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Full text of "Tres años en los Estados Unidos. Estudio de los hábitos y costumbres Américanas"

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ELIJAH  CLARENCE  HILLS  •  1867-1932 


Elijah  Clarence  Hills  was,  from  1922  till  his  death,  first  a  Professor  oí 
Spanish  and  then  Professor  of  Romance  Philology  at  the  University  of 
California.  A  nativc  of  Illinois,  reared  in  Florida,  he  graduated  from  Cor- 
nell  in  1892  and  studied  in  Paris;  he  was  successively  professor  in  RoUins 
College,  m  Colorado  College,  librarian  of  the  Hispanic  Society  of  America, 
and  head  for  romance  languages  at  Indiana  University.  For  his  distin- 
guished  achievements  in  Spanish  philology,  he  was  made  Knight  Com- 
mander  of  the  Royal  Order  of  Queen  Isabel. 

In  Professor  Hills  were  combined  vast  and  precise  learning  with  extraor- 
dinary  humanity.  Though  a  grammarian  and  philologist,  his  teaching 
imphed  the  great  world.  He  had  a  talent  for  friendship:  capable  of  the 
seclusions  of  the  scholar  and  editor  and  born  to  an  inviolable  personal  dig- 
nity,  he  possessed  also  an  uncommon  social  charm  which  exercised  itself 
in  widening  circles.  His  charity  showed  as  kindliness,  deference,  toler- 
ance,  the  sharing  of  the  possessions  his  long  labors  had  accumulated.  He 
was  a  wise  collector  of  books,  and  specialized  in  Spanish  lexicons.  Mrs. 
Hills  presented  to  the  University  of  California  his  collection  of  books,  ene 
of  which  is  here  inscribed  to  his  memory. 


TRES  A^OS  m  LOS  ESTADOSIJNIDOS. 


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Lit.ae  J.J.M'aTt]rie7.Ue5enü°:0>radnd.l653 


i"5i'  el  tocino'  el  tQcino'."óTitó  sencillameni.e  unTie^ro  que 
al  parecer  liatia  hecho  ya  la  elección. 


TRES  AÑOS 


EN 


LOS  ESTADOS-UNIDOS. 

ESTUDIO  DE  LOS  HÁBITOS  Y  COSTUMBRES  AMERICANAS, 
POn  ÓSCAR  eOMETTANT. 

TRADUCIDA  DEL  FRANGES  POR  LOS  SEÑORES 

DON  SANTIAGO  INFANTE  DE  PALACIOS 

Y 

D.  FEDERICO  UTRERA. 

Con  un  prólogo, 

NOTAS  Y  UN  RESUMEN  FINAL  POR  LOS  TRADUCTORES. 


J.  J.  M.,  EDIIOR. 


MADRID: 

L^IPRENTA  Y  LITOGRAFÍA  DE  D.  J.  J.  MARTÍNEZ,  DESENGAÑO  10. 


18S8. 


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Es  propiedad  del  Editor. 


HÍLLS 


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PROLOGO. 


La  obra  que  presentamos  al  público,  no  necesita  recomendación. 
Ha  sido  juzgada  por  toda  la  prensa  parisién  y  se  han  agotado  tres 
ediciones  en  muy  poco  tiempo ,  valiéndole  á  su  autor  una  reputa- 
ción envidiable  en  el  vecino  imperio.  Al  escribir  estas  líneas  no  es 
nuestro  ánimo  deslumhrar  con  vanas  palabras,  entusiasmando  á  los 
lectores  con  frases  pomposas  que  los  predispongan  en  su  favor; 
muy  lejos  estamos  de  eso,  porque  generalmente  cuando  se  habla 
así,  es  para  tributar  á  un  libro,  elogios  inmerecidos,  que  la  opi- 
nión pública  rechaza. 

No  nos  detendremos,  pues,  en  encomiar  un  trabajo  que,  como 
hemos  dicho  antes ,  ha  merecido  completa  aceptación  en  el  pais 
donde  la  crítica  es  tan  severa ,  y  tan  grande  el  movimiento  litera- 
rio. Callaremos,  porque  callando  decimos  mas  que  cuanto  pudiéra- 
mos escribir  en  pro  de  él. 

8^4882 


VI 

Osear  Comettant,  es  un  joven  de  vasta  instrucción,  redactor  de 
uno  de  los  periódicos  mas  acreditados  de  Francia ,  y  que  por  cau- 
sas políticas  emigró  á  los  Estados-Unidos ,  donde  permaneció  tres 
años  dedicado  esclusivamente  á  los  estudios  que  forman  el  conte- 
nido de  este  volumen. 

Con  la  asiduidad  que  le  caracteriza,  el  entusiasmo  de  la  juven- 
tud y  el  gusto  que  desde  sus  primeros  años  mostró  por  el  estudio 
de  otros  paises,  recorrió  los  estensos  Estados  de  la  Union  Ameri- 
cana, tomando  notas  y  apuntes  para  formar  mas  tarde  el  libro  que 
sale  á  luz. 

Vamos  á  ocuparnos  de  él:  Comettant  lo  ha  dividido  en  una  se- 
rie de  artículos;  cada  uno  de  ellos  trata  de  diferente  materia,  y 
para  hacer  menos  árida  su  lectura ,  les  intercala  alguna  anécdota 
chistosa,  propia  del  asunto. 

Empieza  en  el  primer  capítulo,  hablando  de  la  clase  de  vida, 
que  desde  el  momento  de  abandonar  las  costas  de  Europa,  se  tiene 
á  bordo  de  los  buques  que  hacen  la  travesía  del  Océano.  Sigue  de- 
tallando las  costumbres  de  la  gran  capital  de  los  Estados-Unidos ,  y 
sucesivamente  dedica  un  capítulo  á  cada  uno  de  los  ramos  que 
constituyen  el  saber  en  América.  Con  escrupulosa  minuciosidad 
consagra  su  pluma  á  dar  á  conocer  bien  aquel  pais,  pintando  admi- 
rable y  perfectamente  su  vida  pública  y  privada.  Las  costumbres 
generales  de  todos  los  Estados ,  sus  leyes ,  religiones ,  comercio, 
industria,  ciencias,  diversiones,  etc.  etc.,  tienen  su  lugar  en  la 
obra,  y  termina  con  un  largo  capítulo  donde  retrata  el  aspecto  ge- 
neral de  los  Estados  del  Sur. 

Hemos  indicado  las  materias  de  que  consta  esta  obra  para  dar 
una  pequeña  idea  del  interés  que  inspira  y  del  pensamiento  que 
predomina  en  ella. 

Nada  es  tan  interesante  para  los  españoles ,  que  empobrecidos 


VII 

por  guerras  intestinas,  prestamos  á  Colon  bajeles  en  que  atravesar 
el  Océano  y  descubrir  un  mundo ,  como  la  pintura  de  ese  mundo 
amamantado  por  nuestros  abuelos  y  perdido  por  nuestros  padres. 
En  esa  tierra  virgen,  de  los  mas  caudalosos  rios  y  los  mas  altos 
árboles,  nosotros  clavamos  la  primera  cruz  y  echamos  la  semilla 
primera  de  la  civilización.  Allí,  antes  que  ninguno,  hicimos  tremo- 
lar las  banderas  de  la  Católica  Isabel  en  las  cumbres  de  las  mon- 
tañas, y  las  salvas  de  nuestra  artillería  retumbaron  en  las  playas 
diciendo  con  asombro  de  la  Europa:  «el  sol  nunca  se  pone  en  los 
dominios  de  España. » 

Ahora  bien :  ¿habrá  un  solo  español  que  no  se  sienta  conmovi- 
do al  leer  las  páginas  de  Comettant?  ¿que  no  se  admire  de  lo  que 
en  ellas  se  dice?  La  perfección  y  verdad  con  que  se  nos  dá  á  cono- 
cer la  nación  mas  moderna,  mas  adelantada,  mas  libre,  mas  pode- 
rosa, y  que  como  por  encanto  ha  surgido  de  los  bosques  de  un 
mundo  nuevo  condenado  á  la  esclavitud  por  un  mundo  antiguo;  las 
ideas  que  despierta  en  el  alma,  al  recordar  que  de  él  sahó  la  chis- 
pa libertadora  que  incendiando  revolucionariamente  á  la  Francia, 
dio  á  la  Europa  independencia ;  las  reflexiones  que  naturalmente 
ocurren  al  contemplar  los  prodigios  de  la  inteligencia  de  un  pueblo 
pacífico  é  indiferente  á  las  desastrosas  guerras  de  Europa ,  no  pa- 
sarán desapercibidas.  Y  hemos  dicho  antes  que  todo  español  se 
sentiría  conmovido  al  leer  estas  páginas,  porque  efectivamente  á 
ningún  europeo  puede  interesar  tanto  como  á  nosotros.  No  somos 
ciertamente  fundadores  de  esa  colonia  en  América,  elevada  á  la 
mas  grande  nación  en  el  corto  espacio  de  un  siglo;  pero  sin  em- 
bargo, nos  pertenece  algo  de  su  gloria:  los  españoles  fueron  los 
primeros  que  regaron  con  el  sudor  de  sus  frentes  los  campos 
americanos  quemados  por  un  sol  tropical,  y  los  que  vertieron 
su  sangre  para  introducir  el  germen  de  la  civilización  en  un 


VIII 

continente  que  se  hallaba  como  había  salido  de  las  manos  del 
Creador. 

No  tenemos  mas  que  decir,  y  aun  lo  que  hemos  dicho  por  ne- 
cesidad sentimos  que  pueda  haber  cansado  á  los  lectores. 

Terminamos  esperando  á  que  el  público ,  juez  severo ,  ante  el 
cual  nos  sometemos,  pronuncie  su  fallo  sobre  esta  obra,  la  cual 
hemos  procurado  traducir  literalmente  para  que  no  pierda  nada  de 
su  carácter  y  belleza. 

Y  esta  es  la  ocasión  de  rogar  que  nos  dispense ,  si  queriendo 
cumplir  con  este  propósito  no  usamos  un  lenguaje  tan  castizamente 
español  como  hubiéramos  querido  emplear. 


Madrid  7  de  octubre  de  1857. 


Santiago  Infante  de  Palacio*;.  Federico  Utrera. 


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TRES  AÑOS  EN  LOS  ESTADOS-UNIDOS. 


ESTUDIO  DE  LOS  HÁBITOS  Y  COSTUMBRES   AMERICANAS. 


CAPITULO  PRIMERO. 


EL  ESTRANJERO  EN  AMERICA. 


El  1.°  de  setiembre  de  1852,  á  las  doce  del  dia,  el  Humbold, 
aquel  gigante  de  los  mares,  que  dos  años  después  debia  estre- 
llarse sobre  las  rocas  de  Halifax ,  salia  magestuosamente  del  Ha- 
vre, saludando  con  su  artillería  las  costas  de  la  Francia.  Su  atre- 
vida proa  sulcaba  las  rebeldes  olas  marchando  con  toda  la  fuerza 
de  sus  ochocientos  caballos,  hacia  el  inmenso  espacio  del  Océano, 
su  tempestuosa  patria. 

Estábamos  sobre  cubierta  siguiendo  con  lastimera  mirada  los 
últimos  promontorios  que  por  graduación  el  horizonte  ocultaba  á 
nuestros  ojos. 

Al  dia  siguiente  por  la  mañana,  cuando  nos  despertamos,  la 
tierra  habia  desaparecido,  las  olas  eran  mas  grandes,  y  el  mons- 

2 


-10  — 

truo  marino  que  nos  conducía  rugiendo,  deslizábase  sobre  las  lí- 
quidas •ti^ntaña;3.et€:v4(}o;  como  señor  de  ellas. 

Estábannos  'eñ  aíi*cliá]h\ai:. 

I¿i  Ki^úíaji&Qrdití  dé  .-tó^  .vapores  tras-atlánticos  es  seguramente 
muy  agradable  y  distraída  para  los  pasageros  de  primera  cámara, 
y  que  tienen  la  fortuna  de  no  esperimentar  ningún  malestar  de  los 
que  generalmente  acometen  á  los  que  se  embarcan  para  largos 
viajes. 

Se  sirve  el  té  á  las  seis  de  la  mañana  á  las  personas  que  lo  de- 
sean ;  á  las  ocho  se  almuerza  de  tenedor ;  á  las  doce  se  toma  el 
lunch  (1);  á  las  cuatro  se  come ,  pero  sin  vino  ni  café;  á  las  siete 
se  toma  el  té ;  finalmente ,  á  las  doce  de  la  noche  la  cena  para  aque- 
llos que  la  exijen.  A  lo  dicho  añadiremos  que  la  cocina  es  gene- 
ralmente buena  y  variada. 

Los  pollos  encuentran  á  bordo  barberos  americanos  que  les  afei- 
teny  ricen  el  pelo  con  todas  las  reglas  del  arte.  Un  bar-rom  muy 
bien  abastecido  ofrece  á  los  bebedores  vinos  y  licores  á  elección. 

Para  concluir,  la  sociedad  es  por  lo  regular  amena ,  y  se  pa- 
san perfectamente  los  trece  ó  catorce  dias  que  separan  la  Europa 
de  la  América. 

Al  decimotercio  dia  de  nuestra  salida,  llegamos  á  New- York, 
admirablemente  situada  entre  los  rios  Est  y  Hudson ;  se  sabe  que 
es  una  de  las  ciudades  mas  hermosas ,  mas  grandes  y  mas  mercan- 
tiles del  mundo.  Su  población,  según  la  última  estadística,  se  ele- 
va á  la  considerable  suma  de  800,000  almas,  sin  contar  las  vecinas 
villas  de  Brooklin  y  Hoboken ,  separadas  de  New-York  por  la  an- 
chura de  dos  rios ,  y  que  se  puede  decir  no  forman  mas  que  una 
misma  y  única  ciudad  de  cerca  de  1.500,000  habitantes. 

Al  desembarcar  en  New-York,  el  viajero  se  asombra  verdade- 
ramente del  movimiento  tan  grande  que  presenta  el  puerto.  Vénse 
en  él  vapores  de  formas  estrañas ,  de  dos  ó  tres  pisos ,  que  pare- 
cen mas  bien  inmensas  casas  flotantes ,  que  barcos  ordinarios,  y  se 


{\)    Refrigerio  que  se  acostumbra  tomar  en  los  Estados-Unidos  y  en  Inglaterra  á  me- 
diodia.    {N.  de  los  T.) 


—ll  — 

cruzan  confusamente  en  todas  direcciones  por  la  bahía,  conlíinclio- 
nes,  yachts,  schooners,  y  navios  de  mil  tamaños  y  naciones. 

A  primera  vista  es  fácil  juzgar  del  genio  activo  de  ese  pueblo, 
trabajador  hasta  lo  infinito,  que  vive  para  trabajar,  y  trabaja  para 
vivir,  siendo  el  comercio  el  medio  y  el  fin  de  que  se  vale  para  ga- 
nar dinero,  no  sabiendo  sino  ganar  mas  aun.  Fácil  es  también  co- 
nocer prontamente  su  esencia  democrática  y  el  verdadero  senti- 
miento de  la  libertad.  * 

El  frac  negro  es  el  vestido  de  todos  en  los  Estados-Unidos ,  y 
los  trabajadores  que  se  agolpan  á  bordo  de  los  buques  para  ofrecer 
direcciones  de  fondas ,  como  los  carreteros  y  cocheros  que  preten- 
den llevar  equipajes,  tienen  á  la  vista  del  observador  la  aparien- 
cia de  perfectos  gentlemen^  si  bien  algo  estropeados.  Cuando  el  via- 
jero se  decide  á  partir,  una  enorme  carroza  de  doce  asientos  de  la 
forma  de  las  antiguas  francesas ,  se  aproxima  lentamente,  carga  el 
equipaje  en  su  imperial,  y  lo  conduce  á  su  destino. 

Ya  se  sabe  lo  que  son  las  fondas  de  América ;  inmensas  casas 
amuebladas  con  lujo  y  magnificencia ,  servidas  por  regimientos  de 
negros  y  batallones  de  jóvenes  irlandeses,  frescos  y  rollizos,  á  quie- 
nes les  está  encargada  la  asistencia  de  las  habitaciones.  Los  milla- 
res de  viajeros  que  traen  y  llevan  los  vapores  y  caminos  de  hier- 
ro de  los  diferentes  puntos  de  la  Union,  llenan  esos  inmensos  serra- 
llos. Fuera  de  los  Estados-Unidos,  donde  se  viaja  con  asombrosa 
rapidez  y  facilidad,  semejantes  fondas  serian  inútiles  y  ruinosas 
para  sus  dueños.  Son  tan  diferentes  de  las  francesas  y  está  todo 
tan  prevenido  para  el  gusto  y  comodidad  del  que  llega,  que  hasta 
los  recien  casados,  mediante  la  suma  de  60  pesos  fuertes  por  dia, 
pueden  entregarse  orgullosamente  á  los  placeres  de  su  luna  de  miel^ 
en  habitaciones  verdaderaitiente  regias ,  designadas  bajo  el  nombre 
de  habitación  de  la  casada,  donde  con  mas  prodigalidad  que  buen 
gusto  se  confunden  el  oro,  la  plata,  las  sedas  y  los  terciopelos.  Tie- 
nen para  uso  de  los  viajeros,  telégrafos  eléctricos  que  desde  el 
interior  del  edificio  se  comunican  con  las  ciudades  de  los  Esta- 
dos-Unidos, aprecios  módicos.  Hay  además  salas  con  mesas  de 
billar ,  bar-rooms ,  especie  de  tiendas  donde  se  beben  en  verano 


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los  mas  esquisitos  y  variados  refrescos ;  boticas ,  cuartos  de  ba- 
ños ,  correo ,  cuadrantes  que  indican  los  vientos  reinantes ,  gabine- 
tes de  lectura  llenos  de  periódicos  y  anuncios  en  tan  gran  canti- 
dad, que  los  arrojan  á  los  pies  del  transeúnte  para  llamar  su  aten- 
ción. Hay  máquinas  de  vapor  para  la  ropa  blanca;  se  lava,  seca, 
plancha  y  pliega  en  dos  horas,  y  son  un  portento  de  mecánica. 
Con  relación  á  máquinas ,  el  genio  americano  no  tiene  igual:  en 
Cincinnatti,  hasta  los  cerdos  mueren  á  máquina:  ponen  el  animal 
bajo  una  trampa  donde  lo  degüellan;  de  allí  pasa  á  una  ancha  cal- 
dera de  agua  hirviendo,  que  le  levanta  la  piel;  de  allí,  á  otra  sepa- 
ración que  le  despedaza;  y  así,  de  cepo  en  cepo,  el  desgraciado 
compañero  de  San  Antón  se  halla  al  cabo  de  dos  horas  de  tan  rudo 
trabajo,  simétricamente  cortado,  salado  y  puesto  en  barriles;  hsto 
para  ser  llevado  á  donde  lo  reclame  el  estómago  del  hombre.  ¡Esos 
desgraciados  cerdos  no  tienen  tiempo  de  mirar  por  sí! 

Las  fondas  en  América  no  son  esclusivamente  habitadas  por 
viajeros ,  pues  no  es  muy  estraño  ver  á  comerciantes  largo  tiempo 
establecidos  en  el  pais ,  vivir  con  sus  familias  en  ellas  por  el  mis- 
mo precio  que  pudieran  hacerlo  en  casa  particular.  New-York 
hotel,  está  casi  habitada  por  familias  muy  recomendables,  que 
siguen  este  método  de  vida  en  común,  por  no  serles  repugnante. 

Los  desayunos  empiezan  á  las  siete  de  la  mañana  para  las  per- 
sonas de  negocios,  y  se  pueden  hacer  hasta  las  once.  No  es  estra- 
ño ver  intrépidas  viajeras  que  vienen  en  compañía  de  sus  maridos, 
de  sus  hermanos,  de  sus  prometidos,  y  aun  solas,  para  visitar  á 
New- York,  levantarse  á  las  seis  de  la  mañana  y  bajar  á  almorzar  á 
las  siete  ataviadas  y  de  mangas  cortas. 

Durante  el  dia  entran  en  la  fonda  para  tomar  el  lunch,  á  fin  de 
poder  esperar  hasta  las  cinco  de  la  tarde,  hora  en  que  se  sirve  la 
comida.  Esta  por  lo  interesante  merece  ocupar  la  atención  del 
viajero. 

Mesas  grandísimas ,  perfectamente  preparadas  de  antemano  y 
suntuosamente  adornadas ,  esperan  á  las  personas.  Un  horroroso 
ruido  de  campanas  chinescas,  colocadas  por  todas  partes,  anun- 
cian con  sus  continuas  y  bárbaras  vibraciones  que  ha  llegado  la 


-13- 

hora  de  comer.  Cuando  todo  el  mundo  está  sentado  á  la  mesa,  el 
gefe  de  los  criados,  viejo  y  feo  como  la  misma  fealdad,  mueve  sus 
amarillentos  ojos,  haciendo  un  gesto  rarísimo  con  su  negro  rostro, 
al  regimiento  de  negros  que  permanece  inmóvil  de  pie,  detrás 
de  los  huéspedes.  A  esa  señal,  como  si  fueran  movidos  por  un 
mismo  y  secreto  resorte,  dan  un  paso  y  descubren  los  platos  del 
primer  servicio. 

La  comida,  no  solo  en  New- York,  sino  también  en  las  otras  ciu- 
dades de  los  Estados,  no  se  compone  de  menos  de  cincuenta  platos: 
estos  son  descarnes,  pescados,  legumbres,  caza,  mariscos,  dulces 
y  asados.  En  verdad  están  muy  lejos  de  ser  aderezados  con  el  arte 
delicado  que  distingue  á  la  cocina  francesa.  El  primer  dia,  debe- 
mos confesarlo,  comimos  con  una  especie  de  horror  algunos  platos 
de  legumbres  que  habian  sido  simplemente  cocidas  con  agua,  sin 
manteca  ni  sal.  Si  al  menos  un  vino  generoso  hubiera  venido  á  mez- 
clar su  rico  sabor  al  gusto  insípido  de  las  legumbres  cocidas  en  agua 
clara  y  las  aves  conservadas  en  hielo  y  asadas  al  horno; . . .  pero  no: 
la  templanza  americana  que  desde  los  Estados  del  Maine  amenaza  á 
la  América  entera ,  y  se  estiende  por  medio  de  sus  vapores  hasta 
mas  allá  de  los  mares ,  quiere  que  un  vaso  de  agua  con  nieve  ocu- 
pe el  lugar  del  Bourgogne  ó  del  Médoc. 

Quisiéramos  saber  si  Brillat-Savarin,  que  ha  permanecido  va- 
rios años  en  los  Estados-Unidos ,  se  sometió  al  régimen  del  agua 
fresca ,  y  se  condenó  á  comer  legumbres  cocidas  sin  sazonar. 

No  se  bebe ,  pues ,  sino  agua  en  las  comidas  americanas:  el  vino 
tinto  es  casi  desconocido,  y  solo  algún  huésped,  haciendo  escep- 
cion  de  la  regla,  toma  para  beber  con  los  postres  un  vaso  de  Cham- 
pagne, sacado  de  una  botella  que  se  destapa  con  gran  ruido  á  fin 
de  llamar  la  atención  de  los  circunstantes  sobre  este  hecho ,  por 
uno  de  los  waiters  (1).  ":      .:  , 

Es  cierto  que  los  sobrios  gentlemen,  retirados  en  sus  cuartos, 
se  reconcilian  con  el  dios  Baco,  sin  que  sus  esposas  ó  hermanas 
pongan  el  menor  cuidado  en  evitarlo.  Nadie  cree  que  hace  mal 

(1)    Camareros:  ayudas  de  cámara.  - 


-14  — 

bebiendo,  hasta  cierto  límite,  vinos  y  licores;  además,  en  América 
los  pecados  ocultos,  se  perdonan  en  mas  de  la  mitad,  mientras 
que  no  hay  perdón  posible  para  los  escándalos. 

Después  de  comer,  el  estranjero  opta  por  un  paseo  á  Broad- 
ivay,  la  ópera,  cuando  hay  compañía,  ó  el  teatro  americano;  el 
nmseo  Barnum ,  ó  el  espectáculo  de  los  negros  minstreh :  á  me- 
nos que  no  prefiera  pasar  la  noche  en  el  salón  de  la  fonda  abierto 
para  todo  el  mundo,  y  que  se  halla  ordinariamente  lleno  de  ele- 
plantes  señoras ,  las  cuales  con  esa  independencia  americana ,  can- 
tan ,  tocan  el  piano ,  leen ,  ó  pelan  la  pava ,  sin  inquietarse  por  los 
estranjeros ,  en  lo  mas  mínimo ,  á  pesar  de  que  pueden  escuchar- 
las. Las  diferentes  personas  forman  grupos  apartados,  en  inmen- 
sas salas,  y  nadie  piensa  en  enterarse  de  las  distintas  conver- 
saciones de  otros,  ni  mucho  menos  en  criticar  sus  acciones.  El 
ridículo ,  triste  posición  en  que  muchos  se  colocan  en  nuestra  so- 
ciedad, puede  decirse  que  no  existe  en  América  y  la  discreción  es 
la  virtud  general.  Hacer  y  dejar  hacer  sin  trabas  es  la  gran  ley 
que  cada  cual  observa. 

En  la  práctica  de  la  vida,  mas  aun  que  en  las  leyes,  es  donde  se 
conoce  si  un  pueblo  es  realmente  libre  y  digno  de  serlo. 

Además  de  las  grandes  fondas,  se  encuentran  en  New- York, 
así  como  en  las  demás  ciudades  de  los  Estados-Unidos,  boarding-hou- 
ses,  que  ocupan  el  medio  entre  las  fondas  y  las  casas  amuebladas 
de  París.  Esas  boarding-houses  reciben  pensionistas  desde  5  pesos 
fuertes  hasta  10,  12  y  15  por  semana.  Se  goza  con  corta  diferen- 
cia de  las  mismas  ventajas  que  en  las  grandes  fondas:  los  pensio- 
nistas se  reúnen  por  las  noches  en  los  salones  ordinarios,  parlors, 
y  á  menudo  las  señoras  y  caballeros  improvisa!?  bailes  de  una  agra- 
dable y  encantadora  familiaridad ,  en  los  cuales  la  hbertad  de  las 
mugeres  no  es  lo  que  menos  llama  la  atención  de  los  europeos. 

No  se  puede  creer  el  número  prodigioso  de  estranjeros,  princi- 
palmente alemanes  é  irlandeses  que  emigran  á  América ,  tierra 
hospitalaria  por  escelencia.  En  la  ciudad  de  New- York,  solamente 
los  paquetes  han  llevado  en  el  corto  espacio  de  un  mes,  hasta 
40,000  alemanes  é  irlandeses,  que  instalados  primero  en  Castle- 


—  15  — 

Carden  se  dirijen  después  á  los  diferentes  puntos  de  la  Union  que 
necesitan  brazos. 

En  cuanto  al  número  de  viajeros  que  toman  pasaje  en  los  vapo- 
res para  venir  á  Europa,  es  también  considerable.  Por  esta  via,  la 
mas  costosa,  han  sido  trasladados  del  Nuevo  Mundo  al  antiguo, 
desde  1."  de  abril  hasta  I.''  de  agosto  del  año  de  1856: 

A  Liverpool 3,598 

A  Bréme .  821 

A  Southampton 136 

A  Glasgow 424 

Al  Havre 1 ,294 

Total.  .  .";  .V  .  .       6,273 

¡Seis  mil  doscientos  setenta  y  tres  pasajeros  para  Europa  en 
cuatro  meses!  ¡Mas  de  mil  quinientos  por  mes!  ¡cerca  de  cuatro- 
cientos por  semana! 

Sin  embargo,  por  muy  hospitalaria  que  sea  la  América,  ha  in- 
terceptado la  entrada  en  su  territorio  á  los  emigrados  que  no  pue- 
den justificar  la  posesión  de  cierta  suma  de  dinero,  para  hacer 
frente  á  los  primeros  gastos  de  instalación  en  las  tierras.  Los  emi- 
grados indigentes  han  sido  devueltos  á  su  pais,  por  la  intervención 
de  sus  respectivos  Cónsules. 

El  emigrado  cultivador  es  seguramente  el  mas  feliz  de  los  es- 
tranjeros.  Compra  en  el  Oeste ,  buenas  tierras  que  desde  el  primer 
mes,  producen  para  el  sosten  de  su  familia,  y  dan  de  utilidad 
anualmente,  mas  de  lo  que  costaron. 

Los  hijos  de  los  que  actualmente  emigran ,  serán  sin  duda  al- 
guna dueños  algún  dia,  de  la  América  entera,  cuyo  vasto  territo- 
rio podría  abastecer  al  mundo. 

Los  trabajadores  estranjeros  que  permanecen  en  las  ciudades, 
son  mucho  menos  felices  que  los  agricultores,  y  se  encuentran  es- 
puestos á  la  falta  de  trabajo.  Las  oficinas  del  consulado  francés  en 
New-York,  se  ven  siempre  llenas  de  obreros  desocupados,  que  ig- 
norando hasta  qué  punto  alcanza  la  protección  de  sus  Cónsules,  lle- 
gan á  pedir  pasaje  para  volver  á  Francia. 


-16— 

El  estranjero  que  quiere  viajar  en  la  Union,  encuentra  esas  in- 
mensas tierras,  cortadas  en  todas  direcciones  por  caminos  de  hier- 
ro ,  y  esos  mares  sembrados  de  vapores  que  lo  trasladan  con  pas- 
mosa prontitud  y  baratura. 

En  verano,  magníficos  vapores  conducen  á  los  viajeros  desde 
New'York  á  Alhany  (en  15  horas)  por  10  rs.  vn.,  y  á  veces  por  5. 

No  hay  en  los  vapores,  como  tampoco  en  los  caminos  de  hierro, 
división  de  clases,  y  cada  cual  es  dueño  de  escoger  el  sitio  que 
mejor  le  plazca. 

Es  cuestión  bastante  seria  en  estos  momentos ,  la  prolongación 
de  los  caminos  de  hierro  hasta  California  por  Texas  y  Méjico.  Creen 
que  trece  dias  con  sus  noches  bastarán  para  ir  en  tren  directo  des- 
de New- York  hasta  San  Francisco.  Los  autores  de  ese  proyecto 
¿han  calculado  bien  las  fuerzas  humanas?  Nada  asusta  al  genio  ac- 
tivo, al  valor  de  los  americanos.  Esa  inmensa  travesía  por  medio 
de  desiertos  y  pueblos  salvajes  que  están  siempre  en  guerra  con 
los  de  pálido  rostro,  como  llaman  á  los  blancos,  se  llegará  á  realizar 
algún  dia. 

En  empresas  industriales,  es  seguro,  que  todo  lo  que  se  puede 
hacer,  se  ha  hecho  ya  en  América,  y  lo  que  no  puede  hacerse  se 
hará.  El  go  a  head  (1)  de  los  Yankees  no  conoce  obstáculo  alguno,  y 
el  deseo  de  conquistar  ó  adquirir  no  tiene  limite  sino  en  los  límites 
del  mundo.  Que  se  descubra  el  medio  de  traspasar  el  espacio,  y  los 
americanos  establecerán  bien  pronto  mostradores  de  comercio  en 
la  luna,  y  sucursales  de  sus  estados. 


(1)  Frase  que  significa:  meter  la  cabeza:  ir  adelante:  seguir  traspasando  todos  los  obs- 
táculos: y  la  usan  los  ingleses  siempre  que  quieren  indicar  una  fuerza  de  voluntad  que 
no  encuentra  resistencia.     (iV.  de  los  T.) 


CAPITULO  11 


LOS  NEGOCIOS. 


En  ninguna  parte  se  ama  tanto  el  dinero  como  en  América,  ni 
se  hacen  tantos  esfuerzos  para  ganarlo.  No  hay  trabajo  productivo 
por  largo,  penoso  y  difícil  que  sea,  que  deseche  la  constante  y  fe* 
bril  actividad  de  los  americanos.  Allende  el  Océano,  un  hombre  no 
es  ni  representa  nada  como  no  tenga  un  capital. 
— ¿Conoce  Vd.  á  fulano  de  tal?  dicen  los  americanos. 
— Sí;  vale  veinte  mil  duros.  *'  '^■^^^'-  ^^'^^ 

• — ¿  Y  á  zutano ,  le  conoce  Vd? 
—Sí;  no  vale  nada.  ,;^ ''  í j  '   , 

Nunca  se  habla  de  su  mérito  personal ,  de  siis  virtudes  ó  ta- 
lento. Beranger,  que  vivia  en  Pa5<9i/,  de  una  modesta  pensión,  no 
valdria  nada  en  América.  .??*n:iií|oa 

El  dinero  que  solo  hace  hombres ,  es  lo  que  naturalmente  aman 
en  ese  pais ,  donde  el  deseo  de  enriquecerse  es  la  sola  pasión  do* 
minante. 

Mas  esta  fiebre  por  ganar ,  que  empieza  en  la  infancia  y  no  con- 
cluye sino  con  la  muerte ,  no  tiene  como  en  Europa  por  fin  el  des- 
canso del  trabajo  y  el  bienestar. 

En  América  se  desconoce  el  estado  negativo  de  rentista ,  y  na- 
die piensa  en  llegar  ni  quiere  serlo.  Comienzan  ante  todo  por  ganar 

3 


—  18  — 

dinero  para  vivir ,  continúan  para  emprender  negocios ,  y  luego 
para  hacerlos  en  grande  escala  y  no  cesar  de  adquirirlo. 

Las  famosas  Diez  mil  libras  de  renta  que  Mr.  Scribe  ha  puesto  tan 
amenudo  en  boca  de  sus  honrados  comerciantes ,  como  el  h'mite  de 
su  ambición  y  el  precio  de  su  trabajo ,  no  serian  comprendidas  en 
América,  donde  la  ambición  es  ilimitada. 

Los  comerciantes  americanos  son  jugadores  que  tienen  por  ru- 
leta los  mercados  del  mundo  y  por  apuesta  stocks  (1).  Un  juga- 
dor no  se  corrige  nunca.  Cuando  gana,  quiere  ganar  mas  aún ,  cuan- 
do pierde  desea  desquitarse,  cuando  no  tiene  dinero  para  jugar,  les 
dá  á  los  demás  jugadores  un  golpe  con  apuestas  imaginarias. 

Tal  es  la  irresistible  pasión  de  ese  pueblo  que  hace  los  negocios 
como  jugador,  tanto  para  tener  las  fuertes  emociones  del  comercio, 
como  para  recoger  el  fruto. 

Esa  pasión  del  tráfico,  ese  placer  del  cambio ,  ese  amor  al  em- 
brollo mercantil ,  exalta  los  espíritus  de  un  modo  tan  estraño ,  que 
se  verá  nacer  acaso  una  nueva  clase  de  poetas  enteramente  desco- 
nocidos hasta  hoy:  los  poetas  comerciantes.  i>  y  oj^nííoq  ,0;^!!;-  ;  k^ 

Y  decimos  esto,  por  el  hecho  siguiente:  .     . 

Hallándonos  un  dia  en  compañía  de  una  linda  lady ,  de  esas  per- 
fectas y  angelicales  figuras  de  viñetas  inglesas ,  la  conversación  reca- 
yó sobre  los  privilegios  que  las  mugeres  gozan  en  América ;  privi- 
legios que  poseen  hasta  por  las  leyes,  que  tienen  con  ellas  cierta 
tolerancia  y  estrema  galantería . 

— ^Es  verdad ,  dijo  ella ,  que  nosotras  somos  muy  felices  gene- 
ralmente en  América ,  mas  á  pesar  de  esto  quisiera  haber  nacido 
hombre. 

^■^    —Hubiera  sido  lástima ,  dijimos ,  ¿pero,  por  qué  hubiera  usted 
querido  formar  parte  de  la  mas  fea  mitad  del  género  humano? 

— ¿Por  qué?  dijo  rápidamente;  ¡y  Vd.  me  lo  pregunta! 
.(En  ese  instante  sus  facciones  se  animaron;  sus  ojos  azules  to- 
maron bajo  sus  largas  pestañas  negras  un  aire  inspirado,  apareció, 
en  fin,  bajo  el  encanto  de  un  grave  y  filosófico  pensamiento. 

(O    Mercancías:  sacos;  pacas:  fardos.  »^vj{   :* -v 


---19- 

Esperábaiuos  oiría  decir  que  hubiera  deseado  ser  hombre  [Kua 
dirigir  un  ejército ,  maudar  uua  escuadra ,  brillar  en  la  tribuna  ó  el 
pulpito  por  la  elocuencia  de  su  palabra ,  ó  tal  vez  para  hacer  á  imi* 
tacion  de  otros  filibusteros ,  la  conquista  de  Méjico  ó  Cufja.  Mas 
apenas  hablamos  hecho  esas  rápidas  reflexiones ,  se  acercó  y  nos 
dijo  con  voz  conmovida: 

—Pues  bien;  quisiera  ser  hombre  para  hacerme  business-man! 
(comerciante). 

Esto  no  es  invención:  semejantes  rasgos  no  se  inventan. 

Los  americanos  aman  el  dinero  bástala  adoración  y  no -son 
sin  embargo  avaros  á  la  manera  de  Harpagon.  Este ,  ama  el  dinero 
por  el  dinero:  lo  guarda  con  temor,  lo  oculta  á  todos  los  ojos,  lo 
rehusa  hasta  á  él  mismo  y  no  tiene  en  su  inesphcable  locura,  nada 
mas  voluptuoso  que  meter  sus  insensatas  é  innobles  manos  en  sacos 
de  oro  que  no  vacia  jamás.  Esta  clase  de  avaros ,  cuya  raza  parece 
degenerada,  no  es  tampoco  común  en  Europa.  Sin  embargo,  la 
policía  suele  encontrar  en  miserables  boardillas,  sepultadas  en  l()s 
muros  ú  ocultas  enjergónos,  sumas  de  dinero  mas  ó  menos  gran- 
des ,  que  la  avaricia  bajo  la  forma  odiosa  de  ricos  mendigos ,  ha 
criminalmente  guardado.  Mas  los  americanos  no  son  generosos,  ni 
les  gusta  disponer  su  dinero  en  favor  de  otro  ó  gastarlo  en  su  pro- 
pio placer;  sin  embargo,  lo  arriesgan  voluntariamente  en  los  nego- 
cios y  con  atrevimiento  sin  igual. 

El  Yankee  se  arruina  ó  enriquece  en  poco  tiempo  y  sin  grande 
emoción .  ^i^í^  lium  m  en  p ,  5^oi\\' 

.{En  ambos  casos,  continúa  sus  negocios  y  su  manera  de  vivir. 

He  aquí  de  qué  modo  viven  en  New-York  los  comerciantes; 
es  decir,  casi  la  totalidad  de  los  hombres.     ^  r^^")  .-^^ 

Los  comerciantes,  desde  el  mas  grande  naviero  hasta  el  mas 
modesto  dependiente,  se  levantan  todos  los  dias  á  las  siete  de  la  ma- 
ñana aunque  baje  el  termómetro  como  en  Rusia,  ó  suba  como  en  el 
Senegal ,  nieve  como  en  el  monte  de  San  Bernardo  ó  ventee  como  en 
la  isla  Borbon,  pues  en  New-York  existen  tan  variados  chmas  y  á 
veces  en  un  mismo  dia. 

Almuerzan  de  siete  y  media  á  ocho  ío  más  tarde.  Eldesayuno 


—  20— 

se  compone  lo  mismo  para  el  rico  que  el  pobre,  de  una  taza  de  café 
con  leche  ó  de  té  (1)  y  una  lonja  de  jamón  que  se  reemplaza  al- 
gunas veces  por  un  trozo  de  roast-beef  frió. 

Terminada  esta  modesta  comida ,  el  comerciante  se  encamina  á 
la  ciudad  baja  que  es  el  punto  de  los  negocios.  A  las  ocho  ú  ocho 
y  media  todo  el  mundo  está  en  su  destino  ,  es  decir  en  su  office. 

Entonces  hacen  en  Wall- Street  y  en  las  calles  próximas  un  tra- 
bajo propio  de  hormigas:  se  cruzan,  se  empujan  y  hacen  señas 
con  la  mano  por  no  perder  tiempo  en  hablar:  y  en  cuanto  á  lo  moral, 
im  solo  pensamiento  domma;  huir  de  las  astucias  de  los  unos  y  en- 
gañar á  los  otros.  ;i  *^        ^      .     ; 

Para  el  comerciante,  cuando  está  en  su  office,  rio  hay  padres,  ni 
hermanos ,  ni  amigos,  ni  amantes,  ni  Dios,  ni  diablo;  no  hay  mas 
que  parroquianos  y  negocios.  El  hombre  mas  delicado,  mas  sensi- 
ble, el  mejor  hijo,  el  padre  mas  virtuoso,  el  amante  mas  casto,  el 
marido  mas  fiel,  llega  á  ser  el  mas  inflexible,  cuando  discute  en  su 
office  sobre  una  partida  de  bacalao  salado  de  la  que  quiere  des- 
hacerse, ó  sobre  una  caja  de  sebo  de  Rio  Grande  que  desea  adqui- 
rir. Su  corazón  se  trasforma ,  ó  mejor  dicho  no  tiene  mas  que  un 
duro  en  el  sitio  del  corazón.  Anunciadle  la  pérdida  de  todos  sus  pa- 
rientes, y  responderá. — ¡Sírvase  esperar  un  instante;  concluyo  un 
negocio  y  soy  con  Vd.  en  seguida.  Ya  sabe  Vd.  ante  todo  son  los 
negocios!  :  /  ;   "^ 

Podríamos  citar  nombres  de  personas  muy  estimadas ,  buenas  y 
sociales  fuera  de  su  office ,  que  en  una  reciente  y  terrible  catástrofe 
perdieron  una  parte  de  sus  mas  cercanos  parientes  ,  y  consideraron 
un  deber  de  comerciantes,  no  interrumpir  el  curso  de  sus  operacio- 
nes mercantiles.  Con  la  muerte  en  el  alma  fueron  en  ese  momento  á 
discutir  sus  asuntos  con  sangre  fria  y  no  desperdiciaron  ocasión  de 
esplotar  algún  parroquiano  en  provecho  de  su  bolsa.  Por  la  noche 
hubieran  llorado  á  sus  desgraciados  parientes  de  todo  corazón, 
con  tal  de  secar  sus  lágrimas  en  la  mañana  próxima  á  la  hora  de 
los  negocios. 

(1)    Se  consume  anualmente  en  América  la  inmensa  cantidad  de  35.200,000  libras, 
{N  del  A.) 


-21- 

Elste  es  el  estoicismo  mercantil,  llevado  hasta  el  heroísmo. 
A  nosotros  nos  gustan  las  anécdotas ,  cuando  son  característi- 
cas. Hé  aquí  una  que  hemos  oido  contar.     '1  ao^y  oirür 

Un  joven  dejó  á  New- York  por  las  Indias  adonde  fué  á  probar 
fortuna.  Permaneció  diez  años  ausente.  Después  de  ese  largo  inter- 
valo de  tiempo  y  sin  prevenir  á  nadie  volvió  á  New- York.  La  casua- 
lidad hizo  que  al  desembarcar  se  encontrase  con  un  hermano  suyo. 
— ¡Calle!  ¿Vd.  aquí?  ¿Con  que  ya  es  Vd.  de  los  nuestros?  ¿Cómo 
estáVd.? 

—Muy  bien,  ¿y  Vd.?  le  dijo  el  inesperado  viajero  tendiéndole  la 

mano.  >  ^■^'^'■■'  ''^^-h 

—Perfectamente.  Estoy  muy  contento  de  verle  á  Vd.;  muy 

contento.  •■'•>  o  ,í^,>i.!i..<íi  '¿-mx^^^^  íjú  0}./í>,  ijt  l*íí  jJíj¿jU.»jií'j,  jjí  '.>*.•  íma*. 

— Yo  también.-'"-'^'"'  "v,,-.  v^  ..,.,,.„..:..  ..,..:'...,  ...,;..,,  i  .,.,,.,  ,,,,.,) 

—¿Ha  hecho  Vd.  buen  viaje? 

— Bastante  bueno.  ¿Y  aquí  va  todo  bien?.G)aiaoiíííí9(i  x!í07íIí1  y^^^^^ 

— ¿No  hay  nada  nuevo?  "  •'>'!  íiidííiiiD  ojrü  mt^Bob  on  óup 

— No. . .  Es  decir,  una  gran  noticiauíp  'ísooum^  ormatyooa  ali 

•í— ¿Cuál?    H'Ti  iftr»7^';í'íí-t  júofíO'íííloiiil  íú  .¿iOí:)o^í3ii  ji'iijq  oÍHUjm 

— Nuestro  padre  ha  muerto. '^qníO^Mi/a  oiqmíi)Í8  jsiJííoíjí)íío  JíbI) 

El  recien  llegado,  tomando  entonces  un  aire  triste,  sé  puso  á 

silbar  lúgubremente,  prolongando  el  /or/^  hasta  el  smorzando;  lo  que 

puede  traducirse  por  esta  esclamacion:  «¡Ah  diablo!  Y  tomando  en 

seguida  un  tono  desenvuelto:  ;  üíiHiiiif 

—¿Dígame  Vd.,  y  los  algodones  están  en  alza?  -m-í^mí 

Un  silbido  (tierno  y  espresivo  en  verdad),  fué  la  única  brffcíbri 

fúnebre  pronunciada  por  el  hijo  en  honor  del  padre  difunto;  la  flor 

arrojada  piadosamente  sobre  su  tumba  apenas  cerrada ;  como  dicen  los 

croque-morts  (1)  literarios,  en  los  entierros  de  sus  amigos,    nai  lUc: 

Los  negocios  tienen  un  momento  de  intermitencia  á  las  dos  de 

la  tarde,  hora  de  la  comida  para  la  gente  comercial.  Las  fondas, 

que  abundan  en  la  parte  baja  de  la  ciudad,  están  á  esa  hora  llenas 

=  '?lí>q  .ijoi^íh'i  ^>i>  «ínobBímol  .aíitHríoíl  m  ecMívyrm'}  v 

(1)    Enterradores.  ''^^^l<¡  'Á  í^OIO^íüíO'iq 


—  22- 

de  gente  que  come  silenciosamente  y  que  parece  sentir  el  tiempo 
que  pierde  en  esa  operación.  La  comida  no  es  larga:  no  hay  sopa; 
un  plato  de  carne  con  legumbre ;  un  poco  de  pescado ;  y  para  pos- 
tre un  enorme  pedazo  de  pastel  ó  frutas  á  medio  cocer.  Hay  que 
añadir  que  la  bebida  es  agua  fresca.  Después  de  comer  cada  cual 
vuelve  á  su  office ,  y  los  negocios  toman  nuevo  aspecto  hasta  las 
seis  de  la  tarde.  En  ciertos  casos,  cuando  el  trabajo  lo  exije,  el 
gefe  de  la  casa,  solo  en  su  negro  y  triste  despacho ,  trabaja  hasta 
las  nueve  ó  diez  de  la  noche. 

La  sola  diferencia  que  existe  entre  el  modo  de  vivir  del  comer- 
ciante rico  y  el  pobre  dependiente  que  gana  diez  duros  por  sema- 
na, es  esta:  el  rico  posee  una  magnífica  y  espléndida  casa  en  lo 
alto  de  la  ciudad,  de  la  que  no  gozsf  nunca,  ó  casi  nunca;  mien- 
tras que  el  pobre  no  tiene  ninguna  y  goza  infinitamente  del  parlor 
de  su  hoarding-house ,  donde  por  las  noches  discute  con  las  jóve- 
nes y  Ubres  pensionistas  de  la  casa.  Esto  no  impide  que  todos  los 
dependientes  quieran  cambiar  su  posición  por  la  de  los  propietarios 
que  no  desean  este  cambio  retrospectivo. 

Es  necesario  conocer  que  la  América  es  el  primer  pais  del 
mundo  para  negocios.  La  inteligencia  comercial  unida  á  la  activi- 
dad, encuentra  siempre  su  recompensa  en  los  Estados-Unidos,  don- 
de el  crédito  es  fácil  y  las  transacciones  considerables.  Ademas  las 
leyes  están  hechas  para  dar  al  comercio  toda  la  amplitud  posible, 
r  No  existen  trabas  para  la  avaricia.  No  hay  reglamentos  que 
limiten  el  número  de  profesiones ;  no  hay  privilegios  acordados  á 
ninguna  industria ,  en  detrimento  de  otra ,  no  hay  contribuciones 
infrhgidas  con  perjuicio  de  los  comerciantes,  cuya  espuela  es  el 
interés  y  la  competencia  el  freno;  ninguna  imposición  tiránica,  nin- 
guna sujeción,  libertad  completa  para  vender  y  comprar  las  cosas, 
sin  tarifas,  para  todas  partes  y  siempre. 

Así  se  ven  personas  que  cambian  de  comercio  cada  tres  meses, 
ser  primeramente  panaderos,  después  almacenistas,  llegar  á  car- 
niceros, á  comerciantes  de  novedades,  á  fabricantes  de  féretros, 
y  convertirse  en  floristas,  fundadores  de  rehgion,  peluqueros  ó 
profesores  de  piano.  :  ..ai:  . 


—  23  - 

Ninp^una  desconsideración  alcanza  al  comerciante  desgracidado 
ó  demasiadamente  atrevido  ni  á  los  falsos  especuladores  que  se 
presentan  en  quiebra.  Es  una  desgracia  de  la  cual  el  acreedor 
se  consuela  bien  pronto  y  se  olvida  en  el  torbellino  de  los  nego- 
cios. El  comerciante  tiene  por  base  de  su  conducta  este  precepto, 
del  cual  no  se  separa  jamás.  «El  tiempo  es  dinero.»  Quiere  mas 
bien  creer  á  un  mal  deudor  que  le  dice  lo  ha  perdido  todo,  que 
pasar  su  tiempo  en  adquirir  pruebas.  Hace  algunos  años,  el  co- 
merciante que  se  presentaba  en  quiebra ,  no  enseñaba  á  sus 
acreedores  los  libros,  contentándose  con  decirles:  «No  puedo  daros 
sino  tanto  por  ciento.»  Y  algunas  veces:  «No puedo  absolutamente 
daros  nada.» 

■  En  América,  donde  las  leyes  protejen  generalmente  al  pobre  y 
garantizan  la  libertad  individual,  basta  en  casi  todos  los  Estados 
que  un  hombre  declare  no  tener  medios  para  pagar  lo  que  debe, 
y  que  jure  sobre  la  Biblia,  para  que  no  pierda  sus  derechos  ulte- 
riores y  el  acreedor  no  pueda  reclamar  contra  él.  í 
*  Parece  bárbaro  á  ciertos  legistas  americanos,  aprisionar  al  que 
no  puede  pagar  sus  deudas,  y  encuentran  cruelmente  ridículo  que 
se  le  impida  trabajar  cuando  solo  con  el  fruto  de  su  trabajo  puede 
satisfacer  á  los  acreedores.  Comprenden  que  es  mejor  que  conde- 
nar despóticamente  ,  obligando  á  los  deudores  á  trabajar  para  otro, 
cuando  el  trabajo  de  un  hombre  no  es  suficiente  á  satisfacer  sus 
propias  necesidades ,  dejarlo  en  libertad ;  mucho  mas  si  se  tiene 
en  cuenta  que  la  deuda  aumenta  por  los  grandes  gastos  de  justi- 
cia y  que  se  condena  á  la  inacción  al  deudor.     -jiiiMnq  .oit^i^u 

Advertimos  que  esta  opinión  ha  encontrado  contradictores,  pues 
en  algunos  puntos  existen  prisiones  por  deudas. 

El  espíritu  comercial  está  tan  arraigado  en  los  americanos,  que 
la  mas  mínima  de  sus  acciones  trasciende  á  especulación,  ün  ame- 
ricano ve  un  paletot,  un  pantalón,  un  reloj,  un  sombrero,  unas  bo- 
tas ,  un  bastón ,  cualquier  cosa,  como  le  agrade:  examina  el  objeto 
que  hiere  su  atención,  pregunta  el  precio;  después  de  haber  hecho 
la  pregunta,  en  la  espresion  de  su  fisonomía  es  fácil  adivinar  que 
el  americano  dice  para  sí:  ¿será  esto  un  buen  negocio? 


—  24  — 

Estábamos  en  un  baile  al  lado  de  una  pareja:  el  caballero,  des- 
pués de  hacerle  observar  ala  señora  que  hacia  buen  tiempo,  fvery 
fine  tveatherj  le  elogió  el  peinado  preg^untándola  el  precio. 

Jóvenes  de  ambos  secsos  pasan  las  noches  enteras,  hablando 
de  la  crisis  monetaria ,  de  la  cosecha  de  algodón ,  de  la  subida 
del  trigo  y  de  las  mercancías  secas  y  mojadas.  Estas  conversa- 
ciones son  poco  agradable  para  las  americanas,  completamente 
estrañas  al  comercio,  y  que  no  se  mezclan  jamás  en  los  asun- 
tos de  sus  maridos,  llegando  hasta  ignorar  si  son  ricos  ó  pobres; 
pero  es  tal  la  irresistible  atracción  que  tiene  una  conversación 
comercial  entre  ciertos  jóvenes ,  que  se  les  olvida  hasta  que  ha- 
blan á  una  señorita.  .?  i  -:;  r;  •; 

Los  americanos  tienen  generalmente  una  estrema  atención  para 
con  las  mugeres.  Una  señora,  por  ejemplo,  se  presenta  en  una 
tienda  de  modas:  dice  que  no  lleva  intención  de  comprar,  pero  que 
quiere  ver  y  examinarlo  todo,  únicamente  por  pasatiempo.  Al  mo- 
mento se  dan  prisa  á  desplegar  ante  su  vista  innumerables  piezas 
de  tela;  le  dan  aprobar  chales,  manteletas,  adornos,  etc.,  etc. 
durante  dias  enteros.  A  esto  üdíuidinmagasiner  (1):  cuando  se  can- 
san de  este  placer,  ni  aun  dan  las  gracias;  hacen  una  pequeña  in- 
chnacion  de  cabeza  como  muestra  de  saludo,  y  se  van  á  magasiner 
á  otra  parte.  Los  dependientes  necesitan  horas  para  arreglar  y 
poner  cada  cosa  en  su  sitio. 

I^  paciencia  es  la  cualidad  común  de  los  comerciantes  de 
los  Estados-Unidos.  Proponed  al  Yankee  tal  ó  cual  negocio  que 
agrade,  practicable  ó  no,  lucrativo  ó  ruinoso,  loco  ó  sensato,  y 
escuchará  hasta  el  fin  sin  interrumpir  jamás  y  sin  contestar  en  el 
instante:  pedirá  tiempo  para  reflexionar,  tratará  de  comprender  el 
*  secreto,  si  lo  es,  persuadido  de  antemano  que  si  él  sale  bien,  el 
mundo  le  aplaudirá  Mamándole  ^marí  man  (2). 

El  abuso  de  confianza  es  nada  ó  muy  poco  castigado  por  las  le- 
yes que  rigen  en. la  mayor  parte  de  ios  Estados  de  la  Union. 

.í?P  !í:n"    ,^  .     UH  tú)  íf0^^^^fpy  !;i  üo',iti(itíi¿oTf|  (;' 

(1)  Almacenear:  tendear:  ir  á  tiendas,       ,  ^  .,  .   ', 

(2)  Hambre  inteligente.      O  UU   .:í^o  ;;t.>;í  :iP  irií>l  :>■>!.-  ..m/)rmn 


-28  — 

El  district  attorney  ó  ministerio  público ,  no  ios  persigue  oílcial- 
mente. 

Por  las  calles  no  se  oyen  otras  palabras  que  pérdidas,  ganan- 
cias, negocios ,  duros.  En  el  teatro,  en  las  tabernas,  en  los  clubs,  en 
todos  los  lugares  públicos,  no  gira  la  conversación  mas  que  sobre 
negocios;  cada  cual  se  esfuerza  en  hacer  hablar  á  otro  para  apío^ 
vecharse  de  sus  ideas.  Añadiendo  que  los  americanos  son  gene- 
ralmente muy  inteligentes  y  dotados  de  una  astucia  que  deja  atrás 
á  los  mas  astutos  Normandos.  En  los  Estados-Unidos  no  hay  niños, 
sino  hombrecitos  comerciantes  y  jóvenes  empleados.  Nosotros  hemos 
conocido  un  cajero  que  tenia  doce  años:  diariamente  envian  para 
el  cobro  de  sumas  enormes  agraves  muchachos,  á  quienes  iio  se 
atreverian  á  confiar  dos  sueldos  en  Francia.  Tratad  de  engañarlos.* 
nacen  sabiendo  del  seno  de  sus  madres. 

El  interés  domina  tanto  á  las  almas  de  los  americanos  que  cuando 
nuestro  Frangois  Avago  murió ,  tino  nos  dijo:  «¿No  es  cierto  que  debió 
ganar  mucho  dinero?  La  astronomía  debe  producir  bastante.*- ■'^'•í 

Hemos  reido  estraordinariamente  en  América  al  pensar  éh  el 
rostro  de  conmiseración  que  pondría  en  New-Yotk  X^bohemé  (1)  ar- 
tístico-literario-cientíñco  de  París.  Todos  esos  habitantes  de  un  mun- 
do imaginario ,  en  medio  de  un  pueblo  positivo ,  qtie  receje  las  cosas 
para  él  beneficio  pecuniario  ,  tendrían  que  hacer  como  la  compañía 
de  actores  chinos,  la  cual  encontrándose  un  dia  sin  dinero,  preten- 
dió ahorcarse  en  masa.  Pusieron  garruchas  en  los  cuatro  estreñios 
de  las  paredes  de  un  cuarto  y  prendieron  de  ellas  cuerdas  con  nudos 
corredizos ;  iban  ya  á  la  voz  de  su  director  á  consumar  el  acto 
cuando  abrieron  la  puerta.  Cinco  minutos  mas  tarde  los  treinta  y  tres 
chinos  hubieran  estado  en  el  otro  mundo. 

Paitaba  á  la  literatura  industrial  de  los  Estados-Unidos  un  libro 
que  acaba  de  darse  á  luz  ert  estos  últimos  tiempos.  Es  la  biografía 
de  los  comerciantes  ricos  establecidos  en  América  con  los  detalles 
circunstanciados  de  la  historia  de  sus  respectivas  fortunas.  Ni  Ale- 
jandro Dumas,  Eugenio  Sue,  Víctor  Hugo,  Lamartine,  Shakespeare,  VoU 

(1)    Palabra  francesa  que  significa:  bajo:  villano:  inmundo:  y  sirve  para  indicar  siem- 
pre todo  lo  que  es  miserable.  (iV.  de  los  T.) 

4 


—26- 

taire,  Rousseau ,  Goethe,  Schiller,  Byron,  Corvantes^  Tasso,  Dante,  Vir^ 
guio,  ni  el  mismo  Paul  de  Kock ,  (¡Dios  nos  perdone!)  han  escrito  tan 
apropósito  para  el  pueblo  americano ,  como  esa  historia  de  fortunas 
adquiridas  por  el  trabaio,  la  inteligencia  ó  la  casualidad. 

Jhon  por  ejemplo,  empezó  siendo  carretero  del  puerto;  aseguran 
que  vendió  manzanas,  coles,  pescado  salado ,  después  maderas  de 
construcción,  algodón,  harinas:  ha  armado  buques  cargados  de 
pólvora  para  las  costas  de  África ;  ha  espedido  fusiles  y  sables  con 
objeto  de  defender  las  instituciones  de  un  pais  que  no  importa  saber 
y  en  un  caso  para  combatirlas  como  dice  Henri  Monnier;  mas  tarde 
construyó  vapores;  se  hizo  concesionario  de  ferro-carrjle^ ;  abrió 
iglesias  para  rehgiones  clásicas  ó  modernas ,  que  es  siempre  un 
gran  negocio  allende  el  Océano ;  (la  religión  payant  bien  (1)  dicen 
los  americanos);  en  fin,  que  ha  vendido  negros  en  el  Sur  y  predi- 
cado la  emancipación  en  el  Norte ,  para  tener  amigos  en  todas  par- 
tes: que  tiene  buques  en  todos  los  mares ;  despacho  en  todos  los 
puertos;  y  esto  es  lo  que  seduce,  instruye  y  conviene  á  los  lecto- 
es  del  Nuevo-Mundo. 

Hoy  que  los  pueblos  se  baten  á  su  pesar ,  que  no  hay  Horneros, 
la  epopeya  por  escelencia ,  es  esta  historia  de  la  miseria  ambiciosa 
contra  la  fortuna  rebelde.  No  conocemos  mas  que  un  libro  cuya  na- 
turaleza llevarla  ventaja  al  Origen  de  las  fortunas  en  los  Estados- 
Unidos.  La  historia  universal  de  las  quiebras ,  con  una  instrucción 
científica  sobre  la  manera  de  servirse  de  él.  Unos  leerían  esta  obra 
para  ponerse  en  guardia  contra  los  que  presentan  quiebra  y  los 
otros  parajsaber  presentarse;  estamos  seguros  que  todo  el  mundo 
la  leerla.  • 

La  tolerancia  que  reina  á  fin  de  dar  á  los  negocios  las  facilida- 
des deseadas,  produce  algunas  veces  estraños  contrastes.  Gada 
cual  es  libre  para  abrir  tienda  donde  quiera  y  esplotar  aquello 
que  le  agrade. 

Así,  en  las  calles  mas  frecuentadas  de  New- York,  se  ve  al  lado 
de  un  comerciante  de  modas,  por  ejemplo,  una  carnecería;  y  un 


(l)    Pagando  bien:  quo  dan  producto.  *   t     /.      r 


— 27  — 
pastelero  cerca  de  un  fabricante  de  féretros  ,  cuya  industria  aterra- 
dora se  estiende  en  anchas  vidrieras  hasta  la  apetitosa  esposicion 
de  su  vecino. 

ün  francés  quiso  un  dia  hacer  compras  de  perfumería ;  equivo- 
cóse de  puerta  y  entró  en  casa  de  un  comerciante  de  féretros. 

Sorprendido  al  pronto ,  casi  espantado  de  ver  por  todas  partes 
las  fatales  cajas,  tomó  luego  el  partido  de  bromear  un  poco  á  costa 
de  su  engaño. 

— ¿What  do  you  want  Sirt  ¿Qué  necesita  Vd.  caballero?  preguntóle 
el  honrado  industrial  con  tono  afectuoso. 
—Un  féretro,  respondió  el  francés  con  grave  solemnidad. 
Mr^¿No  necesita  Vd.  mas  que  uno,  caballero?  '*"  ♦ 

■  ^^Es  bastante  por  ahora,  eb  .  ír/Mó^-ob  (>V);,Tím8íMi!^^  •  <^  K-uíq-^"' 
—¿De  qué  tamaño  lo  quiere  Vd.?  '^    '^^f"^' 

—Del  mió.  , 

: — ¡Ah!  ¿es  para  un  hombre  de  su  talla?  *   *'^ 

' '^Es  para  mi  mismo.  rrim^c^iSom  eol 

—¡Cómo!  ¿Quiere  Vd.  un  féretro  para  Vd.  mismo. . .  y  no  aguarda? 
—No  señor:  ruego  á  Vd.  me  tome  la  medida. 
— ¿Pero  desea  Vd.  que  se  le  entregue  en  seguida?  <  '^'^' 

—Mañana  á  mas  tardar  lo  necesito  ,  pues  tengo  prisa.  'M  -  ■ 

— I  Ah!  comprendo:  Vd.  desea  suicidarse  hoy,  y  naturalmente 
como  hombre  prevenido. . .  Pues  bien,  caballero ,  tengo  un  placer 
en  decirle  queá  nadie  puede  Vd.  haberse  dirigido  mejor  que  á  mí. 
Tengo  en  estos  momentos  un  magnífico  surtido  de  féretros  de  caoba, 
del, mejor  gusto.  ^'h  ^'á^X'-":'''  ^;f  ^w\  ^-uthbui^r*  j;i  ^r^ú^■■^:  "^[y^úfmi 
. >^Me  alegro:  siempre  me  ha  gustado  loque  está  eíi  moda,  pero 
es  preciso  reunir  lo  útil  á  lo  agradable. 

¿Son  bien  sólidos  sus  féretros  de  Vd.?  , 

— Puedo  garantizarlos  por  tres  años.  -.^^"^-^mk 

— ^Está  bien;  creo  lo  que  Vd.  me  dice:  tome  Vd.  la  medida;  mas 
le  prevengo  que  soy  difícil  de  contentar.      /íjIií  /  •:  v  ;  s:  '>■    ',3í; 
—Caballero,  Vd.  puede  tomar  lo  que  yo  le'offezeo,'«oii  toda 
confianza.  Jamás  he  recibido  quejas  de  ninguno  de  mis  parroquia- 
nos. Tengo  lo  mejor  de  toda  New- York.      ofMÍoHhq  r  kv'Hífnhi:»^ 


—  28  — 
El  lúgubre  bromista ,  probó  varios  féretros ,  hizo  sus  observa- 
ciones, prodigó  sus  elogios  á  la  calidad  de  la  madera  y  á  la  es- 
celencia  del  barniz ,  pero  notó  que  todos  le  molestaban  las  espaldas. 
En  fin,  á  la  cuestión  de  precio  le  llegó  su  vez.O;ii-M;  «')*)í]n  =  ;  aú 

— ¿Lo  quiere  Vd.  simple  ó  doble?  preguntó  el  fabricante.    '  o^o:^ 
,  —Lo  quiero  doble  por  ser  mas >calientev'>w I  ,,,     ,.  i    ;  ;  iH 
—¿De  zinc  ó  de"  plomo?     o-i-r-ff  í'^  m-s-ji^  óíír^^t  ^níiiD  ^slcJ-if  ^i^ 
—De  plomo,  porque  dura  mas.  ■mijzm  i!>^ 'j'[ 

— En  ese  caso  valdrá  sesenta  duros.,  fú?^  mms  SiO\\  ú-)  u>iV?íy- 
— ¡Sesenta  duros!  Vd.  se  chancea.     '         '        - '  -■       •      ' 
—No  señor:  puedo  proporcionarle  aVd.  otro  mas  barato;  pero 
con  medida  es  imposible.  El  artículo  está  en  alza  desde  hace  algún 
tiempo:  tenemos  un  poco  de  cólera ,  de  fiebres  tifoideas ,  y  conside- 
rable disenteria:  los  trabajadores  rio  dan  avasto  á  los  pedidos. 

— ;¡Diablo!  Entonces  cambia  la  cuestión.  He  hecho  mi  presupues- 
to: deseaba  uno,  con  el  objeto  que  Vd.  sabe,  y  veo  que  no  tengo 
los  medios  para  suicidarme.  Aguardaré  á  hacerlo,  cuando  los  fé- 
retros estén  en  baja.  q o  lioi-u  híj  .íjV  o'íJíi^y..  .u  ítoJ 

—Como  Vd.  guste,  caballero:  vaya  VdTá  otra  parte,  que  yo  no 
tengo  cuidado,  pues  cuando  se  decida  respondo  en  que  me  llevaré 

la  preferencia.  poim  ,  (ñk^t)Sñ(A  liilnúí  ^mílí:  mr-t^íM 

El  autor  de  esta  fúnebre  chanza  es  un  ingeniero  francés  estable- 
cido en  New- York.  Por  medio  de  un  nuevo  sistema  (suprimiendo  las 
ruedas  de  ios  vapores ,  que  levantan  masas  de  agua ,  como  se  sabe, 
y  pierden  un  treinta  y  cinco  por  ciento  de  fuerza)  ha  inventado  el 
medio  de  doblar  la  velocidad  de  la  marcha  de  los  vapores.  Se  iria 
del  Havre  á  New- York  en  seis  ó  siete  dias.  Bien  pronto  se  verá  que 
New-York  hace  mal  tercio  á  Versailles ,  y  los  desocupados  dudarán 
entre  una  partida  de  caza  á  los  alrededores  de  París  ó  un  paseo  á 
América.  <  ':AimkimBV^  cí^íji^í 

Los  Estados-Unidos  que  deben  su  prodigiosa  prosperidad  á  la 
agricultura  y  al  comercio ,  no  se  crea  que  están  destinado^  á  pro- 
ducir solo  agricultores  y  comerciantes.  Que  se  le  dé  tiempo  y  esc 
pueblo  lleno  de  noble  ambición ,  de  justo  orgullo ,  animado  de  un 
sentimiento  patriótico  sin  igual,  brillará,  no  lo  dudamos v  ^pof  1^ 


—  29  — 
cultura  de  su  talento,  como  la  primera  de  las  naciones  del  mundo. 
Asegurado  en  sólidas  bases  su  bienestar,  estamos  convencidos 
que  veremos  las  inteligencias  vivas  é  impresionables  de  los  ameri- 
canos ,  volverse  hacia  las  ciencias  y  las  artes.  Ya  en  medio  de  esos 
hombres-hormigas ,  se  aperciben  algunas  jóvenes-cigarras  que  cantan 
todo  el  verano ,  persuadidas  de  que  en  el  invierno  no  les  faltará  lo 
necesario.  Aun  no  pueden  verse  en  América  hijos  pródigos,  rivah- 
zando  con  padres  avaros ,  pero  los  hay  mas  generosos  que  sus  pa- 
dres y  se  citan  ricos  herederos  que  empiezan  á  comprender  que 
tiene  otro  destino  el  dinero  mas  que  el  de  aumentar  el  comercio ,  y 
que  el  placer  tiene  también  sus  encantos. 

Un  dia ,  una  sociedad  de  beneficencia ,  se  presentó  en  casa  de 
Mr.  Astor ,  padre,  que  como  dicen  los  americanos,  vale  alguna 
cosa ;  como  cerca  de  cien  millones  de  francos  ganados  en  el  comer- 
cio. Esta  sociedad  fué  á  reclamar  socorros  para  no  sabemos  qué 
necesidad.  Mr,  Astor  abrió  su  despacho  y  firmó  un  check  (1)  por  va- 
lor de  dos  mil  francos;  esperaban  mucho  mas.  Uno  de  los  indivi- 
duos mas  atrevido  que  los  otros ,  dándole  las  gracias  al  millonario, 
le  hizo  observar  que  su  hijo  se  habia  suscrito  por  quinientos  fran- 
cos mas  que  él. 

— Puede  hacerlo:  respondió  Mr.  Astor  con  mucha  gracia.  Mi 
hijo  tiene  un  padre  que  le  dejará  una  fortuna,  mientras  que  el  mió 
murió,  dejándome  solo  el  recuerdo  de  sus  virtudes. 

¿Por  qué  Mr.  Astor  (hijo)  no  ha  perseverado  en  sus  sentimientos 
de  munificencia  y  ha  continuado  el  comercio  de  tal  suerte ,  que  la 
fortuna  del  padre  se  ha  acrecentado  en  sus  manos  y  es  hoy  dos 
veces  mayor  que  la  de  RothschiW. 

Que  Dios  le  dé  hijos  generosos  de  larga  vida ,  amigos  de  las 
artes  y  ciencias,  de  la  literatura,  del  buen  vino,  de  los  placeres, 
y  de  todo  aquello  que  es  en  este  mundo  amable,  bello  y  grande. 
Con  semejantes  hijos  y  semejantes  millones,  la  América  no  tendria 
nada  que  envidiar  á  la  Europa. 


(1)    Dono,  pagaré  á  la  vista. 


—ai. 

.i'bnmíi  M>  aoíiobj>íi  ed  0b  i^mmq  íiloííKr)  j-jiíjí-;  .^  ;h-  f/i,;.i: 


(;! 


rinuijí 


Mñ  ;>o|  oaofnor/íil  ío  no  oup  oh  :^JÚúhLir¿Vjii  .'Jriiri!::/  !; 
-ü:  4^>0'iq  ?x)\hi  sm'VjmA  no  a^iov  mbouq  oai  üíjA  oIij. 

iií|>  ■♦3bt?$>'íqimx)  ¿;  íiííxoiqnio  oíjp  ^mt3hnoA  ¡^o^h  lüitío  'jñ  / 

•  .omoíííooío  'íí'Hmmmeb  b  'jupp.mi  moíilb  k-  '  (nr 

'?í^  JSííí»  íí')   ólna^oiq  98  , f;Í3ní)3Íloü9íl  ob  bí;í)oiíK)í^  j>híí  .íjü;  r 

•  ii^k  9h>7\,fe!on£on9m/;  8oí  nooib  omoo  liop  ,^>'ibi:q  .wwj 
;  fíioí)  I9  «o  8of>iín/í^8o6ifiai  ob  ooifoílmí  iíoío  ;)Í) 
ijp  8oaíod/:í8  oíi  miiq  aoTíOoofi  'fíimxíl^s'i i;  *>m  ^  .     .. 
ívrfoq  (J)  :AivhAs  oü  oífl'iil  y  oíbijq8ob  U8  óhfín  '«1^;^L  .nlll 

-»Í7íbai  801  9b  onlj  ,Bmi  o/foifra  ííi>rfí;"íoq89  :809ae'ñ  üm  8oi> 
,'inmM)IIhfí  Ib  8ííi9£i^  8b1  alobítób  ,  dOiio  80Í  9up  oiúve  ir-  8ij(Ií 

—     ■         .        Áb   Oíi;. 

uim  (9  90p  8inl«9ifn  ^MohtiSi  x^í^íj  éinbf)  9I  oup  ei¡)m¡  oí;  eaoU  o|jí. 
.39bíJi^iy  8ír3  9bo[>i9n90'í  íd  0ÍO8  íuiíobniiiab  A^imín 
'^"Ohxtmúiaop.  p.m  m  obfnovsBiQq  üííoii  i^njá)  *^ouiv  r^\'.  V'-  ^^^^h, 

id  9íip  ,9l'!9íf8  líít  9b  0Í919ÍÍ100  l9  0bíiíJlíÍlll09  i:í;    -V  Jh-'.' 

;-'<ib  Y^rf  zo jfPOüBm  m?.  üQ  obí^momon  íiá  98  9ibaq  ioi>  ufluJio; 

Tlyynb^^\Voíl  9b  líl  OOp  107^^^^ 
•;í;í  9b  m-p-imsi  .sMv  írgiñl  eb  '¿OHOwm-g  8o|Í£Í  M^-'-'    -  *ií  9fiO 
,í'9'í99ulq  8ol  d),0ñvf[mj(\  hh  ^sniiUnoíú  d  dj  :>  v  89ji': 

MKmr^  Y  ^^''^^'  ,9Ídfifíic  obfHJm   9l89  119  89.si/p  olloiípi;  ohul  ;)b  v 


I 


í}í!:5  >^!(:";  ú'i  XDiboa  riid  loq nogoboíííínnoq  80io¡í;í7hoí  oupoimío'» 

i'^  M'íl-of)K  -8í'I)noi  '¿dsb  éonofe  8oI  00  oqmsii  fe  íi9y/i?5í>q  d>m^ 

m;  ,:  . '  ^  ;^'y¡oDl;!q  í)b  M)ííia  ,mi^l  ¿  iiníiqíiíof)  ob  BÍbnoqih  í»ííb^ 

:^  a^blvlo  nu  ííOíi  CAPITULO  llliíjniíg  f;í^ m  iúmob  :iiífWií) 

.olq^^-^o^q 

/  ,  yidiaoq  oimfxí  sfím   ol  8')  íioíiíhtü)  ae:  oí)ffBwy 
:  Huí  oa  aoblouR  oonÍD  y  ^^ííí'^^^  ob  afiiii  níüaoíií)  oifp 

LAS  DIVERSIONES.  .8f;ib^ín 

uir.  ...  •   oiqj  (noriíi'íq  lo  l*1)1  (I;  ^n^v4iUil\  hb  onvfi';^  h  ,m\^#wñ    ' 

.;!  •;.  ,;4ioY-7/oM  íi9  0ogum  oaorajil  U8  obfíohdB  ^bubisv  i5igy 

1^:  (v-,  •n;]  ií*K)cl£:  T  ooáfj'ñ  1)  ,RonBOTOfflíí  ?^KHb^o%  gob  eb  BÍolxigíid 
'■;!,  ■  }[) fi0íiíjlí'^:í)3iq  i^obniTJ-^í  í;Oil  'j-ToaujbJn^ion  (ii-nío^ñ'^ 

Los  placeres  no  $on  comunes  en  Amérieá ,  ^5^  pocas  personas 
los  buscan.  Apenas  se  está  dispuesto  á  divertirse  por  la  noche 
después  del  cansancio  que  producen  las  vivas  y  absorbedoras  emo^ 
clones  del  comercio.  Se  necesita  tiempo  á  discreción  y  una  fortuna 
adquirida  para  el  placer.  El  goce  que  toma  el  lugar  del  trabajo 
es  amargo:  los  torbellinos  de  la  locura  no  apagan  la  voz  inquieta 
del  corazón.  Ya  lo  hemos  dicho;  hay  muy  pocas  fortunas  patri- 
moniales en  América:  cada  uno  trabaja,  y  para  el  mayor  nú-^ 
mero  apenas  hay  otro  placer  que  el  negativo  del  descanso.  En 
New- York,  que  es  bajo  algunos  puntos  de  vista  el  París  de  la  Amé- 
rica del  Norte,  quedamos  bastante  sorprendidos  al  ver  tan  pocos 
teatros:  tampoco  existen  cafés  propiamente  dichos.  Se  encuentran 
simples  ¿ar-room^,  donde  los  que  consumen  se  hallan  de  pie  junto 
al  mostrador  y  beben  aprisa  un  vaso  de  brandy,  sherry,  ivisky  o 
brandy  cooktail,  masticando  un  bizcocho  ó  un  pedazo  de  queso. 

Creímos  que  en  un  pueblo  tan  importante  faltaban  diversiones 
y  sociedades.  Nos  engañamos;  pues  la  especulación  que.  nada  olvi- 


—  32  — 

da,  ofrece  incesantemente  al  público  new-yorkers  mas  diversiones  de 
las  qne  desea. 

Lar^o  tiempo  nos  preguntamos  dónde  se  hallaba  la  inmensa  po- 
blación flotante  que  encumbra  las  fondas  de  New- York.  Nos  pareció 
estraño  que  los  viajeros  permaneciesen  por  las  noches  en  sus  cuar- 
tos ó  pasasen  el  tiempo  en  los  salones  de  las  fondas.  Nuestro  en- 
gaño dependia  de  comparar  á  París,  ciudad  de  placeres  donde  los 
estranjeros  vienen  á  gastar  el  dinero,  con  New- York,  ciudad  mer- 
cantil, donde  se  vá  á  ganarlo.  Los  americanos  no  olvidan  nunca  este 
precepto. 

«La  fortuna  no  se  hace:  se  economiza.» 

Cuando  se  divierten  es  lo  mas  barato  posible ,  y  los  placeres 
que  cuestan  mas  de  veinte  y  cinco  sueldos  no  los  gustan  sino  á 
medias. 

Barnum,  el  genio  del  Humbug  (1)  fué  el  primero  que  comprendió 
esta  verdad,  abriendo  su  famoso  museo  en  New-York,  donde  por  la 
bagatela  de  dos  schellings  americanos ,  (1  franco  y  25  céntimos)  se 
enseñan  detenidamente  tres  grandes  pisos  llenos  de  curiosidades  de 
todas  clases  con  los  fenómenos  del  dia  que  varían  desde  Tom-Pouce 
hasta  la  muger  barbuda ;  desde  esta  hasta  los  hermanos  Simes ; 
desde  estos,  hasta  los  Aztecas-,  desde  los  Aztecas  hasta  la  giganta]  des- 
de la  giganta  hasta  la  foca  sabia,  que  dice,  «papá»  y  «mamá»  y 
por  último  bástalos  Esquimales ,  etc.,  todo  esto  acompañado  de  dos 
piezas  dramáticas,  bien  ejecutadas  en  un  teatro  elegante  donde  se 
reúne  una  sociedad  numerosa.  Esta  sociedad  galante  que  invade  eí 
museo  Barnum,  especie  de  feria  amorosa,  merece  observarse,  y  lo 
haremos  en  el  capítulo  consagrado  al  Amor. 

Algunas  veces  Barnum  despierta  del  sueño  en  que  le  han  sumi- 
do hace  tiempo  sus  quince  ó  veinte  millones  de  francos:  desdeña 
entonces  sus  fenómenos  ordinarios  y  ofrece  al  público  algún  nuevo 
espectáculo*  í-UL.l  ü.í  LI'Jí.íü-.:  •  j  ■■>  ^j-  c-n  u>^u^<.^-  .-y-v^-  •■  ^.  ■■  ■'■''.^yv^.-- 
,  .        ...ii^^U  ,\sbm>víS  oh.oaí;/  aii  j^ai'íqii;  fk)dotJ' v  '^^^^'^'"^^*->f^5  ^•' 

(1)  Quiere  decir^  el  genio  del  cliarlatanismo:  Hnmbug  no  tiene  traducción  propia  en 
castellano:  es  una  palabra  que  participa  de  las  tres  propiedades  que  corresponden  al  habla- 
dor, charlatán  y  embustero.     {N.  de  los  f.)    s  >-'-i*'^i-^'  ^!^  -  í '  '-  •    '-'i.i^ '•  " 


-^33  — 

intimamente  tuvo  la  idea  de  hacer  por  la  raza  humana ,  lo  que 
nuestros  vecinos  los  ingleses  hacen  desde  mucho  tiempo  por  la  ca- 
ballar y  lanar.  Anunció  en  los  periódicos  de  los  Estados-Unidos 
una  esposicion  de  nifíos  de  pecho ,  é  invitó  á  las  madres  y  nodri- 
zas que  quisieran  honrarlo  con  su  confianza ,  para  que  les  enviasen 
sus  monotes  francos  de  porte ,  prometiendo  menciones  honoríficas  á 
los  mas  robustos. 

Este  pensamiento  imposible  de  realizar  en  cualquier  otro  país, 
tuvo  en  New- York  un  éxito  admirable.  Las  conversaciones  durante 
muchas  semanas  fueron  esclusivamente  sobre  la  baby  show  (1).  De 
todas  las  ciudades  de  la  Union,  enviaron  á  Mr.  Barnum,  que  los  re- 
cibió como  un  padre,  una  multitud  de  fenómenos  con  anchas  caras, 
triples  barbas ,  enormes  espaldas ,  abotargados  como  los  ángeles  de 
Rubens,  repletos  como  gordos  gansos.  Una  madre  tuvo  la  ocurren- 
cia de  enviar  tres  niños  nacidos  en  un  mismo  parto:  obtuvo  premio 
y  recibió  de  Barnum  los  mas  Usongeros  elogios. 

Finalmente ,  la  esposicion  de  niños  fué  el  espectáculo  predilec- 
to de  los  americanos  y  dejó  desiertas  las  localidades  de  la  Opera.  Se 
formó  una  comisión  para  juzgar  el  mérito  de  los  opositores,  com- 
puesta de  personas  respetables  y  madres  de  familias  inteligentes  en 
la  materia. 

Hubo  en  esto  como  en  todo,  intrigas,  y  mas  de  una  madre  ó 
nodriza,  se  valió  de  influencias  secretas  para  lograr  que  coronaran 
sus  monotes  contra  la  razón  y  la  justicia. 
Llegó  el  dia  de  las  recompensas. 

Las  madres  y  nodrizas  conmovidas  como  es  fácil  comprender , 
esperaron  con  impaciencia  y  corazón  anhelante  el  fallo  de  los  jue- 
ces. Lo  pronunciaron,  y  los  fenómenos  fueron  presentados  al  pú- 
blico, que  los  acogió  con  aplausos  y  vivas  entusiastas,  álos  cuales, 
sin  embargo ,  es  preciso  confesar ,  se  mezcló  el  tumulto  de  las  no- 
drizas descontentas  y  algunos  silbidos  de  desaprobación. 

Barwwm  presentó  á  los  opositores  reunidos:  los  vencedores  na- 
turalmente atrajeron  á  todo  New- York  y  llenaron  la  bolsa  del  hom- 

(1)     Esposicion  de  niños  de  pecho. 


—  34-- 

bre  hábil ,  que  veinte  años  antes  habia  puesto  el  pie  en  el  primer 
escalón  de  su  fortuna,  enseñando  en  una  barraca,  una  vieja  negra, 
que  hacia  pasar  por  la  nodriza  de  Washington. 

Animado  por  los  buenos  resultados  de  la  esposicion  de  niños, 
tuvo  Barnum  la  idea  de  abrir  otra  de  mugeres  bonitas  americanas, 
prometiendo  á  la  mas  hermosa  un  dote  si  era  soltera,  y  un  aderezo 
de  brillantes  si  era  casada.  El  pensamiento  era  escelente,pero  co- 
mo otros  muchos,  difícil  de  poner  en  ejecución. 

Una  madre  enviará  á  la  esposicion  una  niña  de  algunos  meses, 
pero  no  permitirá  que  una  hija  mayor  vaya  á  esponerse  al  púbhco 
con  todas  las  seducciones  de  su  gracia  para  optar  al  premio  de  be- 
lleza. Por  lómenos  un  marido  prudente  rehusaría  el  permiso  á  su 
esposa.  Era  preciso ,  pues,  contar  con  esa  población  femenina  que 
los  franceses  en  su  picante  galantería  llaman  lorettes. 

Barnum  tocó  la  dificultad  y  no  exigió  de  sus  Undas  opositoras 
mas  que  retratos  al  daguerreotipo. 

Esto  causó  pesar  á  la  gente  masculina  que  hubiera  ido  en  tro- 
pel á  la  esposicion  por  ver  los  preciosos  modelos. 

Pero  aunque  los  daguerreotipos  están  lejos  de  ofrecer  el  encan- 
to de  los  originales  de  quienes  son  copia,  atraerán,  no  lo  dudamos, 
gran  número  de  curiosos  y  prometen  un  nuevo  triunfo  á  Mr.  Bar- 
num  si  alguna  vez  realiza  su  pensamiento. 

Hay  en  todas  las  grandes  ciudades  de  los  Estados-Unidos  como 
Boston,  Filadelfia,  Baltimore,  Washington,  San  Luis,  Cincinnati,  Nue- 
va-Orleans,  etc.,  etc.  lindos  teatros,  museos  del  género  de  Barnum^ 
salones  de  conciertos ,  sin  contar  ciertas  iglesias  con  las  cuales  se 
hacen  transacciones  alquilándose  para  la  lectura  pública  sobre  la 
libertad  de  todos  los  pueblos  ,  la  moral ,  la  rehgion  ,  la  emancipa- 
ción de  las  mugeres,  los  espíritus  evocados  y  para  dar  esplicaciones 
de  música. 

Los  principales  teatros  de  New- York  son: 

Academy  of  music:  gran  teatro  de  ópera,  lleno  de  ornamentos  y 
molduras ,  pudiendo  contener  cerca  de  seis  mil  espectadores ,  pero 
incómodo  y  de  malas  condiciones  acústicas.  Este  teatro,  inaugurado 
por  Mario  y  la  Grisi,  hace  poco  mas  de  un  año,  no  ha  merecido  el 


—  So- 
fá vor  del  público.  A  la  mitad  de  él  es  imposible  ver  la  escena  y  las 
butacas  de  invención  americana ,  que  se  levantan  por  medio  de  un 
resorte  apenas  se  las  abandona ,  son  á  la  vez  incómodas  y  ridicu- 
las. Cuando  las  personas  que  las  ocupan  tratan  de  levantarse,  se 
aligeran  de  peso  y  saltan  también  empujando  con  toda  la  fuerza  del 
muelle.  Si  se  quiere  por  el  contrario  volver  á  tomar  posesión,  es 
necesario  bajar  el  asiento  con  la  mano  para  poder  conseguirlo.  He- 
mos visto  señoras  con  los  vestidos  levantados ,  tratando  de  instalar- 
se sin  poder  conseguirlo. 

Los  teatros  son  demasiado  grandes  para  los  aficionados  á  la 
ópera  y  perjudiciales  á  la  música  misma,  pues  es  imposible  oiría 
bien  en  un  local  que  el  sonido  espira  antes  de  percibirlo  el  oido  de 
los  que  escuchan.  No  hay  voz  ni  orquesta  que  pueda  luchar  con  el 
vacío  del  teatro. 

Nihlo's'Garden  es  un  espacioso  y  lindo  teatro  sin  destino  fijo:  se 
representan  todos  los  géneros  desde  la  ópera  inglesa ,  cuando  hay 
cantantes,  hasta  la  pantomima  ,  cuando  le  agradad  la  compañía  de 
Ravel  atraer  un  inmenso  gentío ,  con  sus  ejercicios  siempre  iguales  y 
siempre  aplaudidos. 

La  familia  de  Ravel  ha  hecho  en  América  una  fortuna  conside- 
rable, que  se  aumenta  continuamente.  Su  pantomima  es  para  el 
pueblo  americano  la  diversión  por  escelencia.  En  lo  cómico  le  es 
imposible  ver  mas  allá  de  los  moines  del  Pierrot  y  el  Arlequín  cuan- 
do con  pie  ligero  y  palo  en  mano ,  persigue  á  Cassandre  y  le  apli- 
ca sobre  los  riñones  un  golpe  que  resuena  fuertemente;  entonces 
rie  hasta  dejarlo  de  sobra  y  declara  á  los  Ravel  los  primeros  artistas 
del  mundo. 

Si  la  compañía  de  Ravel  llega  á  cualquier  ciudad  de  la  Union,  los 
músicos  que  debían  dar  un  concierto,  se  marchan  lo  mas  pronto  po- 
sible para  evitar  tan  terrible  rivalidad.  Todos  los  espectáculos,  ópe- 
ra, tragedia  ó  comedia,  se  visten  de  luto,  mientras  el  público  satis- 
fecho goza  de  antemano  pensando  en  la  diversión  que  le  disponen. 

Hace  quince  años  que  los  hermanos  Ravel  ejecutan  las  mismas 
pantomimas;  y  las  seguirán  ejecutando  si  quieren  otros  quince, 
siendo  recibidas- con  el  mismo  entusiasmo. 


—  36  — 

Cuando  en  América  llueve ,  están  los  teatros  desiertos ;  y  sin 
embarg-o  ni  la  lluvia ,  ni  la  nieve ,  ni  el  viento ,  ni  el  calor ,  ni  la  cri- 
sis monetaria,  ni  la  elección  de  presidente,  ni  el  cólera,  impiden  á 
los  Ravel  tener  el  teatro  lleno. 

La  pantomima  ejecutada  solo  por  ellos  hace  furor ;  produce  en  el 
público  una  verdadera  locura:  es  el  espectáculo  mas  popular  unido 
al  de  los  negros  minstrels  del  que  mas  adelante  hablaremos. 

El  dichoso  teatro  de  Niblos-Garden,  ha  hecho  su  fortuna  con  la 
encantadora  fugitiva  de  la  Opera  cómica,  Madame  Ana  Thillon  que  ha 
representado  las  Operas  de  Scribe  y  Auber  en  inglés,  después  de  ha- 
berlo hecho  en  francés  en  nuestro  pais. 

También  euNiblo's-Garden  es  donde  dos  años  mas  tarde  MUe.  Py- 
ne  cautivó  á  las  gentes ,  con  las  melodías  de  su  flexible  garganta.  • 

Casi  enfrente  de  este  teatro,  en  Broadway,  Mr.  Lafarge  admi- 
nistrador de  los  bienes  de  la  familia  de  Orleans  en  América,  ha  he- 
cho edificar  hace  pocos  meses,  otro  magnífico,  al  que  le  ha  dado 
el  nombre  de  Metropolitan-theatre .  Este  teatro,  escogido  por  MUe.  Ra- 
chel  para  dar  sus  representaciones,  no  está  siempre  abierto.  Se  ha- 
lla :como  el  de  Niblo  á  la  disposición  del  que  lo  arrienda  por  una  ó 
varias^iioches. 

En  América  no  se  dan  los  teatros  en  privilegio  por  el  gobierno, 
que  no  se  ocupa  sino  de  los  negocios  de  Estado.  Cada  cual  es  due- 
ño de  edificar  un  teatro  donde  le  plazca,  de  abrirlo  ó  cerrarlo  cuan- 
do quiera  y  de  representar  todos  los  g-éneros  que  se  le  antojen. 

Sin  embargo,  el  dinero  que  siempre  es  inteligente,  no  se  em- 
pleará en  construir  nuevos  locales  de  espectáculos  si  los  que  hay 
son  ya  suficientes. 

Es  difícil  hablar  del  teatro  Metropolitan,  sin  decir  algunas  pala- 
bras sobre  las  representaciones  dramáticas  que  dio  en  él  Mlle.  Ra- 
chel.  Hemos  leido  en  diferentes  periódicos  varios  artículos  consa- 
grados á  ellas  y  en  todos  hay  muchas  inexactitudes.  La  verdad  es 
que  la  llegada  de  nuestra  trágica,  produjo  en  New- York  una  sen- 
sación general  y  profunda.  Desde  Jemy  Lind,  ninguna  artista  habia 
escitado  tanto  la  curiosidad.  Hablaron  de /?aaW  y  Comeille  durante 
las  semanas  que  la  célebre  actriz  permaneció  en  New- York,  mas  que 


—  37  — 

lo  habían  hecho  desde  el  descubrimiento  de  este  pais,  y  sin  embar- 
go, los  americanos  habituados  al  drama  conmovedor  de  Shakespeare 
encontraban  monótonas  y  casi  fastidiosas  nuestras  tragedias. 

Conocemos  franceses  que  sobre  este  punto  piensan  exactamente 
como  los  americanos. 

Sentada  esta  base  se  preguntará,  ¿qué  placer  pudieron  tener  los 
New-Yorkers,  cuya  lengua  es  inglesa,  en  oir  representar  en  francés 
tragedias  que  encontraban  medianas  en  el  fondo  y  de  las  cuales  no 
podian  sino  apreciar  imperfectamente  los  detalles?  Responderemos 
lo  que  contestan  los  metafísicos  álos  curiosos:  es  un  misterio. 

Se  formaría  una  idea  falsa  sobre  el  gusto  de  los  americanos,  si 
después  del  estraordinario  éxito  de  MUe.  Rachel,  se  les  pintara  co- 
mo apasionados  por  la  tragedia  francesa.  Toda  la  compañía  del 
teatro  francés  de  París,  iriaádar  representaciones  a  New- York,  sin 
lograr  tener  de  entrada  mas  que  la  mitad  del  local,  después  de  los 
seis  primeros  dias. 

Lo  que  atrajo  gente  en  las  de  MUe.  Rachel,  no  fué  ni  Corneille  rrí 
Racine,  ni  la  lengua  francesa,  ni  Sarah,  ni  Dinah,  ni  Lia,  acaso  no  fué 
ni  Mlle.  Rachel  misma  á  pesar  de  su  famoso  nombre:  era  su  guarda- 
ropa  cuyas  maravillas  hablan  popularizado  de  antemano  los  anun- 
cios. La  eminente  trágica  desembarcó  en  el  Nuevo-Mundo  con 
52  cajas  (la  cifra  es  exacta)  llenas  de  sorprendentes  trages.  Esta 
atracción  no  era  débil  para  las  americanas  coquetas  por  escelencia. 
Los  vestidos  de  Adriana  Lecouvreur  hicieron  furor  en  el  mundo  ele- 
gante, de  las  influyentes  ladies.~€\Oh\  ¡qué  ricos  vestidos!  ¡qué 
magníficos  brillantes! »  decían.  No  fué  necesario  mas  para  que  la 
actriz  fuese  proclamada,  la  mas  grande  artista  del  universo. 

Ignoramos  los  motivos  que  disolvieron  la  compañía  dirigida  por 
Raphaéí  Félix.  Todo  nos  hace  creer  que  no  fué  otra  la  causa  que 
la  salud  delicada  de  Mlle.  Rachel;  seguramente  la  compañía  hubie- 
se ganado  millones  si  le  hubiera  sido  posible  continuar  seis  meses 
con  las  52  cajas  de  trajes  (1). 

En  Broadway-theatre  representan  á  menudo  y  con  aplauso,  co- 

(i)    En  los  momentos  de  trazar  estas  lincas,  los  periódicos  cstranjcros  anuncian  la 


—  38  — 
medias  de  magia,  regulares  para  las  personas  que  no  han  visto  es- 
te género  representado  en  París. 

Se  hacen  también  tragedias  inglesas  con  el  concurso  de  Forrest, 
el  Taima  americano.  Este  actor  tiene  buenas  cuaUdades  y  grandes 
defectos.  El  mayor,  es  el  de  gritar  como  un  ciego  que  pierde  su 
bastón,  su  perro  y  la  esperanza.  ¡Qué  órgano!  senos  figura  oirle 
aún. 

No  obstante  sus  gritos  ó  tal  vez  á  causa  de  ellos,  Forrest  está 
considerado  como  el  primer  trágico  del  continente,  y  el  púbüco  no 
tiene  manos  para  aplaudirle. 

En  este  teatro  fué  donde  la  Alboni,  á  pesar  de  sus  grandes  cua- 
lidades artísticas,  hizo  perder  al  director  Mr.  Marshall,  nueve  mil 
duros  poco  mas  ó  menos,  que  ella  se  trajo  á  Europa. 

Bajando  de  Broadway,  que  es  el  barrio  elegante  de  New- York, 
se  encuentra  el  fresco  y  lindo  teatro  del  Lyceum. 

En  él  hemos  visto  á  Henri  Placide,  Blake,  Brougham,  Lester  y 
Wallack  que  es  su  director.  Estos  actores  tienen  una  reputación 
merecida  que  se  estiende  á  todos  los  Estados  de  la  Union. 

La  dirección  ha  tenido  el  acierto  de  formar  la  mejor  compañía 


temprana  muerte  de  Mlle.  Racliel,  y  ya  que  nos  ocupamos  de  ella,  no  podemos  dejar  de 
consagrarle  estas  cortas  frases  como  tributo  á  su  talento. 

Mlle.  Rachel  ha  muerto  en  los  instantes  que  su  genio  rayaba  á  mas  altura  y  sus  dotes 
teatrales  brillaban  sin  rival  en  la  escena  europea.  Ha  muerto  á  los  37  años  de  edad,  des- 
pués de  20  de  carrera  y  continuados  triunfos.  A  semejanza  de  Taima,  deja  el  teatro  fran- 
cés huérfano,  y  baja  á  la  tumba  acompañada  de  las  lágrimas  de  todos  los  artistas  europeos 
y  de  los  amantes  del  arte  dramático. 

Digna  es  de  admiración  esta  gran  artista,  que  empezó  su  carrera  como  una  vagabunda, 
liija  de  un  buhonero,  educada  en  una  secta  sobre  la  cual  pesa  una  maldición ,  y  que  sin 
apoyo,  encontró  fuerzas  en  su  debilidad  para  enriquecerse  y  elevarse  á  la  consitieracion 
universal. 

Nosotros  sentimos  su  pérdida  de  todo  corazón,  como  debe  sentirse  todo  lo  que  es  bello, 
grande  y  sublime,  cual  lo  era  la  eminente  trágica  cuyo  nombre  pertenece  ya  á  la  pos- 
teridad. 

A  los  que  no  comprendan  esta  nota  ó  la  tachen  de  intempestiva,  les  diremos  que  es  un 
liomenage  que  rendimos  en  aras  de  la  amistad  y  el  talento,  para  quien  nunca  es  intempes- 
tivo el  elogio:  ¡ojalá  que  los  que  no  piensan  así ,  obrasen  sin  embargo  de  esta  manera 
siempre  que  se  trate  de  un  artista,  para  quien  no  hay  propiamente  patria!    (iV.  de  los  T.) 


—  so- 
que se  ha  visto  en  América.  Artistas  de  primer  orden,  mugeres 
bonitas,  variedad  y  buena  elección  de  piezas,  exactitud  en  los  tra- 
jes, lujo  en  las  decoraciones,  nada  falta  en  fina  este  perfecto  tea- 
tro. El  arte  dramático  americano,  estará  eternamente  reconocido  á 
Mr.  JVallack  que  rompiendo  con  el  viejo  sistema  de  adores étoiles  (1) 
ha  tratado  de  formar  un  conjunto  completo. 

Se  representan  piezas  muy  bien  escritas  por  los  americanos:  la 
mayor  parte  comedias  en  prosa,  ingeniosamente  combinadas,  ale- 
gres, chistosas  y  llenas  de  observaciones  críticas  sobre  las  cos- 
tumbres. 

La  comedia,  muy  difícil  en  América,  donde  la  libertad  práctica 
es  tan  grande  que  hace  desaparecer  el  ridículo,  donde  la  vida  está 
ocupada  por  el  trabajo  y  no  hay  ni  tiempo  ni  voluntad  para  censu- 
rar las  acciones  agenas,  empieza  á  nacer  ahora.  Las  distintas  aso- 
ciaciones, las  religiones  absurdas  que  nacen  cada  dia,  por  decirlo 
así,  del  espíritu  inquieto  de  los  americanos  á  impulso  de  la  especu- 
lación; la  ridicula  ley  de  templanza  constantemente  violada  por  los 
mas  fervientes  apóstoles  de  agua  clara:  la  emancipación  de  los  es- 
clavos predicada  en  Boston  por  propietarios  de  negros  en  la  Luisia- 
na;  los  incidentes  insólitos,  los  rasgos  curiosos  de  costumbres  que 
se  observan  á  cada  elección  popular,  y  tantas  cosas  que  el  interés, 
la  pasión,  la  ceguedad,  cambian  en  comedia,  es  pasto  suficiente 
para  alimentar  el  espíritu  y  la  facilidad  de  los  raros  autores  dramá- 
ticos. Añadiremos  que  los  hijos  del  Nuevo-Mundo  no  son  insensi- 
bles ala  sátira;  mas  nunca  á  la  particular,  ya  lo  hemos  dicho,  sino 
á  la  general,  y  rien  de  todas  veras  siempre  que  encuentran  ocasión. 
Los  mismos  periódicos,  poco  jocosos  ordinariamente,  contienen  de 
tarde  en  tarde,  observaciones  críticas  escritas  con  chispa  y  buen 
sentido. 

Recordamos  haber  leido  en  los  momentos  de  las  últimas  elec- 
ciones, hace  algunos  meses,  un  hecho  muy  original.  Pedimos  per- 
miso al  lector  para  contarlo  incidentalmente,  pues  no  siendo  políti- 


(1)    Actores  estrellas.  Asi  se  llaman  en  Francia  á  los  actores  eminentes  que  absorben 
la  atención  pública  con  perjuicio  de  los  demás.     {N.  de  los  T.) 


—  40  — 
co  nuestro  trabajo  no  intercalaremos  capítulo  que  trate  de  esta  ma- 
teria especial. 

El  capitán  Jack  de  Mobile,  queriendo  la  víspera  de  las  eleccio- 
nes inflamar  el  celo  de  los  votantes  de  su  partido ,  imaginó  ofre- 
cerles un  baile  político.  Esta  clase  de  fiesta  parece  ser  popular  en 
Mobile,  donde  por  una  chocante  antítesis  se  junta  á  lacabriola  la  voz 
grave  de  los  candidatos. 

El  escelente  Mr.  Jack,  sabiendo  que  en  asuntos  de  elección  es 
necesario  no  descuidarse,  cuando  se  quiere  salir  bien,  no  quiso  imi- 
tar la  conducta  de  uno  de  sus  torpes  rivales  que  abandonado  hasta 
el  estremo  ofreció  á  sus  electores  una  tienda  de  zapatero  por  sala 
de  baile,  un  barril  de  whiskey  por  bebida  y  un  pobre  negro  que  to- 
caba sucesivamente  el  violin ,  el  clarinete  y  el  banjo ,  por  toda  orques- 
ta. Mr.  Jack  hizo  las  cosas  mas  en  grande  y  la  mayoría  de  sus  con- 
vidados le  recompensó  dándole  su  voto. 

Pero  después  de  su  elección ,  no  siendo  bastante  rico,  como  la 
Francia  en  otro  tiempo,  para  pagar  su  gloria,  encontró  mas  conve- 
niente que  la  pagasen  los  actores  mismos  de  ella. 

Hé  aquí  exacta  la  nota  de  gastos  que  presentó  á  la  junta  electo- 
ral de  su  partido. 

El  partido,  Debe  al  capitán  Jack,  á  saber: 

Duros.         Céntimos. 

Decoración  del  baile 55  » 

Bebida 75  » 

Bailarinas  (cincuenta) 62  50 

Cigarros 13  » 

Despacho  de  billetes 2  » 

Música 10  » 

Celo  por  la  causa 50  » 

Total 267  50 


¿Qué  pensáis  de  ese  desvergonzado  Debe,  de  esas  cincuenta  bai- 
larinas alquiladas  á  razón  de  seis  francos  y  algunos  céntimos  cada 
una;  del  adorno  para  la  pieza  del  baile,  del  placer  de  los  electores,  y 
en  íin  de  esos  250  francos  reclamados  por  el  celo  en  favor  de  su 


—  íl  - 

causa?  «Ese  celo  por  la  causa,  decia  el  periódico  del  cual  tomamos 
este  hecho,  no  valia  en  política  el  precio  en  que  fué  estimado  por 
el  capitán  Jack;  mas  para  nosotros  que  reproducimos  el  bilí,  es  un 
Ítem  inapreciable.» 

Buscad  en  las  cinco  partes  del  mundo  á  ver  si  encontráis  un  he- 
cho semejante  mas  que  en  los  Estados-Unidos. 

Volvamos  á  los  teatros. 

El  Bowery-theatre  siiuado  fuera  de  Droadway  en  el  populoso  bar- 
rio que  se  llama  Bowery,  ofrece  espectáculos  militares  que  bajo 
todos  conceptos  están  lejos  de  valer  lo  que  nuestras  representacio- 
nes del  Circo.  Mas  todo  es  relativo  y  donde  no  existe  el  muy  bien  es 
bastante  el  bien,  y  el  Grandhistorical  military  spectacle  no  deja  de  lla- 
mar gente.  La  nación  americana  tan  poco  militar  que  apenas  tiene 
mas  que  diez  y  ocho  ó  veinte  mil  hombres  de  tropas  regulares, 
apasionada  por  todo  lo  que  es  ejercicio  de  guerra,  no  le  falta  oca- 
sión de  jugar  á  los  soldados.  Vénse  á  cada  momento  por  las  calles 
compañías  de  milicia  ciudadana  compuestas  de  cuarenta  ó  cincuen- 
ta hombres,  haciéndose  preceder  poruña  banda  de  música  mucho 
mas  numerosa  y  marchando  gravemente  á  bandera  desplegada 
para  ir  no  se  sabe  dónde  y  hacer  no  se  sabe  qué. 

Marcar  el  paso  al  son  de  música  es  una  dicha  tan  grande  para 
los  americanos,  que  el  mayor  placer  de  innumerables  corporacio- 
nes es  ir  el  domingo  (dia  inviolable  de  descanso)  á  enterrar  á  algu- 
no de  sus  individuos,  con  gran  ruido  de  tambores,  toque  de  corne- 
tas y  alegres  pífanos. 

El  Burton's'theatre,  es  el  teatro  del  P  alais-Roy  al  de  New- York. 
Se  rie  en  él  á  casquete  quitado.  Mr.  Burton,  propietario  y  director 
de  ese  teatro,  es  á  la  vez  uno  de  los  autores  mas  chistosos  y  un 
recomendable  actor.  Aconsejamos  á  Mr.  Offenbach ,  hábil  y  feliz 
director  del  Bouffes-Parisiens,  que  adquiera  las  piezas  de  Mr.  Bur- 
ton, graciosas,  alegres  y  muy  originales;  con  algún  trabajo  podría 
hacerse  de  ellas  escelentes  óperas  cómicas  para  su  divertido 
teatro. 

Llegamos  á  un  espectáculo  verdaderamente  nacional  y  notable. 

A  los  bailes,  á  la  música,  al  lenguaje  de  los  negros  del  Sur, 

6 


-il- 
imitado por  actores  blancos  que  se  tiñen  el  rostro  y  las  manos. 
M.  Chrisíy,  creemos  fué  el  primero  que  tuvo  la  idea  de  ofrecer 
esta  clase  de  espectáculo  á  los  New-Yorkers ,  que  se  vuelven  locos 
por  él.  Hoy  Mr.  Chrisíy  es  muy  rico  y  ha  abierto  las  puertas  de  la 
fortuna  á  numerosos  imitadores,  entre  los  que  se  distinguen  mon- 
sieur  Wood  y  los  hermanos  Buckley. 

Mas  para  poder  apreciar  bien  este  género  de  diversión,  es  ne- 
cesario haber  estado  en  el  Sur  de  América,  haber  vivido  en  el  cam- 
po con  los  negros,  haber  visto  sus  vestidos  destrozados  y  sus  som- 
breros rotos;  haber  estudiado  su  fisonomía  espresivamente  vasta  y 
movible;  es  necesario  conocer  sus  gustos  ridículos,  su  espíritu  raro, 
su  índole  fuera  de  propósito;  haber  sido  testigo  de  su  escesiva  fuer- 
za, de  su  holgazanería  sin  igual;  en  fin,  es  preciso  conocer  lo  pro- 
fundo de  su  sensibilidad  musical  y  el  ardor  desenfrenado  con  que  se 
entregan  durante  noches  enteras  y  sin  reposo  alguno  á  los  ejerci- 
cios de  un  baile  violento  y  escandaloso.  Con  estas  condiciones  so- 
lamente puede  apreciarse  la  originalidad  picante  de  los  espectáculos 
(le  los  negros  minstrels. 

La  escena  donde  los  actores  negros  trabajan,  en  número  de  diez 
ó  doce,  tiene  forma  de  herradura.  Los  hijos  de  Cham,  avanzan 
bestialmente,  vestidos  con  enormes  cuellos  postizos,  fracs  ridículos, 
y  armados  con  violines,  guitarras  y  banjos,  especie  de  bandurrias 
de  largo  diapasón  de  timbre  grave,  melancólico  y  alegre  á  la  vez: 
sacan  además  panderos  y  un  par  de  bone  (que  son  como  las  casta- 
ñuelas, de  hueso,  y  dan  un  sonido  incisivo  y  ruidoso).  Los  actores 
cómicos,  son;  el  del  pandero,  que  toca  con  las  manos,  pies,  cabeza, 
nariz  y  rodillas:  el  de  bone  que  maneja  los  pedazos  de  marfil  con 
fuerza  y  rapidez,  dando  saltos  en  su  silla  ó  doblando  el  cuerpo  con 
gracia,  según  la  naturaleza  del  trozo  de  música  que  acompaña. 

Los  actores  se  sientan  en  sillas  y  debutan  generalmente  tocando 
una  overtura  de  ópera.  Siguen  después  los  diálogos  improvisados 
con  gran  palabrería ,  y  que  tratan  de  disparates  de  los  negros ,  y 
picantes  cosas  de  actualidad.  El  púbUco  se  pasma  con  esas  con- 
versaciones que  suelen  tener  animación  y  franca  alegría.  Después 
cantan  coros  y  tocan  sinfonías  con  solos  de  banjo;  las  cuales  tienen 


-43  — 

un  rilsmo  singular  que  ha  inspirado  á  nuestro  amigo  y  célebre  pia- 
nista Gottschalk. 

La  parte  mas  interesante  de  todo  el  espectáculo  es  la  escena 
que  se  supone  pasar  en  el  Sur  entre  los  negros,  lejos  de  sus  vigi- 
lantes cuando  se  van  de  oculto  á  jugar  y  cantar,  y  un  negro  ci- 
marrón que  aparece  escuchando  sin  atreverse  á  llegar.  El  trage 
carnavalesco  del  fugitivo  escita  la  risa ;  pero  bien  pronto  se  mani- 
fiesta la  compasión  entre  la  alegría,  y  todo  el  mundo  se  siente  con- 
movido en  favor  del  pobre  esclavo.  El  sonido  del  banjo  que  le  ha 
arrancado  del  seno  de  los  bosques  donde  se  hallaba  oculto,  produ- 
ce en  el  negro  infeliz,  privado  tanto  tiempo  de  sociedad  y  placeres, 
tal  efecto,  que  olvida  hasta  la  prudencia.  Canta,  baila,  llora,  y  ríe 
á  la  vez.  De  tiempo  en  tiempo  se  acuerda  de  los  pehgros  de  su  po- 
sición; quisiera  huir,  mas  no  puede;  una  fuerza  superior,  invenci- 
ble, lo  detiene  aliado  del  tocador  del  banjo:  se  adelanta  implorando 
piedad  con  una  voz  entrecortada  por  el  placer  y  el  temor,  y  cae  de 
rodillas  ante  el  músico  juntando  las  suplicantes  manos.  Esta  esce- 
na es  muy  verdadera  y  conmueve  á  todos  los  que  conocen  la  natu- 
raleza y  costumbres  de  los  negros  de  la  Luisiana. 

El  tocador  de  banjo  levanta  al  cimarrón ;  le  asegura  que  no  le 
denunciará,  presentándole  un  banjo  que  toma  con  loca  alegría.  En- 
tonces músicos  y  danzantes  se  entregan  al  placer  con  frenesí.  Este 
espectáculo  termina  siempre  por  un  baile  muy  estraño  y  divertido, 
en  el  cual  una  negra  fea  y  coqueta,  recibe  loores  de  un  horroroso 
negrillo.  Los  hermanos  Buckley  dan  pruebas  con  sus  bufonerías  de 
un  verdadero  talento  artístico  y  uno  de  ellos  compone  canciones  de 
graciosa  originalidad. 

Además  de  los  teatros,  hay  en  New- York,  como  una  media  do- 
cena de  casas  de  fieras,  un  mal  circo,  un  hipódromo  al  cual  no  vá 
gente,  tabernas  cantantes  (1);  por  último,  el  famoso  establecimiento 
de  Female-Company  en  Grand- Street. 

No  hemos  estado  nunca  en  él ,  pero  si  damos  crédito  á  los  pe- 

(1)  Son  establecimientos  equivíilentes  á  nuestros  cafés  y  los  llaman  cantantes  en  Fran- 
cia, Inglaterra,  Bélgica,  Alemania  y  los  Estados-Unidos  ,  porque  hay  en  ellos  personas 
destinadas  á  cantar  durante  toda  la  noche  para  distraer  á  los  concurrentes.  {N  de  los  T.) 


riódicos  y  anuncios,  este  espectáculo  tiene  por  actores,  muge- 
res  jóvenes,  bonitas  y  bien  formadas,  que  por  medio  de  posiciones 
espresivas ,  voluptuosas  y  encantadoras ,  forman  cuadros  simpáti- 
cos y  variados.  Los  anuncios  añaden  que  después  del  espectáculo 
público ,  hay  para  las  personas  que  lo  deseen  bailes  particulares 
(prívate  quadrilles)  donde  se  puede  tomando  parte  en  ellos,  apreciar 
de  mas  cerca  la  belleza  de  esas  damas.  El  precio  de  los  cuadros 
vivos  públicos  es  1  franco  25  céntimos;  no  dicen  el  valor  de  los  pri- 
vados. 

Los  placeres  en  público  no  son  del  gusto  americano ,  que  pre- 
fiere los  goces  secretos,  del  club,  las  escuelas  de  baile  (por  las  no- 
ches) la  compañía  de  Young  ladies  que  dirigen  el  gracioso  arte  de 
Cellarius  y  las  reuniones  íntimas.  En  invierno,  las  carreras  en  tri- 
neos de  dos  ó  mas  personas  envueltas  en  abrigos  de  pieles,  al  ga- 
lope de  cuatro,  ocho,  diez  y  seis,  y  aun  veinte  y  cuatro  cabaUos 
que  vuelan,  mas  bien  que  corren  sobre  la  nieve  endurecida;  este  es 
el  placer  mas  grande  para  los  americanos  ricos.  Las  locas  y  risue- 
ñas hijas  delNuevo-Mundo,  encuentran  en  estas  veloces  carreras  á 
la  luz  de  la  luna  y  al  relincho  de  los  caballos,  un  encanto  irresisti- 
ble acompañado  las  mas  veces  de  dulces  palabras  amorosas:  si  la 
mas  severa  virtud  corre  algún  peligro  en  América,  no  es  en  el 
baile  ni  en  casa,  ni  en  el  campo;  sino  en  trineo  á  través  de  las 
heladas  llanuras  y  bajo  un  cielo  estrellado. 

En  verano  el  mundo  elegante,  no  permanece  en  las  ciudades, 
donde  el  calor  es  insoportable  lo  mismo  en  el  Norte  que  en  el  Sur. 
Se  marcha  á  Saratoga  ó  á  Newport,  sitios  frecuentados  por  la  gen- 
te rica  de  los  Estados-Unidos.  Se  vive  bien  y  no  faltan  distrac- 
ciones. 

Todas  las  noches  hay  bailes  al  son  de  una  buena  orquesta,  y  las 
señoras  pasan  el  dia  poniéndose  y  quitándose  vestidos.  Los  hom- 
bres juegan  á  los  bolos,  beben,  fuman,  leen  ó  filosofan  en  los  sitios 
sombríos. 

Pero  en  el  ramo  de  diversiones  americanas,  no  dudaremos  co- 
locar en  primera  línea  el  placer  de  apagar  los  incendios.  El  núme- 
ro de  estos  es  incalculable  y  el  gozo  de  los  bomberos  al  apagarlos 


verdaderamente  indecible.  Es  preciso  haber  estado  en  el  pais,  vi- 
viendo largo  tiempo ,  para  formarse  la  idea  del  bombero  america- 
no ;  de  su  estraña  pasión  por  las  bombas  que  engalana  con  flores 
y  adorna  de  la  mejor  manera  posible ,  paseándose  con  ellas  para 
mostrarlas  hermosas.  No  hay  fiesta  sin  bomberos  y  por  consiguien- 
te sin  bombas.  Hemos  asistido  á  muy  diferentes  solemnidades  y 
siempre  estaban  presentes. 

Las  compañías  de  bomberos  de  distintas  ciudades  se  visitan 
recíprocamente,  para  dirigirse  cumplidos  elogios  por  sus  bombas. 

Cuando  la  célebre  cantatriz  Alboni  llegó  á  New- York,  advertidos 
los  bomberos  de  su  arribo,  fueron  al  muelle  á  esperarla  con  sus 
bombas.  En  todas  las  esposiciones  industriales  se  ven  figurar  con 
un  lujo  estraordinario:  las  ha  habido  hasta  de  plata  maciza.  Los  fa- 
bricantes de  juguetes  las  confeccionan  pequeñitas  por  el  modelo  de 
las  grandes,  para  los  niños,  que  juegan  al  bombero  pegando  fuego 
á  algún  papel  ó  rama  de  árbol,  que  apagan  con  aplauso  de  todo  el 
que  los  ve. 

Los  propietarios  ó  inquilinos  de  casas,  tanto  por  aseo  como  por 
el  gusto  arraigado  de  las  bombas ,  se  levantan  muy  temprano ,  y 
machacando  en  hierro  frió,  como  suele  decirse,  dan  á  la  bomba  y 
limpian  todas  las  habitaciones  del  edificio  en  la  imposibilidad  de 
poderlas  apagar.  Los  bomberos  allí,  como  en  ciertas  ciudades  de 
Francia,  son  voluntarios  y  no  asalariados. 

Cuando  la  campana  de  alarma  del  ayuntamiento  suena  para  un 
incendio,  cosa  que  sucede  todos  los  dias  varias  veces,  se  escucha 
por  las  calles  un  ruido  infernal ,  de  las  bombas  que  ruedan  arras- 
tradas por  treinta  ó  cuarenta  obreros.  El  gefe  corre  delante  con  una 
bocina  en  la  mano:  < ¡Valor!  ¡adelante!»  grita  con  voz  estentórea, 
que  se  convierte  en  horrible  al  salir  de  la  vecina.  «¡Corramos,  y 
que  nuestras  bombas  queridas  tengan  el  honor  de  apagar  el  fue- 
go! »  Nos  condolemos  del  transeúnte  torpe  ó  sin  hgereza  para  cor- 
rer, que  pretenda  atravesar  las  calles  al  pasar  ese  huracán  de  fu- 
ribundos hombres,  bombas,  escaleras  y  para-caidas.  Seria  despia- 
dadamente tirado  á  tierra,  magullado  é  injuriado,  sin  que  ningún 
bombero  quisiese  prestarle  auxilio  ni  acordarse  de  él.  El  bombero 


—  le- 
ño es  hombre  desde  el  instante  que  escucha  la  voz  de  fmgo-,  es  una 
fiera  que  destrozaría  diez  personas  en  su  camino  por  apagar  mas 
pronto  las  llamas  de  una  chimenea.  Sucede  muchas  veces  que  dos 
compañías  de  bomberos  se  dirigen  por  distintas  calles  á  un  mismo 
punto  presentándose  obstáculos  para  pasar.  Oyense  entonces  jura- 
mentos espantosos  y  apelan  al  juicio  de  Dios,  haciéndose  justicia 
con  fuertes  puñetazos  bajo  la  dirección  de  sus  gefes,  que  se  sirven 
mas  que  nunca  de  su  bocina.  Después  de  algunas  costillas  hundi- 
das ,  algunas  dentaduras  rotas ,  algunas  narices  aplastadas ,  vuel- 
ven á  coger  sus  bombas ,  y  agitando  el  aire  con  sus  gritos  de 
triunfo,  se  ponen  nuevamente  en  marcha  mas  dispuestos  que  nunca. 

Los  bomberos  visten  una  camisa  de  lana  encarnada,  un  paletot 
de  paño  pilot  color  de  nuez,  llevado  sobre  el  brazo,  y  un  casco  de 
cuero  negro.  Hay  jóvenes  cuyo  entusiasmo  por  los  incendios  es 
tan  grande,  que  se  acuestan  vestidos  y  á  veces  espían  desde  los 
tejados  de  las  casas  para  descubrir  mejor  el  fuego  y  llegar  los  pri- 
meros al  teatro  de  la  catástrofe. 

Digamos  sin  tardanza  que  los  bomberos  americanos  son  va- 
lientes hasta  la  temeridad  y  serviciales  hasta  el  sacrificio  de  su 
propia  vida.  No  es  raro  verlos  en  grandes  incendios,  atrevidos  y 
desinteresados  perecer  víctimas  de  su  celo  y  bravura.  Durante 
nuestra  estancia  en  Nev^-York ,  se  derrumbó  repentinamente  un 
muro  sobre  veinte  y  un  bomberos  que  perecieron  cruelmente  en- 
vueltos en  los  escombros.  Si  acontecen  semejantes  desgracias,  to- 
dos los  compañeros  se  reúnen  en  corporación  para  hacer  al  difunto 
los  honores  fúnebres.  La  bomba  del  muerto  se  viste  de  luto  por  al- 
gún tiempo,  cubriendo  con  gasas  negras  la  puerta  donde  se  guarda. 

Cuando  una  bomba  llega  demasiado  tarde  para  tomar  parte  en 
el  incendio  se  oye  la  voz  del  gefe  que  grita  con  su  terrible  bocina 
stop.  ¿Qué  sucede  entonces?  ¿Se  vuelve  como  ha  venido  sin  dar  seña- 
les de  vida?  ¡Oh!  no;  ¡tanto  peor  para  la  casa  si  se  ha  apagado  de- 
masiado pronto!  El  entusiasmo  sin  freno  de  los  bomberos  da  á  la 
bomba  llenando  de  agua  el  edificio.  Hemos oido  decir  á  los  emplea- 
dos de  la  compañía  de  seguros  que  temen  aun  mas  el  celo  escesivo 
de  los  bomberos  que  se  atrasan,  que  el  fuego  mas  devorador. 


~i7- 

Después  del  fiasco  completo  de  la  esposicion  universal  de  New- 
York,  quisieron  los  accionistas  hacer  su  último  esfuerzo  y  se  propuso 
la  dirección  del  Palacio  de  Cristal,  in  extremis,  al  célebre  Barnum. 

Este  no  queria  comprometer  su  buena  reputación  sabiendo  los 
peligros  que  presentaba  esa  empresa,  mas  como  nobleza  obliga  y 
mas  en  América,  el  rey  del  humbug  que  no  mezcla  su  ilustre  nom- 
bre en  especulaciones  dudosas,  accedió  dejándose  conmover  por  las 
súplicas  de  los  accionistas. 

El  famoso  Jullien  se  encontraba  en  New- York  con  una  numero- 
sa y  notable  orquesta  cuyo  tronco  principal  se  componía  de  los 
primeros  músicos  de  Europa.  Barmim  fué  á  buscarle  y  le  dijo:  «Es 
necesario  que  por  cualquier  medio,  llame  yo  la  gente  á  Reservoir- 
Square.  Cuento  con  su  orquesta  de  Vd.  y  con  todos  los  músicos  que 
puedan  aumentarla:  los  cantores  que  Vd.  me  designe  y  los  cuerpos 
de  coros  que  hay  en  New- York,  Boston,  Filadelfia  y  todas  partes, 
de  donde  Vd.  juzgue  que  deben  traerse.  Hágame  Vd.  por  todo 
lo  que  hay  en  el  mundo,  una  composición  asombrosa,  con  algo  de 
estraordinario,  maravilloso  ó  espantoso;  una  obra  maestra  que  al 
lado  de  ella,  no  sean  las  nuestras  sino  juguetes  de  niños.  Vd.  es 
hábil,  conoce  el  pais,  no  repare  en  el  gasto  y  adelante.»  Quince 
dias  después  de  esta  entrevista,  anuncios  gigantescos  de  diez  pies 
de  largo  por  cuatro  de  ancho,  cubrían  las  paredes  de  la  ciudad. 

Representaban  el  palacio  de  cristal  abrasado  por  las  llamas  del 
mas  violento  incendio  y  estaban  impresos  con  tinta  encarnada.  Mi- 
llares de  personas  espantadas  corriendo  en  todas  direcciones  y 
viéndose  al  resplandor  siniestro  de  las  llamas  y  los  torbellinos  de 
espeso  humo,  diferentes  compañías  de  bomberos  arrastrando  sus 
bombas  que  hacian  operar. 

Debajo  de  este  dibujo  imponente  y  terrorífico,  se  leia: 

PARA   LA   REAPERTURA   DEL    PALACIO   DE    CRISTAL, 

GRAN  CONTRADANZA   DE  LOS  BOMBEROS. 

Compuesta  espresamente  para  esta  solemnidad, 

POR 

;      JULLIEN. 


-48  — 
Sobre  unos  tres  mil  músicos  concurrieron  á  ejecutar  la  pieza. 
Instrumentos  de  nueva  invención,  ó  mas  bien  máquinas  de  Jullien, 
imitaban  el  estruendo  de  las  maderas  inflamadas  que  caian,  el  chir- 
rido de  las  llamas  y  el  ruido  sordo  de  las  bombas  luchando  contra 
la  inmensa  conflagración.  Centenares  de  cantantes  provistos  de  bo- 
cinas mandaban  las  maniobras  á  los  bomberos  reunidos  y  los  vivas 
de  los  espectadores,  subidos  para  ver  mejor,  sobre  los  productos 
doblemente  espuestos  de  la  industria,  muebles,  pianos,  estatuas  etc. 
respondían  á  las  órdenes  de  los  gefes  de  los  obreros,  mezclando 
sus  furibundos  gritos  á  los  atronadores  sonidos  de  la  orquesta.  Aña- 
diendo á  esto,  los  numerosos  fuegos  de  Bengala  que  imitaban  la 
combustión  del  edificio,  no  se  tendrá  sino  una  leve  idea  de  este 
espectáculo  desordenado  y  grande. 

Se  citan  bomberos  cuya  imaginación  exaltada,  queria  ver  ab- 
solutamente en  esta  imitación,  un  incendio  verdadero  y  pedian  á 
gritos  sus  bombas  para  ponerlas  en  juego. 

Después  de  esta  grandiosa  sinfonía  pirotécnica,  las  diversas  com- 
pañías de  bomberos,  fueron  con  sus  bombas  y  música  á  la  cabeza 
bajo  las  ventanas  de  Jullien  para  felicitarle  por  el  mérito  de  su  obra 
y  darle  las  gracias  por  el  honor  que  les  habia  hecho  dedicándoles 
la  contradanza  de  los  bomberos,  y  le  regalaron  como  prueba  de  su  fu- 
tura estimación,  una  magnífica  batuta. 


CAPÍTULO  IV. 


EL    ESPÍRITU    DE    LIBERTAD. 


El  carácter,  las  costumbres,  y  el  genio  particular  de  un  pueblo, 
resultan  siempre  de  las  circunstancias  bajo  las  cuales  se  ha  forma- 
do. La  América,  poblada  desde  un  principio  por  aventureros  que 
buscaban  fortuna  y  sectarios  que  huian  de  la  persecución ,  es  una 
prueba  terminante  de  esta  verdad.  Los  puritanos  dogmáticos,  se- 
veros y  frios,  propagaron  austeras  costumbres,  mientras  que  los 
aventureros,  poseedores  de  inmensas  tierras,  indisciplinados,  igua- 
les por  la  fuerza  de  las  cosas,  daban  á  sus  descendientes  el  saluda- 
ble ejemplo  de  la  libertad  práctica.  Hoy,  bastante  debilitadas  las 
creencias  religiosas,  no  son  mas  que  la  doble  máscara  de  la  espe- 
culación y  la  hipocresía,  á  pesar  de  que  se  reproducen  con  mas  os- 
tentosa  variedad.  En  cuanto  á  la  hbertad,  se  ha  conservado  como 
un  sentimiento  y  una  necesidad.  Para  poblar  esas  nacientes  colo- 
nias era  preciso  atraer  á  los  emigrados  y  fijarlos,  ofreciéndoles 
ventajas  materiales  y  dándoles  una  patria  segura.  Los  primeros  le- 
gisladores americanos  comprendieron  esta  verdad ;  hicieron  leyes 
en  favor  de  los  pobres  y  acordaron  dar  el  título  de  ciudadano  con 
gran  facilidad,  á  los  estranjeros  que  iban  á  establecerse  entre  ellos. 
Un  año  de  estancia  bastó  para  comprobar  el  domicilio  y  tener  el 
derecho  de  votar.  Numerosos  emigrados  de  todos  los  paises  y  re- 
ligiones, contribuyeron  de  ese  modo  al  engrandecimiento  y  riqueza 
de  una  nación  que  en  cien  años  se  ha  hecho  una  de  las  primeras 


—  50  — 

del  mundo,  y  que  será  en  lo  porvenir  dueña  de  todo  el  continente 
americano. 

Es  verdad  que  este  pueblo,  esencialmente  feliz,  ha  tenido  para 
dirigirse  desde  su  fundamento,  los  grandes  caracteres  de  Washing- 
ton ,  Jefferson ,  Franklin ,  Monroe ,  Madison ,  Patrick-Henry ,  Lee ,  los 
Caw,  los  Adams,  etc.,  etc.  Sus  nobles  ejemplos  han  introducido 
en  el  espíritu  americano,  el  germen  de  independencia  que  el  egois- 
mo  y  el  amor  al  dinero  jamás  lograran  apagar  completamente. 

Los  know-nothings,  con  su  política  disolvente ,  rastrera  ,  intere- 
sada, y  bajamente  ingrata,  que  reclama  solo  para  los  americanos 
de  nacimiento  el  derecho  de  ciudadanía,  por  mucho  que  hagan  no 
lograrán  triunfar  del  buen  sentir  de  la  mayoría. 

La  injusticia  de  tal  doctrina  con  respecto  á  los  estranjeros  que 
han  sido  por  largo  tiempo  la  fuerza  motriz  de  la  nación ,  aparece 
como  una  villana  ingratitud.  El  triunfo  definitivo  de  los  know-no- 
things, seria  la  anonadación  de  la  libertad,  y  por  consiguiente  la 
ruina  mercantil,  industrial  y  agrícola,  empezando  una  era  de  deca- 
dencia, que  precipitarla  mas  aun  las  guerras  de  religión.  Nosotros 
no  creemos  en  la  victoria  de  los  know-nothings ,  porque  tenemos  fé 
en  el  porvenir  de  los  Estados-Unidos. 

El  americano  goza,  desde  el  nacer,  de  übertad;  puede  inscribir 
su  nacimiento  en  los  registros  públicos  ó  quedar  oculto  á  gusto  de 
sus  padres.  Antiguamente  era  uso  general  (y  aun  hoydia  lo  hacen 
algunas  familias)  apuntar  los  nombres  y  apehidos  de  los  recien- 
nacidos  en  la  hoja  de  una  Biblia  de  familia  que  se  legaba  de  padres 
á  hijos.  Este  libro  sagrado,  sobre  el  cual  prestan  los  juramentos  de 
justicia,  los  catóhcos  que  no  creen  en  él  sino  á  medias,  los  judíos, 
turcos  y  chinos  que  no  lo  estiman  en  nada,  es  una  autoridad  para 
los  tribunales  en  el  caso  de  que  una  persona  no  haya  sido  inscrita 
en  los  registros  públicos. 

Mas  si  los  americanos  son  libres  al  nacer  no  lo  son  menos  á  su 
muerte.  Se  entierran  á  su  manera,  donde  y  cuando  quieren;  con  el 
cortejo  que  desean,  á  pie,  á  caballo,  en  trineo  y  precedido  de  mú- 
sicas militares,  sin  que  nadie  ponga  obstáculos  ni  fije  su  atención. 
El  espíritu  de  libertad  hace  á  los  norte-americanos  poco  comu- 


—  51  - 

liicativos,  y  en  apariencia  egoistas;  pero  en  el  fondo  son  tolerantes 
y  serviciales.  No  contéis  nunca  con  la  menor  prevención  por  su 
parte:  al  precaver  alguna  cosa,  temen  contrariar  la  voluntad,  y 
esta  debe  ser  respetada. 

ün  americano  os  ve  próximo  á  caer  en  un  foso  de  los  que  ro- 
dean las  aceras  de  las  calles  delante  de  las  casas  y  que  se  llama 
hasements,  seguro  es  que  no  gritará  ¡cuidado!  no  por  maldad  ni  in- 
diferencia, sino  por  espíritu  de  independencia  y  temor  instintivo  de 
poner  trabas  á  vuestra  libertad  individual  impidiéndoos  que  volun- 
tariamente os  rompáis  la  cabeza  si  lleváis  esa  intención. 

Tened  por  amigo  á  un  americano  millonario  (y  no  os  ofenda  es- 
to): sed  poeta,  trágico  ó  fabulista  sin  tener  mas  caudal  que  el  pro- 
ducto de  vuestras  obras:  leédselas,  y  como  no  lo  pidáis,  os  verá 
morir  de  hambre,  sin  tenderos  su  mano  protectora. 

Siempre  que  un  americano  se  decide  á  prestar  algún  servicio  á 
señoras  que  no  conoce,  como  por  ejemplo,  ayudarlas  á  subir  al 
ómnibus,  darlas  el  brazo  para  sacarlas  de  algún  apuro  en  las  calles 
ó  precaverlas  de  alguna  cosa,  lo  hace  con  hesitación.  Y  las  ame- 
ricanas no  dan  por  esto  las  gracias  (ya  se  verá  mas  adelante,  que 
los  hombres  tienen  que  debérselo  todo  á  ellas)  pues  miran  dejando 
adivinar  que  dicen  inpetto: 

«¿Quién  se  ha  permitido  tocarme  y  dirigirme  la  palabra  sin  co- 
nocerme?» 

Esta  ingratitud  no  se  la  dicta  la  prudencia,  sino  el  sentimiento 
íntimo  de  libertad  individual  que  se  rebela  contra  intervenciones 
no  reclamadas. 

Es  tal  el  respeto  á  la  libertad  individual,  que  la  desconfianza  y 
la  calumnia  son  desconocidas.  No  seles  vé  formar  en  silencio  bajos 
y  cobardes  complots  que  tengan  por  objeto  echar  por  tierra  una 
reputación,  divulgando  un  secreto  sorprendido  ó  inventando  una 
mentira. 

Ese  espionage  mezquino  de  todos  para  cada  uno,  sin  odio  ni  in- 
terés, que  se  llama  critica  entre  nosotros,  no  existe  en  América. 
Irritarla  demasiado  oir  murmurar  sobre  las  acciones  de  alguien. 
Esta  dignidad  del  americano  le  dá  una  fuerza  moral  que  no  es 


fácil  comprender.  En  New- York  hay  ciertamente  miseria,  y  sin  em- 
bargo, jamás  hemos  oido  á  ningún  americano  quejarse  para  que  se 
conduelan  de  su  desgracia.  Cualquiera  que  sea  su  posición  la  acep- 
tan resignadamente  y  luchan  con  valor.  Con  los  deudores  son  su- 
fridos y  moderados  en  la  forma  de  hacer  sus  reclamaciones.  Nunca 
se  entregan  á  esos  escándalos  que  comprometen  la  reputación  de 
un  desgraciado  con  honra,  poniendo  en  conocimiento  del  púbhco 
debates  que  no  le  interesan.  Hacen"  uso  de  su  derecho  con  calma, 
paciencia  y  dignidad.  Si  prestan  un  servicio,  nunca  es  con  la  pre- 
tensión de  mostrar  su  valía  ó  reclamar  el  premio.  No  son  agrade- 
cidos, pero  tampoco  exigen  la  gratitud.  Si  socorren  es  menos  por 
generosidad  de  alma  ó  buen  corazón,  que  por  obedecer  un  princi- 
pio social  que  ordena  al  fuerte  y  al  poderoso ,  ayudar  al  débil  y  al 
necesitado,  sopeña  de  ver  la  sociedad  desmembrarse  y  perecer. 
Esto  es  egoísmo,  pero  preferible  á  esa  bondad  aparente,  á  esa  pre- 
vención astuta,  que  se  ofrece  á  todo,  por  el  placer  de  vanagloriar- 
se, consolando  las  penas  para  conocerlas  mejor  y  hacerse  útil  por 
curiosidad. 

El  americano  ni  pide  ni  ofrece  nada.  Hace  y  deja  hacer,  sin  to- 
mar disposiciones,  y  su  conducta  es  en  todo  la  consecuencia  del  es- 
píritu de  hbertad. 

La  forma  reservada,  brusca  algunas  veces,  que  los  estranjeros 
califican  de  incivilidad,  no  es  mas  que  la  fria  espresion  de  su  bien 
entendida  cultura.  Asi  es  que  un  americano  no  saluda  nunca  en 
parage  público  á  una  persona  que  conozca  de  las  tertulias ,  como 
no  haya  sido  presentado  á  ella  particularmente. 

Considera  también  como  un  deber  de  cortesía  dejar  á  las  mu- 
geres  en  libertad  de  elegir  las  personas  que  públicamente  desea 
contar  en  el  número  de  sus  amigos,  y  en  la  calle,  antes  de  saludar 
á  las  señoras,  espera  de  estas  una  ligera  inclinación  de  cabeza  que 
le  invite  á  hacerlo. 

Los  ómnibus  y  los  cars  de  los  caminos  de  hierro  que  circulan 
por  las  calles  de  New- York,  y  no  están  sujetos  á  reglamento,  sue- 
len recibir  mas  gente  de  la  que  pueden  contener.  En  el  caso  de  es- 
tar ocupados  todos  los  asientos  y  presentarse  una  señora,  se  levan- 


—sa- 
ta un  caballero  y  le  ofrece  el  suyo  sin  mirarla  siquiera:  ella  ig-ual- 
mente  se  instala  sin  reparar  ni  mostrarse  agradecida.  Esta  deferen- 
cia se  le  debe  al  bello  sexo. 

Que  se  presente  en  París  un  caso  análogo,  y  el  caballero  no 
perdonará  la  circunstancia  de  entablar  conversación  con  la  desco- 
nocida galanteándola.  Y  feliz  ella  si  no  la  sigue  después  hasta  la 
puerta  de  su  casa. 

Cuando  llueve  inesperadamente  y  cada  cual  busca  refugio ,  los 
ómnibus  son  teatro  de  escenas  muy  chistosas  para  los  estranjeros 
que  no  están  acostumbrados  á  los  usos  del  pais.  Las  señoras  que 
huyendo  del  agua  se  precipitan  en  tropel  dentro  del  carruage  lle- 
no, se  sientan  sin  que  les  rueguen,  sobre  las  rodillas  de  los  caba- 
lleros. Hemos  visto  ómnibus  cuyos  asientos  estaban  completamente 
ocupados,  admitir  una  segunda  fila.  Es  el  espectáculo  mas  cómico 
y  original  del  mundo.  Las  mugeres  comienzan  por  sentarse  modes- 
tamente sobre  las  estremidades  de  las  rodillas;  mas  con  el  movi- 
miento del  coche  y  la  incomodidad  que  esperimentan,  concluyen 
por  hacer  de  las  personas  verdaderos  sillones  á  lo  Voltaire. 

Pero  lo  que  tiene  esto  de  característico  es  el  silencio  de  los 
hombres;  su  actitud  respetuosa  y  grave  forma  un  contraste  lleno 
de  originalidad  con  las  locas  carcajadas  de  las  mugeres  ,  que  ha- 
blan alto  y  gesticulan  en  todos  sentidos  como  niños  llevados  á  una 
distracción. 

El  carácter  estraño ,  espresivo ,  encantador  de  las  americanas 
que  son  todas  sin  escepcion  verdaderos  niños  mimados,  merece- 
ria  estudiarse  estensamente. 

Tienen  un  desembarazo  y  una  confianza  escesiva  en  sí  mismas. 

Hemos  visto,  particularmente  en  el  Oeste,  donde  son  mas  inde- 
pendientes que  los  Virginios  y  Yankees,  entrar  un  hombre  en  un  al- 
macén de  música  con  sombrero  puesto  y  echado  atrás,  abrir  un  ór- 
gano ó  piano,  sin  pedir  á  nadie  permiso;  sentarse,  y  acompañado 
del  instrumento,  con  voz  nasal,  sonora  y  gutural,  entonar  himnos 
de  todas  rehgiones:  católica,  judía,  protestante,  universalista,  lu- 
terana, calvinista,  unitaria,  metodista,  anabaptista,  presbiteriana, 
episcopal,  cuáquera,  congregacionalista,  y  aun  mormona.  Y  des- 


ni 


—  01  — 

pues  de  concluir  estos  cantos,  sin  inquietarse  por  el  dueño  del  es- 
tablecimiento ni  los  que  están  presentes,  pasearse  en  el  almacén; 
tocar,  inspeccionar,  cojerlo  todo;  un  violin,  una  guitarra,  una  flau- 
ta, una  trompeta,  procurando  producir  sonidos  para  concluir  mar- 
chándose sin  comprar  nada. 

En  el  almacén  de  Mr.  Horace  Waters,  situado  en  Broadway,  en- 
tran señoras  para  escoger  piezas  de  música.  Se  sientan  al  piano  en 
medio  de  un  gran  concurso  de  gente  que  va  y  viene ,  poniéndose 
con  la  mayor  franqueza  á  tocar  polkas  y  valses,  ó  á  cantar  roman- 
zas. Hay  ocasiones  en  que  necesitando  acompañamiento  de  coros, 
ruegan  á  los  dependientes  y  al  amo  que  canten  con  ellas  para  juz- 
gar mejor  por  el  efecto  general.  A  la  súplica  de  una  señora  nadie 
resiste,  dueño  y  dependientes  abandonan  su  trabajo,  y  el  primero, 
calándose  sus  gafas  verdes,  forma  con  sus  empleados  alrededor  de 
la  artista,  un  grupo  que  canta  bien  ó  mal,  acorde  ó  desentonado, 
sin  que  les  moleste  el  concierto  improvisado  por  la  desconocida. 

Las  señoras  en  América  tienen  propiamente  lo  que  en  Francia 
se  llama  vida  de  soltero:  los  hombres ,  por  el  contrario ,  son  en  toda 
edad,  como  ya  hemos  dicho,  negociantes  perfectos. 

Las  jóvenes  se  van  á  pasear  solas,  dias  enteros,  elegantemente 
vestidas.  A  la  edad  de  doce  años  quieren  usar  vestidos  de  seda. 
Van  por  todas  partes;  entran  en  las  pastelerías;  toman  helados  mu- 
chas veces  al  dia  y  llevan  continuamente  conñtes  en  la  boca.  Al 
volver  á  casa  de  sus  padres,  después  de  un  paseo  de  algunas  ho- 
ras, nadie  le  pregunta  en  qué  ha  invertido  el  tiempo.  Cuando  tie- 
nen novios  (esto  sucede  desde  muy  temprana  edad)  salen  con  ellos 
en  verano,  y  se  van  de  noche  al  campo,  al  teatro,  ó  á  pasear  en 
vapores  y  ferro-carriles.  En  invierno  recorren  los  sitios  púbHcos  en 
trineos  hasta  hora  muy  avanzada  de  la  noche:  tienen  un  Uavin,  con 
el  cual  penetran  de  incógnito  hasta  su  habitación ,  separada  siem- 
pre de  la  de  sus  padres.  Estas  costumbres  tienden  ya  á  modificarse, 
particularmente  en  las  grandes  poblaciones ,  donde  la  continua  pre- 
sencia de  los  estranjeros  ha  revelado  los  pehgros  de  esa  conducta. 
Pero  en  los  Estados  del  interior  permanecen  intactas. 

En  un  número  de  casas  muy  respetables  de  americanos  comer- 


—  55  — 
mdores,  las  señoritas  tienen  sus  amigos  particulares  de  ambos  sec- 
sos,  que  apenas  conocen  á  los  padres  de  las  jóvenes. 

Un  americano,  de  cuya  buena  fé  no  tenemos  motivo  para  dudar, 
nos  ha  asegurado  que  en  Boston  visitaba  todos  los  dias  á  una  seño- 
rita sin  haber  dirigido  jamás  la  palabra  á  sus  padres ,  y  sin  que  es- 
tos preguntasen  ni  opusiesen  el  menor  reparo  á  sus  visitas.  La  se- 
ñorita no  tuvo  por  conveniente  presentarlo  á  su  familia,  y  esta  por 
respeto  á  la  libertad  individual  no  exigió  la  presentación. 

Los  padres  ceden  comunmente  á  sus  hijas  el  Parlar,  y  se  reti- 
ran cuando  un  amigo  particular  viene  á  visitarlas,  aunque  sea  de 
noche. 

Podríamos  mencionar  el  nombre  de  una  señorita  casada  hoy, 
perteneciente  á  una  familia  honrada  de  New- York,  cuya  virtud  es 
innegable,  que  por  diversión  convidó  un  dia  á  once  jóvenes  de  am- 
bos secsos  para  cenar  juntos  en  la  fonda  Taylor.  Estos  jóvenes  de 
familias  muy  decentes  y  bien  acomodadas,  no  faltaron  á  la  cita.  La 
cena  fué  alegre;  se  bebió  Champagne  sin  esceso,  pero  riyendo  de 
una  manera  inmoderada.  Eran  las  tres  de  la  mañana  cuando  la 
amable  joven  dio  la  señal  de  marcha.  La  cena  le  costó  cien  duros. 
Envió  a  buscar  coches,  escogiendo  un  caballero  para  que  la  con- 
dujese á  casa  de  sus  padres,  poco  inquietos  acaso  por  su  tardanza 
insólita,  é  hizo  que  las  demás  señoritas  imitasen  su  ejemplo.  To- 
das entraron  bajo  el  techo  paterno  al  rayar  el  dia,  alegres  y  ani- 
madas, pero  con  el  corazón  puro  y  en  calma.  Este  hecho  de  una 
señorita  de  diez  y  ocho  años  pareció  un  poco  estraño  aun  en  New- 
York;  pero  lo  escusaron,  y  nadie  pensó  un  solo  instante  en  deducir 
consecuencias  fatales  para  el  honor  de  las  convidadas. 

En  presencia  de  esta  libertad  práctica,  se  esperimenta  una  ver- 
dadera estupefacción  al  ver  la  espantosa  tiranía  que  ejercen  aun 
las  creencias  religiosas  en  los  Estados-Unidos.  No  puede  formarse 
idea  en  nuestro  pais  de  la  intolerancia  que  existe  en  América  para 
observar  la  ley  del  domingo,  ley  que  bajo  el  pretesto  de  honrar  á 
Dios,  suprime  hasta  los  ómnibus  públicos,  y  no  permite  sino  á  la 
gente  que  tiene  coches  particulares  pasear  en  ellos ;  que  paraliza 
los  viajes  deteniendo  los  vapores  y  caminos  de  hierro;  obliga  á 


—  56  — 
cerrar  las  tiendas;  imposibilita  el  trabajo  de  las  fábricas;  da  por 
nulo  todo  contrato  hecho  en  ese  dia;  sujeta  al  pobre  á  no  ganar  su 
vida;  manda,  para  mayor  gloria  del  cielo,  que  los  mozos  lleven 
solo  bultos  pequeños  á  fin  de  que  no  sean  advertidos  por  los  tran- 
seúntes. 

La  misma  intolerancia  produjo  la  otra  ley  que  se  llama  de  tem- 
planza, y  prohibe  vender  los  vinos  y  licores  al  pormenor,  permi- 
tiendo de  este  modo  que  se  emborrachen  al  por  mayor.  Mas  es 
justo  añadir  que  esta  ley  no  ha  sido  observada  un  solo  dia  en  New- 
York,  y  el  alcalde  Mr,  Wood,  por  una  prudencia  que  todo  el  mundo 
agradece,  ha  dado  el  ejemplo  de  la  infracción  en  sus  ordenanzas. 
Hay  otros  Estados  mas  sumisos  que  se  conforman  con  el  régimen 
del  agua  fría,  ó  mejor  dicho,  que  se  emborrachan  á  puerta  cerra- 
da, ocultando  las  botellas  bajo  el  piadoso  manto  de  Tartufo. 

Esta  misma  ley  ha  traido  consecuencias  que  llaman  mas  la 
atención. 

Se  sabe  que  los  americanos  acostumbran  desde  largo  tiempo 
purificarse  la  sangre  con  zarzaparrilla ,  y  que  tienen  por  esta  raiz 
una  especie  de  pasión.  Esto  no  puede  comprenderse  y  está  en  boga: 
acaso  la  Academia  de  medicina  se  ha  ocupado  de  este  hecho  sin 
poder  esphcarlo.  Nos  consideramos  felices  ayudando  sus  investiga- 
ciones. 

La  zarzaparrilla  que  se  usa  en  América  es  invención  del  muy 
célebre,  hábil,  filantrópico  y  millonario  doctor,  Townsend  el  amigo 
de  la  humanidad.  Este  hombre  que  comprende  las  debilidades  hu- 
manas y  sabe  trocarlas  en  beneficios,  imaginó  desde  las  primeras 
aplicaciones  de  la  ley  de  templanza,  disolver  el  jugo  purificador  y 
sencillo  de  la  raiz  de  zarzaparrilla,  en  una  porción  conveniente  de 
genuine  brandy,  propiamente  dicho,  coñac.  Lo  guardó  en  botellas 
dándolo  á  probar.  Lo  eocontraron  escelente  y  se  ha  hecho  uni- 
versal. 

Se  ha  tomado  para  las  jaquecas,  calenturas,  irritaciones,  res- 
friados, dolor  de  muelas  y  de  caUos:  también  para  adelgazar  ó  en- 
grosar la  sangre.  Las  señoras  particularmente  se  ahogaron  en  bo- 
tellitas  de  zarzaparrilla,  como  un  tiempo  el  Duque  de  Clarence  en  un 


—  Oi  — 

tonel  de  malvasía.  Las  nodrizas  lo  bebían  para  tener  leche,  y  las 
que  no  querían  criar  lo  tomaban  para  que  se  les  retirase.  Algunos 
lo  usaron  únicamente  para  conservar  el  cutis  fresco.  En  fin,  se  con- 
sumió tanto ,  que  el  buen  doctor  entristeció  los  felices  dias  de 
Mr,  Barnum. 

De  todas  las  anomalías  que  el  antiguo  régimen  ha  legado  á  los 
Estados-Unidos,  la  mas  monstruosa  es  sin  contradicción  la  esclavi- 
tud de  los  negros  en  el  Sur. 

Mucho  se  ha  discutido  este  asunto  en  pro  y  en  contra. 

Los  partidarios  de  la  esclavitud  hablan  de  la  inferioridad  inte- 
lectual de  la  raza  negra,  perezosa  é  indolente,  añadiendo  que  los 
negros  se  venden  por  su  voluntad.  Los  negros  dicen  que  son  es- 
clavos en  sus  paises  natales. 

Y  aunque  estas  son  verdades  incontestables ,  no  alegan  ningún 
derecho  en  favor  de  los  poseedores. 

Los  abolicionistas  justamente  indignados,  gastan  su  sensibili- 
dad compadeciendo  unos  cien  mil  negros  que  son  esclavos  en  Amé- 
rica, sin  preocuparse  por  los  millones  de  blancos  que  sufren  mu- 
cha mas  ruda  esclavitud  en  Polonia,  Rusia  y  Turquía,  sin  contar 
otros  paises  de  la  tierra. 

La  sola  razón  concluyente  que  se  saca  del  estado  actual  de  es- 
ta cuestión,  es  el  deseo  de  que  tarde  ó  temprano  acabe  de  triunfar 
la  emancipación  en  esos  Estados  que  la  rechazan  sin  hacer  una 
abolición  general  de  la  esclavitud  para  toda  América.  Es  necesa- 
rio tener  presente  que  varios  Estados  americanos  nos  precedieron 
en  la  via  de  la  abolición,  que  definitivamente  no'data  para  nuestras 
colonias  sino  desde  la  revolución  de  1848. 

Nos  felicitaremos  cuando  se  encuentre  medio  de  hacer  de  la  li- 
bertad un  bien  para  los  negros  y  no  un  mal  mucho  mayor  que  la 
esclavitud.  Desgraciadamente  ese  medio  no  se  ha  encontrado  toda- 
vía. Pedimos  perdón  á  Soulouque,  pero  su  constitución  social,  con 
duques  de  la  Casonada ,  condes  de  la  Mermelada ,  marqueses  de  la 
Limonada  y  caballeros  del  Tamarin,  no  es  mas  que  una  broma  de 
carnaval. 

La  colonia  de  Liberta,  en  la  Guinea,  fundada  por  la  sociedad 

8 


—  58  — 
colonizadora  de  la  América  seteiitrional,  en  1821,  es  un  miserable 
pais  medio  salvage. 

Añadiremos  que  la  solución  del  problema,  emancipación  de  los 
negros  en  los  Estados  abolicionistas,  no  es  sino  una  vana  palabra  con 
muchos  aspectos. 

Los  ciudadanos  negros  no  votan:  se  guardarían  muy  bien  de 
votar.  La  ley  no  les  quita  este  derecho,  mas  si  quisieran  usar  de 
él  ¡quién  es  capaz  de  decir  el  número  de  bastonazos  y  puñetazos 
que  los  partidarios  de  la  libertad  de  los  negros  les  administrarian 
riy  endose! 

Todas  las  ventajas,  todos  los  empleos,  todos  los  honores,  to- 
dos los  placeres  se  rehusan  aun  á  los  negros  aunque  sean  libres, 
en  las  ciudades  mas  abolicionistas. 

Los  negros  no  pueden  ni  subir  en  ómnibus,  ni  entrar  en  los  bar- 
rooms  donde  van  los  blancos,  ni  introducirse  en  iglesia,  hospital, 
museo,  teatro,  ni  aun  en  el  espectáculo  de  los  negros -minstrels:  no 
pueden  pasear  en  los  vapores,  ni  tomar  asiento  en  los  trenes  del 
camino  de  hierro. 

La  industria  también  les  cierra  sus  puertas  y  tienen  que  esco- 
jer  para  vivir,  el  estado  de  sirvientes  de  fondas  (pues  en  casas 
particulares  no  los  quieren)  barberos,  ó  vendedores  de  ostras  y  li- 
cores fuertes,  que  venden  al  pueblo  bajo. 

Los  negros  que  llaman  libres,  tienen  sus  caUes  aparte  ¡y  qué 
calles!  sus  casas  ó  mas  bien  chiribitiles;  sus  hospitales,  sus  igle- 
sias aunque  no  hay  mas  que  un  Dios  para  todo  el  mundo.  Tienen 
trenes  especiales  en  los  caminos  de  hierro,  sobre  los  cuales,  escri- 
to, con  grandes  letras ,  se  lee:  for  colored  people(l),  en  fin  hasta  los 
cementerios  están  aparte,  como  si  los  amarillentos  huesos  de  los 
blancos,  no  quisieran  por  un  orgullo  postumo  y  fatal,  mezclarse 
con  los  blancos  huesos  de  los  negros,  después  déla  muerte. 

Se  han  visto  reyes,  desposarse  con  pastoras;  pueden  verse  rei- 
nas desposadas  con  pastores,  pero  no  se  tiene  noticia  de  un  blanco 
que  se  haya  casado  con  una  negra  ó  vice-versa.  Semejante  hecho 
seria  un  escándalo  á  los  mismos  ojos  de  Mistress  Stow. 

{])    Para  la  gente  de  color. 


CAPITULO  V. 


EL  AMOR. 


Aquí  es  donde  conviene  colocar  las  observaciones  que  hemos 
hecho,  apropósito  de  la  belleza  de  las  americanas  en  comparación 
con  la  de  las  francesas. 

La  belleza  de  proporciones,  esa  belleza  independiente  de  la  gra- 
cia y  de  la  espresion  que  se  llama  plástica,  es  mas  propia  de  las 
americanas  que  de  las  francesas. 

La  juventud,  mucho  mas  prematura  que  la  europea,  cuya  inte- 
Ugencia  se  fortifica  desde  la  infancia  con  variados  estudios,  adquie- 
re prontamente  todo  su  desarrollo.  La  sencillez,  ese  pudor  del  alma, 
ese  atributo  de  nuestras  jóvenes,  es  un  sentimiento  desconocido  de 
las  americanas  y  por  consiguiente  no  presenta  obstáculos  al  deseo 
de  instrucción,  ni  á  las  artes  de  la  coquetería.  Resulta  de  esto,  que 
las  jóvenes  de  doce  á  quince  años  reúnen  á  la  hermosura  y  delica- 
deza del  rostro,  el  brillo  de  la  tez,  la  libertad  de  maneras,  la  des- 
envoltura del  paso,  el  lujo  del  vestir  y  la  perfección  moral.  Ni  las 
pasiones,  ni  las  costumbres,  ni  las  penas  de  la  vida,  han  modificado 
la  perfecta  armonía  de  las  facciones  de  esas  jóvenes,  niñas  en  edad 
y  mugeres  en  su  porte.  La  estrema  libertad  de  que  gozan,  quita 


—  60- 
toda  traba  á  sus  caprichos,  haciéndolas  sin  embargo  las  mas  ale- 


gres de  ambos  mundos. 


Esto  no  sucede  en  Francia:  las  niñas  son  bastante  bonitas  hasta 
la  edad  de  seis  ó  siete  años;  mas  no  es  raro  que  después  las  fac- 
ciones esperimenten  un  cambio  poco  favorable.  En  esa  época  es 
preciso  adivinar  por  decirlo  asi,  lo  que  serán,  pues  sufren  como  la 
crisálida  una  trasformacion  total.  A  veces  las  bonitas  se  vuelven 
feas  ó  vice  versa:  hasta  los  diez  y  ocho  ó  veinte  años  no  termina 
la  naturaleza  su  obra,  y  deja  las  mugeres  tales  como  han  de  ser. 
Pero  fija  en  ellas  la  belleza,  se  conserva  mas  tiempo  que  en  las 
americanas.  El  arte  de  agradar  cuyo  secreto  privilegio  poseen, 
ayuda  poderosamente  á  la  naturaleza;  no  tienen  movimiento  sin 
gracia,  ni  gracia  sin  espresion. 

Si  la  belleza  francesa  es  menos  precoz  y  perfecta,  tiene  en 
cambio,  mas  duración  y  es  mas  espresiva. 

En  América  no  puede  encontrarse  un  Balzac  que  alabe  los  en- 
cantos de  la  muger  de  treinta  años. 

Reasumiendo;  si  las  unas  son  mas  hermosas  para  pintarlas  ó 
daguerreotiparlas,  las  otras  son  mas  bellas  á  la  vista;  y  si  las  fran- 
cesas no  son  las  que  mas  se  admiran,  al  menos  son  las  que  mas  se 
aman.  «El  cielo  de  Andalucía  y  el  amor  de  una  francesa,  esclama 
Alejandro  Dumas  con  entusiasmo,  seria  el  paraíso  terrenal.» 

Se  ha  dicho  que  París  era  el  paraíso  de  las  mugeres;  hubiera 
sido  mejor  colocarlo  en  América.  Enumerar  los  privilegios  que  go- 
zan las  hembras,  es  cosa  larga.  Los  americanos  desde  el  principio 
de  la  colonización  no  olvidaron  nada,  para  conseguir  el  éxito  de  su 
empresa.  Sabiendo  que  la  mas  débil  mitad  del  género  humano  ha 
guiado  siempre  á  la  mas  fuerte,  y  que  donde  la  muger  viva  gusto- 
sa vivirá  también  el  hombre  ,  se  valieron  de  todos  los  medios  ima- 
ginables, para  atraer  las  mugeres,  ofreciéndoles  como  buenos  co- 
merciantes ,  una  parte  de  las  ganancias:  esta  es  grande  y  sus  traba- 
jos domésticos  se  limitan,  Biblia  en  mano,  á  crecer  y  multiplicarse 
cuanto  las  es  posible. 

El  culto  que  profesan  á  la  muger  es  tan  grande,  que  por  todas 
partes  se  ven  estampas  (mas  ó  menos  decentes)  de  mugeres  es- 


—oí- 
puestas  á  la  admiración  pública.  Venus  saliendo  del  seno  de  las  on- 
das, ninfas  y  jóvenes  bañándose  decoran  los  bar-rooms  y  los  clubs ^ 
en  unión  de  los  bustos  de  Washington.  En  el  fondo  de  los  sombre- 
ros de  los  hombres,  ponen  retratos  de  mug-eres;  en  las  portezuelas 
de  los  ómnibus  también,  hay  camisas  ilustradas,  guarnecidas  de 
ellos  hasta  los  puños;  y  por  el  solo  placer  de  tener  imágenes,  las 
piden  los  caballeros  á  las  señoras  que  dándoles  citas  en  los  talleres 
de  los  daguerreotipistas,  se  dejan  retratar  sin  escrúpulo  alguno. 
Los  gentlemen  toman  sus  copias  y  se  las  llevan,  conservándolas  to- 
do el  tiempo  que  quieren,  sin  interés  ni  consecuencias  de  ninguna 
especie. 

Las  feUces  hijas  del  Nuevo-Mundo  hacen  lo  que  quieren,  y  go- 
zan de  libertad  hasta  el  estremo  de  pegar  á  los  hombres  que  las 
disgustan,  sin  que  estos  puedan  defenderse  personalmente:  decla- 
ran padre  al  que.  sea  menos  acreedor  á  esta  distinción ,  para  lo 
cual  no  tienen  mas  que  decir  una  palabra,  y  pronunciar  un  jura- 
mento sacrilego;  abuso  que  aunque  raro  existe. 

Se  cuenta  el  hecho  siguiente. 

Un  cuáquero  austero  y  frió,  como  todos,  tenia  á  su  servicio  una 
hija  de  Eva,  joven,  bonita,  sensible,  débil  y  sin  previsión. 

Cometió  un  desliz,  y  ciertos  indicios  la  denunciaron  á  la  vigi- 
lancia del  cuáquero.  No  queriendo  este  obrar  de  hgero  y  deseando 
al  mismo  tiempo  como  era  su  deber  penetrar  el  misterio,  llamó  á 
la  sirvienta,  y  le  habló  en  estos  términos: 

— Hija  mia:  el  espíritu  suele  estraviar  al  corazón ,  porque  como 
dicen  las  Sagradas  Escrituras,  no  es  bastante  fuerte  para  resistir 
las  pérfidas  tentaciones  de  la  serpiente.  Tú  (1)  eres  culpable,  hija 
mia;  no  trates  de  disimularlo,  pues  otro  mas  culpable,  mas  fuerte 
que  tú,  ha  tenido  en  su  ayuda  para  arrastrarte  al  mal,  al  espíritu 
tentador  del  demonio.  Dime  quien  es  ese  hombre ,  hija  mia ,  y  le 
obhgaremos  á  reconocer  y  reparar  su  falta,  volviéndole  al  camino 
de  la  moral  y  la  justicia. 

(i)  Los  cuáqueros  tutean  á  todo  el  mundo,  amigos  y  estranjeros:  no  dicen  usted ^ 
sino  cuando  se  dirigen  á  Dios,     (iV.  de  los  T.) 


—  62  — 

—Señor,  le  respondió  la  joven  resueltamente,  no  puedo  obede- 
ceros; ese  es  el  secreto  de  mi  corazón;  no  lo  divulgaré  jamás. 

El  cuáquero  quiso  persuadirla;  pero  fué  en  vano. 

Era  juez,  y  por  interés  hacia  la  pobre  joven,  y  darle  padre  á  la 
desgraciada  criatura  que  iba  á  dar  á  luz,  la  hizo  comparecer  ante 
el  tribunal  que  él  mismo  presidia,  esperando  que  la  solemnidad  del 
lugar  la  impresionarla  hasta  el  estremo  de  confesarlo  todo. 

La  joven  se  presentó. 

— Ahora  bien,  hija  mia;  le  dijo  el  cuáquero  sentado  en  su  sillón 
de  juez;  ¿te  encontraré  hoy  menos  enemiga  de  tus  propios  intere- 
ses ,  y  mas  penetrada  de  tus  deberes  consentirás  por  fin  en  hablar? 
—Yo  no  quisiera,  mas  puesto  que  lo  deseáis  absolutamente... 
—Me  alegro,  hija  mia,  la  sociedad  te  agradecerá  esa  sinceridad, 
y  yo  por  mi  parte  te  doy  las  gracias:   ¿nos  dirás  el  nombre  del 
culpable? 
—No  puedo  ocultarlo  por  mas  tiempo... 
— Muy  bien ,  hija  mia,  muy  bien:  ¿quién  es? 
—Vos. 

Si  un  rayo  hubiese  caido  sobre  el  cuáquero,  no  hubiera  espe- 
rimentadouna  emoción  tan  fuerte.  Se  defendió;  puso  al  cielo  por 
testigo  de  su  inocencia;  pero  la  criada  juró  sobre  la  Biblia,  y  él, 
con  arreglo  á  la  ley,  se  reconoció  culpable,  condenándose  á  indem- 
nizar á  su  mentida  víctima  y  á  mantener  al  niño. 

En  otro  caso  embarazó  mucho  á  los  tribunales  encontrar  la  pa- 
ternidad. 

Habiendo  declarado  una  muger  que  la  habia  seducido  un  co- 
merciante estranjero,  fué  conducido  ante  los  tribunales.  La  muger 
no  merecía  la  confianza  de  los  jueces.  El  comerciante  no  negó  sus 
relaciones  con  ella,  pero  probó  que  otros  al  par  que  él  hablan  ob- 
tenido los  mismos  favores.  En  efecto,  eldia  del  juicio,  cuatro  per- 
sonas comparecieron  y  declararon  bajo  juramento  que  reconocían 
fundadas  las  sospechas  del  acusado,  en  vista  de  las  cuales  se  con- 
sideraban culpables. 

La  posición  del  juez  era  difícil  y  delicada.  Mas  todo  se  resol- 
vió de  la  manera  siguiente.  Después  de  dirigir  una  amonestación 


—  63  — 
severa  ala  muger,  el  juez  terminó  diciendo:  «Como  á pesar  de 
esto,  no  es  posible  que  la  criatura  que  lleváis  en  las  entrañas  sea 
víctima  de  vuestra  conducta  y  es  deber  de  la  justicia  reconocerle 
un  padre,  poned  la  mano  en  vuestra  conciencia,  pedid  á  Dios  que 
os  ilumine  y  designádselo  á  vuestro  hijo.» 

La  muger  echó  una  mirada  circular  sobre  las  cuatro  víctimas 
de  su  engañoso  amor;  los  contempló  un  instante  y  señalando  por 
último  al  mas  rico,  fué  condenado  por  el  juez,  con  arreglo  á  su  po- 
sición. 

Esplicaremos  el  significado  de  la  palabra  flirtation.  Es  una  con- 
versación íntima,  galante  ó  apasionada,  que  tiene  lugar  entre  otra 
puramente  amistosa.  La  flirtation  (1),  que  los  americanos  pronun- 
cian fleurteichonn,  nace  evidentemente  de  dos  principios  contradicto- 
rios: el  deseo  que  tienen  las  mugeres  de  agradar  á  los  hombres  y 
el  temor  de  los  hombres  de  sucumbir  á  las  seducciones  de  las  mu- 
geres. De  ahí  la  estrema  coquetería  de  las  unas  y  la  fria  reserva 
de  los  otros. 

La  muger  es  para  los  corazones  sensibles  una  amenaza.  En 
América  no  es  la  oveja  quien  tiene  miedo  al  lobo,  es  el  lobo  quien 
teme  á  la  oveja.  Así,  dejad  obrar  á  las  americanas,  que  su  espe- 
riencia  (y  ellas  la  tienen  á  toda  edad)  unida  á  las  leyes,  la  defienden 
de  todo  peligro.  No  tengáis  cuidado  por  esos  apartes  entre  los  jó- 
venes de  ambos  sexos,  que  se  observan  en  los  salones,  teatros, 
bailes  y  en  los  Ice  cream  salooms  (2).  Esos  Don  Juan,  á  quienes  per- 
sigue el  miedo,  son  mas  inocentes  de  lo  que  se  cree  y  juegan  con 
el  amor,  como  los  niños  á  los  soldados,  con  sables  de  madera  y  pis- 
tolas de  caña. 

Si  alguno  de  los  dos  flirteurs  teme  ceder  á  los  atractivos  del 
sentimiento,  no  es  seguramente  ella,  sino  él.  Los  rostros  encanta- 

(1)  A  pesar  de  que  el  autor  dá  el  significado  de  esta  palabra,  como  tiene  otros  mu- 
chos, nos  parece  conveniente  hacer  algunas  observaciones  para  que  el  lector  la  compren- 
da, por  ser  intraducibie  á  nuestro  idioma.  Significa:  movimiento  ligero:  gracia:  coquete- 
ría. To  flirt,  que  es  el  verbo  inglés  de  donde  han  sacado  la  palabra  flirtation,  significa: 
corretear:  mofarse:  tener  muchos  cortejos:  proceder  con  ligereza:  variar  coa  facilidad: 
burlarse.     (IV.  de  los  T.) 

(2)  Neverías. 


—  ei- 
deres de  las  young  ladies  están  iluminados  por  la  confianza  y  admi- 
ran verdaderamente  esas  colegialas  de  quince  y  diez  y  ocho  años, 
que  van  por  las  calles  engalanadas  con  elegancia  y  llevan  un  libro 
debajo  del  brazo  mirando  á  los  hombres  descaradamente,  y  riyén- 
doseles  para  obligarles  á  bajar  los  ojos. 

Las  colegialas  suelen  ser  prometidas  esposas  ó  simplemente 
tienen  uno  ó  varios  adoradores.  Nada  mas  divertido  que  ver  á  los 
helios  de  esas  señoritas,  como  dicen  los  ingleses,  desconcertarse, 
para  hablar  con  ellas  mas  de  cerca,  ün  marido  ó  prometido ,  solo 
tiene  el  derecho  de  dar  el  brazo  á  su  muger  ó  á  su  futura.  Cuan- 
do los  hombres  acompañan  en  un  lugar  público  á  las  señoras, 
marchan  á  su  lado  sin  ofrecerlas  el  brazo;  pero  pueden  desconcer- 
tarse por  estar  admitido.  Esphcaremos  lo  que  significa  desconcertar. 
el  caballero  apoya  su  brazo  en  la  espalda  de  la  señora,  y  la  empuja 
ligeramente  delante  de  él.  Asi  elude  los  rigores  de  la  etiqueta.  En 
otro  tiempo  los  americanos  acompañaban  á  las  señoras  por  las  ca- 
lles llevándolas  cogidas  del  codo.  El  desconcierto  es  un  progreso, 
mas  empieza  á  desdeñarse  en  las  grandes  ciudades  por  las  gentes 
de  buen  tono:  las  demás  siguen  la  costumbre. 

Hay  en  New- York  sitios  privilegiados  donde  la  flirtation  está,  por 
decirlo  asi,  á  sus  anchas. 

Tal  es  el  museo  Bamum,  donde  los  jóvenes  pasean  por  todas 
partes  sans  facón,  llevando  cogidas  del  talle  á  sus  bellas  y  hablán- 
dolas  tan  cerca  del  rostro,  que  supondria  cualquiera  se  estaban  be- 
sando. Hemos  visto  en  el  teatrito  de  este  museo,  que  Mr.  Bamum 
persiste  en  llamar  Lecture  roow(l),  por  beatitud,  pues  Mr.  Barnum 
es  un  santo  que  predica  la  templanza,  al  mismo  tiempo  que  alaba 
sus  bodegas  á  los  mercaderes  de  vino.  Hemos  visto,  decíamos , 
parejas  amorosas  besándose  públicamente.  Nadie  fija  su  atención 
en  eso,  y  si  alguno  lo  observa  es  con  aire  distraído.  Nunca  seria 
permitido  turbar  á  los  amantes  en  el  ejercicio  de  su  libertad  indi- 
vidual. 

Finalmente,  en  los  establecimientos  públicos ,  en  los  ómnibus, 

(1)    Gabinete  de  lectura. 


—  65- 

en  los  vapores,  en  los  caminos  de  hierro,  se  ven  libres  amantes 
hablando  á  las  mugeres  cogidas  por  el  talle. 

El  espíritu  de  libertad  individual  mata  en  América  la  crónica 
escandalosa,  y  es  raro  que  circulen  por  el  público  esas  anédoctas 
de  sociedad  que  forman  el  solaz  de  las  revistas  de  París. 

Mas  si  llega  á  presentarse  este  caso,  si  madame  X...  ha  cla- 
sificado á  su  marido  en  la  categoría  de  los  predestinados  deBalzac,  á. 
los  ojos  de  todo  el  mundo,  no  es  ella  la  que  aparecerá  culpable, 
ni  el  infortunado  marido,  á  pesar  de  que  se  conduelen  de  él  muy 
poco:  el  único  á  quien  vituperan  es  al  seductor.  Su  honor  queda 
comprometido  y  su  crédito  comercial  muy  mal  parado. 

Pero  lo  mas  chocante  es  que  la  culpable  encuentra  sus  mas 
ardientes  defensores  en  las  mugeres  mismas.  Esto  echa  por  tier- 
ra las  ideas  admitidas  y  debe  producir  confusión  en  el  espíritu  de 
los  moralistas.  Las  mugeres  no  se  acusan  jamás,  y  cubren  y  de- 
fienden sus  debilidades  con  un  ardor  increíble. 

El  método  que  los  americanos  han  heredado  de  los  ingleses, 
ese  método  de  reducirlo  todo  en  materia  de  amor  á  una  cuota  de  in- 
demnidad, ha  producido  una  industria. 

Una  young  lady  se  asocia  á  un  hoy  (1)  cualquiera  y  tiende  sus 
lazos  seductores:  si  alguien  se  deja  coger,  el  rostro  de  la  encan- 
tadora toma  en  seguida  una  espresion  inquieta  y  alarmante. 
— '¿No  oís  ruido?  dice  á  su  adorador. 
— Sí ,  en  efecto;  ¿qué  sucede? 

— ¡Ah!  ¡huid,  huid,  ó  de  lo  contrario  somos  perdidos!...  huid 
pronto...  ¡ah!  ¡Dios  mío!  ya  no  es  tiempo;  he  aquí... 

El  boy  entra  solemnemente  en  el  cuarto  representando  el  papel 
de  padre,  hermano  ultrajado,  ó  furioso  marido.  La  lady  se  desma- 
ya, el  aparecido  coge  al  seductor,  quiere  matarlo,  llevarlo  ante  los 
tribunales,  dar  un  escándalo,  ú  obligarle  áque  se  case  con  la  vícti- 
ma. El  seductor  que  comprende  perfectamente,  saca  dinero  del 
bolsillo  y  se  arregla  todo  de  la  mejor  manera  posible. 

No  existen  en  el  mundo  maridos  mas  cómodos  ni  menos  celo- 

(!)     Mucbacljo. 


—  se- 
sos que  los  americanos.  Ausentes  todo  el  dia  de  su  casa,  dejan  á 
las  mug-eres  en  libertad  de  pasear  horas  enteras  en  Broadway. 
Cuando  están  cansadas  de  andar  entran  en  el  almacén  de  Stewart 
el  comerciante  de  novedades  y  magasinent  un  poco;  van  á  probarse 
vestidos  al  taller  de  Mme.  Roidlier-Angier,  ó  al  de  3ílle.  Marie  hábil 
representante  en  New-Yorkdeuna  délas  principales  casas  de  París- 

De  entre  las  lindas  paseantas,  suele  verse  alguna  que  separán- 
dose del  gentio,  cubre  su  rostro  con  el  espeso  velo  de  vares  verde, 
siempre  unido  al  sombrero,  y  se  dirige  misteriosamente  por  una  de 
las  calles  transversales  á  Broadway ;  párase  delante  de  una  casa  de 
apariencia  misteriosa;  mira  un  instante  á  derecha  é  izquierda,  y  pe- 
netra con  ligereza  cerrando  la  puerta  tras  sí. 

¿Qué  es  lo  que  van  á  hacer  esas  elegantes  y  perfumadas  se- 
ñoras (de  las  cuales  muchas  tienen  casa  y  carretela  en  la  quinta 
avenida)  en  estancias  modestas  y  silenciosas  donde  no  penetra  ni  la 
luz  del  dia?  ¿Van  secretamente  á  llevar  socorros  y  consuelos  á  los 
desgraciados,  ó  son  mugeres  criminales  que  bajo  ese  protesto  se 
dedican  á  la  fabricación  de  la  moneda  falsa?  Si  es  esto,  ha  de  haber 
en  New- York  mas  falsa  que  buena  moneda,  pues  en  todas  las  ca- 
lles se  ven  esos  misteriosos  edificios  que  llaman  Assignation  House  (1). 

Las  señoritas  americanas  se  casan  con  suma  facihdad  y  sin  par- 
ticiparlo á  su  familia.  La  pareja  amorosa  se  presenta  en  la  iglesia, 
si  es  católica;  en  el  templo  si  es  protestante;  en  la  sinagoga,  si  es 
judía;  ó  mas,  simplemente  ante  una  autoridad  civil;  un  juez  de  paz 
y  dos  testigos  bastan  para  identificar  las  personas;  la  ceremonia  se 
hace  en  cinco  minutos ,  sin  publicación  de  amonestaciones  ni  otra 
formahdad.  Hemos  tenido  ocasión  de  ver  en  New- York  á  la  hija 
de  un  ministro  protestante  que  podríamos  nombrar,  la  cual  se  casó 
seis  meses  antes  que  su  padre  hubiese  podido  ni  aun  sospecharlo, 
y  sin  que  ella  hubiese  dejado  de  habitar  bajo  el  techo  paterno.  El 
joven  no  era  del  gusto  del  padre  y  este  se  habia  mostrado  hostil 
al  casamiento,  por  cuya  razón  guardó  ella  el  secreto  durante  seis 
meses. 

{i)    Casa  sofialada. 


—  67  — 

Esta  facilidad  para  contraer  matrimonio,  aunque  tiene  sus  ven- 
tajas, tiene  también  sus  inconvenientes.  La  poligamia  es  una  de  las 
consecuencias  mas  funestas.  Se  han  visto  hombres  que  se  han  ca- 
sado por  especulación  gran  número  de  veces. 

Se  casan  en  un  Estado,  y  cuando  disipan  el  dote  de  la  muger, 
vuelven  á  casarse  en  otro  y  así  sucesivamente.  Durante  nuestra  es- 
tancia en  América,  hemos  visto  condenar  á  un  joven  de  veinte  y 
nueve  años  por  haberse  casado  catorce  veces.  Las  catorce  muge- 
res  de  este  Pacha  tras-atlántico  fueron  juntas  á  quejarse  de  él.  En- 
tablada la  demanda,  se  supo  que  en  el  espacio  de  tres  semanas  se 
habia  casado  dos  veces;  en  Boston  y  Baltimore. 

La  justicia  tiene  indulgencia  para  esa  clase  de  delitos,  que  la 
Inglaterra  castiga  severamente.  Citaremos  el  llamado  David  Beatty- 
ra,  condenado  tan  solo  á  veinte  y  dos  meses  de  prisión  por  la  que- 
ja de  siete  mugeres,  sus  legítimas  esposas.  Es  decir,  tres  meses  y 
algunos  dias  por  cada  una:  esto  prueba  que  es  muy  simple  la  pena 
para  privarse  del  gusto. 

He  aquí  sobre  otro  caso  de  bigamia,  una  sentencia  curiosa* 

En  1848,  Mr.  Georges  Garrison  casó  con  Miss  Elisabeth  Smith; 
dos  años  mas  tarde,  viviendo  aun  esta,  contrajo  segundas  nupcias 
con  Miss  LmyPotts.  Mistress  Garrison,  murió  sin  acusar  á  su  infiel 
marido,  y  él  alentado  por  la  impunidad  y  deseoso  sin  duda  de  rendir 
tributo  al  nombre  de  su  difunta  esposa,  casó  por  tercera  vez  con 
Miss  Margaret  Smith.  Mas  apenas  celebró  esta  unión,  Mistress  Garri- 
son Potts,  menos  resignada  que  su  antecesora,  elevó  queja  contra  el 
culpable.  Se  entabló  demanda  por  lo  que  dijeron  algunos  testigos. 
Los  curiosos  acudieron  para  asistir  al  desenlace  de  este  asunto,  es- 
perando que  el  criminal  fuese  á  la  prisión  de  Estado,  cuando  con 
sorpresa  general  dio  el  juez  el  fallo  siguiente: 

«Relativamente  á  los  dos  primeros  casamientos,  Garrison  no  pue- 
de ser  castigado  por  bigamia,  porque  la  acusación  no  ha  sido  he- 
cha en  el  término  de  tres  años,  como  está  prescrito  por  la  ley  de 
estado  de  New- York.  Tampoco  existe  crimen  de  bigamia  con  rela- 
ción á  la  primera  y  tercera  muger,  puesto  que  Miss  Elisabeth  Smith 
habia  muerto  cuando  Garrison  casó  con  Margaret  Smith,  Y  finalmen- 


-68- 
te,  con  respecto  al  segundo  y  tercer  casamiento  el  crímenes  nulo 
porque  la  boda  del  acusado  con  Miss  Lucy  Potts,  celebrada  en  vida 
de  la  primera  muger,  no  puede  ser  reconocida  por  la  ley.» 

En  consecuencia,  Mr.  Garrison  salió  libre  en  posesión  de  su 
tercera  esposa.  Ahora,  el  lector  comprenderá  la  pena  áeMistress 
Lucy  Potts,  cuando  sepa  que  esta  desgraciada  Ariádna  se  habia  ya 
casado  desde  mucho  tiempo  antes  con  Benjamín  Simons,  que  fué 
preso  y  condenado  en  medio  de  la  luna  de  miel,  por  crimen  de  bi- 
gamia. Lucy  Potts  estuvo  envuelta  en  la  acusación;  varios  testi- 
gos declararon  que  ella  sabia  perfectamente  que  Simons  era  casa- 
do, y  fué  necesaria  toda  la  habilidad  de  un  abogado  Yankee  para 
presentarla  inocente  á  los  ojos  de  la  ley.  Esto  se  llama  verdadera- 
mente ser  infortunada  en  materia  de  matrimonio. 

Aunque  es  muy  ligera  en  América  la  ceremonia  del  matrimo- 
nio, hay  ministros  que  la  simplifican  mas,  cuando  es  al  por  mayor- 
«El tiempo  es  dinero»  dicen  los  americanos,  y  es  preciso  saberlo 
economizar.  El  reverendo  L.  H.  Moore  de  Michighan  es  una  verda- 
dera máquina  de  casar  de  fuerza  de  varios  reverendos.  El  Enquirer 
de  Detroit  dice  que  el  mes  de  diciembre  último  Mr.  Moore  casó  de 
un  solo  golpe  tres  distintas  parejas,  á  saber:  MM.  Vaughan,  Woodruft 
y  Lapham,  con  Miles.  Fanny  Johnson,  Bestsey  Jarrington  y  Mary 
Drake.  ¡Gracias  á  Dios  que  tenemos  un  reverendo  que  no  le  gusta 
hacer  esperar  á  la  gente! 

Podíamos  citar  casos  mas  estraordinarios  y  mas  rápidos  aun. 

El  telégrafo  eléctrico,  suprimiendo  las  distancias,  ha  acercado 
los  corazones.  Se  han  llevado  á  efecto  enlaces  en  que  los  contra- 
yentes estaban  separados  por  dos  ó  trescientas  leguas  de  distan- 
cia. Ministros  religiosos  ó  simplemente  autoridades  civiles,  reciben 
en  las  oficinas  del  telégrafo  las  respectivas  declaraciones  de  los  con- 
sortes y  las  inscriben  en  los  registros  que  dan  fé:  el  matrimonio 
concertado  asi ,  tiene  valor. 

El  Weekly 'Herald  de  Nevi^-York  habla  de  unas  bodas  celebra- 
das en  Bordentown  con  circunstancias  que  califica  de  singulares. 
Estando  un  joven  de  Bordentown  en  víspera  de  casarse,  mu- 
rió súbitamente.  Los  prometidos  y  sus  respectivas  familias  esta- 


—  69  — 

ban  muy  unidos  á  las  creencias  espirituales  y  resolvieron  que  tu- 
viese lugar  el  matrimonio  á  pesar  de  la  muerte  del  joven:  efecti- 
vamente fué  celebrado  con  todas  las  ceremonias.  La  señorita  tomó 
por  esposo,  no  el  cuerpo  sino  el  alma  de  su  amante  representado 
por  un  cadáver.  En  este  acto  hizo  ella  juramento  de  no  volverse  á 
casar  jamás. 

Los  periódicos  de  todos  los  Estados  de  la  Union  contienen  bajo 
la  rúbrica  matrimonial  numerosas  demandas  de  casamiento,  y  mas 
lejos,  en  la  columna  del  personal,  avisos  y  citas  amorosas. 

A  continuación  damos  una  muestra  de  los  anuncios  del  personal. 
Los  reproducimos  fielmente,  tales  como  han  sido  estractados  de  los 
periódicos: 

<íFanny,  Vd.  sabe  que  yo  la  quiero:  ¿por  qué,  pues,  no  viene 
Vd.  á  verme? — J.  L.» 

«Esta  noche  á  las  nueve.— R.  J.  K. » 

« ¡Ingrato!  ¿me  olvidará  Vd.  después  de  haber  jurado  que  siem- 
pre me  amaría?  Venga  Vd.  y  será  perdonado. — W.  L.» 

«No  venga  Vd.  mas  que  cuando  yo  le  avise.  Mi  marido  lo  sabe 
todo,  mas  yo  lo  arreglaré. — A.  Th. » 

Algunas  veces ,  estos  avisos  misteriosos  se  dan  en  varias  len- 
guas, sin  duda  para  que  el  púbUco  los  entienda  menos:  Ejemplo: 

<í  Quereos. — You  were  right. — Adieu. — F.  R.» 

1  Mi  querida,^  I  loveyou  ,  de  tout  mon  cceur.  This  evening.  Tu  sais 
— X.  X.» 

Podríamos  multipUcar  estas  citaciones;  pero  las  que  hemos  es- 
tampado bastan  para  dar  una  idea  de  esas  correspondencias  amo- 
rosas. 

Muchos  americanos,  absorbidos  por  los  negocios,  no  tienen 
tiempo  de  buscar  esposa  y  recurren  á  los  periódicos  cuando  desean 
casarse. 

Conocemos  una  lady  que  debe  su  casamiento  á  este  anuncio  im- 
preso en  el  Herald. 

«Un  gentleman  desea  ponerse  en  relaciones,  para  casamiento, 
con  una  señorita  amable.  Es  preciso  que  sea  bonita,  bien  formada, 
de  carácter  dulce  y  de  maneras  distinguidas.  Una  rubia  de  diez  y 


—  co- 
séis á  diez  y  ocho  años  será  preferida.  No  importa  que  sea  pobre, 
porque  el  gentleman  está  establecido  y  tiene  buenos  negocios;  pero 
quiere  que  la  señorita  sea  bella,  amable  y  respetuosa.  Dirigirse 
confidencialmente  á  casa  del  señor  K.  M.  Fourth  avenue  384,  near 
Twenty-Eighth  s(reet.)> 

La  señorita  sin  confiarse  á  nadie,  se  decidió  á  ir  sola,  defendi- 
da por  sus  diez  y  ocho  años ,  la  hermosura  de  su  rostro,  la  elegan- 
cia de  su  talle,  la  amabilidad  de  su  carácter  y  sus  ruMos  cabellos, 
á  casa  del  autor  del  anuncio.  Este  la  encontró  encantadora,  y  tres 
dias  después  estaban  casados. 

Algunas  veces,  pero  es  raro,  son  las  señoritas  las  que  piden 
maridos.  Ved  aquí  un  modelo  del  estilo  que  usan  para  pedirlo;  lo 
tomamos  de  un  periódico  del  Oeste: 

«Una  señora  viuda  de  veinte  y  siete  años  de  edad ,  que  posee 
una  fortuna  neta  (clear)  de  50,000  duros,  desea  eontraer  nuevo  en- 
lace con  un  gentleman  bien  educado  y  que  sea  poco  mas  ó  menos 
de  su  edad. 

»Como  la  que  anuncia  ha  sufrido  mucho  con  los  desarreglos  de 
su  primer  marido ,  exige  que  el  segundo  profese  estrictamente  los 
principios  déla  templanza,  y  que  lo  certifique.  Es  preciso  ademas, 
que  sea  hombre  piadoso,  bien  formado,  de  carácter  serio,  amable, 
y  que  no  sea  viudo. 

»La  secta  á  que  pertenezca  importa  poco  (esceptuando  la  mor- 
mona),  pues  la  que  suscribe  es  universaüsta  y  profesa  abierta- 
mente la  tolerancia. 

í  Se  advierte  á  los  appliquants  (1)  que  envien  al  mismo  tiempo 
de  las  pruebas ,  sus  retratos  hechos  al  daguerreotipo  á  las  señas 
que  van  al  pie. 

»A  los  caballeros  que  se  les  devuelvan  sus  retratos,  se  suplica 
que  no  hagan  gestiones  ulteriores.» 

Pero  lo  que  reservamos  para  final  es  la  demanda  de  una  joven 
(blumerista  sin  duda)  que  encontrando  las  cadenas  del  himeneo  muy 
pesadas  de  llevar,  y  queriendo  sin  embargo  desechar  el  fastidio 

(1)    Solicitadores. 


-71- 

de  su  corazón,  hizo  á  los  gentlemens  la  siguiente  proposición  que 
trascribimos  exacta  del  New-York  Herald  con  fecha  del  lunes  13  de 
agosto  de  1855. 

«A  young  lady,  moderately  good  looking,  twenty  years  of  age, 
wishes  to  find  á  partner  for  life.  Any  gentleman  desirous  of  chan- 
ging  their  isolated  state  for  one  of  congenial  happiness,  will  picase 
address  JennieP.  A. ,  box  271  Union  square  Post  Office,  Broadway. » 

En  español  quiere  decir  literalmente: 

«Una  joven  .regularmente  parecida,  de  veinte  años  de  edad, 
quiere  asociar  su  vida  á  algún  caballero.  El  que  quiera  cambiar  su 
estado  por  semejante  dicha,  que  se  dirija  á  etc.,  etc. » 

Hemos  oido  decir  que  tales  proposiciones  se  encuentran  escri- 
tas de  puño  y  pegadas  á  la  puerta  de  la  Academia  de  medicina  y 
de  ciertos  clubs. 

La  policía  de  New-York,  severa  desde  hace  tiempo  con  las  mu- 
geres  sospechosas,  ha  tomado  contra  ellas  medidas  rigorosas.  Para 
reparar  en  lo  posible  los  perjuicios  que  ocasiona  el  rigor,  ellas  se 
valen  ingeniosamente  de  todo  lo  que  pueden.  Nosotros  hemos  visto 
un  dia  dentro  de  un  ómnibus  una  muger  elegante  que  llevaba  un 
lindo  y  pequeño  tiesto  de  flores,  entre  las  cuales  habia  una  tarjeta; 
dirigimos  la  vista  y  pudimos  leer,  como  si  fuera  una  instrucción  bo- 
tánica, el  nombre  y  señas  de  la  casa  de  la  propietaria. 

No  podemos  abstenernos  de  decir  aqui  algunas  palabras  del 
club  de  los  libres  amores,  que  ha  hecho  tanto  ruido  en  New-York.  Este 
club  tan  celebrado  se  fundó  bajo  la  dirección  de  Mr.  Andrews,  uno 
de  los  mas  furibundos  propagadores  de  las  teorías  sociahstas  de 
Fourier,  y  autor  de  un  sistema  social,  sin  reglamento,  gobierno, 
ni  leyes.  Mas  adelante  veremos  que  esto  se  ha  ensayado  ya  en 
Albany , 

Mr.  Andrews,  casado  y  padre  de  familia,  habia  reunido  para 
formar  su  club ,  partidarios  de  la  libertad  ilimitada  en  todo  y  por 
todo.  Mme.  Andrews  asistía  á  ese  club  y  llevaba  á  sus  niños  tam- 
bién. Se  reunían  dos  veces  por  semana  para  bailar,  cantar,  predi- 
car la  emancipación  de  la  muger  y  divertirse  á  discreción.  Nosotros 
hemos  visto  aUí  respetables  padres  de  familia  con  sus  hijas,  ma- 


—  72- 
ridos  con  sus  esposas,  viudas  y  señoritas  solas.  Y  toda  estag^ente. 
estaba  persuadida  de  que  el  primero  y  mas  inmutable  de  todos  los 
derechos  es  siempre  el  de  entregar  libremente  el  corazón  á  aquel 
que  le  hace  latir.  El  club  de  los  libres  amores  condenaba  el  matrimonio 
como  un  juramento  que  se  viola  muy  á  menudo  en  favor  del  co- 
razón, cuando  no  sé  viola  el  corazón  en  favor  del  juramento. 

Semejantes  teorías  no  se  discuten,  y  el  sentimiento  general  las 
condena.  Diremos  para  ser  justos,  que  las  asambleas  de  ese  club 
han  sido  siempre  muy  decentes  y  mucho  mas  divertidas  que  sen- 
timentales. Una  ó  dos  veces  se  han  dado  á  propósito  de  alguna 
muger  libre,  algún  libre  puñetazo.  Mas  allí  iban  á  distraerse  ante 
todo,  y  es  preciso  no  olvidar  que  el  boxeo ,  distracción  inglesa,  es 
uno  de  los  placeres  favoritos  de  los  Estados-Unidos.  Hombres  que 
no  tienen  motivo  para  hacerse  mal,  se  marchan  en  silencio  á  un  lu- 
gar designado  donde  les  aguarda  un  público  impaciente.  Después 
de  hundirse  el  pecho,  romperse  el  cráneo  y  lastimarse  toda  la  parte 
huesosa  de  su  cuerpo,  se  dan  las  manos  con  g-racia,  prometiendo 
volver  á  hacerlo  lo  mas  pronto  posible.  Los  espectadores  que  du- 
rante el  combate  han  animado  y  aplaudido  los  golpes,  se  retiran 
dichosos,  pagando  á  los  actores  magullados  el  precio  convenido  de 
este  feroz  espectáculo.  Tan  cierto  es,  como  dicen  algunos  filósofos, 
que  el  hombre  es  naturalmente  bueno. 

Terminaremos  este  capítulo  con  un  elogio  dirigido  á  la  lengua 
inglesa  por  la  distinción  que  ha  sabido  establecer  entre  amar  á 
una  persona  y  una  cosa.  Los  ingleses,  y  por  consecuencia  los  ame- 
ricanos, tienen  dos  verbos  amar:  to  love  para  los  seres  animados,  y 
to  like  para  las  cosas  inanimadas.  De  suerte  que  en  inglés  no  se  dice 
como  en  francés,  yo  amo  á  esa  muger,  y  yo  amo  á  esa  pierna  de 
carnero;  amo  á  mi  padre,  y  amo  á  las  manzanas  cocidas;  amo  á  Dios 
y  amo  al  cerdo  salado. 

Las  palabras  bien  escogidas  son  para  el  pensamiento  lo  que  el 
aderezo  y  las  flores  para  las  mugeres:  las  unas  hacen  resaltar  la 
delicadeza  de  los  sentimientos  espresados:  las  otras  añaden  á  la  be- 
lleza natural  voluptuosidad  y  gracia. 


CAPITULO  VI. 


EL   CHARLATANISMO. 


El  charlatanismo  es  el  genio  de  los  americanos.  Han  hecho  de 
él  una  verdadera  ciencia  que  nadie  desdeña,  elevándola  hasta  las 
mas  altas  especulaciones  de  la  filosofía  práctica.  Mientras  que  los 
metafísicos  europeos,  sin  beneficio  para  la  bolsa,  buscan  la  razón  de 
las  leyes  divinas  y  los  filósofos  se  esfuerzan  en  someter  al  análisis 
las  pasiones  y  sentimientos  del  hombre,  la  escuela  del  humbug,  se 
contenta  con  estudiar  los  vicios  y  estravagancias  déla  flaqueza  hu- 
mana para  esplotarlos  en  su  provecho. 

El  humbug,  se  ha  introducido  tan  profundamente  en  las  costum- 
bres americanas,  que  es  estimulante  indispensable  y  alma  que  ani- 
ma todas  las  cosas  buenas  ó  malas. 

Ni  la  piedad  misma  lo  deshecha. 

Cuando  la  concurrencia  se  acumula,  en  las  iglesias  numerosas 
y  variadas,  es  de  ver  como  procuran  mostrarse  á  cual  mas  hábiles 
para  atraer  á  los  fieles  indecisos.  Los  industriales  que  cubiertos  con 
él  pulpito  evangélico,  han  edificado  y  amueblado  las  iglesias  según 
el  culto  escojido,  no  quieren  sacrificar  las  bolsas  á  sus  creencias. 
En  estos  casos  es  muy  conveniente  añadir  al  coro  de  la  iglesia  una 

10 


-74  — 
brillante  cavatina  italiana  cantada  en  latin,  para  llamar  la  atención 
pública  hacia  los  sentimientos  religiosos.  Algunas  veces  no  es  el 
canto  tan  poderoso  que  pueda  atraer  las  estra viadas  y  testarudas 
ovejas,  que  se  obstinan  en  salvar  sus  almas,  soloá  costa  de  no  fas- 
tidiarse. 

Para  estos  rebaños  rebelados,  se  emplean  grandes  recursos. 
Contratan  á  un  Smart  young  preacher  (1)  y  lo  envian  á  dar  una  vuelta 
por  Europa ,  Tierra  Santa,  ó  las  Indias.  Su  misión  consiste  en  estu- 
diar las  costumbres  de  los  pueblos  que  visite  y  recojer  anécdotas  ra- 
ras é  instructivas  formulando  juicios  sobre  los  hombres  y  las  cosas. 

Al  poco  tiempo,  vuelve  de  su  viaje  con  la  cartera  debajo  del  bra- 
zo ,  llena  de  notas  curiosas ,  con  las  cuales  forma  discursos  intere- 
santes. 

En  seguida  envian  prospectos  á  domicilio,  é  insertan  en  los  pe- 
riódicos gacetillas  y  anuncios,  poniendo  ademas  grandes  y  numero- 
sos carteles  por  todas  partes.  Asi  dan  pubhcidad  al  viaje  que  en 
medio  de  los  mas  grandes  peligros  acaba  de  hacer  el  young  preacher 
con  las  impresiones  del  viajero  y  sus  raras  aventuras,  fijando  los 
dias  en  que  habrá  en  la  iglesia  lectura  pública  de  estos  aconteci- 
mientos. Entonces  es  cuando  estimulada  la  curiosidad,  vuelven  las 
ovejas  al  redil,  dejando  en  él  una  poca  de  lana:  They  made  plenty  of 
money  after  all  (2). 

Ahora  verán  los  lectores  uno  de  los  buenos  puffs  (3)  de  Améri- 
ca: el  engaño  fraguado  por  el  reverendo  Hanson;  el  cual  persuadió 
á  uno  de  sus  cofrades  (á  Mr.  Eléazar  Williams)  de  que  era  hijo 
de  Luis  XVI.  El  pobre  Eléazar,  viejo  y  casi  idiota,  se  dejó  alec- 
cionar tan  perfectamente  por  el  astuto  Hanson,  que  el  infeliz  misio- 
nero del  pais  de  los  Chappaways  llegó  á  no  tener  duda  de  su  origen 
real.  Se  acordó  de  un  gran  número  de  particularidades  notables, 
relativas  á  su  infancia:  trazó  el  retrato  de  su  desgraciado  padre, 
como  si  lo  hubiera  visto  el  dia  anterior.  Todo  le  vino  á  la  memoria; 

{i)    Joven  é  inteligente  predicador. 

(2)  Ellos  ganan  mucho  dinero  después  de  todo. 

(3)  La  exajeracion  en  alabar  y  recomendar  alguna  cosa  para  llamar  la  atención  sobre 
ella.   {N.  de  los  T.) 


hasta  la  brutalidad  del  zapatero  Simón,  que  cincuenta  años  antes 
le  liabia  dado  muerte,  cuyo  acontecimiento  recordaba  también.  A 
causa  de  este  mal  trato  se  habia  visto  obligado  á  buscar  refugio  en 
las  vastas  soledades  del  Nord-JVest,  donde  mas  tarde  fué  nombra- 
do ministro  protestante,  lo  cual  probaba  su  cualidad  de  hijo  de  San 
Luis. 

Cuando  el  reverendo  Hanson  creyó  á  su  cofrade  Eléazar  Wi- 
lliams suficientemente  amaestrado  en  el  papel ,  se  puso  en  camino 
para  New- York. 

Seguro  del  éxito  el  reverendo  Hanson,  fué  en  busca  del  pro- 
pietario del  Putnam-Magazine,  revista  que  tenia  necesidad  de  sus- 
critores. 

—•Vengo,  dijo  el  reverendo  al  editor,  á  proponerle  un  negocio. 

— Hable  Vd.,  caballero. 

— Vd.  tiene  necesidad  de  algo  nuevo  que  estimule  la  curiosidad 
de  los  lectores.  Yo  he  hecho  un  descubrimiento  que  pondrá  en  con- 
moción toda  la  América,  y  tendrá  un  eco  inmenso  en  Europa. 

— -¿Cuál  es  ese  descubrimiento? 

—El  de  Luis  XVII;  el  desgraciado  duque  de  Normandía,  que  se 
creia  muerto  en  la  prisión  del  Temple:  se  lo  ofrezco  á  Vd.  á  partir 
ganancias.  ¿Conviene? 

—Sí.  ¿Formará  muchos  volúmenes? 

—El  rey  se  propone  escribir  tantos  artículos  como  Vd.  quiera, 
y  hasta  que  la  curiosidad  púbhca  esté  completamente  satisfecha. 
El  editor  y  el  reverendo  se  entendieron ,  y  el  dia  menos  pen- 
sado se  leyó  á  la  cabeza  de  una  entrega  del  Putmm-Magazine  estas 
líneas  escritas  en  gruesos  caracteres  que  produjeron  una  sensación 
profunda: 

¡LUIS  X\1I,  PRETENDIENTE  Á  LA  CORONA  DE  FRANCIA, 

NO  HA  MUERTO ! 

¡ESTÁ  ENTRE  NOSOTROS!! 

El  reverendo  Hanson  refirió  en  el  primer  artículo ,  y  en  otros 
que  se  dieron  á  luz,  el  milagroso  descubrimiento  que  habia  hecho 


—  76  — 
en  la  tribu  de  los  Chappaways  del  infortunado  hijo  de  Luis  XVI. 
Las  entregas  fueron  arrebatadas  de  la  mano.  Vertian  lágrimas  al 
oir  recitar  tantas  desgracias,  y  abrieron  una  suscricion  en  favor  del 
futuro  heredero  de  la  corona  de  Francia.  Se  distribuyeron  á  milla- 
res los  retratos  de  Luis  XVII  en  trage  de  ministro  protestante,  cosa 
bastante  cómica  por  cierto.  Y  todo  el  mundo  encontró  gran  seme- 
janza entre  Eléazar  WilUams  y  su  padre  Luis  XVL 

La  exaltación  llegó  á  su  colmo:  hubo  grandes  polémicas,  há- 
bilmente suscitadas,  y  el  embuste  parecía  que  iba  á  salir  adelante 
con  su  maravillosa  empresa,  cuando  la  fortuna  abandonó  de  súbito 
al  reverendo  Hanson  y  su  real  engaño. 

La  presencia  inesperada  de  la  madre  de  Luis  XVII  vino  á  echar 
por  tierra  todo  el  edificio  artificiosamente  levantado  por  el  reve- 
rendo. 

Era  una  vieja  salvaje  de  mas  de  ochenta  años  de  edad,  con  piel 
roja  y  horriblemente  pintada.  Viendo  que  su  hijo  no  volvia,  é  in- 
quieta por  un  viaje  que  se  prolongaba  mucho  mas  allá  de  los  lími- 
tes fijados  por  Eléazar  Williams,  se  puso  valerosamente  en  camino 
la  buena  madre,  abandonando  su  choza  de  los  grandes  lagos  para 
ir  al  pais  de  los  de  pálido  rostro  á  adquirir  noticias  de  su  muy 
querido  hijo.  Después  de  mil  pesquisas  supo  su  paradero  y  que 
vivia  con  su  colega  el  reverendo  Hanson.  Acto  continuo  se  pre- 
sentó en  la  casa  que  le  hablan  indicado. 

Su  aparición  causó  el  efecto  de  un  rayo. 
— ¡Dios  mió!  gritó  el  reverendo  Hanson  viendo  ala  salvaje  y  di- 
rigiéndose á  Eléazar;  ¡temáis  madre,  desgraciado! 

— ¡  Ay  de  mi!  respondió  Luis  XVII  profundamente  avergonzado, 
es  muy  cierto;  pero  no  es  miala  culpa. 

— ¡Hijo  mió!  dijo  la  madre  en  lengua  Chappaways  y  con  doloroso 
acento;  ¡ven  á  abrazarme! 

—¡Adiós  sueños  de  oro!  murmuró  el  reverendo  Hanson  levan- 
tando los  ojos  al  cielo. 

Eléazar  Williams  ha  vuelto  á  ser  misionero  evangélico  en  el  pais 
de  los  Chappaways;  pero  aun  no  está  convencido  hoy  de  que  no 
sea  hijo  de  Luis  XVI:  tan  imbuido  lo  dejó  el  reverendo  Hanson. 


—77  — 

En  este  capítulo  debemos  dar  un  puesto  honroso  á  itfr.  Barmm. 

Escribir  su  historia  es  hacer  la  del  humbug  y  el  j^w// en  su  mas 
alto  grado.  Bastarán  algunos  rasgos  de  este  grande  hombre  para 
apreciar  su  inmenso  mérito,  que  en  diplomacia  hubiera  represen- 
tado el  papel  de  Talleyrand. 

Todo  el  mundo  sabe  que  la  mas  famosa  invención  de  Barnum  es 
aquella  de  la  nodriza  de  Washington;  pero  son  muy  pocas  las  per- 
sonas que  conocen  las  circunstancias  que  le  impulsaron  á  dar  este 
golpe  maestro. 

Nosotros  hemos  podido  recoger  datos  importantes. 

Por  el  tiempo  en  que  pasó  esto,  Barnum  estaba  modestamente 
empleado  en  una  casa  de  comercio  en  calidad  de  comisionista. 

En  un  viaje  que  hizo  á  Nueva-Orleans,  el  vapor  que  le  condu- 
ela tuvo  necesidad  de  renovar  su  provisión  de  carbón,  y  descansó 
en  Tennessee  á  orillas  del  Misissipi. 

AUí,  un  viajero  habló  de  una  vieja  negra  que  en  los  alrededo- 
res contaba  ciertos  rasgos  de  la  infancia  de  Washington,  á  quien 
decia  haber  conocido. 

No  se  necesitó  mas  para  inflamar  el  cerebro  del  futuro  manager 
de  Jenny  Lind. 

Dejó  partir  el  vapor;  renunció  desde  aquel  momento  á  sus  fun- 
ciones comerciales,  y  resolvió,  con  un  golpe  rápido,  atrapar  la 
fortuna. 

Se  dirigió  lleno  de  entusiasmo  á  la  habitación  de  la  negra  y  le 
propuso  al  dueño  comprársela.  Este,  no  pudiendo  sospechar  las  se- 
cretas intenciones  de  Barnum,  se  consideró  feliz  en  venderla  por 
cincuenta  duros. 

Terminado  el  negocio,  Barnum  entabló  con  la  esclava  este  in- 
teresante diálogo: 

— ¿Con  que  Vd. ,  buena  muger,  ha  tenido  el  insigne  honor  de 
criar  á  Washington? 

—¡Oh!  lo  que  es  eso  no,  mi  digno  amo;  lo  conocí  en  su  juven- 
tud, le  hablé  varias  veces,  y  nada  mas. 

—Sí,  sí,  no  me  engañe  Vd.;  estoy  seguro  que  lo  ha  criado  Vd. 
misma,  con  su  propia  leche;  me  lo  han  dicho. 


—  78  — 

—Dispénseme  Vd.  mi  digno  amo;  aunque  yo  no  soy  mas  que 
una  miserable  esclava,  la  honradez  y  mi  conciencia... 

—¿Cómo  es  eso;  qué  quiere  decir  conciencia?  Le  repito  que  Vd. 
ha  sido  quien  ha  criado  á  Washington:  ¡qué  diablo!  cuando  le  digo 
que  estoy  seguro  de  ello.  Se  me  figura  que  la  palabra  de  un  gent- 
lemán  como  yo,  es  mas  creíble  que  la  chochez  de  una  vieja  sibila 
africana  como  Vd.,  que  ha  perdido  la  memoria.  ¿Por  quién  me 
toma,  horrible  mona  peinada?  Merecerla  Vd.  que  sin  compasión  á 
la  edad  y  á  esas  lanas  blancas  que  á  guisa  de  cabellos  tiene  en  la 
cabeza,  mandase  imponerla  una  severa  corrección. 

—¡Mi  buen  amo,  perdón,  perdón! 

—¿Pero  qué  he  hecho?...  no,  santa  muger,  este  acaloramiento 
es  impío,  y  yo  soy  quien  debe  pedir  escusa.  Ya  lo  adivino  todo, 
Vd.  trata  por  modestia  de  ocultar  la  verdad ,  por  huir  de  los  hono- 
res que  merece.  ¡Qué  perfecta  criatura!  Tiene  todas  las  virtudes  y 
buenas  cualidades.  Sus  candidas  facciones,  aunque  marchitas  por 
la  edad  penetran  mi  corazón!  ¡Oh!  ¡sí,  sí!  nadie  mejor  que  Vd.  pu- 
diera haber  sido  escojida  por  la  Providencia  para  dar  de  mamar  á 
nuestro  inmortal  Washington.  ¡Cuan  feliz  y  orguUosa  debe  Vd. 
estar! 

—¡Mi  buen  amo! 

—Pero  no  son  suficientes  mis  alabanzas.  El  pueblo  que  sin  cono- 
cer á  Vd.  la  ama,  espera  el  instante  de  tributar  su  profunda  admi- 
ración. ¿No  es  Vd.  la  madre  de  la  Patria  siendo  la  nodriza  de  su 
salvador? 

—¡Cuánta  honra  para  una  pobre  negra  al  fin  de  sus  dias!  creo 
soñar.  ¡Oh  señor,  yo  no  puedo  contener  mis  lágrimas! 

— ^Déjelas  Vd.  salir:  ¡lágrimas  preciosas,  tan  dulces  á  mi  cora- 
zón! Venga  Vd.,  celestial  criatura.  El  pueblo  espera  que  se  mues- 
tre Vd.  para  eterna  admiración.  ¡Esta  alta  y  estimable  misión  yo 
sabré  llenarla! 

— ^¡Ah!  mi  buen  amo;  esto  es  demasiado;  no  puedo  soportar  se- 
mejante dicha;  ¡mi  corazón  se  parte! 

— Sí,  ese  corazón  generoso,  sobre  el  cual  ha  reposado  tantas 
veces  la  cabeza  del  niño ,  que  el  tiempo  hizo  hombre  y  las  circuns- 


-79— 
tancias  nuestro  salvador.  ¡ Ah!  diga  Vd.  que  ha  criado  á  Washing- 
ton ;  que  yo  oiga  esto  y  me  precipito  á  sus  plantas  para  recibir  la 
bendición. 

—¡Oh,  mi  cabeza,  mi  pobre  cabeza!  Estoy  loca,  pero  ya  no  cabe 
duda,  yo  soy  quien  le  he  criado. 

■ — ^¡Oh!  perfectamente;  mas  ahora  que  ha  vuelto  Vd.  á  la  me- 
moria, no  perdamos  tiempo;  haga  Vd.  su  lio;  tome  Vd.  sus  cosas 
y  corramos  á  recibir  honores  de  los  pueblos  impacientes  por  cono- 
cerla. Vamos;  ¡hup! 

Barnum  acompañado  de  su  negra  octogenaria,  á  quien  conven- 
ció sin  mucho  trabajo ,  fué  á  Filadelfia  y  sucesivamente  á  todas  las 
grandes  ciudades  de  la  Union.  Tuvo  un  gran  éxito  y  pudo  conti- 
nuar en  mas  grande  escala,  su  nuevo  comercio. 

Barnum  contrató  para  un  dia  determinado  todos  los  barcos  que 
hacion  el  servicio  en  los  alrededores  de  la  bahia  de  New- York;  in- 
mediatamente anunció  un  gran  combate  de  búfalos ,  que  ofrecía 
gratis  á  todos  los  habitantes  de  los  pueblos  unidos;  pero  con  la 
obligación  de  ir  en  los  vapores  que  habia  retenido.  Los  búfalos  no 
se  hicieron  daño  alguno ;  por  el  contrario ,  parecieron  mirarse  con 
complacencia.  Los  concurrentes  saheron  poco  satisfechos,  pero  de 
jando  un  ingreso  considerable  en  los  ferry  hoats. 

Al  par  del  combate  de  búfalos  es  necesario  admirar  la  sirena 
embalsamada  que  espuso  largo  tiempo  en  su  museo. 

Un  dia ,  los  periódicos ,  gigantescos  carteles  y  bandas  de  mú- 
sica ,  anunciaron  al  público  asombrado  el  encuentro  de  una  sirena 
mitológica ,  mitad  muger  y  mitad  pez. 

Pescadores  insensibles  á  la  música,  como  Ulises  en  otro  tiem- 
po ,  fueron  sorprendidos  en  la  mar  por  los  maravillosos  cantos  de 
una  encantadora  sirena. 

Lejos  de  dejarse  seducir  por  ese  ser  misterioso ,  la  arponearon 
sin  piedad,  comoá  un  marsuino  ó  requin.  Atravesada  por  el  hier- 
ro mortífero ,  fué  subida  á  cubierta  donde  espiró ,  cantando  con  voz 
entrecortada  por  el  dolor,  no  sabemos  qué;  acaso  el  patético  aria 
de  la  Luda,  trasportado  por  una  voz  de  sirena. 

Cuidadosamente  embalsamada  después  por  los  marineros,  la 


—  so- 
ofrecieron  á  Mr.  Barnum  para  su  museo  nacional,  tan  rico  en  curio- 
sidades únicas,  como  decian  los  prospectos. 

El  maravilloso  animal  atrajo  largo  tiempo  un  gentío  inmenso 
que  venia  de  muy  lejos  á  contemplar  tal  prodigio. 

Sin  embargo,  llegaron  á  comprender  que  la  pretendida  sirena 
no  era  mas  que  un  compuesto  de  paja  cubierto  con  una  piel  bri- 
llante y  que  la  caray  el  dorso  eran  de  cera.  Mucho  hizo  reir  este 
engaño  de  un  hombre  que  era  ya  la  admiración  general.  Mas  no  por 
esa  risa,  dejó  de  serlo.  Y  tanta  gente  continuó  viendo  el  puf f  mito- 
lógico, después,  como  antes  de  saberse  la  mentira.  El  negocio  con 
cluyó  bien,  pues  Mr.  Barnum,  según  dicen,  ganó  cerca  de  cien  mil 
francos. 

Hemos  llegado  á  la  época  de  la  vida  del  gran  maestro,  en  que 
fortificado  su  genio  por  la  esperiencia  y  alentado  por  los  buenos  re- 
sultados, llegó  á  la  plenitud  de  su  importancia  y  desarrollo.  Por 
una  combinación  sabiamente  preparada  llevó  de  un  solo  golpe  su 
nombre  al  pináculo  de  la  gloria  y  mereció  para  siempre  el  egregio 
título  de  Rey  del  Humbug. 

Hablamos  del  viaje  de  Jenny  Lind;  esta  Odisea  musical,  que  nos 
parece,  como  invento  al  menos,  mucho  mas  superior  que  la  obra 
de  Homero. 

Lo  que  mas  admira  es  el  perfecto  conocimiento  que  tiene  Mr. 
Barnum  del  público  extra-inocente  á  quien  se  dirige.  Cualquiera  otro 
que  ese  hombre  se  hubiera  contentado  con  proclamar  á  Jenny  Lind 
por  la  primera  cantatriz  del  mundo,  con  mengua  de  las  Catalariis, 
Grisis,  Malibran  y  aun  de  las  sirenas  embalsamadas;  pero  él  despre- 
ció estos  medios  vulgares;  cubrió  su  engaño  de  un  tinte  rehgioso, 
cosa  que  no  sienta  mal  por  allá,  procurando  enaltecer  la  virtud  de 
la  cantatriz.  Aseguró  que  no  tenía  de  muger  mas  que  la  apariencia 
graciosa,  siendo  en  realidad  un  ángel.  Ün  ángel  bajado  del  cielo 
para  alentar  la  piedad  de  los  hombres  y  encantarlos  con  sus  inefa- 
bles melodías. 

La  presentó  como  un  emblema  de  pureza,  como  símbolo  de  la 
América,  y  la  apellidó.  Virgen  del  Nuevo-mundo. 

Durante  tres  años  estuvo  escitando  por  medio  de  los  periódico. 


-81  — 
(que  solo  Dios  sabe  el  número  de  ellos)  la  curiosidad,  el  fanatismo, 
el  respeto  del  público  hacia  el  desconocido  ángel.  En  los  anuncios 
que  se  reproducían  bajo  distintas  formas,  ^astó  la  enorme  suma 
de  250,000  francos  (50,000  duros.) 

Cuando  creyó  al  público  suficiente  preparado,  anunció  al  gran 
entusiasmo  de  las  poblaciones,  que  la  Virgen  del  Nuevo-mundo  iba  muy 
pronto  ]i  desembarcar  en  New- York. 

Se  pasaron  tres  meses  en  una  continua  ansiedad,  durante  los 
cuales  el  nombre  de  Jenny  Lind  estaba  en  todas  las  bocas.  Muchas 
personas,  vagaron  dias  enteros  errantes  por  la  playa,  para  ser  los 
primeros  en  saludar  á  la  famosa  virgen. 

Un  grito  general  de  alegría  resonó  cuando  el  canon  'del  fuerte 
respondió  al  saludo  del  vapor  que  conduela  á  la  casta  Jenny.  Enton- 
ces hubo  un  contento  indescriptible;  se  daban  las  manos,  se  abraza* 
ban  y  hasta  lloraban  los  mas  sensibles.  Desde  el  muelle  en  que  es- 
taba anclado  el  vapor,  hasta  la  fonda  de  Irving-house  donde  se  hos- 
pedó la  célebre  artista,  cuya  distancia  es  de  media  milla,  pusieron 
alfombras  para  que  no  tocasen  al  suelo  sus  divinos  pies.  Todas  las 
noches  por  orden  deBarnum,  le  dieron  serenatas  debajo  de  sus  bal- 
cones. Convino  con  las  modistas  que  hicieran  sombreros  á  la  Jenny 
Lind ;  con  los  cocineros  budines ;  y  con  las  señoras  que  fingieran 
ponerse  malas  á  la  vista  de  tanta  inocencia. 

En  esto  llegó  el  dia  fijado  para  el  estreno  del  ángel. 

Por  medio  de  una  innovación  capaz  de  llevar  á  su  colmo  el  en- 
tusiasmo, dispuso  que  los  principales  asientos  fueran  adjudicados 
por  subasta  y  al  mas  fuerte  postor. 

Preparó  un  asiento  de  honor  que  consistía  en  una  butaca  talla- 
da y  dorada  con  riqueza,  puesta  en  el  mismo  proscenio.  Se  le  seña- 
ló en  la  primera  subasta  el  precio  de  quinientos  francos,  y  estraordi- 
nariamente  disputada,  subió  bastados  mil,  siendo  al  fin  adquirida 
por  un  sombrerero  en  la  suma  de  dos  mil  cuatrocientos. 

Desde  ese  dia,  el  sombrerero  aseguró  su  fortuna  y  la  gente  fué 
en  tropel  á  surtirse  á  su  casa,  porque  no  pudiendo  aun  contemplar 
á  Jenny  Lind  ,  querían  por  lo  menos  ver  al  hombre  que  debía  sen- 
tarse tan  cerca  de  ella. 

11 


—  82  — 

Este  hecho  del  sombrerero  merece  ocupar  un  lugar  al  lado  de 
los  de  Barnum. 

La  noche  del  primer  concierto  de  Jenny  Lind  en  el  espacioso 
local  de  Castle  Garden,  subió  el  ingreso  á  noventa  mil  francos.  El 
público  reunido  esperaba  ansioso  la  aparición  de  la  milagrosa 
virgen. 

Grande  fué  la  sensación  que  causó  al  abrirse  de  repente  la  puer- 
ta del  foro,  dejando  ver  á  Jenny  Lind,  que  llegó  á  saltos  al  prosce- 
nio y  desde  él  echó  una  mirada  inocente  á  la  sorprendida  mul- 
titud. 

El  ruiseñor  Sueco  no  se  presenta  de  otro  modo  anteelpúMico; 
diríase  que  es  un  niño  travieso  que  se  escapa  de  la  vigilancia  de 
su  ama  y  corre  locamente  todo  lo  que  le  permite  el  largo  de  la  es- 
tancia. 

Oyese  el  ritornelo  y  la  maravillosa  criatura  dejó  escapar  de  su 
divina  boca  los  primeros  y  patéticos  acentos  del  aria  Casta  diva  de 
la  Norma. 

Sucedió  lo  que  naturalmente  sucede  cuando  se  ensalza  fuera  de 
propósito  auna  persona,  por  mucho  que  sea  su  mérito.  Encontra- 
ron á  Jenny  Lind  inferior  á  la  idea  que  se  hablan  formado. 

La  especulación  angéhco-musical  de  Barnum  se  hallaba  bastan- 
te comprometida. 

Acaso  hubiese  fracasado  del  todo  si  un  pensamiento  del  instan- 
te, arrastrando  el  entusiasmo  del  púbhco  hasta  el  dehrio,  ñola  hu- 
biera salvado. 

Sin  esperar  el  fin  del  concierto,  Mr.  Barnum  se  presentó  en  la 
escena  con  aire  profundamente  conmovido,  pidiendo  permiso  para 
hablar. 

Al  tumulto  de  la  asamblea,  sucedió  el  silencio:  Barnum  se  re- 
cojió  un  momento  como  para  pedir  al  cielo  inspiraciones  dignas  de 
la  alta  misión  que  iba  á  cumplir,  y  en  seguida  dio  algunos  pasos 
adelante. 

«Señoras  y  caballeros: 

))Por  indigno  que  sea  llegar  á  este  sitio  á  usar  de  la  palabra, 
después  de  las  celestiales  armonías  que  acaba  de  haceros  oir  elán- 


-  83  — 
g-el  de  la  joven  América,  la  Virgen  del  Nuevo- mundo,  yo  no  puedo 
g-uardar  por  mas  tiempo  un  secreto  de  su  generoso  corazón.  Jen- 
ny  Lind,  señores  (el  orador  dirigió  su  vista  al  cielo  al  pronunciar 
este  nombre  que  articulaba  con  unción),  Jenny  Lind  enterada  de 
los  sufrimientos  de  la  clase  indigente,  desea  aliviarla  en  todo  aque- 
llo que  esté  de  su  parte.  Así,  renuncia  el  importe  de  esta  primera 
representación,  que  asciende  á  noventa  mil  francos,  en  favor  de 
los  pobres,  y  yo  estoy  encargado  de  entregarlo  al  alcalde  de  New- 
York  á  fin  de  que  lo  distribuya  entre '  los  necesitados  de  esta 
ciudad. » 

Con  frenéticos  vivas  acojieron  estas  palabras  pronunciadas  con 
el  tono  del  entusiasmo.  Semejante  rasgo  de  magnificencia  regia, 
pareció  á  los  americanos,  en  general  poco  pródigos,  una  acción 
verdaderamente  divina  y  que  colocaba  á  Jenny  Lind  en  el  rango  de 
los  ángeles  mas  benévolos. 

Las  gentes  se  abrazaron  llorando  ó  se  dieron  fuertes  apretones 
de  mano. 

Aprovechando  la  emoción  general,  el  sombrerero  creyó  cosa 
conveniente  fingir  un  desmayo  en  su  sillón  de  preferencia. 

El  concierto  continuó  algunos  momentos  después  y  acabó  con 
el  ruido  de  los  aplausos,  de  los  gritos,  de  los  bravos  y  de  los  sil- 
bidos que  allí  tienen  distinta  significación  que  en  Europa,  pues  son 
señal  de  la  mayor  satisfacción. 

Después  del  discurso,  Barnum  se  frotaba  las  manos  en  señal  de 
contento;  valiéndose  de  un  medio  atrevido  acabó  de  decidir  la  vic- 
toria. 

Desde  este  momento,  Barnum  acompañado  de  su  ruiseñor,  re- 
corrió triunfante  toda  la  América.  En  su  camino  prodigaba  el  char- 
latanismo y  recogia  en  cambio  pesos  duros. 

Jamás  se  conoció  delirio  igual,  y  la  historia  de  Orfeo  encantan- 
do á  los  animales  con  los  acordes  de  su  lira,  queda  muy  atrás  de 
los  milagros  de  Jenny  Lind. 

No  recordamos  en  qué  ciudad,  se  reunió  debajo  de  la  ventana 
de  la  fonda  donde  se  hospedaba  la  célebre  cantatriz,  una  turba  de 
muchachos.  Querían  verla  y  reclamaban  este  honor  á  grandes  gri- 


—  Si- 
tos: «¡El ángel!  ¡el  ángel!  ¡ queremos' ver  a  nuestro  ángel!  ¡el  sím- 
bolo de  nosotros!  ¡la joven  América!» 

El  ángel  pedido  no  apareció,  pero  Mr.  Barnum  se  presentó  para 
apaciguar  á  los  turbulentos. 

«Señoras  y  caballeros,  dijo  dirigiéndose  á  los  muchachos  cuyo 
entusiasmo  era  sin  duda  pagado;  el  ángel  que  por  un  sentimiento 
de  religioso  amor,  vosotros  deseáis  ver  para  tributarle  homenage, 
se  halla  en  este  momento  orando.  He  penetrado  sin  embargo  hasta 
el  santuario  donde  su  alma  se  eleva  al  cielo  para  recibir  las  subli- 
mes inspiraciones  de  su  inconcebible  canto.  Ella  me  ha  comisiona- 
do, señoras  y  caballeros,  para  participaros  su  profundo  sentimien- 
to por  la  imposibilidad  de  satisfacer  vuestros  justos  deseos  y  ha- 
ceros saber  la  resolución  de  contribuir  con  una  suma  de  quince  mil 
francos  páralos  huérfanos  de  la  ciudad.» 

Los  muchachos  se  declararon- satisfechos,  y  este  nuevo  rasgo 
de  generosidad  unido  á  otros  muchos,  cundió  al  momento  por  todas 
partes.  Los  periódicos  hablaron  con  entusiasmo  de  la  inagotable 
bondad  de  la  celestial  Jenny  y  los  conciertos  continuaron  siendo 
productivos. 

Mas  llegó  el  instante  en  que  los  americanos  desencantados  cruel- 
mente, creyeron  ser  juguete  de  una  estraña  ilusión.  Circuló  la  no- 
ticia de  que  el  ángel,  cortándose  las  celestes  alas,  se  iba  á  quedar 
terminantemente  en  la  tierra  y' atener  familia  'como  el  mas  simple 
mortal.  Esta  dudosa  noticia  se  confirmó,  sabiéndose  positivamente 
que  la  celestial  criatura  animada  hasta  entonces  de  espíritu  etéreo, 
se  habia  desposado  con  Mr.  Gddsmidt,  pianista  que  gastaba  gafas. 
El  ángel  mismo  no  pudo  disimular  al  público  un  talle  insólito,  rico 
endulces  esperanzas  maternales.  Esto  arrancó  un  grito  de  horror 
por  todas  partes,  y  algunos  espíritus  débiles  exajerandoelmal,  de- 
cían que  la  América  se  hallaba  atacada  en  la  persona  de  su  vivien- 
te símbolo. 

Se  calmaron  estas  inquietudes,  pero  Tue  imposible  continuar 
llevando  gente  á  los  conciertos  del  ángel  caído.  Barnum  se  vio  pre- 
cisado á  dar  los  billetes  gratis  para  llenar  las  desiertas  salas. 

Un  simple  coche  de  alquiler  condujo  hasta  el  vapor  al  ex-ángeL 


cuyo  solo  delito  había  sido  amar.  Los  periódicos  casi  no  dieron  no- 
ticia déla  partida  del  señor  y  la  señora  de  Goldsmidt. 

Barnum,  tan  firme  en  el  ataque  como  en  la  retirada,  espuso  en 
la  primera  galería  de  su  rico  museo  el  busto  en  mármol  blanco  de 
la  ilustre  Jenny  Lind,  escultura  hech^  afiles  del  casamiento  de  esta 
grande  artista. 

Reasumiendo:  Jenny  Lind  y  Barnum  en  sus  respectivos  pape- 
les de  ángel  y  conductor,  no  ganaron  en  pocos  meses  menos  de  dos 
millones  que  dividieron  entre  los  dos. 


CAPITULO  VIT. 


LAS   BELLAS    ARTES. 


En  América  se  cultivan  poco  las  bellas  artes.  Y  no  puede  ser 
de  otro  modo  en  un  pais  donde  las  necesidades  materiales  no  están 
aseguradas,  sino  en  un  corto  número  de  personas,  y  donde  todo  el 
mundo  tiene  por  objeto  hacer  fortuna.  Solo  el  comercio  podria pro- 
tejer  las  artes,  pero  este  no  piensa  mas  que  en  comerciar,  ni  tiene 
gusto  para  otra  cosa.  El  comerciante  no  comprende  al  artista  y  le 
considera  inútil,  y  por  consecuencia  inferior  al  hombre  de  negocios, 
cuyo  papel  es  mas  brillante  en  sociedad.  El  chalan  mas  ínfimo  des- 
deñarla ocuparse  de  la  música  ó  pintura  y  creerla  faltar  á  la  gra- 
vedad de  su  carácter  si  admirase  un  cuadro  ó  se  dejase  ablandar 
por  los  dulces  acentos  musicales.  Pero  como  los  americanos  tienen 
el  alma  impresionable  y  viva,  esta  indiferencia  por  las  artes  no  pue- 
de durar  largo  tiempo  y  se  debe  esperar  mucho  de  las  futuras  ge- 
neraciones. 

Entre  tanto,  como  los  hombres  no  valen  allí  sino  el  capital  que 
poseen,  los  artistas,  poco  ricos  generalmente,  son  considerados  co- 
mo cosas  sin  valor.  El  mundo  los  tolera,  mas  bien  que  los  convida 
á  sus  reuniones,  y  es  conveniente  hacer  uaa  advertencia  á  los  músi- 


—  88-^ 

eos  que  quiemn  abandonar  á  París,  donde  son  tan  estimados  y  fes- 
tejados, para  establecerse  en  América:  en  aquellas  tertulias  no  se 
convida  al  artista  para  que  participe  de  los  placeres  de  la  fiesta, 
sino  para  oirle.  «Un  artista  es  siempre  respetado,  nos  decia  un  an- 
tiguo vendedor  de  bacalao,  cuando  comprende  su  posición  en  el 
mundo  y  se  coloca  en  su  verdadero  lugar.»— «Es  cierto,  contesta- 
mos; ¡ojalá  pudiéramos  dejar  el  papel  pautado  y  el  piano,  por  la 
venta  del  bacalao!» — «Ese  tiempo  vendrá,  joven,  ese  tiempo  ven- 
drá: no  hay  que  desesperarse;  principio  quieren  las  cosas.»  Y  cier- 
tamente que  no  hubiera  tardado  mucho  como  nos  aseguraba  el  esti- 
mable comerciante,  si  hubiéramos  perseverado  en  continuar  vivien- 
do bajo  el  cielo  poco  melodioso  de  New- York. 

No  hay  escuela  de  pintura  americana,  propiamente  dicha,  si  se 
esceptúan  algunos  paisistas,  cuyas  obras  correctas  pero  frias  no 
tienen  nada  de  original.  Los  aficionados  á  cuadros  son  muy  raros 
en  el  Nuevo-mundo,  y  se  queda  uno  sorprendido  al  ver  en  los  sa- 
lones amueblados  con  lujo,  horribles  mamarrachos,  comparados  con 
los  retratos  que  vemos  espuestos  en  los  boulevards  y  bajo  los  que  se 
lee:  Semejanza  garantizada,  precio  25  francos.  Hemos  visto  cuadros 
al  óleo,  con  marco  y  cristal  como  si  fueran  grabados.  Parecen  espe- 
jos é  impiden  que  pueda  examinarse  el  valor  de  la  pintura,  pero 
nadie  se  queja. 

Se  hace  un  comercio  considerable  con  las  pacotillas  de  cuadros 
que  se  expiden  de  Francia  é  Italia  para  venderlos  en  subasta.  Pre- 
senciamos un  dia  una,  en  los  momentos  que  se  esponia  un  retrato 
de  tamaño  natural.  Era  de  un  capitán  de  bandidos,  con  el  trage  tra- 
dicional de  los  gefes;  armado  hasta  los  cabellos,  con  puñales,  pis- 
tolas y  carabina.  Sus  ojos  inquietos,  sus  facciones  marcadas  y  fero- 
ces, su  larga  barba,  se  dibujaban  bajo  un  sombrero  calabrés  de  fiel- 
tro negro.  Debia  ser  Mandrin,  Cartouche  ó  FraDiabolo.  Tenia  el  nú- 
mero cincuenta  en  el  catálogo;  lo  abrimos  y  en  él  decia:  Retrato  de 
Luis  XIV,  rey  de  Francia,  pintado  por  Girar  don.  Esta  clasificación  es- 
taba equivocada,  pero  es  muy  precioso  el  tiempo  en  América  para 
perderlo  en  rectificar.  El  gefede  bandidos,  se  vendió  como  un  Luis 
XIV  á  un  aficionado  entusiasta  por  la  fisononn'a  del  glorioso  mo- 


—  89  — 
narca:  el  verdadero  retrato  del  rey  debió  necesariamente  ser  com- 
prado por  algún  discípulo  de  Lavater,  tal  vez,  que  le  encontrarla 
las  cualidades  de  la  ferocidad. 

Solo  hay  dos  galerías  particulares  de  cuadros  en  New- York.  La 
mejores  de  Mr.  Luis  Borg,  vice  cónsul  nuestro.  En  esta  galería  se 
ven  algunos  originales  escelentes:  lienzos  de  grandes  maestros  y 
muy  buenas  copias.  Además  posee  Mr.  Borg,  curiosidades  de  va-^ 
lor,  objetos  que  han  pertenecido  á  Washington  y  Napoleón  /;  una  co-» 
lección  preciosa  de  grabados  antiguos;  esculturas  de  David  (T  An- 
gers,  de  Pradier,  y  la  mendiga  de  Strazza;  una  considerable  porcioa, 
de  armas  y  muebles  de  marfil,  esmalte,  coral  de  otras  épocas,  y 
joyas  de  Saxe.  Mr.  Luis  Borg,  á  quien  tenemos  el  gusto  de  conocer 
con  intimidad,  es  un  aficionado  distinguido  á  la  música  y  compone 
melodías  llenas  de  gracia  y  fi:'escura.  Los  artistas  de  mérito  encuen- 
tran siempre  en  él  un  apreciador  justo,  deseoso  de  serles  útil. 

Creemos  que  las  americanas  solo  tienen  un  escultor  sobresa- 
liente; Mr.  Pawers  que  ha  hecho  una  obra  notable:  la  Esclava  grie- 
ga, verdadera  inspiración  poética  digna  de  los  mas  grandes  maes- 
tros. Mr.  Pawers  ha  vivido  largo  tiempo  en  Italia  en  medio  de  te- 
soros artísticos,  y  ha  sido  guiado  en  sus  estudios  por  las  lecciones 
de  hábiles  profesores.  Mas  para  que  pudiese  aprovecharlas  fué  ne- 
cesario que  olvidase  las  que  habia  recibido  en  Boston;  este  doble 
esfuerzo  de  su  espíritu,  realza  mas  aun  su  mérito. 

El  grabado  conviene  mas  que  la  pintura  y  escultura  al  genio 
de  los  americanos.  En  las  estamperías,  se  ven  buenas  copias  de 
cuadros  grabados  por  ellos  y  las  ilustraciones  de  sus  libros  son  bas- 
tante bellas.  Juzgando  por  los  billetes  de  innumerables  bancos  de 
carniceros,  tenderos,  constructores  de  buques  y  ganaderos  que 
existen  en  los  Estados-Unidos  hasta  en  los  pueblos  naden  tes,  se  co- 
nocerá que  abundan  los  buenos  grabadores.  En  los  billetes  de  ban- 
co (moneda  corriente  de  América),  dibujan,  según  el  objeto  de  ca- 
da uno,  figuras  emblemáticas  muy  delicadas.  Los  carniceros,  ani- 
males; los  constructores,  astilleros  ó  cUppers;  los  sastres,  talleres 
donde  los  cortadores  dan  á  la  tela  forma  de  vestidos,  y  los  tende- 
ros, productos  de  su  comercio.  Podría  formarse  un  álbum  de  los 

12 


—  Do- 
mas pintorescos  é  interesantes,  reuniendo  cierto  número  de  bille- 
tes americanos.  Los  hay  hasta  de  cinco  francos,  pero  se  economi- 
zaría mas  comprando  á  bajos  precios  los  falsos  ó  verdaderos  des- 
acreditados por  quiebra,  que  son  bastante  comunes. 

La  música  es  la  mas  cultivada  de  las  bellas  artes,  pero  no  por 
eso  se  estima  mas  que  la  pintura  y  escultura.  En  el  número  de  los 
pocos  músicos  que  pueden  ó  deben  envanecer  á  los  americanos,  es 
preciso  colocar  en  primera  línea  al  célebre  Gottschalk,  hijo  de  Nueva 
Orleans.  Pero  Gottschalk  no  tiene  de  americano  mas  que  el  naci- 
miento: en  gustos,  costumbres  y  espíritu,  es  francés.  Vino  muy 
niño  á  París  para  recibir  las  lecciones  del  arte,  y  en  París  fué  don- 
de le  tejieron  sus  primeras  y  mas  preciosas  coronas:  y  á  París  ten- 
drá que  volver.  Nuestro  corazón  se  exalta  al  pensar  en  la  estúpida 
acogida  que  le  hicieron  los  americanos,  incapaces  de  apreciar  su 
mérito.  Gottschalk,  ese  talento  tan  fresco,  tan  poético,  tan  original 
hace  seis  ó  siete  años  cuando  le  oyeron  los  parisims,  ha  llegado  á 
ser  el  pianista  mas  perfecto.  ¿Qué  fué  á  hacer  en  la  patria  adoptiva 
de  las  medianías  musicales  y  en  medio  de  gentes  que  al  verle  re- 
correr el  teclado  sonoro  con  la  rapidez  del  rayo,  se  reian  á  carca- 
jadas, y  como  nosotros  lo  hemos  visto  le  tocaban  á  la  espalda  di- 
ciéndole  por  único  elogio:  «He  ahí  un  buen  ejercicio  para  el  frío. 
Vd.  deberá  tener  siempre  calor.» 

En  cuanto  á  la  prensa  es  curioso  leer  los  artículos  que  algunos 
periódicos  consagraron  al  talento  del  pianista.  A  consecuencia  de 
un  concierto,  en  que  por  despecho  acaso,  Gottschalk  se  escedió  á 
sí  mismo  gastando  toda  la  poesía  de  su  alma  herida,  uno  formuló 
este  juicio:  traducción. 

«La  música  no  nos  agrada;  y  de  los  músicos  el  que  menos  po- 
demos soportar,  es  el  pianista;  asi,  pues,  ¡cuánto  nos  haf  astidiado 
el  concierto  de  Gottschalkl  lo  que  hemos  oido  allí  no  es  música  ni 
pianista,  etc.  etc.»  Estad,  pues,  dotado  de  una  organización  escep- 
cional,  trabajad  toda  la  vida  en  desarrollarla;  tened  talento,  tanto 
como  se  puede  tener;  y  gastad  vuestra  salud,  para  que  os  dirijan 
después  semejante  elogio! 

¿Queréis  otro  ejemplo  de  la  acojida  que  tienen  los  artistas  en 


-01- 

América?  Pues  no  tenemos  otro  inconveniente  sino  la  duda  de  sa- 
ber por  cuál  hemos  de  empezar:  desde  la  Malibran,  Bosio,  Tedes- 
co,  Lahorde  y  Damoreau  Cinti,  todos  han  perdido  su  tiempo  y  gana- 
do muy  poco,  hasta  la  Alboni  que  trajo  ocho  mil  duros,  que  Mr. 
Marschall  el  empresario  y  director  del  teatro  de  BroaUway,  dice 
haber  perdido  con  ella. 

Paul  Jidlien,  que,  ha  llegado  á  ser  un  violinista  completo  después 
de  haber  sido  un  prodigio  de  precocidad,  no  ha  economizado  nada 
en  cinco  años  que  lleva  de  estar  alli.  Podíamos  citar  músicos  que 
creyendo  encontrar  allá  la  riqueza,  abandonaron  la  Europa,  donde 
vivian  estimados  y  con  comodidad,  para  caer  en  la  mas  espantosa 
miseria  y  desesperación. 

M.  S.  pianista  de  la  duquesa  de  Montpensier,  toca  el  piano  en 
las  tabernas  de  New- York,  para  despertar  el  buen  humor  de  los 
bebedores  de  whisky.  Hace  poco,  uno  de  estos,  demasiado  alegre,  se 
acercó  al  artista  y  por  broma  le  saltó  un  ojo  de  un  puñetazo.  En 
cuanto  á  la  ópera,  ha  arruinado  á  casi  todos  los  directores  desde  el 
infortunado  Palmer,  que  se  ha  visto  reducido  á  vender  macarrones 
aderezados  por  él  mismo  en  un  bodegón,  hasta  Mr.  Hachen  que  ha 
perdido  20,000  duros  con  Mario  y  la  Grisi  y  Mr.  Peyne,  que  en  la 
última  temporada  á  pesar  del  concurso  de  la  señora  Lagrange  y 
otros  artistas  de  mérito,  arregló  sus  cuentas  con  el  déficit  de  30, 000 
pesos  fuertes. 

En  América  se  ha  .ensayado  todo  con  respecto  á  especulaciones 
artísticas  y  han  dado  malos  resultados. 

Algunos  empresarios  atrevidos  contrataron  el  año  pasado  al 
célebre  Jullien,  para  una  escursion  de  seis  meses.  Formó  una  mag- 
nífica orquesta;  tocó  de  Mozart,  Beethoven,  Mendelsshon,  Berlioz,  Bo- 
sini,  Meyerbeer,  Verdi  y  de  su  propia  cosecha:  clásico,  romántico, 
diabóhco,  cencerril,  panicofónico  y  bufo.  Hizo  tocar  á  Koenig,  solos 
de  cornetín  de  llave;  á  Lavigneáe  oboe;  á  Collinet  (hombre  que  tie- 
ne cien  años)  de  flajolé;  á  Bottesini  de  contrabajo;  embellecieron 
el  local  con  fuentes  elegantes  que  manaban  Champagne  á  discre- 
ción: el  precio  á  estos  conciertos  clásicos,  románticos,  fantásticos  y 
báquicos,  era  el  de  cuatro  schelUngs  americanos  (dos  francos  y  cin- 


—  92  — 
cuenta  céntimos)  y  á  pesar  de  esto  no  iba  gente.  Los  combinados 
esfuerzos  de  la  orquesta,  Jullieny  los  directores,  no  fueron  sufi- 
cientes á  impedir  que  se  perdiera  en  esta  especulación  la  suma  de 
250,000  francos,  en  seis  meses. 

Decididos  entran  ganas  de  partir  al  instante  á  dar  conciertos 
en  el  Nuevo-mundo?  ¿Por  qué  no?  ¿No  hay  pacotilleros  que  han  en- 
viado patines  al  Senegal  y  comerciantes  que  han  mandado  paraguas 
á  Lima  donde  nunca  llueve? 

Sin  embargo,  como  todas  las  reglas  tienen  escepciones,  hay  ar- 
tistas que  no  pueden  quejarse  de  su  estancia  en  América.  Mas  pa- 
ra vencer  la  indiferencia  del  público  han  tenido  que  apelar  á  recur- 
sos ágenos  al  arte. 

Leopold  de  Meyer,  el  fogoso  pianista  autor  déla  marcha  marroquí- 
na,  ha  dado  buenos  conciertos  presentándose  al  público  con  panta- 
lón escocés  de  anchos  cuadros,  y  dirigiendo  sonrisas  á  todo  el  tea- 
tro, entre  melodía  y  melodía:  haciéndose  arrojar  flores  por  sus 
amigos  y  ofreciéndolas  en  seguida  á  las  señoras.  Entre  las  dos  par- 
tes del  concierto,  pronunciaba  discursos  y  enviaba  besos  á  las  jó- 
venes bonitas. 

Todo  esto  lo  encontraban  sublime  en  mi  hombre  cuya  fuerza 
física  igualaba  al  mérito  artístico. 

Un  violinista,  en  una  ciudad  del  Oeste,  tuvo  la  ocurrencia  de 
vestirse  de  diablo  con  cuernos  y  rabo,  para  tocar  las  variaciones 
diabólicas  del  Carnaval  de  Venecia  de  Paganini.  Apostó  ademas  mú- 
sicos ocultos  en  el  local,  que  debían  por  su  turno  dividir  las  melo- 
días del  violin,  á  manera  de  vocinas  rusas. 

Este  concierto  fué  anunciado  por  prospectos  y  sueltos,  capaces 
de  exaltar  los  ánimos  mas  tranquilos.  Llegó  el  dia  señalado,  y  el 
diablo  se  presentó.  La  salida  fué  saludada  por  unánimes  aplausos;  la 
vestimenta  hablaba  en  su  favor;  no  le  faltaba  nada;  los  cuernos  eran 
hermosos,  y  la  cola  larga  pendiendo  de  una  piel  roja  como  el  capa- 
razón de  la  langosta  cocida.  En  fin  como  diablo,  era  preciosísimo. 

Durante  algunos  instantes  se  paseó  en  la  escena,  haciendo  ges- 
tos  para  herir  la  imaginación  de  los  espectadores  y  preparar  el  efec- 
to de  las  primeras  notas  infernales. 


—  93- 

Despues  se  paró  de  repente,  cogió  con  presteza  el  violin,  con- 
templó el  arco  y  empezó  bruscamente  como  movido  por  un  resorte 
diabólico,  el  Carnaval  de  Venecia. 

Apenas  el  arco  hubo  recorrido  las  cuerdas  en  la  primera  parte 
del  condenado  tema,  un  instrumento  invisible  y  estraño  continuó 
la  melodía  y  fué  seguido  sucesivamente  por  otros  que  sonaban  en 
todos  los  ángulos  del  local.  Durante  estos  diálogos  de  espíritus  in- 
fernales, el  diablo  recorría  la  escena  á  grandes  pasos,  interrum- 
piendo el  concierto  con  risas  sardónicas,  que  repetían  los  ecos  del 
local  y  fatídicas  melodías.  El  final  fué  un  tuti  capaz  de  erizar  los 
cabellos.  Mucho  se  habló  de  esto  y  aun  se  habla  hoy  día. 

La  imaginación  délos  concertistas  debe  estar  agotada.  Todo  se 
ha  hecho.  Conciertos  de  máscaras,  de  rifas,  religiosos,  históricos, 
improvisados,  serios,  bufos,  pirotécnicos,  enigmáticos,  báquicos, 
bailables,  y  por  último  diabólicos.  Un  hombre  solo,  con  una  voz 
detestable,  ha  dado  conciertos  productivos,  cantando  sin  acompa- 
ñamiento y  durante  tres  horas  consecutivas,  salmodias  soporíferas 
de  todas  las  religiones.  En  Boston  lo  hemos  oido. 

Ün  compositor  ha  escrito  una  sinfonía  animal  que  tiene  por 
título  el  Arca  de  Noé.  En  esta  obra  imitativa  y  estraordinaria,  se 
oye  el  rebuzno  del  asno,  el  balido  del  cordero,  el  bramido  de  la 
ternera,  el  gruñido  del  cerdo,  el  silbido  de  la  serpiente,  el  canto 
de  los  pájaros,  el  rujido  del  león,  y  la  voz  del  hombre;  y  se  acompa- 
ña de  un  programa  descriptivo,  digno  de  pasar  á  la  posteridad  con 
los  prospectos  odontálgicos. 

Debemos  citar  á  un  violinista  italiano,  que  creyó  hacer  fortuna 
imitando  con  su  instrumento  la  voz  de  una  vieja  colérica.  Esto  solo 
tuvo  un  éxito  mediano. 

En  muchos  conciertos,  á  la  voz  cantante  se  mezcla  la  parlante, 
y  después  de  la  sinfonía  sigue  el  discurso.  El  americano  es  muy 
aficionado  al  spsech  (1)  y  quiere  absolutamente  que  le  hablen  de  to- 
do, apropósito  de  cualquier  materia.  Muchas  veces  entre  los  con- 
ciertos se  pronuncian  dos  ó  tres  discursos.  Si  aplauden  un  trozo  de 
música,  pidiendo  el  autor,  es  ocasión  para  hacer  un  speech.  Si  fal- 

{{)    Discurso:  oración:  arenga. 


—  94  — 

ta  un  ejecutante  anunciado  en  el  programa,  speecJr,  si  aplazan  el 
concierto  para  otro  dia,  speech;  si  tratan  de  dar  uno  nuevo,  speech, 
y  si  no  puede  hacerse,  speech. 

Hemos  oido  muchos  discursos  apropósito  de  cavatinas  y  bri- 
llantes sinfonías,  pero  no  hay  dos  que  merezcan  citarse.  Sin  tener  la 
pretensión  de  traducirlos  literalmente  podemos  asegurar  que  tra- 
zaremos su  índole. 

Era  el  beneficio  de  un  hábil  pianista,  que  es  al  mismo  tiempo 
un  compositor  de  talento.  Después  de  la  primera  parte,  se  presen- 
tó un  caballero  de  frac  negro,  trayendo  al  artista  de  la  mano.  Hizo 
seña  al  público  que  se  agitaba  en  las  banquetas,  de  que  queria 
hablar.  Se  restableció  el  silencio,  y  después  de  los  saludos  de  cos- 
tumbre, el  orador  se  espresó  en  estos  términos: 

«Señoras  y  caballeros:  (la  galantería  americana  exije  que  cuan- 
do se  habla  al  púbUco  y  en  los  carteles  de  anuncios,  se  antepon- 
gan las  señoras  á  los  caballeros:)  no  es  porque  yo  sea  abogado  y 
desee  aprovechar  con  maña  los  medios  que  me  sugiere  la  facilidad 
de  mi  palabra,  la  fuerza  de  argumentación,  y  el  encanto  de  mi  elo- 
cuencia, por  lo  que  tomo  la  palabra  ante  este  escogido  auditorio. 
Tengo,  á  Dios  gracias,  cuantos  cUentes  pueda  desear,  y  dudo  al 
escojer  entre  la  multitud  de  procesos  con  que  me  abruman,  tanto 
civiles  como  criminales.  Mi  objeto  no  es  hablar  de  maridos  desen- 
gañados que  piden  divorcio,  ni  mugeres  engañadas  que  quieren 
engañar  á  los  bribones,  nada  de  eso.  Si  uso  de  la  palabra  ante  vos- 
otros, es  únicamente  obedeciendo  al  sentimiento  que  me  anima 
y  para  tomar  parte  en  el  entusiasmo  que  produce  este  compositor 
que  tengo  cogido  por  la  mano.»  (Aplausos).  «Cuántos  momentos 
felices  me  habéis  hecho  pasar  ¡grande  hombre!  después  de  los  lar- 
gos debates  del  foro.  ¡Oh,  la  música!  ¡Oh,  amigo  mió!  ¡  oh  prodijio! 
si  no  existieseis,  seria  preciso  inventaros  para  dicha  y  gloria  de  la 
humanidad.»  (Prolongados  aplausos).  En  medio  del  ruido  confuso 
del  público  y  la  orquesta,  el  beneficiado  tomó  á  su  vez  la  palabra. 
«Señoras  y  caballeros: 

»Que  me  sea  permitido  devolver  á  mi  amigo  el  gran  orador 
aquí  presente  (el  abogado  hizo  una  inclinación)  algunos  de  los  li- 


—95  — 

sonjeros  elogios  que  ha  hecho  de  mi  insuficiencia.  ¿Qué  os  diré, 
señoras  y  caballeros?  Yo  amo  á  los  abogados  y  después  el  piano, 
el  clarinete,  el  cornetín  de  pistón  y  el  piporro,  instrumento  que 
suena  tan  dulce  en  mi  oido,  como  en  mi  corazón  la  voz  de  un  abo- 
gado dilettante  mezclada  á  los  bravos  del  público.» 

Este  último  speech  fué  acogido  con  unánimes  aplausos,  porque 
encuentra  muy  natural  el  público,  que  se  prodiguen  cumplidos 
elogios  á  sus  respectivos  talentos  un  músico  y  un  abogado,  para 
variar  los  placeres  del  espectáculo. 

Hay  en  New- York  una  sociedad  filarmónica  alemana ,  que  no 
admite  sino  músicos  alemanes  y  ha  creido  hacer  un  gran  honor  á 
Gottschalk  concediéndole  el  diploma  de  socio,  después  de  largas 
discusiones.  Uno  de  los  mas  encarnizados  opositores,  era  Mr.  Scha- 
ffenberg,  músico  estéril  y  pianista  duro  y  monótono.  Los  socios  to- 
can regularmente  las  sinfonías  de  Beeihoven,  para  las  personas  que 
no  han  oido  las  grandes  orquestas  de  Alemania  y  del  conservatorio 
de  Paris.  Pero  id  á  decir  enNew-York  que  su  sociedad  filarmónica 
no  es  la  mejor  del  mundo  y  seréis  comido  vivo,  por  los  Ramhergy 
Steinberg,  Krokberg  y  Schaffenberg. 

Los  alemanes  son  la  plaga  del  profesorado  en  América;  dan 
lecciones  de  piano  y  de  lenguas  vivas  á  todos  precios  en  perjuicio 
de  otros. 

La  música  que  está  mas  en  boga  en  los  Estados-Unidos,  es  la 
de  Verdi.  II  Trovatore  ha  hecho  furor  en  New- York,  en  Boston  y 
las  ciudades  donde  Mme.  Steffenone  ,  Brignoli ,  Amadio  y  Mlle.  Vest- 
vali  lo  han  ejecutado.  Si  los  americanos  adquieren  alguna  vez  el 
gusto  por  la  música,  el  honor  será  para  Verdi,  cuyas  obras  se  tocan 
en  todos  los  pianos;  que  no  es  poco,  pues  la  América  sola  fabrica 
mas  que  Francia  é  Inglaterra  juntas.  No  se  comprende  esto  en  un 
pais  tan  poco  musical. 

«¿En  qué  se  convierten  las  esponjas  en  New- York?»  pregunta- 
ba un  dia  con  curiosa  solicitud  un  periódico  de  Key-West,  asegu- 
rando que  este  solo  puerto  espedía  para  New- York,  de  treinta  á 
cuarenta  toneladas.  A  semejanza  de  él  preguntaremos,  ¿en  qué  se 
convierten  los  pianos? 


—  96  — 

Estos  reinan  hoy,  si  no  por  derecho  de  nacimiento  ó  conquista, 
al  menos  de  invasión.  Es  imposible  figurarse  la  prodigiosa  canti- 
dad que  se  fabrican  allende  el  Atlántico.  Para  apreciar  toda  la  es- 
tension  de  este  comercio,  baste  saber  que  constituye  con  el  algo- 
don,  la  venta  mas  importante.  En  New- York,  Boston,  Filadelfia, 
Baltimore,  Richemond,  Luis-Ville ,  Cincinnati,  Washington,  Saint- 
Luis,  Chicago,  Charleston  y  Nueva -Orleans;  en  el  Norte  como  en 
el  Sur,  en  el  Este  como  en  el  Oeste,  en  las  grandes  ciudades  como 
en  las  improvisadas,  por  decirlo  así,  cada  dia  en  los  bosques,  hay 
fabricantes  de  pianos,  dando  considerable  número  de  instrumentos 
al  comercio.  Bien  es  verdad  que  en  los  salones  está  considerado  co- 
mo un  mueble  indispensable. 

En  un  pais  tan  aficionado  á  la  mecánica,  los  ingeniosos  pianos  de 
Mr.  Debain  debian  producir  y  efectivamente  han  producido  sensa- 
ción. Vimos  uno  espuesto  en  el  Palacio  de  la  Industria,  y  podemos 
asegurar  que  era  general  la  admiración;  los  Yankees  venian  de  to- 
das partes  en  busca  del  french-piano.  Toc^v  sin  ser  pianista  cuatro 
veces  mas  fuerte  que  el  mas  fuerte  artista,  les  parecia  un  adelan- 
to prodigioso;  el  supremo  resultado  del  arte,  y  la  mecánica.  Estos 
entusiastas  colocaban  á  Mr.  Debain  muy  superior  á  Listz  que  con 
sus  dos  manos  no  puede  tocar  mas  que  una  docena  de  notas  á  la 
vez,  mientras  que  Mr.  Debain  podria  hacer  oir  las  ochenta  y  cinco 
notas  de  un  piano  de  siete  octavas,  en  un  solo  acorde. 

ün  periódico  poco  filarmónico,  pero  muy  chistoso,  hablaba  en 
estos  términos  del  piano-mecánico  de  Mr.  Debain.  «En  la  época 
actual,  los  pianos  mecánicos  del  fabricante  francés,  están  llamados 
á  prestar  un  eminente  servicio,  propio  del  adelanto  de  la  sociedad, 
aminorando  los  pianistas  ó  suprimiéndolos  enteramente. » 

» Después  de  efectuado  este  progreso,  no  hay  mas  que  desear, 
sino  que  se  encuentre  el  medio  de  suprimir  los  pianos. » 

Es  preciso  que  los  pianistas  sean  gentes  de  mucho  mérito,  y 
los  pianos,  instrumentos  muy  agradables,  para  que  el  antiguo  y  el 
nuevo  mundo,  se  diviertan  en  lanzar  contra  unos  y  otros  semejan- 
tes epigramas. 

Después  de  los  pianos,  el  ramo  mas  importante  de  la  fabrica- 


-97  — 
cion  instrumental,  es  el  harmonium.  Por  la  bagatela  de  ciento  cin- 
cuenta ó  doscientos  francos,  los  templos  modestos  pueden  adqui- 
rir uno  de  esos  instrumentos,  que  no  son  en  realidad  sino  acordeo- 
nes encerrados  en  cajas  de  palo  santo.  El  magnífico  armonio  que 
Mr.  Debain  envió  en  unión  del  piano-mecánico ,  al  Palacio  de  la 
Industria,  fué  para  los  americanos  una  verdadera  revelación.  Los 
periódicos  hablaron  de  ese  instrumento  que  nosotros  probamos  y  el 
jurado  de  la  esposicion,  acompañado  de  un  diploma  lisonjero,  colocó 
á  nuestro  compatriota  á  la  cabeza  de  los  recompensados  por  este  gé- 
nero de  industria  artística.  Mr.  Debain  recibió  una  medalla.  ¿Apro- 
vecharán los  americanos  esta  lección?  Lo  dudamos.  Aparte  del  ta- 
lento necesario  para  la  construcción  de  semejantes  instrumentos, 
tienen  que  venderse  á  un  precio  relativamente  alto ,  y  en  América 
gusta  mucho  lo  barato  para  dedicarse  á  la  perfección  de  ellos. 

De  todos  los  instrumentos,  el  acordeón  es  el  que  ha  adquirido 
alh  popularidad.  La  moda  ha  pasado,  pero  hubo  un  tiempo  en  que 
no  se  podia  dar  un  paso  sin  tropezar  con  uno.  Habia  propiamente 
reemplazado  en  manos  del  Yankee,  al  eterno  cortaplumas  con  que 
sin  cesar  corta  y  talla  pedacitos  de  madera.  Cuando  el  Yankee  care- 
ce de  ellos,  se  emplea  en  los  muebles,  mostradores  de  tiendas, 
bancos  de  iglesias,  ó  si  viaja  en  los  costados  del  buque.  Eso  es  un 
pasatiempo  habitual  y  tanto  peor  para  la  madera  que  cae  bajo  su 
cortaplumas.  En  tanto  estuvo  en  boga  el  acordeón,  no  se  escucha- 
ron mas  que  sinfonías  bajo  el  vasto  cielo  de  la  Union.  Mas  poco  á 
poco  fué  decayendo  el  instrumento  musical  y  el  cortaplumas  vol- 
vió á  recobrar  su  imperio  en  las  activas  manos  del  Yankee. 

En  las  iglesias  de  New- York  tocan  mucha  y  buena  música.  En 
las  católicas,  todos  los  domingos,  se  cantan  misas  con  acompaña- 
miento de  órgano,  de  Mozart,  Hyden,  Cherubini ,  Weber  y  otros 
grandes  maestros.  El  coro  se  forma  de  tres  partes;  un  tenor,  un 
bajo  y  un  soprano,  pero  sostenidos  por  el  órgano,  es  preferible  al 
canto-llano  que  entonan  los  sochantres  y  seises  con  voz  falsa  y  sin 
espresion.  El  reglamento  de  Francia,  que  escluye  del  coro  la  pre- 
sencia de  las  mugeres,  no  se  ha  introducido  en  New- York,  donde 
las  buenas  sopranos  son  buscadas  con  empeño. 

13 


—  98  — 

Los  músicos  militares,  detestables  hace  tres  años,  tienden  á 
mejorarse,  y  somos  justos  elogiando  á  nuestros  compatriotas  de  la 
guardia  Lafayette,  que  tienen  una  magnífica  banda  de  música.  Las 
invenciones  de  Mr.  Sax  han  alcanzado  un  triunfo  en  América  como 
en  Europa.  Pero  allí  como  aquí,  atrevidos  falsificadores,  imitan  los 
instrumentos  poniéndoles  la  marca  de  Mr.  Sax,  No  solamente  le 
privan  de  este  modo  del  interés  á  que  como  inventor  tiene  dere- 
cho, sino  que  lo  desacreditan,  vendiendo  como  suyos  instrumen- 
tos mal  fabricados. 

De  lo  que  acabamos  de  decir,  se  conjetura  que  debe  haber  po- 
cos compositores  en  América.  Sin  embargo,  tienen  aires  popula- 
res, tiernos  é  inocentes,  que  no  carecen  de  encanto.  Proceden  de 
aires  irlandeses,  y  como  estos,  poseen  cierta  melancolía  fatal  que 
penetra  el  alma.  Mme.  Sontag,  cantaba  baladas  con  un  gusto  es- 
quisito  y  un  abandono  simpático.  jPobre  Mme.  Sontag!  después 
de  una  escursion  de  diez  y  ocho  meses  por  todas  las  ciudades 
de  la  Union,  después  de  haber  sufrido  tantas  penas  y  fatigas  con 
un  valor  que  sostenía  el  amor  á  sus  hijos,  fué  á  sucumbir  á  Mé- 
jico de  una  muerte  singular  y  misteriosa. 

Durante  nuestra  permanencia  en  New- York  solo  hemos  oido 
una  ópera  americana.  Era  de  i/r.  Bristow,  compositor,  acompañan- 
te, afinador,  organista,  director  de  orquesta,  profesor  y  fabricante 
de  pianos.  Se  vé  que  no  faltaban  cuerdas  al  arco.  La  ópera  fué 
perfectamente  cantada  por  3Ille.  Pyne,  tenia  algunos  trozos  buenos 
y  alcanzó  un  éxito  brillante.  El  asunto  del  poema,  sacado  de  la 
moderna  historia  americana,  no  contribuyó  poco  á  hacerla  simpá- 
tica para  el  público.  Antes  de  Mr.  Bristow,  debemos  colocar  á 
Mr.  Fry,  que  reúne  al  mérito  de  compositor  una  grande  erudi- 
ción musical. 

«Los  niños,  dice  no  sabemos  qué  escritor,  creen  generalmente 
que  el  bacalao  nada  en  el  fondo  del  mar,  en  forma  seca,  correosa  y 
aplastada  como  lo  venden.»  Muchos  profesores  y  compositores  dis- 
tinguidos se  hallan  en  el  mismo  caso,  con  respecto  á  la  historia  de 
su  arte,  lo  mismo  en  Europa  que  en  América.  Fuera  de  la  rutina  no 
saben  nada.  Por  la  filosofía  v  estética  de  los  sonidos  no  se  toman 


-99- 
el  menor  interés.  El  conservatorio  de  París  que  se  cita  con  razón 
eomo  la  primera  escuela  de  música  europea,  deja  un  vacío  en  este 
punto  que  hemos  sido  los  primeros  en  advertir.  «Mientras  que  se 
limiten,  decíamos  en  una  revista  musical  del  Siecle,  á  enseñar  la 
combinación  de  los  sonidos  bajo  el  punto  de  vista  de  las  reg-las  de 
armonía  y  no  se  espliquen  los  diversos  efectos  que  producen  en 
nuestra  organización  por  el  de  las  sensaciones  morales,  el  conser- 
vatorio podrá  producir  buenos  músicos  pero  no  compositores.»  Y 
acabábamos  por  pedir  para  nuestra  escuela  nacional  la  creación  de 
una  cátedra  de  filosofía  é  historia  musical. 

Animado  sin  duda  por  las  mismas  convicciones  y  el  amor  á  la 
ciencia,  Mr.  Fry  ha  consagrado  ocho  años  de  su  vida  á  escudriñar 
en  las  bibliotecas  de  Francia,  Alemania,  España,  Italia  é  Inglater- 
ra, los  distintos  elementos  con  que  ha  formado  una  obra  interesante. 
A  manera  de  los  conciertos  históricos  de  Mr.  Fétis,  Mr.  Fry  ha 
dado  varias  reuniones  en  la  gran  sala  quemada  hoy,  (¿qué  salas  y 
casas  no  concluyen  por  quemarse  en  América?)  de  Tripler  Hall.  Pe- 
ro estos  conciertos  tan  interesantes  é  instructivos,  por  los  cuales 
Mr.  Fry  se  asoció  á  numerosos  coros  y  orquesta  completa,  encar- 
gados de  ejecutar  los  ejemplos^  han  tenido  poco  éxito. 

¿Qué  importa  á  los  negocios  de  New- York  preguntamos  nosotros, 
que  los  griegos  hayan  ó  no  conocido  la  armonía?  ¿Que  Palestina 
haya  reformado  la  música  religiosa,  componiendo  misas  según  las 
reglas  particulares  que  se  llaman  contrapunto?  ¿Que  la  primera 
obra  de  música  impresa  en  Italia  sea  precisamente  de  un  francés? 
¿Que  la  primera  ópera  representada,  íw^v^Euridice,  compuesta  por 
Jacques  Péré  y  ejecutada  en  Florencia  con  motivo  del  matrimonio  de 
Enrique  IV  y  María  de  Mediéis?  ¿Que  esta  ópera  no  se  compusiera 
sino  de  recitados,  etc.  etc?  Nada  seguramente;  y  la  menor  noticia 
de  algodón  averiado,  harina  importada,  ó  bacalao,  es  mucho  mas 
interesante. 

No;  América  no  es  artística  por  ahora;  nosotros  le  hacemos  jus- 
ticia por  sus  grandes  cualidades,  y  le  diremos  sus  defectos  con  la 
misma  franqueza. 


"    *»  "     ,1   »    , 


CAPITULO  VIII. 


LA  MECÁNICA  Y  LAS  MAQUINAS. 


En  un  pais  tan  vasto  como  América,  donde  los  brazos  faltan 
las  mas  veces,  y  el  trabajo  es  una  fiebre  general  y  continua,  don- 
de la  necesidad  ha  pasado  á  ser  pasión ,  naturalmente  la  mecánica 
debe  hallarse  adelantada,  puesto  que  economiza  las  fuerzas  del 
hombre,  abrevia  el  tiempo,  y  produce  ventajas.  El  pueblo  america- 
no es  el  que  hace  mayor  número  de  aplicaciones  del  vapor.  Por 
todas  partes  se  ven  máquinas  útiles  é  ingeniosas  y  con  formas  es- 
traordinarias.  Echemos  una  rápida  ojeada  sobre  las  de  vapor,  glo- 
ria industrial  de  América.  No  somos  mecánicos  ni  sentimos  humi- 
llación confesándolo,  pues  no  escribimos  para  hombres  especiales. 
Estas  líneas  se  dirijen  á  los  simples  profanos  y  no  tienen  mas  ob- 
jeto que  poner  á  su  alcance  las  costumbres  americanas,  de  las  cua- 
les la  mecánica  es  un  lado  pintoresco. 

La  osada  inteligencia  délos  americanos  se  demuestra  sobre  todo 
en  las  máquinas  de  vapor  aplicadas  á  la  marina.  Algunas  llegan  á 
tener  proporciones  verdaderamente  admirables.  Pueden  citarse  va- 
pores de  fuerza  de  mil  doscientos  caballos.  Sin  hablar  de  los  gran- 
des que  hacen  la  travesía  larguísima  de  Europa  y  California,  jcuán- 


—  102  — 

to  no  pasman  los  que  son  mas  bien  palacios  flotantes  de  dos  ó  tres 
pisos,  y  que  surcan  las  aguas  del  Ohio,  el  Misisipí  y  el  Hudson! 
Estos  inmensos  buques,  desconocidos  en  Europa,  son  propiamente 
ciudades,  que  contienen  dos  mil  viajeros,  mercancías  considerables 
y  numerosos  rebaños. 

¿Pero  qué  son  al  lado  del  Ohio,  del  Misisipí,  del  Hudson,  verda- 
deros mares  de  ag-ua  dulce,  los  grandes  lagos  de  la  Suiza,  tan  de- 
cantados? El  de  Genova  y  el  de  Come,  parecerían  pequeñas  charcas 
de  agua,  comparados  con  los  prodigiosos  de  América.  Mientras  en 
Europa  se  admiran  los  vapores  de  fuerza  de  cuarenta  caballos,  allí 
se  consideran  ordinarios  los  de  seiscientos.  Esos  vapores  de  per- 
fecta forma  en  el  esterior  no  pierden  su  perfección  interior.  Están 
dorados,  cubiertos  de  alfombras  sedas  y  terciopelo;  adornados  de 
magníficos  espejos  y  muebles  de  lujo.  Tienen  pianos,  juegos  de  mil 
clases  y  bibliotecas.  Desgraciadamente  no  se  está  siempre  seguro 
en  ellos.  ¡Tengan  cuidado  los  que  viajan  bajo  el  mando  de  un  ce- 
loso capitán,  que  no  tope  con  un  adversario!  En  seguida  quiere  ade- 
lantarle y  calentando  la  máquina  mas  de  lo  que  puede  resistir,  no 
solo  con  carbón  y  leña  sino  hasta  con  resina,  la  suelta  toda.  Si  su 
rival  no  cede,  lo  hace  cuestión  de  honor.  Bien  pronto  se  propaga  su 
entusiasmo  á  los  pasajeros ,  que  formando  cadena  desde  la  máqui- 
na al  puente  dan  vivas  de  alegría,  en  tanto  que  el  combustible  toma 
incremento  y  suele  volar  el  buque. 

Los  vapores  americanos  están  construidos  para  recibir  la  carga 
en  el  puente.  El  interior  lo  ocupa  la  máquina;  en  medio  del  barco, 
no  se  apercibe  de  ella  sino  el  gigantesco  balancín,  como  una  bom- 
ba que  no  cesa  de  moverse.  Al  lado  de  él,  pero  mucho  mas  alto  y 
por  encima  de  todos  los  pisos  del  vapor,  se  eleva  un  pabelloncito, 
donde  permanece  el  capitán  en  observación  y  el  timonel  que  dirijen 
los  movimientos. 

En  América  no  hay  vapores  pequeños.  Los  mas  chicos  son  los 
ferry  boats  áeBrooklin  en  New- York,  que  atraviesan  el  rio  Est;  tie- 
nen 160  metros  poco  mas  ó  menos.  Los  ferry  boats  no  tienen  me- 
nos fuerza  de  ochenta  caballos.  Atraviesan  todos  los  ríos,  pues  los 
puentes  son  por  dech*lo  así,  desconocidos  en  los  Estados-Unidos- 


—  103  — 

Las  máquinas  son  generalmente  bien  construidas,  sólidas,  pero 
sin  lujo.  Las  piezas  no  están  pulimentadas.  Lo  útil  reemplaza  siem- 
pre alo  agradable  en  los  trabajos  de  herrería.  Es  preciso  esceptuar 
de  esto  las  bombas  de  incendios  que  los  americanos  adornarían  de 
la  mejor  gana  con  perlas  y  diamantes. 

Apropósito  de  las  diversiones  americanas,  hemos  hablado  ya  de 
las  bombas  y  bomberos.  No  trataremos  mas  de  este  asunto.  Solo 
añadiremos  que  son  las  mejores  y  mas  elegantes  del  mundo.  Ellos 
ríen  de  conmiseración  pensando  en  la  pobreza  de  las  nuestras. 
«Pobres  incendios  y  pobres  bombas.»  Dicen  con  desden.  Lo  cierto 
es  que  un  bombero  americano  no  vacilaría,  en  caso  de  apuro,  en 
vender  su  vestido  para  decorar  su  bomba.  No  es  mas  celoso  un 
amante  de  su  querida,  que  un  bombero  de  los  atractivos  de  su 
bomba.  Decidle  á  uno  (en  América  todo  el  mundo  tiene  algo  de  bom- 
bero) que  es  ruin  y  estúpido;  desdeñará  esos  insultos  y  puede  que  ni 
responda.  Mas,  criticadle  una  bomba,  y  os  matará  sin  escrúpulo. 
Entre  el  bombero  y  la  bomba,  no  se  puede  nunca  poner  el  dedo. 
Al  lado  de  las  ricas  bombas  de  incendios,  incrustadas,  cince- 
ladas con  arte ,  decoradas  con  flores ,  y  adornadas  con  los  colores 
mas  vivos,  las  locomotoras  de  los  caminos  de  hierro,  forman  un 
contraste  que  llama  la  atención.  Cargadas  con  una  chimenea  estra- 
ña,  corta  y  ancha  como  la  boca  del  infierno,  son  negras  y  tristes, 
como  un  pensamiento  lúgubre;  parece  que  llevan  ya  el  luto  por  los 
viajeros  que  pueden  precipitar  en  lo  profundo  de  algún  abismo  ó 
en  las  aguas  por  algún  puente  hundido.  Estas  catástrofes  son  bas- 
tante frecuentes  en  los  Estados-Unidos,  pero  llaman  muy  poco  la 
atención.  Lo  importante  para  el  americano  es  que  con  peligro  ó  sin 
él,  bien  ó  mal,  le  trasladen  con  rapidez  á  cualquier  punto  de  su 
vastísimo  territorio.  La  vida  del  hombre  se  considera  de  escaso 
valor  en  América,  pues  ha  visto  desde  el  año  de  1843,  aumentar- 
se la  población  con  3.300,000  emigrados  de  todas  naciones ,  y  está 
acostumbrada  á  mirar  á  los  hombres  como  introducción  ó  estrac- 
cion  de  mercancías.  Los  hombres  le  llegan  completamente  hechos 
como  las  telas  tejidas. 

Allí  hay  muy  pocos  niños  proporcionalmente,  y  es  porque  la 


—  104  — 

Europa  le  dá  los  hombres  que  contiene  y  son  necesarios  á  ese  pais 
avaro  de  tiempo,  de  goces  y  de  brazos  vigorosos  que  labren  la 
tierra  y  edifiquen  ciudades  que  se  ven  salir  como  por  encanto  de 
en  medio  de  las  selvas.  Asi,  pues,  ¡qué  actividad!  ¡qué  furor  de 
trabajo!  ¡qué  esfuerzos  por  todas  partes!  A  esta  hora  los  Estados- 
Unidos,  no  poseen  menos  de  36,000  kilómetros  de  caminos  de  hier- 
ro: lo  bastante  para  rodear  con  una  línea  el  globo  terrestre.  La  In- 
glaterra,  que  es  el  pais  que  tiene  mas  vias  férreas  con  relación  á 
su  territorio,  no  posee  mas  que  20,000  kilómetros.  La  Francia  7 ,000. 
La  Alemania  con  todos  los  Estados  secundarios  12,000.  La  Bélgi- 
ca 1,500.  La  España  1,400.  La  Dinamarca  300.  La  Italia  compren- 
diendo la  Toscana,  los  Estados  pontificios  y  el  Piamonte  1,500.  La 
Rusia,  potencia  mas  vasta  de  Europa,  3.500. 

Gracias  á  las  comunicaciones  prontas,  fáciles  y  á  poco  precio 
por  mar  y  tierra,  los  Estados-Unidos,  se  cultivan  mas  cada  dia, 
estienden  su  población,  que  en  algún  tiempo  cubrirá  toda  la  su- 
perficie del  continente,  y  marcha  á  pasos  agigantados  á  la  mas 
asombrosa  prosperidad  material. 

El  vapor  y  sus  máquinas  variadas,  son  una  de  las  causas  prin- 
cipales, después  de  la  libertad,  del  pronto  adelanto  de  ese  pueblo 
trabajador. 

Los  agricultores,  que  saben  todos  leer  y  escribir  y  reciben  dia- 
riamente un  periódico,  y  los  industriales  de  las  villas,  han  seguido 
el  impulso  de  la  civihzacion.  Los  trabajos  de  la  tierra  se  hacen  en 
gran  parte  mecánicamente.  Máquinas  locomotoras  de  fuerza  de  cua- 
renta, cincuenta,  y  aun  sesenta  caballos,  desmontan  las  vastas  llanu- 
ras delKansas,  del  Orégonyla  California.  Se  laborea,  surca,  siem- 
bra, siega,  aventa,  y  recojo  el  trigo,  por  medio  de  máquinas. 

Para  todo  lo  que  puede  contribuir  á  aumentar  la  priesa  de  la 
colonización  y  ayudar  rápidamente  la  prosperidad  material  se  va- 
len de  recursos  mecánicos. 

Allí  se  ha  inventado  el  excavador. 

Es  una  especie  de  máquina  locomotriz  para  limpiar  la  tierra. 
Está  formada  de  una  grúa  que  gira  media  vuelta  sobre  sí  misma. 
Del  pico  de  esta  grúa  cuelga  una  cadena  que  levanta  y  baja  el  scoop 


—  105  — 
ó  cubeta  armada  de  dientes  de  acero  que   cava  el  terreno.  Por 
detrás  de  dicha  grúa  se  encuentra  la  caldera  del  vapor  que  impul- 
sa el  mecanismo.  En  menos  de  un  minuto  se  llena  de  tierra  un 
wa^on,  sirviéndose  del  excavador. 

Este  aparato  se  emplea  en  toda  América  y  se  ha  usado  en  In- 
glaterra y  en  Rusia  para  la  construcción  del  camino  de  hierro  de 
S.  Petersburgo  á  Moscou.  Cuatro  máquinas  de  esta  especie,  cons- 
truidas en  Paris,  funcionaron  haciendo  el  trabajo  de  noventa 
hombres,  en  los  caminos  de  hierro  del  Norte  y  del  Havre.  Es- 
te instrumento  está  llamado  á  prestar  grandes  servicios  á  la 
agricultura. 

Vemos  que  una  de  las  mejores  casas  de  importación  de  Rio- 
Janeiro,  la  de  D.  Manuel  Olegario  Abranches,  ha  espedido  para  el 
interior  del  Brasil  excavadores^  algunos  otros  instrumentos  de  agri- 
cultura. Se  esperan  los  mas  felices  resultados  del  uso  de  estos  di- 
ferentes aparatos,  cuyo  empleo  en  el  Brasil  es  debido  á  la  feliz 
iniciativa  de  dicho  Sr.  Abranches. 

En  los  Estados  donde  junto  á  casas  de  madera,  han  edificado 
con  ladrillo  ó  piedra,  sirve  para  tallarla,  hacer  las  cornisas,  di- 
bujar los  arquitrabes  y  cortar  las  volutas:  es  una  máquina  estre- 
madamente  curiosa  para  estos  usos:  movida  por  el  vapor  funcio- 
na con  todos  sus  úthes  tallantes,  picantes,  rascantes  y  contun- 
dentes. 

Hay  máquinas  para  trasportar  las  casas  de  madera  de  un 
punto  á  otro,  instalándolas  sobre  nuevos  cimientos.  El  año  último 
vimos  en  New-Brington,  en  el  Staten-Island,  mudar  una  casa  de 
ese  modo:  fué  trabajo  de  una  mañana.  Se  hallaba  situada  en  la 
falda  de  una  cohna  la  víspera,  y  al  otro  dia  estaba  en  el  punto 
culminante. 

Poco  tiempo  antes  de  nuestra  marcha  de  New- York,  ladrones 
atrevidos  provistos  sin  duda  de  una  máquina  semejante,  quitaron 
de  en  medio  una  casa  desalquilada  que  se  estaba  recomponiendo. 
Advertida  la  policía  por  el  propietario  que  no  la  encontraba,  bus- 
có á  los  culpables.  Prendieron  á  los  ladrones,  pero  no  pudieron 
prender  la  casa  que  hablan  deshecho  y  vendido  al  pormenor. 

14 


—  106  — 

Este  hecho  auténtico  y  confirmado  en  todos  los  periódicos  .de 
New- York,  nos  parece  capaz  de  humillar  á  los  rateros  vulgares 
que  se  limitan  á  robar  el  pañuelo  y  la  tabaquera  del  bolsillo  de 
la  gente  descuidada. 

La  nación  que  publica  el  mayor  número  de  periódicos,  debe 
tener  también  las  mejores  prensas.  Nada  sobrepuja  en  efecto  las 
admirables  máquinas  de  triples  cihndros  de  la  fábrica  de  MM.  Hoé 
y  compañía,  en  New- York.  Manejadas  por  algunos  hombres,  no 
tiran  menos  de  20,000  ejemplares  por  hora,  según  se  nos  ha  ase- 
gurado. Y  es  cierto  que  dos  horas  después  de  la  llegada  de  los 
vapores  tras-atlánticos,  el  Herald  y  otros  periódicos  venden  por 
las  calles  á  miles,  largos  suplementos,  conteniendo  las  principales 
noticias  de  Europa.  Dos  horas,  pues,  bastan  para  leer  los  periódicos 
europeos,  componer  y  tirar  millares  de  ejemplares. 

« Time  is  money:  el  tiempo  es  dinero. »  Hemos  dicho  que  tal  era 
la  máxima  fundamental  de  los  americanos.  Se  comprende  que  con 
semejante  regla  de  conducta,  es  preciso  llevar  siempre  un  reloj 
consigo  y  tenerlo  en  todas  las  habitaciones  donde  se  permanezca, 
para  no  olvidar  nunca  la  hora  que  es.  Por  eso  el  genio  americano 
se  ha  apresurado  á  inventar  máquinas,  por  medio  de  las  cuales  se 
pueden  fabricar  relojes  á  poca  costa.  Con  respecto  á  esto,  han  lle- 
gado á  un  punto  que  sorprende.  El  Connecticut  posee  inmensas  fá- 
bricas de  péndulos  de  madera  muy  buenos  y  se  venden  por  mayor 
á  razón  de  dos  francos  y  cuarenta  céntimos  cada  uno.  Junto  á  esta 
hay  en  Troy  otra  máquina  para  hacer  zapatos.  En  los  talleres  que 
hacen  uso  de  ella ,  no  salen  menos  de  cuatro  mil  pares  por  dia  para 
todos  los  Estados  de  la  Union. 

Ya  se  conoce  en  Francia  la  máquina  para  coser.  En  América 
sirve  para  la  confección  de  toda  clase  de  prendas  y  ropa  blanca. 
Son  manuables  y  no  ocupan  con  sus  ruedas  y  útiles  mas  que  un 
espacio  de  dos  pies  cuadrados.  Manejadas  por  una  obrera  no  dan 
menos  de  500  puntadas  por  minuto. 

Como  apéndice  á  la  máquina  de  coser,  figura  la  de  cortar,  que 
puede  hacerlo  á  la  vez  con  doce  fraques,  y  su  uso  está  muy  es- 
tendido. 


—  107  — 

Las  invenciones  útiles  que  en  los  Estados-Unidos  mas  que  en 
ninguna  otra  parte  conducen  á  la  fortuna ,  sobrescitan  la  imagina- 
ción trabajadora  de  los  americanos.  Van  á  quien  inventa  ó  per- 
fecciona mas  una  cosa,  y  si  el  movimiento  continuo  se  halla  algún 
dia,  seguramente  ellos  lo  encontrarán. 

Los  inventores  en  el  Nuevo-mundo,  trabajan  á  su  libre  albe- 
drío,  nada  impide  sus  ensayos.  No  existen  trabas  de  ninguna  es- 
pecie que  se  opongan  á  los  esperimentos  difíciles  ó  peligrosos; 
se  tiene  el  derecho  de  inventar  el  rayo  en  su  cuarto,  sin  que 
nadie  pueda  quejarse.  Se  alquila  una  habitación  en  una  calle  cual- 
quiera; se  paga  un  trimestre  adelantado,  que  es  muy  usual  en 
América,  y  se  inventa  todo  lo  que  se  quiera. 

Sino  temiésemos  ser  indiscretos,  podríamos  citar  el  nombre  de 
un  francés  que  ha  inventado  en  su  cuarto,  Howard-street,  tercer  piso, 
un  canon  de  bronce  del  calibre  de  8,  que  tira  treinta  cañonazos  por 
minuto  y  que  ensayó  muy  amenudo  en  su  casa.  El  inventor  lo  ha- 
cia todo  en  su  cuarto,  donde  habia  puesto  su  taller:  hacia  el  oficio 
de  herrero,  limaba,  cortaba,  serraba  la  madera,  partía  el  hierro, 
torneaba  las  piezas  de  cobre  y  recibía  á  sus  amigos. 

Cuando  después  de  ocho  meses  largos  de  un  trabajo  tenaz, 
nuestro  compatriota  hubo  realizado  su  propósito  y  se  halló  posee- 
dor de  un  terrible  canon  que  habia  inventado  y  hecho  con  feUcidad 
él  solo,  justamente  orgulloso  quiso  probar  y  tirar  como  lo  habia 
anunciado,  treinta  cañonazos  por  minuto.  A  cada  detonación  del 
terrible  instrumento  de  muerte,  la  casa  temblaba  en  sus  cimientos: 
hubiérase  dicho  que  se  hundía.  Pero  los  inventoras  tienen  de  mo- 
lestos y  fehces,  que  absortos  en  su  trabajo  no  se  inquietan  nunca 
por  los  demás.  Nuestro  compatriota  no  se  apercibía  de  la  conster- 
nación que  á  su  alrededor  había,  y  cuanto  mas  tiraba  mas  desea- 
ba aun. 

Los  vecinos  sobrecogidos  de  espanto  primeramente,  concluye- 
ron por  tomar  su  partido  y  se  acostumbraron  poco  á  poco  á  estas 
demostraciones  guerreras  que  les  hacían  temblar  en  sus  sillas  y 
saltar  de  las  camas. 

Un  vecino  que  vivía  en  el  mismo  piso  del  inventor,  quiso  por 


—  108  — 

un  sentimiento  de  delicada  atención,  que  nunca  seria  bastante  ala- 
bado, admitir  las  visitas  en  su  casa,  y  apartarlas  de  terribles  emo- 
ciones. Escribió  sobre  un  ancho  rótulo  colocado  cerca  de  la  puerta 
del  inventor,  este  aviso  con  gruesos  caracteres:  «No  os  fiéis;  aquí 
tiran  cañonazos. » 

El  hijo  del  propietario  de  este  cañón,  que  es  uno  de  nuestros 
mejores  violinistas,  maravillado  de  la  invención  de  su  padre,  fa- 
bricó también  un  cañoncito  para  dispararlo  alternativamente  con  el 
grande.  De  suerte,  que  después  de  una  detonación  formidable  de 
la  pieza  de  á  8,  se  oia  el  golpe  seco  pero  mas  débil  del  cañoncito 
del  hijo  que  respondía. 

Nadie  se  quejó. 

Sin  embargo,  no  olvidaremos  jamás  la  piadosa  fisonomía  de  un 
inquilino  de  tranquilas  costumbres,  que  nos  dijo  un  dia  en  la  calle 
mirando  la  casa  del  inventor  en  la  cual  iba  á  entrar: 
— «¡Qué  ruido  hacen  en  esta  casa!» 

Diremos  que  el  cañón  de  nuestro  compatriota  ha  sido  exami- 
nado por  las  personas  mas  competentes  y  los  cónsules  franceses  de 
New- York  y  Washington,  conviniendo  todos  los  que  lo  han  visto, 
en  admirarlo  como  una  obra  maravillosa  de  destrucción.  Es  muy 
cierto  que  por  medio  de  esta  pieza  de  artillería,  que  ha  funcionado 
delante  de  nosotros,  se  tiran  veinte  y  cinco  ó  treinta  cañonazos  por 
minuto,  con  dos  artilleros  solamente  y  dando  vueltas  á  una  manibela, 
como  se  toca  el  órgano  de  Berbería.  ¡Es  terrible!  si  semejantes  in- 
ventos no  ponen  término  á  la  guerra,  por  la  eminencia  del  mismo 
peligro,  no  contribuirán  poco  á  la  destrucción  completa  de  la  es- 
pecie humana. 

Otro  francés,  Mr.  Lamben  Alexandre,  ingeniero  en  New- York, 
ha  resuelto  uno  de  los  mas  difíciles  problemas  dg  la  mecánica  de 
vapor.  Ha  reemplazado  las  ruedas  de  los  vapores  por  un  sistema 
propulsor  directo,  continuo,  sin  trasmisión  de  movimiento. 

Nosotros  hemos  visto  un  modelo  de  este  barco  funcionando  en 
el  rio  Hiídson,  con  un  éxito  completo  y  aplauso  de  todos  los  hom- 
bres competentes  y  autorizados. 

Las  ruedas  de  los  vapores  tienen  varios  inconvenientes  graves. 


-109  — 
En  tiempo  ordinario,  cuando  el  mar  no  es  fuerte  al  hacer  sus  evo- 
luciones, elevan  inútilmente  masas  de  agua  que  aminoran  la  fuerza 
de  la  máquina  en  un  treinta  ó  treinta  y  cinco  por  ciento:  de  este 
modo,  una  fuerza  de  cien  caballos,  por  ejemplo,  se  reduce  á  setenta 
lo  mas.  En  mal  tiempo  es  aun  peor,  porque  los  vaivenes  del  barco 
hacen  que  las  ruedas  volteen  en  el  aire  alternativamente. 

El  nuevo  sistema  salva  estos  inconvenientes  y  crea  nuevas 
ventajas.  Asi  que  se  hallan  las  ruedas  sumergidas  cuatro  ó  cinco 
metros  debajo  del  buque,  se  agitan  en  una  densidad  superior  á  la 
capa  en  que  funcionan  las  ordinarias.  El  campo  de  superficie  de 
las  nuevas  es  tres  veces  mas  estenso  que  el  de  las  que  actualmente 
se  usan. 

Con  este  sistema,  que  revolucionaría  completamente  la  nave- 
gación, el  poder  motor,  como  ya  hemos  dicho,  es  continuo,  y  la 
resistencia  que  esperimentan  las  ruedas,  nula. 

La  colocación  de  la  máquina  en  la  quilla  es  una  ventaja  inmensa 
para  la  marina,  porque  la  pone  á  cubierto  del  cañón  enemigo. 

Según  el  cálculo  de  los  hombres  mas  competentes,  los  buques 
construidos  por  este  nuevo  sistema,  no  harían  menos  de  18  á  22 
millas  por  hora.  Asi ,  pues ,  se  atravesaría  el  Océano  atlántico  en 
seis  ó  siete  dias.  ¡Qué  ventajas  resultarían  para  el  comercio  con 
una  navegación  tan  rápida!  La  mecánica,  triunfante,  se  burlaría  del 
capricho  de  los  vientos,  que  podrían  moderar  su  fuerza ,  pero  de- 
tenerle nunca. 

Y  en  la  guerra,  ¿cómo  se  figura  uno  estos  barcos  andando  20 
millas  por  hora,  con  su  máquina  garantizada,  y  armados  délos 
nuevos  cañones,  que  tiran  treinta  cañonazos  por  minuto? 

Mr.  Lambert  Alexandre  no  satisfecho  con  dotar  á  los  vapo- 
res de  un  nuevo  propulsor,  ka  inventado  para  uso  de  la  mari- 
na en  general  un  instrumento  admirable,  destinado  á  reemplazar  la 
guindola,  tan  poco  conveniente:  le  ha  dado  el  nombre  de  silómetro- 
grafo.  Este  aparato  náutico,  que  algún  dia  ocupará  su  lugar  en 
los  buques  junto  á  la  brújula  y  el  ociante,  sirve  para  señalar  sobre 
un  cuadrante  la  marcha  del  barco  con  sus  mas  mínimas  variaciones  ? 
en  un  papel  destinado  al  efecto  que  se  enrolla  y  desenrolla  por  sí 


—  no- 
mismo.  Nada  mas  ingenioso,  exacto  y  sólido  á  la  vez  que  este  ins- 
trumento capaz  por  sí  solo  de  hacer  la  gloria  de  su  inventor. 

Hay  en  todas  las  grandes  ciudades  de  la  Union,  hombres  esta- 
blecidos que  comercian  con  la  fuerza.  Tienen  su  casa  abierta  á  todos 
los  industriales  que  necesitan  un  motor.  Alquilan  uno,  dos,  tres  ca- 
ballos de  fuerza  ó  mas,  si  los  necesitan.  Este  comercio  de  fuerza  es 
muy  curioso. 

Un  dia  encontramos  á  un  americano  que  parecía  muy  preocupado. 

—-¿Qué  tiene  Vd?  preguntamos,  parece  que  está  Vd.  incómodo. 

— Un  poco,  respondió  él;  busco  por  todas  partes  medio  caballo  y 
no  lo  puedo  encontrar.  Los  medio-caballos  no  son  nada  comunes  des- 
de hace  algún  tiempo;  los  propietarios  no  quieren  venderlos  al  por- 
menor. 

■ — ¡Cómo!  replicamos  sorprendidos  y  sin  comprender  lo  que 
queria  decir  el  americano.  ¿Busca  Vd.  medio  caballo? 

—Si ,  respondió  sin  apercibirse  de  nuestra  sorpresa ;  un  caballo 
entero  es  demasiado  fuerte  para  mí ,  y  tengo  bastante  con  medio: 
¿Conoce  Vd.  alguno  que  quiera  cedérmelo? 

■ — ^No;  dijimos  mas  asombrados,  ¿acaso  Vd.  come  ahora  caballo? 
Se  nos  figura  preferible  la  vaca,  digan  lo  que  quieran. 

—A  mí  me  gusta  la  vaca,  contestó  él  riy endose,  y  no  tengo  mal- 
dita la  gana  de  comer  caballo.  Lo  que  busco  es  medio  caballo  de  fuer- 
za de  vapor. 

En  los  barrios  comerciales  de  las  ciudades  de  los  Estados-Unidos 
están  construidas  las  casas  de  modo  que  pueden  contener  cabrias  y 
otras  máquinas  para  trasportar  los  bultos  desde  la  calle  á  todos  los 
pisos  de  las  casas.  En  América  no  hay  mozos  de  cordel,  los  fardos 
son  conducidos  por  carretas  con  caballos  ó  máquinas  al  efecto. 

Un  daguerreotipista  ha  tenido  la  idea  de  construir  un  aparato 
para  el  mejor  servicio  de  sus  parroquianos  y  por  este  medio  les 
ahorra  el  trabajo  de  subir  hasta  un  quinto  piso  donde  tiene  el  ta- 
ller. En  el  cuarto  bajo  hay  una  butaca  que  atraviesa  toda  la  altura 
de  la  casa  y  conduce  cómodamente  sentadas  á  las  personas  que 
quieren  visitar  al  artista.  Después  que  son  daguerreotipadas  en 
cinco  minutos,  vuelven  á  bajar  por  el  mismo  camino  aéreo. 


—  111  — 

Hay  en  América  máquinas  para  todas  las  cosas  y  caminos  de 
hierro  para  todos  los  usos. 

El  verano  en  los  Ice  cream  saloons  y  en  las  fondas,  abitan  el  ai- 
re por  medio  de  grandes  abanicos  movidos  con  máquinas  y  produ- 
cen un  fresco  agradable. 

Igualmente,  como  llevamos  dicho,  tienen  en  las  fondas  lavade- 
ros mecánicos  donde  lavan,  secan  y  planchan  en  dos  horas,  la  ropa 
blanca  de  los  viajeros.  Una  máquina  nuevamente  inventada  por  un 
Canadiense,  beneficia  la  atmósfera  gruesa  de  las  cocinas,  sacando 
de  ella  un  gas  escelente  para  el  alumbrado.  Es  tal  la  afición  de  los 
americanos  por  los  caminos  de  hierro,  que  hasta  en  el  pequeño  ra- 
dio de  las  iglesias  los  han  puesto  con  objeto  de  variar  el  pulpito  de 
lugar,  cuando  les  place.  Está  colocado  de  suerte  que  desde  un  rin- 
cón lo  llevan  hasta  el  altar  mayor  donde  espera  el  sacerdote  para 
decir  el  sermón.  El  ruido  que  produce  al  rodar  es  muy  semejante 
al  trueno. 

En  Longansport,  estado  de  la  Indiana,  el  doctor  Alphens  Myers  se 
ha  hecho  verdaderamente  dueño  de  la  solitaria.  Este  célebre  mé- 
dico que  es  también  un  mecánico  de  los  mas  ingeniosos,  ha  inven- 
tado una  trampa  para  la  tenia,  cuya  descripción  encontramos  en  el 
Scientific  American. 

Dicha  trampa  se  fabrica  con  una  hoja  delgada  de  oro  ó  plata, 
según  los  medios  del  propietario  del  gusano. 

Contiene  ademas  un  resorte  espiral,  que  se  apoya  en  una  espe- 
cie de  tenedor  con  dientes  muy  punzantes.  Estos  dientes  están  man- 
tenidos por  una  espiga  ó  alfiler  que  descansa  sobre  una  de  las  pun- 
tas y  la  obliga  á  sostenerse  en  el  resorte.  Después  de  meter  un  pe- 
dazo de  queso  para  engañar  á  la  solitaria,  que  según  parece  es  muy 
golosa,  se  cierra  el  instrumento. 

El  enfermo  debe  ayunar  rigorosamente  algunos  dias. 

Cuando  el  paciente  no  tiene  nada  en  el  estómago,  que  pueda 
servir  de  alimento  al  parásito  y  el  doctor  lo  supone  hambriento,  es 
la  ocasión  de  tender  la  red.  Se  desliza  por  la  garganta  el  hilo  que 
retiene  la  trampa,  teniendo  constantemente  abierta  la  boca  del  en- 
fermo, por  medio  de  un  corcho  colocado  entre  sus  dientes.  El  ope- 


—112  — 

rador  con  red  en  mano  acecha  el  instante  en  que  el  botriocéfalo 
impaciente  por  almorzar,  deja  su  oscuro  retiro,  y  asoma  por  la  gar- 
ganta buscando  el  queso  tentador. 

Dice  el  doctor  Alphens  Myers: 

«Existen  solitarias  indecisas  ó  caprichosas  que  dejan  al  enfermo 
con  la  boca  abierta  durante  seis,  diez  y  aun  mas  horas,  sin  tomar 
una  resolución  satisfactoria.»  Mas  adelante  añade:  «No  hay  que 
descorazonarse  por  esto.» 

En  efecto,  el  hábil  doctor  concluye  siempre  por  contemplar  con 
orgullo  la  víctima,  en  esta  red  de  nuevo  género. 

En  uno  de  los  capítulos  precedentes  hemos  hablado  de  una 
máquina  para  matar  cerdos.  Esta  estraña  aplicación  de  la  mecáni- 
ca moderna  de  vapor,  merece  que  nos  ocupemos  de  ella  detallada- 
mente. Los  propietarios  de  esta  temible  máquina,  en  que  todos 
los  dias  tienen  pronta  y  estraordinaria  muerte  tantos  miles  de  cer- 
dos, son  MM.  Borello  é  Hinglinton  de  Cincinnati. 

La  fábrica  se  compone  de  cuatro  grandes  cuerpos ,  ligados  por 
puentes  colgantes,  y  mas  lejos,  la  terrible  máquina  está  sembrada 
de  innumerables  rebaños  de  cerdos  pertenecientes  á  distintos  due- 
ños, que  los  llevan  como  el  trigo  al  molino. 

A  una  señal  del  mecánico  se  levanta  una  balaustrada  que  co- 
munica con  la  primera  división  de  la  máquina,  llamada  el  degolla- 
dero, y  empieza  la  operación.  Están  los  cerdos  muy  oprimidos  los 
unos  á  los  otros,  y  les  abren  un  desfiladero  por  donde  se  precipi- 
tan en  el  segundo  cuerpo  hasta  un  corredor  estrecho  en  que  pa- 
san dificultosamente  uno  por  uno.  Detenidos  alh ,  mueren  atrave- 
sados por  el  cuello  con  enormes  cuchillos  movidos  al  vapor,  como 
todo  el  resto  de  la  maquinaria.  Eumenos  de  un  segundo,  los  cer- 
dos degollados  son  cojidos  por  las  patas  traseras ,  arrastrados  vio- 
lentamente y  levantados  por  medio  de  garruchas  hasta  cierta  al- 
tura. Suspendidos  así,  pasan  luego  á  un  balancín  que  se  mueve 
sin  cesar  y  zabulle  repetidas  veces  al  animal  en  un  pozo  de  vapor, 
acabando  por  sumergirle.  De  este  pozo  vuelve  á  salir  enganchado 
nuevamente  por  garfios  para  pasar  al  raspadero.  Este  es  de  forma 
cilindrica  y  formado  por  instrumentos  parecidos  al  cepillo ,  que  se 


—  lis- 
mueven  en  sentido  contrario,  dándole  sobre  quince  vueltas  al  cer- 
do en  menos  de  medio  minuto ,  tiempo  que  basta  para  limpiar  al 
animal  y  dejarle  la  piel  mas  blanca  que  la  de  un  pollo. 

Después  de  esta  operación  lo  trasportan  rápidamente,  valiéndo- 
se del  mecanismo  de  las  poleas,  á  un  corredor  especial ,  en  que  lo 
abren  por  el  vientre  desde  el  hocico  á  la  estremidad  de  la  cola.  En- 
tonces los  trabajadores  le  sacan  todo  lo  que  tiene  de  provecho,  y 
arrojan  lo  restante  en  un  ^ran  canal  que  atraviesa  los  patios  y  va 
á  perderse  en  el  Ohio.  himediatamente  lo  llevan  á  la  penúltima  di- 
visión, tendido  en  una  ancha  tabla  para  ser  destrozado  simétrica- 
mente. Luego  se  salan  y  cuelgan  las  partes  que  han  de  ser  cura- 
das ,  mientras  las  restantes  se  ponen  en  salmuera  y  se  meten  en 
barriles. 

Todo  esto  se  hace  con  tanta  rapidez,  que  cuesta  trabajo  seguir 
con  la  vista  las  múltiples  y  variadas  operaciones.  Los  cerdos  suce- 
den á  los  cerdos  como  los  caballos  de  madera  suceden  á  los  caba- 
llos, en  el  juego  circular  de  los  anillos.  Debe  añadirse  á  esto  los 
gruñidos  siniestros  de  los  cerdos  degollados,  cuyos  ecos  llegan 
hasta  el  oido.  Esta  lúgubre  música  no  tiene  fin,  y  á  medida  que  los 
ronquidos  de  un  cerdo  se  pierden  ahogados  en  el  pozo,  la  máqui- 
na degüella  sin  interrupción  otro  que  vuelve  á  lanzar  al  aire  nueva 
melodía  de  lamentaciones. 

Este  establecimiento  curioso  es  muy  frecuentado  por  los  es- 
tranjeros  que  pasan  por  Cincinnati,  siendo  perfectamente  recibidos 
por  los  actuales  propietarios,  que  son  verdaderos  gentlemen.  Un 
viajero  francés  cuenta  que  habiendo  ido  á  ver  la  fábrica  en  dia  de 
fiesta,  á  pesar  de  estar  suspendido  el  trabajo,  uno  de  los  asociados 
á  la  casa,  mató  treinta  cerdos  con  el  solo  fin  de  que  viese  obrar 
la  máquina . 

No  pudo  ser  mas  amable. 

La  electricidad  aphcada  como  fuerza  motora,  preocupa  tanto 
en  América  como  en  Europa  el  círculo  de  sabios  é  inventores.  To- 
do el  mundo  presiente  que  la  gran  revolución  del  progreso  indus- 
trial, está  en  la  electricidad,  cuyo  poder  mal  desarrollado  y  casi 
desconocido  debe  algún  dia  reemplazar  al  vapor,  con  ventajas  que 

IS 


—  114  — 

nadie  puede  calcular.  En  el  número  de  los  ensayos  que  tienden  á 
realizar  este  descubrimiento,  hemos  visto  funcionar  en  New- York, 
la  máquina  electro-magnética  inventada  por  Mr.  Larmengeat  y  eje- 
cutada en  pequeño.  Consiste  en  un  aparato  simple,  pero  muy  in- 
genioso, que  mueve  una  prensa  de  imprimir  con  facilidad  y  pron- 
titud admirables.  El  público  acudió  en  tropel  á  presenciar  los  es- 
perimentos  del  hábil  inventor  que  acaso  ha  realizado  (el  porvenir 
nos  lo  dirá)  el  gran  problema  de  la  fuerza  eléctrica  aplicada  á  la 
maquinaria. 

Entre  las  invenciones  raras  de  América  hay  una  del  pais  de  los 
Yankeesipmos,  que  es  muy  digna  de  mencionarse.  Time  is  money.  Es 
una  cama-despertador  que  no  deja  nunca  de  cumplir  con  su  misión. 
Su  mecanismo  es  muy  ingenioso.  Se  le  dá  cuerda,  y  á  la  hora  indi- 
cada toca  la  mas  ruidosa  y  desagradable  de  todas  las  sinfonías  fan- 
tásticas, patéticas  ó  cencerriles.  Si  el  que  duerme  no  despierta  sú- 
bitamente con  ese  trozo  de  música,  la  mecánica  bienhechora  repi- 
te su  advertencia,  mas  ruidosa  y  desagradable  que  la  primera.  Si 
á  pesar  de  esta  segunda  sinfonía,  la  persona  insiste  en  permanecer 
dormida  por  necesidad  ó  pereza,  la  mecánica  recurre  á  un  tercer 
medio  infalible;  esta  vez  sin  acompañamiento  de  orquesta,  el  re- 
sorte que  opera  en  el  fondo  del  lecho,  vuelca  sin  remedio  y  hace 
rodar  por  tierra  al  terco  que  duerme. 

En  Francia  se  sirven  de  péndulos-despertadores,  cuando  no  se 
quieren  quedar  entregados  al  encanto  del  far  niente  ó  como  vulgar- 
mente se  dice,  que  se  peguen  las  sábanas  al  cuerpo;  mas,  conclu- 
yen por  acostumbrarse  al  ruido  de  la  péndola  y  se  duerme  perfec- 
tamente por  mas  que  traten  de 'despertarse. 

¿Pero  quién  resiste  al  lecho-despertador  de  los  americanos 
que  tira  por  tierra  á  la  persona  entre  los  colchones  y  las  mantas 
en  desorden? 

Un  periódico  americano,  el  Únele  Sam  ha  contado  apropósito 
del  lecho-despertador  una  historia  bastante  picante,  garantizando 
la  autenticidad. 

3ír.  W.  D,  S.,  se  habia  desposado  con  la  hija  de  un  rico  co- 
merciante, joven  de  diez  y  siete  años,  amable  y  encantadora.  La 


—  115- 

boda  tuvo  lugar  en  casa  del  padre  de  la  casada,  donde  habia  un 
lecho-despertador. 

Nada  faltaba  en  la  fiesta;  la  asamblea  era  numerosa,  escojida  y 
eleg-ante,  y  estuvo  perfectamente  en  semejante  dia  de  goces. 

Así  que  dieron  las  doce  de  la  noche,  los  convidados  se  retira- 
ron poco  á  poco  y  las  luces  disminuyeron  en  la  casa. 

Últimamente  salieron  los  abuelos,  dejando  á  la  feliz  pareja  des- 
pués de  bendecirla. 

A  la  primera  hora  del  dia  siguiente,  después  de  las  dulces  y 
vivas  emociones  del  anterior,  cuando  el  esposo  y  su  tierna  compa- 
ñera dormían  soñando  delicias,  fueron  repentinamente  despertados 
por  un  horroroso  crujido  que  salió  del  lecho.  Se  sintieron  levantar 
por  una  fuerza  superior  é  invencible,  y  por  último  lanzados  en  me- 
dio de  la  habitación. 

Abrazados  para  morir  juntos,  creyéronse  víctimas  de  un  tem- 
blor de  tierra. 

No  dudando  de  la  triste  suerte  que  les  estaba  reservada,  espe- 
raron la  muerte  con  valor.  El  esposo  buscó  para  consolar  á  la  es- 
posa, palabras  de  la  mas  apasionada  ternura. 

Mas  como  la  muerte  no  llegaba,  no  tardaron  en  reconocer  que 
no  habia  habido  temblor  sino  en  la  cama. 

El  lecho-despertador,  muy  hermoso  en  verdad,  fué  elegido  co- 
mo lecho  nupcial  por  el  padre  de  la  casada  sin  sospechar  la  diablu- 
ra fraguada  por  Tomasito  el  mas  joven  de  la  familia.  Este  maligno 
muchacho  concibió  la  chistosa  idea  de  dar  cuerda  á  la  máquina  del 
lecho  y  puso  la  aguja  del  despertador  en  las  cinco  de  la  mañana. 
El  pihuelo  comprendió  que  los  recien  casados  estarían  á  esa  hora 
muy  dormidos  para  poder  despertar  con  la  señal  de  música  única- 
mente y  determinó  precipitarlos  fuera  de  la  cama. 

Ved  ahora  una  máquina  de  un  género  enteramente  nuevo,  dig- 
no de  Mesmer  ó  de  Cagliostro.  Esta  máquina  lúgubre  y  misteriosa 
es....  nos  atreveremos  á  decirlo....  para  hacer  hablar  las  almas  de 
los  difuntos. 

Hasta  el  dia ,  los  espíritus  evocados ,  se  presentaban  de  cierta 
manera;  no  respondían  ó  lo  hacían  tan  lentamente  que  era  preciso 


-116  — 

arrancarles  las  palabras.  Esto  desesperaba  álos  americanos  que  no 
les  gusta  perder  el  tiempo.  Enñn,  gracias  al  doctor  Haré  de  Fila- 
delfia,  los  espíritus  han  llegado  á  ser  mas  tratables;  sino  ha  conse- 
guido obligarlos  á  hablar,  por  lo  menos  se  comprende  mejor  y  mas 
de  prisa  lo  que  dicen  y  la  conversación  no  languidece.  Esta  ma- 
quina ingeniosa  se  llama  Espiritu-escopo.  Se  compone  de  seis  partes 
enteramente  distintas,  pero  no  pueden  funcionar  cada  una  de  por 
sí.  En  lugar  de  contar  un  número  de  golpes  correspondientes  á  ca- 
da una  de  las  letras  del  alfabeto,  lo  que  seria  demasiado  largo  por 
poco  locuaz  que  fuese  el  espíritu,  no  hay  mas  que  dirijir  la  vista 
sobre  un  cuadrante  que  reúne  todas  las  letras,  para  formar  las  pa- 
labras, según  la  voluntad  del  mudo  interlocutor.  Para  Mr.  Haré, 
que  sea  dicho  de  paso,  es  un  químico  profundo  y  hombre  de  inta- 
chable reputación,  nada  mas  fácil,  que  por  medio  del  Espíritu-escopo 
ponerse  en  relación  con  las  almas  del  otro  mundo.  Así  es  como  ese 
doctor  ha  tenido  largas  conferencias  con  Cesar,  quien  le  ha  dicho 
cosas  espantosas.  Con  la  hermosa  Cleopatra,  que  ha  estado  amable 
y  encantadora.  Con  Washington,  que  ha  aprobado  decididamente  la 
invención  del  Espíritu- escopo. 

Mas  no  puede  hablar  siempre  con  los  espíritus  y  para  poner 
el  suyo  á  dieta,  como  decia  Buffon  cuando  leia  ciertos  libros, 
Mr.  Haré,  hace  voluntariamente  bailar  las  mesas.  Una  mesa  es 
para  el  doctor  Haré  el  objeto  mas  interesante  y  mas  encantador... 
pero  después  del  Espíritu-escopo. 

«¿Qué  hay  en  el  mundo  preferible  á  una  mesa?  gritaba  con  en- 
tusiasmo. ¿Tenemos  algo  mas  querido?  Es  inseparable  de  nuestra 
existencia.  Sobre  la  mesa  se  tratan  los  negocios;  las  compras,  las 
ventas,  los  contratos,  se  firman  las  cartas.  La  mesa,  señores,  ocu- 
pa el  primer  lugar  en  el  famoso  cuadro  de  Trumbull,  representando 
la  firma  de  la  declaración  de  independencia.  La  mesa  nos  vé  reu- 
nidos tres  veces  cada  dia  á  su  alrededor,  y  cuando  el  apetito  no 
nos  falta,  no  nos  separamos;  nosotros  vamos  á  ella  para  gozar 
del  atractivo  de  la  conversación.  Torpeza  ha  sido  tomar  por  símbolo 
de  la  vida  íntima  el  hogar:  en  los  países  tropicales  le  abandonan, 
mientras  que  á  la  mesa  nunca! » 


—  117  — 

Desgraciadamente  para  Mr.  Haré  no  sucede  con  el  Espíritu-esco- 
po lo  mismo  que  con  las  mesas,  sin  las  cuales  es  imposible  pasar.  Y 
la  especulación  del  doctor  nos  parece  muy  aventurada,  á  pesar  de 
que  Washington  la  recomiende. 

Mas  si  los  espíritus  evocados  han  decaido  algún  tanto  en  Amé- 
rica, pueden  vanagloriarse  deque  estuvieron  en  boga  en  otro  tiem- 
po. El  senado  de  Washington  ha  estado  preocupado  con  los  espíri- 
tus evocados,  al  responder  á  una  petición  que  le  habia  sido  dirigida 
por  15,000  firmas. 

Y  puesto  que  el  Espíritu-escopo  nos  ha  conducido  al  terreno  de 
las  fábulas  ruidosas  de  América,  hagamos  un  estracto  de  esta  rara 
petición.  Esto  servirá  para  quedarnos  en  paz  con  los  espíritus  evo- 
cados, y  dar  una  idea  exacta  de  la  sensación  producida  en  los  Es- 
tados-Unidos por  esta  aparición  maravillosa,  creada  por  el  charlata- 
nismo ,  á  pesar  de  que  no  es  invención  de  Mr.  Barnum ,  pero  que 
debe  haberle  impedido  dormir  mucho  mas  que  el  lecho-despertador. 

Mr.  Shields  toma  la  palabra;  copiamos  testualmente. 

«Tengo  el  honor,  dice,  de  presentar  al  senado  una  petición  que 
tiene  quince  mil  firmas,  sobre  un  asunto  singular  y  nuevo. 

íLos  que  firman,  dicen  que  ciertos  fenómenos  físicos  y  morales, 
de  naturaleza  enteramente  misteriosa,  llaman  la  atención  pública 
en  este  pais  y  en  Europa.  Elanáhsis  parcial  de  esos  fenómenos  des- 
cubre la  existencia  de  una  fuerza  oculta  que  se  manifiesta  por  el 
levantamiento,  el  deslizamiento,  la  suspensión,  por  el  movimiento 
en  fin,  que  comunica  á  los  cuerpos  ponderables,  contrariando  las 
leyes  naturales. 

«Esta  fuerza  se  manifiesta  por  los  resplandores  que  aparecen  de 
repente  en  los  lugares  donde  ninguna  acción  química,  ninguna  fos- 
forescencia se  desarrolla ,  y  por  sonidos  misteriosos  parecidos  unas 
veces  á  golpes  dados  por  un  espíritu  invisible  ,  otras  al  murmullo 
de  los  vientos  y  al  ruido  de  los  truenos.  Algunas  veces  se  oyen  vo- 
ces humanas  ó  de  instrumentos  estraños  de  música.  Esta  fuerza  se 
manifiesta  también  en  curas  maravillosas. 

»Los  peticionarios  están  divididos  en  opiniones,  sobre  el  origen 
de  estos  fenómenos.  Los  unos  los  atribuyen  al  poder  inteligente  de 


—  lis- 
ios espíritus  libres  de  la  cubierta  material;  los  otros  pretenden  que 
se  puede  esplicarde  una  manera  racional  y  sastifactoria.  Mas  todos 
están  conformes  en  la  realidad  de  los  fenómenos  y  piden  que  se  nom- 
bre una  comisión,  para  hacer  una  investigación  científica.» 

Después  de  esta  lectura,  Mr.  Weller,  pregunta  lo  que  es  conve- 
niente hacer  con  la  petición. 

3ír,  Petler,     Es  preciso  enviarla  á  los  tres  mil  ministros.  (Risas). 

Mr.  Weller.  Yo  propongo  el  envió  de  la  petición  al  comité  de 
negocios  estranjeros.  Podemos  tener  ocasión  de  entrar  en  relacio- 
nes estranjeras  con  los  espíritus.  Importa,  pues,  que  esa  junta,  de  la 
cual  formo  parte,  decida  silos  ciudadanos  americanos  pierden  sus 
derechos  al  dejar  este  mundo.  (Nuevas  risas). 

Mr.  Shields.  Yo  consiento,  siempre  que  el  presidente  de  la 
junta  se  sienta  con  fuerzas  para  tratar  un  asunto  tan  serio.  Mi  pri- 
mera intención  era  enviarlo  á  la  junta  de  postas,  porque  puede  ha- 
llar el  medio  de  establecer  un  telégrafo  entre  este  mundo  y  el  es- 
piritual. (Hilaridad  general). 

Terminemos  este  capítulo  con  un  hecho  que  interesa  bastante  á 
la  historia  del  vapor  aplicado  ala  marina.  Hemos  encontrado  este 
hecho  relatado  en  un  librito  muy  curioso  y  que  ha  llegado  á  ser  ra- 
ro en  el  dia:  Las  relaciones  de  un  viaje  á  América,  escrito  por  Brissot 
el  convencional,  é  impreso  en  New- York  en  1792  por  Berry  y  Ro- 
gers,  35  Hanover  Square.  Vemos  que  desde  el  año  1788,  se  hacian 
en  la  Delaware,  cerca  de  Filadelfia,  ensayos  costosos  de  vapores.  El 
inventor  Mr.  Fác/¿,  encontró  socios  para  dividir  con  ellos  los  gastos,  y 
veia  disputado  su  descubrimiento  por  Mr.  Rumsey  que  construía  un 
navio  destinado  á  atravesar  el  Océano  en  quince  dias.  En  el  barco 
de  Mr.  Fitch,  la  máquina  de  vapor  ponia  en  movimiento  tres  largos 
remos  de  considerable  fuerza  que  debian  hacer  sesenta  revoluciones 
por  minuto.  Mas  los  americanos  no  daban  fé  á  una  invención  que 
mas  tarde  debia  hacer  un  cambio  tan  prodigioso  en  la  industria  y 
el  comercio,  y  con  su  indiferencia  quitaron  el  valor  á  los  atrevidos 
é  ingeniosos  inventores.  Fulton,  hijo  de  Pensilvania  tenia  entonces 
veinte  años;  los  ensayos  de  Fitch  debieron  ser  conocidos  por  él. 
Hasta  1802  no  hizo  Fulton  sus  ensayos  en  grande,  en  París,  y  en 


—  119  — 

1807  boto  al  agua  su  primer  vapor  en  el  rio  Hudson.  ¿Pero  cien 
años  antes,  un  médico  francés,  DenisPapin,  no  hizo  marchar  un 
barco  de  ruedas  vahéndose  del  vapor,  por  el  rio  Fulda  en  Cassel? 

Sea  lo  que  quiera,  es  sabido  que  nunca  son  los  primeros  inven- 
tores, los  que  recojen  el  fruto  de  sus  descubrimientos.  Cristóbal 
Colon  descubrió  la  América  y  le  dan  al  nuevo  continente  el  nombre 
de  Américo,  cuando  debiera  llamarse  Colombia.  En  diferentes  épocas 
Papin ,  Fitch ,  Ptumsey,  inventan  sucesivamente  los  vapores  y  es 
Fulton  quien  lleva  la  gloria,  dejándole  á  otros  los  beneficios. 

Así  van  las  cosas  en  este  mundo  de  exasperante  mofa,  donde 
nada  está  en  su  lugar;  donde  la  fortuna  camina  con  ojos  vendados, 
distribuyendo  sus  favores  á  diestro  y  siniestro,  bien  ó  mal,  en  me- 
dio de  una  discordancia  moral,  capaz  de  hacernos  insensibles  de  de- 
sesperados, sino  nos  hiciese  reir  de  conmiseración. 


CAPITULO  IX. 


LA    NAVEGACIÓN 


El  número  de  buques  americanos  que  surcan  los  mares  es  ver- 
daderamente prodigioso.  Si  para  el  servicio  del  comercio  marítimo 
no  se  valiesen  de  marineros  de  todas  las  naciones,  habria  mas  ame- 
ricanos en  el  mar  que  sobre  la  tierra.  Lo  mismo  en  el  Sur  que  en 
el  Norte,  en  el  Este  que  Oeste ,  en  alta  mar  que  en  las  costas,  se 
ven  los  buques  americanos  en  gran  abundancia.  Los  Estados-Uni- 
dos no  perecerían  si  hubiese  un  temblor  de  tierra  que  hiciese  des- 
aparecer su  territorio.  La  población  flotante  de  los  mares  y  las  ri- 
quezas que  se  salvasen  en  los  buques ,  bastarían  para  fundar  nue- 
vos y  florecientes  Estados. 

En  los  puertos  no  se  ven  mas  que  buques  estrechamente  unidos 
como  inmensos  bosques  de  mástiles.  Los  astilleros  de  construcción 
se  aumentan  á  cada  instante ,  y  la  actividad  que  reina  llega  á  lo 
maravilloso.  No  sabemos  si  la  marina  mercante  es  la  mejor  bajo  el 
punto  de  vista  científico  de  marinos  y  tripulantes,  pero  si  se  juz- 
ga por  las  muchas  desgracias  que  le  acontecen ,  es  la  peor  del 
mundo.  No  sabemos  si  sus  buques,  tan  andadores  generalmente, 
son  los  mas  sólidos,  cosa  que  no  creemos  por  la  madera  que  em- 

16 


—  122  — 

plean.  En  cuanto  á  la  marina  de  guerra  poco  considerable ,  es  pa- 
recer mismo  de  los  americanos  á  pesar  de  su  orgullo ,  que  es  infe- 
rior á  la  inglesa  y  francesa. 

Últimamente  propuso  el  Ministro  de  Marina,  un  plan  relativo  al 
establecimiento  de  un  cuerpo  permanente  de  marinos,  é  instruccio- 
nes para  la  formación  de  una  Academia  Naval.  Mr.  Fillmor  era  to- 
davía Presidente  de  la  República.  Respondió  á  las  proposiciones 
con  estas  palabras,  que  pintan  perfectamente  el  estado  de  la  mari- 
na de  guerra  americana: 

«El  primero  de  estos  proyectos  debe,  en  mi  opinión,  contribuir 
grandemente  á  la  mejora  del  servicio ,  y  lo  considero  tanto  mas 
digno  del  favor  público,  cuanto  que  deberá  ejercer  una  saluda- 
ble influencia  en  la  disciplina  marítima  quebrantada  en  estos  momentos 
por  el  espíritu  de  insubordinación  que  aumenta  cada  dia  y  resulta  de 
nuestro  actual  sistema. » 

Mr.  Fillmor  aprobaba  también  la  organización  de  la  Academia 
Naval.  Pero  encontraba  peligrosa  la  abolición  de  las  penas  corpo- 
rales en  la  marina.  «Creo,  decia,  que  todo  cambio  que  tenga  por 
objeto  abolir  para  siempre  el  castigo,  debe  ir  precedido  de  un  sis- 
tema de  alistamiento  que  dé  á  la  marina  buenos  marineros ,  cuya 
conducta  y  dignidad  de  carácter  quiten  toda  ocasión  de  recurrir  á 
las  penas  de  naturaleza  dura  y  degradante.» 

Es  de  estrañar  que  cuando  se  comunicó  la  ley  de  abolición  de 
penas  corporales  en  1850 ,  hubiese  á  bordo  de  los  navios  de  guer- 
ra una  verdadera  insurrección  por  parte  de  los  marineros.  Amena- 
zaban desertar  en  masa  si  no  se  restablecía  la  primitiva  ley  y  se 
les  privaba  de  los  puñetazos,  puntapiés  y  cordelazos  á  que  hablan 
tenido  siempre  derecho. 

Algunos  zurriagazos  vigorosamente  aphcados  y  una  distribu- 
ción conveniente  de  puñetazos  y  puntapiés,  restablecieron  el  orden 
alterado  y  probaron  á  los  satisfechos  marineros  que  no  hablan  juz- 
gado mal  la  bondad  de  sus  gefes  reclamando,  como  lo  hablan  he- 
cho, el  restablecimiento  de  los  castigos  corporales. 

Es  verdad  que  esta  reclamación  fué  hecha  por  los  buenos  ma- 
rineros que  temian  la  secuestración  y  no  las  cuerdas.  En  efecto,  el 


—  125  — 

ballos,  destinada  á  hacer  el  trabajo  principal,  como  cargar  velas, 
descargarlas  é  izarlas.  Mr.  Mac-Kay,  pensaba  que  navegase  ese  le- 
viatan  de  los  mares  y  confió  el  mando  á  su  hermano  L.  Mac-Kay  co- 
nocido por  el  capitán  del  Sovereign  of  the  Seas  (1). 

El  fuego  comunicado  por  una  pavesa  desprendida  de  una  casa 
incendiada  en  el  puerto ,  destruyó  en  pocas  horas  esa  maravilla,  de 
la  que  aun  queda  algo.  La  combustión  la  consumió  hasta  flor  de 
agua,  pero  no  pudo  pasar  de  allí.  Sóbrela  parte  intacta,  han  vuel- 
to á  construir  un  nuevo  navio  que,  sin  ser  igual  al  primero,  es  no 
obstante,  el  mas  hermoso  y  velero  que  se  conoce. 

El  entusiasmo  por  la  navegación  es  tan  grande  que  no  hay 
office  ó  har-room  donde  no  se  vea  en  un  cuadro  el  dibujo  de  los  prin- 
cipales clippers  y  vapores  al  lado  del  Schooner  de  Mr.  Stevens.  Este 
célebre  barco  ganó  el  premio  á  los  ingleses  en  la  travesía  de  New- 
York  á  Inglaterra.  La  rivalidad  entre  los  marinos  ingleses  y  ame- 
ricanos pasa  los  límites  imaginables.  Nos  condolemos  de  todo  co- 
razón por  los  pasajeros  de  un  buque  americano  que  se  encuentren 
en  el  mar  con  otro  inglés  mas  velero.  El  americano  desplegaria 
todas  sus  velas  para  adelantar  á  su  adversario ;  romperia  sus  palos 
y  zozobraría  antes  de  ser  vencido.  Hay  en  Boston  un  antiguo  ma- 
rino, que  se  ha  hecho  ministro  protestante,  desesperado  porque  en 
un  viaje  á  la  India  fué  pasado  por  tres  buques  ingleses.  «Yo  hu- 
biera querido  zozobrar  y  morir,  dice,  antes  que  sufrir  tal  vejación; 
pero  Dios  no  lo  ha  querido  y  me  he  consagrado  á  él. » 

El  primer  vapor  que  emprendió  su  viaje  entre  el  nuevo  y  el 
antiguo  mundo,  fué  el  Savannah;  esto  es  incontestable,  pues  está 
consignado  en  los  anales  de  Liverpool,  y  las  circulares  comerciales 
de  aquel  tiempo ,  relatando  este  hecho ,  hacen  constar  la  primada 
del  pabellón  americano. 

El  Savannah  era  de  porte  de  380  toneladas ,  aparejado  con  tres 
palos  y  máquina  horizontal.  Salió  de  Savannah  (Georgia)  el  26  de 
mayo  de  1819  y  llegó  á  Liverpool  después  de  veinte  y  cinco  dias, 
en  los  cuales  solo  diez  y  ocho  habia  funcionado  la  máquina.  Según 

l[l)    El  Soberano  de  los  mares. 


—  124  — 

Hemos  tenido  el  gusto  de  ver  minuciosamente  esa  obra  maes- 
tra, algunos  dias  antes  que  el  fuego,  azote  de  América,  le  con- 
sumiese en  la  bahía  de  New- York  donde  estaba  cargando.  Esta 
imprevista  desgracia  fué  objeto  de  un  luto  nacional  por  parte  de 
los  norte-americanos ,  tan  orgullosos  de  sus  clippers.  Espectáculo 
doloroso,  observar  ese  magnífico  navio  destinado  á  dominar  los 
mares,  quemarse  sujeto  por  las  anclas,  sin  que  le  pudiesen  socor- 
rer, la  víspera  del  dia  que  iba  á  darse  á  la  vela  por  primera  vez. 
La  población  entera  de  New-York  fué  á  contemplar  tan  aflictiva 
catástrofe.  Se  hubiera  dicho  que  el  navio  devorado  por  las  llamas, 
al  tener  prematura  muerte,  hacia  padecer  á  todo  el  que  lo  veia.  El 
interés  que  inspiraba  ese  clipper,  que  era  el  navio  mas  grande  del 
mundo  se  aumentaba  por  las  dificultades  que  su  constructor  habia 
tenido  que  salvar. 

Este  era  un  simple  trabajador  de  Est-Boston,  llamado  Donald 
Mac-Kay,  que  sin  apoyo  de  ningún  banquero  ni  comerciante  llevó  á 
cabo  enérgicamente  tan  gigantesca  empresa,  sueño  de  una  vida  la- 
boriosa. El  Great-Republic  tenia  325  pies  de  largo,  53  de  ancho  y 
otro  tanto  de  profundidad;  cuatro  puentes  completos,  y  recibía  seis 
ú  ocho  mil  toneladas  de  flete.  Se  calculaba  en  2380  toneladas  la 
encina  blanca  que  entró  en  su  armadura,  y  en  1.500,000  pies 
el  abeto  duro  con  que  se  habia  construido  la  sobre-quilla,  el  piso.,  la 
cubierta,  los  puentes,  el  bordage,  etc.  etc.  El  hierro  empleado  subia 
á  300  toneladas;  el  cobre  á56  y  las  curbas  á  1600.  El  buque  esta- 
ba forrado  en  cobre;  tenia  25  pies  de  elevación  y  se  calculaba  que 
para  construirlo  se  habían  tardado  50,000  dias. 

Aunque  de  tan  grande  capacidad,  reunía  las  cualidades  de  fuer- 
za, belleza  y  ligereza.  Apropósito  de  esto  debemos  decir  que  esten- 
dia  de  un  solo  juego  16,000  varas  de  vela.  Tenía  cuatro  palos,  y  el 
segundo  delantero  aparejado  como  la  mesana  de  una  barca;  los 
otros  tres  como  los  de  una  fragata  cualquiera.  El  palo  mayor  tenia 
cuatro  pies  de  diámetro  por  131  de  alto;  la  verga  grande  28  pulga- 
das de  diámetro  y  120  de  cruzámen:  el  resto  de  la  arboladura  en 
proporción.  Las  cámaras  estaban  entre  los  dos  puentes  superiores, 
y  en  los  costados  tenia  una  máquina  de  vapor  de  fuerza  de  15  ca- 


—  121)  — 

ballos,  destinada  á  hacer  el  trabajo  principal,  como  cargar  velas, 
descargarlas  é  izarlas.  Mr.  Mac-Kay,  pensaba  que  navegase  ese  le- 
viatan  de  los  mares  y  confió  el  mando  á  su  hermano  L.  Mac-Kay  co- 
nocido por  el  capitán  del  Sovereign  of  the  Seas  (1). 

El  fuego  comunicado  por  una  pavesa  desprendida  de  una  casa 
incendiada  en  el  puerto ,  destruyó  en  pocas  horas  esa  maravilla,  de 
la  que  aun  queda  algo.  La  combustión  la  consumió  hasta  flor  de 
agua, pero  no  pudo  pasar  de  allí.  Sóbrela  parte  intacta,  han  vuel- 
to á  construir  un  nuevo  navio  que,  sin  ser  igual  al  primero,  es  no 
obstante,  el  mas  hermoso  y  velero  que  se  conoce. 

El  entusiasmo  por  la  navegación  es  tan  grande  que  no  hay 
office  ó  har-room  donde  no  se  vea  en  un  cuadro  el  dibujo  de  los  prin- 
cipales clippers  y  vapores  al  lado  del  Schooner  de  Mr.  Stevens.  Este 
célebre  barco  ganó  el  premio  á  los  ingleses  en  la  travesía  de  New- 
York  á  Inglaterra.  La  rivahdad  entre  los  marinos  ingleses  y  ame- 
ricanos pasa  los  límites  imaginables.  Nos  condolemos  de  todo  co- 
razón por  los  pasajeros  de  un  buque  americano  que  se  encuentren 
en  el  mar  con  otro  inglés  mas  velero.  El  americano  desplegaria 
todas  sus  velas  para  adelantar  á  su  adversario ;  romperla  sus  palos 
y  zozobraría  antes  de  ser  vencido.  Hay  en  Boston  un  antiguo  ma- 
rino, que  se  ha  hecho  ministro  protestante,  desesperado  porque  en 
un  viaje  á  la  India  fué  pasado  por  tres  buques  ingleses.  «Yo  hu- 
biera querido  zozobrar  y  morir,  dice,  antes  que  sufrir  tal  vejación; 
pero  Dios  no  lo  ha  querido  y  me  he  consagrado  á  él. » 

El  primer  vapor  que  emprendió  su  viaje  entre  el  nuevo  y  el 
antiguo  mundo,  fué  el  Savannah;  esto  es  incontestable,  pues  está 
consignado  en  los  anales  de  Liverpool,  y  las  circulares  comerciales 
de  aquel  tiempo ,  relatando  este  hecho ,  hacen  constar  la  primacía 
del  pabellón  americano. 

El  Savannah  era  de  porte  de  380  toneladas,  aparejado  con  tres 
palos  y  máquina  horizontal.  Salió  de  Savannah  (Georgia)  el  26  de 
mayo  de  1819  y  llegó  á  Liverpool  después  de  veinte  y  cinco  dias, 
en  los  cuales  solo  diez  y  ocho  habia  funcionado  la  máquina.  Según 

\\)    El  Soberano  de  los  mares. 


—  126  — 

testimonio  de  otros  y  de  los  oficiales  del  Savamah,  solo  tardó  diei? 
y  ocho  dias  trabajando  siete  la  máquina.  Pero  lo  que  hay  de  cierto 
es  que  en  medio  del  mar  hicieron  uso  de  las  velas,  temerosos  de 
que  faltase  el  carbón  y  para  aprovechar  la  brisa  que  se  habia  le- 
vantado mientras  las  ruedas  estaban  desmontadas :  luego  que  se 
acercaron  á  las  costas  inglesas ,  reemplazaron  nuevamente  el  sis- 
tema de  locomoción,  concluyendo  el  viaje  como  lo  hablan  co- 
menzado. 

La  vista  de  este  buque  que  marchaba  sin  ayuda  de  velas ,  es- 
citó la  mas  viva  curiosidad  en  Inglaterra.  Cuando  el  Savannah  re- 
montaba el  canal  de  Saint-Georges,  el  comandante  de  una  división 
inglesa,  viéndolo  desde  lejos  sin  velas  y  envuelto  en  una  humare- 
da espesa  que  parecia  salir  de  la  arboladura,  creyó  que  era  un  in- 
cendio y  después  que  hubo  anclado,  envió  dos  piraguas  en  su  so- 
corro; mas  reconoció  su  error  y  él  mismo  fué  á  examinar  mas  aten- 
tamente la  maravilla.  A  la  entrada  en  los  docks  de  Liverpool,  el  Sa- 
vannah  fué  recibido  con  vivas  de  entusiasmo  y  el  capitán  festejado 
por  todos  los  cuerpos  constituidos  de  la  ciudad.  Hasta  diez  y  nue- 
ve años  después,  no  atravesaron  el  Atlántico  los  vapores  ingleses. 
El  primero  fué  el  Sirius  sahendo  de  Cork  en  1838  y  entrando  en 
New- York  el  23  de  abril  del  mismo  año,  seguido  algunas  horas  mas 
tarde  del  Greau  Western  que  venia  de  Bristol.  El  Sirius  habia  hecho 
su  viaje  en  diez  y  ocho  dias  y  el  Great-Westem  en  quince.  El  Si- 
rius es,  pues,  el  primer  vapor  tras-atlántico  que  llegó  á  los  Estados 
Unidos  como  gastador  de  una  buena  división. 

Una  cuestión  de  alto  interés  marítimo  y  comercial  se  agita  en 
estos  momentos.  Interesa  no  solo  á  los  Estados-Unidos  sino  al  mun- 
do entero. 

En  las  conferencias  que  tuvieron  lugar  en  Paris  en  marzo  y  abril 
último  para  la  paz  con  Rusia,  el  Congreso  ha  adoptado  respecto  á 
la  marina,  las  cuatro  proposiciones  siguientes: 

*  1  .*"    El  corso  está  y  permanece  abolido. 

»2.''    El  pabeUon  neutro  resguarda  la  mercancía  del  enemigo,  á 
escepcion  del  contrabando  de  guerra. 

))3.''    Las  mercancías  neutras,  á  escepcion  del  contrabando  de 


-127  — 

guerra,  no  están  sometidas  a  la  toma  bajo  el  pabellón  del  enemigo. 
»4.''  Los  bloqueos  para  ser  efectivos,  deben  ser  eficaces,  es  de- 
cir, mantenidos  por  una  fuerza  suficiente  á  impedir  que  se  acerque 
el  enemigo.» 

El  gobierno  de  los  Estados-Unidos,  adhiriéndose  á  las  tres  úl- 
timas, rehusa  acceder  á  la  primera,  que  es  la  mas  importante. 

Ya  el  presidente  actual  Mr.  Pierce,  se  ha  mostrado  hostil  ala 
supresión  de  los  corsarios,  propuesto  en  1854  por  el  rey  dePrusia. 
«La  abolición,  decia  Mr.  Pierce,  no  puede  desearse  sino  por  las  po- 
tencias que  sostienen  un  armamento  naval  considerable,  en  propor" 
cion  de  su  comercio. »  Mr.  Marcy,  órgano  del  gobierno,  toma  este  ar- 
gumento y  lo  desenvuelve  con  mucho  talento.  Sucede,  en  fin,  que 
los  Estados-Unidos  rechazando  la  abolición  del  corso,  no  sirven  solo 
á  sus  propios  intereses  sino  al  de  las  naciones  que  no  pueden  llegar 
a  ser  marítimamente  poderosas. 

»Los  Estados-Unidos,  dice  Mr.  Marcy,  miran  la  marina  podero- 
sa, las  grandes  armadas  constituidas  y  los  establecimientos  perma- 
nentes, como  nocivos  ala  prosperidad  de  una  nación  y  pehgrosos  á 
la  Ubertad  civil. 

»Los  gastos  para  mantenerlos  están  á  cargo  del  pueblo;  y  son 
á  los  ojos  de  este  gobierno,  una  amenaza  contra  la  paz  de  las  nacio- 
nes. Una  fuerza  considerable,  lista  siempre  para  las  eventualidades 
de  la  guerra,  es  una  tentación  para  precipitarse.  La  política  de  los 
Estados-Unidos  ha  sido,  y  hoy  mas  que  nunca,  contraria  á  tales 
armamentos,  y  jamás  podrán  ser  arrastrados  á  adherirse  á  modifi- 
caciones de  la  ley  internacional,  que  obligue  necesariamente  á  man- 
tener en  tiempo  de  paz  una  marina  considerable. 

wSi  se  ven  precisados  á  reclamar  sus  derechos  por  medio  de  las 
armas,  están  satisfechos  con  las  relaciones  internacionales  presen- 
tes y  contar  para  sus  operaciones  mihtares  de  tierra  con  un  ejérci- 
to voluntario;  y  para  protejer  su  comercio  marítimo  es  suficiente  su 
marina  mercante. 

))Si  ese  pais  estuviese  privado  de  sus  recursos,  se  veria  obliga- 
do á  cambiar  de  política,  tomando  ante  el  mundo  una  actitud  mi- 
litar. 


—  128  — 

» Resistiendo  á  toda  tentativa  de  modificar  el  código  marítimo 
existente,  que  puede  conducir  á  semejante  resultado,  el  gobierno 
de  los  Estados-Unidos  vé  otra  cosa  que  su  propio  interés,  abrazan- 
do en  sus  miras  el  de  todas  las  naciones  que  no  pueden  de  ningún 
modo  llegar  á  ser  potencia  marítima  dominante.  Su  situación  en  es- 
te punto,  es  semejante  á  los  Estados-Unidos  y  la  protección  del  co- 
mercio y  el  sosten  de  las  relaciones  internacionales  pacíficas,  indi- 
can tan  enérgicamente  como  este  pais,  la  resistencia  al  cambio  pro- 
puesto en  la  ley  admitida  portas  naciones. 

»Para  ellas,  abdicar  el  derecho  de  recurrirá  las  autoridades, 
seria  someterse  á  consecuencias  contrarias  á  su  prosperidad,  co- 
mercial, sin  ventajas  en  compensación.  Ciertamente  que  no  pueden 
darse  mejores  razones  para  semejante  abandono;  pero  privarse  del 
derecho  de  recibir  los  servicios  voluntarios  y  la  propuesta  de  re- 
nunciar al  primero,  no  merece  á  la  consideración  del  presidente,  mas 
favor  que  la  del  segundo. 

íNo  debe  esperimentarse  ningún  espanto  de  que  las  potencias 
marítimas  importantes  consientan  en  perder  el  sistema  poco  impor- 
tante para  ellas  de  servirse  de  corsarios,  con  la  condición  de  que  las 
débiles  renuncien  al  medio  mas  eficaz  de  defender  sus  derechos  ma- 
rítimos. 

»En  la  opinión  de  ese  gobierno,  debe  inspirar  serios  temores 
que  abandonados  los  corsarios,  el  imperio  del  mar  sea  esclusivo  de 
las  potencias  que  adoptan  la  política  de  sostener  poderosas  escua- 
dras. Aquel  que  tiene  una  superioridad  marítima  real,  seria  de  he- 
cho el  dueño  del  Océano  y  por  la  abolición  del  corso  asegurarla 
mas  permanente  su  dominación. 

»Esta  potencia  comprometida  en  una  guerra  con  otra  nación  in- 
ferior en  fuerza  marítima,  no  tendría  mas  que  hacer  para  la  seguri- 
dad y  protecion  de  su  comercio  que  vigilar  los  buques  de  la  arma- 
da de  su  enemigo.  Podrían  ser  entretenidos  por  la  mitad  de  sus 
escuadras,  y  con  la  otra  mitad  privar  el  comercio  de  su  enemigo 
en  el  Océano. 

íLos  desastrosos  efectos  de  una  gran  superioridad  marítima ,  se- 
rian mas  reducidos  si  esta  superioridad  estuviese  dividida  entre  tres 


-^129  — 

ó  cuatro  grandes  potencias.  No  cabe  duda  que  el  interés  de  los 
Estados  débiles,  es  combatir  y  desechar  una  medida  que  procura  el 
desarrollo  de  los  establecimientos  marítimos  regularizados  por  los 
gobiernos. » 

Sin  entrar  en  debates  seguramente  muy  graves ,  opondremos  á 
Mr.  Marcy  la  autoridad  de  Benjamín  Franklin  que  ha  escrito: 

«El  uso  de  saquear  á  los  comerciantes  en  la  mar,  proviene  de 
la  antigua  piratería,  y  aunque  puede  ser  ventajoso  á  algunas  per- 
sonas, está  lejos  de  serlo  á  todos  aquellos  que  se  contratan  ó  á  la 
nación  que  lo  autoriza.  Al  principio  de  una  guerra,  algunos  buques 
ricos  que  no  están  en  guardia  son  apresados,  y  se  animan  los  aven- 
tureros para  armar  nuevos  barcos;  mas  así  que  el  enemigo  llega 
á  estar  mas  prevenido,  equipa  con  mas  cuidado  sus  buques  mercantes 
navegando  bajo  la  protección  de  convoyes;  mientras  los  corsarios 
se  multipUcan  para  cogerlos,  su  número  disminuye  de  tal  modo,  que 
los  gastos  esceden  á  las  ganancias;  y  aunque  los  aventureros  en- 
cuentren un  botin  ventajoso,  se  pierde,  porque  el  gasto  hecho  duran- 
te la  guerra  para  armar  los  corsarios,  es  mayor  que  el  valor  de 
la  presa.  Añadid  á  esto  la  pérdida  nacional  del  trabajo  de  tantos  hom- 
bres, que  gastan  en  embriagarse  y  en  toda  clasedeescesoslo  que  sa- 
quean; que  pierden  sus  hábitos  de  industria,  siendo  muy  raras  ve- 
ces capaces  de  una  ocupación  honrosa  después  de  la  guerra  y  no 
sirviendo  mas  que  para  aumentar  el  número  de  los  vagos  y  ladro- 
nes. ¡Castigo  justo  que  el  cielo  les  envia,  por  haber  arruinado  á 
sangre  fria  á  tantos  honrados  comerciantes  que  ganaban  la  fortu- 
na de  sus  familias ,  sirviendo  los  intereses  comunes  de  la  huma- 
nidad. » 

Estas  palabras  llenas  de  sentido,  son  un  escelente  comentario 
de  la  declaración  del  Congreso  de  Paris  y  una  respuesta  á  los  ar- 
gumentos de  Mr.  Marcy.  Sabemos  que  la  sola  fuerza  marítima  de 
América  consiste,  por  decirlo  así,  en  la  rapidez  conque  en  un  caso 
de  necesidad,  podría  convertir  sus  buques  mercantes  en  escuadras 
de  guerra  bajo  la  ley  marítima  actual,  que  sanciona  el  corso,  que 
como  dice  Franklin,  no  es  sino  un  resto  de  piratería ,  y  esta  un  cri- 
men odioso. 

17 


—  130- 

En  Brooklin,  cerca  de  New- York,  hay  un  arsenal  bastante  bueno 
y  un  museo  naval  algo  pobre.  Apenas  se  ven  en  él  mas  que  pintu- 
ras medianas  representando  los  felices  combates  de  los  americanos 
contra  la  flota  inglesa  en  la  época  de  la  guerra  de  independencia. 

En  cambio  hemos  visitado  en  Staten-Isíand,  la  casa  de  refugio  de 
los  marinos  civiles.  Este  magnífico  establecimiento  ha  sido  funda- 
do por  un  capitán  de  navio  muy  rico,  á  fin  de  que  sirva  de  retiro 
á  los  pobres  marinos  inposibilitados  ó  viejos,  de  todos  los  paises. 
Los  marinos,  cuya  vida  se  pasa  en  medio  de  los  peligros  y  priva- 
ciones, cuyo  mezquino  salario  no  les  permite  en  ningún  caso  hacer 
economías,  encuentran  en  esta  casa,  gracias  al  generoso  pensamien- 
to de  su  noble  fundador,  los  mas  activos  cuidados  y  el  descanso  de 
su  vejez.  Ahí  hemos  visto  varios  franceses  que  habiendo  servido 
algunos  años  en  la  marina  americana,  han  merecido  los  beneficios 
del  retiro.  El  fundador  no  ha  querido  preferir  su  pais,  en  detrimento 
de  los  otros,  y  no  ha  tenido  en  consideración  mas  que  el  sacrificio  y 
ios  servicios  que  prestan. 

Esto  es  un  ejemplo  noble  de  verdadera  filantropía- 


CAPITULO  X. 


LAS  RELIGIONES. 


La  América  del  Norte  es  el  museo  mas  completo  de  las  doctri- 
nas religiosas,  que  produce  la  necesidad  casi  universal  de  esperar 
en  otra  vida  la  indemnización  de  las  miserias  de  esta. 

La  libertad  de  cultos,  fortificada  por  la  indomable  independencia 
del  espíritu  americano,  permite  ensayarlo  todo  en  materia  religio- 
sa ó  social,  en  ese  pais,  donde  el  gobierno  no  puede  poner  traba 
al  pensamiento  y  las  instituciones  admiten  toda  suerte  de  progreso, 
pues  el  pueblo  no  conoce  ninguna  clase  de  preocupaciones. 

Los  Estados-Unidos,  son  el  vasto  campo  del  pensamiento  hu- 
mano; allí  van  á  sembrar,  á  tomar  raiz  y  fructificar  las  ideas  filosó- 
ficas, sociales  y  religiosas,  que  la  Europa  no  tolera,  sino  en  el  esta- 
do de  granos  secos,  cubiertos  con  las  vidrieras  de  sus  bibliotecas. 
Aunque  solo  tuvieran  la  gloria  de  acoger  y  permitir  las  tentativas 
del  espíritu  filosófico,  en  bien  de  la  humanidad,  tendrían  derecho 
al  eterno  reconocimiento  del  mundo.  No  existen  ideas  especulativas, 
utópicas,  ó  paradógicas,  que  no  hayan  sido  practicadas  allí.  Mientras 
que  nosotros  los  Europeos  discutimos  larga  y  detenidamente  los 
méritos  y  posibihdad  de  tales  ó  cuales  instituciones,  sin  llegar  á  un 


—  132  — 

resultado  deíinitivo,  los  americanos,  eminentemente  prácticos,  reco- 
nocen sus  defectos  6  ventajas. 

Esta  gran  libertad  de  acción  de  que  gozan  los  Estados-Unidos, 
lejos  de  ser  un  peligro  para  la  sociedad,  es  el  medio  mas  seguro 
de  precaver  los  desastres  de  una  revolución.  Las  revoluciones  na- 
cen de  la  exaltación  de  las  ideas  y  de  los  impedimentos  opuestos 
á  su  realización.  Las  ideas  oprimidas  largo  tiempo  en  el  estrecho 
cauce  á  que  se  las  sujeta,  concluyen,  como  las  olas  enfurecidas,  por 
traspasar  los  diques.  Entonces  el  bien  se  convierte  en  mal;  enton- 
ces no  es  un  progreso  fecundo  lo  que  trae  consigo  el  pensamiento; 
esel  esterminio,  la  destrucción,  como  las  aguas  desbordadas,  que 
mejor  dirigidas,  hubiesen  fertilizado  el  suelo  en  vez  de  devastarlo. 

En  América  no  es  de  temer  este  mal;  las  tempestades  del  pen- 
samiento son  imposibles.  La  libertad,  ese  gran  mecan  de  segu- 
ridad de  las  civilizaciones  adelantadas,  no  permite  á  las  ideas  amon- 
tonarse y  fundirse  como  las  bombas  marinas,  que  nada  las  detiene 
en  su  curso  destructor;  el  pensamiento  se  desliza  suave  y  constan- 
temente, por  las  útiles  sendas  de  la  práctica.  Surge  una  idea  de  al- 
gún valor  para  el  bienestar  de  la  sociedad,  y  en  seguida  se  pone  en 
ejecución,  naturalmente,  sin  esfuerzos,  sin  resistencia;  si  es  buena, 
todo  el  mundo  se  aprovecha;  pero  si  á  pesar  de  las  apariencias  con- 
trarias es  ilusoria,  se  desecha  sin  volver  á  ocuparse  de  ella.  La 
clase  de  los  malcontentos ,  tan  numerosa  en  Europa,  no  existe  en 
América.  En  efecto,  los  malcontentos  no  pueden  estarlo  de  su  pro- 
pia conducta  ni  guardarse  rencor  por  mucho  tiempo  á  sí  mismos. 

Un  solo  peligro  hay  á  nuestro  modo  de  ver,  en  América:  este 
es  las  discordias  religiosas. 

La  práctica  mal  entendida  de  los  cultos,  exaltando  algunas  veces 
mas  de  lo  regular  los  ánimos,  falsea  la  razón  por  el  fanatismo  y  des- 
truye la  hbertadpor  la  intolerancia.  Si  un  dia,  páginas  sangrientas 
vienen  á  empañar  el  hermoso  libro,  apenas  comenzado  de  la  histo- 
ria de  los  Estados-Unidos,  no  será  preciso  buscar  la  causa  en  la 
])olítica  general  de  este  pais,  en  los  diversos  intereses  de  sus  Esta- 
dos desunidos  por  leyes  particulares  y  enlazados  por  principios  co- 
munes, en  las  sensibles  anomalías,  en  la  administración  de  justicia 


-133  — 

algo  defectuosa  en  muchos  puntos,  en  la  inesplicable  ley  de  la  es- 
clavitud, ni  en  ninguna  otra  circunstancia  que  pueda  turbar  el  vuelo 
de  la  prosperidad,  pero  no  detenerlo.  El  peligro  del  equilibrio  ame- 
ricano ,  según  aviso  de  los  mas  sabios  economistas,  está  solamen- 
te en  las  guerras  de  religión.  El  fanatismo  religioso,  corre  el  gran 
riesgo  de  llevar  al  Mundo-Nuevo,  como  en  otro  tiempo  trajo  al  an- 
tiguo, un  contingente  de  discordias,  de  suplicios  y  carnicería.  Aña- 
diremos ,  que  si  estos  síntomas  de  disolución  están  ya  indicados 
para  que  haya  ocasión  de  temer  por  el  porvenir,  son  aun  demasia- 
do débiles  para  amenazar  el  presente:  la  intolerancia  religiosa, 
fuente  del  mal  futuro,  no  tiene  aun  mas  que  una  influencia  parcial. 

Así,  pues,  gracias  á  la  tolerancia  general,  se  ven  nacer  en  Ame- 
rica, los  cultos  mas  variados  y  estraordinarios,  debidos  ala  distin- 
ta interpretación  de  la  Biblia,  que  cada  cual  venera  á  su  modo. 

No  tratamos  de  hacer  la  historia,  ni  aun  en  compendio,  de  las 
sectas  que  bullen  en  el  Nuevo-Mundo ;  ese  trabajo  seria  largo.  Es- 
tamos lejos  de  conocer  todas  las  doctrinas  espirituales,  que  nacen 
continuamente  de  la  especulación  americana  y  se  mezclan  al  culto 
del  Todo-poderoso.  No  queremos  hacer  gala  de  una  erudición  que 
no  es  natural.  Nos  limitaremos,  pues,  á  decir  de  los  cultos  en  Amé- 
rica lo  que  hemos  observado  por  nosotros  mismos. 

¿Mas  por  dónde  empezar?....  Es  imposible  visitar  ese  enjambre 
de  iglesias,  blancas,  rojas  ó  grises,  que  edifica  todo  el  que  quiere. 

Hay:  Mora  va,  judía,  universal,  presbiteriana,  protestante,  refor- 
mada, cuáquera,  luterana,  metodista,  mormona,  romana,  unitaria, 
episcopal,  congregacionahsta,  calvinista,  anabaptista,  levítica,  swe- 
denborgiana,  cheikeriana,  sunkeriana,  y  bacheloriana.  Podríamos 
continuar  la  nomenclatura,  pues  los  templos  brotan,  por  decirlo 
así,  en  todas  partes,  como  las  setas  después  de  una  lluvia  bor- 
rascosa. 

El  primer  templo  adonde  nos  condujo  la  casualidad  á  nuestra 
llegada  á  New- York,  era  de  la  secta  de  los  metodistas,  que  es  la 
mas  fria  y  monótona  de  las  puritanas.  Los  metodistas  tienen  can- 
tos, junto  á  los  cuales,  los  de  la  iglesia  católica  harian  el  efecto  de 
brillantes  cavatinas  de  Rossini.  La  audición  de  esos  cantos  entona- 


—  lai- 
dos por  señoras  y  caballeros  con  voz  temblona  y  nasal,  es  la  peni- 
tencia mas  saludable  que  se  puede  imponer  todo  pecador,  algo  bien 
organizado  para  la  música.  Tienen  ademas  la  desagradable  cos- 
tumbre de  arrepentirse  en  voz  alta  en  la  iglesia,  formando  durante 
el  sermón,  el  mas  singular  concierto  de  suspiros  y  quejas  que  se 
puede  imaginar. 

Entrando  en  ese  templo,  que  no  decora  pintura  alguna  y  que  no 
embellece  ningún  ornamento  arquitectónico,  nos  sobrecogió  un  sen- 
timiento de  tristeza.  Nos  pareció  que  entrábamos  en  un  vasto  sepul- 
cro de  familia  y  que  los  metodistas  estaban  muertos  y  hábilmente 
embalsamados  por  el  método  Gannal. 

El  predicador  exhortaba  á  los  asistentes  desde  el  pulpito,  para 
que  se  arrepintieran  de  sus  faltas,  cuando  oimos  un  quejido  sordo 
que  salió  de  uno  de  los  ángulos  de  la  iglesia. 

—¡Dios  mió!  esclamamos  dirigiéndonos  á  nuestro  vecino,  algu- 
no se  ha  puesto  malo. 

El  vecino  nos  miró  con  sorpresa  y  sin  responder. 

Un  quejido  mas  pronunciado  y  lúgubre  que  el  primero,  dejóse 
oir  por  otro  lado,  antes  que  hubiese  concluido  el  anterior. 

— jDios  mió!  volvimos  á  esclamar ;  otra  persona  mas  ha  caido 
enferma. 

Nuestro  vecino,  por  toda  respuesta,  se  puso  también  á  gemir, 
como  un  perro  fiel  que  ha  perdido  á  su  dueño. 

Los  asistentes  no  tardaron  en  imitarle;  todo  el  mundo  suspiraba, 
gemia,  se  quejaba  y  lloraba;  propiamente  dicho,  se  arrepentía. 

Los  cheikers  son  tan  raros  como  los  metodistas.  No  tienen  pre- 
dicadores de  oficio.  Para  tomar  la  palabra  en  el  templo,  aguardan 
á  que  descienda  el  Espíritu  Santo  sobre  ellos  y  los  esclarezca  é 
inspire. 

Las  mugeres  como  los  hombres,  tienen  el  derecho  de  predicar 
cuando  se  sienten  animados.  Para  lograr  que  el  Espíritu  Santo  des- 
cienda sobre  ellos,  se  ponen  á  temblar.  El  temblor  dura  algunos 
minutos.  Así  que  un  hombre  ó  muger  se  siente  inspirado,  participa 
esta  buena  nueva  á  sus  co-religionarios,  los  cuales  cesan  de  temblar 
para  escuchar  respetuosamente.  Muchas  veces  es  una  vieja  medio 


—  135- 

loca,  la  que  pronuncia  el  sermón,  y  aunque  eslo  fastidia,  la  escu- 
chan hasta  el  fin  sin  interrumpir. 

Los  cuáqueros  tienen  la  costumbre  de  ponerse  boca  abajo  an- 
tes de  predicar. 

Según  las  apariencias,  su  espíritu  se  ilumina  masen  esta  posición. 
Ellos  son  los  únicos  sectarios  que  han  adoptado  un  traje  particular. 
Los  mismos  clérigos  católicos  no  salen  públicamente  con  vestido 
sacerdotal.  Los  cuáqueros,  por  el  contrario,  llevan  anchos  pan- 
talones, gruesos  zapatos,  levita  larga  de  talle  corto  y  sombrero  con 
alas  grandes  muy  bajo  de  copa. 

Las  mugeres  visten  malísimamente;  usan  trajes  de  lana  ó  seda, 
estrechos  de  falda,  cortos  de  talle,  y  de  color  gris  tierra:  chales 
cuadrados  que  apenas  cubren  sus  espaldas;  capotas  ó  sombreros 
de  forma  indescriptible,  del  mismo  color  gris  tierra,  y  capaces  de 
afear  á  la  Venus  de  Médicis.  Los  cuáqueros  solo  beben  agua  y  se 
alimentan  de  legumbres  cocidas,  sin  manteca  ni  sal,  que  comen 
acompañando  el  eterno  pedazo  de  roast-beef.  Son  hospitalarios  y 
sostienen  entre  ellos  un  admirable  espíritu  de  confraternidad. 

Los  anabaptistas,  que  se  subdividen  en  varias  sectas,  creerían 
estar  mal  bautizados  en  New-York  sino  se  zabullesen  en  el  rio  del 
Norte  en  lo  mas  crudo  del  invierno.  Hay  un  dia  fijo  para  el  bautis- 
mo de  los  neófitos,  que  son  todos  adultos.  Se  dirigen  á  las  orillas 
del  Hudson,  donde  los  desnudan  y  precipitan  cabeza  abajo.  Cuan- 
do está  helado  el  rio,  es  preciso  romper  el  hielo  para  efectuar  la 
zambullida.  Los  pobres  tiemblan,  cantando  los  himnos,  que  parecen 
consagrados  al  invierno.  Una  vez,  un  clérigo  torpe  bautizaba  á  una 
niña;  la  dejó  caer  en  el  rio  y  desapareció  bajo  los  hielos.  El  cléri- 
go dirigió  una  oración  al  Eterno,  que  volvía  á  tomar  el  alma  de  la 
neófita  después  de  la  purificación  del  bautismo ,  y  la  ceremonia 
continuó  sin  otro  incidente. 

En  el  mes  de  agosto  próximo  hará  dos  años  que  los  miUiners  se 
reunieron  en  New- Jersey  en  meeting  estraordinario.  Esperaban  el 
fin  del  mundo  anunciado  por  la  Biblia,  según  ellos,  para  esa  época 
fatal.  ¡Permanecieron  acampados  tres  días  preparándose  para  la 
muerte ,  que  no  llegó!  Algunos  se  incomodaron  tanto  con  este 


-136- 

coiitratiempo  que  impedia  ver  el  trastorno  del  mundo,  anunciado 
por  la  Biblia,  que  cambiaron  de  religión  concluida  la  sesión. 

A  este  propósito,  es  bueno  observar  que  los  americanos  cam- 
bian de  religión  sin  escrúpulo  alguno ,  siempre  que  su  conciencia 
los  arrastra  á  una  nueva  doctrina.  No  aseguraremos  que  el  interés 
deje  de  contribuir  á  estas  conversiones. 

En  New- York  hemos  conocido  un  hombre  muy  estimable  y  es- 
timado, que  se  hizo  ministro  luterano,  después  episcopal,  mas 
tarde  presbiteriano ,  y  finalmente  sacerdote  católico.  Pero  lo  que 
hay  de  mas  singular  en  este  asunto,  es  que  la  palabra  del  amable 
prelado,  cuya  unción  evangélica  es  irresistible,  ha  arrastrado  en 
pos  de  su  última  conversión  á  todas  sus  ovejas.  Oficiaba  un  do- 
mingo como  ministro  presbiteriano  en  la  iglesia  de  su  propiedad, 
y  al  siguiente,  en  el  mismo  templo,  decia  misa  entre  los  fieles, 
que  por  no  abandonar  á  tan  escelente  predicador,  se  hablan  hecho 
catóUcos. 

Los  americanos  dicen  que  uno  de  los  mas  grandes  beneficios  de 
sus  instituciones  es  la  carencia  de  una  religión  oficial ,  mantenida  á 
costa  del  Estado.  Creen  justo  dejar  á  cada  cual  en  libertad  de  pa- 
gar á  los  sacerdotes  cuyos  auxilios  reclama. 

Es  muy  curioso  observar  allí  á  los  especuladores  rehgiosos. 
Cambian  de. una  á  otra  religión,  guiados  por  el  único  interés  del 
dinero,  dios  de  los  dioses  para  los  americanos.  Compañías  de  ^aw- 
tos  capitalistas ,  estudian  cuidadosamente  los  lugares  adonde  los 
emigrados  piensan  dirigirse;  siguen  con  inteligencia  las  nuevas  lí- 
neas de  vapores  ó  caminos  de  hierro ,  y  cuentan  las  casas  que  se 
edifican  en  los  puntos  últimamente  desmontados.  En  el  momento 
que  los  piadosos  especuladores  conocen  la  utilidad  de  un  pulpito, 
se  dan  prisa  á  comprar  á  módicos  precios  vastos  terrenos ,  en  los 
que  miden  y  trazan  calles,  edificando  en  medio  de  la  ciudad  en 
proyecto,  una  iglesia  de  la  secta  que  presumen  debe  convenir  me- 
jor á  la  ciudad  que  va  á  levantarse.  Construyen  después  casas  de 
madera,  cedidas  á  buena  cuenta  álos  recien  llegados,  para  animar 
y  atraer  á  la  multitud.  Insertan  también  anuncios  en  los  periódicos 
para  encomiar  las  bellezas  del  pais,  los  prodigiosos  recursos  que 


—  137- 

ofrece  á  los  especuladores  y  colonos,  y  concluyen  por  conven- 
cer á  los  agricultores  y  comerciantes  á  que  se  establezcan  entre 
ellos. 

Las  especulaciones  de  este  género  dejan  rara  vez  de  tener  efec- 
to en  los  Estados-Unidos:  comerciantes  y  emigrados  llegan  en  tro- 
pel al  llamamiento  de  los  filántropos  religiosos  que  les  alquilan  los 
bancos  de  la  iglesia  todo  el  año ,  los  bautizan,  los  casan  y  entier- 
ran  a  un  justo  precio. 

Para  el  servicio  del  culto  toman  á  sueldo  á  un  sacerdote  ó  mi- 
nistro de  la  religión  escogida,  al  que  añaden  un  sexton,  que  hace  las 
veces  de  pertiguero.  Con  celo  ortodoxo,  contratan  también  un  profe- 
sor de  instrucción,  que  enseña  aritmética,  geografía  é  historia  sa- 
grada, y  abre  para  los  niños  de  ambos  secsos  la  escuela  de  los  do- 
mingos (sunday  schoolj,  que  no  deja  de  producirles  una  modesta, 
pero  conveniente  suma  de  pesos  duros. 

Las  especulaciones  de  la  compañía  de  los  santos  accionistas  no 
se  limita  ahí.  En  relación  inmediata  á  la  iglesia  está  la  industria 
de  los  cementerios,  que  es  aun  mejor.  Tienen  cuidado  de  estable- 
cer el  cementerio  en  un  buen  barrio  de  la  ciudad,  y  cuando  esta 
llega  á  ser  considerable ,  tienen  cuidado  de  comprar  el  terreno, 
por  ser  aquel  lugar  insalubre.  Los  santos  capitalistas ,  dicen  pri- 
mero que  es  una  profanación;  pero  concluyen  por  acceder  mediante 
una  suma  considerable.  Entonces  la  fortuna  queda  hecha,  y  los 
santos  capitalistas  van  á  llevar  á  otra  parte  sus  piadosas  especula- 
ciones. 

Nada  mas  curioso  que  visitar  las  diferentes  iglesias  pertene- 
cientes á  los  negros.  Hemos  indicado  ya,  que  estos  son  espulsa- 
dos de  los  templos  que  poseen  los  blancos.  Por  esta  razón,  muchos 
desgraciados  han  llegado  á  dudar  de  la  existencia  de  un  solo  Dios,  y 
se  han  imaginado  que  cada  raza  de  hombres  tiene  el  suyo,  y  por 
consecuencia ,  un  cielo  y  un  infierno  distinto  para  ellos,  según  lo 
acreditan  ciertos  ministros  de  color.  Hemos  tenido  el  gusto  de  asis- 
tir á  un  sermón  pronunciado  por  un  negro,  en  el  cual  describía  las 
delicias  del  paraíso  y  los  horrores  del  infierno.  «El  infierno,  de- 
cía dirigiéndose  á  la  multitud  que  espresaba  en  su  rostro  los 

18 


-138  — 
sentimientos  del  miedo  y  el  dolor:  el  infierno,  mis  queridos  her- 
manos ,  es  un  luG^r  de  horrible  martirio ,  donde  hiela  constan- 
temente y  la  nieve  cae  sin  cesar  sobre  las  espaldas  desnudas  de 
los  pecadores  encadenados  por  la  eternidad.  Allí ,  hermanos  mios, 
no  hay  mas  que  pacas  de  algodón ,  sacos  de  café  y  cajas  de  azú- 
car ,  que  Dios  en  su  justa  cólera  condena  á  llevar  eternamente  á 
bordo  de  buques  que  no  se  cargan  jamás.  El  infierno  es  el  tor- 
mento de  los  tormentos,  la  desgracia  de  las  desgracias;  es,  para 
decirlo  de  una  vez ,  el  trabajo  sin  reposo,  combinado  con  el  frió 
del  hielo. » 

Al  llegar  aquí,  muchos  negros  temblaron  haciendo  una  horro- 
rosa contorsión. 

«Pero,  prosiguió  el  predicador,  si  en  lugar  de  los  castigos  del 
infierno,  merecéis  el  paraíso  de  la  clemencia  celeste,  ¡cuántas  fe- 
licidades os  están  reservadas!  ¡cuántos  goces  os  esperan!  í> 

En  este  momento,  el  rostro  de  los  negros  tomó  una  espresion 
de  gozo  indefinible,  y  varios  no  pudieron  contenerlos  ímpetus  de 
una  risa  nerviosa. 

«En  el  paraíso,  mis  queridos  hermanos,  hace  siempre  calor,  ese 
dulce  calor  que  fertiliza  las  tierras  de  nuestra  África  dichosa ,  y 
trueca  el  Senegal  en  un  paraíso  también,  con  la  sola  diferencia  de 
que  en  el  cielo  el  calor  es  mucho  mas  fuerte  y  no  se  trabaja  nunca. 
Allí,  mis  queridos  hermanos,  los  bienaventurados  elegidos  por  el 
Señor,  no  se  hallan  espuestos  á  encontrar  ni  pacas  de  algodón ,  ni 
cajas  de  azúcar,  ni  sacos  de  café,  ni  barcos  que  cargar:  y  se  comen 
sin  descansólas  mejores  judías,  con  un  tocino,  del  cual  el  mejor  de 
este  mundo  no  puede  dar  sino  una  idea  débil  y  miserable.)' 

Al  pronunciar  estas  últimas  palabras,  muchos  negros  riyeron 
y  hablaron  entre  sí,  ó  se  relamiéronlos  labios  en  silencio. 

«Asi,  pues,  mis  queridos  hermanos ,  comparad:  por  un  lado  el 
infierno  con  sus  escarchas  y  sus  hielos  incesantes ;  sus  pacas  de 
algodón ,  sus  cajas  de  azúcar  y  sus  sacos  de  café,  que  es  preciso 
llevar  continuamente  á  bordo  de  los  buques  que  no  se  cargan  ja- 
más; por  el  otro,  las  delicias  del  paraíso  con  su  eterno  calor ,  su 
perpetuo  goce  y  las  suculentas  golosinas  que  ya  sabéis.» 


—  139  — 

—  «;Sí;  el  tocino,  el  tocino!»  gritó  sencillamente  un  negro  que 
al  parecer  habia  hecho  ya  la  elección. 

Que  no  se  nos  tache  de  exagerados.  Todo  cuanto  pudiéramos 
inventar  sobre  las  rarezas  de  los  negros  en  los  oficios  divinos ,  no 
parecería  mas  estraordinario  que  la  misma  verdad. 

Los  negros ,  tan  distintos  de  los  blancos  moralmente  considera- 
dos, hacen  en  voz  alta  las  observaciones  que  les  sugiere  el  sermón 
del  predicador.  Este  responde,  y  entonces  se  entabla  entre  parén- 
tesis una  polémica  acalorada;  se  forman  grupos  en  pro  y  en  contra, 
y  la  discusión  se  hace  general.  Algunas  veces,  el  predicador,  im- 
posibilitado de  poner  fin  á  la  enfadosa  contienda,  hace  bruscos  mo- 
vimientos desde  el  pulpito  y  mira  á  horcajadas  gritando  con  toda  la 
fuerza  de  sus  pulmones  y  haciendo  mas  gestos  que  un  molino  de 
viento. 

Advertiremos  que  el  respeto  que  profesamos  en  Europa,  y  par- 
ticularmente en  Francia,  á  las  iglesias,  no  existe  en  América.  Los 
propietarios  las  hacen  objeto  de  especulación  y  las  alquilan  para 
dar  conciertos,  tener  sesiones  de  lectura  ó  abrir  esposiciones  pú- 
blicas. 

Nadie  ve  mal  en  esto,  y  encuentran  muy  justo  y  conveniente  que 
el  propietario  de  un  templo  se  utihce  y  saque  todo  el  partido  posi- 
ble, en  los  dias  que  el  servicio  del  culto  lo  deja  libre.  Aun  las  igle- 
sias católicas  se  ponen  á  disposición  de  los  artistas  que  dan  con- 
ciertos espirituales,  y  los  sacerdotes,  desde  el  pulpito,  no  dejan  de 
recomendarlos  al  diletantismo  de  los  fieles. 

Hay  una  secta  rehgiosa  que  no  debemos  dejar  de  mencionar 
aquí,  y  tiene  su  cuartel  general  á  cuarenta  millas  de  New- York. 
Estos  sectarios,  muy  caritativos  y  amables,  tienen  por  base  prin- 
cipal de  su  doctrina  la  estincion  completa  de  la  raza  humana,  no 
con  violencia,  matándose  los  unos  á  los  otros,  sino  paulatinamen- 
te, condenándose  al  celibato  perpetuo.  Están  persuadidos  de  que 
el  hombre  nace  malo  y  que  no  es  moralmente  perfeccionable.  En 
la  Biblia,  que  es  considerada  como  el  libro  de  Dios ,  encuentran 
ellos  la  mejor  prueba  en  apoyo  de  su  opinión. 

En  la  Biblia  reconocen  los  crímenes,  faltas,  pasiones  y  ver- 


—  lío  — 

g-üenzas  que  afligen  a  los  hombres,  malos  aun  hoy  dia,  según  sus 
creencias.  Les  parece  imposible  que  el  hombre  sea  hecho  á  imagen 
de  Dios,  creyendo,  por  el  contrario,  que  es  obra  del  demonio.  Ade- 
más ponen  en  balanza  los  raros  instantes  de  dicha  que  se  tienen  en 
la  tierra,  con  los  pesares  de  todas  clases  que  sin  cesar  nos  ator- 
mentan y  los  padecimientos  físicos  á  que  estamos  sujetos,  y  se 
arreglan  de  manera  que,  según  ellos,  la  vida  no  tiene  nada  de 
agradable. 

Piensan  que  valdría  mas  no  haber  nacido  que  vivir  á  este  pre- 
cio. Si  se  les  objeta  que  esta  vida  es  solo  un  instante  de  prueba,  y 
que  Dios  castiga  á  los  malos,  pero  recompensa  á  los  buenos,  res- 
ponden que  no  se  creen  con  derecho  de  hacer  sufrir  esta  penosa 
prueba  á  sus  hijos,  los  cuales  podrían  no  nacer  con  las  virtudes 
necesarias  para  salvarse.  Dios,  añaden,  no  puede  castigar  á  los  que 
jamás  han  sido;  si  la  recompensa  es  inefable,  el  castigo  es  eterno, 
y  la  sabiduría  nos  dicta  la  abstinencia. 

Cuanto  quisierais  decir  á  esos  sombríos  lógicos  para  disuadir- 
los de  su  error,  seria  inútil.  Las  gentes  que  componen  esta  secta, 
son  hospitalarias  y  muy  caritativas.  A  los  estranjeros  que  van  á 
sus  tierras  les  dan  habitación  y  ahmento  gratuitos  por  cuenta  de  la 
comunidad.  Pero  no  contéis  con  el  auxilio  de  los  estériles,  como  los 
llaman,  para  salvaros  de  un  peligro  inminente  que  amenazase  vues- 
tra vida;  os  dejarán  ahogar,  quemar,  ó  ahorcar,  sin  tenderos  una 
mano  ni  cortar  la  cuerda.  No  procurarán  salvaros  la  vida,  pues  es 
preciso  no  olvidar  que  quieren  la  estincion  de  la  raza  humana. 

No  trabajan  para  destruir  la  existencia  que  tenemos  de  Dios, 
pero  se  creen  con  el  derecho  de  no  hacer  nada  para  conservarla. 

Los  que  practican  esta  singular  doctrina  religiosa,  poseen  un 
establecimiento  magnífico  situado  en  un  punto  culminante  de  un 
paraje  encantador,  desde  donde  se  descubre  el  mas  espléndido  pano- 
rama de  la  naturaleza.  Un  lado  del  edificio,  pertenece  á  los  hombres, 
y  el  otro  sirve  de  refugio  á  las  mugeres.  Los  secsos  no  se  juntan  mas 
que  en  el  templo  á  la  hora  de  las  oraciones.  Ellos  cultivan  la  tier- 
ra y  hacen  todo  el  trabajo  del  campo,  con  frac  negro  y  corbata 
blanca.  Si  algunos  se  hacen  culpables  por  infracción  del  voto  de 


-141- 

celibato,  son  arrojados  de  la  congregación  y  devueltos  á  la  socie- 
dad ordinaria  de  los  hombres  que  califican  con  el  nombre  de  re- 
productores. Mas  como  su  doctrina  les  ordena  el  perdón  de  las  fal- 
tas y  la  indulgencia  para  las  debilidades  humanas,  facilitan  á  los 
culpables  su  entrada  en  el  mundo,  entregándoles  una  considerable 
suma  de  dinero.  Se  citan  personas  sin  dehcadeza  que  solo  se  han 
ahstado  en  la  secta  de  los  estériles  por  vioHir  las  leyes  y  percibir 
la  suma  acordada  para  los  culpables. 

Como  la  contraposición  de  esta  secta,  existe  la  conocida  bajo 
el  título  de  mormona,  en  las  orillas  del  lago  Salé.  No  es  el  celiba- 
to la  base  de  su  doctrina,  sino  la  poligamia.  Las  leyes  que  rigen 
la  conducta  de  las  mugeres  son  muy  severas,  y  el  adulterio  es  cas- 
tigado con  pena  de  muerte.  Nosotros  no  hemos  visitado  el  pais  de 
los  mormones;  á  Mr.  Mes  Remij,  sabio  naturalista  francés  que  ha 
permanecido  algún  tiempo  entre  ellos,  debemos  ciertos  detalles 
curiosos  sobre  tan  estraordinaria  población. 

Mr.  Remy  asegura  que  todas  las  mugeres  que  ha  interrogado 
sobre  este  punto,  responden  que  su  vida  está  llena  de  encantos- 
Pretenden  desconocer  los  celos  y  citan  como  modelo  de  unión  y 
armonía  el  hogar  de  Parley  Pratt,  Este  apóstol  tiene  nueve  muge- 
res,  que  viven  como  hermanas,  y  treinta  y  tres  hijos. 

Una  de  sus  esposas,  Mistress  Belinda  Marden,  joven  tan  bella 
como  amable  y  ^chistosa,  ha  publicado  recientemente  una  obra  no- 
table, en  la  que  trata  de  probar  que  la  pluralidad  de  las  mugeres 
está  autorizada  por  Dios  y  que  es  causa  en  la  tierra  de  la  perfecta 
felicidad.  Añade  que  el  título  de  gran  polígamo  es  sinónimo  de  gran 
santo,  siendo  muy  grato  á  los  ojos  del  Eterno. 

Mistress  Belinda  Marden  se  engaña,  al  menos  en  lo  que  concier- 
ne á  la  muger  en  general,  cuando  hace  alarde  del  sistema  políga- 
mo y  lo  prefiere  á  los  demás.  Es  imposible  que  admita  ese  sistema 
una  muger  que  ame.  Por  mas  que  las  mormonas  se  declaren  con- 
tentas, no  podemos  creerlas  con  sinceridad;  las  suponemos  mas 
honestas.  El  amor  es  el  egoísmo  de  dos;  él  y  ella,  ella  y  él;  lo  de- 
más se  aparta  de  la  naturaleza  y  es  una  aberración. 

Para  ser  justos,  debemos  declarar,  según  lo  aseguran  las  per- 


-142  — 

sooas  que  lian  podido  observarlo,  que  su  conducta  esterior  no  rom- 
pe de  ninguna  manera  la  mas  rígida  moral.  Los  hombres  permane- 
cen fieles  á  las  mugeres,  y  las  esposas  á  los  maridos.  Todas  las 
mugeres  de  un  varón,  viven  bajo  el  mismo  techo  y  tienen  su  cuar- 
to particular.  Comen  á  la  misma  mesa,  y  las  leyes  de  la  iglesia  mor- 
mona  les  recomienda  la  fraternidad  como  una  de  las  principales 
virtudes.  Se  ocupan  por  turno  de  los  cuidados  domésticos,  aña- 
diendo algunas  veces  á  esto  alguna  ocupación,  como  el  hilado  de 
lana  ó  los  trabajos  de  aguja.  Todos  los  hijos  del  marido  deben  ser 
igualmente  queridos  por  ellas,  y  hay  que  hacerles  la  justicia  de 
que  se  conforman  con  esta  ley.  No  son  jamás  admitidas  en  las  de- 
liberaciones públicas,  y  su  papel  está  limitado  á  ser  las  amigas  y 
criadas  de  los  servidores  del  señor.  Esta  colonia  naciente  está  en 
camino  de  progreso.  Los  mormones  tienen  ciudades  bien  edificadas 
y  hacen  un  comercio  que  se  acrecienta  cada  dia.  Los  emigrados 
son  perfectamente  recibidos  y  encuentran  empleos  ventajosos. 

Como  cada  secta  trata  de  ser  la  mejor,  sopeña  de  dejar  de  exis- 
tir, los  mormones  también,  y  ofrecen  al  mundo  el  ejemplo  mas  per- 
fecto de  moral  y  organización  social.  Creen  conformarse  en  todo 
con  la  naturaleza  y  encuentran  mas  moral  confesar  las  leyes  que 
la  rigen,  según  suponen,  que  quebrantarlas  hipócritamente  bajóla 
máscara  de  la  virtud,  como  dicen,  llevando  al  estremo  su  paradoja. 

Aconsejamos  por  prudencia  á  nuestras  lectoras  que  no  dejen 
partir  á  sus  maridos  para  el  lago  Salé. 

Acaba  de  aparecer  en  Alemania  una  historia  de  los  Mormones , 
por  Smith,  que  dá  á  conocer  el  número  de  los  iniciados.  Según 
este  libro,  habrá  en  América  68,700  mormones;  38,000  en  Utah; 
5,000  en  New- York;  4,000  en  California;  5,000  en  Nueva  Escocia 
y  el  Canadá  y  9,000  en  la  América  meridional  y  las  islas. 

En  Europa  habrá  39,000;  de  los  cuales  32,900  están  en  la  Gran- 
Bretaña  é  Irlanda;  5,000  en  Escandinavia;  1,000  en  Alemania  y 
Suiza;  500  en  Francia,  y  los  restantes  dispersos  en  pequeños  esta- 
dos. En  Asia  habrá  un  millar;  en  Occeania  2,400;  en  África  un 
centenar.  Toda  la  secta  se  compondrá  de  unos  126,000  adeptos 
contando  8,000  cismáticos. 


-«113  - 

Hemos  señalado  la  intolerancia  religiosa  como  el  peligro  futu- 
ro de  la  Union  Americana.  Hasta  el  dia,  aunque  sea  doloroso  de- 
cirlo, es  preciso  confesar  que  solo  al  partido  católico  hay  que  re- 
prochar los  hechos  accidentales  que  revelan  este  peligro.  El  par- 
tido católico  se  compone  casi  todo  de  irlandeses  ignorantes,  faná- 
ticos y  pendencieros  hasta  el  esceso.  Mientras  que  los  protestantes 
á  pesar  de  las  divisiones  de  su  doctrina,  reconocen  como  un  dere- 
cho imprescriptible  la  libertad  de  conciencia  y  el  libre  ejercicio  de 
todos  los  cultos,  el  partido  católico  irlandés,  tolerante  y  revoltoso, 
hace  todo  lo  que  puede  por  restringir  este  derecho  que  no  puede 
destruir.  Algunos  demasiado  celosos,  llevan  el  espíritu  de  propa- 
ganda hasta  el  estremo  de  introducirse  en  el  seno  de  las  familias 
y  aumentar  los  creyentes  por  medios  ilícitos.  Se  han  visto  quienes 
han  arrebatado  hijas  á  sus  padres  para  convertirlas.  Muchas  veces 
no  han  temido  llevar  el  luto  y  el  dolor  á  las  poblaciones,  dando 
contra  el  derecho,  las  instituciones  del  pais  y  la  libertad  de  con- 
ciencia ,  batallas  sangrientas ,  salvajes  y  verdaderamente  im- 
pías. 

Todo  el  mundo  recuerda  con  horror  las  escenas  de  muerte  y 
desorden  provocadas  el  año  último  por  los  irlandeses  y  ciertos  ca- 
tólicos canadienses  á  propósito  de  las  conferencias  del  padre  Ga- 
razzi.  Este  es  un  sacerdote  católico  italiano,  que  decia  haber  esta- 
do agregado  á  la  corte  de  Roma.  Los  grandes  abusos  que  repro- 
chaba á  algunos  de  los  principales  dignatarios  del  clero  romano,  con 
los  cuales  decia  haber  tenido  relaciones,  no  eran  propios  para  gran- 
gearse  las  simpatías  de  los  irlandeses,  siempre  dispuestos  á  jugar 
el  revolver  y  el  puñal.  Para  dar  mas  autoridad  á  sus  revelaciones, 
Mr.  Gavazzi  pronunciaba  sus  disciu'sos  con  traje  de  eclesiástico, 
cosa  considerada  por  algunos  católicos  como  una  provocación  y 
un  insulto,  del  cual  era  necesario  tomar  venganza.  Mientras  que 
la  mayor  parte  del  auditorio  escuchaba  con  vivo  interés  las  estra- 
ñas  palabras  del  sacerdote  italiano,  los  irlandeses  proferían  gritos 
de  muerte  y  preparaban  sus  armas. 

Sin  embargo,  el  padre  Gavazzi,  con  valor  inconcebible,  prose- 
guía lo  que  llamaba  la  obra  de  su  conciencia.  Estaba  fuertemente 


—  14i  — 

apoyado  por  los  periódicos,  unánimes  en  reconocer  el  derecho  de 
la  palabra  y  predicar  el  sosten  de  las  libertades  del  pensamiento. 
Firme  con  su  derecho  y  confiando  en  las  instituciones  liberales  que 
rigen  el  Canadá,  Mr.  Gavazzi  se  dirigió  á  Montréal  y  anunció  va- 
rios sermones  como  lo  habia  hecho  en  New- York.  La  parte  igno- 
rante y  fanática  de  la  población  católica,  resolvió  impedir  esto  por 
todos  los  medios  posibles,  y  no  encontró  nada  mas  sencillo  que 
asesinar  al  padre  Gavazzi.  Avisado  de  esta  resolución,  se  puso 
bajo  la  salva-guardia  de  las  leyes  y  anunció  nada  menos  que  para  el 
dia  siguiente  su  primera  sesión  pública.  Entonces  los  catóhcos 
se  armaron  de  sables,  picas,  fusiles,  pistolas  y  puñales  y  se  es- 
parcieron por  la  ciudad,  esperando  al  sacerdote  que  se  hablan  pro- 
puesto asesinar. 

A  la  hora  fijada,  un  escuadrón  de  guardia  fué  á  buscar  á  su 
casa  al  orador  y  le  escoltó  hasta  la  sala  donde  debia  pronunciar  su 
discurso.  Apenas  hubo  articulado  la  primera  palabra,  el  tropel 
agrupado  á  las  avenidas  del  salón,  quiso  penetrar  á  viva  fuerza; 
opúsose  la  guardia  y  fué  la  señal  de  un  mortífero  combate,  en  el 
que  fueron  vencidos  los  perturbadores.  Hubo  quince  muertos  y 
gran  número  de  heridos.  Mr.  Gavazzi,  escapó  del  peligro  casi  mi- 
lagrosamente, en  medio  de  esta  escena  de  carnicería.  Manteniendo 
su  derecho  hasta  el  fin,  predicó  el  número  de  sermones  anuncia- 
dos y  se  volvió  á  una  ciudad  de  los  Estados-Unidos.  Cuadros  se- 
mejantes, provocados  siempre  por  la  intolerancia  del  partido  cató- 
lico, se  sucedieron  por  donde  pasaba  el  predicador. 

Hubo  combates,  muertos  y  heridos,  pero  triunfó  la  libertad 
del  levantamiento  intolerante,  y  el  derecho  de  la  palabra  fué  soste- 
nido y  consagrado. 

Un  orador,  de  género  menos  elevado  que  el  padre  Gavazzi,  es 
el  que  han  designado  vulgarmente  con  el  nombre  del  Ángel  Gabriel. 
Este  es  protestante  y  propaga  sus  doctrinas  al  aire  libre  con  acom- 
pañamiento de  cornetin  de  pistón.  Los  domingos  se  dirige  alas  ho- 
ras de  los  oficios  á  una  plaza  pública,  y  subido  en  un  poyo,  predica 
sus  discursos  religiosos  precedidos  de  un  cornetin,  capaz  de  pro- 
vocar la  envidia  en  nuestros  mas  hábiles  vendedores  de  cani- 


-115  — 

¡las  (1).  Como  estos,  él  toca  con  preferencia  el  famoso  allegro  del 
dúo  de  I  Puritani:  Suoni  la  trompa  é  intrépido.  A  estos  belicosos 
acentos  de  Bellini ,  se  reúne  el  pueblo  para  oir  los  discursos  orto- 
doxos del  Ángel  Gabriel. 

Este  singular  personaje  ha  estendido  por  todas  partes  la  luz  de 
su  sagrada  palabra,  mezclada  con  las  agradables  melodías  de  su  cor- 
netin  de  pistón.  Pero  mas  de  una  vez,  los  ojos  y  nariz  del  Ángel  Ga- 
briel han  sentido  las  huellas  de  la  argumentación  católica  irlandesa, 
cuando  se  ha  permitido  criticar  ásperamente  el  gobierno  espiritual 
y  temporal  del  Papa.  En  materias  de  reügion,  no  le  gusta  á  la  joven 
Erin  que  se  discuta;  y  en  caso  de  hacerlo  con  ella,  responde  á  pu- 
ñetazos. 

Ahora  se  sabe  que  si  vienen  espantosas  inundaciones  á  maltra- 
tar algunos  de  nuestros  departamentos,  provienen,  según  dice  el 
cardenal  Bonald^  de  que  la  Francia  no  ha  respetado  la  ley  del  do- 
mingo. ¿No  seria  fundado  preguntar,  cuando  la  Francia  entera  es 
culpable  del  mismo  pecado ,  por  qué  el  castigo  ha  sido  impuesto 
solo  á  ciertos  lugares?  Paris  ha  estado  exento  de  él,  aunque  es  bajo 
este  punto  de  vista  mas  criminal  que  todas  las  ciudades.  Pero  no 
se  debe  ser  curioso.  Baste  hacer  constar  que  la  liquidación  repen- 
tina délas  nieves  que  han  hecho  desbordar  el  Ródano  y  el  Loira, 
no  han  tenido  ni  pueden  tener  otra  causa  que  la  inobservancia  del 
reposo  dominical.  Si  es  así,  como  no  lo  dudamos ,  los  Estados- 
Unidos  nos  parece  que  están  por  largo  tiempo  aun ,  al  abrigo  de 
las  inundaciones. 

Sin  duda  el  puritanismo  se  ha  descuidado  algo  en  estos  últimos 
tiempos,  y  no  estamos  ya  en  aquellos  magníficos  dias  en  que  los 
fieles  guardadores  del  domingo,  tendian  la  víspera  por  la  noche 
cadenas  en  las  calles  y  arrojaban  sillas  en  las  avenidas  para  im- 
pedir que  pasasen  los  coches.  Hace  de  esto  veinte  años,  y  los  años 
son  siglos  en  América.  Sin  embargo,  por  interés  de  salvación  se 
impide  á  las  compañías  de  ómnibus  hacer  el  servicio  interior  los 

(1)     Los  vendedores  de  canillas,  en  París,  tienen  la  costumbre  de  marchar  por  las  ca- 
lles tocando  unas  trompetitas,  para  llamar  la  atención  del  público.    (N.  de  los  T.) 

19 


-Ii6  — 

domingos;  pero  según  parece,  los  cocheros  particulares  y  los  de 
empresas,  asi  como  las  de  los  cars,  que  sobre  radios  de  hierro  ha- 
cen exactamente  lo  mismo  que  los  ómnibus  en  el  empedrado ,  no 
pecan  trabajando  en  domingo. 

Se  impide  que  estén  abiertas  las  tiendas,  á  escepcion  de  las  de 
licores  y  cigarros.  No  sabemos  qué  motivo  hay  para  que  se  ven- 
da tabaco  y  aguardiente. 

Para  las  compañías  de  los  ferryboats ,  que  hacen  la  travesía 
de  New- York  á  Brooklin,  y  para  los  barcos  de  recreo  que  se  llenan 
hasta  irse  á  pique,  de  gente  presurosa  que  se  traslada  á  las  casas 
de  campo  de  Hoboken  y  S laten- Island,  no  es  tampoco  pecado  nave- 
gar en  dia  festivo;  mas  el  camino  de  hierro  que  vá  de  Brooklin  á 
Green-Wood,  se  condenaría  irremisiblemente  sino  descansase. 

Los  periódicos  también  pehgrarian  aumentando  la  cólera  del 
puritanismo  si  apareciesen  en  forma  ordinaria;  mas  no  pecan  dis- 
minuyéndose hasta  la  mitad. 

Los  muchachos  que  venden  periódicos  no  son  pecadores,  pero 
sí  los  hombres. 

Los  carniceros  no  pueden  vender  carne,  pero  los  cocineros  pue- 
den sazonarla. 

Finalmente,  los  músicos,  como  diesen  un  concierto  que  no  se  ca- 
lificase de  espiritual,  faltarían  al  tercer  mandamiento;  pero  no  su- 
cede así,  cobrando,  por  marchar  á  la  cabeza  de  los  entierros  (muy 
numerosos  los  domingos)  mientras  tocan  piezas  muy  profanas  á  ma- 
nera de  aires  fúnebres. 

Es  preciso  confesarlo,  porque  es  verdad  que  el  buen  sentido  de 
la  mayoría,  hace  justicia  á  una  ley  que  es  en  América  una  anoma- 
lía inesplicable.  Se  observa  aun  en  muchos  puntos  por  rutina,  pero 
apenas  existe  en  las  costumbres  generales  de  las  poblaciones.  Por 
eso  los  obreros  se  encierran  para  continuar  su  tarea  y  los  comercian- 
tes se  traen  á  su  casa  los  libros  el  sábado  por  la  noche  y  trabajan  al 
dia  siguiente  sino  van  á  divertirse  al  campo,  cosa  prohibida  también. 

La  ley  del  domingo  intercepta  con  el  trabajo  productivo,  todos 
los  ejercicios  de  la  naturaleza  que  perturban  la  piedad  y  la  medi- 
tación. La  música  está  enteramente  proscripta,  á  menos  que  no 


—  147  — 

sea  religiosa.  Mas  los  americanos  son  ingeniosos  en  trocar  diíicul- 
tades:  tienen  para  los  dias  festivos,  polkas  sagradas,  mazurkas  edi- 
ficantes, valses  bíblicos,  galops  celestes  y  contradanzas  ortodoxas 
que  ejecutan  al  piano,  teniendo  el  pedal  de  los  apagadores  constan- 
temente levantado.  No  para  aquí  la  cosa,  pues  hemos  visto  gentes 
que  no  teniendo  ningún  escrúpulo,  acompañaban  la  música  con  pa- 
sos sagrados  y  movimientos  de  cuerpo  enteramente  parecidos  á  los 
bailes  mundanos  que  hemos  ya  mencionado. 

Si  se  quiere  saber  exactamente  cómo  pasan  el  domingo  en  las 
casas  de  educación  que  tienen  los  puritanos  apegados  á  sus  anti- 
guas costumbres,  hé  aquí  lo  que  ha  contado  uno  de  nuestros  com- 
patriotas, profesor  de  un  colegio  de  este  género: 

« Después  de  pasar  la  mañana  en  el  templo  y  en  la  Sunday 
School  (escuela  del  domingo)  sigue  la  lectura  de  la  tarde  y  el  can- 
to de  los  salmos.  Ese  doble  ejercicio  dura  seis  horas  consecutivas. 
Si  se  presenta  una  visita,  pasa  sin  ruido,  se  sienta,  coje  un  libro  y 
toma  parte  en  la  lectura  ó  el  canto. 

))Poco  a  poco  el  sueño  se  apodera  de  los  niños,  caen  todos  los 
volúmenes  de  las  manos,  se  multiplican  los  bostezos,  y  los  ronqui- 
dos son  generales.  Una  vez  la  vieja  directora  se  dislocó  las  articu- 
laciones de  la  quijada,  bostezando  fuera  de  regla;  no  podia  cerrar 
la  boca,  y  esto  produjo  en  la  casa  el  terror  y  un  escándalo  sentimen- 
tal de  risas  y  capital  good  fim  ( chistes  de  buen  género ) . » 

Mas  para  apreciar  la  rigidez  de  las  costumbres  puritanas  no  se 
debe  ir  á  New- York.  Boston  y  Baltimore  las  conservan  mas  intactas. 
Ved  un  ejemplo:  habíamos  observado  en  Boston,  que  en  las  casas 
mas  conocidas  por  su  puritanismo ,  si  tenian  piano,  cubrian  los  pies 
del  instrumento  con  una  funda.  En  las  casas  que  pasaban  por  menos 
severas,  no  habíamos  observado  esto.  Bastante  nos  Uamalía  la  aten- 
ción, y  resolvimos  pedir  esplicaciones  á  un  fabricante. 

Estenos  respondió  con  seriedad:  «Es  que  se  suele  decir  en  vez 
de  los  pies,  las  piernas  del  piano,  y  para  ciertas  personas  rígidas, 
no  es  decente  que  ni  aun  los  instrumentos  de  música  tengan  desnu- 
das las  piernas.» 


CAPITULO  XI. 


LAS  ASOCIACIONES. 


Las  asociaciones,  que  aparte  de  la  sociedad  general,  tienen  por 
objeto  formar  corporaciones  regidas  por  leyes  particulares  unidas 
muchas  veces  á  dogmas  religiosos,  son  numerosas  en  América. 

Nacen  y  se  crean  por  todas  partes,  sin  que  el  gobierno  ponga 
obstáculos.  Este  no  tiene  mas  misión  que  la  política  del  pais;  no 
dicta  leyes  á  los  intereses  privados,  ni  les  impone  creencia  religio- 
sa; los  ciudadanos  son  enteramente  libres  para  asociarse  entre  sí 
como  mejor  les  plazca,  y  adorar  á  Dios  bajo  la  forma  que  les  con- 
venga. Las  asociaciones  no  ofrecen  peligro  en  un  pais  esencial- 
mente libre ,  y  menos  aun  por  la  independencia  innata  de  sus  ha- 
bitantes y  las  instituciones  generosas  y  progresivas  que  los  rigen. 

Los  hombres  que  gozan  de  los  beneficios  de  la  libertad  no  pien- 
san en  abusar  de  ella  en  perjuicio  de  su  propia  dicha.  La  gran 
prosperidad  de  la  Union  americana  debida  y  alimentada  desde  un 
principio  por  hombres  de  todas  razas,  religiones  y  lenguas,  de  los 
cuales  un  cierto  número,  es  preciso  confesar  que  eran  la  escoria 
de  las  naciones  europeas ,  es  una  prueba  irrefutable  de  esa  verdad. 

La  libertad  hace  á  los  hombres  mas  inteligentes ,  porque  les 
abre  sin  dificultad  las  puertas  de  las  carreras ;  los  hace  mas  mo- 


-150- 

rales  y  nobles,  porque  evita  la  disimulación;  mas  orgullosos,  por- 
que establece  la  igualdad;  mas  valientes,  porque  destruye  la  ser- 
vidumbre; mas  fuertes,  porque  permite,  con  otras  muchas  venta- 
jas preciosas ,  las  asociaciones,  que  al  reunir  las  fuerzas  de  todos, 
coartan  las  de  cada  uno. 

Esa  necesidad,  inherente  ala  organización  del  hombre,  de  vivir 
en  sociedad ,  de  reunirse  bajo  leyes  comunes  que  tienden  á  equili- 
brar en  lo  que  es  posible  las  probabilidades  del  bienestar  de  los 
individuos;  esa  necesidad  de  asociarse  para  buscar  la  felicidad, 
ha  dado  margen  á  corporaciones  dignas  de  ser  observadas. 

Lo  que  menos  conoce  y  mas  ha  calumniado  el  hombre ,  se  ha 
dicho  que  es  el  hombre  mismo.  Las  nobles  y  generosas  cualidades 
que  hemos  recibido  de  la  naturaleza  como  contrapeso  poderoso  que 
oponer  á  los  desbordamientos  de  las  pasiones,  esas  bellas  cualida- 
des que  la  Ubertad  con  su  poder  solamente  desarrolla ,  son  por  lo 
general  desconocidas  de  los  hombres,  cegados  por  el  interés  de  los 
mas  hábiles.  ¿Se  creerla,  por  ejemplo,  que  haya  hombres  que 
puedan  vivir  en  sociedad  sin  ley  alguna,  sin  reglamento,  guiados 
esclusivamente  por  el  buen  sentido  y  la  equidad  natural?  Una  so- 
ciedad de  este  género  se  ha  formado  en  el  Norte  de  los  Estados 
americanos;  está  en  plena  via  de  prosperidad,  y  nada  hasta  ahora 
indica  que  sea  detenida  en  su  feliz  carrera. 

Los  hombres  que  viven  bajo  este  sistema ,  que  como  se  vé,  con- 
siste en  la  carencia  de  todo  gobierno,  han  contado  mucho  con  los 
buenos  sentimientos  del  hombre,  entregado  á  los  dictámenes  de  su 
conciencia ,  y  con  el  egoísmo  bien  entendido  de  cada  cual ,  que 
marca  la  conducta  de  todos.  Según  ellos,  del  buen  proceder  par- 
ticular de  los  miembros  de  la  corporación ,  depende  la  fortuna  y  la 
fehcidad.  Los  vicios  no  castigados  por  las  leyes ,  insuficientes  para 
reprimirlos ,  son ,  si  es  preciso  creerles ,  naturalmente  castigados 
en  su  singular  asociación,  donde  solo  la  virtud  encuentra  recom- 
pensa, y  la  lealtad  hace  suerte.  Aquí,  dicen  ellos ,  el  interés  in- 
dividual ,  tan  íntimamente  enlazado  con  el  general ,  no  puede  ni 
debe  tener  regla  de  conducta ,  sino  en  la  tolerancia ,  la  moral  y  la 
justicia. :  '   N 


—  151  — 

El  hombre  corrompido,  prosiguen,  que  miente  á  sabiendas  ó 
falta  á  su  palabra,  por  sórdida  avidez,  encuentra  enseguida  dismi- 
nuido su  crédito,  pues  el  honor  y  la  palabra  es  la  sola  garantía  que 
ofrecen  las  transacciones  comerciales.  Para  reconquistar  su  crédi- 
to el  mentiroso  ó  el  deshonrado,  están  obligados  á  hacer  grandes  es- 
fuerzos de  virtud,  y  tienen  que  castigarse  asimismo  para  volver  á 
ocupar  un  puesto  en  la  sociedad,  corrigiendo  de  un  modo  eficaz  y 
moral  sus  defectos. 

Si  alguna  persona  es  de  mal  genio,  perversa  ó  vengativa,  co- 
mo todo  está  en  relación  á  su  alrededor  y  poco  á  poco  le  van  dan- 
do el  castigo  por  sus  faltas,  se  le  provoca  á  adquirir  mejores  cuali- 
dades. Mas  si  muestra  su  cólera  desenfrenada  y  lleva  la  maldad 
hasta  el  crimen,  la  sociedad,  indignada  y  amenazada  por  un  enemi- 
go común,  ó  se  libra  de  él  por  medio  de  la  muerte,  según  el  delito, 
ó  le  abandona  á  sus  remordimientos  como  indigno  paria. 

Así,  sucesiva  ó  proporcionalmente,  castigan  las  faltas  ó  malos  he- 
chos que  amenazan  los  intereses  de  la  asociación  ó  inducen  ultraje 
ala  moral,  tan  necesaria  por  falta  de  leyes. 

Los  miembros  de  esta  sociedad  la  encumbran  en  detrimento  de 
la  universal,  y  responden  á  este  reproche  que  lejos  de  haber  con- 
sagrado la  omnipotencia  de  la  fuerza  bruta  con  la  carencia  de  leyes, 
es  por  el  contrario  la  mas  segura  garantía  que  puede  ofrecérsele. 

Para  llevar  su  paradoja  hasta  el  estremo,  sostienen  que  el  abu- 
so de  la  fuerza  en  menoscabo  de  la  moral  y  la  justicia,  no  puede  te- 
ner lugar  sino  en  las  sociedades  reglamentadas  por  constituciones 
y  leyes,  desnaturalizadas  en  beneficio  de  los  poderosos  y  privilegia- 
dos ó  confiscadas  por  minorías  ambiciosas.  Para  ser  consecuentes 
con  su  falsa  teoría,  suponen  que  en  América  y  Europa,  las  leyes  no 
son  mas  que  la  garantía  del  fuerte  contra  el  débil  y  no  la  del  débil 
contra  el  fuerte.  Estas  opiniones  erróneas  hacen  mas  estraordina- 
ria  la  prosperidad  de  una  asociación  que  está  bajo  la  salvaguardia 
del  interés  y  buen  sentido  de  los  que  la  componen. 

Creemos  que  Mr.  Andrews,  el  fundador  del  famoso  Club  de  los 
Libres  amores,  es  también  el  de  esta  asociación  singular.  En  todo 
caso,  es  uno  de  los  mas  ardientes  propagadores.  Ha  publicado  una 


—  15^- 

obra  sobre  este  asunto,  interesante,  dictada  por  los  mas  generosos 
sentimientos. 

Debemos  decir  que  la  California,  se  ha  gobernado  hasta  hace 
poco  por  sí  misma,  desde  los  tiempos  del  descubrimiento  del  oro, 
sin  recurrir  á  leyes ;  únicamente  dirigida  por  el  buen  sentido  y  el 
sentimiento  de  justicia  que  existe  en  los  hombres.  Las  transaccio- 
nes se  hacian  bajo  palabra,  como  en  la  bolsa  de  París,  y  los  ladrones, 
bastante  raros,  eran  colgados  por  la  población  misma  que  se  hacia 
juez,  después  de  la  espeditiva  ley  del  hjnch,  lo  que  no  tiene  lugar  en 
la  bolsa  (1). 

Por  contraposición  á  la  sociedad  sin  leyes,  han  ensayado  en 
América  la  vida  demasiado  reglamentada  del  falansterio,  según  las 
doctrinas  de  Fourier.  Mas  si  bien  es  cierto  que  estas  teorías  presen- 
tan ventajas  por  el  lado  material,  la  uniformidad  que  reina,  así  en 
los  trabajos  como  en  los  placeres,  influye  de  una  manera  tan  moles- 
ta en  lo  moral,  que  las  ventajas  no  compensan  los  inconvenientes. 
Resulta  de  esa  uniformidad  sin  lucha  ni  incidentes,  el  deterioro  fa- 
tal y  progresivo  de  las  facultades  mentales.  Se  han  apercibido  de 
los  peligros  de  esta  triste  mancomunidad  y  han  tenido  temor  de  ir  á 
parar  al  anonadamiento  moral  á  que  llegaran  los  habitantes  del  Para- 

(1)    Será  conveniente  hacer  aquí  algunas  observaciones  sobre  la  California. 

Hace  diez  años  era  un  pais  desierto,  pues  solo  contenia  5,000  habitantes.  Hoy  cuenta 
300,000;  florecientes  ciudades  y  magníficos  puertos  como  San  Francisco  y  Monterey^  fre- 
cuentados por  miles  de  buques  de  todos  países:  riquísimos  valles,  abandonados  ya  por  los 
mineros,  producen  abundantes  cosechas  de  cereales.  Los  que  llegaron  ávidos  de  riqueza  á 
emplearse  en  la  esplotacion  de  las  minas,  se  han  convertido  en  fabricantes  y  labradores, 
marinos  y  comerciantes. 

Las  minas  riquísimas  en  que  abundan  estas  regiones  privilegiadas  por  la  naturaleza, 
han  producido  en  solo  ocho  años  de  esplotacion,  la  inmensa  cantidad  de  836,000  kilogra- 
mos de  oro,  de  lus  cuales  ha  recibido  Europa  8,000.000,000, 

Tal  es  el  ansia,  ó  por  mejor  decir  el  furor  de  enriquecerse,  que  desde  el  año  1850  al 
53,  los  buques  de  Europa  y  América  han  trasladado  mas  de  50,000  almas  á  las  costas  ca- 
lifornianas.  Sin  embargo,  la  escasez  de  mugeres  es  aun  notable,  después  de  las  fatales 
consecuencias  que  ha  producido  esta  falta. 

En  general  todo  ha  escaseado  en  California,  pues  hubo  época  y  aun  es  bastante  co- 
mún, que  el  arrendamiento  de  una  simple  barraca  dispuesta  para  servir  de  tienda,  costa- 
ba 2,500  pesos  fuertes. 

Este  pais  está  en  una  vía  de  prosperidad  envidiable.     (xV.  de  los  T.) 


—  153  — 

guay,  bajo  la  paternal  pero  estúpida  administración  de  los  jesuítas, 
cuya  comunidad  se  asemeja  á  una  especie  de  falansterio  reli- 
gioso. 

El  falansterio  furierista  se  vendió  hace  algunos  meses,  y  sus 
miembros  entraron  en  la  sociedad  general,  que  á  pesar  de  sus  im- 
perfecciones, vale  algo  mas  que  el  falansterio.  Mr.  Víctor  Considerante 
uno  de  los  apóstoles  del  comunismo,  ha  establecido  también  desde 
hace  poco,  una  especie  de  asociación  agrícola  en  el  Norte  de  Texas, 
Le  deseamos  que  prospere,  pero  ponemos  en  duda  el  éxito  completo 
y  duradero  de  tal  sociedad.  El  comunismo  es  una  verdadera  máqui- 
na humana  funcionando  con  la  regularidad  de  un  mecanismo  cual- 
quiera, y  del  que  cada  hombre  es  una  rodaja.  Mas  la  naturaleza  ha 
hecho  felizmente  del  hombre  un  ser  completo  y  no  una  fracción,  y 
su  individualidad  es  demasiado  viva  para  que  pueda  acomodarse 
largo  tiempo  al  desempeño  de  semejante  papel.  En  el  comunismo 
falta  la  lucha  que  existe  en  el  orden  moral  como  en  el  físico,  por- 
que es  la  gran  ley  de  la  naturaleza.  Todo  vive  en  lucha  y  debe  lu- 
char para  vivir.  La  vida  conduce  á  la  muerte,  y  la  muerte  enjendra 
la  vida  por  una  lucha  incesante  de  los  seres  en  este  vasto  campo 
de  batalla  que  se  llama  Universo.  Asi  lo  quiere  la  naturaleza  en 
sus  leyes  misteriosas,  que  el  hombre  estarla  inchnado  á  juzgar  se- 
veramente, si  las  apreciase  solo  con  su  razón  y  los  sentimientos  ge- 
nerosos y  buenos. 

En  Brooklin,  hacia  el  lado  Este  de  New- York,  hay  una  sociedad 
que  vive  en  la  mas  estrecha  fraternidad  de  sentimientos  y  fortuna. 
Ño  hemos  tenido  el  honor  de  visitar  esas  damas  y  caballeros,  pero 
nos  han  asegurado  que  jamás  ha  cesado  entre  ellos  la  mas  perfec- 
ta concordia. 

En  esta  comunidad  poseen  las  mugeres  las  mismas  prerogati- 
vas  de  los  hombres.  Lo?>jómnes  suelen  hacer  de  coqueta,  y  las  mu- 
geres de  héroes.  Los  niños  se  educan  á  espensa  común,  y  esta  so- 
ciedad atenta,  se  muestra  como  modelo  de  buenas  costumbres  y 
organización  social.  La  moral,  invocada  siempre  en  las  rehgiones  y 
sociedades,  es  muy  respetada  por  los  miembros  de  la  asociación, 
que  pretenden  conformarse  en  todo  con  las  leyes  de  la  naturaleza 

20 


—154  — 

y  tienen  el  derecho  mas  inviolable  y  sagrado  que  existe:  el  de 
amar  y  ser  amado  libremente. 

Estas  son  aberraciones  que  condena  la  delicadeza  de  sentimien- 
tos y  la  razón. 

Como  el  humbug  es  el  alma  de  América,  Mr.  Barnum,  el  ilustre 
charlatán,  tuvo  también  el  pensamiento,  por  interés  moral,  de  fun- 
dar una  sociedad  de  bebedores  de  agua  y  legumbristas,  en  Comec- 
ticut.  Pero  los  virtuosos  proyectos  de  este  grande  hombre  han  abor- 
tado, á  causa  de  la  quiebra  que  se  ha  visto  precisado  á  presentar  últi- 
mamente. ¿Es  positiva  esta  quiebra?  ¿Los  bebedores  de  agua  y  los 
legumbristas  deben  desesperar?  No  lo  creemos  (1). 

Mr.  Barnum,  poseedor  de  una  fortuna  valuada  en  quince  millo- 
nes de  francos,  solicita  en  este  momento  la  autorización  para  esta- 
blecer en  New- York  un  vasto  jardin  de  recreo,  con  teatros,  cafés, 
fondas  y  diversiones  púbhcas  de  mil  clases.  ¿No  habrá  querido  fin- 
gir una  quiebra  respetable,  para  aumentar  su  crédito?  Esto  no  ten- 
dría nada  de  particular,  y  nos  conduce  á  decir  algunas  palabras  sobre 
las  quiebras,  aparte  de  lo  que  concierne  á  Mr.  Barnum. 

En  América,  tienen  las  quiebras  dos  consecuencias  contrarias: 
matan  comercialmente  á  los  que  las  presentan  ó  aumenta  su  crédi- 
to. Esto  último  debe  parecer  estraño  á  primera  vista,  pero  se  verá 
que  es  lógico. 

Primer  caso.  Si  el  hombre  que  se  presenta  en  quiebra  es  verda- 
deramente desgraciado,  y  para  pagar  á  sus  acreedores  se  deshace 
de  lo  que  posee,  es  hombre  perdido  sin  remedio.  Supongamos,  que 
quiera  volver  á  emprenderlos  negocios,  y  confiando  en  la  delicade- 
za de  que  ha  dado  pruebas,  se  dirige á  sus  antiguos  acreedores  pa- 
ra pedirles  nuevo  crédito;  se  puede  apostar  cualquier  cosa  á  que 

(1)  Los  vendedores  de  agua  y  los  legumbristas,  se  han  quedado  á  la  luna  de  Valen- 
cia. ¡Mr.  Barnum  ha  quebrado!  Ignoramos  si  de  una  manera  positiva,  ó  negativa  que  es 
muy  común  en  los  Estados-Unidos.  Actualmente  se  halla  en  Inglaterra  y  lleva  vida  de 
príncipe.  Su  último  puff  en  New- York  fué  la  historia  de  su  vida,  escrita  por  él  mismo,  y 
cuya  venta  dio  un  producto  fabuloso.  Antes  de  llenar  con  él  su  bolsa,  se  presentó  en 
quiebra  desazonando  á  sus  asociados  y  se  trasladó  después  á  Europa. 

Probablemente  volverá  á  aparecer  en  América,  porque  no  es  posible  que  el  hombre  de 
lá  fortuna,  termine  su  historia  novelesca  con  una  quiebra.     {N.  de  los  T.) 


00  — 

sale  mal  en  su  empresa.  No  tenemos  ninguna  confianza  comercial 
en  Vd.  le  dirán.  ¿Es  Vd.  afortunado  en  los  neg-ocios?  No;  puesto 
que  se  ha  presentado  en  quiebra.  ¿Tiene  Vd.  garantías  que  ofrecer- 
nos? Tampoco ;  y  nadie  mejor  que  nosotros  lo  sabe ,  pues  para 
pagarnos  ha  tenido  Vd.  que  agotar  sus  últimos  recursos. . . .  Ya  Vd. 
lo  vé,  querido  amigo,  los  negocios  con  Vd.  son  imposibles. 

Segundo  caso.  Si  el  comerciante  es  hábil  en  la  quiebra,  y  se 
arregla  de  modo  que  no  ofrece  sino  un  mezquino  dividendo  á  los  acree- 
dores, reservando  para  él  la  mejor  parte  del  pastel,  ¡oh!  entonces 
las  cosas  cambian  de  aspecto.  Nuestro  hombre  puede,  si  quiere, 
volver  á  emprender  el  comercio  al  dia  siguiente  de  su  quiebra, 
presentándose  con  seguridad  ante  los  acreedores,  en  la  firme  con- 
fianza de  obtener  el  crédito  que  solicite. 

Puesto  que  este  hombre  se  ha  mostrado  hábil  para  engañarnos, 
dirán,  es  prueba  de  su  habilidad  en  los  negocios,  y  debe  salir  bien 
de  ellos.  Por  otro  lado,  tiene  dinero,  y  nadie  mejor  que  nosotros  lo 
sabe,  porque  somos  sus  víctimas.  Así,  pues,  debemos  tener  con- 
fianza en  él. 

Al  lado  de  las  asociaciones  que  tienen  la  pretensión  de  revolu- 
cionar el  orden  social,  hay  un  número  de  corporaciones,  cuyo  fin  es 
reunirse  y  socorrerse  mutuamente.  Estas  corporaciones,  se  pasean 
por  las  calles  los  dias  festivos  con  bandera  desplegada  y  al  son  de 
música. 

Los  americanos  son  muy  apasionados  por  ver  el  desfile  de  la 
miUcia  ciudadana,  por  las  procesiones  de  todo  género,  los  buques 
empavesados,  los  pabellones  que  enarbolan  en  todas  partes  y  las 
músicas  militares  que  preceden  los  cortejos  generalmente. 

No  podria  formarse  idea  exacta  del  espectáculo  singular  que 
presentan  las  corporaciones  políticas  y  filantrópicas  de  New-York, 
siempre  mezcladas  á  las  compañías  de  bomberos  acompañados  de 
sus  bombas,  el  dia  del  aniversario  del  nacimiento  de  Washington, 
el  de  la  independencia  y  el  de  acciones  de  gracias. 

En  Broadway  y  en  la  plaza  del  Ayuntamiento,  no   se  ven  mas  que 
gigantescas  banderas  con  multitud  de  cintas  de  colores,  dibujos 
emblemáticos,  guirnaldas  é  inscripciones  llevadas  por  sociedades 


—  1S6  — 

que  marchan  al  son  de  tambores,  pífanos,  timbales,  y  ofielai- 
des.  El  objeto  de  estas  ceremonias  es  muy  laudable ,  y  los 
Estados-Unidos  no  podrían  haber  escojido  mejor  ocasión  para 
regocijarse. 

Mas  en  América  todas  son  buenas  ocasiones  para  hacer  gala 
en  procesiones,  y  podemos  asegurar  que  el  placer  de  marchar  al 
paso,  llevar  en  el  frac  negro  ó  el  paletot  un  cinturon  de  color,  al- 
gunas insignias  sobre  el  pecho  ó  cintas  alrededor  del  brazo,  contri- 
buyen mucho  á  formar  parte  del  celo  de  las  corporaciones.  Cuatro 
guardias  nacionales  vestidos  militarmente,  no  se  reúnen  jamás  para 
ir  al  campo  á  tirar  al  blanco,  sin  que  marchen  con  gravedad  y  al 
paso,  precedidos  de  una  banda  de  música  y  seguidos  de  dos  ó  tres 
negros  que  llevan  el  blanco  con  guirnaldas  y  coronas  de  flores,  des- 
tinadas al  mas  hábil. 

A  estas  manifestaciones,  llaman  escitacion. 

Las  sociedades  secretas,  como  los  Knownothings  en  otro  tiempo 
y  los  diferentes  cuerpos  de  franc-masones ,  han  marchado  siempre 
con  gran  pompa  y  bandera  desplegada. 

Suprimid  las  banderas,  cintas,  tambores,  bandas  y  pífanos  y 
daréis  á  h  fram-masoneria  el  mas  fiero  golpe.  El  pueblo  americano 
está  constantemente  absorbido  por  los  negocios,  y  tiene  tan  poco 
tiempo  para  entregarse  á  los  placeres,  que  es  una  dicha  verdadera 
para  él,  pasearse  calle  arriba,  calle  abajo,  con  banderas  y  música. 
Lo  han  dicho:  de  gustos  y  colores  no  hay  nada  escrito.  En  cuanto 
á  nosotros,  quisiéramos  mejor  que  nos  pusieran  veinte  y  cinco  san- 
guijuelas ú  oir  dos  trajedias  en  una  misma  noche,  á  figurar  en  se- 
mejantes cortejos. 

No  olvidaremos  señalar  una  de  las  mas  curiosas  corporaciones, 
al  menos  en  lo  que  concierne  á  insignias. 

Hé  aquí  cómo  hemos  descubierto  la  existencia  de  esta  corpora- 
ción. Entramos  un  dia  en  un  bar-room,  en  compañía  de  un  america- 
no que  nos  habia  convidado  á  refrescar.  Después  de  nosotros  en- 
traron dos  gentlemen.  Uno  de  ellos  apercibió  un  grupo  de  individuos; 
se  acercó  á  él  pronunciando  á  media  voz  la  palabra  ¡paraguas!  A 
esta  palabra,  todos  volvieron  la  cabeza,  y  el  grupo  entero  saludó 


—  157  — 

al  recien  llegado  con  la  misma  palabra  ¡paraguas!  tres  veces  re- 
petida. 

Habíamos  olvidado  ya  esta  escena  sin  comprender  nada ,  cuan- 
do algunos  dias  después  vimos  pasar  en  Broadway,  con  un  mag- 
nífico tiempo,  una  fila  de  individuos  armados  con  paraguas  abiertos. 
Entonces  entendimos  que  el  gentleman  y  el  grupo  de  personas  que 
habíamos  visto  en  el  bar-room  debian  pertenecer  á  la  corporación 
de  los  paraguas,  cuyo  fin  ignoramos. 

Imitando  las  doctrinas  sansimonianas,  que  proclaman  á  la  muger 
igual  en  derechos  sociales,  cargos  y  empleos  al  hombre,  existe  la 
famosa  secta  de  las  blumeristas. 

Las  grandes  sacerdotisas  de  dicha  secta  son  Mmes.  Lucrecia  Mott, 
fíosa,  YAntoniette  Brown,  la  mas  célebre  por  la  independencia  de  sus 
ideas  y  lo  atrevido  de  sus  discursos.  Estas  señoras  aseguran  que 
si  la  muger  se  degrada  y  pierde  tan  amenudo,  que  si  el  vicio  está 
tan  estendido  en  los  grandes  círculos  de  las  poblaciones  donde  las 
necesidades  son  mas  considerables,  es  porque  los  hombres  reser- 
van para  sisólos  las  funciones  lucrativas  y  dejan  á  las  mugeres  los 
trabajos  ínfimos,  de  un  cultivo  que  embrutece  el  espíritu  y  de  una 
utilidad  insuficiente  para  las  obligaciones  de  las  que  lo  emprenden. 

«Levantaos,  pues,  gritaba  un  dia  con  indignación  dirigién- 
dose á  los  hombres  en  un  meeting,  en  Boston,  Miss  Antoniette  Brown; 
levantaos,  pues,  contra  la  inmoralidad  de  las  mugeres  y  haced  los 
gazmoños,  cuando  sois  vosotros  los  que  las  corrompéis,  retirándo- 
les con  una  mano,  por  egoísmo,  aquello  que  les  rendís  con  la  otra, 
por  venalidad.  ¡Ah!  ¡vosotros  sabéis  que  el  vicio  nace  las  mas  ve- 
ces de  la  miseria;  que  el  hambre  suele  ser  mas  poderoso  que  la  vir- 
tud, y  en  vuestro  despotismo  infernal,  en  vuestra  cobardía,  empo- 
brecéis alas  mugeres  para  hacerlas  viciosas!...  Dadle  una  parte  de 
los  negocios  lucrativos  que  vosotros  desempeñáis ;  que  no  tengan 
necesidad  de  vivir  de  vuestros  infames  y  humillantes  obsequios,  y 
estoy  perfectamente  convencida,  que  vuestras  seducciones,  caba- 
lleros, harán  muchos  menos  estragos  en  nuestras  filas.» 

Es  evidente  que  los  hombres,  mas  fuertes  que  las  mugeres,  han 
hecho  siempre  en  sociedad  el  papel  del  león.  Pero  nos  parece  que 


—  158  — 

las  blumeristas  olvidan  con  facilidad,  que  con  brillantes  empleos  y 
tragando  piezas  de  oro,  no  se  almuerza.  El  puchero,  el  modesto 
pero  necesario  puchero,  debe  estar  listo  todos  los  dias  y  antes  de 
todas  las  especulaciones.  ¿Y  sino  se  confiase  al  cuidado  de  la  señora, 
seria  el  caballero  quien  debiera  disponerle?  Eso  no  nos  parece  natu- 
ral, y  por  consecuencia  tampoco  razonable;  hay  para  las  mugeres 
ocupaciones  mas  graves,  que  ellas  solo  pueden  llenar,  con  esclu- 
sion  de  otras;  el  cuidado  de  alimentar  y  educar  sus  hijos.  Mas  las 
blumeristas,  que  tienen  razón  en  muchos  puntos,  exageran  las  refor- 
mas cuando  quieren  ser  como  los  hombres,  jueces,  abogados,  sa- 
cerdotes, médicos,  soldados,  diputados,  embajadores,  ministros  y 
hasta  bomberos. 

Hemos  tenido  ocasión  de  ver  reunidas  en  número  considera- 
ble las  blumeristas,  en  el  Club  de  los  Libres  amores;  llevan  panta- 
lones, enaguas  cortas,  pelerinas  y  sombreros  redondos.  Todas  son 
delgadas,  viejas,  feas  y  dotadas  de  una  voz  detestable  y  chillona. 
Les  gusta  perorar  y  se  insurreccionan  gozosas  contra  los  hombres 
y  el  matrimonio. 

Pero  en  cuanto  al  casamiento,  es  preciso  no  fiarse  de  mugeres 
viejas,  delgadas,  feas  y  gritonas. 


CAPITULO  XII. 


LOS   PERIÓDICOS. 


Hace  algunos  años,  se  decia  en  Francia  que  el  periodismo  era 
el  cuarto  poder  del  Estado.  No  sabemos  si  puede  decirse  todavía, 
pero  en  América,  donde  saben  leer  lo  mismo  los  campesinos  que 
los  ciudadanos,  ocupa  no  el  cuarto  rango  de  los  poderes,  sino  el 
primero,  y  no  por  eso  le  va  mas  mal. 

En  ninguna  parte  ejercen  los  periódicos  tanta  influencia  en  las 
decisiones  del  gobierno  y  en  la  opinión  pública.  Perfectamente  re- 
dactados, son  eco  de  las  necesidades  de  los  pueblos  y  el  mas  firme 
apoyo  de  los  principios  constitucionales.  La  polémica,  tan  viva  y 
virulenta  al  acercarse  las  elecciones  en  que  los  partidos  están  fren- 
te á  frente  chocando  con  fuerza,  se  calma  después  de  la  sentencia 
pronunciada  por  la  mayoría.  Esta  no  es  ciertamente  infalible,  pero 
en  un  pais  donde  todo  el  mundo  tiene  derecho  á  votar,  sabe  leer, 
y  puede  esponer  su  razón  en  contra  de  los  demás,  representa  siem- 
pre las  mejores  ideas. 

La  movilidad  délos  fuucionarios  públicos  ,  repara  fácilmente  los 
errores,  al  mismo  tiempo  que  procura  un  progreso  estimulado  y 
continuo.  Es  inútil  decir  que  la  prensa  americana  enteramente  li- 


—  160  — 
bre,  tiene  por  primera  misión,  la  propaganda  de  las  medidas  polí- 
ticas y  económicas,  capaces  de  fortificar  la  libertad  de  los  ciudada- 
nos y  aumentar  el  bienestar  general. 

Al  lado  de  la  cifra  innumerable  de  periódicos  liberales  que  se 
publican,  se  nota  con  dificultad  la  existencia  de  algunos,  que  por 
espíritu  de  partido  religioso  mas  que  social,  tratan  de  turbar  con 
falsas  notas  el  acorde  perfecto  del  sentimiento.  Los  de  este  género, 
entre  los  cuales  hay  quien  predica  el  amor  á  Dios  con  un  estilo  en- 
demoniado, tienen  poco  valor  en  ese  pais  avanzado  y  floreciente, 
gracias  á  sus  instituciones  liberales,  que  desearian  ver  reemplaza- 
das por  un  gobierno  absoluto  é  intolerante. 

Aseguran  tener  mas  razón  que  todo  el  mundo,  que  la  prospe- 
ridad americana  es  facticia  y  la  libertad  tiene  mil  inconvenientes, 
profetizando  las  mas  grandes  desgracias  si  continúan  adorando  á 
Dios  con  distintos  cultos  y  gozando  de  las  ventajas  liberales.  Po- 
cos leen  estos  miserables  periódicos,  y  si  los  miran  es  para  reir, 
como  se  rie  de  un  niño  rabioso  que  hace  mohines  y  amenaza  con 
el  puño. 

Los  periódicos  útiles  en  cualquier  nación  son  indispensables  en 
los  Estados-Unidos,  que  se  gobiernan  por  sí  mismos. 

La  Ubre  discusión  es  allí  la  mas  segura  garantía  del  orden  so- 
cial, y  por  natural  consecuencia  la  fuente  del  progreso. 

Donde  quiera  que  se  reúnen  quinientos  americanos,  de  seguro 
se  encuentra  una  iglesia  y  un  periódico  político.  Ambas  cosas  son 
para  ellos  objetos  de  primera  necesidad;  lo  demás  es  secundario. 

Los  diarios,  á  imitación  de  los  ingleses,  están  confeccionados  de 
modo  que  sirven  á  los  intereses  del  comercio,  que  con  la  agricul- 
tura forma,  por  decirlo  asi,  la  única  clase  de  los  Estados. 

Son  una  colección  incesante  de  noticias  y  avisos  de  todas  cla- 
ses y  cosas,  de  todos  los  paises.  La  Nueva  comercial  es  el  gran  ne- 
gocio para  los  que  no  se  ocupan  mucho  de  literatura.  Se  imprime 
con  pequeños  y  compactos  caracteres  y  de  doble  tamaño  que  los 
franceses;  está  exento  de  timbre  y  depósito  y  se  vende  á  diez 
céntimos  poco  mas  ó  menos;  estipendio  corto  si  se  tiene  en  cuenta 
que  el  dinero  es  relativamente  de  menor  valor  que  en  Europa.  No 


—  161  — 

hay  americano  que  deje  de  comprar  y  leer  periódicos;  es  raro  que 
no  encuentre  en  ellos  lo  que  desea  saber,  pues  lo  contienen  todo: 
Salida  y  llegada  de  vapores  y  trenes,  con  la  tarifa  de  pagos;  el  pre- 
cio corriente  de  las  mercancías  y  el  de  los  espectáculos  y  diversio- 
nes públicas;  el  movimiento  de  las  importaciones;  los  artículos  de 
comercio;  las  novedades  de  la  capital;  la  animación  de  los  puertos, 
el  nombre  de  los  pasajeros  que  van  ó  vienen ;  los  discursos  oficia- 
les completos;  las  noticias  estranjeras  anunciadas  por  correspon- 
dencias particulares;  las  revistas  cotidianas  de  lo  que  puede  inte- 
resar al  público;  una  prodigiosa  cantidad  de  diferentes  géneros  de 
anuncios,  para  pedir  ú  ofrecer  habitaciones  ó  criados,  para  vender 
ó  comprar  alguna  cosa,  para  casarse,  divorciarse  y  darse  citas 
amorosas;  para  proponer  negocios;  para  reclamar  mugeres  estra- 
viadas  ó  preguntar  por  hombres  que  se  desean  hallar;  para  escri- 
birse, responderse,  amenazarse  y  perdonarse. 

No  conocemos  cosa  mas  original  que  la  lectura  de  esos  perió- 
dicos, y  reuniendo  ciertos  anuncios  que  se  pubücan  diariamente,  po- 
dría formarse  un  volumen  curioso. 

Nosotros  hemos  escogido  algunos  originales;  helos  aquí  fiel- 
mente trasladados: 

«Se  soKcita  una  cocinera  católica  y  tuerta  para  el  servicio  de 
una  escasa  familia:  se  exije  la  falta  de  un  ojo  por  serias  razones, 
que  se  darán  á la  persona  que  se  presente,  Prince-Street ,  9. « 

«Yo  soy  J.  0.  K.  de  Edimbourg.  Hace  cerca  de  catorce  años 
que  no  veo  ámi  muger,  esto  es,  desde  el  fatal  ¡13  de  enero!  que 
el  infame  W,  Smith  de  Michigan  la  sedujo  para  abandonarla  en  se- 
guida en  la  miseria  y  desesperación.  Hoy  deseo  ver  á  mi  muger 
por  razones  de  alto  interés.  Ruego,  pues,  á  las  personas  que  la  co- 
nozcan, que  me  envien  las  noticias  que  pido  á  la  redacción  de  este 
periódico.  Mi  muger  tiene  hoy  treinta  y  cuatro  años.  Era  rubia,  de 
esbelto  talle,  y  me  parecía  bonita.  Debe  haber  cambiado  mucho. 
Las  iniciales  de  su  nombre  son  M.  L.  B. » 

«El  doctor  R...  (Office,  164;  Broadwmj)  necesita  cabezas  de  so- 
litarias, para  acomodarlas  á  cuerpos  sin  cabezas  de  estos  botrio-cé- 
faloSj  délos  que  posee  una  preciosa  colección.  Las  personas  que  las 

21 


—  162-:- 

tengan  y  deseen  deshacerse  de  ellas  ventajosamente,  pueden  dirigir- 
se al  office  del  doctor,  de  tres  á  cinco  de  la  tarde.  También  puede 
si  conviene,  cambiar  cuerpos  de  tenia  por  cabezas  de  dicho  intes- 
tinal. » 

«Una  señorita  de  diez  y  nueve  años,  de  origen  inglés  y  sin  nin- 
gún pariente,  desearla  vivir  con  una  familia  americana  ó  estranje- 
ra.  En  cambio  de  su  manutención,  ella  dará  lecciones  de  piano,  de 
canto  y  costura,  y  también  de  lengua  inglesa.  Sus  maneras  son  dis- 
tinguidas y  tiene  un  carácter  vivo  y  alegre.»  Escribir  á  M.  N.  L. 
Vosi-Of fice-Box,  331. 

^FREmhüGiA.-— Clinton-Hall ,  131,  Nassau  Street.  Este  gabinete, 
visible  todos  los  dias ,  contiene  los  bustos  en  yeso  de  las  personas 
mas  distinguidas:  sabios,  literatos,  hombres  políticos,  corsarios, 
envenenadores,  ladrones,  asesinos,  adúlteras  é  idiotas.» 

«Champagne,  Maro  Causidiere,  15,  Beaver  Street  es  el  solo 
agente  de  la  casa  Delbeck  y  Lehegard  de  Reims  en  todos  los  Esta- 
dos-Unidos. ¡Buena marca!  ¡buen  vino!  ¡buena  acogida!» 

«Abogado.' — 'Louis  Pignolet,  attorney  at  law,  (1)  187,  Greenivich 
Street.  Conciencia  y  saber. » 

«x\.GENCLA  DE  COLOCACIONES,  522  Broadway. — Nodrizas,  profeso- 
ras, amas  de  llave,  costureras,  modistas  etc.  etc.  Comisión  módica 
y  discreción  á  toda  prueba. 

«Almoneda,  en  el  hipódromo,  de  un  magníñco  tigre  de  Bengala, 
una  pantera  de  Java,  un  oso  muy  bello,  un  león  soberbio  y  otros 
animales  feroces,  perfectamente  domados,  en  buen  estado  de  salud 
y  á  precios  módicos . » 

«Un  médico  especial  para  las  enfermedades  nerviosas,  desea  en- 
contrar varios  paralíticos  de  carácter  dulce  y  sosegado.  Se  propone 
curarlos  por  un  método  enteramente  nuevo,  inventado  por  él,  que 
necesita  tanta  paciencia  y  abnegación  de  parte  del  enfermo,  como 
inteligencia  y  desprendimiento  del  médico.  La  cura  es  infahble.» 

«Una  joven  inglesa  y  protestante,  que  habla  un  poco  francés  é 
italiano,  desea  colocarse  de  ama  de  gobierno  en  casa  de  un  caballe- 

(1)    Luis  Pignolet,  abogailo  procurador. 


—  163-^ 

ro  de  edad,  con  hijos  ó  sin  ellos,  y  que  le  agrade  viajar,  porque  á 
ella  le  gusta  mucho. » 

«Dirigirse  al  correo,  bajo  las  iniciales  L.  W.» 

iMr,  Beebe  tiene  el  honor  de  participar  á  su  clientela,  (observad 
la  palabra  clientela)  que  á  la  buena  fabricación  de  sus  féretros  venta- 
josamente conocidos,  acaba  de  añadir  un  surtido  de  cuellos  posti- 
zos, corbatas  y  sedería.  Espera,  como  siempre,  merecer  la  confian- 
za del  público,  por  la  buena  cahdad  de  sus  efectos.  Féretros  de  lujo 
con  ventiladores,  á  elección.» 

Cirujano  Dentista.- — Mr.  Gaweau,  412,  Broadway ,  merece  la 
reputación  que  tiene.  Su  talento  consiste  en  estraer  lo  mas  tarde  po- 
sible; pero  cuando  llega  esta  necesidad  lo  hace  con  calma,  dulzura 
y  sangre  fria.» 

«Febrífugo  peruano,  en  casa  de  Sands  100,  Fulton  Street.  Para 
las  afecciones  del  hígado,  ictericia,  y  enfermedades  bihosas,  des- 
composición de  sang-re,  tumores  frios,  dilatación  del  bazo,  y  reblan- 
decimiento de  huesos.» 

«Camas-elásticas.— Esta  admirable  invención  enemiga  de  las 
chinches,  no  impide  la  circulación  del  aire,  y  solo  con  un  colchón 
delgado,  basta  para  que  sea  la  cama  mas  sana  y  blanda.» 

«En  casa  de  Demeure  y  Mauritzi3,  Centre  Street.  y> 

«Se  desea,  para  completar  una  compañía  de  artistas  ambulantes, 
un  pianista  acompañador,  un  clarinete  y  un  fenómeno  humano;  una 
gig-anta  ó  enana,  una  muger  colosal  ó  barbuda.  Se  dará  la  preferen- 
cia á  una  que  tenga  cabeza  de  muerto.» 

tMr.  A.  Déme,  óptico  de  París  510,  Broadway,  tiene  el  honor  de 
prevenir  al  público  y  á  sus  numerosos  amigos,  que  ha  recibido  por 
el  último  vapor  una  colección  completa  de  lentes  de  nuevo  gusto. » 

Estos  anuncios  enumerados,  bastan  para  dar  una  idea  de  la  pu- 
blicidad americana. 

Los  periódicos,  como  se  vé,  son  muy  diferentes  de  los  nuestros 
y  no  pueden  leerse  por  entero:  para  eso  falta  tiempo.  Cada  cual  bus- 
ca en  ellos  la  parte  que  le  interesa;  política,  social,  industrial,  co- 
mercial, ola  sección  de  anuncios,  interesante  á  todos.  Como  hemos 
dicho  antes,  hay  una  seguridad  de  encontrar  en  los  diarios  buenos, 


—  104  — 

cualquier  noticia  que  se  desee,  y  en  esto,  como  en  correspondencia 
estranjera,  ni  el  Times  de  Londres  es  superior  al  Herald  de  New- 
York. 

Los  principales  órganos  de  la  prensa  New-Yorkers,  son,  el  Daily- 
Times,  la  Tribune  y  el  Herald. 

El  Daily-Times,  es  abolicionista  algo  exagerado  en  puritanismo, 
y  su  gazmoñería  arrostra  por  todo,  cuando  se  le  habla  de  vino,  y  el 
agua  se  le  sube  á  la  cabeza. 

Está  redactado  con  inteligencia. 

La  Tribune  es  la  representación  del  partido  avanzado.  Es  todo 
aquello  que  no  son  los  demás;  furierista,  blumerista,  partidario  del 
libre  amor,  de  los  espíritus  evocados,  y  espera  que  el  mar  salado 
desde  hace  tanto  tiempo,  se  trueque  en  limonada  gaseosa,  cuando  los 
hombres  sean  bastante  perfectos  para  tener  una  cola  adornada  con 
un  ojo  vigilador. 

Para  colmo  de  estrañeza,  la  Tribune  pertenece  al  partido  de  los 
Rusos.  Durante  la  guerra  de  Crimea  no  ha  cesado  de  elogiarlos  y 
proclamarlos  los  mas  hábiles  diplomáticos,  los  mejores  soldados,  los 
mas  sabios  capitanes,  y  á  su  gobierno  el  mas  humano  y  perfecto  del 
Antiguo-mundo. 

Seguramente  la  Tribune  no  tiene  bastante  con  sus  ojos  para  ver 
claro  en  ciertas  cuestiones,  y  no  le  vendría  mal  la  cola  falansteriana 
para  aumentar  su  lucidez. 

En  cuanto  al  New-York-Herald  es  volteriano,  escesivamente  pro- 
gresista, y  el  mas  influyente. 

Las  abominables  ideas  volterianas  se  han  propagado  lo  mismo 
en  América  que  en  Europa.  Por  esta  razón,  el  Herald  y  varios  perió- 
dicos de  la  misma  escuela,  cuentan  por  miles  los  lectores;  en  tanto 
olvidan  otros  de  mejores  opiniones  que  se  hacen  moderados,  tem- 
plados, devotos,  poco  republicanos,  y  afectan  no  ser  nada  espiri- 
tuales, para  alejarse  sin  duda  de  Voltaire. 

La  prensa  de  Francia  está  representada  en  varias  grandes  ciu- 
dades de  la  Union,  por  periódicos  y  revistas  escritas  en  francés.  El 
Courrier  des  jE'/aí^-í/m^,  publicado  en  New- York,  pasa  por  el  mejor. 
Debe  su  fama  á  los  esfuerzos  del  escritor  Mr.  Gaillardet,  que  fué 


-1G5  — 
propietario,  director,  y  poco  antes  aprendiz  de  impresor.  Aquel 
pais  no  es  como  los  de  Europa,  el  talento  y  la  nobleza  se  democra- 
tizan á  menudo;  ejerciendo  profesiones  que  entre  nosotros  parece- 
rían bajas  á  muchas  personas,  pero  que  allá  aceptan  sin  escrúpulo 
como  produzca  dinero. 

Mr.  Gaillardet,  después  de  una  lucha  digna,  difícil  y  larga,  con- 
siguió hacer  del  Courrier  des  Etats-Unis  un  periódico  importante  al 
lado  de  los  mas  influyentes. 

Después  cedió  la  propiedad  de  su  empresa,  volviendo  á  París 
donde  vive  tranquilamente  del  fruto  de  su  trabajo,  aunque  no  le 
impide  esto  enriquecer  su  antiguo  periódico  con  una  correspon- 
dencia semanal,  escrita  con  tacto  é  inteligencia,  y  que  nuestros  com- 
patriotas aguardan  cada  vapor,  como  una  voz  consoladora  y  ami- 
ga que  les  habla  desde  la  lejana  patria. 

El  director  actual  del  Courrier  des  Etats-Unis  es  Mr,  Emile  Mas- 
seras,  que  continúa  la  obra  de  Mr.  Gaillardet  con  el  activo  concurso 
de  Mr.  Trobriand  y  bajo  la  dirección  del  propietario  gerente  Mr. 
Charles  Lassalle. 

Si  el  color  político  del  Courrier  des  Etats-Unis  cambia  con  fre- 
cuencia y  si  se  muestra  tal  vez  en  un  mismo  número  defensor  de 
distintos  partidos,  tiene  al  menos  el  mérito  de  ser  sinceramente  fran- 
cés, para  disculpar  sus  contradicciones. 

La  prensa  americana,  nos  parece  que  olvida  los  servicios  pres- 
tados por  la  Francia  á  los  Estados-Unidos,  y  no  es  siempre  benévola 
y  justa  para  nosotros.  Sus  elogios  encierran  algunas  veces  epigra- 
mas, y  las  críticas  son  crueles  cuando  justas,  ó  envidiosas  cuan- 
do falsas. 

Cuando  acontece  esto,  el  Courrier  des  Etats-Unis,  inspirándose 
en  la  divisa  patriótica  de  los  americanos  «Mi  pais  tenga  ó  no  ra- 
zón» se  vuelve  acalorado  y  elocuente  defensor  de  Francia,  hacien- 
do abstracción  de  sistema  político  y  espíritu  de  partido.  Asi,  pues, 
estimado  por  su  carácter  obsequioso  y  afable  como  por  las  cualida- 
des de  su  genio  fácil,  elegante  é  incisivo,  Mr.  Masseras  llena  sus 
funciones  satisfactoriamente. 

Mr,  Trobriand  á  quien  nos  costará  mucho  trabajo  en  nuestra  ca- 


—  166  — 

lidad  de  artistas,  perdonarle  el  haber  desconocido  el  mérito  deM. 
rate,  uno  de  los  mejores  tenores  que  han  visitado  á  New-York,  es 
un  escritor  divertido,  cuya  pluma  es  una  adquisición  escelente  para 
el  periódico.  Que  nos  permita  Mr.  Trobriand  aconsejarle  la  modera- 
ción en  sus  críticas;  menos  entusiasmo  por  la  trajedia  y  mas  indul- 
gencia para  la  música  del  pobre  Mozart  que  tiene  bastante  mérito. 

Bajo  la  dirección  de  su  digno  propietario  Charles  Lassalle,  nues- 
tro diario  prospera  y  es  una  buena  especulación  que  satisface  y 
priva  dedicarse  á  otras. 

Para  América,  tan  íntimamente  enlazada  á  Europa  por  un  gran 
comercio,  las  noticias  de  esta  última  son  de  mucho  interés;  de 
suerte  que  los  diarios  americanos  se  esfuerzan  en  aumentar  el  nú- 
mero de  correspondencias,  y  no  perdonan  medio  de  ninguna  clase 
para  que  sean  conocidos  de  sus  lectores  con  la  mayor  prontitud. 

Cada  llegada  de  vapor  tras-atlántico,  se  anuncia  en  las  calles 
por  la  venta  de  suplementos  que  dan  en  compendio  los  principales 
sucesos.  No  se  exajera  diciendo  que  la  venta  causa  una  viva  sen- 
sación. 

Apenas  los  vapores  llegan  al  puerto,  se  vé  por  la  ciudad  una 
multitud  de  chicos  de  diez  á  quince  años,  descalzos  la  mayor  parte 
y  mal  vestidos  con  pantalones  sostenidos  por  una  cuerda  á  manera, 
de  tirante,  y  paletots  de  paño  pilot  muy  largo  de  talle,  corriendo 
en  todas  direcciones,  alta  la  cabeza  y  el  ojo  avizor,  con  un  enorme 
paquete  de  periódicos  debajo  del  brazo  que  distribuyen  apresura- 
damente á  los  transeúntes  mediante  la  suma  de  seis  sueldos  cada  uno. 
Se  confeccionan  con  una  prontitud  maravillosa.  Las  prensas  tienen 
hasta  nueve  ciHndros  y  ocupan  treinta  y  cuatro  hombres.  Estas 
formidables  máquinas  vomitan  millares  de  ejemplares,  que  los  ven- 
dedores se  arrebatan  á  las  puertas  de  las  imprentas.  En  seguida  no 
se  oye  otra  cosa  que  la  voz  aguda  y  prolongada  de  los  boys  que 
gritan  hasta  faltarles  el  aUento:  «La  llegada  del  vapor  estranjero 
con  importantes  nuevas. » 

Cuando  los  vapores  se  atrasan,  los  vendedores  de  periódicos, 
á  semejanza  de  los  hombres  importantes,  no  quieren  perder  el  tiem- 
po y  remedian  el  atraso  de  una  manera ,  que  logran  el  fin  que  se 


-167- 

proponen.  A  suplementos  anteriores  que  hablan  del  vapor  que  se 
espera,  añaden  peg-ándola  hábilmente,  la  fecha  del  dia,  y  los  venden 
como  nuevos.  Muchas  personas  caen  en  la  red;  echan  una  rápida 
mirada  sobre  el  ansiado  extra  y  leen  con  avidez  cosas  pasadas  que 
no  tardan  en  reconocer.  Entonces  arrojan  al  aire  el  papel  y  conti- 
núan su  camino  apretando  el  paso  para  desquitar  el  tiempo  perdido. 

Ciertos  periódicos  están  muy  lejos  de  desplegar  esa  actividad 
febril  de  los  principales.  Para  muestra  de  las  pocas  obhgaciones 
que  contraen  con  el  púbhco,  sirva  este  aviso  del  North  Caroline-  Time, 
escusándose  por  haber  dejado  de  salir. 

«El  North  Caroline- Time  no  ha  salido  á  luz  las  dos  semanas  pa- 
sadas por  estas  dos  razones:  la  primera  porque  en  la  penúltima  nos 
encontrábamos  ausentes,  ocupados  en  neg"Ocios  particulares,  y  la 
segunda  porque  en  la  última  tuvimos  un  fuerte  catarro. » 

En  todas  las  ciudades  se  publica  un  prodigioso  número  de  pe- 
riódicos de  variados  géneros.  Los  hay  industriales,  de  medicina, 
pintura,  agricultura,  marina,  ciencias,  modas,  música,  rehgion,h- 
teratura,  sociales  y  pintorescos.  Contienen  mucho  material  tomado 
de  los  libros  europeos  y  americanos. 

Para  juzgar  del  consumo  de  libros  y  periódicos,  que  se  hace 
en  los  Estados-Unidos,  basta  la  observación  siguiente:  setecientas 
cincuenta  fábricas  de  papel  abastecen  mas  de  dos  mil  máquinas 
continuamente  en  actividad;  el  año  pasado  han  producido  estas  fá- 
bricas la  enorme  cantidad  de  doscientos  cincuenta  y  dos  miUones 
de  libras  inglesas  de  papel.  Para  hacer  una  hbra,  se  necesita  libra 
y  cuarto  de  trapo,  por  consecuencia  se  consumieron  cuatrocientos 
millones  de  libras  de  trapo  en  la  industria  papelera  de  un  solo  año. 

Debemos  añadir  que  Italia  es  la  que  envia  la  mayor  parte  de  los 
trapos.  Esto  no  honra  mucho  su  industria,  pero  el  despotismo  que 
gobierna  á  ese  desgraciado  pais,  no  permite,  como  se  sabe,  el  libre 
desarroUodel  pensamiento,  que  comprime  y  reglamenta.  Los  pe- 
riódicos y  libros,  son  objetos  de  lujo  y  curiosidad  en  este  pais  tan 
hermoso  por  la  naturaleza,  como  degradado  por  la  preocupación  re- 
ligiosa y  la  tiranía. 


CAPITULO  XIII. 


LA  MEDICINA 


En  América  para  las  personas  que  no  saben  nada,  es  un  gran 
recurso  la  medicina,  particularmente  la  homeopática.  ¡Es  tan  fácil 
ser  un  mal  médico  homeópata!  Algunos  frasquitos  conteniendo  bo- 
litas de  almidón  que  se  administran  á  los  enfermos  por  lo  frió,  ca- 
liente, tibio,  fresco,  seco  y  húmedo,  no  es  embarazoso,  ni  caro,  ni 
desagradable  al  paladar. 

A  mas  de  la  medicina  homeopática  merece  citarse  la  vegetal. 
Hé  aquí  cómo  se  practica:  tomáis  una  cacerina,  os  calzáis  gruesos 
zapatos,  os  armáis  de  un  gordo  bastón,  y  partís  al  campo,  guiado 
por  el  amor  á  la  ciencia  y  el  ansia  de  ser  útil  á  vuestros  semejantes. 
Después  de  llegar  al  campo ,  entráis  en  una  fonda  donde  hacéis 
que  os  sirvan  una  buena  comida,  acompañada  de  buenos  vasos  de 
vino.  Terminada  la  comida,  os  vais  á  tomar  una  taza  de  café,  al 
aire  libre,  bajo  frescas  sombras,  fumando  filosóficamente  un  tra- 
buco, habano  puro.  Al  poco  tiempo,  vuestros  párpados  se  ponen 
pesados ,  la  cabeza  se  inclina  ligeramente  sobre  los  hombros ,  el 
cigarro  se  apaga  cayéndose  de  vuestros  dedos  inmóviles,  y  os  en- 


-170- 

tregais  á  un  sueño  lig-ero ,  favorecido  poéticamente  por  la  brisa 
que  murmura  en  los  árboles  y  las  melodías  de  la  naturaleza. 

Por  la  noche  recesáis  á  vuestra  casa,  encorvado  y  muerto  de 
fatiga ,  pero  feliz  y  org-alloso  con  la  cacerina  llena  de  plantas  ra- 
ras y  preciosas ,  de  las  cuales  vos  solo  conocéis  las  virtudes  su- 
premas ;  y  que  con  peligro  de  la  vida  habéis  arrancado  á  los  es- 
condrijos espinosos  y  á  las  entrañas  de  la  tierra ,  en  las  cimas  le- 
vantadas ó  en  el  fondo  de  algún  abismo. 

Los  enfermos  esperan  impacientes  volveros  á  ver  con  los  mi- 
lagrosos brebajes  que  les  preparáis,  y  que  bajo  un  rótulo  misterio- 
so, ocultan  los  modestos  é  inofensivos  jugos  de  la  zanahoria,  déla 
lechuga,  el  nabo  y  el  vulnerario.  Si  esto  no  produce  bien,  tam- 
poco mal ,  y  se  nos  figura  que  la  mejor  medicina  es  aquella  que 
al  menos  no  hace  daño. 

Pero  si  la  medicina  vegetal  se  practica  por  todo  el  mundo  en 
América,  la  homeopática  es  esclusiva  de  los  alemanes. 

Cuando  veáis  pasar  por  las  calles  un  hombre  con  gafas,  vesti- 
do con  pantalón  ancho,  frac  ancho,  chaleco  de  piqué  blanco,  ó 
de  satén  negro,  también  ancho,  y  la  cabeza  cubierta  con  un  som- 
brero de  copa  baja  y  alas  anchas,  no  necesitáis  preguntar  quién 
es;  estad  seguro  que  es  un  doctor  alemán;  un  homeópata.  En 
América  son  los  alemanes  médicos , pianistas ,  clarinetistas,  ó  todo 
esto  á  la  vez. 

¿En  cuántas  clases  seria  preciso  clasificar  las  distintas  especies 
de  médicos  de  los  Estados-Unidos?  Esto  es  lo  que  no  podemos  de- 
cir ,  porque  están  tan  divididos  los  de  cuerpo  como  los  de  alma. 

—Tragad  esto,  dicen  los  unos.— No  lo  traguéis,  dicen  los  otros. 
— Decid  esta  oración,  ordenan  estos.- — No  la  digáis,  mandan  aque- 
llos.—Creednos  á  nosotros  y  bebed  agua,  predican  los  apóstoles 
de  la  templanza  y  los  doctores  hidrópatas. 

En  América  hay  muchos  y  muy  buenos  médicos,  estranjeros  é 
indígenas ,  y  tenemos  un  placer  en  poder  aquí  pagar  una  deuda  de 
profunda  gratitud  al  talento  y  abnegación  de  Mr.  Bolton,  de  que 
nos  dio  pruebas  en  una  enfermedad  peligrosísima  que  tuvimos  en 
New- York.  A  este  escelente  doctor,  tan  instruido  como  amable  y 


— 171  - 

oneroso,  debemos  la  vida.  Confesamos  que  morir  en  New- York 
nos  hubiera  disgustado,  no  porque  los  cementerios  sean  malos,  al 
contrario;  el  de  Green-Wood  es  notable  por  muchos  títulos:  está 
colocado  en  una  altura,  desdóla  cual  los  muertos  gozan  de  una  vista 
admirable;  tiene  muy  bellos  monumentos  fúnebres,  y  como  en  New- 
York  no  hay  paseos  pubhcos ,  en  sus  tortuosos  senderos  llenos  de 
silencio  misterioso,  es  donde  la  flirtation  americana  da  sus  mas 
tiernas  citas.  Mas  nosotros  éramos  algo  parecidos  al  personage  cé- 
lebre de  Henri^Monnier,  que  queria  absolutamente  ir  á  morir  á 
casa  del  ricachón,  á  pesar  de  las  amonestaciones  de  su  esposa,  que 
ledecia  conmovida:  «Muere  aquí,  amigo;  se  está  muy  bien;  yo  te 
daré  una  buena  almohada  y  sábanas  blancas;  nádate  faltará.»  A  lo 
que  respondía  el  enfermo  sin  conformarse:  «Yo  quiero  ir  á  morir 
á  casa  del  ricachony>  Ahora  que  nosotros  estamos  en  casa  de  nues- 
tro ricachón,  es  decir,  en  París ,  no  pensamos  en  morir,  y  hacemos 
los  mayores  esfuerzos  para  vivir  todo  lo  posible. 

En  América  no  existe  hoy,  como  antiguamente,  el  derecho  de 
ejercer  la  medicina  sin  diploma.  Pero  los  médicos  que  practican 
sin  él  y  aun  sin  examen,  son  por  desgracia  muy  numerosos.  El 
ministerio  público,  no  persigue  de  oficio  á  los  médicos  no  recibidos 
por  la  Facultad,  y  es  necesario  para  que  los  tribunales  puedan  con- 
denarlos que  alguna  persona  eleve  queja  civil  contra  ellos.  Las 
sentencias  en  esos  casos,  suelen  ser  rigorosas.  Hemos  conocido  un 
hombre  que  obtuvo  por  daños  y  perjuicios,  cinco  mil  duros,  de  un 
falso  doctor  que  al  curarle  un  brazo  roto,  se  lo  colocó  al  revés. 

Mas  á  un  doctor  provisto  de  su  diploma,  le  es  permitido  estro- 
pearos, siguiendo  las  sanas  doctrinas,  y  mataros  con  las  reglas  del 
arte.  «Hay  entre  los  muertos,  ha  dicho  Mr,  La  Palisse,  la  mas  gran- 
de honradez  y  discreción,  y  jamas  han  venido  á  quejarse  del  médi- 
co que  los  ha  matado. »  Esto  es  cosa  muy  buena  para  los  facultati- 
vos de  todos  los  países  y  particularmente  para  los  numerosos  ame- 
ricanos, que  han  hecho  del  calomel  un  específico  universal.  El  re- 
medio es  casi  siempre  peor  que  la  enfermedad,  y  espanta  ver  los  es- 
tragos del  mercurio,  pintados  en  el  rostro  de  muchas  personas. 

La  disección  de  los  cadáveres  no  se  permite  en  ciertas  partes 


—  172  — 

de  los  Estados-Unidos,  donde  el  puritanismo  exajera  el  respeto  á 
los  muertos.  Pero  los  médicos  no  se  privan  por  eso  de  las  útiles 
especulaciones  anatómicas;  compran  secretamente  los  cadáveres  y 
los  disecan  en  sus  casas. 

Nunca  olvidaremos  el  hecho  siguiente,  cuyo  recuerdo  nos  im- 
presiona demasiado. 

Fuimos  un  dia  á  devolverle  una  visita  á  un  profesor  de  anato- 
mía de  la  Escuela  de  Medicina  de  New- York;  llegamos  á  su  casa  y 
una  criada  joven  é  irlandesa,  salió  á  abrirnos. 

— El  señor  está  ocupado  en  este  instante,- dijo ;  pero  si  Vd.  de- 
sea verle,  tómese  el  trabajo  de  pasar  á  ese  cuarto  de  la  derecha, 
al  fin  del  corredor.  Avisaré  que  está  Vd.  aquí. 

— No  le  moleste  Vd.  esperaremos  el  tiempo  necesario;  no  tene*> 
mos  prisa. 

Nos  dirigimos  al  punto  que  nos  habia  designado.  Solo  que  equi- 
vocadamente, tomamos  la  izquierda  en  vez  de  la  derecha.  Entra- 
mos en  un  cuarto,  cuya  puerta  se  hallaba  entreabierta. 

Era  invierno.  La  chimenea  contenia  un  gran  fuego,  que  alum- 
braba el  cuarto  con  ese  resplandor  azulado  y  débil  del  carbón  de 
piedra  candente.  Al  rededor  de  ella,  estaban  tres  personas  silen- 
ciosamente sentadas.  No  se  incomodaron  por  nuestra  llegada,  ni 
siquiera  parecieron  notarla.  Tomamos  una  silla  sentándonos  á  dis- 
tancia conveniente  del  grupo.  Nadie  habló.  Pero  de  tiempo  en 
tiempo,  se  distinguía  en  la  sombra  un  movimiento  brusco  de  una 
de  las  personas  sentadas,  parecido  al  estremecimiento  nervioso  é 
involuntario  y  acompañado  de  un  crujido  de  las  articulaciones,  que 
se  hacia  sensible  por  el  profundo  silencio  que  reinaba  á  nuestro  al- 
rededor. A  poco  apareció  el  médico  silbando  una  polka. 

— ¿Vd.  aquí?  esclamó  sorprendido.  ¡Por  vida  mia!  que  no  espe- 
raba hallarle  con  semejante  sociedad. 

— Apropósito  de  sociedad,  rephcamos  por  lo  bajo,  sírvase  Vd. 
decirnos  quiénes  son  las  personas  que  se  calientan  tan  tenazmente, 
inquietándose  tan  poco  por  Vd.  y  por  nosotros.  Su  conducta  nos 
sorprende,  porque  sabemos  que  Vd.  no  recibe  en  su  casa  sino  per- 
sonas de  educación. 


—  173  — 

— ¡Cómo!  ¿no  sabia  Vd.  con  quien  estaba? 

—Sin  duda,  puesto  que  lo  pregunto. 

— -Acerqúese,  acerqúese  Vd.,  nos  dijo  tomándonos  del  brazo 
y  conduciéndonos  hacia  los  desconocidos,  al  mismo  tiempo  que  pi- 
dió luz. 

Entonces  vimos  tres  cadáveres,  de  los  cuales  uno,  en  el  mo- 
mento de  examinarlo,  hizo  un  brusco  movimiento  de  brazo. 

— ^¿Cómo?...  digimos  al  doctor  sin  poder  acabar  la  pregunta 
y  con  voz  trémula  por  el  terror. 

—Estos  son,  respondió  con  aire  indiferente,  tres  sugetos  que  he 
comprado  ayer  á  un  enfermero  del  hospital;  un  buen  muchacho 
con  el  cual  he  hecho  algunos  negocios:  es  algo  carero,  pero  me  da 
buenas  cosas. 

—¿Y  por  qué  ha  sentado  Vd.  esos  cadáveres  al  rededor  del 
fuego? 

—Para  deshelarlos ,  amigo  mió  ;  nosotros  deshelamos  á  estos 
sugetos  antes  de  servirnos  de  ellos.  Esos  movimientos  que  hacen, 
son  producidos  por  el  calor  que  afloja  sus  músculos. 

—Permítanos  Vd.,  digimos  al  profesor  de  anatomía,  que  no  pro- 
longuemos por  mas  tiempo  la  visita;  ya  volveremos  en  momentos 
mas  oportunos. 

— -Permanezca  Vd. ,  pues  no  me  molestan  en  lo  mas  mínimo. 

• — ^Estamos  conformes,  pero  nos-  molesta  infinitamente  vuestra 
sociedad  de  deshelados, 

Y  nos  retiramos  profundamente  conmovidos  por  tan  estraña 
escena. 

En  los  Estados-americanos ,  comprendidos  en  una  inmensa  lon- 
gitud de  terreno,  se  encuentran  todos  los  chmas  y  la  mas  comple- 
ta colección  de  males  con  que  Mr.  Purgon  amenazaba  á  la  gente. 
En  el  Sur,  durante  el  verano,  hace  la  fiebre  amarilla  estragos  es- 
pantosos, particularmente  en  los  recien  llegados.  En  el  Este  y  Oes- 
te, las  fiebres  nerviosas  hacen  considerable  número  de  víctimas. 
En  el  Norte,  parte  que  se  reputa  por  mas  sana,  todas  las  enferme- 
dades, reunidas  como  buenas  hermanas,  se  dividen  el  trabajo  en- 
tre sí. 


—174  — 

New- York,  considerada  como  una  de  las  ciudades  mas  saluda- 
bles de  la  Union,  es  sin  embarg-o,  por  los  súbitos  cambios  de  tem- 
peratura, fatal  para  las  personas  que  tienen  las  entrañas  delicadas 
y  los  pulmones  débiles.  Además  muere  crecido  número  de  niños  de 
corta  edad,  de  una  enfermedad  que  se  presenta  en  verano  y  se  lla- 
ma cholera  infantum.  La  ciencia  no  tiene  poder  para  curarla;  el 
cambio  de  aire,  el  aire  puro  del  mar,  es  el  único  remedio.  Pero  es 
ciertamente  casi  seguro. 

A  la  vista  tenemos  el  cuadro  de  la  mortandad  de  New- York  en 
el  año  de  1852. 

No  deja  de  ser  interesante  dar  el  análisis  sumario,  aunque  solo 
á  título  de  noticia,  para  las  personas  que  deseen  ir  á  establecerse 
en  América. 

El  número  de  muertos,  subió  ese  año  en  la  población  de  New- 
York,  que  tenia  entonces  500,000  personas,  á  22,024.  Un  poco  me- 
nos que  el  número  correspondiente  á  1851,  sin  duda  porque  en 
1852  las  variaciones  de  temperatura  fueron  menos  violentas  y  sen- 
sibles. Este  número  hay  que  dividirlo  entre  los  individuos  de  ocho  ó 
diez  naciones  diferentes,  reunidas  hoy  bajo  una  misma  tierra.  La 
parte  de  los  americanos  es  de  13,296;  la  de  los  irlandeses  de 
4,362;  la  de  los  alemanes  de  1,044;  la  de  los  franceses  de  90. 

Si  examinamos  cuáles  son  las  enfermedades  mas  obstinadas  y 
que  mas  contribuyen  á  segar  por  la  muerte,  como  decian  los  poe- 
tas del  tiempo  de  Dclille,  esta  demasiado  rica  cosecha  de  vícti- 
mas, veremos  que  las  afecciones  pulmonales  ocupan  el  primer  lu- 
gar. Se  cuentan  2,462  muertos  por  consunción;  2,462  por  inflama- 
ción; 256  por  bronquitis;  252  por  cong-estion.  Total,  4,000  de  en- 
fermedades del  pulmón. 

Siguen  las  enfermedades  de  los  niños.  Cholera  infantum,  907; 
convulsiones,  1,676;  croup,  590;  sarampión,  320;  viruelas,  562;  na- 
cidos muertos,  1,506. 

Las  enfermedades  délas  entrañas  ocupan  el  tercer  lugar;  1372. 
Después  vienen  las  calenturas,  el  cólera,  las  enfermedades  del  co- 
razón, del  cerebro,  nerviosas,  bihosas,  escrofulosas,  hidrópicas, 
paralíticas,  apopléticas,  hidrofóbicas.  En  este  cuadro  vemos  que 


—  175  — 

19  personas  fueron  muertas  por  asesinato,  35  por  suicidio,  86  que- 
madas y  169  aplastadas,  heridas,  ahogadas,  etc.,  etc. 

En  América,  como  en  Europa,  es  una  escelente  industria  la  de 
vender  remedios  cuando  se  está  en  posición  de  darles  mucha  pu- 
blicidad. En  New- York  hay  fortunas  considerables  hechas  con  la 
venta  de  ciertas  drogas,  de  las  que  se  ven  anuncios  en  abundancia 
en  los  ómnibus,  vapores,  periódicos  y  esquinas;  en  las  paredes  de 
las  casas  recien  incendiadas,  en  los  árboles,  en  los  abanicos;  graba- 
dos en  la  tierra,  y  hasta  pegados  en  las  canteras.  Valiéndose  de 
estos  medios  de  estraordinaria  pubUcidad,  Mr.  Benjamín  Brandreth 
ganó  2.500,000  francos,  vendiendo  pildoras  purgativas.  Mr.  Town- 
senl,  el  hombre  de  la  zarzaparrilla,  cuya  receta  hemos  esplicado  yá, 
ha  hecho  una  fortuna  mas  considerable  aun.  Las  Ufe  pills  (pildoras 
de  la  vida)  y  los  phenix  bitters  (1)  también  han  dado  millones  á 
Mr.  Moffat:  en  fin,  Mr.  Pease  no  ha  sido  menos  feliz  vendiendo  el 
horehound  candy  (2)  para  los  resfriados  de  pecho. 

Hemos  dicho  que  en  los  Estados-Unidos  no  era  permitido  cu- 
rar sin  estar  recibido  de  médico,  aunque  estas  leyes  son  infringi- 
das. Mas  después  del  hecho  siguiente,  estamos  tentados  á  creer  que 
ni  el  título  de  licenciado  es  suficiente. 

Uno  de  nuestros  compatriotas,  Mr.  Onésime  Pernicieux,  hace  al- 
gunos meses  que  se  estableció  en  Saint-Louis  para  ejercer  la  medi- 
cina. Era  licenciado  únicamente,  y  sea  que  no  se  creyese  bastante 
autorizado  por  las  leyes  del  pais,  ó  que  hubiese  querido  darse  mas 
preponderancia  á  los  ojos  de  sus  cuentes,  buscó  el  medio  de  hacer 
mas  respetable  su  título.  Cubriendo  su  insuficiencia  presente  con  su 
ciencia  futura,  Mr.  Pernicieux  (singular  apellido  para  médico)  man- 
dó imprimir  una  tarjeta,  en  la  que  puso: 

ONÉSIME  PERNICIEUX, 

fde  Paris,) 

LICENCIADO   EN   MEDICINA,    MUY   PRONTO   DOCTOR. 

(1)  Fénix  amargo. 

(2)  Marnibio  confitado. 


—  176- 

¿Qué  decís  de  las  buenas  disposiciones  de  este  carísimo  Mr. 
Pernicieux?  En  verdad  que  la  sola  vista  de  esa  tarjeta  bastaría 
para  dar  salud  al  enfermo  mas  rebelde. 

Los  discursos  sobre  la  emancipación  de  las  mugeres  comienzan 
á  dar  sus  frutos.  Si  las  americanas  no  son  aun  electores  ni  ele- 
gibles, si  no  pueden  llegar  á  ser  ni  Presidente  de  la  República,  ni 
Ministro  de  Estado,  ni  abogado,  ni  general,  ni  bombero,  tienen  al 
menos  el  derecho  de  llamarse  médicos  y  ejercer  esta  profesión.  En 
efecto,  acaba  de  abrirse  en  New- York  una  Academia  de  medicina 
para  el  bello  secso.  Las  señoras  se  muestran  muy  activas  en  to- 
mar lecciones  de  una  ciencia  que  hasta  ahora  habia  pertenecido 
esclusivamente  á  los  hombres.  Referiremos  una  anédocta  que  de- 
muestra la  ciencia  médica  de  algunas  de  estas  estudiantas.  Un  ciu- 
dadano envió  á  buscar  una  blumerista  médica  para  su  señora  en- 
ferma. La  blumerista  tomó  el  pulso  de  la  paciente,  la  examinó  la 
lengua  y  declaró  que  estaba  atacada  de  una  enfermedad  del  híga- 
do. Esta  señora  ejercía  la  medicina  homeopática  y  sacó  su  frasco 
y  sus  globulitos,  prescribiéndole  tomase  tres  por  la  mañana  y  tres 
por  la  noche.  La  enferma  siguió  rigorosamente  lo  que  le  ordenó, 
pero  sin  encontrar  alivio. 

— -Me  encuentro  lo  mismo,  decía  á  cada  nueva  visita. 
• — ¿Si? respondía  la  blumerista  sin  alarmarse;  pues  bien,  voy  á 
cambiar  de  remedio.  Y  tomando  otro  frasco  que  contenía  nuevos 
glóbulos,  le  prescribia  el  uso  de  ellos. 

Diez  veces  se  quejó  la  enferma  de  no  esperimentar  aUvio,  y 
diez  veces  el  doctor  femenino  varió  el  remedio  esperando  atinar  con 
el  verdadero. 

Impaciente  el  marido,  quiso  consultar  al  doctor  Bolton ,  del  que 
ya  hemos  hablado. 

El  sabio  doctor  examinó  cinco  minutos  á  la  enferma,  y  se  echó 
á  reír  con  esa  risa  franca  y  simpática  que  le  caracteriza,  declaran- 
do su  estado  muy  poco  alarmante;  pero  muy  interesante. 

Volvió  la  blumerista,  provista  de  nuevos  frascos  con  glóbulos 
para  cambiar  aun  el  remedio  si  fuese  necesario. 

— Mi  esposa  no  tiene  enfermedad  alguna ,  le  dijo  el  marido  un 


—177— 

poco  irritado,  y  su  mal  no  es  mas  que  la  consecuencia  natural,  de 
una  disposición  mas  natural  aun. 

— ¡Ah!  ¿por  qué  no  me  lo  ha  dicho  Vd.  antes?  contestó  senci- 
llamente; no  le  hubiese  administrado  ningún  remedio. 

Esta  anédocta  no  concluye  de  modo  alguno  con  la  aptitud  po- 
sible del  bello  secso  en  materia  médica;  solo  prueba  el  estado  ac- 
tual de  su  instrucción  científica ,  la  cual  sin  duda  es  susceptible  de 
progreso. 


23 


CAPITULO  XIV. 


EL    día  4   DE   JULIO. 


El  4  de  julio,  aniversario  de  la  declaración  de  la  independen- 
cia americana,  se  celebra  en  los  Estados-Unidos  quemando  cente- 
nares de  millones  de  petardos  de  todas  especies ,  lo  mismo  en  las 
ciudades  que  en  el  campo,  y  con  tiros  de  pistola,  fusil  y  canon, 
capaces  de  hacer  temblar  la  tierra.  Es  preciso  haber  pasado  este 
dia  allí  para  darse  cuenta  exacta  de  la  bacanal  del  memorable  4  de 
julio  (1). 

El  motivo  de  esta  manifestación  es  laudable,  y  se  comprende 
muy  bien  el  entusiasmo  que  debe  inspirar  en  las  poblaciones  el  re- 
cuerdo g-lorioso  de  una  independencia  que  al  dar  libertad  á  los  Es- 
tados-Unidos le  ha  dado  también  riqueza;  pero  es  imposible  rego- 
cijarse mas  bulliciosamente. 

La  manía  de  las  carretillas  es  universal ,  y  todo  el  mundo  las 

(1)  Esta  costumbre  tiende  á  modiücarse:  muy  pocas  son  ya  las  personas  decentes  que 
salen  á  las  calles  y  prenden  fuegos  artificiales.  La  población  sensata  se  marcha  á  los  pue- 
blos inmediatos  para  huir  del  bullicio  y  el  atolondramiento  de  la  hez  que  alborota  y  pulu- 
la por  New- York.  El  uso  de  las  armas  de  fuego  también  ha  sido  prohibido  en  este  dia. 

(iV.  de  los  T.  ) 


—  180  — 

quema,  desde  el  niño  mas  pequeño  y  la  joven,  hasta  la  muger  y 
el  hombre  mas  grave  por  su  edad  y  condición. 

En  cuanto  despunta  el  alba ,  la  gente  se  levanta  y  comienza  el 
ruido.  Se  ven  hombres  á  la  puerta  de  sus  casas,  en  mangas  de 
camisa,  con  cajas  de  petardos  al  lado,  una  mecha  encendida  en  la 
punta  de  un  bastón  y  haciendo  fuego  sin  cesar,  mas  que  para  co- 
mer, hasta  las  dos  de  la  noche. 

Bandadas  de  jóvenes  recorren  las  calles  con  pistolas,  carabinas 
y  fusiles ,  tirando  por  todas  partes  á  diestro  y  siniestro. 

Algunas  veces,  las  armas  de  que  se  sirven  son  viejas  y  enmo- 
hecidas, y  estallan  en  las  manos  de  los  que  hacen  uso  de  ellas; 
pero  esto  es  tan  frecuente  que  nadie  fija  la  atención. 

Hemos  visto  hombres  con  manos  quemadas  é  inutilizadas  por 
el  disparo  de  un  arma,  resguardar  el  brazo  maltratado  y  seguir  ti- 
rando con  el  otro  mientras  cantaban  el  Yankee  doodle  (1). 

Esta  canción,  poco  marcial  y  mala,  bajo  el  punto  de  vista  artís- 
tico, es  de  origen  inglés,  y  los  americanos  han  hecho  su  himno 
patriótico  para  burlar  á  la  armada  inglesa,  que  queria  burlarse  de 
ellos. 

Los  ingleses  habían  compuesto  la  canción  del  Yankee  doodle  du- 
rante la  guerra  de  la  independencia ,  para  mofarse  de  la  armada 
ciudadana  de  los  americanos ,  de  la  cual  creian  poder  hacerse  due- 
ños fácilmente ,  gracias  al  buen  comportamiento  y  disciplina  de  la 
suya.  Los  americanos,  picados  en  lo  mas  vivo,  juraron  vencer  á 
los  ingleses  y  los  echaron  de  su  territorio,  al  son  mismo  que  ha- 
blan ido  cantando  contra  ellos,  y  que  ha  llegado  á  ser  con  el  Hail 
Culombia  (2),  su  canto  nacional. 

El  Yankee  doodle,  que  tiene  siempre  el  poder  de  escitar  el  en- 
tusiasmo popular,  produce  un  efecto  mas  grande  el  dia  4  de  julio, 
que  se  halla,  por  decirlo  asi,  en  escena  entre  las  detonaciones  de 
tantas  armas. 

Pero  la  noche  de  ese  mismo  dia  sobrepuja  á  la  mañana.  Acos- 


(1)  Yankee  holgazán. 

(2)  Salve  Colombia. 


—181  — 

tumbrado  el  oido,  encuentra  débiles  los  tronidos  de  los  petardos; 
las  pistolas  cargadas  hasta  la  boca,  parecen  monótonas ,  y  aun  las 
carabinas  tienen  una  voz  sorda  y  resfriada  en  medio  de  ese  bulli- 
cio universal.  Las  carretillas  y  bombas  se  consumen  por  cajas. 
Suenan  detonaciones  formidables  hasta  en  el  interior  de  las  casas, 
donde  hay  barricas  dispuestas  en  medio  de  las  alcobas,  para  con- 
tener los  petardos  chinescos  que  arden  por  paquetes  de  quinientos 
á  la  vez.  Se  ven  en  las  calles  restos  de  fuegos  artificiales,  y  los  te- 
jados de  las  casas  poblados  de  colas  de  cohetes  que  surcan  el  aire 
en  mil  distintas  direcciones.  Cierran  las  ventanas  para  impedir  que 
penetren  los  cohetes  en  las  casas  y  que  se  prenda  fuego.  Mas  á 
pesar  de  estas  precauciones,  los  incendios  son  siempre  numerosos 
el  4  de  julio,  que  es  también  la  fiesta  particular  de  los  bomberos. 
Al  ruido  general  de  las  detonaciones  se  junta  el  lúgubre  sonido  de 
la  campana  que  toca  á  fuego,  y  el  de  las  bombas  arrastradas  por 
numerosos  criados. 

A  la  luz  de  la  casa  incendiada  cuyos  resplandores  se  estienden 
por  la  ciudad,  es  cuando  la  gente  aturdida,  cansada,  harta  de  bu- 
lla, con  las  manos  y  el  rostro  ennegrecidos  por  la  pólvora,  la  gar- 
ganta inflamada  por  los  repetidos  vivas,  tira  sus  últimas  carretillas 
y  cartuchos  entrando  en  su  casa  á  buscar  el  reposo  necesario  des- 
pués de  tanta  agitación. 

Las  personas  que  quieren  darse  importancia  de  buen  tono  se 
ausentan  este  dia  al  campo  donde  tiran  sus  petardos. 

Los  estadísticos,  que  lo  calculan  todo,  han  dicho  que  según  las 
carretillas  consumidas  el  4  de  julio,  y  la  pólvora  quemada,  cada 
ciudadano  representa  por  término  medio  535  detonaciones. 

Los  fuegos  artificiales  no  son  la  ocupación  general,  pues  hay 
otros  goces  y  numerosas  diversiones  públicas. 

Magníficos  vapores  pintados  de  blanco  y  elevados  sobre  las 
aguas  como  casas  flotantes,  unidos  de  dos  en  dos  con  grandes  plan- 
chas, sirven  de  salones  de  baile  á  mas  de  un  millar  de  bailarines, 
al  mismo  tiempo  que  pasean  por  el  rio.  Desde  que  los  buques,  ele- 
gantemente empavesados,  abandonan  los  muelles  para  ponerse  en 
marcha,  una  orquesta  numerosa  toca  danzas,  valses,  polkas  y  ma- 


—  182  — 

zurkas,  desde  lo  alto  de  un  tablado,  sobrepuesto  entre  dos  vapores. 

La  masa  de  bailarines  se  lanza  al  son  de  la  música,  y  todo  el 
mundo  se  agita  á  la  cadenciosa  voz  de  los  instrumentos  y  al  ruido 
de  las  ruedas  de  las  máquinas.  Nada  hay  mas  pintoresco,  que  ver 
desde  las  orillas  del  ancho  Hudson,  deslizarse  por  el  agua  tranqui- 
la, esos  inmensos  barcos  en  los  cuales  se  aperciben  los  que  bailan 
como  pequeñas  marionetas  movidas  al  son  vago  de  la  orquesta  per- 
dida en  lontananza. 

Estas  escursiones  son  mas  agradables  en  verano,  cuando  los  ca- 
lores son  tan  fuertes  como  el  f?io,  que  en  New-York  es  rigoroso 
en  los  meses  de  diciembre,  enero,  y  febrero. 

Los  paseos  en  vapor  son  del  gusto  especial  de  los  americanos, 
y  como  sus  distracciones  públicas,  accesibles  á  todas  las  clases. 

En  Francia,  cuestan  muy  caras  las  diversiones  á  causa  de  cier- 
tas costumbres  aristocráticas  que  conserva  el  orgullo  para  impe- 
dir la  mezcla  de  las  clases  de  la  sociedad. 

En  Inglaterra  es  peor  aun ,  porque  son  privilegio  esclusivo, 
puede  decirse,  de  la  gente  rica.  Mas  en  América ,  donde  la  po- 
blación no  está  dividida  por  el  orgullo  de  las  castas;  donde  el  ves- 
tido del  pobre  es  diferente  al  del  rico  solo  en  la  forma  mas  ó  me- 
nos elegante ,  no  tienen  mas  tendencia  que  satisfacer  á  la  genera- 
lidad. Ademas,  los  precios  son  reducidos,  y  por  consecuencia, 
mayores  los  beneficios  de  la  especulación,  basados  siempre,  tanto 
por  interés  como  por  liberalismo ,  en  la  participación  del  mayor 
número  posible  de  personas  ,  en  el  bienestar  y  los  goces  de  la  vida. 

A  mas  del  baile,  hay  que  añadir  las  escursiones  por  mar  tam- 
bién durante  el  verano,  y  mas  particularmente  el  4  de  julio,  para 
la  pesca  del  bacalao. 

Esta  es  sin  disputa,  la  pesca  mas  divertida.  No  puede  formarse 
idea  de  la  estupidez  de  este  pez ,  que  espera  en  el  fondo  el  turno 
de  ser  pillado  con  la  caña.  El  pescador  de  bacalao ,  cuando  es 
abundante  la  pesca ,  no  tiene  mas  que  el  tiempo  necesario  para 
preparar  la  caña  y  tirar  el  lance;  arrastrada  primero  al  fondo  por 
el  peso  de  la  plomada ,  sube  después  con  un  bacalao  suspendido 
del  anzuelo. 


—  183  — 

El  próximo,  ocupa  el  puesto  del  anterior  y  parece  esperar  con 
impaciencia  y  agrado  á  que  le  llegue  la  vez  de  ser  pescado.  Suce- 
sivamente los  demás  hacen  lo  mismo,  hasta  el  último,  que  ha  esta- 
do viendo  desaparecer  á  sus  compañeros  sin  la  menor  sospecha. 

Algunos  pescadores  se  divierten  en  soltar  en  el  agua  uno  de 
los  peces  cogidos,  para  dar  el  curioso  espectáculo  de  los  esfuerzos 
que  hace  para  sumergirse  y  ganar  el  fondo  sin  poder  lograrlo. 
Cuando  obligándole  á  salir  del  agua,  se  llena  de  aire,  sobrenada 
apesar  suyo,  como  una  vejiga  soplada,  sin  poder  descender  mas 
que  algunas  pulgadas  de  la  superficie. 

Después  de  verlo  luchar  así  por  algún  tiempo  tratando  de  za- 
buUirse,  es  muy  fácil  cogerlo  con  la  mano. 

El  4  de  julio,  juntamente  con  el  aniversario  del  nacimiento  de 
Washington,  y  el  dia  de  las  acciones  de  gracia,  en  el  cual  las  daná 
Dios  por  las  mercedes  otorgadas  á  los  Estados,  y  que  no  pueden 
verdaderamente  olvidar,  son  las  tres  grandes  fiestas  patrióticas  de 
la  Union- Americana . 


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CAPITULO  XV. 


LA   COMODIDAD. 


La  comodidad  es  la  ciencia  del  bienestar  material.  A  las  natu- 
ralezas calmosas  y  Mas  de  los  ingleses  y  americanos  del  Norte, 
les  gusta  la  comodidad  del  home  (de  la  casa)  y  necesitan  de  ella 
para  vivir. 

Al  recorrer  las  calles  cortas,  elegantes  y  silenciosas  de  New- 
York,  Boston,  Filadelfia,  y  las  grandes  ciudades,  se  siente  la  ima- 
ginación apocada  contemplando  el  tranquilo  aspecto  de  esas  casas 
de  ladrillos  y  piedras  grises,  cerradas  como  suntuosos  sepulcros  de 
familias  vivientes. 

Nada  falta  para  despertar  estas  fúnebres  ilusiones  en  el  estran- 
jero,  pues  se  hallan  enterradas  por  sus  lados  en  los  basements; 
rodeadas  con  balaustradas  de  hierro  y  estrechos  jardines  esterio- 
res,  y  sobre  la  puerta,  ala  cual  se  llega  subiendo  una  gradería  de 
piedra,  se  lee  en  una  plancha  de  metal  blanco,  como  si  fuera  un 
epitafio,  el  nombre  del  inquilino,  escrito  con  letras  negras.  El  in- 
terior es  menos  triste,  á  pesar  de  su  simétrica  etiqueta;  se  en- 
cuentra un  lujo  y  una  comodidad  de  la  que  nosotros  franceses,  con 

U 


—  186  — 
nuestras  grandes  casas  de  seis  ó  siete  pisos  y  nuestros  cuartos  pe- 
queños no  podemos  formar  idea.  Puede  decirse  que  los  parisienses 
no  se  sirven  de  habitaciones  mas  que  para  resguardarse  de  la  in- 
temperie, mientras  que  los  ingleses  y  americanos,  viven  en  ellas 
lealmente.  ¡Pero  en  cambio  existen  tantas  compensaciones  en  Pa- 
rís! Si  se  esceptúan  las  casas  llamadas  de  Irlandeses  que  se  alqui- 
ran  á  los  pobres  por  cuartos  pequeños,  no  hay  sino  dos  modos  de 
vivir  en  los  Estados  de  la  Union:  ocupando  una  casa  sola  con  su 
familia  ó  en  fonda  ó  boarding-house ,  especie  de  casas  de  pupilos,  en 
las  cuales  se  suele  desplegar  mucho  lujo  de  muebles. 

En  las  casas  americanas,  el  mueblaje  principal  representa,  por 
sí  solo,  un  capital.  Las  habitaciones  están  cubiertas  de  alfombras, 
desde  el  mas  elegante  salón  hasta  el  rincón  mas  oscuro  de  la 
cocina. 

Los  americanos  adoran  enteramente  las  alfombras;  se  privarían 
de  las  cosas  mas  necesarias,  antes  que  faltarles  una  que  poner  en 
el  parlor.  Hasta  los  negros  las  poseen  en  medio  de  los  infectos 
agujeros  que  habitan  en  Woster  Street,  en  Church-Street,  en  Lau- 
rens  Street,  y  en  Christy  Street,  en  New- York. 

En  verano  levantan  las  de  lana,  demasiado  calorosas  y  las  sos- 
tituyen  con  esteras  chinescas  de  cuadros  amarillos  y  rojos,  muy 
bonitas  y  frescas.  En  las  casas,  las  escaleras  de  los  pisos,  están 
guarnecidas  de  hermosas  alfombras  de  Bruselas,  sujetas  con  plan- 
chas de  metal  blanco. 

Las  casas  de  la  Quinta  avenida  (una  calle  magníñca)  en  New- 
York,  y  desde  lo  alto  de  la  ciudad  hasta  la  Cuadragésima,  (ahí  se 
distinguen  las  calles  por  números  á  partir  de  cierto  sitio)  están  edi- 
ficadas por  un  modelo  igual,  así  en  lo  esterior  como  en  lo  interior. 
Tienen  en  el  piso  bajo  un  espléndido  salón  del  largo  del  edificio. 
Este,  se  divide  en  dos  mitades  por  medio  de  una  puerta  corrediza 
de  caoba,  que  se  abre  y  cierra  á  voluntad,  desapareciendo  en  el 
muro.  Esta  disposición  es  escelen  te,  pues  permite  medir  el  gran- 
dor del  salón  según  el  número  de  convidados  y  si  quieren,  forman 
dos  iguales  é  independiente  el  uno  del  otro. 

Los  muebles  y  cortinas  que  adornan  los  salones  americanos 


-187  — 

son  muy  bellos.  La  mayor  parte  son  de  París,  ó  imitados  por  eba- 
nistas y  tapiceros  franceses. 

No  hay  casas  tan  bien  puestas  como  las  americanas.  Después 
del  mayor  aseo,  el  lujo  se  estiende  bástalos  cuartos  de  los  criados. 
El  orgullo  ó  el  interés  de  ciertos  comerciantes  que  desean  aumen- 
tar su  fortuna  y  realzar  su  crédito  con  las  apariencias,  ha  hecho 
en  estos  últimos  años,  de  simples  casas,  verdaderos  palacios 
reales. 

En  el  basement,  especie  de  bodeg-a  poco  profunda  y  habita- 
ble, es  donde  se  halla  comunmente  instalada  la  cocina,  no  lejos 
del  comedor.  Mas  en  las  casas  en  que  el  comedor  se  encuentra  en 
el  primer  piso,  los  platos  llegan  por  el  interior  de  la  pared,  meti- 
dos en  una  caja  sujeta  por  cuerdas  pendientes  de  garruchas,  como 
se  trasportan  los  libros  en  la  Biblioteca  de  la  calle  Richelieu.  Por 
este  medio  el  olor  de  la  cocina  no  se  esíiende  por  la  casa  y  el  ser- 
vicio es  mucho  mas  rápido. 

Las  casas  de  las  grandes  ciudades,  tienen  salas  de  baños  per- 
fectamente organizadas,  con  gárgolas  de  agua  fria  y  caliente.  Los 
americanos  tienen  costumbre  de  tomar  un  baño  de  algunos  minu- 
tos, antes  del  almuerzo. 

El  agua  fria  ó  caliente  está  á  discreccion,  no  solo  en  la  sala  del 
baño,  sino  en  los  dormitorios  en  tocadores  de  mármol  blanco  adhe- 
ridos á  la  pared  y  con  magníficas  pilas,  donde  el  agua  se  desliza 
por  tubos  invisibles  hasta  la  calle.  La  caliente,  sube  por  conductos 
desde  la  cocina.  La  fria,  llega  por  canales  subterráneos  que  ser- 
pentean en  New-York,  desde  el  gran  depósito  situado  en  la  ca- 
lle 42,  abastecido  por  un  acueducto  muy  lindo,  admirado  por  los  in- 
genieros, y  levantado  sobre  arcadas,  y  por  el  que  corre  el  agua 
del  Crotona,  esceleníe  y  digestiva. 

El  uso  del  gas  para  el  alumbrado  de  las  casas,  es  universal  en 
América.  Los  cuartos  tienen  elegantes  lámparas  que  dan  una  cla- 
ridad grata,  pronta  y  baratísima.  Los  reverberos  de  aceite,  son 
por  decirlo  así,  desconocidos;  se  sirven  apenas  de  una  especie  de 
gas  portátil  que  llaman  fluido,  en  las  raras  casas  que  se  encuentran 
privadas  del  carbónico.  Los  caloríferos,  cuyos  hornos  están  cons- 


—  188  — 
fruidos  en  las  bodegas,  estienden  por  la  casa  un  calor  agradable. 
Estos  hornos  se  alimentan  de  carbón  de  piedra,  introducido  por 
un  agujero  que  dá  á  las  aceras  de  las  calles  y  que  tapan  con  una 
plancha  de  hierro. 

No  hay  casa  en  New- York  ni  en  las  ciudades  de  la  Union,  que 
deje  de  tener  su  largo  jardin  con  un  cuadrado  de  césped,  donde 
secan  la  ropa  lavada.  Las  únicas  cosas  que  faltan  para  la  como- 
didad, son  cuadras.  Las  personas  que  poseen  coche  se  ven  obli- 
gadas á  tenerlos  en  cocheras  especiales  destinadas  á  ese  objeto. 

Mas  al  lado  de  estas  casas  tan  suntuosas  y  cómodas,  los  comer- 
ciantes tienen  un  office,  en  que  pasan  las  tres  cuartas  partes  de  su 
vida,  y  forma  con  su  casa  particular  el  mas  raro  contraste. 

Comunmente  existen  dos  hombres  en  el  americano:  el  denegó, 
cios,  The  business  man,  que  puede  verse  sin  anunciarse,  sin  ser  cono- 
cido, sin  ceremonia  y  con  sombrero  puesto,  desde  las  ocho  de  la  ma- 
ñana hasta  las  seis  de  la  tarde,  y  el  hombre  particular,  privado,  co- 
mo dicen  ellos,  que  con  su  lujo  interior  no  se  le  puede  abordar  sino 
por  medio  de  sus  conocimientos  íntimos. 

Llevamos  dicho  yá  lo  que  era  la  casa  particular;  echemos 
ahora  una  ojeada  sobre  el  office. 

El  office  del  business  man  es  generalmente  repugnante.  Es  pre- 
ciso que  el  tráfico  produzca  una  dicha  grande  en  algunos  hombres, 
para  que  se  condenen  á  la  mas  insoportable  de  las  prisiones.  El  offi- 
ce del  verdadero  broker  (1)  americano,  es  un  cuarto  sombrío  y  mi- 
serable, amueblado  con  una  mala  mesa-despacho  que  evita  la  sos- 
pecha del  lujo;  unas  sillas  de  paja  remendadas  que  se  rompen 
amenudo  (creemos  que  apropósito  para  poderlas  componer):  una 
mezquina  fuente  con  su  cofaina  para  lavarse  las  manos,  y  por  con- 
clusión, varios  sillones  de  cuero  verde  que  llevan  la  enseña  pro- 
funda del  asiduo  trabajo  del  dueño  y  sus  dependientes. 

El  negociante,  cuyas  cuaUdades  son  casi  siempre  opuestas  á  la 
generosidad,  á  la  poesía  y  al  amor  de  lo  bello  en  artes,  desecha  por 
sistema  en  su  office  la  comodidad.  Cree  probar  con  eso  lo  severo 

{{)    Corredor. 


—  189  — 
de  su  carácter,  que  se  parece  mucho  al  que  se  deja  crecer  grandes 
bigotes  como  muestra  de  su  fuerza  y  valor.  Además,  afecta  el  des- 
den hacia  el  lujo  personal  para  agradar  adulando  de  ese  modo  á 
los  comerciantes  inferiores  que  vana  tratar  con  él.  Es  una  verdad, 
que  los  traficantes  desean  hallar  en  casa  de  los  que  ellos  saben  que 
son  ricos,  las  apariencias  de  la  miseria.  Estos  contrastes  hieren  su 
sórdida  imaginación,  les  inspira  la  avaricia  y  estrecha  los  lazos  de 
amistad. 

Un  negociante  que  estuviese  instalado  en  un  office,  limpio,  de- 
cente, y  bien  amueblado,  cuyo  lenguaje  fuese  atento  y  conveniente 
y  sus  maneras  corteses,  contentaria  muchos  menos  parroquianos  y 
hada  menos  negocios  que  otro  sepultado  en  su  vieja  butaca  de 
cuero,  que  recibe  y  habla  de  un  modo  indiferente.  El  tono  de  ese 
hombre,  sus  maneras,  su  lenguaje,  los  miserables  muebles  de  su 
office,  cuando  se  sabe  que  habita  una  casa  suntuosa,  donde  vive 
en  familia,  agradan  mucho  mas  al  que  encuentra  esta  manera  de 
ser,  la  que  conviene  á  un  verdadero  comerciante. 

Negociantes  y  jugadores  de  profesión,  como  hay  tantos  en  Amé- 
rica, nos  han  confesado  que  el  oro  mas  precioso  á  sus  ojos,  era  el 
que  una  mano  sucia  sacaba  de  una  bolsa  oculta  en  el  forro  de  al- 
gún viejo  y  grasicnto  frac.  La  avaricia  tiene  también  sus  voluptuo- 
sidades, y  se  observan  mas  fácilmente  que  se  esplican. 

Las  casas,  tan  singularmente  construidas,  cuyos  cuartos  se  al- 
quilan para  ser  offices,  no  tienen  otro  uso,  y  nadie  duerme  en  ellas. 
El  domingo  en  el  barrio  del  comercio,  reina  un  silencio  profundo 
que  solo  interrumpe  el  lento  paso  de  algún  policeman  que  ronda. 
Los  comerciantes  instalados  en  los  salones  suntuosos  de  sus  casas 
particulares  y  leyendo  la  Biblia,  de  la  cual  tienen  necesidad  para 
que  les  ayude,  sueñan  las  astucias  de  sus  sabias  combinaciones, 
para  ponerlas  en  juego  al  dia  siguiente. 

Los  caminos  de  hierro  americanos,  están  lejos  de  ofrecer  en 
algunos  puntos  la  perfección  de  los  nuestros,  pero  en  oíroslos  su- 
peran. No  hablaremos  de  su  construcción,  pues  á  mas  de  parecer 
provisional,  tiene  efectivamente  pocas  garantías  de  solidez:  los  wa- 
gones, feos  de  forma,  no  llegan  ni  con  mucho  á  la  comodidad  de  los 


—  190  — 

de  nuestras  líneas  férreas.  Son  largos  y  contienen  un  ciento  de  sillo- 
nes de  madera  sin  tapizar,  y  en  medio  los  hay  movibles  á  fin  de  po- 
derse dirigir  frente  á  frente  desde  ellos  á  la  persona  á  quien  se  desee 
hablar.  El  centro  queda  Ubre  para  los  que  quieran  pasearse.  Ade- 
más están  muy  unidos  de  corto  en  corto  trecho,  y  puede  pasarse 
de  uno  á  otro  con  la  mayor  facilidad,  recorriendo  todo  el  convoy. 
Confesamos  que  esto  es  muy  agradable,  con  particularidad  en  los 
viajes  largos,  como  son  regularmente  en  los  Estados  Unidos ,  á 
causa  de  lo  distante  que  se  encuentran  las  ciudades  unas  de  otras. 
En  invierno  llevan  caloríferos  que  modifican  la  temperatura  in- 
terior. 

En  los  caminos  de  hierro  americanos,  no  hay  como  en  Francia 
é  Inglaterra  distintas  categorías  de  asientos;  el  rico  no  se  sienta 
en  magníficos  cojines  forrados  de  ricas  telas  al  lado  del  pobre  que 
lo  hace  en  banquetas  de  madera.  Esas  diferencias  no  existen  allá, 
y  de  seguro  nosotros  no  nos  quejaremos  de  esto.  El  trabajador,  lo 
mismo  que  el  desgraciado  emigrado,  divide  con  el  mas  opulento 
banquero  las  tristezas  é  inconvenientes  del  viaje.  La  igualdad 
existe  aunque  no  sea  mas  que  en  los  caminos:  ya  esto  es  alguna 
cosa.  Añadiremos  según  hemos  dicho  ya,  que  los  viajes  en  vías 
férreas  lo  mismo  que  en  vapores,  son  muy  baratos. 

En  un  capítulo  precedente  hemos  dado  á  conocer  parte  de  la 
comodidad  de  los  vapores,  donde  se  encuentran  salones  de  lectura 
y  música  restaurants,  &ar-room5  y  hasta  como  en  las  grandes  fondas, 
algunos  tienen  un  cuarto  amueblado  con  lujo,  adornado  con  corti- 
nas de  seda,  terciopelo  y  encajes,  designado  bajo  el  nombre  de 
cuarto  de  la  casada.  En  él  es  donde  los  jóvenes  casados  van,  cuan- 
do les  place,  á  ocultar  orgullosamente  su  amor. 

Los  americanos  están  muy  lejos  de  esperimentar  como  nos- 
otros la  delicadeza  de  la  modestia  y  la  decencia.  Las  mugeres  mis- 
mas, las  jóvenes  mejor  educadas,  no  tienen  sino  un  pudor  natural 
muy  dudoso  y  una  decencia  convencional.  Mil  pruebas  podíamos 
citar  en  apoyo  de  esta  opinión,  pero  nos  Umitaremos  á  señalar  como 
concluyente,  el  uso  general  del  cuarto  de  la  casada.  Así,  pues,  una 
joven  americana,  cuando  sale  de  casa  de  sus  padres,  desposada. 


—  191  — 

no  esperimenta  ningún  escrúpulo,  ninguna  incomodidad,  en  poner 
su  inocencia  en  espectáculo  ante  un  pelotón  de  curiosos  y  estran- 
jeros  que  espian  sus  movimientos  y  la  siguen  con  la  vista,  son- 
riendo, hasta  la  estancia  del  himeneo.  ¿Existe  una  joven  francesa 
que  quiera  y  se  atreva  á  fijar  una  necesidad  urgente  en  posición 
de  recien  casada,  y  publique  un  programa  de  sus  sentimientos  ín- 
timos y  tiernos?  Seguramente  no. 

La  comodidad  en  los  vapores  es  tan  grande,  que  los  periódi- 
cos nos  dicen  que  el  Isaac-Newton,  uno  de  los  buques  del  rio  Hud- 
son,  acaba  de  suprimir  el  uso  del  alumbrado  de  aceite,  para  adop- 
tar el  de  gas  que  habia  considerado  hasta  aquí  como  peligroso 
para  ¡la  navegación.  Ciento  cuarenta  luces  de  gas  distribuidas  en 
el  barco,  lanzan  sus  vivos  é  inalterables  reflejos.  Inmensas  arañas 
completan  la  ornamentación  de  las  cámaras  y  alumbran  al  mismo 
tiempo  los  gabinetes  contiguos.  El  gasómetro  colocado  en  el  puen- 
te y  en  condiciones  de  perfecta  seguridad ,  puede  contener  hasta 
500  pies  cúbicos.  En  fin,  parece  que  entre  otras  ventajas,  el  nue- 
vo alumbrado  tiene  sobre  el  antiguo  una  grande  economía.  Esta 
última  consideración  podrá  determinar  á  los  demás  vapores  á  imi- 
tar al  Isaac-Newton. 

Nada  mas  singular  ni  menos  cómodo  que  los  ómnibus  en  New- 
York.  Son  coches  de  forma  inglesa,  no  pudiendo  contener  mas  de 
doce  personas  sentadas,  pero  susceptibles  de  recibir  un  número 
mucho  mayor  los  dias  de  lluvia,  en  que  las  ladies  sorprendidas  por 
el  mal  tiempo,  se  instalan  sin  cumplimiento  sobre  las  rodillas  de 
los  caballeros.  Los  ómnibus  no  tienen  conductor  como  en  Francia, 
y  desde  su  asiento  el  cochero  hace  sus  veces.  Un  agujero  practi- 
cado en  lo  alto  del  ómnibus  permite  á  los  viajeros  ponerse  en  co- 
municación con  él:  y  por  su  causa  el  que  le  toca  ponerse  delante, 
paga  su  asiento  para  tener  que  ir  de  pié.  Cuando  se  desea  que  el 
coche  pare,  se  tira  de  una  correa,  que  pasando  por  dicho  agujero 
vá  á  parar  al  pie  del  cochero;  este,  en  el  instante  que  le  tiran  para 
el  carruaje. 

Para  poder  hablar  al  cochero  hay  que  tomar  una  posición  poco 
agradable;  es  necesario  alargar  el  pescuezo,  hasta  que  llegue  el 


—  192  — 

rostro  á  la  entrada  del  agujero,  donde  aplica  el  otro  su  oreja.  Se- 
mejante sistema  seria  imposible  en  Europa  por  parecer  incómodo 
y  ridículo:  mas  en  América,  como  llevamos  dicho,  no  existe  esto  á 
causa  del  espíritu  de  libertad  que  domina.  El  americano,  esencial* 
mente  especulador,  no  vé  en  esta  detestable  organización  de  ómni- 
bus sino  la  economía  de  un  conductor  y  la  celebra  sin  pensar  en 
quejarse. 

El  precio  de  una  carrera  es  como  en  París,  30  céntimos. 
Pero  si  os  encontráis  sin  ellos  ó  no  tenéis  mas  que  una  parte,  acep- 
tan lo  que  buenamente  le  deis  y  os  dejan  bajar  sin  dificultad  al- 
guna. Hay  mas;  el  cochero  es  dueño  absoluto  de  su  coche  y  al- 
quila por  un  tanto.  Muchas  veces  por  no  tomarse  el  trabajo  de 
cambiar,  ó  en  la  duda  de  recibir  un  billete  falso  (se  sabe  que  el  bi- 
llete de  banco  es  casi  la  moneda  corriente  en  América;  el  oro  y  la 
plata  son  muy  raros  en  circulación),  prefiere  dejaros  partir  á  que  le 
paguéis. 

El  interior  y  esterior  de  los  ómnibus  está  adornado  con  retratos 
de  grandes  artistas  en  voga.  Mme.  Sontang,  Alboni,  Grisi,  Mario , 
y  algunos  otros  cantantes  célebres;  los  ómnibus  son  verdaderos 
museos  artísticos.  Jenny  Lind  se  veia  en  ellos;  pero  después  del  ca- 
samiento imprevisto  de  esta  gran  cantatriz,  los  cocheros  desilu- 
sionados como  el  resto  de  la  población,  han  hecho  desaparecer  de 
jas  portezuelas  de  sus  carruajes  la  graciosa  imagen  del  ángel 
caído. 

No  hay  pais  donde  se  gaste  mas  nieve  que  en  los  Estados-Uni- 
dos; los  americanos,  grandes  consumidores  de  agua,  no  la  beben 
sino  helada  en  verano  é  invierno. 

Por  las  mañanas,  carretas  cargadas  de  nieve,  van  de  casa  en 
casa  dejando  en  el  basement  la  provisión  del  dia.  Todo  el  mundo 
hace  uso  de  ella,  hasta  la  gente  mas  pobre.  Es  una  comodidad  que 
los  negros  mismos  se  proporcionan.  La  nieve  cuesta  á  dos  cénti- 
mos poco  mas  ó  menos,  libra.  Cuando  los  americanos  no  beben 
aguado  nieve,  toman  leche  merengada.  A  cualquier  hora  del  dia 
y  desde  muy  temprano  se  ven  elegantes  señoras,  en  las  mesas  de 
los  ice  cream  saloons,  donde  devoran  mas  bien  que  toman,  los  hela- 


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dos.  Antes  y  después  de  comer,  lo  mismo  de  dia  que  de  noche,  sa- 
borean la  leche  merengada.  Un  vaso  de  un  schelUng  americano  (60 
céntimos)  equivale  á  dos  de  los  que  acostumbran  dar  en  los  cafés 
de  París  y  cuestan  un  franco  cada  uno. 

Las  señoras,  y  también  muchos  caballeros,  tienen  la  costumbre 
entre  almuerzo  y  comida,  de  entrar  en  un  ice  cream  saloon  y  comer 
una  sopa  con  ostras,  bebiendo  un  gran  vaso  de  agua-nieve.  Las 
ostras  ocupan  el  primer  lugar  en  las  cenas  de  los  americanos.  Se 
sirven  mariscos  guisados  de  diferentes  maneras,  y  también  crudos. 
Muchos  hacen  un  lunch  de  ostras  sazonadas  con  sal  y  pimienta ,  y 
lo  acompañan  con  crakers,  especie  de  bizcochos  muy  buenos. 

A  menudo  sirven  ostras  en  conchas.  El  aspecto  que  presen- 
tan tan  grandes  y  llenas  de  grasa  es  algo  repugnante  para  el  que 
no  está  acostumbrado. 

Nada  mas  curioso  que  los  restaurants  de  los  negociantes ,  en  la 
ciudad  baja  de  New- York;  mostradores  muy  altos  sirven  de  mesas 
á  los  business  men ,  que  se  sientan  como  grandes  niños  en  altas  si- 
llas. Al  lado  de  estos  mostradores-mesas,  hay  hornos  encendidos, 
y  en  menos  de  cinco  minutos,  el  cocinero  dispone  una  sopa  de  os- 
tras, que  nunca  deja  de  ir  con  un  platito  de  berros  ó  col  en  ensa- 
lada. El  negociante,  que  no  tiene  jamás  tiempo  que  perder,  traga 
en  un  par  de  movimientos  de  quijada  la  sopa  muy  abundante,  el 
verro  ó  las  coles ,  y  los  bizcochos  que  quiere ,  no  costándole  mas 
que  60  céntimos. 

Se  puede  aun  hacer  un  lunch  mas  barato  yendo  á  ciertas  horas 
á  las  fondas  donde  se  sirve  el  free  lunch  (el  hbre  ó  gratis  lunch). 
Carnes  frias  muy  apetitosas  se  ofrecen  en  platos  de  plata ,  y  cada 
cual  tiene  el  derecho  de  tomar  parte  en  esta  comida,  con  condición 
de  pagar  un  vaso  de  cualquier  bebida  aprecio  moderado.  De  suer- 
te ,  que  por  30  céntimos ,  valor  de  un  vaso  de  cerveza ,  puede  ha- 
cerse una  buenísima  comida  muy  bien  servida  y  en  la  mejor  com- 
pañía. 

El  aguardiente  cuesta  caro  en  los  Estados-Unidos ;  pero  cuan- 
do se  pide  en  los  har-room ,  el  mozo  trae  una  botella  entera  con  un 
gran  vaso,  y  se  sirve  á  placer  sin  pagar  jamás  ni  mas  ni  menos 


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que  el  precio  fijado  de  antemano ,  según  el  término  medio  de  una 
libación  ordinaria.  Mas  aun ;  ponen  siempre  á  voluntad  de  los  con- 
sumidores, queso,  bizcochos  y  tabaco  g-ratis.  Pero  es  tal  el  salu- 
dable efecto  de  la  libertad,  que  dejando  á  los  hombres  su  dignidad, 
les  inspira  sentimientos  de  dehcadeza  y  circunspección.  Nadie;  ni 
aun  los  mismos  beodos,  abusan  de  la  libertad  que  les  permite  ser- 
virse otra  medida  del  vino  ó  licor  puesto  á  su  disposición;  saben 
lo  que  deben  beber  por  el  precio  que  han  estipulado ,  y  no  pasan 
de  él.  Lo  mismo  sucede  con  el  queso,  el  tabaco  y  los  bizcochos; 
nadie  abusa. 

La  comodidad  americana  se  estiende  hasta  los  templos:  una  ga- 
lería de  butacas  circunda  el  interior  del  edificio ;  el  suelo  está  al- 
fombrado, y  en  el  invierno  mantienen  una  temperatura  agradable 
por  medio  de  caloríferos. 

Los  barberos  han  hecho  rápidos  progresos  en  la  ciencia  de  la 
comodidad  después  de  Fígaro ,  que  iba  á  casa  de  Bartolo  con  pie 
ligero,  vacía  debajo  del  brazo,  navaja  de  afeitar  y  una  lanceta  en 
el  bolsillo. 

Los  de  nuestros  dias,  y  mas  aun  los  americanos,  que  coloca- 
remos sobre  todos  los  del  mundo,  tienen  establecimientos  magní- 
ficos. Es  casi  un  placer  afeitarse  en  New- York;  tan  buenos  son  los 
barberos,  y  tan  suntuosas  las  tiendas.  El  sillón  donde  uno  se  sienta 
vale  el  dinero,  como  vulgarmente  dicen.  El  cuerpo  está  deUciosa- 
mente  colocado  desde  los  pies  á  la  cabeza ,  la  cual  baja  y  sube  á  su 
voluntad  el  barbero  por  medio  de  un  simple  resorte.  Enjabonan  el 
rostro  con  pinceles  de  barba  mucho  mas  voluminosos  y  finos  que 
los  que  usan  en  Francia.  Después  de  los  primeros  pases  de  nava- 
ja, vuelven  á  enjabonar  y  á  pasarla  rápida  y  ligeramente.  No  es  de 
los  barberos  americanos  de  los  que  puede  decirse: 

c(El  maestro  Lambin  se  dá  tal  mafia 
para  afeitar,  que  ved  su  ligereza; 
mientras  rasura  un  lado,  en  el  opuesto 
crecen  mayores  las  barbudas  crestas.)) 

Luego  que  está  hecha  la  barba,  la  operación  no  termina  ni  con 


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mucho.  Preguntan  si  se  desea  tener  la  cabeza  enjabonada.  Si  se 
contesta  afirmativamente,  en  un  instante  las  activas  é  inteligentes 
manos  del  artista  pasan  y  repasan  los  cabellos  y  el  cuero  cabelludo 
hasta  poner  la  piel  mas  blanca  que  el  arminio,  como  dice  el  aria. 
Con  abundantes  enjuagues  de  agua  fria  y  caUente  quitan  hasta  el 
último  vestigio  del  jabón;  luego  con  grandes  toballas  secan  la  ca- 
beza que  el  hierro,  el  peine,  el  cepillo  y  la  pomada  acaban  de  em- 
bellecer. Mas  si  no  se  quiere  el  enjabonamiento,  rocían  el  pelo  con 
agua  odorífera ,  que  refresca  y  mantiene  los  cabellos  en  la  posi- 
ción que  se  les  da. 

Estamos  seguros  que  seria  una  buena  especulación  poner  en 
París  un  establecimiento  montado  á  la  americana  y  servido  por  na- 
turales de  allá.  Los  franceses,  á  quienes  ciertos  estranjeros  se  com- 
placen en  calificar  de  buenos  peluqueros,  son  sobrepujados  por  los 
americanos,  al  menos  en  la  parte  de  barbería. 

Si  algún  barbero  americano  lee  por  casualidad  estas  líneas  y 
se  decide  á  venir  á  París  para  probar  fortuna ,  nos  contará  en  el 
número  de  sus  parroquianos  mas  consecuentes ,  y  le  suplicamos 
desde  ahora  que  reciba  las  pruebas  de  nuestra  reconocida  admi- 
ración. 

Los  arquitectos  americanos  tienen  la  manía  del  estilo  griego 
para  la  construcción  de  las  casas  de  campo.  Son  casi  de  madera, 
pintadas  de  blanco,  con  fachada  de  columnas  sobremontadas  por 
capiteles  corintios;  la  Bolsa  y  la  Magdalena  de  París  pueden  dar 
una  idea  de  ellas.  Resulta  de  estas  construcciones  uniformes ,  es- 
tremadamente  blancas  y  rodeadas  de  lindos  jardines,  un  golpe  de 
vista  muy  encantador;  la  imaginación  toma  las  orillas  del  Staten- 
Island  por  una  de  las  antiguas  islas  del  mar  Egeo. 

Las  casas  de  campo ,  sin  ser  tan  cómodas  como  las  de  la  ciu- 
dad, están,  no  obstante,  bien  amuebladas.  El  suelo,  bastante  feo, 
lo  cubren  con  esteras  chinescas,  y  no  hay  un  salón  sin  un  largo  y 
pesado  piano  cuadrado,  con  pies  de  mastodonte.  Entre  las  sillas  y 
butacas  ordinarias,  entra  la  indispensable  rocJcing-chair.  La  rocking- 
chair  (silla-cuna)  es  una  especie  de  butaca  de  crin ,  cuyos  pies 
descansan  por  cada  lado  sobre  medios  círculos  de  madera  arquea- 


—196  — 

das  por  detrás ,  lo  que  permite  mecerse  agradablemente  y  sin  fati- 
ga alguna.  Las  hay  de  varias  dimensiones,  y  también  para  los  ni- 
ños. Confesamos  que  es  muy  grato  balancearse  en  esas  butacas 
donde  el  cuerpo  descansa  perfectamente. 

Los  dormitorios  están  adornados  de  una  manera  graciosa  y 
original,  con  muebles  de  madera  pintada.  Sobre  fondos  que  varían 
de  colores,  desde  el  blanco  al  verde  manzana  y  amarillo  limón, 
al  azul  cielo,  destácanse  ramos  y  flores  sueltas  de  muy  vivas  y  va- 
riadas tintas.  Esto  respira  vuluptuosidad,  y  es  fresco  como  convie- 
ne á  una  casa  de  campo. 

Los  americanos,  cuyo  lujo  se  estiende  poco  á  poco,  tienen  para 
uso  del  tocador,  jarros  mas  grandes  y  cómodos  que  los  nuestros, 
aunque  algo  menos  elegantes.  Pero  á  las  camas  de  cinco  pies  y 
medio  de  largo,  ponen  sábanas  de  niños,  y  sus  toballas  y  servilletas 
cubren  apenas  el  rostro  ó  las  rodillas.  Y  en  muchos  boarding  houses, 
tanto  en  el  campo  como  en  la  ciudad,  no  dan  servilletas  para  la 
mesa.  Cada  cual  se  limpia  como  puede,  en  el  mantel  ó  el  pa- 
ñuelo. 

Vastas  fondas  construidas  con  madera ,  á  los  alrededores  de 
las  grandes  ciudades,  y  en  un  espacio  de  veinte  ó  veinte  y  cinco 
leguas  á  la  redonda,  reciben  en  verano  á  las  numerosas  familias, 
que  no  teniendo  casas  propias,  quieren,  no  obstante,  gustar  los  pla- 
ceres agrestes  y  huir  de  la  ciudad  durante  los  horrorosos  calores 
de  junio,  julio  y  agosto.  Muchos  prolongan  su  estancia  hasta  se- 
tiembre, octubre  y  noviembre. 

El  tiempo  que  se  pasa  en  el  campo,  no  es  de  vacaciones,  sino 
para  los  niños  y  mugeres.  El  calor  no  detiene  á  los  hombres  en  el 
indomable  empeño  de  sus  negocios.  Parten  por  las  mañanas  en 
rail-roads  ó  en  steamhoats  y  se  dirigen  á  la  ciudad,  permaneciendo 
en  su  office  hasta  la  noche,  en  que  vuelven  á  dormir  al  campo. 

Ahora  debemos  preguntar,  ¿qué  hacen  en  ausencia  de  sus  ma- 
ridos, durante  las  largas  horas  del  dia,  el  gran  número  de  jóvenes 
y  tiernas  ladiest  ¡Oh!  coquetean  ¡buen  Dios!  Coquetean  en  los  som- 
bríos senderos,  en  el  parlor  de  la  fonda,  en  la  orilla  del  mar,  en  al- 
guna gruta,  al  abrigo  del  sol  y  al  murmullo  misterioso  de  las  on- 


—  loa- 
das, cuyas  quejas  monótonas,  despiertan  en  el  alma  los  dulces  y 
poéticos  pensamientos  del  amor  sentimental. 

Es  imposible  pasar  un  tiempo  mas  agradable  que  el  verano, 
en  una  de  esas  fondas;  no  hay  estranjero  que  no  hable  con  grande 
entusiasmo  de  la  estancia  del  campo  y  que  no  ensalce  el  carácter 
íntimo  de  las  americanas,  su  mezcla  de  astucia  y  candor,  la  blanca 
frescura  de  su  tez  y  la  fina  y  delicada  armonía  de  sus  facciones. 

En  algunos  sitios  á  la  moda,  el  lujo  del  vestir  es  verdadera- 
mente escesivo.  Puede  decirse  que  cuando  las  señoras  no  coquetean 
están  en  su  cuarto  ocupadas  en  vestirse  y  desnudarse.  El  trage  de 
los  niños  es  notable  por  el  buen  gusto,  la  elegancia  y  la  originali- 
dad. Las  americanas,  que  aman  y  miman  á  sus  hijos,  mas  que  to- 
das las  mugeres  del  mundo,  los  crian  de  un  modo  particular,  que 
parecería,  y  debe  ser  peligroso  en  Francia,  donde  el  cHma  es  mu- 
cho mas  húmedo. 

Desde  los  primeros  dias  de  su  nacimiento,  sea  la  estación  que 
quiera,  los  dejan  con  la  cabeza  descubierta  y  estremadamente  li- 
bres en  la  cuna.  Durante  las  cinco  ó  seis  primeras  semanas,  lo  en- 
vuelven en  pañales  de  franela.  La  terrible  faja,  en  que  aprisio- 
nan á  los  niños  en  nuestro  pais,  á  pesar  de  las  amonestaciones  de 
los  médicos,  es  desconocida  en  América  é  Inglaterra.  En  ciertas 
provincias  de  Francia,  los  atan  con  cuerdas,  á  sus  pañales,  aseme- 
jándolos á  momias  egipcias.  No  les  dejan  á  las  piernas  y  brazos  el 
menor  movimiento.  Eso  es  atroz  é  impide  el  desarrollo  de  la  criatu- 
ra, que  sufre  un  verdadero  tormento;  esta  costumbre  tiene  visos 
de  conservarse  largo  tiempo  aun ,  en  un  pais  que  se  llama  el  mas 
inconstante  y  esclarecido  del  mundo. 

Hasta  la  edad  de  cuatro  ó  cinco  años ,  visten  los  niños  de  una 
manera  encantadora ,  con  trages  escotados  y  brazos  desnudos :  y 
las  niñas  igualmente  hasta  la  de  diez  ó  doce. 

Hay  sin  embargo,  quien  ha  querido  rechazar  este  régimen; 
pero  no  se  encuentran  en  ninguna  parte  niños  tan  hermosos  como 
en  los  Estados-Unidos. 

Ya  hemos  dicho  algunas  palabras  sobre  la  cocina  americana, 
tan  mediana  y  poco  variada.  No  volveremos  á  hablar  del  parti- 


—198  — 

cular ;  solo  añadiremos  que  la  carne  de  caza ,  el  pescado ,  las 
aves,  las  frutas  y  las  legumbres,  de  buenas  apariencias,  están 
lejos  de  tener  el  sabor  y  la  delicadeza  que  los  mismos  produc- 
tos de  nuestro  clima.  Los  americanos  no  hacen  uso  de  ciertos  ali- 
mentos que  nosotros  estimamos  mucho  en  Europa.  No  comen  la 
raya  ni  los  requines,  que  son  muy  buenos;  tampoco  otro  pescado 
blanco,  delicado  pero  muy  lleno  de  espinas;  en  fin,  matan,  pa- 
ra volverlo  á  arrojar  al  mar,  una  especie  de  monstruo  marino, 
de  forma  horrorosa,  mas  capaz  de  inspirar  espanto  que  de  abrir  el 
apetito:  tiene  una  carne  blanca  y  dura  como  el  rodaballo,  y  sabor 
gustoso.  Los  norte-americanos,  desdeñan  entre  otras  cosas  la  acel- 
ga ,  y  apenas  comen  los  ríñones  de  carnero  y  la  asadura  de  ternera; 
en  cambio  se  regalan  con  el  asado  de  ardilla,  que  tiene  apariencias 
de  ratas  grandes. 

Las  ratas  se  consideran  como  un  plato  escelente  por  los  chi- 
nos que  habitan  los  Estados-Unidos  y  muy  particularmente  la  Cah- 
fornia,  donde  los  hay  en  gran  número.  ¡Pero  qué  no  comerán  los 
chinos!  Diremos  lo  que  nos  ha  referido  un  francés,  minero  de  la 
California.  Una  vez  vio  á  un  chino  armado  de  un  largo  y  puntia- 
gudo cuchillo,  rebuscando  en  la  tierra.  Lo  que  pretendía  encon- 
trar eran  gusanos,  que  á  medida  que  los  iba  cogiendo,  los  metia 
en  una  caja  grande  de  metal  blanco,  suspendida  de  su  cuello.  «Sin 
duda  es  un  pescador,  dijo  nuestro  francés,  y  voy  á  ver  cómo  pes- 
can los  chinos,  que  hacen  las  cosas  diferente  de  los  demás  hom- 
bres. »  Siguió  observando  al  chino,  que  cuando  tuvo  la  caja  llena 
de  gusanos,  se  dirigió  á  una  barraca,  donde  los  fué  limpiando  uno 
por  uno  con  el  mayor  cuidado,  poniéndolos  después  al  fuego  en  una 
gran  cacerola,  en  que  hirvieron  por  espacio  de  veinte  minutos. 
«Vamos,  á  los  peces  les  gusta  mas  los  gusanos  cocidos  que  cru- 
dos» dijo  nuestro  compatriota  decidido  á  esperar  el  fin.  Pero, 
¡cuál  fué  su  sorpresa,  al  ver  que  el  pescador  quitó  los  gusanos  de 
la  lumbre  y  sentándose  con  su  familia  alrededor  de  la  cacerola,  ce- 
lebró un  delicioso  banquete  de  reptiles! 

En  California,  comen  muchas  cosas  que  es  difícil  hallar  en 
otra  parte ;  tales  son  cotorras  guisadas  con  arroz ,  micos  asados ,  y 


-199  — 

pájaros  diversos,  entre  los  que  se  cuenta  el  hengali.  Los  osos  se 
venden  en  los  mercados,  y  parece  cierto  que  es  una  comida  esce- 
lente  cuando  se  sabe  preparar. 

Ahora  que  hablamos  de  mercados,  diremos  que  en  los  Estados- 
Unidos,  van  los  hombres  con  la  cesta  debajo  del  brazo  á  hacer  la 
compra  diaria.  Esta  costumbre  empieza  á  perderse  en  ciertas  ciu- 
dades, pero  en  otras  se  mantiene  en  vigor,  y  no  es  raro  ver  en 
New- York  á  los  eleg-antes  gentkmen,  hacer  su  provisión,  rega- 
teando el  precio  de  un  ave  ó  una  pierna  de  carnero,  y  haciéndose 
pesar  el  pescado  que  se  vende  al  pormenor  en  Washington 
Market. 

Pero  lo  que  mas  choca  á  los  estranjeros  es  el  vestido  de  los 
vendedores,  limpio  sin  igual  y  de  un  corte  perfecto. 

Los  carniceros  por  ejemplo,  están  en  su  despacho  como  ver- 
daderos gentkmen,  de  frac  ó  levita  de  paño  negro,  pantalón  de 
buena  tela,  chaleco  bien  cortado,  camisa  perfectamente  almidona- 
da con  cuello  postizo  muy  lustroso,  tan  estirado  como  el  cartón,  y 
corbata  americana  elegantemente  anudada.  Un  delantal  blanco  les 
evita  el  contacto  de  la  carne;  y  con  sombrero  puesto,  sierran,  cor- 
tan y  destrozan,  sirviendo  á  los  parroquianos  con  atención  y  com- 
placencia. 

Los  artesanos  que  van  á  las  casas  particulares,  para  trabajos, 
de  componer  chimeneas,  poner  luces  de  gas,  y  arreglar  las  feísi- 
mas ventanas  de  guillotina  que  los  americanos  han  heredado  de  los 
ingleses,  se  presentan  vestidos  de  frac  negro  ó  levita  de  paño  y 
trabajan  sin  estropear  la  ropa  y  sin  quitar  el  sombrero.  Conser- 
varlo puesto,  no  se  considera  como  falta  de  educación  ni  descorte- 
sía, y  hay  que  reconocer  que  los  jornaleros  americanos,  á  pesar  de 
su  independencia,  son  atentos  y  corteses,  pero  no  con  esa  cortesía 
finjida  de  falsos  ofrecimientos,  sino  haciéndose  útiles  y  serviciales. 

El  guarda-ropa  de  un  americano,  aunque  sea  rico,  es  muy  li- 
mitado y  no  tiene  mas  ropa  blanca  que  la  estrictamente  necesaria. 
No  es  como  en  Francia,  y  con  particularidad  en  el  Mediodía,  don- 
de el  liyo  consiste  en  tener  siempre  muy  provistos  los  armarios 
de  ropa  blanca  y  lavar  una  vez  al  año. 


—200  — 

El  americano  cuando  vá  de  viaje  no  lleva  mas  que  una  simple 
balija  ó  maletita  de  equipaje.  Compra  en  cada  ciudad  la  ropa  blan- 
ca y  los  vestidos  que  necesita  y  deja  en  la  fonda  lo  que  tiene  sucio. 
Las  mujeres  también  hacen  lo  mismo  con  corta  diferencia,  y  no  es 
estraño  verlas  emprender  g-randes  viages  con  un  simple  cofre. 

Mr.  Jobard,  el  famoso  sabio  de  Bruselas,  ha  combatido  última- 
mente en  un  discurso,  el  uso  de  los  cepillos  para  hmpiar  la  ropa, 
preconizando  el  de  esponjas  húmedas,  que  quitan  mucho  mejor 
que  la  crin,  el  polvo  y  las  manchas  del  paño.  «Esto  que  he  dicho, 
escribe  Mr.  Jobard,  no  le  gustará  mucho  á  los  comerciantes  de 
cepillos,  pero  alegrará  á  los  de  esponjas,  j  Nosotros  diremos  otra 
cosa  que  no  agradará  álos  traficantes  de  cepillos  y  esponjas,  pero 
sí  á  los  escoberos.  En  efecto,  en  América,  no  se  limpia  con  espon- 
jas ni  cepillos,  sino  con  escobas.  Son  de  paja,  pequeñas  y  aplasta- 
das en  forma  de  abanicos.  Este  es  el  solo  instrumento  que  hay  pa- 
ra quitar  el  polvo,  y  es  escelente. 

En  el  pórtico  de  las  fondas,  hay  negros  con  escobillas  aguar- 
dando á  los  viajeros,  y  sin  decirles  una  palabra,  los  barren  de  la 
cabeza  á  los  pies,  con  esa  gravedad  complaciente  que  poseen. 

Los  americanos  no  han  heredado  de  los  ingleses  el  gusto  por 
las  carreras  de  caballos.  Hay  muy  pocas  Steeple  chases  en  los  Es- 
tados-Unidos pero  en  cambio  muchas  carreras  de  cabriolé  por 
caballos  trotadores.  Tienen  la  pretensión,  con  motivo  ó  sin  él,  de 
poseer  los  mejores  trotadores  del  mundo.  Los  han  enviado  mil  ve- 
ces al  territorio  británico,  pero  los  ingleses  no  han  querido  admi- 
tirlos nunca,  so  protesto  de  que  galopan  con  las  piernas  traseras; 
acusación  grave  que  han  rechazado  vivamente,  pero  que  los  otros 
han  sostenido  siempre.  Los  americanos  pretenden  que  los  ingleses 
han  inventado  esta  calumnia  para  rehuir  la  humillación  de  ser 
vencidos  por  ellos.  Esto  pudiera  ser  cierto,  por  lo  que  nos  informa- 
remos de  nuestro  mnigo  Léon  Gatayes  que  debe  saberlo. 

En  América,  donde  se  come  generalmente  mal,  se  beben  esce- 
lentes  brevajes.  En  Francia  no  se  tiene  idea  del  gusto  y  variedad 
de  ellos;  se  toman  calientes  ó  heladas,  y  en  este  último  caso  con 
cánula  de  paja  ó  junco.  La  cánula  lleva  poco  á  poco  el  brebaje  á 


—  sol- 
ía boca;  refresca  mejor  y  hace  que  se  le  tome  muy  bien  el  gusto. 
Ignoramos  lo  que  puede  ser  el  néctar  y  la  ambrosía;  pero  de  se- 
guro estas  bebidas  de  los  dioses,  no  serán  mas  agradables  que  las 
americanas,  de  las  cuales  no  hacen  en  París  mas  que  pésimas  imi- 
taciones. ¿Cómo  es  que  Brillat  Savarin,  el  célebre  autor  de  la  Fi- 
siología del  gusto  que  ha  permanecido  algunos  años  en  los  Estados- 
Unidos,  no  ha  hablado  de  las  bebidas  americanas?  Sin  querer  in- 
vestigar la  causa  de  este  silencio,  nosotros  trataremos  de  reme- 
diarlo, dando  aquí  los  nombres  de  las  principales,  con  los  ingre- 
dientes para  hacerlas.  Nos  quedaríamos  sorprendidos  de  que  por 
esto  se  nos  erigiese  un  templo  por  los  que  se  dedican  á  la  indus- 
tria que  nos  ocupa;  pero  sabe  Dios  que  no  reclamamos  tan  emi- 
nente honor. 

El  MiN  JULEP  se  hace  echando  en  una  cantidad  conveniente 
de  vino  de  madera  un  poco  de  nieve,  mezclada  con  azúcar  en  pol- 
vo y  nuez  moscada  raspada.  El  todo  se  reúne  pasándolo  rápida- 
mente á  unas  garrafas  dispuestas  de  antemano,  y  los  operarios  lo 
mueven  con  una  destreza  y  prontitud  admirables.  El  mintjulep,  se 
traslada  á  un  gran  vaso  que  se  cubre  de  hojas  de  menta  verde, 
añadiéndole  antes  unas  fresas  y  pedacitos  de  pina.  Luego  se  con- 
sume por  medio  de  la  cánula,  este  agradable  tónico  y  aromático 
refresco. 

El  Sherry  cabbler,  de  gusto  diferente,  lo  prefieren  muchas  per- 
sonas dil  mint  julep.  Se  compone  de  vino  Jerez,  aguardiente,  azú- 
car y  nuez  moscada  en  polvo  y  pedazos  de  nieve:  se  mezcla  como 
el  mint  julep  por  medio  de  dos  garrafas ,  y  se  bebe  también  con 
cánula. 

El  CocK-TAiL ,  literalmente  cola  de  gallo ,  se  hace  con  el  bitter, 

aguardiente,  nuez  moscada  y  nieve.  El  cock-tail  está  considerado 

como  licor  tónico  y  no  se  bebe  mas  que  la  cuarta  parte  de  un  vaso. 

Hay  varias  clases  de  cock-tails,  entre  los  cuales,  con  el  bran  y 

cock-tail,  conocemos  el  sling  de  un  gusto  muy  fino. 

El  GiN  TODDLY  se  bcbc  de  ordinario  caliente  y  se  hace  con  gi- 
nebra, azúcar,  limón  y  agua  hirviendo. 

Siguen  después:  The  mountain  dew  (el  rocío  de  la  montaña). 

26 


—  202  — 
Half  and  half  (mitad  por  mitad;  es  decir,  mitad  agua  y  mitad 
aguardiente.) 

The  whisky  punch  (ponche  de  wiskij). 
The  thorough  knock  me  down  (literalmente,  rompe  pecho.) 

The  Tom  and  Jerry.— The  old  Tom  (el  viejo  Tomás,)— The  egg- 
nog.  Esta  última  bebida,  mas  en  uso  en  los  Estados  del  Sur,  es  de 
rigor  en  la  época  de  Navidad;  es  una  especie  de  ponche  á  la  romana. 
The  egg-nog  se  compone  de  huevos  crudos  mezclados  con  aguardien- 
te, y  se  hace  de  este  modo.  Las  mismas  criollas  lo  preparan  con  sus 
blancas  é  indolentes  manos,  ofreciéndolo  á  los  convidados  de  Noche- 
buena. Separan  de  cierto  número  de  huevos  la  yema  de  la  clara; 
después  baten  esta  como  para  hacer  merengue,  hasta  que  se  for- 
ma una  espuma  blanca  y  sutil;  después  mezclan  la  yema  con  aguar- 
diente y  azúcar  y  la  reúnen  á  la  clara. 

Esta  agrada  poco  á  los  estranjeros,  pero  se  acostumbran  y 
concluyen  por  encontrarla  buena. 

Uno  de  los  puntos  de  vista  mas  bellos  de  las  ciudades,  y  parti- 
cularmente de  New- York,  son  los  árboles,  que  en  líneas  paralelas 
circuyen  las  calles  y  dan  en  verano  sombra  y  frescm^a.  El  calor  es 
tan  fuerte,  que  en  los  muelles  y  plazas  caen  hombres  muertos,  he- 
ridos por  el  ardor  del  sol.  Por  eso  hay  regaderas  públicas;  y  los 
particulares  no  riegan  las  aceras  por  mañana  y  tarde  obligados  por 
la  pohcía  sino  voluntariamente,  con  las  mismas  bombas  que  sirven 
para  limpiar  la  casa  de  alto  á  bajo. 

Las  estaciones  de  caminos  de  hierro,  tan  lindas  en  Francia, 
que  algunas  pueden  ser  consideradas  como  .verdaderos  monumen- 
tos son  tan  feas  en  América  que  es  difícil  dar  una  idea  exacta.  Su- 
cede lo  mismo  con  los  edificios  públicos.  Citaremos  la  bolsa  de 
New-York,  los  diferentes  tribunales,  las  prisiones  y  el  correo  que 
no  son  sino  miserables  barracas,  advirtiendo  que  el  servicio  deja 
mucho  que  desear. 

Circunscribiéndonos  al  correo,  diremos  que  las  cartas  en  lista 
y  los  paquetes,  se  entregan  sin  formalidad  alguna,  á  cualquiera 
que  se  presenta  á  reclamarlos.  Ni  aun  exijen  del  reclamante  que 
diga  su  nombre;  en  pagando  el  porte,  podria  llevarse  todas  las 


^artas  si  tal  era  su  gusto.  Es  cierto  que  vá  condenado  á  galeras, 
el  que  sin  autorización  tome  una  dirijida  á  otro,  pero  á  pesar  de  la 
severidad  de  las  leyes  con  relación  á  esto ,  se  comprenden  los  in- 
convenientes que  deben  resultar  de  semejante  estado  de  cosas. 

En  cuanto  á  los  carteros ,  llevan  las  cartas  reunidas  de  cual- 
quier modo  en  un  pañuelo  de  faltriquera,  teniéndolo  sujeto  por  los 
cuatro  picos.  Se  preguntará  por  qué  no  las  llevan  en  una  caja, 
cuando  es  fácil  perderlas  ea  un  pañuelo  que  se  abre  á  cada  ins- 
tante. 

Después  de  haber  mencionado  el  sistema  de  butacas  de  los 
teatros,  con  esclusion  de  los  palcos  y  demás  asientos,  no  nos  falta 
para  terminar  esta  enumeración  mas  que  señalar  como  una  como- 
didad para  uso  de  un  número  de  ladies,  las  dentaduras  postizas. 

Los  dientes  se  echan  á  perder  muy  pronto  en  ciertas  partes 
de  América  por  el  uso  inmoderado  de  la  nieve,  el  abuso  de  los  dul- 
ces y  las  aguas  demasiado  cargadas  de  calcáreo,  pero  la  coquete- 
ría hace  su  mas  importante  papel  valiéndose  de  las  dentaduras 
postizas. 

No  es  muy  raro  en  efecto,  si  nos  sometemos  al  dicho  de  varios 
dentistas  americanos  y  estranjeros,  ver  señoras  jóvenes  y  aun  se- 
ñoritas estraerse  los  dientes,  para  ponérselos  postizos,  y  esto  úni- 
camente porque  los  suyos  son  algo  amarillos,  largos  ó  mal  nivela- 
dos. Es  cierto  que  los  dentistas  americanos,  tienen  reputación  de 
ser  los  primeros  del  universo,  y  que  esas  señoras  tienen  para  so- 
portar la  terrible  estraccion,  las  paralizadoras  emanaciones  del 
cloroformo;  mas  es  necesario  ser  escesivamente  coqueta  para  pre- 
ferir á  los  dientes  verdaderos  y  sanos,  aunque  algo  amarillos,  des- 
arreglados ó  largos,  los  postizos,  por  muy  blancos  y  bien  alineados 
que  puedan  estar. 

Hay,  pues,  en  América,  considerable  número  de  dentaduras 
postizas,  bien  por  necesidad,  bien  por  coquetería.  Nadie  tiene  re- 
pugnancia en  adornar  su  boca  con  falsos  dientes,  y  si  creemos  en 
una  historieta  que  nos  ha  sido  contada,  una  dentadura  será  siem- 
pre un  regalo  muy  aceptable,  cuando  se  quiere,  como  ha  dicho 
Horacio,  unir  lo  útil  á  lo  agradable. 


—  204  — 

Hé  aquí  la  historieta: 

«Las  señoritas  educandas  de  un  colegio,  en  el  campo,  de  los  al- 
rededores de  Boston,  ñabian  observado  desde  largo  tiempo  la  difi- 
cultad que  su  querida  maestra  esperimentaba  al  masticar  la  corte- 
za del  pan,  la  ensalada  y  ciertas  comidas.  Como  discípulas  atentas 
y  generosas,  resolvieron  comprarle  una  dentadura  falsa,  y  escota- 
ron entre  ellas  para  este  efecto.  Habian  oido  lamentarse  á  su  di- 
rectora en  varias  ocasiones,  de  lo  caro  que  costaban  las  dentadu- 
ras artificiales,  de  que  los  ricos  tan  solo  podian  gozar. 

»¡Ah!  ¡ Si  mi  pobre  marido  viviese  aun!  dijo  un  dia  de  tier- 
na espansion  y  creyéndose  sola.  ¡Dentro  de  un  mes  es  el  aniversa- 
rio de  mi  nacimiento:  él,  deseando  festejar  estedichosodia,  me  da- 
rla una  prueba  de  amor,  comprándome  una  dentadura,  de  la  que 
tengo  ya  necesidad!  ¡Querido  esposo!  ¡Cara  dentadura! 

>Estas  conmovedoras  palabras  fueron  acojidas,  y  con  ayuda  de 
un  inteligente  dentista  en  quien  pusieron  toda  su  confianza,  y  que 
tomó  discretamente  la  medida  de  la  boca  de  la  directora,  la  denta- 
dura — -una  dentadura  de  lujo —  se  halló  lista  para  el  dia  del  ani- 
versario. 

í Desde  la  mañana  de  este  dia  memorable,  las  pensionistas  ele- 
gantemente vestidas,  esperaban  la  salida  de  la  directora.  La  den- 
tadura fué  cuidadosamente  colocada  en  un  plato  de  plata,  entre  dos 
ramos;  y  finalmente,  ofrecida  por  la  pensionista  mas  joven,  que 
pronunció  un  discursito  con  voz  entrecortada  por  la  emoción,  á  la 
señora  directora.  Esta  les  dirigió  otro  á  sus  discípulas  en  acción 
de  gracias,  el  cual  concluyó  por  las  siguientes  palabras: 

— ))Yo  hé  podido  mostrarme  severa  algunas  veces  con  vos- 
otras, amadas  discípulas,  y  morderme  los  labios,  como  vulgar- 
mente se  dice:  desde  hoy,  no  tendré  ya  mas  que  amables  sonrisas, 
aunque  no  sea  mas  que  por  enseñar  mis  bonitos  dientes,  y  hacer 
honor  al  regalo  vuestro. » 

Por  muy  estraordinario  que  parezca  semejante  hecho,  no  es 
nada  raro  para  las  personas  que  conocen  las  costumbres  sencillas 
del  campo,  y  el  espíritu  eminentemente  positivista  y  práctico  délos 
americanos. 


CAPITULO  XVI. 


LA  EDUCACIÓN  PUBLICA* 


En  un  "pueblo  esencialmente  libre  y  progresista  como  los  Es* 
tados-Unidos,  es  necesario  que  la  enseñanza  sea  libre  también  y 
gratuita  la  instrucción. 

La  falta  de  una  iglesia  dominante  ha  hecho  allí  fácil  la  liber- 
tad de  enseñanza,  de  cuyos  beneficios  gozan,  sin  distinción  de  sec- 
ta religiosa. 

Siendo  hbre  la  conciencia  de  cada  persona,  puede  escoger  el 
culto  que  sea  preferible.  A  los  niños  no  se  impone  ninguna  doctri- 
na religiosa.  En  las  public  scho&ls  no  tienen  otra  mira  que  la  de  for- 
mar hombres,  alimentando  sus  inteligencias  con  los  elementos  de 
la  instrucion,  tan  útiles  en  una  sociedad,  donde  saben  leer  y  escri- 
bir, para  que  sepan  hablar  y  comprender  la  palabra. 

La  enseñanza  no  es  obligatoria,  ni  conviene  que  sea.  Esa  me- 
dida será  buena  en  los  paises  dominados  por  preocupaciones  y  en 
que  descuidada  la  inteligencia,  ha  estado  largo  tiempo  comprimi- 
da; pero  no  puede  serlo  en  los  Estados-Unidos,  donde  el  pueblo  por 
la  misma  conciencia  de  su  dignidad,  comprende  las  ventajas  de  la 
ilustración. 


—  206  — 

Así,  pues,  la  clase  mas  numerosa,  que  no  es  ciertamente  la  me- 
nos útil,  sabe  leer,  escribir,  y  calcular  lo  suficiente  para  las  nece- 
sidades de  sus  intereses.  Este  mag-nífico  don,  gratufto  y  verdade- 
ramente republicano,  de  la  instrucion  primaria  para  todos  los  esca- 
sos de  fortuna,  es  sin  duda  la  causa  principal  del  engrandecimien- 
to presente  y  la  salvaguardia  del  porvenir. 

Por  mucho  que  hayan  dicho  en  contra  de  la  razón  humana,  y 
á  pesar  de  las  declamaciones  apasionadas  de  algunos  charlatanes 
para  probar  que  es  inútil  la  discusión,  los  Estados-Unidos  demues- 
tran que  para  garantir  los  grandes  principios  de  libertad  debe  con- 
tarse con  la  instrucion  y  el  buen  sentido  público. 

En  cuanto  á  la  educación  moral,  tan  indispensable  como  la  ins- 
trucción propiamente  dicha,  no  se  descuida  en  las  escuelas  gra- 
tuitas. 

La  moral  inseparable  de  los  principios  religiosos,  se  enseña 
con  libros  elementales,  escelentes  bajo  por  todos  conceptos.  Acon- 
sejan el  amor  á  Dios,  sin  decir  nunca  bajo  qué  forma  conviene  ado- 
rarle; ordenan  honrar  á  los  padres;  no  matar,  no  robar,  hacer  cuan- 
to bien  se  pueda  y  evitar  el  mal  cuanto  sea  posible,  amando  al 
prógimo  como  á  sí  mismo. 

Instruido  en  esta  doctrina  invariable,  crece  el  niño  sin  peligro 
para  la  sociedad  y  sin  temor  de  que  se  corrompa  su  conciencia.  Lle- 
ga á  ser  hombre,  y  cuando  su  razón  está  suficientemente  fortificada, 
escojo  el  culto  que  merece  sus  simpatías.  Cualquiera  que  sea  la 
secta  que  elija,  la  Biblia  ó  el  Alcorán,  el  Evangelio  puro  ó  alguno 
de  los  sistemas  que  le  dividen,  siempre  conserva  los  mismos  prin- 
cipios morales.  Aunque  las  religiones  son  diversas,  la  moral 
es  una. 

Por  lo  que  respecta  á  las  escuelas  particulares,  son  un  lugar 
neutro  cerrado  á  las  competencias  de  secta.  La  instrucción  y  la 
moral  se  estiende  respetada  por  las  religiones.  Al  fin  de  los  pros- 
pectos de  las  escuelas  bien  dirigidas  se  ven  avisos  prometiendo 
bancos  á  los  discípulos  en  varias  iglesias  de  diferente  culto. 

Se  ha  reprochado  á  los  americanos,  el  contentarse  general- 
mente con  una  instrucción  superficial.  Los  que  han  dicho  esto,  oí- 


-207- 
vidan  que  la  América  lo  debe  todo  á  su  independencia,  y  que  esta 
data  del  año  de  1776.  El  4  de  julio  de  ese  año  memorable  es 
cuando  se  confirmó  el  acta  en  Filadelfia :  luego  en  medio  siglo  se 
ha  aumentado  en  un  doble  el  número  de  los  Estados,  se  ha  cua- 
druplicado su  población  y  se  han  estendido  sus  fronteras  desde  el 
Misisipí  hasta  el  Pacífico.  El  tráfico  y  la  navegación  han  adquirido 
un  desarrollo  estraordinario ,  y  las  facultades  intelectuales  de  los 
norte-americanos  han  llegado  al  mas  alto  grado  de  esplendor  pro- 
duciendo los  mas  notables  descubrimientos.  Su  vasto  territorio 
está  cruzado  en  todas  direcciones  por  canales  y  caminos  de  hierro. 
Su  genio  ha  sometido  los  vientos  y  las  olas  á  la  voluntad  del  co- 
mercio; ha  dirigido  el  rayo;  ha  suprimido  las  distancias  por  tras- 
misión del  pensamiento;  y  como  el  ángel  bueno,  ha  parahzado  el 
dolor  físico  por  medio  del  cloroformo.  Nada  de  esto  es  bastante, 
y  al  único  pueblo  que  al  menos  sabe  leer,  exijenla  cultura  general 
y  el  conocimiento  profundo  de  las  ciencias  y  la  literatura. 

Es  preciso  reconocer  que  la  enseñanza  progresa  continuamen- 
te y  existen  colegios  superiores  que  serian  notables  en  la  misma 
Europa.  Entre  ellos  podemos  citar  el  de  Cambridge,  cerca  de  Boston, 
el  de  Howard  y  el  de  Westpoint,  de  caballería  e  infantería. 

Ahora  bien;  si  es  cierto  que  la  enseñanza  tiende  cada  dia  á  ser 
mas  perfecta,  también  lo  es  que  hay  un  gran  número  de  escuelas 
dirigidas  por  profesores  incapacitados.  Como  no  se  exige  título,  ca- 
da cual  puede  abrir  escuelas  á  su  gusto.  Así  es  que  se  hacen  pro- 
fesores y  abren  colegios  los  que  por  desgracia  en  su  tráfico ,  se 
ven  precisados  á  cerrar  los  establecimientos.  No  es  estraño  encon- 
trar quien  dudando  en  la  elección  haya  tratado  de  enseñar  todos 
los  ramos,  desde  la  astronomía,  hasta  la  gimnasia.  Hemos  conoci- 
do un  Auvergnat  aguador  y  mozo  de  un  bar-room,  que  sabiendo  ape^ 
ñas  leer  y  escribir,  se  anunció  como  profesor  de  francés.  Su  méto- 
do nuevo  y  sencillo,  consistía  en  hablar  auvergnat  y  decirle  á  los 
discípulos;  «imitadme.» 

Este  singular  maestro  fué  presentado  á  otro  alemán  que  daba 
también  lecciones  de  francés:  los  dos  quisieron  hablarse,  pero  no 
pudieron  comprenderse  á  pesar  de  los  mayores  esfuerzos. 


-208- 
■ — '¡Demonio!  decia  el  Auvergnat;  ¡este  puede  vanagloriarse  de  hablar  un 
francés  raro!  No  es  como  el  de  la  Auvergne.  Sin  duda,  cada  pais  habla 
uno  que  no  comprenden  los  demás. 

— ¡Voto  vá\  \qué  rareza  de  hombre]  murmuraba  el  alemán  aparte, 
lanzando  al  Auvergnat  una  mirada  envidiosa.  \Usted  hablar  francés  y 
hablar  mucho  bien]  Pero  yo  no  hablar  tampoco  mal  y  no  saber  por  qué  él 
hacer  como  sitió  entender  mi .  Esto  estar  envidia  porque  yo  ser  también 
profesor  de  lengua. 

Hé  aquí  un  hecho  mas  curioso  aun  y  de  cuya  veracidad  estamos 
seguros: 

Un  Bordelais,  después  de  haber  sido  maestro  de  todo  y  oficial  de 
nada,  se  encontraba  un  dia  cerca  de  Louisville,  casi  desesperado- 
Pensaba  en  el  suicidio,  medio  por  el  cual  se  privarla  dulcemente 
de  la  pesada  carga  de  la  miseria,  cuando  por  casualidad  halló  un 
americano  que  era  amigo  suyo.  Dióse  prisa  en  pintarle  su  triste  si- 
tuación encomendándose  á  él. 

— Well,  contestó  el  yankee,  si  Vd.  supiese  italiano,  podria  entrar 
de  profesor  en  una  escuela  de  niños  que  hay  en  estos  alrededores  y 
tiene  fama  en  los  estudios  de  lenguas  vivas. 

' — ¿Entonces  es  un  italiano  y  no  un  francés  lo  que  se  necesita? 
preguntó  nuestro  compatriota  con  ansiedad. 

— -No:  lo  que  hace  falta  es  un  profesor  de  italiano. 
■ — ¿El  profesor   á  quien  debo  suceder  está  aun  en  la  escuela? 
preguntó  el  Bordelais. 

— Jamás  ha  habido  cátedra  de  italiano  en  esa  escuela,  y  es  un 
vacío  que  se  debe  llenar.  ¿Pero  sabe  Vd.  italiano,  si  ó  no? 

—¿Qué  si  lo  sé?  respondió  el  Bordelais  con  seguridad ,  ¡yo  lo 
creo!  ¡Pues  si  en  un  tiempo  á  fuerza  de  hablarlo  olvidé  el  francés! 
—^Very  well,  caro  amigo,  me  alegro  de  poderle  ser  útil.  Presén- 
tese Vd.   de  mi  parte  en  la  escuela  y  no  dude  que  será  re- 
cibido. 

• — Gracias,  amigo  mió,  á  revedere  mío  caro,  como  decimos  en  ita- 
liano. Y  el  Gascón,  que  solo  sabia  de  la  lengua  esta  corta  frase  y  la 
palabra  felicita,  por  haberla  oido  cantar  en  una  infinidad  de  cabalette, 
se  despidió  de  su  protector. 


—  209  — 

En  seguida  se  puso  á  reflexionar  seriamente  el  medio  de  ense- 
ñar italiano  pero  no  lo  encontraba:  sin  embarg-o,  se  dirig-ió  á  la  casa 
que  por  fortuna  debia  ofrecerle  un  albergue  y  el  alimento  de  que 
ya  tenia  necesidad. 

De  pronto  y  como  herido  por  un  buen  pensamiento,  pasó  la  ma- 
no por  la  frente.  Una  sonrisa  feliz  iluminó  su  rostro  entristecido. 
Apretó  el  paso  y  llegó  prontamente  á  casa  del  director  del  colegio 
que  no  opuso  obstáculo  á  su  visita. 

Al  dia  siguiente  de  su  llegada  el  Bonlelais  tomó  posesión  déla  cá- 
tedra. Los  discípulos  hicieron  rápidos  progresos  bajóla  dirección  de 
tan  hábil  profesor,  doblemente  estimado  por  su  carácter  alegre.  El 
director  habia  dirigido,  en  distintas  ocasiones,  lisonjeros  elogiosa 
nuestro  compatriota  por  su  buen  método  y  el  cuidado  que  tenia  en 
hacer  pronunciar  bien  la  dulce  lengua  de  los  amores,  como  decia  por 
lo  bajo  sonriéndose. 

— ^Mi  método,  como  Vd.  ve,  decia  el  Bordelais,  consiste  en  no  ser- 
virse de  libros.  ¿Para  qué  sirven  los  libros?  Para  cansar  el  espíri- 
tu de  los  discípulos  con  teorías  las  mas  veces  inútiles,  que  hacen 
perder  un  tiempo  precioso  que  puede  emplearse  fructuosamente 
en  la  práctica. 

— ¡Muy  bien!  replicó  el  director  ¿Pero  y  el  Dantel  Yo  quisiera 
que  de  vez  en  cuando  les  hiciera  Vd.  leer  en  el  Dante. 

Porque  el  Dante,  como  Vd.  conoce,  siempre  es  el  ¡Dante! 

■ — Sí,  respondió  elBordelais,  el  Dante  es  y  será  siempre  el  Dante; 
pero  no  siempre  es  divertido.  En  otro  tiempo  he  leido  una  traducción 
del  Infierno  y  eso  no  vale  gran  cosa:  me  gustan  mas  las  canciones 
de  Beranger,  añadió  riéndose. 

• — ¡Cómo!  ¿En  una  traducción  habéis  leido  el  Dante? 

— ¡Demonio!  dijo  el  Gascón  entre  sí,  habia  olvidado  mi  papel.  Y 
después  reponiéndose:  he  leido  el  Infierno  en  otra  lengua,  porque 
he  querido  ver  lo  que  perdía  ese  hermoso  libro,  traducido.  En 
cuanto  á  las  canciones  de  Beranger,  las  preñero  de  cierto  modo  para 
los  estudiantes  de  primer  año. 

El  director  encontró  satisfactoria  esta  espücacion. 
Todo  marchaba  perfectamente  en  el  colegio,  y  nuestro  compa- 

27 


—  210  — 

triota,  seducido  por  la  bondad  de  una  vida  segura  y  tranquila,  solo 
pensaba  en  mantenerse  en  supuesto,  cuando  un  incidente  inespe- 
rado vino  á  poner  término  á  tantas  felicidades.  Un  italiano  verda- 
dero, llegó  al  colegio  para  poner  en  él  uno  de  sus  hijos.  Alegre  por 
la  presencia  de  este  estranjero,  el  director  creyó  obtener  un  triun- 
fo en  las  personas  de  sus  discípulos  de  italiano. 

Los  presentó.  Los  alumnos  hablaron  entre  ellos  con  una  facili- 
dad maravillosa,  para  los  que  no  llevaban  mas  que  algunos  meses 
de  lecciones.  Pero  en  vez  de  aplaudir,  el  italiano  soltó  una  larga 
carcajada  y  aseguró  no  haber  oido  una  sola  palabra  de  su  lengua. 
Se  buscó  al  malhadado  profesor  y  habia  desaparecido.  El  des- 
graciado enseñó  por  italiano  el  \patois  gascón ! 

La  lengua  francesa  no  es  mejor  tratada  por  los  americanos  que 
se  dedican  á  enseñarla,  y  puesto  que  estamos  refiriendo  hechos, 
que  mas  bien  que  los  razonamientos  prueban  la  verdad,  contare- 
mos este  otro. 

Un  reverendo,  director  de  un  colegio  de  niños,  se  presentó  sin 
ser  conocido  en  casa  de  un  profesor  de  francés  que  gozaba  de  una 
reputación  merecida. 

— Señor,  le  dijo  en  inglés,  vengo  á  que  me  enseñe  Vd.  francés. 

■ — Con  mucho  gusto;  pero  sírvase  Vd.  tomar  asiento. 

• — Permítame  Vd.  que  no  acepte:  para  sentarse  hay  que  perder 
tiempo,  y  yo  no  puedo  desperdiciar  un  minuto.  Parto  esta  misma 
noche. 

— ¿Para  volver  pronto  sin  duda? 

— -No  señor;  para  no  volver  jamás- 

— ¿Y  entonces  cómo  quiere  Vd.  tomar  lecciones  de  francés  es- 
tando lejos? 

• — ^No  deseo  mas  que  una. 

— ;Una!  ¿Y  en  una  sola  pretende  Vd.  saber  la  lengua? 

— Pienso  que  si.  Mi  fm  es  aprender  el  alfabeto;  obtenido  esto, 
lo  demás  lo  aprenderé  fácilmente,  por  medio  de  libros  que  dan  la 
pronunciación  figurada. 

El  profesor  sacudió  la  cabeza  en  señal  de  duda,  pero  cosintió 
en  darle  la  lección  por  no  disgustarlo- 


— Santiago,  dijo  el  profesor  llamando  á  su  criado,  tráiganos  Vd. 
el  encerado  y  el  lápiz. 

Colocado  en  su  sitio  el^encerado  para  las  demostraciones,  comen- 
zó la  lección.  El  respetable  ministro  pasó  dos  horas  desarticulán- 
dose la  quijada  para  no  decir  en  vez  de  aye  é\  de  airr  r;  y  de  iou 
ú.  Después,  como  verdadero  Yankee,  calculó  exactamente  el  pre- 
cio de  la  lección  con  arreglo  al  que  debiera  dar  por  una  tempo- 
rada; sacó  el  dinero  y  se  lo  ofreció  al  profesor.  Este,  por  toda  res- 
puesta, llamó  nuevamente  á  su  criado. 

—Santiago,  le  dijo,  tome  Vd.  ese  dinero;  el  señor  se  lo  regala, 
por  el  trabajo  que  ha  tenido  en  traer  el  encerado.  Por  lo  que  res- 
pecta á  mí,  continuó  dirigiéndose  al  reverendo;  no  tengo  costumbre 
á  semejanza  de  los  cocheros  simones  de  mi  pais,  de  ser  pagado  por 
hora  ó  carrera.  Yo  he  dado  la  lección  por  complaceros  y  para  ma- 
yor gloria  de  nuestro  alfabeto. 

El  reverendo  se  retiró  admirado  del  desinterés  del  profesor. 

Quince  dias  después  de  esta  entrevista  gramatical  el  reverendo 
considerándose  suficientemente  instruido  en  la  lengua  de  Racine, 
entraba  en  un  colegio  de  profesor  de  francés. 

Podríamos  si  fuera  necesario,  citar  los  nombres  de  estos  se- 
ñores. 

De  la  insuficiencia  de  semejantes  profesores ,  cuyo  concurso  es 
nulo  para  la  enseñanza,  resultan  hbros  elementales  muy  buenos. 
Creemos  que  América  es  el  pais  que  ha  escrito  mejores  compendios 
en  todos  los  ramos  de  instrucción. 

Es  verdad  que  la  mayor  parte  son  el  resumen  hábilmente  he- 
cho de  libros  impresos  en  Alemania^  Inglaterra  y  Francia,  pero  los 
americanos  no  tienen  escrúpulo  de  tomar  el  bien  donde  lo  en- 
cuentran. 

Para  completar  la  instrucción  tanto  como  para  divertir  á  los 
lecturers,  leen  públicamente  todas  las  materias  posibles:  Historia, 
Filosofía,  Literatura,  Física,  Química,  Zoología,  Astronomía,  Geología^ 
Lexicología,  Magia  y  Espíritus  evocados.  La  Biblia,  el  Evangelio,  y  los 
Libros  sagrados  de  India;  del  paganismo,  del  catolicismo,  del  budismo^ 
del  brahmismo;  y  sobre  el  arte,  la  verdad,  lo  bello,  lo  amable,  lo  su- 


—  212  — 

blime,  etc.  etc.  En  los  Estados-Unidos  hay  lectores  en  gran  núme- 
ro y  son  una  renta  escelente  para  los  learned  professors  que  hacen 
de  ellos  un  objeto  de  especulación. 

Estas  sesiones  científicas  y  literarias  se  anuncian  en  los  perió- 
dicos con  repetidos  avisos,  y  en  las  esquinas  de  la  ciudad  con  gi- 
gantescos carteles  de  varios  colores.  Pero  es  necesario  reconocer 
que  las  lecturas  públicas  tan  ventajosas  para  un  pueblo  que  desea 
instruirse,  no  logran  su  fin  como  fuera  de  esperar. 

Carecen  de  originalidad,  y  los  lecturers  callan  los  fragmentos  de 
los  libros  mas  conocidos. 

Escepto  MM.  Thackerey,  F.  Moagher,  j  Everett,  un  inglés,  un 
irlandés,  y  un  bostoniense,  costaría  trabajo  encontrar  hombres  ver- 
daderamente instruidos,  entre  los  innumerables  lecturers  de  pro- 
fesión. 

Los  asuntos  que  agradan  mas  al  público  americano,  son  los 
alegres  y  después  los  maravillosos.  Recordamos  que  en  New- York 
un  músico  de  los  mas  distinguidos,  solo  tuvo  en  un  concierto,  cin- 
cuenta personas  de  pago,  mientras  que  un  leciurer  hizo  1,800  pe" 
sos  fuertes  hablando  de  los  espíritus  evocados. 

Cuando  el  lecturer  anuncia  su  sesión  con  un  nombre  estra vagan- 
te que  causa  muchos  lapsus  y  equívocos,  puede  contar  el  éxito  por 
seguro. 

La  mediocridad  de  las  lecturas  públicas  es  generalmente  para 
el  pueblo  que  le  agrada,  un  recreo  noble  é  inofensivo. 

La  educación  de  las  mugeres  es  mas  perfecta  que  la  de  los  hom- 
bres. Las  primeras  no  tienen  como  los  últimos  negocios  que  recla- 
men su  atención  desde  muy  temprano;  por  el  contrario,  dispo- 
nen del  tiempo  que  quieren  para  instruirse.  Van  á  los  cole- 
gios, conío  hemos  dicho  ya,  hasta  la  edad  de  diez  y  ocho  ó  veinte 
años. 

El  objeto  principal  de  sus  estudios,  son  las  lenguas  vivas. 
Además  del  francés,  que  ha  llegado  á  ser  obligatorio,  muchas  jó- 
venes aprenden  alemán  é  italiano.  Pero  si  hemos  de  guiarnos  por 
el  programa  fastuoso  de  los  colegios,  las  señoritas  merecerían  los 
títulos  de  bachilleres  y  doctores  en  ex-letras  y  ciencias. 


—  213  — 

Nada  olvidan  esos  programas:  las  labores  de  recreo,  figuran 
junto  á  la  Historia  universal,  á  la  Geografía,  á  las  Matemáticas,  á  la 
Botánica,  á  la  Física  y  Química,  á  la  Historia  natural  y  Astronomía, 
Mas  de  estos  conocimientos,  no  tienen  al  salir  de  los  colegios, 
sino  los  mas  vulgares  rudimentos.  Sin  embargo,  los  jóvenes  care- 
cen aun  de  ellos. 

Algunas  señoras  francesas  han  fundado  en  New- York,  colegios 
cuya  reputación  es  mas  ó  menos  bien  justificada,  por  el  mérito  de 
las  directoras.  Junto  á  los  de  Mme.  Canda,  Chegaray  y  Coutan, 
mencionaremos  particularmente  el  de  Mme.  Hix. 

Esta  señora  es  una  muger  del  gran  mundo  en  toda  la  estension 
de  la  palabra.  A  sus  conocimientos  especiales  y  profundos,  al  en- 
canto de  su  conversación  escogida  en  el  mas  puro  francés,  reúne 
un  cuidado  maternal  para  las  jóvenes  que  le  confian.  Hemos  pasa- 
do noches  muy  deliciosas,  (raras  en  América)  en  casa  de  esta  se- 
ñora, cuyos  talentos  musicales  están  fuera  de  la  línea  general, 
siendo  una  cantatriz  de  mucho  gusto.  A  Mme.  Hix,  la  ayuda  des- 
de hace  algún  tiempo  su  hijo  Mr.  Hix,  quien  después  de  haber 
sido  sucesivamente  profesor  del  colegio  de  Cambridge  y  secretario 
de  Mr.  Soulé  en  Nueva-Orleans  se  ha  asociado  definitivamente  á  los 
trabajos  de  su  madre. 

Si  semejantes  colegios  se  multiplicasen,  acabarían  por  conce- 
der á  los  profesores  instruidos  la  estima  que  le  rehusan.  Parece 
que  Luden  habia  adivinado  la  triste  suerte  de  un  gran  número  de 
profesores  en  los  Estados-Unidos  cuando  en  sus  diálogos  de  muer- 
tos, esclama:  «Después  de  haber  abrumado  de  calamidades  á  aque- 
llos que  quieren  perder  los  dioses  en  su  inexorable  cólera,  les  con- 
servan para  golpe  de  gracia  el  azote  de  la  ¡pedagogía!» 

No  han  faltado  jesuítas,  que  para  estender  sus  doctrinas  como 
puede  comprenderse,  han  abierto  también  colegios. 

En  ninguna  parte  es  su  misión  tan  difícil  de  llenar.  Al  otro  lado 
del  Océano,  son  perfectamente  conocidos  y  no  se  fian  de  ellos. 
Pero  consiguen  su  proposito  por  caminos  estraviados.  Se  valen  de 
coadjutores  legos  é  ignorados,  de  los  que  nadie  desconfía,  y  es  un 
medio  de  propaganda  para  aumentar  su  poder. 


—  214  — 

Algunos  sirven  á  la  compafíia  por  preocupación  religiosa,  y  otros 
por  tener  protectores  y  asegurar  su  suerte. 

Los  periódicos  americanos,  inquietos  por  la  invasión  progresi- 
va de  los  jesuítas,  suelen  lanzar  terribles  anatemas.  Pero  ellos  ba- 
jan la  cabeza  y  dejan  pasar  la  nube.  Han  sido  menospreciados  por 
muchos,  suprimidos  por  un  breve  de  Clemente  XIV,  y  espulsados 
de  todos  los  paises  del  mundo,  concluyendo  por  hacer  nuevamente 
su  conquista. 

Hoy  tratan  de  solidificarse  en  el  suelo  americano,  entre  los  re- 
fugiados, cuyos  padres  han  perseguido.  Tal  vez  lo  conseguirán; 
pero  muy  poco  á  poco.  La  educación  de  la  juventud,  les  ofrece  el 
medio  mas  seguro  de  conseguir  su  fin.  No  es  nuevo,  pero  tampoco 
lo  es  el  descuido  generaL 

Pascal  ha  escrito  contra  ellos  un  libro  inmortal,  que  los  pinta 
con  rasgos  de  genio  para  la  moral  revolucionaria,  mas  ellos  viven 
siempre  bajo  el  amparo  de  la  moral.  En  nombre  de  ella,  entraron 
en  la  famosa  conspiración  de  los  Polvos  en  Inglaterra  y  tomaron 
parte  en  la  Liga;  en  su  nombre  desconocieron  la  autoridad  del 
Papa,  y  después  juraron  obedecer  ciegamente  sus  órdenes;  y  por 
último,  bajo  ese  mismo  nombre,  se  han  interesado  en  los  asesina- 
tos y  abominaciones  que  han  escogido  á  la  rehgion  por  pretesto  y 
se  esfuerzan  en  atraer  la  juventud,  con  el  atractivo  de  la  instruc- 
ción. Deseamos  que  los  jesuítas,  educadores  interesados,  no  ali- 
menten en  América  el  espíritu  de  sus  discípulos  para  inmolarlos 
en  seguida  en  beneficio  propio. 


CAPITULO  XVII. 


LOS  BAILES. 


En  Francia  se  casan  las  mugeres  por  dos  motivos  principales  y 
uno  accesorio,  que  consideran  de  la  manera  siguiente:  primero,  po- 
seer un  pañolón  de  cachemira  y  algunos  brillantes;  segundo,  ser 
mas  libres;  y  el  accesorio,  tener  marido.  En  América,  el  accesoria 
es  el  principal  y  único  objeto  del  casamiento,  pues  las  solteras  no 
tienen  menos  libertad  que  las  casadas;  llevan  cachemiras  y  brillan- 
tes antes  del  casamiento  como  después  de  él,  y  en  cuanto  á  los  pla- 
ceres de  sociedad,  entre  los  cuales  el  baile  ocupa  el  primer  lugar, 
es  lo  que  absorbe  la  atención  de  las  jóvenes.  Dan  bailes  en  casa  de 
sus  padres  y  hacen  las  invitaciones  en  su  propio  nombre.  Y  como 
se  comprende,  ellas  y  los  bachelors  (celibatos)  son  los  que  mas  dis- 
frutan. Muchas  veces  la  señorita,  no  convida  mas  que  jóvenes  sol- 
teros de  ambos  sexos,  pues  las  miss  desdeñan  á  los  casados,  y  les 
dirigen  la  palabra  con  ironía  picante. 

Mas  cuando  acontece  á  alguna  estender  su  atención  hasta  los 
casados,  estos  no  van  á  la  fiesta  sino  á  título  de  utilidad,  es  decir, 
como  por  ejemplo,  tapicería  viviente,  para  completar  la  ornamenta- 
ción de  la  sala. 


—  216  — 

En  los  bailes  particulares,  sin  eseepcion,  solo  los  solteros  to- 
man parte,  y  las  mas  intrépidas  y  apasionadas  bailarinas  cesan, 
en  su  placer  favorito,  desde  el  momento  que  el  amor  conyugal  ocu- 
pa en  su  corazón  el  sitio  de  la  flirtation^  que  no  es  mas  que  el  pre- 
ludio. 

El  casamiento  opera  cambios  notables.  Los  norte-americanos, 
interesados  en  todo,  son  en  materia  de  amor  los  mas  desinteresa- 
dos del  mundo ,  y  las  mugeres ,  como  los  hombres ,  no  obedecen 
mas  que  al  impulso  de  su  corazón.  La  creencia  de  que  son  castos, 
unido  á  la  facilidad  relativa  que  los  hombres  activos  é  industrio- 
sos tienen  para  ganar  su  vida  y  hacer  fortuna ,  son  las  causas  que 
hasta  ahora  han  alejado  del  matrimonio  el  interés  que  domina  en 
Europa. 

No  es  raro  ver  jóvenes  poseídas  del  demonio,  si  es  que  no  lo 
son  en  persona,  bajo  una  bella  encarnación,  volverse  ermitaflas,  no 
envejeciendo,  cosa  que  disminuirla  en  mucho  su  mérito,  sino  ca- 
sándose. 

Podríamos  citar  los  nombres  de  algunas  jóvenes  en  New- York, 
Boston,  Filadelfia,  Baltimore,  etc.,  etc.,  que  después  de  haber 
sido  leonas  de  largas  melenas,  llegaron  á  ser  con  el  matrimonio,  mo- 
delo de  las  mugeres  arregladas,  sencillas  y  económicas.  Sino  te- 
miéramos ser  indiscretos,  diríamos  el  nombre  de  una  de  esas  fa- 
mosas bellezas  demasiado  libres  de  New-York,  que  después  de 
dar  en  invierno  locos  paseos  en  trineos  durante  la  noche,  sin  mas 
testigos  que  las  lejanas  estrellas  del  firmamento;  después  de  aban- 
donar la  casa  materna  para  asistir  á  espléndidas  cenas,  bebiendo 
Champagne  con  alegres  compañeros  de  quienes  era  el  Anfitrión; 
después  de  reinar  en  su  casa  tanto  por  el  lujo  como  por  la  belleza, 
y  sin  salir  de  New-York,  haber  recibido  á  sus  amigos  con  costum- 
bres y  trage  español,  cual  si  estuviera  en  España;  griego  como  en 
Grecia,  á  la  Pompadour  como  en  Francia,  á  la  Sultana  y  en  harem 
como  en  Turquía,  concluyó  esta  vida  de  agitación,  casándose  con 
un  comerciante  joven  y  sin  fortuna,  considerándose  feliz  en  su  mo- 
desto hogar. 

Esto  es  seguramente,  un  cuadro  de  costumbres  bastante  raro. 


—  217  — 

y  que  sería  difícil  encontrarlo  en  Europa,  donde  como  llevamos 
dicho,  el  casamiento  es  casi  una  especulación. 

Las  oblig-aciones  de  la  muger  casada,  no  son  incompatibles  con 
el  baile,  y  es  una  desgracia  que  las  jóvenes  lo  priven  cié  su  agra- 
dable presencia. 

En  el  norte  de  América,  cada  familia  dá  un  solo  baile  anual; 
pero  en  él  es  ocasión  de  mostrar  un  lujo  estremado  que  raya 
hasta  en  lo  ridículo.  No  es  por  divertirse  ni  divertir  á  los  amigos 
|)or  lo  que  los  reúnen  en  su  casa;  es  por  ostentación,  para  enseñar- 
les el  boato  y  hacerles  ver  que  pueden,  si  quieren,  malgastar  al- 
gunos miles,  en  una  soirée.  El  salón  principal  donde  se  coloca  la 
orquesta,  lo  adornan  con  esceso  de  flores  naturales,  entre  las  que 
descuellan  las  camelias,  por  ser  las  que  cuestan  mas. 

Se  ven  camelias  por  valor  de  diez  ó  doce  mil  francos  y  aun 
mas.  El  ambigú,  perfectamente  servido  por  numerosos  criados,  y 
en  el  que  los  convidados  encuentran  abundantes  y  esquisitos  man- 
jares, como  también  ricos  y  variados  vinos,  se  abre  á  las  doce  y 
permanece  toda  la  noche  á  disposición  de  los  concurrentes.  En 
cuanto  al  trage  de  las  señoras,  no  puede  ser  mas  lujoso  ni  de  me- 
jor gusto.  Todo  lo  que  nuestras  incomparables  fábricas  de  Lyo^ 
producen  de  costosas  sedas  y  notables  encajes,  se  encuentra  reuni- 
do á  las  alhajas  mas  resplandecientes. 

Poco  antes  de  nuestra  partida  de  los  Estados- Americanos, 
Mme.  R ,  de  Filadelfia,  acababa  de  dar  su  baile  anual,  que  tie- 
ne el  privilegio  de  escitar  la  curiosidad  y  el  entusiasmo  en  los  ha- 
bitantes de  la  Union.  Este  baile  es  notable,  y  los  periódicos  hacen 
de  él  una  revista  muy  detallada.  Desde  mas  de  cien  leguas  á  la  re- 
donda, vienen  personas,  por  mar  y  tierra,  para  asistir  á  casa  de 
Mme.  R ,  que  desde  hace  tiempo  es  la  leona  de  los  Estados- 
Unidos. 

En  el  último  baile,  dado  por  esta  amable  señora,  que  hace  de 
su  fortuna  un  noble  empleo,  y  sabe  animar  á  los  artistas  de  méri- 
to, fueron  convidadas  mas  de  mil  personas  y  casi  ninguna  faltó. 
Hubo  señoras  que  se  sentaron  hasta  en  las  gradas  de  las  escale- 
ras, risueñas  y  animadas  como  guirnaldas  de  flores.  Los  danzantes 

'     28 


—  218  — 

no  pudieron  bailar,  y  marchaban  en  procesión  para  Ileg-ar  hasta  el 
salón  grande  y  poder  gozar  del  magnífico  golpe  de  vista  que  pre- 
sentaba. Se  valuó  en  veinte  ó  veinte  y  cinco  mil  francos  el  valor 
de  las  camehas  que  adornaban  la  sala  de  baile.  Elegantes  rótulos 
colocados  á  corta  distancia  unos  de  otros,  advertían  á  los  gentlemen 
que  no  cogieran  las  flores.  Los  gentlemen,  que  por  esceso  de  galan- 
tería las  arrancaban  al  salón  para  adornar  á  las  bailarinas,  mere- 
cieron este  aviso.  Mme.  R habia  pensado  con  justicia,  que  la 

galantería  bien  entendida,  debia  ser  para  la  dueña  de  la  casa  y 
que  no  era  conveniente  se  hiciesen  regalos  á  su  costa.  En  los  bai- 
les anteriores  sucedía,  que  á  fuerza  de  tanto  galantear  á  las  seño- 
ras, de  veinte  ó  veinticinco  mil  francos  gastados  en  camelias,  no 
quedaban  mas  que  tallos  rotos  y  marchitas  hojas,  al  terminar  sus 

placeres  la  reunión.  Para  dar  una  idea  del  lujo  que  Mme.  R 

desplegó,  nos  Umitaremos  á  referir  un  hecho  que  habla  suficiente 
por  sí  solo.  Queriendo  esa  señora  amueblar  de  nuevo  su  casa,  para 
hacer  mas  brillante  recepción,  mandó  traer  de  París  todo  lo  que 
era  necesario  y  pagó  por  derechos  de  entrada,  sin  contar  el  flete, 
ni  otros  gastos  de  arreglo  y  tmsporte,  doce  mil  duros. 

Pero,  si  las  casas  particulares  se  limitan  á  dar  un  solo  baile 
por  año,  en  las  fondas  y  boarding  houses  se  baila  con  mas  frecuen- 
cia. Los  propietarios  hacen  este  gasto  con  el  fin  de  divertir  á  las 
pensionistas  y  aumentar  la  clientela;  otras  veces,  los  mismos  pen- 
sionistas se  combinan  y  pagan  los  gastos  de  las  soirées,  convidan- 
do á  sus  amigos  de  dentro  y  fuera. 

En  las  fondas,  se  baila  lo  mismo  en  verano  que  en  invierno;  y 
en  el  campo,  hemos  visto  á  pesar  de  los35  grados  deReaumur,  se- 
ñoras y  caballeros  saltando  con  el  mayor  entusiasmo,  de  noche  y 
de  dia. 

En  los  Estados-Unidos,  no  existen  bailes  públicos  del  género 
áeMabille,  Cháteau-des  Fleurs,  Cliáteoii-Rouge y  oíros,  íanimmerosos 
en  París  y  sus  alrededores.  El  puritanismo  americano  retrocede- 
ría de  espanto  á  la  vista  de  esos  bailes,  por  muy  vigilados  que  es- 
ten  por  la  policía.  El  canean  es  aun  desconocido  de  los  rígidos  ha- 
bitantes de  la  Union  (al  menos  en  apariencia)  y  si  alguna  vez  lo 


—  219  - 

aceptan,  será  privadamente,  en  sus  casas  á  puerta  cerrada,  y  aca- 
so en  algunas  academias  de  baile. 

Estas  academias,  no  son  en  realidad  sino  bailes  de  pago :  se 
admite  una  persona  presentada  por  otra,  durante  una  noche  ó  abo- 
nándose por  un  mes.  Allí  es  donde  hay  que  ir  á  buscar  las  Friset- 
tes,  las  Reine-P ornaré,  las  Mogador,  las  Rosas- Pompón  y  las  Coqueli- 
quettes  del  Nuevo-Mundo.  Esas  señoras,  pagadas  por  los  empresa- 
rios del  establecimiento,  están  encargadas  de  dar  lecciones  á  los 
gentlemen.  Se  presentan  con  el  abandono  que  reclama  su  honrosa 
profesión;  airosamente  vestidas  y  elegantemente  peinadas. 

El  puritanismo,  que  se  espanta  de  todo,  suele  á  veces  no  espan- 
tarse de  nada.  Es  preciso  saber  comprenderlo  y  evitar  el  escánda- 
lo; ¡oh!  no  es  menos  hipócrita  que  otros,  y  se  deja  arrastrar  fácil- 
mente hasta  cometer  sus  calaveradas  secretas,  que  el  cielo  perdo- 
na á  medias,  como  se  sabe. 

Aunque  no  haya  bailes  públicos  permanentes,  no  por  esto  se 
impide  á  nadie  bailar.  Las  gentes  á  quienes  pudiera  dársele  el 
nombre  de  pueblo,  si  hubiese  distinción  de  clases,  esas  gentes  que 
se  designan  bajo  la  calificación  de  obreros  y  comer ciantillos,  bailan 
muy  suficiente  en  sus  casas,  en  el  campo,  en  los  vapores,  en  las 
escursiones  y  en  los  clubs.  El  baile  es  hoy  igual  en  todas  partes: 
wals,  polka,  mazurka,  redoma,  schottisch,  contradanza,  etc.,  etc. 
Además  la  gente  no  muy  bien  acomodada  añade  á  estos  la  gigue 
que  prefiere  á  los  otros:  mas,  los  apasiona. 

El  mérito  del  gigueur  consiste  en  tener  el  dorso  y  los  brazos  en 
completa  inmovihdad,  mientras  ejecuta  con  los  pies  las  mas  raras 
y  variadas  figuras.  El  buen  gigueur  baila  así  durante  media  hora  y 
aun  mas,  sin  cesar  hasta  que  el  cansancio  oprime  su  pecho  y  pa- 
raliza sus  miembros. 

La  gigue  se  baila  solo  por  hombres,  y  es  agradable  cuando  el 
bailarín  es  listo  y  lleva  pantalón  ajustado. 

Los  Virginios  ejecutan  además,  reunidos  en  gran  número,  un 
baile  pesado  lleno  de  figuras  ridiculas,  que  duran  tanto  como  los 
eternos  cotillons  de  nuestros  salones  parisienses. 

Empieza  este  baile  por  un  largo  paseo  en  redondo,  cogidas  las 


—  220  — 
parejas  del  brazo;  cosa  chocante  en  América,  donde  como  hemos 
dicho,  no  se  da  el  brazo  mas  que  á  las  prometidas  ó  esposas. 

Después  del  paseo,  se  hace  una  especie  de  balancé  cruzado  ge- 
neral, seguido  de  varias  figuras  que  se  creerian  tomadas  de  la 
Auvergne.  Concluidas  dan  otros  paseos.  Algunas  veces  se  cogen 
del  brazo  los  hombres  solos,  y  nos  parece  que  no  les  digusta.  Ter- 
mina esta  larga  pantomima  por  una  galop  general  que  los  pone 
ebrios  de  gozo;  mejor  dicho,  casi  furiosos.  Mas  bien  que  conducir, 
llevan  en  el  aire  á  sus  bailarinas^  esponiéndose  á  tropezar  y  caer 
en  el  polvo  con  su  preciosa  carga,  y  ser  pisoteados  por  los  demás, 
que  entusiasmados,  nada  podria  detenerlos  en  su  veloz  carrera.  Y 
ciertamente  no  es  la  música  la  que  los  escita  así,  pues  la  orquesta 
se  compone  á  veces  de  un  violin. 

Es  tal  el  deseo  de  placeres  que  se  acumula  en  el  corazón  de  los 
americanos,  siempre  ocupados  en  los  negocios,  que  cuando  hallan 
ocasión  de  divertirse,  lo  hacen  como  la  gente  que  come  por  estra- 
ordinario  en  fonda  á  seis  reales  por  cabeza;  hasta  ponerse  malos. 

En  los  Estados-Unidos  no  hay,  como  en  las  colonias  españolas? 
bailes  nacionales,  verdaderamente  locales,  graciosos  y  espresivos. 
Los  bailes  españoles  ofenden  la  moral  pública  de  los  norte-america- 
nos, que  no  comprenden  que  uno  de  los  privilegios  del  arte  para 
llevar  las  cosas  hasta  lo  ideal,  es  exagerar  poéticamente  los  senti- 
mientos de  la  pasión.  Para  el  mayor  número  de  los  americanos  el 
Laocoonte,  esa  obra  maestra  de  la  antigüedad,  ese  bello  tipo  del 
noble  sufrimiento,  aparece  como  un  anciano  mal  vestido  por  las 
serpientes;  y  en  cuanto  á  sus  hijos,  los  consideran  como  jóvenes 
indecentes  que  debieran  ponerse  pantalones  y  frac. 

Volviendo  á  los  bailes,  diremos  que  únicamente  los  de  los  ne- 
gros en  el  Sur,  presentan  un  carácter  original.  Los  dias  de  fiesta  ó 
después  del  trabajo,  encienden  una  gran  hoguera  y  bailan  alrede- 
dor de  ella  los  bamboulas,  muy  singulares,  dramáticos  y  á  veces 
cómicos,  á  pesar  de  cierto  fondo  de  tristeza  que  resulta  del  carác- 
ter de  sus  instrumentos  y  de  su  música  misma,  llena  de  intervalos 
estraños,  y  melodías  lánguidas  basadas  en  ritmos  persistentes  y 
acentuados.  No  podemos  comparar  estas  danzas  de  los  negros^ 


—  221  — 

sino  á  la  famosa  del  bisonte ,  en  la  que  este  animal  hace  la  corte  a 
una  becerra  galopando  á  su  alrededor. 

Los  negros  y  negras,  tan  arqueados  y  derrengadas,  se  po- 
nen frente  á  frente  como  dos  energúmenos,  y  entusiasmados,  mez- 
clan sus  voces  al  son  de  los  instrumentos. 

Es  imposible  dar  una  idea  aunque  débil,  de  la  versificación  de 
sus  canciones,  demasiado  libres.  Y  sin  embargo,  los  criollos  jóve- 
nes asisten  á  esos  bailes  sin  el  menor  escrúpulo.  Lo  que  no  podria 
menos  de  herirles  en  boca  de  un  blanco,  les  alegra  y  hace  reir  en 
la  del  negro.  Bien  es  verdad  que  estos  no  son  hombres  para  los 
habitantes  del  Sur,  y  pronto  tendremos  ocasión  para  hablar  de 
este  asunto,  interesante  por  tantos  títulos,  en  un  sucinto  estudio  so- 
bre las  costumbres  de  laLuisiana. 


CAPITULO  XVIII 


LA  NAVIDAD.' — EL  DÍA  DE  AÑO  NUEVO. — LOS  VALENTINES  (i). 


El  dia  de  noche-buena  está  destinado  en  los  Estados-Unidos  á 
las  fiestas  de  familia,  tal  como  sucede  en  varias  ciudades  del  norte 
de  Francia  y  en  Alemania. 

Se  planta  el  árbol  de  noche-buena,  que  consiste  en  una  gran  ra- 
ma de  ciprés,  llena  de  juguetes  de  niños,  alhajas  de  mas  ó  menos 
valor,  cajas  de  dulces  y  toda  clase  de  regalos,  que  el  propietario 
del  árbol  ofrece  á  los  convidados  como  prueba  de  obsequiosas 
atenciones.  Esta  fiesta  es,  como  puede  comprenderse,  de  niños. 
Después  de  admirar  en  conjunto  el  árbol  maravilloso,  se  les  per- 
mite á  ellos,  y  á  las  personas  jóvenes,  coger  la  fruta  preciosa,  que 
les  tienta  mas  que  las  bellas  manzanas  del  árbol  de  la  ciencia,  que 
no  desean  en  manera  alguna  alcanzar. 

Esta  costumbre  de  la  fiesta  de  noche-buena,  empieza  á  perder- 
se y  confundirse  con  la  del  dia  de  año  nuevo;  hay  en  ese  dia,  una 
especie  de  descuido ,  y  las  señoras  se  muestran  tan  cortesmente 

(1)  La  carta  anónima  y  llena  de  requiebros  ó  de  sátiras  que  el  dia  de  San  Valentin,  y 
en  todo  el  mes  de  Abril ,  acostumbran  escribir  los  jóvenes  ingleses  y  americanos  á  sus  co- 
nocidos. El  amante  ó  cortejo  que  se  elije  el  dia  de  San  Valentin  en  Inglaterra  y  en  Amé- 
rica.    {N.  do  los  T.) 


—  224- 

hospitalarias  con  las  visitas  de  caballeros,  que  no  se  limitan  á  ad- 
mitirles su  tarjeta. 

El  dia  de  año  nuevo  no  se  ven  señoras  por  las  calles:  permane- 
cen en  sus  casas  desde  por  la  mañana  hasta  las  doce  de  la  noche 
y  aun  mas  tarde,  para  recibir  visitas.  Están  en  el  salón,  de  gran 
trage  de  baile,  como  igualmente  las  jóvenes.  Un  ambigú  elegante 
y  muy  bien  abastecido  de  aves  frias,  jamón,  pasteles,  frutas  y 
dulces  variados,  vinos  y  licores,  esta  á  disposición  de  las  personas 
que  se  encuentran  reunidas. 

Es  costumbre  no  rehusar  á  la  invitación  de  la  dueña  de  la  casa, 
y  admitir  aunque  no  sea  mas  que  un  vaso  de  vino  de  Madera  y  un 
bizcocho.  El  Madera,  tomado  vaso  á  vaso  desde  por  la  mañana, 
concluye  por  la  noche  de  llenar  el  estómago  totalmente  de  líquido, 
y  sus  vapores  asoman  á  los  respetables  rostros  de  los  gentlemen  con 
tintas  purpúreas.  Mas  son  tan  amables  las  señoras,  que  es  imposi- 
ble rehusarles  nada. 

Hace  dos  años,  por  el  mes  de  enero,  nos  sucedió  en  New- York 
una  aventura  bastante  singular  y  que  prueba  el  espíritu  de  frater- 
nidad y  franqueza  que  reina  en  las  familias  americanas,  tan  reser- 
vadas de  ordinario,  en  el  dia  de  que  hablamos. 

Teniendo  que  hacer  una  visita  á  una  señora,  que  hablamos  te- 
nido ocasión  de  ver  una  sola  vez,  nos  equivocamos  de  casa,  encon- 
trándonos entre  una  docena  de  señoras.  Nos  recibieron  muy  bien, 
y  durante  algún  tiempo  no  nos  apercibimos  del  error.  'Las  señoras 
nos  ofrecieron  refrescos  y  bebimos;  después  hablamos  un  poco. 

Sin  embargo,  no  viendo  salir  á  la  señora  á  quien  deseábamos 
pagar  la  visita,  preguntamos  á  una  señorita  si  la  señora  vendría 
pronto  y  pronunciamos  su  nombre. 

— ¡Esa  señora!  dijo  ella  sonriéndose,  como  hacen  las  americanas 
á  propósito  de  todo:  no  vendrá,  porque  no  tenemos  el  honor  de  co- 
nocerla. 

— ¡Cómo!  replicamos  sorprendidos  y  confusos;  ¿no  conocéis  áesa 
.eñora?  ¿No  es  de  su  familia?  ¿No  estamos  en  su  casa? 

—-De  ninguna  manera,  replicaron  las  señoritas  riyendo  á  mas  no 
poder:  esa  señora  vive  en  la  casa  próxima. 


-225  — 
Entonces  dirigiéndonos  á  la  señora  por  cuya  edad  se  debia  su- 
poner fuese  la  dueña  de  la  casa: 

—Mil  perdones,  señora,  la  digimos,  por  este  error  involuntario, 
que  no  sentimos  mucho,  en  atención  al  placer  que  esperimenta- 
mos  teniendo  el  gusto  de  conocerla;  seríamos  felices  si  admitiese 
V.  nuestras  escusas. 

• — Sus  escusas  son  inútiles,  caballero;  nosotras  hemos  compren- 
dido que  su  visita  no  era  sino  el  resultado  de  una  equivocación 
que  es  muy  fácil  suceda  á  esta  hora  avanzada  de  la  noche  y  mas 
con  la  precipitación  de  hacer  una  visita  atrasada. 

— Permítanos  V.,  señora,  añadimos,  que  le  entreguemos  esta 
tarjeta  al  retirarnos. 

La  pusimos  en  manos  de  la  encantadora  lady  y  encontramos 
que  indirectamente  éramos  sus  conocidos,  como  artistas:  entonces 
nos  obligó  á  cenar  y  pasamos  una  gran  parte  de  la  noche  cantan- 
do en  tan  amable  compañía. 

Aventuras  de  esta  especie  han  sucedido  á  amigos  nuestros  y 
no  tan  solo  han  sido  dispensados  de  su  error,  sino  recibidos  por  las 
dueñas  de  las  casas,  con  la  mayor  amabilidad  en  ese  dia.  ¡Ah!  Si 
no  hubiese  mas  que  americanas,  el  Nuevo-Mundo  sería  la  estancia 
mas  deliciosa,  pero  por  ciertas  cosas  los  americanos  echan  á  per- 
der un  poco  la  América. 

Los  Valentines,  son  cartas  anónimas,  que  durante  el  mes  de  abril 
tienen  la  costumbre  de  enviar  á  sus  conocimientos.  Los  novios 
mandan  á  sus  novias  cartas  estraordinariamente  grandes  ,  con 
canto  dorado  y  adornadas  con  cupiditos  y  corazones  inflamados, 
encerrados  en  cajas  de  lujo,  compuestas  con  cintas  de  colores  y 
atributos  de  mil  clases. 

Hay  cajas  de  esa  especie,  que  cuestan  hasta  veinte  duros  y 
aun  mas.  En  cuanto  al  contenido  de  las  cartas  ya  puede  adivinarse: 
contiene  las  palabras  mas  dulces  del  vocabulario  amoroso;  protes- 
tas, juramentos  y  algunas  veces  una  tímida  queja. 

Los  autores  de  estas  cartas,  nunca  firman;  pero  son  conocidos; 
lo  saben  muy  bien,  y  ese  es  precisamente  el  placer  que  les  propor- 
cionan los  Valentines  amorosos. 

29 


—  226  — 

Las  señoritas  contestan  á  estas  cartas  adornándolas  igualmen- 
te, pero  con  mas  brevedad,  y  dibujando  ó  haciendo  dibujar  sobre 
ellas  una  escena  cómica,  en  la  cual  se  burlan  del  galán  y  le  dan  á 
entender  que  ha  sido  conocido. 

Un  joven,  agregado  á  una  Embajada,  que  tenia  bigotes  á  lo  don 
Quijote,  recibió  en  respuesta  á  un  tierno  valentine,  este  otro  de  una 
joven  americana.  Sobre  una  hoja  de  papel,  habia  un  caballero  di- 
bujado, que  al  quererle  declarar  su  amor  á  una  joven,  hizo  un  mo- 
vimiento tan  brusco  con  la  cabeza,  que  una  de  las  estiradas  pun- 
tas del  bigote  untadas  de  oloroso  cosmético,  penetraba  por  un  ojo 
de  la  joven: 
• — ¡Ah!  gritaba,  ésta,  Cupido  me  ha  atravesado  un  ojo. 

En  las  papelerías,  se  venden  bastas  imágenes  iluminadas,  re- 
presentando escenas  grotescas,  con  notas  que  las  esphcan. 

Se  limitan  á  menudo  á  enviarse  estas  láminas  cual  si  fueran 
Valentines. 

Un  farmacéutico  recibió  la  imagen  de  uno  de  sus  compañeros 
con  el  instrumento  que  se  sabe  en  la  mano ,  y  persiguiendo  á  un 
enfermo. 

Un  zapatero  remendón,  otra,  llevando  un  horrible  chanclo  y  con 
fisonomía  granugienta,  como  dice  Teófilo  Gautier,  nariz  en  forma  de 
coliflor,  como  ha  dicho  Victor  Hugo,  y  ojos  que  vendimian,  como  dijo 
Balzac. 

En  ñn ,  los  partidarios  de  la  libertad  de  las  mugeres ,  reciben 
el  retrato  de  una  vieja  blumerista  seca  y  fea,  con  un  látigo  en  la 
mano  y  á  caballo  sobre  las  espaldas  de  un  hombre.  Hay  Valentines 
para  todo  lo  ridículo  y  todas  las  profesiones. 

Se  daba  en  otro  tiempo,  y  acaso  aun  hoy  dia  en  alguna  parte 
de  Inglaterra,  el  nombre  de  Valentines,  á  los  pretendientes  que  cada 
joven  tenia  costumbre  de  escoger  en  la  época  de  la  fiesta  de  los 
Brandons. 

Se  les  habia  concedido  por  un  cierto  tiempo  el  grato  privilegio 
de  escribir  cartas  amorosas  á  su  pretendida.  Este  es  sin  duda  el 
origen  de  los  Valentines  en  América,  donde  la  costumbre  se  ha  mo- 
dificado como  se  vé. 


CAPITULO  XIX. 


LOS  CRIMINALES. 


El  estudio  que  hemos  emprendido  de  los  usos  y  costumbres 
americanas  quedarla  incompleto  sino  consagráramos  un  capítulo 
especial  á  los  criminales.  Es  preciso  reconocer  que  esos  señores 
son  tan  útiles  en  América  como  en  todas  partes,  y  que  les  debe- 
mos muchas  consideraciones. 

Los  hombres  de  bien,  les  son  deudores  de  lomas  estimable,  de 
su  reputación.  Sin  los  pillos,  ¿cómo  habria  gente  de  probidad?  ¿La 
honradez  hubiera  podido  existir  sin  los  que  son  contrarios  al  ho- 
nor? La  virtud  es  evidente  que  no  lo  fuera,  si  el  vicio  no  formase 
contraste. 

Suprimid  los  picaros,  y  daréis  un  golpe  mortal  al  mayor  núme- 
ro de  instituciones  de  los  paises  civilizados. 

Sin  los  criminales,  ¿qué  sucedería  de  los  legistas,  filósofos, 
moralistas,  ministros,  alguaciles,  abogados,  comisarios,  gendar- 
mes, y  demás  policía,  aduaneros,  carceleros,  guardamontes,  etc. 
Seria  el  trastorno  de  la  sociedad  entera,  tal  como  no  lo  han  so- 
ñado nunca  los  progresistas  mas  avanzados. 

¿Qué  pasarla  á  la  literatura,  el  teatro,  la  pintura,  la  escultura, 


—  228- 
la  ópera,  que  no  viven  sino  de  contrastes?  ¿Y  á  la  Historia,  si  no 
refiriese  tantos  crímenes? 

Mas,  basta  para  probar  la  dichosa  influencia  de  los  criminales, 
bajo  el  punto  de  vista  social,  moral  y  artístico. 

La  América,  como  el  resto  del  mundo,  parece  haber  compren- 
dido la  utilidad  de  los  robbers  y  picks-pockets .  Y  casi  estaríamos  ten- 
tados á  creer  que  los  animan  teniendo  en  cuenta  lo  blanda  que  se 
muestra  con  ellos  la  justicia,  y  lo  discreta  que  es  la  poHcía  en  el 
desempeño  de  sus  funciones. 

Para  protejer  cuanto  es  posible  la  libertad  individual,  y  preca- 
ver los  abusos  de  la  prisión  preventiva ,  las  leyes  permiten  que 
los  acusados  hagan  depósitos  de  dinero,  como  garantía  de  su  pre- 
sencia ante  los  tribunales.  Esta  medida,  que  es  seguramente  muy 
liberal  en  el  fondo,  no  deja  de  tener  sus  inconvenientes  en  ciertos 
casos. 

En  efecto,  es  muy  fácil  á  un  malhechor  cualquiera,  después  de 
haber  hecho  el  depósito,  sustraerse  al  castigo  de  la  justicia.  En 
ese  caso,  el  depósito  pierde  su  verdadero  carácter  y  llega  á  con- 
siderarse como  el  precio  de  la  impunidad  del  delito,  apreciado  por 
la  justicia  y  comprado  por  el  culpable. 

Es  cierto  que  el  depósito  no  se  acepta  por  el  crimen  de  asesi- 
nato; pero  esceptuando  este,  es  aceptable  por  los  demás. 

Los  tribunales  americanos  están  faltos  de  esa  dignidad  que  de- 
be esperarse  de  los  representantes  de  la  justicia. 

Como  prueba,  vamos  á  presentar  un  solo  ejemplo. 

En  uno  de  los  tribunales  de  New- York,  se  habia  entablado  un 
pleito  con  motivo  de  una  cuestión  muy  delicada.  Después  de  la 
defensa  de  una  de  las  partes  contrarias  y  las  réplicas  del  juez,  el 
abogado  no  encontró  mejor  argumento  final,  para  el  juez,  que  pro- 
ponerle una  apuesta  sobre  las  cuestiones  del  litigio.  La  suma  esti- 
pulada era  bastante  crecida  y  capaz  de  incitar  al  intérprete  de  la 
ley.  Reflesionó  un  momento  y  en  el  tribunal  mismo  aceptó.  El  abo- 
gado se  llama  Mr.  Betis  y  el  juez  Mr.  O'Conner. 

Seria  una  cosa  muy  interesante  hacer  la  fisiología  de  los  bribo- 
nes americanos.  Estos  tienen  una  fisionomía  particular:  sus  secretos, 


—229— 

sus  maneras  de  obrar,  pertenecen  á  una  escuela  distinta  de  la  eu- 
ropea. En  todas  partes  no  se  roba  del  mismo  modo.  Nosotros  te- 
nemos nuestros  ladrones  y  los  americanos  los  suyos. 

En  los  Estados-Unidos  hay:  rowdies,- — short,—boys, — gamblers, 
— buglers,- — swindlers  ,• — loafers, — bla  cklegs, — runners ,  —peter-funks, 
etc.  etc.  Omitimos  aun  algunos  de  los  mas  pillos. 

No  pensamos  escribir  las  proezas  de  estos  personages,  pero  se- 
ria imposible  dejar  de  tributar  un  homenage  al  talento  de  los  run- 
ners Y peter-funks.  Estas  dos  categorías,  pueden  muy  bien  llamar- 
se clásicas.  A  ellas  les  debemos  el  robo  á  la  americana  que  estuvo  en 
boga  mucho  tiempo;  pero  hoy  ha  decaído. 

Hay  dos  clases  de  runners.  La  primera  tiene  á  su  cargo  la  es- 
plotacion  de  los  emigrados  que  desembarcan  sin  conoc  er  á  nadie  y 
sin  hablar  la  lengua  del  pais. 

Aun  antes  de  desembarcar,  el  emigrado  se  encuentra  sitiado 
por  bandadas  de  ellos,  porque  su  cuartel  general  se  estiende  en 
New- York,  desde  Greenwich-street  hasta  la  entrada  del  rio  Est.  Los 
runners,  con  una  habilidad  digna  de  mejor  suerte,  se  dividen  el  ro- 
bo de  los  emigrados.  Cuando  estos  saltan  á  tierra  están  espuestos 
á  caer  en  trampas  de  mil  géneros,  siendo  acosados  con  embustes 
y  estafas,  billetes  de  banco,  y  tickets  falsos,  de  vapores  y  caminos 
de  hierro. 

La  segunda,  esplota  con  especialidad  las  casas  incendiadas.  Si- 
guen á  las  bombas,  y  cuando  pueden,  ayudan  á  los  bomberos  has- 
ta el  lugar  del  desastre.  Estos  ladrones  se  llaman  comunmente, 
runners  of  the  fire  engines  (esplotadores  de  las  bombas  de  incendio.) 

En  cada  ward,  (barrio)  de  la  ciudad,  se  encuentran  runners  of  the 
fire  engines,  con  el  oido  atento,  las  piernas  firmes  y  espiando  los 
incendios  como  á  su  presa.  Con  el  pretesto  de  apagarlos,  se  intro- 
ducen en  las  casas  y  saquean  lo  mas  precioso  que  encuentran. 

Cuando  los  incendios  no  producen  bastante  por  ser  escasos,  los 
aumentan  ellos  mismos.  En  América,  castiga  la  ley  con  pena  de 
muerte  á  los  incendiarios,  pero  es  casi  imposible  probarles  el  cri- 
men. Para  esto,  según  el  testo  de  la  ley,  es  necesario  que  sea  cojido 
en  el  acto  por  cierto  número  de  personas  con  la  antorcha  en  la  mano. 


—  230— 

Los  peter'fiinks ,  que  se  designan  también  bajo  el  nombre  de 
mockauctionneers  (falsos  encantadores),  esplotan  la  buena  fé  de  los 
transeúntes  con  atractivo  de  efectos  á  precios  bajos.  Venden  relo- 
jes de  cobre  como  si  fueran  de  oro,  y  anuncian  como  verdaderos, 
los  falsos  productos  de  su  industria.  Los  americanos,  que  son  á  la 
vez  astutos  y  sencillos,  se  dejan  seducir  igualmente  que  los  estran- 
jeros  y  entran  en  casa  de  los  encantadores.  Allí  los  roban  los  vende" 
dores,  y  los  rateros  con  suma  facilidad  desocupan  sus  bolsillos.  Si 
las  víctimas  quieren  reclamar,  los  peter-fnnks  se  fingen  insultados 
y  las  aporrean  bajo  pretesto  de  assault  and  battery,  con  el  hecho 
del  robo. 

El  buen  orden  que  reina  en  América,  no  es  debido  al  resultado 
de  la  observancia  rigorosa  de  las  leyes.  Debe  atribuirse  por  el 
contrario  á  la  tolerancia  general.  La  legislación  prohibe,  por  ejem- 
plo, las  casas  de  juego,  y  los  gambling  houses  están  abiertos  para  el 
que  llega.  Mientras  no  se  promueva  escándalo,  la  policía  cierra 
los  ojos. 

Tampoco  están  autorizadas  las  loterías  y  existen  bajo  el  nom- 
bre de  gift  entreprise. 

La  legislación  de  Albany,  apasionada  por  el  agua  clara,  á  se- 
mejanza de  otros  Estados,  ha  prohibido  la  venta  de  vinos  y  hcores 
al  pormenor.  Pero  esta  ley,  contraria  al  voto  general,  no  se  ha  pues- 
to en  ejecución. 

Hemos  dicho  en  un  capítulo  precedente  que  el  ministerio  pú- 
blico no  persigue  jamás  oficialmente  los  abusos  de  confianza. 
Aprovechándose  de  esto,  ciertos  bancos  se  valen  de  un  medio  muy 
hábil  pero  criminal,  para  aumentar  la  ganancia. 

Espiden  billetes  por  un  valor  determinado,  que  á  veces  se  fun- 
da en  un  capital  exagerado  cuando  no  ilusorio^  de  ciertos  inmue- 
bles; después  de  adquirir  por  ellos  sumas  equivalentes,  dos  ó  tres 
veces  mayores  que  el  capital  que  representan,  fingen  de  repente 
hallarse  embarazados  en  sus  operaciones  y  se  dejan  desacreditar 
hasta  un  día  en  que  sin  justificarlo,  rechazan,  su  propio  papel. 

Por  medio  de  los  telégrafos  eléctricos  cunden  la  alarma  á  las 
plazas  importantes  de  comercio  y  pasan  los  bancos  por  brokees 


—  231  — 

(quebrados.)  Agentes  secretos  compran  a  un  treinta,  cuarenta  ó 
cincuenta  por  ciento  y  aun  menos,  estos  billetes  á  los  tenedores, 
que  se  consideran  felices  con  no  perderlo  todo.  Cuando  los  ag-en- 
tes  concluyen  esta  operación,  los  bancos  que  pasaban  por  brokees, 
se  admiran  de  lo  que  sucede  y  hacen  saber  por  los  periódicos, 
que  el  estado  de  sus  negocios  nunca  ha  sido  tan  próspero  y  que 
solo  ha  habido  una  simple  suspensión  en  ellos ,  motivada  por  cual- 
quier razón.  En  pocas  horas  realizan  sumas  considerables  y  nadie 
tiene  derecho  á  quejarse.  En  efecto,  ellos  no  se  declaran  oficial- 
mente en  quiebra,  y  tanto  peor  para  los  ansiosos  que  por  realizar 
pronto,  consienten  en  perder  valores  de  consideración. 

Presentaremos  otro  caso  que  no  castigan  las  leyes  americanas 
y  que  en  Europa  hubiera  costado  algunos  años  de  prisión. 

Un  comerciante  de  New- York,  que  gozaba  de  una  reputación 
honrosa,  se  presentó  un  dia  en  casa  del  propietario  de  un  gran  nú- 
mero de  acciones  de  caminos  de  hierro,  de  las  cuales  quería  des- 
hacerse. El  comerciante  ofreció  comprarlas  y  el  negocio  quedó 
terminado.  En  seguida  el  comprador  hizo  un  check  contra  un  banco 
donde  tenia  depositado  su  dinero  y  lo  entregó  en  pago  de  las  accio- 
nes. El  propietario,  conociendo  la  honradez  intachable  del  comer- 
ciante, entregó  sin  desconfianza  los  cupones,  haciendo  un  recibo 
del  valor  total,  aceptando  el  check. 

Provisto  del  recibo  se  dirigió  el  comerciante  sin  perder  tiempo 
al  banco,  donde  realmente  tenia  depositado  su  dinero,  y  lo  retiró. 

Una  hora  después  el  tenedor  del  check,  fué  á  cobrar  y  le  dije- 
ron que  el  que  firmaba  el  check  acababa  de  retirar  sus  fondos,  y  por 
consiguiente  no  podia  aceptarse.  Descubierta  la  pillada  se  elevó 
una  queja  por  estafa.  Enterado  el  tribunal  la  desechó,  en  razón  á 
que  el  comerciante  tenia  verdaderamente  sus  fondos  en  el  banco 
cuando  entregó  el  check. 

¿Se  quiere  otro  ejemplo  de  la  astucia  de  los  americanos  y  de  la 
habilidad  con  que  saben  poner  la  razón  de  su  parte? 

Un  comerciante  próximo  á  presentarse  en  quiebra,  fué  á  buscar 
á  uno  de  sus  acreedores  y  le  dio  parte  de  su  triste  situación. 

El  acreedor  era  uno  de  los  mas  ricos  comerciantes  de  New- York 


—  232  — 

y  estaba  negligentemente  sentado  en  su  despacho,  arreglándose 
las  uñas  con  un  cortaplumas,  al  mismo  tiempo  que  pensaba  en  los 
negocios  del  dia.  Dejó  hablar  á  su  deudor  sin  variar  deposición,  ni 
interrumpirle  un  instante. 

— ¿Ha  hablado  Vd.  ya  con  alguien  del  mal  estado  de  sus  nego- 
cios? Le  dijo,  sin  parecer  incómodo  por  la  mala  noticia  que  acababa 
de  recibir. 

■ — ^No;  me  ha  parecido  conveniente  dar  á  Vd.  parte  primero,  por 
ser  mi  mayor  acreedor. 

— Muy  bien,  replicó  con  el  mismo  tono  de  voz  indiferente  el  acree- 
dor. ¿Y  qué  piensa  Vd.  hacer  ahora? 

— «Mi  situación  es  desesperada:  no  puedo  resistirla  por  mas  tiem- 
po si  mis  acredores  no  me  conceden  tiempo,  y  me  veré  obligado  á 
hacer  bancarrota. 

— -Eso  será  muy  malo  para  Vd. 

— Eso  es  la  desesperación  y  nunca  me  podria  consolar. 

—¡Oh!  se  consuela  uno  de  todo  y  mas  de  una  quiebra....  Pero 
dígame  Vd  ¿cuánto  piensa  dar  á  los  acreedores  si  sus  asuntos  no 
se  arreglan? 

• — Un  diez  por  ciento  á  lo  mas. 

—¿Cuánto  me  debe  Vd? 

• — Diez  mil  duros. 

— Entonces  ¿no  serian  mas  que  mil  duros  lo  que  yo  tendria  que 
percibir? 

— Justamente;  mil  duros. 

—Y  eso  no  será  muy  seguro. .. .  Si  Vd.  quiere  nos  asociaremos. 

— jQué  dice  Vd!  esclamó  el  pobre  comerciante,  creyendo  no 
haber  oido  bien;  tan  dichosa  le  parecía  la  oferta  del  gran  capi- 
tahsta. 

— Digo,  repitió  el  otro,  que  continuaba  Umpiándose  las  uñas  ma- 
quinalmente,  que  si  Vd.  quiere  nos  asociaremos. 

Su  interlocutor  lleno  de  alegría,  aceptó  con  entusiasmo  la  pro- 
posición de  un  hombre,  cuyo  solo  nombre  equivalía  á  dinero  metá- 
lico, y  al  dia  siguiente  el  contrato  de  asociación  quedó  firmado. 
A  los  dos  dias,  el  comerciante  entró  como  de  costumbre  en  su 


-233  — 

tienda,  y  con  gran  sorpresa  vio  á  su  muy  respetable  socio  sentado 
en  una  butaca,  con  las  piernas  cruzadas  y  estendidas,  ocupado  en 
limpiarse  las  uñas  como  el  primer  dia  que  habló  con  él.     ''  ' 

Se  mostró  escesivamente  adulador  en  la  visita;  le  dio  un  apre- 
tón de  manos  capaz  de  quebrantarle  las  coyunturas,  se  sonrió  agra- 
dablemente y  esperó  de  pie  sus  órdenes. 

Así  estuvo  largo  rato,  mientras  el  capitalista  continuaba  lim- 
piándose las  uñas,  y  parecía  haber  olvidado  su  presencia. 

Algo  inquieto,  se  disponía  á  renovar  la  pregunta,  cuando  el  otro, 
adivinando  sus  intenciones,  levantóse  bruscamente,  dejó  el  corta- 
plumas sobre  la  carpeta  y  le  preguntó  con  tono  atento  pero  lacóni- 
co, qué  se  le  ofrecía. 

— He  venido  como  de  costumbre,  respondió  el  comerciante  es- 
trañándose  del  tono  singular  de  su  socio,  'á  mi  tienda  que  es  aho- 
ra nuestra,  para  ver  si  necesita  Vd.  consultarme  sobre  algún  ne- 
gocio. ¿No  es  Vd.  mi  socio? 

—Lo  era  ayer,  querido  amigo;  pero  hoy  no.  He  vendido  nuestra 
tienda. 

— ¡Cómo!  ¿Sin  tomarme  parecer? 

— Sin  duda.  En  virtud  del  contrato  de  asociación  firmado  por 
nosotros,  yo  tenia  el  derecho  de  vender  y  comprar  sin  participación 
de  Vd.,  y  he  vendido  esta  tienda  en  la  suma  de  diez  mil  duros  que 
Vd.  me  debia,  y  de  los  cuales  hé  aquí  el  recibo.  Ahora  estamos  en 
paz:  y  en  cuanto  á  sus  acreedores  que  se  arreglen  como  puedan. 

— ¡Eso  es  una  indignidad! 

—Habilidad,  querido  amigo,  habihdad. 

— Pleitearé. 

— Perderá  Vd.  el  pleito  y  ademas  pasará  por  torpe  en  los  nego- 
cios, que  en  el  comercio  es  la  peor  de  las  condiciones. 

América  es  por  escelencia  el  pais  de  las  anomalías.  ^^^ ' 

Los  americanos  no  son  malos  en  general,  y  sin  embargo  come- 
ten los  mas  atroces  é  inconcebibles  crímenes  á  sangre  fria,  siíi  odio 
ni  interés  y  por  el  solo  gusto  de  cometerlos. 

Hay  en  los  Estados  Unidos ,  un  sinnúmero  de  hombres  que  ten- 
drían escrúpulo  en  robar  un  céntimo  y  sin  embargo  atacan  de  no- 

30 


—  234  — 

che  á  personas  desconocidas,  y  por  via  de  distracción  les  cortan  las 
orejas,  les  sacan  los  ojos,  ó  les  parten  el  corazón.  Estos  son  asesi- 
nos por  gusto. 

Una  vez  detuvieron  en  Brooklin  á  un  mulato. 

—¿Adonde  vas,  negro  ruin?  le  dijeron. 

— No  soy  negro,  sino  un  honrado  ministro  de  color  que  vá  tran- 
quilamente á  su  casa,  al  lado  de  su  esposa  é  hijos. 

—Pues  bien;  si  es  asi,  á  tu  esposa  é  hijos  les  costará  trabajo  el 
reconocerte  porque  llegarás  sin  nariz. 
Y  acto  continuo  se  la  cortaron. 

Otra  vez  casi  debajo  de  nuestras  ventanas  en  Prince-street  (en 
New- York)  fué  detenido  un  médico  que  iba  precipitadamente  á  ca- 
sa de  un  enfermo  de  mucho  pehgro.  La  noche  era  oscura,  Uovia 
á  torrentes,  y  sin  consideraciones  al  médico,  cuya  vida  en  esos  mo- 
mentos debia  ser  doblemente  respetada,  lo  confundieron  á  puñeta- 
zos y  para  mofarse  de  su  ciencia  lo  sangraron  en  el  brazo  y  le  cor- 
taron la  yugular. 

La  policía,  que  siempre  acude  cuando  no  se  necesita,  recogió 
al  desgraciado  bañado  en  su  sangre  pero  con  el  reloj  y  el  dinero, 
prueba  de  que  los  asesinos  obraban  por  pasatiempo. 
..,  Al  lado  de  estos  crímenes  inconcebibles,  los  que  tienen  por  ob- 
jeto la  venganza  ó  el  interés,  son  comparativamente  raros.  Eso  pro- 
viene, sin  que  pueda  dudarse,  de  la  libertad  de  costumbres  y  fa- 
cilidad de  trabajo  que  no  deja  fermentar  las  pasiones  violentas.  Es 
indudablemente  mas  fácil  vivir  allí  con  cualquier  industria,  ca- 
sarse y  educar  los  hijos,  que  en  los  paises  antiguos  civilizados. 
Las  distinciones  sociales  no  hieren  el  amor  propio  como  en  Europa, 
ni  insurreccionan  el  corazón,  estraviando  la  justicia. 

El  embrutecimiento  nace  de  la  disolución  y  la  embriaguez,  que 
cuenta  un  crecido  número  de  víctimas.  La  precocidad  del  crimen 
es  imposible  en  ciertas  naturalezas,  y  sin  embargo  en  las  ciudades 
de  la  Union  prenden  por  robo,  embriaguez  ó  pendencia,  á  jóvenes 
de  quince  y  doce  años. 

Durante  nuestra  permanencia  en  los  Estados-Unidos,  un  niño 
de  seis  años  llamado  Jhon  Caffrey  fué  asesinado  en  una  escuela  de 


Wards' Island ,  por  dos  machaclios  de  su  edad,  poco  mas  ó  menos. 
Un  testigo  de  seis  años  también,  declaró  haber  visto  á  losase- 
sinos  junto  al  lecho  de  Caffretj,  en  el  dormitorio.  Uno  de  ellos, 
Crumley,  le  dio  repetidos  golpes  en  la  cabeza  con  un  bastón,  y  así 
que  le  hubo  atolondrado  repitió  los  mismos  en  las  piernas;  en  se- 
guida lo  arrastraron  fuera  del  dormitorio.  El  pobre  niño,  horrible- 
mente maltratado,  perdió  el  conocimiento  y  quedó  tendido  en  el 
corredor,  hasta  el  otro  dia  por  la  mañana.       ;   ;j         ^^ 

Las  criadas  lo  encontraron  con  la  cabeza  abierta  y  falto  de  vida. 
El  jurado,  después  de  haber  leido  la  relación  del  médico  de 
JVards'Island,  pronunció  el  fallo  siguiente: 

«El  difunto  Jhon  Caffrey,  ha  muerto  de  convulsiones:  estas  se 
las  ocasionó  el  tratamiento  cruel  que  le  hicieron  sufrir  los  jóvenes 
James  Crumley  y  Charles  Collons. » 

En  New- York  conocíamos  un  sargento  de  policía  á  quien  ha- 
blamos tenido  ocasión  de  prestar  un  servicio.  Un  dia  se  presentó 
buscándonos. 

—¿Le  gusta  á  Vd.  ver  ahorcar?  dijo.  ,.•  ;  * 

— ¡Cómo  ahorcar!  ¿ahorcar  qué? 

— Hombres. 

—Confesamos  no  tener  gran  gusto  por  ese  género  de  espec- 
táculo. En  la  horca,  como  en  la  trajedia,  encontramos  falta  de 
alegría. 

— Cómo  ha  de  ser,  dijo  el  policía  con  tono  de  convicción;  lo 
siento  mucho. 

—¿Y  por  qué  siente  Vd.  tanto  que  ncf  nos  guste  ver  ahorcar? 

~¡0h!  porque  las  ejecuciones  son  muy  raras  en  New-York,  y 
mañana  cuelgan  nada  menos  que  dos  hombres,  en  la  prisión  de 
Tombes]  y  si  le  gustasen  á  V. ,  le  introducida  en  ella  por  favor;  mas 
puesto  que  no  le  agrada  ver  ahorcar,  es  distinto:  creí  darle  un  pla- 
cer; no  hablemos  mas  de  esto. 

— Pues  bien ,  aunque  no  sea  mas  que  por  corresponder  á  su  in- 
vitación, haremos  un  esfuerzo  sobre  nosotros  mismos  y  le  acom- 
pañaremos á  Vd.  ■:  i 

— Bien;  ¿sabe  Vd.  el  nombre  de  los  condenados? 


-236  — 

—No;  ¿quiénes  son? 

— Un  católico  y  un  protestante:  Saúl  y  Howlett,  acusados  del  ase- 
sinato del  guardia  marina  Baxter. 

Dimos  cita  al  complaciente  policía,  y  fuimos  al  dia  sig-uiente  á 
la  hora  de  la  ejecución  á  la  cárcel  de  Tombes. 

Gruesos  destacamentos  de  policía  guardaban  con  trabajo  las 
puertas.  Las  ventanas  y  terrados  de  las  casas  contiguas,  estaban 
invadidas  por  un  tropel  ansioso  de  emociones  violentas.  Desde  allí, 
en  efecto,  se  podia,  bien  ó  mal,  observar  lo  que  pasaba  dentro  de 
fe  prisión.  Hubo  un  hombre,  que  no  habiendo  podido  lograr  un 
buen  sitio  para  ver  la  ejecución,  cometió  públicamente  un  robo 
para  que  lo  encarcelaran  y  ser  de  este  modo  testigo  del  horrible 
espectáculo.  Constaba  de  doce  á  quince  mil  personas  el  gentío  que 
circundaba  la  cárcel  de  Tombes. 

En  el  interior  fueron  admitidas,  por  favor  como  nosotros,  unas 
trescientas  personas. 

A  las  doce  en  punto  los  condenados  salieron  de  la  capilla,  au- 
xiliados el  uno  por  dos  sacerdotes  católicos,  y  el  otro  por  un  mi- 
nistro protestante. 

Los  criminales  estaban  pálidos  y  abatidos,  pero  con  calma  y 
sin  embarazo. 

Saúl  divisó  á  un  amigo  recostado  en  un  terrado ,  y  sonriendo 
se  esforzó  en  gritarle:  « ¡Mal  negocio! »  Les  ajustaron  las  cuerdas  al 
cuello,  y  asi  que  las  últimas  ceremonias  de  la  reUgion  y  las  for- 
mahdades  de  la  justicia  estuvieron  cumplidas,  les  pusieron  un 
gorro  tapándoles  las  caras!  Un  instante  después,  los  dos  se  balan- 
ceaban hgeramente.  Howlett,  cuya  columna  vertebral  se  rompió 
por  el  sacudimiento,  no  hizo  ningún  gesto.  Pero  á  Saúl  no  le  su- 
cedió asi,  y  estuvo  mas  de  tres  minutos  con  horribles  convul- 
siones. ■  ^^ ' 

A  la  media  hora  los  cadáveres  fueron  descolgados ,  y  como 
es  costumbre,  se  reunió  el  jurado  del  shérif  para  testificar  la 
muerte. 

—¿Qué  tal?  dijo  el  policía  tocándonos  en  la  espalda,  ¿le  ha  gus- 
tado verlo? 


—  237  — 

—No  mucho. 

— ¿Por  qué?  ¿ha  estado  Vd.  mal  colocado? 

Al  contrario,  ¡muy  bien!  pero  decididamente  no  nos  gusta  la 
cuerda. 

— Eso  se  comprende  perfectamente.  Vd.  es  francés,  y  como 
tal,  acostumbrado  á  la  guillotina,  la  prefiere  á  la  horca.  Es  muy 
difícil  desechar  un  hábito  adquirido.  Pero  no  se  debe  ser  es- 
clusivista.  Cuando  Vd.  vea  ahorcar  muchas  veces  mas ,  hará 
justicia  á  la  horca,  que  tiene  también  su  mérito  á  pesar  de  la  gui- 
llotina. 

Tratamos  de  sonreír  á  las  lúgubres  exhortaciones  de  nuestro 
amigo,  y  nos  apresuramos  á  salir  para  respirar  el  aire  libre,  del 
Cual  teníanlos  necesidad. 

Ahora  que  tratamos  de  historias  sombrías,  contaremos  según 
los  periódicos  americanos,  la  ejecución  de  un  hombre  juzgado, 
condenado  y  ejecutado  en  virtud  de  la  ley  de  Lynch,  es  decir,  por  el 
pueblo  mismo.  Si  esto  continúa  no  habrá  necesidad  de  corte  de  jus- 
ticia: el  juez  ubiquista  Lynch  se  tomará  este  trabajo. 

El  ejemplo  dado  por  San  Francisco  encuentra  imitadores  en  va- 
rios Estados  de  la  Union ,  y  particularmente  en  el  Missouri,  donde 
el  pueblo  es  juez  y  verdugo. 

El  maestro  y  unos  veinte  muchachos  de  una  escuela  de  pueblo 
^n  el  Missouri,  fueron  envenenados. 

Se  hicieron  pesquisas,  y  pudo  descubrirse  que  una  fuente,  de  la 
cual  tomaban  el  agua  en  la  escuela,  habia  sido  envenenada. 

Un  tal  James  Ray,  cuya  reputación  era  muy  mala,  fué  acusado 
de  ese  crimen  por  la  opinión  pública. 

El  motivo  que  tuvo,  fué  para  vengarse  de  algunos  padres  de 
los  niños,  quienes  hablan  dicho  en  un  proceso  civil,  que  no  daban 
fé  á  ninguna  declaración  hecha  por  Ray,  aunque  fuese  bajo  jura- 
mento. Algunos  dias  antes  del  envenenamiento  retiró  á  sus  hijos 
de  la  escuela ,  pretestando  que  los  necesitaba. 

Ray  fué  preso  y  se  procedió  en  el  acto  al  juicio,  según  el  có- 
digo de  Lynch. 

Un  mensagero  á  caballo  recorrió  en  posta  los  pueblos  circun- 


-238- 

vecinos  anunciando  que  James  Ray  seria  colg-ado  delante  de  h 
escuela. 

A  las  once  se  formó  una  reunión  de  labradores  con  sus  hijos, 
compuesta  de  unos  ciento.  A  través  de  la  ventanas  de  la  escuela, 
se  veian  dos  ministros  anabaptistas ,  rezando  y  cantando  junto 
á  un  hombre  de  talla  alta  y  formas  atléticas  cuyos  brazos  estaban 
atados:  era  el  criminal. 

Algunos  minutos  después  el  gentío  se  alejó  formando  corro 
alrededor  de  un  hombre  situado  en  una  altura  y  que  se  disponía 
á  hablar  á  la  multitud. 

Era  un  tal  Thomas  Greer  que  habia  predicado  varias  veces 
en  una  ig-lesia  anabaptista. 

Se  suponía  que  iba  á  valerse  de  la  influencia  que  le  daba  el 
carácter  sagrado  de  que  estaba  revestido,  para  calmar  las  pasio- 
nes y  exhortar  al  respeto  debido  á  las  leyes.  Así  pensaba  el  digno 
ministro. 

• — Señores,  esclamó,  los  ofendidos  por  el  crimen  cometido  en  sus 
familias,  que  se  agolpen  á  mi  alredor.  Aquellos  que  no  obedezcan 
los  señalaré  con  una  cruz  negra.  En  cuanto  á  los  demás  espectado- 
res pueden  alejarse,  no  necesito  de  su  concurso. 

Quince  individuos  obedecieron  á  la  intimación,  y  continuó  de  es- 
te modo:  conviene  dar  libertad  á  ese  hombre.  Los  que  sean  de  este 
parecer  que  levanten  la  mano. 

Ni  una  se  levantó. 
— Entonces,  repuso,  los  que  sean  del  parecer  de  ahorcarlo,  que 
digan,  si. 

— \Si,  si,  sil  gritaron  sucesivamente  cada  uno  de  los  jueces  fran- 
cos, partes  y  jueces  á  un  mismo  tiempo. 

Greer  puso  en  conocimiento  de  la  multitud,  que  se  componía  ya 
de  250  personas,  que  dentro  de  una  hora,  el  condenado  estaría 
ahorcado. 

Las  miradas  se  dirigieron  hacía  el  desgraciado,  para  ver  el 
efecto  que  producía  en  él  la  sentencia  de  muerte.  La  aguardaba 
sin  duda,  pues  no  le  hizo  impresión. 

Empleó  la  hora  en  conferenciar  con  un  ministro  del  Evangelio 


-239  — 
y  en  prepararse  para  la  muerte.  Durante  ese  tiempo  miró  dos  ve- 
ces el  reloj. 

Cuando  le  dijeron  que  habia  llegado  el  momento,  se  acercó 
con  paso  firme  al  caballo,  montó  y  se  dirigió  escoltado  por  quince 
jueces  hacia  el  patíbulo ,  ó  mas  bien  á  una  vieja  encina  de  cuyas 
ramas  pendia  una  cuerda.  La  distancia  era  de  unos  setecientos  me- 
tros. Allí  se  desmontó  y  subió  á  un  banco  elevado  bajo  la  cuerda 
fatal:  después  pidió  que  se  leyese  su  confesión. 

Greer  accedió  á  este  deseo;  pero  la  confesión  no  era  sino  una 
declaración  confusa  de  su  inocencia,  acompañada  de  una  especie 
de  autobiografía. 

Al  concluir  la  lectura,  preguntó  que  cuánto  tiempo  le  conce- 
dian  para  pronunciar  un  discurso. 
■ — Treinta  minutos,  le  respondieron. 
Era  hombre  falto  de  instrucción,  pero  se  espresó  con  firmeza  y 
sin  que  se  le  pudiese  sorprender  la  menor  alteración  en  la  voz: 

— ^« Honrados  ciudadanos  del  Condado  de  Morgan,  voy  á  morir 
inocente,  pero  con  valor.  No  verteré  una  lágrima  delante  de  vos- 
otros. Soy  inocente.  El  Todopoderoso  lo  sabe.  Dejo  una  mujer  es- 
celente  y  cuatro  hijos  jóvenes.  Es  preciso  que  abandone  esas  po- 
bres criaturas;  pero  no  tengo  miedo  á  la  muerte.  Espero  que  mis 
conciudadanos  cuidarán  de  mi  famiUa.» 

Continuó  asi  algún  tiempo  hasta  que  le  advirtieron  que  hablan 
trascurrido  los  treinta  minutos.  Pidió  otros  diez  y  se  los  concedie- 
ron. Se  aprovechó  de  ellos  para  dar  la  vuelta  al  círculo,  estre- 
chando las  manos  á  unos,  abrazando  á  otros  y  perdonando  á  todos. 
Después  se  sentó  en  el  banco  estrechándose  á  sí  mismo  la  cuerda 
y  pidiendo  que  se  la  alargasen  un  poco  mas. 

■ — He  visto  estas  cosas,  dijo,  y  sino  me  dejan  mas  cuerda,  esta- 
ré colgado  cinco  minutos  antes  de  morir. 

Le  contestaron  que  era  suficientemente  larga. 
— Señor  es,  repuso;  algunos  segundos  mas  tarde,  no  ecsistiré.  Yo 
soy  inocente.  Cuidad  á  mi  familia!... 

Diciendo  estas  palabras  se  precipitó  al  aire;  pero  echaron  de 
ver  que  su  previsión  era  cierta  y  sufrirla  largo  tiempo.  Le  levan- 


—  flo- 
taron y  alargaron  la  cuerda,  ciñendo  mejor  el  nudo  corredizo,  y 
después  como  dicen  los  ingleses,  se  le  lanzó  á  la  eternidad. 

Murió  en  seguida. 

Esta  escena  fué  horrible.  Concluiremos  diciendo  que  el  crimen 
de  Ray  es  aun  objeto  de  duda.  Su  valor  y  sangre  fria,  eran  dignos 
de  mejor  suerte. 


z[)esev.n°lQyia.dii¿l?>S8r 


T 


i^anallaile  cbjc  e!  criollo,  mirándole  con  ojo  amenazador 
cajeiico  mortal,  tu  me  hs    paóaras., , 


CAPÍTULO  XX. 


fisonomía  general  de  los  estados  del  sur. 


Los  Estados  del  Sur  presentan  con  relación  á  los  demás,  muy 
distinto  aspecto  de  usos  y  costumbres. 

Hay  muchas  razones  para  que  exista  esta  diferencia: 

Primera:  la  gran  porción  de  paises  que  constituyen  hoy  los 
Estados  del  Sur,  fueron  un  tiempo,  como  se  sabe,  colonias  espa- 
ñolas ó  francesas;  y  las  costumbres  de  los  franceses  y  españoles 
difieren  esencialmente  de  las  inglesas,  que  han  impreso  el  sello 
de  su  civilización  en  los  puntos  del  Norte  que  han  colonizado. 

Segunda:  del  sostenimiento  de  la  esclavitud,  resultan  en  esos 
paises,  ciertos  hábitos  inherentes  á  todos  aquellos  que  tienen  es- 
clavos, y  se  observan  lo  mismo  en  la  Isla  de  Cuba  que  en  el 
Brasil. 

Tercera:  entre  el  Sur  y  el  Norte  existe  tal  diversidad  de  clima, 
que  influye  mucho  en  que  varíen  de  costumbres. 

Los  hombres  que  hoy  pueblan  el  vasto  territorio  de  la  repú- 
blica  americana,  se  pueden  dividir  en  tres  distintas  razas. 

Estas  razas  son:  el  Westman  {hombre  del  Oeste);  el  Yankée  pro- 
piamente dicho;  y  el  Virginio  (hombre  del  Sur), 

Cada  una  de  estas  tres  razas,  tiene  un  modo  particular  de  vida 

31 


—  242  — 

que  tiende  á  conservar  las  leyes  propias,  y  á  regir  cada  estado  in- 
dependientemente del  gobierno  general  de  la  Union. 

El  Westman  tiene  modales  bruscos  á  primera  vista;  es  indepen- 
diente, rudo,  y  algunas  veces  hasta  insociable.  Pero  también  es 
franco,  generoso,  desinteresado,  y  muy  hospitalario.  Su  manera 
de  vivir  es  la  consecuencia  natural  de  su  educación  y  de  la  medio-^ 
cridad  en  que  se  halla  aun  hoy  dia,  con  relación  á  otros  Estados. 
En  el  Oeste  es  donde  siempre  se  han  reunido  en  mayor  número  los 
desheredados  de  la  tierra  que  van  á  América  á  demandar  el  pan  y 
la  libertad,  este  doble  alimento  del  cuerpo  y  el  alma.  Mas  para 
conquistar  estos  preciosos  bienes  es  necesario  luchar,  llevando  auna 
naturaleza  virgen  y  fértil  el  trabajo,  contra  quien  se  pronuncia  en  re- 
beldía el  terreno  salvaje,  y  son  vanos  los  esfuerzos  del  agricultor. 

Los  primeros  trabajos  que  se  hicieron  en  esa  nueva  tierra  por 
los  atrevidos  colonos  que  la  poblaron ,  son  una  de  las  bellas  pági- 
nas de  la  civilización  moderna.  Tienen  la  prueba  de  la  fuerza  y  el 
valor  que  el  hombre  adquiere  con  la  libertad.  Los  colonos  del  Oes- 
te hicieron  mucho  para  su  instalación  y  bienestar  en  la  patria  adop- 
tiva. Tuvieron  que  apartarse  de  los  caminos  y  transitar  por  selvas 
impenetrables;  echarlas  por  tierra,  cultivar  los  campos  y  edificar 
ciudades.  Tenian  que  pelear  con  los  indios ,  que  defendiendo  encar- 
nizadamente el  derecho  de  posesión,  no  abandonaban  sino  palmo  á 
palmo  el  dichoso  y  querido  pais  de  sus  antepasados.  En  pugna  siem- 
pre con  ellos,  y  atacándolos  para  merecer  un  territorio,  los  habi- 
tantes del  Oeste  formaron  como  una  sociedad  aparte,  de  trabaja- 
dores y  soldados.  Iban  constantemente  armados,  aun  á  la  Iglesia; 
mosquete  á  la  espalda,  puñal  en  la  cintura,  pistola  en  mano,  eran 
los  hijos  verdaderos  de  la  naturaleza,  no  teniendo  para  guiarse  mas 
que  las  leyes  instintivas  de  la  conciencia  y  las  razones  del  interés. 
Allí  cada  cual  se  hacia  justicia,  lo  que  seguramente  es  un  mal: 
pero  también  se  mostraban  los  unos  para  los  otros  tolerantes  y  ser- 
viciales. El  egoísmo  y  la  intolerancia  abandonan  á  los  hombres, 
desde  que  metidos  en  empresas  peligrosas,  depende  del  bien  de 
todos,  el  de  cada  uno  en  particular:  entonces  llegan  áser  compa- 
sivos y  buenos.  Puede  que  esto  dependa  tal  vez  del  egoísmo.  Mas 


—  243  — 

no  es  necesario  sondear  el  corazón  del  hombre  para  encontrar  el 
bien:  es  preciso  contentarse  con  las  formas  y  buenas  cualidades  de 
la  superficie,  es  decir,  del  hecho. 

Para  dar  una  idea  de  las  rudas  maneras  de  los  habitantes  del 
Oeste,  baste  saber  que  les  apellidan  half  horse,  half  alligator^  que 
significa  7nüad  caballo,  mitad  cocodrilo. 

El  Westman,  es  en  general  poco  cuidadoso  de  su  persona. 
Prefiere  los  vestidos  cómodos  y  que  duran  mas.  El  Yankée  por  el 
contrario  desdeña  el  frac  negro  y  se  viste  como  los  labradores,  de 
paño  gordo.  Lleva  gruesas  botas  con  sólidas  suelas,  y  en  el  modo 
que  ata  al  cuello  la  cinta  que  le  sirve  de  corbata  deja  ver  que  no 
ha  leido  jamás  El  arte  de  ponerse  la  corbata,  por  el  autor  de  Recuer- 
dos Íntimos  del  tiempo  del  Imperio,  Mr.  Emile  Marc  de  Saint-Hilaire; 
el  sombrero  echado  hacia  atrás ,  lo  tiene  puesto  hasta  en  su  casa: 
jamás  se  lo  quita  para  saludar  á  nadie. 

El  hombre  del  Oeste  es  apasionado  por  el  tabaco;  pero  nunca 
lo  toma  en  polvo*  Fuma  siempre  á  menos  que  no  lo  mastique:  algu- 
nas veces  hace  ambas  operaciones.  Si  lleva  el  cigarro  apagado 
por  la  calle  y  ve  fumar  á  cualquiera,  lo  detiene  sin  escrúpulo  al- 
guno, no  para  encender  pidiendo  permiso,  sino  para  arrebatar  el 
cigarro  de  la  boca  sin  ceremonia  de  ninguna  especie,  y  asi  que 
concluye  lo  devuelve  sin  mirar  siquiera,  y  continúa  su  marcha:  ja- 
más se  molesta  en  dar  las  gracias.  No  es  estraño  tampoco  que  al 
juzgar  el  cigarro  peor  que  el  suyo,  lo  arroje  con  desprecio  y  en- 
tregue en  cambio  tres  ó  cuatro  que  considera  mejores,  sin  admitir 
por  este  obsequio  la  menor  palabra  de  agradecimiento. 

El  Yankée  forma  con  el  Westman  un  raro  contraste.  Ha  con- 
servado de  sus  ascendientes  un  cierto  sello  aristocrático  y  la  ri- 
gidez de  las  costumbres  puritanas. 

Arrojados  de  la  Gran-Bretaña  por  las  persecuciones  de  Jacobo  I, 
los  puritanos  abandonaron  su  patria  para  ir  á  América  á  fin  de  go- 
zar de  la  libertad  de  conciencia.  Para  probar  que  no  eran  bandi- 
dos, como  se  quiso  suponer,  sometieron  su  vida,  tanto  pública  como 
privada,  á  las  reglas  mas  severas.  Y  algunas  veces  exageraron 
tanto  la  austeridad  de  los  principios,  que  cayeron  en  el  ridículo. 


—  ^44  — 

La  nueva  Inglaterra  no  fué  otra  cosa  en  los  primeros  tiempos  mas 
que  un  monasterio  intolerable. 

Los  miembros  de  esta  sociedad  tomaron  con  el  disimulo  y  la 
desconfianza  de  carácter  un  aire  frió,  reflexivo,  escéntrico  y  cal- 
culador, falto  de  espontaneidad.  Asi  como  eran,  asi  han  permane- 
cido poco  mas  ó  menos,  á  pesar  del  contacto  que  no  han  cesado  de 
tener  con  un  gran  número  de  estranjeros.  No  quiere  decir  esto 
que  carezcan  absolutamente  de  buenas  cualidades;  lejos  de  eso, 
hacen  el  bien;  pero  es  por  la  utilidad  que  les  reporta,  y  ceden  muy 
rara  vez  á  un  sentimiento  generoso  i  Esos  hombres  de  cifras,  poseen 
la  regularidad,  la  lógica,  y  también  la  ceguedad.  Sus  acciones  y 
sentimientos,  su  vida  entera  está  sometida  al  cálculo  de  cuatro  re- 
glas: sumar,  restar,  multiplicar  y  partir. 

Los  Yankées  tienen  con  justo  título  reputación  de  los  mas  há- 
biles comerciantes  de  América,  y  acaso  de  los  mejores  del  mundo; 
Pasan  por  escelentes  marinos;  por  mecánicos  ingeniosos:  y  como 
especuladores,  su  atrevimiento  raya  en  temeridad.  Han  estableci- 
do las  comunicaciones  por  casi  toda  América  á  través  de  rios  tan 
anchos  como  mares;  los  despachos  para  todas  partes;  las  compañías 
para  cualquier  clase  de  esplotacion.  Han  fundado  fábricas  y  pues- 
to esa  multitud  de  radios  que  parten  en  los  terrenos  de  la  Union, 
se  cruzan  y  enlazan  en  distintas  y  opuestas  direcciones. 

Mas  á  pesar  de  lo  que  debe  el  Americano  al  genio  industrial  y 
estraordinariamente  activo  de  los  Yankées,  siempre  con  miras  es- 
peculativas, su  carácter  frió,  sin  entusiasmo  alguno,  los  ha  tenido 
hasta  el  dia,  apartados  de  la  arena  política. 

También  es  cosa  notable  que  en  la  lista  bastante  crecida  ya,  de 
los  presidentes  de  la  república  no  se  vean  figurar  mas  que  los 
nombres  de  dos  Yankées:  John  Adams,  y  su  hijo  Quincy  Adams.  Y  aun 
es  digno  de  observarse,  que  esos  señores  solo  lo  han  sido  por  es- 
pacio de  cuatro  años,  mientras  que  la  gran  mayoría  de  los  otros  Pre- 
sidentes vuelven  á  ser  reelgidos  como  lo  autoriza  la  constitución. 
Esta  es  seguramente  una  prueba  incontestable  de  la  poca  popula^ 
ridad  que  gozan  de  hombres  políticos.  Bien  es  verdad  que  se  han 
mostrado  hasta  aquí  enemigos  de  las  tentativas  del  progreso.  Esto 


—  245  — 

puede  ser  muy  bien  el  convencimiento  que  tienen  de  poseer  la  cons- 
titución mas  liberal;  pero  ciertos  americanos  atribuyen  estas  ideas 
conservadoras  al  espíritu  monárquico  que  les  domina  y  no  han  po- 
dido deshechar. 

Siempre  austero,  al  menos  en  apariencia,  el  Yankée  se  abstie- 
ne completamente  y  con  afectado  empeño,  de  los  regocijos  públi- 
cos, de  los  espectáculos,  ó  asiste  muy  pocas  veces.  Para  ocultar 
sus  verdaderos  fines  y  disfrazar  la  cosa  bajo  el  nombre  de  hábiles 
especuladores,  han  abierto  locales  de  espectáculos  bajo  la  denomi- 
nación de  museos,  al  uso  de  los  puritanos.  Hacen  ver  que  van  á 
examinar  algunos  viejos  animaluchos  embalsamados,  espuestos 
en  ellos  y  se  aprovechan  con  astucia  de  una  circunstancia  favora- 
ble, para  evadirse  de  las  serpientes  y  cocodrilos  é  ir  á  gozar  de 
incógnito  de  los  placeres  de  la  comedia. 

Hay  espectáculos-museos  en  Boston,  en  New- York,  y  en  algunas 
otras  villas  importantes  de  la  América  del  Norte,  donde  se  hallan 
una  porción  de  Yankées  puritanos. 

El  Yankée  rehusa  tomar  parte  públicamente  en  estos  espectá- 
culos. La  sola  escepcion  que  hace,  es  acaso  en  favor  del  juego  de 
bolos.  ¡Oh!  ¡lo  que  es  dejar  de  entregarse  á  él,  no  le  es  posible! 
No  es  un  simple  pasatiempo,  es  una  verdadera  pasión.  Los  Yan- 
kées juegan  con  bolas  enormes,  casi  como  bombas,  y  que  hacen 
rodar  á  una  gran  distancia.  En  el  campo,  en  los  caminos,  en  los 
jardines,  en  las  fondas,  en  todas  partes  juegan  á  los  bolos. 

Esto  debió  enfadar  demasiado  á  los  propietarios  de  las  piernas 
maltratadas.  Así  pues,  la  policía  dio  una  orden  en  cierta  época, 
prohibiendo  este  peligroso  juego  que  denigraba  bajo  el  nombre  de 
Juego  de  los  nueve,  á  causa  de  los  nueve  bolos  de  que  se  compone. 
Los  Yankées  desconsolados  por  esta  orden  severa,  no  tardaron  en 
encontrar  un  escelente  recurso  para  eludir  la  ley.  Suprimieron  un 
bolo,  y  por  este  hecho  llegó  á  ser  un  juego  enteramente  nuevo ^ 
con  distinto  nombre  y  exento  de  prohibición,  el  juego  de  los  ocho. 
Hay  algunos  jesuitas  (de  ideas,)  entre  los  Yankées,  que  detestan 
sin  embargo  el  jesuitismo. 

Los  Yankées,  grandes  bebedores  de  agua,  son  también  fieles 


—  246  — 
observadores  del  reposo  dominical.  Creerían  faltar  á  los  mas  sa- 
grados deberes,  sino  se  durmiesen  el  domingo  sobre  la  Biblia. 
Han  fundado  en  los  Estados-Unidos ,  Bible-houses ,  donde  se  distri- 
buyen Biblias  gratis  al  que  las  pide. 

Para  dar  una  idea  del  carácter  poco  festivo  de  los  Yankées 
puros,  referiremos  este  hecho  característico. 

Mr.  Quincy  Adams,  presidente  de  la  república  y  Yankée,  como 
mas  arriba  hemos  dicho,  alucinado  por  el  fausto  de  sus  grandezas, 
tuvo  un  momento  de  vértigo  que  estravió  su  corazón.  Dio  un  paso 
funesto  en  la  senda  de  los  placeres  mundanos.  El  sibarita  hizo  co- 
locar en  una  de  las  salas  de  la  casa  blanca...  ¿lo  diremos?  hizo  co- 
locar... ¡una  mesa  de  villar!  Los  puritanos,  sus  compatriotas,  vi- 
vamente alarmados  por  semejante  escándalo  y  desenfreno,  cre- 
yeron deber  suyo  presentar  una  queja  oficial  al  voluptuoso  presiden- 
te^ para  que  prohibiese  hacer  carambolas. 

El  Virginio,  propiamente  dicho  el  hombre  del  Sur,  es  el  mas 
simpático  de  los  americanos. 

Tiene  muchas  cualidades  esteriores  y  ejecutivas  que  faltan  al 
Yankée.  En  muchos  casos  es  el  antípoda  de  este  último.  El  Yan- 
kée  es  activo  hasta  el  esceso:  el  Virginio  se  complace  en  las  dul- 
zuras del  far  niente.  El  primero  es  sobrio  de  palabras  y  avaro  de 
escudos:  el  segundo  es  hablador  y  gastador  hasta  la  prodigalidad. 
Aquel  es  siempre  aseado  en  su  vestir  aunque  escesivamente  mo- 
desto: este  no  siempre  está  decente  pero  le  gustan  las  alhajas 
y  buenos  trages.  El  uno  es  maligno;  el  otro  chistoso.  El  Yankée 
se  muestra  enemigo  de  las  diversiones  como  acabamos  de  de- 
cir: el  Virginio  no  vive  sino  para  las  fiestas,  espectáculos,  juego 
y  galantería.  El  Yankée  vive  en  casas  arregladas  como  las  cifras 
de  un  dividendo,  y  silenciosos  como  sepulcros;  en  las  de  Virgi- 
nios hay  un  completo  desorden  y  mas  ó  menos  ruido. 

Si  el  hombre  del  Oeste  tuviera  mas  urbanidad,  mas  refinamien- 
to en  sus  maneras;  si  fuese  mas  cuidadoso  de  sí  mismo;  sien  una  pa- 
labra no  ocultase  bajo  una  cubierta  grosera  las  escelentes  cualida- 
des que  le  distinguen,  seria  el  americano  por  escelencia.  Le  gústala 
igualdad  porque  es  bueno  y  justo.  Nadie  mas  que  él  posee  el  sen- 


—  247  — 

timiento  de  su  propia  dignidad  y  estima  entre  los  hombres.  Pero 
sus  maneras  de  obrar  son  poco  pulimentadas  para  demostrar  su 
mérito,  que  es  preciso  adivinar. 

El  Virginio  sobrepuja  á  los  otros  americanos  por  la  mas  pre- 
ciosa de  la  cualidades;  el  entusiasmo.  El  es  el  fuego  sagrado  que 
hace  nacer  y  calienta  los  bellos  sentimientos  del  hombre.  Sin  él 
no  hay  grandes  talentos  ni  grandes  virtudes.  Así  vemos  el  entu^ 
siasmo  Virginio  producir  un  gran  número  de  hombres  ilustres  por 
sus  talentos  y  virtudes  políticas.  Basta  citar  á  Washington,  Jeffer- 
son,  Monroe,  Madison,  Patrick,  Henry,  Lee,  Caw,  etc.,  etc. 

Desgraciadamente,  una  llaga  siempre  viva  y  abierta,  degrada 
á  los  Estados  del  Sur  tan  ricos  y  fértiles. 

Se  habrá  adivinado  que  queremos  hablar  de  la  esclavitud. 

Todo  se  ha  dicho  ya  sobre  ese  derecho  criminal  que  dispone  á 
su  voluntad  de  la  vida,  bienes  y  libertad  de  un  semejante;  de  ese  de- 
recho que  se  estiende  á  los  hijos  del  esclavo,  nietos  y  á  la  descenden- 
cia á  perpetuidad.  Eso  es  monstruoso:  repugna  á  los  sentimientos  des- 
interesados; es  contrario  á  la  justicia,  á  la  razón,  y  á  la  religión.  La 
sensualidad  solo  aprueba  la  esclavitud,  porque  es  un  vicio  odioso 
á  quien  ningún  medio  repugna;  sin  embargo,  no  puede  triunfar 
largo  tiempo  de  los  mas  nobles  sentimientos;  y  particularmente, 
del  amor  sagrado  á  la  humanidad  que  existe  en  el  corazón  de  los 
hombres.  La  esclavitud,  espresion  degradante  del  poder  absoluto, 
desaparecerá  bien  pronto  de  la  tierra. 

Su  abolición  en  los  Estados-Unidos,  es  la  aspiración  de  los  hom- 
bres equitativos  que  ven  con  horror  esclavos  en  la  tierra  del  progre- 
so y  la  libertad.  Sabemos  que  hay  grandes  dificultades  para  realizar 
este  deseo;  mas,  de  los  obstáculos,  el  mayor  que  se  presenta  es  el 
interés  de  los  poseedores  que  se  verian  despojados  de  su  fortu- 
na. Varias  tentativas  de  revolución,  han  puesto  en  peligro  ya  la 
vida  de  los  blancos  en  los  Estados  del  Sur.  La  famosa  conspira- 
ción de  1820,  cuyo  objeto  era  la  matanza  de  los  propietarios  de  es- 
clavos, no  se  efectuó,  como  se  sabe,  por  la  denuncia  de  uno  de  los 
conspiradores,  que  atemorizado  por  las  consecuencias  inmediatas 
del  levantamiento,  se  confesó  á  su  amo. 


—  248  — 

Después  de  esta  época  se  han  descubierto  muchos  complots. 

A  pesar  de  estas  terribles  advertencias,  los  habitantes  del  Sur 
continúan  viviendo  en  una  aparente  seguridad  y  sin  pensar  en  to- 
mar medidas  para  la  estincion  de  la  esclavitud. 

En  cuanto  al  gobierno  de  la  república  no  tiene  ni  el  derecho 
ni  la  voluntad  de  mezclarse  en  esta  cuestión  particular  de  ciertos 
Estados. 

En  un  discurso  de  inauguración ,  el  presidente  de  los  Estados- 
Unidos,  Mr.  Pierce,  ha  proclamado  altamente  los  derechos  del  Sur 
sobre  este  asunto. 

«Yo  creo,  ha  dicho,  que  la  institución  involuntaria  de  la  servi- 
dumbre tal  como  existe  en  diferentes  Estados  de  esta  confederación, 
está  reconocida  por  las  leyes.  Yo  creo  que  ella  es  el  mismo  título 
que  cualquiera  otro  derecho  garantizado;  y  que  los  Estados  donde 
existe  deben  tomar  las  medidas  convenientes  para  mantener  esos 
derechos  constitucionales.  Sostengo  que  las  leyes  de  1850,  llama- 
das comunmente  las  comprometidas,  son  constitucionales  y  deben 
ser  sin  demora  ejecutadas. 

«Creo  que  las  autoridades  constituidas  de  esta  república,  están 
obhgadas  á  considerar  los  derechos  del  Sur  á  esta  mira ,  como 
consideran  cualquier  otro  legal  y  constitucional;  que  las  leyes 
para  sostener  estos  derechos,  deben  ser  respetadas  y  obedecidas,  no 
con  una  repugnancia  inspirada  por  abstractas  teorías  en  cuanto  á  la  con- 
veniencia de  otro  estado  de  sociedad,  sino  vigorosamente  y  según  las  decir 
siones  de  los  tribunales  á  los  que  únicamente  corresponde  fallar  en  este 
asunto.  i>  ií 

Como  gefe  del  Estado,  como  guardián  fiel  de  la  constitución 
que  ha  jurado  hacer  respetar ,  el  último  presidente  de  la  república 
de  los  Estados-Unidos,  ha  podido  tener  ese  lenguaje:  mas  si  el  de- 
recho está  en  favor  de  la  esclavitud  en  el  Sur,  la  razón  y  el  senti- 
miento universal  se  pronuncian  contra  él. 

Ahora  es  deber  de  nuestra  imparcialidad  dar  á  conocer  la  ver^ 
dadera  situación  de  los  negros  esclavos. 

Han  exajerado  mucho  la  cruedad  de  los  amos  hacia  los  escla- 
vos; han  presentado  á  estos,  como  instrumentos  obcecados  en  su 


—  249  — 

mayor  parte.  Los  escritos  de  los  negrófilos  son  seguramente  muy 
laudables  en  su  fin,  pero  hay  en  ellos  mucha  exageración,  y  esto 
es  un  mal  cuando  se  defiende  una  buena  causa. 

Podemos  asegurar,  en  bien  del  progreso  y  la  civilización,  que 
no  existen  ya  los  tiempos  en  que  los  blancos  tenian  el  derecho  de 
vida  y  muerte  sobre  los  negros  y  les  pegaban  por  el  gusto  de  ver- 
los sufrir. 

Esa  época  bárbara  ha  terminado,  y  salvo  alguna  rara  escep- 
cion,  los  negros  son  tratados  con  dulzura.  Los  amos  son  responsa- 
bles ante  los  tribunales,  de  los  castigos  escesivos  que  impongan. 

Los  negros  en  el  Sur,  gozan  de  cierto  bienestar  relativo.  Están 
bien  alimentados,  vestidos  según  la  estación  y  trabajan  ciertamente 
menos  que  la  gran  mayoría  de  los  obreros,  dependientes,  emplea- 
dos de  diferentes  clases,  y  escribientes  que  deben  su  existencia  al 
trabajo. 

Examinemos  la  vida  del  negro  por  cuya  suerte  se  compadecen 
tanto.  Estos  son  plantadores  que  cultivan  el  café,  el  algodón,  el 
arroz  y  la  caña  de  azúcar. 

Casi  todos  trabajan  por  tareas,  lo  que  permite  á  los  activos  te- 
ner tiempo  de  sobra. 

La  tarea  está  basada  según  la  fuerza,  edad,  secso  de  cada  uno 
y  calculada  en  ocho  horas  de  trabajo  por  dia. 

Antes  de  cumplir  diez  años,  los  esclavos  son  mas  fehces  que 
nuestros  niños  dedicados  á  las  industrias  y  oficios,  en  los  que  están 
sometidos  á  mas  rigoroso,  constante  é  ímprobo  trabajo.  Les  dan 
algunas  comisiones,  pero  jamás  los  cargan  con  fardos  pesados,  ni 
superiores  á  sus  fuerzas.  Pasan  el  dia  corriendo  en  los  campos,  ca- 
zando, pescando,  ó  si  son  demasiado  pequeños  se  quedan  en  casa 
para  vigilar  en  ausencia  de  la  madre. 

Los  negros  de  los  ingenios  gozan  de  lo  que  se  llama  el  Sábado 
del  negro,  es  decir,  que  no  hacen  ese  dia  mas  que  medio  de  tra- 
bajo. En  cuanto  al  domingo  les  pertenece  por  completo.  No  se 
les  obhga  de  ningún  modo  á  asistir  á  losj  oficios  religiosos,  y 
muchos  de  ellos  parten  el  dia  anterior  por  la  tarde,  en  los  va- 
pores, para  ir  á  quince  ó  veinte  leguas  de  distancia  á  pasar  el 

32 


dia  festivo  con  sus  amigos,  esclavos  también,  que  les  reciben  con 
mucho  gusto  en  casa  de  sus  amos.  Los  negros,  hay  que  advertir 
que  se  hallan  muy  rara  vez  sin  dinero.  En  cambio  del  poco  y 
forzado  quedan,  tienen  el  tiempo  necesario  en  su  esclavitud  para 
ganarlo.  Es  positivo  que  el  que  desee  ardientemente  su  libertad 
encuentra  en  pocos  años,  con  su  trabajo  y  la  ayuda  de  las  so- 
ciedades abolicionistas,  los  medios  de  volverse  á  comprar.  Debe- 
mos decir  para  ser  justos,  que  un  negro  que  se  vuelve  á  com- 
prar, es  vendido  por  su  amo  en  una  tercera  parte  menos  de  su 
valor. 

Los  propietarios  de  los  ingenios  no  rehusan  jamás  concederles 
á  los  negros  un  espacio  de  terreno  que  tienen  el  derecho  de  culti- 
var por  su  cuenta,  después  que  han  terminado  la  tarea  impuesta. 
En  ese  terreno  el  esclavo  cultiva  legumbres,  cria  aves,  engorda 
cerdos ,  y  á  menudo  llega  hasta  á  poseer  una  vaca.  Esas  legum- 
bres, esas  aves,  esos  puercos  y  la  leche  de  la  vaca,  son  comun- 
mente vendidas  al  propietario  mismo  que  paga  con  creces  esos 
productos. 

El  alimento  del  negro,  no  es  ciertamente  inferior  al  del  mayor 
número  de  nuestros  trabajadores  europeos. 

Nosotros  lo  encontramos  preferible  al  de  los  marineros  á  bordo 
de  las  embarcaciones.  El  alimento  del  esclavo  consiste  en  una  me- 
dida cuotidiana  de  maiz  ó  arroz  con  una  cantidad  abundante  de  le- 
gumbres, á  loque  hay  que  añadir  un  buen  pedazo  de  jamón,  vaca, 
ó  pescado  salado;  para  postre  tienen  á  su  disposición  las  deliciosas 
frutas  que  tan  abundantemente  produce  el  Sur,  ó  el  café,  que  les 
gusta  mucho,  y  del  que  beben  á  voluntad. 

Si  el  negro  cae  enfermo  se  le  trata  con  cuidado,  y  aunque  esto 
sea  por  interés  del  amo,  no  deja  de  ser  un  bien.  Cada  ingenio  tie- 
ne su  enfermería  provista  de  su  botica  grande ;  nada  le  rehusan 
para  que  se  restablezca;  ni  medicamentos,  ni  atenciones  particula- 
res, ni  buen  ahmento  durante  la  convalecencia.  La  estancia-enfer- 
ínería,  es  para  el  negro,  esencialmente  perezoso,  un  lugar  de  deli- 
cias. Estar  acostado,  libre  del  trabajo,  es  la  dicha  completa  para  él: 
aUí  placenteramente  baila  y  toca.  Se  citan  algunos  que  han  fingido 


~  231  - 

>dolor  de  muelas,  y  que  se  han  hecho  aríancar  bárbaramenle  los 
molares,  estando  sanos,  por  gozar  en  la  enfermería,  del  descanso 
concedido  en  semejantes  casos  (un  día  de  asueto.)  Otros  comen 
tierra  ó  yerbas  dañinas  consiguiendo  por  este  medio  atraer  la  ca- 
lentura, para  tener  derecho  al  descanso  mientras  dura  la  indisposi- 
ción. Los  negros  de  los  ingenios  ligera  y  malamente  vestidos  en  el 
ejercicio  de  su  trabajo,  se  adornan  los  domingos  por  completo.  Nada 
mas  raro  que  ambos  secsos  con  lo  que  llaman  su  bella  compostura, 
Al  verles  se  cree  uno  en  París  en  la  bajada  de  la  Couriille  el  martes 
de  carnaval.  Poco  importa  esto,  toda  vez  que  ellos  se  encuentran 
hermosos  de  ese  modo.  Con  sombrero  de  fíobert-Macaire ,  fracolin 
de  algodón  cortado  á  guisa  de  cola  de  bacalao,  pantalón  y  chaleco 
indescriptible;  los  esclavos  suelen  llevar  relojes,  á  los  que  cuel- 
gan distintas  zarandajas  que  les  caen  hasta  media  pierna.  En  cuanto 
al  secso  femenino ,  su  vestimenta  es  de  lo  mas  disparatado ,  y  se 
cubren  de  una  manera  tan  estra vagante  con  falsas  alhajas  y  toda 
clase  de  vidrios  lucientes,  que  se  les  puede  equivocar  muy  bien, 
con  el  interior  de  una  tienda  de  porcelana  y  cristalería  ambulante. 
Así  resplandecientes  subyugan  el  corazón  de  sus  bellos.  Preguntad 
al  cerdo,  ha  dicho  Voltaire,  qué  es  la  belleza,  y  responderá  que  la 
suciedad. 

El  corazón  de  los  negros  es  muy  propenso  á  inflamarse,  pero 
también  se  desinflama  con  la  misma  facilidad.  Se  casan,  se  desca- 
san y  se  vuelven  á  casar  con  la  frescura  mayor  del  mundo.  Res- 
pecto á  esto  los  dejan  en  la  mas  amplia  libertad,  tanto  que  en  mu- 
chos ingenios  el  matrimonio  propiamente  dicho  no  existe,  dando 
lugar  á  la  mas  degradante  poligamia.  Algunos  propietarios  se 
muestran  mas  morales,  y  hacen  bendecir  las  uniones,  mas  esto  no 
€s  un  motivo  para  que  cuando  el  esclavo  quiera,  cambie  de  esposa. 
Para  los  amos,  lo  principal  es  que  las  negras  no  sean  estériles  co- 
mo la  Sagrada  Escritura  ordena,  y  esto  hace  que  por  la  sórdida  y 
culpable  avidez  del  dueño,  esa  pobre  parte  de  la  especie  humana, 
se  asemeje  á  los  irracionales.  Después  del  trabajo  del  dia,  y  parti- 
cularmente el  sábado  por  la  tarde  y  el  domingo ,  los  negros  se 
entregan  al  campo  y  á  los  placeres  de  la  música  y  el  baile. 


-  252  - 

La  sensibilidad  de  los  negros  para  la  música  es  estrema.  Bajo 
la  impresión  de  los  instrumentos  olvidan  sus  miserias,  cuanto  les 
rodea,  y  no  se  acuerdan  ni  de  sí  mismos.  En  las  villas,  cuando  des- 
filan músicos  por  las  calles,  se  ven  multitud  de  ellos  escoltándolos 
con  las  mas  grandes  demostraciones  de  alegría.  Sucede  algunas 
veces  que  al  ir  á  recados  urgentes,  se  encuentran  alguna  banda  de 
música:  entonces  es  imposible  hacerlos  volver  al  trabajo;  la  siguen: 
el  miedo  de  los  latigazos  no  les  detiene;  son  arrastrados  como  por 
un  imán. 

Negros  hay  que  seguros  de  ser  azotados  al  entrar  en  casa  de 
sus  amos,  pierden  la  mañana.  Son  aptos  para  llegar  á  ser  escelen- 
tes  músicos.  En  la  Habana  y  Rio- Janeiro  se  ven  muy  buenas  or- 
questas, compuestas  de  negros  y  mulatos.  Los  habaneros  tienen 
una  canción,  cuyo  verso  y  música  fueron  compuestos  por  un  es- 
clavo que  se  suicidó  por  amor  á  su  querida.  Tiene  dicha  canción 
una  delicadeza  de  sentimiento,  un  dolor  tan  grande,  respira  tan 
profundo,  tan  tierno  y  respetuoso  amor,  que  al  escucharla  es  im- 
posible retener  las  lágrimas. 

«El  hombre  se  convierte  en  perro  para  prosternarse  humilde- 
mente y  morir  á  los  pies  de  su  querida,  después  de  haberla  dicho: 
yo  te  amo.» 

La  música  de  los  negros,  tan  desdeñosamente  ridiculizada  por 
los  blancos ,  no  se  halla  exenta  de  poesía  y  encanto.  Basada  en  rit- 
mas originales,  impulsan  las  melodías  de  que  se  compone,  con  el 
aire  de  una  inspiración  salvaje  pero  simpática  y  llena  de  dulce 
melancolía.  El  instrumento  favorito  de  los  esclavos  del  Sur,  es 
una  especie  de  guitarra  que  llaman  banjo.  Su  Sonido  es  grave,  dul- 
ce y  triste ,  y  no  puede  ser  mas  á  propósito  para  el  género  de  mú- 
sica á  que  lo  dedican.  Nuestro  amigo  Gottschalk,  acaba  de  publicar 
bajo  el  título  de  Banjo,  un  trozo  para  piano  que  nosotros  hemos  te- 
nido el  gusto  de  oir  ejecutar  varias  veces  en  América  y  que  hará 
comprender  mejor  que  cuanto  digéramos  la  música  que  nos  ocu- 
pa. Es  imposible  llevar  mas  lejos  la  imitación.  Se  cree  uno  tras- 
portado á  las  orillas  del  Mississipi,  bajo  la  sombra  de  los  bananos, 
en  la  risueña  y  fértil  Luisiana.  Es  una  página  preciosa  para  la  mú- 


sica  la  del  banjo,  y  una  buena  fortuna  para  los  pianistas ,  que  em^ 
pieza n  á  encontrar  limitado  el  círculo  de  fantasías  brillantes  sobre 
temas  de  óperas. 

Dejemos  ya  la  música  de  los  negros,  que  nos  ha  servido  para 
probar  lo  que  g-eneralmeate  han  negado  á  esos  infelices  reprobos; 
la  sensibihdad  poética:  continuemos  narrando  su  manera  de  vivir 
en  esclavitud. 

«Como  la  inesperiencia  nos  hace  niños,  ha  dicho  Mistres  Tro- 
llope,  y  no  podemos  instruirnos  en  ciertos  asuntos  mas  que  por  lo 
que  oimos  decir,  yo  abandoné  la  higlaterra  con  sentimientos  tan 
opuestos  á  la  esclavitud  ^  que  fué  muy  penosa  la  emoción  que  es- 
perimenté  cuando  me  vi  rodeado  de  esclavos.  Al  aspecto  de  los 
hombres,  mugeres  y  niños,  que  me  cercaban,  mi  imaginación  creó 
una  novela  bien  triste  de  la  cual  eran  ellos  los  héroes.  Después 
que  me  he  instruido  mas  en  este  asunto  y  que  conozco  mejor  la 
verdadera  situación  de  los  esclavos  en  América,  me  he  reido  bas- 
tante de  mi  sensibilidad.» 

Si  la  institución  de  la  esclavitud  no  es  doblemente  odiosa  en  el 
pais  de  la  libertad,  preciso  es  reconocer  que  es  porque  la  posición 
de  los  esclavos  es  mejor  de  lo  que  se  supone.  Si  los  amos  tienen 
el  derecho  criminal  de  pegarles,  es  necesario  advertir  que  usan 
de  él  con  moderación.  Y  cuando  el  negro  es  castigado,  puede  ele- 
var una  queja  á  las  juntas  especiales  que  le  protejen,  ó  mudar  de 
amo.  Si  este  se  muestra  cruel,  tiene  su  castigo  de  multa  ó  prisión. 
La  vida  del  esclavo  es  tan  protegida  como  la  del  hombre  libre. 
Hé  aquí  un  hecho  que  prueba  esta  verdad: 

Un  negro  (de  esto  han  trascurrido  dos  años)  se  habia  escapado 
de  un  ingenio  situado  en  los  alrededores  de  Charleston.  Se  hablan 
hecho  las  mas  activas  investigaciones,  pero  sin  resultado  satisfac- 
torio. Era  evidente  que  el  fugitivo  se  hallaba  refugiado  en  la  selva 
donde  se  mantenía  cimarrón,  es  decir,  con  frutas  silvestres,  caza  y 
agua.  Se  prometió  un  hallazgo  al  que  lo  cogiese  y  entregase  al 
dueño.  Dos  hombres  tuvieron  la  singular  ocurrencia  de  cazarle 
como  se  cazan  osos  ó  lobos,  con  ayuda  de  perros. 

La  caza  era  larga  y  la  pesquisa  casi  completa ,  sin  que  pudie- 


seil  dar  con  él ,  cuando  los  perros  advirtieron  á  los  cazadores  Je 
hombres  que  el  desgraciado  esclavo  estaba  oculto  muy  cerca  de 
ellos.  Los  animales  acababan  de  descubrir  el  escondite  y  ladraban 
con  furor.  Lejos  los  cazadores  de  contenerlos ,  los  escitaron  y  se 
entabló  una  lucha  desesperada  entre  el  pobre  negro  sin  armas  y 
los  perros  ansiosos  de  devorarle.  Esta  escena  terrible,  en  la  que 
no  queremos  detenernos,  terminó  por  la  muerte  del  esclavo,  que 
espiró  en  medio  de  los  mas  atroces  sufrimientos.  Apenas  se  le  en- 
contró muerto  y  hecho  pedazos,  la  población  ofendida  é  indignada 
por  semejante  acto  de  barbarie ,  no  quiso  aguardar  el  fallo  de  los 
tribunales:  juzgó  á  los  culpables  en  virtud  de  la  ley  de  Lymh  y  por 
unanimidad,  después  de  oir  su  defensa^  fueron  declarados  asesinos 
y  condenados  como  tales  á  ser  ahorcados  en  el  mismo  sitio  donde 
el  infortunado  negro  habia  fenecido. 

Uno  de  los  condenados  era  hijo  de  un  rico  agricultor:  contaba 
con  influencia  para  salvarse;  mas  ni  esta  ni  el  dinero  pudieron  sus- 
traerle al  justo  castigo  impuesto.  Los  dos  fueron  conducidos  y  col- 
gados en  presencia  de  la  población  indignada. 

Las  peripecias  de  este  doble  drama  pueden  leerse  en  los  perió- 
dicos de  la  época,  impresos  en  Charleston. 

En  otra  ocasión ,  en  esta  misma  villa,  fué  condenada  una  mu- 
ger  á  diez  mil  duros  de  multa  y  á  un  año  de  prisión,  por  haber  en 
un  momento  de  cólera  aplicado  un  bastonazo  á  la  cabeza  de  una 
esclava.  Ese  golpe  dado  sin  premeditación,  tuvo  consecuencias 
funestas,  pues  murió  la  negra  de  sus  resultas.  El  jurado,  apartán- 
dose completamente  de  la  circunstancia  de  la  impremeditación, 
quiso  castigar  un  acto  de  brutalidad  con  rigor,  dando  ejemplo  de 
esta  manera  para  lo  sucesivo.  Pero  si  las  leyes,  ó  mas  bien  el 
sentimiento  público ,  protege  á  los  negros  contra  la  crueldad  ó  la 
injusticia  de  los  blancos,  estos  se  muestran  despiadados  con  el  ne- 
gro que  se  atreve  á  levantar  la  mano  á  su  dueño.  Algunos  escla- 
vos han  sido  quemados  vivos,  como  en  tiempo  de  la  bquisicion, 
por  haber  asesinado ,  ó  simplemente  intentado,  á  sus  amos.  El  su- 
plicio de  la  horca  no  basta  en  semejantes  casos ,  y  es  necesario 
para  ese  atentado,  no  solo  la  muerte,  sino  á  fuego  lento.  Se  com- 


prende  la  severidad  de  los  jueces  en  esto  de  castigar  al  esclavo 
rebelado;  pero  eso  no  disculpa  en  manera  alguna,  ni  puede  justi- 
ficar loí?  horrores  del  auto  de  fé.  De  esos  actos  brutales,  no  queda 
mas  que  un  sentimiento  de  piedad  para  el  criminal  en  vez  del  sa- 
ludable escarmiento  que  se  esperaba.  La  espiacion  recae  entonces 
en  el  nuevo  crimen  cometido.  El  temor  de  los  suplicios  puede  lo 
mas  detener  por  un  instante  el  desenfreno  de  las  pasiones,  pero 
no  cambiar  la  naturaleza  del  hombre.  Una  educación  bien  entendi- 
da, una  justicia  moderadora,  y  el  ejemplo  del  amor  á  la  humani- 
dad, son  mas  eficaces  para  inspirar  buenos  sentimientos  y  desar- 
rollar la  razón. 

Los  amos  que  pasan  en  el  Sur  de  los  Estados-Unidos  por  mas 
suaves  para  los  esclavos,  son  los  criollos.  Los  mas  severos  los  In- 
gleses y  Yankées.  Los  Franceses,  Españoles  é  Italianos  son  gene- 
ralmente malos,  pero  con  el  ejemplo  de  sus  costumbres  relajadas, 
producen  en  los  esclavos  malos  hábitos. 

Los  negros  para  el  servicio  del  campo  valen  según  su  fuerza 
y  edad ,  desde  ochocientos  duros  hasta  mil  y  doscientos.  Las  hem- 
bras se  pagan  menos. 

Pasemos  ahora  á  los  negros  ocupados  en  los  ingenios  y  á  los 
esclavos  que  habitan  en  las  villas. 

Los  esclavos  en  las  ciudades  se  dividen  en  dos  grandes  cate- 
gorías: los  criados  y  los  trabajadores.  Se  podria  añadir  una  terce- 
ra menos  numerosa  de  comerciantes. 

Los  criados  son  ciertamente  los  mas  perezosos,  los  mas  sucios, 
los  mas  detestables  de  ambos  mundos  y  colores.  No  existe  en  Fran- 
cia, Inglaterra  ó  Alemania  uno  solo  que  deje  de  hacer  el  trabajo 
de  cuatro  negros.  Sus  movimientos  son  contados ,  y  cuando  se  les 
ordena  que  se  den  prisa  lo  hacen  al  contrario:  mueven  la  cabeza 
con  lentitud,  miran,  rien  con  aire  bestial,  y  vuelven  á  su  paso  or- 
dinario: puede  uno  irritarse,  jurar,  y  aun  pegarles;  jamás  se  ob- 
tendrá que  activen  su  trabajo. 

En  casas  de  consideración  hay  gran  número  de  ellos ,  y  cada 
uno  está  dedicado  á  distinto  trabajo.  Enciérranse  estrictamente  en 
sus  atribuciones,  y  nada  fuera  posible  á  hacerles  salir  de  ellas, 


-256- 
aunque  fuese  accidentalmente.  Supongamos  que  el  encargado  de 
abrir  la  puerta  de  entrada  se  ausenta  por  un  instante:  ninguno  se 
incomodará  en  reemplazarle  en  caso  de  necesidad.  Podrían  llamar, 
y  hasta  echarla  abajo,  que  de  seguro  no  se  moverla  ningún  negro 
de  la  casa,  á  menos  de  no  recibir  una  orden  formal  y  terminante  del 
dueño.  Lo  que  hay  de  notable  en  esto  es  que  el  obrar  de  este  modo, 
no  es  por  no  mezclarse  en  los  quehaceres  de  otro,  sino  por  pereza. 

No  es  solo  la  pereza  la  cualidad  que  mas  distingue  á  los  ne- 
gros, pues  son  también  golosos  y  ladrones,  y  por  falta  de  valor, 
crueles.  Mas  á  pesar  de  estos  defectos,  son  bien  tratados ,  y  se- 
guramente no  se  tolerarla  de  un  blanco,  lo  que  de  ellos.  ¡Cosa  es- 
traña!  existe  entre  amos  y  esclavos  una  intimidad  que  no  se  encon- 
trarla en  Europa,  por  mas  confianza  que  se  tenga  en  los  domésti- 
cos. Es  un  error,  grande  creer  como  han  supuesto  poetas  y  roman- 
ceros, que  los  negros  se  presentan  temblando  á  la  voz  de  su  amo 
y  se  sujetan  á  sus  menores  caprichos.  Cuando  les  llaman,  jamás 
responden  con  prontitud,  y  si  las  órdenes  que  les  dan  no  son  de 
su  agrado,  comienzan  á  hacer  gestos,  á  murmurar  y  á  desenten- 
derse. Tal  vez  si  llega  á  faltar  la  paciencia,  le  sacuden  un  latiga- 
zo, pero  mas  generalmente  se  limitan  á  amenazarle. 

En  los  casos  en  que  un  esclavo  se  muestra  demasiado  imperti- 
nente ó  comete  faltas  graves,  le  envian  á  una  casa  de  corrección. 
Le  dan  al  culpable  un  billete  que  vale  por  cierto  número  de  latiga- 
zos, y  está  obligado  á  ir  á  recibir  el  precio,  como  si  fuera  una  le- 
tra de  cambio  del  infierno,  pagadera  al  portador.  El  verdugo  la 
examina  como  pudiera  hacer  un  cajero  antes  de  pagarla,  tomando 
copia  en  el  registro  de  la  casa,  y  procede  en  seguida  á  la  ejecu- 
ción de  la  sentencia.  Después  de  tres  buenos  latigazos  que  levan- 
tan la  piel,  la  víctima  da  gritos  capaces  de  partir  el  corazón.  Los 
criollos  permanecen  insensibles  á  estos  gritos,  creyendo  cosa  muy 
natural  que  peguen  de  esa  manera  á  los  negros,  que  desde  luego 
no  están  considerados  como  hombres  en  esos  paises.  Sus  sufrimien- 
tos no  inspiran  mas  piedad  que  los  de  los  animales.  Hablan  de  los 
suplicios  delante  de  ellos  mismos,  como  si  no  estuvieran.  En  una 
palabra,  el  esclavo  es  una  cosa  y  no  una  persona. 


-  257  - 

Por  sarcasmo,  llaman  á  la  casa  de  corrección,  The  sugar  house. 
{La  casa  de  azúcar).  Como  un  negro  pierde  su  valor  en  razón  di- 
recta del  número  de  castigos  que  ha  recibido,  los  propietarios  no 
los  envian  á  The  sugar  house  sino  en  el  último  estremo.  Considére- 
se del  modo  que  se  quiera,  es  indigno  que  hombres  por  su  pro- 
pia autoridad,  manden  pegar  á  otros  hombres.  Nosotros  reconoce- 
mos, porque  es  una  verdad,  que  son  raros  los  abusos;  pero  el  de- 
recho existe,  y  este  derecho  monstruoso  lo  anatematizamos  en 
nombre  de  la  humanidad. 

Los  esclavos  trabajadores,  son  de  todos  los  mas  considerados. 
Ellos  mismos  se  estiman  sobre  los  demás  y  gozan  en  su  esclavitud 
de  ciertos  privilegios  liberales.  Se  alquilan  á  los  amos  por  una 
suma  determinada  y  trabajan  de  su  propia  cuenta.  Por  este  medio 
van  adonde  quieren  y  trabajan  como  mejor  les  parece.  La  clase 
trabajadora  es  entre  ellos  la  aristocrática.  En  ella  se  encuentran 
los  ricachos,  á  quienes  el  bello  sexo  negro  hace  altos  honores.  Se 
encuentran  muy  buenos  trabajadores  en  los  diversos  ramos,  y  hay 
quien  gana  á  su  dueño  hasta  20  y  25  rs.  diarios.  Así  un  buen  tra- 
bajador reúne  sumas  de  32,000  rs.  vn.  poco  mas  ó  menos. 

Los  comerciantes  hacen  generalmente  como  los  trabajadores. 
Se  alquilan  á  los  dueños  por  semana,  en  una  suma  dada  y  especu- 
lan libremente.  Tienen  siempre  dinero  propio,  pero  no  saben  eco- 
iiomizarlo  No  son  pródigos ,  pero  gastan  disparatadamente  el  di- 
nero y  no  tienen  ordenada  conducta.  En  diez  años  no  existirían  es^ 
clavos  en  ninguna  parte  del  mundo  si  ellos  mismos  quisiesen.  Sin 
rebelión  ni  sacudimiento  y  bajo  la  misma  protección  de  los  blan- 
cos podian  comprarse  todos  con  el  producto  de  sus  economías. 

Por  otra  parte,  nada  impedirla  la  formación  de  cajas  obligato- 
rias de  ahorros  para  la  libertad  de  los  esclavos.  Un  tanto  por 
ciento  del  producto  de  su  trabajo,  puesto  mensualmente  en  la  caja 
por  los  mismos  propietarios,  á  semejanza  de  lo  que  hace  el  go- 
bierno en  Francia  para  asegurar  la  pensión  de  los  militares  y  de 
ciertos  empleados,  seria  un  buen  medio  (demasiado  sencillo  y  tal 
vez  por  eso  no  han  pensado  en  él)  para  conseguir  su  liberíad  y  la 
de  sus  hijos,  .sin  agravar  los  intereses  de  los  dueños. 


—  25g  — 

Siempre  podia  esperarse  mucho  de  estas  cajas  de  ahorros,  y 
es  estraño  que  no  existan  semejantes  recursos  para  concluir  con 
la  esclavitud.  Es  verdad  que  los  criollos  tienen  un  especial  cuida- 
do en  no  romper  la  cadena  que  enlaza  al  hijo  con  el  padre  y  al 
nieto  con  el  abuelo,  pero  en  las  sociedades  abolicionistas  estaba  el 
tomar  medidas  eficaces,  y  esta  que  proponemos  nos  parece  la  mas 
acertada  y  conveniente. 

La  mas  injusta  prevención  pesa  sobre  la  raza  negra  en  los  Es- 
tados-unidos, y  mas  particularmente  en  los  que  hay  esclavos;  esto 
se  comprende  fácilmente.  En  el  Sur  no  puede  casarse  un  blanco 
con  muger  que  descienda  de  sangre  africana,  aunque  fuese  mas 
blanca  que  una  georgiana.  Contar  entre  sus  abuelos  un  negro,  es 
un  pecado  original  que  no  puede  borrar  ni  la  virtud  ni  el  talen- 
to. Son  desdeñados  de  los  blancos  y  mucho  mas  de  las  blancas; 
las  mugeres  no  se  reciben  en  sociedad  aunque  tuvieran  una  fortu- 
na como  la  de  RosthcMld.  Pero  ¡cuánto  se  vengan  ellas  del  desden 
de  esas  damas!  Generalmente  bellas  y  acaso  las  mas  seductoras 
del  mundo,  las  mugeres  de  color,  llegan  á  ser  por  orgullo  de  las 
blancas,  sus  naturales  rivales.  No  tan  solo  se  amparan  del  corazón 
de  su  marido,  sino  que  hacen  con  él  su  fortuna.  Nada  mas  hermo- 
so para  esas  hijas  de  mármol  amarillas^  que  ocultan  el  color  de  su 
piel  bajo  los  diamantes,  el  oro  y  la  seda,  que  despojar  á  sus  riva- 
les. ¿Y  se  quejarán?  ¿Estaríamos  en  el  derecho  de  acusarlas  por 
el  desorden  de  su  vida,  cuando  esta  les  ha  sido  impuesta  por  le- 
yes tiránicas  é  injustas  preocupaciones? 

La  prevención  contra  el  color  negro  es  tan  grande,  que  algu- 
nas se  esfuerzan  en  blanquear  la  piel,  dándose  con  drogas  y  aun 
quemándola:  la  quemadura  cambia  el  color  de  la  epidermis  y  que- 
da con  un  tinte  pálido  de  cadáver.  Se  han  visto  negras  que  han 
hecho  uso  de  este  bárbaro  medio  para  llegar  á  parecer  casi  blancas. 
.  Un  dia  fuimos  testigos  de  una  escena  bastante  cómica.  Dos  ne- 
gros reñian  sin  que  supiéramos  el  motivo. — Y  debemos  decir  que 
ellos  riñen  siempre. — Después  de  haberse  prodigado  uncrescendo  de 
los  mas  picantes  epítetos,  después  de  haberse  tratado  de  monos, 
perezosos,  ladrones,  perro  muerto,  bestia  podrida,  etc.,  etc.,  uno 


—  259  — 

de  ellos  dijo  al  otro  con  la  espresion  del  mas  profundo  desden: 

«¡Vete,  negro!» 

Una  ley  de  los  Estados-Unidos,  castiga  al  que  enseñe  á  leer  á 
un  esclavo.  Esto  es  seguramente  una  cosa  muy  bien  pensada,  y 
desde  largos  años  sabemos  que  el  mejor  medio  de  esplotar  á  los 
hombres,  es  sumirlos  en  la  mas  crasa  ignorancia.  Mas  esta  ley 
impía,  poco  armonizada  con  la  naturaleza  del  gobierno  de  los  Es- 
tados-Unidos, ha,  por  decirlo  así,  caido  en  desuso.  Hoy,  en  Nue- 
va-Orleans,  Charleston  y  otras  muchas  villas,  hay  escuelas  espe- 
ciales para  los  negros,  en  las  que  los  dueños  les  dan  los  elemen- 
tos de  la  instrucción. 

Han  exajerado  mucho  al  hablar  de  la  suerte  que  el  Sur  reser- 
vaba á  los  abolicionistas,  diciendo  que  era  la  horca:  no  es  esto 
cierto:  en  su  lugar  los  empluman. 

Hé  aquí  el  modo  de  hacerlo  con  los  abolicionistas  demasiado 
celosos. 

Después  de  asegurar  su  persona,  lo  desnudan  y  le  untan  el 
cuerpo  con  una  especie  de  engrudo.  Concluida  esta  operación,  lo 
ruedan  dentro  de  un  tonel  agujereado  y  en  el  momento  el  pacien- 
te queda  convertido  en  ave.  Inmediatamente  lo  llevan  por  las  ca- 
lles al  son  de  una  música  charimresca,  ó  lo  meten  en  una  barraca 
esponiéndole  á  la  espectacion  pública,  al  precio  de  cuatro  cuartos. 

Generalmente  no  son  los  negros  los  últimos  en  ir  á  burlarse  de 
su  desgraciado  compañero  y  generoso  libertador,  á  quien  llaman 
pájaro  feo. 

Cuando  han  gozado  suficientemente  del  espectáculo,  lo  des- 
pluman quitándole  el  engrudo  que  cubre  su  cuerpo  por  medio  de 
un  baño;  se  le  devuelven  sus  vestidos  y  le  envian  á  predicar  sus 
filantrópicas  doctrinas  á  otra  parte. 

Los  criollos  detestan  por  interés  á  los  abolicionistas;  así  es 
que  se  consideran  dichosos  cuando  pueden  pillar  á  alguno  que  in- 
curre en  esta  falta.  Hace  poco  tiempo  murió  un  hombre  en  la  Flo- 
rida, poseedor  de  muchos  esclavos,  y  les  dio  libertad.  Ese  hom- 
bre no  tenia  mas  heredero  que  un  sobrino  abolicionista  decidido  y 
cuyos  discursos  sobre  este  asunto  le  hablan  hecho  lamoso.  Com- 


—  ^00  — 

prendiendo  que  á  pesar  de  la  conveniencia,  estaría  en  contradicción 
con  las  ideas  de  su  sobrino  la  herencia  de  los  esclavos,  prefirió 
darles  libertad.  Queriendo  de  este  modo  hacer  querida  su  memo- 
ria dig-na,  de  su  sobrino,  murió  en  esta  confianza,  rodeado  de  laé 
bendiciones  de  los  negros.  ¡Mas  ó  fatal  efecto  de  la  fortuna!  Loa 
cincuenta  negros  que  formaban  juntos  un  capital  dé  60,000  pesos 
fuertes,  turbaron  sus  ideas  de  abóhcionista,  y  tentaron  sü  virtud; 
El  negrófilo  de  la  víspera  llegó  á  ser  negróíbbo  al  dia  siguiente; 
Nosotros  tememos  siempre  por  estas  repentinas  metamorfosis.  La 
muerte  de  su  tio  le  abrió  los  ojos,  hasta  el  puntó  de  reconocer  las 
ventajas  de  la  esclavitud,  por  las  múltiples  condiciones  de  la  mo- 
ral, el  derecho,  la  religión,  el  orden  social,  la  familia  y  la  propie- 
dad. Resuelto  á  justificar  loé  derechos  qué  creia  leg-ítimos,  atacó 
delante  de  los  tribunales  la  vaüdez  del  testaíuentb  de  su  tió  y  re- 
clamó en  propiedad  los  cincuenta  negros.  El  tribunal  desechó  su 
petición,  condenando  al  ex-abolicionista  á  los  gastos  del  proceso. 

Mas  á  este  hecho  aislado,  no  le  dieron  mas  valor  que  el  que 
en  sí  mismo  tiene  un  triunfo  de  los  abolicionistas  que  trabajan  con 
el  mayor  enardecimiento  por  la  emancipación. 

Hay'sociedades  de  abolicionistas  que  favorecen  la  fuga  de  los 
negros  hasta  el  Canadá,  donde  son  libres.  No  hay  clase  de  sacrifi- 
cio que  no  se  impongan  para  salvar  á  los  desgraciados  negros; 
Mas  los  abohcionistas,  como  los  filántropos,  son  absolutos  en  sus 
principios;  no  les  interesan  mas  que  los  sufrimientos  de  los  ne- 
gros; la  desgracia  de  los  blancos  no  les  conmueve.  La  sensibili- 
dad de  ciertos  negrófilos,  nos  trae  á  la  memoria  la  Conversación 
de  un  filántropo  con  cierto  pobre  trabajador  que  fué  á  reclamar  suá 
auxilios. 

—Mil  perdones  si  incomodo  tan  temprano:  ¿el  Sr.  X...  filántro- 
po? preguntó  el  pobre  diablo  abriendo  discretamente  la  puerta  del 
gabinete  del  bienhechor. 

—Yo  soy,  amigo  mió,  respondió  el  Sr.  X...  con  voz  artificial- 
mente dulce  y  que  salia  de  un  verdadero  corazón  sensible.  ¿Qué 
hay?  Estoy  á  su  disposición. 

—Yá.  me  puede  salvar  la  vida,  señor:  y  aun  lo  que  es  mas  pré- 


-  261  — 

éiosó  para  mí;  la  de  mi  esposa  é  hijos  que  están  faltos  Úé  pan. 

—Muy  bien,  amigo  mió,  muy  bien.  Entre  Vd.  y  hablaremos. 
Voy  á  dar  la  última  mano  á  mi  peinado  y  soy  de  Vd.  al  momehto. 

— Esperaré,  señor. 

—  ¿Qué  tal  tiempo  hace?  Espero  que  bueno.  Yo  debo  efetar  an- 
tes de  mediodía  lejos  de  aquí,  para  presidir  una  junta  sobre  los 
infortunados  paralíticos.  Tenemos  sociedades  bienhechoras  para 
todo  género  de  males,  escepto  para  los  paralíticos.  Se  hos  ha  es- 
'capado  esto  hasta  hoy...  Yo  quisiera  que  hiciese  buen  tiempo 
^)ara  ir  á  pie.  El  paseo  tiene  la  doble  ventaja  de  dar  apetito  y  faci- 
htar  la  digestión. 

• — ¡Pobre  muger!  ¡pobres  hijos!  decia  él  desgraciado  trabajador. 
>ÍEsto  va  largo! 

— Pero,  á  propósito,  amigo  mió,  ¿de  dónde  sale  Vd.  ahbra;  pre- 
sumo que  de  Tolón? 

— No  señor:  jamás  hé  estado  allí. 

—¿Entonces,  será  de  Brest? 

— Menos  aun.  He  estado  en  Brest,  pero  hace  yá  muchos  años 
y  no  permanecí  mucho  tiempo. 

~¡Ah!  entiendo;  ¿Vd.  ha  ido  ya  á  Brest?  Perfectamente:  y  pues- 
to que  ahora  no  viene  de  Brest  ni  Tolón,  ¿saldrá  de  la  prisión  de 
Rochefort? 

• — ¡De  la  prisión,  señor!  gritó  con  voz  conmovida  é  indignada 
el  pobre  pero  honrado  trabajador;  yo  puedo  ser  desgraciado,  mas 
nunca  falto  á  mis  deberes,  y  en  la  miseria  que  me  rodea  he  sabido 
conservar  siempre  un  nombre  respetable  y  respetado. 

■ — ¡Cómo!  ¿no  há  estado  Vd.  preso?  replicó  el  filántropo  con  ad- 
miración y  sintiendo  haberse  equivocado. 

— No,  y  mil  veces  no. 

— En  ese  caso,  siento  decir  á  Vd.  que  se  ha  molestado  en  valde 
esperando,  pues  me  he  impuesto  la  regla  de  no  socorrer  sino  álos 
trabajadores  forzados.  Si  hubiese  Vd.  estado  siquiera  algunos  años 
preso...  pero  nada;  es  preciso  que  busque  Vd.  en  otro  lado.  Mas 
tarde  si  arrastrado  fatalmente,  incurre  Vd.  en  vm  delito  y  va  á  ga- 
leras, que  os  el  castigo  impuesto  á  los  malhechores;  venga  Vd.  a 


buscarme  y  tendré  un  placer  en  serle  útil ;  mientras  tanto,  yo 
soy  como  el  médico  ,  curo  pero  no  preveng'O  la  enfermedad. 
Los  habitantes  del  Sur,  no  han  dejado  de  poner  en  ridículo  la 
compasión  esclusiva  de  los  abohcionistas.  Hé  aquí  á  este  propósi- 
to una  fábula  de  Mr.  Camille  de  Nueva-Orleans. 


EL  NIÑO  Y  EL  POLLO. 


Amaba  á  un  pollo  negro  cierto  niño, 

Y  á  pesar  de  ser  raro  este  cariño  ^ 
Todos  saben  que  tienen  afecciones 
Las  gentes,  ignorando  las  razones. 
Hallándose  jugando  una  mañana 
El  niño  con  el  pollo  en  la  ventana, 
Y'ió  llegar  un  doméstico  inhumano 
Empuñando  un  estuche  con  la  mano, 
Fatal  para  el  que  vuela ,  y  adivina 
Cualquiera,  que  es  un  arma  de  cocina. 
— ¡Oh!  sollozando  el  niño  compungido, 
Ya  ese  infame á  matar  á  mi  querido.— 
Gritó  con  voz  medrosa  y  dolorida. 

— Gran  bellaco,  perdónale  la  vida. — 

As(ustada  la  madre  por  el  llanto, 

— iAy!  le  dijo,  ángel  mió,  no  llores  tanto: 

El  no  le  tocará,  pero  ten  calma. 

(¡Qué  sensible  es  el  hijo  de  mi  alma!)— 

Jlepitió  por  lo  bajo  enternecida. 

— (Siempre  fué  igual  el  hijo  de  mi  vida).- 

Tranquilizado  el  niño  por  entero, 

íSin  llorar  escuchó  el  grito  postrero, 

Del  negro  pollo,  sin  piedad  matado, 

Y  risueño  lo  vio  luego  pelado. 
Pregúntele  si  lástima  inspiraba, 

Y  el  ángel  contestó:  — No  le  quedaba 
Otro  remedio  mas  que  fenecer; 


-263  — 
Muriendo  solo  se  podrá  comer. 
De  todo  pollo  sentiré  la  muerte, 
Mas  el  negro  está  bien  de  aquesta  suerte. — 
¡  Cuántos  son,  ay  desdicha,  como  el  niño. 
Que  lloran  por  un  mal  imaginario, 
Y  al  dolor  verdadero,  es  al  contrario, 
Pues  nunca  dan  señales  de  cariño  I 

Como  puede  comprenderse,  no  es  esto  escusa  para  el  mal.  Si 
los  blancos  se  conduelen,  no  por  eso  son  los  neg-ros  menos  des- 
graciados. 

Una  palabra  ahora  sobre  el  comercio  negrero. 

Resulta  de  una  declaración  hecha  por  el  vice-mariscal  de  los 
Eslados-ünidos  encargado  de  la  alta  policía  maiítima  en  New-York, 
(|ue  durante  los  últimos  doce  meses,  han  debido  salir  del  puerto  lo 
menos  quince  navios  destinados  al  comercio  negrero. 

Los  comerciantes  dedicados  á  estas  odiosas  operaciones  tienen 
tal  sagacidad,  que  la  policía  americana  no  ha  podido  conseguir 
mas  que  dos  condenas  contra  ellos:  la  del  Falmonth  y  la  del  Julia 
Morgan,  ambos  evidentemente  armados  para  dicho  comercio. 

Es  fácil  dar  cuenta  de  la  sutileza  con  que  los  armamentos  des- 
tinados á  este  objeto,  escapan  de  la  vigilancia  de  las  autoridades, 
que  saben  los  enormes  beneficios  que  reportan  estas  operaciones. 
He  aquí  algunas  notas  que  no  carecen  de  interés. 

Los  buques  destinados  á  este  comercio,  son  goletas  de  tamaño 
mediano,  que  no  cuestan  arriba  de  5  á  7,000  duros. 

No  hacen  mas  que  un  viaje,  y  terminan  por  ser  barrenadas  des- 
pués de  dejar  su  cargamento  de  carne  humana. 

Los  especuladores  de  este  artículo  han  hecho  un  cálculo;  es  el 
siguiente:  de  cada  cuatro  buques,  con  uno  solo  que  logre  salvarse, 
hay  lo  suficiente  [)ara  hacer  una  buena  fortuna. 

En  efecto:  el  negro  cuesta  en  la  costa  de  África  de  10  á  40  du- 
ros, y  vendidos  en  el  mercado  americano  de  300  á  800. 

Asi,  pues,  una  carga  de  quinientos,  costando  á  razón  de  30  pe- 
sos por  cabeza,  importan  15,000  y  da  al  especulador  un  producto 
de  170  á  180,000,  pagados  los  gastos. 


—  264  — 

Hemos  hablado  ya  bastante  sobre  los  desdichados  negros.  Pa- 
semos á  otra  cosa. 

Lo  que  mas  pronto  llama  la  atención  de  los  que  visitan  á  Nue-. 
va-Orleans ,  es  con  las  costumbres  particulares  de  los  esclavos, 
la  g-ran  belleza  de  las  criollas  y  el  espíritu  camorrista  de  los, 
hombres. 

Las  criollas  tienen  una  hermosura  y  gracia  particular.  Piel  flor 
de-lisada,  ojos  negros,  atrevidos  y  voluptuosamente  sombreados 
por  espesas  cejas ,  cabellera  abundante ,  pies  tan  sumamente  pe- 
queños que  caben  en  la  mano,  talle  elegante  y  flexible,  dientes  á 
lo  rey-carlos,  boca  un  poco  grande;  intehgente  y  sensible,  la  crio- 
lla es  encantadora  por  el  tono  dulce  y  lento  de  su  voz ,  y  por  sus 
gestos  sencillos  y  graciosos.  Un  fluido  simpático  como  el  perfume 
de  la  flor  se  desprende  de  sus  hechizos  y  atrae.  Son  mas  perfec- 
tas que  las  demás  mugeres,  en  cuerpo,  movimientos  y  espíritu.  Na-, 
turalmente  buenas ,  tienen  para  sus  hijos  el  sentimiento  del  amor 
maternal  mas  elevado  que  se  conoce.  El  arte  también  compone 
parte  de  su  genio ;  pero  si  puede  adivinarlo  todo,  no  quiere  apren- 
der nada.  Su  pereza  está  al  nivel  de  la  inteligencia.  Morirla  de  ham- 
bre si  otro  no  se  tomase  el  trabajo  de  cuidar  de  su  existencia.  No 
conoce  ninguna  pena  de  la  vida  material ,  y  cree  que  se  vive  con 
nada.  La  Providencia  que  da  alimento  á  los  hijuelos  de  las  aves, 
sabe ,  según  su  opinión ,  mostrarse  mas  generosa  con  ella ,  que 
vale  mas  que  cualquier  pájaro  del  mundo. 

El  único  cuidado  de  la  criolla  es  el  cuidado  de  los  hijos  y  lu 
conservación  de  su  piel.  Rigorosamente  encerrada  en  su  habita- 
ción, no  sale  sino  de  noche,  cuando  la  brisa  del  mar  viene  á  re- 
frescar la  tierra  quemada  por  el  sol. 

Durante  el  dia,  no  cuidando  al  hijo  cuida  de  sí  misma.  Se  en- 
contrará casi  siempre  con  el  rostro,  las  manos  y  los  brazos  cu- 
biertos de  cokl  cream.  Bajo  esa  capa  de  grasa,  la  piel  se  conserva 
flexible  y  el  aire  no  la  penetra. 

Las  menos  coquetas  se  concretan  á  empolvarse  el  rostro ,  pe- 
cho y  brazos  con  polvos  de  arroz.  Repiten  esta  operación  varias 
veces  al  dia.  Se  las  toma  por  Pierrots  en  el  ejercicio  de  sus  funcio- 


-265  — 
nes.  Una  criolla  privada  de  polvos  de  arroz,  seria  la  mas  infortu- 
nada muger:  nada  es  tan  necesario  á  este  secso,  como  lo  superfino. 
Para  las  americanas  del  Sur,  el  polvo  de  arroz  es  un  superfino  de 
primer  a  necesidad. 

Al  salir  de  su  casa,  pasan  una  finísima  tela  de  batista  por  su 
cuerpo,  á  fin  de  desechar  la  parte  gruesa  del  polvo.  Mas  quedando 
el  cutis  suficientemente  impregnado  para  contener  la  traspiración, 
adquiere  su  tez  ese  color  mate,  particular  de  los  violinistas  sin  ta- 
lento, de  los  poetas  desconocidos  y  mugeres  apasionadas. 

En  cuerpos  de  sultanas,  tienen  corazones  de  hermanas  de  la  ca- 
ridad. Se  sabe  que  el  Sur  es  un  pais  mal  sano.  A  la  Nueva-Orleans, 
le  llaman  el  sepulcro  americano.  En  épocas  de  grandes  calores, 
este  pais  es  desolado  por  la  fiebre  amarilla;  el  interés  y  cuidados 
de  las  Criollas  para  aliviar  los  padecimientos  de  los  infelices  ata: 
cados,  está  fuera  de  encomio.  Esas  mugeres  de  color  merecen  el 
reconocimiento  de  los  amigos  de  la  humanidad.  Todo  es  en  ellas 
abnegación  y  desinterés,  y  hacen  el  bien  por  el  solo  placer  de  ha- 
cerlo. Los  estranjeros  encuentran  en  ellas,  los  cuidados  de  una 
madre  y  el  consuelo  de  un  ángel.  Entonces  desean  no  morir  para 
poder  amarlas. 

Si  las  mugeres  supieran  la  influencia  que  ejercen  en  los  hom- 
bres, estarían  muy  orgullosas  y  no  se  tomarían  el  trabajo  de  dis- 
frazar sus  cualidades.  Mas  afortunadamente  para  ellos,  se  descon- 
ceptúan las  mas  veces  al  quererse  modificar.  Tienen  horror  á  h 
verdad  y  ponen  crinolina  á  su  corazón  y  á  su  talento,  como  á  sus 
vestidos:  esto  es  lo  que  nos  salva. 

En  verdad,  nadie  mejor  que  una  criolla  sabe  cuidar  un  enfer- 
mo. Si  los  médicos,  según  la  espresion  de  un  célebre  práctico,  no 
son  sino  inteligeñtes-guarda-enfermos ,  las  mugeres  del  Sur  son  doc- 
lores. 

Es  cierto  que  el  espectáculo  de  esas  desventuradas  ciudades 
del  Sur  en  los  aciagos  momentos  de  fiebre  amarilla,  enternecería 
el  corazón  de  un  usurero.  No  es  estraño  ver  famiUas  de  seis  ú  ocho 
personas  desaparecer  eri  breves  dias.  Ahora  tres  años  faltaron  bra- 
zos en  Nueva-Orléans  y  ein  Osfork  para  enterrar  muertos.  Los  mis- 

34 


asee- 
mos parientes  de  los  difuntos  se  hacian  este  triste  servicio  cuando 
les  tocaba  gu  turno.  Los  mas  espantosos  episodios  han  tenido  lug-ar 
ese  año.  Los  periódicos  estuvieron  largo  tiempo  sin  imprimirse  por 
falta  de  operarios.  Se  huia  de  la  ciudad  como  se  puede  huir  de  la 
muerte.  No  quedaron  mas  que  pobres  y  corazones  valientes  y  ca- 
ritativos. Se  cometieron  muchos  actos  de  cobardía.  Se  notaron  sa- 
cerdotes de  todas  religiones,  que  temiendo  mas  por  la  salud  del 
cuerpo  que  por  la  del  alma,  cerraron  los  templos  para  huir  de  la 
peste.  Los  funcionarios  públicos  abandonaron  sus  puestos.  Se  ci- 
tan escenas  desgarradoras.  Un  hombre  solo,  tuvo  que  enterrar  á 
su  muger  y  dos  hijos,  por  faltarle  el  tiempo  á  los  enterradores. 
El  azote  no  desapareció  hasta  las  primeras  heladas.  Asi  sucede 
todos  los  años;  solo  en  invierno  cesalañebre  amarilla. 

Es  necesario  mucho  valor  de  parte  délos  estranjeros  para  fijar- 
se en  ciertos  puntos  del  Sur  de  los  Estados-Unidos,  á  pesar  de  que 
hallen  distintas  industrias,  sean  buenos  los  salarios,  y  se  disfrute 
una  vida  cómoda  y  agradable. 

Las  piezas  de  plata  circulan  en  el  Sur  como  las  de  cobre  en  el 
Norte. 

Hemos  señalado  como  uno  de  los  rasgos  característicos  de  los 
habitantes  del  Sur,  el  espíritu  de  camorra  que  los  domina.  Este 
es  muy  semejante  al  de  los  de  la  Luisiana. 

Los  duelos  de  la  Luisiana  son  célebres.  Los  adversarios  se  ba- 
ten en  selvas  donde  cazan,  como  los  antiguos  lores,  provistos  de 
carabinas,  pistolas  de  diez  tiros,  y  puñales.  Cuando  ambos  conten- 
dientes han  disparado  sus  diez  tiros  sin  que  alguno  muera,  corren 
el  uno  hacia  el  otro  y  se  dan  de  puñaladas. 

Ya  casi  no  usan  las  pistolas  de  revolvers  en  las  calles  de  Nueva- 
Orleans.  En  revancha,  se  abrasan  los  sesos  sin  cumplimientos  en 
los  bar-room  que  están  siempre  llenos  de  perdidos,  dispuestos  á  bus- 
car riña  con  todo  el  mundo.  Abusando  de  la  ley  bárbara  que  bajo 
pretesto  de  defensa  personal  autoriza  al  individuo  para  matar  al 
hombre  que  le  hiere  ó  trata  de  hacerlo ,  infames  de  mala  especie 
provocan  á  los  estranjeros  que  ignoran  esta  ley:  después  de  esci- 
tarlos  los  matan  á  la  primera  amenaza  de  su  parte. 


—  267  — 

Llaman  á  eso  espumar  al  estranjero.  Algunas  veces  sin  embar- 
go son  los  estranjeros  los  que  los  espuman. 

Un  francés  que  acababa  de  desembarcar  enNueva-Orleans,  en- 
tró á  refrescar  en  un  bar-room. 

— Mozo,  un  vaso  de  cerveza. 

El  mozo  sirvió  lo  pedido;  mas  en  el  momento  de  cojer  el  fran- 
cés el  vaso  de  encima  del  mostrador,  un  desconocido  haciendo  un 
movimiento  ligero,  se  anticipó,  y  sin  decir  una  palabra  bebió  la 
cerveza  que  no  le  pertenecía. 

— No  tengo  el  honor  de  conoceros;  le  dijo  el  francés  sorprendi- 
do de  esta  muestra  de  libertad. 

■ — Yo  tampoco;  respondió  el  desconocido. 

• — ^Entonces,  ¿me  provocáis? 

- — Yo  sentirla  dejaros  la  menor  duda  sobre  esto,  y  ya  que  es  pre- 
ciso, sabed  que  me  desagradáis.  Así,  claro  y  pronto. 

►—Cuidado,  le  dijo  nuestro  compatriota  en  tono  de  calma  y  casi 
de  protección;  yo  soy  hombre  que  vive  de  su  trabajo;  no  me  gusta 
insultar  á  nadie,  pero  no  permito  que  me  insulten.  Por  esta  vez 
estáis  perdonado. 

• — jMozo!  otro  vaso  de  cerveza. 

El  camorrista  que  no  habia  contestado  á  estas  palabras,  por 
hacer  un  insulto  mas  ofensivo  aun ,  esperó  á  que  echasen  el  se- 
gundo vaso,  y  como  antes  se  apoderó  de  él,  bebió  un  poco  y  arro- 
jó con  desprecio  el  resto. 

Nuestro  compatriota  irritado  hasta  el  estremo,  hizo  ademan  de 
precipitarse  sobre  él. 

— Deteneos,  le  dijo  cogiéndole  por  el  frac  un  individuo  testigo 
de  aquella  escena:  deteneos  ó  estáis  perdido:  si  no  os  asesina  al 
instante,  os  matará  en  el  duelo.  Es  el  mejor  tirador  de  la  Luisiana. 
Lo  mismo  á  carabina,  queá  pistola,  puñal  ó  mandoble,  sable  ó  lan- 
za. Ha  matado  treinta  y  cuatro  personas  y  herido  mas  de  sesenta. 

— Lo  que  me  decís,  apaga  mi  cólera. 

—Es  horroroso  ¿no  es  verdad? 

— -Al  contrario,  eso  me  asegura  completamente. 
Después  de  estas  palabras  cambiadas  rápidamente,  nuestro 


—  268  — 
compatriota  se  acercó  con  aire  burlón  á  s>u  desvergonzado  eaemi- 
go,  y  examinándole  con  calma: 

• — Escuchad,  caballero,  estoy  de  muy  buen  humor  y  no  quiero 
incomodarme.  Habéis  bebido  dos  vasos  de  cerveza,  me  parece 
bastante;  ahora  me  toca  á  mí.  Espero  que  esta  conducta  os  evita- 
rá pesares,  inspirándoos  otra  mas  digna. 

— ¡Mozo!  el  tercer  vaso  de  cerveza. 
El  muchacho  de  la  taberna  lo  echó  temblando ,  porque  com- 
prendía que  iba  á  decidir  y  provocar  una  catástrofe. 

En  efecto,  apenas  el  vaso  estuvo  sobre  el  mostrador,  el  risible  es- 
padachín que  quería  un  duelo,  cojió  el  vaso  arrojando  su  conte- 
nido. 

Mas  pronto  que  el  tigre  que  se  lanza  sobre  su  presa,  el  fran- 
cés se  arrojó  de  un  salto  sobre  su  contrario  y  le  dio  con  el  puño  y 
pies,  espantosos  golpes  en  el  pecho  y  cara.  El  provocador  no  tuvo 
tiempo  ni  aun  para  defenderse;  vaciló  algunos  instantes  y  cayó 
desmayado,  con  el  rostro  horriblemente  maltratado:  cuando  estu- 
vo en  tierra,  el  francés  cesó  de  pegarle,  y  sacando  tranquilamente 
una  cartera  que  llevaba  en  el  bolsillo,  la  abrió,  y  tomanda  una 
tarjeta  con  su  dirección  la  colocó  sobre  el  pecho  del  vencido,  di- 
ciendo á  los  circunstantes: 

—Si  hay  algún  amigo  de  este  hombre,  le  prevengo  que  yo  es- 
toy todos  los  dias  en  mi  casa,  desde  las  ocho  hasta  las  once  de  lá 
mañana. 

— "jMozo!  el  cuarto  vaso  de  cerveza. 
Esta  vez  nadie  vino  á  disputárselo,  y  verdaderamente  tenia  ne- 
cesidad de  él  después  del  suceso  que  habia  tenido  lugar.  Bebió, 
pagó  el  gasto  y  se  retiró  dejando  estupefacta  á  la  asamblea. 

Al  levantar  al  herido  que  tenia  dos  costillas  rotas  y  un  ojo 
fuera  de  la  órbita,  se  leyó  en  la  tarjeta  dejada  por  el  francés:  Lu- 
den Petit  de  París,  profesor  de  boxeo ,  de  esgrima,  de  palo  y  bastón;  Dá 
lecciones  á  domicilio  á  precios  arreglados. 

Mes  y  medio  después  de  este  lance ,  nuestro  compatriota  oyó 
llamar  ásu  puerta.  Sin  pedir  permiso,  un  hombre  se  precipitó  den- 
tro. En  su  rostro  tenia  señales  de  heridas. 


-á69- 

— ¿Me  conocéis?  dijd  al  maestro  de  armas  con  voz  sofocada  por 
ia  cólera. 

— Perfectamente,  respondió  nuestro  compatriota.  ¿Qué  puedo 
hacer  en  vuestro  obsequio? 

—Vengo  para  mataros.  Conozco  que  os  he  insultado  y  os  conce- 
do la  elección  de  armas.  Pero  daos  prisa,  tengo  un  gran  deseo  dé 
veros  muerto.  Ya  sé  quien  sois,  y  eso  es  para  mí  un  placer,  pero 
será  mayor  el  que  reciba  al  romperos  la  cabeza  ó  atravesaros  el 
pecho.  Mas  repito  que  nos  demos  prisa,  pues  el  tiempo  pasa  y 
siento  ver  que  se  prolonga  vuestra  vida. 

— Escuchad:  hablemos  poco  y  será  mejor:  sobre  todo  no  nos 
pongamos  coléricos.  Si  queréis  creerme,  dejémosla  cosa  como 
está:  vos  me  bebisteis  la  cerveza;  yo  os  rocié;  nada  mas  justo.  No 
tengo  empeño  en  quitaros  la  vida  hoy,  como  no  lo  tuve  tampoco 
hace  mes  y  medio  en  romperos  las  costillas.  Mucho  os  ha  desagra- 
dado el  ofrecimiento  de  mi  oficio.  Mas  por  mi  honor  que  si  insis- 
tís en  incomodarme,  os  juro  salir  al  campo  y  de  seguro  no  volve- 
reis de  él. 

— ¡Ah!  ¡eso  sois  vos,  un  aporreador!  Ahora,  bien:  vamos  aver- 
io. Entretanto ,  leed  esa  hsta  de  treinta  y  cuatro  muertos  y  se- 
tenta y  ocho  heridos  todos  jóvenes  estimables  y  que  yo  aprecio, 
porque  me  han  comprendido:  dime  ahora  si  un  hombre  como  yo, 
que  ha  sabido  cumplir  tan  bien  con  su  deber ,  puede  tener  miedo 
de  un  Petit! 

—¿Queréis  absolutamente  batiros? 

' — ¡Mala  broma!  dijo  el  espadachín.  Y  después  de  un  momento 
de  silencio: 

— Ya  sabéis  que  no  es  necesario  vestirse  bien.  Poneos  el  trage 
mas  malo...  yo  también  voy  á  ia  hgera. 

— Dad  treguas  á  vuestras  bufonadas  y  partamos,  dijo  el  maes- 
tro de  armas.  Yo  escojo  la  espada. 

— ¿Vuestros  testigos?  dijo  el  criollo. 

— Mis  testigos  serán  los  vuestros,  partamos. 

— -Partamos. 
El  criollo  tiraba  bastante  bien  las  armas,  pero  no  tuvo  en  esa 


—270  — 

ocasión  la  sangre  fria  que  se  necesitaba.  Después  de  algunos  pa- 
sos, nuestro  compatriota  hirió  ligeramente  á  su  adversario  en  el 
brazo:  al  ver  correr  su  sangre  el  criollo  se  puso  furioso. 

— ^Creedme,  dijo  el  profesor  de  esgrima,  estáis  herido;  el  honor 
está  satisfecho,  quedemos  aquí. 

— ^¡A  muerte!  dijo  el  criollo,  ¡á  muerte! 

— Sea  pues  asi\  dijo  el  francés  atravesándole  el  pecho  de  una  ter- 
rible estocada. 

— '¡Canalla!  le  dijo  el  criollo,  mirándole  con  ojo  amenazador  y 
cayendo  mortal;  tú  me  las  pagarás. 

Lucien  Petit  acabó  de  hacer  su  reputación  matando  después  de 
haber  rociado,  al  verdugo  de  los  calaveras. 

Todos  los  duelos  están  bien  lejos  de  ser  tan  dramáticos;  los 
hay  por  el  contrario  bien  cómicos. 

Un  comerciante  de  Nueva-Orleans  estuvo  próximo  á  batirse 
con  otro  no  menos  estimable.  Era  después  de  comer:  los  espíritus 
estaban  algo  acalorados  por  las  libaciones  abundantes  y  se  resol- 
vieron á  pelear.  El  duelo  se  fijó  para  el  dia  siguiente. 

Mas  el  provocador  reflexionó  y  le  pesaba  batirse  por  una  cosa 
que  no  valia  la  pena:  después  de  pasar  revista  á  diferentes  medios 
de  conciliar  su  honor  que  le  obUgaba  á  desnudar  la  espada,  con 
su  instinto  de  conservación  que  le  decia  la  dejase  quieta  en  la  vai- 
na, encontró  un  recurso  con  el  cual  daba  escusa  á  los  dos.  Buscó 
á  su  adversario  y  le  dijo: 
' — Caballero,  entre  nosotros  es  forzoso  un  duelo. 
—Es  indispensable. 

\   ' — Yo  quiero  que  tenga  lugar  en  seguida. 

— Y  yo  también. 

— Mas  un  deber  imperioso  que  Vd.  comprenderá,  me  obliga  á 
á  prolongarlo.  Yo  soy  casado,  caballero... 

— ¿Qué  quiere  Vd.?  yo  también  lo  soy. 

— ^Yo  no  me  asusto:  mas  mi  esposa  es  de  complexión  delicada  y 
se  halla  en  estado  interesante.  Esto  me  ordena  caminar  con  pre- 
caución. Yo  no  puedo  esponerla  á  emociones  cuyas  consecuencias 


—  271  — 

podrían  ser  funestas.  ¿Tendría  Vd.  inconveniente  en  demorar  este 
duelo  hasta  mejor  ocasión? 

—Caballero,  ciertamente  no.  Como  padre  de  familia,  no  puedo 
menos  de  aplaudir  su  delicadeza  de  sentimientos  y  su  fortaleza  de 
espíritu. 

El  comerciante  después  de  inclinarse,  se  retiró. 

Cuatro  meses  después,  este  marido  previsor  tenia  un  hijo  que 
abrazaba  para  no  volverle  á  ver  quizás.  Y  enviaba  una  carta  á  su 
adversario  en  que  le  daba  parte  del  nacimiento  y  se  ponia  á  sus 
órdenes. 

— Hay  un  inconveniente,  le  contestó  el  rival;  hace  cuatro  me- 
ses estaba  yo  libre;  hoy  no.  Nuestra  posición  se  ha  trocado,  caba- 
llero, y  á  mi  vez,  no  puedo  batirme  sin  esponer  á  mi  esposa  á  las 
consecuencias  que  Vd.  temia  en  la  suya. 
• — ¡Cómo!  su  esposa  estará  por  ventura  también... 
— Sí  señor;  y  por  eso  pido  á  Vd.  el  favor,  que  yo  no  le  rehusé 
hace  algún  tiempo. 

—Y  que  por  todos  conceptos  me  considero  dichoso  concedién- 
doselo á  Vd.  como  lo  hizo  conmig-o. 

Este  singular  duelo  tan  graciosamente  retardado,  llegó  á  co- 
nocimiento de  ambas  esposas  de  los  contrarios:  y  sabiendo  el  mo- 
tivo que  hasta  entonces  les  habla  privado  de  batirse,  resolvieron 
prolongar  infinitamente  la  situación. 

Amenazados  los  comerciantes  con  un  aumento  de  familia  que 
no  tenia  límites,  sino  con  la  reconciliación  mutua,  se  dieron  prisa 
á  hacer  la  paz. 

Se  juega  considerablemente  en  los  Estados  del  Sur,  lo  mismo  en 
tierra,  que  en  los  vapores  que  cruzan  el  Mlsisipí;  el  juego  es  la 
pasión  dominante  de  los  criollos  y  de  los  estranjeros,  á  quienes  ar- 
rastra el  mal  ejemplo. 

Para  dar  una  idea  de  esta  desgraciada  pasión,  citaremos  los 
dos  hechos  siguientes: 

Un  día,  un  rico  colono  de  Nueva-Orleans,  embarcado  en  un  va- 
por, perdió  en  el  camino  treinta  mil  duros.  Escitado  hasta  el  últi- 
mo estremo  por  la  pérdida  de  este  dinero,  quiso  jugar  para  des- 


-212- 

quitarse  y  perdió  sucesivamente  un  reló  y  todas  sus  joyas.  Este 
colono  tenia  un  criado;  un  escelente  negro  á  quien  quería  mucho 
y  en  el  que  tenia  depositada  su  confianza. 

— John,  le  dijo,  vé  á  mi  camarote,  rebusca  en  mis  cofres  y  en- 
cuéntrame algo  con  que  pueda  jugar. 

—John  obedeció ;  hizo  el  inventario  de  lo  que  poseia  su  amq, 
mas  no  encontró  nada  que  fuera  útil  para  el  juego. 

—Ya  he  buscado,  señor:  no  hay  nada  de  valor. 
El  colono  le  miró  con  aire  de  estrañeza. 

—Te  engañas...  acércate...  ponte  encima  de  la  mesa  de  juego. 
Caballero,  dijo  á  su  rival,  os  juego  mi  criado. 

—¿Entero,  le  respondió  el  fehz  jugador,  ó  en  dos  veces? 

— Entero,  en  una  sola  partida,  contra  mil  duros;  lo  mismo  vale 
dos  mil  que  un  schelling;  es  el  hombre  mas  bueno  que  conozco. 

-— ¡Cómo!  ¿señor,  queréis  esponerme  así?  dijo  el  negro  con  uq 
tono  mitad  suplicante,  mitad  espantado. 

— Cállate,  cállate.  Está  convenido,  dijo  dirigiéndose  á su  con: 
trario. 

— ¿Está  convenido? 

—Jugad. 

Después  de  varios  golpes  felices ,  la  suerte  volvió  de  nuevo 
contra  el  colono,  y  el  negro  puesto  por  última  vez,  fué  ganado 
y  se  lo  llevó  su  nuevo  dueño. 

Un  comerciante  de  la  Carolina  del  Sur,  hizo  mas  aún;  jugó  su 
muger  y  la  perdió.  Después  de  este  golpe  desgraciado  entregó  al 
feliz  jugador  que  le  habia  ganado,  el  siguiente  billete: 

A  h  señora  X.... 

.«Querida  amiga: 

•Estraviado  por  la  fatal  pasión  del  juego,  me  he  arriesgado  y 
»he  perdido  todo,  hasta  á  Vd.  misma. 

»Por  esta  presente  obligación  me  obligo  á  divorciarme  y  á 
•abandonar  los  Estados-Unidos,  renunciando  mis  derechos  matri- 


—  273  — 

>moniales  en  favor  del  portador  de  este  mandato,  que  es  un  jó- 
>  ven  y  elegante  gentleman.  Además  os  conoce  y  os  ama. 

» Espero  que  Vd.  no  desacreditará  el  valor  de  mi  firma  hastía 
»hoy  respetada,  y  no  añadirá  á  mi  desgracia,  la  desesperación  de 
»ver  mi  contrato  protestado.  Yo  parto  en  esta  confianza.  Adiós, 
>no  nos  veremos  mas.  ¡Vive feliz!!!» 

La  muger  del  demasiado  íntegro  comerciante  se  indignó  pri- 
meramente, como  debia,  y  al  cabo  de  algún  tiempo  de  reflexión 
creyó  deber  conformarse  con  la  última  voluntad  de  su  ex-marido. 
jQué  heroísmo!  ¡Qué  abnegación!  Es  cierto  que  el  poseedor  del 
billete,  era  un  joven  y  elegante  gentleman.  No  importa.  ¡Es  bello  sa- 
crificarse así  por  un  marido! 

Esta  historia  es  auténtica  y  muy  conocida  en  América.  Añadi- 
remos, que  la  encantadora  apuesta  de  esa  rara  partida,  no  tenia 
aun  veinte  años,  y  era  bella  y  sumamente  graciosa. 

Mas  basta  ya,  como  decia  Mr.  Birman  después  de  predicar  por 
espacio  de  cuatro  horas  seguidas. 

Ya  es  tiempo  de  concluir  esta  serie  de  observaciones. 

Sin  embargo,  pudiéramos  tratar  por  estenso  muchas  cosas  que 
no  hemos  hecho  mas  que  apuntar  hgeramente.  Pero  no  debe  de- 
cirse todo:  la  coquetería  en  el  escritor  como  en  la  muger,  consis- 
te en  dejarse  adivinar. 

Falta  saber  respecto  á  nosotros,  sino  debíamos  haber  callado 
hace  tiempo. 


F[N. 


RESUMEN. 


«Los  pueblos  comprenden  qué  no  es  la 
fuerza  la  que  da  la  preponderancia,  sino 
el  incremento  de  la  moralidad  y  el  saber, 
y  se  aprestan  á  completar  el  gran  movi- 
miento principiado  en  tiempo  de  los  mu- 
nicipios y  á  dilatar  el  imperio  de  la  cien- 
cia y  de  la  civilización.» 

César  Cantü. 


La  historia  es  el  gran  panorama  en  que  la  humanidad  mira  sü 
vida  pasada  y  de  donde  saca  provechosas  lecciones  para  el  por- 
venir. Pero  si  su  estudio  es  de  suma  importancia  cuando  quere- 
mos hacer  sabias  apreciaciones  de  los  hombres  y  las  cosas,  no 
deja  también  de  serlo  el  de  los  hábitos  y  costumbres. 

La  historia  nos  enseña  la  vida  pública  de  un  pueblo:  Su  caida 
y  engrandecimiento:  nos  pinta  sus  prohombres,  sus  héroes,  sus 
artistas,  sus  Hteratos:  nos  cuenta  sus  guerras,  sus  adelantos,  sus 
atrasos,  sus  tendencias:  relata  los  grandes  hechos  que  se  hacen 
dignos  de  la  admiración  de  la  posteridad,  y  aquellas  mezquinas 
acciones  que  le  cubren  por  siempre  de  baldón;  lo  califica,  lo  compa- 
ra, lo  desprestigia,  lo  rehabilita  y  es  como  el  justo,  infalible  y  eter- 
no fiscal  y  juez  que  denuncia,  condena  ó  absuelve  los  siglos  tras- 


—  276  — 
curridos.  Mas  esta  ciencia  por  su  misma  índole,  no  puede  detener- 
se á  penetrar  con  escrupuloso  interés,  en  el  seno  profundo  de  las 
naciones  y  tiene  que  llevar  su  especulación  á  un  campo  mas  esten- 
so, donde  la  filosofía  obra  libre  de  ciertos  detalles  que  acortarian 
los  vuelos  tomados  para  cumplir  su  misión.  La  historia,  pues,  se 
dedica  á  las  grandes  cuestiones  políticas,  financieras  ó  militares; 
á  los  hombres  que  simbolizan  una  idea  general;  á  los  que  llevan  á 
cabo  los  cambios  que  por  necesidad  tienen  que  esperimentar  las 
naciones  y  á  las  obras  grandiosas  sociales  ó  materiales  que  ejecu- 
tan estas  en  el  mundo;  viéndose  precisada  á  considerar  la  humani- 
dad como  un  solo  hombre,  que  camina  realizando  los  designios  en- 
comendados por  la  Providencia.  Siempre  examina  á  la  sociedad, 
nunca  á  sus  miembros.  Indica  sus  revoluciones  pero  realizadas  en 
el  tiempo:  si  se  ocupa  de  las  causas,  es  bajo  un  punto  de  vista  ge- 
neral y  filosófico. 

La  historia  es,  en  fin,  el  lado  superior  de  la  humanidad.  Gran- 
des proezas  y  grandes  crímenes,  grandes  dotes  y  grandes  defectos^ 
grandes  alegrías  y  grandes  tristezas,  grandes  triunfos  y  grandes 
derrotas,  g-ran  preponderancia  y  gran  decaimiento,  llenan  sus  pá- 
ginas, y  ante  el  hombre  se  levanta  como  un  monumento  suntuoso, 
que  sirve  de  templo  á  la  epopeya  humana. 

El  estudio  de  las  costumbres  sin  ser  de  tan  alto  valor,  tiene  su 
importancia  relativa  al  lado  de  la  historia,  y  es  por  decirlo  así,  el 
complemento  de  esta.  El  no  sale  de  la  esfera  doméstica:  no  se  re- 
monta á  las  regiones  filosóficas  para  determinar  los  grados  de  civi- 
lización de  un  pueblo:  no  se  compone  de  una  serie  de  reflexiones 
comparativas,  genealógicas,  biográficas  ó  tradicionales.  No  inves- 
tiga la  causa  de  los  hechos  ni  la  relación  que  existe  entre  ellos. 
Ño  trata  de  la  descripción  particular  de  una  circunstancia  notable 
que  haga  época,  ni  distribuye  razonadamente  el  premio  merecido 
por  las  acciones  ó  la  gloria  que  á  cada  cual  le  cabe.  Circunscrito  á 
un  círculo  determinado  y  fijo,  se  ocupa  de  aquello  que  la  historia 
deja  como  innecesario  para  su  propósito.  De  lo  que  produciendo 
mal  efecto  por  ser  pequeño  junto  á  una  cosa  grande,  no  puede  ni 
debe  tener  lugar  en  ella.  Como  el  escalpelo  del  anatomista  y  nun- 


-  277  - 
ca  como  el  telescopio  del  astrónomo,  así  él  estudio  de  las  costum- 
bres, penetrando  en  el  seno  de  la  familia  y  pintándola  detalladamen- 
te, muestra  las  llagas  secretas  de  la  sociedad,  y  la  consunción  que 
la  consume:  rasgando  sus  venas  una  por  una^  abriendo  los  miem- 
bros, separando  las  articulaciones,  puede  dedr  de  donde  provienen 
esas  enfermedades  que  matan  el  cuerpo  social;  esas  congestiones 
que  le  paralizan,  y  esas  convulsiones  que  trastornando  su  organi- 
zación, terminan  en  la  demencia^ 

Por  esta  razón  consideramos  el  estudio  de  las  costumbres  de 
mucho  interés,  y  necesario  tanto  como  el  de  la  historia. 

Por  eso  mismo  hemos  querido  reasumir  en  este  artículo  ñnal, 
las  consecuencias  que  se  desprenden  del  estudio  dé  las  costumbres 
americanas,  determinando  de  este  modo  en  conjunto,  las  bellezas  y 
defectos  de  la  civilización  de  los  Estados-Unidos,  á  fin  de  compa- 
rarla con  la  europea  y  deducir  cuál  es  mas  completa  y  presenta 
mayores  ventajas. 

Para  proceder  con  orden  en  nuestro  trabajo,  empezaremos  in- 
vestigando los  primeros  pasos  de  la  civilización  y  la  libertad  ame- 
ricana, hasta  llegar  á  los  resultados  que  admiramos  hoy. 

Los  acontecimientos  sociales,  á  semejanza  de  los  efectos  de  la 
naturaleza,  están  perfectamente  encadenados  los  unos  á  los  otros 
y  sujetos  á  una  causa.  Para  desenvolverlos  y  analizarlos  es  preci- 
so encontrarla,  y  guiados  por  ella  esplicar  los  hechos. 

Para  el  filósofo  y  el  historiador  es  innegable  que  la  humanidad 
desde  su  establecimiento  en  la  tierra,  camina  á  un  fin  y  trabaja 
mancomunada  y  providencialniente  por  conseguir  el  propósito  que 
ella  mism.a  ignora  y  al  que  le  impulsa  un  vago  pero  imperioso  de- 
seo de  felicidad  futura. 

Esto  sabido,  no  iremos  á  buscar  la  causa  del  desenvolvimien- 
to del  orden  actual  de  cosas  tan  lejos,  que  alarguemos  mas  de  lo 
que  nos  hemos  propuesto  las  dimensiones  de  este  trabajo,  y  nos 
fijaremos  en  un  punto  desde  el  cual  podemos  partir.  En  1649,  la 
revolución  inglesa,  contenida  nuevamente  en  los  límites  monárqui- 
cos, después  de  haber  cortado  la  cabeza  á  Carlos  I,  fué  á  conti- 
nuar su  obra  á  la  sombra  de  las  selvas  americanas.  Los  república- 


hos  que  bajo  la  dominación  del  seg-undo  Estüardo ,  huyeron  para 
poner  á  cubierto  del  poder,  su  libertad  civil  y  religiosa,  penetra- 
ron en  aquellos  bosques  vírgenes,  de  la  América  del  Norte,  y 
como  señores  de  ellos,  proclamaron,  instituyeron  e  hicieron  pre- 
dominar sus  doctrinas.  Así  los  hijos  de  Penn,  ayudados  por  los  pu- 
ritanos de  Cromwell,  se  estendieron  por  el  vasto  territorio  que  po- 
seían, guardando  en  silencio  los  gérmenes  nunca  apagados  de  la 
revolución  y  dispuestos  á  realizar  sus  teorías  en  un  momento  opor- 
tuno. Aquellos  colonos  pobladores  de  las  incultas  soledades,  no 
eran  incivilizados ,  estúpidos  ó  criminales  arrojados  de  la  madre 
patria,  siendo  por  el  contrario  gentes  descontentas  del  régimen  po- 
lítico de  su  pais,  que  emprendieron  con  valeroso  aliento  el  traba- 
jo de  la  regeneración,  no  en  una  tierra  gastada,  sino  en  unos  cam- 
pos vírgenes.  Ellos  estaban  acostumbrados  á  la  libre  discusión  de 
sus  intereses,  al  derecho  de  ciudadano  y  al  gobierno  constitucio- 
nal. Tenían  conocimiento  de  las  letras ,  ciencias,  artes,  industria, 
y  de  todos  los  progresos  de  Inglaterra;  Se  gobernaron  libremente 
por  medio  de  constituciones  particulares  que  hicieron  regir  en  los 
distintos  puntos  en  que  se  establecieron,  y  el  jurado  fué  instituido 
desde  el  principio  de  la  colonización.  El  horror  á  la  monarquía  se 
conservó  ileso  entre  los  puritanos,  y  después  del  rompimiento  con 
el  monarca  británico  se  hallaron  prevenidos  y  dispuestos  á  gober- 
narse por  sí  mismos.  De  aquí,  la  posibilidad  y  el  sostenimiento  de 
larepúbhca.  Para  seguir  el  plan  que  nos  hemos  propuesto,  nece- 
sitamos apuntar  la  influencia  de  la  libertad  de  América  en  los  des- 
tinos de  Europa,  volviendo  en  seguida  al  continente  americano, 
motivo  de  estas  líneas. 

Los  soldados  franceses  que  fueron  á  defender  la  independen- 
cia de  los  Estados-Unidos,  saliendo  reaUstas  de  su  patria,  volvie- 
ron republicanos;  y  la  Francia  se  encontraba  en  uno  de  esos  mo- 
mentos de  fiebre  porque  pasan  las  naciones  antes  de  llegar  á  las 
crisis  violentas  y  terribles  que  concluyen  en  la  anarquía.  Las  nar- 
raciones de  los  compañeros  de  Laffayette,  alentaron  los  ánimos  de 
aquel  pueblo  hambriento,  aprisionado  y  lleno  de  harapos,  pisotea- 
do por  sus  reyes  anteriores,  que  quiso  vengar  en  el  infortunado 


—  279- 
Luis  XVI,  los  insultos  hechos  por  su  antecesor,  el  cual  con  su  lujo 
y  disolutas  costumbres,  habia  prostituido  la  conciencia  pública. 
La  revolución  francesa  era  el  segundo  acto  del  drama  felizmente 
inaugurado  en  los  campos  deLexigton  y  cuyo  objeto  era  el  mismo; 
proclamar  los  derechos  del  hombre  á  la  faz  del  mundo  y  obligar 
á  los  reyes  á  reconocerlos.  El  drama  tuvo  un  fin  inesperado,  ter- 
minando por  la  mas  grande  tragedia  que  se  ha  representado  en  los 
siglos.  Una  mano  astuta,  inteligente,  oscura,  osada  y  llena  de  for- 
tuna, comenzó  á  pesar  sobre  la  revolución ,  hasta  que  la  anonadó 
en  los  escombros;  la  sangre  y  la  ruina  de  la  antigua  sociedad  fijó 
su  trono  y  dio  al  mundo  una  copia  fiel  del  escandaloso  espectáculo 
de  Cromwell,  coronando  su  cabeza  de  plebeyo  (1)  é  imponiendo  el 
cetro  y  la  cadena  del  despotismo  á  las  huestes  democráticas  que  le 
hablan  proclamado  su  símbolo.  La  Europa  entera,  que  tan  hostil  se 
habia  mostrado  en  un  principio  á  la  proclamación  de  los  derechos 
de  la  humanidad,  comenzó  á  participar  poco  á  poco  de  la  influen- 
cia del  sol  que  comenzó  á  alumbrar  en  1649,  en  Londres,  que  ha- 
bia vuelto  á  aparecer  un  siglo  después  en  Boston,  y  en  1793  en  Pa- 
rís. De  ese  sol  que  habia  iluminado  sangriento  las  nieblas  de  la 
Gran-Bretaña,  risueño  los  campos  de  América,  terrorífico  los  va- 
lles de  la  Gália.  España  sintió  esa  influencia,  y  aprovechándose  de 
ella  siguió  el  impulso  general  y  abolió  el  gastado  sistema  del  go- 
bierno absoluto:  este  cambio  que  habia  sido  provocado,  como  lleva- 
mos dicho,  por  la  independencia  americana  que  retumbaba  en  Euror 
pa,  volvió  como  de  rechazo  á  América  y  las  colonias  españolas  re- 
clamaron su  libertad:  después  de  una  lucha  sangrienta  la  obtuvie- 
ron, y  hé  aquí  que  en  todo  el  continente  que  divide  el  Océano  del 
Pacífico,  rodeado  de  repúblicas  como  de  una  eterna  amenaza  se  le- 
vanta un  solo  trono. 

Hemos  llegado  al  punto  que  deseábamos  para  poder  entrar  de 
lleno  en  el  examen  general  de  la  civilización  americana. 

Que  la  América  es  mas  libre  que  la  Europa,  es  un  hecho  que 


(1)    Nos  referimos  á  que  no  era  de  estirpe  regia,  pues  pertenecía  á  una  familia  noble. 


—  280  — 
no  admite  discusión.  Hay  sin  embargo  mía  gran  diferencia  éntrela 
libertad  del  Norte  y  la  del  Sur  y  que  dimana  de  los  distintos  ele- 
mentos con  que  ambas  se  han  engendrado.  Las  repúblicas  del  Sur 
no  se  emanciparon,  como  es  fácil  conocer,  por  ese  rencor  innato  á 
los  reyes  y  por  el  íntimo  convencimiento  de  su  propio  valor.  A  fi- 
nes del  siglo  pasado  y  á  principios  de  este,  representaron  un  papel 
importante  en  las  intrigas  de  Inglaterra,  y  alentadas  y  protejidas 
por  ella  proclamaron  su  libertad.  ¿Esos  paises  educados  por  Espa- 
ña, acostumbrados  á  la  esclavitud  y  en  los  que  habia  mas  esclavos 
que  hombres  libres,  podian  careciendo  de  instrucción  hacer  lo  que 
los  pequeños  estados  del  Norte?  No:  los  Norte-americanos  como 
ya  hemos  dicho,  eran  hombres  instruidos,  republicanos  en  el  fondo, 
que  no  conocían  la  esclavitud  y  que  esplotaron  su  pais  en  provecho 
propio  y  no  en  el  de  la  madre  patria.  Que  desde  luego  se  propu- 
sieron fundar  una  nación  para  sus  hijos  y  no  una  mina  que  esplo- 
taran  los  ingleses.  Asi,  cuando  se  encontraron  fuertes  y  dispuestos 
á  gobernarse  por  sí  mismos,  cuando  con  los  productos  de  su  indus- 
tria podian  sostenerse  sin  apelar  á  los  recursos  de  otras  naciones, 
empuñaron  las  armas  y  se  rebelaron,  no  contra  sus  amos  como  la 
América  del  Sur,  sino  contra  aquellos  hermanos  cuyos  lazos  de  fra- 
ternidad estaban  rotos  antes  de  separarse.  Diferente  camino  han  se- 
guido las  demás  repúblicas  en  que  era  desconocida  la  idea  demo- 
crática, y  que  pidieron  su  libertad,  mas  bien  movidas  por  un  resorte 
estranjero  que  por  la  propia  conciencia  de  su  deber.  La  de  Chile 
y  la  Boliviana  no  han  dejado  de  tener  conmociones  intestinas.  En 
Goatemala  hicieron  la  constitución  los  estranjeros.  En  la  Amé- 
rica central  ha  habido  una  guerra  civil  continua.  Buenos- Ai- 
res ,  solo  ha  tenido  dictadores ,  y  aun  están  calientes  los  tristes 
acontecimientos  provocados  por  la  tiranía  de  Rosas.  En  el  Para- 
guay reinaba  una  completa  ignorancia  respecto  á  las  formas  gu- 
bernamentales. Y  el  Perú  no  ha  dejado  de  sentir  la  influencia  de 
sus  hermanas. 

La  libertad  americana,  está,  pues,  como  dividida  por  un  abis- 
mo en  el  istmo  de  Panamá.  La  del  Sur,  es  una  lucha  incesante  en- 
tre la  civilización  y  la  barbarie,  la  independencia  y  el  despotismo. 


—  281  — 

La  del  Norte,  es  la  sucesiva  conquista  del  saber  sin  oposición  y 
el  libre  ejercicio  de  la  inteligencia  en  los  límites  trazados  por  la 
misma  libertad. 

Si  la  verdadera  libertad  y  el  progreso  científico,  social,  políti- 
co é  industrial,  existe  en  el  Norte,  este  marcha  á  la  cabeza  de  la 
América.  Si  la  América  está  mas  adelantada  que  la  Europa,  esta 
debe  ocupar  su  puesto  detrás  de  aquella. 

¿Debemos  probar  la  verdad  que  hemos  sentado?  Escrita  está 
en  los  corazones  liberales,  que  con  un  sentimiento  de  imparcialidad 
juzguen:  mas  á  pesar  de  esto,  la  demostraremos  en  breves  pala- 
bras. 

Si  la  civilización  y  la  libertad  no  son  la  fuerza;  si  la  humani- 
dad combate  por  el  progreso;  si  así  lo  han  comprendido  y  acepta- 
do todos  los  gobiernos  del  mundo,  desde  la  Europa  occidental  has- 
ta el  Helesponto,  ¿dónde  existe  su  verdadero  principio  fundamen- 
tal? ¿Será  en  el  Austria  sosteniendo  poderosos  ejércitos  para  apri- 
sionar la  Italia?  ¿Será  en  la  Rusia  manteniendo  sus  hordas  cosacas 
para  uncir  á  su  yugo  la  Polonia?  ¿Será  en  la  Prusia  con  su  aristo- 
cracia militar?  ¿Será  en  la  Francia  con  su  farsa  de  sistema  repre- 
sentativo? ¿Será  en  la  Inglaterra  con  sus  leyes  antiguas,  sus  cos- 
tosas armadas  y  su  plebe  incivilizada  y  estúpida?  No;  la  verdade- 
ra libertad,  la  verdadera  civihzacion,  estará  allí,  donde  la  política 
y  no  las  bayonetas  sostengan  el  rango  del  Estado.  Donde  el  Esta- 
do no  sacrifique  sus  hijos  en  pro  de  su  gefe.  Donde  la  fuerza  no 
sea  el  derecho.  Donde  la  nación  permanezca  agena  á  los  mezqui- 
nos intereses  de  otras.  Donde  los  ciudadanos  giren  desembarazada 
y  libremente  en  el  círculo  que  quieran  trazarse  sin  trabas  que  su- 
jetervsu  pensamiento,  su  conciencia,  su  industria. 

¿Sucede  esto  en  América?  El  libro  que  antecede  á  este  artí- 
culo prueba  que  sí.  No  pretenderemos  nosotros  que  la  Europa  sea 
una  servil  imitadora  de  la  América;  si  encomiamos  su  adelanto 
no  es  con  el  fin  de  probar  que  han  llegado  al  complemento  del 
progreso,  ni  fijarla  como  el  modelo  que  debe  servir  de  norma  á 
los  pueblos  antiguos:  nuestro  pensamiento  es,  únicamente  compa- 
rar su  existencia  con  la  nuestra;  juzgarle  con  arreglo  al  nuevo  ór- 

36 


—  282  -• 
den  de  ideas  y  terminar  diciendo  quién  es  mas  ;^rande,  mas  pode- 
roso, si  el  Viejo  ó  el  Nuevo-Mundo. 

En  Europa  no  ha  aparecido  aun  esa  figura  monumental,  mag- 
nánimo símbolo  de  un  pueblo,  gran  carácter  que  bajo  el  nombre 
de  Washington  atrae  las  miradas  y  hace  fijar  en  la  historia  el  pe- 
ríodo mas  hermoso  de  la  edad  moderna.  Un  oscuro  general  que 
pelea  por  la  libertad  de  su  pais,  la  consigue  y  se  la  entrega  ilesa 
deponiendo  la  espada  y  concretándose  á  ser  el  mas  simple  ciuda- 
dano. Un  hombre  que  no  hizo  traición  á  sus  principios,  ni  á  los  de 
su  pueblo;  que  batallando  contra  el  poder,  cumplió  su  juramento 
y  no  prostituyó  la  conciencia  pública  faltando  al  destino  que  se  le 
habia  encomendado,  es  el  representante,  el  emblema  de  los  Esta- 
dos-Unidos ante  los  siglos  históricos.  No  hay  héroe  que  oponerle: 
Alejandro,  César,  Darío,  Anibal,  son  pequeños  junto  á  él:  y  ese 
superior  á  los  demás  capitanes ,  ese  que  fraguó  las  cadenas  del 
despotismo  con  los  desunidos  hilos  de  la  libertad,  ese  cuyo  nom- 
bre pregonan  las  Pirámides  y  la  columna  de  Vendóme,  ese  á  quien 
la  posteridad  comienza  á  hacer  justicia,  no  puede  ponerse  á  su  lado 
sin  ruborizarse. 

Juzgando  á  Washington,  se  ha  juzgado  á  la  América  del  Nor-^ 
te.  Proclamándole  el  mas  grande  hombre  de  los  tiempos  moder- 
nos, se  proclama  á  la  Union  americana  por  la  mas  gran  nación  de 
la  época  presente. 

¿Es  esto  justo?  Los  lectores  lo  dirán. 

Cuando  se  firmó  el  tratado  de  paz  entre  Inglaterra  y  los  Esta- 
dos-Unidos, la  población  de  estos  constaba  de  dos  millones  y  me- 
dio de  habitantes:  notenian  caminos  públicos,  ni  canales,  y  losrios 
corrían  solos  y  silenciosos  por  entre  selvas  impenetra  bles. '^Hoy 
tienen  27  millones  de  hijos,  una  circulación  interior  de  treinta  y 
siete  mil  ochocientas  noventa  y  cinco  millas  de  carretera  que  par- 
ten en  todas  direcciones  de  New- York  y  Washington,  cruzándose 
con  innumerables  caminos  de  travesía ,  provistos  de  medios  de 
trasportes.  Canales  de  vastísima  estension  empalman  los  lagos  con 
las  vias  públicas;  y  los  mas  grandes  rios  del  mundo,  el  Misisipi, 
el  Misuri  y  el  Oliio,  tienen  pobladas  sus  orillas  por  innumerables 


—  283  — 

ciudades.  Tan  gran  trabajo  se  ha  llevado  á  cabo  en  el  corto  espa- 
cio de  79  años.  Mas  para  hacerse  cargo  de  lo  que  son  los  Esta- 
dos-Unidos, es  preciso  figurarse  la  vasta  estension  de  su  territo- 
rio, cruzado  por  las  líneas  férreas  que  no  han  encontrado  oposi- 
ción posible  en  la  naturaleza,  atravesando  los  rios  por  medio  de 
puentes  de  madera,  balanceándose  en  las  cimas  de  las  montañas 
sin  temor  á  los  precipicios,  y  caminando  60  millas  por  hora.  Es  ne- 
cesario observar  los  mares  surcados  por  millares  de  buques  de 
diferente  forma  y  estension  y  los  famosos  lagos,  Michigan,  Onta- 
rio, Erié  y  Champlain,  sembrados  de  vapores  de  tres  pisos,  como 
ciudades  flotantes  que  pueblan  sus  quietas  aguas.  Es  menester 
contemplar  aquellos  magníficos  canales  que  unen  á  Boston  con  el 
Merrimac,  á  New- York  con  el  Atlántico  y  los  de  Albermarle,  Sautée 
y  Chesapeake,  que  cruzan  los  estados  de  la  Virginia  y  la  Carolina. 
Ver  los  muelles  rodeados  de  barcas,  corbetas,  cuíteles,  ferry-boats, 
schooners  y  piraguas:  las  perfectas  calles  de  las  ciudades  con  sus 
líneas  de  árboles,  sus  casas  iguales  y  en  las  que  transitan  apresu- 
radamente los  activos  habitantes.  Visitar  aquellas  plazas  donde  se 
celebran  las  discusiones  públicas,  batallas  de  la  inteUgencia  en 
que  los  pensamientos  se  esponen  con  la  sinceridad  del  corazón  y 
en  las  que  de  una  anarquía  aparente  se  alza  un  orden  regulariza- 
do que  mantiene  á  cada  cual  en  los  límites  del  deber  y  hace 
triunfar  la  justicia.  Asistir  al  Senado  donde  sin  la  etiqueta  ni  la 
importancia  teatral  de  los  nuestros,  se  debaten  sencilla  y  fami- 
liarmente los  grandes  intereses  del  Estado;  y  cuyo  gefe  después 
de  presidir  esas  tranquilas  deliberaciones  que  nunca  son  de  vida  ó 
muerte  para  el  gobierno ,  estrecha  la  mano  al  honrado  menestral 
que^jtrabaja  en  el  empedrado  púbhco.  Es  indispensable  penetrar 
en  el  seno  de  la  familia ,  albergue  de  la  armonía  fraternal ,  fuente 
de  la  hbertad  individual  y  santuario  del  respeto  y  la  concordia. 

Entonces  se  comprenden  los  Estados-Unidos ,  entonces  se  sabe 
lo  que  es  un  pais  libre.  Entonces  se  ama  la  libertad;  se  convence 
uno  de  que  va  unida  á  la  inteligencia,  de  que  es  el  único  patrimo- 
nio del  hombre,  de  que  es  el  bien  reservado  por  Dios  en  la  tierra 
como  premio  del  trabajo. 


—  284  — 

Ese  pueblo ,  que  para  cada  ciento  de  sus  hijos  tiene  un  templo 
y  un  periódico ,  en  que  las  mas  distintas  creencias,  las  mas  dife- 
rentes opiniones  políticas,  viven  unidas  sin  que  sea  un  delito  creer 
de  tal  ó  cual  modo ,  pensar  de  tal  ó  cual  manera ,  en  que  la  con- 
ciencia es  un  sagrado  que  nadie  se  atreve  á  tocar;  en  que  la  crí- 
tica, ese  áspid  de  la  inteligencia  huye  de  su  seno  ahuyentado  por 
el  libre  albedrío,  como  la  fiera  por  la  civilización;  ese  pueblo  divi- 
dido y  subdividido  en  sectas  que  interpretan  y  buscan  la  verdad, 
tal  como  quieren  comprenderla,  da  el  maravilloso  ejemplo  de  la 
fraternidad  universal,  de  la  unidad  inconcebible,  á  pesar  de  la  di- 
visibihdad  religiosa. 

Suponer  que  hay  un  pueblo  que  haya  hecho  mas  en  menos 
años,  es  una  quimera.  Jamás  pierde  el  tiempo  en  las  fórmulas  y  va- 
nidades del  discurso:  si  habla  es  para  ejecutar  en  seguida:  sus 
ideas  son  hechos  realizados;  por  decirlo  así,  la  práctica  es  anterior 
á  la  teoría.  Todo  cabe  en  él;  todo  es  útil;  todo  le  sirve  de  estímulo 
y  conveniencia.  Las  fuerzas  mentales,  morales  y  materiales  bajo 
sus  mil  diversas  formas  y  manifestaciones,  se  emplean,  se  anudan, 
se  protegen,  y  proponiéndose  por  único  medio  y  fin  el  trabajo,  son 
el  retrato  mas  fiel  de  Prometeo,  que  representaba  en  la  Teogonia 
griega,  la  libertad  pertinaz  y  la  lucha  incesante  del  espíritu  hu- 
mano contra  los  obstáculos. 

Aquellos  especuladores  sin  trabas,  aquellos  comerciantes  sin 
vejaciones,  cuyo  gobierno  les  cuesta  tan  poco,  cuya  equitativa  ad- 
ministración les  evita  las  cargas  inmensas  que  pesan  sobre  la  Eu- 
ropa, que  no  pagan  costosos  ejércitos,  poderosas  fuerzas  maríti- 
mas, numeroso  clero,  lujosas  oficinas,  multitud  de  empleados; 
aquellos  Jefferson,  Franklin  y  Madison  que  después  de  servir  á  su 
patria  sin  ambición,  ni  interés,  se  retiran  á  vivir  oscuros  con  las 
rentas  de  su  patrimonio;  que  jamás  han  sacrificado  en  aras  de  la 
vanidad,  de  la  avaricia  ó  el  interés  privado,  las  aspiraciones  ge- 
nerales, el  derecho  patrio  y  la  honra  nacional,  á  la  sombra  de  sus 
benéficas  leyes,  viven  libres  y  se  asocian  para  el  bien  común, 
comprometiendo  sus  fortunas  en  las  mas  arriesgadas  empresas,  y 


-285- 
el  dinero  cambia  de  mano  con  la  misma  facilidad  que  existe  para 
ganarlo.  Ellos  han  poblado  de  buques  esos  desiertos  de  agua  que 
se  llaman  océano  Atlántico  y  Pacífico,  sostienen  abiertas  las  puer- 
tas de  la  China,  hacen  ondear  su  pabellón  en  todos  los  mares;  han 
perfeccionado  la  navegación;  han  hecho  desaparecer  las  distan- 
cias; han  protegido  á  los  desgraciados  del  mundo,  dándoles  hogar 
y  alimento;  han  honrado  el  trabajo;  han  premiado  á  los  que  les 
han  servido;  han  roto  las  antiguas  preocupaciones;  han  indicado 
el  camino  á  la  moderna  sociedad;  han  dado  participación  en  su 
bienestar  á  los  estranjeros  con  el  título  y  los  derechos  del  her- 
mano; han  llamado  á  los  utopistas  para  que  realicen  en  su  seno; 
han  venerado  la  inteligencia;  han  dejado  vagar  el  pensamiento  por 
las  regiones  que  ha  querido  trazarse;  no  han  limitado  el  círculo 
de  la  idea  social;  no  han  leido  á  través  de  la  fisonomía  el  senti- 
miento para  calificarlo;  no  han  considerado  en  fin  al  hombre  sino 
por  su  obra. 

Lo  que  entre  nosotros  se  considera  como  malo,  vicioso  ó  nulo, 
lo  han  admitido  como  bueno,  moral  ó  conveniente.  No  han  dado 
nunca  esos  repetidos  escándalos  de  algunos  banqueros  europeos; 
no  han  disparado  criminalmente  una  pistola  contra  sí  mismos, 
cuando  han  perdido  su  capital  en  un  negocio.  El  hombre  rico  á 
quien  la  fortuna  le  ha  vuelto  la  espalda,  después  de  haber  habita- 
do en  magníficos  palacios,  y  haber  pisado  sobre  oro,  ha  vendido 
públicamente  frutas  y  ha  sido  respetado  por  los  mismos  á  quienes 
admiraba  su  riqueza.  Jamás  perdonan  medio,  é  indiferentes  á  las 
vanas  distinciones  sociales,  han  proclamado  la  industria  como  al- 
ma déla  sociedad,  como  luz  vivificadora  que  calienta  su  corazón  y 
alumbra  su  mente.  Entusiastas  por  el  progreso,  han  creado,  modi- 
ficado y  regenerado  todo.  Atentos  observadores  déla  naturaleza  y 
conformándose  con  sus  leyes  eternas  de  vida  y  muerte,  ven  con 
estoicismo  nacer  y  fenecer  las  instituciones ,  las  fortunas  y  las  fa- 
milias. Como  una  ilusión  que  llena  el  alma,  como  una  esperanza 
que  vivifica  el  corazón,  el  trabajo  es  el  principio  fundamental ,  la 
necesidad  imperiosa  de  los  Norte-americanos.  Y  ya  hemos  dicho 
que  sus  abstractas  teorías  las  llevan  siempre  al  terreno  de  la  prác- 


-286  — 
tica;  cuanto  se  piensa  se  practica  (1)  y  los  medios  que  sugiere  la 
imaginación  nunca  se  examinan. 

Puede  decírseles,  no  que  sulegislacionno  es  tan  perfecta  como 
la  europea,  pero  al  menos  que  sus  tribunales  no  poseen  la  estricta 
severidad  de  los  nuestros. 


(1)  Como  prueba  del  espíriUi  mercantil  y  especulativo  que  distingue  á  los  norte-ame- 
ricanos, vamos  á  presentar  la  siguiente  anédocta: 

Un  rico  comerciante  de  París  que  estaba  en  relaciones  con  una  de  las  principales  ca- 
sas de  New-York,  envió  á  dicha  ciudad  á  un  iiijo  suyo  á  fin  de  que  tomase  notas  del  esta- 
do de  los  negocios.  El  joven  comisionado  poseía  una  voz  escelente,  grandes  disposicionei 
para  el  canto,  y  tocaba  el  piano  con  perfección. 

Apenas  llegó  á  New-York,  cuando  fué  muy  bien  recibido  por  el  socio  de  su  señor  pa- 
dre que  le  condujo  á  su  casa,  en  la  cual  tuvo  ocasión  de  ver  las  felices  cualidades  musica- 
les de  su  huésped.  Le  trató  con  suma  amabilidad  y  ternura,  poniendo  á  su  disposición 
cuantas  comodidades  encerraba  su  casa,  donde  la  riqueza  y  el  lujo  brillaban  con  profusión. 
A  los  pocos  dias  le  hizo  presente  que  iba  á  dar  un  concierto  y  que  contaba  con  él  para  que 
'uciese  su  magnífica  voz.  No  opuso  resistencia  el  recien  llegado  y  una  noche  vio  llenarse 
de  gente  los  salones  de  la  casa  que  le  albergaba.  Todo  el  mundo  aplaudió  su  talento  musi- 
cal. Pero  pasada  una  semana,  volvió  á  repetirse  la  soirée,  volvió  él  á  cantar  y  recibió  los 
mismos  elogios.  A  poco,  le  suplicó  el  comerciante  que  repitiese  delante  de  una  inmensa 
concurrencia  su  habilidad  y  con  disgusto  dio  muestras  de  ella,  arrebatando  á  la  multitud. 
Dias  y  dias  pasaron  y  el  joven  estaba  aburrido  porque  su  huésped  se  habia  negado  po- 
líticamente á  sacarle  á  paseo  y  se  hallaba  mes  y  medio  sin  salir  á  la  calle. 

Por  fin,  determinó  salir  solo,  y  en  cuanto  cruzó  una  plaza  notó  que  las  gentes  le  sa- 
ludaban respetuosamente  y  algunos  hasta  le  preguntaban  por  su  salud.  Asombrado  cami- 
naba el  francés,  cuando  un  gentleman  se  le  acercó  y  apretándole  la  mano  le  dijo: 

— My  dear  friend:  mi  querido  amigo:  desearía  poder  asistir  al  próximo  concierto;  y 
para  que  no  me  suceda  lo  que  en  el  anterior,  que  me  quedé  sin  oirlo,  voy  á  pagarle  á  us- 
ted ahora  mismo  el  precio  de  la  localidad. 

Acto  continuo  sacó  del  bolsillo  un  billete  y  lo  ofreció  al  estupefacto  estranjero. 

— Caballero,  no  comprendo,  replicó. 

— ¿El  precio  de  los  billetes  no  es  una  libra?  preguntó  el  inglés. 

— ¿Pero  de  qué  billetes? 

— De  los  del  concierto  que  va  V.  á  dar  en  casa  de  Mr.  X... 

— Caballero,  yo  no  doy  conciertos  por  dinero. 

— ¡Cómo!  pues  á  mí  siempre  me  ha  costado  una  libra.  Vamos,  aceptad. 

— Yo  no  puedo  aceptar  nada;  dijo  marchándose  enojado  el  joven  y  corriendo  á  ver  á  su 
huésped. 

Entonces,  supo  por  boca  de  él  mismo,  que  habiéndolo  encontrado  con  tan  buena  voz^ 
habia  dado  tres  conciertos  en  su  casa,  haciéndolo  pasar  por  un  gran  artista,  y  habia  gana- 
do en  ellos  3,000  libras  esterlinas.  Por  esa  razón  no  le  quería  dejar  salir  á  paseo. 


-287  — 

Puede  suponerse  que  no  existe  la  unidad  nacional,  que  su  im- 
portancia política  es  aparente ,  que  su  poder  es  ficticio,  que  sus 
fronteras  no  tienen  resguardo,  que  su  comercio  no  posee  defensa 
naval,  que  abusan  de  la  confianza ,  que  los  domina  el  juego  y  que 
su  moralidad  es  convencional.  Que  si  se  vieran  amenazados  de  una 
guerra  sucumbirían  en  ella  por  falta  de  elementos.  ¿Mas  qué  im- 
portan estas  acusaciones,  ni  qué  suponen  en  el  terreno  de  los  he- 
chos? Si  sus  tribunales  carecen  de  severidad,  hacen  justicia;  si  no 
existe  la  unidad  nacional,  esa  solo  conviene  á  una  nación  guerrera; 
si  su  poder  es  ficticio,  aun  no  se  ha  probado;  él  pesa  bastante  en 
los  destinos  de  América  y  suele  inclinar  la  balanza  en  los  de  Eu- 
ropa; si  sus  fronteras  no  tienen  soldados,  tampoco  han  sido  ataca- 
das, y  en  caso  de  serlo  tendrían  la  nación  entera  que  oponer;  su 
fuerza  naval  se  encuentra  en  el  mismo  caso:  esos  buques  que  ve- 
mos en  todas  las  costas  y  mares  del  mundo  comerciando  pacífica- 
mente, serian  otras  tantas  escuadras  contra  el  enemigo;  y  en 
cuanto  á  los  distintos  puntos  de  vista  bajo  los  cuales  se  consideren 
sus  vicios,  para  defenderlos  se  levanta  una  escusa  de  inmenso 
valor  que  echa  por  tierra  las  faltas  particulares. 

Allá  en  lo  antiguo ,  cayó  una  maldición  y  abrumó  la  frente 
del  hombre:  en  el  cielo  retumbó  la  voz  divina  diciendo:  «Hombre 
que  has  desobedecido  mis  órdenes,  hombre  que  de  inocente  y  gran- 
de te  has  hecho  criminal  y  pequeño,  quita  los  ojos  del  cielo  y  clá- 
valos en  la  tierra;  esos  campos  no  reverdecerán  mas ,  esos  árboles 
no  darán  fruto;  ni  esas  fuentes  verterán  sus  aguas.  Tú  lo  has  que- 
rido así;  cultiva  los  valles  y  las  montañas ,  riega  las  mieses  y 
recoge  las  lluvias.  No  lo  has  perdido  todo,  aun  el  cielo  puede 
ser  tuyo;  mi  maldición  es  el  trabajo,  y  el  sudor  de  tu  frente  te  re- 
habilitará.» Y  desde  entonces  el  trabajo  fué  la  esperanza  del 
hombre, 

¡Pueblos  que  acusáis  á  los  Estados-Unidos,  y  condenáis  su  inmo- 
ralidad! si  por  desgracia  pertenecéis  á  los  que  participan  de  los  ra- 
yos de  un  sol  ardiente  y  prefieren  su  calor  y  el  vicio  déla  miseria, 
no  levantéis  la  voz  contra  ellos,  porque  pesa  sobre  vosotros  la  có- 
lera celeste.  No  levantéis  vuestra  raquítica  voz  de  esclavos  y  hol- 


-288  - 
c;azanes  contra  ese  pueblo  sin  soldados,  sin  escuadras,  sin  fronteras 
que  ha  santificado  el  trabajo  y  se  ha  puesto  al  frente  de  los  elemen- 
tos activos  de  la  naturaleza,  si^^uiendo  el  sendero  de  la  libertad, 
empleando  las  fuerzas  físicas  y  desencadenando  las  morales;  y  mien- 
tras vence  los  obstáculos  opuestos  á  su  voluntad  por  el  mundo  de  los 
cuerpos,  deja  volar  el  alma  por  las  regiones  especulativas  de  la 
ciencia  para  sacar  de  los  círculos  incógnitos  en  que  se  mueven  los 
astros ,  la  inspiración  que  ennoblece  la  inteligencia  y  apresura  los 
descubrimientos  arrancados  al  universo. 

Hemos  terminado:  sentiríamos  que  los  lectores  tomasen  nues- 
tra palabras  en  otro  sentido  que  el  que  hemos  querido  darle. 

El  Viejo-Mundo,  hace  cerca  de  un  siglo  que  se  estremece  á 
impulso  de  una  causa  que  los  hombres  de  estado  conocen  y  callan 
sin  embargo.  Las  convulsiones  sucesivas  de  Europa  acreditan  que 
los  pueblos  desean  alguna  cosa  y  que  no  se  les  ha  satisfecho.  Quie- 
ren seguir  otro  rumbo;  sin  determinar  las  vias  de  él,  sin  atrevernos 
á  manifestar  los  medios,  nosotros  hijos  de  este  siglo  que  no  quere- 
mos renegar  de  él,  no  iremos  á  buscar  el  ahvio  de  los  males  polí- 
ticos en  los  libros  de  Solón  ni  en  los  códigos  de  Roma.  Por  bueno 
que  sea,  no  levantaremos  el  sudario  de  la  edad  media  queriendo 
volver  á  nueva  vida  los  hediondos  restos  de  un  cadáver.  Quere- 
mos ante  lo  pasado,  como  ante  la  losa  del  sepulcro  de  un  buen  pa- 
dre, doblar  la  rodilla  y  pronunciar  con  respeto  la  oración  fúnebre. 
Jóvenes  hijos  del  progreso,  sentimos  escrito  en  nuestras  conciencias 
el  mas  allá]  nuestro  deber,  nuestras  convicciones  nos  mandan  abo- 
gar por  él,  y  llenos  de  entusiasmo,  con  ese  valor  que  presta  la  ju- 
ventud ,  con  esa  fé  que  inspira  la  verdad ,  lo  defenderemos  siem- 
pre, como  el  mas  hermoso  don  concedido  á  la  especie  humana  por 
el  Creador. 


Samiago  Infante  de  Palacios.  FKDtRico  Utrera. 


índice 

DE  LOS  CAPÍTULOS  QUE  CONTIENE  ESTA  OBRA. 


Prólogo  de  los  traductores 1 

Capítulo  I.            El  estranjero  en  América 9 

—  II.          Los  negocios 17 

—  lll.         Las  diversiones 3< 

—  IV.         El  espíritu  de  libertad 49 

—  V.           El  amor 59 

—  VI.         El  charlatanismo 73 

—  YII.        Las  bellas  artes 87 

—  YIII.       La  mecánica  y  las  máquinas 101 

—  IX.         La  navegación 121 

—  X.          Las  religiones 131 

—  XI.         Las  asociaciones •     •     •  1^9 

—  XII.        Los  periódicos 159 

—  XIII.       La  medicina 169 

—  XIV.       El  dia  4  de  julio 179 

—  XV.        La  comodidad 185 

—  XVI.  La  educación  pública.     .......  205 

—  XVII.      Los  bailes 215 

—  XVIII.  La  Navidad.- El  dia  de  año  nuevo.— Los  Va- 

lentines   223 

—  XIX.       Los  criminales.     .     .     .     , 227 

—  XX.  Fisonomía  general  de  los  estados  del  Sur.     .  241 
Resumen  por  los  traductores. 275 


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f  >.»  í ' 


PLANTILLA 

PARA  LA  COLOCACIÓN  DE  LAS  LÁMINAS. 


PÁGINAS. 


Vista  de  Nueva- York 9 

Templo  de  negros 131 

El  dia  4  de  julio 185 

El  desafio .  241 


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