultoso, por ser la acción y las personas qne ee 
intrcdnceo humildes. 

Uadrid, corte de España, mapa de los sucesos 
humanos, patria y habitación fué de Lamia y 
Delia, nombres antiguos qne confirman otros dos 
modernos, tan conocidoB hoy como ellos enten- 
oee. Hermanas eran, huérfanas quedaron, dese- 
mejantes en las inclinaciones, aunque algo se- 
mejantes en los pocoB años y en las buenas ca- 
ras. Lamia era menor de edad, mayor de astu- 
cias. Delia, contraria en todo; la mocedad libre; 
los tropezones de la gente ocasionaban á esias 
dos hermanas distintos pareceres. Vía Lamia 
válida la ceremonia y que loe exteriores gran- 
jean el crédito, aunque lo contradigan los actos; 
dejábase llevar de su discurso; púsose hábito do 
beata, honesto y aliñado, que ayudaba más á la 
perfeccidn de las facciones que á desfigurarlas. 
Blancas manos, modestos ojos, á veces atrevidos, 
con ser mesurados, tupido manto y, debajo de 
lana, corazón astuto; limpio el vestido, no menos 
oloroso, nada en la sentencia común que el aseo 
no desdice en la santidad; en público hablaba 
contemplativo; en secreto lasciva, y entre ami- 
gas agradable. 

Delia, con opinión al contrario, cintas, florea, 



ívCouyk 



lio LUGO Y DÍVJ.A 

lazos y pendientes, trasladando á los tocados la 
primavera por Enero; pnñoe al neo, mufleoa 
libre, acicalado el rostro; matices de rojo y blan- 
co bien partidos; jnbonee con oro, basqniftas y 
ropas alegres; pisar airoso y ademanes atracti- 
vos. Aficionaba Lamia oclesi&atioos graves, mi- 
nistros pretendientes y personas de madura edad 
y gobierno en la república. Llevaba tras si De- 
]ia señores mozos, caballeritos libree y otro gé- 
nero de gentes llamados zánganos (perdonen los 
contadores el nombre, que yo no poBgo nada de 
mi casa). De éstos y de aquéllos, ésta y aquélla, 
. tenían número de pretendientes; desdeñaba en 
las veras Delia, admitía en las veras Lamía. La- 
mia menospreciando burlas, Delia menospre- 
ciando veras. Sin otro patrimonio las dos her- 
manas, por diferentes medios conseguían un fia. 
Sustentábanse personas, casas y criados, ni 
moderado, ni snperfluo. Favorecía Lamia ¿ Ron- 
sardo, francés de nación, profesor de la Juris- 
prudencia, buen pedazo de caudal en poder de 
los Fúcares y pretendiente de una plaza para 
Milén 6 Ñapóles. Ocupaba el estrado de día po- 
cas veces y la calle ninguna; contribuyendo mu- 
cho y cel&ndo poco. Así los quieren todas; así se 
usan no sólo galanes, pero maridos. 

Delia, burlona, alentaba pensamientos y con- 
cedía dudosas esperanzas, inclinábase & Feman- 
do, contador, entretenido en nombre particular 
{ye, queda apuntado el común); él solicitaba sa 



NOVKLA TERCERA 111 

gnsto; ella bu casamiento. Doró U afioióa de La- 
mía para con Konsardo, lo que sn dinero; cono- 
ció ñaqaeza en su liberalidad, entibió loa favo- 
res 7 limitó el amor, efectos de qne se fundó en 
el interés. 

Pnso et deseo en Femando, siendo traidora á 
BQ sangre (tanto puede nna inclinación deprava- 
da); bascóle la ocasión, que suele hallarla quien 
la basca, maS pocos la logran. Bien pinta Alcia- 
to en su Emblema sus difioultadea. Habló así 
Lamia y escuchó atento Temando. 

—Debes premio & mi amor cuanto yo me cul- 
po de poco leal á mi hermana, j tú ser&s ingrato 
si no me correspondes. En esta casa no puedes 
alcanzar el fin de tu deseo sino oon el de matri- 
monio. Bella es hermosa, rompe galas, ocupa la 
ventana y á todas horas míranla muchos; vuelve 
con facilidad, si no el alma, los ojos, y está ¿ 
riesgo de perder & quien se deja mirar: que hoy 
en la corte aquello que se conoce y ve, se juzga, 
no lo que esti escondido; y á ti te basta propo- 
nerte la dificultad para que la huyas. De mi re- 
cato 7 vida te hago testigo, qne no hácense pro- 
pias alabanzas; y asi excuso las mías, pues lo 
qne en este rato palabras, en tiempo largo t6 
han dicho mis obras. 

Este hábito honesto, esta modestia este reco- 
gimiento que tengo, no mi guato, mí honor es 
quien me lo enseña; y quien se vence ¿ sí libre, 
mejor se vencerj; sujeta á nn hombre de tas 



; c„n:.,.,G<)üyk 



partes. Mi hacienda no es macha; oslo mi cali- 
dad, no desdorada con falta de virtud; discreto 
eres y las cansas que pueden obligarte y mo- 
verte he propuesto. 

EiBte DO esperado discurso oyó Fernando du- 
doso; reparó en la respuesta; movíale el amor de 
su Delia, persuadíanle las razones de Lamia. 
Respondió asi: 

— Facilidad descubre y menos prudencia quien 
responde i lo dificultoso inconsiderado. Delia es 
tu hermana, conñeso libertad en sa hábito, mas 
niégole en lo interior de sus costumbres. Conce- 
do tus alabanzas conquistadas & loa ojos de las 
gentes, con excusar tú lo que ¿ Delta daña. La 
afición de los hombrea, de loa cielos suele de- 
pender, si no forzando, inclinando. Yo amo á 
Delia; dificultoso es aborrecer en instantes lo 
que se ha qnerido y quiere en fuerza de tiempo: 
este es sabio artífice y á él remito la fábrica de 
mi empleo. Qranjea, Lamia, para que pierda 
conmigo Delia, si Delia no gana lo que pretende 
Lamia. 

£ntre esperanza y temor dejó Fernando á La- 
mia, quiso replicar; y estorbólo entrar Delia tro- 
cando en donaires lo que se trataba en juicio. 
Recibió el amante á au prenda, recatado más que 
otraa veces; á caricias burlonas respondió veras 
y ponderaciones, dificultando aquellos efectos 
Delia, como ignorante de la causa. Abrevió el 
galán la visita, reconociendo por mayor peligro 



ívCoi.i'íli: 



NOVELA TERCERA 113 

hallarse entre los dos, que entre Soila y Ca- 
ribdia. 

Pregnntó Delia k su hermana si sabía por qué 
la negó Fernando el agrado de otras veces; por 
qué no barlaba alegre, respondiendo meanrado, 

— ¡Ay, Delia; ay, Detia! (respondió la astuta 
Lamia). Enfrenar loa vientos, quietar el mar, 
detener los ríos intenta quien pretende sujetar el 
dtnimo del hombre; más vario que el tiempo, máa 
inconstante que la fortuna y tan libre como su 
albedrio. Lo que hoy les agrada, mafianu les fas- 
tidia; lo que hoy adoran, mañana lo aborrecen, y 
por lo que hoy dan la vida, mañana lo entregtoi 
al menosprecio. De éstos ea Femando: tus largas, 
tus remisiones, enfrian voluntades; que con loa 
tiempos se mudan los guatos y aun las costum- 
bres. Dilatadas esperanzas son hoy desespera- 
ciones; y lo que en otro siglo posesión, es hoy es- 
peranza: ya no alientan deseos, ñores ni papeles 
no llegando & más; que con el uso ha perdido el 
amor las ceremonias. Fernando, como desespera- 
do de las tuyas, trueca en mi su voluntad; ei le 
desdeño, le despido; si le acaricio, te ofendo; si 
se va á no volver, pierdes lo granjeado, sujeta á 
mayor murmuración; si le entretengo, ha de ser 
á riesgo tuyo y mió; ¿qué me aconsejas, que á lo 
que preguntaste, respondo, y& lo que dificulto, 
pregunto? 

Atenta estuvo Delia: entregóse al engaño, y 
entre enamorada y libre, ya arrojó á Fernando, 



¡ouyk 



114 LUÜO Y ÜÁVILA 

7a sintió el perderle. XJai palabras desdeflosaa, 
favoreciendo con el alma; que tal vea pronuncia 
la lengua )o que contradice el corazón. Tras al- 
gunos diBCarEOB puso la resolución en manos de 
Lamia; hizola verdadero daeño de los medios con 
que pretendía sns ñnes; mas quien se Fía de su 
enemigo en ocasión de su interés, á conocido 
riesgo se pone; más cerca est& de perder lo que 
pretende, qne de alcanzarlo. Llegó la noche; la 
cama ocupó Lamia en compafiía de Eonsardo, 
Delia i solas la ventana. Sepultábase Madrid en 
las mayores sombras, cuando rompiendo el silen- 
cio en la calle una voz dulce, pronnnció estos 
versos, qne & mi ver hacen alusión al primer 
distico de Ausonio en la epigrama á Venus: 
Hanc amo qua me odit, contra kant: quoniam lue 
[ankil odi. 
Compone int&r no» n potei, Alma Venui. 



Da á la volimtad desdén; 
Que donde la quieren bien 
Alli ej sonta el ri(^r. 
Ó ja infamia, ó ya furor 
Es guie, de bus acciones; 
Calificando opiniones 
En contra de la prudencia; 
Qne la razan de ea ciencia 
Se fnnda ei 



Alli se mnestra enemigo 
Donde es Justo acariciar; 
Porque á to qne ha de premiar 

Da riguroso castigo, 



N04BLA IVRCBBA 116 

Yo trüte en quien m&s obllfto, 

Henoi obliKeoión veo; 

Donde aborreoer deseo 

TiTe inmortal el qnerer: 

Tenm, entrft & componer 

Pleito en que el actor es reo. 
Con dilatada eeperanaa 

Tormento de amor recibe. 

El que, oaal Tintalo, vive 

Cerca de lo que no alcanza. 

Fogitiva confianza 

He anima j me desalienta; 

El eugafio me sustenta 

T habito en torres de viento, 

En mi tormenta contento, 

T en mi bonanza en tormenta. 
Desvarios des i guales 

Padece el enfermo amante; 

Porque nn frenesí inoonetante 

Eb la cifra de sos malea. 

Con iufaliblee ae&alee 

Hago pronóstico incierto 

Qae eete veneno encubierto 

Obra porocnlto modo, 

Pues se pierde i veces todo 

Por no conocer el puerto, 
■ Hasta el aire pareció saspeoderse, agradecido 
«n apacible calina & los Bonoroa compasea y acen- 
tos. Conoció Delia á FlerÍDO que los formaba, y 
conoció los versos por de Fernando; maa como 
orácnlo de amor, f&cil de pervertir el sentido, 
apenas quedó lugar para hacer juicio con mayor 
acuerdo cuando lo estorbaron (y el hablarse los 
amantes) nuevos inatrnmentos y voces, que acer- 



i .. 



lie LUGO Y DÁVILA 

cándoas á la ventana donde estaba Delia, se pa- 
raron tomando la calle cantidad de gente. Fer- 
nando y Florino, éste con disgusto, aquél ra- 
biando de celos, forzados desampararon el pues- 
to, así por el número desigual de los contrarios, 
como por ser due&os de la camarada sefiores, que 
los tales en la publicidad de sns intentos fundan 
sn deleite. Cerró Delia no de todo punto la Ten- 
tana, dejando lugar & que entrasen por ella estos 
versos: 

Brotar pimpollos, matiiar coa floree 
Tierra y árbol vestirse de esperanza. 
Cierta sefial y cierta confianza, 
. Qae el alma primavera vierte amores. 

Turbar eJ aire densos los vapores, 
Trocarse en las tinieblas la bonanza 
Cierta señal de belacta destemplanza 
Que niega al sol mostrar sns resplandores. 

Hijos del tiempo efectos son contrarios, 
Hermanos si y opuestos, providencia 
En que el Bector del orbe se conoce, 

Y en Lamia y Delia hermanas gnstos varios 
Pnso el supremo actor; que diferencia 
En una sangre el hombre reconoce. 

Acabó de cerrar Delia su ventana al tiempo 
que cerró el dltimo v«reo el soneto. Hicieron núr 
do los de la cuadrilla, y no hallando correspon- 
dencia, pasaron en busca de mayor agrado. Por 
gozarle en Delia, don Alonso, cierto caballsritio 
pretendiente, ostentó su ingenio por la voz da 
Tasco, portugués, que pronunció estas coplas: 



ívCoi.i'íli: 



Atrevido ea mt deseo, 
7 CQButo atrevido, noble; 

que califica el objeto 

la disculpa ea los errores. 

Harte k Vonns.afiüiona; 
por ¿1 i. riesgos se expone; 
que honortLn la valentía 
hasta los supremos Dioses. 

Mostró ser hijo del Sol 
el bien llorado Faetonte, . 
ea regir (si en daAo suyo) 
la luz mayor de lus orbes. 

Aunque en vano, al cielo gaei 
hizo el gigante disforme, 
y sirvió de au verdugo 
el propio tonante Jove. 

Si por aspirar estrellas 
andaE Icaro perdióse, 
SD nombre rseribió en el agua, 
y vive eterno su nombre. 

Villano aquel y cobarde 
que al riesgo vil uo se opone, 
pues son premio las desdichas 
en intentos superiores. 

El intentar la victoria 
en la mano está del hombre; 
que es arrojarse al peligro 
de valientes ci 



Si mnero sin alcanzarla, 
no ea bien mi nombre se borre; 
porque obras de ta fortuna 
poco honor quitan ni ponen. 

Volad mis pensamientos mis veloces, 
si desdichados, á lo menos, nobles. 



cCouyk 



118 LUtíO Y DÁVILA 

La aurora, por las ventanas del Oriente, pre- 
sviTOsa llegó á las palabras últimas, y por ser 
parlero testigo, huyó de ella don Alonso. 

Bonsardo, como erndito, se acordó de la fábu- 
la del gallo; que el escarmiento es de prudentes. 
Dejó el lado de Lamia, porque no le dejase la 
opinión; 7 entonces Delia y sus amantes busca- 
ron el reposo cuando otros el desvelo y el ejerci- 
cio. Duró poCo el sueño en Fernando y su dama; 
el sol habla corrido corta parte del día al tiempo 
que Delia escribió las razones que el sentimien- 
to la dictaba, y con una esclavilla las remitió & 
Femando; recibiólas (medio vestido), que decía: 

«Si como formo los conceptos acertara ¿ ex- 
plicarlos, más letras ocuparan en este papel. 
Quejarme quisiera, señor femando, que la ingra- 
titud, no palabras, espadas habla de conceder 
contra loa desleales; yo, que tan libre por tan 
honrada á nadie favorezco, no sé si rendida, puse 
en T. m. los ojos y los deseos que el decoro y el 
honor permiten á uaa doncella noble. Y cuando 
finezas me prometíaa premios, el que hallo es 
ofensas con mi propia sangre. Basta para enten- 
derme; y para consolarme el tiempo que ejecu- 
tando V. m. lo que desea me dará no pequefia 
venganza. Lo que yo pido ahora es un desenga- 
ño; no me le niegue v. m., á quien gnarde, etc.> 

Muchas veces pasó la vista Fernando por es- 
tos renglones; quiso satisfacer por escrito; revol- 
vió en la imaginación fantasías j desechólas 



11!> 



todas. Parecióle mejor reBolucióa la de cara á 
cara. Acabó de veatirse, y haciendo guía la 
mensajera, siguió saspasos. 

Fué ea sazonada ocasión la entrada de Fer- 
nando; porque Lamia, con sn acostumbrada ce- 
remonia, estaba en la iglesia. 

Becibió Delia á su amante con torcido rostro, 
semblante mal contento y ásperas palabras, di- 
ciendo; 

— ¿Es posible que no baste ofenderme, sino 
desestimarme? ¿Es posible que solicitando á jni 
hermana para casarse con ella se ponga delante 
de mí hombre tao ingrato? Acaba, traidor, aca- 
ba de serlo, y hasta que toques tu desdicha no 
creas te desengañe de ella. 

— Menos rigor (decfs Fernando), menos rigo. 
ree contra quien no te ha ofendido. Delia, óye- 
me y hallarás en tu desengaño mi disculpa; 
quien te es traidora es tu hermana; ella me per- 
suadió & que fuese su marido; negué su petición, 
y á ese propósito cantó anoche Florino las déci- 
mas que oíste; esta ee la verdad, que no la tuya. 
Juzga ahora quién ofende y quién es el ofendi- 
do; yo lo soy; que tu libertad en el vestir y de- 
jarte celebrar de tantos, desdoran tu honor y & 
mí me abrasan celos. 

No dio lugar Pelia á más razones; que las 
iras de loe amantes son nueva paz de amor con- 
formes y desengañados. Para asegurarse Delia 
pidió cédula de casamiento á Femando; y él, por 



¡ouyk 



120 LUGO Y DÁVILA 

satisfacerla, se la dio; y á tardarse Lamia, que- 
dara consumado el matrimonio. Fnése el gal&n 
(¿quién duda que si gozara, fuera arrepentido?); 
las dos hermanas riñeron su pendencia; aunque 
Lamia, sagaz, dijo: 

— ¡Ay, Belia mía, y cuánto aprovecha para 
respetarte ser mi hermana mayor! ¡Qué mal cono- 
ces las trazas y los engaños de los hombres! A 
todos blancos tiran; gozosos en el q^e aciertan y 
burladores en el que no alcanzan. Fernando ta 
engaña con promesas y papeles, y á mí quiere 
engañarme y obligarme con obras. La traza de 
la cédula ya me la habla dicho; la cautela tam- 
bién, pnes deja ante escribano una protesta he- 
cha, de que la da forzado para evitar mayores 
escándalos; porque su verdadera voluntad es 
que yo sea su esposa. 

Y como no puede conseguir esto sino con 
mafia, estorbándolo tú, asó de artificio semejan^ 
te, bien creo yo comunicado con hombre de le- 
tras. Mira lo que me debes, pues no te callo loa 
más íntimos secretos. Mas déjame trazar, que 70 
abreviaré tu satisfacción. Dame esa cédula, que 
Bonsardo, como tan carioeo, trocará los númeroa 
de la fecha de suerte que, anticipándose al día 
de la protesta de Fernando, cuando de ella val- 
ga, le sirva de reconvención y testigo contrario. 

To, hermana mía, no estoy ya en tiempo de ca- 
sarme; perdí aquello que las mujeres llamamos 
nuestro honor. Troqné las galas en este saco, las 



NOVBLA TBKCEKA 121 

3 7 adornos déla cabesa por estas to- 
cas, y mafiana entraré ea un monasterio, y el no 
estarlo hoy es porqne, si bien á riesgo y pérdida 
de mi honra en lo Booreto (no Mi lo público). Bás- 
tente eBta casa 6 la mayor parte de ella; que es 
ley sin ley & la que obliga la neceaidad. 

Difionltó Delia el entregar el aegoro de sn 
matrimonio, diciendo qae en sa presencia se hi- 
ciese la tropelía. Concedió Lamia, remitiendo 
ik aqnella siesta el efeoto. Belia creía nnas ve- 
ces, otras diñcnltaba, y de lo uno y lo otro la 
nacían temores. Llegó al señalado tiempo Ron- 
sardo, prevenido de Lamia y persiiadido qne se- 
gún el estado presente; él falto de dinero, ella 
caminando & la edad mayor ¿ riesgo de perder 
la honra, que en la opinión de los hombrea tenia 
granjeada con su recato, era el mis acertado 
medio casarse, qne asi no faltaría á sn amor, 
pues qaien doncella sin serlo lo sabía ser, mejor 
c&Bada sería adúltera en lo interior, leal al cré- 
dito común de la corte. 

Propnso la persona de Femando, trayendo en 
sn abono la seguidilla: 

CáiSeme mi madre 
con nn contador, «íe. 

Bonsardo , necesitado más que persuadido , 
aprobó el parecer de Lamia, resueltos entrambos 
qne la violencia supliese lo qne á Femando le 
faltaba de querer. 

Loa conjurados se fueron á Delia, y tomando 



ívCouyk 



122 LUGO Y DÁvaA 

Bonaardo la cédula, dijo que para enmendarla 
era menester ciertua polvos, ^ae primero gasta- 
rían la tinta y laego eería f&oil la enmienda. 

— Tráigalos v. m, (dijo Delia), que la cédula no 
ha de salir de mi mano. 

Bonsardo, antee qne la sacase de las snyas, di- 
ciendo que él andaba siempre apercibido, aacé de 
la faltriijuera nna bajetilla, y de ella echó en las 
letras ciertos polvos qne comen la tinta y man- 
chan el papel de modo que no deja leerse; y para 
dealnmbrar, séllale primero con tinta fresca los 
números. Y dando á entender á Delia qne ea 
aqnella parte sola se obrarla el efecto, la volvió 
el papel, y ella, cuanto inadvertida, experimen- 
tada de mnchas curiosidades que en otras oca- 
siones habla hecho en sn presencia el francés, 
creyó con facilidad el engaño. 

Llegó la noche, y Lamia envió la esclavilla 
i Fernando en nombre de Delia, avisándole 
qne á las doce viniese & la calle solo, qne ella le 
aguardaría en la puerta y le daría la entrada 
qne le habla prometido. Creyó el amante el re- 
caudo; y Delia, confiada, descuidó en el re- 
medio. 

Llegó la hora, vino Fernando puntual, entre- 
abrió Lamia la puertR, ceceóle, y como el deseo 
demasiado y los favores á la vista engendran in- 
consideración y aun valentía, ciego el galán, sin 
advertir el riesgo, entró. 

Apenas cerré Lamia la puerta cuando la jus- 



ívCjOu-^L 



NOVELA TBRCUA J2S 

ticia (que tenia prevenida el cauteloso Aonsar- 
do ea UQ zaguán oaonro) llamó; Lamia, como 
avÍBada, abrió al pnnto; entraron en tropel al- 
guacil y minietroe. Hallóse Fernando cuando 
entendió con su Delia, con Lamia al lado. Delia, 
como BoUa, cuidadosa por ver, ai acudió su galán 
como siempre á aquellas horas, ocupó su ventana 
á tiempo que aalió de su casa tropel de gente; 
pretendió examinar el caso y no lo hizo, remi- 
tiéndolo á la conjetura, en que se yerra las más 
veces. Juzgó que, inadvertida la criada no cerró 
bien la puerta de la calle, y como acontece en 
Uadrid, algún hombre y mujer se entraron & 
tiempo que los viese la justicia y que éstos se- 
rian los presos. Mas no lo eran sino Lamia y 
Fernando, á quien llevó el alguacil ante un te- 
niente; ella diciendo que le debia su honor, y él 
afirmando con juramentos lo contrario. Clamá- 
bale ella por su marido; negaba él; ella estaba 
alegre imaginando por cumplidos sua deseos, y 
él triste lamentando el frustrarse los suyos. 
Dieron ans quejas ante el juez; oyólas con seve- 
ridad, que la prevención de Bonsardo no olvidó 
en disponer el ánimo del teniente; el cual, lla- 
mando reos á Lamía y á Fernando, éste le man- 
dó poner en la cárcel y aquélla volverla á su 
casa. Ejecutóse el decreto; quedó preso el galán 
sin culpa, y la dama culpada se volvió libre: no 
es la vez primera en que se castiga el inocente y 
se premia el culpado. Llegó & vista de Delia la 



íXlouyk 



caateloa& Lamia, torciendo las manoa, enlazán- 
dose los dedos, dejándose caer sobre el estrado, 
arrancando suspiros, y trae estas prevencisnea 
diciendo: 

— Bigarosa forttma, suerte inadvertida, don- 
de te llaman te niej^s, donde te niegan allí 
acudes. ¡Triste de mí! ¿Qué haré? ¿Cómo guiara 
mi saoeso? Perdi la opinión que tan trabajosa- 
mente conservaba. jAy, Delia! [Ay, Delia, mlal 
Que aguardando yo á Bonsardo como suelo 
para que entrase, entró por mi galán el tuyo, y 
casi tras él la justicia; que algún curioao ó al- 
guno de los que traes pendientes de tu bizarría 
habrá seguido las entradas de Bonsardo. Cuan- 
do vi luces y alguaciles túrbeme, y atajado á 
más aguda traza el díscurao, no hallo para acu- 
dir á lo que más importaba otro medio que lla- 
mar á Fernando marido, fiada en sus promesas; 
necio de él, nególo, que á concederlo con mayor 
blandura se encaminara; empellada yo, afirmé 
siempre; él, inconaiderado (quizá por la cédala), 
oontradeoia; qneda preso, agravando au delito 
un papel tuyo que el alguacil bailó en su faltri- 
quera; alli das eridentes razones que pretende 
mi casamiento. Juzga tú mi recato en mi favor, 
contra ti tu galantería, el vestir libre y desauto- 
rizado, el papel escrito de tu letra y confesando 
¿ Femando con la culpa que se le imputa. ¿Cómo 
saldremos de este laberinto? Que yo, para no per- 
der mí honor, sólo se me ofrece un remedio; mi 



ívCloi.i'íli: 



125 



hermana ares, tn sangre soy, mi honor es tuyo 
como el tuyo es mío; si ahora volTomoa atrás, 
yo qoedo perdida y tú á mayor riesgo, y si Fer- 
Dando se casa conmigo, todo ge enmieniío, que 
& ti te sobran maridos y de más calidad. Bod 
Alonso te preteute, mozo gallardo y bien nacido, 
y qu« mañana heredará á sos padrea, y sí hoy lo 
siutieren, lo abrasarán otro dia. Enamorado se 
confiesa, y en tu mano está ganarle. ¿Qué me 
respondes, que estoy confusa? 

— Más lo estoy yo (respondió Delia)^ más lo 
estoy yo, traidora hermana, que ya ni obligacio- 
nes de sangre me f nerzan, ni en pundonores re- 
paro; yo tengo defensa y con ella descubriré los 
engaños. 

Corrió á su escritorio, sacó su cédula, hntl6 
perdido el color la tinta, oscurecidas y borradas 
las letras de tal suerte, que ora imposible leerse. 
AlU afirmé las traiciones de Lamia, perdié los' 
estribos la paciencia; allí rasgó loa aires con 
quejas y suspiros. Lamia pretendía consolarla 
echando nuevas sombras á su mal trato. Atri- 
bula & error lo que fué aviso; disculpaba á Ron- 
sardo el intento y culpábale el ect-o. Últimamen- 
te, procurando nueva astucia para sosegar á Ce- 
lia, con segoridad de que gozaría por esposo i 
Fernando, Dalia concedió por entonces, sagaz y 
escarmentada. Sosegaron aquel día, no entero; 
trocó el hábito Delia, determinada á romper los 
mayores peligros; y, con solo una criada, se fué 



ívCloi.i'íli: 



í la cárcel, donde Femando aún do acababa de 
admirar au fQrtnna. 

DióU cnenta su dama de las traicioneB de La- 
mia, y cómo eran todas guiadas por Bousardo; 
descubrióle sus amores y de otros, que en lo 
oculto gozaba; que la pasiÓD, las ofeosas, al tiem- 
po se parecen en descubrir sus secretos. Fernan- 
do hacia nuevas admiraciones, juzgándose en 
nuevos aprietos; & causa de que los amigos de 
quien procuró valerse para consejo y amparo, la 
mayor desesperación que le ponian era decir que 
Lamia vivia honesta en sus acciones y en los 
trajes, no hallando contra ella causa para jurar; 
que á ser Delia, era libre en vestir, alegre en los 
ademanes y festejada de músicas y paseos. 

Seducido con estas persuasiones, estuvo cerca 
Fernando de conceder lo que pretendía Lamia, y 
asi Delia no halló en él blanda acogida, antea des- 
pego. Preguntó Fernando por sn cédula; atajóse 
la dama; despertó mayor curiosidad en el gal&n, 
á quien dio aviso de la maldad de Bonsardo, 
con los polvos que echó en ella, mostrándola y 
pidiendo otra, pues con ella desharia el concepto 
engafioBo del juez. Fernando dio tibias esperan- 
zas á Delia de hacer lo que le pedia; aunqne en 
premio de que le advirtiese á qué hora sé velan 
lUinsardo y Lamia, con qué seGas, con qué me- 
dios se comunicaban; y como la desesperación y 
la ira nada niegan á la venganza, por conseguir 
la suya, confesó Delia cuanto deseó Femando. 



.,C.<n,sk 



127 



Despidiéronse Iob amantes; llamó Fernando á sna 
amigos; encargóles la negociación contra Lamia; 
7 anduvieron tan solícitos, que á pocas noches 
cogieron juntos & Bonaardo y Lamia, con que se 
halló libre Fernando de la prisión y la querella. 
Corrió la toz; declaróse por la corte y escribié- 
ronse hartos versos, que excuso referir, conten- 
tándome con la epigrama de Ansonio, fundamen- 
to de esta novela: 

Admir&mouoH, Delia; es admirable 
ser tao deeemejanees tA j tn hermana; 

aquesta, h&bito casto, j nada casta; 

tú, en el vestido i^al & las rameras; 

tú, casta en las costumbres; de aspecto ella; 

& ti el hábito dafla y & ella el acto. 

Días pasaron en volver Femando & los amo- 
res de Delia; mas ella, reconociendo su error, 
enmendó el traje, y Lamia (corrida) sns costum- 
bres, entrando en religión; con lo cnal Fernan- 
do, obligado y enamorado, fué esposo de Delia. 



cCouyk 



NOVELA CUARTA 



De la hermanfa. 

Enseña cómo loe hambrea y ninjereB de mal vi- 
vir soo siempre gente baja, 7 qne sa vida es más 
de brutos irracionales qne de hombree, y oaán in- 
famee eon las satisfaccioses de sus agravios y 
cnán & riesgo está el pundonor de los que se yalen 
y tratan con gente perdida. 

Cz-ADDiAínjs: Paneg. 2. 

Lujuries prtBdulce malum, quce dedita semper. 

Corporia arhitriis ebotat caligine * 



Ski 



Jenteuoia es de Clandiaao (dijo Celio) qne to- 
das las veces qne ocurre en mi memoria, trae 
consigo la caupa de que esta gente perdida, así 
hombres como mujeres, sean tan bárbaros, tan 
torpes en el discurso y lenguaje j todas sus ac- 
ciones; 7 he mirado con particular acuerdo que 

TBATRO POPULA» 9 



ívCouyk 



130 LUGO Y 9ÁVILA 

la Venus desordenada, la impúdica concnpiscen- 
cia, es la cansa de qne estos tales, teniendo na- 
turaleza noble de hombres, se transforman en 
bestias; y tan contentos con su miserable estado, 
que lo juzgan por felicidad; que bien lo dio i 
entender Homero en aquella transformación que 
hizo Circe de los compañeros de TTlises en puer- 
cos, & quien levantó de punto Plutarco en aqnel 
diálogo tan excelente entre Circe, Ulises j Ori- 
llo; y el Ariosto, penetrador de afectos morales 
qne juzgó en los alegóricos, excedió á todos los 
de su tiempo en la Alcina y prisión amorosa de 
Bugero, también nos hizo el mismo retrato. 

T á esta misma cansa, sin dada, frecuentaba 
Sócrates , cual Jenofonte refiere en sus dichos, 
qne los hombres incontinentes y perdidos no di- 
fieren de loe brutos; la razón natural nos dieron 
Aristóteles en el libro primero de Gen. anim. y 
otros muchos autores; y aun las historias nos 
ponen hartos ejemplos delante de los ojos, de la 
torpeza de gente, que sin atender ¿ vivir como 
hombree de razón, caminan por la perdición y 
que es menester referirlos, pues al grande sabio 
le enajenó de snerte este vicio, que una mujer 
le hizo idolatrar. 

— Basta (añadió Montano), qne me necesitáis 
á imitar en mi novela este género de gente: pnes 
estadme atento. 

Cantaré de nn jaque iloBtra... 

A Sevilla,* centro común donde se terminan 



ívCloi.i'íli: 



NOVELA CUARTA 181 

las lineas de la rufianería (á qnien ellos llaman 
bermanía), donde asiste sn Macareno 6 Prioste, 
donde se derrama U hancia, donde se vierte el 
poleo, donde se calífioan loe jayanes, donde se 
gradúan las marqaizas, donde se examinan las 
flores y donde toda cicatería se avizora, llegó 
un hombre calzado de frente, espeso de b^rba, 
crecido de bigote, relampagaeante de ojos, de 
ana ceja (porque las dos se oomnnicíin tanto, que 
más parecía ana), ancho de espaldas, recio de 
brazos, rollizo de pantorrillas y nervioso y vellu- 
do todo el cuerpo. Era torpe de lengua, precipi- 
tado en las acciones, arrogante en las palabras 
y en todo la soberbia misma. Apenas pisó el 
Arenal, la Hería, el Compás y, últimamente, el 
Corral de los Naranjos, cuando llegándosele ca- 
maradas. 

Se fueron de consuno á la taberna, 
do ae dan eeíB cuartillos por azumbre. 
Bebiftae con mojama, que es legumbre, 
que hace que se arda la lanberna. 

Echóse (como ellos dicen) de la hoaeta; contá- 
ronse hazañas y valentías, haciendo las acciones 
de las pendencias, sacando las espadas, refirien- 
do las palabras y enseñando las tretas. Sólo Mo- 
rón (qne así era el nombre de nuestro bravo) no 
garló mínima; hasta que preguntándole todos la 
cansa de sa venida á aquella ciudad, respondió 
ASÍ: 
. ■ — Sabrán vs. ms. que soy natural de un lugar 



íXlouyk 



IS2 LUGO Y DÁVILA 

qne se llama como 70; mis padres me criaban 
para clérigo; y porque oon eeto del latín no me en- 
tendía, me «nviaron á Osuna, donde nnnca pas¿ 
de musa musae. Parecióme bien una hija de un 
meeonero, ojinegra y despalmada; miróme la 
moza de bnen ojo y yo apechagné con ella. Acer- 
tólo Á saber un hermano suyo, hombre de la 
mar y grnmete de la capitana de la armada; ju- 
gaba la negra, escupía en corro, y era, como di- 
cen, el gallo del pueblo. Sacóme al campo y dí- 
jome: «Seflor Morón: yo aoy hombre de bien y 
mi padre cristiano viejo; el caudal no es mucho, 
porque somos muchos; vuercó anda con María- 
nilla y aun me dicen que la tiene á cargo su 
honra, y se ha de casar con ella ó se ha de ma- 
tar conmigo». Yo, que vi la arrogancia y que f a 
sabia desenvolverme, le respondí: «Señor Pinta- 
do: todos somos hombres de bien, y yo no trato 
de casaniientos, porque me viene una capellanía 
de doscientos ducados; y aunque tengo ya veinti- 
dós afios, porque no me la lleve otro primo, es- 
tudio latín; vuercé ss honrado, que aqni nadie 
se lo niega, y eso de Kariana, quien se lo ha di- 
cho es nn gallina, y si tenemos algo, no es para 
lo de Dios». El hombre se amostazó con esto, y 
quiso amedrentarme, y dímonos de las astas de 
lo famoso; metióme uñas arriba, hulle á ella y 
dile una cuchillada que le abrí un jeme de casco; 
volvió á afirmarse diciendo: «Tente, perro, que 
ms has muerto.» Yo, callar y apretar loe pofios. 



¡ouylij 



Sapo la josUcta el desafío j vino á prender- 
nos; yo, ea colambraodo gente, tomé las de Vi- 
lladiego, y el otro, mi contrario, también. Lle- 
vaba, aegún me dijeron, tres heridas, y la de la 
cabeza de muerte. Yo eali con dos picadaa do 
mosquito. 

Bntró en su casa Pintado y qniso matar la 
moza; ella se escapó y se fné á la mía, diciéndo- 
me que la justicia nos buscaba á entrambos; y 
par Dios, tomo y vengo, y ¿qué hago? Ahorco la 
sotana; y, con la moza en una yegua de mi 
huésped, y oon doscientos reales que le saqaé 
de nn arca, me vine á Sanlúcar con ánimo de 
irme & las Indias, porque tuvimos nuevas que 
mi contrario se moría. La moza es diablerica y 
se hizo á todo ruedo, y en menos 'do nn mes 
tomé el oficio; que como al hombre se le acabó la 
mochila, Mariana se puso á ganarlo en la casa 
páblica y, en menos de tres meses, me artillé 
desde el ganién á los calzorros; merqué un val- 
deo barcelonés y una hoja valenciana que me ha 
sacado de hartas. 

AlU tuve otra pendencia con un lacayo del 
Duque, y contento me retrnse en Santo Domin- 
go; vino mi hembra y díjome que tan buen pan 
y mejor era el de Sevilla. Aquí ha medio mes 
qne estamos ella y yo en mucha quietud; porque 
la moza tiene labia y me quiere bien y lo hace 
como honrada, aunque un corchete, que me dicen 
Be llama Chaves, me ha dado un poco de homo & 



ívCouyk 



134 1.UG0 Y tlÁVILA 

Darices de dos días ¿ esta parte; que mi traine- 
lillo me cantó la sorna. Dlcenme que en Madrid 
loB corchetes son anos cuitados, y que hay buea 
dinero y no es menester andar por casas de otr« 
respetando al padre, contemporizando con la ma- 
dre; que aunque Mariana Pintado (qne por eso la 
llaman la Pintada) es apacible para con los hom- 
bres, 6B un demonio con tas hembras. En la corts 
con un aposento en buena parte, alquilar unos 
guadamacíes y tener huera hombre como yo, me 
han dicho que es un Perú; que sólo hay qu» 
temer los alguaciles y escribanos, que son mala 
gente y persiguen á uno basta la mata, y con esi> 
no hay tanta libertad como por ac& tenemos los 
del trato. En aquí vorcedes mi cuento; la Finta- 
da ya la conocen; con que está conocido todo lo 
que me toca. 

— Ya yo sé (dijo Trnchado) que buercé es Cid 
y peleó el otro día en el Arenal muy alentada- 
mente, aunque me dicen que los contrarios eran 
seis ó siete madalenos; gente que, en aj&ndolog 
el cuello, está hecha la pendencia. Lo que es 
irse á Madrid vuercé por ahora, no lo apruebo; 
que la flota vendrá mafiana y todo es cuento 
para Sevilla con flota. La Pintada tiene buena 
opinión y, á gente de refresco, no se ha de dar 
manos á tomar dineros; y eso de la corte es me- 
nester entenderlo, porque agarran á uno y de 
un boleo le envían por escribano de la mar (ja 
entienden vuercedee, sin sueldo y con pluma de 



ívCjOu-^L 



NOVELA CUAKTA 135 

palo), 7 «Bto de gurapae, ¡libera nos, Dómine! To 
estove en Madrid máa de tres años y llevé ana 
moza de Sargos como una galera, ojizarca, peli- 
bermeja, blanca como un alemán y, sobre todo, 
grande bailadora y de las primeras en mi ánima 
qne cantó aqnello de «Venga el padre del alma*, 
que kacía, cuando lo repicaba, rajas á on hom- 
bre. Poso su casita como dice Uorán, y dentro de 
pocos días me dijo: «Amigo de mi vida, todo 
esto es laceria: yo f oí la otra tarde en casa de 
nna viada, mujer mayor, que me descubrió bra- 
vas cosas y ense&óme & lo claro qae más hace 
un buey que cien golondrinas; que yo era moza 
y tenía baena cara, y ella me darla seis mudas 
para las manos y otras tantas lanillas para la 
tez y me sacaría de cantones & tratar en grueso, 
y veo que dice la verdad, pues en tres particula- 
res de aquellos de *no lo sepa nadie>, se hizo la 
partida con que te di el vestido terciopelado y 
yo saqué el jubón de tabí; y así, hermanito, estoy 
determinada á salirme.de la calle del Prado y 
tomar una salita y alcoba á los barrios de San 
Francisco, que desde alH me acomodará la buena 
señora, y tú podrás estar, pan y cuchillo, sin 
tanta zozobra de justicia, y ya yo estoy cansada 
de ser mala mujer y querría recogerme á más 
honra, pues soy hija de buenos como sabes, y el 
otro día topé en la calle Mayor, trabajando, á, mi 
primoel gaamícioiiero>. Crefselo todo é hfzose 
lo que qniso. A cosa de tres meses, cierto hijo 



íXlouyk 



13ü LUCO Y UÁVIU 

de vecino dio en entrar en casa y gastar an di- 
nero, y esto de la comunicación es el diablo; 
como nosotros no damos sino bofetadas y punta- 
piés, aunque es la salsa que las aviva el apetito 
& largo tiempo; y con otro más blando que hoy 
dé la comida', mañana el almuerzo y al otro día 
la gala, nos descartan é. dos por tres. Asi lo hizo 
mi hembra, que ella misma dio el soplo; y ana 
noche nos agarraron y nos pusieron en la trena, 
donde cantó á los señores de la sala toda mi vida 
y milagros; y por favor de buenos no fui al espal- 
der (que tales cuartos tengo), y todo paró en 
cierto coidadillo y destierro por diez aflos. Salí 
y basqué antes de venirme la traidora que me 
la pegó de puño, para pegársela por la cara, 
mas hundióse, que nunca di con ella; tuve oca- 
sión de venirme por traer en mi compañía á An- 
toñuelo, qae le hicieron danzar al poste y salió 
también desterrado; y como el muchacho es águi- 
la que nada ven sus ojos que no alcancen sus 
uñas, quise no dejarle; en fin, aquí se pasa, y de 
cuando en cuando cai algana cachillada, algún 
antubión ó algiln otro género de venganza, que 
se paga razonablemente; y aunque no se toca por 
entero, porque la cofradía se lleva un pedazo, 
con los percances de otros, se sale todo allá. 

— Ya sabrá Morón (dijo Centella) todo el aran- 
cel; no hay para qné referirlo, sino vamos á lo 
que importa. Ese corchete me dicen que tiene 
por flor en viendo una nueva que se corre bien, 



.,C<,„8lc 



tratar de asirla, y ea Triana tiene una vieja he- 
chicera que Uamau la Bastamante, y ésta le da 
no sé qué untura, hecha, según he oído decir, 
con sebo de cabrones y otros adherentes con que 
se han visto grandes cosas, y yo hablo de experi- 
mentado que me quitó una saladera recién veni- 
da de la Almadraba, que no habia tal censo de 
por vida: helo querido dar pesadumbre de im- 
portancia y anda con camaradas siempre. 

— Déjelo vuerced (dijo Morón), que aquí le da- 
remos su recado; y pues estamos de consumo y 
hemos tocado huesos, mañana en Triana, en casa 
de la Maldegollada, que ya por vieja trata de 
acoger, llevaremos nuestras hembras y nos co- 
municaremos á lo largo, que la anciana ahora no 
tiene huéspedes. 

— Quede así (respondió Truchado); venga el 
enjuagadientes. 

Con esto se bebió de refresco y se deshizo la 
compa&ia; cada uno acudió i. su paraje, corrió 
BUS postas, examinó sus chulos, pidió cuenta á 
BUS hembras y se fué (como ellos dicen) á traba- 
jar lo encomendado; esto se entiende alguna 
cuchillada ó puñalada, etc. 

Otro día quien ganó la palmatoria en casa de 
la Maldegollada fué la hembra de Morón con su 
trainel, cargado con su cesta y bota. Salió la 
Tieja á recibirla con una toca más negra que ba- 
rrendero de horno, una ropilla de bayeta de 
manga justa, mostrando la camisa por varias 



partes, una saya de paño pardo y en ella gran- 
de cantidad de manchas, zapatos de ramplón y 
calza de estameña colorada. Echó los brazos al 
cnello de la Pintada, y llegando su cara á la 
suya, dijo: 

— Bien venida, hija de mis entrabas, bien ve- 
nida, qne deseaba ver tu buena cara; buena di- 
cha tengas. Entra, amores, que esta casa será 
tnya, y no hayas miedo & que los huéspedes de la 
nota ninguna te la gane. 

— Guárdela Dios, madre, que eso tengo por 
servir, y cuando lo baga no soy de las que lo ha- 
cen peor con quien me hace merced. 

- -Descarguemos este angélico (replicó la vie- 
ja}, qne viene sudando el pobrecillo. 

A este punto entraron la Marfuza y la Zara- 
gozana, cada una con su chulo, au cesta y bu 
bota. Salió la vieja, reconoció la gente y abrió 
la puerta. Dierónse la bienvenida, y sacando & 
un patinejo dos esteras de anea, se sentaron to- 
das; y la Marf uza, como hembra de edad y des- 
envuelta, comenzó la plática diciendo: 

— Por ti se hace la fiesta, Pintada mia; y 8Í 
hasta aquí nos habemos hecho mala vecindad & 
causa de que, por nueva, te lo ¡levas todo, ahora 
habemos de ser finas camaradas, que Centella y 
tu hombre ufe dicen que comen y beben juntos. 

— Y yo y el mío, ¿quédamenos en el paradero? 
(dijo la Zaragozana). Todos son amigos, y todas 
somos y habemos de ser amigas; y entretanto 

[.j.-.iMívt-loi.i'íli: 



que vienen los bravos, venga panderete y esco- 
ba, y cortando la cólera con sendas veces, se 
pnede enviar el diablo para pato. 

— Saca el corcho (dijo ana mozada), y tú, 
lUarfQza dales á estos angelitos de ana hogaza 
y queso de Flandea y su tragada, porque vayan 
á aprovechar et día, y yo los miro con ojos de 
qae todos son anos sacres; y á Dios, amores, qae 
jayanes he visto yo de menos; que en la casa de 
Toledo fné mi chulo el Zardillo, y caando ahor- 
caron en Yailadolid á mi malogrado, le hice yo 
hombre y le traje conmigo m¿8 de caatro a&os 
hasta que el bellaco se metió con una malata eo 
Córdoba, y alli le azotó el teniente por una re- 
BÍstencia, y despaés lo ahorcaron en Sanlúcar, y 
mnrió como un Héctor, dejando harto buena 
fama. 

— No nos mientes cosas de pesadumbre (dijo 
la Marf aza), que me asusto en oyendo horca, des- 
pués que padeció en ella mi mulato, 

— Vayan seguidillas de las de ahora (dijo la 
Pintada), qne no es daño morir como bueno; y 
donde ano sale otro entra. 

Y tocando el pandero nna, y rascando otra la 
escoba, y la otra dando con una caüuela en loa 
ladrillos, tras brindarse sendas, cantaron asi: 






cGoogk 



La Pintada. 

De todas laa que viveí 
la vida airada, 
Ift que BO es cicatera 
no vale nada. 



La Zaragozana. 

Mala Pascua le venga, 
que no teut^a otra, 
la que á, hijo de vecino 
se le Eifioiona. 



La Marfuza. 

Son los hombres del trato 
como los huevos, 
■ que en guardándolos mucho 
saben & güeros. 
— Todo está en au punto (dijo la Maldegolla- 
da); pues con lo que cantáis burlando que lle- 
gaba á saber una hembra, no había qnien con 
aliase apoderase. jA lindo tiempo el paBadoI, 
cuando paraba todo en aquello de «¡vive Dios y 
reina, que es gentilhombre!» Y 

Con lo que paliare 

en esta manflota, 

mercaré yo á mi rufo 

su espada y cota. 

Ya todos loB secretos andan comunes; perdó- 
neselos Dios al primero que dijo: 



ívCjOi.I'íIi: 



141 



Con tos hijos de vecino 
poquita coDTBrsación; 
qne entran por la bocamanca, 
salen por el cabezón. 

Y los demás atíbos de este cantao; que des- 
pués qne eetos poetas han dado en decirlo todo 
en copla, no hay treta que no se alcance con 
moderada socarroneria. 

— Por eso valen tan baratas las alcahnetas 
(dijo Ja Marfoza), y no vemos una mitra en diez 
afios. Mas ¡ay!, & la paerta llaman, y ser&n 
nuestros hombres. 

— Quedito (dijo la vieja), qae yo saldré. Por mi 
santiguada que son ellos. 

Abriii la puetta, entraron todos y cada hem- 
bra se colgó del cuello del suyo. 

— Bueno está, bueno está (dijeron & un tiem- 
po); sentémonos y saquen vuarcedes lo que tie< 
neo de prevención y diez trancas á la puerta, 
porque nos ha seguido un corchete. 

— ¿Qué corchete, preguntó la Pintada? 

— ¿Saberlo qnerria la cabrona? (respondió Mo- 
rón), y alzando la mano ta dio una bofetada; y 
ella, levantando la persona y el grito, empezó ¿ 
decir: 

— ¡Justicia contra este parro, que sin causa 
me trata de esta manera! 

Entró de por medio luego toda la gorullada, y 
jurándosela desde lejos entrambas, se trataron 
las paces, yla vieja metió el montante diciendo: 



L_ 



cCouyk 



— ¡Ay, hijo mío, y qué colérico eres! Bien pa- 
reoe qne lo empiezas ahora; pnes poruña palabra 
que no la dijo & mal hacer, te alteras tanto. 
Anda, halágala, que es una cordera y no hay 
gasto como el qne se tiene tras nna pesadumbre. 

— Agradézcalo á las camaradas y á la oca- 
sión (dijo el bravo), que por eso tengo esta cor- 
tesía. 

Con' esto fué á ella, que entre sollozos y res- 
pingos hizo las amistades. Sacáronse laa cestas; 
tendiéronse los pa&os con que venisn cubiertas, 
encima de una estera; vertióse grande cantidad 
de naranjas y pimientos verdes, pedazos de qne- 
so, hogazas de gandul, albures fritos, lomo de 
puerco asado, rábanos y aceitunas. 

FueBto á la vista y sentados todos, se dÍ6 
principio al almuerzo, y k cada bocado se brindó 
su vez; calentóse la gente, y á poco rato se die- 
ron con lo que comían por los hocicos; se bebi6 
en un zapato, arrebataron cuál el albur, cuál el 
qaeso, cuál el lomo, y las ninfas otro tal. 

En esta bnlla estaban, cnando se tocó á la 
puerta, y todo hombre volvió en sí y pasmó. Die- 
ron mayores golpes, y toda persona agarró bus 
armas. La vieja, que sabía en qué solían topar 
aquellas dificultades, dijo: 

— Nadie se menee, sino dejarme hacer. 

A esto, golpes y más golpes. Salió la Malde- 
gollada; reconoció por entre la puerta, y sin 
abrir, tomó con el dedo puesto en la boca y ha- 



ívCloi.i'íli: 



ciendo eeüas qae ee entrasen todos en la bodega; 
«Iloa y ellas lo hicieron temblando, y la vieja sa- 
lió; abrió la puerta y entró por ella un mancebi- 
to galán; cuellos, puños, ligas y cintas de los za- 
patos, todo muy chico. Habláronse en secreto, y 
á poco tiempo lleg¿ ana majer tapada, con on 
manto de añascóte y una mulata de la mano, y 
asi cnbíertaa, la vieja entró al galán y la seDora 
en sa aposento, cerrándolos, y & ta mulata la 
acomodó en otro aposentillo que estaba en et pa- 
tio, diciéndola: 

— Amiga, no se espanto de lo que viere; que 
hombres y mujeres son todos y no moneda falsa. 

— No me espanto yo de ver volar nn buey, 
dijo la mulata. 

Fnese la vieja á las ruñanes y sns hembras, 
diciéndoles: 

— Ya pensarían que estaban agarrados los po- 
bretea; salgan, salgan. 

Salieron todos llenos de telaraflas y basura, 
mirándose unos á otros, haciendo visajes, seña- 
lándose con el dedo y dando risotadas. Sosególes 
la vieja, y dljoles^ 

— Hijos de mi alma, abreviar, que ya haii ne- 
gociado y es menester que negocien otros. Qnien 
ebtró Fué el hijo del veinticuatro de cal de Abades 
con dofia Estefanía, la qne hace ahora ruido y 
rumbo y la tiene por sí^aenta aquel mercadera- 
zt) rico de cal de Francos, y ella quien se la ve 
arrastrando tolas y tablea y estuvo en el barran- 



ívCouyk 



144 LUGO ¥ DÁVILA 

co de Valladolid, después que Be madó la corte. 
La prendieron en Uadrid con aquella cuadrilla 
de ladrones famoeos, que de elloa [faeron] ahor- 
cados, de ellos en galeras. Esta moza tuvo ven- 
tara; que se escapó con muchas galas y dineros 7 
Bolamente la pasearon por las acostumbradas. 
Paró en esta ciudad y vive como una reina;' que 
para kacer un peso falso se lo pagan muy bien; 
hoy ha venido á valerse de mi casa; lo que se ha 
de hacer, pues se- ha comido el pan, deshacer ta 
compañía. 

— De buena gana (dijo OeotcUa), en comuni- 
cando cierto pecadillo. 

— Vayanse las hembras (dijo Morón), que lue- 
go nos iremos todos. 

— Vayan, digo la vieja. 

Fuéronse tas mozas, y en tanto que se limpia- 
ban y componían, se comunicó un hurto famoso 
que Centella había estudiado contra un amigo 
suyo, á quien solicitaba ocasión meses hacia; 
aprobóse el parecer, y acabada la dulce plática 
salieron á la calle y & sus paranzas. 

A poco rato se volvieron á dar á la puerta ma- 
yores golpea. Salió la vieja y reconoció un al- 
guacil con número de corchetes. Hicieron abrir 
y comenzaron & visitar la casa, y preguntando 
Chaves por Morón y sus compañeros. La vieja 
harto hacia de deslumhrar la entrada de los apo- 
sentos ocupados; mas Chaves acertó á entrar 
donde estaba la mulata, y ella, con lindo despejo 



L_ 



NOVELA CUA&TA 145 

(qne bien le conocía), poniendo el dedo en la 
boca, le apartó y dijo: 

— Amigo de mis ojos: no haya más ruido, que 
aquí me tienes para servirte y no de poco prove- 
cbo; porque sabrás que Morón y la Pintada, con 
Centella y Truchado, que 4 todos los conocí, han 
tenido bureo aquí 'esta mañana y ya son idos; 
mas avisóte que han trazado un hurto para esta 
noche de madrugada contra el clérigo del Candi- 
lejo; ya sabes quién digo. 

— Bien caigo en él, dijo Chaves. 

Y la mulata, en pocas palabras, hizo dueño al 
Corchete de todo lo trazado, y en pago le pidió 
que acomodase con el alguacil la partida de en 
ama y el hijo del veinticuatro. 

Prometióla Chaves, y por presto que lo quiso 
remediar, ya los tenían á la vista medio vesti- 
dos, medio desnudos. Trató Chaves de la com- 
posición é hlzose todo dinero (que es el fin á qne 
miran semejantes ministros, que no á limpiar de 
vicios las repúblicas) . Con esto se fué el alguacil 
y la corchetada, y el madaleno quedó corrido, 
porque se divulgó el modo con qne le hallaron y 
la casilla de la Maldegollada por toda la ciudad. 

Supo Morón que Chaves le procuraba dar pe- 
sadumbre, y traté la venganza aquella misma 
tarde, haciendo que la Pintada se fuese en casa 
de Bustamante y desde allí lo enviase á llamar 
porque tenía deseo de verse con él. Púsose luego 
por obra, y apenas el chulo le dio aviso, cuando 

TBiTRO POPÜlAR 10 



íiG LUGO Y DÁVILA 

vino volando; halló á la Pintada y alegróse lo 
posible, despachando por vino y aceitunas y al- 
gunos camaronee. Mas dnrúle poco el sosiego, 
porque la Maldegollada vino á Ja puerta, y lla- 
mando á' la Bustamante la entretuvo, hasta que 
Morón y sus camaradas , coa determinación , 
echando á rociarlas viejas, entraron dentro, y 
atrancando la puerta, asieron del corchete y la 
desnudaron en cueros, empezando Morón á sacu- 
dirle con la petrina. Mas Centella, que como máa 
antiguo sfibía las qae lea podía hacer, mostrán- 
dose parte de Chaves, diciendo que si él enten- 
diera que contra él le llamaban, antes tratara do 
gastar seis azumbres y dos quesos que de hacer- 
le mal; habiéndose llevado algunos azotes, le sol- 
taron, diciéndole Morón que no entrase ni salie- 
se con su Pintada, so graves ponas. Aceptó el 
corchete y salió escotado y no comido (á su modo 
de hablar), agradeciendo á Centella el librarle 
de aquel trabajo, aunque deseoso de la venganza. 

Sucedió, pues, que apei-cibidos los conjurados 
para el hurto que deseaban, vinieron encasa del 
licenciado Antolínez, el cual era un viejo más mi- 
serable que el de Segovia; vestido L lo del año de 
dos; unas calcitas de gamuza con sus medias de 
lo mismo, pegadas, y un jubón con más peto qus 
trai un godo en la corte, entre oficial y pasean- 
te y más grasa eu él que un coleto de pastelero. 

Habitaba solo el tal licenciado eu una casita 
pequeña, mas entre mucha vecindad, y asi á la 



ívCooi^lt^ 



primera voz Be juntaba gente, de modo que mu- 
cihostie los más famoBos ladrones dieron aiemjjre 
el golpe eii vago; porque la llave de la puerta no 
valia coDtra ella maestra, ni ganzúa, ni barí 
á causa de ser en cierta forma y estar la puerte- 
cilla barreada y chapeada con pedazos de hierro 
y callos de herraduras. Mas la camarada, que 
«ra la flor de la canela, á las mayores dificulta' 
-des mostraba mayor determinación; y Centella, 
-que hacía dos meses que frecuentaba grande 
amistad con Antoliuez, sacándole á holguras, 
haciéndole banquetes y dándole percances. 
geando pagarse de una vez, miró acordadamente 
que el licenciado Antolinez, como era verano, 
«olgaba sus calculas á una ventanita para que 
las diese el fresco 7 tas desvaporase el aire. En 
éstas fundó su felicidad; porque habiendo tratado 
-con el viejo que fuese á decir una misa ¿ ciertas 
damas de mayor cuantía, que iban á holgarse cou 
ciertos caballeritos á las Cuevas, donde tocaría 
ocho reales y gozaría de un grande almuerzo; y 
habiendo aceptado el viejo, porque era tentado 
de semejantes holguras, Centella, á la una de la 
noche, con unas cañas y un garfio, alcanzó las 
calcillas, y descosiendo la braguptilla cerró lo 
' -que servia de delantera, y abriéndolas por atrás 
«e la pegó allí, de modo que las pantorrillas de 
Jas medias caían sobre las espinillas. Hecha esta 
prevención volvió las calcillas donde estaban 
colgadas, y á la hora que le pareció llamó & la 



L 



ívCouyk 



148 LUGO Y DÁVILA 

puerta Centella, y á pocos golpes salió Antolf- 
nez con su tocador & la ventana, preguntando 
quién era. 

— Yo soy (respondió el bravo); abra v. m., qu* 
ya es hora y nos esperan, 

— ^Aguarde, señor Centella (dijo el viejo), "qo© 
ya me visto, y sabe que no abro mi puerta aun- 
que fuese á mi padre que resucitase abora. 

— Abra v. m., pues me conoce, replicó Cente- 
lla dándole prisa, y el licenciado, con ella, dl- 
oieado: «Ta voy, ya voy>, no bacía sino tomar 
sus calcillas, y asiendo la punta del pie, ponién- 
dole & su parecer derecho, entraba la pierna, y 
caando entendía que ya iba como debía de ir, pa- 
raba en el carcañal. Volvía otra y otra vez, y 
hacia lo mismo; restregaba los ojos, daba vueltas 
y m&s vueltas á sus calzas, parecíanle que no te- 
nían novedad, probaba de nuevo y hallábase más 
atajado. A los golpes del ladrón salía k la ven- 
tana y decía: 

— Seflor Centella, ó yo estoy loco, ó lo est&D 
mis calzas. 

— ¿Pues qué hay de nuevo?, replicaba el bravo 
resistiendo la risa. 

— -¿Qiiéi señor Centella? (decía el viejo). Ahora 
lo verá; tenga cuenta, que buena luna hace. ¿Ve? 
Estas son lae calzas. 

— Ya las veo, respondía Centella. 

— Pues tenga cuenta(decía el viejo). ¿No e» ■ 
esta la punta del pie de esta calza? ¿Vela qoe la 



NOVELA. CUARTA 149 

pongo derecha? Pues aguarde, ¡cátela!, se volvió 
llanta la pantorrilla. Valga la maldicíún las . 
«alzas r qué tienen consigo, qne ellas 6 yo parece 
■qne estamos borraohos. 

— Kirev. m. que como est& á oscuras (decía 
Centella) y no tiene quien le ayude, se le deben 
de torcer al tiempo del tirarlas. 

— ¿Cómo torcer y tirar? (decía el viejo). ¿Va 
<[a6 6D esta pierna izquierda me sucedió esto de 
caer al revés? Puee cate lo mismo en la dereoha: 
hele aquí la pnnta enfrente de la delantera; hela 
■aquí, va derecho, cod esta mano las tengo, con 
«sta las sabo, de esta vez va bien: hétela vuelta. 
{Válgaos Barrabás las calzas! Si sois las de ayer, 
6 yo estoy loco, 6 algúu espíritu maligno os des- 
compone, pues cuando pienso qne os tengo en- 
tendidas, me halló más confuso coa vosotras. 

— Sefior licenciado (dijo Centella), ¿mas que 
se las pongo yo? 

— ¿Uas que no me las pone?, respondió el 
viejo. 

— ^Eche V. m. por ahí la llave (dijo Centella), 
que yo le vestiré en nn punto; que es muy tarde 
y tacemos grande falta. 

Beparó Antoliuez sobre si abriría ó no; mas 
deseoso de ver en compañía de otro el milagro de 
sus calzas, echó la llave, encargando á Centella 
que mirase cómo cerraba. Apenas la vio el la- 
drón en sus manos, cuando se dio por victorioso, 
imprimiéndola en cera, juntamente con otra que 



ívCouyk 



15> LUGO Y DÁVILA 

venía en la misma cadenilla, qne era del apo- 
sento de Antolínez, Mas no fué monester por en- 
tonces aprovecharse de aqnella prevención, por- 
que entrando el bravo, en higar de cerrar 1» 
puerta, la dejó en falso; subió la escalera y ha- 
lló en un corredorcillo á la luna al buen licen- 
ciado, entendiendo con sus calzas y echándolas 
maldiciones. En viendo Antolínez á Centella, 
preguntóle primero si había cerrado, y pidiéndo- 
le sus llaves, poniéndole las calzas en las manoa^ 
dijo; 

— ¿Ve aquí v, m. lo que yo digo? Tenga de es» 
punta de esa media; déjeme calzar ahora; h& 
aquí qae va bien; pues ¡hétela vuelta! ¿No digo 
yo que algún duende ó demonio anda esta noche 
con mis calzas? 

— No miente al malo (decía Centella), que yo 
no soy santo y le tengo miedo. 

— ¿Pues quién piensa que lo hace (dijo Anto- 
línez) sino el diablo para estorbar esta buena 
bnena obra? 

En esta diferencia estaban los dos, cuando 
Morón y otros tros amigos, vestidos do dia- 
blos, subieron al corredorcillo, y asiendo uno 
al viejo y otro á Centella, que le estaba acre- 
centando el miedo, los otros doa entraron en el 
aposento, y sacando una linternilla, buscaron el 
tesoro, y anduvieron tan bien afortunados, que 
hallaron casi dos mil escudos en oro y plata en 
UD bolsoncillo qae estaba entre los colchones d» 



ívCjOUI^IiJ 



la cama; y sin agnardar mayor presa, haciendo 
al viejo machos asombros, se volvieron & saür; 
y en quedando boJo el viejo y empezando á dar 
voces, Centella fingiéndose medroso, dando & 
entender g^ue salía é^ llamar gente, se fué tras 
la compaQia. Mas Chaves, que de boca do la mu- 
lata supo el trato, prevenido de bu alguacil y 
camarada, viendo salir & Centella tras los otros, 
dio tras ellos dando voces: «¡Ladrones, ladro- 
nes!» Centella, que corría menos y salía el últi- 
mo, fué alcanzado de Chaves el primero; mas re- 
conociéndose y hallándose apretado, le dijo: 

— Señor Chaves, ya le conozco, y yo soy Cen- 
tella, y sabe de la qne le saqué ayer; véngase 
conmigo qne todos somos unos y le puedo hacer 
de buena ventura. La gente que va delante ya 
está en salvamento, y yo no soy bu nada; eagá- 
ñase Y. m. esta vez por mi. 

El corchete, qua era madrigado y sabía el ofi- 
cio como el mejor que le osa, se fué con Centella, 
dando cantonada á su alguacil, y hallando los 
compañeros en la paranza, entró á la parte del 
hurto, dándose por satisfecho con el dinero pre- 
sente, del agravio pasado, que esta gente vil, 
con el interés y el vicio, olvidan las ofensas. 
Fueron todos de nuevo amigos, gozando de la 
vida que os he mostrado y sin que el hurto se 
averiguase; por entonces tuvieron seguridad 
por algún tiempo, hasta llegarles el de sn cas- 
tigo. 



ívCouyk 



NOVELA QUINTA 



Cada UQO hace como quien es. 



Enseña & cuánto riesgo eatá de perderse la vit- 
tnd que coueieiite solicitarse; lo que dañan criadas 
conocidas por malas 7 no deapadídas; el daño que 
se sigue de amistades con gente desigual, y c¿mo 
los hombres de bnena sangre, aun ofendidos, no 
desamparan en la necesidad, y o¿m» los Vicios no 
escandalosos están más prontos al remedio y pade- 
ces menos daño en el pundonor. 



Quis tnim aecurits amúbitt 



Kst 



!/sOBiBió Ero k Leandro; y mejor lo escribiera 
i, poderlo hacer desde el inñemo, pues no con- 
firmaron. Bolamente la verdad de esta senten- 
cia con el fin de la vida, mas con la pena eterna 
del alma. «Bien vengas mal si vienes sd1o> , dicen 
las vejezaelaa, i. quien enseña la experiencia de 



ívCouyk 



vida larga. Lo mismo dijo Filipo, rey de Maoedo- 
nía; pues llegándole inuchaa nuevas juntas de 
buenos soceeos, exclamó: «¡Oh fortuna, com- 
pensa con algún moderado mal tantos bienes! > Lo 
propio digo yo, bajando máa el asunto, cuando 
el amor me ofrece favores, porque se parece á. 
la fortuna en ellos. 

Bien como sabio y experimentado habló el Pe- 
trarca en su Triunfo de amor, diciendo: 
Atli el señor Gentil triunfando estaba 
da nosotros y todos en sos lazos 
del mai Indo al Thlle nombre daba. 
Los pensamientos lleva en sus recazos; 
deleites fugitivos, firmes penas; 
los vanidades tas llevaba en brazos, 
flores de iuvierno heladas, cuando amenas, 
de amantes los dndosas esperanzas, 
breves contentos que lo son. apenas. 
Así discurda Celio, cuando Montano atajó sus 
palabras diciendo: 

— ¿Qué disfavor habéis recibido que así mora- 
lizáis los daños que encierra el amor? 

— No disfavores (dijo Celio), mas deaengaüos 
publicaron los sentimientos del alma; y cierto 
que gustara para satisfaceros que hoy me tocara 
referir novela, paes con tantos casos puedo ejem- 
plificaros que nadie amó seguro. 

— Parece que de justicia (dijo Fabio) pedís su- 
ceso á propósito de quien nadie amó seguro. 

— Parece; porque en amor no hay fidelidad, y 
pues yo soy á quien obUgan las leyes de nuestro 

cíi.-.imívCjOU'^Ii: 



NOllIJl QULNTA 155 

coacierto, os contaré tiii caso que me ocurre á 
la memoria cortado & la medida de vuestro pen- 
samiento, y que tanto más hará prueba^ cnanto 
no tiene nada de fingido; y, para verificarlo, deja- 
ré con su nombre propio el principal duefio de 
esta acción, y de mi parte permitiréis el adorno 
aunque limitado. 

Esta corte, teatro donde se han representado 
de pocos años & esta parte tanta variedad de su- 
cesos, lo fué del caso prometido, en prueba de 
nuestra proposición de qne nadie amó seguro-, 
que en amor ninguno es fiel. Llegó, pues, el 
Duque de Medina Sidonta, don Alonso Pérez de 
Gnzm&n el Bueno, á esta' corte, llamado de la 
necesidad que en el Consejo de Estado y Guerra 
había de principe tan importante; y con sn an- 
tigua grandeza, entró con la más lucida c^a de 
criados que gran señor de aquellos tiempos llegó 
á acaudalar, cuyo testimonio daban los hábitos 
y otros honrados títulos. Entre ellos venía por 
sa paje de cámara uu caballero de Zamora, lla- 
mado don Pedro Manrique de Lara, tan galán y 
tan discreto, que aun en esta máquina donde en 
lo boeno y malo repara tan poco la vista y la 
consideración, ésta y aquélla pudieron hacer casi 
común conocimiento de don Pedro. Tenía por 
amigo un mozo de cámara del Duque, hombre 
a£udo y entretenido á quien llamaré Octavio; que 
íl los traidores el mayor beneficio que puede ha- 
cérseles es borrar sus nombres de la memoria. 



L 



ívCouyk 



156 



Se este Octavio se fiaba don Pedro; á éste hacía 
archivo de sns secretos; con éste comaDÍcaba sus 
pasiones, y éste, en fin, era el dueño de lo ínte< 
rior de su alma. 

Con la asistencia de la corte, el aplauso que 
todos hacían á este caballero y con la ociosidad, 
madre del amor, puso los ojos en una mujer ca- 
sada, cayo nombre era Porcia, según los versos 
en que los poetas celebraban su hermosura y el 
honroso atributo qne pedía el rigor del nombre y 
«stimacién de aquella noble Porcia, á quien cele- 
bró la antigüedad, inmortalizándola, laa brasas 
que la dieron muerte. Y no gozaba nuestra Por- 
cia menos renombre de leal y casta y aunque 
dificultoso, adquiriendo siempre una misma ve- 
neración en el concepto de las gentes: que bien 
prueba Francisco Patricio, en su diálogo parti- 
cular del Honor, que no es más de nn concepto; 
pues la opinión qne se engendra en el ánimo de 
que nno es bueno le da honor de tal (aunque no 
lo sea) que los hombres juzgan por los efectos 
flujetos al error, porque el jnzgar por las causas, 
con evidente conocimiento de los interiores, para 
«olo Dios está reservado. 

Paseaba don Pedro la calle de Porcia, ya á pie, 
ya á caballo; mas no sacaba de esta frecuenta- 
ción de la vista otro fruto que mayor rendimien- 
to de su ánimo. Hallábase don Pedro vencido de 
suerte, que ya no le quedaba libertad para resis- 
tirse; y viendo en su imaginación inexpngnable 



í,C<)üyl>j 



NOVELA QUINTA 157 

el fuerte que la virtud coDocida de Porcia per- 
trechaba, desterrando la coasideración por ago- 
rera, concedió el título de general al deseo, sien- 
do BU consejero el apetito, grande atropellador 
de inconven lentes; levantó el estandarte la es- 
peranza, que es atender cierto de la futura glo- 
ria que produce, como sintió el Dante. -Formó 
lo reatante del escuadrón grande número de pen- 
samientos con que dio principio é. la empresa, 
haciendo la primer trinchea el secreto, como 
sintió Propercio; que Venus quiere sus hurtos 
encnbiertos. 

Besistíase Porcia como Porcia, siendo las balas 
encendidas de los suspiros del galán batería dé- 
bil; -perseveraba don Pedro, que al paso de la re- 
sistencia crece la gloria del triunfo, valiéndole 
una vez que, consultando á Séneca, le respondió 
escribiendo & Lucillo: «Nada hay que no lo es- 
pugne el pertinaz obrar y el diligente cuidado* . 
Y & esta causa hizo más firme au perseverancia, 
siendo sus trazas de mayor agudeza cada día; 
mas todas las deshacía la resistencia y pocas 
ocasiones que Porcia le daba, basta que el inte- 
rés rompió la parte más ñaca; que dijo bien Pi- 
lipo, rey de Macedonia, que no hay fortaleza 
inexpugnable como pueda subir ¿ ella un jumen- 
tillo cargado de oro. 

Tenía Porcia una criada muy de su gusto y de 
BU satisfacción. Tuvo traza don Pedro para quo 
una grande amiga de Andrea, que este era el 



158 LUCO Y DÁVJLA 

nombre de la tal criada, 1& solicitase i que le fa- 
voreciese en la pretensión de sus amores; y como 
traa la petición abogase el docto dinero, con fa- 
cilidad ae dispuso Andrea á acudir á don Pedro. 
Era moza de razonable parecer; trigueña de co- 
lor, bruñida tez, aguileña, ojos negros y vivos y, 
sobre todo, gran ceremonia tica y diestrisimti en 
llores, tocados y afeites, con que aumentaba & 
Porcia BU natural hermosura, granjeando trato 
más familiar qne de criada, caasa de donde na- 
cen las más Treces los atrevimientos. Tal se vio 
fin Andrea, pues conociendo la virtud de su ama, 
tocándola un día y sentando con cada alfiler un 
cuento á su propósito, hallando la ocasión dis- 
puesta, dijo asi: 

— Cierto, mi señora, que no me espanto ver 
andar locos los hombres por tal belleza; pues yo, 
con ser mujer y gozarla tan cerca, cada día que 
pongo la última flor quedo más enamorada. 

— ¡Bueno es eso, Andrea! (dijo Porcia). ¿Ahora 
me lisonjeas? Algo quieres pedirme. 

— Parece que v. m. leyó el pensamiento (res- 
pondió Andrea); mas, temerosa, no me atrevo. 

— ¿Qué, qué, por vida mía, es lo que quieres? 
dijo Porcia. 

— No sé por dónde comience mi atrevimien- 
to (replicó Andrea). Mas ya que las obliga- 
ciones (como dioen) alientan el temor que presta 
la naturaleza, yo qo puedo callar respecto de las 
muchas que tengo. Sabrá v. m. que don Pedro 



NOVELA líU.NTA 163 

Manrique, caballero quo bien conocemos, libró á 
un hermano mío de una grande afrenta á que 
estuvo condenado en Sanlúcar; y no sólo le hizo 
este bien, mas le acomodó para las Indias; de 
donde be tenido carta suya y cien reales de & 
ocho, que llaman pesos, prometiéndome que en 
la flota que se aguarda ha de venir y remediarme, 
que tiene con qué¡ y todo esto, dice, ae lo debe á 
su señor don Pedro, por cuya mano llegaron á 
las miaa estas cartas y tengo de recibir este di- 
nero. Avisóme de ello, y cuando ayer pedí licen- 
cia fui por los papelea y por los reales de á ocho, 
y ofreciendo en cortesía la correspondencia que 
pnde, y aíjiéudome la mano, tras grandes jura- 
mentos y diligencias, me pidió que hiciese una 
por él en que le iba el vivir. Yo, inadvertida, 
salvando mi persona, ofrecí cumplir todo lo de- 
más que mo mandase, y paró en darme esta pa- 
pel, que pusiese en manos de v. m. Sabe Dios 
cómo me atrevo, y que si no me hubiera enga- 
ñado, haciéndome jurar, que no lo hiciera por 
cuanto vale el mundo. Este es el papel: con esto 
cumplo; y cierto, señora, que entiendo me estu- 
viera mejor irme & servir & otra parte que pasar 
t»n gran vergüenza y miedo como ahora paso, 
que 8i bien es verdad que para mí ierá poco 
menos riguroso que la muerte, & trneeo que don 
Pedro no vuelva & obligarme, lo juzgo por menos 
dafioso. 

Compnso el semblante Porcia, y dijo: 



cCouyk 



— Cierto, Andrea, qae ét no hacer tanto tiempo 
que 08 conozco y me conocéis, no respondiera con 
palabras á vuestro atrevimiento; bien sé quién 
es don Pedro Manrique, que sus diligencias ne- 
cesitan & este yerro; mas yo espero en Dios no 
caeré en otro. Bien sá que á algunas hubiera 
conquistado la voluntad lo que é, mí (á tener al- 
guna) me la borrara de todo punto, y sé hasta 
dónde pueden llegar trazas de un amante dis- 
creto, que con otras ese caballero tiene opinión 
de tal; mas todo cuanto yo sé y vos me podéis 
decir (para que de esta vez quedéis desengaña- 
da), obran poco en el ánimo de las mujeres de 
bien. To lo soy y me precio de ello, y lo que oa 
puede admirar en este caso es no quebraros la 
cabeza ¿ chapinazos y tras esto poneros en la 
calle. ¿Yo papel? ¿Yo? ¿Y traérmele vos? Quitad, 
quitaos luego delante de mi, que os he querido 
bien y ya os quiero mal. 

Esta fué la respuesta que sacó Andrea por 
principio de su alcahuetería, y con todo eso no 
desmayó viendo se quedaba á la vista; antes, es- 
cribiendo & donPedro lo que pasaba, concluyócon 
una exhortación larga, hecha al modo que suela 
dictar la necesidad, elocuente maestra de re- 
tórica. 

Recibió don Pedro el papel de su tercera, y 
hallando tan cerca del desdén la esperanza, se 
abrazó con ésta y aquél le entregó al olvido; que 
el verdadero amor con facilidad vence los rigo- 



ívCoi.i'íli: 



■ NOVELA QUINTA J61 

res. Bien se U lacio á don Pedro, pues á pocos 
dlaa, Andrea, sacando anas flores qae había he- 
cho para el tocado de Porcia, de aviso se las 
paso delante de los ojos envaeltas en el papel 
del gaUn; y la dama, ya con acuardo, ya inad- 
vertida, desembarazando el billete, le leyó todo, 
que tal vez tanto lleva el afecto la díscrección 
como la hermosura. Advirtió Andrea lo qae hacia 
Pqccia, y Inego hizo pronóstico feliz en favor 
del pretendiente; y viendo qne sa ama volvía & 
leer, asió del papel Andrea y dijo: 

— ¡Ay, triste de mí, nn descnido tras otro! No 
ha dos días qae por ti vertí m&a lágrimas que 
por la muerte de mi madre, y ahora quiere mi 
desgracia que vuelvas á cansar otro tanto. 

— ¿Paes cAyo es (dijo Porcia), que esti bien 
escrito? 

— ¿Cuyo ha de ser? (replicó Andrea). El de 
don Pedro es, qne me hallé en la manga acaban- 
do estas flores. 

— Ya está leído (dijo Porcia). Y con menos 
rigor qne la vez pasada. 

— Ya está hecho (dijo Andrea); ya no hay re- 
medio. ¿Qué le parece á v. m. de las razones? 

— Qne son extremadas ( dijo Porcia) ; mas hay 
muchos discretos por escrito, necios de pala- 
bra; pero á ser este caballero hablando tan dis- 
creto como escribiendo, de mi parte concedo la 
buena opinión qae tiene. Kn verdad que dice 
bien BUS sentimientos y sin levantarse de los li- 

TKlLTRO POPULAR. 11 



mites de la almohadilla; que hay otros, como ya 
me entiendes (pretendientes de mi amiga), qne 
han menester sna papeles qae los envíen comenta - 
dos para poder entenderse; tan llenos de vocablos 
exquisitos, que para la más bachillera de nos- 
otras y aun de ellos, se están por nacer en nues- 
tra lengua, y así dice Comelio, mi marido, que 
también sabe de estas cosas, que algunos inge- 
nios de ahora no paren, sino abortan. 

— [Bendito sea Dios (dijo Andreaj, que toma en 
donaire v. m. el papel, y no dando chapinazos y 
poniendo en la callel 

— Eso (respondió Porcia) es hablando de ve- 
ras, 7 esto de burlas. 

— Sea como fuere (replicó Andrea), ¿v. m. ten- 
drá gusto, no sabiendo nada don Pedro, de oírle 
hablar conmigo? 

— Si, holgaré (^díjo Porcia), asegurando prime- 
ro dos cosas: que sea en parte lícita, y qne no 
sepa él qne yo le oigo. 

— Como y. m. lo dice lo iba yo á decir (res- 
pondió Andrea); porque mafiana don Pedro me 
aguarda en la Trinidad para darme unos dine- 
ros qne le he pedido á cuenta de los que me en- 
vió mi hermano. Prevínole que había de ir i con- 
fesarme con otra criada de casa, y será fácil po- 
nerse V. m. en corto, y allí, que es parte bien li- 
cita y él estará ignorante, oirie. 

Porcia, que se preciaba de entendida y de IftS 
que frecuentaban i Garcilaso tanto como á Fray 

■ c.j.-.iMívt-loi.i'íli: 



MOVCLA QUINTA 168 

LnÍB de Granftda, llevada de la cnríoBÍdad, acep- 
tó la diapoBÍción j principio de sa ruina; qae el 
amor poco ha menester, y así le llamaron fnego, 
qoe una ves encendido, por peqaefia qne se« la 
centella, snele abrasar ciudades. Flacos princi- 
pios ha menester el pecado para derribar i sus 
]ñea la virtud; todo está en desmoronarse nna 
peqndfla piedra para caer estatua que tiene de 
barro el fundamento, annqne sea la cabeza de 
oro. Un animal tan vil como la seipiente ganó la 
voluntad, la vida y la gracia á una mujer; y tan 
peqaefio interés como un bocado de manzana po- 
U¿ el infierno, introdujo la muerte, hizo re; al 
pecado. 

Fué, pues, disfrazada, Porcia con Andrea; es- 
taba don Pedro avisado; prestóle el amor ele- 
^ncia; acertó á decir sus sentimientos, con- 
quistando en aquel corto rato más que en el tiem- 
po que hasta allí había defendido en sa preten- 
si6n; y ai bien por entoncea encabrió Porcia loa 
primeros movimientos qne el amor fué engen- 
drando en sa fantasía, dispuso oírle en otras oca- 
siones; y como el amor le hacia fecundo, 
mitestra Ovidio, poco á poco se acrecentaba el 
taego, enceadiendo el aire de las palabras su vo- 
racidad, de suerte qne en pocos dias ardió todo 
el homenaje de la fortaleza de Porcia, y de un 
Imteo en otro, aan([ne con increíble seéreto, llegó 
den Pedro & rendir y sefiorear lo que estuvo tan 
difienltoBO á los principios. Fueron participes de 



L.. 



íXlouyk 



1G4 LUGO Y DÁVILA 

esto Andrea y Octavio, á quien don Pedro eligió 
para bu ayuda. 

£ii estas cadnoas felicidades pasaron algunos 
días; mas es mal incontrastable el de la fortnna; 
que no hay olas tan inconstantes como sus suce- 
sos. Fué asi que & don Pedro le necesitó la muer- 
te de un hermano y la disposición de su hacien- 
da í partir á Zamora-, pidió licencia al Duqne, y 
concedíósela con protestar la vuelta: pidiósela & 
sn Porcia; otorgóla con lágrimas en los ojos. 

Partió don Pedro y llegó & su patria acompa- 
ñado de Imaginaciones y desvelos; procuró abre- 
viar sus negocios, porque la lealtad de su corazón 
hacia pronóstico de su desdicha, trayendo siem- 
pre delante de los ojos (que no amó seguro nadie) 
sentencia bien testificada en este suceso; pues 
Octavio, ya por la comunicación que engendra 
voluntad, ya por la hermosura que atrae asi el 
deseo, puso los ojos en Porcia, y como es regla 
cierta que nn error en los principios muy peque- 
ño es grande en los fines, Octavio, ya & fuer- 
za de caricias, ya de temores, poniéndola á Por* 
cia á los ojos su fiaqneza y sn riesgo, la solici- 
tó ¿ que se viese con él una mafiana en la Casa 
del Campo por huir que Andrea fuese sabedora 
de nada. 

Porcia, por ver si venia don Pedro, sostentaba 
con esperanzas & Octavio; mas él, con temores, 
pretendía la brevedad; hablábanse por una T«a- 
f.ana corridas algnnas horas de la noche. Andrñ 



ívCoi.i'íli: 



NOVU.A yUINTA 166 

no dormía; antes, como aa(;az, escuchaba y pro- 
curaba hacerse dueño de la resolnción, annqae 
resistieiido la femenil Baqueza; que el sazonar 
la venganza, ¿ la mayor precipitación suele 
prestar cordnra, como no se alargue demasiado. 
Últimamente, Octavio dijo á Porcia que si otro 
día á las siete de la mañana, en un coche que 
hallaría á la puerta, dando por excusa qne iba á 
Ktra. Sra. de Atocha, do se entraba, é iba á la 
Gasa del Oampo, donde la estaría aguardando & 
iMí ocho, pondría en manos de su marido los pa- 
peles que probaban con evidencia su deshonra. 
Respondióle Porcia entre quejas y persuasiones, 
ni negando ni concediendo; mas el traidor, ha- 
llando temor conocido en la dama, apretaba la 
dificultad y limitaba el tiempo. En fin, tras mu- 
chos aprietos de Octavio y muchas resistencias 
de Porcia, se acordó que de allí i cuatro días 
fuesen las vistas, cerrando con este término la 
esperanza de otro. 

Hallóse Andrea en lugar que oyó toda la plá- 
tica, y movida de las obligaciones que tenía á 
don Pedro, considerando qne era tiempo bastante 
con baena diligencia para que el caballero vinie- 
se 6. Madrid antes del concierto, despidió an pro- 
pio coa todo secreto y diligencia, avisando de la 
infidelidad de Octavio y frágil ánimo de Porcia. 

Llegó á Zamora el mensajero en tiempo corto, 
porqae la paga fué larga; dio su despacho & don 
Pedro & tiempo que trataba de recogerse; abrió 



166 LUGO Y DÁVILA 

la cartft de Andrea, y viéndola sola qnieo dejar- 
la sin leerla, conjeturando malas nnevas. Ea 
fin, atropeliando con valor el temor, rió y sopo 
lo trazado por su dama y su falso amigo y con 
qué medios habla persuadido á Porcia, cnya fa- 
cilidad sintió más que la traición de Octavio. 
Mas resistiéndose lo mejor que pudo, no hizo ac- 
ciones de sentimiento delante de sus criados ni 
el propio; que no es poder el qae no puede dar do 
mano á los cuidados con prudencia, como lo en- 
señó elegantlsimaments Boecio, con estos versosi 

Aquel que poderoso 
quiere aer de bI miamo, 
soa paaiones feroces avasalle, 
no al deleite engañoso 
Bujeto el cuello halle 
con laa riendas del fiero barbarlsmo; 
qae aunque licito sea 
que de tu ley el Indo temeroso 
esté en tierra apartada; 
j aunque la última Tita á ti se vea 
rendida j humillada; 
con todo, el qne no puede 
despedir el cuidado fatigoso 
que el alma le atormenta 
j las querellas mlseraa no ahujrenta, 
a su poder poder no se concede. 

Uiraba don Pedro todas las cosas sujetas i la 
inconstancia, y con todo le admiraba mis la in- 
gratitud de su amigo, & quien parecía tenía has- 
tante obligado; aunque bien mirado, aquellos qae 
tienen menos obligaciones de buena sangre en 



ívCjOu-^L 



NOTU.A QUINTA IGT 

las Tenas, 90d por la mayor part« los m&a ingra- 
tos. Tenia don Pedro varias imaginaciones, ya 
de aa desgracia, ya de tomar satis Facciones del 
traid<tr qae pretendía ofenderle. Mandú al propio 
qne ae fnese á descansar, dando & entender qne 
aqael negocio no pedía prisa. 

Harta daba Octavio en llegar al fin de sa de- 
seo. Crecieron los días; llegó el sefialado, y Por- 
cia, forzada más del temor qne del gusto, se de- 
terminé & naar el de Octavio, el cnal pnso bien 
& tiempo el coche á )a paerta de la dama, y ella 
bajó sos escaleras, previniendo & sa marido que 
anas amigas la llevaban á Atocha. Mas Andrea, 
que sabía lo cierto, fué tal su sentimiento, que 
casi fnera de si, sólo buscó traza para estorbar 
el caso, sin discorrir mayores inconvenientes 
qne pndíeran ofrecerse, ó ya fnese que & los 
[H-incipios, con la mncha frecnencia de Octavio, 
poso los ojos en él, qne también mostró tenerla 
afición; y á esta cansa, los celos la sacaron de si 
para intentar la cosa m¿s fuera de propósito que 
pndo caber en juicio por corto que fuese. Entró 
en el aposento de su amo con una determina- 
ción diabólica, y despertándole, dijo: 

— ¿Qué es esto, señor? ¿V. m. duerme cuando 
sn honra se abrasa? ¿Es posible que no le llama 
el corazón á volver por sí? 

Despertó Comelio, y i las breves palabras de 
Andrea, abrió los ojos, j levantando la mitad 
d»l cuerpo sobre la cama, dijo: 



ívCouyk 



168 LUGO Y DÁVILA 

— Andrea, ¿est&U loca 6 habUia de veras? Pues 
¿qaé hay contra mí? ¿Qué fundamento tieaea 
vuestras razones? Despenadme. 

— Breve seré (respondió la criada); que todo 
se cifra en que mi señora Porcia, aquella en 
quien V. m. y todo el mondo tienen tanta satis- 
facción, deja hoy el lado de au marido para ocu- 
par el de sn galán; cierto lo sé. £n la Casa del 
Campo, en una sala baja & mano izqnierda como 
se entra, hallará v. m. á la vista quién es su mu- 
jer. Con esto cumplo & lo que tengo obligación, 
que no quiero parecer culpada en lo que estoy 
inocente. 

No acertó Cornelio á responder palabra, ata- 
jándole la voz la cólera. Vistióse con toda prisa, 
mirando á su criada; revolviendo en su imagina- 
ción más conceptos que acertara & decir cuando 
estuviera menos atajado de la cólera. Vestido, 
tomó sus armas y un pistolete, volviendo á An- 
drea y diciendo: 

— Yo daré el castigo á quien le mereciere; vos, 
advertid á lo que os toca, si os enga&iis. 

Con. esto E>alió de su casa, y apresurando el 
paso, pilló la puente sej;aviana-, llegó á la Casa 
del Campo, miró á todas partee por el coche; no 
halló ninguno, que estaba en Madrid el que bas- 
caba; reparó en el retrato de las ruedas; halló 
muchos en el camino real sin confirmarle eos 
sospechas, por confundirse nnoB con otros. Hasta 
las huellas de la puerta miraba con atención; 



íXloü^li: 



hallaba pocas y mal señaladas; al fin, llamó á la 
puerta; respondió el portero que tiene cuenta de 
ella; pidi^ que abriese para dar un recado al te- 
niente alcaide; abrióle la puerta y entró Cerne- 
lio. Caminó á la puerta de la sala donde habían 
entrado Octavio y Porcia; acechó por las cerra- 
duras; vio sólo obscuridad; pidió con vocea y con 
impaciencia que le abriesen; el encubridor de los 
amantes acudió á la resistencia; con ésta, des- 
pertó más el deseo al ofendido, acadiendo á sus 
voces y porfía geute. Y entretanto que duraban 
!as vocea y diferencias. Octavio abrió ta venta- 
na, que es baja y sin reja; á paso llano, sin 
aguardar á Porcia, salió huyendo á llegar á la 
cerca, y dejando el traidor sola y & riesgo la aflí' 
gida dama, saltó al campo, aun sin volver el 
rostro. ¡Oh infame hazaña! ¿ámí huyes, vil? ¿Asi 
huyes? ¿Mas qué mucho que el ingrato al amigo 
lo sea i la dama? 

Porcia, casi fuera de si, se salió por la misma 
ventana, y hallando abierta la puerta que sube 
& los estanques, entró por ella, y llegando & un 
portillo, salió sin saber por dónde iba ni cómo 
habla de valerse. 

Cornelia daba prisa que le abriesen, y el te- 
niente alcaide, qne habla aoodido con nos llave 
maestra, abrió la puerta, que puso tanta admira- 
ción como vergHeoza ¿ Coraelio; miraba á todas 
partea; hallaba sólo paredes y estaba c*mo em- 
belesado. Entonces el teniente alcaide le dijo; 



ívCouyk 



170 LUGO Y DÁTll^ 

— ¿Qué buBca? ¿Está en si ó ha perdido el jui- 
cio este hombre? ¿Esta es casa donde se con- 
sienten semejantes maldades? 

Conielio no sabía qué responder; y lleno de 
confusión se fué, y mirando ¿ todas partes sólo 
vio el soto con sos Arboles y el aire que parece 
que, entre ellos, le silbaba. Al fin endwezó & Bu 
casa, buscó á Andrea, mas no la halló; que arre- 
pentida de su desatino, cogiendo su ropa, se ea- 
capó,y no quiso aguardar el fin de aquel suceso, 
pareciéndola que no podría resultar de él cosa 
buma. Dificultoso serla decir los varios pensa- 
mientos de Comelío; unos, aquejándole con 1& 
consideración de su infamia, deseando la justa 
satisfacción; otros, regidos del amor propio y del 
que tenia á Porcia. Ta juzgaba sospecha mali- 
ciosa de Andrea del caso, á quien daba nombre 
de falso testimonio; asi vacilaba, ahora resuelto, 
ora avergonzado; aguardaba la última prueba 
que había de resultar de la vista de Porcia, la 
cual salió apenas de la Casa del Campo, cuando 
la fuerza de la pena la robó los sentidos, y cay¿ 
desmayada. 

Don Pedro, deseoso de coger en el delito á 1<m 
agresores, hizo Bu jomadadesde Zamora, de suer- 
te que llegó ¿ tiempo, que vio, no muy lejos, una 
mujer que corría sola, y á poco ü«cho, cual si la 
llegara el último instante de la vida, ocupó la 
tierra. Llegó á ella el caballero, y apeándom, 
movido de la novedad, conoció ser Porcia, y ha* 



ívCloi.i'íli: 



KOVSI^ QUINTA 171 

oiéodola algunos beneficios, volvió en sí; y ha- 
Itindose en la presencia de don Pedro, por nna 
parte corrida de hallarse asf, y por otra necesi- 
tada de amparo, la dijo: 

— Bien merece cualquier castigo mi obra y 
cualquier defensa mi intención. Uaa ]ay triste! 
que no es tiempo de gastar palabras teniendo i 
los ojos la maerte, que aguardo por mano de mi 
marido, cuya voz oí bien cerca; llevadme, señor, 
á otra parte donde me daréis la pena que quisie- 
reis, y alií, si algo valiere mi disculpa, la p«dréis 
recibir, y si no, muera yo & vuestras manos y no 
k las de Comelio. 

Don Pedro, no mudando semblante, ei bien 
aquejado de los efectos naturales, concedió wx 
amparo i Foroia (propio de un corazón noble); 
púaela en las ancas de au cabalgadora, y él, ocu- 
pando la silla, sufriendo la grita y burla de 
las lavanderas, llegó con su dama, atravesando 
el rio, í Santa Catalina, que asi se llamaba al 
tiempo de este suceso, donde hoy es San Norber* 
to. Informóse por el camino de ella, muy por 
menado del suceso, é imaginando el remedio, se 
fué en casa del Duque; diaponiendo un coche, 
habló i una señora, qae hacía oficio de camare- 
ra en aquella grande casa; á ésta se atrevió don 
Pedro i dar cuenta del caso y peligro de Porcia, 
pidiéndola su amparo. Y como la elocuencia ea 
poderosa para moyer á su opinión los ánimos 
mis fieros, le fué f &cil & don Pedro mover (con su 



íXlouyk 



discreciÓD) una mujer principal para «lámparo de 
otra. Bien se vio, puee, doña María, que así se 
llamaba esta señora, buscando causa bastante y 
licita. 

Con la mayor brevedad que pudo ocupó el co- 
che, y en él fué á Santa Catalina, donde estaba 
Porcia, y allí, consolándola y animándola, guió 
á su casa, y en el camino, para disponer lo me- 
jor y más verosímil, llamó otra señora, grande 
amiga de Porcia; hicieron las tres juntas su 
viaje. Entretanto don Pedro bascó al traidor 
Octavio que, ya apremiado de su conciencia, ya 
sabedor de la venida de don Pedro, ó por lo uno 
y lo otro temeroso, recogiendo lo que pudo de 
sus muebles, huyó la corte para siempre; y An- 
drea, & pocos días, hizo otro tanto; pues, como 
dice Pitágoras Samio (al varón inicuo la con- 
ciencia le aflige, y mayor mal padece que aqnel 
que en el cuerpo se castiga), ¿qué mucho [que] 
qoien la tenía como éstos no se atreviesen & pa- 
recer? 

Llegaron, pues, doña María, Porcia y su ami- 
ga á las puertas de Cornelio, que esperaba el Al- 
timo trance, ya con ira, ya con templanza, dndo- 
eo entre estos contrario. Mas Porcia, con gallar- 
do desenfado, dando voces, cpara, para>, sin 
aguardar á nadie, levantó el estribo, y osando de 
tas palabras más acomodadas á su negocio, dijo: 

— OuárdemeDiosmuchosañosá va. ma. portan 
gran merced como boy be recibido; qne at en 



ívCjOi.i'íIi: 



NOVELA QUINTA 178 

balde deseaba este dia para ofrecerme al servicio 
de doña María, mi sefiora, que lo estimo tanto, 
qoe lo atribuyo á merced de la Imagen. Y Tol* 
-viéndose á Comelio, que habia bajado, dijo; 

— ¿Aquí eatáÍB, señor? Todo se me hace bien; 
besad las manos & estas señoras y á mi sefiora 
doña María, que es camarera de mi señora la 
Duquesa de Medina Sidonia. 

Hizo Comelio sas cumplimientos (admirado y 
confuso) ¿ las señoras del coche, y ellas le res- 
pondieron tales razones, que faeron poderosas á 
hacerle creer que hablan hecho juntas la rome- 
ría de Atocha. Guipábase Comelio de su inad- 
vertencia en no haber ido allá para certificarse; 
despidiéronse, quedando solos Comelio y su mu- 
jer; subieron de la mano í su cuarto, preguntan- 
do la dama por Andrea, ¿ que respondió Come- 
lio que, con toda su ropa, habla huido y no pa- 
recía. 

— jAy, Dios! ¿8e llevé algo de cAsa?, replicé 
Porcia. 

— No lo sabemos (dijeron las demás criadas), 
sólo hayqneámi señor le hizo levantar mny apri- 
sa, no sé para qué, y á nosotras nos despaché de 
casa; y cuando volvimos llamando á la pnerta, 
el vecino de enfrente nos dié las llaves, y nos. 
dijo que Andrea se las habla dado, en tanto que 
volvía de llevar nn cofre que sacó. 

Mandé Porcia qne mirasen la casa, y quedán- 
dose sola con su marido, la hizo él artificiosas- 



¡ouyk 



preguntas, á que respondió tan bien, qne le dejó 
admirado y satisfecho de su lealtad; parecióndo- 
le que Andrea, por irse con algún bellaco, hizo 
maldad semejante. 

Decia Oornelio é. bu mujer que siempre le pa- 
reció mal las gatas y dineros que de dos meses 
atrás gastaba j rompia Andrea, sin saber qaién 
se lo daba: así lo confirmó Porcia, y Cornelio fué 
de allí en adelante el más afable marido del 
mondo. Dudao algunos sila amistad de don Pe- 
dro pasó adelante; lo cierto es que Porcia vivió 
siempre con su buena opinión de honrada, y si al- 
guna reiteración hubo en loa amantes fué tan 
Bocreta, que jamás se entendió; crea el lector lo 
<[ae quisiere, y todos se desengañen que nadie 
amó seguro; que en amor ninguno es fiel. 



ívGooiílt^ 



NOVELA SEXTA 



Del médico de Cádiz. 



Eaasfia oémo por uo frágil deleite se ven los 
hombrea ea grandes riesgos, y ftpen&s se ven li- 
bres, oQAndo ciegos Tuelren & sus errores. 

Tanto i muero l'ktiom, cuanto ei ñ ripuía, 
Che al mondo mal non é »enza remedio. 



Eai 



JST08 dos reraoa, de la égloga octava de la 
Arcadia, de Sanaz&ro; obra, cierto, ingeniosa 
7 en vano emolada, dieron apacible oanaa á Kon- 
tano, ano de los tres amigos, para que refiriese 
ut Bovela, discurriendo por los sucesos de mnchos 
qits Ift fortuna ka sacado de riesgos tales, qne el 
discurse homaBO hallara cerrado el camino del 
rwnedío; cuyes admira bles casos adornan las his- 
ttvias qoe dejo de referir por no fastidiar, Estn- 
vieron atentos á Montano, Fabio y Celio, 7 dijo 



ívCouyk 



176 meo Y DÁVILA 

En Cádiz, iela y ciudad tan famosa entre los 
antiguos por el templo de Hércales, de ^iiien las 
historias noa cuentan cosas tan admirables, y en- 
tre ellas, la oliva de oro, con aceitunas de esme- 
raldas tan grandes como las que produce la fér- 
til Aadalucfa; y por el sepulcro de los Qeriones, 
donde dicen nacieron uno^ árboles en forma de 
cipreses, aunque las ramas primeras tenían sa 
principio desde la superficie de la tierra, las ho- 
jas de un codo de largo y cuatro dedos de ancho; 
la corteza como de pino y que, cortadas, produ* 
cían un humor como sangre, tanto más roja 
cnanto más cerca del tr:>nco, y por otra multitud 
de prodigios fabulosos que nos refieren ios poe- 
tas, hubo un hombre, por los pecados de aquella 
ciudad, médico, y por conocidas ezperíenc i aa en 
la cirugía, famoso en toda aquella tierra. Usaba 
de ensalmos, aunqua á lo encubierto, que los de ■ 
esta facultad huyen todo ahorro de tiempo. Con 
éstos curaba el doctor Lamberto, que así se lla- 
maba el tal; porque es muy esencial en los de 
esta facultad el nombre campanado y extranje- 
ro; y esto es de modo, que hay muchos qne les pa- 
rece que basta para calidad, así en esta como 
en otras profesiones, ser extranjeros sus profe- 
sores. Era de persona lanuda, desvaído y de los 
que á paso lento sobre muía de canónigo, tardan 
en pasar una calle hora y media, aunque no ten- 
ga treinta pasos. 

Casado era este temático doctor con Casilda, 



NOVELA SEXTA 177 

moza de tan buen parecer, que pudiera celebrar- 
se BU hermoaara eníre las que m¿a jnstamente se 
tenían por tales. 

Era Lamberto tentado por et juego del aje- 
drez; y habíase hallado un boticario que le cum- 
plía de JQBtícia y aoa de rigor, pues sin quebrar 
ley del jnego, le ganaba su dinero, de que pica- 
dos, el uno por la ganancia y el otro por la pér- 
dida, en todas las noches no dejaban el tablero 
hasta las doce, y entonces maldecían el reloj. 

Casilda era medrosa por no faltar á la condi- 
ción femenil; el lagar, asf por el presidio como 
por la maltitnd de extranjeroa, ocasionado; el 
entretenimiento de su marido en la botica largo: 
¿qué había de hacer la pobrecita? Lo que hizo; 
estarse casi en la mano. Halló remedio para la 
soledad, para el disgusto y para el miedo, en un 
Beldado, bizarro de talle, valiente por las armas 
y afable en las caricias, que por eso nos cuentan 
los poetas aquellos amores de Karte y Venus. 
Hollólos juntos Yalcano; enlazólos y convocó á 
los dioses; riéronlos y riéronse; y ellos, desde 
entonces, perdieron con la vergüenza el temor 
de andar juntos; ¿qué mucho que los soldados se 
enamoren? 

A Hercúlea celebró la antigüedad y nsa mu- 
jer le puso una rueca en las manos. ¿Qué diré de 
Alejandro, César y Antonio, de quien encareció 
Justino,. cuando huyó de aquella batalla naval, 
que no huyendo, sino siguiendo & Cleopatra iba; 

TKATaO FOFULAK 12 

..,Cc,„8lc 



178 LUCO Y DÁVIl^ 

qno no BÓlo á la valentía atrepella la pasión, 
maa en saber, como se ve en ArÍBtótales, príncipes 
de la {¡loaoFía, hecho jumento de su Hermfa'^ Mas 
baat»; disculpado está nuestro soldado (si para 
las torpezas hay disculpa). 

Gozábanse los dos amantes í toda comodidad, 
en tanto que Lamberto daba mates al boticario 
j los recibía en la honra; cosa es por la qne han 
pasado los emperadores y que hoy no es vitupe- 
rable en la opinión del paradojas italiano. Acos- 
tábanse temprano los amantes, que como es pre- 
cioso el tiempo no qnerian perderle. Mas ¡ayl que 
no siempre es primavera; boy están vestidos los 
árboles de esperanza y mañana desnudos de 
alegría. 

Sacedlo que don Manuel Pérez de Quzmán 
el Bueno, hoy Duque de 'Medina Sidonia y al 
tiempo del suceso Conde de Niebla, príncipe que, 
con ser las grandezas de su calificada casa tan- 
tas qne piden largos vol&menes, más docta pla> 
ma, más levantado ingenio y más tiempo qne á 
uno solo puede concederle de vida la frágil natu- 
raleza, excede con la virtud propia i todo lo de- 
más, entre otros ejercicios, divertía algunos ratos 
de sus niñeces en los bosques, fatigando, con ma- 
yor gallardía que pedían sus afios (mas no su 
ánimo superior), el robusto jabali, 1^ quien daba 
muerte á lanzadas, que i este modo de caza se 
inclinaba más, por ser más propia imagen de la 
guerra. 



íXloü^li: 



WOVBLA SBXTA 179 

¡Cuántas veoea al sonido de las trompetas, 
á las voces de los monteros, al ladrido de los 
perros, dejando atrás los qae le acompañaban, 
en un oabaUo sin duda de aquellos que tienen el 
céñro por padre, con nna lanza en la mano, b\ 
animal feroE quitaba, junto con el moTÍmiento, 
la vida! Al corzo y al venado no enviaba como 
otro la bala, la ñecha; mas á cuchilladas les 
daba muerte, sin que los librasen el ganchoso 
cuerno, ni ligera planta; tanto puede la determi- 
BBCióu de un principe valeroso. 

Mas la sabia Providencia divina, que tal vi>z 
para despertar la consideración de los mortales 
les pone á los ojos que lo son con la sangre qñe de 
alguna herida vierten, ordenó que un día, entre 
otros, acosando un venado y teniéndole vencido á 
sus pies, con varias heridas, sacando el animal 
fuersas de la flaqueza en que le puso brazo tan 
brioso, con violencia notable embistió al Conde y 
oon un gancho de los cuernos le atravesó una 
pierna poco más abajo de la pantorrilla, y apenas 
ejecutó fli golpe, cnando, antes de aguardar ól que 
«n vénganla bajaba cayó, huyendo juntos el cuer- 
po y la vida. 

Uostróse luego la sangre, manifestando el 
dafio (que el semblante no le mostrara) j i per- 
snasiones de criados se le ataron unos lienzos, y 
tomada la sangre lo mejor que se pudo, llegó á 
SanlácBT á las ocho de la noche; y como nuestro 
Xiunberto era tan conocido por cirujano, se des* 



ívCouyk 



p&ch¿ en seguida un barco equipado. Iba en él un 
criado de cuenta del Dnqne de Medina Sidonia, 
para que atropellase con los inconvenieiites qu9 
los de la facultad medicinal suelen poner en los 
caaos de más aprieto (no digo que por mala in- 
tención, otro lo dirá, que yo á la comodidad pro- 
pía lo atribuyo); y no es macho que quien sabe lo 
que Tale la salud, la estime en tanto y más sien- 
do tan difícil restituirla. 

Llegó el criado del Duque á Cádiz antes de 
las once de la noche, y apenas pisó la playa, . 
preguntando por Lamberto, cuando hubo quien 
le llevase á casa del boticario donde jagaba, tan 
sabida era su asistencia. Hallóle, propúsole la 
partida, respondió á las réplicas con sola una 
palabra que en castellano se llama interés, la 
cual puso tan vivas espuelas á nuestro doctor, 
que sin ver el fin del lance que iba ejeontando 
(¡caso rarol), dejó el tablero y partió á su casa & 
despedirse de bu mujer y tomar un cofre oon al- 
guna ropa blanca y ciertas cajuelas de ungüen- 
tos de que se aprovechaba, hechos por su mano, 
y para excusar toda dilación de camino llevaron 
cuatro palenquines para que llevasen el cofre al 
barco. Entró Lamberto con toda esta gente en 
BU casa, abriendo con su llave maestra, y por 
presto que fué sentido, estaba ya cerca del apo- 
sento de sn mujer, que sobresaltada con el no 
esperado aprieto, le faltaban las fuerzas caai 4 
un punto en el cuerpo y en el ánimo; y su galio, 

c.j.-.iMív-t.loi.i'íli: 



NOVÍLA SBXT*. 181 

levantándose de la cama j hallando abierto el 
cofre y viendo que cabla en él con lo qae tenía, 
ae metió dentro á muy poca distancia, de tiempo 
que ei doctor tardó en entrar & los ojoa de Casil- 
da, á quien dio cuenta de la brevedad con que 
era forzoso partirse. 

— Enhorabuena, dijo ella, haciéndole ya con 
más brío caricias y preguntándole si quería algo 
para la jornada. 

Lamberto respondió que en aquel cofre tenía 
ropa blanca bastante y estaban las cajuelas de 
los ungüentos, y diciendo y haciendo torció la 
llave; los palenquines arrebataron el cofre y el 
doctor y el criado del Duque salieron á hacer su 
viaje. Si allí la fatigaron temores & Casilda, di- 
galo quien sabrá sentirlos, que yo no me atrevo 
á imitarlos. 

Llegaron al barco, donde pusieron el cofre, y 
el criado del Duque y Lamberto se entregaron á 
loa elementos aire y agua; y como la bahía es 
paso peligroso, y más en invierno, i, pOco rato 
comenzó á soplar furioso el viento. Fuéronse en- 
crespando las ondas, enlazáronse densos nubla- 
dos, infundió el tenebroso tiempo temor en el 
Arráez; hizoprevencioneSgque todas eran menes- 
ter, porque snas veces sabían tan alto que les 
p^eoía navegar pvr la esfera del fuego más que 
por las aguas, pues los relámpagos, que los alum- 
braban y deslumhraban á un tiempo, se lo hacían 
creer así; mas otras veces, bajando con violencia 



182 LUCO V oÁvn-A 

[el] corso de lua altarae en qne los ponían las em- 
pinadas ondas, juzgaban bu viaja al abismo, ha- 
ciéndole verosimü el horror y 1» obscuridad qn» 
los sepultaba. Y entre la poca gente del barco, el 
ruido de loe vientos y el crujir del ¿rbol y las- 
cuerdas, el estrépito borrisono de los truenos, 
las no concertadas ni entendidas voces, causa- 
ban un rumor confuso. ]E-&, buen soldado, ani- 
maos voa en tanto que los dem&s padecen! Pero 
antes los vaivenes y las mal formadas palabras 
le daban á entender sn mayor peligra, y más 
cuando oyó decir: ijAIija, alija; eoha ese cofre á. 
la marl> Rigurosas palabras. 

Y lastimosas las ansias (que me tocan en los 
oídos) de la apasionada Casilda, que no haca me- 
nos lástimas que sn amante. 

— ¡Ay, triste!, ¡ay, triste!, pronunciaba mo- 
chas veces, sin que al dolor concediese otras ra- 
zones, por largo rato del silencio, que rompía 
con prolongados suspiros, y tras ellos diciendo; 
¡Oh, mísera fortuna, cuan poco doras en la fe- 
licidad! Con halagne&o rostro prometes conten- 
tos y todos son para acrecentar los pesares. |Ay, 
quién nunca hubiera querido; ay, quién nunca se 
dejara vencer de iiadiel Mas ¡ay! cuan poco apro- 
vechan los ruegos ni las lágrimas, que aquéllos 
se desvanecen en el aire y éstas las sorbe Is 
tierra, y de éstas y aquéllos se conoce el vano 
fruto. ¿Qué haré de mí? ¿Dónde salvaré la vida 
del cuerpo, pues muere la del amor? ¿Quién dar4 



ívCjOu-^L 



amparo k ana mujer forastera en caoaa tan ig- 
nominiosa? Ann la esperanza me deja; todo me 
hace falta; sólo me acompañan penas, y no basta 
la mía, sino la qne padece aqnel deadichado; 
¿qaé digo padece? Ya con la muerte estará libre 
de padecerla tantas veces como yo la padezco. 
Va en las manos de mi marido pagarla el pecado 
de qne yo fui cansa. ¡Qué de crueldades ejecuta- 
ría en él! Faréoeme que le estoy mirando, ver- 
tiendo sangre por las heridas, pálido el rostro, 
vneltos los ojos y luchando con la muerte; y allí 
pidiendo misericordia para salvar, si no la vida, 
el alma, y que todo le aprovecha poco, j Ah, quién 
se atravesara á ser escudo de las pafialadas, qne 
pues yo, en rigor, soy la cansa de su onlpa, de 
justicia debía ser quien padeciese! Mas ¿dónde 
me dejo llevar y pierdo el cuidado de lo que me 
importa? ¿Si hairé luego de mi casa? ¿Si bascaré 
otra en la vecindad? Has ¿qué sacaré alborotan- 
do & media noche? Hacer más piiblica mi infa- 
mia. No sé qué medio tome; que si le dilato, 
acreciento el riesgo y no excuso se publique. 
Todo me acobarda; ningún camino escojo, y todos 
los elijo. Por aquél, hallo el deshonor; por éste, 
la muerte; ya me tocan en los oídos las palabras 
de desprecio que pide mi yerro; ya contemplo el 
braso de mi marido para tomar de mi justa ven- 
ganza; todo es absombro y más absombro; todo es 
confusión y más confusión, pena y más pena, te- 
mor y más temor. ¿Qué haré, triste? 



íXlouyk 



184 I.UGO Y DÁVIL*. 

Aqnf faltó el alianto & Caailda y volvió á las 
Buspensíonea pasadas, y en el barco & frecneutar 
las voces: «¡Alija, alija el cofre; échale & la mar, 
que nos perdemos, 7 menos importa la hacienda 
que las vidas! » 

— No pesa tanto que haga da&o (dijo Lamber- 
to lleno de confusión); sólo trae nnas camisas 
mías y los ungüentos en que va depositada la 
salud del Conde. 

Cuando esto oyó el criado del Duque, se opu- 
so á los marineros diciendo que no se-^había 
de alijar el cofre, ó se hablan de perder todos 
juntos. 

— Pues buen remedio (dijo el Arráez); sacar 
lo que fueren los ungüentos, y lo demás botarlo al 
agua, que el volumen es embarazoso y á los ba- 
lances hace mucho dafio. 

Asi porfiaban, cnaudo ya el cielo descubría 
estrellas; las olas daban lugar Á la fnerza de los 
remos; el viento iba calmando, y los del barco, 
alegres con la mudanza del temporal, olvidaron 
la diferencia sobre abrir 6 alijar el cofre; todo á 
dafio del pobre soldado que iba dentro, ya teme- 
roso, ya con desesperación y ann con deseo tal 
vez de hallarse al fin de su desdicha. Mas dila- 
tóse con la bonanza; todos aclamaron: cAlegrfa,' 
buen viaje, que ya estamos enfrente de Nuestra 
Sefiora de Begk>. Allí renovaron las plegarias, 
allí se hicieron nuevos votos, y en poco rato die- 
ron fondo en la playa de Sanlácar, & tiempo do 



ívCjOu-^L 



HOVBLA SEXTA 185 

tanto siloDcio, que el mayor mido era el qae ha- 
cia la resaca de las olas. 

Desembarcaron en los hombros de los que bo- 
gaban Lamberto y el criado del Duque; que, por 
el cuidado qae llevaba el doctor con en ooFre, pi- 
dió á los miamos que, haciendo de los remos pa- 
lancas, le lleTasen 6. casa del licenciado &Ur- 
qoez, médico de la persona del Daqae. 

Aceptáronlo asi los remeros, aunque & costa 
de dinero; y con esto, juntos todos partieron, y 
nuestro soldado sobre los hombros de cuatro 
hombrea. 

— ¿Qué es esto? ¿En andas vais y A lo que 
juzgo ungido, no aólo con los ungüentos de Lam - 
berto, mas con el que o8 puede haber prestado el 
miedo? ¡Mal agaero! Poneos bien con Dios y ad- 
Tertid que á la primera visita del príncipe heri- 
do es forzoso abrir la puerta & vuestro encerra- 
miento. 

Pero no duré tanto; porque los cuatro que lle- 
vaban el cofre, gimiendo con el demasiado peso 
j repitiendo las palabras que el médico decía 
para que no se le arrojasen á la mar, fueron 'por 
el camino haciendo conjeturas de que no eran ca- 
misas y uDgtLentoe lo que pesaba tanto; llegaron 
i oasa de Marques, y habiéndoles respondido y 
abierto la« puertas, desde ellas se despidió el 
criado del Duque, y á Lamberto le hicieron que 
sabieae & b principal de la casa, donde le tenían 
aderezada cama y un criado í quien encargó su 



ívCouyk 



186 LUGO Y DÁVILA 

cofre. Le pareció bastante dejarle «n el zaguán 
hasta que el día, que estaba oerca, le poeieae en 
major cobro. Aceptaron de buena gana loa re- 
meros que trajeron nuestro soldado no subir es- 
caleras, y m¿s por lograr su intento; porque la 
oscuridad y las despedidas ocasionaron á quo uno 
se quedase escondido entre unas pipas v;iclas que 
había en el patio. Cerróse la puerta; salieron loe 
demás hasta que llegase ti«mpo acomodado, y 
qnedó por buena distancia todo en BÍteiicio.<i¡Ea!, 
buen soldado: ásimo ahora y brÍo para despedir 
con fuerza la cerradura que oa estorba la liber- 
tad. Bien sentís que estáis S9I0, y pues lo sentís, 
¿qaé aguardáis? Libre del cofre no puede ser el 
riesgo tanto. Parece que escuchaba e&to el buen 
soldado y hacfa discursos de procurar libertad, 
esperando á mayor sosiego de la gente; y bien se 
iba dispsniendo, que ya todos estaban aepuUadoa 
en profundo anefio, y ya se experimentan los 
versos: 

Tanto «H mÍBero el hombre, cnanto él piensa; 

que no baj mal en el mondo sin remedio. 

Has ¡ay!, ofreciste, ¡oh suerte!, imaginación 
de libertad á nuestro soldado, cuando habiéodota 
traído de un peligro en otro le pones en el lUtlmo. 
Vuelve á considerar los trabajos que ha padecido 
en la guerra, vertiendo su sangre y sofriendo in- 
comodidades y riesgos. ¡Cuánto más hooroaa 1» 
fuera allí una bala, un bote de pica ó una pnnta 
de espada por la religión y defensa de su rey, de 



ívCjOu-^L 



NOVBLl. SBÜTA - 187 

ra patria 7 d9 aa vida, que no acabarla coa ia- 
famial 

Sacedió, pues, qne el remero escondido, reoo- 
noeieado el sosiego de la casa, abrió nn postigo 
de la puerta, 7 haciendo sellas i los oompafieroe, 
Tolvieron á coger el cofre y salir con él á toda 
prisa & la playa, donde el silencio de la madru- 
gada lee ofrecía seguridad, j así, poniéndole 
sobre la arena, dijo nno: 

— ¡Ba, compañeros! ¿Quién le ha de sacar las 
entrañas á este cuitado? 

— ¿Yo (dijo otro), qae no me pienso ver harto 
de ellas j traigo bnen instrumento en esta daga. 

— Faes ¿qué se aguarda?, dijo el último. 

¡Oh, pobre soldado! ¿Quién pudiera decir con 
propiedad ta sentimiento oyendo tales razones, ; 
que á lo que imaginas se dicen por ti? Hallaste 
en camisa, sin armas y trabajado en pocas ho- 
ras de tantas desdichas; bien te juzgo (por Tá- 
llente y animcMO que seas) palpitando con vio- 
lencia el corazón (y aun suspendidos tal vez los 
espíritus que te Tivifican) en tan terribles ínfor- 
tonios; y m&s cuando, con soberbios golpes, ha- 
cen pedazos la cerradora; ya levantan la cubier- 
ta, y al mismo paso nuestro soldado ae enderezó 
& pedir misericordia. Has los agresores 90 aguar- 
dan í eocnohar palabras; porque como tenían 
la conciencia dañada con el delito, y vieron 
aquel bulto blanco que se levantó, de donde ellos 
pensaron sacar plata y oro, dando voces 7 dicien. 



L^_., 



íXlouyk 



do: «iTened, tened!*, con el asombro de caso tan 
imprevieto dieron & hair todos, dejando libre al 
qne se juzgaba por muerto; que, en fin, tanto es 
misero el hombre, etc. Y asi la misma necesidad 
le ensenó lo qne había de hacer & nuestro solda- 
do; porqne mirando & todas partes y no viendo 
persona, cobró ánimo y con él miró lo qne había 
dentro del cofre, y no hallando otra cosa qne 
ropa blanca, la recogió y cnbrió con ella lo me- 
jor que pudo, y entrándose por un pinar, qne lla- 
man del Espíritu Santo, faó caminando hacía 
Nuestra Señora de Regla, que es de frailes agus- 
tinos, donde llegó ya de dia, y dando & entender 
que le habían robado y que á loe ladrones se les 
cayó aquel envoltorio de ropa blanca, le acogie- 
ron los frailes, condolidos, y dieron un vestídillo 
coa que cubrirse y haciendo paga con las pren- 
das que tenía hasta llegar á Cádi2, donde hiso 
el viaje en un barco de pescadores felÍEmente. 

Llegó á tiempo á casa de Lamberto, qna Ca- 
silda, llena de lágrimas y temores, cubierto el 
manto, con el dinero y joyas que tenia, iba á en- 
trarse en un monasterio. Atajó el soldado este 
intento, y la tristeza de Casilda, contándola lo 
qne he referido y que por algunos días estaban 
segaros de que los perturbase Lamberto, y como 
al paso de los males se estiman los bienes, j al 
paso de loa disgustos los gustos, los dos amantes 
los gozaron diferentes, que yo acertaré á decir; 
olvidándose de los pasados riesgos, propia oon- 

c.j.-.iMívt-lon'ílt; 



NOVELA SBXTA 1H3 

dición dfl los homanos, que apenas les mostró el 
desengaño la pena, cuando inconsiderados vuel- 
ven i precipitarse de naevo en los peligros, en- 
gaño qne sólo pnede hacerle el pecado que, con 
pintaras y sombras aparentes del deleite, vuelve 
á tender nuevos lazos, i quien no ha un instante 
que el dolor de su miseria borraba las cataratas 
que el amor mundano puso k los ojos del enten- 
dimiento. 

Huid, mcrtaUs; que no es hombre 

de diseurto el que, conociendo 

el áaAo, vuelve d Intsearle. 



cGoogk 



ívCooi^lt^ 



NOVELA SÉPTIMA 



Del andrógino. 

Enseña oa^nto aon dañoson los oasamisntoB en' 
tro persODcis designadles en la. edad; los riesgos que 
ttaen consigo, sin librar de los daños, laa praven- 
ciones. Cómo loa sabios, aunque se hallen en laa 
dificultades, salen bien de ellas; descAbrenee los 
afectos propios & las edades. 

Valle Bañe, ret neva, et vix credenda poetis: 
Sed quae de vera promitlilur historia 
FoemÍ7team in gpeciem convertit moKulut aita: 
Pavague de pavo comtíiü ante óctilo». 
Cuneti admiratUur motutrum, »ed moUiúr aqua 
Áditüit in tentrwn de grege versa marem. 
Quid ilólidi ad speciem notce novUatis hábetitf 
An vos Nasonis carmiTta non legitisf 
Canea convertit proles Saturnia Consits 
Ambiguoque fecU corpore Tiresias. 
Vidü semivirum forts Sidmacis Hermafrodítum. 
Vida nubentem Plinius androgynum. 



íXlouyk 



LUGO V OAVILA 



Nec fatia antiguum, quod Campana in Bi 
Unus epltAorum virgo repente fuit. 
Nolo tamen véterís documenta arcesere fa% 
Eccñ ego sum fartus fcemina de puero. 



©„ 



Dificultaban, con otros versea, «I poBtrero dd 
Ausonio, Fabio y Montano, á quien refírió este 
epigrama Celio; j habiendo discarrido por Varias 
cuestiones, trayendo por una y otra parte lo qae 
podo ofrecer la filosofía y cnrioeidad, Celio, qne 
aguardaba el £n de la diapnta, y viendo qne se 
dilataba y de loa argumentos pasaban á la porfía, 
para divertirla y responderles, dijo; 

— Si, como enseña Aristóteles, el ejemplo es lo 
que m&s mneve el ánimo, con ano sucedido en 
los reinos de Aragón, en nuestros tiempos, ob 
pretendo moBtrar de qué suerte se entienden los 
versos que dificnlt&is, y en partícnlar aquel: 
Ecce ego sum, etc. 

Dejando aparte la común, que todos entienden^ 
atribuyendo al ánimo rendido y afeminado aque- 
lla transformación que de si dice este poeta, pnes 
recibe por objeción que las comparaciones de qae 
se vale no son alegóricas, sino natnrales, y asf lo 
m&e ¿ propósito es ponerle en suceso semejante 
al qae he de referiros; pues como podréis ver en 
la vida de Ausonio, escrita por Pedro Crinito y 
Elias Véneto, naturalmente no tratan de qae le 
hubiese sucedido transformación alguna. Ifas yo 



íXlouyliJ 



me atrevo ¿ imaginarla, valiéudomo del ejemplo 
qne os ofrezco, doQde cnmpliré (aanqua me alar- 
gue) con lo pedido por Fabio, no perdonando ca- 
riosidad ni huyendo dificultades; y si no fuere 
para todos ingeaios, otras habrá en este volumen 
que agraden. 

En ¿taragoza, ciudad noble de nuestra España, 
cabeza y corte antigua del reino do Aragón, na- 
ció de padres nobles una doncella, á quien por el 
decoro que se la debe en este discurso, callando 
el nombre propio, llamaré Laura, que con éste la 
celebraron los poetas; tan hermosa que, habién- 
doles quitado la fortuna á sus padres el posible 
de las riquezas, pues los había puesto casi en el 
postrer trance de la necesidad, juzgaban mu- 
chos, qne no podían agraviarse; porque en hija 
tan bella les había entregado la snerte, oro, per- 
las y rabíes, en sus cabellos, dientes y labios, 
acrecentando la beldad exterior, la perfección del 
alma, qne en años tiernos (aunque ocasionados, 
pnes no habia cumplido quince), daba muestras 
de una virtud excelente; menospreciando, con ma- 
yor acuerdo que su edad pedía, los más largos 
ofrecimiento 8 que pudo hacerla la juventud ara- 
gonesa; no sólo resistiendo con valor y prudencia 
promesas y dádivas, mas largas solicitudes, ma- 
fias y persuasiones, con lo cual crecía su estima- 
ción cuanto menguaban los atrevidos pensamien- 
tos de los amantes & quien la esperanza (verdade- 
ro alimento del amor) aún llegó á, faltarles; por- 

TEATRO POPULAR 18 



191 



i^ne les parecía (y bien) qae sólo eatimaba la her- 
mosa Laura el honroso matrimonio; no haciendo 
los casamientos hoy la hermosura, virtud y no- 
bleza, sino el oro, afeitador de tantas faltas cuan- 
tas se encubren por puntos entre los ceros de 
«tantos mil ducados tiene doQa Fulanas, sin re- 
parar el medio cou que se adquirieron, ni e los 
califica la virtud propia á la heredada en sangre. 

Entre esta multitud dé preteusores, el que ae 
mostraba y á quien parecía que los ojos de Laura 
prometían mayor felicidad, era don Hicardo (que 
asi me conviene llamarle), hijo único de nn ca- 
ballero de los máB nobles de Zaragoza, casi de la 
misma edad de Laura (algo menos), y tan favo- 
recido de la naturaleza en hermosura y discre- 
ción y todas las demás buenas partes que hacen 
á un caballero perfecto; porque con ser tan pocos 
loe años, era tan superior el ingenio, que florecía 
en letras con admiración de sus maestros, y en 
las demás agilidades del cuerpo, que le tenía ad- 
mirable. 

No se mostraba menos haciendo mal á los ca- 
ballos; jugando las armas que su disposición y 
edad le permitían, y tocando varios instrumen- 
tos, acompafiándolos con regalada voz perfeccio- 
nada con destreza y arte; que para todos le habían 
buscado valientes maestros sus padres, animán- 
dolos á mayor solicitud, la mucha riqueza que 
poseían, y el ser don Hicardo hijo único, lucién- 
dose en él tanto el cuidado, que parecía & los 



„8lc 



NOVELA SÉPTIMA 196 

que le enseñaban que él daba perfacción & lo 
que aprendía. 

' Era la caaa de este caballero pared es medio 
de la de Laura, cansa que desde la primera ni- 
fiez gozasen de la comunicación, dando más per- 
fectos nudos ¿ la amistad que los padrea de en- 
trambos tenían trabada con la igualdad de la 
sangre, aunque desiguales en ios bienes de for- 
tuna. Y así don Eicardo y Laura, tan semejantes 
en la hermosura y en los entendimientos como 
otro Píramo j Tisbo, juntos pasaron las niñeces 
acompañándose en las travesaras que los prime- 
ros años piden, como deuda que se les debe; que 
asi lo dijo Séneca á los que le buscaban para 
maestro de Nerén. 

Fué, pues, con el tiempo creciendo el amor y 
perfección de manera que ya los padres de don 
Ricardo conocían ea él que excedía á los límites 
de rapaz, y los de Laura temían por una parte 
lo qoe machos sospechaban, y por otra holgaran 
que su hija gozara como mujer legítima de don 
Ricardo, cosa qae muchas veces les había pedido, 
y aun á los suyos que, conociendo su atrevida re- 
solución, procararon apartarlos. Mas vedaban los 
padres lo que no podían que era amarse; á esta 
causa les parecía el mejor medio dividirlos, en- 
viando á don Ricardo, para que perfeccionase los 
estadios, á Valencia, escogiendo para sn ayo un 
eminente hombre en todas ciencias, llamado el 
maestro Zabatelo. 



¡ouyk 



F&sose en ejecncióu la partida, aaii<iue no taa 
breve y discreta que se lee eucubrieee á Laura 
y Kicardo. Buscaron modo para hablarse y des- 
pedirse; y yo dejaré en este caso, por parecerme 
imposible imitarlos propiamente, el referir lae 
l&grimas, los suspiros y las promesas que uno & 
otro se hicieron. Laura ofrecía, en fe de eu leal- 
tad, una perfecta perseverancia; don Uicardo 
anteponía la suya con juramentos y ofertas, j 
entrambos maldecían el abuso de las riquezas, 
que no sólo son madre de la soberbia, mas per- 
turbadoras del gusto. ¡Oh, cuántas veces lU- 
oardo quisiera hallarse libre de sus impedimen- 
tos, aunque gozara de má» humilde estado, pues 
no le fueran estorbo! Consideraba los muchos 
que de grandes prosperidades de fortuna, la for- 
tuna los había puestu en grandes calamidades. 
Corría con la imaginaciiin mil veces los casos 
que & este propósito le ofrecían las historias. 

Ya contemplaba á Dionisio el Menor, tirano 
de Sicilia, depuesto de bu tiranía y buscando la 
comida entre los figones y hosterías de Gonstao- 
tinopla. El otro, hijo de Persea, rey de Uacedo- 
nia, que se vio forzado é. labrar en las herrerías 
liáblicas, eacando de tan vil trabajo el sustento. 
Belisario, prefecto romano, que después de los 
tiiunfos y victorias de vándalos y párteos y otras ' 
naciones, y tras deberle la libertad su patria, sa- 
lir ciego & mendigar la limosna á los pasajeros 
¿ los caminos públicos. A Mario, que no le im- 



ívCloi.i'íli: 



NOVELA SÉPTIMA 197 

portó ocupar el puesto consular siete veces, el 
haber triunfado de Yugurta, el haberle cantado 
las victorias de Cimbros y Tentones y otras aven- 
tajadas, y al ñn, por mano de Silla, le llegó en 
la Mentarníense laguna el desengaño. Pasaba 
la consideración & tantos principes vencidos 
unos de otros. Jerjes, ya seQor de Egipto, ya 
vencido de Temistoclos, ya muerto por Artaba- 
no. Artabano, apenas se gloria de la muerte de 
Jerjes, cuando Artajerjes le quita la vida. Mitrl- 
dates, rey de Ponto, á quien por cincuenta afios 
tiembla el poder romano, ya llora prisionero de 
Pompeyo. Pompeyo, vencido de César, huye des- 
«sperado á Ptolomeo, y donde bnsca el remedio 
halla la muerte, y al fin César acaba desastra- 
do. De todo, como discreto, sacaba Ricardo la 
poca ünneza de la suerte. Decía con Boecio: 
«¡Oh, mil veces dichosa aquella edad primera 
que se contentaba con loa fíeles campos, no per- 
dida con el superfluo uso, pues solía desterrar el 
hambre con viles bellotas, las corrientes puras 
ofrecían la bebida, la hierba daba á los hombres 
saludable sne&o, y la sombra y habitaciones los 
¿rbolest No se cortaban entonces los altos mares, 
ni el mercader conocía nuevo huésped en nuevae 
riberas; las trompetas crueles de la guerra ca- 
llaban, que la sangre derramada por el odio y la 
codicia DO había teBido las armas». ¿Para qué 
había de ejercitar la espada ni lanza el furor 
enemigo, viendo tan crueles heridas y ningún 



L^ 



198 LUGO Y DÁVILA 

premio do la sangre derramada? ¡Oh, si nneatros 
tiempos se tomaran á aquellas costumbres anti- 
guas! Mas ¡ay! que el amor de las riquezas y el 
deseo de adquirirlas arde más que el monte 
Ethna. 

¿Quién fué el primero que halló -(desentrañan- 
do la tierra) los preciosos peligros del oro? Este 
maldecía Ricardo, pues ya que la fortuna le ha- 
bía ofrecido en Laura nobleza heredada, perfec- 
ta hermosura y virtud propia, por haberla ne- 
gado la riqueza, !e condenaban á deatierro sus 
padres. 

Llegó, pnes, la hora de la partida; salió don 
Bicardo, acompasado do muchos nobles de Zara- 
goza, y él tan galán, que se dificultaba si movfa 
más á la envidia que á la alabanza. Laura, en- 
cubiertamente, desde una torrecilla que tenia su 
casa, no sólo le siguió la calle con ojos, mas por 
los campos (que largo trecho se descubrían), y 
ya que por la distancia le perdía la vista, halló 
nueva traza la imaginación; que empiezan los 
pensamientos donde acabó ella. Fué creciendo 
en Laura la tristeza, cada día m&a, y sua padres, 
que la amaban tiernamente, la acompa&aban en 
el sentimiento, buscando extraordinarios modos 
para divertirla; mas ninguno aprovechaba, por- 
que la pasión que una vez se apodera del ánimo, 
con dificultad se resiste. Procuraba Laura díaí- 
mular como discreta, y como amante mostraba 
su pena. 



ívCjOui^Il' 



No paBaroa machoB días oaaodo nn caballero 
algo deudo de sa padre de Laura, de edad ma- 
yor, pues estaba máe cerca de setenta que de se- 
senta, cuyo nombre era Solier, vino desde Va- 
lencia, donde tenia su casa y gozaba largos bie- 
nes de fortuna, á un negocio forzoso á Zaragoza; 
y aabiéudoio el padre de Laura, le forzó é. que 
fuese sn buésped. Aceptó Solier la oferta, y ape- 
nas pisó la casa cuando en la primera vista de 
Laura quedó admirado de tanta belleza, cobran- 
do la sangre, á quien la senectud había traido 
templaza, unos ardores tan vivos, que parecía 
más de veinticinco aHos que de los que habfa 
vivido. Cenaron juntos la primer nocbe del hos- 
pedaje, y toda la cena se le fué á SoUer en rega- 
lar á Laura, su sobrina (que asi la llamaba, aun- 
que el parentesco era fuera de dispensación). No 
cuidaba el viejo del sustento propio, aunque le 
ponían loe manjares delante, suspendido en mi- 
rar á Laura, y si usaba de ellos, era para esco- 
ger lo más regalado, y haciendo muy pesadas 
cortesías (á lo antiguo) pedía á su sobrina co- 
miese lo que él la daba. Laura, como cortés, lo 
agradecía; como discreta, le penetraba las pasio- 
nes; como prudente, disimulaba, y como hermo- 
sa y gallarda, se reia de ver, en cuanto la vida 
dura, no perdona el amor la edad larga ni los 
mal sazonados años. 

Llegó la hora de recogerse y entregarse al 
saeiio; mas el capitin Solier, donde solía hallar 



íXlouyk 



reposo, le creció el desvelo, ItEiciendo consigo á 
solas varios discursos de an nuevo estado, y así 
decia: "¿Góiao? ¡Que 70 sienta forzada mi iucli- 
nación! ¡Que asi dure su la fantasía la imagen 
verdadera de Laura! ¡Qne una rapaza burle de 
mí y pueda gloriarse de lo que no han adquirido 
en tantos afios tan insignes mujerea cuantas se 
han ofrecido á la fama de mí mucha riqueza! 
Ahora verdaderamente (como dice el proverbio) 
nadie diga «de esta agua no beberé>, pues yo, i, 
quien la naturaleza habia dispuesto para solo, 
menospreciando el admitir compañía, ahora la 
deseo de quien dudo pueda alcanzarla. Contem' 
pío la desemejanza en las edades; Laura de me- 
nos de quince años; yo, de más de cuatro quin- 
ces; ella, hermosa; yo, no galán; ella, gallarda 
con la nüVez; yo, cargado y oprimido de tant«s 
afios; yo la adoro, ¿quién duda que ella me des- 
precia?» Tras esto daba un suspiro, quedando ' 
suspendido por largo rato hasta que, como el que 
despierta de profundo suefl.0, volvía engañándo- 
se y diciendo: «¿Por ventura no lo alcanza todo 
el oro, y yo no tengo lo que basta para conseguir 
lo que deseare? Ya el mundo está reducida á solo 
interés; las necesidades son mayores y las obli- 
gaciones crecen. Laura es pobre, y á mi me sobra 
lo que á ella le falta, si á mi me falta lo que á 
«lia le sobra. ¿Para qué es la riqueza sino para 
darla por la salud, la vida y el gusto? ¿Quién 
duda que en tan hermosa niña como Laura tenga 



.,C.<n,sk 



MOVELA -SÉPTIHA 20) 

yo aacesión en qaien pueda emplear tantos mi- 
liares de renta, sin desvelarme qué obra pía de- 
jaré; en qué deudo eatará mejor el patronazgo y 
memoria de mi casa? Yo no soy tan TÍejo qae 
desespere de esta buena fortuna. Ya he leído en 
historias de otros que con más edad que yo ta- 
TieroQ hijos. Dejo aparte las que predican en los 
pulpitos: Adán, que engendró á 8et, de ciento 
treinta años; Set á Enós, de ciento cincaenta; 
Enos á Cayn&m, de ciento; Jareb k Enoth, de 
ciento sesenta y dos, y Noé, de quinientos, á los 
tres hijos que libró en el arca. Y si entonces, por 
ser antes del diluvio, corría diferente razón á 
causa do estar más robusta la naturaleza, vamos 
á Pliiiio, que él me pondrá delante el ejemplo de 
Masinissa, que después de ochenta y seis a&os, 
engendni un hijo varón llamado Methimatho. 
Volosio Saturno tuvo hijos de más de sesenta y . 
dos aEos, y Catón Censorino demás de ochenta. 
Mas ¿qué me desvanezco? £n Medina del Campo 
pocos afios ha conocí á Pedro de León, que de 
noventa y seis afios se casó con una señora moza 
deuda suya, cayo nombre era doña Francisca, y 
tuvo en ella un hijo varón, que hoy vive y posee 
su mayorazgo; tan desesperados de este suceso 
sus deudos, que en su vida hablan dos sobrinos 
litigado quién le había de suceder, y él hizo 
Teoir de Méjico otro más cercano que todos. Yo 
le conocí; bien me acuerdo del capitán Castañe- 
da, grande hombre de á caballo y que corría dos 



¡ouyk 



juntos: éate, paes, llegó & tiempo qae fné padri- 
no y no heredero. ¿Por qné me ha de faltar & mí 
la esperanza? Ágil estoy; ne ha tres afioa que 
jugué caflae y aun guié un pueeto, y en verdad, 
qae algunas de las hermosas de Valencia me die- 
ron parabienes de galán y alentado.* 

Con estos devaneos, cansado se entregó al sue- 
ÍLQ, y aun en él no durmió el apetito. Otro día 
temprano pidió de vestir á sus criados, que con 
diferentes pensamientos habían pagado al sue- 
fio lo que debieron á Baco. Levantáronse á lae 
voces de Solier, diéronle lo más galán que traía, 
estuvo largo rato mirándose al espejo; y tras 
componer la barba y el cabello, mandó que le 
trajesen lechagnilla al uso, de que no se admira- 
ron los criados poco; porque Solier era hombre 
del gusto que los demás de sus aüos, que les pa- 
recen no autorizan las canasj no vistiendo como 
los otros; en el hacer visajes de sus personas 
creen sin duda que estriba aquella vejez que es 
corona de dignidad, según el sabio. Aquél trae 
los zapatos sin orejas; el otro se pone el eschero 
y cuelga el pa&uelo de la cinta; cual trae dos an- 
chos en la leChagnilla, y, porque se precia de sol- 
dado, han de ser con puntas; en fin, cuanto á los 
trajes hay sectas de viejos, como otro tiempo de 
filósofos, ó como ahora de papeleros gente de plu- 
ma; porque la tienen, de lo que á vos y á mí nos 
pelan, y los tales no pegaran un abanico del cue- 
llo si les cuesta una grande afrenta. 



ívCloni^lij 



' Las calzaB no son como loa de los otros hom- 
brea; porqne lea parece que estriba el parecer 
nuniatroB el que aean cortas y mal talladas. Otros 
participan de diferento tumor, imitando & los se- 
¿ores en vestir con peto y muy largo do talle, 
calzando mny á lo de palacio, sin considerar en 
que Juan Sánchez nació largo de pata, y que el . 
peto, como ningano de su linaje se le puso gra- 
bado, no le entalla; en fin, Solier ealió remozado 
y galán en su opinión , juzgando por largos siglos 
las horas qne hablan pasado sin haber vuelto á 
gozar la vista de au aobrina. 

Llegóse el tiempo de salir á miea; aguardó al 
encuentro, y pasando los ordinarios cumplimien- 
tos con los padres de Laura, ae llegó cerca de 
ella, hizo una reverencia muy baja, y echando el 
canto de la capa sobre el brazo, dijo: 

— A propósito soy para bracero, señora aobri- 
na; pues la edad y el parentesco me aseguran. 

Laura respondió cortés , rehusando que la 
acompañase, mas no fné posible; que la porfía, 
del viejo fué tal, que obligó á bu madre á dacirla: 

— Ea, niña, acaba; haz lo que te manda tu tío; 
qne también se merece obedeciendo. 

Faso Laura entonces la mano sobre el brazo de 
Solier, y con estar tan distante, sintió que le 
abrasaba el corazón. Preguntó Laura al viejo qué 
le habia parecido Zaragoza. Replicó alegre que 
muy bien, porque encerraba en si cnanto él po- 
día desear. 



cCouyk 



— Hallóme (áijo) sobrina, prometo Á v. m., otro 
del que solía; y tanto, que me parece qae no he 
vivido como hombre hasta ahora. 

Entendíale Laura, y él quedó satisfecho, pare- 
ciéndole que había dado muestras de su amor, que 
para divertirle la doncella pregnncó qyié tal era 
Valencia. Entonces so le abrieron á Solier las 
puertas del deseo; tomó la mano desoribiendó 61 
sitio, los edificios, los templos, las hnertaa, los 
jardines, las salidas, el trato de la gente; pasan- 
do tk lo que él poseía en aquella insigne ciudad, 
asi de rentas como de posesiones, la disposición 
de su casa, las curiosidades que ella tenia y la co- 
modidad de que gozaba, lo que hablan deseado y 
deseaban casarle y cómo no había hallado mujer 
& su gusto. 

— ¿En tantos aflos?, dijo Lanra. 

— No son muchos aunque lo parezcan (replicó 
Solier). Esa desdicha tenemos los que no nacimos 
en Etiopía, que se nos anticipan las canas. 

Fueron los discursos del viejo tan largos, que 
ocuparon hasta volver de la iglesia á casa, donde 
apenas ae alzaron los manteles, cuando no pa- 
diéndose ya vencer á sí mismo, determinó Solier 
pedir al padre de Laura se la diese por mujer 
propia, haciendo entre sí una liberal determina- 
ción á no dejar por solicitud y diligencia de con- 
seguir su deseo, á que le animaba su mucha ri- 
queza y la poca de los padres de Laura, y asi no 
dilató dar principio á su determinación; antes, 

c.j.-.iMívCoi.i'íli: 



NOVELA strtot/L 206 

encerrándoae en un aposento con su padre de 
Laura, le dijo: 

— Ha muchos diafl, seflor prima, que me desve- 
la el disponer tanta hacienda como fué Dios ser- 
vido de poner en mis manos; y como el determi- 
narse en breve es dañoso, he gastado algunos 
afios con etste pensamiento; al fin, me ha pareci- 
do la' mejor traza casarme con nna deuda mía en 
quien ó tenga sucesión ó no teniéndola ponga 
en ella lo más ñorido de mi riqueza; pues siendo 
miflangre, haré cuenta que tuve nna hija. Y 
aunque es asi que algunos de mis parientes, co- 
nociendo este intento, han procurado darme las 
que tienen, como yo no busco mujer rica, sino 
á mí gusto, ya en aquella la hermosura, ya en la 
otra la condición, me desagradó sin duda, por 
guardarme el cielo (si yo fuese tan dichoso) para 
marido de mi sobrina doKa Laura, de cuyas vir- 
tudes vengo con grande noticia. Esta, señor, 
fué la causa de venir yo á Zaragoza; esta me 
trajo á hospedar en eata casa; este es el último 
fin que aqni pretendo, y en esto traiga fundadas 
las esperanzas de mi buena dicha, y no creo ser¿ 
para v. m. mala, pues pddré componer sus cosas 
y ayudarle de modo, que siendo su calidad la 
que yo sé, pueda sustentarla sin conocer las ne- 
cesidades. Bien creo que para la señora dofta 
Laura sco-á rigorosa nueva; mas la comunicación 
suele suplir las partea del cuerpo; y yo la servi- 
ré y estimaré de suerte, que no se tenga por mal 



ívCouyk 



206 LUGO y D AVILA 

afortunada. Suplico & v. m. considere eBte caso, 
y le oomuniqua y disponga bu propósito, que el 
mío sólo es desear bien para entrambos. 

Puso ñu á BU pl&tica Solier, y su padre de Lau- 
ra le hizo largos agradecimientos, estimando tan 
bnen intento; y pidiéndole licencia para comuni- 
carlo con BU mujer, lo dejó alegre con buenas ea- 
peranzaa, y él partió prometiéndose muchos acre- 
centamientos, deseoso de ver efectuado un ma- 
trinLonio, donde tantas ganancias se le sognian, 
no reparando en el gusto que podia tener sa 
hija, sino sólo en verse acrecentado de riquezas. 
Dio noticia el anciano á Laara y su madre de la 
determinación de Solier; nueva tan alegre para 
la una, cuanto triste para la otra; pues fué para 
Lanra uno de los más rigurosos golpes qae á bu 
juicio pudo darle bu fortuna. Procuró para evi- 
tarlo disuadir á bus padres con las mayores dili- 
gencias y razones más fuertes que acertó á ha- 
llar, y asi leB dijo: 

— Aunque la obediencia que debo y tengo 6. 
vs. ms. pudiera, con verlos tan conformes en 
abrazar este negocio acobardarme, dejando de 
mi parte las razones que mis pocos a&os y menos 
experiencia pueden ofrecerme, ya que do para 
excusarlo, á lo menos para que se considere, de- 
termino poner á vs. ms. delante de los ojos tan- 
tos inconvenientes como se ofrecen á los míos. 

El primer fundamento que mi padre hace para 
calificar qne se acierta, es decirme que en largo 



.,C.<n,sk 



tiempo oonsiderj este negocio, y que en d«<termi' 
nación en elegirme no es de ahora; y esto mismo 
qne vs. ms. creen, porque el seüor Solier lo afir- 
ma, es lo que yo dificnlto y me da á. entender 
qne todo es violento, y que por dejarse llevar de 
este razonamiento tan bueno que dicen tengo, 
aumentado con mi edad temprana, al primer ca- 
lor que encendió la sangre quiere lo que después 
de fría ha de aborrecer. Juzgo yo que así como 
en la vela, cuando está en los ñnes de la vida, 
son, con la violencia, mayores las llamas que 
arroja, asi en los hombres que están con los mu- 
chos afi08 cerca de la muerte, frios en la sangre 
y faltos en las fuerzas como el encenderse ó sa- 
carlas de ñaqueza es violento, tan aceleradas 
como son las llamas tanto más presto se consu- 
men. Esto habrá sido en mi tfo, téngolo por cier- 
to; y no menos que si desde Valencia se determi- 
nara, ya por alguna carta suya 6 de persona con 
quien hubiese comunicado resolución que tan 
despacio se había hecho, tuvieran vs. ms. noti- 
cia de ella; mas cuando llega á esta ciudad re- 
hnsa la posada, pareciéndole que se obliga, y 
conocidamente le traen otras cosas de importan- 
cia; ¿qué más claro se quiere el desengaño de su 
intento? 

Fareceráles á vs. ms., con amor de padres, 
que es acrecentamiento mió hacerme mujer de 
hombre tan poderoso, y téngolo yo por el ma- 
yor castigo, pues no iré & ser compañera en las 



208 LUGO Y DÁvaA 

prosperidades, sino sierva en las necesidades de 
la poca salud del señor Solier; ^ne quien lia sabi- 
do guardar en los años de mozo como corto, en los 
de viejo guardará como miserable. T si vs. ms. 
dicen que me tienen el amor que deben, como pa- 
dres, ¿cu&l hay tan rigoroso que venda por es- 
clava una sola hija que les diá la suerte? Ven- 
derla digo y con propiedad; pues aquella prenda 
que se da por algún interés, ¿qué otra cosa se 
hace con ella sino venderla? Y el darme vs. ms. 
á mi tío, no es por las partes que le dio la natu- 
raleza, sino por el oro que le ha concedido la 
fortuna. 

Ya me considero gastado lo mejor de mi 
vida en una esclavitud triste, y que á los po- 
cos años vuelvo á los ojos de mis padres arras- 
trando luto 7 vertiendo lágrimas y aun perdidas 
las esperanzas de mi remedio, qne mejor le al- 
canza en tiernos años una doncella que en edad 
perfecta uua viuda; ya naturalmente (lo que no 
permita Dios), vs, ms. me faltan y yo lamento, 
y desde luego contemplo mi desamparo; ¿qué 
haré entonces?; ¿adonde volveré los ojos? Si ¿ 
á un convento, aho^a es mejor; muestre mi tío el 
amparo que me hace en lo que á nadie puede pa- 
recer mal. Y no persuado á vs. ms. que no eje- 
cuten su gusto, que para eso nací; para no tener 
voluntad; mas, por lo menos, si hombre tan pra- 
dente cpmo el señor Solier no se determinó «n 
largos años, bien será imitarle y no efectaar 



esto sin comunicar esto con los deudos y amigos; 
qae la dilación suele descubrir los intentos. 

Dijo Laura sus razones con tanta e&cacia y 
acciones tan. vivas, que dejó movidos á sus pa< 
dres, si no á negar de todo punto el matrimonio, 
por lo menos á dilatarle y comunicarle. Hicié- 
ronlo asi con algunos deudos de quien fiaban; y 
entre ellos, quien primero participó de la nueva 
fueron los padres de don Ricardo, los cuales, pa- 
reciéndoles que con efectnar ese casamiento fe- 
neoerfan todos los intentos de su bijo, apretaron 
de manera que, haciéndose medianeros entre So- 
lier y sus vecinos, trazaron la boda, bicieron las 
capitnlaciones en favor de Laura y sus padres, 
sin reparar SoJier en hacer larguezas de su ha- 
cienda. 

Entregó ¿ suB suegros 500 ducados de ren- 
ta para que los gozasen por bus días; dotó á 
Laura en 3.000, dióla joyas y galas, haciendo 
medida el gasto; y con esto se efectuó matrimo- 
nio tan desemejante, corriendo la voz por la ciu- 
dad 7 el reino, siendo las alas y trompeta de esta 
fama la hermosura y discreción de Laura y la 
riqueza tan conocida de Solier, que aguardó en 
Zaragoza hasta venir la primera amonestación 
de Valencia, y con ella y licencia del Arzobis- 
po, se celebraron los desposorios, cuyo día fué 
de los mejores que en caso semejante se han 
visto en aquella ciudad, porque no faltó caba- 
llero mozo que no mostrase lo que pudq el luci- 

TBATRO POPULAR 14 



210 LUGO Y DÁVILA 

miento y gallardía. Hubo grandes fiestas en casa 
de loa novios, escribiéronse muchas glosas de 
la MalmaHdada, que resacitaron entonces, y no 
menos cantidad de versos de todas suertes en 
que habo harto que escoger. 

Yo, entretanto, elégi este soneto, más para 
prueba del suceso que por referirle. 

A la madre ds amor, al alma diosa, 
á, quien ofreció Paria justamente, 
con sabio acuerdo, con ardid prudente, 
el premio de oro por la mis hermosa, 
La ciega auerte, lajoBba y poderosa, 
que hasta en Jas diosas sa rigor se siente, 
la entrega al forjador del rayo ardiente, 
de cara horrible, ahumada j espantosa. 

Y no contenta, á Laura, que bien puede 
ganar el premio á Tenus, por más bella, 
á un anciano la entrega j aa malicia. ■ 

iOh cuan injustamente el bien ooncejie 
la fortuna crnel; cómo atropella 
las lejea do igualdad y de justicia! 
'Deseoso estaba Solier, más de lo que sabrá ex- 
plicar mi pluma, de volverse & Valencia con sn 
Laura, porque en Zaragoza no podía ejecutarlas 
trazas que había dado en su imaginación, para 
guardar su prenda, no sólo de las ocasiones, 
mas de la vista; parociéndole que en el volver los 
ojos, en la pronunciación de las palabras y en 
el movimiento de su persona, hallaba causas que 
despertaban sus celos, de que andaba tan perse- 
guido, qne no salla de si. Preguntóle Laura 
(como tan discreta) la causa de su cuidado, y 



ívCjOU-^L 



HOVELA SÉPTIMA 211 

dióla á entender en donaire parte áo lo qne po- 
día temer, aunqne mostieando la seguridad y 
confianza qne tenía en su mucha virtud j valor. 

Llegó, en ñu, la hora deseada en que partió 8o- 
lier para Valencia, contento m¿s de la jomada 
que del cumplimiento de sus deseos en gozar de 
Laura; porque cada hora sentía la disposición 
y largueza que había hecho de aue bienes, y en 
los miserables no hay perfecto gusto si es á 
coatA de interés. Querer referir meaudamente 
todos los accidentes de esta partida, seria alar- 
garme demasiado; y así [hablaré] no con la tar- 
danza que caminaron, mas con la prisa que pide 
mi deseo, para mostrar el fín de este suceso. 

' Llegaron & Valencia los recién casados, cuya 
entrada fué no menos celebrada que la partida, 
saliendo toda la nobleza de aquella ciudad, así 
naturales como forasteros; unos, obligados de la 
patria ó el parentesco; otros, de la fama de Lau- 
ra, por verla. Entre éstos fué don Ricardo, ves- 
tido á lo galán, gozando de privilegio, que á su 
edad y profesión permitió la nocbe. Acompafl.á- 
bale también disfrazado su ayo y grande aioigo, 
el maestro Zabatelo, á quien don Ricardo había 
ganado la voluntad de suerte, que no sólo le 
trataba como superior en los estudios, mas como 
Gompafiero, en lo que quería ejecutar, aunque 
tal vez pasasen loa actos 4 travesuras. 

Procuró don Ricardo llegar cerca de su Laura 
de modo que ella le conociese, como lo hizo, y dio 



. 



ívCouyk 



loa favores que podo en ocasión tan pública, sin 
perder bu decoro, ni acrecentar los celos á bu viejo ■ 
marido. Mas con Ber tan limitados estos bienes 
de amor, en don Ricardo encendieron de nuevo 
las llamas tan poderosas, como en el tiempo que 
m&s pudieron estarlo. Mil veces se dejó llevar 
de su deseo, fijando la vista en su Laura, que la 
pagaba coma podía, sintiendo tan gran deleite 
los que se amaban, que hacían prueba é, la opi- 
nión de los qae dicen que el reciproco mirar 
le engendra y comunica cierta firtnd ó veneno 
amoroso. Fué bien menester la ayuda de Zaba- 
telo para poner acuerdo 4 don Ricardo, porqao 
no diese nota k los circunstantes y sospechas & 
Solier. 

Procuró el maestro quitar de todo punto la 
cansa de aquel efecto divirtieudo & don Ri- 
cardo lo que duró el acompañamiento, que, aca- 
bado, don Ricardo y Zabatelo, asi k caballo, so 
fialieron hacia la marina, donde comunicaron el 
suceso de los amores de Laura. ¡Gnán poco le 
habían aprovechado & don Ricardo sus finezas, 
]»ue8 la fortuna hizo le prefiriese un hombre como 
¡Solier!; y así decía: <jOh, maestro!; no le admira 
que haga demostración de su pena quien tiene 
i-ausa para sentirla, como yo, considerando se me 
adelanta persona de tantas menos partea de na- 
turaleza como ha visto; BÓlo porque le concedió la 
suerte, si no más bienes qae i, mí, á lo menos m&a 
pronto para comprar joya en que tenía yo puestos 

[.j.-.iMívt-loi.i'íli: 



NOVELA SÉPTIMA 218 

los ojos y aoQ depositada el alma. ¡Oh rigaroao 
padre el qne me dio el ser; que, pudiendo conser- 
varme en feliz estado , por dejarse llevar de la 
codicia, me poao en tan miserable puntol* 

Con&olaba^abatelo á don Ricardo como qaien 
le conocía la inclinación y sabia tan bies; mas 
no aprovechaba; antes, cuando le parecía qae ha- 
bía negociado mayor alivio, salía don Ricardo 
con nuevos suspiros y razones de sentimiento, & 
qne procuraba Zabatelo dar remedio; pero como 
no bastasen muohas razones discretas & consolar 
al enamorado caballero, recogiéronse aquella no- 
che, pensando don Ricardo cómo podría, ya que 
no hablar á Laura, por lo menos escribirla. Mas 
Solier, en qnien parece qne la imaginaciin le 
daba avisos de estas trazas para prevenir el re- 
medio, se levantó cuando el sol, y sin acabar de 
vastirso, salió con ana ropa & un corredor cilio, 
donde hizo llamar al licenciado Burgos, un ca- 
pellán montañés, por la barba y persona, qne le 
había criado SoHer desde tiernos años, dándole 
estudio, por ser apropósito de su condición. Era 
tan doméstico y deseoso de acertar i servir á su 
amo, qne hacía escrúpulo de que, habiéndole dado 
nn recado por tales y tales palabras, trocase al- 
guna. 

Entre muchas virtudes, sólo nn vicio se )e co- 
. nocía, que era pensar de si (como los más de au 
traza y profesión lo hacen) que sabia tan bien 
escribir gramática, que podía enseñarlo. Audá- 



214 LUGO Y DÁVILA 

baBe, por seguir su inclinación, dando lecciones 
por las casas principales de Valencia, porque le 
sonaba may bien el nombre de maestro. De este 
tal Burgos hizo Solier primer fundamento de ña 
edificio; y asf, tras darle cuenta d^su casamien- 
to y cnAn otro queria que fuese el gobierno d© 
BU casa del qne hasta allí, concertó con él darle 
nnos aposentos que estaban en el zaguán con 
todo lo necesario para su vivienda; y que la co- 
mida y ropa limpia se la dariau por una ventana 
qne habría en la puerta de la primera sala, y 
que esto vendria de las manos de las criadas & 
las de tres ni&os, que ninguno pasase de ocho 
años, que los tenia prevenidos para el propósito. 
Y habían de estar en esta primera sala y la se- 
gunda, teniendo el dormitorio acomodado en un 
aposento que había junto á aquel corredor, don- 
de todas las noches una eaclava saldría (en su 
presencia) á hacerlos las camas y aderezar el 
aposento, Y por un torno, puesto en la segunda 
ouadra, les darían de adentro la comida, y los 
muchachos podrían entregar lo necesario qus 
comprase el despensero, el cual, sin pisar la esca- 
lera (porque ni él ni otro criado habían de posar 
en casa, sino en otra accesoria), entregaría al li- 
cenciado todas las mañanas la provisión ordina- 
ria; él á los niños, los njftos por el torno & la co- 
cinera, que lo recibiría en su presencia, «porque 
la llave del tomo la he de tener siempre, sin 
fiarla de nadie*, y así decía: 



í,C<)üyl>j 



— Licenciado, hermano: el hombre prevenido, 
lo más tiene combatido. Adviértame este pauto; 
celébreme esta prevención; pues hallándome yo 
delante á estos entregos, no digo papel, mensaje 
ni otra cosa, mas el pensamiento no podrá, en- 
trar; y caando sobornasen al despensero, creo yo 
de sn conciencia, licenciado Burgos, que no sólo 
no pasará por semejante maldad, mas que me la 
descubrirá luego; pues no le va menos que su 
alma y sabe más bien que yo se lo puedo decir, 
que la vida del honor es de mayor estima que la 
del cuerpo; y si por matar á uno so ofende á Dios 
tanto, ¿qué será á quien quita la más preciosa 
vida? T como el demonio es sutil y puede enga- 
ñar á los más perfectos con aquel mal abuso «de 
no se sabrá*; de eso servirán los niflos, que tres 
y en edad semejante y teniéndolo^ yo gratos, no 
les permitirá silencio sus pocos años y no madu- 
ro entendimiento. 

Celebraba el licenciado Burgos la buena dis- 
posición y trazas de su amo, diciendo: 

— Ahora verdaderamente, señor, bien dicen 
que la experiencia alcanza más que la ciencia; 
pnes con todo lo qne yo he leído no sé de preven- 
ción tan acordada como la de v. m. ejecute lue- 
go de parte de Dios. Digo que aunque mi señora 
sea nn ángel, forzoso ha de tener criadas mozas, 
y lo que ellas hacen suele dañar á las amas, 
si no en las oostnmbres, en la fama, que cada 
una imagina y afirma lo que se le antoja, y el 



íXlouyk 



216 LUGO Y DÁVIL* 

honor muchae vecee estriba en lo qae se dice. 

— Aún no para en eso mi acuerdo (replicó 8o- 
lier); porque las cerraduras de mi casa las he tra- 
zado da suerte qne todas las puedo yo abrir y ce- 
rrar con una llave maestra, sin embargo que sean 
difereuies, y las llaves particulares no saldr&n 
de mi escritorio sino cuando yo quisiere. 

— Todo está muy bien trazado (dijo el licen- 
ciado); mas ¿quién son los niños? ' 

— Prevenidos los tengo (replicó Solier); el uno 
es Juanico, el hijo de la hortelana que tengo en 
la quinta, que está sola después que enviudó y 
no quiero que alli haya más que una mujer, por 
si fuere alguna vez doña Laura. El otro es Ma- 
nuelillo, que se ha criado en casa, y el otro An- 
dresíco, el hijo del sastre, que ha dado en que le 
quiere para abad. 

—Déjemele v. m. (dijo Burgos) y verá en poco 
tiempo cómo se le hago persona. 

— En sus manos está (replicó Solier), pues to- 
dos los diae les dará lección por la ventana de la 
sala, y para que no todo sea trabajo, tendrán sus 
horas para jugar y entretenerse. Pero lo mejor 
de mi traza es que todos, asi las mujeres por la 
reja que cae al oratorio desde su cuarto, como 
los niños y yo, oiremos su misa del licenciado 
Burgos, sin que sea menester ir á laa iglesias, ni 
que aguarde el mozalbito i la pila del agua ben- 
dita, haciendo meneos y contenencias; que si tu- 
viera mano para ello castigara yo tan mal intro- 



NOVBLA StFTIMA 217 

ducido atrevimiento, pues pierden el respeto é. 
Dios, sin atender qne la iglesia es solo para ala- 
barle y pedirle mercedes y no para profanarla, 
oonoertando lo que ellos saben y parlando lo que 
fnera justo que ezcoaaran. 

— No veo la hora (dijo el licenciado) de que 
todo lo que t. m. ha dicho lo vea yo con mis ojos. 

— Como ver (dijo Solier), mañana á estas ho- 
ras lo verá todo ejecutado. 

Despidió Sotier uon esto al licenciado; acabó- 
se de vestir y salió de casa á solicitar lo que te- 
nia trazado con tanta violencia, sin reparar en 
dinero (que es el atajo más breve), que á las diez 
de la noche ya estaba hecho todo el aposento 
del licenciado y niños, tornos y llaves, hasta lo 
más menudo que pudo prevenir su malicia. 

Esparcióse luego por toda la ciudad la pre- 
vención y guardas que había dispuesto el viejo, 
haciéndose corrillos y juntas murmurándolo; y 
aun no faltó quien diese coplitas á los mucha- 
chos que cantasen por las calles, y más de cua- 
tro, deseosos, perdieron esperanzas que habían 
concebido de ver y festejar á Laura, que con 
tanta fama de hermosa y discreta entró en aque- 
lla ciadad. 

Mas el que mayor sentimiento tenía era don 
Ricardo, á quien no acertaba i consolar su 
maestro y grande amigo Zabatelo por más dili- 
gencias que hacía. Todo le iba en salirse á los 
campos á dar suspiros y fabricar quimeras para 



ívCouyk 



238 LUGO Y DÁV.1.A 

ver á su Laura, y ella, como si lo oyera (qafi 
esto paede el amor), parece que le respondía y 
lamentaba sn fortuna que no sólo la díó por , 
dueño hombre tan desemejante en los años y en 
la coniUción, mas tan celoso, que de laB aves qae 
volaban se temía; consideraba no poderse fiar de 
nadie ; estar el paso tan imposibilitado con tor- 
nos, llaves, aifios y prevenciones. Este discurso 
¡oh! cuántas veoes hizo don Ricardo ; cuántas 
no hallando camino su esperanza, decía con Sé- 
neca: 

Ningún camíDo muestra la eaperanza 
en la dificultad al afligido. 

Mas, como A un ingenio superior todo se le rin- 
de, y un perfecto enamorado todos los inconve- 
nientes y riesgos atrepella, don Ricardo halló 
modo en su imaginación para probar su ventura, 
y teniéndola medianamente, á su parecer, no sólo 
ver BU dama, mas comunicarla cerca, á pesar de 
cuantas trazas le hablan enseñado á Solier sus 
a&os y sus celos. ^Fuése don Ricardo contento á. 
Zabatelo, y habiéndole primero representado laa 
obligaciones que tenia de acudirle, y más en 
ocasión que, á su juicio, te iba el reposo, el gus- 
to y la vida, pidióle su amparo para ejecutar la 
más ingeniosa y nueva traza que puede enseñar 
la misma agudeza, y así le dijo: 

— ¡Oh, maestro! Pues como discreto conoce mi 
voluntad, y como noble se precia de agradecido, 
no le quiero traer á la memoria las obligaciones 



ívCouyliJ 



qae me tiene, ni la esperanza, también fondada, 
en la coirfspoadencia mía, ni menos será nece- 
sario darle cnenta de mis pasiones y sacesos; 
pnea cada instante la doy tan por menor has- 
ta de las quimeras y discursos que fabrico. La 
postrera, en fin, de mis imagina c iones para des- 
moronar algún portillo en eata fortaleza, que tan 
pertrechada en su defensa y tan en da&o de mí 
esperanza ba hecho Solier, sepa qne no es mía, 
sino del amor verdadero que tengo: éste, sin du- 
da, me ha enseñado d que vistiéndome de mujer, 
pues en mi edad, mi rostro y mi modo será fácil 
buscar camino para introducirme á los ojos de 
mi Laura, el cómo y la traza que tengo para eje- 
cutar mi pensamiento; dándome la palabra de 
ayudarme, se lo comunicaré. 

Hazones fueron éstas que le hicieron compo- 
ner e) semblante á Zabatelo, y asi respondió á 
don Ricardo: 

— Señor, mucho quisiera, ó no hallarme obli- 
gado á contradecir el pensamiento que v, m. me 
comunica, ó ya qne me fuerza á reprenderle, la 
dificultad del caso, el inconsiderado arbitrio y 
el puesto que ocupo de su maestro, que pudiera 
hacerlo, no con la autoridad mía, mas de verda- 
dero padre, pues no sólo con las palabras repri- 
miera tan arrojadiza determinación, mas con las 
obras la estorbara; que bien sintió Eurípides, 
en la tragedia de Medea, que los amores de los 
mortales son un mal grande y no un mal solo, 



ívCouyk 



sino tantos, como vemos sucedidos desde los pri- 
meros años del muado. 

Ya Sansón entrega lae fnerzas y la vida & una 
Dalila. Apenas posee el cetro de Frigia Pelops, 
cuando por Hippodamia mneve sangrienta gue- 
rra á su padre. Por Aspasia, la mueve Ferióles; 
por Berénice, siendo mujer propia de Ptolomeo, 
Seleuco, rey de Siria, le mueve guerra. Gleopa- 
tra fué causa de la que hubo entre Philopater, 
su padre, y Alejandro; mas ¿qué refiero ejemplos 
si de éstos y otros tiene v. m. visto tantos en 
historias y poetas? Oiga & Ovidio: 

No es KQen'a para mi auevo cuidado: 
si no robaran la Tindaria Elena, 
Asia 7 Europa hubieran paz gozado. 

Dua mujer al arma los condena 
á los'fietos Lapythas rusticanos, 
y al pueblo de dos formas desenfrena. 

una mujer levanta é, loa trojanos 
sobre el reino latino nueva guerra, 
7 una mujer la causa & los ri 
a ciudad sobre la ti 



Y no tanto me admira, y debe refrenar el Ani- 
mo de cualquier hombre cuerdo lo dicho, cuanto 
que en las manos de las propias que tanto caes- 
tan, ann ya alcanzadas, no está segura la vida. 
Muéstrenlo, sin otros iuñnitos ejemplos, aquellas 
cincuenta hermanas que la primera noohe de sos 
bodas dan, las cuarenta y nueve, maerte & ana 
maridos, y sólo una le escapa Ubre. ¿Por qué h» 
de querer v. m., que tiene llenos de esperan» í 



oX''00¡¡\c 



KOVCLA SÉPTIMA 221 

ana padrea y maestros, malograr sus afioa y au 
fama dejándoee Uevaí' de tan violento fuego? 
Reprímale, que asi como demasiado daña, ho- 
nesto moderado alegra y es digno de alabanza, 
como sintió Eurfpidea; y, cuando lo que digo no 
moviera á v. m.,' sólo el haberee de valer, como 
confiesa, de la mudanza del hábito varonil, bas- 
taba & poner freno á su discurso (donde aunque 
le pronunció aa lengua) dificulto que se formase 
concepto qne degenere tanto de nn hombre noble 
y tanto como el aeñor don Ricardo; puea cuando 
por si atrepellara por sn fama, no puedo yo creer 
qne la opinión que en tantos siglos han adqui- 
rido y conservado aua antecesores, por un dejar- 
fle llevar de su inclinación quiera desdorarla y 
aun entregarla al riesgo de la infamia; que de 
ésta 0OQ notados, no sólo los que se visten hábi- 
tos mujeriles, mas los que afeminan la compos* 
tara de su cuerpo, y aai fueron reprendidos Aria- 
tÓteles, Demóatenes y Sócrates sólo porque se 
afeminaron el hábito; y baste, sin otros muchoa 
que se me ofrecen, el ejemplo de Miracles, uno 
de los Argonautas de quien Valerio Flaco dice, 
porque uaaba de encreaparse el cabello y afemi- 
naba el traje: 

Semejante á soldado 
iba nn semi varón sin señal de hombre. 
Puea ¿por qué ha de quwer quien goza en tan 
tiernos altos el renombre de var^, asi per las 
letras como por loa ejercioioa de armas qne bu 



cCouyk 



edad le permite, entregarlo todo á una pasión 
amorosa y que allí se anegue el pundonor, la 
fama y la persona? No sé con qué palabras 6 di- 
ligencias padiera persuadir á v. m. á que dejase 
intento y riesgo tan fuera de camino; digo con 
Séneca i 

Que huyas las implas llamas de amor ciego. 

Así concluyó Zabatelo, y don Eicardo, que 
había estado atento á su discurso, reprimiéndose 
á BÍ mismo con hartas diligencias para no ata- 
jarle, respondió así: 

—Si para mostrar' lo mucho que sabe el maes- 
tro ha tratado disuadirme de mi propósito con 
razones y autoridades tan bien dichas, no. era 
menester, pues conozco su erudición y buen in- 
genio, que no á mí, falto de lección y experien- 
cia, mas á los aventajados juicios de esta Uni- 
versidad puede poner cobardía. Pero como habla 
de mi parte el amor y la necesidad en que me 
veo de buscar remedio á mi vida, habré de va- 
lerme de lo que me ofrecieron mis estudios, sus 
preceptos y el caudal corto de mi entendimiento. 
Bien sé que el amor es grande mal, y tan gran- 
de, que ni hay cura para él, ni aman los enamo- 
rados el médico; que bien lo sintió Fropercio, 
pues dice: 

A todos los humanos los dolores 
sana la medicina, y solamente 
el médico huye enfermedad de amoiea. 

Ssta ha sido la cansa de que, sin reparar en 



ívCjOui^Ii; 



otro inconvenieate, bnsqqen los amantes el fin de 
BUS deseos, ya por las armas, ya por los ardides 
y trazas que el amor lee muestra; pues, como en- 
seña Ovidio en su AHe de amar, es el amor es- 
pecie de milicia, que basta & los animales brutos 
enseñó el amor la pelea por gozar de su seme- 
jante, como testifica Ovidio: 

Yo vi dos toros fuertes combitiendo 
por una vaca hermosa, que presente * 

les estaba valor vivo infundiendo. 

No les queda & los enamorados libertad ningu- 
na; antes rinden las potencias todas & la fuerza 
del amor, pues la memoria sólo represes ta en la 
fantasía la imagen de la cosa amada y los actos 
sucedidos en su comunicación. El entendimiento, 
como no reconoce otro sefior, cuanto discurre, 
traza y revuelve, todo es en servicio de este Dios 
á quien la voluntad está ofrecida y entregada; y 
esta es la razón, como trae Erasmo, de que Ca- 
tón dijese que el alma de los amantes vive en 
ajeno cuerpo, y de allí nació por vulgar prever- 
bao estar m&s donde ama que donde anima; lue- 
go en balde buye el cuerpo, dejando aprisionada 
el alma. 

¡Qué bien lo dijo Propercio (que en balde se 
huye del amor, pues donde quiera sigue!) Y 
¿para qué es menester autorizar este pensamiento 
si la experiencia le ejemplifica? ¿Qué le importó 
á mi padre apartar el cuerpo de Zaragoza, si all& 
quedaba el alma, y de cuánto menos le sirvió 



trazar el desigual casamiento de mi prenda, paes 
el amor, poderoao á tales disposiciones, me signe 
y alcanza, siendo de mi en Valencia tan sefior 
como cuando habitaba pared en medio de la casa 

de Laura? Y á los de mis años disculpa Séneca, 
como el maestro me ha ponderado algunas veces; 
puea dice que e! amor es el fruto del mancebo, y 
si alguno en los principios huye, quizá por falta 
de conocimiento, luego se ve sujeto, como Bintió 
Propercio: 

Como al principio el toro, no domado, 
Baonde la cerviz j después viene 
blando y humilde al yufto y al arado, 

aai a) amor primero se detiene 
la juventnd que trépida rehusa; 
pero después, domada, lleva y tiene 
cualquier carga de amor y no se excusa. 

No podemos, los que verdaderamente somos 
del amor, buscar nuestras comodidades huyendo 
los riesgos, aunque sean mayores, porque el que 
vuelve las espaldas & la ocasión, aunque le ame- 
nacen cuantas dificultades puedan ofrecerse, es 
oietto que no ama, pues si amara no le hiciera 
falta el valor. Mire el ejemplo en Ovidio, cuando 
sale Tisbe al puesto de su muerte; ni&a y sola, 
entre el silencio y horror de la noche, que la na- 
turaleza, la edad y poca ezperienoia debiera en- 
tregarla al miedo. ¡Qué animosa mueve las plan- 
tw y se anticipa! ¡Qué valiente atrepella los in- 
convenientes, los riesgos y aun la vida! Hafi, 

' -..Ccislc 



NOVELA SÉPTIMA 225 

¿qué mucho? El amor la hacia animosa, que do 
goBta de cobardes Venus; antes ayuda los vale- 
rosos, como sintió Tibulo «Venus los fuertes ayu- 
das. Pues ¿cómo tengo de faltar á las obligacio- 
nes de amor, ni acobardarme y aniquilarme, sien- 
do el «bjeto de mi ánimo el más digno de ser 
amado de eaantoa formó la naturaleza de sn 
modo? Y menos me hace volver atrás el pensa- 
miento, el gozar mi ventura en h&bito de mujer 
(pues como sabe mejor), cualquier mediano ñló- 
eofo alcanza y tiene por máxima sentada que las 
cosasnose califican por elmedio con quese obran, 
sino por el ñn determinado que tienen. Mire la 
medicina, los que la usan de qué se valen, y veri 
que algunas veces son las cosas más ínfimas que 
pn«de hallar la consideración; mas como el fin ea 
la salud y conservación del viviente más perfec- 
to (qne es el hombre), no se califica la medicina ' 
por los medios con que se obra, sino por el fin que 
tiene, y éste la da su excelencia y nobleza. 

T lo propio contemplo en mi, que cuando use de 
medio humilde no por él se ha de regular la obra 
Que emprendo; pues asi como á algunos hombres 
famosos no les ha desdorado el haberse vestido 
de mujeres para easos semejantes al mió 6 por 
otros, tampoco á mi me puede traer ninguna des- 
honra; sea el primero Aquiles, entre las hijas de 
Xiicomedes, á quien Ulises, en nombre del ejér- 
cito griego, busca en forma de mercader, y de 
allí le saca para la expngnaeión de Troya. ¿Por 

TBATRO PÜÍULAR 15 



ventura perdió la honra Aquilea por haber anda- 
do en hábito mujeril, ó aniquilósele el ánimo? No 
por cierto. Hércules, tan celebrado en la antigüe- 
dad, se vio con Onfale, reina de los Lidoa, no 
sólo en hábito majeril, pero hilando y haciendo 
obras de mujer más qae de capitán. Euclides, ex- 
celente filósofo y matemático, desde Megara, en 
Eábito de mujer, venia á Atonas á oir á Sócratea.- 
Lea á Suetonio Tranquilo y hallará á Clodio, que 
en hábito de mujer goza de Pompeya, valiéndose 
de la ocasión do las ñestas que celebraban los ro- 
manos á la diosa Fatna ó Fauna, á quien común- 
mente llamaban Buena Diosa, y sus sacrificios 
eran de noche, hallándose en ellos solas mujerSB. 
¿Qué mucho, pues, que yo me anime con este 
ejemplo cnando no hubiera otro? Y no me aver- 
gonzara, como no se avergonzó Ausonio, siendo 
persona de tanta gravedad, maestro de S. Pau- 
lino y del emperador Gtraciano y su familiar ami- 
go y senador, que dice: 

Yo en hembra, de varón me ke tiansfotmado. 

Y para que no me replique el maestro; que bien 
aé de su mucha erudición y letras hallará ra- 
zones; digo que aunque conociese con evidencia 
ser lo peor lo que pretendo seguir, ya no me ha- 
llo en estado para volver atrás mi resolución; de 
más que basta emprender las cosas arduas, aun- 
que no se consigan, pues en atrepellar el peligro 
está la bizarría del ánimo. Tenga paciencia para 



oir eate soneto del Tanailo qae tradaje, y hace á 
mi propósito: 

AmoT, plnmft i, mis alas da, 7 tan alto 
loa bata mi animoso pensamiento, 
qoe de hora en hora remontado alentó 
dar del oielo i, Iab puertas nuevo aaalto. 
Temo cuando caire, 7 vuelo m&s alto, 
donde amor grita 7 del prometer siento, 
que hí en el noble curao pierdo aliento, 
será eterno el honor, si ea mortal salto. 

Qne Bi otro, cod deseo semejante, 
dio nombre eterno al mar con su oalda, 
donde el sol desafió las plumas bellas, 

De mi el mundo dirft, j es justo cante: 
•Si no llef{0, aspiro éste 4 Jas estrellas; 
no el brío le faltó; faltó la vida.' 
¥ si con todo no acierto á persnadirle y me 
niega sti favor, necesitaré otro de quien fiarme, 
con que no estorbándome la ejecación me acre- 
centará el riesgo, y yo qnedaré desengafiado que 
no hay de quién hacer seguridad en el mundo, 
pues me falta mi maestro y amigo; y para que 
no nos cansemoB mía, yo no pido consejo, sino 
ayuda. 

Supo decir don Ricardo su discurso de una ma- 
nera, que el maestro Zabatelo quedó admirado, 
viendo que en tan tiernos afios estaba tan acele- 
rada la razón y tan perfeccionado el ingenio. Y 
como el que conocía bien la condición de don Hi- 
cardo, se determinó á no replicarle; pues todo 
vendría á parar en multiplicación de palabras, 
sin sacar de ellas ningún fruto, y asi entonces se 



228 LUGO Y DÁViLA 

moBtró movido y lleno de confianza de que tan 
buen ingenio sabría valerse en lae dificnltades 
que 36 le ofreciesen, de modo que no hubiese que 
temer ningún mal saoeso. 

Alegróse don Bioardo con ver i su maestro que 
Be disponía en su ayuda, y no dilatando el poner 
por obra sn designio, hizo con la mayor sagacidad 
que fué posible que le hiciesen vestido de mujer 
á su medida; y ensayándose algunas veces en el 
uso y ademanes de aquel hábito, salió en fuerza 
de su gallardo natural tan adquiridas las ac- 
ciones femeniles, que pudiera muy bien con sa 
buena cara y brioso movimiento desmentir eo 
plaza pública los que más le hubieren comnni- 
cado. 

Con esto dio principio i la ejecución de en de- 
seo, saliendo de su posada á la medía noche ves- 
tido de mujer en las ancas de un macho, en qne 
iba Zabatelo vestido más á lo soldado que á lo de 
hombre que profesaba letras. Llegaron así los 
dos á una alameda, que estaba cerca de la quin- 
ta de Solier, donde se apearon; y arrendando 4 
un árbol la cabalgadura, se fueron á la quinta, 
donde llamaron con golpee qne despertaron la 
hortelana; y como mujer sola se alborotó de suer- 
te, que fué bien menester traza para obligarla á 
que por una reja baja tomase satisfacción de 
que antes la venían á dar que á quitarla de SQ 
miseria. 

Bajó Inés, y llegándose cerca do don Kicar- 

c.j.-.iMívt-loi.i'íli: 



do, U supo decir tales razones, qae la movió á 
lágrimas y á qae abriese la puerta. Habiendo 
encendido luz, entraron en el zagnán el maestro 
y el discípulo, y apartando á Inés á ua lado, Za- 
bátelo la dijo así: 

— Madre mía; como las desdichas que vienen & 
las gentes son tantas y tan distintas unas de 
otras, así también los remedios que se bascan 
deben ser al modo que los pide la desgracia. Há- 
gooB saber que esta doncella es mi sobrina, y 
que habiéndola concertado de oasar con, un ca- 
ballero, sucedió un desastre en los fines del ma- 
trimonio tal, que me obligó á sacarla porque no 
padeciere algún trabajo, no sólo de Madrid, mas 
de los reinos de Castilla; y porque en el secreto 
va toda su ventura, aún no me he atrevido á po- 
nerla en ningún monasterio ni otra casa, sino en 
ésta, porque VMigo informado que hay capacidad 
en ella para que un mes (antes menos) que yo 
podré tardar en volver de la corte esté aquí es- 
condida, de modo que sólo Dios, ella, vos y yo 
sepamos dónde está; y para que la deis lo nece- 
sario, veis aquí doscientos reales castellanos: 
adem&s que ella trae dineros y joyas de que vie- 
ne prevenida, por lo que se ofreciere; y por Dios, 
que os doláis de ver una ñifla como ésta, pere- 
grinando y padeciendo trabajos; y creedme que 
8i yo vuelvo (como deseo) , os habéis de llamar 
dichosa. 

— ¡Ay, señor de mi vida (respondió Inés, & 



qaieD había movido bu pedazo los veíaticínoo pa- 
tacones), y qaién fnera tan poderosa que no sin- 
tiera ^tp ángel BU mala ventara! Uas créame, 
por esta alma pecadora que tengo en las carnes, 
que haré por ella lo que por una hija malogra- 
da, que pudre. la tierra, si volviera á resu- 
citar. 

— ¡Bendito sea Dios (dijo Zabatelo), que á na- 
die desampara en las neceBidades! Lo que ahora 
falta es qne me jaréis que no descubriréis á na- 
die este secreto, para que yo vaya con algo de ae- 
guridad, dejando esta machacha sola y en tierra 
ajena, en manos de quien no conozco más qne 
por lo que me han informado. 

— ¿Cómo descubrir? (respondió la vieja). Pri- 
mero me sacar&n la' lengua por el colodrillo qnft 
yo diga una palabra; esto le juro por el siglo de 
mi marido, y plega á Dios que no vea yo buen 
gozo de un hijo solo que tengo de ocho años si & 
persona viviente yo lo dijere. ¡Bonita soy! Bien 
parece que no me conoce, pues que no se fia 
de mi, que me caben en este pecho muertes de 
hombres. 

Hizo semblante Zabatelo de que iba muy con- 
solado, y abrazando á la vieja y á don Ricardo 
(que hacia muy de la llorosa), se despedió de en- 
trambos, y subiendo en su macho se volvió & 
su posada, cuidadoso y admirado de qne un ra- 
paz le hubiera hecho ejecutar lo que nunca creye- 
ra de si. 



ívCloi.i'íli: 



NOVELA SÉPTIMA 231 

Inéa tomó por la mano á don Ricardo, haciéa- 
áolt machas caricias á su modo, y Uevóeele á un 
aposento, donde estaba aderezada una muy bue- 
na cama que para lau veces que ea venía Solier 
& la quinta (que eran los más días) tenia alli de 
respeto; j díjole: 

— Hija mia, desnúdese y acuéstese en este 
lecho, que vendrá molida, ¡ay; pobre de ella! Y 
déle, aeíiora, gracias ¿ Dios, que parece que lo 
previno para su necesidad el dueño de esta ha- 
cienda, que es un caballero muy rico y principal 
de Valencia, á quien llaman Solier, hombre ya 
mayor, mas casado con una niña como unas 
perlas, que debe tener sus años de la señora, y 
la trae aqal algunas veces, tan linda, que es cosa 
de ver, 

— |Ay, Jesús (dijo don Ricardo ¿ngíendo mu- 
cho); y ¿dónde viene hombre me deja mi tío? Si 
tal supiera, en un asilo me entrara. ¡Triste de 
mi, señora! Por quien es, la pido que no entien- 
da que estoy en la quinta esa persona, porque 
me costará la vida de pena. 

— No tenga miedo de- nada (dijo la vieja), que 
todo se hará muy bien. 

¥ consolando macho á don Ricardo, quiso des- 
nudarle; él lo rehusó haciendo mucho de la me- 
lindrosa. 

Despidióse Inés, dejando luz; mas apenas ha- 
bía vuelto las espaldas, oaando tornó y le dijo: 

— Mis ojos, dígame su nombre, para que no 



¡ouyk 



hable & tiento, qne cierto que con el Basto se me 
habfa olvidado preguntárselo. 

— La Sinventara rae pudieran llamar (dijo don 
Ricardo); mas en la pila me pusieron dofia Ber- 
Kardina. 

— Dotta Bernardina {replicó la vieja), nombre 
68 un poco revesado, mas no baya miedo que ae 
me olvide. 

Con esto se fné á su aposento, dejando á don 
Ricardo que, aunque se acostó, reposó bien poco; 
7 levantóse cuando el sol salió á la tuerta, con- 
siderando, en lo que faltaba de su empresa, cómo 
se guiaría. Unas veces juzgaba á propósito en- 
cabrirse basta que Laura viniese á gozar de 
aquel sitio; otras, que seria bien encontrarse con 
Solier; cuando bailándose en lo profundo de es- 
tas consideraciones, llegó Inés con un plato de 
las más sazonadas frutas que pudo dar el tiem- 
po en aquella arboleda, ; eu un cauastillo, cu- 
bierto con un paño blanco, el pan de su ordina- 
rio sustento, y poniéndoselo & Ricardo en las 
manos, le sentó cerca de una fuente, convidán- 
dolo á gozar de aquel regalo, ofrecido ccm m&s 
sinceridad que artificio. Aceptólo Ricardo, y en 
el discurso del almuerzo, dijo Inés: 

— Dígame, seflora, asi la dé Dios lo que de- 
sea, y qué fué lo que ha sucedido en Madrid, qu« 
bien puede decírmelo sin temer que salga de mi 
boca, y yo la juro que, á fe de cristiana, qne daré 
lo qne no tengo por saberlo. 

c.j.-.iMívt-loi.i'íli: 



— UdoIio me pide (respondió Ricardo); puea 
fnera de qoe mi tío, lo que me ordenó primero 
faé qne nadie aupieee mi aaoeso, ea referirle 
traer á la memoria mi muerte y aoreceatar mi 
pena. 

— ¡Ay, señora de mis ojos! (replicó Inés), de- 
círmelo 4 mí es echarlo en un pozo; y créame 
(por mi lo veo, qae tengo m&s afios) qne los ma- 
lee comunicados son menores y los bienes ma- 
yores. 

Entonces don Ricardo, tras de hacerse rogar 
y juramentando para el secreto á Inés muahas 
veces, dijo así: 

— En un lugar de Castilla la Vieja, que lla- 
man Medina del Campo, nací y me crié los afioa 
primeros, hasta qne con la mudanza qne hizo la 
corte de Valladolid me fué también forzoso se- 
guirla eu compafiía de mis padres, que entonces 
vivían y hoy gozan del cielo, quedando yo en 
Madrid, huérfana, hará tres aüoa, debajo del am- 
paro de un tío mío y tutor, hermano de mi padre, 
y del que aquí me trajo. Llegado, puea, á verme 
con la primera lozauia de mi edad, dieron algu- 
nos en pretender mi casamiento, dejados llevar 
de las partea que me concedió la naturaleza. Pro- 
onró mi tío y tutor que fuese el tomar estado con 
persona qne me escediese mucho en las riquezas; 
mas como laa iucliuacionea son diferentes, yo 
mostré traerla á nn caballero de pocos más añoa 
qne yo, pues no tiene veinte, y ai no en rico cual 



otros que me pedían, ¿ lo menos avontaj&do en 
cftlídad y prendas y más de mi gasto. Sintió mi 
tío mi deseo, y para estorbarle pnao dili|;encia, 
procarando el bí para nn hidalgo, natnral de 
Toledo, próspero en loa bienes de fortuna y falto 
de lo que pudiera agradarme. 

Mi galán (Uámole asi por callar su nombre y de 
los dem&s) tavo traza, con una criada, para que él 
y yo nos diésemos cédulas de casamiento; foéae 
mi galán con la que yo le di, & mi tio (el qne aquí 
me trajo), y poniéndosela en las manos, le supo 
decir BU pretensión de snerte, haciendo tales di- 
ligencias, que légano iavoluntad y prometió ayu- 
darle de modo que conaigniese su deseo. Sintiólo 
mi tutor; y entre los dos hermanos, mis tfos, ha- 
bieron de llegar á poner mano á las espadas, pa- 
sando yo, en tanto que duraba la diferencia, lo 
que Dios sabe, hasta que el tío que aquí me trajo 
hizo que me pusiesen en mi libertad con orden 
del Vicario. 

Mas como no habla de parar en tan poco mi 
desgracia, antes que tuviese efecto et deposi- 
tarme, una noche mi tntor me entró en un 
coche, casi é fuerza, para llevarme & Illesoas, 
donde el toledano (que sé mostraba apasionado 
por mí) aguardaba. Pero esta parEida y preven- 
ciones no fueron tan secretas que las ignorasen 
mi tío y mi galán, los cuales tomaron dos caba- 
llos para alcanzar el coche, que vinieron á ha- 
cerlo, cuando sería la primera luz de la maliftiía, 

c.j.-.imívCjOi.i'íIi: 



NOVELA SÉPTIMA 285 

media legua antea de llegar á IllescaB. Juntáron- 
se todos cuatro, mis dos tíos y mía dos novios; 
allí pasaron algunas razones, algo pesadae, re- 
solviendo al fin que llegásemos á Illeacae. Hicié- 
ronlo asi; dejáronme en la iglesia de aquella 
bendita imagen (cnyos milagros y devoción que 
con ella se tiene conoce el mundo) para tratar 
de medios; ae apartaron mis dos ttoa y quedaron 
el toledano y el de Madrid solt», que faé una 
ínoonaider ación tal, qne no reaultó de ella menos 
que perderme entrambos , porque sacando los 
acerca, tras algunas palabras, fueron tan apre- 
suradas las obras, que el toleilaao cayó con dos 
heridas antes que mis tíos pudiesen socorrerle; 
y el caballero de Madrid, volviendo á ponerse en 
su caballo, se escapó (no sé por dónde). 

Mi tío, el que aqnf vino, dejando á su hermano 
con el herido (que no sé si vive), acudió donde yo 
estaba; y con traza que tnvo, en las ancas de au 
oaballo, solo y sin criado alguno, me llevó no sé 
por qué camino, hasta un lugar que creo llaman 
Griñón. Era el señor de aquel pneblo grande 
amigo de mi tío; recibiónos en su casa; escondió- 
nos hastaque se dio orden cómo nos escapáaemos; 
porque á fuerza de diligencias supo aquel caba- 
llero que la justicia nos bascaba y qne el hidal- 
go de Toledo estaba peligroso y había declarado 
que, por mi orden, el cortesano le quiso quitar la 

Mi tío, para aalvar la mía, á lo menos el riesgo 



ívCouyk 



y disgusto qae pudiera padecer mi persoaa, fué 
Dios servido, que saliendo conmigo de ios reinos 
de Castilla y atravesando con un secreto increí- 
ble muchos lugares y aun inconvenientes, lle- 
gué donde ahora estoy, temblando más que las 
hojas de estos árboles de haberos dado cuenta de 
lo que no creí la diera & nadie. Vuélveos á en- 
cargar, amiga mía, el secreto que requiere caso 
tan triste como el mío. 

Colgada estuvo Inés de las palabras que pro- 
nunciaba don Ricardo tan artificiosamente, qna 
engaüitran por verdaderas y naturales & otra 
que fnera de más levantado talento que la hor- 
telana, que, dando un suspiro, dijo; 

— ¡Ay, señora mfa de mia ojos, y qué de cosas 
han pasado por ella con ser- tan ni&k! ¡Bien pa- 
rece discreta y seQora, pues las sabe llevar, que 
cierto ¿ mi me parecia oyéndolas que estaba yo 
en ello; y ahora la quiero más que sé que es de 
Medina del Campo,-que de alli era mi mal logra- 
do; y yo nací en Yaldestillas, un lugar de mu- 
cha honra, que está camino de ValladoUd, don- 
de ya ha machos afios mí marido, que era de los 
que andaban delante del caballo del Almirante 
(como yo le vi muchas veoes), también tuvo otra 
pendencia con otro de su oficio; y en verdad, en 
verdad, que hablan cenado aquella noche jun- 
tos. Allá, en ün, medio le mató, ó no sé qué se le 
hizo, que á mi me sacó de mi casa á más de la 
una de la noche, y pasando malas ventaras ví- 



ívCjOui^Ic 



NOVELA 5¿ I-TIMA 237 

nimoa & parar aquí, en Valencia, donde mi ma- 
rido se hizo & todo, y particnl&rmente & eato de 
labrar haertas y componer jardines, y en menos 
.de seis alios que se dio por ello, eia de los que 
más sabían. Trájonos á «ttta hacienda, con bnen 
partido, el señor ds ella, ha m&s de dos años, y 
aquí marii el mi mal logrado, que buen siglo 
tanga. 

En estos coloquios pasaron parte de la maña- 
na, hasta qne á Inés le pareció tiempo de tratar 
de sns ordinarias ocupaciones. 

Quedó solo Ricardo; y, en tanto que llegaba la 
hora de comer, miró la huerta y casa, donde ha- 
bía algunas curiosidades, pinturas, libros y va- 
riedad de instrumentos músicos, que de todo se 
preciaba Solier, y en particular de diestro en 
harpa y laúd. 

Hallóse don Bicardo la ocasión en las manos; 
tomó OD ellas un harpa, en que se entretuvo, 
como quien era dotado de la naturaleza en sono- 
ra voz, y había adquirido con el arte y eitndio 
mocho bueno. Llegó la hora de la comida, y ha- 
biendo reposado Ricardo nn poco, volviendo al 
ejercicio del arpa, se bajó al jardín cerca de 
una fuente, donde enlazándose cantidad de ár- 
boles se oponían á los rayos del sol, tan entrete- 
jidos, que no le dejaban tocar en las aguas y tas 
flores que eran adorno de tan agradable sitio. 

Allí unas veces acompañaba las voces de loa 
pajarillos con varias fantasías; otras leB enseña- 



ba quiebros de garganta, y otras, auspeudieiido 
este ejercicio, dejaba qne U tuviese el discurso, 
corriendo á la larga rienda por el ancho campo 
de BU imaginación. En esto ocupó la mayor parte 
del dia, hasta que el sol, alargando las sombras, 
se declinaba de nuestro hemisferio, por dar luz 
á otros habitadores. 

En este tiempo, Solier llegó, con solo un laca- 
yueto, en una haca á la puerta de au quinta, 
donde se apeó, despidiendo criado j cabalga- 
dura, con mandato que viniesen por él á me- 
dia hora de corrida la noche. Abrió con su lla- 
ve general, y entró con tanto silencio, que cuan- 
do Inés salió á recibirle, ya habian tocado en 
sus oídos los acentos de las cuerdas y los ecos 
de la voz de Ricardo, á quien pretendió avisar 
Inés; mas fué tan apresurado el caso y tan ace- 
lerada su turbación, que Solier pudo conocerla 
en el semblante, y dar lugar á mil sospechas 
que en aquel punto luego le sobreaaltaron. Acer- 
cóse más, viendo que la voz y las cuerdas se 
oían distintamente; procuré con silencio ponerse 
en parte que no se le encubriese la persona causa 
de la harmonia que gozaba. Inés sólo supo se- 
guirle hasta la puerta del jardín, por ouya jnn- 
tura, entreabriéndola un poco Solier, pudo ver í 
don Ricardo, sin ser visto, quedando atónito de 
tanta belleza, suspendido de tan regalada voz, y 
contuso y admirado de lo uno y lo otro, falto 
de todo movimiento, que m&s parecía estatoa 



ívCouyli: 



NOVELA SfcPTlMA 239 

qne hombre viviente. Escachó & don Ricardo, 
que ai los originales no mintieron, era esto lo 
qne cantaba: 

Oaando en la roca dura 

roto el bajel despide at agua gente, 

aunque en vano procura 

moatrarBe conlciaier brazo diligente, 

preetando la esperanza, 

entre ñera tormenta sn bonanza. 
Caando el médico llega 

é, pronnnciar Bentenoia rigurosa, 

7 al enfermo le niega 

los horas d« la vida, ya dudosa, 

la esperanza suspende 

el fatal curso, ^dilatarle emprende. 
Entre et grillo j cadena, 

cuando aguarda su fin el condenado, 

le mitiga la pena, 

y engañando al dolor desesperado, 

la esperanza le alienta, 

7 en fnerza saya sd vivir sostenta. 
To, pues, i, qnien la snerto 

casi ha puesto el cuchillo á la garganta, 

y & loB ojos la muerta, 

pnes mi tormenta al cielo se levanta, 

con esperanxa vivo; 

de la esperanza s61o el ser recibo. 
Gomo el que despierta de nn snefi.o en qne re- 
presenta la fantaBÍa cosas agradables, tornó So- 
lier en al onando paró la voz de don Ricardo, y 
volviéndose & Inés, la dijo: 

— ¿Qné ea esto? ¿Qaé encantamento hay en 
esta pnerta? ¿Qaiéu ha traído este ángel en hu- 
mana forma? 



¡ouyk 



240 LUGO Y DÁVILA 

— ¡Ay, seUor mío! (respondió Inés); bien dice 
que parece encantamento el de esta nifia; y me- 
jor lo dijera á saber lo que yo sé. 

— ¿Qué sabéis?, replicó el viejo. 

— Como no lo diga su merced á nadie (reepon- 
dio Inés), yo se lo diré, jurándome lo mismo que 
yo he jurado, que es no sacarlo de la boca. 

Púsole á Solier mayor deseo la preflez de pala- 
bras con que le hablaba su jardinera; y asiéndo- 
la por la mano, la puso aparte, y, & pocos lances, 
le refirió lo que don Aicardo le habla dicho 
aqtíella mañana, si no con aquella propiedad de 
palabras, & lo menos con las que la vieja acertó 
á decir. 

Creyólo Solier de la misma suerte que la hor- 
telana, é hizo mayores admiraciones, ponderan- 
do los varios accidentes de la fortuna; j apar- 
tándose de Inés, j mandándola que le dejase 
hacer ¿ él solo, se volvió á contemplar á doa 
Bicardo, moviendo en Solier el objeto las pasio- 
nes naturales de modo que por largo rato estuvo 
como fuera de si; unas veces, dejándose llevar 
de la clemencia á que le forzaba el concepto que 
habla hecho de que Ricardo era mujer, y le ha- 
bían sucedido las desdichas de su cuento. Otras^ 
alentando á la voluntad el apetito movido con la 
hermosura de don Ricardo, de quien se enamoró 
en [Kico tiempo mucho; y otras, disponer entre al 
cómo llevársele á su casa, se fué para él hacien- 
do raido con las puertas y los pasos. Volvió dea 



ívCloi.i'íli: 



NOVSLA SÉPTIMA 241 

Ricardo & mirar qaién era, y parando la vista 
ei^ SoJier, el do esperado suceso le robó el color 
del roatro, restituyéndosele acrecentado la ver- 
güenza y la turbación de ver al viejo tan cerca 
de sí. Mas él, sin esperar á que hablase don Ri- 
cardo, dijo: 

— Señora dofia Bernardina: v. m. me conozca 
muy por criado suyo, y consuélese, que si la suer- ' 
te en su natural ne le mostré contraria, en el 
ajena se le muestra favorable. Yo soy el due&o 
de eata hacienda, que estimaré más que hasta 
aquí, porque ha servido á v. in, en algo, y aae- 
gnro, á fe de quien soy, que su trabajo ha llegado 
á condolerme lo que do acertaré é, decir. 

— Goarde Dios á v. m. (dijo don Ilicardo) para 
que muestre su nobleza con las personas tan afli- 
gidas de la desdicha como yo lo estoy; que bien 
parece v. m. oabailero en lastimarle una mujer 
doaamparada, sola, en tierra ajena, acosada de 
penas y casi falta de esperanza de remedio. 

— Eso DO estará v. m. (replicó el viejo); paos 
Qíoa ha quM'ido traerla donde yo pueda servirla; 
y para que entienda qne soy hombre de palabra, 
Qo quiero que duerma aquí esta noche; que es al 
&a OB campo sujeto á los desastres y riesgios que 
se podrían ofrecer; antes yo propio llevaré á T. m. 
á mi casa «i comp&Qia de Laura, mi mujer, tan 
hermosa y tan nifia como v. m. lo ee: allí agoar- 
d«rá á, 8u tío m&s segura, mis acompasada y 
mejor servida que en estas soledades; allí teaidrá 

TEATRO POPUl.AR ]6 



instrumentos y jardinda, donde, como ahora bus- 
caba en qué divertirse, allá puede hacer lo mismo. 

— Agradezco, señor (dijo Ricardo), tan honra- 
da oferta, qne aceptara á no ponérseme delante 
de los ojos dos iocoDveni entes. El primero, no 
hallarme mi tío eu la parte que me dejó; y el se- 
gundo, que no querría disgustar á mi Befiora 
doRa Laura; que en las mujeres, y más queriendo 
bien, poco es menester para engeudrar sospechas, 
madres de rigurosos cefos. 

— Ni lo uno ni lo otro (dijo Solier) debe estor- 
bar que y. m. se sirva de lo que la ofrezco; pues 
cuando venga su tÍo y sepa adonde está y el re- 
cogimiento y secreto de mí «asa (que podrá in- 
formarse de ello); antes á dicha que á yerro ten- 
drá que V. m. se halle en parte tal; y para dofia 
Laura, no sólo no será darle disgusto, mas lle- 
varla el mayor alivio que yo pudiera buscar & 
ini juicio, porque ya sea la mudanza de su patria 
(que es Zaragoza), ya la ausencia de sus padres, 
ya la demasiada soledad y encerramiento con qae 
yo he dispuesto su vivienda ó, á lo más cierto, la 
desemejanza que tenemos en los años, ella vive 
la más melancólica que puede imaginarse, y 
V. m., con su regalada voz y mucha destreza y 
con la igualdad de las edades, tengo por cierto 
bastará ¿ divertirla y alegrarla, teniendo tam- 
bién con quien comunicar persona do sus pren- 
das y la más hermosa y discreta qu6 habrá co- 
nocido. 

c.j.-.iMívt-loi.i'íli: 



A esta eeganda oferta no quiso replicar don 
Kioardo; antes la pagó con largos agradecimien- 
tos; y asi, aguardando la noche, vuelto el criado 
y la baca de Solier, en las ancas de ella puesto 
don Ricardo se halló, en poco rato, dentro de la 
6asa de su Laura y aun & sus ojos; porque Solier, 
apeándose á la entrada de Valencia, llevando á 
Ricardo de la mano, abriendo una puerta falsa, 
le entró basta el aposento de sa mujer, y apar- 
tándola á un lado de la pieza la dio cuenta de lo 
inismo que babla creído de la hortelana. Hecha 
esta diligencia, volviéndose á Ricardo, le dijo: 

— Reina, ya doña Laura sahe lo que yo de sus 
peregrinaciones y sucesos, y no está menos con- 
dolida ni ofrece menos: v. m. quede con ella én 
tanto que vuelvo de un negocio que voy á hacer 
ahora, porque á solas se comuniquen entrambas; 
que las mujeres mejor se entienden, y nosotros 
antes parece que las estorbamos. 

Y haciendo sus cortesías dejó Solier á Laura 
y Ricardo y salió de su casa. 

¿Adonde vas? (le pudiéramos decir}. Mira lo 
que dejas en tu aposento. ¿De qué te sirvieron 
las guardas? ¿Dónde está el licenciado Burgos, 
dragón del vellocino dorado? ¿Cómo no parlan los 
niilos? ¿Qué Uedea los enmudece? ¿Qué importan 
las diligencias humanas donde la suerte ayuda, 
y menos para guardar y reprimir los actos vo- 
luntarios? ¡Qué bien pudiera decir Laura á 
Solier; 



Guardas me ponéis; 
si yo no me gxtardo 
mal tae (tnardaráis. 

Parecióle S, don Eicardo saeño lo qiie vela, y 
i Lanra, que reconoció su rostro, no le parada 
menos. Estuvieron entrambos aguardando el ano 
que hablase el otro, hasta que don Ricardo, rom- 
piendo «1 BÍlencio, dijo ael: 

— No me admira, mi Lanra, ta suspeneión cre- 
yendo, por una parto, que soy una mujer de Cas- 
tilla, ¿ quién la fortuna trajo á tus ojos; y por 
otra, deBengañ&ndote elloB con mostrarte qoa 
soy un hombre & quien tú solías pagar lo que te 
quiere y ha querido. Yo soy Eicardo, á quien el 
amor ha ensefiado traza tan extraordinaria; yo 
soy el mismo que en Zaragoza paaó en tu comu- 
nicación flus primeros felices años, y soy el mis- 
mo amanto que entonces era. 

— ¡Ay (dijo Laura), y cuAn ajena estaba yo da 
que pudiese verte, mi Ricardo, A quien aseguro 
que no sé cu&l ha hecho en mi mayor afecto, el 
verte 6 el sobresalto del riesgo en que te has 
puesto! Porque te hago saber que mi marido «s 
la propia malicia y los propios cdos; y eí llegase 
á entender la verdad, tú y yo, desde luego, pt^ 
demos tragar la muerte. 

— ^Esono (respondióBicardo},puesyoteilgDmi 
vida tan cerca y iü quien sabrá salvar la tu^a. - 

En estas y otras pláticas estuvisron hasta qiis 
Solier, habiendo tardado como una hora, volvié; 

c.j.-.iMívt-loi.i'íli: 



NOVKI.A tÉPTIHA 346 

j en eate tiempo, Kicardo aseguró á Lanra qae 
él BB guiaría tan artiñciosamente que el viejo ea- 
tuvieae mny seguro y Laura no menos, satisfa- 
ciendo i las preguntas de su dama, y diciéndola 
que no se' sabría en Valencia la falta de su per- 
sona, paes dejaba en manos de su maestro Zaba- 
telo el desmentir los amigos y ooiiocidos con de- 
cirles que estaba en Barcelona en cierta holgura, 
y que & suH padres eutretenfa con algunas cartas 
escritas de su letra, genera les para los casos ordi- 
narios, y otras de mano Zabatelo páralos particu- 
lares, hechas sobre firmas que le dejaba en blan- 
co para el propósito. Quedó segura Laura, y So- 
lier entró. Trataron de la cena, y después de ella, 
bajándose á un jardia, pidió Solier á Ricardo, 
que, pues lo convidaba el silencio de la noche y 
la disposición del puesto, cantase algo; ponde- 
rando á Laura que era la mejor cosa que habla 
oído jamás, como si tuviera él tanta noticia y 
experiencia de lo que sabía don Bicardo; y ha- 
biéndose dejado rogar, templando las cuerdas de 
nn arpa que mandó traer el anciano, á ella can- 
tó Bicardo estos versos: 

De la pulida hoja, 
qne tan verde aolia 
ser al árbol adorno y compostura, 
al invierno despoja 
y & la tierra la envía 
ya falta da maticea j verdura. 

Mas no continuo dura; 
porque la primavera 



cCouyk 



la tierra egmcJta 7 borda de colores; 

& loa Arboles da hojas j flores, 

de quien el fruto espera, 

y frescas y olorosas 

viertan moBqaetaB, aznoenas, rosaa. 

Del erizado hielo 
el pajarillo haye, 
y las calientes costas va buscando; 
al sonoro arroyaelo 
dora prisión le inflaye 
sas fugaces corrientea atajando; 
mas va ei calor tornando, 
desata loa cristales 
que ana mArgenea ya pintadas riegan, 
y de alenria en crespas ondaa juegan, 
olvidando los malea; 
las avecillas tornan 
y con alas y voz al aire adornan. 

El labrador entrega 
el rubio y limpio trigo 
á la tierra, con mano franca y larga; 
y ya el crecer le niega 
el hielo an enemigo 
ya la aeoa le anuncia suerte amarga; 
maa poco el mal se alarga; 
desh&ceuae los hielos, 
ufano vuelve y claro verde alcanna; 
con él de nnevo viste la eaperansa, 
agua dan loa cielos, 
crece, grana dichoso, 
cógele el labrador, sale copioso. 

Al son de la cadena 
y del remo que boga, 
llora el cautivo sn enemiga suerte; 
auméntase la pena; 
en congojas se ahoga, 



ívCooiílu 



HOVBLA SÉFTIHA 2 

lamenta, desespera, pide muerte; 

maa presto se convierte 

ea golosa alegría: 

mira á la vista, qne un bajel cristiano 

da caza, aborda, rinde al del tirano; 

la tristeza desvia, 

rompe loa hierros luego, 

váee libre, hu^e el mal, cobra eosisgo. 

De circuios se enlaza 
y de ana densa nnbe 
sos laminareB va cubriendo el cielo; 
la roca le amenaza) 
crugiendo baja y sube 
el débil casco desde el cielo al suelo; 
mas este desconsuelo 
bonanza desbarata; 
mitlgause las ondas procelosas; 
vénse ya los estrellas Inminosaa, 
el velo se desata, 
y cuando llega el alba 
■ale el sol, ven la tierra, hacen la salva 

Ta de hojas despojado, 
sin flores esmaltadas, 
cual pajarillo, invierno fiero hnyendo 
al medio cnrso helado; 
las mi eses malogradas, 
su cadena y tormenta padeciendo 
me vi; mas fué volviendo 
la rueda presurosa, 
vestíme de hojas y de ñores bellas 
desatd los raudales, canté en ellas; 
creció ta mica dichosa; 
cautivo hallA el bien cierto, 
vi el cielo, salid el sol y tomé puerto. 

Canción, con nuevas alas, 
de ricas, nobles y argentadas plomas, 



cCouyk 



2í8 LUGO Y OAVILA 

de vuelo levantada, 

puedes ir remontada, 

sin qae ser las de f caro presnmas, 

paes niá« la jj^iu^a ignalaa, 

cuando de halcón seguriii 

sobrepaja las oiibea ea altura. 

Tan acordadamente cantd Ricardo esta can- 
ción, tanto agradó con ella á Soiier y Laura, qae 
& entrambos acabó de enamorar de aí. Laura en- 
tendiendo con verdad loa versos y Soiier acomo- 
dándolos á lo fabuloso, qne tenia por verdadero; 
y asi dijo: 

— Por cierto, señora, que parece que el poeta 
que escribió esta canción eu ella hizo pronóstico 
de que v. m. la había de referir en caao tal. 

— Estoy tan contenta (respondió Ricardo), que 
ya doy por bien empleadas todas mis penas y tra- 
bajos, que acertó el que dijo; 

Lo mucho, si poco cneeta, 
no puede tenerse en mucho. 

Razón que tengo experimentada; y como me 
cuesta tanto verme donde me veo, sé estimar la 
buena suerte que alcanzo, y asi busqué en la me- 
moria los pensamientos más á propósito del mió; 
y fué harto acertar, según metienen desacordada 
mis desdichas, con los versos que he dicho; que 
en verdad que se vieron algán día en la corte. 
— Así lo creo yo (dijo Laura), que á todo el 
mundo parecerán bien perfeccionados con tal 
voz y cara. 



ívCouyle 



— ¡Y qué bueno lo uno y lo otro!, dijo Solier. 

— Bastan lisonjas (suplicó don Ricardo), qoe 
parece ee conciertan vs. ms.; y yo me conozco 
y sé lo que aoy. 

£a estos eotreteDÍmioatos pasaron parto de 
la noche, hasta que á 8oller le llamó el cuello 
(qniz& ayudado); se fué & la cama, diciendo i 
Laura: 

— Amiga, por tu vida, que regales mucho á la 
se&ora doña Bernardina, y si gusta de estar aqui 
Bi&s gozando el fresco, la acompa&e» hasta de- 
jarla en su aposento, que es el del camarín de los 
vidrios, que aunque lejos de nuestro dormitorio, 
á propósito para el tiempo y que goza de buenas 
vistas. 

— Asi lo haré (respondió Laura); y pues os 
v&is tan presto, estimo la licMicia, pues he de oir 
otra vez y aun otras á la señora doña Bernar- 
dina; y como tan mozas, nos habremos de estar 
af^ún tiempo; que gustaré saber moy por me- 
nor sus cuidados y sucesos y de qué modo vino 
& esta tierra y casa, sin dada para consuelo mío, 
según be estado. 

— Haz tn gasto (dijo Solier), que el rufo es dár- 
tele; y más en cosas tan licitas como servir este 
¿ngel. 

— No tanto como eso, se&cw (dijo Laura); & fe 
que no qaerria pareceres en ser celoeo. 

— De confiada habla mi s^ora doBa Latirá, 
repHcó doo Ricardo. 



— Sí, señora; (respondió Solier); que, partién- 
dose del jardín, dejú solos á los dos umantea. 

¿Qué 88 esto, buen anciano? Un descuido tras 
otro. ¿No ves que don Ricardo es otro Hércules 
en forma de mujer & fuerza de su amor? ¿No ves 
que estás & riesgo que te roban la más preciosa 
joya que tienes? ¿No lo ves? Dormido vas, que no 
respondes. Causa que por m&s de dos horas, Bi- 
cardo y Laura, segaros, gozaron quietamente loa 
bienes del amor, alcanzando Ricardo el último fin 
de sus deseos y despertándolos de nuevo para 
gozarse las veces que lo permitiese la ocasión, 
no dejando perder ninguna los dos amantes en 
casi veinte días que estuvo quieta lá fortuna. 
Mas como se precia de uo permanecer en ou es- 
tado, y cuanto mayor ser menos segura, como 
dijo el ñlósofo; al mismo paso que iba creciendo 
con la comunicación el amor bu don Ricardo por 
su Laura, se abrasaba el viejo por su doña Ber- 
nardina, que en pocos días se vio con él en ma- 
chos aprietos para resistirle que no snpiese por 
fuerza sí era dolía Bernardina 6 don Ricardo, 
que tomó esto por motivo para no desviarse de 
Laura día y noche, y si tal vez Solier buscando 
medios le hablaba, respondíale: 

— Señor, mi honor y la lealtad que debo & la 
buena correspondencia de mi señora doña Lau- 
ra es poderoso inconveniente. 

iítm Solier, hallándose instigado, por una par- 
te de nuevas tibiezas de Laura, y por otra del 



ívCouyli^ 



objeto de su apetito á las manee y á la vista, 
nna ma&ana, qne entre otras se levantó deseoso, 
pareciéndole buena ocasión estar toda la casa 
entregada al sueño, abrió con su llave la pnerta 
del aposento de don Bicardo tan sin raido, c[ae 
no le sintió; miró Solier atentamente si dormía; 
reconoció qne si, y determinándose í ejecutar la 
brutalidad de en intento, llegó á la cama de Ri- 
cardo, levantó la ropa alborozado, y cuando ima- 
ginó hallar & do&a Bernardina, halló diferente 
persona, viendo que lo que tenia por mujer no 
lo era, sino varón perfecto, quedando con este 
engaño tan fuera de si y tan trasportado en los 
celos, que en condición y hallar hombre en su 
casa le cansaron, que tuvo lugar don Ricardo de 
despertar antes que Solier ejecutase ningún gé- 
nero de venganza. Despierto el mancebo con el 
sobresalto que pedia ocasión tan apretada, le- 
vantó los ojos y la persona á un tiempo, y So- 
lier le dijo; 

— Si tan desdichado he sido que habiendo 
puesto de mi parte tan extraordinarias diligen- 
cias para guardar y conservar mi honra no me 
aprovecharon, no me quejo de todo punto de la 
suerte, pues tengo ya en mi mano mi satisfac- 
ción. Dime quién eres antes de quitártela vida, 
pues quiero saber á quién doy la muerte; díme 
quién ha sido el cómplice en tu delito, pues no le 
pudiste cometer solo, para que asi sea completa 
mi venganza; acaba, ¿qué te turbas? Mas necio 



íXlouyk 



LUGO y CAVILA 



yo qne te pregunto lo mismo que te estoy acn- 
eando. 

— ¡Ay de mí! (dijo Ricardo hincado de rodi- 
llas en la cama). No eé por d¿nde comience, se- 
fior, á dar cuenta del ñu de mis desgracias. 
¡Hasta aquí pudo seguirme la fortuna, que no ae 
cansa de perseguir desdichados; hasta aquí se 
pudo ejecutar mi desdicha donde el último con- 
suelo es la muertel Que no debiera tener vida 
ea quien parece que hacen asiento cuantas ca- 
lamidades se pudieron inventar. ¡Fingiera á Dios 
qne nunca me librara mi tío del riesgo que me 
vi en Castillal ¡Pluguiera á Dios que primero 
que llegara á Valencia pereciera en manos de 
salteadores, pnea allí acabara con honra, y aquí 
obra maravillas en mí la naturaleza, para que 
en su opinión de v. m. muera sin ella! ¡Oh! 
[Pluguiera á Dios que primero de verme trans- 
formada de doncella, en hombre hubiera el alma 
desamparado tan triste cnerpol 

— ¿Luego mujer has sido?, dijo admirado Solier. 

—Sí, señor (respondió Ricardo); y mujer lle- 
gué í la. quinta y mujer me trajo v. m. & su 
casa, y en ella hará sólo tres días que se me 
fueron acrecentando las fuerzas y engrosando la 
voz (cual se puede haber advertido), y al fin me 
hallé transformada en hombre, ya sea por mila- 
gro, ya sea porque asi pueda suceder natural- 
mente. Esta es la verdad; ya he cumplido con lo 
que me pidió v. m. Ahora no dilate el qnitarme 



í,C<)üyl>j 



KOVBu stPTDu 253 

la vida; pues como inocente, le agradeceré el ser 
por cuya mano padezca martirio, atajando con 
este otros mayores, para que me debe de gnar- 
dar mi estrella. 

Dijo esto Hicardo tan en si y con semblante 
y acciones tales, qne Solier, admirado y confa- 
ao, quedó mado largo rato revolviendo varias 
imaginaciones entre sí para resolverse, hasta 
qne, por último, escogió la resolución de encerrar 
con llave & don Eicardo (quitándole la que te- 
nía) é informarse de hombres doctos y ñlósofos 
y médicos ai naturalmente puede volverse una 
mnjer perfecta hombre perfecto, porque alenda 
posible, no era justo dar la maerte á un inocen* 
te un hombre que estaba tan A loe ñuoe de loa 
^os y la vida. Ejecutólo asij cerró á don Ricar- 
do y salió á otra sala, diciendo: 

— Si asto puede suceder naturalmente, rae ha 
querido castigar DioB mi mal intoeto. Si 6i fin- 
gido, & tiempo estoy siempre para vengarme y 
para hacer lo mejor; no quiero decir nada á Lan- 
ra hasta aaber la respuesta que me den los que 
de esto pueden saber. 

Acabindose de vestir se taé á las escoelafl; y 
preguntando por el licenciado Salt, catedrático 
demedioina, varón doctísimo «i su ciencia y 
otras, se apaa'tó «on él y, habiendo pasado los 
comunes preánibulos que ha introducido el uso, 
le dijo: 

— A la fama de las muchas letras de v. m.. 



íXlouyk 



251 LUGO Y DÁVILA 

vengo á comunicarle un caso de los admira- 
bles de nuestros tiempos, y es qae en cierto 
]ug&r de Castilla me escribe na amigo mió qne 
una mujer (ó que & lo menos él la tenia por tal) 
en &a casa y servicio, he, menos de un mes que 
vive en ella, afirma qne, siendo hembra perfec- 
ta, ae ha vuelto varón perfecto. Y como en los 
hombres la prudencia es lo que más Ince (aun- 
que sospecha alguna grande maldad) , quiere, 
primero qne Ift castigue, informarse de perso- 
na tan docta como v. m. si esto puede suceder 
naturalmente 6 no; por lo cual le suplico lo estu- 
die 7 mire con todo cuidado, y para mañana me 
dé la resolución, de suerte qne yo pueda enviár- 
sela á este amigo; que no para otra cosa me bizo 
un propio, y por mayor eatisfacción estimaré 
que en mi presencia se ventile la dificultad en 
las escuelas. Estando v. m. en lo cierto que el 
trabajo que en lo uno y en lo otro pusiere, queda 
i mi cargo el servirle. 

El licenciado Balt respondió: 

— En Hipócrates me parece he visto algo en 
ese propósito, y en Galeno, Easis y otros muchos 
autores graves se ha de tocar lo mismo y de 
lo que nataralmeute puede suceder. Mas, pues 
V. m. gusta qne mañana en público yo diga 
lo que esto , alcanzare, hoy prevendré los oyen- 
tes y estudiaré el caso, que tiene mucho de cu- 
' rioao; y en lengua castellana, para que lo mismo 
que yo leyere en voz pueda v. m. remitirlo por 



ívCjOu-^L 



NOVELA SfcPTlHA 266 

eBorito, haré una lección en forma, y alli verá 
T. m-, si alguna dada hay (qae yo ofrezco ao 
dejar ningima), cómo se resnelve al poste. 

Oon esto partió algo contento SoUar, y más ad- 
mirado qne antes llegó á sa casa, donde ya don 
Ricardo, por entre la paerta, Hendiendo, romo 
siempre, Laura, á verse con él, en tanto qne sn 
marido eetaha fuera , la había dado aviso de 
todo lo qne pasaba, para qne asi estuviese pre- 
venida. Y fué bien menester, porque en el ca> 
mino de las escuelas á sn casa fabricó una mali- 
cia, que fné, en llegando, entrar á Laura en on 
aposento y, encerrándose con ella y sacando una 
daga se la puso á los pechos, amedrentándola & 
que dijese la verdad de lo qne Kabla con aquel 
mancebo que en forma de mujer él mismo trajo 
á su casa, añrmando que ya él había confesado 
que, por gozarla, se puso á tan nuevo modo de 
riesgo; mas Laura, que sabía lo cierto de boca de 
don Bicardo; y que, como discreta, estaba en si, 
para acertar á satisfacer en tan apretada oca- 
sión, se hizo la desentendida del suceso y mostró 
valor tal que Solier la creyó que no sabía nada, 
concluyendo la plática con pedirla mnchos per- 
dones y contarla cómo la que él tenía por dofla 
Bernardina era hombre, y qne él mismo lo había 
visto por sus ojos, entrando aquella mañana en 
sn aposento por hallarle abierto y estar la que 
tenía por mujer durmiendo inconsiderada y aun 
de shooestamente . 



¡ouyk 



256 LUGO Y DAVILA 

Laura entonces, trocando en quejas y opro* 
Imos las satis faocioDes, se mostró celosa j agra- 
viada, j Solier, qne la hacia amenazas, la pidió 
perdones. 

Pasó dcm Ricardo aqnel dí» y noche «a sn «□• 
cerramiento, donde, en presencia del mismo So- 
lier, una esclava, de qaion se qniso fiar, le dio la 
comida y cena. 

Apenas el catedrático Salt hobo propuesto ea 
sa general lo que habia de hacerse al otro dia, 
cuando se divulgó por todos, 7 llegando i >o- 
tieia de Zabatelo y sabiendo qne era Solier el 
interrogante, discurrió «1 el riesgo de don Bi< 
cardo, y así se fué al licenciado Salt, á qnien 
previno con muchas curiosidades qoe, cono 
tan docto, tenía vistas é& la materia, coma- 
iú«¿ndoae en ella los dos. Llegó el día seña- 
lado, viso Soliw á la leocübi, y á la fama, casi 
todas las escuelas; subió ¿ la c&tedra el licenciar- 
do Salt, prestándole ánimo y elooneneia tan In- 
cido auditorio, i. quien dijo así-. 

— Sa&ores: Hoy (cwno previne á vs. ms,), in- 
twTumpiendo la materia preferente qne voy tra • 
tando, tengo de leer em lengua castellana (por- 
que así conviene) cómo puede suceder, natm- 
ralmsiite, que una mujer se o«tvierta en varóa, 
pasando d« un sexo al otro y gozándolos cen 
pffl'£eoción entrambos. La opinión que golH'e esto 
tunen Galeno, en los libros del nao de las partes 
y de anatomía, Hipócrates, Avicena, Basís 7 



otros machos, asi de los antignoe oomo de los 
modernos, es que, naturalmente, puede suceder 
y ha sucedido, en diferentes partes y tiempos, 
que de mujeres se han vaelto varones. Y asi Har- 
tín Delrío, enaus Disquisicionet de las mágicas, 
en el libro 2, en la cuestión 22, dice: «Que he- 
chos varones de mujer, leemos muchos*. La raz¿n 
natural disputa Hipócrates en el libro 6 de sus 
£^idemias; y con su opinión parece que se con- 
forman los m&s de los antiguos y algunos de loa 
moderaos, diciendo que el hombre no difiere de 
la mujer sino en cnanto tiene sefiales fuera; y 
que asi, no está oscura la razón de tales trans- 
formaciones, porque la mujer es casi monstruo 
y lo mismo que varón imperfecto. Y como la na- 
turaleza siempre desea lo que es mejor (oomo 
enseüa Aristóteles, libro 2 de las Genéracione» 
y corrupción), perfeccionando cou las partes ne- 
cesariaade calor los cuerpos (asi antes de nacer 
«orno después de nacidos), y apareciendo las se- 
' nales fuera, sucede mudarse de hembra en varón; 
y aún hay quien a&rma (como trae Fragoso) que 
muchas veces ha hecho naturaleza una hembra 
y lo ha sido algunos meses en el vientre de su 
madre, y sobreviniendo copia de calor, quedar 
hecho hombre; y que los tales se conocen después 
en ciertos movimientos que les quedan, para va- 
rones, indecentes, porque tienen la voz blanda y 
melosa y son inclinados & obras mujeriles; y, por 
el contrario, tiene hecho lernatnraleza un varón, 

TÍATRO POPULAR 17 



y aobreviniendo frialdad, qaada hecha hembra, 
que ddspnéa se conaceu porqne las JUGÜiiacioiieB 
y accionee de éstas son varonileB. Y la oaasa de 
tales efectos es porqae el caloi' dilata j «nsau- 
cha todas las cosas, y el fdo las detiene, revaelvA 
y encoge, y asi esoonclusiún de médicos y filoso. 
foB que si la materia es fría y húmeda, sale hem- 
bra, y siendo caliente y seca, engendra varón. 
Andreas Laarencio (libro 7 de su Historia 
anatómica), concediendo que se puede hacer la 
transformación de hembra en varón, disiente lo 
dicho y da diferente causa, á que se llega Martin 
Delrío en el lugar citado, y ambos dicen qae la 
naturaleza no menos atiende á la generación da 
la hembra que del varón, considerando al uno y 
al otro como animales perfectos; y- el decir lo 
contrario, ser indigno al filósofo; porque la na- 
turaleza (como ense&a Aristóteles en el libro 7 
de Loí animale») todo lo que hace es según or- 
den y, supuesto que la hembra es tan necesaria 
como el varón para conservar las especies huma- 
nas, no se puede considerar que sea casi moos- 
truo; además que no es sentir como se debe de la 
formación de la primera mujer, la transforma- 
ción que se hace de hembra en varón (que aa 
cierta y ha sucedido muchas veces), lo que la 
causa es, que por falta de calor, habiéndose for- 
mado las sefiales de hombre, se están encogidas, 
que no parecen, y después con la edad, aumoi- 
tándose el calor y perfeccionándose, salen faera 



„8lc 



HOTKLA SÉPTIMA 369 

7 ae manifiestai), quedando de hembra qne antes 
era, hecho varón perfecto. 

Uas, ora eea la una ó la otra opinión la cier- 
ta, porque entrambas tienen razones de sa parte 
y no vengo & disputarlas ni resolverlas, sino á 
mostrar que el mudarse de hembra en varón no 
es faboloso, como dice ; muestra Flinio en el li- 
bro 7 de su Natural Historia, capítulo 4; y 
pues sejjTiin la doctrina de Aristóteles en el li- 
bro 1 de la Metafisica: *ía experiencia es «1 
Conocimiento de los singulares y el arte verdade- 
ra de los nniversalesi. Por ella, como maestra de 
las cosas (cual prueban los jurisconsultos), me 
tengo de regir, probando mi proposición con 
ejemplos, aunque me alargue; porque, como dice 
el filósofo, en el libro 10 de los Éticos: <M¿8 
prueban los ejemplos que las razones.! 

IjOS gentiles (como refiere Antonio Liberal en 
el libro 2 de los Alterados de Nicandro), atri- 
bula á milagros de sus dioses muchas de las 
obras maravillosas de la naturaleza; y entre 
ellas mudarse de hembras en varones, y asi traen 
para comprobación qne Hipermestra fué vendida 
por eeclava siendo mujer, y después, mudada en 
varón, se dio su precio á los dioses; y que Hi- 
proeta Cretense, como la viese lavando Minerva, 
fué hecha varón, y que Leucipe, hija áe Oala- 
tea, mereció nombre de Leucipo por haberse mu- 
dado de hembra en varón, por beneficio de La- 
tena Festia. 



Mas como Iob médicos y los filósofos, escadri- 
íladoreB de la naturaleza y de la experiencia, co- 
nociesen, por las causas y los efectos, que era 
posible el hacer transforma cioues quitando Is 
admiración milagrosa, observaron en semejantes 
casos la natarale^a solamente; y así Hipócrates, 
en los lugares citados, refiere de Piteo que en el 
primer tiempo de su edad era mujer apta á tener 
hijos, y estando vecina al parto desterraron i sn 
marido; habiendo estado muchos meses sin él y 
sin sn costumbre, se le volvió el cuerpo de varón 
velloso, le nació la barba y la voz se le hizo ás- 
pera. Lo mismo dice qae le sucedió en Tasso & 
Namiaia, mnjer de Oorgipo, y Plinio, en el Ingar 
apuntado, dice: (Hallamos en los anales, siendo 
Pablio Licinio Craso y Gasto Longino, cónsules, 
que Gasino, de doncella, fué hecho varón, estan- 
do bajo el dominio de sus deados>. Y en el mis- 
mo capitulo afiade qne Licinio Muciano vio é, 
Aresconte de Argos, cuyo nombre fué de Area- 
cusa qne, como se casase, bb transformó en va- 
rón y tuvo barbas y virilidad y tomó mujer. Da 
la misma suerte o'tro muchacho de Esmima, le 
vio el mismo Licinio, y concluye Plinio, con que 
él propio vio mudado de hembra en varón, el día 
de las bodas, á Lelio Conficio, ciudadano Trisdí- 
tano, que vivía al tiempo que escribía bu histo- 
ria; que este ejemplo, cuando no hubiere otro» 
bastaba, como dice A. Gotlio (en el libro 9 d» 
flus Noches Áticas, capitulo 4), para desterrar 

cíi.-.imívCjOU'^Ii:- 



oualqaier duda, pues Plinio dice qae lo vio, 
siendo autor de ingenio, de autoridad j dignidad 
tan grande. 

Uaa yo no quiero, pues hay tantos ejemplos de 
qne valerme, contentarme con tan poco. Yamos 
4 Tito Livio, que en el libro cuarenta y dos de 
nos Déc€idaa dice lo mismo que Sipócratea de la 
mujer de Oorgipo de Otraspolitana. Pbeleion, 
libro primero De MirábilibtiB, dice que una don- 
cella de Esmirna, cuyo nombre era Filita, como 
la casa'sen, trayéndola sus deudos para entre- 
garla á su marido, la hallaron varón, y que lo 
era; y el mismo escribe que en Laodioea, que es 
en Siria, 6, quien los hebreos llaman Rámatha, 
y hoy loe surianos Liche, ó Liqne, una mujer 
llamada Etheta, después de casada se transformó 
en varón, cuyo nombre fué Eteto, presidente en 
¿tenas, siendo cónsules en Boma Lelio Samio y 
Eliano el Viejo. 

Y acercándonos & nuestros tiempos, porque no 
todo sea antigüedad, Fulgoso, en el libro prime- 
ro de ans Ejemplos, cap. 6, dice que reiuaudo en 
K&poles Femando I, Ludovíco Guarna, oiudada- 
no de Salemo, tuvo cinco hijas, de las cuales las 
doa mayores, que se llamaban Francisca la una 
y la otra Carolea, ó Cartas, llegadas que fueron 
& los quince atLos, ambas 8e transformaron per- 
fectamente en varones; y mudando el hábito, se 
nombraron el uno Francisco y el otro Garlos. 

T el mismo Fulgoso refiere que en tiempo del 



ívCouyk 



propio rey Fernando, una doncella de Ebali, 
deapnés de cnatro afios que estuvo prometida 
por esposa, la noche que la entregaron á an ma- 
rido 7 durmiiV'Con él, al otro día apareció varóa 
perfecto; y mudando el hábito como tal, poao 
pleito al que había sido su marido, por la dote. 

T Joviano Fontano cuenta, en su Historia Na- 
politana,q\ie una mujer de un pescador deGluetft, 
después de casada catorce afios, se volvió varón; 
y otra, cuyo nombre era Emilia, casada con An- 
tonio de la Espensa, ciudadano de Ebali, trari 
doce afios de m&trimonio, se mudó en varón, y 
descasándose, tomó mujer, y en ella tuvo hijos. 

A esto añade Goccio Sabélico, en el libro 9 de 
sus Ejemplos, otro aún más admirable, diciendo 
de otra mujer que habiendo parido un hijo de su 
marido, se transformé en varón, y se volvió & 
casar con otra mujer, y en ella engendró y tnvo 
hijos. 

Antonio de Torquemada afirma qne un gran- 
de amigo suyo, de mucha autoridad y crédito» 
le refirió que en un lugar cerca de Benaven- 
te, en Castilla, una mujer de un labrador dft 
mediana fortuna, como no agradase á su mari- 
do, por ser estéril, la hacia mal tratamiento; y 
á esta causa, lo salió una noche huyendo con tui 
vestido de un criado suyo, y en hábito de bom- 
bre como tal sirvió i varias personas; y después 
de algún tiempo, ora faese el calor, en ella tan 
eñoaz, ó tan fuerte la imaginación (confirmada 



¡ouylij 



coD tan contínno neo del h&bito viril), se halla 
transformada en varón perfecto; y la qae había 
sido casada como majer, s« casó con otra majer 
como varón, callando siempre el saceao, hasta 
que viniendo á los ojos de su marido, y viendo 
tan semejante en rostro á la mnjer que se le 
hny¿, la dijo sí por ventara era sn hermano, y 
entonces le respoadió la verdad de lo que había 
pasado por ella. 

Y Jnan Fragoso, médioo y cirujano del rey 
Felipe II, en la segnnda parte de su Oirugia, 
cuestión 2, afirma que en su tiempo una monja 
de cierto monasterio de Madrid se convirtió en 
hombre alzando nn gran peso, y se llamó des- 
pués Rodrigo de Montes; y habiendo recibido 
después órdenes sacros, fué fraile dominico. El 
doctor Feramato afirma semejante transforiüa- 
ción de otra mujer en Córdoba. 

Y últimamente, hace indubitable esta verdad 
el suceso de doHa Magdalena Muñoz, monja en 
el monasterio de la Coronada, de Ubeda, qne 
Bieado mujer perfecta, al cabo de muchos a&os 
de religión, haciendo fuerza y ejercicio traspa- 
lando cantidad de trigo, arrojó la naturaleza, 
con la adquisición del calor, miembros viriles, 
de modo que hoy vive varón perfecto, y apto 
para casarse, y se llama Oaspar Mnfloz; caso 
tan reciente, que no tiene más antigüedad que 
desde cinco ds Octubre de mil seiscientos diez 
y siete. 



íXlouyk 



2i>i Luuu y DÁviLA 

De manera que la experiencia nos muestra 
que QO sólo ea posible que nataralmente ee trans- 
forme nna mujer en varón, mas que sucede elacto 
muchas veces, y ha sucedido eu todos los tiem- 
pos; y si en alguno se tuvo algo por fabuloso, fué 
porque los poetas lo trataban á su modo, como 
se ve eu la f&bala de Scitbon, referida por Ovi- 
dio, en el cuarto de sus Metamorfos., con cayo 
ejemplo de transformarse ya en varón, ya en 
hembra, & su querer, quiso mostrar que la vehe- 
mente imaginación hace semejantes efectos; y 
asi dice: 

Ni hablaré de la naturaleza 
que Sci(hon tuv«, con que aoihigiiameute 
era & veces varón, á veces hembra. 

Y el Ariosto, en la fábula de Bícardeto y 
Flor de Spina, da á entender casi lo mismo. 

Y porque los demás casos, ael fabulosos como 
ñlosóücos ó históricos, resume en su epigrama 
Auaouio, excelente médico y poeta, dejando la 
versión latina, pues los medianamente leídos no 
la ignoran, la reñero en castellano, con toda la 
precisión que á mi ver permite la lengua, corres- 
pondiendo un terceto español & un dístico latino; 
dice así: 

Eu el valle de Baña (cosa clara, 
digna de creer apenas al poeta, 
mas de la historia la verdad se aclara], 

convierte un ave macho en iraperfecta 
eepeoíe íemenina sa semblante. 



ívCloni^lij 



NOVELA SÍ í TIMA 366 

y de aa pavo, una pava Ten perfecta. 

El monstrao admira á todos, maa triunfante 
nna ovejaela blanda oonvartida 
ae ve en cordero tierno en nn instante. 
¿Qué? ¿A novedad la eapecie conocida 
necios tenéis? ¡Por dicha no halléis leído 
los versos d« Naaon con que o» csnvida? 

Oonans Batnmio & Cene» ha convertido, 
y Tireaias (también i, Ovidio cito) 
qne de cnerpo biforme, ambiguo ha sido. 

8A1 macis fuente vid é. Hermafrodito 
semivarón. Que Plinto vid presente 
caear cual hembra al Andrógino, ha escrito. 

Ni de antifcaoB aún basta; en Benavento ^ 
nn lagar en Campania se ha mostrado 
nn mancebo doncella de repente. 

No qniero de la fama anCorizado, 
testificar con viejos documentoa: 
yo en hembra, de varón me he transformado. 
Ahora, puea, mirando t«do el epigrama (como 
dice Martín Beirio), hallamos que de todoB los 
ejemplos que reñere, sólo en el segundo y en el 
penúltimo distico trae que de varón en hembra 
haya habido transformaciones históricas, porque 
si notamos el ejemplo de la ovejuela, dice qne se 
volvió en cordero tierno, y pasando á las fábu- 
las, la primera qne toca es la de Ceneo; h&celo 
en solo nn verso de no peque&a dificultad, di- 
ciendo: 

Censas Saturnio á. Ceneo ha convertido. 
Y la fábula, como se colige de diferentes laga- 
res de Ovidio, y del sexto áa la Eneida, de Yir- 
gilio, y de otros poetas, fu¿ aei: 



ívCoi.i'íli: 



cCeneo iaé hijo do Elato en Tesalia; y como 
fuese mujer hermoaisima en aus primeros aKos, 
Neptuno 86 enamoró de ella; y thabiéndola goza- 
do, la pagó en transformarla en varón, 7 asf la 
que como mnjer so llamó Cenea, come hombre 
se llamó Ceneo. Dióle Nepttino propiedad de 
que no pudiese ser herido, y siendo despaéa ca- 
pitán de los Lapitaa, por él se movió guerra con< 
tra los Centauros, y allí murió (como dice Ovidio) 
colgado de un ¿rbol y acabándosele el aliento» . 
Y 08 do advertir (aunque algo fuera del propósito 
para entender el verso de Anaonio) qae llamó & 
Neptuno, Dios Conans, de la generación Satur- 
nia, por aer hijo de Saturno y estarle en Koma 
dedicados los juegos Consualea, hechos en me- 
moria del rapto qne hicieron los romanos de las 
doncellas Sabinas; y en estas fiestas llamaban & 
Neptuno Oonsna, que ea Ij mismo que Dios de 
consejos. Pasa luego el poetft & la fábula de Ti- 
resiaa, y dice: 

Y Tireeias {también i Ovidio cito) 
que de cuerpo biforme ambiguo ba sido. 

La fábula colegida latamente de Ovidio en el 
libro 3 de sus Metamorfoaeos , y de Estacio 
Papinio, libro 10 de su Tebaida, y de Homero 
en el 11 de la ülisea, es asi : 

piresias fué Tebano, adivino é hijo de Pe- 
neto; pues como viese dos varones conjuntos, 
observando y mirando cuál era la hembra, la 



ívCloi.i'íli: 



HOVBLA SÉPTIMA S67 

mató, y apenas la hnbo dado muerte, coando ae 
halló ooavertido en hembra, y al cabo de siete 
afios, volviendo por aquella misma parte, se leí 
restituyó su forma de varón, dando á entender 
con eato los poetas qae en los Hermafrodítos, 
como tienen de entrambos sexos, cuando preva- 
lece el uno (por la cansa que da Andreas Lau- 
rencio) se encubre el otro, 7 asi unas veces son 
tenidos por muieres, y otras por hombres. 

De este Tireaiaa, escribe Estrabón que su se- 
pulcro estaba en Tilphosio, monte de Beocia, 
junto ¿ la fueute Tilphosa, donde hníáo, murió 
el día propio de su nacimiento, y allí los ciuda- 
danos de Thebas le ofrecieron sacrificios, de 
donde se colige no ser toda fabulosa la historia 
de Tiresias. 

Toca tras ésta el poeta la fibula del Herma- 
frodita y la fuente SUmacís, en el libro 4 de 
sus Metamorfoeeof, y dice Ansonio ; 

S&lmaoiB fuente fué al Hermaf rodtto 
gemivarúa. 

La fábula es ésta: Hermafrodito fué hijo de 
Mercurio y Venus, hermosísimo; el cual, andan- 
do en Caria, llegó cerca de la fuente Sálmacis, 
que se enamoró de ¿1; y no pndiendo por megoe 
ni diligencias traerle k su deseo, bafiindose en 
ella se abrazó con él la ninfa, á quien resistió 
lo que pudo Hermafrodito, hasta que los dioses, 
por ruego de Sálmacis, formaron de ella y él un 
cuerpo. 



ívCouyk 



Y porque la transformacián del Andrógino de 
Plinio ya queda apuntada, resta sólo de dificul- 
tad ai podrían ser verdaderos los otros ejem- 
plos de Ausoaio; que de pavo pava y de manoe- 
bo doncella se hayan visto, lo cual, cerno resuel- 
ve Martín Delrío doctamente (fundado en la opi- 
nión de Andreas Laurencio), no es creíble; y si 
algo de este caso lo paede ser, se entenderá for- 
zoso como he dicho, excediendo un seso á otro y 
ocultándose el quo, en tanto qne el otro preva- 
lece, como se ve en la liebre ó en la hiena, de 
quien dice Ovidio que unas veces usa de ma- 
cho, y otras de hembra, alternándose á veoes 
de tal modo, que ya es hembra, ya es varón la 
hiena. 

De todo lo cual concluyo que mudarse de 
hembra eo varón, es natural y verdadero; mu- 
darse, por el contrario, de varón en hembra, 
como de sí dice Auaonio; 

Yo en hembra, de varón me he transformado, 
es bernardina y fábnla, y por tal la tenga todo 
hombre cuerdo. » 

Con esto se bajó de la cátedra el licenciado 
Salt, quedando Solier (qne atentísimo había es- 
tado) satisfecho de que naturalmente se habia 
vuelto su Bernardina varón, sin reparar en la 
malicia de las postreras palabras del catedráti- 
co, donde agudamente le dijo la verdad. Llegó 
Solier á Salt, y tras darle las gracias, le dio ana 



ívCouylc 



joya; y despidiéndose, se volvió & su casa, dond» 
luego contó i Laura lo que le había pasado eo 
las escuelas, que fué harto bien recibida nueva 
y no menos de don Ricardo, & quien Solier pedfa 
muchos perdones de su atrevimiento. Ricardo se 
mostró agradecido y le pidió le volviese á su 
quinta, por ser ya tiempo que su tfo viniese; y 
hecho asi, el maestro Zabatelo, que no se des- 
cuidaba, vino aquella misma noche & la quinta, 
y llamando í la hortelana (que lo ignoró todo), 
la preguntó por su sobrina, mostrándose conten- 
to de haber negociado bien y agradeciendo; pa- 
gando á Inés el hospedaje, volvió á don Ricardo 
& su casa, donde asistió á sus estudios, y no mu- 
chos días; porque Solier, en quien hizo presa la 
imaginación de que Dios le habla querido casti- 
gar, mudando en varón una doncella & quien él 
pretendió quitarla honra, cometiendo no sólo tan 
grave pecado, mas el de adulterio y sospechas 
después contra Laura, le creció de estos pensa- 
mientos tan profunda melancolía, que le dio en 
breves días la muerte. En ella dejó á Laura 
(qne snpo ganar la voluntad como tan discreta) 
lo más florido de sn hacienda quedando por pa- 
trona de algunas memorias honradísimas qne 
dejó fundadas. 

Eln viéndose libre don Ricardo del estorbo qne 
le hacía Solier, dando cuenta & sus padres de sn 
deseo, y de la mucha riqueza de que ya era se- 
ñora Laura, alcanzó de ellos, con mucho gusto, lí- 



ívCouyk 



2TO LUGO Y DiviLA 

oenoia para oaearee con ella, como lo liizo con el 
mayor aplaoao qae paede pintar la imagmacidn, 
dando principio los dos amantes al goiarse «n aa 
buena f ortona , y yo fin en esta acción á explicar 
la epigrama de Ansonio. 



NOVELA OCTAVA 



De la juventud. 



Eosftfia cómo han de ser los amigos 7 de oa&uto 
proveclio son sabios en todas las dificultades; cómo 
es acto generoso hacer beneñcioa, ain mirar otros 
fines m&e qae hacerlos y el bien que de esto resul- 
ta, y cn&n digno de alabanza es el agradecimiento 
y cómo los casamientos que llevan la mira á, solo 
interés, annque haya sobra de bienes, tiene pen- 
sión sn felicidad por otros caminos, y en todo se 
muestran loe alectos conforme á las personas y & 
las adades. 

Barba, comceque, 
Canitiae posita ntgrum rapuñre colorem 
PtíUa fugit maeÍ4S, abeunt pcdlorqut; fitttsque, 
Adiectoque eav<e suppleiaur corpore ruga, 
Membrae; tujuriant Aeton miratur, et olim 
Ante quaUrdecies nunc se reminiscüur aano». 



íXlouyk 



Efli 



!/aTOS versos de Ovidio, referidos en la fábula 
de Uedea, tratando de la recnperacióii de la ju- 
ventud que tizo en Eaon, dieron por largo rato 
motivo á largas dísputaa entre los trea amigoa, 
dificnltando que por medios natorales ee pudie- 
se recuperar la fuerza y lozanía de la edad flore- 
ciente & la flaqueza, descaecimiento y carga que 
trae la decrepitud consigo, hasta que Celio, & 
quien tocó aquel dia la resolncióii de lo qne se 
tratase, dijo: 

— A no haberse comenzado por Fabio la- dispu- 
ta, es cierto qne pudierais atribuir i negocia- 
ción mia el caer la suerte en los versos qne di- 
ficultamos; pues me hallo prevenido del m&s nue- 
vo caso que & mi juicio pueda hallarse para mos- 
traros al cierto (¿ vuelta de otras cosas) cnanto 
puede ensefiar la experiencia, la curiosidad y el 
desengaño que pueda sacarse de materia tan 
poco trillada y diñoultosa, como si es posible que 
naturalmente se le pneda restaurar al hombre el 
húmedo radical para que, hallándose con los mu- 
chos años corvado, titubeante y sin fuerzas, en- 
flaquecidos los miembros, perdidos los dientes, 
blanqueando cabello y barba y arrugado todo, 
trueque estos efectos propios á la vejez en vol- 
verse lozano y brioso, ágil y fuerte, trocándose 
las canas en el color que antes tenia el cabello, 
adquiriendo la dentadura perdida y las dem&a 



íXlouyk 



NOVBLA OCTAVA 273 

pturtea cine son propias de )a jorentad. Estad 
atentos, qne 8i U novedad puede traer deleite, 
parece qae le ha de tener este caso. 

En Sevilla, oindad tan conocida y noble de Eb- 
pafia, que no tiene menos antigüedad que la de 
sus primeros pobladores, después del universal 
diluvio, hubo dos mercaderes, el nno llamado 
Fadriqne y el otro Plácido, nombres á mi ver 
atribuidos para con libertad hablar en el suoe- 
so, porqne los verdaderos yo hs inquirido que 
fueron otros. Eran tan parecidos y semejantes, 
qne, según el hablar común, la naturaleza pa- 
rece qne los había hecho en un molde; porqne la 
estatura, la disposición, el modo de hablar, los 
ademanes, el rostro y lo demás era tan nno, que 
á no distinguirlos las edades, porqueFadrique era 
hombre de más de cincuenta años y Plácido de 
dieciocho ¿ veinte, nadie por la vista pudiera afir- 
mar quién fuese el uno ó el otro; cuya experien- 
cia hicieron muchas veces con retratos de la in- 
ventad de Fadriqne y el rostro de Plácido; ycote- 
jando los retratos y él hombres peritísimos en la 
pintura, afirmaban que de aquel original se sa- 
caron aquellos traslados y no de otro; y todos 
tenian por imposible que hubiesen nacido dos 
hombres tan semejantes en todo, si no los des- 
engallara verlo por los ojos; y con razón se pue- 
de dificultar semejante obra de naturaleza á no 
haber prevenido el desengaño tantos ejemplos 
así referidos por historiadores fidelignos como 

TKATRO POPULAR H 



274 LUCO Y DÁVlLA 

tocados con las manos y vistos con los ojos. 

Valerio M&ximo, entre otros, nos trae ¿ Pom- 
peyo Magno y Urecio y Publicio Libertino, que 
mudados las Testiduras de los anoa j de los otros, 
i Pompeyo le podían hablar por ellos y & ellos 
por Pompeyo, porque en nada diferenciaban. 

Plinio también nos refiere aqnel ejemplo ad- 
mirable de dos muchachos, nno Syro y otro na- 
cido tras los Alpes, tan parecidos, que los ven- 
dieron Á Marco Antonio por mellizos, y viendo 
qae hablaban diferentes lenguas, agraviándose 
qne le hubiese llevado qaieu se lo vendió excesi- 
vo precio, replicó advertidamente qne más le me- 
recían, paes á ser de un parto y ana patria no te- 
nía tanto de admirable como siendo de diferentes 
padres y nacidos en tan apartadas regiones; y 
para no cansar al que dificultare esta obra de 
naturaleza, tan coman en todos tiempos y partes, 
lea á Valerio Máximo, lib. 2, cap. 15; á Pli- 
nio, lib. 7, cap. 12; Al Cardano, de Varietate re- 
rttm, lib. 8, cap. 45; Cicerón, lib. i, q. Acade; 
Luis Vives, lib. 21, cap. 8; Snidas, tn Ámoni,; 
Plutarco, en las vidas de Antonio, de Pirro y de 
Antioco; Justino, lib. 1; Solino, cap. 4, y otros 
muchos. 

Y supuesto que estos dos mercaderes fnesen 
tan semejantes como propuse, pues á declarar 
sus nombres y apellidos no fueran menester 
para muchos los ejemplos que he dicho; y ya 
porque, como dice el filósofo, el semejante es ami- 



ívCouyli: 



NOVELA OCTATA 276 

go d« BD semejante, ya porque la comTmicftoión, 
el oficio 7 la calidad de lae personas, siendo tan 
q^ales en todo, conociesen sabiamente qne lo 
qoK conserva la amistad es la igualdad, como 
enaelia Dton Cáelo, diciendo en su Historia Ro- 
mana: «Así vale la amistad á cualquier hombre; 
mas donde el uno al otro sobrepuja, allí en ei in- 
ferior se promueve la envidia y en él se ve per- 
seguir el odio; y de tal manera sucede, que des- 
pués, como el uno se indigne del inferior & si y 
el otro se ensalce á mayor grandeza de la amis- 
tad tenida, se viene á las enemistades y las dis- 
cordias.* 

Palabras, cierto, dignas de estar en la me- 
moria siempre y avisos muy para estimados en 
estos tiempos y más eo la corte, donde- el ofi- 
cial (Quiere tratarse familiar con el caballero y 
el caballero con el principe, cansa qne lo qne 
debiera ser verdadera recíproca voluntad se 
taiieca en artificio, experimentando aquella mo- 
ral sentencia: «No son amigos todos los qne blan- 
damente hablan 6 simuladamente se qnieren ha- 
cer benignos, qne debajo de aquella miel está 
escondido veneno, y debajo de lo que parece qne 
es honraros, est& vuestro menosprecio*. Bien lo 
sintió cierto hidalgo prudente, i, quien un sefior 
pregunté qué amigos tenia en la corte, respon- 
diendo qne ni picaros ni príncipes; éstos por no 
estar siempre al riesgo de que le desestimasen, 
y aquéllos por no pagar con tan vil moneda & 



276 LUCO Y DÁVILA 

quien, aunque fuese mintiendo, lee habla de dar 
el precioso nombre de amigos. 

Todo esto parece tenían delante de loa ojoa 
Fadriqae y Plácido, conservando su amistad, sin 
que el uno ni el otro variasen en tenerla con los 
que eran de diferente calidad y profesión. Púso- 
les la fortuna, parece que de acuerdo, ¿ estos 
dos amigos por objeto una mujer tas termos» 
que, por no agraviarla, remito al lilencio la pin- 
tura que pretendiera hacer de sn macha belleza. 
Los años eran quince; la discreción y prudencia 
adornaban perfectamente á Inés (que este era el 
nombre de esta dama), tan querida de nuestros 
Pl&cido y Fadriqne, que se vela cuan bien cono- 
cidas tenían sus muchas partes. 

A los principios de sus intentos no se declara- 
ron el uno al otro; mas no consintió la verdadera 
amistad el secreto, porque todas las cosas de los 
verdaderos amigos son comunes (según la regla 
del filósofo;; rompieron el silencio, diéronse parte 
de sus pasiones, y conocida por una misma la cau- 
sa, tras muchos discursos, eligieron poner en mar 
nos de Inés y sq madre (que padre ya le faltaba) 
el ñu de sus deseos, concertando qne, para no 
romper con celos su amistad, el que saliese ex- 
cluido dejase la patria y en ella al poseedor de 
tan buena fortuna; y en esto acordes, hicieron 
sus diligencias, procuraron informar de sn jns- 
tioia. 

A los principios, los dos fueron desdeñados, 



ívCloi.i'íli: 



feonqne la perseverancia de Fadriq^ne, favoreci- 
da de más bienes de fortuna, sabidos despender 
con la madre de la doncella, granjeó sa entrada, 
y aonqne Flicido, con los menos años, ganó los 
primeros movimientos de la voluntad de sa dama. 
Has pudiera responder á estos dos amantes, si le 
interrogaban por si, el or&cnlo de Apolo Pithío, 
dado i Filipo, rey de Macedonia; consaltando 
c¿m» sería victorioso, le respondió: (Pelea con 
lanzas de oro y todo lo vencer&s*; y es cierto el 
«pigrama hecbo sobre la fábala de Hipomenes y 
Attalanta , qae dice: 

- TenoB tres manzanoa de oro 

dio & Hipomenea, y él corri6 

con AthalaDta 7 venció 

en faerza de aqael tesoro. 

T quien con sa dama ser 

pretende feliz amante, 

arrójele oro delante, 

porqns él Be la hará tener, 
Bazones experimentadas en este caso, pues 
procorando !a resolnción los pretendientes y qne 
se les diese en definitiva la sentencia de este 
compromiso, hecho entre madre é hija, hallán- 
dose solas y no conformes, porque no se remitie- 
se á más votos, por boca de la vieja abogó el in- 
terés, letrado qae en alganos tribunales se le da 
plauso, y asi la dijo: 

-;~Hija mia, llegó ya el tiempo que hemos de 
elegir por tu esposo á Fadrique 6 Plácido, por- 
t[ne la perseverancia de entrambos, la publicidad 



278 LVGO y DÁviLA 

coa que han tratado ana deseca y la noticia, qa» 
deasto tleaetoda la ciudad, obliga ¿que sea ano 
de los dos ta niarído; y aunque te too incUnad& 
& Plácido, granjeando los pocos años per sa par- 
te, lo que desagrada el mayor námero de ellos an 
Fadrique, yo, al fin, madre, y madre que te qaiar« 
tanto, no sólo miro al cumplimiento de tn apeti- 
to, sino i la buena 6 mala fortuna en que te has 
de ver, pues lo que califica no es la edad ni «1 
talle, sino la liacienda y la cordura; y hallindo* 
se ésta como se halla en tua dos amantes ea 
igual grado, qnien tuviere máa de aquélla debft 
aer el preferido. 

Uira tú lo que vale hoy el dinero; mira cuan 
diferente estimación ee hace del que tiene menos 
y del que tiene más; cuántas personaa conoceat^ 
en eata ciudad, aobradaa de nobleza qne la han 
malmezclado por faltarles con que sustentarla. 
La hermosura, hija de mis ojos, es como flor su- 
jeta Á marchitarla el tiempo; no dan por la g»n- 
tUeza y pocos años de un hombre la comida ea 
la plaza, ui la gala en la tienda, y cen tener di- 
nero se tiene todo. ¡Qaé bien nos lo enseOa la his- 
toria de las Indiae, que leimoe estas noches pa- 
sadas; á fe que te he de referir lo que dice, que 
lo tomé de memoria para estol 

Halló la comunicación de los hombres el uso 
del dinero, el cual es medida de todas las cosas; 
y siendo una sola cosa en naturaleza , es todas 
au virtud, porque dinero es comida, casa, gala 



ívCoi.i'íli: 



HOVKLA OCTAVA 2(9 

y cabalgadora y coanto loa hombres han menes- 
ter-, y asi obedece todo al dinero. En otro capí- 
talo qae está cerc|ait& de éste, mira tú, hija de 
mi alma, lo qua dice del oro, qne para que BS 
le estime y busque, poca necesidad hay de con- 
tar SQB excelencias, pues la mayor que tiene es 
estar entre los hombres, conocido por el supremo 
poder y grandeza del mundo. Oro comemos, oro 
vestimos y oro es al verdadero sustento; pues 
vulgarmente *oro es lo que oro vale*, y no hay 
cosa necesaria para pasar la vida que no tenga 
valor y cueste caál más, caál menos. 

No digo yo que Plácido no merece mucho y qne 
es muy buen mozo y tiene espectativa de heredar 
buen pedazo de hacienda; mas sus padres uo son 
viejos, tiene mnchoa her:aanosy podrá tener más, 
quién lo duda; y aunque el caudal es grueso, si la 
mar se parte, arroyas se hace, y aun dejo á un 
lado lo que es hacienda, porque no digas que to- 
talmente soy más amiga de interés que de gusto, 
qne éste quiero para ti, hija de mis entrañas, de- 
seando no te cases con Plácido, para librarte da 
una suegra qne te aflija, de una cañada qne se te 
atreva y de un cuñado que te cele. ¡Triste de mi, 
que hablo de experimentada; y como por esta 
cansa, me salieron cabellos blancos antes de tiem- 
po! Si 03 tocáis y ponéis el pelo con algo de cuida- 
do, y» dicen que no es por agradar á vuestro ma- 
rido solo; si no os tocáis, mostráis descontento y 
no le queréis bien; si vais á menudo & la iglesia, 



íXlouyk 



no por la devoción, mas pof-qae hay en ella quien 
OB mire, dicen que lo hacéis; ei no vais mis qne 
laB fiestas, también os mnrmaran de poco cristia- 
na, y dicen que cómo le ha de sacader bien á hom- 
bre que está casado con mujer qne no se acuerda 
de Dios sino cuando el precepto la obli^; en fin, 
hija, DO hay acción en qne no yerre quien tiene 
saegra que la revuelva, cnñadas que la envidian 
y ouftados qne la miren cómo pisa, cómo habla y 
cómo mira; y como de todos estos inconvenientes 
veo libre á Fadrique, eso es lo que me mueve 4 
qne sea tu dueño y no otro; con él medito qne 
tendrás gusto, que no tendrá á quien' agradar 
más qne á ti, ni tú máa que á él; no conocerás 
las necesidades, las más veces madres de las 
rencillas. ¡Ay, hija; ay, hija, que no lo entiendes 
sí no tomas mi consejo! 

Con esta persuaeión, dio el voto Inés en favor 
de Fadrique y se pronunció la sentencia en pre- 
sencia de los amantes amigos y competidores, 
quedando Plácido tan triste como alegre Fadri- 
que. Tratóse luego de ejecutar todo lo concertado 
y qne Plácido dejase la patria, perdiendo, no 
sólo mujer y amigo, sino la vista y regalo de bus 
padres, Diéle Fadrique mil escudos en oro con 
que se fuese á las Indias, á Flandes ó Italia, qne 
donde quisiera, le socorrería siempre. Aceptó 
Plácido, desesperado de su poca dioha con su 
dama, que fué bien menester su cordura para re- 
sistir la pena. 



ívCloi.i'íli: 



Fadriqne, por otra parte, celebraba sa buena 
suerte, y cada miuuto qub se dilataba le pareóla 
un siglo; en fin, llegó el dia que gozó de su dama 
como majer propia, y ella, con la ausencia que 
luego hizo Plicido, si no de todo punto, olvidó la 
mayor parto de aquellos primeros ardores que 
encendieron las finezas del malogrado amante, 
el cual, despidiéndoBo de sus padres y hermanos 
y de sn amigo, con dos mil escudos que juntó de 
caudal, se partió á Italia; y parando en Ñapóles, 
dejando la mercancia, se dio á la milicia, alen- 
tándole las alteraciones de Lombardia, eonocien- 
do este camino por el mejor para los que preten- 
den honra y nombre de famosos. 

A pocos meses de sn destierro, hizo que un 
grande amigo suyo escribiese á sus padres y & 
Fadrique, que ya era muerto, juzgando que con 
esto y divertirse, olvidarla su patria y & Inés;, 
mas como el amor asiste en el alma, y ésta es in- 
mortal, dificultosamente (cuando es verdadero) 
fenece con el tiempo; que no hay poner leyes á 
loa amantes ni limite. 

Fadrique, en este medio, pasó con sus tratos 
adelante, de modo que ya en seguros, ya en car- 
gamentos & las Indias y en otras inteligencias, 
granjeó sobre lo que tenía de hacienda tanto, que 
fué ie los que se adelantaron más á la opinión 
de rico. Pero no consiste en solo el oro la verda- 
dera felicidad y quietud; pues aunque Padrique 
se veia con tantas prosperidades, no estaba con- 



í,c;<)üyk 



tanto; antea la mnchedambra de eatoH. bienes le 
era embarazosa, j si bien tenia gneto con la 
oompaftla de 8u esposa, qae sapo con discreción 
y pradenoia perfeccionar la hermoáara de saer- 
te, que era señora de la voluntad de Fadrique^ 
con todo, entrambos se quejaban al cielo, por- 
qae en machos años que había dorado el ma- 
trimonio les faltaban los hijos, qne era faltar- 
les lo m&a principal de su buena fortuna 7 el 
fin para que se juntaron; paes, como doctamente 
ense&an los jariaconsaltos, así el matrimonio es 
honesto para qne en el género humano se vea in- 
troducida la inmortalid^ artificiosa y de la ge> 
aeración de los hijos estén renovados los linajes. 
T por eso, como enseña Platón (de quien como 
fuente salió esta sentenoia), es ésta obra divina, 
y en el mismo animal mortal la inmortalidad, es 
& saber, la concepción y generación; y como el 
mismo filósofo muestra en su Diálogo de las le- 
yes, no hay quien no desee tener perpetuo nom- 
bre acerca de lo porvenir, y de este modo el gé- 
nero dura de los hijos, siempre, de uno en otro, 
dura la memoria. 

T oomo este modo de inmortaÜEarae le faltase 
á nuestro Fadríqne, negándose la esperanza al 
paso qne iban pasando los años, por saplir ea 
algo el deseo natural, aumentado con tantos 
bienes de fortuna, envió á llamar á la monta- 
fia dos sobrinos que tenia, hijos de un hermuio, 
para fundar en ellos su memoria; las alas mia 



ívCjOUI^IiJ 



NOVBLA OCTAVA 288 

Veloces Bon las qne presta el interéa & an m»' 
nesteroBO, y vlbí Iñigo y Bernardo, qne estol ' 
fneroa los nombres de estos mancebos, llegaron 
¿ Serilla con increíble brevedad. Fneron bien rft- 
cibidoa de sa tío, regalados de Inés, ocapando d 
logar de hijos; hiciéronles galas; comenEaron & 
Inoir por la ciodad con el nombre de heredecoa 
de Fadriqne y sns bneoa« portes, y en poco tiem- 
po cobraron machos amigos y aficionados; aai sa 
introdajeron como si fueran naturales de aqaellt 
insigne ciudad, donde asistieron hasta qne For- 
driqne, ya con los años, qne pasaban de sesenta, 
ya con achaques, qnizá adquiridos por tener la 
BocesiÓQ qne no había alcanzado, se vio tal, qne 
parecía en el aspecto mucho m¿s viejo de lo qne 
«ra, porque el cabello y barba podía competir 
con la nieve; los dientes lo faltaban, y las fuer- 
aafi natnrates ya era menester suplirlas coa el 
artificio; causa que su mujer, en quien se halla- 
ban estos efectos contraríos, pues parecía mejor 
qns en los tiernos años de su casamíeiito , sólo ser- 
vía al viejo Fadrique de alivio y regalo con loa 
qns le hacia; y ¿ los dos, Iñigo y Bernardo, de 
hlanco d» sus deseos, incentivo de su apetito, y 
en fin, de objeto de sus amores, efecto de la vida 
qne gozaban, propia para engendrar aquellos ar- 
dores. 

Dejáronse llevar los dos mancebos de su incli- 
nación más que de las obligaciones honrosas qne 
debían & Fadrique; empezaron á descubrir el 



ívCouyk 



284 LUGO Y DÁVILA 

fuego qae les abrasaba de suerte, qae llegó á no- 
ticia este desenfrenado deseo, no sólo de Inés, 
qae resistió prudente, mas de Fadrique; y aun- 
que imposibilitado de fnerzas oorporales, con las 
que prestó el honor, les dijo su sentimiento; y 
para evitar ocasiones, mandó que luego se pasa- 
sen á otra casa cerca, donde les dio todo lo neoe- 
sario para la vida humana, desde lo más & lo me- 
nos, tan cumplido y abundante, qne no teuian 
que desear. Asi los tnvo, tratándolos con obras 
de padre más que de ofendido dendo; mas ellos 
no por eso dejaron de llevar su intento adelante, 
atrepellando, no sólo reprensiones de sus amigos 
y personas cnerdas, mas el recato de la casa de 
Tadrique. 

Así perseveraron Iñigo y Bernardo algán 
tiempo, en el cual, Plácido, habiendo corrido 
casi toda la Italia, vino á parar en Bolonia, don- 
de apenas hubo llegado, cuando la fortuna, amiga 
de variedad (como dice Cicerón), le pnso en pun- 
to de perder la vida; porqae habiendo pasado 
parte de la noche buscando posada á caballo y 
con un mozo que llevaba, tan nuevo en aqnella 
ciudad como Plácido y tan torpe de lengua por 
ser francés y no saber italiano, no sabia darse á 
entender, vagando de una calle en otra sin ver 
persona á quien preguntar dónde hallarían alber- 
gue, al revolver una esquina oyó Plácido tanto 
roído de armas, que mostraba ser nAmero de 
personas los de la pendencia, y hallóse tan cerca, 



í,c;<)üyiij 



por venirse retirando nn hombre aolo de tros 
qne le acosaban, que sin dar lagar & Plácido á 
níngana prevención se halló en medio de todoa; 
7 como el Animo de los soldados espa&oles ni en 
BU patria ni en la ajena conoce el temor, se 
arrojó del caballo, poniendo mano á la espada, y 
animando al solo, pnesto á su lade, se dio tan 
bnena mafia, que trocó la suerte del que parecía 
vencido en vencedor, y de los tres, eu el discur- 
so de los cnohilladas, quedó uno muerto, y los 
dos heridos volvieron los espaldas. 

Plácido, habiendo dado fin á la pendencia y 
con ella á la libertad de quien habla favorecido, 
y aunque á riesgo de su vida y costa de su san- 
gre, vertiéndola de dos pequeñas heridas que le 
dieron, la una en el brazo y la otra en la cabeza, 
y queriendo despedirse y buscar su caballo que 
quedó en manos de su francés, Jácome Vitelí 
(que asi el bolones se llamaba), en lengua ita< 
lianas-porqué en ella habló Plácido, le respon- 
dió largos agradecimientos, pidiéndole, si fuese 
posible, le pusiese á las ancas de aquel caballo, 
y & toda prisa guiase por las calles que él le di- 
jese, aunque el mozo quedase perdido á su ven- 
tura; porque la vida y el buen suceso de entram- 
bos estribaba en aquella diligencia, y que no le 
diesen cuidado las heridas, pues eran pequefias, 
ni lo demás que se le ofreciese, asegurando que 
las había recibido por quien sabría agradecerlo 
y remediarlo todo. 



286 LUCO y dAvdji 

Plácido, ahorrando palabras, puso por obra lo 
qno Yiteli le pidió; y juntos, poBÍendo piema§ 
al caballo, fneron atravesando y volviendo de 
anas calles en otras basta salir á laa últimas de 
la ciudad, donde llamó Jáoome en nna casa, y 
habiendo respondido un estudiante y abierto la 
puerta, entró con Pl&cido y la cerró, y dejando 
el caballo en cobro, trató de poner remedio á las 
heridas de Plácido, qne eran de poco riesgo 
(como dije), y en tanto dio orden al estudiante 
que saliese á la parte de la pendencia, y con 
todo aviso y recato supiese lo qne pasaba. El lo 
hizo, y apenas llegó á la calle donde sncedió el 
caso, cuando vio luces y cantidad de gente que 
estaban mirando el mnerto; y llegando, recono- 
ció que eran ministros de justicia, de quien se 
informó y supo cómo encontrando los dos heri- 
dos que huían, ellos mismos loe goiaron i aqnel 
pnesto, viniendo á sus manos en el camino el 
mozo francés, que el ir corriendo tras del caba- 
llo de su amo dio motivo bastante para su pri- 
sióuj y á pocas pregontas, con mal entendidas 
palabras, respondió la verdad de lo que sabia. 

£1 estudiante, con esta relación, volvió ¿ sa 
casa, donde se la dio á J&come Viteli y á Pláci- 
do, que estaba ya curado, y conociendo que el 
estarse más allf era de grande riesgo, previnien- 
do Viteli á su amigo Alejandro, qno asf se lla- 
maba el estudiante, que de cierta suma qne te- 
nía en poder de otro, su compaftero, le remitiofle 



ívCjOui^Ii; 



NOVELA OCTAVA 387 

á Cl^iovft, en Utra dirigida al prior dominico, 
lo más que podieae, y que «taparase i aqnel 
moBO fruic¿8 con el recato neccBarío, de aaerte 
qae le pnaiese en libertad (como lo hizo); y to- 
mando Alejandro & sn cargo todo lo qne Viteli 
le encomendé, se Tolvieron á poner en el caballo 
Pliciáo y J&come, qne gnió como persona qne 
sabía bien la tierra; y caminando por las sendas 
más ocnltas y menos trilladas para qne no hn- 
biese noticia de sn viaje, le hicioroD, annqae 
con algunas incomodidades y trabajos, ya apeán- 
dose el uno, ya el otro. T en este disourao de 
tiempo, Plácido, hallando ocasión k pocas joma- 
das, viendo que Jácome se mostraba liberal, y 
qae habiéndole conocido por eapafiol le hablaba 
en la lengua castellana, que la sabia muy bien, 
le pregontó la causa de su pendencia y quién 
sería el maerto, y por qué razón tres hombres de 
tan buena traza estando solo le habían embes- 
tido, & lo cual respondió Jácome Viteli diciendo: 
— Si las obligaciones (¡oh, señor PUcidol) que, 
en tan corto tiempo de amistad como ha pasado 
después que os conocí, no os tuviera, en balde me 
pediades lo que yo tenía resolución de entregar 
eternamente al silencio; mas sapnesto qne os 
debo la vida, no sólo librándc^ne de las manos de 
mis enemigos tan á costa vuestra, mas segunda 
vez poniéndome en salvo, y necesitándoos por mi 
respeto á dejar de conseguir los motivos qne os 
llevaran á Bolonia, y sacando de lo uno y de lo 



ívCouyk 



otro Tn«8tra nobleza y vuestro valor, que me ase- 
guran el secreto de mis sucesos, no sólo os refe- 
riré el que me preguntáis, sino niuclios de mí 
vida qne tuvieron dependencia de él. 

Ui nacimiento fué en la insigne ciudad de 
Boma, cabeza del mnndo, y que goza más propia- 
mente este nombre hoyque cuando la gobernaban 
los Catones, los Lelios, los Slianos y otros famo- 
sos cónsules, ni cuando los Césares la sujetaban, 
pues lo está al Vicario do Cristo, Yice-Dios en la 
tierra, que en ella tiene su silla. 

Mis padres fueron nobles, cual muestra mi ape- 
llido, de cayo origen y personas setlaladaa no 
quiero referiros grandezas por no cansaros; de* 
más qne la virtud, á mi opinión, es la verdadera 
nobleza. Fui pasando el discurso de mí vida, y 
desde los primeros años de ella 'mostró la fortuna 
su inconstancia y su rigor es mi; porque apenas 
vine al mundo, cnando me faltaron mis padres, y 
criándome con la hacienda de mi patrimonio mis 
deudos, en llegando la edad competente, me en- 
tregaron á las letras, y en ellas cobré en pocos 
atios alguna opinión. 

De menos de trece vine á estudiar filosofía á 
esta Universidad de Bolonia, donde, no sólo al- 
cancé fama de buen filósofo, mas de eminente en 
la lengua griega y en las vulgares, como la es- 
pañola, la francesa, la germana y otras; perfec- 
cionóse con la edad la elección de la facultad 
qne habla de seguir, y escogí la medicina, acor- 



ívCouylc 



dándome de aqnella sentencia de Plutarco: 
<De todos los artes, ninguno como la medici- 
na, que se comprende con menor ornato de ele- 
gancia y locuacidad; mas la grande contempla- 
ción y Buavidad de la salad, muestra sus estu- 
diososr; de quien dignamente Marsilio Ficino, 
en la Epístola á Tom&s Valerio, no sólo refiere 
los nombres de algunos excelentes principes pro- 
fesores de esta ciencia, mas con debidos honores 
los alaba. 

Deseoso, pues, en tiernos años de acrecentar 
fama en mis estudios, & fuerza de trabajo, les sor- 
tó el hilo la afición de una mujer hermosa y prin- 
cipal, en quien puse los ojos, 7 acerté de suerte á 
negociar sus favores, que me hizo los que le per- 
mitían sus prendas y aun algunos á riesgo de sa 
decoro. 

No pudo ser esto de todo punto secreto. Enten- 
diólo ó sospechólo un hermano suyo, y juntándo- 
se con otros dos, trataron darme la muerte; y 
cuando llegó el tiempo de ejecutarlo (que pudie- 
ran), imo de los conjurados me dio noticia de la 
determinación que contra mí se había hecho, tal, 
qne me Forzó & salirme, no sólo de Bolonia, mas 
de Italia; y llegando & Cténova, por no esperar 
galeras, me embarqué en una tartana con inten- 
ción de pasar á España, madre universal y apa- 
cible acogimiento de extranjeros más qne de sus 
naturales; y en este viaje, habiendo corrido una 
tormenta, nos amaneció en otra mayor, que fu6 
TBArao POPULAR 19 



dar en las manos de dos galeras de turcos, ijue 
nos prendieron y llevaron & Argel, donde yo, 
con otros, fui vendido, y á pocos lances, de un 
amo en otro me enviaron á Constantinopla, pre- 
sentándome, por último, dueSo & nn médico del 
Turco. Y conociendo en mis razones (que ya las 
sabia decir en arábigo) que era inclinado á la 
medicina y que tenía más que principios, se me 
añcionó de suerte que me dio parte de notables 
secretos, ya adquiridos por medios naturales, ya 
por supersticiosos, de que ellos se valen no poco: 
y, en Én, para mostrarme la última fineza, me 
puso en libertad, y dio algunos cequíes, que pa- 
saron de dos mil, y sacando mis segaros paré en 
Venecia, donde, sin darme á conocer, hice algu- 
gunas curas que más parecían milagrosas que 
naturales. 

Ma's con haber cobrado opinión y desearme 
la república , ofreciéndome ac recen tadísimos par- 
tidos, no pude acabar conmigo dejar de vol- 
ver á Bolonia, donde me pareció estarían dis- 
puestas mis cosas y los ánimos de mis enemigos 
diferentemente, con más de seis años de ausen- 
cia que había hecho, en los cuales el amor de 
Camila (¡ay de mi, que sin querer dije su nom- 
bre!), como en crisol, se había afinado con los 
trabajos que padecí en mis fortunas y oaati- 
verio. 

Llegué, pues, á Bolonia, donde me recibieron 
con aplauso y afabilidad todos los hombrea de 



ívCjOui^Ii; 



NOVELA OCTAVA 291 

letras, í quien algunos diaa entretuve con la va- 
riedad de mis peregrinaciones. Hallé, quizA para 
mayor desdicha , & Camila sin casar y firme, que 
me pareció milagro respecto do la cortedad de 
mi dicha. En sabiendo que yo habla llegado, 
tuvo traza, no sólo para avisarme de su lealtad 
por escrito, sino decirme & boca sus sentimien- 
tos; atrepellando inconvenientes y riesgos, díómo 
ánimo la ocasión, y para dar color & la asisten- 
cia que comencé en Bolonia, me opuse & una 
cátedra de mi facultad que estaba vacante, y 
llévela con gran exceso de votos, causa que hi- 
ciese más niido del que me estaba bien, pues mis 
contrarios, hermanos y deudos de Camila, no 
habiéndose persuadido hasta alli que yo parara 
de asiento en aquella ciudad, cuando conocieron 
por los efectos el desengaño, luego so resolviertyi 
en quitarme la vida, sin discurrir en otro modo 
de remedio; que los hombres airados no dan lugar 
á la consideración; y asi, espi&ndome la noche 
que vos, seüor Plácido, entrasteis en Bolonia, 
para que yo os conociese tan en mi provecho, al 
salir de mi posada me embistieron y me mataran 
si no tuviera tal socorro. Yel que me dijo Alejan- 
dro que de ellos habla muerto, fué un primo de 
Camila, 7 su hermano y otro los heridos, que 
bien los conocí con la claridad de la luna; y asi 
estoy determinado de pasar & España, donde mi 
estrella parece que me inclina, por ver reinos 
donde se cría gente tan generosa y tan gallarda 



ívCouyk 



como los españoles, de cuya fama no es menester 
mayor prueba que lo muclio qae os debo, y 08 
prometo servir con la hacienda y la persona de 
suerte que me confeaéie la paga, 

Asi acabó sn discurso Jácome, trayendo tan 
colgado de sus palabras & Plácido, qne parecía 
que le pesó hubiese acabado la historia; y pasan- 
do entre los amigos nnevos cumplimientos y 
ofertas, confirmando la amistad y. la comunica- 
ción, porqne en ella estriba, como enseña Aristó- 
teles, pasaron. adelante su viaje á Oénova, y en 
el discurso de él, hallando un cuartago, lo com- 
pró Jácome sin reparar en el precio; y con esto y 
la comodidad de las hoBterías de Italia, tenían 
alivio en la peregrinación, entreteniéndola con- 
tándose el uno al otro, ya sucesos ajenos, ya pro- 
pios, con la mayor elegancia y adorno que alcan- 
zaban, porque las muchas letras de Jácome y 
despejo en hablar la lengua podía divertir, no 
sólo trabajos de camino, pero el ánimo más ana- 
gado en penas. Y como Plácido tenia en el alma 
las suyas y mostrase cuáles eran muchas veces, 
ya con suspiros, ya con otras maestras de senti- 
miento, para curarle, como tan excelente médi- 
co, Jácome le pidió cuent^^ de bu enfermedad, y 
Plácido se la dio, diciendo el principio de ana 
amores, la competencia de Fadriqne, eu amigo; 
la elección que madre é hija hicieron en Fadri- 
que; el concierto que con él tenia hecho y cómo 
se ejecutó, la carta que hizo escribir de qne era 

c.j.-.iMívCoi.i'íli: 



maerto, y, finalmente, no dejó círoanstancía, 
por mennda que fuese, de que no hizo capaz & 
J&come, el cual dijo: 

— Snpuesto, señor Plácido, que no hay mal 
«n el mundo para que no haya remedio, y la 
mayor dificultad consiste en entender la enfer- 
medad, y vos habéis sabido tan bien dar á enten- 
der la vuestra y yo tengo larga experiencia de 
las de amor, como quien la ha padecido y pade- 
ce tan grande, déjenos la fortuna pisar las ribe- 
ras del Betis, que habéis de tocar con las manos 
y ver con los ojos diligencias mias encaminadas 
ik vuestro descanso, tales que, Imaginadas, os 
parezcan imposibles, y ejecutadas, oa sean fá- 
ciles. 

Con estos discursos y otros hicieron su viajo 
hasta Gténova, donde Yiteli hall¿ la letra que 
ordenó le dirigiera su amigo; y cobrándola, con el 
secreto y traza más á propósito, en laprimeraem- 
baroacián de galeras los dos camaradas se entre- 
garon al mar y en breve llegaron á Barcelona, y 
de allí, costeando, pasaron á Tarragona, Valen- 
cia, Alicante, Cartagena, y costas del reino de 
Granada, hasta Málaga, y atravesando las colum- 
nas deHércnles, llegaron á Cádiz,Puerto de San- 
ta María, Sanlúcar de Barrameda, y subiendo el 
río, pisaron la deseada patria de Plácido, donde 
en habito de peregrino desembarcaron. Y buscan- 
do posada á su propósito, quedándose en ella 
Plácido, Jacome Yiteli salió por la ciudad á tó- 
came o, Couyk 



291 LUGO Y okviLA 

mar lengua del estado de las cosas, y no fué me- 
nester inquirir demasiado para saber el que te- 
nía las que tocaban á su amigo, á quien volvió 
con larga relación de loa amores de Iñigo y Ber- 
nardo, sobrinos de Fadrique, el cual se hallaba 
en los últimos términos de la vida esperando 
casi por horas la muerte; la hermosura que luéa 
gozaba, y como ¿ ninguno de los dos amantes 
tenia ínclinaGión, y, en ñu, todo lo demás secreta 
é intimo de la casa de Fadrique adquirió noticia 
tal, Jacome, que satisfizo é todas las preguntas 
de Plácido, y no menos á las primeras y que le 
tocaban más al alma, de sus padres, á quien la 
muerte, ultima linea de las cosas, había qui- 
tado la vida, pobres, por unos seguros que hicie- 
ron de plata, cuya pérdida, no sólo faó comunica- 
ble á los infortunados que sepultaron las ondas, 
mas á muchos que habitaban la tierra. 

Sintió Plácido la muerte y desdichas de sus pa- 
dres, que la naturaleza faltara & no dar lágrimas 
á los ojos y suspiros al fatigado pecho. Pregantó 
por sus hermanos, y dióle por nueva Vitoli qaa 
dos de sus hermanas eran monjas en San Lean- 
dro, y dos varones que vivían estaban en aquella 
ciudad, el uno religioso en San Pablo, el otro tra- 
tando de sus negocios y hacienda, que, aunque 
poca, bastaba á sustentarle sin conocida necesi- 
dad. Consoló, en este trance, Viteli á Plácido con 
razones tales, que pudo mitigar su pena; porque 
la elocuencia, como dice Séneca, tiene poderlo 

cíi.-.imívCjOU'^Ii: 



para hacer grandes las cosas pequeftas y dismi- 
nnir las grandes; y asi pudo Viteli, con la faer- 
za de concertadas razones, disminuir la causa 
del grave sentimiento de Plácido, á quien divir- 
tió con todas diligencias, y fué bien menester 
continuarlas algunos días. 

Salía Jácome por la ciudad, y ejercitando la 
medicina y cirugía en las ocasiones que se le 
ofrecieron, corrió la fama, llegando á los oídos 
áe Inés, que deseando sustentar la vida de Fadri' 
que experimentaba desde el conocido y aproba- 
do médico hasta la vejezuela y charlatán, y así, 
con todo cuidado, hizo buscar á Jáceme Viteli, 
que en presencia de otros famosos médicos visitó 
á Fadrique y conocido el mal, aunque vio, que 
(con razón) te daban por poco número de días la 
vida, él, no sólo aseguró por nó mortal la enfer- 
medad de Tadrique, mas que era posible curarse, 
y dio tales razones, fundadas en tan buena filo- 
sofía, que á los propios médicos que le desahu- 
ciaban hizo casi reducir & su opinión. 

Alegróse Inés, y é solas tuvo largas conversa- 
ciones con Viteli en razón de la salud de su mari- 
do; y en estas pláticas, con gallardo artificio, el 
extranjero habló de Plácido, contando de él virtu- 
des y partes que bastaron á mover el ánimo de 
Inés, restando fuego á las muertas cenizas de su 
primer amor; de suerte, que con afecto preguntó 
dónde asistía y cómo lo pasaba, admirando no 
8er ciertas las nneras qne llegaron de su muerte. 



ívCouyk 



296 LUGO Y DAVILA 

pues ya del sentimiento pasó al olvido. Viendo 
Viteli entrada en laa mueatras dsteriores qne 
Inés daba de no estar de todo pauto muerta la 
voluntad que en algún tiempo tuvo & Plácido, 
habiendo primero hecho una larga relación de la 
perseverancia del amante, dijo así: 

— Por cierto, señora, que cuando la fortuna no 
linbiera concedido otro premio á mié peregrina- 
ciones que hallarme en ocasión tal que pueda, 
compensando en algo lo que merece Plácido y yo 
Le debo, decir á la misma causa de sus penaa, las 
qne padece y ha padecido, me diera por satisfac- 
ción; que esto pnede en cualquier ánimo la vir- 
tud conocida; pues, como dijo Juvenal, hasta on 
el enemigo es amable; y yo faltara á la corres- 
pondencia de amigo, dejando en este caso de re- 
presentar, seflora, el amor de Plácido, la perse- 
verancia, la fe, el decoro que ha guardado y 
guarda; pues como muchas veces con lágrimas y 
suspiros me comunicó, ya que por naturaleza 
oonsaiva la vida, á que sólo le mueve el ser cris- 
tiano para no habérsela quitado con sus manos 
en tantos trances como la consideración de per- 
der á V. m. le ha puesto, por lo menos quiso dar 
á entender que era muerto (6 por mejor decir), 
como él afirma, hacer verdadero concepto de quo 
ya no vivo, para que, imposibilitándose de la co- 
tnunicación con lo que hizo escribir desde Italia, 
,á los oídos de v. m. llegase la nueva qne él tanto 
deseaba haber experimentado; pues con su fio. 



íXloo-ík 



le hubieran tenido sus tormentos, todos nacidos 
de no aerle favorable la suerte para llegar 4 ser 
esposo de v. m. 

— Dios sabe (dijo Inés) lo que me debió siem- 
pre Plácido; mas como la fortuna, en esto de 
tomar estado las gentes, parece que es señora 
de las acciones humanas, ella y no mi voluntad 
(puedo afirmarlo así) fué quien me hizo esposa 
de fadfique, á quien reconozco muchas obliga- 
ciones y amor, quizá ganado por el que me debe 
y por mi lealtad; que si bien la juzgo por pre- 
supuesta eu mi, me agradezco la resistencia que 
hp hecho, favorecida de Dios (que sola no fuera 
posible), á mis dos sobrinos que trajo Fadrique 
de su tierra, que ya, saílor doctor, los conoce- 
rá V. m. en las pocas veces que ha entrado en 
esta casa. 

— Y aun he advertido á sus deseos (dijo Vite- 
li), que aunque más disimulado el amor, con 
facilidad se muestra, y prometo á v. m. que pa- 
rece guiada por el cielo mi venida; pues si bien 
he conocido que no hay esperanza ninguna con- 
forme é, medios naturales de que pueda vivir 
quince días el señor Padríque, por lo menos en 
este tiempo, dándome licencia v. m., guiaré las 
cosas de suerte que Plácido sea su esposo, y el 
señor Padrique lo quiera; que lo tengo por cier- 
to, sabiendo con maña disponer el orden de su 
testamento que asi lo mande (si ya debajo del 
presupuesto de la muerte de Plácido), y yo haré 



ívCouyk 



qae tenga efecto sin temor de estorbo ninguno, 
con la más ingeniosa y extraordinaria imagina- 
ción que á mi ver se ha ejecutado jamás. 

— Bien sé yo (dijo Inés) que Fadriqne se ha 
dolido muchas veces de que Plácido, su grande 
y verdadero amigo, qoe asi le llamaba siempre, 
no sea vivo en esta ocasión; porqae según el dis- 
gasto que le han dado sus sobrinos, con preten- 
derme en su vida, no hallaba remedio para ir 
más aliviado á la otra sino qae yo me casase 
con Plácido, dejándonos su hacienda y á sus so- 
brinos dándoles alguna parte moderada, que 
parji todo hay largamente. Mas cuando Plácido 
se hallara vivo, como v. m. dice, no tengo por el 
menor inconveniente, sino por el mayor de todos, 
el riesgo á que nos ponemos Plácido y yo; pues, 
segán el precipitado arrojo de estos mozos, no 
sólo hay que temer y aun dar por desesperadas 
nuestras vidas, mas si pudieran adelantarse á 
mayores daños, los tengo por ciertos, como quien 
conoce y ha experimentado en tantos años sas 
condiciones. 

— La necesidad es el mejor maestro (dijo Vi- 
teli), y al amor no es nada difícil; déjeme v. m. 
trazar en esta ocasión, que de todos estos incon- 
venientes y temores, libre ha de gozar por espo- 
so á Plácido, ó yo no he de quedar con opinión de 
agradecido y noble, ni aun con la vida. 

Con esto, acordaron entrambos que todo ae 
guiase por mano de Yitelí y se dio fin á la plá- 



ívCjOu-^L 



tica; y Jáoome Viteli dio cuenta á sa amigo 
plácido de lo que pasaba, prometiéndole lo mis- 
mo qae á Inés, cosa qne le pareció imposible; 
que el deseo eficaz, nnaa veces dificulta y otras 
facilita; mas, con todo, Plácido se prometió bue- 
na suerte , guiándose por mano de Yiteli, el 
cual, para primer fundamento de sus designios, 
dio aviso á Inés del fin á que miraba hacer creer 
á los médicos que asistían á la cura de Fadri- 
que, no sólo eer posible sanarle de la . enferme- 
dad que padecía, mas que sin duda, según au 
complexión y naturaleza, restaurarle el húmido 
radical y perfeccionársele de manera que se le 
restituyese una casi juventud, cobrando vigor, 
perdiendo las arrugas, trocando el color blanco 
de los cabellos en el que tenía antes, y naciéndole 
de nuevo dientes, de modo que como se hallaba 
de cuarenta años asi le viesen. Beíanse los médi- 
cos de tal proposición, y aun Inés temió no pa- , 
rase esta máquina en daño suyo; más Vitelí, 
con gallardo ánimo y eficacísimas razones, per- 
suadía á la dama que desterrase cualquier te; 
mor que hubiese concebido de la dificultad que 
tenía el caso propuesto, y para darla más satis- 
facción, hizo juntar en su presencia de Inés, 
ICigo y Bernardo, todos los módicos que cura- 
ban á f adrique, y les hizo esta plática: 

— Anuque ante varones tan doctos debiera 
acobardarse, no sólo mi ingenio, mas el de los 
miamos Gtaleno é Hipócrates y aun siEsculapio se 



ívCouyk 



800 LUCO Y DÁVILA 

resucitara asi, como fabuloso dicen lo hizo, tu- 
vieran í mi juicio temor de persuadir opinión, 
tan nneva, al parecer de algunos; como que sea 
posible restaurarse el húmido radical de snerte, 
que preste al hombre una casi juventud, Pero la 
fuerza que la verdad tiene consigo, y más cuan- 
do llega con el desengaño de la experiencia, 
ahuyenta mi cobardía, despierta mi lengua, y 
sujeto á la corrección de los sabios, me parece 
mi opinión indubitable, aunque siempre lo raro 
es dificultoso al crédito; y, aunque yo acertara i 
darme á entender mejor en la lengua latina, por- 
que los términos facilitan la explicación de los 
conceptos, hallándose á este acto esta señora, y 
los señores Iñigo y Bernardo, que son las par- 
tes interesadas, tengo por licito hacer esta plá- 
tica en lengua castellana, que si bien vulgar, 
entre todas la mejor en el estado presente. 
Digo, pues, que tres caminos hay que prueban 
con la evidencia posible los casos ocultos de la 
naturaleza y deseados en la filosofía; éstos son: 
la autoridad, la experiencia y la razón, y por 
todos tres caminos tengo por probable mi presa- 
puesto, que autorizan las opiniones de tantos 
hombres doctos, cual fué Arnaldo de Villanova, 
Raimundo Lulio, Teofrasto, Faracelso, el Car- 
dano, Martín Delrfo, Uvequeiro, Torreblonca 
y otros muchos, á quien se junta el corriente 
de los alquimistas en la fábrica de su Árbol 
vitce, que para solo citar nombres y lugares, 



ívCloi.i'íli: 



NOVELA OCTAVA 301 

era meneaier hacer memorift de muchos pliegos. 

Blasco de Taranto nos afirma que, viviendo él 
en el reino de Valencia, on Monbedre, hoy así 
llamada y de los antiguos Sagunto, una monja, 
siendo abadesa , con más de sesenta años de 
edad, la volvió el menstruo, se la renovaron los 
dientes, ennegrecieron los cabellos, quitaron tas 
arrugas, fortific&ronsela loa pechos de tal modo, 
que se vino á hallar como una doncella de pocos 
años y tan perfeccionada en la hermosura y las 
fuerzas qne de vergüenza de verse tal dejaba ha- 
blarse de pocos; y Antonio de Torquemada, en 
loa diálogos de su Jardín de flores, nos reñere 
qne en el año de mil quinientos treinta y nno, en 
Tarento, un viejo, más cercano á la muerte, que 
con esperanzas de vida, pues tenia cieu años, 
renovándosele laa fuerzas y cobrando cabelloa 
negros, dientes firmes, carne y lozanía de mozo, 
recuperada nns como juventud, vivi¿ después 
cincuenta años; y el miamo Torquemada, y aun 
la tradición vulgar, nos cuenta de otro viejo se- 
mejante que, en la Rioja, le sucedió lo mismo. 

¿Y quién, entre los medianamente leidos, igno- 
ra lo que Fernando de Caatañeda, en etlibro octa- 
vo, y Pedro Uaf eo, en su Historia de la India, en 
el libro once, nos cuentan de aquel indio noble 
que vivió trescientos cuarenta años, y en este 
tiempo se rejuveneció tres veces, casos que qui- 
tan la dificultad aunque los traten los poetas, 
causa quizá á los que no penetran la gallarda 



íXlouyk 



802 LUGO Y DAVILA 

filosofía qna enseSan, para qae todo lo que no 
tocan y ven cotidianamente lo atribuyan ¿ fa- 
buloso; pues como escribe Escbilo, Baco rejuve- 
neció sus nutricea, y Ferécides, Licofrón y Simó- 
nides nos cuenta la rej avene cencía que hizo Me- 
dea & Eson, padre de Jasón, que si bien el modo 
de aangrarle y cocerle no es veroaimil, pues el re- 
sucitar está sólo en el poder de Dios, por lo me- 
nos las demáa partes de esta transformación, 
como las pone Ovidio, no hallo que contradigan 
en nada &■ la naturaleza. Dice; 

La barba y el cabello, 
& quien robó el color la Tejez fría , 
negro se pone; de los pulsos huye 
la flaqueza, y se van también tras ella 
la palidez y el humor decrépito; 
en el cuerpo las rugas se suplieron, 
añadida la carne por ana céucaToa; 
alégranse los miembros vigorosos; 
'Ebód. se admira, y como en otro tiempo, 
antes que los cuarenta años tuviese, 
se acuerda reducido al mismo estado. 

Y en este modo de recuperación no contradice 
la razón, antes la prueba bastantemente; porque 
no es otra cosa la juventud que un temperamen- 
to ad pondus, dicho asi de los médicos, esto es, 
ana igualdad del calor natnral húmedo, dispues- 
to de suerte, que el húmedo ha perdido lo vis- 
coso y el color no sobrepnja con demasía al hú- 
medo; con lo cnal, llegan las fuerzas i cobrar 
todo lo que pueden de vigor; y como se colige de 



í,(.¡<)i.)'íli 



.^ 



doctrina de Galeno y de toda la corriente de mó- 
dicos y filósofos, la diferencia en las edades, lo 
quelaa causa, es el calor natural que, como agen- 
te físico', va consumiendo el húmedo; y así en la 
puericia se ve mayor craseza extinguida poco é, 
poco por el calor agente, viene en la juventud & 
no ser tan saperflna y, por consecuencia, estar 
con mayor igualdad el temperamento, hasta que, 
menoscabándose el húmido radical por la conti- 
nua agencia en el del calor natural, va perdien- 
do el vigor y acarreando la vejez, y asi dijo Aris- 
tóteles, disputando de la longitud y brevedad de 
la vida, es necesario, cuando ae envejecen, de- 
searle. 

Y definida por el mismo filósofo la natura- 
leza propia de la vejez, dice ser fría y seca; 
porque el calor, como agente físico, haciendo, 
padece, y como no tiene el húmido (calidad más 
propincua á sí), luce menos y prevalece lo terreo; 
de donde se saca, que como el trabajo deseca, 
atrae la senetad; y por eso los muy trabajados 
envejecen pronto, según Aristóteles. Luego si la 
vejez no es otra cosa que desecación del húmido 
radical, para que prevalezca lo terreo, si se mi- 
nistrase vigor al húmido en fuerza de la medici- 
na con bebidas y otros modos de remedios, tales 
qae se pusiesen ad pondus, esto es, en igual 
peso con e! calor, ¿quién dada que diese al cner- 
po aquel mismo temperamento que tuvo en su 
juventud, y éste, adquirido, forzoso habría de te- 



ívCouyk 



ner y prestar loa accidentes propios á la juven- 
tud, como es dar vigor á los miembro^ y lo de- 
más, como dice la transformación qne vimos de 
Ovidio? 

Y es cierto que la Providencia divina dejó en 
hierbas, piedras y aguas virtudes tales que, á 
conocerse y saberse aplicar, se hiciera esta ma- 
ravilla de naturaleza más veces de las que han 
visto en los ejemplos referidos: y cuanto & las 
aguas, Oardauo, Langio y Pedro Chieza, cuen- 
tan que en Bonica y Lacaya hay fuentes de 
agua, cuyo licor es más precioso que el mejor 
vino y con virtud eficaa para prestar una como 
nueva juventud con las partes que pinta Ovidio, 
Y no es de admirar que haya fuentes con virtu- 
des maravillosas, cnyos ejemplos refieren Aris- 
tóteles, Hist. anim., lib. 3, cap. 12, y otros mu- 
chos autores, que serla alargar citarlos todos; y 
de hierbas hallamos en los autores ejemplos de 
algunas que por bí solas hacen maravillosos 
efectos, como la ambrosia que reñeren Garda- 
no, Uvequeiro, y la hierba moley, según Home- 
ro en el déoimodola Ulisea, atribuyendo suli 
ción á Mercurio, entra otras alabanzas, le con- 
cede semejantes efectos, y de ella hacen men- 
ción Plinio y su comentador Jácome de Alecam' 
po, dando las señales que ha de tener y en qué 
partes se cría. 

Si bien de todos los hombres no son conocidos 
los simples y compuestos con que se consiguen 



ívCloi.i'íli: 



NOVELA OCTAVA 305 

efectos tan maravillosos, no por eso se les niega 
Á todos, y á los espiritas no hay hombre docto qne 
no les conceda el conocimiento verdadero de vir- 
tudes de hierbas, agaas y plantas; y los espíritus 
también es posible lo revelen i, los hombres. Y 
como yo he corrido tantas tierras y tenido eomu- 
nii;aci<5nenConstantiiiop]acon el médico del Tur- 
co, hombre sabio y poco escrapnloso, por faltarle 
el conocimiento de la religión verdadera que le 
obligue i abstenerse de las supersticiones, ya que 
no con ellas, aino con casos naturales, comunica- 
dos de este valiente médico y otros árabes, persas 
y sirios, tengo noticia de cosas admirables; y se- 
gún la disposición y templanza de nuestro enfer- 
mo, no solamente le sanaré, con el favor de Dios, 
mas le convaleceré 4e tal modo, que los cabellos 
blancos se vean rubios, los dientes caídos le crez- 
can, cobre las fuerzas perdidas y las arrugas y 
color pálido se truequen en fresca lozanía de 
mozo; y si me dificultan vs. ms., como tan doctos, 
si será verdadera joven tnd ésta, digo qne no, sino 
superior convalecencia y aptitud de vivir más^ 
según naturaleza; qne esto de alargarse la vida 
por medicina bárbaros son los que ignoran qne 
los oros potables y otras bebidas sustanciosas 
hacen semejantes efectos, cual se tocan las ma* 
nos muy á menudo. 

Cardano, De varietat, rer., trae el ejemplo de 
Marco Gallo, médico del emperador Carlos, qne 
con agaa destilada de cinamomo, salvia y jengi- 



ívCouyk 



bre, vivió ciento veinticuatro años, y loa escu- 
driñadores do la naturaleza cada día hallan ex- 
perienciaa quo parecen milagros, siendo efectos 
naturales. Tal prueba Fortunio Liceti, en su li- 
bro particular, de loa que viveu mucho tiempo 
sin comer, con ejemplos de algunos que han es- 
tado meses y aun años, no por milagro, como san- 
tos, sino por naturaleza, y el curioso hallará en 
este autor gallarda filosofía contra Argentorio y 
otros, que ayuda también á mi razón; y Jacobo 
Horiost, catedrático de medicina en Almesdad, 
ciudad de Alemania, en un tratado particular, 
nos cuenta que en la provincia de Silesia, en la 
villa de Veycreldoph, en el año de mil quinientos 
noventa y dos, por caso natural de igual y supe- 
rior temperamento, con calidad de complexión 
caliente y seca, habiéndose caído á un muchacho 
de siete años los dientes, al nacerle los nuevos, 
uno fué de oro tan fino, que tocó en veintidós 
quilates; y cuenta que él propio hizo la experien- 
cia y toque, y así se movió como testigo de vista 
& escribir lo que he dicho. 

Y á las demás dudas que mueve la curiosidad, 
por no alargarme demasiado, remito al escrupu- 
loso á Martin Delrfo, en sus Disquieicione» md' 
fficaa, libro segundo, cuestión veintitrés, donde 
satisface bastantemente, y yo lo haré más lar- 
go al que dudare; con todo lo cual, tengo por 
cierto que estos señores, desengañados con el 
fin de la cura, que yo haré en nuestro enfermo, lo 

cíi.-.imívCjOU'^Ii: 



NOVELA OCTAVA 307 

■que no hubiere acertado ¿ persuadirles con anto- 
Tidades, ejemplos y razones, lo quedarán con la 
vista; y entonces, el que me lo pagare como yo lo 
pagué y adquirí si quisiere saber, tras la teoría 
la práctica, podrá ser que la sepa y experimente 
«n otros enfermos con mayor admiración de ver 
los medios y simples con que se consigne que 
con ver á un viejo con apariencia de mozo. 

Así dio fin ViteÜ, resolviendo algunas, poctis 
dudas que se le propusieron, á que satisfizo de 
. tal modo que, por ver aquel milagro, todos los 
médicos, de nn acuerdo^ desesperados do la vida 
de Padrique, como á la ventura le pusieron en 
manos de Jácome Viteli, y él se encargó del en- 
fermo, asentando por condición que se le había 
de hacer cama dentro del aposento de Fadrique, 
sin qne nadie entrase en él sí no fuere á hora y 
tiempo señalado, y que le trajesen todo lo qne pi- 
«tiese de las boticas y otras partes; concediéronlo 
así todos, y de mejor gana Inés, en quien ya las 
perauasionea de Viteli habían hecho efecto: con- 
lóelo para la mnerte de Fadrique y esperanzas 
de gozar á Plácido, 

Despidióse la junta, y quedé acordado que 
-desde el día siguiente diese Jácome principio á 
lo dispuesto. Partió á su posada, donde le aguar- 
Acüha sn amigo, contento con las buenas premisas 
-de encaminar á su deseo la traza; dióle cuenta el 
«stnto Viteli de todos los motivos qne llevaba, 
^el aplauso con que le oyeron los médicos, del 



gasto de Inés y de los Bembluntes de los sobrinos^ 
por doDde se podían jnzgar los corazones, pro- 
metiéndose en todo buenos ñnes y agudísimos^ 
medios paraconseguirlos. Agradeció Plácido tan- 
tas finezas, deseando la brevedad de tiempo, y 
Viteli, dando preceptos & Plácido qae no saliese- 
de su aposento, no le viese persona de la posada. 
sin las barbas postizas que traía puestas desde 
que entré en Sevilla para que le desconooiesen 
antes y después, se despidió al otro día de ea 
amigo y se fué en casa de Fadrique, donde ya le~ 
esperaban los médicos de la junta, con nuevas- 
admiraciones y disputas, á que respondió y satis- 
fizo; y para que más quedasen en su presencia^ 
recetó cierta bebida y nntura sobre el corazón,. 
qoe experimentada en el enfermo le causé nna 
alegría y vigor tal, que si bien tenía algo de fre- 
nesí, U bizo por entonces hablar más alentado, 
tener vivos y encendidos colores y por largo 
rato mostrarse casi tan vigoroso como si tuviera 
salnd; con esto se fueron los médicos, quedando 
los de casa más atónitos, y Viteli por dueño del 
campo, á solas y encerrándose con Inés en an 
aposento, cerca del de Fadrique, tras pocos- 
preámbulos, la dijo: 

--Ya,, mi señora, estamos á los últimos térmi- 
nos de la ejecución de este negocio. £1 señor 
Padrique, cuando á fuerza de medicinas y dili- 
gencias le sustentemos ocbo días, será casi mila* 
gro; lo que conviene es que luego, sobre lo que 

CíiniMívCoUyllJ 



.«stayiere hecho, acabe de díeponer sn alma y re- 
-«iba los Santos Sacramentos, qao no bar& escán- 
dalo, antes parecerá que hnimoB todo lo qae es 
gnpersticioso; y para esto, yo le iré dando bebi- 
'das que, encendiendo la sangre fría por la vejez, 
le presten nnoa como espíritus vivificantes, qne 
snnque violentos, dan vigor, asi como en la Inz 
■(le aceite se v? que á los fines, cuando á la debili- 
tada llama se le agrega de aquella materia grasa 
■de qne se sustentaba el ardor, con más violento 
-vigor parece qne se esfuerza y alumbra con ma- 
jforea llamas que otras veces, si bien dnra poco 
aquella valentía en la luz; porque como el sujeto 
■está débil y fácil de convertirse, luego se enña- 
qnece y se consume; y de la misma suerte en el 
liombre, cuando ya la flaqneza es grande y á la 
^^ngre va faltando el calor natural con que da 
■vigor y alienta el snjeto, se le ministra en fuerza 
de medicinas calor y vigor, y como son violen- 
tos, hacen más eficaces aquellas llamaradas últi- 
mas de la vida. 

— Supuesto (dijo ^nés) lo que v. m, me dice, 
qne sabe Dios cuánto me llega al alma la muerte 
de mi marido, por cuya vida diera yo con gusto 
la mía, ¿qué hemos de sacar de todas estas má- 
quinas? ¿Cómo se ha de gniar el fin que preten- 
demos? 

— Ya jnzgaba yo (respondió Viteli) qne v. m. 
Ip tenía penetrado; porque hecha la cláusula que 
fle comnnioó al sefior Fadrique, dejando á v. m. 



por su universal heredera y é, cada sobrino cua-' 
tro mil ducados en dinero; y lo m&s esencial,- 
que como por imposible v. m. y ellos pierdan W 
hacienda si se casare con ninguno de los dos, &- 
quien también deshereda, tomando otro ningún, 
marido si no fuese su grande amigo Plácido, 
aunque á éste le tiene por muerto; mas que á ser 
vivo, con él pidiera á v. m. se casara, paea seria 
restituirte lo qae le quitó ó, por mejor decir, 
compró con su riqueza. Hecho esto, pues lo quie- 
re asi al seaor Fadrique y lo abraza con tan 
grande gusto, asi como Semiramis, por parecerse 
i su hijo niño gobernó por él desconocida, y como 
Laodíce, reina de Siria, muriendo Antiocbo, su 
marido, lo enterró secretamente y puso en su lu- 
gar á Artemón, hombre plebeyo (según Plinio), 
por ser parecidísimo al muerto rey, y con esta- 
traza enga&ó al pueblo hasta disponer muy bien. 
BUS cosas, nosotros, que tenemos á Plácido tan 
parecido al señor Fadrique, con facilidad puesto 
en la cama, y estando, como están, persuadidos 
á que tengo de hacerle la cura prometida; cuando 
le vean salir en público nadie juzgará sino qw 
yo conseguí lo que propuse, y que no sólo le he- 
sanado, mas rejuveneciéndole. Casaránse v. m. y 
el señor Plácido, al tiempo de más comodidad y 
secreto; llevará con buena conciencia su hacien- 
da, asi por ser la mayor parte bienes ganancia- 
les, como por cumplir lo dispuesto por su marido^ 
y Plácido, con nombre de señor Fadrique, dan- 

c.j.-.iMívCoi.i'íli: 



NOVELA OCTAVA 311 

do lo mismo qae dispone el testamento á Ifiigo y 
Bernardo, los hará volver á su tierra, qne ricos 
y frastradoB sus deseos, lo llevarán bien, que- 
dando V. m. y mi amigo libres de todo riesgo, y 
yo habré cumplido; de mi parte pagado á Plá- 
cido, algo de lo que deseo. T atréveme á hablar 
en estas disposiciones con resolución t¡&n grande, 
porque ¿ los médicos también se les descubren 
las enfermedades de amor como las de otras fie- 
bres; tal ejemplo trae Plutarco en la vida de An- 
tioco, á quien, Si strato, su médico, pudo conocer 
qne amaba; y como prueba Juan Bautista Porta, 
en su fisonomía, por los ojos hay del amor cono- 
cimiento; y asi, mi sefiora, yo conozco que amáis 
y no ignoro á quién, porque me consta con evi- 
denoia el sujeto, y que por si merece la ejecu- 
ción de cuanto he trazado, qne no pretendo más 
satisfacción que ver el premio de tan fiel amante 
conseguido por mi astucia y medio. 

A todo se allanó Inés, qne no poco amaba á 
Plácido, con las persaasiones de Yiteli; púsose, 
en efecto, toda la traza, para lo cual aquella no- 
che vino el galán en casa de an dama con secreto 
grande, habiéndose despedido de su ponada con 
decir qne su compafi.ero estaba despacio en Sevi- 
lla y él iba á Madrid con mucha prisa. Los colo- 
quios qne Plácido é Inés pasaron, el gozar el fin 
de sus deseos, refiéralo pinma de mayor elegan- 
cia que la mía, que no se atreve á pintar afectos 
tan vivos. Murió, al fin, Fadrique cristianamente-, 



íXlouyk 



eutei^&roiile ea San Pablo, donde era religioso 
BU hermano de Plácido, & qaien, y no i otro, se 
descubrió, trocando en misas el gasto de funera- 
les y pompas. 

Corrió por Sevilla la voz de que Padrique 
se había remozado, teniendo todos á Plácido 
por Fadrique; y con este engaño, efectuando 
lo dispuesto por el testamento, I&igo y Bernardo 
se volvieron & su tierra; y Viteli, con sentimien- 
to de su amigo, siguió au peregrinación, bien 
pagado de los amantes, y ellos, para seguridad 
de su conciencia, dando cuenta en confesión de 
lo que pasaba al ordinario, los casó in facie 
EcclesicB, debajo de cuya corrección y de los 
sabios doy fin á este suceso, en que, si do me 
engaño, están explicados los versos de Ovidio 
que ae propusieron, y declarados cuan agudos 
son los engaños que hay en el mundo, y cómo 
todos estos milagros de naturaleza que nos refie- 
ren los autores y la curiosidad tienen mucho de 
probable y poco de exequibles. 



ívCooiílu 



EN MADRID 

POR LA TIDDA DE 

Fernando Correa de 
Montenegro. 

ASO M.DC.XXn. 



(vCoogk 



íjCooiílc 



ITOT^S 



U Pág. 10. — Dedicatoria. 

Don Jorge de Cárdenaa y Manrique, cuarto 
duque de Maqueda, nacid en Elche en 23 de 
Abril de 1584, y fué hijo de D, Bernardino de 
Cárdenas y Velaaco, tercer duque de Maqaeda, 
y de doña Luisa Manrique de Lara, quinta du- 
quesa propietaria de !Nájera. 

Sucedió á su padre, que falleció en Palermo 
en 17 de Diciembre de 1601, hallándose de virrey 
de Sicilia, y quedó bajo la tutela y dirección de 
su madre, doña Luisa. 

Pero en breve empezó el Duque á dar mues- 
tras de su caráter arriscado; pues hallándose en 
Valtadolid en la primavera de 1605, en unión 
de dos hermanos suyos y varios criados, acome- 
tió espada en mano á D. Luis de Velasco y loa 
suyos, obligándole á refugiarse en cierta casa 
de la Plaza Mayor, donde, con la precipitación, 
cayó D. Luis en un pozo que allí habla y se aho- 
gó. Prendieron al Duque y le llevaron á la for- 



ívCouyk 



taleza de Coca, bajo la custodia de na caballero 
gaarda, dos menores y des alguaciles. 

Al cabo de doa meses, por haber enfermado, 
condajeron al Daqae á Cigales, cerca de Valla- 
dolid, y en Noviembre del mismo aüo salió con- 
denado á servir con su persona y diez lanzas 
por seis a&os en la frontera que se le sefialase 
y once mil ducados de costas y multa. A sus 
hermanos se condenó coa alguna mayor lenidad. 

Perdonóle el rey gran parte de esta pena; pues 
en Junio del afl.o siguiente aún se hallaba en Es- 
paña, en Sevilla, y en Enero de 1608 asistió á la 
jura del príncipe D. Felipe. 

Apenas libre de este asunto sucedió que, con 
ocasión de notificarle un escribano -cierta provi- 
sión del Consejo Real, en unión de tres criados, 
dio de palos al escribano á punto de dejarle por 
muerto (Noviembre de 1608). Diósele por cárcel 
la villa de Torrijos, que era de su casa; pero 
huyó, presentándose al Consejo de las Ordenes, 
por ser caballero de Santiago, y el Consejo le se- 
ñaló por cárcel el convento de San Francisco de 
Alcalá. Trasladáronle luego á Santoroaz, y la ' 
justicia hizo tan aprisa las informaciones, que 
por las Pascuas publicó el alcalde de corte, Uár- 
quez, la sentencia condenando al Duque á ser 
degollado en público cadalso y 34.000 ducados 
de costas y daQos. También condenaron i doa de 
BUS criados á ser arrastrados y descuartizados. 

Tan desatinada sentencia hizo que su madre 



NOTAS 817 

la Duquesa, con casi todos loa grandes y señoree 
de la corte, fuesen ante el Rey, quien después de 
aSrmar que nada sabía del hecho ofreció poner 
remedio. Y, en efecto, á pocos dias salió auto 
del Consejo desterrando al alcalde á cinco le- 
guas de la corte, mandándole devolver los sala- 
rios y otras cosas que habia llevado á la duque- 
sa viuda de Iiíaqueda; quien á poco, por la nece- 
sidad que habla de justicias en la corte, perdonó 
al alcalde y pudo éste volver á ejercer su oficio. 
En ñn, el Consejo de las Ordenes sentenció al 
Daqae en 1.000 ducados de costas para la Cá- 
mara y otros 1.000 para la parte; mantener dos 
lanzas en OrAn por un año, y permanecer él re- 
cluso seis meses en Uclés y otros seis en cual- 
quier lugar de sus estados. 

No escarmentó, con todo, el bullicioso magna- 
te, sino qne á fines de Julio del mismo año de 
1609 intervino en otro lance, que el cronista Luis 
Cabrera describe así: «Sucedió jueves, 23 del 
pasado, que el duque de Sessa se salió á media 
noche con un mulatillo que tañía y cantaba y un 
pajecillo á tomar el fresco, y fué á parar á la 
plazuela de la duquesa de Nájera, y de una ven- 
tana pidieron al músico qne tañese y cantase; y 
el Duque se lo mandó; y en esta ocasión llegó el 
de Maqueda, con el de Fastrana y Barcarrota, 
que venían del Prado; y el de Maqueda se enfa- 
dó de la música, porque el conde Villamor que 
posa allí había dado otras en aquella plazuela; 



818 NOTAS 

y como tenga una hermana, le pesaba; y asi se 
deapidió de los que iban con él y entr¿ en casa 
y se armó y tomó an broqnel y con doa ó tres se 
fné para el qne tafiia y quebróle la guitarra en 
la cabeza, y echó mano contra el de Sessa, sin 
■conocerle. Y estándose acuchillando se le que- 
bré la espada al de Sessa en el broquel del con- 
trario, y el de Maqueda le dio una grande cu- 
chillada en la cabeza hacia el lado izquierdo, y 
otra en el rostro que le baja por el carrillo de la 
mesma parte y le llega 6, cortar el labio inferior; 
y en esto el pajecillo alzó vocea diciendo que 
era el duque de Sessa su eefior. 

>Hecho et daño le dejó el de Maqneda y los 
que con él habían salido y se entraron en su 
casa; y el de Pastrana y Barcarrota, que ha- 
bían entendido el desabrimiento con que había 
quedado el de Maqueda, dieron vuelta por allí 
para ver lo que había sucedido; y hallaron al de 
Seesa, sentaiJo en el umbral de una puerta, cu- 
bierta la herida del rostro con un paüuelo; y sin 
conocerle, le preguntaron si estaba herido; el 
coal les dijo que si lo estaba que él se curaría; 
y que le habla quedado media espada para ven- 
garse de cobardes gallinas, con lo cual se fue- 
ron y el Duque á su casa á curarse. £1 cual se 
acuchilló como valeroso caballero, solo y con la 
espada que traía de ordinario en la cinta; por- 
que no venía con ninguna precaución de armas 
ni criadas, como fuera justo en aquella hora; ni 

■ c.j.-.iMívt-loi.i'íli: 



«1 de Maqneda, si le acometió sin conocerle, hizo 
la demostración que fuera justo con él, pnee 
«npo quién era con lo que el paje publicó; y el 
áe Sesea no dio lugar al músico que cantase por 
ofenderle, ni entre ellos habla disgusto ninguno, 
y el de Maqueda estaba aqui de secreto; porque 
había venido á dar la norabuena á su madre de 
la sentencia que había tenido á su favor, en el 
pleito de Treviao, contra el conde de Paredes. 

»E1 Duque estaba en Torrijos con pleito home- 
naje, cumpliendo la reclusión de seis meses de 
la sentencia del Consejo de Ordenes por el caso 
pasado; yasí, se volvió allá al amanecer, y tras él 
partió un alcalde; y pasó adelante que no se sabe 
si fdé á Portugal ó á Valencia; y se mandó ocu- 
parle el estado, y poner guardas en su casa al 
de Pastrana, y el de Barcarrota se recogió en 
San Jerónimo, y le fué á sacar un alcalde; y sin 
topar con él se salió del monasterio y se ha ido 
faera de aqui, aunque no se hallaron en la pen- 
dencia. El de Sessa, hasta ahora va con mejo- 
ría en la cura de las heridas*. (Relaciones^ pÁ- 
«ina S78.) 

En efecto; el conde Villamor festejaba con mú- 
«icas i la hermana del de Maqueda, agriado ya 
porque otra hermana suya se había casado con- 
tra BU voluntad y la de su madre con el hijo del 
marqués de Cañete, quien la había depositado en 
Tm convento. Por dicha razón, esto es, por ser 
canea de la pendencia con el duque de Sessa, y 



por Itaber dado de palos equivocadamente á nn 
hidalgo seTÍllano, faé pocos días más tarde preso 
el conde de Villamor y llevado á la fortaleza d© 
AréTalo. 

Qnince días después estaba ya sano de sna he- 
ridas el de Sessa; y por intercesión del Cardenal 
de Toledo, del Condestable de Castilla y del du- 
que del Infantado, hechas las paces con el deMa- 
qneda, por qnien llevó la voz, en sa aoeencia, et 
dnqne de Osnna. Sin embargo, el Consejo de las 
Ordenes no anduvo tan benigno con el de Ua- 
qaeda, y en Julio de 1610 aún le tenia preso en 
' el castillo de Gnadamar, cerca de Toledo, atm- 
qne luego pudo regresar libre á la corte. 

Dirección más acertada dio en adelante & sos 
bríos y arrestos D. Jorge, asistiendo ¿ las armas 
espafiolas en África, hallándose en la famosa 
jornada de la Mamora, donde hizo su deber en 
términos que á poco (1616) se le nombró gober- 
nador, alcaide y capitán general de las fuerzas 
de Oran, Tremecén y otros estados naestros del 
Norte de África. 

De este gobierno regresaba en 1622 cuando 
D. Dionisio de Avila y Lugo le dirigió las no- 
velas de su hermano; y á esto se refieren aqoe- 
llas palabras: «Ahora que V.E., después de ha- 
ber postrado la corona de soberbia de los afri- 
canos leones, restituye á la patria, con sn pre- 
eenoia su ornamento... Ahora respirará África 
ubre de tanto (bien que generoso) peso, j qne 



ogk 



le previene Eepaña festivos aplanBos...*, ete. 

Ya de edad, contrajo matrimonio non doña 
Isabel de la Cueva, hija de D. Franciaoo Fer- 
nández de Ja Cneva, séptimo duque de Albur- 
querque; y en tranqnilidad pasaron algunos a&oa 
de en vida. 

A fines de Octubre de 1635 fué desterrado dq 
la Corte en nniún del almiruite de Castilla, del 
conde de Oropesa, del marqués de Velada, del 
duque de Sesaa y del Condestable de Navarra, 
por no haber querido levantar la coronelía de tro- 
pas con qne el Conde-Duque quiso gravar & loa 
individuos de Ik grandeza castellana. Algunos 
redimieron con dinero (como el duque de Albur* 
querqae) el vejamen, y otros, como el de Velada, 
^endoipreBtar servicio personal alejónos paísea. 

Maerta su madre, sostuvo el Duque largo 
pleito con los Manriques sobre el ducado de 
N&jera, que, al fin, obtuvo en 1635 por sentoncia 
definitiva del Consejo. 

En Febrero de 1636 fué nombrado capitán ge- 
neral de la Armada del mar Océano, que antea 
habia mandado D. Fadrique de Toledo. Pero n« 
sabemos por qué razón fué dilatando el encar- 
garse del mando hasta fines de Agosto en que 
salió para Portugal & ponerse al frente de la es- 
cuadra. Antes de hacerse ¿ la mar fué destitui- 
do, porque se le impuso la condición de estar sa- 
boirdinado & las órdenes del duque de Femandi- 
na, ó, en caao de no querer, ee encargare de la 

TBATKO FOFULAK 21 



armada de ta Corufia, ó ni no, íie volriese & Ma- 
drid, lo cual hizo antee de tres días, tiempo que 
le daban para escoger. (Septiembre de 1637.) 

Sin embargo, al año sigaiente volvió á con- 
fiársele el mando de otra escuadra, la de las ga- 
leras de Ifápoles, en que tenía bajo sus ordeños 
al almirante D. Carlos de Ibarra. 

En Agosto de 1640 tuvo un encuentro perso- 
nal oon el duque de Ciudad Real, también almi- 
rante, que un corresponsal de los jesnltas de Se- 
villa reñere asi: 

«Un soldado de la armada del duque de Ma- 
queda hizo una muerte y le prendió el de Ciudad 
Real. Armóse competencia entre los dos Dnqaes 
sobre quién le había de castigar: resolvióse se 
entregase al de Maqueda. Enviando primera re. 
quisitoria no fué obedecida, y menos la segunda, 
por decir no iba ajustada á razones; y notificán- 
dosela al de -Ciudad Real, dijo, que al que le 
trajese la tercera le daría doscientos azotes. El 
de Uaqueda le escribió un papel que le espera- 
ba en la isla de Santa Catalina; el de Ciudad 
Real tomó una f al uc a y fué ella y halló solo al de 
Maqneda. Sacaron las espadas y dióronse doa es- , 
tocadas el uno al otro. £1 de Maqueda las tiene 
en la cara y cnerpo, y Ciudad- Real en el cuerpo, . 
ambas penetrantes y además una cuchillada en 
la cabeza, de que cayó aturdido en el suelo. Ma- 
queda le levantó y le metió en la faluca y le en- 
vió & tierra p^ra que le curasen. Ha sido l&sti- 

CíiniMívCoUyllJ 



NOTAS 328 

ma qae estos dos generales se encontrasen en 
tiempo qne ha; tantos enemigoe». (Mem. Hi»t. 
Eap., t. 15, pág. 469.) 

En 1642 7a residía en Uadrid, siendo por en 
tonces nombrado del Consejo de Estado. 

De nuevo, á fines de 1643, se le confió el man 
do de la armada real, pero no pudo gozarlo por 
que falleció en Madrid, el 20 de Octubre de 1644, 

D. José de Pellicer, en sas Avisos históricas 
p&g. 245, relata sn muerte en los siguientes tér 
minos: «Avisos de 26 de Octubre de 1344.— El 
martes pasado, día de San Lucas, á 18 de éste, 
cumplió quince años el Principe nuestro setlor. 
Y este mismo día comulgaron por viático mny 
aprisa al señor I). Jorge Manrique de Lara y 
O&rdonas, duque de Nájera y de Maqneda, ca- 
pitán general de la Armada real, virrey que 
fué de Oran y del Consejo do Estado. Díóle ana 
apoplegía repentina que fué preciso garrotearle 
con toda vehemeuuia. Volvió en sf con .unturas 
y bebidas. Sobreviniéronle cámaras y luego ca- 
lentaras; sangráronle, y murió jueves á 20 de 
éste, al amanecer, £1 viernes 21, por la noche, 
llevaron su cuerpo á la iglesia de Torrijos, pa- 
trón antiguo de la casa de Maqneda. Y se pon- 
deró qne quince días antes, viernes, y por la 
misma hora, llevaba una aldaba del ataúd de la 
Beina nuestra señora para sacarla al Escorial. 
Deja un hijo natural, habido en una dama de 
Oran, y una hija monja. De los estados ha toma- 



ívCouyk 



do poseeión sn hermano el señor D. Jaime, mix< 
qués de Belmonte, y señor de It, easa de los Xa- 
nnelee; y los bienes libres se han embargado por 
los acreedores, que debí» 20.000 dncailofl. El se- 
ñor duque de Alburqaco-qtie partió por la señora 
dnqaesa de N¿jera, su hermana, que estaba en 
Torrijos.» 

Be^a matrimonio no tuvo hijos, j le heredó 8a 
hermane D. Jaime Manuel, qne también mnrió 
sin ello* en 165^. A los dos sucedió su herma- 
na doña Ana de Cárdenas, casada con D. Jorge 
de Lancáster, torcer duque de Torres Novas, ea 
Portngal. Tampoco éstos tuvieron socesión varo- 
nil; y BU hija doña Oaadalnpe de Lancister casó 
con «1 sexto duque de Arcos, T). Mannel Fonce 
de León, entrando asi en esta casa las ilustres 
de Cárdenas y Manrique. 

El dnqae D. Jorge fué hombre de gran corpu- 
lencia; gran señor en todo y muy aficionado á 
mantener perros de caza. En la Biblioteca Nacio- 
nal existen dos opúsculos suyos manuscrjtoe: una 
carta á Felipe IV, escrita en 1632 (H-9) y una 
Relación de tu viaje contra los francete» siendo 
general da mar Océano, año de 1641 (H-S). 

2. Pág. 20, Un. i.'— cDeshácense los hie- 
los...» 

Es el principio de la oda VII, del libro IV de 
las de Horacio, dirigida á Torcnato: 

Diffngert nivcs: redemU jant grmñno campir. 



MOTAS 335 

La tradvccLÓn de Ijngo, qnúát «nsaf o de ea- 
coUr, es b»Btaate oeoura poi aepir&r á ooncisa. 

3. Pdg.29. — cElscarmeiitar en cabeza ajena.» 
No reBoICa ciertamente eata moraleja del coen- 

to referido. DonFélix no bóÍo do escarmienta con 
la desgracia de bu amigo Rangelo, sino que pasa 
toda la noche á Ua puertas da doña Beatriz ea 
perando el momento de poder celebrar an casa- 
aliento claadeetino con ella. Y 8¿ta renuncia & 
•u mano cuando ve que 7a eatá desposada con 
D. Fernando, quien, en vez de castigo por so in- 
famia contra Rangelo j basta con sn amada Oe- 
lia, recibe el galardón & qué aspiraba con mayo- 
rea ansias, 6 sea la mano de dofta Beatriz. 

Claro es que si el caso ha ancddido «en nuea- 
itoa tiempos*, como dice el autor, no podría cam- 
biarlo; 7 esto es lo que da ma7or curiosidad 7 
Talor é, su historia. 

4. Pág. 32, lin. 35.— «Persona que había ad- 
quirido BU riqneía en on gobí«nio de India...* 

Bien se conoce que cnando esto escribía Lngo 
>o pensaba él en ir á desempeñar idéntico desti- 
lo, pnaa en tal oaao n» hubiera estampado lea 
•OBceptos aatírioos qne signen á la cita de «rri- 
fea contra los em^eadoi en Indias. 

5. Pág. 35, Un- J.' — «Era, sobre todo, gran 
retórica natural, y que en mover afectos pudiera 
ganáreela t un pobre portugués, criado en Italia 
7 trasplantado Á la corte de Castilla.» 



„8lc 



Nótese el encarecimiento y tal vez exagera* 
ción que encierran estas frasea. No era bastante 
^ue el pobr6 fuese portugués, sino qne debia de 
haberse educado 6 formado pedigüeño quejum- 
brón en Italia y ejercer en la corte casteliaua sa 

6. Pág. 49, Un. 7." — «Hernández conoció ea 
la voz ser Heredia, el primero qne en España 
deleitó ios oídos con el superior instrumento de 
la lira, no conocido hasta entonces en estos 
reinos.» 

Ni en los tratados históricos de música espa- 
ñola, ni en los diccionarios biográficos y técnicos 
de ella, hemos hallado registrada ^sta cariosa 
noticia ni el nombre del autor de la novedad 
indicada. Seguramente que Heredia importaría 
de Italia el instrumento tan grato á los antiguas 
helenos. 

7. Pág. 51, Un. iS.— •£! Racionero Cortés, 
López baldonado y D. Francisco Mn&oz.* 

Tampoco, ni en los diccionarios de Saldoni, 
Pedrell, etc., se citan estos tres célebres canto- 
res, cuya maestría y voz encarece Logo dicien- 
do qne eran émulos de Anfión y Orfeo, y qoe 
cada uno de lo8 tres tenía dado honor á naestr» 
nación y llenas de envidia y fama laa extran- 
jeras. 

8. Pág. 89, Un. 22.— «Sabe, pues, que de 
Francia salió un caballero...» 

[íi.-.imívCjOU'^Ii: 



NOTAS 327 

No consta, Begún creemos, qoe el Condestable 
de Borbón, qa« murió en el asalto de Boma en 
1527, como es sabido, dejase hijo alguno. Bien 
que el aator no dice que esta historia baya sace- 
dido realmente, como expresa en otras. Toda 
ella debe tenerse, paes, por fingida. 

9. Pdg. 107, Un. 2." — «De las dos her- 
manas.' 

En esta novela, cuya moralidad es discutible, 
aunque sí ejemplar, intentó el autor introducir 
nna expresión distinta que en las dem¿s, dicien- 
do por boca de Celio,' que ea el critico de la re- 
unión de amigos que refieren estas historias: 

«Y pnee al carioso y docto se le dedican laa 
novelas qne llevan mi nombre, para diferenciar 
usaré en ésta el estilo lacónico; esto es, conciso; 
mas no querría afectado. Jazgadle, que agrada- 
rá á algunos, Ó por moderno en nuestro vulgar, 
ó por parecer ellos sabios.* 

Empleólo, en efecto, al principio y en algunos 
lugares de la novela; pero en otros volvió á su 
quedo natural, que era un estilo más bien abun- 
dante que conciso, aunque no exageradamente. 

JO. Pdg. 129, Un. 2,'— «De la hermanía.» 
O germania, que es como se escribe hoy y au» 
en tiempo de Lugo y Sávila, como puede verse, 
entre otros, en el Diccionario de Hidalgo. Esta 
novela es imitación del Rinconete y CortadillOf 
de Cervantes, no sólo en el asunto y disposioióa 



ívCouyk 



4te ü, BÍDO que en yarioB logares pareos ana co- 
j^a de ella. 

Téanee estos párrafos. Be Ltehermania: 

<A este pnnto entraron la Uarfaza y la Zara- 
gozana cada ana con su cliulo, sucestay aabota. 
Salió la vieja, reconoció la gente y abrió 1* 
puerta. Diéronse la bienvenida, y sacando 4 un 
patinejo doa esteras de anea, se sentaron todas. > 

De Binconete: 

■Alegráronse todos con la entrada de Silbato, 
y al momento mandó sacar Monipodio una de las 
•jteraa de enea qae estaban en el aposento y ten- 
derla en medio del patio, y ordenó asimismo que 
todos se sentasen á la redonda. > 

La escena de la comida es exactamente igual 
en ana y otra obra, y la del canto lo mismo. 
Véase este pasaje de La hermania: 

« — Vayan eegaidillas de las de atora, dijo la 
Pintada, que no es daño morir como bueno, y 
donde uno sale otro entra. Y tocando el pandero 
una, y rascando otra la escoba y la otra dando 
con una ca&uela en loe ladrillos, tras brindarse 
•endas cantaron así:» 

Y compárese con este otro del Rinconete: 

'La Escalanta quitándose un chapín comuizó 
i tañer en él como en un pandero; la Gananciosa 
tomó ana escoba ds palma nueva, qae alli halló 
acaso, y raspándola hizo nn son qne aunque ron- 
co y áspero se concertaba con el del chapín; Mo- 
nipodio rompió nn plato 7 hizo dos tejoletas qne 



.,C.<n,sk 



paostu entre dos dedos j repicadas oon gran li- 
gereza llevaban ol contraponto al cluiplB j" á la 
escoba... Hoaipodio le lutbla rogado qae oanbase 
algvnas a«^aidillaa de las qae se usaban; mas la 
que comenzó primero fnó la Escalanta, y coa tos 
sntil y quebradiza cantó lo signisnte: 
Por on BeTillano 

rafo a lo valftn, 

íts^o Boaarrado 

todo el coraEÓa.» 

II. Pdg. 14S, Un. 22.— «Vinieron en oasa del 
Licenciado Antolínez, el cual era un viejo más 
miserable que el de Segovia^> 

¿Quién era eete tipo de comparación tan cono- 
cida qne no neL:esitaba mayores detalles? Creo 
que se trata áel Búmive Cabra dei Buscón. 
Pero como esta novela no salió ¿ luz hasta 1626, 
es evidente que ó la obra era conocidísima ajites 
de imprimirse, cosa difícil de creer, ó qaeel per- 
sonaje existió realmente y era célebre por su es- 
caseza antes de aquella fecha. 

Asi lo creyó Fernández- Guerra, quien en sn 
edición del Buicón en la Biblioteca de Kiv&de- 
neyra (pág. 489) copia una carta (¿apócrifa?) de 
D. Juan Adán de la Parra á Quevedo, fechada 
en Segovia en 1639, en que habla del original de 
la novela como vivo aún y Uam&fidole el «dómi- 
ne Cabreriea». Pero aunque esta carta se deba 
fttribuir á D. Diego de Torres, no resulta menos 
cJ«rto que en su tiempo duraba aún la idea de 



qae el personaje retratado por Qaevedo había te- 
nido existencia real y verdadera. 

Por lo demás, si en 1620 en que escribía Lago 
era ya famoso como xñejo y como avaro el sego- 
yiano, es claro que no podía vivir en 1639, como 
sapoue el autor de la carta escrita á nombre de 
Ad&n de la Parra. La pintura literaria de Qne- 
vedo vale lo qne un lienzo de Velázques. No la 
reprodncimoB por ser conocidísima. 

12. Píig- 155, Un. 4." — «Oiianto que do tiene 
nada de fingido.' 

Con estas palabras asegura el antor que el 
caso de esta novela ha sucedido realmente; y, 
en eíecto, recordamos haberlo leído, poco más ó 
menos, en otra parte, si bien el hecbo pndo ha- 
ber ocurrido más de una vez. El Duque, á cuya 
casa pertenecía D. Pedro Manrique, protagonis- 
ta de la novela, era D. Alonso Pérez de Gnz- 
mán, séptimo duque de Uedinasidonía, inepto 
jefe de la armada Invencible, que murió siendo 
el sehor de mayor renta de España, en el mes de 
Julio de 1615. 

Se este mismo y de su hijo D. Jnau Mannel 
vnelve k hablar Lugo y Dávila en su novela del 
Médico de Cádiz. 

13. Pdg. 168, Un. 9.'— «En la Casa del Cam- 
po, en una sala baja á mano izquierda.» 

Es la famosa posesión real á que boy llama* 
moB Casa de Campo. Cuando Felipe H trasladó 

c.j.-.iMívt-loi.i'íli: 



á Madrid la cortear capitalidad de la monarquía, 
compró eata finca á los herederos de Vargas. 
Amplióla con otras compras de tierrae colindan- 
tes, edificó nn palacio, hoy desaparecido, y con- 
virtióla en sitio de descanso y recreo para él y 
su familia. Lo que parece extraño es qae tal 
edificio sirviese de punto de reunión y cita para 
caaos como el que refiere Lngo y Dávila. 

14. Pág. 175, Un. 2.*— «Del médico de Cádia.» 
Esta novela burlesca parece tomada de an 

cuento del Boccaccio; por más que la ocnltación 
del amante en un cofre es recurso vulgarísimo 
en literatura desde los tiempos clásicos. 

15. JPdg. Í76, Un. 2¿.— «Porque es muy esen- 
cial en los de esta facultad el nombre campanu- 
do y extranjero...! 

Esta sátira de los médicos no difiere gran cosa 
de otras machas qne contra ellos lanzaban los 
escritores de entonces y época posterior. Una 
sola circunstancia nos parece distinta en el 
retrato que Lugo hace de su médico al decir: 
• Era... de los que á paso lento sobre muía de 
canónigo, tardan en pasar una calle hora y me- 
dia, aunque no tenga treinta pasos.» 

Por lo visto, no machos afios después cambió 
la moda y los médicos cruzaban las calles al ga- 
lope, atrepellando á las gentes, sin dnda para 
que pensasen que el gran número de sos Visitas . 
lee obligaba á semejante prisa. 



W. Pág. 190, tin. 24, y pág. 181, Un. 13.— 
■Palenquines.» 

Lo mismo que palanquines, según el Dic. de 
la Academia; 6 sea mozos de cordel. 

17. fítg. 1»1, Un. 2/— *Dftl uidrdgiao.» 

Da pretexto á est» «arioiisinuí norel», que 
además, SBgúii dice el &ator, es un liecfao re«l j 
BUGodído, el epigrama LXis de Ansonio: Quae 
$exum mutarint, que el mismo D, Francisco 
tradujo después, páginas 264 y 265, muy ajus- 
tadamente. 

No podría encarecer mucho la moralidad de 
esta novela el autor; pues para enseñar «cuanto 
aon dafiosos los cauamientoB entre personas des- 
iguales en edad>,co8a que, en verdad, no oecesi- 
ta demostración, compuso un enredo ¿ exornó 
•contecimiento real que, aunque narrado con arte 
muy snperifir á los demás del tomo, no oreemos 
fiflté exento de censara. El asunto era de suyo 
escabroso-, pero el autor pudo suavizArlo algo es 
las escenas en oaea de Solíer, sin i]n« el interés 
•« debilitase. 

En lo que nos parece excelente ea en la pin- 
tura del carácter de este personaje; y creemos 
qne tuvo á la vista el del Ceíoto extremeño, de 
Cervantes. Sus ingeniaturas para aislar á am. es- 
posa son por el mismo estilo, ai bien en el tísjo 
d« Cerrantes se queda en amagos lo que en el 
de Lugo es verdadera catástrofe. 



ívCloi.i'íli: 



18. FÚg.l97^Un. J7.—<¡01imil veces dicho- 
sa ftqntUa ecUd primera...!* 

Esta pintara de la edad de oro, traducida de 
Boecifi, trae & la m«nK>ria aqaeUa otra de don 
Quijote en el discurso á loa cabreros, gloiad& 
del mismo texto, coa is&a elegancia y armenia 
atmqae oon mayor énfasis. 

t9. Pág. 201, Un. 20.— -En Medina del Cam- 
po, pocos a&os ha, conooi k Pedro de León, qne 
de noventa y seis años Be casó con una señora 
moza...> 

Caso verdaderamente admirable, digno de 
fignrar on la lista de los sucesos más extraños 
y pasaje muy interesante para la historia natu- 
ral del hombre. 

20- 1^9- 202, Un. i!).— *£a el hacer visajes 
de sus personas creen, sin duda, que estriba 
aquella vejez que es corona de dignidad.* 

Aqoi «nnmera D. Francisco de Lugo las ilu- 
das ridiculas de los viejoe de su tiempo, supo- 
niendo que de propósito las usaban para máff 
autorizarse. Pero más bien es de creer que, como 
hoy, lo arcaico de la vestimenta de los ancianos 
respondiese ya k la mayor comodidad ó bien ¿ 
la costumbre y apego al tra.je que han usado en 
la edad viril. De todos modos es curiosa la enu- 
meración, porque nos maestra que en 1620 se 
consideraba ya ridicnlo el traje que se había 
usado en 1603. 



331 



21. Pág. 210, lí». 2.*— «EsoribiéronBa mn- 
chas glosas de la Mal maridada, qne resucitaron 
entonce e.» 

Trátase del antiguo y oélebre romance de La 
bella mal maridada, que ea el primer verso de 
esta poesía, cuya celebridad no sabemos explicar, 
como no sea por haber elegido la palabra mal- 
maridada en vez de malcasada, qne es lo que 
viene á significar. 

El asunto es que la joven esposa, olvidada y 
despreciada de bu marido, se aviene & huir con 
nn gaUn que ofrece acompañarla, cuando el ma- 
rido, sobreviniendo de repente, le da la muerte, 

So conocemos el romance primitivo, Dor&n in 
tentó reconstruirlo sirviéndose de otro de Loren- 
zo de Sepúlveda (1561), y ana glosa anterior he 
eha en coplas por nn poeta popular de principios 
del siglo XVI, llamado Quesada, que hizo además 
otras de igual clase. 

Pero la reconstitución de Duran dista mucho 
de ser exacta; puesto que ya desde los primeros 
versos es falsa, escribiendo como escribe una 
copla en vez de romance: 



La bella mal maridada, 
de las liadas que 70 vi; 
véote tan triste, enojada: 
la verdad dila tú & mi. 



., Google 



£atOB primeros versos eran, en realidad, así: 

La bella mal maridada, 
de las ¡nía lindas qne tí, 
si habéis de tomar amores, 
vida, no dejéis 4 mi. 

£1 hecho de Her éste como otros romances can- 
tado, y acaso con linda música, ocasiona mnlti- 
tud de variantes y glosas, que duraron todo el 
siglo zvi y aan gran parte del signiente, al me- 
nos entre el pneblo, sirviendo de tópico y término 
de comparación á nuestros poetas y prosistas de 
aquella edad para encarecer y ponderar lo vul- 
gar y corriente de alguna cóaa. 

Tantas debieron de ser las paráfrasis de esba 
idea, que produjo el cansancio y hasta la s&tira 
de escritores que, como (Gregorio Silvestre, í me- 
diados del mismo siglo XVI, escribió una glosa 
burlesca del romance , impresa primero en el 
Cancionero general de Ambares de 1567, anó- 
nima y con curiosas variantes , y luego en la 
Obras (Granada, 1599) de aquél egregio poeta. 

Esta glosa, graciosísima, de Silvestre, co- 
mienza; 

¿Qué desventura ha venido 
por la tríete de La bella 
que todos hacen sobre ella 
como en mujer del partido? 



.,C<xigle 



T Ift última copla: 

jOh, h»Ua mal m^ridaia; 
a qiiá manos Itas venido; 
mal casada j mal trovada, 
de loa po«tas tratada 
peor qae de tu marido! 

22. Pág. 220, Un. 27.— .Aquellas cincuenta 
hennaDae qae la primera noche de bub bodas, 

dan las 4.9 muerte & bus maridos, y bóIo nna le 
escapa libre. > 

SonóetaslasDanaidaa, hijae deDAnao.rey de 
Argos, que, Begún la fábala, casaron con los cÍq- 
cuenta hijos de Egipto, rey de la región de este 
nombre; y por instigación del padre de ellas loa 
asesinaron, excepto Hipermneetra, que salvó asa 
esposo Linceo. Júpiter castigó & las otras arro- 
jándolas en el Tártaro y condenándolas á llenar 
continuamente un tonel agujereado. Esta fábula 
se ntiliza siempre en sentido alegórico y moral, 
como lo hace D. Francisco de Lugo. 

23. Pág. 239, Un. 4.'— «Cuando en la roca 
dara...> 

Estos versos y los que coloca el autor en la pá^ 
gina 246, son mejores que sus traducciones. De 
los últimos de aquellos, añade: «qae se vieron 
algún dia en la corte», con lo cual deb« referirse 
á que se hablan impreso antes. 

24. Pág. 244, Un. J,* — «Guardas me po- 
néis.* 



ívCloi.i'íli: 



Esta coplilla, que también Fué mny glosada y 
cantada por toda Espafia, es completa, asi: 

Uadre, la mi madre; 
jgnardas me ponéis? 
Si yo no me guardo 
mal me guatdarélB. 

Es el principio de un romancillo picaresco y 
jocoso, que también fué imitado, como se ve por 
aquel otro del Romancero general: 
Uadre, la mi madre, 
el amor esquivo, 
me ofende y me agrada, 
me deja j le sij;a. 

25. Pdg. 266, Un. 35.'*Como puede eucederna- 
tnralmen te, que una mujer seconvierta en varón.» 

Comienza el extraBo discurso del Dr. Salt so- 
bre el androginiamo. Y es cosa de admirar que 
D, Francisco de Lugo haya recogido todos los 
textos, entre ellos algunos mny curiosos, como 
los de Antonio de Torquemada y el de Ubeda de 
1617, para probar una cosa de la que acaba bur- 
lándose, diciendo que es una «bernardina.* 

Sin embargo, lo mismo en Espá&a que en otros 
puntos fué aun basta tiempos modernos creencia 
muy extendida la de tal conversión. Después de 
mediar el siglo zvii, el célebre D. Jerónimo de 
Barrionuevo, en sus Avisos históricos, registra 
un caso semejante sucedido en Madrid, añadien- 
do que el sujeto de tan rara metamorfosis se en- 
señaba al público, y que él pensaba ir & verlo. 



iXlouyk 



ívCooi^lt^ 



IN-DIOHJ 



PaÓLOOO DBLí SDITOR. . . , 

Portada de las novelas . . 
Taea y demás prelim 

Dedicatoria 

A los lectores 

Prohemio al lector 

Titolos de las novelas 

Introdacoíón de las aovelas 

Novela I. Escarmentar en cabeza ajen». 

> II. Premiado el amor constante. . 

> ni. De las dos hermanas 

> lY. De la hermanía 

1 y. Cada uno hace como qnien es. 

■ VI. Del médico de Cádiz 

» Vn. Del andrógino 

» VIIL De la juventud 

Notas 



(, Google 



íjCooiílu 



FE DE ERRATAS 



Sama de Snma del 

ftlabauxa al alabanES del 

Don Dlouiíio de Lugo Doa DianiñoD&Tl- 

y Dávila la y Lugo 

Don Dlonlalo de Lngo Don Dionisio D&tI- 

y Divila la j Iioge 

atcanii aloaDi¿ 



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8B AOABd DB IHFRIKIR BSTB 
UBRO BN OABA DB P. APA- 
LATBODI, Á LOS TBIKTIOUA- 
TRO D1a8 DKL UBB DB MARZO 



ívCjoui^L 



OBRASDEDJHIUOCOTARELOYIORI 



El Condb Villahbdiana . Estudio biográfico 
y critico con varias poesías inéditas dd mismo, 
Madrid, 1888. en 4.°, 6 ptaa. 

Tirso db Molina. Investigaciones bio- bibliográ- 
ficas. Madrid, 1893, en 8.", 8 ptas. 

Vida t obras de Don Enrique; db Tillbna. Ma- 
drid, 1896, en 8.", 2 ptae. 

Estudios sobre la historia dA arte escénico en Es- 
polia. I. María Ladvbnant t Quirantit, primera 
dama de los teatros de la corte. Madrid, 1896, en 
8.", 2 ptaa. 

Estudios sobre la historia del aHe escénico en Es- 
paña. II. MarIa DHL Rosario Fbrnándbz (la Ti- 
rana). Madrid, 1897, en 8.", 3 ptaa. 

Iriarte t su époga. Obra premiada en público 
certamen por la Real Academia Española é impre- 
sa d tus expensas. Madrid, 1897, en 4.° mayor, 16 
pesetas. 

£1 supuesto libro de Las Querellas del Rey Don 
Alfonso el Sabio. Madrid, 1899, en 4." fagotado). 

Discurso de ingreso en la Seal Academia Espa- 
ñola. Sobre las imitaciones castellanas del Quijote. 
(No se ba pnesto & la venta.) 

Don Bauón de la Crcz y bus obras. Ensayo 
biográfico y bibliográfico. Madrid, 1899, en 4.", 30 
pesetas. (Quedan muy pocos eiemplares.) 

Cancionbbo de Antón de Montoro (<Í Sopero 
de Córdoba), poeta del siglo zv, pablicado por pri- 
mera vez, con prólogo y notas. Madrid, 190Ü, en 
8.", 4 ptaa. 

Juan del Encina y lo» orígenes del teatro espa- 
ñol. Madrid, 1901, en 8," (agotado.) 

Lope de Rueda y el teatro español de su tiempo. 
Madrid, 1901, en a« (agotado). 



Estudio* de historia literaria de Etpaña. Ma- 
drid, 1901, en 8.", b ptas. 

Estudios sobre la historia del arte escénico en Es- 
paña, in. ísiDoKO MÁiQUKZ y el teatro de su tiem- 
po. lÍAdríd, 19U2, en 8.°, 6 ptu. 

Cameionero iniéito de Joai Axtaboz Gato, poe- 
ta madrileño del siglo itv. Madrid, 1901, en 8.", 3 
peaeta?. 

Lazarillo de Manzanares. Novela española del 
siglo XVII, de JcjAx Cortés dx Tolosa. Beínipre- 
8Íoa y notas. Madi'id, 1901, en 8.°, 2 pt»a. 

Comedia de Sepúlveda (del siglo xvi). Ahora por 

Sinaa vez publicada: coa advertencia y ootaa. 
adrid, 1901, en 8.", 2 ptaa. 

Elfrimer auto sacrawttTital del teatro español y 
noticia de su autor El Baooill^r HbkkXk L6phc ' 
BHTanguas. Madrid, 1902, eu 4." (agoUdo). 

£3 supuesto casatnienio de Altiumeor con una 
¡tíja de Bermudo II. Madrid, 1908, ^ 4." (acotado). 

Sobre el origen y desarrollo de la leyenda de los 
amantes de Terttet Madrid, 1908, en 4." (agotado). 

Las armas de los Girones. Madrid, 1903, ea i." 
(agotado). 

Teatro español deí sigla XVI. Catálogo devieaas 
imprtiasy w) conocidas hatíaá presente. Itedríd. 
1908* aaa'',.lpta. 

Bibliografía de las controversias' sobre la lieitud 
del teatro en España. Obra premiada jfor la líibHo- 
teca Nacional é impresa á expensas del Estado. 
Madridf i904, en 4." mayor, 10 ptas. 

Efemérides cervantinas, é sea resumen croiuAó' 
gico de la vida de Miqubl db CBBVANTBa Saav>- 
SSA. Madrid, 19U5, en 8.", 5 ptas. 



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