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Full text of "Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias occidentales"

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LIBRARY 

OF  THE 

University  OF  California. 


Class 


NOTICIAS  HISTORIALES 


DE 


!.AS  CONQUISTAS 


DE 


TIERRA  FIRME 

EN  LAS 

INDIAS  OCCIDENTAbES 

POR  FR.  PEDRO  SIMÓN 

DEL  ORDEN  DE  SAN  FRANCISCO  DEL  NUEVO  REINO  DE  GRANADA 

TOMOV 


TERCERA  PARTE 

PrULÍCASE  POR  v^EZ  PRIMERA   SOBRE   LOS  MANUSCRITOS   DE    LA   BIBLIOTECA  NACIONAL 
Y  CON  INTERVENCIÓN  Y  AUXILIO  DEL  MINISTERIO  DE  INSTRUCCIÓN  PUBLICA 


BOGOTÁ 

CASA  EDITORIAL  DE  MEDARDO  RIVAS 
1892 


PARTE  TERCERA 

QUINTA  NOTICIA  HISTORIAL 


CAPITULO  X 

1."  Muda  Valdivia  el  pueblo  de  San  Juan  de  Rodas.  Alzanae  los  indios— 2.»  Descubre 
esto  una  india,  que  se  volvió  cristiana  después— 3.*  Dan  sobre  la  ciudad  de  San 
Juan  de  Rodas  y  matan  algunos  españoles— 4 .«  Resístenles  otros,  de  suerte  que  los 
ponen  en  huida. 

HABIENDO  llegado  todo  esto  á  los  oídos  del  Gobernador  Andrea 
de  Valdivia,  á  Antiocliia,  por  haberlo  llevado  la  fama  de  pueblo 
en  pueblo  de  indios,  salió  del  de  Antiochia  con  cincuenta  soldados  con  que  se 
hallaba  y  algunos  caballos  y  pertrechos  de  guerra,  la  vuelta  del  Valle  de 
Norisco,  á  donde  llegó  y  fué  bien  recibido  de  los  afligidos  vecinos,  que  no 
pareciéndoles  bien  ni  seguro  sitio  aun  aquél,  ni  al  Valdivia  tampoco,  deter- 
minaron se  volviese  á  poblar  en  su  primer  asiento,  que  fué,  como  dijimos, 
donde  llamaban  el  Paramillo,  y  reedificada  allí  de  nuevo  y  repartida  otra  vez 
la  tierra  por  el  Valdivia  más  conforme  á  su  gusto  que  al  de  la  justicia,  según 
las  quejas  de  muchos,  tomó  la  vuelta  de  Santafé,  dejando  por  su  Teniente  y 
Justicia  Mayor  á  Don  Antonio  Osorio  de  la  Paz,  caballero  de  Ciudad  Rodrigo, 
que  deseando  cobrar  opinión  y  que  le  temiesen  los  indios,  salió  á  hacer  algunos 
castigos  á  fuego  y  sangre,  con  que  los  dejó  más  avispados  y  irritados  á  dar 
otra  vez  sobre  el  pueblo,  para  lo  cual  pagaron  á  muchos  de  los  indios  más 
lejanos  que  les  viniesen  á  ayudar,  y  para  que  no  les  faltasen  comidas,  hicieron 
de  comunidad  una  extendidísima  labranza  de  maíz  en  la  ensenada  del  señor 
de  Agrazaba.  Para  esta  junta  señalaron  "  por  General  á  Pedro  Catía,  baptizado 
y  muy  ladino,  por  haberse  criado  desde  niño  en  servicio  de  un  Francisco 
López  en  la  Villa  de  Antiochia. 

O  n  a  í\  o  o 


4  FEAY  PEDRO   SIMÓN  (5.*  NOTICIA 

2.<^  Hicieron  á  éste,  porque  como  ladrón  de  casa  alcanzaba  nuestros 
intentos  y  los  comunicaba  con  ellos,  entraba  y  salía  en  ambas  partes,  y  para 
más  disimulo  bacía  que  viniesen  á  los  nuestros  de  paz  (basta  su  tiempo)  muchos 
hombres  y  mujeres  que  miraban  con  buenos  ojos  á  nuestros  españoles,  y  entre 
ellas  hacía  venir  el  Pedro  Catía  á  uaa  hermana  del  Cacique  Agrazaba,  de  muy 
bnen  parecer  en  toda  su  persona,  que  tomando  amistad  con  el  Don  Antonio, 
le  descubrió  todo  el  secreto  y  determinación  de  los  bárbaros,  y  cómo  el  Pedro 
Catía  era  el  que  urdía  toda  esta  trama,  y  que  para  que  la  creyesen,  no  estaba 
de  parecer  de  volver  á  ellos,  sino  de  ser  cristiana,  pues  amaba  nuestra  santa  fe, 
como  aborrecía  las  bárbaras  costumbres  de  sus  parientes.  Avisó  de  esto  Don 
Antonio  á  sus  soldados,  que  divididos  en  varios  pareceres,  determinaron,  para 
sacar  más  en  limpio  la  verdad,  le  diesen  tormento  á  la  india,  la  cual  en  él 
dijo  lo  mismo,  y  no  por  eso  mudó  de  intentos  de  ser  cristiana,  y  así  luego  la 
catequizaron  y  baptizaron,  poniéndole  por  nombre  Catalina,  que  fué  todo  lo 
que  vivió  acrecentándose  en  las  cosas  de  la  fe,  con  mucho  ejemplo  de  todos. 
Estando  ciertos  los  nuestros  del  rebelión  que  se  intentaba,  procuraron  por 
primera  prevención  haber  á  las  manos  al  Pedro  Catía,  de  que  se  supo  guardar 
bien,  pues  no  volvió  más  á  nuestros  soldados  en  sabiendo  ser  cristiana  Catalina, 
antes  envió  á  que  oliesen  si  se  había  sentido  su  alzamiento  (á  sombras  de  paz) 
á  los  Caciques  Tecure  y  Agrazaba,  hermanos;  Chaourí,  Tacuica,  Nuguireta, 
Tacujarango  y  otros  principales,  que  llevaban  algunos  regalos  de  comidas,  á 
quien  luego  prendieron,  despachando  cartas  al  Valdivia  del  suceso,  que 
nunca  llegaron  á  sus  manos,  porque  cayeron  en  las  de  los  indios  de  guerra  los 
Yanaconas  que  las  llevaban. 

3.°  Sin  saber  el  Gobernador  Valdivia  estos  sucesos,  había  despachado, 
mientras  ellos  acontecieron,  una  partida  de  ganado  mayor  con  diez  soldados, 
y  entre  ellos  iba  un  clérigo  llamado  Juan  Ruiz  de  Atienza,  que  pasaron  y 
llegaron  sin  ningún  riesgo,  antes  contaban  que  les  habían  hecho  buen  pasaje 
y  amistad  todos  los  indios,  dándoles  las  comidas  necesarias,  lo  cual  era  para 
disimular  más  otro  alzamiento  que  urdían,  acedos  de  la  prisión  de  los  Ca- 
ciques. Atribuyendo  algunos  de  los  soldados  esta  benevolencia  á  la  parte  que 
les  podía  dar  más  ociosidad  y  descuido,  lo  tuvieron  en  no  velarse  como  solían, 
que  conociendo  este  descuido  los  bárbaros,  vinieron  muchos  á  dar  un  madru- 
gón sobre  el  pueblo,  que  no  pudiéndose  entrar  por  él  más  que  por  sola  una 
parte,  por  ser  inaccesible  por  naturaleza  todo  el  resto  de  su  sitio,  pretendieron 
entrar  por  aquí,  y  sintiéndolo  la  centinela,  dio  arma,  con  que  todos  asieron  las 
suyas  mal  despiertos,  con  que  salieron  á  hacerles  harta  floja  resistencia.  A  un 
Fernán  Sánchez,  manchego,  natural  de  la  Hembrilla,  saliendo  con  poco  más 
reparo  que  como  se  .halló  en  la  cama,   aunque   llevaba  buen  brío  al  salir  de  su 


CAP.  x)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  5 

casa,  le  dieron  tal  golpe  de  macana,  que  desmenuzándole  los  cascos  y  quijadas, 
rindió  allí  la  vida;  á  un  Juan  de  Ortega,  natural  de  Ubeda,  que  galio  á  la 
refriega  sin  rodela,  le  dio  una  piedra  do  una  honda  tal  golpe  en  las  sienes, 
que  lo  derribó  muerto;  como  hizo  lo  mismo  otra  flecha  envenenada,  pasándole 
la  garganta  á  Pedro  de  Vega. 

4.^  Salieron  en  este  tiempo,  armados  de  espadas  y  rodelas,  y  los  más  de 
ellos  en  camisa:  un  Pedro  Sánchez,  natural  de  Estrella,  cerca  de  Talavera;  Juan 
Mateo  Corzo  de  Sigura,  de  León;  Esteban  de  Ribera,  de  Alburquerque;  Juan 
de  Cotnra,  valenciano,  y  Diego  de  Guzmán,  de  Segovia:  todos  con  unos  ánimos 
valerosísimos,  medidos  en  honra  y  no  con  temores  ;  los  cuales,  así  como  se  ha- 
llaban, acudieron  á  la  loma,  por  donde  el  gentío  iba  entrando,  que  fueron  cinco 
rayos  para  ellos,  haciendo  tanta  riza,  cortando  brazos,  cabezas,  piernas  y  barrigas, 
que  fueron  poderosos  para  detener  el  ímpetu  de  los  salvajes,  y  aun  para  que  vol- 
viendo pasos  atrás,  y  impeliéndose  unos  á  otros,  cayesen  en  el  río  que  pasaba  la- 
miendo los  cimientos  de  las  barrancas,  con  lo  cual  tuvieron  tiempo  los  de  á  ca- 
ballo de  armarse  y  de  cebar  bien  las  lanzas  y  espadas  en  los  que  primero  habían 
entrado  y  quedaban  en  la  plaza  sin  socorro  de  los  que  habían  de  ir  entrando, 
y  así  quedaron  muy  pocos  de  ellos,  por  la  buena  diligencia  de  los  soldados, 
que  luego  cantaron  la  victoria,  dando  mil  gracias  á  Dios,  por  cuya  mano 
les  había  venido,  por  instrumento  de  aquellos  cinco  que  atajaron  el  paso,  de 
los  cuales  sólo  el  Eibera  y  Pedro  Sánchez  quedaron  heridos,  aunque  sin 
riesgo,  por  la  diligente  cura.  Mostráronse  también  valerosos  Juan  Alonso 
Rubio,  Juan  Ruiz  y  un  Alonso  Martín  Merchán,  que  por  todos  eran 
treinta  y  seis  con  los  recién  llegados;  pasando  los  indios  de  más  de  mil 
y  quinientos,  que  no  fueron  bastantes  para  por  entonces  salir  con  sus  intentos, 
ni  por  cuatro  días  que  tuvieron  cercado  el  pueblo,  en  los  cuales  colgaron  á  su 
vista  á  Nnguireta  y  Chacurí  de  los  presos,  con  otros  indios  señalados  y  de  es- 
tima, que  avispados  más  con  el  hecho,  revolvieron  sobre  las  estancias,  donde 
hubieron  á  las  manos  algunos  indios  amigos  del  servicio  y  negros,  que  les 
dieron  cruelísimas  muertes.  Talaron  así  mismo  las  labranzas,  que  todo  fué 
causa  para  que"  después  mudase  el  pueblo  el  Gobernador  Valdivia,  como 
veremos. 


6  FRAY  PEDRO  SIMÓN  (5.*  NOTICIA 

CAPÍTULO   XI 

!.•  Declárase  en  el  Consejo  no  caer  Antiochia  en  el  Gobierno  de  Valdivia,  y  lo  que  de 
ahí  sucedió— 2.''  Despachada  una  tropa  al  Chocó,  quédase  un  soldado  más  que 
medio  muerto — 3."  Conserva  la  vida  cuarenta  días  sólo  con  beber  agua  tocada  en 
el  L'ignum  Crucis  —i.^  Envía  Valdivia  soDorro  á  San  Juan  de  Rodas.  Valiente  gua- 
zabara  en  que  vencen  los  nuestros. 


Y 


Á  dijimos  cómo  quejándose  en  esta  Real  Audiencia  de  Santafé 
Don  Jerónimo  de  Silva,  por  habérsele  entrado  el  Gobernador 
Andrés  de  Valdivia  en  los  pueblos  de  Antiochia,  sin  ser  de  su  jurisdicción 
sino  del  Gobierno  de  Po payan,  se  remitió  la  decisión  de  la  diferencia  al  Real 
Consejo,  el  año  de' mil  y  quinientos  y  setenta  y  uno ;  y  el  de  mil  y  quinientos 
y  setenta  y  dos  vino  determinando  no  pertenecerle  al  Valdivia,  según  el 
asiento  que  tomó,  como  hemos  visto,  de  que  no  se  le  daba  el  Gobierno  en 
pueblos  de  españoles  ya  poblados,  sino  á  la  Gobernación  de  Popayán,  esto  es, 
la  Villa  de  Antiochia  y  la  de  San  Juan  de  Eodas,  con  lo  cual  viéndose  el 
Valdivia  desposeído  de  aquello  donde  estaba  intruso,  echando  á  volar  sus 
pensamientos,  los  puso  en  intentar  imposibles,  facilitándolos  con  su  presunción, 
que  fué  poblar  de  una  vez  en  muchas  partes,  hallándose  con  tan  poca  gente, 
que  aun  para  una  lo  era,  entre  indios  tan  hostigados  y  que  tenían  perdida  la 
vergüenza  á  los  españoles.  Lo  primero  que  intentó  fué  reedificar  á  Antiochia 
la  vieja,  donde  puso  Caja  Real  y  fundición  y  abrió  marca  conforme  á  una  de 
sus  capitulaciones,  señalando  por  Tesorero  á  Antonio  do  Tobar  y  por  Contador 
á  Rodrigo  de  Santander,  ambos  mientras  el  Consejo  no  ordenaba  otra  cosa. 
Duró  muy  poco  esta  población,  porque  los  Catios  determinaron  dar  luego  sobre 
ella,  dando  fin,  de  camino,  á  tres  soldados  qué  hallaron  inadvertidos  fuera  de 
ella,  con  que  no  se  les  pudo  dar  aviso ;  pero  tuviéronlo  por  mano  del  cielo  con 
un  caso  raro  que  le  sucedió  al  Tesorero  y  á  otros  amigos  suyos  aquella  mañana 
que  venían  á  dar  sobre  ellos,  y  fué  que  estando  juntos  para  almorzar  de  una 
mazamorra  hecha  de  leche  y  maíz  molido,  cuando  la  fueron  á  echar  en  las  por- 
celanas, se  convirtió  toda  en  sangre,  con  que  quedaron  todos  admirados, 
pasmados  y  sin  poder,  por  buen  espacio  de  tiempo,  hacer  otra  cosa  más  que 
mirarse  unos  á  otros,  hasta  que  volviendo  en  sí,  sin  esperar  al  efecto  de  sangre 
con  que  el  prodigio  les  amenazaba,  tomaron  sus  armas  y  caballos  y  la  vuelta 
de  Antiochia,  dejando  desamparada  la  primera  población  do  ^Valdivia. 

2.0  El  cual,  antes  que  enviase  y  fuese  él  con  el  primer  socorro  á  San  Juan 
de  Rodas,  había  despachado  más  de  setenta  españoles  con  el  Capitán  Juan  de 
Zabala,  entre  quienes  iban  Rodrigo  Pardo  y  Francisco  Mantilla,  de  los  Ríos,  á  las 


CAP.  Xl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  7 

Provincias  de  los  Chocoes  y  las  que  coufinan  con  el  gran  río  Darién,  por  la 
parte  del  Este,  pareciéndole  se  alargaban  hasta  allí  los  títulos  de  su  Gobierno, 
en  especial  si  lo  estiraba  un  poco.  Tardaron  en  esta  salida  casi  un  año,  con 
grandes  trabajos,  que  fuera  tejer  una  larga  historia  contarlos  todos,  aunque  se 
echará  de  ver  en  que  quedaron  desplumados,  como  dicen,  demás  de  los  treinta 
compañeros  que  fallecieron,  y  sucedió  á  la  vuelta  con  uno  que  llamaban  Fernán 
Pérez,  mancebo  natural  de  Salamanca,  que  se  vido  tan  fatigado  del  camino,  que 
en  cierta  parte,  cerca  de  un  arroyuelo,  dijo  que  no  podía  de  ninguna  suerte 
pasar  de  allí,  sin  ser  bastantes  para  otra  cosa  ruegos  de  los  compañeros,  y  en 
especial  del  Capitán  Rodrigo  Pardo;  sólo  les  pidió  un  vaso  con  qué  sacar  agua 
del  arroyo  para  beber,  con  que  se  despidieron  todos,  encomendándolo  á  Dios,  y 
dejándolo  ya  por  muerto,  y  una  cruz  á  su  cabecera,  pasaron  adelante,  hacia  un 
lado,  en  demanda  de  algunas  comidas  para  reparar  la  hambre  que  los  iba  ya 
consumiendo,  en  que  les  sucedió  bien  por  la  Divina  Providencia,  pues  de  allí 
á  seis  días  dieron  con  unos  indios  tan  blandos  de  corazón  para  con  ellos,  con 
ser  todos  ferocísimos  Caribes  (que  en  diciendo  Caribe  es  que  come  carne  huma- 
na), que  no  sólo  acariciaron  y  dieron  de  comer  á  los  primeros  que  iban  entrando 
en  sus  casas  (porque  cada  uno  llegaba  antes  ó  después,  según  sus  fuerzas  le 
daban  aliento  al  camino),  pero  aun  sabiendo  que  venían  otros  detrás  desmaya- 
dos, salían  á  buscarlos  con  buenas  comidas,  y  los  llevaban  hasta  meterlos  en 
el  pueblo,  donde  se  estuvieron  reformando  cuarenta  días. 

3.0  Después  de  los  cuales,  tomando  la  vuelta  por  el  camino  que  habían 
llevado,  llegaron  al  paraje  donde  habían  dejado  al  Fernán  Pérez,  que  acordándo- 
se de  él,  dijo  el  Rodrigo  Pardo:  "Piedad  cristiana  será  que  le  vamos  á  enterrar 
los  huesos."  Llegando  con  este  intento  al  sitio  donde  le  dejaron,  le  hallaron  de 
la  misma  suerte  que  había  quedado  después  de  cincuenta  días,  y  mirando  si 
todavía  tenía  vida,  hallaron  que  aún  resollaba,  y  para  más  certificarse,  le  re- 
fregó el  Eodrigo  Pardo  los  dientes  y  la  boca  con  carne  de  mico  que  llevaba 
asada  para  su  matalotaje,  que  sintiéndola  el  enfermo,  comenzó  á  mostrar  más 
aliento  y  paladearse  á  su  sabor,  y  dándole  voces  si  conocía  á  sus  campaneros» 
respondió  con  una  voz  muy  débil:  no  veo,  porque  me  falta  este  sentido,  pero 
paréceme  que  la  voz  es  de  Rodrigo  Pardo.  De  que  se  alegraron  notablemente 
todos,  y  le  preguntaron  que  cómo  había  vivido  tanto  tiempo,  y  qne  quién  le 
había  dado  de  comer  para  vivir.  A  que  respondió,  señalándolos  una  crucesita 
de  oro,  que  pesaría  seis  tomines,  en  que  estaba  engastada  una  pequeñita  astilla 
muy  sutil  del  Lignxim  Crucis,  diciendo  con  voz  algo  más  alentada:  nadie  me 
ha  dado  de  comer  en  todo  este  tiempo,  y  sólo  la  piedad  de  Cristo  le  daba  virtud 
al  agua  que  bebía,  metiéndole  antes  esta  reliquia  del  Lignum  Crucis  dentro 
para  que  me  sustentara;  húbela  de  un  caballero,  Canónigo  de  Salamanca,  cuan- 


8  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (5.»  NOTICIA 

do  pasó  de  esta  vida.  Parece  que  no  pudiera  dudar  en  esto,  vistas  las  circuns- 
taocias  del  caso,  y  que  lo  contaba  un  hombre  más  de  la  otra  que  de  esta  vida, 
á  quien  dieron  traza  lo  llevasen  cargado  algunos  indios  del  servicio,  hasta  lle- 
gar á  uu  pueblo  de  naturales,  pacífico,  á  donde  lo  dejaron  muy  encargado  con 
nn  Yanacona,  criado  snyo,  que  no  se  supo  si  vivió  más  días,  por  haberse  des- 
perdigado cada  cual  de  sus  compañeros  buscando  su  ventura,  aunque  algunos 
volvieron  con  el  Gobernador  Valdivia. 

4."  El  cual  viéndose  desposeído  de  la  jurisdicción  de  Santafé  de  Antiochia, 
antes  que  esto  se  supiera  en  San  Juan  de  Rodas,  como  astuto  dejóla  al  cuidado 
del  Capitán  Francisco  Maldonado,  vecino  que  había  sido  de  Caramanta,  que  lle- 
gó en  bien  pocos  días,  por  el  mes  de  Diciembre  de  este  año  de  mil  y  quinientos 
y  setenta  y  tres,  que  fué  bien  recibido  por  estar  necesitados  de  aquel  socorro  y 
del  de  comidas,  que  las  tenían  alzadas  los  indios  y  rebelados,  y  así  fué  necesa- 
rio, luego  en  llegando,  se  salieran  á  buscarlas  el  caudillo  Juan  López  Bravo  con 
veinticinco  soldados  de  satisfacción  y  confianza;  pero  la  poca  que  tenían  todos 
de  los  indios  so  echó  de  ver  á  los  primeros  pasos  que  dio  esta  tropa,  encon- 
trándose con  otra  de  repente,  harto  má.«  numerosa,  acaudillada  por  el  Pedro 
Catía,  que  venía  por  Capitán  General  de  todas.  Repararon  los  nuestros,  viendo 
la  frente  á  tan  numeroso  ejército  y  teniendo  por  menoscabo  de  su  honra  volver 
atrás,  animándolos  el  Juan  López  Bravo,  diciendo:  ''A  ellos  !  á  ellos  !  caballe- 
ros, que  ahora  es  tiempo  que  conozcamos  cuánto  más  valen  poces,  ayudados  de 
la  mano  de  Dios,  que  muchos  de  la  del  Demonio."  Comenzó  á  jugar  la  arca- 
bucería con  muchas  de  las  balas  enramadas,  que  hacían  tan  cruel  batería  en 
los  infieles,  dividiendo  cuanto  topaban,  en  especial  ayudados  de  ciertos  perros, 
que  andaban  haciendo  por  su  parte  no  pequeña  riza,  que  en  breve  tiempo  se 
confundieron  y  desordenaron  los  escuadrones  de  los  bárbaros,  desatinados  con 
tanta  mortandad  como  veían  á  sus  ojos,  y  entre  los  demás  el  Pedro  Catía,  con 
que  por  no  quedar  todos  consumidos  entre  los  dientes  de  la  guerra,  volvieron 
las  espaldas,  siguiendo  los  nuestros  el  alcance  con  tanto  valor,  que  los  miserables 
les  pedían  misericordia;  cosa  bien  desusada  á  su  fiereza,  y  aun  un  indio  decía 
desde  un  alto:  "  Cesen  ya,  españoles,  tantas  muertes,  dejad  algunos  que  hagan 
labranzas  para  que  comamos  todos;"  como  se  dijo  haberlo  hecho  ellos  del  cuerpo 
de  Pedro  Catía,  y  aun  haberle  muerto  por  su  mano  por  haberles  facilitado 
la  victoria,  que  les  había  salido  tan  al  revés,  pues  decían  bastaba  defenderse 
en  sus  casas,  sin  ir  á  buscar  los  españoles,  que  con  lo  que  dijo  el  indio  dejaron 
de  seguir  el  alcance  y  tomaron  la  vuelta  de  la  ciudad  por  si  aca'^o  revolvían  sobre 
ella  por  otra  parte.  Regocijóse  la  victoria  y  á  sangre  caliente  pretendieron 
volver  Bobre  el  castigo  de  los  indios,  que  no  tuvo  efecto. 


OAP.  Xll)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  9 

CAPÍTULO  XII 

1."  Traza  de  Valdivia  para  dar  principio  á  su  Gobierno — 2*  Despuebla  á  San  Juan  de 
Rodas  y  trae  la  gente  á  la  margen  de  Cauca— 3."  Declárales  allí  bus  intentos,  á  que 
todos  acuden,  viendo  no  poder  hacer  otra  cosa— 4.®  Entra,  pasado  Cauca,  con  toda 
su  gente  en  las  tierras  de  su  Gobierno. 

HABIÉNDOSE  notificado  en  Santafé  de  Antiochia  la  declaración  del 
Consejo,  en  que  al  Gobernador  Andrés  de  Valdivia  no  le  pertenecía 
el  Gobierno  de  ella  ni  el  de  San  Juan  de  Eodas,  como  hombre  caviloso,  salió 
con  la  presteza  posible  y  alguna  gente  del  pueblo  de  Santafé,  la  vuelta  de  San 
Juan  de  Rodas,  pretendiendo  llegar  allí  antes  que  se  supiera  esta  determinación, 
para  entablar  mejor  sus  designos,  y  así  lo  recibieron  como  á  su  Gobernador, 
no  sabiendo  otra  cosa  que  basta  allí,  y  él  los  trató  con  gran  blandura  y  caricias, 
y  habiéndole  dado  cuenta  de  las  necesidades  y  miserias  que  pasaban  en  aquel 
puesto,  parece  le  vino  á  propósito  de  sus  intentos,  y  tomando  la  ocasión,  como 
dicen,  por  el  copete,  que  era  de  aquello  que  le  decían  y  miserias  que  le  conta- 
ban, les  hizo  una  larga  plática,  representándoselas  de  nuevo,  y  la  imposibilidad 
que  había  en  allanar  aquella  tierra,  pues  el  maíz  que  comían  lo  compraban  á 
precio  de  sangre,  y  así  que,  pues  estaba  solas  dos  leguas  el  río  de  Cauca,  tierra 
más  fértil  y  q^e  ayudaba  al  sustento  con  sus  pesquerías,  caso  que  faltase  grano, 
sería  bien  poblarse  en  sus  riberas,  á  lo  menos  por  algín  tiempo,  en  especial 
que  los  naturales  de  ellas  no  era  gente  tan  redomada,  por  no  haber  tratado 
tanto  con  españoles,  y  que  Pedro  Pinto  Vellorino,  con  quien  él  tenía  hecha 
alianza  en  estas  conquistas,  hombre  de  conocida  afabilidad,  sagacidad  y  posibles 
para  hacer  soldados,  llegaría  con  socorro  de  ellos,  y  así  siendo  aquél  su  parecer, 
pedía  el  de  los  demás. 

2.0  A  que  acudieron  todos  por  estar  desabridos  con  tantas  guerras  en 
aquel  sitio,  fuera  del  parecer  contrario  que  tuvo  Alonso  Díaz,  uno  de  los  Al- 
caldes, y  así  pusieron  en  efecto  la  mudada  del  pueblo  y  llegaron  todos  á  las 
márgenes  del  río  de  Cauca,  y  al  mes  de  Enero  de  este  año  de  mil  y  quinien- 
tos y  setenta  y  cuatro,  donde  se  ranchearon  y  descansaron  dos  ó  tres  días;  des- 
pués ordenó  el  Gobernador  se  hiciese  una  puente  en  una  angostura  que  hace 
el  gran  río,  donde  se  ciñe  más  que  en  muchas  leguas  de  sus  corrientes  arriba 
ni  abajo,  diciendo  lo  que  les  importaba  hacerla  para  gozar  de  la  fertilidad  de 
la  tierra  de  una  y  otra  banda,  que  cuadrando  esto  á  todos,  pusieron  manos  á  la 
obra,  que  con  cueros  torcidos  de  vaca  y  muchedumbre  de  bejucos  se  dieron 
buena  maña,  pues  la  acabaron  en  diez  ó  doce  días,  que  no  fué  poco  por  la  di- 
ficultad con  que  se  hizo.  La  cual  acabada,   hizo  al  momento  pasar  el  Valdivia 


10  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (5.^  NOTICIA 

por  ella  á  los  que  á,  él  le  pareció  más  resabiados  y  que  se  les  habían  traslucido 
sus  intentos,  que  pasaron  de  harta  mala  gana,  aunque,  so  color  de  descubrir 
caminos,  hubieron  de  hallarse  de  la  otra  banda  el  día  de  la  Purificación,  á  dos 
de  Febrero.  Echaron  á  nado  las  vacas,  caballos  y  puercos,  que  temiendo  el 
ímpetu  del  río,  volvieron  á  arribar  d  partes  diferentes,  de  suerte  que  sólo  pu- 
dieron volver  á  recobrar  sesenta  y  nueve  vacas  y  veintiún  caballos,  que  no 
hicieron  los  demás  poca  falta,  pues  se  desavió  con  esto  mucho  la  prosecución 
del  camino. 

3.°  Antes  que  se  comenzara,  les  declaró  sus  intentos  á  todos  el  Valdivia, 
diciendo:  "  Ya  es,  señores,  tiempo  de  que  los  designios  que  traigo  entre  manos 
de  mi  conquista  sean  manifiestos  á  todos,  y  así  sabrán  que  ha  declarado  S.  M* 
por  sentencia,  que  mi  Gobierno  sea  en  esta  parte,  entre  estos  dos  ríos  de  Cauca 
y  la  Magdalena,  si  bien  lo  de  esa  otra  parte,  que  toca  por  la  misma  declaración 
al  de  Popayán,  saben  todos  me  ha  costado  mi  hacienda  el  conservarlo,  de  que 
todos  sois  buenos  testigos  en  los  socorros  que  he  enviado  á  San  Juan  de  Eodas, 
donde,  como  se  vio  á  la  clara,  no  era  posible  sustentarse  nadie;  ya  nos  hallamos 
aquí  entre  indios  menos  resabiados  que  aquéllos,  en  quien  se  reparará  con  mu- 
chas ventajas  la  falta  que  aquéllos  os  hicieren;  esperando  estoy  socorro  del  Capitán 
Pedro  Pinto,  con  que  podremos  con  seguro  hacer  las  conquistas  de  estas  tierras, 
á  que  si  alguno  no  quisiere  acudir  con  gusto,  desde  luego  tiene  licencia  y  puen- 
te para  volverse,  y  desde  aquí  lo  podrá  hacer  libre,  pero  comenzada  la  conquista, 
no  sin  grave  castigo."  Sentía  cada  cual  de  esto  lo  que  le  parecía,  arqueando 
las  cejas  y  arrugando  la  frente,  maravillados  de  la  astucia  del  Gobernador  para 
traerlos  allí  con  aquel  modo,  y  hablándole  y  respondiéndole  por  todos  Juan  López 
de  Oviedo,  y  que  se  conformaban  con  su  parecer,  lo  agradeció  con  largos  cum- 
plimientos y  promesas;  sólo  á  un  Antonio  Machado  le  pareció  volverse  á  An- 
tiochía,  de  donde  era  vecino,  que,  dándole  licencia  con  liberalidad,  llegó  sin 
peligro  allá,  aunque  por  tierras  peligrosas,  donde  supo  excusar  encuentros,  por 
ser  tan  vaquiano  de  aquellos  países. 

4.^  Con  cuarenta  y  seis  españoles,  veinte  negros  suyos  y  doscientos  indios 
de  servicio,  que  era  toda  la  gente  con  que  se  hallaba  Valdivia,  comenzó  á  mar- 
char por  bien  anchos  y  seguidos  cansinos;  indicios  todos  de  soberbias  poblacio- 
nes, como  se  echó  de  ver  luego,  á  nueve  de  Febrero,  dando  vista  á  un  valle  que 
en  aquella  lengua  llamaban  Guarcama,  y  en  la  nuestra  se  le  puso  de  San  An- 
drés, á  devoción  del  nombre  del  Gobernador:  tierra  amena,  fértil,  de  buen 
temple,  arboledas  frutales,  campos  abundantes,  bien  labradías  y  fertilizados  con 
aguas  de  riego,  cielo  claro,  tierra  escombrada,  y  toda  ella  que  parece  vendía 
salud  y  convidaba  á  que  se  fundase  luego  allí  ciudad  cristiana;  porque  sobretodo 
esto,  se  prolongaba  el  valle  veinte  leguas,  con  anchuras  de  diez  ó  doce,  poblada 


CAP.  XIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  11 

atrechos  y  con  buen  concierto  de  grandes  ciudades,  y  ricas  por  las  muchas  mi- 
nas de  oro  que  las  ceñían,  y  por  granjerias  de  tratos  y  labores  de  tierra  para 
maíz  y  algodón,  de  que  se  hacían  razonables  telas  blancas  y  de  variados  colores. 
Los  principales  Caciques,  señores  de  este  valle,  se  llamaban:  Guarcama,  Cuerpia, 
Pipimán,  Ozeta,  Maquira  y  Aguarizi,  y  apartados  de  éstos  algo  del  valle  á  los 
costados  de  la  serranía  que  lo  acompaña,  vivían  otros  de  menos  consideración, 
llamados:  Omaga,  Negueri,  Yusca,  Aguataba,  Abaniqui,  Cuercia,  Taquibani, 
Corime,  Ouerquisime,  Moscataco  y  otros  algunos  Capitanes  flecheros,  carnice- 
ros y  herbolarios,  destrísimos  y  ejecutivos,  precisos  en  todo  trance  de  guerra 
y  agudos  en  sus  pensamientos  y  conceptos. 


12  FRAY  PEDEO   S1M(5n  (6.»  NOTÍCIA 

CAPÍTULO  XIII 

'  Halla  Valdivia  los  indios  pacíficos  y  que  lo  reciben  bien,  si  bien  después  se  los  ma- 
learon~2.«  Sospechas  de  quién  alteró  los  indios  contra  el  Gobernador  Valdivia — 
3.»  Rebelados  contra  Valdivia,  apriétanle  de  manera  que  envía  á  pedir  socorro  á  la 
Villa— 4.°  Llégale,  y  puebla  la  ciudad  de  Ubeda.  Dan  los  indios  la  paz. 

LEGÓ  Valdivia  con  su  gente  á  la  boca  de  este  valle,  donde  les  sa- 
lieron de  paz  casi  todos  los  principales  de  él,  trayéndole  las  comidas 
que  había  menester  para  sus  soldados,  con  abundancia  y  muestras  de  respeto  y 
obediencia,  por  no  estar  aún  resabiados  con  españoles,  porque  aunque  Jorge 
Robledo  había  pasado  por  aquí,  fué  tan  de  paso,  que  no  tuvieron  lugar  de  ace- 
darse con  nosotros.  En  estos  días  se  reparó  su  gente,  caballos  y  armas;  se  re- 
tobaron los  sayos  de  algodón  con  lo  mucho  que  hallaron.  Pasó  después  de  ellos 
tres  leguas  adelante,  á  los  aposentos  del  Cacique  Ozeta,  donde  se  alojd  más 
tiempo,  sin  conocer  mal  resabio  en  todo  aquel  Valle,  antes  irles  creciendo  cada 
día  el  amor  y  voluntad  sincera  para  con  ellos,  de  que  sucedió  que  como  volase 
la  fama  hasta  la  Villa  de  Antiochia,  por  indios  contratantes,  en  especial  los 
Tahamíes,  encomendados  á  un  Bartolomé  Sánchez  (Torre  Blanca),  de  la  paz 
con  que  estas  Provincias  de  los  Nutabaes  (que  así  se  llamaban  los  indios  de  este 
Valle  con  nombre  común)  habían  recibido  al  Valdivia,  émulos  suyos,  y  en 
especial  quieren  decir  que  el  Torre  Blanca,  que  no  le  tenía  pío  afecto,  persua- 
dieron á  sus  encomendados  Tahamíes,  convecinos  y  emparentados  con  los  Nuta- 
baes,  que  pasasen  al  Valle  de  Guarcama  y  procurasen  con  mucha  industria 
apartar  á  los  indios  del  intento  que  tenían  de  conservar  la  paz  con  aquellos 
españoles  que  habían  entrado  en  sus  tierras;  antes  los  matasen,  si  pudiesen,  ó  á 
lo  menos  los  alejasen  de  ellas,  por  ser  gente  que  llevaba  malos  intentos  para 
con  ellos,  y  que  con  engaños  los  querían  hacer  sus  esclavos. 

2.^  Esto  dicen  que  decía  el  Torre  Blanca,  porque  no  le  faltasen  sus  gran* 
jerías  en  el  pueblo  de  Tahamíes,  que  era  donde  se  hacían  grandes  ferias,  á  que 
acudían  todos  los  circunvecinos,  en  especial  los  Nutabaes,  á  la  venta  de  sal, 
mantas,  algodón,  y  solían  estar  aguardando  estas  compras  de  un  día  á  otro  mer- 
cado doscientos  y  trescientos  indios,  de  quien  él  se  aprovechaba  para  sus  rozas 
y  granjerias,  y  que  también  se  vendían  allí  esclavos  indios  habidos  en  guerra> 
á  quien  muchos  de  los  Caciques  señores  que  venían  al  mercado  hacían  descuar- 
tizar por  grandeza  y  repartir  entre  sus  amigos,  y  que  deseada  esclavo  de  los 
que  vendían  y  mataban,  tenía  el  Torre  Blanca  echado  un  tributo  para  él,  que 
de  todo  venía  á  interesar  cada  año  mil  ó  dos  mil  pesos  de  buen  oro,  de  lo  cual 
86  rebajaría  mucho  todo   haciéndose  loa  Nutabaes   cristianos;  y  para  acabar  de 


CAP.  XIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  13 

persuadir  esto  d  los  Nntabaes,  dicen  que  enviaba  el  Torre  Blanca  a  nn  mozuelo 
llamado  Baptístilla  ó  Juan  B;»ptista  Baquero,  que  tenía  en  su  casa,  sobrino  de 
su  mujer,  natural  de  Safra  eu  Extremadura,  de  donde  también  ella  era.  El 
cual  habiendo  venido  á  aquella  tierra  de  siete  ú  ocho  años,  edad  acomodada 
para  aprender  lenguas,  aprendió  esta  de  los  Nutabaes  y  Taharaíes,  que  toda 
era  una,  y  la  hablaba  con  tanta  perfección  y  elegancia  como  el  más  ladino  Ca- 
cique, con  que  los  indios  le  estimaban  en  mucho,  y  que  de  las  unas  y  las  otras 
persuasiones  viniesen  á  suceder  con  Valdivia  y  sus  soldados  las  desgracias  que 
veremos,  aunque  todas  estas  sospechas  y  barruntos,  pudo  ser  se  originasen  de 
gente  mal  intencionada;  pero  sea  lo  uno  ó  lo  otro  verdad  ó  mentira,  el  Barto- 
lomé Sánchez  Torre  Blanca  estuvo  muchos  días  y  aun  años  preso  en  esta 
ciudad  de  Santafé  por  orden  de  la  Real  Audiencia,  ante  quien  puso  demanda 
de  la  muerte  de  su  marido  la  mujer  del  Andrés  de  Valdivia;  y  el  mozo  Juan 
Baptista  se  retiró  entre  los  indios,  que  le  respetaban  con  gran  veneración,  por 
ser  tan  lenguaraz  y  acomodarse  á  sus  costumbres. 

3.°  Pero,  ora  por  esto  ó  por  su  natural  inquietud,  á  pocos  días  que  estuvo 
allí  el  Valdivia,  tomaron  los  indios  del  Valle  armas  contra  él,  con  tanto  valor 
que  en  varios  encuentros  murieron  de  yerba  ponzoñosa  algunos  soldados,  en 
especial  Pedro  Fernández  de  Rivadeneira,  que  era  de  los  más  valerosos.  Vién- 
dose el  Valdivia  con  tan  poca  gente  y  tan  apretado  de  los  indios,  que  de  noche 
ni  de  día  le  dejaban  sosegar,  llamó  una  tarde  á  Juan  Alonso  de  Santana  y  á 
Bartolomé  Jiménez  á  solas,  y  representándoles  con  vivas  palabras  la  aflicción, 
en  que  todos  se  hallaban,  les  persuadió  á  que,  pues  eran  tan  valerosos  soldados- 
fuesen  con  una  carta  suya  á  la  Villa  de  Santafé  de  Antiochia,  y  hiciesen  abre 
viar  su  venida  á  Pedro  Pinto  Vellorino  con  el  socorro  que  entre  los  dos  dejaron 
concertado  había  de  traerle.  Dudaron  algo  en  el  viaje  al  principio  estos  dos 
soldados,  representándoseles  los  peligros  del  camino;  pero  súpoles  decir  el  Val- 
divia tales  palabras  (que  bien  dichas  son  piedra  imán  de  los  corazones),  que  se 
resolvieron  á  decirle  que  no  sólo  harían  aquella  jornada,  pero  hasta  Chile  que 
los  enviase,  y  así  partieron  luego  aquella'noche  á  sus  primeras  sombras,  y  lle- 
gados á  la  Villa  de  Antiochia,  partió  con  la  brevedad  que  pudo  el  Vellorino 
con  treinta  y  seis  soldados,  buenos  guerreros,  buena  cantidad  de  vacas,  puercos, 
yeguas  y  caballos,  y  guiándolos  dos  mensajeros,  en  poco  tiempo  se  vieron  en 
la  puente  de  Cauca,  por  donde  pasaron,  dejando  perdidos  los  ganados,  por  no 
haber  podido  pasar  á  nado,  y  aun  ahogados  dos  soldados  que  se  atrevieron  á 
nado  irlos  siguiendo. 

4.°  Con  no  poca  pena  de  aquel  desgraciado  principio  pasaron  los  demás 
al  Valle  de  Guarcama,  que  fueron  recibidos  con  brazos  abiertos  de  los  demás, 
por  venirles  tan  á  propósito  el  socorro,  que  fué  causa  para  que  se  sosegase  algo 


14  TRAY  PEDRO  SIMÓN  (5.*  NOTICIA 

por  entonces  el  bárbaro  gentío  del  Valle.  De  donde  intentaron  luego  salirse, 
con  intentos  de  fundar  ciudad  en  parte  acomodada  donde  pudiesen  sujetar  á 
los  del  Valle  y  los  demás,  como  lo  hicieron  día  de  San  Juan,  á  veinticuatro  de 
Junio  de  este  año  de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  cuatro  (1574),  y  llegaron  á 
la  loma  de  Noava,  que  da  remate  á  tierra  llana,  que  aunque  menos  poblada 
que  la  otra,  le  hace  grandes  ventajas  en  ricos  minerales  de  oro;  aunque,  como 
dicen,  con  sus  alguaciles  de  rnucbos  mosquitos  y  malsana;  pero  al  fin  fundaron 
allí  la  ciudad  de  Ubeda,  por  ser  natural  el  Valdivia  de  la  de  este  nombre  en 
Andalucía.  Departiéronse  solares  y  comenzáronse  á  hacer  casas,  y  antes  que 
acabaran,  se  comenzó  la  guerra  declarada  con  todos  los  convecinos,  que  fué  de 
tan  sangrientos  y  rigurosos  sucesos  de  ambas  partes,  que  de  una  y  otra  se  iban 
minorando  por  la  posta.  Llegaron  los  nuestros  á  tanta  miseria,  que  los  mismos 
soldados  hacían  las  labranaas  por  sus  manos,  y  esto  sin  provecho,  pues  antes 
que  lo  viniesen  á  dar,  las  talaban  los  indios,  con  que  les  daba  el  enojo  fuerzas 
tan  insuperables,  que  hicieron  en  ellos  crueles  castigos,  aunque  no  sin  retorno 
de  graves  y  venenosas  heridas,  de  las  cuales  el  que  escapaba  de  la  muerte,  era 
por  la  carnicería  que  se  hacía  en  él  cortándole  pedazos  de  ellas  y  caldeándoselas 
con  ardientes  hierros. 

Viendo  los  bárbaros  la  diminución  de  su  gente  en  guerra  tan  prolija  desde 
que  se  pobló  la  ciudad,  que  fué  de  cinco  ó  seis  meses, .  tomaron  por  partido  la 
paz,  que  se  asentó  por  entonces  tan  bien,  que  volvieron  los  contratos  de  los 
indios  al  punto  que  antes  estaban,  hasta  entrar  y  salir  desde  allí  á  la  Villa  de 
Antiochia,  con  que  se  comunicaban  con  facilidad  los  unos  vecinos  y  los  otros 
por  cartas,  y  gozaban  los  de  la  nueva  población  de  quietud  pacífica,  que  el  De- 
monio, padre  de  disensiones,  turbó  con  brevedad,  poniendo  en  el  corazón  de 
algún  envidioso  y  enemigo  de  la  paz»  que  escribiese  una  carta  mentida  y  sin 
firma  al  Gobernador  y  la  enviase  entre  otras  que  le  remitieron  desde  la  Villa, 
en  que  le  decían  no  guardársele  la  lealtad  conyugal,  ni  vivir  con  la  honestidad 
que  debían  á  su  estado  su  mujer  y  las  que  con  ella  quedaron  en  la  ciudad  de 
Victoria,  donde  las  había  enviado  cuando  él  entró  á  tomar  la  posesión  de  su 
Gobierno. 


CAP.  XIV)  NOTICIAS  DE  LAi3  CONQUISTAS  DE  TIERrX  FIRME  15 

CAPÍTULO  XEV 

1."  Desabrimiento  de  Valdivia  por  cierta  carta  falsa  que  le  dieron— 2.°  Pacifícase  algo; 
vienen  á  quejarse  de  él  dos  soldados  á  la  Audiencia— 3.»  Despachan  Juez  contra 
él  y  procura  pacificarlo— 4.^  Sale  con  ello.  Despacha  dos  tropas  á  diversas  partes. 
Quédase  con  poca  gente. 


L 


A  novedad  de  esta  carta,  escrita  por  algún  desalmado,  á  quien  no  de- 
biera dar  cre'dito  el  Valdivia,  cansó  en  él  tantas,  que  alienado 
de  la  prudencia  y  ánimo  pacífico  que  hasta  allí  había  mostrado,  todo  se  con- 
virtió en  rigores  y  desatinos,  en  sus  palabras  y  hechos,  como  se  vido  luego  en 
mandar  despoblar  la  ciudad,  que  todavía]  se  tenían  frescos  los  cimientos,  y  de 
donde  todos  se  prometían  la  satisfacción  de  sus  innumerables  trabajos,  y  que 
con  tantos  la  había  sustentado  tanto  tiempo.  Esto  se  sospechó  hacía  para  irse 
desesperado  por  los  montes;  no  admitía  palabra  de  consuelo  de  nadie;  sus  accio- 
nes eran  sonlocadas,  pues  viniendo  los  Caciques  de  paz,  rogándole  que  los  re- 
partiese y  diese  Encomendero,  no  sólo  no  los  admitió  con  benevolencia  como 
debiera,  pero  aun  los  echó  presos,  que  aunque  los  hizo  soltar  luego,  quedaron 
malamente  avispados  y  indignados,  y  para  confirmación  de  sus  desatinos  (efec- 
tos todos  de  un  juicio  temerario  de  quien  escribió  la  carta),  hizo  cortar  las  pier- 
nas á  los  caballos,  cosa  que  les  llegó  al  alma  á  los  dueños,  y  que  fué  última 
ocasión  para  que  reparando  otros  mayores  danos  (que  parece  las  iba  dando 
para  que  lo  mataran),  muchos  soldados  se  le  desligaron  y  huyeron  á  la  Villa  de 
Santafé,  aunque  tres  de  los  primeros  cayeron  en  manos  de  indios  y  se  los  co- 
mieron. No  sé  si  desde  aquella  Villa  estos  soldados  fugitivos  y  otros  avisaron 
al  Consejo  Real  en  esta  ocasión  de  las  cosas  de  este  Gobernador,  por  la  cual 
relación  se  despachó  una  cédula  en  San  Lorenzo  del  Real,  á  doce  de  Enero  de 
mil  y  quinientos  y  setenta  y  seis,  para  que  esta  Audiencia  de  Santafé  infor- 
mase al  Consejo  de  las  insolencias  del  Valdivia  y  malos  tratamientos  que  hacía 
á  los  soldados  que  le  ayudaban  en  las  conquistas,  y  cómo  había  sido  causa  esto 
para  que  se  ahuyentaran,  y  de  las  ciudades  que  había  despoblado  y  de  los  in- 
convenientes que  de  todo  esto  se  habían  seguido  á  las  conquistas  y  conversión 
de  los  indios  y  Rentas  Eeales,  en  que  se  conoce  el  cuidado  del  Consejo  en  todo» 
si  bien  ésta  llegó  acá  dos  años  después  de  él  muerto. 

2.^  Desde  este  sitio  de  la  ciudad  despoblada  se  entró  Valdivia  con  sus 
soldados  por  la  espesura  de  aquellos  montes,  hasta  llegar  al  que  llamaban  de 
las  Pesquerías,  tierra  mal  poblada  por  enfermiza,  si  bien  fértil  de  maíces  y 
minas,  donde  fundó  de  nuevo  la  ciudad  de  Ubeda  que  había  despoblado;  y 
conociendo    andaban   tan   desabridos   con   él  los  pocos  soldados  que  le  habían 


16  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (5.«  NOTICIA 

quodado  (por  haber  consumido  los  más  la  guerra  y  enfermedades)  y  con  las 
desganas  que  le  obedecían,  volviendo  con  esto  algo  en  sí,  les  procuró  acariciar 
con  buenas  palabras,  dándoles  á  entender  la  pasión  que  había  sido  causa  de  sus 
acciones  menos  acertadas  y  que  no  por  eso  lo  había  de  ser  de  no  satisfacerles 
sus  buenos  trabajos,  con  que  lo  tenían  también  merecido.  Quietó  algo  esto  los 
ánimos  de  todos,  de  manera  que  los  mejores  se  atrevieron  á  darle  consejo  de 
que  no  creyera  lo  que  le  habían  escrito  intenciones  malévolas,  y  que  en  cuan. 
to  tocaba  de  su  paite,  allí  estaban  para  obedecerle  en  todo,  si  bien  algunos,  no 
acabando  de  digerir  las  acedias  con  que  habían  quedado  con  él  por  sus  desa- 
brimientos^ no  fué  posible  sacarlos  para  la  pacificación  de  ciertos  indios,  por 
lo  cual  se  determinó  á  dar  garrote  á  un  Diego  de  Montoya,  soldado  principal 
y  de  estima,  pareciéndole  con  esto  la  harían  de  él,  le  temerían  más  y  obedece- 
rían; lo  que  sucedió  al  contrario,  concibiendo  contra  él  mayores  odios,  y  así 
se  conjuraron  tres  soldados,  Juan  Alonso  de  Santana,  Pedro  Sánchez  de  Ovie- 
do y  Manuel  Rubiales,  y  se  arrojaron  desesperadamente  el  río  de  Cauca  abajo 
en  una  curiana  (es  canoa  pequeña),  y  sin  temor  de  los  peligros  que  les  podía 
suceder  en  el  río,  de  indios  Caribes  que  lo  bogan,  salieron  por  él  al  de  la 
Magdalena  y  desde  allí  á  la  Villa  de  Mompox  y  á  esta  ciudad  de  Santafé,  á 
quejarse  de  Valdivia,  y  pedir  Juez  que  conociese  de  las  causas  que  le  opo- 
nían. 

3.°  Como  se  proveyó  luego  á  un  Antonio  Gómez  de  Acosta,  portugués, 
noble  de  condición  y  linaje,  monos  criminal  que  blando.  Despacháronsele  recados 
de  que  el  Valdivia  pareciera  en  esta  Audiencia,  y  entre  tanto  quedara  el  Anto- 
nio Gómez  gobernando.  Lo  cual  sabido  por  dos  cuñados  del  Andrés  de  Val- 
divia, llamados  Bermúdez  y  Loaiza,  que  á  la  sazón  se  hallaban  en  esta  ciudad 
de  Santafé,  por  hacer  grato  al  Antonio  Gómez  y  apacible  en  negocio  que  tanto 
les  importaba,  le  acompañaron  en  el  viaje,  con  quien  también  iban  los  tros 
soldados  que  habían  subido  á  deponer,  que  todos  juntos  llegaron  á  Santafé  de 
Antiochia,  y  habiéndolo  sabido  el  Valdivia  por  aviso  de  sus  cuñados,  salió 
con  algunos  de  los  soldados  más  de  su  devoción,  del  pueblo  de  las  Pesquerías, 
á  recibirlos  en  el  Valle  de  San  Andrés,  donde  después  de  haber  tenido  largas 
cortesías  con  su  Juez  y  aun  con  sus  contrarios,  se  informó  en  secreto  larga- 
mente de  sus  cuñados  de  lo  que  le  habían  escrito  acerca  de  su  mujer,  en  que 
quedó  satisfecho  y  seguro,  y  del  todo  el  ánimo  quieto  en  cosa  que  tanto 
importaba  á  su  pundonor  y  honra,  y  así  sólo  trató  luego,  antes  que  se  notifi- 
casen las  provisiones  Reales,  de  hablar  al  Juez,  informado  de  su  noble  condi- 
ción, diciéndole  que  pues  todo  aquello  venía  á  fundarse  en  la  enemiga  que  le 
habían  cobrado  algunos  soldados,  que  él  los  aplacaría  y  los  haría  sus  amigos  y 
que  se  sirviese  de  informar  á  la  ReaPAudiencia  de  cuan  al  contrario  eran  algunas 


OAP.  Xrv)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  17 

cosas  de  las  que  habían  informado,  y  conformándose  las  partes  litigantes,  parece 
no  han  lugar  las  ejecuciones  de  los  pleitos,  y  en  cuanto  toca  á  los  salarios  de 
V.  M.  (decía  Valdivia),  todo  vendrá  á  ser  de  poco  momento  respecto  del  puesto 
en  que  podrá  estar  para  crecidísimas  ganancias,  y  demás  de  ello  partiremos 
entre  los  dos  este  Gobierno,  siendo  V.  M.  desde  luego  mi  Teniente,  con  que 
entrará   en   las  mejores  suertes  de  los  indios  que  se  repartieren. 

4.0  Cebado  de  esta  codicia  el  buen  natural  del  Antonio  Gómez  de  Acosta, 
respondió  que  si  las  partes  se  concertaban,  no  se  le  podía  dar  mayor  gusto  á 
los  Jueces,  pues  desean  más  la  amistad  de  todos  que  los  pleitos,  y  que  si  el 
negocio  se  guiaba  por  este  camino,  que  ambas  voluntades  de  Juez  y  Gobernador 
serían  una.  Estimó  lo  que  no  se  puede  creer  estos  intentos  de  Acosta  el 
Gobernador,  y  supo  luego  decirles  á  sus  contrarios  tales  cosas,  que  quedaron 
más  firmes  en  seguirle  que  á  los  principios;  y  así  le  dio  luego  al  Antonio 
Gómez  vastísimos  poderes  de  su  Teniente  General,  con  los  cuales  y  algunos 
compañeros,  proveídos  de  buenas  municiones,  lo  envió  luego  á  la  nueva  ciudad 
de  las  Pesquerías  (donde  había  dejado  el  resto  de  su  gente),  para  que  allí, 
representando  su  persona,  gobernase  y  procurase  reducir  al  servicio  del  Rey 
los  indios  convecinos.  No  contento  Valdivia  con  esta  división  que  había  hecho 
de  su  gente,  envió  á  Francisco  Maldonado  con  otra  tropa,  para  que  pasando 
el  río  de  Cauca,  diese  vista  á  las  poblaciones  de  los  Nutabaes,  quedándose  el 
Gobernador  con  sus  dos  cuñados  y  solos  trece  compañeros,  y  hasta  quince 
negros  sus  esclavos,  confiando  en  todos  más  de  lo  que  debiera,  y  en  un  fuerte- 
zuelo  de  maderos  que  mandó  hacer  para  si  acaso  se  rebelasen  los  indios,  que 
más  fué  temeraria  confianza  que  prudencial  disposición,  la  cual  entendiendo 
el  Gobernador  Gaspar  de  Rodas  en  la  Villa  de  Antiochia,  y  habiéndose  medio 
entendido  que  pretendían  los  indios  dar  sobre  él,  le  escribió  que  se  juntase 
coa  toda  su  gente  y  no  la  desmembrase,  porque  se  rugía  que  los  indios  se 
querían  alzar  y  venir  á  dar  sobre  él,  de  que  no  hizo  caso,  antes  burla  de  la 
catta,  fiándose  todavía,  aunque  vanamente,  en  el  valor  de  los  pocos  que  tenía 
a  su  lado,  que  luego  se  fueron  haciendo  menos,  pues  enfadados  los  soldados 
de  que  sus  cuñados  quisiesen  entrar  á  coger  las  ganancias  que  no  habían  tra- 
bajado, seis  de  ellos  le  dieron  cantonada  á  deshoras,  y  como  vaquianos  en  la  tierra 
salieron  sin  peligro  á  la  Villa  de  A  utiochia,  dejándolo  con  solos  siete  españoles 
y  BUS  negros  esclavos. 


18  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (5.*  NOTICIA 

CAPÍTULO  XV 

1.0  Dan  los  indios  engañosamente  sobre  una  tropa  de  nuestros  soldados — 2.^  Pelean 
con  ellos;  mueren  algunos  de  ambas  partes,  y  los  nuestros  se  escapan  por  el 
monte— 3.*'  Dan  también  sobre  el  Gobernador  Valdivia  á  la  misma  hora  y  prénden- 
lo y  matan  á  otros— é.**  Pelean  valerosamente  un  soldado  y  un  negro,  y  mueren 
al  fin. 


N' 


jpo  dejaron  los  indios  perder  esta  ocasión,  que  la  tenían  muy  á  la  mira 
y  deseada  para  desarraigar  del  todo  de  sus  tierras  á  los  peregrinos 
españoles,  y  así  se  avisaron  unos  á  otros  para  que  en  un  día  y  aun  en  una 
hora,  cada  cual  en  sus  Provincias,  diesen  sobre  las  tres  tropas,  que,  según  nues- 
tra cuenta,  fué  para  diez  y  seis  de  Octubre  de  mil  quinientos  y  setenta  y 
cuatro  (1574).  Habiendo  pasado  el  río  el  Francisco  Maldonado  y  sentado 
rancbos  en  el  mejor  país  que  bailó  en  los  Nutabaes,  los  acarició  de  paz  de  manera 
que  lo  regalaban  y  servían  á  él  j  á  sus  treinta  y  seis  soldados,  proveyéndoles 
de  mantenimientos,  maíz,  carnes  y  frutas,  hasta  que  se  llegó  el  día  señalado, 
en  el  cual  vinieron  solos  treinta  y  seis  indios,  uno  para  cada  soldado,  sin  apa- 
riencia de  armas,  cargado  cada  cual  con  un  gran  haz  de  guamas,  fruta  gustosa, 
larga  de  hasta  dos  tercias,  poco  mas,  á  lo  menos  las  que  ahora  traían,  aunque 
hay  muchas  diferencias  de  ellas.  Entre  las  cuales  traía  cada  uno  un  machete 
vizcaíno  bien  afilado  y  encubierto,  y  un  palo  de  hasta  la  misma  largura,  bien 
mondado,  pesado  y  mañero  (?),  y  al  tiempo  que  cada'cual  de  los  soldados  llegó  á 
tomar  su  hacesillo  de  guamas,  dándoselo  el  indio  con  la  mano  izquierda,  sacaba 
en  un  momento  de  entre  ellos  el  machete  y  palo,  y  con  velocidad  de  un  viento 
hacía  golpe  en  el  soldado,  y  tan  aprisa  daban  uno  y  otro  en  los  desapercibidos, 
que  cegaban  las  caras  y  aun  los  pescuezos,  y  hicieron  en  un  instante  nota- 
ble daño. 

2.°  Abrazábanse  !os  soldados  rabiosamente  con  los  indios,  y  aprovechán- 
dose muchos  de  ellos  de  las  dagas,  los  maltrataban  mucho,  y  aun  sacaron  de 
esta  vida  á  algunos,  si  bien  los  desnudos,  por  no  tener  de  dónde  les  asieran, 
se  deslizaban  de  entre  los  brazos  y  escapaban.  En  esta  encendida  y  mortal 
refriega  andaban,  cuando  topando  uno  de  los  gandules  una  hacha  que  acaso 
estaba  allí  caída,  la  arrebató,  y  con  gran  velocidad  le  dio  tal  golpe  al  Capitán 
Francisco  Maldonado,  que  le  dividió  la  cabeza  hasta  las  encías,  sacando  de 
esta  vida  con  el  segundo  golpe  á  Juan  de  Cotura,  valenciano,  y  de  tercero  hizo 
lo  mismo  á  Chaves,  valentísimo  guerrero;  y  el  mismj  fin  tuvo  allí  Sancho  Vélez 
Montañés,  con  otros  cinco  valientes,  quienes  tuvieron  lugar  de  meter  mano  á 
las  espadas,  con  que  se  hubieron  tan  valerosamente  que  hicieron  á  muchos  de 


CAP.    XV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  19 

los  bárbaros  hacer  compañía  á  nuestros  muertos,  con  que  los  indios,  viendo 
los  iba  consumiendo  la  pelea,  volvieron  las  espaldas,  con  intentos  de  dar  presto 
la  vuelta,  acompañados  de  más  número,  sobre  los  nuestros,  que  no  les  pareció 
aguardarlos  cu  aquel  puesto,  sino  al  amparo  del  monte  caminar  con  la  prisa 
que  pudieron,  la  vuelta  de  la  Villa  de  Antiochia,  juzgando  ser  viaje  más 
seguro  que  el  volver  á  juntarse  con  su  General  Valdivia,  y  así  llegaron  todos, 
sin  sucederles  otro  atraso  adverso,  aunque  con  bien  lastimadas  heridas  del 
sucedido  y  de  las  fatigas  que  no  pudieron  excusar  en  el  camino. 

3.°  En  este  mismo  día  y  hora  que  dieron  sobre  el  Maldonado,  dieron  sobre 
el  Valdivia,  habiéndose  emboscado  la  noche  antes  Cuerquia,  Ozeta,  Ucharie, 
Ubana  y  Quime,  bravos  Caciques,  con  quinientos  fortísimos  guerreros  dentro 
de  la  arboleda  que  estaba  á  la  margen  de  la  quebrada,  poco  distante  del  fuerte, 
desde  donde  despacharon  á  los  primeros  rayos  del  sol  ciertos  indios  con  alguna 
fruta  al  fuerte  donde  estaba  Valdivia,  como  solían,  para  asegurarle  más,  de 
que  recibió  contento,  aunque  luego  se  le  acedó  con  la  nueva  que  le  trajo  una 
india,  que  habiendo  ido  á  lavar  á  la  quebrada  y  visto  los  emboscados,  y  que 
venían  marchando  el  agua  abajo,  que  dejando  los  paños,  llegó  á  mayor  prisa 
al  Gobernador  y  le  dijo  cómo  lo  venía  toda  aquella  gente  á  matar,  á  que  él 
respondió:  hija,  vendrán  de  paz  como  estos  que  están  aquí  ;  ella  replicó  : 
no  vienen  sino  de  guerra  á  matarnos  aquí,  embijados  y  con  sus  armas.  Pidió 
aprisa  su  caballo,  que  siempre  á  estas  horas  estaba  ensillado  y  enfrenado,  y 
mientras  se  echaba  su  escaupil  y  se  disponía  para  subir  en  él,  ya  estaban  sobre 
el  fuerte  todos  los  indios  y  le  tenían  abierta  la  cerca  por  muchas  partes.  Salie- 
ron á  una  á  hacerles  frente  dos  valerosos  soldados,  el  uno  llamado  Pedro 
Valero  y  el  otro  Diego  de  León,  que  apenas  hubieron  llegado  cerca  de  los  indios, 
cuando  al  Valero  le  derramó  los  sesos  un  golpe  de  macana,  y  al  Ijeón  le  paf  ó 
los  pechos  una  flecha,  con  que  también  murió  rabiando  y  mordiendo  á  los  cir- 
cunstantes con  la  fuerza  del  veneno.  Salieron  también  los  otros  cinco  españoles 
que  quedaban  con  los  negros,  animados  todos  del  Valdivia,  que  yendo  á  subir 
en  el  caballo,  tras  un  flechazo  que  le  dieren  por  la  boca  y  le  salió  por  el  oído, 
asieron  de  él  los  indios  principales,  el  uno  llamado  Quime,  y  otro  sobrino  suyo 
Tamerjo,  con  otros  cuatro,  y  impidiéndole  el  subir  a  caballo,  lo  llevaron  rastran- 
do  y   sentaron   en   lo  alto  de  una  gran  piedra. 

4.°  Sólo  Juan  Rodríguez  de  Atienzo  y  un  negro  llamado  Gaspar  Jalofo 
permanecieron,  mucho  después  de  muertos  los  demás,  haciendo  rostro  al  barba- 
rismo,  que  hicieron  hechos  dignos  de  eterna  pluma,  que  solos  ellos  rompieron 
de  tal  suerte  á  los  salvajes,  con  muerte  de  muchos,  que  les  hicieron  por  dos 
veces  volver  p3,sos  atrás.  Animaba  el  Juan  Rodríguez  al  moreno,  diciendo:  "Ea 
Gaspar!   aviva  los  golpes  contra  esta  bárbara  canalla,  porque  si  perseveras,  con 

3 


20  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (5.^  NOTICIA 

ayuda  de  Dios,  los  venceremos,  pues  yo  te  ayudo  con  fuerzas  más  que  invenci- 
bles". A  que  respondía  el  negro:  aquí  está,  señor,  Gaspar,  moreno  que  no  afloja- 
rá su  mano  hasta  perder  la  vida  y  vengar  la  de  los  nuestros,  con  lo  cual  se 
embravecieron  de  nuevo  tanto  los  dos,  que  ya  no  osaban  acercárseles  los  indios; 
pero  fué  tanta  la  batería  que  les  dieron  de  lejos  con  flechas,  dardos  y  lanzas, 
que  al  fin  hubieron  de  rendir  la  vida,  habiendo  mueito  primero  entre  los  demás 
el  Cacique  Cuerquia.  Acabada  con  esto  la  guazabara,  se  fueron  todos  llegando 
á  la  peña  donde  tenían  á  Valdivia  y  uno  de  sus  cuñados  llamado  Loaiza,  y 
tomando  el  indio  Quime,  que  lo  había  prendido,  una  turca  de  damasco  azul, 
guarnecida  de  terciopelo  carmesí,  que  siempre  traía  el  Gobernador,  se  la  puso 
y  una  gorra  de  rizo  de  que  también  usaba  Valdivia,  y  paseándose  por  delante  de 
é!,  le  decía  á  un  indio  del  Valdivia  llamado  Matamoros  (gran  lenguaraz,  que 
era  de  ellos  y  niño  lo  habían  cogido  sus  enemigos  en  una  guerra,  y  lo  habían 
vendido  á  otro,  y  de  mano  en  mano  había  ido  á  parar  á  Antiochia,  donde  se 
había  aljamiado  hasta  muy  ladino) :  **  Dílo  á  este  bellaco  Gobernador  que  por  qué 
no  me  dice  ahora  perro,  parro,  como  solía;  que  él  es  el  perro  y  el  bellaco 
ladrón,  y  que  como  á  perro  bellaco  me  lo  tengo  de  comer  yo  ahora,  en  pago  de 
los  males  que  ha  hecho  á  mí  y  á  los  míos  ". 


\.  ^  ;,  ... 

CAP.  XVI )  NOTICIAS  DE  L>S-eON€rüTSTAS  DE  TIERRA    FIRME  21 


CAPÍTULO  XVI 

l.*'  Habla  por  una  lengua  el  Gobernador  preso  á  los  indios,  y  al  fin  mátanle  desastra- 
damente—2.*  Hácenle  cuartos,  y  á  un  cuñado  suyo.  Hallan  también  muerto  un 
fraile  mercenario — 3.°  Dan  también  á  la  misma  hora  sobre  la  ciudad  de  Ubeda  y 
matan  al  caudillo— 4.°  Pelean  los  nuestros  valerosamente,  y  dejando  la  ciudad  se 
escapan. 

HABIENDO  entendido  bien  esto  el  Valdivia,  por  habérselo  diclio 
puntualmente  el  Matamoros,  quiso  hacer  diligencia  j  tentar  el 
vado  en  aquel  peligro,  por  si  acaso  hubiese  por  allí  alguna  entrada  para  salir 
de  él,  j  así  les  dijo  por  medio  de  Matamoros,  aunque  con  mucho  trabajo  por  la 
herida  de  la  boca:  '*  Ya  me  tenéis  captivo,  y  tengo  confianza  que  no  me  habéis 
de  matar,  porque  si  hacéis  esto,  no  moriréis  vosotros,  y  si  me  matáis,  no  quedará 
do  vosotros  ninguno  a  vida,  porque  el  Rey,  á  quien  yo  sirvo,  en  sabiendo  mi 
muerte,  ha  de  enviar  más  españoles  que  tienen  hojas  estos  árboles,  y  han  de 
destruir  toda  la  tierra;  y  si  no  me  matáis,  yo  me  saldré  luego  de  ella". 
A  estas  razones  detuvieron  el  murmullo  los  bárbaros  y  practicaron  entre  ellos 
lo  que  más  les  convenía;  de  los  cuales  uno  de  los  más  princi|  ales,  llamado 
Careará,  y  después  de  baptizado  Don  Martín,  les  dijo  ser  acertado  no  matar 
aquel  hombre,  pues  un  español  más  ó  menos  poco  hacía  al  caso,  á  que  añadió 
otras  razones  eficaces  y  deseosas  de  librarle;  pero  el  Quime,  con  la  furia  brava 
y  bárbara  que  estaba,  dijo  al  Matamoros:  "Dile  que  yo  meló  comeré  á  él 
ahora  como  conejo  ó  venado,  y  que  cíiando  su  Rey  envíe  acá  otros  españoles, 
también  habrá  manos  y  dientes  para  ellos".  En  esto  salió  un  vejezuelo  de 
entre  ellos,  muy  ruin,  ya  todo  cano,  gran  Mohán  y  hechicero,  llamado  Cniba- 
na,  y  comenzó  á  decir  á  grandes  voces,  viniéndose  junto  á  la  peña  donde  estaba 
el  Valdivia:  "  ¡  Qué  aguardamos  con  este  bellaco  enemigo  nuestro !  "  y  alzando 
una  macana,  le  dio  tal  golpe  en  la  cabeza,  que  se  la  dividió,  y  regó  la  peña 
de  los   sesos. 

2.<>  Al  punto  arremetieron  cuatro,  y  desnudándolo,  le  cortaron  la  cabeza, 
y  se  bebían  la  sangre  á  cual  más  podía,  como  perros  en  el  matadero.  Hiciéron- 
lo  en  un  punto  cuartos  y  le  comieron  los  hígados  allí  luego,  sin  llegarlos  al 
fuego,  repartiendo  la  carne  entre  los  más  principales.  Lo  mismo  hicieron  coa  su 
cuñado  Loaiza,  que  pensando  hallar  piedad  en  ellos,  á  lo  último  de  la  guazaba- 
ra  se  les  entregó  diciendo  que  lo  ataran,  j:omo  lo  hicieron,  y  ahora  les  decía 
que  él  no  les  había  ofencido  en  nada  ni  halládose  en  aquella  guerra,  que 
EÓlo  había  venido  á  ver  al  Gobernador,  que  le  diera  alguna  cosa  para  el 
remedio   de   sus  hermanos,   y   así   no   había  causa  para  que  lo  mataran ;  pero 


22  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (5.^  NOTICIA 

aquella  gente  bárbara  y  sin  piedad  poco  advirtió  en  esto,  y  así  pasó  por  la 
misma  suerte  de  muerte  que  su  cuñado.  Á  un  portugués  llamado  Gndiño,  por 
ser  muy  viejo,  flaco  y  enfermo,  empalaron,  por  no  haber  nadie  que  se  atreviera  á 
comerlo,  como  tampoco  al  negro  Gaspar,  por  las  muchas  flechas  venenosas 
con  que  había  muerto,  aunque  un  vejezuelo,  con  contrayerba,  supo  sazo- 
nar la  carne,  que  también  se  comió.  Admiráronse  todos  que  no  hubiese  pareci- 
do un  fraile  mercenario  llamado  Fray  Bernabé,  que  era  el  Capellán;  hiciéronle 
buscar  y  halláronle  cerca  en  un  pajonal,  muerto,  quebrados  los  lomos,  y  fué 
que  á  la  entrada  de  los  indios  debiera  de  haberse  ido  allí  á  alguna  necesidad 
(pasaba  ya  de  setenta  años  y  andaba  muy  enfermo)  y  algún  indio  de  pasada  le 
encontró  y  le  quebró  los  lomos  con  la  macana,  de  que  murió,  que  lo  sintieron 
mucho  los  indios,  porque  los  Tahamíes  les  habían  dicho  no  lo  matasen,  por 
habérselo  dicho  así  el  Demonio  en  la  consulta  que  tuvieron  con  él  para  este 
hecho.  Después  de  haberles  cortado  las  cabezas  á  todos,  las  pusieron  en  palos 
á  la  parte  por  donde  se  entraba  de  la  ciudad  de  übeda,  para  que  por  si  acaso 
alguno  se  había  escapado  de  los  que  estaban  en  ella  y  venía  por  allí,  encontra- 
se con  ellas,  y  no  osase  de  miedo  parar  en  la  tierra,  y  también  por  trofeo. 
Fué  de  parecer  uno  de  ellos,  Ubana,  que  por  la  misma  razón  se  echase  allí 
una  emboscada,  para  coger  si  alguno  venía,  que  siendo  otros  de  parecer  contra- 
rio, se  fueron  todos  muy  alegres,  y  celebraron  con  grandes  bailes  esta  victoria, 
comiéndose  la  carne  de  todos  cocida,  y  bebiendo  de  su  chicha. 

3.**  No  corrieron  menos  desgraciada  fortuna  los  que  estaban  en  la  ciudad 
de  Las  Pesquerías,  pnes  al  mismo  tiempo  que  sucedieron  las  desgracias  en 
estas  otras  dos  partes,  entraron  delante  de  los  demás  que  quedaban  en  em- 
boscada, buen  número  do  valientes  indios,  sin  armas,  con  algunas  comidas  y 
regalos,  para  más  disimular  el  hecho ;  pero  los  españoles,  como  gente  diestra 
y  advertida,  conociendo  con  facilidad  la  estratagema,  prendieron  luego  á  los 
veinticuatro  yá  conocidos  por  los  nitás  principales,  y  metiéndolos  en  una  casa 
fuerte,  pusieron  á  la  puerta  seis  soldados  de  guarda.  Halló,  en  entrando  uno 
de  los  indios,  un  azadón,  que  acaso  estaba  allí,  y  para  todo  suceso  advirtió  en 
recogerlo,  y  púsolo  secretamente  entre  sí  y  la  pared,  sin  que  nadie  lo  pudiese 
ver,  por  estar  todos  juntos  arredrados  ú  una  parte.  Entró  luego  el  Acosta  dentro 
de  la  casa  con  un  bnen  negro  que  tenía  y  un  muchacho  lengua,  que  le  llevaba 
la  espada  y  la  rodela,  y  él,  sólo  con  la  vara  de  justicia  en  la  mano,  que  lo 
valiera  más  entrar  bien  armado,  donde  se  le  pudiera  aplicar  el  dicho  de  la 
Reina  Católica,  que  estando  sobre  Granada,  se  despacha  un  hombre  con  pro- 
visiones suyas  á  hacer  cierta  diligencia,  y  llevándolas  en  el  .seno,  le  dispararon 
una  pistola  y  lo  mataron;  haciéndole  á  la  Reina  relación  del  caso,  le  ponderaban 
mucho  el  haber  pasado  la  pelota  las  provisiones  de  Su  Alteza,  á  que  respondió: 


CAP.  XVl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  23 

"Más  valiera  que  llevara  en  lugar  de  ellas  uua  cota  que  mejor  lo  defendiera''; 
así  ahora  le  valiera  más  al  Acosta  entrar  con  una  cota  que  con  la  vara  del 
Rej,  pues  no  era  para  estas  ocasiones  de  entre  bárbaros,  aunque  dicen  llevaba 
un  morrión  en  la  cabeza.  En  entrando  dijo  al  mucbacñuelo  lengua:  ''  Mozo  I 
dizle  á  estos  hombres  '  que  estesen  presos  de  parte  do  Rey  no  so  señor  porque 
convenc  así  á  seu  real  serviso."  Y  '.-orno  esto  de  que  estuviesen  presos  no  lo 
supo  decir  el  intérprete,  sino  es  diciendo  que  estuviesen  atados,  entendiendo 
ellos  que  los  querían  amarrar,  comenzaron  á  inquietarse  y  mirarse  unos  á  otros, 
y  entendiendo  que  eran  ya  sentidos,  y  la  guerra  descubierta,  alzó  de  secreto, 
con  grandísima  velocidad,  el  azadón  el  que  lo  tenía,  y  dióle  tan  gran  golpe  al 
Acosta  en  la  cabeza,  que  sumiéndole  el  morrión,  se  la  hizo  pedazos,  de  que  sin 
haber  necesidad  de  segundar,  quedó  muerto.  Entraron  al  ruido  las  seis  guardas, 
y  viendo  el  mal  recaudo,  aunque  el  del  azadón  se  defendía,  los  mataron  allí 
á  todos  veinticuatro,  y  se  calieron  aprisa  de  la  casa,  por  la  que  les  daban  ya 
á  los  demás  soldados  la  otra  multitud  de  indios,  que  entre  tanto  habían  llegado. 
4.*^  Venían  tan  atrevidos  y  feroces,  que  llegaban  á  medir  las  macanas  con 
las  espadas;  pero  éstas  anduvieron  tan  diestras,  por  serlo  los  que  las  traían, 
que  tuvieron  por  partido  los  bárbaros  volver  las  espaldas,  quedando  todos  los 
nuestros  victoriosos  y  sin  ninguna  herida,  más  que  con  la  desgracia  del  Acosta; 
pero  determinaron  no  aguardar  allí  otro  golpe,  sino  irse  á  juntar  con  su  Go- 
bernador, que  á  aquella  hora  le  estaba  sucediendo  lo  que  hemos  dicho.  Fueron 
delante,  por  sobresalientes,  para  descubrir  con  aviso  los  peligros  del  camino, 
tres  soldados,  Juan  Meléndez,  Baltasar  Muñoz  y  Mateo  Fernández  Loro  ó  Grifo 
hijo  de  negro  y  de  india,  pero  muy  valiente,  natural  de  la  ciudad  de  Tunja, 
con  tres  valientes  perros  llamados:  Turquillo,  Amigo  y  Menelao.  Estos  fueron 
caminando  sin  peligro  hasta  encontrar  con  las  cabezas  de  los  muertos  de  Val 
divia,  que  viendo  aquel  espectáculo,  quedaron  helados,  por  conocer  en  aquello 
su  miserable  suceso.  Desapasionaron  su  corazón  y  sentimientos  de  él  con 
arroyos  de  Ipgrimas,  que  las  derramaban  también  los  perros,  que  con  instinto 
natural  también  conocieron  la  desgracia  (y  no  es  nuevo  ol  llorar  los  perros, 
pues  en  muchas  ocasiones  se  ha  visto).  Del  elefante  dice  Gilio,  Capítulo  5.°, 
y  afirma  haberlo  visto  Acosta,  que  llora  de  noche  la  miserable  suerte  que  le 
ha  cabido  de  su  servidumbre,  con  miserables,  angustiosas  y  dolorosas  mur- 
muraciones, de  lo  cual  se  abstiene  y  reprime  si  ve  que  alguna  persona  le  está 
mirando. 


24  FRAT    PEDRO    SIMÓN  (5.*  NOTICIA 

CAPÍTULO  XVII 

1.0  Dan  aviso  de  la?!  muertes  á  la  Villa  de  AntiocMa  tres  soldados  y  salen  otros  al  soco- 
rro—2.°  Las  reliquias  de  gente  que  escapó  de  la  ciudad  de  Eeija,  toman  la  vuelta  de 
Antiochia,  donde  llegaron  salvos. 

NO  les  dejaba  á  los  tres  soldados  la  pasión  y  angustias  de  su  corazón 
dar  salida  á  sus  determinaciones  sobre  lo  que  harían;  ó  revolver 
atrás  á  dar  la  nueva  á  los  soldados  que»  venían  tras  ellos,  ó  proceder  adelante, 
derechos,  al  pueblo  de  Antiochia,  pues  en  cualquiera  de  estos  dos  caminos, 
según  lo  que  oían,  estaba  el  riesgo  manifiesto,  por  considerar  estaba  toda  la 
tierra  en  armas;  pero  al  fin  se  determinaron  pasar  adelante  a  la  villa  de  San- 
tafé,  aunque  sin  ningunas  comidas  ni  remedio  de  donde  poder  haberlas,  y  así 
les  fué  forzoso  matar  al  perro  Menelao,  que  bien  ó  mal  asada  la  carne,  les  fué 
socorro  hasta  llegar  á  la  Villa  de  Antiochia,  donde  ya  habían  llegado  los 
heridos  de  la  guazabara  y  mal  suceso  de  Francisco  Maldonado.  y  los  estaban 
curando  del  peligro  en  que  los  tenían  de  muerte  las  heridas,  en  especial  Suero 
Bodríguez,  que  después  fué  vecino  de  la  ciudad  de  Tunja,  que  de  un  flechazo 
le  habían  atravesado  las  partes  viriles.  También  se  estaba  haciendo  gente  en 
la  Villa  por  industria  y  instancia  de  Gaspar  de  Rodas,  para  enviarle  socorro 
al  Gobernador  Valdivia,  por  tener  por  cierto  tendría  necesidad  de  él,  por  lo 
que  había  sucedido  á  Maldonado,  hasta  que  llegaron  estos  tres  soldados,  que 
certificaron,  por  la  vista  de  las  cabezas,  ser  también  muerto  Valdivia  y  su  gente; 
pero  por  si  acaso  se  habían  esoapado  algunos,  ó  para  dar  socorro  cá  los  que  venían 
derrotados  del  pueblo  de  Las  Pesquerías,  salió  Antonio  Machado,  Alcalde  qr.e 
á  la  sazón  era  (que  fué  el  que  dijimos  no  había  querido  seguir  á  Valdivia  y 
vuéltose  desde  la  puente  de  Cauca),  con'  cuarenta  soldados  viejos,  bien  por 
trochados,  que  aunque  no  hubo  ninguno  á  quién  socorrer  de  los  de  Valdivia, 
¡^or  haber  perecido  todos,  socorrieron  á  los  de  Antonio  Gómez  de  Acosta;  los 
cuales,  como  prosiguiesen  su  camino  tras  los  tres  soldados  Meléndez,  Muñoz  y 
Mateo  Fernández,  dieron  también  con  las  cabezas  de  su  Gobernador  y  de  los 
que  habían  pasado  por  sus  filos,  que  no  se  puede  encarecer  las  turbaciones  y 
tiernos  sentimientos  que  hicieron,  lágrimas  que  derramaron  españoles,  indios 
y  indias  que  llevaban  do  su  servicio,  no  sólo  por  los  que  veían  muertos,  ni  por 
los  tres  soldados  que  iban  delante,  que  entendían  que  también  lo  estaban,  pues 
no  habían  vuelto  á  darles  nuevas,  que  era  el  orden  que  irbvaban,  pero  también 
por  hallarse  ellos  metidos  en  el  mismo  riesgo  y  peligro  de  muerte. 

2.0  Con  las  cuales  angustias  y  medio  desesperados,  determinaban  irse  cada 
cual  por  sí,  por  donde   su   gruesa  ventura   le   guiase,  juzgando  que  si  fuesen 


CAP.  XVIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  25 

divididos,  podría  cada  cual  huir  mejor  los  peligros  y  llegar  coa  más  seguro 
á  pueblo  de  cristianos.  Estos  pareceres,  que  eran  de  los  más,  reprimieron  los 
de  más  enteros  consejos,  en  especial  dos  sacerdotes  clérigos,  Juan  Ruiz  de 
Atienza  y  Bartolomé  Jorge,  de  los  seglares  Leonel  de  O  valle  y  Pedro  Pinto 
Vellorino,  y  así  el  Atienza  les  hizo  una  plática  en  que  les  dio  á  entender  cuánto 
más  seguros  iban  todos  juntos  que  divididos,  pira  todo  acaecimiento,  así  de  las 
necesidades  que  ellos  lltvabau,  como  de  las  que  se  podrían  ofrecer  con  indios 
de  guerra.  Que  pareciendo  esto  mejor  á  todos,  se  determinaron  en  ello,  y  así, 
habiendo  enterrado  las  cabezas  y  rancheádose  allí  hasta  la  mitad  de  la  noche, 
en  lo  que  restaba  de  ella  comenzaron  á  caminar  la  vuelta  de  Antiochia,  alis- 
tadas las  armas,  y  esperando  á  cada  paso  acometimiento  de  indios  ú  otros 
peligros,  de  que  fué  el  cielo  servido  librarlos,  haciendo  de  su  parte  diligencias 
de  apartarse,  como  vaquianos,  de  los  pasos  más  peligrosos,  hasta  que  á  lo  último 
del  segundo  día  que  caminaron,  encontraron  con  el  Antonio  Machado  y  su 
gente,  con  cuyas  vistas  y  socorro  quietaron  algo  los  ánimos,  y  los  sacaron  de  la 
pena  y  cansancio  con  que  iban,  convirtiendo  las  congojas  y  trabajos  en  ratos 
más  quietos  y  menos  disgustosos,  contando  las  miserias  de  los  sucesos  pasados, 
hasta  que  llegaron  á  la  Villa  de  Antiochia,  donde  fueron  bien  recibidos  y  re- 
parados de  las  necesidades  con  que  iban.  Quedaron  por  ahora  los  indios  de 
esta  Gobernación  de  entre  los  dos  ríos,  victoriosos  y  libres  de  españoles,  hasta 
que  después,  como  diremos  á  su  tiempo,  habiendo  avisado  de  este  suceso  á 
esta  Audiencia  de  S.intafé,  por  orden  suya  entró  el  Capitán  Gaspar  de  Rodas 
y  los  conquistó  y  pacificó,  habiendo  castigado  los  más  culpados  en  estos  estragos 
y  muertes  de  Valdivia  y  sus  soldados. 


26  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (5.^   NOTICIA 

CAPÍTULO  XVIII 

1."  Inquietudes  de  los  indios  de  Santa  Marta  sobre  un  fuerte  que  les  edificaron,  y  cómo 
dan  la  paz  fingida — 2.°  Tiénese  noticia  de  franceses  corsarios,  y  lo  que  sobre  esto 
se  determina— 3.»  Traición  notable  de  los  indios  Bondas— 4.»  Matan  á  todos  los 
españoles  del  fuerte — o."  Roban  cuanto  en  él  había ;  quémanlo  y  van  sobre  la 
ciudad. 

CUANDO  las  desgracias  comienzan  á  cursar  un  camino,  parece  no 
hallan  otro,  según  siguen  aquél,  dándose  las  manos  unas  á  otras, 
como  fueron  sucediendo  al  Gobernador  de  Santa  Marta,  Don  Luis  de  Rojas, 
pues  aún  no  había  enjugado  las  lágrimas  de^  la  desgraciada  muerte  de  su  so- 
brino Don  Juan  de  Rojas,  cuando  sucedió  otra  ocasión  á  aquella  ciudad  de 
otras  grandes  y  mayores,  con  un  alzamiento  que  tuvieron  los  indios  de  Bonda, 
que  le  demora  no  lejos,  á  sus  espaldas  al  Sur;  gente  tan  inquieta,  que  hasta 
hoy  no  han  sido  poderosos  los  trabajos  ni  fuerte  mano  española  para  que  nos 
aseguremos  de  ellos.  Experimentado  de  esto  el  Capitán  Manjarrés,  los  tievnpos 
que  gobernó  á  Santa  Marta  y  sus  costas,  para  ponerles  algún  freno,  en  cierto 
llano  que  se  hace  á  las  raíces  de  un  encrespado  y  levantado  monte,  donde  estos 
Bondas  tienen  sus  guaridas,  fabricó  un  fuerte  de  tapias,  pertrechándolo  de 
algunos  tirulos  de  fruslera  y  otras  armas  y  presidio,  que  lo  llevaron  tan  mal, 
desde  luego,  los  Bondas,  que  fué  como  una  muela  que  les  dolía  y  procuraban 
sacársela,  intentando  días  y  noches  con  asaltos  el  destruirla  por  mucho  tiempo, 
hasta  que  rendidos,  y  dejando  esto  para  la  mejor  ocasión  que  se  les  ofreciera, 
hubieron  de  sujetarse  á  tributo  á  la  mujer  del  Manjarrés,  Doña  Ana  Eamírez, 
y  á  su  hijo  Don  Antonio,  por  haber  estado  desde  sus  principios  encomendados 
en  BU  marido  y  padre.  Entraban  con  pacífica  paz  á  la  ciudad  á  sus  mercados 
y  á  servicios  personales  de  su  encomendera,  entre  los  cuales  fué  necesario 
cortaran  madera  para  un  buhío  que  se  le  había  quemado. 

2.^  Fué  esto  el  año  de  mil  y  quinientos  setenta  y  cinco  (1575),  en  que 
tenía  á  su  cargo  la  fortalecilla  el .  Capitán  Alvaro  de  Ballesteros,  que  por  estar 
á  la  sazón  ausente,  estaba  en  ella^por  su  Teniente  el  Capitán  Castro,  que  tomó 
á  su  cargo  el  hacer  torear  (?)  esta  madera,  como  lo  hacían  los  indios,  y  la 
iban  arrimando  al  fuerte,  para  desde  allí  traerla  para  lo  dicho  á  la  ciudad,  á 
donde  llegó  nueva  cierta  en  el  mismo  tiempo  de  que  venían  franceses  corsarios 
por  la  mar  sobre  la  ciudad,  con  que  determinó  el  G(>bernador  y  los  de  ella 
retirar  la  hacienda  de  sus  casas,  con  todo  el  menaje,  chusma  y  mujeres  al 
fuerte,  por  no  haber  otro  lugar  más  seguro,  y  habiéndolo  puesto  en  efecto, 
por  tener  ya  las  velas  de  los  enemigos  á  la  vista,-  habiendo  llevado  los  cofres 


OAP.  XVIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  27 

con  el  oro,  vestidos  y  alhajas  do  mus  estimíi,  dejaron  para  lo  último  las  mu- 
jeres, que  no  fué  necesario  llevarlas,  por  haberlo  sobrevenido  al  enemigo 
francés  un  viento  contrario,  de  suerte  que  no  pudo  tomar  el  puerto.  Toda  esta 
determinación  de  los  nuestros  la  llevaron  puntualmente  y  dieron  relación  de 
ella  á  los  Bondas  los  indios  ladinos  do^  la  ciudad,  que,  como  hemos  dicho  en 
muchas  partes,  no  había  secreto  en  ella  que  éstos  no  lo  comunicasen  á  sus 
parientes,  y  es  cierto  que  en  todas  estas  Indias,  los  indios  ladinos  y  de  más 
familiar  trato  con  nosotros,  son  los  que  más  turban  y  retardan  la  conversión 
de  los  demás. 

3.^  Sabido,  pues,  todo  esto  por  Coendo,  Cacique  de  Bonda  (que  no  tenía 
aún  digeridas  las  acedías  de  cuando  lo  llevó  Francisco  de  Castro  en  collera, 
como  dijimos),  irritado  sobre  su  cólera  con  las  razones  de  Naoma,  Macarona, 
dio  traza  cómo  no  perder  esta  ocasión  de  venganza  de  los  nuestros,  pues  estaban 
á  la  mira  de  enemigos  por  la  mar,  que  no  les  daría  poco  cuidado,  con  que  forzosa- 
mente se  habían  de  olvidar  de  los  que  tenían  á  las  espaldas,  que  eran  ellos. 
Entre  otros  días  que  fueron  trayendo  la  madera,  hecho  ya  el  concierto  del 
alzamiento,  fué  uno  de  ellos,  el  mismo  Coendo,  con  veinte  mancebos  fuertes 
y  robustos,  porque  habían  de  traer  la  viga  grande  de  la  cumbrera,  y  llegando 
con  ella  al  fuerte,  dieron  voces  al  Teniente  Castro  (que  así  era  el  concierto) 
que  saliera  á  verla,  si  era  suficiente;  lo  que  hizo  luego,  dejándose  la  puerta 
del  fuerte  abierta  para  volverse  á  entrar  habiéndola  visto;  vídola,  y  estando 
chocarreándose  con  el  Coendo,  como  solía,  y  tanteando  la  viga,  alzó  Coendo  al 
descuido  la  hacha  de  cortar,  que  traía  en  la  mano,  y  dióle  tan  acertado  y  fiero 
golpe  al  Castro  en  una  sien,  que  no  fué  menester  asegundar  otro  golpe  para 
que  perdiera  luego  allí  la  vida.  Vuelan  los  indios  en  un  instante  á  tomar  la 
puerta  del  fuerte,  por  donde  todos  entraron  con  sus  hachas  en  las  manos,  con 
que  mataron  luego  allí,  á  los  primeros  pasos,  á  los  dos  soldados  que  encontraron, 
enseñoreándose  de  las  armas  del  fuerte,  que  dieron  luego  con  ellas,  y  armados 
decían :  Santiago  !  Santiago  ! 

4.°  Salió  un  Gonzalo  Rodríguez  do  su  aposento  á  saber  la  causa  de  estas 
voces,  y  apenas  apareció,  cuando  lo  atravesaron  con  una  lanza  por  los  pechos, 
que  le  salió  por  las  espaldas.  La  demás  gente  se  recogió  á  una  parte  y  se  hizo 
una  pina  para  resistirles ;  pero  como  mal  apercibida  por  el  repentino  sobre- 
salto, no  atinaron  á  tomar  las  armas  ni  defenderse,  en  especial  que  en  este 
punto  llegó  Macarona  con  doscientos  gandules,  bárbaros  feroces  y  bien  arma- 
dos, que  entrando  también  dentro,  los  mataron  á  todos  con  atroces  y  increíbles 
muertes,  sin  perdonar  á  niño  ni  viejo,  ni-  á  las  indias  ladinas,  con  ser  de  su 
pueblo  y  sus  parientas,  con  que  hicieron  de  todos  una  bestial  carnicería,  de 
que  ge  libró  una  vieja  lavandera,  que  sintiendo  en  la  quebrada  donde  estaba 

4 


28  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (5.*K0TICIA 

lavando  lo  que  pasaba,  se  escapó  por  entre  los  árboles,  tomando  la  vuelta  de 
la  ciudad,  con  intentos  do  dar  aviso  en  ella  de  lo  que  había  en  el  fuerte.  Me- 
tióse en  una  cueva  entre  el  monte  que  ella  bien  se  sabía,  viendo  tomados  los 
pasos  por  donde  había  de  ir,  como  era  así,  pues  cuando  partió  Macarena  para 
el  fuerte  con  los  doscientos  gandules,  envió  otros  trescientos,  y  por  Capitán 
un  indio  llamado  Xebo,  gran  ladino  en  nuestra  lengua,  adivino  y  hechicero 
valentísimo,  y  diestro  en  el  manejo  de  las  armas  suyas  y  nuestras,  como 
veremos, 

5.0  Diéronse  luego  los  del  fuerte  á  robar  cuanto  en  él  había,  que  no  era 
de  poco  precio,  pues  eran  muchos  cofres  llenos  de  galas  y  ricos  vestidos,  plata 
labrada,  joyas  de  oro  y  esmeraldas,  perlas,  colgaduras  de  seda  y  otras  cosas. 
Sacaron  las  piezas  de  artillería,  escopetas,  pólvora,  pelotas  y  balas,  espadas, 
lanzas  y  cuantas  armas  españolas  ofensivas  y  defensivas  toparon,  subiéndolas 
todas  por  la  escalera  ancha  de  losas  que  tienen  hecha  para  llevar  a  su  pueblo, 
donde  se  ocuparon  en  ejercitar  estas  armas  y  tirar  al  blanco  con  las  escopetas 
y  ballestas,  hasta  que  se  les  acabó  la  pólvora,  que  aunque  no  les  faltaban 
materiales  de  qué  hacerla,  no  se  amañaban  á  ello.  Mientras  unos  se  ocupaban  en 
subir  los  despojos  al  pueblo,  el  resto  se  ocupaba  en  pegar  fuego  al  fuerte,  hasta 
que  se  hizo  ceniza,  del  cual  humo  se  alegraba  Xebo  y  su  gente,  que  venía 
marchando  aprisa  la  vuelta  de  la  ciudad  para  robarla  también  y  abrasarla, 
porque  viendo  el  humo  del  fuerte,  se  tenían  por  ciertos  de  la  parto  que  les 
había  de  caber  de  las  riquezas  y  mujeres  que  habrían  cogido  sus  compañeros, 
porque  aún  no  sabían  que  no  estaban  en  él  las  mujeres  españolas.  Llegaron 
con  esta  alegría  cerca  de  la  ciudad  (que  toda  es  tierra  montuosa,  que  la  reser- 
van así  para  el  reparo  de  estas  necesidades),  y  entendiendo  que  todos  estaban 
alerta  y  muchos  á  caballo  haciendo  ronda,  á  causa  de  haber  visto  que  venían 
por  la  mar  dos  ó  tres  velas,  se  sembraron  .los  indios  en  ciertos  cerrillos  que 
tiene  la  ciudad  á  las  espaldas,  desde  donde  se  le  da  vista,  y  desde  donde  ahora 
comenzaron  á  flechar  hacia  ella,  y  desde  donde  el  hechicero  Xebo  comenzó  á 
decir  cien  mil  oprobios  y  desvergüenzas  en  nuestra  lengua  á  los  vecinos,  en 
especial  si  sabía  particulares  faltas  de  algunos,  los  nombraba  á  voces  y  se  las 
decía,  que  tan  versado  era  como  esto  en  la  ciudad,  por  haberse  criado  en  ella. 


CAP.  XIX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  29 

CAPÍTULO  XIX 

1.0  Avisa  una  india  vieja  á  la  ciudad  del  suceso.  Destruyen  también  el  campo— 2." 
Piden  socorro  á  la  de  Cartagena.  Llegan  al  puerto  los  galeones  de  la  armada — 3.* 
Determínase  salgan  soldados  de  ellos  al  castigo,  con  los  de  la  ciudad— 4. <»  Trátase 
por  qué  parte  se  ha  de  dar  sobre  Bonda. 

DE  esta  grita  do  Xebo  y  de  los  demás  bárbaros  consiguieron  los 
de  la  ciudad  sospechas  de  lo  que  había  sucedido  en  el  fuerte,  y 
prevenidos  á  la  defensa  de  lo  que  veían  presente,  todos  armados,  se  juntaron 
con  buen  orden  en  la  plaza,  y  las  mujeres  en  la  Iglesia,  enviando  á  Dios  mil 
ruegos,  exclamaciones  y  -lágrimas,  la  cual  prevención  de  gente  y  armas,  vista 
por  el  Xebo  y  sus  soldados,  y  que  ya  se  iba  poniendo  el  sol,  tomaron  la  vuelta 
de  su  pueblo  Bonda,  codiciosos  de  saber  lo  que  le  había  cabido  á  cada  uno  de 
la  presa  del  fuerte.  A  estas  horas  también  salió  la  india  vieja  de  su  cueva, 
viendo  ya  desocupado  el  camino,  y  dio  la  nueva,  haciendo  ciertas  las  sospechas 
que  ellos  se  tenían  de  lo  que  había  pasado  en  la  fortaleza,  que  nadie  la  tuvo 
en  las  demostraciones  que  hizo  de  sentimientos,  por  ver  tan  encendidas  las 
guerras  y  inquietudes  con  los  indios  otra  vez,  y  que  estaban  hechos  señores 
de  sus  haciendas,  así  de  las  del  fuerte  como  las  del  campo,  pues  no  sólo  de  lo 
que  en  él  robaron,  pero  ni  aun  de  les  ganados  ni  estancias,  tenían  esperanzas 
de  recobrar  nada;  sin  comerlas  mataban  los  indios  las  vacas,  sólo  por  hacer 
daño;  talaban  las  labranzas  y  cuanto  tenían  en  las  estancias,  y  lo  peor  y  de 
mayores  sentimientos  que  tenían,  era  estar  siempre  el  peligro  en  pié,  sin  otra 
defensa  para  su  ciudad,  ni  otras  murallas  que  los  defendiera,  sino  sus  cuerpos 
amparados  de  una  rodela,  y  para  esto  la  gento  muy  poca  y  necesaria  para 
muchas  partes,  pues  el  ir  por  agua  y  leña  no  se  podía  sin  escolta  de  soldados, 
limpiando  los  caminos  con  tiros  perdidos  de  arcabuces,  lo  que  á  las  veces  no 
era  bastante  para  no  peligrar  muchos  de  los  indios  del  servicio. 

2.0  Obligólos  todo  esto  á  enviar  por  socorro  á  Cartagena,  al  Gobernador 
Pedro  Fernández  de  Bustos,  que  despachó  luego  con  el  Capitán  Justo  Guerra 
cuarenta  soldados  (aunque  le  enviaban  á  pedir  ciento),  que  llegando  á  la  ciudad 
de  Santa  Marta  con  la  prisa  que  pudieron,  pasando  por  Malambo  el  Río  Grande, 
y  después  la  sierra  de  Gaira,  fueron  bastantes,  ya  que  no  para  castigar  á  los 
Bondas,  á  lo  menos  para  reprimirlos  y  gozar  alguna  bonanza,  por  haberse 
quietado  los  indios  por  miedo  de  este  socorro,  por  el  cual,  y  por  si  acaso  sobre- 
venía otro,  no  se  descuidaron  los  Bondas  de  reformar  sus  escuadrones,  haciendo 
junta  de  sus  convecinos,  que  les  hacían  venir  á  sus  intentos,  por  grado  ó  por 
fuerza:  de  que  se   juntó   innumerable   multitud,  si  bien   por   entonces  no  se 


30  FRAY    TEDRO    SIMÓN  (6.^  NOTICIA 

atrevieron  á  acometer  cosa  de  nuevo,  por  haber  llegado  al  puerto  los  galeones 
de  la  guarda  de  las  Indias  y  de  su  carrera,  con  su  General  Enteban  de  las  Alas, 
que  traía  en  las  entenas  colgados  algunos  franceses  do  dos  navios  que  rindió 
de  Corsarios,  cerca  de  las  islas  que  llaman  de  Barlovento.  Apenas  hubo  saltado 
la  gente  de  la  armada  en  tierra,  cuando  tuvo  aviso  el  Macarona,  por  los  indios 
ladinos  de  la  ciudad,  de  la  gente  que  había  entrado  en  ella,  de  que  no  se  le 
dio  mucho  al  bárbaro,  antes  blasonando  de  sus  fuerzas  y  riéndose  de  cuantos 
habían  entrado  en  la  ciudad  y  de  los  que  estaban  en  ella,  decía:  *' Vengan! 
vengan!  que  así  tendremos  más  en  qué  emplear  nuestras  valerosas  manos, 
que  si  los  temen  los  del  Dorsino,  Gaira  y  Mamatoco,  no  son  nuestras  fuerzas 
como  las  suyas,  que  aunque  ya  se  me  va  poniendo  el  pelo  blanco,  yo  les  daré 
á  entender  que  tienen  mano  los  Eondas  para  defender  sus  tierras." 

3.^  Eq  habiendo  entrado  en  el  puerto  el  General  Esteban  de  las  Alas,  y 
habiéndole  recibido  el  Gobernador  y  Cabildo  y  aposentado  en  la  ciudad  lo 
mejor  que  pudieron,  según  dio  lugar  su  pobreza  y  casos  sucedidos,  se  los 
contaron,  y  la  necesidad  que  tenían  de  su  socorro  para  el  castigo  de  ellos 
que  aunque  dijo  no  ser  su  venida  á  aquellas  guerras,  siéndolo  manifiesta  la 
necesidad,  dio  quinientos  soldados  para  que  saliesen  al  castigo,  pues  todo  era 
en  defensa  de  la  tierra  del  Rey.  Tratóse  luego  de  poner  en  efecto  el  castigo 
que  se  pretendía,  para  lo  cual  se  señalaron  no  sólo  los  quinientos,  pero  seis- 
cientos de  los  navios,  todos  con  sus  buenas  armas  y  municiones,  como  las  traen 
en  la  carrera:  chuzos,  lanzas,  cotas,  espaldares  y  celadas,  y  ochenta  de  los 
vaqui'nos  de  la  ciudad:  los  treinta  de  á  caballo,  de  quien  fué  por  Capitán  el 
Gobernador;  pero  de  los  chapetones  fueron  Antonio  de  Lobera  y  Héctor  Abarca, 
hombres  valerosos  para  los  oficios  y  otros  muy  mayores.  Salieron  de  la  ciudad 
marchando  Viernes  Santo  -de  este  año  de  mil  quinientos  y  setenta  y  cinco, 
hasta  que  se  hallaron  en  el  primer  llano,  donde  juntó  el  Gobernador  á  los  más 
vaquianos  para  determinarse  en  el  mejor  modo  que  se  había  de  tener  para  dar 
sobre  el  pueblo  con  las  sombras  de  la  noche.  Entraron  á  esta  consulta  el  Ca- 
pitán Cordero,  Bartolomé  García,  el  Capitán  Veleño  y  Francisco  de  Castro, 
que  siendo  el  más  vaquiano  de  aquellas  tierras,  dio  el  orden  más  importante  que 
se  había  de  guardar,  diciendo  : 

4.^  "  Por  tres  partes  qne  tiene  entrada  el  pueblo  de  Bonda,  se  ha  de  subir, 
que  son  esta  que  tenemos  enfrente,  Geriboca  y  Masinguilla,  y  esta  es  la  que 
menos  cuidado  les  da,  por  tener  Masinguilla  cerca  una  quebrada  de  grandes 
árboles,  causa  por  qud  no  la  guardan  con  tanto  cuidad<?<;omo  estas  otras  dos, 
donde  es  cierto  tendrán  puestas  centinelas.  El  Capitán  Veleño,  como  vaquiano 
en  estas  tierras,  irá  por  esta  parte^de^^Masiuguilla,  por  donde  podrá  entrar,  yendo 
con  recato,  sin  ser  sentido,  hasta  llegar  á  lo  último  de  la  población  de  Bonda, 


CAP.  Xix)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  31 

donde  pondrá  luego  fuego  á  los  caneyes  más  priccipale?  para  comenzar  á  dar 
turbación  al  pueblo  dormido,  y  iránse  bajando  los  soldados,  haciendo  rostro  á  los 
bárbaros,  que  acometerán  luego  á  subirse  á  lo  alto,  con  que  se  les  impide  toda 
la  fuerza  que  ellos  tienen.  Los  caballos  quedarán  en  el  puesto  donde  estamos, 
para  que  si  sucediere  necesidad  arriba  (lo  que  Dios  no  quiera),  de  bajarse,  aba 
jo  hallen  quien  los  defienda."  Pareciendo  bien  esta  traza  á  todos,  fueron  subien- 
do los  peones  con  el  Capitán  Veleño,  con  tanto  secreto,  aunque  con  harto  sudor 
y  pena,  que  sin  ser  sentidos  se  hallaron  en  el  pueblo,  y  habiéndole  dicho  á  Luis 
de  Nava  que  se  quedase  en  cierto  puesto,  guardando  las  espaldas  con  ocho  va- 
lentísimos soldados,  sin  querer  guardar  el  orden  el  Veleño  que  le  habían  dado, 
no  obstante  que  se  lo  dijo  el  Luis  de  Nava,  á  quien  respondió  que  él  sabía  lo 
que  se  hacía,  entró  por  la  mitad  del  pueblo,  encendiendo  les  caneyes  ó  casas, 
uua  de  las  cuales  fué  la  de  Macarona,  de  quien  no  escapó  nadie,  y  él  preten- 
diendo librarse  del  fuego,  se  metió  en  una  tinaja  que  le  sirvió  de  horno  para 
asarse,  y  comenzó  á  gustar  en  esta  vida  los  fuegos  del  infierno. 


32  FRAY  PEDRO  SIMÓN  (5.*  NOTICIA 

CAPÍTULO  XX 

1.»  Encienden  los  nuestros  el  pueblo  de  Bonda  y  comiénzase  una  fuerte  pelea— 2. « 
Llevan  los  nuestros  lo  peor,  y  vanse  retirando  la  cuesta  abajo — 3.<^  Donde  tuvieron 
socorro  de  los  caballos  que  habían  quedado  allí  para  eso — 4.'^  Hacen  los  nuestros 
alguna  frente,  y  van  retirándose  á  la  ciudad,  y  los  indios  á  la  suya,  donde  enterra- 
ron sus  muertos. 

ERAN  tantas  las  llamas  que  salían  de  todas  partes^  que  convertían  la 
noclie  en  día  ;  el  alarido,  el  alboroto  de  toda  suerte  de  gente,  que 
unos  a  medio  quemar,  y  otros  por  no  quemarse,  andaban  alocados  por  el  pueblo, 
fuera  de  los  de  la  postrera,  y  más  á  la  parte  por  donde  se  había  de  comenzar  la 
quema,  porque  viéndose  libres  del  incendio,  por  orden  de  Coebo  y  de  Xebo, 
se  juntó  gran  compañía  de  bárbaros  desesperados,  y  entre  ellos  uno  que  se  lla- 
maba Gamita,  que  desde  lo  alto  daba  voces,  diciendo  :  "  No  os  alabéis  de  lo  he- 
cho hasta  que  hayamos  visto  todos  el  fin  de  la  contienda  ;  y  tú  Juan  Veleño, 
no  te  descuides,  porque  has  de  pagar  con  las  setenas  estos  atrevimientos."  Dicho 
esto,  disparaban  una  y  otra  nube  de  flechas  que  no  dejaban  de  hacer  algunos 
daños,  y  aun  harto  notables.  Tenían  los  indios,  aun  con  todas  aquellas  prisas, 
puesta  una  emboscada  en  cierta  parte  acomodada,  para  el  tiempo  que  se  ofre- 
ciese ;  y  así  salió  al  que  Luis  de  Nava  andaba  con  extremado  valor  con  otros 
soldados  haciendo  cruel  matanza  en  los  indios,  que  dando  de  repente  sobre  él, 
lo  pusieron  en  tales  angustias  que  no  acababa  de  determinarse  si  volvería  atrás 
por  ser  el  peligro  manifiesto,  ó  se  iría  delante,  y  escogiendo  esto,  hallaba 
opuestos  valientes  flecheros  que  lastimaban  á  muchos  de  les  nuestros  ;  lo  cual 
advertido  por  los  que  venían  detrás,  fueron  deslizándose  por  cuantos  derrum- 
baderos hallaban  por  donde  'meterse,  por  donde  no  les  iba  mejor,  pues  sin  po- 
derse asir  de  nada,  rodaban  y  se  quebraban  los  huesos.  Todos  abonaban  la 
huida,  teniendo  por  cierto  no  escapar  con  la  vida  por  medio  de  otras  armas. 

2.°  No  había  amigo  para  amigo,  ni  hijo  para  padre,  pues  teniendo  dos  on 
la  guazabara  Miguel  de  Orosco,  no  halló  uno  que  lo  socorriese  cuando  estaría 
en  tanto  conflicto  que  se  le  salió  el  alma.  Andaban  los  indios  tan  briosos,  en 
especial  con  la  grita  con  que  los  animaban  Xebo,  Gamita  y  Coendo,  que  en  su 
mano  estaba  matar  españoles  sin  resistencia.  Llovían  españoles  por  entre  aque- 
llos árboles  y  breñas,  intentando  bajar  á  lo  llano,  y  entre  ellos  el  Capitán  Veleño, 
lo  que  también  hizo  viendo  la  rota  y  que  lo  habían  desar:íparado  todos,  fuera  de 
sus  ocho  compañeros;  el  Capitán  Luis  de  Nava,  procurando  ir  descendiendo  por 
la  ladera,  viendo  dos  viejos  Mohanes,  sacerdotes,  que  estaban  en  un  alto  orando 
y  invocando  á  sus  ídolos,  y  viendo  también  dos  escuadrones  de  indios  que 


CAP.  XX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  33 

habían  salido  de  Masinguilla  y  otras  poblaciones  y  venían  en  socorro  de  Bcnda, 
les  dieron  grita  los  viejos,  diciendo  á  los  indios  que  abreviasen  los  pasos  y  que 
cogiesen  á  ocho  cristianos  que  iban  bajando  por  la  escalera,  lo  que  hicieron  co- 
rriendo con  velocidad  de  venados,  y  aun  puestas  las  flechas  en  las  pulgueras, 
pretendiendo  cogerlos  en  un  paso  estrecho  que  se  hacía  abajo,  que  ya  lo  había 
pasado  Nava  cuando  ellos  llegaron,  el  cual  volviendo  los  ojos  y  viéndolos  que 
venían  tras  él,  animando  a  sus  soldados  á  lo  mismo,  se  esforzaba  á  huir  más 
aprisa,  aunque  le  daban  para  esto  bien  poco  lugar  las  arm~s  que  llevaba,  que 
eran  peto,  espaldar,  celada  en  la  cabeza,  espada  al  lado,  coa  arcabuz  al  hombro 
(bien  cargado  de  hierro  y  no  sé  si  de  miedo)  y  calabazo  grande  de  pólvora  col- 
gado de  la  cinta,  que  le  dio  la  vida  á  su  tiempo.  Las  cargas  de  estas  armas,  que 
no  quiso  dejar  ninguna,  y  el  gran  calor,  hacían  no  fuesen  tan  ligeros  los  pasos 
de  los  nueve  como  los  de  los  indios  que  venían  desnudos,  y  así  fué  menester 
irles  haciendo  frente  con  los  arcabuces  y  retardarlos  de  sus  prisas  que  traían  en 
andar  y  disparar  flechas,  con  que  mataron  luego  allí  á  dos  de  los  nuestros. 

3.°  Pusiéronse  los  demás  en  lo  llano,  donde,  confiando  más  en  los  pies 
que  en  las  manos,  cada  cual  echó  por  donde  mejor  pudo,  aunque  ninguno  libre 
del  alcance  que  les  ibau  dando  los  indios.  Bien  oyeron  los  de  á  caballo  los  tiros 
y  grita  que  traían  los  nueve  con  los  bárbaros,  pero  andaban  ellos  tan  á  las  vuel- 
tas con  otros,  defendiendo  á  los  primeros  españoles  que  habían  bajado  al  llano, 
que  les  daban  bien  en  qué  entender;  con  todo  eso,  saliendo  Don  Antonio  con  su 
caballo  de  esta  refriega  para  dar  socorro  á  la  otra  de  Nava,  que  parecía  tendría 
necesidad  por  lo  que  había  oído,  se  fué  arrimando  á  la  sierra,  donde  encontró 
que  dos  indios  tenían  asido  al  Luis  de  Nava,  tan  feroces,  valientes  y  briosos, 
que  cada  cual  parecía  un  demonio,  y  le  traían  tan  á  mal  traer,  que  ya  le  falta- 
ba el  aliento,  y  acordándose  del  calabazo  de  pólvora  que  llevaba,  viendo  si  por 
allí  se  podía  defender,  metió  en  él  la  cuerda  encendida,  que  reventando,  mató 
la  pólvora  al  un  indio  y  cegó  al  otro,  aunque  también  á  él  se  le  encendió  el 
vestido  debajo  las  armas,  tan  fuertemente  que  se  abrasaba;  llegando  á  este 
tiempo  el  Manjarrés  con  su  caballo,  después  de  haber  acabado  con  el  indio  cie- 
go, sin  apearse,  arrebató  al  Nava  y  lo  llevó  á  vuela  pié  hasta  arrojarle  en  un 
charco  grande  que  estaba  cerca,  con  que  se  le  apagó  el  fuego,  y  ayudáronle 
luego  á  salir  del  agua  otros  caballeros  y  peones  de  los  que  se  fueron  juntando 
allí,  heridos  y  sanos,  para  hacer  de  nuevo  rostro  al  Coendo,  que  aun  no  se  con- 
tentaba con  lo  hecho. 

4.0  Viéndose  los  nuestros  allí  juntos,  y  los  dos  hijos  de  Orosco  que  no 
veían  á  su  padre,  revolvieron  como  unos  leones  contra  los  indios,  en  quien 
iban  haciendo  tal  estrago,  que  á  los  primeros  encuentros  sacaron  de  esta  vida  á 
Marozinda,  Sanga,  Panto  y  Teche,  do  los  más  valerosos  que  tenía  aquella  pro- 


34:  FRAY  PEDRO   S1M(5n  (5.*  NOTICIA 

vincia.  Viendo  Coendo  el  estrago  que  hacían  los  dos  hermanos,  venía  sobre  ellos 
con  gran  caterva  de  guerreros,  que  los  pusieran  en  aprieto,  á  no  acudir  el  Go- 
bernador con  los  demás,  que  ya  meneaban  las  armas  con  mano  floja  .por  el  mu- 
cho calor  y  haber  durado  tanto  la  batalla.  Con  todo  eso,  se  hicieron  bue- 
nos efectos  con  los  arcabuces.  El  suyo  iba  á  disparar  el  negro  Antón  Bonca- 
cha,  cuando  el  valiente  Xebo,  diciéndole :  pues  perro  negro,  tú  también  !  le 
despidió  una  flecha  tan  valiente  que  le  pasó  la  coz  del  arcabuz  de  parte  á 
parte,  con  que  le  desbarató  el  tiro  al  moreno.  Viendo  el  Don  Luis  de 
Rojas  que  iban  recargando  más  los  indios,  y  socorriéndose  cada  hora  con  nuevos 
guerreros,  tuvo  por  mejor  acierto  irse  retirando  la  vuelta  de  la  ciudad,  llevando 
por  delante  sus  soldados,  sanos  y  heridos,  como  lo  hizo,  sin  dejar  los  indios  un 
punto  de  irles  dando  caza  y  decirles  mil  oprobios  indignos  de  ser  escritos,  por 
ser  ésta,  de  las  naciones  que  se  han  en  estas  tierras,  la  más  deshonesta.  Al  fin, 
acercándose  los  nuestros  á  la  ciudad,  volvieron  las  espaldas  los  indios,  tomando 
la  vuelta  de  la  suya,  donde  hallaron  más  gente  muerta  y  mayor  estrago  del  que 
ellos  entendían. 

Comenzaron  luego  á  hacer  sus  ceremonias  y  llantos  en  sus  entierros,  dán- 
doles renombres  de  valientes,  porque  según  su  costumbre,  bástales  haber  muer- 
to á  mano  de  los  cristianos,  aunque  no  sea  peleando,  para  levantarlos  hasta  las 
estrellas ;  pusieron  los  cuerpos  á  fuego  manso  sobre  barbacoas,  cogiendo  el 
graso,  por  ministros  que  para  esto  tienen  señalados,  en  ciertos  vasos,  de  que 
beben  los  más  aventajados  en  la  guerra,  y  después  acaban  de  convertir  en  ceni- 
za el  cuerpo.  Curáronse  los  heridos  que  entraron  en  la  ciudad  de  los  nuestros, 
de  que  pocos  peligraron,  y  el  Nava  quedó  cojo,  aunque  sano.  Halláronse  me- 
nos consumidos  de  la  guerra  sobre  noventa,  casi  todos  de  los  chapetones.  De 
los  cuales  dejó  el  General  Esteban  de  la  Alas  buena  copia  en  el  presidio  de  la 
ciudad,  viendo  el  peligro  en  que  quedaba,  y  que  cuando  pensaba  estar  llana  la 
tierra,  quedaba  peor  y  con  poder  más  entero,  que  fué  un  gran  beneficio,  con 
que  acudió  á  los  ruegos  del  Gobernador  y  de  toda  la  ciudad,  de  donde  partió 
luego,  y  del  puerto,  con  sus  galeones  la  vuelta  de  la  de  Cartagena. 


CAP.  XXl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  35 


CAPITULO  XXI 

1.0  Determina  el  Gobernador  de  Santa  Marta  salir  al  castigo  de  los  indios,  y  salen  ellos 
antes  que  él  sobre  la  ciudad— 2.®  Reedifícase  el  fuerte  de  Bonda,  y  échaseles  á  los 
indios  una  emboscada— 3."  Sáleles  bien  á  los  nuestros  la  emboscada — 4.°  Al  ftgrado 
de  este  buen  suceso  salen  de  paz  algunos  indios,  de  que  les  pesa  á  los  Bondas. 


N 


^"yO  habiendo  perdido  im  punto  del  valor  de   su   ánimo  el  Gobernador 
Don  Luis  de  Rojas,  y  más  ahora,  viendo  reformada  sn  gente  con  la 
que  le  dejó  el  General  Esteban  de  las  Alas,  tenía  determinado    volver  sobre  los 
Bondas,  cuando  no  fuera  más  que  para  recobrar  el  crédito  los  españoles  y  sa- 
tisfacer al  vulgo  acerca  de  la  muerte  de  su  sobrino  y  otras  pérdidas,  que  juzga 
de  ordinario  los  efectos  sin  las  causas.  En  estos  intentos  se  le  anticiparen  los 
Bondas,  sintiéndose  también  agraviados,  y  así  con  más  brevedad  que  el  Gober- 
nador, se  juntaron  hasta  quinientos  guerreros  bien  armados,  á  quien  capitanea- 
ban Maciringa,  Xebo,  Coendo  y  Gamita;  hicieron  todos  soberbias  ostentaciones, 
en  ésta  más  que  en  otras  ocasiones,  de  sus  riquezas,  por  ventura  por  dar  á  en- 
tender las  que  habían  robado  en  el  fuerte,   pues  traían  puestos  brazaletes,  pe- 
tos, orejeras  y  muchas  cliaguaks  y  otras  joyas,  todas  de  finísimo  oro,  que  á  los 
rayos  reflejos  del  sol  arrojaban   resplandores  dorados,  que  cebando  los  ojos  y  *^ 
codicia,  la  daba  en  enfrenar  al  indio  por  el  premio  que  se  conseguía  de  sus  des- 
pojos, si  bien  esto  ha  sido  lo  menos  que  han  intentado  los  más  bien  intenciona- 
dos de  nuestros  españoles  cd  las  conquistas  de  estas   Indias.  Con  esta  bizarría  y 
la  de  sus  plumas,  arcos  y  carcajes  de  flechas  tan   venenosas,  que   poco  admiten 
cura,  representaron  sus  intentos  estos  bárbaros,  á  vista  de  la  ciudad,  sobre  los 
cerrillos,  irritando  á  los  nuestros  con  nombres  tan  vergonzosos,  que  su  fealdad 
no  da  lugar  á  que  se  escriban.  Con  lo  cual   se  alborotaron  tanto  los  de  la   ciu- 
dad, determinándose  á  salir,  que  fué  menester  irles  á  la  mano  el  Gobernador, 
para  que  imaginasen  los  indios  no  eran  más  que  los  que  estaban  antes  de  los 
galeones,  y  con  eso  so  atreviesen  á  embestir  á  la  ciudad,  con  que  se  haría  buena 
presa  eirellos,  y  en  realidad  los  indios  ignoraban  los  que  habían  quedado,  hasta 
que  un  vil  indezuelo,  paje  del  Tesorsro  Bartolomé   García,  se  lo  envió  á  decir, 
enviándole  tantos  granos  de  maíz  como  soldados  tenía  la  ciudad,   con  que  los 
indios  tomaron  la  vuelta  de  sus  tierras  sin  otro  efecto. 

2.°  Conociendo  los  buenos  que  se  hacían  con  el  fuerte,  trataron  los  veci- 
nos de  volverlo  á  reedificar,  como  se  puso  luego  en  ejecución,  enviando  dos- 
cientos soldados  que  hicieran  frente  á  la  contradicción  de  los  indios,  mientras 
se  acababa  la  obra,  que  tomaron  á  su  cuidado,  y  el  gobierno  de  los  soldados,  el 
Capitán  Castro,  Torquemada,  Campuzano  y  Don  Antonio  Manjarrés.  Oomen- 

5 


36  FRAY  PEDRO  SIMÓN  (5.»  NOTICIA 

zóse  á  una  la  obra  y  la  contradicción  que  le  hacían  los  indios,  que  tenían  por 
caso  afrentoso  dejar  que  los  nuestros  saliesen  con  lo  intentado,  y  así  era  nece- 
sario andar  siempre  con  las  armas  á  cuesta  para  las  ordinarias  refriegas  con  los 
indios,  en  que  quedaban  de  ordinario  diez  y  doce  muertos,  y  veces  hubo  do 
treinta,  sin  daño  de  los  nuestros  ni  pérdida  de  sus  salvajes  bríos,  por  hacerles 
la  costumbre  que  tienen  de  las  guerras  no  tener  otro  mayor  gusto  que  andar  en 
ellas.  Echáronles  cierto  día  los  nuestros  una  emboscada  de  á  caballo,  bien  ar- 
mados Don  Antonio  y  Bartolomé  García  con  otros  cuatro,  todos  de  satisfac- 
ción, para  cogerlos  por  las  espaldas  si  acudiesen  los  indios,  porque  los  peones 
habían  de  salir  á  hacerles  rostro  y  mostrándose  de  mano  blanda  y  medrosa,  se 
fuesen  retirando  hasta  que  se  pusiesen  los  indios  en  lo  llano,  como  sucedió, 
pues  á  las  primeras  luces  del  sol  se  apareció  Xebo  con  largo  y  lucido  escuadrón 
de  sus  indios,  diciendo  á  grandes  voces  :  "  Ya  sabéis,  españoles  gallinas,  á  lo  que 
vengo,  salid  y  daros  hemos  grano,  que  serán  estas  flechas,"  y  haciendo  y  di- 
ciendo, comenzaron  todos  á  disparar  muchas,  con  la  grita  y  algazara  que 
suelen. 

3.^  Salieron  al  punto  veinticinco  peones,  y  haciéndoles  cara,  bien  arrodo- 
lados,  llegaron  al  pié  del  recuesto,  de  donde  bajó  luego  la  caterva,  que  viendo 
^^tan  pocos  de  los  nuestros,  los  contaban  ya  con  los  muertos.  Comenzaron  luego 
los  soldados  á  irse  retirando  y  cebando  á  los  indios  hasta  que  los  tuvieron  en  lo 
llano,  donde  los  caballos  ya  podían  hacer  efecto,  que  saliendo  al  punto  de  la 
emboscada  y  cogiendo  á  los  bárbaros  por  las  espaldas,  comenzaron  luego  á  hacer 
terrible  estrago  en  ellos,  á  que  ayudaban  valerosamente  los  peones.  Duró  tanto 
espacio  de  tiempo  la  matanza,  que  habiendo  acabado  los  indios  con  todas  sus 
flechas  por  la  prisa  que  las  daban,  se  aprovechaban  de  los  fuertes  arcos,  con 
que  rebatían  maravillosamente  las  lanzas  y  resistían  á  los  caballos  y  caballeros, 
que  en  lo  que  ponían  más  cuidado  era  en  estorbar  á  los  indios  no  llegasen  á  la 
ladera  porque  no  se  escapasen  por  ella,  no  pudiendo  los  caballos  ser  de  efecto  ; 
sucedió  que  apenas  un  caballo  (que  todos  iban  encubertados  de  armas  de  algo- 
dón) hubo  descubierto  algo  de  loa  ijares,  cuando  por  allí  le  pasaron  con  una 
flecha,  de  suerte  que  luego  cayó  muerto.  No  se  les  pudo  tan  del  todo  resistir 
la  subida  al  recuesto,  que  no  lo  fuesen  tomando  algunos  de  los  indios,  dejándose 
diez  y  ocho  muertos  en  lo  llano,  por  lo  cual  dijo  Xebo,  viéndose  libre  en  lo 
alto  :  "  Hoy,  castellanos,  ha  sido  por  engaños  la  vuestra  ;  y  mañana,  quizá,  será 
la  mía ;  regalad  vuestros  potros  y  estad  alerta,  pues  no  nos  hemos  de  cansar 
hasta  que  de  vosotros  ó  nosotros  ninguno  quede  con  vid»»"  Volvieron  con  esto 
los  indios  las  espaldas  del  todo,  dejando  rastreadas  de  sangre  las  piedras  de  la 
escalera  por  donde  subían,  por  los  muchos  que  iban  heridos. 

4.0  Con  ocasión  de  esta  victoria  y  otras  razones  de  Estado,  que  á  elloa  les 


OAP.  XXl)  NOTíCíAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  37 

pareció  estarles  bien,  salieron  de  paz  los  del  pueblo  de  Masinga  y  dando  el 
parabién  á  los  nuestros  de  lo  sucedido,  dijeron  que  querían  paz  con  ellos  y 
ayudarles  á  bu  obra,  como  lo  hicieron,  con  que  iba  creciendo  aprisa,  agrade- 
ciéndoles los  nuestros  la  paz  y  cuidado  con  que  acudían  á  la  obra.  Esto  los 
Bondas  tan  pesadamente,  que  encendidos  en  bríos  contra  los  Masingas,  se  atre- 
vieron seis  ó  siete  con  buenos  arcabuces,  y  diestros  ya  en  la  mira  y  puntería,  á 
bajar  al  fuerte,  sólo  con  intentos  de  matar  los  Masingas,  que  estaban  trabajando 
en  él,  que  habiendo  llegado  sin  ser  sentidos,  por  ser  tan  pocos,  y  viendo  que 
dos  Masingas  estaban  en  lo  alto  de  un  caney  disponiendo  la  cumbrera,  disparó 
uno  de  los  seis,  y  le  pasó  un  muslo  á  Juanito  Minga  ;  dispararon  también  los 
otros,  aunque  sin  efecto.  Dióse  luego  arma  en  el  fuerte,  con  que  salieron  á 
buscarlos  seis  ó  siete  de  á  caballo  con  algunos  rodeleros  y  arcabuceros,  que 
llegaron  disparando  hasta  el  principio  del  recuesto,  donde  ellos  sonaban  con  su 
acostumbrada  algazara,  que  viendo  á  los  nuestros,  tomaron  su  recuesto  arriba, 
y  se  entendió  había  sido  por  algún  daño  que  habían  recibido,  aunque  tiraban 
los  nuestros  á  bulto  entre  los  árboles,  pues  algunas  veces  sucedía  tirando  de 
esta  suerte,  por  limpiar  los  pasos,  matar  á  algunos,  cerno  en  cierta  ocasión  de 
éstas  hallaron  muertos  á  dos.  No  se  pasaba  día  que  no  bajasen  á  dar  rebato, 
aunque  más  recatados  desde  la  pasada  de  los  caballos,  y  cuando  no  podían  hacer 
efecto  con  sus  armas,  decían  á  voces  mil  oprobios,  hasta  decir  que  para  qué 
trabajaban  en  vano  en  la  reedificación  del  fuerte,  pues  lo  que  trabajaban  en  un 
año  lo  habían  de  deshacer  en  una  hora. 


38  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (5.^  NOTICIA 

CAPÍTULO  XXII 

l,*'  Pónese  á  luchar  un  indio  con  un  español,  de  quien  queda  vencido  y  corrido.  Roban 
las  estancias — 2.®  Embárcanee  los  indios  y  lo  que  sucede  á  nuestros  soldados  con 
ellos — 3."  Mueren  algunos  de  los  nuestros.  Aparécense  corsarios  franceses  en  la  costa 
de  Santa  Marta — i.^  Vienen  los  Bondas  sobre  el  fuerte  y  dánle  batería— 5.°  Socó- 
rrense  ciertos  españoles  arrojados  de  los  franceses. 


D 


E  los  indios  convecinos  al  fuerte  acudían  muchos  (fnera  de  los  Bon- 
das, que  siempre  estuvieron  ariscos)  y  traían  á  vender  de  sus  fru- 
tas y  raíces,  que  no  era  de  poco  alivio  para  los  del  presidio.  Entre  ellos  vino  un 
día  uno,  que  fiado  de  sus  fuerzas  y  maña,  desafió  á  luchar  á  cualquiera  de  los 
soldados,  de  los  cuales  un  Diego  Rodríguez,  platero,  aceptó  la  lucha,  poniendo 
por  premio  una  botija  de  vino,  y  el  gandul  un  adorote  de  buenos  plátanos  que 
traía;  quedó  el  gandul  vencido,  y  tan  corrido  con  todos  los  que  le  apadrinaban, 
que  en  más  de  un  año  no  osó  aparecer  por  aquellos  países.  Otro  quiso  ense- 
ñarse á  disparar  una  escopeta,  y  poi*  hacerle  una  burla  un  soldado  Esteban 
González,  la  cargó  con  dos  cargas  y  dándosela  para  que  la  dispara,  no  arriman- 
do la  coce  al  hombro,  le  dio  tal  coz  en  él,  que  le  despidió  la  carne  de  él  y  des- 
barató los  huesos,  con  que  quedó  desaficionado  á  tomar  otra  vez  escopeta  en  la 
mano,  si  bien  el  Esteban  González  en  pocos  días  le  dio  sano,  porque  era  buen 
cirujano.  No  cesando  los  Bondas,  mientras  esto  pasaba,  en  sus  bullicios  y  in- 
quietudes, dieron  en  robar  las  estancias  y  captivar  la  gente  del  servicio  de 
ellas,  entre  las  cuales  fué  una  de  Torquemada,  Capitán  del  fuerte,  y  habiéndole 
preso  un  negro  esclavo  suyo,  para  darle  más  pena,  se  aparecieron  un  día, 
saliendo  del  montecillo,  dos  indios  que  sacaban  á  la  vista  de  su  amo  al  negro, 
el  cual  con  voz  blanda  y  lastimosa  pedía  le  saliesen  á  favorecer  del  fuerte, 
para  en  saliendo  algunos  soldados  á  esto,  salir  á  ellos  la  emboscada  que  tenían 
en  el  mismo  monte,  lo  cual  advirtiendo  el  Torquemada,  dio  voces  que  ninguno 
saliese,  pues  aquélla  era  cautela  conocida  de  los  indios,  con  que  se  reprimieron 
los  soldados  que  querían  salir;  pero  uno  de  ellos,  llamado  Pedro  de  Kibera,  dis- 
parando su  arcabuz,  mató  á  uno  de  los  dos  indios  que  tenían  al  negro,  hen- 
diéndole la  frente,  con  lo  cual  el  otro  dio  al  negro  á  manteniente,  con  una  flecha 
envenenada  que  traía,  en  la  mano,  y  dejándolo  solo,  se  volvió  á  entrar  en  el 
monte.  El  negro,  á  más  huir,  se  llegó  á  la  fortaleza,  donde  luego  se  le  acabó  la 
de  la  vida,  por  el  fuerte  veneno  que  tenía  la  flecha. 

2.0  Aunque,  como  hemos  dicho,  les  traían  al  fuerte  algunas  comidas  los 
indios,  lo  principal  de  ellas  les  venía  de  la  ciudad,  y  así  ordenó  el  Torquemada 
saliesen  trece   soldados  á  franquear  el  camino  ;    lo   que  los  Bondas,  que  á  todo 


CAP.  XXIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  39 

estaban  á  la  mira,  advirtieron  bien,  y  al  punto  echaron  una  emboscada  en  el 
paso  más  estrecho,  para  cuando  volviesen  los  trece,  los  cuales  fueron  hacia  Ma- 
matoco  para  dar  vista  si.  les  venían  algunos  bastimentos,  y  tras  ellos  pasaron 
tres  do  á  caballo,  á  quien  dejaron  pasar  seguros  los  de  la  emboscada,  por  ir  bien 
aimados  ellos  y  los  caballos,  que  juntándose  con  los  trece  peones,  les  mandaron, 
por  llevar  orden  de  esto,  se  volviesen  al  fuerte,  por  llevarla  también  de  pasar 
ellos  adelanto  á  hacer  lo  que  los  trece  llevaban  ú  su  cargo.  Cuando  llegaron 
estos  soldados  de  vuelta  á  la  emboscada,  se  levantaron  los  indios  con  tan  va- 
liente furia,  que  á  la  primera  rociada  hirieron  á  un  Caraboca  en  una  asenta- 
dera,  y  á  un  Esteban  González,  pasándole  el  sayo,  le  raspó  una  flecha  perla 
barriga,  de  que  fué  luego  tanta  su  angustia,  que  cayó  en  el  suelo  y  sobre  él  al 
punto  ocho  gandules  para  llevárselo  vivo,  como  lo  hicieran  si  no  lo  socorriera 
un  Juan  de  Alba,  hidalgo  portugués,  que  estándolo  defendiendo,  vino  una  fle- 
cha y  le  llevó  de  paso  la  montera  y  se  la  dejó  clavada  en  el  tronco  de  un  árbol; 
pero  al  fin  se  defendieron  ambos,  sin  poderse  ninguno  aprovechar  de  los  arca- 
buces, porque  pensando  todos  estaría  seguro  el  camino,  como  cuando  pasaron, 
llevaban  con  harto  culpable  descuido  apagadas  las  mechas. 

3.^  Un  Bartolomé  Carrasco,  mancebo  cordobés,  animando  á  los  demás,  puso 
tanta  fuerza  en  apretar  á  los  indios,  que  les  hizo  retirar  á  un  montecillo,  y  te- 
niendo ocasión  de  encender  las  mechas,  les  fueron  de  tanta  importancia  los  ar- 
cabuces, que  les  hicieron  dejar  á  los  bárbaros  del  todo  la  emboscada,  que  iban 
contentos  con  lo  hecho,  que  aun  fué  más  de  lo  que  pensaran,  pues  aunque  al 
Caraboca  le  foguearon  la  herida,  en  llegando  al  fuerte  murió  luego  de  ella, 
como  también  otro  llamado  Teba,  del  Reino  de  Toledo,  por  no  haber  hecho 
caso  de  un  pequeño  rasguño  que  le  hizo  una  flecha  en  la  coyuntura  de  un 
dedo,  que  así  murió  rabiando.  Vivió  el  del  rasguño  en  la  barriga,  pero  con  mu- 
chos cauterios  que  le  hicieron.  Ya  estaba  el  fuerte  enrasado  y  en  perfección 
sus  cercas,  cuando  le  aparecieron  por  ei  mar  navios  de  franceses  corsarios,  con 
que  le  fué  forzoso  al  Gobernador  despachar  al  fuerte  viniesen  á  la  ciudad  cien 
soldados  á  hacerles  resistencia,  que  llegaron  tan  á  tiempo  por  Ja  prisa  que  se 
dieron,  que  fué  en  menos  de  tres  horas,  que  cuando  el  francés  quería  desem- 
barcar, ya  estaban  ellos  con  los  de  á  caballo  en  el  puerto  á  la  vista,  que  fué  causa 
para  que  el  francés  volviese  las  proas,  hasta  surgir  en  el  ancón  de  Araganga, 
necesitado  de  hacer  agua,  á  donde  ordenó  el  Gobernador  fuesen  los  soldados  por 
tierra  adelante,  como  lo  hicieron,  obligándole  á  retirarse  con  algunos  muertos  y 
otros  heridos,  que  le  compensaron  la  pérdida  luego  á  poco  rato  con  una  naveta  de 
Atrato  bien  llena  de  gente  pasajera  y  marineros  y  aun  bien  cargada  de  vino,  con 
que  se  alegró  la  inclinación  francesa,  que  luego  tomó  la  vuelta  del  ancón,  re- 
cinto donde   se  ancló  por  cinco  días,  rescatando  ccn   los   indios,  que  no  faltaron 


4U  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (5.*  NOTICIA 

en  venir  por  todo  aquel  tiempo. 

4.^  Como  también  lo  hicieron  los  Bondos,  viniendo  al  fuerte,  sabiendo  los 
soldados  que  habían  salido  de  él,  que  por  ser  pocos  los  que  quedaron,  no  se 
atrevían  á  salir  á  hacer  frente  á  los  bárbaros,  con  que  tuvieron  atrevimiento  de 
cercarlo  y  dar  tanta  batería  y  grita  á  los  de  dentro,  que  no  estaban  aguardando 
sino  cuándo  se  habían  do  atrever  á  batir  la  cerca  y  muro;  jugaba  desde  arriba 
la  arcabucería,  que  no  era  de  ningún  efecto,  por  estar  los  indios  á  la  parte  más 
amparada,  que  no  lo  estaban  tanto  los  soldados  adentro  del  fuerte,  pues  tenían 
maña  los  indios  para  arrojar  de  tal  suerte  las  flechas  hacia  arriba,  que  al  caer, 
herían  y  mataban  alguno.  Duró  esta  porfía  dos  noches  y  dos  días,  sin  hacer 
daño  á  la  cerca,  por  no  tener  instrumentos  para  ello,  y  durara  más,  si  el  Go- 
bernador, conociendo  la  inquietud  de  los  indios,  y  temiéndose  de  sus  atrevi- 
mientos, al  día  tercero  no  hubiera  vuelto  á  enviar  los  soldados  del  presidio, 
después  de  haber  ojeado  al  francés,  de  quien  luego  se  tuvo  nueva  en  la  ciudad 
que  se  había  alargado  á  la  mar,  dejando  en  tierra  toda  la  gente  cristiana  que  co- 
gió en  la  naveta,  tan  mal  parada  y  á  peligro  de  muerte,  en  especial  si  supieran 
los  indios  que  estaban  allí,  que  al  no  socorrerlos  el  Don  Luis  luego  que  lo  supo, 
sin  duda  perecieran  de  hambre  ó  por  otros  caminos;  pero  en  viniendo  á  su  noti- 
cia, despachó  de  la  ciudad  treinta  soldados  en  canoas  por  la  mar,  por  (-star  á  la 
sazón  en  leche,  que  llegando  á  cinto  sin  zozobra,  se  puede  entender  la  alegría 
que  recibirían  los  arrojados,  pues  les  traían  los  soldados  su  resurrección. 

Estando  ya  todos  para  embarcarse,  después  de  haberse  reformado  de  las 
comidas  que  llevaban  los  soldados,  se  alteró  la  mar,  de  suerte  que  no  atrevién- 
dose á  entrar  en  ella,  se  fueron  por  tierra  hasta  el  fuerte  de  Bonda,  donde  re- 
pararon por  algunos  días,  socorridos  de  algunos  vestidos  que  les  dio  la  piedad 
soldadesca,  hasta  que  la  del  cielo  les  enviase  mayor  abundancia.  La  mucha  de 
oleaje  y  de  alteraciones  de  mar  que  le  sobrevino  al  francés,  le  obligó  á  arribar 
y  á  arrojar  anclas  en  el  puerto  de  Chengue,  á  donde  sabiéndolo  Xebo,  llegó 
con  algunos  de  sus  indios  á  rescatar  con  buenas  piezas  de  oro  que  levaba; 
salióle  á  hablar  un  soldado  vascongado  navarrisco,  que  venía  con  los  franceses, 
á  quien  le  dijo  Xebo  sólo  venía  á  rescatar  arcabuces,  pólvora  y  municiones 
para  sí,  en  que  no  dudaron  luego  ser  aquello  lo  que  pedía,  viendo  á  Xebo  ves- 
tido á  la  española  y  ceñida  espada  y  daga,  y  así  le  dieron  de  todo  esto  que  pe- 
día, á  trueco  de  buenas  joyas,  de  que  se  pagarían  á  precios  más  largos  que 
ajustados;  de  estas  compras,  y  de  los  pillajes  que  hemos  dicho,  vinieron  á  tener 
arcabuces  los  Bondas,  de  suarte  que  haciendo  guarda  en  su"  pueblo,  rendían  las 
postas  tan  á  punto,  que  muchas  veces  por  ellos  se  gobernaban  los  del  fuerte 
oyendo  disparar  á  los  de  arriba,  y  aun  á  las  veces  salían  á  las  guazabaras  llevan  ■ 
do  además  de  arcos  y  flechas  algunos  arcabuces,  y  hechas  las  cargas,  frascos  de 


CAP.  XXIIl)  NOTICIAS  DE  tAS  CONQUISTAS  DÉ  TIERRA  FIRME.  4l 

pólvora  al  cuello,  y  á  los  brazos  rollos  de  mechas,  celadas  en  las  cabezas,  y  es- 
padas en  cinto. 


CAPITULO  XXIII 

].•  Han  los  nuestros  á  las  manos  en  una  emboscada  al  valiente  Xebo  y  algunas  muje- 
res— 2,°  Hace  Xebo  un  tiro  de  flecha  notable,  con  que  mata  á  un  francés  en  un 
navio— 3.»  Ahógase  Xebo;  vienen  indios  sobre  la  ciudad  de  Santa  Marta;  encién- 
denla  por  sacar  un  preso. 

HABIENDO  perfeccionado  del  todo  el  fuerte,  y  dejando  el  Goberna- 
dor allí  el  presidio  que  bastaba  para  su  defensa  y  de  la  tierra, 
el  resto  llevó  consigo  para  hacer  salidas  por  todas  partes,  pues  niuguna  estaba 
segura,  ni  aun  tampoco  con  esto  lo  estaban  los  Bondas.  pues  en  emboscada  que 
hacían  los  nuestros,  cogían  á  muchos,  y  entre  los  demás  fué  una  de  importan- 
cia, pues  en  ella  cogieron  al  valiente  Xebo  y  á  tres  indios  que  le  acompañaban 
y  seis  indias  sin  marido,  que  sucedió  así:  estando  Fernán  Domínguez,  Este- 
ban González,  Horosco,  Juan  de  Alva  y  otros,  con  Cordero,  que  era  el  caudillo, 
emboscados  en  cierta  senda  frecuentada  de  indios,  acertó  á  pasar  por  allí  Xebo 
con  la  compañía  dicha,  vestido  á  la  española,  con  espada  y  daga,  jineta  por 
bordón,  y  un  paje  junto  á  él,  con  la  escopeta  y  las  seis  indias  adelante,  á 
quien  daba  prisa  caminasen,  no  yendo  sin  sospechas  de  lo  que  le  sucedió,  que 
fué  saltarle  de  repente  los  de  la  emboscada,  de  que  quiso  defenderse  con  la 
jineta,  aunque  en  vano,  pues  en  un  punto  se  asieron  todos  de  él,  que  fué  todo 
menester  por  sus  valientes  fuerzas,  tanto  que  no  siendo  bastantes  las  de  los 
cuatro  para  ponerle  prisiones,  acudieron  los  demás  soldados  hasta  juntarse 
veintiséis,  que  asiéndole  unos  de  los  brazos  molledos,  de  los  pies,  lo  amarraron 
y  echando  delante  sus  compañeros  y  las  mujeres,  tomaron  la  vuelta  de  la 
ciudad,  las  cuales  comenzaron  luego  á  cantar  endechas,  que  pensando  los  nues- 
tros era  cosa  de  alegría,  le  preguntaron  á  Xebo:  ''  Estas  tres  mujeres  deben.de 
ir  contentas  de  haber  salido  de  tu  poder  y  entrado  en  el  de  los  españoles";  á  lo 
cual  respondió  Xebo:  "  Bien  engañados  estáis,  pues  os  aborrecen  ellas  más 
que  nosotros,  y  nosotros  harto  más  que  al  Demonio.  Eso  que  cantan  es  su 
manera  de  llanto,  con  que  llaman  á  Don  Gairo  y  á  don  Nenio  y  á  Don  Borzo, 
que  son  unos  poderosos  Mohanes  que  las  pueden  librar  de  estos  trabajos  (que 
por  ventura  eran  aquellos  dos  que  dijimos  estaban  orando  en  la  cumbre  del 
cerro  cuando  llamaron  al  escuadrón  que  siguiesen  al  Capitán  Nava),  y  éstas  son 
grandes  señoras:  una  mi   mujer,   y  otras  de  otros  principales,  que  vendrán 


42  FRAY   PEDRO    SIMÓN  (5.*^  NOTICIA 

presto  á  rescatarlas";  como  sucedió  que  viaiaron  luego  á  eso,  A  quien  les 
pidió  el  Gobernador  en  rescate  todo  lo  que  habían  robado  del  fuerte,  que 
siendo  esto  imposible,  por  estar  entre  todos  repartido,  al  fin  dieron  las  dos  piezas 
de  fruslera  y  otras  cosillas  que  pudieron  recobrar,  y  llenando  el  rescate,  se 
llevaron  su^  mujeres. 

2.0  Trataron  también  del  de  Xebo,  á  que  el  Don  Luis  no  quiso  acudir, 
antes  dándole  defensor,  le  hizo  la  causa  y  le  puso  á  cuestión  de  tormento, 
donde  confesó  haber  muerto  por  sus  manos  más  de  tres  veintes  de  cristianos 
(modo  de  contar  estos  indios  contando  por  nuestra  cuenta),  y  que  él  había  sido 
quien  había  hecho  levantar  la  tierra  con  otros  daños  infinitos  que  durante  la 
guerra  había  heoho.  Estando  así  preGo  y  haciéndole  Ja  causa,  antes  que  lo 
sentenciaran,  sucedió  (para  que  se  vea  su  valentía  y  destreza  en  el  manejo  del 
arco)  que  estando  un  navio  francés  á  la  vista  del  mar  en  través,  tan  apartado 
que  no  alcanzaba  á  él  ningún  arcabuz,  y  viendo  subir  á  uno  de  los  marineros: 
**  Al  agua  !  le  dijo  Xebo  al  Don  Luis;  qué  me  dará  si  le  acierto  con  mi  flecha  á 
aquel  que  va  subiendo  y  le  hago  bajar  al  agua  muerto?  "  Admirado  el  Gober- 
nador de  lo  que  decía,  por  parecerle  imposible,  dijo:  "  Darte  hé  una  botija  grande 
de  vino  ".  Y  aceptando  el  gandul,  pidió  su  arco,  y  llegándose  con  él  á  la  len- 
gua del  agua,  y  poniendo  la  cuerda  en  el  punto  que  á  él  le  pareció  para  no 
perder  el  tiro,  le  salió  tan  acertado,  que  le  clavó  por  los  i  jares  al  francés 
que  bajaba  de  la  gabia,  haciéndole  trastornarse  muerto  hasta  llegar  al  agua, 
de  que  quedaron  admirados  los  nuestros,  y  con  grande  algazara  los  indios  que 
estaban  cerca,  por  el  premio  que  se  le  había  de  dar,  de  que  todos  gozaron  repar- 
tiéndose la  botija  de  vino  entre  todos.  El  tiro  fué  causa  de  que  los  corsarios 
largasen    velas   y  no  pareciesen  más. 

3.0  Pero  porque  el  Xebo  no  emplease  más  de  aquellos  tiros  en  los  nuestros, 
substanciada  la  causa,  lo  sentenció  á  destierro  el  Gobernador,  y  lleviíndolo 
en  una  canoa  á  una  fragata,  para  que  en  ella  fuese  á  cumplir  el  destierro,  so 
trastornó  la  canoa  en  la  misma  parte  donde  él  había  muerto  al  francés,  y  sin 
tener  reparo  se  ahogó  también  él,  quieren  decir  que  con  industria  del  que  lo 
llevaba.  Otro  tiro,  casi  hermano  de  éste,  hizo  otro  indio  Bonda  en  el  fuerte 
(teniéndolo  cercado  los  Bondas),  y  fué  que  arrimándose  á  la  pared  de  él,  guió 
una  flecha  á  lo  alto,  con  tan  buena  maña,  que  al  bajar  le  clavó  un  hombro  á 
un  soldado  llamado  Bulgarín,  natural  de  Azuaga,  de  que  luego  murió.  En  este 
tiempo,  no  sé  por  qué  ocasión  de  pescas,  se  encontraron  los  Bondas  con  sus 
circunvecinos,  de  donde  nacieron  tan  sangrientas  pendencias,  que  se  olvidaron 
de  las  que  traían  con  los  nuestros,  por  unos  días,  aunque  no  fueron  muchos, 
pues  teniendo  preso  en  la  ciudad  un  indio  principal  llamado  Mamatoco,  acerca 
de   la   paga   de   cierto  tributo,   su   padre,  por  librarle  de  la  prisión,  trató  con 


CAP.  XXIIl)  NOTICIAS  DE   LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  43 

algunos  de  sus  indios  amigos  de  pegar  fuego  á  la  Iglesia  de  la  ciudad,  pensan- 
do que  por  ir  á  socorrer  al  fuego,  habían  de  descuidarse  los  guardas  de  la  cár- 
cel, de  suerte  que  darían  entonces  lugar  para  que,  aunque  fuese  con  prisiones, 
lo  pudiesen  sacar.  Pusiéronlo  en  efecto  el  viejo  y  ocho  gandules  de  compañía, 
que  pudieron,  sin  ser  sentidos,  por  estar  la  Iglesia  arrimada  á  la  montaña, 
aguardar,  para  hacer  esto,  una  noche  muy  oscura.  En  viendo  fuego  se  tocó 
alarma,  y  acudieron  á  sacar  el  Santísimo  Sacramento,  y  el  viejo  indio  con  sus 
compañeros  á  sacar  el  preso,  que  no  les  fué  de  efecto  su  diligencia,  por 
haberla  puesto  mayor  en  su  guarda  luego  que  despuntó  la  ocasión  del 
rebato. 

Entendiendo  el  viejo  y  sus  compañeros  que  por  estar  de  paz  nadie  había 
de  engendrar  sospecha  sobre  ellos,  vinieron  otro  día  á  la  ciudad,  donde  luego 
los  prendieron,  y  aunque  echaban  la  culpa  á  los  rebeldes  de  la  serranía,  el 
tormento  les  hizo  decir  la  verdad;  por  donde  condenaron  á  colgar  al  viejo  y 
á  otros  tres  que  confesaron  haber  sido  los  agresores;  lo  cual  se  ejecutó  habien- 
do precedido  el  baptizarse  después  del  catecismo.  Soltaron  al  preso,  porque  se 
halló  sin  culpa.  Esto  fué  lo  último  que  sucedió  en  tiempo  del  Gobierno  de 
Don  Luis  de  Kodas  en  esta  tierra  y  costas  de  Santa  Marta,  por  haberle  hecho 
provisión  el  Rey  de  que  fuese  á  gobernar  las  provincias  de  Venezuela  y  Cara- 
cas, para  donde  partió,  dada  su  residencia,  entrado  ya  el  año  siguiente  de  mil 
y  quinientos  y  setenta  y  seis. 


44  FRAY   PEDRO  SIMÓN  (5.*  KOTIOIA 

CAPÍTULO  XXIV 

1."  Viene  Don  Lope  de  Orosco  por  Gobernador  de  Santa  Marta— 2 .•  Deshace  el  fuerte 
de  Bonda,  y  envía  caudillos  la  tierra  adentro.  Caso  notable  de  un  vizcaíno— 3.» 
Retírase  un  caudillo,  sale  otro  y  mátanle  con  todos  sus  soldados— 4.0  Va  el  Gober- 
nador al  Valle  de  Upar.  Revuelto  con  un  caso  que  se  comienza  á  contar. 


H 


ABIENDO  cumplido  el  tiempo  de  su  Gobernación  de  Santa  Mar- 
ta Don  Luis  de  Eojas,  le  sucedió  Don  Lope  de  Orosco,  persona 
bien  conocida  en  este  Nuevo  Reino,  donde  muchos  tiempos  antes  había  servido 
al  Eey  en  honrosos  oficios,  en  especial,  en  cargos  honrados  que  trató  en  el  Río 
de  la  Plata,  donde  le  sucedieron  cosas  dignas  de  memoria  y  prolongadas  en 
una  historia  entera.  Emparentó  en  este  Nuevo  Reino  de  Granada  con  lo  más 
principal  de  él,  desde  donde  pasando  en  España,  y  conociendo  el  Rey  sus  muchos 
méritos,  le  hizo  merced  de  este  Gobierno  de  Santa  Marta,  de  que  se  le  despa- 
charon recados  el  año  pasado  de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  cinco,  y  para 
donde  se  dio  á  la  vela  en  San  Lucar  ó  en  Cádiz,  este  de  mil  y  quinientos  y 
setenta  y  seis,  en  dos  naves  que  compró  á  su  costa,  donde  embarcó  trescientos 
hombres:  los  ciento  casados  y  con  sus  familias,  por  ios  intentos  que  traía  de 
hacer  nuevas  poblaciones,  en  que  sus  principales  granjerias  fuesen  crianzas  y 
labranzas.  Trajo  también  á  sus  hijos  Don  Alonso,  Don  Pedro  y  otro,  y  á  su 
sobrino  Don  Andrés  de  Pineda,  porque  Don  Diego  ya  estaba  acá  días  había. 
Engolfado  en  el  mar  con  varios  sucesos,  tomó  puesto  en  la  Nueva  Salamanca, 
que  por  otro  nombre  llaman  la  Ramada,  que  fundó  Bartolomé  de  Alva  el  año 
de  mil  y  quinientos  y  sesenta,  por  mandato  de  esta  Real  Audiencia  de  Santafé, 
que  por  ser  puesto  ya  de  su  jurisdicción  (pues  está  entre  el  Río  de  la  Hacha 
y  la  ciudad  de  Santa  Marta),  lo  recibieron  como  á  su  Gobernador.  Desde  donde, 
después  de  haber  descansado  algunos  días,  y  informádose  del  estado  de  la 
tierra,  tomó  la  vuelta  de  Santa  Marta  y  allí  la  residencia  de  Don  Luis  de 
Rojas,  con  que  luego  se  despachó  á  su  Gobierno  de  Caracas. 

2.0  Llegando  á  la  noticia  de  los  Bondas  y  á  todas  sus  montañas  y  sierras 
la  venida  del  nuevo  Gobernador,  le  salieron  de  paz,  con  que  se  determinó  qui- 
tar la  fortaleza  que  les  tenían  puesta  en  sus  tierras,  que  tanta  sangre  y  trabajo 
había  costado  ó  unos  y  á  otros,  por  haber  ya  la  experiencia  mostrado  ser  más 
que  los  provechos  los  daños  de  muertes  de  españoles  y  costas  de  soldados,  que 
esa  es  la  consistencia  de  las  cosas  de  este  mundo  no  tenoi'la,  y  de  ordinario  son 
como  las  tablas  en  que  se  pintan  figuras  diferentes  de  tres  haces,  que  mirándo- 
las por  tin  lado  muestran  figura  de  ángel,  y  por  otro  de  un  Demonio,  y  de 
frente  es  una  maceta  de  rosas  y  clavellinas.  Como  sucedió  en  lo  de  esta  forta- 


CAP.  XXIV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  45 

leza,  que  á  unos  les  parecía  mal  y  á  otros  bien;  como  lo  pareció  ahora  la  paz  de 
toda  esta  costa,  pues  podía  ir  un  hombre  solo  desde  Santa  Marta  al  Cabo  de 
la  Vela,  por  tierra.  En  cuya  confianza  hizo  abrir  caminos  el  Gobernador  de 
más  de  treinta  leguas,  y  meter  ganados  mayores  y  menores  para  el  distrito  do 
la  ciudad,  per  tenerlos  destruidos  la  guerra  ;  todo  lo  cual  puesto  en  concierto 
y  dado  asiento,  sosegado  partió  la  vuelta  del  Valle  de  Upar,  con  razonable  nú- 
mero de  gente,  y  por  su  Teniente  General  su  hijo  Don  Diego,  que  ú  poco  do 
como  llegaron  al  Valle  partió  con  la  mayor  copia  de  gente  que  pudo  á  hacer 
cierto  castigo  en  los  indios,  donde  fueron  muertos  los  tres  hermanos  Lermas 
(como  dejamos  dicho  en  la  segunda  parte),  donde  hizo  hechos  tan  notables,  que 
si  se  hubieran  de  escribir,  no  los  cupiera  esta  Historia,  á  que  no  le  ayudó  poco, 
en  muchas  ocasiones,  un  Juan  de  Sorocois,  vizcaíno  ;  si  bien  en  una  de  una 
sangrienta  batalla,  por  ser  terrible  el  sol  que  los  abrasaba  y  habérsele  cansado 
el  caballo  al  Sorocois,  lo  tenían  ya  los  indios  preso,  y  se  lo  llevaran  sin  duda, 
si  el  Don  Diego  no  se  lo  sacara  de  entre  las  manos,  no  sólo  ésta,  mas  otras 
dos  veces,  de  que  no  salió  tan  sin  peligro  que  no  le  dieran  un  flechazo  en  un 
ojo,  aunque  venturoso,  pues  sin  hacerle  daño  en  él,  se  entró  por  encima  la 
punta  de  la  flecha  hasta  topar  en  la  nuca,  y  sin  hacer  herida,  quebrándose  el 
tendal,  quedó  la  punta  dentro  sin  darle  pena  al  soldado,  antes  se  le  enjugó  el 
golpe  sin  hacérsele  á  la  entrada  más  que  una  verruguilla  y  otra  á  la  parte  del 
colodrillo  donde  correspondía,  que  creció  como  una  perialupia,  con  que  estuvo 
el  Sorocois  sin  ninguna  pena  muchos  meses,  hasta  que  un  día,  mirando  la  ve- 
rruga del  colodrillo  un  Juan  Pérez,  mulato,  tentó  la  punta  de  la  flecha  y  la 
sacó,  que  era  tan  larga  como  nn  jeme,  sin  ser  menester  más  cirujano  ni  otro 
socorro  por  aquella  causa,  para  no  vivir  el  Sorocois  después  muchos  años  y  con 
buena  vista  en  el  ojo. 

3.®  Volviendo  á  la  refriega  en  que  sucedió  este  flechazo,  fué  la  conclusión 
el  tener  por  buena  suerte  el  Don  Diego  escapar  con  la  vida,  y  así  se  retiró  con 
su  gente,  dejando  victorioso  á  Macorá,  que  era  con  quien  fué  el  encuentro,  to- 
mando la  vuelta  de  donde  estaba  su  padre,  con  quien  comunicó  sería  mejor  dejar 
aquel  castigo  hasta  otra  ocasión,  que  fué  el  año  de  mil  y  quinientos  y  ochenta 
y  tres  ;  pero  en  aquélla,  aunque  había  tanto  donde  emplear  los  bríos  y  manos 
españolas  hasta  que  se  reformase  de  más  gente,  envió  la  que  tenía  al  pueblo  de 
Santa  Anaj.(vecino  dé  Macoira)  que  estaba  de  paz,  acaudillándolos  el  Capitán 
Olea  :  tierra  bien  poblada  de  hatos  de  vacas  y  otros  ganados  y  granjerias,  ad- 
ministradas por  negros  y  algunos  españoles  que  cuidaban  de  ellas.  Tienen  por 
circunvecinos  indios  Anatos,  Guanebucanes  y  Gocinas.  Habiendo  advertido  los 
Macoiras  que  volvían  cerca  de  sus  tierras  al  pueblo  de  Santa  Ana,  dieron  una 
noche  de  repente  sobre  el  Olea  y  su  gente,  con  orden  de  que  á  la  misma  hora 


46  FRAY   PEDRO    SIMÓN  (5.»  NOTICIA 

diesen  otros  sobre  las  estancias.  Comenzaron  luego  los  furiosos  salvajes  en  el 
pueblo  de  Santa  Ana  á  pegar  fuego  y  hacer  tan  grandes  estragos  en  los  que 
salían  huyendo  de  él,  medio  dormidos,  que  en  breve  rato  andaban  por  el  suelo 
rodando  cabezas,  cuerpos  palpitando,  y  todo  bañado  de  sangre,  mezclados  cuer- 
pos de  españoles  y  de  bárbaros,  donde  también  murió  el  Olea  peleando  valero- 
samente. Viendo  un  mulato  llamado  Juan  Pérez  de  la  Rosa  los  muertos  que 
iban  cayendo,  se  tendió  entre  ellos,  y  pasando  plaza  de  muerto,  y  muchos  por 
encima  de  él,  conservó  su  vida  estándose  quedo  hasta  que  halló  coyuntura  de 
poder  levantarse  y  huir,  como  lo  hizo,  saliendo  con  ligereza  de  venado  á  la  sa- 
bana rasa,  donde  alcanzó  una  mujer  llamada  Jerónima  de  Manjarrés,  que  con 
una  niña  en  los  brazos  iba  también  huyendo.  Hízole  amparo,  animán'dola  en 
sus  flacos  pasos,  hasta  que  un  poco  más  delante  se  juntaron  con  otros  dos  sol- 
dados, un  Antonio  González  y  un  Suárez,  que  también  habían  escapado  de  la 
refriega,  que  fueron  solos  los  que  quedaron  con  vida  de  los  cuarenta  que  metió 
el  Olea  en  el  pueblo  de  Santa  Ana. 

4.0  Revolvieron  desde  aquí  los  Macoiras,  hallándose  bizarros.y  victoriosos, 
sobro  la  pesquería  de  las  perlas,  defendiéndoles  las  aguadas,  con  que  les  fué  for- 
zoso á  los  de  las  pesquerías  venirse  en  las  canoas  al  Río  de  la  Hacha,  desde 
donde  enviaron  á  avisar  al  Gobernador,  que  prometió  ir  en  haciendo  cierto 
castigo  importante  en  otra  rebelión  más  atrevida  y  de  más  daño  que  aquélla, 
para  donde  tomó  la  vuelta  luego,  que  fué  la  tierra  de  Sotumare,  que  de  nuevo  se 
había  rebelado ;  á  donde  entrando  con  hasta  cien  soldados,  desbarataron  algu- 
nos Caciques  que  pretendían  defenderse,  cortando  las  cabezas  á  los  más  princi- 
pales y  poniéndolas  por  los  caminos.  Hecho  esto,  revolvió  sobre  el  Valle  de 
Upar  el  Gobernador,  que  andaba  inquieto  por  los  indios  Tupes,  mal  obedientes 
á  los  españoles,  y  por  un  caso  de  lágrimas  que  había  sucedido,  y  fué  así :  ser- 
vía á  un  español  llamado  Antonio  de  Pereira  una  india  Tupe,  cristiana  y  muy 
ladina,  casada  con  otro  indio  ladino  cristiano,  llamado  Gregorio  ;  rabiando  de 
celos  de  su  marido  la  mujer  del  Antonio  Pereira,  con  sospechas  de  la  Francis- 
ca, la  azotó  y  quitó  los  cabellos,  de  que  embravecida  la  india  y  proponiendo 
vengarse  de  su  ama,  comunicando  el  caso  con  su  marido  Gregorio,  se  escaparon 
ambos  una  noche  del  pueblo  del  Valle  de  Upar  y  fueron  á  parar  á  los  Tupes  y 
á  la  casa  del  Cacique,  que  se  llamaba  Coroponaimo,  á  quien  supo  la  ladina  india 
contarle  sus  quejas  con  tantas  lágrimas  y  palabras  tan  vivas,  y  iy^tarle  á  la 
venganza,  diciendo  mal  de  los  españoles,  que  se  determinó  el  indio  á  levantar 
su  tierra  para  venir  todos  sobre  el  Valle  de  Upar,  haciendo  General  del  ejérci- 
to al  Gregorio,  marido  de  Francisca. 


OAPi  XXV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  47 

CAPÍTULO  XXV 

1.0  Los  indios  del  Valle  de  Upar  vienen  sobre  el  pueblo,  y  lo  que  comenzó  á  suceder— 
2."  Pegan  fuego  á  las  casas,  matan  mucha  gente,  hace  otra — 3.*  Laméntanse  todos; 
revuelven  los  indios  sobre  las  e&tancias  ;  salen  á  su  castigo— 4.*  Hízoss  en  todos 
como  merecían. 

HIZO  para  esto  llamar  á  sus  Capitanes,  y  juntos,  les  hizo  una  plática 
en  que  les  ponderó  con  graves  palabras  el  intento,  que  era  salir  ya 
fuera  del  dominio  español,  y  así  que  no  dejasen  piante  ni  mamante  en  el  pue- 
blo del  Valle  á  quien  no  pasasen  á  cuchillo,  y  disponiéndolos  en  el  orden  que 
habían  de  tener  por  dar  sobre  el  pueblo,  decía  que  había  de  ser  por  cuatro 
partes  :  por  la  una  Chiriaymo,  y  por  la  otra  mi  hermano  Cururiaymo  ;  por  la 
tercera  Gregorio  con  su  gente,  y  por  la  otra  entraré  yo  con  la  mía  con  Itotoy  y 
los  Cariachillo,  si  acaso  viniesen;  pero  aunque  no  vengan,  no  nos  acobardará  el 
acometer  la  empresa,  como  sucedió  ;  pues  sin  ellos  llegaron  los  Tupes  una  obs- 
cura noche,  yendo  en  su  compañía  Francisca,  para  tener  á  la  vista  sus  vengan- 
zas, y  dieron  sobre  el  pueblo  por  cuatro  partes,  con  el  orden  que  tenían  trazado; 
fuese  el  Gregorio  luego  á  la  casa  del  Antonio  Pereira,  y  llamando,  á  los  golpes 
despertaron  él  y  su  mujer,  que  aunque  mandaron  á  sus  pajecillos  indezuelos  no 
abrieran  la  puerta,  se  la  dieron  franca  al  Gregorio,  y  así  entró  con  su  gente,  á 
cuyo  ruido  se  levantó  el  Pereira,  y  al  salir  de  su  aposento  le  dieron  un  pique- 
te en  el  rostro  y  otra  herida  más  sangrienta,  que  de  ninguna  peligró  ni  lo  im- 
pidió por  entonces  para  arrebatar  una  asta  de  una  lanza  sin  hierro  ni  cuento 
que  se  topó  caída  en  el  suelo,  con  la  cual,  aunque  desnudo,  detuvo  el  turbión 
de  la  gente  hasta  que  se  le  puso  al  lado  su  mujer  Ana  de  la  Peña,  con  su  espa- 
da desnuda,  que,  dando  tajos  y  reveses  con  los  bríos  que  la  necesidad  le  daba, 
se  libraron  ambos  de  las  manos  de  los  bárbaros,  y  saliendo  de  su  casa,  llegaron 
al  convento  de  Santo  Domingo  (que  años  había  estaba  fundado  en  aquella  ciu- 
dad), que  lo  hallaron  en  gran  confusión,  como  también  lo  estaba  ya  toda  la  ciu- 
dad y  abrasada  la  Iglesia  Mayor,  si  bien  antes  la  robaron  que  le  pegaron  fuego. 
2°  Pasó  luego  á  ponerb  Coroponaimo  al  convento,  que  en  cinco  ó  seis 
veces  no  quiso  arder.  Los  religiosos  invocaban  el  favor  del  cielo,  y  se  valían 
también  de  las  manos,  pues  un  viejo  llamado  Fr.  Pedro  de  Falencia,  habiendo 
á  las  suyas  una  espada  y  rodela,  y  á  su  lado  un  mulato  suyo  llamado  Juan  Car- 
nero, defendió  la  puerta  del  convento  tan  vr-lerosamente,  que  no  la  dejó  ganar 
á  los  indios,  á  quien  decía:  "Líbreme  Dios  de  vuestros  validos,  ovejas  del 
Chiapa,  pues  os  habéis  convertido  en  lobos  y  leones."  Esto  decía  por  lo  que 
dice  el  Chiapa  en  su  libro  :  que  todos  estos  indios  son  unas  ovejitas  inocentes  ; 


48  FRAY    PEDUO    SIMÓN  (5.*  NOTICIA 

Ff .  Dionisio  de  Castro  sacó  al  campo  al  Santísimo  Sacramento  y  la  Virgen  del 
Rosario  porque  no  se  abrasaran,  aunque  quedó  su  iglesia  entera.  Las  muertes 
andan  lastimosas  en  todas  partes,  sin  que  á  los  indios  haya  quien  les  haga  re- 
sistencia, pues  unos  mueren  y  otros  huyen  ;  roban  cuanto  topan,  matan  cuanto 
hallan  :  todo  es  añadir  clamores  a  clamores,  y  llantos  á  llantos.  Murió  Doña 
Griuomar  de  Urrea  y  su  hermana  doña  Beatriz,  dona  Ana  de  Aníbal,  toda  prin- 
cipal gente  ;  María  Becerra,  Elvira  Franco,  Ana  Hernández  con  dos  hijos 
suyos,  Catalina  Rodríguez,  recién  desposada,  por  haberla  dejado  en  la  cama 
desamparada  el  marido  ;  otra  mujer  con  cuatro  hijos  juntos,  Jerónima  Romero, 
y  se  llevaron  una  hija  suya,  viva,  que  no  se  sujdo  más  de  ella;  Isabel  de  Briones 
quedó  manca,  y  al  fin  por  todos  fueron  los  muertos  sobre  cincuenta,  á  quien 
los  bárbaros  cortaban  los  dedos  y  orejas  si  tenían  anillos  y  zarcillos,  para  llevár- 
selos, y  les  quitaban  los  vestidos,  dejando  los  cuerpos  desnudos,  y  aun  hicieran 
mayores  crueldades  y  estragos,  si  un  Antonio  de  Flórez,  hijodalgo  natural  de 
Zamora,  y  aun  manco  de  una  mano,  no  advirtiera  en  poner  la  silla  á  su  caballo 
y  un  pretal  de  cascabeles,  y  subiendo  en  él,  ir  por  las  calles  donde  más  ruido 
había,  con  que  los  indios,  pensando  venía  todo  el  mundo  sobre  ellos,  que  aun- 
que victoriosos  no  tenían  perdido  el  miedo,  volvieron  á  más  andar  las  espaldas, 
sin  dejar  caer  nada  de  los  despojos,  y  habiéndolos  seguido  un  buen  trecho,  co- 
menzó á  dar  voces  llamando  á  los  que  se  habían  huido  y  escondido,  de  los  cua- 
les se  fueron  juntando  algunos  hombres  y  mujeres,  viniendo  con  gran  recato, 
escaldados  del  incendio  de  donde  se  habían  escapado. 

3.°  Allí  era  el  llorar  unos  y  otros  :  el  hijo  al  padre  y  el  padre  al  hijo  ; 
el  deudo  al  pariente,  todos  con  lastimosísimas  lágrimas,  por  ser  tan  justa  la  oca- 
sión de  ellas  ;  que  aun  hasta  el  río  Gutapori,  que  baña  los  cimientos  de  las 
casas,  parece  muda  su  ruido  alegre  que  trae  de  ordinario,  en  sordo  y  lloroso. 
Salió  el  sol,  después  de  haberse  ido  los  indios,- tan  triste  que  también  parecía  salir 
llorando  ;  y  aun  el  cielo  se  cubrió  de  unos  nubarrones  tan  melancólicos  para 
aquel  hemisferio,  que  todo  parece  representaba  el  sangriento  suceso,  ó  anuncia- 
ban que  había  de  pasar  adelante,  como  sucedió,  pues  llegando  les  Itotos  y  Caria- 
chiles  tarde  á  juntarse  con  los  Tupes,  por  no  hacer  su  jornada  en  baldo,  pasaron 
con  intentos  de  volverle  á  refrescar  las  llagas  á  la  ciudad,  como  lo  hicieran  á 
no  haber  hecho  el  Antonio  de  Flórez  que  todos  los  que  habían  quedado  para 
ello,  subieran  á  caballo  y  hicieran  frente  á  los  salvajes  ;  con  que  no  atrevién- 
dose á  embestir  á  la  ciudad,  revolvieron  sobre  las  estancias,  que  habiéndolas 
convertido  en  ceniza,  tomaron  la  vuelta  de  sus  pueblos.  Enterraron  los  muertos» 
y  dieron  aviso  al  Gobernador  Don  Lope,  que  teniéndolo,  vino  con  brevedad  á 
la  ciudad,  y  con  la  misma  (habiendo  reprendido  el  descuido  del  Cabildo  y  con- 
soládolos  á  todos)  despachó  cincuenta  soldados  con  el  Capitán  Alonso  Rodrí- 


CAP.  XXV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONOÜISTAS  DE  TIERRA  FIRME  49 

guez  de  Calleja,  natural  de  Jerez  do  la  Frontera,  para  que  saliese  al  castigo  d» 
los  Tupes;  á  donde  fueron  entrando,  y  al  mismo  punto  fueron  descubiertos  por 
sus  atalayas,  pues  lo  hecho  los  hacía  ciertos  que  los  habían  de  ir  á  castigar,  y 
así  se  juntaron  todos,  y  ocupando  una  cumbre  por  donde  á  los  nuestros  era 
forzoso  subir,  los  estaban  aguardando  con  sus  armas  :  unos  vestidos  á  lo  espa- 
ñol y  otros  con  los  santos  ornamentos  que  robaron,  y  con  su  algazara  acostum- 
brada despedían  flechas  y  dardos  y  gran  número  de  galgas. 

4.0  Quo  todo  no  fué  parte  para  que  los  nuestros  volviesen  pies  atrás,  antes 
iban  recobrando  tierra  y  acercándose  hasta  ponerse  á  tiro  de  arcabuz,  y  así  dis^ 
paró  el  suyo  Alonso  Rodríguez,  con  tan  buena  mano,  que  le  pasó  la  garganta 
á  Curunaimo,  con  que  por  entonces  sólo  le  bajó  el  grito  de  la  voz  y  se  sintió 
algo  desmayado,  hasta  que  le  salió  tanta  sangre  de  la  herida,  que  el  desmayo  le 
obligó  á  arrimarse  al  tronco  de  un  árbol,  y  soltando  el  arco  y  tomando  la  ma- 
cana, con  las  ansias  de  la  muerte  pretendió  vengarla  con  ella,  y  alzándola  con 
bríos  de  eso,  so  le  acabó  la  lumbre  de  los  ojos  y  la  vida,  dando  en  tierra 
con  un  feroz  bramido,  con  que  se  vido  luego  la  mano  floja  de  todos  los  demás, 
que  conociendo  aquello  los  nuestros,  los  apretaron  de  manera  que  volvieron  las 
espaldas  hasta  entrarse  en  su  pueblo,  y  los  nuestros  tras  ellos,  donde  habiendo 
muerto  á  muchos,  se  ranchearon  por  aquella  noche  allí,  confiados  en  las  vigi- 
lantes velas  que  hubo  toda  ella,  hasta  que  venida  la  mañana,  hubo  traza  por 
medio  de  algunos  indios  de  ellos,  amigos  nuestros  y  que  no  se  habían  hallado 
en  la  matanza,  para  haber  á  las  manos  al  Cacique  Coroponaimo  y  otros  princi- 
pales más  culpados,  á  quien  se  les  dio  el  castigo  que  merecían  sus  delitos,  al 
modo  del  daño  que  habían  hecho  á  los  cristianos,  haciendo  los  procesos,  como 
dicen,  en  la  uña,  con  lo  cual  y  con  más  que  mediano  provecho  de  los  rancheos 
volvieron  todos  los  soldados  sanos  y  libres  á  la  ciudad,  aunque  sin  haber  po- 
dido, por  entonces,  tener  rastro  de  Francisca  ni  su  marido,  ni  de  otro  Don 
Francisco,  cristiano  ladino,  que  no  fué  menos  culpado  que  los  dos  en  el  hecho; 
pero  los  Tupes,  viendo  que  todo  el  daño  les  había  venido  por  los  tres,  deseaban 
comerles  las  entrañas,  de  que  ellos  andaban  con  tales  miedos,  que  no  hallando 
rincón  donde  esconderse,  se  pasaron  á  la  sierra,  frontera  entre  los  indios  Trua, 
eos,  que  no  se  habían  hallado  en  el  alzamiento,  antes  su  Cacique  quiso  dar 
aviso  de  él,  habiéndosele  traslucido. 


50  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (5,*  NOTICIA 

CAPÍTULO  XXVI 

1 .°  Castíganse  los  indios  motores  del  alzamiento  del  Valle  de  Upar— 2.<»  Salen  caudillos 
á  dar  vista  á  algunas  Provincias,  y  con  pocos  efectos  se  vuelven  al  Valle— 3.*  Entra 
otro  ala  Provincia  de  Chimila  y  puebla  en  ella  la  Villa  de  San  Angel~4.»  Salen 
los  indios  de  paz,  y  estándola  asentando,  fáltales  el  caudillo. 


s- 


ABIENDO  este  retiro  de  los  tres  el  Gobernador,  envió  al  Capitán 
Pedro  de  Morales  con  una  tropa  de  gente,  que  se  dieron  tan  buena 
maña,  que  los  trajeron  á  todos  tres,  á  los  cuales,  en  confesando  sa  delito,  condenó 
el  Gobernador  á  muerte  de  horca,  que  se  ejecutó  luego,  pero  antes  de  subir  á  la 
escalera,  pidió  Gregorio  de  merced  morir  él  antes  que  su  mujer  Francisca,  por 
no  morir  dos  muertes  viéndola  morir  á  ella,  por  lo  mucho  que  la  quería;  conce- 
diósela,  y  puestas  las  manos  los  tres,  pidieron  á  todos  perdón  de  lo  hecho,  con 
muchas  lágrimas  y  muestras  cristianas,  y  habiéndose  confesado,  salieron  de 
esta  vida.  Castigáronse  después  los  Itotos,  de  quien  murieron  en  batalla  más 
de  ciento,  con  que  quedó  sosegada  la  tierra  y  ciudad,  donde  ordenó  luego  el 
Gobernador  la  cercaran  de  seis  tapias  en  alto,  como  se  hizo,  dejándolas  bien 
anchas  y  fuertes  y  de  buenos  fundamentos,  á  que  acudieron  con  sus  trabajos 
los  indios  convecinos,  y  es  la  ciudad  sola  que  del  todo  estaba  cercada  en  estas 
Indias,  aunque  por  ser  de  tapias,  su  consistencia  duró  poco,  de  suerte  que  hoy 
está  expuesta  á  peligros  como  antes.  Hizo  el  Gobernador  se  labrase  ladrillo  y 
teja,  de  que  se  hicieron  algunas  casas,  que  cada  una  les  podía  servir  de  fortaleza^ 
con  que  viven  seguros,  si  bien  han  quedado  hoy  pocos  indios  que  las  puedan 
infestar  con  tanta  fuerza  como  antes,  si  bien  nunca  les  faltan  inquietudes,  y 
después  de  esto  han  tenido  otros  dos  ó  tres  alzamientos,  aunque  no  tan  san- 
grientos, con  que  pagan  bien  el  sosiego  de  treinta  años  que  gozaron  antes  de 
este  primer  alzamiento  desde  su  fundación.  Es  su  sitio  de  anchas  y  fértilísimas 
sabanas,  con  gruesas  crías  de  ganado  mayor  grueso.  El  río  que  la  baña  es  de 
agua  fría,  por  bajar  del  páramo,  que  no  es  de  poco  regalo  en  tierrab  tan  ca- 
lientes. 

2.^  Mientras  en  esto  se  ocupaba  el  Gobernador,  andaba  su  gente  acaudi- 
llada por  el  Capitán  Luis  de  Tapia,  y  en  su  compañía  el  hijo  del  General,  Don 
Alonso  Carrillo  (que  los  años  pasados  fué  Gobernador  de  los  Muzos  y  Colimas 
en  este  Reino),  trastornando  y  dando  vista  á  otras  Provincias,  y  encontrando 
con  la  de  los  Aruacos,  que  tienen  sus  asientos  en  lo  último  y  más  alto  de  esta 
cordillera  al  Sur,  que  nunca  habían  sido  sujetos  á  los^  españoles,  con  quien 
ahora  no  tuvieron  pequeñas  competencias,  llevando  lo  mejor  los  nuestros,  luego 
fíe  salieron  de  estít  Provincia,  por  eer  gente  tan  brava  y  sin  provecho.  Entraron 


CAP.    XXVl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  51 

eu  la  Macongana,  su  convecina,  y  que  tocaba  ya  en  tierra  fría;  gente  que  ja- 
más había  visto  españoles,  y  que  ahora  les  salió  á  hacer  resistencia  y  defender- 
les la  entrada  de  sus  tierras,  con  más  de  tres  mil  guerreros  de  flechas  y  lanza, 
á  quien  esforzaban  sus  Caciques  con  valerosos  bríos  y  voces,  que  no  les  bastó, 
pues  los  arcabuces  y  caballos  los  desbarataron,  prendiendo  algunos,  que  ellos 
propios  desesperadamente  se  mataban  por  no  servir  á  los  cristianos.  Los  cuales, 
por  no  parecerles  aquellas  tierras  á  propósito  para  fundar  pueblos  españoles, 
que  era  el  intento  que  los  llevaba,  pasaron  adelante,  los  ciento  que  iban  de 
compañía,  a  las  otras  vertientes  de  Tairona,  y  así  llegaron  hasta  dar  vista  a  la 
Provincia  que  nombraron  el  Valle  de  San  Sebastián  de  Taironaca,  desde  donde, 
por  hallar  la  tierra  flaca  respecto  de  como  antes  estaba,  se  volvieron,  tomando 
la  vuelta  por  Tairona,  caminando  con  cuidado,  acordándose  de  lo  que  allí  le  ha- 
bía sucedido  al  Capitán  Francisco  de  Castro,  como  dejamos  dicho,  aunque  ya  lo 
hallaron  todo  barrido,  por  haberse  retirado  los  indios  á  Posigueica,  que  era  por 
entonces  la  fortaleza  de  toda  aquella  serranía,  y  así  volvieron  al  Valle  de  Upar> 
bien  caniados  y  con  poca  granjeria  en  las  balsas. 

3.®  Cuando  los  españoles  comenzaron  á  pisar  estas  tierras  de  la  Goberna- 
ción de  Santa  Marta,  halláronla  Provincia  de  Chimila  tan  florida  y  hirviendo 
de  gente,  que  allí  fué  donde  hicieron  los  mayores  golpes  y  estragos  de  sacar 
indios  esclavos,  como  entonces  se  usaba,  mal  entendidas  las  cédulas  Reales,  orde- 
nadas acerca  de  esto,  y  así  la  dejaron  estragada,  por  no  tener  otros  intentos  los 
españoles  por  aquellos  tiempos  que  repelar  á  dos  manos  lo  que  pudiesen  de 
estas  tierras,  y  sin  hacer  asiento  en  ellas,  irlo  á  gozar  á  las  suyas  de  España, 
si  bien  esto  poco  después  se  miró  con  otros  ojos,  y  se  vido  la  importancia  que 
tenía  hacer  asiento  en  ellas,  y  así  entre  las  demás  partes  que  se  cimentaron  ciu- 
dades cristianas,  fué  una  en  esta  provincia,  que  á  poco  se  despobló,  por  no  sé 
qué  ocasión,  por  el  mismo  que  la  pobló,  que  se  llamaba  el  Capitán  Lorenzo  Ji- 
ménez, que  despareciéndose  de  aquella  tierra,  nunca  más  se  supo  rastro  de  él 
vivo  ni  muerto.  Viendo,  pues,  ahora  el  Gobernador  Don  Lope  de  Orosco  la 
conveniencia  que  tenía  el  ir  aquella  población  adelante  para  allanar  aquella 
tierra,  envió  á  ella  ciento  y  veinte  soldados,  y  por  su  Teniente  y  Capitán  de 
todos  á  un  Antonio  Cordero,  que  en  llegando,  la  comenzó  á  fundar,  llamándola 
San  Ángel,  y  para  más  fortaleza  y  defensa  de  los  vecinos  se  hizo  luego  un  ra- 
zonable fuerte  de  madera,  con  sus  bastioní7S,  trincheras  y  reparos,  por  ser 
gente  valiente  y  inquieta  los  de  la  tierra  y  sus  fronterizos,  lo  cual  hecho,  salie- 
ron á  buscarlos  con  copia  de  caballos  y  peones,  y  intentos  de  sacarlos  de  paz. 

4.0  Pero  luego  encontraron  de  guerra  al  Cacique  Sorli,  con  gran  hueste  de 
su  gente,  biefi  apercibida,  que  luego  representó  la  batalla,  como  se  diera,  si  el 
Capitán  Cordero,  con  una  mozuela  bien  ladina,  no  le  dijera  ser  sus  designios 

7 


62  FRAY   PEDRO   S1M(5n  (5.^  NOTICIA 

de  paz  y  no  de  guerra,  por  estar  ya  olvidados  de  la  que  les  habían  hecho  en 
otros  tiempos  loa  españoles,  sino  que  sólo  deseaban   ser   sus  vecinos,  amigos  y 
parientes  ;  á  que  habiendo  estado  atentos  el   Sorli  y   sus  indios,   se   volvieron 
contentos,  sin  probar  las  armas  ni  hacer  otra  cosa  en  esta  ocasión,  en  que  tam- 
bién vinieron  otros  indios  de  otras  partes  ú  ver  á  nuestros  españoles  y  su  nueva 
población,  con  muestras  de  paz,  que  les  duró   más  de  medio  año,  y  el  traerles 
algunas  comidas,  aunque  no  dejaban  ningunas  si  no  se  las  pagaban.  En  esta  paz 
andaba  asentado  Cordero,  cuando  le  llegó  una  provisión  de  esta  Real  Audiencia, 
en  que  le  mandaban  venir  preso  á  ella,  que  fué  un  gran  desavío  para  lo  que  iba 
entablando  ;   pero  siendo  forzosa  su  partida,  la  hubo  de  hacer,  dejando  por  su 
Teniente  á  un  Cristóbal  Fernández  de  Saravia,  isleño,  que  aunque  hacía  lo  que 
podía,  como  era  lo  que  bastaba  para  proveer  las  necesidades  de  la  gente,  se  le 
escaparon  de  noche  tantos  soldados,  que  se  quedó  con  solos  veinte  ;  lo  cual  vi- 
niendo á  noticia  del  Gobernador,  y  el  haberle  llevado  preso  á  su  caudillo,  suplió 
Ja  falta  con  enviar  en  su  lugar  á  su  hijo  Don  Alonso,  que  fué  bien  recibido  de 
todo  el  pueblo,  entendiendo  estaba  en  el  reparo  de  sus  necesidades,  que  no  eran 
pocas,  en  especial  de  comidas,  pues  la  que  allí  le  daban  los  indios  cara,  ya  no  la 
la  traían  cara  ni  barata,  sino  en  lugar  de  ella,  mil  bravatas,  fieros  y  desprecios 
contra  los  españoles,  de  quien  mataron  algunos  en  algunas  ocasiones  :  bien  re- 
compensadas muertes  cu  las  de  muchos  naturales. 


CAP.  XXVIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIEIIRA   FIRME  53 

CAPÍTULO  XXVII 

1.»  Varios  sucesos  de  los  nuestros  y  de  los  indios,  que  luego  mataron  á  un  caudillo  con 
todos  sus  soldados— 2.»  Vístense^mujeres  de  hombre  para  hacer  apariencia  de  más 
soldados  de  Los  que  había  en  un  fuerte— 3.°  Dan  los  indios  sobre  él,  y  por  ver  sol- 
dados aparentes  y  un  caballo,  no  le  osan  acometer.  Despuéblando  los  nuestros — 4.<> 
Sale  un  caudillo  y  sucédele  muy  mal  de  confiado— 5."  Escapan  de  una  guazabara» 
mal  parados,  indios  y  soldados. 

HABIÉNDOLE   dado   cuenta  de  todo  al  Don  Alonso,  y  él  esforzán- 
dolos  con   las   mejores   palabras   que   supo  á  la  perseverancia  en 
aquel    puesto,    y    prometídoles   no    rehusar  por  su  persona  ocasión  ninguna  de 
las   que   se   ofreciesen    para   su   buen    estar  y  SQWorro,  se  esforaaron  tanto  los 
pocos   soldados,  que  le  incitaban  á  que  saliera  con  ellos  en  demanda  de  comidas, 
que   era   lo   que   más   les   apretaba,    como  lo  hicieron,  en  que  tuvieron  varios 
encuentros   con  los  indios,  ya  perdiendo,  ya  ganando  unos  y  otros  reputación  y 
vidas,    en   que   se   gastaron   tres  ó  cuatro  meses,  al  fin  de  las  cuales  volvió  al 
sitio  el  Capitán  Cordero,  libre  de  lo  que  lo  calumniaban,  y  con  su  mismo  cargo, 
de   que   se   alegró  no  poco  el  Don  Alonso,  por  volverse  á  Santa  Marta,  como  lo 
hizo,   dejando   en  su  lugar  al  Cordero,  que  viéndose  necesitado  de  salir  á  reco- 
ger  maíz  por   los   pueblos   fronterizos,    le  apretó  más  la  necesidad  de  su  pQca 
salud   y   falta   de    fuerzas,    con   que   hubo  de  salir  á  recobrarlas    curándose   á 
otras   tierras,   dejando  en  su  lugar  otra  vez  al  Saravia,  que  luego  se  partió  con 
diez   y    ocho  de  sus  soldados,  forzado  de  la  necesidad,  á  buscar  comidas;  lo  que 
hizo   con   menos   prudencia   que   debiera,   sacándolas  con  demasiada   violencia 
de   las   rozas  y  labranzas,  dejándolas  destraídas,  sin  dejar  á  los  indios  ninguna 
paga,    que   aun   con  ella  no  las  querían  dar.  Alojáronse  una  noche  en  un  pue- 
blo  que   llamaban  Ancho,  donde,  aunque  estaban  con  buenas  velas  y  rondas  de 
pié   y   de  á  caballo,  les  fué  de  poca  importancia,  porque  los  desabrimientos  con 
que  habían  quedado  los  indios  por  el  robo  de  msxíz,  les  hizo  juntarse  gran  copia 
de   ellos   y    dar   sobie   los    nuestros  por  cuatro  partos,  á  poco  más  de  la  mitad 
de   la   noche,    con    tan    grandes   bríos,    voces  y  algazara,  que  atemorizaban  al 
mundo,   y   comenzando  luego  á  ser  más  las  obras  que  el  estruendo,  fueron  con- 
sumiendo á  los  mal  despiertos  y  bien  dormidos  españoles,  que  aunque  se  defen- 
dieron  algo,  con   daño   de   los   contrarios,   al    fin   murieron  todos,  sin  quedar 
ninguno   de   los   que  se  hallaron j¡allí,  y  en  el  fuerte  sólo  habían  quedado  ocho 
y   diez   mujeres. 

2,*^  Los   cuales,    viendo   pasado   el   tiempo   que   habían  llevado  los  de  la 
salida  y  que   no  tenían   nueva   de  ellos,  se  llenaron  de  temores  de  lo  que  les 


54  FRAY   PEDRO   SIMÓN        '  (5.**  NOTICIA 

había  sucedido  y  aun  de  lo  que  á  ellos  les  había  de  suceder  y  amenazaba  siendo 
tan  pocos,  si  los  indios  se  volvían  sobre  ellos,  como  era  cosa  cierta  lo  harían. 
En  estas  angustias  estaban,  cuando  les  llegó  al  fuerte  el  mulato  Juan  Pérez  de 
la  Rosa,  hombre  de  muy  buenos  bríos  y  disposición  en  la  guerra,  el  cual  hizo 
luego  que  nombrasen  por  caudillo  á  un  Salvador  Pinto,  portugués,  y  para  que 
se  hiciera  más  apariencia  de  gente  á  los  indios  que  viniesen,  ordenó  que  las 
diez  mujeres  se  vistiesen  en  hábito  de  hombres,  y  dándoles  sus  espadas  y  rode- 
las, pasasen  plaza  de  soldados,  como  lo  hicieron,  y  aun  se  engreían  tanto  en 
verse  en  aquel  hábito,  que  á  cada  cual  le  parecía  ser  una  pantasilea.  Acertaron 
también  á  tener  en  el  fuerte,  para  servicio  de  él,  un  caballo  tuerto,  manco  de 
pies  y  manos,  y  los  cuadriles  hechos  un  andrajo  de  mataduras,  al  cual  también 
encubertaron  y  le  echaron  una  silla,  aunque  sin  freno,  y  subiendo  en  él  un 
soldado  que  apenas  lo  podía  menear,  tomó  una  lanza  y  adarga  para  también 
hacer  apariencia  por  aquel  camino  de  lo  que  no  era.  Estando  percibidos  todos 
de  esta  suerte,  por  tener  nueva  cierta  de  la  junta  que  hacían  los  indios  para 
venir  sobre  ellos,  se  la  confirmó  un  indio  de  los  del  servicio  que  tenían  en  el 
fuerte,  llegando  á  él  tan  mal  herido,  que  murió  luego  en  dando  las  nuevas  de 
cómo  venían  muchos  bárbaros  sobre  ellos,  lo  cual  había  sabido  porque  yendo  á 
holgarse  á  casa  del  Cacique  Sorli,  y  habiendo  entendido  lo  que  pretendían  los 
indios  hacer,  se  escapó  huyendo,  porque  también  lo  querían  matar  porque 
servía  á  los  españoles,  y  al  fin  escapándose  y  siguiéndolo,  lo  flecharon  como  lo 
veían,  y  que  para  más^señas  de  la  verdad  que  decía,  advirtiesen  que  había  de 
venir  un  indio  delante  con  dos  hicoteas  en  señal  de  paz,  y  tras  él  luego  los  de 
guerra.  Que  no  admitiesen  al  primero  ni  lo  dejasen  entrar  en  el  fuerte,  antes 
bien  lo  matasen  si  pudiesen. 

3.°  Pasó  aquella  noche  siguiente  al  aviso,  y  otro  día  á  los  primeros  rayos 
del  sol,  hé  aquí  donde  asoma  el  de  las  hicoteas,  que  venía  guiando  sus  pasos  hacia 
el  fuerte,  desde  donde  el  Juan  Pérez  de  la  Eosa  le  disparó  un  arcabuz  y  le  rompió 
los  pechos,  por  donde  le  salió  el  alma  con  un  terrible  grito,  que  lo  oyeron  los 
que  seguían  sus  pisadas,  con  pensamientos  do  hallar  la  puerta  abierta  com- 
prando las  hicoteas  lo  cual  viendo  no  ser  así,  sino  antes  estar  el  indio 
muerto,  en  llegando  al  fuerte,  comenzaron  sus  acostumbradas  voces,  y  á  dar 
saltos  y  brincos  y  hacer  visajes  como  gente  alocada,  aunque  siempre  algo 
retirados,  por  miedo  de  las  balas,  y  aun  también  porque  sospechaban  haberles 
venido  socorro  de  soldados,  según  los  bultos  que  veían  por  lo  alto,  donde 
conjeturaban  ser  muchos  más  los  que  estaban  oculto*.^  Vieron  también  por 
entre  los  maderos  do  la  cerca,  aunque  do  lejos,  un  español,  calada  la  vicera, 
sobre  un  caballo  encobertado,  con  lanza  y  adarga,  y  á  guisa  de  salir  sobre 
ellos,  que  no  era  posible  fuese  él  solo,  que  fué  también  causa  para  que,  aunque 


CAP.  XXVIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  55 

el  caballo  no  lo  tenía,  se  les  pusiese  á  los  bárbaros  freno,  y  temerosos  y  sin 
confianza  de  ningún  buen  efecto,  volviesen  las  espaldas  y  caminasen  hasta  sus 
albergues,  dejando  victoriosos  á  los  nuestros,  más  por  industria  que  por  fuer- 
zas, y  con  cosas  que  parecían  y  no  eran.  Certificóles  la  bárbara  canalla  á  la 
despedida,  que  antes  de  tres  días  sería  cierta  su  vuelta,  como  sin  duda  lo  fuera, 
si  no  hubieran  sabido  que  luego  que  ellos  se  apartaron  del  fuerte,  llegó  á  é' 
el  Capitán  Cordero  con  buen  socorro  de  soldados;  los  cuales,  parecie'ndoles 
que  perdían  tiemjDO  en  aquel  puesto  y  que  la  comida  ni  se  asaba  ni  se  cocía, 
se  escaparon  una  noche  á  buscar  en  otra  ¡larte  mejor  ventura,  dejando  al 
Cordero  con  solos  trece,  qne  también  determinó  salirse  con  ellos  de  aquel 
puesto,  por  ser  tan  pocos,  ó  por  mejor  decir,  tan  nadie  para  hacer  resistencia 
á  indios  tan  alzados,  y  de  quien  no  podían  sacar  un  grano  de  maíz  para  su-<- 
tentarse.  Lo  que  pusieron  en  efecto,  dejando  aquello  desamparado  y  llegando 
á  la  ciudad  de  Santa  Marta,  donde  le  hizo  prender  el  Gobernador,  por  el  hecho, 
que  después  se  disimuló,  habiendo  visto  sus  descargos  el  Grobernadór. 

4.0  El  cual  no  habiendo  perdido  aún  los  deseos  de  ablandar  los  cuellos 
cerriles  de  aquella  gente,  hizo  juntar  otra  buena  compañía,  y  á  cargo  del 
Capitán  Melchor  de  Eieros,  con  buenos  pertrechos  de  guerra,  hizo  que  vol- 
vieran á  entrar  á  la  misma  Provincia;  que  á  los  principios  hicieron  buenos 
efectos,  prendiendo  al  Cacique  Sorli  con  otros  principales,  rancheándoles  sus 
casas,  de  donde  no  sacaron  pequeño  pillaje;  con  el  cual  y  con  los  presos 
tomaron  la  vuelta  del  pueblo  de  Ancho,  donde  se  ranchearon  por  haber  abun- 
dancia de  comidas  y  ser  tierra  limpia,  por  si  le  sucedía  alguna  guazabara  con 
los  indios,  como  le  sucedió  al  Cristóbal  de  Saravia  y  á  sus  soldados  hasta  dar 
fin  de  sus  vidas,  como  dijimos.  A.  título  de  ver  los  presos  y  al  Capitán  Eieros, 
iban  entrando  con  mucha  mansedumbre  algunos  indios  desarmados ;  pero 
fueron  tantos,  que  ya  causaban  sospecha,  en  especial  al  mulato  Juan  Pérez, 
que  como  más  versado  en  estos  trances,  dijo  al  Eieros:  "  No  me  parece  bien 
qne  entre  tanta  gente  en  casa  y  nos  tengan  aquí  arrinconados;  bien  será  salir- 
nos  al  raso,  porque  no  es  posible  éstos  tengan  buenos  intentos,  y  mejor  nos 
podemos  avenir  con  ellos  en  la  plaza  que  en  estos  rincones."  ''Idos  con  el  diablo, 
Juan  Pérez,  respondió  el  Eieros,  pues  esos  miedos  sólo  son  vuestros,  con 
fin  de  quebrantar  la  paz  que  estos  indios  vienen  dando,  pues  ni  traen  armas 
ni  otras  demostraciones  que  de  ella."  Con  que  sin  más  replicar  se  salió  el  Juan 
Pérez,  que  apenas  había  tomado  la  puerta,  cuando  un  principal  y  valiente 
indio  apañó  de  los  que  había  por  allí  un  palo  mañero,  y  le  dio  tan  de  repente, 
sin  reparo  y  con  tanta  fuerza  al  Eieros  con  él,  que  lo  derribó  aturdido  y 
echando  sangre  por  boca,  narices  y  orejas ;  y  al  mismo  punto,  rompida  yá  la 
batalla,  cada  cual  asió  de  donde  pudo,  hasta  sacar  algunos  las  varas  del  buhío, 


56  FRAY   TEDRO    SIMÓN  (5.»  NOTICIA 

con  que   peleaban    como   desesperados  contra  los  nuestros,  que  también  hacían 
cosas  dignas  de  la  sangre  española. 

5.°  Eompíanse  cabezas,  quebrábanse  brazos,  derribábanse  narices,  dientes 
y  muelas,  todo  se  bañaba  en  sangre,  cada  cual  procuraba  hacer  hechos  de 
bueno.  Saliríronse  fuera  de  las  casas,  donde  el  mulato,  haciendo  cosas  valen- 
tísimas, daba  voces  diciendo:  *'  Bien  tenía  anunciado  yo  este  rebato  ",  en  el  cual 
quedaron  muertos  más  de  ciento  de  los  bárbaros,  y  entre  ellos  el  Cacique  Sorli 
y  los  demás  que  estaban  en  prisiones,  que  les  sucedió  muy  al  contrario  de  lo  que 
pensaban,  pues  habiendo  sido  su  libertad  causa  de  esta  revolución,  consiguieron 
sin  ella  la  muerte.  Viendo  los  indios  ser  tantas  las  de  los  suyos,  volvieron  los 
que  pudieron  las  espaldar,  los  más  de  ellos  mal  heridos,  como  también  lo  que- 
daron veinte  de  los  nuestros  de  los  que  ccgió  la  gunzabara  dentro  de  la  casa  con 
el  Rieres,  que  aunque  perdidos  los  sentidos,  no -era  muerto  al  fin  de  la  batalla 
ni  después,  hasta  que  hubieron  llegado  al  Valle  de  Upar,  para  donde  partie- 
ron todos  luego,  viendo  no  poderse  sustentar  en  aqviel  puesto,  muriendo  en  el 
camino  seis  ó  siete  de  los  heridos,  por  tener  molidos  los  huesos  y  entrañas  de 
los  golpes  que  recibieron  con  fuertes  palos  de  los  bárbaros.  Los  demás  con 
diligentes  curas  escaparon  con  la  vida.  De  todo  lo  cual  dieron  noticia  al  Go- 
bernador desde  allí,  que  no  fué  pequeña  la  pena  que  recibió,  como  ni  de  otros 
trabajos  que  le  sucedieron  en  el  discurso  de  su  Gobierno,  hasta  que  en  él  le 
halló  la  muerte,  dejando  nombrado  por  sucesor  en  segunda  vida  á  Don  Lope 
de  Orosco,  su  hijo  menor  y  de  Doña  María  Peón,  su  tercera  mujer,  de  que 
trataremos  adelante,  Noticia  1  .^^  capítulo  9. 


OAf.  XXVIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  57 

CAPÍTULO  XXVIIl 

] .«  Dásele  al  Capitán  Rodas  el  Gobierno  de  entre  los  dos  ríos,  por  muerte  de  Valdivia. 
Demonio  llamado  Sobze  levanta  la  tierra — 2."  Predicábales  por  tres  Jeques  habían 
de  anegarse  con  un  diluvio;  salen  en  su  demanda  los  de  Antiochia — 3.°  Baptista 
Vaquero  convierte  á  los  dos  Jeques  y  convence  al  otro— i.<*  Deshácese  el  embuste 
del  Demonio.  Conviértense  algunos  á  la  fe.  Trátase  de  los  Jeques . 

HABIENDO  llegado  nueva  de  la  lastimosa  muerte  del  Gobernador 
Andrés  Valdivia  á  esta  Audiencia  do  Santafé,  donde  á  la  sazón 
presidía  el  Licenciado  Francisco  Brivíeño,  aunque  hubo  muchos  opositores  de 
aquol  Gobierno  vaco  de  entre  los  dos  ríos,  como  el  Presidente  conocía  años 
había  el  valor  del  Capitán  Gaspar  de  Rodas,  y  la  buena  cuenta  que  había  dado 
de  los  oficios  y  cargos  militares  y  otros  que  había  tenido,  como  le  constaba  de 
la  Residencia  que  él  mismo  le  había  tomado  cuando  se  la  tomó  al  Adelantado 
Belalcázar,  por  haber  sido  su  Teniente,  le  despachó  recados,  ya  bien  entrado 
el  año  de  setenta  y  cinco  (1575),  para  que  entrase  á  las  Provincias  de  entre 
los  dos  ríos  y  hiciese  el  castigo  de  la  muerte  de  Valdivia  y  las  conquistas  do 
aquellos  indios  y  poblase  las  ciudades  que  pudiese,  aunque  no  le  dieron  por 
entonces  título  de  Gobernador.  Recibidos  estos  recados  en  Santafé  de  Antiochia, 
se  dio  luego  á  hacer  gente  y  pertrechos  de  guerra  para  la  jornada,  en  que  gastó 
hasta  entrado  ya  el  año  siguiente  de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  seis.  Entre  tanto 
que  el  Gaspar  de  Rodas  andaba  disponiendo  esto,  sucedió  en  aquella  Provincia 
y  Valle  de  Ibéxico  y  otras,  una  novedad  y  alteración  de  todos  los  indios,  por 
industria  de  un  Demonio  llamado  Sobze,  que  según  parece,  era  el  que  solici 
taba  á  mal  los  corazones  de  aquella  Provincia,  porque  es  opinión  de  muchos- 
que  así  como  cada  provincia  tiene  un  ángel  por  su  custodio  (y  aun  cada  ciudad, 
como  nos  lo  dicen  muchos  lugares  de  las  Divinas  Letras),  así  tiene  cada  pro- 
vincia, en  especial  de  las  de  los  infieles,  un  Demonio  que  solicita  los  hombres  á 
despeñarse  en  el  abismo  de  pecados,  de  que  hemos  tenido  evidencias  en  casos 
que  cuenta  esta  misma  Historia,  en  especial  el  que  dejamos  dicho  en  esta  ter- 
cera parte  do  lo  que  le  sucedía  al  mestizo  Lucas  Andrea  en  la  Provincia  de 
Cartagena  con  el  Demonio  Buziraco,  que  de  ordinario  asistía  en  la  Popa  de  la 
galera  de  la  ciudad  de  Cartagena. 

2.°  Aquí,  pues,  Sobze  se  apareció  á  tantos  de  Marzo  de  este  año  á  todos 
cuantos  hizo  juntar  para  esto,  bien  patente  y  que  todos  lo  veían,  fuera  de  los 
que  eran  cristianos,  á  quien  hizo  Dios  merced  no  viesen  tan  mala  figura;  ves- 
tido de  negro,  el  cabello  largo,  cubierto  de  una  manta  anudada  al  hombro. 
Este  era  familiar  de  una  vieja,   gran  hechicera,    quien   se  sentaba  sobre  él 


58  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (5.«  NOTICIA 

cuando  hablaba  á  los  indios,  aunque  la  llamaba  madre,  y  f>n  realidad  lo  era  de 
una  india  moza,  hermosa  por  extremo,  á  quien  el  Demonio  y  la  vieja  llamaban 
hija  del  sol.  Lo  que  Sobze  les  decía  era  que  por  sacarlos  de  la  servidumbre  de 
los  españoles  quería  consumir  con  un  gran  diluvio  á  todos  los  cristianos,  y  que 
para  librarse  los  indios  de  estas  aguas,  se  subiesen  á  tres  cerros  altísimos 
que  les  señaló,  donde  no  había  de  llegar,  y  que  llevasen  de  todas  semillas  para 
sembrar  después  de  enjutar  la  tierra  del  diluvio,  que  había  de  suceder  deutro 
de  seis  días;  pretendiendo  en  esto  el  Demonio  subirlos  á  aquellos  despeña- 
deros, para  desde  allí  hacer  otro  embuste,  con  que  se  despeñasen  sin. hacerse 
cristianos  los  infieles,  y  los  fieles  se  desesperasen,  y  para  que  esto  se  divulgase 
con  mayor  brevedad,  mandó  á  tres  de  los  más  famosos  Jeques  lo  fuesen  avi- 
sando por  toda  la  tierra.  Aprendieron  tanto  esto  los  bárbaros,  así  chontales 
como  ladinos,  que  á  doce  de  Marzo  no  se  halló  indio  ni  india  que  no  se  hu- 
biesen huido  de  Antiochia  la  vuelta  de  las  alturas  y  yermos  donde  les  tenía 
señalado  Sobze.  Lo  cual  advertido  por  nuestros  españoles  aquella  mañana  que 
los  echaron  menos,  temiéndose  por  la  novedad  de  algún  alzamiento,  los  fueron 
siguiendo  por  el  rastro,  por  donde  alcanzaron  á  algunos  que  iban  en  tropa 
llorando  y  lamentándose  amargamente,  que  preguntándoles  la  causa  del  llanto 
y  huida,  les  respondían:  "  ¡  Pobres  de  vosotros,  que  dentro  de  tres  días  á  lo 
más  largo,  habéis  de  ser  ahogados  con  un  gran  diluvio!"  Lo  que  celebraban 
los  nuestros  con  gran  risa,  y  procurando  disuadirles  de  aquello,  volvieron  algu- 
nos á  la  Villa,  aunque  bien  forzados  y  temerosos. 

3.°  Llegando  estos  tres  viejos  hechiceros  predicando  este  engaño  del 
Demonio  Sobze  al  Valle  de  Ibéxico,  donde  estaba  retirado  el  Baptistilla  ó  Juan 
Baptista  Vaquero,  por  lo  que  dijimos  le  achacaban  de  la  muerte  de  Valdivia, 
los  hizo  traer  á  su  presencia,  y  supo  decirles  tales  cosas  en  su  lengua  de  los 
engaños  con  que  el  Demonio  los  traía  absortos,  y  tantas  y  tan  buenas  de 
nuestra  fe  católica,  que  los  dos  de  ellos,  que  eran  los  menos  viejos,  se  convir- 
tieron á  ella  y  se  baptizaron,  quedando  el  más  viejo  tan  obstinado  en  su  de- 
mencia, que  defendiendo  su  mala  secta,  se  ponía  ronco  con  las  voces  que  daba, 
hasta  venirle  á  decir  al  Baptista  (que  estaba  con  una  cruz  en  las  manos)  que 
si  tan  bueno  era  su  Dios  que  predicaba,  que  hiciera  allí  algunas  señales  pro- 
digiosas con  que  lo  echasen  de  ver,  y  que  él  haría  otras  en  satisfacción  de  lo 
que  predicaba.  Aquel  Baptista  respondió  que  bastaban  las  que  Dios  hacía  cada 
día  en  sustentarlos  y  criarles  los  maíces  y  en  conservar  el  mundo,  y  que  el 
hechicero  no  podría  hacer  ninguna,  porque  no  tenía  ^irtud  el  Demonio  para 
ello,  en  especial  delante  de  aquella  santa  cruz.  A  que  el  hechicero  respondió: 
"  Pues  ahora  verás  cómo  hago  volar  estos  peñascos."  Y  habiéndose  lavado  lo 
primero  el  cuerpo  en  un  arroyo  que  pasaba  cerca,  y  hecho  sus  ofrecimientos 


CAP.  XXVIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  59 

de  manta,  oro  y  otras  cosas,  sahumó  los  peñascos,  y  invocando  al  Demonio 
Sobze  á  grandes  gritos  y  alaridos  para  que  volasen,  les  daba  muchos  palos, 
reiterando  esto  muchas  veces;  á  que  el  Baptista  decía  las  diera  mayores,  por  si 
estaba  durmiendo  ó  era  algo  sordo  (que  parece  fué  al  modo  que  le  sucedió  al 
profeta  Elias  con  los  sacerdotes  de  Baal,  cuando  se  pusieron  á  hacer  los  sacri- 
ficios, como  nos  lo  dicen  los  libros  de  los  Reyes);  pero  como  ahora  no  se  mo- 
vieron las  peñas,  hacían  gran  burla  del  vejezuelo  los  muchos  indios  circunstan- 
tes que  se  hallaban  á  esto,  acreditándose  nuestra  fe  entre  ellos,  por  ver  había 
salido  verdad  lo  que  decía  el  Juan  Baptista. 

4.^  A  quien  no  contento  con  esto,  el  viejo  le  dijo:  *' Sobze  te  desafía 
para  que  subas  al  peñol  de  Ñuta,  donde  te  espero,  y  allí  verás  las  maravillas 
que  hago."  "  Lo  mismo  harás  aquí  que  allí,  dijo  el  Baptista;  pero  para  que 
acabes  de  persuadirte,  y  toda  esta  gente,  que  Sobze  no  puede  nada,  fiado  en  la 
virtud  de  esta  santa  cruz,  yo  subiré  allá";  como  lo  hizo,  acompañado  de  más 
de  trescientos  indios,  aunque  era  la  subida  asperísima  y  larga.  Estando  todos 
arriba  ya  de  noche,  por  la  largueza  del  camino,  y  el  Baptista  no  sin  espeluco 
de  cabello,  por  verse  en  aquella  altísima  cumbre,  comenzó  el  viejo  sus  invo- 
caciones dando  mil  gritos,  saltos  y  bramuras,  gestos  y  visajes,  como  alocado, 
por  atemorizar  á  su  contrario,  ó  por  estar  revertido  del  Demonio;  gastó  en  esto 
toda  la  noche,  estando  el  Baptista  con  la  cruz  delante,  diciendo  á  altas  voces 
el  credo,  hasta  que  á  la  mañana,  que  era  el  día  que  habían  de  venir  las  aguas 
del  diluvio,  salió  el  sol,  al  parecer  más  claro  y  sereno  que  ningún  otro  día,  y 
corrió  todo  aquél  con  aquella  luz  y  tiempo  despejado,  y  así  llamó  el  Baptista 
á  los  que  lo  habían  acompañado,  que  se  habían  quedado  más  abajo  (por  no 
haberse  atrevido  á  subir  á  la  cumbre),  y  les  dijo:  '' Buenos  testigos  habéis 
sido  de  haber  sido  engaño  del  Demonio  lo  que  este  viejo  os  predica  y  lo  poco 
que  puede,  y  lo  mucho  que  vale  esta  santa  cruz,  que  a  la  vista  de  ella,  tenién- 
dola yo  en  las  manos,  no  ha  osado  parecer,  y  lo  mismo  haréis  vosotros  si  os 
baptizáis;  dejemos  por  ahora  este  viejo  endiablado;  no  lo  creáis  ni  sigáis,  pues 
todo  cuanto  os  dijere  será  de  esta  suerte."  Con  esto,  dejando  al  viejo  arriba, 
se  bajaron  todos,  y  después  se  baptizó,  incitado  de  esto,  gran  número  de  gente, 
y  entre  ellos  la  hija  hermosa  que  dijimos  de  la  vieja  Gitanisa,  que  no  queriendo 
seguir  los  pasos  de  su  hija,  fué  desterrada  por  la  justicia  y  deshecho  todo 
aquel  embuste  de  Sobze. 

Son  estos  Mohanes  la  pestilencia  contra  nuestra  santa  fe  católica,  y  los 
que  atajan  la  corriente  de  la  conversión  de  estos  naturales,  porque  todo  cuanto 
los  sacerdotes  enseñan  de  día,  ellos  contradicen  y  desenseñan  de  noche  en 
lugares  ocultos  y  retirados,  donde  de  ordinario  hablan  con  el  Demonio;  para  lo 
cual  tienen   bus  instrumentos,  bien  como  para  el  oficio  que  los  usan,  aunque 

a 


60  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (5.*  NOTICIA 

coa  diferencia   en   diferentes   provincias.  Los   días  pasados,  hallándome  en  el 
Valle  de  Sogamoso,  en    una    doctrina   que    está  á  nuestro  cargo,  llamada  Tota, 
saliendo   de   decir   misa,    encontré,  cerca  de  la  puerta   do  la  Iglesia,  un  viejo 
llamado  Paraico,  medio  bufón   y   atruhanado,  y  teniendo  noticia  era  Mohán,  le 
hice  desvolver  la  poca  ropa  que   traía,  y  le  hallé  en  una  mochila  los  instru- 
mentos del  oficio,  que  eran  un  calabacito  de  polvos  de  ciertas  hojas  que  llaman 
Topa,  y  de  ellas  otras   sin   moler  y  un  pedacito  de  espejo  de  los  nuestros  en- 
cajado en  un  palito,   una  escobilla,  un   hueso  de   venado  al  sesgo  por  la  mitad 
y  muy   pintado,  hecho   á   modo   de   cuchara,  con  el  cual,  cuando  hacen  sus 
mohanerías,  toman   de   aquellos  polvos  y  los  echan  en  las  narices,  que  por  ser 
fuertes,  hacen    salir   luego    una   reuma   que   les    cuelga    hasta  la  boca,  la  cual 
miran  en  el  espejillo,  y   si  corre   derecha,    es    buena    señal,  y  por  el  contrario 
si  torcida,  para  lo    que    pretenden   adivinar,  y    así  para   que   esté  el  labio  de 
arriba  más  desocupado,  lo   traen    todos   muy  rapado  y  limpio  de  barbas  los  que 
las  tienen;  lírapianse   aquello   después   con    la   escobilla,  y  la  ceniza  que  tam- 
bién se  han  echado  en  la  cabeza,  y   péinanse  el  cabello;  con    estas  señas  ex- 
teriores hemos  venido  á  hallar   muchos  en  aquel  valle,  que  tienen  estos  instru- 
mentos. Hallamos   también    en   la  casa  de   uno   un   pellejo   de  zorro  con    su 
cabeza,  lleno    de   paja,  con    que   bailan,  puesto    á   las   espaldas,  asido   con  las 
manos  por  lo3  pies,  que  ellos  llaman  el  Fó,  mohanería  endiablada. 


CAP.    XIX)  NOTICIAS   DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  61 

CAPÍTULO  XXIX 

1.0  Sale  el  Capitán  Kodas  á  la  conquista  de  Entre  los  dos  Ríos— 2.°  Llegado  al  Valle  de 
San  Andrée,  eálenle  algunos  Caciques  de  paz — 3."»  Acaricíalos  Rodas  para  más 
seguro— 4.*  Prende  á  los  más  culpados. 

YA  en  este  tiempo,  por  las  comisiones  que  le  habían  llegado  de  esta 
Audiencia  á  Gaspar  de  Rodas,  tenía  dispuesta  su  gente  y  pertrechos 
de  guerra  para  entrar  al  castigo  de  la  muerte  de  Valdivia  y  conquistas  de 
aquellas  provincias  de  Entre  los  dos  Kíos,  que  fué  no  poca  copia  la  que  se  le  juntó 
de  soldados,  por  ser  el  General  quien  era  y  su  buen  modo  de  proceder,  no  sólo 
de  los  que  salieron  desbaratados  de  la  rota  de  Valdivia,  porque  éstos,  con  más 
determinados  ánimos,  se  ofrecieron  á  volver,  para  recibir  el  premio  en  la 
misma  tierra  donde  habían  tenido  tan  honrosos  y  aun  lastimosos  trabajos,  sino 
otros  muchos  que  de  nuevo  se  pusieron  debajo  su  bandera.  Iba  por  Capellán, 
Cura  y  Vicario  del  ejército  el  Padre  Juan  Rniz  de  Atienza;  Lorenzo  Suárez  de 
Figueroa,  Maese  de  Campo;  Alonso  Rodríguez  Villamizar,  manchego  de  Dai- 
miel,  Sargento  Mayor;  Martín  de  Ocampo,  que  hoy  vive  en  esta  ciudad;  el 
Capitán  Pedro  Pinto  Vellorino;  Luis  Céspedes  de  Vargas  y  Alonso  de  Vargas, 
hermanos,  de  Fiegenal;  Sancho  de  Qnevedo,  Esteban  de  Riveros,  de  Albur- 
querque,  Juan  de  Alvarado  Salazar,  Fernando  de  Obando,  asturiano;  Pedro 
Sánchez  de  Oviedo,  Manuel  Rubiales,  Juan  Fernández  do  Erazo,  navarro; 
Don  Antonio  Osorio,  Pedro  de  Arce,  Pablo  Fernández  de  las  Eras,  Molano, 
Alonso  Martín  Merchán,  Mateo  Fernández,  mulato,  y  otros,  que  por  todos 
llegaron  á  setenta,  en  quien  confiaba  el  Rodas  como  en  setecientos.  Con  los 
cuales,  y  con  mucho  servicio  do  indias,  indios  y  negros,  salió  de  Antiochia, 
hasta  llegar  á  la  boca  del  Valle  de  San  Andrés,  llevando  también  consigo  á 
Don  Pedro  Amato,  Cacique  del  pueblo  de  Tahamí,  que  no  era  menos  culpado 
en  la  muerte  de  Valdivia  que  el  que  más;  pero  disimulábase  con  él  por  otras 
superiores  razones  de  Estado,  y  ver  si  se  podía  sacar  salud  del  enemigo,  y  de 
la  mano  de  aquél,  que  nos  aborrecía  (buena  suerte  de  prudencia),  como  en 
realidad  sucedió. 

2°  Viendo  los  indios  del  Vallo  que  se  les  entraba  ya  por  sus  tierras,  y  aun 
le  tenían  á  las  goteras  de  sus  casas,  un  tan  valeroso  Capitán  con  tantos  y  tan 
valientes  soldados,  turbados  de  su  misma  conciencia  y  delito,  y  amenazándoles 
tan  de  cerca  el  castigo,  que  ya  le  tenían  á  cuestas,  no  acertaban  á  dar  salida  á 
sus  determinaciones,  si  tentarían  el  perdón  por  el  camino  de  paz,  ó  el  de  Ja  sa- 
tisfacción de  gran  suma  de  oro,  do  que  todos  tenían  aosadas.  En  estas  perple- 
jidades andaban,  cuando  se  fué  entrando  Rodas  el  Valle  delante,  hasta  la  pri- 


62  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (5.*  NOTICIA 

mera  población,  que  se  llamaba  de  Cuerquia,  á  donde,  por  determinación  de  los 
demás  Caciques,  le  llegó  uno  de  paz  llamado  Oihoa,  con  intentos  de  tentar  el 
vado  á  los  que  traía  el  General,  si  eran  de  castigo  ó  amistad  ;  llevaba  consigo 
veinte  ó  treinta  indios  cargados  de  comida  para  la  gente  de  Rodas,  que  lo  reci- 
bió todo  con  grandes  demostraciones  de  caricias,  sin  que  ninguno  desplegase 
la  boca  tratando  de  cosa  de  castigo,  por  tenerlo  así  avisado  á  todos,  y  que, 
cuando  pasasen  por  el  sitio  donde  habían  muerto  al  Valdivia,  nadie  se  detuviese 
aun  á  mirar  los  lugares  de  la  matanza,  para  sacar  más  del  todo  de  sospecha  de 
castigos  á  los  indios  hasta  su  tiempo.  En  esto  tenía  ya  la  mujer  del  Goberna- 
dor Valdivia  puesta  demanda  en  esta  Audiencia,  sobre  la  muerte  de  su  marido 
y  hermano,  al  Bartolomé  Sánchez  (Torre  Blanca),  y  aun  despachado  á  Diego  Hi- 
dalgo de  Montemayor,  vecino  de  esta  ciudad  de  Santafé,  con  provisión  para  que 
lo  trajera  preso.de  Antiochia,  como  lo  hizo,  y  lo  estuvo  muchos  años  en  esta 
cárcel  de  Corte,  litigándose  muchos  años  la  causa,  como  dejamos  dicho. 

8.°  Acariciado  el  Cacique  Oihoa  con  sus  indios  y  aun  habiéndole  dado 
algunas  bujerías  de  Castilla,  lo  remitió  á  su  pueblo  el  General  Rodas,  con  avi- 
so de  que  lo  diese  al  resto  de  los  Caciques,  y  seguro  de  la  paz  con  que  entraba 
en  sus  tierras;  el  Cacique  Tahamí  Don  Pedro  Amato  no  se  descuidaba  de  ten- 
tar también  el  vado  á  los  intentos  de  Rodas,  probando  si  se  les  podría  traslucir 
lo  que  le  había  de  suceder  como  también  culpado,  y  así  le  solía  decir  muchas 
veces  :  '*  Castiga,  señor,  á  los  matadores  de  Valdivia,  y  si  quieres  yo  te  los  se- 
ñalaré con  el  dedo;"  hasta  que  una  de  ellas,  con  muestras  de  enfadado,  el  Go- 
bernador le  dijo:  "No  me  canses,  Cacique,  que  yo  no  vengo  á  eso,  pues  ni 
Valdivia  era  mi  padre,  mi  hijo  ni  mi  hermano,  para  que  yo  vengue  su  muerte." 
A  que  respondió  Don  Pedro  :  "Bueno,  señor,  bueno,  señor,  está  así;"  con  que 
el  Cacique  Oihoa  dijo  á  los  demás  del  buen  tratamiento  que  le  había  hecho  el 
Gobernador,  se  aseguraron  todos,  y  determinaron  irle  á  ver  con  un  buen  pre- 
sente de  comida  y  oro,  que  recibiéndolo,  y  á  ellos  con  grandes  demostraciones 
de  amistad,  les  hizo  una  larga  plática  acerca  de  la  obediencia  que  debían  dar  á 
la  iglesia  y  al  Rey  para  el  bienestar  de  sus  almas  y  cuerpos,  y  que  esos  eran 
sus  principales  intentos,  con  que  los  envió  á  su  tierra  alegrísimos  ;  ordenándoles 
que  de  allí  á  quince  días  le  remitiesen  indios  que  le  llevasen  sus  cargas  más  de- 
lante, donde  pretendía  pasar,  como  lo  hicieron  puntualmente,  viniendo  más  de 
doscientos  al  efecto,  y  á  aderezarles  el  camino,  que  comenzó  luego  á  proseguir 
el  Kodas,  pasando  por  el  Valle  de  la  Matanza,  sitio  donde  habían  muerto  á 
Valdivia,  donde  ninguno  reparó  á  mirar  ni  aun  de  pas(^  porque  no  pareciese 
se  hacía  recuerdo  de  lo  sucedido. 

4.°  Llegando  un  cuarto  de  legua  más  delante  á  otro  Valle,  se  rancheó  allí 
el  General,  y  pareciéndole  tomar  de  propósito  el  asiento,  hizo  l9  hicieran  buhíos 


CAP.  XJX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  6o 

de  propósito  los  indios,  que  los  acabaron  con  facilidad,  por  los  muchos  y  bue- 
nos materiales  de  madera  y  paja  con  que  se  hallaba  el  país.  A  donde  vinieron 
otra  ú  otras  dos  veces  de  paz  los  Caciques,  con  muchas  comidas,  y  satisfacción, 
á  su  parecer  entera,  de  quo  ya  estaba  del  todo  borrada  la  agresión  del  Valdivia. 
Citólos  á  todos  el  Gobernador  para  cicrt)  día  que  volviesen  y  le  trajesen  al- 
gunas comidas  ;  pero  entre  tanto  hizo  de  socreto  se  labrase  un  cepo  grande  y 
dispusiesen  otras  prisiones.  Apenas  había  amanecido  el  día  citado,  cuando  el 
primero  de  los  Caciques  y  de  los  más  principales,  llamado  Ozeta,  entró  en  el 
Real  con  otros  más  de  treinta  indios,  y  sentándose  en  el  suelo  por  orden  (cos- 
tumbre suj'a),  los  entretuvieron  los  soldados  mientras  el  General  le  dijo  al  Don 
Pedro  Amato:  ''  Ahora  es  tiempo  que  hagas  lo  que  me  prometías,  de  señalárme- 
los más  culpados  en  la  muerte  de  Valdivia,  porque  si  no  la  tuya  será  cierta." 
Prometió  hacerlo  así  el  indio,  y  saliendo  de  su  aposento,  señaló  al  Cacique 
Ozeta  y  otros  de  sus  compañeros,  que  los  fueron  metiendo  en  prisiones  en  una 
casa  fuerte,  y  á  los  que  no  eran  culpados  en  la  del  Maese  de  Campo,  para  que 
no  hubiese  quien  diese  aviso  á  los  que  iban  viniendo,  que  fueron  todos  los  de- 
más Caciques  con  sus  compañías,  á  quien  fué  también  señalando  el  Don  Pedro, 
y  prendiendo  los  soldados,  con  el  orden  que  al  primero,  con  que  quedaron  todos 
los  culpados  presos  con  este  sosiego  que  inventó  la  buena  prudencia  de  la  ca- 
beza, í>in  andar  tras  ellos  á  montería. 


6é  FRAY    PEDiíO    SIMÓN  (5.^  KOTlCfA 

CAPÍTULO  XXX 

1."  Castiga[Rodas  á  los  más  culpados,  dejan io  á  los  demás  libres— 2.°  Puebla  la  ciudad 
de  Cáceres  (que  hoy  permanece)  y  reparte  la  tierra— 3. *>  Viene  Rodas  á  esta  Audien- 
cia de  Santafé.  Va  al  alzamiento  de  los  Gualíes.  Dánle  título  de  Gobernador— i.» 
Alzanse  los  indios  de  Cáceres  y  matan  algunos  españoles  y  indios  de  paz  y  negros 

EESOS  los  culpados,  despachó  luego  tres  caudillos  el  Rodas,  para 
que  diesen  sobre  sus  casas  y  chusma,  que  fueron  Juan  Meléndez, 
Don  Antonio  Osoiio  de  Paz,  y  Molano,  que  trajeron  al  Real,  otro  día,  sobro 
cuatrocientas  personas,  niños  y  mujeres,  y  entre  ellas  una  llamada  Juana,  muy 
ladina,  que  se  había  hallado  en  la  muerte  de  Valdivia,  que  por  ser  de  aquella 
tierra,  no  la  habían  muerto,  "la  cual  fué  el  mejor  testigo  contra  los  reos,  que 
habiéndoseles  creado  defensor  para  hacerles  sus  causas,  y  ellos  confesado  sus 
delitos  y  convencidos,  fueron  condenados  á  muerte  ocho  ó  nueve,  y  de  los  me- 
nos culpados,  algunos  á  cortar  las  manos  derechas  ;  á  otros,  los  dedos  pulgares  ; 
y  á  otros  un  pié.  La  cual  pronunciada,  se  despareció  el  Don  Pedro  Tahamí  y 
un  compañero  suyo,  también  principal,  llamado  Aguasici,  y  habiéndosela  decla- 
rado con^otra  lengua  (porque  él  lo  había  í^ido  hasta  entonces),  levantaron  los 
sentenciados  una  voz  triste,  diciendo  :  '*  Nosotros  padecemos  justamente,  pero 
los  Tahamíes  nos  incitaron  á  cometer  el  delito,  bien  ajeno,  por  entonces,  de 
nuestro  pensamiento."  Fué  hecha  la  mano  de  Dios  sobre  aquellos  ocho  ó  nueve 
señores  sentenciados  á  muerte,  y  entre  ellos  Guarcama,  gentilhombre  feroz  y 
de  oabal  entendimiento,  que  pidieron  ser  cristianos,  como  se  les  concedió,  bap- 
tizándolos, habiendo  precedido  catecismo  bastante  por  el  Padre  Fray  Alonso 
CoUantes,  de  Nuestra  Orden,  y  el  Padre  Juan  Ruiz  de  Atienza,  que  iban  en  el 
ejército  ;  y  así,  con  cruces  en  las  manos  y  con  muestras  de  contrición  y  apesa- 
rados del  hecho,  se  ejecutaron  las  muertes  y  los  demás  castigos,  dejando  á  los 
otros  libres  ir  á  sus  tierras,  haTjiéndoles  asegurado  de  la  paz  y  quietud  que 
podían  gozar  en  ellas,  pues  ya  los  culpados  estaban  castigados  por  todas  ellas. 
2.0  Las  cuales  comenzó  luego  el  General  Rodas  á  trastornar  por  una  y 
otra  parte,  tanteando  la  naturaleza  de  los  países,  para  en  uno  el  más  á  propó- 
sito fundar  una  ciudad,  como  lo  hizo  cerca  del  asiento  de  la  matanza  de  Val- 
divia, en  la  loma  que  llamaban  de  Cacami,  tierra  limpia  pero  poco  acomodada 
á  la  vivienda  humana,  por  no  haberla  considerado  mejor  un  Capitán  que  co- 
menzó allí  á  plantar  los  primeros  buhíos,  que  después  se  anudaron  á  mejor  sitio 
y  con  más  fundamento,  y  le  dio  nombre  de  ciudad  do  Cáceres,  á  imitación  de 
la  otra  de  este  nombre  quo  está  en  Extremadura,  este  año  de  mil  y  quinientos 
y  setenta  y  seis.  Está  en  altura  de  setenta  y  seis  grados    y  quince  minutos  de 


CAP.  Xx)  NOTICIAS    DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  65 

longitud  del  meridiano  de  Toledo,  cinco  y  treinta  minutos  de  latitud  á  la  ban- 
da del  Norte ;  porque  aunque  se  ha  mudado  otras  dos  ó  tres  veces,  deseando 
mejorarla  en  sitio,  ó  por  desgracias  que  allí  le  han  sucedido  de  quemas,  ha  sido 
muy  poca  la  diferencia  de  la  graduación  y  aun  de  temples  y  el  último  en  que 
ha  venido  a  parar  y  está  hoy  fundada  ;  es  una  loma  alta,  una  legua  del  río  de 
Cauca  á  la  mano  derecha,  bajando  por  él  ;  es  fresco,  en  especial  las  noches  do 
muchas  neblinas  ;  malas  y  gruesas  aguas  ;  el  sitio  tan  estrecho  y  colgado  de 
cuestas,  que  no  tiene  forma  de  calles,  porque  las  casas  están  en  sitios  y  mese- 
tas hechas  á  mano  en  la  media  ladera,  como  está  un  poco  de  llano  que  hay 
adelante  la  iglesia,  que  sirve  de  plaza  ;  no  tiene  ningún  convento  de  religiosos  ; 
es  su  país  de  muchas  y  muy  buenas  minas  de  ero  ^  no  tiene  crías  de  ganados 
mayores  ni  menores,  por  ser  las  tierras  montuosas  ;  todo  el  sustento  le  entra  de 
acarreto  por  el  río  de  Cauca  ;  tiene  abundancia  de  pescado  de  un  remanso  de 
Cauca,  que  á  catorce  leguas  de  la  ciudad  se  llama  las  Pesquerías,  á  donde  se 
llega  río  abajo  en  cinco  horas,  por  ser  grande  de  raudal;  no  se  puede  ir  por  el 
río  al  puerto  de  Antiochia,  que  está  algunas  leguas  más  arriba,  por  sus  muchos 
saltos  y  peñascos ;  dánse  en  sus  Valles  las  frutas  comunes  y  raíces  de  la  tierra; 
de  las  de  Castilla  pocas;  ciertas  hojas  que  llaman  yuyos  son  el  mayor  sustento 
de  los  naturales.  El  pueblo  y  ropa  de  Castilla  se  sube  por  el  río  Cauca.  Del  oro 
que  se  ha  sacado  en  ella  diremos  cuando  tratemos  de  ello.  Habiendo  señalado  el 
Rodas  en  esta  su  primera  fundación  solares,  huertas  y  estancias,  le  nombró  Ca- 
bildo y  Regimiento  :  el  Capitán  Pedro  Pinto  Vellorí  no  y  Hernán  Martín,  Al- 
caldes ordinarios ;  Regidores,  Luis  de  Vetantor,  Alonso  Rodríguez  de  Villami- 
zar  y  Juan  Meléndez  de  Valdés,  Francisco  de  Tapia,  Juan  Fernández  de  Erazo, 
Luis  Céspedes  de  Vargas,  y  juntamente  éste  fué  Procurador  General.  Apuntó 
y  encomendó  todos  los  Caciques  y  indios  de  aquellas  provincias,  que  le  señaló 
por  termines  á  la  ciudad,  en  los  Capitanes  y  soldados  que  entraron  con  él  á 
este  castigo  y  conquista,  que  fueron  los  que  nombramos  cuando  se  hizo  la  con- 
ducción y  salida  de  la  Villa  de  Santafé  de  Antiochia.  El  cual  apuntamiento  y 
relación  de  lo  hecho  remitió  luego  á  esta  Real  Audiencia  con  Don  Antonio 
Osorio  de  Paz  y  Francisco  Alférez,  escribano  de  Gobernación  ;  pero  sucedien- 
do el  imposible  común  de  satisfacer  a  todos  en  el  repartimiento  y  suertes  de 
indios,  en  especial  habiéndose  quedado  con  ningunos  algunos  de  los  soldados  de 
Valdivia,  tres  ó  cuatro  españoles  de  la  ciudad,  con  secreto,  vinieron  á  las  es- 
puelas del  Osorio  á  tratar  de  su  justicia  y  agravios,  que  proponiéndolos  á  la 
Real  Audiencia,  fueron  causa  para  que  se  alterase  el  orden  de  las  encomiendas, 
satisfaciendo  á  los  que  se  sentían  agraviados. 

3.°  Mostrándose  también  serlo  el  Gaspar  de  Rodas  de  que  le  alterasen  lo 
que  él,  con  tanto  acuerdo  y  teniendo  la  cosa  presente,  había  hecho,  dejando  con 


6Q  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (5.^  NOTICIA 

el  mejor  asiento  que  pudo  su  nueva  población,  vino  en  persona  á  la  Eeal  Au- 
diencia, donde  fueron  poderosas  sus  razones  para  que  se  volvieran  á  confirmar 
sus  primeros  repartimientos  por  tres  vidas,  entrado  ya  el  año  de  mil  y  qui- 
nientos y  setenta  y  siete  y  algunos  el  de  setenta  y  ocho,  en  que  le  hizo  conoci- 
do favor  el  Licenciado  Juan  Rodríguez  de  Mora,  recién  llegado  por  Oidor  á  la 
Eeal  Audiencia.  Era  ya  muerto  el  Presidente  Briceño,  su  singular  aficionado  y 
valedor.  En  este  tiempo  sucedió  el  segundo  alzamiento  de  los  indios  Gualíes 
sobre  la  ciudad  de  Mariquita  ó  convecinos  por  entonces  á  la  de  Santa  Águeda, 
y  pareciendo  ser  á  propósito  la  persona  del  Capitán  Gaspar  de  Rodas  para  su 
pacificación,  se  la  encargó  la  Audiencia,  y  salió  á  hacerla  con  la  copia  de  solda- 
dos que  pareció  bastar.  La  cual  acabada,  y  quedando  la  tierra  pacífica,  como 
más  largamente  dejamos  dicho  en  nuestra  sogunda  parte,  tomó  la  vuelta  de 
esta  ciudad  á  dar  cuenta  de  lo  hecho  á  la  misma  Audiencia,  que  mirando  con 
buenos  ojos  los  colmados  y  lucidos  efectos  que  en  todo  cuanto  ponía  mano  este 
Capitán  había  tenido,  le  despachó  este  año  de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  siete 
título  de  Gobernador  de  Entre  los  dos  Ríos  y  tierras  de  donde  le  había  tenido 
Valdivia,  pero  con  dependencia  de  su  confirmación  del  Real  Consejo,  que  se  le 
dio  el  año  siguiente,  como  veremos  ;  con  los  cuales  despachos  tomó  la  vuelta  de 
Santafé  de  Antiochia,  á  donde  llegó  y  fué  bien  recibido,  con  aplauso  de  todos 
los  de  la  Villa,  por  los  acrecentamientos  con  que  volvía  :  efectos  de  la  afición 
con  que  todos  le  estimaban. 

é.°  No  se  descuidaron  los  indios  convecinos  á  la  ciudad  de  Cáceres  en 
advertir  el  freno  que  se  les  había  quitado  con  la  ausencia  de  Rodas,  mientras 
anduvo  ocupado  en  estas  facciones,  y  así  se  determinaron  á  dar  de  repente  so- 
bre las  estancias  que  iban  poblando  los  vecinos  de  la  ciudad  ;  en  las  cuales 
habiéndolos  cogido  descuidados  en  diversas  partes,  mataron  á  algunos  espa- 
ñoles, como  fueron  un  Alonso  González  de  Montijo,  y  otro  Alonso  Fernández 
Manchego,  de  la  Membrilla,  y  á  Lorenzo  de  Rufan  y  otros  soldados,  con  mu- 
cha gente  de  servicio,  que  hicieron  piezas  con  atrocidad  y  se  las  comieron,  con 
intentos  de  hacer  lo  mismo  en  los  de  la  nueva  ciudad  de  Cáceres,  convocándo- 
se para  esto  toda  la  tierra,  siendo  General  de  la  rebelión  un  valeroso  Cacique 
llamado  Omaga,  á  quien  toda  ella  respetaba  más  que  á  otro.  Sirvióse  la  causa 
superior  de  mover  los  corazones  de  ciertos  indios  ladinos  que  servían  á  nuestros 
españoles,  para  que  diesen  aviso,  habiéndola  sabido,  de  esta  alteración  á  los 
nuestros,  que  luego  también  lo  dieron  al  Gobernador  Gaspar  de  Rodas,  que  ya 
estaba  en  la  Villa  de  Santafé  haciendo  leva  de  gente,  coif  intenciones  de  entrar 
ya  de  propósito,  y  como  en  cosa  propia,  á  desvolver  y  dar  vista  á  las  cosas  de 
su  gobierno,  el  cual,  por  la  nueva,  abrevió  la  partida  al  socorro,  saliendo  de 
Antiochia  con  treinta  soldados,  todos  vaquianos  y  valerosos,  y  alguna  razonable 


CAP.  XXXl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  67 

copia  de  ganado,  que  habiéndolos  pasado  con  mejor  suceso  que  en  las  ocasiones 
pasadas  el  furioso  río  de  Cauca,  llegó  á  su  nueva  ciudad,  dondo  fué  reoibido 
con  el  mismo  y  mayor  aplauso  que  cuando  llegó  á  Antiochia,  por  tener  colgadas 
de  él  las  esperanzas  de  la  pacificación,  y  venir  ya  por  Gobernador  en  propiedad 
de  ella. 


CAPÍTULO  XXXI 

1.0  Despacha  Rodas  un  caudillo  al  castigo  del  alzamiento,  y  no  haciendo  nada,  envía  á 
otro— 2.»  Que  procuran  los  indios  engañar.  Sábese  por  uno  que  hubo  á  las  manos — 
3.0  Prenden  algunos  indios  que  venían  á  los  nuestros  disimulando  y  asegurando 
el  engaño— 4."  Vienen  los  indios  y  trábase  una  valerosa  guazabara. 


T 


[RATO  el  Gobernador  luego  de  reprimir  la  furia  de  los  naturales, 
saliendo  á  esto  con  una  buena  tropa  de  soldados,  que  fueron  bas- 
tantes á  hacer  algunos  moderados  castigos,  sin  poder  haber  á  las  manos  al  Oma- 
ga,  por  haberse  retirado  á  las  montanas  con  alguna  de  su  gente,  á  quien  envió 
á  buscar  luego  el  Gobernador  con  alguna  de  la  que  había  en  la  ciudad,  por 
caudillo  á  Francisco  Alférez,  que  siendo  hombre  que  sabía  más  que  de  espada  y 
rodela,  de  pluma  y  papeles,  después  de  haber  tardado  en  andar  á  caza  del  Oma- 
ga  dos  meses,  volvió  con  las  manos  en  la  cabeza,  sin  haber  hecho  efecto  consi- 
derable, con  que  fué  forzoso  al  Gobernador  enviar  á  Juan  Arias  Rubián  (ga- 
llego) con  solos  veinte  hombres,  en  demanda  y  castigo  del  mismo  Cacique,  que 
salió  por  principios  de  Diciembre  del  año  de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  echo, 
y  habiendo  pasado  el  río  de  Cauca  y  la  tierra  llana  hasta  las  faldas  de  la  aspe- 
reza, donde  había  de  ser  su  principal  facción,  se  rancheó  para  dar  orden  á  la 
mejor  disposición  de  su  entrada  en  demanda  de  Omaga  ;  que  habiendo  sabido 
la  llegada  de  los  nuestros,  y  para  descuidarlos,  le  envió  mucha  gente  cargada  de 
regalos,  frecuentando  esto  por  muchos  días,  y  prometiendo  darle  la  paz,  lo  cual 
se  hacía  por  medio  de  un  sobrino  del  Omaga,  llamado  Zegueri,  bien  conocido 
de  los  nuestros,  mancebo  de  liada  disposición  y  tenido  en  opinión  de  valiente, 
á  quien  el  Juan  Arias  daba  recados  para  su  tío  el  Cacique,  y  últimamente  le 
dijo  un  día  que  señalase  sitio  donde  se  juntasen  todos  á  asentar  los  medios  de 
la  paz,  que  habiéndolo  tratado  Zegueri  con  su  tío,  volvió  al  día  siguiente,  ase- 
gurando á  los  nuestros  y  diciendo  que  en  cierto  sitio  raso  tenían  ya  fabricados 
buhíos,  donde  tendrían  muchos  indios  que  les  sirviesen  trayéndoles  oro,  comi- 
das y  otras  cosas,  porque  deseaban  paz  con  el  Gobernador  y  todos  los  españoles, 
2.0  Los  cuales,  no  sin  sospechas  de  engaño,  pero  porque  no  conociesen 
flaqueza  los  indios,  levantando  ranchos,  tomaron  la  vuelta  del  sitio  señalado, 

9 


68  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (5.*  NOTICIA 

que  hallaron  ser  cierta  loma  cercada  de  asperísima  montana,  con  hasta  cien 
pasos  en  cuadro  de  tierra  rasa,  dondo  estaban  hechos  dos  pequeñuelos  buhíos, 
y  muchos  hombres  y  mujeres  que  los  estaban  aguardando  con  mucha  copia  de 
comidas.  Alojáronse  en  las  casillas  aguardando  al  Cacique  algunos  días,  en  los 
cuales  entraban  y  salían  muchos  indios  con  sus  armas,  sin  que  pareciese  el  Ca- 
cique, con  que  se  acrecentaban  en  los  nuestros  las  sospechas  de  traición,  que 
luego  la  conocieron,  habiendo  cogido  un  indio  en  secreto  de  los  que  venían, 
sin  que  los  demás  lo  entendieran.  El  cual,  á  fuerza  de  tormentos,  declaró  lo 
que  estaba  urdido  contra  los  nuestros,  siendo  intérprete  una  india  llamada  Ana  > 
del  servicio  de  un  soldado.  No  daba  mayor  término  que  de  tres  días,  hasta 
haber  de  venir  muchos  Caciques  de  los  más  principales,  á  título  de  ver  á  los 
españoles,  con  algunos  de  sus  indios  sin  armas  y  con  muestras  pacíficas,  cada 
parcialidad  de  por  sí,  por  ahorrar  de  sospechas,  hasta  que  el  Omaga  viniese  el 
viernes  siguiente  acompañado  de  veinticuatro  indios,  también  pacíficos,  dejando 
emboscados  setecientos  guerreros  á  las  cejas  de  la  montaña  que  cercaba  la  saba- 
neta,  y  que  aquellos  Caciques  y  indios  que  habían  entrado  antes  embistiesen 
de  repente  con  los  españoles,  dos  ó  tres  con  cada  soldado,  y  lo  tuviesen  por 
brazos,  piernas  y  espaldas,  y  que  sobrevendría  luego  el  Omaga  dando  voces  á 
los  emboscados,  y  juntos  matarían  á  los  españoles,  sin  que  quedase  ninguno  ni 
tuviesen  detrimento  los  indios. 

3.°  Esta  confesión  de  este  indio  hizo  avivar  los  cuidados  á  los  españoles, 
de  suerte  que  no  quitándose  las  armas  de  á  cuesta,  ni  descuidándose  en  tener 
cargados  los  arcabuces,  se  previnieron  de  muchas  cabuyas  ó  sogas,  esperando 
ser  certificados  de  lo  que  el  indio  decía,  como  sucedió,  pues  apenas  había  amane- 
cido el  miércoles,  cuando  hé  aquí  al  Cacique  Taquimiqui  con  diez  indios  desar- 
mados, pero  de  robustos  y  valientes  miembros,  con  semblantes  pacíficos,  con 
que  encubrían  bien  sus  intentos.  A  quien  al  punto  prendieron  los  nuestros  en 
entrando  en  una  de  las  casas,  amarrándolos  de  pies  y  manos,  lo  que  también 
hicieron  con  los  que  vinieron  á  la  tarde  y  otro  día  jueves,  que  por  todos  fueron 
los  presos  cincuenta,  sin  que  de  esto  pudiese  haber  ido  nueva  al  resto  de  ellos. 
Amaneció  el  viernes,  último  de  Diciembre  de  este  mismo  año,  en  que  había  de 
ser  el  conflicto  de  la  batalla,  de  donde  era  imposible  escaparse  tan  pocos  de 
tantos  y  tan  furiosos  salvajes,  sin  el  poderoso  brazo  del  cielo.  Lo  cual  conocien- 
do el  caudillo,  dio  su  disculpa  á  sus  soldados  diciéndoles  :  "  Bien  conozco,  se- 
ñores y  amigos,  la  temeridad  que  ha  sido  meteros  en  esta  ocasión  donde  nos 
vemos  tan  pocos  entre  tan  innumerables  bárbaros  ;  pero  no  lo  será  si  ponemos 
la  confianza  en  Dios,  que  es  Señor  de  laS  batallas,  y  á  quien  le  es  tan  fácil 
vencer  muchos  con  pocos  como  con  muchos  ;  la  causa  es  suya,  ofrezcámosela  de 
rodillas,  suplicándole  esfuerce  nuestros  ánimos. 


CAP.  XXXl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  G9 

4.°  Lo  cual  hicieren  luego  ponie'ndose  todos  de  hinojos,  y  con  el  mejor 
afecto  que  pudieron  de  soldados,  ofrecieron  á  Dios  los  buenos  efectos  que  de- 
seaban en  aquel  conflicto;  porque  á  cada  uno  oye  Dios  rogándole  conforme  á  su 
estado:  al  religioso  y  á  la  monja,  estando  con  quietud  en  su  coro;  al  casado, 
conforme  le  dan  lugar  ]cs  cuidados  de  su  casa  y  gobierno  de  ella;  y  tambie'n 
oye  al  soldado  con  la  espada  desnuda  en  la  mano,  á  pique  de  la  pelea  y  aun  en 
ella,  come  le  sucedió  á  Josué,  llevando  de  vencida  á  los  Gabaonitas,  que  sobre 
su  caballo,  derramando  sangre  y  cortando  vidas,  oró  á  Dios  que  no  so  moviese 
el  sol  ni  la  luna  para  que  se  alargase  el  día  y  consiguiese  entera  victoria  contra 
sus  enemigos;  al  cual  oyó  Dios,  pues  se  detuvieron  sol  y  luna,  que  no  podía 
ser  sin  fuerza  divina,  porque  convenía  así.  Es':os  nuestros  veinte  soldados 
estaban  de  rodillas  con  el  espíritu  que  Dios  les  comunicó,  cuando  llegó  el  va- 
liente Cacique  O  maga  acompañado  de  dos  docenas  de  robustísimos  indios, 
aunque  desarmados  y  con  disimulación  tan  bien  compuesta,  que  no  fuera 
posible  conocer  su  malicia,  que  la  quisiera  luego  el  Cacique  ejecutar  con  los 
que  traía,  pues  no  veía  por  allí  á  los  que  habían  venido  dos  días,  antes;  lo  cual 
entendiendo  por  leves  señas  el  caudillo  Juan  Arias,  á  pocas  que  hizo  á  sus 
soldados,  como  bien  advertidos,  embistieron  contra  el  Cacique  y  sus  compañe- 
ros, y  con  brevedad  los  sacaron  de  esta  vida  para  que  tomaran  la  vuelta  del 
infierno;  pero  á  las  voces  que  daban  con  las  ansias  de  la  muerte,  salieron  de 
todas  partes  de  las  cejas  del  arcabuco  los  emboscados,  con  singular  orden,  en 
escuadroiies  compuestos,  compases  de  pies  y  á  nueve  por  hilera,  con  sus  sobre- 
salientes, todos  ferocísimos,  aljabas  llenas  de  flechas  venenosas,  picas  de  tosta- 
das puntas,  macanas  durísimas  de  palma,  y  no  era  el  peor  escuadrón  el  de  los 
fundibularlos. 

Gobernábalos,  como  á  su  General,  el  valiente  Zegueri,  sobrino  del  Omaga, 
y  su  yerno  Maubita  y  otro  valentón  llamado  Ochari,  que  luego  comenzaron  á 
disparar  aguacero  de  flechas,  querer  emplear  las  picas,  sin  que  holgasen  un 
punto  los  de  las  piedras  y  macanas,  á  vueltas  de  tan  grandes  alaridos  que  pare- 
cía hundirse  el  mundo  con  el  resonar  de  los  valles.  A  todo  lo  cual  resistían 
valerosamente  nuestros  veinte  españoles  contra  los  setecientos,  con  la  fuerza  de 
los  arcabuces,  con  que  ensartaban  dos  y  tres  de  camino  las  pelotas,  por  ser 
poca  la  resistencia  de  la  carne  con  que  venían  armados  Jos  salvajes;  hacíanles 
espaldas  á  los  soldados  los  bahareques  del  buhío  donde  se  ampararon,  señalán- 
dose en  algunas  arremetidas  que  hacían  contra  los  indios  el  caudillo  Juan 
Arias,  Juan  Mateo,  Mateo  de  Acosta,  Pablo  Sarmiento  y  otros  que  peleaban 
con  espadas  y  rodelas,  cuyos  hechos  sacan  la  cabeza  y  se  encumbran  sobre  todo 
encarecimiento,  pues  en  breve  espacio  ya  no  podían  andar  por  aquella  parte  de 
su  frente  sino  era  por  sobre  cuerpos  muertos. 


70  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (5.»  KOTICIA 

CAPÍTULO  XXXII 

1.°  Matan  los  nuestros  á  los  Capitanes  de  los  indios,  con  que  se  retiraron— 2.°  Revuelven 
otra  vez  sobre  los  nuestros  por  las  voces  de  otro  indio— 3.»  Toman  los  nuestros  la 
vuelta  de  Cáceres  victoriosos,  si  bien  murieron  dos  en  el  camino,  antes  de  llegar  á  la 
ciudad— 4.°  Lléganle  recados  á  Rodas  del  Consejo  Real  de  su  Gobierno,  y  hácense 
las  capitulaciones. 

NO  retardaba  á  los  bárbaros  esta  caída  de  tantos  para  no  ir  acrecen- 
tando su  porfía  contra  los  pocos  baptizados,  antes  Zegueri,  con 
rabia  infernal,  encendido  con  el  cuerpo  muerto  de  su  tío  que  tenía  á  la  vista, 
andaba  como  un  viento  esforzando  á  todos  los  guerreros,  ya  con  palabras  amo- 
rosas, ya  terribles,  diciendo:  "A  ellos  I  á  ellos !  tigres,  pues  demás  de  ser  pocos, 
están  todos  heridos  con  nuestras  venenosas  flechas  ".  No  sufriendo  esto  la  cóle- 
ra española,  y  el  ver  que  se  avivaba  la  batalla  por  las  voces  de  Zegueri,  le  hizo 
puntería  nn  Juan  de  Al  varado  Salazar,  tan  acertada,  cc-n  su  arcabuz,  que 
abriéndole  la  frente  al  gandul,  hizo  que  caminase  su  alma  tras  la  de  su  tío, 
aunque  no  por  eso  perdieron  los  demás  un  punto  en  su  ferocidad,  pues  luego 
tomó  el  mismo  oficio  y  solicitud  el  Maubita,  supliendo  bien  en  todo  las  faltas 
del  muerto,  hasta  que  llegó  otro  tiro  disparado  por  Domingo  de  Herrera,  que 
también  lo  sacó  de  esta  vida,  en  cuyo  lugar  se  comenzó  á  mostrar  luego  bizarro 
y  valiente  el  Ochar!,  pues  con  terribles  voces  animaba  tanto  los  guerreros^  que 
parecía  no  faltarles  hombres  ni  un  punto  de  ánimo;  á  quien  también  encaró 
otro  soldado  llamado  Diego  de  Avila,  que  aunque  puso  la  mira  más  alta  de  lo  que 
él  quisiera,  todavía  la  bala  le  rcmpió  la  cara,  con  que  le  pareció  retirarse  de  la 
batalla  por  no  acabar  de  perder  la  vida,  lo  que  también  intentaban  los  demás 
después  de  haber  peleado  tres  horas  largas;. pero  para  dar  remate  á  las  contien- 
das, quisieron  primero  intentar  el  fin  de  los  soldados,  quitándoles  el  amparo  del 
buhío,  pegándole  fuego,  como  lo  hicieron,  sin  atender  á  los  cincuenta  presos 
que  estaban  dentro,  que  al  paso  de  él  se  hicieron  ceniza  en  harto  breve  tiempo, 
por  ser  de  paja  el  buhío;  de  quien  se  apartaron  los  nuestros  en  comenzando  á 
caldearlos  las  llamas,  resguardándose  unos  á  otros,  pero  con  tal  coraje,  que  se 
desenvolvían  como  si  en  aquel  punto  comenzara  la  batalla;  si  bien  les  iban  ya 
faltando  las  municiones,  y  con  ellas  no  hacían  tales  efectos,  por  estar  calientes 
los  arcabuces,  cuyas  faltas  suplían  bien  las  espadas,  con  que  les  dieron  tanta 
prisa,  que  viendo  los  bárbaros  que  con  ello  los  iba  consiwaiendo  la  guerra,  tu- 
vieron por  partido  retirarse  al  amparo  del  monte,  donde  perecieron  muchos  de 
los  que  entraron  allí  mal  heridos. 

2.°  Cincuenta  y  dos  fueron  los  despojos  de  la  muerte  que  quedaron  eu  la 


CAP.  XXXIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  71 

sabaneta,  sin  los  otros  cincuenta  que  consumió  el  fuego,  y  los  que  murieron 
después  de  las  heridas  llegaron  á  cumplir  el  número  de  trescientos,  como  lo 
certificaren  los  mismos  por  relaciones  que  después  se  dieron,  sin  que  de  los 
uue'stros  muriera  por  entonces  alguno;  aunque  los  diez  j  siete  quedaron  tan 
mal  heridos,  que  no  tenían  menos  que  á  cinco  y  seis  flechazos  venenoso?,  que 
comenzaron  luego  á  curarse  cortando  sin  duelo  la  carne  y  fogueándola  con 
hierros  ardientes,  en  que  estaban  ocupados  cuando  dio  arma  la  centinela, 
porque  habiéndolos  el  Ochari  afrentado  por  la  huida,  revolvieron  los  más  sanos 
sobre  los  nuestros,  aunque  más  forzados  de  las  razones  de  Ochari  que  de  sus 
voluntades,  como  se  echó  de  ver,  pues  viendo  el  cuidado  con  que  estaban  los 
soldados,  no  osaron  salir  fuera  de  la  ceja  del  arcabuco,  antes  desde  allí  un 
cierto  viejo  les  decía:  "No  creyera,  cristianos,  érades  tan  valientes  si  no  lo 
hubiera  experimentado  ahora  harto  á  mi  costa  y  daño  conocido,  por  lo  cual  me 
atrevo  á  decir  no  haber  en  el  mundo  gente  tan  valiente  como  vosotros, 
aunque  sois  mortales;  no  esperéis  os  ha  de  suceder  siempre  así,  á  lo  menos  á 
vuestros  compañeros  que  están  allá  en  la  ciudad  que  tiene  sus  ranchos  en  el 
pueblo  ".  Con  que  volvió  las  espaldas  el  viejo  cano,  entendiendo  haber  sido  así 
por  tener  concertado  el  dar  sobre  el  pueblo  de  Cáceres  en  aquel  mismo  tiempo, 
como  en  realidad  lo  intentaron,  pero  sin  atreverse  á  llegar  al  pueblo,  conten- 
tándose con  matar  á  uno  ó  dos  españoles  y  otros  indios  de  servicio  en  las 
estancias. 

3.°  Al  fin  estos  afligidos  soldados  se  ranchearon  aquella  noche  allí 
en  el  mismo  sitio,  entre  cuerpos  muertos  y  á  medio  morir,  cuyos  gemidos  les 
daban  lastimosísimos  sentimientos,  que  juntos  con  los  que  ellos  tenían  de  frío 
de  la  noche,  heridas  y  hambre,  no  eran  pocos  sus  desconsuelos,  y  así  sin  aguar- 
dar más  qub  á  la  mitad  de  la  noche,  se  entraron  por  aquellos  oscuros  bosques, 
por  trochas  mal  tiilladas,  desechando  pasos  sospechosos  de  emboscadas,  con 
que  gastaron  cinco  días  de  camino,  que  por  rumbo  derecho  lo  podían  andar 
en  medio.  Llegaron  al  fin  con  innumerables  trabajos,  en  especial  los  heridos, 
á  la  tierra  limpia  y  llana  y  sitio  donde  estuvieron  á  la  boca  de  la  montaña  y 
donde  ahora  so  reformaron  de  algunas  comidas  que  habían  dejado  á  la  ida 
y  con  deseos  de  llegar  á  donde  quedasen  sin  sospechas  de  que  los  indios 
les  darían  caza;  no  dejaban  de  caminar  poco  á  poco,  por  no  poder  más  los  heri- 
dos, que  aunque  con  todo  este  resguardo  murieron  dos,  Lucas  Sánchez  y  Mateo 
de  Acosta,  arabos  valentísimos  soldados,  que  por  ser  las  heridas  penetrantes, 
curadas  con  poco  abrigo  y  reparo  como  lo  pedía  su  pestilente  veneno,  careció 
aquella  tierra  de  estos  dos  valerosos  españoles.  Los  demás  al  fin  tomaron  la 
cumbre  de  un  levantado  cerro,  desde  donde  visto  el  valiente  río  Cauca,  que 
aunque   el   verlo   les   fué  de  consuelo,  se  les  aguó  al  ver  les  era  forzoso  pasarlo 


72  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (5.^  NOTICIA 

y  DO  hallarse  con  ningún  avío  para  ello.  A  cuya  necesidad  acudió  el  cielo,  pues 
habiendo  llegado  ya  la  nueva,  por  indios  contratantes,  de  su  venida  y  trabajos 
á  la  ciudad  de  Cáceres  (aunque  más  lastimosa  de  lo  que  había  sucedido),  para 
tenerla  más  cierta,  se  había  despachado  Juan  Meléndez  con  treinta  compañe- 
ros bien  armados,  que  llegaron  tan  á  buen  tiempo,  que  á  uno  mismo  llegaron 
los  unos  por  una  parte  y  los  otros  por  otra  á  darse  vista  y  al  río,  alegrándolos 
el  Meléndez  con  la  salva  que  les  hizo,  y  mucho  más  con  las  balsas,  por  donde 
pasaron  todos,  que  les  pareció  á  los  derrotados  haber  sido  una  cosa  de  milagro. 
Llegaron  al  pueblo,  que  estaba  dos  leguas  de  la  agua,  donde  fueron  bien  reci- 
bidos y  regalados,  que  no  les  importó  á  los  heridos  menos  que  la  vida,  quedando 
con  ella  á  causa  de  la  diligente  cura. 

4.0  Por  haber  despachado  el  Real  Consejo,  pidiendo  la  confirmación  de  la 
merced  queso  le  había  hecho  á  Gaspar  de  Rodas  en  esta  Audiencia  el  ano  pasado 
de  setenta  y  siete,  se  le  despachó  cédula  en  Madrid,  á  trece  de  Octubre  de  este 
de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  ocho,  en  que  se  le  confirmaba  el  Gobierno  de 
Entre  los  dos  Ríos,  según  y  como  lo  tenía  concedido  en  Andrés  de  Valdivia,  y 
con  las  mismas  condiciones  y  asientos.  Las  cuales  se  mandó  á  la  misma  Au- 
diencia se  tomasen  con  el  Rodas,  y  que  prometidas  de  guardnr,  y  no  antes, 
se  le  entrégase  la  cédula  de  confirmación.  Con  lo  cual,  llegada  la  cédula,  se 
comenzaron  á  hacer  las  capitulaciones  á  ocho  del  mes  de  Octubre  del  año  de 
mil  y  quinientos  y  setenta  y  nueve,  y  se  acabaron  á  catorce  del  mismo  mes  y 
año,  hechas  por  poderes  que  tenían  para  ello  en  esta  ciudad  de  Santafé  el 
Capitán  Don  Antonio  Osorio  de  Paz  y  Diego  de  Vergara,  Procurador,  de  lo 
cual  otorgaron  escriptura  de  obligación,  con  pena  de  que  si  el  Rodas  no  cum- 
plía con  lo  capitulado,  había  de  pagar  dos  mil  pesos  de  buen  oro  para  los  cofres 
reales;  y  se  las  entregaron  el  mismo  año,  á  cuatro  de  Diciembre,  en  la  Villa  de 
Antiochia,  donde  á  la  sazón  se  hallaba  el  Gobernador  Rodas.  Las  cuales  no 
volvemos  á  repetir  por  quedar  ya  puestas  en  el  asiento  del  Gobierno  de  Andrés 
Valdivia,  y  ser  poca  ó  ninguna  la  diferencia  de  las  unas  á  las  otras,  como  io 
manda  la  Cédula  Real  de  la  confirmación  de  su  Gobierno. 


CAP*  XXXIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  73 

CAPÍTULO  XXXIIl 

1.0  Sale  el  Gobernador  Rodas  á  nuevas  conquistas;  intenta  pasar  el  río  de  Porse— 2.° 
Resístenle  los  naturales,  y  matan  los  nuestros  á  uno— 3.«  Trazas  que  se  dan  para 
pasar  el  río— 4.»  Sálenles  bien  á  los  nuestros,  con  que  se  desocupa  el  paso. 

VIÉNDOSE  cargado  el  Gobernador  Rodas  de  nuevas  obligaciones 
(con  lo  que  el  Rey  le  había  encargado  del  nuevo  Gobierno)  de 
quietar  las  provincias  de  él  y  fundar  cimientos  españoles,  en  acrecentamiento 
de  la  Santa  Fe  Católica  y  del  Real  servicio,  d¡ó  conducta  á  su  Maese  de  Cam- 
po Hernán  Sánchez,  vecino  de  la  ciudad  de  los  Remedios,  extremeño,  natural 
montañés,  que  de  este  Nuevo  Kein-j  y  otras  partes  juntó  sobre  treinta  hombres, 
que  juntos  con  los  que  el  Gobernador  tenía  en  la  Villa  de  Antiochia,  salió  de 
ella  el  Rodas,  ya  bien  entrado  el  año  de  mil  y  quinientos  y  ochenta,  con  setenta 
soldados  bien  pertrechados  de  armas  y  caballos,  y  tomando  la  vuelta  del  Este, 
caminó  hasta  dar  vista  al  río  de  Cauca,  y  habiéndolo  pasado,  y  á  las  Sabanas 
de  Aburra,  donde  tiene  su  origen  el  río  que  después  llamaron  Porse,  y  los  espa- 
ñoles al  principio  Río  de  Aburra,  de  bien  caudalosas  aguas,  que  cortando  por 
estas  largas  sabanas,  van  culebreando  sus  aguas  por  entre  obscurísimos  bosques 
y  montañas,  hasta  acrecentar  las  del  Río  Grande  de  Cauca,  fueron  siguiendo 
juntos  las  aguas  de  este  grau  río  Porse,  el  pico,  como  hemos  dicho,  al  Septen- 
trión, en  que  gastaron  cuarenta  6  cincuenta  días,  y  en  ellos  mucho  de  su  salud 
por  los  trabajos  y  dificultades  que  á  cada  paso  les  iban  sobreviniendo,  en  espe- 
cial de  la  comida,  por  ser  tierra  poco  poblada,  hasta  que  llegaron  á  una  algo 
menos  montañosa  y  que  daba  muestras  de  suelo  más  enjuto,  con  algunas  la- 
branzas :  indicios  de  poblaciones,  aunque  según  las  noticias  de  los  que  guiaron, 
ébtas  estaban  más  copiosas  á  la  otra  banda  de  aquel  río,  de  que  eran  indicios 
evidentes  los  caminos  anchos  y  grandes  sementeras  que  se  alcanzaban  á  ver  de 
la  otra  parte,  por  lo  cual  se  determinó  luego  disponer  el  paso  haciendo  puentes 
de  bejucos,  por  donde  cuando  menos  se  pasase  la  ropa  y  gente  de  servicio,  por- 
que los  soldados,  si  saben  nadar,  tienen  por  más  seguro  pasar  a  nado. 

2.°  Esto  andaban  disponiendo  nuestros  soldados,  cuando  á  la  parte  con- 
traria se  apareció  una  anchísima  hueste  de  indios  armados,  con  intentos  de 
defender  el  paso,  pues  ondeando  las  cabezas  con  mucha  bizarría  de  varias 
y  levantadas  plumas,  petos  y  diademas  de  oro  finísimo  y  bien  bruñido,  mues- 
tras de  las  soberbias  riquezas  de  las  minas  que  gozaban,  desembrazaban 
bien  guiadas  flechas,  pretendiendo  quo  alcanzasen  á  herir  los  nuestros  en  la 
banda  contraria,  á  que  respondían  con  los  arcabuces  sin  daño  de  ninguna  parte, 
por  la  mucha  distancia  del  medio;  sólo  logró  un  buen  tiro  nn  Francisco  de 


74  FRAY   PEDRO    S1M(5n  (5.»  NOTICIA 

Taborda,  mestizo,  pues  hacía  puntería  á  un  indio  que  entre  los  demás  se  seña- 
laba eu  galas,  majestad,  valor  y  brío,  haciendo  demostraciones  de  señor  y  su- 
perior á  los  demás.  Le  entró  por  los  pechos  la  bala  y  le  salió  por  las  espaldas,  y 
tras  ella  (como  dicen)  la  alma,  de  que  quedaron  los  bárbaros  fuera  de  sí  vien- 
do aquella  muerte,  sin  casi  poder  conocer  por  dónde  ó  con  qué  le  había  venido, 
aunque  ya  tenían  experiencia  de  aquellos  tiros  y  de  españoles,  pues  en  aquel 
mismo  paso  habían  desbaratado  ya  á  dos  ó  tres  Capitanes,  que  fueron  Pedroso, 
Don  Diego  de  Carvajal  y  Juan  Velasco,  que  dejamos  dicho  habían  entrado  á 
estas  provincias  y  vuéltose  á  salir  sin  efectos  considerables,  antes  con  las  manos 
en  la  cabeza.  Ocupáronse  unos  en  poner  en  cobro  el  cuerpo  muerto,  y  el  resto 
en  defender  el  paso,  ya  con  mayores  bríos,  por  advertir  que  si  se  veían  de  la 
parte  de  los  nuestros,  les  había  de  suceder  mucho  de  aquello  que  habían  visto 
con  aquel  indio  principal. 

3.^  Pretendiendo  el  Gobernador  todavía  que  se  sentase  el  pasaje  contra  la 
resistencia  de  los  bárbaros  Yamicíes  (que  así  se  llamaban  los  de  aquella  provin- 
cia), mandó  qne  algunos  soldados  y  indios  nadadores  intentasen  apear  la  difi- 
cultad nadando.  Los  cuales  viendo  ser  grande,  por  la  mucha  resistencia  de  los 
indios,  rehusaban  el  arrojarse  al  agua,  hasta  que  el  mismo  Gobernador  calentó 
su  tibieza  comenzando  á  descalzarse  para  arrojarse  él  el  primero,  que  fué  causa 
para  que  los  nadadores  se  esforzasen,  sin  que  la  persona  del  Gobernador  se 
pusiese  en  riesgo,  y  comenzasen  á  pasar  á  nado,  las  espadas  desnudas  en  la 
bocaj  rodela  y  vestidillo  á  las  espaldas.  Fueron  nadando  así  hasta  la  mitad  de 
la  corriente,  volviéndose  desde  allí  forzados  de  las  muchas  piedras  que  comen- 
zaron luego  á  desgalgar  los  indios  desde  la  otra  banda,  que  llegaban  á  monto- 
nes hasta  la  mitad  del  río  con  la  fuerza  que  traían  desde  lo  último  de  una  le- 
vantada cumbre,  donde  las  tenían  en  barbacoas,  por  lo  cual  fué  forzoso  al  Go- 
bernador despachar  en  demanda  de  otro  vado,  como  lo  hizo,  enviando  por 
caudillo  á  Juan  Alonso  de  Santana  con  veinte  hombres  río  abajo,  buscándolo  ; 
hallólo  á  una  legua  del  Real,  de  corrientes  mansas  y  apacibles,  y  sin  breñas  á  la 
parte  contraria,  de  donde  se  pudieran  también  arrojar  galgas  como  en  el  otro  ; 
pero  estaban  también  eu  su  resistencia  otros  más  de  cuatrocientos  indios  ;  que 
volviendo  á  dar  relación  de  esto  el  caudillo,  le  ordenó  el  Gobernador  que  sa- 
liese otro  día  con  cuarenta  hombres,  entre  los  cuales  iban  los  dos  hermanos 
mestizos  Tabordas,  y  que  con  achaque  de  coger  algunas  raíces,  entrasen  en 
cierta  roza  vieja  que  había  enfrente  del  paso,  y  que  mientras  unos  cogían  algo 
que  comer  por  deslumhrar  los  indios  que  los  estaban  mirando,  otros  hiciesen  al- 
gunas balsas  de  porte  de  cuatro  ó  cin-^o  hombres  no  más,  y  trayéndolas  de  secre- 
to á  la  vera  del  río  aquella  noche,  al  romper  del  alba  fuesen  pasando  con  secreto 
rodeleros  y  arcabuceros,  para  ojear  los  indios  del  paso  y  resistencia  que  hacían. 


CAP.   XXXIIl)  NOTICIAS  DB  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  75 

4.°  Súpose  dar  en  todo  tan  buena  maña  el  caudillo,  que  habiendo  pasado 
en  dos  primeras  balsas  cinco  rodeleros  y  cinco  con  escopetas,  fueron  resistiendo 
desde  el  amparo  de  ciertas  peñas  á  los  indios  que  no  estorbasen  el  pasar  los  de- 
más, como  se  bizo  pero  cuando  estuvieron  todos  cuarenta  juntos,  les  sobrevi- 
nieron más  de  trescientos  indios  con  aguaceros  de  flechas  y  dardos,  lo  que  no 
estorbó  á  los  nuestros  para  que,  amparados  do  las  rodelas  y  defendidos  de  las 
escopetas,  no  fuesen  ganando  tierra,  hasta  que  so  llegaron  á  diez  pasos  de  dis- 
tancia, desde  donde  hicieron  tal  estrago  en  los  bárbaros,  que  dejando  algunos 
muertos  y  otros  grandes  rastros  de  sangre  de  las  heridas,  se  metieron  por  la 
*  montaña,  que  lo  es  toda  aquella  tierra,  sin  un  palmo  de  sabana  rasa,  avisando  á 
todos  sus  moradores,  que  estaban  sembrados  por  toda  ella,  que  escondiesen  sus 
mujeres,  hijos  y  haciendas,  porque  iba  entrando  una  gente  belicosísima  y  tan 
feroz,  que  pocos  habían  desbaratado  á  tantos.  Debió  de  llegar  esta  voz  á  los 
que  estaban  defendiendo  el  paso,  donde  estaba  rancheado  el  ejército,  y  cómo 
venían  á  ellos  soldados  por  la  otra  banda  del  río,  pues  en  un  instante  se  despa- 
recieron. Con  lo  cual  dijo  el  Gobernador  Rodas  al  Capitán  Don  Antonio  Osorio 
de  Paz,  y  á  su  Maese  de  Campo  Hernán  Sánchez  y  á  otros  con  quien  estaba 
haciendo  Consejo  de  Guerra  :  "  Demos  gracias  á  Dios  que  nos  ha  dado  ganada 
ya  esta  tierra,"  y  preguntándole  la  razón,  dijo  que  por  haber  huido  aquellos 
indios  de  nuestra  tropa  de  soldados,  que  tenían  ya  ganado  el  paso.  Lo  cual  se 
verificó  dentro  de  una  hora,  en  que  llegaron  por  la  otra  parte  el  Santana  y 
sus  soldados  con  buena  suma  de  comidas,  de  que  estaba  bien  necesitado  el 
ejército;  que  fué  rocorrido  luego  con  algunas  balsas  que  se  hicieron  para 
pasarlas,  que  sin  aguardarlas,  pasó  á  nado  el  caudillo,  que  lo  sabía  bien  hacer, 
y  los  dos  Tabordas,  á  dar  cuenta  al  Gobernador  de  lo  hecho,  de  quien  tuvo 
el  Santana  y  los  demás  muy  grandes  agradecimientos  y  cortesías,  acción 
bien  debida  de  los  Generales  á  los  soldados  valientes,  pues  por  ser  el  agrade- 
cimiento espuela  para  que  se  acreciente  la  valentía,  han  venido  muchos,  de 
oficios  bajos  de  mochileros,  á  ser  famosos  Capitanes:  lo  que  no  sucediera  si  sui 
hazañas  no  fueran  loadas  y  estimadas  de  sus  mayores. 


10 


76  FRAY  PEDRO   SIMÓN  (5.*  NOTICIA 

CAPÍTULO  XXXÍV 

,"*  Pasado  el  río,  despacha  Rolas  dos  caudillos,  que  le  traen  presos  algunos  Caciques— 
2."  Eran  guerreros  los  Yameoíes,  cazadores  y  pescadores— 3.«  Por  el  mucho  oro  que 
tenían,  rescataban  con  los  nuestros  cosas  por  alto^  precios— 4, <>  Hállanse  los  sol- 
dados con  mucho  oro  por  esta  ocasión.  Hallan  indios  muertos,  porque  querían 
nuestra  amistad. 


D 


^ESOCÜPADO  yá  el  paso,  sin  que  pareciese  indio  de  contradicción 
para  que  con  mayor  facilidad  pasase  la  chusma  y  carruaje,  mandó 
el  Gobernador  se  hiciese  una  puente  de  bejucos,  que  acabada,  por  la  prisa  que 
todos  dieron,  en  dos  días,  al  tercero  pasó  el  campo  y  los  caballos,  y  comenzaron 
á  marchar  hasta  entrarse  en  la  población,  que  fué  distancia  de  una  legua,  donde 
se  rancheó  el  ejército  y  el  General  con  sus  camaradas  en  una  valiente  casa, 
muy  capaz,  del  Cacique,  que  se  llamaba  Cucubá,  bien  proveída  de  comidas, 
maíz,  yucas,  batatas,  ñames  y  otras  raíces,  y  en  su  circunferencia  muchas 
palmas  de  chontaduros,  todo  de  bueno  y  recio  sustento.  Sentados  allí  ranchos, 
como  no  se  pudiese  dar  vista  á  un  tan  solo  indio,  despachó  el  Gobernador 
cuarenta  soldados  con  dos  caudillos,  Pedro  Alvarez  Centeno  y  Pedro  Martín, 
mestizo,  que  con  veinte  cada  uno  corriesen  las  poblaciones  :  el  uno  el  río  arriba 
y  el  otro  río  abajo,  como  lo  hicieron  en  seis  días  que  llevaban  de  término.  Al 
fin  de  los  cuales,  habiéndose  dado  buena  maña,  volvió  cada  uno  con  buena 
cantidad  de  chusma,  niños  y  mujeres,  con  algunos  Caciques.  A  quien  hizo 
guardar  con  cuidado  el  Gobernador,  por  parecerle  convenir  así,  para  entrar 
con  más  seguro  y  paz  en  la  tierra,  dejando  á  las  mujeres  y  niños,  habiéndoles 
dado  algunas  bujerías  de  Castilla,  con  libertad  para  que  pudiesen  irse  á  sus 
casas  y  volver  todas  las  veces  que  quisiesen  á  ver  á  sus  maridos,  á  quien  pro- 
metió soltar  con  brevedad,  con  que  iban  contentas:  entraban  y  salían  cuando 
querían,  con  otros  Caciques  que  venían  de  paz:  era  toda  esta  gente  muy  chon- 
tal  y  salvajina,  por  no  haber  tratado  jamás  con  españoles,  aunque,  como  diji- 
mos, habían  desbaratado  en  aquellos  pasos  dol  río  á  tres  ó  cuatro  Capitanes 
nuestros. 

2.0  Tampoco  tenían  trato  con  sus  provincias  fronterizas,  antes  mortales 
odios,  y  se  mataban  y  prendían  unos  á  otros,  porque  aunque  estos  Yameoíes 
no  comían  carne  como  los  otros,  tenían  esclavos  de  ella,  presos  en  guerras,  para 
que  les  sirvieran  en  bus  labranzas  y  minas,  y  así  se  halkron  entre  ellos  esclavos 
Pantágoras,  Aburras,  Guamocos  y  aun  Malebúes  de  la  Provincia  de  Mompox, 
de  que  estaban  cercados:  todas  provincias  carniceras,  y  aun  pensando  que  lo 
eran  también  los  nuestros  de  carne  humana,  estaban  medrosos  y  temblando  de 


CAP.  XXXIV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  77 

cuándo  y  cómo  los  habían  de  matar  para  comerlos,  hasta  que  los  sacó  de  estos 
temores  el  bueno  y  noble  trato  que  conocían  en  todos  los  soldados,  en  especial 
en  el  Gobernador,  que  los  trataba  como  á  hijos  en  palabras  y  obras,  con  que 
dentro  de  pocos  días  vino  casi  toda  la  tierra  á  darle  la  paz,  trayéndole  m\ichas 
comidas  y  algunas  joyas  de  oro  del  mucho  que  tenían  represado,  á  causa  de  no 
contratar,  como  dijimos,  con  ningunas  otras  gentes  por  donde  se  pudiese  ir 
desaguando,  y  tener  tan  gruesas  y  valientes  minas  do  ello  (como  se  ha  visto 
hasta  hoy),  de  donde  lo  sacaban,  porque  en  esto  se  ocupaban  los  veranos,  cuando 
no  los  estorbaban  las  guerras,  y  en  hacer  harina  de  pescado,  que  sacaban  del 
mucho  que  tienen  todas  aquellas  quebradas  y  ríos,  que  era  su  principal  comida 
todo  el  año,  aunque  también  hacían  sus  monterías  de  puercos  de  manada  que 
llaman,  que  son  al  modo  de  jabalíes,  aunque  menos  grandes,  y  andan  tres- 
cientos y  cuatrocientos  juntos ;  cogían  muchos  pequeños,  que  amansaban  y 
cebaban  en  sus  casas.  Cazaban  también  otros  animales  y  aves,  de  que  son 
abundantísimas  aquellas  montañas,  con  que  lo  eran  también  sus  comidas  y 
embriagueces  de  chicha,  porque  en  esto  '^corrieron  igual  fortuna  de  embriaguez 
con  todos  los  demás  que  se  han  descubierto  en  estas  Indias, 

3.°  Traían  de  todo  á  los  nuestros  con  mano  pródiga  y  cada  día  más,  por 
el  mayor  cariño  que  les  iban  tomando  por  los  buenos  tratamientos  y  pláticas 
que  les  hacían  el  Gobernador  y  los  sacerdotes  del  ejército,  que  era  el  Padre 
Diego  Vargas,  clérigo,  y  otros,  para  su  bien  temporal  y  espiritual,  por  medio 
de  un  indio  cristiano  de  las  Provincias  de  Cáceres,  criado  entre  nosotros, 
llamado  Tomás  Tolosilla.  Soltó  el  Gobernador  á  los  Caciques,  dando  á  cada  uno 
una  camisa,  que  se  vistieron  allí,  que  fué  el  primer  vestido  que  se  vido  entre 
ellos,  pues  á  todo'3  sólo  los  cubría  el  natural;  púsoles  á  cada  une  un  bonete 
colorado,  con  que  se  hallaban  con  él  y  con  la  camisa  más  galanes  que  el  más 
curioso  cortesano.  Dio  á  cada  uno  una  hacha  de  cortar  y  un  machete  y  otras 
bujerías  de  cuentas  de  varios  colores,  y  en  especial  algunos  pedazos  de  sal, 
que  estimaban  sobre  manera,  por  carecer  de  ella,  si  bien  usaban  de  algunos 
ojos  de  aguas  saladas,  sin  que  hubiesen  tenido  hasta  entonces  habilidad  de 
cuajar  la  sal,  que  después,  por  industria  de  los  españoles,  se  cuajaba  al  fuego. 
Con  esta  libertad  y  buen  tratamiento  de  los  Caciques  y  de  ios  demás  que  en- 
traban y  salían,  se  extendía  á  más]  andar  la  voz  por  todas  las  provincias  y  con- 
ferían lo  bien  que  les  estaba  la  amistad  de  los  nuestros,  y  así  vinieron  cierto 
día  más  de  trescientos  juntos  (si  bien  los  españoles  no  se  descuidaban  un  punto, 
por  lo  que  podía  suceder,  de  andar  alerta  y  con  las  armas  en  las  manos),  car- 
gados do  comidas  y  regalos,  y  mostrándose  muy  joviales  con  todos ;  dieron 
algún  poco  de  oro,  y  repartiéndose  todos  por  los  ranchos  de  los  soldados,  res- 
cataban con  ellos  lo  que  allí  les   mostraban,   á   crecidísimos  precios,  por  ser  el 


78  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (5.*^  NOTICIA 

oro  que  traían   para  ello.  De  suerte  que  á  ellos  les  sobraba  el  oro,  por  faltarles 
á  los  soldados  géneros  que  venderles. 

é.^  Por  una  libra  de  sal,  quo  era  lo  que  más  estimaban,  daban  treinta  y 
cuarenta  pesos  de  buen  oro  ;  por  una  hacha  de  hierro,  sesenta  y  setenta;  veinte 
y  veinticinco  por  un  machete  ó  puñal;  diez  por  un  cuchillo  carnicero;  otros 
tantos  por  una  camisa,  y  aun  quince  y  treinta  por  un  bonete  colorado;  diez 
por  una  aguja  capotera  para  sacarse  las  niguas;  por  un  anzuelo,  seis  y  siete, 
y  así  de  lo  demás;  siendo  el  precio  los  pedazos  de  oro  que  pedía  el  que  vendía 
las  cosas.  Con  que  'dentro  de  diez  días  bullían  entre  los  juegos  de  los  soldados 
más  de  veinte  mil  pesos  de  oro  de  veintidós  quilates  y  medio,  con  que  todos 
estaban  alegrísimos  y  echaban  mil  bendiciones  al  Gobernador  por  haberlos 
traído  á  tal  tierra,  donde  pensaban  hacer  pió  por  el  resto  de  su  vida,  y  ahora 
lo  hicieron  en  este  sitio  por  seis  ó  siete  meses,  hasta  que  al  fin  de  ellos,  car- 
gándoles los  indios  la  ropa  y  matalotajes  y  haciéndoles  los  ranchos  en  el  camino 
y  acudiendo  á  todo  lo  domas  que  se  les  mandaba,  fué  caminando  todo  el  ejér- 
cito hasta  entrar  en  las  Provincias  que  ellos  llamaban  de  Senche  y  Vetue;  diez 
leguas  el  río  abajo  de  este  primer  rancho,  llegaron  á  una  buena  vega  del  río, 
limpia  y  de  muchas  rozas,  gran  suma  de  palmas  de  chontaduros,  que,  por 
otra  parte,  la  bañaba  cierta  quebrada  de  mucho  pescado;  toda  la  circunferencia 
de  la  tierra  era  una  pasta  de  oro.  Rancheóse  el  Gobernador  en  una  gran  casa  que 
hallaron  muy  limpia,  y  los  soldados  en  otras  que  se  hicieron  de  nuevo.  Saliendo 
ciertos  soldados  ya  rancheados  á  chuchear  por  el  monte,  encontraron  en  cierto 
pantanillo  con  quince  ó  veinte  indios  recién  muertos,  que  dando  noticia  al 
Gobernador  y  saliendo  á  verlos,  preguntó  á  los  indios  amigos  que  quién  había 
hecho  aquello,  y  diciendo  ellos  que  irían  á  saberlo,  volvieron  dentro  de  pocas 
horas  con  algunos  indios,  parientes  de  los  muertos,  quo  dijeron  haberlos  muerto 
ciertos  indios  del  Cacique  Mayaba,  y  que  él  mismo  les  ayudó,  porque  decían 
los  muertos  era  bien  dar  la  paz  á  los  españoles,  y  el  Cacique  con  los  suyos  quo 
nó ;  con  quo  vinieron  á  tomar  las  armas,  en  que  prevaleció  el  Cacique,  á  quien 
mandó  luego  el  Gobernador  fuesen  á  buscar  algunos  soldados,  con  guias  de 
los  parientes  de  los  muertos,  que  tray endóselos  allí  y  hecha  la  causa,  los  mandó 
á  castigar,  y  poner  en  libertad  á  las  mujeres  de  los  muertos  que  tenía  presas 
el  Cacioue.  Con  el  cual  hecho  quedaron  más  confirmados  los  indios  en  nues- 
tra amistad,  por  ver  que  aquella  gente  que  venía  á  sus  manos,  de  nuevo  guar- 
daría justicia,  castigando  culpados,  que  hasta  conocer  esto  bien  llegaría  el  uso 
de  la  razón  en  estos  bárbaros,  con  que  acudían  cada  d^  con  más  frecuencia  á 
los  nuestros  con  más  oro,  engolosinados  de  las  cosillas  que  les  vendían,  de 
suerte  que  en  cuatro  meses  ya  había  entre  los  españoles  más  de  cuarenta  mil 
pesos  do  buen  oro. 


OAP.  XXXV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  79 

CAPÍTULO  XXXV 

1 .«  No  mueren  españoles  en  las  conquistas  de  los  Yamecíes— 2.°  Fúndase  la  ciudad  de 
Zaragoza  en  estos  indios,  y  los  que  la  fundaron— 3."  Repártese  la  tierra,  y  con  qué 
modo  — 4."  Las  grandes  riquezas  que  se  hallaron  y  hoy  hay  en  sus  tierras. 

DIJO  el  Eclesiástico  en  el  capítulo  XX,  que  la  sabiduría  y  el  tesoro 
escondidcs  á  nadie  eran  de  provecho,  y  así  parece  que  í)ios  quiso  des- 
cubrir el  mucho  oro  que  tenía  criado  en  estas  tierras,  ahora  4^  /os  españoles,  para 
que  no  estuviese  inútil,  como  lo  había  estado  hasta  allí,  qiíe  lo  crió  para  que  los 
hombres  lo  gozasen  j  le  alabasen  por  ello,  y  aun  porque  esto  fuese  con  más 
facilidad,  sustentaba  pocos  indios  en  aquelloís  países,  y  de  ánimos  blandos  y 
pacíficos  para  con  los  nuestros,  para  que  no  sólo  no  les  hiciesen  resistencia, 
sino  antes  que  les  mostrasen  las  ricas  venas  que  poseían,  y  aun  parece  no  q?  !S0 
Dios  que  con  guerras  muriesen  españoles  en  las  entradas  y  conquistas  de  estas 
tierras,  como  han  muerto  á  la  entrada  y  conquista  de  otras  sanas,  porque  sabía 
bien  los  muchos  que  habían  de  morir,  por  ser  éstas  tan  enfermas,  de  los  que 
habían  de  entrar  á  la  codicia  y  saca  deloro,  como  ha  sucedido,  pues  han  muerto 
innumerables  españoles  llevados  á  aquellos  sitios  de  la  codicia  de  él,  y  era  esto 
de  suerte  y  tan  ordinario  que  en  desembarcando  en  el  puerto  del  río  un  cha- 
petón, iban  algunos  de  los  del  pueblo  al  Cura  y  le  decían  que  cuánto  quería 
por  el  vestido  del  que  desembarcaba,  por  ser  tan  ordinario  el  morirse  en  en- 
trando, y  darle  al  Cura  el  vestido  por  el  entierro. 

2.°  Al  fin,  sin  detenernos  más  á  moralizarla  entrada  aquí  de  estos  espa- 
ñoles, digo  que  viendo  el  Gobernador  la  tierra  pacífica  y  pn  tan  buen  estado, 
y  los  deseos  de  sus  soldados,  que  conformaban  con  los  suyos,  de  que  se  poblase 
ciudad  de  españoles,  habiendo  precedido  todas  las  ceremonias  y  actos  que  sua- 
len  en  las  nuevas  poblaciones,  fundó  una  ciudad  en  nombre  del  Rey,  que  le 
llamó  Zaragoza  de  las  Palmas,  por  las  muchas  que  había  en  aquel  paraje,  que 
era  en  el  Valle  de  Vetue  y  sitio  de  Mayaba,  en  setenta  y  un  grados  de  longi- 
tud del  Meridiano  de  Toledo,  seis  y  diez  minutos  de  latitud  al  Norte,  y  ha- 
biéndole señalado  solares  ¡mra  casas  y  huertas,  nombró  á  los  Capitanes  Don 
Antonio  Osorio  de  Paz  y  Pedro  Jaramillo,  seis  Eegidores  y  Alguacil  Mayor, 
siendo  Escribano  Antonio  Mancipe,  que  yo  conocí  mucho,  y  está  enterrado  en 
este  convento  donde  esto  se  escribe,  y  á  los  fines  del  año  de  mil  y  quinientos 
y  ochenta  y  uno.  Algunos  de  los  soldados  y  Capitanes  que  entraron  con  el 
Gobernador  Eodas  á  la  fundación  de  esta  ciudad  y  allanamiento  de  sus  tierras, 
fueron  el  Padre  Diego  Vargas,  clérigo;  el  Capitán  Don  Antonio  Osorio  de  Paz, 
su  Maese  de  Campo;  Hernán  Sánchez,  Don  Juan  de  Artieda,  navarro,  caballero 


80  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (5.*  NOTICIA 

conocido  y  que  conocí  mucho  por  mi  amigo,  que  dejó  en  esta  ciudad  de  Santaf  é, 
donde  casó  noblemente,  larga  generación;  Hernán  Centeno  y  su  hermano 
Pedro  Alvarez  Centeno ;  otro  Hernán  Sánchez,  sobrino  del  Maese  de  Campo ; 
el  Capitán  Alonso  de  llodas  de  Carvajal;  Lope  Ortiz  de  Poves ;  el  Capitán 
Juan  Fernández  de  Erazo,  Martín  de  Ocampo,  Bernardo  de  Loyola,  Juan  Arias 
Rubial!,  Tomás  de  Nafarmendi,  Pedro  Martín,  Luis  Fernández  de  Sotomayor, 
Benito  Machuca  Sandoval,  Francisco  Sánchez  Archidona,  Pedro  Alonso  Ro- 
mero, Juan  Ramírez  Coy,  Juan  Mateo  Corzo,  Diego  Vivas,  Antonio  Mancipe, 
Gonzalo  Bolívar  Á?;ce  y  Penagos,  el  Capitán  Francisco  de  Arce,  Pedro  de 
Pineda,  Sancho  G-arcía  Molano,  el  Capitán  Francisco  Alférez,  Miguel  de  Triarte 
y  otros.  '^ 

3.°  Habiendo  tanteado  los  pocos  indios  que  había  en  la  tierra,  que  sólo 
erah  hasta  dos  mil  escasos,  trató  de  repartirlos  entre  sus  soldados,  que  siendo 
mudl  os  y  los  indios  pocos,  para  que  si  acaso  algunos,  por  no  alcanzar  repar- 
timientos, desampararan  aquella  buena  tierra,  le  vino  al  Gobernador  una  buena 
traza  como  contentar  á  todos,  y  fué  que  señalando,  según  los  méritos  de  cada 
uno,  á  treinta  ó  cuarenta  indios  efectivos  con  sus  Caciques,  llenaba  la  copia 
desde  éstos  de  otros  indios  con  nombres  imaginados,  hasta  quinientos  y  seiscien- 
tos y  aun  mil,  porque  en  su  mano  era  echar  de  éstos  los  que  quería,  con  que 
quedaban  los  soldados  contentos,  y  enviando  á  llamar  á  aquellos  efectivos,  que 
eran  los  primeros  en  las  copias,  para  que  reconocieran  á  sus  amos  y  encomen- 
deros, les  preguntaban  por  los  otros  imaginados  y  que  sólo  estaban  en  el  papel, 
á  quien  los  indios  respondían  como  gente  bárbara  cuane,  que  en  su  lengua 
quiere  decir  están  muertos,  porque  como  ellos  no  los  habían  conocido,  atribuían 
su  falta  á  la  razón  común  de  la  muerte,  con  que  pasó  el  engaño,  si  bien  algunos 
lo  debieron  de  entender,  sirviéndose  de  solos  aquellos  que  venían,  en  minas  y 
sementeras,  hasta  que  en  pocos  años  vino  á  no  quedar  ninguno,  ni  rastro  de 
ellos,  porque  toda  la  labor  de  minas  de  esta  ciudad  ha  sido  con  negros  esclavos, 
que  luego  fueron  metiendo  allí,  por  irse  luego  á  los  primeros  pasos  de  su  fun- 
dación descubriendo  grandísimas  grosedades  de  oro,  mayores  que  las  que  aun 
en  sus  principios  tuvo  Veragua,  pues  llevados  de  esta  fama  y  mayor  codicia, 
muchos  de  los  de  Veragua  trasladaron  aquí  sus  cuadrillas  de  negros,  con  haber 
de  una  parte  á  otra  más  de  doscientas  legua?,  como  fueron  los  Capitanes  Juan 
Manuel,  Alonso  Buiz,  Diego  Suárez  Manuel,  Juan  Rubio,  Fabián  Ortiz,  Luis 
Prieto,  Alonso  Pérez  Ortiz,  Francisco  Gómez  y  otros,  que  no  les  salió  en  vano 
la  mudanza,  como  lo  certificaron  los  acrecentamientos  d^^us  caudales  y  los  de 
todos  cuantos  han  entrado  en  aquella  ciudad,  así  en  este  primer  sitio  que  ahora 
la  dejamos  fundada,  como  en  el  que  al  presente  tiene,  donde  se  mudó,  que  es  en  la 
misma  margen  del  gran  río  Porse,  que  corre  con  acrecentadas  aguas,  por  haber- 


CAP.  XXXV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  81 

sele  juntado  más  arriba  las  del  Neclií,  que  juntas  vacian  por  la  parte  del  Este 
en  el  de  Cauca,  por  donde  le  sube  todo  el  sustento  en  barcos  y  canoas  á  esta 
ciudad,  hasta  llegar  á  Porse,  porque  entrándose  la  embarcación  por  él,  descarga 
en  los  mismos  cimientos  de  ella,  á  quien  todo  lo  viene  de  acarreto. 

4.0  Las  vacas  y  ganado  de  cerda  le  entran  de  las  sabanas  de  Aburra,  tér- 
minos de  la  ciudad  de  Antiochia  (Uamámosla  ahora  ciudad,  porque  ya  lo  es), 
porque  en  todos  los  de  esta  de  Zaragoza  no  se  cría  ganado  ninguno  mayor  ni 
menor,  por  ser  toda  montañosa ;  pero  su  mucho  oro  le  sirve  de  piedra  imán 
para  estar  abundantísimamente  proveída  de  todo,  que  ha  sido  tanto  lo  que  de 
ella  se  ha  sacado,  que  aunque  no  he  podido  saber  el  número  cierto  desde  que 
fundó  el  Gobierno  la  Caja  Real,  que  fué  el  año  de  mil  y  quinientos  y  ochenta 
y  dos,  (?)  primero  de  Enero  de  mil  y  seiscientos  dos;  desde  ésta  hasta  fin  de 
Abril  de  mil  y  seiscientos  y  veinte  ha  sido  lo  que  ha  entrado  en  la  Caja  Btal, 
de  lo  que  se  le  debe  al  Rey  al  quinzavo  y  al  veinteno  (que  es  conforme  á  la  ca- 
pitulación, y  hoy  les  conserva  este  privilegio),  medio  por  ciento  de  fundición  y 
ensaye,  escobilla,  alcabala  y  las  demás  rentas  y  aprovechamientos  reales,  tres- 
cientos y  setenta  y  tres  mil  y  ochocientos  y  noventa  y  tres  pesos,  cuatro  tomines 
y  ocho  granos  de  oro  de  veintidós  quilates  y  medio.  Pongo  sólo  esto  por  no 
haber  podido  alcanzar  la  cuenta  más  llena,  para  que  por  el  dedo  se  eche  de  ver 
cuan  grande  es  el  gigante  y  la  suma  riqueza  que  se  habrá  sacado  desde  que  se 
fundó  la  Caja  Real  hasta  este  tiempo  que  contamos,  y  se  ha  de  advertir  que 
como  el  oro  tiene  su  valor  y  precio  luego  al  punto  que  sale  de  la  mina,  sin  que 
espere  á  fundición  ni  marca,  según  me  han  informado  los  que  menos  se  alargan 
en  esto,  debe  de  ser  una  tercia  parte  la  que  no  ha  llegado  á  fundición,  marca  ni 
derecho,  y  porque  digamos  también  algo  de  lo  mucho  que  se  ha  sacado  en  el 
distrito  de  la  ciudad  de  Cáceres,  han  entrado  en  la  Caja  Real,  en  quien  también 
entra  la  de  San  Jerónimo  del  Monte,  de  las  mismas  rentas  reales  que  hemos 
dicho  de  la  de  Zaragoza,  desde  el  año  de  mil  y  quinientos  y  ochenta  que  se 
fundó,  hasta  el  de  mil  y  seiscientos  y  diez  y  ocho,  también  al  quinzavo  y  al 
veinteno,  ciento  y  veintiún  mil  y  doscientos  y  ochenta  pesos  y  seis  granos  de 
oro.  Los  ciento  y  dos  mil  y  seiscientos  y  cincufinta  y  dos  pesos,  seis  tomines  y 
dos  granos,  de  veintidós  quilates  y  medio,  y  los  demás  de  diferentes  leyes.  Son 
estas  dos  ciudades  en  lo  espiritual  del  Arzobispado  de  esta  de  Santafé,  no  tiene 
convecino  alguno,  sólo  iglesia  parroquial,  porque  son  de  poca  vecindad,  aunque 
tienen  doctrinas  de  negros  de  minas,  y  la  de  Cáceres  de  algunos  indios  que 
aun  le  han  quedado. 


82  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (5/'   NOTICIA 

CAPÍTULO  XXXVI 

I. o  Hállasele  puerto  á  Zaragoza  por  el  río  de  Cauca,  por  donde  le  entra  el  sustento— 
2.«  Sale  el  Gobernador  á  reedificar  á  San  Juan  de  Rodas.  Edifícase  San  Jerónimo 
del  Monte— 3."  Los  fundadores  de  esta  ciudad,  calidades  de  sus  tierras,  y  sus  entra- 
das— 4.°  Júntase  por  el  Real  Consejo  Antiochia  y  sus  tierras  con  la  Gobernación  de 
Entre  los  dos  Ríos. 

VIÉNDOSE  el  Gobernador  Rodas  poblado  en  tierra  tan  feliz  de  minas 
de  oro  (de  plata  no  se  han  hallado  hasta  hoy),  intentó  luego  buscar 
puerto  por  el  río  de  Cauca,  para  poder  comunicarse  con  los  pueblos  de  Mompox 
y  Tenerife,  que  están  á  las  márgenes  del  Río  Grande  de  la  Magdalena,  y  aun  con 
la  ciudad  y  puerto  de  Cartagena,  por  camino  más  breve  que  por  la  de  Antiochia, 
por  donde  hasta  allí  sólo  se  comunicaban,  y  así  despachó  al  Capitán  Jaramillo, 
entrado  ya  el  año  de  mil  y  quinientos  y  ochenta  y  dos,  con  seis  soldados  y  sus 
armas,  en  una  barqueta  esquifada  que  se  hizo  para  el  efecto,  para  que  embar- 
cándose en  Porse  diese  vista  si  so  podía  por  él  y  el  de  Cauca  bajar  al  de  la 
Magdalena.  Lo  que  hizo  el  Jaramillo  con  brevedad,  y  se  halló  en  cuatro  ó  seis 
días  en  la  ciudad  de  Tenerife,  y  dando  noticia  de  la  grosedad  de  la  tierra  y 
nueva  ciudad  de  Zaragoza,  hizo  codiciosos  los  ánimos  de  muchos  para  subir  á 
ella  con  cargazones  de  matalotajes  y  ropa  de  Castilla  y  aun  con  algunos  negros , 
para  comenzar  desde  luego  á  desvolver  la  tierra  y  sacar  oro ;  y  así  subió  con 
algunos  mercaderes  y  vecinos  que  llevaban  de  todo  esto,  hasta  llegar  á  la  misma 
ciudad  de  Zaragoza,  donde  fué  bien  recibido,  por  tener  ya  necesidad  de  todo  en 
la  ciudad,  en  especial  de  vestidos,  pues  el  mucho  oro  con  que  se  hallaban  les 
solicitaba  á  que  lo  empleasen  en  cosas  de  que  se  veían  tan  necesitados,  como 
eran  vestidos  y  comidas.  Esto,  y  el  ir  entrando  cada  día  más  mercaderes  y 
mineros  á  la  ciudad  de  Zaragoza,  con  que  parecía  ya  iban  teniendo  buen  asiento 
las  cosas  y  vecinos  de  ella,  aseguró  al  Gobernador  Rodas  para  que  dejando  allí 
por  su  Teniente  á  su  Maese  de  Campo  Hernán  Sánchez,  tomase  la  vuelta  de  la 
Villa  de  Antiochia,  donde  tenía  su  casa  y  encomiendas  de  indios,  como  lo  hizo, 
llevando  consigo  algunos  enfermos  para  curarlos  en  ella,  tierra  más  sana,  á 
donde  llegó  con  buen  suceso,  después  de  casi  dos  años  que  había  salido  de  ella 
para  estas  conquistas  de  los  Zameríes  y  población  de  Zaragoza. 

2.°  No  le  parecía  había  hecho  harto  al  Gobernador  en  lo  que  hasta  allí, 
si  no  volvía  á  levantar  los  cimientos  de  aquella  su  primera  fundación  de  San 
Juan  de  Rodas  que  él  había  criado  y  Valdivia  destruido,  y  así  trató  luego, 
entrado  el  año  de  mil  y  quinientos  y  ochenta  y  tres,  de  hacer  leva  de  algunos 
buenos  soldados  para  el  efecto,  y  habiendo  llegado  á  número  de  sesenta,  les 


CAP.  XXVl)  NOTICIAS  DE   LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  83 

despachó  con  el  caudillo  y  Capitán  Juan  de  Ivodas  Carvajal,  su  deudo,  hombre 
cabal  y  de  satisfacción  para  aquella  y  otras  mayores  cosas;  que  llegando  á  la 
Provincia  de  Natave  y  sitio  antiguo  de  San  Juan  de  Rodas,  la  reedificó  con  el 
mismo  modo  que  antes  había  estado,  este  mismo  año,  aunque  duró  poco  más  de 
él,  pues  refrescando  los  naturales  de  aquella  provincia  las  acedías  que  siempre 
tuvieron  con  los  nuestros,  y  la  inmortal  guerra  que  siempre  les  dieron,  como 
hemos  visto,  inquietaron  ahora  tanto  la  nueva  población,  que  obligó  á  los  veci- 
nos á  que  el  año  siguiente  de  mil  quinientos  y  ochenta  y  cuatro  se  pasasen  de  allí 
á  poblar  á  otra  parte  más  cerca  del  río  de  Cauca,  como  lo  hicieron  y  poblaron 
una  villa  que  llamaron  San  Jerónimo  del  Monte  ó  de  las  montañas,  dentro  de 
los  términos  y  jurisdicción  de  Antiochia,  dos  días  de  camino  de  este  gran  río 
á  la  parte  del  Oeste,  tierra  de  valientes  minerales  de  oro,  que  gozaban  sus 
indios;  los  cuales  quedaron  cuando  se  hizo  esta  población  muy  quietos,  que  les 
ha  durado  hasta  hoy  á  los  pocos  que  han  quedado.  Está  el  pueblo  fundado  en 
una  pequeña  sabaneta,  tierra  llana;  hánse  sacado-de  sus  minas  muchas  y  gran- 
des puntas  de  oro  suelto.  Hay  noticia  de  muchas  y  grandes  sepulturas  de  indios 
ricos.  Abrióle  puerto  el  Gobernador  para  que  entrasen  por  el  río  de  San  Jorge, 
que  vacia  en  el  de  Cauca  por  el  Poniente,  todas  las  mercaderías  necesarias  á  la 
corta  población  que  hoy  tiene,  que  no  le  es  de  poca  importancia  la  comunica- 
ción que  tiene  en  la  ciudad  de  Cáceres,  cuatro  días  de  camino,  el  río  Cauca 
enmedio. 

d.^  Los  soldados  y  vecinos  que  ayudaron  al  Gobernador  Gaspar  de  Rodas 
á  allanar  esta  tierra  y  fundar  la  Villa  de  San  Jerónimo,  fueron  el  General  Juan 
de  Rodas  Carvajal,  el  Capitán  Juan  Alonso  de  Santana,  Bartolomé  Díaz,  Fran- 
cisco Sánchez,  el  Capitán  Martín  de  Ocampo,  Juan  Gallegos,  Juan  Mateo  Cor- 
zo, Pedro  Pablo  Sarmiento,  Juan  Pérez  Víctores,  el  Capitán  Diego  de  Avila, 
Alonso  de  Rodas  Carvajal,  hijo  del  Gobernador,  el  Capitán  Juan  Ramírez  y 
otros.  Tiene  grandes  pedazos  de  sabana  y  tierra  limpia,  no  lejos  de  las  monta- 
ñas, para  poder  criar  ganados  mayores,  porque  el  menor,  si  no  son  puercos,  no 
se  da,  por  ser  tierras  calientes.  Vénse  desde  la  cumbre  de  sus  montes,  á  lo  largo 
y  á  una  vista,  las  sabanas  de  Tacozoluma,  las  de  Tola,  Yapel  y  los  llanos  de 
Guazuze  hasta  el  principio  de  la  serranía  al  Poniente.  Goza  de  buenas  aguas, 
todas  de  oro,  de  frutas  de  la  tierra,  como  guamas,  curas  ó  aguacates,  plátanos 
buenos,  guayabas,  de  las  de  Castilla  pocas,  aunque  so  dan  algunas  legumbres  y 
raíces,  yucas,  batatas,  apios  y  mucho  maíz,  y  aun  se  diera  trigo  en  los  altos,  si 
diera  lugar  á  ello  la  espesura  de  la  montaña,  en  que  hay  muchas  suertes  de 
monos.  Hay  otros  animales  fieros  ;  aves  se  ven  muy  pocas  ó  ningunas,  porque 
debe  de  serles  el  país  nocivo,  como  hemos  visto  en  otras  partes  (S.  Gines  de  La- 
jara);  tres  leguas  al  Oeste  de  Cartagena  de  Levante  he  visto  yo  (es  convento  de 

II 


84  FRAY  PEDRO  SIMÓN  (5  *  NOTICIA 

nuestra  Orden)  que  las  aves  todas  que  entran  en  su  huerta  y  se  sientan  en  los 
cipreses  ó  naranjos  (de  que  abunda),  luego  á  un  credo  se  caen  muertas.  Críanse 
en  estas  tierras  de  San  Jerónimo  varias  y  venenosas  culebras;  no  sé  si  hay  algu- 
nas con  orejas,  como  me  certifican  las  hay  en  cierto  quiñón  del  pueblo  de  Ma- 
cheta, junto  á  lo  que  llaman  el  Boquerón  en  este  Reino. 

á.°  Y  porque  se  halle  aquí  consecutivo  (aunque  algo  anticipado),  digo  que 
habiéndose  procurado  por  el  Gobarnador  Gaspar  de  Rodas,  desde  que  le  die- 
ron título  de  esto,  que  se  juntase  á  su  Gobernación  de  Entre  los  dos  Ríos  la 
ciudad  de  Santafé  de  Antiochia,  que  era  de  la  Popayán,  como  hemos  visto,  se 
admitió  en  el  Real  Consejo  de  Indias  su  petición,  por  las  congruencias  y  supe- 
liores  razones  que  hubo  para  ello  :  y  así  se  despachó  provisión  el  año  de  mil 
y  quinientos  y  ochenta  y  seis,  en  que  se  le  adjudicaba  al  Gobierno  de  Entre  los 
dos  Ríos  la  ciudad  de  Santafé  de  Antiochia,  desmembrándola  del  de  Popayán, 
donde  á  la  sazón  era  Gobernador  Juan  de  Tuesta  Salazar,  y  hoy  permanece  de 
esa  suerte  el  Gobierno,  inclusa  aquella  ciudad  en  el  de  Zaragoza,  Cáceres,  San 
Jerónimo  del  Monte,  que  con  ella  son  cuatro  las  ciudades  que  hoy  incluye  en 
sí  el  Gobierno. 


FIN  DE  LA  QUINTA  NOTICIA. 


SEXTA  NOTICIA  HISTORIAL 

DE 

LAS  CONQUISTAS 

DE  TIERRA  FIRME 


CAPITULO  I 

l."'  Dase  principio  á  escribir  la  historia  del  Corsario  Francisco  Drake  como  le  sucedió 
en  estas  Indias— 2.*'  Dase  razón  por  qué  la  escriben— 3.'  Pénense  á  propósito  unas 
palabras  del  libro  de  los  M.icabeos— 4.°  Era  de  nación  inglés.  Arma  navios  en  su 
tierra  con  bríos  de  robar  las  costas  de  las  Indias,  donde  llegó  con  otro  francés. 


E' 


,N  este  año  de  mil  y  quinientos  y  ochenta  y  cinco  era  Gobernador, 
por  el  Rey,  de  la  ciudad  de  Cartagena  Pedro  Fernández  de  Busto, 
más  afecto  á  todos  sus  vecinos  y  los  de  la  comarca  que  venturoso,  pues  aunque 
procuraba  con  benevolencia  acudir  al  Gobierno  y  reparos  de  la  ciudad  para  de- 
fensa de  los  peligros  que  le  podían  sobrevenir,  por  juicios  secretos  de  la  causa 
superior  sucedió  en  su  tiempo,  el  año  siguiente,  el  venir  sobre  ella  y  tomarla  el 
inglés  Francisco  Drake,  cuyo  discurEo  desde  los  principios  que  comenzó  á  vi- 
sitar aquellas  costas  robándolas  y  el  fin  que  tuvo  en  ellas,  no  pudiendo  excusar 
nuestra  Historia  el  escribirlo,  habrá  de  hacerlo  por  entero,  cosa  que  no  pienso 
hasta  hoy  lo  haya  hecho  escriptor  ninguno,  aunque  han  tratado  de  ello  á  pedazos 
algunos,  como  fué  el  Arzobispo  de  Santo  Domingo,  Avila,  que  escribió  (aun- 
que en  suma)  la  toma  de  esta  ciudad  y  la  de  Cartagena  por  este  pirata,  no  sé  á 
qué  propósito,  pues  su  historia  era  de  las  cosas  de  México,  donde  este  inglés  no 
llegó  ni  aun  á  ver  sus  costas,  ya  que  el  Fénix  de  España  y  aun  del  mundo  en 
poesía,  Lope  de  Vega,  hizo  su  Dracontea  de  la  última  venida  y  fin  que  tuvo  este 
hereje  protestante  en  estas  mismas  costas  del  Norte,  y  así,  supuesto  que  tengo 
de  escribir  todo  su  discurso,  me  será   forzoso,  para  coger  la  hebra,  dar  algunos 


86  FEAT   PEDRO   SIMÓN  (G.^  NOTICIA 

p^sos  atrás  de  este  año  que  vamos  escribiendo,  y  otros  adelante,  para  concluir 
coa  ella,  ptjr  ser  imposible,  como  hemos  dicho  en  otras  partes,  proceder  la  Histo- 
ria de  otra  suerte  paríi  ir  con  buen  orden,  y  dar  algunas  cosas  consecutivas  por 
entero,  que  pasaron  en  diversos  tiempos.  Lo  que  nos  enseñan  todos  los  escrip- 
tores  y  lo  que  más  es,  los  libros  historiales  de  las  Divinas  Letras  y  los  doctores 
que  los  exponen,  en  especial  los  que  trataron  de  la  concordia  de  los  Sagrados 
Evangelistas,  por  ser  menos  inconveniente  esto  que  el  disgusto  que  causa  tratar 
á  pedazos  y  con  interpolaciones  las  historias  graves  y  que  deben  contarse  seguí-, 
das.  Pero  quiero  advertir  primero  al  lector  lo  que  advirtió  Don  Francisco  de 
Borja,  Comendador  Mayor  de  Montesa,  en  el  prólogo  que  hizo  á  aquella  Dra- 
contea  de  Lope  de  Vega,  respondiendo  á  la  cita  :  objeción  que  alguno  puede 
dar  diciendo  que  ¿  por  qué  han  do  escribir  españoles  los  felices  sucesos  y  casos 
adversos  que  tuvieron  en  el  discurso  y  encuentros  que  tuvo  este  protestante 
inglés  Francisco  Drake  con  nuestros  españoles  en  estas  costas  de  las  Indias  ? 

2.^  Y  sea,  cuanto  lo  primero,  que  el  descuido  de  unos  suele  hacer  valientes 
á  sus  enemigos,  por  ser  tan  opuestos  el  descuido  al  cuidado,  como  sucedió  á  los 
nuestros  con  este  inglés,  que  estando  seguros  y  aun  descuidados  en  muchas  do 
las  partes  que  él  tocó,  y  confiados  que  no  había  de  llegar  enemigo  á  sus  costas, 
pudo  hacer  este  inglés  algunos  asaltos  y  robos,  y  en  navios  desarmados  y  sin  re- 
sistencia, porque  donde  se  hicieron,  siempre  salió  con  las  manos  en  la  cabeza,  y 
quedaron  los  campos  regados  con  sangre  enemiga  de  nuestra  fe,  de  suerte  que 
no  sacó  un  real  de  estas  Indias  que  no  fuese  á  precio  de  esta  mala  sangre  y 
cuerpos  muertos,  que  quedaban,  como  merecían,  hechos  cebo  de  leones,  tigres, 
perros  y  aves  carniceras.  Lo  segundo,  que  si  consideramos  á  lo  baptissado  estos 
sucesos,  podemos  decir  fueron  como  cuando  el  padre  castiga  con  un  palo  las 
travesuras  de  su  hijo,  y  después  echa  en  el  fuego  el  palo,  que  siendo  el  palo  el 
Francisco  Drake,  con  que  Dios  quiso  justísimamente  castigar  los  excesos  de 
sus  cristianos  que  vivían  con  descuidos,  despachó  este  palo  al  infierno,  quedan- 
do ellos  mejorados  en  la  enmienda,  aunque  llorando  la  pequeña  falta  de  lo  que 
el  enemigo  les  robó  en  ocasiones,  que  fué  como  quitarles  Dios  á  ellos  el  oro  y 
la  plata  y  echarla  en  el  muladar  del  inglés,  para  que  fiasen  sus  católicos  más  en 
él  que  en  las  riquezas,  siendo  más  seguro  que  el  de  ellas  el  camino  de  la  pobre- 
za y  mediana  pasadía.  Todo  este  discurso  y  el  consuelo  cristiano  que  de  él  pue- 
de áalir,  lo  hallaremos  harto  mejor  dicho  que  nosotros  lo  podemos  moralizar,  en 
el  Capítulo  sexto  del  segundo  libro  de  los  Macabeos,  donde  después  de  haber 
tratado  las  grandes  guerras  que  los  infieles  gentiles  habían  tenido  con  el  pueblo 
de  Dios,  ya  ganando,  ya  perdiendo  haciendas  y  ciudades,  mil  altos  y  bajos  que 
había  tenido  de  una  y  otra  parte,  y  últimamente  eT  martirio  de  los  Macabeos, 
dice  así  : 


CAP.  l)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  87 

?).^  "Ruego  muolio  á  los  que  leyeren  este  libro,  que  no  se  admiren  ni  espan- 
ten de  los  infelices  sucesos  que  en  él  se  cuentan,  antes  piensen  que  sucedieron 
no  para  la  destrucción  de  nuestro  pueblo,  sino  para  su  corrección,  pues  es  cierto 
que  el  no  consentir  Dios  que  el  pecador  esté  miiclio  tiempo  en  su  culpa  y  el  no 
dejarle  obrar  según  su  parecer,  sin  castigarlo  luego,  muestras  son  de  gran  be- 
neficio y  merced  suya  ;  porque  no  le  sucede  á  Dios  con  nosotros  lo  que  con  las 
otras  naciones,  á  quien  sufre  con  paciencia  rara  castigar  la  plenitud  de  sus  pe- 
cados el  día  del  Juicio  ;  niños  los  guarda  para  castigaj'los  hasta  lo  último,  por 
lo  cual  nunca  aparta  do  nosotros  su  misericordia,  y  castigándonos  con  cosas 
adversas  (esto  es,  con  la  mano  de  nuestros  enemigos),  no  por  eso  nos  deja 
desamparados  de  su  divina  mano."  Esto  es  lo  que  dice  aquel  Sacrosanto  Capítu- 
lo, que  por  no  tener  necesidad  de  mayor  explicación,  pues  sus  palabras  están 
bien  claras  y  como  nacidas  á  nuestro  intento,  pasaremos  adelante  con  el  que 
tenemos  de  la  historia  de  Francisco  Drake. 

4.0  El  cual  era  inglés  de  nación,  natural  de  la  ciudad  de  Londres,  menos 
que  mediano  do  cuerpo,  pero  de  bien  compuestos  miembro?,  hermoso,  de  rostro 
bermejo,  de  condición  jovial,  discreto;  agudo  en  toda  suerte  de  negocios,  en 
especial  del  militar.  En  su  pequeña  edad  estuvo  en  España  por  paje  de  la 
Duquesa  de  Feria,  que  era  de  su  nación,  de  donde  salió  bien  aljamiado  en 
nuestra  castellana.  Dicen  que  era  sobrino  de  Juan  Acle  ó  Achit,  de  quien 
dejamos  tratado  intentó  apoderarse  de  Cartagena  en  tiempo  del  Gobernador 
Martín  de  las  Alas.  Con  las  de  su  pensamiento»  andaba  siempre,  aun  desde 
mancebo,  volando,  dando  tientos  á  cosas  mayores  y  de  mayor  marca  que  las 
que  en  sus  países  le  había  entregado  la  fortuna,  y  así  buscándola  mayor  en  las 
ajenas,  viniendo  á  acaudalar  un  solo  navio  con  una  ó  dos  lanchas,  ora  fuese 
suyo,  ora  de  compañeros  que  le  ayudaron  á  armar,  y  con  bastante  compañía  de 
diestros  soldados  y  pilotos,  le  puso  su  codicia  la  frente  y  proas  á  estas  Indias 
Occidentales,  con  que  surcando  las  saladas  aguas,  dejó  los  puertos  de  su  isla, 
y  á  no  muchos  días  de  navegación  se  encontró  entre  las  anchas  olas  con  un 
navio  francés  do  los  mismos  intentos  que  los  suyos,  que  antes  de  declararse  el 
uno  al  otro,  se  cañonearon  los  costados,  que  con  algún  daño  de  ambas  partes, 
vino  á  parar  la  refriega  en  hacerse  ambos  una;  declarándose  ser  unos  los 
pasos  que  ambos  daban  y  de  unas  intenciones,  y  habiéndose  concertado  de 
correr  igual  fortuna  en  pérdida  ó  ganancia,  dieron  de  conformidad  velas  al 
viento,  que  los  trajo  sin  zozobra  hasta  dar  vista  á  la  costa  de  la  ciudad  de 
Nombre  de  Dios,  y  anclarse  cerca  de  la  boca  del  río  Chagres,  bien  caudaloso, 
diez  y  ocho  leguas  al  Poniente  de  Nombre  de  Dios,  por  donde  suben  á  Panamá 
de  ordinario  los  barcos  con  mercaderías  para  allí  y  el  Pirú. 


88  FRAY    PEDRO   SIM(5n  (6.*  NOTICIA 

CAPÍTULO  II 

1.»  Llegando  los  piratas  al  río  de  Chagres,  habiendo  hecho  presos,  dan  la  vuelta  de 
Nombre  de  Dios— 2."  Entre  tanto  sus  navios  pillan  una  fragata,  y  lo  más  que  su- 
cedió allí  llegando  con  mucha  plata  robada — 3.°  Vuélvese  al  dueño  el  casco  de  la 
fragata,  Partida  la  plata,  huyese  el  francés— é.»  Toma  el  Drake  la  vuelta  de  Car- 
tagena, codicioso  de  mayor  pillaje,  que  lo  hizo  de  una  fragata  del  trato. 


F' 


lüÉ  su  primera  facción,  llegados  aquí,  saltando  la  gente  bien  armada 
en  dos  ligeras  lanchas,  subir  el  río  arriba,  y  dejándolas  de  secreto 
varadas  en  tierra,  subir  hasta  la  venta  que  llaman  do  Las  Cruces,  camino  de 
Panamá,  donde  robaron  buena  cantidad  do  barras  de  plata;  con  la  cual  vol- 
viendo á  las  lanchas,  las  tomaron,  y  con  los  dos  navios  la  vuelta  de  la  costa  de 
Nombre  de  Dios,  hasta  llegar  á  cierta  caleta  entre  las  islas  que  están  al  Oriente 
del  puerto,  que  es  á  la  parto  de  Cartagena,  donde  dejándolos  ocultos,  saltaron  en 
tierra  y  hicieron  amistad  con  ciertos  negros  cimarrones  que  andaban  fugitivos 
de  Panamá  y  Nombre  de  Dios,  haciendo  mil  estragos  en  cuanto  les  venía  á  las 
manos.  Rescataban  con  éstos  los  ingleses  y  se  informaban  de  todas  las  cosas 
do  Nombre  de  Dios  y  Panamá,  para  donde  los  guiaron  por  caminos  y  trochas 
excusadas,  hasta  poner  los  negros  á  los  ingleses  en  parte  donde  pudieron 
saltear  las  recuas  que  pasaban  cargadas  de  Panamá  á  Nombre  (Je  Dios  con 
la  plata,  que  era  i nnumerable^  cantidad  que  había  bajado  del  Pirú  para  la  em- 
barcación que  se  había  de  hacer  en  los  galeones  para  España. 

2.**  Mientras  los  dos  Corsarios  y  su  gente  se  ocupaban  en  estos  latroci- 
nios, á  cinco  hombres  solos,  ó  marineros  ó  soldados,  qne  habían  dejado  en  guarda 
de  los  dos  navios  gruesos,  les  sucedió  otro  lance  bien  considerable,  pues  fué 
rendir  una  fragata  del  trato  que  un  Juan  Nieto  (de  quien  hemos  tratado  algo  en 
la  Historia)  enviaba  á  Nombre  de  Dios  desde  la  ciudad  de  Cartagena,  bien 
cargada  de  mercancías,  para  que  á  la  vuelta  le  trajesen  un  hermano  suyo  en- 
fermo que  estaba  allí.  Llevaba  solos  ocho  hombres,  á  quien  el  Nieto  dio  orden 
gobernasen  á  sotavento,  apartados  de  estas  islas  (que  las  tienen  infamadas  con 
nombres  de  cuevas  de  ladrones),  por  la  fama  que  había  de  Corsarios,  quo  fué 
causa  que  el  Nieto  no  fuese  en  su  fragata  este  viaje,  en  el  cual  obligados  los 
marineros,  por  la  falta  que  tuvieron  do  agua  en  razón  de  retardarles  calmas  el 
viaje,  á  llegar  á  cogerla  por  aqual  paraje,  se  metieron  entre  las  islas,  llegando 
á  puesto  donde  les  dieron  vista  los  cinco  ingleses  qu^gestaban  guardando  las 
dos  naves  de  los  piratas.  Los  cuales  cinco  quo  despuntó  la  nave,  montando 
cierta  punta  á  vista  de  ellos,  se  arrojaron  en  una  pequeña  lancha  que  tenían, 
en  demanda  de  la  fragata,  á   probar  ventura  contra  ella;  á  los  cuales  no  ha- 


CAP.  Il)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  89 

bien<io  visto  los  de  la  fragata,  se  anclaron  para  hacer  el  aguaje  en  cuya  de- 
manda iban,  y  apenas  habían  saltado  en  tierra  los  ocho  á  la  faena,  cuando 
llegaron  sobre  ellos  los  cinco  ingleses,  con  tan  buena  suerte,  que  les  fué  fácil 
rendir  á  los  ocho,  por  hallarlos  desarmados  y  desapercibidos,  y  así  amarrados, 
metiéndolos  en  la  lancha,  los  llevaban  ú  sus  dos  navios,  dejando  la  fragata  surta 
y  segura,  pues  no  quedaba  gente  que  la  moviese  del  puesto. 

Cerca  del  que  tenían  las  naves  inglesas  vieron  los  presos  á  dos  hombres  á 
la  lengua  del  agua,  amarrados  al  tronco  de  un  árbol,  muertos  á  estocadas  y  con 
otras  heridas,  y  eran  dos  españoles  que  habían  cogido  en  aquellas  costas,  y 
dejándolos  en  los  navios  con  los  cinco  ingleses,  habían  querido  alzarse  con  ellos, 
pretendiendo  matar  á  los  ingleses,  que  por  ser  más,  prevalecieron,  y  sacándolos 
á  tierra,  les  dieron  la  muerte  á  su  gusto,  amarrándolos  primero  á  aquel  tronco; 
de  lo  cual  escarmentados  y  medrosos  los  cinco  ingleses  de  otro  caso  como 
aquél,  metían  cada  noche  á  los  ocho  debajo  de  escotilla,  con  vigilante  cuidado 
de  vela  toda  la  noche,  sacándolos  de  día,  sin  hacerles  mal  tratamiento,  antes 
entreteniéndose  con  ellos,  en  especial  con  uno  llamado  Hurtado,  gran  bebedor, 
con  quien  andaba  largo  el  brindis.  Este  acrecentamiento  de  pillaje  halló  Fran- 
cisco Drake  y  su  compañero  el  francés  cuando  llegaron  á  sus  navios;  lastradas 
las  lanchas  de  barras  de  plata  y  oro,  á  que  no  fué  mala  ayuda  de  costa  y  para 
tomar  la  vuelta  de  su  tierra,  la  mucha  comida  que  llevaba  la  fragata,  por  la 
cual  intercedió  (digámoslo  así)  el  arráez  de  ella,  uno  de  los  ocho  llamado 
Lamparero,  hombre  de  buena  determinación  y  gusto,  pues  llegando  al  Fran- 
cisco Drake,  le  dijo:  "Esta  fragata  es  de  un  soldado,  hombre  cabal  y  de 
mucha  suerte  por  mar  y  tierra,  que  por  ventura  algún  día  visteis  en  España, 
llamado  Juan  Nieto,  á  quien  os  pido  de  merced  se  la  volváis,  pues  lo  mismo 
quisiérades  sucediera  por  vos  si  la  fortuna  os  volviera  el  rostro,  y  este  hidalgo» 
cuya  era,  no  tiene  otra  cosa  con  qué  pasar  su  vida,  por  la  vuestra  uséis  con  él 
de  esta  cortesía." 

3.°  Fueron  tan  á  buen  tiempo  y  con  tan  gracioso  donaire  dichas  estas 
palabras,  que  respondió  el  Francisco  Drake:  "Propósito  tenía  de  abrasarla, 
pero  acudiendo  á  sus  ruegos,  avísale  que  aquí  la  hallará  en  esta  caleta "; 
donde  le  metieron  luego  sólo  el  casco  raso,  por  haberlo  ya  descargado  y  qui- 
tado todas  las  jarcias  y  velambre,  por  quien  también  rogaba  el  Lamparero, 
aunque  no  respondiéndole  á  esto,  por  no  molestar  ni  perder  lo  uno  y  lo  otro, 
tuvo  por  bien  no  porfiar  en  ello. 

Trataron  luego  los  dos  Corsarios,  sin  esperar  á  la  mañana,  de  hacer  partija 
del  oro  y  plata  robada,  como  se  hizo  dividiéndole  todo  con  una  romana  por 
¡guales  partes,  que  se  acabó  de  hacer  á  la  mitad  de  la  noche,  con  que  cada 
cual  entrándose   desde  tierra,  donde  ésta  se  hacía,  en  su  lancha,  se  fué  á  bordo 


90  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (6.»  NOTICIA 

de  su  Davío;  viéndose    el   francés  en  el  suyo  y  con  más  riqueza  que  satisfac- 
ción de  seguro  de  su   compañero    Francisco   Drake,  trató  de  darle  cantonada  y 
apartarse  de  él  antes  que  le  descubrieran  las  luces;  como  lo  puso  por  obra  luego, 
picando  cables  y  á  velas   muertas,  por   hacer    la   fuga  más  en  secreto,  como  le 
sucedió,  pues   habiendo    guindado    velas,  ya  que  estaba  algo  apartado  del  com- 
pañero y  que  la  obscuridad  de  la  noche  impedía    el    poderlas  ver,  se  halló  á  las 
primeras  luces  más   de   veinte  leguas  á  lo  largo,  que  no  fué  de  poca  admiración 
á  los  ingleses   cuando    amaneció   y    se  hallaron  sin  el  compañero  al  lado,  y  que 
les  había  hurtado  la  vuelta,  y  así  el  inglés  trató  luego  (habiendo  dado  un  batel 
al  Lamparero  para  que  con    sus    compañeros  se  quedase  en  tierra),  para  acre- 
centar sus  caudales   (es  una  barra  de  plata  piedra  imán  de  otra),  de  tomar  la 
vuelta  de  Cartagena,  donde  á  la  sazón  gobernaba  Francisco  Bahamón  de  Lugo. 
4.0  Antes  que   este   Corsario    diera    vista  á    la    ciudad,  ya  Lamparero  y 
sus  compañeros  habían  dado   la  noticia    de    la   próxima    invasión    del    pirata, 
que   habiéndose    extendido   con    brevedad   por    toda    la   costa,    llegó  también 
á  tenerla    cierta    fragata    del  trato,  que  viniendo  cargada  de  las  islas,  llegó  á  la 
punta  que  llaman    el   Buhío    del   gato,    seis    leguas  de  la  ciudad  de  Cartagena 
al  Levante,  donde  se   la   dieron;  venía   en  ella,    entre  los  demás  pasajeros,  el 
Capitán   Juan   de   Chaves   con   seis  ú   ocho  negros  esclavos  suyos  (éste  es  de 
quien  ya  tratamos  en  nuestra  segunda    parte,  que  había  entrado  en  este  Nuevo 
Reino  con  el  Adelantado  Don  Alonso  Luis  de  Lugo,  y  casándose  en  esta  ciudad 
de  Santafé,  dejó  larga  y  noble  generación).  El  cual,  sabida  la  nueva  del  pirata 
en  aquel  puesto,  saltó    en    tierra;  y   dejándole    dicho  al  piloto  no  surgiese  de 
allí  hasta  que  él  se  lo  enviase    á   decir,  tomó    la    vuelta  de  la  ciudad,  la  playa 
adelante,  por  donde   a   distancia  de  dos  ó  tres  leguas  encontró  una  atalaya,  que 
á  mayores  pasos   venía   á    avisar  á  la  fragata  no  pasase  de  aquella  punta,  antes 
le  sacasen   la    carga   y    gente,    escondiéndolo   todo  en  el  arcabuco,  por  tener  el 
Corsario  á  la  vista  de   la  ciudad.  Esta   nueva    quiso   volver  á  dar  el  Juan  de 
Chaves,  que  por  ser  ya  larga    la   distancia   y   habérsele    cansado    el    rocín,  no 
pudo  llegar  hasta  otro  día,  cuando  ya  halló  haber  surgido  del  puerto  la  vuelta 
de  la  ciudad,  de  donde   viéndola   en  jolito    y    con   calmas,  le  despacharon  una 
barqueta,  con  aviso  de  que  se  arrime  á  la   costa  y   desembarque   gente  y  ropa, 
como  se  hizo  con   la   gente,  aunque   no   con  la  carga,  y  estaba  ya  surta  y  des- 
embarazada  de   gente,  cuando   dándole   vista    el    inglés,  voló    á    ella  con  dos 
lanchas  ligeras   como    unas   aves,  donde    prendieron    al  dueño  de  ella,  que  se 
había  quedado  amparándola,  y  á  un  criado    del    Juan  ^haves,  natural  francés, 
aunque  bien    aljamiado    en   nuestra  lengua,  y  á  sus  seis  esclavos,  que  llevaron 
presos  al  navio,  no  sin  esperanzas  quo   llevaba  el  dueño  de  la  fragata  de  que  le 
darían  á  lo  menos  el  casco  de  ella,  pues  no  era  poco  caudaloso  el  pillaje  que  de 
elln.  sacaban. 


OAP.  in)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  91 

CAPÍTULO  III 

1.^  Dando  los  negros  Drake  á  su  dueño,  pegó  fuego  á  la  fragata.  Determina  el  Gober- 
nador salgan  á  buscarlo— 2. •  Salen  á  eso  dos  navios  y  lo  que  sucedió  con  el  uno — 
3.°  Huye  el  protestante  de  los  dos  y  escápase  sin  daño— -é.»  Toma  la  vuelta  de  Lon- 
dres, donde  llegó  en  salvamento. 

PUESTOS  los  presos  en  el  navio  inglés  y  presencia  del  Francisco 
Drake,  le  habló  en  su  lengua  el  francés,  criado  del  Chaves,  dioién- 
dole  se  sirviese  dar  aquellos  negros  esclavos  á  su  amo,  pues  á  él  le  servirían  de 
poco,  y  a  su  amo  le  eran  de  importancia,  pues  por  tener  necesidad  de  ellos,  ha- 
bía poco  los  había  comprado.  A  que  el  Corsario  respondió,  tomando  ocasión  de 
la  necesidad  que  le  representaban  se  tenía  de  ellos,  que  fuesen  los  dos  presos  á 
tierra  y  concertasen  el  rescate  de  los  esclavos  con  el  Juan  de  Chaves  ;  que  res- 
pondió, habiéndoselo  tratado,  serle  aquello  prohibido  por  todo  derecho,  y  que  si 
con  el  besamanos  se  los  quería  volver,  recibiría  muy  grande  cortesía.  La  cual 
tuvo  el  inglés  remitiéndoselos,  lo  que  no  hizo  con  la  fragata,  á  los  ruegos  de  su 
dueño,  pues  habiéndola  descargado  y  desjarcido,  le  pegó  fuego.  A  cinco  días 
que  pasó  esto,  llegó  el  Gobernador  á  la  ciudad,  de  donde  estaba  ausente,  y 
tratando  luego  de  que  saliesen  contra  el  Corsario  con  un  navio  de  los  que  esta- 
ban en  el  puerto,  encargó  la  salida  al  misino  Juan  de  Chaves,  que  tomándola 
con  mucho  gusto  á  su  cargo,  por  hacer  aquel  servicio  á  Dios  y  al  Rey,  se  dis- 
pusieron luego  los  pertrechos  de  guerra  y  gente  que  se  había  de  embarcar. 
Entre  los  cuales  iban  Pedro  Suárez  de  Guzmán,  hijodalgo,  conocido  hermano  de 
Juan  Gutiérrez  Tello,  Tesorero  que  á  la  sazón  era  de  la  contratación  en  Sevilla, 
y  un  Fernán  Centeno,  caballero  de  Ciudad  Rodrigo,  y  Francisco  González  de 
Castro,  de  quien  tanto  hemos  tratado  en  lo  de  Santa  Marta,  que  fué,  como  diji- 
mos, Teniente  del  Gobernador  Don  Luis  de  Rojas.  El  cual  Castro  también 
pretendió  esta  salida  con  otro  navio  y  buena  gente  de  mar  y  tierra  que  á  su  de- 
voción se  ofrecían  á  la  salida. 

2.°  Acerca  de  la  cual  hubo  varios  pareceres,  si  sería  más  importante  salir 
uno  solo,  por  no  dar  ocasión  al  enemigo  que  se  huyera,  ó  los  dos  navios,  por 
llevar  máq  fuerza.  Resolvióse  la  diferencia  en  efectuar  esto  segundo,  no  sé  cuál 
de  los  dos  por  cabo ;  pero  salieron  de  noche  del  puerto  por  no  ser  vistos,  aun- 
que por  ver  por  dónde  habían  de  ir,  en  saliendo  se  pusieron  de  mar  en  través 
hasta  que  amaneciera ;  si  bien  el  Juan  de  Chaves,  con  intentos  de  ser  él  el 
primero  que  abarloase  con  el  contrario,  determinó,  en  saliendo  el  lucero  de  la 
mañana,  hacer  volver  la  proa  de  su  navio,  como  fingiendo  huida  hacia  la  boca  del 

puerto,  para  que  viéndolo  huir  el  pirata,  á  quien  tenían  á  la  vista,  a  la  parte 

12 


92  FRAY   PEDRO   Sm(5N  (6.*  NOTICIA 

del  Poniente,  codicioso  del  pillaje,  acometiese  á  él,  como  sucedió  ;  pues  al 
punto  que  dio  vista  al  navio  del  Chaves,  salió  en  su  alcance  el  Francisco  Drake 
con  la  mayor  de  las  dos  lanchas,  bien  esquifada  y  ligera,  con  la  más  de  su  gen- 
te, porque  parte  de  ella  quedaba  con  la  otra  guardando  otro  navio  surto,  que 
habían  pillado  en  aquellos  parajes.  Dispúsose  la  gente  del  navio  de  Chaves  de 
suerte  que  sólo  él  se  parecía  en  pié  arrimado  al  árbol  mayor  ;  encubiertas  las 
armas  con  un  capotillo  de  baldres,  no  descubriéndose  ninguno  de  los  demás, 
por  estar  en  el  combés  tendidos  y  avisados  que  cuando  se  les  fuese  apegando  la 
lancha,  tomasen  las  trizas  y  amainasen  de  romanía.  Llegando  con  brevedad  la 
lancha,  antes  de  embestir  al  navio  se  reparó  y  mandó  el  Francisco  Drake  le 
dijesen  amainase  :  á  quien  el  Chaves  hacía  señas  y  sin  hablar  se  fuese  allegan- 
do, de  que  el  inglés  alterado,  hizo  disparar  un  cañón  grueso,  que  sólo  le  ofendió 
rompiéndole  la  vela  al  navio. 

3.°  El  Francisco  de  Castro,  sentido  de  que  el  Chaves  se  hubiese  hecho  á 
lo  largo  de  él,  tanto  que  lo  había  perdido  de  vista,  sospechando  el  rumbo  y  aun 
la  estratagema  que  había  tenido,  fué  navegando  por  aquel  paraje,  por  donde  á 
poco  rato  dio  vista  á  los  dos  bajeles  que  ya  se  disponían  para  la  refriega,  y  dis- 
poniéndose también  él  y  su  gente,  enarboló  su  bandera  y  dispararon  algunos 
fuera  de  tiempo  sus  mosquetes,  que  fué  bastante  seña  para  que  el  Francisco 
Drake  conociera  ser  armada  que  venía  á  darle  caza,  y  así  haciéndoles  la  guerra 
galana,  como  dicen,  volvió  la  proa  de  su  lancha,  y  con  la  misma  y  mayor  lige- 
reza que  había  venido,  llegó  donde  había  dejado  la  otra  en  resguarde  del  navio 
surto,  al  cual  pegando  fuego,  pasó  con  sus  dos  lanchas  adelante,  y  se  despare- 
ció de  los  dos  navios  nuestros,  dejándolos  burlados  y  manivacíos ;  que  luego 
tomaron  la  vuelta  de  la  bahía  para  dar  cuenta  al  Gobernador  de  lo  que  había 
pasado,  que  los  había  estado  mirando  desde  la  ciudad  con  los  demás  vecinos  de 
ella,  hombres  y  mujeres.  Ordenó  que  saliesen  los  mismos  otro  día  con  otro  barco 
más,  con  treinta  negros  remeros,  para  dar  alcance,  si  con  el  velamen  no  se  pu- 
diese, por  menguar  el  viento.  Tomó  por  su  cuenta  el  barco  Juan  de  Chaves, 
armado  de  buenos  tiros  y  gente  de  boga,  yendo  por  Capitán  de  la  fragata  Pe- 
dro Suárez  ;  con  que  salieron  en  demanda  del  enemigo,  pero  no  bogando  los 
negros  con  la  fuerza  y  bríos  que  quisiera  el  Chaves,  y  por  esto  serles  de  más 
broma  y  tardanza  que  de  comodidad,  los  hubieron  de  dejar  en  la  ribera  y  pasar 
adelante  con  ligereza,  por  refrescarles  el  viento,  con  que  encontraron  luego  con  el 
Drake,  que  para  poner  miedo  á  los  nuestros,  disparó  una  pieza  gruesa  de  una  lan- 
cha, aunque  sin  efecto,  como  no  lo  fué  otra  más  gruesa  que  disparó  el  Chaves, 
pues  hizo  quedar  sin  vida  á  tres  ó  cuatro  de  la  lancha,  con  qile  el  Francisco  Drake 
no  se  atrevió  á  apegarse  más  á  los  nuestros,  antes  se  fué  retirando,  porque  no 
venía  á  ganar  honra  sino  hacienda,  sin  poner  á  riesgo  sus  soldados.  Donde  se 


CAP.  II l)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  93 

verifica  lo  que  dijimos,  que  siempre  volvió  las  espaldas  á  los  que  le  hicieron 
rostro,  como  ahora,  que  volviendo  las  popas  de  sus  lanchas,  navegó  hasta  per- 
derse de  vista.  A  quien  no  siguieron  mas  los  nuestros,  viendo  sor  inútil  aque- 
lla guerra,  si  bien  pretendieron  otro  día  por  la  mañana  volver  á  darle  caza, 
como  lo  hicieran  i'i  no  levantarse  á  las  primeras  horas  del  sol  una  tan  hinchada 
tormenta,  que  excedió  á  cuantas  hasta  allí  habían  visto  los  de  la  ciudad,  con- 
que les  obligó  á  volver  á  su  puesto. 

4.^  También  so  dice  de  este  Corsario  que  en  esta  ocasión  tuvo  por  bizarría, 
mentido  su  nombre  y  poniéndose  el  de  Don  Diego,  entrar  en  Panamá,  á  donde 
estuvo  cuarenta  días  tanteando  en  público,  al  fin  como  espía,  las  cosas  de  aquel 
puerto  y  ciudad,  donde  en  cierta  ocasión  fué  también  testigo  de  una  escriptura, 
y  habiendo  tenido  lugar  en  este  tiempo  de  tomar  entero  conocimiento  de  todo, 
lo  que  pretendía,  pidió  licencia  como  un  español  para  partirse  de  la  ciudad, 
como  lo  hizo  volviéndose  á  sus  lanchas,  y  tuvo  lugar  en  esta  ocasión  para  todo, 
y  al  fin,  pasado  la  que  acabamos  de  decir  con  Juan  de  Chaves,  tomó  de  hilo  la 
vuelta  de  su  patria,  Londres,  á  donde  llegó  con  prosperísimo  pillaje  y  viaje,  donde 
fué  recibido  con  el  aplauso  que  de  ordinario  alegran  las  riquezas,  pues  hasta  la 
Reina  hizo  de  esto  excesivas  demostraciones,  con  cortesías  mayores  que  per- 
mitía sus  Real  persona  ;  pero  al  fin  eran  de  mujer,  y  que  algo  de  aquello  se 
originaba  de  codicia  y  deseos  de  meter  las  manos  hasta  los  codos  en  tan  grueso 
pillaje  como  llevaba  el  protestante  ;  como  se  echó  de  ver,  pues  picada  de  aque- 
lla gruesa  ganancia,  trató  luego  que  se  hiciese  otro  viaje  con  las  fustas,  gente  y 
aparato  que  veremos,  á  costa  de  lo  robado  en  nuestras  costas. 


94  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (6.*  NOTICIA 

CAPÍTULO  IV 

1.0  Sale  el  pirata  Drake  otra  vez  de  Londres,  y  pasado  el  estrecho  de  Magallanes,  llega  á 
las  coatas  de  Lima — 2."  A  donde  se  da  aviso  y  se  previenen,  con  que  no  hace  daño 
considerable— 3.®  Prevenciones  del  Callao  y  Lima  contra  el  Corsario,  que  tomó  el 
rumbo  de  la  costa  abajo— 4.o  Donde  coge  un  navio  nuestro  que  iba  á  Panamá,  y  en 
él  gran  pillaje. 

iICADO  de  la  codicia  y  por  la  sobramano  que  le  había  quedado  á 
Francisco  Drake  de  los  gruesos  pillajes  de  esta  primera  jor- 
nada, se  dispuso  luego  la  segunda,  y  no  sé  si  con  la  intervención  de  la  Reina 
Isabel  y  de  otros  que  la  ayudaron  á  armar,  ó  por  ventura  por  sí  solo, 
pues  su  caudal  sufría  tan  levantado  gasto,  aparejó  cuatro  navios  gruesos  de 
grandes  y  reforzados  tiros,  y  de  gente  de  la  más  diestra  que  se  fué  allegando, 
llevados  de  las  mismas  alas  de  la  codicia  ;  tomó  la  vuelta  de  estas  nuestras  cos- 
tas el  año  de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  nueve,  no  poniendo  las  proas  á  las 
del  mar  del  Norte,  por  haberlas  dejado  avispadas  y  alerta,  sino  á  las  del  Sur, 
arrojándose  á  aquel  anchísimo  piélago  hasta  pasar  por  el  estrecho  de  Magalla- 
nes, donde,  y  en  otros  parajes,  con  arriscadas  y  frecuentes  tempestades,  se  le 
fueron  á  pique  con  toda  la  gente  los  tres  navios,  quedando  solo  el  Francisco 
Drake  con  el  suyo  y  algunas  lanchas,  con  que  dobló  á  la  costa  del  Mar  del 
Sur  y  tierra  de  Chile,  donde,  con  admiración  de  toda  ella,  por  ser,  después  de 
Magallanes,  el  primero  que  la  había  costeado  desde  Europa,  surgió  en  el  puer- 
to de  Coquimbo,  lugar  poco  distante  del  estrecho.  Tuvieron  lugar  sus  morado- 
res de  retirarse  la  tierra  adentro,  sin  dejar  en  el  pueblo  cosa  de  consideración 
en  que  pudiese  emplear  las  garras  de  su  codicia,  y  así  sin  detenerse  aquí,  tomó 
la  vuelta  del  puerto  de  Arica,  que  lo  es  del  gran  cerro  y  provincia  de  Potosí» 
donde  Pedro  de  Valencia,  extremeño,  natural  deTrujillo,  que  á  la  sazón  gober- 
naba aquel  pueblo,  aunque  con  poca  gente,  le  hizo  con  tanta  valentía  frente  al 
pirata,  que  le  obligó  á  poner  la  suya  la  vuelta  de  la  ciudad  de  Lima. 

2.0  Para  donde  despachó  por  las  vuelas  el  Pedro  de  Valencia  al  Virrey 
Don  Francisco  de  Toledo,  aviso  del  ladrón  que  infestaba  los  cristianos  puertos, 
ordenando  al  mensajero  que  en  todos  cuantos  pasara  dejara  el  mismo  aviso,  ccmo 
lo  iba  haciendo  hasta  llegar  á  Pachacama,  donde  á  la  sazón  gobernaba  un  Co- 
rregidor llamado  Pisa,  que  entendiendo  ser  sólo  alboroto  del  mensajero,  por 
estar  tan  descuidados  en  aquellas  costas  de  que  algún  enemigo  llegase  á  inquie- 
tarlas, le  prendió,  y  aun  estuvo  determinado  á  estirarle  'el  cuello,  con  sospecha 
no  fuese  aquello  algún  principio  de  alzamiento  ;  aunque  convencido  con  las  ra- 
zones dol  mensajero,  le  hizo  quitar  las  prisiones  y  aviar  para  que  pasase  adelan- 


CAP.  IIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  95 

te  con  el  aviso  sin  tardanza  ;  pero  la  que  hizo  allí  fué  de  grandísimo  inconve- 
niente, pues  con  ella  les  faltó  tiempo  para  poner  en  cobro  los  navios  del  Callao, 
con  que  hallándolos  descuidados  y  surtos,  el  Corsario  cortó  de  secreto  con  una 
lancha  las  amarras  de  algunos,  de  donde  recogió  buena  cantidad  de  barras  de 
plata.  Quiso  acometer  á  uno  que  era  recién  llegado  al  puerto,  desde  Panamá, 
pero  la  vigilancia  con  que  estaba  hizo  á  la  lancha  del  inglés  que  se  retirara, 
mal  de  su  grado,  á  lo  largo,  hasta  donde  estaba  su  navio  surto,  que  lo  hizo  con 
la  mayor  prisa  que  pudo,  como  la  traían  los  del  Callao  luego  que  echaron  de 
ver  ser  aquel  navio  de  mal  hacer,  de  que  nunca  hasta^allí  se  habían  temido,  vo- 
lando los  de  los  bateles  al  pueblo  y  los  del  pueblo  á  poner  en  cobro  lo  mejor  y 
lo  de  menos  bulto  do  sus  haciendas  y  menaje  de  casas,  y  en  especial  se  hizo 
esto  en  la  Aduana,  de  donde  se  fué  sacando  luego  copiosísimo  número  de  pla- 
ta, tratando  de  asegurarla  con  caballos  y  carretas  en  la  ciudad  de  Lima,  que 
está  de  allí  dos  leguas  la  tierra  adentro. 

3.°  Andaban  todos  tan  sin  color  de  rostro  y  turbados,  que  sin  atender  á 
su  defensa  por  el  terrible  sobresalto  que  los  alteraba,  sólo  trataban  de  retirarse, 
como  lo  hacían  en  tropas  á  la  misma  ciudad  de  Lima  para  amparar  sus  per- 
sonas, hasta  que  cierta  mujer,  dando  riendas  á  su  coraje  y  voz  airada,  lea 
decía:  *'  {  Dónde  vais,  gente  cobarde  y  para  poco  !  indignos  de  llamaros  hom- 
bres, cuánto  más  españoles  !  pues  volvéis  las  espaldas  sin  saber  de  quién,  de- 
jando desamparadas  y  al  riesgo  que  les  puede  suceder  á  vuestras  mujeres  y 
hijos."  A  que  respondieron  ciertos  mancebos  satisfaciendo  á  sus  voces:  "  No 
nos  parece  ser  conveniente  que  esperemos  tan  sin  armas  para  nuestra  defensa 
y  ofensa  del  enemigo,  pues  aun  no  tenemos  mechas,  para  que  siquiera  nos 
vea  con  ellas  el  enemigo  defenderle  la  playa."  Lo  cual  oído  por  la  dueña,  qui- 
tándose la  toca  de  la  cabeza,  torció  de  ella  mechas  y  se  las  repartió,  con  que 
encendiéndolas,  velaron  la  costa  por  sus  cuartos  toda  la  noche,  porque  cuando 
esto  pasaba,  se  iban  ya  cubriendo  hs  luces,  hasta  que  volvieron  las  del  día 
siguiente,  que  vieron  el  navio  del  Corsario  surto  y  sosegado,  bin  tratar  de 
levar  anclas  hasta  las  diez  del  día.  Entretanto,  habiendo  llegado  la  nueva  á  la 
ciudad  de  Lima,  era  de  entretenimiento  los  varios  pareceres  que  la  turbación 
cansaba  en  todos  ;  pero  no  teniéndola  c-1  Virrey,  hizo  tocar  luego  cajas  y  en- 
arbolar banderas  y  junta  de  la  nobleza  popular  y  militar,  y  de  las  armas  y 
pertrechos  con  que  cada  cual  se  hallaba  en  sus  estancias  más  cercanas  y  en  la 
ciudad.  A  donde  era  recién  llegado  Alvaro  de  Avendaño  (sobrino  del  Licen- 
ciado Vaca  de  Castro,  bien  conocido  en  aquellas  Provincias  del  Pirú),  con 
título  de  Adelantado  y  comisiones  largas  para  las  conquistas  de  aquellas  gran- 
des tierras  de  quien  se  tenía  noticia,  que  llamaban  y  hoy  se  llaman  las  islas 
de  Salomón.  Ofrecióse  Don  Alvaro  seguir  al  Corsario  con  su  gente  y  razona- 


96  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (G.**  NOTICIA 

bles  pertrechos  que  tenía  de  guerra.  A  que  no  acudió  el  Virrey,  por  no  ser 
tan  afecto,  según  dicen,  á  su  tío,  y  así  nombró  á  cierto  Capitán  llamado  Pedro 
de  Arana,  hombre  de  satisfacción  y  cabal  para  estas  y  otnis  mayores,  que 
admitiéndole  con  mucho  gusto,  y  quinientos  hombres  que  le  señalaron  de 
compañía,  dispuestos  con  la  brevedad  que  pedía  el  caso,  tomó  con  los  ciento 
la  vuelta  del  Callao,  donde,  por  presto  que  llegó,  ya  no  parecía  la  nao  del  Fran- 
cisco Drake,  porque  después  de  haber  dado  aquel  asalto  en  el  puerto,  no  se 
detuvo  más  de  lo  que  lo  detuvo  la  falta  del  viento,  que  fué  hasta  las  diez  del 
día;  y  así  en  aquella  hora  y  con  velas  hinchadas,  pasó  costeando  en  demanda 
de  los  puertos  de  Paita.  A  quien  pudieran  dar  alcance  los  limenses,  según  los 
valerosos  bríos  y  alientos  con  que  se  embarcaron,  á  no  mudar  de  parecer,  con- 
siderando los  pocos  arcabuces,  tiros  gruesos  y  munición  que  traían  para  contra 
el  navio  inglés,  que  llevaba  pertrechados  los  lados  de  fortísimos  tiros,  tan 
espesos,  que  estaban  unos  sobro  otros. 

4.^  No  saliendo  con  esta  consideración  del  puerto  los  nuestros,  se  dejaba 
correr  el  inglés  seguro  con  viento  galerno,  cuando  dio  alcance  á  un  navio  que 
tres  días  antes  que  llegara  el  inglés  había  surgido  del  Callao,  que  lo  llevaba  ú 
su  cargo  un  piloto  vizcaíno  llamado  San  Juan  de  Antón,  en  que  iba  registrado 
y  del  Rey  un  millón  de  plata  y  oro,  como  decían  los  registros.  xA.penas  le  hubo 
dado  vista  el  protestante,  cuando  calando  vénetas  (?)  y  regando  velas,  daban 
cuanta  prisa  podían  á  correr  la  navegación  para  dar  alcance  á  nuestra  nave 
antes  que  pudiese  esconderse  en  algún  puerto,  como  sucedió,  llegando  sobre 
ella  y  diciéndole  á  grandes  voces:  '^x^maina  !  amaina  1  por  Inglaterra,"  como  lo 
hicieron  viéndose  sin  defensa,  con  tan  poca  gente  como  en  ella  iba,  sin  tiros 
ni  municiones.  Saltó  en  ella  luego  el  Francisco  Drake,  como  tigre  á  becerro, 
y  diciendo  lo  primero  al  piloto:  "  Dame  luego  lo  que  es  mío,  pues  el  derecho 
de  la  guerra  concede  llevar  el  pillaje  al  que  más'  puede,"  comenzaron  á  tras- 
tornar el  navio  y  con  alegría  que  no  se  puede  decir  por  las  grandes  riquezas 
que  en  él  hallaron,  lo  trasplantaron  todo  al  suyo,  hablando  con  palabras  ur- 
banas y  corteses  á  nuestra  gente,  no  poco  afligida  del  suceso,  consolándoles  con 
alegres  palabras  y  dándoles  algunas  piezas  de  manes  y  holandas  de  las  que  él 
traía,  zaragüelles,  jubones  y  otros  vestidos  de  seda,  que  recibían  los  nuestros, 
disimulando    cuanto   pedían    sus   pesares,  por   tomarlo   todo  tan  bien  vendido. 


CAP.  V)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUÍSTAS  DE  TIERRA  FIRME.  97 

CAPÍTULO  V 

1 ."  Habla  el  protestante  á  los  nuestros  con  palabras  chocantes,  con  que  pretende  con- 
solarlos—2.»  Dales  el  casco  del  nsxvío  y  coge  otro  de  no  menores  pillajes— 3."  Coge 
otro  de  Panamá,  de  donde  salió  gente  en  su  demanda,  sin  poier  tener  noticia  de 
él— 4.»  Salen  también  dos  navios  de  Lima  á  buscarle,  que  no  hallándole,  pasa  el 
uno  en  España  y  da  aviso— 5.°  Coge  otro  navio  de  ropa  de  la  China.  Alborótanse 
los  indios.  Llega  el  Corsario  á  Londres  sin  zozobra. 

MOSTRÁBASELES  el  inglés,  para  más  consolar  á  nuestros  pasajeros, 
alegre  y  jovial,  y  decíales  facecias  de  chocante  :  *'  Bien  veis 
cómo  venimos  de  tierras  tan  remotas  á  buscar  la  abundancia  de  riquezas  de 
que  á  solas  gozáis  vosotros  en  estas  tan  fértiles  de  oro  y  plata,  de  que  será 
bien  todos  participemos,  pues  todos  somos  hijos  de  Adán  y  Eva,  y  no  me 
podréis  mostrar  en  el  testamento  de  Adán  alguna  cláusula  en  que  diga  que  á 
solos  los  españoles  deja  por  herederos  de  estos  países,  y  si  acaso  me  la  mos- 
tráredes,  confesaré  no  tener  á  esto  ningún  derecho ;  pero  si  no,  estad  ciertos 
que  llevará  más  quien  más  pudiere."  A  todo  esto  estaba  el  piloto  San  Juan  tan 
embelesado  del  caso  repentino  y  nunca  pensado,  que  parecía  estar  fuera  do  sí, 
y  acrecentaba  el  sentimiento  el  pensar  no  se  imaginase  que  aquella  hacienda 
del  Eey  y  particulares  se  había  pillado  por  su  descuido  ó  malicia.  Lo  que 
por  alegrar  al  piloto  pretendió  reparar  el  Francisco  Drake  con  otra  facecia, 
diciéndole:  "  No  te  dé  pena  que  yo  te  haya  quitado  esto,  pues  de  todo  te  daré 
carta  de  pago,  y  aunque  te  tomase  más,  lo  tuvieran  por  bien  los  Oficiales  Reales, 
y  aun  se  alegrarán  lo  haya  tomado  sin  que  hayamos  venido  á  las  manos  ni 
derramar  sangre;  pues  el  atrevido  nunca  lleva  vana  confianza;  demás  que  bien 
se  sabe  que  Philipo  me  debe  todo  esto  por  lo  que  le  quitaron  á  mi  tío  Juan 
Acle,  cuya  desgracia  tengo  por  propia,  de  cuya  deuda  me  he  hecho  ahora 
la  libranza,  que  ojalá  pudiera  ser  de  otra  tanta  más  cantidad ;  pero  aunque  no 
ha  sido  más  que  ésta,  te  celebraremos  este  día  y  tu  fiesta  en  él  cada  año,  pues 
te  llamas  San  Juan  y 

2.0  "  Toma  tu  navio  y  marineros  y  vete  con  la  bendición  de  Dios  á  Panamá 
y  diles  que  el  estrecho  que  llaman  de  Magallanes,  no  lo  es  sino  mar  ancho, 
que  ya  yo  me  sé  de  coro  y  traigo  sondado,  con  que  no  tienen  que  descuidarse 
por  los  malos  ratos  que  sin  duda  les  daré  ordinarios  de  aquí  adelante,  eu  que 
querría  hallar  gruesos  pillajes,  mayores  que  el  que  ahora  he  tomado  ;  pues 
aunque  es  algo,  ?e  extienden  mis  deseos  á  muchos  mayores."  Ejecutando  el 
San  Juan  con  brevedad  la  licencia  que  se  le  había  dado,  sospechoso  no  se  le 
revocara,  sin  advertir  á  lo  que  le  decía,  se  dio  á  la  vela,  y  avisos  á  todas  partes 


98  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (6.°  NOTICIA 

donde  tocaba,  de  cómo  le  había  ido  en  la  feria.  Pasó  también  el  Corsario  ade- 
lante, á  donde  á  pocas  leguas  le  vino  á  las  manos  otra  fragata  del  trato,  que  había 
salido  del  puerto  de  Guayaquil  para  el  de  Callao,  cargada  de  mercancías,  co- 
midas, pólvora,  brea,  sebo  y  jarcia,  que  le  vino  á  pedir  de  boca  y  como  lo 
deseaba  el  pirata  para  su  derrota,  que  parecía  en  todo  andaba  con  fortuna  dere- 
cha, pues  con  tanta  facilidad  y  sin  riesgo  iba  llenando  su  deseo  de  cuanto  ape- 
tecía ;  por  donde  vinieron  algunos  á  pensar  que  algún  Demonio  familiar  con 
quien  tenía  hechos  sus  contratos  le  sazonaría  estos  sucesos,  por  tenerlo  ya  por  uno 
de  los  mas  seguros  de  su  partido,  si  bien  esto  tiene  menos  fundamento  (pues 
le  basta  al  día  su  malicia)  que  el  decir  causarlo  más  de  estas  buenas  suertes  su 
sagacidad  y  diligencia,  opuesta  al  descuido  de  los  que  encontraba;  pues,  como 
dijimos,  la  cobardía  y  descuido  de  unos  cría  valentía  en  sus  contrarios,  como 
en  estas  dos  ocasiones  hemos  visto,  porque  siempre  volvió  las  espaldas  cuando 
le  hicieron  á  este  ladrón  resistencia  en  otras. 

3.^  Pasando  este  Corsario  hacia  las  costas  de  Nueva  España,  desvolviendo 
cuantos  puertos  y  ancones  baña  por  allí  el  mar  del  Sur,  descubrió  otro  bajel, 
que  habiendo  salido  de  Panamá  cargado  de  vinos  y  otras  mercancías,  llevaba 
la  vuelta  de  Nicaragua.  A  quien  darle  vista  el  protestante  y  apoderarse  de  él 
fué  todo  uno,  sin  preceder  sangrientas  contiendas,  ni  gastar  más  tiempo  que 
el  que  fué  menester  para  abordar  con  él.  Alegraba  á  los  despojados  de  la 
fragata  y  carga  el  inglés,  diciéndoles:  "  Sola  esta  presa  me  faltaba  para  volver 
la  proa  y  hacer  ausencia  de  estos  mares,  aunque  primero  tenía  intentos  de  dar 
carena  y  lado  en  la  isla  de  Pinas,  donde,  si  determinaban  buscarlo,  lo  halla- 
rían." Volvióles  con  esto  la  fragata  y  algunas  cosillas  de  las  que  él  traía  (no 
de  las  que  ellos,  pues  nada  de  la  plata  y  el  vino  hizo  larga)  para  consolar  su 
decaimiento  y  sentimiento  de  la  pérdida,  con  que  tomaron  los  nuestros  la  vuelta 
de  Panamá,  dando  nueva  del  suceso  y  de  lo  que  había  dicho  el  pirata,  que 
aunque  lo  tuvieron  por  ficción  y  estratagema,  y  que  por  ser  tan  enemigo  de 
nuestra  fe  y  nuestro,  se  había  de  entender  lo  contrario.  Determinó  aquella 
Keal  Audiencia  saliesen  en  su  demanda  cien  soldados  que  estaban  efectivos  en 
la  ciudad  para  la  guerra  del  Ballano,  que  habiendo  salido  y  trastornado  con 
diligencia  cuantas  puntas,  puertos  y  ensenadas  había  en  las  costas  de  Tierra 
Firme  y  islas,  fué  en  vano,  pues  ni  aun  noticia  pudieron  tener  del  ladrón.  La 
cual  llegando  también  á  la  ciudad  de  Quito  y  alborotado  la  tierra,  enviaron  con 
la  brevedad  posible  cien  hombres  para  esforzar  la  defensa  del  puerto  de 
Guayaquil,  y  por  su  General  Eodrigo  Salazar,  el  corcobíido. 

4.0  Y  aun  no  hallándose  con  esta  prevención  y  otras  seguros  los  de  aquel 
Reino  de  Quito,  se  dispusieron  los  sacerdotes  á  defender  la  parte  que  les  cupie- 
ra, con  las  armas  en  las  manos,  nombrando  por  cabeza  al  Padre  Juan  de  Leguí- 


tJAP.  V)  NOTICIAS  DE  LAS  COÑQülSÍ  AS  DE  TIERRA  FIEWS.  B9 

samo,  sacerdote,  aunque  todo  vino  á  parar  en  prevención  aparente,  porque  los 
intentos  del  Corsario  nunca  fueron  más  que  hacer  bella  guerra  en  las  aguas,  sin 
hacer  pié  en  la  tierra,  por  entonces,  hasta  verse  en  otra  ocasión  con  más  posible 
de  armas,  gente  y  navios,  como  lo  hizo  en  las  otras  dos  que  volvió  á  estas  cos- 
tas del  mar  del  Norte,  como  veremos.  En  ésta  no  se  descuidaba  el  Virrey  de 
Lima,  pues  juntando  una  lucida  compañía  de  quinientos  soldados,  y  por  Gene- 
ral á  I>on  Luis  de  Toledo,  su  primo,  los  despachó  con  la  brevedad  posible  y 
dos  navios  en  demanda  del  inglés,  que  gastando  gran  número  de  días  trastor- 
nando cuantos  puertos  tiene  aquella  costa,  fueron  diligencias  tan  en  vano 
como  si  buscaran  á  quien  jamás  había  dado  vista  á  aquellos  mares,  por  wrra  ni 
^n  navio;  y  así  el  uno  de  éstos,  en  quien  iba  por  Capitán  Pedro  Sarmiento, 
hombre  cabal  y  de  mucha  satisfacción  y  elegante  en  su  persona  y  palabras,  se 
determinó  á  pasar  el  estrecho  de  Magallanes,  y  con  favorables  vientos  surgió 
en  los  puertos  de  España,  donde  dio  la  nueva  del  suceso  del  pirata,  desde  donde 
tomé  la  vuelta- de  estas  costas  y  ciudad  de  Cartagena,  con  recados  que  trajo  del 
€onsejo  en  orden  á  lo  que  iba  sucediendo. 

5.0  Habiendo  d«do  lado  el  protestante  á  sus  fustas  donde  mejor  le  pareció, 
sin  molestia  de  los  muchos  que  andaban  dándole  alcance,  se  hizo  á  la  mar  con 
viento  próspero,  viniéndole  otra  prosperidad  á  las  manos  de  una  buena  fragata 
cargada  de  ropa  de  la  China,  que  había  salido  del  puerto  de  Acapulco,  donde  so 
hace  la  embarcación  y  desembarcación  ordinaria  de  la  China;  fuéle  tan  fácil  aj 
inglés  coger  esta  fusta  como  las  demás,  sin  estorbos  de  guerras  sangrientas: 
felicidad  que  se  le  juntó  al  grueso  pillaje  que  halló  en  ella,  pues  lo  más  vil  de 
sus  mercancías  eran  rasos  y  damascos,  y  entre  esto  hubo  á  las  manos  un  mapa 
puntualísimo  y  verdadero  de  todos  aquellos  mares,  puertos,  puntas  y  bahías, 
que  no  lo  estimó  en  menos  que  el  resto  de  lo  que  hasta  allí  había  pillado,  aun- 
que eran,  como  hemos  visto,  innumerables  riquezas,  pues  le  venía  á  la  mano 
cuanto  deseaba  y  aun  mucho  más  de  lo  que  pudo  imaginar  (por  no  llevar  gente 
en  el  suyo  que  lo  marease)  y  de  lo  necesario  para  su  viaje,  que  lo  hicieron 
tomando  otra  vez  la  vuelta  de  Acapulco.  No  falta  quien  dé  noticias  de  haber 
los  indios  de  aquellas  costas  escrítole  cartas  al  Francisco  Drake,  ofreciéndole 
favor  si  se  determinase  á  saltar  en  tierra  contra  sus  encomenderos,  que  no  lo 
tendríamos  por  cosa  nueva  ser  esto  así,  conociendo  la  facilidad  y  poco  discurso 
de  estos  naturales,  pues  aun  en  los  de  este  Nuevo  Reino  de  Granada,  con  haber 
tanta  distancia  de  una  á  otra  parte,  hicieron  la  misma  conmoción  y  alteración 
las  nuevas  que  de  este  Corsario  les  llegaron,  porque  yéndose  acrecentando  á 
cada  legua,  entró  una  fama  entre  ellos  de  que  venían  ya  otras  gentes  más 
valientes  que  los  españoles,  que  ni  oían  misa  ni  se  confesubac,  ni  había  entre 
ellos  clérigos  ni  frailes,  y  que  dejaban  vivir  á  los  indios  como  querían,  que  era 

13 


loo  PKAY  PEDRO  SIMÓN  (6.»  KOUCIA 

lo  que  más  apetecían,  y  aun  á  lo  que  más  les  persuadían  los  más  ladinos,  que 
Bon  (como  hemos  dicho  muchas  veces)  el  mayor  estorbo  para  la  conversión  de 
estos  naturales.  El  Francisco  Drake,  con  loa  pillajes  que  hemos  dicho,  y  sin 
estorbos  de  malos  sucesos  de  mares  ni  vientos,  llegó  en  salvamento  al  puerto  de 
Plemua,  y  de  él  á  Londres,  donde  fué  con  soberbio  aplauso  recibido  de  la  Reina 
y  nobleza,  pues  las  riquezas  con  que  entró  á  todos  inclinaba  á  eso.  De  ellas 
compró  grandes  estados,  rentas  y  juros,  que  todo  fué  como  beber  salado,  para 
no  aplacar  la  sed  de  su  codicia,  como  veremos. 


CAPÍTULO  VI 

1,<>  Tornó  otra  vez  el  Corsario,  en  compañía  de  su  Reina,  á  armar  otra  gruesa  flota  para 
estas  Indias— 2.0  Aguarda  la  nuestra  de  mar.  en  través.  Repara  Dios  este  daño 
con  una  tormenta  que  vino  á  nuestras  naves.  Da  sobre  la  costa  de  Galtcia— 3.<»  Dan- 
do sobre  Cabo  Verde,  lo  roba  y  quema,  desde  donde  se  da  aviso  á  la  Isla  Española. 
é.<>  Que  estando  bien  descuidada,  pudo  hacer  menores  prevenciones  de  defensa  que 
hubo  menester. 

CONSIDERANDO  la  condición  humana,  y  cuan  lastimada  quedó  por 
el  pecado,  y  sin  fuerzas  para  poder  tener  el  freno  á  la  codicia,  no 
se  nos  hace  de  nuevo  ser  unas  ganancias  causa  de  aspirar  á  otras,  en  especial 
entre  gentes  que  viven  sin  ley  y  contra  Dios;  llamo  sin  ley  á  los  que  no  guar- 
dan la  suya,  antes  le  contradicen  en  lo  que  tiene  propuesto  de  la  creencia  que 
le  deben  dar  los  hombres,  como  en  este  Reino  de  Inglaterra,  por  su  malicia  y  se- 
cretos juicios  de  Dios,  ha  sucedido.  Vídose  este  discurso  pintado  al  vivo  en  esta 
facción  de  Drake,  pues  no  quedó  satisfecho  con  las  muchas  que  en  los  dos  viajes 
pasados  había  conseguido;  quedándole  sabrosa  la  mano,  y  á  él  y  á  la  Reina  Isabel 
la  codicia  acrecentada,  hicieron  compañía  para  tomar  otra  vez  la  vuelta  de  estas 
costas,  y  así,  haciendo  en  nombre  de  ella  todas  las  negociaciones,  se  comenzó  á 
poner  en  efecto  la  disposición  de  una  gruesa  armada  para  el  intento,  con  con- 
ciertos que  de  cuanto  se  pillase  se  hiciesen  seis  partes:  una  para  la  Reina  y  otra 
para  el  Francisco  Drake,  que  era  el  General  de  la  armada;  y  las  cuatro  para 
los  soldados,  repartidas  según  los  méritos  de  cada  uno.  Pusiéronse  luego  á  pique 
para  navegar  sobre  treinta  galeones  fuertes,  con  casi  veinte  fortísimas  lanchas; 
armas  de  todas  suertes,  innumerables,  ofensivas  y  defensivas,  para  siete  mil 
hombres  que  se  alistaron  para  el  viaje;  más  de  los  seiscientos,  caballeros  de 
grandes  linajes;  del  resto,  la  mayor  parte  prácticos  guerreros,  aunque  de  toda 
broza,  todos  desde  treinta  hasta  cuai'cnta  años,  pues  el  de  más  se  dice  era  el 


OAP.  vi)  noticias  de  las  conquistas  de  tierra,  firme.  101 

Oeneral,  que  no  pasaba  de  cuarenta  y  cinco.  Su  Lugar  Teniente  se  llamaba 
Cristo plioro  Carlil;  Martín  Frowiclier,  vice- Almirante,  y  Sargento  Mayor 
Antonio  Powele.  Las  jarcias  de  los  navios  se  embarcaron  todas  por  duplicado; 
bergantines  labrados  en  piezas  para  lo  que  ofrecieran  las  ocasiones,  y  para  lo 
mismo  muchas  fraguas;  por  lastre  ladrillo  y  cal  (aunque  es  porte  peligroso, 
pues  como  vimos  los  años  pasados,  saliendo  una  fragata  de  Cartagena  para 
Puertobelo,  que  llevaba  cal  por  lastre,  haciendo  agua  se  fué  empapando  la  cal, 
en  qtie  se  solapaba  el  peligro,  que  luego  se  experimentó  yéndose  todos  á  pique 
sin  remedio),  para  si  se  ofrecía  labrar  murallas  ú  otros  pertrechos  en  algún 
sitio. 

2.*'  La  primera  intención  i  que  puso  la  frente  este  Corsarío  con  toda  esta 
máquina  de  flota  y  gente,  fué  procurar  haber  á  las  manos  la  flota  que  iba  de 
estas  Indias  este  año  de  mil  y  quinientos  y  ochenta  y  cinco,  que  fué  cuando  él 
se  dio  á  la  vela  de  los  puertos  de  Inglaterra,  y  así,  poniéndose  en  cuarenta  y 
cinco  grados  ^que  soa  los  que  reconocen  las  armadas  que  van  á  Castilla  de  estas 
Indias,  para  desde  ellos  descaecer  y  entrar  por  la  barra  de  San  Lucar,  que  está 
en  36  grados)  de  mar  ea  través,  hechas  media  luna  sus  cincuenta  velas,  estuvo 
al  paso  aguardando  la  flota  algunos  días,  la  cual  saliendo  de  Cartagena  y  de  la 
Habana,  de  quien  iba  por  General  Don  Antonio  Osorio,  un  caballero  natural  de 
la  Villa  de  Medina  del  Campo,  fué  navegando  con  buen  viaje,  guiándola  un 
diestro  piloto  llamado  Alonso  Ramos,  que  dicen  había  venido  por  orden  del 
Consejo  á  Cartagena  para  el  efecto  en  el  navio  de  aviso  que  trajo  la  nueva  de 
la  salida  de  este  pirata  para  estas  costas  ;  llegó  sin  zozobra  á  ponerse  en  altura 
de  casi  los  cuarenta  y  cinco  grados,  que  fuera  imposible  dejar  de  dar  en  las 
manos  del  inglés  protestante,  á  no  sobrevenirles  á  nuestras  naos  una  tormenta, 
con  que  le  desbarató  el  rumbo  y  se  libró  de  sus  garras,  llegando  en  salvamento 
á  San  Lucar,  que  por  haber  sido  tan  de  repente  y  á  tiempo  la  tormenta,  la  lla- 
maron la  flota  del  milagro.  De  la  cual  viéndose  ya  frustrado  el  inglés,  habién- 
dola aguardado  hasta  cuatro  de  Octubre  de  aquel  año,  diciendo  á  sus  Capitanes 
ser  ya  en  balde  el  trabajo  y  cuidado  de  estar  allí  para  aquel  intento,  tomó  la 
vuelta  de  la  isla  y  ciudad  de  Bayona,  en  el  Reino  de  Galicia,  y  en  especial  llega- 
ron todos  juntos  á  Vigo,  donde  por  dar  de  repente  en  ella  y  sus  pueblos  circun- 
vecinos, no  dejó  de  sacar  razonable  pillaje,  en  especial  habiendo  habido  á  las 
manos  una  barca,  donde,  por  escaparlas  de  sus  manos,  habían  metido  sus  vecinos 
las  mayores  de  sus  riquezas,  y  entre  ellas  los  eclesiásticos  ornamentos,  con  una 
cruz  de  mucho  precio ;  que  todo  lo  tendría  de  hasta  cuarenta  mil  ducados,  y 
fuera  mayor  el  robo,  si  con  brevedad  no  acudiera  á  hacerle  frente  gran  copia 
de  soldados  de  la  tierra  adentro,  que  le  obligaron  á  embarcarse,  con  pérdida  de 
alguna  gente;  desde  donde  tomó  la  vuelta  en  demanda  de  las  islas  Afortunadas 


102  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (6.**  NOÍICÍÁ 

donde  pretendiendo  saquear  la  de  la  Palma,  le  sucedió  al  contrario,  por  la  va- 
liente resistencia  y  vigilancia  con  que  la  halló,  pues  fué  tal,  que  en  las  refriegas 
que  tuvieron,  le  echaron  á  pique  en  el  puerto  dos  navios  y  algunas  lanciías. 

3.»  Acedo  de  esto  el  inglés  y  obligado  á  embarcarse,  puso  la  mira  en  sa- 
quear las  islas  Terceras,  que  no  saliéndole  bien  por  la  buena  defensa  que  se  le 
hizo,  tomó  la  vuelta  de  la  isla  de  Cabo  Verde,  donde,  por  cogerla  de  sobresalto 
y  al  descuido,  sin  fuerza  de  armas,  municiones  ni  gente,  aunque  se  le  hizo  al- 
guna resistencia,  retirándose  los  vecinos  portugueses  la  tierra  adentro,  le  dejaron 
la  ciudad  sola,  en  que  emplearon  sus  manos  toda  aquella  nefanda  canalla,  hasta 
dejarla  toda  por  el  suelo  convertida  en  pavesa,  después  de  haberle  sacado  no 
pequeños  despojos  ;  con  que  se  dio  á  la  vela  esta  flota  la  vuelta  de  la  isla  de 
Santo  Domingo,  dejando  aquel  puerto.  A  donde  llegando  de  allí  á  dos  días  un 
portugués  con  un  carabela  y  viendo  el  estrago  de  la  ciudad,  y  informándose  de 
la  derrota  que  llevaba  el  pirata,  puso  las  diligencias  posibles  para  cobrarle  ven- 
tajas y  avisar  en  la  Española,  como  le'  sucedió,  pues  llegó  á  ella  y  ciudad  de 
Santo  Domingo  tres  días  antes  que  el  Francisco  Drake,  con  que  pudo  tener  la 
ciudad  aviso  para  hacer  más  reparos  y  defensas  de  las  que  tuvo,  porque  aun- 
que entró  dando  voces,  con  cristiano  celo,  este  arráez,  del  enemigo  qae  venía 
sobre  la  ciudad,  no  sólo  no  lo  creyeron,  pero  aun  teniéndolo  por  cosa  de  embus- 
te, lo  prendieron,  y  mandó  el  Presidente  de  la  Audiencia,  que  era  el  Doctor 
O  valle,  le  secuestrasen  sus  bienes,  por  si  acaso  tenía  aquello  algo  de  embuste  y 
novela,  con  sólo  fin  de  inquietar. 

4.°  Con  todo  eso,  por  este  aviso  y  el  que  tenía  dado  el  Eey  Prudente, 
Filipo  Segundo,  allí  y  en  todos  los  demás  puertos  de  esta  costa  del  Norte  y 
Nueva  España,  se  hizo  lista  de  los  que  podían  tomar  armas  en  la  ciudad,  y  ee 
hallaron  sobre  mil  hombres  ;  pero  tan  mal  pertrechados  y  con  tanto  descuido 
y  faltos  de  armas  (por  no  poderse  persuadir  á  que  el  enemigo  les  había  de 
llegar  á  aquellos  puertos,  por  no  haber  llegado  jamás  nadie  que  los  moléstase  en 
casi  cien  años  que  había  que  se  habían  puesto  los  primeros  cimientos  á  aquella 
ciudad,  que  fué  el  año  de  mil  y  cuatrocientos  y  noventa  y  tres),  que  sólo  se  ha- 
llaban algunos  vecinos  con  algunas  picas  y  lanzas  que  habían  heredado  da  sua 
padres  ó  abuelos,  conquistadores  de  la  tierra,  y  algunos  arcabuces,  pero  sin 
pólvora,  balas  toi  otras  municiones.  Todo  lo  cual,  y  la  inclinación  á  la  ociosidad, 
no  les  acababa  de  persuadir  alguna  cosa  contra  el  seguro  que  se  prometían  en 
su  quietud  y  regalos  de  que  gozaban,  y  así  interpretaban  las  cabezas  los  avisoa 
del  Rey  á  providencia  suya,  más  que  á  necesidad  en  vasallos  de  estar  á  la  mira 
en  las  ocasiones  que  se  podían  ofrecer,  como  miraron  en  ^sta  á  un  casamiento 
que  se  hacía  de  una  sobrina  del  Presidente  con  un  caballero  de  aquella  ciudad; 
por  cuya  causa  se  hicieron  las  pascuas  de  Navidad,  que  se  siguieron  luego  grandes 


CA.P.  VI)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  108 

saraos,  juegos  de  cañas,  toros  y  otros  entretenimientos,  que  se  remataron  en 
lo  que  todos  los  del  mundo,  ouyos  extremos  siempre  son  de  lágrimas,  como  lo 
dijo  el  Espíritu  Santo  ;  y  ahora  se  experimentó  bien  á  costa  de  estos  ciudada- 
nos, pues  apenas  se  habían  pasado  las  pascuas,  cuando  refrescaron  la  nueva  del 
portugués  ciertos  pescadores  que  habiéndose  enmarado  con  sus  barquillas  á 
pescar,  volvieron  aprisa  diciendo  habían  descubierto  una  gran  flota  que  parecía 
ser  de  enemigos ;  que  aunque  se  turbó  de  esto  la  ciudad,  no  acababan  de  abrir 
los  oídos  á  la  verdad  de  las  unas  ni  otras  nuevas,  ni  á  pedir  á  Dios  el  principal 
socorro  de  su  poderosa  mano,  si  bien  se  hicieron  algunas  prevenciones  de  par- 
te de  la  Audiencia,  pero  todas  flacas,  por  faltarles,  como  hemos  dicho,  los  ner- 
vios y  fuerzas  de  la  resistencia,  como  eran  armas  y  municiones,  y  aun  el  poco 
ejercicio  militar  con  que  todos  estaban,  pues  ni  había  Capitanes  diestros,  donde 
era  necesario  que  todos  lo  fuesen,  ni  había  quien  entendiese  cómo  se  había  de 
disponer  el  bastión  ó  la  trinchera;  los  más  eran  galanes,  pisaverdes,  y  que  toda 
cu  fortaleza  ponían  en  esta  ocasión  en  echar  restos  á  lo  hablado  contra  el  enemigo, 
derribando  hombres,  anegando  navios,  repartiendo  despojos  con  suma  facilidad, 
de  que  se  llenaron  tanto,  que  no  hubo  lugar  donde  después  cupieran  las  obras. 


104  FRAY  PEDRO  SIMÓN  (6.^  NOTICIA 

CAPÍTULO  Vil 

!.•  Llega  el  Corsario  á  vista  de  la  ciudad  de  Santo  Doming-o,  y  envía  gente  al  puerto  de 
Aína— 2.»  Donde  les  dio  el  orden  que  habían  de  guardar  para  entrar  la  ciudad — 3  * 
Salen  de  la  ciudad  á  reconocer  el  enemigo — i*  Que  estando  tan  á  pique  de  entrarla, 
huyen  al  monte  bus  vecinos. 


E' 


íN  estas  ocupaciones,  ó  por  mejor  decir  confusiones,  estaba  toda  aque* 
lia  ciudad  de  Santo  Domingo,  cuando  un  viernes,  á  los  diez  del 
primer  mes  del  año  siguiente  de  mil  y  quiuientos  y  ochenta  y  seis,  se  dio  vista 
en  la  punta  de  Caucedo  á  toda  la  flota  del  enemigo.  El  Presidente  y  Audiencia 
mandaron  tocar  alarma  y  que  se  formaran  tres  compañías ;  en  que,  aunque 
había  sangre  valerosa  en  venas  de  españoles,  el  verse  sin  armas  les  causaba 
tales  turbaciones,  que  los  pocos  que  se  hallaban  con  ellas  pienso  se  alegraran 
tanto  de  dejarlas,  como  los  que  no  las  tenían,  por  huirse  con  aquella  ocasión 
honrada  al  arcabuco  con  sus  haciendas,  hijos  y  mujeres,  procurando  sólo  más 
resguardar  esto  que  el  buen  nombre  y  honra  de  España  j  con  todo  eso,  salieron 
las  tres  compañías  con  las  armas  tales  cuales  las  pudieron  haber  á  las  manos,  á 
impedirle  al  enemigo  la  desembarcación  del  puerto,  el  cual  habiéndose  por  en- 
tonces con  mayores  ardides  de  guerra  de  los  que  pudieron  alcanzar  los  de  la 
ciudad,  comenzó  á  vista  de  ella  á  entretener  las  tres  compañías,  andando  con 
los  navios  gruesos  de  una  vuelta  y  otra,  habiendo  ya  enviado  en  lanchas  ocho- 
cientos soldados  que  desembarcasen  en  el  río  de  Aina,  tres  leguas  al  Poniente 
del  puerto  de  la  ciudad,  que  es  otro  río  llamado  Ossana. 

2.**  No  pudieron  descubrir  los  de  la  ciudad  esta  navegación  de  las  lanchas, 
por  ir  ya  cubriendo  la  noche  y  ser  fustas  rasas  y  haberse  enmarado ;  pero  ha» 
hiendo  descubierto  las  treinta  y  tres  ó  treinta  y  siete  naves  gruesas  del  enemi- 
go, y  por  la  noticia  que  tenían  que  eran  más,  por  la  que  había  dado  el  Capitán 
Don  Diego  Osorio,  que  había  salido  á  reconocer  con  una  galera  haber  echado 
menos  las  lanchas,  sospechando  lo  que  sucedió,  enviaron  de  la  ciudad  al  Capi- 
tán Méndez  á  caballo  con  algunos  soldados  para  que  corriese  y  reconociese  la 
playa,  que  volvió  diciendo  estar  todo  seguro,  no  se  sabe  si  de  malicia  ó  negli- 
gencia, ó  por  no  haber  podido  dar  vista  al  enemigo  Drake.  El  cual  h'^biendo 
ido  en  compañía  de  las  lanchas  hasta  el  puerto,  al  desembarcar  hizo  una  pláti- 
ca á  sus  soldados  diciéndoles  que  ya  pueEtos  allí  en  tierra  estaban  y  imposibi- 
litados de  poder  volver  á  la  mar  si  no  era  por  el  puerto  de  la  ciudad,  pues  él 
se  volvía  con  las  lanchas,  y  toda  la  costa  era  brava  y  sin  desembarcadero  alguno; 
pero  que  yendo  advertidos  y  con  buen  orden  y  á  paso  lento  por  los  grandes  ca- 
lores laa  tres  leguas  que  babla  desde  allí  á  la  ciudad,  sin  duda  la  cogerían  des* 


CAP,  Vil)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  105 

cuidada  por  aquella  parte,  pues  la  mayor  fuerza  de  ella  acudiría  á  la  playa  del 
puerto  á,  dar  vista  á  treinta  de  los  navios  gruesos,  y  si  toda  ella  conociese  el  irle 
entrando  también  por  las  espaldas,  como  los  más  vecinos  eran  mercaderes,  más 
ejercitados  en  la  vara  y  pluma  que  en  la  lanza  y  espada,  más  tratarían  de  confiar 
§us  personas  y  haciendas  con  la  huida  que  con  hacerles  rostro, 

3.^  Volvióles  con  esto  el  suyo  Francisco  Drake  con  todas  las  lanchas  á  su8 
soldados,  que  se  iban  aprisa  desembarcando,  aunque  no  con  tanta  como  quisie- 
ran, por  haberles  retardado  y  estorbado  el  habérseles  perdido  y  ido  á  pique  una 
de  las  lanchas  :  con  que  era  ya  de  día  cuando  se  acabaron  de  desembarcar  y 
poner  en  orden  de  comenzar  á  marchar  la  vuelta  de  la  ciudad,  que  segura  do 
los  enemigos  que  se  le  iban  acercando  por  aquella  parte,  con  el  seguro  que  lea 
había  dado  el  Capitán  Méndez,  á  la  mitad  de  la  noche,  mandando  el  Presiden- 
te tocar  alarma,  se  pusieron  todas  las  tres  compañías  á  hacer  demostración  y 
dar  vista  al  enemigo  en  una  playa  que  se  hace  entre  la  mar  y  las  casas  de  la  Uni- 
versidad, desde  donde  enterándose  de  nuevo  en  las  sospechas  de  que  había 
«chado  gente  el  protestante  en  otra  parte,  á  causa  de  no  ver  las  lanchas  con  los 
navios,  enviaron  otro  vecino  de  la  ciudad  ikmado  Tristán  de  Leguizamón,  que 
volviese  á  reconocer  otra  vez  la  playa  por  aquella  parte  del  Occidente  que  mira 
á  este  río  de  Aina  ;  que  habiendo  partido  con  la  mayor  prisa  que  pudo,  dio  de 
manos  á  boca  con  los  ochocientos  ingleses  que  venían  marchando,  con  que  vol- 
vió dando  voces  de  aviso  á  nuestras  tres  compañías,  que  estaban  en  el  puerto 
que  hemos  dicho  ;  y  así  mandó  el  Presidente  que  el  Capitán  Melchor  de  Ochoa 
de  Villanueva  y  otros  Capitanes  con  los  mejores  soldados,  saliesen  á  hacerles 
resistencia,  aunque  de  todos  ellos,  soles  iban  ochenta  bien  armados. 

4,^  Saliendo  éstos,  y  llegando  á  lo  ultimo  de  la  carrera  que  llaman  de  los 
Caballos,  poco  trecho  fuera  de  la  ciudad,  hicieron  alto,  y  pasando  adelante  Don 
Juan  de  Villandrando,  que  tenía  á  cargo  la  compañía  de  los  de  á  caballo,  á  re- 
conocer al  enemigo  con  veinte  jinetes,  con  harto  riesgo  y  peligro  de  todos,  le 
dieron  vista  y  volvieron  dando  voces  al  Capitán  Ochoa  que  se  retirase,  por  ser 
temeridad  esperar  tan  pocos  y  desarmados  á  tanta  gente  y  tan  bien  apercibida 
<X)n  toda  suerte  áe  armas  militares.  Lo  mismo  decía  (que  andaba  por  allí  á  la 
vista  á  caballo)  el  Licenciado  Aliaga,  Fiscal  de  la  Real  Audiencia  ;  con  lo  cual 
se  fueron  retirando  los  peones  y  caballeros,  aunque  no  sin  provecho  el  haber 
hecho  aquella  demostración,  aunque  fué  poca  de  resistencia  al  enemigo  ;  pues 
^ásta  bastó  para  que  al  fín,  como  quien  iba  á  entrarse  en  casas  ajenas,  lo  detuvie- 
sen temores  d-a  alguna  emboscada,  con  que  se  dio  lugar  para  poder  huir  la  gen- 
te de  la  ciudad,  librando  su  menos  mala  suerte  en  poner  tierra  entre  medias, 
dejándosela  vacia  al  enemigo,  supuesta  la  imposibilidad  de  hacerle  resistencia. 
Todos  ^8  religiosos  de  los  tres  conventos,  San  Francisco,  Santo  Domingo  y  la 


106  FHAY  PEDRO  SISfÓH  ( 6'.®  NCHCíA 

Merced,  y  los  clérigos  se  juntaron  con  el  Arzobispo,  y  los  más  de  elíos  con  deter- 
minación de  oponerse  hasta  perder  la  vida  por  Cristo  á  manos  do  ios  descomul- 
gados herejes,  si  bien  después  les  forzó  la  necesidad  á  huir  como  los  demás. 
Toda  la  chusma  de  mujeres  y  niños,  arrebatando  con  la  prisa  lo  poco  que 
pudieron  de  sus  casas,  corrían  á  más  no  poder  á  ampararse  de  las  espesuras  del 
arcabuco;  huían  otros  que  tenían  mayor  comodidad  en  barcos  el  río  arriba, 
que  es  navegable  seis  ó  siete  leguas.  No  había  enfermo  tan  tullido  ui  flaco  do 
fuerzas,  á  quien  la  necesidad  no  le  diese  alas  para  correr  hasta  ponerse  en  sal- 
vamento, donde  volvían  á  reconocer  su  flaqueza  con  las  incomodidades  que  pa- 
decían en  aquellos  montes,  por  no  haber  estancias  para  tantos,  y  faltarles  no 
sólo  el  regalo  de  enfermos,  pues  aun  la  comida  de  sanos,  pues  á  los  que  lo  es- 
taban también  les  fe,ltaban,  sustentándose  los  más  con  frutas  silvestres.  Estan- 
do yo  en  esta  ciudad  el  año  de  seiscientos  y  trece,  me  llegó  un  hombre  á  comu- 
nicar un  caso,  acerca  de  cierta  hija  suya  recién  casada,  la  cual  habiendo  enlo- 
quecido y  procurando  rastrear  el  padre  con  piedad  la  causa  de  su  locura,  vino  & 
sacar  en  limpio  no  estar  su  hija  baptizada,  porque  habiendo  nacido  en  esta  oca- 
sión de  huida  del  enemigo,  ó  por  la  alteración  de  la  madre,  ó  por  haber  llegada 
ya  el  tiempo  del  parto,  con  la  prisa  que  el  temor  les  daba,  arrebató  la  criatura 
una  negra  que  estaba  dedicada  para  su  ama,  y  la  llevó  al  monte  y  sustentó 
hasta  volver  ya  toda  sosegada  á  la  ciudad,  donde  no  acordándose  unos  ni  otros 
del  baptismo  de  la  niña,  vinieron  en  este  tiempo  que  digo  á  sacar  en  limpio  no 
estaba  baptizada ;  á  quien  aconsejé,  que  era  lo  que  este  hombre  me  pedía,  la 
baptizase  á  ca nieta  y  condicionalmente  :  he  dicho  esto,  con  que  se  puede  ad- 
vertir la  prisa  con  qué  todos  apercibían  su  huida,  aunque  estuviesen  en  tan 
gran  peligro  como  esta  mujer  recién  parida  ;  sin  aguardar  criadas  ni  esclavas  á 
sus  amas,  madres  á  sus  hijas,  ni  hijas  á  sus  madres.  Dos  conventos  de  monjas^ 
uno  de  Santa  Clara,  sujeto  á  nuestra  Orden,  y  otro  de  Regina,  á  Santo  Domin- 
go, viéndose  en  la  misma  necesidad  y  apretura  que  los  demás,  con  la  mejor  co- 
modidad que  pudieron,  tomaron  también  el  amparo  de  los  montes,  que  fué  lo 
último  de  miseria  en  que  puso  á  esta  ciudad  la  venida  del  enemigo,  á  quien 
también  volvieron  las  espaldas  (i  vergüenza  de  sangre  española!),  juntamente 
con  sus  mujeres,  les  más  hombres  de  la  ciudad,  si  bien  la  vergüenza  retardaba 
más  á  otros,  hasta  que  ya  se  iban  acei cando  del  todo  los  ochocientos  que  venían 
marchando  ;  aunque  no  faltó  quien  escribiera  en  sus  cartas  eran  dos  mil,  que 
no  causara  admiración  si  dijeran  tres  ó  cuatro  mil,  pues  el  miedo  multiplica  las 
cosas  en  número  y  cantidad,  como  le  sucedió  á  Gual  (dícelo  el  libro  de  los 
Jueces),  que  viendo  á  ciertos  soldados  que  bajaban  por  líf  iadera  de  un  monte, 
le  parecían  hombres  armados  contra  él  todas  las  sombras  de  laa  matas^  como 
90  lo  advirtió  el  Capitán  ZebuL 


OAP.  VIIl)  NOTICIAS    DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  107 

CAPÍTULO  VIII 

1.»  Dejan  la  ciudad  desocupada  al  enemigo,  con  que  se  entra  sin  resistencia — 2p 
Fortifícase  en  lo  mejor  de  ella  y  comienza  luego  á  robarla,  sin  dejar  cosa  que  no  le 
trastorne— 3.»  Sacan  las  riquezas  de  los  pozos,  y  hacen  mil  oprobios  á  las  Ig-lesias, 
imágenes  y  religiosos— 4. •  Pretende  derribarlas,  y  abrásalas  todas,  como  yo  lo  tí — 
5.*  Conciértanse  en  la  talla  de  lo  que  quedó  en  pié  de  la  ciudad;  dase  aviso  á  la  de 
Cartagena. 

IBANSE  acercando  estos  ochocientos  á  la  ciudad,  marchando  á  pa- 
sos espaciosos,  al  son  de  sus  pífanos  y  tambores,  disparando  sus 
escopetas  y  haciendo  en  todo  apariencias  de  mucha  más  gente  de  la  que  venía , 
para  amedrentar  más  y  asegurar  la  huida  de  los  nuestros,  y  dejársela  desocupa- 
da, como  si  esto  fuera  menester,  pues  lo  mismo  andaban  más  aprisa  procurando 
los  vecinos  de  ella  ;  que  si  se  animaran  un  poco  más  y  no  anduvieran  los  jui- 
cios de  Dios  de  por  medio,  con  facilidad  hicieran  resistencia  á  toda  esta  canalla, 
que  venía  más  rendida  que  esforzada,  pues  en  toda  la  noche  no  habían  dormido 
con  el  alboroto  de  la  desembarcáción;  los  arenales  del  camino  los  traían  destron- 
cados; el  calidísimo  temple,  en  especial  que  era  ,ya  medio  día  cuando  llegaron  á 
la  ciudad,  los  abrasaba;  la  falta  de  agua,  pues  no  la  hay  en  todas  tres  leguas, 
los  afligía  más  que  en  otras  ocasiones  la  del  vino  ;  el  estar  en  tierras  ajenas  y 
con  los  temores  que  naturalmente  ponen  los  enemigos  :  todas  conocidas  venta- 
jas con  que  se  hallaban  los  nuestros,  y  con  otra  no  pequeña,  que  era  dar  al 
enemigo  el  sol  en  los  ojos  y  á  los  nuestros  en  las  espaldas,  que  se  las  dieron  al 
inglés  con  los  temores  que  desde  luego  fueron  mostrando,  aun  en  ciertas  piezas 
de  batir  que  tenía  la  ciudad  asestadas  á  las  bocas  de  sus  calles,  y  otras  en  el 
fuerte,  de  quien  era  castellano  Don  Rodrigo  de  Bastidas,  que  aunque  las  dispa- 
raron, como  era  con  tan  poca  pólvora  como  se  hallaban,  reconoció  el  enemigo 
la  flaqueza  de  esto,  con  que  tomó  mayor  avilantez  y  bríos,  pues  llegaron  á  tanto, 
que  en  comenzando  á  entrar  en  la  ciudad  los  ochocientos  que  venían  por  tierra, 
comenzó  á  desembarcar  por  el  puerto  el  Francisco  Drake  otros  tantos  y  él  con 
ellos,  y  irse  entrando  por  las  calles,  aunque  con  recato,  por  entender  hervía  de 
gente  de  presidio  la  ciudad,  pov  ser  la  primera  quo  so  había  fundado  en  las 
Indias,  y  de  buena  razón  no  había  de  faltar  qnion  la  defendiera,  irse  temiendo 
de  alguna  emboscada  ó  estratagema  que  le  tuviesen  dispuesta  para  destruirlo. 

2.°  Pero  yéndose  asegurando  y  saliendo  de  estos  temores,  por  no  hallar 
persona  viviente  que  le  hiciese  resistencia,  se  entró  y  fortaleció  el  Francisco 
Drake  con  sus  soldados  en  las  Casas  Reales  y  de  la  Audiencia,  que  ya  la  había 
dejado  desamparada  el  Presidente,  j  las  suyas  los  Oidores,  por  haber  hecho  fuga 


108  FRAT   PEDRO   SIMÓN  (6.»  NOTICIA 

todos  al  arcabuco  y  estancias  á  la  redonda;  á  estas  casas  que  tomó  para  fortale- 
za y  defensa,  dice  el  Arzobispo  Avila  que  les  hizo  trincheras  poniendo  imáge- 
nes pintadas  por  las  paredes  de  fuera  de  toda  ella,  de  Cristo  Nuestro  Redentor 
y  Benditísima  Madre  y  otros  santos  (fina  demostración  de  su  herejía),  para  que 
los  católicoSj  por  la  piedad  de  las  imágenes,  no  jugasen  contra  él  la  artillería, 
teniendo  por  menos  daño  que  él  destruyese  la  ciudad,  que  destruir  ellos  con  irre- 
verencia las  santas  imágenes.  No  se  olvidó  de  otro  ardid  el  astuto  Corsario  para 
más  asegurarse  en  la  ciudad  por  lo  que  podía  suceder  y  salir  del  todo  de  barrun- 
tos, y  fué  que  corriendo  las  calles  derechas  hasta  la  mar,  pusiesen  en  el  pasaje 
de  las  bocas  de  ellas  las  naves  más  gruesas,  y  disparando  de  ellas  la  artillería, 
limpiasen  las  calles,  como  lo  hacían,  pasando  las  velosísimas  balas  de  una  parte  á 
otra  de  la  ciudad  por  medio  de  ellas,  para  que  nadie  las  pudiese  andar  sin  ma- 
nifiesto peligro  de  vida ;  como  sucedió  yendo  á  atravesar  una  el  Bachiller  Tos- 
tado en  probecución  de  su  huida  tras  los  demás,  que  le  dio  una  de  estas  balas 
por  un  costado,  que  le  costó  la  vida,  y  ciento  que  tuviera,  que  pienso  fué  el 
primero  y  último  que  murió  con  violencia  en  estas  refriegas  y  toma  de  esta 
ciudad,  por  habérsela  dado  desocupada  con  tanta  facilidad  como  hemos  visto, 
y  ser  común  lenguaje  de  estos  protestantes  que  no  buscan  sangre  sino  oro  y 
plata  y  otras  riquezas,  en  que  comenzaron  luego  á  meter  las  manos  hasta  loa 
codos  ;  pues  cuando  pareció  tiempo  y  que  ya  toda  la  ciudad  estaba  segura,  por 
estar  certificados  de  la  huida  de  sus  ciudadanos,  fueron  entrándose  en  las  me- 
jores casas  y  despojando  á  gran  prisa  las  salas  y  aposentos  del  menaje  y  cofres, 
que  hallaban  llenos  de  innumerables  riquezas  de  barras  de  oro,  plata  labrada  y 
por  labrar,  ricas  y  brillantes  esmeraldas  engastadas  en  piezas,  y  joyas  de  oro 
bien  acabadas  ;  crecidísimas  madejas  de  perlas  de  quilates  ;  netas  y  entrenetas 
de  restrillo  y  aljófar,  porque  como  esta  ciudad  era  la  primera  y  metrópoli  de 
todas  aquellas  islas  y  Tierra  Firme,  en  ella  se  había  recogido  todo  lo  mejor  que 
de  esta  pedrería  se  había  hallado  entre  los  indios,  y  se  había  sacado  de  las  islas 
de  Oubagua  y  la  Margarita. 

3.^  Pretendiendo  algunos  vecinos,  en  su  huida,  librar  algo  de  estas  joyas 
en  las  honduras  y  aguas  de  los  pozos,  lanzaban  en  ellos  cofrecillos  llenos  de 
ellas,  aguamaniles,  jarras  de  plata,  trinches  y  otras  piezas  de  gran  estima  ; 
que  todas  fueron  di'-  •encías  perdidas,  pues  vencieron  á  éstas  las  que  hicieron 
los  ingleses,  sin  dejar  pozo  que  no  agotasen  y  cuanto  tenía,  llevándolo  todo  á 
los  navios,  con  gran  cantidad  de  azúcar,  jenjibre,  cueros  curtidos  y  en  pelo, 
añil  y  cañafístola,  que  era  el  trato  más  grueso  de  aquella  ciudad  ;  gran  multi- 
tud de  ropa  de  Castilla  en  piezas,  vestidos  y  galas,  de  qíle  tenían  harta  profani- 
dad los  vecinos;  embarcaron  muchas  piezas  de  bronce  ;  todas  las  campanas,  para 
que  no  hicieran ^obras  de  ellas,  porque  no  contentándose  con  los  robos  y  saco  d« 


OIP.  VIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  109 

mano  seglar,  metieron  las  suyas  sacrilegas  con  el  mismo  y  mayor  atrevimiento 
y  profanidad  en  lo  divino,  robando  los  templos;  y  haciendo  finezas  de  la  enemi- 
ga que  tienen  con  nuestra  santa  fe  católica,  las  ponían  en  las  imágenes,  en  es- 
pecial en  las  de  mayor  veneración  de  Cristo  y  la  Virgen  Santísima,  qce  era 
lo  que  más  debió  sentir  nuestra  piedad  católica  con  demostraciones  de  lá- 
grimas, pues  las  vituperaban  cortándoles  brazos  y  cabezas,  ya  tomándolas  por 
asientos  y  ya  haciéndolas  pedamos  para  guisar  con  ellas  las  comidas,  y  esto,  se- 
gún dicen,  por  mandato  público  del  hereje  Francisco  Drake.  A  dos  religiosos 
viejos  y  enfermos  que,  no  teniendo  fuerzas  para  huir,  se  quedaron  en  el  con- 
vento de  nuestro  Padre  Santo  Domingo,  pretendiendo  resistir  á  los  herejes 
en  estas  maldades  con  palabras  de  un  santo  brío,  loa  sacó  arrastrando  vivos  la 
vil  canalla  y  los  ahorcaron  en  la  mayor  plaza  de  la  ciudad,  no  obstante  la  de- 
fensa que  quisieron  hacer  á  este  atroz  hecho  treinta  españoles  que  estaban  de 
guarda  <;erca  de  la  puerta  de  la  ciudad  y  del  camino  por  donde  había  sido  la 
fuga  de  la  gente  de  ella,  para  hacer  resistencia  á  los  herejes,  si  pretendiesen 
correr  la  tierra  y  estancias  en  demanda  de  los  fugitivos;  los  cuales  soldados,  ya 
que  no  pudieron  estorbar  la  muerte  á  los  frailes,  los  quitaron  de  la  horca  y 
enterraron. 

4.^  La  iglesia  de  este  convento,  que  es  de  bóveda  muy  capaz,  y  la  mejoí 
<5[ue  pienso  tienen  estas  Indias  del  Pirú,  la  hicieron  carnicería,  donde  mataban 
las  vacas  para  comer,  y  lo  mismo  hicieron  de  la  Iglesia  Catedral,  que  tambiéa 
es  de  lo  mismo,  obra  bien  acabada.  Cuando  lo  estuvo  el  saco  y  pillaje  de  la 
ciudad,  se  dieron  á  destruirla,  derribando  edificios  de  los  que  habían  dejado  en 
pié  las  balas  con  que  la  habían  batido  desde  la  mar;  en  especial  empleaban  su 
coraje  en  los  conventos  de  frailes  y  monjas,  abominándolos  más  por  el  recogi- 
miento, clausura  y  castidad  que  se  profesaba  y  guardaba  en  ellos.  Yo  vi,  en  la 
ocasión  que  dije  me  había  hallado  en  aquella  ciudad,  yendo  á  visitar  aquella  pro- 
vincia desde  ésta  del  Nuevo  Reino,  la  capilla  de  la  iglesia  de  nuestro  convento 
de  Santa  Clara  toda  abrasada  ;  las  cabezas  de  las  vigas  madrinas  de  nuestro  con- 
vento de  San  Francisco  todas  breadas,  con  intentos  de  pegarles  fuego  para  que 
ardiesen  mejor,  y  lo  mismo  era  en  los  demás  conventos.  Vi  la  bóveda  del  coro  de 
los  Padres  de  la  Merced  (que  es  de  una  iglesia  muy  bien  acabada)  que  se  estaba 
cayendo,  y  el  convento  casi  todo  destruido,  por  ser  el  primero  con  quien  se  en- 
contraron á  la  entrada  de  esta  ciudad  los  ochocientos  herejes  que  entraron  por 
Aina,  y  al  fin  vi  en  común,  por  toda  la  ciudad,  tan  grandes  ruinas,  que  hasta 
entonces  no  se  habían  podido  reparar  ni  aun  acabar  de  llorar,  que  pude  decir 
de  ella  lo  que  San  Agustín  de  la  de  Roma,  en  su  libro  de  la  Ciudad  de  Dios  : 
<'Cuán  grande  haya  sido  la  ciudad,  lo  dicen  bien  sus  ruinas  !  "  que  llegaron  las  de 
^hora  también  hasta  las  aguas  del  río  y  puerto,  pues  en  él  quemaron  muchos  ba- 


lio  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (6.*  NOTICIA 

jeles  pequeños,  reservando  sólo,  porque  les  importaba,  un  grande  y  valiente 
galeón,  que  dicen  era  del  Corzo,  vecino  bien  conocido  de  Sevilla.  Sólo  dejaron 
sin  tocar  á  los  edificios  (para  tener  ellos  donde  habitar)  y  casas  que  estaban  en 
la  calle  que  llaman  de  las  Damas,  aunque  no  quedaron  tan  libres  de  sus  manos 
que  no  hiciesen  leña  las  puertas  y  ventanas  para  guisar  de  comer,  por  no  alar- 
garse á  traerla  de  los  arcabucos. 

5.°  A  donde  envió  á  avisar  el  Francisco  Drake  á  nuestra  gente  retirada 
para  si  querían  concertarse  en  la  talla  de  lo  poco  que  había  quedado  sin  des- 
truir de  la  ciudad,  porque  si  no  haría  con  esto  lo  mismo  que  con  lo  demás.  Lo 
cual  pareciendo  conveniente  al  Presidente  y  Oidores,  que  eran  los  Licenciados 
Mercado  y  Villafaña  y  el  Licenciado  Aliga,  Fiscal,  se  fueron  acercando  más  á 
la  ciudad,  á  donde  enviaron  al  Factor  de  ella,  García  Fernández  de  Torquemada, 
para  que  diese  asiento  más  moderado  con  el  inglés  del  que  pedía  de  rescate, 
que  eran  cien  mil  ducados,  en  que  fué  haciendo  baja,  después  de  muchos  dares 
y  tomares,  hasta  veinticinco  mil,  en  que  quedó  asentado  el  rescate  y  reserva  de 
lo  que  había  quedado  en  pié  de  la  ciudad,  que  para  haberlo  de  satisfacer,  fué 
necesario  acudiesen  las  mujeres  con  lo  que  habían  podido  reservar  de  sus  galas 
y  joyas,  gargantillas  y  brazaletes,  que  con  esto  y  la  gruesa  del  robo,  vino  á 
montar  todo  sobre  tres  millones,  entrando  en  esta  cuenta  la  pérdida  de  lo  que 
se  destruyó  del  edificio  y  otras  cosas,  que  como  mucho  de  esto  había  sido  mal 
adquirido  y  tomado  con  violencia  por  sus  antepasados,  de  los  miserables  indios, 
podemos  decir,  sin  que  sea  juicio  temerario,  permitía  Dios  los  volviesen  ahora 
á  desposeer  á  ellos  de  todo,  y  aun  es  misericordia  suya  no  ee  acabe  de  destruir 
aquella  ciudad,  como  casi  lo  están  las  demás  de  aquella  isla,  pues  después  que 
entraron  en  ellas  los  españoles  á  fundarlas,  se  han  consumido,  sin  que  haya 
quedado  tan  solo  un  indio  há  más  de  cuarenta  años,  más  de  un  millón  y  seiscien- 
tos mil  indios  de  macana,  sin  la  chusma  de  hijos  y  mujeres,  que  hallaron  los 
nuestros  cuando  pisaron  la  primera  vez  esta  isla  y  fundaron  esta  ciudad,  donde 
estuvo  este  hereje  pirata  más  de  treinta  días,  predicando  en  muchos  de  ellos 
la  secta  de  Lutero,  los  ministros  que  traían  de  eso,  y  entreteniéndose  en  fiestas 
y  celebración  de  la  victoria  y  ganancias  conseguidas. 

Enviaba  también  el  protestante  á  llamar  á  algunos  de  nuestros  retirados, 
con  quien,  viniendo,  se  entretenía  con  palabras  joviales  y  llenas  de  vanidad  y 
arrogancia,  baldonando  el  miedo  de  los  nuestros,  pues  lo  tuvieron  á  los  suyos 
cuando  venían  allegándose  á  la  ciudad,  cansados  y  sin  aliento;  á  que  añadía 
otras  cosas  más  pesadas  en  oprobio  de  nuestra  religión  cristiana,  abonando  sus 
herejías  y  robos;  que  dio  á  entender  los  había  de  pas^r  muy  adelante  en  la 
ciudad  de  Cartagena  y  otras,  haciéndoles  guerra  por  mar  y  tierra  hasta  ren- 
dirlos. Lo  cual  ad virtiendo  los  nuestros,   aunque  al  disimuloj  un  cabalieix) 


CAP.   VIIl)  NOTICIAS   DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  11 1 

llamado  Don  Francisco  Maldonado,  vecino  de  Santa  Mai-ta,  con  la  brevedad 
posible,  habiendo  oído  esto,  lo  escribió  en  una  carta,  y  el  estrago  que  había 
hecho  el  enemigo  en  aquella  ciudad,  y  la  despachó  con  todo  secreto  y  brevedad 
en  uno  de  aquellos  puertos  llamado  Ocón,  en  cierto  barquillo,  para  la  ciudad 
de  Cartagena,  aunque  otros  dicen  fué  á  dar  el  aviso  ahora  el  mismo  Don  Fran- 
cisco en  persona;  pero  no  fué  sino  después,  con  que  lo  tuvo  con  máa  certidumbre 
y  de  más  cerca  el  Gobernador  de  aquella  ciudad,  Pedro  Fernández  de  Bustos, 
no  obstante  el  que  tenía  del  Rey,  y  otro  que  le  llegó  también  de  España  pocos 
días   antes   que   el   Francisco  Drake» 


112  FRAY    PEDRO   SIMÓN  (6.»  NOTICIA 

CAPÍTULO  IX 

1.*  Sale  Francisco  Drake  de  la  ciudad  de  Santo  Domingo  la  vuelta  de  la  de  Cartage- 
na— 2.<'  Donde  se  hacen  diligentes  prevenciones  para  su  defensa,  aunque  en  vano — 3.* 
Señálasele  á  cada  Capitán  su  puesto,  Empúyanse  las  entradas  con  yerba  veneno- 
sa— 4.0  No  queda  diligencia  sin  prevenirse;  sácase  toda  la  hacienda  de  la  ciudad, 
mujeres  y  chusma, 

ALLEGÁNDOSE  los  últimos  días  de  los  treinta  que  se  detuvo  eo 
la  ciudad  en  lo  dicho,  j  satisfecha  la  paga  de  la  talla,  no  le 
faltaron  socaliñas  al  Corsario  por  sí  y  sus  Capitanes  y  gente  más  grave,  pidien- 
do á  los  vecinos  les  socorriesen  con  carne  salada  y  fresca  de  puercos  y  novillos, 
algunas  conservas  y  otros  dulces  (no  obstante  el  mucho  azúcar  que  tenían  em- 
barcado del  pillaje),  de  que  abundaba  notablemente  aquella  ciudad,  que  por 
echar  de  sí  aquella  tan  contagiosa  pestilencia,  le  acudió  con  mucho  de  esto, 
con  que  se  dio  á  la  vela  el  enemigo  á  otro  día  de  los  treinta  que  había  estado 
en  el  puerto,  tomando  su  derrota  para  el  de  Ozama,  que  es  en  la  misma  isla^ 
cerca  de  un  pueblo  que  so  llamaba  la  Yaguana,  dondo  se  rancheó  muy  des- 
pacio, con  harto  daño  de  los  vecinos,  y  dio  lado  á  todas  sus  naves;  de  que 
después  se  tuvo  aviso  en  la  ciudad  de  Cartagena,  á  quien  le  pudo  ser  de  como- 
didad esta  tardanza  para  hacer  mayores  prevenciones  á  su  defensa  y  seguro; 
teniéndolo  yá  los  vecinos  de  la  de  Santo  Domingo  de  la  molestia  de  este  su 
enemigo  inglés,  fueron  volviéndose  á  la  ciudad,  que  la  hallaron  tan  desman- 
telada como  hemos  dicho.  Y  como  ellos  y  ella  venían  de  mal  pasar  en  aquellos 
treinta  días,  sin  comidas  ni  albergues,  pues  por  ser  tanta  la  gente  y  pocas  las 
casas  de  estancias  que  había  en  los  campos  donde  se  pudieran  recoger  todos, 
estaban  los  más  noche  y  día  expuestos  á  todas  las  inclemencias  del  cielo,  en 
especial  al  calidísimo  sol  y  enfermísimo  sereno,  que  siempre  hace  en  aquellos 
países,  sin  tener  quién  reparara  lo  uno  ni  lo  otro  más  que  las  hojas  de  un 
árbol :  causas  todas  y  otras  innumerables  calamidades  que  padecieron,  lar- 
guísimas de  contar  y  penosísimas  de  padecer,  para  que  podamos  decir  que 
cuando  volvieron  á  la  ciudad,  ni  ellos  la  conocían,  ni  aun  ella  á  ellos. 

Allí  era  el  refrescarse  los  sentimientos  y  acrecentar  las  lágrimas  de  unos 
y  otros,  cuando  ni  hallaban  casas  en  qué  meterse;  camas  en  qué  dormir  ;  ha- 
rinas, maíz  ni  cazabe  qué  comer  ;  vino  ni  aceite  qué  gastar  ;  agua  en  las  cis- 
ternas qué  beber;  campanas  ni  altares  en  las  Iglesias,  y  ellas  hechas  unas 
caballerizas  y  mataderos;  ornamentos  para  poder  decir  misa;  ni  aun  harina 
para  hacer  hostias;  ni  vino  para  el  sacrificio;  aceite  para  las  lámparas;  no 
tenían  vestidos  que  ponerse,  pues  á  los  más  había  servido  eu  todo  este  tiempo 


CAP.  rx)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIBMK.  113 

una  camisa,  con  que  se  hallaron  al  tiempo  de  la  fuga,  quien  se  solía  mudar 
dos  ó  tres  veces  cada  día,  por  los  graves  calores  y  sudores  de  la  ciudad;  pero 
al  fin  se  albergaron  lo  mejor  que  pudieron  en  las  casas  que  en  ella  hallaron  en 
pié,  que  fué  con  bien  poca  comodidad,  por  ser  bien  pocas  para  tanta  gente, 
disponiendo  la  Real  Audiencia  la  comodidad  de  todos,  y  que  se  diera  aviso  por 
ella,  en  forma  de  Audiencia,  á  la  ciudad  de  Cartagena,  como  se  hizo,  para  lo  cual 
Be  despachó  en  persona,  en  un  navichuelo,  Don  Francisco  Maldonado  en  esta 
ocasión  y  no  en  la  pasada,  no  obstante  que  entonces  se  envió  primero  aviso, 
como  dijimos,  que  llegó  á  la  ciudad  de  Cartagena. 

2.0  Donde  por  él  y  los  muchos  que  tenía  su  Gobernador  Pedro  Fernández 
de  Bustos,  hacía  tan  grandes  diligencias  y  desvelos  en  defensa  de  su  ciudad, 
que  no  le  dejaban  dormir  noches  ni  días,  despachando  provisiones  y  avisos  á 
los  pueblos  comarcanos,  para  que  viniese  al  socorro  de  la  ciudad  toda  la  gente 
que  pudiese  conducir.  Proveyó  la  ciudad  y  sus  fuertes  de  todos  cuantos  ali- 
mentos pudo  recoger;  dispúsose  lo  mejor  que  se  pudo  toda  la  artillería,  que  no 
era  poca  ni  mala  la  que  á  la  sazón  tenía  la  ciudad,  de  quien  era  artillero  mayor 
un  Blas  de  Herrera,  portugués.  Nombró  Oficiales  mayores  y  menores  de  la 
milicia.  Era  su  Teniente  de  Gobernador  Diego  Daza;  Maese  de  Campo,  Alvaro 
de  Mendoza,  aunque  ya  de  antiguos,  cansados  y  bien  empleados  años,  de  quien 
dejamos  tratado  mucho ;  Francisco  de  Carvajal,  su  hermano.  Capitán  de  la 
gente  de  á  caballo,  que  serian  hasta  setenta ;  Sargento  Mayor,  Bartolomé  López ; 
á  Lorenzo  Martín  se  le  encargó  el  estandarte  Real;  Capitanes  de  infantería 
fueron  Martín  Polo  y  su  Alférez  su  hijo  Juan  Polo  ;  Pedro  Mejía  Mirabal, 
mercader  grueso  de  la  ciudad,  y  su  Alférez  Francisco  de  Barros;  otro  fué 
Alonso  Bravo  y  su  Aíférez  Juan  Cosme  de  las  Alas  ;  á  Alonso  de  Sanmiguel 
se  le  señaló  por  Alférez  á  Francisco  López.  Envió  á  la  Villa  de  Mompox  cin- 
cuenta soldados,  armados  lo  mejor  que  se  pudo,  y  por  su  Capitán  Pedro  de 
Aillón  y  Alférez  Francisco  de  Al  faro.  Emparejó  con  éstos  su  número  de 
soldados  y  armas  la  Villa  de  Tolú  con  un  Capitán  llamado  Diego  Pérez.  Tam- 
bién acudió  con  la  gente  y  armas  que  pudo  la  ciudad  de  Tenerife. 

3.0  Señáleseles  ú  cada  uno  de  éstos  su  puesto:  á  Pedro  Mejía  Mirábal,  el 
fuertezuelo  que  llaman  de  la  Caleta,  casi  pegado  á  la  isla  de  Getsemaní ;  al 
Capitán  Martín  Polo,  que  tenía  la  compañía  más  lucida  de  ciento  cincuenta 
soldados,  que  por  ser  él  tan  valeroso  deseaban  todos  seguirle,  se  le  dio  su 
puesto  en  la  Cie'nega  de  Pesca,  una  legua  de  la  ciudad  al  Norte:  puesto  que  se 
entendió  ser  el  más  difícil  y  importante,  por  tener  sospechas  que  el  enemigo 
había  de  echar  la  mayor  fuerza  de  su  gente  detrás  de  la  punta  de  la  Canoa,  que 
está  más  adelante.  Los  demás  Capitanes  se  fueron  disponiendo  donde  iba  pi- 
diendo la  necesidad   presente  más  fuerza  de  resistencia,  dividiendo  como  con- 


114  FRAY   PEDRO   SIMON  (6.*  NOTICIA 

venía  la  que  se  juntó,  que  fueron  por  todos  cuatrocientos  y  cincuenta  espa- 
ñoles, contando  entre  ellos  los  labradores  que  tenían  á  su  cuidado  las  estancias 
circunvecinas.  Trajéronse  también  de  los  pueblos  circunvecinos  quinientos 
naturales,  todos  diestros  en  el  manejo  del  arco  y  flechas  y  aun  en  confeccionar 
la  yerba  venenosa,  de  que  empuyaron  las  sendas  y  caminos  más  comunes  y 
principales  de  las  playas,  que  era  tan  fuerte  sn  veneno,  que  sólo  daba  de  vida 
al  picado  de  ella  cuatro  ó  seis  horas.  Hízose  un  parapeto  de  piedra  y  cal  en 
la  que  llaman  la  Caleta,  más  alto  que  á  los  pechos,  que  atravesaba  desde  la 
ciénega  al  mar  grande  (aunque  si  lo  hubieran  hecho  algo  más  alto  en  ambos  mares  , 
les  hubiera  sido  de  mayor  importancia,  como  veremos),  para  poder  desde  él,  con 
seguro,  cañonear  los  nuestros  al  enemigo,  dejándole  una  puerta  para  poder 
entrar  y  salir  las  espías  de  á  caballo;  plantáronse  cuatro  tiros  gruesos; 
cerráronse  con  fagina  todas  las  calles  por  donde  se  entraba  en  la  mar,  dejándoles 
sus  troneras  por  donde  se  entrase  y  saliese;  fortificóse  la  Media  luna  hacién- 
dole una  portada  de  cal  y  piedra,  con  dos  valientes  puertas,  y  en  ellas  dos 
portañuelas  pai-a  dos  piezas  gruesas  que  barriesen  toda  la  puente. 

4."  Otras  se  pusieron  en  la  puerta  de  la  ciudad,  que  está  antes  de  la 
puente  por  donde  se  pasa  á  San  Francisco  ó  la  isla  de  Getsemaní,  con  gente 
de  resguardo.  El  General  de  las  galeras,  que  era  Don  Pedro  Vique,  caballero 
valenciano,  hermano  del  Arzobispo  de  Zaragoza,  las  pertrechó  con  grandísimo 
cuidado  de  soldados  bien  armados,  matalotajes  y  aguadas  ;  y  en  la  Boca-Chica 
del  puerto  se  hicieron  fortísimas  estacas  para  estorbar  la  entrada  por  allí  de 
navios  gruesos,  pero  con  disposición  que  pudiesen  salir  por  allí  las  galeras  si 
fuese  necesario  ;  de  suerte  que  no  quedó  prevención  humana  que  no  se  hiciese: 
todas  de  balde  cuando  las  divinas  disponen  otra  cosa,  porque,  como  dijo  el 
Espíritu  Santo:  No  hay  sabiduría^  prudencia  ni  consejo  humano  contra  Dios  ; 
que  en  estos  sucesos  tenía  tomado  por  azote  á  este  hereje  Drake,  para  castigar 
á  estos  sus  hijos,  que  vivían  en  estas  costas  tan  ricos  y  poderosos,  que  olvi- 
dados en  lo  más  de  obligaciones  cristianas,  dormían  á  sueño  suelto  con  la  mo- 
dorra de  descuidos  insufribles,  de  que  despertaron  con  estos  repelones  que 
ahora  les  dio  el  padre  de  las  misericordias,  reconociendo  sus  culpas  y  en- 
mendando sus  vidas.  Cusiéronse  en  salvo  (entre  las  demás  prevenciones)  las 
mujeres,  sin  quedar  en  la  ciudad  más  que  las  que  eran  menester  para  cocer 
pan  para  el  sustento.  Sacaron  los  niños  y  toda  la  gente  flaca  que  no  era  para 
tomar  armas;  todas  cuantas  riquezas  tenía  la  ciudad,  sin  dejar  en  ella  más 
que  algunas  pipas  de  vino  y  botijambre  de  aceite,  dando  con  todo  en  las  es- 
tancias y  casas  que  había  entre  la  montaña  y  algunos  ptieblos  de  indios^  como 
fueron  Turbaco  y  otros,  donde  también  escondieron  todas  cuantas  imágenes 
babja  en  los  templos,  por  librarlas  del  bestiírl  furor  de  los  herejes. 


CAP.   X)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  115 

CAPÍTULO  X 

].°  Disponen  en  buen  paraje  las  galeras.'Llegó  á  dar  aviso  de  la  venida  del  Corsario  Don 
Francisco  Maldonado--2."  Dase  de  la  ciudad  vista  al  enemigo,  que  trae  menos  velas 
que  se  decía,  por  haber  despachado  algunas  naves — d.°  Llegó  á  ponerse  sobre  Carta- 
gena el  Drake,  y  nuestra  gente  á  su  vista— 4."  Coge  á  la  entrada  del  puerto  dos 
negros  pescadores,  que  no  fueron  de  poco  daño— Desembárcase. 

"TVyO  habiendo  otros  navios  con  que  poder  Balir  del  puerto  á  hacer 
»L  1  frente  á  los  del  enemigo  antes  que  lo  entrara,  se  determinó  Don 
Pedro  Vique  á  salir  con  sus  galeras  y  morir,  estorbándoles  la  entrada.  Lo  que 
no  piensan  algunos  fuera  de  poca  importancia,  aunque  teniéndolo  otros  por  de 
mayor  que  el  Don  Pedro  estuviera  con  los  demás  soldados  en  la  ciudad  y  sus 
galeras,  en  puesto  donde  pudieran  spr  de  efecto  para  el  enemigo.  Se  tomó  esta 
resolución,  y  así,  cerrando  con  una  gruesa  cadena  desde  el  fuertezuelo  á  la 
tierra  y  manglar  de  la  Caleta,  dejaron  dentro,  á  la  banda  de  la  ciudad,  las  dos 
galeras  Capitana  y  Ocasión,  y  otra  barca  que  llaman  la  Napolitana,  quedando 
en  las  dos  por  Capitanes  Martín  González  y  Castañeda,  Con  estas  prevenciones 
y  cuidado  andaban,  cuando  llegó  á  la  ciudad,  de  la  de  Santo  Domingo,  Don 
Francisco  Maldonado,  con  el  aviso  que  dijimos,  de  quien  informándose  el  Gober- 
nador y  Don  Pedro  Vique  de  las  fuerzas  del  enemigo,  y  diciendo  ser  cuatro 
mil  sus  guerreros,  en  treinta  y  cinco  navios,  le  avisaron  no  se  diese  noticia  de 
tanta  fuerza,  antes  se  minorase  y  despreciase  en  toda  ocasión,  lo  que  no  pudo 
tener  efecto,  pues  lo  que  el  Don  Francisco  callaba,  publicaban  los  marineros 
que  lo  trajeron,  diciendo  ser  valentísimas  sus  fuerzas,  por  el  miedo  que  todavía 
traían  metido  en  el  cuerpo  desde  Santo  Domingo;  que  fué  ocasión  para  que 
gran  parte  de  los  soldados  de  esta  ciudad,  de  la  gente  ordinaria,  por  no  ser 
conducidos  por  paga,  mostrasen  alguna  flojedad  en  los  intentos  de  su  defensa, 
tomando  ocasión  de  que  aun  de  comer  no  les  daban  con  abundancia.  Lo  cual 
pasó  tan  adelanto,  que  les  fué  forzoso  al  Gobernador  y  al  Don  Pedro  Vique, 
juntándolos  en  una  iglesia,  hablarles  amorosamente,  poniéndoles  delante  las 
obligaciones  de  su  sangre  española,  y  las  que  tenían  á  Dios  y  al  Key  en  defen- 
der aquella  ciudad,  con  que  quedaron  algo  más  esforzados  á  ello. 

2.0  Llegáronse  con  esto  los  nueve  del  mes  de  Febrero  de  este  año  de  mil 
y  quinientos  y  ochenta  y  seis,  en  que  nuestra  madre  la  iglesia  celebraba  el 
sacrosanto  día  de  la  Ceniza,  en  que  se  apercibió  una  vela,  que  aunque  pensaron 
ser  otra  cosa,  era  un  navio  de  aviso  de  España,  en  que  lo  daban  tercera  vez  de 
la  venida  del  Corsario  á  aquellas  costas,  y  que  también  llegarían  á  aquella 
ciudad  dentro  de  ocho  días,  á  más  tardanza,   por   quedar  ya  de  vergas  en  alto 


116  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (6.*  NOTICIA 

para  salir,  los  galeones  de  la  guarda  de  las  Indias.  Apenas  hubieron  dado  los  de 
la  carabela  estas  cartas  y  recados,  cuando  volvieron  á  tender  sus  velas  y  salirse 
del  puerto  con  ?ospechas  de  la  llegada  del  enemigo,  que  no  fueron  en  vano, 
pues  apenas  habían  dejado  por  popa  el  puerto,  cuando  se  dio  aviso  por  los  cen- 
tinelas de  las  veinticinco  velas  que  se  iban  acercando  del  enemigo,  de  quien 
hubo  opiniones  sí  eran  nuestros  galeones,  por  no  venir  más  que  éstas,  pues  el 
Don  Francisco  Maldonado  le  había  coLtado  treinta  y  cinco  cuando  salió  el  ene- 
migo de  Santo  Domingo,  y  fué,  según  dicen,  que  por  no  poner  el  Francisco 
Drake  en  mayor  contingencia  el  pillaje  que  traía  de  aquella  ciudad  y  la  de 
Cabo  Verde,  despachó  á  Inglaterra  con  él  diez  galeones,  que  llegaron  en  salva- 
mento al  puerto  de  Calés,  el  cual  y  su  ciudad  estaban  entonces  por  nosotros; 
porque  habiendo  llegado,  después  que  este  pirata  salió  de  Inglaterra  á  esta 
facción,  el  Príncipe  Cardenal  á  esta  ciudad  de  Calés  con  gran  fuerza  de  gente 
española  y  buena  industria,  la  tomó  por  fuerza  de  armas,  dejando  en  ella  por 
Gobernador  y  Capitán  General  al  Capitán  Tejeda,  valerosísimo  soldado,  y  bien 
conocido  por  sus  famosos  hechos,  y  así  llegando  ahora  estos  diez  galeones  á 
este  puerto  y  dentro  con  el  seguro  que  había  dejado  su  partida,  los  hubo  el 
Capitán  Tejeda  á  todos  á  las  manos  con  toda  la  presa,  de  suerte  que  sólo  sirvió 
de  llevársela  en  salvamento  á  los  españoles  de  quien  la  habían  robado.  No 
dejaría  de  disponer  de  la  gente  de  los  diez  galeones  como  merecían  sus  delitos. 
3.°  Habiendo  certificado  los  de  la  ciudad  de  Cartagena  sor  aquellas  vein- 
ticinco fustas  del  enemigo,  se  tocó  á  rebato,  y  con  tambores  y  pífanos,  bande- 
ras tendidas  y  armados  todos  los  soldados,  se  juntaron  en  la  playa,  y  con  ellos 
el  Obispo  Don  Fray  Juan  de  Montalvo,  gran  predicador  y  mayor  Prelado  de  la 
Orden  de  Santo  Domingo,  á  quien  acompañaban  todos  sus  prebendados  y  cléri- 
gos ;  Fray  Bartolomé  de  Sierra,  prior  del  convento  de  Santo  Domingo,  con 
todos  sus  frailes,  y  Fray  Sebastián  de  Garibay,  guardián  de  San  Francisco,  con 
todos  los  suyos  :  todos  esforzados  y  valientes,  y  con  ánimo  de  perder  las  vidas 
en  defensa  de  la  fe  de  Cristo  y  de  aquella  ciudad.  Era  ya  al  hilo  de  mediodía, 
este  que  hemos  dicho  de  la  Ceniza,  cuando  se  paso  la  flota  del  enemigo,  yéndose 
acercando  en  paraje  que  pudo  ver  toda  nuestra  gente  en  la  playa,  que  le 
pareció  serían  más  de  mil  hombres,  según  la  proporción  do  las  hileras  y  orden 
con  que  estaban  españoles,  negros  y  indios,  de  quien  no  se  hizo  diferencia,  juz- 
gándolos por  unos  á  todos  á  bulto  ;  de  que  no  se  temió  el  astuto  tirano,  antes 
saltando  de  su  Capitana  en  un  bajel  con  intentos  (según  se  supo)  de  certificarse 
más  de  cerca  de  nuestra  gente,  como  por  ventura  lo  iúciera,  pues  llegó  hasta 
las  reventazones,  á  no  dispararle  dos  tiros  gruesos,  de  que  tampoco  haciendo 
caso  el  esforzado  pirata,  se  fué  deslizando  la  costa  adelante  con  un  diestro  pilo- 
to que  traía,  siguiéndole  todas  sus  naves   con  banderas  tendidas,  flámulas  y  ga- 


CAP.  x)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  117 

llardetes,  pero  todo  de  negro,  que  no  se  supo  qué  quiso  significar  el  geroglífico, 
ni  tampoco  el  ir  del  mismo  color  el  General. 

4.°  Hubieron  á  las  manos,  allí  á  la  boca  del  puerto,  dos  negros  pescadores, 
que  no  fueron  de  poco  inconveniente  para  los  nuestros,  pues  á  fuerza  de  ame- 
nazas descubrieron  estar  las  entradas  de  la  ciudad  empujadas,  y  otros  pertre- 
chos que  en  ella  se  tenían;  iba  el  inglés  protestante  entrando  con  su  patache 
en  el  puerto  y  sondando  y  avisando  por  dónde  habían  de  ir  entrando  sus  naves, 
que  lo  hicieron  sin  ninguna  resistencia,  como  se  la  podían  hacer,  y  muy  gran- 
de, á  tener  asestadas  en  la  punta  de  la  entrada  del  puerto  y  donde  hoy  está 
el  fuerte  de  San  Matías,  algunas  piezas  gruesas;  pero  al  fin,  por  este  descuido, 
entraron  sin  zozobra  hasta  anclarse  ya  de  noche  las  naves  en  la  punta  que 
llaman  del  Judío,  una  legua  de  la  ciudad  escasa,  donde  hoy  está  á  más  de  media 
fábrica  fundado  un  buen  fuerte,  y  donde  luego  saltaron  en  tierra  sobre  mil 
guerreros  y  se  fueron  disponiendo  para  la  entrada,  que  se  determinaron  fuese 
de  noche,  aunque  nunca  se  pudieron  persuadir  los  nuestros,  sino  que  aguarda- 
rían al  día;  pero  antes  que  aquél  se  pasara,  mientras  iba  entrando  en  el  puerto 
el  enemigo,  se  fueron  disponiendo  nuestros  Capitanes  en  sus  puestos:  en  la 
puente  el  Teniente  Diego  Daza;  Martín  Polo  con  su  compañía,  como  dijimos, 
en  el  paso  de  la  Ciénega  de  Pesca,  donde  estaba  hecha  trinchera,  por  la  sospe- 
cha que  se  tenía,  como  hemos  dicho,  de  que  dejaba  gente  en  la  punta  de  la 
Canoa;  otros  fueren  á  la  puerta  y  puente  de  la  Media  luna,  y  los  que  hemos 
dicho,  al  fuertezuelo,  quedándose  el  Don  Pedro  Vique  con  el  resto,  que  serían 
hasta  trescientos,  los  ochenta  de  á  caballo;  enviáronse  cuarenta  de  estos 
peones  para  que  gobernasen  á  los  quinientos  indios,  que  se  pusieron  en  embos- 
cada dentro  del  manglar,  al  paso  del  enemigo,  que  los  dispusieron  tan  mal  que 
no   sólo   no   fueron    de   ningún    efecto,    pero   de    mucho    daño    que   diremos. 


118  FRAT   PEDRO   SIMÓN  (6.»  NOTICIA 

CAPÍTULO  XI 

l.*»  Da  orden  el  pirata  á  su  gente  cómo  marchen  á  la  ciudad  de  noche— 2."'  Resístenle 
los  nuestros  por  tierra  y  mar  desde  las  galeras— 3.°  Gana  el  enemigo  nuestra  trin- 
chera y  á  los  nuestros.  Las  espaldas  vuélvenselas  algunos— 4.°  Pelean  otros  valero- 
samente; quémanse  ambas  galeras. 

HABIENDO  desembarcado  los  luterano.s  en  el  número  y  lugar  que 
hemos  dicho,  los  más  mosqueteros,  arcabuceros  y  piqueros,  con  un 
tan  profundo  silencio,  que  ana  unos  á  otros  no  se  sentían,  sobre  que  caían  unas 
tan  oscuras  tinieblas  de  la  noche,  quo  en  muchas  antes  y  después  no  se  recpno- 
cieron  tan  espesas.  Puesto  en  medio  de  todos  el  Francisco  Diake,  les  habló 
con  eficaces  palabras,  esforzándolos  á  la  facción  que  intentaba,  y  avisándoles 
de  las  envenenadas  puntas  que  tenía  la  playa  por  donde  habían  do  caminar,  les 
dijo  que  yendo  treinta  soldados  de  mejores  bríos  por  sobresalientes  un  tiro 
de  arcabuz  de  los  demás,  caminasen  todos  por  el  mar,  el  agua  á  la  rodilla, 
llevando  las  mechas  encendidas  cuanto  altas  pudiesen,  para  que  si  acaso  de  los 
nuestros  fuesen  sentidos  y  les  disparasen,  fuese  por  alto,  haciendo  puntería  á 
la  cumbre  de  las  mechas.  Amenazaba  con  esto,  que  el  que  con  cobardía  volvie- 
se las  espaldas,  tuviese  por  cierto  el  colgarle  de  una  entena  de  los  navios,  á  donde 
él  se  volvía,  por  serle  forzoso  el  estar  en  su  resguardo,  por  habérselo  ordenado  la 
Reina,  su  señora;  pero  que  estaría  cierto  había  de  cenar  aquella  noche  en  la 
ciudad  con  seguro.  Mucho  llevaban  los  ingleses  con  estas  palabras  de  su  Ge- 
neral y  con  el  silencio  que  caminaban,  de  enseñorearse  de  la  ciudad  sin  ser 
sentidos  de  los  nuestros,  que  no  fué  así,  porque  el  cuidado  del  Gobernador  no 
sufrió  descuido  de  enviar  dos  de  á  caballo  que  corriesen  la  playa,  que  al  punto 
que  salían  al  efecto,  le  llegaron  otras  dos  espías  diciendo  cómo  el  enemigo 
venía  ya  marchando,  lo  que  también  certificaron  los  dos  de  á  caballo,  que 
aunque  las  espías  decían  esto,  no  por  eso  dejaban  de  pasar  adelante  á  lo  que  se 
les  ordenaba,  hasta  que  dieron  de  manos  á  boca  con  el  enemigo,  y  así  volvieron 
volando  á  dar  aviso  al  Gobernador  y  á  Don  Pedro  Vique,  que  luego  comen- 
zaron con  un  fervor  valiente,  juntamente  con  Don  Pedro  Marradas,  á  allanar 
la  gente  de  guerra,  que  no  acudía  con  el  valor  que  habían  prometido  aquella 
tarde,  antes  entre  las  tinieblas  de  la  noche  muchos  se  deslizaban. 

2.*^  Pero  al  fin  con  los  que  se  fueron  juntando  se  dispusieron  en  el  para- 
peto á  la  resistencia  de  los  ingleses,  que  llegando  marchando  por  dentro  del 
agua,  con  el  cuidado  que  se  les  encargó,  al  paraje  donde  estaban  emboscados 
los  indios,  no  sólo  no  les  dispararon  flechas,  pero  como  vil  canalla,  en  viendo 
las  picas  y   partesanas,   escaparon  huyendo  y  ensenándoles  á  los  ingleses  con 


CAP.  Xl)  NOTICIAS  RE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  119 

esto,  ser  mejor  aquel  paraje  por  donde  aquéllos  huían,  por  estar  sin  puyas,  que 
el  que  ellos  llevaban,  y  así,  saliendo  de  la  mar,  fueron  caminando  tras  ellos, 
seguros  de  las  puyas,  hasta  llegar  tan  cerca  del  parapeto,  que  los  pudieron  ver 
los  nuestros,  que  disparando  á  bulto,  fueron  derribando  á  algunos,  á  que  ayu- 
daron también  á  tiempo  las  galeras,  pues  disparando  también  sus  tiros  de 
crujía  por  la  mano  <j€recha,  barrieron  algunas  hileras  luteranas,  con  que 
quedaron  tan  atemorizados,  por  quedar  divididos  en  dos  partes,  que  mandó  su 
^laese  de  Campo,  mudando  de  parecer  en  lo  que  había  prometido  á  Francisco 
Drake  de  no  dar  paso  atrás,  que  se  recogiese  la  gente  para  tomar  la  vuelta  de 
los  navios,  ú  que  le  respondió  la  vanguardia  con  un  clarín  que  llevaban,  quo 
ya  no  era  tiempo  de  eso,  sino  de  marchar  adelante,  sin  embargo  de  que  con  los 
tiros  de  las  galeras  y  de  los  de  la  trinchera,  eran  yá  muertos  casi  doscientos 
ingleses,  y  de  los  nuestros  siete  perdieron  la  vida  antes  de  entrar  el  enemigo  á 
la  ciudad,  y  entre  ellos  Cosme  de  las  Alas  ;  pero  dióselas  de  brío  á  los  ingleses 
el  haberle  hallado  entrada  al  parapeto  por  la  parte  de  la  mar,  por  estar  men- 
guante y  haber  dejado  paso  entre  el  fin  de  él  y  la  lengua  del  agua;  que  pu- 
diera haberse  advertido  este  inconveniente  cuando  se  hizo. 

3.^  Entrándose  por  allí  los  luteranos,  con  grandísima  diligencia,  fueron 
ganando  á  los  nué&tros  las  espaldas,  con  quo  muchos  volvieron  las  suyas,  vién- 
dose en  tan  conocido  peligro  de  muerte  y  por  no  tener  el  valor  que  el  Alférez 
Cosme  de  las  Alas,  que  viéndose  ya  con  las  ansias  de  la  muerte,  por  las  mu 
chas  heridas  que  ten^!a,  con  sola  la  asta  de  la  bandera  sacó  de  esta  vida  á  dos 
ingleses,  hasta  que  cierto  caballero  de  ellos,  llamado  Don  Duardo,  le  atravesó 
con  una  partesana,  y  después  de  rendida  la  vida,  le  sacó  de  la  mano  la  bandera. 
No  bastaban  las  voces  de  Don  Pedro  Brique  para  hacer  volver  á  los  temerosos 
soldados,  en  especial  á  los  de  á  caballo,  que  por  estar  mal  herido  su  Capitán 
y  estimar  en  menos  la  honra  que  la  muerte,  habiendo  de  ser  al  contrario,  se 
retiró  en  demanda  de  su  mujer  al  arcabuco,  á  quien  siguieron  algunos  otros 
vecinos  de  la  ciudad  con  el  mismo  pío  y  miedos;  de  cuyo  mal  ejemplo  aco- 
bardándose los  peones,  comenzaron  también  á  huir,  quitándoles  el  miedo  las 
fuerzas  que  habían  tenido  hasta  allí,  si  bien  no  todos  huyeron  á  una,  sino 
yéndose  deslizando  unos  tras  otros;  con  que  se  dio  lugar  á  que  los  enemigos 
ganasen  la  trinchera  ó  parapeto  y  se  prometiesen  la  victoria,  como  la  comenzó 
á  cantar,  subido  encima  de  él  un  clarín,  de  que  enfadado  un  soldado,  le  dio 
con  un  tan  acertado  tiro  de  escopeta,  que  le  hizo  al  hereje  pasar  desde  allí  al 
infierno  en  un  instante,  quitándole  la  vida.  Entre  los  siete  que  murieron  de 
los  nuestros  fué  un  Juan  Rodríguez  Kico.  Prendieron  al  Capitán  Alonso  Bravo 
y  lo  mismo  pretendieron  hacer  al  brioso  anciano  Alvaro  de  Mendoza;  pero  los 
bríos  de  su  caballo  no  dieron   lugar  d  ello,  pues  aunque  atravesado  por  los 


120  FRAY    PEDRO   SIMÓN  (6.*  NOTICIA 

ijares,  sacó  á  su  amo  del  conflicto  de  la  batalla,  de  donde  también  salió  Pedro 
de  Coronado  con  tantas  heridas,  que  la  menor  le  amenazaba  de  muerte. 

4.°  Viéndose  el  Don  Pedro  Vique  con  tan  poca  gente  contra  tan  gran 
número  de  ingleses  y  tan  bien  armados,  subiendo  á  caballo,  se  fué  con  la  espada 
desnuda  hacia  la  parte  donde  estaba  el  mayor  número  de  ellos,  diciéndoles  á  los 
españoles  que  habían  quedado:  ''Seguidme,  caballeros,  pues  es  ocasión  ésta 
que  hagamos  demostración  de  nuestra  sangre  española  y  de  la  fe  católica  que 
profesamos,  contra  estos  herejes,  y  del  servicio  de  nuestro  Bey."  Que  no  fué 
tan  vana  esta  diligencia  que  no  le  acudiesen  sobre  veinte  españoles,  y  entre 
ellos  su  sobrino  Don  Pedro  Marradas,  y  aun  una  escuadra  de  negros  esclavos, 
cuyo  Capitán  era  otro  libre  llamado  Agustín  Martín ;  que  se  hubieron  todos 
con  tanto  valor,  que  aunque  quedaron  heridos  algunos,  quedaron  bien  pagadas 
las  heridas  con  muertes  de  muchos  ingleses,  los  cuales  prevalecían  cada  hora 
más,  no  obstante  estas  muertes  y  lo  que  hemos  dicho,  por  ir  supliendo  estos 
estragos  otros  que  de  nuevo  iban  llegándoles  de  los  navios.  Se  retiró  á  sus 
galeras  Don  Pedro,  que  hasta  allí  no  habían  podido  hacer  otro  efecto  que  el 
que  dijimos  de  la  primera  rociada.  Mandó  que  se  mudaran  del  puesto  que 
tenían,  y  sucedió  que  por  descuido  de  un  soldado  que  estaba  dando  pólvora, 
se  encendió  un  barril  de  ella  y  se  quemó  la  galera,  que  fué  causa  que  se  sol- 
tasen los  forzados  de  ella,  huyéndose  los  turcos  á  los  ingleses,  y  los  cristianos 
á  donde  mejor  pudieron  gozar  de  su  libertad.  Viendo  el  Don  Pedro  Vique 
lo  sucedido  en  aquella  galera,  y  del  poco  provecho  que  era  á  los  nuestros  la 
otra,  porque  no  lo  fuese  tampoco  al  inglés,  le  pegó  fuego,  habiendo  sacado 
primero  el  Capitán  Castañeda  la  pólvora  y  municiones  y  muchos  de  los  man- 
tenimientos. 


CAP.  XIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME  121 

CAPÍTULO  XII 

1  .<>  Entra  el  enemigo  á  la  ciudad,  fortifícase  en  la  plaza,  donde  le  acomete  valerosamen- 
te Martín  Polo— 2.°  Entra  en  la  ciudad  Francisco  Drake,  y  encuéntrase  lo  primero 
con  una  Cédula  Real  en  que  le  llaman  Corsario—  3.**  Conciértanse  los  edificios  de  la 
ciudad,  y  habiéndole  pagado,  da  recibo  de  todo— 4 .°  Hácense  otros  rescates  parti- 
culares—5.°  Sálese  de  la  ciudad  el  Corsario,  vuelve  á  arribar  otra  vez,  llega  á  su 
tierra. 

SIN  estorbo  del  que  hemos  dicho,  ni  haber  dado  un  paso  atrás  (por 
no  valer  fuerzas  humanas  á  retardar  el  azote  divino),  so  fueron 
entrando  los  mil  luteranos,  que  estaban  ya  juntos  en  la  ciudad,  fortificándose 
en  la  plaza,  y  el  Gobernador  y  Don  Pedro  Vique  en  la  puerta  de  la  puente, 
aunque  ya  sin  provecho,  pues  habían  cesado  las  dos  causas  por  que  se  había 
plantado  allí  el  Teniente:  la  una  para  hacer  rostro  al  enemigo,  si  pretendiese 
entrar  por  allí;  y  la  otra  para  detener  á  los  nuestros,  si  alguno  intentaba  salir 
de  la  ciudad  antes  de  concluir  con  la  resistencia ;  allí  estaban  los  nuestros  bien 
fortificados,  cuando  acudió  un  escuadrón  de  trescientos  ingleses,  pretendiendo 
también  ganar  la  puerta,  que  aunque  repararon  algo  viendo  tanto  presidio  en 
ella,  al  fin  se  determinaron  á  disparar  sus  arcabuces,  lo  que  también  hicieron  los 
nuestros  por  buen  espacio  de  tiempo,  en  el  cual  iba  ya  amaneciendo  y  llegán- 
dose á  la  ciudad  el  Capitán  Martín  Polo,  por  haber  oído  en  su  puesto  de  Pesca 
la  artillería  de  la  ciudad,  y  saber  que  por  donde  él  estaba  no  había  algún 
peligro  del  enemigo ;  á  quien  acometió  con  solos  diez  y  siete  soldados  de  los 
suyos,  que  le  quisieron  seguir,  entrándose  por  las  calles  con  tan  valeroso 
ánimo,  que  llegó  hasta  la  plaza  arrollando  cuantos  ingleses  encontraba  por  las 
calles ;  los  cuales  viendo  aquel  atrevimiento  con  tantas  muertes  de  los  suyos, 
antes  que  otros  de  los  nuestros  también  lo  tuviesen  para  inquietarlos  en  la 
plaza,  sacaron  de  ellas  dos  mangas  de  bien  armados  soldados,  para  que  fuesen 
defendiendo  las  calles  y  le  tomasen  las  espaldas  al  Martín  Polo  y  los  suyos, 
que  adviitiéndolo,  se  fueron  retirando,  no  á  espaldas  vueltas,  sino  haciendo 
frente,  hasta  juntarse  con  los  que  estaban  en  la  puente,  en  la  cual  refriega 
murieron  muchos  ingleses,  j  de  los  nuestros  Pedro  Fernández  y  Francisco  de 
Falencia.  Viendo  el  Gobernador  y  los  demás  ser  temeridad,  y  peligrar  sin 
provecho  el  aguardar  más  en  la  ciudad,  supuesto  el  estado  que  tenía,  se  reti- 
raron al  pueblo  de  Turbaco,  dividiéndose  los  demás  por  las  estancias  entre  los 
arcabucos. 

2.°  Habiendo   avisado   los   ingleses   del   suceso  al  Francisco  Drake  en  los 
navios,  se  entró  en   una   lancha,  y  acompañado   de   otras,  tomó  la  vuelta  de  la 


122  FRAY   PEDRO    S1M(5n  (6.*  NOTICIA 

ciudad,  viniendo  bogando  muy  aprisa  hasta  llegar  al  fuertezuelo  de  la  Caleta, 
donde  por  la  cadena  y  valientes  bríos  del  Pedro  Mejía,  se  detuvo,  sin  poder 
pasar  las  lanchas  adelanto,  hasta  que  le  fué  recado  al  Mejía  dejara  aquella 
facción  y  fuerte,  pues  no  era  ya  de  importancia,  y  así  lo  tuvo  de  dejar  basta 
contra  su  gusto,  porque  le  tenía,  y  bríos  para  defenderse  allí  por  muchos  días. 
Pasó  con  esto  el  General  inglés,  acompañado  de  su  Almirante  y  otros  muchos 
Capitanes,  hasta  entrar  en  la  ciudad,  donde  se  fortificó  valientemente,  como 
quien  tenía  intento  de  hacer  asiento  en  ella  por  muchos  días,  comenzando  en 
aquél,  sábado  diez  de  Febrero,  á  trastornarla  toda ;  que  todavía  hubieron  ú  las 
manos  razonable  pillaje  de  comidas,  vino  y  aceite,  que  no  se  había  podido  sacar 
y  de  otras  haciendas  que  habían  enterrado  los  vecinos,  habiéndoles  dado  no- 
ticia de  ellas  algunos  negros  esclavos  que  habían  quedado  en  la  ciudad.  Entre 
otras  cosas  que  el  Corsario  hubo  á  las  manos,  fueron  en  ciertns  gavetas  en  la 
casa  del  Gobernador  las  Cédulas  Eeales  que  habían  ido  en  los  avisos  de  España, 
dándolas  de  que  un  Corsario  iba  á  infestar  aquellas  costas;  de  que  se  acedó 
tanto  el  inglés  por  haberle  llamado  Corsario  (¡  como  si  no  lo  fuera !},  que  no 
acababa  de  mostrar  sus  sentimientos,  como  se  echó  de  ver,  pues  habiendo 
venido  á  la  ciudad  á  tratar  de  su  rescato  de  edificios  el  Obispo  Tristán  de 
Oribe,  Pedro  López  Tribiño,  el  Doctor  Méndez  y  otros  vecinos  y  Capitanes 
de  lo  más  granado  de  ella,  lo  primero  de  lo  que  trató  el  inglés  fué  de  la 
cédula,  con  grandes  demostraciones  de  acedías,  diciendo  que  aunque  aquello 
había  sido  exceso  de  secretarios  y* que  los  Beyes  no  podían  siempre  leer  lo  que 
firmaban,  que  si  cualquiera  se  lo  hubiera  dicho,  él  lo  desmentiría  por  la  barba, 
y  tomara  satisfacción  por  sus  manos,  como  confiaba  en  Dios  lo  habían  de  ver 
todos  algún  día,  y  su  desagravio  en  España. 

3.°  Iba  tan  encarnizado  en  esto,  que  hoy  no  hubiera  acabado  de  hablar 
sobre  ello  si  no  le  moderara  el  Obispo,  diciendo  que  en  aquella  sazón  sólo  venía 
á  tratar  del  rescate,  con  lo  cual  y  con  otras  palabras,  reportándose  el  protes- 
tante, pidió  por  la  talla  seiscientos  y  tantos  mil  ducados,  sobre  el  cual  exceso 
en  nada  cedió,  de  suerte  que  se  deshizo  la  junta  sin  dar  en  nada  asiento,  hasta 
que  volviendo  otro  día  Tristáu  de  Oribe,  le  llegó  á  ofrecer  hasta  cien  mil 
ducados,  que  despreciándolos  el  hereje,  y  metiéndose  otra  vez  en  cólera,  hizo 
poner  fuego  á  algunas  casas  del  arrabal,  que  eran  de  madera,  y  á  otras  de 
piedra,  con  intentos  de  arrasarla  toda  por  el  suelo ;  hacían  mil  lamentables 
vituperios  á  las  imágenes  de  las  Iglesias,  que  por  estar  pintadas  no  se  pudie- 
ron esconder  ni  reservar  de  su  ira;  predicaba  casi  todos  los  días  la  secta  de 
Lutoro  desde  ios  corredores  de  la  casa  del  Gobernador  y  en  otras  partes  públicas 
y  capaces  para  juntarse  auditorio  á  sus  prédicas.  Viendo  los  nuestros  el  estrago 
que  iba  haciendo  en  todos  y  los   que   iban  amenazando  se  habían   de  hacer, 


CAP.  XIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  123 

llegaron  otra  vez  al  concierto  del  rescate,  que  ofreciéndole  sobre  los  cien  mil 
otros  diez  mil  ducados,  quedó  asentado.  Que  comenzándole  á  pagar  parte  de  él 
en  joyas,  de  las  que  no  gustaba  tanto  como  de  la  moneda,  hizo  baja  de  tres  mil 
ducados,  con  tal  que  se  lo  pagasen  en  buena  moneda,  de  que  iba  dando  cartas  de 
pago  como  los  iba  recibiendo,  y  á  lo  último  la  dio  de  todo,  como  yo  las  vi  todas 
originales  de  su  misma  letra  en  un  archivo  de  los  oficiales  de  Cartagena,  y  la 
última  dice  así: 

^*  Agnosco  me  centeiios  Se  septiesmille  connatos  á  Gubernatore  civibusque 
CartTiagence  recepisse  20  die  marthi  1586.*^ 

Francisco  Dbake. 
Que  en  nuestro  castellano  quiere  decir  : 

"  Conozco  ó  doy  testimonio  haber  recibido  del  Gobernador  y  ciudadanos  do 
la  ciudad  de  Cartagena  ciento  y  siete  mil  ducados,  en  veinte  de  Marzo  de  1586." 

Francisco  Drake. 

Y  luego,  consecutivo  al  recibo,  dice  así  el  original :  *'  Testigos  que  fuimos 
al  firmar  y  á  lo  demás  que  vimos  los  dichos  (hánse  nombrado  otra  vez  más 
arriba  en  otros  recibos)  Pedro  López  Tribiño,  Tristán  de  Oribe  y  el  Doctor 
Méndez  y  Pedro  Mejía  Mirabal,  vecinos  de  la  dicha  ciudad ;  Francisco  de 
Alva,  escribano." 

No  quedó  en  esto  la  suma  del  rescate,  pues  habiéndose  hecho  algunos  de 
particulares  vecinos,  por  las  cosas  que  había  de  ellos  el  inglés  á  las  manos,  le 
fueron  de  importancia  de  cien  mil  y  tantos  castellanos,  como  fueron  de  otras 
socaliñas  que  tuvo  el  pirata  ingle's,  diciendo  que  el  matadero  y  el  convento  de 
San  Francisco,  que  están  fuera  de  la  ciudad,  no  habían  entrado  en  el  rescate  de 
ella,  y  así  que  aquello  era  cuenta  aparte,  á  lo  que  no  quería  acudir  el  Goberna- 
dor, arrepentido  por  lo  que  había  dado  por  la  ciudad;  pero  al  fin  nuestros  reli- 
giosos dieron  mil  pesos  por  el  convento,  y  también  se  satisfizo  por  el  matadero. 
Al  Capitán  Bravo  Hidalgo  le  costó  su  rescate  cinco  mil  pesos,  que,  como 
dijimos,  lo  tenían  preso;  también  rescató  Luisa  Alvarez  una  muy  buena  estancia 
que  tenía  á  la  entrada  del  puerto  en  la  isla  de  Carex  (que  hoy  es  de  Don  Pe- 
dro Félix),  porque  no  se  la  talasen  y  destruyesen  los  muy  buenos  árboles  de 
que  la  tenía  plantada,  que  era  de  donde  tenía  su  renta  y  bien  de  comer,  en 
especial  de  un  famoso  árbol  mamey,  valentísimo  y  de  buena  fruta,  como  yo  le 
vi  el  año  pasado  de  mil  y  seiscientos  y  veinte  y  cuatro  ;  de  suerte  que  toda  la 
importancia  del  pillaje  montó  gcbre  cuatrocientos  mil  ducados,  sin  las  piezas 
de  artillería,  que  eran  muchas  y  muy  buenas,  con  las  que  se  hallaba  la  ciudad, 

^  í5 


124  FRA.Y   PEDRO   SIMÓN  (6.*   NOTICIA 

de  que  no  quiso  rescatar  tan  sólo  una,  y  sin  muchos  negros  esciaros  que  se  le 
pasaron,  que  si  á  él  no  le  eran  de  importancia,  les  fué  de  daño  á  los  vecinos;  tam- 
bién se  hizo  de  su  banda  y  religión  hereje  uu  mestizo,  cebado  de  sa  libertad  y  del 
entierro  y  honra  que  el  Drake  le  hizo  hacer  áotro  de  su  pelaje,  que  traía  en  su 
compañía  por  Capitán  desde  la  costa  del  Sur,  donde  se  le  pasó  á  su  devoción. 
También  enterraron  con  solemnidad  a  un  Capitán  á  quien  mató  un  soldado  de  los 
nuestros,  llamado  Francisco  Díaz,  en  una  lancha  donde  iba  ol  inglés  con  otros 
muchos  á  coger  una  fragata  del  trato,  á  quien  dieron  vista  en  estos  días,  pero  no 
dándosela  al  soldado  y  á  otros  que  estaban  con  él  emboscados  en  un  manglar  á  la 
costa,  le  costó  la  vida  al  inglés,  á  quien  hizo  con  pompa  de  Capitán  un  lustro- 
so entierro  á  su  modo  el  Francisco  Drake. 

5.°  El  cual,  después  de  haber  estado  en  la  ciudad  dos  meses,  á  los  diez  de 
Abril,  después  de  haber  reparado  sus  navios,  se  dio  á  la  vela,  y  cuando  iba 
saliendo  del  puerto,  iban  entrando  los  vecinos  en  la  ciudad,  que  hallándola  tan 
mal  parada  como  se  podía  presumir  de  tales  huéspedes,  estaban  con  mil  arre- 
pentimientos de  la  gruesa  paga  que  le  habían  dado;  pero  apenas  se  habían  aco- 
modado en  lo  que  hallaron  de  las  casas,  y  comenzado  á  repararlas  y  hacer 
otras  de  nuevo,  cuando  volvieron  á  ver  las  veinticuatro  velas  del  inglés,  que 
volvía  á  arribar  al  puerto  ;  con  que  se  alborotó  de  tal  manera  la  ciudad,  que 
más  prisa  y  con  menos  comodidad  que  la  primera  vez,  comenzó  á  salir  toda  la 
gente  de  ella  ;  hasta  que  estando  ya  dentro  del  puerto,  les  envió  á  asegurar  el 
Francisco  Drake,  con  un  amigo  suyo  llamado  Jonás,  bien  aljamiado  en  nuestra 
lengua,  que  se  quietasen  sin  temor  todos  en  la  ciudad,  porque  él  les  cumpliría 
la  palabra  que  les  había  dado  de  no  volver  á  entrar  en  ella,  pues  su  arribada  sólo 
era  para  tener  mejor  defensa  en  el  puerto  de  los  galeones  que  estaban  esperan- 
do de  España,  si  bien  á  la  verdad  no  era  sino  para  reparar  la  valiente  barca 
que  tomaron  en  el  puerto  de  Santo  Domingo,  que  se  les  iba  á  pique  por  la 
mucha  artillería  de  que  iba  cargada.  Tardáronse  en  repararla  algunos  días,  en  que 
no  dejaban  de  molestar  la  ciudad  algunos  que  se  desembarcaban,  y  con  sus  armas 
venían  á  ella  pidiendo  matalotajes  de  carne  salada,  cazabe  y  bizcochos,  á  los 
cuales  entretenía  el  Gobernador  con  industria,  por  si  acaso  entre  tanto  llegaban 
nuestros  galeones,  que  viendo  su  tardanza,  los  despachó  con  lo  que  pedían,  coa 
que  á  veinticuatro  de  Abril  se  volvió  el  inglés  á  hacer  á  la  vela,  y  dejando  el 
ir  á  Nombre  Dios  y  Panamá,  que  era  el  principal  blanco  y  pío  con  que  salió  de 
Londres,  tomó  su  carrera  por  allá,  á  donde  llegó  en  salvamento  después  de  tan 
larga  navegación. 

Por  haber  sido  tan  despacio  el  tiempo  desde  que  alegaron  estos  luteranos 
á  la  ciudad  de  Santo  Domingo  y  aun  á  la  de  Cartagena,  lo  hubo  para  que  lle- 
gasen las  noticias  de  todo  á  este   Nuevo   Reino  de   Granada,   que  aunque   algo 


CAP.  XIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  125 

confusas,  se  ordenó  luego  por  parte  de  esta  Audiencia,  á  quien  gobernaba 
per  Oidor  más  antiguo  y  falta  de  Presidente  el  Doctor  Guillen  Chaparro,  se 
alistase  gente  y  armas,  se  señalasen  oficiales  por  todas  las  ciudades  de  él  y  es- 
tuviesen prevenidos  para  si  les  demandasen  socorro  de  la  de  Cartagena,  que  ha- 
biendo sucedido  como  hemos  dicho,  y  salídose  el  inglés  de  ella,  sólo  se  quedaron 
estas  diligencias  en  prevenciones,  aunque  importantes  para  quietar  los  indios 
más  pacíficos  del  Reino,  que  con  las  nuevas  andaban  alterados,  como  gente  tan 
novelera  ;  pero  viendo  la  que  se  hacía  de  soldados  españoles,  tuvieron  por  bien 
de  volverse  á  quitar.  Pasado  buen  número  de  días  de  la  partida  del  inglés  de 
Cartagena,  llegaron  los  galeones,  que  fué  como  el  focorro  que  dicen  de  Espa- 
ña :  un  asno  viejo  cargado  de  lanzas  sin  hierro.  Traíalos  á  su  cargo,  como  Ge- 
neral que  era,  Alvaro  Flórez  ;  naves  fuertes  pero  sin  efecto:  venía  en  ellas  Don 
Pedro  de  Ludeña  por  Gobernador  de  la  ciudad  y  sucesor  de  Pedro  Fernández 
de  Bustos,  que  tuvo  tan  desgraciado  fin  en  su  Gobierno,  como  hemos  visto  de 
la  pérdida  de  esta  ciudad. 


126  FRAT   PEDRO    SIMÓN  (6.*  NOTICIA 

CAPÍTULO  XIII 


Arma  otra  vez  Francisco  Drake  y  viene  sobre  Cádiz,  donde  le  sucede  mal— 2.»  Por  lo 
cual  se  halló  en  desgracia  de  su  Reina  Isabel.  Arribada  de  Sancho  Pardo  á  Puerto 
Rico  con  una  nave  de  millón  y  medio— 3.*»  Prometiendo  haberla  á  las  manos,  sale 
con  buena  flota  de  Londres.  Dase  aviso  á  Nombre  de  Dios  y  Panamá — 4.<>  Toca  el 
Corsario  en  la  isla  Gran  Canaria,  donde,  vendóle  mal,  toma  la  vuelta  de  la  de  Puerto 
Rico. 


N' 


O  acababa  de  digerir  Francisco  Drake  las  acedías  con  que  andaba  con- 
tra nuestra  religión  y  nación  española,  ni  de  querer  dar  á  entender 
en  toda  ocasión  lo  estomagado  que  andaba  y  deseoso  de  venganzas,  por  la  afrenta 
con  que  se  sentía  de  haber  hallado  en  las  Cédulas  Reales  de  aviso  en  esta  ciudad 
de  Cartagena  que  le  llamaban  Corsario.  De  todo  lo  cual  andaba  solicitado  de  sus 
deseos  de  ponerlos  en  efecto,  robando  algunas  de  las  ciudades  de  los  puertos 
de  España.  El  cual  pío  comunicado  con  su  Reina,  y  prometiéndola  más  de  lo 
que  pudo,  hicieron  los  dos  armada  con  designio  de  tomar  la  ciudad  de  Cádiz, 
donde  á  la  sazón  gobernaba  Don  Pedro  de  Acuña,  y  habiendo  salido  del  puerto 
de  Pletnua  con  muchas  y  buenas  naves,  bien  cargadas  de  armas  y  gente,  de 
quien  él  era  General,  y  llegado  á  la  ciudad,  fué  tan  valiente  la  resistencia  que 
le  hizo  el  Gobernador,  que  no  sólo  no  le  surtió  al  hereje  el  efecto  que  deseaba 
de  tomar  la  ciudad,  pero  destrozadas  muchas  de  sus  naves,  quedaron  muertos 
gran  suma  de  ingleses,  regando  los  primeros  umbrales  de  las  puertas  de  Espa- 
ña por  aquella  parte  con  la  sangre  de  aquellos  lobos,  para  que  otros,  oliéndola, 
no  se  atrevieran  á  poner  el  pié  en  aquellas  entradas  :  como  se  dice  de  este  ani- 
mal, que  en  oliendo  la  sangre  derramada  de  otro  de  su  casta,  no  pasa  adelante, 
antes  vuelve  atrás,  ó  como  suelen  hacer  con  los  grajos,  que  colgando  uno  de 
un  palo,  donde  acuden  muchos,  huyen  todos  de  aquella  parte,  porque  no  les 
suceda  lo  que  á  aquél. 

2.**  Volviendo  con  este  mal  despacho  Francisco  Drake  á  Londres,  fué  bas- 
tante para  quedar  arrinconado  de  la  privanza  de  su  Reina  :  caso  de  los  más 
tristes  que  le  pudieran  suceder,  pues  no  hay  miseria  que  llegue  á  haber  sido 
un  hombre  y  cuanto  más  ha  sido  mayor  miseria.  En  ésta  anduvo  algunos  años 
(porque  en  realidad  las  desgracias  están,  como  la  sombra,  pegadas  á  la  prosperi- 
dad, y  no  puede  faltar  en  este  mundo  la  alternativa  de  la  una  y  la  otra),  cuando 
en  el  de  mil  y  quinientos  y  noventa  y  cinco  (nueve^de^ués  que  salió  de  Car- 
tagena  con  el  pillaje  que  hemos  dicho),  yendo  Don  Francisco  de  Colona  con  la 
flota  y  plata  de  estas  Indias,  y  en  su  compañía  Sancho  Pardo  de  Osorio,  Gene- 
ral de  Tierra  Firme,  corrieron  una  tan  grave  tormenta,  que  aportando  cada  nao 


CAP.  XIII)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  127 

á  diversas  partes,  unas  á  Cádiz,  otras  á  Lisboa  y  otras  al  Ferrol,  Sancho  Par- 
do con  la  suya  arribó  á  la  isla  y  ciudad  de  Puerto  Rico,  en  que  llevaba  millón 
y  medio  de  plata.  Dio  aviso  desde  allí  á  Castilla,  donde  luego  fué  ordenado  por 
el  Rey  saliese  Don  Pedro  Tello  con  cinco  fragatas  en  demanda  de  Puerto  Rico, 
para  ir  en  resguardo  de  la  navo  de  Sandio  Pardo.  No  fué  tan  secreto  este  su- 
coso y  nuevas  en  España,  que  no  pasasen  á  Inglaterra  y  alterasen,  entie  los 
demás,  la  codicia  del  Francisco  Drake,  que  ya  por  la  plata,  y  ya  por  abrir  por 
aquel  camino  entrada  para  volver  á  la  gracia  de  la  Reina,  pretendió  dar  á 
entender  á  todos  ser  más  evidente  y  claro  que  el  día  el  poder  haber  á  sus  ma- 
nos, y  poner  desde  las  suyas  en  las  de  la  Reina,  no  sólo  la  plata  de  aquella 
nave  de  Puerto  Rico,  pero  aun  toda  la  que  tenía  Panamá,  Nombre  de  Dios  y 
Puertobelo. 

3.*^  Anduvo  tan  persuasivo  en  esto,  que  con  intervención  de  la  Reina  se 
dispusieron  á  la  jornada,  en  el  puerto  de  Plemua,  hasta  veintisiete  navios,  los 
seis  do  la  Reina  y  por  su  cuenta  y  el  resto  de  mercaderes  y  á  la  suya;  las  dos 
mayores  de  seiscientas  hasta  setecientas  toneladas,  dos  de  á  cuatrocientas,  cinco 
de  á  trescientas  y  el  resto  de  á  doscientas  y  de  á  ciento  cincuenta,  y  tres  de 
hasta  cincuenta;  repartidas  en  ellas  hasta  tres  mil  hombres  de  mar  y  guerra, 
la  mayor  parte  moza,  bisoña  y  desarmada,  pero  con  voz  de  que  venían  siete 
mil.  Venía  por  General  de  tierra  Juan  Acles,  y  orden  que  en  su  falta  lo  fuese 
el  Francisco  Drake,  que  lo  era  sólo  de  mar;  Sargento  Mayor,  un  Rodulfo,  gran 
soldado,  sobrino  del  General,  y  otros  oficiales.  Diéronse  á  la  vela  en  el  mismo 
puerto,  á  cinco  ó  seis  de  Septiembre  de  dicho  año  de  mil  y  quinientos  y  noven- 
ta y  cinco,  que  sabiéndose  en  el  Real  Consejo  de  Indias,  y  los  designios  que 
llevaba  de  pasar  á  Panamá  y  á  Nombre  de  Dios,  se  le  despachó  sobre  las  espu- 
mas de  la  agua,  como  dicen,  en  un  navio,  buen  velero,  al  Gobernador  y  Capi- 
tán General  de  Nombre  de  Dios  y  Puerto  Rico,  que  era  Don  Diego  de  Amaya, 
que  comenzó  luego  á  disponer  pertrechos,  aunque  se  hallaba  con  bien  pocos, 
para  defensa  de  su  pueblo.  Dio  desde  él  aviso  á  Panamá  que  no  se  podía  per- 
suadir á  que  en  aquel  tiempo  saliese  gente  do  Inglaterra,  donde  comienzan  los 
rígidos  y  procelosos  inviernos,  aunque  bien  tenía  experiencia  el  Francisco 
Drake  que  esto  es  en  aquel  mar  frío  que  se  va  calando  debajo  del  polo  Ártico, 
porque  en  e-te  nuestro  caliente,  que  metido  debajo  la  Tórrida  Zona  viene  á 
buscar  por  cénit  la  línea  equinoccial,  los  mejores  tiempos  de  navegar  son 
aquéllos.  No  obstante  estas  razones,  de  la  ciudad  de  Panamá  instaba  el  Don 
Diego  en  el  socorro  que  pedía,  de  que  dio  aviso  aquella  Real  Audiencia  al 
Virrey  del  Pirú  (á  quien  está  sujeta),  Don  García  de  Mendoza,  Marqués  de  Ca- 
ñete, que  despachó  luego  (habiendo  llegado  poco  había  de  ser  Gobernador  de 
Chile  á  la  ciudad  de  Lima)  á   Don    Alonso  de  Sotomayor   por  su  Teniente  con 


128  FRAY    PEDRO    SIM(5n  (6.^  NOTICIA 

alguna  gente,  y  los  Capitanes  Fernando  de  Ocampo  y  Juan  Enrique,  y  muchas 
municiones  de  pólvora,  balas,  cuerda  y  seis  piezas  gruesas,  que  llegaron  en 
salvamento  en  una  galizabra  al  puerto  de  Panamá,  donde  fueron  bien  recibi- 
dos, más  por  las  personas  que  por  los  pertrechos,  en  especial  por  la  estima  que 
hacían  de  la  de  Don  Alonso,  á  quien  la  Real  Audiencia  nombró  de  nuevo  por 
su  Teniente  General  en  todo  cuanto  tocara  a  su  jurisdicción,  no  obstante,  como 
dijimos,  que  él  lo  era  del  Marqués  y  Virrey. 

4."  Volviendo  a  la  flota  y  navegación  de  Inglaterra,  llegando  á  la  isla  y 
puerto  de  la  Gran  Canaria,  pretendió  hacer  en  su  ciudad  un  gran  pillaje,  para  lo 
cual  echó  en  tierra  (aunque  Cairaseo  dice  no  haberlos  dejado  saltar  en  ella, 
sino  que  antes  de  eso  les  hicieron  resistencia,  sin  dejar  desembarcar  á  ningiuio) 
en  veinte  lanchas  más  de  mil  hombres  por  el  puerto,  que  recibiéndolos  bien 
prevenidos  con  ochocientos  los  de  la  ciudad,  buenos  jinetes  y  arcabuceros,  y 
bien  industriados  á  semejantes  lances,  á  los  primeros  hicieron  menos  cuaren 
ta  ingleses,  y  retirar  al  protestante,  que  mal  contento  se  hizo  á  la  vela  y  muy 
de  otro  gusto  del  que  intentó  robar  la  ciudad.  Corrió  más  adelante  la  costa 
cinco  leguas,  donde  en  cierto  paraje  saltaron  en  tierra  veinte  ingleses  con  inten- 
tos de  hacer  aguada,  que  les  salieron  en  vano,  pues  en  lugar  de  agua  llevaron 
sangre,  por  la  prisa  que  les  dieron  los  ganaderos  que  andaban  por  aquellos  países 
pastando  los  ganados,  que  con  hondas,  bastones  y  lanzas,  de  los  veinte  sacaron 
de  esta  vida  á  los  catorce,  y  de  los  seis  hubieron  vivos  tres  á  las  manos,  y  aun 
los  tres  que  restaban  por  escaparse  de  ellos  se  derrumbaron  por  ciertos  peñascos, 
donde,  haciéndose  mil  pedazos,  fueron  a  refrescarse  al  infierno.  Con  que  el 
Francisco  Drake,  desabridísimo,  tomó  la  vuelta  de  Puerto  Rico,  surgiendo  de 
camino  en  una  de  las  islas  que  llaman  de  Barlovento  y  á  ella  de  Guadalupe,  se 
ancló  el  tiempo  necesario  hasta  hacer  siete  lanchas,  por  habérsele  perdido  al- 
gunas, donde  echó  á  pique  tres  naves  gruesas,  por  ser  zorreras  y  haber  venido 
hasta  allí  cargadas  sólo  de  mantenimientos.  No  se  descuidaba  en  este  tiempo 
Don  Pedro  Tello  de  proseguir  su  navegación  con  cinco  fragatas,  y  dando  vista 
á  las  islas  Dominica  y  Matalino,  también  de  las  de  Barlovento,  se  encontró 
entre  las  dos  con  dos  navios  de  la  armada  del  inglés,  que  se  habían  adelantado 
mientras  los  otros  estaban  en  la  de  Guadalupe,  que  escapándosele  el  uno  por 
haberle  cogido  el  barlovento,  echó  el  otro  á  pique,  habiendo  de  él  á  las  manos 
diez  y  ocho  ingleses,  que  á  fuerza  de  tormentos  c:>nfesaron  el  discurso  de  toda 
la  jornada,  que  fue  el  que  hemos  dicho,  nombrando  por  sus  nombres  todos  los 
Capitanes,  Alférez  y  Sargentos;  aunque  mejor  relacióTr  se  tomó  de  un  portu- 
gués llamado  Simón  Moreno,  que  venía  con  ellos  y  se  les  huyó  cuando  llegó 
Francisco  Drake  al  puerto  del  Río  de  la  Hacha.  Con  todo  eso,  cuidadoso  por 
esta  relación  de  los  atormentados  ingleses,  Don   Pedro  Tello  llegó  á  la   ciudad 


CAP.  XTV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  129 

de  Puerto  Rico,  donde  comenzaron  lue'go  á  hacer  nuevos  pertrechos  en  defensa 
del  Corsario. 


CAPITULO  XIV 

1 .«  Sucediéndole  mal  al  Drake  también  en  Puerto  Rico,  toma  la  vuelta  de  estas  costas 
y  llega  al  Cabo  de  la  Vela— 2.°  Dase  nueva  en  Cartagena  y  previénese  su  Goberna- 
dor Don  Pedro  de  Acuña.  Llega  al  Río  de  la  Hacha  y  roba  las  estancias  y  canoas  de 
perlas— 3.»  Quema  la  ciudad.  Da  relación  de  la  armada  un  portugués  que  aquí  se 
le  huyó— 4.0  Pasa  á  Santa  Marta,  y  quemándola,  hácese  á  la  mar  la  vuelta  del  Nom- 
bre de  Dios. 


T 


lENÍ A  á  su  cargo  á  la  sazón  esta  ciudad  el  Capitán  Juan  Fernández 
Coronel,  natural  de  Hita  (?)  (que  yo  conocí  mucho,  pues  vine  na- 
vegando con  él  desde  España  hasta  k  isla  Margarita  y  hoy  pienso  que  es.  vivo, 
hombre  de  valor  en  toda  ocasión  de  honra),  que  juntamente  con  Don  Pedro 
Tello  y  Sancho  Pardo  dispusieron  bien  la  defensa  del  puerto  y  ciudad.  En  tres 
partes  se  dividió  la  artillería  ;  cerróse  la  boca  de  la  barra  con  tres  fragatas  que 
se  echaron  en  ella  á  pique,  para  que  sus  jarcias  enjarciasen  y  impidiesen  la 
entrada  á  la  naves  enemigas.  Amparáronse  al  abrigo  nuestras  cinco  fragatas, 
para  desde  ellas  darle  también  batería,  como  sucedió,  pues  llegando  el  pirata  á 
vista  del  puerto  y  poniéndose  de  mar  en  través  con  todas  sus  naves,  pretendió 
aquella  noche,  cubierto  de  su  obscuro  manto,  entrarse  dentro,  como  lo  intentó 
con  mil  hombres  en  veinte  lanchas,  procurando  limpiar  con  su  arcabucería  los 
estorbos,  y  pareciéndole  serle  grandes  los  de  la  obscuridad  de  la  noche,  pegó 
fuego  á  dos  de  nuestras  fragatas  para  tener  luz,  que  fué  su  total  ruina,  pues 
aunque  la  tuvieron  los  nuestros  de  las  dos  fragatas  por  no  poderse  remediar  el 
fuego,  tuvieron  luz,  aprovechándose  de  su  mismo  daño,  para  disparar  con  pun- 
tería cierta  á  las  lanchas,  y  tan  cierta,  que  les  barrían  la  gente  desde  el  Morro 
y  otras  partes  con  las  piezas  gruesas,  sembrando  el  mar  de  cuerpos,  con  que  le 
fué  forzoso  retirarse  y  volverse  á.su  puesto,  donde  sucedió  una  cosa  digna  do 
que  se  encomiende  más  á  la  memoria  que  al  olvido;  y  fué  que  estando  cenando 
un  caballero  inglés  que  hacía  oficio  de  Teniente  General,  viéndola  luz  que  tenía 
á  la  mesa  un  artillero,  desdo  el  Morro,  apuntó  tan  acertadamente  á  la  lumbre 
una  pieza  gruesa,  que,  dando  con  la  bala  en  la  mesa,  barrió  cuantos  en  ella 
estaban  y  otros  circunstantes  hasta  número  de  quince,  que  pasaron  desde  allí 
á  tragar  en  el  infierno  otras  mayores  desgracias,  como  tambie'n  le  sucedió  al 
General  Juan  Acles,  que  do  pena  de  éstas  rindió  allí  la  vida,  con  que  eligieron 
en  su  lugar  al  Francisco  Drake,  quedando  con   esto  con  ambos  cargos  do  Gene- 


130  FRAY   TEDRO    SIMÓN  {Q,^   NOTICIA 

ral  de  mar  y  tierra.  Que  maldiciendo  su  mala  suerte  y  blasfemando  de  los  ma- 
los sucesos  de  Canaria  y  Puerto  Eico,  tomó  la  vuelta  de  las  costas  de  Tierra 
Firme  y  llegó  al  Cabo  de  la  Vela. 

2.0  Por  donde  á  la  sazón  pasó  cierta  fragata  del  trato,  que  había  salido 
con  harinas  de  la  ciudad  y  puerto  de  la  laguna  de  Maracaibo,  y  corriéndola 
cinco  velas  del  enemigo,  se  escapó  de  ellas  por  traerles  gran  ventaja,  y  llegó  á 
dar  estas  nuevas  á  la  ciudad  de  Cartagena,  martes  doce  de  Diciembre,  donde  á 
la  sazón  era  Gobernador  Don  Pedro  de  Acuña,  que  el  jueves  antes  había  teni- 
do pliego  de  la  Audiencia  de  Santo  Domingo,  en  que  avisaban  de  la  llegada  del 
protestante  á  Puerto  Rico.  Estas  nuevas  déla  fragata,  por  ser  tan  ciertas  y 
del  enemigo  tan  cerca,  avivaron  los  bríos  y  desvelos  de  Don  Pedro  de  Acuña, 
de  manera  que  en  pocos  días  cercó  toda  la  ciudad  de  Cartagena  de  empalizada 
de  maderos  gruesísimos  y  fagina,  en  cuya  solicitud  nioguno  de  la  ciudad  se  ex- 
cusaba de  trabajar,  pues  me  certificó  un  ciudadano  fidedigno  de  ella,  que  se  había 
visto,  para  ejemplo  de  los  demás,  cargar  fagina  á  Don  Pedro  Duque  de  Ribera, 
que  á  la  sazón  se  hallaba  allí  electo  Obispo  de  Panamá.  En  esto  andaba  Don 
Pedro  de  Acuña,  cuando  llegó  otro  aviso  por  tierra,  de  parte  del  Licenciado 
Mancio  de  Contreras,  que  á  la  sazón  era  Gobernador  de  Santa  Marta  y  estaba 
en  la  ciudad  del  Río  de  la  Hacha,  de  cómo  había  entrado  ya  allí  el  inglés,  lunes 
á  once  de  Diciembre,  y  traía  consigo  todas  las  canoas  y  negros  de  las  pesquerías 
de  perlas  del  Cabo  de  la  Vela,  con  intentos  de  que  los  del  Río  de  la  Hacha, 
siendo  suyos,  los  rescatasen,  que  no  saliéndole  á  ello,  echó  su  gente  el  Corsario, 
una  noche  con  la  luna,  á  que  robasen  y  destruyesen  las  estancias,  como  lo  hi- 
cieron sacando  de  ellas  gran  pillaje  de  lo  que  tenían  escondido  los  vecinos  (que 
no  habían  dejado  en  la  ciudad  más  que  el  casco)  y  alguna  gente,  y  entre 
ellos  el  Prior  del  convento  de  Santo  Domingo,  que  sabiendo  era  fraile,  luego  lo 
soltó. 

3.°  Trató  por  terceras  personas  del  rescate  de  las  casas  con  el  Gobernador, 
que  prometiéndole  veinticuatro  mil  pesos  en  perlas,  y  dándole  algunos  rehenes, 
que  se  había  de  cumplir  dentro  de  quince  días,  sólo  tuvo  intento  en  esto  de 
alargar  el  tiempo,  para  qiie  en  él  se  pudiese  pertrechar  mejor  la  ciudad  de 
Cartagena,  por  si  acaso  pretendía  ir  á  ella,  y  la  de  Santa  Marta  ponerse  en 
cobro,  donde  sin  duda  iría,  como  fué,  y  así  pasados  los  quince  días,  como  el 
Licenciado  Mancio  no  le  acudió  con  el  concierto  en  el  tiempo  puesto,  dejando 
en  tierra  los  rehenes  y  muerto  el  Almirante  do  la  armada  en  el  puerto,  pegó 
fuego  á  dos  de  sus  navios  y  á  la  ciudad,  día  tercero  de  Pascua  de  Navidad,  y 
se  dio  á  la  vela,  llevando  consigo  las  canoas  y  negros' de  la  pesquería  de  las 
perlas.  Dejó  también  allí  aquel  portugués  que  dijimos,  llamado  Simón  Moreno, 
que  habiéndolo   captivado   cerca   de   Londres,  aquí  se  les  huyó  y  dio  la  mayor 


CAP,  XIV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIR5IE.  131 

parto  de  la  relación  del  discurso  do  esta  armada,  y  añadía  en  la  confesión  quo 
le  tomó  aquí  el  Gobernador  Mancio,  que  la  fuerza  en  que  confiaba  el  Francisco 
Drake  era  en  los  muchos  titos  gruesos  y  municiones  que  traía,  y  que  eran  sus 
intentos  ir  á  Santa  Marta  y  probar  las  fuerzas  de  Cartagena  y  las  de  Nombre 
de  Dios  y  Panamá,  y  para  el  río  de  Chagres  traía  todas  aquellas  lanchas,  y  que 
á  todas  partes  pensaba  acometer  de  noche  para  atemorizar  más  la  gente  de 
aquellas  ciudades,  y  que  traía  preciso  orden  de  la  Reina,  que  había  de  volver 
á  la  snya  de  Londres  por  todo  el  mes  de  Mayo,  por  estar  con  temores  de 
la  armada  de  España,  y  más  se  sospechaban  de  esto  por  haber  sucedido  que 
cuando  ésta  estaba  de  vergas  en  alto  para  salir  de  Inglaterra,  llegó  nueva  que 
la  escuadra  de  galeras  que  estaba  á  cargo  de  Don  Diego  de  Borja  había  que- 
mado en  aquella  isla  tres  villas  y  pasado  toda  la  gente  á  cuchillo. 

é.*'  A  tres  días  que  salió   esta   armada   del   puerto  del  Río  de  la  Hachas 
entró  en  el  de  Santa   Marta,  á    treinta    de   Diciembre,    con    veintidós   navios 
gruesos,  sin  los  pataches   y    lanchas^   y    habiéndose   apoderado  del  pueblo,  por 
estar  la  gente  retirada  al  arcabuco  y  estancias  (asilo  en  estas  ocasiones  de  todo 
aquel  pueblo),  al  amanecer  otro  día  siguiente,  despachó  el  protestante  su  gente 
á  que  las  trastornasen  y   robasen,    como   lo  hicieron  en  algunas,  y  hallando  en 
una  los  ornamentos  de  la  Iglesia   y    una   imagen   de   bulto  de  Nuestra  Señora, 
guardando    los   ornamentos   para   lo   que  después  diremos,  dieron  los  pérfidos 
herejes   muchas   cuchilladas  á   la  santísima   imagen,  hasta  cortarle  los  brazos: 
demostración  atroz  de   su   herejía.  Prendieron   al   Teniente    de    Gobernador, 
llamado   Don  Francisco   Flórez,    en    cierto   paso  del  río,  y  á  un  portugués  que 
estaba  con  él,  á  quien    enviaron    luego,    domingo   ú  medio  día,  remitiendo  una 
carta  del  Teniente   á   los   vecinos  de  la  ciudad,  en   que  decía:  *'  Yá  Vuestra, 
Mercedes  han  vieto   el   modo  de   mi   prisión:    estos  señores  me  han  dado  de 
término  hoy  en  todo  el  día  para    el   rescate   de   mi  persona  y  pueblo,  donde  se 
prometen  de  seguir   á   Vuestras   Mercedes  hasta  las  cumbres  de  las  sierras  de 
Betoma;  Vuestras  Mercedes   vean  mi  necesidad  y  se  duelan  de  mí."  Habiendo 
visto  esta  carta  los  ciudadanos,    determinaron    rescatarlo  a  él  solo,  enviando 
esto  por  respuesta  con  el  mismo  portugués,  que  cuando  llegó  al  pueblo,  andaban 
tan  caladas  las  fuertes  brisas  que  de  ordinario  corren  en  aquella  costa  y  que  iban 
ganando  las  naves  hacia  el  Morro,  que  está  en  medio  el  puerto,  y  amenazando  pe- 
ligro de  hacer  todo  pedazos  en  él  ;  lo  cual  queriendo  reparar  el  Francisco  Drake, 
mandó   se  embarcase  aprisa  toda  la  gente,  y  que  la  escuadra  postrera  quemase 
todo  el  pueblo,  como   lo  hizo,  sin  quedar  en  pié  más  que  dos  casillas  apartadas. 
Con  que  se  dio  á  la  vela,  llevándose  consigo   al   Teniente,   el   mismo  domingo 
postrero  de  Diciembre  de  mil  y  quinientos   y   noventa   y   cinco,  y  luego  allí  á 
las  Bocas  del  Río   Grande,  por  la  fuerza  de  los  embates  de  las  aguas  dulces  y 

i6 


132  FRAY   PEDRO    SIMÓN  (6.*  NOTICIA 

saladas,  se  le  fueron  á  pique   ocho   barcos  con  la  gente  que  iba  en  ellos,  por  lo 
cual  se  hizo  á  lo  largo   enmarándose  y  huyendo  el  peligro  con  las  demás  fustas. 


CAPITULO  XV 

!.•  Envía  el  Gobernador  de  Cartagena  gente  á  coger  dos  lanchas  rezagadas  del  inglés — 
2.«  Cogen  la  una  y  declara  su  derrota  y  intentos— 3.*  Da  vista  el  inglés  al  puerto 
de  Nombre  de  Dios,  donde  se  disponen  á  la  resistencia— 4. «  Entra  en  la  ciudad, 
guiado  de  un  mulato  que  se  pasó  á  sus  soldados . 

rr^ENIENDO  por  cierto  toda  esta  ciudad  que  el  enemigo  tomaba  la 
JL  vuelta  de  Cartagena,  determinó  la  mujer  del  Teniente  ir  á  la 
misma  ciudad  á  rescatar  su  marido,  como  lo  hiciera,  si  un  vecino  de  allí, 
llamado  Diego  Ruiz,  no  se  ofreciera  ir  él  en  persona  á  hacer  el  rescate ;  para 
que  se  partió  luego  de  aquella  ciudad,  y  llegó  á  la  de  Cartagena,  jueves  cuatro 
de  Enero  del  año  siguiente,  donde  dio  la  nueva  do  lo  sucedido  en  Santa  Marta, 
y  que  la  espía  que  tenía  puesta  el  Gobernador  en  la  punta  de  la  Canoa,  cinco 
leguas  de  la  ciudad  do  Cartagena,  no  había  visto  pasar  la  armada  del  enemigo, 
si  bien  decía  que  el  martes  antes  le  había  parecido  así  á  una  vista  que  se  des- 
cubrieron algunas  velas,  y  sonó  un  trueno  como  de  tiro  grueso  ;  pero  que 
no  se  determinaban  si  fuesen  velas  ó  celajes.  El  mismo  miércoles  tres  de 
Enero  se  descubrieron  dos  lanchas  del  enemigo  y  surgieron  en  la  Cangre- 
jera, cuatro  leguas  de  la  misma  ciudad  de  Cartagena  al  Levante,  de  que 
teniendo  nueva  Don  Pedro  de  Acuña  por  las  guardas  de  á  caballo  que 
velaban  la  costa,  despachó  aquella  noche  veinte  hombres  de  á  caballo  con 
veinte  peones  con  sus  arcabuces,  que  llevándolos  á  las  aucas  los  de  á  caballo 
para  que  llegasen  descansados  y  con  más  brevedad,  tomasen  el  puesto  más 
acomodado  en  el  arcabuco,  donde  se  emboscasen  cerca  de  donde  estaban  surtas 
las  lanchas,  por  si  acaso  echaban  gente  en  tierra.  Despachó  también  una  ga- 
lera y  la  Napolitana  con  soldados  del  presidio,  para  que  bogando  toda  la  noche, 
amaneciesen  en  la  Cangrejera  sobre  las  lanchas,  poniendo  toda  diligencia  para 
cogerlas,  que  no  les  fué  posible,  pues  aunque  amanecieron  galera  y  Napoli- 
tana sobre  ellas,  tuvieron  lugar  de  huir  y  enmararse,  de  suerte  que  no  las 
pudieron  seguir  las  nuestras,  en  especial  por  llevar  orden  de  volver  aquella 
noche  al  puerto,  por  si  acaso  fuese  aquello  estratagema  del  enemigo,  para  con 
el  cebo  de  las  lanchas  sacar  del  puerto  las  galeras  y  entrarse  él  por  otra  parte 
sin  resistencia. 

2.^  Los  cuarenta   soldados   estándose  aquel   día  en  la  Cangrejera,  a  otro 


CAP.  XV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  138 

siguiente,  al  amanecer,  volvió  al  mismo  puesto  la  una  de  las  lanchas,  de  que 
avisando  al  Gobernador,  volvió  á  despachar  la  galera  con  la  Napolitana  y  otra 
fragata,  con  gente  bien  armada  y  orden  para  que  la  fuesen  siguiendo,  como 
lo  hicieron  ;  pues  amaneciendo  otro  día  sobre  ella  las  tres  fustas  nuestras,  le 
fueron  dando  caza  hasta  que  sobre  las  islas  de  Barú,  que  están  al  Oepte  de 
esta  ciudad,  cerca  de  la  Villa  de  Tolú,  la  hubieron  á  las  manos  y  metieron 
en  el  puerto  con  diez  y  seis  ingleses,  algunos  de  ellos  heridos  en  la  refriega, 
y  uno  tan  mal,  que  murió  en  entrando  en  el  puerto,  que  fué  á  diez  de  Enero. 
Tomándoles  sn  declaración  á  estos  ingleses  el  Gobornadur,  dijeron  que  estas 
dos  lanchas  eran  de  la  armada  del  General  Francisco  Drake  y  que  se  habían 
quedado  rezagadas  de  la  flota  en  el  puerto  de  Santa  Marta,  quemando  las  casas 
y  recogiendo  los  soldados  retardados  en  embarcarse,  y  que  habiendo  gastado  en 
esto  hasta  las  cinco  de  la  tarde  el  domingo  que  salió  la  armada,  no  la  pudieron 
alcanzar  ni  aun  darle  vista,  por  haberse  enmarado  mucho,  huyendo  del  oleaje 
y  embates  de  las  aguas  dulces  del  Río  Grande  de  la  Magdalena  con  las  saladas, 
y  temiendo  estas  dos  lanchas  el  enmararse  por  las  fuertes  brisas,  se  venían 
costa  á  costa,  si  bien  esta  lancha  no  había  dado  más  vista  á  la  otra,  desde  que 
la  galera  la  corrió,  y  que  la  flota  del  inglés  entendían  estaría  ya  en  Nombre 
de  Dios;  y  en  lo  demás  conformaban  con  lo  que  había  dicho  el  portugués  en  el 
Río  de  la  Hacha.  De  todo  lo  cual  dio  aviso  Don  Pedro  de  Acuña  al  Goberna- 
dor de  Nombre  de  Dios  y  Puertobelo,  Don  Diego  de  Amaya,  despachándole 
para  esto  una  fragata  con  buenos  y  bien  armados  soldados  y  remeros,  por  su 
Capitán  el  Sargento  del  presidio,  llamado  Juan  Guerrero,  y  para  que  tomase 
lengua  de  la  armada  del  enemigo.  El  cual  no  atreviéndose  á  llegar  á  Cartagena) 
por  tener  tan  en  la  memoria  lo  que  le  había  sucedido  en  Cádiz  con  el  mismo 
Don  Pedro  de  Acuña,  puso  la  frente  en  dar  el  primer  golpe  en  el  pueblo  y 
puerto  de  Nombre  de  Dios,  aunque  no  hacía  aquello  en  nombre  de  Dios,  sino 
do  su  Reina  ó  Lutero. 

3.''  Desde  donde,  y  á  los  últimos  de  Enero  del  año  de  mil  y  quinientos 
y  noventa  y  seis,  descubrió  el  atalaya  á  una  vista  larga  las  naves  del  enemigo, 
que  yéndose  acercando  y  queriendo  ya  entrar  en  el  puerto  uno  de  los  navios, 
le  hicieron  retirar  dos  piezas  que  se  le  dispararon:  una  del  arrecife  que  estaba 
sobre  el  Morro,  y  otra  plantada  en  la  playa,  donde  estaba  el  Gobernador  con 
solos  sesenta  y  dos  soldados,  que  le  habían  enviado  de  socorro,  desde  Panamá 
con  el  Capitán  Pedro  de  Quiñones,  natural  de  León,  hombre  valeroso,  de  que 
daban  testimonio  sus  hazañas  en  Fiandes,  hermano  del  otro  valeroso  Capitán  An- 
tonio de  Quiñones.  No  se  hallaba  el  Don  Diego  con  más  piezas  de  estas  dos,  y 
no  eran  muy  gruesas,  por  haber  remitido  las  otras  á  Puertobelo,  que  á  la  sazón 
se  iba  fortificando  para  mudar  ú  él  las  embarcaciones  y  desembarcaciones,  por  ser 


134  FRAY    PEDRO   SIMÓN  (6.»  NOTICIA 

más  acomodado  que  este  de  Nombre  de  Dios,  como  en  efecto  se  hizo.  Bien  echa- 
ba de  ver  el  Gobernador   que  aguardar  la  gente  de  cincuenta  velas  que  traía  el 
enemigo  tan    pocos   españoles    como  allí  se  hallaban,  era  más  mostrar  su  valor 
que  pretender  hacerle  frente;  pero  con  todo  eso  hizo  dos  escuadras  de  á  veinte 
soldados,  enviando  una  al  Río   del    Factor   y   otra    al    Manglar,  que    eran   las 
partes  más  dispuestas    á    la   entrada   del    pueblo,    quedándose  él  con  el  resto, 
diciendo  no  era  bien  se  moviese  de  allí  sin  ver  á  quién  le  hacía  retirar.  Al  fin 
se  fué  entrando  el  inglés  en  el  puerto  con  todas  sus  naves  y  lanchas,  sin  haber 
quien  le  hiciera   resistencia;  sólo  se  la  hacían  á  los  intentos  del  Don  Diego  el 
Cura  y  otros,  aconsejándole   ser    más    importante  el   retirarse  al  monte  (donde 
ya  tenían  puestas    en   salvo    las   haciendas  y  lo  mejor  de  los  vecinos),  que  con 
temeridad  aguardar    tan    pocos  y  tan  mal  apercibidos  de  armas  á  un  tan  pode- 
roso enemigo.  Advertía    menos   el   Don  Diego  á  estos  consejos  que  á  la  reso- 
lución que  había  tomado  de  hacerle^al  Drake  la  resistencia  que  le  fuese  posible. 
4.*^  A  las   primeras   vistas   que  le  dio  al  inglés  en  el  puerto  un  mulato 
llamado   Andrés   Amador,  que   siempre   andaba  con  un  rosario  gordo  al  cuello 
y  pasando  en  él  Ave   Marías,  hizo   señas   al   inglés   que    fuese  por  él  á  tierra, 
como  se  hizo,    enviándole   dos   bateles   y   recogiéndolo.  Lo   estimó  en  mucho 
Francisco  Drake,  pareciéndole  le  sería  de  importancia,  como  lo  fué,  y  no  menos 
otro  viejo,  de  setenta  años,  llamado  Alberto  de  Ojeda,  español,  que  en  lo  más 
plateado  de    sus    canas   dejó    la    religión    cristiana,    haciéndose  ya  á  la  secta  y 
costumbres   del   luterano,  que   por  tener  tan  grandes  años  lo  estimó  y  hizo  de 
su  mesa  y  consejo;  como  también   á  otro  llamado  Cantero,  que  hizo  lo  mismo, 
fundado  en  quejas    de   mala   paga   de   servicios  que  le  había  hecho  al  Rey  en 
San  Juan  de  Lúa,  ó  no  sé  á  dónde.  Guiando,  pues,  el  mulato  la  gente  de  Fran- 
cisco Drake  por  la  sabana,  á  donde  echaron  primero,  á  descubrir  si  había  alguna 
emboscada,  cien   negros  de  los  que  traía  del  Río  de  la  Hacha,  se  apoderó  de  la 
ciudad,  que  aunque  vacías  las   casas   de   gente  y  pillaje,  les  fueron  albergue  y 
sirvieron  de  posadas.  A  las  voces   y   persuasiones   de   tantos,  y   doliéndose  de 
las   muchas  muertes  que  sin  duda  habían  de  suceder,  por  ser  tan  poca  la  re- 
sistencia que  los  nuestros  podían  hacer,  mandó  Don  Diego  á  Pedro  de  Quiñones 
que  se  retirase  al  monte  con  la  gente  de  la  vanguardia  y  los  pobres  y  enfermos 
que  habían  quedado  rezagados  en  la  ciudad,   quedándose  él  con  solos  doce,  con 
los  cuales  y  una  rociada  le  dio  la  bienvenida  al  enemigo,  sacándole  de  esta  vida 
á  dos  ingleses,  con  que  se  comenzó  á  retirar  haciéndoles  frente,  yéndose  entrando 
en  el  monte,  donde  vido  de  repente    que   dos   mangas  de^  ingleses,  guiados  por 
el  mulato,  iban  á  cogerle    el   j)aso;  á  los    cuales  embistieron  los  doce  con  tanto 
valor  de  sangre  en  venas   españolas,  que   cinco   ingleses   perdieron  la  vida,  sin 
que  de  los  nuestros   peligrase  más  que  un  negro  del  Don  Diego,  á  quien  hirie- 


CAP.    XVl)  NOTICIAS    DE  LÁ6  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  135 

ron  tan  cerca  de  él  quo  le  salpicó  la  sangre;  pero  viendo  la  mucha  gente  in- 
glesa que  le  iba  cargando,  se  fué  retirando  y  entrándose  más  al  monte,  sin 
ningún  peligro,  por  el  socorro  que  le  volvió  á  dar  el  Capitán  Quiñones,  que 
oyendo  el  eco  de  los  arcabuces,  conoció  el   peligro  en  que  estaba  el  Don  Diego. 


^     CAPITULO  XVI 

].'*  Dánse  los  herejes  á  robar  la  ciudad,  y  dos  casos  que  les  suceden  á  algunos — 2."  Ro- 
ban la  iglesia  con  vituperio  de  las  imágenes.  Sale  un  Coronel  inglés  en  demanda 
del  Gobernador  y  de  Panamá— 3.°  Sucédeles  mal  á  los  herejes  con  los  negros  del 
pueblo  de  Santiago  del  Príncipe — 4.°  Muere  un  dogmatis,  amigo  del  Drake,  y  sale 
contra  los  negros  sin  hacer  cosa  considerable. 

03  herejes,  aposentados  en  la  ciudad,  andaban  como  perros  de  ras- 
tro trastornando  todas  las  casas;  entraron  diez  ó  doce  en  una, 
donde  estaba  una  mujer  con  su  padre  y  marido  enfermos,  á  los  cuales,  pidién" 
doles  plata,  y  diciendo  no  la  tenían,  sacaron  de  las  camas  y  arrimándolos  cerca 
de  la  casa  á  un  árbol  del  arcabuco,  lo¿?  amarraron  el  uno  al  otro  por  las  espal- 
das, y  volviendo  á  la  mujer,  le  mandaron  les  aderezase  de  comer,  que  habiéndo- 
lo hecho,  y  ellos  comido  y  bebido  aosadas,  pues  quedaron  embriagados,  viéndo- 
los así,  salió  y  desató  á  su  padre  y  marido,  y  todos  tres  juntos  volvieron  y 
pegaron  fuego  á  la  casa,  quedando  al  fuego  de  ella  los  doce  ingleses  hechos 
cenizas.  Otros  entraron  á  la  casa  del  sacristán,  que  era  casado,  y  huyéndose  él, 
desamparando  á  la  mujer,  la  desnudaron  de  la  buena  ropa  que  tenía  y  la  deja- 
ron con  otra  razonable:  apenas  había  llegado  er  sacristán  á  su  casa,  cuando 
entraron  otros,  de  quien  también  se  escapó,  desamparando  á  la  pobre  mujer,  á 
quien  quitaron  la  razonable  ropa  que  los  otros  le  habían  dejado,  dejándola 
desnuda,  y  no  deteniéndose  su  desnuda  fortuna  en  aquello,  entrando  tercera 
vez  otros,  en  que  también  so  deshizo  el  marido,  viendo  que  no  tenía  qué 
quitarle,  quisieron  llevarle  una  negra  que  tenía,  que  era  todo  su  servicio,  que 
hincándose  de  rodillas  delante  de  ellos,  y  hechos  sus  ojos  fuentes  de  lágrimas 
con  el  sentimiento  que  su  desdichada  suerte  le  administraba,  les  rogó  se  la 
dejaran,  y  así  lo  hicieron,  quedando  desnudas  señora  y  esclava. 

2,<*  No  se  descuidaban  otros  de  entrar  en  la  iglesia,  donde,  ya  que  no 
hallaron  cosa  de  importancia  que  robar,  empleaban  su  luterana  rabia  en  mal- 
tratar las  imágenes  que  hallaban  pintadas  en  el  retablo,  por  no  haberlas  podido 
sacar  de  allí  los  nuestros,  como  había  sacado  el  Cura  un  Cristo  crucificado  y 
una  imagen  de  Nuestra  Señora,  de  bulto,  y  otros  un  San  Sebastián,  y  escondí- 


136  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (6.*  NOTICIA 

dolos  en  huecos  de  árboles  ;  si  bien  después,  trastornando  el  monte,  dieron  con 
el  San  Sebastián,  y  en  él  muchas  cuchilladas  aquellas  nefandas  bestias.  Advir- 
tieron los  que  andaban  robando  la  iglesia,  que  la  pila  del  baptismo  era  de  muy 
buena  piedra  y  muy  bien  acabada,  y  determinaron  llevársela  á  los  navios  y  á 
su  tierra,  y  estándole  sacando  el  pié  de  aquella  en  que  estaba,  hallaron  dos 
grandes  barras  de  plata  que  había  escondido  allí  el  Cura,  pensando  ser  el  secre- 
to más  oculto  de  quien  las  podía  fiar.  El  Coronel  inglés  Don  Tomás  Basbile 
tuvo  bríos  para  con  novecientos  soldados  ir  siguiendo  los  pasos  al  Gobernador 
Don  Diego,  que  retirado  con  los  suyos  en  la  sierra  de  Oapira,  se  detuvo  aquella 
noche  reparando  con  solas  las  personas  el  agua  que  toda  ella  les  cayó,  sin  ha- 
berles cabido  noche  y  día  más  comida  que  á  plátano  por  hombre.  Hubo  el 
inglés  á  las  manos  un  arriero  de  aquel  camino  de  Nombre  de  Dios  á  Panamá, 
llamado  Francisco  Cano,  el  viejo,  de  quien  pretendió  sacar,  por  buenas  ó  por 
malas,  que  les  enseñase  alguna  trocha  excusada  del  camino  real  para  dar  sobre 
Panamá  de  repente  sin  ser  sentidos,  lo  que  no  pudieron  sacar  del  valeroso 
español  (si  bien  sabía  muchas),  aunque  le  pusieron  el  cordel  á  la  garganta  y  lo 
medio  ahogaron  ;  la  cual  constancia,  estimando  el  inglés  en  mucho,  hizo  que  no 
lo  acabasen  de  matar,  y  de  aquí  vino  á  decir  el  mismo  Coronel  Basbile,  pre- 
guntando lo  mismo  á  otro  español  que  habían  habido  á  las  manos  y  negando 
como  el  Francisco  Cano:  "  Dejadlo,  que  es  español  y  no  confesará  si  so  ve 
hacer  pedazos  ";  que  fueron  en  ambos  bríos  de  Dios,  atajándose  por  allí  tantas 
blasfemias  como  le  hicieron  en  Panamá,  sin  los  homicidios,  muertes  y  afrentas 
que  sucedieran  á  dar  sobre  ella  de  repente,  como  pretendía  por  medio  de  éstos 
el  protestante. 

3."  Estaba  á  media  legua  de  la  ciudad  fundado  Santiago  del  Príncipe, 
pueblo  de  negros  que  aunque  habían  sido  cimarrones  de  Panamá  y  otras  partes, 
ya  pacíficos  y  libres,  eran  de  importancia  á  los  nuestros  para  muchas  cosas  ; 
los  cuales  queriendo  reducir  el  Francisco  Drake  á  su  amistad,  enviando  para 
el  efecto  dos  ó  tros  terceros,  no  sólo  no  le  acudieron  á  lo  que  deseaba,  diciendo 
eran  vasallos  leales  del  Rey  Filipo,  pero  antes  se  ocupaban  en  dar  caza  de 
ingleses  por  los  montes  y  partes  por  donde  los  herejes  andaban  á  caza  del  pilla- 
je de  los  españoles,  con  lo  cual  les  tenían  cobrado  los  ingleses  tanto  miedo,  que 
aun  á  coger  agua  al  río  no  se  atrevían  á  salir  sin  grande  escolta,  y  aun  con  ella 
sucedió  en  una  ocasión,  que  yendo  acompañando  una  buena  escuadra  bien  arma- 
da á  los  que  iban  por  agua,  y  por  su  Capitán  Rodulfo,  Sargento  Mayor  de  la  Ar- 
mada y  sobrino  del  Francisco  Drake,  mozo  gallardo  y  ves^doá  lo  muy  bizarro  de 
verde,  uno  de  los  negros  del  pueblo  de  Santiago,  llamado  Jalonga,  gran  tirador 
de  escopeta,  que  estaba  en  acecho  con  su  arcabuz,  apuntando,  dijo:  ''  Al  de  lo 
verde ",   en   quien   hizo   un   tan   acertado   tiro,  que  lo  volvieron  en  hombros 


CAP.  XVl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  137 

muerto  a  la  presencia  de  su  tío  el  Drake,  que  lo  sintió  tan  en  el  alma,  como 
se  ecbaba  de  ver  en  las  demostraciones  que  hacía  en  el  cuerpo,  mesándose  la 
barba  cana  y  cabello,  y  diciendo  palabras  blasfemas  contra  su  desgraciada 
suerte.  Mandóle  hacer  luego  un  solemnísimo  entierro,  á  su  modo,  pero  fué  en 
la  sabana  y  á  la  inclemencia  de  los  astros:  sepultura  propia  de  bestias,  igual  y 
ajustada  á  la  bestial  vida  herética  en  que  había  vivido. 

4.^*  Consoló  al  Francisco  Drake  en  esta  ocasión  un  su  grande  amigo,  dog- 
matista'  predicador  que  sacó  de  su  tierra,   que  yéndolo  á  visitar  ya  á  las  últimas 
respiraciones   de   su   vida,    le   decía    que  no  se  apasionase  por  la  muerte  de  su 
sobrino,  pues   bien   se    repararía   con  las  grandes   victorias,  en  venganza  de  su 
muerte,  que  tendría  en  Panamá  (pretendía  hacerse  profeta  de  Baal  este  atrona- 
do lisonjero)  con  crecidas  y  adelantadas  riquezas,    de  que  gozaría  en   su  tierra 
pasando  gloriosa  y  sosegada  vejez.  Las  cuales  mentirosas    palabras    fueron   con 
las  que  se  le  arrancó  la  vida,  que  fueron  con  que   se  acabó  de  llenar  el  vaso  de 
su  malicia,  y  comenzó  á  crecer  la  del  Francisco  Drake,  pues  siendo  este  dogma- 
tista  un  hombre  vil  en  su  nacimiento,    lascivo,   revoltoso,  idiota  y  hechicero,  le 
estimó  por  hombre  santo,  y  como  á  tal  le  hizo  enterrar   con    una  casulla  blanca 
y  los  demás  ornamentos  de  sacerdote,    que   fueron  los  que  robó,  como  dijimos 
en  la  ciudad  de  Santd  Marta.  Pretendió  el  Francisco   Drake  vengar  la  muerte 
de  su  sobrino  en  los  negros,  para  lo  cual  él,  en  persona,  con    los  mejores  solda- 
dos que  le  pareció,  tomó   la   vuelta   del    pueblo   de   Santiago  del  Príncipe,  que 
habiéndole  defendido  la  puente  del  río,  con  valerosos  bríos,  dos  españoles  que 
á  la  sazón,  por  ciertas  ocasiones,    se    hallaban  en  el  pueblo  de  los  negros,  al  fin 
como  recargó  tanta  gente  inglesa,   se   vieron  obligados  á  dejarle  el  paso  franco, 
por  donde  llegó  al  pueblo  sin  poder  hacer  golpe  en  ninguno  de  los  negros,  antes 
ellos,  en  su  gente,  hicieron  muchos  andándolos  acechando  por  entre  la  maleza 
del  monte  ;  que  viendo  el  protestante  la  poca  venganza  que  podía  tomar  de  las 
personas,  la  tomó  abrasándoles  el  pueblo. 


i 88  FRAY   PEDEO   SIMÓK  (6.'*  NOTICIA 

CAPÍTULO  XVII 

1.*  Aguarda  el  Gobernador  Amaya  al  Coronel  Trinchea,  donde  se  da  principio  á  una 
fuerte  batería— 2.«  En  que  se  hubieron  los  nuestros  con  tanto  valor  que  hicieron 
retirar  á  los  ingleses — 3.°  Llega  socorro  de  Panamá  á  los  nuestros.  Cuan  importante 
sea  á  los  soldados  saber  nadar — 4.«  Júntanse  los  retirados,  y  cosas  que  suceden  en  el 
alcance. 

NO  holgaba  en  este  tiempo  Don  Diego  Suárez  de  Amaya  en  el  sitio 
de  Capireja,  donde  se  había  retirado  y  fortificado  (por  ser  el  paso 
más  importante  del  camino  de  Panamá),  que  está  de  aquel  puesto  seis  leguas  al 
Sur,  costa  y  puerto  del  mar  del  Sur,  con  el  socorro  que  le  había  traído  de  gen- 
te y  herramientas  de  allá  el  Capitán  Juan  Enrique,  pues  habiendo  hecho  una 
trinchera  para  resguardo  de  las  espaldas?,  donde  puso  un  cabo  de  escuadra  con 
doce  escopeteros,  se  fortificó  en  otro  bien  capaz  para  toda  su  gente,  hecha  de 
gruesos  troncos,  á  quien  llamó  el  fuerte  do  San  Pablo,  por  ser  el  día  del  primer 
ermitaño  de  este  nombre  en  que  se  hizo.  Aquí  estaba  Don  Diego  con  sus  cien 
españoles,  bien  exhortados  y  cada  uno  hecho  un  Argos  en  cuidadosos  desvelos, 
cuando  al  último  acento  de  la  voz  con  que  los  animaba,  sonó  la  del  que  le  avi- 
saba que  el  tránsfuga  Amador  venía  por  guía  de  ciertos  soldados  sobresalientes, 
reconociendo  nuestro  sitio  para  dar  aviso  al  Coronel  inglés,  que  con  nove- 
cientos le  venía  á  las  huellas,  sin  poderse  persuadir  en  su  desvanecido  pensa- 
miento llegaría  el  ánimo  de  los  españoles,  ni  de  otros  más  valerosos  (li  acaso 
el  mundo  los  tiene  ocultos  en  alguna  parte  secreta  hasta  hoy  á  más  vista)  á  ha- 
cerle frente  y  reparar  en  el  camino  ;  pero  al  fin  certificado  del  estropiezo  que 
había  en  él  para  sus  intentos  de  llegar  á  Panamá,  y  que  había  de  bebería  por 
fuerza  ó  verterla,  como  dicen,  se  resolvió  el  Coronel  de  enviar  delante  un  Ca- 
pitán inglés,  que  llegando  á  tiro  de  ballesta  del  Don  Diego  en  la  trinchera,  na- 
die le  disparó  de  ella  por  entonces,  y  así  volvió  á  hablar  con  su  Cor©ncl  en  su 
lengua;  previniéronse  los  nuestros,  más  alerta  como  fué  menester,  pues  luego 
embistió  el  inglés  á  querer  ganar  el  puesto  con  tanta  pertinacia  que  llegaron  á 
asaltarlo  tres  veces  en  el  tiempo  que  hubo  desde  las  ocho  de  la  mañana  á  las 
once  del  día,  en  que  fué  fortísima  la  pelea  de  ambas  partas  ;  andando  de  la 
nuestra  el  Gobernador  Don  Diego,  Pedro  de  Quiñones  y  Juan  Enrique  con 
ligereza  de  leones  á  todas  partes,  ya  animando  á  unos  con  ejemplo  y  voces,  ya 
abriendo  cabezas,  derribando  brazos  y  sacando  de  esta%  vida  á  muchos  de  loa 
del  enemigo,  con  tan  gran  ventura  del  Coronel,  que  no  hubo  una  bala  desman- 
dada para  hacer  lo  mismo  con  él. 

2.**  Tuvieron  atrevimiento  en  el   mayor  conflicto  de  la  batalla    un  inglés 


OAP.  XVIl)  NOTICIAS    DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  139 

y  un  escocés  (el  ingles  de  miembros  tan  monstruosos  y  giganteos  que  parecía 
valiente  tronco  de  carne)  á  querer  trepar  por  los  troncos  en  la  trinchera  con 
intentos  de  ganarla,  á  que  acudieron  dos  valerosos  soldados  de  los  nuestros  y 
arrebatándoles  las  picas,  forcejeaban  por  ganárselas,  y  los  de  fuera  por  lo  con- 
trario, en  que  andaban  ocupados,  cuando  llegaron  dos  balas  españolas,  que  sa- 
caron de  esta  vida  á  los  dos  herejes,  como  también  les  sucedió  á  otros  diez  de 
los  mismos,  y  á  otros  en  otra  parte,  de  suerte  que  refrescando  los  españoles  y 
volviendo  á  la  memoria  las  hazañas  del  Cid,  se  vendía  una  vida  de  ellos  á  pre- 
cio de  ciento  de  los  enemigos.  Ardiendo  estaban  todos  en  la  furia  de  la  guerra, 
cuando  el  Don  Diego,  que  á  todo  advertía,  oyó  un  clarín  á  la  parte  donde  había 
puesto  los  doce  escopeteros  en  resguardo  de  las  espaldas,  que  queriendo  acudir 
á  su  socorro,  advirtió  que  los  suyos  aflojaron  algo  la  mano,  con  que  los  herejes 
iban  gateando  aprisa  por  los  troncos  de  la  trinchera,  y  así  hubo  de  volver  al 
socorro  de  esta  mayor  necesidad,  que  se  remedió  esforzando  á  sus  soldados,  ya 
con  alabanzas,  ya  con  vituperios,  diciéndoles  entre  lo  demás  lo  mal  que  les 
estaba  perder  con  el  retiro  la  fama  que  hasta  allí  habían  cobrado  con  tan  vale- 
rosa resistencia  del  enemigo ;  con  que  poniéndose  él  el  primero,  comenzaron 
con  tan  gran  furia  á  trastornar  los  ingleses  de  los  palos  por  donde  iban  tre- 
pando, que  derramando  mucha  sangre  hereje,  hicieron  vomitar  el  alma  á  mu- 
chos, caer  á  otros  y  retirarse  á  todos,  con  que  perdieron  tanto  el  ánimo  y  orgu- 
llo, que  queriendo  el  General  inglés  se  diese  torcer  asalto,  no  fué  posible  fuese 
de  algún  buen  efecto,  por  no  poderlos  volver  ni  con  voces  ni  á  palos,  y  así 
cuando  mucho  pudo  el  Coronel  hacer  volver  á  ocho  de  los  mejores  soldados  y 
de  más  vergüenza  que  tenía:  cuatro  piqueros  y  cuatro  mosqueteros,  que  queda- 
sen reparados  en  el  Callejón  que  subía  á  la  trinchera,  porque  advirtiendo  que 
habían  de  morir,  quiso  que  fuese  con  honra. 

3.^  Llegó  á  este  tiempo  á  los  nuestros,  con  socorro  de  Panamá,  el  Capitán 
Agüero  con  su  Alférez  Diego  Sánchez,  el  Licenciado  Vera  y  otro  llamado  Fe- 
liciano, que  deseando  ver  al  enemigo,  pasaron  el  límite  de  la  trinchera  con  el 
Capitán  Pedro  de  Quiñones;  pero  estando  bien  alerta  los  ocho  ingleses  del 
Callejón,  le  pasaron  un  brazo  con  el  primer  tiro  al  Capitán  Agüero,  que  quedó 
bien  vengado,  pues  aunque  so  mostraron  briosísimos  los  ocho,  quedaron  á  ma- 
nos de  los  nuestros  hechos  pedazos  ;  de  allí  á  una  hora  llegó  la  compañía  del 
Agüero,  y  á  poco  rato  el  Capitán  Callejo  y  Luis  Delgado  con  noventa  arca- 
buceros, á  quien  habiendo  retardado  su  llegada  antes  las  crecientes  del  río 
Chagres,  que  les  era  forzoso  pasar,  á  cuyas  aguas,  pareciéndoles  estar  el  peligro 
en  b  tardanza,  se  arrojaron  y  cortaron  á  nado  la  creciente,  por  saberlo  hacer 
todos,  cosa  bien  importante  á  los  soldados,  y  como  tan  conocida  de  Augusto 
César,  enseñaba  por  sí  mismo  á  nadar  á  sus  nietos,  como  lo  dice  Suetonio,  y  los 

17 


140  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (6.*  NOTICIA 

Romanos  hacían  que  se  enseñasen  á  nadar  en  el  Tiber  los  que  se  iban  ensayan- 
do para  soldados  ;  y  el  gran  Alejandro,  por  haber  perdido  un  alcance  que  iba 
siguiendo  de  sus  enemigos  en  cierta  batalla,  atajado  de  un  río,  por  no  saber 
nadar,  se  llamó  hombre  apocado  y  que  no  sabía  todo  lo  que  había  menester 
para  ser  Rey,  y  así  se  tenía  en  proverbio  por  aquellos  tiempos,  para  notar  aun 
hombre  de  inhábil  y  sin  provecho,  decir  :  que  ni  sabía  letras  ni  nadar. 

á.^  Llegó  también  en  esta  sazón  Jerónimo  de  Suazo,  que  viendo  ya  era 
tarde  su  llegada,  por  irse  retirando  el  enemigo,  y  que  si  otra  cosa  sucediese, 
quedaba  en  buenas  manos  la  defensa,  se  retiró  una  legua  atrás  á  la  venta  de 
Pedro  Cano,  sin  dar  vista  á  los  ingleses,  que  á  mayor  pri^a  se  iban  deslizando 
el  recuesto  abajo,  dejándose  ciento  y  cincuenta  cuerpos,  y  de  allí  para  arriba, 
muertos  en  la  batalla,  y  entre  ellos  dos  Capitanes  y  un  hermano  de  su  Coronel, 
hombre  de  estima,  que  pasados  ambos  muslos  de  un  balazo,  murió  á  pocos  pasos 
do  la  retirada,  donde  lo  enterraron  con  otros  á  quienes  sucedió  lo  mismo  de  los 
doscientos  mal  heridos  que  escaparon  de  la  refriega,  cada  cual  por  donde  me- 
jor podía  ;  hasta  que  se  juntaron  y  alojaron  una  larga  legua  del  fuerte  de  San 
Pablo,  con  harto  desabrimiento  del  Coronel,  por  ir  tan  derrotado  y  con  mala  co- 
modidad, pues  desde  las  primeras  sombras  de  la  noche  hasta  las  primeras  luces 
del  día,  fué  un  continuado  y  fuerte  aguacero,  que  repararon  sólo  con  las  perso- 
nas, y  aunque  el  Gobernador  tuvo  á  los  principios  intentos  de  hacerle  al  ene- 
migo la  puente  de  plata,  por  ser  todavía  muchos  los  que  se  retiraron,  con  todo 
eso,  habiendo  sabido  que  no  habían  podido  bajar  la  cuesta  de  Capira  los  desba- 
ratados, bajó  una  buena  escuadra  de  los  nuestros,  que  habiendo  á  las  manos 
cuatro  de  los  heridos,  que  por  estarlo  no  podían  ir  al  paso  de  los  sanos,  los  re- 
mitieron luego  á  Don  Diego,  y  sucedió  que  un  soldado  Loro,  ni  del  mejor  ves- 
tido ni  cara  del  mundo,  halló  caído  entre  los  demás  á  un  Capitán  inglés 
viejo,  mal  herido,  y  queriéndole  llevar  al  fuerte,  se  levantó  con  un  ánimo  ga- 
llardo y  brioso,  diciéndole  mil  oprobios  al  soldado,  y  que  debiera  ele  ser  de 
mala  casta,  como  lo  mostraba  su  cara:  y  así,  que  un  Capitán  como  él  no  se  ha- 
bía de  dar  á  un  hombre  tan  ruin,  antes  que  si  tenía  ánimo,  saliese  con  él  hom- 
bre á  hombre,  con  una  lanza  que  tenía  en  las  manos  el  viejo  ;  á  quién  respon- 
dió el  Loro  :  *'  Mejor  soy  que  vos,  pues  soy  cristiano  y  católico,  y  para  que  se 
atajen  vuestras  blasfemias,  recibí  allá  esta  pelota,"  que  le  metió  en  el  cuerpo, 
salida  de  su  arcabuz,  en  lugar  del  alma  que  luego  se  le  salió.  Remitió  Don 
Diego  de  Amaya  los  cuatro  soldados  heridos  ingleses  que  le  trajeron,  á  la  ciu- 
dad y  Audiencia  de  Panamá,  y  también  á  otro  llamac^^  Guillermo,  que  aquel 
mismo  día  de  la  batalla,  saliendo  do  entre  los  que  se  retiraban  y  yéndose  á  los 
nuestros  haciendo  señas  con  un  pañuelo  blanco  para  que  no  lo  matasen,  entró 
en  ^\  fuerte  y  contó  con  larga  arenga  al  Don  Diego  toda  su   vida,  y  cómo  era 


CAP.  XVIIl)  NOTICIAS  DE   LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  141 

cristiano,  si' bien  inficionado  después  ccn  la  secta  deLutero,  y  que  quería  ahora, 
renegando  de  ella,  volverse  á  nuestra  fe  católica .  como  lo  hizo  y  vivió  el  resto 
de  su  vida  muy  á  lo  cristiano. 


CAPÍTULO  XVIII 

1.»  Dícese  tenía  Drake  familiar;  quema  á  Nombre  de  Dios  para  tomar  la  vuelta  de 
Chagres — 2.»  Llegan  los  derrotados  ingleses  al  puerto  ;  embárcanse  con  mucha 
peste,  de  que  mueren,  y  arriban  á  Puertobelo— 3.'  Inquiétase  la  ciudad  de  Panamá  ; 
dan  veneno  á  Francisco  Drake;  muere  de  él  y  écbanlo  al  mar ;  disensiones 
sobre  la  elección  de  sucesor — 4.^  Llegan  los  galeones  al  puerto  de  Cartagena  y  salen 
en  demanda  del  enemigo. 

OTRO  día  siguiente  á  esta  batalla  y  victoria  de  los  nuestros,  sin  ha- 
berle llegado  á  Francisco  Drake  quien  se  lo  pudiera  decir  á  Nom- 
bre de  Dios,  estando  con  una  profundísima  melancolía  paseándose  en  su  cuadra, 
le  dijo  al  tránsfuga  Ojeda  :  "  Nuestro  Coronel  es  vencido  de  los  españoles 
desde  ayer  mañana."  De  que  mostraba  tan  graves  sentimientos,  que  no  eran 
bastantes  los  consuelos  del  viejo  Ojeda  para  sacarle  de  tan  profunda  tristeza. 
De  este  tan  anticipado  conocimiento  del  suceso  de  la  guerra,  confirmaron  mu- 
chos la  opinión  que  se  tenía  de  él  en  su  patria  natural  y  en  otras  partes,  de  que 
tenía  algún  Demonio  por  familiar,  y  qne  le  tenía  hecho  pacto  do  darle  á  cierto 
tiempo  su  alma,  en  pago  de  lo  que  hacía  con  él  y  algunas  victorias  que  le  dio, 
como  hemos  visto  en  sus  viajes  ;  aunque  en  éste  en  nada  puso  mano  en  que 
no  le  sucediera  con  azares  y  desgraciadamente,  como  vemos  en  el  discurso  del , 
que  podemos  decir  tuvo  en  los  demás  viajes  fortuna  deshecha  por  popa  y  en 
éste  por  proa  y  enemiga  ;  porque  Dios  consiente,  pero  no  para  siempre.  Todos 
dudaban  del  vencimiento  del  Coronel,  hasta  que  llegó  el  mulato  Amador,  y  con 
la  nueva  cierta  los  sacó  de  duda,  fuera  del  Francisco  Drake,  que,  como  diji- 
mos, estaba  sin  ella.  El  cual,  no  obstante  lo  melancólico  que  andaba,  sin  fuer- 
zas, descaído  y  sin  sosiego,  que  parece  le  iba  ya  llamando  aprisa  su  infame 
muerte,  porfiaba  todavía  en  su  pío  de  apoderarse  de  Panamá,  y  ahora  con  más 
rabia,  por  la  pérdida  de  su  gente,  para  lo  cual  despachó  con  mucha  de  ella  (si 
bien  la  más  se  le  iba  muriendo  por  estar  tocados  todos  sus  navios  de  unas  pes- 
tilentes calenturas,  al  fin  como  á  chapetones),  doce  lanchas,  con  orden  de  que 
acometiesen  la  empresa  por  el  río  de  Chagres  ;  hizo  poner  fuego  al  pueblo  de 
Nombre  de  Dios  y  á  cuantas  canoas  y  barcas  halló  en  el  puerto,  fuera  de  dos 
barquillos  que,  por  habérselo  rogado  una  negra  de  rodillas  y  con  muchas  lágri- 


142  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (6.*  NOTICIA 

mas,  dejó  sanos.  Que  sobre  todas  sus  maldades,  en  la  que  más  se  ejercitaba  era 
en  pegar  fuego,  con  particular  complacencia,  que  parece  se  iba  ejercitando  en 
en  el  que  había  de  padecer  en  los  infiernos. 

2.°  En  este  tiempo  llegó  al  fuerte  de  San  Pabb  Don  Alonso  de  Sotoma- 
yor,  en  socorro  de  Don  Diego,  con  alguna  |)oca  gente,  y  también  el  Coronel  con 
la  suya  á  Nombre  de  Dios,  tan  desmembrada,  flaca  y  enferma,  como  se  puede 
considerar  en  gente  vencida  de  su  enemigo,  y  tan  sin  sustento  por  el  camino, 
que  el  que  alcanzaba  á  comer  algunos  cogollos  de  canas,  se  tenía  por  dichoso  ; 
todos  mojados  de  pasar  ríos  á  nado  ;  enfermos,  tristes  y  tan  desesperados  y 
acedos  contra  su  General  Francisco  Drake,  que  no  sólo  le  deseaban  la  muerte, 
y  aun  dársela  por  ser  causa  de  traerlos  tan  aperreados  y  sin  provecho,  pero 
aun  la  suya  misma  deseaba  cada  cual,  pareciéndoles  imposible  poderse  reparar 
tantas  calamidades  si  no  es  con  ella,  que  andaba  tan  viva  en  los  navios,  que  no 
se  daban  mano  á  arrojar  al  mar  los  muertos  con  grandes  pesas,  para  que  se 
fueran  á  pique,  lo  que  no  sucedía  en  muchos,  pues  por  ser  cuerpos  tan  desco- 
mulgados, aun  ella  no  los  podía  sufrir,  y  así  andaban  innumerables  sobreagua- 
dos, haciéndose  pedazos  en  el  rebalaje  de  las  olas  en  aquellos  peñascos  y  en  sus 
orillas,. quedando  hechos  cebo  de  animales.  Embarcada  toda  sn  gente  enferma 
j  pegado  fuego  á  dos  naves  que  llevaba  sin  ella,  se  dio  á  la  vela  la  vuelta 
del  Escudo  de  Veraguas,  habiendo  ya  mudado  de  intentos  (como  lo  hacía  tras 
cada  paso),  poniéndolos  en  ir  sobre  Nicaragua,  entrando  allá  por  el  desagua- 
dero, para  lo  cual  armó  de  nuevo  seis  lanchas  qne  llevaban  fabricadas  en  los 
navios,  que  no  les  fué  posible  poder  montar  el  Escudo,  y  así  hubo  de  arribar  á 
Puertobelo  con  solas  veintisiete  velas,  y  minorados  en  el  viaje  sobre  trescientos 
hombres,  y  el  resto  tan  desesperados,  que  apenas  á  palos  los  podían  hacer  apli- 
carse á  las  faenas  de  las  naves. 

3.*^  Con  todo  eso  los  procuraba  alentar  el  protestante  como  podía,  para 
salir  con  la  empresa  de  tomar  á  la  ciudad  de  Panamá,  la  cual  andaba  tan 
alterada  con  las  nuevas  que  tras  cada  paso  le  iban  de  esto,  que  aun  hasta  los 
caballos,  con  su  inquietud,  parece  daban  á  entender  el  deseo  que  tenían  de 
salirle  á  hacer  frente,  como  efectivamente  salieron  el  Teniente  General  de  la 
Real  Audiencia,  Don  Alonso  de  Sotomayor,  los  Capitanes  Agüero  y  Ocarapo  y 
Don  Diego  de  Amaya,  que  con  sesenta  soldados  bien  armados  volvió  desde 
la  ciudad  al  fuerte,  que  comenzó  á  fortificar  de  nuevo  para  todo  suceso  de  los 
intentos  del  Francisco  Drake,  que  andaba  ya  tan  fatigado  y  tan  á  brazo  par- 
tido con  la  muerte,  como  sus  soldados  deseosos  de  dársela,  sin  poder  en 
aquella  ocasión,  en  que  él  andaba  con  unos  flujos  de  disenteria  de  san- 
gre y  lleno  de  aflicción,  sino  apenas  levantarse  de  la  cama;  y  así  con  este 
intento  se  determinaron   los   más   resueltos  en  él  y  hablaron  á  su  camarero 


CAP.  XVITl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  143 

que  le  daba  de  vestir  y  administraba  de  más  cerca,  comunicándole  el  intento 
de  darle  veneno  eu  la  comida;  que  habiéndolo  venido  á  entender  el  Corsario, 
no  quería  comer  lo  quo  le  administraban,  sin  haberlo  probado  otro  una  hora 
antef»,  y  asi  tomaron  los  determinados  otro  medio,  que  fué  echar  el  tósigo  en 
un  clister  ó  ayuda  que  le  administraron;  el  cual  debió  de  ser  tan  vehemente, 
que  al  punto  se  le  subió  al  corazón  y  le  metió  en  unas  ansias  y  congojas  tan 
infernales,  que  no  veía  cosa  que  no  le  atormentase,  y  sin  duda  debió  de  ver  algo 
entre  estas  terribles  angustias,  pues  con  una  voz  turbada  dijo  dos  veces:  '^  Ya 
voy  !  ya  voy  !  ah!  sombras  terribles  y  espantosas  !  "  Con  que  se  le  quedó 
helada  la  lengua,  palpitando  los  ojos  y  temerosas  sus  niñas;  la  boca  cárdena  y 
traspillada,  por  donde  le  salía  (si  es  que  sale  por  allí)  aquella  descomulgada 
alma,  que  por  carrera  derecha  daría  en  los  infiernos;  con  que  pudo  decir  lo 
que  su  descomulgado  Rey  Henrico  VIH  dijo  en  su  igual  trance  á  éste :  **  Todo 
b  perdimos;"  que  quiere  decir  el  alma,  el  cuerpo,  lo  mal  y  bien  ganado  y  al 
fin  todo,  perdiendo  el  aima.  Acompañáronle  en  tierra,  y  trataron  luego 
de  hacer  desde  el  navio  una  caja  lastrada  de  piedras  y  dos  anclotes  de  hierro, 
á  que  asieron  aquel  hediondo  cuerpo  y  lo  llevaron  á  pique  hasta  el  profundo 
del  mar,  donde  dijo  un  profeta  había  de  lanzar  Dios  los  pecados,  para  dar  á 
entender  que  este  hereje  quedaba  sepultado  eternamente  en  los  suyos.  Sobre 
la  elección  de  sucesor  hubo  no  pequeñas  diferencias,  que  las  vinieron  á  librar 
en  las  espadas  y  en  ejecución  de  otras  pasiones,  pues  un  Capitán  gallardo 
llamado  Huberto  arrebató  á  Eduardo,  que  pretendía  se  hiciese  en  él  la  elec- 
ción, y  aunque  pusieron  sus  fuerzas  todos  sus  amigos  en  defenderle,  le  arrojó 
á  la  mar,  que  á  no  saber  bien  nadar,  no  pudiera  Eduardo  salvarse  eu  el  navio 
que  halló  más  cerca  de  la  Capitana,  de  donde  lo  arrojaron.  Al  fin  eligieron  por 
su  General  al  Coronel  y  Almirante  Tomás  Basbile;  celebróse  la  nueva  elección 
(ó  por  ventura  la  muerte  del  Drake,  ó  todo  junto)  con  flámulas  y  gallardetes, 
cohetes  y  tiros  gruesos;  pero  teniendo  noticia  cómo  nuestra  armada  de  galeones 
iba  en  demanda  de  la  suya,  salió  determinado  en  su  primer  parlamento,  diesen 
de  mano  á  la  pretensión  en  aquellas  costas  y  se  hiciesen  á  la  vela. 

4.0  Que  no  pareció  mal  acuerdo,  si  es  que  supo  de  la  llegada  de  los  ga- 
leones de  España  al  puerto  de  Cartagena,  que  había  sido  martes,  á  veintisiete 
de  Febrero  del  mismo  año  de  mil  y  quinientos  y  noventa  y  seis,  y  por  su 
General  Don  Bernardino  de  Abellaueda,  del  hábito  de  Calatrava,  que  traía 
veintidós  galeones  en  demanda  de  esta  armada  del  Drake.  Llegó  la  nuestra 
faltísima  de  agua,  y  así  aquella  tarde,  en  dando  fondo,  comenzaron  á  sacar  las 
pipas  y  traerlas  á  la  ciudad,  que  las  hizo  llenar  el  Gobernador  Don  Pedro  de 
Acuña  con  gran  brevedad  aquella  noche,  sin  dejar  por  esto  dormir  en  toda 
ella  á  los  aguadores  ni   otro   día   siguiente  eu  que  se  acabó  de  hacer  la  aguada, 


144  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (6.^  NOTICIA 

que  era  miércoles  de  Ceniza,  por  lo  cusí  el  General  saltó  en  tierra  á  tomarla  y 
oír  misa  en  la  ciudad,  donde  sólo  se  detuvo  hasta  comer,  abreviando  con  todo, 
porque  no  hiciese  falta  el  tiempo  para  seguir  al  enemigo,  que  según  vino 
nueva,  lo  habían  visto  sobre  las  iflas  de  San  Bernardo,  en  el  paraje  de  la  Villa 
de  Tolú,  que  no  pudo  ser,  pues  en  este  tiempo  andaban  en  Paertobelo  en  las 
facciones  que  hemos  dicho.  Con  todo  eso,  Don  Pedro  de  Acuña  instaba  al 
General  Don  Bernarílino  que  aquella  noche  echase  del  puerto  los  navios  más 
gruesos,  en  cuya  compañía  irían  las  dos  galeras,  las  cuales  salieron,  lo  que  no 
pudieron  hacer  los  galeones,  por  haberse  descubierto  una  agua  á  la  Capitana 
que  no  podía  navegar  sin  repararla,  en  que  se  gastaron  otros  dos  días,  hasta 
que  el  sábado  dos  de  Mayo  se  dieron  á  la  vela  en  demanda  del  Cabo  de  San 
Antón,  pretendiendo  aguardar   allí   al   enemigo,  á  quien  no  pudieron  dar  vista. 


OAP.  XIX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERBÁ  FIRME.  145 

CAPÍTULO   XIX 

I."  Pretende  el  sucesor  del  Drake  le  rescaten  los  negros.  Mata  un  Capitán  algunos 
ingleses— 2.»  Después  á  otros,  y  si  se  reportaran,  pudiera  ser  matar  al  General,  que 
Tenía  á  tierra— S.»  Toma  la  vuelta  de  la  Haya,  donde  llegó  muy  destrozado,  y  con 
las  pérdidas  que  hemos  dicho. 

EL  nuevo  General  Basbile,  pretendiendo  el  rescate  de  los  negros 
que  dijimos  habían  traído  del  Río  de  la  Hacha,  de.spachó  al  Don 
Diego  de  Amaya  una  carta  para  el  efecto  con  el  portugués  que  dijimos  habían 
preso  en  Santa  Marta,  y  por  su  guía  al  honrado  viejo  Francisco  Cano, 
que  lo  había  reservado  Dio.s  con  buena  salad  entre  tanta  enfermedad  do  los  na- 
vios. Fueron  recibidos  los  dos  con  notable  alegría  del  Don  Diego,  por  las  nuevas 
que  le  dieron  de  la  muerte  del  Francisco  Drake;  como  también  la  recibió, 
por  haber  avisado  de  ella  el  Don  Diego,  la  ciudad  de  Panamá,  pues  celebró 
dos  días  solemnes  fiestas,  por  haber  faltado  de  la  tierra  un  tan  terrible  mons- 
truo. No  le  dio  mucho  cuidado  al  Don  Diego  el  dar  respuesta  á  la  carta,  y  así 
ni  ella  ni  el  portugués  volvieron  al  navio  del  inglés,  que  viendo  la  tardanza, 
envió  con  otra  al  mal  viejo  tránsfuga  Ojeda  para  que  recibiese  el  castigo  que  me- 
recíí^  su  apostasía,  como  sucedió,  y  también  porque  se  cumpliese  en  él  el  común 
adagio,  que  aborrecen  los  nuevos  príncipes  á  los  privados  sus  antecesores.  El 
Geneial  Don  Alonso  de  Sotomayor,  deseando  inquietar  al  inglés,  hizo  junta  de 
los  mejores  soldados  del  Reino,  y  con  algunos  de  ellos  tomó  la  vuelta  de  Puer- 
tobelo,  donde  el  Capitán  Jerónimo  Ferrón,  bien  vaquiano  en  la  tierra,  puesto 
en  emboscada  y  á  la  mira  de  algún  descuido  del  inglés,  vido  salir  una  lancha 
de  entre  las  demás,  con  veintinueve  hombres  que  iban  á  lavar  su  ropa,  que 
entrándose  al  efecto  en  cierto  paraje,  donde  les  dejó  lavarla  y  tenderla,  cuando 
más  sin  temor  los  vido  de  asechanzas  de  españoles,  les  embistió  el  Ferrón  y  sus 
soldados  con  dos  ó  tres  cargas,  que  sacaron  de  esta  vida  á  los  veintiséis,  esca- 
pándose los  tres  por  la  espesura  del  monte,  que  eran  de  los  negros  de  las  perlas 
del  Río  de  la  Hacha. 

2.'*  Envidiando  este  suceso  con  una  hidalga  emulación  el  Capitán  Gene- 
raLSotomayor,  puso  alguna  de  su  gente,  de  noche,  en  la  espesura  del  monte, 
avisada  que  no  lo  tuvieran  de  su  parte,  si  algún  descuido  se  ofreciera  por  la 
de  los  ingleses,  de  entre  los  cuales  apenas  habían  salido  los  primeros  rayos 
del  sol,  cuando  salió  un  batel  y  tras  él  una  lancha  llena  de  gente,  que  ambos 
tomaban  la  vuelta  de  tierra,  tocando  al  apartarse  de  las  naves  sus  clarines, 
dándoles  la  ordinaria  salva  marina  á  su  usanza;  fueron  bogando  aprisa  hasta 
llegar  al  paraje  de  la  emboscada   de   los  nuestros,  que  no  sabiendo  repararse 


146  FRAY   PEDRO    SIMÓN  (6.»  NOTICIA 

los  bríos  españoles,  puestos  en  la  ocasión,  dispararon,  matando  solos  los  ocko 
ingleses  del  batel,  quien  pudiera  matar  todos  los  do  la  lancha,  en  quien  venía 
el  nue.vo  General  Basbile  á  recrearse  á  tierra,  que  volviendo  la  proa  de  la 
lancha,  como  un  viento  se  volvió  á  amparar  de  sus  naves,  que  le  hicieron  salvas 
á  la  vuelta  con  tres  piezas,  por  el  buen  suceso  de  haber  escapado  la  vida.  Dis- 
pararon otras  tres  á  la  parte  donde  habían  muerto  á  los  ocho,  que  fué  sin  peli- 
gro de  nuestra  gente.  A  quien  envió  á  llamar  la  Audiencia  de  Panamá  con  su 
Capitán  Don  Alonso  de  Sotomayor,  por  conocerle  el  enemigo,  y  imaginando 
estaría  sin  defensa  la  ciudad  si  intentase  volver  á  ella. 

4.*^  Poro  pareciéndole  al  inglés  le  importaba  más  su  partida  de  aquellas 
costas,  que  tan  costosas  le  habían  sido,  y  á  la  armada,  y  tomar  la  vuelta  de  las 
de  su  tierra,  se  determinó  en  esto,  pegando  fuego  primero  á  nueve  navios, 
que  los  tenía  yá  sin  provecho,  por  haber  muerto  la  gente  que  á  la  venida  los 
ocupaba,  y  echando  en  tierra  los  captivos  que  había  recogido  en  las  partes 
donde  había  llegado,  fuera  de  algunos  negros  que  se  quisieron  ir  con  el  antes 
que  quedar  acá,  y  al  Teniente  de  Santa  Marta  Don  Francisco  Flórez,  que  lo 
llevó  consigo.  Rescatóse  una  negra  por  doscientos  reales  de  á  ocho  y  luego 
murió;  deshizo  una  trinchera  en  Puertobelo  que  había  hecho  de  costa  más  de 
cincuenta  mil  pesos,  porque  sintieran  también  las  piedras  la  rabia  de  estos 
herejes,  en  que  vino  á  parar,  y  en  tres  piezas  gruesas  de  artillería  que  sacó 
de  allí  y  alguna  pólvora,  maíz,  herrajes  y  herramientas,  todo  vil  despojo  de  la 
rabiosa  hambre  de  codicia  que  los  sacó  de  su  tierra,  para  donde  tomaron  luego 
la  vuelta"  á  los  principios  de  Marzo  del  mismo  año  de  mil  y  quinientos  y  no- 
venta y  seis,  con  solas  diez  y  ocho  velas  (muertos  sus  dos  G-enerales  Almiran- 
tes y  la  más  granada  de  su  gente),  que  de  ellas  llegaron  al  puerto  de  Pleuma 
solas  cinco,  con  bien  diferentes  sucesos  en  todo  (como  hemos  visto)  de  las 
jornadas  pasadas,  por  ser  cosa  cierta  que  tras  lo  próspero  en  este  mundo  viene 
como  sombra  lo  adverso.  No  fueron  de  importancia  las  diligencias  de  nuestros 
galeones,  pues  no  les  pudieren  dar  vista  á  éstos. 


FIN  DE  LA  SEXTA  NOTICIA. 


SÉPTIMA  NOTICIA  HISTORIAL 

DE 

LAS  CONQUISTAS 

DE  TIERRA  FIRME 


CAPÍTULO  I 

1  .•»  Dase  noticia  de  las  provincias  del  Chocó  con  extensión— 2.o  Entra  á  las  conquistas 
de  esta  tierra  el  Capitán  Melchor  Velásquez,  y  funda  la  ciudad  de  Toro— 3.°  Entra 
también  otro  llamado  Francisco  Redondo,  y  funda  otra  llamada  Cáceres,.y  por  ha- 
berle sucedido  mal,  desampara  la  tierra, 

CUANDO  dimos  principio  en  la  noticia  pasada  á  darla  de  los  suceso^ 
del  Corsario  inglés  Francisco  Drake  en  las  costas  de  estas  Indias 
Occidentales,  dejamos  colgada  la  hebra  de  la  Historia,  como  allí  advertimos,  en 
el  año  de  mil  y  quinientos  y  ochenta  y  seis;  y  así  ahora,  habiendo  concluido  con 
la  del  inglés,  volvemos  á  anudar  la  cuerda  de  los  sucesos  que  vamos  escribiendo 
en  el  año  siguiente  de  mil  y  quinientos  y  ochenta  y  siete,  en  que  entran  los  do 
la  Gobernación  del  Chocó  y  sus  tierras,  que  comienzan,  como  en  otras  partes 
hemos  advertido,  á  las  espaldas  de  los  Farallones  de  Garamanta.  Aquí  se  desga- 
ja una  cordillera,  como  ramo  suyo,  de  aquella  grande,  que  por  más  de  mil  y 
doscientas  leguas  corre  desde  el  estrecho  de  Magallanes,  mar  del  Sur,  hasta  las 
costas  de  Santa  Marta,  mar  del  Norte.  Este  pedazo  ó  ramo  de  cordillera  de  los 
Chocoes  va  corriendo  al  Occidente  la  vuelta  de  la  ciudad  de  Panamá,  y  pasa 
(según  la  mejor  opinión  y  parecer)  has-ta    las   tieiTas  de  la  Nueva  España.  Da 

desde  sus   principios  principio,  con   aguas   vertientes  al  mar  del  Sur,  á  aquel 

i8 


148  FRAY   PEDRO    S1M(5n  (7.*  NOTICIA 

gran  río  que  llaman  tlel  Ballano,  que  vacia  en  este  mar,  cuarenta  leguas  arriba 
de  Pauamá,  hacia  el  Pirú,  y  con  las  aguas  que  vierte  á  la  parte  del  Norte  da 
también  principio  al  famoso  río  del  Darién,  que  mezcla  sus  aguas  dulces  con  las 
saladas  del  mar  del  Norte  y  ensenada  de  Acia,  como  dejamos  tratado  larga- 
mentb  en  nuestra  tercera  parte.  En  esta  cordillera  y  entre  los  principios  de 
estos  dos  ríos  está  la  Provincia  de  los  Chocoes  y  otras  muchas  sin  conquistar, 
que  corren  hasta  las  del  Ballano,  no  lejos  de  la  ciudad  de  Panamá,  que  tanto 
^iempo  tuvieron  ocupadas  negros  cimarrones,  con  cuatro  pueblos  que  tenían 
fundados  en  ellas,  con  que  las  imposibilitaban  á  que  fuesen  conquistadas  de  los 
nuestros,  hasta  que  se  dieron  por  libres  por  Cédula  de  S.  M.,  con  que  se  quieta- 
ron y  son  de  provecho. 

Entre  las. demás  naciones  á  que  se  ha  dado  vista  en  estas  provincias  de  los 
Chocoes,  ha  sido  la  de  los  Noanamas  y  Cirambiraes,  que  aunque  toda  es  poca 
gente,  ocupan  mucha  tierra,  por  ser  fragosísima,  estéril  y  de  pocas  comidas  de 
grano  y  raíces,  si  bien  es  abundante  de  palmas  frutales  de  chontaduros  y  pixi- 
baes,  fruta  de  mucho  sustento,  pues  de  esta  postrera  se  saca  molida  muy  buena 
y  crasa  leche,  manteca  que  arde  en  los  candiles,  bollos  y  chicha  y  masato. 
Viven  todos  en  barbacoas  muy  altas,  por  la  continua  humedad  de  la  tierra, 
por  ser  montañosa  y  de  continuas  lluvias,  pero  toda  ella  una  pasta  de  oro;  son 
valentísimos  sus  moradores,  que  aunque  la  tierra  es  enferma,  criados  ya  en  ella, 
son  de  buena  salud.  Sus  armas  son  dardos  de  madera  negra,  de  palma  y  estóli- 
cas,  con  alguna  hierba  de  manzanillo  poco  fuerte.  Las  más  de  las  poblaciones, 
en  especial  las  que  caen  sobre  el  Darién,  están  á  las  márgenes  de  ríos  por  donde 
se  gobiernan  y  tratan  en  canoas  grandes  y  barquetas,  por  impedirlos  la  fragosi- 
dad, ciénegas  y  esteros,  el  hacer  esto  por  tierra;  es  gente  desnuda  de  vestir  y 
que  no  se  les  conoce  cabeza,  queriendo  serlo  cada  uno.  Viven  muchos  en  una 
casa;  no  se  les  conoce  religión  alguna,  aunque  los  trae  el  Demonio  engañados 
con  los  embustes  que  á  otros. 

2.*^  El  cebo  del  mucho  oro  de  que  está  lastrada  esta  tierra  por  todas  partes 
ha  acrecentado  la  codicia  de  muchos  á  conquistarla,  y  de  los  primeros  fué  Gó- 
mez Hernández,  vecino  de  Anserma,  de  quien  dejamos  tratado  largamente,  y 
de  sus  sucesos  y  fin  y  muerte  que  tuvo,  por  lo  cual  estuvo  esta  tierra  del  Cho- 
có sin  dueño  algunos  años,  hasta  que  en  el  de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  tres 
un  vecino  y  encomendero  de  la  ciudad  de  Buga,  vecina  y  fronteriza  de  Cbtas 
Provincias,  llamado  Melchor  Velásquez,  hizo  una  entrada  con  cien  soldados  á 
sU  costa,  no  sé  si  con  poderes  del  Gobernador  de  Pop*yán,  que  á  la  sazón  era 
de  esta  Keal  Audiencia  de  Santafé,  porque  en  esto  ha  habido  variedad,  estando 
subordinadas  á  las  veces  al  Gobernador  de  Popayán,  y  otras  á  esta  Audiencia, 
como  consta  de  muchas  Cédulas  Reales  que  he  visto  en  esta  razón  y  conquis- 


CAP.  l)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  149 

tas  de  estas  Provincias.  A  los  primeros  pasos  que  dio  en  ésta  Melchor  Velás- 
quez,  dio  con  dos  Provincias  de  indios  que  llamaron  los  Coronados,  porque  an- 
daban con  coronas  al  modo  de  frailes,  y  con  los  que  se  llaman  los  Totumas,  que 
en  ambas  habría  hasta  seis  mil  indios  de  macana,  que  aunque  dificultosos  de 
conquistar, por  ser  valientes  y  porque  la  tierra  los  ayudaba  á  defender  con  su  fra- 
gosidad y  montañas,  se  dio  tan  buena  maña,  que  reduciéndolos  á  una  razonable 
paz,  para  conservarla  más  y  ponerles  freno,  fundó  una  ciudad  de  españoles  en 
nombre  del  Rey,  y  habiendo  precedido  las  ceremonias  ordinarias  en  tales  po- 
blaciones, á  quien  llamó  la  Nueva  Ciudad  de  Toro,  le  nombró  Cabildo  y 
Regimiento  y  los  demás  vecinos  que  pudo,  aunque  de  gente  de  toda  broza, 
como  lo  dice  una  Cédula  Real  que  se  despachó  acerca  de  esto  en  el  Pardo,  á 
ocho  de  Noviembre  del  año  de  mil  y  quinientos  y  noventa.  Mudó  después  esta 
ciudad  el  Gobernador  de  Popayán  veinticinco  leguas  más  afuera,  en  unas  ex- 
tendidas sabanas,  donde  hoy  permanece,  ó  en  setenta  y  dos  grados  y  cuatro  minu- 
tos de  longitud  del  meridiano  de  Toledo,  dos  y  cincuenta  minutos  de  latitud  á 
la  banda  del  Norte.  Pasó  Velásquez  adelante,  fundada  y  dado  asiento  á  su 
ciudad,  y  encontrándose  con  los  Chocoes,  que  desde  luego  comenzaron  á  infestar 
la  ciudad  y  á  los  Totumas  nuestros  amigos,  hubo  á  las  manos  algunos  presos, 
que  trajo  con  buenas  sumas  de  joyas  de  oro  que  halló  entre  ellos,  y  grandes 
muestras  y  noticias  de  valientes  minas  de  oro,  con  que  salieron  él  y  sus  soldados 
más  engolosinados  á  la  tierra. 

3.^  Por  haber  concluido  con  su  Gobierno  de  Popayán  Don  Jerónimo  de 
Silva,  gobernaba  aquella  ciudad  en  este  tiempo,  por  parte  de  esta  Real  Audien- 
cia, Bartolomé  de  Mazmela,  vecino  de  esta  ciudad,  hombre  cabal  para  este  y 
otros  mayores  caraos,  y  que  hoy  vive  aquí  larga  generación  suya  y  de  gente 
noble  y  de  estima.  El  cual  dio  comisión  en  este  tiempo  á  Francisco  Redondo, 
hijo  del  otro  Capitán  Antón  Redondo,  vecino  de  la  ciudad  de  Cali,  para  que 
hiciera  entrada  á  la  parte  de  estas  provincias,  llevado  de  la  fama  que  andaba 
volando  de  sus  riquezas.  Entró  en  ellas  con  mucha  y  buena  gente  á  su  costa, 
y  habiendo  pacificado  los  indios  Chancos,  pobló  una  ciudad  de  españoles,  á 
quien  llamó  Cácores,  ya  entrado  el  año  de  mil  y  quinientos  y  ochenta  y  ocho,  y 
repartida  la  tierra  entre  los  vecinos,  pasó  con  su  conquista  á  otras  provincias, 
donde  no  le  fué  bien,  pues  habiéndole  muerto  á  algunos  de  sus  soldados,  y 
ganado  bien  poca  honra  nuestras  banderas  por  la  valiente  defensa  que  hicie- 
ron sus  moradores  á  que  los  nuestros  no  hiciesen  pié  en  sus  tierras,  tomó  la 
vuelta  de  su  Nueva  Ciudad,  desbaratado,  sin  alzársele  más  el  pensamiento  á  esta 
conquista. 


150  FRAY  PEDRO  SIMÓN  (7,«  NOTICIA 

CAPÍTULO  II 

1  .*  Dásele  en  Gobierno  esta  tierra  al  Melchor  Velásquez.  Hace  entrada  con  falsas  guías. 
2.«>  De  quien  conociendo  el  engaño,  guió  con  su  gente  un  río  abajo— 3."  Sucédele 
tan  mal  el  viaje,  que  le  obligó  á  tomar  la  vuelta  de  la  ciudad,  desde  donde  volvió  á 
salir  dos  años  después — 4."  Que  en  la  margen  de  otro  mayor  río  les  dieron  una 
fuerte  guazabara— 5."  Otros  malos  sucesos  le  forzaron  á  volverse  á  la  ciudad,  y  dejó 
el  Gobierno. 

ANTES  que  hiciera  esta  primera  entrada  Melobor  Velásquez,  había 
despachado  recados  al  Real  Consejo,  pretendiendo  en  Gobernación, 
sin  dependencia  de  otra,  todas  estas  tierras  del  Chocó  y  sus  convecinas,  de  que 
tuvo  tan  buena  negociación,  aunque  dilatada  por  tantos  años,  por  las  informa- 
ciones de  conveniencias  que  quiso  tener  primero  el  Real  Consejo  de  las  Indias, 
que  se  le  despacharon  recados  con  las  capitulaciones  ordinarias  de  obligaciones, 
exenciones  y  privilegios  que  se  suelen  conceder  á  los  tales  conquistadores,  y 
con  que  guardase  todas  las  ordenanzas  hechas  por  el  Rey,  á  trece  de  Julio  do 
aquel  mismo  año  que  él  entró,  de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  tres, en  el  Bosque 
de  Segovia,  que  hablan  largamente  del  modo  que  se  ha  de  tener  en  las  con- 
quistas y  poblaciones  de  estas  tierras.  Los  cuales  recados  habiéndole  llegado  á 
su  Nueva  Ciudad  de  Toro,  donde  los  estaba  aguardando,  este  año  de  mil  y  qui- 
nientos y  ochenta  y  ocho;  viéndose  con  nuevas  obligaciones  de  conquistas  el 
Melchor  Velásquez,  y  aun  codicioso  de  los  granos  de  oro  que  fructificaban 
aquellas  provincias  del  Chocó,  juntó  hasta  cien  soldados  bien  armados  y  avia- 
dos, en  que  consumió  gran  copia  de  dineros,  con  quien  y  con  algunas  falsas 
guías  Chocóos  de  los  que  habían  traído  presos  en  la  primera  entrada,  se  fueron 
entrando  la  vuelta  de  las  provincias  de  los  Chocóos,  rompiendo  cien  mil  difi- 
cultades de  breñas,  pantanos  y  arcabucos  cerrados  á  las  márgenes  de  un  valiente 
y  furioso  río,  mal  poblado  en  ambas,  por  dondo  los  llevaban  maliciosamente  las 
guías,  que  conocido  del  Gobernador,  por  haber  andado  ya  muchos  días,  habien- 
do prometido  los  Chocoes  en  pocos  meterlos  en  sus  tierras,  les  preguntó  con 
aspereza,  por  medio  de  una  india  ladina  de  su  propia  nación,  la  causa  de  tantas 
dilaeiones,  amenazándolos  de  muerte  si  las  dilataban  más. 

2.^  A  que  respondiendo  el  más  viejo  de  las  guías,  dijo:  ''  Bien  puede  dár- 
nosla, pues  estamos  determinados  á  no  guiarlo  á  nuestras  tierras,  por  la  traición 
que  sería  meter  gente  extraña  en  ellas,  y  con  ella  su  destrucción  y  consumo  ". 
En  lo  cual  advirtiendo  el  Gobernador,  y  la  razón  tan  valiente  y  concluyente 
que  decía  el  indio,  remató  sus  primeras  cóleras  y  enojos  en  amenazas,  y  hacien- 
do junta  de  su  gente  para   la  determinacióii  y  enmienda  del  avieso   con  que 


CAP.  Il)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  151 

caminaban,  les  dijo  ser  lo  más  acertado  volver  todos  atrás  á  tomar  el  hilo  de 
algunos  caminos  que  habían  dejado,  pues  con  ellos  era  cosa  cierta  habían  de 
dar  con  algunas  poblaciones,  pues  no  estaban  trillados  de  balde,  ni  irían  á 
parar  á  otra  parte  que  ú  pueblos  de  contratos;  á  lo  cual  acudiendo  con  razones 
aparentes  la  mayor  parte  de  los  soldados,  y  que  no  tenían  más  voluntad  que  la 
del  Gobernador,  mostraban  por  otra  parte  otros  intentos,  que  alcanzándolos  á 
saber  un  clérigo  que  llevaban  por  Capellán,  los  manifestó  al  Gobernador,  di 
ciéndole  intentase  oti-o  camino  que  el  de  volver  atrás,  para  conseguir  algún 
buen  fin  de  su  jornada,  porque  si  volvían  cuatro  pasos,  estaban  los  más  deter- 
minados de  pasar  mucho  más  adelante,  volviéndole  las  espaldas  y  desamparán- 
dole. Que  enterado  de  esto  el  Gobernador,  determinó  pasar  con  todos  el  río 
abajo  en  balsas,  descubriendo  ambas  márgenes,  aunque  fuese  hasta  el  mar 
del  Sur. 

3.*'  Hechas  las  balseas  con  esta  determinación,  lo  más  fuertes  que  se  pu- 
dieron, y  embarcada  en  ellas  la  gente  y  hato,  y  el  Gobernador  con  siete  arca- 
buceros en  una  canoa  graude  que  habían  habido  á  las  manos,  comenzaron  á 
navegar  bien  por  la  mansedumbre  del  río  abajo  hasta  diez  leguas,  donde  en- 
contrando de  repente  con  impetuoso  raudal  que  se  hacía  en  peñas  cubiertas  y 
descubiertas,  fué  tal  entre  ellas  la  tormenta  de  las  balsas  y  canoa,  que  todas 
se  trastornaron  y  deshicieron,  yéndose  á  pique  todas  las  armas,  municiones  y 
hatillo,  y  fuera  lo  mismo  de  las  personas,  si  no  tuvieran  buena  suerte  y  favor 
del  cielo  para  poderse  asir  de  los  palos  sueltos  de  las  balsas  y  escapar  cada 
cual  por  donde  pudo  ú  las  márgenes  del  río,  donde  secaran  la  ropa  mojada  si 
hallaran  otra  que  vestirse,  que  no  fué  de  poco  desconsuelo  después  del  con- 
suelo de  haber  escapado  con  la  vida  ;  pero  quien  con  mayor  razón  se  halló  para 
tenerlo,  fué  el  Gobernador,  por  ver  fin  fruto  el  crecido  gasto  que  había  tenido 
en  avíos  de  soldados,  armas  y  pertrechos  de  guerra,  que  todo  había  consumido 
el  río,  que  debiera  ser  el  de  los  Noanamas,  y  así  les  fué  forzoso  tomar  por 
último  remedio  la  vuelta  de  la  ciudad  de  Toro,  con  tan  inmensos  trabajos, 
que  sería  tejer  una  gran  historia  contarlos  por  menudo,  pues  el  estrago  fué  tal 
de  persos^s  y  hacienda,  que  fué  necesario  para  reformarse  tiempo  dedos  años. 
Después  de  los  cuales,  principios  del  de  mil  y  quinientos  y  noventa,  habiendo 
tenido  en  este  tiempo  el  Mechor  Velásquez  mayores  noticias  de  las  riquezas 
de  los  Noanamas,  volvió  á  salir  en  su  demanda  con  setenta  compañeros  que  pudo 
juntar,  bien  armados  y  codiciosos  de  haber  á  las  manos  tantas  riquezas  como 
de  aquellas  provincias  echaba  á  volar  la  fama. 

4.^  Que  codiciosos  de  que  fuese  así  y  de  llenar  las  manos  hasta  los  codos 
en  ellas,  fueron  trastornando  cien  mil  dificultades,  sin  caminos  ni  trochas  cono- 
cidas, hasta  que  dieron  con  otro  río  diferente  del  pasado,  más  ancho  dos  veces 


152  FRAY   PEDRO    SIMÓN  (7.»  NOTICIA 

que  el  Magdalena  cuando  entra  en  el  mar,  á  cuyas  márgenes  había  algunas 
copiosas  poblaciones,  que  se  comunicaban  y  contrataban  por  el  río  en  canoas. 
Dieron  vista  los  soldados  en  el  primer  pueblo,  que  estaba  á  la  banda  contraria^ 
á  «nos  valientes  árboles  de  plátanos  con  feus  racimos  de  fruta  bien  sazonada, 
que  codiciosos  y  aun  necesitados  de  ella,  trataron  luego  de  haberla  á  las  manos, 
como  lo  pusieron  en  ejecución  embarcándose  en  ciertas  canoas  para  el  efecto, 
sin  reparar  en  lo  que  el  Melchor  Velásquez  les  decía,  sospechándose  de  lo  que 
sucedió,  que  fué  estar  una  emboscada  de  bárbaros  ferocísimos  y  nrraados  entro 
los  árboles,  de  donde  salieron  bien  á  tiempo  cuando  los  nuestros  estaban  más 
cebados  en  coger  y  comer  de  la  fruta,  que  les  costó  bien  cara,  y  no  menos  que 
á  precio  de  sangre,  pues  del  primer  encuentro  dejaron  los  bárbaros  once  sol- 
dados muertes,  y  fueran  más  si  no  se  juntaran  los  vivos  y  se  resistieran  con 
los  arcabuces  por  un  buen  rato,  hasta  quo  con  los  que  estaban  en  su  compañía 
pasó  á  socorrerlos  el  Melchor  Velásquez,  bien  á  su  costa,  pues  en  llegando  le 
pasaron  un  brazo,  y  por  haber  herido  algunos  otros  y  faltarles  ya  las  flechas, 
se  arrojaron  los  bárbaros  al  río,  como  cuando  espantan  Ihs  ranas  que  están  al 
sol  á  la  margen  del  agua. 

5.^  Por  donde  se  fueron  deslizando  con  tanta  destreza  en  nadar,  que  no  fué 
posible  á  los  nuestros,  aunque  volaban  con  las  canoas  tras  ellos,  haber  alguno 
á  las  manos,  pequeño  ni  grande,  de  quien  se  pudiera  tomar  lengua,  pues  de  la 
misma  suerte  nadaban  los  muchachos  y  mujeres  con  sus  niños  á  cuestas,  que 
los  gandules.  Afligidos  los  nuestros  del  desgraciado  suceso,  pasaron  á  la  banda 
contraria,  donde  tenían  sus  ranchos,  ropa  y  servicio,  y  no  habiendo  sido  el 
pasaje  con  menos  riesgo  que  de  la  vida,  por  ir  muchos  mal  heridos,  se  detu- 
vieron, para  curarlos,  algunos  días  en  el  puerto,  al  fin  de  los  cuales  una  noche, 
al  cuarto  del  alba,  dieron  sobre  los  ranchos  los  bárbaros  con  tan  gran  furia, 
que  habiendo  quedado  muertos  nueve  de  los  nuestros  y  un  fraile,  no  sé  de  qué 
Orden,  que  iba  por  Capellán  entre  ellos,  y  muchos  heridos,  y  entre  ellos  el 
Gobernador  atravesado  un  muslo  por  ambas  partes,  les  fué  forzoso  irse  reti- 
rando hasta  cierto  puerto;  donde  juntos  sanos  y  heridos,  se  aprovecharon  tan 
valerosamente  de  la  espada,  que  haciendo  dejar  la  presa  á  los  bárbaros,  que  te- 
nían ya  cogida,  de  los  ranchos  de  los  nuestros,  los  apretaron  de  suerte  que  se 
acogieron  á  su  guarida,  al  río,  como  antes,  dejando  maltratados  á  todos  los 
soldados  y  gente  de  su  servicio.  Que  viendo  todos  los  ruines  efectos  y  poco 
fruto  que  se  les  iba  siguiendo  en  la  jornada,  de  mancomún  determinaron  todos 
darlo  de  mano,  requiriendo  para  esto  al  Gobernador,  que  no  fué  menester 
mucho  para  tomar  luego  la  vuelta  de  la  ciudad  de  Toro,  que  fué  con  tan  in- 
mensos trabajos,  por  volver  todos  á  pié,  de  dificultades  del  camino,  enferme- 
dades, hambres,  sin  comer  otra  cosa  que  yerbas  silvestres  y  no  conocidas,  sapos 


OAP.  Il)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  153 

y  culebras,  que  á  veinte  de  1(^  soldados  dio  remate  en  sus  trabajos  la  muerte 
en  el  camino,  y  hubiera  sido  lo  mismo  del  Gobernador,  á  no  traer  á  su  lado  un 
hijo  suyo,  de  buenos  bríos,  mestizo,  que  le  ayudó  á  salir  de  todas  las  dificultades, 
hasta  que  llegaron  los  pocos  que  habían  quedado  á  la  ciudad  de  Toro,  donde 
fueron  caritativamente  curados  hasta  recobrar  salud. 

Con  la  cual  viéndose  el  hijo  del  Melchor  Velásquez  (que  se  llamaba  como 
su  padre)  y  con  buenos  alientos,  pasados  algunos  meses  después  de  la  llegada, 
juntó  otros  setenta  y  cinco  soldados,  y  en  nombre  de  su  padre,  que  yá  había 
dado  de  mauo  á  estas  jornadas,  tomó  la  vuelta  en  demanda  de  las  mismas  Pro- 
vincias de  los  Noanamas,  á  donde  llegó,  por  las  buenas  guías  que  llevaba,  en 
breve  tiempo;  pero  hallólas  tan  sin  gente  que  no  pudo  haber  ú  las  manos  más 
que  solas  dos  ó  tres  viejas  y  algunos  indios  enfermos  y  miserables,  que  pre- 
guntcándoles  por  el  consumo  de  los  indios,  respondían  con  no  fingidos  lloros 
haberlos  barrido  cruel  pestilencia  que  había  venido  sobre  ellos  un  año  había ; 
lo  que  certificaba  bien  ver  los  nuestros  los  campos  cubiertos  de  huesos,  que 
por  no  haber  habido  quien  los  enterrara,  los  había  consumido  el  tiempo  y  in- 
clemencias del  cielo.  No  les  pareció  á  los  nuestros,  con  esta  mala  nueva,  pasar 
adelante,  y  así  volvieron  á  la  ciudad  de  Toro,  desde  donde  luego,  á  los  prin- 
cipios del  año  siguiente  de  mil  y  quinientos  y  noventa  y  uno,  vino  el  Melchor 
Velásquez  á  esta  Keal  Audiencia  y  hizo  dejación  de  aquel  Gobierno,  por  verse 
pobre,  viejo  y  manco  de  heridas.  Era  natural  de  la  Villa  de  Utrera,  cinco 
leguas  de  Sevilla. 


1^4  FRx\Y   PEDRO   SIM(5n  (7."  KOTICIA 

CAPÍTULO   III 

1.0  Dánsele  el  Gobierno  y  conquista  del  Chocó  al  Capitán  Melchor  de  Salazar  por  el 
Doctor  Antonio  González — 2.»  Despáchansele  recados  y  él  socorre  en  una  necesidad 
á  la  ciudad  de  Toro— 3.<*  Despacha  á  un  Capitán  con  g-ents  que  vaya  por  uu  río  ít 
descubrir  la  tierra— 1.°  Lo  que  le  va  sucediendo  en  el  descubrimiento. 

ADMITIDA  h\  renunciación  del  Gobierno  que  hizo  Melchor  Velás- 
quez  por  esta  Keal  Audiencia,  donde  á  la  sazón  presidía  el  Doctor 
Antonio  González,  y  de  acuerdo  de  toda  ella  habiéndosele  señalado,  por  lo  que 
había  gastado  en  la  pacificación  de  las  provincias  de  su  Gobierno  y  por  haber 
hecho  dejación  de  él  de  su  voluntad,  mil  pesos  de  renta  de  por  vida  en  la 
ciudad  de  Popayán,  trató  luego  el  Doctor  Antonio  González,  porque  no  se 
dejasen  enfriar  las  conquistas  de  aquellas  tan  ricas  Provincias,  y  tan  importante 
á  la  salvación  de  las  almas,  Rentas  Beales  y  bienestar  de  los  españoles,  de 
volver  á  encomendar  aquel  Gobierno  á  persona  tal  y  de  sustancia  que  pudiese 
allanarlas  y  acrecentar  cimientos  españoles,  demás  de  las  dos  ciudades  Toro 
y  Oáceres.  Para  lo  cual  se  le  ofreció,  por  informaciones  que  tuvo  de  su  persona, 
Melchor  de  Salazar,  natural  de  la  ciudad  de  Toledo  en  España,  y  vecino  en 
estas  Indias  de  la  de  Oartago,  hombre  cuantioso  en  hacienda  por  tratos  y  mucho 
oro  que  le  habían  sacado  sus  negros  esclavos  en  aquellas  minas,  y  yerno  de  I 
Capitán  Francisco  de  Orellana,  persona  valerosa  en  las  conquistas  de  las  Pro- 
vincias de  Popayán  y  otras.  Con  el  cual  Melchor  de  Salazar  tratándose  el 
negocio  de  éstas  y  Gobernación  del  Chocó,  y  viniendo  bien  el  Presidente  y  el 
dicho  Salazar  en  ello,  se  capituló  y  tomó  asiento,  al  modo  que  se  suele  con  otros 
conquistadores,  según  las  ordenanzas  que  para  esto  están  dadas,  hechas  á  trece 
de  Julio  en  el  Bosque  de  Segovia,  el  año  de  mil  y  quinientos  y  setenta  tres,  y 
otras  en  particular,  como  fueron  que  sembrara  ocho  fanegas  de  maíz  luego 
que  entrase  á  la  conquista,  para  el  sustento  de  los  soldados  y  gente  de  servicio; 
que  los  soldados  pasasen  de  ciento,  pagados  y  pertrechados  á  su  costa;  que 
llevase  uno  ó  dos  sacerdotes,  clérigos  ó  frailes,  para  Capellanes  y  administra- 
ción de  los  sacramentos  á  la  gente  de  la  conquista ;  que  había  de  poner  cin- 
cuenta esclavos  para  labrar  las  minas  de  oro  descubiertas  y  por  descubrir, 
donde  fuese  plantando  Reales  de  minas ;  que  metiese  doscientas  vacas  con 
algunos  toros,  y  otros  ganados  mayores  y  menores,  para  crianza,  y  otras  obli- 
gaciones á  esto  modo;  y  que  á  él  se  le  concedían  tfei4as  las  exenciones  que 
se  suelen  dar  á  los  conquistadores  y  pobladores. 

2.0  Con  lo  cual  en  esta  ciudad  de  Santafé  de  este  Nuevo  Reino,  á  ocho  de 
Febrero  del  año  siguiente  de  mil  y  quinientos  y   noventa  y  dos,  por  el  Doctor 


CAP.    IIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  155 

Antonio  González,  y  por  Cédula  Eeal  que  tenía  para  esto,  le  despachó  título 
al  Melchor  de  Salazar  de  Gobernador  y  Capitán  General  de  las  Provincias  del 
Chocó,  Dabaibe  y  Valle  de  Baeza,  con  distancia  de  rail  y  quinientas  y  cin- 
cuenta leguas  en  cuadro.  Con  lo  cual  comenzó  luego  á  levantar  gente  en  la 
ciudad  de  Cartago  y  otras  sus  convecinas  y  pertrecharse  de  todo  buen  avío 
para  hacer  entrada  en  su  Gobierno  luego  que  estuviese  todo  á  pique.  En  que 
estaba  ocupado  cuando  los  indios  de  guerra,  fronterizos  á  la  ciudad  de  Toro, 
que  caía  en  su  Gobierno,  como  eran  los  Tatanias,  Noanamas  y  algunos  Cho- 
coes,  que  estaban  de  paz,  se  rebelaron  contra  aquella  ciudad,  aunque  no  hecha 
junta  para  esto,  pues  los  Tatanias,  acometiendo  de  por  sí,  mataron  algunos 
indios  do  los  pacíficos.  Los  Noanamas,  en  una  estancia  del  Capitán  Diego  de 
Paredes^  mataron  nueve  y  hirieron  cuatro.  Algunos  Chocoes,  sobre  el  seguro 
de  la  paz  que  habían  dado,  tuvieron  traza  para  matar  al  Capitán  Luis  Ffancoy 
á  Diego  Martín  Hincapié  y  á  un  Heredia  y  á  algunos  indios  do  paz.  Apenas 
hubo  tenido  nueva  de  esto  el  Gobernador,  cuando  con  los  pertrechos  de  guerra 
y  soldados  con  que  se  hallaba,  pólvora,  plomo,  cuerdas,  alpargates  y  otras 
moniciones,  fué  y  entró  en  la  ciudad  de  Toro,  desde  donde  despachó,  con  la 
brevedad  que  la  necesidad  pedía,  al  Capitán  Simón  Sánchez  con  doce  soldados 
á  hacer  frente  á  los  Chocoes,  que  no  fué  de  pequeña  importancia  para  que 
éstos  no  se  atreviesen  á  matar  los  indios  de  paz  de  la  ciudad.  También  despa- 
chó juntamente  al  Capitán  García  Guerrero,  con  orden  de  que  juntando  veinte 
soldados,  defendiesen  las  minas  de  Rionegro  y  Yarama,  de  mucha  grosedad 
de  oro  de  veinte  quilates,  y  que  despoblase  la  ranchería  de  Santa  Catalina,  del 
Capitán  Diego  de  Paredes,  por  estar  en  conocido  peligro,  como  se  echó  de  ver, 
pues  al  día  tercero  vinieron  sobre  ella  los  Noanamas,  y  quemándola  y  des- 
truyéndola, hicieran  lo  mismo  con  los  negros  y  indios  que  en  ella  hallaran,  á 
no  haberse  despoblado. 

3.°  Dio  también  orden  al  Capitán  Cristóbal  García  Montano,  que  des- 
poblando las  minas  de  Tuturrupí,  por  estar  en  evidente  peligro,  las  poblase  en 
sitio  seguro,  pues  había  en  muchas  partes  dónde  se  pudiesen  sacar  crecidos 
jornales.  Al  Capitán  Guerrero  con  seis  soldados  ordenó  que  anduviese  do 
presidio  por  todas  las  minas;  que  en  el  río  de  Yararai  S3  labrasen  diez  canoas 
y  otras  tantas  balsas  (aunque  contra  la  opinión  de  muchos)  para  navegar  este 
río  abajo  en  descubrimiento  de  nuevas  provincias,  como  se  hizo,  enviando  al 
efecto  por  caudillo  al  Capitán  Cristóbal  García  Montano,  con  treinta  soldados 
bien  armados  y  otros  tantos  indios  amigos,  y  por  Capellán  al  Padre  Cristóbal 
Solano,  clérigo  que  yo  conocí  mucho  en  esta  ciudad,  que  embarcándose  todos 
en  las  diez  balsas  y  canoas  en  las  minas  de  Toro,  en  ocho  de  Marzo  de  mil  y 
quinientos  y  noventa  y  tres,  habiendo  navegado  hasta  media  legua  el  río  abajo^ 

19 


156  FRAY  PEDRO   SIMÓN  (7.»  NOTICIA 

se  trastornó  una  canoa,  sin  peligrar  español  ni  indio  de  los  que  iban  en  ella; 
sólo  sfQ  mojaron  y  la  ropa,  y  sucedió  que  yendo  alguna  en  un  cataure  y  entre  ella 
un  cofrecito  en  que  iba  una  imagen  de  Nuestra  Señora,  saliendo  toda  empapada 
en  agua,  el  cofrecito  y  la  imagen  quedó  seca,  como  si  no  le  hubiera  tocado  más 
que  sol.  Trastornáronse  otras  dos  por  no  est:u-  los  indios  diestros  en  la  boga, 
una  legua  más  abajo,  do  las  cnales,  por  ser  socorridas  á  tiempo,  sólo  se  perdió 
un  soldado  que  se  ahogó,  llamado  Gaspar  de  los  Reyes.  Rancheáronse  aquella 
primera  nocho  en  las  casas  de  ciertos  indios,  y  á  la  mañana  se  dijo  misa  por  el 
difunto;  y  caminando  el  río  abajo,  se  dio  vista  al  de  Tuturrupí,  que  entra  en 
aquél  por  la  parte  del  Sur,  y  aquél  por  la  del  Norte  en  el  de  San  Juan, 
que  nace  de  la  cordillera  de  Anserma  y  baña  las  Provincias  del  Chocó  con 
crecidísimas  aguas,  limpias  de  palos,  por  ser  fondable,  y  por  esto  acomodado 
á  la  navegación.  No  so  hallaron  en  él  caimanes,  pero  tiene  pejes  espadas  y 
otras  muchas  diferencias  de  buenos  pescados,  en  especial  camarones,  grandes 
y  pequeños. 

á.°  Dióse  vista  á  dos  canoas   quo   venían  el  río  arriba,  que  procurándose 
haber  á  las  manos   para  tomar  de   ellas   lengua,  no  fué  posible,  por  escaparse 
la  una  huyendo,  y  haberse   abordado   la  otra  en  tierra   y  esoapádose  la  gente. 
Navegaron  aquel  día  hasta  las  diez  de  la  noche,  por  habsr  dicho  la  lengua  que 
quedaban  atrás,  en  un  estero,  casas  de  Noanamas,  por  lo  cual  se  rancheó  cada 
canoa  de  por  sí,  para  más  seguro  de  todo  acaecimiento.  A  los  doce  de  Marzo 
despachó  desde  allí  el  Capitán  un  caudillo  llamado  Simón  Sánchez,  con  catorce 
españoles  en  cuatro  canoas,  con  orden  de  dar  vista  á  todo  el  estero,  como  lo 
comenzaron  á  hacer,  aunque  á  las  primeras  bogas  se  trastornaron  dos  canoas, 
que  aunque  en  dos  brazas  de  agua,  nada  peligró.  Halláronse  siete  barbacoas  va- 
cías de  gente,  por  haberse  retirado  al  monte,  bien  llenas  de  maíz,  de  que  se  tomó 
lo  necesario,  y  también  se  pudieron  coger  cuatro  indias,  que  todo  fué  de  servicio 
y  importancia  al  Real,  á  cuya  vista  llegaron  río  arriba  de  allí  á  dos  días  doce 
grandes   canoas   llenas   de   indios,  gente   moza,   bien   dispuesta  y   de  buenos 
alientos  y  rostros;  todos  desnudos,  con  buenas  joyas  de  oro  en  las  orejas  y 
narices,  y  hechos  unos  barbotes  de  lo  mismo,  que  eran  cuatro  ó  seis  planchue- 
las largas  colgadas  del  labio  de  abajo.  Fnéronse  allegando  á  reconocer  nuestros 
ranchos,  saltando  en   tierra  á  esto,  y  con  título  de  paz,  más  de  cien  naturales, 
que  abrazándolos  el   Capitán  uno  a  imo,  los  recibió  y  acarició  con  buenas  pa- 
labras y  algunas   bujerías   de    Castilla,  y    persuadiéndoles  á  la  paz,  á  que  ellos 
decían  eran  venidos,   tomaron   la   vuelta  de  sus  tierras,  si  bien  se  supo  después 
quedaban   atrás  otras   siete   canoas   con   más   de  doscientos  indios,  que  todos 
venían  de  mano  armada  á  dar  sobre  las  minas.  Cumplieron  su  palabra  las  dos 
canoas  en  volver  otro  día,  aunque  no  se  atrevieron  á  saltar  en  tierra,  por  ver 


CAP.  IV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  157 

á  todos  los  nuestros  juntos,  como  lo  estaban,  y  bajaron  hasta  la  boca  del  río  de 
San  Faustín,  que  baja  por  la  banda  del  Sur  de  la  cordillera  de  Cáceres;  desde 
donde  vieron  dos  barbacoas  ó  casas  de  indios  que  se  estaban  ardiendo  por 
haberles  pegado  ellos  fuego.  Este  ora  el  paraje  donde  desbarataron  al  Gober- 
nador Melchor  Velásquez  y  le  mataron  aquellos  eoldados  y  el  fraile  por  quien 
se  hizo  oracidn  ahora. 


CAPÍTULO  IV 

l.»  Sucesos  varios  que  van  acaeciendo  en  el  descubrimiento  de  los  Noanamas— 2.°  Cogen 
aJgunos],indios  que  dan  noticia  de  la  tierra  y  de  cómo  tiene  oro— 3.»  Salen  de  la  jor- 
nada sin  haber  poblado,  sino  con  solas  noticias  y  algún  oro  que  ranchearon— 1.« 
Quítanle  el  Gobierno  por  emulaciones  al  Gobernador  Salazar. 

OR  la  mano  sabrosa  y  avilantez  que  les  debiera  de  haber  quedado 
á  los  indios  en  la  refriega  pasada  de  Yelásquez,  tuvieron  ahora 
atrevimiento  de  acometer  á  los  soldados  por  tierra,  dándoles  algunas  rociadas 
de  flechas  y  estólicas  {?),  y  por  agua  coa  catorce  canoas  en  que  vendrían  hasta 
ciento  y  treinta  indios,  que  también  dispararon  sns  dardos  y  flechas  sobre  los 
nuestros,  que  á  todos  los  desbarataron  jugando  los  arcabuces,  que  tomaron  la 
vuelta  cada  cual  escuadrón  por  su  camino,  siguiendo  seis  soldados  á  los  de 
tierra,  y  una  canoa  á  los  del  río  hasta  perderlos  de  vista.  Asentáronse  aquí 
ranchos  por  dos  ó  tres  días,  en  que  volvieron  algunas  canoas  de  las  que  huye- 
ron, diciendo  mil  oprobios  á  los  nuestros,  y  que  los  habían  de  echar  de  su 
tierra  ó  de  esta  vida,  como  lo  hizo  un  soldado  á  uno  de  ellos  con  una  escopeta 
con  que  temerosos  so  retiraron.  En  veintidós  de  Marzo  de  este  mismo  año, 
estando  un  soldado  velando  las  canoas,  vio  venir,  con  mucho  silencio,  indios 
el  río  arriba  á  soltarlas,  que  no  fué  de  efecto  por  haberse  dado  arma  y  ellos 
huido.  Pasando  río  abajo  se  dio  vista  al  de  Guema,  que  fué  sitio  donde  se  le 
á'ió  la  otra  guazabara  al  Melchor  Velásquez  y  le  mataron  nueve  españoles;  la 
mitad  sería  del  día,  cuando  descubrieron  á  la  otra  banda  del  río  un  encum- 
brado peñol,  y  en  él  cinco  barbacoas  grandes  y  fuertes,  y  al  pié  del  risco  seis 
grandes  canoas  llenas  de  indios,  para  la  defensa  de  estas  casas,  que  embistién- 
dolos el  Capitán  por  agua  con  algunas  canoas  y  soldados  por  tierra,  aunque  &q 
defendieron  con  sus  armas,  huyeron  de  las  nuestras.  No  había  gente  en  las 
casas,  pero  halláronse  herraduras  mulares  y  caballares,  clavos  y  pedazos  de 
arcabuces,  y  un  pedazo  de  una  barra  do  hierro,  y  mucho  maíz  seco,  por  cuya 
ocasión  ge  ranchearon  de  asiento. 


158  FRAY   PEDHO   SIM(5n  (7.^  NOTICIA 

Que  viendo  los  indios  el  que  los  nuestros  tomaban  de  propósito,  les  echa- 
ban algunas  emboscadas  para  los  desmandados,  lo  que  también  hacían  los  nues- 
tros sin  efecto,  por  el  mucho  cuidado  con  que  andaban  los  indios.  A  tres 
canoas  que  llegaron  cerca  no  se  les  pudo  dar  alcance,  por  ser  mejores  bogado- 
res. Fuéronso  reconociendo  otrcs  sitios  y  barbacoas  en  el  río  hasta  llegar  al 
de  los  Yacos,  por  cuyas  aguas  arriba  caminaban  como  si  fueran  para  abajo,  lo 
que  causaba  la  marea,  según  todos  juzgaron,  y  que  no  estaba  lejos  el  mar  del 
Sur.  Aquí  echaron  á  los  nuestros  una  emboscada,  en  que  mataron  un  indio  de 
dos  que  se  desmandaron  contra  la  orden  del  Capitán;  bien  la  vengaron  las 
escopetas.  Por  este  río  bajaron  dos  indios  en  dos  barquetas,  que  parecieron  ser 
conocidamente  Yacos,  por  traer  loa  cabellos  cortados  con  diferencia  de  los 
Noanamas,  que  no  quisieron,  aunque  los  llamaron,  llegar  al  Real.  El  cual, 
embarcándose  aquí  en  las  canoas  que  habían  tomado  á  los  indios,  por  ser  me- 
jores que  las  que  ellos  llevaban,  y  habiendo  quebrado  éstas  porque  los  natu- 
rales no  se  aprovechasen  de  ellas,  se  entraron  desde  este  río  Yaco  al  de  San 
Juan,  que  hallaron  á  dos  leguas  que  anduvieron  por  él  abajo,  que  se  dividía 
en  dos  partes  iguales  por  una  gran  isla  que  se  hacía  en  medio,  que  no  la 
pudieron  bogar,  porque  las  crecientes  del  mar  del  Sur  hacían  volver  las  aguas 
para  arriba., Estaba  poblada  de  muchas  barbacoas  ó  casas  de  indios,  sementeras 
de  maíz,  muchas  palmas  y  otros  árboles  frutales.  Decía  después  Pedro  Páez, 
un  soldado  que  bajaba  ahora  y  después  el  año  de  mil  y  quinientos  y  noventa 
y  siete  entró  con  Cristóbal  Quintero  en  este  río  por  el  mar  del  Sur,  que  desde 
él  á  eata  isla  hay  doce  leguas  de  extremado  puerto  y  navegación. 

2.°  A  los  veintiséis  de  Abril  determinó  el  Cristóbal  García,  por  no  pare- 
cerle  había  más  que  ver  río  abojo,  á  volver  aguas  arriba,  desvolviendo  cuantos 
esteros  y  puntas  había  en  los  ríos,  hasta  que  á  los  seis  de  Mayo  le  dieron  los 
indios  una  famosa  guazabara,  de  que  salieron  heridos  tres  soldados,  y  por 
haberlo  quedado  también  en  una  pierna  un  indio  de  guerra  llamado  Aricum» 
lo  hubieron  los  nuestros  á  las  manos ;  de  quien  se  supo  estaba  recogida  mucha 
gente,  hombres  y  mujeres,  en  cierto  estero,  y  que  entre  ellas  había  dos  españo- 
las, que  habían  traído  de  la  agua  grande  salada,  que  es  decir  del  mar,  donde 
las  asieron,  habiendo  salido  éstas  y  otros  españoles  de  una  gran  casa,  que  era 
navio,  y  que  ahora  las  tenían  dos  Caciques  en  su  servicio,  de  quien  tenían 
cinco  hijos,  y  decía  que  cuando  estos  españoles  bajaban  el  río,  les  decían  los 
indios  á  las  dos  mujeres:  '^Yá  vienen  vuestros  maridos  por  vosotras";  á  que 
respondían:  ''No  vienen  sino  á  hacerse  amigos  con  vosotros;  y  así  salid  y 
habladles";  á  lo  que  no  los  pudieron  persuadir,  antes  las  metieron  por  esto  la 
tierra  adentro.  En  la  que  dieron  vista  nuestros  soldados  de  los  Noanamas, 
vieron   muchas  minas  de  oro  descubiertas,  de  quien  decía  este  muchachón 


CAP.  IV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  159 

Nonuama  (que  sería  de  hasta  veintiséis  anos)  lo  sacaban,  y  cuando  estaba  en 
polvo  le  llamaban  Pino,  y  al  fundido  eu  joya  Pimmhra  ;  á  las  perlas  Soroma, 
que  decía  la  sacaban  del  agua  grande  salada  y  que  no  so  bebía  (que  es  el  mar), 
y  que  para  sacarlas  se  zabullían  los  indios,  atada  una  pesa  á  la  barriga,  y  que 
estimaban  eu  más  las  conchas  ó  nacarones  que  las  perlas. 

3/*  Veíanse  en  algunas  casas  de  estes  Noanamaa,  que  las  tenían  limpias 
y  curiosas,  algunos  jardines  hechos  ú  mano,  que  también  lo  eran,  y  en  ellos 
plantadas  ciertas  yerbas  de  agradable  vista,  que  decían  servirles:  una  para 
poner  en  la  boca  en  sus  borracheras,  que  los  preservaba  de  no  embriagarse 
tan  presto;  otra  para  curar  las  heridas  de  los  dardos  y  sacar  fuera  las  astillas, 
y  otra  para  lavar  con  ella  los  captivos,  con  que  perdían  la  ferocidad  y  me- 
moria de  sus  tierras.  Eu  éstas  y  paraje  donde  cogieron  este  indio,  á  los  ocho 
de  Mayo  de  este  mismo  año,  hicieron  requerimiento  los  soldados  al  Capitán 
Cristóbal  García,  que  pues  se  descubrían  muchos  indios  por  aquellos  parajes, 
y  parecían  saludables  por  sus  buenos  temples,  diese  cimientos  á  una  ciudad  de 
españoles,  enviando  por  más  gente  y  otros  socorros  al  Gobernador,  que  no 
tuvo  efecto  por  ser  tan  poca  la  con  que  allí  se  hallaba,  y  los  nueve  mal  heridos, 
y  así  se  resolvió  el  Capitán  á  tomar  la  vuelta  del  río  de  Yarama,  que  es  el  de 
las  minas  de  Toro,  por  donde  volvió  y  se  desembarcó  á  veinticinco  de  Mayo  del 
mismo  año  de  1593.  Traían  bien  crecidos  rancheos  de  oro  en  polvo  y  algunas 
joyas,  en  pago  de  algunos  soldados  heridos  y  otros  muertos,  tres  mujeres  Noa- 
namas  y  un  muchacho  pequeño,  y  el  indio  de  quien  se  hubieron  estas  relaciones 
y  otras  muchas  que  le  fueron  sacando  con  preguntas;  como  que  los  Noanamas 
son  gente  más  bárbara  que  idólatra,  y  que  pasado  el  ímpetu  de  la  guerra,  tratan 
los  captivos  amorosamente  y  no  los  matan,  ora  sean  españoles  ó  indios,  aunque 
se  sirven  de  ellos  en  todos  trabajos  de  manos.  A  las  suyas  hubieron  los  nues- 
tros en  este  viaje  treinta  y  nueve  casas  de  Noanamas,  cuarenta  y  siete  canoas 
y  más  de  dos  mil  fanegas  de  maíz  seco,  de  que  se  sustentaron,  y  de  ello  talaron 
á  medio  desgranar. 

4.^  No  hizo  otras  entradas  de  consideración  más  que  ésta  luego  el  Go- 
bernador Melchor  de  Salazar,  por  haber  gastado  mucho  en  ello  y  en  el  socorro 
que  dijimos  había  dado  á  la  ciudad  de  Toro  en  el  meter  treinta  negros  que 
metió  y  entablar  minas  de  donde  se  sacaba  gran  cantidad  de  oro;  pero  bien  sa- 
bemos que  por  el  imposible  que  tiene  dar  el  que  gobierna  gusto  á  todos,  no  tenién- 
dolo mucho  de  su  Gobierno,  se  determinó  el  Cabildo  de  aquella  ciudad  de  Toro 
(aunque  con  ingratitud  de  beneficies  que  le  había  hecho  el  Gobernador)  á  dar 
poder  al  Capitán  Diego  de  Paredes  para  que  en  nombre  de  toda  ella,  en 
esta  Real  Audiencia,  pidiese  se  incorporase  aquel  Gobierno  de  Chocó  con  el  de 
Popayán,  por  algunas  causas  y  comodidades  que  se  daban,  y  que  se  referían  á 


160  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

hacer,  á  costa  de  la  ciudad,  las  conquistas  y  allanamientos  de  los  indios  NoanamaF, 
Cirambiraes  y  las  demás  provincias  de  la  Gobernación,  y  á  pagarle  al  Goberna- 
dor Salazar  lo  que  había  gastado  en  las  jornadas  y  socorros  despue's  que  entró 
en  el  Gobierno;  que  si  bien  contradijeron  este  poder,  después  que  por  él  se  ha- 
bía pedido  en  la  Eeal  Audiencia,  algunos  de  la  misma  ciudad  de  Toro,  con  carta 
que  se  escribió  en  favor  del  Gobernador  en  veintisiete  de  Octubre  del  año 
siguiente  de  1594,  al  fin  se  barajó  el  negocio,  de  suerto  que  luego,  á  los  prin- 
cipios'del  año  siguiente,  por  sentencia,  en  vista  y  revista  de  esta  Audiencia,  so 
incorporó  el  Gobierno  del  Chocó  en  el  de  Popayán,  como  hoy  lo  está,  y  por  eso 
casi  sin  dueño  y  sin  conquistar  tanta  inmensidad  de  provincias  como  por  allí 
están  descubiertas,  porque  aunque  después,  el  año  siguiente  de  1599,  hizo  el 
mismo  Melchor  de  Salazar  nuevo  ofrecimiento  con  nuevas  capitulaciones  de 
tomar  á  su  cargo  las  conquistas  de  aquellas  provincias,  no  hubo  efecto,  con  que 
60  han  quedado  así.  El  Gobernador  Salazar  murió  el  año  pasado  de  1624,  en  esta 
ciudad,  donde  dejó  larga  y  noble  generación  de  hijos. 


CAP.  V)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERBA   FIRME  161 

CAPÍTULO  V 

1.0  Saca  mucho  oro  en  Zaragoza  el  Capitán  Pedro  Martín  Dávila,  y  pide  las  conquistas 
del  Dabaibe  y  Darién  al  Gobernador  Rodas— 2.°  Dánsele,  y  recados,  y  conduce  gente 
para  ellas— 3.°  Sale  á  la  conquista  con  doscientos  soldados— 4.*  Funda  una  ciudad 
en  los  Urabaes  y  socórrenlo  de  Cartagena. 

ENTRE  los  soldados  que  entraron  á  las  conquistas  y  población  de  la 
ciudad  de  Zaragoza  con  el  Gobernador  Gaspar  de  Rodas,  fué  un 
mestizo,  hijo  de  india  y  de  español,  llamado  Pedro  Martín  Dúvila  (y  él  muy  amos- 
tizado,  por  haber  tomado  mucho  de  la  madre),  que  habiéndole  repartido  también 
entre  los  demás  una  suertezuela  de  indios,  comenzó  con  ellos  á  catear  algunas 
minas  antiguas  comenzadas  a  labrar  de  los  indios  en  un  gran  cerro,  media  le- 
gua del  río  Neclií,  que  dicen  los  mineros  ser  bozadero  ó  embestidero  del  río 
(ó  no  sé  cómo  dicen  esto)  desde  que  iban  minorando  las  aguas  del  diluvio,  que 
dejaron  allí  una  innumerable  grosedad  de  oro,  que  luego  la  fué  descubriendo  y 
gozando  el  Pedro  Martín.  A  cuya  satisfacción  y  seguro  le  fiaban  negros  escla- 
vos, mercaderes  que  los  llevaban  á  vender  á  la  ciudad  de  Zaragoza,  con  que  fué 
creciendo  tanto  el  caudal  del  mestizo,  que  le  dio  ánimo  para  sacar  ciertas  aguas 
que  viniesen  sobre  el  cerro  para  labrar  mayores  minas,  que  le  costó  el  sacarlas 
en  canoas  por  cumbres  de  árboles  y  otras  máquinas  y  dificultades,  más  de  sesen- 
ta mil  pesos  de  veintitrés  quilates,  que  era  ley  de  todo  el  que  él  sacaba,  y  el 
más  subido  de  todo  el  que  se  ha  hallado  en  aquellas  tierras.  Aunque  estas 
aguas  que  sacó  no  alcanzaron  á  la  cumbre  de  este  cerro,  desde  el  paraje  á  donde 
llegaron  vino  á  sacar  tanto  oro,  que  llegó  su  caudal  en  pocos  días  á  más  de 
ciento  y  sesenta  mil  pesos,  de  los  quilates  que  hemos  dicho,  que  lo  gastaba  coa 
larguísima  mano  (que  es  una  de  las  excelencias  del  oro  hacer  manirroto  á  qui^en 
lo  tiene),  en  especial  con  gente  bagabunda  y  lisonjera,  porque  el  oro  es  piedra 
imán  de  gente  de  todv  broza,  y  más  de  la  do  este  pelaje,  polilla  de  ajenas  bolsas. 
Viendo  el  Pedro  Martín  el  consumo  do  su  caudal  en  estos  empleos,  pues 
en  pocos  días  llegó  á  ser  de  treinta  mil  pesos  escasos,  y  que  como  le  habían  ido 
entrando  por  las  vuelas,  se  le  iban  desaguando  por  los  aires,  y  que  como  los 
había  dado  el  agua,  se  los  iba  llevando  el  raudal,  antes  de  que  los  acabara  de 
concluir,  determinó  emplear  lo  que  le  quedaba  en  cobrar  nueva  fama  de  con- 
quistador, ya  que  la  tenía  de  rico,  á  que  le  ayudaron  algunas  de  estas  langostas 
que  hemos  dicho  le  andaban  al  lado,  por  ventara  por  acabarlo  de  consumir,  y 
así  ofreciéndole  gastar  en  las  conquistas  el  empleo  de  todo  el  caudal  que  le 
había  quedado  al  Gobernador  Gaspar  do  Bodas,  le  pidió  que  él  haría  las  de 
aquellas  provincias  á  quien  él  no  había   dado  vista  desde  quo  comenzó  su  go- 


162  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.'*   NOTICIA 

bierno,  siendo  del  que  eran  las  de  Nitana,  Caribana,  Panzená,  Marltúe,  Guazu- 
ze,  Tuango,  Urabá  y  Urabaibe.  Que  acudiendo  á  su  petición  el  Gobernador, 
con  ciertos  asientos  y  capitulaciones  que  entre  los  dos  hubo  para  las  pacificacio- 
nes y  fundaciones,  le  dio  título  de  su  Teniente  General  de  todas  aquellas  pro- 
vincias, fuera  de  la  de  Antiochia,  el  año  de  1595,  y  licencia  para  poblar  en 
ellas,  á  su  costa  y  por  su  persona,  y  más  conducta  de  Capitán  en  particular  para 
la  entrada  y  conquistas  del  río  del  Darién,  provincias  de  Funucuna  y  casa  del 
Dabaibe,  no  obstante  que  estaba  en  litis  en  aquella  sazón,  si  la  conquista 
del  Darién,  Urabá  y  Urabaibe  caía  en  la  demarcación  do  aquel  gobierno  de 
Antiochia  ó  del  de  Cartagena,  que  parece  está  ya  determinado  ser  gobierno 
aparte  y  sin  dependencia,  pues  los  años  pasados  se  le  dio  de  esta  suerte  al 
Capitán  General  Don  Francisco  Maldonado,  vecino  de  Santa  Marta,  con  cuya 
jornada  dará  .remate  y  fin  esta  parte,  y  nuestra  Historia,  por  haber  sido  lo  último 
que  hay  que  escribir  en  ella. 

2.0  Teniendo  ya  en  su  poder  los  despachos  el  General  Pedro  Martín  Dá- 
vila,  hizo  leva  de  gente  en  toda  la  Gobernación  de  Antiochia  y  aun  en  algunas 
ciudades  de  esto  Reino,  en  que  juntó  doscientos  soldados  vaquianos,  toda  buena 
gente  y  bien  experimentada.  Dispuso  pertrechos  do  guerra,  armas  ofensivas  y 
defensivas,  muchas  municiones,  fragua,  herreros  y  carpinteros  :  todo  forzoso  á 
una  jornada  bien  dispuesta.  En  lo  cual  y  en  avíos  do  soldados  gastó  largamen- 
te los  veinte  mil  pesos  de  veintitrés  quilates  y  lo  que  le  restaba  do  este  año 
y  hasta  la  mitad  del  siguiente,  en  que  llegaron  á  ponerse  todas  las  cosas  á 
pique  para  la  jornada,  con  el  número  de  soldados  que  hemos  dicho,  y  entre 
ellos  dos  sacerdotes,  uno  de  ellos  se  llamaba  el  Padre  Chaves,  que  después  fué 
novicio  en  este  nuestro  convento  de  San  Diego  de  esta  ciudad.  Señaló  sus  ofi- 
ciales :  por  Maese  de  Campo,  á  un  Don  Gonzalo  de  Bolívar,  Tesorero  perpetuo 
de  cuanto  so  poblase;  con  entrega  de  todos  los  papeles  y  negocios  públicos  y 
secretos  que  se  actuasen,  y  por  Consejero  en  paz  y  en  guerrn,  Don  Jerónimo 
Garabito  ;  Capitanes  y  Alférez,  los  que  fueron  necesarios  para  los  doscientos 
soldados.  Condujo  también  y  concertó  sobre  trescientos  indios  y  indias  que 
llaman  de  servicio  en  estas  tierras,  que  fué  lo  peor  que  esta  j orna-la  tuve,  y  la 
causa  de  sus  malogrados  deseos  y  de  sus  trabajosos  fines  ;  y  esto  de  llevar  indias 
en  las  jornadas  es  el  pecado  original  en  que  todas  las  de  estas  tierras  caen,  no 
escapándose  ninguna,  porque  á  título  de  llevar  servicio,  entran  los  más  ó  todos 
soldados  amancebados  con  ellas,  que  yendo  en  estos  pecados  tan  de  asiento,  mal 
pueden  lucir  sus  aciertos  y  facciones,  pues  no  sé  yo  quién  se  atreverá  á  pedirle 
merced  de  buen  suceso  á  Dios,  teniéndole  ofendido**^  Generales  y  cabezas  en 
consentirlo  ó  por  ventura  en  cometerlo,  y  los  demás  en  hacerlo,  todos  son  unos, 
como  sucedió  en  esta  jornada  y  otros  intentos  que  también  por  otro  camino  las 


CAP.  V)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  163 

suelen  turbar,  que  es  ir  siempre  con  este  pío  de  oro,  y  de  sacar  á  los  indios 
noticias  de  él  en  minas,  guacas  ó  sepulturas,  debiendo  ser  sólo  la  conversión 
de  las  almas,  de  donde  se  siguen  los  demás  bienes  muy  menores,  pues  sólo  en 
convertir  á  Dios  una  alma  que  la  tiene  en  sus  garras  el  Demonio,  de  estos  que 
andan  atenta  pared  y  en  tinieblas,  sin  luz  del  Evíingelio,  es  mayor  hazaña  en  un 
Capitán  ó  soldado,  que  ganarle  á  su  Rey  infinitos  reinos,  y  que  andar  con  cili- 
cios azotándose,  rezando  y  ayunando  toda  la  vida  ;  y  pretendiendo  esto  de  prin- 
cipal intento,  sin  hacer  guerra  injusta  á  los  indios  ni  quitarles  lo  que  de  justicia 
es  suyo  y  de  derecho  natural  y  de  las  gentes  en  tierras  y  riquezas,  á  buen  se- 
guro que  con  satisfacción  se  puede  confiar  que  dará  Dios  lo  uno  y  lo  otro,  dila- 
ción de  reinos  y  las  sumas  riquezas  que  poseen  en  estas  tierras  así  descubiertas, 
como  ocultas  en  sus  entrañas. 

3»^  Al  fin  puesto  todo  este  aparato  á  pique,  todos  los  soldados  gallardos  con 
mucha  pluma  y  bizarría  salieron  de  Santafé  de  Antiochia  para  la  jornada,  por 
Junio  del  ano  mismo  de  1596,  hechas  dos  lucidas  compañías,  cada  una  de  cien 
soldados,  muchos  caballos  de  carga  y  camino,  vacas  y  ganados  de  cerda  y  otros 
para  cría  y  sustento,  y  habiendo  llegado  al  Valle  de  Norisoo  y  Penderisco, 
tomó  consigo  el  General  ochenta  soldados  escogidos  y  comenzó  á  caminar  por 
un  atajo  á  la  ligera,  con  intentos  de  dar  en  la  provincia  de  Nitana,  la  primera 
de  su  conquista,  antes  que  los  indios  tuvieran  noticia  de  su  entrada,  despa- 
chando el  campo,  bagaje  y  ganados  por  el  camino  real,  que  iba  á  dar  á  la  mis- 
ma provincia,  que  no  habiéndola  hallado  tan  desapercibida  como  pensaban, 
antes  tan  alerta  y  apercibidos  con  las.  armas  en  las  manos  para  defender  á  los 
nuestros  la  entrada  en  sus  tierras,  llegando  á  pisarlas  por  las  cabeceras  del  río 
del  Zenú,  que  es  el  que  las  baña,  dieron  una  valiente  guazabara  á  los  soldados, 
que  saliendo  algunos  heridos,  pasó  luego  el  General  á  la  tierra  de  los  Pereberes  y 
Guaríes  y  de  allí  á  las  belicosas  provincias  de  Guazuze,  tan  conocidas  á  costa 
de  españoles  como  en  ellas  han  perecido  en  siete  veces  que  han  sido  conquista- 
das, y  habiéndolas  allanado  y  dejado  de  una  razonable  paz  con  las  demás  sus 
convecinas,  llegó  á  las  de  Urabá  y  Urabaibe,  donde  habiendo  hecho  lo  mismo, 
todo  á  fuerza  de  armas,  pobló  una  ciudad  en  nombre  del  Rey,  que  la  llamó  San 
Agustín  de  Avila,  cinco  leguas  de  las  aguas  del  mar,  de  la  ensenada  de  Acia 
al  Este,  en  una  ciudad  limpia  y  ancha  de  las  que  llaman  del  Cacique  Diego, 
tres  leguas  de  su  mismo  pueblo,  que  era  cristiano  y  muy  de  la  devoción  de  es- 
pañoles. 

4.<^  Asignó  en  ella  veinticuatro  vecinos  de  sus  soldados,  y  de  ellos  justicia  y 
Regimiento,  y  habiendo  dado  vista  á  todos  los  Caciques  y  indios  de  aquellas 
provincias,  nombrándolas  por  sus  nombres  y  los  sitios  donde  estaban,  que  fueron 
hasta  tres  mil  y  catorce,  hizo  de   ellos  veinte  encomiend  as   en  los  Capitanes  y 


164  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

soldados  que  le  pareció  más  beneméritos,  por  primeras  suertes  á  los  de  Urabá  y 
Urabaibe,  y  por  segundas  á  los  de  Guazuze  y  Nitana  y  las  demás  provinoias 
sus  convecinas,  y  viéndose  con  tantos  soldados,  porque  hasta  entonces  había 
sido  poco  el  consumo,  determinó,  con  consejo  délos  de  mejor  parecer,  viendo  su 
ciudad  poblada  y  pacífica  la  tierra,  de  entrar  y  dar  vista  al  gran  río  del  Dariéu, 
que  comunicando  este  su  pensamiento  con  el  Gobernador  de  Cartagena,  que 
á  la  sazón  era  Don  Pedro  de  Acuña,  no  sólo  se  lo  alabó,  pero  aun  le  remitió 
desde  aquella  ciudad  la  Napolitana  de  las  galeras  con  doce  buenas  boyas  al 
remo,  y  veinticuatro  soldados  bien  armados  en  ella,  y  por  su  cabo  al  Capitán 
Juan  Rodríguez  Bermejo,  con  muchas  municiones,  bastimentos  y  regalos,  para 
que  todo  le  fuese  de  ayuda  de  costa.  Pienso  llevaba  intentos  el  Gobernador 
Pedro  de  Acuña,  de  que  on  aquella  entrada  se  descubriese  aquel  brazo  del  río 
del  Darién  que  echaba  á  volar  la  fama  se  dividía  y  vaciaba  sus  aguas  en  el 
mar  del  Sur,  lo  cual  como  ahora  no  tuvo  efecto,  lo  intentó  otra  vez  Don  Pedro 
de  Acuña,  como  dejamos  dicho  y  después  diremos,  el  año  siguiente  de  mil  y 
quinientos  y  noventa  y  ocho.  En  correspondencia  y  agradecimiento  de  esto,  le 
envió  al  Gobernador  el  General  Pedro  Martín  treinta  indios  valientes  que 
tenía  presos  por  los  más  belicosos  de  la  tierra  y  que  la  alteraban  y  acaudillaban 
contra  los  nuestros,  para  que  sirviesen  la  fábrica  de  las  galeras  que  á  la  sazón 
hacía  en  aquel  puerto  ;  de  los  cuales,  habiéndolos  estimado  en  mucho  el  Don 
Pedro  de  Acuña,  unos  se  murieron,  y  otros,  huyéndose  por  tierra,  se  volvieron 
á  las  suyas. 


CAP.  vi)  noticias  de  las  conquistas  de  tierra  firme.  165 

CAPÍTULO  VI 

!.<>  Fabrica  barcos  para  subir  por  el  Darién.  Saca  algunas  sepulturas— 2.°  Echase  bando 
no  se  saquen  más,  y  lo  que  de  esto  sucedió—  3.°  Riquezas  del  Cacique  de  Urabá,  y 
cómo  las  da  á  los  españoles— 4.o  Sube  el  General  el  río  del  Darién— 5.°  Dan  los 
indios  sobre  la  nueva  ciudad,  y  matando  algunos  vecinos  se  despuebla. 


ü 


ESDE  que  dio  noticias  de  sus  intentos  de  la  conquista  del  Darién  al 
Gobernador  de  Cartagena  el  General  Pedro  Martín,  se  comenzaron  á 
fabricar  algunas  canoas  y  ceibas  y  dos  barcos  grandes  de  los  del  trato  del  río  de 
la  Magdalena  ;  pero  entre  tanto,  por  no  andar  ociosos  los  soldados,  demás  de 
algunas  salidas  que  hacían  desdo  la  ciudad  de  San  Agustín,  de  donde  traían 
buenos  rancheos  de  joyas  de  oro  de  que  abundan  aquellas  provincias,  cómo 
después  diremos,  teniendo  noticia  de  que  tenían  allí  tan  ricas  sepultaras  como 
Jas  que  dejamos  dichas  del  Zenú,  dio  licencia  el  General  para  que  se  abrieran 
solas  ocho  ó  nueve,  y  éstas  de  los  indios  más  pobres,  de  donde  se  sacaron  hasta 
dos  mil  pesos  de  buen  oro,  que  se  remitieron  á  la  ciudad  de  Cartagena  para 
pertrechos,  armasf,  municiones  y  bastimentos  para  la  jornada  del  Darién,  porque 
allí  era  tan  poco  el  sustento  y  tanta  la  hambre  que  padecían,  que  más  se  susten- 
taban con  ella  á  las  veces  y  con  esperanzas  de  comer,  que  comiendo,  y  á  tal 
extremo  llegó  algunas  veces,  que  en  cierta  jornada  que  se  hizo,  no  se  tenía  por 
poco  dichoso  el  que  alcanzaba  una  porción  de  los  perros  que  mataban,  aunque 
*  bien  hambrientos  y  enfermos,  y  sucedió  que  estándolo  el  Tesorero  Don  Juan 
Jerónimo  y  necesitado  de  purgarse,  no  hallando  el  día  do  purga  que  comer,  dio 
veinte  pesos  de"oro  de  veinte  quilates  en  chagualas  á  Francisco  de  Murcia,  que 
hoy  vive  en  esta  ciudad,  por  una  asadura  de  una  perrilla  suya,  para  comer 
aquel  día,  que  juzgó]el  enfermo  ser  mejor  que  de  cabrito. 

2.^  Habiendo  descubierto  estas  sepulturas,  y  en  ellas  la  cantidad  que  he- 
mos dicho,  mandó  echar  el  General  un  bando,  con  pena  de  la  vida,  que  ningu- 
no se  atreviese  á  abrir  otras  sepulturas  allí  ni  en  otra  parte,  fundado  en  una 
buena  razón  de  gobierno  que  lo  aconsejaron  al  mestizo,  aunque  mirada  así  á  la 
primera  vista,  parecía  rigor  y  que  se  quedara  tanta  riqueza  como  se  quedó  en 
aquellos  sepulcros.  La  justificación  fué  por  hallarse  en  esta  sazón  los  más  del 
ejército  muy~cerca  del  río  de  Nitana  ó  Zenú,  donde  con  gran  facilidad,  aunque 
con  algún  riesgo  de  los  indios  enemigos,  podrían  los  soldados  y  indios  de  ser- 
vicio echarse  en  balsas,  y  antes  de  desembarcar  on  el  mar,  atravesar  á  la  Villa 
de  Tolú,  lo  que  sin  duda  hicieran  los  soldados  de  Antiochia,  pues  los  más  de 
ellos  siguieron  esta  jornada  á  la  golosina  y  husmo  de  sacar  sepulturas,  de  quien 
se  tenia  tan  valientes  noticias,   y   viéndose   con   algún  oro,  y  conseguidos   sus 


166  FRAY   PEDRO   8IM(5n  (7.»  NOTICIA 

intentos,  pudiera  ser  que  tomaran  este  viaje,  y  poco  á  poco  se  le  fueran  desli- 
zando al  General,  y  se  hallara  en  la  fuerza  de  la  guerra  sin  gente,  y  también 
porque  pasada  esta  ocasión,  no  podrá  faltar  para  otra  de  paz  aquel  oro  de  allí» 
pues  tenían  por  cierto  no  se  atrevería  indio  ninguno  de  los  de  aquella  tierra  á 
abrir  ningún  sepulcro,  por  caudalosos  que  fuesen,  como  dicen  lo  eran,  en  espe- 
cial los  de  los  Caciques  Guazuzues  y  sus  mujeres,  de  quien  certifican  algunos 
naturales  cristianos,  tiene  cada  uno  de  estos  dos  más  de  sesenta  cataures  de  oro 
en  joyas,  que  en  cada  cataure  cabrían  más  de  veinte  mil  pesos.  No  causó  tan  pe- 
queño alboroto  entre  les  más  do  sus  soldados  este  bando  del  General,  de  prohi- 
bición de  sacar  los  sepulcros,  por  el  interés  que  á  todos  so  les  seguía  de  las 
sacas,  que  no  llegase  á  tener  más  que  resabios  de  motín,  cubierto  con  capa  de 
agravios  y  determinaciones  de  salirse  del  ejército  á  dar  noticia  de  esto  y  otras 
cosas  á  su  Gobernador  Rodas,  que  entendiéndolo  el  General  Martín,  hizo  pren- 
der á  los  más  culpados,  y  entre  ellos  á  un  valeroso  soldado  mestizo  llamado  Ve- 
lasco,  criollo  de  la  ciudad  de  Pamplona,  hijo  del  Gobernador  Juan  Velasco,  á 
quien  hecha  la  causa  tal  cual,  le  hizo  ahorcar  y  poner  por  espantajo  de  todos 
los  demás,  con  que  se  quietó  el  resto  de  los  alterados. 

3.*^  El  Cacique  y  señor  de  Urabaibe  y  Guaen,  cristiano  llamado  Pedro 
Fernández,  muy  ladino,  era  tan  amigo  de  nuestros  españoles,  que  jamps  so 
halló  hecho  ni  consentimiento  contra  ellos,  antes  los  defendían  en  cuantas  juntas 
tenían  en  orden  á  nuestro  daño,  y  daba  al  General  y  soldados,  con  mano  tan 
larga,  barras  de  oro,  que  todo  junto  bastaba  para  hacer  á  un  hombre  de  creci- 
dísimos caudales  de  hacienda,  que  le  pagaron  los  nuestros  con  harta  ingratitud, 
pues  le  dieron  tormento,  intentando  por  allí  sacarle  más  oro,  llevados  de  su 
desenfrenada  codicia  y  de  la  valiente  fama  que  volaba  de  las  grandes  riquezas 
que  tenía  heredadas  do  su  padre  Urabaibe,  el  cual  las  había  adquirido  de  haber 
muerto  á  ciertos  mercaderes  españoles  que  pasando  por  ru  tierra  al  Pirii  por 
aquel  camino  antiguo,  que  á  las  primeras  entradas  de  los  españoles  en  estas 
tierras,  no  estando  descubierto  esto  del  Reino,  se  andaba  por  Antiochia  la  vieja, 
los  hubo  á  las  mauos  y  les  quitó  vida  y  hacienda,  lo  que  siempre  negó  el  Pedro 
Fernández,  y  no  sirvió  el  tormento  más  que  de  acedarle,  y  que  no  diese  más  oro 
de  su  voluntad  á  los  nuestros,  como  hasta  allí  lo  había  dado,  antes  siempre  les 
mostró  ceño  y  rostro  torvo  y  severo  de  allí  adelante. 

4.*^  Estando  la  Napolitana  en  el  puerto,  y  á  los  fines  las  fábricas  de  los 
demás  fustes,  so  determinó,  para  no  entrar  en  el  río  á  tiento  y  sin  haber  hecho 
alguna  prevención  primero,  fuese  en  ella  por  cabo  ©^  Tesorero  Don  Juan,  y 
con  los  soldados  y  buenas  boyas  que  había  traído,  y  por  guía  al  Cacique  Pedro 
Fernández  (que  aunque  desabrido,  lo  hubo  do  hacer,  por  haber  entrado  mu- 
chas veces  el  río  arriba)  para  que  dándole  alguna   vista  breve,  volviesen  con  la 


CAP,  vi)  noticias  de  lah  conquistas  de  tierra  firme.  167 

nueva  de  lo  que  habían  descubierto,  como  se  hizo,  pues  habiendo  entrado  por 
una  de  sus  bocas,  navegaron  en  dos  días  y  medio  casi  cuarenta  leguas,  por 
haberle  hallado  por  este  tiempo,  que  era  Abril  del  año  siguiente  de  1597,  tan 
manso  y  en  leche,  que  á  remo  y  vela  pudieron  navegar  en  aquel  poco  tiempo 
las  cuarenta  leguas,  que  es  la  común  singladura  de  un  navio  con  viento  galerno, 
y  habiendo  dado  vista  por  una  margen  y  otra  del  río  á  muchos  rastros  de  na- 
turales, y  á  otras  señas  de  ser  tierra  poblada,  volvieron  con  la  nueva  al  Gene- 
ral, que  alistándose  do  nuevo,  como  para  nueva  jornadn,  con  nuevas  municio- 
nes y  los  soldados  más  alentados  y  de  mejor  biío,  se  embarcaron  en  los  dos 
barcos  del  trato  del  Río  de  la  Magdalena,  en  cinco  canoas  y  ceibas  hechas  en  el 
puerto  para  el  efecto,  más  de  ochenta  soldados  y  ol  mismo  Pedro  Martín,  y 
habiendo  atravesado  las  seis  ó  siete  leguas  que  había  de  ensenada  hasta  entrar 
en  la  boca  del  río,  lo  hallaron  tan  crecido  y  do  tan  valientes  aguas,  por  ser  la 
fuerza  del  invierno,  que  apenas  se  podía  navegar  cada  día  á  la  sirga  una  legua. 
5.°  Comenzóse  luego  á  hambrear  por  la  falta  de  comidas  y  á  enfermar 
toda  la  gente  del  servicio  y  muchos  soldados,  por  serlo  el  país.  Las  armas 
defensivas,  que  eran  los  escaupiles,  con  las  muchas  aguas,  se  iban  pudriendo; 
las  ofensivas,  como  arcabuces,  eran  de  ningún  provecho,  por  lo  mismo.  Topóse 
con  un  brazo  del  río  á  la  parte  del  Este,  que  llamaron  el  de  la  división,  por 
haberla  hecho  aquí  el  Pedro  Martín  Dávila  de  cincuenta  soldados  que  tomó 
consigo,  para  ir  en  las  canoas  más  á  la  ligera  que  navegaba  el  resto  del  ejército 
en  los  barcos  y  ceibas,  y  dar  vista  más  presto  al  río  de  Oromira,  que  no  por  eso 
corrió  mejor  fortuna  que  los  que  dejaba  atrás,  pues  por  serles  todo  tan  contrario 
y  que  aquella  entrada  era  de  ningún  efecto,  determinaron  luego  que  se  vieron 
juntos  á  tomar  otra  vez  la  vuelta  de  su  nueva  ciudad  San  Agustín  Dávila; 
que  corrió  en  el  entretanto  harto  más  desgraciada  suerte,  pues  habiendo  deja- 
do en  ella  por  ¿u  Teniente  á  Don  Gonzalo  de  Bolívar,  por  ciertos  respetos  de 
BU  propio  interés,  sin  que  le  pudiesen  ir  á  la  mano  (determinación  terrible  !) 
hizo  ahorcar  al  Cacique  Don  Diego,  nuestro  grande  amigo,  y  en  cuya  tierra 
estaba  la  ciudad  poblada,  como  hemos  dicho,  el  más  principal,  estimado  y  respe- 
tado de  todas  aquellas  Provincias  y  que  más  había  favorecido  á  los  españoles 
en  toda  ocasión  de  paz  y  guerra.  De  que  con  tanta  razón  avispados  sus  vasallos 
y  tomando  por  cabeza  á  su  hijo,  heredero  del  cacicazgo,  llamado  Nacaremo, 
hicieron  junta  y  se  determinaron  y  dieron  aquella  noche  sobré  el  pueblo  con 
tan  valientes  bríos,  que  sin  ser  de  importancia  los  de  los  españoles,  en  especial 
los  del  Capitán  Francisco  Jiménez,  de  Buga,  valentísimo  soldado,  y  que  lo  mos- 
tró S3r  más  en  esta  ocasión,  mataron  á  muchos  y  á  ésto  el  primero,  á  quien 
ellos  más  respetaban  y  temían,  poniendo  su  cabeza  y  las  de  los  demás  en  palos 
en   la  plaza,   después  de  haberlos  ahumado  y  comídoso  los  cuerpos,  y  convertí- 


168  FRAY    PEDRO   SIMÓN  (7/*^  NOTICIA 

do  en  pavesa  el  pueblo,  de  donde  se  pudo  escapar  aquella  noche  el  Don 
Gonzalo  y  algunos  heridos  y  sanos,  huyendo  á  cencerros  tapados  la  vuelta 
de  la  Provincia  y  río  del  Zenú  y  desde  él  ocho  leguas  á  la  Villa  de 
Tol'i. 


CAPÍTULO  VII 

1 .0  Entre  los  que  huyen  de  la  ciudad  sale  uu  hombre  casado  con  su  mujer  muy  enfer- 
ma—2.°  Sin  hacer  cosa  considerable  sale  el  Pedro  Martín  del  Darién  y  halla  su 
ciudad  quemada — 3.°  Caso  notable  que  le  sucede  á  la  mujer  enferma  con  San  An- 
tonio de  Padua— 4.0  Júntase  en  la  Villa  de  Tolü  el  General  y  las  reliquias  de  la  jor- 
nada, con  que  se  da  fin. 

AQUELLA  verdad  tan  asentada  y  católica  y  que  la  debemos  creer 
cuantos  lo  somos  (si  no  pena  de  no  serlo),  de  que  no  hace  Dios 
obra  de  justicia  con  nosotros  que  no  lleve  mezcla  de  misericordia,  porque  ésta 
es  la  que  anda  superintendente  siempre  en  las  obras  de  Dios  (como  lo  dijo  el 
Santo  Rey  David),  se  echó  de  ver  con  evidencia  en  un  caso  que  sucedió  con 
estos  fugitivos  de  las  muertes  y  incendio  de  esta  ciudad.  Iba  entre  ellcs  un  sol- 
dado llamado  Diego  Suárez  del  Arroyo  (que  hoy  vive  en  ésta,  con  quien  he 
consultado  la  verdad  del  caso),  casado  con  una  mujer  llamada  Juana  Tafur,  á 
quien  había  escapado  ahora  el  hombre  de  la  refriega,  tan  enferma  de  hidro- 
pesía, calenturas  y  llagas  en  las  piernas,  tullida  de  pies  y  manos,  y  en  todo 
tan  hecha  un  tronco,  que  por  no  poderse  aún  tener  en  pié,  la  sacó  el  marido 
del  aprieto  á  cuestas,  y  de  esa  manera  la  llevaba  huyendo  con  los  demás,  que 
á  ratos  le  ayudaban  á  llevarla,  hasta  que  advirtiendo  que  sin  duda  les  sería 
causa  aquel  estorbo  para  que  todos  pereciesen  si  los  indios  viniesen  en  su  alcan- 
ce, como  en  efecto  vinieron,  determinaron  los  demás  que  se  quedase  el  Diego 
Suárez  con  ella,  pues  era  menos  mal  que  ambos  perecieran,  que  todos;  pasaron 
con  esta  resolución  adelante,  dejándose  á  los  dos,  marido  y  mujer.  Lo  cual 
considerando  que  si  á  él  lo  mataban  los  indios  no  se  remediaba  nada,  antes  se 
le  acrecentaría  á  ella  el  dolor,  le  dijo  que  dejándosela  á  olla  allí,  pues  ya  esta- 
ba más  muerta  que  viva,  á  la  voluntad  divina,  pasase  él  á  librar  su  vida,  corrien- 
do igual  fortuna  con  los  demás  sus  compañeros.  En  lo  que  se  determinó  ci 
Suárez,  apartándola  un  poco  del  camino,  y  haciéndale  primero  una  chozuela, 
y  poniéndole  á  la  cabecera  un  poco  de  maíz  tostado  y  un  calabazo  de  agua, 
que  era  el  regalo  que  le  podía  dejar,  una  cruz  á  la  cabecera,  y  exhortándola 
á   bien   morir,  se  despidió  de  ella  con  hartas   sentidas  lágrimas  de  ambas  partes 


CAP»  Vil)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  169 

y  pasó  en  seguimiento  de  sus  compañeros,  que  alcanzó  aquel  día  y  llegaron 
juntos  por  sus  jornadas  ú  la  Villa  de  Tolii,  quedando  la  pobre  mujer  con 
acrecentados  trabajos,  pues  sobro  los  que  hemos  dicho,  le  recargó  el  de  la 
soledad  y  desamparo  en  los  últimos  trances  de  su  vida;  donde  la  dejaremos 
hasta  haber  tratado  de  lo  que  sucedió  á  los  soldados  que  habían  salido  del 
Darién  arriba  con  su  General. 

2.<*  El  cual  viéndose  coa  todos  juntos  en  el  paraje  del  río  de  Oromira, 
despachó  en  una  canoa  cuatro  soldados  que  rastrasen  por  las  márgenes  del 
río  rastros  de  gente,  que  no  hallándolos,  por  estar,  á  causa  de  las  inundaciones 
de  las  aguas  del  invierno,  retirados  á  las  cumbres  de  las  sierras,  volvieron  al 
campo  con  brevedad  á  dar  esta  nueva,  por  la  cual  y  las  incomodidades  que 
hemos  dicho  tenían  todos,  y  hambres  que  los  sacaban  de  esta  vida,  se  resolvie- 
ron por  último  refugio  de  tomar  la  vuelta  de  ürabá  y  de  su  nueva  ciudad  de 
San  Agustín,  cvon  intentos  de  invernar  en  ella,  hasta  que  apuntando  el  verano 
y  con  mayores  prevenciones  de  armas  y  bastimentos,  volver  en  prosecución  de 
esta  salida,  que  le  salió  todo  muy  do  otra  suerte,  pues  habiendo  bajado  el 
río  y  llegado  á  la  ciudad,  la  hallaron,  como  hemos  dicho,  convertida  en  pavesa 
y  las  cabezas  de  algunos  do  los  soldados  muertos,  puestas  en  palos,  abrasados 
todos  los  pueblos  de  los  indios  por  ellos,  y  retirados  con  sus  comidas  de  toda 
^a  tierra.  Fué  notable  ía  angustia  con  que  todos  se  vieron  por  el  suceso  y  por 
no  hallar  socorro  en  tantas  necesidades  de  hambres,  enfermedades  y  intolera- 
bles trabajos  de  bogar  dos  meses  continuos  que  duró  el  viaje  de  ida  y  vuelta ; 
con  todo  eso,  determinó  el  General  probar  la  mano  en  el  castigo  de  aquel  atre- 
vimiento de  los  indios,  y  así  sentando  ranchos,  se  hicieron  algunas  salidas, 
que  no  sirvieron  de  más  que  de  consumir  la  flor  de  todos  los  soldados  que  las 
hacían,  en  guazabaras  y  emboscadas  que  les  daban  los  indios,  hasta  que  viendo 
del  poco  fruto  que  todo  aquello  era,  y  que  los  iba  consumiendo  la  guerra  y 
veneno  do  las  flechas  (que  este  de  ürabá  y  el  de  Santa  Marta  son  los  más 
fuertes  que  se  han  hallado),  y  que  aquel  castigo  pedía  más  acuerdo  y  espacio, 
gente  más  descansada  y  proveída  de  comidas,  pues  ya  en  este  tiempo,  no  se 
alcanzaban  para  comer  sino  hierbas  silvestres  y  algunos  perros  que  habían 
quedado  bien  flacos  y  enfermos,  por  no  hallar  tampoco  ellos  que  comer,  de 
acuerdo  y  requerimiento  de  todos  sus  soldados  determinó  el  General  salir- 
se de  la  tierra,  como  lo  hicieron,  embarcándose  la  gente  que  había  quedado 
en  los  dos  barcos  y  en  una  ceiba,  en  que  fueron  a  parar  á  la  villa  de 
Tolú,  donde  hallaron  á  los  compañeros:  reliquias  que  habían  escapado  del  in- 
cendio de  la  ciudad   cuando  dejaron  en  el  buhío  á  la  mujer. 

d.^  La   cual,   viéndose   tan  sola  y  con  angustias  de  muerte,  y  sospechando 
se  la   habían  de  abreviar  los  indios,  esforzándose  lo  que  pudo,  se  encomendó  á 


170  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

Dios  y  á  la  Virgen  Santísima,  y  sacando  de  un  paño  de  manos  que  siempre 
traía  atado  á  la  cintura  una  imagen  do  bulto  pequeña  de  Nuestro  Glorioso 
Padre  San  Antonio  de  Padua,  se  encomendó  á  él  con  crecidísimos  arroyos  de 
lágrimas,  pidiéndole  te  fuese  intercesor  con  Dios  para  que  la  librase  de  la 
furia  y  manos  de  los  indios,  por  lo  mucho  que  temía  los  tormentos  con  que 
la  habían  de  matar  si  la  hubiesen  á  las  suyas,  q\¿e  en  lo  demás  ya  se  daba  por 
muerta  de  ellos.  Los  cuales  ocupándose  en  solemnizar  la  victoria  que  habían 
tenido  de  los  nuestros,  con  grandes  borracheras,  en  que  se  comieron  los  cuer- 
pos que  mataron  en  dos  días,  al  fin  de  ellos  tomaron  el  rastro  de  los  soldados 
y  los  fueron  siguiendo,  hasta  que  viendo  la  mucha  ventaja  que  les  habían  co- 
brado en  el  tiempo  de  los  dos  días,,determinaron  tomar  la  vuelta  de  sus  buhíos, 
en  la  cual  llegaron  al  de  la  pobre  mujer,  y  aun  le  pareció  que  habían  entrado 
dentro,  la  cual  con  las  angustias  de  verse  ya  en  sus  manos,  y  en  las  de  la 
muerte,  apretaba  las  oraciones  al  Santo  con  más  fervor,  rezándole  mucho  la 
librase  de  aquellas  tan  crueles  manos,  pues  la  tenía  con  Dios  para  aquello 
y  otras  mayores  cosas,  y  así  sucedió  que  por  su  intercesión,  según  podemos 
creer  piadosamente,  pasasen  los  indios  por  junto  de  ella  y  aun  entrasen  algunos 
en  el  rancho,  y  sin  que  la  viesen  prosiguiesen  su  viaje,  quedando  la  mujer  con 
grande  esfuerzo  y  dando  gracias  á  Nuestro  Señor  y  á  su  Santo  por  el  milagro 
que  había  usado  con  ella,  que  no  paró  en  esto,  pues  se  acrecentó  en  que  no  ha- 
biendo podido  muchos  días  había  dar  un  solo  paso  la  mujer  ni  aun  tenerse  en 
pié  ni  aun  rodearse  en  la  cama  de  una  poca  de  paja  que  era,  y  con  el  alma  en  los 
dientes,  se  levantó  á  poco  de  como  pasaron  los  indios,  y  comenzó,  sin  ningún 
ánimo,  á  dar  algunos  pasos,  y  sintiéndose  sana  de  todos  sus  males,  comenzó  á 
seguir  con  ligereza  y  buen  aliento  el  rastro  de  los  nuestros,  por  el  cual  susten- 
tándose con  hojas  de  toda  broza  crudas  del  arcabuco,  llegó  al  cabo  de  dos 
días  al  Zenú. 

á.^  Yá  en  este  tiempo  había  llegado  el  General  Pedro  Martín  con  todos 
sus  soldados  á  la  Villa  de  Tolú,  y  juntádose  con  los  demás  que  allí  habían 
llegado  antes,  todos  los  cuales,  por  habérselo  rogado  el  Diego  Suárez  y  tener  á 
su  mujer  por  muerta,  fueron  á  la  Iglesia  á  hacerle  unas  honras  y  que  le  cantasen 
una  misa  y  nocturno,  en  el  cual  estaban,  y  en  el  último  responso  de  él,  cuan- 
do entró  en  la  Iglesia  un  indio,  no  conocido  de  nadie,  que  llegándose  al 
Diego  Suárez,  le  dijo  que  á  la  otra  banda  del  río  del  Zenú  había  llegado  su 
mujer,  donde  le  quedaba,  y  dióle  las  señales  de  ella.  Con  que  alborozados  todos 
y  haciéndose  cruces  de  admiración,  se  salieron  de  la  !j^lesia,  y  habiendo  certi- 
ficado más  del  indio,  despachó  el  General  algunos  soldados  en  compañía  dol 
Suárez,  que  hallaron  y  trajeron  á  la  mujer,  buena,  sana,  sin  tullimiento,  hidro- 
pesía ni   llagas,   atribuyendo   todos   con  la   mujer  el  milagro  al  Glorioso   San 


CAP.  Vil)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  171 

Antonio,  de  quien  ella  era  tan  devota.  Dióse  el  último  fin  á  esta  jornada, 
después  de  haber  gastado  en  ella  dos  años,  que  fué  hasta  mediados  de  mil  y 
quinientos  y  noventa  y  ocho,  desdo  que  salieron  de  Antiochia;  dividiéndose 
los  veinticuatro  soldados  españoles  que  sólo  habían  quedado  de  los  doscientos 
y  solas  veinte  piezas  de  servicio  de  las  trescientas,  cada  uno  por  su  parte,  sin 
haber  hecho  efecto  considerable  en  ella,  y  haberse  consumido  tanta  y  tan 
buena  gente,  con  hambres  y  enfermedades  y  a  manos  de  los  indios.  Fueron  á 
parar  algunos  soldados  á  Cartagena,  tan  pobres,  que  pedían  de  noche  limosna 
para  sustentarse.  Al  General  Pedro  Martín  Dávila  le  siguieron  después  tan- 
tos trabajos,  deudas  y  pleitos,  que  trayéndolo  por  ellas  preso  á  esta  ciudad, 
murió  en  la  cárcel,  tan  miserable  que  apenas  tuvo  una  moitaja  con  que 
enterrarse. 


21 


172  FRAY  PEDRO   SIMÓN  (7.»  NOTICIA 

CAPÍTULO  VIII 

1.°  Costumbres  y  otras  cosas  de  los  indios  de  Urabá — 2.°  Da  noticia  el  Cacique  Pedro 
Fernández  de  las  cosas  del  Dabaibe— 3.<»  Cosas  de  las  Provincias  de  Gua- 
zuze. 

AUNQUE  hemos  tocado  en  algunas  partes  do  esta  nuestra  ter- 
cera parte  las  cosas  de  los  indios  Urabaes,  no  será  fuera  de  pro- 
pósito decir  ahora  algo  de  lo  que  de  nuevo  hemos  sabido.  Son  todas  estas  Provincias 
de  tierra  calidísima,  fragosa  en  el  sitio  y  montañosa,  de  muchas  y  buenas  aguas, 
muchos  puercos  de  monte  que  engordan  en  sus  casas,  y  otras  monterías,  mu- 
chas aves  de  diversas  especies  y  hermosísimas  de  pluma;  hombres  y  mujeres 
de  muy  buen  cuerpo  y  rostro,  todos  desnudos;  honestan  las  partes  de  la  puri- 
dad, ellos  á  medio  tapar  con  unos  canutillos  atados  de  una  cuerda  á  la  cintura, 
y  ellas  con  una  pampanilla.  Son  los  varones  valientes,  robustos,  bien  dispues- 
tos é  industriosos;  pintan  con  un  betún  muy  hermosas  totumas,  que  traen  con 
muchas  gallinas  de  las  nuestras  á  vender  á  la  ciudad  de  Cartagena,  donde 
entran  y  salen  con  -una  mala  paz;  usan  en  las  guerras  de  las  armas  de  palo  que 
hemos  dicho  de  otras  naciones;  son  tan  caribes  y  voraces  de  carne  humana, 
que  de  cuatro  y  seis  días  de  enterrados,  sacan  los  cuerpos  de  los  españoles  y 
asados  en  una  barbacoa  se  los  comen;  tienen  templos  donde  adoran  al  Demo- 
nio, que  habla  á  sus  hechiceros  y  adivinos;  viven  en  pueblos  hechos  de  los 
vasallos  de  cada  Cacique.  No  hay  en  todas  sus  tierras,  ni  se  ha  hallado  hasta 
hoy,  oro  de  minas,  ni  corrido,  pero  con  todo  eso,  son  muy  ricos  de  joyas  y  oro 
fundido,  que  lo  han  en  rescates  de  los  indios  del  río  arriba  del  Darién,  y  aun 
de  los  riquísimos  pueblos  de  Funuouna  y  Dabaibe,  de  donde  d^sde  muy  antiguo 
hubieron  grandes   riquezas. 

2.^  Y  aun  contaba  el  Cacique  Pedro  Fernández,  señor  de  Guaen  y  Ura- 
baibe  ahora,  á  los  nuestros,  que  habría  450  lunas,  que  es  lo  mismo  que  meses  ó 
treinta  y  cinco  años,  que  aparecieron  en  su  pueblo  de  Guaen  dos  indios  extran- 
jeros, muy  diferentes  de  los  suyos  en  traje,  pues  traían  en  el  cabello  muchas 
lazadas  y  en  cada  una  muchas  joyas  de  oro,  y  otras  en  los  labios,  narices  y 
orejas.  La  lengua  no  la  entendían,  pero  al  fin  vinieron  á  conjeturar  eran  de  loa 
pueblos  de  Funuc una  y  Dabaibe,  donde  habiendo  quedado,  por  guerras  que 
habían  tenido  con  sus  fronterizos  y  enemigos  los  Peachicaes,  sin  mujeres,  los 
enviaba  su  gran  Capitán  ó  Cacique  Solsofique  á  comprarlas  con  dos  cataures 
(son  como  canastillas)  pequeños.  Henos  de  oro  bruto  y  labrado  en  joyas  á  su 
modo,  que  cabrían  en  cada  uno  de  siete  á  ocho  mil  pesos,  y  que  le  decían  los 
indios  quo  si  le  quevían  dar  mujeres,  por  la  moza  darían  diez  puuos  de  oro,  y  seis 


OAr.  VIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRMK.  173 

por  la  de  más  edad;  que  les  mostraban,  según  el  aspecto  que  en  ellas  veían,  los 
paños  de  oro  que  darían  por  ellas.  Decían  que  adoraban  al  sol  y  á  la  luna 
como  á  marido  y  mujer;  ayunaban  toda  la  menguante  de  la  luna,  y  en  toda  la 
creciente  se  vengaban  con  embriagueces.  Con  esto  supo  otros  secretos  de  aque- 
llas riquísimas  tierras  de  Funucuna  y  Dabaibe,  con  que  entró  allá  algunas 
veces  el  Pedro  Fernández  á  vender  mujeres  esclavas,  en  cuyo  rescate  sacaba 
gran  suma  de  oro,  y  las  noticias  que  se  tienen  de  aquelks  tierras  y  de  las  de 
Oromira,  donde  también  iba,  y  también  se  han  tomado  de  las  que  dejamos 
dicho  de  Gonzalo  Rodríguez  de  Lope,  en  el  memorial  que  dio  al  Real  Acuerdo. 
3.°  Los  indios  Guazuzues,  que  llaman  de  las  provincias  de  arriba,  entre 
las  de  Antiochia  y  Urabá,  no  viven  en  pueblos  sino  en  casas  muy  apartadas 
unas  de  otras,  puestas  en  alto  en  los  árboles,  donde  viven  ocho  ó  diez  indios 
casados,  con  sus  familias,  sujetos  á  Caciques,  que  cada  uno  tiene  por  vasallos 
ocho  ó  diez  casas  de  éstas.  Son  tierras  muy  ásperas  de  montañas  y  breñas,  sin 
ningunas  minas  de  oro  corrido  ni  de  vetas,  como  los  de  Urabá,  pero  riquísimas 
de  oro  fundido,  que  lo  habían  en  rescates  de  telas  de  algodón  delicadísimas  y 
muy  pintadas;  vasos  hermosísimos  de  beber;  puercos  de  monte  cebados  y  gor- 
dos, y  esclavos  que  vendían  á  los  da  Antiochia  en  trueco  del  mucho  oro  que 
éstos  sacaban  (y  aun  hoy  se  saca)  del  gran  cerro  de  Buritaca,  cerca  de  la  ciudad 
de  Antiochia,  entre  ella  y  el  río  de  Cauca.  De  aquí  sacaban  los  indios  de  estas 
provincias  de  Antiochia  innumerables  sumas  de  oro,  como  se  vio  en  los  socavo- 
nes que  hallaron  y  han  seguido  y  siguen  los  nuestros,  vecinos  de  aquella 
ciudad.  Aquí  era  la  gran  carnicería  de  carne  humana  de  estos  naturales,  que 
mataban  los  esclavos  tendiéndolos  .sobre  una  piedra  á  propósito  para  eso,  donde 
vivos  los  abrían  desde  los  pechos,  sacábanles  el  unto  para  hacer  candilejas  para 
los  socavones  de  las  minas,  y  de  la  carne  vendían  y  comían;  de  la  mucha  sangro 
que  corría  de  los  que  mataban,  al  rededor  de  la  piedra,  aun  hoy  no  ha  nacido 
hierba  en  aquel  sitio,  con  estar  desierto  y  expuesto  á  todas  inclemencias.  Guar- 
dan estas  joyas  los  Guazuzues  para  enterrarse  con  ellas  en  sus  sepulcros,  que 
los  hay  riquísimas,  hechos  de  bóvedas  6  cuevas  cavadas  en  los  montes,  donde 
las  entierran  con  sus  cuerpos  y  algunas  mujeres  y  esclavos,  comidas  y  bebidas, 
por  tenerles  persuadido  el  Demonio  las  han  menester  en  la  otra  vida:  engaño 
que  con  otros  muchos  tienen  por  cosa  infalible  estos  miserables,  que  hoy  se 
están" sin  lumbre  de  fe,  aunque  han  sido  cinco  ó  seis  veces  conquistados:  tal  es 
su  fiereza,  aunque  no  están  lejos  de  la  ciudad  de  Santafé  de  Antiochia  al  Po- 
niente. 


174  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.^  NOTICIA 

CAPÍTULO  IX 

1.*  La  llegada  del  Marqués  de  Cañete  á  Cartagena,  y  lo  que"allí  le  sucedió — 2.'  El  Go- 
bierno de  Don  Pedro  do  Acuña  en  aquella  ciudad,  y  algo  de  lo  que  en  su  tiempo 
sucedió— 3. <>  Asientos  que  toma  el  Capitán  Marmolejo  para  el  Gobierno  de  Santa 
Marta— 4.0  Recógese  la  gente  para  la  primera  salida  en  Santa  Marta  y  señálanse  los 
mayores  oficiales. 

ILUSTRADO  con  mil  gloriosos  sucesos  que   había  tenido  siendo  Vi- 
rrey del  Pirú  y  con  diez  y  cebo    millones  para  su  Príncipe,  con  que 
entró  en  Sevilla  á  tiempo  que  á  nuestra  España  le  fué   inestimable  socorro,  por 
hallarse  á  la  sazón  apretada  de   guerras   con  Francia   y   Inglaterra,  con  que  se 
dio  remedio  á  todo,  llegó  por  estos  años  á  esta  ciudad  de  Cartagena  Don  García 
Hurtado  de  Mendoza,  ya  cuarto  Marqués  de   Cañete,   por   haber  heredado  acá 
el  estado  de  su  hermano  Don  Diego  Hurtado  de  Mendoza,    que  murió  sin  suce- 
sión ;  pero  como  las  glorias  de  este  mundo  no   pueden  tener  un  estado  sin  cre- 
cientes y  menguantes,  padeció  éstas  el  gasto   que  con  esto  podía   tener  el  Mar- 
qués, acedándose  con  la  temprana   muerte    (según  juzga  el  mundo,   que   para 
Dios  todos  mueren  á  su  tiempo)  que  le  sobrevino  en  esta  ciudad  á  la  Marquesa, 
Doña  Teresa  do  Castro,  hija  de  Don  Pedro  Fernández   de  Castro,    Conde   do 
Lemos,  y  de  su  mujer  Doña  Leonor  de  la  Cueva,  primera   mujer  del   Marqués 
y  madre  de  Don   Juan   Hurtado   de   Mendoza,   quinto   Marqués   de   Cañete, 
Guarda  Mayor  de  la  ciudad  de  Cuenca,  Montero  Mayor  del  Rey  y  Gentil  hom- 
bre de  Cámara  de  la  Majestad  de  Filipio  Cuarto,   que  posee  hoy  esta  casa,  año 
de  1626.  Filé  el  sentimiento  de  esta  muerte   general  en  aquella  ciudad  y  todo 
el  Pirú,  por  sus  conocidas  y  bien  ejercitadas  virtudes,  y  mucho  más  en  la  Villa 
de  San  Lorenzo  de  la  Parrilla  (donde  el  -cielo   me   dio  los  primeros  resuellos  de 
la  vida),  el  principal    pueblo  de  sus  Estados,  por  haberlos   esta  muerte  defrau- 
do de  mil  buenas  esperanzas  y  beneficios,    libradas   en  la    mucha    benevolencia 
y  piedad  con  que  siempre  se  portó  con  sus  vasallos,    virtudes  de  que  hacía  más 
estima  para  su  alma  que  del  estado,  y  de  ser  hija  de   su  sangre,  y  mujer  de  tal 
marido,  con  serlo  esto  de  tanta  como  lo  ha  sido   para    mí  esta  ocasión   de  poder 
poner  esta  cifra  de  este  gran  Príncipe  (demás  de  lo  que  digo   en  la  dedicatoria), 
no  sólo  reconociéndome  por  hijo  y  hermano  de    vasallos  suyos,    sino  porque  lo 
reconocen  estos  mis  trabajos  por  único  amparo  que  ha  sido  y  patrón. 

2.0  Ya  hemos  tocado  en  otras  partes  cómo  en  »§te  tiempo  gobernaba  la 
ciudad  de  Cartagena  Don  Pedro  de  Acuña,  caballero  de  la  Orden  de  San  Juan, 
que  después  fué  Gobernador  de  las  Philipiuas.  Llegó  á  este  ciudad  el  año  de 
mil  y  quinientos  y  noventa  y  tres,  y  habiéndole  tomado  Residencia  á  su  antece- 


CAP.    IX)  NOTICIAS   DE  LA«  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  175 

sor,  Don  Pedro  de  Ludeña,  puso  en  veras  de  fortificar  la  ciudad  do  gente  y  ga- 
leras y  de  fuerte  palenque  el  año  de  95,  con  ocasión  (como  dijimos)  de  la  sos- 
pecha que  se  hubo,  daría  sobre  ella  el  protestante  Drake  cuando  quemó  el  Río 
de  la  Hacha  y  Santa  Marta;  el  año  de  mil  y  quinientos  y  noventa  y  ocho 
(1598)  envió  la  barquetona  Napolitana  y  algunos  soldados  y  buenas  boyas  al 
remo,  y  por  cabo  á  Juan  Rodríguez  Bermejo,  para  que  subiendo  por  el  Darién, 
sacasen  al  vulgo  de  la  opinión  que  tenía  de  que  muy  arriba  aquel  gran  riacho 
desgaja  un  brazo  y  da  con  sus  aguas  en  el  mar  del  Sur,  y  saliendo  la  verdad 
de  esto,  se  probase  si  por  él  se  podían  comunicar  ambos  mares  del  Sur  y  Norte, 
cosa  que  fuera  de  considerable  importancia,  excusándose  los  notables  trabajos 
que  se  pasan  en  las  quince  leguas  de  tierra  que  hay  de  Puertobelo  á  Panamá. 
No  tuvo  el  fin  que  se  deseaba  esta  jornada,  por  haberse  vuelto  estos  soldados, 
aunque  desde  muy  arriba  del  río,  por  desgracias  que  les  sucedieron  con  indios, 
de  muertes  de  algunos  españoles,  como  me  lo  dijo  á  boca,  en  la  ciudad  de  Carta- 
gena, el  Capitán  Alonso  de  Campos,  uno  de  los  que  hicieron  esta  entrada, y  están 
en  mi  poder  los  papeles  originales  de  todos  los  sucesos  de  esta  jornada  por  sus 
días  y  horas,  que  á  todo  esto  ha  llegado  mi  diligencia  para  apurar  las  verdades 
de  esta  Historia.  Cogió  el  Gobernador  Acuña,  con  la  industria  que  hemos  visto, 
la  lancha  del  inglés  Drake,  socorrió  con  soldados  á  Don  Juan  Guiral  Belón, 
Gobernador  de  Santa  Marta  en  la  ocasión  que  veremos  del  alzamiento  de  aque- 
llos indios,  y  hizo  otras  cosas  de  valeroso  soldado  en  lo  que  le  restó^de  su  Go- 
bierno, hasta  que  se  partió  de  él  para  el  de  las  Philipinas  el  año  de  mil  y  qui- 
nientos y  noventa  y  nueve. 

?t.^  Siéndonos  necesario  dar  algunos  pasos  atrás  en  el  cómputo  de  los  tiem- 
pos, para  poderlos  con  buen  orden  dar  adelante,  en  prosecución  hasta  su  fia  de 
las  cosas  f ucedidas  en  Santa  Marta  (por  ser  éste  el  orden  nvás  historial  y  más 
claro  y  libre  de  confusiones  y  enfados,  que  ir  metiendo  tras  cada  año,  y  más 
las  menudencias  que  lo  puede  excusar  la  Historia,  que  fuera  cosa  cansada  y  es 
imposible  otro  modo  en  las  Historias,  que  están  obligadas  á  dar  cuenta  de  todas 
las  cosas,  siendo  muchas  las  que  suceden  en  un  mismo  tiempo  y  pacificaciones), 
me  acuerdo,  si  no  me  acuerdo  mal,  que  concluí  el  Capítulo  29  de  la  quinta 
noticia,  diciendo  cómo  por  muerte  del  Gobernador  de  aquel  partido,  Don  Lope  de 
Orosco,  dejó  nombrado  por  su  sucesor  en  segunda  vida,  como  lo  tenía  capitula- 
do (fon  S.  M.,  á  Don  Lope  de  Orosco,  su  hijo  menor  ;  pero  siendo  aún  mucha- 
cho, dejó  nombrado  por  su  tutor  á  un  hermano  de  Doña  María  Peón,  madre 
del  niño  y  tercera  mujer  del  Gobernador,  llamado  el  Capitán  Francisco  Mar- 
molejo,  natural  del  pueblo  de  Saeteras  en  el  Aljarafe  de  Sevilla,  hombre  noble 
y  rico  vecino  de  la  Villa  de  Tolú  en  la  Gobernación  de  Cartagena,  de  que  tanto 
dejamos  tratado.  Gobernó  éste  algún  tiempo,'  firmando  él  y  sn  sobrino  las  cosas 


176  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (7.^  NOTICIA 

más  considerables,  títulos  y  CDcomiendas,  hasta  que  la  Audiencia  de  Sanlafé 
envió  por  Gobernador  á  Diego  Bravo  de  Montemayor,  hombre  principal,  veci- 
no de  esta  ciudad  de  Santafé,  que  la  gobernó  eiendo  Alcalde,  y  por  falta  de 
Oidores  presidió  un  día  en  la  sala  de  su  Chancillería,  cuando  la  visitó  el  Doc- 
tor Salierna,  y  ahora  la  do  Santa  Marta  hasta  que  tomó  asiento  el  Marmolejo 
con  el  Rey,  remitiendo  sus  poderes  y  recados  al  Real  Consejo,  en  que  ofrecía 
cumplir  las  capitulaciones  de  su  cuñado,  porque  se  continuase  el  Gobierno  en 
la  vida  de  su  sobrino,  añadiendo  á  las  obligaciones  de  Don  Lope,  que  gastaría 
diez  mil  ducados  en  lo  tocante  á  las  conquistas  que  haría  dentro  de  seis  años, 
todo  á  su  costa.  Hízole  merced  S.  M.  de  este  Gobierno  con  estas  condiciones, 
remitiendo  el  asiento  en  lo  demás  al  Doctor  Antonio  González,  Presidente  que 
entonces  venía  á  ser  de  esta  Audiencia  de  Santafé,  recién  desembarcado  así  en 
la  ciudad  de  Cartagena,  á  donde  acudió  el  Marmolejo,  y  se  hicieron  las  capi- 
tulaciones, año  de  mil  y  quinientos  y  ochenta  y  nueve,  con  el  modo  común  de 
obligaciones,  preeminencias,  exenciones  y  privilegios  que  se  suele  hacer  en 
todos  los  nuevos  descubrimientos  y  fundaciones  de  estas  conquistas. 

4.^  No  olvidando  sus  obligaciones  el  Capitán  Marmolejo  para  dar  princi- 
pio alas  facciones  que  pretendía,  despachó  al  Capitán  Pedro  de  Alfaro  á  este 
Nuevo  Reino  por  algunos  soldados,  de  que  fué  tan  bien  despachado,  que  lle- 
vando solos  cuatro,  hizo  de  costa  dos  mil  pesos.  Mejor  le  sucedió  al  Capitán 
Pedro  Camacho,  vecino  de  la  ciudad  de  Tenerife,  que  bajó  con  setenta  hombres 
y  alguna  gente  de  servicio.  Mientras  se  hacía  esta  gente,  despachó  Marmolejo 
al  Capitán  Luis  de  Galdis,  criollo  de  este  Reino,  con  veinticinco  soldados  á  la 
provincia  de  Chimila,  que  procurase  haber  á  las  manos,  para  el  servicio  de  la 
jornada,  algunos  indios  de  los  fugitivos  de  Tenerife,  que  habiendo  entrado  con 
canoas  por  la  ciénega  por  ser  confinante,  y  hecho  algunas  presas,  salió  bajan- 
do la  Sierra  Nevada  al  Valle  de  Upar,  y  de  allí  á  Santa  Marta.  Sucedió  en  este 
discurso  un  caso  notable:  que  yendo  estos  soldados  la  vuelta  del  Valle,  uno  de 
ellos  iba  tan  dolorido  de  una  llaga  en  un  pié,  que  no  pudiendo  ir  al  paso  de  los 
corapañero.s,  hacían  alto  muchas  veces  para  aguardarlo,  de  que  enfadado  otro 
impío  soldado,  le  pisó  tan  fuertemente  la  parte  condolida,  que  del  dolor  y  sen- 
timiento extremo  que  hizo,  lo  tuvieron  todos  y  enfado  con  el  malhechor,  que 
tuvo  luego  de  contado  la  paga,  pues  apareciéndose  al  punto,  junto  á  todos,  un 
bravo  toro,  se  libraron  de  él  poniéndose  en  cobro  todos  los  demás,  y  arremetien- 
do al  agresor,  le  hizo  otra  llaga  más  lastimosa  con  el  un  cuerno  en  la  parte  que 
el  otro  la  tenía,  con  que  quedó  más  adolorido,  impedido*»;^  enfadoso  á  todos  que 
el  otro.  Hecha  sala  de  armas  para  la  jornada  la  ciudad  de  Santa  Marta,  acu- 
dieron allí  soldados  de  toda  la  Gobernación,  avisados  del  Gobernador:  de  la  del 
Valle  de  Upar   fué  el  Capitán  Cristóbal  de   Almonacirj,   y  de  la  Ramada  el  Ca- 


CAP.  IX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  177 

pitan  Juan  de  Human,  ambos  con  premisas  de  Maesas  de  Campo  de  la  jorna- 
da, por  lo  que  á  ambos  había  prometido  el  Gobernador,  con  que  se  viesen  obli- 
gados á  dejar  sus  casas  y  seguirle  ;  de  la  pretensión  de  ambos  se  originaron 
tantas  diferencias  y  aun  mohínas  entre  los  dos  y  sus  soldados,  que  llegaran  á 
mucho  á  no  concertarse  fuesen  ambos  en  aquel  oficio  sin  diferencia  en  el  uno 
ni  el  otro,  que  lo  cumplieron  honradamente,  sirviendo  ambos  muy  bien,  sin 
que  en  ninguna  cosa  se  encontrasen  ;  por  General  de  la  jornada  se  nombró  al 
Capitán  Francisco  González  de  Castro,  Teniente  General  de  la  Gobernación  y 
Contador  de  la  Keal  Hacienda  que  era  á  la  sazón,  que  habiendo  muerto  dos 
meses  antes  que  se  diera  principio  á  la  jornad:>,  sucedió  en  todos  sus  oficios 
Don  Pedro  do  Cárcamo,  natural  de  la  ciudad  de  Córdoba  en  Castilla,  caballero 
áe  muy  buonas  pirtas  y  bien  entendido,  hijo  segundo  del  Gobernador  muerto 
Don  Lope  de  Orosco. 


178  FRAY  PEDRO   SIMÓN  (7.»  NOTICIA 

CAPÍTULO  X 

1.»  Primera  entrada  que  hace  el  Gobernador  Marmolejo  en  los  indios— 2,°  Sucesos  que 
fueron  teniendo  los  soldados— 3 .<>  Vánse  prosiguiendo  varios  encuentros  entre  espa- 
ñoles y  naturales— 4.*'  Descríbense  las  Sierras  Nevadas  de  Santa  Marta, 


A' 


LGüNOS  Caciques  y  muchos  indios  de  la  Provincia  de  Posigueioa, 
no  sé  si  temiendo  los  rigores  y  ruidos  de  la  guerra,  ó  por  otros 
respectos,  vinieron  á  dar  la  paz  á  Santa  Marta,  poco  antes  que  se  diese  principio 
á  esta  jornada,  que  fué  á  los  fines  de  Abril  de  1590,  saliendo  de  la  ciudad  tro- 
pas por  tierra,  y  en  canoas  por  mar,  hasta  juntarse  en  la  playa  donde  ahora 
está  fundada  la  nueva  Córdoba,  hasta  dos3Íentos  soldados  y  mucha  gente  y 
caballos  de  servicio  y  guerra,  quo  acabado  allí  de  disponer  lo  que  faltaba  para 
la  entrada,  se  comenzó  á  marchar  la  vuelta  de  la  Sierra,  día  de  la  Cruz  de 
Mayo,  llevando  la  vanguardia  el  Maese  de  Campo  Almonacir  con  cincuenta 
arcabuceros  y  rodeleros,  toda  gente  suelta  y  de  extremados  alientos,  á  quien 
seguían  veinte  soldados  haciendo  escolta  al  carruaje,  donde  también  iba  el  Ge- 
neral y  su  hermano  Don  Lope,  y  á  trechos  otros  soldados,  y  el  resto  en  la  reta- 
guardia con  el  otro  Maese  de  Campo.  Con  el  cual  orden  se  marcharon  aquel 
día,  tres  leguas  de  monte,  tierra  llana,  sin  otro  contraste  que  haber  faltado  el 
agua,  por  entender  la  hallarían  en  el  camino,  que  no  fatigó  poco  la  gente.  Lle- 
góse temprano  á  la  Ceiba  (sitio  en  que  tuvo  fundada  el  Capitán  Castro  la 
ciudad  de  Ecija,  como  dejamos  dicho,  Noticia  5.*,  Capítulo  2),  y  habiéndose  ran- 
cheado al  pié  de  la  Sierra  y  margen  del  río  que  baja  del  Valle  de  Betoma  y 
Posigueioa,  no  perdieron  tiempo,  aun  aquella  tarde  y  cuatro  días  que  estuvie- 
ron allí  rancheados  los  nuestros,  los  Betomas  do  embestirles  con  guazabaras,  de 
que  el  cuidado  en  defenderse  fué  causa  de  no  suceder  daño  considerable.  Lo 
que  no  sucedió  con  los  Posigueicas,  aunque  también  los  tenían  en  frente,  por 
la  paz  que  tenían  recién  dada,  antes  haciendo  demostración  de  quererla  susten- 
tar, acudían  al  ejército  con  frutas  y  otros  regalos  y  á  lo  último  con  cargueros. 
Cuando  á  los  seis  días  levantó  ranchos,  tomó  la  vuelta  el  General  de  la  pro- 
vincia del  Carbón,  por  camino  llano  de  rescates  á  la  falda  de  la  Sierra.  Llama- 
ron nuestros  antiguos  á  esta  provincia  del  Carbón,  porque  su  polvo  está  negro 
y  tiñe  como  el  del  carbón. 

2.0  Al  segundo  día  de  camino,  pasado  Kiofrío,  eu»^  un  gran  arcabuco  tu- 
vieron los  nuestros  un  rebato  que  los  puso  en  cuidado,  hasta  que  se  supo  ser 
indios  tratantes,  que  pocas  veces  van  apercibidos  para  jugar  las  armas  aun  con 
soldados.  Los  nuestros  rancheados  cerca  de  las  Carboneras,  se  determinó  se  les 


CAP.  X)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  179 

diese  otro  día  un  albazo,  como  lo  hizo  con  cincuenta  soldados  el  Maese  de 
Campo  Almonacir,  que  habiendo  caminado  toda  la  noche,  al  reír  el  alba,  dieron 
sobre  un  pueblo  llamado  Zaraguato  tan  de  repente,  que  antes  que  se  desvolvie- 
ra la  gente,  tenían  hecha  tal  presa  en  él  de  chusma  de  mujeres,  muchachos, 
j'oyas  de  buen  oro  y  ropa  de  algodón,  que  repararon  bien  todas  sus  necesidades 
y  hubo  para  cada  soldado  un  muchacho,  y  para  cada  dos  una  mujer  que  los 
sirviese.  Sacado  este  repelón,  que  escogió  harto  á  los  pobres  indios,  tomó  esta 
tropa  la  vuelta  del  Real,  que  sé  había  ya  bajado  á  lo  llano  en  la  sabana,  que 
después  S3  pobló  y  ahora  lo  está  la  ciudad  de  Sevilla,  de  donde  se  salieron  y 
ranchearon  por  algunos  días  en  el  mismo  pueblo  de  Zaraguato,  de  donde  so 
hicieron  algunas  salidas  en  que  so  dio  vista  á  ruinas  de  pueblos  huidos  desde 
que  anduvo  por  ellos  el  Capitán  Luis  de  Gálvez. 

3.°  En  una  que  se  hizo  de  ochenta  soldados  con  el  Maese  de  Campo  Juan 
de  Human,  á  las  cuatro  leguas  al  pié  de  una  loma,  les  salieron  de  fingida  paz 
algunos  indios,  que  habiendo  por  una  hora  tratado  de  ella  y  resucitóse  en  que 
los  indios  irían  delante  guiando  á  los  nuestros  á  su  pueblo,  comenzando  á  repe- 
char la  cuesta,  se  adelantaron  los  indios  y  hallándose  á  tiro  de  flecha,  revolvieron, 
tirando  tantas  á  los  soldados,  que  quedando  algunos  heridos,  fueran  más  á  no 
defenderse  con  tanto  valor  hasta  coger  por  dos  partes  el  alto,  donde  salieron 
gran  número  de  salvajes,  que  no  se  daban  mala  maña  en  ofender  y  defenderse; 
pero  siendo  mayor  la  española,  al  fin  huyeron,  pues  en  esta  resistencia  y  la  paz 
a  que  acometieron  primero,  sólo  iban  atendiendo  á  dar  tiempo  á  su  chusma  para 
huir  y  sacar  la  mejor  de  su  pueblo,  como  lo  hallaron  los  soldados  llegando  y 
rancheándose  en  él,  llamándole  por  el  suceso  el  pueblo  de  los  Valentejos.  Con 
todo  eso,  volviendo  á  trastornar  las  casas  los  soldados,  uno  veneciano  halló  en 
el  buhío  que  nosotros  llamamos  del  Diablo  y  los  indios  Santa  María,  tres  ó 
cuatro  ollas  llenas  de  piedras  de  ijada,  leche,  orina,  sangre,  ríñones  y  otras  que 
le  tenían  ofrecidas,  bien  finas,  que  se  repartieron  á  puñados  por  todos,  y  to- 
maron motivo  de  que  no  se  les  quedaran  sin  desvolver  jamás  estos  caneyes. 

Saliendo  de  este  pueblo  esta  tropa,  al  bajar  de  una  loma,  hallaban  tantos 
indios  en  otras,  que  á  una  les  gritaban  y  flechaban,  yéndoles  picando  por  las 
espaldas,  tomando  el  puesto  de  nuestra  retaguardia  en  habiéndolo  ella  dejado, 
que  determinaron  quedaran  emboscados  seis  en  un  helechar,  donde  habiéndolos 
sentido  los  que  seguían  á  los  soldados,  uno  de  los  seis,  llamado  Pedro  Chiquillo 
(que  después  fue  Capitán  y  murió  Sargento  Mayor  de  Chile),  antes  que  los 
indios  se  desvolvieran,  pasó  á  uno  con  dos  balas  por  las  espaldas,  con  que  es- 
carmentados no  los  siguieron  más  por  esta  parte,  si  bien  llegando  á  otra,  al  pié 
de  una  loma,  hallaron  los  nuestros  tan  valiente  resistencia  de  muchos  salvajes, 
que  á  no  ser  superior  la  consideración  de  la  reputación,  se  volvieran^  por  pare.^ 

22 


180  FRAY   PEDRO   6IM(5n  (7.*  NOTICIA 

cer  de  algunos,  al  pueblo  de  los  Valentejos,  y  así  determinando  la  subida,  bien 
prevenidos  de  las  armas,  apenas  habían  tomado  el  alto,  cuando  se  desparecieron  los 
indios,  y  se  apareció  un  Valle  que  llamaron  de  la  Ascensión,  con  mucbas  po- 
blaciones; durmieron  en  la  primera,  desde  donde  caminando  otro  día  con  difi- 
cultad de  flecbas,  descubrieron  otro  con  las  mismas  y  más  poblaciones,  que  lla- 
maron de  San  Bernabé  por  ser  su  día,  ouce  de  Junio,  y  habiendo  trastornado 
la  tierra  y  enterádose  de  sus  muchos  pueblos,  volvieron  muy  contentos  al  Real 
y  pueblo  de  Zaragnato. 

4.°  Ocasionado  de  andar  estos  nuestros  soldados  en  las  circunferencias  y 
faldas  de  la  Sierra  Nevada  de  Santa  Marta,  una  de  las  cosas  más  famosas  que 
83  han  descubierto  en  este  Nuevo  Mundo,  no  me  ha  parecido  ser  fuera  de  pro- 
pósito tratar  de  ella  más  de  intento  que  hasta  aquí  y  de  las  provincias  que 
sustenta  en  sus  faldas,  valles,  lomas,  costados,  serranías  y  espaldas  ;  dásele 
vista  á  esta  Sierra  treinta  y  más  leguas  de  distancia  por  la  mar,  por  su  mucha 
altura,  pues  es  por  partes  de  más  de  veinte  leguas,  aunque  por  algunas  menos, 
con  que  se  mete  barrenando  hasta  bien  dentro  de  la  media  región  del  aire, 
donde  tienen  su  generación  las  impresiones  meteorológicas,  como  es  la  nube  que 
siempre  permanece  en  sus  cumbres,  por  lo  cual  no  pasan  aves  por  ellas  ni 
llegan  allá,  ó  por  su  mucha  altura  ó  mucha  frialdad,  ó  por  ambas  cosas;  de  bojo 
ó  cercuyto  tendrá  hasta  ciento  y  veinte  ;  la  nieve  ocupa  veinte  leguas  de 
largo  con  ocho  de  ancho,  de  donde  se  descuelgan  por  todas  partes  caudalosos 
ríos  y  delicadísimas  aguas  do  nieve,  y  promete  las  puntas  de  sus  faldas  en  la 
mar  hasta  veinticinco  leguas  desdo  la  Kamada  hasta  la  Nueva  Córdoba;  son  tan 
ásperas  todas  las  cordilleras  que  se  le  descuelgan,  tan  peinadas  y  pendientes  las 
máp,  que  apenas  se, halla  llano  para  fundar  cien  casas  ;  demórale  al  Poniente 
veinte  leguas  el  Río  de  la  Magdalena  ;  por  ser  tan  rica  de  venas  de  oro  en  su 
redonda,  la  pinta  dorada  pónenla  algunos  por  principio  ó  fin  de  la  cordillera 
que  corre  Norte  Sur  hasta  el  estrecho  de  Magallanes,  y  se  engañan,  pues  dejan- 
do á  estas  sierras  solas,  la  corta  ol  Valle  de  Upar  con  doce  leguas  que  tiene  de 
ancho  apartadas  de  la  cordillera,  que  según  la  mejor  opinión,  comienza  en  el 
Cabo  de  la  Vela,  doce  grados  al  Norte,  y  corre  hasta  cincuenta  y  cinco  al  Sur, 
que  dándole  á  cada  grado  diez  y  siete  leguas  y  más,  cuenten  las  que  serán.  La 
nieve  de  esta  Sierra  está  en  9  grados  y  30  minutos  al.  Norte  y  67  y  20  minutos 
de   longitud  del  meridiano  de  Toledo. 

No  obstante  que  es  tan  áspera,  pelada  y  fragosa,  por  tener  partes  templa- 
das y  calientes  como  se  va  bajando  de  lo  alto,  está  toda  poblada  de  naturales, 
y  muy  poblada,  y  con  opinión  de  valientes,  causada  de  no  entender  los  nuestros 
las  guerras  de  estos  indios  á  sus  principios,  que  fueron  los  primeros  que  en 
Tierra  Firme  se  comenzaron   á  conquistar,   haciéndolas  al  modo  de  las  guerras 


CAP,  X)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  181 

de  Flandes,  buscando  sitios  cómodas  para  los  escuadrones,  que  los  formaban 
como  si  los  indios  fueran  gente  de  razón  para  eso;  esperaban  á  pié  quedo  la 
muerte;  daban  voces  los  oficiales:  "  nadie  deje  su  puesto,  cierren  el  escuadrón." 
Y  mientras  los  nuestros  andaban  en  estas  faenas,  flechaban  á  ciento  los  indios 
á  montón,  con  quo  les  cobraron  temor,  y  los  bárbaros  fama  de  valientes  todos 
los  do  aquella  provincia  de  la  Sierro,  que  eran  muchos  ;  unos  vivían  en  comu- 
nidades, sujetos  á  Caciques,  y  otros  derramados  y  en  behetrías;  los  pueblos  pa- 
saban de  mil,  con  caminos  enlosados  de  á  cuatro  y  seis  leguas;  las  lenguas 
muchas.  Las  principales  provincias  eran  Osairona,  Taironaca,  Orejones  (dichos 
así  de  los  nuestros,  porque  con  artificio,  horadándose  las  orejas  desde  niños  y 
poniéndose  ciertas  sortijas,  les  queda  cada  oreja  como  un  platillo  de  los  nu-^s- 
tros).  Carbón,  Betoma,  Posigueica,  Aruacos  y  los  fronterizos  á  Santa  Marta  y 
los  do  las  jurisdicciones  de  la  Ramada  y  Valle  do  Upar,  que  los  que  hay  desde 
el  Río  de  la  Hacha  al  Cabo  de  la  Vela  y  la  laguna  de  Maracaibo,  no  son  de  los 
de  esta  Sierra,  que  abunda  de  venados,  conejos,  curies,  tigres,  valientes  leones, 
monos,  chuchas,  que  crían  sus  hijos  en  ciertas  bolsas  en  los  lados;  mapurites, 
que  hiede  sn  orina  más  que  cuanto  hediondo  se  puedo  imaginar;  aves  de  mil 
especies,  de  hermosas  plumas;  murciélagos  carniceros,  niguas,  mosquitos,  cule- 
bras venenosísimas;  minerales  de  oro,  plata,  cobre,  hierro  ;  piedras  de  muchas 
virtudes,  como  dejamos  dicho. 

Entre  las  supersticiones  que  tienen,  no  es  la  menor  el  modo  que  algunas 
de  estas  provincias  usan  en  buscar  la  salud  de  los  enfermos  en  el  campo,  y  es 
que  subiéndose  á  una  cumbre,  limpian  y  barren  allí  circuito  de  una  rueda  de 
carro,  y  haciendo  en  medio  lumbre,  echan  en  ella  ciertos  piñones,  y  el  primero 
que  salta  afuera  (como  suelen  las  castañas  ó  bellotas  que  se  asan)  advierten 
dónde  queda,  y  allí  cavan  hasta  que  hallan  algún  gusano  ó  lombriz  ó  cosa  viva  . 
ésta  queman  y  molida  se  la  dan  al  enfermo;  si  muere,  muere,  y  si  sana  lo  atribu- 
yen á  la  diligencia.  Contando  esto  un  hombre  bien  entendido  y  experimentado 
á  un  médico  en  Madrid,  Corte  del  Rey,  preguntó  con  gran  llaneza  si  sanaban 
con  eso  los  indios,  á  que  respondió  el  indiano  :  "  Sucédeles  lo  que  con  las  pur- 
gas que  dan  los  médicos,  que  si  sanan  los  enfermos  con  ellas,  bien,  y  si  nó,  allá 
van  al  hoyo. 

En  sus  borracheras,  cuando  están  beodos,  si  se  acuerdan  de  las  muertes 
que  han  dado  sus  vecinos  á  sus  parientes,  se  irritan  á  la  venganza,  y  determi- 
nan á  tomarla  y  envían  sus  mensajeros  denunciándoles  la  guerra,  y  en  señal 
les  dan  una  flecha,  con  que  os  cierta  la  guerra  para  el  día  que  señalan. 


182  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.*»  NOTICIA 

CAPÍTULO  XI 

1.°  Los  nuestros  se  alojan  en  un  pueblo  déla  Caldera,  y  suceso  de  un  soldado  al  pasar 
de  un  río — 2."  Otros  varios  sucesos  de  la  jornada — 3.«  Puéblase  la  ciudad  de  Sevi- 
lia — 4.0  Riqueza  de  oro  que  después  se  descubrió  en  el  término  y  cerca  de  esta 
ciudad. 


V 


OLVIENDO  á  nuestros  conquistadores,  que  los  dejamos  en  Zaragua- 
to  juntos,  provincia  del  Carbón,  digo  que  esta  provincia  le  demora  al 
Poniente  veinticinco  leguas  del  Río  de  la  Magdalena  á  la  Sierra  Nevada,  confina 
con  la  de  Betoma  yendo  á  Santa  Marta,  j  Jaraba  con  la  de  los  Orejones,  hacién- 
dole espaldas  la  do  Taironaca,  y  será  toda  como  veinte  leguas  de  abajo  ;  son 
sus  indios  opinados  de  valientes  y  no  tan  lucidos  como  los  otros,  por  sus  meno- 
res caudales  de  joyas,  y  debe  de  ser  porque  se  dan  más  que  por  ellas  á  la  milicia; 
vjstense  de  las  mantas  á  medio  traer  que  rescatan  de  los  Betomas.  Alegre  Don 
Pedro  de  Cárcamo  y  los  soldados  de  saber  de  tantas  poblaciones  que  están  cer- 
ca de  Santa  Marta,  que  sólo  había  quince  leguas,  habiendo  hallado  camino  para 
los  caballos,  levantaron  rancho  y  en  cuatro  días  llegaron  al  centro  de  la  pro- 
vincia, que  se  alojaron  en  un  pueblo  llamado  Duichirrea,  á  donde  fueron  vinien- 
do poco  á  poco  á  dar  la  paz  los  indios  de  la  comarca,  y  desde  donde  se  fueron 
haciendo  salidas,  y  en  una  con  el  Maese  de  Campo  Almonacir,  se  dio  vista  al 
Valle  de  San  Cristóbal,  que  también  dio  la  paz  y  provisión  á  los  soldados,  con 
uno  de  los  cuales,  Pedro  Chiquillo,  sucedió  que  habiendo  pasado  todo  el  ejército 
por  una  puente  de  bejucos  un  río,  con  que  quedó  maltratada,  pasando  el  último  se 
quebró  y  cayó  envuelto  en  ella  al  agua,  de  donde  aunque  embarazado  en  tantos 
bejucos,  salió  libre  á  la  banda  de  los  demás,  qne  convirtieron  en  risa  el  buen 
suceso,  por  esperarlo  muy  otro  por  el  mucho  peligro  en  que  so  vido.  Al  fin  de  al- 
gunos días  volvió  esta  tropa  al  Real,  desde  donde  se  fué  descubriendo  en  veces 
desde  lo  confinante  á  Betoma,  hasta  Orejones  y  Taironacas  y  sabiendo  los  se- 
cretos de  la  tierra. 

2.*'  Esta  provincia  Taironaca  descubrió  y  apaciguó  el  Capitán  Antonio 
'Flórez,  enjuta  en  la  jurisdicción  del  pueblo  nuevo  llamado  el  Nombre  de  The 
y  hoy  la  Nueva  Valencia.  Era  este  Capitán  vecino  del  Valle  de  Upar,  donde 
con  orden  del  Gobernador  Marmolejo  juntó  gente  y  fué  calando  la  Sierra  hasta 
los  Aruacos,  que  sin  pelear  apaciguó,  por  ser,  como  hemos  dicho,  gente  serra- 
nilla y  triste,  y  los  Carneros  de  los  Tupes.  Andaba  FJórez  en  esta  sazón  en  el 
Valle  de  Taironaca,  y  el  General  Don  Pedro  en  su  provincia  del  Carbón,  entre 
cuyas  dos  püovincias  media  una  serranía  de  dos  ó  tres  leguas  de  subida  y  bajada 
que  no  impedía  para  no  pasar  de  una  partea  otra  los  soldados  de  ambas,  comuni- 


CAP.  Xl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  183 

cándese  los  Capitanea  por  cartas,  y  en  una  que  el  Flórez  le  remitió  un  día  al 
Don  Pedro  y  la  acompañó  con  una  piedra  pasada  de  clavos  y  venas  do  oro, 
animándole  á  la  empresa  con  la  codicia  de  la  riqueza  que  prometían  de  la  mues- 
tra, le  escribió  esta  copla,  como  que  la  decía  la  piedra  : 

"En  Taironaca  nací 
Salida  de  peña  viva. 
Cierra  España,  arriba,  arriba, 
Si  quieres  saber  de  mí." 

A  que  respondió  el  Don  Pedro  de  Cárcamo,  alegrándose  más  do  la  piedra 
que  do  la  poesía,  aunque  la  enmendó  poco  en  conceptos,  porque  los  poetas  no 
debieran  de  ser  de  los  que  atorase  usan  y  celebra  nuestra  España,  López  y  Gon- 
goristas  que  no  aprietan  concepto  que  no  sea  menester  ponerse  en  chapines 
sobre  los  nudos  del  octavo  cielo  para  alcanzarlos: 

''  Vuestra  carta  recibí, 
Y  en  un  pensamiento  estamos  ; 
Cierra  España  y  allá  vamos. 
En  acabando  de  aquí." 

Con  todo  eso,  celebraron  los  soldados  la  poesía  (pensándose  no  haber  plus 
ultra),  aunque  celebraran  con  más  ponderaciones  si  les  viniera  con  ella  algún 
socorro  de  matalotajes,  por  írseles  acabando  los  suyos  con  la  prisa  que  les  iba 
picando  la  hambre,  diferente  de  la  flema  con  que  se  iban  sazonando  los  maíces, 
y  acabó  más  el  sufrimiento  á  los  soldados,  enviándoles  á  decir  el  Gobernador 
Marmolejo  (habiéndoles  enviado  á  pedir  socorro),  que  tierra  poblada  de  mu- 
chos, bien  podría  sustentar  á  pocos.  Razón  que  les  pareció  desencuadernada  de 
todo  buen  discurso  y  experiencia,  pues  es  cierto  que  destroza  más  un  español 
en  un  día,  que  comen  diez  indios  en  un  mes,  en  especial  si  es  á  su  costa,  que  á 
la  ajena  otra  cosa  es.  Con  esto,  aunque  4os  socorrían  con  algo  los  indios, 
como  no  era'snficiente  y  de  poco  sustento,  por  ser  todo  brodios  y  comestrajes, 
cayó  sobre  los  soldados  un  pedazo  de  hambre,  que  les  pesaba  más  que  si  carga- 
ran toda  la  Sierra  Nevada,  con  que  se  veían  obligados  á  andar  á  caza  de  bo- 
ILs,  masato,  frisóles,  yucas,  ñames,  batatas,  bledos  en  rozas  viejas  y  otras 
chucherías  por  espacio  de  dos  ó  tres  meses,  en  que  sazonaban  una  olla  como  de 
un  gran  convento,  hecha  de  calabazas,  y  estas  zarandajas  con  una  onza  de  pes- 
cado; y  beato  á  quien  le  alcanzaba  razonable  parte,  ó  algún  papagayo  ó  guaca- 
maya, con  ser  carne  como  nervios.  Obligóles  á  comerse  los  caballos  y  perros, 
hasta  que,  por  lo  que  les  apretaba  la  hambre,  apretaron  ks  diligencias,  de  suer- 


184  FRAY    PEDRO   SIMÓN  (7.«  NOTICIA 

te  que  ya  les  enviaron  socorro  de  la  ciudad  y  más  en  lleno  de  la  sazón  de  las 
sementeras,  de  que  (escarmentados)  se  repararon  y  proveyeron,  de  suerte  que 
no  les  cupo  más  en  sus  casas  la  necesidad. 

S.^  Pareciendo  á  Don  Pedro  la  había  de  fundar  algunas  de  españoles  para 
desdo  ellas  acabar  de  pacificar  la  tierra,  día  de  San  Juan  Baptista,  24  de  Junio, 
en  este  año  de  1592,  después  de  haber  oído  todos  misa  del  Padre  Fray  Fran- 
cisco Pestañn,  de  la  Orden  de  Nuestro  Padre  Santo  Domingo,  que  era  el  Cape- 
llán, tomó  posesión  en  nombre  del  Rey,  y  fundó  una  ciudad  que  llamó  la  Nue- 
va Sevilla,  á  devoción  del  Gobernador,  que,  como  dijimos,  era  de  Alfaraje; 
señalóle  Alcaldes,  que  fueron  el  Capitán  Luis  d3  Galvez  y  Don  Miguel  de 
Orosco,  hermano  del  General,  con  todos  los  oficios  y  oficiales  de  Kepública,  que 
juraron  cumplir  legalmente  con  sus  oficios,  quedando  ellos  y  los  demás  muy 
alegres;  solemnizaron  el  acto,  y  luego  se  despachó  á  Santa  Marta  con  la  nueva 
de  esto  y  lo  descubierto,  con  veinticinco  soldados,  en  compañía  de  Don  Lope 
de  Orosco,  el  Gobernador  Mozo  y  un  Kegidor  y  Procurador  de  los  nombrados, 
llamado  Sebastián  de  Bustamante,  para  llevar  cura,  campanas  y  ornamentos  y 
negociar  en  Santa  Marta  otras  importancias  á  la  nueva  ciudad,  que  habiendo 
mostrado  la  experiencia  en  pocos  días  no  ser  su  sitio  tan  á  propósito  como  aba- 
jo en  la  sabana,  la  bajaron  y  cantaron  en  ella,  donde  había  todo  lo  necesario  á 
una  bien  considerada  población,  que  es  agua,  leña,  piedra,  el  sol  que  la  baña 
en  saliendo,  templados  y  saludables  aires.  Lo  que  tiene  este  segundo  sitio  don- 
de hoy  permanece,  aunque  no  destemplan,  poco  estas  comodidades  el  ser  infes- 
tado de  inmensidad  de  mosquitos,  jejenes  y  rodadores  de  día  y  zancudos  de  no- 
che: plaga  intolerable  y  harto  común  en  las  tierras  calientes  de  estas  Indias,  de 
que  se  libran  las  frías,  y  de  culebras  y  continuo  sudor  si  bien  no  se  escapan. 
Habiéndose  echado  las  cuerdas  y  señalado  sitio  para  la  iglesia,  y  ocho  islas  ó 
cuadros  de  á  cuatro  solares,  que  pareció  .bastante  para  tan  cortos  principios, 
dándolo  á  la  fábrica  de  una  de  las  casas,  abriendo  un  hoyo  para  hincar  el  pri- 
mer estantillo,  hallaron  media  espada  española,  sobro  que  tuvieron  que  estudiar 
los  judiciarios,  queriéndolo  ser  todos  ;  hubo  varios  pronósticos  y  aun  dispara- 
tes sobre  lo  que  había  de  venir  á  ser  la  ciudad,  porque  entonces  sólo  estaba 
con  gente  de  toda  broza  (como  han  sido  todos  los  principios  de  todas  las  del 
mundo),  todos  á  título  de  honrados  Capitanes,  oficiales  de  milicia  y  República; 
bien  poco  que  comer;  el  que  más  tenía  dos  camisas  de  crehuela,  un  vestido  de 
jergueta,  otro  de  cañamazo,  unos  alpargates  que  él  mismo  había  hecho,  una 
escopeta,  rodela,  hamaca  para  dormir,  que  suplía  la  íalta  de  colchón,  sin  una 
silla  ni  bufete,  gallina,  gato  ni  perro,  ni  caballo  :  las  rodelas  servían  de  mesa, 
y  de  platos  las  totumas.  La  pescadería  estaba  en  la  ciénega  á  ocho  leguas  del 
pueblo,  y  la  carnicería  en  los  montes. 


CAP.  Xl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  185 

4,^  Pero  fuese  luego  reparando  esto,  entrando  bastimentos  y  gente  nueva 
de  la  Villa  de  Tenerife;  entró  el  Capitán  Juan  Martín,  criollo  de  Vélez  en  este 
líeino,  aventajado  soldado,  que  llevó  algunos  y  municiones,  y  otros  de  otras 
partes,  en  especial  pasando  algo  adelante  los  tiempos,  descubrió  á  la  otra 
banda  del  río  tanto  oro  loco,  que  los  hizo  á  todos,  prometiéndose  las  ma- 
yores riquezas  que  se  habían  descubierto  en  este  Nuevo  Mundo.  Un  vecino, 
en  una  tarde,  sacó  más  de  dos  mil  castellanos  de  oro  de  veinte  quilates,  con  sólo 
cinco  ó  seis  muchachos,  hallando  en  el  corto  puntas  y  tejuelos  de  forma  de  habas 
y  broches,  desde  diez  hasta  treinta  castellanos,  y  en  cada  batea  de  labor  oro  me- 
nudo, y  de  otros  muchos  jornales  á  este  modo  ;  hubo  en  el  pueblo,  por  la  fama, 
dentro  de  tres  meses  después  del  descubrimiento,  más  de  quinientos  negros  veni- 
dos do  Zaragoza  y  Río  de  la  Hacha,  y  en  Santa  Marta  no  quedó  negra  cocinera  ni 
lavandera  que  no  fuese  á  gozar  de  la  cosecha,  que  fué  tal  en  algunos,  que  se 
hallaron  muchas  puntas  de  á  ciento  y  doscientos  castellanos.  Dos  hubo  tan 
grandes,  la  una  á  modo  ó  figura  de  arpón,  lisa,  que  pesó  nueve  libras  y  media 
castellanas,  y  la  otra,  que  la  sacó  un  negro  á  Sebastián  de  Bustamante,  de  he- 
chura de  un  puño,  que  pesó  cuatro  libras  y  doce  onzas  de  veinte  quilates,  que 
se  vendió  en  ochocientos  y  doce  pesos,  que  hubo  en  Castilla  quien  no  la  quiso 
recibir,  habiéndosela  enviado  á  presentar  el  Obispo  de  Santa  Marta,  Don  Fray 
Sebastián  de  Ocando,  porque  se  sepa  la  limpieza  de  los  castellanos,  y  al  fin  el 
caso  dio  tal  estampida,  que  se  entendió  ser  pequeño  el  sitio  con  ser  de  una 
legua  de  sabana  para  lo  que  había  de  crecer  la  ciudad,  pues  de  todas  partes  en- 
viaban á  tomar  solares  en  ella,  llegando  el  encarecimiento  á  lo  que  se  puede 
decir,  diciendo  que  desde  que  Don  Pedro  de  Acuña,  Gobernador  que  era  de 
Cartagena,  la  tomó,  esto  descaeció  al  paso  q«ie  subió,  y  la  ciudad  está  hoy  con 
harto  poca  medra  en  todo. 


186  FRAY  PEDRO   S1M(5n  (7.^  NOTICIA 

CAPÍTULO  XII 

1.°  Tratan  los  Carboneros  de  alzarse,  y  caso  que  le  sucede  á  un  caudillo— 2.»  Deternií- 
nanse  y  embisten  á  los  nuestros,  y  lo  que  sucede  de  ambas  partes— 3.°  Desbaratan 
los  nuestros  á  los  naturales— 4.°  Buenos  sucesos  que  se  tienen  en  varias  salidas, 

VOLVIENDO  á  los  primeros  pasos  de  su  fundación,  desde  ellos  hasta 
el  resto  del  año,  que  fué  la  mitad  de  él,  se  trató  de  la  pacificación 
de  los  naturales,  qne  advirtiendo  en  este  tiempo  cuan  de  oimiento  tomaban 
los  huéspedes  el  hacer  pié  en  su  tierra,  y  que  era  gente  tan  traviesa,  y  tal  que 
suele  alzarse  con  la  posada,  lespareció  ser  pesado  yugo  el  dejarles  asistir  en 
ella,  con  que  trataron  luego  de  quebrarlo  y  romper  las  coyundas  con  demostra- 
ciones en  las  desganas  con  que  ya  acudían  al  servicio  de  los  nuestros,  que  ad- 
virtiéndolo el  General  y  la  noticia  que  luego  tuvo  de  que  hacían  juntas  los 
indios  con  alteraciones,  despachó  al  Sargento  Mayor  Juan  de  Asperillas  Velasen, 
para  que  rastrease  lo  que  iba  divulgando  la  fama  del  recelo  que  se  tenía,  que  se 
aplacó  habiendo  andado  muchos  pueblos  y  labranzas,  y  hallado  en  cuanto 
pudo  conjeturar  quietud  en  los  indios. 

Sucedióle  en  este  viaje  al  Sargento  Mayor  un  caso,  que  á  no  repararlo  la 
mano  de  Dios,  se  hiciera  mil  pedazos  despeñándose,  pues  atreviéndose  (de  puro 
animoso)  aponerse  sobre  una  laja  que  tenía  d^  caída  media  legua,  con  fin  de 
descubrir  la  tierra,  se  descuidó  y  rodó  de  asentaderas  hasta  casi  caer  del  todo, 
pues  quedó  con  los  pies  en  el  aire,  afirmado  sobre  los  codos  ;  acudieron  á  soco- 
rrerle, por  hallarse  más  cerca,  un  indio  y  dos  soldados,  que  haciéndose  una  ca- 
dena de  las  manos,  con  la  una  le  echó  mano  de  la  ropa  y  habiéndole  arrastrado 
poco  más  de  una  vara  de  medir,  lo  volvió  á  soltar,  con  que  se  escurrió  de  nuevo 
hasta  ponerse  en  mayor  riesgo  de  volar  y  hacerse  pedazos,  pero  volviéndose  a 
animar  con  el  mismo  modo,  lo  volvieron  á  asir  y  arrastraron  hasta  sacarlo  del 
peligro. 

2.°  Por  acabar  de  sacudir  los  indios  el  que  les  parecía  t-ínían  con  los 
nuestros  en  el  centro  de  su  provincia,  al  fin  se  resolvieron  en  hacer  junta  de 
toda  ella  y  acometerles  repartieron  flechas,  comidas  y  los  demás  pertrechos  de 
guerra,  nombraron  por  General  al  Cacique  del  pueblo,  que  dijimos  se  llamaba 
Zazagueica  (que  por  hablar  ronco,  los  nuestros  le  llamaban  Ronquillo),  y  pues- 
to ya  todo  á  pique,  día  de  año  nuevo  del  año  siguiente  de  mil  y  quinientos  y 
noventa  y  dos,  andando  pacificando  la  tierra  el  General  y  los  demás  de  los 
soldados,  y  habiéndose  rancheado  en  cierto  paraje  *fragoso,  amaneció  nues- 
tra gente  cercada  de  innumerables  indios  y  de  otros  que  no  faltaban  en  las 
medias  laderas  á  la  vista  de  los  nuestros,  en  una   de  las   cuales,  que  hacía   una 


CAP.  XIl)  NOTICIAS   DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  187 

barranca  cortada,  tambiéu  á  la  vista,  hicieron  á  modo  de  altar  con  su  niclio, 
donde  el  Ronquillo  se  entraba  á  hablar  con  el  Demonio  o  á  encomendarse  á  él, 
habiendo  precedido  cierta  oración,  y  hizo  á  sus  soldados  un  razonamiento  de 
buen  Capitán,  animándoles  á  la  empresa,  que  lo  quedaron  tanto  que  á  las  ocho  del 
día  tuvieron  atrevimientode  embestir  á  los  nuestros  por  machas  partes,  con 
sobrada  determinación  de  entrarlos  y  romperlos,  como  lo  hicieran  si  el  General 
con  buenas  trazas  no  ordenara  la  defensa,  de  manera  que  haciéndoles  valiente 
frente  al  primer  ímpetu,  que  duró  más  de  dos  horas  (aunque  quedaron  muer- 
tos dos  e-pañoles  y  otros  muchos  heridos,  quedando  también  muertos  algunos 
indios),  les  hicieron  retirar  á  los  demás,  que  se  hicieron  fuertes  en  las  lomas 
que  caían  sobre  el  Eeal,  donde  tuvieron  luego  refresco  de  comidas  y  chichas 
que  les  trajeron  muchas  indias  y  muchachos,  que  todos  juntos,  auna,  de  cuando 
en  cuando,  daban  grandes  voces,  pretendiendo  atemorizar  a  los  nuestros,  á  quien 
también  acometieron  como  el  primer  día  el  segundo  y  tercero,  hasta  llegar  á 
las  manos  con  mucho  brío,  y  si  el  sitio  donde  estaban  fuera  capaz  para  poder 
pelear  á  nn  tiempo  todos  los  indios  que  había,  no  fuera  posible  escapar  los 
nuestros,  y  aun  se  puso  la  cosa  en  términos  de  desbaratarnos,  pues  no  dejaban 
de  morir  algunos  soldados  (y  á  uno  de  ellos  á  macanazos  le  hicieron  saltar  los 
sesos)  y  otros  heridos  y  muchos  amedrentados  ;  faltaron  balas  y  no  pensamien- 
tos de  dejar  la  tierra  y  salir  á  la  Villa  de  Tenerife  por  Chimila. 

S.^  Pero  la  necesidad,  madre  de  invenciones  y  causa  de  avivar  el  ingenio 
y  trazas,  la  dio  al  General  para  disponer  cómo  librarse  del  aprieto  en  que  se 
veían,  que  fué  causa  también  de  los  buenos  sucesos  que  después  se  fueron  si- 
guiendo  en  la  conquista,  que  fué  mandar  saliesen  del  Eeal,  la  tercera  noche,  del 
cerco  cincuenta  soldados  con  el  Capitán  Juan  Lorenzo,  y  orden  que  habiendo 
marchado  toda  ia  noche  por  trochas  excusadas,  llegando  á  cierto  paraje,  dando 
cargo  de  parte  de  los  soldados  al  Capitán  Pedro  Chiquillo,  marchasen  por  dos 
partes,  de  suerte  que  al  amanecer  tuvissen  cercada  cada  uno  por  la  suya  la 
loma  y  indios  que  se  velaban  repartidos  en  escuadras  con  muchas  lumbres;  sur- 
tió esto  tan  buen  efecto,  que  dando  á  una  las  dos  mangas  sobre  los  salvajes,  des- 
pués de  haber  muerto  á  muchos  con  las  escopetas  y  espadas,  sin  ninguna  resis- 
tencia, los  restantes  se  escaparon,  despeñándose  cada  cual  por  donde  podía, 
buena  ó  mala  parte,  con  que  perecieron  muchos  de  ellos,  y  m^  á  la  mañana,  que 
juntándose  otros  soldados  que  despachó  el  Gobernador  de  socorro,  todos  siguie- 
ron el  alcance  con  tan  gran  estrago  de  los  Carboneros,  que  andando  viva  la 
muerte  entre  miserables,  un  soldado  Juan  de  Saavedra  dijo  por  donaire  á  un 
su  muchacho  :  ''Apareja  el  picador,  porque  hoy  ha  de  haber  buenos  pasteles, 
pues  tenemos  carne  harta."  Tomaron  con  esto  la  vuelta  del  Real,  victoriosos, 
cargados  de  despojos  y  de  muertes  de  indios.  23 


188  FRA.Y   PEDRO  SIMÓN  {7,^  NOTICIA 

4.0  Que  atemorizados  del  suceso  y  de  haber  constimido  á  tantos  la  guerra, 
ya  no  se  atrevían  á  hacerla  descubierta,  sino  con  emboscadas  y  empuyando  los 
caminos,  con  peligro  de  mala  hierba,  que  no  ocultándoseles  nada  á  los  nuestros, 
los  dieron  en  perseguir,  de  manera  que  desvolviendo  cuantas  cimarroneras  había, 
no  hallaban  los  indios  dónde  meterse,  ni  los  nuestros  dónde  perseguirlos ;  tal 
era  lo  encarnizados  que  andaban  por  los  soldados  que  les  habían  muerto  y  he- 
rido, en  cuyas  facciones  se  hurtó  y  mató  validntemente  en  valientes  presas  y 
castigos  que  se  hicieron  en  diversas  salidas.  En  una  que  se  hizo  con  una 
buena  tropa  á  cargo  del  Capitán  Francisco  Sánchez,  habiendo  llegado  al  Valle 
que  llamaron  de  La  Hambre  (por  la  que  allí  tuvieron)  y  tomado  lengua  que 
los  indios  se  habían  retirado  huyendo  hacia  las  cumbres  nevadas,  se  repartieron 
los  soldados  en  tres  escuadras,  y  dejando  hecho  Real  en  un  pueblo  y  habiendo 
despachado  el  caudillo  veinte  el  Valle  arriba,  él  con  catorce  soldados  tomó  la 
vuelta  de  la  montaña  a  la  mano  derecha;  trajo  á  la  escuadra  de  los  veinte  el  in- 
dio guía,  loqueando  de  una  parte  á  otra  dos  ó  tres  días,  que  habiéndolo  enten- 
dido, tomaron  la  vuelta  del  Real,  donde  tengo  para  mí  le  tostaron  los  huesos 
amarrándolo  en  un  buhío,  á  que  pegaron  fuego.  El  caudillo  Francisco  Sánchez 
iba  tan  afecto  en  seguir  un  rastro  que  había  mal  descubierto,  que  aunque  en 
cuatro  horas  no  caminaban  media  legua,  por  la  obscuridad  y  fragosidad  del  ca- 
mino, daba  en  que  se  había  de  seguir  sin  detenerse,  hasta  que  á  petición  de  la 
fatiga  de  los  soldados  se  detuvieron  hasta  la  mañana,  que  pudiera  ser  ninguno 
la  viera  por  el  rigor  del  sitio,  que  era  á  legua  escasa  de  la  nieve,  y  la  poca  ropa 
con  que  se  hallaban,  si  un  Juan  de  Quintanilla,  haciendo  un  mechón  de  todas 
las  cuerdas,  no  encendiera  con  harta  porfía  lumbre,  por  estar  la  leña  mojada, 
con  que  se  reparó  algo  la  mala  noche,  hasta  que  entraron  más  en  calor,  mar- 
chando á  las  primeras  luces,  hasta  dar  en  ciertos  ranchos  de  gente  de  toda 
suerte,  en  quien  hallándolos  dormidos,  se  hizo  buena  presa,  con  que  volvieron 
al  Real. 


CAP.  XIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  189 

CAPÍTULO  XIII 

1.0  Salen  dos  tropas  de  soldados  y  encuentra  la  una  con  el  General  de  los  indios,  que  . 
llamaban  el  Ronquillo— 2.*  Un  soldado  de  Ja  otra  lo  mata,  con  que  consiguen  vic- 
toria— 3.*  Dispónese  otra  entrada  de  buena  copia  de  gente — i.*  Descríbese  el  Valle 
de  la  Caldera  y  su  agradable  disposición. 


A 


UN  con  todos  estos  buenos  sucesos  y  victorias  no  acababan  do  dige- 
rir las  acedías  ni  les  parecía  á  los  españoles  haber  hecho  nada  si  no 
habían  á  las  manos  al  Carbonero  Ronquillo,  que  era  el  nervio  y  raíz  de  toda  la 
guerra,  trazas  y  máquinas  con  que  lo  seguían,  teniendo  por  cierto  que,  preso  ó 
muerto,  volverían  los  indios  á  dar  la  paz,  y  así  teniéndose  noticia  asistía  en  su 
.  pueblo,  y  que  de  allí  salía  en  ocasiones  d  dar  traza  y  fundar  las  estratagemas 
con  que  andaban,  despachó  el  General  dos  tropas,  una  de  sesenta  soldados  á 
cargo  del  Capitán  Juan  Lorenzo,  y  que  ésta  saliese  á  vista  de  los  indios  la 
vuelta  del  pueblo  de  Ronquillo,  y  la  otra  de  cincuenta  con  el  Capitán  Juan  do 
la  Torre,  que  por  diferentes  trochlis  caminando  ocultas  y  de  noche  ambas,  cogie- 
sen al  Eonquillo  en  medio.  Salió  Juan  Lorenzo  y  hallándose  á  boca  de  noche  á 
la  otra  banda  de  un  río  que  pasó  por  puente  de  bejucos,  halló  tan  gran  re- 
sistencia de  galgas  y  ñechas,  que  por  esto  y  ser  la  hora  que  era,  y  aun  por  ha- 
berse retirado  los  indios  á  un  pueblo  que  estaba  sobre  una  cuchilla,  tomó  otro 
rumbo  y  rompiendo  mil  malezas  y  pajonales,  después  de  haber  caminado  toda 
la  noche,  al  romper  del  día  se  hallaron  en  el  alto  de  la  loma,  desde  donde  bajaron 
al  pueblo  que  el  día  antes  les  habían  defendido  la  subida,  y  al  entrar  en  é!,  sin 
que  los  hubieran  sentido,  oyeron  hablar  al  Ronquillo,  que  decía  á  grandes  voces 
que  los  cristianos  se  habían  retirado  de  miedo  sabiendo  estaba  él  allí,  de  que  se 
desengañó  luego,  pues  cerrando  y  embistiendo  al  pueblo,  le  fué  forzoso  huir  la 
vuelta  del  suyo  la  loma  abajo.  A  quien  fueron  siguiendo  más  de  una  legua 
(adelantándose  en  cato  el  Juan  Lorenzo  con  cinco  soldados  más  sueltos), "hasta 
llegar  á  la  margen  de  un  río  muy  cerca  del  pueblo  del  Ronquillo,  el  cual  ha- 
biendo reconocido  que  los  que  lo  seguían  eran  solos  seis  (por  no  haber  visto  á 
los  demás,  que  también  se  iban  desgalgando  la  loma  abajo),  ordenó  una  em- 
boscada de  hasta  veinte  ó  treinta  indios  en  un  alto  frisolar,  subiéndose  él  á  un 
cerrUlo  que  caía  sobre  el  pueblo,  para  ver  desde  allí  el  suceso  de  la  emboscada, 
desde  donde  animaba  á  los  emboscados  cuando  vido  iban  entrando  los  seis  en 
el  frisolar. 

2.°  Habiendo  caminado  la  otra  tropa  del  Juan  do  la  Torre  toda  la  noche 
y  pasado  á  la  mañana  el  río,  el  agua  á  la  cinta,  y  entrado  en  el  pueblo  del  Ron- 
quillo, y  andándole  saqueando  de  gente  y  otros  pillajes,  dos  soldados  hermanos 


190  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7.»  NOTICIA 

(poco  menos  que  mulatos),  Francisco  y  Antón  de  Quintanilla,  oyendo  las  voces 
que  el  Ronquillo  daba  á  los  de  su  emboscada,  y  reconociéndolo,  dijo  el  uno  al 
otro  :  '^  ílermano,  aquel  es  el  Ronquillo,  y  sospecbo  está  toda  la  tierra  sobre 
nosotros.»  El  Francisco,  que  fué  soldado  defama  y  hombre  de  presunción,  alen- 
tado, lindo  escopetero  y  montea lor,  y  sobre  todo  muy  caritativo,  que  partía 
con  soldados  y  gente  pobre  que  se  quería  servir  de  su  casa  cuanto  tenía,  y  tuvo 
encomienda  en  la  Nueva  Córdoba,  dijo  al  hermano  que  se  pusiese  delante,  y 
poniéndole  la  escopeta  en  el  hombro,  que  le  sirvió  de  horqueta,  apuntó  con  tan 
buen  acierto  al  Ronquillo,  quo  le  metió  dos  balas  por  los  pechos,  con  que  cayó 
muerto.  Los  emboscados,  oyendo  la  escopeta  de  esta  otra  parte,  y  viendo  esta- 
ban cercados  de  ambas,  saltaron  huyendo  del  f  risolar  á  tiempo  que  iba  entrando 
en  él  el  Juan  Lorenzo  y  los  suyos,  donde  sin  duda  los  mataran  á  no  haberlos 
librado  Dios  por  este  camino.  Habiéndose  juntado  cada  tropa  por  el  suyo  en  el 
pueblo  y  celebrado  el  suceso  del  Ronquillo  trayendo  la  cabeza,  tomaron  todos 
la  vuelta  del  Real,  donde  la  pusieron  en  un  palo  por  mucho  tiempo,  con  lo 
cual  y  otras  salídillas  que  se  hicieron,  salieron  de  paz  todos  dentro  de  dos 
meses,  y  se  pacificó  del  todo  la  provincia  del  Carbón,  y  lo  estuvo  la  ciudad  de 
Sevilla. 

3.°  Pero  como  no  con  esto  lo  quedaban  las  provincias  convecinas,  y  les 
había  quedado  sabrosa  la  mano  de  los  buenos  sucesos  al  General  y  soldados,  se 
dio  luego  orden,  sin  resfriarse  los  bríos,  que  se  entrara  á  la  provincia  de  Beto- 
ma,  que  aunque  se  dilató  algo,  no  fué  mucho,  por  irse  luego  juntando,  á  la  fama 
de  los  buenos  sucesos,  gente  de  muchas  partes:  Tenerife,  Río  Grande  y  otras, 
con  buenas  municiones  y  armas,  entre  las  cuales  no  fueron  de  la  menor  impor- 
tancia diez  y  ocho  mosqueteros  para  limpiar  á  lo  largo  y  ojear  los  indios  de 
los  altos  cuando  impedían  la  subida  de  ellos.  Dispuesto  á  pique  mucho  de  esto, 
salió  de  la  provincia  del  Carbón  el  General  con  su  gente  hasta  el  primer  pueblo 
de  la  de  Betoma  llamado  Girogueica,  casi  á  la  falda  de  la  Sierra,  una  legua  escasa 
de  lo  llano,  donde  se  hizo  plaza  de  armas  y  se  acabaron  de  juntar  socorros  y 
pertrechos  hasta  la  Pascua  de  Flórez  de  1592,  porque  luego  empezando,  co- 
menzó á  marchar  el  General  Don  Pedro  con  doscientos  y  cincuenta  soldados, 
buenos  pertrechos  y  recato,  la  vuelta  de  la  provincia  ds  Betoma,  y  sin  dificultad 
considerable  (porque  los  indios  reducían  su  pelea  á  poco  más  que  gritar  á  los 
nuestros  desde  los  altos,  disparando  casi  sólo  al  aire  algunas  flechas  y  empu- 
yando  algunos  pasos),  á  diez  y  nueve  de  Abril  se  hallaban  en  el  centro  y  más 
poblado  de  la  provincia  (aunque  la  gente  retirada  d^  sus  casas)  que  llamaron 
la  Caldera,  ó  Valle  de  San  Marcos,  por  ser  el  santo  más  famoso  cercano  á  aquel 
día. 

4.°  Y  porque  si  hay  algún   paraíso  terreno  en  estas  tierras  de  indios,  pare- 


CAP.  XIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   TIRME  191 

ce  ser  éste,  no  excusamos  decir  algo  de  este  Valle,  que  le  pusieron  ahora  estos 
dos  nombres  los  nuestros,  Caldera  y  Valle  de  San  Marcos.  Está  todo  coronado 
de  altas  cumbres,  desde  donde  hasta  lo  hondo  habrá  ocho  leguas,  por  partes 
menos,  todas  sus  cuchillas  quebradas,  de  dulcísimas  aguas  de  oro  (que  como 
culebras  de  cristal  se  deslizan  de  sus  cumbres  hasta  lo  profundo  del  valle), 
espaldas  y  amagamientos  poblados  de  crecidos  pueblos  de  indios,  que  se  veían 
todos  de  todas  partes  de  sus  laderas  con  agradable  vista,  los  más  de  mil  casas 
grandes  que  habría,  que  en  cada  una  vivía  una  parentela;  pero  lo  que  más 
deleitaba  la  vista  era  sus  muchas  plantas  de  raíces  y  maíces,  batatas,  yucas, 
ñames,  ahuyamas,  ajíes,  algodonares,  y  las  arboledas  casi  todas  frutales,  cier- 
tos manzanos,  guamos,  guáimaros,  mamones,  guayabos,  ciruelos,  euros,  piño- 
nes, plátanos  y  otros  muchos  fructíferos,  y  de  madera  para  sus  casas  y  quemar 
en  los  buhíos  del  Diablo,  donde  (como  dijimos)  ardía  fuego  toda  la  vida,  de 
leña  olorosa,  que  los  tenían  estos  caneyes  y  otros  en  que  guardaban  sus  joyas, 
plumas  y  mantas  y  donde  hacían  sus  fiestas  y  bailes  de  extraña  grandeza  (pues 
eran  los  más  de  á  sesenta  y  setenta  pies  de  á  tercia  de  largo),  limpieza  y 
curiosidad,  como  la  tenían  en  los  patios  enlosados  de  grandísimas  y  pulidas 
piedras,  con  sus  asientos  de  lo  mismo,  como  también  los  caminos  de  lajas  de  á 
tercia.  En  cierto  pueblo  había  una  escalera  bien  labrada  do  seis  ó  siete  escalo- 
nes de  vara  de  alto,  y  otra  angosta  por  medio  para  subir  á  ésta,  donde  se  po- 
nían á  ver  las  fiestas  que  se  hacían  abajo  en  un  extendido  y  bien  losado  patio. 
Hablo  á  las  veces  de  pretérito  y  otras  de  presente,  porque  estas  cosas  algunas 
permanecen,  y  de  otras  no  hay  rastro. 

Levántase  sobre  todo  encarecimiento  la  gala,  limpieza  y  curiosidad  de 
estos  naturales,  las  mantas  pintadas  de  colores  varios  en  el  telar.  No  había 
indio  ni  mujer  que  no  tuviese  terno  de  joyas,  orejeras,  gargantillas,  coronas, 
bezotes,  moquillos  de  fino  oro,  pedrerías  finas  y  bien  labradas,  sartas  de  cuen- 
tas. Las  muchachas  todas  traían  al  cuello  cuatro  ó  seis  moquillos  de  oro, 
de  peso  de  doce  á  quince  castellanos.  Su  vestido  ordinario  son  dos  mantas 
de  algodón  pintadas;  cuando  caminan,  llevan  abanicos  de  pluma  y  palma. 
En  las  quebradas  tenían  hechos  á  manos  albercones  para  bañarse.  Eran 
tantas  y  tan  curiosas  las  cosas  de  plumería,  que  no  se  pueden  decir;  capas  como 
mucetas,  rosas,  flores,  clavellinas,  abanicos,  aventadores,  vestidos,  justillos  cu- 
biertos de  pluma,  Mohanes  grandes  cubiertos  de  lo  mismo,  y  otros  de  pedrería, 
bonetes  forrados  de  cocuyos,  vestidos  de  pellejos  de  tigre;  criaban  papagayos» 
guacamayos  y  tominejos,  para  sólo  la  pluma,  que  les  pelaban  cada  año;  otros 
matan  con  cerbatanas  y  sutiles  flechas  para  lo  mismo,  y  otros  habían  por 
mantas  de  algunos  españoles,  mercachifles  que  entraban  á  eso  á  la  Ciénega. 
Tenían   en   cierta   loma  hecho  un  flechadero,  donde  se  ejercitaban  unos  contra 


192  FRAY    PEDRO    SIM(5n  (7.*  NOTICIA 

Otros,  7  aunque  alguno  saliese  herido,  no  era  causa  de  enojo.  El'as  hilaban 
nprisa  y  muy  delgado,  y  ellos  tejían  despacio  y  muy  curioso.  Decía  un  soldado 
que  había  visto  en  un  colmenar  en  aquel  valle  más  de  ochenta  mil  colmenas, 
y  era  que  las  casas  eran  diez  mil,  y  en  cada  una  había  de  diez  para  arri- 
ba; eran  unas  ollas  grandes  ó  mucuras  donde  hacían  su  miel  muy  dulce,  por  ser 
de  flor  de  guamos,  unas  abejas  pequeñuelas,  no  en  panales,  sino  en  bolsas 
grandes  de  cera,  y  olía  á  la  flor.  Los  pueblos  serían  como  doscientos  y  cincuen- 
ta, y  los  más  obedecían  á  un  Cacique  llamado  Guacanaoma,  aunque  no  había 
ni,nguno  que  no  tuviese  Cacique  ó  Mohán;  y  al  fin  en  toda  la  Caldera  todo  era 
fiestas,  bailes,  limpieza,  delicia  y  ociosidad,  pues  con  muy  poco  trabajo  tenían 
largamente  la  comida  y  vestido,  que  como  el  indio  no  atiende  á  más,  tenien- 
do esto,  todo  se  ocupa  en  ociosidad,  y  así  ha  menester  el  español  forzarlos  á  que 
trabajen;  por  donde  se  confirma  lo  que  dijimos  en  nuestra  primera  parte 
tratando  al  principio  de  estos  indios  y  su  origen,  que  se  cumplía  en  ellos  la 
profecía  de  Isacar,  que  se  había  de  estar  lo  más  del  tiempo  echado,  como  éstos 
lo  hacen. 

Salió  toda  esta  provincia  ó  Valle  de  la  Caldera  de  paz  á  los  nuestros,  sin 
sucederles  cosa  adversa  notable  ;  se  puede  advertir  lo  que  con  un  Mohán  les 
sucedió  el  primer  día  que  llegaron  al  Valle,  el  cual  queriendo  dar  á  entender 
que  sólo  él  podía  con  todos  los  soldados,  les  daba  temerarias  voces  á  vueltas  de 
muchas  flechas,  y  habiéndolo  á  las  manos  veinte  soldados  que  fueron  por  él,  y 
trayéndolo  al  Eeal,  no  sé  cómo  asió  una  escopeta  nuestra,  con  que  comenzó  á 
hacer  algunas  leonerías,  diciendo  pelearía  con  todos,  y  vino  á  parar  la  fiesta  en 
quedar  él  colgado  y  abrasado  su  pueblo. 


CAP.  XIV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  193 

CAPÍTULO  XIV 

1.  Fúndase  la  ciudad  de  Córdoba  y  viene  el  Licenciado  Francisco  Manso  á  tomar  Residen- 
cia al  Gobernador  Marmolejo,  y  queda  él  por  Gobernador— 2.°  Encomienda  de  nue- 
vo los  indios  de  Sevilla  y  Córdoba,  y  pretenden  los  indios  alzarse — 3."  Hácense  entra, 
das  á  las  provincias  de  Betoma. 


T 


lENIENDO  ya  de  paz  y  recoDocida  toda  esta  provincia,  llego  nueva 
al  General  Don  Pedro  de  Cárcamo  cómo  venía  á  tomar  Eesidencia, 
y  aun  por  nuevo  Gobernador  (como  sucedió),  el  Licenciado  Francisco  Mancio  ó 
Manso  de  Contreras,  con  que  tomó  luego  la  vuelta  de  la  provincia  del  Carbéil 
con  cosa  de  cincuenta  hombres,  y  entre  ellos  la  Justicia  Mayor  y  Regimiento 
de  la  nueva  ciudad  de  Sevilla,  que  se  andaba  con  él,  y  habiendo  entrado  en  el 
primer  pueblo  y  exhortado  á  todos  á  la  paz  y  conse/'vación  de  la  nueva  ciudad, 
sin  pasar  adelante,  tomó  la  vuelta  de  la  provincia  te  Betoma,  donde  buscando 
un  sitio  á  propósito,  á  siete  de  Mayo  de  este  añc.do  1592,  habiendo  precedido 
las  acostumbradas  diligencias,  pobló  una  ciudarr  en  nombre  del  Rey,  á  quien 
llamó  por  su  devoción  la  Nueva  Córdoba,  y  le  ^nombró  Justicia  y  Regimiento; 
Alcaldes,  el  mismo  Don  Miguel  de  Orosoo,  su  her^jiano,  que  debió  de  haber  re- 
nunciado la  vara  de  Sevilla,  y  el  otro  el  Capitán  Andrés  Núñez  Chacón,  y  ha- 
biendo hecho  descripción  de  los  naturales  de  la  jurisdicción  que  le  señalaron  á 
la  ciudad  nueva,  se  repartieron  en  ochenta  encomenderos  Capitanes  y  soldados, 
que  quedaron  vecinos  en  ella.  Como  en  la  Nueva  Sevilla  habían  quedado  trein- 
ta encomiendas,  harto  pingües  las  unas  y  las  otras  si  fueran  del  todo  seguras, 
ha  mudado  después  Córdoba  cuatro  sitios  hasta  el  que  tiene  ahora  junto  al  mar, 
cuatro  leguas  de  Santa  Marta,  y  una  de  la  Ciénega.  Yá  á  este  tiempo  había 
llegado  á  Santa  Marta  el  Francisco  Mancio  de  Contreras,  pues  entró  por  San 
Juan,  en  Junio  de  este  mismo  año  de  1592.  Era  natural  de  Tierra  de  Campos  en 
Castilla  la  Vieja,  que  después  fué  Fiscal  y  Oidor  en  las  Chancillerías  de  Santo 
Domingo  y  Panamá  y  murió  Alcalde  de  Corte  en  México.  Traía  recados  para 
tomar  Residencia  al  Gobernador  Marmolejo  y  cuenta  del  cumplimiento  de  sus 
capitulaciones,  y  que  si  no  hubiese  sido  tal  como  debía,  le  privase  del  Gobier- 
no y  quedase  él  gobernando  hasta  que  otra  cosa  se  le  ordenase  del  Consejo; 
materia  de  que  ya  he  hablado  en  otras  ocasiones  semejantes,  que  por  ser  odiosa  la 
siguen  mil  peligros  ;  pero  no  pudiendo  atajar  que  cada  uno  eche  á  volar  su 
juicio,  empleándolo  en  juzgar  á  su  modo  de  todos  los  sucesos,  en  éste  hubo 
muchos  que  tuvieron  por  intempestiva  y  anticipada  esta  Residencia  (no  he  al- 
canzado si  hubo  quejas  del  Marmolejo) ;  decían  que  si  él  se  había  obligado  á 
hacer  la  pacificación  en  seis  años  y  á  su  costa  y  no  habían  aún    pasado  tres,  en 


194  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.^   NOTICIA 

que  había  gastado  de  sus  expensas  cuatro  ó  seis  mil  pesos,  en  que  había  puesto 
la  Gobernación  muy  de  otro  pelo  que  la  recibió,  que  no  era  tiem|)o  de  venirle 
á  pedir  cuentas  tan  temprano,  pues  aun  á  los  Gobernadores  perpetuos  se  les 
toman  visitas  de  seis  en  seis  años  (hablando  por  lo  general,  y  quien  hizo  esta 
costumbre  puede  hacer  otra,  en  especial  sobreviniendo  causas)  y  que  si  los  gas- 
tos eran  de  su  hacienda,  sin  ayuda  de  costa  de  otros,  ¿  qué  cuentas  había  de  dar 
do  sus  bienes  ?  Estas  y  otras  razones  se  echaban  en  socorro,  con  algunas  inquie- 
tudes de  los  aficionados  del  Marmolejo. 

Todo  lo  cual  no  obstante,  hubo  muchas  informaciones  secretas  de  bienes, 
como  si  los  gastos  hubieran  sido  de  Hacienda  Real,  prisiones  y  últimamente 
condenaciones,  y  quedándose  gobernando  el  Manso  (cosa  clara  que  había  de  sor 
así),  envió  al  Marmolejo  á  Castilla,  que  murió  en  la  Habana  en  prosecución  de 
su  viaje,  y  acompañándolo  en  él  su  sobrino  y  Gobernador  Don  Lope  de  Orosco, 
que  también  iba  á  mejorar  p  Justicia,  también  murió  ahogado  en  la  mar  des- 
pués de  desembocado  del  Ca'íaal  de  Bahama,  que  fué  el  fin  que  tuvo  el  Gobierno 
de  Marmolejo  y  Orcsco. 

2.*^  Viéndose  ya  Gobernad  y  el  Licenciado  Francisco  Manso  ó  Mancio,  y 
hecho  dueño  de  la  Gobernación,  quiso  tambie'n  hacerse  de  las  acciones  del 
Marmolejo,  pues  visitando  lué¿o  las  nuevas  poblaciones  de  Sevilla  y  Córdoba, 
encomendó  de  nuevo  los  indios  do  ambos  (no  sé  si  expolearon  á  esto  quejosos 
del  primer  repartimiento,  que  siempre  los  hay),  que  en  lo  que  toca  á  los  de 
Córdobaj  parece  tuvo  alguna  justificación,  por  haberle  poblado  estando  él  ya  en 
Santa  Marta  (como  hemos  visto),  aunque  no  Gobernador,  y  aun  porque  había 
grandes  enjagües  y  trastrueques  de  las  encomiendas  de  unos  en  otros  y  aun 
en  venderlas  y  arrendarlas,  procuró  luego  el  Gobernador  reparar  este  daño 
(que  lo  es  terrible  para  estos  indios)  enviando  al  Consejo  á  pedir  recados  contra 
esto,  que  se  despacharon  luego  como  convenía,  mandando  se  pudiesen  enco- 
mendar de  nuevo  los  repartimientos  por  defecto  de  cuatro  meses  do  ausencia 
del  encomendero,  de  la  cual  cédula,  que  se  libró  para  este  efecto  sólo  en  esta  Go- 
bernación, quieren  aprovecharse  otros  Gobernadores  en  otros  Gobiernos,  y  con 
efecto  se  ejecuta  á  las  veces.  No  sé  la  justificación  de  esto  en  otras  partes,  pero 
aquí  fué  importantísima. 

Queriendo  probar  la  mano  en  los  bríos  del  nuevo  Gobernador  (como  lo 
hacían  todos)  ios  indios  Betomas,  comenzaron  luego  á  inquietarse,  y  comenzó 
también  la  Nueva  Córdoba,  poblada  en  sus  tierras,  por  los  muchos  daños  que 
luego  comenzaron  á  hacer  con  muertes  de  española^  en  guerras  y  otros  aco- 
metimientos, sin  querer  acudir  á  sus  encomenderos.  No  podía  apaciguarlos 
una  escuadra  de  españoles  que  andaba  lo  más  del  tiempo  en  sus  tierras;  todo 
andaba  de  behetría  y  mala  tinta,  sin  seguridad  en  los  caminos,  sin  poderlo  ata- 


CAP.   XIV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  195 

jar  muchos  castigos  que  se  hicieron  en  diversas  salidas.  Ea  una  sucedió  que 
volviendo  de  ella  entre  los  otros  soldados  que  traían  amarradas  las  piezas  que 
les  había  tocado  de  los  rancheos,  un  extranjero  llamado  Manjalaobeta  traía 
amarrados  un  indio  y  una  india  con  la  cuerda  del  arcabuz,  y  atado  el  cabo  á  la 
muñeca,  y  al  pasar  el  estrecho  de  una  loma,  se  arrojó  el  indio  á  un  lado,  lle- 
vándose tras  sí  á  los  dos  con  tan  mal  suceso,  que  el  indio  so  hizo  pedazos,  pues 
cayó  debajo,  la  india  murió  luego,  y  el  soldado  quedó  tin  maltratado  de  acarde- 
nalado, é  hinchado,  que  en  mucho  tiempo  no  volvió  en  sí,  y  quedó  hasta  hoy 
puesto  al  paso  el  nombre  del  soldado. 

3.^  Con  cuarenta  hizo  otra  entrada  el  Capitán  Francisco  Sánchez  de  Vera, 
y  habiendo  llegado  á  lo  último  de  la  provincia  de  Betoma,  y  rancheádose  en 
dos  buhíos  nuevos  en  el  pueblo  de  Don  Pedro  de  Cárcamo,  vinieron  de  noche 
á  dar  sobre  ellos  los  indios,  con  tanta  confianza  de  acabar  con  todos,  que  ésta 
no  les  dejó  traer  armas,  pareciéndoles  bastar  sus  brazos  (orden  del  cielo),  que  á 
traerlas,  salieran  con  su  intento,  pues  por  ser  los  caneyes  nuevos,  no  tenían  ta- 
pados de  barro  los  bahareques,  por  donde  podían  flecharlos  á  montón  sin  errar 
tiro,  si  no  los  sentían  antes,  como  lo  hizo  el  soldado  de  posta  que  los  descubrió 
á  la  luz  de  un  relámpago,  que  iba  ya  llegando  y  dando  arma,  disparando  el 
arcabuz  sin  pasar  adelante;  viendo  eran  sentidos,  revolvieron  atrás  y  encontran- 
do de  paso  en  otro  buhío  al  indio  lengua  y  otro,  los  maltrataron  á  palo  por  su 
descuido,  que  todo  fué  causa  de  excusar  otros  y  andar  con  más  cuidado  de  allí 
adelante,  y  por  pedirlo  así  la  necesidad,  pues  no  había  seguro  en  alguna  pro* 
vincia,  por  el  mal  ejemplo  qiie  se  daban  las  unas  á  las  otras  (que  es  tan  pode- 
roso como  esto),  y  así  andando  tan  en  sus  bríos,  fué  necesario,  bien  entrado  ya 
el  año  de  lo93,  intentar  cortar  los  de  Tairona,  como  se  puso  en  ejecución  con 
alguna  gente  suelta  de  los  pueblos  nuevos  Sevilla  y  Córdoba,  y  con  otros  vein- 
te que  trajo  del  Eío  Grande  Gaspar  de  Maqueda,  que  fué  á  eso,  ya  con  título 
de  Maese  de  Campo  de  esta  jornada,  y  con  algunos  otros  vecinos  que  quisieron 
hallarse  en  ella,  que  por  todos  se  juntarían  hasta  ochenta.  Con  que  salió  de  la 
ciudad  de  Córdoba  el  Maese  de  Campo  Almonacir,  con  título  de  General  de 
ella,  que  fué  á  esto  desde  el  Valle  de  Upar  (importunado  del  Gobernador),  don- 
de había  días  se  había  retirado  á  su  casa,  y  siendo  forzoso  pasar  á  la  de  Tairo- 
na por  la  provincia  de  Betoma,  le  hicieron  en  ésta  tan  valiente  frente,  y  le  die- 
ron tal  priesa,  que  le  obligaron,  sin  poder  pasar  adelante  donde  pretendía,  á  tomar 
la  vuelta  de  Córdoba,  desbaratado,  con  muerte  de  algunos  españoles,  y  sin  nin- 
guna honra  de  nuestras  banderas;  desgaritándose  de  allí  muchos  soldados  á  sus 
mayores  comodidades,  el  Almonacir  se  volvió  á  la  de  su  casa,  como  también  lo 
hizo  Don  Pedro  de  Cárcamo  á  la  suya   de    Santa   Marta,    cansado  ya  de   tanta 

guerra  como  había  ejercitado  en  todas  aquellas   provincias  con  su  padre   Don 

24 


196  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.^  NOTICIA 

Lope  de  Orosco,  y  aun  antes  quo  él  viniera  al  Gobierno,  y  después  con  Mar- 
molejo,  y  ahora  con  el  Licenciado  Manso,  que  también  corrió  por  su  cuenta  la 
mayor  parle  de  la  guerra,  que  yéndose  empeorando  cada  hora,  le  dio  do  mano, 
no  sé  si  oblio;ado  de  ocasiones  de  enfado. 


CAPÍTULO  XV 

l.°  Preténdese  el  reparar  muchos  daños  que  hacen  los  indios  y  háceseles  un  requeri- 
miento—-2.*^  Lo  que  responden  á  él  los  indios— 3."  Buenos  sucesos  da  nuestros  sol- 
dados—á.°  Vende  un  indio  á  los  amotinados  de  un  pueblo. 

VIÉNDOSE  obligado  el  Gobernador  Manso  al  reparo  de  tantos  daños 
como  hacían  todos  los  indios  en  toda  la  tierra  con  crueles  muertes 
de  españoles  y  gente  de  las  haciendas  del  campo,  ganados,  talas  de  labranzas, 
sin  haber  hora  segura  en  los  caminos  ni  aun  en  los  pueblos,  á  donde  tampoco 
querían  acudir  al  servicio  de  sus  encomenderos,  le  fué  forzoso,  siendo  los  daños 
comunes,  obligar  á  toda  la  guarnición  acudiese  con  gente  y  á  las  expensas  y  gas- 
tos de  las  entradas,  y  presidios  necesarios  que  de  forzoso  se  habían  de  hacer  para 
el  sosiego  de  todos  ;  y  así  habiendo  echado  una  contribución  de  gente  y  dinero  á 
todos  los  pueblos  del  Gobierno,  cada  cual  acudió  con  lo  que  pudo  de  lo  uno  y 
lo  otro,  con  que  se  juntaron  y  dispusieron  buenos  pertrechos  de  guerra,  y  hasta 
ciento  y  cincuenta  soldados  bien  alentados  en  la  ciudad  de  Córdoba,  y  señaló 
por  General  al  Capitán  Juan  Martín,  y  por  Maese  de  Campo  á  su  hermano  An- 
tón Martín,  que  vinieron  á  esto  de  la  Villa  de  Tenerife.  Puesto  ya  todo  á  pique 
para  la  entrada,  con  algunos  caballos,  perros  y  gente  de  servicio,  á  los  primeros 
pasos  del  año  siguiente  de  1594:  guiaron,  todos  los  suyos  la  vuelta  del  Valle  de 
la  Caldera  de  San  Marcos,  en  cuyas  cumbres  se  hallaron  los  soldados  á  dos  días 
de  camino,  no  sin  pequeñas  dificultades  de  resistencias  de  los  indios  ;  que  no 
tomaron  alto  los  nuestros  que  no  fuese  á  fuerza  de  arcabiizasos,  y  si  aun  los 
sitios  fueran  lugar  á  que  pudieran  pelear  juntos  todos  los  indios  que  había,  los 
pusieran  en  muy  mayores  aprietos. 

2.°  Llevaba  el  General  un  muy  buen  ordenado  requerimiento  para  noti- 
ficárselo á  los  indios,  y  para  esto  se  bajó  una  tarde  de  la  loma  donde  estaba  el 
Eeal,  á  una  media  ladera,  con  el  escribano  de  la  jornada,  llamado  Sebastián  de 
Bustamante,  y  media  docena  de  soldados  y  un  indio,  kuena  lengua.  Estaba  el 
sitio  bien  poblado  de  buhíos,  y  mucho  más  otros  á  la  vista  de  aquél,  y  todas  las 
chppas  fronteras  de  muchos  indios  gritones,  que  sin  cesar  lo  hacían,  y  habién- 
doles dicho  que  callaran  y  escucharan,  y  ellos  hécholo  así,  fué  el  escribano  di- 


CAP.  XV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  197 

ciéndole  muy  despacio  al  indio  lengua,  y  él  á  grandes  voces  á  todc'S  los  de  en- 
frente, de  esta  manera  :  que  bien  sabían  que  habían  dado  la  paz  muchas  veces 
y  sujetádose  al  servicio  del  Rey,  en  cuya  virtud  estaban  encomendados,  y  se 
les  hacían  buenos  tratamientos  y  se  deseaba  viniesen  en  conocimiento  de  Dios 
Todopoderoso  y  en  las  demás  cosas  de  la  fe  y  que  viviesen  en  pureza  ;  y 
que  ellos,  por  el  contrario,  habían  quebrantado  la  paz  y  muerto  algunos  espa- 
ñoles y  herido  á  muchos  y  hecho  muchos  robos  y  salteamientos  y  otros  delitos 
atroces  y  dado  con  esto  causa  a  las  guerras  pasadas  y  las  que  so  esperaban  si 
no  se  quietasen,  y  así  que  les  requería  una  y  las  veces  que  fuese  necesario  de 
parte  del  Eey  y  de  su  Gobernador,  suya  y  de  todos  los  vecinos,  que  si  querían  de 
nuevo  ser  sus  amigos  y  volver  á  la  paz  que  habían  dado  y  vivir  quieta  y  pací- 
ficamente en  sus  tierras,  se  les  perdonaría  todo  lo  pasado  y  serían  tratados 
como  buenos  vasallos,  conservándolos  en  toda  justicia  y  paz;  y  de  lo  contrario  les 
protestaba  hacer  con  todo  rigor  la  guerra  y  castigo  que  merecían,  corriendo  por 
su  cuenta  los  daños,  muertes  y  desasosiego  que  se  recreciesen,  sin  que  pudiesen 
alegar  ignorancia. 

2.0  Habiendo  oído  y  entendido  bien  la  notificación,  respondió  un  indio  en 
nombre  de  todos  á  muy  altas  voces  (que  debió  de  ser  el  pregonero,  que  entre 
ellos  es  oficio  estimadísimo,  pues  es  la  segunda  persona  inmediata  á  la  nobleza 
del  Cacique),  diciendo  que  aquella  tierra  era  suya,  donde  Dios  los  había  criado 
y  dado  para  su  vivienda,  y  que  estando  ellos  pacíficos,  sin  hacer  mal  á  nadie, 
habían  venido  los  españoles  advenedizos  y  entrándose  por  ellas  y  sus  casas  se 
las  habían  robado  con  sus  hijos  y  mujeres,  haciéndolos  esclavos  por  fuerza,  y 
que  de  las  muertes  sucedidas  habían  sido  los  españoles  la  causa  y  no  ellos,  y 
que  estaban  dispuestos  á  la  paz  como  ellos  se  fuesen  y  los  dejasen  en  sus  tierras, 
y  que  á  no  hacerlo  así,  habían  de  pelear  hasta  morir,  por  estar  ya  escarmenta- 
dos de  que  habiéndoles  prometido  á  los  principios  la  paz,  no  se  la  habían 
guardado,  antes  con  mil  vejaciones  les  hacían  trabajar  como  esclavos,  y  otras 
razones  que  añadieron  á  esto.  Por  lo  cual  se  les  volvió  hacer  segunda  y  tercera 
vez  el  requerimiento,  que  todo  se  vino  á  concluir  con  decir  que  saldrían  de 
paz,  si  el  Gobernador  y  los  demás  les  volviesen  las  mujeres  y  chusma  que  les 
tenían  y  les  hiciesen  de  nuevo  las  casas  que  les  habían  quemado,  con  que  se 
acabó  la  diligencia,  y  tomó  el  General  la  vuelta  de  su  Real,  que  mudó  otro 
día  a  un  pueblo  de  la  encomienda  de  Don  Miguel  de  Orosco,  que  está  casi 
enmedio  de  la  Caldera  á  la  banda  de  Posigueica. 

3.0  Donde  se  tomó  orden  que  dividida  la  gente  en  dos  escuadras  de  á 
sesenta,  á  cargo  de  los  Capitanes  Francisco  Sánchez  y  Juan  Lorenzo,  cada  día, 
al  cubrir  las  luces,  saliera  la  una  y  volvierít  otro  día  en  que  salía  la  otra,  y 
yendo   á   diferentes  pueblos,   se   desvolviese  la   tierra  y  trastornasen  cuantos 


198  FRAY   PEDEO   gIM(5N  (7.^  NOTICIA 

rincones  y  cimarroneras  encontrasen,  y  permaneciendo  en  esta  orden  seis  con- 
tinuos meses  (que  lo  que  la  permanencia,  consistencia  y  porfía  no  acaban  bien 
se  le  puede  dar  de  mano)  desde  una  hasta  seis  leguas,  de  tal  suerte  apretaron  y 
acosaron  los  indios,  que  no  hallaban  rincón  donde  meterse;  prendiéronse  mu- 
chos de  todas  edades,  hombres  y  mujeres,  con  grandes  rancheamientos,  lleván- 
dolo todo  abarrisco  la  condición  y  conciencia  soldadesca,  que  aunque  hubo 
algún  soldado  muerto  y  otros  heridos  de  las  muchas  flechas  con  que  en  ocasio- 
nes se  defendían,  todo  fué  muy  menos  que  el  mucho  daño  que  los  naturales 
recibieron  y  casos  que  les  sucedieron,  entre  los  cuales  fueron  dos  los  más  me- 
morables: el  uno  que  habiendo  llegado  un  indio  Eabón  al  puesto  donde  estaban 
los  soldados  de  guardia  en  lo  alto  del  Real  (llaman  los  nuestros  indios  Rabones 
á  unos  que  por  muy  valientes  y  que  se  han  mostrado  en  muchas  ocasiones, 
traen  una  cola  de  cabellos,  larga,  colgada  de  la  cintura  por  detrás,  en  señal  de 
su  valentía,  á  quien  ellos  llaman  manicatos),  avisaron  los  soldados  desde  el 
puesto  cómo  iba  un  indio,  y  lo  encaminaron  que  bajase  á  donde  estaba  el 
General  y  le  diese  el  recado  que  traía;  pero  el  indio,  en  la  distancia  que  había 
de  los  soldados  al  pueblo  ó  al  Real,  quebró  por  un  lado,  y  sin  que  lo  viese  sol- 
dado del  pueblo,  tomó  la  vuelta  del  suyo,  donde  cantó  victorias  diciendo  que 
por  ser  Mohán  había  entrado  y  salido  de  entre  los  españoles,  sin  quo  ninguno 
lo  hubiera  detenido  ni  atrevídose  á  hacerle  daño,  que  no  creyéndolo  en  su  pue- 
blo, se  ofreció  volver  segunda  vez  con  un  testigo,  con  quien  llegó  al  mismo  pues- 
to de  los  soldados  de  guardia,  uno  de  los  cuales  bajó  con  los  dos  porque  no 
sucediera  lo  que  la  vez  pasada,  y  habiendo  llegado  al  Real  y  examinado  el  Ge- 
neral al  testigo,  dicha  la  verdad  del  embuste  del  Rabón,  dejando  á  éste  preso, 
soltó  libre  al  testigo  y  habiéndose  enterado  cuan  aventajado  Mohán  y  embus- 
tero era  sobre  todos  los  de  aquella  tierra,  b  levantaron  de  ella  en  un  palo, 
con  que  perdió  la  vida. 

Lo  que  también  le  sucedió  á  otro  (ó  sea-  el  otro  caso),  que  habiéndole  per- 
suadido el  Demonio  que  viniese  al  Real  de  los  nuestros,  y  que  él  solo  bastaría  á 
echarlos  de  la  tierra,  se  determinó  una  noche  al  hecho,  y  acompañado  del  Diablo 
en  forma  visible  (para  darle  esfuerzo  al  hecho),  vino  á  los  ranchos  de  los  sol- 
dados, y  llegando  al  que  estaba  de  posta,  prendió  al  indio  y  lo  trajo  al  cuerpo  d^ 
guardia,  donde  estuvo  en  una  corriente  hasta  que  se  averiguó  esta  verdad  y  la 
familiaridad  que  tenía  con  el  Demonio,  no  sólo  por  la  confesión  de  los  indios  sus 
paisanos,  sino  por  la  suya  propia,  con  que  se  juzgó  digno  de  la  misma  muerte 
que  el  pasado  y  así  corrió  igual  fortuna.  V 

Visto  la  buena  que  les  había  ido  corriendo  desde  que  se  alojaron  en  este 
puesto,  mudaron  ranchos  á  otro 'pueblo,  tres  leguas  al  Oeste,  de  donde  se  daba 
vista  al  mar  y  á  los  indios  de  la  Ciénega,   con  intentos  de  hacer  las  salidas  por 


CAP.  XV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  199 

otros  rumbos.  Túvose  aquí  la  Semana  Santa  con  monumento  y  disciplina  y  todo 
lo  concerniente  á  las  ceremoDias  santas  del  tiempo,  en  cuanto  dio  lugar  la  comodi- 
dad, j  cuando  la  hubo  de  salidas,  no  hubo  descuido  en  hacerlas  con  tan  bnenos 
efectos  en  todas,  que  ya  de  tantas  trasnochadas  y  albazos,  presas  y  ranchea- 
raientos,  no  hallaban  los  pobres  indios  rincón,  cueva  ni  capa  que  los  ocultase,  y 
aun  los  soldados  no  disimulaban  el  cansancio  de  tanta  asistencia. 

4.**  Mientras  la  hicieron  aquí,  sucedió  que  en  un  pueblo  grande,  de  un  tiro 
de  mosquete  del  Real,  llamado  Guarinea  (encomienda  de  Don  Diego  de  PinedsJ, 
se  recogían  al  secreto  muchos  indios  de  los  rebelados,  de  que  dando  aviso  al  Ge- 
neral uno  de  los  naturales  del  pueblo,  se  les  dio  una  trasnochada  con  todos  los 
soldados,  cercando  el  pueblo  muy  despacio  todos,  que  á  pié  quedo  en  sus 
casas,  dentro  de  una  hora  cogieron  más  de  quinientas  piezas,  que  trayéndolas  al 
Real,  se  repartieron  ó  entregaron  á  sus  encomenderos  y  á  muchos  que  se  halla- 
ron de  los  Valentejos  se  les  echd  (por  más  culpados)  marca  de  orejas  y  de 
dedos  cortados,  que  de  esto  y  de  colgar  hubo  lo  que  bastó  y  aun  lo  que  sobró, 
y  no  me  atrevo  íl  decir.  El  indio  que  dio  ol  soplo,  vino  al  Real,  y  habiéndole 
dado  el  General  una  grave  reprensión  en  público,  tratándole  de  encubridor  de 
gente  alzada,  le  hizo  arrimar  á  un  tronco  y  ponerle  el  cordel  á  la  gargante  para 
darle  garrote,  que  se  lo  paró  aquí  por  aparentes  ruegos,  porque  así  lo  trajo  el 
mismo  indio,  por  sacar  de  sospechas  á  los  del  pueblo  que  de  él  había  sido  el  aviso: 
cada  cual  sabe  su  negocio.  Esto  no  fué  de  tan  poca  importancia  que  no  fuesen 
luego  saliendo  los  indios  de'^^az  al  Real  y  poblándose  los  pueblos  y  acudiendo 
los  encomenderos  á  sus  repartimientos  seguros,  y  recogiéndolos  y  acariciándolos, 
se  fué  reduciendo  mucho  por  bien  y  á  buena  amistad,  que  la  guardaron  con 
quietud  y  sin  alteración  y  con  buenos  servicios,  antes  de  ellos  resultaba  su 
consumo  hasta  el  alzamiento  que  diremos  en  tiempo  del  sucesor  en  el  Gobierno. 


200  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7.»  NOTICIA 

CAPÍTULO  XVI 

1."  Puebla  el  Gobernador  Manso  tres  ciudades  españolas— 2.°  Puebla  después  la  cuarta, 
y  lo  que  precedió  á  la  población — 3°  Quema  Francisco  Drake  las  ciudades  de  Santa 
Marta  y  La  Hacha,  y  pretende  su  reparo— 4,°  Vienen  religiosos  de  nuestra  Orden  á 
Santa  Marta. 


E 


NTEE  otros  cuidados  con  que  el  Gobernador  Manso  solicitabu  los 
buenos  sucesos  y  bienestar  de  su  Gobernación,  no  £iié  el  que  rae- 
nos  le  desvelaba,  desear  acrecentarle  nuevos  cimientos  y  ciudades  españolas,  á 
que  convidaban  la  anchura  y  dilatación  de  las  provincias,  y  tan  llenas  todavía 
de  naturales,  si  bien  no  faltaba  quien  dijese  se  movía  á  eso  el  Gobernador  so- 
licitado de  barruntos  ó  á  lo  menos  de  deseos  de  que  de  esto  le  resultaría  mer- 
ced de  algún  título  de  Marqués  ú  otro  ;  que  sea  de  esto  lo  que  fuere,  al  fin  se 
les  dio  principio  á  cuatro  ciudades,  enviando  ó  dando  comisión  al  Capitán  Bar- 
tolomé de  Aníbal,  para  que  en  el  paso  que  llaman  del  Adelantado,  en  los  indios 
que  caen  á  la  parte  de  las  sierras  que  confinan  con  las  de  la  ciudad  de  Ocaña, 
fundase  una,  que  fué  la  primera,  como  lo  hizo  con  alguna  poca  de  gente,  á  quien 
puso  por  nombre  Becerril  de  Campos,  que  sustentó  á  sus  expensas  el  mismo 
Capitán  algún  poco  de  tiempo,  hasta  que  por  particulares  respectos  le  dio  de 
mano  y  dejó  despoblar.  Envió  á  que  poblase  la  segunda  á  Don  Francisco  Mal- 
donado  de  Saavedra,  caballero  de  Sevilla  y  vecino  de  Santo  Marta,  que  fué  el 
que  dijimos  dio  aviso  á  la  ciudad  de  Cartagena,  por  su  persona,  de  cómo  el 
Drake  había  tomado  la  de  Santo  Domingo,  y  el  que  diremos  eutró  a  la  con- 
quista del  Darién.  Puso  esta  población  en  efecto  en  las  sabanas  de  Orino,  ju- 
risdicción del  Río  de  la  Hacha,  á  la  parte  del  Levante  y  Cabo  de  la  Vela,  á 
título  de  sujetar  los  indios  Goagiros  que  ocupan  aquella  provincia;  llamóle 
Pedraca  de  Campo,  que  duró  poco  más  en  despoblarse  que  en  poblarse,  por 
haber  sido  esto  con  poco  fundamento.  La  tercera  pobló  el  Capitán  Pedro  de 
Astorga,  con  seis  soldados,  cerca  del  pueblo  de  la  Ramada,  ó  Nueva  Salamanca, 
en  los  costados  ó  faldas  de  las  sierras  nevadas  que  miran  á  la  mar  del  Norte,  á 
quien  nombró  la  ciudad  Hontiberos,  que  permaneció  tan  poco  como  si  en  aca- 
bándola de  fundar  la  arrebatara  algún  huracán  y  la  despareciera  del  todo,  pues 
ni  fué  oída  ni  vista. 

2.0  Algo  más  permaneció  la  cuarta  fundación,  por  haber  tenido  otros  funda- 
mentos y  principios  que  las  tres  dichas,  y  fué  que  habiendo  salido  los  soldados  de 
esta  última  pacificación  de  la  provincia  de  Betoma,  con  que  se  despidieron  y 
fueron  á  sus  ciudades  los  de  Córdoba  y  Granada,  los  que  quedaron  despachó  el 
Gobernador  con  el  General  Juan   Martín  a  la  de  Tairona,  que  pasando  por   las 


CAP.  XVl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  201 

faldas  do  la  nieve,  bíq  ruido  de  armas  y  estándose  los  pueblos  en  el  sosiego  y 
paz  que  habían  dado,  recorrió  tod\  la  provincia  y  encontrando  en  cierta  parte 
un  hondo  Valle,  por  estar  coronado  de  descolladas  cumbres,  había  en  él  una 
población  á  quien  llamaron  el  pueblo  del  Mohán  ó  la  Nueva  Roma,  por  dos 
cosas  que  hallaron  en  él  los  soldados  :  la  una  un  Mohán,  el  más  famoso  de 
toda  aquella  provincia,  que  según  buen  cómputo  y  su  aspecto,  parecía  de  ciento 
y  cuarenta  años,  porque  decía  que  cuando  entraron  los  españoles  á  fundar  á 
Santa  Marta,  tendría  él  ya  la  edad  de  un  nieto  suyo  que  estaba  allí,  al  parecer 
de  sesenta  años,  y  había  ochenta  la  fundación  de  la  ciudad,  á  donde  lo  remitió 
el  General  en  una  hamaca,  cargado,  por  no  poder  ir  de  otra  suerte,  por  cosa  pe- 
regrina, que  lo  viera  el  Gobernador  y  vecinos  y  lo  volvieran  á  su  pueblo,  el 
cual  por  la  devoción  de  este  Mohán  era  su  mayor  parte  de  buhíos  ó  caneyes  del 
Diablo,  que  tenían  hechos  cada  pueblo  de  los  de  la  provincia,  donde  iban  en 
romería  á  pedir  cada  cual  en  su  buhío  remedio  de  sus  ueoesidades  por  medio  de 
aquel  viejo  tan  acreditado  en  la  amistad  del  Demonio,  á  quien  adoraban  en 
estos  caneyes  con  tan  gran  veneración  y  contra  las  cosas  de  nuestra  fe  católica, 
que  habiendo  metido  con  cuidado,  no  sé  si  en  alguno  de  estos  buhíos  ó  en  otro 
de  otra  parte,  entre  la  paja  de  él,  el  Padre  Fray  Francisco  Pestaña,  dominico  y 
Capellán  ahora  de  los  soldados,  el  Evangelio  de  San  Juan  escripto  en  un  papel, 
desempajaron  todo  el  caney  hasta  que  lo  hallaron  y  quitaron.  Díjose  que  lo 
había  descubierto  el  Demonio  ;  estas  dos  causas  del  Mohán  y  las  romerías  lo 
fueron  de  que  le  pusieran  ahora  los  soldados  los  dos  nombres  al  pueblo,  cuyo 
sitio  lo  hacían  tan  hondo  las  sierras  que  lo  coronaban,  que  siendo  ya  tan  obscuro, 
en  el  que  no  se  podía  leer  una  carta,  veían  los  rayos  del  sol  en  sus  cumbres,  en 
especial  sobre  una  que  la  hace  espaldas  á  la  parte  de  la  nieve,  que  parecía  ser 
de  dos  largas  leguas  de  subida,  y  tan  empinada  y  pendiente  que  para  apearse 
gatos  parecería  dificultosa,  si  bien  tenía  facilitada  su  subida  para  otros  pueblos 
de  arriba  con  una  escalera  enlosada  que  la  iba  volteando. 

Acabada  de  reconocer  la  Provincia  de  Tairona  y  hecha  la  descripción  do 
pueblos,  Caciques  y  naturales  de  ella,  en  que  se  hubo  de  ver  había  suficientes 
para  poderse  sustentar  un  pueblo  español  de  veinticuatro  vecinos  encomende- 
ros en  ella,  en  catorce  de  Agosto  del  mismo  año  de  94,  en  un  sitio  mal 
llano  (por  no  haber  otro  que  lo  fuese  más),  pero  de  otras  comodidades,  fundó 
el  General  una  ciudad,  que  le  llamó  Palencia,  por  haberlo  así  dispuesto  el  Go- 
bernador, que  en  todos  cuatro  pueblos  mostró  bien  el  amor  de  su  patria  y  Tierra 
de  Campos,  pues  les  puso  á  todos  nombres  de  pueblos  de  por  allá.  Las  ceremo- 
nias de  esta  población  fueron  las  ordinarias  de  otras.  Juntáronse  los  soldados,  y 
puestos  en  orden  con  sus  armas,  bandera  y  cajas,  junto  á  un  palo  que  hincaron, 
grueso  de  hasta  dos  brazas,  dijo  el  General:    ''  Que  en  nombre  del  Eey  Filipo  II 


202  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.*   NOTICIA 

y  en  acrecentamiento  de  su  real  patrimonio,  fundaba  aquella  nueva  ciudad  de 
Palencia  y  que  eu  señal  de  posesión  ponía  allí  aquel  palo  de  justicia  (y  dando 
en  él  cinco  golpes  con  la  espada  desnuda)  añidió  que  aquello  sustentaría  y 
defendería  á  quien  se  lo  contradijese."  A  lo  cual  los  soldados  diciendo:  viva  el 
Rey !  dos  ó  tres  veces,  dispararon  otras  tantas  los  arcabuces.  Escripto  el  acto  po- 
sesional y  de  fundación,  tomaron  todos  la  vuelta  de  sus  ranchos,  donde  se  nom- 
bró Justicia  y  Regimiento  ;  Alcaldes  Pedro  de  Salazar  y  Alonso  Domínguez 
Figueredo,  que  tomando  las  varas  después  de  h'iber  jurado  la  fidelidad  de  sus 
oficios,  comenzaron  á  ejercerlo.  Hiciéronse  los  apuntamientos  de  la  provincia  en 
veinticuatro  encomiendas  y  encomenderos  (que  acá  se  llaman  vecinos),  los  cuales, 
después  de  algunos  anos  que  duró  esta  población  y  gozaron  en  ella  de  sa  enco- 
mienda, se  redujeron  á  la  de  Sinta  Marta. 

3.**  Habiéndose  dado  fin  á  esta  fundación  y  asiento  á  las  encomiendas  y 
encomenderos  de  ella,  y  el  resto  tomado  la  vuelta  de  Santa  Marta,  se  fueron  lle- 
gando los  fines  de  este  año  159é  y  principios  del  siguiente,  cuando  el  protestante 
Francisco  Drake  llegó  á  aquella  costa  y  convirtió  en  pavesa  las  dos  ciudades  del 
Río  de  la  Hacha  y  Santa  Marta,  como  dejamos  dicho  largamente  en  la  historia 
de  este  Corsario,  noticia  sexta,  capitulo  14.  Por  la  cual  ocasión  se  minoró  la 
gente  de  ambas  ciudades,  tomando  la  vuelta  de  otras  de  mejor  pelaje,  que  la 
desgraciada  suerte  había  dejado  aquélla  en  demanda  de  mejor  ventura  que  la 
que  yá  allí  les  podía  correr.  Estos  eran  los  más  gente  suelta,  sin  hogar,  solar 
conocido,  ni  cosa  sobre  que  lloviese  el  cielo,  que  aunque  de  este  pelaje,  todavía 
se  sentía  su  falta,  por  ser  soldados  de  que  siempre  están  necesitadas  aquellas  cos- 
tas. El  reparo  de  esto,  y  ver  que  ya  era  tiempo  se  tomara  de  propósito  la  pre- 
dicación de  los  naturales,  pues  en  el  de  cien  años  que  había  les  habían  dado  las 
primeras  vistas  los  españoles  no  se  había  podido  hacer,  por  haber  sido  tan  frago- 
sas todas  aquellas  naciones,  solicitó  el  ánimo  del  Gobernador  para  que  junta- 
mente con  el  aviso  que  envió  al  Consejo  Real,  donde  á  la  sazón  presidía  el  Li- 
cenciado Pablo  de  Lagaña,  de  lo  sucedido  con  Francisco  Drake,  se  representara 
la  necesidad  que  había  de  enviar  de  Castilla  alguna  gente  casada  que  supliese 
con  sus  familias  el  vacío  de  los  que  habían  dejado  la  tierra,  y  buena  copia  de 
religiosos  (y  que  fuesen  de  nuestra  Orden)  para  que  tomasen  de  asiento  la  pre- 
dicación del  Santo  Evangelio  á  los  naturales,  que  se  hallaban  con  algún  sosiego, 
y  dispuestos  á  recibirla  los  más 

4.0  La  justificación  de  la  causa  no  hubo  menester  más  solicitador  para  que 
se  despachara  como  se  pedía.  No  he  sabido  lo  que  fué  en  cuanto  los  seglares, 
pero  en  el  remitir  los  religiosos  de  nuestro  hábito,  fu?  el  año  siguiente  de  96, 
en  que  llegó  por  Comisario  de  los  que  se  asignaron  juntamente  con  ellos,  el  padre 
Fr,  Francisco  Orruño,  de  los  descalzos  de  la  provincia  de  San  Josefh,  á  la  ciudad 


CAP.  XVl)  NOTICIAS    DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  203 

de  Cádiz,  donde  no  tuvo  efecto  su  embarcación  y  viaje,  por  estar  aquella  ciudad 
recién  tomada  del  inglés,  y  así  se  detuvieron  hasta  el  año  siguiente  de  97,  qae 
se  dieron  á  las  velas,  y  con  buen  viaje  llegaron,  día  de  la  Magdalena,  á  surgir  en  la 
ciudad  de  Santa  Mart^,  que  por  estar  aún  sin  enjugar  las  lágrimas  de  sus  ruinas, 
pues  aun  se  estaban  humeando  (  como  dicen  )  y  muchos  de  sus  moradores  lo 
eran  todavía  en  los  montes,  fueron  tan  mal  recibidos  de  los  que  ya  habían  vuel- 
to á  ella,  que  estuvieron  muy  á  pique  de  despedirlos,  y  los  religiosos  de  irse  á 
otras  partes  donde  pudieran  ejecutar  los  deseos  que  les  sacaran  de  Castilla  á  pre- 
dicar á  estos  naturales.  En  fin,  se  acomodaron  los  religiosos  en  una  pobre  y  pe- 
queña casilla,  poniéndola  en  forma  de  convento,  donde  estuvieran  de  comunidad, 
acudiendo  á  las  obligaciones  de  su  estado,  hasta  que  se  fueron^ mejorando  Jas 
casas  de  la  ciudad,  y  á  ellos  se  les  asignaron  pueblos  de  doctrinas  donde  se  ocu- 
paron en  el  catecismo  y  enseñanza  de  los  indios  como  hoy  lo  hacen. 


25 


20é  FEAY  PEDRO   SIM(5n  (7.*  NOTICIA 

CAPÍTULO  XVII 

l.<»  Presidio3  que  puso  el  Gobernador  Manso  en  los  indios  Goajiros— 2. «  Viénele  por  suce- 
sor Don  Juan  Guiral  Belón,  y  principio  de  su  Gobierno— 3.*  Tratan  los  Bondas  un 
alzamiento  gensral— 4.°  Descúbrense  estos  intentos  por  un  fraile  de  nuestra  Orden. 


B 


lEN  se  echó  de  ver  cuánta  importancia  tuviera  haber  conservado  la 
población  de  la  ciudad  de  Pedraza  de  Campos,  que  el  Gobernador 
había  hecho  poblar  en  la  sabana  de  Orino,  jurisdicción  del  Río  de  la  Hacha, 
pues  desde  ella  ise  podían  frenar  mejor  aquellos  belicosos  indios  Goagiros  y  aun 
los*  Cozinas,  que  les  demoran  más  al  cabo  de  la  Vela,  pues  luego  que  se  despobló, 
volvieron  los  Goagiros  ú  sus  inquietudes  antiguas,  dándolas  á  la  ciudad  déla  Ha- 
cha y  á  sus  pesquerías  de  perlas  y  ganados,  destruyéndolo  todo  con  muertes 
de  muchos  españoles  y  otra  gente  de  servicio  de  las  estancias,  sin  haber  sido  posi- 
ble quietarlos  los  presidios  que  después  les  puso  el  Gobernador  Manso,  ni  otras 
apretadas  diligencias  que  todos  sus  sucesores  y  los  vecinos  de  la  Hacha  hasta  hoy 
han  hecho  y  hacen,  pues  hoy  se  están  con  los  mismos  bríos  y  mala  paz,  que  sólo  la 
guardan  cuando  les  parece  salir  á  la  ciudad  del  Río  á  rescatar,  cuando  lo  han 
menester  para  mantas,  algún  hilo  teñido,  sal  y  otras  chucherías,  y  á  las  veces  á 
la  sombra  de  esto  dan  sobre  la  ciudad  y  estancias,  como  sucedió  el  año  pasado 
de  1625,  que  pusieron  en  tanto  aprieto  la  ciudad,  que  siendo  forzoso  ir  á  coger 
el  agua  de  beber  legua  y  media  el  río  arriba  (  por  meter  los  nortes  toda  esta 
distancia  el  agua  salada),  había  necesidad  de  salir  á  esto  una  buena  escuadra  de 
resguardo  de  los  aguadores  y  lavanderas. 

2.^  En  estas  y  otras  importancias  de  su  gobierno,  como  en  volver  á  reedificar 
las  dos  destruidas  ciudades,  Santa  Marta  y  la  Hacha,  y  que  los  vecinos  se  redu- 
jesen á  ellas,  andaba  ocupado  el  Gobernad0r  Manso,  cuando  entrado  ya  el  año 
de  1599,  bien  cumplido  el  ejercicio  ordinario  de  su  gobierno,  le  vino  por  su- 
cesor Don  Juan  Guiral  Belón,  natural  de  Madrigal  en  Castilla  la  Vieja,  mozo 
de  veintiséis  años,  caballero  de  la  Orden  de  San  Juan,  y  ahora  Comendador  do 
Paradines,  que  tomando  luego  la  Residencia  á  su  antecesor,  se  concluyó  con  una 
sentencia  bien  diferente  de  la  de  Marmolejo,  y  como  así  me  la  quiero,  con  que 
salió  el  Licenciado  Manso  tan  acreditado  de  su  modo  de  gobierno,  que  juzgándo- 
le el  Rey  por  digno  de  mejores,  lo  tuvo  en  la  plaza  de  Oidor  en  la  Real  Audien- 
cia de  Santo  Domingo,  Isla  Española,  y  después  en  la  de  Panamá  en  el  mar  del 
Sur,  desde  donde  le  mudaron  á  ser  Alcalde  de  Corte  ea^la  ciudad  de  México  en 
la  Nueva  España,  en  que  dio  los  últimos  pasos  de  la  vida  y  residencia  de  mayor 
importancia.  Informando  al  nuevo  Gobernador  de  Santa  Marta  la  mucha  que 
tenía  el  amistar  de  nuevo  á  loa  indios  con  los  españoles,  entre  las  primeras  fac- 


CAP.  XVIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  205 

clones  que  hizo  en  su  Gobierno  fué  salir  un  día  al  pueblo  de  Jeriboca  á  tratar  de 
esto  con  el  Cacique  que  á  la  sazón  era  de  aquel  pueblo,  llamado  Cotocique,  suje- 
to bravo  y  inquieto^  como  se  vído  en  muchas  ocasiones,  el  cual,  luego  que  supo 
de  esta  caída  del  Gobernador  á  su  pueblo,  se  determinó  con  tres  hijos  suyos  lla- 
mados Dioena,  Cocarigua  y  Macheoena  ( bien  hijos  de  su  padre  en  esto  )  y  otros 
de  su  pelaje  y  devoción,  de  acabar  aquella  noche  con  el  Gobernador  y  los  que  le 
acompañaban,  si  se  descuidaban  y  determinaban  pasarla  en  el  pueblo;  pero  como 
le  guardaba  Dios  para  mayores  cosas  y  alientos  en  el  Gobierno  y  otras  partes, 
tuvo  aviso  de  la  traición  y  intentos  del  Cacique,  que  disimulándolos  y  no  dán- 
dose por  entendido,  sólo  trató  que  se  juntasen  los  más  principales  del  pueblo  en 
la  casa  del  Cacique,  que  era  su  posada,  donde  con-seniblante  grave  y  disimulado 
les  hizo  una  plática  en  que  les  dio  á  entender  la  amistad  que  deseaba  hacerles 
para  bien  y  quietud  de  sus  cuerpos  y^almas  ;  en  especial  les  afeó  y  abominó  el 
atrocísimo  pecado  nefando,  en  que  estaban  tan  ciegos,  que  tenían  templos  para 
cometerlo  públicamente  unos  con  otros,  y  se  juntaban  para  eso  en  días  señalados, 
y  aun  para  mayor  abominación  á  uno  de  ellos  le  llamaban  Santa  María,como  veían 
que  nosotros  llamamos  así  algunas  de  nuestras  iglesias,  á  lo  cuál  los  incitaba  el 
enemigo  del  género  humano,  como  aquel  abominable  pecado  en  que  estaban  tan 
enviciados,  que  aun  hasta  los  garabatos  que  tenían  en  sus  casas  para  colgar  mo- 
chitas  y  calabazos  y  otras  baratijas,  los  hacían  en  figuras  abominables  y  que  in- 
citaban a  este  pecado,  al  cual  y  al  de  las  molicies,  que  también  cometían  pública- 
mente, convidaban  desvergonzadamente  á  los  españoles. 

3.^  Apenas  hubo  vuelto  las  espaldas  el  Gobernador,  tomándola  vuelta  de 
Santa  Marta,  á  donde  llegó  aquella  noche,  cuando  se  hizo  junta  en  el  mismo  Je- 
riboca para  tratar  de  hacer  un  general  alzamiento  y  concluir  ya  de  una  vez  con 
el  sobrehueso  y  yugo  que  les  parecía  tener  á  cuestas  con  los  cristianos,  en  espe- 
cial porque  decían  que  les  querían  hacer  tomar  otra  ley  y  costumbres  de  las  que 
hasta  allí  ellos  y  sus  antepasados  habían  tenido,  como  se  veía  por  lo  que  los 
padres  doctrineros  les  iban  enseñando.  Llegáronse  á  la  junta  los  principales  de 
Bonda,  Matinga  y  Matinguilla,  Zaca,  Mamazaca  y  Rotama,  Mendiguaca,  Taira- 
ma,  Buitaca,  Tairona,  Taironaca,  Marona,  Guachaca,  Chonea,  Naguanje,  Cinto, 
Guairaca,  Mamatoco,  la  Ciénega  y  el  Dorsino,  á  todos  los  cuales  presidía  el  Co- 
tocique, por  estar  en  su  tierra,  que  les  hizo  una  arenga  diciendo  lo  mucho  que 
les* importaba  concluir  de  una  vez  con  nuestros  españoles,  sobre  quien  se  había 
de  dar  en  una  hora,  así  en  las  estancias  como  en  la  ciudad,  para  lo  cual  importaba 
estorbar  los  pasos  de  las  entradas  de  sus  pueblos,  para  si  quisiesen  revolver  so- 
bre ellos  á  castigarlos  ;  que  se  hiciesen  muchas  labranzas  de  maíz,  porque  no  les 
faltase  para  tener  abundancia  de  comidas.  Aprobando  todos  el  parecer  de  Coto- 
cique, celebraron  la  victoria  que  se  prometían  con  grande  embriaguez  y  danzas 


206  FRAY   PEDRO    SIMÓN  (7.»  NOTICIA 

y  consultando  sobre  ello  después  al  Demonio  por  medio  de  los  Jeques  y  ayunos, 
les  respondió  con  palabras  equívocas,  como  él  suele,  no  habrá  furor  que  los  las- 
time, sin  explicarse  si  esto  se  entendía  por  los  españoles  ó  por  ellos,  que  inter- 
pretándolo en  su  favor,  pusieron  mano  á  la  obra  de  sementeras,  atajar  caminos, 
hacer  arcos  y  flechas  y  hierba  fortísiraa  para  ellas,  que  estando  todo  á  pique,  se 
determinaron  embestir  con  el  modo  trazado,  víspera  de  San  Juan  del  año  de 
1599  ;  pero  fué  el  Señor  servido  que  se  descubriera  un  día  antes  por  dos  padres 
doctrineros:  el  uno  de  nuestra  Orden,  llamado  Fray  Tomás  de  Morales,  que  des- 
pués fué  provincial  en  esta  provincia  del  Nuevo  Reino  y  hoy  vive. 

4.°  El  cual  teniendo  á  su  cargo  por  la  obediencia  el  doctrinar  los  indios  de 
Macinga  y  Mahancique,  media  legua  el  un  pueblo  del  otro,  habían  puesto  en 
éste  una  cruz  muy  alta,  y  habiendo  ido  dos  ó  tres  días  antes  del  alzamiento  á  la 
ciudad  de  Santa  Marta,  á  la  vuelta  echó  menos  la  cruz  del  pueblo,  y  entrando 
en  él  sin  hallar  persona  á  quien  poder  preguntar  nada,  entró  en  el  buhío  que 
ellos  llaman  del  Diablo  (  que  aún  no  estaba  destruido,  por  estarse  aún  los  indios 
muy  en  su  gentilidad ),  donde  sólo  halló  muchos  arcos  y  flechas,  señal  de  la  gue- 
rra próxima  que  intentaban,  que  no  le  dio  al  padre  poco  temor.  Al  cual  y  á  las 
voces  que  daba,  se  le  apareció  una  vieja,  que  hablando  cada  cual  en  su  lengua, 
no  se  entendían  el  uno  al  otro,  hasta  que  salió  otro  indio  por  otra  parte  del  buhío 
á  guisa  de  guerra,  la  manta  anudada  al  hombro,  ceñidas  las  sienes  con  un  maure, 
todo  el  cuerpo  embijado,  que  preguntó  al  padre  en  lengua  medio  cuchara  que  qué 
buscaba,  y  diciéndole  que  la  cruz,  le  respondió  el  indio  con  grandísima  libertad 
y  soberbia  :  "  Yo  la  cruz  quito  indio  para  borracho,  para  buenos  Y  volviéndole 
á  repreguntar  que  dónde  la  habían  echado,  dio  una  brazada  diciendo:  "  allá  echa 
arcabuco^  Que  yéndola  el  padre  á  buscar  con  esto  hacia  la  parte  donde  el  indio 
señalaba,  la  halló  en  un  ojo  de  una  sabaneta  que  se  hacía  entre  los  árboles,  que 
llorando  de  piedad  y  cargándola  sobre  sus  hombros,  la  volvió  al  mismo  pueblo  y 
lugar  donde  antes  había  estado,  donde  yá  halló  otros  dos  ó  tres  indios,  también  á 
guisa  de  guerra,  que  se  la  ayudaron  á  poner  á  ruegos  suyos,  que  habiéndola  acaba- 
do de  levantar  y  de  rezarles  á  una  docena  do  muchachos  y  muchachas,  que  tam- 
bién á  puros  ruegos  le  trajeron  allí,  y  habiendo  visto  estas  y  otras  señales  claras 
de  la  guerra  y  alzamiento  que  pretendían,  bajó  con  su  caballo  del  diestro  la  escale- 
ra hasta  lo  llano,  donde  subió  en  él  y  llegó  con  la  prisa  que  pudo  á  la  ciudad  y  dio 
aviso  de  lo  que  había  visto,  que  junto  con  el  que  había  dado  otro  religioso  que 
doctrinaba  en  Jeriboca  por  haberle  avisado  un  indio  oue  le  servía,  llamado  Jua- 
nico  Conchaona,  se  alborotó  la  ciudad,  convirtiendo  en  temores  las  fiestas  que 
pretendían  hacer  aquella  noche,  víspera  de  San  Juan. 


CAP.    XYIIl)  NOTICIAS   DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME,  207 

CAPÍTULO   XVIII 

1,0  Previénese  la  ciudad  de  Santa  Marta  y  acométenle  los  indios— 2.°  Dan  también  sobre 
las  estancias  y  caminos,  matando  algunos  españoles— 3. <>  Hácese  gente  para  salir  al 
castigo— 4."  Salen  á  eso  y  sucédenles  algunos  encuentros  en  el  camino. 

OR  este  aviso  lo  dio  luego  el  Gobernador  á  los  dos  pueblos  de  Cór- 
doba y  Sevilla  para  que  lo  tuvieran,  y  vigilancia  en  lo  que  les  po- 
día suceder,  como  él  y  los  demás  lo  temían  en  Santa  Marta,  conjeturando  había 
de  ser  allí  la  primera  y  mayor  fuerza  que  habían  de  poner  los  indios,  y  así  la 
pusieron  en  la  defensa,  haciendo  cargar  lo  primero  una  pieza  gruesa  sola  con 
que  se  hallaba  la  ciudid,  llenándola  de  muchas  postas  y  perdigones,  que  después 
fué  toda  la  importancia,  y  asestándola  á  la  parte  del  arcabuco  por  donde  necesa- 
riamente habían  de  entrar  los  bárbaros,  que  no  se  descuidaron  en  ejecutar  sus 
determinaciones,  pues  habiendo  repartido  para  las  estancias  los  demás,  se  señala- 
ron qninientos  de  los  más  valientes  soldados  viejos,  diestros  y  precipitados  en 
todo  trance  de  guerra,  y  bajando  todos  por  caminos  desusados  con  tanto  silencio 
como  si  fuera  uno  solo,  llegaron  á  emboscarse  aquella  noche,  víspera  de  San 
Juan,  cerca  de  la  ciudad,  a  donde  á  la  hora  que  pareció  más  acomodada,  comen- 
zaron á  disparar  flechas  encendidas,  para  que  ellas  hicieran  lo  mismo  á  las  casas 
pajizas,  que  fué  Dios  servido  sólo  se  pegara  el  fuego  en  una  del  Tesorero  Ga- 
briel de  la  Rúa,  que  comenzar  á  arder  y  dar  arma  en  la  ciudad  por  lo  adverti- 
dos qne  estaban,  fué  todo  uno,  y  aun  el  disparar  la  pieza,  que  fué  de  tanta  im- 
portancia, que  habiendo  muerto  con  su  munición  á  algunos,  por  estar  tantos,  y 
quedando  los  demás  asombrados  y  heridos,  tuvieron  por  acierto  tomar  la  vuelta 
de  su  pueblo,  sin  hacer  otro  daño,  por  haber  andado  reparando  los  demás  la  po- 
derosa mano  de  Dios,  á  quien  dieron  luego  en  amaneciendo  muchas  gracias  con 
procesión  de  Te  Deum  lawlamus  y  misa,  que  oyeron  con  las  armas  en  las  manos, 
alegrísimos  del  suceso  y  por  haber  sido  on  día  tan  señalado  de  San  Juan  Bap- 
tista. 

2.<*  Si  bien  luego  aquel  mismo  día  se  aguó  este  contento,  por  haber  llegado 
la  nueva  que  el  día  antes,  habiendo  dado  los  bárbaros  en  las  estancias,  habían 
muerto  en  diversas  partes  de  ellas  sobre  treinta  españoles  que  hallaron  descui- 
dados y  sin  defensa  y  algunos  negros  y  indios  de  servicio  de  ellos,  con  tan  crue- 
les, impíos  y  fuertes  tormentos,  que  en  una  muerte  les  daban  muchas.  Sacaron 
también  de  esta  vida  al  padre  doctrinero  del  pueblo  de  Chengne,  allí  en  su  mis- 
ma casa,  y  á  dos  Capitanes,  Martín  de  Andará  y  Pedro  de  Salas,  y  al  Cura  de  la 
ciudad  de  la  Ramada,  viniendo  todos  tres  caminando  aquel  día,  con  los  indios  que 
traían  de  su  servicio,  par»i  la  ciudad  de  Santa  Marta,  donde  luego  trató  el  Gober- 


208  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7.»  NOTICIA 

nador  con  los  vecinos  de  castigar  á  sangre  caliente  aquel  atrocísimo  heclio,  para 
lo  cual,  viéndose  con  tan  poca  gente,  escribió  el  Gobernador  por  más  á  todos  los 
pueblos  de  españoles  convecinos  y  al  Gobernador  de  Cartagena,  Don  Pedro  de  Acu- 
ña, que  aunque  hacía  donaire  do  lo  que  Don  Juan  Guiral  le  escribió  acerca  de 
que  pretendía  hacer  el  castigo  dentro  de  sólo  tres  meses,  por  parecerle  no  se  po- 
dría ni  aun  en  seis,  le  remitió  una  buena  escuadra  de  soldados  con  su  Capitán,  de 
la  ciudad  de  Tenerife.  Trajeron  el  Capitán  Antón  Martín  y  Juan  Martín,  su 
hermano,  mestizos  y  ambos  valerosos  soldados,  naturales  de  la  ciudad  de  Vélez 
en  este  Eeino,  buena  copia  de  soldados.  El  Capitán  Juan  Lorenzo  sacó  otra  razo- 
nable escuadra  del  pueblo  de  Sevilla  y  Córdoba,  dejando  en  amparo  y  guarda 
de  Sevilla  á  Francisco  Sánchez,  y  de  Córdoba  á  Juan  de  la  Torre,  que  le  fué 
necesario,  luego  que  salieron  los  soldados,  dar  muestras  de  su  valor,  por  las  que 
luego  dieron  los  indios  del  suyo  acometiendo  al  pueblo,  aunque  en  balde,  por  la 
valiente  resistencia  que  el  Juan  de  la  Torre,  con  los  pocos  que  le  quedaron,  les 
hizo.  Del  Valle  de  Upar,  donde  al  presente  era  Teniente  de  Gobernador  Agus- 
tín Delgado,  y  del  Río  de  la  Hacha,  salió  otra  buena  compañía  á  cargo  del  Ca- 
pitán Manuel  González,  y  entre  ellos  salió  del  Valle  de  Upar  el  Capitán  Pinol, 
barcelonés,  valentísimo  soldado,  por  habérselo   enviado  á   rogar  el  Gobernador. 

3.0  De  la  ciudad  de  Santa  Marta  se  alistaron  los  más  granados  de  ella:  Don 
Antonio  y  Don  Luis  Manjarrés,  Don  Baltasar  de  Pivadeneira,  Don  Diego  de 
Peralta,  Alvaro  Ballesteros,  Francisco  Torquemada,  Valentín  de  los  Ríos,  Fran- 
cisco Jiménez,  Juan  de  la  Rúa,  Pedro  de  Victoria,  Luis  de  Vega,  Alonso  de  Mon- 
roy,  Diego  de  Mendoza,  Núñez  Velásquez,  Cebrián  Velásquez,  Juan  Díaz  de 
Ayala,  Juan  de  Silva,  Alvaro  González,  Francisco  Ortiz,  Don  Pedro  de  Cárcamo 
y  otros.  No  se  descuidaron  los  indios  ladinos  del  servicio  de  la  ciudad,  como  lo 
tenían  de  costumbre,  de  dar  aviso  á  sus  parientes  de  esta  leva  de  gente,  y  que  se 
hacía  para  castigarlos,  con  lo  cual  hicieron  ellos  también  otra  junta  en  el  mismo 
Jeriboca,  para  ordenar  el  modo  que  habían  detener  en  su  defensa,  en  que  no  se 
convinieron  (en  que  se  cifró  toda  la  buena  importancia  de  los  nuestros  ),  por 
haber  pretendido  el  Cotocique  hacer  General  de  todos  á  un  hijo  suyo  Dioena,  y 
Maese  de  Campo  al  otro  Macheoena,  de  que  enfadados  los  Bondas  y  Macingas, 
que  se  tenían  por  más  valerosos  que  los  Jeribocas,  diciendo  que  cada  uno  defen- 
diese sus  tierras  como  pudiese,  deshicieron  la  junta,  á  tiempo  que  estaba  hecha  en 
la  ciudad  la  de  todos  los[uuéstros,  que  llegaron  hasta  trescientos  soldados  escasos. 
De  quien  se  señalaron  por  el  Gobernador  los  doscientos  y  trece  para  salir  al  cas- 
tigo, algunos  de  á  caballo,  para  lo  que  se  ofreciera  et>  tierras  llanas,  y  que  el 
resto  quedase  en  amparo  de  la  ciudad,  á  cargo  de  Don  Pedro  de  Cárcamo. 

4.0  De  donde  salieron  todos  bien  armados,  con  bien  industriados  perros,  gran 
número  de  gente  de  servicio,  indios  y  negros,  caballos  para  las  cargas,  vacas  y 


CAP.  XVIIl)  N0TICIA3  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIEME.  209 

puercos  para  ayuda  al  matalotaje  del  bizcoclio  y  menestras.  Llevaba  cargo  de 
Maesa  de  Campo  el  valeroso  mestizo  Antón  Martín  ;  la  vanguardia  con  los  de 
Córdoba  y  Sevilla  el  Capitán  Juan  Lorenzo  ;  la  retaguardia  el  Capitán  Miguel 
Pinol,  y  el  batallón  Don  Diego  de  Peralta  y  su  cuñado  Don  Baltasar  de  Rivade- 
neira,  gobernándolo  todo  con  buena  industria  y  viveza  el  Don  Juan  Guiral  y  el 
Maese  de  Campo  Antón  Martín.  Tomaron,  marchando  con  este  orden,  la  vuelta 
de  Macinga,  por  donde  determinaron  tener  los  primeros  encuentros,  y  el  primero 
fué  al  pasar  del  río  que  baña  los  cimientos  de  su3  cumbres,  donde  repararon  doce 
soldados  que  iban  sobresalientes,  sospechando  había  resistencia  al  paso  de  la 
banda  contraria,  como  sucedió ;  pues  había  gran  suma  do  bárbaros  para  hacerla 
que  comenzando  luego  á  disparar  con  valentía  sus  flechas,  pasó  el  Capitán  Pinol 
á  hacerles  frente  con  los  sobresalientes  y  arcabuces,  de  que  no  hacían  mucho  caso 
los  de  la  otra  banda,  pues  por  ver  tan  pocos  de  los  nuestros,  sólo  se  aparecieron 
treinta  flecheros  de  los  bárbaros,  aunque  luego  se  juntó  gran  caterva  al  estallido 
de  las  escopetas,  que  andaban  derramados  por  el  monte,  que  siendo  ya  tantos  y 
tantas  las  flechas  que  llovían,  se  veía  fatigado  el  Pinol  ;  pero  añadiendo  fuerza  á 
fuerza  y  perseverancia  en  hacerles  rostro,  debieron  caer  por  la  fuerza  de  las  pe- 
lotas nueve  de  los  bárbaros,  sin  otros  muchos  heridos,  sin  que  en  los  nuestros, 
hubiesen  hecho  sus  flechas  ningún  efecto.  El  andar  encendidos  los  bárbaros  tanto 
en  esta  refriega,  les  hizo  olvidar  la  resistencia  del  paso  á  todo  el  ejército,  que 
sin  detenerse  fué  pasando  por  poco  más  arriba  todo  hasta  verse  á  la  otra  banda 
del  río,  desde  donde,  viendo  la  encendida  refriega,  volvieron  otros  diez  soldados 
al  socorro  de  los  nuestros,  con  que  huyendo  los  bárbaros  de  tantas  cargas  de  pe- 
lotas como  llovían  sobre  ellos,  dejaron  libre  el  paso  cuando  no  era  de  importancia, 
pues  todo  el  ejército  estaba  ya  rancheado  á  la  otra  banda,  donde  llegó  el  Pinol 
con  sus  soldados,  todos  sanos  y  sin  ninguna  herida,  que  tuvieron  por  buen  pro- 
nóstico la  victoria  de  este  primer  encuentro. 


210  FRAY  PEDRO   SIMÓN  (7.*^  NOTICIA 

CAPÍTULO   XIX 

!.•  Pelean  los  soldados  coa  ua  Caciquillo  que  les  hace  rostro— 2.o  Véacealo  y  vuélvenle 
las  espaldas  los  pocos  que  quedaron,  y  ranchéanles  los  soldados  las  casas— 3.<»  Buenos 
Bucesosde  los  nuestros  en  el  castigo— 4.«  Rompan  la  empalizada  de  un  pueblo,  y 
quemado,  pasan  á  otro. 

ri"lRAS  esta  buen  suceso,  se  asió  de  la  mano  otro  no  de  menos  impor- 
JL  tancia,  j  fué  qne  comenzando  á  caminar  el  Real,  luego  á  las  pri- 
meras luces  ^que  tomaban  el  fresco,  por  ser  tierra  ciliente),  movidos  no  sé  de 
qué  espíritu  los  que  guiaban,  dejando  el  camino  real  por  donde  habían  de  ir  á 
Macinga,  torcieron  por  otra  trocba  muerta,  que  f  u*^,  aunque  acaso,  gran  acierto, 
pues  si  fueran  por  el  común,  no  faltaran  peligros  y  inconvenientes,  á  lo  menos 
de  retardarse,  por  tener  los  indios  entrampados  los  pasos  más  estrechos,  donde 
por  fuerza  había  de  ser  de  enfado  y  detenimiento,  cuando  no  sucediera  otro 
daño,  como  por  esto  otro  no  sucedió  hasta  la  hora  de  medio  día,  en  que  dieron 
vista  los  nuestros  á  un  pueblezuelo  de  un  Capitán  de  Bonda  llamado  Kodri- 
guillo,  cristiano,  pero  grande  de  los  que  lo  eran.  Habíase  de  subir,  para  llegar  á 
él,  una  cuesta  colgada,  ceñida  con  una  quebrada  de  agua  algo  caudalosa,  á  cuyo 
pasaje,  antes  que  se  llegara,  viéndose  salteado  el  Rodriguillo  de  los  nuestros, 
compuso  los  suyos  como  la  prisa  le  dio  lugar,  alentándolos  con  valientes  bríos, 
que  los  tenía  por  extremo,  diciendo  lo  que  les  importaba  el  apretar  las  empul- 
gueras, para  no  venir  á  manos  de  cristianos,  que  tan  indignados  estaban,  y  con 
tanta  razón.  Entre  tanto  los  nuestros,  habiendo  pasado  la  quebrada,  iban  yá 
poniéndose  en  el  recuesto  á  tiro  de  escopeta  de  los  de  Rodriguillo,  el  cual 
apellidando  Bonda,  Bonda,  al  tiempo  que  los  nuestros  Santiago,  disparaban 
valerosísimamente  flechas  contra  el  Capitán  Juan  Lorenzo  y  los  de  Córdoba  y 
Sevilla,  que  no  meneaban  con  menores  bríos  los  arcabuces,  con  que  iban 
siempre  ganando  tierra  por  entre  la  resistencia  y  aguaceros  de  flechas. 

2.*'  En  que  se  mostraba  tan  valiente  el  Kodriguillo,  que  p|irecía  pelear  en 
las  manos  y  arcos  de  todos,  andando  como  un  viento  animándolos  á  todas 
partes,  sin  perder  ocasión  de  disparar  y  emplear  cuanto  mejor  podía  sus  tiros, 
como  lo  hizo  con  un  bravo  perro  que  le  soltaron  los  nuestros,  que  viendo  le 
iba  para  él,  le  apuntó  tan  diestramente,  que  pasándole  ambas  espaldillas,  no  le 
dio  lugar  que  pasase  adelante,  antes  volviendo  el  perro  á  sacarse  la  flecha  con 
los  dientes,  cayó  muerto.  De  que  encolerizándose  más  nuestros  soldados  y  do 
los  más  valientes  bríos  que  iba  mostrando  el  gandul  "Rodriguillo,  por  haberle 
salido  tan  buena  la  suerte  del  perro,  le  apuntaron  dos  ó  tres  con  los  arcabuces, 
que  aunque  le  acertaron  dos  balas,  no  fueron  tan  penetrantes  que  sirviesen  de 


CAP.  XIX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  211 

más  que  de  amortiguarle  los  bríos  para  pelear,  aunque  no  para  esforzar  á  loa 
suyos  con  valientes  palabras,  como  lo  hacía,  hasta  que  llegando  otra  penetrante 
bala,  cayó  muerto,  y  con  él  el  brío  de  su  gente,  hiégo  que  supieron  todos  su 
desgracia,  que  conociéndolo  los  nuestros,  apretaron  de  suerte  el  fuego  de  los 
arcabuces,  que  viendo  los  indios  ganaban  poco  en  él,  pues  los  iba  consumiendo 
la  pelea,  volvieron  las  espaldas,  cada  cual  por  la  senda  que  pudo,  dejando  las 
casas  en  manos  de  los  nuestros,  que  habiéndolas  metido  bien  en  ellas,  de  donde 
no  sacaron  mal  rancheo  de  oro,  telas  delgadas  de  algodón  y  otras  cosas,  las 
convirtieron  en  ceniza,  pasando  aquel  día  á  ranchearse  el  ejército  á  ciertas 
sabanas  altas  y  limpias,  á  vista  de  Bonda  y  Jeriboca,  donde  sentaroü  tiendas 
por  tres  ó  cuatro  días,  en  que  se  resolvió  el  Gobernador  á  que  el  Capitán  Mi- 
guel Pinol,  con  sesenta  compañeros,  diese  sobre  Bonda,  como  lo  hicieron  en- 
trando en  el  pueblo  y  dando  el  primer  asalto  sobre  las  casas  de  los  Caciques, 
que  le  hicieron  resistencia  tan  valientemente  con  tantas  flechas  que  cubrían  el 
sol,  que  no  veían  los  nuestros  muy  clara  la  victoria. 

B.^  Hízolesesta  duda  acrecentar  tanto  sus  bríos  y  el  valor  de  sus  macos  es- 
pañolas, que  viendo  los  indios  ser  muy  menores  los  de  las  suyas,  tomaron  por 
partido  volver  las  espaldas,  dejando  por  despojo  á  los  nuestros  sus  casas  y  me- 
naje de  ellas,  con  quien  hicieron  lo  mismo  que  con  las  de  atiás,  convertirlas  en 
pavesas  después  de  haberlas  robado,  cosa  jam¿^s  sucedida  hasta  allí  en  los  de 
Bonda,  pues  nadie  había  visto  haber  vuelto  el  rostro  á  los  españoles,  y  ahora 
van  buscando  como  cobardes  el  amparo  de  los  montes,  que  les  solían  dar  su 
mano  contra  los  nuestros,  los  cuales  con  ebte  buen  suceso  tomaron  la  vuelta 
del  alojamiento,  donde  fueron  bien  recibidos,  y  determinó  el  Gobernador  no  se 
cortase  el  hilo  á  los  buenos  principios,  y  antes  se  prosiguiesen  las  victorias,  pro- 
bando también  la  mano  en  el  pueblo  de  Jeriboca,  que  más  que  ningunos  de 
aquellos  bárbaros  tenían  pensamiento  de  perseverar  en  su  maldad  y  resistencia  á 
nuestra  gente,  que  habiéndoles  hecho  una  plática  el  Gobernador,  diciendo  que 
toda  la  importancia  de  pacificar  los  disturbios  estaba  en  que  no  quedase  libre 
aquel  pueblo  de  Jeriboca,  salió  el  Capitán  Juan  Lorenzo  con  los  de  Córdoba 
y  Sevilla  delante  el  ejército,  á  descubrir  los  pasos  forzosos  para  entrar  en  el 
pueblo,  y  habiendo  encontrado  con  el  del  río,  apercibido  con  fortísima  trinchera, 
muchos  y  bien  prevenidos  guerreros,  que  comenzaron,  al  punto  que  lo  vieron,  a 
echar  á  volar  valientes  flechas  con  otras  voces  y  algazaras,  fué  cortando  por 
entre  este  tumulto,  amparando  él  y  su  gente  con  loa  muchos  arcabuzasos,  á 
quien  fué  siguiendo  todo  el  ejército,  dándose  maña  para  hallarse  á  la  otra  parte 
del  río  sin  ningún  estorbo,  hasta  que  llegaron  todos  nuestros  guerreros  á  arri- 
marse á  la  trinchera  y  pretender  con  instrumento?,  que  para  esto  llevaban,  ga- 
narla, aunque  esto  hubo  de  tener  más  dilaciones  de  las  que  ellos  quisieran,  por 

26 


212  FRÁ.Y   PEDRO   SIMÓN  (7,«  NOTICIA 

defenderse  valerosamente  los  de  dentro,  en  especial  con  el  ánimo  y  esfuerzo 
que  les  ponía  Dioena,  alentándolos  á  defender  sus  casas,  tierras  y  familias 
hasta  perder  la  vida,  pues  el  huir  no  los  había  de  escapar  de  eso,  teniendo  por 
cierto  los  habrían  do  seguir  hasta  el  último  rincón  del  mundo  los  españoles. 

é.°  Los  cuales  perseverando  en  el  romper  la  trinchera^  al  fin  le  hicieron 
portillo  para  poder  entrar  un  caballero,  por  donde  también  se  fueron  entrando 
todos  los  peones,  que  juntamente  con  los  jinetes  hacían  cruel  matanza  en  los 
encerrados  indios,  que  aunque  mostraban  razonables  bríos  en  defensa  de  sus 
casas,  no  bastaron  ni  aun  para  defenier  sus  personas,  y  así  procuraron  poner- 
las en  salvo,  y  el  primero  Cotocique  con  su  hijo  Dioena  y  sus  hermanos,  á 
quien  no  pudieron  acompañar  muchos  quo  quedaron  muertos  y  otros  presos. 
Saquearon  del  pueblo  los  soldados  lo  que  les  pareció  de  provecho,  pegando 
fuego  á  las  demás  casas  de  las  que  les  pareció  reservar  para  aposentarse  en 
ellas,  como  lo  hicieron  muy  de  asiento,  por  ser  sitio  acomodado  para  desde 
allí  hacer  salidas  para  el  castigo  de  lo  restante  de  la  tierra  y  haber  á  las  manos 
al  Cotocique,  que  era  la  principal  piedra  de  escándalo  de  toda  ella.  Resolvióse 
que  la  primera  salida  hiciese  el  Capitán  Pinol  con  cincuenta  compañeros  para 
Macinga  y  Macinguilla,  sobre  quien  llegaron  de  noche  los  nuestros,  y  arrimados 
á  su  palenque,  que  ora  de  leños  gruesos  y  muy  espesos,  comenzaron  con  gran  silen- 
cio á  pretender  abrir  puertas,  en  que  estaban  oonpados,  cuando  por  de  dentro 
pasó  un  indio  del  Bouda,  y  sin  haber  visto  ni  oído  á  ninguno  de  los  soldados, 
por  ser  tenebrosísima  la  noche,  dijo  en  nuestra  lengua  castellana :  ''  ¡  Ah 
bellacos  cristianos !  bien  os  veo."  Con  que  pasó  adelante,  y  los  nuestros 
con  su  faena  (por  haber  entendido  ser  aquello  sólo  estratagema  del  indio),  con 
tan  buen  efecto  y  sutileza,que  sin  alborotarse  indio  de  los  del  pueblo,  se  hallaron 
dentro  de  él  antes  de  romper  el  alba,  diciendo  :  *'¡  Santiago,  jinetes  y  peones  !" 
A  cuya  voz  y  á  la  de  las  escopetas,  dieron  principio  los  indios  á  sus  armas  y 
guazabaras,  y  la  gente  sin  provecho  á  su  huida,  procurando  por  pies  escaparse 
de  tal  tormenta,  que  fué  salir  del  fuego,  como  dicen,  y  dar  en  las  brasas,  pues 
caían  en  las  manos  de  otros  soldados  que  cercaban  el  pueblo.  En  los  cuales  fu- 
gitivos y  en  otros  que  pudieron  prender  en  el  alcance  cuando  huyeron  de  la 
pelea,  dejando  la  victoria  en  las  manos  de  los  nuestros,  se  ejecutaron  varios  y 
ejemplares  castigos,  cortando  las  narices  á  los  más  culpados,  á  otros  el  labio  de 
arriba,  orejas  á  otros,  para  que  fuesen  ejemplo,  mientras  viviesen,  á  los  demás, 
que  por  verlos  así  lastimados,  se  les  destroncasen  los  bríos  de  ponerse  en  ocasión 
de  otro  igual  castigo,  y  habiendo  convertido  en  bra*as  á  Macinga  y  Macingui- 
lla, tomaron  la  vuelta  do  Jeriboca  y  dieron  cuenta  al  Gobernador  de  lo  hecho, 
donde  se  hicieron  los  castigos  dichos,  y  se  celebraron  las  victorias  dando  gra- 
cias al  cielo,  que  so  las  había  puesto  en  las  manos. 


CAP.  XX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  21S 

CAPÍTULO  XX 

!.•  Sabiendo  el  castigo,  de  otros  salen  de  paz  algunos  indios— 2.*  Sale  el  Capitán  Pinol 
con  soldados  á  correr  la  tierra,  y  de  paz  el  Cacique  Cotociquej  y  habla  al  Goberna- 
dor— 3.0  Da  el  Capitán  Pinol  sobre  Tairona  y  lo  que  le  sucedió  con  el  indio  Dioena — 
4.*  Viónese  á  los  nuestros  mal  herido  y  hácese  cristiano. 


H 


lOlERON  tanto  ruido  estos  castigos  y  llamas  del  incendio  de  estos 
pueblen,  que  despertando  á  ellos,  volvieron  en  sí  otros  muchos,  sa- 
liendo de  pa.so  al  Gobernador,  medrosos  do  que  les  sucediera  otro  tanto,  y  aun 
loa  más  traían  por  padrinos  á  los  castigados  en  orejas,  labios  y  narices,  que  los 
admitió  el  Gobernador  con  palabras  afables,  protestándoles  que  si  no  perseve- 
raban en  la  paz,  sucedería  con  ellos  otro  tanto,  y  visto  la  que  ya  se  había  sen- 
tado en  la  tierra,  y  que  no  sería  necesaria  tanta  gente  de  los  nuestros,  envió  á 
sus  pueblos  ú  los  de  Córdoba  y  Sevilla,  que  no  fué  de  poca  importancia,  por 
haberse  inquietado  contra  Córdoba  los  Posigueicas,  cerno  dijimos,  y  aun  no 
caminaron  por  otros  pasos  los  demás  pueblos  convecinos  á  Santa  Marta  que  se 
habían  hallado  en  el  rebelión,  pues  temiendo  lo  que  les  podía  suceder  por  lo 
que  habían  sabido  de  sus  vecinos,  pegando  fuego  á  sus  casas,  se  retiraron  á  lo 
más  escondido  de  los  montes,  donde  padecían  tan  grandes  desventuras,  que  los 
mus  viejos,  niños  y  mujeres,  como  gente  más  flaca  para  sufrirlas,  se  queda- 
ban desmayados  ó  muertos  por  los  caminos  y  arcabucos,  hechos  pasto  de  fieras, 
de  los  cuales  trabajos  no  era  exento  Cotocique  y  sus  hijos  y  familias,  pues 
como  más  culpados  andaban  en  mayores  retiros,  no  hallando  agujero  donde  me- 
terse, en  especial  cuando  supieron  que  andaba  en  sus  alcances,  por  orden  del 
Gobernador,  el  Capitán  Pinol  con  ochenta  soldados,  entre  los  cuales  se  contaba 
Luis  de  Segura,  Juan  Sánchez,  caballero  criollo  de  la  ciudad  de  Pamplona  en 
este  Reino,  Juan  de  la  Cueva,  Juan  González,  de  Santa  Marta,  Francisco  de 
Castro,  Manuel  González,  portugués,  Francisco  de  Soto  Loro,  pero  muj  buen 
soldado,  y  otros. 

2.°  Con  los  cuales  divididos  en  escuadras  andaba  el  Pinol  trastornando 
montes,  quebradas  y  valles,  en  que  hubieron  á  las  manos  muchos  indios  fugi- 
tivos, que  huyendo  de  una  tropa  daban  en  otra,  si  bien  nunca  pudieron  dar  con 
el  Cacique  Cotocique,  aunque  tomaron  muchas  veces  su  rastro,  hasta  que  su- 
pieron de  cierto  le  había  obligado  la  hambre  á  tomar  con  su  gente  la  vuelta  d3 
Tairona,  para  donde  la  tomaron  también  nuestros  soldados  en  su  demanda,  y 
donde  tomó  resolución  Cotocique,  pareciéndolo  ser  menos  malo  que  andar  de 
aquella  suerte,  de  venirse  á  presentar  delante  del  Gobernador,  como  lo  hizo, 
dejando  á  su  hijo  Dioena  y  á  su  Maese  de   Campo,  Marontona,  en  amparo  de 


214  FRAT   PEDRO    SIMÓN  (7.»  NOTICIA 

SU  familia.  Llegando  al  Gobernador  y  hablándole  el  Jeriboca,  donde  todavía 
se  estaba,  y  confesando  él  ser  culpado,  lo  recibió  y  hizo  poner  en  recado,  ase- 
gurándole le  guardaría  en  todo  su  justicia,  sin  que  se  le  bioiese  agravio;  por 
hallarse  fatigados  en  el  Valle  de  Tairona  muchos  de  les  soldados  del  Capitán 
Pinol,  los  despachó  á  Jeriboca  al  Gobernador  con  la  presa  que  hasta  allí  habían 
tenido,  quedándose  él  con  los  más  alentados,  y  intentos  de  no  salir  de  la  tierra 
hasta  haber  á  las  manos  á  Cotocique,  pareciéndole  que  si  no  se  cortaba  aquella 
raíz,  que  lo  era  de  todos  los  disturbios  y  alteraciones,  no  se  había  hecho  nada, 
pues  con  él  se  podía  temer  el  reverdecer  en  algún  tiempo. 

3.°  Y  así  tomó  resolución  de  dar  sobre  Tairona,  certificado  ya  había  en- 
trado allí  Cotocique  con  su  gente  (sin  saber  que  había  ya  salido)  mal  para- 
dos, hambrientos,  y  aun  sin  sospecha  de  que  les  iban  tan  á  los  alcances  los 
nuestros,  que  determinaron  darles  Santiago  de  noche,  cuando  estuviesen  al  me- 
jor sueño,  y  con  el  silencio  posible,  como  lo  intentaron,  aunque  no  lo  fué,  pues 
sintiendo  las  guacamayas  que  tenían  los  indios  en  sus  casas  á  los  nuestros, 
cuando  iban  entrando»por  ellas,  comenzaron  á  graznar  (propiedad  de  estas  aves 
en  sintiendo  gente  peregrina),  y  juntamente  nuestros  soldados  á  decir  Santia- 
go, con  que  despertó  el  pueblo,  y  en  especial  Dioena  con  los  que  podían  tomar 
armas  de  su  familia,  y  sin  embargo  de  que  andaban  tan  descuidados  y  aperrea- 
dos, pusieron  con  ellas  los  bríos  que  pudieron  en  su  defensa,  que  siendo  pocos 
para  los  que  llevaban  Pinol  y  los  suyos,  quedaron  muertos  muchos  de  los  sal- 
vajes y  otros  presos;  sólo  Dioena  se  mostró  tan  alentado  y  valiente,  que  so  hubo 
con  increíble  esfuerzo  con  dos  valientes  soldados  que  se  pusieron  con  espadas  y 
rodelas,  con  sólo  el  intento  de  aprehenderlo  ó  matarlo,  lo  que  no  les  fué  posible, 
por  los  valerosos  alientos  con  que  se  defendía  con  sólo  su  macana,  y  aun  dicién- 
dole  los  dos  :  "Date  Dioena,"  les  respondía  con  palabras  tan  soberbias,  feas  y  de 
oprobios,  que  entrando  con  esto  los  soldados  en  mayor  cólera  y  bríos,  los  ponían 
para  matar  al  gandul,  y  aun  con  diligencia  las  rodelas  para  que  no  los  matase  á 
ellos,  hasta  que  viendo  Dioena  los  valientes  alientos  y  perseverancia  de  sus  dos 
contrarios,  y  que  se  sentía  gravemente  herido,  como  lo  estaba  con  quince  cuchi- 
lladas penetrantes,  se  les  deshizo  y  despareció  de  su  vista,  entrándose  en  el 
monte,  por  donde  no  les  fué  posible  seguirlo,  siendo  espesísimas  las  tinieblas  de 
la  noche,  con  que  se  hubieron  de  volver  corridos,  y  quejándose  déla  poca  maña 
que  habían  tenido  para  que  no  se  les  escapara. 

4.0  Sintió  notablemente  el  Capitán  Pinol  el  suceso,  por  haber  perdido  con 
él  las  esperanzas  de  haber  á  las  manos  al  Dioena,  y*»ias  que  se  prometía  de  la 
quietud  de  la  tierra,  faltando  él  y  su  padre  de  ella;  pero  al  fin  no  pudiéndose 
hacer  por  entonces  otra  diligencia,  reposaron  con  cuidado  el  resto  de  la  noche, 
hasta  que  á  la  mañana  á  los  primeros  rayos  del  sol,  hé  aquí  dónde  se  aparece 


CAP.  XX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  215 

Dioena,  sustentándose  sobre  la  macana,  tan  sin  fuerza  ni  vigor,  que  apenas 
se  podía  mover,  por  haberle  puesto  así  las  quince  heridas  penetrantes  que  tenía, 
y  poniéndose  delante  del  Capitán  Pinol,  le  dijo:  "Ya  mis  desatinos  me  han  traí- 
do á  los  últimos  trances  de  la  vida  como  me  ves;  lo  que  te  suplico  es  me  hagas 
cristiano  para  que  así  se  dé  remedio  a  mi  alma,  ya  que  mi  cuerpo  no  lo  tiene." — 
"  Ese  deseo  te  admito,  respondió  Pinol,  pero  no  entiendas  por  eso  escaparte  de 
Ja  muerte  que  mereces  por  tus  culpas." — "  Ya  yo  me  voy  despidiendo  de  la 
vida,  respondió  el  indio;  lo  que  ahora  te  ruego  es  que  abrevies  en  darme  el 
baptismo,  porque  deseo  morir  cristiano,  y  de  mi  cuerpo  haz  lo  que  quisieres, 
pues  morir  de  esta  ó  de  la  otra  suerte  todo  es  morir."  Con  este  afecto  y  alguna 
otra  declaración  que  le  hicieron  de  lo  que  debía  creer,  por  dar  prisa  la  corta 
vida  del  indio,  le  baptizaron,  poniéndole  por  nombre  Pedro,  por  haberlo  pedido 
así,  y  tomando  á  San  Pedro  por  abogado,  ya  casi  sin  vital  aliento,  le  colgaron 
juntamente  con  otro,  no  menos  culpado  que  él,  que  también  se  baptizó  y  llamó 
Francisco,  y  sabiendo  que  estaba  en  Jeriboca  el  Gobernador,  habiendo  en- 
terrado á  los  dos  indios  cristianos,  tomó  la  vuelta  de  allá,  repartiendo  los  pri- 
sioneros que  hubieron  en  Tairona  á  las  manos,  al  cuidado  de  los  soldados,  que 
ya  deseaban  verse  en  Jeriboca,  á  donde  llegaron  después  de  veinte  días  que 
habían  salido  de  ella. 


2l()  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7.*^  NOTICIA 

CAPÍTULO  XXI 

1."  Dánse  de  paz  otros  indios,  con  que  lo  quedó  la  tierra,  y  el  Gobernador  vuelve  á 
Santa  Marta.  Sentencia  á  los  culpados,  puebla  á  los  demás— 2.«  Costumbres  de  estos 
indios  de  Santa  Marta— 3.»  Trátase  de  su  vida  política  y  casamientos— 4,°  Sus  fies- 
tas de  hombres  y  de  mujeres  distintas  y  sus  entierros, 

ARA  dar  fin  á  este  castigo  y  allanamiento,  á  dos  ó  tres  días  que 
hubo  llegado  el  Capitán  Pinol  á  ver.se  con  el  Gobernador,  lo  vol- 
vió a  despachar  con  gente  nueva  para  que  diese  sobre  el  Valle  de  Tamac;i,  cuja 
gente,  en  sabiendo  se  les  iba  allegando,  le  salió  de  paz,  sin  armas  y  con  abundan- 
cia de  comidas,  procurando  por  mil  caminos  acreditarse  de  no  haber  sido  culpables 
en  aquel  alzamiento,  como  se  verificó,  y  cuando  no  viniera  á  sacarse  esta  verdad 
en  limpio,  no  fuera  mala  prudencia  disimular  algo  á  quien  venía  tan  sujeto  y 
Heno  de  excusas,  como  se  hizo,  no  apurando  mucho  el  caso,  antes  con  buenas  y 
amigables  palabras  se  les  admitió  la  paz,  animándolos  á  que  permaneciesen  en 
ella,  con  que  tomaron  la  vuelta  los  soldados  del  Real,  á  donde  poco  después 
llegaron  los  más  principales  de  Tamaca  á  confirmar  la  paz  con  el  Gobernador, 
que  se  la  admitió  con  mucho  gusto,  prometiéndoles  de  parte  del  Rey  guardár- 
sela y  acudirlcs  á  su  amparo  en  toda  ocasión,  con  que  tomaron  la  vuelta  de  sus 
tierras,  y  el  Gobernador  con  toda  su  gente  la  de  la  ciudad  de  Santa  Marta, 
donde  cometiéndole  al  Maese  de  Campo  Anión  Martín  la  causa  de  Cotocique 
y  los  demás  presos  por  culpados,  señalándoles  defensor,  y  con  asistencia  de  ju- 
ristas, fueron  sentenciados  unos  á  destierro  y  otros  á  muerte,  y  enti-c  éstos 
Cotocique  y  uno  de  sus  tres  hijos,  que  después  de  colgados  fueron  divididos 
en  cuartos  y  puestos  por  los  caminos  que  salen  á  Bonda  y  Jeriboca,  con  los  de 
otros  muchos,  y  sus  cabezas  en  palo  para  escarmiento  de  otros.  Más  de  cuaren- 
ta fueron  los  que  colgaron,  y  los  que  desterraron  á  otras  provincias  pasaron  de 
cincuenta,  con  que  se  dio  fin  al  castigo  y  principio  á  la  quietud  de  aquéllas,  en 
especial  con  la  traza  que  dio  el  Gobernador  en  la  fundación  do  los  pueblos  de 
los  naturales,  queque  (cometiendo  también  e.sto  á  Antón  Martín)  quo  no  S3 
hiciesen  las  poblaciones  más  en  las  cumbres  donde  las  tenían,  sino  en  lo  llano, 
con  que  los  tendrían  más  á  la  mano,  y  podrían  i::ejor  doctrinarse,  como  se  co- 
menzó luego  á  poner  en  ejecución  con  la  buena  industria  que  para  ello  daba  el 
Obispo  Don  Fray  Sebastián  de  Ocampo  ;  púsosoles  otras  leyes  por  el  Goberna- 
dor, dirigidas  á  la  paz,  que  los  más  han  conservado  deíípués  acá,  si  bien  no  han 
faltado  algunos  repiques  y  centellas  do  rebeliones,  que  con  facilidad  so  han 
aplacado.  Gastáronse  en  este  castigo,  desde  que  se  comenzó,  tres  meses,  como 
lo  prometió  el  Gobernador,  entrando  alguno  de  ellos  en  el  año  de  1600. 


CAP.  XXI)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  217 

2.0  No  pñrecG  estaban  estos  indios  de  Santa  Marta  tan  sin  lumbre  de  fe 
que  no  se  hallasen  rastros  en  ellos  de  habérseles  predicado  en  algún  tiempo,  ó 
al  modo  quo  dijimos  en  nuestra  segunda  parte  habérseles  predicado  en  este 
Nuevo  Reino  ó  de  otra  manera,  pues  se  hallan  en  ellos  rastros  y  noticias  del 
diluvio,  y  que  les  decían  sus  mayores  quo  había  parido  una  china  sin  juntar- 
se con  hombre,  y  que  el  niño  que  parió  estaba  debajo  la  tierra,  sin  crecer  ni 
menguar,  y  por  haberles  dado  á  entender  el  Demonio  que  era  él,  lo  adoraban, 
y  les  hablaba  muchas  veces  solo  á  los  Mohanes,  que  eran  de  los  más  principa- 
les del  pueblo.  Los  cuales,  primero  que  tomasen  la  posesión  del  oficio,  habían 
de  estar  en  coime,  que  es  en  ayunos,  diez  y  seis  ó  veinte  años,  sin  comer  en 
ellos  más  que  un  bollo  cada  día,  y  tan  retirados  á  las  espesuras  de  los  montes 
y  en  cuevas,  que  no  habían  de  ver  en  todos  ellos  hombres,  más  que  el  que  les 
llevaba  la  comida,  y  si  acaso  veían  alguna  mujer,  daban  por  ninguno  el  ayuno 
hecho  hasta  allí  y  lo  comenzaban  de  nuevo,  con  ser  tan  sensuales,  como  hemos 
dicho,  no  sólo  según  naturaleza,  pero  contra  ella,  y  aun  las  estrellas  tenían  ca- 
sadas unas  con  otras,  y  que  unas  eran  maridos  y  otras  mujeres,  y  que  en  tras- 
poniendo (con  su  natural  movimiento)  por  la  punta  de  un  cerro,  detrás  de  él, 
porque  no  las  viese  nadie,  se  juntaban  carnalmente  una  estrella  con  otra.  Es- 
tando en  estos  ayunos,  les  hablaba  el  Demonio  ensartándoles  mil  mentiras,  y 
de  haberlas  hablado  se  tenían  por  santificados  y  predicaban  al  pueblo  otras  tan- 
tas como  de  tal  maestro.  Cuando  los  hablaba  el  Diablo  en  su  buhío,  se  había 
de  apagar  la  lumbre  que  ardía  en  él  toda  la  noche,  por  mandado  suyo,  para  lo 
cual  tenían  en  la  puerta  del  templo  crecidos  rimeros  y  haces  de  leña  de  ár- 
boles odorífero^  y  peregrinos,  que  nadie  podía  cortar  sino  era  para  aquello. 

3.<*  El  entrarles  á  hablar  á  los  Mohanes  el  Demonio,  era  con  tan  gran  ven- 
tisquero y  huracán,  que  parece  quería  arrancar  el  buhío.  Para  haberse  de 
casar  los  que  no  tenían  padres,  ayunaban  primero  nueve  días;  á  la  doncella  que 
los  tenía,  en  viéndola  la  primera  vez  su  costumbre,  le  metían  sus  padres  en 
coime,  y  sabiéndose  luego  por  todo  el  pueblo,  andaban  los  mozos  negociando  el 
comprársela  con  oro,  gallinas,  chinchorros  y  otros  cachivaches  de  casa  ;  mira- 
ban los  padres  al  que  más  les  convenía  y  á  ése  se  la  daban,  aunque  el  marido 
se  la  solía  volver  al  padre  á  las  veces,  si  so  descontentaba  de  ella.  Los  castigos 
que  daban  era  meter  al  delincuente  en  el  buhío  del  Diablo,  y  que  tejiera 
mantas,  que  todos  lo  sabían  hacer  ;  donde  también  tenían  muchas  herra- 
mientas y  instrumentos  de  palo  para  prestar  á  los  pobres  que  no  tenían  con 
qué  labrar  sus  tierras,  y  en  acabando  los  volvían  allí  cada  barrio.  Sustentaban 
los  viejos  pobres  de  él,  dándoles  cada  día  bollos  y  chicha,  hasta  que  morían. 
Tenían  en  las  plazas  piedras  redondas  de  á  cuatro  y  cinco  arrobas  para  abajo,  en 
que  se  ejercitaban  alzándolas,  cada  cual  en  su  edad,  y  hasta  donde  alcanzaban  sus 


218  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.*    NOTICIA 

fuerzas.  El  ayuno  ordinario  era  no  comer  en  todo  el  día  ni  beber  hasta  puesto  el 
sol ;  pero  entonces  se  desquitaban  en  beber  de  su  chicha,  en  que  corrían  igual 
fortuna  de  exceso  con  las  demás  naciones. 

4.°  Tenían  sus  fiestas  señaladas,  que  se  celebraban  con  danzas,  vestidos  de 
rica  plumería,  y  en  especial  £e  hacía  esto  en  las  cosechas  de  maíz,  cuando  tam- 
bién las  mujeres  hacían  las  suyas  vestidas  de  blanco,  con  muchos  collares  y 
cuentas  en  el  cuello,  piernas  y  brazos,  y  joyas  de  oro  según  las  tenían,  al  cuello 
y  orejas,  con  que  hacían  sus  bailes  festejándolas  los  mozos  más  briosos  del 
pueblo,  que  todo  venía  á  parar  en  embriagueces.  Hervía  la  tierra  de  estos  na- 
turales cuando  los  nuestros  les  dieron  vista,  por  tener  cada  uno  las  mujeres  que 
podía  sustentar.  No  es  gente  ociosa,  antes  castigaban  á  los  que  lo  eran,  y  así 
cuando  no  tenían  otras  ocupaciones,  hacían  caminos  de  losas  muy  juntas  y 
bien  puestas,  anchos  y  tan  largos,  que  se  hallaron  algunos  do  más  de  veinte 
leguas.  Usaban  de  cerbatanas  curiosísimas,  con  que  mataban  con  flechas  sutiles 
de  toda  suerte  do  aves,  sólo  para  la  pluma,  pues  nunca  comían  carne  ni  aun 
de  venado,  porque  fuera  de  maíz  y  raíces,  su  sustento  era  pescado  y  frutís.  En 
muriendo  la  persona,  le  doblaban,  antes  de  enfriarse,  el  cuerpo,  y  así  la  ente- 
rraban, como  hemos  dicho  de  las  demás  naciones,  en  bóveda?,  con  sus  joyas, 
mujeres  y  esclavos,  y  porque  no  pienso  haya  otra  cosa  de  Santa  Marta  que  nos 
detenga  la  Historia,  nos  despedimos  con  esto  y  con  lo  que  queda  dicho  en  la  se- 
gunda parte  acerca  de  su  Gobierno  y  Gobernadores  que  fueron  sucediendo  áDon 
Juan  Guiral,  Don  Diego  de  Argote,  y  al  Francisco  de  Sande,  á  quien 
vino  á  tomar  Kesidencia  y  gobernar  en  el  entretanto  el  Licenciado  Don  Pedro 
de  Castro,  y  por  suplemento  después  de  él  gobernó  Don  Antonio  Maldonado^ 
criollo  de  esta  ciudad,  caballero  del  hábito  de  Calatrava,  hasta  que  llegó  de 
España  á  aquella  ciudad  el  que  al  presente  gobierna,  que  se  llama  Don  Jeró- 
nimo de  Quero  (sic). 


CAP,  XXIl)  «OTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  219 

CAPÍTULO  XXII 

1.*"  Alzamiento  de  los  negros  de  Cartagena— 2.°  Salen  á  reducirlos,  y  matan  algunos 
españoles— 3."  Daños  que  hacen  en  la  tierra,  y  muertes  de  otros  soldados  que  salen 
al  castigo. 

AL  Gobernador  Don  Pedro  de  Acuña  sucedió  en  la  ciudad  de  Cartage- 
na, por  los  fines  del  año  de  1599  ó  principios  del  de  600,  el  Goberna- 
dor Don  Jerónimo  de  Suazo  Cásasela,  y  en  estos  tiempos  comenzó  un  alzamien- 
to y  retiro  de  ciertos  negros  cimarrones  en  aquella  ciudad,  cuyos  primeros 
pasos  fueron  que  un  Juan  Gómez,  vecino  de  ella,  haciendo  malos  tratamientos 
á  algunos  de  los  que  tenía,  había  entre  ellos  uno  que  se  llamaba  Domingo 
Bioho,  tan  brioso,  valiente  y  atrevido,  que  tuvo  alientos  para  huirse  de  casa  de 
su  amo  y  llevar  consigo  (i  otros  cuatro  negros,  á  su  mujer  y  tres  negras,  todas 
de  su  ama,  que  con  otros  que  hicieron  lo  mismo,  esclavos  de  Juan  de  Palacios, 
vecinos  de  la  misma  ciudad,  se  retiraron,  siendo  ya  todos  hasta  treinta,  al  ar- 
cabuco y  ciénegas  de  Matuna,  que  están  á  la  parte  del  Sur,  no  lejos  de  la  Villa 
de  Tolú,  y  desaguan  en  el  mar  por  aquel  paraje,  para  donde  salió  el  Juan  Gó- 
mez con  mandamiento  de  Diego  de  Torres,  Alcalde  de  la  Hermandad,  y  como 
cuadrillero  suyo,  confiando  que  había  de  haber  á  las  manos  los  negros.  Llevaba 
en  su  compañía  el  Juan  Gómez  cuatro  soldados,  y  habiendo  tenido  noticia  eran 
los  negros  el  número  de  ocho,  contra  quien  no  era  bastante  tan  poco  número 
de  gente  y  armas  como  llevaba,  recogió  otros  tres  indios  del  pueblo  de  Bahaire 
y  otro  negro  flechero,  acompañándole  también  Juan  de  Palacios  el  mozo,  como 
interesante,  y  otros  soldados,  hasta  que  se  juntaron  diez  y  seis  ó  veinte,  que  sólo 
llevaban  una  escopeta,  por  pretender  el  Juan  Gómez  que  no  se  matasen  sus 
negros,  y  presumir  que  luego,  como  á  él  le  viesen,  se  le  habían  de  venir  rin- 
diendo. 

2.^  Que  sucedió  al  contrario,  pues  llegando  al  sitio  de  la  ciénega,  donde 
estaban  los  cimarrones,  y  á  darles  vista,  embistieron  furiosamente  coa  el  Juan 
Gómez,  matándolo,  por  no  llevar  con  qué  defenderse,  y  á  muchos  otros  de  su 
compañía,  volviendo  los  demás  en  las  barquetas,  que  fueron  hasta  dar  cuenta 
en  la  ciudad  del  suceso  al  Gobernador,  que  deseando  apagar  á  sangre  caliente 
aquellas  centellas  de  alzamiento,  en  especial  que  cada  día  iban  tomando  más 
fuerzas  con  más  número  de  cimarrones  y  con  llamarse  el  Dominguillo  Bioho,  á 
quien  tomaron  por  cabeza.  Rey  del  arcabuco,  envió  á  Diego  Hernández  Caho), 
Alcalde  de  la  Hermandad,  con  veinticuatro  soldados  de  los  vecinos  del  pueblo, 
aunque  no  con  demasiada  prevención  de   armas  y  municiones,    para  probar   la 

mano  en  darles  alguna  trasnochada,  y  haber  algunos  ó  á  todos  á  las  manos.  Eu* 

27 


220  FRAY   PEDRO  SIMÓN  (7.»  NOTICIA 

barcáronse  en  dos  canoas  grandes,  que  por  serlo  tanto  y  no  á  propósito  para 
poder  entrar  con  ellas  á  trastornar  todos  los  esteros  y  caños  de  la  ciénega,  las 
hubieron  de  largar  y  buscar  barquetas  á  propósito,  con  que  llegaron  al  paraje 
donde  le  había  sucedido  la  desgracia  al  Juan  Gómez  y  sus  compañeros,  y  ha- 
biendo mirado  la  cuerda  de  arcabuces  que  llevaban  para  repartirla  y  ponerse 
en  buenas  á  lo  que  podía  suceder,  antes  que  saltaran  en  tierra,  le  cupo  á 
cada  soldado  ú  vara  y  media,  que  siendo  de  algodón,  en  dos  horas  se  consume, 
y  hallando  que  no  lo  estaban  del  todo  los  cuerpos  de  los  que  habían  muerto  los 
cimarrones,  los  enterraron,  con  que  tomaron  la  vuelta  de  la  ciudad  y  llegaron  á 
los  ocho  días  que  habían  salido  de  ella,  sin  otro  efecto  considerable. 

3.^  Crecían  tan  por  momentos  y  con  tanto  exceso  los  daños,  robos  y  sal- 
teamientos de  estos  cimarrones,  que  nadie  por  aquel  paraje  estaba  seguro,  ni  sus 
casas  en  las  estancias,  hatos  y  sementeras.  A  cuyo  reparo,  viéndose  obligado  el 
Gobernador,  despachó  al  Capitán  Luis  Polo  con  cien  soldados,  y  entre  ellos  Agus- 
tín Martín,  Capitán  délos  morenos  horros  de  la  ciudad,  el  cual  se  dio  tan  buena 
maña  trastornando  la  ciénega  de  Matuna  con  sus  caños  y  esteros  y  la  fragosidad 
de  la  montaña,  que  hizo  algunos  buenos  efectos,  hasta  que  tomó  la  vuelta  de  la 
ciudad  por  orden  del  Gobernador,  tan  á  mal  tiempo,  que  si  se  fuera  siguiendo  el 
castigo,  inquietando  noches  y  días  á  los  negros,  se  consiguieran  buenos  sucesos, 
y  así  se  iban  acrecentando  los  malos  por  parte  de  los  cimarrones  con  excesivos 
daños,  pues  robaron  las  estancias  de  Violante  Sánchez,  Luis  de  Padilla  y  otras, 
á  cuyo  reparo  despachó  el  Gobernador  treinta  soldados,  casi  todos  mestizos  y 
mulatos,  con  Manuel  González  por  cabo,  que  par  no  ser  versados  en  la  milicia, 
perdieron  un  bonísimo  lance  de  peder  matar  á  todos  los  cimarrones  que  sobre- 
saltaron, hallándolos  juntos  en  la  estancia  del  Padilla,  donde  los  pudieran  esco- 
petear á  terrero  y  irlos  matando  como  fueran  saliendo  del  buhío  donde  estaban 
todos  recogidos;  pero  como  gente  bisoña  y  sin  pericia  ni  disciplina  miUtar,  dis- 
pararon los  arcabuces  todos  á  una  á  los  negros  dentro  del  buhío,  que  saliendo 
fuera  ligeramente,  antes  que  pudieran  volver  á  cargar  las  escopetas,  dieron  con 
tanta  valentía  sobre  los  soldados,  que  mataron  veinte  y  uno,  y  hicieran  lo  mis- 
mo coa  el  resto  si  no  tuvieran  tan  buena  suerte  de  escaparse  y  volver  á  la  ciu- 
dad, donde  dieron  noticia  del  suceso,  que  fué  do  harto  sentimiento  en  toda  ella, 
y  en  especial  de  Don  Jerónimo  de  Suazo. 


OAP.  XXIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIEME.  221 

CAPÍTULO  XXIII 

1  .<>  Salen  cuatro  tropas  de  soldados  contra  los  negros  y  hacen  poco  efecto — 2*  Tratan 
los  negros  de  reducirse  y  no  tiene  efecto— 3."  Por  lo  cual  tratan  de  hacer  nuevos 
daños.  Redúcense  y  después  ahorcan  á  su  Capitán — 4."  Muere  el  Gobernador  Rodas, 
de  Zaragoza,  y  sucédele  su  yerno  Don  Bartolomé  de  Alarcón. 

VIENDO  el  Gobernador  cuan  por  la  posta  iban  creciendo  los  daños,  y 
cada  día  con  mayores  aumentos,    determinó   despachar  gran  fuerza 
de  gente  á  sn  reparo,  y  así,  después  de    algunos  días,  salieron  á  grandes    costas 
los  Capitanes  Julio  Evangelista,    Alonso    Benocal    y  Don  Baltasar  de  Orel  lana, 
y  con  ellos  había  de  ir  también  el  Capitán    Luis   Polo,  que  por  audar  achacoso, 
se  quedó  por  entonces  ;  cada    uno    con    cincuenta    soldados,  bien  pertrechados, 
que  divididos  en  partes,  diesen  caza  por  muchas  á  los  cimarrones.  Llevó  orden 
el  Capitán  Luis  Polo,  que  salió  ocho  días   después,  de  ocuparse,  con  otros  cua- 
renta hombres  que  llevaba,  en  amparar   los   indios  y  estancias  de   la  parte  de 
Turbaco.  Salió  también  por  otra  el    Alférez   Vallejo  con  otra    buena  tropa  de 
gente,  demás  de  otra  de  á  caballo  que  hizo  salir  el  Gobernador  por  otras  partes, 
y  una  de  las  galeras,  para   que    tampoco  tuviesen    refugio  do   fuga  por  la  mar, 
que  fuera  de  la  que  ella  llevaba,  audabsn  en  campaña  más  de  trescientas  y  cin- 
cuenta personas  de  pelea,   sin  la  gente   de  servicio,  negros  y  indios.  Habiendo 
los  Capitanes  Julio  Evangelista  y  Alonso   Benocal   rastreado  el  palanque  y  for- 
taleza que  tenían  hecha  los   negros  para  su  defensa,  dieron  sobre  ella  en  medio 
de  las  ciénegas  de  Matuna,  donde  habiéndola  ganado,  mataron  y  prendieron  á 
muchos,  porque  era  ya  gran  número  el  que  se  había  juntado,  de  los  cuales  se  es- 
caparon muchos  huyendo  en  esta  ocasión.  Tuvo  rastro  después  el  Capitán  Luis 
Polo,  y  de  cómo  iban  marchando  la  vuelta  de  Camapama,  en  cuya  demanda  co- 
menzó luego  á  caminar  con  su  gente,  hasta  que  llegó  á  su  hato  de  vacas,  qne  lo 
tenía  por  aquellos  parajes,  donde  teniendo  frescas  noticias  de  que  los  cimarrones 
habían  pasado  la  ciénega  que  atraviesa  desde  el  mar  al  Río  Grande  de   la  Mag- 
dalena, en  una  canoa  pequeña  que  allí  tenían    para    el   efecto  los    cimarrones, 
mientras  se  prevenía  en  su  hato  de  comidas,  de  que  llegó    necesitado  allí,  para 
irlos  siguiendo,  dio  aviso  de  todo  al    Gobernador,  que    á  la  sazón   estaba  en  el 
pueblo  de  Turbaco,  y  para  que  con  la  brevedad    que  demandaba  el  caso  le  pro- 
veyese de  algunas  cosas  necesarias. 

2.0  Despachó  también  por  otra  parte,  tras  los  negros,  á  uno  suyo  ladino  y  á 
un  indio,  qiie  también  lo  era,  que  dieron  con  los  cimarrones  de  la  otra  parte 
de  la  ciénega,  y  habiéndoles  hablado  pacíficamente  y  sabido  cómo  el  Capitán 
Luís  Polo  estaba  en  su  hato,  despachó  el  Domingo  Bioho  al  indio,  quedándose 


222  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.»  NOTICIA 

el  negro  con  ellos,  que  lo  dijese  al  Capitán  Polo  quería  verse  con  él,  por  estar 
ya  determinados  de  rendirle  las  armas  y  servir  al  Rey  sin  ensangrentar  más 
la  guerra.  Con  los  deseos  que  tenía  el  Capitán  Polo  de  que  se  acabara  y  que 
se  atajaran  tantos  daños,  luego  que  supo  esto  por  el  indio,  no  reparando  en  el 
notabíe  riesgo  en  que  ponía  su  persona  por  el  bien  de  la  patrio,  tomó  sus  armas 
y  solo  re  entró  entre  ellos  y  habló  con  el  Domingo  Bioho,  que  entre  otras 
cosas  que  se  hablaron  acerca  del  caso,  dio  el  Dominguillo  la  resolución  que 
todos  tenían  de  no  tratar  más  de  guerra,  si  el  Gobernador,  de  parte  del  Rey,  les 
perdonase  las  vidas.  Despidióse  con  esta  buena  negociación  el  Capitán  Polo, 
y  tomando  la  vuelta  de  la  ciudad,  la  trató  con  el  Gobernador,  que  aunque  al 
principio  estuvo  duro  en  conceder  lo  que  los  cimarrones  pedían,  atendiendo  á 
los  ruegos  de  Don  Alonso  de  Mendoza,  Lucas  de  Olivera  y  otros  que  hicieron 
mucho  en  esto,  y  á  las  consecuencias  importantísimas  que  de  esto  se  seguían  á 
toda  la  República,  pues  pendía  de  ella  el  sosiego  y  seguro  de  vidas  y  haciendas, 
que  eran  más  valientes  provechos  que  la  pérdida  de  la  libertad  de  los  negros 
les  concedió  el  perdón,  que  volvió  Polo  á  efectuar  luego  con  ellos,  con  térmi- 
no de  tres  ó  cuatro  días,  en  que  había  de  volver  á  dar  respuesta  de  lo  asentado 
al  Gobernador. 

S»^'  Que  no  pudiendo  concluirse  en  tan  breve  tiempo,  por  no  haber  hallado 
en  el  puesto  á  los  cimarrones  cuando  volvió  el  Capitán  Polo,  por  hab  rse  alar- 
gado á  buscar  comidas,  tomó  tan  grande  enfado  el  Gobernador  con  él  (con 
quien  andaba  acedo  por  otras  ocasiones),  que  hizo  se  recogiesen  á  la  ciudad 
todos  loa  soldados  que  á  la  sazón  andaban  en  esta  jornada,  y  aun  se  alargó 
con  palabras  de  ultraje  contra  el  Luis  Polo,  diciendo  que  lo  engañaba  y  al  Rey, 
con  que  cesó  aquella  facción  y  firmes  principios  de  asentar  la  paz,  que  tanto 
importaba,  con  los  negros.  Los  cuales,  viendo  no  había  tenido  esto  efecto,  ni 
habían  querido  recibir  sus  deseos  de  tenerla  y  de  quietarse,  comenzaron  de 
nuevo  á  irritarse  y  á  hacer  mayores  salteamientos.  Llegaron  el  año  de  1605  al 
pueblo  de  los  indios  de  Jeguo,  que  está  sobre  los  barrancos  del  río  de  San  Jor- 
ge, no  lejos  del  de  Cauca,  y  robando  cuanto  en  él  había  y  aun  el  hatillo  de  un 
padre  doctrinero  de  nuestra  Orden  que  estaba  allí,  llamado  Fray  Urbano  Ga- 
liano,  quisieron  matar  á  un  hermano  suyo  y  á  otros  españoles  que  á  la  sazón 
estaban  en  el  pueblo;  pero  contentáronse  á  lo  último  con  despojarlos  hasta  dejarlos 
en  carnes,  por  ruegos  del  padre  y  porque  decía  Dominguillo  Bioho  que  había 
llegado  allí  con  intentos  de  que  se  coníesase  toda  su  gente,  por  ser  ya  cerca 
de  la  Semana  Santa,  aunque  luego  trataron  más-4e  huirse  el  río  abajo,  por 
haber  tenido  noticia  venía  en  su  seguimiento  una  tropa  de  españoles. 

No  se  descuidaban  en  hacer  asaltos  por  la  mar,  pues  salían  en  dos  canoas  á  la 
boca  de  Bahaire  á  coger  las  de  los  negros  trabajadores  que  pasaban  por  allí  á 


CAP.    XXIIl)  NOTICIAS    DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  223 

las  estancias  a  cortar  brasü  y  otras  maderas,  en  que  no  causaron  pequeños 
daños,  con  que  andaba  toda  la  tierra  tan  avispada,  temerosa  y  inquieta,  que  no 
se  hallaban  seguros  á  ninguna  bora,  noches  ni  días,  en  el  pueblo  de  Tolú,  á 
donde  también  acometieron,  ni  en  sus  estancias  ni  en  ninguna  de  las  de 
Cartagena,  hatos  de  la  Villa  de  Mompox  y  ciudad  de  Tenerife,  que  están  por 
aquellos  parajes,  pasado  el  Río  Grande  al  Poniente.  Un  Hernando  Núñez 
hacía  instancia  que  si  le  diesen  veinte  soldados  habría  á  las  manos,  muertos  ó 
vivos,  á  todos  los  cimarrones,  por  acudir  de  ordinario  á  su  estancia  menos  Cari- 
bes que  á  las  de  los  otros  y  con  alguna  pacificación.  También  otro  negro  del 
Capitán  Juan  Polo,  que  lo  hubo  á  las  manos  por  industria  de  Agustín  Martín, 
Capitán  de  los  horros,  que  había  andado  mucho  tiempo  con  los  cimarrones, 
decía  se  atrevía  á  matarlos  á  todos,  con  que  le  diesen  un  cuerno  de  tabaco 
molido,  preparado  con  veneno,  y  dos  botijas  de  vino,  que  también  la  una  de 
ellas  estuviese  con  lo  mismo;  pero  ento  ni  otras  industrias  que  se  dieron  para 
pacificarlos  tuvieron  efecto:  y  así  pasaron  estas  alteraciones  con  crecidísimos 
daños  cada  día,  hasta  los  años  de  1G12  ó  13,  cuando  al  fin,  cansados  los  mismos 
negros  de  andar  tan  aperreados  y  perseguidos,  sin  quietud  ni  asiento  en  ningu- 
na parte,  salieron  de  una  mala  paz,  que  después  so  vino  á  hacer  mejor  y  á 
darles  licencia  para  que  entrasen  en  la  ciudad  y  saliesen  de  ella  con  su  Capitán 
Dominguillo,  como  lo  hacían  á  todas  horas,  y  el  Bioho  andaba  con  tanta  arrogan- 
cia, que  demás  de  andar  bien  vestido  á  la  española,  con  espada  y  daga  dorada, 
trataba  su  persona  como  un  gran  caballero.  Hasta  que  el  año  de  mil  y  seiscien- 
tos y  diez  y  nueve,  habiéndolo  hallado  en  no  sé  qué  malos  tratos  atraidorados, 
lo  hizo  ahorcar  el  Gobernador  Don  García  Girón.  Fueron  notables  los  gastos 
que  á  sus  principios,  en  tiempo  de  D.  de  Jerónimo  Suazo,  se  hicieron  en  la  paci- 
ficación de  estos  cimarrones,  así  de  den-amas  de  los  vecinos  de  Cartagena  y  Tolú, 
que  vinieron  á  montar  ádiez  y  siete  mil  y  seiscientos  y  ochenta  y  un  pesos  de 
á  ocho  reales,  como  de  lo  que  se  sacó  de  la  Caja  del  Rey  por  Cédulas  suyas 
para  el  efecto,  que  fueron  nueve  mil  y  novecientos  y  treinta  y  uno  y  tres  reales, 
que  juntos  con  cinco  mil  que  se  echaron  de  cuenta  y  tanteo,  montaron  los 
robos  y  iccendios,  valor  de  los  negros  que  los  cimarrones  alzaban  y  llevaban 
consigo,  sin  contar  lo  que  ellos  valían,  vino  á  montar  todo  á  treinta  y  seis  mil  y 
seiscientos  y  doce  pesos  y  tres  reales,  y  lo  más  de  todo  esto  se  gastó  hasta  el 
ano  de  1G06,  en  que  murió,  dando  su  residencia  el  Gobernador  Don  Jerónimo 
de  Suazo,  á  quien  sucedió  el  mi.«imo  año  Don  Diego  Fernández  de  Ve- 
lasco. 

4.*^  Murió  también  en  este  año,  por  el  mes  de  Enero,  en  su  Gobierno  de 
Antiochia  y  de  Entre  los  dos  Ríos,  el  Gobernador  Gaspar  de  Rodas,  de  edad  de 
casi   cien  años,  habiendo  servido  al  Rey  más  de  los  cincuenta  valerosamente  en 


224  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

guerra  y  paz;  era  natural  de  la  ciudad  de  Trujillo  en  Extremadura,  hijo 
legítimo  de  Florencio  Rodas  Carvajal  y  de  Guiomar  Méndez  Cotiño  Barrete, 
hija  de  Martín  Barreto  Cotiño,  portugués,  gran  privado  del  Rey  Don  Juan  de 
Portugal.  Pasó  á  esta.s  partes  muy  mozo,  con  dos  hermanos  suyos,  que  también 
se  ocuparon  en  el  Pirú  en  guerras  y  pacificaciones  con  muy  lucidos  efectos, 
hijos  de  lá  noble  sangre  de  sus  venas.  Tuvo  tan  buena  suerte  en  cuanto  em- 
prendió este  gobierno,  como  hemos  visto,  y  aun  no  fué  menor  otra  en  que 
hallándose  él  con  sus  soldados,  jamás  le  sacaron  sangre  á  ninguno,  ni  cometie- 
ron delitos  bastantes  para  quitar  á  alguno  la  vida.  Era  de  cuerpo  más  que 
mediano,  razonable  encaje  de  rostro,  aunque  metía  un  ojo  en  otro,  como  lo 
conocí  en  esta  ciudad;  hombre  afable,  partidor  con  todos,  en  especial  con  pobres 
y  necesitados.  Nunca  fué  casado;  tuvo  un  hijo  natural  mestizo,  llamado 
Alonso  de  Rodas  Carvajal,  y  otra  hija,  Doña  María  de  Rodas  Carvajal,  con  quien 
casó  el  Capitán  Don  Bartolomé  de  Alarcón,  natural  de  Guadalajara  en  España, 
que  entró  en  el  Gobierno  luego  en  muriendo  el  suegro,  por  haberlo  nombrado 
por  sucesor,"según  el  asiento  y  capitulaciones  hechas  por  el  Rey,  á  quien 
confirmó  esta  Real  Audiencia,  y  á  mayor  abundamiento  le  dio  nuevos  títulos 
de    Gobernador  de  Antiochia. 


CAP.  XXIV )  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIEBRA  FIRME.  225 

CAPÍTULO  XXIV 

1."  Dase  principio  á  tratar  las  guerras  de  los  indios  PijaOS;  descríbense  sus  tierras — 2.* 
Principios  de  sus  inquietudes,  j  copia  de  los  Capitanes  que  entraron  antes  de  ahora 
en  sus  conquistas — 3.'  Daños  que  hacen  estos  indios  en  las  ciudades  sus 
convecinas. 


Y 


"A  por  nuestros  pasos  contados  ha  llegado  la  Historia  á  tratar  de 
las  conquistas  de  los  indios  Fijaos  de  este  Nuevo  Reino,  que  siem- 
pre tuve  intentos  de  escribirlas  racy  á  la  larga  y  desde  sus  principios,  que  los 
dio  el  General  Sebastián  de  Belalcázar,  como  dijimos  en  nuestra  segunda 
parte,  y  para  el  intento  recogí  papeles  á  propósito,  hasta  que  habiendo  sabido 
que,  no  sé  con  qué  pretensiones  de  mejora,  y  de  que  saliese  historia  aparte 
de  esto,  para  más  lucida  y  no  ahogada  en  esta  mía  más  general,  hubo  quien  se 
convidase  á  escribirla,  con  que  agradeciéndolo  por  ahorrar  yo  de  trabajo, 
volví  con  mucho  gusto  los  papeles  á  quien  me  los  había  entregado  y  dirigía 
como  interesado  estas  acciones  por  este  camino,  por  donde  habrá  de  caminar 
el  que  quisiere  saber  más  á  la  larga  estas  conquistas,  si  salen  á  luz,  y 
no  por  el  de  mi  Historia,  pues  como  más  general  no  se  podrá  detener  en  las 
menudencias   que  la  particular;  y  así  vengamos  al  intento  : 

Las  tierras  y  países  de  estos  indios  Fijaos  (dejo  ya  dicbo  por  qué  se  lla- 
maban así)  demoran  al  Poniente,  con  declinación  al  Surueste  de  esta  ciudad  de 
Santafé,  que  mirando  desde  el  centro  de  estas  sus  tierras,  están  en  sesenta  y 
nueve  grados  y  cincuenta  y  seis  minutos  de  longitud  del  meridiano  de  Toledo, 
tres  grados  de  latitud  á  la  banda  del  Norte,  entre  la  jurisdicción  de  esta  ciudad 
y  la  Gobernación  de  Popayán,  enemigos  comunes  á  ambas  partes,  y  que  á  dos 
manos  las  infestaban  con  robos,  salteamientos  y  muertes  atrocísimas,  y  muchas 
desde  que  ambas  partes  se  fundaron  de  españoles.  Hace  raya  y  limito  á  la 
tierra  de  estos  Caribes,  por  la  banda  de  la  Gobernación  de  Popayáo,  la  cordille- 
ra ó  loma  que  comienza  á  las  espaldas  de  Timaná,  al  Sur,  desde  la  parte  que 
llaman  las  Carnicerías,  dichas  así  por  unos  grandes  buhíos  que  hallaron  allí  los 
españoles,  donde  se  vendía  carne  humana  de  los  esclavos  que  cogían  en  las  gue- 
rras, con  tanta  abundancia,  que  había  para  toda  la  tierra  que  concurría  allí  á 
comprarla.  Corre  esta  cordillera  con  aguas  vertientes  al  río  del  Cauca  y  Gober- 
nacióu  de  Popayán  por  la  parte  que  mira  al  Sur,  hasta  toparse  con  la  otra  ne- 
vada que  va  corriendo  por  entre  la  ciudad  de  Mariquita  y  Cartago  ;  y  por  esta 
parte  del  Norte,  que  mira  á  estas  tierras  de  Santafé,  pone  límite  á  las  de  estos 
indios  el  Río  Grande  de  la  Magdalena,  cerca  del  cual  son  provincias  de  tierras 
llanas,  porque  las  demás  son  de   notable  aspereza,   de  encrespadas  y   colgadas 


226  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (^7.»  NOTICIA 

sierras,  si  bien  hay  partes  de  tierra  ampollada  en  algunas  provincias,  que  son 
muchas  y  por  lo  general  calientes,  en  especial  todos  los  llanos,  porque  la  sorra- 
nía  goza  de  páramos  frig idísimos  ;  tierra  fértil  en  común  para  todo  grano,  y 
el  nuestro  se  diera  en  muchas  partee,  por  haber  tierras  de  todos  temples.  No  ha 
sido  mucho  el  oro  que  se  ha  descubierto  en  ellatí. 

2.^  Los  principios  de  las  conquistas  de  estos  indios,  desde  inmemorables, 
años  antes  que  los  descubrieran  loa  españoles,  fueron  de  algunos  indios  biza- 
rros y  valentones,  que  no  cabiendo  en  algunas  provincias,  por  no  consentirles 
sus^  inquietudes,- andaban  en  tropa  de  unas  en  otra^^  haciendo  guerra  á  los 
moradores  de  ellas,  tanto,  que  venían  ú  consumir  y  ahuyentar  su  gente,  que- 
dándose ellos  señores  ;  y  así  nacidos  y  crecidos  con  estas  inquietudes  y  guerras 
civiles  con  que  siempre  vivían,  no  ha  sido  posible  á  los  nuestros  sujetarlos  á 
otro  modo  de  vivir;  tan  embebido  éste  en  ellos,  que  han  tenido  por  menor  mal  ^ 
ser  primero  consumidos  que  perderlo,  como  se  ha  visto  en  el  poco  efecto  que 
han  hecho  los  muchos  Capitanes  y  soldados  que  han  entrado  de  parte  de  este 
Nuevo  Reino  y  de  la  Gobernación  de  Popayán,  que  como  á  enemigos  comunes, 
y  que  sin  cesar  han  infestado  ambas  partes,  habiéndose  comido  de  ambas  y  de 
los  muchos  que  han  habido  á  las  manos  en  los  caminos  reales  y  cursados  que 
atraviesan  por  sus  tierras  desde  este  Nuevo  Reino  para  el  de  Popayán,  Quito 
y  el  Pira,  más  do  cuatrocientos  españoles  y  más  de  cuarenta  mil  indios  de  paz. 
Han  procurado  de  ellas  atajar  tantos  inconvenientes  y  daños  con  entradas  que 
han  hecho,  como  se  verá  en  este  catálogo. 

Pop.  El  primero  que  les  dio  vista  y  paso  por  sus  tierras  viniendo  á  esta 
del  Reino,  fué  el  General  Sebastián  de  Belalcázar,  y  después  de  tener  título  de 
Adelantado,  volvió  á  probar  la  mano  con  ellos  y  aun  á  volverse  á  salir  con 
hartos  buenos  efectos. 

N.  R.  El  Capitán  Giraldo  Gil  de  Estupiñán  entró  con  ciento  y  cincuenta 
soldados  ;  salió  desbaratado  con  muertes  de  cuarenta  y  nueve. 

Pop.  El  Capitán  Francisco  de  Trejo,  de  este  Reino,  con  setenta  soldados, 
de  que  le  mataron  los  cuarenta  en  la  provincia  de  Amoyá. 

Pop.  Juanes  de  Gaviria  no  hizo  efecto. 

Pop.  El  Capitán  Julián  de  Zarate,  con  cuarenta. 

P.  El  Capitán  Fernán  Pérez,  con  cincuenta.  I  Que  todos  sin  efectos 

P.  El  Capitán  Miguel  Losada,  con  cuarenta.  > considerables  salieron 

P.  Martín  Calderón,  treinta  y  cinco.  '   |  desbaratados. 

P.  El  Capitán  Francisco  de  Aguilar,  cuarenta. 

P.  El  Capitán  Juan  de  Ampudia,  cincuenta. 


CAP.  XXIV)  NOTICIAS    DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  227 

Reinos.  El  Capitán  Domingo  Lozano  (1)  con  más  de  ciento,  y  al  fin  lo 
mataron,  después  de  haber  poblado  á  San  Vicente  de  Páez. 

P.  El  Capitán  Osorio,  treinta  y  cinco. 

P.  El  Capitán  Francisco  de  Belalcázar,  ochenta. 

E.  El  Capitán  Diego  Bocanegra  con  setenta,  pobló  la  Frontera  en  Salda- 
ña,  que  la  despoblaron  y  arrojaron  de  su  tierra  (2). 

P.  El  Capitán  Marín  con  ciento  veinte  soldados,  á  costa  déla  Gobernación, 
salió  desbaratado,  con  algunos  muertos  y  heridos. 

R.  El  Capitán  Bartolomé  Talaveraño  con  setenta  por  Saldaña;  matáronle 
26;  salió  desbaratado;  pobló  en  el  río  del  Escurial,  que  se  despobló  luego  que 
se  salió. 

R.  y  P.  El  Capitán  Diego  Bocanegra,  por  orden  de  la  Real  Audiencia,  con 
170  soldados,  á  costa  de  este  Reino  y  Gobernación  de  Popayán,  pobló  á  Medina 
de  los  Torres,  que  le  despoblaron  con  muertes  de  algunos  soldados. 

R.  Bernardino  de  Mojica,  por  Gobernador  de  los  Fijaos,  con  180  soldados, 
pobló  á  Pedraza,  que  le  despoblaron  con  muerte  de  ocho  españoles,  con  que  los 
dejó  triunfantes. 

P.  El  Capitán  Melchor  de  Salazar,  con  35. 

P.  El  Capitán  Diego  Bocanegra,  por  orden  de  Don  Vasco  de  Mendoza, 
Gobernador  de  Popayán,  entró  por  el  río  de  la  Paila  con  95  soldados,  200 
indios  y  100  caballos  á  costa  de  las  ciudades  y  vecinos  de  la  Gobernación,  y 
salió  sin  hacer  efecto. 

P.  El  Capitán  Villanueva,  con  40. 

P.  El  Capitán  Rojas,  con  40. 

P.  El  Capitán  Bocanegra,  por  la  Gobernación,  con  70. 

P.  El  Capitán  Pedro  de  Velasco,  50. 

P.  El  Capitán  Hernando  Arias,  60  (3). 

P.  El  Capitán  Pedro  Sánchez  Castillo,  40. 

P.  El  Capitán  Telmo  Rosero,  40. 


(1)  Fernán  Pérez  murió  con  Domingo  Lozano  en  Tobaima,  año  de  1572,  y  27  solda- 
dos valerosos.  2Vbta  marginal. 

(2)  Falta  el  Capitán  Diego  de  Santa  Cruz,  que  habiendo  librado  con  socorro  á  los 
vecinos,  mujeres  y  niños,  del  cerco  en  que  padecieron  mucho  en  Páez,  entró  con  áO  hom- 
bres á  castigar  los  indios  Pijaos,  los  cuales  le  mataron  á  12  de  sus  soldados  en  la  loma  de 
las  Carnicerías  al  fin  del  año  de  1572.  Nota  marginal. 

(3)  También  faltó  el  Capitán  Baltasar  de  Asebia.  El  año  de  1579  sacó  de  Timaná, 
por  orden  del  Gobernador  Sancho  García  del  Espinar,  35  soldados,  que  llevó  á  Tobaima, 
donde  estaba  el  dicho  Gobernador  con  150  hombres  y  valerosos  Capitanes  que  hicieron 
grandes  castigos  en  los  indios  de  Páez  y  Fijaos,  y  hallaron  los  despojos  que  sacaron 
cuando  quemaran  la  Plata,  Nota  marginal.  28 


228  FRAY   PEDRO   SIM<5n  (7.»  NOTICIA 

P.  El  Capitán  Diego  de  Castillo,  30,  do  quo  le  mataron  en  Quindío  7. 

P.  El  Capitán  Lorenzo  de  Páez,  50. 

P.  El  Capitán  Campo  de  Salazar,  50. 

K.  El  Capitán  Pando,  35. 

P.  El  Capitán  Sebastián  de  Bocanegra,  50. 

P.  El  Capitán  Francisco  de  Salazar,  20. 

Reino.  El  Capitán  Pedro  Jaramillo,  50. 

R.  El  Capitán  Baptista  de  los  Reyes,  30. 

R.  El  Capitán  Pedro  de  Herrera,  con  orden  de  la  Real  Audiencia,  60,  á 
quien  desbarataron  y  quitaron  las  municiones  y  pertrechos  de  jornada  á  manos 
y  de  manos  de  los  soldados. 

P.  Diego  de  Medina,  25. 

P.  El  Capitán  Lorenzo  Palomino,  36. 

P.  Don  Vasco  de  Mendoza,  Gobernador  de  Popayán,  por  Bolira,  207 
soldados,  con  que  los  tuvo  apretados. 

P.  El  Capitán  Juan  de  Magañaj  35,  con  que  sacó  preso  á  Oarlacá,  famoso 
Caribe. 

P.  El  Capitán  Pedro  de  Morlones,  30. 

P.  El  Capitán  Gregorio  de  Astigarrete,  50,  con  que  atravesó  desde  Buga 
el  páramo  hasta  las  Carnicerías;  volvió  desbaratado,  con  muerte  de  tres  solda- 
dos y  algunos  indios  amigos. 

P.  El  Capitán  Lemos,  con  30  soldados. 

P.  El  Capitán  Diego  de  la  Monja,  con  30. 

P.  El  Capitán  Cristóbal  Quintero,  con  50  soldados,  que  prendió  al  famoso 
Capitán  y  salteador  Tocuavi  y  otros  Caribes. 

P.  El  Capitán  Diego  de  Alameda,  30. 

P.  El  Capitán  Alvaro  de  Bedoya,  25. 

3."  A  cuya  causa  se  tenía  en  nuestros  tiempos  por  imposible  la  conquista 
de  estos  indios,  y  de  temores  de  esto  se  han  despoblado  las  ciudades  españolas 
arriba  referidas,  y  la  de  San  Sebastián  de  la  Plata  la  segunda  vez  que  se  pobló, 
porque  la  primera  se  despobló  por  el  tirano  Alvaro  de  Oyón,  como  ya  dijimos,  la 
Villa  de  Neiva,  la  de  los  Angeles  y  Villavieja  (1)  y  otras,  y  las  que  han  per- 
manecido fronterizas  á  estos  Caribes,  como  son  Cartago,  Buga,  Oaloto,  Timaná, 
Ibagué  y  otras,  estaban  tan  apretadas,  que  el  temor  y  asombro  les  quitaba  el 
poder  dar  un  paso  á  sus  haciendas,  ni  aun   fuera   de  sus  puertas,  sin  escolta  de 


(1)  A  Neiva  la  quemaron  los  Pijaoa  en  Abril  de  1569.  San  Vicente  de  Páez  en  Agos- 
to de  1672,  A  la  Plata  á  17  de  Junio  de  1577.  Los  vecinos  de  Neiva  y  la  Plata  que  ee 
escaparon  so  refugiaron  en  Timaná,  {Nota  marginal). 


CAP.  XXV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  229 

soldados;  peligros  y  riesgos  que  corrían  por  los  pasajeros  que  iban  á  aquellas 
Gobernaciones  y  principios  del  Pírú,  con  que  cesaban  del  todo.  No  era  menor 
otro  inconveniente  que  se  allegaba  á éstos:  el  estar  los  indios  con  tanta  avilantez 
por  sus  ordinarias  victorias,  que  no  dudaban  de  acometer  cada  hora  mayores 
insultos  y  salteamientos,  como  se  vido  en  otros  y  en  el  de  Ibagué,  que  luego 
diremos. 


CAPÍTULO  XXV 

1.0  Entrada  en  los  Pijaos  del  Capitán  Francisco  de  Trejo— 2.°  Sáleles  de  paz  un  Caci- 
que— 3.«  Sucesos  de  un  caudillo  que  se  despachó  del  Real — 4."  Guazabara  con  los 
indios  y  victoria  de  los  soldados. 


Y 


PORQUE  no  hablemos  tan  por  lo  común  y  general  de  todos 
estos  Capitanes  que  probaron  la  mano  en  la  conquista  de  estos 
belicosos  indios,  y  para  que  se  manifieste  más  la  justificación  de  la  guerra  que 
se  les  ha  hecho  hasta  consumirlos  del  todo,  como  hoy  lo  están,  descenderemos  á 
tratar  algunas  cosas  particulares  de  algunos  de  los  Capitanes  referidos,  por  ha- 
berme venido  á  las  manos  de  solos  ellos  memorias  fidedignas  de  sus  sucesos,  lo 
que  también  hiciera  de  los  demás  si  las  hubiera  tenido,  y  póngolos  en  este 
lugar,  aunque  demos  algunos  pasos  atrás  en  el  cómputo  de  los  tiempos,  porque 
halle  el  lector  junto  y  consecutivo  (fuera  de  lo  que  dejamos  dicho  tuvo  con 
ellos  el  Adelantado  Belalcázar  y  los  timaneses)  lo  que  se  tratare  de  las  guerras 
de  estos  Caribes. 

Yerno  (me  dicen)  era  del  mismo  Adelantado  Belalcázar  el  Capitán  Fran- 
cisco Trejo,  hombre  principal  y  de  valor,  vecino  y  encomendero  de  la  ciudad 
de  Buga,  y  de  no  pequeño  caudal  de  hacienda,  por  el  mucho  oro  que  habían 
desnatado  de  aquellas  gruesas  tierras,  recién  pobladas,  sus  conquistadores  y 
pobladores,  que  queriéndolo  emplear  este  Capitán  en  servicio  de  Dios  y  de  su 
Rey  el  año  de  mil  y  quinientos  y  cincuenta  y  seis,  se  determinó  á  entrar  á  las 
conquistas  de  estos  Caribes  Pijaos,  y  teniendo  licencia  de  esta  Real  Audiencia 
de  Santafé,  y  conducidos  á  sus  expensas  sobre  setenta  soldados,  los  más  de  este 
Reino,  que  por  lo  uno  y  por  lo  otro  decimos  salió  de  él  (aunque  otros  quieren 
decir  llegaron  á  ciento  diez),  no  tan  prevenidos  como  la  fuerza  de  la  guerra 
pedía,  salió  de  la  ciudad  de  Buga  y  comenzó  á  entrar  por  sus  grandes  provin- 
cias á  la  parte  del  Norte,  en  tiempo  bien  sin  sazón,  por  ser  el  en  que  entraba  el 
invierno,  que  es  de  valientes  aguaceros  y  granizados  por  aquella  tierra,  con  que 
sobre  las  dificultades  naturales  que  ella  tiene  por  ser  fragosísima,  se  acrecen- 


230  FRAY   PEDRO    SIMÓN  (7.»  KOTICIA 

taban  las  del  tiempo,  que  colmaban  trabajos,  y  así  con  innumerables,  atropellau- 
do  páramos  rigurosos  y  otras  mil  dificultades,  llegó  con  su  gente  á  dar  vista  á 
las  provincias  de  Amoyá,  y  bajando  por  ellas  á  las  márgenes  de  su  gran  río, 
ge  puso  en  la  Loma  Gorda,  desde  donde  también  dio  vista  á  los  llanos  del  Chapa- 
rral, bajó  y  sentó  reales  en  ellos,  por  parecerle  parte  acomodada  para  despa- 
char desde  allí  tropas  á  la  conquista  de  toda  la  tierra,  que  le  pareció  tener  ya 
debajo  del  pié,  por  no  haber  tenido  hasta  allí  contradicción  de  indios  ni  otros 
malos  sucesos  que  los  que  dieron  la  dificultad  del  camino  y  tiempo. 

2.0  Gastado  el  que  fué  necesario  para  hacer  en  aquel  sitio  una  casa  fuerte 
dentro  de  una  extendida  carca  de  palenque,  con  sus  troneras  para  poder  dispa- 
rar la  arcabucería  si  lo  ofreciese  la  ocasión,  despachó  á  Don  Francisco  de  los 
Barrios  (sobrino  del  primer  Arzobispo  que  entonces  lo  era  de  este  Nuevo 
Eeino)  con  treinta  soldados  á  dar  vista  á  las  provincias  de  Amoyá,  corno  lo 
comenzó  luego  á  hacer,  pues  en  tres  días  se  puso  en  la  Loma  Gorda  y  rancheó 
en  una  casa  grande  vacía,  de  donde  queriendo  salir  al  tercero  día  en  demanda 
del  resto  de  la  provincia,  dieron  vista  á  ocho  indios  desarmados  que  venían 
bajando  hacia  ellos,  que  llegando  y  informándose  el  más  principal  d3  ellos 
cuál  era  el  de  los  nuestros,  le  dijo  cómo  su  gran  Cacique  Matora,  deseoso  de 
tener  paz  con  los  cristianos,  se  la  enviaba  á  pedir,  y  con  encarecimiento  que  no 
tratasen  mal  á  la  gente  que  encontrase  de  sus  provincias,  y  que  le  prometía  con 
brevedad  salir  en  persona  á  verle,  de  donde  resultaría  la  confirmación  de  estas 
paces,  sin  que  faltase  á  ellas  un  punto,  y  para  principio  de  su  fundamento  se 
sirviese  de  recibir  aquel  pequeño  presente  que  le  ofrecía,  que  era  hasta  de  mil 
pesos  en  chagualas  y  joyas  de  su  usanza,  y  con  ella  una  fiel  y  amigable  volun- 
tud,  la  cual  no  teniendo  bien  afecta  el  caudillo,  con  sobrada  arrogancia  y  pre- 
sunción de  que  le  temblaba  la  tierra,  y  que  le  temería  más  haciendo  aquella 
demostración,  dio  un  puntapié  al  oro,  y  á  los  indios  por  respuesta  le  dijeran  á 
su  Cacique  no  haberle  llevado  allí  codicia  de  ero,  pues  no  hacía  caso  de  él,  sino 
de  conquistar  y  sujetar  la  tierra  por  bien  ó  por  mal,  por  lo  cual  aguardaría  allí 
á  su  Cacique,  tres  días  dcspiiés  de  los  cuales,  si  no  venía,  entraría  talando  y 
destruyendo  su  tierra  á  fuego  y  sangre. 

3.°  De  que  los  indios,  escandalizados  y  pensando  ya  tenían  á  cuestas  todas 
aquellas  amenazas,  se  despidieron  y  llegaron  á  mayor  priesa  á  dar  la  embajada  á 
su  Cacique,  que  entrando  con  ella  en  furiosísima  cólera,  por  no  haberle  sido  ad- 
mitidas sus  cortesías,  propuso  no  tenerlas  más  con  los  españoles,  antes  anticipar" 
se  á  hacerles  la  guerra  con  que  ellos  le  amenazaban,  coñso  sucedió,  pues  juntan- 
do con  brevedad  más  de  quinientos  guerreros,  al  segundo  día  tomó  la  vuelta  en 
demanda  de  Don  Francisco,  que  pensando  no  había  hecho  nada  en  irritar  al 
Cacique  por  la  respuesta  que  dio  á  sus  indios,  antes  con  ella  habría  quedado  con 


CAP.    XXV)  NOTICIAS    DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  231 

mayores  temores,  él  sin  ningunos  y  con  culpables  descuidos  no  cuidaba  de  cosa 
menos  que  de  poner  centinelas,  concertándose  sólo  con  la  posta  del  cuerpo  de 
guardia,  que   la  hacía  dentro  de  la  casa    fuerte,  á  la  cual  llegando  á  la  segunda 
noche  las  espías  del  Cacique  Matora,  y   conociendo  desde  las  goteras  del  buhío, 
á  donde  pudieron   llegar  con  facilidad,  el  descuido  de  los  nuestros,   del  aviso  del 
Cacique,  que  emperrado  de  cólera  no  quiso  perder  la  ocasión,  haciendo  marchar  los 
suyos  con  tanta  priesa  y  silencio,  que  al  de  la  media  noche  tenía  cercada  la  casa 
y  en  ella  á  los  nuestros,  de  los  cuales  un  soldado  llamado  Blas  García  había  sali- 
do poco  antes  á  cierta  necesidad,  que  llegando  entre   tanto  los  indios,  no  so  atre- 
vió el  soldado  á  volver  á  la  casa,  pues  no  podía  entrar  en  ella  sino  por  medio  de 
ellos,  y  así  se  estuvo  á  la  mira  hasta   ver  en   qué  paraba  aquel  cerco,  que  lo  tu- 
vieron puesto  los  indios  hasta  casi  las  dos  de  la  mañana,  en  que  comenzó  á  llover 
una  agua  menuda,  y  los  bárbaros  á  embestir  con  una  tan  infernal  furia,  que  en- 
trando por  la  puerta   principal  y  otras  que  hicieron  ellos  mismos,  dieron  arma  á 
ios  soldados  con  tanto  tropel,  que  antes  que  pudieran  los  nuestros  tomar  las  suyas, 
á  los  primeros  encuentros  tuvieron  muerto  al  Capitán  y  otros  catorce  soldados  y 
tomados  vivos  todos  los  /lemas,  fuera  del  Blas  García,  que  cuando  vido  lo  que  pa- 
saba, apretó  como  pudo  los  talones  y  rompiendo  por  mil  fragosidades,  llegó  á  las 
diez  del  día  al  Real,  dando  mil  desentonadas  vc-ces,  repitiendo  el  desgraciado  fin 
de  sus  compañeros,  que  oyéndolo  los  del  fuerte,  quedaron  tan  despavoridos  y  aun 
cortados  que  no  sabían  dar  salida  á  sus  pensamientos,  hasta  que  juntando  á  todos 
el  Capitán  Trejo,    los   animaba  diciendo  que  aquéllos  eran  sucesos  de  guerra,  y 
que  si  en  aquella  ocasión  había  sucedido  aquello,  en  otra  se  trocarían  las  manos, 
y  que  no  debían  acobardar  las  suyas,  llenas  de  sangre  española,  y  que  él  quería 
el  primero  mostrar  tenerla,  saliendo  á  vengar  las  muertes  de  sus  compañeros  y  á 
recobrar   hs  vidas  do  los  que  habían  tomado  vivos,  pues    estarían  tan  cerca  de 
perderlas. 

4."  No  le  consintieron  los  soldados  salir  en  persona  á  aquella  facción,  y  así 
nombró  por  caudillo  al  Capitán  Tomás  Delgado,  para  que  con  cuarenta  soldados 
fuese  á  hacer  aquel  castigo,  que  no  tuvo  efecto,  pues  estando  ya  á  pique  para 
salir  otro  día  al  caso,  antes  que  amaneciera,  aquella  noche,  oyendo  los  centinelas 
ruido  sordo  de  gente,  dieron  aviso  al  Capitán  Trejo,  con  que  apercibió  la  suya 
con  razones  y  armas,  que  las  hubieron  bien  presto  menester,  pues  apenas  se  pu- 
sieron en  buenas  los  soldados,  cuando  los  indios  furiosísimamente  acometieron 
por  una  parte  á  derribar  el  palenque,  que  no  pudiéndolo  hacer  por  su  forta- 
leza con  la  brevedad  que  quisieran,  dio  lugar  el  tiempo  para  que  acudiera  el 
Capitán  con  algunos  soldados,  como  lo  hicieron  con  tales  bríos,  que  los  de  los 
bárbaros  no  se  atrevieron  á  otra  cosa  que  á  retirarse  por  aquella  parte,  si  bien 
otros  por  otra,  en  el  entretanto,  abriendo  un  portillo,  se  entraron  por  él  con 


232  FRAY    PEDRO   SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

terrible  furia  mas  de  trescientos,  con  quien  revolviendo  los  nuestros,  se  trabó 
una  tan  furiosa  pelea,  que  parecía  hundirse  el  mundo  con  la  terrible  algazara  de 
los  salvajes,  así  de  voces  como  de  trompetillas,  fotutos  y  otros  instrumentos,  en- 
tre quien  se  hubieron  nuestros  soldados  con  tanto  valor  (sin  duda  esforzado  del 
cielo  )  que  de  más  de  trescientos  bárbaros  que  entraron  en  el  palenque,  salieron 
con  vida  cincuenta  escasos,  á  los  cuales  juntándose  el  resto,  que  andaba  por  de 
fuera,  hicieron  otra  tan  brava  acometida,  que  les  fué  forzoso  á  los  nuestros  reti- 
rarse al  fuerte,  donde  fué  menester  el  valor  español  para  defenderse  de  tanta  ma- 
quina de  salvajes,  siendo  ellos  tan  pocos;  pero  con  él  y  con  pérdida  de  quince  solda- 
dos, apretaron  á  los  bárbaros  de  manera  que  viendo  los  iba  consumiendo  por  la 
posta  la  guerra,  le  volvieron  las  espaldas  con  la  mayor  priesa  que  pudieron,  que 
siendo  mayor  la  de  los  nuestros,  fueron  siguiendo  el  alcance,  derramando  de 
nuevo  mucha  sangre  bárbara,  no  quedando  sin  mezclarse  con  ésta  la  cristiana, 
pues  fuera  de  los  quince  muertos  quedaron  veintiséis  más  heridos,  que  conva- 
leciendo dentro  de  quince  días  que  se  detuvieron  á  eso,  al  fin  de  ellos  determinó 
el  Capitán,  con  voluntad  de  todos,  por  verse  tan  minorados,  desamparar  por  en- 
tonces el  sitio  y  guerra  y  tomar  la  vuelta  do  la  ciudad  de  Buga,  como  lo  hicie- 
ron sin  estorbo  ninguno,  por  írselo  desembarazando  los  indios,  temerosos  del 
suceso  pasado,  porque  aunque  derramaron  tanta  sangre  española  y  quedaron 
con  algunos  vivos  de  ellos,  habían  quedado  tantos  sin  vida,  que  no  podían  dese- 
char los  temores  los  que  quedaron  con  ella.  Con  todo  eso,  no  fueron  tantos  que 
al  salir  del  páramo  no  tuvieran  atrevimiento  á  probar  otra  vez  la  mano  con  el 
Capitán  Trejo,  que  le  sucedió  tan  bien  que  habiendo  muerto  á  muchos,  tomó 
vivos  á  siete,  con  que  entró  en  la  ciudad  de  Buga,  harto  gastado  y  destrozado  él 
y  la  poca  gente  que  le  quedó,  así  soldados  como  de  servicio,  pues  de  éstos  se  le 
quedaron  muchos  y  de  aquéllos  se  le  minoraron  cuarenta  entre  muertos  y  vivos, 
que  después  mataron  y  se  comieron,  con  atrocísimas  muertes,  como  veremos. 


OXP.  XXVl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  283 

CAPÍTULO  XXVI 

!••  Los  conquistadores  y  pobladores  de  la  ciudad  de  Ibagué— 2 .•  Entrada  del  Capitán  De- 
mingo  Lozano  por  estas  provincias  de  los  Fijaos— 3.*  Sucesos  que  turo  en  ellas— 4, • 
Pasa  de  ellas  á  sus  conquistas  de  los  indios  Paeces. 


S 


EIS  años  corrieron  después  de  este  suceso  del  Capitán  Trajo  hasta 
el  que  luego  diremos  del  Capitán  Domingo  Lozano,  en  el  cual 
tiempo  entraron  á  proseguir  esta  conquista,  á  la  tierra  de  estos  Caribes,  otros  seis 
ó  siete  Capitanes  con  sus  tropas  (  como  se  dijo  en  el  catálogo  de  ellos  ),  que  to- 
dos salieron  sin  hacer  efecto  considerable,  antes  desbaratados  y  muy  minorada 
su  gente,  hasta  que  el  año  de  mil  y  quinientos  y  sesenta  y  dos  (  como  dejamos 
dicho  atrás,  Noticia  4.%  siendo  Gobernador  de  la  ciudad  de  Popayán  Don  Al- 
varo de  Mendoza,  caballero  de  la  Orden  de  Alcántara  ),  el  Domingo  Lozano,  ve- 
cino y  encomendero  de  la  de  Ibagué,  le  pidió  la  conquista  de  los  indios  Turibios, 
de  los  Paeces,  como  también  dijimos  en  la  misma  parte.  Era  este  Capitán  (  que 
también  se  había  hallado  en  casi  todas  las  conquistas  de  este  Nuevo  Keino,  por 
ser  de  los  primeros  que  entraron  en  él  )  de  los  que  entraron  al  socorro  de  esta 
ciudad  de  Ibagué  la  tercera  vez  que  se  alzaron  los  indios,  cuando  también 
entró  con  el  Capitán  Salinas  y  Miguel  de  Morales  Valenzuela  y  otros  valientes 
y  experimentados  soldados  y  Capitanes.  Porque  los  primeros  descubridores  y 
pobladores  que  entraron  á  aquella  tierra  con  el  Capitán  Galarza  (  como  dejamos 
dicho  en  nuestra  segunda  parte,  cuando  tratamos  á  la  larga  de  la  fundación  de 
esta  ciudad  de  Ibagué)  fueron  el  Capitán  Melchor  de  Valdés,  el  Capitán  Bar- 
tolomé Talaverano,  Alonso  Ruiz  Navarro,  Pedro  Fernández  Perdomo,  Juan 
Rodríguez  de  Olmo,  Sebastián  de  Porras,  Alonso  Cobo,  Miguel  de  Oviedo, 
Pedro  de  Lochao,  Alonso  Barrera,  Juan  Vizcaíno,  Pedro  de  Lizana,  Juan  Bre- 
tón, Diego  Pérez  Novillo,  Pedro  Gallego,  Gaspar  Tapera,  Maese  Pedro,  Pedro 
Balderas,  Francisco  de  Rodas,  Francisco  Sánchez,  Luis  Terrero,  Francisco 
Vaca,  Alonso  de  Tapia,  San  Juan  de  Irusta,  Alonso  de  Mora,  Alonso  de  No- 
guera, Alonso  Sánchez  y  otros  valientes  soldados. 

2.^  Era  este  Capitán  Domingo  Lozano  de  los  primeros  descubridores  y 
conquistadores  de  esto  Reino,  y  que  se  había  hallado  en  los  más  dificultosos 
trSnces  de  sus  conquistas,  y  no  hallándose  ahora  sin  traer  las  manos  ocupadab 
en  ellas,  en  especial  viendo  la  necesidad  que  había  de  castigar  y  allanar  tantas 
poblaciones  como  había  de  Caribes  fronterizos  á  aquella  ciudad  de  Ibagué  y  á  la 
de  Timaná,  y  que  tanto  infestaban  estos  dos  pueblos  y  los  demás  sus  circunveci- 
nos, quiso  emplear  el  caudal  que  había  adquirido  por  sus  manos,  en  servicio  de 
las  dos  Majestades,  la  Suprema  y  la  de  su  Rej^  probando  las  manos  en  los  indios 


234  FRAY   PEDRO    SIMÓN  (7.^  NOTICIA 

Fijaos  y  Paeces,  y  así  obtenida  licencia  y  el  modo  que  había  de  tener  en  la 
conquista  y  fundación  de  cimientos  españoles,  y  conducidos  setenta  soldados  á 
sus  expensas  de  aquella  ciudad  de  Ibagué  y  de  las  de  este  Nuevo  Reino,  entre 
quien  iba  el  Capitán  Diego  de  Bocanegra  por  su  Sargento  Mayor,  y  habiendo 
juntado  los  mejores  pertrechos  de  guerra  que  pudo,  pudiendo  tomar  su  derro- 
ta para  los  Turibios  de  Paez  por  la  Gobernación  de  Popayán,  que  le  era  más  á 
cuento,  dejando  aquel  rumbo,  lo  tomó  por  las  provincias  de  los  Fijaos,  con 
principales  intentos  de  rescatar  en  la  provincia  de  Amoyú  algunos  soldados  que 
todavía  divulgaba  la  fama  permanecían  entre  aquellos  indios,  de  los  del  Capitán 
Trejo,  aunque  habían  pasado  seis  años  después  del  suceso,  pues  esto  era  el  año 
de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  dos. 

3.°  Hallóse  en  diez  días  de  camino  desde  la  ciudad  de  Ibagué  al  pié  do  la 
Loma  Gorda  de  la  Provincia  de  Amoyá,  desde  donde  habiendo  sentado  ranchos 
y  fortificádose  lo  mejor  que  pudo,  y  dejando  por  Cabo  al  Capitán  Alonso  Cobo 
de  los  que  quedaban  en  el  Real,  él  con  cuarenta  bien  alentados  y  prevenidos, 
entre  quien  iba  su  Sargento  Mayor,  salió  á  correr  la  Provincia,  y  habiendo 
gastado  en  desvolverla  cuatro  ó  seis  días,  sin  haber  hallado  ocasión  de  mostrar 
los  bríos  de  sus  soldados,  determinó  de  tomar  la  vuelta  del  Real,  como  lo 
hiciera  si  estando  ya  á  pique  para  comenzar  á  marcha;*,  desde  la  ensillada  de 
una  loma  no  vieran  bajar  por  otra  que  iba  á  reifnñtar  á  una  labmnza  de 
maíz,  ocho  indios  con  sus  cataures,  que  bajaban  á  cogerle  las  mazorcas,  que 
pareoiéndole  al  Capitán  buena  ocasión  para  haberlos  á  las  manos  con  la 
cautela  y  presteza  posible,  ocultándose  por  entre  la  maleza  del  monte,  tuvieron 
lugar  de  tener  puesta  una  emboscada  al  paso  de  la  roza,  antes  que  llegaran 
los  ocho  indios,  á  quien  hubieron  á  las  manos  los  de  la  emboscada,  sin  esca- 
parse ninguno;  entre  los  cuales  iba  uno  de  los  españoles  de  Trejo  llamado 
Francisco  de  Aguilera,  hombre  viejo,  de  sobre  sesenta  años,  ceñido  con  sola 
una  manta  vieja  por  la  cintura,  sin  otra  cosa  quo  le  cubriera,  y  así  andaba  ya 
tostado  como  los  indios,  flaco,  macilento  y  amarillo,  la  barba  y  el  cabello  muy 
crecidos,  y  con  su  cataure  al  hombro  como  los  demás,  el  cual,  en  conociendo 
á  los  españoles,  con  las  muestras  de  alegría  que  se  pueden  mejor  considerar 
que  decirse,  fué  á  ellos,  hechos  sus  ojos  dos  fuentes  de  lágrimas,  y  su  lengua 
un  instrumento  de  alabanzas  divinas  por  la  misericordia  que  con  él  había 
usado  el  cielo  en  sacarle  de  tan  terribles  tormentos  de  seis  años  entre  aquellos 
bárbaros  Caribes.  No  fueron  menores  las  lágrimas  de  sentimiento  alegre 
y  compasivo  que  derramaron  los  soldados  á  su  visto,  en  especial  el  Capitán 
Domingo  Lozano,  que  habiéndole  regalado  y  vestido  con  lo  que  la  piedad  sol- 
dadesca le  pudo  socorrer  en  aquella  ocasión  y  paraje,  le  comenzó  luego 
á  preguntar    por  los    de   la   Provincia  y  por  sus    compañeros,  á  que  respon- 


CAP.  XXVl)  «OTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  235 

dio  habérselos  ya  comido  á  todos,  y  que  no  sabía  otra  causa  que  le  hu- 
biese movido  para  reíorvarlo  á  él,  sino  ora  la  iutercesión  de  la  Reina 
de  los  Augeles,  á  quien  se  había  encomendado,  teniendo  devoción  con  el 
Sacro  Misterio  del  Rosario,  y  que  aquella  noche  de  antes  había  tenido  no  sé 
qué  alegrías  de  corazón,  con  esperanzas  de  que  había  de  salir  de  aquel  penoso 
captiverio  en  que  había  pasado  aquellos  seis  años  sirviendo  al  Cacique  Matora 
de  hacer  rozas  y  otros  servicios  personales. 

4.°  Gasító  toda  la  noche  en  referir  estas  inhumanidades  crueles  que  habían 
usado  con  e'l  y  sus  compañeros  antes  que  los  matasen  y  se  los  comieran,  con 
muertes  atrocísimas,  entre  las  cuales  le  fueron  muy  más  las  de  dos,  llamados 
Tomás  Gutiérrez  y  Alonso  de  la  Roca,  pues  raetie'ndoles  dos, estacas  gruesas  en  j 
forma  de  asfadoVes  por  la  vía  ordinaria  y  saliendo  por  las  éspaíSlias,  los  asaron 
vivos  á  un  gran  fuego  en  cierta  borrachera  solemne  que  hicieron.  A  los  demás 
se  fueron  comiendo  dególlS'iídolos  primero,  sin  dejar  perder  gota  de  sangre, 
pues  aun  las  que  se  derramaban  lamían  aquellas  bestias  feroces,  como  los  alanos 
en  la  carnicería.  De  los  cuales  hechos  y  de  otros. que  contaba  el  viejo,  se  metió 
tanto  en  cólera  el  Capitán,  que  hizo  colgar  á  los  siete  gandules  luego  al  rededor 
de  la  labranza  y  puesto  donde  estaba,  el  cual  dejaron  á  las  dos  de  la  mañana  y 
á  los  indios  en  sus  horcas,  y  comenzaron  á  marchar,  guiándolos  el  Francisco  de 
Aguilera,  la  vuelta  de  la  casa  de  Matora,  que  la  cercaron  al  romper  del  alba, 
y  dando  en  ella  Santiago,  sacaron  de  esta  vida  á  veintiséis  indios,  tomando  ocho 
gandules  vivos  con  más  de  otras  veinte  piezas  de  mujeres  y  chusma,  y  entre 
ellas  la  del  Cacique  y  dos  hijos  suyos,  y  lo  mismo  hicieran  con'él  si  no  hubiera 
ido  aquella  tarde  de  antes  á  ver  un  hermano  suyo.  Ranchearon  también  hasta 
quinientos  pesos  de  buen  oro,  con  otros  trastos  de  cosas  de  españoles  que  tenían 
lobadas,  con  todo  lo  cual,  y  cargados  los  prisioneros  de  maíz  y  otras  legumbres 
que  hallaron,  tomaron  la  vuelta  del  Real,  donde  fueron  bien  recibidos  y  estu- 
vieron solos  seis  días,  hasta  que  tomando  la  vuelta  de  su  derrota,  llegaron  al 
Valle  de  Cutiva,  donde  sentaron  rancho  sobre  la  quebrada  de  Aipe  por  algu- 
nos días,  que  fué  como  esperar  á  los  Fijaos,  que  les  venían  siguiendo  con  in- 
tentos de  lo  que  hicieron,  quo  fué  darles  ua  madrugón  una  mañana  al  cuarto 
del  alba  quinientos  que  venían,  que  á  no  estar  nuestros  soldados  tan  prevenidos 
y  vigilantes,  con  que  pudieron  resistirles  con  valor  de  sangre  española,  fuera  lo 
peor  para  ellos,  como  lo  fué  para  los  bárbaros,  pues  á  la  primera  embestida 
quedaron  tantos  muertos,  que  les  obligó  á  retirarse,  aunque  no  del  todo,  pues  vol- 
vieron luego  a  acometer  con  mayores  bríos  á  los  soldados,  que  acerando  los 
suyos,  aunque  se  trabó  de  ambas  partes  una  fuerte  batalla,  viendo  los  salvajes 
que  llevaban  lo  peor,  se  retiraron  con  tanta  priesa  ya  al  amanecer,  quej^or  mu- 
cha que  se  dieron  los  nuestros   á   seguir   el   alcance,  no  les   fué  posiljle   hacer 

29 


236  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

algún  efecto  bueno,  y  así  contentándose  con  los  que  habían  tenido  por  favor  del 
cielo,  pues  de  nuestra  parte  ninguno  había  muerto  j  de  la  de  los  bárbaros  tan- 
tos, aunque  el  Capitán  quedó  herido  en  un  brazo  y  otros  cinco  soldados,  otro 
día  por  la  mañana  comenzaron  á  marchar  la  vuelta  de  la  provincia  de  su  con- 
quista, á  donde  llegaron  en  veinte  días  de  camino  y  les  sucedió  lo  que  dejamos 
dicho  de  su  primer  entrada  en  el  Capítulo  diez  y  nueve,  Noticia  cuarta,  número 
primero. 


CAPÍTULO  XXVII 

l."»  Toma  el  Capitán  Diego  de  Bocanegra  á  su  cargo  las  conquistas  de  los  Fijaos — 2.*' 
Desbaratan  los  nuestros  una  emboscada,  con  prisión  de  algunos  indios— 3.°  Embisten 
los  indios  el  fuerte  de  los  españoles,  y  lo  que  sucedió —4.°  Salen  algunos  indios  de 
paz  y  puebla  el  Capitán  Bocanegra. 

DESPUÉS  de  haber  mihtado  el  Capitán  Diego  de  Bocanegra  con  el 
Capitán  Domingo  Lozano,  como  hemos  visto,  y  eacapádose  de  las 
muertes  y  incendios  de  San  Vicente  de  Pácz  entre  los  pocos  que  se  escaparon 
de  ella,  cuando  también  mataron  al  Domingo  Lozano  (como  ya  dijimos)  y  sien- 
do inclinado  á  las  ocupaciones  militares  todo  el  tiempo  que  vivió,  hasta  los 
ochenta  años  (que  fué  en  la  edad  que  yo  lo  conocí  en  el  Chaparral,  aun  con  ra- 
zonables bríos) ^  no  podía  sosegar  si  no  los  empleaba  en  la  milicia,  con  los  cuales, 
y  por  ver  la  justificación  de  la  guerra  y  castigos  y  necesidad  que  había  de  ha- 
cerlos á  estos  indios  Pijaos,  se  determinó  á  venir  desde  la  de  Ibagué  á  esta 
ciudad  de  Santafé,  á  pedir  la  conquista  de  aquellas  provincias  á  la  Eeal  Au- 
diencia, que  viendo  la  importancia  que  esto  tenía  y  ser  la  persona  á  propósito, 
vinieron  en  ello  los  Oidores,  sin  reparar  en  otra  cosa  que  en  el  poco  caudal  del 
Capitán  Bocanegra  para  tantos  gastos  como  forzoso  habían  de  ocurrir  para  lo 
que  pretendía,  á  lo  cual  se  satisfizo  con  facilidad  con  el  crédito  que  le  hizo  de 
seis  mil  pesos  una  hermana  suya,  llamada  Doña  Isabel  de  Bocanegra,  mujer 
poderosa,  como  se  echó  de  ver  en  esto  y  en  los  socorros  que  le  hizo  á  su  hermano 
en  todas  las  ocasiones  de  la  guerra,  que  fueron  causa  de  que  hoy  los  haya  ella 
bien  menester,  por  su  mucha  pobreza  en  esta  ciudad  de  Santafé,  de  donde  es  ve- 
cina, y  donde  este  Capitán,  con  este  caudal,  se  hizo  de  municiones  y  pertrechos  de 
guerra,  y  sacó  algunos  soldados,  que  con  los  de  otras  partes  juntó  hasta  sesenta, 
y  tomando  la  vuelta  de  la  ciudad  de  Ibagué,  donde  acabó  de  disponer  su  entrada 
ya  el  año  de  1572,  con  muchos  indios  amigos  de  su  servicio,  dio  principio  á  las 
de  las  provincias  de  su  conquista  sin  detenerse  hasta* la  de  Cutiva  y  Natagaima, 


CAP.  XXVIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIEME.  237 

y  sentar  su  Real  sobre  el  gran  río  Salda  ña,  qne  desciende  de  ellas,  por  pare- 
cerle  el  puesto  acomodado  para  correr  desde  allí  y  dar  vista  á  toda  la  tierra  y 
indios. 

^?T)e  los  cuales  á  cuatro  ó  cinco  días  llegaron  hasta  diez  ó  doce  al  Real, 
con  apariencias  fingidas  de  paz  encubierta,  con  algunas  comidas  que  llevaban 
á  los  nuestros;  pero  sus  principales  intentos  eran  sólo  de  dar  vista  á  los  soldados, 
y  á  la  vigilancia  y  cuidado  con  que  vivían,  y  siendo  mucho,  con  él  vinieron  á 
conocer,  en  especial  el  Capitán,  los  intentos  de  estos  indios  y  aun  á  sospechar  no 
tardarían  los  bárbaros  de  venir  sobre  ellos  á  probar  sus  brazos  y  armas,  con  que 
no  las  soltaban  de  las  manos,  aunque  ocupados  en  fortificarse  con  fuerte  palen- 
que que  comenzaron  á  hacerle  luego  con  ayuda  de  los  diez  ó  doce  indios,  que 
hasta  verlo  acabado  del  todo  con  sus  cubos  y  troneras  no  les  dejó  volver  á  su  tie- 
rra. Hízolo  entonces  enviando  con  ellos  á  decir  á  sus  compañeros  cómo  iba  á 
conquistarlos,  y  que  advirtiesen  no  le  diesen  ocasión  á  consumirlos  á  todos  con 
las  guerras  que  les  pensaba  hacer  ;  díjoles  esto  el  Capitán  Bocanegra  con  tanto 
valor  y  brío  do  palabra-^,  que  salieron  del  Real  atemorizados  los  indios,  pero  no 
por  oso  lo  quedaron  los  demás  de  la  provincia,  ó  porque  éstos  no  se  lo  supieron 
representar  á  los  otros,  ó  porque  no  se  les  dio  mucho  á  ellos,  pues  tuvieron  atre- 
vimiento á  menos  de  ocho  días  de  echar  una  emboscada  á  los  nuestros,  bien  cerca 
del  Real,  metiéndose  sobre  trescientos  indios  en  un  cañaveral  cerca  de  una  la- 
branza de  batatas,  que  estaba  tan  cerca  del  fuerte,  que  sólo  mediaba  entre  él  y 
ella  una  barranca  colgada  sobre  el  rio,  alta  de  cincuenta  brazas.  Para  salir  los 
bárbaros  mejor  con  su  intento,  enviaron  doce  ó  catorce  indios  á  sacar  las  bata- 
tas de  la  roza,  para  que  viéndolos  los  nuestros  desde  el  Real,  si  fuesen  á  coger- 
los, los  cogiese  á  ellos  la  emboscada,  como  sucediera  si  el  Capitán  diera  licen- 
cia á  algunos  soldados  que  se  la  llegaron  á  pedir  para  el  efecto.  A  que  no  acu- 
dió, diciendo  les  estaban  muy  de  lo  nuevo,  y  que  él  tenía  por  cierto  ser  estrata- 
gema de  los  indios,  y  para  que  lo  conozcáis  más  á  la  clara,  decía  el  Capitán, 
"  Venios  diez  arcabuceros  conmigo,  y  el  resto  de  los  soldados  cuando  vean  salir 
la  emboscada  que  está  en  aquel  cañaveral,  dispare  la  arcabucería  desde  lo  alto 
de  la  barranca."  Salió,  dada  esta  orden,  el  Capitán  con  sus  diez  arcabuceros, 
que  llegando  en  secreto  á  un  puesto  acomodado  y  disparando  do  él  las  escopetas 
por  entre  las  cañas,  hicieron  salir  de  ellas  los  más  de  trescientos  bárbaros  em- 
boscados, á  quien  dispararon  tan  á  tiempo  los  de  la  barranca,  que  viéndose  los 
indios  maltratar  de  ambas  partes,  no  hallaron  otra  más  acomodada  á  su  huida 
que  la  del  río,  donde  se  arrojaban  tan  atropelladamente  que  no  dejaron  do 
ahogarse  algunos,  que  con  siete  indios  que  cogieron  á  manos  y  diez  que  halla- 
ron muertos  en  el  cañaveral,  no  fué  pequeño  el  estrago  que  Fe  hizo  en  ellos  de 
esto  primer  encuentro. 


238  FRAY    PEDRO   SIMÓN  (7.»  NOTICIA 

3.°  De  qne  quedaron  tan  irritados  aquelios  y  las  demás  provincias  conveci- 
nas, que  trataron  luego  de  hacer  junta  general  para  dar  sobre  los  nuestros,  por  ver- 
los tan  de  asiento  en  sus  tierras,  como  se  eclió  de  ver  en  la  multitud  de  humos 
que  dentro  de  cuatro  días  divisaron  los  nuestros  en  los  altos  de  la  provincia  de 
Ombecho,  donde  se  hizo  la  junta,  que  sirvieron  al  Gapitáu  de  aviso  para  estar 
con  él  en  toda  ocasión  bien  requeridas  las  armas,  puestos  por  centinela  los  sol- 
dados de  más  satisfacción,  reforzados  los  cubos  del  palenque  con  duplicadas  ma- 
deras, repartiendo  las  municiones,  visitando  el  Capitán  por  su  persona  los  cen- 
tinelas y  todos  los  cuartos,  siempre  con  su  escopeta  <á  punto,  como  quien  espera- 
ba haber  de  ser  necesarias  todas  estas  diligencias,  que  no  fueron  en  balde,  pues 
á  los  seis  ó  siete  días  de  los  humos,  estando  sobre  tardo  en  conversación  con 
sus  soldados  el  Capitán,  advirtieron  quede  cuando  en  cuando,  sobre  una  cu- 
chilla, mostraba  la  cabeza  un  indio  y  la  volvía  á  esconder,  en  que  conoció  el 
Capitán  sería  cierto  aquella  noche  el  gentío  de  los  bárbaros  sobre  ellos,  como 
sucedió,  pues  á  la  mitad  de  ella  oyeron  las  centinelas  á  la  parte  del  río  un 
ruido  y  murmullo  sordo,  que  era  de  muchos  bárbaros,  haciendo  ésííáias  de  be- 
jucos y  varas 'gruesas  para  subir  por  la  empinada  barranca  del  río,  mientras 
entretenía  nuestra  gente  otra  tropa  de  ellos  que  había  de  acometer  el  fuerte  por 
la  puerta.  Entendiéndoles  la  traza  el  Capitán  por  el  ruido  y  vistas  que  dieron 
á  los  de  las  escalas  y  barranca,  hizo  poner  sobre  ella  diez  arcabuceros  y  diez 
piqueros  reforzando  los  demás  puestos  para  todo  suceso,  que  fué  al  cuarto  del 
alba  el  acometer  los  bárbaros  á  la  puerta  del  palenque  con  valientes  bríos  de 
romperla,  como  lo  hicieran  á  no  hallarla  con  tanta  defensa,  como  también  la 
tenían  las  treinta  escalas  que  tenían  puestas  en  la  barranca,  llenas  todas  de 
Caribes,  que  iban  subiendo,  pensando  estarían  los  nuestros  con  descuido,  fiados 
en  BU  valiente  altura  y  derrumbadero,  y  engañados  con[:esto  los  primeros  que 
iban  subiendo  y  tomando  el  alto,  quedaron  á  manos  de  los  nue'stros  trece  ó 
catorce  vivos  y  amarrados  ;  muriendo  muchos  de  los  que  iban  gateando  por 
las  escalas,  que  por  huir  de  los  arcabuces  y  ir  subiendo  ellos  en  hiladas  unos 
tras  otros,  los  de  arriba  iban  atropellando  á  los  de  abajo,  todos  caían  y  muchos 
se  hacían  pedazos.  No  holgaban  en  el  entretanto  los  de  arriba,  pues  con  va- 
lientes bríos  y  halgazara  hicieron  un  portillo  en  la  cerca,  por  donde  pudieran 
entrar  bien  á  su  salvo  y  muchos,  á  no  defenderlo  seis  valientes  rodeleros,  que 
fueron  Juan  de  Arismendi,  Lorenzo  Lobeira,  Francisco  Trujillo,  Diego  Sán- 
chez, Luis  Dorantes  y  Miguel  de  la  Oya,  qué  con  tan  gran  valor  hicieron  re- 
sistencia á  los  bárbaros,  que  no  entraba  ninguno  qu^  ao  le  hiciesen  pedazos,  y 
fueron  tantos,  quelos  cuerpos  muertos  hacían  como  baluarte  y  ayudaba  á  ha- 
cer más  dificultosa  la  entrada  á  los¡demás,  que  estaban  tan  furiosos  y  enoarni* 
zados,  que  arrimándose  con  infernal  rabia  á  la  puerta,  dieron  con  ella  en  tierra 


CAP.    XXVIl)  NOTICIAS    DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  239 

y  comenzaron  á  entrar  con  tal  orgullo,  voces  y  ruido,  que  parecía  hundirse  el 
mundo,  y  aun  esto  les  fué  de  inconveniente  a  los  bárbaros  y  de  socorro  á  los 
nuestros,  que  por  entrar  tan  de  tropel,  se  quebraban  las  lanzas  bárbaras,  ca- 
yendo unos  sobre  otros  por  la  estrecha  puerta,  con  que  á  palos  con  las  mismas 
astas  hacían  bravo  estrago  los  soldados,  aunque  por  ser  tantos  los  bárbaros,  se 
veían  apretados  y  aun  sin  esperanza  de  que  los  defendiesen  sus  manos,  si  las 
del  cielo  no  los  socorrieran  tan  á  tiempo,  infundiendo  un  tan  gran  temor  en  los 
Caribes,  que  no  veían  por  dónde  huir,  arrojándose  unos  al  río,  y  otros  despe- 
ñándose por  altos  peñascosj  de  donde  se  les  siguieron  muchas  muertes,  y  siendo 
solos  dos  de  los  nuestros  los  que  murieron,  y  diez  y  ocho  los  que  quedaron  he- 
ridos, que  viendo  todos  avisado  aquel  favor  de  la  mano  poderosa  de  Dios,  le- 
vantaron á  él  los  ojos  de  rodillas,  dándole  muchas  gracias  y  después  á  su  Ca- 
pitán, pues  aquella  noche  había  mostrado  tanto  el  valor  de  su  persona,  que  con 
ser  pequeña  parece  había  resucitado  las  hazañas  de  Hércules. 

4.^  No  apostó  indio  por  todas  aquellas  circunferencias,  ni  le  pudieron  dar 
vista,  dentro  de  ocho  días,  hasta  que  al  último  de  ellos  llegó  al  Real  de  paz  un 
gran  Cacique  llamado  Tala,  acompañado  demás  de  cincuenta  indios  cargados 
todos  de  b^s"tiníen£6s  para  el  Capitán,  y  de  más  grandes  deseos  de  que  los  re- 
cibiera por  amigos,  á  que  acudió  con  palabras  afables  el  Diego  de  Bocanegra, 
y  trató  con  tantas  caricias,  con  palabras  y  algunos  donecillos  de  cosas  de  Cas- 
tilla, como  cuentas  de  vidrio, 'machetes,  cuchillos  y  otras  cosas,  que  cebados  de 
esto  y  del  buen  tratamiento  que  les  hacían,  entraban  cada  día  tropas  de  buena 
paz,  que  fué  creciendo  cada  día  tanto,  que  en  ocho  meses  que  anduvo  esto  Ca- 
pitán por  aquellas  provincias,  salían  á  servir  más  de  quinientos  indios.  A 
quien  un  día,  estando  muchos  juntos  con  el  Cacique  Tala,  dijo  el  Bocanegra 
cómo  estaba  determinado  de  irse  á  poblar  sobre  el  río  de  Amoyá  (de  cuyas 
aguas  frescas  y  delicadas  se  ha  apagado  mi  sed  hartas  veces),  y  que  se  sirvie- 
sen de  acudir  á  hacerle  sus  casas  y  rozas  y  lo  demás  que  se  le  ofreciese  á  su 
campo,  pues  ya  las  amistades  estaban  tan  de  fundamento  y  asentadas.  Lo  cual 
prometiendo  el  Cacique  con  el  resto  de  los  indio?,  dentro  de  tres  días  levantó 
ranchos  y  su  Eeal  el  Capitán  Bocanegra,  y  habiendo  llegado  al  pié  de  la  Loma 
Gorda  en  la  provincia  de  Amoyá,  lo  sentó  allí  sobre  el  río,  acudiendo  los  indios 
á  cuantas  facciones  se  ofrecían  con  muestras  de  voluntad  y  diligencia,  con  la 
mucha  que  en  seis  meses  continuos  entró  el  Capitán  y  desvolvió  aquella  pro- 
vincia de  Amoyá,  con  sor  la  mayor  y  más  principal  de  las  de  estos  indios,  la 
sujetó  y  aficionó  de  manera  que  ya  salían  á  servir  á  los  nuestros  más  de  ocho- 
cientos indios,  con  que  los  soldados  estaban  quietos  y  con  gusto.  Que  les  duró 
poco,  comenzándolo  luego  á  enturbiar  y  inquietar  la  envidia  de  algunos  veci- 
nos de  la  ciudad  de  Ibagué,  que   envidiosos   de    la  buena  fortuna  y  suerte  que 


240  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7/'^  NOTICIA 

iba  teniendo  el  Capitán  Bocanegra,  despacharon  (dicen  que  de  parte  de  aquel 
Cabildo)  á  ciertos  vecinos,  requeriéndole  que  poblase  una  Villa  sujeta  á  la  ciu- 
dad, donde  nó,  que  saliese  de  la  tierra  y  dejase  la  conquista,  porque  ellos  la 
querían  hacer  á  su  costa  ;  ocasión  bastante  para  acedarse  el  Bocanegra  y  con 
sentimiento  responderles  que  no  habiendo  entrado  él  allí  por  orden  del  Cabil- 
do de  Ibagué,  sino  de  la  Real  Audiencia,  no  le  estaba  bien  dejar  la  conquista 
si  los  señores  de  ella  no  se  lo  mandasen,  y  así  haría  lo  que  más  conviniese  según 
el  orden  que  le  tenía  dado.  Desabridos  los  mensajeros  de  Ibagué  por  no  querer 
guardar  el  que  ellos  enviaban  á  darle  al  Bocanegra,  tomaron  la  vuelta  de  su 
ciudad  llevándose  sonsacados  seis  soldados,  con  harto  sentimiento  del  Capitán, 
que  lo  mostró  bien,  pues  alzando  luego  todo  su  campo  del  puesto  donde  estaba, 
se  vino  y  rancheó  sobre  la  quebrada  que  llaman  de  Ortega  (que  yo  he  pasado 
hartas  veces),  donde  luego  comenzó  á  fundar  una  ciudad  que  le  llamó  Santiago 
de  la  Frontera,  año  de  1572,  á  quien  puso  Justicia  y  Regimiento,  habiendo 
precedido  todas  las  ceremonias  que  en  tales  facciones  se  usan,  que  no  causó 
poca  envidia  á  sus  émulos  y  paisanos  de  Ibagué  y  mucho  mayor  á  uno  que 
pretendía  toda  la  sierra  de  Coyairaa  en  encomienda,  donde  había  á  la  sazón  dos 
mil  indios,  que  fué  causa,  según  dicen,  para  que  se  deshiciese  aquella  nueva 
población  con  brevedad,  como  veremos. 


OAP.  XXVIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  241 

CAPÍTULO  XXVIIl 

l.**  Salen  algunos  indios  de  paz  al  Capitán  Bocanegra— 2.»  Váse  á  las  conquistas  de 
Gualí  y  despuéblase  la  ciudad  entre  tanto— 3."  Vuelve  el  Capitán  de  la  guerra  de 
los  Gualíes— 4.0  Taición  de  los  indios  y  salteamiento,  y  el  castigo  de  esto. 

NO  perdiendo  tiempo  el  Capitán  Bocanegra  mientras  estuvo  en  la 
nueva  ciudad,  anduvo  siempre  desvolviendo  sus  provincias  fronte- 
rizas con  tal  industria  y  buenos  efectos,  que  de  muy  buena  paz  acudían  mu- 
chos indios  de  todas  ellas  á  hacer  las  rozas  y  sementeras  que  les  ordenaban  sus 
vecinos,  que  estaban  ya  satisfechos  de  que  aquello  fuese  fingido  en  los  indios, 
que  á  lo  último  de  año  y  medio  que  fueron  procediendo  en  esto,  trató  el  Capi- 
tán, por  la  satisfacción  que  ya  tenía  de  los  Caciques  y  indios,  de  hacer  reparti- 
ción y  apuntamientos  de  ellos  en  sus  soldados,  como  lo  hiciera  si  á  la  sazón  no 
sucediera  enviar  á  pedir  socorro  á  esta  Real  Audiencia  de  Santafé  el  Adelanta- 
do Don  Gonzalo  Jiménez  de  Quesada,  contra  los  indios  Gualíes,  que  segunda 
vez  se  habían  alzado,  habiéndolos  ya  él  pacificado,  para  lo  cual,  entre  los  de- 
más Capitanes  en  quien  la  Real  Audiencia  puso  los  ojos,  fué  en  este  Capitán 
Diego  de  Bocanegra,  que  fué  (como  dicen)  descomponer  un  santo  para  com- 
poner otro,  pues  no  era  menos  considerable,  sino  mucho  más  (como  lo  dijo  el 
discurso  de  los  tiempos  desde  luego)  la  conquista  en  que  este  Capitán  estaba 
ocupado,  que  la  pacificación  de  los  Gualíes,  que  fué  entrando  ya  el  año  de  mil 
y  quinientos  y  setenta  y  cuatro,  en  el  que  yo  nací. 

2.^  Pero  al  fin  sea  lo  que  fuese  de  esto,  la  Real  Audiencia  le  envió  orden 
para  que  dejando  en  su  ciudad  de  Santiago  de.  la  Frontera  el  que  era  necesario 
para  su  conservación  y  crecimiento,  y  dejándole  caudillo  de  satisfacción  y  los 
soldados  que  conviniesen,  con  el  resto  saliese  en  socorro  del  Adelantado  Quesa- 
da á  los  Gualíes,  prometiéndole  se  le  darían  también  á  él  (allanados  éstos)  para 
proseguir  sus  conquistas.  Cebado  de  esto  y  más  de  obedecer  á  lo  que  su  Rey  lo 
mandaba,  dejando  por  su  Lugar  Teniente  en  la  ciudad  al  Capitán  Francisco 
de  Dorantes  con  veinte  y  cuatro  soldados,  que  eran  todos  los  que  pudo  dejar 
después  de  treinta  que  él  sacó  para  llevar  en  su  compañía,  tomó  con  esto  la 
vuelta  de  la  ciudad  de  Mariquita  y  de  ella  á  la  de  Santa  Águeda,  donde  estaba 
retirado  el  Adelantado,  mientras  se  juntaba  fuerza  de  gente  para  contra  los 
Gualíes.  No  perdiendo  esta  ocasión  de  la  ausencia  del  Capitán  Bocanegra  el 
fuerte  o'raulo  que  tenía  en  la  ciudad  de  Ibagué,  salió  de  ella  y  llegó  á  esta  de 
Santiago  con  intentos  de  disponer  cómo  se  despoblase  por  sus  particulares  in- 
tereses, como  lo  diligenció  y  salió  con  ello,  porque  luego  que  llegó,  se  estrechó 
aparte  con  el  Capitán   Dorantes,   y    manifestándole   sus  intentos,  que  eran   de 


242  FRAY    PEDRO   SIM(5n  (7.*  NOTICIA 

qiiG  se  despoblase  aquella  ciudad,  pues  estando  ella  en  pié  y  en  posesión  de  la 
tierra  el  Capitán  Bocanegra,  no  saldría  con  lo  que  pretendía  ;  le  prometió,  si 
daba  traza  cómo  se  deshiciese  la  ciudad,  de  casarlo  con  una  hija  suya  y  darle 
ocho  mil  pesos  ;  con  lo  cual,  casado  el  Dorantes,  con  harta  facilidad  y  sin  fun- 
damento de  seguro  en  lo  que  le  ponían  á  la  mira,  lo  dio  de  que  haría  lo  que  le 
pedían,  como  lo  comenzó  luego  á  poner  en  ejecución,  pasados  quince  días,  para 
deslumhrar  sospechas  de  dónde  se  originaba  el  desamparar  la  ciudad,  juntando 
después  de  este  tiempo  á  mal  Consejo  de  Guerra  á  los  vecinos  de  ella  y  dicién- 
düles  lo  determinado  que  estaba  á  dejarla,  porque  le  parecía  que  al  Capitán 
Bocanegra  do  le  dejarían  volver  tan  presto  á  ella,  y  que  estaban  allí  baldíos, 
sin  entretenimientos  ni  provecho,  y  que  era  cierto  que  no  se  había  de  acabar 
aquella  conquista,  por  los  muchos  contradictores  que  tenía,  y  que  podría  suce- 
der que  viendo  los  indios  cuan  pocos  soldados  sustentaban  el  pueblo,  diesen 
sobre  ellos  y  los  acabasen,  y  que  así  sería  mejor  asegurar  sus  personas  y  buscar 
mejor  ventura  en  otras  partes. 

Por  lo  bien  que  les  iba  en  ésta  á  los  vecinos  con  el  buen  seryicio  que  les 
hacían  los  indios,  y  sin  rastro  hasta  aUí  de  rebeliones,  cuadraron  estas  razones 
á  pocos,  en  especial  al  Sargento  Arismendi,  que  d  la  sazón  era  Alcalde  de  la 
ciudad,  y  así  de  parte  de  ella  y  de  Su  Majestad  requirió  al  Dorantes  no  le 
desamparase^  pues  la  tenían  bien  cercada  y  con  abundancia  de  mantenimientos, 
en  tierra  de  buenos  temples  y  países,  los  indios  con  entera  paz  acudían  á  ella, 
por  lo  cual  le  protestaba  todos  los  daños  que  resultasen  de  su  desamparo,  á 
que  el  Dorantes  sólo  respondió  haría  su  voluntad,  como  lo  hizo  saliéndose 
aquella  noche  con  ocho  soldados  la  vuelta  de  la  ciudad  de  Ibagué,  donde  pi- 
diendo el  cumplimiento  de  la  palabra  que  le  había  dado  del  casamiento  y  dote 
(sin  advertir  que  palabras  y  plumas  se  las  lleva  el  vierito),  no  sólo  no  se  la 
cumplieron,  pero  aun  antes  le  llenaron  de  tantos  temores  ponderándole  la 
maldad  que  había  cometido  en  salirse  y  desamparar  la  ciudad  de  Santiago,  por 
lo  cual  le  sería  más  á  propósito,  desamparando  también  la  tierra,  irse  á  buscar 
mejor  acomodo  y  ventura  al  Pirú,  que  lo  hubo  de  hacer  así,  tomando  con  los 
soldados  que  había  sacado  consigo  de  la  nueva  ciudad,  la  vuelta  de  la  Goberna- 
ción de  Popayán,  como  un  hombre  desesperado  y  que  so  hallaba  frustrado  de 
lo  que  con  tanta  facilidad  le  había  creído. 

3.*^  Viéndose  el  Alcalde  Arrismendi  con  tan  poca  gente  como  le  había  de- 
jado el  Dorante,  con  que  juzgaba  por  imposible  el  poderse  defender  de  cual- 
quier ruido  de  guerra  que  le  sobreviniese,  desamparaiíúo  aquel  sitio,  trasmigró 
la  ciudad  sobre  el  río  Cuello,  que  está  más  al  Sur  cuatro  ó  seis  leguas,  donde 
asistió  otros  tantos  meses,  hasta  que  al  fin  de  ellos,  apaciguados  los  Gualíes,  vol- 
Yió  allí  el  Capitán  Bocanegra,  de  donde   luego  tomó  la  vuelta  de  esta  ciudad  de 


CAP.  XXVIll)  NOTICIAS    DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  243 

Sautafé,  á  querellarse  do  los  que  habían  sido  causa  do  despoblarse  la  ciudad  y 
poner  con  esto  más  fuerza  á  pedir  el  socorro  que  le  habían  prometido  para  pasar 
adelante  con  sus  conquistas,  á  que  se  le  respondió  dada  su  querella  y  demanda, 
que  en  lo  que  tocaba  á  el  haberle  despoblado  la  ciudad  se  le  haría  jasticia,  pero 
que  en  el  socorro  no  había  lugar  por  eutonces,  por  la  penuria  que  había  dejado 
de  soldados  en  todo  el  Reino  la  guerra  de  los  Gualíes  ;  que  se  quietase  por  en- 
tonces en  su  ciudad,  haciendo  lo  que  pudiese  en  conservarla  hasta  que  se  mejo- 
rasen les  tiempos  y  le  pudiesen  socorrer  con  gente,  como  lo  hizo  asistiendo  en 
ella  con  sólo  catorce  soldados  año  y  medio,  sin  poder  aguardar  más  tiempo,  por 
no  haberle  enviado  en  éste  ningún  socorro,  y  así  después  de  haber  gastado  de 
sus  expensas  y  de  su  hermana  más  de  ocho  mil  pesos  y  que  al  Dorante  no  se  le 
podía  dar  alcance,  ni  se  castigaba  el  delito  que  había  cometido  el  que  había 
sido  el  promotor  de  que  se  despoblase  la  ciudad  de  Santiago,  desamparando 
aquellas  tierras,  tomó  la  vuelta  de  la  Gobernación  de  Popayán,  donde  en  la 
ciudad  de  Buga,  atendiendo  el  Gobernador  á  sus  muohcs  méritos,  le  dio  una  en- 
comienda de  indios,  de  donde  tuvo  alguna  ayuda  de  costa  algo  importante, 
aunque  más  lo  fué  él  á  la  ciudad,  no  estando  jamás  ocioso  y  sin  serle  de  impor- 
tancia en  muchas  ocasiones. 

4.0  Como  sucedió  en  éstas,  un  vecino  de  Buga  llamado  Juan  de  Acegarreta, 
que  tenía  un  razonable  repartimiento  de  indios,  para  su  defensa  tenía  hecho  un 
razonable  fuerte  de  cuatro  tapias  en  alto  con  su  contrafoso  de  tres  varas  de  an- 
cho y  dos  de  hondo,  con  una  torrecilla  de  mampuesto  bien  fuerte,  en  que  tenía 
tres  arcabuces  con  sus  municiones  y  otros  tantos  españoles  que  los  jugaban 
cuando  lo  pedía  la  necesidad,  las  puertas  fuertes  y  chapeadas  de  hierro,  que 
todo  prometía  inexpugnancia  para  las  flacas  armas,  que  sólo  son  lanzas,  de  estos 
indios  Fijaos,  acostumbrados  á  saltear  y  destruir  aquella  tierra,  pues  echando 
tanteo  de  los  daños  que  han  hecho  en  personas  de  su  distrito,  han  pasado  de 
cuatro  mil  indios  amigos  los  que  se  han  comido  y  muchos  españoles,  hombres 
y  mujeres,  con  otros  estragos  considerables,  como  lo  hicieron  ahora  en  este 
fuerte,  en  el  cual,  abriendo  cierto  día  el  portero  la  puerta  á  las  nueve  de  la 
mañana,  hora  en  que  siempre  se  abría  por  estos  inoonvenientes,  para  que  sa- 
liesen los  indios  á  las  labores  de  trigo  y  otras  granjerias  de  aquel  país,  habién- 
dose emboscado  aquella  noche,  sin  ser  sentidos,  sobre  quinientos  indios  Fijaos 
Junto  á  las  paredes  del  fuerte,  embistieron  con  tanta  fuerza  á  la  puerta,  que  sin 
poderles  hacer  resistencia  ni  atajarles  los  pasos,  se  lanzaron  casi  todos  dentro, 
donde  comenzaron  luego  hacer  tan  terrible  estrago,  que  dentro  de  una  hora  hi- 
cieron pedazos  y  cogieron  vivos  más  de  ochenta  indios  amigos,  hombres  y  mu- 
jeres, y  tres  españoles,  sin  cesar  con  esto  la  furia  de  estos  bárbaros,  pues  la 
empleaban   también   en   matar   cuantos   caballos  y   bueyes  y  otros   animales 

30 


244  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (7.*  NOTICIA 

había  del  servicio  de  la  hacienda,  sin  escaparse  otra  cosa  viva  que  un  indio  por 
un  albañal,  que  fué  aprisa  á  dar    la  nueva    a  la  ciudad.    Donde  hallándose  a  la 
sazón  el  Capitán  Bocauegra,  se  ofreció  tomar  á  su  cuenta  el  alcance  y  castigo  de 
est03  bárbaros,  como  se  le  concedió,  y  salió  otro  día  con  treinta  y  cinco  soldados 
que  se  hallaron  para  tomar  armas  y   cincuenta   indios  amigos,    con  que  fué  si- 
guiendo el  resto  de  los   salteadores,    con  tanto  cuidado  y  diligencia,    que  con  la 
brevedad  que  pedía  el  caso    llegaron  al  páramo  y  les  dieron   alcance  en  un  sitio 
donde  no  pudo  ser  menos   sino  que  la    apretura  de  él    les  obligó  á  pelear  con 
nuestros   soldados,    trabándose  de    ambas  partes  tan   fuerte  guazabara,  que  por 
dos  veces  estuvieron  casi    vencidos  lo?  nuestros,  por  ser  tanto  el  numeroso  bar- 
barismo,  y  por  ventura  lo  fueran  del  todo,  si  el  Capitán  no  advirtiera  en  coger- 
les las  espaldas  á  los  bárbaros    con    diez  arcabuceros,    que  fué  el  total  remedio 
de  los  soldados,   porque   enseñoreándose   desde  ua  alto  de  los  indios,  les  pusie- 
ron en  tales  angustias  con  los   arcabuces,  que  estando  la    ladera  algo  resbalosa 
por  un  paramillo  que  caía,  les  fué  forzoso  volver  las  espaldas,  y  á  los  nuestros 
gustó  el  seguirlas  con  tan  buen  coraje,  que  hubieron  d  las  manos  toda  la  presa 
que  llevaban  de  cuarenta  indios  y  indias  que  llevaban  vivos,  y  toda  la  carne  de 
los  muertos,    haciéndola  despeñar  en    partes  que  no   pudieran  aprovecharse  de 
ella    aquellas  fieras  carniceras,    como  lo  hicieran,  pues  de  diez  y  de  veinte  días 
las  suelen   sacar  y  comer  :  tales  son  las  bestialei  costumbres   de  estos  bárbaros, 
de  quien  también  hubieron  los  nuestros  vivos  diez  y  seis,  dejando  muertos  más 
de  sesenta,  y  ellos  de  los  nuestros  tres  soldados  y  heridos  cinco.  Con  que  tomó  el 
Capitán  la  vuelta  de  la  ciudad  de  Buga,  sin  que  los  Caribes  se  atreviesen  á  se- 
guirlos, donde  fueron  recibidos  con  el  aplauso  que   merecía  el   hecho,  y  otros 
muchos  que  á  este  modo  hizo  en  otras  ocasiones. 


CAP.  XXIX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  245 

CAPÍTULO  XXIX 

!.«  Roban  los  indios  unas  estancias  y  sale  á  castigarlos  Bocanegra— 2.«»  Socorro  que  le 
envía  para  esto  la  ciudad  de  Buga— S."»  Pide  la  conquista  de  los  Fijaos  el  Capitán 
Talaverano — á.**  Desbaratan  los  indios  á  un  caudillo  llamado  Roa,  y  lo  demás  que 
sucedió. 

OTRA  ocasión  se  le  ofreció  á  este  Capitán  contra  estos  barbares  indií  s 
no  do  menor  cnenta  que  la  pasada  de  los  indios  de  su  encomienda, 
que  era  no  lejos  de  la  margen  de  un  caudaloso  río  llamado  Tiiluá.  Tenía  funda- 
da una  estancia  de  donde  a  distancia  de  media  legua  estaba  otra  de  un  yerno 
suyo,  Felipe  García,  y  á  otra  media  otra  de  otro  \ecino  Pedio  Barbosa,  donde 
estaban  tres  soldados  y  una  española,  y  en  la  de  Felipe  García  su  mujer,  dos 
cuñadas  y  cinco  hijos,  y  otra  mujer  casada.  Determinándose  estos  bárbaros 
de  dar  sobre  estas  estancias,  pasando  de  largo  por  la  del  Bocanegra,  que  era  la 
primera  que  habían  de  encontrar  bajando  de  su  sierra,  dieron  en  la  postrera  del 
Barbosa  á  tiempo  que  sin  hallar  resistencia  bastante,  matando  los  dos  españoles 
y  cogiendo  el  uno  vivo,  hubieron  también  á  las  manos,  muertos  y  vivos,  veinte 
indios  amigos,  con  todo  el  pillaje  que  pudieron  ranchear,  y  revolviendo  sobre  la 
segunda  estancia,  habiéndolo  sabido  con  tiempo  el  dueño  de  un  indio  amigo, 
montó  á  caballo  á  darle  aviso,  y  se  escapó  con  su  mujer  y  hijos  y  lo  que  en  su 
casa  había,  por  una  aceciuia  que  corría  por  una  labranza  de  arroz,por  donde  fue- 
ron apurando  un  cuarto  de  legua  al  río  de  Tuluá,  á  cuya  margen  se  emboscaron 
en  un  espeso  cañaveral,  de  suerte  que  cuando  entraron  les  Caribes  á  la  estancia 
del  Felipe  García,  robaron  cuanto  menaje  había  quedado  en  ella,  hasta  desha- 
cer los  colchones,  y  llevaron  á  manos  catorce  indios  y  indias  de  los  amigos. 

Llegando  esto  á  los  oídos  del  Capitán  Bocanegra,  que  á  la  sazón  se  bailaba 
en  la  suya,  y  á  reír  del  alba  (  porque  todo  esto  había  sido  al  postrer  cuarto  de 
la  noche),  mandando  ensillar  dos  caballos  que  tenía  de  rúa,  subió  en  el  uno,  que 
era  rucio,  con  su  lanza  y  adarga,  y  dando  á  dos  indios  ladinos  de  su  servicio  dos 
escopetas  y  municiones  para  que  se  las  ñusen  cargando  en  tiempo  de  la  ocasión 
y  el  otro  caballo  para  que  se  lo  llevasen  de  diestro  junto  á  sí,  tomó  la  vuelta  de 
la  estancia  robada  en  demanda  de  los  salteadores,  que  los  encontró  pasado  el 
río,  en  una  gran  vega  llana  que  hace,  con  quien  comenzó  luego  á  escaramuzar, 
haciendo  entre  ellos  entradas  y  salidas  con  principales  intentos  de  rescatar  al- 
guna de  sus  hijas  ó  nietas.  Andando  en  esto,  reconoció  una  ropilla  de  jjergiiete 
azul  que  era  de  ellas,  con  que  iba  vestido  uno  do  los  bárbaros,  que  fué  causa  de 
embravecerse  de  manera  el  Capitán,  que  entrando  furiosísimo  por  entre  ellos 
con  el  valiente  caballo,  derribó  de  la  primera  carrera  siete  ;  hiciéronse  todos  una 


246  FRAY   PEDRO    SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

pina,  tendiendo  las  lanzas  contra  el  caballo,  defendiéndole  la  entrada  á  desba- 
ratarlos, como  fuera  imposible  romper  con  solo  el  caballo  por  tantas  lanzas  si 
con  una  de  las  escopetas  que  le  dio  uno  de  sus  indios  cargada,  no  rompiera  la 
junta  por  una  parte,  por  donde  se  lanzó  luego  cc-n  su  caballo,  lanza  y  adarga, 
llevándose  de  aquella  vez  otros  cinco  en  sus  atropellados,  y  heridos  de  muerte, 
volviéronse  á  juntar  otra  vez  en  cerrado  escuadrón,  que  desbaratándolo  con  las 
escopetas,  hizo  por  entre  ellos  otra  acometida  en  que  mató  otros  nueve,  y  á  él  le 
lancearon  el  caballo,  con  que  lo  fué  necesario  subir  en  el  otro  y  mandar  á  los 
dos  indios  lo  trajesen  otros  dos  de  la  estancia,  quo  los  tuvieron  allí  dentro  de 
una  hora,  en  que  tampoco  holgó  el  Capitán,  pues  escaramuceando  con  los  bár- 
baros, les  quitó  cinco  indias  que  llevaban  vivas  y  á  un  español,  con  cuya  ayuda, 
habiendo  subido  en  uno  de  los  caballos  que  trajeron  y  con  una  escopeta  que  le 
dio,  les  acometió  con  valerosas  fuerzas  y  principalmente  al  que  llevaba  la  ropilla 
de  su  nieta,  que  atravesándolo  con  la  lanza  y  quedando  muerto,  se  la  quitó,  sa- 
cando de  esta  vida  algunos  otros,  do  que  cobraron  tan  gran  temor  los  bárbaros, 
que  les  pareció  serles  partido  valerse  más  de  los  pies  que  de  las  manos,  y  lle- 
gando en  esta  ocasión,  que  comenzaban  á  huir,  el  yerno  del  Bocanegra  con  otros 
cuatro  compañeros,  siguieron  con  tantos  bríos  al  bárbaro  gentío,  que  llegaron 
hasta  el  río  de  Buga  la  Grande,  habiendo  muerto  primero  y  herido  gran  suma 
de  ellos,  los  cuales  de  la  otra  banda  del  río,  llegando  ya  á  la  cera  del  monte, 
salió  de  entre  ellos  un  gandul  y  jadeando  de  cansado,  que  hincando  la  lanza  en 
el  suelo  y  poniendo  las  manos  en  los  ijares,  en  su  lengua  iburronca  comenzó  á 
decir  :  "Yo,  Capitán  Bocanegra,  soy  señor  de  la  provincia  de  Cacataima,  que 
no  entendiendo  estaba  en  esta  tierra,  me  atreví  á  lo  que  he  hecho  ;  vuélvete, 
pues  nos  has  quitado  cuanto  traíamos  y  me  has  muerto  mucha  gente  ;  vuélvete, 
que  ya  no  podemos  más  de  cansados  ;  conocemos  tu  valor  y  que  eres  hijo  del 
sol  y  inmortal  ;  yo  te  aseguro  que  no-  volveremos  más  sabiendo  que  estás  en 
estas  partes." 

2.^  Oyendo  esto  el  Capitán  (do  que  no  hizo  mucho  caso),  y  advirtiendo 
ser  ya  muy  sobretarde,  y  poca  la  gente  que  le  acompañaba  para  seguir  más 
adelante  á  los  bárbaros,  haciéndoles  la  puente  de  plata  y  contentándose  con  lo 
hecho,  y  que  había  tres  leguas  desde  allí  á  sus  estancias,  y  sin  comidas  ni 
comido  aquel  día,  tomó  la  vuelta  de  ella  por  el  llano  que  habían  ido,  donde 
hallaron  muertos  cincuenta  indios  enemigos,  y  todo  lo  que  habían  robado  en 
las  estancias,  derramado  por  aquel  suelo,  porque  con  la  angustia  de  la  pelea 
no  lo  habían  podido  conservar  los  bárbaros;  res^tadas  veintiséis  personas 
y  toda  la  carne  de  los  muertos,  que  hicieron  enterrar  en  parte  excusada  y  ocul- 
ta para  que  lo  estuviera  á  los  indios  y  no  la  desenterraran.  Habiendo  llegado 
por   las   vuelas   esta   facción  del  Capitán   Bocanegra  á  la  ciudad  de  Buga,  con 


CAP.    XXIX)  NOTICIAS    DE  LA^  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME.  247 

ellas  se  juntaron  treinta  soldados  y  con  los  pertreches  que  con  la  prisa  pudie- 
ron hallar,  salieron  al  socorro  del  Capitán,  que  encontrándolo  y  viéndolos 
mal  apercibidos  de  municiones,  y  que  no  era  ya  tiempo  de  seguir  á  los  bárbaros, 
por  lo  mucho  que  se  habrían  ya  alargado,  no  lo  pareció  seguir  el  alcance,  sino 
volverse  á  sosegar  á  su  casa,  como  lo  hicieron  los  indios  cumpliendo  su  pala- 
bra, pues  en  más  de  quince  años  no  volvieron  por  aquellos  parajes,  iii  el 
Capitán  Bocanegra  por  algunos  días  á  tomar  de  propósito  las  armas  contra 
ellos;  pero  como  las  ocasiones  que  daban  por  otras  partes  no  daban  lugar  á  que 
no  les  se  hiciese  siempre  guerra,  luego  el  año  siguiente,  que  sería  el  de  setenta 
y  ocho  ó  setenta  y  nueve,  entró  en  estas  Provincias,  despachado  de  la  Gober- 
nación de  Popayán  y  á  costa  da  toda  ella,  el  Capitán  Marín  con  ciento  y 
veinte  soldados,  que  no  pudiendo  cuajar  cosa  buena  en  la  conquista,  se  hubo 
de  volver  con  algunos  muertos  y  heridos. 

'¿.^  Como  también  le  sucedió  al  Capitán  Bartolomé  Tala  verano  (conquis- 
tador y  poblador  de  la  ciudad  de  Ibagué,  como  hemos  visto),  aunque  valeroso 
en  su  persona,  el  cual  queriendo  emplearla  y  su  hacienda,  que  no  era  poca, 
en  la  conquista  de  estos  indios,  vino  á  pedirla  desde  aquélla  á  esta  ciudad  de 
Santafé,  que  concediéndosela  el  Doctor  Don  Lope  de  Almendaris,  que  á  la 
sazón  era  Presidente  en  esta  Real  Audiencia,  entrado  ya  el  año  de  ochenta  ú 
ochenta  y  uno,  tendió  bandera,  y  en  la  misma  ciudad  y  otras  del  Keino  condu- 
jo hasta  setenta  buenos  soldados,  todos  á  su  costa,  con  los  cuales,  las  armas, 
municiones  y  pertreches  que  pudo,  tomó  la  vuelta  do  la  de  Ibagué,  donde,  para 
acabar  de  aviarse,  gastó  más  tiempo  del  que  habían  menester  los  soldados, 
pues  la  .ociosidad  que  allí  tuvieron  en  tres  meses  (bote  de  maliciosas  ideas  y  vía 
ejecutiva  de  maldades)  fué  causa  de  hacer  mil  travesuras,  y  entre  ellas  no 
fué  la  menor  el  revolver  algunos  de  los  soldados  desde  allí  á  esta  ciudad  de 
Santafé,  con  distar  más  de  treinta  leguas  y  hurtar  (para  no  entrar  en  servicio 
á  la  guerra)  algunas  indias  de  él  de  algunas  casas  principales  de  la  ciudad» 
con  que  se  revolvió  toda  ella,  hasta  despachar  Juez  con  provisión  Real  para 
traer  las  indias  y  presos  á  los  soldados  y  al  Capitán.  El  cual  con  ellos  había 
ya  salido  la  vuelta  de  sus  conquistas  de  la  ciudad  de  Ibagué,  cuando  llegó 
este  Juez,  que  yéndole  desde  allí  siguiendo  y  habiéndole  notificado  la  provi- 
sión, se  determinó  á  venir  preso  él  por  todos,  para  componer  estos  disturbios, - 
^dejando  con  su  gente  en  su  lugar  al  Capitán  Alonso  Cobo,  en  el  Valle  de 
Santo  Tomás,  Provincias  de  Cacatnima,  donde  tuvieron  sentado  el  Real  más 
de  tres  meses  que  se  tardaron  en  soltar  al  Tala  verano,  por  no  haberlo  querido 
hacer  hasta  que  so  restituyeron  las  indias  á  sus  dueñas. 

4.°  No    hicieron    en    este    tiempo  cosa  considerable  los  soldados,  más  que 
comerse   los   matalotajes   y    padecer   trabajos  do  hambres  y  otras  calamidades; 


248  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (J .^  NOTICIA 

causas  todas  de  motines,  como  lo  hicieron  entre  más  de  treinta  soldados,  y 
salieran  con  él  y  de  la  tierra,  si  Hernando  de  Lorenzana  y  otro  Alférez,  amigo 
suyo,  no  los  quietaran  con  promesas  y  otras  trazas  que  tuvieron,  y  así  lo  estu- 
vieron hasta  la  llegada  del  Capitán  Talaverano  al  sitio  con  nuevo  socorro 
de  matalotajes  y  armas  después  del  tiempo  dicho,  donde  estuvo  cuatro  meses 
con  toda  su  gente,  sin  que  hiciese  cosa  de  consideración,  porque  los  indios  no 
les  inquietaban,  esperando,  como  ellos  decían,  que  los  nuestros  los  inquietasen 
á  ellos,  con  que  los  soldados  perdían  el  juicio  y  lo  andaban  mucho  por  verso 
tan  ociosos,  hasta  que  por  esta  ocasión  determinó  el  Capitán  que  con  treinta 
soldados  saliese  un  caudillo,  escogiendo  para  esto  (dejando  otros  maravillosos 
sujetos  y  más  á  propósito  para  ello)  á  un  soldado,  más  ñinflirrón  que  valiente, 
y  de  quien  no  se  tenía  experiencia  más  de  lo  que  él  blasonaba,  llamado  Eoa, 
el  cual  con  esta  tropa  comenzó  á  marchar  la  tierra  adentro  en  demanda  de 
la  casa  del  principal  Cacique,  llamado  Chequera,  y  habie'ndose  rancheado  una 
noche,  después  de  dos  días  de  camino,  cerca  de  ella, un  soldado  llamado  Paloma- 
res, camarada  del  caudillo,  dijo  á  la  mañana,  había  soñado  que  se  había  visto 
envuelto  con  los  Fijaos  en  una  valiente  guazabara,  que  oyendo  la  conversación 
el  Roa,  dijo  sonriéndose  á  una  criada  del  Palomares:  "Paréceme  que  tu  amo 
está  con  el  judío  en  el  cuerpo".  Y  mandando  hacer  de  almorzar,  dijo:  "  Muera 
Marta  y  muera  harta".  Y  con  gran  chacota  almorzando,  que  pensaba  atravesar 
á  Buga  á  comer  bizcocho.  Prevenido  todo  á  la  prosecución  del  viaje,  comenza- 
ron á  m.archar,  mandtmdo  el  caudillo  apagasen  las  cuerdas,  pues  no  había 
necesidad  se  gastasen  en  balde,  á  lo  que  replicó  el  Capitán  Lorenzana,  no 
era  acertado,  pues  habían  visto  rastros  y  señales  de  emboscada,  y  así  no  la 
quiso  apagar  él  ni  otros  dos  ó  tres  companeros  suyos  que  iban  en  la  reta- 
guardia, que  fué  su  total  remedio,  por  haberla  pagado  todos  los  de  la  vanguar- 
dia y  los  demás  que  fueron  marchando,  avisando  los  de  la  retarguardia  en 
altas  voces:  alerta  !  que  estamos  entre  enemigos!  De  que  airado  el  caudillo, 
dijo:  ''marchen  sin  temor", que  apenas  hubo  pronunciado  el  último  acento,  cuan- 
do se  levantó  la  emboscada  de  más  de  quinientos  indios,  con  tanto  ruido,  trápa- 
la y  presteza,  que  en  un  instante  mataron  el  caudillo,  por  no  haberle  dado 
fuego  una  escopeta  de  pedernal  que  llevaba,  con  un  macanazo  en  la  cabeza; 
arrebataron  muertos  y  vivos  á  toda  la  vanguardia  y  parte  del  batallón,  muertos 
nueve  españoles  y  vivos  cinco,  con  más  de  veinte  indios  y  indias  deservicio, 
como  lo  hicieran  también  con  los  do  la  retaguardia,  si  el  Lorenzana  y  los  que 
llevaban  cuerdas  encendidas  no  les  hicieran  rostri^^  retirándose  de  ellos  los 
nuestros,  á  quien  fueron  siguiendo  una  legua,  donde  sucedió  que  queriendo  un 
soldado  herido  que  lo  llevasen  cargado,  ponderando  su  trabajo  y  desmayo  más  de 
lo  que  era  lo  esforzó,  el  Capitán  Lorenzana  (á  quien  tomaron  por  caudillo  Juego 


CAP.  XXX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  249 

que  faltó  e4  Roa),  hacléadole  abrir  una  sepultara  para  enterrarlo,  con  que  se 
levantó  y  caminó  el  soldado  más  que  los  que  iban  sanos,  hasta  llegar  al  Real, 
andando  en  diez  y  ocho  horas  lo  que  habían  caminado  ú  la  ida  en  tres  días, 
porque  huir  y  caminar  no  es  todo  uno.  Sabía  ya  el  suceso,  por  un  indio  que  se 
hibía  escapado,  el  tal  Talaverano,  cuando  llegaron  los  soldados,  en  que  venían 
seis  ó  siete  heridos,  y  dos  tan  mal,  que  luego  murieron. 


CAPÍTULO  XXX 

1  .<*  En  lo  que  paró  la  jornada  y  conquistas  del  Capitán  Talaverano — 2.°  Roban  los  indios 
al  Gobernador  de  Popayáa,  Sancho  García  del  Espinal— 3.''  Sale  un  indio  á  los  nues- 
tros de  fingida  paz,  y  lo  que  de  ello  sucedió—é.'*  Vienen  los  indios  sobre  el  fuerte  de 
los  españoles  y  dase  la  batalla  que  llaman  de  Miraflores. 

EN  lugar  de  seguir  á  los  mal  heridos  Caribes  el  Capitán  Talaverano 
desde  aquel'puesto,  pues  sin  duda  los  cogiera  en  una  borrachera 
que  hicieron  al  tercer  día,  levantó  ranchos  y  se  pasó  á  los  llanos  de  la  provin- 
cia de  Coyaima,  y  á  la  falda  de  una  serrezuela  de  donde  se  descuelgan  apa- 
cibles aguas,  de  que  se  forma  una  quebrada  agradable  y  de  buena  arboleda 
(  como  yo  la  he  visto  muchas  veces  )  los  asentó,  y  habiéndose  fortificado  de  fuer- 
te palenque,  con  grandes  muestras  de  regocijo,  fundó  en  nombre  del  Rey  una 
ciudad  á  quien  llamó  del  Escorial,  nombrándole  Justicia  y  Regimiento  y  metien- 
do en  ésta,  desde  luego,  como  hombre  poderoso,  muchos  ganados  mayores,  con  lo 
cual,  y  con  rozas  de  maíz  que  se  hicieron,  tenían  abundancia  de  sustento,  y  con 
esto  mucho  gusto  los  soldados,  prometiéndose  gran  crecimiento  en  ella  y  en  sus 
caudales.  A  donde  llegó  á  los  tres  meses  una  india  cristiana  de  las  que  habían 
cogido  al  caudillo  Roa  los  indios,  de  quien  se  escapó  y, hablaba  tales  crueldades 
hechas  en  el  resto  de  sus  compañeras,  que  pasmaba  á  los  que  la  oían,  y  entre 
ellas  dijo  que  á  un  español  llamado  Magayo,  metieron  vivo  en  una  olla  (tiénenlas 
estos  indios  que  caben  dos  y  tres  fanegas  de  maíz,  que  cuecen  juntas)  y  después 
de  cocido  se  lo  comieron.  La  cual  guardaban  revuelta  en  bejucos  y  la  mostraban 
por  trofeo  en  sus  borracheras.  De  la  que  hicieron  después  de  la  victoria  del 
Roa,  contaba  también  la  india  diciendo  que  dentro  de  tres  días,  si  los  siguieran 
los  nuestros,  los  pudieron  haber  á  las  manos,  y  que  estaban  con  tanta  avilanten 
por  la  victoria,  que  decían;  no  tenemos  nosotros  que  buscará  este  Capitán,  que  él 
nos  buscará  y  traerá  más  carne  que  comamos.  Desafíos  permaneció  esta  ciudad, 
haciendo  en  ellos  algunas  entradas  de  poca  consideración  el  Capitáo,  hasta  que 
viendo  los  soldados  lo  poco  que  allí  medraban  y  que  no   trataba  el  Talaverano 


250  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

de  repartir  la  tierra,  de  ocho  en  ocho  y  de  seis  ea  seis  la  fueron  dejando,  hasta 
que  del  todo  la  desampararon  todos,  que  fué  el  fia  de  la  jornada  del  Capitán 
Talaverano,  y  ceba  para  pasar  adelante  estos  Caribes  sus  maldades. 

2.°  Entre  las  cuales  no  se  cuenta  por  la  menor  la  que    hicieron  con  el  Go- 
bernador de  Popayán  Sancho  García  del  Espinal,  el  cual,  volviendo  á  su    Go- 
bierno de  esta  ciudad  de  Santafé,  a  donde  había  venido  á  ciertos  negocios,  al  pa- 
sar por  el  camino  que  llamm  áú  Qaindío,  lo  salieron  e.-jto-j    iahumino.s    saltea- 
dores, tantos  y  con  tan  valientes  bríos,  que    matándole  un  español,  un    negro  y 
una  negra  y  tres    indios  de  su    servicio,    las  más  do    sus  muías  y  caballos,   le 
robaron  más  de  cinco  mil  pesos  de  oro,   joyas   y  plata  labrada.  A   cuyo  castigo 
y  de  otros  salteamientos  pretendieron  esta  Roal  Audiencia,  y  en  especial  el   Li- 
cenciado Alonso  Lope  de  Salazar,  Oidor  de    ella,  que  entrara    persona  de  satis- 
facción. Despacharon  á  la  ciudad  de  Baga  al  Capitán  Diego  de  Booanegra,  que 
viniera  á  esta  de  Santafé  y  se  encargara  de  esto,  como  lo   hizo,  dándole  título  de 
Capitán  General,  para  que  pudiese  nombrar  Capitanes  y    otros  oficiales  milita- 
res, y  prometiéndole  irle  socorriendo  con  soldados  y    pertrechos    como  la    nece- 
sidad lo  fuese  pidiendo,  y  para  lo  que  el  de  presente  tenía,    le  dieron  luego  dos 
mil  pesos  de  ayuda  de  costa,  con  que  juntó  cuarenta  soldados  en  esta  ciudad  de 
Santafé  y  otras,  tomando  la  vuelta  de  la  do  Ibagué,  donde  con   lo  que  le  ayudó 
su  sobrino  el  Capitán  Sebastián  Fernández  de   Bocanegra,  que  fueron  otros  dos 
rail  pesos,  se  acabó   de  pertrechar  y  aviar,  toman  io    la  vuelta  da  las  provincias 
de  Tamagala  y  Guarro,  donde  hizo  castigos  de  tan  gran  consideración,  que  tem- 
blaba del  todo  la   tierra.  De  donde  partió  en  demanda  de  la  provincia  de  Coyai- 
ma,  que  estaba  soberbísima  y  más   alzada   que  todas,    por  haber  muerto    poco 
había  un  valentísimo  soldado  llamado  Mateo  de  Meneses.  Aquí  sentó   su  Real 
sobre  la    quebrada   de    Ortega,  pienso  que  cerca   ó  en  el  mismo  sitio  que  di- 
jimos había  tenido  fundada  la  ciudad  de  Santiago  de  la    Frontera,  desde  donde 
pareciéndole  ser  ya  tiempo  que  le  enviase  la    Audiencia   el    socorro    prometido 
de  gente  para  el  castigo  que  pretendía  hacer   en  los  homicidas,    escribió  al  Li- 
cenciado Salazar  acerca  de  ello,  y  dándole  cuenta  de   lo    hecho  hasta  allí,  á  que 
le  respondió  no  tenerlo  olvidado  de  lo  que  le    había    prometido,  que  no  vino    á 
tener  efecto  por  haberle  suspendido  en  esta  ocasión  de  su  oficio  al  Salazar,   que 
fué  harto  inconveniente  para   los  buenos  principios  que  iba  dando   á  la  guerra 
y  castigos  el  Capitán  Bocanegra. 

3.°  Que  aunque  sintió  mucho  el  haberle  faltado  este  tan  valiente  arrimo  y 
muchos  de  sus  soldados,  por  habérsele  huido,  no  por%eso  se  acobardó  ni  cesó  de 
continuar  sus  facciones,  pues  con  solos  veintidós  que  le  habían  quedado,  levan- 
tando ranchos,  tomó  la  vuelta  de  las  provincias  de  Tuamo  por  el  río  arriba  de 
Otaima,  hasta  llegar  al  río  y  Valle  de  Miraflores,  donde  asentó  su  Real,  aguar- 


GXP.  XXX:)  XÍOTICIAS  DÉ  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  251 

dando  todavía  el  socorro  de  la  K'oal  Audiencia,  que  había  de^'^correr  ya,  como 
corrió,  por  mano  del  Doctor  Guillen  Chaparro,  quo  hacía  oficio  en  ella  de  Pre- 
sidente, como  lo  fué  en  muchos  días.  Eu  uno  de  los  qiw  estuvo  aquí  el  Capitán 
Bocauegra  fortificándose,  salió  á  él  un  indio  valentón,  Pijao,  llamado  Beco, 
echadizo  por  los  demás  de  la  provincia  de  Otaima,  y  haciéndole  mil  zalemas  y 
sumisiones  como  ellos  lo  acostumbran,  le  dijo  venía  huyendo  de  sus  parientes  y 
amigos  á  su  amparo  y  acogida,  y  que  si  se  la  hacía  buena,  iría  con  él  á  hacer- 
les guerra  á  los  de  su  provincia,  mostrándole  sus  casas  cimarroneras  y  mani- 
das, y  dándole  industria  cómo  los  hubiese  á  las  manos.  Pareci^ndole  al  Capitán 
tenerlos  ya  en  ellas  por  lo  que  é«te  le  prometía,  le  regaló  mucho,  hasta  sentarle 
á  su  mesa  los  diez  días  que  estuvo  allí  «1  gandul,  mirando  la  disposición  dd 
sitio  y  cuidado  de  la  soldadesca,  hasta  que  al  fin  de  ellos  le  pidió  licenciii 
por  algunos,  diciendo  iba  á  traer  su  mujer  y  hijos  para  venir  á  vivir  con  él, 
con  que  se  partió  del  Keal,  quedando  el  Capitán  bien  sospechoso  de  la  traición 
del  indio  y  lo  qu«  sucedió,  que  fué  un  día  ó  dos  antes  del  término  que  pidió  d 
indio  para  volver,  ver  los  soldados  (que  andaban  hechos  Argos,  especulando 
señales  si  podían  alcanzar  por  ellas  la  traición  que  sospechaban^  bajar  por  el 
río  abajo  muchos  monos  que  iban  hu^rendo  de  los  indios  Fijaos,  que  caminaban 
por  allí  á  dar  sobre  los  nuestros,  con  que  salieron  de  sospecha  de  la  traición  d« 
Beco,  y  tuvieron  por  cierto  la  guazabara  con  los  Caribes,  que  el  día  siguiente, 
bajando  por  el  mismo  río,  hasta  llegar,  ya  que  era  muy  de  noche,  á  un  tiro  de 
escopeta  del  Real,  hicieron  allí  asiento,  y  haciendo  Beco  como  que  dormía,  se 
levantó  de  repente  como  infundido  de  un  espíritu  diabólico  y  dando  mil  saltos 
de  placer,  decía  haber  soñado  tenía  de  su  parte  la  victoria  y  las  cabezas  do  1o.h 
Capitanes  en  sus  manos;  hicieion  antes  de  esto  sus  mohanerías,  ritos  y  ceremo- 
nias, quemando  leña  de  balsa  y  agorizando  por  la  ceniza  sus  buenos  sucesos,  y 
porque  éstos  no  faltaran  en  la  buena  disposición  y  orden  en  acometer. 

4.®  Ordenaron  que  el  Capitán  ó  principal,  llamado  Plátano,  llevando  con- 
sigo seis  indios  con  calabazas  de  agua,  apagasen  el  fuego  que  los  nuestros  tenían 
en  el  cuerpo  de  guardia,  porque  no  tuviesen  donde  encender  las  cuerdas  ;  Beco 
con  otra  tropa  se  pusiese  á  la  puerta  de  los  dos  hermanos  Capitanes  Juan  Ve- 
lasco  y  Gaspar  Rodríguez  del  Olmo,  y  que  procurasen  matarlos  al  salir  de  ella; 
el  Cacique  Chequera  á  la  del  Capitán  General,  y  Pucharma  con  otra  tropa  á  la 
de  su  sobrino  Sebastián  Fernández  de  Bocanegra,  y  el  resto  acometiese  furiosa- 
mente á  las  demás  rancherías.  A  las  indias  mandaron  que  cuando  Beco  tocase 
un  gran  caracol  que  traía  al  cuello,  advirtiese  que  era  señal  de  victoria  y  que 
saliesen  á  cargar  la  carne  de  los  españoles  muertos  ;  lo  cual  dispuesto,  partie- 
ron para  el  Real  á  las  cuatro  de  la  mañana,  á  las  cuales  horas  solían  acudir 
al  fuerte  para  trabajar  con  la  fresca  algunos  indios  Tuamos,  que  desde  que  sen- 

31 


252  FRAY   PEDRO  SlJfÓ»  (7.*  NOTICIA 

tó  allí  ranchos  el  Capitán  General  le  FaKeron  de  paz.  Estaban  de  posta  en  aque- 
lla hora  dos  valientes  soldados  :  el  uno  de  Madrid,  Tomás  de  Bibera,  y  el  otro 
mestizo^  Melchor  Muñoz,  destrísimos  arcabuceíos  ambos,  que  estando  junto  al 
fuego  del  cuerpo  de  guardia,  vieron  á  una  vista  que  iba  pasando  gente  algo 
apartada,  que  entendiendo  al  principio  ser  los  obreros  Tuamos,  advirtiendo  que 
pasaban  muchos,  se  les  acercaron  más  para  reconocerlos,  que  viendo  los  enemi- 
gos se  les  iban  allegando  loa  soldados,  les  arremetieron  con  furia  tan  diabólica  y 
Taliente,  que  á  no  serlo  tanto  los  soldados  y  de  tan  buenos  bríos,  bastaran  loa  de 
los  salvajes  para  hacerlos  en  un  punto  pedazos  ;  viendo  los  bárbaros  cuan  va-^ 
lerosamente  se  defendían,  y  al  fuego  para  que  no  lo  apagaran,  acometieron  con 
la  misma  furia  y  valiente  algazara  á  embestir  con  las  puertas,  á  donde  salió  en 
un  punto  (porque  no  dormía)  el  Capitán  General  Bocanegra  con  su  Sargenta  y 
rodela,  acompañado  de  un  hijo  suyo,  Gabriel  de  Baoanegra,  muy  valiente  sol- 
dado, y  de  otro  mestizo,  Diego  de  Irusta,  con  dos  escopetas,  que  hicieron  tan 
valiente  frente  al  escuadrón  del  bárbaro  gentío,  que  deshaciéndolo,  quedó  fran- 
co aquel  lugar,  á  que  ayudaron  con  no  menos  bríos  los  Capitanes  Juan  Velasco 
y  su  hermano  en  compañía  de  un  tío  sujo  llamado  Bernardo  Gutiérrez,  no  me- 
nos valiente  que  entrambos,  que  desbarataron  otro  escuadrón  que  iba  llegando  á 
la  puerta,  aunque  al  salir  de  la  suya  el  Capitán  Juan  Velasco,  el  traidor  Beco 
alzó  la  mano  y  le  dio  tal  golpe  con  el  caracol  que  llevaba,  en  la  boca,  que  Id 
derribó  todos  los  dientes,  dejándolo  medio  aturdido,  á  quien  el  tío  Bernardo  Gu» 
tiérrez  tiró  una  lanzada  tan  acertada,  que  le  atravesó  y  cayó  muerto,  á  quien  un 
indio  amigo  le  quitó  el  caracol  y  se  lo  echó  al  cuello,  como  el  Beto  lo  traía» 


CJLl».  XXXt)  KOt"IJClAS  r>í:  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  2-5S 

CAPÍTULO  XXXI 

U^  Victoria  de  los  soldados  contra  los  indios,  y  los  que  más  se  señalaron,  y  socotro  qae 
ee  les  envía— á.«  Salidas  que  hace  el  General  Bocanegra,  y  sucesos  de  ellas— 3,*  Co* 
sas  que  hallan  de  los  españoles  los  soldados  ea  una  casa,  y  prisión  de  algunos  in- 
dios—4  *  Amistad  falsa  que  vieae  á  dar  tin  píincipal  indio,  y  lo  que  sucedió  acerca 
tíe  ella. 


r 


ÜESE  tmljando  la  pelea  entre  cristianos  y  bárbaros^  que  parecf» 
venirse  los  montes  al  profundo,  retumbando  las  voces  y  ecos  por 
fentre  aquellos  Valles  y  peñascos;  jugaba  la  arcabucería  oon  feaa  buea  luodc^ 
que  no  perdían  tiro ;  los  ^'árbaros  hacían  cuanto  podían,  meneando  valerosa- 
tnante  las  lanzas,  con  tanto  ruido  de  trompetillas,  fotutos  y  otros  iüstruoientos 
confusos,  que  parecía  un  infierno  ;  los  soldados  destripando,  cortando  piernas 
y  brazos  bárbaros  desnudos,  con  bríos  de  leones  desatados,  que  se  las  acrecea- 
taba  su  Capitán  con  los  muchos  que  mostraba  acudiendo  á  todas  partes  como 
tin  pensamiento,  el  cual  echando  menos  á  dos  sobrinos  suyos  y  sospediando 
los  tendrían  cercados  alguna  hueste  do  bárbaros^  tomo  una  espada  y  rodela  y 
hendiesido  por  un  escuadrón,  entró  á  darles  el  socorro  que  habían  bien  menes- 
íer,  pues  estaban  cercados  de  más  de  cien  indios,  en  que  hizo  tantas  valentías 
que  al  ñu  ios  libró,  aunque  salió  herido  de  dos  lanzadas  en  la  frente  y  garganta^ 
Estaba  neutra  la  victoria,  por  ser  tantos  y  de  tan  valientes  bííos  los  indios^  has* 
ía  que  después  de  dos  horas  largas  que  habían  batallado  y  ser  ya  de  día  claro, 
comenzaron  á  retirarse  los  bárbaros,  y  el  indio  amigo  que  había  tomado  el  ca* 
raool  á  tocarlo,  cantando  victoria,  á  cuya  voz,  con  el  aviso  que  tenían  feís  indias, 
salieron  á  cargar  la  carne  de  los  muertos,  que  viéndolas  los  nuestros,  las  hubie- 
ron á  todas  á  las  manos,  7  dando  tormento  á  algunas,  confesaron  notables  malda^ 
des  de  los  indios,  que  habían  cometido  ea  diversas  ocasiones  coa  ios  cristianos^ 
Los  cuales  en  ésta,  reconocxetHlo  había  sido  esta  victoria  de  la  mano  de  la 
Suprema  Oausa,  le  dieron  infinitas  gracias,  y  dijo  el  Capitán  Bocanegra  ;  "  Ha8<^ 
ta  hoy  he  peleado  siempre  por  la  honra,  y  esta  noche  por  ia  vida,"  que  fué 
Dios  servido  guardar  la  de  todos  los  nuestros,  muriendo  sólo  Bernardo  G^itié'^ 
rrez,  y  heridos  el  Capitán,  un  hijo  suyo  y  Juan  de  Mosquera,  aunque  no  de 
l^eligro,  pues  sanaron,  habiendo  peixiido  la  vida  gran  nümerp  de  bárbaros  ^e 
los  mil  que  acometieron  esta  empresa.  En  la  cual  uno  de  los  qae  con  más  valor 
»e  seíialaron  fué  un  manchego  llamado  Diego  Collado,  que  con  solas  piedras 
hacía  tanto  eitrago  como  el  mejor  ^cabucero,  pues  no  erraba  padrada^  y  á 
^  más  de  cuantos  acertó  sacó  de  esta  vida.  Los  soldados  de  esta  facción  fue-- 
ron  el  Capitán  General  Diego  de   Bocanegra  y  «u   hijo,  dos  sobrinos  suya%  el 


254  FKAT    PEDRO   fSlMON  (7."  NOTICIA 

Capitán  Juan  Velapco,  el  Capitán  Gaspar  Rodrígnez  de  Olmo,  Bernardo  Gu- 
tiérrez, su  tío,  Diego  de  Irusta,  Diego  de  Espinosa,  Tomás  de  Ribera,  Diego 
Arias,  Pedro  Galván,  Juan  Díaz,  Melchor  Muñoz,  Diego  Collado,  Hernán 
López,  Juan  de  Mosquera,  Miguel  de  la  Peña,  Diego  Callejas;  de  éstos,  cuatro 
fueron  eevillanos  y  uno  de  Madrid  y  otro  manchego,  todos  los  demás  crio- 
llos ;  pero  todos  quedaron  desnudos  j  hambrientos,  por  haberles  robado  y  que- 
mado los  bárbaros  cuanto  tenían,  dejándoles  sólo  la  hambre,  que  la  pasaron 
aosadas,  basta  que  les  socorrieron  de  la  ciudad  de  Ibagué  y  de  esta  de  Santafé 
con  ciento  y  treinta  soldados  aviados  de  armas,  municiones  y  matalotajes  que 
envió  el  Oidor  Guillen  Chaparro,  que  á  la  sazón  presidía  en  la  Real  Au- 
diencia, remitiéndolos  con  el  Capitán  Alonso  Kangel,  vecino  de  la  ciudad  de 
Pamplona,  con  orden  á  que  se  pudiese  volver  en  entregándolos,  prometiendo  el 
Oidor  al  Bocanegra  enviarle  mayor  socorro,  hasta  que  de  todo  punto  se  acabase 
la  guerra.  Eran  estos  scJdados  de  toda  broza  y  los  más  chapetones  y  mozos, 
de  que  no  se  ausentaron  pocos,  pero  prometiendo  reparar  este  daño  Juan  de 
Tuesta  Salazar,  Gobernador  á  la  sazón  de  Popayán,  que  todo  vino  á  parar  en 
solas  promesas. 

2.**  Al  fin,  hallándose  con  buena  copia  de  gente  el  Capitán  General,  de- 
terminó, dejando  por  cabo  en  el  Real  al  Capitán  Francisco  Alférez,  salir  con 
sesenta  soldados  y  cincuenta  indios  amigos  á  las  provincias  de  Otaima  y  Caca- 
taima,  donde  hizo  hartos  sangrientos  castigos,  y  donde  hallaron  muchos  bárbaro» 
muertos  de  los  que  habían  salido  heridos  de  la  gran  batalla  de  Miraflores;  ha- 
llaron en  la  casa  de  Chequera  la  olla  embejucada  en  que  dijimos  habían  cocido 
al  soldado  vivo,  y  en  otro  buhiuelo  redondo  cerca  de  esta  casa  todas  las  c^beza^  \ 
de  los  soldados  que  habían  cogido  á  Roa,  amontonadas  y  cubiertas  con  un  írutero 
de  red  hecho  en  la  ciudad  de  la  Palma,  pendientes  á  la  redonda  de  él,  atado» 
con  unos  hilos  en  modo  de  pinjantes  ó  argentería,  los  dientes  y  muelas  de  estas 
cabezas,  que  todo  con  la  olla  traían  por  trofeo  en  sus  borracheras  y  fiestas,  y 
habiendo  hecho  quemar  todo  esto  el  Capitán,  pasó  á  la  provincia  de  Otaima, 
donde  yendo  haciendo  grandes  castigos,  asaltos  y  desbaratando  muchas  embos- 
cadas, en  un  rancheo  hallaron  una  cadena  de  oro  que  le  habían  tomado  al  Go- 
bernador Sancho  García,  que  pesaba  ciento  y  treinta  pesos,  y  un  tejo  de  oro 
de  cuatrocientos,  y  un  arcabuz  que  tenía  el  nombre  del  mismo  Gobernador,  de 
letras  de  oro.  Pasó  de  aquí  á  la  provincia  de  Beuni  y  Maito,  donde  habiendo 
desbaratado,  á  costa  de  mucha  sangre  bárbara,  famosas  emboscadas,  y  dejando 
atemorizadas  las  provincias,  en  que  padecieron  los  soldados  tantos  trabajos,  en 
especial  de  hambres,  pues  les  forzaron  á  matar  un  caBnl  lo  y  comerlo  con  pal" 
mitos,  con  más  de  sesenta  prisioneros,  después  de  tres  meses  que  habían  estado 
en  estas  facciones,  tomaron  la  vuelta  de  Miraflores,  de  donde,  dentro  de  quince 


OF 


CAP.  XXXl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  Dr.  TIT.nnA    FIRME   "*  255 

días,  levantaron  ranchos  y  dieron  cmsigo  en  la  mesa  del  Chaparral,  á'Jdonde 
entraron  víspera  de  la  Epifanía,  el  año  do  mil  y  quinientos  y  ochenta  y  cuatro, 
desde  donde  despachó  luego  el  General,  con  una  tropa  de  treinta  soldados,  ni 
Capitán  Miguel  Fernández  Gavilán  á  la  provincia  de  Maito,  en  demanda  de 
comidas,  de  que  estaban  harto  faltos,  que  las  trajo  con  abundancia  dentro  de 
diez  díiis,  viniendo  muchos  caballos  y  indios  cargados  de  maíz  y  otras  legum- 
bres, con  que  pasaron  hasta  que  se  hicieron  rozas,  con  que  se  sustentó  la  ciudad 
que  luego  se  fundó,  llamándola  Medina  de  las  Torres,  y  poniéndole  Justicia  y 
Regimiento,  con  las  ceremonias  que  en  todo  esto  suelen  preceder. 

3.°  Y  habiendo  dado  asiento  á  la  nueva  ciudad,  como  era  de  corazón  vale- 
roso el  Capitán,  y  que  no  sabía  estar  un  punto  ocioso,  determinó  salir  con  cin- 
cuenta soldados,  y  entre  ellos  Juan  Eodríguez  de  Olmo  y  Miguel  Fernández 
Gavilán,  á  dar  viata  á  las  espantosas  provincias  de  Bulira  y  Totorambo,  como 
lo  hizo,  pasando  por  las  de  Maito,  Cacataima  y  Otaima,  atravesando  sus  rigu- 
rosísimos páramos,  en  que  se  le  emparamaron  algunos  in:lios  amigos;  llegando 
íil  fin  á  la  de  Bulira,  dieron  al  principio  de  ella  con  una  casa  sola,  sin  gente, 
bien  cerrada,  y  á  la  puerta  arrimado  un  cuerpo  seco  de  algún  español,  con  las 
barbas  rubias,  vestido  de  angeo,  acuchillado,  aforrado  en  fustán  ó  mitán  azul  ; 
teníanlo  puesto  allí  para  que  espantase  á  los  que  intentasen  abrir  la  puerta. 
Abriéronla  los  soldados,  y  entrando  dentro,  hallaron  algunos  pedazos  de  carne 
humana  ahumada,  unas  mangas  de  raso  negro,  una  frazada  de  vicuña  en  drg 
partes,  un  fieltro  verde,  un  cordón  de  San  Francisco,  un  escudo  de  frailes  mer- 
cenarios, un  crucifijo  de  plomo,  nna  camiseta  de  paño  pardo  de  Quito,  dos  ó 
tres  cordo vanes,  zapatos,  botines  y  alpargates,  tijeras,  hilo  portugués  y  otras 
prendas  españolas  que  habían  asaltado  en  los  caminos  reales.  Fuéronse  entran- 
do más  en  la  provincia  y  en  cierto  paso,  con  buena  industria  del  Capitán,  hu- 
bieron á  las  manos  una  espía,  que  sirviéudoles  de  guía  en  unas  profundísimas 
y  obscuras  quebradas,  que  más  parecían  retratos  del  infierno,  dieron  con  los 
ranchos  del  valeroso  indio  Chanama,  donde  cogieron  á  su  mujer  y  dos  hijos 
suyos,  y  otras  veinte  ó  treinta  piezas,  entre  grandes  y  pequeñas,  y  algunas  cosas 
de  valor,  hurtadas  en  los  asaltos  de  los  caminos  reales,  con  que  tomaron  el  suyo 
los  nuestros  para  pasar  adelante. 

4.**  Pero  sabiéndolo  el  Chanama,  con  cólera  de  un  Demonio,  tomando  diez 
compañeros,  se  emboscó  al  paso  de  los  españoles  en  unos  espesos  carrizales,  de 
donde  salió  á  tiempo  y  acometió  con  sus  compañeros  al  batallón,  donde  iban  su 
mnjer  y  hijos,  y  peleó  con  una  partesana  y  hizo  tantas  leonerías,  hiriendo  algu- 
nos soldados,  que  espantaba  verle,  hasta  que  le  mataron  de  un  escopetazo,  ma- 
tando ellos  á  un  Francisco  de  Eojas  de  otro,  con  una  escopeta  que  también 
dispararon,  que  la  había  tomado  con  su   munición   á   algún  pasajen».  Sentaron 


25G  FílÁY    PEDRO    SIMÓN  (^  <  ."^  NOTICIA 

allí  el  Real  \)OV  Oclio  dííi.s,  y  habiendo  cuterr.ulo  .il  Rojas  gm  parte  muy  secreta 
y  díísaliunbiada,  al  cabo  de  dos,  ocultamente  do  noche  lo  desenterraron  y  se 
lo  comieron.  Dejando  el  Capitán  en  el  Keal  el  resto  de  los  soldados,  salió  con 
veinte  á  correr  la  provincia,  donde  tuvo  tan  buena  suerte,  que  dentro  de  un 
día  natural  hubo  á  las  manos  sobre  treinta  piezas,  y  entre  ellas  cuatro  gandu- 
les, que  en  volviendo  al  Eeal,  confesaron  atrocísimas  miierítís  que  habían  hecho 
en  el  camino  de  Cartago,  y  entre  ellas  la  de  un  fraile  fianciscano,  y  que  cuan- 
tos habían  comido  do  él  habían  muerto  de  pestilentes  disenterias.  Habiendo 
vuelto  con  esta  presa  ú  su  ciudad  de  Medina,  dejando  atemorizadas  estas  pro- 
vincias, después  que  hubo  descansado  quince  días,  salió  con  otros  cuarenta  sol- 
dados en  demanda  de  la  provincia  de  Ambeima  y  Amoyá,  donde  hito  de  nueVO 
grandes  presas,  en  especial  de  comidas,  que  trajo  después  de  treinta  días  á  la 
'ciudad,  donde  le  salid  de  paz  fingida  un  principal  llamado  Paluma,  que  J^ra 
feaber  eus  intentos,  le  echó  de  manga  una  india  bieii  industriada,  que  supo  sa- 
cárselos muy  bien  y  conocer  que  eran  de  fingida  paz,  y  por  sólo  saber  la  dispo' 
fiic'ón  de  la  ciudad  y  vigilancia  de  los  soldados,  pero  que  tenía  hecha  una 
k-etirada  en  compañía  del  Cacique  Tuquimba,  para  dar  sobre  los  nuestros  ;  lo 
cual  dioiénñoselo  la  india  al  General  y  el  General  al  Cacique^  lo  confesó  áú 
jplano  y  trató  de  satisfacer  el  hecho  y  reparar  el  daño,  dándole  un  hijo  suyo 
llamado  Nimda  para  que  la  fuese  á  descubrir,  con  que  despachó  con  cuarenta 
soldados  á  su  sobrino  Sebastián  Fernández  Bocanegra  en  demanda  de  la  reti- 
rada, en  cuyo  camino  lo  trajo  loqueando  la  guía  Nimda  por  asperísimas  montad- 
ñas  trece  días  de  industria,  con  intentos  de  hacer  tiempo,  por  si  los  de  la  re- 
tirada se  podían  huir  en  él.  Enfadado  ya  el  caudillo  del  trabajo  de  tantos  días 
y  aspereza  del  camino,  determinó  volverse,  como  lo  hiciera  si  estando  en  esto 
no  oyera  golpes  de  una  hacha  que  cortaban  leña,  y  yendo  marchando  á  los 
golpes,  descubriera  á  las  siete  de  la  noche  dos  grandes  buhíos,  que  parecién*- 
dolé  no  acometerles  á  aquellas  horas,  se  emboscaron  tan  cerca,  que  saliendo 
un  gandul  Ae  ellos  á  cierta  hora  de  la  noche  á  orinar,  cayó  parte  de  la  orina 
feobre  la  cabeza  del  caudillo,  que  disimulándolo  y  sufriéndolo  por  hacer  mayor 
presa,  se  estuvo  quedo,  hasta  que  al  quebrar  del  alba  dieron  Santiago  tan  dé 
repente  sobre  las  casas,  que  no  se  escapó  ninguno  de  los  que  estaban  en  ellaS) 
■que  fueitín  treinta  gandules  de  lanza  y  cuarenta  de  chusma,  con  rancheo  de 
algún  hilo  de  algodón,  mantas,  plumas  y  otras  cosas  y  muchas^comidas,  tomando 
la  vuelta  de  la  ciudad,  á  donde  llegaron  en  tres  días  lo  que  habían  andado  á 
la  ida  en  trece;  pasados  veinte  después  de  esta  f opción,  salió  el  General  al 
Valle  de  Neiva,  de  donde  habiendo  hecho  maravillosos  efectos  en  indios  sal* 
teadores  de  aquel  camino  de  Timaná  y  del  Pirú,  volvió  después  de  sesenta 
días  á  su  ciudad  de  Medina,  y  habiendo  hecho  los  apuntamientos   de  la   tierr% 


CAP.  XXXIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIEIÍRA  FIllME,  257 

repartiéndola  entre  sus  soldados  conquistndores,  vi'uo  á  est'^  de  Santa fé  á  dar 
cuenta  de  todo  lo  que  había  hecho  Insta  allí,  dondo  fué  Fecibido  Qo,n  mucha 
pgazajo  y  agradecimientos,  como  lo  merecía  su  j  ersoua. 


CAPITULO  :k,xxii 

I*  Dan  los  indios  sobre  el  fuerte  de  los  españoles,  j.  lo  que  sucedió— 2.»  Múdanse  da 
aquel  sitio  á  otro— 3.»  Mojica  pide  las  conquistas  de  los  Fijaos  y  concédesele— 4.^ 
Entra  en  la  tierra  y  lo  que  le  sucedió  en  ella — 5."  Fin  de  la  jornada  y  del  Gobierno 
de  Mojica— 6.«  Salfc^anjientos  y  danos  que  hicieron  los  indios, 


N' 


O  fué  de  pequeño  inconveniente  esta  salida  de  su  ciudad  del  Ca  - 
pitan  Bocanegra,  pues  aunque  Isi,  dejó  bien  prevenida  j  con  vigi- 
lante caudillo,  que  fué  su  Teniente  el  Capitán  Juan  de  Leuro,  lo  estaban  tanta 
los  Fijaos,  quo  en  sabiendo  la  ausencia  del  Capitán,  hicieron  una  gran  junta 
para  dar  sobre  ella,  como  lo  ejecutaron  noche  de  San  Juan,  allegándose  tau 
cerca  al  fuerte,  que  saliendo  del  un  perro  conquistador  de  fama  y  sintiéndoloa 
cerca,  volvió  despavorido  como  á  dar  aviso,  haciendo  esto  con  tan  grandes  de- 
mostraciones, que  no  le  faltaba  más  que  hablar,  pues  hacía  acometimientos  á 
donde  había  visto  los  enemigos,  volvía  y  revolvía  con  ademanes,  como  que 
quería  sacar  los  soldados.  Los  dos  que  estaban  de  posta,  que  eran  Vicente  Va-s 
ienzoela  y  un  hermano  suyo,  avisaron  á  todos  de  esto,  con  que  se  previnieron 
para  la  guazabara,  que  se  comenzó  luego,  pues  apenas  se  habían  juntado  todoa 
'<5on  sus  armas,  cuando  acometieron  los  bárbaros  con  infernal  alarido,  intentan-! 
do  derribar  los  troncos  del  fuerte  por  un  lienzo.  A  cuya  resistencia  acudieron 
ocho  bien  alentados  soldados,  que  fueron  el  Capitán  IMartín  de  ¿¡íúñiga,  Tomá^ 
de  Ribera,  San  Juan  de  Alza,  vizcaíno,  Juan  de  Mosquera,  Diego  Jaraznilloj, 
Pedro  de  Morales  y  Alonso  Peinado,  que  con  tal  esfuerzo  les  defendieron  Iq 
entrada,  que  los  ojearon  de  aquella  parte^  con  muerte  de  muchos  ;  otra  defeur 
dieron  el  Capitán  Juan  de  Leuro  y  su  hijo,  Gabriel  Bocanegra,  Diego  de  IruSr 
ta,  Martín  Cerón,  Diego  Ortiz,  Pedio  de  Espinosa  y  Juan  Armero,  no  dejando 
entrar  los  salvajes  por  ella,  que  acometiendo  otra  gran  tropa  á  la  puerta, 
Jerónimo  de  Quiñones,  Vicente  Valenzuela,  Diego  Calleja,  Felipe  García,  Die* 
go  de  Castro,  Francisco  García,  Juan  Díaz  y  Juan  de  Argutia,  hicieron  taa 
valiente  frente  al  barbarismo,  que  con  una  rabia  infernal,  viendo  no  podían 
señorearse  de  la  cerca,  tuvieron  traza  como  pegar  fuego  á  las  casas,  que  aunque 
BG  abrasaban,  les  era  de  comodidad  á  los  nuestros,  guardándoles  el  fuego  las 
«spaldas,  hasta  que  se  les  calentaron  tanto  que  les  obligó   á  salir  al  raso  á  ha^ 


253  FUAY    PEDRO    S1M(5n  (7.*  NOTICIA 

térselas  con  el  enemigo,  que  se  portaba  con  tanta  valentía  en  siete  bravas  aco- 
metidas que  hizo,  que  se  vieron  por  dos  ó  tras  vece«  perdidos  del  todo  loa 
nuestros,  basta  que  un  Capitán,  queriendo  abrir  una  petaca  para  no  sé  qué, 
entre  treinta  que  había  acertó  á  topar  con  una  donde  estaba  el  ornamento  con 
que  se  decía  misa,  y  abriéndola,  y  sacando  una  imagen  que  estaba  allí  de 
Nuestra  Señora  de  la  Victoria,  con  ella  en  las  manos,  la  comenzó  á  cantar,  y 
juntamente  un  gallo,  porque  iba  ya  amaneciendo,  con  que  los  bárbaros  (es 
cierto  que  lo  podemos  atribuir  al  favor  de  la  Virgen)  tomando  un  llanto  extra- 
ordinario, comenzaron  á  huir,  dejando  gran  caudal  de  sus  compañeros  muertos, 
y  de  nuestros  indios  y  indias  de  servicio  á  catorce,  por  haber  caído  en  sua 
manos,  huyendo  por  un  portillo,  sin  quedar  de  nuestros  soldados  sino  muy 
pocos  heridos,  sin  peligro. 

2.°  Por  el  mucho  que  en  aquel  puesto  tenían,  determinaron  todos  los  de 
la  ciudad  mudarla  á  otro  día  y  reedificarla  sobre  el  río  do  Tetuan,  como  lo 
hicieron,  fortificándola  de  palenque  y  procurando  conservarse  lo  mejor  que 
pudieron,  hasta  que  llegó  de  esta  de  Santafé  el  Capitán  Bocanegra,  sin  nuevo 
socorro  de  gente  como  lo  pretendía  ;  si  bien  no  por  eso,  con  la  que  se  hallaba 
en  la  ciudad,  dejó  de  hacer  otras  entradas  á  las  provincias  que  hasta  allí  había 
ido  otras  veces,  Maito  y  Amoyá,  castigando  y  sacando  mucha  gente,  y  entre 
ella  cuatro  indias  ladinas,  naturales  de  la  ciudad  de  Buga,  que  las  tenían  presas, 
y  después  de  haber  hecho  estas  y  otras  facciones,  le  fué  forzoso  volver  á  dar  la 
vuelta  á  esta  ciudad  de  Santafé,  dejando  en  la  suya  mucha  paz  y  muchos 
indios,  que  con  ella  venían  á  servirla,  con  lo  cual  j  con  muchas  sementeras  de 
maíz  que  se  fueron  cogiendo,  estaban  todos  con  gusto,  hasta  que  se  les  destem- 
pló una  general  enfermedad  de  viruelas  que  picó  en  todas  las  tierras,  y  les  gastó 
toda  la  gente  que  tenían  de  servicio,  y  enfermando  también  casi  todos  los  ve- 
cinos de  la  ciudad,  determinaron  desamparar  el  sitio  y  salirse  hasta  que  llega- 
ron al  río  de  Cuello,  muriendo  algunos  en  el  camino,  uno  de  ellos  un  hijo  del 
Capitán  General,  que  era  Alguacil  Mayor  del  Campo.  Volviéronse  á  reedificar 
sobre  este  río,  donde  estuvieron  hasta  que  volvió  otra  vez  el  Capitán  Gene- 
ral, con  tan  mal  despacho  de  socorro  como  la  vez  pasada,  pero  con  sola  su  pre- 
eencia  acudían  algunos  indios  y  se  hicieron  de  nuevo  rozas,  permaneciendo  allí 
cuatro  años,  hasta  que  dejaron  todos  la  tierra  por  lo  que  diremos. 

3.*^  Un  vecino  y  encomendero  de  la  ciudad  de  Tunja  llamado  Bernardlno  de 
Mojica  Guevara,  persona  de  estima  y  de  gran  hacienda,  deseando  emplear  lo 
uno  y  lo  otro  en  servicio  de  Dios  y  de  su  Majestad,  pttóo  los  ojos  en  la  conquis- 
ta de  estos  Caribes  Fijaos,  que  tan  apretada  traían  la  tierra  y  ciudades,  vino 
de  la  de  Tunja  á  esta  de  Santafé,  y  pidiendo  en  la  Real  Audiencia  tomaría  á  su 
cargo  esta  conquista  si  se  le  daban  sus  tierras  en  gobernación,  juntando  á  la» 


CAP.  XXlCIl)  NOTICIAS  DE   LAS  CONQUISTAS  DE  TIEERA  FIRME.  259 

ciudades  que  en  ella  poblase  la  de  Ibagué  y  Tiraaná,  se  le  concedió  con  las  ca- 
pitulaciones y  asientos  que  se  tomaron  de  ambas  partes,  que  fueron  las  comunes 
con  que  se  dan  las  gobernaciones  que  se  han  de  fundar  y  conquistar,  en  especial 
por  dos  vidas,  como  se  dio  ésta,  pienso  el  año  de  noventa  ó  noventa  y  dos.  En- 
tregados los  despachos  y  comenzando  hacer  leva  de  gente,  la  primera  facción 
en  que  empleó  su  jurisdicción  en  orden  á  su  Gobierno,  según  se  juzgó  por 
todos,  fué  un  desacierto :  de  enviar  por  un  auto  á  mandar  al  Capitán  General 
Diego  de  Bocacegra,  saliese  de  la  tierra  y  ciudad  de  Medina  donde  estaba,  puea 
tenía  todas  aquellas  en  Gobierno  por  el  Rey  y  las  quería  conquistar  y  poblar 
de  su  mano.  Hízolo  así  el  Bocanegra  con  todos  sus  soldados,  y  el  Gobernador 
con  lo¿>  suyos,  que  eran  ochenta,  llegó  á  la  ciudad  de  Ibagué,  á  quien  hizo  ca- 
beza de  su  Gobierno,  y  desde  donde  salió,  después  que  estuvo  todo  á  jjique,  en 
demanda  de  sus  conquistas  con  todos  sus  soldados  y  su  Teniente  General  Fran- 
cisco de  la  Serna,  sn  sobrino,  y  su  Maese  de  Campo  Pedro  Jorel.  A  dos  días  de 
camino  de  esta  ciudad,  cortando  dos  soldados  una  palma,  cayó  sobre  otro  que 
estaba  medio  dormido  cerca  y  lo  partió  por  medio,  que  tuvieron  por  mal  azar 
suceder  esto  tan  á  los  primeros  pasos,  temiéndose  no  se  juntasen  los  linos  con 
estos  principios,  como  sucedió. 

4.°    Marchando   por  sus    jornadas  llegaron   todos  á  la  mesa  del  Chaparral 
(  sitio    desgraciado  hasta   entonces  para  cuantos  se  habían  rancheado  en  ella  ), 
como  lo  hizo  ahora  el  Gobernador  en  un  sitio  apartado  nna  legua  del  que  había 
tenido  la  ciudad  de  Medina   de  las    Torres,    y    habiéndose    fortificado  lo  mejor 
que  pudo,  después  de  veinte  días  que  se  habían  ocupado  en  esto,  envió  á  que  pro- 
base la  mano  en  la  provincia  de  Ambeima  un  caudillo  con  treinta  soldados,  que 
habiendo  tenido  buena  suerte  en  prender  doce  indios  y  matar  ocho  de  un  encuen- 
tro que  tuvieron,  volvió  al  Real,  donde  fué  bien  recibido,  y  el  Gobernador,  pa- 
ladeado con  este  buen    principio,  cobrando   esperanzas  para  la  segunda  facción, 
envió  otra  tropa  con  su  sobrino  Francisco   de  la  Serna  á  la  provincia  de  Maito, 
que  no  fué  menos  venturoso,  pues  sin  peligro  de  ningún  soldado   cogió  á  manos 
quince  gandules,  dejando  muertos    otros  siete,  con  que  el  Gobernador  se  animó 
tanto,  que  pareciéndole  tenía  ya  en  el  puño  toda  la  tierra,  pobló  una  ciudad  en 
el  mismo  sitio,  con  su  Justicia  y  Regimiento,  á  quien  llamó  San  Miguel  de  Pe- 
draza.  Celebráronse  mucho   los  españoles  cimientos  y  principios  de  la  ciudad,  y 
con  más  confianza   que   debían  tener  del   seguro  de  los  indios,  se  alargaban  los 
soldados  de  ella,  y  así  sucedió  que  atraviéndose  dos  solos,  aunque   arcabuceroB, 
á  ir  á  pasar  al  río  de  Tetuán,  los  mataron  los   indios,  sin  hallar  de  ellos  otro  día 
más  que  las  tripas,  que  siendo  escarmiento  en  cabera  ajena   (  que  siempre  dichoso 
para  los  demás),  ya  no   se  atrevían  á alargar   tanto  de  la  ciudad,  contentándose 
con  desviarse  sólo  treinta  ó  cuarenta  pasos.   Cebado  el   Gobernador  con  los  do» 

32 


260  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7.«   NOTICIA 

buenos  sucesos  que  hemos  visto,  despachó  á  su  Maese   de    Campo   Pedro  Jovel 
con  cincuenta  soldados  de  los  de  Cristo  me  lleva  el  alma  (como  dicen  ),  que  de 
ordinario  se  contradicen  de  manos  á  boca,  para  que  diesen  vista  á  las  provincias 
de  Otaima  y  Cacataima.  Pásese  esto  en  ejecución  en  tiempos  bien  fuera  de  pro- 
pósito, por  ser  de  un    cerrado  invierno,  y  así  sucedió  que  hallándose  esta  tropa 
una  mañana  muy  lluviosa  cerca  del  páramo  entre  Otaima  y  Bolira,  no  fué  po- 
sible impedirle  buenos  consejos  q1  caudillo  que  dejasen  de  marchar,  y  así  yéndo- 
lo  haciendo   y   llegando  á  un   paso    resbaloso,  donde  tenían    los  indios  echada 
una  emboscada,    habiendo    dejado   pasar  la  vanguardia,  se  levantaron  y  dieron 
sobre  la  retaguardia  con  tanta  furia,  que  con  la  misma  de  temor  muchos  valen- 
tones  de  boca,  dejando  las  armas  en  manos  de  los  enemigos,    se  escaparon  por 
donde  pudieron,    dejando  el  hacerles    frente  al  Capitán    Juan  Velasco  y  Mdro 
Cobo,  Andrés  de  Duero  y  Andrés  de  Aspeitia,  que  defendían  muy  bien  su  capa, 
ofendiendo  al  enemigo,  sin    dejar  de    portarse  valerosamente   el  Capitán  Juan 
Velasco,  aunque  pasados  los  lomos  con  un  dardo,  hasta  que  mataron  á  Andrés  de 
Duero  y  á  Aspeitia  lo  echaron  á  rodar  ya  como  muerto  la  ladera  abajo,  y  al  fin 
contentándose  los  bárbaros    (  que  no  eran  muchos  )    con   haber    muerto  á  tre» 
soldados  y  á  seis  indios  amigos  y   haber  habido  á  las  manos  seis  ú  ocho  escope- 
tas con  sus  municiones,   tomaron  los   heridos   por   entre  la  arboleda  y  sin  que 
fuesen  bastantes  las  diligencias   del   Juan  Velasco  con  el  caudillo  para  que  si- 
gaiesen  al  enemigo,  tomaron  la    vuelta   del  Real,  donde  por  este  suceso  aconse^ 
^ron  muchos  al  Gobernador  mudase  do  allí  la  ciudad  al  Valle  do  Neiva,  pues 
desde  allí  se  podían  hacer  con  menos  peligro  las  conquistas. 

5.*^  Que  cuadrándole  este  parecer,  dentro  de  pocos  días  se  salió  del  Cha- 
parral y  volvió  á  reedificar  en  el  Valle  de  Neiva  sobre  la  quebrada  de  Pata» 
donde  hizo  asistencia  sólo  seis  meses  con  innumerables  trabajos  y  inquietudes 
y  imposible  de  hacer  cosa  considerable,  por  habérsele  ido  la  más  de  su  gente  el 
río  abajo,  y  él  con  la  que  le  quedó  haber  enfermado  gravemente,  hasta  morir  los 
más  de  sus  indios  y  indias  de  su  servicio,  con  que  se  vido  obligado  á  mandar 
hacer  cuatro  balsas,  en  que  despachó  adelante,  por  el  Río  Grande  de  la  Magda- 
lena, su  recámara  y  repostero  con  algunos  soldados  y  armas,  que  fué  con  tanto» 
azar,  que  á  poco  trecho  se  fueron  á  pique  las  tres  con  lo  que  llevaban,  y  su  Al- 
guacil Mayor  con  algunas  indias  de  servicio  se  ahogaron,  y  los  que  se  esca- 
paron por  BU  buena  suerte,  que  fueron  bien  pocos,  hambrientos,  desnudos  y  en- 
fermos, perecieron  los  más  á  manos  de  aquellos  arcabucos  y  desiertos.  Compú- 
sose otra  balsa,  en  que  se  embarcó  el  Gobernador,  el  Capitán  Alonso  Ruiz  y 
otros  seis  ó  siete,  que  convenzo  á  navegar  con  poc(3  menos  desgracia  que  las 
otras,  pues  siendo  el  tiempo  tan  lleno  de  aguas,  lo  iba  tanto  el  río  que  cubría 
la  mitad  de  la  arboleda  de  sus  márgenes,  con  que  no  les  era  posible  tomar  puey- 


CAP.  XXXIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  f  61 

to  en  ninguna  parte,  acrecentándose  con  esto  el  peligro  en  todos,  hasta  que  llegan- 
do al  puerto  de  Guataquí,  que  aunque  yá  sin  esperanza  de  poder  salir  á  tierra  en 
parte  ninguna,  el  ánimo  del  Capitán  .Alonso  Kuiz  apeó  estas  dificultades  arro- 
jándose con  buen  ánimo  al  río,  y  amarrando  el  cabo  de  una  cabuya  á  la  balsa, 
con  el  otro  en  la  mano  f  né  nadando  basta  que  hallo  comodidad  de  poderla 
amarrar  á  un  árbol,  con  que  pudieron  allegar  la  balsa  á  tierra  y  saltar  en  ella 
teniéndose  por  dichoso  de  no  haber  perecido  en  tan  evidente  peligro,  de  quien 
sola  la  mano  de  Dios  fué  poderosa  de  haberlos  sacado.  Tomaron  desde  allí  la 
vuelta  de  la  ciudad  de  Ibagué,  destrozados  todos,  y  tan  enfermos,  que  les  fal- 
taba á  los  más  la  esperanza  de  la  vida  ;  convalecido  el  Gobernador  y  aun  sin 
agnardar  á  tomar  muchas  fuerzas,  tomó  la  vuelta  de  la  ciudad  de  Tanja,  ha- 
ciéndole los  trabajos  olvidar  totalmente  de  este  su  Gobierno,  que  tnn  malos 
principios  y  fines  tuvo,  si  bien  aunque  quisiera  no  pudiera  pasar  adelante,  por 
no  haberle  dado  lugar  la  muerte,  que  le  fué  siguiendo  muy  aprisa  hasta  darle  al" 
canee  en  Tunja  dentro  de  pocos  días,  á  causa  de  las  enfermedades  que  en  estas 
ocasiones  adquirió,  y  así  se  acabó  este  Gobierno,  que  parece  ni  fué  oído  ni  visto ; 
volviéndose  la  ciudad  de  Ibagué  al  Gobierno  de  Tocaima  ó  Mariquita,  de  donde 
era,  y  la  Villa  de  Timaná  á  otro  Gobierno,  que  se  le  dio  de  nuevo  al  Capitán 
Diego  de  O  pina  y  quedándose  todas  las  provincias  de  los  indios  Fijaos  con  más 
bríos  que  hasta  allí,  por  no  haberles  quedado  español  en  todas  ellas  y  consegui- 
do de  ellos  tantas  victorias. 

G.°  Con  que  alentados  y  prosiguiendo  sus  salteamientos  y  atroces  malda- 
des, no  dejaban  enjugar  las  lágrimas  en  todas  sus  ciudades  y  villas  convecinas 
y  fronterizas,  yéndose  dando  las  manos  unas  desgracias  (i  otras  cada  día.  Em- 
bistieron á  un  repartimiento  cerca  de  la  ciudad  de  Ibagué  que  llamaban  La 
Mesa,  de  indios  amigos,  y  derribando  un  lienzo  de  tapias  de  que  estaban  cerca- 
dos sobre  mil  Caribes,  que  eran  los  del  asalto,  hicieron  pedazos  á  un  español  y 
á  muchos  de  los  indios,  llevándose  á  otros  vivos,  con  que  dejaron  asolado  el 
pueblo  ;  y  cerca  del  otro  trapiche  robando  mucha  azúcar  y  todo  lo  que  en  él 
hallaron.  Hicieron  lo  mismo  en  una  estancia  de  un  vecino  de  Buga,  Francisco 
Peguero,  haciéndolo  pedazos  á  él  y  llevándose  vivos  á  dos  hermanos  suyos, 
robando  cuanto  en  ella  había,  matando  cuantos  animales  hallaron  en  ella.  Des- 
pués de  muerto  el  Capitán  Diego  de  Bocanegra,  que  era  natural  de  Málaga  en 
Andalucía  de  España,  en  la  ciudad  de  Buga,  donde  tenía  su  casa,  ya  de  edad  de 
más  de  ochenta  años,  de  achaque  de  haber  comido  estiércol  de  vaca  desleído, 
por  no  haber  hallado  en  un  desierto,  en  cuatro  días,  otra  cosa  de  qué  sustentarse , 
dieron  estos  bárbaros  sobre  la  estancia  de  su  yerr.o  Felipe  García,  de  quien  ya 
dijimos  estaba  cerca  de  la  de  Bocanegra  en  Buga,  y  lo  mataron  á  él,  á  su  mujer 
y  tres  hijas  doncellas,  á  diez  soldados  que  tenían  en  su  compañía,  á  diez  y  siéto 


262  FRAY    PEDRO    SIMÓN  {^7.^  NüTICíA 

indios  y  indias  de  su  servicio  ;  hicieron  en  otras  muchas  partes  otras  tales  y  ma- 
yores insolencias,  con  que  traían  la  tierra  en  perpetuos  llantos  y  sin  esperanza 
de  salir  de  ella,  hasta  que  sucedió  lo  que  irá  diciendo  la  historia. 


CAPITULO  XXXIII 

1  .•  Cométese  la  conquista  de  los  indios  Fijaos,  por  Consejo  Real,  á  Don  Juan  de  Borja, 
Presidente  de  la  Real  Audiencia — 2.»  Hace  gente  para  darles  primera  vista  y  saber 
el  estado  de  la  guerra — 3.°  Hacen  junta  los  indios  para  dar  sobre  Ibagué  ;  señales  de 
esto— 4.0  Poca  prevención  de  la  ciudad,  donde  se  allegan  los  indios. 

HABIENDO  llegado  relación  de  todo  esto  á  las  manos  del  Rey  y  do 
su  Real  Consejo  de  Indias,  y  juzgándose  en  él  el  imposible  de 
estas  conquistas  con  otras  que  con  las  poderosas  Reales,  se  determinó  en  el 
Consejo  no  dilatar  más  este  socorro  el  año  de  mil  y  seiscientos  y  cinco,  pues 
tenían  la  ocasión  en  las  suyas  con  la  provisión  recién  hecha  en  Don  Juan  do 
Borja,  caballero  de  capa  y  espada,  para  la  plaza  de  Presidente  de  esta  Real 
Audiencia  de  Santafé,  en  quien  conociendo  el  Real  Consejo  concurrían  las 
partes  de  importancia  para  los  cuidados  y  diligencias  necesarias  al  allanamiento 
y  castigo  tan  importante  de  estos  indios  Pijaos  y  de  loa  Carares  del  Río  Grande 
(de  quien  ya  dejamos  tratado  largo  al  fin  de  nuestra  segunda  parte),  se  le  des- 
pacharon nuevos  recados  en  este  mismo  año  por  una  Cédula  Real,  para  que 
llegando  á  esta  ciudad  de  Santafé  se  hiciese  junta  de  los  Capitanes  más  vaquia- 
nos  y  otras  personas  versadas  en  esta  y  otras  guerras,  y  con  su  parecer  se  toma- 
se el  mejor  asiento  á  costa  de  los  mejores  arbitrios  que  se  diesen,  sin  excusarse, 
á  falta  de  éstos,  los  Cofres  Reales  que  supliesen  lo  que  por  otros  caminos  falta- 
se, hasta  dar  fin  á  cosa  tan  importante:  acción  piadosa  y  que  muestra  bien 
cuan  afectos  les  sean  nuestros  Reyes  á  sus  leales  vasallos,  pues  no  hay  camino 
cerrado  para  ejecutar  su  bienestar. 

2.°  Habiendo  llegado  el  Presidente  Don  Juan  de  Bovja  á  esta  su  plaza  de 
Santafé  el  mismo  año,  á  dos  de  Octubre,  sin  más  dilación  que  la  breve  que  fné 
necesaria  para  asentar  su  casa,  puso  en  ejecución  la  Junta  para  conferir  el 
modo  de  la  guerra,  en  que  convinieron  los  Capitanes  antiguos  de  todo  este 
Reino,  y  entre  ellos  Domingo  de  Erazo,  vizcaíno,  Gobernador  y  Capitán  Gene- 
ral que  á  la  sazón  era  de  los  Muzos  y  Colimas,  y  habiendo  conferido  sobre  los 
medios  más  eficaces  y  necesarios  para  la  ejecución  de  la  conquista  y  castigo  de 
estos  indios  Pijaos,  tan  homicidas  y  salteadores,  se  determinó  que  ante  todas 
cosas  se  reconociesen  sus  tierras  y  provincias  para  no  entrar  á  ciegas,  y  se  toma- 


CAP.  XXXIII )  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  263 

se  fresca  relación  y  noticias  de  su  último  estado,  y  aun  si  ee  pudiese  de  lá 
intención  con  que  se  hallaban  los  indios,  aunque  era  fácil  de  conjeturar  ser  de 
guerra,  y  de  pasar  adelante  las  inquietudes  que  hasta  allí.  Encargóse  esta 
primera  facción,  entrada  y  diligencia  al  Domingo  de  Erazo,  por  ser  persona  bien 
á  propósito  y  de  experiencia  en  la  guerra  de  indios  rebelados,  por  la  que  tenía 
de  los  Araucos  de  Chile,  donde  había  militado  desdo  niño.  Tomada  esta  reso- 
lución, se  fué  disponiendo  la  entrada,  haciendo  el  Domingo  de  Erazo  gente  en 
los  dos  pueblos  de  su  Gobierno,  y  así  salieren  de  Muzo,  entre  vecinos  y  solda- 
dos, veinticinco  hombres,  por  su  Capitán  Francisco  de  Poveda,  su  Alférez  Don 
Francisco  Morejón,  y  su  Sargento  Esteban  Martínez,  vizcaíno;  otros  tantos 
salieron  de  la  Palma,  y  por  su  Capitán  Damián  de  Triana,  y  habiéndose  con- 
ducido los  restantes  hasta  ciento  y  veinte  de  esta  ciudad  y  otras  partes,  tomó 
la  vuelta  de  la  de  Ibagué,  por  donde  había  de  ser  la  primera  entrada  á  la  pro- 
vincia de  Amoyá,  más  convecina  á  aquella  ciudad,  á  donde  llegó  á  los  postre- 
i\)s  de  Junio  ó  primero  de  Julio  de  este  año  de  1606,  y  engrosó  su  campo  con 
otros  quince  ó  diez  y  seis  soldados,  que  no  debiera,  pues  eran  el  amparo  de 
aquella  ciudad,  y  quedando  por  este  sin  él,  sucedió  lo  que  veremos. 

3.°  Pues  al  mismo  tiempo  que  hacía  la  Junta  dicha  el  Presidente,  la  ha- 
cían los  indios  Fijaos  para  venir  á  dar  sobre  la  ciudad  de  Ibagué,  con  intentos 
de  ponerla  toda  por  el  suelo.  Eligieron  para  esto  los  indios  por  su  Capitán 
General  á  un  valentón  llamado  Carlacá,  indio  famoso  entre  ellos,  por  serlo  su3 
hechos  en  toda  ocasión  de  guerra,  como  se  reconocerá  por  uno  que  luego  dire- 
mos de  él,  y  por  guía  y  Sargento  para  este  asalto  á  otro  llamado  Belara,  do  la 
misma  nación,  cristiano  y  mny  ladino,  que  se  había  criado  en  la  ciudad  mu- 
chos años  en  servicio  del  Padre  Andrés  Euiz,  presbítero,  hasta  que  hecho  tráns- 
fuga y  apóstata  de  la  fe,  se  metió  entre  sus  naturales.  De  esta  Junta  y  deter- 
minaciones de  los  indios  se  dieron  las  primeras  muestras,  dando  sobre  una 
estancia  de  la  misma  ciudad  de  Ibagué,  donde  habiéndola  robado,  quemado  y 
llevado  alguna  gente  captiva  para  comerla,  tuvo  buena  suerte  de  escaparse  de 
la  provincia  de  Amoyá  una  india,  que  vino  á  la  ciudad  y  dio  aviso  de  la  Junta 
para  venir  sobre  ella,  de  que  también  se  tuvo  segundo  aviso  de  ciertos  negros 
que  estando  en  unas  minas  de  oro,  dejando  la  labor,  se  vinieron  á  hacer  noche 
á  la  ciudad,  de  temor,  que  no  lo  solían  hacer,  por  haber  descubierto  un  gran  ras- 
tro de  muchos  indios,  que  atravesando  una  loma,  venía  á  rematar  en  un  amaga- 
miento montañoso,  de  espesos  y  enmarañados  árboles,  donde  se  habían  embos- 
cado, un  cuarto  de  legua  de  la  ciudad,  que  dieron  aviso  los  negros.  Prece- 
dieron también  algunas  señales  pocos  días  antes,  de  que  algunos  tomaron  por 
indicación  ó  presagio  del  suceso  ;  hundióse  en  el  pueblo  la  Capilla  Mayor  de 
la  iglesia,  y  pasaron  un  día  tanta   infinidad  de  mariposas  volando  por  encima 


264  FRAY    PKDRO   SIMÓN  (7."  NOTICIA 

del  pueblo,  cosa  nunca  vista  hasta  cütonces,  qne  ocultaban  el  sol,  y  esto  fué 
aun  no  habiendo  salido  de  la  ciudad  el  Gobernador  Domingo  de  Erazo  (porque 
después  se  fué  la  vuelta  de  la  provincia  de  Amoyá  con  la  gente  dicha);  y  día 
antes  de  la  noche  en  que  dieron  los  indios  sobre  ella,  que  fué  miércoles  19  de 
Julio  de  1606,  cierta  mujer  española  se  fué  á  confesar  con  el  que  á  la  sazón 
hacía  oficio  de  cura,  que  se  llamaba  el  Padre  Vicente  Valenzuela,  diciéndole 
se  sentía  tan  triste  y  melancólica  que  le  parecía  tenía  ya  á  cuestas  la  muerte, 
y  fué  una  do  las  que  murieron  á  manos  de  aquellos  salvajes,  y  lo  mismo  suce- 
dió con  otras  dos  indias  ladinas,  aquella  mañana,  en  confesión  y  muertes;  á  las 
cinco  de  la  tarde,  seco  y  sin  llover,  estando  el  cielo  sereno,  dio  un  tan  terrible 
trueno  á  la  parte  del  Poniente  por  donde  entraron  los  indios,  que  causó  temor 
en  todos  los  vecinos. 

4.^  Los  cuales,  aun  con  todos  estos  avisos  y  señales,  no  acababan  de  per- 
suadirse á  lo  que  tan  de  cerca  les  estaba  amenazando,  sin  prevenir  armas,  vplas 
sobre  la  ciudad,  ni  otras  diligencias,  antes  previniéndose  el  cura  con  temores 
de  lo  que  podía  suceder  y  llevando  aquella  tarde  por  la  plaza  un  dalle,  le  pre- 
guntó un  Alcalde  que  le  encontró,  que  qué  novedad  era  andar  el  cura  con 
armas,  y  respondiéndole  que  por  si  acaso  venían  los  indios,  de  que  no  estaban 
seguros,  por  los  avisos  que  tenían,  respondió  el  Alcalde:  bien  lo  puede  estar, 
Padre,  y  al  que  los  indios  mataren  yo  lo  asaré  con  el  dedo.  Había  llegado 
aquella  misma  tarde  á  la  ciudad,  de  verse  con  el  Gobernador  Domingo  de  Era- 
zo, ó  por  ventura  por  haber  salido  con  él,  el  Capitán  Gaspar  Kodríguez,  vecino 
de  allí,  que  como  experimentado  y  avisado  de  los  indicios  que  ee  tenían,  requi- 
rió sus  armas  y  las  puso  á  punto,  que  fueron  cuatro  lanzas  y  dos  espadas  con 
sus  rodelas  y  dos  escopetas,  que  disparando  como  á  las  ocho  de  la  noche  la  una, 
se  alegró  el  pueblo  de  la  melancolía  con  que  estaba,  viéndose  sin  gente  ni  de- 
fensa, pues  no  tuvieron  que  poner  de  posta  más  que  un  soldado  y  un  viejo  de 
setenta  años,  que  sirvieron  de  nada,  pues  dieron  arma  cuando  ya  estaba  ar- 
diendo el  pueblo  á  esta  hora  de  la  noche,  porque  desde  que  comenzó  á  cubrir 
se  habían  ido  acercando  los  indios  al  río  de  Cuello  (que  algunas  veces  me  ha 
apagado  la  sed);  se  pusieron  todos  los  salvajes  dos  tiros  de  escopeta  de  la  ciudad, 
determinando  allí  se  dividiesen  en  tres  escuadrones  :  el  uno  y  más  copioso  diese 
en  el  arrabal,  y  los  dos  entrasen  por  las  calles  principales  de  la  ciudad,  con 
orden  de  que  el  primero  que  llegase  á  la  esquina  de  la  plaza  no  entrase  en 
ella  hasta  entrar  ú  una  los  dos  escuadrones,  donde  pretendían  hacerse  fuertes, 
y  que  ninguno  acometiese  hasta  que  hubiesen  dado  seña  con  una  trompetilla 
los  del  arrabal,  que  lo  había  de  ser  de  que  ya  estaban  "apoderados  de  él;  pero 
que  entonces,  sin  perdonar  piante  ni  mamante,  se  hiciese  cruel  carnicería  en  las 
personas,  robos  en  las  haciendas  y  ceniza  las  casas. 


CAP.  XXXIV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIEIÍKA    FIIíME  265 

CAPÍTULO  XXXIV 

1.0  Embisten  á  inedia  noche  los  Fijaos  la  ciudad  de  Ibagué — 2.»  Péganle  f ufg-o  y  haoeo 
otros  estrag-os  de  muertes — 3.«»  Hácenles  alguna  resistencia  los  del  pueblo;  confusión 
de  todos— 4.*  Huyen  los  indios  con  el  pillaje.  Ven  los  vecinos  lo»  estragos  y  mor- 
tandad. 

A  mitad  sería  de  la  noche  cuando  divididas  las  tres  escuadras  de  lo» 
bárbaros  á  un  tiro  de  piedra  de  la  ciudad,  fueron  entrando  en  ella 
como  se  habían  repartido.  La  del  arrabal  comenzó  luego  á  hacer  tal  destrozo-  y 
carnicería  en  los  indios  amigos  que  tenían  allí  sus  casas,  que  no  contentándose 
con  matarlos,  los  hacían  cuartos  y  muy  menores  pedazos,  y  somarrándolos  (?)  en 
las  llamas  de  las  casas,  á  que  luego  comenzaron  á  pegar  f  uego^  se  los  comían 
estos  lobos  rabiosos.  Tocaron  éstos  la  trompetilla,  y  al  punto,,  en  tropa  las 
otras  dos,  comenzaron  á  entrarse  por  las  calles,  que  sintiendo  el  ruido  sordo  de 
los  que  iban  entrando  por  la  suya  el  Capitán  Gaspar  Kodríguez  de  Olmo,  que 
hasta  allí,  no  sé  por  qué  ocasión,  no  había  cuajado  sueño  ni  apagádose  las  vela» 
en  su  casa,  mandó  á  ujia  india  suya  mirase  por  la  ventana  qué  ruido  era  aquél^ 
y  conociendo  lo  que  era,  volvió  á  cerrar  con  prisa  la  ventana  y  á  dar  voces  á 
su  amo  diciendo  eran  los  Fijaos  que  iban  entrando  por  la  ealle^  el  cual,  con  la 
presteza  posible,  comenzó  por  la  ventana  á  disparar  el  arcabuz  al  montón  de 
ios  bárbaros,  dando  una  y  otra  carga  aprisa,  que  como  venían  juntos  y  eran 
tantos,  hizo  en  ellos  cruel  riza,  como  se  v ido  después  en  la  sangre  que  quedó- 
en  el  puesto.  Pasóse  del  de  la  ventana  á  la  puerta  de  la  casa,  desde  donde  coo 
otros  tiros  mató  á  algunos  otros  bárbaros,  que  iban  con  tan  buena  munición,  qce 
las  pelotas  de  algunos  se  hallaban  embebidas  en  los  gruesos  palos  del  campanario 
de  Santa  Lucía,  cuya  ermita  no  pudo  evitar  que  la  abrasasen  los  bárbaroSy 
como  defendió  su  casa  con  tan  valerosos  bríos  que  parece  habían  resucitado  en 
él  los  del  Cid.  Con  todo  eso,  entendiendo  no  podría  reservarla,  envió  á  su 
mujer  y  familia  á  la  huerta  de  la  casa,  quedándose  él  haciéndoles  frente  á  los 
bárbaros,  sin  dejarles  ganar  tierra  en  la  calle,  hasta  que  enviándole  á  decir  la 
mujer  entraban  los  indios  por  la  puerta,  acudió  con  presteza  á  socorrerla  con 
su  familia,  y  con  la  misma  en  poniéndola  en  el  patio  á  la  resistencia  de  lo» 
bárbaros,  haciéndosela  tal  que  estorbó  con  ella  el  perecer  toda  la  ciudad. 

2.°  Porque  deteniéndose  este  escuadrón,  se  detuvo  también  el  que  iba  por 
la  otra  calle,  sin  pasar  de  la  esquina  de  la  plaza,  como  tenían  hecho  el  concierta 
que  habían  de  dar  á  una,  y  así  estuvo  aguardando  á  éste,  con  quien  se  las  había 
el  Gaspar  Rodríguez  buen  espacio  de  tiempo,  aunque  no  ocioso,  pues  en- 
trando en  las  casas  que  tenían  á  la  mano,   mataron  con  crueldad   a  dos  mujeres 


266  FRAY    PEDEO    SlMON  (7.*  NOTICIA 

casadas  y  á  otra  criatura  de  ocho  meses,  echando  la  carne  en  mochilas,  y  lle- 
vándose viva»  dos  doncellas  y  tres  niños,  el  mayor  do  seis  años,  pegando  á  lo 
último  fuego  á  todo  aquel  barrio,  convirtieron  en  ceniza  hasta  la  plaza.  Ya  en 
este  tiempo  andaba  toda  la  ciudad  alborotada,  y  el  cura  no  menos,  que  fué  con 
suma  presteza  cá  reparar  lo  de  más  importancia,  que  era  consumir  el  Santísimo 
Sacramento,  como  t-^mbién  se  hizo  en  el  convento  de  Nuestro  Padre  Santo  Do- 
mingo. De  éste  salía  el  cura  de  la  iglesia,  con  intentos  de  ayudar  en  la  plaza  á 
la  defensa,  cuando  encontró  en  la  puerta  una  gran  tropa  de  mujeres  desgreña- 
das y  medio  desnudas,  como  las  había  cogido  la  voz  en  las  camas;  más  dentro 
de  la  plaza  iba  otra  tropa  del  mismo  traje,  también  á  entrarse  en  la  iglesia^ 
todas  sin  amparo  de  un  solo  hombre,,  cargadas  muchas  con  su  criaturas  y  dando 
mil  gritos  al  cielo,  vertiendo  arroyos  de  lágrimas,  pidiéndole  socorro  en  tan 
apretada  necesidad 

3.**  Un  vecino  llamado  Juan  de  Leuro,  desde  un  balcón  de  su  casa,  que  la 
tenía  eu  la  plaza,  se  hubo  tan  valerosamente  con  una  escopeta,  tirando  á 
bulto  entre  la  obscuridad  de  la  noche,  que  retardaba  á  los  bárbaros  el  pasar 
adelante,  hasta  que  le  dieron  voces  cómo  entraban  por  los  corrales,  viendo 
les  estorbaban  el  hacer  esto  por  las  puertas,  y  así  hubo  de  acudir  allá, 
jr  encontró  en  el  camino  al  sacristán  que  venía  resguardando  siete  u  ocho 
mujeres  que  se  habían  escapado  de  manos  de  los  bárbaros,  encomendándose  á 
la  Virgen  Santísima  de  la  Concepción,  si  bien  venía  en  sus  alcances  una  gran 
tropa  de  ellos,  que  ahuyentó  el  Juan  de  Leuro  con  otros  dos  ó  tres  soldados 
que  ya  se  le  habían  juntado  con  escopetas.  Parecía  un  día  de  juicio  el  albcroto 
de  la  plaza  y  toda  la  ciudad  :  aquí  sonaban  voces,  allí  grites  de  niños  y  muje- 
res y  muchachos  que  los  daban  á  sus  maridos  y  padres,  acullá  gemidos  mezcla- 
dos con  voces  de  caracoles  y  trompetillas  de  los  bárbaros,  que  discurrían  por 
todas  partes  con  furia  de  Demonios,  pegando  fuego  á  cuanto  había.  Los  torbe- 
llinos de  llamas  remolineando  con  el  huracán  que  entonces  se  levantó,  lamían 
f ariosamente  las  alturas  y  aun  cumbres  de  las  casas  convecinas,  y  cuando  no 
alcanzaban  á  esto  las  centellas  que  saltaban,  por  ser  las  casas  pajizas,  las  hacía 
todas  de  igual  ceniza;  el  humo  los  hacía  ciegos  y  llorosos  á  todos  demás  de  la 
ocasión  ;  los  gritos  de  los  bárbaros  eran  intolerables,  la  confusión  y  temores 
no  les  daban  una  hora  de  vida,  pues  pareciéndoles  estaban  en  los  fines  de  ella, 
muchos  pedían  á  voces  confesión. 

4.0  Los  religiosos  de  Nuestro  Padre  Santo  Domingo,  desamparando-  el 
convento,  vinieron  á  la  plaza  á  buscar  socorro,  donde  también  estaba  el  cura  y 
llegó  á  la  sazón  Gaspar  Rodríguez  con  cinco  ó  seis  soldados  con  sus  escopetas, 
amparando  su  mujer  y  familia  que  traía  consigo,  que  disponiéndoles  por  ambais 
calles,  Be  fueron   retirando  los  bárbaros  hasta  fuera  de  la  ciudad,  mal  contentos 


CAP.  XXXIV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  267 

por  no  dejarla  toda  convertida  en  pavesa,  quedando  loa  vivos  en  ella  dando 
mil  gracias  al  cielo,  que  entre  su  Divina  Justicia  había  usado  de  tanta  miseri- 
cordia. Con  todo  eso,  por  si  revolvían  los  salvajes,  se  recogió  toda  la  ciudad, 
hombres  y  mujeres,  en  la  casa  de  Alonso  Ruiz,  por  más  fuerte,  con  la  mira  en 
las  escopetas,  hasta  que  llegó  á  romper  el  alba,  que  salieron  á  ver  el  estrago  de 
la  quema  y  muertes,  que  fué  lastimosísimo,  pues  habían  abrasado  sesenta  casas, 
y  muchas  de  las  que  habían  escapado  de  esto  quedaron  aportilladas,  hechas 
pedazos  las  puertas,  robadas  de  cuanto  en  ellas  tenían,  por  no  haber  dado 
lugnr  la  brevedad  del  sobresalto  á  poner  en  cobro  nada  del  menaje  y  ouanto 
en  ellas  tenían.  Hallaron  en  una  calle  una  criatura  española  de  hasta  diez 
meses,  atravesada  con  tres  lanzadas,  en  otras  partes  derramados  sesos  de 
criaturas  que  el  barbarismo  cogía  de  los  pies  y  daba  con  ellas  en  los  ci- 
mientos de  las  casas,  en  que  hallaron  arroyos  de  sangre  de  las  mujeres  que 
habían  despedazado ;  sobre  las  tapias  estaban  arrojadas  las  tripas  por  una 
parte,  vientres  por  otra,  por  otra  asaduras,  y  en  un  asador  estaban  atra- 
vesados unos  hígados,  y  livianos  de  personas  medio  asadas,  con  tres  bocados 
dados  en  ellas,  que  causaba  horror  mirarlos,  y  no  menor,  antes  muy  acre- 
centada, la  carnicería  que  se  halló  en  el  arrabal,  pues  en  muchas  partes 
había  lo  que  hemos  dicho,  tripas  y  asaduras,  en  otras  brazos  y  piernas,  loa 
patios  encharcados  de  sangre,  los  árboles  de  las  huertas  teñidos  de  ella,  por 
haber  colgado  allí  las  personas  para  descuartizarlas  y  hacerlas  pedazos,  acomo- 
dados para  llevarlos  en  sus  mochilas,  como  los  llevaron,  sin  dejar  más  que  dos 
cuerpos  enteros,  el  de  aquel  niño  y  otro  grande,  de  suerte  que  todos  los  muer- 
tos pasaron  de  setenta,  sinUos  que  se  llevaron  vivos  á  manos. 


33 


2GS  FRAY   PEDRO  SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

CAPÍTULO  XXXV 

I.*»  Avisado  Domingo  de  Erazo  del  suceso,  despacha  nn  Capitán  en  alcance  de  los  in- 
dios— 2.°  Alcanza  á  algunos  y  quítales  parte  del  despojo.  Valentías  del  indio  Cafrla- 
cá,  Capitán  de  éstos — 3.*»  Prosíguense  íos  hechos  de  Car  laca — 4.*»  Infórmase  el  Go- 
bernador Domingo  de  Érazo  de  las  cosas  de  la  guerra,  y  funda  un  fuerte  en  el 
Chaparral.        .  '    ^ 

RECOGIENDO  andaban  los  de  la  ciudad  estas  reliquias  humanas  áe 
cruel  destrozo  de  los  bárbaros,  cuando  volvieron  á  dar  rebato  con 
campanas  y  voces  de  que  volvían  los  Fijaos  sobre  el  resto  de  la  ciudad,  que* 
comenzó  de  nuevo  sus  alborotos  y  confusiones,  en  que  eran  las  primeras  muje- 
res y  niSos,  acogiéndose  unas  á  la  iglesia  que  había  escapado  libre  del  f  uega, 
otras  por  las  calles  sin  hallar  agujero  donde  meterse,  campanas  y  gritos  anda- 
ban á  una,  hasta  que  todos  juntos  otra  vez  fortificados  en  la  casa  del  Capitán 
Alonso  Ruiz,  vinieron  á  saber  haber  sido  arma  faUa,  porque  los  indios  iban 
tan  aprisa  huyendo,  sin  ir  tras  ellos  más  que  su  propio  delito  y  pecado,  que 
bajaban  al  río  á  porfía,  atropellándose  unos  á  otros,  y  aun  dejando  los  pellejo» 
en  los  peñascos.  Dióse  aviso  de  este  suceso  al  Gobernador  Domingo  de  Erazo, 
que  despachó  luego  al  Capitán  Baptista  de  los  Eeyes  con  una  buena  tropa  de 
soldados,  en  alcance  de  los  bárbaros  y  á  tomarles  los  pasos,  como  se  hizo,  matan- 
do catorce  ó  quince  y  quitándoles  una  doncella  de  las  dos  que  llevaban,  y  una 
india  casada  y  mucha  de  la  carne  humana  que  llevaban  en  mochilas  y  algo  de 
la  ropa  y  alhajas  que  habían  saqueado,  hasta  pailas,  alquitaras,  almireces  y 
hasta  un  vihuelo.  Y  aun  estando  ya  el  año  siguiente  en  el  fuerte  del  Chaparral, 
llevaron  allí  ciertos  soldados  de  una  salida  que  habían  hecho,  un  buen  rosario 
de  cuentas  de  cristal,  un  vaso  de  plata,  unas  ligas  coloradas  y  no  sé  qué  otras 
cosas. 

2.0  Sólo  alcanzó  el  Capitán  Baptista  de  los  Reyes  una  tropa,  de  quien 
mató  éí^tos  y  recobró  estos  despojos  en  la  provincia  de  Cacataima,  á  cuyo  río 
se  arrojaron  huyendo  con  harto  pe'igro  muchos  de  los  de  ella,  y  no  pudo  se- 
guir por  llevarle  muchas  ventajas,  y  por  habérsele  dormido  el  Alférez  que 
llevaba  la  retaguardia,  otra  tropa  que  iba  más  adelante,  en  que  iba  Belara  y  el 
General  Carlacá,  tan  valerosos  por  sus  hechos  como  se  conoce  de  uno  que  le 
sucedió  con  imo  de  los  Capitanes  que  hemos  nombrado  de  la  Gobernación  de 
Popayán,  Hernando  Arias,  que  por  noticias  que  tenía  de  este  indio,  y  con 
buenas  guías,  caminó  con  tal  industria  de  noche  por  sabanas,  y  de  día  por  arca- 
bucos la  vuelta  la  estancia  <ie  este  Carlacá,  que  habiendo  dado  en  una  casa  cerca 
de  la  suya  sin  ser  sentido,  y  rendido  y  aprisionado  toda  la  gente,  sin  que  se  esca- 


OAP.  XXXV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  269 

pase  quien  pudiese  dar  aviso  al  valit  nte  indio,  pasó  el  Capitán, un  cuarto  de  legua 
á  su  casa,  y  ganándole  la  puerta  sin  ser  sentido,  halló  al  gandul  dentro,  sentado 
en  una  silla  y  con  un  gran  mate  de  chiclia  dé  masáto  sobre  los  muslos  desnu- 
dos, que  la  quería  beber,  y  apuntándole  el  Capitán  al  gandul  con  el  arcabuz,  le 
dijo  muchas  Caique  (es  lengua  del,  Perú  y  lo  mismo  que  las  sahitaciones  que 
nosotros  nos  hacemos  cuando  nos  encontramos),  á  quien  respondiendo  el  indio 
lo  mismo,  se  levantó  con  tanta  velocidad,  que  sin  poder  repararse  el  Capitán  ni 
«er  señor  de  sí,  le  dio  el  indio  con  toda  la  totuma  de  masato  ea  «1  rostro  y  atre- 
pellándolo y  á  otros  dos  españoles  <\x\q  venían  á  sus  espaldas,  tomó  la  puerta  y 
el  raso,  y  algo  desviado  les  dijo  advirtiesen  estaba  allí  una  hermana  suya  y  que 
no  la  maltratasen,  porque  se  lo  habían  de  pagar,  con  que  se  despareció  el  indio, 
entrándose  en  el  arcabuco,  y  habiendo  hecho  amarrar  el  Capitán  la  gente  del 
buhi'o,  trató  con  toda  la  presa  y  prisa  posible  de  tomar  la  vuelta  de  su  viaje  y 
salirse  del  arcabuco,  donde  el  gandul  no  so  descuidó  de  juntar  con  brevedad 
los  guerreros  que  pudo,  con  quien  se,  puso  en  embaseada  al  paso  que  había  do 
llevar  el  Capitán  Arias  á  ser  vaquiano  en  la  tierra  ;  pero  guiándolo  el  cielo  por 
otro  camino,  errando  acertó,  tomando  cierta  trocha  desaviada,  que  aunque  coa 
rodeo  desmintieron  la  emboscada  y  salieron  á  las  sabanas. 

3.°  Viéndose  el  Carlacá  frustrado  en  sus  intentos,  desamparando  la  em- 
boscada como  hombre  desesperado,  con  media  lanza  salió  por  otro  atajo  solo  á 
aguardar  al  paso  al  Capitán  entre  el  pajonal  de  la  sabana,  como  lo  hizo  y  dejó 
ir  pasando  la  vanguardia  y  batallón,  hasta  que  emparejando  con  él  en  la  re- 
taguardia, el  Capitán  con  harto  descuido  y  sin  sospecha  de  peligro,  por  haber 
salido  yá  de  los  de  la  «ierra  y  llevar  apagadas  las  cuerdas,  fuera  de  cinco  ó  seis 
soldados  que  para  tomar  tabaco  las  llevaban  encendidas,  saltó  á  buen  tiempo  de 
la  emboscada,  y  repitiendo  el  indio  muchas  Caique^  le  clió  de  repente  al  Capi- 
tán tan  valiente  golpe  de  lanza,  que  á  no  llevar  sayo  de  armas,  le  quitara  con  él 
la  vida,  aunque  no  quedó  sin  una  peligrosa  herida,  y  todos  sus  soldados  con 
crecida  turbación,  entendiendo  ser  muchos  los  emboscados  para  tan  pocos  sol- 
dados, de  quien  fué  hiriendo  cuatro  ó  cinco  el  valeroso  indio  como  iba  de  ca- 
mino hasta  llegar  al  batallón,  donde  iba  en  collera  su  hermana  con  los  demás; 
asiendo  de  la  collera  con  valentísimas  fuerzas,  dio  con  todos  los  prisioneros, 
que  no  eran  pocos,  en  tierra,  y  habiendo  a  las  manos  dos  arcabuces  que  halló 
en  el  suelo,  que  debieran  de  llevar  cargados  les  prisioneros,  con  ligereza  de  águila 
se  puso  en  cobro  y  quedó  con  su  honra,  sin  estorbárselo  dos  ó  tres  arcabucercs 
que  le  dispararon.  Dicen  se  había  librado  de  otros  peligros  semejantes  este 
indio,  con  que  fué  temido  y  respetado  en  aquellas  provincias,  hasta  que  tuvo  el 
fia  que  veremos. 

4."  Volviendo  á  la  de  Amoyá,  hecho  este  efecto,  el  Capitán  Baptista  de  ios 


270  FñÁÍ   PEDBO  BlUÓíl  (7.»  NOTICIA 

Beyes,  y  habiéndose  juntado  con  la  gente  del  Gobernador  de  Muzo,  se  fué  pro- 
siguiendo el  trastornar  la  provincia,  aunque  era  la  de  mayor  resistencia  (que 
por  ser  la  cabeza  de  estos  indios,  la  eocorrían  en  todas  necesidades)  y  las  de 
Maito,  Irico  y  Ambeima,  donde  se  descubrieron  las  asperezas  de  sus  sitios,  su 
seguridad  y  fuerzas,  y  aun  el  estado  en  que  tenían  los  intefttosí  de  la  guerra, 
que  conocieron  de  algunos  indios  que  hubieron  á  las  manos,  y  entre  ellos  uno 
llamado  Macara,  á  quien  respetaban  por  valiente  con  demostraciones  entre  los 
demás,  y  habiéndose  enterado  el  Gobernador  de  todas  las  noticias  que  convenían 
y  se  pudieran  sacar  de  aquella  primera  vista,  para  no  retardar  la  prosecución  de 
tan  buenos  principios,  bajó  á  la  Mesa  del  Chaparral,  y  pasado  el  río  de  Amoyá, 
en  cierto  sitio  que  pareció  acomodado,  media  legua  escasa  de  este  grau  río,  en 
sitio  limpio  y  espejado  por  todas  partes,  entre  dos  quebradas  de  buena  agua,  á 
vista  de  la  misma  provincia  de  Amoyá,  Ambeima,  Irico,  Paloma,  Marto,  Biuni 
y  de  los  llanos  del  Río  Grande,  que  son  las  provincias  más  principales  y  do 
mayor  habitación  y  fuerza  de  estos  indios,  y  para  la  salida  de  la  gente  de  gue- 
rra puesto  muy  acomodado,  pobló  de  em|>alizada  el  fuerte  de  San  Lorenzo,  quo 
después  lo  pasaron  dos  tiros  de  escopeta  más  hacia  la  sierra,  y  se  hizo  do 
tapias  y  teja,  y  dejándole  ahora  presidio  suficiente  de  soldados,  salió  á  dar 
cuenta  do  lo  hecho  á  esta  ciudad  de  Santafé  al  Presidente,  y  para  disponer  la 
consecución  de  la  guerra. 


CAP.  ±XXVl)  NOTICIAS  DE  LAS  C0IÍQÜISTA3  D£  TIERRA  FIRMÉ.  271 

CAPÍTULO  XXXVI 

lí*  Sale  el  Capitán  General  Don  Juan  de  Borja  á  la  guerra  de  los  Pijaos— 2."  Los  Capi- 
tanes que  le  acompañan.  El  sitio  de  los  indios  Coyaimas—  3."  Su  reducción  á  nuestra 
amistad,  y  la  importancia  que  esto  tuvo— 4.«  Saíeñ  del  fuerte  del  Chaparral  algunos 
Capitanes,  y  sucédele  al  uno  desgraciadamente. 

HABIENDO  tomado  el  Presidente  la   buena  y   larga  relación  que  lé 
dio  el  Gobernador  de   Muzo  de  estas   noticias  y  facciones,  y  consi- 
derando  los  graves  inconvenientes  que  se   habían    seguido  hasta  allí,  de  flacas 
entradas  y  salidaá  á  las    conquistas  de  estos  indios,  dejándolos  siempre  más  vic- 
toriosos y  con  mayores  osadías  y  bríos,  determinó  autorizar  esta  gnerra,  dándole 
más  fuerza  con  la  presencia  de  su  persona  y  restituir  con  su  autoridad  la  repu- 
tación de  los  españoles,  y  borrar  la   sobrada  estimación  y  bríos  de   esta  nación 
de  indios,  pretendiendo  también  excusar  por  este  medio  (como  sucedió)  y  otros 
arbitrios  justificados  mucbos  gastos  de  la  Real   Hacienda,  siendo  causa  la  asis- 
tencia de  su  persona  para  que  muchos  de  los  vecinos   encomenderos,  caballeros 
y  hombres  nobles  de  este  Nuevo  Reino,  que  deseando  servir  más  á  Su  Majestad" 
entrasen  en  esta  jornada  á  su  costa,  siguiendo    en  ella   á  su  imitación  al    Presi- 
dente, que  con  prudentes  discursos  y  trazas  suaves  dispuso  las  cosas  de  la  gue- 
rra, hasta  poner  en  el  fuerte  de  San  Lorenzo  en  el   Chaparral,  donde  entró  per- 
sonalmente por  principio  del  año  de  1607,  sin  los  indios  de    servicio,    esclavos 
y  con  las  armas,  bastimentos  y  municiones  necesarias,   número  do  más  de  cua 
trocientes  hombres,  Capitanes  y  Ministros   de  la  Guerra,   por  Capellán,  Cura  y 
Vicario  del  ejército  el  Padre  Cristóbal   de  Escobar,  clérigo,  natural  de  Belalcá- 
zar  en  Extremadura;  el  Padre  Isidro  Cobo,  clérigo,  presbítero,  criollo  de  Ibagué, 
destrísimo  en  la  lengua  de  estos  indios,  por  ser  toda  una  con  la  de  los  de  su  tie- 
rra, con  qne  ayudó  mucho   en   esta  guerra,  y  otros  sacerdotes  clérigos  y  frailes 
2.<*  El   Gobernador   Domingo  de  Erazo,   Teniente  General  y  Superinten 
dente  en   las   cosas  de   la  guerra;  Don  Francisco  Maldonado,  de  la  Orden  de 
Santiago,  Maese  de  Campo;  el  Gobernador   Diego  de  Ospina,  el  Capitán  Pedro 
Venegas,  Alférez    de   Flandes  y  Sargento  Mayor  de  esta  guerra;  el  Gobernador 
Antonio   de  Olalla,  el  Capitán  Fernando  de  Oaycedo,  el  Capitán  Juan  Bautista 
de   los   Reyes,  el  Capitán  Francisco  de  Poveda,  el  Capitán  Don  Bernardino  de 
Mojica,   el   Capitán  Don  Pedro  de  Mechan,  el  Capitán   Felipe  de  Rojas,  toi- 
dos   tres   de   Tanja;   el    Secretario   Hernando  de  Ángulo   y   otros    Capitanes 
y   Oficiales   hasta   el   número  dicho,  que  todos  juntos  entraron  en  este  tiempo 
en  el  fuerte  del  Chaparral,  desde  donde  tiene  principio  la  tierra  llana  ó  menos 
fragosa  de  estas  Provincias,  prolongándose  hasta  ambas  márgenes  del  rio  do  la 


272  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.''  NOTICIA 

Magdalena  al  Este,  y  todo  el  Valle  de  Neiva  hasta  la  Villa  de  Timaná,  como  atrás 
dejamos  tocado  largamente  ;  cnjas  Provincias  ocupaban  y  aun  ocupan  hoy  los 
que  han  quedado,  otros  indios  llamados  Coyaimas,  de  la  misma  nación,  costum- 
bres y  fragosidad  que  los  Fijaos,  de  quien  se  desgajaron  muchos  años  antes  que 
entraran  loa  españoles,  por  guerras  civiles  que  había  entre  ellos,  y  dejando  la 
mayor  aspereza  de  las  sierras,  hicieron  habitación  con  algún  retiro  en  esta  tie- 
rra llana,  donde  nos  han  sido  de  más  peligro  y  daño,  pues  por  la  mayor  cerca- 
nía del  camino  Real  del  Pirú  por  el  Valle  de  Neiva,  y  del  pueblo  de  españolea 
que  estaba  en  él  fundado  y  de  la  Villa  de  Timaná,  hacían  intolerables  estragos 
robando  y  matando  á  los  pasajeros  españoles  y  indios  amigos,  con  que  no  ea 
podía  pasar  sin  crecida  escolta  de  soldados  con  armas:  causas  para  que  se 
despoblase  la  Villa  de  Neiva,  y  aun  pasaba  su  atrevimiento  á  infestar  de  tal 
suerte  la  Provincia  de  los  Sutagaos,  raya  al  Sur  del  término  de  la  ciudad  de 
Santafé,  que  la  vinieron  á  despoblar  y  á  obligar  á  los  nuestros  entrase  á  su 
castigo,  como  lo  hizo,  el  Capitán  Antonio  de  Olalla,  con  orden  de  la  Real  Au- 
diencia, por  los  años  de  1586,  con  buena  copia  de  soldados  y  doscientos  indios 
amigos,  en  cuya  facción  se  castigaron  y  prendieron  veinticinco  personas  con  el 
Cacique  Cama,  indio  belicoso. 

3.**  Y  no  habiendo  sido  bastante  este  castigo  para  reprimir  los  atrevimien- 
tos de  estos  indios  y  continuación  de  los  daños  que  hasta  allí  sobrevenían,  fué 
forzoso  entrar  otros  Capitanes  á  hacerlo;  que  no  habiendo  hecho  efecto  conside- 
rable, loa  dejaban  en  mayor  avilantez  y  furia  que  solían  y  tenían  los  Pijaos  de 
la  sierra,  por  ser,  como  hemos  dicho,  todos  de  un  natural;  hasta  que  ahora 
supo  disponer,  luego  que  llegó  al  Chaparral  el  Presidente,  el  allanamiento  de 
éstos,  con  tanta  sagacidad  y  prudencia,  que  hicieron  alianza  y  segura  amistad 
con  los  españolea  para  contra  sus  enemigos  indios  los  Pijaos,  que  fueron  de 
notable  importancia,  sirviendo  contra  ellos  en  compañía  de  los  soldados  con 
mucha  seguridad  y  infalible  asistencia,  con  los  cuales  se  entendían  mejor  sua 
cautelas  y  traiciones  y  se  desbarataban  sus  emboscadas,  lo  que  no  se  pudiera 
hacer  sin  ayuda,  á  lo  menos  con  tanta  facilidad  y  seguro,  por  la  asperpzi  de  la 
tierra  y  otros  inconvenientes,  con  cuya  concordia  y  amistad  también  cesaron 
los  que  hasta  allí  se  habían  seguido  en  el  valle  de  Neiva,  Sutagaos  y  otras  par- 
tes, y  con seguídose  otros  muy  buenos  efectos. 

4,^  Para  loa  que  ahora  se  pretendían  en  la  guerra,  repartió  el  Presidente 
sus  Capitanes  y  tropas  en  llegando  al  fuerte  del  Chaparral,  por  las  Provincias 
de  más  fuerza  de  gente.  A  la  de  Maito  envió  al  Gobernador  Diego  de  Ospina 
con  gran  tropa  de  buenos  soldados,  que  pasaban  de  ciento ;  á  la  del  Valle  que  llaman 
de  las  Hermosa»,  al  Capitán  Fernando  de  Cay  cedo,  con  setenta  hombres;  y  á  la 
de   Amoyá  al   Capitán   Francisco  do  Poveda,  á  escala  vista  y  á  lo  descubierto» 


oír.  XXXVl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIUMK.  273 

porque  á  la  misma  había  de  entrar  encubierto  el  Gobernador  Antonio  de 
Olalla,  marchando  de  noche  por  sabanas,  y  de  día  por  entre  los  montes  de 
que  abunda  esta  Provincia,  como  de  más  gente  que  las  otras,  causa  porque 
entraron  en  ella  estos  dos  Capitanes  con  sus  tropas;  los  anos  y  los  otros  con 
orden  general  de  que  ee  hicieran  talas  en  toda  suerte  de  sementeras  y  comidas 
cogidas,  para  ir  por  este  camino  estrechando  al  enemigo  y  rednciéudolo  con 
angustias  do  hambre  á  paz,  ó  á  dejar  la  vida  ó  la  tierra.  Los  indios  de  la  pro- 
vincia Amoyá,  por  haber  sido  siempre  los  más  y  cabeza  de  todas  las  otras,  pusie- 
ron con  tanto  esfuerzo  la  frente  en  reslKtir  á  los  nuestros  con  emboscadas  y  otras 
estratagemas,  que  se  juntaron  á  ello  más  de  cuatrocientos  indios  de  lanza,  que 
son  las  armas  de  que  usan  y  no  de  otras,  que  nada  fué  estorbo  para  retardar  al 
Capitán  Francisipo  de  Poveda  que  con  los  cuarenta  y  ocho  soldados  que  llevaba 
no  pasase  sin  mal  suceso  hasta  ranchearse  en  el  centro  de  la  tierra  de  la  mayor 
fuerza  del  enemigo,  que  no  se  descuidaba  un  punto  en  andarles  contando  los 
pasos,  echando  emboscadas  en  todos  los  más  peligrosos,  como  sucedió  la  tarde 
que  llegaron  los  nuestros,  donde  llevaban  determinado  fortificarse  y  lo  hicie- 
ron, que  desmandándose  dos  valientes  y  atrevidos  soldados,  Juan  de  la  Muela, 
Alférez  natural  de  Molina  de  Aragón,  y  Martín  de  Arguinichea,  vizcaíno,  á  ir 
sin  orden  del  Capitán  á  una  aguada  que  estaba  cerca  y  alargándose  un  poco 
algo  más  d^ante,  salieron  de  emboscada  los  indios  y  con  grande  algazara  los 
alancearon  y  quitaron  la  vida,  á  cuyo  ruido  salió  el  Capitán  de  los  ranchos, 
con  tanta  prisa,  que  no  esperando  á  que  nadie  lo  acompañara,  comenzó  á  tirar 
BU  arcabuz  hacia  la  emboscada,  lo  que  también  comenzaron  hacer  luego  que 
estuvieron  con  él  algunos  soldados  que  le  siguieron  hasta  la  aguada,  donde  ya  no 
hallaron  indio,  ni  los  cuerpos  de  los  dos  soldados,  porque  los  habían  ya  arrastrado 
(para  llevárselos)  hasta  meterlos  en  el  arcabuco,  á  donde  los  hallaron  el 
Capitán  Alonso  Jiménez  y  Andrés  del  Águila,  que  por  dos  partes  fueron 
siguiendo  á  los  indios  para  sólo  el  efecto,  y  así  recobrando  los  dos  cuerpos,  los 
trajeron  á  la  aguada  y  de  allí  al  Real,  donde  les  dieron  sepultura,  y  por  deslum- 
hrar á  los  indios,  que  de-pnés  no  los  desenterraran,  hicieron  lumbre  los  nueve 
6  diez  días  que  estuvieron  allí  sobre  ella,  que  no  tuvo  efecto,  pues  apenas  ee 
hubieron  levantado  ranchos,  cuando  los  desenterraron,  asaron  y  comieron: 
tanta  es  la  bestialidad  y  apetito  de  carne  humana  de  estos  bárbaros,  ó  por 
ventura  lo  hacían  en  venganza  de  los  nuestros,  como  lo  advirtieron  los  solda- 
dos del  Gobernador  Olalla  á  pocos  días  que  volvieron  por  allí,  hallando  los 
huesos  roídos  con  tanta  rabia,  que  se  conocían  en  ellos  las  señales  de  los  dientes 
y  la  enemiga   que   nos  tenían. 


274  FRAY  rEDno  simón  (7.*  noticia 

CAPÍTULO  XXXVII 

!.•  Dánle  una  guazabara  al  Capitán  Francisco  de  Poveda— 2.°  Hacen  los  requerimientos 
sus  soldados  para  que  salgan  de  la  tierra,  como  lo  hizo— 3.»  Fortifícase  el  Capitán 
Olalla  en  la  provincia  de  Amoyá  y  lo  que  le  sucedió — i.^  En  una  emboscada  matan 
los  indios  algunos  españoles  de  los  soldados  del  Capitán  Fernando  de  Cayoedo. 


O' 


^ CUPO  el  tiempo  que  estuvo  allí  rancheado  el  Capitán  Poveda,  en 
tilar  comidas  á  los  indios,  con  que  andaban  tan  acedos  y  emperra- 
dos, que  á  cada  paso  les  echaban  á  los  nuestros  emboscadas,  sin  darles  lugar  á 
tin  punto  de  descuido,  porque  ellos  no  lo  tenían,  en  especial  en  un  espeso  monte 
que  les  demoraba  enfrente,  y  en  dos  pasos  de  una  quebrada  «que  la  llamaron 
Salsipuedes,  y  habiendo  despachado  el  Capitán  un  miércoles  veinticuatro  sol- 
dados y  más  de  veinte  flecheros  indios  Muzos,  á  correr  la  tierra  y  talar  comidas, 
y  puesto  otros  cinco  soldados  de  posta  en  dos  pasos  forzosos  para  impedírselos 
á  los  indios,  que  no  tenían  por  otra  parte  por  donde  pasar  á  molestar  los  que 
hacían  las  talas,  á  la  mitad  del  día  salieron  otros  soldados  á  la  aguada,  contra 
quien  salieron  de  una  emboscada  más  de  cuatrocientos  indios,  saltando  como 
cabras  para  dar  sobre  ellos,  con  la  algazara  que  suelen  cuando  tienen  la  presa 
segura,  como  la  tuvieran  ésta,  si  el  Capitán,  con  la  presteza  posible,  encendidos 
dos  ó  tres  cabos  de  cuerda  cada  uno,  con  Andrés  del  Águila,  Martín  Bueno 
Alonso  Jiménez,  un  Millán  y  Romero,  mulato,  y  un  negro  flechero,  esclavo  del 
Capitán,  que  venía  de  la  aguada  y  sa  escapó  como  más  ligero  de  los  demás,  no 
los  socorrieran  haciendo  frente  á  toda  la  multitud  de  los  bárbaros  con  tan  gran- 
des bríos  como  pedía  la  ocasión,  en  que  se  vido  que  un  indio  enemigo  se  saca- 
ba del  cuerpo  las  flechas  con  que  le  clavaron  el  negro  y  otro  indio  amigo,  y  las 
volvía  á  arrojar  con  la  mano  sin  arco,,  porque  ellos  no  saben  do  esto,  con  tanta 
destreza  que  clavó  al  Alférez  Avila  con  una  en  un  hombro  y  con  otra  en  una 
liga,  al  fin  pelearon  los  nuestros  tan  valerosamente  con  algún  socorro  que  lea 
vino  de  los  soldados,  que  al  principio  no  se  llegaron  por  hallarse  desapercibi- 
dos, que  hicieron  retirar  á  toda  la  hueste  de  los  salvajes,  con  muertes  de  algu- 
nos, sin  que  de  los  nuestros  quedaran  heridos  más  que  el  Capitán,  atravesada 
una  pierna  de  una  lanza  arrojadiza,  si  bien  antes  de  la  guazabara  habían  muerto, 
de  los  que  venían  de  la  aguada,  á  un  soldado  y  un  indio  amigo. 

2.0  Volviendo  los  soldados  que  habían  salido  á  las  talas,  en  una  emboscada 
que  les  tenían  echada  los  indios,  perdieron  un  soldado  por  haberlo  cogido  á 
manos  los  indios,  á  causa  de  venir  enfermo  de  asma  y  no  poder  seguir  á  los 
demás,  á  cuya  vista  lo  hubieron  á  las  manos,  y  según  se  supo  después,  lo  co- 
mieron, habiéndolo  muerto  con  exquisitos  tormentos.  Juntos  ya  todos  y  viendo 


CIP.   XXXV^tl)  NOTICIAS    DE  LAá  CONQUISTAS  DE  TIERRA  ÍIRMÉ,  275 

mal  herido  á  su  Capitán,  y  las  desgracias  que  iban  sucediendo,  y  que  el  Capí* 
tan  Antouio  Olalla  se  retardaba  por  haber  sido  concierto  que  se  juntasen  allí  las 
dos  tropas,  se  hicieron  mil  requerimientos  y  protestaciones  para  salirse  de  la  pro^ 
vincia,  á  que  no  pudiendo  resistir,  por  la  fuerza  que  ponía  en  esto  la  mayor 
parte  de  la  gente,  tomó  la  vuelta  del  fuerte  del  Chaparral.  No  tuVo  ignorancia 
de  todo  esto  que  pasó  coa  el  Capitán  Poveda  el  Gobernador  Olalla,  por  ha- 
bérselo dicho  un  indio  en  cierto  paraje  á  voces  desde  una  loma,  como  lo  decla- 
ró un  soldado  de  Ibagué  llamado  Coba,  gran  lenguaraz,  aunque  se  les  dijo  lo 
contrario  á  los  soldados,  porque  acaso  no  perdiesen  los  bríos  que  habían  tenido 
hasta  alh',  empleados  en  buenas  facciones  de  talas  y  quemas  de  ranchos,  y  da 
iodios  que  hubieron  á  lafi  manóse,  y  aun  de  caminos  fragosísimos,  por  serlo  la 
tierra  y  que  los  hacía  más  el  modo  de  caminarla,  pues  era  casi  siempre  de 
noche,  haciendo  lumbre  cuando  se  rancheaban  al  anochecer,  y  amaneciendo  tres 
y  cuatro  leguas  de  allí,  con  que  traían.-desatinados  á  los  indios^corao  ellos  lo  decían, 
fiado  para  esto  el  Capitán  en  un  indio  guía  que  llevaba  en  collera,  llamado  Man- 
cará, aunque  de  ordinario  los  engañaba  desmintiéndoles  las  trochas  y  en  otros 
modos. 

3.°  Fortificado  Olalla  en  cierta  parte  acomodada  de  la  provincia  de  Amoyá 
con  nn  palenque  en  que  no  trabajaron  poco  los  soldados  (que  no  eran  españoles 
más  que  solos  cinco  ó  seis  y  tres  sobrinos  del  Capitán,  los  demás  todos  gente  de 
cargazón);  pero  como  dijo  Cabrias,  Capitán  famoso  d©  los  Persas,  más  fuerte  es 
un  ejército  de  ciervos  si  tiene  un  león  por  cabeza,  que  uno  de  leones  si  los 
gobierna  un  ciervo,  salió  una  escolta  hasta  el  sitio  que  había  tenido  Poveda> 
donde  hallaron  las  sepulturas  y  huesos  y  rastros  de  todo  el  suceso  como  lo  he- 
mos dicho,  por  el  cual  y  no  haberse  tenido  noticia  del  Capitán  Olalla,  enten* 
diendo  el  Presidente  en  el  Real  sería  muerto  con  toda  su  gente,  por  la  poca 
satisfacción  que  se  tenía  de  ella,  despachó  á  h»s  Capitanes  Ortega  y  Alonso 
Jiménez  á  la  provincia  de  Amoyá,  con  orden  que  si  se  encontrasen  con  el  Go- 
bernador, estuviesen  á  la  suya  y  le  ayudasen,  como  lo  hicieron,  habiendo  dado 
con  él  luego  hecho  señor  de  la  tierra,  y  lleno  de  muchos  prósperos  sucesos,  con 
gran  suma  de  indios  presos  y  algunas  parcialidades  de  paz  fingida,  pues  sólo 
la  pretendían  conservar  mientras  duraba  el  sazonarse  sus  labranzas  (como  lo 
dijo  la  experiencia),  porque  talándoselas  los  nuestros  en  berza,  no  les  quedaba 
remedio  de  comidas.  A  dar  aviso  de  esta  paz  y  de  los  buenos  sucesos  de  hasta 
allí,  remitió  con  todos  los  presos  el  Gobernador  Olalla  á  Justiniano  de  Cea  al 
fuerte  del  Chaparral,  de  donde  respondió  el  Presidente  les  recibiese  la  paz, 
porque  de  mala,  con  los  buenos  tratamientos  se  podría  hacer  buena,  lo  que  su- 
cedió al  contrario  y  como  lo  sospechó  el  Gobernador  Olalla,  pues  alzadas  lasco^ 

midas,  yaá  sazón,  alzaron  también  la  paz  los  bárbaros.  Al  fin,    dejando  aquella 

34 


276  FRAY    PEDRO    SlM^N  (7.*  NOTICIA 

provincia  de  Amoyá  eü  buen  estado,  tomó  el  Gobernador  la  vuelta  del  fuerte 
del  Chaparral,  dejando  taladas  su  tropa  y  la  del  Capitán  Poveda  más  de  970  la- 
branzas de  maíz  y  otras  legumbres  y  quemadas  184  casas  de  buenos  edificio» 
(aunque  á  su  modo),  pues  eran  de  paredes  de  barro  y  madera,  casi  del  ancho 
de  una  tapia  de  los  de  las  nuestras,  altas  y  blanqueadas  de  greda  muy  blanca^ 
desbaratados  los  indios  en  muchas  ocasiones  de  emboscadas  y  acometimientos, 
donde  habiendo  muerto  á  muchos,  se  hubieron  á  las  manos  vivos  pasados  de 
cincuenta,  con  que  quedaron  algo  atemorizados, 

4.°  Llegó  el  Capitán  Fernando  de  Caycedo  con  su  tropa  á  la  provincia  de 
Paloma,  donde  encontrando  en  una  casa  dos  indios  y  dos  indias,  pretendieron  es- 
caparse huyendo  por  entre  la  espesura  del  monte,  y  alargándose  el  Capitán  Juan 
de  Kosas  para  coger  una  de  las  indias  que  iba   la  postrera,  habiéndola  asido  de 
los  cabellos,  volvió  uno  de  los  indios  y    pretendiendo  sacársela  de  las  manos,  le 
dio  el  Rosas  una  lanzada  que  le  pasó  un  muslo,  que  no   quedó  con  menor  cas- 
tigo que  el  de  la  vida,  pues  quitándosela  allí,  se  quedó  con  la  india  el  Rosas,  que 
les  fué  de  importancia  para  guía  en  ocasión  de  salidas.  Hízola  ahora  el  Capitán 
de  este  sitio  para  el  Valle   de  las  Hermosas  en  la  misma  provincia  (llamado  asf 
en  tiempos  atrasados  por  haber  hallado  el    Capitán   Bocanegra  en  aquel   Valle 
indias  de  buen  parecer),  por  donde    fueron  de  paso  por  no   hallar  on  qué   ocu- 
parse, hasta  llegar  más  delante  sobre  el  río  que  llamaron  de  la  Palma,  donde  se 
ranchearon  en  un  llano  del  Valle,  buen   puesto  y   seguro,    como  me  pareció   el 
año  siguiente  pasando  par  allí  á   la  provincia  de   los   Totumos.  Al  día    octavo 
que  se  habían  rancheado   en  aquel   sitio,  se   descubrieron    ciertos  humos  en    la 
provincia  de  los  Tonuros,  á  la  falda  de   la  sierra,  habiendo   despachado  á  reco- 
nocerlos el  Capitán  treinta  soldados   con    el  Sargento    Mayor  Pedro  Venegas  y 
el  Alférez  Orellana;  después  de  haber    caminado   tres  días  desde  la  cumbre  de 
una  cuchilla,  descubrieron  otra  de  la  otra  banda  del  río  de  la  Palma,  y  en    ella 
algunos   indios,   que   parecía,   entrando  y   saliendo   en  el   arcabuco,  sólo   pre- 
tendían  hacer   demostración   de   sus  personas    para   el  fin  que   pretendían,  y 
poniéndolo  los  nuestros  en  haberlos  á  las  manos,  fueron  rodeando  por  la  punta 
de  la  cuchilla,  para  dan. sobre  ellos  por    las  espaldas,    que  no  encubriéndoseles  á 
los  indios  estos  intentos,  echaron  una   emboscada   por  donde   era  fuerza    pasar 
los  nuestros,  que  caminando  por  la  cuchilla,   cercada  de  ambas  partes  de  espesa 
arcabuco,   con   alguna    prisa  para    coger  algunos   indios   que  habían  visto   it 
haciendo  apariencias  de  huir,  olieron  algunos  soldados  la  bija   con    que  suelen 
embetunarse  estos  salvajes  para  sus  guerras,  de  donde  conjeturaron  había  cerca 
emboscada,  y  así  lo  dijo  el  Capitán  Mosquera,  que    pbr  su  desgraciada  suerte  y 
de  otros,  por  entonces  no  fué  oído,  antes  pasó  la    palabra  que  atasen  las  bocas  á 
los  perros,  que  á  no  hacerlo  así,  los   perros  descubrieran   la  emboscada  quo  los 


VXp.líJLXyn)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  277 

indios  tenían  íí  las  dos  partes  do  la  cuchilla  y  en  medio  unos  gruesos  troncos 
y  ramas  de  arboledas^  por  donde  era  fuerza  pasar  los  nuestros,  6  trepando  por 
encima  do  ellos  ó  á  gatas  por  debajo  o  por  los  lados  donde  estaba  la  emboscada. 
A  donde  llegando  los  soldados,  comenzó  á  suceder  lo  que  los  indios  habían  in- 
tentado, pues  trepando  de  los  de  la  vanguardia,  unos  por  los  maderos,  y  otros 
á  gatas  para  pasar  adelante,  salió  de  ambas  partes  la  emboscada  y  dio  sobre 
ellos  con  tanta  furia,  que  por  no  poderse  valer  de  sus  armas,  ocupados  entre 
la  leña,  por  presto  que  acudió  al  socorro  la  retaguardia,  ya  habían  muerto  á 
lanzadas  al  Ayudante  Orellano,  al  Sargento  Jiménez  y  al  Capitán  Mosquera,  y 
cogido  á,  manos  un  mulato  Lázaro  Roldan,  y  á  un  indio  amigo,  que  so  llevaron 
vivos  por  ro  haber  sido  posible  el  recobrarlos,  como  recobraron  un  soldado  lla-« 
mado  Buches,  que  á  pocos  días  después  murió  de  las  heridas,  y  á  otro  extran-. 
jero  llamado  Juan  Agustín,  y  sin  haberse  sabido  que  muriese  alguno  de  los 
indios.  Salieron  casi  todos  los  nuestros  tan  mal  heridos,  que  á  los  más  de  ellos, 
no  pudiendo  volver  al  Real  por  sus  pies,  fué  forzoso  los  llevaran  en  hombrea 
los  indios  cargueros  en  barbacoas. 


278  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7.»  NOTICIA 

CAPÍTULO  XXXVIII 

!.•  Lo  que  le  sucede  al  Gobernador  Diego  de  Oapina  á  los  principios  de  su  entrada  la 
tierra  adelante— 2.o  Desbaratan  una  emboscada  del  indio  Carlacá  los  soldados — 3.*» 
Échales  otra,  que  también  fué  sin  efecto.  Túvole  una  lanzada  que  dio  un  muchacho 
Pijao  á  un  soldado,  pues  lo  mató— 4.°  Hallan  rozas  de  maíz  los  nuestros  y  desbaratan 
otras  emboscadas. 

EL  Gobernador  Diego  de  Ospina,  qne  dijimos  se  había  despachado  del 
fuelib  del  Chaparral  con  las  demás  tropas  á  las  conquistas  de  las 
provincias  de  Maito,  Behuni,  Otainaa,  Cicatairaa  y  la  de  Mola,  lleva  título  de 
Capitán  de  los  aventureros  y  en  su  compañía  á  los  Capitanes  Gómez  Suárez  de 
Figueroa,  Juan  de  Zarate,  Felipe  de  Rojas,  Diego  de  Poveda,  Betancour,  Her- 
nando de  Ospina  y  otros.  Fueron  en  compañía  juntos  dos  días  con  el  Goberna- 
dor Olalla,  por  llevar  éste  orden  de  su  General  para  más  divertir  á  los  indios 
rebeldes,  hasta  que  al  tercero,  al  amanecer,  se  entró  con  la  suya  el  Gobernada? 
Olalla,  encubierto,  por  el  arcabuco,  la  vuelta  de  las  provincias  de  Anaitoma  y 
Amoyá,  donde  le  sucedió  lo  que  dejamos  dicho  y  otras  cosas  que  acorta  la  corta 
noticia  que  se  dio  de  ellas  parm  poderlas  escribir.  Prosiguió,  pasando  por  laa 
suyas  el  Gobernador  Ospina,  por  las  márgenes  arriba  del  río  Tetuán  (que  nace 
de  las  cabeceras  y  páramos  de  lis  serranías  de  las  provincias  de  Behuni  y  Anal* 
toma)  con  sus  ciento  y  cuatro  soldados,  por  su  Capellán  el  Padre  Andrés  de 
Aspitia,  clérigo,  y  buen  número  de  indios  cargueros  y  un  indio  cri-^tiano,  Caci- 
que y  valeroso  soldado  Tuamo,  de  la  provincia  de  Ibagué,  llamado  Don  Bal- 
tasar, que  se  le  dio  al  General  como  cosa  de  gran  importancia,  como  lo  fué  por 
ser  de  la  misma  lengua  y  nación  de  los  Pijaos.  Al  día  tercero  de  su  viaje,, 
habiendo  dejado  el  río  y  tierra  rasa,  se  fué  entrando  por  una  espesa  montaña,, 
donde  habiendo  el  indio  Don  Baltasar  conocido  anA  emboscada  de  piedra 
que  tenían  echada  los  indios,  sobresalió  con  él  y  seis  soldados  el  Gobernador  del 
cuerpo,  y  se  dio  tan  buena  maña  que  la  desbarató,  con  que  pasó  el  campo  cod 
menos  riesgo  que  si  no  se  hubiera  descubierto,  por  estar  en  uua  altísima  y  muy 
pendiente  ladera,,  de  donde  habiendo  pasado  sin  riesgo  considerable  y  rancheá- 
dose  en  un  ojo  de  una  sabííneta  que  se  liacía  entre  el  arcabuco,  en  que  había 
algunos  charquillos  de  agua  rebalsada,  despachó  el  Gobernador  con  catorce 
arcabuceros  y  piqueros  al  caudillo  Miguel  de  la  Peña,,  soldado  práctico  y  bien 
vaquiano  de  aquellas  trochas,  para  que  por  una,  toifiando  las  faldas  de  la  se- 
rranía por  más  á  lo  alto  de  donde  iba  marchando  el  campo,  les  resguardas© 
las  espaldas,  con  orden  de  que  si  topaban  con  el  enemigo,  no  le  acometiese  sia 
dar  aviso  al  Gobernador. 


CAP.  XXXVIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIEIiRA    FIRME  279 

2.^  A  quien  dio  voces  el  Peña  á  mil  pasos  que  hubo  andado  en  apar- 
tándose, avisando  fuese  con  cuidado  marchando  el  campo,  por  haber  descu- 
bierto rastros  que  bajando  de  la  cumbre  iban  á  dar  sobre  él,  con  que  reparó  el 
Ospina  y  toda  su  gente  en  una  roza  vieja  y  ya  llena  de  malezas,  donde  lo  cop^ió 
esta  707.,  y  de  allí  á  poco  el  ruido  de  más  de  ocheuta  tirüS  dé  escopeta  que 
disparó  el  Peña  con  los  suyos  contra  él  valiente  Carlacá  y  sus  indios,  que  ha- 
biendo tomado  primero  la  cuesta  abajo  para  dar  sobre  el  Real,  de  que  eran 
los  rastros  que  vido  el  Peña,  á  sus  voces  revolvieron  á  él  dejando  el  campo,  y 
se  le  pusieron  en  emboscada  en  un  paso  apretado.  Antes  de  llegar  á  él  vido  un 
soldado,  Andrés  Rubio,  muy  gran  arcabucero,  á  Carlacá  (aun quié -entonces  no  lo 
conoció  más  que  por  espía),  y  diciéndole  al  Peña  que  ú  le  daba  licencia  derriba- 
ría un  indio  centinela  que  veía,  no  le  tiró  por  habérselo  dicho  el  Peña,  y  que  por 
ventura  no  los  había  visto,  que  á  hacer  esta  buena  suerte,  destroncara  uno  de 
los  principales  y  más  importantes  nervios  de  esta  guerra,  como  lo  era  el  Carlacá, 
que  habiendo  reconocido  ahora  el  rumbo  de  los  nuestros  desde  don-le  le  vido 
ahora  el  soldado,  pasó  volando  adelante  y  á  paso  más  apretado  ordenó  su  em- 
boscada, á  donde  dejando  entrar  á  los  nuestros,  sin  haberla  conocido  antes,  les 
acometió  con  extraordinario  coraje  y  brío :  en  cuya  defensa,  siendo  superior  el 
de  los  nuestros,  dispararon  los  tiros  que  dijimos  se  habían  oído  en  el  Real,  por 
no  estar  lejos  el  sitio  de  la  guazabara,  de  donde  sólo  salió  herido  uno  de  nues- 
tros piqueros,  Francisco  de  Mendoza,  mulato,  mozo  alentado  y  que  lo  mostró 
bien  ahora,  que  trayendo  á  las  espaldas  (peleando  con  la  pica)  una  fuerte  rode- 
la de  higuerón,  Ití  dieron  tal  lanzada,  que  pasándole  la  rodela  y  sayo  de  armas, 
quedó  tan  mal  herido  en  los  lomos,  que  sólo  le  libró  de  la  muerte  el  haber  sido 
el  golpe  de  soslayo. 

3.*'  Viendo  el  Carlacá  que  no  había  podido  desbaratar  á  los  nuestros  en  otro, 
donde  tampoco  pudo  hacer  cosa  considerable,  con  que  pasó  el  Peña  con  los 
suyos  adelante  por  su  derrota,  y  yendo  marchando,  sucedió  que  un  soldado 
llamado  Roa,  natural  de  la  ciudad  de  Tanja,  que  iba  en  la  retaguardia,  pare- 
ciéndüle  llevaba  en  aquel  puesto  mus  peligro,  se  quiso  pasar  al  batallón,  pero 
al  pasar  de  una  ú  la  otra  parte  por  un  lado,  como  el  sitio  era  de  espesa  mon- 
taña, estando  emboscado  con  su  lanza  un  muchacho  Pijao  hasta  de  catorce 
año?,  pasando  por  cerca  de  él  el  soldado  sin  verlo,  se  aprovechó  de  la  ocasión 
tan  bien  el  muchacho,  que  en  un  instante  le  dio  una  lanzada  al  Roa  por  entre 
dos  costillas,  tal,  que  clavándosela  en  las  entrañas,  á  pocos  pasos  rindió  la  vida, 
sin  que  pudiesen  las  diligencias  de  los  demás  soldados  haber  á  las  manos  al 
muchacho,  por  haberse  entrado  con  la  misma  velocidad  que  hizo  el  hecho  en  el 
arcabuco,  donde  dejaron  el  cuerpo  del  soldado  sin  enterrar,  con  intentos  do 
volver  después  á  hacerlo,  por  el  peligro  que  les  amenazaba  entonces,  de  revolver 


280  FRAY   PEDRO    SIMÓN  (7.^  NOTICIA 

sobre  ellos  el  enemigo,  en  lugar  tan   montnoso  y  de  peligro.   No  lo  tenía  menor 
en  este  tiempo  el    campo    en  el  sitio    de  la  roza    vieja^    donde    estando  el  cielo 
claro  y  sereno,  de  repente  se  armó    una  tan  terrible  tempestad  de  agua  que  no 
les  fué  posible  conservar   encendidas,  de  más  de  sesenta  mecbas  que  había,  más 
que  una,  qué  ^  llegar  á  la  sazón  el  enemigo,  corrieran  todos  riesg'^,  y  no -menor 
después    del    aguacero,    por    una    espesísima  niebla    que  les  cercó,  por  entre  la 
cual,  ya  que  fué  algo    aclarando,    divisaron  á  distancia   de  mil  pasos  bultos  de 
hombres,  que  no  sabiendo  si  eran    enemigos  ó  amigos,  se  les  dieron  voces  para 
salir  de  la  duda,  á  quien   respondió  el  Peña   hallarse   en  aquel  sitio  con  un  sol- 
dado muerto  y  otro   herido,  y  que  se  le    diese  el  orden    que  había  de    seguir,  y 
ordenándosele  se  estuviese    en  el  puesto  hasta  que  otra    cosa  se  le  ordenase,  en- 
gajados   los    arcabuces  á  la  lumbre    que  se  había    hecho  después   del  aguacero 
marchó    el  campo   hasta  el    sitio  del  Peña,  que    estaba  sobre  una  tajada  y  alta 
sobre  los  nacimientos  del  río  de  Tetuán,  donde  se  alojó  el  campo  y  se  curó  el  he- 
rido, y  despachó  el  Gobernador  al  Capitán   Juan  de  Zarate  con  treinta  soldados 
á  traer  el  cuerpo  del  difunto,  aunque  en  vano,  por  haberlo  ya  llevado  los  indios 
para  su  plato  y  comida. 

4.''  Por  ser  tan   poca  la  que  llevaba  el  campo,  se  alegró  con  tres    rozas  de 
maíz  y  legumbres  que  se  descubrieron    de  la  otra  banda   del  rio,    á  donde  con 
treinta  soldados  y  cuarenta   indios  cargueros,    salió  el  Gobernador  para  traer  lo 
necesario  al  sustento  de   todos  y  talar  el  resto,  porque  iban  siempre  con  este  or- 
den de  talar  comidas,  para  por  este  camino  estrechar  al  enemigo  hasta  traerlo  á 
la   obediencia,    que  no  fué  posible,    pues  se  dejó  consumir  y  no    sujetar,    como 
veremos.  Habiendo  hecho  esta  facción  el  Gobernador  sin  contradicción  de  indio, 
pues  sólo  oía  las  voces  que  le  daban   desde  las  cumbres,    volvió  con  el    maíz  y 
raices,  que  pudieron  traer  los  cargueros  al  Eeal,  sin  hallar  tampoco  estorbo  á  la 
vuelta,  más  que  algunas  galgas  que  le  deslizaron  de  arriba,  que  por  ser  echada  la 
cuesta  por  donde  venían,  se  libraron  de  ellas  con  facilidad.  Determinando  el  Go- 
bernador  en  pasar    con    su    campo  hasta  entraren    toda  la  mayor  fuerza  de  la 
provincia,  dejándolo  encargado  al   Capitán  Gómez    Suárez  en  el  mismo  puesto» 
entró  por  su  persona  con  cincuenta   soldados,  y  intentando   descubrir  la  fuerza 
de  los  indios  y  pasos   por   donde  fuese  marchando  nuestra  gente,  echó    cua- 
tro emboscadas  en  esta  entrada,   que  con  facilidad  se  desbarataron  por  haberlas 
descubierto  antes  que  entraran   en  ellas,  si   bien  en  la   última  les  sobrevino  un 
fuerte  aguacero,  para  cuyo   reparo  y  prevención  se   armaron  con    brevedad  los 
toldos,  altos  una  vara  del  suelo,    para  poder   desde  íjllí,  defendidas  del  agua  las 
escopetas,  defenderse  del   enemigo  si  revolvían    sobre  ellos,    que  viéndolos  tan 
prevenidos,    perdidas  las   esperanzas  de  salir  con    algo  de  sus   intentos,  desha 
ciendo  la  emboscada,    volvieron  las  espaldas,  y  el    Gobernador  á  su  campo,  que 
lo  halló  no  poco  cuidadoso  de  algún  mal   suceso   si  venían  sobre   él  los     indios. 


CAP.  XXXIX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  281 

CAPÍTULO  XXXIX 

1.0  Ranchéase  el  Gobernador  Ospina  en  una  casa.  Desgracia  que  le  sucedió  á  un  Capitán 
caudillo— 2.-  Desbaratan  con  buena  traza  los  nuestros  una  gran  embo^c^a¿^ 
indios— 3."  Cercan  los  indios  al  Capitán  Zarate  y  socórrelo  el  í>obernad^^^g'  •  ^_ 
4.*  Echan  dos  emboscadas  á  ióSl!ndios  los  nuestros,  aunque  sin  efecto. 

ATliES  días  de  camino  se  rancheó  con  su  campo  el  Gobernador  «obre 
las  barrancas  de  una  quebrada  honda  y  cerca  de  una  labranza  de 
arracachas  (  son  raíces  de  cierta  yerba  que  tiene  la  hoja  como  apio  )  y  ochubas, 
desde  donde  se  dio  vista  de   la  (<tra  banda  de  la  quebrada   á  una  buena  y  espa- 
ciosa casa,  y  sobre  ella    puesta  una  cruz,  y  que  parecía  andar  entrando  y  salien- 
do algunos    indios,  como  que  ponían    en    cobro    lo  que    tenían    en  ella,  y  como 
otros  ciento  sobre  \ma  ladera    que  parecía   hacerles  alto  á  los  que  escombraban 
la  casa  ó  que  aguardaban  á  los  nuestros   para  embestirles,  aunque  no  se  efectuó 
esta  sospecha,  pues    enviando   el  Gobernador  al    Capitán    Hernando  de  Ospina 
con  treinta   arcabuceros   á  reconocer  los  malos  pasos,  y  si  había  en  ellos  embos- 
cadas, y  á  ganar  la  casa,  lo  pudo  hacer  sin    ningún  estorbo,    si  bien  la  traza  de 
no  salir    todos  juntos  nuestros  soldados,  sino  uno  de  aquí  y  otro  de  acullá  del 
cuerpo  del   campo,    pudo    ser   deslumhrase  los    intentos    de  los    indios,  á  cuya 
casa  pasó  luego  el  Real,  desde    donde  saliendo   luego  dos    caudillos  con   sesenta 
soldados  á  coger  maíz  de  dos    rozas  qu3  se    vieron,  y  traer  lo  necesario  para  el 
Real,  talando  lo    demás,  los  desbarataron    los  indios  con  muchas  galgas  que  hi" 
cieron  descolgar  de  lo  alto  de  un   recuesto,  á  cuyo  socorro,  acudiendo  el  Gober- 
nador con  seis  soldados,    por  haber  oído  disparar   arcabuces,   se  hizo  en  su  pre, 
sencia  la  faena  de  las  rozas,    tomando    luego  la  vuelta  de  su  campo.  En  la  cua] 
sucedió  que  habiendo  enviado  el    Gobernador  á  un  soldado  de  satisfacción,  An- 
drés Rubio,  con  algunos  otros  á  tomar  el  alto  de  la  ludera   en  el  mismo   paraje 
que  en  la  ida  habían  arrojádoles  las  galgas,    hizo  alto  el  campo  mientras  el  An- 
drés Rubio  aseguraba  el  pasaje,  el   cual  entrándose    por  el    arcabuco,  iba  rama- 
jeando ;  que  advirtiéndolo  un  soldado  de  la  retaguardia,  donde  no  sabían  de  la 
salida    del  Andrés  Rubio,  y  pensando  que  quien    meneaba  las  ai  mas  era  el  ene- 
migo, disparó  su  arcabuz  á  la    parte    donde  se   meneaban,  y  estando    haciendo 
averiguación  el   Gobernador  de    quién  ó  poj  qué  ocasión  se  había  disparado  el 
arcabuz,   bajaron  los  soldados  del    Andrés    Rubio  del  monte,    que  lo  traían  á 
cuestas,  mal  herido  y  aturdido    del  arcabuzaso,  que  desnudándolo,  hallaron  que 
debajo    el   costado  derecho  le  había    rompido  la    pelota  el  escaupil,  y  una  cinta 
ancha  de  vaqueta  de  que  pendía  la  bolsa  de  las  cargas,  &3  había  aplastado  en  un 
jubón  que  traía  más  dentro  ojeteado,  que  joor  eer  tan  fuerte  y  llegar  ya  cansada, 


282  FRAT    l'EDRO   S1ÍÍ(5n  (7.*  ííOTlCll 

atoró  allí,   atormentando  la    carne,  qne  no  llegó  á    er  más,  si  bien  con  el  fuerte 
golpe  aturdió  al  soldado. 

2.*^  No  acababa  de  perder  las  *ísperanzas  el  enemigo  de  conseguir  ahora  las 
victorias  que  en  tiempos  atrasados  había  tenido  con  los  nuestros,  como  se  echa- 
ba de  ver  en  los  pocos   temores  qne    mostraban    aún  con  ver  en  su  tierra  tanta 
hueste  de  nuestra    g<?ato,    pues  sin  acobardarbe  por   haberle  desbaratado  tantas 
emboscadas    como    hemos  visto  echaban    tras    cada  paso  á  estos   soldados,    les 
echó  ahora  una  de  casi  doscientos  indios,  á  donde  yendo  marchando  el  campo,  se 
fueron  entrando,  hasta  que  el  indio  Don  Baltasar,  que  iba  en  la  vanguardia,  la 
conoció  por  el  olor  de  la  bija  y  la  alteración  de  una  perrilla  que  iba  delante,  pa 
rándose  y  ventando  á  la  parte  donde  estaban  los    indios,  que  haciendo    alto  el 
campo,  ordenó  el   Gobernador  al  Capitán  Hernando  Ospina   que  saliese  con  el 
secreto  posible  con  cuatro  escopeteros,   Martín  de    Herrera,  vecino  de  Tocaima, 
Pedro  Verdugo,    Francisco  González  y  otro,    y  ganando  las  espaldas  á  los  de  la 
emboscada,    disparasen    sobre  ellos    con  tal  orden  que  no  acabasen   dedispaiar 
todos  hasta  que  los  demás  tuviesen  cargado,  industria  la  más  importante  que  se 
debe  guarJar  en  ocasiones  tales;  en  ésta   yendo  ya  al  efecto  el  Hernando  de  Os- 
pina, dio  con  diez  y  ocho  ó  veinte  indios  que  por  no  haber  podido    caber  en  el 
helechar    donde  estaba    la  emboscada,    andaban    sobresalientes,    uno  de    ellos 
vestido  con  una    ropa  de  jergueta   de  mujer,  de    color  celeste,  guarnecida,  que 
era  del  saco   de    Ibagué  ;    y  disparando  á  uno   de  ellos  el  Hernando  de  Ospina, 
por  no  haberle  dado    fuego  á  otro  soldado  la  cazoleta  del  arcabuz,  con  el  balazo 
que  le  dio  se    atemorizaron    los  de  la  emboscada    tanto,  y  por    haberlos  cogido 
por  las  espaldas,  que    pensando  les  habían  de  dar  los  nuestros  por  ambas  partes 
(  como  fuera  sin  duda),  se  derramaron  todos,  cada  cual  por  do  mejor  pudo,  con 
gran  ruido  de  voces,  dejando  limpia  la  emboscada,  hasta  que  volviéndose  á  jun- 
ar en  un  altillo,  las    dieron  á  sus  casas  y  chusma    que  las  quemasen  y  se  huye- 
sen, porque   los   cristianos  «eran  tan  grandes  bellacos,  que  servían  de  poco  para 
con  ellos  sus    astucias  y  confianzas,    que  no  eran    pocas,    pues  fiados  en  ellas,  y 
ciertos  de    desbaratar  ahora  á  los    nuestros,  se  tenían    tan  cerca  y  sin  poner  en 
cobro  mujeres  y  hijos,   menaje  y  hacendilla    de  las  casas.   A  las  cuales  pasando 
luego  el  Gobernador  con  su  campo,  aunque  las  halló  quemadas,  por  ser  á  propó- 
sito el  sitio  y  á  la    vista  algunas    labranzas,    determinó    fortificarse  allí  con  pa^ 
lenque,  como  lo  hizo,  por  llevar  orden  para  esto  del  General. 

3.**  La  tarde  que  llegaron  á  este  sitio,  por  ser  temprano,  despachó  el  Go- 
bernador al  Capitán  Juan  de  Zarate  con  treinta  soldados  á  talar  una  buena 
roza  de  maíz  ya  sazonada  que  tenían  enfrente,  y  que  con  cincuenta  cargueros 
trajesen  lo  necesario  para  el  sustento  del  Real,  por  no  tener  otro  socorro  de  co- 
midas que  el  que  podían   sacar  de  las  manos   del  enemigo.  Ya  estaba  hecha  esta 


CAP.  XXXIX)  NOTICIAS  DE   LAS  CONQUISTAS  DE  TIEBRA  FIEME.  283 

facción  y  enmochilado  el  maíz  de  los  cargueros,  cuando  dio  voces  el  Zarate, 
pidieado  al  Gobernador  .socorro  contra  los  indios  de  quien  estaba  cercado,  a 
que  acudió  por  su  persona  con  veinte  soldados  de  los  de  mayor  satisfacción,  y 
subiendo  sobre  un  alto  que  estaba  sobre  la  roza  para  dar  sobre  los  indios  por 
las  espaldas,  encontró  arriba  una  buena  casa,  vacía  de  gente,  y  en  ella  con  el 
espinazo  descarnado  de  aquel  soldado  Roa  que  le  habían  muerto  al  caudillo 
Peña,  y  una  pierna  desde  la  rodilla  para  abajo  que  tenían  al  humo,  para  írsela 
comiendo  como  habían  hecho  del  resto  del  cuerpo.  Estaba  en  un  gran  calabazón 
la  ropa  de  jergueta  con  que  había  aparecido  el  otro  indio  en  la  emboscada,  que 
la  tenía  allí  guardada  para  salir  con  ella  de  gala  en  sus  peleas  y  mayores  fiestas, 
y  para  ellas^también  tenían  bizarras  y  curiosas  libreas  de  plumerías  de  varios  y 
agradables  colores  ;  y  habiendo  recogido  todo  estoy  los  huesos  y  pierna  del  sol- 
dado para  enterrarlos  en  el  fuerte,  pasó  el  Gobernador  al  sitio  y  socorro  del  Za- 
rate, que  sin  que  osasen  acometer  los  indios  que  lo  cercaban,  salió  con  el  Qjber- 
iiador  aquella  misma  tarde  la  vuelta  del  Real,  donde  se  hizo  el  fuerte  de  maderas 
gruesas,  en  forma  triangular,  y  con  traza  que  desde  cada  esquina  se  podía  con 
las  escopetas  limpiar  los    dos  lienzos. 

4."  Descubrióse  á  otra  banda,  no  lejos  del  fuerte,  otra  roza  en  berza  de 
maíz,  arracachas  y  hochubas  (  es  ima  frutilla  que  nace  de  unas  matas  do  hoja 
blanda,  altas  como  una  vara,  y  ella  es  redonda  y  del  tamaño  de  una  guinda; 
queda  cuando  sazonada  de  un  amarillo  gualda,  y  dentro  tiene  mucha  semilla 
entremezclada  en  la  carne  al  modo  de  ajonjolí  );á  un  cuarto  de  legua  se  descu- 
brió otra  gran  roza  de  maíz,  ya  más  que  en  chocho,  pues  dentro  de  ocho  días  se 
podía  coger,  que  no  se  taló  para  socorrer  con  ella  el  campo,  pero  comenzáronla 
á  hacer  los  indios  porque  los  nuestros  no  la  gozaran.  Entrando  una  tarde  á  vis- 
ta del  Real  más  de  cuarenta  que  la  iban  destrozando,  confiados  que  no  se  lo  ha- 
bían de  estorbar  nuestros  soldados  por  haber  en  medio  una  quebrada  de  una 
barranca  de  peña  tajada  y  de  tres  y  cuatro  estados  en  alto,  que  corría  más  de 
una  legua  arriba  y  abajo  por  la  parto  del  Real,  que  dando  traza  el  Gobernador 
de  pasarla,  arrojando  en  ella  largas  escaleras  de  palo,  salió  del  Real  con  cua- 
renta hombres,  y  haciendo  de  ellos  dos  tropas,  la  una  á  su  cargo,  y  la  otra  al 
del  Capitán  Felipe  de  Rojas,  dejando  al  de  Gómez  Suárez  el  fuerte,  llegó  con 
el  secreto  y  sombras  de  la  noche  á  echar  dos  emboscadas  en  la  parte  por  donde 
á  destrozar  la  sementera  entraban  los  indios,  que  viniendo  dos  á  lo  mismo  una 
tras  otro,  y  habiendo  entrado  en  una  de  las  emboscadas,  debió  el  delantero  de 
oler  el  humo  de  las  cuerdas,  pues  revolvió  huyendo  con  tanta  velocidad  y 
miedo,  que  sin  poderlo  reparar  se  clavó  una  pierna  en  la  lanza  del  compañero 
que  venía  detrás,  y  deslizándose  ambos  con  ligereza  de  venados,  no  fué  posible 
darles  alcance  el  Gobernador  Pedro  Verdugo  y  el  Capitán  Orosco,  que  se  arrc- 

35 


2S4:  FRAY    PEDRO   SIHÓN  (7.a  NOTICIA 

jaron  tras  ellos,  deseosos  de  haber  alguno  á  las  manos  para  informarse  de  la 
tierra  y  intentos  del  enemigo  ;  lo  que  también  fué  ocasión  de  no  haberlos 
muerto  cuando  llegaron  á  la  emboscada,  habiendo  podido  hacerlo.  Con  todo  esa 
los  fueron  siguiendo  hasta  llegar  á  una  casa  grande,  pero  inhabitada  días  había^ 
donde  hicieron  alto. 


CAPÍTULO  XL 

1.»  Desbaratan  galg-as  de  piedras  al  Capitán  Peña.  Hace  tres  tropas  el  Gobernador  Ospi- 
na— 2.»  Vánse  siguiendo  rastros  de  indios— 3.°  Pelean  los  nuestros  con  algunos 
indios.  Matan  una  india — i°  Hállanse  en  ciertos  calabazos  pelos  de  animales  y  plu- 
mas supersticiosas— 5.»  Muchos  ídolos,  puestos  con  superstición  para  contra  lo» 
nuestros . 

"T~^ESPACHANDO  desde  allí  el  Gobernador  al  caudillo  Peña  con 
_!_>/  veinticuatro  arcabuceros  y  orden  de  seguir  el  rastro  de  loa  dos 
indios  y  saber  dónde  estaban  sitiados  ellos  y  los  demás,  él  con  diez  y  seis  solda- 
dos tomó  la  vuelta  de  la  roza,  para  dar  vista  al  daño  que  los  indios  habían  he- 
cho en  ella,  que  no  fué  otro  que  haber  qiiebrado  las  cañas,  que  no  fué  de  nin- 
guno por  estar  ya  para  coger.  Apenas  hubo  comentado  el  Gobernador  á  ver  esto, 
cuando  oyó  que  el  Peña  y  los  suyos  disparaban  1  :s  escopetas  muy  aprisa,  y  re- 
volviendo con  la  misma  el  Gobernador  á  socorrerlos,  los  halló  desbaratados  con 
galgas  que  les  habían  disparado  desde  una  cUmbrCj  con  que  volvieron  todos  otra 
vez  á  alojarse  en  la  casa  yerma, desde  donde  envió  al  fuerte  orden  al  Capitán  Gó- 
mez Suárez,  que  con  el  Capitán  Zarate  le  remitiese  veinte  soldados,  de  los  cuales 
y  de  los  cuarenta  que  él  tenía,  hizo  tres  tropas  ;  dos  de  á  veintiuno,  que  encargó 
á  los  Capitanes  Juan  de  Zarate  y  Felipe  de  Rojas,  hombres  ambos  de  muy  bue- 
nas personas  y  bríos,  aunque  sietemesinos,  con  orden  al  Capitán  Zarate  que  hi- 
ciese rostro  al  enernigo  sin  acometerle,  y  que  sólo  sirviese  de  que  tuviese  en  él 
puesta  la  vista;  y  al  Capitán  Éojas,  que  por  la  parte  que  mejor  le  pareciese,  le 
ganase  con  el  secreto  posible  las  espaldas,  también  sin  acometerle,  si  no  es  que 
acaso  le  viniesen  los  indios  á  las  manos,  huyendo  Zarate,  porque  el  acometer- 
los reservaba  para  sí  con  la  tercera  tropa  de  diez  y  ocho,  ganando  lo  alto  del 
páramo  donde  estaban  situados  los  indios,  á  donde  sin  duda  subiera  aquella 
noche  el  Gobernador,  á  no  hallar  tan  malos  pasos  (Jo  peñascos  y  otras  malezas 
que  le  obligaron  á  ranchearse  al  pié  de  la  cuesta,  para  á  la  mañana  subir  á  tomar 
el  puesto,  como  tomó  el  que  le  señalaron  el  Juan  de  Zarate,  á  quien  desbarata, 
ron  luego  los  indios  con  galgas  hasta  hacerle  retirar  huyendo  de  ellas  á^meterse 


CAP.  xl)  Noticias  de  las  conquistas  de  tierra  firmk  285 

en  la  quebrada  el  ugna  á  los  pechoB,  lastiraatlo  el  Capitán  Juan  de  Céspedes,  su 
j«-imo,  que  viéndose  desbaratados,  determinaron  sin  detenerse  en  el  puesto  vol- 
verse al  del  fuerte,  lo  que  también  bixo  el  Capitán  Rojas,  habiendo  hecho  presa 
por  la  parte  donde  iba,  en  dos  muchachos  que  andaban  armando  lazos  á  pája- 
ro8,  que  por  ser  ya  Sábado  Santo,  se  quisieron  recoger  al  fuerte,  no  reparando 
en  ei  orden  que  se  les  había  dado  por  su  Gobernador  y  Capitán. 

2.^  El  cual,  otro  día  á  las  cuatro  de  la  tarde^  tomando  el  alto,  halló  las 
casas  de  los  indios  desamparadas,  y  señales  de  fuegos  de  que  eran  treinta  fami- 
lias, sin  mujeres  y  chusma,  por  haberse  retirado  á  otra  parte,  pareciendo  no 
estaba  aquélla  segura,  ni  poder  hallar  punto  firme  donde  asentar  ranchos  do 
propósito^  tal  era  el  desasosiego  que  los  nuestros  les  daban  en  todas  partes,  que 
pi^tendiendo  ahora  seguir  los  rastros,  se  hallaron  algo  deslumhrados,  aun  el 
indio  Don  Baltasar,  si  eran  de  lus  indios  ó  de  la  gente  del  Capitán  Felipe  de 
Rojas,  hastíi  que  mirándolos  más  de  propósito,  echaron  de  ver  ser  de  los  indios 
que  iban  repechando  una  cuesta  arriba,  porque  las  ramillas  de  las  hierbas  y 
matas  que^pisaban  iban  quebrándose  háeia  arriba,  que  certificó  esto  más  una 
mochila  llena  de  mazorcas  que  encontraron  siguiéndolos,  que  mandó  el  Gober- 
nador no  la  tocasen  ;  pero  á  poco  trecho  que  caminaron  acabaron  de  desengañar 
á  los  nuestros  los  golpes  de  hachas  y  machetes  y  el  murmullo  de  los  indios  que 
acabaron  de  llegar  al  sitio  y  hacían  ranchuelos  para  albergarse.  Hízose  alto 
donde  se  oyeron,  por  ir  ya  cerrando  la  noche  y  no  ser  horade  hacer  ningún 
efecto  ;  y  así  la  pasaron  con  harto  trabíijo  de  fríos  páramos,  sin  más  reparo  qre 
los  troncos  de  los  árboles,  y  sin  ninguna  cena,  por  el  inconveniente  que  era 
hacer  lumbre  para  aderezarla,  que  tampoco  se  pudiera  sustentar  por  tres  ó  cua- 
tro aguaceros  que  llovió  aquella  noche,  hasta  que  al  romper  del  día,  pensando 
hallar  al  enemigo  durmiendo,  quisieron  acometerle,  como  lo  hicieran  si  no  lo 
estorbara  otix)  aguacero  que  impedía  el  jugar  la  arcabucería, 

S.**  Pero  llegando  el  día  algo  más  claro,  y  dejando  los  cargueros  al  amparo 
del  Capitán  Francisco  de  Bohorquez,  se  fué  allegando  á  los  indios  el  Goberna- 
dor en  la  vanguardia,  dando  orden  al  Capitán  Diego  de  Poveda,  su  cuñado, 
que  con  ocho  soldados  de  la  retaguardia  fuese  faldeando  la  media  ladera  de  la 
loma,  porque  si  acaso  se  quisiese  por  allí  deslizar  la  chusma,  cayese  en  sus  ma- 
nos. Apenas  hubo  dúdele  esta  orden  al  Poveda,  cuando  ladró  un  perrillo  de  los 
que  tenían  los  indios,  con  que  le  fué  forzoso  al  Gobernador,  por  ser  ya  descu  • 
bierto,  darles  Santiago  con  sólo  dos  españoles  con  que  se  hallaba,  por  haberse  ido 
los  demás  con  Poveda,  que  eran  Andrés  Rubio  y  León,  criollo  de  Ibagué,  y 
Don  Baltasar  y  Juan  Bioho,  un  valiente  negro  esclavo  del  Gobernador,  contra 
quien,  al  punto  que  fueron  sentidos,  salieron  al  encuentro  á  hacerles  rostro,  y 
tiempo  á  su  chusma  en  que  se  escapase,  dos   valientes  indios,  que  lo  mostraron 


286  FRAY   PEDRO   8IM(5n  (7."  NOTICIA 

ser  más  viendo  ser  tan  pocos  los  nuestros.  Comenzóse  la  refriega,  y  habiendo 
disparado  el  J^ndrés  Rubio  su  arcabuz  sin  efecto,  disparando  el  León  á  uno  de 
los  indios,  se  le  agachó  al  golpe  y  quedó  libre,  aunque  pasando  la  bala,  mató  á 
una  india  que  á  la  sazóu  salía  del  bubío;  cargó  otro  indio  sobre  el  León  y  sa- 
cando un  pié  para  hacer  fuerza,  rálbalo  y  cayó  de  espaldas  á  los  del  Gobernador, 
que  le  amparó  de  una  lanzada  que  acudió  á  dar  al  caído  en  un  instante  el  indio, 
que  apuntándole  el  Gobernador  con  su  arcabuz,  que  hasta  allí  no  había  dispara- 
do, se  retiró  dando  lugar  al  soldado  que  se  levantase  y  cargase  su  arcabuz. 

4.°  El  indio  Don  Baltasar,  con  una  lanza  que  traía,  de  treinta  palmo», 
peleó  en  aquella  ocasión  valerosísimamente ;  al  negro  Bioho  traían  tan  apretado 
dos  indios,  que  aun  no  le  dejaban  disparar  una  flecha  de  hierba  que  traía  en  la 
pulguera,  hasta  que  arrimándosele  su  amo,  disparó  á  uno,  que  agachándosele, 
le  clavó  la  flecha  en  una  sentadera,  con  que  se  levantó  el  indio  y  tomó  la  huida, 
yendo  bandeando  la  flecha  ;  llegó  á  este  tiempo  Diego  de  Poveda  con  su  gente, 
sin  ningún  efecto,  por  haber  tomado  otro  rumbo  la  chusma  en  su  huida,  que 
tomándola  también  los  indios,  desde  un  alto  dispararon  tantas  piedras  contra 
los  nuestros,  que  no  los  pusieron  en  peco  aprieto,  ni  aun  los  soldados  á  ellos, 
pues  con  una  rociada  mataron  cuatro  indios,  con  que  desampararon  el  puesto, 
diciendo  con  mil  bravatas  que  ya  que  los  nuestros  habían  podido  entrarles, 
sería  imposible  salir.  Entrando  en  las  casillas  de  los  indios,  entre  el  rancheo  de 
algunas  hachas  y  machetes,  hallaron  muchos  calabacillos,  unos  con  pelos  de 
león  y  tigre,  otros  con  pelos  de  mona,  y  otros  con  plumas  de  águilas  y  gavilanes 
que  declarando  estas  supersticiones  el  indio  Don  Baltasar,  decía  que  traían  los 
pelos  de  león  para  que  los  hiciese  valientes,  los  de  la  mona  trepadores,  las  plu- 
mas de  águila  y  gavilán  para  que  los  hiciese  ligero^.  La  necesidad  de  comidas, 
pues  al  no  hallar  algunos  bollos  de  maíz  en  los  rancheos  ayunaran  aquel  día^ 
por  ser  el  último  de  cuaresma,  á  sola  agua  y  deseos  de  pan,  y  eer  víspera  de 
Pascua  de  Resurrección,  obligó  al  Gobernador  á  tomar  con  bu  gente,  sin  seguir 
por  entonces  los  indios,  la  vuelta  del  Real. 

5.°  A  cuya  vista,  dos  leguas  de  distancia  por  el  aire,  llegando  á  una  cum- 
bre, hallaron  talado  y  limpio  de  arcabuco  un  buen  pedazo,  y  en  dos  varas 
gruesas  atravesadas  de  un  árbol  á  otro,  altas  un  estado  del  suelo,  puestos  en 
hilera,  doce  idolillos  de  madera,  embijados  y  pintadas  las  caras  con  unas  listas 
de  amarillo  y  colorado,  al  modo  que  suelen  salir  los  indios  á  la  guerra.  De  la 
cintura  abajo  estaban  envueltos  en  unos  malos  trapillos  y  papeles  de  los  despo- 
jos de  Ibagué,  entre  los  cuales  había  pedazos  de  cartas  de  excomunión,  que  pa- 
rece les  venía  á  propósito  como  cosa  tan  excomulgada *y  abominable,  y  aun  en 
uno  de  las  papeles  estaba  mal  escrita  una  cuartilla  de  aquel  romance  que  tanto 
trasegó  en  sus  tiempos  las  plazas  y  rincones  de  Castilla:  Afuera^  afuera^  afue^ 


CAP.  XL)  NDtíClAS  DE  LAS  COKQülSTAS  DE  TIEBRA  FIEME.  287 

ra,  aparta,  aparta,  aparta,  que  el  fuego  se  va  encendiendo,  las  canas  se  vuelven 
lanzat,  que  parece  venían  también  á  propósito  de  lo  que  querían  significar 
como  veremos.  A  un  lado,  sobre  un  tronco,  bajo  de  uno  los  árboles  que  cortaron 
estaba  una  piedra  de  hasta  dos  arrobas,  como  eminente  y  salida  fuera  del  tron- 
co parte  de  ella,  y  en  la  concavidad  que  hacía  abajo,  estaba  atado  un  grillo  con 
una  cuerda  sutil,  y  junto  á  él  un  poco  de  masato,  que  comieron.  Al  otro  lado, 
en  el  suele,  estaba  un  ídolo  del  tamaño  de  un  muchacho  de  ocho  años,  de  ma- 
dera de  helécho  grueso,  tan  raal  proporcionado  como  los  de  arriba,  con  un  dar- 
do en  la  mano  y  en  la  otra  una  lanza,  y  junto  á  él,  en  el  suelo,  un  guizque  y 
una  fiecha  ;  todo  esto  al  sereno  y  sin  cubierta  ninguna,  vueltos  los  rostros  á 
nuestro  fuerte,  mirándolo  de  hito.  Que  preguntándole  al  indio  Don  Baltasar  la 
significación  de  esto,  dijo  haberlos  puesto  allí  con  superstición  los  mohanes  y 
hechiceros,  de  que  hay  muchos  entre  estos  bárbaros,  dando  á  entender  al  vulgo 
que  aquellos  ídolos  en  aquella  postura,  mirando  á  nuestro  fuerte,  peleaban  con- 
tra nosotros  con  aquellas  armas  que  tenía  el  mayor  en  el  suelo,  y  que  el  grillo 
significaba  á  nuestros  soldado»,  á  quien  habían  de  vencer  ellos  con  las  galgas  de 
piedra,  significado  en  aquella  que  estaba  sobre  él ;  miserable  engaño  con  que  el 
Demonio  los  traía  ciegos,  como  á  las  demás  naciones  que  se  han  descubierto  en 
estas  Indias.  Recogiéronse  todos  estos  ídolos  y  se  remitieron  al  fuerte  del  Cha- 
parral para  que  el  General  los  viese. 


288  FRAT   PEDEO   smóüf  ^7.*  NOTICrJk 

CAPÍTULO  XLI 

1."  Viénese  una  india  cristiana  á  loe  nuestros,  y  un  yerno  sujo  después^  y  después  cora 
otro  indio  para  ver  el  fuerte — 2,°  Envía  el  Gobernador  al  del  Chaparral  á  dar  avisos 
de  cosas  al  General);  hacen  junta  los  indios  para  acometer  al  fuerte  de  Ospina — 
3.0  Tomada  resolución  de  esto,  ayunan  con  superstición,  y  acometen  al  fuerte,  j 
entran  algunos  dentro^ 


N' 


O  habiendo  sido  posible  llegar  la  tropa  el  sábado  de  Pascua  ai  fuerte^ 
llegó  otro  día,  primero  de  pascua,  donde  se  admitió  el  descargo  que 
quisieron  dar  los  Capitanes  Zt'irate  y  Rojas,  y  á  otro  día  una  india,  blanca  de 
rostro,  pequeña  de  cuerpo,  ñaca  y  de  edad  hasta  de  cincuenta  añoa,  que  decía 
en  lengua  pijao  ser  cristiana,  y  que  no  la  matasen,  que  se  llamaba  Auica,  natu- 
i*al  de  JBuga,  donde  la  captivaron  los  Pijaos  y  trajeron  á  aquella  tierra;  y  por- 
que entendáis  (  decía  )  que  es  verdad  lo  que  digo,  mirad  cómo  sé  por  la  señal, 
y  comenzó  á  hacer  muchas  cruces  por  la  cara  adiestro  y  siniestro,  sin  decir  más 
que  por  la  señal  en  esta  materia  ;  pero^  decía  que  demás  del  amparo  que  venía  á 
bascar  de  los  cristianos,  por  serlo  ella,  la  traía  el  amor  de  un  hijo  suyo  llamado 
Metaquí,  y  de  un  nieto  Imbí,  que  fueron  los  dos  muchachos  que  prendió  el  Ca- 
pitán Felipe  de  Rojas,  que  viendo  el  Gobernador  se  había  venido  de  su  volun- 
tad, mandó  la  dejasen  andar  libre,  y  por  si  podía  sacarle  algunos  secretos  de 
los  indios,  en  que  anduvo  harto  cautelosa,  y  fué  de  mucho  más  daño  que  d© 
provecho.  A  seis  6  siete  días  de  su  llegada  al  fuerte,  llegó  también  cérea  de  él 
un  yerno  suyo,  padre  de  Imbí,  á  quererla  hablar,  dando  voces  desde  lejos  que 
le  llamasen  á  Bota  Auica  (  que  en  su  lengua  bota  quiere  deeir  madre  ),  y  ha- 
biéndola catado  hablando  con  licencia  del  Gobernador  tres  ó  cuatro  horas,  vol- 
vió la  Bota  Anica  diciendo  era  su  yerno,  padre  de  Imbí,  el  que  daba  voces,  y 
venía  con  intentos  de  darles  la  paz,  y  que  volvería  dentro  de  tres  días,  como  lo 
hizo,  con  condición  de  que  le  saliese  sólo  á  hablar  el  Gobernador,  que  se  deter- 
minó á  hacerlo  con  solas  sus  armas,  aunque  con  riesgo  de  alguna  traición,  para 
cuyo  reparo  mandó  que  doce  arcabuceros  le  siguiesen  de  una  vista,  por  lo  que 
pudiera  suceder,  y  que  fué  la  señal  de  haber  algo  el  disparar  el  Gebernador 
una  pistola  que  llevaba. 

Llegando  á  vista  del  indio  juntamente  con  Aníca,  demudándose  el  coloif 
le  volvió  el  rostro  al  Gobernador  y  easi  las  medias  espaldas,  y  dieiéndole  el 
Gobernador  Tui,  Tui,  que  quiere  decir  bueno,  bueno,  volvió  á  mostrar  la  car® 
el  indio,  porque  el  haber  hecho  aquello  fué  de  respeto  que  le  tuvo  al  Goberuí^- 
dor  cuando  lo  vido,  costumbre  ordinaria  entre  estos  indios  para  con  sus  Caciques, 
Trájolo   Ospina  de  la  mano  al  fuerte,  que  lo  recibieroR  con  salva  do  la  arcabu- 


OAP,  XU)  NOTICtAS  DE  CAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  289 

ccría,  de  que  el  indio  no  se  hallaba  muy  seguro  entre  tantc  ruido  y  gente, 
Al  fi  1  so  sosegó  hablándole  el  Gobernador  y  haciéndole  dar  un  machete  y 
algiiuas  bujerías,  de  que  mostrándose  agradecido  el  indio,  y  que  le  tratasen 
tan  bien,  su  hijo  Imbí  pidió  licencia,  diciendo  iba  á  traer  otros  indios  de  amis- 
tad y  pax.  Pidiósele  su  nombre  y  dijo  no  poderlo  hacer  según  sus  leyes,  que 
lo  preguntasen  á  Bota  Aaica,  que  dijo  llamarse  Cocurga,  que  dentro  de  cuatro» 
dias  volvió  al  íiierte  con  otro  indio  de  la  provincia  de  Behuni  llamado  Ooyar» 
que  traía  tres  muchachos,  amigos  da  los  dos  que  estaban  presos  en  el  fuerte, 
para  que  ios  viesen.  Diciendo  Anica  ser  aquel  indio  principal,  y  que  podía  ser 
parte  para  sacar  á  otros  de  pae,  le  acarició  el  Gobernador  y  hizo  dar  algunas 
bujerías  de  Castilla,  con  que  salió  contento  y  prometiendo  que  dentro  de  cinco 
días  volvería  con  más  gente,  como  lo  hizo,  pues  trajo  ciento  y  cincuenta  con, 
intentos  de  matar  á  todos  los  nuestros,  para  lo  cual  venía  ahora  á  tomar  noti- 
cias del  fuerte  por  vista  de  ojos,  y  disponer,  según  lo  que  viese,  la  gente  que 
había  de  venir, 

2.^  Estaba  la  nuestra  en  el  Real  tan  necesitada  de  comidas  y  sin  tener  de 
dónde  socorrerse  por  no  haber  labranza  sazonada  y  estar  las  de  en  berza  taladas, 
que  se  vido  obligado  el  Gobernador  á  remitir  con  el  Capitán  Felipe  de  Roja« 
ciocueiita  soldados  y  Capitanes  de  los  aventureros  y  más  de  cien  cargueros 
al  fuerte  del  Chaparral  por  algún  socorro,  que  fué  cuando  el  Gobernador  Olalla, 
como  dijimos,  le  entregó  sus  prisioneros  al  Rojas  para  que  también  los  llevara, 
y  habiéndose  quedado  el  Gobernador  Ospina  en  su  fuerte  con  solos  cuarenta 
j  cuatro  soldados,  ofreciéndose  esta  paz  que  prometía  ei  indio  Coyara  (que  fué 
después  de  haber  salido  el  Capitán  Felipe  de  Rojas),  despachó  otros  diez  y  seis 
soldados,  por  Cabo  á  Felipe  de  Santa  Cruz  (no  obstante  que  nunca  la  tuvo  por 
segura  el  Gobernador),  para  que  llegando  al  rio  -de  Tetuán,  despachase  desde 
allí  dos  soldados  que  se  le  señalaron,  á  dar  aviso  al  Capitán  General  do  ella  al 
£ueríe  del  Chaparral.  Lo  que  se  determinó  á  hacer  por  su  persona  el  Felipe 
do  Santa  Cruz,  viéndose  tan  cerca  del  fuerte,  remitiendo  á  los  demás  de  la  tropa 
que  se  volviesen  al  <lel  Gobernador,  j  viendo  por  las  cartas  el  Presidente  y 
Capitán  General  haber  quebrantado  el  Felipe  de  Santa  Cruz  el  orden  que 
traía  de  su  Capitán,  lo  mandó  ahorcar,  de  que  sólo  lo  pudieron  librar  apretados 
ru^os  de  los  Capitanes  que  había  en  el  fuerte  de  San  Lorenzo.  Advirtiendo 
los  indios  los  soldados  que  habían  salido  del  de  Ospina,  que  á  todos  andaban 
á  la  mira,  y  que  no  le  habían  quedado  más  que  veintisiete,  y  los  más  enfermos 
(de  que  también  les  daba  cuenta  la  india  Anica,  viéndose  con  ellos  cada  día 
en  las  aguadas)  tomaron  atievimiento  de  hacer  i  unta  de  las  Provincias  de  Otai- 
jna,  Cacataima  y  Mola  y  la  dc'  Anaitoma  y  parte  de  la  de  Amoyá  para  aoome- 
ger  ai  jtueiíej  juntándose  para  esto  más  de  doacieníos  indios  de  pelea,   con 


290  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.-»   KOTICJA 

que  les  parecía  desarraigarían  de  una,  de  sus  tierras,  aquel  sobrebueso  que  tamo 
los  afligía. 

3.°  Formada  la  resolución  en^la  gente  de  acometer  al  fuerte,  la  tomaron 
también  que  el  Cacique  Carlacá  (que  de  ordinario  lo  elegían  por  su  Capitán 
General,  como  dijimos  lo  habían  hecho  en  lo  de  Ibagué,  gran  Mohán,  hechice- 
ro y  adivino)  ayunara  sobre  conocer  el  buen  suceso  de  la  jornada  y  quemara 
palo  de  balsa  para  adivinarlo,  en  la  ceniza,  como  lo  tenían  estos  natu- 
rales de  costumbre;  que  si  la  ceniza  quedaba  negra,  no  acometían  al  ene- 
migo, por  tener  cierto  el  mal  suceso;  y  si  blanca,  bueno;  y  si  parda,  dudoso  ó 
indiferente,  como  le  sucedió  ahora  á  Carlacá,  que  se  le  apareció  parda,  todo  por 
industria  del  Demonio;  pero  venciendo  al  agüero  la  esperanza  de  victoria  con- 
tra los  nuestros,  por  ser  tan  pocos  y  enfermos  como  lo  habían  visto  Cocurga 
y  Coyara,  se  determinaron  á  venir  sobre  ellos,  como  lo  hicieron  más  de  ciento 
y  cincuenta  bien  armados,  al  sexto  día  que  estos  dos  habían  salido  del  fuerte, 
prometiendo  venir  de  paz  con  otros,  qué  emboscándose  todos  con  tanto  secreto 
como  si  no  viniera  nadie,  á  las  sombras  de  la  noche  y  del  arcabuco  que  se  re- 
mataba á  la  margen  de  la  aguada  cerca  del  Eeal,  poco  más  de  á  las  nueve  del 
día  pidió  licencia  para  salir  de  él  la  Bota  Anica,  y  llevando  dos  calabazos,  como 
que  iba  por  agua,  se  vido  con  los  emboscados  en  la  aguada,  y  les  aseguró  la 
victoria,  por  ser  los  nuestros  los  pocos  que  hemos  dicho  y  andar  el  Gobernador 
achacoso  de  unas  calenturas,  con  que  tomaron  tan  valientes  bríos  los  bárbaros, 
que  pareciéndoles  cada  instante  mil  años,  se  determinaron  salir  luego  de  la  em- 
boscada á  embestir  al  fuerte,  que  aunque  lo  era,  y  la  puerta  tan  angosta  que 
sólo  cabía  una  persona  áe  lado,  que  se  cerraba  con  un  grueso  madero  que  alzaban 
con  facilidad  cuando  se  había  de  entrar,  y  él  se  volvía  artificiosamente  á  caer  y 
cerrarla,  y  la  hora  desusada  de  acometer  estos  bárbaros  sus  empresas,  pues  suele 
ser  de  ordinario  al  comenzar  á  quebrar  el  alba,  con  todo  eso,  por  lo  que  les  ase- 
guraba con  persuasiones  Anica,  diciendo  estar  los  nuestros  fuera  de  sospecha, 
y  algunos  comiendo  (y  aun  acertó  en  aquella  ocasión,  que  serían  ya  poco  más  de 
las  diez,  á  desamparar  la  posta  la  puerta  del  fuerte  por  ir  á  tomar  un  canuto  de 
tabaco),  se  fueron  llegando  á  él  con  tanta  prisa,  que  por  mucha  que  dio  con 
sus  voces  un  indio  amigo  que  los  vido,  diciendo :  señores,  Fijaos!  señores,  Fijaos? 
á  lo  último  de  estos  acentos  que  volvieron  en  sí  algunos  soldados,  yá  estaban 
dentro  del  fuerte,  por  no  hallar  resistencia  en  la  puerta,  Carlacá,  Cocurga, 
Coyara  y  otros  que  fueron  entrando  y  trepando  por  la  empalizada  hasta  núme- 
ro de  treinta,  y  entraran  más  si  el  buen  Andrés  de  Aspeitia,  con  cuatro  solda- 
dos, no  fuera  volando  á  la  puerta  á  hacer  frente  á  los  demás  que  fuera  se  las 
habían  con  algunos  soldados  que  se  hallaron  con  ellos  de  manos  á  boca  y  Ifi» 
hacían  frente. 


CAP.   XLIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  291 

CAPÍTULO  XLII 

!.•  Acometen  los  indios  en  el  fuerte,  lo  primero  al  rancho  del  Gobernador  Ospina— 2.** 
Lo  que  le  sucede  con  los  que  le  acometieron— 3.*  Pretende  Cocurga  sacar  del 
fuerte  á  su  hijo — 4.®  Lo  que  sucede  á  dos  soldados  y  á  un  indio  que  se  quiso  hacer 
muerto  con  otros  muertos. 

HABIÉNDOSE  encontrado  Carlacá  (que  traía  el  rostro  rayado 
coa  listas  de  betún  colorado  y  amarillo),  entrando  á  la  mano  iz- 
quierda del  fuerte,  un  mal  ranchuelo  de  un  soldado  enfermo,  Francisco  de 
Guevara,  metió  la  lanza  dos  ó  tres  veces  por  la  cubierta,  que  pudo  con  facili- 
dad, pues  era  de  paja,  y  saliendo  fuera  el  soldado,  le  tiró  el  indio  otro  bote  de 
lanza,  que  alcanzándole  con  la  punta  por  debajo  la  costura  de  un  hombro  de 
un  coleto  de  ante  que  tenía,  le  hizo  ir  trompicando  al  soldado  hartos  pasos  ade- 
lante, que  á  asegundarle  acabara  con  él;  pero  como  no  llevaba  intentos  de  esto, 
sino  de  solo  matar  al  Gobernador,  por  parecerle  con  aquello  habría  conseguido 
el  fia  de  ellos,  que  era  acabar  con  la  guerra,  y  haber  á  las  manos  una  sobre- 
cama de  grana  que  habían  visto  sobre  la  del  Gobernador  los  dos  indios  los 
días  antes,  de  que  se  habían  aficionado,  se  entró  á  su  rancho  con  Coyara,  que 
estaba  un  poco  más  adelante  que  éste  del  soldado,  á  la  misma  mano  izquierda, 
y  en  él  el  Gobernador  echado  en  la  cama  por  sus  calenturas,  que  saltando  de 
ella  con  sobresalto  al  ruido,  halló  que  en  la  mitad  del  aposento,  que  era  bien 
pequeño,  estaban  Carlacá  y  Coyara,  arrojándole  botes  de  lanza,  de  quien  lo 
libró  más  la  mano  poderowa  de  la  suprema  causa,  que  el  amparo  de  una  cortina 
que  puso  delente,  que  tapaba  una  puertezuela,  donde  se  detenían  las  lanzas, 
mientras  alargó  la  mano  á  cierta  cuerda  que  había  dejado  encendida,  que  la 
halló  ahora  en  la  necesidad  apagada,  como  también  halló  que  lo  estaba  un 
hacho  de  astillas  y  paja  que  llevaba  en  la  punta  de  la  lanza  otro  indio  que  entró 
con  Carlacá  para  pegar  fuego  á  la  casa  del  Gobernador,  que  no  tuvo  efecto  por 
lo  dicho. 

2.0  El  cual,  no  obstante  que  se  hallaba  sin  cuerda  encendida,  hacía  punte- 
ría á  los  dos  indios  con  la  escopeta,  que  viendo  no  se  la  disparaba,  ni  tenía 
lumbre,  con  qne  le  volvieron  á  tirar  otros  dos  botes  de  lanza,  hasta  que  acordán- 
dose el  Gobernador  tenía  cargada  la  pistola  y  puesta  debajo  el  almohada  de  la 
cama,  la  tomó  y  mientras  armaba  el  serpentín,  le  volvieron  á  arrojar  otros  dos 
botes  de  lanzas,  y  al  tiempo  que  las  volvían  á  recoger  para  tirarle  otros,  les 
apuntó  con  la  pistola,  que  tampoco  dio  fuego  por  haberse  derramado  el  polvorín. 
En  este  punto  le  socorrió  el  Cielo  con  la  entrada  de  su  negro  esclavo  Juan 
Bioho,   que  habiendo  sabido  que  tenían  en  aquella  apretura  los  dos  indios  á  su 


292  FRAT    PEDRO    SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

arao,  llevnnflo  en  las  manos,  con  quo  se  halló,  una  sola  flecha  sin  arco,  ae 
arrojó  por  entre  los  dos  á  ponerse  entre  ellos  j  el  Gobernador,  que  no  jjudo 
conseguir,  pues  el  Carlacá,  viendo  cerca  de  sí  al  moreno,  y  que  iba  á  socorrer 
al  Gobernador,  le  d¡ó  tal  empellón  que  le  hizo  volver  algunos  pasos  atrás;  y 
aoudiéndole  el  Coyara  con  una  lanzada,  le  pasó  el  brazo  derecho  sobre  la  muñe- 
ca, que  sirvió  todo  este  entretenimiento  de  los  indios  y  el  negro,  para  que  entre 
tanto  cebase  el  Gobernador  la  pistola,  que  disparándola  al  tiempo  que  iban  á 
recoger  las  lanzas  otra  vez  para  tirarle,  le  dio  a  Carlacá  en  los  pechos  con 
cuatro  postas  hechas  de  una  bala,  engrasadas  con  tocino,  como  las  acostumbra- 
ba á  traer  de  ordinario,  por  ser  de  muerte  las  heridas,  y  dándole  también  con 
todo  el  fuego  en  la  cara  al  indio,  cayó  en  tierra  y  desatinado;  á  gatas,  ayndán~ 
dolé  el  Coyara,  se  fué  saliendo  la  puerta  afuera  del  rancho  y  desde  allí  del 
palenque  con  ayuda  que  tuvo  de  los  demás  indios,  sin  sentirlo  español  ninguno 
que  se  lo  estorbase  y  ir  todavía  con  algunos  alientos,  no  habiendo  sido  pene- 
trantes las  heridas,  por  ser  el  tiro  desde  tan  cerca,  si  bien  a  los  cinco  días  de 
camino,    volviéndose  á  sus  tierras,  murió  de  ellas. 

3.^  Por  presto  que  salió  el  Gobernador  de  su  rancho  á  socorrer  al  cuerpo 
de  guardia  y  sus  soldados,  no  pudo  ver  al  Carlacá,  pero  encontró  á  Cocnrga,  que 
con  la  mano  izquierda  tenía  asido  de  los  cabellos  al  muchacho  Imbí,  su  hijo, 
tirando  de  él  para  llevaile  á  la  parte  de  la  empalizada  donde  le  estaba  aguar- 
dando su  abuela  Anica,  á  quien  le  había  dejado  el  Cocurga  la  lanza  al  entrar 
en  el  fuerte,  entrando  él  con  sola  una  gran  macana,  y  dejando  concertado  con 
la  Anica  que  en  la  esquina  del  palenque,  por  la  parte  que  miraba  hacia  la 
aguada,  estuviese  aguardando  el  buen  suceso  de  lo?  suyos  y  malo  délos  nues- 
tros, y  que  por  cierta  concavidad  que  hacían  dos  maderos,  la  diese  á  su  nieto 
Imbí;  que  su  hijo  Metaquí,  que  era  algo  mayor,  se  escaparía  entre  la  bulla  de 
la  gente.  Esto,  pues,  estaba  pretendiendo  hacer  ahora  Cocurga,  cogido  al  mu- 
chacho de  los  cabellos,  si  bien  cuando  vido  al  Gobernador  comenzó  Imbí  á 
hacer  resistencia  á  su  padre,  ó  por  echar  de  ver  lo  malo  que  andaba  su  partido, 
ó  por  lisonjear  al  Gobernador.  Al  cual,  las  obligaciones  de  acudirá  tantos  luga- 
res, no  se  lo  habían  dado  para  cargar  su  arcabuz.  Llegó  también  en  esta  ocasión 
aquí  con  el  suyo,  aunque  sin  cuerda,  Hernando  de  Ospina  en  la  una  mano,  y  en 
la  otra  un  machete,  á  quien  le  dijo  el  Gobernador  se  lo  tirase  al  Cocurga, 
como  lo  hizo,  aunque  sin  efecto,  como  tampoco  lo  tuvo  el  asegundarle  con  el 
mocho  del  arcabuz,  por  haberlo  reparado  el  indio  con  la  gran  macana;  pero 
entrándosele  á  este  tiempo  el  Gobernador,  le  asió  de  los  cabellos  y  prendió,  á 
quien  llegando  á  herir  otro  soldado  que  á  este  puntó  se  le  juntó,  no  consin. 
tiéndolo  el  Gobernador,  se  lo  entregó  para  que  lo  guardaran  con  cuidado,  y  á 
Qtvo  llamado  Diego  Martín,  que  le  venía  á  tr^ep  una  cota  de  malla  al  Goberna- 


CAP.  XLIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  203 

dor  para   que  se  la  pusiera,  que  no  lo  hizo  por  no  dar  espacio  las  prisas  á  dete- 
nerse á  ponérsela. 

á.°  Uno  de  los  soldados,  llamado  Francisco  de  Mendoza,  mulato,  erioHo  de 
la  ciudad  de  Mariquita,  viendo  que  tres  indios  enemigos,  no  pudiendo  salir  del 
fuerte  por  otra  parte,  pretendían  salir  por  una  de  las  tres  esquinas,  les  acomttió 
solo  á  todos  tres,  que  no  dando  lugar  la  estrechura  del  sitio  á  pouer  jngar  las 
lanzas,  pudo  asir  el  soldado  á  los  dos  por  los  cabellos,  j  arrimando  la  rodilla  en 
el  hueco  de  la  esquina  al  otro  que  pretendía  saltar,  se  las  tuvo  con  todos  tres 
valerosísimaraente,  hapta  que  llegándole  de  socorro  un  indio  amigo,  le  dio 
tantas  puñaladas  al  uno  de  los  presos,  que  quedó  allí  muerto;  de  los  otros  dos 
que  pretendían  al  Mendoza  con  los  dedos  sacarle  los  ojos,  se  defendía  á 
dentelladas,  por  tener  las  manos  ocupadas,  agarrados  los  cabellos  de  entram- 
bos; otro  soldado  llamado  Pedro  de  Cetare,  mestizo  y  criollo  de  la  misma  ciudad, 
viniendo  á  las  manos  con  otro  valentísimo  indio,  lanza  á  lanza,  la  mató;  que 
habiendo  muerto  otros  en  otros  puestos,  de  treinta  que  entraron  en  el  fuerte, 
quedaron  sin  vida  los  doce,  sin  Carlacá,  y  otro  tronchada  una  pierna;  sin 
otro  mal  suceso  de  paite  de  los  nuestros,  que  quedar  lastimado  el  Capitán 
Juan  de  Céspedes  de  una  pedrada  que  le  dieron  al  salir  de  la  puerta  de  sn 
buhío,  y  haberle  pasado  el  brazo  al  negro  Juan  Bioha,  y  muerto  un  cachorro 
que  deslomaron  de  un  macanazo.  El  suceso  de  Carlacá  con  el  Gobernador 
desgració  tanto  las  fuerzas  y  bríos  de  los  indios  que  se  hallaban  dentro  del 
fuerte,  como  se  echó  de  ver  en  la  mano  floja  con  que  peleaban,  y  que  casj 
sólo  atendían  á  hurtar  el  que  más  podía  la  ropa  de  los  soldados,  que  parte  de 
ella  estaba  tendida  á  secar,  y  la  demás  buscaban  en  los  buhíos  que  hallaban 
sin  dueño,  por  andar  los  soldados  en  la  refriega.  Cargado  cada  cual  con  la  que 
pudo  arrebatar,  procurando  librarla  y  su  vida,  trepaban  por  la  empalizada  para 
valerse  fuera  de  sus  pies,  no  pudiendo  de  sus  manos,  para  los  intentas  que 
traían,  y  así  viéndose  fuera  del  fuerte,  le  volvieron  todos  las  espaldas:  socorro 
más  do  la  mano  de  Dios  que  de  la  humana.  Y  sucedió  que  habiendo  hecho 
recoger  el  Gobernador  á  un  lugar  los  prisioneros  y  muertos,  entre  éstos  estaba 
uno  que  por  no  tener  herida  ni  otM  oansa  de  muí^rte,  les  pareció  no  lo  estaba, 
sino  que  había  querido  pasar  plz  ^  dj  mu,-!  to  de  burlas,  por  no  serlo  de  veras, 
como  sucedió,  pues  para  salir  de  esta  duda,  cd  negro  Bioho,  con  el  dolor  de 
BU  lanzada,  le  dio  otra  en  el  nmslo  al  muerto  fingido,  que  con  el  dolor  y  senti-^ 
miento  abrió  los  ojos,  que  se  los  hicieron  cerrar  asegundándole  con  otras,  basta 
que  quedó  acompañando  de  veras  á  los  demás  muertos.  A  los  vivos,  fuera  de 
Cocurga,  hizo  echar  el  Gobernador  á  los  perros,  atadas  las  manos,  de  quien  se 
defendieron  por  buen  espacio  con  los  pies;  pero  al  fin  vinieron  á  perecer  entre 
aquellos   dientes  caninos,  sin  dar  muestras  de  quejas  cuando  los  estaban  despe- 


294  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (7.*  NOTICIA 

dazaudo,  por  no  mostrar  flaqueza  de  ánimo,  que  es  gran  cobardía  entre  ellos; 
cortadas  á  todos  las  cabezas,  las  bizo  poner  el  Gobernador  en  los  palos  de  la 
cerca  del  fuerte.  No  hubo  con  quién  seguir  este  alcance,  por  ser  tan  pocos  y 
tan  enfermos  los  nuestros;  y  así,  haciéndoles  la  puente  de  plata,  sólo  se  disparó 
desde  el  fuerte  al  bulto  de  cien  indios  que  iban  repechando,  á  uno  de  los 
cuales  le  tronchó  la  pelota  una  pierna,  como  se  advirtió  por  todos  los  nuestros, 
y  cómo  los  suyos  le  cargaron  en  hombros  y  llevaron,  como  también  á  Carlacá, 
que  comenzó  luego  á  adolecer  del  daño  que  le  hizo  el  tiro  del  Gobernador, 
basta  que  murió  al  quinto  día,  y  se  mandó  entre  ellos  se  tuviese  oculta  su 
muerte,  como  se  tuvo  por  más  de  dos  meses  enteros.  Dicen  que  cuando  iba  á 
entrar  en  el  fuerte  estropezó,  y  que  teniendo  esto  por  mal  agüero, dijo  á  sus 
compañeros  no  entrara  si  no  se  hallara  tan  cerca  de  é!. 


CAP.  XLIII)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  295 

CAPÍTULO  XLIII 

1.*  Quiérese  excusar  la  india  Anica  no  haber  sido  parte  en  el  rebelión.  Avisan  al  Gober- 
nador del  suceso  del  Capitán  Poveda — 2.^  Habiéndose  visto  el  Gobernador  con  el 
General,  trata  en  su  fuerte  de  las  paces  con  sus  indios  presos— H,"  Lo  que  responde 
el  uno  de  ellos,  sin  esperanza  de  darlas— 4.°  Hace  una  salida  el  Gobernador  y  presa 
en    algunas   indias. 

'^^T'A  sobre  tarde,  este  mismo  día,  que  era  viernes,  habiéndose  alejado 
_JL  algo  los  indios  del  fuerte,  vino  á  él  Bota  Anica  con  fingidas  mues- 
tras de  enojo  contra  aquellos  indios  agresores,  que  decía  eran  de  Otaima, 
Cacataima,  Behuni,  Anaitoma  y  algunos  de  Amoyá,  que  eran  unos  bellacos  y 
se  alegraba  de  que  hubiese  muerto  el  Gobernador  á  los  que  allí  veía,  porque 
le  habían  querido  también  matar  á  ella,  encontrándola  en  el  arcabuco  de  la 
aguada,  como  lo  hicieran  si  no  se  hubiera  emboscado  en  él,  de  donde  salía 
ahora.  No  había  visto  aún  preso  á  su  yerno  Cocnrga  cuando  decía  esto  Anica, 
pero  en  viéndolo  se  certificó  su  maldad,  y  otras  que  cada  día  cometía  contra 
loa  nuestros.  A  los  cuales  el  domingo  siguiente  por  la  mañana  comenzaron  á 
dar  voces  desde  un  alto,  que  se  oían  en  el  fuerte,  diciendo  mezclasen  lágrimas 
con  la  victoria  que  habían  tenido  de  haber  muerto  aquellos  indios  en  el  fuerte ^ 
pues  también  ellos  habían  muerto  á  dos  cristianos  en  la  Provincia  de  Amoyá , 
que  eran  los  dos  que  dijimos,  Muela  y  Arguioichea,  le  habían  muerto  al  Capi- 
tán Francisco  de  Poveda;  y  añadían  á  las  voces  diciendo:  que  el  Gobernador 
Ospina  era  muy  bellaco  y  los  perseguía  mucho,  y  no  dormía  en  corralea  todas 
las  noches,  como  otros  Capitanes.  Deseoso  el  General  de^saber  el  fin  de  las 
paces  que  le  habían  venido  á  dar  al  Gobernador  Ospina  Cocurga  y  Coyara, 
despachó  desde  el  fuerte  del  Chaparral  al  suyo  al  Gobernador  Baptista  de  los 
Eeyes,  con  veinticinca  soldados,  y  en  su  compañía  al  Padre  Escobar,  que 
viéndose  con  el  Gobernador  en  el  fuerte,  á  donde  también  llegó  tres  ó  cuatro 
días  después  con  el  socorro  que  había  venido  á  llevar  el  Capitán  Rojas, 
determinó  el  Gobernador  Ospina  tomar  la  vuelta  del  Chaparral  á  verse  con  el 
General  y  tratar  de  nuevo  de  las  cosas  de  la  guerra,  según  los  nuevos  sucesos 
que  iban  sobreviniendo,  y  así  juntamente  con  el  Baptista  de  los  Reyes  y  sus 
soldados,  llevando  en  su  compañía  otros  cuarenta  y  dejando  el  fuerte  á  cargo 
del  Capitán  Gómez  Suárez,  salió  el  Gobernador,  y  llegando  á  cierto  paraje  fuera 
del  arcabuco,  le  ordenó  á  Hernando  de  Ospina'que  con  los  treinta  pasase 
á  la  Provincia  de  Behuni,  dos  leguas  de  aquel  sitio,  á  talar,  si  hallase,  algunas 
comidas,  y  que  á  los  ocbo  días  le  aguardase  en  el  mismo  puesto,  donde  volve- 
ría con  lotí  diez  que  tomó  en  su  compañía  para  llegar  al^ Chaparral. 


296  FRAY   PEDRO    SIMÓN  (7-*  NOTICIA 

2.°  A  donde  habiéndose  visto  con  el  General  don  Juan  de  Boíja,  y  tratado  de 
la  desesperación  con  que  peleaban  yá  los  indios,  pues  ésta  les  daba   atrevimiento 
para   acometer  á  los  españoles  en  su  fuerte,  juzgaba  el  General  no  estar  seguro 
en    el   suyo    del    Chaparral,    y   así  hizo  con  cautelosa  prudencia,  para  asegurar 
más   todo   acaecimiento,    se    cerrasen  ciertos   portillos   que  tenía  la  Cerca,  por 
donde   Con  más  comodidad  se  comunicaban  las  cocinas  y  el  servicio  que  estaba 
fuera.  Tomó    el    Gobernador    Ospina,    á  tres  días  '^ue  estuvo  en  este  fuerte  del 
Chaparral,   la   vuelta    del    suyo,    y  llegando  al  puesto  que  le  tenía  ordenado  á 
Hernando   de    Ospina    le   aguardara,    lo   halló  en  él  con  buenos  sucesos  en  las 
talas,    y    presa  en    un    indio    valiente  de  hasta   veinte  años,  llamado  Bilaque; 
llegado   á   su  fuerte  y  dada  luego  otra  vuelta  á  las  talas  de  la  misma  Provincia 
de    Behuni,   donde    le    pareció    convenir  dejar  en  pié  algunas  sementeras,  para 
que  al   amor   de  ellas  a  o  se  alejasen  los  indios,  hizo  otra  salida  por  su  persona, 
siíi    hallar   rastros   de    indios    en    que  hacer  presa.  Alojado  una  noche  en  una 
cavsa   que  halló  vacía,  llegó  á  ellos  un  indio  con  una  carta  puesta  en  un  palillo, 
y   un   trapo   de  lienzo  de  algodón  por  banderilla,  que  lo  despachaba  el  General 
dando   aviso    cómo    la  Provincia  de  AmOyá  salía  de  paz,  y  que  se  la  aseguraba 
el  Gobernador  Olalla,  y  que  procurase  hacer  lo  mismo  en  aquella  de  Behuni  y  las 
que   estaban    á   su    cargo.   Tratóles   de  esto  el  Gobernador  Ospina  luego  allí  á 
Gocurga   y    á  Bilaque,  que  llevaba  en  su  compañía  presos,  dicie'ndoles  cómo  el 
Zipa  (que  quiere  decir  en  su  lengua  la  suprema  cabeza)  les  enviaba  á  convidar 
con   la   paz  y  que  diesen  la  obediencia  al  Eey  de  España:  cosa  que  tan  bien  les 
estaba    para  la  quietud  de  su  cuerpo  y  alma,  como  la  había  hecho  la  Provincia 
de  Amoyá. 

3.^  A  lo  cual  respondió  Oocurga:  "  En  cuanto  toca  á  mi  parte,  yate  tengo 
dada  la  paz^  pues  soy  tu  prisionero,  y  aun  cuando  no  lo  fuera,  te  la  diera  por  las 
grandes  obligaciones  que  te  tengo,  pues  habiéndome  podido  matar  como  á 
otros  menos  culpados,  no  lo  has  hecho,  y  mostrándome  agradecido  á  esto,  te 
desengaño  que  ni  tú  ni  el  Zipa  tenéis  que  cansaros  en  pedir  la  paz  á  estas  pro- 
vincias que  te  están  encomendadas,  pues  ni  te  la  han  de  dar  ni  aun  ofrecer, 
si  no  es  fingida  y  para  mayor  mal,  y  si  estos  de  Amoyá  la  ofrecen,  puédeülo 
hacer  por  no  estar  tan  medrosos  de  los  delitos  que  tienen  cometidos  contra 
vosotros,  pues  jamás  os  han  acometido  sino  es  á  nuestro  abrigo  y  amparo, 
siendo  nuestros  mochileros  ".  Aunque  esto  se  puede  entender  ser  más  bravata 
fanfarrona  del  indio  que  verdad,  por  la  larga  experiencia  que  se  tiene,  la 
Provincia  de  Amoyá  no  ser  la  cabeza  de  todas  por  ser  menos  belicosa,  no  por 
serlo  mucho  más  que  todas,  y  de  más  bizarros  y  valientes  soldados  que  el  resto 
de  los  de  su  nación;  "pero  estotras  Provincias  de  Maito,  Behuni,  O  taima  y 
Cacataim^    (decía   el  indio)  se  hallan  agravadas  con  mil  delitos  que  han  come- 


CAP.  XT.IIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIBMK.  297 

tido  contra  rosotros,  pues  aliora  en  la  quema  de  Ibagué  fuimos  los  principales 
agresores;  tenemos  destruidos  á  Cartago,  Bnga  j  Timaría,  sin  otros  innumera- 
bles daños  de  muertes  y  robos  que  hemos  hecho  en  los  caminos  reales,  por 
lo  cual  no  se  atrevía  nuestro  corazón  á  entregarse  en  vuestras  manos,  por  el 
castigo  tan  justo  que  tememos  de  ellas,  en  especial  por  haber  últimamente 
acometido  á  tu  fuerte,  demás  que  ya  casi  no  han  quedado  indios  en  esta  tierra 
que  te  la  puedan  dar  cuando  quisieran,  porque  no  pudiendo  á  tus  primeras 
entradas  desbaratarte  con  las  emboscadas  que  te  echaron j  tuvieron  parecer 
todos  retirarse  á  otras  Provincias:  unos  al  Valle  de  las  Hermosas  y  otros  á 
Tunasí,  que  es  en  Bnga  la  Vieja,  donde  há  muchos  días  se  tiene  prevenida  esta 
retirada  y  hechas  en  ellas  muchas  sementeras  para  el  efecto,  y  puesta  allí  para 
el  cultivo  de  ellas  toda  !a  chusma  y  viejos  inútiles  para  la  guerra,  andando  en 
ella  por  acá  la  útil.  Determinóse  esto  luego  que  quemamos  á  Ibagué  y  vimos 
que  en  el  Chaparral  quedaban  casas  hechas  para  que  el  Capitán  que  envió  á 
nuestro  castigo  (diciendo  por  Domingo  de  Erazo)  y  que  dejó  en  ellas  al 
Capitán  Bocané  (que  así  llamaban  al  Capitán  Diego  de  Bocanegra,  tan 
temido  entre  ellos)  porque  luego  nos  prometimos  que  habiades  de  volver  sobre 
nosotros  al  castigo  con  gran  fuerza  de  gente,  y  así  retiramos  la  nuestra  donde 
te  he  dicho,  y  la  hallarás  si  sales  en  su  demanda  y  me  llevas  por  guía,  que  lo 
haré  con  mucho  gusto,  pues  podrá  ser  que  por  aquí  venga  á  tus  manos  para 
hacerme  compañía  en  la  jirisión  mi  mujer  y  una  hija  roía  que  trae  al  pecho, 
que  viendo  sus  parientes  quedaba  yo  preso,  se  la  llevaron  consigo,  dejándo- 
me sin  esperanzas  de  verlas  jamás  sino   es  por  este  camino  ". 

4.**  De  toda  esta  verdad  (  decía  el  indio  )  podrá  dar  testimonio,  pues  lo 
sabe  como  yo,  Bilaque.  Que  preguntándoselo,  dijo  ser  así,  y  preguntándole  al  de 
Amoyá  que  había  traído  la  carta,  si  conocía  á  Cocurga,  dijo  que  sí,  y  que  no 
tenía  aquel  nombre  sino  otro,  que  se  había  mudado  ahora  en  éste  por  ser  indio 
muy  valiente,  y  que  no  lo  conociesen  por  su  nombre  propio.  Respondió  el  Go- 
bernador al  General  lo  que  había  pasado  delante  el  mensajero  de  Amoyá,  y  qne 
si  no  ordenaba  Sn  Señoría  que  se  diese  vista  á  la  retirada  de  Tunasí,  no  tenía 
necesidad  allí  en  su  fuerte  más  que  de  sesenta  soldados,  con  que  concluiría  lo 
que  restaba  á  su  cargo  en  aquellas  provincias.  Habiendo  vuelto  á  su  fuerte  el 
Gobernador  Ospina,  después  de  diez  y  siete  días  que  había  salido  de  él,  luego  á 
poco  volvió  á  salir  cou  cuarenta  soldados  la  vuelta  de  Anaitoma  en  demanda  de 
cierta  casa  oculta,  con  cantidad  de  gente,  de  quien  le  había  dado  noticia  Cocur- 
ga, donde  se  podría  hacer  alguna  presa  de  importancia,  porque  estando  aquella 
de  Anaitoma  al  cuidado  del  Capitán  Olalla,  como  la  de  Amoyá,  se  hallaba  la 
gente  seguía  de  que  esta  gente  de  Ospina  daría  sobre  ellos.  Salió  á  esto  una  ma- 
ñana al  queb^ai:  las  luces  el   Gobernador   con  su  gente,  y  habiendo  caminado  á 


298  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.**  NOTICIA 

pié  (  como  se  hizo  toda  aquella  guerra,  por  no  dejar  la  fragosidad  de  la  tierra 
que  se  caminase  á  caballo  ),  habiendo  de  repechar  un  reventón  de  media  legua 
para  llegar  á  la  casa,  se  hallaron  catorce  soldados  tan  rendidos,  que  no  les  fué 
posible  llegar  aquella  tarde,  y  así  dejándolos  allí  con  el  Capitán  Felipe  de  Rojas 
para  que  subieran  otro  día  con  la  fresca,  con  el  resto  llegó  el  Gobernador  á  la 
casa,  que  la  halló  sin  gente,  y  cerrada  la  puerta  con  ciertas  estacas  fuertes,  y 
colgados  en  ellos  muchos  huesos  y  espaldillas  de  personas. 

Y  habiendo  visto  había  en  ella  mucho  maíz,  frisóles  y  otras  comidas,  sin 
tocar  en  nada,  se  ordenó  por  el  Gobernador  una  emboscada  en  cierta  trocha 
que  venía  á  dar  á  la  casa,  para  haber  á  las  manos  si  acaso  venía  alguien  á  ella 
por  mantenimiento.  A  que  se  estaba  dando  disposición,  cuando  se  oyó  la  voz  de 
un  grueso  caracol  y  algún  murmullo  de  gente,  que  se  juzgó  no  estar  lejos  del 
puesto,  y  así  se  alojaron  nuestros  soldados  dentro  el  arcabuco,  no  lejos  de  la 
casa,  hasta  que  otro  día  al  romper  del  alba  se  comenzó  á  marchar  la  vuelta  del 
paraje  donde  se  había  oído  el  ruido,  sin  aguardar  los  compañeros  que  quedaban 
con  Rojas,  que  los  alcanzaron  por  el  rastro  aquella  tarde  como  á  las  tres,  yá  que 
iba  el  Gobernador  con  los  suyos  dando  vista  á  una  vega  que  hacía  una  razona- 
ble quebrada  de  buena  agua,  á  cuya  margen  había  cinco  ranchuelos  de  vara  en 
tierra  junto  á  un  salto  que  hacía  el  agua,  y  en  ellos  trece  personas  retiradas, 
mujeres  y  niños,  que  hubieron  los  soldados  á  las  manos  sin  escaparse  alguna,  y 
sin  otra  resistencia  que  la  de  un  perro  de  los  ranchos,  que  embestía  á  los  nues- 
tros con  ferocidad  extraña,  hasta  que  murió  de  una  lanzada.  Halláronse  en  el 
rancheo  cosas  españolas  que  las  habían  habido  en  despojos  de  los  nuestros,  que 
les  habían  cabido  á  aquella  parcialidad,  que  las  estimaban  por  extremo,  como 
fueron,  de  más  de  otras  cosas,  la  llave  del  arcabuz  del  Sargento  Arguinichea,  y  la 
mitad  del  cañón,  que  tenían  dividido  por  medio,  aplicado  para  punta  de  lanza, 
que  lo  disponen  para  esto  con  una  destreza  maravillosa,  pues  cortan  el  hierro  y 
el  acero  y  un  cañón  de  arcabuz,  á  lo  largo  ó  en  los  trozos  que  quieren  con  una 
delgada  hebra  de  algodón  torcido  con  arena  y  agua,  que  es  d  todo  lo  que  pue- 
de llegar  el  arte,  pues  parece  iaiposible. 


CIP.  XLIV)  KCTICIAS  DE  LAS  CONQÜÍSTAS  DE  TIERRA  FIRME.  899 

CAPÍTULO  XLIV 

L*  Vuelve  el  Gobernador  Ospina  á  ranchearse  á  una  casa  donde  hallan  bien  que  cenar— 
2.°  Viene  al  fuerte  el  indio  Manetas  á  dar  la  paz  por  dos  provincias;  pídensele  pren- 
das de  ella — 3."  No  tuvo  efecto  1*  paz,  por  haber  preso  al  indio  otro  Capitán,  yendo  á 
tratarla — i."  Luchan  dos  indios  con  dos  españoles;  vencen  los  nuestros  y  maere  el  un 
indio, 

UNA  había  entre  las  mujeres  aprisionadas  biea  tratada  y  dispuesta, 
con  una  nubecilla  en  un  ojo  (  que  yo  conocí  mucho  tiempo  después, 
por  haber  andado  entre  nosotros  con  su  marido  Inacho  de  Paz  y  sus  hijue- 
los), que  estando  ahora  cercada  de  ellos  y  recién  parida  de  uno,  recién  trasquilada 
la  cabeza,  y  un  bonete  de  hojas  de  palma  en  ella  (  costumbres  de  estas  gentes, 
traer  hombres  y  mujeres  estos  bonetes,  y  ■ellas  trasquilarse  todas  las  veces  qu« 
paren  ),  comenzó  con  grande  ahinoo  y  coraje  á  defender  la  jurisdicción  del  Go- 
bernador Olalla,  diciendo  que  á  él  le  pertenecía  aqaella  tierra  y  la  gente  de 
ella  ^  y  así  se  admiraba  cómo  la  de  aquel  Capitán  Ospina  entraba  en  aque- 
lla provincia,  pareoiéndole  no  podían  entrar  los  unos  soldados  en  las  provincias 
señaladas  á  los  otros,  y  que  en  breve  llegarían  sus  maridos,  d^cia  la  india,  y 
dando  cuenta  á  Olalla,  enviaría  soldados  á  matar  aquéllos  si  no  soltaban  luego  li- 
bra la  presa  que  habían  hecho.  No  pareciéndolo  al  Gobernador,  por  ser  húmedo, 
¿  propósito  el  sitio  para  ranchearse  en  él  aquella  noche,  trató,  contra  el  parecer 
de  algunos  de  los  soldados,  por  ser  ya  tarde,  de  tomar  la  vuelta  de  la  casa  do 
donde  habían  salido  á  la  presa,  para  donde  acertaron  á  tomar  una  trocha  taa 
breve,  que  desechando  muchas  cuchillas,  fragosidades,  páramos  y  sumideros  que 
hablan  pasado  á  la  ida,  hundiéndose  en  partes  más  que  hasta  la  cintura,  camina- 
roa  en  una  hora  hasta  la  casa  lo  que  á  la  ida  habían  gastado  ocho.  Tuvieroa 
por  bien  empleado  el  camino,  por  hallar  en  la  casa  en  qué  emplear  todos  sus 
ganas  de  comer.  Habiendo  aguardado  el  Gobernador  allí  algáa  tiempo  por  si 
venían  los  maridos  de  las  presas  á  su  rescate,  viendo  que  se  tardaban  por  haber 
ido  á  probar  la  mano  contra  el  Capitán  Olalla,  tomó  la  vuelta  do  su  fuerte. 

2.°  Para  donde  iba  caminando,  cuando  oyeron  voces  en  la  cumbre  de  un  ce- 
rro, que  habiendo  respondido  á  ellas,  bajó  á  ellos  un  muchacho  de  hasta  seis  ó 
siete  años,  con  una  banderilla  blanca  y  en  ella  una  carta,  despachada  por  el 
CSapitán  Gómez  Suárez,  que  había  quedado  en  el  fuerte,  en  que  avisaba  al  Go- 
bernador cómo  Á  dos  días  de  su  partida  de  él  había  llegado  allí  un  indio  de 
hasta  cincuenta  anos,  cortadas  las  manos  de  años  pasados,  y  en  su  compañía  la 
estafeta  de  la  carta,  y  otro  muchacho,  diciendo  que  traía  un  negocio  de  impor- 
tancia que  hablar  al  Gobernador,  y  diciéndole  que  era  el  Gómez  Suárez,  lo  res- 

36 


800  FRAY   PEDRO   SIMíJlí  (7.«  NOTICIA 

pondió  no  tener  él  las  señas  qne  traía  del  Gobernador,  pues  le  habían  dicho  er» 
algo  más  alto  y  sin  cabello  en  la  cabeza  (  es  calvo  el  Diego  de  Ospina),  y  así  na 
queriendo  dar  el  recado  que  traía  al  Gómez  Suárez,  le  dio  aviso  en  esta  carta,. 
por  lo  cual  abrevió  su  viaje  el  Gobernador  con  doce  soldados,  dejando  el  resta 
y  los  prisioneros  á  cargo  de  Hernando  de  Ospina,  que  llegó  al  fuerte  otro  día 
después  que  el  Gobernador,  á  quien  conoció  el  indio  Manetas  por  las  señas  lue- 
go que  lo  vido.  Llamarémosle  así  de  aquí  adelante,  annque  él  sollamaba  Metaco, 
por  estar  sin  manos,  á  quien  se  las  cortó  un  caudillo  antiguo  que  anduvo  á  la 
TÍsta  y  márgenes  de  aquellas  provincias,  llamado  el  Capitán  Gavilán,  y  á  otro 
compañero  suyo  la  cabeza,  que  colgándosela  á  éste  al  cuello  y  sus  mismas  ma- 
nos, le  remitió  entre  sus  naturales  para  que  advirtiesen  en  el  castigo  que  había 
hecho  á  aquellos  dos,  haría  lo  mismo  con  ellos  si  no  se  daban  de  paz. 

Esta  venía  á  dar  ahora  este  indio,  de  parte  de  las  provincias  de  Otaima  y 
Cacataima,  á  que  el  Gobernador  respondió  placerle  de  dársela  si  le  daba  alguna» 
prendas  de  seguro,  que  fuesen  personas  de  su  familia,  por  tener  ya  conocido  na 
daban  aquella  paz  más  que  porque  no  íes  entrasen  de  guerra  á  sus  provincias  á 
hacérsela  y  talarles  las  comidas.  A  que  respondiendo  el  Manetas  bastaba  por  se- 
guro el  estar  él  de  por  medio,  á  quien  tanto  los  demás  obedecían,  añadió  que  no 
obstante  esto,  iría  á  las  dos  provincias  y  le  traería  algunos  hijos  de  los  más  prin- 
cipales, dejando  ahora  en  prendas  uno  de  los  muchachos  que  traía,  pero  que  para 
que  se  entendiese  había  hecho  con  fidelidad  la  embajada,  le  diese  licencia  á  Bota 
Anica  y  otra  india  prisionera  que  le  fuesen  acompañando,  pues  era  cierto  el 
volver  ellas  al  fuerte  por  las  prendas  que  dejaban  en  él,  en  que  no  reparando  el 
Gobernador,  por  aventurarse  poco  en  perder  dos  indias  y  mucho  en  las  paces  á 
que  ellas  podían  ayudar,  hablando  á  la  gente,  se  partió  el  Metaco  con  ellas  y 
llegó  aquella  noche  á  Behuni;  pero  sucedió  que  pareciéndole  entretanto  qua 
esto  pasaba  aquí  al  General,  que  tenía  á  bien  en  qué  ocuparse  el  Gobernador 
en  esta  provincia  de  Maito,  con  que  no  podría  revolver  tan  presto  á  la  de  Otai- 
ma, despachó  á  ésta  desde  el  fuerte  del  Chaparral  con  cincuenta  hombres  y' al- 
gunos Ooyaimas  amigos  al  Gobernador  Baptista  de  los  Reyes,  que  pasando  por 
la  provincia  de  Behuni,,  dio  de  manos  á  boca  con  el  Manetas  y  las  dos  indias,  y 
habiendo  á  ella  á  las  manos,  y  escapádose  él,  volvió  á  dar  cuenta  del  sucesa 
al  Gobernador. 

3."  El  cual  annque  no  pudo  por  entonces  saber  quién  fuese  el  caudillo,  le 
escribió  soltase  las  indias,  como  lo  hizo,  habiendo  llevado  la  carta  el  Manetas> 
que  volvió  con  las  dos  indias  al  Gobernador,  el  cual  detuvo  al  indio  que  se 
quería  volver  á  su  tierra  algunos  dos  6  tres  días,  pata  que  tuviera  lugar  en 
ellos,  sin  mayor  alboroto,  el  Capitán  Baptista  de  los  Reyes  de  hacer  alguna 
buena  facción  ó  presa.  Después  de  ellos  dio  liceneia  el   Gobernador  á  Maneta» 


OAP.  XLIV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  801 

para  que  volviese  á  su  tierra,  encomendándole  que  todavía  tratase  de  las  paces, 
ya  que  se  había  estorbado,  por  lo  diclio,  tratar  do  ellas  en  la  ocasión  pasada.  A 
que  respondió  el  indio  no  quererse  meter  más  en  ellas,  pues  ya  le  tendrían  des- 
truidas sus  tierras,  y  sólo  serviría  la  paz  de  sacarlos  de  ellas,  y  así  se  partió  el 
indio  con  esta  determinación,  y  los  muchachos  que  trajo.  El  año  siguiente  de 
.seiscientos  y  ocho  vi  yo  colgado  á  este  indio,  andando  á  caza  cerca  del  fuerte 
del  Chaparral,  y  pienso  fué  por  alguna  traición  que  después  hizo  á  los  nuestros. 
A  dos  días  de  la  partida  de  este  indio  del  fuerte  de  Ospina,  llegaron  otros  cua- 
tro, maridos  de  las  indias  que  se  habían  preso  en  Anaitoma,  el  uno  llamado 
inacho,  que  lo  era  de  la  india  que  dijimos  tenía  la  nube  en  el  ojo  ;  otro  se  decá 
Chanama,  agigantado  y  de  valientes  miembros,  y  todos  bien  apersonados,  el 
más  viejo  de  hasta  cuarenta  años,  que  era  Inacho,  á  quien  no  se  les  echó  pri- 
siones por  haberse  venido  ellos.  Pidió  el  uno  le  diesen  su  mujer  para  volverse 
con  ella  á  su  tierra,  al  cual  remitió  el  Gobernador  al  Presidente  al  Chaparral 
con  el  indio  prisionero  Bilaque,  que  deseaba  ver  al  Zipa  y  llevarle  de  regalo 
unas  ciruelas  ;  de  donde  volvieron  bien  despachados  y  contentos  :  el  Bilaqoe 
con  una  camisa  que  le  había  dado  el  Zipa,  y  el  otro  con  licencia  para  que  le 
entregasen  su  mujer,  si  bien  retardó  el  Grobernador  el  hacer  esto  hasta  que  por 
algunos  buenos  servicios  llegase  á  merecerlo. 

4.^  Deseoso  Chanama  do  probar  sus  fuerzas  en  la  lucha  con  algunos  de 
los  soldados,  salió  al  desafío  aquel  mulato  Citare,  que  dijimos  había  muerto  de 
una  lanzada  al  otro  indio,que  después  de  haber  andado  bregando  por  buen  espacio 
de  tiempo,  al  fin  derribó  al  indio  dos  veces,  de  que  quedó  bien  corrido,  y  que' 
riendo  volver  por  la  honra  de  éste  el  otro  indio  que  pretendía  á  su  mujer,  se 
asió  también  á  la  lucha  con  un  mestizo,  sobrino  del  Capitán  Felipe  de  Rojas, 
que  también  derribó  al  indio  dos  veces,  y  cayendo  la  postrera  sobre  un  tronco 
mal  cortado,  quedó  tan  lastimado  que  amaneció  otro  día  con  un  dolor  de  costa- 
do y  fuerte  calentura,  á  quien  los  demás  sus  compañeros  y  parientes  tomaron 
entro  manos,  comenzándolo  á  curar  á  su  modo,  que  fué  echarle  mucha  agua 
fría  aprisa  (que  lo  estaba  harto  en  el  sitio,  por  tocar  en  páramo)  por  todo  el 
cuerpo,  y  en  especial  en  la  parte  del  dolor,  con  que  acabaron  con  él  dentro  de 
tres  días,  sin  quererse  baptizar,  aunque  recibió  tanta  agua,  yéndose  al  infierno 
que  le  calentasen  la  frialdad  con  que  había  muerto  ;  hízosele  sepultura  fuera 
del  fuerte,  á  donde  en  habiéndolo  metido,  cada  uno  de  sus  parientes  entraba  en 
el  hoyo  y  le  decía  al  muerto  no  sé  qué  palabras  al  oído  y  se  volvía  á  salir,  hasta 
que  habiendo  entrado  todos  por  su  orden  de  esta  suerte,  lo  cubrieron  de  tierra 
y  hicieron  grandes  llantos. 


^02  f^ílAY    PtDÉO   SIMÓN  \J*  NOTICTA 


CAPITULO  XLV 

1/  Desean  los  soldados  dejar  la  guerra  y  lo  que  acerca  de  esto  sucedió— 2.°  Engaño  de 
un  muchacho  á  los  nuestros,  y  cómo  siguen  á  los  indios— 3.«  Halkn  tan  divertidos 
los  rastros,  que  de  seguirles,  envía  el  Gobernador  los  prisioneros  al  Chaparral,  y  lo 
que  allí  sucedió--4.<^  Animo  de  un  muchaúíio  qtíe  dice  lo  maten  á  él  por  su  madre' 


D 


^ ESGANADOS  andaban  ya  los  soldados  de  tan  larga  asistencia  en 
la  guerra^  por  seguírseles  tan  poco  interés,  y  por  haber  salido 
plática  entre  ellos  de  que  el  Gobernador  determinaba  ir  á  la  retirada  de  Tune- 
sí  ó  Buga  la  Vieja,  de  que  dijimos  había  dado  noticia  Oocurga,  y  también  por- 
que muchos  de  ellos  habían  dejado  parte  de  sus  matalotajes  en  el  Chaparra), 
donde  se  temían  estarían  podridos  ó  mal  acondicionados.  Y  así  envió  el  Gober- 
nador al  General  á  pedir  licencia  para  algunos,  y  para  salir  también  él  á  lo 
mismo,  y  á  dar  nna  vuelta  á  sus  haciendas,  y  que  pues  ya  era  tan  poca  la  gente 
de  aquellas  provincias,  sería  acertado  desamparar  aquel  fuerte  y  ocupar  la  gente 
en  otros  de  mayor  importancia.  A  que  respondió  el  Presidente,  enviando  á  al- 
gunos la  licencia  que  pedían,  como  fué  á  un  Miguel  de  la  Peña  y  á  otros  ;  que 
no  le  parecía  se  desamparase  por  entonces  el  fuerte,  y  que  por  estar  él  ya  el  pié 
en  el  estribo  para  irse  á  la  ciudad  de  Ibagué,  dejando  en  su  Lugar  Teniente  en  el 
Chaparral  al  Gobernador  Domingo  de  Erazo,  se  estuviese  en  el  suyo  el  Ospina 
hasta  que  le  avisase  otra  cosa,  asento  de  la  jurisdicción  de  Erazo,  y  que  no  se 
pudiese  meter  en  cosa  de  sus  disposiciones;  con  éstas  despachó  Ospina  al  Cha- 
parral los  prisioneros  y  á  Bota  Anica  con  su  hijo  y  nieto,  determinando  dar 
Otra  Vuelta  al  rebusco  de  aquellas  provincias,  para  lo  cual  estando  todo  á  pique, 
llegó  de  la  de  Behuni  al  fuerte  un  indio  viejo,  amigo  de  Coyara,  y  traía  en  su 
compañía  un  muchacho  de  hasta  quince  años  y  otro  de  veinte,  y  decía  que 
sólo  venía  á  ver  al  Gobernador,  el  cual  advirtiendo  que  mientras  aquel  indio 
estuviese  allí  estaría  sin  sospecha  la  provincia  de  Behuni  de  que  entrarían  en 
ella  los  nuestros,  determinó,  fiado  en  este  seguro,  dar  entonces  sobre  ella,  no 
obstante  que  no  le  habían  quedado  en  toda  la  provincia  más  que  la  casa  de  Co- 
yara y  otras  tres  ó  cuatro. 

2.°  Y  así  tomando  cuarenta  soldados  y  dejando  ordenado  tuviesen  cuidado 
no  se  huyese  el  viejo,  llevó  por  "guía  uno  de  los  muchachos  que  trajo,  parecien- 
do que  de  él,  por  serlo,  y  "do  menos  malicia  que  los  gandules,  sacaría  mejor  los  se- 
cretos de  la  tierra.  Yendo  ya  marchando,  encontraroj^i  con  una  división  de  sen- 
das, y  preguntándole  al  muchacho  por  cuál  habían  de  ir  para  la  casa  de  Coyara, 
dijo  mintiendo  que  por  la  de  la  mano  izqaierda,  que  la  fueron  siguiendo,  pare^ 
ciéadoles  teníase  ya  la  preba   en  las   manos,  que   les  sucedió  bien  al    contrario, 


CAP.  XLV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIFRRA    FIRME  303 

pues  á  cosa  de  n>il  pasos  que  caminaron,  dieron  con  una  gran  casa  caída  ya  de 
vieja  y  inhabitada;  sólo  había  cerca  de  ella  un  turmal  recién  Beinbrado.  Cono- 
ciendo el  Gobernador  el  engnño  del  muchacho,  le  asió  de  loa  cabellos  y  dio 
cuatro  remesones  y  mogicones,  con  que  se  embraveció  tanto  el  muchacho,  que  se 
puso  á  probar  las  fuerzas  con  el  Gobernador,  tanto  que  le  forzó  á  meter  mano  á 
la  daga  y  darle  tres  ó  cuatro  golpes  con  el  pomo,  que  lo  descalabró.  Mandó  be 
marchase  luego  aprisa  á  coger  la  otra  senda  que  habían  dejado  de  la  mano  de- 
recha, y  habiendo  caminado  por  elia  hasta  trescientos  pasos^  se  oyó  ladrar  un 
periillo  y  dar  voces  á  un  indio,  que  habiendo  reconocido  á  los  nuestros,  avitaba 
á  los  suyos  se  huyesen  y  embiscasen,  como  lo  hicieron,  sin  poderse  hacer  nin- 
gún buen  efecto,  hasta  que  4  la  mañana,  habiendo  dormido  allí  aquella  noche,  se 
cogió  el  rastro  de  los  indios  y  se  caminó  aprisa  tras  ellos,  que  no  la  llevaban 
menos,  al  fin  como  quien  huía  de  su  enemigo.  Llagaron  los  soldados  bien 
aperreados  por  la  jornada  larga  de  aquel  día  á  ranchearóe  en  un  páramo  cerca 
ya  de  donde  iban  los  indios  ;  que  porque  no  sintiesen  á  los  nuestros,  mandó  el 
Gobernador  que  ni  se  armasen  toldos  ni  encendiese  lumbre;  sólo  dio  licencia 
al  Capitán  Felipe  de  Rojas,  por  más  necesitado,  para  que  la  encendiera  y  la  cu- 
briera bien  después  de  dos  horas  de  rancheados,  que  no  aguardando  tanto  tiem- 
po, la  comenzó  á  sacar,  y  para  más  facilitar  el  sacarla,  echó  un  poco  de  pólvora» 
y  dejando  el  calabacilio  donde  la  llevaba  abierto,  saltó  en  él  una  chispa,  y  que- 
mándole las  barbas  y  el  cabello,  dio  un  estallido  como  de  escopeta,  de  que  ha- 
ciendo inquisición  el  Gobernador,  descubrió  el  Hojas  lo  que  le  había  sucedido» 
y  cómo  lo  había  derribado  la  pólvora  medio  aturdido  en  el  suelo,  y  que  se  sir- 
viese de  que  bastase  aquello  por  castigo,  de  que  se  acedó  el  Gobernador,  viendo 
que  los  medios  que  ponía  para  buenos  efectos  se  le  frustraban. 

Z.°  Habiéndoles  hecho  el  Gobernador  á  la  mañana  una  plática  en  que  los 
esforzó  y  dijo  que  los  que  no  estuviesen  con  fuerza  para  pasar  adelante  por  el 
cansancio  del  día  pasado,  se  podían  quedar  allí,  todos  respondieron  pasarían  con 
muy  buen  ánimo,  como  lo  hic  eron,  hasta  llegar  por  el  rastro  á  nueve  ranchue- 
los  en  que  habían  dormido  los  indios  aquella  noche,  y  habían  madrugado  por 
el  estallido  de  la  pólvora  del  calabacilio,  pensando  era  escopeta.  Hallaron  tan 
divertidos  los  rastros  de  los  indios  por  unas  y  otras  partes,  que  pareciendo  ser 
imposible  poderlos  seguir,  dejó  el  Gobernador  aquel  intento  y  envió  á  Pedro 
Verdugo  con  treinta  y  cuatro  soldados  y  orden  que  quemase  las  casas  de  Coya- 
ra  y  le  talase  las  rozas,  y  que  dentro  de  ocho  días  saliese  á  juntarse  con  él  á 
cierto  puesto  ya  cerca  del  fuerte  del  Chaparral,  desde  el  cual  despachó  al  Ca- 
pitán Juan  de  Avendaño  á  saber  si  era  partido  el  General  á  Ibagué,  quedándo- 
se el  Gobernador  con  solos  cuatro  soldados,  y  entre  ellos  el  Capitán  Felipe  de 
Rojas,  aguardando  á  los  dichos.  A  quien  se  le  juntó   otro  día   el  Alférez  Juan 


804  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7."  NOTICIA 

trie  Leiva,  que  bajaba  de  la  provincia  de  Ocaima,  despachado  por  el  Gobernador 
Baptista  Reyes  con  veinte  soldados  y  algunos  cargueros  y  prisioneros  la  vuelta 
de  Chaparral  á  dar  aviso  al  General  de  f=us  facciones,  como  también  llegó  allí  y 
la  dio  de  las  suyas  el  caudillo  Pedro  Verdugo,  diciendo  no  haber  hallado  gente. 
Ehte  era  de  los  doce  soldados  que  metió  á  gu  costa  el  Gobernador  de  esta  gue- 
rra. También  llegó  casi  á  un  tiempo  el  Avendaño  con  nuevas  de  que  el  Gene- 
ral había  partido  á  Ibagué  y  dejado  en  el  Chaparral  al  Gobernador  Domingo  de 
Erazo,  donde  también  dejó  el  Avendaño  los  prisioneros  que  llevaban,  y  entre 
ellos  á  Cocurga,  á  qíiien  el  Domingo  de  Erazo  mandó  atar  en  un  palo  y  que  le 
escopeteasen  por  la  traición  que  había  hecho  en  el  fuerte  de  Ospina,  de  lo  cual 
queriéndose  escapar  el  Cocurga,  decía  no  deber  morir  por  haberle  perdonado 
el  Capitán  Ospina,  pues  habiendo  hecho  matar  á  otros  menos  culpados,  á  él  no 
sólo  le  había  reservado  la  vida,  sino  que  le  había  dado  aquella  camiseta  con 
que  se  abrigaba  ;  y  habiéndole  dicho  que  aquello  no  era  perdonarlo  sino  dila' 
tarle  la  pena,  respondió  el  indio  que  lo  llevasen  á  pagarla  donde  había  cometi- 
do el  delito,  y  que  declarase  su  intención  el  Gobernador  Ospina,  lo  cual  nO 
obstante,  lo  amarraron  á  una  esquina  del  fuerte  y  lo  arcabucearon  hasta  que  per 
dio  la  vida. 

á.^  Mandando  el  Gobernador  Erazo  hiciesen  lo  mismo,  por  el  mismo  deli- 
to, con  su  suegra  Bota  Anica,  amarrándola  á  su  lado,  viniéndolo  á  entender  su 
hijo  Metaquí,  muchacho  de  quince  años,  dijo  á  los  nuestros:  "Dejada  esta 
mujer  vieja  y  matndme  á  raí  en  su  lugar,  porque  no  se  diga  de  vosotros  que 
los  males  que  os  han  hecho  mis  parientes  los  vengáis  en  una  pobre  vieja,  y  si 
me  matáis  á  mí,  aunque  soy  muchacho,  se  dirá  matasteis  un  hombro,  y  porque 
más  os  mueva  esto,  sabed  que  soy  hijo  de  un  indio  belicosísimo,  que  en  tiempos 
pasados  mató  á  muchos  de  los  vuestros;  vengad  esto  en  mí  y  dejad  á  mi  madre 
que  es  cristiana  como  vosotros."  Dejó  admirados  á  todos  la  bizarría  del  ánimo 
del  muchacho,  y  aceptando  el  Gobernador  el  partido,  mandó  que  lo  amarrasen, 
al  lado  de  su  cuñado,  donde  habían  de  atar  la  madre ;  á  que  dijo  el  muchacho 
no  era  necesaiio,  pues  sin  amarrarle  se  estaba  quedo,  como  sucedió,  pues  con 
ánimo  invencible  no  hacía  desdén  á  los  muchos  arcabuces  con  que  le  apuntaban 
los  soldados,  aunque  sin  dispararle,  ordenándolo  así  el  Gobernador,  el  cual  vien- 
do tan  valientes  bríos  en  tan  pocos  años,  y  que  con  ellos  quería  morir  por  dar 
vida  á  su  madre,  perdonó  al  uno  y  al  otro.  Aunque  pudiera  ser  diferente  si 
picaran  al  muchacho  con  alguna  posta  ó  bala  disparada,  pues  no  es  lo  mismo 
amagar  que  dar  ;  pero  no  se  le  niegue  valor  al  muchaclio. 


CAP.  XLVl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TlfillRA    FIRME  305 

CAPÍTULO  XLVI 

1."»  Determina  Ospina  despoblar  su  fuerte  y  la  traza  de  esto— 2.»  Siguen  los  rastros  do 
algunos  indios  á  las  manos;  toma  la  vuelta  del  Chaparral— 3.«  Sale  el  Capitán  Gó- 
mez Suárez  á  aguardar  al  Gobernador  sobre  Tetuán,  y  juntos  llegan  al  Chaparral — 
4.»  Otra  salida  que  hacen  desde  allí  los  soldados,  y  el  Gobernador  deja  la  guerra. 

EESUELTO  el  Gobernador  Ospina  en  despoblar  su  fuerte  y  pro- 
metiéndole á  Inacho  se  le  darían  tierras  donde  vivir  con  quietud 
cerca  del  Chaparral,  si  declaraba  la  gente  que  había  en  aquellas  provincias  y 
daba  traza  cómo  las  hubiesen  á  las  manos,  respondió  que  en  la  suja  do  Anaito- 
ma  gólo  había  una.  casa  en  que  se  podría  hacer  presa,  para  donde  él  sería  su 
guía,  con  que  el  Gobernador  mandó  para  el  efecto  se- previniesen  veinte  soldados 
de  los  más  adelantados,  y  al  Capitán  Gómez  Suárez  que  con  todo  secreto  estu- 
viese prevenido  para  salir  con  el  resto  de  la  gente  poco  después  que  él,  sin  que 
esto  alcanzase  á  entender  Inacho,  porque  iba  entre  los  prisioneros  su  mujer,  y 
que  le  aguardase  dos  leguas  del  fuerte  del  Chaparral  sobre  el  río  de  Tetuán, 
donde  se  juntaría  con  el  Gobernador,  que  dada  esti\  orden,  salió  otro  día  ama- 
neciente con  sus  doce  soldados  y  por  guía  á  Inacho,  que  llegando  cerca  de  la 
casa  donde  iban,  pidió  una  lanza,  diciendo  que  él  también  había  de  pelear,  en 
que  conoció  el  Ospina  los  llevaba  engañados,  y  lo  dijo  á  los  soldados,  pues  era 
cierto  que  él  uo  había  de  pelear  contra  sus  parientes  y  provincianos,  sino  que 
fué  estratagema  para  dar  á  entender  que  él  no  sabía  que  había  gente  en  la  casa, 
como  fué  verdad,  pues  habiendo  llegado  á  ella  como  á  las  ocho  de  la  mañana, 
la  hallaron  vacía,  con  admiración  fingida  de  Inacho,  á  quien  convencieron  allí  del 
engaño,  y  dijo  el  Gobernador  que  no  había  de  volver  al  fuerte  sin  hallar  aque- 
lla gente  retirada,  para  donde  sería  bien  él  lo  guiase,  pues  sabía  dónde  estaban. 
2.^  Nególo  el  Inacho,  y  así  el  Gobernador,  siguiendo  ciertas  trochas,  se 
dio  tan  buena  maña,  que  hallando  los  rastros,  los  fué  siguiendo  á  los  talones, 
hasta  que  dio  vista  á  los  que  se  retiraban,  cc-rca  de  cierta  quebradilla,  á  donde 
se  detuvieron  á  desleír  y  beher  masato,  y  emboscándose  tan  cerca  de  e  los,  que 
los  estaban  viendo  y  oyendo:  estando  bebiendo  su  musato  los  indios  y  indias,  una 
de  ellas,  dando  una  gran  carcajada  de  risa,  dijo:  ''  Si  ahora  vinieran  los  españo- 
les, ¿qué  hiciéramos?"  á  que  respondió  un  indio  :  "  Pelear,"  á  cuyo  último  acen- 
to dio  Santiago  sobre  ellos  el  Gobernador,  de  todos  los  cuales,  que  eran  doce,  sólo 
se  le  escapó  uno.  Despachó,  hecha  la  presa,  O.^pina,  con  algunos  soldados,  un  cau- 
dillo que  trajera  los  que  habían  quedado  atrás  con  los  cargueros  y  Inacho,  y 
que  se  encontrasen  por  cierto  atajo  con  él,  que  iba  desde  allí  á  probar  la  mano 
á  segunda  presa,  por  uo  haber  llegado  por  aquella  parto  el  Gobernador   Olalla, 


S06  FRAY    PEDRO    S1M(5n  (7.*^  NOTICIA 

que  lio  tuvo  efecto,  y  así  juntándose  con  él  y  sus  soldados  los  cargueros  y  sol- 
dados que  venían  con  ellos,  se  temió  Inaclio  de  parecer  delante  sus  parientes,  j 
así  lo  mandó  el  Gobernador  fuese  en  la  retaguardia,  yendo  elios  en  el  batallón, 
con  que  fueron  marchando  la  vuelta  del  Chaparral,  y  sucedió  que  fatigándole 
mucho,  por  el  gran  calor  de  la  tierra  y  camino,  una  cota  de  malla  que  llevaba 
el  Gobernador,  estándosela  quitando  le  arrojaron  un  valiente  dardo,  que  no  le 
pasó  más  que  tres  dedos  apartado  del  cuerpo,  y  así  para  asegurarse  más,  se  la  '' 
volvió  á  poner  y  marchar  hasta  que  se  ranchearon  sobre  tarde  en  una  loma  tan 
«in  agua,  que  no  tuvo  el  Gobernador  otra  que  la  que  le  trajo  Inacho,  cogida  de 
ciertos  cardos,  de  hojas  anchas,  que  se  crían  en  muchas  partes  de  estas  Indias 
en  las  ramas  de  los  árboles,  en  especial  robles,  que  conservan  el  agua  que  reco- 
gen cuando  llueve  y  socorren  muchas  veces  á  los  soldados  en  estas  necesidades. 
Habíala  ahora  de  disfrazar  á  Inacho  para  que  no  lo  conocieran  sus  parientes,  de 
que  el  andaba  cuidadoso,  y  así  haciéndole  un  soldado  unas  grandes  barbas  de 
un  pedazo  de  cuero  de  carnero  con  que  él  andaba  muy  regocijado,  lo  disfrazó  de 
suerte  que  no  lo  conocían.  Iban  siguiendo  á  los  nuestros  algunos  indios,  con 
que  era  menester  doblar  las  postas;  dio  una  noche  una  arma  falsa,  qne  hallando 
á  los  soldados  dormidos,  se  levantaron  medio  entre  sueños,  y  no  hallando  ene- 
migo á  quien  hacer  rostro,  se  tiraban  lanzadas  unos  á  otros,  hasta  que  los  sose- 
gó el  Gobernador. 

3.°  Habiendo  salido  el  Capitán  Gómez  Suárez  del  fuerte,  luego  aquel 
mismo  día  que  el  Gobernador,  y  dejádolo  desamparado,  marchando  la  vuelta 
del  Chaparral,  en  saliendo  de  la  montaña  á  la  sabana  rasa,  se  le  pasmó  un  sol- 
dado llamado  R  )za  de  un  aireoillo  que  le  dio  viniendo  sudando,  con  tan  fuerte 
pasmo  que  no  bastaron  los  remedios  que  se  le  hicieron  para  que  no  muriese 
otro  día.  Hízolo  enterrar  cerca  de  una  quehradilla  apartada  del  camino,  en  que 
advirtiendo  Chanama,  qtie  andaba  suelto  entre  los  nuestros,  después  de  seis  ó 
siete  días  que  llegaron  al  Chaparral,  revolvieron  él  y  otros  dos  indios  sobre  la 
sepultura,  y  desenterraron  al  muerto,  y  asado  en  barbacoa  se  lo  comieron, 
como  lo  certificó  la  misma  barbacoa,  huesos  roídos  y  sepultura  abierta,  que 
vieron  después  muchos  de  los  nuéstroR;  tal  era  la  fiereza  de  estos  bárbaros. 
Situóse  el  Capitán  Gómez  Suárez  sobre  las  barrancas  y  asiento  que  le  habían 
señalado,  aguardando  la  salida  del  Gobernador,  que  á  otro  día,  despuntando  con 
su  gente  por  unas  altas  cumbres,  y  mirando  á  la  parte  donde  había  de  estar 
rancheando  el  Capitán  Suárez,  y  no  viendo  sus  toldos  y  tiendas,  engendró  sos- 
pechas si  habían  dado  con  él  los  indios  y  lo  habían  ^muerto  con  su  gmte,  las 
cuales  se  acrecentaron  habiendo  visto  repechar  desde  una  quebrada  honda  hasta 
diez  y  ocho  ó  veinte  indios  y  indias  cargados,  y  que  sobre  las  cargas  llevaban 
no  sé  qué  bultos,  quo   juzgaron  el  Gobernador   y  sus  soldados   ser  los  despojos 


CAP.  XLVí)  NOTICIAS   DE  LAá  <30NQÜISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  307 

que  le  habrían  quitado  al  Capitán  Gómez  Suárez  y  su  gente. 

Con  este  cuidado  bajaron  á  la  quebrada,  á  cuya  margen  bailaron  una  muy 
gran  huerta,  bien  labrada  con  gran  cantidad  de  hayales,  euros,  papayas,  papa- 
yuelas,  ciruelas,  piüas,  yncas,  batatas,  frisóles  y  otras  legumbres,  de  que  car- 
garon cuanto  pudieron  todos  los  soldados  y  cargueros,  no  talando  lo  demás,  con 
intentos  de  «pi'ovecharse  de  ello  desde  el  Chaparral,  por  estar  cerca.  Dijo  Ina- 
c5io  ser  aquello  de  nno  de  los  caciquillos  de  Anaitoma^  que  á  no  hallar  el  Go- 
bernador sus  Soldados  tan  cansados  y  deseosos  de  llegar  al  Chaparral,  revolviera 
desde  allí  sobre  aquella  provincia,  aunque  estaba  á  cargo  de  otro,  y  á  trueco 
de  gastar  un  mes  más,  pudiera  ser  hacer  mny  buenos  efectos.  Al  fin  no  tenién- 
dolo esta  determinación,  marcharozi  adelante  y  se  juntaron  con  el  Capitán  Suá 
rez  dentro  de  dos  horas  y  llegaron  juntos  al  Chaparral,  donde  bailaron  al  Go- 
bernador Domingo  de  Erazo  por  Teniente  del  General  (que  como  hemos  dicho 
estaba  ya  en  lbagu«),  y  con  orden  de  él  para  que  con  un  caudillo  y  cuarenta 
soldadas  de  estos  que  traía  Ospina,  fuesen  corriendo  4eade  aquel  fuerte  la  pro- 
viocia  de  Oacataima  hasta  Ibagué,  y  confiriendo  con  el  Ospina  quién  podría 
serles  caudillo  en  esta  facción,  le  señaló  al  Capitán  Felipe  de  Rojas. 

4-0  Llevaban  tan  Visperamente  los  soldados  esta  vuelta,  y  que  había  de  ser 
tan  luego,  sin  descansar,  por  salir  tan  rendidos  de  trabajos  y  sin  interés  que  se 
l«s  hubiese  seguido,  que  sólo  la  pudiera  suavizar  el  volver  á  entrar  con  ellos 
el  Gobernador  Ospina,  á  quien  acompañaran  todos,  Oa]Mtanes  y  soldados,  como 
«e  lo  dijeron  y  pidieron  todos  juntos,  A  que  mostrándose  agradecido  el  Gober- 
nador por  la  afición  con  que  le  estaban,  les  respondió  no  convenirle,  pues  por 
aquella  facción  se  venía  á  subordinar  al  Gobernador  Domingo  de  Erazo,  de  qua 
le  había  dejado  libre  el  Capitán  General.  Con  que  hubo  de  efectuarse  la  entrada 
con  el  Felipe  de  Rojas,  repartiendo  el  Gobernador  entre  sus  soldados,  para  su 
mejor  avío,  treinta  reses  vacunas  y  seis  vacas  de  leche  que  le  habían  quedado 
de  las  que  había  metido  allí  par^  su  sustento  y  de  los  doce  soldados  que  metió 
á  su  costa,  y  más  les  repartió  de  los  demás  matalotajes  que  le  habían  quedado 
en  el  almacén;  con  que  se  salió  del  fuerte  del  Chaparral  con  sus  esclavos,  la 
vuelta  del  río  de  Saldaña,  a  probar  la  mano  si  hallaba  algunas  minas,  desde 
donde  volvió  á  Ibagué  y  á  las  Lajas,  que  son  las  minas  de  plata  de  la  ciudad  de 
Mariquita,  que  estaban  á  s-u  cargo  desde  antes  que  entrasen  en  esta  guerra.  No 
entró  con  el  Capitán  General  la  segunda  vez  que  fué  Ái  Chaparral,  por  sus  ocu- 
paciones, aunque  le  sirvió  con  la  paga  do  ocho  soldados.  Tomóse  despue's  asiento 
con  el  Presidente  por  el  mismo  Gobernador  para  que  lo  fuese  de  Timaná  y  el 
pueblo  nuevo  de  la  Concepción  de  Neiva  y  lo  más  que  se  fuese  poblando  en  la 
tierra  de  los  Fijaos,  de  que  dejamos  tratado  en  nuestra  segunda  parte,  noticia 
séptima,  capítulo  cuarenta  y  cuatro.  37 


508  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

CAPÍTULO  XLVII 

l.»  Sale  el  Gobernador  Baptista  de  los  Reyes  del  Chaparral  con  gente,  y  lo  que  le  sucede 
á  un  soldado  con  unos  muchachos— 2.°  Hallan  los  soldados  un  hombre  cocido  en  una 
olla  con  maíz — 3.*  Hallan  un  calvario  con  sus  tres  cruces  y  calaveras  y  un  reloj  de 
sol — 4.0  Un  indio  que  dice,  si  lo  matan,  se  ha  de  trasformar  en  venado. 

ALGUNOS  días  después  de  haber  salido  el  Gobernador  Diego  de 
Ospina,  con  los  varios  sucesos  que  hemos  visto  de  las  provincia» 
qne  llevó  á  su  cargo,  al  fuerte  del  Chaparral  á  verpe  con  el  General  y  Presiden- 
te Don  Juan  de  Borja,  salió  de  él,  con  una  muy  buena  tropa  de  soldados  y  Ca- 
pitanes vaquianos,  el  Gobernador  Baptista  de  los  Reyes,  para  las  de  Otaima  y 
Cacataima,  el  mismo  año  de  mil  y  seiscientos  y  siete,  que  fué  cuando  dijimos  le 
TÍno  á  las  manos  en  la  de  Behuni  el  indio  Manotas  con  las  dos  indias,  con  orden 
de  talar  las  labranzas  y  que  se  desasosegasen  los  indios  de  nuevo  por  esta  parte, 
como  lo  andaban  por  otras,  sin  poder  tomar  asiento  en  cosa  considerable  contra 
nosotros,  ni  aun  tuviesen  donde  poderse  defender.  Entróse  con  tan  buen  recato, 
por  la  buena  industria  del  Capitán,  que  en  algunas  partes  se  hicieron  buena» 
presas  de  indios,  que  porque  no  estorbasen,  se  fueron  remitiendo  al  fuerte  del 
Chaparral.  Entre  ellas  fué  una  en  cierta  casa  de  esta  provincia  de  Otaima,  don- 
de, entre  algunos  gandules  y  mujeres,  hubo  á  las  manos  un  soldado  mulato, 
maestro  de  armas,  llamado  Padilla,  dos  muchachos  de  hasta  ocho  ó  nueve  años, 
que  habiéndolos  amarrado,  sacaron  cada  cual  de  su  vaina  un  cuchillo  carnicero 
que  llevaban,  y  dando  saltos  y  empinándose,  le  tiraban  puñaladas  ai  pescuezo, 
y  no  alcanzando,  se  las  daban  sobre  el  sayo  de  armas  en  el  pecho,  y  esto  con 
tanta  prisa  y  sin  poderlos  despegar  de  sí,  que  á  no  venirle  socorro  á  las  voces 
que  daba  el  Padilla  pidiéndolo,  tienen  por  sin  duda  lo  mataran  los  dos  mu- 
chachos. 

2,^  Caminando  la  compañía  por  cierto  paraje  de  la  misma  provincia  de 
Otaima,  se  les  murió  de  cámaras  de  sangre  un  indio  carguero,  y  habiéndolo 
enterrado  muy  á  lo  lejos  del  camino  y  corrido  gran  parte  de  tierra  en  ocho 
6  diez  días  de  tardanza,  revolvieron  los  soldados  á  dar  vista  al  sitio  donde 
le  habían  enterrado,  en  que  hallando  algunos  buhíos  nuevos,  tomaron  la 
vuelta  de  ellos,  picados  de  una  muy  buena  hambre  que  traían,  por  si  acaso  ha- 
llaban en  ellos  gente  ó  algo  que  comer,  que  hallando  á  los  dueños  reti- 
rados de  miedo  de  nuestros  soldados,  dieron  en  uno  de'los  ranchos  con  una  olla 
al  fuego,  de  las  medianas  que  ellos  usan,  en  que  cabrían  hasta  tres  hanegas  de 
maíz,  que  tenía  dentro  ya  cocido,   en  quien  dieron  los  soldados  al  punto  con  el 


OAr.  XLVIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIBMK.  309 

apetito  desenfrenado  que  los  traía  la  hambre,  sacando  del  maíz  con  totumas  cual 
«nás  podía,  y  entre  los  granos  halló  uno  de  los  soldados  un  pedazo  de  carne,  d« 
quien  juzgando  sólo  su  apetito  con  que  le  comenzó  á  comer,  decía  que  era  toci- 
no; con  lo  cual  engolosinado  otro  soldado,  ahondando  más  en  la  olla,  por  si 
acaso  hallaba  en  ella  del  tocino  que  el  otro  decía,  sacó  en  la  totuma  una  mano 
entera  do  persona,  por  donde  echaron  todos  de  ver  ser  el  tocino  que  decían 
algún  pedazo  de  carne  de  la  cabeza,  y  tumbando,  irritados  de  esto,  toda  la  olla 
halla'-on  estar  en  ella,  en  pedazos,  un  cuerpo  humano,  y  por  señales  claras  que 
era  el  del  indio  que  habían  dejado  allí  enterrado  ocho  ó  diez  días  había.  Con 
que  los  más  asquerosos  no  sólo  vomitaron  lo  que  habían  comido,  pero  aun  pen- 
saron echar  las  entrañas;  si  bien  otros  de  mejor  estómago  pasaron  sin  asco  ade- 
lante con  lo  hecho. 

3.®  Como  lo  hicieron  todos  desde  aquel  sitio,  marchando  hasta  donde  die- 
ron con  una  casa  bien  capaz,  cerca  de  la  cual  estaba  un  calvario  de  tres  cruces, 
al  modo  de  los  nuestros,  y  la  mayor  en  medio,  puesta  con  tan  buen  modo,  que 
ninguna  asentaba  en  el  suelo  con  una  vara,  por  tener  en  el  extremo  de  abajo  dos 
vigas  que  servían  de  abrazaderas  y  las  sustentaban.  Cerca  de  las  cruces  estaba 
un  reloj  de  sol,  grande  y  bien  artificioso,  con  gnómones  verticales,  y  á  la  redon- 
da de  todo  esto  trece  ó  catorce  estacas  de  vara  y  media  de  alto,  y  en  cada  pun- 
ta una  calavera  humana,  que  se  supo  ser  todas  de  cristianos,  y  haberlas  traído 
allí  un  indio  Capitán  cuya  era  la  casa,  de  una  matanza  que  hicieron  estos  bár- 
baros en  la  ciudad  de  Cartago.  Había  cerca  otra  cruz  hecha  en  un  tronco  de  un 
árbol,  del  tamaño  de  una  tercia,  tan  perfecta  y  acabada,  con  sus  clavos  y  título 
que  causaba  devoción.  La  cual  se  entendió  después,  de  una  india  cristiana  que 
se  huyó  en  otra  ocasión  de  esta  casa,  haber  hecho  un  captivo  cristiano  viejo 
que  ella  conoció,  y  había  estado  entre  ellos  más  de  veinte  años,  sin  habérselo 
comido  porque  trabajaba  bien,  hasta  que  de  rabia  lo  hicieron  ahora,  cuan- 
do se  veían  tan  perseguidos  de  los  nuestros,  y  aun  decía  la  india  era  clérigo 
de  misa  que  lo  habían  captivado  en  el  valle  de  Neiva,  caminando  la  vuelta  del 
Perú. 

4.*^  En  cierta  facción  hubieron  á  las  manos  un  indio  principal  y  valiente 
llamado  Chaguala,  en  la  provincia  de  Cacataima,  á  quien  habiéndole  condena- 
do á  muerte  por  sus  graves  delitos  de  las  muchas  de  españoles  que  tenía  á  su  car- 
go, y  persuadiéndole  se  hiciese  cristiano,  no  por  librarse  de  la  muerte  tempo- 
ral, pues  era  cierto  la  había  de  padecer,  sino  de  la  eterna,  dándole  para  esto 
cristianos  consejos  y  diciéndole  lo  mucho  que  aquello  le  importaba,  respondió 
que  pues  no  podía  por  allí  excusar  la  muerte,  que  tampoco  quería  ser  cristiano» 
pues  cuando  después  de  muerto  no  comiese  masato,  comería  hierba,  pues  su 
alma  entraría  en  el  cuerpo  de  un   venado;  error  que   le  ^tenía   introducido  el 


SÍO  ÍHAt   PEDRO    SIMÓN  (7.*   NOTICTA 

Demonio,  de  la  transmigracióa  de  las  almas  de  unos  en  otros  cuerpos  :  cosa  im- 
posible naturalmente,  sí  bien  fué  error  antiguo  de  los  Pithagóricas,  sobre  lo 
cual  se  puede  ver  á  Martín  del  Río  (1)  en  sus  disquisiciones  mágicas.  Viendo 
el  Gobernador  la  protervia  del  bárbaro^  le  mand'ó  soltar  dos  feroces  perros  qfie 
llevaba  (que  yo  también  conocí  después  en  el  Cbaparral),  el  uno  llamado  Héctor 
y  el  otro  Fiero,  que  lo  fueron  tanto  ambos  en  esta  ocasfón  con  el  indio,  po^r 
8er  tan  fuertes  y  estar  tan  cebados  en  estas  presas,  que  se  las  hicieron  á  una  en 
los  dos  molledos  de  los  brazos,  y  desbarrigándolo,  le  sacaran  en  un  instante  las 
tripas,  mostrándose  tan  valiente  aunen  esto  el  indio,  que  con  ellas  en  el  suelo  y 
estándole  de^edazando  los  perros,  decía  m-il  oprobios  contra  los  nuestros,  tomando 
por  tema  que  quedaban  sus  parientes  y  tomarían  venganza,  comiendo  los  hoci- 
cos de  todos  lo»  espaíSoles  (frase  usada  entre  estos  bárbaros  p«ra  sigBÍíicar  su 
venganza).  Hartos  los  perros  de  su  cíarne,.  colgaron  los  pedazos  en  una  horca, 
de  donde  lo  q^uitaron  después  sus  parientes  y  lo  enterraron  á  su  modo,  que  es  en 
una  cueva,  y  con  él  algunas  comidas  de  ma&,  frisóles  y  chicha,  no  obstante 
que  por  estar  hecho  pedazos  podían  imaginar  que  ya  no  podía  comer.  En  una 
labranza  de  este  indio  se  halló  una  oveja  de  las  nuestras,  que  se  presumió  ha- 
berla llevado  del  saco  de  la  ciudad  de  Ibagué,  tan  gorda,  que  certifican  haberle 
sacado  sobre  veinte  libras  de  sebo,  de  más  de  ser  toda  ella  tan  gordana  que  casi 
no  se  le  hallaba  cosa  magra. 


(1)  Libio  2.   ctiest.l8 


CAP.  XLVIII)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  311 

CAPÍTULO  XLVIII 

1."  Parten  en  dos  partes  dos  indios  Coyaimas  un  niño  y  Gómenselo  asado — 2.®  Habiendo 
llegado  el  Gobernador  Baptista  de  los  Reyes  al  Chaparral,  vuelve  á  salir  dentro  de 
tres  días  y  lo  que  le  sucede— 3.°  Hambre  cruel  en  los  soldados  y  lo  que  hizo  un 
perro  con  ella. 

CAMINANDO  iba  el  Gobernador  Baptista  de  los  Reyes  un  día  de  San 
Juan  por  la  mañana,  en  demanda  de  ciertas  casas  de  indios  de 
quien  tenía  noticia,  donde  llegando  ya  cerca,  un  soldado  llamado  Juan  de  Leiva 
acaso  pisó  un  perrillo,  cuyos  gritos  fueron  causa  de  sentir  á  los  nuestros  la  gente, 
que  eran  indios  y  indias,  y  ponerse  en  huida  emboscándose  en  el  arcabuco,  á 
donde  se  iba  á  entrar  una  de  ellas  con  un  niño  de  teta  en  los  brazos,  que  arrojó 
entre  los  heléchos  para  poder  huir  más  libre  y  escapar  la  vida,  como  le  sucedió; 
pero  de  los  Coyaimas  amigos  que  iban  con  nuestros  soldados,  dos  arrebataron  el 
niño  y  cogiéndolo  cada  uno  de  su  pierna,  lo  dividieron  de  alto  abajo  con  un 
machete,  y  echando  cada  cual  su  parte  en  su  mochila,  se  lo  cenaron  mal  asado 
aquella  noche.  No  pudo  la  diligencia  de  los  soldados  haber  á  las  manos  más  de 
un  indio  de  éstos  que  se  retiraban,  de  edad  de  hasta  cincuenta  años,  con  quien 
fueron  marchando,  y  habiendo  pasado  un  razonable  río  que  llamaron  de  las  cu- 
ras, por  haberlas  eu  sus  márgenes  muy  buenas,  subieron  un  bien  encumbrado 
reventón  y  se  ranchearon  ya  de  noche  en  tres  casas  que  encontraron  arriba,  que 
eran  del  indio  que  en  estotras  habían  cogido,  y  hallándose  faltos  de  agua,  y  que 
el  río  lo  dejaban  muy  atrás,  no  fué  posible  el  apretado  castigo  que  hicieron  al 
indio  para  que  dijera  dónde  la  había  cerca,  con  estar  una  fuente  casi  á  los  ci- 
mientos de  la  casa;  antes  en  el  castigo,  que  fué  dolorosísimo,  por  serlo  las  partes 
donde  le  dieron,  no  se  quejaba  ni  quería  responder  á  lo  que  le  preguntaban,  y 
habiendo  hallado  los  soldados  la  fuente  á  la  mañana,  y  preguntándole  por  qué 
no  la  había  querido  descubrir,  respondió  que  para  hacer  mal  á  los  nuestros,  y 
que  padeciesen  sed  aquella  noche.  Diósele  el  castigo  que  pareció  merecía,  que 
fué  de  harta  crueldad,  la  cual  usaron  con  estos  bárbaros  los  nuestros,  por  ver  si 
el  castigo  do  les  unos  ablandaba  la  dureza  de  los  otros,  que  todo  fué  (como  di- 
cen) machacar  en  hierro  frío. 

2.<*  Yá  le  parecía  al  Gobernador  y  á  sus  soldados  quedaban  bien  escudri- 
ñadas estas  provincias  de  Oacataima,  Otaima  y  Lucira,  por  haberlas  trastornado 
todas  y  no  hallar  cosa  considerable  en  que  ocuparle,  con  que  determinaron 
tomar  la  vuelta  del  Chaparral,  donde  asistía  el  Gobernador  Domingo  de  Erazo 
por  Teniente  General,  que  ordenó  al  Gobernador   Baptista  de   los   Reyes  que 


312  FRAY    PEDRO    SIM<5n  (7.*  NOTICIA 

dentro  de  tres  días   volviese  á  salir  con  su  gente  á  reconocer  la   tierra  del  Valle 
de  las  Hermosas,  donde  á  la  sazón    estaba  el  Capitán  Ortega  con  otra  compañía 
de  mulatos;  lo  que  puso  en  efecto  el    Gobernador    Baptista,  barto  á  disgusto  de 
los  soldados,  por    verse  fatigados    de  trabajos  y  hambre  de  muchos  días,  y  sin 
ningún  interés  temporal,  que  es  á  lo    que  esta  gente    de  ordinario  pone  la  mira. 
Lo  que  fué  causa  para  que  estando   ya    en  el  Valle,  algunos,  y  no  de  loa  menos 
alentados  soldados,  tratasen  de   dejar  á  su    Capitán  y  tomar  la  vuelta  del  Perú 
en  demanda  de  mejor  ventura  que  la  que  traían    entre  manos.  No  habiéndosele 
escondido  esto  al  Gobernador,  hizo  una   información  sumaria,  y  condenó  á  col- 
gar á  dos  ó  tres  de  los  más  culpados,    que  aunque  no  se  ejecutaron  sus  muertes, 
bastó  para  sosegarlos  á  todos,  y  con  tan  buenos  ánimos  como  en  las  jornadas  pa- 
sadas irse  metiendo  tan  dentro  en  la  tierra  de  los  indios,  que  llegaron  á  faldear 
el  cerro  nevado  de  los  Paeces,  con  tan  inmensos  trabajos  de  hambres  y  pasos  de 
ríos  caudalosos  y  veloces,   asperezas   de  riscos,    breñas,   pantanos  y  tremedales, 
que  á  poderlos  contar  no  fueran  muchos;  sólo  tuvieron  de  relieve  en  ellas  el  no 
encontrar  con  gente  que,  entre  tan    inmensos    trabajos,   los  pusiera  en  peligro, 
sólo  lo  tuvieron  en  un  paso  estrecho,  de  muchas  galgas  que  les  arrojaron  de  una 
cumbre,  de  quien  se  libraron  al    amparo  de  una    peña  tajada,  y  dejándose  venir 
tras  ellas,  yá  que  las  habían  despachado  toda?,  nueve   valientes  indios,  para  ver 
el  estrago  que  con  ellas  habían  hecho,    embistieron  con  siete  soldados,  que  fue- 
ron los  que  estaban    á  la  defensa  de  la  peña,  porque  el  resto  del  ejército  había 
quedado  atrás  y  éstos  sobresalido  á  reparar  este  peligro,  que  conocieron  de  lejos 
por  la  disposición  del  sitio,  y  á  nn  soldado    llamado    Ospina,   mulato,  le  dio  un 
indio  una  fuerte  lanzada,    que  á  no  serlo  el    sayo  que  llevaba,  diera  con  él  en  la 
otra  vida,  y  pretendiendo  quitársela  otro    indio,  viendo  que  con  aquella  lanzada 
había  quedado  libre,  embistió  con  él  diciendo  en  nuestra  lengua:  vas,  mulato!  y 
comenzó  á  bregar   con  él  á   brazo  partido,    y  viendo    cuan    malo   andaba  el  del 
soldado,  por  ser  valerosísimo    el  indio,  otro    soldado    mestizo    llamado  el  Zorro, 
gran  arcabucero,  hizo  un  tiro  tan   venturoso,  que  estando   pegados  el  indio  y  el 
soldado,  mató  con  la  pelota  al  indio,  quedando  el  otro  libre,  conque  huyeron  los 
otros  ocho  bárbaros,  y  se  conoció    luego  el  sitio  de  una  gran  emboscada  que  les 
tenían  echada  á  todos  los  nuestros,  en  parte  donde    era    imposible    dejar  de  dar 
en  ella  si  fueran  huyendo  de  las  piedras,  que  eran  tan  grandes  que  parecía  hun- 
dirse el  cerro  cuando  bajaban,  pues   tronchaban   árboles  tan   gruesos  como  dos 
hombros. 

3."  La  apretura  de  la  hambre  obligó  al  Gobernador  Baptista  á  irse  saliendo 
de  esta  tierra  con  dos  caballos  que  hallaron  en  ella,  que  por  su  fragosidad,  á  no 
hallarlos  allí,  tuvieran  por  imposible  haber  entrado  ;  por  pasos  que  en- 
contraban fragosísimos  los  subían  y  bajaban  con  invenciones,  pareciendo  á  los 


CkP.  XLVIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  313 

Beldados  lea  podrían  socorrer  en  la  mnyor  apretura  de  la  hambre,  si  bien  el  Go- 
bernador, aunque  era  mucha  la  que  traía,  nunca  la  halló  tan  apretada  que  le 
pareciera  los  debiera  matar,  yéndolos  reservando  de  una  hambre  en  otra  para 
otra  mayor;  llegaron  con  tanta  loa  soldados  á  una  huerta  vieja,  que  no  hallando 
otra  cosa  que  comer  más  que  papayas  verdes  (infernal  comida  cuando  lo  están 
y  no  de  sazón,  pues  dicen  que  tiene  tan  mal  sabor  como  si  fuera  emplasto  de 
meliloto  ú  otra  peor),  las  echaron  á  cocer  en  las  pailas,  de  donde  uno  de  los 
perros,  obligado  de  la  feroz  hambre  que  traía,  sacó  con  la  mano  de  entre  los  bor- 
bollones del  agua  hirviendo  cuatro  o  cinco,  dándoles  como  á  pelota,  y  se  las  co- 
mió sin  dejarlas  enfriar;  comieron  los  cueros  de  las  rodelas  y  de  las  petacas, 
echaban  á  asar  unos  calabazos  verdes  que  crían  unos  árboles  á  modo  de  totumas, 
aunque  con  trabajo  en  balde,  pues  todos  se  les  convertían,  al  calor,  en  agua, 
como  si  fueran  de  hielo.  Eíitre  otros  remedios  que  buscaban  para  la  hfimbre 
cuando  no  hallaban  mantenimientos,  era  apretarse  mucho  la  barriga  con  paños 
de  lienzo,  con  que  lo  pasaban  menos  mal,  hasta  que  con  estas  y  otras  miserias 
Balieron  á  tierra  rasa  y  más  apacible,  viniendo  caminando  la  vuelta  del  Chapa- 
rral. Desde  donde  envió  Baptista  una  escolta  que  matasen  algún  ganado  vacu- 
no del  que  se  había  llevada  al  fuerte  para  sustentarlo,  desde  la  sabana  de  Iba- 
gué,  para  cuando  fuese  llegando  el  resto  de  los  soldados  y  cargueros,  como  se 
hizo,  y  hubo  soldado  de  estos  que  se  adelantaron  á  hacer  «sta  diligencia,  que  se 
llamaba  Juan  Eomero  y  Perdigón,  que  habiendo  muerto  una  ternera,  apenas 
hubieron  visto  el  fuego  los  hígados  y  livianos,  cuando  á  mucho  menos  que  á 
medio  asar  se  los  comió,  sabiéndole  mejor  que  truchas  de  Molina.  Llegaron 
al  fin  al  fuerte  del  Chaparral,  algo  más  alentados  todos  con  este  refresco  de  car- 
ne, donde  hallaron  que  pocos  días  antes  había  hecho  quemar  el  Gobernador 
Erazo  á  un  soldado  llamado  Sandoval,  por  haber  asayado  acometer  el  pecado 
nefando,  y  confesado  haberlo  cometido  m  chas  veces  en  Italia,  donde  se  estre- 
nó en  aquel  vicio  abominable,  y  en  otras  muchas  partes  siendo  soldado.  Yá  era 
esto  al  fin  del  año  de  16u7.  Otras  muchas  salidas  hizo  este  Gobernador  Baptista 
hasta  los  años  de  diez  y  once,  que  se  acabaron  de  apaciguar  estos  indios,  en  que 
hizo  muy  lucidos  efectos,  como  en  otras  muchas  conquistas  los  ha  hecho,  y  como 
los  hicieron  otros  valerosos  Capitanes  que  entraron  en  est.us  joruad.is. 


314  FRAT    PEDRO    SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

CAPÍTULO  XLIX 


1  .•  Vuelve  el  Capitán  General  desde  Ibagué  á  Santafé,  y  Erazo  desde  el  Chaparral.  Despa- 
cha muchas  'tropas— 2.»  Andan  los  indios  tan  acosados,  que  mueren  de  hambre  y 
enfermedades— 3.0  Vuelve  á  entrar  el  General  otra  vez  en  el  Chaparral— 4.«  La 
gente  que  le  acompaña. 


H 


ABIENDO  llegado  el  Presidente  y  Capitán  General  D.  Juan  de 
Borja  á  la  ciudad  de  Ibagné  y  alentado  con  su  presencia  y  indus- 
tria la  reedificación  y  reparo  de  sus  ruinas,  que  se  estaban  aún  tan  lamentables 
por  estarse  bajeando  la  sangre  de  los  muertos,  y  baber  sido  tan  pocas  las  fuer- 
zas con  que  quedaron  los  vivos  para  su  reparo,  por  el  gran  robo  que  se  les 
hizo,  y  habiendo  dado  asiento  á  las  viviendas  de  sus  moradores,  por  ser  dotado  de 
superior  prudencia  en  el  manejo  de  paz  y  guerra,  tomó  la  vuelta  de  esta  ciudad 
de  Santafé  después  de  nueve  meses  continuos  que  habían  pasado  en  esta  jorna- 
da, dejando  por  su  Lugar-tenieute  al  Goberuador  Domingo  de  Erazo  en  el 
Chaparral,  y  hecho  maravillosos  efectos  en  todas  las  Provincias  del  enemigo, 
que  llegaron  aun  hasta  los  retirados  de  las  C;vrnicerías,  pues  dando  sobre 
ellos,  con  dos  ó  tres  entradas,  tropas  de  soldados  de  la  Villa  de  Timaná,  que  es 
sobre  quien  los  de  aquella  parte  hacían  mayor  golpe  inquietando  el  pueblo, 
habiendo  muerto  á  muchos  indios,  prendieron  á  más  de  ochenta,  con 
que  se  comenzaron  á  quietar  y  asegurar  algo  los  p.'isajes  de  aquel  camino 
de  Neiva  para  el  Pira.  No  daban  lugar  en  esta  ausencia  del  Capitán  General, 
los  alentados  bríos  del  Gobernador  D()mingo  do  Erazo,  que  no  se  pasasen 
adelante  los  lucidos  efectos  de  hasta  allí  en  la  guerra,  antes  esforzándolos 
para  que  los  unos  fuesen  colmando  á  los  otros,  despachó  desde  el  fuerte  del 
Chaparral  dos  Capitanes  con  cincuenta  hombres,  que  volviesen  á  dar  vista  á 
las  Provincias  del  Tonuro  y  Valle  de  las  Hermosas  (uno  de  ellos  el  Capitán 
Felipe  de  Rojas  con  la  gente  del  Gobernador  Ospina,  como  dijimos),  que  toda- 
vía estaban  con  algunos  bríos  desde  que  desbarataron  y  mataron  á  aquellos 
españoles    que  llevaba  á  su  cargo  el  Sargento  Pedro  Vanegas. 

2»^  Encargó  á  otro,  con  una  buena  tropa  de  soldados,  las  Provincias  de 
Ambeima  y  Amoyá,  y  á  otro  las  de  Otaima  y  Cacataima;  haciendo  en  ellas  y  en 
otras  continuas  entradas  y  salidas,  con  tan  lucidos  efectos,  que  quedaron  laa 
más  de  ellas  tan  asoladas  que  ya  no  hallaban  las  tropas  indio  con  quien  pelear, 
casas  donde  ranchearse,  raíz  ni  grano  que  conier,  y  si  ííigún  indio  había  quedado, 
sin  atreverse  á  hacer  sementeras  de  propósito,  sembraba  cuatro  puños  de  maíz 
aquí  y    otros   dos   acullá  á  las  sombras  y  cubiertas  de  los  árboles,  porque  no  lo 


CAP.  XLIX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  315 

encontrasen  nuestros  soldados,  que  tampoco  era  posible  ocultárseles,  pues  antes 
que  estuvieran  de  entera  SB?.6n  lo  descubrían  los  papagayos  volando  y  graznan- 
do  sobre   ellas,    por  cuyo  rastro  daban  con  ellas  los  nuestros,  destruyéndolas  ó 
aprovechándolas,    y    si    alguno   de    los  indios    tenía  suerte  do  lograr  cogiendo 
alguna  de  éstas,  por  no  haberles   quedado  mujeres  que  les  beneficiasen  la  comi- 
da,   andaban  aperreados,    flacos  y  macilentos,  hasta  acabar  la  vida,  como  encon- 
traban   á  cada  paso  los  soldados  cuerpos  muertos  de  hambre  ó  cámaras,  que  les  - 
daban   de   beber   agua,  por  no  tener  mujeres  que  les  hiciesen  chicha  ó  masato, 
que   era    lo   que   siempre  bebían,  sin  probar  agua,  y  así  ahora  los  corrompía  y 
acababa.  Andaban    sólo  buscando  retiradas  donde  esconderse  de  los  ojos  de  los 
nuestros,    lo    que  no  podían   tampoco  conseguir,  pues  con  la  mucha  y  ordinaria 
asistencia   que   hacían  los  soldados  en  sus  Provincias,  no  había  retirada  que  no 
trastornasen,  sin  darles  un  punto  de  sosiego.  A  que  también  ayudaba  el  Presi- 
dente  aun   estando   en   esta   ciudad  de  Santafé,  pues  desde  ella  despachó  otro 
Capitán   con   cincuenta   hombres,    para   que   entrando   en    las    Provincias  de 
Otaima   y    Cacataima   por   la    parto    de   Ibagué,    talasen  las  sementeras    que 
hallasen  hechas  de  nuevo,  y  desde  aquí  pasasen  á  las  de  Bulira  y  Buga  la  Vie- 
ja, vertientes  ya  á  la  Gobernación  de  Popayán,  por  las  noticias   que  había  dado 
de   aquella   retirada   el   indio    Cocurga   al    Gobernador  Ospina,  como  dejamos 
dicho. 

3.^  No  eran  los  afectuosos  deseos  con  que  andaba  el  General  de  dar  fin  á 
cosa  tan  importante,  para  sosegarse  con  menos  que  procurando  juntar  los  fines 
de  esta  guerra  con  los  lucidos  principios  (si  no  eran  ya  medios)  que  habían 
tenido  y  se  iban  continuando,  y  así  entrado  ya  este  año  siguiente  de  160S, 
habiéndose  conferido  con  los  más  expertos  Capitanes  sobre  la  materia  y 
nuevos  modos  de  hacer  la  guerra,  por  estar  ya  las  tierras  de  los  indios  de  otra 
figura  que  cuando  se  comenzó  los  años  pasados,  en  su  modo  de  vivir,  pues  no 
hallando  asiento  ni  lugar  seguro  en  ellos,  andaban  á  noche  y  mesón  y  yá  tan 
descaídos  como  vemos,  y  habiéndose  dado  aviso  al  Gobernador  de  Popayán, 
Don  Vasco  de  Silva,  para  que  por  la  purte  de  Timaná  (que  á  la  sazón  entraba 
en  su  Gobierno)  y  las  Carnicerías  se  diesen  las  manos  en  las  conquistas  sus 
tropas  con  las  del  Chaparral,  por  ser  las  tierras  de  donde  se  tenían  mayores 
noticias  de  retiradas  y  aun  lo  decía  la  experiencia  por  lo  mucho  que  infesta- 
ban los  caminos  del  Pirú  en  el  Valle  de  Neiva,  se  dispuso  el  Presidente  á 
nueva  entrada  en  el  Chaparral,  previendo  nuevos  pertrechos  de  vituallas  y 
armas,  y  criando  de  nuevo  algunos  Capitanes  (no  obstante  que  muchos  de  los 
que  habían  entrado  otras  veces  también  se  dispusieron  para  entrar  ahora). 
Entre  los  cuales  fué  uno  su  hijo  Don  Juan  de  Boria,  niño  do  hasta  ocho  años, 
que   sin   reparar  en  su  edad   tierna,  entró  ahora  con  su  padre,  con  una  compa- 


38 


316  FRAY    PEDRO   SIMÓN  (7.''   NOTICIA 

nía  de  más  de  ochenta  hombres;  por  Maese  de  Campo,  como  en  la  pasa- 
da, Don  Francisco  Maldonado,  de  la  Orden  de  Santiago,  con  el  Capitán  su  hijo 
Don  Antonio  Maldonado,  que  hoy  lo  es  de  la  de  Calatraba;  el  Gobernador 
Domingo  de  Erazo,  con  el  cargo  que  siempre  había  tenido;  el  Capitán  Juan 
Clemente  de  Chaves,  Alférez  Real  de  esta  ciudad;  el  Capitán  Pedro  Suárez  de 
Villena;  los  Gobernadores  Antonio  de  Olalla  y  Baptista'de  los  Reyes,  el  Capi- 
tán Gonzalo  de  León,  y  otra  gente  noble  de  aventureros  y  con  com- 
pañías. 

4.*^  Y  también  el  Capitán  Lorenzo  de  Terrones,  Oidor  de  la  Audiencia, 
que  por  estar  en  visita  y  desocupado  de  judicatura,  gustó  de  entretenerse  en 
esta  entrada,  y  el  Secretario  de  la  Audiencia,  Hernando  de  Ángulo;  vicario  de 
todo  el  ejército,  el  Padre  Escobar;  entró  también  el  Padre  Cifuentes,  el  Padre 
Fray  Antonio  del  Castillo,  de  nuestra  Orden,  y  entre  los  demás,  me  cupo  á  mí 
la  suerte  de  acompañar  esta  jornada  ;  médico,  el  Licenciado  Alvaro  de  Auñón; 
boticario,  Bernardo  de  Herrera;  cirujano,  Francisco  de  Planeta,  y  otro  llamado 
Reyes;  y  puesto  todo  á  pique  á  la  jornada,  salió  el  General  de  esta  ciudad  de 
Santafé  la  vuelta  del  Chaparral,  donde  se  juntaron  con  todos  otros  cuatrocien- 
tos hombres,  como  en  la  jornada  pasada;  y  habiendo  llegado,  yendo  caminando, 
á  la  quebrada  que  llaman  de  Pedro  Alonso,  donde  descansamos  algunos  tres  ó 
cuatro  días,  hizo  una  gentileza  el  indio  Inacho  (que  siempre  andaba  con  los  nues- 
tros, con  no  pequeña  importancia),  que  fué  subir  más  de  seis  ó  siete  varas  un 
árbol  arriba,  no  más  grueso  que  la  pantorrilla,  asiéndose  con  solas  las  manos  y 
los  dedos  de  los  pies,  sin  tener  cosa  en  ellos,  para  aporrear  desde  él  un  racimo  de 
cachiques  sazonados  que  tenía  una  palma,  que  fué  espantosa  demostración  para 
todos  de  lo  trepadores  que  son  estos  indios.  Llegados  todos  con  el  General  al 
fuerte  del  Chaparral,  que  estaba  ya  mudado  un  poco  más  á  la  sierra,  hecho  de 
tapias,  y  con  sus  dos  cubos,  en  una  mesa  limpia  y  escombrada  de  árboles  por  na- 
turaleza y  cercada  de  dos  quebradas  de  aguas,  se  despachó  luego  el  Gobernador 
Antonio  de  Olalla  con  una  buena  tropa  de  soldados,  y  por  Capellán  el  Fray 
Antonio  del  Castillo,  en  demanda  de  la  provincia  de  los  Natagaimas,  que  aun- 
que eran  también  Pijaos,  y  los  que  más  infestaban  el  camino  de  Timaná  y 
Valle  de  Neiva,  no  se  había  tenido  noticia  de  ellos  hasta  entonces  ;  que  corrién- 
doles toda  su  provincia  y  la  de  los  Cutivaes  y  lo  que  llaman  los  Órganos,  por 
unos  altísimos  y  encrespados  riscos  y  puntas  que  caen  sobre  el  río  Saldaña,  se 
aseguró  más  el  camino  de  Timaná  trayendo  al  Chaparral  más  de  treinta  pri- 
sioneros, y  entre  ellos  algunos  que  llamaban  Duhos  y  otros  muchachos,  y  éstos 
eran  captivos  de  los  Natagaimas,  y  no  sé  si  les  llamab*an  así  por  ser  captivos, 
ó  por  ser  provincia  y  nación  particular.  Fué  do  tanta  importancia  esta  fac- 
ción, que  se  hicieron  nuestros  amigos  los  Natagaimas  y  nos  ayudaron  no  menos 


CAP.  l)  noticias  de  las  conquistas  de  tierra  firme.  317 

qao  los  Cojaimas  contra  los  Fijaos  de  la  sierra,   aunque   eran  todos  de  una  na- 
ción y  lengua,  por  traer  entre  ellos  sangrientas  guerras. 


CAPITULO  L 

!.•  Muere  un  indio  viejo  con  un  ídolo  en  las  manos.  Fúndase  el  fuerte  de  las  Nieves. 
Vuélvese  el  General  á  Santafé— 2.»  Prosigúese  la  guerra  hasta  que  no  ha  quedado 
indio,  más  que  solos  dos  pueblos  amigos— 3.**  Costumbres  de  estos  indios--4.o  Bazo- 
nes  acerca  de  predicarles  el  Evangelio. 

DESPACHAEON  otras  muchas  tropas  con   buena   copia  de   soldados 
á  todas  las  provincias  donde  había   noticia  de   gente,  de  donde   vol- 
vían siempre  con  alguna  de  gandules  y  chusma  de   mujeres  y  niños.   Entro   las 
demás  me  acuerdo  que  trajeron  un  día  un  indio,    al  parecer   de  hasta  noventa 
añes,  bajo  de  cuerpo,   vestido   de   unos   zaragüelle3   y  ropilla   de  los  nuestros, 
ambas  cosas  rompidas  de  lanzadas  por   muchas   partes,   señal  clara  que  se   las 
dieron  á  quien  despojaron  de  ello.    Traía   un    idolillo  en  la    mano,  de   palo,  de 
hasta  una  cuarta,  que  sentía  mucho  el  Mohán  (porque   lo  era)  se  lo  sacasen  de 
la  mano,  y  no  habiendo  querido  convertirse  á  la  fe,  por  grandes  diligencias  que 
hizo  con  el  Padre  Isidro  Cobo,  clérigo   criollo   de  la   ciudad  de  Ibagué,  famoso 
lenguaraz,  le  echaren  vivo  á  los  perros,    que  en   un   instante  lo   despedazaron, 
fiin  oírsele  otra  palabra  en  la  aflicción  más   que  acaya,  que  quiere  decir  ¡  ay  do 
mí  !    Ni  soltó  el  ídolo  de  la   mano   mientras   tuvo   vigor   en  ella  para   tenerlo. 
Para  más  comodidad  en  la   prosecución   de   esta    guerra,   se  despachó   de  esfee 
fuerte,  con  ciento  y    cincuenta   soldados,  el    Gobernador   Domingo  de  Erazo  á 
las  provincias  de  Hamay,  Tonuro  y  Zearco,   donde  fundó  un  fuerte  de  palizada 
que  llamó  de  Nuestra  Señora  de  las  Nieves,  donde   se  hizo  una  gran  sementera 
de  maíz  y  se  guardaban  los  bastimentos  y    pertrechos  de   guerra  para  tomarlos 
desde  allí  con  más  facilidad,  y  salir   á  correr  estas   tres   provincias  y  sus   más 
convecinas,  que  eran  las  que  más  daño  por  entonces  hacían,   donde  se   hicieron 
tan  lucidos  efectos,  que  no  fueron  la  menor  parte   para  concluir   esta  guerra. 
Quífo  el  General  dar  vista  á  este  fuerte   de  las   Nieves,  y   yéndole  todos  ó   los 
más  que  asistimos  en  el  del  Chaparral  acompañando,   pasamos  el  río  de  Amoyá 
(que  corre,  como  dijimos,  media  legua  de  este  fuerte  al  Poniente,  muy  frío  y  de 
suaves  aguas,  que  no  son  de  poco  regalo   en   tierra   caliente)  por   un  modo   de 
pasaje  que  llaman  tarabita,  que  la  necesidad  y  falta  de  puentes  ha  enseñado  en 
estas  Indias,  y  es  atravesar  el  río  con  una   maroma  fuerte  y  alta,  y  puestas  en 
ella  ciertas  cabuyas  ó  sogas  con  que  atan  el  cuerpo  do  la  persona  ó  tercio  que 


318  FRAY    PEDKü    SIMÓN  (J .^  NOTICIA 

quieren  pasar,  con  otras  la  van  halando  de  una  parte  á  otra.  Llegamos  al  de 
las  Nieves  en  cuatro  ó  cinco  días,  por  sabanas  y  tierra  aun  no  de  mucha  aspe- 
reza, porque  desde  allí  comienza  la  de  la  serranía  al  poniente,  y  habiendo  esta- 
do en  él  otros  tantos,  tomamos  con  el  General  la  vuelta  del  Chaparral,  y  desde 
allí  la  de  esta  ciudad  de  Santafé,  habiendo  gastado  en  esta  facción  tres  meses » 
dejando  al  mismo  Gobernador  de  Muzo  por  Teniente  General  de  toda  la  gente 
de  ambos  fuertes,  que  haciendo  continuas  las  salidas  de  las  tropas,  se  fueron 
minorando  los  indios,  de  manera  que  dentro  de  aquel  año  de  1G08  ya  no  ha- 
llaban en  quién  hacer  presa,  ni  aun  noticias  de  ninguno  ;  todos  los  caminos 
cerrados  al  arcabuco,  por  no  haber  gente  que  los  frecuentase,  las  casas  caídas  y 
sin  tener  los  soldados  dónde  poderse  albergar,  ni  sementeras  de  qué  sustentarse. 

2.^  Con  todo  eso  se  fué  continuando  la  guerra  con  la  fuerza  que  pedía  la 
necesidad,  con  entradas  y  salidas  de  soldados,  por  los  dos  años  siguientes 
de  nueve  y  diez,  y  aun  hasta  el  de  once,  hasta  que  quedaron  todas  aquellas 
largas  Provincias  como  hoy  lo  están,  sin  que  se  encuentre  con  un  tan  solo 
indio.  Las  ciudades  convecinas,  Ibagué,  Cartago,  Buga  y  Timaná,  libres  de  tan 
terrible  yogo  como  tenían  de  tantos  sobresaltos,  robos  y  muertes;  todos  los 
caminos  del  Pira  tan  seguros,  así  por  Cartago  á  la  Gobernación  de  Popayán, 
como  los  de  Neiva  y  Timaná,  que  cualquiera  persona  sola  los  camina  á  todas 
horas,  lo  que  antes,  como  dejamos  dicho,  no  se  atrevían  hacer  ni  asegurar  con 
grandes  tropas;  sólo  han  quedado  fundados  dos  pueblos,  de  los  que  ""dijimos 
quisieron  reducirse  á  nuestra  amistad  y  nos  ayudaron  mucho  en  la  guerra,  uno 
de  los  Natagaimas,  en  la  margen  del  río  do  la  Magdalena,  cerca  del  paraje  del 
pueblo  antiguo  de  Neiva,  y  otro  de  los  Coyaimas  sobre  las  barrancas  del  de 
Saldaña,  á  quien  se  les  da  doctrina  y  están  quietos  y  pacíficos,  sin  otra  sujeción 
ni  tributo  que  alguna  pequeña  cantidad  de  oro  en  polvo  que  pagan  al  Key, 
que  lo  sacan  de  las  arenas  del  río  de  Saldaña  y  de  otras  quebradas.  También 
han  quedado  en  esta  ciudad  y  en  otras  de  este  Eeino  algunos  indios  é  india» 
que  sirven  muy  quietos,  algunos  dicen  que  á  título  de  esclavos,  que  si  lo 
pueden  ser  ó  nó,  no  es  mío  juzgarlo,  pues  sólo  soy  historiador  y  no  juez,  si  bien 
me  parece  lo  puedo  ser  con  todos  cuantos  saben  la  importancia  de  esta  facción 
.y  efectos,  haber  sido  de  la  mayor  que  se  han  hecho  en  estas  Indias  Occi- 
dentales, por  ser  tantos  y  tan  grandes  los  inconvenientes  que  se  seguían  antes 
de  ella,  como  hemos  visto,  y  tantas  y  tan  grandes  las  conveniencias  y  comodi- 
dades que  se  han  seguido  y  siguen  después  de  ella  á  todos  los  españoles  y 
naturales,  como  vemos. 

3.^  Los  ritos,  costumbres  y  ceremonias  que  se  pudieron  entender  de  estos 
indios,  son  casi  los  mismos  y  del  mismo  modo  que  dejamos  dicho  de  otros  en 
otras   partes;   tenían   sus   Mohanes,  hechiceros  y  adivinos,  para  el  servicio   de 


CAP.  l)  noticias  de  las  conquistas  de  tierra  firme.  319 

BUS  ídolos,  que  los  hacían  de  madera,  de  la  estatura  de  un  hombre  y  de  barro, 
y  algunos  pequeñnelos.  En  los  riscos  que  llaman  los  Órgano?,  en  cierta  conca- 
vidad se  halló  un  id  lo  grande  de  piedra,  que  lian  aban  Lidiimoy,  que  quiere 
decir  Dios  grande,  ccn  tres  cabezas,  seis  brazos  y  seis  piernas.  En  la  Provincia 
de  Otaima  y  Catjataima  tenían  por  Dios  un  bulto  feísimo,  como  suelen  pintar 
al  Demonio,  que  llamaban  Eliani;  y  éstos  tuvieron  guerra  muchos  años  con 
las  demás  Provincias,  sobre  cuáles  tenían  mejores  dioses.  Hallaron  los  soldados  en 
la  Provincia  de  Otaima  el  rauchuelo  donde  vivía  el  Mohán,  y  enfrente,  donde 
dormía,  un  ídolo  de  la  figura  de  un  indio  Pijao,  y  á  sus  pies  ofrecidas  lanzas, 
dardos  y  galgas,  que  son  sus  armas.  Los  Mohanes  ayunaban  y  desenojaban  á 
sus  dioses  con  ofrecimientos  de  éstos  y  otros  antes  de  ir  á  la  guerra,  quemaban 
palos  de  balsa  y  un  bejuco  que  arde  como  tea,  y  por  la  ceniza  agorizaban  los 
buenos  y  malos  sucesos  de  la  guerra;  iba  el  Mohán  á  ella;  si  tenían  buen  presa- 
gio y  si  salían  con  vito  ia,  le  daban  t  doi  los  despojos  y  él  los  repartía,  y  si 
sucedía  al  contrario,  pagaba  el  Mohán  todos  los  muertos  á  sus  parientes,  por 
cada  uno  una  manta,  un  machete  ó  dos  cuchillos  ú  otra  cosa  así.  Tenían  tam- 
bién mujeres  ayunadoras,  como  lo  era  una  llamada  Tnlima,  que  hubieron  á  las 
manos  nuestros  soldados,  de  quien  se  enseñoreaba  tanto  el  Demonio,  que  la 
llevaba  volando  por  donde  quería,  y  así  se  la  arrebató  casi  de  las  manos  una  noche 
á  las  postas  que  la  tenían  en  guarda.  Los  entierros  eran  en  bóvedas  ó  cuevas, 
con  sus  comidas,  bebidas  y  armas,  como  dejamos  tocado  en  algunas  partes  acer- 
ca de  esto. 

4:.^  No  será  fuera  de  intento  responder  aquí  á  la  tácita  objeción  que  se 
puede  hacer  en  todas  las  partes  que  hemos  tratado  en  las  tres  nuestras,  y 
aun  casi  á  todos  los  escritores  de  estas  conquistas  que  han  hecho  los  españoles 
en  estas  Indias  Occidentales,  diciendo  que  cómo  no  se  trataba  de  predicarles 
ahora  el  Santo  Evangelio  y  de  su  conversión,  sino  de  sólo  hacerles  guerra, 
pues  el  fin  de  todos  es  convertirlos  á  Dios  por  la  predicación.  A  que  se  puede 
responder  (con  la  brevedad  que  pide  la  historia)  que  el  principio  para  este  fin 
es  apaciguarlos  y  amistarlos  con  nosotros,  y  de  enemigos  hacerlos  amigos;  lo 
que  no  se  podía  hacer  sin  poner  fuerza  de  armas  contra  su  resistencia,  y  hechos 
por  este  camino  afables  y  amigables,  ora  por  fuerza  (que  después  se  viene  á 
hacer  agradable,  como  se  ha  experimentado),  ora  por  voluntad  (porque  mal  recibe 
uno  las  palabras  de  otro,  aunque  le  importa  mucho  mientras  es  su  enemigo), 
entra  luego  la  predicación,  el  catecismo,  baptismo  y  lo  demás  para  perfectos 
cristianos,  porque  como  dijo  San  Pablo,  primerees  lo  que  es  animal  que  lo  que  es 
espiritual,  y  así  se  trata  en  estas  conquistas  lo  primero  de  reducir  á  estos  indios 
en  cuanto  tienen  de  animales  racionales  y  sociales,  que  es  hacerlos  amigos,  para 
que  luego  entre  lo  espiritual,  porque  de  otra  suerte,  mal  admitieran  lo  segundo 


320  FRAY    PEDRO    SIM(5n  (^7.*  NOTICIA 

sin  lo  primero;  como  ha  sucedido  á  los  Coyaimas  y  Natagaimas,  que  después 
de  haberlos  hecho  amigos,  admiten  muy  bien  la  doctrina  y  cristiandad  que 
hoy  se  les  está  dando  en  sus  pueblos,  lo  que  no  han  querido  hacer  el  resto  de 
los  demás,  y  así  han  quedado  totalmente  destruidos. 

A  no  estar  mis  pensamientos  de  escribir  esta  Historia  apartados  de  mí 
como  el  cielo  de  la  tierra  cuando  estuve  en  el  fuerte  del  Chaparral,  juntara 
allí  memoriales  muy  copiosos,  puntuales  y  verdaderos  de  todas  las  facciones 
que  allí  á  la  sazón  se  hicieron,  y  en  las  ocasiones  de  antes,  por  estarse  aún 
todas  á  sangre  caliente  y  de  memoria  fresca;  pero  llegó  ya  tarde  este  mi  inten- 
to de  escribirla  para  muchos  que,  aunque  hoy  son  vivos,  los  hallo  tan  alienados 
de  memoria,  que  viéndolos  tan  varios  en  sus  relaciones  que  hoy  hacen,  no  me 
atrevo  á  asegurarme  para  escribirlas,  en  especial  si  no  son  de  las  de  alguno  que 
escribió  algo  por  entonces,  que  fueron  bien  raros,  por  no  entender  nadie  había 
aquello  de  llegar  á  f  oaerse  en  historia:  falta  tan  común  en  las  conquistas  de 
estas  Indias,  que  ha  sido  como  pecado  original  que  ha  caído  en  todos,  y  así, 
apesarado  de  no  poderme  por  esto  alargar  á  tratar  aquí  otros  sucesos  de  las 
conquistas  de  estos  indios,  pues  quisiera,  por  ser  todos  los  que  las  hicieron  mis 
conocidos  y  amigos,  y  haberme  yo  hallado  en  algunas,  alzo  la  mano  de  ellos, 
confiado  los  tratará  la  historia  particular  que  me  dicen  está  escribiendo  cierto 
seglar  en  esta  ciudad,  si  Dios  la  saca  á  luz. 


CAP.  Ll)  NOTICIAS    DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  321 

CAPÍTULO  LI 

1.*  Entrase  á  la  conquista  del  Guamoco— 2."  Los  que  ayudaron  á  ella  y  en  quién  se  repar- 
tieron los  indios  de  la  tierra — 3.«  Entradas  dificultosas  del  Guamoco  por  Zaragoza 
y  el  río  de  Cauca— 4.°  Entrase  también  en  él  por  Simití  desde  el  río  de  la 
Magdalena. 

ILUSTRÓSE  este  año  de  mil  y  seiscientos  y  diez  la  ciudad  de  Carta- 
gena con  la  venida  y  plantada  allí  del  Santo  Tribunal  de  la  Inquisi- 
ción, donde  desembarcó  de  España,  á  veinticinco  de  Septiembre,  con  todos  sus 
oficios  y  oficiales:  por  Inquisidor  más  antiguo  el  Licenciado  Pedro  Mate  de 
Salcedo;  por  segundo  el  Licenciado  Juan  de  Mañozca;  Fiscal,  el  Doctor  Don 
Francisco  Bazáa  de  Albornoz;  Secretario,  Luis  Blanco  de  Salcedo;  Alguacil 
Mayor,  Tomás  de  Alvarado ;  donde  hoy  permanece  con  crecidos  frutos  en  la 
exaltación  de  la  fé:  evidencias  de  la  importancia  que  tuvo  el  sentar  este  Tribu- 
nal en  aquella  costa,  á  donde  acude  tanta  gente  de  toda  broza  y  na- 
ciones. 

No  habían  ya  quedado  en  estos  tiempos  (conclusa  del  todo  la  guerra  de  los 
Caribes  Fijaos,  como  hemos  visto)  en  esta  gran  isla  de  entre  los  dos  ríos  Cauca 
y  la  Magdalena,  indios  por  conquistar  y  sujetar  á  tributo,  aunque  no  eran 
molestos,  antes  retirados  y  gente  triste,  otros  que  los  Guamocoes  (de  la  misma 
lengua  y  nación  que  los  Yaraecíes  de  Zaragoza)  que  demoran  al  Norte  de  aque- 
lla ciudad  con  alguna  declinación  al  Nordeste;  gente  poca  y  apocada,  por  ser 
sus  países  enfermizos,  pero  de  tierra  tan  rica  de  minerales  de  oro,  todo  de  ley, 
que  es  sobre  veinte  quilates,  como  lo  ha  dicho  la  experiencia  y  hoy  no  ha  cerra- 
do su  boca  en  eso;  para  cuyo  descubrimiento  y  verdad  de  las  noticias  que  se 
tenían  de  estos  valientes  minerales,  dio  comisión  este  año  de  1610  el  Goberna- 
dor de  Zaragoza,  Don  Bartolomé  de  Alarcón,  al  Capitán  Juan  Pérez  Garabito, 
que,  comenzando  luego  á  hacer  leva  de  gente  en  la  ciudad  de  Zaragoza,  Cáceres 
y  Antiochia,  entró  á  esta  conquista  el  año  siguiente  de  16 11,  que  no  habiendo 
tenido  en  ella  casi  otra  resistencia  para  enseñorearse  de  sus  tierras,  por  ser 
muy  pocos  los  indios  que  la  ocupaban,  mayor  que  la  dificultad  del  camino, 
llegó  al  centro  de  la  Provincia,  que  no  es  mucha  tierra,  y  cateando  en  muchas 
partes  y  descubriendo  en  todas  riquísimos  minerales  de  fino  oro,  en  la  que 
más  acomodada  le  pareció  y  el  paraje  de  ricas  minas  sobre  las  barrancas  del  río 
de  Atara,  de  saludables  aguas,  por  ser  de  oro,  habiendo  precedido  las  ceremonias 
acostumbradas  en  nuevas  poblaciones,  fundó  una  ciudad  el  Juan  Pérez  Garabi- 
to, á  quien  llamó  San  Francisco  de  Nuestra  Señora  La  Antigua.  Nombróle 
Cabildo  y  Eegimiento;  repartió  solares  para  casas  y  algunas  huertezuelas,  aun- 


822  FRAY    PEDRO   SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

que  pocas,  por  ser  el  sitio  tan  aprensado  entre  arcabucos,  que  para  que  cupieran 
las  casas  fué  necesario  talar  algo  del  monte. 

2.^  No  hubo  necesidad  de  repartir  estancias  de  ganados  ni  sementeras,  por 
no  dejar  la  espesura  de  la  montaña,  calidad  y  fragosidad  de  la  tierra,  criar  lo 
uno  ni  lo  otro,  porque  aunque  el  maíz  se  suele  dar  bien  en  tierras  tales,  por  ser 
éstas  de  oro,  no  son  acomodadas  para  fruto,  como  lo  dijo  San  Agustín,  que  las 
tierras  de  metales  no  eran  buenas  para  pan  ;  demás  que  los  fundadores  de 
éstas,  como  las  hallaron  tan  grandes  y  de  oro  tan  subido,  no  pretendieron  vivir 
de  otra  cosa  que  de  labor  de  minas  de  este  metal,  á  cuya  golosina  les  había  de 
entrar  todo  lo  necesario  á  la  vida  humana,  como  sucedió  y  sucede,  pues  apenaa 
las  comenzaron  á  labrar  con  negros  que  para  esto  metieron  luego  de  la  ciudad 
de  Zaragoza,  cuando  dieron  tan  gran  estampida  sus  riquezas  por  todo  este  Reino, 
que  atrepellando  las  dificultades  de  los  caminos,  no  sólo  les  metían  allí  todo  lo 
necesario  de  comidas  y  vestidos,  pero  aun  muchos  mineros  por  mejorarse  en 
caudales  sacándolos  de  otras  partes,  llevaban  allí  sus  cuadrillas,  que  no  les  salió 
vano.  Sosegada  y  quieta  la  tierra  y  reducidos  á  servidumbre  los  pocos  indios 
que  se  hallaron,  hizo  apuntamientos  el  Juan  Pérez  Garabito  de  los  que  había, 
con  algunos  de  los  que  le  ayudaron  á  la  conquista.  El  primero  y  más  pingüe 
se  señaló  para  el  Gobernador,  por  ser  así  una  de  las  capitulaciones  y  asientos 
que  hizo  su  antecesor  y  suegro  Gaspar  de  Rodas  ;  el  segundo,  en  el  Capitán 
Juan  Pérez  Garabito,  siguiéndose  á  éste  los  demás,  Sebastián  Garabito,  su  so- 
brino, el  Capitán  Francisco  Corral  de  Esquivel,  Francisco  Ortiz  Chiquillo,  el 
Capitán  Pedro  do  la  Torre,  Hernando  Díaz  del  Campo,  Juan  del  Río:  cargando 
pensión  sobre  éstos  para  otros  soldados  que  entraron  aventureros,  con  que  se 
les  satisfizo  su  trabajo  y  cesó  el  inconveniente  grande  que  es  dar  encomiendas  á 
gente  pobre,  en  especial  de  indios  de  minas,  pues  por  hacerse  ricos,  suelen  fa- 
tigarlos tanto  en  la  saca  del  oro,  que  concluyen  con  ellos  en  dos  días,  por  no 
estar  enseñados  á  tan  inmensos  trabajos  como  es  el  labrar  minas. 

3.°  Pienso  estuvo  en'otra  parte,  no  lejos  de  donde  ahora  está  mejorada  en 
sitio,  esta  ciudad  de  San  Francisco  del  Guamoco  ;  pero  en  el  que  tiene  está  en 
71  grados  de  longitud  del  meridiano  de  Toledo,  siete  de  latitud  á  la  banda  del 
Norte.  Entrase  á  ella  desde  Zaragoza  por  el  Real  de  minas  que  llaman  de  San 
Agustín,  cuatro  leguas  de  esta  ciudad,  y  desde  éste  catorce  ó  diez  y  seis  á  la 
del  Guamoco,  que  caminando  con  cargas  se  llega  en  seis  días,  holgando  uno  á 
la  mitad,  para  poder  sufrir  las  cabalgaduras  el  trabajo  y  incomodidad  del  cami- 
no, por  no  haber  hierba  ni  ningún  otro  pasto  que  coman  más  que  maíz,  que  se 
lleva  para  el  efecto.  Es  el  camino  fragoso  y  áspero,* de  colgadas  y  peinadas 
cuestas,  forzosas  ¿subirlas  y  bajarlas,  raíces  entretejidas  unas  con  otras,  y  no 
lo  hacen  menos  penoso  los  ríos  y  quebradas  harto    caudalosas,  rápidas  y  peligro- 


CAP.  lO  noticias  de  las  conquistas  de  tierra  firme.  323 

"SIS,  que  se  pasan  el  agua  á  la  cinta  y  cuando  menos  á  la  rodilla,  y  así  los  espa- 
fiolefs  tienen  por  más  seguro  y  do  menos  peligro  caminar  por  allí  á  pié  con  al- 
pargates, si  bien  dan  con  esto  «n  otro  mayor  riesgo  y  bien  notorio  de  la  vida, 
tle  las  picaduras  do  venenosas  culebras,  de  que  abundan  todtDs  aquellos  países, 
qus  considerando  los  muchos  tigres  que  también  hay,  podemos  decir  los  paso 
Dios  por  defensa  de  aquella  tierra  tan  rica,  para  moderar  la  avaricia  humana. 
Tiénese  por  más  seguro  meter  cargadas  las  mercaderías  de  riesgo,  como  botijas 
áe  vino,  aceite  y  otras,  á  cuestas  de  negros,  con  que  se  hace  todo  más  caro, 
pues  una  fanega  de  maíz  vale  de  ordinario  veinticuatro  y  treinta  pesos  de  aquel 
oro  de  veintiún  quilates;  otro  tanto  una  botija  de  vino;  una  petaca  de  bizcocho 
de  cuatro  arrobas  sale  por  cien  pesos,  á  peso  la  libra  ;  nn  jamón  cinco  y  seis 
pesos  ;  un  queso,  un  peso,  y  de  allí  para  arriba ;  un  arreld©  de  carne  de  puerco, 
cuando  lo  hay,  un  peso ;  dos  y  tres  y  aun  cuatro  una  gallina,  y  4  este  talle  todo 
lo  demás  que  allí  se  gasta,  sin  que  les  falte,  pues  la  codicia  del  oro  no  hay  difi- 
cultad que  no  atrepelle. 

4.^  Tiene  otra  entrada  esta  ciudad  por  el  río  de  Caribina  que  entra  en  el 
de  Cauca,  pero  no  es  menos  dificultosa,  como  tampoco  lo  es  otra  que  se  le  halló 
los  años  pasados  de  seiscientos  y  trece,  por  industria,  trabajo  y  á  costa  del  Capi- 
tán Aleja\idro  Ramírez  de  Arellano,  manchego  natural  de  la  Osa  do  Belmente 
(que  hoy  es  Corregidor  por  el  Rey  de  la  ciudad  de  Tunja  y  su  partido),  que  co- 
mienza desde  el  pueblo  de  Simití,  y  entrándose  por  arcabucos  y  sabanas,  todo  di- 
ficultoso por  los  muchos  paatenos,  tremedales  y  breñas,va  á  dar  áesta  ciudad  del 
Guamoco  ;  por  donde  lo  más  que  se  tragina  es  de  las  ciudades  de  Salazar  de 
las  Palmas,  Pamplona  y  Ocaña,  de  donde  se  sacan  los  frutos  de  la  tierra,  como 
harinas,  bizcocho,  miel,  colaciones,  tabaco  y  otros  ;  para  donde  se  desagua  en 
compra  de  esto  la  mayor  cantidad  del  oro  que  se  saca  en  esta  ciudad,  que  hoy 
es  en  mayor  crecimiento  que  hasta  aquí,  por  ir  dando  cada  día  en  mejores 
minas,  vetas  más  fundadas  y  de  mayores  jornales,  que  siendo  muchos  los  negros 
que  trabajan  en  ellas,  no  es  poco  lo  que  se  saca.  Hay  Caja  Real  con  sus  oficia- 
les, nombrados  por  los  propietarios  de  la  ciudad  de  Zaragoza.  Es  en  lo  eclesiás- 
tico sujeto  al  Obispado  de  Cartagena,  no  sé  por  qué  razón,  siendo  la  de  Zarago- 
za y  Cáceres  á  este  Arzobispado  de  Santafé,  á  cuya  jurisdicción  está  sujeto  en 
lo  temporal  y  al  Gobernador  de  Zaragoza.  Es  el  país  muy  caliente,  aun  en 
las  cumbres  de  los  cerros;  críanse  muchos  y  valientes  tigres,  y  todos  los  ani- 
males de  tierras  calientes  qne  hemos  dicho  en  otras  partes,  fuera  de  las  aves 
que  se  crían,  pocas  ó  ningunas,  porque  las  exhalaciones  de  tierra  ametalada  no 
les  son  á  propósito  para  su  respiración  y  vital  aliento,  como  nos  lo  dice  la  ex- 
periencia en  las  ciudades  de  Zaragoza  y  los  Remedios  y  otras  de  esta  calidad. 
No  guardan  las  aves  en  estas  Indias,    así  en  tierras   calientes  como  frías,  la  re- 

39 


^4  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7.^  NOTICIA 

gularidad  de  poner  sus  huevos  y  criar  sus  hijuelos  desde  el  mes  de  Marzo 
hasta  Junio,  que  guardan  en  Europa  y  otras  partes,  como  lo  dice  cada  día  la 
experiencia,  pues  aun  en  este  año  de  1626,  á  los  primeros  de  Enero,  entro 
ciertas  hierbas  de  manzanilla  florida,  clavellinas  y  otras  que  hay  en  un  cajcn 
en  la  ventana  de  nuestra  celda,  anidó  y  puso  sus  dos  huevos  un  pajarillo,  que- 
por  acá  pasa  plaza  de  gorrión  ó  pardul,  por  ser  tan  familiares  á  los  hombres  éstos 
como  esotros  en  Europa,  si  bien  con  alguna  diferencia,  por  no  ser  cugujados  tan 
vivos  ni  astutos,  y  lo  mismo  vemos  de  las  golondrinas,  que  como  el  temple  es 
siempre  uno,  no  pasan  ú  ésta,  como  ni  otras  aves ;  ni  aun  para  la  vivienda  hu- 
mana, pues  todas  son  tierras  tan  enfermizas,  que  aun  los  naturales  habituados  á 
ellas  viven  poco,  pues  en  esta  Provincia  del  Guamoco,  el  año  de  1614,  en  la  visita 
que  hizo  el  Oidor  Don  Francisco  de  Herrera,  sólo  halló  cuarenta  indios  de  ma- 
cana, con  pocas  mujeres  y  chusma.  En  este  mismo  año  de  catorce  murió  el 
Gobernador  de  allí,  Don  Bartolomé  de  Alarcón,  por  fin  del  mes  de  Diciembre. 
Sucedióle  por  merced  del  Rey,  el  de  1616,  el  Capitán  Francisco  de  Berrío,  y  á 
él  el  que  ahora  gobierna,  Garcitello  de  Sandoval,  del  hábito  de  Calatraba,  na- 
tural de  Sevilla,  con  que  se  despide  la  Historia  del  Gobierno  de  Entre  los  dos 
Ríos. 

Cerca  del  pueblo  de  Simití  está  fundado  uno  de  los  españoles,  nombrado 
San  Antonio  del  Toro,  desde  donde  se  traginan  al  Guamoco  las  mercaderías  de 
que  se  sacan  los  intereses  que  hemos  dicho.  De  su  fundación  y  ser  de  la  juris- 
dicción de  Cartagena,  dejamos  tratado  más  largo  en  nuestra  segunda  parte. 


CAP.  LIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIElllixV    FIRME  325 

CAPÍTULO  LII 

1 «  Principios  que  tuvo  la  jornada  del  Darién  laecha  por  Tristancho — 2.<»  Prosigúese  la 
misma  materia — 3.*  Echa  Bartolomé  Marín  un  indio  de  Santa  Marta  que  sepa  loa 
secretos  de  la  tierra  del  Tunuguna — 4.^  Relación  que  da  un  negro  de  su  Capti verlo 
entre  los  indios  y  de  la  tierra  al  Gobernador  de  Cartagena. 

TA  dejamos  tratado  en  algunas  de  esta  nuestra  tercera  parte  de  la  en- 
senada del  mar  que  llaman  Acia,  cincuenta  leguas  poco  más  ó  me- 
nos de  la  ciudad  de  Cartagena,  la  costa  en  la  mano  al  Sur  la  vuelta  de  Puertobe- 
lo,  y  cómo  entra  en  ella  el  gran  río  Darién  por  sus  seis  ó  siete  bocas,  y  que  la 
tierra  de  esta  ensenada,  que  está  á  la  parte  del  Este,  es  la  de  los  Urabaes;  y  la 
otra  costa  enfrente  que  se  continúa  con  las  de  Puertobelo  y  Panamá  se  llama 
Acia,  y  su  punta  y  entrada  por  aquella  parte  llaman  Cabo  de  Tiburón,  donde 
algo  deritro  en  la  ensenada,  el  año  de  1617,  dejó  un  vecino  de  Cartagena  que  vi- 
vía de  navegar  esta  costa  con  un  barco,  llamado  Bartolomé  Marín,  de  nacióa 
genove's,  ciertos  marineros  suyos  con  un  barquillo,  ocupados  en  pescar  tortugas, 
mientras  él  proseguía  su  viaje  á  Puertobelo,  que  á  la  vuelta^  día  de  todos  los 
Santos,  el  mismo  año,  doblando  esta  punta  de  Tiburón  con  el  barco  en  quo 
venían  mareándolo  tres  hombres,  pasó  en  demanda  de  los  pescadores  la  playa 
adelante,  bien  adentro  de  la  ensenada,  donde  andaba  paseándose  un  indio,  que 
aunque  desnudo,  galán  y  de  muy  buena  estatura  y  parecer,  que  en  viendo  el 
barco,  pues  á  poco  llegaron  con  él  algunos  y  algunas  mujeres,  que  llamando  á 
los  del  barco  desde  lo  alto  de  unas  peñas,  sáftó  en  tierra  uno  de  los  marineros 
llamado  Gaspar  Salvador,  para  tomar  lengua  de  los  pescadores,  de  que  no  halló 
rastro;  pero  entre  tanto  que  él  estaba  inquiriendo  de  esto  entre  los  indios,  les 
dio  gana  á  tres  de  ellos  de  venirse  al  barco  á  ver  en  él  cosas  nuevas,  con  seguro 
de  que  no  les  harían  daño  en  él,  por  quedar  el  español  entre  los  otros  indios,  á 
quien  dejaron  avisados  los  tres  no  dejasen  embarcar  al  Salvador  hasta  que  ellos 
fuesen  de  vuelta  á  tierra. 

2.^  El  Bartolomé  Marín,  pretendiendo  quedarse  con  un  indio  de  los  tres 
en  el  barco  y  declarándole  á  voces  sus  intentos  al  Gaspar  Salvador,  y  que  así 
dejase  los  indios  y  se  viniese  á  bordo,  embistió  con  uno  de  los  tres  indios,  que 
era  el  gentilhombre  que  había  visto  pasearse,  pensando  por  su  buen  talle  era 
hijo  de  algún  Cacique  principal,  en  que  se  engañó,  pues  uno  de  los  otros  era 
hijo  del  Cacique,  que  no  asió  de  él  por  verlo  de  tan  mal  talle.  Entre  tanto  el 
Gaspar  Salvador  trató  de  vender  dos  cuchillos  que  llevaba  á  las  indias,  que 
los  habían  pedido  á  trueque  de  canutos  y   granos  brutos  de  oro  ensartados  que 


326'  FRAY    PEDHO    SmÓS  (7.*  üOIlCliA 

traían  por  manillas,  que  aunque  traían  al  cuello  periquitos  y  papagayos,  sier- 
pezuelas  y  otras  sabandijas  del  mismo  metal,  sólo  pidió  las  manillas,  en  que 
no  se  concertaron  por  no  querérselas  dar  enteras,  como  el  S  ilvador  las  pedía,  que 
fué  el  remedio  de  su  vida,  pues  despidiéndose  de  ellas  y  echándose  á  nado  para 
venir  al  barco,  saltaron  también  al  agua  los  otros  dos  indios  del  barco,  embra- 
vecidos por  haberles  preso  á  su  compañero,  para  coger  y  llevarse  á  manos  al 
Salvador,  que  conociendo  los  intentos  de  los  dos  por  irse  nadando  derecho  para 
él,  cogió  en  ambas  manos  los  dos  cuchillos  que  había  querido  rescatar  con  las 
indias,  y  amenazándoles  con  ellos,  temieron  y  pasaron  adelante  hasta  la  playa, 
y  él  al  barco,  donde  se  dieron  á  la  vela  y  vinieron  la  vuelta  de  la  ciudad  de 
Cartagena,  donde  á  lafsazón,  por  sncesióu  de  Don  Diego  Fernández  de  Velasco» 
que  acabó  el  tiempo  de  su  gobierno  el  año  de  1613,  gobernaba  Don  Diego  do 
Acuña,  que  se  alegró  de  que  le  hubiese  traído  Marín  aquel  indio,  y  mandando 
le  hiciesen  regalo  y  buen  tratamiento,  lo  vistió  de  tafetán  colorado,  ordenando 
al  Marín  que  en  el  primer  viaje  que  volviese  a  hacer,  volviese  el  indio  á  sn 
tierra  libre,  por  si  acaso  diciendo  en  ella  el  buen  tratamiento  que  le  habían 
hecho  los  nuestros,  hubiese  alguna  buena  entrada  para  el  allanamiento  y  reduc- 
ción de  aquellas  provincias, 

3.*^  Hízolo  así  el  Marín,  y  aun  diciendo  el  indio  desde  la  misma  playa 
donde  lo  echó,  no  íe  atrevía  á  entrar  solo  á  su  pueblo,  que  estaba  cuatro  ó  seis 
días  de  camino,  porque  no  se  lo  comiesen  tigres,  de  que  es  harto  infestada  la 
tierra,  envió  que  le  acompañara  el  Marín  un  muchacho  de  su  servicio,  indio 
cristiano  de  los  de  Santa  Marta,  avisándole,  per  ser  ladino,  supiese  cuanto 
pudiese  entender  de  las  cosas  de  la  tierra,  y  que  á  los  veinticinco  estuviese  en 
aquel  puesto,  donde  él  volvería  con  su  barco.  Pasaron  los  dos  indios  juntos 
hasta  el  primer  pueblo,  donde  el  de  la  tierra,  dejando  al  de  Santa  Marta  entre 
las  mujeres  de  él,  por  estar  los  indios  monteando,  pasó  adelante  y  habló  con  su 
Cacique,  que  llamaban  Tunuguna,  el  cual,  oída  la  relación  de  su  indio,  y  cómo 
quedaba  el  otro  muchacho  en  aquel  pueblo,  deapachó  á  que  se  lo  llevara  un 
negro  esclavo  suyo,  llamado  Domingo,  que  él  había  habido  en  rescate  de  otros 
indios  que  lo  habían  captivado  con  otros  negros  en  el  Guayano,  astillero  de 
Panamá,  el  cual  habiendo  hablado  con  el  muchacho  de  Santa  Marta  y  díchole 
cómo  el  Cacique  lo  enviaba  á  llamar,  no  se  atrevía  á  ir  con  él  porque  no  lo 
detuvieran,  y  estar  á  pique  para  cuando  volviera  el  Marín  para  llevarlo  el  día 
que  dijo.  Volvió  con  esto  el  negro  al  Cacique,  que  sabiendo  cómo  el  Marín 
había  de  volver  á  la  costa,  mandó  á  un  cuñado  suyo  v  á  otro  de  sus  Capitanes, 
y  al  negro  Domingo  y  á  otro  llamado  Manuel  (que   era   de  una    carabela    que 

•  había  dado  allí  á  la  costa  y  habiendo  muerto  á  loá  portugueses,  señores  y  mari- 

•  aeroS;  se  quedaron  estos   indios  con   toda  la  armazón  de  los  negros,  de  que  sólo 


Cá]^.   LII)  NüTIClAd  DE  LAS  CuNQUlbTAS  DE  TIERRA    FJliME  o27 

era  vivo  éste)  que  llegasen  á  la  costa  y  se  iiiforuiasen  Je  la  verdad  (|ue  tenía 
lo  que  decía  el  negro  y  ol  muchacliü  de  la  venida  de  Marín,  que  sin  falta  llegó 
al  puerto  el  mismo  día  con  su  barco. 

4.0  Entrados  eu  él  los  des  indios  enviados  por  el  Cacique,  y  diciéndole 
traían  intentos  de  volver  con  él  á  Cartagena  por  lo  que  les  había  dicho  el  indio 
que  había  estado  allá,  se  hizo  á  la  vela  con  ellos  y  con  los  dos  negros  y  su  criado 
el  indio  de  Santa  Marta,  que  le  contó  cuanto  había  sabido  de  la  tierra;  lo  que 
también  dijo,  y  con  mas  larga  y  cierta  relación,  el  negro  Dominguillo;  cómo  había 
muchos  pueblos  bien  fundados  y  seis  minas  donde  se  sacaba  mucha  grosedad  de 
oro,  de  que  estaban  abundantísimos  todos  los  indios,  y  otras  particularidades  y 
secretos  de  la  tierra,  por  haber  tres  años  estaba  en  ella  en  servicio  del  Cacique 
Tunnguna,  que  lo  había  rescatado  á  él  y  á  otro  negro,  también  de  su  amo  Don 
Tomás  de  Quiñones,  vecino  de  Panamá,  de  otros  indios  por  un  cataure  de  clavos, 
y  que  los  habían  traído  hasta  el  pueblo  del  Cacique,  tapados  los  ojos  porque  no 
viesen  la  disposición  de  la  tierra,  agudeza  no  de  bárbaros,  porque  nadie  lo  es 
para  sus  comodidades.  Túvolas  también  el  Marín  con  estos  indios,  rescatando 
por  cosas  de  poco  valor  muchas  y  grandes  puntas  de  oro  bruto,  con  que  so 
aseguraron  ser  ciertas  las  noticias  que  daban  de  las  minas,  de  que  hizo  relación 
larga  al  mismo  Gobernador  Don  Diego,  que  ya  con  esto  se  fué  aficionando 
más  á  la  conquista  de  la  tierra,  y  le  mandó  al  Marín  (habiendo  tratado  á  los 
indios  con  tanta  cortesía,  que  por  ser  nobles,  los  sentaba  á  su  mesa,  y  vestíalos 
de  tafetán)  que  los  volviese  á  su  tierra  y  le  trajese  relación  entera  de  ella 
acerca  de  la  gente  y  metales  y  los  demás  secretos  que  pudiese  entender. 


328  FllAT    PEDKO    SIMÓN  (7.^   NOTICIA 

CAPÍTULO  Lili 

1."  Llega  Marín  al  puerto  de  la  Encadenada,  entra  la  tierra  dentro,  donde  le  quieren  ma- 
tar—2.»  Rescata  él  y  sus  compañeros  oro  con  los  indios  por  cosas  de  Castilla — 3.* 
Embárcase  el  Cacique  Tunuguna  y  va  á  la  ciudad  de  Cartagena  y  conciértase  la 
conquista  entre  él  y  el  Gobernador — 4.°  Dase  la  conquista  á  Tristancho  y  hácese 
gente  para  ella— 5.»  Llegan  al  Darién  Tristancho  y  Marín  á  darle  principio. 

H IZÓSE  á  la  vela  el  Marín  con  su  barco  la  vuelt?;  de  la  ensenada, 
llevando  en  él  los  dos  negros  y  indios,  de  los  cuales  enfermando  el 
uno  de  im  fuerte  catarro  y  no  queriendo  admitir  otra  cura  que  plátanos  ma- 
duros desleídos  y  molidos  con  agua,  se  le  fué  acrecentando  el  achaque  en  la 
navegación,  que  al  fin  de  ella,  llegando  el  Marín  al  puerto  que  llaman  de  la  En- 
cadenada, llegaron  luego  a  verle  muchos  indios,  que  mostraron  tristeza  por  ver 
enfermo  al  indio,  con  quien  se  entró  Marín  la  tierra  adentro,  fiado  en  la  amis- 
tí\d  que  le  había  cobrado,  que  no  puso  en  el  hecho  en  poco  riesgo  su  persona, 
pues  habiendo  muerto  el  indio  en  llegando  al  pueblo,  se  indignaron  contra  él  di- 
ciendo le  habían  dado  los  españoles  hierbas  con  qué  matarlo,  que  pretendieron 
hacer  lo  mismo  al  Marín  y  á  sa  indio  el  de  Santa  Marta  que  le  acompañaba, 
como  sin  duda  lo  hicieran  si  no  lo  defendiera  el  Cacique  y  un  hermano  del 
muerto,  por  haberles  dicho  poco  antes  que  muriera  lo  mucho  que  quería  al 
Martín,  y  así  le  dieron  una  lanza  con  que  se  defendiera,  y  tal  vez  se  escapó 
por  la  piedad  de  las  indias  tapándole  con  sus  mantas,  que  aun  entre  estas  bár- 
baras se  halla  esta  virtud,  más  ordinaria  que  en  los  hombres.  Creció  la  amistad 
de  este  indio  hermano  del  muerto  tanto  con  el  Marín,  que  aficionado  á  su  trato, 
le  prometió  darle  una  hija  suya,  de  buen  parecer,  para  que  se  casase  con  ella, 
con  que  le  diese  en  dote  (ueanza  de  aquellos  indios  dar  la  dote  al  padre)  algu- 
nas herramientas  y  negros  herreros  para  que  fuesen  sus  esclavos,  y  que  si  le 
prometía  dar  esto,  embarcase  luego  á  su  hija  y  la  llevase  á  Cartagena. 

2.^  Convenidos  en  esto,  bajó  el  Marín,  después  de  diez  y  siete  días  que 
había  partido  de  su  barco  y  estado  entre  los  indios,  á  la  playa,  en  compañía  de 
la  que  había  de  ser  su  mujer  y  otra  prima  suya,  con  algunos  indios  eaclavos  y 
acompañamiento.  A  donde  también  llegaron  otros  doscientos  indios,  con  inten- 
tos todavía  de  matar  allí  al  Marín  y  á  sus  compañeros  los  del  barco,  ya  más 
que  por  la  muerte  del  indio,  por  codicia  de  quedarse  con  tantas  herramientas 
como  traía  el  barco,  que  alcanzándolo  á  saber  el  Marín  *por  medio  del  negro  Do- 
mingo, que  sabía  bien  nuestra  lengua  y  la  suya,  supo  dar  tan  buena  traza,  que 
aquella  noche  quedaron  en  el  barco  la  india  que  había   do   ser   su  esposa  y    su 


CAP.  Liri)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME.  329 

prima,  con  otros  dos  negros  y  una  negra   y    dos  indios  esclavos  de  ellos,  y  otro 
de  los  que  habían  venido  otra  vez  á   Cartagena,    y  aun    la     tuvo    también    para 
hacer  aquella  tarde  tan  buenos  rescates  de  oro   por  las  herramientas   que  él  lle- 
vaba, que  hubo  cada  uno  de  los  del    barco   á   las   manos   más  de  quinientos    ó 
seiscientos  pesos  de  buen  oro,  con  que   llegaron  ricos  á  la  ciudad  de    Cartagena, 
trayendo  en  el  barco  las  indias,  indios   y  negros  que   hemos    dicho,   de    donde 
habiendo  estado  quinoe  días  el  Marín,  en  que  se  baptizaron  los   dos  indios,  lia' 
mandóse  Magdalena  la  que    había  de  ser  su  mujer,  y  su   prima  Esperanza,  por 
orden  del  mismo  Gobernador,  dejando  como  en  rehenes  á  la    Esperanza  en  su 
casa  en  la  ciudad,  y  á  los  dos  indiosy  negros  esclavos,  volvió  á  tomar  la  vuelta  de 
aquellas  costas  de  Acia  y  puerto  de  la  Encadenada,  donde  le  estaban  aguardando 
muchos  irfdios,  que  le  recibieron  con  muy  gran  gusto,  haciéndose   presentes  de 
una  parte  á  otra  los  indios,  de  frutas    y    carnes   de    monte  de   la  tierra,    y  los 
nuestros   de  hachas,   machetes    y   otras   herramientas,  y  algunas   bujerías   de 
Castilla. 

3.°  Enviándole  á  avisar  el  Cacique  á  Marín  le  aguardase  ocho  días,  por- 
que gustaba  de  venirse  con  él  á  Cartagena,  llegó  á  la  costa  al  tiempo  dicho,  y 
embarcándose  con  otros  dos  Capitanes  suyos  el  Cacique,  tomaron  la  vuelta  de 
la  ciudad,  donde  los  recibió  el  Gobernador  Don  Diego  de  Acuña  con  grandes 
cortesías,  al  modo  que  las  entendiesen  los  bárbaros,  que  no  lo  eran  tanto  que 
no  ias  supiesen  recibir,  en  especial  el  convidarlos  á  su  mesa,  que  lo  hacía  cada 
día  de  los  quince  que  estuvieron  allí,  dándoles  á  beber  chicha,  porque  no  gus- 
taban de  nuestro  vino.  Trató  el  Gobernador  con  el  Cacique  y  sus  Capitanes  en 
este  tiempo,  por  medio  del  negro  Domingo,  lengua  y  esclavo  del  Cacique,  de 
las  conquistas  que  el  Gobernador  pretendía  hacer  de  aquella  tierra  y  de  un 
pueblo  de  españoles  que  se  había  de  fundar  en  parte  conveniente;  que  so  les 
había  de  predicar  la  Ley  de  Dios,  y  que  habían  de  obedecer  al  Rey  Philipo,  y 
otras  cosas  á  su  bienestar  del  Cacique  y  toda  su  tierra,  y  siendo  una  de  ellas 
el  haberle  de  ayudar  los  nuestros  contra  ciertos  pueblos  enemigos  fronterizos 
que  él  tenía.  Cebado  de  esto  y  del  apetito  de  venganza,  vino  bien  en  todo  lo 
demás,  en  que  habiendo  dado  asiento  y  el  seguro  qne  se  podía  esperar  del  bár- 
baro, lo  volvió  á  llevar  el  Marín  con  su  acompañamiento  de  indios  á  su  tierra, 
donde  lo  dejó,  tomando  la  vuelta  de  la  ciudad  de  Cartagena. 

4.°  Donde  dentro  de  tres  ó  cuatro  meses  trató  el  Gobernador  se  pusiese 
en  ejecución  la  conquista  de  estas  provincias  de  Tunuguna,  yá  entrado  el  año 
de  1618,  para  lo  cual  hizo  un  modo  de  asiento  con  Don  Francisco  Maldonado, 
vecino  de  la  ciudad  de  Santa  Marta,  en  que  le  nombró  por  su  Teniente  Gene_ 
ral  y  Justicia  Mayor  de  aquellas  conquistas  y  lo  que  en  las  tierras  de  ella  se 
poblase,  y  dándose  principio  á  levantar  gente,  yá   que  esto  estaba  en  tan   buen 


830  FRAY    PEDRO    BIMÓN  (7."  NOTICÍA 

punto,  llegó  á  la  ciudad  de  Cartagena,  de  la  de  Santa  Marta,  un  Juez  contra  Don 
Francisco  Maldonado,  con  que  le  obligó  á  retirarse,  y  al  Gobernader  Don  Diego 
de  Acuña  el  suceso  á  quitarle  el  nombramiento  que  tenía  hecho  en  él  para  la 
jornada,  y  habiendo  entrado  también  en  el  asiento  de  ella,  con  obligación  de 
hacer  parte  del  gasto,  un  Sebastián  S:incliez  de  Tristancho,  criollo  de  la  ciudad 
de  Barquisimeto  en  la  Gobernación  de  Caracas,  y  á  la  sazón  vecino  de  la  de 
Tenerife,  ó  no  sé  si  ya  de  esta  de  Cartagena,  se  le  dio  título  de  Cabo  y  Justicia 
Mayor  de  esta  jornada,  con  dependencia  inmediata  al  Gobernador,  supuesto 
que  ya  el  Don  Francisco  Maldonado  estaba  excluido  de  ella.  Hiciéronse  tres 
compañías  de  los  ciento  y  seis  soldados  que  se  condujeron,  gente  de  toda  broza, 
aunque  algunos  lucidos  y  valientes:  la  una  á  cargo  del  Tristancho  (que  fué 
el  que  hizo  la  mayor  parte  del  gasto),  su  Alférez  Don  Alonso  de  los  Ríos  ;  la 
otra  de  Juan  de  Larrada,  que  iba  por  Sargento  Mayor,  su  Alférez  Juan  López, 
valentísimo  soldado;  Sargento  Juan  Alonso,  soldado  del  presidio,  y  de  la  otra 
fué  Capitán  el  Bartolomé  Marín,  que  se  le  dió  por  descubridor  título  de  esto  á 
27  de  Marzo  del  mismo  año.  Puesto  todo  á  pique  en  la  ciudad  de  Cartagena, 
de  armas,  municiones  y  bastimentos  para  la  jornada,  que  fué  de  poca  gente, 
menos  comidas,  armas  y  municiones,  y  al  fin  faltos  de  lo  necesario,  por  ser 
corto  el  caudal  de  los  que  hacían  el  gasto,  se  dieron  á  la  vela  á  20  de  Mayo  en 
el  puerto  de  Cartagena,  con  tres  fragatas  y  dos  barcos,  las  dos  compañías,  á 
quien  siguió  con  la  suya  de  allí  á  ocho  días  el  Marín,  por  haberse  retardado 
íiu  avío,  y  todos  surgieron  en  el  puerto  de  la  Villa  de  Tolú,  á  donde  de  allí  á 
dos  días  llegó  también  el  Don  Francisco  Maldonado  con  toda  su  casa  en 
un    barco,    presumiendo  tener  fuerza  aún  sus  títulos. 

5.^  Donde  no  tratándose  por  entonces  tan  por  entero  de  averiguar  esto, 
se  embarcaron  todos  de  amistad,  después  de  cuatro  ó  seis  días  que  estuvieron 
en  Tolú,  hasta  volver  á  anclarse  en  el  puerto  de  Cispatá,  pueblo  de  indios, 
cerca  de  la  boca  del  río  del  Zenú,  donde  reformaron  los  matalotajes  con  dos- 
cientas arrobas  de  carne  salada  y  otras  tantas  hanegas  de  maíz,  con  que  toma- 
ron la  vuelta  de  Isla  Fuerte,  donde  aguardaron  algunos  barquillos  que  andaban 
recogiendo  por  las  estancias  más  gente  y  comidas,  en  que  habiéndose  detenido 
tres  días,  en  otros  tres  tomaron  el  puerto  de  San  Sebastián  de  Buenavista,  de 
quien  tanto  dejamos  tratado,  y  donde  ahora  están  poblados  indios  ürabaes,  por 
ser  ésta  su  tierra,  que  tratan  con  los  españoles  de  una  paz  ni  buena  ni  mala, 
pues  no  quieren  servir,  aunque  rescatan  entre  ellos  los  nuestros  gallinas  y 
otras  cosas.  Con  quien  tenía  hecho  concierto  el  Marín  en  las  ocasiones  pasadas, 
le  habían  de  salir  á  ayudar  en  esta  conquista,  que  para  avisarles  ahora  cómo 
estaba  allí  y  que  saliesen  á  cumplirle  la  palabra,  despachó  al  Gaspar  Salvador, 
quo  iba  ahora  por  soldado,  el  cual  no   hallando  á  la  sazón  á  todos  los  indios  en 


CAP.    Lili)  NOTICIAS      DE  LAó5  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  331 

el  pueblo,  por  estar  en  bus  labranzas,  aólo  salieron  quince  con  sus  armas,  que 
fion  flechas  de  veneno,  de  los  más  valientes,  que  ellos  llaman  Manicatos,  con 
los  cuales,  sin  aguardar  otro  día  á  que  viniesen  más,  como  los  indios  decían, 
se  dieron  á  la  vela,  y  llegaron  aquella  tarde  á  una  de  las  bocas  del  Darién,  por 
haber  solas  tres  leguas  de  distancia,  á  donde  quedando  ancladas  la  tres  fragatas, 
p:isó  con  la  otra  el  Bnrtolomé  Marín  al  puerto  de  la  Encadenada  á  hablar  con 
los  indios,  que  hallándolos  en  la  playa,  saltó  en  tierra,  y  diciéndoles  cómo  ya 
traía  la  gente  para  la  conquista  y  ayudarle  contra  sus  enemigos,  y  que  iría  por 
ella  si  gustaban  de  que  llegara  á  sus  tierras,  porque  se  habían  quedado  en  San 
Sebastián  de  Urabá  (no  les  quiso  decir  estaban  más  cerca,  para  conocer  primero 
en  los  indios  el  vado  de  sus  intento»),  le  respondió  el  Cacique  con  los  demáSf 
que  los  trajera,  porque  de  ello  estaban  muy  contentos  sus  corazones,  con  que  el 
Marín  volvió  con  la  suya  á  las  fragatas,  que  llegando  al  puerto,  saltó  el  Tristan- 
cho  el  primero  en  tierra  con  algunos  soldados,  pretendiendo  dar  á  entender  á 
los  indios  que  él  era  el  Capitán  y  cabeza  que  mandaba  á  todos,  y  debió  de  ser 
esto  con  tales  palabras,  que  antes  se  acedaron  que  amistaron  los  indios,  con 
que  no  le  hicieron  buen  agasajo.  En  especial  que  había  dicho  el  Marín  á  los 
indios  había  de  venir  por  cabeza  y  mandarín  de  los  soldados,  cuando  viniesen 
á  la  conquista. 


40 


332  .  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7.'    NOTICIA 

CAPÍTULO  LIV 


1.0  Señálase  sitio  en  que  poblar  los  españoles— 2,"  Dase  principio  á  la   población,  á  que 
acuden  los  indios — 3."  Determínanso  entrar  los  soldados  por  tierra  y  parte  por  río. 


H 


ICIERON  de  esto  mayor  demostración  en  saltando  en  tierra  el 
Marín  y  hablándoles,  pues  le  dijo  el  Cacique  que  qué  hombre 
era  aquel  que  mandaba  más  que  él  y  hablaba  malas  palabras.  A  quien  apla- 
cando con  las  suyas  el  Marín,  diciendo  que  era  su  hermano,  y  que  le  señalase 
luego  sitio  donde  comenzasen  á  poblarse,  dijo  el  Cacique  que  con  buen  cora- 
zón lo  haría,  y  caminando  en  su  compañía  el  Marín,  Tristancho  y  Fray  Mel- 
chor Maldonado,  fraile  Agustino,  hijo  del  Don  Francisco,  hasta  un  tiro  largo 
de  escopeta,  en  un  bnen  llano,  al  pié  de  una  sierra  y  margen  de  un  arroyo  de 
buena  agua,  señaló  el  Cacique  el  sitio  donde  se  podían  poblar  los  nuestros,  y 
sobre  si  era  acomodado  ó  nó  teniendo  algunas  voces,  el  Marín  diciendo  que  era 
bueno  y  el  Tristancho  que  era  malo,  dijo  el  Cacique  al  Marín  si  quería  que  le 
cortase  la  cabeza  al  Tristanchc»,  y  señalando  el  bárbai'O  con  el  dedo  el  cuello, 
significando  con  la  acción  lo  que  con  la  palabra,  se  encolerizó  de  suerte  el  Tris- 
tancho, que  preguntó  con  brío:  '*  ¿  Qué  es  lo  que  dice  este  indio  ?  "que  en- 
tendiéndolo, dijo  el  Cacique:  "  Si  á  vos  yo  corto  la  cabeza,"  con  que  encen- 
diéndose más  en  cólera  el  Tristancho,  quiso  embestir  con  el  bárbaro,  como  lo 
hiciera  si  el  Marín  no  se  abrazase  con  él,  procurando  aplacarle  la  cólera  y  aun 
la  del  indio,  en  que  ya  estaba  también  encendido  ;  pero  al  fin  con  las  blandas 
palabras  del  Marín  se  moderó  y  dijo  enviaría  otro  día,  por  ser  ya  tarde,  indios 
que  cortasen  y  zafasen    el  sitio  para  la  población. 

2."  La  cual  determinó  el  Tristancho  no  se  hiciese  allí,  sino  legua  y  media 
más  adelante  al  Sur,  en  el  puerto  de  la  Encadenada,  á  la  boca  de  un  río  de  muy 
buena  agua ;  á  donde  de  hecho  se  fueron  otro  día,  sin  querer  ir  allá  el  Cacique, 
y  poniendo  una  cruz  se  dijo  misa,  como  primera  piedra  de  la  ciudad  que  querían 
poblar,  á  quien  llamaron  desde  luego  San  Agustín,  y  acordaron  despachar  un 
soldado  y  al  negro  Domingo,  lengua,  que  trajesen  á  Magdalena,  la  mujer  del 
Marín,  que  vino  de  allí  á  siete  días  y  la  recibieron  en  el  río  con  salva  de  esco- 
petas y  otras  demostraciones  ;  á  quien  el  Marín  abrazó  y  agasajó  con  otros 
más  de  cincuenta  indios  y  indias  que  llegaron  acompañándola,  y  oyeron  misa 
allí  otro  día,  que  habiendo  conocido  las  incomodidades  del  sitio  pantanoso  y  de 
muchos  mosquitos  y  otras,  volvieron  á  fundar  al  primero,  á  que  acudió  el  Ca- 
cique Tunuguna,  alegre  de  que  no  les  hubiese  sucedido  bien  el  no  haberle  creí- 
do, pero  no  quiso  acudir  él  ni  sus  indios  á  hacer  más  casa  que  h  iglesia  y  la  de 


CAP.   LIV)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA     FIRME  833 

Marín,  y  de  ninguna  suerte  la  de  Tristanclio;  con  todo  eso  se  echó  la  carga  en 
tierra,  y  quedándose  con  dos  fragatas,  despacharon  las  demás  para  traer  las 
flechas  hasta  allí,  donde  estuvieron  diez  y  doce  días  sin  fortificaree  ni  hacer 
más  ranchos  de  algunos  pequeñuelos  que  hacían  los  soldados  donde  recogerse. 
En  este  tiempo  regalaban  al  Marín  loa  indios  con  muchas  frutas,  perdices, 
pavas,  carne  de  monte  y  algún  oro,  y  se  enfadaban  con  él  porque  repartía  con 
Tristancho,  que  determinó  fuesen  dos  soldados  á  dar  vista  á  otro  sitio  cuatro  le- 
guas de  aquél,  donde  poblarse  el  río  arriba. 

3.°  Y  habiendo  vuelto  con  nuevas  de  su  mejoría,  se  originaron  diferen- 
cias entre  él  y  Don  Francisco  Maldocado  sobre  si  se  mudaría  la  población,  que 
vinieron  á  tener  fin  en  que  habiendo  hecho  ambos  demostración  de  sus  títulos, 
y  conocida  por  todos  la  mayor  fuerza  de  los  del  Tristancho  y  ser  inmediato 
al  Gobernador,  mandó  al  Don  Francisco  se  embarcase  con  su  hijo  y  gente, 
como  lo  hizo,  y  se  vino  en  las  fragatas  que  se  remitían  á  Cartagena.  También 
tomaron  la  vuelta  de  su  pueblo  de  San  Sebastián  los  quince  Urabaes,  sospe- 
chando no  había  de  pasar  bien  aquello,  diciendo  á  los  nuestros  no  se  fiasen  de 
aquellos  indios  Tunuganaes,  porque  eran  traidores;  tomando  al  fin  determina- 
ción de  pasar  á  poblarse  el  río  arriba,  la  tomaron  también  que  los  soldados  de 
mejores  bríos  y  clérigo  sacerdote  fuesen  por  tierra  con  el  Tristancho  para 
darle  vista  y  conocer  su  asiento  y  disposición,  y  que  el  resto  fuese  en  los  dos 
barcos  con  el  Capitán  Joan  de  la  Rada,  con  orden  de  que  subiera  el  río  hasta 
llegar  tres  leguas  de  la  primera  población  de  los  indios,  donde  aguardase  al 
Tristancho  y  su  gente,  que  iría  pasando  y  dando  vista  á  las  tierras  de  Tunugu- 
na,  como  se  comenzó  luego  á  poner  en  efecto,  partiendo  el  Tristancho  y  que- 
dando el  Marín  á  hacer  embarcar  los  rezagados  y  á  la  india  Esperanza  y  á  su 
mujer  Magdalena,  que  le  avisó  no  fuera  por  tierra  con  Tristancho,  porque  lo 
habían  de  matar,  pues  no  hallaba  de  otro  pelaje  ni  determinación  menos  que 
ésta  á  los  indios.  Que  aunque  lo  sintió  Marín,  por  no  mostrar  flaqueza,  acabado 
de  dar  recado  á  la  embarcación,  siguió  con  su  compañero  á  la  del  Tristancho, 
con  tan  pocas  municiones,  que  no  llevaba  cada  soldado  más  que  una  vara  de 
cuerda,  media  libra  de  pólvora  y  seis  balas,  que  se  conformó  bien  con  esta 
escasa  la  del  caudal  de  quien  hizo  el  gasto  de  este  avío.  No  se  pudieron  embar- 
car todos  con  Juan  de  la  Rada,  y  así  se  hubieron  de  quedar  allí  algunos  aguar- 
dando que  el  Rada,  en  llegando  al  puerto,  enviase  un  barco  por  ellos. 


334  FRAY   PEDRO    SIMÓN  {7.^  NOTICIA 

CAPÍTULO  LV 

1°  Entran  Tristancho  y  Marín  la  tierra  adentro,  y  recíbenlos  bien  en  un  pueblo,  aunquo 
fingidamente,  los  bárbaros— 2.»  Salen  de  él  y  cógenlos  en  dos  emboscadas  y  matan 
nuestra  gente— 3.'  Sube  Juan  de  la  Rada  un  río  arriba  hasta  el  sitio  que  le  habían 
señalado — 4.*>  Envía  el  Gobernador  de  Cartagena  socorro  á  Juan  de  la  Rada,  que 
tome  la  vuelta  de  la  ciudad,  con  que  se  acabó  la  jornada. 

CAMINANDO  iban  (aunque  en  hora  menguada)  con  sus  dos  peque- 
ñas compañías  (eran  noventa  por  todos)  Tristancho  y  Marín  por 
Ja  fragosa  serranía  de  la  Provincia  de  Acia  ó  Tuuuguna,  la  vuelta  de  las  pri- 
meras poblaciones  de  estos  indios,  cuando  le  dio  una  muy  mala  el  Tristancho 
á  uno  de  los  que  los  iban  guiando,  de  veinte  remesones  y  zaleos,  á  causa  de  no 
haberle  respondido  á  propósito,  apretando  á  él  y  á  los  demás  indios  sus  compa- 
ñeros para  que  le  dijesen  dónde  estaban  las  madres  del  oro  que  ellos  tenían  y 
sacaban,  que  fué  ir  acrecentando  y  llenando  el  vaso  de  la  indignación  que  con- 
tra él  tenían  y  aguijando  álos  demás  en  sus  determinaciones  de  quitarle  la  vida 
con  todos  los  que  le  acompañaban,  aunque  lo  supieron  bien  disimular  los  bár- 
baros, por  no  espantar  la  caza  hasta  que  la  tuviesen  dentro  de  las  redes  de  las 
emboscadas,  en  la  ocasión  que  salieran  con  sus  intentos,  como  salieron.  Antes 
en  llegando  á  las  primeras  casas,  para  deslumhrar  más  á  los  nuestros,  les  hicie- 
ron muy  cortesano  hospedaje  á  su  modo,  con  mucho  regalo  de  comidas,  y  aun 
salió  la  voz  á  dos  ó  tres  días  de  su  llegada,  entre  los  indios  y  indias,  que  querían 
también  llevarlas  á  los  que  venían  en  los  barcos,  porque  les  parecía  ya  habían 
llegado  al  paraje  concertado,  y  que  así  pedían  fuesen  acompañándolos  algunos 
cristianos  para  el  efecto,  y  eran  sus  intentos  que  muriesen  en  las  emboscadas 
los  que  ahora  fuesen,  para  ir  minorando  aún  los  pocos  que  de  los  nuestros  eran, 
como  sucedió,  pues  no  entendiendo  la  malicia  los  Capitanes,  señalaron  catorce 
que  fuesen  con  los  indios  ahora  y  que  diesen  vista  á  los  barcos  si  acaso  habían 
llegado,  que  caminando  todos  juntos  por  sus  jornadas,  entraron  entre  dos  em- 
boscadas que  tenían  echadas  de  muchos  indios,  que  saliendo  á  buen  tiempo  de 
ambas,  hicieron  pedazos  á  los  catorce  soldados,  y  se  supo  tener  tal  secreto  de 
este  hecho,  que  no  lo  vinieron  aun  á  imaginar  el  Tristancho  ni  el  Marín. 

2.<*  Que  saliendo  del  pueblo  á  otro  día  ú  otros  dos  con  el  resto  de  los  sol- 
dados, al  salir  de  él  se  apartaban  dos  caminos,  el  uno  más  corto  que  el  otro, 
para  llegar  al  puesto  donde  había  de  estar  el  Capital^ Juan  de  la  Eada,  y  sa- 
biéndolos ambos  el  negro  lengua  Sebastián,  y  sospechando  malicia  en  ir  por  el 
que  los  indios  guiaban,  que  era  el  que  iba  á  las  emboscadas,  dijo  al  Tristancho 
sería  más  seguro  ir  por  el  otro,  que  habiendo   tenido  por   respuesta  que  era  un 


CAP.  IX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  335 

perro  y  que  callase,  pues  mejor  sabían  guiar  loa  indios  que  él,  no  replicó  más, 
y  así  se  fué  siguiendo  aquel  camino,  el  Marín  delante  con  su  compañía,  á 
quien  dejó  pasar  la  primera  emboscada  sin  que  la  sintiera  ;  pero  en  pasando  el 
Tristanclio  de  ella,  antes  que  el  Marín  llegase  á  la  segunda,  tocó  esta  primera 
ciertos  pitos  de  que  ellos  usan,  que  suenan  mucho,  y  al  punto  se  levantaron 
ambas  emboscadas  de  más  de  seiscientos  indios,  y  dieron  con  tan  valientes  bríos 
sobre  los  nuestros  que  tenían  en  medio,  que  aunque  se  conocieron  bien  los  de, 
los  españoles  sacando  de  esta  vida  á  muchos  de  los  bárbaros,  al  fin  murieron 
también  los  nuestros,  sin  que  se  escapasen  más  que  el  negro  Sebastián,  un 
mestizo  y  un  indio  amigo,  aunque  mal  heridos,  que  determinados  juntos  loa 
tres  á  ir  á  dar  avise  á  Juan  de  la  Rada,  no  les  fué  posible,  por  haber  entendido 
que  los  de  la  emboscada,  después  de  haber  muerto  á  los  nuestros,  caminaron 
para  hacer  lo  mismo  con  el  Rada  y  los  suyos,  como  fué  verdad,  si  bien  no  pu- 
dieron salir  con  sus  deseos,  por  lo  que  diremos,  y  así  revolvieron  los  tres  á 
avisar  del  suceso  á  los  que  habían  quedado  también  sobre  ellos  aquellos  inhu- 
manos salvajes. 

3.**  El  Capitán  Juan  de  la  Eada,  habiendo  con  sus  barcos  subido  el  río 
arriba  que  llaman  de  Pizarro  (desde  que  estuvo  Don  Francisco  Pizarro  con  el 
Capitán  Ojeda,  Basco  Núñez  de  Balboa  y  Pedro  Arias  Dávila,  en  Nuestra 
Señora  de  la  Antigua,  qae  estuvo  fundada  á  la  boca  de  este  río  y  una  de  las 
del  Darién  que  se  juntan  en  esta  ensenada)  y  llegado  al  puerto  señalado,  como 
dijeron  las  guías  que  llevaban  los  barcos,  á  la  boca  de  un  pequeño  arroyo  que 
entra  en  el  río,  echó  su  gente  en  tierra  y  hizo  aquel  día  una  trinchera  de 
palos  gruesos,  asestando  á  la  puerta  dos  mosquetes  en  lugar  de  piezas,  y  des- 
pachó luego  el  barco  por  la  gente  que  había  quedado  en  el  Real  en  la  marina, 
á  donde  llegaron  los  tres  que  escaparon  de  la  matanza,  cuando  se  estaban  em- 
boscando para  el  efecto,  y  avisando  del  que  habían  hecho  los  indios  en  los 
nuestros,  y  que  lo  mismo  habría  sucedido  sin  duda  del  Juan  de  la  Rada,  por 
lo  que  habían  conocido  de  la  determinación  de  los  indios,  la  tomaron  los  del 
barco  de  no  seguir  en  demanda  de  Juan  de  la  Rada,  sino  tomar  la  vuelta  de  la 
Isla  Fuerte,  apartándose  de  la  costa  y  del  peligro,  como  lo  pusieron  en  ejecu- 
ción, habiendo  pegado  primero  fuego  á  las  pocas  casas  del  pueblo,  fuera  de  la 
iglesia  y  una  cruz,  que  quedaron  en  pié.  Despachó  tras  el  barco  el  Juan  de  la 
Rada  una  canoa  para  que  se  socorrieran  el  uno  al  otro,  que  llegando  á  este 
pueblo  y  viéndolo  quemado,  sin  hallar  rastro  de  nuestra  gente,  volvió  á  dar  el 
aviso  al  Capitán  Rada,  en  que  se  habían  pasado  veinte  días  desde  que  todos 
salieron  de  allí,  y  ad virtiendo  el  Juan  de  la  Rada,  por  la  relación,  que  no  podía 
ser  la  quema  del  pueblo  por  mano  de  indios,  pues  no  dejaran  la  cruz  ni  la 
iglesia  en  pié,  sino  por  los  nuestros,  y  que  todos,  así  los   soldados  de  Tristancho 


336  FRAY    PEDRO    SIM(5n  {7.^  NOTICIA 

y  Marín  como  el  resto  que  había  quedado  en  el  pueLlo,  liabrían  tomado  la  vuelta 
de  Cartagena,  despachó  allá  la  misma  canoa, por  no  tener  otro  camino  por  donde 
saber  lo  que  pasada. 

á.°  La  cual  llegando  á  Isla  Fuerte,  halló  allí  veinticinco  soldados  de  soco- 
rro, que  enviaba  el  Gobarnador  en  una  carabela  al  Juan  de  la  Rada  (  habiendo 
sabido  ya  por  los  del  barco  del  suceso  de  Tristancho  y  Marín),  con  orden  de  que 
se  fortificase  el  Juan  de  la  Rada  hasta  que  otra  cosa  le  ordenase  el  Gobernador. 
Ya  en  este  tiempo  habían  pasado  treinta  y  cinco  días  que  el  Juan  de  la  Rada  es- 
taba en  aquel  puesto  con  su  gente,  enferma  y  falta  de  comidas,  con  que  se  deter- 
minó pasar  alien  del  río,  dejando  escrita  una. carta  en  el  palenque  para  que  supie- 
ran dónde  lo  habían  de  ir  á  buscar  cuando  volviesen  los  de  la  canoa,  que  llegan- 
do juntamente  con  la  carabela  de  los  veinticinco  soldados,  y  leyendo  la  carta,  se 
despachó  la  canoa  en  demanda  del  Juan  de  la  Rada,  que  hallándolo  y  teniendo 
la  nueva  del  suceso  de  sus  compañeros,  que  hasta  allí  no  la  había  tenido,  no 
obstante  el  orden  del  Gobernador,  por  verse  tan  falto  de  gente  y  toda  enfermo, 
determinó  tomar  con  ella  la  vuelta  de  Cartagena,  como  lo  hizo,  y  llegó  á  la  ciu- 
dad, y  después  los  veinticinco  soldados  del  socorro  que  había  enviado  el  Gober- 
nador, en  que  vino  á  parar  toda  la  máquina  de  esta  jornada  con  tan  felices  su- 
cesos como  hemos  visto,  por  ir  fundada,  más  en  intereses  humanos  que  divinos. 


CAP.  LVl)  NOTICIAS  DE  LAS  GÜNQl'iSTAS  DE  TIERRA  FIRME.  337 

CAPÍTULO  LVI 

!.•  Aparécense  corsarios  en  las  costas  de  Cartag'ena  y  Santa  Marta,  y  los  robos  que  hacen 
en  ellas— 2.°  Salen  dos  carabelones  del  puerto  de  Cartagena  contra  ellos— S.*»  Atra- 
viesan en  su  demanda  hasta  dar  vista  á  la  isla  de  Cuba— 4.o  Entran  en  el  puerto  de 
Santiago  de  Cuba,  y  revuelven  desde  allí  á  los  de  la  Isla  Española. 

EL  año  siguiente  al  que  tuvo  fin  tan  desgraciado,  como  hemos  visto, 
esta  jornada  de  Tristancho,  á  costa  de  tantas  vidas  españolas,  llegó 
el  de  su  Gobierno  de  esta  ciudad  de  Cartagena  al  Don  Diego  de  Acuña,  que  fué 
el  de  1619,  y  el  principio  del  de  D.  García,  á  quien  no  faltó  en  qué  emplear 
su  cuidado,  demás  del  ordinario  de  su  Gobierno,  el  año  siguiente  de  1620,  por 
haberse  aparecido  en  aquellas  costas,  desde  el  Cabo  de  la  Vela  hasta  el  puerto 
de  la  misma  ciudad,  dos  corsarios  franceses  (cuyo  Capitán  y  Superintendente  de 
toda  la  liga  de  los  piratas  se  llamaba  monsieur  Namburg)  y  ingleses  confedera- 
dos de  compañía,  á  los  robos  que  pudiesen  haber  á  las  manos,  como  les  comen- 
zó á  suceder,  pues  en  el  Cabo  de  la  Vela  tomaron  una  fragata  de  un  vecino  de 
la  misma  ciudad  de  Cartagena,  Cristóbal  Carabero,  pasando  al  puerto  de  la  ciu- 
dad de  Coro  con  mercaderías  y  pasajeros,  con  la  cual  corriendo  la  costa  desde  el 
Cabo  déla  Vela  hasta  el  Río  de  la  Hacha,  los  corsarios  fueron  cañoneando  hasta 
casi  entrar  en  aquel  puerto  las  fragatas  del  trato  que  navegaban  á  diversas  par- 
tes, lo  que  también  hacían  con  cuantos  navios  encontraban  desde  aquel  puerto 
hasta  el  de  Cartagena,  como  sucedió  con  uno  del  Capitán  Jerónimo  Debien,  no 
de  tan  pequeño  porte  que  no  fuese  armado  con  catorce  piezas  de  artillería  y 
cargado  con  cantidad  de  bastimentos  y  municiones,  que  habiéndoles  seguido  los 
corsarios  hasta  la  punta  de  Zamba,  nueve  leguas  de  Cartagena,  le  obligaron  á 
varar  en  tierra  por  último  remedio,  y  salvando  la  gontey  carga  que  dio  lugar  la 
prisa  á  sacar,  se  entregaron  los  enemigos  do  la  fusta  y  resto,  con  que  iban 
acrecentando  sus  fuerzas,  de  suerte  que  con  más  seguro  acometieron  ya  á  cosas 
mayores  que  hasta  allí.  Desde  donde  revolviendo  sobre  la  boca  del  Río  Grande 
de  la  Magdalena,  hubieron  á.  las  manos  otra  fragata  de  Alejo  Hernández,  vecino 
también  de  Cartagena,  cargada  de  casi  seis  mil  fanegas  de  maíz,  y  sobre  seis  mil 
pesos  de  plata  y  oro:  causas  todas  con  quien  tenían  atajada  los  corsarios  la  na- 
vegación del  trato  y  comercio  de  unos  pueblos  con  otros. 

2.°  Bien  bastaron  estos  daños  y  los  que  de  ellos  amenazaban,  para  que 
determinase  el  Gobernador  Don  García  Girón,  con  asistencia  del  Contador 
Mayor  de  Cuentas,  Pedro  Guiral,  que  dos  galeoncetes  ó  carabelones  que  á  la  sa- 
zón  estaban    en    el     puerto    para   su    guarda    y    de  la    ciudad    y    costas,    las 


338  FRAY    PEDRO   SIMÓN  (7.»  NOTICIA 

corriesen  en  demanda  del  enemigo,  lo  qu^e  se  comenzó  luego  á  poner  en  ejecu- 
ción, señalando  por  Cabo  de  la  gente  quo  había  de  salir,  á  Martín  Vásquez  á& 
Montiel,  Capitán  que  era  por  Su  Majestad  de  uno  de  los  carabelones,  para 
donde  se  señalaron  cincuenta  soldados  de  los  del  presidio,  veintidós  marineros, 
artilleros  siete  para  once  piezas,  seis  de  hierro  colado  y  cinco  de  bronce,  de  que 
iba  armado,  á  quien  gobernaba,  como  piloto  mayor,  Juan  Gdmez,  con  tiu  Ayu- 
dante, Maestro,  Capellán  y  Contador,  con  siete  grumetes.  Al  otro  carabelón  le 
dieron  título  de  Almirante,  á  donde  iba  por  cabeza  de  mar  y  guerra  el  Capitán 
Benito  Arias  Montano,  con  la  misma  gente  y  oficiales  que  la  Capitana,  diez 
piezas,  seis  de  hierro  y  cuatro  de  bronce;  salió  tstmbién  una  lancha  donde  iba 
por  Cabo  Francisco  Antunez  con  diez  mosqueteros,  soldados  del  presidio,  y  la 
gente  de  mar  necesaria,  dos  falconetes  y  dos  piezas  pequeñas  de  artillería;  con 
bastimentos  todos  los  rasos  para  diez  y  ocho  ó  veinte  días  tasados,  como 
también  lo  eran  las  municiones,  por  n©  haber  dado  la  prisa  á  mayores  preven- 
ciones; pero  con  éstas  se  dieron  á  la  vela,  víspera  de  Todos  los  Santos,  el  misma 
año  de  1620,  y  con  buen  tiempo  se  llegaron  á  anclar  aquella  noche  á  la  en- 
senada de  Zamba,  desde  donde  corriendo  la  costa  hasta  la  boca  del  Río  Grande, 
-aguardaron  allí  dos  días  al  paso,  por  si  en  ellos  podían  dar  vista  al  enemigo^ 
En  los  cuales  hicieron  entrar  río  arriba  dos  fragatas  del  trato,  que  habían 
salido  en  compañía  de  los  carabelones  para  hacer  viaje  por  aquel  paraje  del 
lío,  de  donde  salieron  otras  dos  fragatas  cargadas  de  bastimentos,  que  las 
había  escondido  allí  el  miedo  de  los  ladrones;  que  quedando  sin  él,  tomaron 
con  seguro  la  vuelta  del  puerto  de  Cartagena,  donde  llegaron,  y  los  dos  galeones 
la  del  de  Santa  Marta,  donde  no  hallando  noticia  cierta  del  enemigo,  con 
alguna  que  tuvieron  confusa',  pasaron  al  Cabo  de  la  Vela,  ordinaria  ladronera 
de  estos  corsarios,  por  ser  punta  que  se  reconoce  de  todos  los  navios  del  trato, 
á  donde  llegaron,  día  de  San  Martín,  doce  de  Noviembie. 

3.0  De  donde  tampoco  hallando  rastro  de  ellos  (si  bien  ciertos  indios 
bárbaros  de  los  Cozinas,  que  viven  en  aquellas  costas,  con  su  mala  lengua 
quisieron  decir  que  habían  atravesado  los  enemigos  hacia  la  costa  de  la  Isla 
Española),  determinaron  los  nuestros  también  atravesar  allá,  no  tanto  por  estas 
noticias,  cuanto  por  no  haber  tenido  otras  hasta  allí,  y  aunque  no  hubieran 
tenido  éstas,  atravesaran.  Dieron  vista  á  dos  velas,  y  corriéndolas  hasta  cerca 
del  puerto  del  Río  de  la  Hacha,  donde  conocieron  allí  ser  canoas  de  perlas,  y 
hallándose  á  la  boca  de  aquel  puerto  y  con  necesidad  de  matalotajes,  pues  ya 
andaban  hambreando,  y  para  el  intento  quo  tenían  do  atravesar,  llegaron  á 
tomar  bastimentos  de  maíz,  cazabe  y  carne  salada^  desde  donde  otro  día  vol- 
vieron á  reconocer  el  Cabo  de  la  Vela,  y  de  allí  comenzaron  á  atravesar,  día 
de  Santa   Catalina;  halláronse    á   tres   de    navegación  en  diez  y  siete  grados,  y 


OAP.  LVl)  NOTICIAS    DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  339 

por  no  poder  dar  vista  á  la  lancha,  la  fueron  aguardando  un  día,  hasta  que  á 
la  tarde,  descubriéndose  tierra,  se  pusieron  de  mar  en  través  por  no  peligrar 
aquella  noche,  y  á  la  mañana  descubrieron  un  cayo,  ó  isla  pequeña,  poco  más 
alta  que  el  agua,  poco  antes  del  Gabo  de  Tiburón,  tierra  muy  alta  y  que  da  fin 
por  el  Poniente  á  la  gran  Isla  Española;  fuese  corriendo  la  costa,  por  ser  tam- 
bién ladronera  de  corsarios,  á  causa  de  sefr  tierra  fértil  y  puerta  de  muchos 
puertos;  no  habiendo  descubierto  nada  después  de  tres  días  que  lo  desvolvieron 
todo,  pasaron  á  dar  vista  á  la  isla  de  Cuba,  como  lo  hicieron,  dando  al  Guan- 
tanamo,  tierra  bien  descollada  y  alia,  sin  que  se  pudiese  saber  por  entonces 
qué  tierra  fuese.  Iba  aquí  la  Álmiranta  tan  destrocada  de  las  muchas  averias 
de  la  travesía,  que  no  se  daban  manos  á  las  bombas,  ni  lugar  su  necesidad  4 
íBOltarlas  un  punto  de  los  puños,  y  así  reconociendo  ser  aquella  tierra  Guaa- 
tanamo^  doce  leguas  del  puerto  de  Santiago  de  Cuba,  cazando  á  popst,  corrieron 
la  costa  hasta  reconocer  los  Altares,  y  desde  aquel  sitio  á  la  boca  del  puerto  de 
Santiago, 

4.0  Que  comenzando  á  entrar  en  él,  les  salió  una  barca  llena  de  infantería 
bien  armada,  á  reconocer  los  navios,  que  por  estar  avispados  de  enemigos,  ha- 
bían sido  causa  de  desocupar  el  pueblo  los  vecinos  con  sus  haciendas  y  retirar- 
se al  monte,  por  haber  pocos  días  antes,  á  vista  del  pueblo,  aparecido  algunos 
navios  enemigos,  y  tomando  algunos  de  los  nuestros,  habían  corrido  el  situado 
del  cobre  del  Rey  y  dádole  caza,  de  manera  que  obligó  al  que  lo  gobernaba  á 
pegarle  faego,  para  que  el  enemigo  no  se  aprovechase  del  cobre,  á  quien  le 
mataron  ai  desembocar  cinco  íiombres.  Habiendo  estado  los  dos  galeones  quince 
días  en  este  puerto  proveyéndose  de  matalotajes  y  aderezando  la  Álmiranta, 
tomando  pilotos  de  aquella  costa,  y  embarcándose  en  ellos  el  Sargento  Mayor 
de  aquella,  ciudad,  Tomás  de  Garibay,  que  por  ser  gran  soldado,  y  de  edad  y 
experiencia,  se  quiso  hallar  en  esta  facción,  que  estimó  el  Capitán  en  mucho, 
salieron  del  puerto,  día  de  la  Expectación  de  Nuestra  Señora,  á  diez  y  ocho  dé 
Diciembre,  la  vuelta  de  Guantanamo,  y  habiendo  corrido  aquella  costa  (desde 
donde  tomd  la  lancha  la  vuelta  de  Cartagena,  por  no  poder  navegar),  atravesa- 
ron los  dos  galeoncetes  al  puerto  de  San  Nicolás,  costa  de  la  Isla  Española  al 
Sur,  desde  donde  pasaron  al  puerto  francés,  y  desde  allí  al  de  Guan'aibes,  don- 
de sólo  entró  la  Capitana,  por  estar  la  Álmiranta  á  Barlovento^  y  así  se  quedó 
aquella  noche,  que  fué  la  Noche  Buena,  aguardando  á  la  Capitana,  hasta  que  á 
la  mañana  entraron  ambas  en  la  ensenada  de  la  Yaguana. 


4í 


3^:0  FEAT    PEDRO    SIJfÓN  (7.»  N(>TI€iA 

CAPÍTULO  LVII 

I.*  Habiendo  entrado  los  carabelones  en  la  Yaguana,  hallan  rastros  del  enemigo— 2.* 
Dan  vista  á  una  nave  del  enemigo— S."  Descríbese  el  sitio  de  la  isla  del  Caimito— 4.» 
Reconociendo  el  enemigo  á  nuestros  galeones,  se  pertrecha  y  dispone  para  la  de"* 
fensa. 


H 


ABIENDO  echado  aquí  las    barcas   al  agua,  anclados  los    navios^ 
llegaron  con  ellos  á  tierra  á   matar  ganado   de   cerda    y  vacas,   áe 
que  hay  innumerables  cabezas  de  las   que  quedaron  allí  antes  de  la  transmigra- 
ción, la  tierra  adentro,  de  una  ciudad  antigua  que  estaba  allí  fundada,  que  van 
cada  día  en  tanto  crecimiento  estas  dos  suertes   de   ganados,  que  á  no  dar  entre 
ellos  grandes  manadas  de  perros  cimarrones  bravísimos  que  las  minoran  y  con- 
sumen, fuera  imposible  caberlos  la  tierra.  A  la  tarde  postrera   de  los  dos   días 
que  estuvieron  allí,  llegaron  tres  soldados  del  presidio   de   la   ciudad  de   Sant© 
Domingo  á  reconocer  los  dos  galeoncetes,    por  estar  ellos  aguardando  otras  dos 
fustas  déla  ciudad  que  habían  de  llegar  á  cargar  cañofístola  de  la  mucha  y  buena 
que  se  da  allí  (desde  que  había  vecindad  española),  en  cuya  defensa,  porque  n© 
la  hubiese  á  las  manos  el    enemigo,    estaban  ocupados  estos  soldados.  Levando 
anclas  los  carabelones,  después  de  media  noche  al  amanecer,  se  hallaron  en  otro 
puerto,  donde  echando  la  chalupa  en  tierra,    halló    unos  zaragüelles    (llaman 
acá  calzones)  manchados  de  sangre   fresca,  y   naranjas   recién  cogidas  ;  de  q\m 
no  tomaron  pequeño  indicio  de  andar  por  allí  los  ladrones  que  se  buscaban.  Sa- 
lieron de  allí  corriendo  la  costa,  día  de  año  nuevo,  y  dando  vista   á  los  varade- 
ros, que  es  una  ensenada  que  está  á  Barlovento,  que   llaman  el  Caimito,  y»  ha- 
llándose la  Almiranta  cuatro  leguas   adelante   de  la  Capitana  y  sin  viento  para 
navegar,  se  pusieron  los  soldados  por  entretenimiento  á  hacer   alcaldes  y  á  ocu- 
parse en  otros  honestos  ejercicios,  que  vinieron  á  parar  en  que  por  consejo  de  un» 
religioso  de  nuestra  Orden,  que  iba  por  Capellán,  llamado  Fray    Pedro  Raposo, 
hiciese   cada  soldado  una   manda  para  hacer    una  fiesta  al  Santo    Cristo    de   la 
Veracruz  de  la  ciudad  de  Cartagena  (que  es  la  iglesia   del  presidio   en    nuestro 
convento)  para  que  se  sirviera  de  darle  viento,  y  á  los  enemigos  á  las  manos. 

2.®  Como  sucedieron  ambas  cosas,  pues  comenzando  á  soplar  viento  fresco 
j  galerno,  se  vido  luego  desde  el  tope  una  vela  que  salía  de  tierra  y  iba  la 
vuelta  de  la  Capitana,  que  también  la  vido;  aunque  de  la  Almiranta  le  hicieron 
señal  de  habei'la  visto,  dispar.mdo  una  pieza  de  cuadra  y  arriando  de  gavia,  que 
era  la  señal  que  se  había  d«  dar  el  uno  al  otro  cuando  se  diese  vista  á  algo,  y 
comenzaron  á  navegar  en  demanda  del  navio,  que  era  una  urqueta  flamencas 
de  hasta  cien  toneladas,  que  llamaban   el   Ursino  Negro,  á  quien  vieron  amba» 


CAP.  LVII^  NOTICIAS  DE    LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  341 

nuestras  naves  revolver  y  arribar  por  entre  el  Caimito  y  la  tierra  firme  de  la 
Española:  esperaban  los  corsarios  de  su  tierra,  y  entendiendo  ser  ellos  los  dos 
nuestros  que  veía  la  urqueta  so  iba  á  nuestra  Capitana,  basta  que  se  desengañó 
y  revolvió,  y  cerrando  con  esto  la  nocbe,  á  la  mañana,  al  romper  del  alba,  dos 
de  Enero,  se  descubrió  surta;  que  viendo  se  le  iban  allegando  los  nuestros,  se 
levó  y  comenzó  á  navegar,  siguiéndola  los  carabelones. 

3.°  Y  para  dar  mejor  á  entender  la  facción  que  hicieron  los  nuestros  con- 
tra estos  piratas,  digo  que  ea  el  Caimito  un  isleo  en  diez  y  nueve  grados  de 
altura  de  la  latitud  del  polo  ártico,  prolongado  Este  Oeste,  estrechándose  casi 
en  óvalo  de  Norte  á  Sur,  cercado  de  bajos.  Tiene  por  Este  la  isla  llamada  de 
Guanabo,  distante  hasta  diez  ú  once  leguas  ;  al  Norte  el  Cabo  de  Maizí  de  la 
i«la  de  Cuba,  distante  hasta  treinta  leguas  á  la  parte  del  Sur,  travesía  de  una 
legua.  La  Tierra  Firme  de  Santo  Domingo,  Isla  Española  al  Oeste  el  mar,  tra- 
vesía entre  la  isla  de  Cuba  y  Jamaica,  y  entre  la  terminación  que  hace  al  Occi- 
dente y  la  Tierra  Firme  de  la  isla  Española,  hay  cuatro  cayos,  que  son  isloti- 
llos  muy  pequeños,  formando  un  puerto  con  dificultosa  entrada  por  los  muchos 
bajos,  aunque  dentro  de  él  se  hace  una  ensenada  de  bastante  fondo  para  el 
major  navio.  Estaban  los  enemigos  en  este  paraje,  agregados  á  uno  de  los  cayos, 
que  es  lleno  de  árboles,  y  de  habitación  apacible,  con  barrancas,  tonelerías  y 
herrerías  en  tierra  y  fortalecidos.  Entrada  en  el  pueblo  la  urqueta  flamenca,  se 
hicieron  salva  unos  á  otros,  y  dando  aviso  de  que  la  seguían,  se  ordenaron  y 
previnieron  para  todo  suceso  en  esta  forma: 

4.*  El  navio  quo  robaron  á  Jerónimo  Debien  ocupó  el  cuerno  derecho 
tan  cercano  á  la  isleta,  que  entre  ella  y  él  cabía  con  dificultad  otra  nave,  y  en 
esta  parte  estaba  una  llamada  la  Marquesa.  Tenía  el  navio  catorce  piezas  da 
artillería,  siete  por  banda,  y  la  Marquesa  ocho,  cuatro  y  cuatro,  y  algunas 
roqueras.  En  estos  dos  navios  estaban  cincuenta  hombres  mosqueteros,  seis  ne- 
gros y  algunos  prisioneros  españoles,  gobernados  por  monsievir  de  Naraburg» 
francés  de  nación,  de  buen  cuerpo,  y  edad  de  cuarenta  y  cinco  años,  y  decía 
ser  católico.  Tenía  por  su  Teniente  á  monsieur  de  Renter,  del  mismo  Reino  y 
religión,  y  por  su  Condestable  á  Miguel  de  Maguer,  natural  del  Condado  de 
J  Niebla,  hombre  de  sesenta  años,  y  gran  soldado  y  marinero.  Por  la  proa  de 
estos  dos  navios,  con  bandera  de  Capitana,  estaba  la  urqueta  flamenca  llamada 
el  Ursino  Negro,  con  cuatro  piezas  de  artillería  por  banda,  y  cuatro  pedreros  y 
veintidós  hombres  de  guerra,  y  su  Capitán  un  flamenco  llamado  Juan  Nicolás» 
de  treinta  y  dos  años  de  edad  y  casado  en  Fleximburg  de  Celanda  ;  por  su  cua- 
dra, ó  popa  tenía  una  lancha  inglesa  y  por  la  proa  un  patache  que  llamaban  el 
Sevillano,  por  ser  labrado  en  el  río  de  Sevilla,  que  también  tenía  bandera  de 
Capitana  y  asistía  en  él  Esteban  Cí'rví,    inglés   do   nación   y  de  secta  luterano, 


342  Í-RAY    PEDRO   SIMÓN  (T.**   NOTICIA 

do  edad  do  cuarenta  años,  hombro  muy  valiente  y  experimentado,  por  haber 
corrido  largo  tiempo  continuamente  las  costas  de  Tierra  Firme  y  boca  del  río 
de  Ohagres,  donde  había  hecho  cantidad  de  presas,  con  que  alentado  bajaba 
todos  los  años  á  robar  por  estas  partes,  y  así  el  francés  y  el  fiamenco  eon  quien 
estaba  confederado  y  hecho  compañía,  le  reconocían  alguna  superioridad  y 
guardaban  sus  órdenes  ;  traía  por  Teniente  á  Lamberto,  hombre  de  cincuenta 
años  y  de  la  misma  religión  y  secta  ;  y  en  el  Sevillano  tenía  treinta  y  dos  hom- 
bres de  pelea.  Entre  la  isleta  y  el  cayo,  que  erii  el  cuerno  izquierdo  de  la  media 
luna  que  formaban,  tenían  la  fragata  que  robaron  al  Alejo  Hernández,  desapa- 
rejada y  arrasada  por  entre  la  clava  y  la  borda,  llena  de  maíz,  amarrada  con  un 
cabo  al  cayo  y  otro  á  la  isleta,  y  hecha  de  ella  una  plataforma  con  siete  piezas 
de  artillería  y  cuatro  roqueras,  en  que  fundaba  su  mayor  confianza  el  enemigo, 
siendo  todo  el  número  de  su  gente  ciento  y  veinte  hombres  de  diversas  nacio- 
nes del  Norte,  ingleses,  escoceses,  holandeses,  franceses  y  flamencos,  toda  gente 
de  mar  y  guerra,  pues  tan  presto  todos  arrebataban  la  escota  con  el  arcabuz» 
sin  alguna  diferencia  de  mayores  á  menores. 


CAÍ.  LVIII)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  343 

CAPÍTULO  LVIII 

!.•  Entra  nuestra  Capitana  en  la  ensenada  sin  aguardar  á  la  Almiranta  para  embestir 
con  el  enemig^o — 2.^  Embiste  de  hecho  j  comiénzase  la  batalla— 3.°  Llega  á  bueu 
tiempo  la  Almiranta  y  véuce&e  el  enemigo^i."  Entran  loa  nuestros  á  sacar  el  pi- 
llaije  délos  navios,  que  no  fué  pequeño — 5.»  Toman  la  vuelta  de  Cartagena,  á  donde 
llegaron  con  buen  suceso  y  fueron  bien  recibidos. 


C 


iON  mejor  velera  nnestra  Capitana,  dejaba  alguna  distancia  á  la 
Almiranta  :  causa  para  que  dudasen  el  Capitán  Montiel  y  otros 
^e  la  nao  de  si  entrarían  sin  aguardarla  en  el  puerto,  y  resolviéndose  entrar 
sin  más  dilaciones,  puso  en  orden  su  gente  el  Capitán,  y  pavesadas  de  cueros  de 
vaca,  y  reforzando  á  sus  soldados,  les  puso  delante  la  justificación  de  la  guerra, 
en  que  se  hacía  un  crecido  servicio  al  Dios  de  cuya  mano  vienen  las  victorias 
y  el  esfuerzo  en  ellas  ;  el  valor  de  la  sangre  española,  enseñado  á  emplearse  ea 
las  mayores  dificultades,  riesgos  y  ocasiones  de  honra,  en  especial  contra  herejes 
protestantes  como  los  que  tenían  á  la  vista,  y  que  sería  dar  colmo  á  tantas  vic- 
torias conseguidas  en  esta  materia,  y  últimamente  el  pillaje  que  de  aquí  se 
conseguiría,  cuando  no  fuera  más  que  recobrar  el  que  ellos  habían  tan  injus- 
tamente robado  á  los  nuestros,  con  que  quedaron  los  soldados  tan  deseosos  de 
venir  yá  á  las  manos,  que  no  apellidaban  ni  se  oía  otra  voz  que  guerra,  que  pa- 
recía aun  hasta  el  navio  apetecerla  yéndose  deslizando  á  mayor  prisa  para  em- 
bestir. No  era  menor  el  cuidado  que  los  protestantes  ponían  en  exhortar  y 
esforzar  á  los  suyos,  poniéndoles  delante  el  iaterés  temporal  (que  no  tenían  otro 
que  proponer)  de  la  ganancias  de  la  victoria,  ponderándoles  esto  con  vivas  pa- 
labras, á  que  dieron  todos  las  suyas  de  hacer  el  posible,  y  que  se  había  de  par- 
tir la  ganancia  amigablemente,  afirmándolo  con  juramento  sobre  una  biblia  vi- 
ciada con  sus  herejías,  y  dando  fin  á  eíto  con  el  brindis  alternativo  de  los  gene- 
rosos vinos  que  tenían,  se  pusieron  á  piqiie  para  la  pelea,  que  le  dieron  tan 
infame  principio  como  lo  es  la  embriaguez,  y  así  no  tenemos  por  novedad  que 
estos  indios  se  embriaguen  primero  que  entren  en  las  guazabaras,  pues  otras 
naciones,  como  vemos  en  éstas  y  otras,  también  lo  usan  en  las  mismas  ocasiones. 
2.°  En  ésta,  yéndose  ya  nuestra  Capitana  acercando  al  enemigo  con  gran 
silencio,  sin  que  se  oyese  voz  (por  orden  del  Capitán)  de  caja,  trompeta  ni  tiro 
hasta  abordar,  los  contrarios  comenzaron  á  disparar  los  suyos  de  artillería  tan 
anticipadamente,  que  aun  no  llegaban  las  balas  á  nuestra  nave,  lo  cual  viendo 
el  Montiel,  daba  el  parabién  de  la  victoria  á  sus  soldados,  diciendo  que  el  ha- 
berse anticipado  á  jugar  su  artillería  el  enemigo,  era  señal  clara  de  los  temores 
con  que  estaban,  pues  aun  las  balas  mostraban  tenerle,  pues  no   se  atrevían  á 


844  FRAY   PEDRO   SIM(5n  (7.*  NOTI-CIA 

llegar  á  nuestro  navio.  Recibieron  á  este  tiempo  los  nuestros  la  absolución  de 
rodillas,  que  la  hizo  el  Capellán  ;  invocando  á  Santiago  y  dando  señas  las  cajas 
y  trompetas  del  rompimiento  de  la  sangrienta  batalla,  con  ímpetu  de  leones 
embistieron  á  la  urqueta  flamenca,  jugando  tan  á  tiempo  de  la  mosquetería  y 
artillería,  que  no  so  perdía  tiro  ;  arrojáronle  el  arpeo  con  tanto  acierto  desde  el 
bauprés,  que  cayó  con  tal  fuerza  que  le  hizo  descubrir  hasta  la  quilla,  y  se 
puso  nuestra  Capitana  de  manera  abordada  con  la  urqueta,  que  estaba  la  popa 
con  las  proas  de  los  navios  de  Jerónimo  Debien  y  La  Marquesa,  tan  cerca, 
que  sobre  los  corredores  de  la  nuestra  caían  sus  baupreses,  con  que  le  daba  el 
enemigo  á  nuestra  Capitana  batería  por  todas  partes;  era  tal  la  multitud  de 
bombas,  arcancías  de  fuego,  estruendo  de  la  artillería,  roqueras,  pedreros  mos- 
quetes, el  humo  de  la  pólvora,  que  ni  obraban  las  órdenes  militares  por  no 
entenderse  las  palabras,  ni  se  veía  otra  cosa  que  llamas  de  fuego,  ni  atendía 
ninguno  más  que  á  sustentar  su  puesto,  sin  reparar  en  el  peligro  que  en  él 
tenían. 

3.°  Parecíales  á  los  demás  enemigos   ser  ya   tiempo  de  que  el  flamenco  se 
quemase  con  daño  de  nuestro  navio,  y  así  le  daban  voces  lo  hiciesen,  á  lo  que  él 
no  acudió,  viendo  que  pretendían  la  victoria  con  muerte    suya,    quedando  ellos 
libres.  Después  de  una  hora  que  andaba  la  Capitana   valerosísima,   llegó  la  Al- 
miranta,  más  por  favor  del  cielo  que  por  diligencias  humanas,  aunque  se  habían 
hecho  las  posibles  para  llegar  antes,  que  no   fué  ahora  fuera  de  tiempo,  pues  en 
llegando  echó  su  gente  en  los  navios  el   Capitán  de  ella,  como  de  tan  valientes 
bríos,  que  con  ellos  quitó  por  su  mano  el  Benito  Arias  la  bandera  inglesa,  acu- 
diendo por  su  persona  á  los    más   rigurosos  trances,   hallándose   donde  veía  la 
mayor  fuerza  del  enemigo,  de   quien   escapándose    un  portugués,  vino  nadando 
á  nuestros   navios   dando  voces  no  lo  matasen,  que  recogido  en  la  Almiranta» 
apellidaba  Victoria,  por  haber  quedado  herido  de  la  postrer   rociada  (recia)  con 
dos  balazos  peligrosos  en  la  mejilla  izquierda  y  en  la  garganta  el  Capitán  inglés 
Esteban  Carví,  que   con  desesperación   se   quería  pegar   fuego,  lo  que  intentó 
atajar  el  Almirante,  enviándolo   á   decir   con  el  mismo  portugués  se  rindiese  á 
buena  guerra,  con  permisión  de  las  vidas,    sin   darse  fuego.  A  bordo  estaba  el 
portugués  para  hacer   esta   embajada,  cuando    se   vido  que  todos  los  enemigos, 
unos  al  agua  y  otros  en   chalupas   ó    por   otros    modos,   procuraban  librar  sus 
vidas;  el  flamenco  Juan  Nicolás  desde  el  Ursino  Negro,  donde  estaba,  hizo  señas 
de  rendirse,  sacando  en  un  chuzo   un  lienzo.  En  una  chalupa  con  algunos  com- 
pafieros  saltó  el  inglés  Esteban  Carví  del  navio  sevillano,  míe  no  fueron  los  mejor 
librados,  pues  casi  todos  perecieron  con  una  pieza  desde  la  Capitana;  menos  mal- 
le  sucedió  á  monsieur  de  Namburg,  que  hallándose  zafo,  aunque  sin  timón,  por 
habérselo   rompido   á   arcabucazos  nuestra   Capitana   en   el  navio  que  habían 


OAP.  LVIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  D-E  TIERRA    F1R5IE  M^ 

tomado  á  Jerónimo  Debien,  destrozadas  las  jarcias  y  sin  ninguna  vela,  pro- 
curó la  huida,  picando  los  cables  y  dejándose  ir  á  la  gruesa  ventura  sobre  un 
bajo,  que  no  la  tuvo  pequeña,  pues  por  estar  en  seco  nuestras  dos  naves, 
ninguna  le  pudo  seguir;  ni  otro  día  fueron  bastantes  las  extraordinarias  diligen- 
cias que  hicieron  para  perderle  de  vista;  pero  no  quedaron  los  nuestros  con 
esperanza  de  que  podría  navegar  mucho,  según  lo  destrozado  que  iba.  Dado  fia 
con  esto  á  la  batalla,  sospechando  algún  engaño  en  los  navios  de  los  contrarios, 
ordenó  el  Capitán  de  la  Almiranta  al  Cabo  de  Escuadra  Juan  Silvestre,  que  con 
Ocho  soldados  y  cuatro  artilleros  entrasen  al  navio  Sevillano,  y  desvolviesen  si 
hallaban  alguna  maliciosa  bomba,  como  la  encontraron  cerca  del  árbol  mayor, 
hacia  la  popa,  que  era  un  barril  con  más  de  seis  arrobas  de  pólvora  y 
dentro  de  él  un  globo  de  bronce  lleno  también  de  pólvora  en  grano  refi- 
nada, que  mostraban  la  boca  fuera  del  barril,  pendientes  dos  cabos  de  cuer- 
das encendidas,  ya  tan  á  los  fines,  que  temieron  llegar  á  apagarlos,  has<¡||  que 
Francisco  Arraoceo,  artillero,  encomendándose  á  Nuestra  Señora  de  la  Popa, 
quitó  el  globo,  ya  tan  encendido  que  tostaba  las  manos.  También  se  apagaron 
otros  cuatro  cabos  que  iban  á  parar  á  la  boca  de  otro  barril,  con  otras  cuatro 
arrobas  de  pólvora  en  el  Ursino» 

4.°  Y  entrando,  ya  seguros  de  esto,  á  buscar  el  pillaje  de  los  navios, 
hallaron  en  la  Almiranta  á  un  soldado,  criollo  de  la  ciudad  de  Pamplona  en 
este  Reino,  llamado  Juan  Jiménez,  que  se  había  quedado  cuando  entraron  á 
apagar  el  globo,  y  no  conociendo  ahora  que  era  de  los  nuestros,  por  tener  la 
cara  llena  de  pólvora,  entendiendo  que  era  inglés,  le  atravesaron  con  un  estoque 
por  el  cuerpo  y  quedó  muerto,  que  con  él  fueron  seis  los  que  de  nuestra  parta 
murieron,  que  fueron  Pedro  Matute,  manchego,  natural  de  Madridejos,  valen- 
tísimo soldado;  Alonso  de  Leiva,  sevillano ;  dos  artilleros  y  un  muchacho. 
Quedaron  heridos  el  Capitán  Montiel  de  dos  balazos,  el  uno  en  la  parte  secreta, 
dolorosísima,  que  aunque  fué  la  herida  desde  el  principio  de  la  batería,  no  por 
eso  faltó  de  acudir  por  su  persona  á  todo;  también  á  Juan  Montiel  hirieron 
con  dado  de  una  pieza  de  artillería,  y  otros  hasta  veinticinco,  todos  de  la  Capi- 
tana, que  fué  la  que  padeció  mayor  riesgo,  si  bien  excedieron  en  esto  los  ene- 
migos, pues  quedando  casi  todos,  los  muertos  fueron  sesenta  y  cinco,  y  entre 
ellos  los  Capitanes  inglés  y  francés,  y  los  Maestres  y  soldados  de  más  conside- 
ración, cuya  sangre  dejó  tan  teñido  el  mar,  que  raras  veces  se  ha  visto  tanta 
vertida  en  semejante  número  de  gente  como  ahora  murió.  Ahorcáronse  otro» 
cinco  por  estar  heridos  de  muerte,  uno  de  ellos  llamado  Miguel  de  Maguer, 
condestable  de  la  artillería  francesa.  Aprisionáronse  diez  y  seis,  con  el  Capitáa 
flamenco  Juan  Nicolás  y  cinco  muchachos  de  diferentes  naciones.  Quedaron 
Ubres  algunos  españoles  y  negros   de   diferentes   dueños  de  Cartagena  y  otra» 


^6  FRAY   PEDRO   SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

partes  que  se  hallaron  en  poder  del  enemigo.  Juzgóse  por  milagrosa  la  victoria, 
pues  decían  los  prisioneros  habían   visto   la  imagen  de  Nuestra  Señora  del  Ro- 
sario como  pintada  en  nuestras  banderas,  no  yendo  sino   las  armas  reales;  y 
el  pillaje  fué  tan  rico,  que  todos   quedaron   medrados  con  él;  de  los  vasos  sólo 
se  escapó,  como  hemos  dicho,  el  de   Jerónimo   Debien    con   el  Capitán  francés 
monsieur  de  Namburg.  La  fragata  se  m^índó  quemar  por  no  estar  para  navegar, 
y  la  lancha  se  desfondó,  por  ser  vaso  pequeño  para  las  travesías.  Ganáronse 
cinco   banderas;  halláronse   en    los  navios   ochocientos   quintales   de   palo  de 
brasil,  treinta  de   campeche,    alguna'  corambre,    cuarenta   pie2ras  de  artillería 
de  todo  género,    muchos    mosquetes    y   municiones,   pólvora,    balas  y  cuerda, 
arriba  de  treinta  anclas,  muchos  bastimentos,  bizcocho,  barriles  de  aguardiente, 
cerveza  y  aun  algunos  barriles   de   Manatí   aderezado  al  modo  de  atún,  alguna 
plata  labrada  y  otra  en   moneda,  que  en  los  buques  de  los' navios,  cerradas  las 
escotillas,  se   trajeron    para   inventariar  en  la  ciudad  de  Cartagena,  para  donde 
tomaron  la  vuelta   los   nuéstrod,   de^ués  de   haber   estado  reparándose  de  los 
balazos   cuatro  días,  á  seis  de  Enero  de  1621,  trayendo  en  su  compañía  los  tres 
navios  del  enemigo,  la   urqueta  á    cargo   del    Sargento  Roque  de  Quintana,  la 
Marquesa  del   Cabo   de   Escuadra    Anisonio  de   Soto,   y  el  Gabo  de  Escuadra 
Matías  de  Carranza  el  navio  Sevillano. 

5.°  Venía  entre  los  franceses  prisioneros  un  tan  famt)So  cirujano,  qu©  se 
ofreció  á  dar  sano,  si  le  hacían  á  él  merced  de  la  vida  (como  sucedió),  á  Juan 
de  Montiel,  que  iba  tan  lastimado,  que  entendieron  pasara  de  esta  vida  en  la 
travesía,  á  cuya  causa  no'  se  quiso  detener  su  tío,  el  Capitán  Martín  de  Montiel, 
á  h^acer  cierta  diligencia  importante,  que  era  buscar  una  botija  que  en  cierto 
paraje  del  Cabo  de  Tiburón  tenían  por  archivo  común  los  franceses,  como  se 
supo  de  los  españoles  captivos  que  ahora  hallaron  entre  ellos,  donde  metían  las 
cartas  en  que  daban  cuenta  de  sus  viaje»  y  del  rumbo  que  llevaban.  Acabáron- 
los nuestro»  el  smyo,  poniéndose  a  vista  cerca  de  la  ciudad  de  Cartagena,^  He- 
lando por  popa  la»  banderas  vencidas,  á:  trece  de  Enero,  de  don d^  hicieron 
salva  y  dieron  aviso  al  Gobernador  Don  García  Girón,  qíre  otro  día  por  la  ma- 
ñana, en  compañía  del  Contador  Pedro  Guiral  y  Oficiales  Reales,  fueron  á 
bordo,  y  desembarcaron  los  Capitanes,  soldados  y  prisioneros,  y  aunque  mal 
íierido  y  dolorido  el  Capitán  Montiel,  llegaron  juntos  á  pié  á  la  iglesia  mayor, 
donde  el  Obispo  con  su  Cabildo  y  clerecía  los  salió  á  recibir  y  metió  en  la  igle- 
sia cantando  Tedeum  laudamus,  en  hacimiento  de  gracias  al  Dios  de  las  bata- 
Has  y  Suprema  causa,  de  cuya  mano  se  consiguen  to(Jas  las  victorias.  Celebró- 
se ésta  por  toda  la  ciudad  y  compañías  del  presidio  con  gran  salva  do  mosque- 
tería y  arcabucería  y  otros  regocijos  militares,  yeudo  los  prisioneros  y  sus  ban- 
deras detrás  del  Capitán  Martín  Vásquez  Montiel.  Hízose   otro  día,  viernes  dos 


.OAP.  liVIu)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIBMB.  847 

de  Febrero  de  1621,  justicia  de  cuatro  de  los  contraríos,  colgándolos  en  la  playa 
y  entre  ellos  el  Capitán  dol  navio  flamenco  Juan  Nicolás.  Dándole  esta  re- 
lación á  S.  M.  en  Madrid,  dijo  ser  la  primera  buena  nueva  que  había  recibido 
después  de  haber  heredado  el  Keino,  por  la  cual  hii^o  merced  é.  un  hijo  del  Qo" 
bernador  de  un  hábito  de  Santiago. 


42. 


oís  FRAY    PEDRO   SIMÓN  (7.^  iVOTICIÜ 

CAPÍTULO  LIX. 


!.•  Pretenda  en  la  corte  Don  Francisco  Maldonado  las  conquistas  del  Darién  y  concóden- 
sele  y  dánsele  recados — 2.°  Hace  gente  y  sale  con  ella  de  San  Lucar— 3*  Llega  a 
los  puertos  de  las  Indias  y  sale  de  la  Villa  de  Tolú  en  prosecmoión  de  su  jornada — 4.*^ 
Entran  en  la  ensenada  de  Aela,  y  lo  que  allí  sucede. 

NO  sé  si  por  haberle  friieedido  á  Don  Francisco  Maldonado  Sayaredra^ 
vecino  de  Santa  Marta,  lo  que  dejamos  dicbo  en  la  jornada  de  Tris- 
ianebo,,  en  los  Tunugunas,  ó  por  mus  servir  á  S.  M.  en  las  conquistas  de  aque- 
llas Indias  y  las  demás  del  gran  río  Darién,,  ó  por  ambas  cosas,  y  ser  de  esfor- 
zados bríos  y  de  obligaciones  de  hijo  de  sus  padres,  hallándose  en  las  cortes 
el  año  pasado  de  1620,  pretendió  las  conquistas  del  río  Darién  con  este  título^ 
carnicería  y  sepulcro  de  españoles,  como  hemos  visto  desde  los  primeros  pasosh 
de  las  coíiquiatas  y  descubrimi.entos  de  estas  Indias,  y  habiéndosele  concedido 
en  oposición  dse  otros,  que- á  la  sazón  también  la  pretendían  en  el  Consejo,  se 
le  hizo  préstamo  de  ayuda  cía  costa  de  míVs  de  diez  y  ocho  mil  pesos,  libra- 
dos en  la  Caja  de  Fuertobelo,  y  se  le  dieron  despachos  con  las  comunes  condi- 
eiones,  asientos  y  privilegios  que  suelen  nuestros  lleyes  dar  á  los  conquistado- 
res y  pobladores^  como-  él  lo  había  de  ser  en  aquellas  tierras,  donde  había  de 
meter,  costeados  de  sustento,  pertrechos  y  navios  á  sus  expensas,  400  hombres, 
lo&  250  de  los  Reinos  de  España,  y  de  ésfeos  los  cincuenta  casados  y  con  sus 
familias,  y  los  150  de  acá  de  las  Indias,  como  consta  de  una  Cédula  Real,  des- 
pacb-ada  en  Madrid  á  nueve  de  Junio  de  1G20,  donde  se  le  da  también  facultad 
para  nonasbrar  todos  los  oficiales  y  seis  Capitanes  no  más,  y  que  loa  confi:rmaría 
el  Consejo.  Otra  se  le  despachó  á  doce  del  mismo  mes  y  año  para  poder  tomar 
por  él  y  Ministros  en  los  puertos  y  embarcaciones  los  navios  y  fragatas  y  otra» 
fustas,  y  en  las  estancias  y  hatos  el  bagaj,'e  que  hubiese  menester,  pagando  los 
jffetes  y  todo  lo  demás  á  su  justo  precio ;^^  por  esta  provisión  en  que  se  le  dio- 
título  de  Gobernador  y  Capitán  General  al  Don  Francisco,  quedó  determinado 
no  pertenecer  aquellas  provincias  del  Darién  á  la  Gobernación  de  Cartagena  nif 
éo  A^ntioobia,  como  se  pretendía  de  ambas  partes  y  dejamos  dicho. 

2.''  Hizo  tanto  ruido  en  España  esta  jornada  con  su-  nombre  campanudo 
del  Darién,.  como  las  que  dijimos  en  nuestra  primera  parte  para  el  Dorado,  á 
cuyos  ecos,  no  acabando  de  desengañarse  Castilla  (como  lo  está  el  Andalucía) 
de  los  miserables  fines  que  han  tenido  y  tienen  estas  jornadas,  como  ésta  la 
tuvo,  que  con  facilidad  se  juntó  la  gente  de  la  licencia  y  mucha  más  ;  Oficíale» 
y  Capitanes  de  mny  gran  sueite,  que  la  tenían  por  buena  y  bien-  pagados  de  su» 


CAP.  LIX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIEERA  FIRME.  34^ 

trabajos  de  Flandes,  Chile  y  otras  partes,  en  venir  ahora  á  esta  jornada,  si  bien 
alguno  debió  de  estimar  por  menos  mal  el  que  aquí  le  podía  suceder  que  la  pro- 
ligidad  del  despacho  de  sus  pretensiones  en  la  Corte.  Puesto  á  pique  en  San 
Lucar  lo  necesario  á  la  jornada  y  la  gente,  en  que  venían  treinta  hombres  ca- 
sados y  con  sus  mujeres,  se  hicieron  cuatro  compañías,  una  á  cargo  del  Oapitáu 
y  Sargento  Mayor  de  la  jornada,  Vicente  de  los  Eeyes,  su  Alférez  Don  Antonio 
Henriquez;  otra  al  de  Juan  Dieguez  de  Castro,  su  Alférez  Don  Fernando  Girón; 
otra  al  del  Capitán  Lorenzo  de  San  Filio,  su  Alférez  Don  Antonio  Cerezo;  otra 
al  de  Don  Antonio  Gentil,  que  muriendo  en  Bonanza  un  día  antes  que  se  diesen 
á  la  vela  en  San  Lucar,  vino  su  compañía  agregada  á  los  galeones  hasta  la  ciu- 
dad de  Cartagena.  Por  Teniente  de  General,  el  Licenciado  Dionisio  de  Coca,  na- 
tural de  la  villa  de  Adra  ;  también  se  dispuso  para  embarcarse  el  Padre  Fray 
Melchor  Maldonado,  de  la  Orden  de  San  Agustín,  hijo  del  General,  y  de  la 
misma  Orden,  á  su  persuasión,  el  Padre  Fray  Diego  de  Rangel,  que  estaba  en  San 
Lucar.  Embarcándose  en  dos  naves  y  un  patache  en  compañía  de  los  galeones 
y  flota  de  Tierra  Firme,  y  otros  tr^s  navios  que  venían  á  la  Margarita  ó  punta  de 
Araya,  se  dieron  á  la  vela,  primero  de  Mayo  de  este  mismo  año  (1G21)  de  vein- 
tiuno, y  á  poco  de  haber  salido  todos  de  la  barra  de  San  Lucar,  y  enmarádose, 
corrieron  tal  tormenta  en  el  golfo  que  llaman  de  las  Yeguas,  de  quince  días 
continuos,  que  en  los  ocho  ó  diez  no  se  pudo  dar  vista  una  nave  á  otra  de  cin- 
cuenta y  cuatro  que  salieron  juntas,  hasta  que  el  día  de  la  Ascensión,  que  fué 
á  veintiuno  de  Mayo,  hicieron  salva  de  alegría  las  naves  que  dieron  vista  á  una 
de  las  Islas  de  Canaria. 

3.°  Una  nao  mercante  llamada  la  Ca,rnicería  arribó  á  Cádiz,  desde  donde 
habiendo  estado  un  mes,  tomó  su  derrota  con  tan  buen  tiempo  que  llegó  á  Car- 
tagena antes  que  las  demás,  las  cuales  venían  tan  necesitadas  de  agua,  que  en 
una  llamada  Santa  Dorotea  murieron  de  sed  una  mujer  y  dos  muchachos  y  un 
hombre,  con  las  lenguas,  como  corcho,  secas,  y  murieran  más  á  no  llegar  tan 
presto  á  las  islas  de  Barlovento,  y  hacer  agua  en  la  una,  llamada  Guadalupe- 
Desde  donde  llegaron  estos  tres  navios  de  Don  Francisco  á  Santa  Marta,  en  cuyo 
puerto,  á  la  entrada,  tocó  el  uno  en  una  peña,  que  se  vido  en  harto  peligro,  día 
de  San  Juan,  24  de  Junio.  En  la  cual  ciudad  habiéndose  publicado  los  recados 
que  traía  el  General  para  poder  hacer  gente,  y  remitídose  á  las  de  Tenerife,  villa 
de  Mompox,  Granada  y  Sevilla,  tomó  el  General  la  vuelta  de  Cartagena,  donde 
desembarcó  la  gente,  en  que  venían  ya  sobre  sesenta  enfermos  de  chapetonada, 
que  no  pudieron  convalecer  en  tres  meses  ;  y  así  el  de  Septiembre  del  mismo 
año  se  embarcaron  la  vuelta  de  Tolú,  catorce  ó  quince  leguas  de  Cartagena, 
como  hemos  dicho  muchas  veces,  á  donde  traía  señalado  por  plaza  de  armas, 
para  acabar   de  juntar  sa    gente  y  pertrecharse   de  bastimentos  y   armas,  para 


350  FEAY    PEDRO   SIM(5n  (7.«  NOTICIA 

desde  allí  entrar  en  la  ensenada  dé  Áclá  y  conmenzar  su  conquista.  Hizo  asien- 
to en  Tolú  por  cuatro  meses,  donde  se  fué  recogiendo  la  buena  gente,  aunque 
también  había  de  toda  broza,  que  se  fué  juntando  de  las  ciudades  dichas  y  de  la 
de  Cartagena  y  Tolú,  porque  de  los  que  vinieron  de  España,  tasadamente  le 
quedaron  hasta  ochenta,  por  diferencias  que  tenían  con  el  General,  y  imaginar, 
según  las  cosas  que  veían,  el  fin  que  tuvo  la  jornada,  á  que  se  dio  principio  sa- 
liendo de  la  barra  de  Tolú  con  400  hombres,  de  ellos  algunos  casados,  que  con 
mujeres,  niños,  negros  y  indios  de  servicio  serían  por  todos  ochocientas  perso- 
nas, en  seis  fragatas  que  tomó  de  aquellos  costas  y  uno  de  los  navios  que  tra- 
jeron de  España,  en  cinco  de  Febtero  de  este  año  de  1622,  y  habiendo  llegado 
á  tomar  ceniza  él  nueve  del  mismo  mes  y  algún  refresco  de  frutas  en  una  es" 
tancia,  seis  ú  ocho  leguas  de  Tolú,  luego  se  comenzaron  á  escasear  las  raciones 
de  la  infantería,  pues  sólo  se  daban  seis  onzas  de  cazabe  y  cinco  de  cecinas  de 
taca  á  cada  soldado. 

á.°  Fueron   navegando   hasta  el  puerto  de  San  Sebastián  de  Buenavista  y 
adentro  en  la  ensenada  de  Acla^  donde  también  dijimos  habían  llegado  Marín  y 
Tristañcho  en  su  jornada,  que  anclándose  aquí  ahora,  salieron  los  indios,  como 
suelen,  á  rescatar  gallinas  de  las  nuestras,   de  que  abundan,  y  otros  frutos  de  la 
tierra,-  poí  machetes  y  hachas  que  les  dieron  de  los  navios,  de  que  engolosinados 
los  indios,  volvieron  otro  día  más,  y  con  más  rescates,  y  por  su  caudillo  un  indio, 
hermano  del  Cacique,   llamado  Andrés,  porque  entre  ellos  hay  algunos  cristia- 
nos desde  los  tiempos  que   comenzó  á  descubrirse  esta  provincia,  como  dejamos 
largamente  dicho  en  esta  tercera  parte.  Era  este   indio  Andrés   prudente  y  de 
otras  buenas   partes,  por   las  cuales  y  por  su   nobleza  lo  respetaban  los  indios  ; 
con  los  cuales  habiendo  venido,  y  á  tres  días,  entró  en  el  navio  Capitana,  donde 
iba  el  General,   que  mandó  los   metiesen  todos  debajo   de  escotilla,  á  título  de 
que  le  ayudasen  en  esta  guerra,  de  que  quedaron  en  tierra  escandalizadas  las  in- 
dias que  habían   venido,  viendo  les   llevaban  á  sus  maridos,  padres  y  parientes» 
que  para  aplacarlas  mandó  el  General  ir  á  tierra  á  un  soldado,  llamado  Don  Jo- 
sefh  Ruiz  de  Cascante,  y  á  otro  esptiñol,  con  cantidad  de   hachas,   machetes  y 
chaquira,  para  rescatar  gallinas,  que  les  hubiera  de  costar  la  vida,  como  después 
diremos.  Hiciéronse  con   esto  á  la  vela,  y  llegando  á  querer   entrar  por  una  de 
las  siete  bocas  del  Darién,  topó  la  nao   Capitana,  donde  por  ser  la  mayor  fiesta, 
iba  la  mayor  parte  de  las  mujeres,  niños  y  bastimentos  ;   y  la  razón  de  topar  fué 
porque  habiendo  sondado  el  paso  los  marineros  y  hallándole  agua  suficiente,  fué 
en  ocasidn  de  aguas  vivas,  y  al  entrar  ya  habían  menguado.  Húbose  de  descar- 
gar de  gente,  ropa  y  lo  demás,  y  no  bastando  esto  para  que   nadara,  se  le  sacó 
también  el  lastre,  con  que  desencalló  y  la  volvieron  á  cargar,   que  fué  de  innu- 
merable trabajo  todo,  en  especial  que  ya  en   este  tiempo  no  se  daba  de  ración  á 


CAP.  LX)  XOTICIASDE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  851 

cada  soldado  otra  cosa  que  media  libra  de  mníz  en  grano  y  tres  onzas  de  carne 
ya  corrompida  por  el  calor  inmenso  de  la  tierra  y  el  abrigo  de  la  nave  donde 
iba. 


CAPITULO  LX 

1.*  Eatrau  con  las  fustas  en  el  río  Dariéa,  y  otras  cosas  que  iuég-o  fueroa  sucediendo— 
2°  Asientan  Real  en  una  mala  tierra  y  hallan  rastros  ciegos  de  indios —3.°  Salen  sol 
dados  en  demanda  de  indios,  y  mueren  tres  en  una  emboscada—é.»   Vuélvese  el  Ge- 
neral el  río  abajo  con  todas  sus  naves  y  gente. 

DETERMINADO  entrar  el  río  arriba,  resistían  las  grandes  corrientes 
tanto,  y  el  poderse  aprovechar  poco  del  velambre,  por  no  ser  los  vien- 
tos á  propósito,  que  fué  necesario  echar  toa  á  todos  los  siete  bajeles,  y  aforrando 
toda  la  infantería  por  sus  escuadras  á  pura  fuerza  de  brazos  y  sirga,  las  fueron 
metiendo  por  uno  de  los  del  río  :  tormento  igual  á  la  muerte,  en  especial  con 
tan  pocas  fuerzas  como  daban  las  comidas  por  su  falta,  para  cuyo  reparo,  yá  que 
estaban  dentro  de  la  madre  del  río,  ordenó  el  General  fuese  el  Capitán  Juan  de 
la  Rúa,  natural  de  Santa  Marta,  con  una  compañía  á  dar  sobre  un  pueblo  de 
indios  de  guerra  llamado  Chichurubí,  tres  leguas  apartado  del  de  San  Sebastián, 
entendiendo  los  hallarían  descuidados  y  buen  rancheo  á  las  manos;  señaláronse 
para  esto  ochenta  soldados,  donde  también  quiso  ir  el  hijo  del  General,  Don 
Francisco  Maldonado  y  Ribas  (  á  quien  había  hecho  su  padre  Gobernador  de 
aquel  tercio,  por  no  haberse  querido  embarcar  en  Castilla  Juan  Cano  de  As- 
tudillo,  nombrado  por  el  Rey  para  este  oficio)  y  también  se  embarcó  el  Fray 
Melchor,  y  llevando  por  guía  al  indio  Andrés  y  algunos  otros  cuatro  indios,  y 
habiendo  desembarcado  donde  más  convino,  viéndose  el  Andrés  en  su  tierra, 
tomó  la  vuelta  de  su  pueblo  San  Sebastián,  dejando  desamparados  nuestros  sol- 
dados en  el  mayor  peligro  una  noche,  que  conociendo  al  amanecer  la  falta  de 
los  indios  guías,  dando  en  un  platanar  donde  satisficieron  la  hambre  que  traían 
retrasada  de  des  días,  hubo  varios  pareceres  si  darían  sobre  el  pueblo  ó  nó  ; 
tuvo  el  contrario  el  Fray  Melchor  con  tanta  protervia,  que  obligó  á  un  Capitán 
á  decirle  las  palabras  que  el  Cid  á  Bernardo  delante  el  Rey  Don  Alonso,  que 
fueron  causa  de  encenderse  entre  los  dos  tantas  mohínas,  que  á  no  mediar  su 
hermano  y  el  Capitán  Eua,  vinieran  á  ser  desgracias,  que  todo  vino  á  parar  en 
que  no  se  hizo  cosa  de  consideración  á  lo  que  se  iba,  si  bien  por  la  huida  del 
indio  Andrés,  se  reparó  la  muerte  del  Don  Josefh  y  el  otro  soldado  que  dijimos 
habían  quedado  en  San  Sebastián,  porque  con  la  indignación  que  tenía  el  Caci- 


35*2  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7/'*  NOTICIA 

que  do  huberlo  llevado  á  su  hermano  y  tenía  detenidos  presos  á  loa  dos  soldados, 
para  eu  venganza  de  este  agravio  haberlos  de  matar,  como  lo  hiciera  sin  duda,  á 
no  llegar  á  tiempo  el  Andrés  Guido,  que  los  libró  de  las  garras  de  la  muerte  por 
quererle  mucho  al  Don  Josefh,  por  ser  su  compadre,  que  lo  había  sacado  un 
hijo  de  pila  y  llamándole  Josefh  á  su  devoción,  en  uno  de  aquellos  días  que  es- 
tuvieron anclando  en  el  puerto  de  San  Sebastián,  antes  (jue  cogiera  el  General 
á  Andrés,  y  no  habiendo  salido  aún  del  todo,  con  esta  diligencia,  del  peligro  de 
muerte  el  Don  Josefh,  pues  tomaban  de  nuevo  la  demanda  para  matarlos  los  in- 
dios del  pueblo  por  los  otros  que  les  tenía  presos  el  General,  fué  necesario  que  el 
Andrés  les  sacase  también  de  este  peligro,  dándoles  avío  á  los  dos  para  pasar 
donde  estaba  el  ejército  ;  á  donde  ya  habían  llegado  los  que  habían  venido  á  dar 
sobre  el  pueblo  de  Chichurnbí,  sin  hacer  cosa  considerable. 

2.°  Crecían  á  varas  los  trabajos  en  todo  el  Real,  así  por  laa  enfermeda- 
des, do  que  pocos  ya  se  escapaban,  como  porque  el  poco  maíz  que  se  les  daba  de 
ración  era  necesario  que  cada  uno  lo  pilase  ó  aderezase  como  pudiera,  que  ya 
faltaba  aún  en  qué,  y  se  tenía  por  dichoso  el  que  en  la  bacinilla,  raso  de  todas 
conservas,  podía  hacer  su  comida;  pero  lo  mas  común  era  comer  aquellos  cua- 
tro granos  que  les  daban,  tostados.  No  hallándose  tierra  firme,  sino  toda  pantano- 
sa, en  una  ni  otra  parte  del  río,  yá  se  vieron  obligados  por  tan  crecidos  trabajos 
á  asentar  lioal  en  un  sitio  menos  malo,  donde  llamaban  el  Keal  de  la  Resurrec- 
ción, por  haber  estado  otros  españoles  de  los  antiguos  allí  rancheados,  que  le  pu- 
sieron este  nombre.  Hacíase  posta  de  noche  y  de  día  en  las  fragatas  y  tierra 
con  cuidado,  y  teniéndolo  mayor  que  todos  el  General,  por  verse  allí  á  ciegas, 
sin  rastro  de  indios,  tierra  enfermísima,  y  que  por  una  parte  fiólo  se  descubrían 
pantanos  y  tremedales  imposibles  á  caminarse  y  por  otras  serranías  tan  encres- 
padas que  rompían  las  nubes,  determinó  saliese  el  Capitán  Narbona,  de  nación 
mallorquí,  en  una  barca  esquifada,  con  algunos  soldados  y  marineros,  que  die- 
sen vista  al  descubrimiento  de  algunos  rastros  de  gente,  á  lo  que  no  se  pudo 
dar,  si  bien  se  entendió  no  estaba  la  tierra  sin  ella,  por  dos  canoas  que  hallaron 
varadas,  con  las  cuales  y  llena  la  barca  de  pescado,  volvieron  á  dar  cuenta  al 
General,  que  no  les  fué  de  poco  consuelo  á  todos  los  del  ejército  las  nuevas, 
por  desear  hallar  rastros  de  gente  en  quien  emplear  sus  bríos,  y  el  pescado  en 
quien  emplear  su  hambre,  que  era  el  que  la  reparaba  de  ordinario,  pues  nunca 
faltaba  pescado  del  mucho  que  tiene  el  río. 

3.°  A  hacer  más  claras  (  si  pudieran  )  estas  ciegas  noticias  de  indios,  de- 
terminó el  General  saliera  su  hijo  el  Gobernador  y  el  Capitán  Juan  Luis  de 
Ileredia,  y  el  Ayudante  Cristóbal  Ramírez,  soldado  de  Flandes,  muy  bien  en- 
tendido eu  el  manejo  de  las  cosas  de  la  milicia,  con  ochenta  soldados,  escogidos 
de  todas  las  seis  compañías,  corno  se    puso  luégó  eu  ejecuoión,   bien  armados  de 


CAP.   LX)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DK  TII-:nilA    FIUJIE  Soa 

escaiipiles,  aunque  cou  tan  poca  comida,  que  sólo  se  le  diú  á  cada  uno  de  ración 
para  dos  ó  tres  días,  qne  llevaban  orden  para  gastar  en  las  salidas  un  bollo  de 
maíz  de  cuatro  ó  cinco  onzas,  y  media  libra  de  tasnjosdo  vaca,  que  en  siete  que 
estuvieron,  bien  tuvieron  lugar  para  comerlos.  Comenzaron  hiégo  á  marchar 
por  el  pantano  arriba,  con  tanta  dificultad,  que  muchas  veces  se  atollaban  hasta 
la  cinta,  á  lo  menos  este  primer  día,  en  cuya  tarde,  ya  que  lo  era  mucho,  salie- 
ron bien  fatigados  á  un  llano,  menos  mal  camino,  por  donde  habiendo  caminado 
cuatro  días,  fueron  subiendo  por  una  tan  áspera  sierra,  siguiendo  una  trochuela, 
qne  más  parecía  apeadero  de  g;^tos,  p  ir  donde  yendo  delante  por  sobresaliente» 
siete  soldados,  entre  ellos  el  Capitán  Juan  Rodríguez  Adame,  regidor  de  lai 
villa  de  Mompox  ;  Andrés  de  León,  Pedro  Martín,  y  un  mulato,  tan  buen  ra.s- 
trero,  que  oliendo  la  tierra  y  rastros  que  topaba,  si  no  eran  de  más  tiempo  de 
cuatro  y  seis  días,  decía  lo  que  había  se  había  echo  el  rastro,  y  olía  la  bija  desde 
muy  lejos,  y  avisaba  de  las  emboscadas,  como  le  sucedió  ahora,  que  apenas  hubo 
dicho  había  cerca  alguna  por  este  olor,  cuando  salieron  de  ella  gran  multitud 
de  indios,  que  dando  sobre  los  siele,  aunque  pelearon  valerosamente,  quedó 
muerto  el  Capitán  Adame,  pasado  de  muchas  flechas  y  lanzas,  que  de  todo  esto 
usan  estos  naturales,  y  le  hallaron  muerto  con  uu  alfange  en  las  manos,  bien 
ensangrentado,  señal  que  había  vengado  bien  su  muerte. 

Como  se  echó  de  ver  en  otro  valiente  español,  soldado  de  la  Armada  Real, 
que  también  murió,  y  le  hallaron  con  el  arcabuz  en  las  manos,  apretado  por  el 
cañón  y  el  mecho  ensangrentado,  porque  según  dijeron  los  que  quedaron  vivos., 
no  queriéndoles  dar  fuego,  virándole  de  aquella  manera,  hizo  valiente  riza  en  lo» 
indios,  vendiendo  bien  su  muerte,  como  también  lo  hizo  el  mulato  rastrero,  que 
no  fué  de  poca  pena  para  todos,  por  ser  do  importancia  para  el  efecto  dicho  ; 
otros  dos  quedaron,  aunque  vivos,  mal  heridos  á  lanzadas;  y  los  otros  dos  que  se 
escaparon,  bajaron  á  dar  aviso  á  los  compañeros,  que  con  la  prisa  que  les  dio 
lugar  la  estrechura  del  sitio,  subieron  al  socorro,  no  muy  á  tiempo,  ni  aun  se  le 
podrían  dar  cuando  llegaran  á  él,  pues  ni  llevaban  pólvora  ni  cuerda,  por  habér- 
seles gastado  la  poca  que  sacaron,  y  así  sólo  se  disparó  un  mosquete  y  una  pis- 
tola, que  bastó  para  que  los  indios  huyesen  con  grandes  alaridos,  cargando  loa 
cuerpos  de  sus  muertos.  A  quien  no  pudiando  seguir  los  nuestros  por  la  falta 
de  comida,  y  por  lo  mismo  de  ánimo  (que  si  los  indios  cobardes  lo  tuvieran  se 
entiende  acabaran  con  todos),  habiendo  dado  sepultura  á  los  muertos  y  los 
hombros  á  los  heridos,  tomaron  la  vuelta  del  llano,  y  no  pareciéndoles  ser  acier- 
to volver  por  el  pantano,  por  si  acaso  los  indios  los  aguardaban  en  él,  como  fué 
así,  desmintieron  el  camino  por  otra  parte,  que  fué  acuerdo  del  cielo,  como  se 
vido,  porque  á  venir  por  el  pantano,  según  venían  de  desmazalados  de  hambre, 
perecieran  á  manos  de  los  bárbaros,  que  los  estuvieron  aguardando  al  paso. 


854  FllAY    I'EDIIO   SIMÓN  (7/   NOTICIA 

4.*'  Cuidadoso  el  General  de  haber  hecho  la  tropa  tardanza  de  siete  días  no 
llevando  orden  más  que  para  tres,  y  habiéndose  descubierto  al  seteno,  á  la  tarde, 
gente  desde  el  Real  en  un  cerrillo,  despachó  una  barca  con  un  Capitán  y  sóida" 
dos  Á  reccnocerla,  que  llegando  y  conociendo  eran  los  que  venían  desbaratados, 
cogieron  en  la  barca  al  Ayudante  y  los  heridos,  por  no  caber  más,  y  por  no 
poder  el  resto  de  los  soldados  marchar  por  tierra,  por  haber  de  pasarse  una  gran 
boca  de  mucha  agua  que  salía  de  la  ciénega,  fué  necesario  despachar  otras  bar- 
cas, en  que  vinieron  todos  con  el  Gobernador,  y  estándose  lastimando  del  suce- 
so, llegaron  tan  en  secreto  por  entre  los  muchos  árboles  que  había  y  tan  cerca 
del  Real,  los  indios  que  venían  siguiendo  á  los  desbaratados,  que  sin  ser  sen_ 
tidos  pudieron  echar  en  él  algunas  rociadas  de  flechas,  aunque  sin  daño,  porque 
los  soldados  de  tierra  y  loa  de  las  fragatas  se  aprestaron  á  la  defensa  y  seguirlos, 
aunque  esto  no  tuvo  efecto,  porque  no  pareció  convenir,  por  ir  ya  cerrando  la 
noche  y  ponerse  á  mayor  riesgo  si  lo  hicieran  que  provecho,  y  así  habiéndola 
pasado  toda  con  vigilante  cuidado,  viendo  el  General  el  mal  país  que  era,  donde 
todos  enfermaban  y  muchos  morían  de  llagas  en  los  pies  y  piernas  á  causa  de 
las  mazamorras  y  de  rascarse  las  picaduras  de  los  mosquitos,  tanto  que  á  muchos 
se  les  parecían  los  huesos,  determinó  bajarse  con  todas  sus  fustas  hasta  la 
ensenada,  como  se  hizo,  navegando  en  dos  días  lo  que  en  muchos  habían  subido. 
Arrimaron  todos  á  una  isla  de  las  que  dividen  las  bocas  del  río,  donde  saltaron 
en  tierra  y  se  hicieron  algunos  buhíos,  y  comenzó  luego  á  morir  tanta  gente, 
que  los  más  días  se  enterraban  tres  y  cuatro.  Llamáronle  la  isla  de  las  Don- 
cellas, por  haber  enterrado  en  ella  á  dos  que  murieron  :  la  una  hija  del  Tristan- 
cho,  que  llevaba  allí  su  madre,  por  haber  casado  segunda  vez  con  el  Capitán 
Melchor  Lobo,  que  también  estaba  en  la  jornada.  Crecían  tan  por  la  posta  las 
enfermedades,  y  tan  de  peligro,  que  aunque  había  médico  que  se  llamaba  Julio 
Santón,  y  dos  cirujanos,  por  falta  de  medicinas  y  comidas  para  los  enfermos,  en 
estancólo,  lo  contaban  con  los  muertos,  con  que  quedó  la  isla  arada  con  tantos 
jcomo  se  enterraron. 


CAP.    LXl)  NOTICIAS     DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  355 

CAPÍTULO  LXI 

L*  Descúbrese  buen  sitio  para  poder  poblar,  y  muestras  de  oro;  prenden  á  un  Capitán— 
2 .•  Coge  otro  un  barco  de  gallinas  ;  otro  se  alza  con  una  fragata  y  se  va  á  Cartagena 
con  alguna  gente— 3.«  Dan  garrote  al  Capitán  preso— 1."  Salen  en  una  fragata  á 
buscar  comidas— 5.*  Vienen  los  indios  y  dan  una  guazabara  en  que  mueren  muchos 
de  los  nuestros. 

ADVIRTIENDO  el  General  Don  I'rancisco  se  le  habían  pasado  treí 
meses  de  embarcación  y  tiempo  del  verano  sin  haber  hecho  otra 
cosa  considerable  que  la  que  hemos  visto,  y  que  las  comidas  iban  ya  dando  fin, 
y  ann  la  gente  por  falta  de  ellas,  y  otros  infortunios,  y  que  el  invierno  iba 
despuntando  aprisa,  en  que  tampoco  se  podía  hacer  cosa  de  provecho,  despachó 
en  su  fragata  al  Capitán  Lorenzo  de  Sanfilio,  valenciano,  con  su  hijo  Fray  Mel- 
chor, y  al  Capitán  Lobo  y  algunos  soldados,  á  dar  vista  y  tantear  cierta  ensena- 
da que  se  veía  tres  leguas  de  la  isla  de  las  Doncellas,  á  donde  llegando  y  tan- 
teando el  sitio,  y  experimentando  ser  bueno  y  de  buenas  aguas  y  muestras  de 
oro,  por  haberlo  cateado  en  muchas  partes  el  Capitán  Lobo,  gran  minero,  con 
diez  negros  suyos,  que  también  lo  eran,  volvieron  á  dar  buenas  nuevas  de  esto 
al  General  y  que  era  tierra  á  propósito  para  poder  poblar,  porque  entre  las  de- 
más comodidades  era  la  una,  y  no  la  menor,  el  no  tener  mosquitos.  Lo  que  no 
tuto  efecto,  antes  estaba  la  más  de  la  gente  embarcada,  yéndola  consumiez^o 
por  la  posta  las  enfermedades  de  pestilentes  calenturas  y  otras,  y  no  teniendo 
atrevimiento  nadie  á  ponderarle  aquello  al  General,  lo  tuvo  el  Capitán  Joan 
Dieguez  de  Castro,  llevándole  un  memorial  desde  su  fragata,  firmado  de  sus 
soldados,  que  estaban  en  la  isla  de  las  Doncellas,  en  que  le  representaban  los  tra-» 
bajos  que  pasaba  el  ejército  y  cómo  se  atajarían  si  se  pasasen  á  invernar  á  al« 
guna  estancia  de  las  que  tenían  cerca,  y  que  en  entrando  el  verano,  se  podían 
tomar  de  propósito  las  conquistas  y  poblaciones.  Fué  este  papel  y  las  razones 
que  le  dijo  el  Capitán  Juan  Dieguez  al  General  tan  gran  piedra  de  escándalo 
que  le  costó  la  vida,  pues  luego  que  volvió  á  su  fragata  aquel  mismo  día,  envió 
el  General  al  Capitán  Domingo  de  Salazar  que  lo  prendiese,  y  al  Sargento  y 
Cabo  de  escuadra  de  su  compañía,  como  lo  hizo  y  llevó  presos  á  diferentes  fra- 
gatas. De  allí  á  dos  días  salió  el  General  con  toda  la  gente  y  fragatas  a  tierra, 
para  poblar  un  Real  que  llamó  de  vSan  Bartolomé,  dejando  en  la  isla  de  las  Don- 
cellas á  su  mujer  Doña  Inés  de  Castellanos  y  algunas  otras  mujeres,  todos  los 
enfermos  y  el  Capellán,  con  sólo  seis  soldados  en  guarda  de  todo  esto,  que  no 
quedaba  en  pequeño  peligro,  pues  estando  la  isla  s(51o  dos  ó  tres  tiros  de  mosque- 
te de  tierra,  les  fuera  fácil  entrar  á  ellos  y  degollarlos  los  indios.  43 


35^  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7.-*    NOTICIA 

2.°  A  los  que  habían  quedado  del  pueblo  de  San  Sebastián,  la  demasiada 
hambre  que  padecían  y  la  que  tenían  que  padecer,'  les  bizo,  fuera  de  cuatro 
que  quedaron,  arrojarse  todos  al  agua,  de  quien  no  se  supo  en  qué  había» 
parado,  pues  no  los  vieron  más  desde  esta  isla.  Desde  la  cual,  tomando  una 
eanoa  un  Contramaestre  de  un  navio  con  otros  marineros,  también  se  escaparon 
huyendo;  tras  quien  el  General  envió  al  Capitán  Narvona,  el  cual  no  pudiendo- 
darles  alcance,  y  llegando  á  la  costa  de  Urabá,  encontró  con  un  vecino  de  Carta- 
gena, que  tenía  mil  gallinas  en  un  barco,  rescatadas  do  aquellcs  indios,  por  ser 
éste  su  trato,  para  venderlas  en  Cartagena,  y  habiéndolo  prendido,  lo  llevo  con  su 
barco  y  gallinas,  dejando  algunas  de  camino  en  la  isla  á  Doña  Inés  á  la  presen- 
cia de  su  marido  el  General;  que  habiéndolo  reprendido  porque  rescataba  sin 
BU  licencia  en  aquella  tierra  donde  él  era  Gobernador,  lo  hizo  poner  preso,  y 
que  se  quedara  sin  las  gallinas.  Por  el  peligro  que  dijinaos  en  que  estaba  la 
isla  de  las  Doncellas,  y  para  si  acaso  lo  habíi,  pudiese  escapar  de  él  su  mujer 
y  las  demás,  hizo  el  General  quedase  allí  apercibida  una  fragata.;  también 
quedó  la  nave  que  había  sido  Capitana,  tan  apegada  á  tierra  que  se  pasaba 
desde  la  isla  á  ella  con  una  planusa  á  socorrer  los  enfermos  que  estaban  alo- 
jados en  ella,,  de  donde  sacaban  cada  día  á  enterrar  tres  ó  cuatro.  Estando- 
también  en  esta  nave  preso  y  enfermo  un  Capitán  Don  Agustín  de  Barahona^ 
por  no  sé  qué  palabras  ásperas  que  había  dicho  á  la  mujer  del  General  en 
Tolú,  trató  con  los  enfermos  más  alentados  y  que  sólo  tenían  llagas  en  las- 
piernas,  y  uno  de  los  cirujanos  y  con  el  arráez  de  la  fragata  (que  era  del 
Capitán  Andrés  Jiménez,  vecino  de  Cartagena),  que  alzasen  velas  y  tomasen  la 
Tuelta  de  aquella  ciudad,  como  lo  hicieron  por  lo  inclinados  y  deseosos  qa& 
todos  estaban  á  hacerlo,  y  así,  sin  podérselo  nadie  estorbar,  se  fueron  en  ella 
hasta  treinta  hombres  y  ocho  mujeres,  llevándose  la  mayor  parte  de  las  armas 
de  los  soldados,  por  habérselas  entregado  que  cuidase  de  ellas  á  uno  de  los  que 
estaban  en  la  fragata,  que  viéndola  ir  el  General,  despachó  con  prisa  tras  ella 
á  un  Alférez  y  á  algunos  soldados  en  el  barco  de  las  gallinas,  que  á  la  sazón 
estaba  más  aprestado,  que  teniendo  á  buena  suerte  ocasión  el  Alférez  y  sus 
compañeros,  por  desear  también  hacer  fuga,  nunca  más  volvieron,  como  ni 
otros  muchos  que  por  varios  caminos,  en  canoas  y  barcos,  cada  hora  se  esca- 
paban huyendo  de  la  muerte. 

3.<^  Habiendo  sentenciado  á  ella  el  General,  por  informaciones  que  para 
esto  hizo,  al  Capitán  Juan  Dieguez  de  Castro,  envió  que  la  ejecutase  á  la  fra- 
gata donde  le  tenía  preso,  á  un  Capitán  llamado  Juan»JLuis  de  Heredia,  no  bien 
afecto  al  preso,  que  habiendo  entrado  en  la  fragata,  cárcel  del  Castro,  le  dijo 
al  Padre  Fray  Diego  Rangel  le  entrase  á  confesar,  por  ser  infalible  el  haberle 
de  dar  garrote,  y  habiendo  comenzado   la   confesión,  salió  el  religioso  pidiendo 


OAP.  LXl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRME.  S57 

al  Capitán  Juan  Luis  difirieso  aquella  justicia  basta  que  él  fuese  ú  hablar  al 
General  y  le  representase  la  inocencia  del  preso,  a  que  respondió  el  Juan  Luis 
ser  diligencia  en  vano,  pues  si  no  le  acababa  de  confesar,  le  daría  garrote;  B¡n 
aguardar  á  eso,  volvió  el  religioso  y  lo  confesó  y  confortó  para  morir,  estando 
con  él  hasta  que  le  dieron  garrote  en  el  árbol  de  la  fragata,  y  levantándolo  en 
alto  en  un  peñol,  le  pusieron  en  las  espaldas  con  letras  góticas  la  causa  de  su 
muerte,  que  causó  horrendo  espectáculo  á  todo  aquel  ejército.  Estaban  sen- 
tenciados á  lo  mismo  el  Capitán  Sanfilio  y  el  Ayudante  Cristóbal  Ramírez, 
y  entrándolos  á  coníesar  para  ejecutar  también  la  sentencia,  fueron  tantos  los 
extremos  que  hizo  el  Sanfilio,  que  diciéndoselo  al  General,  mandó  se  suspen- 
diese por  entonces  la  muerte  de  ambos,  que  al  fin  no  la  tuvieron,  porque  quien 
pasa  punto  pasa  mundo.  Fué  notable  el  sentimiento  que  todo  el  Beal  hizo  por 
la  muerte  de  aquel  Capitán. 

4.0  El  consumo  del  maíz  y  las  demás  vituallas  iba  ya  por  tan  extremo, 
que  para  no  venir  todos  al  de  la  vida,  juzgó  por  necesario  el  General  despachar 
A  su  hijo  el  Gobernador  y  al  Capitán  Narvona  con  cuarenta  soldados,  los  do 
mayor  confianza,  y  los  más  casados,  porque  no  se  huyeran,  á  buscar  comidas 
donde  las  hallaran,  para  que  se  aprestó  luego  la  gente,  y  dos  de  las  fragatas 
de  las  siete  que  habían  llevado  fletadas,  que  ya  estaban  tan  deseosos  bus  ma- 
estres y  oficiales  de  volverse  á  la  ciudad  de  Cartagena  con  ellas,  que  no  só.'o 
soltaran  el  fleto,  pero  aun  dieran  plata  por  la  licencia  para  volverse.  Dados  á 
la  vela  y  saliendo  por  la  boca  de  la  ensenada  de  Acia,  sin  saber  ningún  soldado 
dónde  iba,  después  de  haber  navegado  cuatro  días,  en  que  sólo  tenían  los  soldados 
cada  día  de  ración  tres  onzas  de  maíz,  que  lo  comían  tostado,  surgieron  en  una 
isla,  donde  tenía  un  vecino  de  Cartagena,  llamado  Francisco  de  Montiel,  po- 
blada una  estancia  de  negros  con  granjerias  de  cazabe  y  de  cebar  ganado  de 
cerda.  Teniendo  noticia  el  mayordomo  que  tenía  cuidado  de  esta  hacienda 
de  la  entrada  de  estos  soldados,  hizo  retirar  al  arcabuco  la  mayor  parte  de  los 
negros,  dejando  solos  trece  y  una  negra  parida,  que  se  ocuparon  tres  días 
haciendo  cazabe,  por  haber  dicho  el  Gobernador  Don  Francisco  lo  pagaría. 
Al  fin  de  los  cuales  haciendo  meter  muchos  de  los  puercos  en  el  navio,  el 
cazabe,  la  negra  y  negros  (y  hiciera  lo  mismo  con  el  español  mayordomo  á  nO 
rogárselo  los  soldados,  por  estar  su  mujer  muy  enferma  en  una  cama),  se  dio 
á  la  vela  la  vuelta  del  Real,  donde  entre  tanto  que  esto  hacía  el  hijo,  no  le 
sucedieron  pequeños  trabajos  al  padre,  pues  habiendo  advertido  los  indios  (que 
á  todo  andaban  á  la  mira)  cuan  minorado  quedaría  el  número  de  los  soldados 
por  haber  salido  las  dos  fragatas,  se  determinaron  á  dar  una  mañana  un  ma- 
drugón sobre  el  Keal  de  San  Bartolomé,  donde  estaba  la  gente  bien  descuidada 
y  sin  defensa,  por  haber  mandado   el   General  que  ningún  soldado  tuviese  pól- 


358  FRAY    PEDrwO    SIMÓN  {7.^  NOTICfA 

vora  ni  cuerda,  porque  la  gastarían  mal  gastada,  por  no  estar  atemorizados 
harto  allí  de  indios,  y  así  la  tenían  toda  en  la  fragata  embotijada,  y  la  cuerda 
en  zurrones  ó  petacas  liadas,  por  lo  cual  los  soldados  tampoco  cuidaron  de 
limpiar  las  armas,  y  así  dando  los  indios  sobre  el  Real  y  las  centinelas  arma, 
por  la  poca  resistencia  que  los  nuestros  hicieron,  fueron  empleando  sus  lanzas 
y  flechas  con  la  ferocidad  que  aquellos  bárbaros  acometen  sus  hechos,  y  ahora 
más  á  8u  salvo. 

5.**  Mataron,  la  primera,  (i  la  mujer  del  Tristancho,  de  suerte  que  murió 
á  manos  de  los  mismos  indios  que  su  marido;  el  General  daba  voces  á  la  fra- 
gata que  le  trajesen  aprisa  pólvora,  balas  y  cuerda,  que  era  á  muy  buen  tiempo 
de  proveer  de  esto  á  los  soldados;  de  los  cuales  hallándose  algunos,  por  ha- 
berla tenido  escondida,  con  alguna  pólvora,  sacaron  de  esta  vida  con  los  area- 
baces  hasta  ocho  ó  diez  indios,  que  quedaron  allí  muertos,  y  sin  duda  fueron 
muchos  heridos.  Hallábase  el  General  sin  ningunas  armas  ni  aun  para  defender 
su  persona,  y  así  hubo  de  defenderse  de  otro  modo  con  su  hijo  el  fraile  y  sh 
mujer.  Las  demás  y  niños  se  escondían  debajo  de  las  camas  de  viento  ó  bar- 
bacoas ó  donde  podían;  pero  estando  libre  la  fiereza  de  los  bárbaros  por  la  poca 
resistencia  que  se  les  hacía,  lo  trastornaban  todo  y  hacían  pedazos  á  cuantos 
topaban,  si  podían,  ó  á  lo  menos  los  sacaban  dé  esta  vida,  que  dicen  pasaron  por 
todos  el  número  de  muertos  de  ciento;  sacaron  de  la  prisión  al  Capitán  Sanfilio 
y  al  Ayudante,  por  dar  voces  los  soldados  no  ser  tiempo  de  tener  á  nadie 
preso.  Estando  defendiendo  la  casa  del  Gobernador,  donde  estaba  él,  su  mujer 
y  el  hijo  fraile,  el  Capitán  Juan  Luis  de  Heredia  (que  fué  el  que  dijimos 
había  ejecutado  la  sentencia  del  Capitán  Castro),  le  dio  un  indio  con  una  vene- 
nosa flecha  por  la  boca,  llevándose  de  camino  los  dientes,  aunque  eran  con 
fealdad  crecidos;  hízole  la  fuerza  del  veneno  caer  rabiando  en  tierra,  desde 
donde  llevándole  á  una  de  las  fragatas,  murió  en  ella  á  los  ocho  días:  muerte 
escandalosísima  para  todos  (pudo  ser  que  por  la  fuerza  del  veneno),  pues  en 
lugar  de  confesarse  y  llamar  á  Dios,  decía  mil  blasfemias,  con  que  salió  de  esta 
vida,  como  también  otro  soldado,  que  habiéndole  clavado  otro  indio  en  una 
mejilla  otra  venenosa  flecha,  murió  con  más  brevedad  y  las  mismas  ansias  y 
congojas  del  veneno;  pero  quiso  Dios,  entro  ellas,  usar  de  su  misericordia, 
pues  al  morir  dijo  en  altas  voces  que  el  Capitán  Juan  Dieguez  de  Castro  había 
muerto  sin  culpa,  y  haber  jurado  todos  falso  cuantos  testigos  había  en  la  in- 
formación, y  que  él  había  sido  uno  de  ellos,  lo  cual  confesaba  allí  por  descargo 
de  su  conciencia  y  desengaño  del  hecho.  El  Capitán  N^bona  (á  quien  no  dejan 
sin  culpa  en  el  mismo  suceso  del  Capitán  Castro)  se  huyó  en  una  fragata.  No 
dejaran  los  indios  tan  presto  la  guazabara,  si  entre  los  demás  que  murieron, 
no  mataran  los  nuestros  á  uno  que  debió  de  ser   principal,  á  quien  cargaron  y 


CAP.  LXIl)  KOTÍCIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERIU    FIRME  359 

llevaron  entre  cuatro,  tocando  al  punto  á  recogerse,  con  ciertas  flautas  que 
sonaban  mucho,  hechas  de  huesos  de  espinillas  de  hombres,  de  que  dejaron 
allí  una,  porque  se  le  debió  de  caer  á  algún  indio  con  la  prisa  de  la  huida,  que 
no  pudieron  seguir   los   nuestros,  por   no    tener  armas  ni  municiones  con  qué. 


CAPITULO  LXÍI 

1.°  Sucesos  varios  por  la  apretura  de  la  hambre.  Sálense  todos  ds  la  ensenada  de  Acia— 
2.<»  Llegan  á  una  isla,  donde  padecen  mayores  trabajos — 3."  Salen  de  ella  todos,  y 
llegan  á  la  Villa  de  Tolú,  donde  se  acabó  la  jomada. 


D 


EJÓ  tan  atemorizados  á  los  pocos  que  habían  quedado  en  este 
ejército  esta  guazabara,  por  verse  todos  tan  enfermos,  que  ya 
eentían  más  esto  que  la  hambre,  con  ser  ya  tan  por  extremo,  que  á  no  soco- 
rrerlos un  diestro  pescador  que  sabía  pescar  tortugas  y  manatíes,  con  que  se 
acudía  con  caridad  á  los  enfermos  y  participaban  alejo  los  sanos,  acabaran  de 
perecer  todos;  y  aun  no  bastando  esto,  les  foizó  la  necesidad  á  que  mandase 
el  General  que  de  algunas  mochilas  de  harina  que  se  habían  llevado  para 
hacer  hostias  para  decir  misa  (que  so  decía  hanta  el  asalto  de  los  indios  casi 
cada  día,  porque  el  robo  que  hubieron  á  las  manos  pienso  fué  también  el 
sacro  ornamento),  se  hiciese  cada  hora  una  paila  de  poleadas  ó  puches,  de  que 
se  diese  ración  á  los  soldados,  que  siendo  esto  poco,  les  obligó  la  necesidad  á 
salir  fuera  de  la  boca  de  la  ensenada  algunos  soldados  con  el  Padre  Fray 
Melchor,  en  una  fragata,  á  socorrerse  de  lo  que  llevaban  los  barcos  del  trato 
que  andaban  por  aquella  costa  de  Tolú,  que  sabiéndolo  el  Gobernador  de  Car- 
tagena, envió  por  los  soldados  que  andaban  en  esto,  y  su  prelado  á  llamar  ú 
Fray  Melchor,  y  así  tomaron  la  vuelta  de  la  ciudad,  quedando  los  pocos  sol- 
dados qne  habían  quedado  con  el  General  en  el  Real  despojado  de  San  Bar- 
tolomé, con  tan  intolerable  miseria  de  comidas,  que  muchos  se  contentaban 
con  los  afrechos  del  maíz  pilado,  y  aun  dicen  servían  algunos  ú  las  negras  del 
General  de  traerles  agua  y  otros  ministerios,  porque  les  diesen  de  ello:  tal  era 
la  fuerza  de  la  hambre  y  el  poco  socorro  contra  ella.  Lo  que  obligó  á  los  sol- 
dados á  decir,  con  determinación  de  tales,  al  General  que  pues  habían  quedado 
tan  pocos  que  era  imposible  hacer  cosa  de  consideración,  antes  perecer  todos 
allí,  que  los  sacase  á  tierra  de  cristianos;  pues  no  acudiendo  á  aquello,  sin  duda 
tendrían  por  menos  mal  otro  cualquier  suceso,  desamparando  la  tierra  y  de- 
jándolo solo;  con  que  fué  forzoso  al  Gobernador,  viéndolos  así  determinados, 
disponer  cómo  su  hijo  el  Gobernador  tomase   en   una  fragata  la  vuelta  de  Tolú 


SGO  FRAY    PEDRO    SIMÓN  (7.^  NOTICIA 

y  trajese  algún  refresco  dentro  de  quince  días  que  pareció  duraría  el  maíz  que 
había  quedado,  dando  de  ración  cada  ái\  á  cada  soldado  cuatro  onzas  de  granos. 
Hízose  así,  y  volviendo  al  tiempo  dicho  con  algún  socorro,  se  embarcó  el  Gene- 
neral  con  toda  la  gente  que  le  había  quedado  en  la  fragata,  y  entendiendo 
vendrían  vía  recta  á  Tola,  surgieron  otra  vez  en  la  isla,  de  donde  habían  lle- 
vado antes,  como  dijimos,  el  cazabe  y  negros. 

2.°  Veíase  el  General  tan  afligido  aqní  por  los  ruines  sucesos,  que  daba  á 
entender  no  querer  salir  del  puerto,  de  donde  salió  su  hijo  para  Tolu,  y  á  pocos 
días  murió  su  mnjer  doña  Inés,  toda  cubierta  de  lepra  de  los  malos  estalajes  y 
inclemencias  del  cielo  que  habían  tenido  en  la  jornada,  cuya  muerte  acompa- 
ñaron otras  muchas  que  cada  día  iban  sucediendo,  pues  sólo  había  que  comer 
en  el  puesto  algunos  caracoles  y  otros  mariscos  que  podían  haber  á  las  manos 
en  la  lengua  del  agua;  y  aun  teniéndose  por  dichosos  los  que  hallaban  de 
esto,  porque  no  se  les  minorasen,  se  entraban  en  la  montaña  á  comerlo  á 
excusas  de  sus  compañeros,  por  tener  cada  cual  necesidad  de  lo  que  les  venía 
á  las  manos,  por  ser  las  personas  hasta  ciento  y  veinte,  y  el  socorro  de  comi- 
das el  que  vemos.  Á  quien  faltó  también  el  poder  salir  de  la  isla,  pues  el  due- 
ño de  ella,  escarmentado  de  lo  pasado,  y  saber  que  había  vuelto  tanta  gente 
al  rebusco  de  lo  que  tenía  en  la  estancia,  despachó  desde  Cartagena  una  fra- 
gata, en  que  recogieron  una  noche  en  secreto,  que  lo  pudieron  hacer 
por  haber  mucha  montaña,  todos  los  negros  y  canoas  que  había  de  servicio, 
haciendo  pedazcs  las  que  no  pudieron  llevar,  que  viendo  á  la  mañana  desde 
la  playa  irse  la  fragata  y  canoas,  fué  crecidísima  la  aflicción,  por  quedar  todos 
aislados,  tan  hambrientos  y  sin  género  de  socorro  para  salir  persona  de  la  isla, 
y  así  les  obligó  la  necesidad  á  remendar  con  tablas  una  barca,  que  de  vieja 
estaba  dada  al  través,  que  aderezada  y  breada  lo  mejor  que  se  pudo,  entró  en 
ella  el  Capitán  Domingo  Méndez  Cancio,  y  con  ocho  soldados  y  marineros,  fian- 
do más  en  el  socorro  del  cielo  que  en  el  humano,  tomaron  la  vuelta  de  Tola 
con  conocido  riesgo  de  sus  vidas,  pues  en  barco  tan  frágil  y  quebradizo,  la  mar 
por  el  cielo  y  vientos  contrarios,  se  atrevieron  á  embestir  sesenta  leguas  que 
había  desde  allí  de  travesía  hasta  la  costa  de  Tolú,  á  donde  llegaron  con  fa- 
vor divino  y  casi  de  milagro  en  doce  días,  siendo  en  buen  tiempo  navegación 
de  dos,  viéndose  muchas  vecas  en  los  brazos  de  la  muerte  por  la. hambre  y 
contrastes  de  la  barca. 

3.®  Hallaban  también,  habiendo  saltado  en  tierra,  tan  poco  refugio  como  en 
el  mar,  pues  pidiendo  á  los  barcos  y  fragatas  que  iban  y  venían  á  cargar  en  las 
haciendas  y  estancias  que  h^y  en  aquellas  costas  y  islas,  no  sólo  no  se  lo  daban 
de  querer  ir  á  sacar  á  aquella  isla  tantas  ánimas  como  allí  había  á  pique  de 
perderse,    pero  ni  aun  querían   acudir  á  ellos  con  socorro  de  comidas,  y  llegaba 


CAP.  LXIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIEllKA  FIR5ÍE.  361 

esto  ú  tal  extremo,  que  dándole  la  necesidad  atrevimiento  al  Capitán  Móudeíf 
para  entrar  en  una  fragata  para  ir  á  sacar  la  gente  de  la  isla,  fué  tanto  lo  (¡11  o 
se  alteraron  contra  él  los  de  la  fragata^  blancos  j  negros,  y  los  de  aquella  costa, 
que  lo  alanceaban  y  obligaron  á  toraar  por  partido  el  dejarle  y  irse  como  pudo 
á  la  villa  de  Tolú.  donde  también  halló  bien  poco  socorro  por  ahora:  tal  era  el 
aborrecimiento  que  todos  habían  tomado  á  esta  jornada,  por  la  mala  fama  que 
de  ella  había  salido,  y  así  obligado  este  Capitán  á  pasar  á  la  ciudad  de  Carta- 
gena, dio  en  ella  Doticia  de  lo  que  pasaba  á  D.  I>iego  Penilo,  yerno  del  Gene- 
ral, que  fletando  un  navechuelo  que  había  venido  por  aviso  de  España,  se 
embarcó  y  tomó  la  vuelta  de  la  isla  de  la  gente,  que  cuando  lo  descubrieron 
desde  lejos,  lloraban  todos  de  alegría,  viendo  en  aquello  el  reparo  de  su  muerte. 
Embarcáronse  todos  la  vuelta  de  Tolú,  á  cuya  vista  llegaron  al  tercero  día  en  la 
tarde,  y  habiendo  navegado  hasta  las  dos  de  la  noche,  acercándose  á  la  vill» 
los  vecinos  de  ella  que  los  vieron  á  aquellas  horas,  por  estar  clara  la  luna,  en- 
viaron barcos  y  canoas  en  que  se  desembarcasen,  como  lo  hicieron,  y  en  lle- 
gando á  tierra  se  abrazaban  con  ella,  hechos  los  ojos  de  todos  fuentes  de  lágri- 
mas, y  no  creían  aún  que  habían  llegado  á  tierra  de  cristianos,  ni  aun  los  que 
había  en  ella  casi  los  conocían,  por  haber  llegado  tan  desemejados,  flacos, 
macilentos  y  amarillos,  que  más  parecían  retrato  de  todas  miserias  y  aun  de  la 
muerte,  que  hombres,  de  quien  las  fieras  tuvieron  compasión  en  verlos  en  tales- 
figuras  y  trabajos,  que  los  comenzaron  á  renovar  luego  con  las  memorias  de 
los  muertos,  cuitándose  de  que  habiendo  salido  de  aquel  puerto  siete  grandes- 
bageles  cargados  de  gente,  que  serían  por  todos  más  de  ochocientas  personas,  y 
ahora  cabían  todos  en  un  pequeño,  por  no  ser  más  que  hasta  ciento  y  quince 
y  casi  todos  tan  llenos  de  llagas^  mazamorras  en  los  pies,  sobre  que  no  se  podían 
tener  por  ellas,  y  otras  diferentes  enfermedades,  que  murieron  en  aquella  villa 
y  en  Cartagena  de  esto  más  de  cincuenta  personas,  que  fué  el  fin  que  tuvo 
esta  jornada,  porque  acompañara  á  los  de  otras  muchas  de  que  hemos  contado 
en  nuestras  dos  partes  y  en  esta  tercera. 


3G2  FRAY    PEDRO    SIMO»  {7^  NOTICIA 

CAPÍTULO  LXIÍÍ 


A 


Í^KSCiíIPCIÓN    DE    LA    CIUDAD    DE     CARTAGENA. 

CUYOS  Últimos  capítulos  llenará  la  descripcióa  de  la  célebre  ciu- 
dad de  Cartagena  de  estas  Indias,  que  por  serlo  tauto  y  haber 
sido  sus  conquista»  no  la  menor  parte  de  las  que  han  ocupado  esta  tercera,  no 
me  pirece  será  tiempo  al  aire  y  ai  fuera  de  su  lugar  tratar  de  su  fundación  y 
descripción,  si  bien  algo  por  mayor.  Está  asentada  en  longitud  de  setenta  y  tre» 
grados  y  treinta  minutos  del  meridiano  de  Toledo  y  once  escasos  de  latitud  al 
Norte,  en  el  principio  de  una  isla  ó  girón  de  tierra  que  sale  de  la  firme  corrien- 
do Norte  Snr,  distancia  de  una  legua,  que  se  va  ensanchando  hasta  llegar  á  la 
boca  de  su  puerto,  que  está  algo  inclinado  al  Surueste,  y  llamóle  isla  á  este 
girón  de  tierra,  porque  á  las  l^ece»  lo  es  y  queda  aislado  por  todas  vartes  y  cer- 
cado de  agua  cuando  soplando  los  nortes  entran  mayores  aguas  por  la  boca  del 
puerto. 

Fundó  esta  ciudad,  el  año  de  mil  y  quinientos  y  treinta  y  dos  (como  larga- 
mente dejamos  dicho)  en  este  mismo  sitio,  el  Adelantado  D.  Pedro  de  Heredia^ 
dejándola  con  el  mismo  nombre  de  un  pueblo  de  indios  que  estaba  fundado 
en  el  mismo  sitio,  llamado  Calamar,  con  que  permaneció  (aunque  luego  se  reti* 
rarpn  los  indios  y  dejaron  libre  el  sitio  para  que  edificaran  con  libertad  los  espa- 
ñolee) muchos  años,  hasta  que  poco  á  poco  fué  tomando  el  nombre  de  su  puerto^ 
que  (como  hemos  dicho)  le  demora  &u  boca  y  entrada  por  más  de  m«dia  legua  al 
ñvíT,  al  cual  pocos  años  antes  de  los  primeros  fundamentos  de  la  ciudad,  habiéndolo' 
descubierto  el  Capitán  Kodrigo  de  Bastidas  y  Alonso  de  Ojeda,  le  pusieron  por 
nombre  el  puerto  de  Cartagena,  por  tener  dos  bocas  en  su  entrada,  divididas 
con  una  isla,  como  el  de  Cartagena  de  Levante  en  España,  y  ser  capacísimo 
para  innumerables  naves  del  mayor  porte,  como  el  otro,  y  asi  perdiendo  total- 
mente la  ciudad  el  nombre  de  Calamar,  se  alzó  con  el  de  Cartagena. 

Á  la  parte  del  Este  se  le  apega  otra  isleta  á  esta  de  la  ciudad,  que  se 
comunican  por  una  p^rte  levadiza  arrimada  al  muro  y  puerto  de  la  ciudad,  por 
ser  poca  el  agua  del  narar  que  divide  la  una  de  la  otra.  Esta  es  pequeña,  cercadai 
toda  de  aguas  saladas,  que  llaman  Getsemaní,  nombre  que  le  puso  su  primer 
posesor,  d  quien  la  dieron  en  estancia  á  los  principios  de  esta  fundación  (come 
dejamos-  dicho  en  nuestro  segundo  tamo);  ésta  es  como  arrabal  de  la  principal 
ciudad,  y  se  sale  y  entra  en  ella  por  la  parte  de  tierrar  firme  por  otra  puente 
de  madera,  donde  hay  siempre  soldados  de  posta  y  algunos  tirillos  en  su  res* 
gnardO;   que   llaman  la  median  luna;  es  más  frecuentada  y  habitada  de  la  gente 


OAP.  LXIII)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIRMIC,  363 

de  mar,  por  estar  más  cerca  del  surgidero  do  los  «avíos,  y  por  esto  tenerlos  más 
á  la  mano. 

Los  edificios  de  la  principal  parte  de  la  ciudad,  aunque  tuvieron  sus  prin 
cipios  humildes  como  todas  las  del  mundo,  pues  eran  de  maderos  gruesos  y 
tablas  sus  paredes  (como  aun  hoy  permanecen  algunos),  el  miedo  de  los  incen- 
dios que  le  han  sucedido  (como  hemos  visto  en  la  historia)  y  la  amenaza  de  los 
que  le  podían  suceder,  los  han  hecho  mejorar  con  grande  exceso,  convidándoles 
también  á  esto  la  comodidad  de  materiales  que  se  fueron  luego  descubriendo  á  la 
lengua  del  agua  del  puerto,  con  excelentes  canteras  de  piedras  de  cal  y  edifi- 
cio; piedra  tan  á  propósito  para  esto,  que  siendo  tan  liviana  y  porosa  que  nada 
sobre  el  agua,  por  el  aire  que  tiene  dentro  de  sus  poros,  y  tan  blanda  que  la  cor- 
tan y  labran  con  una  hacha,  es  tan  áspera  y  hoyosa  (y  por  eso  no  es  buena  para 
columnas  de  pulimento)  que  se  aforra  valentísimamente  con  la  cal  en  el  edificio 
con  que  encumbran  algunos  en  excesiva  altura,  á  que  no  desayudan  las  maderas, 
por  ser  muy  buenas  las  que  se  acomodan  á  los  edificios  y  fábricas  de  navios, 
pues  son  ocho  ó  diez  especies  diferentes  las  que  sirven  de  esto:  una  llaman 
morada,  porque  tiene  este  color  subidísimo;  guayacanes  de  dos  ó  tres  especies; 
madera  de  carreta  y  amarilla;  granadillo,  que  es  muy  mejor  y  más  pesado  que  el 
nogal;  cedros  hermosísimos;  madera  de  trébol,  árbol  valentísimo  llamado  así 
por  ser  su  hoja  menuda  y  que  huele  como  esta  hierba  ;  palo  de  brasil  mucho  y 
muy  bueno,  y  de  bálsamo  y  otras  muchas. 

Con  todo  este  buen  aparejo  se  han  hecho  y  hacen  vistosos  edificios,  y 
los  hace  más  la  mucha  suma  de  ventanaje  y  balcone-i  volados  que  tienen  á  las 
calles,  que  por  ser  el  país  calidísimo  toda  la  vida,  refrescándolo  poco  la  noche, 
es  necesario  sean  las  casas  todas  de  una  claraboya;  algunas  de  sus  calles  son 
derechas,  en  especial  las  que  corren  Norte  Sar,  porque  otras  tiene  de  revueltas; 
su  plaza  no  es  grande,  pero  bien  calificada  por  las  casas  de  la  inquisición  que 
tiene  en  su  principal  testera  al  poniente;  su  suelo  es  todo  arenisco,  sin  otro 
empedrado  ni  enladrillado,  donde  con  facilidad  se  consume  el  agua  que  llueve 
de  ordinario  con  fuertes  aguaceros,  y  truenos  sólo  en  la  mitad  del  año,  desde 
Julio  hasta  Enero,  por  comenzar  en  este  mes  á  acabar  las  brisas  y  nordestes,  que 
con  crecidas  fuerzas  duran  la  otra  mitad  del  año  espantando  los  nublados,  sin 
dejarlos  hacer  pié  para  que  puedan  llover;  son  estos  vientos  el  alma  de  aquel 
país,  por  alentarle  entre  sus  infinitos  calores;  en  especial  son  saludables  á  chape- 
tones, porque  á  los  naturales  no  deja  de  enfermarlos  de  disenterias  de  sangre  y 
resfriados,  que  son  las  principales  enfermedades  de  esta  tierra. 

Las  aguas  de  la  ciudad  son  sanas  pero  pocas,  muy  gruesas  y  desabridas, 
por  ser  todas  trasminadas  del  mar  en  pozos  (que  por  acá  llaman  jagüeyes);  en 
tiempo  de  aguaceros  se  mejoran;  por  trasminarse  el  agua  lluvia  por  las  arenas; 

44 


Z64i  FRAY   PED'RO   SíMÓíí  (T.**  NOTICIA 

reparan  este  daño  los  curiosos  recogiendo  en  botijas  y  tinajas^  y  algunos  en 
aljibes,  de  esta  agua  llovediza,  y  aun  suele  traerse  en  pipas  de  PuertobelOy 
que  allí  es  en  extremo  delgada,  y  traída  á  esta  ciudad  no  es  tanto,  pero  muy 
m-ejor  que  Tai  que*  hay  en  ell^;  reparan  también  otros  el  calor  de  la  bebida 
enfriándola  con  cantimploras  en  agua  de  salitre;  ni  falta  quienes  den  opinión 
q'ue  con  mediana  diligencia  se  podía  beber  con  nieve  de  las  sierras  de  Santa 
Marta,  aunque  no  le  falta  su  dificultad.  Vense  desde  la  ciudad  en  buena  altura 
ambos  polos,  Norte  y  Sur;  sus  estrellas  no  son  muy  lucientes  ni  su  cielo  muy 
despejado,  respecto  de  los  muchos  vapores  que  levanta  el  sol  de  mar  y  tierra, 
per  ser  pantanosa,  que  en  ésa  son  el  elemento  del  aire.  Entre  sus  edificios 
están  como  esmalte  6*  piedras  preciosas-  en  la  isla  de  Getsemací  (donde  se  van 
haciendo  muy  vistosos)  un  famoso  convento  de  nuestra  Orden  de  la  observan- 
cia, y  dentro  de  la  principal  ciudad  (que  ya  se  va  acabando  de  cercar  de  valentí- 
simo muro  de  piedras  sillares)  otro  de  Nuestro  Padre  Santo  Domingo;  de 
San  Agustín  otro  de  buenas  y  agradables  fábricas,  en  especial  iglesia ;  otro  de  la 
Merced,  que  está  muy  en  sus  principios;  otro  de  San  Diego.de  recolección  de  Nues- 
tra Orden,  tan  acabado  y  perfecto  como  el  mejor  que  tiene  toda  Europa;  dos  de- 
monjas,  uno  de  Santa  Clara  de  nuestra  Orden,  con  cincuenta  religiosas,  grandes^ 
siervas  del  Señor,  como  también  son  las  de  otro  de  Santa  Teresa  ;la  eminencia  de 
todas  estas  fábricas  tiene  la  Catedral,  eon  título  de  Santa  Catarina  virgen  y  mártir,, 
donde  con  toda  puntualidad  el  Obispo,  canónigos  y  prebenda-dos  cumplen  las 
obligaciones  de  sus  oficios,  como  se  hace  en  todos  loa  conventos,,  por  tener  gran 
eopia  de  religiosos;  y  en  el  colegio  de  la  Compañía,  que  es  de  una  mediana 
fábrica,  por  haber  poco  que  se  fundó,  leénse  en  todos  gramática  y  algunas- 
ciencias;  y  en  el  nuestro  se  leyó  en  años  pasados  Teología;  para  mayor  ejer- 
cicio de  la  piedad  cristiana  tiene  tres  bospitales:  uno  en  lo  principal  de  W 
ciudad,  llamado  San  Sebastián,  donde  se  curan  de  limosnas  de  los  vecinos,  admi- 
nistrando en  él  los  hermanos  de  la  Orden  de  San  Juan  de  Dios  gran  número 
de  enfermos,  en  especial  chapetones,  á  quien  de  ordinario  prueba  la  tierra  cort 
graves  enfermedades;  otro  del  Espíritu  Santo,  en  la  isla  de  Getsemaní,  donde 
hay  Santísimo  Sacramento  para  los  de  aquellos  barrios,  aunque  no  es  parroquia 
(porque  no  tiene  la  ciudad  más  que  una,,  que  es  la  Iglesia  mayor) ;  y  otro  fuera 
de  la  ciudad  al  Este,  nombrado  de  San  Lázaro,  para  los  apestados  de  este  mal,, 
de  que  también  suele  ser  infestada  esta  ciudad;  y  más  delante  de  este  hospital, 
al  mismo  rumbo  y  margen  del  camino  por  donde  se  entra  k  las  ciudades  de 
este  Reino  de  Granada,  en  la  cumbre  de  un  cerro,  donde  llaman  la  Popa  de  la 
Galera,  está  fundado  un  convento  de  Recolección  de  San  Agustín,  con  tftulo 
de  Nuestra  Señora  de  la  Popa,  de  gran  devocióa  para  el  pueblo^ 


CAP.  LXIIl)  NOTICIAS  DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA   FIRME  3€5 

PROSÍGUESE  LA  MISMA  MATERIA 

DE  LA  DESCRIPaÓN  DE  CARTA<3ENA. 

Los  criollos  nacidos  y  crecidos  en  esta  ciudad  son  de  la  estatura  común  de 
los  españoles,  y  por  la  mayor  parte  valientes,  por  ser  desde  pequeños  ejercitados 
«n  las  arnaas  por  curiosidad  y  por  las  ocasiones  que  dan  los  puestos  de  presidios, 
de  que  es  notablemente  atribulada  esta  ciudad  con  ordinams  muertes  violentaa 
y  harto  mal  castigadas,  ocasión  de  que  se  acrecienten  tanto,  y  por  ser  tantos  los 
forasteros  que  de  ordinario  la  llenan,  y  contrarios  afectos  los  soldados  del 
presidio  con  los  de  las  galeras.  Las  mujeres  en  general  son  quebradas  de  color, 
por  el  notable  calor  del  país,  lo  que  también  padecen  los  niños,  porque  aunque 
«e  crían  bien  y  sin  enfermedades,  andando  desabrigados  por  el  calor  del  tiempo 
y  la  mucha  agua  que  beben  todos,  andan  descoloridos  y  algo  hipatos.  Escasos 
aon  los  frutos  de  este  país,  pues  trigo,  ni  cebada,  ni  otros  granos  de  Castilla  no 
los  conoce  su  tierra;  de  Ion  naturales  de  ella  se  da  bien  el  maíz  y  algunas  raíces, 
en  especial  las  de  yuca,  de  que  tienen  buenas  cosechas  de  cazabe,  sustento  prin- 
cipal de  la  tierra  para  la  gente  común,  que  junto  con  el  arroz  y  muchos  plá- 
tanos que  se  dan  y  provee  la  Villa  de  Tolú,  es  el  principal  sustento;  las  legum- 
bres de  Castilla  &e  dan  en  las  huertas  con  mayor  trabajo  del  riego  que  creci- 
miento, como  coles,  berengenas,  lechugas,  rábanos,  melones,  sandias  y  algunos 
nabos,  hierba  buena,  y  perejil  muy  poco  y  ruin;  danse  higos  de  Castilla,  gra- 
nadas y  uvas,  y  éstas  fueran  mucho  más  y  mejores,  á  no  tener  tantos  y  tan 
crueles  alguaciles  como  son  las  hormigas,  que  gozan  más  de  ellas  que  sus 
dueños.  La  escasez  de  todo  esto  suple  la  abundancia  de  todo  género  de  agrio, 
que  se  da  muy  bien  con  otras  frutas  de  la  tierra,  en  especial  unos  que  llaman 
nísperos,  bien  diferentes  de  los  de  Castilla,  que  pienso  son  de  las  mejores  frutas 
de  allá  y  de  acá.  Hermosean  por  extremo  la  ciudad,  mirada  por  sus  cumbres, 
muchas  palmas  de  cocos,  tan  valientes,  que  descuellan  sobre  los  más  altos  edi- 
ficios, y  haciendo  hermosos  remolinos  en  el  aire  sus  hojas,  la  hacen  de  agra- 
dable vista  y  abundante  de  su  fruto,  que  no  es  de  poco  provecho  al  gusto  y 
otros  ministerios  en  que  sirve;  socorre  la  esterilidad  de  estas  huertas  mucho  el 
estiércol,  con  ser  tierra  tan  caliente,  que  es  cosa  que  admira. 

La  ordinaria  comida  de  carnes  es  mala  vaca,  porque  siendo  necesaria, 
tráenla  dos  ó  tres  días  de  camino  al  matadero,  sin  comer,  por  ser  toda  montaña 
y  no  tener  á  qué  alargar  la  lengua  cuando  llegan  al  tajón;  tienen  mucho  de 
piltrafa,  aunque  todavía  se  alargan  á  dar  por  cada  arroba  cinco  y  seis  reales» 
la  falta  del  carnero,  que  por  su  mucho  calor  no  puede  criar  la  tierra,  ni  el 
cabruno,  y  por  no  tener  hierba   do   qué   sustentarse,  suple  el  ganado  de  cerda, 


366  FRAY    PEDKO    SIM(5n  (7.*^  NOTICIA 

que  á  real  la  libra  se  tiene  con  abundancia,  criado  á  mano  con  maíz  y  yucas, 
con  que  se  hace  allí  de  otro  temperamento  que  el  común  de  otras  partes,  pues 
al  purgado  de  enfermedades  graves  no  le  hace  daño  ni  hace  falta  de  carnero» 
aunque  mejor  es  la  gallina,  de  que  comen  los  que  su  caudal  alcanza  á  tenerlas 
y  comprarlas  por  dos  reales  de  a  ocho  cada  una,  que  es  su  precio  ordinario,  si 
bien  algunas  veces  se  remite  algo  de  él;  ayudan  á  este  sustento  (por  regalo) 
algunas  perdices  que  se  hallan  de  la  tierra,  bien  diferentes  de  las  nuestras  en 
talla  y  mucha  dureza,  algunos  conejos  razonables,  carne  de  monte,  de  zahínos» 
que  son  los  que  tienen  el  ombligo  en  el  espinazo,  y  otros  que  llaman  puercos  de 
manada.  Goza  de  algunos  cabritos  que  se  crían  en  el  pueblo,  andando  sus  meges 
á  comer  las  cascaras  de  plátanos  y  maíz  que  hallan  por  las  calles.  El  ganado 
vacuno  que  se  come  es  de  crías  que  hay  de  él  en  las  sabanas  de  Tolú,  quince  ó 
veinte  leguas  de  la  ciudad,  y  de  lo  que  allí  se  reforma,  y  las  sabanas  de  Toca- 
zoluma,  traído  del  paso  del  Adelantado,  que  es  á  las  espaldas  de  Tamalameque, 
y  pasado  con  infinito  trabajo  á  nado  por  los  valientes  ríos  de  la  Magdalena  y 
Cauca;  en  las  mismas  sabanas  se  crían  algunos  caballos  y  muías;  pero  lo  más 
ordinario,  para  el  servicio  de  la  ciudad  se  traen  de  estos  animales  por  tierra 
desde  Coro  y  Latuya. 

Lo  que  da  la  gruesa  del  sustento  á  esta  ciudad,  es  lo  que  le  baja  de  este 
JReino  por  el  Bío  Grande  de  la  Magdalena,  que  son  muchas  harinas,  bizcocho, 
pemiles  g  jamones,  y  toda  suerte  de  menestras,  como  garbanzos,  habas,  ajos, 
anís,  quesos,  conservas  de  diferentes  suertes,  en  especial  la  de  guayaba,  que  es 
la  que  más  llena ;  ayuda  también  á  su  sustento,  y  no  es  la  peor  parte,  el  ser  su 
puerto  abierto  todo  el  año,  por  donde  le  entra  de  todas  sus  islas  y  costas  con- 
vecinas todo  lo  necesario  con  abundancia ;  las  harinas,  desde  la  ciudad  de 
Maracaibo,  á  donde  recogen  para  esto  las  de  IVIérida,  Trujillo,  Grita,  Villa  de 
San  Cristóbal  y  valle  de  Quivor  en  el  Tocuyo.  Las  cuales  acrecientan  las  que 
llevan  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  con  mucho  sebo,  corambre  y  zarza- 
jparrilla,  á  que  suele  acompañar  muchos  membrillos,  granadas  y  aun  repollos, 
por  criarse  abundantísimamente  en  aquella  ciudad ;  de  la  del  Río  de  la  Hacha 
le  entran  muchos  tasajos  de  vaca  y  sal;  de  la  de  Santa  Marta  toda  la  loza  tosca 
que  ha  menester,  como  son  tiuajas  para  agua,  ollas  y  jarros  y  todo  lo  que  toca 
á  esto,  pita,  mantas  de  algodón  muy  delicadas,  como  también  le  bajan  de  este 
Eeino  juntamente  con  muchas  de  lana,  azúcar,  colaciones,  miel  de  cañas,  de 
que  también  le  baja  con  .abundancia  de  la  ciudad  de  Ocaña  por  el  Río  Grande 
de  la  Magdalena,  por  donde  también  le  va  de  la  Y4J!a  de  Mompox  mucho 
pescado  salado  de  uno  que  llaman  doncellas,  no  obstante  la  mucha  abundancia 
de  que  goza  la  ciudad  de  pescado  fresco  de  muchas  especies,  que  se  coge  en  todas 
partes  del  mar,  en  especial   en   todo   el   puerto  y  ciénegas  de  Matuna  y  Tesca; 


CAP.  LXIIl)  NOTICIAS    DE  LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA    FIRME  307 

entre  ellos  hay  buenos  sábalos,  róbalos,  sollos  y  de  otros  conosidos  y  no  cono- 
cidos en  nuestra  Europa;  pero  en  ningunos,  ni  aun  do  cuantos  se  pescan  en  estas 
Indias;  son  tan  buenos  como  los  de  allá,  y  en  especiíd  como  aquellos  que  se 
cogen  más  debajo  el  Norte,  pues  cuanto  más  cerca  de  él,  van  siendo  siempre 
mejores;  no  sé  si  corre  la  misma  razón  metiéndose  más  debajo  el  Sur.  por  no 
estar  eso  aún  descubierto,  aunque  si  esto  es  causa  de  la  frialdad,  lo  mismo 
vendrá  á  ser.  De  la  ciudad  de  Tenerife  se  lleva  mucho  y  fino  bálsamo,  por 
cogerse  allí  en  abundancia,  como  también  de  la  de  Tolú,  que  la  provee  de  esto 
y  de  aceite  de  canime,  cativo  de  mangle,  resinas,  todas  admirables  para  heridas; 
mucha  tablazón  para  fábricas  de  navios  y  casas,  y  tambie'n  de  plátanos,  pues  le 
entran  cada  semana  de  aquí  más  de  doce  á  catorce  barcos  largos,  con  más  de 
treinta  ó  cuarenta  mil  cada  uno,  que  todos  los  consume  la  ciudad  en  más  de 
doce  ó  catorce  mil  negros  esclavos,  que  es  el  servicio  de  ella,  porque  de  los 
indios  sólo  se  sirven  en  las  estancias  que  tienen  cerca  de  sus  pueblos  de  las 
coütas  de  la  Nueva  España;  se  abastece  esta  ciudad  por  el  mar  de  más  harinas 
y  jarcias  para  los  naví:s,  como  de  sus  islas  convecinas,  Jamaica,  la  de  Cuba  y 
Santo  Domingo,  de  ganado  de  cerda,  maíz,  conservas,  jengibre,  cañafístola  y 
maderas  estimadas,  de  otras,  y  de  brasil,  aunque  en  sus  montañas  se  corta 
mucha  de  ésta. 

Las  flotas  que  llegan  allí  de  España  cada  año  ó  cada  dos  con  la  innume- 
rable suma  de  toda  suerte  de  mercancías  para  todo  el  Pirú  y  este  Nuevo  Reino, 
de  más  de  engrandecerla,  muy  le  acrecientan  sus  riquezas  por  los  gruesos  tratos 
y  tratantes  que  por  esta  ocasión  hay  en  ella,  en  especial  con  los  muchos  navios 
de  negros  esclavos  que  le  entran  cada  año  de  Angola  y  otras  partes  de  Guinea, 
que  un  año  con  otro  serán  cada-  uno  más  de  cuatro  ó  cinco  mil,  que  desde  allí 
se  distribuyen  para  el  Pirú,  este  Nuevo  Reino  y  otras  partes. 

Su  presidio  es  vigilante,  de  más  de  cuatrocientos  ó  quinientos  soldados,  de 
puntuales  pagas,  para  su  defensa,  demás  de  otras  dos  galeras  y  algunos  galeon- 
cetes  para  guarda  de  su  puerto  y  costas.  Divídese  esta  gente  en  la  guarda  de 
los  muros  de  la  ciudad,  pues  hoy  se  va  acabando  de  fortificar  con  valentísima 
cerca  por  cuenta  y  costa  del  Rey,  librada  en  la  contribución  que  hacen  todos 
los  navios  que  entran  en  aquel  puerto  á  título  de  sacar  cierta  agua  y  traerla 
á  la  ciudad,  tres  leguas  de  ella,  que  llaman  de  Turbaco,  que  por  ciertos  incon- 
venientes están  empatados  sus  conductos,  aunque  no  la  gabela  y  contribución, 
para  que  no  se  olvide  cuando  tenga  suerte  de  encañarse  esta  agua;  pero  entre 
tanto  gástase  este  interés,  que  será  cada  año  de  diez  á  doce  mil  pesos  ó  reales  de 
á  ocho,  en  esta  fortificación,  cosa  tan  necesaria  como  el  agua,  aunque  según  he 
sabido,  hay  quien  trate  ahora  de  meter  en  la  ciudad  un  brazo  del  Río  de  la 
Magdalena,  y  me  certifican  no  ser  difícil;  presidía  también  esta  gente  con  cin- 


36S  FRAT    PEDRO    SIMÓN  (7.*  NOTICIA 

cuenta  plazas  españolas  el  fuerte  de  San  Matías  que  defiende  la  boca  grande 
del  puerto  con  su  castellano:  plaza  tan  importante,  que  sale  inmediatamente  de 
la  mano  del  Rey;  hay  también  soldados  en  una  plataforma,  fundada  en  frente 
de  este  puerto,  á  la  lengua  del  agua,  sobre  ciertos  arrecifes;  está  comenzado  á 
hacer  otro  rállente  con  su  castellano  en  propiedad  en  una  punta  dentro  de^ 
puerto,  que  no  será  acabado,  de  poca  importancia  para  su  defensa,  como  lo  es 
otro  pequeñuelo  que  llaman  la  Caleta,  en  lo  más  estrecho  del  paso  del  puerto 
cuando  se  van  las  fragatas  acercando  á  la  ciudad,  que  con  éstos  y  su  fortifica- 
ción natural,  cercada  de  aguas,  viene  á  ser  de  las  más  fuertes  y  defendidas  del 
mundo,  que  bien  lo  ha  menester  para  tantos  enemigos  como  de  ordinario  la 
persiguen,  y  para  su  consistencia,  por.  ser  las  más  importantes  que  tiene  el  Rey 
en.  las  Indias,  pues  es  la  escala  del  Pirú  y  de  este  Nuevo  Reino  y  donde  baja 
y  se  embarca  aquella  suma  riqueza  de  Potosí,  y  las  demás  minas  peruvianas, 
pues  de  este  Panamá  y  Puertobelo  vienen  á  pasar  á  esta  ciudad,  para  desde 
allí  tomar  la  vuelta  de  España. 

Es  cabeza  de  Gobierno  y  obispado  sufragáneo  áeste  arzobispado  de  Santafé; 
los  Obispos  han  sido  los  que  siguen,  aunque  no  sé  si  se  rae  olvide  alguno: 
el  primero  Don  Fray  Tomás  de  Toro,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  por  el 
año  de  1534;  segundo,  Don  Fray  Jerónimo  de  Loaysa,  de  la  misma  Orden, 
que  después  fué  Arzobispo  de  la  ciudad  de  Los  Reyes;  éste  hizo  la  erección  de 
la  Iglesia  de  Cartagena  el  año  de  1538;  tercero,  Don  Fernando  de  S¡ manca, 
por  el  año  de  1560;  fué  electo  Don  Fray  Luis  Zapata  de  Cárdenas,  de  la  Orden 
de  Nuestro  Padre  San  Francisco,  el  año  de  1569  ;  pero  antes  que  viniera  á  su 
obispado,  le  hicieron  Arzobispo  de  este  Nuevo  Reino ;  cuarto,  Don  Fray  Pedro 
de  Arévalo,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  por  el  año  de  1571;  quinto,  Don 
Juan  de  Simancas,  que  después  renunció  y  fué  por  Arcediano  de  Córdoba,  por 
el  año  de  1573;  sexto,  Don  Fray  Dionisio  de  los  Santos,  de  la  Orden  de  Santo 
Domingo,  por  el  año  de  1574;  séptimo,  Don  Fray  Juan  de  Mental vo,  de  la 
misma  Orden,  por  el  año  de  1579;  octavo,  Don  Fray  Antonio  de  Ervias,  de 
la  misma  Orden,  por  el  año  de  1588;  noveno,  Don  Fray  Juan  de  Ladrada, 
de  la  misma  Orden,  por  el  año  de  1596;  décimo,  Don  Fray  Pedro  de  la  Vega, 
de  la  misma  Orden,  por  el  año  de  1614;  undécimo,  Don  Fray  Diego  de  Alta- 
mírano,  de  la  Orden  de  Nuestro  Padre  San  Francisco,  el  año  de  1618;  duo- 
décimo, Don  Fray  Francisco  de  Sotomayor,  de  la  dicha  nuestra  Orden,  electo 
de  Cartagena,  fué  antes  de  que  viniera  promovido  á  Quito,  donde  hoy  está; 
el  décimo  tercio  y  último  ha  sido  el  que  hoy  es  electo,  qj^e  después  de  tres  años 
que  há  que  lo  eligieron,  aún   no   ha  venido   de  España  á  su  obispado. 

Sus  Gobernadores  y  Capitanes  Generales,  de  quien  dejamos  dadas  noticias 
en  el  hilo  de  la  Historia,  llevaban  de  salarios  cada  año  dos  mil  pesos  ensayados ; 


CAP.  LXIIl)  NOTICIAS  DE    LAS  CONQUISTAS  DE  TIERRA  FIUME.  '¿(J9 

es  el  Gobierno  de  los  más  estimados  de  estas  Indias;  sentóse  en  esta  ciudad  oí 
año  de  1620,  y  permanece  hoy  el  santo  Tribunal  de  la  Inquisición,  con  do» 
Inquisidores  y  un  Fiscal  con  los  demás  oficios  y  Oficiales  suyos;  hay  Caja  Real 
con  su  Contador  y  Tesorero,  cada  uno  con  trescientos  mil  maravedís  de  salario  f 
Sargento  Mayor,  para  lo  que  toca  á  la  Milicia  General  de  galeras  y  galeoncetes, 
con  sus  Capitanes  de  Galera  y  de  ellas,  como  los  hay  del  resto  de  la  genle 
militar  y  uno  de  los  aventureros;  hay  imprenta  de  naipes;  todos  cuantos  oficios 
mecánicos  ha  menester.  Lábrase  mucha  plata  y  oro  en  vajillas  y  joyas.  No  so 
han  acabado  tan  del  todo  los  indios  sujetos  á  este  Gobierno  y  distrito  de  esta 
ciudad,  que  no  haya  todavía  seiscientos  y  cuarenta  y  seis  indios,  repartidos  en 
veintiún  encomenderos.  Précianse  sus  ciudadanos  do  buenos  jinetes,  y  de  tener 
caballos  de  buena  raza,  y  buenas  muías  para  los  co'jhes  que  se  van  introdu- 
ciendo muy  aprisa,  por  ser  llano  el  país,  aunque  poca  distancia  donde  pueden 
extender,  por  acabárseles  presto  lo  desmontado  de  arcabucos,  como  también  se 
le  ha  acabado  con  esto  la  materia  á  nuestra  tercera  parte,  y  así  le  ponemos  con 
ePto  la  última  mano,  pidiendo  el  socorro  del  cielo  para  que  la  saque  á  luz  con 
provecho  de  los  fieles  de  la  santa  Iglesia  Católica  Romana,  á  cuyos  pies  y  á  su 
divina  censura,  sujeto  todo  lo  que  en  todas  tres  dejo  dicho, 

FIN  DE  LA  SÉPTIMA  NOTICIA  Y  DE  LA  TERCERA  PARTE, 


índice 


PARTE  TERCERA 

QUINTA  NOTICIA  HISTORIAL 

CAPÍTULO  X 

1.  Muda  Valdivia  el  pueblo  de  San  Juan  de  Rodas.  Alzanse  los  indios — 2*  Descubre 
esto  una  india,  que  se  volvió  cristiana  después— 3.»  Dan  sobre  la  ciudad  de  San 
Juan  de  Rodas  j  matan  algunos  españoles—!.»  Resístenles  otros,  de  suerte  que 
los  ponen    en  huida 3 

CAPÍTULO  XI 

l.«*  Declárase  en  el  Consejo  no  caer  Antiocliia  en  el  Gobierno  de  Valdivia,  y  lo  que 
de  ahí  sucedió— 2.°  Despachada  una  tropa  al  Chocó,  quédase  un  soldado  más 
que  medio  muerto  — 3.»  Conserva  la  vida  cuarenta  días  sólo  con  beber  agua 
tocada  en  el  Lignum  Crucis—i.'^  Envía  Valdivia  socorro  á  San  Juan  de  Rodas. 
Valiente  guazabara  en  que  vencen  los  nuestros O 

CAPÍTULO  XII 

1.0  Traza  de  Valdivia  para  dar  principio  á  su  Gobierno— 2."  Despuebla  á  San  Juan 
de  Rodas  y  trae  la  gente  á  la  margen  de  Cauca— 3.»  Declárales  allí  sus  intentos, 
á  que  todos  acuden,  viendo  no  poder  hacer  otra  cosa— 4.*  Entra,  pasado  Caucn, 
con  toda  su  gente  en  las  tierras  de  su  Gobierno 9 

CAPÍTULO  XIII 

I.''  Halla  Valdivia  los  indios  pacíficos  y  que  lo  reciben  bien,  si  bien  después  se  los  ma- 
learon—2.*'  Sospechas  de  quién  alteró  los  indios  contra  el  Gobernador  Valdivia — 
3.^  Rebelados  contra  Valdivia,  apriétanle  de  manera  que  envía  á  pedir  socorro  á 
la  Villa — 4."  Llégale,  y  puebla  la  ciudad  de  Ubeda.  Dan  los  indios  la  paz 12 

CAPÍTULO  XIV 

!.•  Desabrimiento  de  Valdivia  por  cierta  carta  falsa  que  le  dieron— 2 .•  Pacifícase 
algo ;  vienen  aquejarse  de  él  dos  sóida  los  á  la  Audiencia—  Ü."  Despachan  Juez 
contra  él  y  procura  pacificarlo — 4.*»  Sale  con  ello.  Despacha  dos  tropas  á  diver- 
sas partes.  Quédase  con  poca  gente ...,    15 

45 


872  índice 

CAPÍTULO  XV 

1.'^  Dan  los  indios  engañosamente  sobre  una  tropa  de  nuestros  soldados — 2.'^  Pelean 
con  ellos  ;  mueren  algunos  de  ambas  partes,  y  los  nuestros  se  escapan  por  el 
monte— Ij.o  Dan  también  sobre  el  Gobernador  Valdivia  á  la  misma  hora  y  prén- 
denlo y  matan  á  otros— 4.°  Pelean  valerosamente  un  soldado  y  un  negro,  y  mue- 
ren al  fin 18 

CAPÍTULO  XVI 

1  .<»  Habla  por  una  lengua  el  Gobernador  preso  á  los  indios,  y  al  fin  mátanle  desas- 
tradamente—2.»  Hácenle  cuartos,  y  á  un  cuñado  suyo.  Hallan  también  muerto 
un  fraile  mercenario — 3.°  Dan  también  á  la  misma  hora  sobre  la  ciudad  de  Ube- 
da  y  matan  al  caudillo— 4."  Pelean  los  nuestros  valerosamente,  y  dejando  la  ciu- 
dad se  escapan 21 

CAPÍTULO  XVII 

!.•  Dan  aviso  de  las  muertes  á  la  Villa  de  Antiochia  tres  soldados  y  salen  otros  al  so- 
corro— 2.°  Las  reliquias  de  gente  que  escapó  de  la  ciudad  de  Ecija,  toman  la 
vuelta  de  Antiochia,  donde  llegaron  salvos 21 

CAPÍTULO  XVIII 

1 .  o  Inquietudes  de  los  indios  de  Santa  Marta  sobre  un  fuerte  que  les  edificaron,  y 
cómo  dan  la  paz  fingida— 2.°  Tiénese  noticia  de  franceses  corsarios,  y  lo  que 
sobre  esto  se  determina — 3.°  Traición  notable  de  los  indios  Bondas— 4.»  Matan  á 
todos  los  españoles  del  f  uerte— S.**  Roban  cuanto  en  él  había  ;  quémanlo  y  van 
sobre  la  ciudad 26 

CAPÍTULO  XIX 

1.0  \visa  una  india  vieja  á  la  ciudad  del  suceso.  Destruyen  también  el  campo— 2.° 
Piden  socorro  á  la  de  Cartagena.  Llegan  al  puerto  los  galeones  de  la  armada— 
3.0  Determínase  salgan  soldados  de  ellos  al  castigo,  con  los  de  la  ciudad— 4.o 
Trátase  por  qué  parte  se  hade  dar  sobre  Bonda 29 

CA.PITULO  XX 

1  .•  Encienden  los  nuestros  el  pueblo  de  Bonda  y  comiénzase  una  fuerte  pelea — 2.° 
Llevan  los  nuestros  lo  peor,  y  vanse  retirando  la  cuesta  abajo— 3."  Donde  tuvie- 
ron socorro  de  los  caballos  que  habían  quedado  allí  para  eso— 4.o  Hacen  loa  nues- 
tros alguna  frente,  y  van  retirándose  á  la  ciudad,  y  los  indios  á  la  suya,  donde 
enterraron  sus  muertos 32 

CAPÍTULO  XXI 

1.0  Determina  el  Gobernador  de  Santa  Marta  salir  al  castigo  dí^^loa  indios,  y  salen 
ellos  antes  que  él  sobre  la  ciudad— 2."  Eeedif  ícase  el  f  aerte  de  Bonda,  y  échase- 
les á  los  indios  una  emboscada — 3."*  Sáleles  bien  á  los  nuestros  la  emboscada — 
4.0  Al  agrado  de  este  buen  suceso  salen  de  paz  algunos  indios,  de  que  les  pesa  á 
losBondas *...,wi......    85 


índice  873 

CAPÍTULO  XXII 

1 .»  Pónese  á  luchar  un  indio  con  un  espnñol,  de  quien  queda  vencido  y  corrido.  Ro- 
ban las  estancias— 2.«  Embárcanse  los  indios  y  lo  que  sucede  á  nuestros  soldados 
con  ellos— 3.»  Mueren  algunos  délos  nuestros.  Aparécense  corsarios  franceses  en 
la  costa  de  Santa  Marta— 4.»  Vienen  los  Bondas  sobre  el  fuerte  y  dánle  batería— 
5.0  Socórrense  ciertos  españoles  arrojados  de  los  franceses 38 

CAPÍTULO  XXIII 

1.»  Han  los  nuestros  á  las  manos  en  una  emboscada  al  valiente  Xebo  y  algunas  mu- 
jeres—2.°  Hace  Xebo  un  tiro  de  flecha  notable,  con  que  mata  á  un  francés  en  un 
navio— 3.''  Ahógase  Xebo  ;  vienen  indios  sobre  la  ciudad  de  Santa  Marta ;  en- 
ciéndenla  por  sacar  un  preso 41 

CAPÍTULO  XXIV 

1.»  Viene  Don  Lope  de  Orosco  por  Gobernador  de  Santa  Marta— 2.»  Deshace  el  fuerte 
de  Bonda,  y  envía  caudillos  la  tierra  adentro.  Caso  notable  de  un  vizcaíno— 3." 
Retírase  un  caudillo,  sale  otro  y  mátanle  con  todos  sus  soldados— !.•  Va  el  Go- 
bernador al  Valle  de  Upar.  Revuelto  con  un  caso  que  se  comienza  á  contar 44 

CAPÍTULO  XXV 

1."  Los  indios  del  Valle  de  Upar  vienen  sobre  el  pueblo,  y  lo  que  comenzó  á  suceder— 
2.«  Pegan  fuego  á  las  casas,  matan  mucha  gente,  hace  otra— 3.*'  Laméntanse 
todos ;  revuelven  los  indios  sobre'las  estancias  ;  salen  á  su  castigo— 4.»  Hízose  en 
todos  como   merecían 47 

CAPÍTULO  XXVI 

1.'  Castíganse  los  indios  motores  del  alzamiento  del  Valle  de  Upar— 2.«'  Salen  caudi- 
llos á  dar  vista  á  algunas  Provincias,  y  con  pocos  efectos  se  vuelven  al  Valle — 
3."  Entra  otro  á  la  Provincia  de  Chimila  y  puebla  en  ella  la  Villa  de  San  Ángel 
4.®  Salen  los  indiosde  paz,  yestándola  asentando,  fáltales  el  caudillo 50 

CAPÍTULO  XXVII 

1.°  Varios  sucesos  de  los  nuestros  y  de  los  indios,  que  luego  mataron  á  un  caudillo 
con  todos  sus  soldados — 2."  Vístense  mujeres  de  hombre  para  hacer  apariencia 
de  máa  soldados  de  los  que  había  en  un  fuerte  — 3.'^  Dan  los  indios  sobre  él,  y  por 
ver  soldados  aparentes  y  un  caballo,  no  le  osan  acometer.  Despuéblanlo  los 
nuestros— 4.0  Sale  un  caudillo  y  sucédele  muy  mal  de  confiado — 5."  Escapan  de 
una  guazabara,  mal  parados,  indios  y  soldados 53 


374  ÍNDICE 

CAPÍTULO  XXVIII 

1.*  Dásele  al  Capitán  Rodas  el  Gobierno  de  Entre  los  dos  Ríos,  por  muerte  de  Valdivia, 
Demonio  llamado  Sobze  levanta  la  tierra — 2.°  Predicábales  por  tres  Jeques  ha- 
bían de  anegarse  con  un  diluvio  ;  salen  en  su  demanda  los  de  Antiocbia — 3 ,° 
Baptista  Vaquero  convierte  á  los  dos  Jeques  y  convence  al  otro — i.*  Deslácese  el 
embuste  del  Demonio.  Conviértense  algunos  á  la  fe.  Trátase  de  los  Jeques 57 

CAPÍTULO  XXIX 

1."  Sale  el  Capitán  Rodas  á  la  conquista  de  Entre  los  dos  Ríos~2.o  Llegado  al  Valle 
de  San  Andrés,  sálenle  algunos  Caciques  de  paz— 3.^  Acaricíalos  Rodas  para 
más  seguro— á.°  Prende  á  los  más  culpados 61 

CAPÍTULO  XXX 

!.<'  Castiga  Rodas  á  los  más  culpados,  dejando  á  los  demás  libres— 2.»  Puebla  la  ciu- 
dad de  Cáceres  (que  lioy  permanece)  y  reparte  la  tierra— 3.«  Viene  Rodas  á 
esta  Audiencia  de  Santafé.  Va  al  alzamiento  de  los  Gualíes.  Dánle  título  de  Go- 
bernador—i.*» Alzanse  los  indios  de  Cáceres  y  matan  algunos  españoles  y  indios 
de  paz  y  negros ». 64 

CAPÍTULO  XXXI 

I."  Despacha  Rodas  un  caudillo  al  castigo  del  alzamiento,  y  no  haciendo  nada,  envía 
á  otro— 2.«  Que  procuran  los  indios  engañar.  Sábese  por  uno  que  hubo  á  las 
manos— 3.°  Prenden  algunos  indios  que  venían  á  los  nuestros  disimulando  y  ase- 
gurando el  engaño— 4."  Vienen  los  indios  y  trábase  una  valerosa  guazabara 67 

CAPÍTULO  XXXII 

1.°  Matan  los  nuestros  á  los  Capitanes  de  los  indios,  con  que  se  retiraron — 2.°  Re- 
vuelven otra  vez  sobre  los  nuestros  por  las  voces  de  otro  indio— 3."  Toman  los 
nuestros  la  vuelta  de  Cáceres  victoriosos,  si  bien  murieron  dos  en  el  camino, 
antes  de  llegar  á  la  ciudad— 4.°  Lléganle  recados  á  Rodas  del  Consejo  Real  de 
su  Gobierno,  y  hácense  las  capitulaciones 70 

CAPITULO  XXXIII 

1."  Sale  el  Gobernador  Rodas  á  nuevas  conquistas  ;  intenta  pasar  el  río  de  Porse — 2.* 
Resístenle  los  naturales,  y  matan  los  nuestros  á  uno— 3.*  Trazas  que  se  dan  para  • 
pasar  el  río— 4.®  Sálenle  bien  á  los  nuestros,  con  que  se  desocupa  el  paso 73 

CAPÍTULO  XXXIV 

1."  Pasado  el  río,  despacha  Rodas  dos  caudillos,  que  le  traen  presos  algunos  Caciques 
2."  Eran  guerreros  los  Yamecíes,  cazadores  y  pescadores — 3.\Por  el  mucho  oro 
que  tenían,  rescataban  con  los  nuestros  cosas  por  altos  precios— 4. «  Hállanse  los 
soldados  con  mucho  oro  por  esta  ocasión.  Hallan  indios  muertos,  porque  que- 
rían nuestra  amistad 76 


índice  875 

CAPÍTULO  XXXV 

],«  No  mueren  españoles  en  las  conquistas  délos  Yamecíes— 2.o  Fúndase  la  ciudad  de 
Zaragoza  en  estos  indios,  y  los  que  la  fundaron— 3.»  Repártese  la  tierra,  y  con 
qué  modo— 4.°  Las  grandes  riquezas  que  se  hallaron  y  hoy  hay  en  sus  tierras...     79 

CAPÍTULO  XXXVI 

1.0  Hállasele  puerto  á  Zaragoza  por  el  río  de  Cauca,  por  donde  le  entra  el  susten- 
to—2.°  Sale  el  Gobernador  á  reedificar  á  San  Juan  de  Rodas.  Edifícase  San  Je- 
rónimo del  Monte — 3."  Los  fundadores  de  esta  ciudad,  calidades  de  sus  tierras, 
y  sus  entradas— 4.*  Júntase  por  el  Real  Consejo  Antiochia  y  sus  tierras  con  la 
Gobernación  de  Entre  los  dos  Ríos 82 


SEXTA  NOTICIA  HISTORIAL 
CAPÍTULO  I 

!••  Dase  principio  á  escribir  la  historia  del  Corsario  Francisco  Drake  como  le  suce- 
dió en  estas  Indias — 2.»  Dase  razón  por  qué  la  escriben — 3.»  Pónense  á  propósito 
unas  palabras  del  libro  de  los  Macabeos — 4.»  Era  de  nación  inglés.  Arma  navios 
en  su  tierra,  con  bríos  de  robar  las  costas  de  las  Indias,  donde  llegó  con  otro 
francés  , 85 

CAPÍTULO  II 

1  .•  Llegando  los  piratas  al  río  de  Chagres,  habiendo  hecho  presos,  dan  la  vuelta  de 
Nombre  de  Dios — 2.°  Entre  tanto  sus  navios  pillan  una  fragata,  y  lo  más  que 
sucedió  allí  llegando  con  mucha  plata  robada— 3.»  Vuélvese  al  dueño  el  casco  de 
la  fragata.  Partida  la  plata,  huyese  el  francés— 'I.*  Toma  el  Drake  la  vuelta  de 
Cartagena,   codicioso  de  mayor  pillaje,  que  lo  hizo  de  una  fragata  del  trato 88 

CAPÍTULO  III 

!.•  Dando  los  negros  Drake  á  su  dueño,  pegó  fuego  á  la  fragata.  Determina  el  Go- 
bernador salgan  á  buscarlo — 2.°  Salen  á  eso  dos  navios  y  lo  que  sucedió  con  el 
uno — 3.'  Huye  el  protestante  de  los  dos  y  escápase  sin  daño — 4.»  Toma  la  vuelta 
de  Londres,  donde  llegó  en  salvamento 91 

CAPÍTULO  IV 

1 .°  Sale  el  pirata  Drake  otra  vez  de  Londres,  y  pasado  el  estrecho  de  Magallanes, 
llega  á  las  costas  de  Lima— 2.«  A  donde  se  da  aviso  y  se  previenen,  con  que  no 


876  ÍNDICE 

hace  daño  considerable — 3.»  Prevenciones  del  Callao  y  Lima  contra  el  Corsario, 
que  tomó  el  rumbo  de  la  costa  abajo— 4.»  Donde  coge  un  navio  nuestro  que  iba 
á  Panamá,  y  en  él  gran  pillaje 94 

CAPÍTULO  V 

I.''  Habla  el  protestante  á  los  nuestros  con  palabras  chocantes,  con  que  pretende 
consolarlos— 2. «»  Dales  el  casco  del  navio  y  coge  otro  de  no  mayores  pillajes— 3.'* 
Coge  otro  de  Panamá,  de  donde  salió  gente  en  su  demanda,  sin  poder  tener  noti- 
cia de  él — 4.0  Salen  también  dos  navios  de  Lima  á  buscarle,  que  no  hallándole, 
pasa  el  uno  en  España  y  da  aviso— 5."  Coge  otro  navio  de  ropa  de  la  China. 
,  Alborótanse  los  indios.  Llega  el  Corsario  á  Londres  sin  zozobra 97 

CAPÍTULO  VI 

1.®  Tornó  otra  vez  el  Corsario.en  compañía  de  su  Keina,  á  armar  otra  gruesa  flota  para 
estas  Indias— 2.°  Aguarda  la  nuestra  de  mar  en  través.  Repara  Dios  este  daño 
con  una  tormenta  que  vino  á  nuestras  naves.  Da  sobre  la  costa  de  Gralicia— 3.» 
Dando  sobre  Cabo  Verde,  lo  roba  y  quema,  desde  donde  se  da  aviso  á  la  Isla 
Española — 4.''  Que  estando  bien  descuidada,  pudo  hacer  menores  prevenciones 
de  defensa  que  hubo  menester 100 

CAPÍTULO  VII 

l.^*  Llega  el  Corsario  á  vista  de  la  ciudad  de  Santo  Domingo,  y  envía  gente  al  puerto 
de  Aina — 2.o  Donde  les  dio  el  orden  que  habían  de  guardar  para  entrar  la  ciu- 
dad— 3.">  Salen  de  la  ciudad  á  reconocer  el  enemigo— 4.»  Que  estando  tan  á 
pique  de  entrarla,  huyen  al  monte  sus  vecinos 104 

CAPÍTULO  VIII 

!.•  Dejan  la  ciudad  desocupada  al  enemigo,  con  que  se  entra  sin  resistencia — 2." 
Fortifícase  en  lo  mejor  de  ella  y  comienza  luego  á  robarla,  sin  dejar  cosa  que  no 
le  trastorne — 3.°  Sacan  las  riquezas  de  los  pozos,  y  hacen  mil  oprobios  á  las  Igle- 
sias, imágenes  y  religiosos — 4.<*  Pretende  derribarlas,  y  abrásalas  todas,  como 
yo  lo  vi — 5.»  Conciértanse  en  la  talla  de  lo  que  quedó  en  pie  de  la  ciudad  ;  dase 
aviso  á  la  de  Cartagena 107 

CAPÍTULO  IX 

1.°  Sale  Francisco  Drake  de  la  ciudad  de  Santo  Domingo  la  vuelta  de  la  de  Cartage- 
na—2.»  Donde  se  hacen  diligentes  prevenciones  para  su  de*fensa,  aunque  en 
vano — 3.°  Señálasele  á  cada  Capitán  su  puesto,  ¡ümpúyanse  las  entradas  con  yer- 
ba venenosa— 4.°  No  queda  diligencia  sin  prevenirse  ;  sácase  toda  la  hacienda  de 
la  ciudad,  mujeres  y  chusma 112 


índice  377 


CAPITULO  X 


l.«  Disponen  en  buen  paraje  las  galeras.  Llegó  á  dar  aviso  de  la  venida  del  Corsario 
Don  Francisco  Maldonado— 2.»  Dase  de  la  ciudad  vista  al  enemigo,  que  trae 
menos  velas  que  se  decía,  por  haber  despachado  algunas  naves— 3."  Llegó  á  po- 
nerse sobre  Cartagena  el  Drake,  y  nu2stra  gente  á  su  vista— 4.«  Coge  á  la  entra- 
da del  puerto  dos  negros  pescadores,  que  no  fueron  de  poco  daño— Des- 
embárcase   115 

CAPÍTULO  xr 

1.0  Da  orden  el  pirata  á  su  gente  cómo  marchen  ala  ciudad  de  noche— 2.«»ResÍ8tenle 
los  nuestros  por  tierra  y  mar  desde  las  galeras— .3."  Gana  el  enemigo  nues- 
tra trinchera  y  á  los  nuestros.  Las  espaldas  vuélvenselas  algunos— 4.°  Pelean 
otros  valerosamente  ;  quémanse  ambas  galeras 118 

CAPÍTULO  XII 

1.®  Entra  el  enemigo  á  la  ciudad,  fortifícase  en  la  plaza,  donde  le  acomete  valerosa- 
mente Martín  Polo— 2.°  Entra  en  la  ciudad  Francisco  Drake,  y  encuéntrase  lo 
primero  con  una  Cédula  Real  en  que  le  llaman  Corsario — 3.°  Conciértanse  los  edi- 
ficios de  la  ciudad,  y  habiéndole  pagado,  da  recibo  de  todo— 4."  Hácense  otros 
rescates  particulares — 5°  Sálese  de  la  ciudad  el  Corsario,  vuelve  á  arribar  otra 
vez,  llega  ásu  tierra 121 

CAPITULO  XIII 

I.**  Arma  otra  vez  Francisco  Drake  y  viene  sobre  Cádiz,  donde  le  sucede  mal— 2.»  Por 
lo  cual  se  halló  en  desgracia  de  su  Reina  Isabel.  Arribada  de  Sancho  Pardo  á  Puer- 
to Rico  con  una  nave  de  millón  y  medio— 3.**  Prometiendo  haberla  á  las  manos, 
sale  con  buena  flota  de  Londres.  Dase  aviso  á  Nombre  de  Dios  y  Panamá — 
4."  Toca  el  Corsario  en  la  isla  Gran  Canaria,  donde,  yéndole  mal,  toma  la  vuelta 
de  la  de  Puerto  Rico 126 

CAPÍTULO  XIV 

1.0  Sucediéndole  mal  al  Drake  también  en  Puerto  Rico,  toma  la  vuelta  de  estas  cos- 
tas y  llega  al  Cabo  déla  Vela— 2.o  Dase  nueva  en  Cartagena  y  previénese  su  Go- 
bernador Don  Pedro  de  Acuña.  Llega  al  Río  de  la  Hacha  y  roba  las  estancias  y 
canoas  de  perlas— 3.o  Quema  la  ciudad.  Da  relación  de  la  armada  un  portugués 
que  aquí  se  le  huyó— 4.°  Pasa  á  Santa  Marta,  y  quemándola,  hácese  á  la  mar  la  , 
vuelta  del  Nombre  de  Dios 129 

CAPÍTULO  XV 

1.0  Envía  el  Gobernador  de  Cartagena  gente  á  coger  dos  lanchas  rezagadas  del  in- 
glés—2.°  Cogen  la  una  y  declara  su  derrota  y  intentos— 3.°  Da  vista  el  inglés  al 


378  ÍNDICE 

puerto  de  Nombre  de  Dios,  donde  se  disponen  á  la  resistencia— 4."  Entra  en  la 
ciudad,  guiado  de  un  mulato  que  se  pasó  á  sus  soldados 132 

CAPÍTULO  XVI 

!.•  Dánse  los  herejes  á  robar  la  ciudad,  y  dos  casos  que  les  suceden  á  algunos— 2. '^ 
Roban  la  iglesia  con  vituperio  de  las  imágenes.  Sale  un  Coronel  inglés  en 
demanda  del  Gobernador  y  de  Panamá — 3.°  Sucédeles  mal  á  los  herejes  con  los 
negros  del  pueblo  de  Santiago  del  Príncipe — á.<»  Muere  un  dogmatis,  amigo  del 
Drake,  y  sale  contra  los  negros  sin  hacer  cosa  considerable 135 

CAPÍTULO  XVII 

1°  Aguarda  el  Gobernador  Amaya  al  Coronel  Trinchea,  donde  se  da  principio  á  una 
fuerte  batería— 2."  En  que  se  hubieron  los  nuestros  con  tanto  valor  que  hicieron 
retirar  á  los  ingleses— S.**  Llega  socorro  de  Panamá  á    los  nuestros.    Cuan  • 
importante  sea  á  los  soldados  saber  nadar— 4.»  Júntanse  los  retirados,   y   cosas 
que  suceden  en  el  alcance 138 

•        ,  CAPÍTULO  XVÍII 

1.*  Dícese  tenía  Drake  familiar;  quema  á  Nombre  de  Dios  para  tomar  la  vuelta  de 
Chagres— 2.»  Llegan  los  derrotados  ingleses  al  puerto;  embárcanse  con  mucha 
peste,  de  que  mueren,  y  arriban  á  Puertobelo— 3.'  Inquiétase  la  ciudad  de  Pana- 
má; dan  veneno  á  Francisco  Drake;  muere  de  él  y  échanlo  al  mar;  disensiones 
sobre  la  elección  de  sucesor — 4."  Llegan  los  galeones  al  puerto  de  Cartagena  y 
salen  en  demanda  del  enemigo 141 

CAPÍTULO  XIX 

1.  Pretende  el  sucesor  del  Drake  le  rescatan  lo3  negros.  Mati  uu  Capitán  algunos 
ingleses — 2.°  Después  á  otros,  y  si  se  reportaran,  pudiera  ser  matar  al  Genera', 
que  venía  á  tierra — 3.°  Toma  la  vuelta  de  la  Haya,  donde  llegó  muy  destrozado, 
y  con  las  pérdidas  que  hemos  dicho 145 


SÉPTIMA  NOTICIA  HISTORIAL 

CAPÍTULO  I 

!.•  Dase  noticia  de  las  provincias  del  Chocó  con  extensión— 2.«  Entra  á  las  conquis- 
tas de  esta  tierra  el  Capitán  Melchor  Velásquez  y  funda  la  ciudad  de  Toro— 3.« 
Entra  también  otro  llamado  Francisco  Redondo,  y  funda  otra  llamada  Cáceres, 
y  por  haberle  sucedido  mal,  desampara  la  tierra 147 


ÍNDICE  879 


CAPITULO  II 


1.  Dásele  en  Gobierno  esta  tierra  al  Melchor  Velásquez.  Hace  entrada  con  falsas 
guías.  2.°  De  quien  conociendo  el  eng-año,  guió  con  su  gente  un  río  ab'ajo— 3.o 
Sucédele  tan  mal  el  viaje,  que  le  obligó  á  tomar  la  vuelta  de  la  ciudad,  desde 
donde  volvió  á  salir  dos  años  después— 4.»  Que  en  la  margen  de  otro  mayor 
río  les  dieron  una  fuerte  guazabara— 5."  Otros  malos  sucesos  le  forzaron  á  vol- 
verse á  la  ciudad  y  dejó  el  Gobierno 160 

CAPÍTULO  Ili 

!.•  Dánsele  el  Gobierno  y  conquista  del  Chocó  al  Capitán  Melchor  de  Salazar  por  el 
Doctor  Antonio  González — 2.'^  Despáchansele  recados  y  él  socorre  en  una 
necesidad  á  la  ciudad  de  Toro — 3.»  Despacha  á  un  Capitán  con  gente  que  vaya 
por  un  río  á  descubrir  la  tierra— 4. o  Lo  que  le  va  sucediendo  en  el  descubri- 
miento   154 

CAPÍTULO  IV 

1.  Sucesos  varios  que  van  acaeciendo  en  el  descubrimiento  de  los  Noanamas— 2."* 
Cogen  algunos  indios  que  dan  noticia  de  la  tierra  y  de  cómo  tiene  oro— 3.» 
Salen  de  la  jornada  sin  haber  poblado,  sino  con  solas  noticias  y  algún  oro  que 
ranchearon — 4."  Quítanle  el  Gobierno  por  emulaciones  al  Gobernador  Salazar...  157 

CAPÍTULO  V 

1 .»  Saca  mucho  oro  en  Zaragoza  el  Capitán  Pedro  Martín  Dávila,  y  pide  las  conquis- 
tas del  Dabaibe  y  Darién  al  Gobernador  Rodas — 2°  Dánsele,  y  recados,  y  con- 
duce gente  para  ellas— 3.<>  Sale  á  la  conquista  con  doscientos  soldados — i,^  Fun- 
da  una  ciudad  en  los  Urabaes  y  socórrenlo  de  Cartagena 161 

CAPÍTULO  VI 

l.<>  Fabrica  barcos  para  subir  por  el  Darién.  Saca  algunas  sepulturas— 2.»  Echase 
bando  no  se  saquen  más,  y  lo  que  de  esto  sucedió— 3.»  Riquezas  del  Cacique  de 
Urabá,  y  cómo  las  da  á  los  españoles— 4.<»  Sube  el  General  el  río  del  Darién— 5,o 
Dan  los  indios  sobre  la  nueva  ciudad,  y  matando  algunos  vecinos  se  despuebla...  165 

CAPÍTULO  VII 

1  .«>  Entre  los  que  huyen  de  la  ciudad  sale  un  hombre  casado  con  su  mujer  muy 
enferma— 2.0  Sin  hacer  cosa  confciderable  sale  el  Pedro  Martín  del  Darién  y 
halla  su  ciudad  quemada— 3.°  Caso  notable  que  le  sucede  á  la  mujer  enferriía 
con  San  Antonio  de  Padua— 4.»  Júntase  en  la  villa  de  Tolú  el  General  y  las 
reliquias  déla  jornada,  con  que  se  da  fin 168 

CAPÍTULO  VIII 

1.0  Costumbres  y  otras  cosas  de  los  indios  de  Urabá— 2. •>  Da  noticia  el  Cacique 
Pedro  Fernández  de  las  cosas  del  Dabaibe— 3. <»  Cosas  de  las  Provincias  de 
Guazuze • ^'^^ 


380  índice 

CAPÍTULO  IX 

1."  La  llegada  del  Marqués  de  Cañete  á  Cartagena,  y  lo  que  allí  le  sucedió— 2.°  El 
Gobierno  de  Don  Pedro  de  Acmla  en  aquella  ciudad,  y  algo  de  lo  que  en  su 
tiempo  sucedió — 3.'  Asientos  que  toma  el  Capitán  Marmolejo  para  el  Gobierno  de 
Santa  Marta— 4»  Recógese  la  gente  para  la  primera  salida  en  Santa  Marta  y 
señálanse  los  mayores  oficiales 174 

CAPÍTULO  X 

],o  Primera  entrada  que  liace  el  Gobernador  Marmolejo  en  los  indios— 2.»  Sucesos  que 
fueron  teniendo  los  soldados — 3.°  Vánse  prosiguiendo  varios  encuentros  entre 
españoles  y  naturales— !.•  Descríbense  las  Sierras  Nevadaa  de  Santa  Marta 178 

CAPÍTULO  XI 

I,*'  Los  nuestros  se  alojan  en  un  pueblo  de  la  Caldera,  y  suceso  de  un  soldado  al 
pasar  de  un  río— 2."  Otros  varios  sucesos  de  la  jornada— 3."  Puéblase  la  ciudad 
de  Sevilla — 4.*  Eiqueza  de  oro  que  después  se  descubrió  en  el  término  y  cerca 
de  esta  ciudad > 182 

Capítulo  xii 

1.0  Tratan  los  Carboneros  de  alzarse,  y  caso  que  le  sucede  á  un  caudillo— 2.»  Deter- 
mínanse  y  embisten  á  los  nuestros,  y  lo  que  sucede  de  ambas  partes— 3.°  Desba- 
ratan los  nuestros  á  los  naturales— 4.°  Buenos  sucesos  que  se  tienen  en  varias 
salidas 186 

CAPÍTULO  XIII 

1.0  Salen  do»  tropas  de  soldados  y  encuentra  la  una  con  el  General  de  los  indios,  que 
llamaban  el  Ronquillo— 2.«  Un  soldado  de  la  otra  lo  mata,  con  que  consiguen 
victoria — 3.°  Dispónese  otra  entrada  de  buena  copia  de  gente— 4.°  Descríbese 
el  valle  de  la  Caldera  y  su  agradable  disposición 189 

CAPÍTULO  XIV 

1.0  Fúndase  la  ciudad  de  Córdoba  y  viene  el  Licenciado  Francisco  Manso  á  tomar 
Residencia  al  Gobernador  Marmolejo,  y  queda  él  por  Gobernador— 2.°  Enco- 
mienda de  nuevo  los  indios  de  Sevilla  y  Córdoba,  y  pretenden  los  indios 
alzarse— 3.®  Hácense  entradas  á  las  provincias  de  Betoma 193 

CAPITULO  XV 

1.0  Preténdese  el  reparar  muchos  daños  que  hacen  los  indios  y  háceseles  un  re- 
querimiento— 2.0  Lo  que  responden  á  él  los  indios — 3. o  Buenos  sucesos  de  nues- 
tros soldados— 4.0  Vende  un  indio  á  los  amotinados  de  unmieblo 196 

CAPITULO   XVI 

1.0  Puebla  el  Gobernador  Manso  tres  ciudades  españolas— 2.«  Puebla  después  lacuar* 
ta,  y  lo  que  precedió  á  la  población— 3."»  Quema  Francisco  Drake  las  ciudades 


índice  381 

de  Santa  Marta  y  la  Hacha,  y  pretende  su  reparo— 4. <^  Vienen  religiosos  de  nues- 
tra Orden  á  Santa  Marta 20(' 

CAPÍTULO  XVII 

» 

I.»  Presidios  que  puso  el  Gobernador  Manso  en  los  indios  Goagiros— 2.»  Viénele  por 
sucesor  Don  Juan  Guiral  Belón,  y  principio  de  su  Gobierno— 3.*>  Tratan  los 
Bondas  un  alzamiento  general — i.'^  Descúbrense  estos  intentos  por  un  fraile  de 
nuestra  Orden 204 

CAPÍTULO  XVIII 

I.'»  Previénese  la  ciudad  de  Santa  Marta  y  acométenle  los  indios — 2.®  Dan  también 
sobre  las  estancias  y  caminos,  matando  algunos  españoles— 3. "^  Hácese  gente 
para  salir  al  castigo  -4."  Salen  á  eso  y  sucédenles  algunos  encuentros  en  el 
camino 2(y¡ 

CAPÍTULO  XIX 

1.0  Pelean  los  soldados  con  un  Caciquillo  que  les  hace  rostro— 2.»  Véncenlo  y  vuél- 
venle  las  espaldas  los  pocos  que  quedaron,  y  rancbéanles  los  soldados  las 
casas— 3.<»  Buenos  sucesos  de  los  nuestros  en  el  castigo — 4.»  Rompen  la  empali- 
zada de  urk  pueblo,  y  quemado,  pasan  á  otro 210 

CAPÍTULO  XX 

!.•  Sabiendo  el  castigo,  de  otros  salen  de  paz  algunos  indios— 2.»  Sale  el  Capitán 
Pinol  con  soldados  á  correr  la  tierra,  y  de  paz  el  Cacique  Cotocique,  y  habla  al 
Gobernador — 3.*  Da  el  Capitán  Pinol  sobre  Tairona  y  lo  que  le  sucedió  con  el 
indio  Dioena—4.o  Viénese  á  los  nuestros  mal  herido  y  hácese  cristiano 21 

CAPÍTULO    XXI 

1.0  Dánse  de  paz  otros  indios,  con  que  lo  quedó  la  tierra,  y  el  Gobernador  vuelve  á 
Santa  Marta.  Sentencia  á  los  culpados,  puebla  á  los  demás— 2.<*  Costumbres  de 
estos  indios  de  Santa  Marta — 3.°  Trátase  de  su  vida  política  y  casamientos — 4.o 
Sus  fiestas  de  hombres  y  de  mujeres  distintas  y  sus  entierros 21(5 

CAPÍTULO  XXII 

■  1 .»  Alzamiento  de  los  negros  de  CartagenaL2.''  Salen  á  reducirlos,  y  matan  algunos 
españoles— 3."  Daños  que  hacen  en  la  tierra,  y  muertes  de  otros  soldados  que 
salen  al  castigo 21'.» 

CAPITULO  XXIII 

1.»  Salen  cuatro  tropas  de  soldados  contra  los  negros  y  hacen  poco  efecto— 2.°  Tratan 
los  negros  de  reducirse  y  no  tiene  efecto— 3."  Por  lo  cual  tratan  de  hacer  nuevos 
daños.  Reducen  se  y  después  ahorcan  á  su  Capitán— 4.»  Muere  el  Gobernador 
Rodas,  de  Zaragoza,  y  sucédele  su  yerno  Don  Bartolomé  de  Alarcón 2Í 


882  ÍNDICE 


CAPITULO  XXIV 

1.°  Dase  principio  á  tratar  las  guerras  de  los  indios  Fijaos;  descríbense  sus  tierras — 2.'* 
"  Principios  de  sus  inquietudes,  y^copia  de  los  Capitanes  que  entraron  antes  de 
ahora  en  sus  conquistas— 3. •Daños  que  hacen  estos  indios  en  las  ciudades  sus 
convecinas 225 

CAPÍTULO  XXV 

■..•  Entrada  en  los  Pijaos  del  Capitán  Francisco  de  Trejo— 2.<>  Sáleles  de  paz  un 
Cacique — 3."  Sucesos  de  un  caudillo  que  se  despachó  del  Keal — 4.o  Guazabara 
con  los  indios  y  victoria  de  los  soldados 229 

CAPÍTULO  XXVI 

l,o  Los  conquistadores  y  pobladores  de  la  ciudad  de  Ibagué— 2.<*  Entrada  del  Capitán 
Domingo  Lozano  por  estas  provincias  de  los  Pijaos — 3.»  Sucesos  que  tuvO  en 
ellas— 4.*>  Pasa  de  ellas  á  sus  conquistas  de  los  indios  Paeces 233 

CAPÍTULO  XXVII 

1.°  Toma  el  Capitán  Diego  de  Bocanegra  á  su  cargo  las  conquistas  de  los  Fijaos— 2.» 
Desbaratan  los  nuestros  una  emboscada,  con  prisión  de  algunos  indios — 3.* 
Embisten  los  indios  el  fuerte  de  los  españoles,  y  lo  que  sucedió— 4.»  Salen  algu- 
nos indios  de  paz  y  puebla  el  Capitán  Bocanegra 236 

CAPÍTULO  XXVIII 

.  ,<*  Salen  algunos  indios  de  pa»  al  Capitán  Bocanegra— 2.°  Váse  á  ios  conquistas  de 
Gualí  y  despuéblase  la  ciudad  entre  tanto— 3.**  Vuelve  el  Capitán  de  la  guerra  de 
los  Gualíes — á°  Traición  de  los  indios  y  salteamiento,  y  el  castigo  de  esto 241 

CAPITULO  XXIX 

1  .•  Roban  los  indios  unas  estancias  y  sale  á  castigarlos  Bocanegra — 2.*'  Socorro  que 
le  envía  para  esto  la  ciudad  de  Buga— 3.»  Pide  la  conquista  de  los  Pijaos  el  Ca- 
pitán Tala  verano— 4.®  Desbaratan  los  indios  á  un  caudillo  llamado  Roa,  y  lo 
demás  que  sucedió 245 

CAPÍTULO  XXX 

1.0  En  lo  que  paró  la  jornada  y  conquistas  del  Capitán  Talaverano — 2/  Roban  los 
indios  al  Gobernador  de  Popayán,  Sancho  García  del  Espinal— 3.'  Sale  un  indio 
á  los  nuestros  de  finjida  paz,  y  lo  que  de  ello  sucedió— 4.°  Vienen  los  indios 
sobre  el  fuerte  de  los  españoles  y  dase  la  batalla  que  llaman  de  Miraflores 249 

CAPÍTULO  XXXI  ^ 

1.°  Victoria  de  los  soldados  contra  los  indios,  y  los  que  más  se  señalaron,  y  socorro 
que  se  les  envía — 2.°  Salidas  que  hace  el  General  Bocanegra,  y  sucesos  de  ellas — 
8.°  Cosas  que  hallan  de  los  españoles  los  soldados  en  una  casa,  y  prisión  de  al- 


índice  383 

gunos  indios— 4.°  Amistad  falsa  que  viene  á  dar  un  principal  indio,  y  lo  que  su- 
cedió acerca  de  ella 253 

CAPÍTULO  XXXII 

1.*  Dau  los  indios  sobre  el  fuerte  de  los  españoles,  y  lo  que  sucedió — 2.»  Bládanse 
de  aquel  sitio  á  otro— 3.''  Mojica  pide  las  conquistas  de  los  Fijaos  y  concédese- 
le—4.»  Entra  en  la  tierra  y  lo  que  le  sucedió  en  ella— 5.°  Fin  de  la  jornada  y  del 
Gobierno  de  Mojica — 0.»  Salteamientos  y  daños  que  hicieron  los  indios 257 

CAPITULO  XXXIII 

!.•  Cométesela  conquista  délos  indios  Fijaos,  por  Consejo  Real,  á  Don  Juan  de 
Borja,  Presidente  de  la  Eeal  Audiencia— 2.»  Hace  gente  para  darles  primera 
vista  y  saber  el  estado  de  la  guerra— S.»  Hacen  junta  los  indios  para  dar  sobre 
Ibagué  ;  señales  de  esto— 4.''  Foca  prevención  de  la  ciudad,  donde  se  allegan  los 
indios 262 

CAPÍTULO  XXXIV 

1.*^  Embisten  á  media  noche  los  Fijaos  la  ciudad  de  Ibagué— 2.*»  Péganle  fuego  y  ha- 
cen otros  estragos  de  muertes— 3.°  Hácenles  alguna  resistencia  los  del  pueblo; 
confusión  de^todos— 4.°  Huyen  los  indios  con  el  pillaje.  Ven  los  vecinos  los 
estragos  y  mortandad 265 

CAPÍTULO  ,XXXV 

1  .•  Avisado  Domingo  de  Erazo  del  suceso,  despacha  un  Capitán  en  alcance  de  los  in- 
dios—2. «•  Alcanza  á  algunos  y  quítales  parte  del  despojo.  Valentías  del  indio 
Carlacá,  Capitán  de  éstos — S.**  Frosíguense  los  hechos  de  Carlacá — i.°  Infórmase 
el  Gobernador  Domingo  de  Erazo  de  las  cosas  de  la  guerra,  y  funda  un  fuerte 
en  el  Chaparral 268 

CAPÍTULO  XXXVI 

I.»  Sale  el  Capitán  General  Don  Juan  de  Borja  á  la  guerra  de  los  Fijaos— 2.'^  Los 
Capitanes  que  le  acompañan.  El  sitio  de  los  indios  Coyaimas— S."  Su  reducción 
á  nuestra  amistad,  y  la  importancia  que  esto  tuvo— 4.<»  Salen  del  fuerte  del  Cha- 
parral algunos  Capitanes,  y  sucédele  al  uno  desgraciadamente. 271 

CAPÍTULO  XXXVII 

1 .»  Dánle  una  guazabara  al  Capitán  Francisco  de  Poveda— 2.°  Hacen  los  requeri- 
mientos sus  soldados  para  que  salgan  de  la  tierra,  como  lo  hizo— 3.°  Fortifícase 
el  Capitán  Olalla  en  la  provincia  de  Amoyá  y  lo  que  le  sucedió— 4.»  En  una 
emboscada  matan  los  indios  algunos  españoles  de  los  soldados  del  Capitán 
Femando  de  Caycedo ^^^ 


384  ÍNDICE 

CAPÍTULO  XXXVIII 

!.•  Lo  que  le  sucede  al  Gobernador  Diego  de  Ospina  á  los  principios  de  su  entrada 
la  tierra  adelante — 2.*'  Desbaratan  una  emboscada  del  indio  Carlacá  los  sol- 
dados— 3.**  Ecliales  otra,  que  también  fué  sin  efecto.  Túvole  una  lanzada  que 
dio  un  muchacho  Pijao  á  un  soldado,  pues  lo  mató — 4."  Hallan  rozas  de  maíz 
los  nuestros  y  desbaratan  otras  emboscadas 278 

CAPÍTULO  XXXIX 

1.*  Ranchéase  el  Gobernador  Ospina  en  una  casa.  Desgracia  que  le  sucedió  á  un 
Capitán  caudillo — 2.«  Desbaratan  con  buena  traza  los  nuestros  una  gran  embos- 
cada de  indios — o.«  Cercan  los  indios  al  Capitán  Zarate  y  socórrelo  el  Gobernador 
Ospina — i*  Echan  dos  emboscadas  á  los  indios]  los  nuestros,  aunque  sin 
efecto. 281 

CAPITULO  XL 

1. o  Desbaratan  galgas  de  piedras  al  Capitán  Peña.  Hace  tres  tropas  el  Gobernador 
Ospina — 2.°  Vánse  siguiendo  rastros  de  indios— 3.°  Pelean  los  nuestros  con  al- 
gunos indios.  Matan  una  india — á.^j^Hállanse  en  ciertos  calabazos  pelos  de  ani- 
males y  plumas  supersticiosas~5.<'  Muchos  ídolos,  puestos  con  superstición  para 
contra  los  nuestros.... 284 

CAPÍTULO  XLI 

7iénese  una  india  cristiana  á  los  nuéátros,  y  un  yerno  suyo  después,  y  después 
con  otro  indio  para  ver  el  f  uerte— 2.<»  Envía  el  Go^bernador  al  del  Chaparral  á  dar 
avisos  de  cosas  al  General;  hacen  junta  los  indios  para  acometer  al  fuerte  de 
Ospina— 3."  Tomada  resolución  de  esto,  ayunan  con  superstición,  y  acometen  al 
fuerte,  y  entran  algunos  dentro 288 

CAPÍTULO  XLII 

/vcometen  los  indios  en  el  fuerte,  lo  primero  al  rancho  del  Gobernador  Ospina— 2.' 
Lo  que  le  sucede  con  los  que  le  acometieron— 3."  Pretende  Cocurga  sacar  del 
fuerte  á  su  hijo — i."  Lo  que  sucede  á  dos  soldados  y  á  un  indio  que  se  quiso 
hacer  muerto  con  otros  muertos 2'Jl 

CAPÍTULO  XLIII 

i.*  Quiérese  excusar  la  india  Anica  no  haber  sido  parte  en  el  rebelión.  Avisan  al 
Grobernador  del  suceso  del  Capitán  Poveda— 2.'»  Habiéndose  visfb  el  Gobernador 
con  el  General,  trata  en  su  fuerte  de  las  paces  con  sus  indios  presos— 3.°  Lo  que 
responde  el  uno  de  ellos,  sin  esperanza  de  darlas— 4."  Hace  una  salida  el  Gober- 
nador y  presa  en  algunas  indias 295 


índice  885 

CAPÍTULO  XLIV 

1.»  Vuelve  el  Gobernador  Ospina  á  ranchearse  á  una  casa  donde  hallan  bien  que 
cenar— 2.0  Viene  al  fuerte  el  indio  Manetas  á  dar  la  paz  por  dos  provincias; 
pídensele  prendas  de  ella— 3."  No  tuvo  efecto  la  paz,  por  haber  preso  al  indio 
otro  Capitán,  yendo  á  tratarla — 4.°  Luchan  dos  indios  con  dos  españoles;  ven- 
cen los  nuestros  y  muere  el  un  indio 299 

CAPÍTULO  XLV 

1.0  Desean  los  soldados  dejar  la  guerra  y  lo  que  acerca  de  esto  sucedió— 2.«  Engaño 
de  un  muchacho  á  los  nuestros,  y  cómo  siguen  á  los  indios--3.®  Hallan  tan 
divertidos  los  rastros,  que  de  seguirles,  envía  el  Gobernador  los  prisioneros  al 
Chaparral,  y  lo  que  allí  sucedió — 4."  Animo  de  un  muchacho  que  dice  lo  maten 
áél  por  su  madre 302 

CAPÍTULO  XLVI 

I.**  Determina  Ospina  despoblar  su  fuerte  y  la  traza  de  esto— 2.0  Siguen  los  rastros 
de  algunos  indios  á  las  manos;  toma  la  vuelta  del  Chaparral— 3."  Sale  el  Capitán 
Gómez  Suárez  á  aguardar  al  Gobernador  sobre  Tetuán,  y  juntos  llegan  al 
Chaparral— 4.°  Otra  salida  que  hacen  desde  allí  los  soldados,  y  el  Gobernador 
deja  la  guerra 305 

CAPÍTULO  XLVII 

1.*»  Sale  el  Gobernador  Baptista  de  los  Reyes  del  Chaparral  con  gente,  y  lo  que  le 
sucede  á  un  soldado  con  unos  muchachos— 2.*»  Hallan  los  soldados  un  hombre 
cocido  en  una  olla  con  maíz— 3.°  Hallan  un  calvario  con  sus  tres  cruces  y  calave- 
ras y  un  reloj  de  sol — 4.°  Un  indio  que  dice,  si  lo  matan,  se  ha  de  trasformar 
en  venado 308 

CAPÍTULO  XLVIII 

1.0  Parten  en  dos  partes  dos  indios  Coyaimas  un  niño  y  cómenselo  asado — 2,o 
Habiendo  llegado  el  Gobernador  Baptista  de  los  Reyes  al  Chaparral,  vuelve  á 
salir  dentro  de  tres  días  y  lo  que  le  sucede— 3."  Hambre  cruel  en  los  soldados  y 
loque  hizo  un  perro  con  ella .-. 311 

CAPÍTULO  XLIX 

1.0  Vuelve  el  Capitán  General  desde  IbaguéáSantafé,  y  Erazo  desde  el  Chaparral. 
Despacha  muchas  tropas— 2.o  Andan  los  indios  tan  acosados,  que  mueren  de 
hambre  y  enfermedades— 3.o  Vuelve  á  entrar  el  General  otra  vez  en  el  Chapa- 
rral—4.o  La  gente  que  le  acompaña 314 

,  CAPÍTULO  L 

l.«  Muere  un  indio  viejo  con  un  ídolo  en  las  manos.  Fdndase  el  fuerte  de  las 
Nieves,  Vuélvese  el  General  á  Santafé— 2.o  Prosigúese  la  guerra  hasta  que  no  ha 


386  ÍNDICE 

quedado  indio,  más  que  solos  dos  pueblos  amigos — S.**  Costumbres  de  estos 
indios— 4.®  Razones  acerca  de  predicarles  el  Evangelio 311 

CAPÍTULO  LI 

I.*'  Entrase  á  la  conquista  del  Guamoco— 2.»  tos  que  ayudaron  á  ella  y  en  quién  se 
repartieron  los  indios  de  la  tierra — 3.«»  Entradas  dificultosas  del  Guamoco  por 
Zaragoza  y  el  río  de  Cauca— 4,o  Entrase  también  en  él  por  Simití  desde  el  Río 
de  la  Magdalena 321 

CAPÍTULO  LII 

1.  Principios  que  tuvo  la  jornada  del  Darién  hecba  porTristancbo— 2.«  Prosigúese  la 
misma  materia — 3.°  Ecba  Bartolomé  Marín  un  indio  de  Santa  Marta  que  sepa 
los  secretos  de  la  tierra  del  Tunuguna— 4."  Relación  que  da  un  negro  de  su  cap- 
tiverio  entre  los  indios  y  de  la  tierra  al  Gobernador  de  Cartagena 325 

CAPÍTULO  Lili 

!.•  Llega  Marín  al  puerto  de  la  Encadenada,  entra  la  tierra  dentro,  donde  le  quieren 
matar — 2."  Rescata  él  y  sus  compañeros  oro  con  los  indios  por  cosas  de 
Castilla — 3.*  Embárcase  el  Cacique  Tunuguna  y  va  á  la  ciudad  de  Cartagena 
y  conciértase  la  conquista  entre  él  y  el  Gobernador— 4. ^^  Dase  la  conquista  á 
Tristancbo  y  bácese  gente  para  ella— 5.«  Llegan  al  Darién  Tristancbo  y  Marín 
á  darle  principio , 328 

CAPÍTULO  LIV 

!•<>  Señálase  sitio  en  que  poblar  los  españoles — 2.°  Dase  principio  á  la  población,  á 
que  acuden  los  indios — 3."  Determínanse  entrar  los  soldados  por  tierra  y  parte 
por  río '•■ 332 

CAPÍTULO  LV 

1.0  Entra  Tristancbo  y  Marín  la  tierra  adentro,  y  recíbenlos  bien  en  un  pueblo, 
aunque  fingidamente,  los  bárbaros— 2.°  Salen  de  él  y  cógenlos  en  dos  embosca- 
das y  matan  nuestra,  gente —3.*' Sube  Juan  de  la  Rada  un  río  arriba  basta  el 
sitio  que  le  babían  señalado— 4.°  Envía  el  Gobernador  de  Cartagena  socorro  á 
Juan  de  la  Rada,  que  tome  la  vuelta  de  la  ciudad,  con  que  se  acabó  la  jornada...  334 

CAPÍTULO  LVI 

1  .•  Aparécense  corsarios  en  las  costas  de  Cartagena  y  Santa  Marta,  y  los  robos  que 
bacen  en  ellas— 2."  Salen  dos  carabelones  del  puerto  4e  Cartagena  contra 
ellos — 3. **  Atraviesan  en  su  demanda  basta  dar'- vista  á  la  isla  de  Cuba— 4.® 
Entran  en  el  puerto  de  Santiago  de  Cuba,  y  revuelven  desde  allí  á  los  de  la 
Isla  Española 337 


ÍNDICE  387 


CAPÍTULO  LVII 

°  Habiendo  entrado  los  carabelones  en  la  Yaguana,  hallan  rastros  del  enemigo— 
2.0  Dan  vista  á  una  nave  del  enemigo — 3*  Descríbese  el  sitio  de  la  isla  del  Cai- 
mito— 4.0  Reconociendo  el  enemigo  á  nuestros  galeones,  se  pertrecha  y  dispone 
para  la  defensa - 340 

CAPÍTULO  LVIII 

1  .*>  Entra  nuestra  Capitana  en  la  ensenada  sin  aguardar  á  la  Almiranta  para  embes- 
tir con  el  enemigo — 2*  Embiste  de  hecho  y  comiénzase  la  batalla— 3.°  Llega  á 
buen  tiempo  la  Almiranta  y  véncese  el  enemigo— 4.»  Entran  los  nuestros  á  sacar 
el  pillaje  de  los  navios,  que  no  fué  pequeño — 5.»  Toman  la  vuelta  de  Cartagena, 
á  donde  llegaron  con  buen  suceso  y  fueron  bien  recibidos 343 

CAPÍTULO  LIX 

1.0  Pretende  en  la  corte  Don  Francisco  Maldonado  las  conquistas  del  Darién  y  con- 
cédensele  y  dánsele  recados— 2.o  Hace  gente  y  sale  con  ella  de  San  Lucar — 3.o 
Llega  á  los  puertos  de  las  Indias  y  sale  de  la  Villa  de  Tolú  en  prosecución  de  su 
jomada— 4.«  Entran  en  la  ensenada  de  Acia,  y  lo  que  allí  sucede 348 

CAPÍTULO  LX 

1.0  Entran  con  las  fustas  en  el  río  Darién,  y  otras  cosas  que  luego  fueron  sucediendo 
— 2.0  Asientan  Real  en  una  mala  tierra  y  hallan  rastros  ciegos  de  indios— 3.» 
Salen  soldados  en  demanda  de  indios,  y  mueren  tres  en  una  emboscada — 4.o  Vuél- 
vese el  General  el  río  abajo  con  todas  sus  naves  y  gente 351 

CAPÍTULO  LXI 

1.0  Descóstrese  buen  sitio  para  poder  poblar,  y  muestras  de  oro;  prenden  á  un  Capi- 
tán—2.»  Coge  otro  un  barco  de  gallinas;  otro  se  alza  con  una  fragata  y  se  va  á 
Cartagena  con  alguna  gente— 3."  Dan  garrote  al  Capitán  preso— 4.»  Salen  en 
una  fragata  á  buscar  comidas— 5.»  Vienen  los  indios  y  dan  una  guazabara  en 
que  mueren  muchos  de  los  nuestros 355 

CAPÍTULO  LXII 

l.<*  Sucesos  varios  por  la  apretura  de  la  hambre.  Sálense  todos  de  la  ensenada  de  Acia 
2.0  Llegan  á  una  isla,  donde  padecen  mayores  trabajos— 3.*  Salen  de  ella  todos, 
y  llegan  á  la  Villa  de  Tolú,  donde  se  acabó  la  jornada 359 

CAPÍTULO  LXIII 

1.0  Descripción  de  la  ciudad  de  Cartagena 362 

Prosigúese  la  misma  materia  de  la  descripción  de  Cartagena 365 

FIN   DE    LA    HISTORIA. 


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