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Full text of "Un hombre de bien : drama en dos actos y en prosa"

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Umumty  of  Boxtb  Carolina 


Cntiotoeti  fep  W$z  SDíalectíc 

ano 


THE  LIBRARY  OF  THE 

UNIVERSITY  OF 

NORTH  CAROLINA 

AT  CHAPEL  HILL 


ENDOWED  BY  THE 

DIALECTIC  AND  PHILANTHROPIC 

SOCIETIES 

8UHDWG  USE  ONLI 


PQ6217 

v.   227 

no,   1-16 


3k 


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no,  no, 


Digitized  by  the  Internet  Archive 

in  2012  with  funding  from 

University  of  North  Carolina  at  Chapel  Hill 


http://archive.org/details/unhombredebiendr2271lafo 


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HISTORIA 


desde  la  independencia 
lados  Unidos  hasta  nuestros  días 

(1*776-1895) 

POE 

í  JERÓNIMO   BEGKER 


,  que  acaba  de  ponerse  á  la  venta, 
amplio  y  fiel  extracto  los  principales 
amina  con  imparcialidad  la  historia 
ríala  sus  defectos  y  expone  con  mieu- 
les  lo  referente  á  las  relaciones  exte- 
paña,  siendo,  por  tanto,  de  gran  inte- 
locer  de  un  modo  exacto  el  aspecto 
de  la  cuestión  cubana, 
en  4.°,  642  páginas,  8  pesetas. 

BEC0P1LAC1ÓN 

DE  LAS 

I 
/ 
andadas  imprimir  y  publicar 

POR 

STAD  CATÓLICA  DEL  REY  CARLOS  II 


ESCORIAL   Á   LA  VISTA 


1 


lición,  corregida  y  aprobada  por  la 
as  del  Tribunal  Supremo  de  Justicia, 
'ación  de  la  Regencia  provisional  del 

nos  en  folio,  50.  pesetas. 


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UN  HOMBRE  DE  BIEN 


DRAMA  EN  DOS  ACTOS  Y  EN  PROSA 


ESCRITO  EN  FRANCÉS   POR   EL  AUTOR    DEL    ARTISTA, 


-■y    bccuiuoido     ai    axóieMÍaiiG 


POK 


MADRII). 


ÍMPItENTA   1>E   ftEPÚLLES. 

1840. 


PERSONAS. 


blihgton,  comerciante, 
cordelia,   su   hija. 

i*^ '    \  dependientes. 
DAVV>,  )      r 

van-cjcaer,  médico. 

GODwin,  agente  de  policía. 


margarita,  ama  de  go- 
bierno de  Blington. 

paters,  criado  de  Van' 
Claer. 

TRES  AGENTES. 
CRIADOS» 


El  primer  acto  es  en  Londres.  El  segundo  en  la  Haya. 

1638. 


Este  Drama,  que  pertenece  á  la  Galería  Dra- 
mática ,  es  propiedad  del  Editor  de  los  teatros  mo- 
derno, antiguo  español  y  estrangero  ;  quien  persegui- 
rá ante  la  ley  al  que  le  reimprima  ó  represente  en 
algún  teatro  del  Reino,  sin  recibir  para  ello  su 
autorización,  según  previene  la  Real  orden  inserta 
en  la  Gaceta  de  8  de  Mayo  de  1&Z1/,  y  la  de  8  de  Abril 
de  1839,  relativas  d  la  propiedad  de  las  obras  dra- 
máticas. 


ACTO  PRIMERO. 


la  sala  con  puerta  al  foro  que  da  á   una   tienda^  y 
ésta  d   la  calle  ;  dos  puertas  laterales. 

ESCENA  PRIMERA* 

\delia,  sentada  á  un  bufete  y  trabajando  en  libros 
,  comercio  ;    margarita  ,  que  sale  por  la  puerta  de 
t  izquierda  del  espectador  ;  ¡David ,   que  va  y   viene 
dentro  de  la  tienda. 


m 


odavía  trabajando»»!  (Yendo  d  apoyarse  en 
}a  silla  de  Cordelia.)  Ya  no  os  basta  el  dia.  Escri- 
bís con  luz  y  vais  á  enfermar  de  la  vista,  señorita. 

No  es  el    trabajo  ,   pobre    Margarita ,   el    que    mas 
lestruye  la  vista. 

vid.  (En  el  dintel  de  la  puerta.)  Señorita  Corde- 
la ,  me  parece  que  va  siendo  tiempo  de  que  cerremos 
a  tienda. 

I  Aun  es  muy  temprano ,  David. 
vid.  Para  un  dia  cualquiera  ,  verdad  es  ;  pero  hoy  es 
a  Natividad  del  Señor,  y  no  dejará  de  haber  quien 
Iborote  por  las  calles  con  pretesto  de  la  misa. 
r.  Y  á  vos,  señor  callejero  no  os  disgustada  estar 
¡bre  para  ir  á  reuniros  con  los  que  alborotan,  ¿no 
s  verdad  ? 

vid.  Señora  Margarita,  cada  uno  es  dueño  de  tener 
!u  opinión  ó  de  no  tenerla  ;  pero  os  confieso  que  no 
oe  sabria  mal  tener  ocasión  de  bogar  por  la  bue- 
a  causa  ;  y  si  alguno  de  esos  idólatras  papistas  lie- 
aba  á  caer  por  mi  cuenta... 
.  ¡David! 

>id.  jAb!  ¡soy  implacable  con  ellos!  ¿No  tienen  cri 
i  cárcel  hace  tres  semanas  al  bueno  y  noble  señor 
lington  vuestro  padre  ?   ¡  La   honra   y   prez  del  co- 


fttercio  inglés  en  la  cárcel!  ¡Un  sugeto  que  está  rep 

tado  por  el  hombre  mas  honrado  de  Londres! 
Cor.  Ya  le  harán  justicia» 
David.  Puede  ser. 
Cor.  {Levantándose.)    ¿Cómo  puede   ser?  ¿hay  algo 

nuevo?  ¿qué  sabes? 
David.  Yo  no   sé   mas,  señorita,  si  no  que  con  un  r 

como  el  rey  Jacobo  y  jueces  como  ese  renegado  de  I 

ffries,  debe  uno  aguardarse  todo  lo  malo. 
Mar.  ¡Válgame  Dios,  David,  qué  necio  sois!  si  soné 

los  consuelos  que  dais  á  la  señorita... 
Cor.  Pero  no  pueden  sentenciarle  sin  embargo;  ¿cuál 

su  delito?  ¡no  haber  querido  delatar  á  un  amigo  c 

yo  secreto  sabia!  un  secreto   es  un  depósito;  ¿  y  ci 

es  el  honrado  comerciante  que  no   respeta  el  depós 

que  le  han  confiado? 
Mar.  Sí,   señorita,  es  imposible   que    vuestro  padre 

sentenciado;   tranquilizaos. 
David.  {Insistiendo.)  ¿Con  que  cierro  la  tienda? 
Cor.  Una  vez  que  es  Noche  Buena...  se  me  habia  olvi 

do;  solo  me  ocupa  un  pensamiento. 
Mar.  {Acercándose  para  consolarla.)  Señorita... 
Cor,  {Pensativa.)  ¿Con  que  crees   que  esta  noche  ha^ 

ruido  por  las  calles  ? 
Mar.  ¡Jesús,  Dios  mió!  eso  es  seguro;  ¿por  qué  m< 

preguntáis? 
Cor.  Por  nada. 
Mar.  Por  supuesto  que  esta  noche  no  pensareis  en  m 

charos. 
Cor.  ¿Yo?  ¿y  dónde  habia  de  ir  ? 
Mar.  Acordaos  que  ya    no  está  aqui  el  valiente  Enr 

para   defenderos   contra  esos  mozalvetes  papistas, 

se  van  haciendo  cada  dia  mas  insolentes. 
Cor.  He  recibido   carta   suya.  Viene   pronto;  su  tio  i 

mejor.  ¡Pobre  Enrique!  qué   ageno  está  de  lo -que  p 

cuando  sepa    la  desgracia  que  nos  ha   sucedido   mi 

tras  él  ha  estado  ausente,  su  sentimiento  va  á  ser 

vivo  como  el  mío. 
Mar.  Yo  lo  creo.  Quiere  al  señor  Blington  como-  a 

padre. 
Cor,  i  Margarita! 


s 

rar.  ¿Por  que*  os  sonrojáis?  ¿No  merece  Enrique  la 
confianza  y  amistad  de  vuestro  padre...?  La  inclina- 
ción que  hacia  él  sentís  no  tiene  nada  de  reprensible; 
es  un  amor  puro,  y  que  hará  vuestra  felicidad  en  es- 
te mundo. 

or,  ¡Ah!  ¡no  hablemos  de  amor,  no  hablemos  de  feli- 
cidad mientras  no  haya  vuelto  á  ver  á  mi  padre...!  Bue- 
nas noches,  Margarita»  , 

lar.  ¿Os  recogéis  ya? 

&r.  Voy  á  ver  si  logro  dormir  un  poco. 

lar.  Buenas  noches,  señorita.  (Cordel ia  entra  en  su 
cuarto.) 

ESCENA   II. 

margarita.  —  dAvid,  en  la  tienda, 

Tar.  ¡Ah,  qué  ángel...!  Digna  hija  de  su  padre;  es 
cuanto  se  puede  decir. 

)avid.  ¡Señora  Margarita!   ¡Señora  Margarita! 

Tar.  Mas  bajo,  alborotador.  La  señorita  se  ha  retirado 
á  dormir.   ¿Qué  es  lo  que  queréis? 

lavid.  Que  tengáis  la  bondad  de  echar  una  mano  y  ayu- 
darme á  cerrar   la  tienda. 

lar.  ¿No  podéis   cerrarla  solo? 

lavid.  No;  porque  mientras  tengo  la  luz  no  puedo  en- 
cajar bien  los  postigos,  y  cuando  cierro  los  postigos 
sin  luz,  no  veo  una  palabra.  ¿  Es  exacto  ó  no  es  exac- 
to lo  que  digo  ? 

íbr.  Una  vez  por  casualidad...  Bueno,  aguardad.  (En- 
tra en  Ja  tienda  y  alumbra  á  David  ,  que  cierra 
los  postigos.  Cordelia  entreabre  lá  puerta  de  su 
cuarto,  se  cerciora  de  que  no  es  vista  ,  atraviesa 
rápidamente  el  teatro  ,  y  vase  por  una  puerta  la- 
teral. Margarita  y   David  vuelven  á  la  escena.) 

Har.  Gran  falta  hace  que  el  amo  salga  de  la  caree},  ó 
que  Enrique  vuelva:  ¡la  casa  abandonada  á  un  hol- 
gazán como  vos...! 

David.  (Que  ha  ido  d  calentarse.)  ¡Eh!  una  casa  tan 
afamada  como  la  del  señor  Blington  prospera  por  sí 
sola.  Pero  proseguid ;  veo  que  tenéis  hoy  ganas  de  ha- 
cer mi  panegírico.  ¿Qué  es  lo  que  he  hecho  yo? 


Mar.  ¿Qué  habéis  hecho?  No  hacer  nada,  y  por  eso  i 
por  lo  que  os  regaño. 

David.  Hablabais  del  regreso  de  Enrique;   ¿le  espera 
señorita  ? 

Mar.  Sí;  su  tio  está  mejor;  se  ha  puesto  ya  en   caminí 

David.  ¡Con  que  su  tio  está  mejor!  ¡Pobre  amigo!  ¡U 
t¡o  que  le  hace  salir  en  posta  para  Bristol,  bajo  pre 
testo  de  que  quería  abrazar  por  última  vez  á  su  he 
redero  universal...  y  hétele  ahora  que  se  escapa  de  lí 
garras  de  la  muerte!  ¡Vaya  un  proceder  poco  delicadí 

Mar.  ¡Mal  corazón! 

David.    Oiga,    yo   me   pongo  en  el   lugar  de  Enrique 
á  nadie  le  gusta  incomodarse  inútilmente...  Pero  est 
conversación  os  desagrada  ,   y  yo  me  he  calentado  y 
bastante  las  plantas  de  los  pies.  Os  saludo  con  el  ma 
profundo  respeto,  amable  dueña. 

Mar.  ¿Os   marcháis? 

David.  (Con  monada.)  ¿Querríais  detenerme  por  ven 
tura,  hermosa  dama? 

Mar.  ¡  Eh  !  sois  un  majadero...  lo  que  hay  es  que  teng 
miedo    de  quedarme  sola. 

David.  Esa  es  una  desgracia  que  os  persigue  todas  la 
noches...  asi  es  de  creer  al  menos...  La  señorita  se  h 
retirado  ya  á  su  cuarto;  ¿quién  os  impide  ir  y  levan 
tar  una  barricada  en  el  vuestro? 

Mar.  Tengo  que  cerrar  la  puerta  después  que  os  mar 
cheis,  y  no  sé  cómo  me  he  de  componer;  yo  sola  n 
puedo  levantar  la  barra. 

David.  Dejaremos  la  puerta  de  la  calle  tal  como  está  ,  j 
saldré  por  esta  que  da  al  patio  de  nuestro  vecino 
maese  Cornelio  el  boticario. 

Mar.  ¿Y  qué  tenéis  que  hacer  fuera?  ¿armar  algún; 
pendencia,   recibir   algún  golpe? 

David.    Voy  á  que  me  den  noticias   del  señor  Blington 

Mar.  ¿Y  quién  ha  de  dároslas...?  ¿creéis  que  vais  á  te- 
ner mas   suerte  que  su  hija? 

David.  Sí  que  creo...  ¿Habéis  oido  hablar  del  doctoi 
Van-Claer,  un  médico  holandés  muy  afamado,  qui 
ha  venido  últimamente  á  Inglaterra  con  la  serviduní 
bre  del   rey  Carlos   II? 

Mar,  ¡Que  si  he  oido  hablar  de  él  ... !  Le  he  visto  raut 


7 

chas  veces  en  la  botica  de  maeseCornelio,  adonde  sue- 
le ir  para  ver  si  se  hace  lo  que  él  receta.  Era  primer 
médico  de  cámara  del  rey  difunto. 

David.  Sí;  pero  cuando  el  advenimiento  del  actual,  re- 
nunció á  todos  sus  empleos  y  honores,  reservándo- 
se únicamente  el  de  primer  médico  é  inspector  de 
cárceles.  Por  esta  razón  es  muy  fácil  que  haya  visto 
al  señor  Blinglon,  y... 

Mar.  Tenéis  razón,  es  una  buena  idea;  ¿y  conocéis  vos 
á  ese  célebre  profesor? 

David.  A  él  no,  pero  ayer  vi  por  primera  vez  á  su  ayu- 
da de  cámara,  y  ya  somos  amigos  íntimos;  le  dije 
que  viera  de  informarse  por  su  amo,  y...  (Oyese  un 
fuerte  golpe   en  la  puerta  del  foro.)  ¿Quién  va? 

Mar.   ¡  Jesús  me  valga  ! 

David.  Cualquiera  diria  que  ese  aldabonazo  ha  salido  de 
la  mano  de   un  papista.   (Segundo   aldabonazo.) 

Una  voz  dentro.  Abrid  ,   en  nombre  del  rey. 

David.  Decid,  Margarita,  ¿os  parece  que  haria  bien  en 
subirme  á  la  boardilla  y  dejar  caer  un  tiesto  sobre  los 
sesos  de  ese  caballero  que  habla  tan  gordo?  Creerá 
que  es  una  teja. 

Mar.   ¡Atolondrado! 

David.  ¡Toma!  la  pérdida  no  sería  grande  ;  ahora  no 
tienen  flores  ,  es  invierno. 

La  voz  dentro.  Abrid,   ó  hago  echar  la  puerta  abajo. 

Mar.  Allá  van...  allá  van. 

David.  ¡  Eh !  ahí  tenéis  cómo  sois  vos ;  en  vez  de  resis- 
tiros... 

Mar.  ¡Resistir  á  las  órdenes  del  rey...!  ¿No  sabéis  que 
se  ariesga  la  vida...?  No  comprometamos  al  señor 
Blington. 

David.  ¡Oh!  pues  para  eso  no  hay  necesidad  de  moles- 
tarnos los  dos...  no  os  incomodéis...  voy  á  abrir.  (Va 
á  abrir.) 

ESCENA  III. 

MARGARITA.    G0DWIN.     DAVID.    TRES     AGENTES. 

God.  ¿  Son  sordos  en  esta  casa? 

Mar.  Perdonad,  señor  constable;  nos  han  dicho  que  ei- 


ta  noche  habría  alboroto  por   las   calles,  y  hemos  a- 

trancado  la  puerta. 
Go,d.   ¿Que    habria   alboroto?   ¿Y  quién   ha  dicho  eso? 

Los  que  quieren  armarle ,  sin  duda» 
Mar.  Señor  constable... 
God.  No  soy  constable. 
David.  ¿Y  no  siéndolo  os  introducís  asi  por  la  noche 

en  el  domicilio  de  un  inglés?  ¿Quién  sois  pues? 
God.  Quien  puede  mandar  que  te  ahorquen. 
JDavid.  Basta  con  eso.  ■ 
Mar.  ¿  Podemos  saber  qué  os  trae  aqui? 
God.  Aguardad    que    yo  os  pregunte:    ¿adonde   da    esa 

puerta  ?   {Señalando  á  la  puerta  de  la  derecha.) 
Mar.  A  un  patio. 
God.  ¿  Que   tiene  correspondencia  con  la  casa  del  boti^- 

cario  Cornelio,  no  es  eso? 
Mar.  Sí  señor. 

God.  {Señalando  á  la  puerta  de  la  izquierda.)  ¿Y  esta? 
Mar.  Al  cuarto  de  mi  señorita. 
God.  ¿Dónde  está  la  habitación  de  Blingtón? 
Mar.  Arriba. 

God.  {A  David.)  Aqui,  truan,   ¿no  oyes? 
David.   ¡Ah!  ¿es  á  mí  á  quien  bablais? 
God.  ¿Y  á  quién  habia  de  ser? 
David.  Creí  que  era  á  uno  de  estos  señores. 
God.  Cuidado   con   hacerte  el  gracioso... 
David.  ¿  Está  prohibido  ? 

God.  Porque  te   envío  á  decir  chistes  á  Tyburn. 
David.  No  os  ocupéis  de  mi  vivienda. 
God.  Coge  una  luz  ,   y  alumbra  á  estos  dos  señores. 
David.    {Con   intención.)  ¡Que    los    alumbre,..!    {Movi- 
miento   de   Godivin.)  ¿Dónde  queréis  que  los  lleve? 
God.  Al  cuarto  de  tu  amo. 
David.  Que  se    alumbren   ellos.  Soy  comerciante    y  no 

lacayo. 
God,   ¿  Y  sabes  tú   lo   que  yo  soy  ?  {Acercándose  d  él.) 
David.   Es  la  primera  yez  que  tengo  el  honor  de  tratar 

con  la  justicia. 
God.  Pues  cuidado  no  sea  la  última.  Me  llamo  Godwin. 

{Movimiento  de   David).   Veo  que  me  conoces,    anda. 
jPavid.  { Pasando  al    lado  de   Margarita.)   Este   es   el 


9 

que  la  gente  llama  puñal  ele  Feffries.  Haced  todo  lo 
que   os   diga,  Margarita,  {rase  con  Jos  dos  agentes.) 

God,  ¿  Qué  es  lo  que  te  ha  dicho  ese  al  pasar  por  tu 
lado? 

Mar»  Nada,  señor. 

God.  Mientes.  Te  ha  dicho  mi  nomhre,  y  tal  vez  mi 
apodo  también;  no  me  pesa;  asi  me  obedecerás  mas 
pronto. 

Mar.   ¿Qué  queréis  que  haga? 

God.   Abrir  los  cajones. 

Mar.  ¿Los  cajones  del  bufete  del  señor  Blington? 

God.  Los  cajones  del  bufete. 

Mar.  Tiene  las  llaves  la  señorita» 

God.  Pídeselas.      , 

Mar.  Está  durmiendo. 

God.  Despiértala. 

Mar.  Pero  señor... 

God.  Vamos ,   obedece. 

Mar.  Allá  voy.  (Entra  en  el  cuarto  de  Cordelia.)  ¡Dios 
mió,  tened  compasión  de  nosotros! 

God.  ¿Qué  es  eso?  ¿qué  hablas? 

Mar.  (En  el  cuarto  de  Cordelia.)  ¡Señorita  Cordelia!  ¡Se- 
ñorita Cordelia! 

God.  Parece  increible  ;  hasta  las  hijas  de  los  mercade- 
res tienen  ahora  nombre  de  princesas. 

Mar.   (Volviendo.)  ¡  Ah  !   señor... 

God.  ¿Qué  tienes? 

Mar.  La  señorita  Cordelia  no  está  en  su  cuarto. 

God.  ¿Y  qué  me  importa  á  mí  eso? 

Mar.   ¡  Dónde  puede  estar  ahora  ,    Dios  mió  ! 

God.  ¿  Dónde  están  todas  las  muchachas  cuando  no  se 
sabe   dónde   están  ? 

Mar.  (Indignada.)  ¡  Ah  !  ¿Qué  decís...? 

God.  Acabemos,  las  llaves. 

Mar.  Aqui  las  tenéis.  Se  las  ha  dejado  sobre  la  mesa. 

God.  Vamos,   los   cajones» 

Mar.  (Consigo  misma,  abriendo  los  cajones.)  ¡A  estas 
horas,  y  en  un  dia  como  este! 

God.  (Al  agente  ,  que  se  ha  quedado  con  él.)  Recoge 
todos  esos  papelotes. 

Mar.  Mirad  que  es  la  correspondencia  del  señor  Blington. 


io 

God,  Precisamente  es  eso  lo  que  busco.  A  otro. 

Mar.  Pero  si  en  este  no  hay  mas  que  recibos. 

God.  Coge  también  los  recibos...  le  creerán  bajo  palabra. 
¿No  es  el  mas  honrado  de  Londres? 

Mar,  Se  habrá  marchado  mientras  yo  cerraba  la  tienda 
con  David. 

God.  ¿  Es  esto  todo  ? 

Mar.  ¿Dónde  habrá  ido? 

God.  ¿Es  esto  todo? 

Mar.  Ya  lo  veis,  no  hay  mas  que  dos  cajones. 

God.  (Al  agente.)  Haz  un  legajo  con  todo  eso;  después 
lo  examinaré  despacio.  {Vuelven  David  y  los  dos 
agentes.")  ¿Qué  tenemos? 

David.  Aqui  está  lo  que  he  hallado,  y  he  tenido  que 
envolver  por  remate  de  fiesta.  ¡Oh!  si  algún  dia  caéis 
por  mi  banda... 

God.  ¿Que  estás  ahí  diciendo  entre  dientes?  (A  los 
agentes.)  Ahora,  registrad  ese  otro  cuarto.  (Los  dos 
agentes  entran  en  el  cuarto  de  la  izquierda.) 

Mar.  ¿El  cuarto  de  la  señorita?  Pero,  señor,  si  ella  no 
tiene  nada  que  ocultar. 

God.  Escepto  sus  cartas  de  amor;  no  temas,  somos  dis- 
cretos. 

David.  (Consigo  mismo,  entre  dientes.)  En  todo  caso  es- 
táte seguro  de  que  no  será  á  tí  á  quien  escriba,  an- 
tropófago. 

God.  ¿Por  qué  te  comes  la  mitad  de  lo  que  dices?  me 
gusta  que  hablen  claro. 

David.  Es  que  tengo  un  defecto  en  la  garganta. 

God.  Pues  yo  conozco  un  remedio  soberano  para  los 
males  de  garganta;  y  para  que  le  aprendas,  vas  á  ve- 
nir conmigo  ahora. 

David.  No  soy  curioso. 

God.  (A  los  agentes,  que  vuelven.)  ¿Qué  habéis  hallado? 

Un  agente.  Nada. 

God.  Este  perillán  va  á  pasar  la  noche  al  fresco  para 
que  aprenda  á  medir  sus  palabras. 

Mar.  David,  ¿qué  habéis  hecho? 

David.  ¡Eh!  sino  puedo  contenerme,  Margarita;  dejad- 
lo. (Aparte.)  Algún  dia  te  encontraré  en  otro  sitio, 
y  te  ajustaré  una  cuenta,  buena  alhaja. 


II 

tíod.  Vamos,  por  aquí.»  echad  delante  vosotros»  (Van- 
se  por  la  izquierda.) 

ESCENA    IV. 

MARGARITA. 

¡Se  marchan,  me  dejan  sola!  ¡Pohre  casa  abandonada, 
sobre  la  cual  descarga  el  cielo  cada  dia  una  nueva 
desgracia...!  ¡mi  amo  en  la  cárcel...!  ¡su  hija  fuera 
de  su  habitación  á  estas  horas...!  ¿dónde  habrá  ido? 
el  Támesisno  está  lejos...  ¡misericordia  de  mí...!  ¡qué 
criminal  sospecha...!  la  religión  la  detendrá...  sí,  con- 
fio en  su  religión. ••  (Llaman  de  nuevo  á  la  puerta 
del  foro.)  ¡Ah!  ¡sea  ahora  quien  sea  voy  á  abrir...! 
ya  no  hay  riesgo  sino  para  mí,  no  tengo  miedo. 

Enr.  (Dentro.)  ¡Margarita!  ¡David!  abrid,  soy  yo,  En- 
rique. 

Mar.  ¡Enrique!  ¡oh!  Dios  es  sin  duda  quien  nos  le  en- 
vía... Allá  voy...  allá  voy.  (Abre.  Enrique  sale  tra- 
yendo d  Cordelia  desmayada.) 

ESCENA   V. 

MARGARITA*    ENRIQUE.    CORDELIA. 

Mar.  (Gritando.)  ¡Dios  eterno!  ¡muerta! 

Enr.  No,  desmayada.  Espero  que  esto  no  sea  nada.»  un 
elixir...  pronto. 

Mar.  Aqui  tenéis  un  pomo. 

Enr.  Venga. 

Mar.  ¿Y  cómo  la  traéis  vos?  ¿qué  es  lo  que  ha  pasado? 

Enr.  (Mientras  habla  hace  aspirar  el  frasquillo  d  Cor- 
delia ,  y  Margarita  la  frota  las  sienes  con  un  pañue- 
lo mojado  en  agua  fresca.)  Un  milagro,  de  que  daré 
gracias  á  Dios  toda  mi  vida.  Hará  como  una  hora  que 
he  llegado  á  Londres,  y  me  encaminaba  aqui  sin  tar- 
danza, cuando  al  pasar  al  pie  de  la  torre  divisé  en  la 
oscuridad  una  muger  que  se  defendía  contra  tres  hom- 
bres que  querían  atropellarla;  no  pude  distinguir 
sus  facciones,  pero  oí  su  voz.  ¡Oh!  la  conocí  al  rao- 


12 

mentó...  me  acerco,  era  ella;  lo  que  entonces  hice  y 
lo  que  ha  pasado,  no  sabré  decirlo...  lo  que  sé  es  que 
los  tres  miserables  huyeron...  Entonces  la  pobre  Cor- 
delia  me  reconoció...  pronunció  mi  nombre,  y  cayó 
desmayada  en  mis  brazos. 

Mar.  Creo  que  ya  vuelve  en  sí. 

JEnr.  ¿Cómo  la  habéis  dejado  salir,  Margarita?  ¿Vues- 
tro amo  se  halla  sin  duda  ausente?  ¿Dónde  está? 

Mar.  Silencio. 

Cor.  {Volviendo  en  sí.)  ¡  Ah... !  Dios  mió. 

JEnr,  ¡Cordelia  ! 

Cor.  ¡Enrique!  ¿Dónde  estoy? 

JEnr.  En  casa  de  vuestro  padre,  á  mi  lado.  No  temáis 
ya. 

Cor.  ¡  Ah!  ¿por  fin  habéis  venido?  Cuánto  deseaba  veros. 

JEnr.  Me  he  puesto  en  camino  en  cuanto  la  salud  de  mi 
tio  me  lo  ha  permitido. 

Mar.  Querida  é  imprudente  señorita,  ¡cómo  os  habéis 
atrevido  á  salir  sola  en  una  noche  como  esta! 

JEnr.  ¿No  habéis  temido  dar  un  disgusto  á  vuestro 
padre  ? 

Cor.  ¡A  mi  padre!  ¡á  mi  padre...!  ¿Luego  vos  no  sabéis 
nada,  Enrique? 

Enr.  Acabo  de  llegar. 

Cor.  Hace  tres  semanas  que  está  preso. 

JEnr.  ¡Vuestro  padre! 

Cor.  Hace  tres  semanas,  ¿lo  oís,  Enrique?  tres  semanas 
que  no  le  he  visto,  que  estoy  sin  noticias  suyas,  que 
no  sé  si  vive,  si  está  enfermo,  si  ha  muerto.  ¡Ah!  ¡ya 
podéis  figuraros  lo  que  he  sufrido,  vos  que  vivís  hace 
tres  años  con  padre  é  hija,  y  que  podéis  apreciar  en 
toda  su  estension  el  cariño  que  uno  á  otro  nos  tene- 
mos !  ¡tres  semanas  sin  ver  á  mi  padre,  yo,  que  no 
me  había  separado  de  él  un  solo  dia!  inútil  es  que  os 
refiera  las  lágrimas  que  he  derramado,  las  humilla- 
ciones que  he  sufrido,  los  pasos  que  he  dado  para 
conseguir  que  los  carceleros  me  permitiesen  verle,  ha- 
blarle un  solo  momento  y  besar  sus  venerables  canas... 
lloros,  súplicas,  pasos,  ¡todo  ha  sido  en  vano!  Esta 
noche  había  resuelto  ir  y  pasarla  de  rodillas  delante 
de  la  torre.   Mi  perseverancia  hubiera  conmovido  tal 


i3 

vea  á  alguno  de  aquellos  corazones  de  hierro. c.  llora- 
ba y  rezaba  hacia  una  hora,  cuando  pasaron  por  allí 
tres  caballeros  jóvenes...  ¿qué  me  dijeron...!  ni  aun 
me  acuerdo;  pero  querian  arrancarme  de  allí  los  vi- 
les, y  entonces  llegasteis  vos  y  me  salvasteis...  ¿te  lo 
ha  dicho,  Margarita,  te  ha  dicho  que  le  debo  la  vida 
y  el  honor  ? 

Mar.  No  ha   hecho  mas  que   defender  lo  suyo,   señorita. 

Enr.  ¡Desdichada  Inglaterra!  ¿cuándo  tendrá  esto  fin? 
¡Vuestro  padre,  el  mejor  y  mas  justo  de  los  hombres, 
preso!  bien  se  lo  habia  yo  predicho:  ¡los  indignos  in- 
gleses que  nos  gobiernan  no  podrian  perdonarle  ni 
su  inclinación  á  la  religión  reformada,  que  es  la  sá- 
tira de  su  apostasía,  ni  su  popularidad,  que  en  un  dia 
de  conmoción  podia  motivar  que  se  enarbolase  una 
bandera  en  su  nombre..!  pej-o  en  fin,  prenderle  como 
criminal  por  esceso  de  virtud  no  han  podido...!  ¿qué 
pretesto  han  tomado?  ¿de  qué  le  acusan? 

Cor.  De  no  haber  querido  empañar  su  reputación  de 
hombre  de  bien  con  una  mancha  indeleble.  ¿Habréis 
visto  muchas  veces  en  casa  á  sir  Federico  Burdett, 
uno  de  los  amigos  mas  antiguos  de  mi  padre? 

Enr.  Sí. 

Cor.  Pues  bien;  Un  sentimiento  de  fidelidad  mal  enten- 
dido hizo  entrar  á  ese  noble  ingle's  en  el  partido  del 
desgraciado  duque  de  Monmoulh,  hijo  natural  del  rey 
difunto.  Sir  Federico  tiene  una  hija,  compañera  mia 
de  infancia.  Previendo  que  la  espedicion  del  duque  se 
malograría,  escribió  á  mi  padre,  dándole  paite  de  la 
conspiración  en  que  iba  á  entrar,  y  recomendándole 
á  su  hija,  en  el  caso  de  que  la  dejase  huérfana;  mi 
padre  quemó  la  carta,  pero  le  contestó,  y  esa  fatal 
respuesta  fue  hallada  en  los  bagages  de  sir  Burdett, 
después  del  desgraciado  encuentro  de  Sedge-Moor, 
donde  el  duque  de  Monmoulh  fue  hecho  prisionero, 
y  sir  Burdett  muerto.  La  respuesta  de  mi  padre  no 
contiene  mas  que  estas  palabras:  ** Puedes  estar  tran- 
quilo, Burdett;  tu  hija  lo  será  también  mia."  ¿Pero 
acaso  se  necesitaba  mas'  para  prender  á  mi  padre  en 
la  época  en  que  vivimos? 

Enr,  jAh!  ahora  lo  comprendo  todo,  Cordclia;  ¿le  acu- 


i4 

san  de  no  haber  revelado  la  conspiración ,  habiendo 
tenido  noticia  de  ella? 

Cor.  ¿  Podia  hacerlo  acaso,  Enrique?  ¿  podia  enviar  al 
patíbulo  á  uno  de  sus  mejores  amigos? 

Enr.  No  podia  ni  dcbia,  sin  duda  alguna;  pero  la  razón 
de  estado  no  admite  escusas:  existe  una  ley,  una  ley 
terriblet.. 

Cor.  ¡Terrible»! !  ¿y  cuál  es  la  pena  que  amenaza  á  mi 
padre? 

Enr.  ¿La  ignoráis? 

Cor.  ¿No  veis  que  os  lo  pregunto? 

Enr.  (Después  de  una  ligera  pausa.)  Algunos  afíos  de 
destierro  tal  vez. 

Cor.  ¡  Ah  !  muy  cruel  sería  esa  sentencia  ;  pero  vuestro 
terror  me  habia  hecho  temer...  una  pena  mayor. 

Enr.  ¿Habéis  visto  á  los  amigos  de  vuestro  padre? 

Cor.  Sí,  los  he  visto. 

Enr.  ¿Y...? 

Cor.  {Tendiéndole  la  mano.)  Y  mi  padre  no  tenia  mas 
que  uno  solo. 

Enr.  ¡Ah!  este  no  puede  ofreceros  mas  que  una  volun- 
tad firme  y  una  adhesión  á  toda  prueba;  pero  con 
esto,  y  la  ayuda  del  cielo,  salvaremos  á  vuestro  pa- 
dre; ¡creedme,  le  salvaremos! 

Cor.  ¡Querido  Enrique...!  pero  di,  Margarita,  ¿qué  es 
lo  «¡ue  ha  pasado  durante  mi  ausencia?  ¿qué  signi- 
fica este  desorden? 

Mar.  No  he  tenido  tiempo  de  decirlo  hasta  ahora;  los 
agentes  de  lord  Feffries  han  venido,  han  registrado  la 
casa. 

Cor.  Tanto  mejor,  los  desafio  á  que  hayan  encontrado 
nada  que  pueda  comprometer  á  mi  padre. 

Mar.  Sí;  pero  todo  lo  han  revuelto,  han  trastornado  la 
casa  de  arriba  abajo...  hasta  vuestro  cuarto... 

Cor.  (Cogiendo  una  lámpara.)  ¿Mi  cuarto  también? 

Mar.  No  he  podido  estorbárselo. 

Cor.  ¡Ah!  ¡Diosmio!  se  habrán  llevado  mi  Biblia,  la 
Biblia  que  tiene  al  margen  algunas  notas  de  letra  de 
mi  padre...  Aguardad,  Enrique;  vuelvo  al  instan- 
te. (Entra  en  su  cuarto.) 


■s 

ESCENA    VI. 

MARGARITA.    ENRIQUE.    DAVID. 

David.  (Que  sale  desatentado.)  ¡Margarita!  ¡Margarita! 

Enr.  ¿Qué  es  eso?  ¿qué  tienes? 

David.  ¡Vos  aqui!  calla...  sois  vos...  ¡oh!  ¡ah! 

Enr.  Bueno,  bueno;  deja  las  admiraciones  para  luego; 
¿traes  alguna  noticia? 

Mar.  ¿Cómo  es  que  estáis  ya  libre? 

David.  Porque  al  volver  la  esquina  sacudí  un  furibun- 
do puñetazo  á  uno  de  los  que  me  acompañaban,  un 
puntapié  al  otro,  y...  pist...  en  dos  minutos  me  plan- 
té á  doscientos  pasos  de  ellos.  He  irlo  corriendo  á  ver 
al  ayuda  de  cámara  del  doctor  Van-Claer,  que,  en- 
tre paréntesis,  acaba  de  recibir  orden  de  salir  de  In- 
glaterra dentro  de  tres  dias. 

Mar.  De  lo  que  se  trata  ahora  es  del  señor  Blington... 
¿Sabes  algo  del  señor  Blington? 

David.  La  comisión  que  debia  juzgarle  se  ha  reunido 
hoy  bajo  la  presidencia  de  lord  Feffries. 

Enr.  ¿Y  cuál  ha  sido  el  resultado? 

David.  ¿El  resultado?  ¡una  infamia!  le  han  senten- 
ciado. 

ESCENA   VII. 

DICHOS.  CORDELIA,  que  sale  de  su  cuarto. 

Cor.  ¡Sentenciado!  ¿á  quién,  á  mi  padre? 

David.  ¡La  señorita! 

Cor.  ¿Qué  hablabas?  vamos,  ¿no  has  dicho  que  mi  pa- 
dre ha  sido  sentenciado? 

David.  Estoy  lejos  de  salir  garante  de  tan  triste  nueva; 
tal  vez  me  hayan  informado  mal. 

Cor.  No  penséis  que  me  engañáis;  vosotros  sabéis  la  ver- 
dad... es  preciso  que  me  la  digáis...  ¿Mi  padre  ha  sido 
sentenciado?  ¿á  qué...?  ¿á  prisión...?  responded;  ¿á 
un  destierro?  ¡Oh!  ¡ese  silencio  es  terrible...!  David, 
¿ha  sido  acaso  sentenciado  á  muerte?  (La  puerta  del 
foro  se  habrá  quedado  entreabierta;  Blington  entra 
en  la  tienda ,  y  llega  hasta  la  trastienda  sin  ser  oidn» 
de  las  personas  que  están  en  la  escena.) 


ESCENA    VIII. 

DICHOS.    B1INGTOK. 

Blin.  ¿  Es  este  el  modo  de  cerrar  las  puertas  de  mi  casa? 

Enn  ¡  Blington! 

Cor.  ¡Mi  padre!  {Corre  á  arrojarse  en  sus  brazos») 

Mar.  y  David.  ¡El  señor  Blington! 

Blin.  {Después  de  una  pausa.)  Te  encuentro  de  vuelta, 
Enrique.  Bien  venido  seas,  hijo  mió.  jDios  recom- 
pense á  los  que  no  olvidan  á  sus  amigos  en  la  desgra- 
cia! Buenas  noches,  David  ;  buenas  noches,  Margarita. 

mar.  Buenas  noches,  am...  señor;  estoy  tan  contenta  que 
no  acierto  á  hahlar.  ¿Pero  entonces  qué  es  lo  que  vos 
nos  contabais,  majadero? 

David.  El  ayuda  de  cámara  del  doctor  Van-Claer  tenia 
malas  noticias,  ó  se  ha  burlado  de  mí. 

Blin.  ¿Cómo? 

Cor.  Otra  vez,  padre  mió,  abrazadme  otra  vez. 

Blin.  ¡Hija  querida! 

David.  Me  dijo  que  la  comisión  se  habia  reunido  hoy  á 
las  cuatro. 

Blin.  Verdad  es. 

David.  Que  habíais  comparecido  ante  ella. 

Blin.  También  es  verdad. 

David.  Y  que  habiais  sido  sentenciado...  ¡ah!  toma,  una 
vez  que  estáis  ya  libre  bien  se  puede  decir...  que  ha- 
bíais sido  sentenciado  á  muerte. 

Cor.  ¡Qué  horror! 

Blin.  Respecto  á  eso,  mi  presencia  debe  tranquilizaros. 
{Con  un  poco  de  ironía.)  Mis  jueces  son  unos  leales 
y  honrados  ingleses  á  quienes  la  gente  ha  dado  en  ca- 
lumniar. ¡Cordelia,  no  apartas  de  mí  los  ojos!  aun 
no  has  vuelto  en  tí  de  la  sorpresa;  vamos*  sosiégate, 
hija  mia,  habíame,  habla;  hace  tanto  tiempo  que  no 
he  oido  tu  voz... 

Cor.  No,  no;  padre  mió,  vos  sois  el  que  debe  hablar, 
porque  no  es  bastante  veros ;  para  cerciorarme  de  mi 
dicha  es  necesario  que  os  oiga.  Esta  felicidad  repenti- 
na, inesperada,  inmensa,  me  ha  sobrecogido  y  me  tiene 
atónita...  ¡Ah!  ¡bendito  seáis,  Dios  mió!  ya  puedo  llo- 
rar... j  me  he  salvado... ! 


x7 

llin.  ¡Hija  mia!  ¡querida  hija...!  ¡oh!  ¡cesa,  cesa,  por- 
que temo  que  tu  debilidad  se  apodere  de  mí  también  ,  y 
Enrique  se  burlará  de  nosotros!  Enjuga  esos  hermosos 
ojos  que  yo  adoro...  ¡  Hartas  lágrimas  habrán  derra- 
mado durante  mi  ausencia! 

'or,  ¡  A  h ! 

ilin.  Qué  alegría  que  estés  aquí,  querido  Enrique;  la 
noche  dichosa  en  que  nos  hemos  reunido  es  la  de  lá 
Natividad  del  Señor;  noche  que  otros  aííos  acostum- 
brábamos á  celebrar  en  familia.  Margarita  no  tiene 
nada  que  ofrecernos  para  hacer  siquiera  una  pequeña 
colación. 

far.  ¡Pues!  solo  á  mí  me  suceden  tales  cosa.  Ya  se  ve, 
estábamos  tan  distantes  de  veros  esta  noche...  No  hay 
casi  nada  en  la  casa. 

ilin.  Ahí  tienes  á  David,  que  no  desea  mas  que  ayudarte 
á  salir  de  apuros,  y  que  si  es  necesario,  irá  á  com- 
prar algunas  frioleras  por  tí. 

David.    Con  sumo  gusto. 

ilin.  Ea,  manos  á  la  obi'a;  tenemos  muchas  cosas  qué 
hacer  esta  noche. 

or.  ¿Cómo  ? 

David.  Voy  á  contar  á  todo  el  barrio  la  noticia  de  vues- 
tra libertad...  ¡qué    contentos  se  van  á   poner   todos! 

ílin,  {Deteniéndole.)  Tengo  mis  razones   para  que   esto 

I  quede  secreto  hasta  mañana:  Margarita,  y  tú,  Da- 
vid, ¿prometéis  callarlo? 

or.  ¡Me  asustáis!  ¿qué  significa...? 

'Un.  No  podría   negarme  á  recibir  las  felicitaciones   de 
mis   vecinos   y   amigos,  y  quiero   pasar   la   noche  coii 
vosotros,  hijos  mios;  con   vosotros  solos,  ¿lo  enten- 
déis ahora?        * 
avid.  Queda  convenido;  esta  noche,  punto  en  boca.» 

I  pero  mañana,  tomo  una  bocina... 

ilin.  Te  doy  permiso  para  ello. 

far.  Venid,  venid,  David.  ¡Ah!  ¡qué  alegría! 

ESCENA    IX. 

CORDELIA.  BLINGTOfí.   ENRIQUE. 

\<lin.  Vamos,  hijos  mios...  ahora  que  estamos  solos;  ha- 


iB 

blemos  un  poco  de  mi  pobre  casa,  que  se  ha  visto  pri- 
vada á  un  mismo  tiempo  de  su  principal  y  de  su  pri- 
mer dependiente...  ¿Habrá  estado  cerrada  en  este  tiem- 
po, no  es  verdad...?  ¡La  casa  de  Blington  cerrada! 

Cor.  No,  padre  mió;  ni  un  solo  dia. 

Blin.  ¿Cómo?  ¿pues  desde  cuándo  está  Enrique  de  vuelta? 

JErtr.  Desde  esta  noche  únicamente. 

Blin.  ¿Y  quién  ha  llevado  el  peso  de  los  negocios?  ¿Da- 
vid no  habrá  sido  ? 

Cor.  No,  padre  mió;  he  sido  yo. 

Blin.  ¡Tú,  hija  mia! 

Cor.  Y  con  no  poca  suerte,  que  es  mas.  Sabia  que  el  pen 
Sarniento  que  mas  os  atormentaría  en  vuestra   prisión 
era  el  de  vuestro  crédito... 

Blin.  Después  de  la  idea  de  lo  que  sufrías,  hija  querida* 
¿  Es  decir  que  la  venta...? 

Cor.  No  ha  padecido  la  menor  alteración. 

Blin.  ¿La  correspondencia...? 

Cor.  Se  ha  seguido  á  vuelta  de  correo. 

Blin.  ¿Y  los  libros  de  caja? 

Cor.  (Enseñándolos.)  Miradlos,  todo  está  al  corriente; 
la  reputación  de  la  casa  no  ha  sufrido  el  menor  de.s~ 
doro. 

Blin.  (Después  de  una  pausa.)  ¡Dios  mió!  ¡yo  te  le 
agradezco!  (Se  sienta  delante  de  los  libros.) 

Cor.  La  acusación  que  pesaba  sobre  vos  ha  entiviado  e 
ardor  de  un  gran  número  de  vuestros  amigos;  penj 
al  paso  que  se  negaban  á  interceder  en  favor  vuestro, 
se  tomaban  un  vivo  interés  en  vuestra  situación  co- 
mercial... me  han  ofrecido  remesas  y  renuevos  de  to-| 
das  partes.  Yo  he  contestado  dando  las  gracias,  y  hi 
rehusado. 

Blin.  Has  hecho  bien. 

Cor.  La  casa  Van-Bremel  de.  Amsterdam  ha  escrito  taii 
luego  como  ha  tenido  noticia  de  vuestra  prisión,  ofreH 
ciéndose  á  abrir  un  crédito  doble  del  que  hasta  aqu 
teniais  en  su  casa. 

Blin.  Enrique,  esta  es  la  mas  dulce  recompensa  de  veinj 
te  anos  de  probidad.  ¿Y  cuándo  ha  llegado  esa  carta! 

Cor.  Ayer. 

Blin.  ¿  Dónde  está  ?_ 


*9 

Cor.  (Bascando  en  ím  bolsillo.)  Aqni  la  tenéis. 
/?///?.  Trae;  debo  contestar  á  ella  yo  mismo.  Pero,  mi- 
ra, Enrique,  ¡qué  orden!  ¡qué.  claridad!  Vamos  á  es- 
to, Cordelia,  la  teneduría  de  libros  no  se  aprende  por 
sí  sola.  ¿Tú  has  tenido  alguno  que  te  enseñe?  (Se  Ze-1 
vanta.) 

Cor.  Sí,  padre  mió,  y  mucho  antes  que  os   prendiesen. 

Blin.  ¿Quién  ha  sido? 

Cor.  {Señalando  á  Enrique.)  Él,  padre  mió. 

Blin.  ¿Enrique?  ¡  Ah  !  ¡Ah! 

Enr.  Sí  señor;  Cordelia  me  pidió  que  la  diese  algunos- 
consejos,  y  yo  he  creido  que  no  debia  rehusárselos. 

Cor.  Tenia  hace  tiempo  el  proyecto  de  ayudaros,  padre 
mió;  ¡trabajáis  tanto! 

Blin.  ¿Pero  á  qué  hora  Se  daban  esas  lecciones? 

Enr.  Cuando  no  estabais  delante. 

Cor.  Y  algunas  veces  cuando  estabais:  ¡sois  tan  dis- 
traído !  , 

Blin.  Verdad  es;  ¿qué  quieres?  tengo  siempre  ocupada 
la  cabeza  con  mis  asuntos,  de  suerte  que  muchas  ve- 
ces parezco  indiferente  á  lo  que  pasa  al  rededor  de 
mí;  pero  no  por  eso  dejo  de  hacer  mis  observacio- 
nes ,  y  cuando  estoy  solo  recuerdo  pormenores  que 
habían  pasado  delante  de  mis  ojos  sin  llamarme  al 
parecer  la  atención,  y  á  fuerza  de  darlos  vueltas  acabo 
por  descubrir  la  verdad  como  otro  cualquiera...  ¿  Y 
sabéis  un  descubrimiento  que  he  hecho  durante  las 
tres  semanas  que  he  pasado  en  la  cárcel? 

Enr.  ¿Cuál? 

Cor.  ¿Sí ,  cuál? 

Blin.  El  de  que  os  amáis. 

Cor.  ¡Padre  mió ! 

Enr.  ¡Señor  Blington! 

Blin.  Venid  acá,  hijos  mios;  ¿creéis  que  si  yo  hubiese 
desaprobado  vuestro  amor  no  lo  huhiera  echado  de 
ver  mas  pronto?  ¿Calláis?  Puede  ser  que  me  haya 
equivocado.  ¿Qué  dices  tú,  Cordelia,  me  he  equivo- 
cado ? 

Cor.  Preguntádselo  á  Enrique. 

Blin.  ¿Me  he  eqyivocado  ,  amigo  mió? 

Enr.  Preguntádselo  á  vuestra  hija. 


20 

Blin.  Bien  respondido  por  una  y  otra  parte.  ¡Tu  mano, 
Cordelia  !  ¡La  tuya,  Enrique!  (Los  acerca  y  los 
une.  Los  dos  jóvenes  hacen  un  movimiento»)  ¿Cuán- 
do os  casáis  ? 

Enr.  ¡Ah!  cuanto  mas  pronto  mejor. 

Cor.  Padre  mió,  es  preciso  todavía  algún  tiempo. 

.Blin.  Me  adhiero  á  la  opinión  de  Enrique  ;  no  me  gus- 
ta  dilatar  los  negocios. 

Enr.  ¡Oh!  ¿y  cuándo  ha  de  ser,  señor  Blington? 
¿cuándo? 

Blin.  Esta  misma  noche:  ¿quieres? 

Cor.   ¡  Padre! 

Blin.  Escuchadme  ,  hijos  mios ;  ahora  que  nos  hemos  es- 
plicado  y  somos  felices,  tengo  que  confesaros  una  cosa. 

Cor.  Yo  tiemblo...  hablad. 

Blin.  AI  salir  de  la  audiencia  he  encontrado  á  uno  de 
mis  jueces  que  me  estaba  aguardando.  Este  sugeto,  á 
quien  yo  sin  duda  he  inspirado  algún  interés,  me  ha 
dicho  que  haria  bien  en  marcharme  de  Inglaterra 
por  algún  tiempo.  El  consejo  me  ha  parecido  pru- 
dente ,   y  mañana  me  marcho. 

Cor,  ¡Ah!  nosotros  os  seguiremos  á  todas  partes. 

Enr.   Sí,  sí,  á  todas  partes. 

Blin.  No,  hijos  mios,  no.  ¿Y  qué  sería  de  mi  casa 
entonces?  Somos  bastante  ricos  para  abandonarla. 
¿  Habia  yo  de  dar  por  dote  á  mi  hija  la  miseria  ?  Ten- 
go mas  previsión  y  menos  egoísmo.  Os  quedareis  en 
Londres  ;  pero  debéis  figuraros  que  no  puedo  separar- 
me de  vosotros  sin  veros  unidos.  Esta  noche  recibiréis 
la  bendición  en  la  sala  donde  murió  tu  madre,  y  el 
reverendo  doctor  Graham  ,  nuestro  pastor  y  amigo, 
se  encargará  de  desposaros.  Enrique,  irás  ahora  á 
buscarle,  y  le  rogarás  que  venga  á  mi  casa  inmedia- 
tamente. A  estas  horas  está  en  la  suya,  y  jamas  me 
ha  rehusado  nada. 
Cor.  ¡Y  nos  abandonáis,  padre  mío! 
Blin.  Confiemos  en  que  Dios  enviará  pronto  mejores 
consejeros  al  rey  de  Inglaterra.  Vamos,  Enrique,  ¿no 
tenias  tanta  prisa  hace  poco? 
Enr.  La  noticia  de  vuestra  marcha  ha  aguado  toda  mi 
alegría. 


ai 

Blin.  ¡Pobre  Enrique...!  Sin  embargo,  tu  padre  tiene 
derecho  ahora  para  darte  órdenes.  Vele. 

JSnr.  Voy,  y  vuelvo  al  momento.  Tengo  en  Londres 
bastantes  amigos,  y  confío  en  que  no  se  marchará. 
{Fase.) 

ESCENA   X. 

BLINGTON.     CORDELIA. 

Blin.  Tú,  hija  mia,  déjame  solo  un  momento;  retírate 
á  tu  cuarto. 

Cor.  ¡Que  me  retire!  ¿  y   por  qué? 

Blin.  ¿No  piensas  hacer  ningún  preparativo? 

Cor.  No. 

Blin.  Quisiera  contestar  á  los  Van-Bremel.  Debo  en- 
viarles las  gracias  por  la  prueba  de  confianza  que  me 
han   dado.  Anda,  hija  mia. 

Cor.  {Al  entrar.)  ¡No  hay  dicha  completa  en  el  mundo! 

ESCENA    XI. 

blington  solo,  y  mirándola  salir. 

jPobre  nina!  ¡ah!  (Se  sienta  d  la  mesa,  y  se  pone  á 
escribir.)  «Al  señor  Van-Bremel  y  compañía,  en 
Amsterdam:  Muy  señor  mió  y  estimado  corresponsal: 
habiendo  sido  sentenciado  hoy  á  la  pena  capilal ,  y 
debiendo  ser  ajusticiado  mañana  á  las  seis  de  la  ma- 
drugada ,  me  apresuro  á  contestar  á  vuestra  favore- 
cida de  1 8  del  corriente,  que  acepto  para  Enrique 
Palmer,  mi  yerno,  y  para  mi  hija  Cordelia,  el  ofre- 
cimiento que  en  ella  me  hacéis  de  la  continuación  de 
vuestro  crédito.  No  habiendo  sido  confiscados  mis 
bienes,  espero  que  mi  muerte  no  contribuirá  en  ma- 
nera alguna  á  aminorar  la  confianza  que  la  casa  Bling- 
ton  os  ha  inspirado  siempre.  Tratad  con  mi  yerno  y 
mi  hija  como  acostumbrabais  á  tratar  conmigo,  es  de- 
cir, á  seis  meses  de  dala  y  al  tanto  por  ciento.'=q 
Soy  vuestro  mas  afectísimo  &c.  Blington." 


22 

ESCENA  XII. 
blington.   ENRIQUE  ,  que  sale  precipitadamente. 

Enr.  {Con  un  papel  en  la  mano.)  ¡Señor  Blington! 

Blin.  ¿Tan  pronto  de  vuelta,  Enrique?  S¡  no  puedes 
haber  tenido  tiempo  para  ir   á  casa  de  Graham. 

Enr.  No,   no,  ya  se  ve  que  no. 

Blin.   ¡Estás  demudado!  ¿Qué  papel  es  ese? 

Enr.  Es...  ¡oh!    no  tengo  fuerza  para  hablar...  Leed. 

Blin.  (Lejendo.)  «Lista  de  los  reos  de  alta  traición 
sentenciados  hoy  por  la  cámara  alta,  y  que  serán  a- 
justiciados  mañana  á  las  seis  de  la  madrugada.'* 
¿Quién  te  ha  dado  esto? 

Enr.  Un  hombre  que  la  vendía  públicamente..,- ¡  Oh í 
pero  mirad ,  mirad  bien...  vuestro  nombre  está  entre 
esos...  es  un  error...  pero  un  error  funesto...  y  que 
solo   de  pensar  en  él... 

Blin.  ¡Silencio!   No  es  error. 

Enr.  ¡Pero  sin  duda  no  habéis  entendido...!  Esa  lista  es 
la  de  los  sentenciados  á  muerte. 

Blin.  Y  yo  estoy  en  ella  el  tercero;  asi  es  la  verdad. 
Pensaba  decírtelo  dentro  de  dos  horas,  y  clon  este  mo- 
tivo te  lo  digo  ahora. ••  ¡Cúmplase  la  voluntad  de 
Dios! 

Enr.  ¡Jueces  infames! 

Blin.  {Poniéndole  la  mano  en  la  boca.)  ¡Oh!  por 
compasión  hacia  Cordelia ,  silencio;  ¡te  suplico  que 
guardes  silencio! 

Enr.  ¿  Pero  por  qué  milagro  os  halláis  á  un  mismo 
tiempo  libre  y  sentenciado?  ¿Cómo  esplicar  que  ma- 
ñana hayáis  de  ser  ajusticiado,  y  hoy  estéis  libre  en 
vuestra  casa...  ?  ¿Habéis  sobornado  á  algún  carcele- 
ro...? ¡Qué  dicha!  ¿Y  os  estáis  asi  en  Londres?  ¡Qué 
imprudencia!  Es  preciso  huir  al  instante.,.  ¡Venid, 
salvaos ! 

Blin.  No  puedo* 

Enr.  ¿Por  qué? 

Blin.  Porque  he  dado  mi  palabra, 

Enr.  ¡Oh!  Dios  mió,  Dios  mió...  ¡es  para  volverse  uno 
loco...!   ¡Hé    ahí   porqué   queríais  casarnos  esta  no- 


*3 

che...!  ¡y  yo  estaba  tan  contento!  pero  no  se  ha  per- 
dido todo;  una  vez  que  estáis  aqui ,  aun  nos  queda 
alguna   esperanza. 

Blin.  Ninguna.  Te  hablo  como  se  habla  á  un  hombre. 
Sosiégate.  Hazme  ver  que  el  esposo  que  he  dado  á  mi 
hija  tendrá  valor  para  defenderla   si  llega  la  ocasión. 

~Enr.  ¡  Infeliz  Cordelia! 

Blin,  Enrique,  me  quedan  ya  pocos  momentos  que  pa- 
sar á  su  lado,  y  quiero  que  sean  placenteros.  Jú- 
rame por  tu  honor  que  no  la  dirás  nada  de  lo  que 
voy  á  referirte. 

Enr.   Lo  juro. 

Blin.  ¿  Ya  sabrás  por  qué  fui  preso  ? 

Enr,  Sí.  Era  preciso  delatar  á  un  amigo.  Pero  contra 
vos  no  habia  mas  prueba  que  estos  renglones:  *'Des— 
cuida,  Bui-dett,  yo  serviré  de  padre  á  tu  hija.*' 

Blin.  No  habia  mas. 

Enr.  ¿Y  os  han  sentenciado  ? 

Blin.  Quizás  no  lo  habria  sido  por  ese  solo  indicio;  pe- 
ro lord  FefFries  me  dirigió  esta  pregunta:  "Blington, 
bajo  vuestra  palabra  de  honor,  contestad:  ¿teníais 
noticias  de  la  conjuración,  ó  no  las  teníais?"  ¿Qué 
hubieras  tú  contestado ,  Enrique? 

Enr.  ¡  Ah!   yo,  no  sé...  pero  lo  que  es  vos,  sé  cuál  ha-, 
brá  sido  vuestra  respuesta.  (Oyese   vocear  en  la  ca- 
lle.) 

Blin.  ¡Silencio!  ¡escucha!  ¡es  el  pregón!  ¡con  tal  que 
Cordelia  no  le  oiga...! 

Una  voz  dentro.  "Lista  de  los  reos  de  alta  traición  sen- 
tenciados hoy  por  la  cámara  alta,  y  que  serán  ajus- 
ticiados mañana: 

Sir  John  Turner. 

Sir  Arturo  Lindsay. 

El  comerciante   Blington... 

Enr.  ¡Ah!  {Cordelia  levanta  el  tapiz  de  su  cuarto , y 
escucha.) 

La  voz  mas  lejas»   Sir  Andrés  Tullibardine. 
"Williams  Mac-Gregor.,? 
{La  voz  se  pierde;  vuelve  á  caer  el  tapiz.) 

Blin.  Ya  se  aleja. 

Enr.  ¡Es  decir  que  os  habéis  entregado  vos  mismo!  ¡  ahí 


j miserable!  ¡han  armado  un  lazo  á  vuestra  honradez 
para  tener  el  derecho  de  sentenciaros  á  muerte!  Pe- 
ro en  fin,  ¿cómo  estáis  aqui?  ¿por  qué  no  podéis 
huir...  cuando  la  muerte  está  tan  próxima? 

JSlin,  Aguarda.  (Va  á  la  puerta  de  Cordelia.)  No  sien- 
to ruido  en  su  caarto:  ¡no  ha  oido  nada!  ¡cuánto 
me  alegro! 

JZnr.  ¡Oh!  hablad,  hablad...  no  sabéis  lo  que  sufro. 

Jilin.  A  las  cuatro  de  la  tarde  pronunciaron  la  senten- 
cia. Pocos  minutos  después  me  llevaron  otra  vez  á  mi 
prisión.  ¡Ah!  hace  un  instante  te  encomendaba  que 
tuvieses  valor,  y  vo  creo  no  estar  desprovisto  de  él; 
pero  cuando  volví  á  quedarme  solo,  á  pesar  de  que 
delante  de  mis  jueces  me  habiá  mostrado  impasible, 
á  pesar  de  que  ni  habia  pestañeado  á  la  lectura  de  la 
sentencia...  pensé  de  repente  en  mi  hija,  que  no  ha- 
bia visto  en  veintiún  dia,  y  me  eché  á  llorar  como 
un  niño. 

-Ewr.  ¡Dios  mió  ! 

JBlin.  Abrióse  á  poco  tiempo  la  puerta  de  mi  prisión, 
y  entró  el  teniente  de  la  torre.  Tal  vez  no  le  conoce- 
rás, Enrique.  Se  llama  sir  Tomas  Melvil ;  es  un  hom- 
bre austero,  pero  justo,  y  que  no  parece  haber  naci- 
do para  las  tristes  funciones  que  tiene  que  desemr 
penar, 

JEnr.  ¿Venia  á  saber  vuestra  postrera  voluntad? 

Jtlin.  Mas  que  eso...  Escucha,  escucha:  quise  reprimir 
mis  lágrimas  al  verle;  ¡imposible!  "Blinglon,  me 
dijo  acercándose,  Inglaterra  es  el  pais  de  la¿  muer-r 
tes  desastrosas.  Desde  que  estoy  aqui  he  visto  pere- 
cer infinitas  víctimas  de  nuestras  reaccionas  políti- 
cas: los  que  tenían  una  conciencia  pura,  como  debe 
serlo  la  vuestra,  pasaban  una  noche  tranquila  antes 
de  subir  al  cadalso,.^, 

$nc.   ¡Oh! 

JDlin.  Sir  Melvil ,  le  contesté,  los  que  morían  as!  no  te- 
nían sin  duda  una  hija  á  quien  dejar  huérfana...  ó  si 
la  tenían,  no  la  querían  como  yo  quiero  á  la  mía.  Si 
me  la  hubiesen  dejado  ver  una  vez  solamente,  la  úl- 
tima, antes  de  sucumbir,  moriría,  sino  consolado, 
jranquilq  al  menos.»  ¡Ah!  si  vos  fueseis  padre  no  me 


25 

negaríais  esta  suprema  dicha»  Mi  hija  os  lo  pagaría  en 
súplicas,  y  yo  en  henil ic iones. 

Enr.   ¿Y  entonces? 

JBlin.  Entonces...  "Escuchad,  me  dijo  Melvil,  conozco 
que  es  contra  las  leyes  de  la  naturaleza  dejaros  mo- 
rir sin  abrazar  á  vuestra  hija...  la  veréis.*'  ¡Yo  di  un 
grito!  ¡oh!  ¡cuándo!  ¡cuándo...!  acordaos  que  mue- 
ro mañana.  —  "La  veréis  esta  noche." —  ¿En  mi  pri- 
sión?—  "No,  Blington,  ella  no  puede  entrar,  y  he 
tenido  muchas  veces  el  sentimiento  de  negarla  la 
puerta.  Tengo  subalternos  envidiosos  que  me  espian. 
¡La  conocerían,  y  la  detendrían  antes  de  que  consi- 
guiese llegar  hasta  vos!  " —  ¿Qué  he  de  hacer  enton- 
ces?—  "Iréis  á  verla.  Vamos  á  salir  juntos;  el  favor 
que  os  hago  es  tan  especial,  que  nadie  pensará  en  mi- 
raros.".—  ¡  Ah  !  ¡Sír  Melvil!  ¡esa  confianza...! — «Na- 
da arriesgo  por  ella,  Blington;  vuestra  probidad  es 
proverbial  en  la  ciudad  de  Londres,  y  vos  no  falta- 
reis á  vuestra  palabra,  ni  aun  por  salvar  la  vida. 
,  Prometedme  estar  de  vuelta  mañana  á  las  cuatro  de 
la  madrugada...  y  no  hablemos  mas."  —  Me  arrojé  á 
sus  pies  dándole  las  gracias;  le  hice  en  seguida  el 
juramento  que  me  pedia,  y  aqui  me  tienes. 

Enr.  ¡Oh!  ¡ahora  lo  comprendo  todo!  ¡á  las  cuatro...! 
¡ah!  seréis  puntual  á  la  cita. 

JBlin,  Bien  ,  Enrique  ,  te  agradezco  que  no  hayas  du- 
dado de  mí. 

Enr.  ¡Pero  eso  no  puede  quedar  asi !  ¡  vos  en  un  cadal- 
so!  Yo  haré  que  el  pueblo  se  subleve  al  saberlo... 

Blin.  ¡  Ah!  ¿Y  sería  eso  razonable?  ¿Quieres  defender 
una  causa  desesperada  ,  y  privar  á  Cordelia  del  úni- 
co protector  que  la  queda?  ¿Amotinarse  el  pueblo 
por  mí?  ¡Pobre  Enrique!  ¿Has  oído  un  solo  mur- 
mullo cuando  ese  hombre  que  ha  pasado  por  debajo 
de  estas  ventanas  ha  pronunciado  mi  nombre? 

Enr.  ¡Ingratos  y  cobardes!  El  duque  de  Suffolk  me  ha 
demostrado  un  vivo  interés  en  diversas  ocasiones; 
voy  á  echarme  á  sus  pies... 

^lin.  Será  un  paso  inútil,  cuando  para  mí  los  minu- 
tos son  dias  y  las  horas  siglos.  Vé  á  buscar  á  Gra- 
ham.  Reflexiona  que    antes  de    separarme  de  mi   hija 


26 

para    siempre,    quiero   dejarla    un  apoyo. 

Enr.  Cordelia  me  maldecida  si  yo  pensase  en  mi  feli- 
cidad cuando  se  trata  de  vuestra  vida.  ¡Dejadme,  de- 
jadme salir! 

Blin.  ¿Lo  deseas  absolutamente?  Entonces  iré  contigo. 
(Señala  á  una  capa  y  un  sombrero  que  ha  deja- 
do al  entrar  sobre  una  silla.)  A  favor  de  ese  dis- 
fraz he  logrado  salir  de  la  torre.  Puedo  aventurarme 
con  él  á  andar  por  las  calles ,  y  cuando  tu  vuelvas  de 
casa  del  duque  de  Suffolk  lo  encontrarás  todo  dis- 
puesto para  tu  casamiento. 

Enr.  Corro  entonces  á  casa  del  duque. 

Blin.  Yo  á  casa  de  Graham.  (Vanse.) 

ESCENA  XIII. 

cordelia,   sola.  —  Acércase  pálida  y  con  los  ojos  fijos. 

¿Es  un  delirio  de  mi  imaginación,  hijo  de  la  fiebre,  lo 
que  he  oido,  ó  es  positivamente  cierto  y  me  hallo  en 
mi  cabal  juicio?  ¡  Ah!  esta  carta  para  la  casa  de  Van- 
Bremel...  veamos.  (Abre  la  carta,  y  lee.)  ¡  Ah !  ¡no...! 
¡eso  no  será  ni  puede  ser!  (Corre  á  la  campanilla 
y  llama  con  violencia;  en  seguida  viene  á  caer 
sobre  el  sillón  cerca  del  bufete.) 

ESCENA    XIV. 

CORDELIA.    MARGARITA.     Poco    deSpueS    DAVID. 

Mar.   (Corriendo.)  ¿Qué  es  esto,  señorita?  Estáis  toda 

demudada:  ¿qué  hay? 
Cor.  (Solviendo  en  sí.)   ¿Qué  hay?  nada.   Lo  que  hay 

es  que  es  preciso  que  bajes  inmediatamente  á  casa  de 

maese  Cornelio. 
Mar.  Estará  acostado. 
Cor.  Le  despiertas. 
Mar.  ¿Y  qué  he  de  decirle? 
Cor»  Le  dirás. o,  aguarda.  (Coge  una  pluma  y  la  tiembla 

la  mano  de  tal  modo  que  no  puede  trazar  una  letra.) 

¡Dios  mió!  ¿si  no  podré  escribir?  (Se  sostiene  lama- 


2/ 

no  derecha  con  la  izquierda ,  y  logra  escribir  algu- 
nas líneas-) 

Mar.  Pero  aqui  ha  sucedido  alguna  cosa  que  no  queréis 
decirme. 

Cor.  Nada.  ¿Qué  quieres  que  suceda?  no  vayas  á  hacer 
esas  reflexiones  delante  de.  mi  padre.  Lleva  eso  á  maese 
Cornelio.  Cuidado  con  entregar  á  nadie  mas  que  á  mí 
lo  que  él  te  dé  después  de  haber  leido  esa  esquela;  ¿lo 
oyes  ?  á  mí  sola. 

Mar.  Está  bien,  señorita,  (aparte.)  ¿Qué  será? 

Cor.  ¿Margarita? 

Mar.  ¿Qué  mandáis? 

Cor.  Envíame  á  David.  (Vase  Margarita.)  No  hay  otro 
medio.  Lloros,  súplicas,  todo  sería  inútil...  le  conoz- 
co... Dios  me  castigará  si  á  una  hija  no  le  es  permi- 
tido cualquier  medio  para  salvar  á  su  padre...  Dentro 
de  un  cuarto  de  hora,  ó  de  media  hora  á  lo  mas,  es- 
taremos lejos.  ¿Qué  puerto  es  el  mas  inmediato?  (Lle- 
vándose ambas  manos  á  la  cabeza.)  Ya  no  me  acuer- 
do. ¿Si  me  volveré  loca?         » 

David.  (Sale.)  ¿Me  habéis  llamado,  señorita? 

Cor.  ¿A  tí?  no...  aguarda...  que  me  acuerde.  Esto  es, 
Mi  padre  ha  salido.  Inmediatamente  que  vuelva  en- 
gancharás el  caballo,  y  aguardarás  con  el  carruage 
delante  de  la  puerta;  anda. 

David.  ¿A  estas  horas?  Calla,  ¿dónde  vais? 

Cor.  No  me  preguntes,  ni  hables  á  nadie  de  esta  orden, 
y  mucho  menos  á  mi  padre.  Te  lo  pido  por  Dios,  mi 
buen  David. 

David.  Descuidad,  señorita;  cuando  me  habláis  con  ese 
tono  me  dejaría  quemar  vivo  por  vos.  A  propósito, 
¿he  de  ir  guiando  yo? 

Cor.  No,  irá  Enrique.  (Vase  David.)  Coordinemos  mis 
ideas.  ¡Dios  mió...!  ¿quién  viene?  ¡nadie!  ¡ha  salido! 
¿y  sino  volviese?  oigo  ruido...  él  es:  ¿que  hacer  para 
ocultar  mi  turbación?  si  lo  echa  de  ver,  desconfiará 
de  mí.  (Acerca  una  mesa,  en  la  cual  estiende  un 
mantel  &c.) 


28 

ESCENA    XV. 

CORDELIA.   BUNGTON.    Poco    después  MARGARITA,    ENRI- 
QUE y    DAVID. 

Cor»  ¡Gracias  á  Dios!  ¡os  aguardaba  con  una  impa- 
ciencia! 

Blin.  ¿Pues  qué  sabias  que  babia  salido? 

Cor.  No,  no  por  cierto,  no  lo  sabia.  Creía  que  estabais 
arriba.  Cenaremos  pronto,  ¿no  es  verdad? 

Iilin.  Luego  que  Enrique  y  Graham  hayan  venido. 

Cor.  El  señor  Graham...  ¡ah!  es  verdad,  ¡lo  habia  ol- 
vidado! 

Blin.  ¿Habías  olvidado  que  debes  casarte  esta  noche? 

Cor.  No  pienso  mas  que  en  vos,  padre  mió,  en  vuestro 
viaje...  {Aparte.)  ¡Y  Margarita  no  vuelve!  {Viendo  á 
Margarita,  que  sale.)  ¡Ah! 

Mar.  {Deslizándole  una  redomita  de  vidrio  en  la  ma- 
no.) Tomad. 

Cor.  {Bajo.)  ¡Cuidado  con  decir  una  palabra! 

Blin.  ¿Qué  es  eso? 

Cor.  Una  orden  que  la  he  dado  sobre  la  cena.  Pero  como 
veo  que  aun  va  largo  que  nos  pongamos  á  la  mesa, 
os  daré  entre  tanto  si  queréis  una  copita  de  aquel  vi- 
no añejo  de  España  que  tanto  os  gusta,  y  que  no 
habéis  probado  en  todo  este  tiempo.  Debéis  tener  ne- 
cesidad de  reparar  las  fuerzas. 

Blin.  Verdad  es,  hija  mia ;  pero  quédate  á  mi  lado, 
Margarita  irá  en  tu  lugar. 

Cor.  No  hay  necesidad,  porque  acaba  de  traerlo. 

Blin.  Tanto  mejor;  no  quisiera  perder  un  solo  momen- 
to de  los  últimos  que  he  de  pasar  á  tu  lado. 

Cor.  ¿Los  últimos? 

Blin.  Trae,  trae.  {Cordelia  va  al  foro ,  coge  una  botella 
de  la  mesa,  y  prepara  el  vino.)  ¡A  tí  también  voy  a 
dejarte,  pobre  Margarita!  á  tí,  mi  mas  antiguo  co- 
nocimiento en  este  mundo  desde  que  mis  padres  han 
muerto. 

Mar.  ¡Eh!  Señor,  el  gobierno  puede  variar  de  un  mo- 
mento á  otro...  El  rey  Jacobo  tiene  pocos  amigos,  y 
si   Dios  le  diese    por  sucesor  á  su    hijo  el  príncipe  de 


29 

Gales,  ó  á  su  yerno  el  príncipe  ele  Orange...  entonces 
podríais  volver. 

Blin.  ¡El  c-ielo  te  oiga,  Margarita!  los  hombres  saben 
la  hora  de  su  marcha ,  Dios  tan  solo  sabe  la  de  su 
regreso. 

Cor.  {Trayendo  una  copa  con  vino.)  ¡A  ese  venturoso 
regreso,  padre  mió! 

Blin.  A  mi  regreso,  sí.  {Bebe.) 

Cor.  {Volviendo  d  tomar  el  vaso  después  que  su  padre 
ha  bebido,  y  dándosele  d  Margarita.)  Toma,  Mar- 
garita; déjanos.  QVase  Margarita.) 

Blin.  ¡Cordelia! 

Cor.  ¡Padre  mió! 

Blin.  ¡Ese  clave  me  recuerda  uno  de  vuestros  mas  gra- 
tos recreos!  Canta,  antes  que  Enrique  vuelva,  una  de 
tus  arietas  favoritas. 

Cor.  Iba  á  proponéroslo:  ¿queréis  que  os  cante  la  ba- 
lada del  rey  Lear  ? 

Blin.  Sí;  al  nacer  te  puse  el  nombre  de  la  última  de 
sus  hijas;  la  elección  fue  acertada;  eres  un  modelo 
de  amor  filial  como  ella.  Yo  te  bendigo  desde  el  fon- 
do de  mi  alma,  hija  mia. 

Cor.  {Al  clave.) 

¿Quién  allí  tan  triste  y  solo 
Se  ve  el  valle  atravesar? 
Pardo  musgo,  seca  espiga 
Ciñen  hoy  su  sien  real: 
Dulce  nombre  repitiendo, 
Es  el  viejo  rey  Lear. 
¡Ah!  ¡qué  padre  en  este  mundo 
Infeliz  cuál  él  será! 

Blin.  No  sé  lo  que  siento...  mis  ideas  se  ofuscan. 
Cor.  ¡Cómo  me  mira!  {Vuelve  d  cantar.) 

Rey  sin  pueblo,  sin  familia, 
¿A  quién,  di,  llamando  vas? 
Si  tres  hijas  te  dio  el  cielo, 
Odio  en  dos  solo  has  de  hallar; 
De  tu  corte  á  la  tercera 


3o 

Arrojaste  sin  piedad. 

¡Ah!  ¡qué  padre  en  este  mundo 

Infeliz  cual  tu  será! 

(Blington  se  levanta ,  se  dirige  vacilando  d  su  bufete^ 
y  coge  la  carta  que  ha  escrito  para  Van-Bremel. 
Cordelia  se  detiene.) 

Blin.  ¡Abierta...!  ¿tú  has  leído  esta  carta? 

Cor.  ¡Padre  mió! 

Blin.  ¿No  es  verdad  que  no  piensas  en  salvarme?  ¿Sa- 
bes que  la  cabeza  de  Melvil  responde  de  la  mia,  y  que 
si  mañana  no  estoy  presente  cuando  me  llame  el  She- 
rif,   Melvil  será  conducido  al  suplicio  en  lugar   mió? 

Cor.  ¡Gran  Dios! 

Blin.  ¿Te  estremeces...?  ¡Ah!  desventurada,  ¿qué  habla 
en  el  vino  que  me  has  dado  á  beber?  ¡Oh!  pero  aun 
tengo  fuerzas  suficientes...  iré...  sí,  iré...  cumpliré  mi 
palabra.  (Da  algunos  pasos  hacia  la  puerta,  y  cae 
dormido  en  los  brazos  de  Enrique,  que  acaba  de  en- 
trar hace  algunos  instantes.) 

JEnr.  ¡Blington!   ¡Gran  Dios! 

Cor.  (Llamando.)  ¡David!  ¡David!  ¿está  pronto  el  car- 
ruage  ? 

JDcwid.  (Corriendo.)  Sí,  señorita. 

Enr.  ¿Qué  es  esto?  ¿qué  hay? 

Cor.  ¿Qué  hay,  Enrique?  que  he  salvado  á  mi  padre. 


FIN    DEL    ACTO    PRIMERO. 


ACTO  SEGUNDO. 


Un  salón   en  casa  del  doctor  Van-Claer ,   en  la  Haya. 
Puerta  al  foro  y  laterales. 

ESCENA  PRIMERA. 

david,    leyendo    el    sobre   de    una  carta   que   tiene   en 
la  mano. 


A 


1  doctor  Van-Claer,    en  la  Haya...   sellada  en  Bue- 
nos-Aires... ¡perdonad  la  cortedad... !  ¡hé  aquí  un  plie- 
go de  papel  que  ba  corrido  dos  mil  leguas!  es  un  via- 
je mucho   mas  largo  que   el  que  yo  habia    emprendido 
cuando  el  cielo  tuvo  á  bien  detenerme  en   el  camino... 
¿quién  diablos  puede  escribirnos  desde  Buenos-Aires...? 
¡toma!   ¡toma!   ¡como  si  el  doctor  Van-Claer  no  es- 
tuviese en  correspondencia    con  las  cuatro  partes  del 
mundo...!    ¡qué    tiene   eso   de    estraño   habiendo    sido 
primer   médico    de    cámara   del   rey  de   Inglaterra,   y 
siendo   director   de  una  casa   de  locos!    ¡esta  carta  no 
me  inspira  la  menor  curiosidad!  si  viniese  de  Londres 
tal  cual;    ¡pero  de    la   América    del  Sud !   maldito    si 
me  importa  lo  que  alli  pasa,  (ahueca  la  carta  en  for- 
ma de  anteojo,  y  rnira  lo  que  pone  dentro.")  ¡Qué  ga- 
rabatos!  ¡Cómo  quieren  que  uno  lea  esto!  debia  estar 
prohibido    escribir  asi...    ¡es   imposible    descifrar  una 
palabra!    ¡Ah!   este  renglón...  w Deseo  que  el   indigno 
Blington... ff  ¡  Blington...!    "sea  tan  feliz    en  su    des- 
tierro como  yo  voy  á  serlo  en  el  mió...''    ¡El  indigno 
Blington!    eso  es,   porque   no  quiso    dejarse  ahorcar... 
como   si  el   ir    á   la  horca   fuese  un  paseo   agradable... 
¡pobre  señor  Blington!   ¡no  esperaba  yo  ver  citado  su 
nombre  por  un  sugeto  que  escribe  desde  el  otro  mundo! 
por  fuerza  que  haya  metido  mucho  ruido  su  aventura. 


3a 

ESCENA  IL 

DAVID.     VAN-CLAER. 

Van.  ¡Buenos  dias,  David! 

David.  (Levantándose  sorprendido.}  ¡Ah! 

Van.  ¿Qué  hacias? 

David.  Pensaba  en  mi  ingrata  patria. 

Van.  Ayer  tuve  noticia  de  ella. 

David.  Y  aunque  sea  curiosidad,  ¿qué  tal  van  por  allá 
los  asuntos? 

Van.  Muy  bien¿ 

David.  ¿Para  el  parlamento,  ó  para  el  rey? 

Van.  Para  la  Inglaterra* 

David.  (Frotándose  Jas  manos.}  Lo  cual  quiere  decir 
que  el  príncipe  de  Orange  va  ganando  terreno.  ¡Ah! 
¡si  él  fuese  llamado  al  trono...!  ¿volveríais  á  Londres? 

Van.  No,  ciertamente;  he  suspirado  largo  tiempo  por 
Inglaterra,  donde  he  dejado  parientes  y  enfermos... 
pero  aqui  también  hay  como  alli  gentes  honradas,  y 
desgraciados  que  padecen  ;  he  ido  reemplazando  todo 
lo  que  habia  perdido.  Ademas,  yo  no  soy  inglés;  nací 
en  Holanda ;  y  el  rey  Jacobo  al  desterrarme  no  ha 
hecho  mas  que  restituirme  á  mi  patria.  Pero  dejemos 
esto.  ¿Qué  carta  es  esa? 

David.  Una  que  acaba  de  traer  el  cartero. 

Van.  ¡De  Buenos-Aires!  ¡y  no  me  lo  has  dicho!  (Abre 
la  carta.}  ¡Es  suya,  á  Dios  gracias!  ¡pobre  amigo!  ha 
llegado  á  puerto  de  salvación. 

David.  ¿Según  veo  esa  carta  os  da  buenas  noticias? 

Van.  No  podia  recibirlas  mejores. 

David,  ¿Será  de  algún  enfermo  á  quien  habréis  res- 
tituido la  razón  ? 

Van.  Aun  mas  que  eso;  á  quien  he  restituido  la  vi- 
da. (Sentándose.} 

David.  ¿Bestituido  la  vida?  ese  es  un  modo  de  hablar 
como  cualquiera  otro.  Cuando  un  hombre  ha  muerto, 
ni  el  médico  mas  hábil... 

Van.  Es  según  5  la  medicina  hace  también  milagros.  En 
prueba  de  ello,  aqui  tengo  un  artículo  que  habia  ar- 
reglado hacia  ya  tiempo,  refiriendo  cierto  caso,  y  que 


33 

la  llegada  de  esta  carta  rae  mueve  por  fin  á  dar  al 
público,  {Le  saca  de  un  cartapacio.)  Este  es...  voy  á 

f  añadirle  algunos  renglones  para  que  los  lleves  inme* 
diataoiente  á  casa  del  editor  de  la  Gaceta  de  la  Haya... 
encargándole  que  le  inserte  en  el  número  de  esta  tarde. 

David.  {Aparte.)  ¡Eso  es,  una  caminata  ahora,  cuando 
si  yo  he  entrado  en  su  casa  ha  sido  para  iniciarme  en 
los  secretos  de  la  profesión! 

Van.  {Escribiendo  todavía.)  ¡Qué  alegría,  poder  hacer 
saber  esta  noticia  á  la  Europa  científica  y  á  los  ami=- 
gos  del  pobre  desterrado!  El  secreto  ha  sido  guardado 
tan  fielmente  como  lo  exigía  la  gravedad  del  asunto; 
¡pero  cuánto  me  ha  costado  callarle!  si  no  hubiese 
sido  mas  que  una  buena  acción,  nada  tenia  de  parti- 
cular... ¡pero  una  curación  tan  maravillosa...!  {A 
David.)  Vé  á  llevar  este  artículo  á  la  redacción  que 
te  he  dicho,  y  di  que  quisiera  leerle  impreso  esta 
tarde. 

David.  Está  hietíé 

Van.  {Levantándose.)  ¿No  ha  venido  nadie? 

David.  {Volviendo.)   ¡Qué  cabeza  la  mia!    ha  venido  un 

caballero...  un  hombre. 

j 

Van.  ¿Qué  queria? 

David.  Queria  veros.  Cuando  le  dije  que  habíais  salido 
á  hacer  Vuestras  visitas,  manifestó  deseos  de  examinar 
la  casa,  bajo  pretesto  de  que  era  médico  tambiert,  y 
se  dedicaba  al  estudio  de  la  enajenación  mental.  Mien- 
tras ha  estado  hablando  no  ha  hecho  mas  que  mirar 
al  rededor  suyo...  se  me  ha  metido  éh  a  cabeza  que  es 
algún  agente  secreto  del  rey  Jacobo. 

Van.  ¿Pues  qué,  el  rey  Jacobo  envía  sus  agentes  á  Ho- 
landa? 

David.  ¡Yo  lo  creo!  Desde  que  el  príncipe  de  Orahgé, 
para  no  romper  abiertamente  con  sü  suegro,  se  ha 
visto  obligado  á  concederle  la  estradicion  de  varios 
subditos  emigrados...  ¡Leed  la  Gaceta  de  las  Provin- 
cias-Unidas /' 

Van.  ¡  Y  un  hombre  de  esa  especie  tendría  la  audacia 
de  presentarse  en  casa  del  doctor  Van-Glaer! 

David.  Sí  señor;  toman  tualquier  disfraz;  s?  valen  de 
todos  los  pretestos... 

3 


34 

Van.  ¿Pero  á  quién  quieres  que  venga  á  buscar  &  mi 
casa? 

David.  A  mí  tal  vez»  Ya  sabéis  que  soy  un  víctima  del 
rey  Jacobo,  y  que  si  el  buque  donde  iba  no  hubiese 
naufragado  en  las  costas  de  Holanda,  estaría  respi- 
rando en  este  momento  el  aire  de  las  Indias,  adonde 
mis  jueces  me  mandaron  deportar. 

Van.  ¿Qué  habias  hecho  para  merecer  una  sentencia  tan 
rigorosa  ? 

David.  ¡Yo!  ¡nada!  Me  habian  preso  en  un  grupo  de 
quince  á  veinte  mil  personas  que  gritaban:  ¡muera  el 
gobierno! 

Van.  La  cosa  no  podia  ser  roas  inofensiva.  Pero  volvien- 
do al  desconocido  que  se  ha  presentado  en  mi  casa,  y 
tú  no  has  dejado  entrar,  ten  entendido,  para  de  aqui 
en  adelante,  que  no  quiero  que  fiscalices  en  mi  casa 
las  acciones  de  nadie.  Si  ese  sugeto  traía  intenciones 
dañosas  al  venir  aqui,  yo  hubiera  sabido  descubrirlo; 
si  por  el  contrario  venia  únicamente  animado  del  de- 
seo de  instruirse,  nadie,  ni  aun  yo  mismo,  tiene  de- 
recho para  cerrarle  la  puerta* 

David.  Señor... 

Van.  ¡Basta...!  ya  estás  prevenido   para  otra  vez.  Mar-    [ 
cha  ahora  á  la  redacción  de  la  Gaceta. 

Un  criado.  (Anunciando.)  ¡El  señor  Dickson! 

Van.  No  conozco  tal  nombre. 

David.  (Que  ha  subido  hacia  el  /oro  y  ha  mirado  d  la 
antesala.)  ¡Es  él! 

Van.  ¿Quién  es  él? 

David.  El  estrangero  de  esta  mañana. 

Van.  Entonces,  decidle  que  entre.  (El  criado  se  retira.} 

David.  Yo  no  deseo  mas  sino  haberme  engañado* 

Van.  David,  el  artículo... 

David.  (Aparte.)  Estoy  seguro  que  es  á  mí  á  quien 
busca. 

ESCENA  III* 

BICHOS*  gódwin  bajo  el  nombre  de  dickson. 

God.  (Sale y  saluda.)  ¿El  señor  doctor  Van-Claer? 
Van.  Soy  yo  t  caballero* 


35 

\avid.  {Mientras  que  se  saludan.)  Afectemos  sereni- 
í  dad.  (Pasa  por  junto  á  Godwin,  y  le  saluda.)  ¡Ca- 
;  bállero... ! 

[,od.  (Después  de  haber  contestado  con  una  ligera  ih~ 
\  vlinacion  de  cabeza  al  saludo  de  David.)   Perdonad, 
j  caballero,  ini  empeño  por  hablaros*  pues  es  la  segun- 
da vez  que  me  presento  en  vuestra  casa. 
anfrHe  sabido  que  habíais  venido   mientras  yo  me  ha- 
llaba fuera,  y  he  sentido... 
}od.  Pedí  permiso  para  aguardar  á  que  Volvierais,  pero 
ese  joven  que  acaba  de  salir;.,    secretario  vuestro   siá 
\  duda,  no  ha  querido  concederme  ese  favor. 
an.  Aunque  estoy  lejos  de  disculparle,  el  régimen  qtíé 
se  observa  en  la  Casa  es  tan  severo  que  la  mayor  par- 
te de  los  desgraciados  que  están  bajo  mi  vigilancia 
no  tienen  ninguna  comunicación  con  lo  estferior,    y 
he  pi-ohibido  que  en  mi  ausencia... 
"jod.  ¡Oh!  hacéis   perfectamente;   pero  cómo  he  llegadd 
ayer  á  la  Haya,  y  debo  volver  á  salir  de  esta  ciudad 
mañana  mismo,  deseaba  no  pasar  él  dia  sin  veros,   y 
obtener  de  vos  el  permiso  de  visitar  tin  establecimien- 
to de  que  tantas  veces  iüe    ha  hablado  con  encomid 
el  célebre  doctor  Clarke. 
Van.  ¿El  doctor  Clarke,   de  la  universidad  de  Oxford? 
God.  El  mismo...  he  asistido  á  sus  lecciones. 
Van.  Es  decir  que  estoy  hablando  con   un   compañero..; 
God.  No  merezco  ese  título  ;    al    lado    de  vos  ,  como  al 
lado  del  doctor  Clarke,  no  soy  mas  que  un  discípulo 
á  pesar  de  mi  edad,  pero  aquel  sabio  doctor  se  dignl 
contarme  en  el  número  de  sus  amigos. 
Van.  Él  lo  es  también  mió,    y  de    los    mas   autiguos  f 
sinceros;   á  él   debo  mi  nombramiento   dé   médico  dé 
cámara,    á    pesar  de  que  cuando  fui  nombrado  auri. 
era  yo  muy  joven. 
,6'dd.  Destino  que  le  habían  ofrecido,  y  que  no  quisó  ad- 
mitir por  no  dejar  su  cátedra.   Ya  Veis  que  ñó  ig- 
noro ningún  pormenor. 
Van.  En  efecto;  seáis  pues  bien  venido,   una  vez  qoé  8¿ 
presentáis  en  su  nombre;  tened  la  bondad  de  decirme 
en  qué  puedo  complaceros.   Estoy  á  vuestras  ordénes; 
God.  He  formado  él  proyectó  de  fundar  en  los  ahedédd- 


36 

res  de  Londres  una  casa  de  locos  bajo  el  modelo 
la  que  vos  dirigís  ;  y  me  presento  en  vuestra  casa 
nombre  del  doctor  Clarke  á  suplicaros  que  me  c 
muniqucis  el  fruto  de  vuestras  observaciones,  el  r 
sultado  de  vuestros  ensayos. 
Van.  Examinareis  mi  casa  con  la  mayor  mínuciosida 
¿Ya  sabréis  sin  duda  que  yo  no  hago  de  ello  una  e 
peculacion?  No  tengo  heredero  alguno;  mi  faTnil 
son  mis  enfermos.  Pondré,  á  vuestra  disposición 
libro  donde  consigno  los  tratamientos  que  prescrib 
Por  lo  demás,  si  yo  hubiera  sido  tan  feliz  que  hubi 
ra  hecho  algún  descubrimiento  útil  á  la  ciencia 
le  consideraría  como  mi  propiedad  personal  ,  sir 
como  un  depósito  de  que  debería  dar  cuenta  á 
humanidad. 
God.  Si  teméis  que  mi  presencia  moleste  ó  perjudique 

vuestros  enfermos... 
Van.  Nada  de  eso;  sé  hacerme  querer  por  todos  ellos, 
guiado  por  mí,    participareis  de  la  confianza  que  le 
inspiro. 
God.  Tanta  bondad... 

Van.  No  me  la  agradezcáis;  solo  os  suplico  me  disimu 
leis  por  la  fría  acogida  que  habéis  tenido  la  primerj 
vez  en  esta  casa;  ignoraba  quién  fueseis... 
God.  jEh!  nada  tiene  de  particular;  ¿hay  por  venturs 
cosa  roas  natural  que  la  desconfianza  en  la  época  ei 
que  vivimos? 
Van.  (Llama.    Sale   un  criado.)    Peters.    (A  Godwin.' 

Con  vuestro  permiso. 
God.    ( Sacando   una   cartera   del    bolsillo   y  leyendo.' 
"Sidnay;  John  Sroith;    Blington...  aqui  están  las  se 
ñas   de   los  tres;   no   las   olvidemos,   las   de   Blington, 
sohre  todo;  es  en  el  que  ha  puesto   mas    empeño  lord 
FefFries,  y  quiere  descubrirle  á  toda  costa. 
Van.  (Al  criado.)  Voy  á  visitar  el  establecimiento  con 
este  caballero;  os  encargo  que  no  vengáis  á  molestar- 
nos sino  para  asunto  muy  urgente. 
Criado.  Al  mismo  tiempo  que  ha  sonado    la  campanilla 
iba  á  entrar  á  deciros  que  ahí  fuera  espera  una  se-. 
ñora  joven  que  desea  hablaros. 
Van*  ¿De  la  Haya  ?, 


37 

iado.  No  señor  ;  parece  estrangera» 
an.  ¿Ha  dicho  su  nomhre? 
iado.  Se  llama  la  señorita  de  Boermans. 
an.  ¿Sabes  si  viene  para  alguna  consulla  ? 
iado.  Lo  ignoro,  señor;  lo  que  sé  es  que  parecía  muy 

¡conmovida,  y  que  se  la  han  saltado  las  lágrimas  al 
suplicarme  que  os  pasase  recado. 
d.  (Acercándose.}  Os  veo  en  un  compromiso,  doctor 
Van-Claer;  este  criado  conocerá  sin  duda  la  casa;  si 
Os  parece,  puede  acompañarme  hasta  tanto  que  os 
quedéis  libre  y  podáis  venir  á  reuniros   con    nosotros. 

an.  Peters  es  el  favorito  de  mis  enfermos,  y  será  para 
vos  tan  buen  guia  como  yo  ;  pero  no  me  atrevía  á 
proponérosle. 

od.  ¡Cómo  se  entiende!  el  público  es  antes  que  yo,  a- 
migo    doctor,    (Aparte.)   Asi  veré   si   puedo   sonsacar 

litigo  á  este  hombre. 

an.  Ya  lo  oís  ,  Peters ¡  acompañad  al  señor  á  las 
habitaciones,  enseñadle  los  jardines,  los  dormito- 
rios ,    todo. 

od.  Hasta  luego. 

an.  Al  punto  estoy  á  vuestro  lado. 


ESCENA  IV. 


VAN-CLAER.     CORDEIIA. 


'an.  Entrad,  señorita,  entrad.  (Abriendo-  la  puerta.') 
ir.  (Con    el    velo  echado.)   ¿Es  al  señor  doctor  Van- 
Claer  á  quien  tengo  el  honor  de  hablar? 
an.  Al  mismo,  señorita;  tranquilizaos,  os  veo  trému- 
la ;  tomad  asiento. 

or.  Mil  gracias;  vengo  á  haceros  una  súplica. 
an.  ¡Una  súplica! 
»r.  ¿Estamos  solos? 
an.  Enteramente. 

ar.  Hará  un  cuarto  de  hora,  todo  lo  mas,  que  roe  ha- 
llo en  la  Haya  ;  he  llegado  de  Francia  con  mi  padre, 
y  vengo  á  suplicaros  que  le  recibáis  en  vuestra  casa. 
v.  Pero  señorita...  yo  no  admito  aqui  mas  que  á  de- 
mente? j  ¿sin  duda  lo  ignorabais.? 


38 

Cor.  ¡No  señor,  no  ]o  ignoraba! 

fa/?.  ;  Ah!  ¿y  cuánto  hace  que  vuestrp  padre...? 

Cor.  Tres  años. 

Van.  ¿Quién  ha  sido  su  médico  hasta  ahora? 

Cor.  No  ha  seguido  todavía  ningún  tratamiento;  esf 
rabamos  siempre  que  el  mal  se  curaría  por  sí  misn 
pero  Dios  no  ha  querido  concedernos  esa  dicha. 

Van.  Confiemos  en  que  vuestras  súplicas   le  apiadará 
señora;  por  lo  que  á  mí  hace  estoy  pronto  á  dedic 
,  to,dps   mis   esmeros  y   afanes  en,  obsequio  de  v.uest 
padre. 

£or?  {Juntando  las  manos.)  ¡Oh!  no  me  habian  eng 
nado  ;  sois  bueno  y  compasivo. 

Van.  No  hago  mas  que  mi  deber,  ¿Cuándo  deseáis  q 
entre  en  mi  casa  ? 

Cqr,  Hoy  mismo,  si  es  posible,  porque  aun  no  nos  h 
mos  apeado  en  ninguna  parte  ;  nos  hemos  encarnin 
do  en  derechura  á  vuestra  casa. 

Van.  (Sentándose  á  una  mesa,  en  la  cual  hay  un  lih 
<£e  registro.)  Está  bien  ;  pero  hay  que  llenar  cierí 
formalidades.  ¿Es  holandés  vuestro  padre? 

Cor.  No  señor. 

Van.  Tengo  orden  de  remitir  al  burgo-maestre  una  1 
ta  con  el  nombre  y  clase  de  Ips  estrangeros  que  erí 
^ran  en  mi  casa.  Yo  bien  sé  que  esto  dista  mucl 
de  la  ciega  hospitalidad  de  las  antiguas  Provincia 
Unidas;  pero  ¿qué  queréis?  es  preciso  obedecer.  I 
estendiendo  las,  señas  y  circunstancias  según  vos  vi 
yais  dictando.  ¿  El  nombre  de  vuestro  padre? 

Cor.  JFacobo  Boermans. 

Van.  ¿  Su  patria  ? 

Cor.  Irlanda, 

Van.    ¿  Estado? 

Cor.  Antiguo  comerciante» 

Van.  (Sin  mirar  á  Cordelia.)  ¿  Traeréis  sin  duda  algu 
papel    ó    documento    que    pueda,  enviar    al    burge 

"   maestre  con   esta  nota  ? 

aparte.)  ¡Somos  perdidos! 

Tened  la  bondad  de  dármele..    (Cordelia  se  arrol 

y  junta,  las  manos  sin,  responder.  Van-Cla¿ 

elve  y  la  ve  eq.  aquella  postura.)  ¡  Señorita ! 


Cor.  ¡Oh!  Señor,  por  la  Virgen  pura  ,  salvadnos. 

Van.   ¡Cómo!  ¿de  qué? 

Cor.  La  acogida  que  de  vos  he  recibido  me  anima  á  de- 
círoslo todo;   somos  unos  pobres   proscriptos. 

Van.  ¡Proscriptos...!  ¡vos,  una  joven...!  ¡vuestro  pa- 
dre, un  demente...! 

Cor.  Sí  señor,  sí,  proscriptos.  Acabamos  de  venir  de 
Francia,  donde  nos  perseguía  la  justicia,  ó  mejor  diré 
la  venganza  de  Jacobo  II;  y  hemos  llegado  aqui,  á 
Holanda,  sin  apoyo,  sin  auxilio,  sin  mas  esperanza 
que  la  que  me  ha  sugerido  la  idea  de  vuestro  nombre, 

Van.  ¡Muy  bien,  señorita!  No  necesito  documento  ni 
papel  alguno;  si  el  burgo-maestre  quiere  saber  abso- 
lutamente quiénes  sois  ,  le  diré...  le  diré  que  sois  ami- 
gos mios. 

Cor.  {Queriendo  besarle   la  mano.)   ¡Ah,  señor! 

Van.  Ahora  escuchad :  no  os  pregunto  vuestros  secre-* 
tos...  pero  para  que  yo  pueda  emprender  eficazmen- 
te la  curación  de  vuestro  padre,  es  preciso  que  ten-' 
ga  noticia  de  las  causas  de  su  locura...  ¿sus  desgra- 
cias tal  vez? 

Cor.  No  señor.  La  desgracia  de  otro.  Mi  padre  dejó  al 
salir  de  Inglaterra  á  uno  de  sus  amigos  bajo  el  peso 
"  de  una  acusación  criminal.  Una  mañana,  al  leer  en 
«n  periódico  la  relación  de  la  muerte  de  aquel  desgra- 
ciado amigo,  cayó  privado  de  sentido,  y  al  volver  de 
su  desmayo  estaba   loco. 

Van.  ¿Y  dónde  se  halla  ahora? 

Cor.  Ahora  debe  de  estar  á  vuestra  puerta  con  un  jo- 
ven... uno  de  nuestros  amigos,  porque  han  tomado  el 
camino  de  esta  casa  poco  tiempo  después  que  yo...  Sí, 
sí,  miradle  paseando  alli;  venid,  miradle. 

Van.  ¿Qué  nos  detiene,  señorita...?  Vamos  á  su  en- 
cuentro. 

Cor.  Id  vos;  yo  no  puedo  acompañaros. 

Van.  ¿Pues  cómo? 

Cor,  ¡Infeliz  de  mí!  Uno  de  los  caracteres  de  i.    loe  i- 

ra  de   mi  padre  es  no  poder   soportar  mi  u 

cree  que  yo  he  sido  la  causa  de  la  mué   I 

go...  y...  no  debo  ocultároslo,  cahalle¡ 

horror, 

de  aquí,  y 


4o 

Van.  ¡Oh  !  ¡pobre  joven...!  ¿Y  ha  sido  siempre  así  des- 
de el  principio  de  su  enfermedad? 

Cor.  Sí  señor. 

Van.  ¿Es  decir  que  hace  tres  años  que  estáis  separados? 

Cor*  ¡Separados!  ¡oh!  no.  Nunca  me  ve.  Pero  yo  velo 
sin  cesar  por  él...  por  la  noche,  cuando  duerme,  voy 
ó  escuchar  á  su  puerta,  y  si  su  respiración  es  pau- 
sada, si  su  sueño  es  tranquilo,  entro  en  su  cuarto 
y  me  creo  dichosa;  pero  al  menor  ruido  que  hace 
me  veo  obligada  á  huir;  mas  de  una  vez  ha  visto 
desaparecer  á  lo  lejos  el  estremo  de  un  chai,  ó  ha 
sentido  á  su  lado  el  roce  de  un  vestido,  y  entonces 
dice  que  es  la  sombra  de  mi  madre  que  ha  venido  á 
visitarle  en  sus  sueños.         / 

Van.   ¡Cuánto  os  compadezco! 

Cor.  ¡Ah!¡ Señor,  vos  no  sabéis  cuan  inmenso  sería  el 
beneficio  que  me  haríais  si  os  fuese  posible  darme 
una  habitación  al  lado  de  la  suya !  Por  una  estraor- 
dinaria  contradicción,  si  mi  vista  le  irrita,  mi  voz 
le  sosiega;  y  muchas  veces  en  Lila,  donde  hemos  vi- 
vido hasta  ahora,  como  nuestros  dos  cuartos  solo  es- 
taban separados  por  un  tabique  poco  sólido,  he  apla- 
cado sus  melancólicos  accesos  cantándole  alguna  de 
las  canciones  que  tanto  le  gustaban  antes  de  haber 
perdido  la   razón. 

Van.  ¿Y   sabia  que  erais  vos  la  que  cantaba? 

Cor.  No  señor;  le  dijeron  que  era  la  sobrina  de  nuestro 
huésped,  y  se  dio  por  satisfecho  con  aquella  espli- 
cacion.  Pero  quizás  no  sea  fácil  hallar  en  vuestra  ca- 
sa  una   habitación  que  esté  en  esa  disposición. 

Van.  Está  ya  hallada,  señorita:  os  quedareis  aqui ;  es- 
ta sala  os  servirá  á  los  dos ;  haremos  de  esa  sala  la 
alcoba  de  vuestro  padre.  {Señalando  á  Ja  izquierda?) 
Y  esta  será  la  vuestra.   {Señalando  á  la  derecha.) 

Cor.  ¡Oh!   gracias» 

Van.  Sois  una  buena  hija,  y  Dios  os  volverá  á  vuestro 
padre.  (Vase.) 


4* 

ESCENA  V. 

CORDELIA,     Sola. 

¿Podré  al  fin  esperar  alguna  tregua  en  la  desgracia  que 
nos  persigue.».?  ¿será  esta  casa  un  asilo  seguro  para  mi 
padre?  {Se  acerca  d  la  ventana.)  Allí  está  paseán- 
dose con  Enrique.  Enrique,  hombre  noble  y  genero- 
so, que  se  na  sacrificado  por  nosotros.  ¡Oh!  ¿quién 
hubiese  cuidado  de  mi  padre  si  hubiese  continuado 
rechazándome  siempre,  y  él  no  hubiese  estado  á  mi 
lado?  ¡Pobre  padre  mió!  Al  ver  esas  facciones  mar- 
chitas por  el  sufrimiento,  esa  ancianidad  anticipada, 
¿quién  reconocería  en  él  al  honrado  y  feliz  Bling- 
ton... ?  ¡Ah!  le  he  salvado  la  vida,  es  verdad...  ¡pero 
qué  suerte  le  espera  en  lo  sucesivo...!  ¡Imprudente...! 
¡Me  ha  visto  al  levantar  los  ojos  hacia  esta  venta- 
na, y  quiere  retirarse!  {Vuelve  á  bajar  hacia  el 
proscenio.)  El  horror  que  le  inspiro  no  se  ha  dismi- 
nuido... ¡triste  de  mí!  Al  entrar  en  esta  casa  he  sen- 
tido mi  corazón  mas  aliviado  del  peso  que  le  opri- 
mía... no  sé  que  voz  me  gritaba  que  aqui  debían  ha- 
llar un  término  nuestras  desgracias.  La  acogida  del 
>»  doctor  Van-Claer  me  afirma  en  esta  esperanza...  es 
la  última  que  me  queda...  no  la  destruyáis,  Diosmio. 

Van.  {Dentro.)  Por  aqui,  caballero,  venid. 

Cor.  Ellos  son...  mi  imprudencia  no  tendrá  mal  resul- 
tado... ¡Oh!  Señor,  os  lo  agradezco.  (  Enfra  en  el 
cuarto  de  la  derecha.) 

ESCENA  VI. 

ENRIQUE.    BtINGTOH.    VAN-CLAER. 

Blin.  ( Sale  muy   agitado. )  Os  digo  que   la  he  visto; 

estaba  ahí,  en  esa  ventana. 
JEnr.  No  hay  nadie ;  ya  veis  que  os  habéis  engañado. 
Blin.  Tú    la    defiendes   siempre,  Enrique;  haces  mal, 

muy  mal. 
Van.  Sosegaos,  caballero:  ¿de  qué  se  trata? 
JEnr.  De  una  persona  que  está  muy  lejos  de  aqui,  y 


4> 

que  Boermans  creía  haber  visto  en  esa  ventana* 

Blin.  ¿Creía...?  estoy  cierto.»  era  ella:  ¿la  conocéis  vos? 

Van.  Primero  es  preciso  que  sepa  la  persona  de  quien 
habláis» 

Blin,  Es.»  es  una  hija  que  ha  deshonrado  á  su  padre. 

Van,  Sosegaos;  estáis  en  casa  de  un  amigo* 

Blin.  No,  no  quiero  permanecer  aqui,  una  vez  que  ella 
está;  si  nos  viesen  juntos  creerían  que  estábamos  los 
dos  de  acuerdo...  ó  bien...  si  me  quedo...  me  quedo  en 
esta  casa...  porque  vos  tenéis  trazas  de  buen  hombre; 
pero  ha  de  ser  con  una  condición. 

Van*   ¿Cuál? 

Blin*  La  de  que  me  habéis  de  dar  vuestra  palabra... 
¿pero  cuando  dais  vuestra  palabra  la  cumplís? 

Van.   Todo  el  mundo  me  tiene  por  hombre  honrado, 

Blin.  ¡Por  hombre  honrado...!  sí,  bien...  bien;  pero  hay 
una  desgracia  ,  y  es  que  todo  el  mundo  toma  ese  tí- 
tulo en  el  dia;  no  hay  que  fiarse  en  las  apariencias, 
amigo  mió;  mirad,  ya  que  os.  hablo,  he  conocido  en 
Londres...  ¿era  en  Londres...?  esperad...  ¡Oh!  hace  ya 
tanto  tiempo,  y  siento  siempre  como  una  nube  entre 
mi  pensamiento  y  mis  palabras...  ¿qué  estaba  di- 
ciendo ? 

Van.  Decíais  que  habíais  conocido  en  Londres... 

Blin.  Sí,  en  Londres.  Allí  conocí  á  un  hombre,  á  un 
comerciante...  nadie  ha  gozado  de  mejor  reputación; 
con  él  estaban  de  mas  las  firmas;  sus  compañeros  no 
le  exigían  la  suya,  y  cuando  entre  ellos  se  suscita- 
ba alguna  disputa  sobre  intereses,  le  elegían  por  juez, 
y  sea  cual  fuese  su  sentencia,  jamas  apelaban  de  ella. 
En  fin,  cuando  pasaba  por  la  calle,  los  ancianos  se 
apresuraban  á  saludarle,  y  se  le  enseñaban  á  sus  hi- 
jos diciendo:  u¡Es  él...  es  el  Hombre  de  Bien...!** 
Pues  oíd:  ¿sabéis  lo  que  le  sucedió  á  *"se  honrado  co- 
merciante ,  á  ese  inglés  caballeroso  y  leal?  Cometió, 
un  crimen  tan  vil,  que  le  han  despojado  de  sti  anti- 
guo nombre,  y  en  el  dia  solo  le  conocen  en  Londres 
por  el   de  Judas. 

F>nr.    5  Oh  !   ¡Dios   mío! 

Van.  ¿Qué  oigo?  ¡esa  historia  que  es.lá  contando  es  la, 
Blington! 


43 

Enr.  No  debe  sorprenderos  que  se  le  haya  quedado  tan 
grabada  en  la  memoria.  ¿Quién  desconoce  en  Ingla- 
terra ése  triste   suceso  ? 

Van.  Pero  en  fin,  su  ejemplo  está  lejos  de  probar  que 
ya  no  hay  buena  fé  en  el  mundo» 

Blirt.  ¡Buena  fé!  {Gritando,)  ¡  Ah !  ¡ab!  ¡  ah !  ¿Qué 
sois  vos?  ¿comerciante?  vuestras  balanzas  serán  fal- 
sas*» ¿abogado?  engañareis  al  huérfano  y  á  la  viuda 
que  os  han  confiado  su  defensa,.,  ¿sois  juez  por  ven- 
tura? traficareis  con  la  justicia.»  perjurio  y  falsía; 
bé  aqui  los  hombres. 

Enr.  ¡Padre  mió! 

Blin.  ¡Oh!  tienes  razón;  comprendo  tu  queja...  sí.  sí, 
aun  hay  almas  nobles  y  desinteresadas...  y  una  de 
ellas  es  la  de  él,  la  de  mi  hijo,  mi  verdadero  hijo; 
en  otro  tiempo  tuve  también  una  hija...  pero  ha 
muerto...  ¿lo  oís?  *ha  muerto...  y  si  vieseis  llegar 
aqui  por  casualidad  una  joven  de  rostro  pálida,  y 
hermosos  ojos  negros,  de  voz  dulce  y  agraciados  mo- 
dales, y  os  dice  que  es  mi  hija,  no  la  creáis,  no  os 
dejéis  seducir  por  sus  palabras...  ¡echadla  de  aqui  sin 
piedad...!  Yo  no  tengo  hija,  soy  como  el  rey  Lear... 
todos  los  mios  me  han  abandonado. 

Van.  Desechad  esas  ideas,  amigo  mió;  estáis  entre  per- 
sonas que  os  aman. 

Blin.  Me  habéis  dicho  eso  mismo  dos  veces;  mucho  es 
ya  para  que  sea  verdad. 

Van.  Quisiera  poder  daros  una  prueba.» 

Blin,  Sí  podéis. 

Van.  Hablad. 

Blin.  { Tirándole ,  y  llevándole  aparte.)  Ese  periódi- 
co... dadme  ese  periódico  que  me  niegan  siempre.»  en- 
tonces creeré  en  vuestra  amistad. 

Van.  Pongo  á  vuestra  disposición  todos  los  que  se  re- 
ciben en  mi  casa... 

Enr.  {De  pronto.)  No,  no;  eso  no  puede  ser  antes  que 
los  haya  leido  yo;  ¡oh!  vos  no  sabéis,  uo  podéis 
saber.» 

Blin.  No  le  escuchéis,  es  su  cómplice,  y  por  eso  me 
oculta  ese  periódico;  pero  yo  quiero  leerle.»  lo  exijo; 
Uo  me  lo  neguéis,  ó  temed  lo  todo  de  mi  furor...  {Oyese 


u 

un  preludio    en    el    clave» —  Sonriéndose.)    j Cielos! 

¿Qué  es  esto? 
Van.  No  hagáis  caso ;  es  mi  hija  que  estará  estudiando 

al  clave... 
Jilin.   ¡  Escuchad !   ¡  escuchad ! 
Cor.  {Canta  dentro,) 

¡Llora,  llora,  triste  padre, 
Dios  te  quiso  castigar, 
Pues  la  hija  que  perdiste 
Inocente  sola  está! 
Te  adoraba,  y  sin  su  abrazo 
De  ella  lejos  morirás. 
jAh!  ¡qué  padre  en  este  mundo 
Infeliz  cual  lú  será! 

{A  medida  que  Cordelia  canta ,  Blington  se  sosiega; 
al  fin  de  la  copla  cae  en   un  sillón ,  y  llora.) 

Enr.  Hé  ahí  el  efecto  que  produce  siempre  en  él  la  voz 
de  su  hija.  Cuando  empieza  á  derramar  lágrimas,  es 
señal  de  que  cesa  la  crisis,  y  entonces  es  preciso  de- 
jarle solo;  si  tenéis  algunas  órdenes  que  dar,  podéis 
aprovechar  estos  momentos;  yo  voy  entre  tanto  á 
anunciar  á  su  hija  que  todo  va  bien,  y  corro  des- 
pués al  correo  á  recoger  unas  cartas  que  aguardo  con 
impaciencia. 

Van.  Una  vez  que  no  hay  riesgo  en  dejarle  solo,  voy  á 
despedirme  de  un  estrangero  que  ha  venido  á  sisitar 
el  establecimiento,  y  á  quien  había  prometido  que 
iria  á  reunirme  con  él. 

Enr.  ¿Volvereis  pronto,  no  es  verdad? 

Van.  Dentro  de  diez  minutos.  Tengo  deseos  de  inter- 
rogarle. 

Enr.  Hasta  después.  {Van se  los  dos  ,  Van-Claer  por  el 
foro  y  Enrique  por  una  puerta  lateral  ,  después 
de  haberse  cerciorado  de  que  Blington  está  entera- 
mente sosegado.) 

ESCENA    VII. 

blington.  Poco  después  G0DWIN. 

Blin.  ¡Qué  consuelo  es  el  llanto!  ¿Por  qué  será  que 
siento  una  impresión  tan  grata  cuando  oigo  esa  can- 


cion?  {Hace  por  recordarla.)  ¿Por  qué  no  la  oigo 
cantar  mas  á  menudo...?  ¡Ah!  ¡ya  sé...!  es  que  mi 
hija  no  está  á  mi  lado...  en  otro  tiempo  la  cantaba 
ella  todos  los  dias;  verdad  es  que  en  aquel  tiempo 
era  dichoso,  y  podia  llevar  la  cabeza  erguida  y  mi- 
rar al  cielo. ••  ahora  mi  frente  parece  de  hierro...  á 
pesar  mió  la  dejo  caer  sin  cesar  sobre  mi  pecho. •• 
siento  un  peso...  un  peso...  (Deja  caer  la  frente  so- 
bre  la  mano.) 

God.  (Abriendo  una  puerta  lateral,  y  dirigiéndose  al 
que  le  guia.)  Gracias,  amigo,  gracias;  hacedme  el 
gusto  de  tomar  esta  corona,  por  la  molestia  que  os 
he  dado.  (Sale.)  ¿Sabéis,  doctor  Van-Claer,  que  ese 
joven  os  ha  sustituido  en  la  visita  del  establecimien- 
to con  una  habilidad  estraordinaria...?  ¡Calla,  no  es 
el  doctor...!  Preciso  es  que  ande  el  diablo  en  el  jue- 
go :  no  he  visto  ni  una  sola  cara  que  pudiera  in- 
fundirme sospechas...  todos  están  locos  rematados... 
Creía  sin  embargo  andarle  á  los  alcances  á  uno  de 
los  tres;  vamos,  veo  que  será  preciso  renunciar.»  pe- 
ro, señor,  ¿  quién  es  este  hombre  que  hace  de  mí  el 
mismo  caso  que  si  nadie  hubiera  entrado...?  algún 
huésped  de  Van-Claer  sin  duda,  (/acercándose.)  ¿Ca- 
ballero...? . 

JBlin.  (Levantando  la  cabeza,  y  mirándole.)  Caballe- 
ro.  (J^uelve  á  caer   en  su  meditación.) 

God.  Se  conoce  que  es  hombre  de  pocas  palabras;  per- 
donad, amigo,   ¿podréis  decirme...? 

Blin.  (Hablando  de  prisa.)  ¿La  hora  que  es?  ¡Son  las 
diez,    las  diez,  las  diez! 

God.  ¡Ah!  ¡ah... !  ¿sabéis  dónde  podré  hallar  al  señor 
Van-Claer? 

Blin.  Van-Claer...  Van-Claer...  yo  conozco  ese  nom- 
bre; es  médico,    ¿no  es  verdad  ? 

God.  Sí  por  cierto. 

Blin.  ( Hablando  siempre  con  precipitación. )  Aho- 
ra recuerdo...  está  en  Inglaterra,  es  médico  del  rey 
Carlos. 

God.  (Aparte.)  No  me  engañaba ,  su  cabeza  no  está 
sana.  Sí  señor,  fue  médico  de  Carlos  II,  pero  el  rey 
Carlos  ha  muerto* 


46 

Blin.  ¡Ah! 

God.  ¿No  lo  saináis? 

Blin.  Noé 

God.  Pues  bien ;  ahora  os  lo  digo  yo. 

Blin.  ¿Y  cómo  se  llama  el  rey  ahora? 

God.   (Dirigiéndose  á  la  puerta.)   Se  llama   Jacobo. 

Blin.  ¡Ah!  sí,  ya  me  acuerdo...  uíi  rey  que  vive  rodea- 
do de  prisiones  y  cadalsos. 

God.  (Solviéndose ,  y  aparte?)  ¡Hola!  esto  se  va  ha- 
ciendo sospechoso» 

Blin.  Van-Claer  no  puede  ser  medicó  de  ese  rey. 

God.  Tenéis  razón  ;  Van-Claer  ha  abandonado  la  In- 
glaterra, Van-Claer  se  halla  en  Holanda  (  y  nosotros 
estamos  en  su  casa. 

BUn.  ¡Ah!  ¡ah!  ¿con  que  estamos  en  su  casa...?  qui- 
siera hablarle. 

God.  Yo  también,  y  por  eso  le  busco* 

Blin.  ¿  Sí  ?  pues  busquémosle   juntos. 

God.  No  ,  mas  vale  que  le  aguardemos  aquí. 

Blin.  Es  que  yo  quisiera  verle  en  seguida ;  tengo  que 
decirle  una  cosa  muy  importante. 

God.  ¿Cuál? 

Blin.  (Bajando  la  voz ,  y  con  misterio.)  Uno  de  mis 
amigos  está  loco,  y  ha  ido  á  fiarse  en  la  palabra  de 
un  hombre. 

God.  ¿Pero  por  qué  queréis  que  no  se  fie  en  la  pala- 
bra de  un  hombre? 

Blin.  Porque  ese  hombre  le  engañará.  Llora,  y  dice  que 
quiere  Volver  á  ver  á  su  hija  ;  pero  no  creáis  en  sus 
lágrimas  ,  cerrad  la  puerta  ,  cerrad  la  puerta  ;  si  le 
dejais  salir  no  volverá  mas;  ¡es  un  traidor!  ¡un  per- 
juro! ¡  Ah  !  j  ah  !  ¡Dios  mió!  (Vuelve  á  dejar  caer 
la  cabeza  sobre  la  mesa.) 

God.  ¡Es  particular!  ¿Quién  diablos  es  este  hombre? 
Está  loco  sin  la  menor  duda:  ¿porqué  no  me  habrán 
hablado  de  él...?  ¡  Eh  !  caballero  (  señor  mió.  (Dán- 
dole en  él  hombro*) 

Blin.  ¡Ah!  eres  tú,  pobre  anciana.  Margarita,  vamos, 
l  has  dispuesto  la  cena.»? 

God.  No,  no  hablamos  de... 

Blin.  ¿No?  ¿y  por  qué?  dices  que  ha  venido  un  agente 


47 
de  Feffries,   y  ha  registrado  la  casa,   que  ha  cogido 

todos  mis   papeles,  los  recibos,   la   correspondencia, 

hasta  mis  facturas...   ¡es  posible!  si  han  cogido   mis 

facturas  me  han  dejado  por  puertas...  ¡estoy  perdido, 

deshonrado ! 

God.  Pues  bien,    amigo  mío,   escribid,   reclamad  vues- 
tros papeles  y  os  los  devolverán» 

Blin.  ¿De  veras?  dadme  una  pluma  y  papel. 

God.  Ahí  tenéis.  Firmad  la  reclamación  con  vuestro 
nombre,  y  no  dudo  que  os  hagan  justicia. 

Blin,  Traed,  traed.  {Escribe.)  ¿A  quién  he  de  diri- 
girme ? 

God.  Al  rey. 

Blin.  Señor,  mandad  que  me  vuelvan..»  {Continúa  en 
voz  baja.)  ¡Ya  está! 

God.  Firmad  ahora. 

Blin.  ¿Que  firme? 

God.  Sin  duda. 

Blin.  ¿Con  mi  verdadero  nombre,  ó  con  el  falso? 

God.  Con  vuestro  verdadero  nombre» 

Blin.  Bien  está.»  Judas» 

God.  ¡Judas! 

Blin.  Ese  es  mi  verdadero  nombre* 

God.  ¡Judas!  Pero  vos  sois  inglés,  ¿no  es  verdad? 

Blin.  Yo  no  soy  de  ningún  pais. 

God.  ¿Cómo?  ¿renegáis  de  vuestra  patria? 

Blin.  No,  mi  patria  es  la  que  reniega  de  mí» 

God.  ¿Pero  por  qué  no  volvéis  á  ella? 

Blin.  Es  imposible. 

God.  ¿Quién  os  lo  estorba? 

Blin.  Él. 

God.  ¿Quién  es  él? 

Blin.  El  espectro...  está  allí..*  en  la  orilla..»  lne  señala 
con  el  dedo:  mirad,  mirad,  ¿no  le  veis? 

God.  Sí,  sí,  le  veo;  ¿pero  por  qué  os  amenaza? 

Blin.  ¿Por  qué?  ¿por  qué  me  amenaza?  ¿Luego  vos  no 
sabéis  que  yo  soy  la  causa  de  su  muerte?  ¿luego  no 
habéis  asistido  á  los  últimos  momentos? 

God.  No. 

Blin.  Entonces,  vos  habéis  sido  el  único,  porque  todo 
Londres   presenció  su  muerte*  ¡Hubo  gran  gentío  en 


¿8 

los  balcones,  en  los  tejados,  en  la  plaza!  ¡Es  una  co- 
sa tan  nueva  y  tan  rara  ver  morir  á  un  justo!  (Cor- 
delia  aparece  en  la  puerta  aterrada  y  escuchando.) 

God.  ¡  Ah !  ¡ah!  esto  se  va  aclarando.  (Saca  una  cartera 
del  bolsillo.) 

JBlin.  Antes  del  momento  fatal,  se  hincó  de  rodillas, 
oró  en  voz  baja,  y  pidió  que  le  dejasen  hablar. 

God.  ¿Qué  quería? 

Blin.  Quería  acusar  á  la  faz  de  Londres  al  que  le  habia 
conducido  á  aquel  sitio.»  quería  cubrirle  de  baldón 
en  pago  de  la  muerte  que  por  él  iba  á  sufrir...  ¡por- 
que la  deshonra  es  mucho  peor  que  la  muerte! 

God.  ¿Y  qué  es  lo  que  dijo? 

Blin.  ¿Qué  dijo...?  escuchad:  Ingleses,  muero  por  haber- 
me fiado  en  la  palabra  de  un  vil;  mi  sangre  caerá 
sobre  la  cabeza  del  miserable... 

Cor.  (acercándose  y  presentándose  de  repente»)  ¡Padre 
mío! 

Blin.  (Dando  un  grito  terrible.)  ¡  Ah ! 

God.  (Aparte.)  Él  es,  es  Blíngton. 

Blin.  ¡Déjame!  ¡déjame...!  ya  sabes  que  te  he  prohibido 
presentarte  ante  mi  vista...  ¡ya  sabes  que  eres  tú  la 
que  le  diste  muerte,  y  tú  á  quien  él  debió  malde- 
cir! (bacila.) 

Cor.  ¡Socorro!  ¡socorro!  (Van-íjdaer  %  Enrique  y  Pe- 
ters  llegan  por  el  foro.) 

Van.  ¿Qué  es  esto?  ¿qué  es  lo  que  hay? 

Blin.  ¿Qué  hay?  que  esta  muger  quiere  atentar  otra  vez 
contra  mi  vida...  la  delato  á  todos  vosotros  como 
culpable  de  haber  envenenado  á  su  padre.  (Vase.) 

Van.  Peters,  entremos  con  él  en  su  cuarto,  y  vos,  se- 
ñorita, retiraos;  es  preciso  que  no  os  encuentre  aquí 
al  recobrar  los  sentidos.  (Vase.) 

God.  (Aparte.)  Basta  con  esto.  Ya  sé  todo  lo  que  qucria 
saber.  (Vase.) 

ESCENA   VIII. 

CORDEL  I  A.      ENRIQUEt 

Enr.  ¿Qué  es  lo  que  ha  pasado?  ¿cómo  os  habéis  alre-< 
vido  á  presentaros  delante  de  él? 


¿9 

Cor.  ¿Habéis    visto   á    ese    hombre   que  eslaba  ahí,  que" 
hablaba  con  él,  y  que  ha  desaparecido  sin  deeir  nada? 
Énr.  Sí...  ¡hablad! 

Cor.  Acababais    de  separaros   de  mí,    cuando  oí   que  mi 
padre  hablaba    mas  alto  que    dé  costumbre,    y   como 
me  habíais  dicho  que  estaba    solo,    me  acerqué  á    esa 
puerta    y  escuché..*    ese  hombre..;   ¿quién   podrá    ser, 
Dios  mió?  ese  hombre  estrechaba  á  mi  padre  cort  pre- 
guntas pérfidamente  combinadas,    y  él   le  contestaba 
como  un  pobre  demente;  condújole  por  último   á  de- 
clarar su  verdadero  nombre*  y  no  sé  qué  secreto  ins- 
tinto me  impulsó,  di    un  grito  y   me  presenté;    toda 
su  atención  recayó  sobre  mí,    y  ya  sabéis  lo  demás. 
Enr.  ¿Es  decir  que  no  ha  dicho  quién  era? 
Cor.  No;  pero  combatida  entre  el  deseo  de  hacerle  callar 
y  el   temor  de   provocar  una    de  sus  crisis   violentas, 
quizás  me  haya  presentado  demasiado  larde. 
Enr.   ¡Dios  mió!    ¡Dios  mió!    ¿si  serán  ciertas  las  sos- 
pechas de  David  ? 
Cor.  David.  ¿Cómo? 

Enr.  David  Blum  se  halla  aqüi  sirviendo  á  Van-Cíaer* 
Le  he  encontrado  al  ir  al  correo,  y  me  ha  sido  pre- 
ciso confiarle  parte  de  nuestro  secreto;  nada  temáis, 
es  un  mozo  honrado,  yo  respondo  de  él.  Me  ha  dicho 
que  hay  también  en  Holanda  como  en  Francia  agen- 
tes del  rey  Jacobo,  encargados  de  la  es  tradición  de 
sus  subditos  emigrados. 
Cor.  ¡Cielos! 

Enr.  Pretende  ademas,  porque  Veo  que  és  preciso  de-* 
cirio  todo,  que  uno  de  esos  miserables  se  ha  introdu- 
cido hoy  en  casa  del  doctor  Van-Cláer.  ¡Por  las  señas 
que  me  ha  dado  no  me  queda  duda  de  que  esel  hom- 
bre que  estaba  aqui  con  vuestro  padre! 
Cor.  ¡  Ah !  mis  temores  inesplicables  me  anunciaban  la 
verdad,  según  eso;  no  hay  que  perder  un  momento, 
es  preciso  volvernos  á  poner  inmediatamente  en  ca- 
mino. Enrique,  .corred  al  puerto,  ved  si  hay  algún 
buque  pronto  á  darse  á  la  Vela  para  Rusia  ó  Suecia. 
Ya  no  os  pregunto  si  queréis  seguirnos;  mirad  si  es- 
toy segura  de  vos.  {Vasa  Enrique^) 


5o  >      , 

ESCENA    IX. 

CORDEUA.  VAN-CLAER,  que  sale  del  cuarto  de  BLiNGTON. 

Cor.  ¡Ah!  ¿sois  vos?  ¿y  mi  padre? 

Van.  La  crisis  ha  sido  violenta;,  pero  por  fin  ha  pasado; 
está  descansando.  ¿Cómo  os  habéis  atrevido  á  presen- 
taros á  él  sabiendo  el  efecto  que  le  causa  vuestra 
vista? 

Cor.  Era  preciso.  Ahora  tengo  que  suplicaros  disimuléis 
la  molestia  que  ps  hemos  causado  con  tan  triste  es- 
cena, al  paso  que  os  doy  las  gracias  por  tantos  favo- 
res, y  me  despido  de  vos» 

Van.  ¿Os  despedís...?  ¿cómo,  queréis  marcharos»,  de- 
jais á  vuestro  padre? 

Cor.  ¡Dejarle!  no  señor;  él  es  el  que  se  marcha,  y  yo  le 
acompaño...  porque  no  se  trata  ya  de  volverle  á  la 
razón,  se  trata  de  salvarle  la  vida. 

Van,  ¡De  salvarle  la  vida! 

Cor.  Temo  que  á  estas  horas  sea  ya  conocida  su  presen- 
cia en  la  Haya. 

Van.  ¿Y  quién  puede  haberle  delatado? 

Cor.  Ese  hombre  que  estaba  aqui  con  él. 

Van.  Me  hacéis  sospechar...  un  inglés  que  tengo  en  casa 
me  ha  dicho  lo  mismo ;  pero  no  puedo  creer.» 

Cor.  David,  ¿no  es  eso? 

Van.  ¿Le  conocéis? 

ESCENA   X. 

VAN-CLAER.    DAVID.    C0RDELIA. 

David.  {Gritando  antes  de  salir  á  la  escena.)  ¡  Señor 
Van-Claer !  ¡Señor  Van-Claer! 

Van.  Ahí  le  tenéis. 

David.  (Saliendo.)  Señor  Van-Claer...  ¡Ah!  perdonad, 
señorita  Cordelia. 

Cor.  Buenos  dias,  David. 

David.  (Aparte.)  ¡Qué  mudada  está! 

Van.  Vamos,  ¿qué  quieres?  ¿de  qué  se  trata? 

David.  Vengo  á...   (Aparte.)    ¡Oh!    no  debo  decirlo  de- 
lante de  ella.  (Alto.)  Vengo  á  daros  la  Gaceta  de  hoy; 
^ae  el  artículo... 
t.n.  (Cogiéndola   con  enfado  y  arrobándola    sobre  la 
mesa*)  ¿  Y  era  por  eso  por  lo  que  metías  tanto  ruido? 


5i 

Zor.  David,  vos  habéis  venido  por  un  molivo  mas  gra- 
ve, y  mi  presencia  os  impide  esputaros.  Podéis  decir- 
lo todo»  He  visto  á  Enrique,  y  sé  de  quién  le  habéis 
hablado» 

Van.  Del  señor  Dickson  ,  ¿no  es  verdad? 
David.  ¿Del  señor  Dickson?   hablad  con  mas  propiedad, 
sino  lo  tenéis  á  raal.  Del  señor  Godwin  ,  amigo,  agen- 
te y  cómplice  del  maldecido  lord  Feffries.  ¿Sabéis  dón- 
de ha  ido  al  salir  de  aqui? 
Van.  No. 

David.  Pues  yo  sí,  que  le  he  seguido...  ha  ido  á  casa  del 
consejero  Van-Bruck,  encargado  de  la  policía  urbana» 

Van.  ¿Y  allí...? 

David.  Alli  en  audiencia  pública,  y  sin  andarse  en  ro- 
deos, vuestro  cofrade,  el  filantrópico  doctor  Dickson, 
ha  sacado  del  bolsillo  una  orden  firmada  y  sellada 
por  el  príncipe  de  Orange,  y  ha  reclamado  auxilio  y 
protección  p^ra  proceder  al  arresto  de  un  inglés  re- 
fugiado en  Holanda  y  sentenciado  á  la  pena  capital 
en  sumacion.  El  consejero  ha  mandado  salir  á  todo 
el  mundo,  y  yo  he  venido  corriendo  á  avisaros. 
or.  ¿  Lo  oís  ? 

Van.  ¡Sentenciado  á  pena  capital...!  ¿Pero  qué  crimen 
ha  cometido  entonces   vuestro  padre? 

David.  Crimen...  él.... ¡el  señor  Blington ! 

Van.  ¡  Blington  ! 

Cor.  Todo  se  ha  descubierto. 

David.  (Mordiéndose  el  dedo.)  ¡Ay!  ¡ay!  ¡ay!  ¡qué  es 
lo  que  he  dicho! 

Van.  ¿Qué  oigo?  ¡vuestro  padre  es  ese  Blington  que  í 
la  faz  de  la  Inglaterra  ha  faltado  á  una  palabra  so- 
lemne, que  ha  dejado  morir  á  un  inocente  en  lugar 
suyo!  j'A'h!  Señorita,  ¿vos  no  sabíais  sin  duda  cuan- 
do habéis  venido  á  pedirme  asilo  que  el  desventurado 
Melvil  era  mi  amigo? 

Cor.  {Cayendo  de  rodillas.')  Vengadle  sobre  mí  enton- 
ces; ¡pero  no  perdafs  á  mi  padre!  Es  inocente;  yo 
soy  la  causa  de  lodo» 

Van.  ¿Cómo  ? 

Cor*  Yo  soy  la  que  le  hizo  tomar  un  narcótico  para  í 
pedirle  que  volviera  á    su  prisión ;    yo  la   que  mane 
transportarle  dormido  á  un  coche;  en  fin,  él  fue  el 


5a 

que  dio  su  palabra,  j  pero  yo  soy  ante  Dios  y  los 
hombres  la  responsable  del  perjurio!  Ciertamente  es- 
taba lejos  de  imaginar  que  Melvil  pudiese  pagar  con 
su  vida  la  noche  de  libertad  que  halda  otorgado  á  mi 
padre;  pero  aun  cuando  hubiera  previsto  ese  horroroso 
desastre,  hubiera  hecho  lo  que  hice  y  lo  que  otra 
cualquiera  hija  hubiera  hecho  en  mi  lugar;  entre  la 
vida  de  un  desconocido  y  la  de  mi  padre,  no  me  era 
dado  vacilar  un  instante. 

Van.  ¿Pero  y  él?  ¡vuestro  padre  no  podia  ignorar  que 
el  gobierno  de  Jacobo  II  es  inflexible,  que  Feffries  ne- 
cesitaba entregar  la  cuenta  de  sus  víctimas,  y  que  la 
cabeza  de  Melvil  respondía  de  la  de  sus  presos...!  ¿Coi 
mo  en  cuanto  volvió  en  sí  no  tomó  el  camino  de 
Londres  ? 

Cor,  Quis,o  hacerlo,  aunque  ya  estábamos  en  Francia; 
pero  un  acaso,  no  sé  si  diga  feliz  ó  desgraciado,  hizo 
que  cayese  en  sus  manos  la  Gaceta  donde  venia  la 
muerte  de  Melvil,.. 

Van.  ¿Y..,? 

Cor.  Y  al  leerla  fue  cuando  perdió  la  razón. 

ron.  ¡Oh! 

Cor,  Hé  ahí  por  qué  pide  siempre  ese  fatal  periódico; 
por  qué  me  ha  espulsado  de  su  presencia  cuando  an- 
tes me  queria  tanto;  por  qué  mi  vista  le  causa  esas 
crisis  terribles;  en  fin,  por  qué  me  ha  maldecido.  Yo 
no  me  quejo  de  mi  suerte;  la  he  merecido;  pero  la 
misma  desgracia  de  mi  padre  es  la  mejor  garantía  de 
su  honradez;  ¡se  ha  vuelto  loco  por  no  haber  cum- 
plido su  palabra,  y  es  siempre  el  hombre  mas  hon-^ 
rado  de  Londres! 

David,  Sí  por  cierto,  señor  Van-Claer,  y  puedo  deciros 
que  yo  he  tomado  al li  mas  de  una  vez  su  defensa. 

Van.  También  yo.  tomaré  desde  hoy  la  vuestra.  Si  habéis 
cometido  una  falta,  os  ha  sido  inspirada  por  un  es- 
ceso  del  mas  noble  de  los  sentimientos,  y  la  habéis 
espiado  cruelmente;  en  cuanto "á  la  muerte  de  Melvil.., 

ESCENA   XI. 

dichos,    blington,  que  sale  d  este  tiempo  de  su  cuarto, 
Blin.  ¡Melvil...!  ¿quién  habla  aqui  de  Melvil? 


53 

Cor.  ¡Cielos! 

Blin.  Él  es. 

Van.  (Poniéndose  delante  de  Cordelia.)  Silencio,  ale- 
jaos. {Cordclia  se  retira  algunos  pasos,  y  continúa 
oculta  á  los  ojos  de  su  padre  detras  de  la  puerta  que 
deja  entreabierta.)  Yo  soy  el  que  hablo  de  él ;  era  su 
amigo. 

Blin.  ¡Y  yo...  yo  también  lo  era!  Pero  ha  muerto. 

Van.  ¿Muerto? 

Blin.  Lo  he  lerdo. 

Van.  ¡Ah!  es  verdad;  ¡yo  también  lo  he  leido...!  y  mi- 
rad... ha  sido  en  esta  Gaceta.  (Le  da  la  que  David  ha 
traído.) 

Blin.  En  esa  Gaceta...  (Cogiéndola.)  ¡Ah!  traed,  traed: 
(Con  ansia.)  ¡que  vengan  á  quitármela  ahora! 

Cor.  (A  Van-Claer.)  ¿Qué  habéis  hecho? 

Van.  No  le  interrumpáis ;  callad  y  orad,  pobre  joven; 
¡Dios  es  sin  duda  el  que  me  inspira! 

Blin.  (Leyendo.)  *'S.  A.  el  príncipe  Stathouder,  Gui- 
llelmo  de  Orange,  ha  llegado  á  Exeter,  y  ha  tomado 
el  mando  de  las  tropas  del  parlamento." 

David.  ¿Esa  tenemos?  ¡tanto  mejor! 

Blin.  No  es  esto.  (Leyendo.)  US.  M.  el  rey  de  Francia 
ha  dado  orden  para  que  se  retire  su  embajador  cerca 
de  la  corte  de  Holanda... ,}  Tampoco  es  esto.  ¿Esta 
t  Gaceta  no  es  la  que  yo  he  leido...?  ¡ah!  ¡ah!  sí  es... 
aqui  está,  aqui  está...  "El  periódico  inglés  (el  Par- 
lamento) traía  hace  tres  años  los  pormenores  siguien- 
tes sobre  la  muerte  del  teniente  de  la  torre  de  Lon- 
dres... *>  ¡Ah!  (Lee  con  voz  entre  cortada  por  los  so— - 
llozos ,  y  no  pronuncia  en  voz  alta  sino  los  períodos 
mas  crueles  para  él.)  UE1  suplicio  tuvo  lugar  á  las 
seis  de  la  tarde,  doce  horas  después  de  aquella  en  que 
Blington  debió  haber  sufrido  el  suyo.  Cuando  llegó  el 
momento  pidió  que  le  dejaran  hablar,  y  dijo:  Ingle- 
ses, muero  por  haberme  liado  en  la  palabra  de  aquel 
á  quien  vosotros  llamabais  el  Hombre  de  Bien.  ¡Quie- 
ra Dios  que  recaiga  mi  muerte  sobre  el  miserable  que 
me  asesina...!  ¡Infamia  y  baldón  eterno  sobre  el  per- 
juro Blington!  (Cae  anonadado  en  el  sillón.) 

David.  ¡Es  el  artículo  del  señor  Van-Claer! 

Cor.  ¡Ah!  Señor...  ¡bien  os  lo  decia  yo! 


H 

Van.  Silencio...  Vamos,  señor  Boermans,  ¿no  acabáis? 

JBlin.  {Alargándole  la  Gaceta.}  ¿Para  qué  queréis  que 
lea  mas?  Tomad  otra  vez  ese  papel  maldito.  ¡Bien 
haciais  en  negármele! 

Van»  Entonces  continuaré  yo.  (Leyendo,)  "¡En  el  dia 
podemos  anunciar  á  nuestros  lectores  que  por  un  mi- 
lagro del  cielo  Melvil  no  ha  muerto! 

Cor.  ¡Gran  Dios! 

Blin,  ¿Qué  decís? 

Van.  No...  ¡Melvil  no  ha  muerto!  ¡Escuchad...!  "En 
razón  á  la  hora  avanzada  en  que  se  ejecutó  la  senten- 
cia, el  cuerpo  fue  descolgado  del  patíbulo  pocos  mi- 
nutos después,  y  transportado  á  casa  del  doctor  Van- 
.  Claer,  que  le  habia  reclamado  para  encargarse  de  sus 
exequias.  Al  tocar  el  doctor  la  mano  de  su  amigo,  co- 
noció que  la  vida  no  le  habia  abandonado  aun.  Una 
copiosa  sangría  practicada  inmediatamente  salvó  al 
desgraciado  Melvil,  y  en  el  dia  acaba  de  escribir  de 
Buenos-Aires  que  hallándose  ya  á  cubierto  de  la  jus- 
ticia del  rey  Jacobo,  no  tiene  inconveniente  en  que 
se  publique  su  milagrosa  resurrección... ,f 

JBlin.  ¡Ah... !  ¡qué  es  lo  que  acabo  de  oir... ! 

Van.  ¡La  verdad...!  El  doctor  Van-Claer,  amigo  y  sal- 
vador de  Melvil,  os  lo  jura  bajo  palabra. 

JBlin.  ¡Melvil  no  ha  muerto!  ¡luego  aun  puedo  conser- 
var mi  conciencia  tranquila;  aun  puedo  recobrar  la 
honra  y  el  sosiego,  porque  ese  hombre  ho  ha  muerto 
por  mí!  ¡Oh!  ¡no  sé  lo  que  me  pasa  en  este  instante! 
Siento  desaparecer  poco  á  poco  el  círculo  de  fuego  que 
oprimia  mis  sienes...  mi  pecho  se  dilata  con  libertad... 
me  parece  que  salgo  de  las  tinieblas.  ¡Oh!  ¡gracias, 
gracias,  Dios  mió!  os  bendigo  y  os  acato,*  ahora  veo. •• 
pienso...  vuelvo  á  ser  yo...  ¡existo! 

Van.  (A  Cordelia.)  Venid ,  acercaos. 

Cor.  (Acercándose.)  ¡Padre  mió! 

JBlin<,  ¡Hija  mia  !  ¡Cordelia!  ¡Ah!  ven,  ven.  {La  tiende 
los  brazos.  Cordelia  se  arroja  en  ellos  dando  un  gri- 
to de  alegría.)  ¿Dónde  has  estado,  hija  querida,  que 
no  te  he  visto  en  tanto  tiempo? 

Cor.  ¡Padre  mió!  ¡querido  padre !  ¡Oh!  la  mano  de  Dios 
es  la  que  ha  hecho  todo  esto.  ¡Melvil  no  ha  muerto, 
y  yo  03  he  salvado  la  vida! 


55 

lilin.  ¡Sí,  todo  puede  repararse  aun! 

David.  Señor... 

Blin.  ¿Eres  lú,  David? 

David.  ¡Qué  alegría!  me  ha  conocido. 

Blin.  Pero...  ¿dónde  estamos? 

Cor.  En  casa  del  mejor  de  los  hombres,  en  casa  del  doc- 
tor Van-Claer,  nuestro  libertador.  {Sale  God(vint  se' 
guido  de  un  consejero.) 

David.   ¡Cielos!  ¡Godwin! 

Cor.  (A  Van-Claer.)  ¡Ah!  miradlos. 

Van.  Tranquilizaos,  y  decid  á  vuestro  padre  que  no  rae 
desmienta. 

David.  Corro  á  avisar  á  Enrique.  (Vase.  Cordelia  viene 
á  colocarse  al  lado  de  Blington.) 

ESCENA   XII. 

DICHOS.  GODWIN.    UN  CONSEJERO  de  la  ciudad.  DOS  GUAR- 
DIAS,   que  se  quedan  en  la  antesala. 

Van.  ¿Con  qué  título  enjra  en  mi  casa  acompañado  de 
soldados  el  Dr.   Dickson,  amigo  del  respetable  Clarke? 

God.  Con  el  título  de  primer  Secretario  del  lord  canci- 
ller de  Inglaterra,  y  enviado  del  rey  Jacobo  II  en 
las  Provincias-Unidas. 

Blin.  ¿Y  acaso  el  representante  de  un  rey  necesita  va- 
lerse de  engaños  y  arterías  para  introducirse  en  mi 
casa...?  Seáis  quien  fuereis,  os  habéis  conducido  como 
un  espía,  y  como  un  espía  debo  trataros.  Salid  al 
punto  de  mi  casa. 

God.  (Al  consejero.)  Señor  consejero,  leed  al  doctor 
Van-Claer  la  orden  de  estradicion  en  virtud  de  la 
cual  hemos  entrado  en  su  domicilio. 

Van.  No  es  necesario;  sé  cual  puede  ser,  pero  la  enfer- 
medad de  que  adolece  Blington  le  coloca  en  una  es- 
cepcion  que  todos  los  pueblos  respetan.  Para  mí,  ni 
es  refugiado  ni  criminal;  es  un  demente,  como  vos 
sabéis,  y  mi  casa  un  lugar  de  asilo. 

God.  ¿Os  negareis  á  obedecer  una  orden  autorizada  por 
la  firma  del  príncipe  de  Orange...? 

Van.  Por  el  príncipe  de  Orange... 

Blin.  (A  Van-Claer  interrumpiéndole.)  Basta  ya ,  doctor; 
no  os  comprometáis  por  favorecerme...  Ya  no  me  a.sis- 


56 

te  ningún  derecho  á  vuestra  protección  ;  he  estado  lo- 
co, es  verdad,  pero  ya  no  lo  estoy. 

Cor.  ¡Padre  mió! 

Van.  ¡  Ah!  ¿qué  decís? 

Jili.ií.  Digo  que  es  llegado  el  dia  de  que  vuelva  á  entrar  en 
Inglaterra,  y  que  si  ese  hombre  no  se  hubiese  tomado 
el  trabajo  de  venir  á  buscarme,  hubiera  ido  yo  á  bus- 
carle á  él.  Digo  que  he  dejado  mi  honra  en  Londres, 
que  hace  tres  años  que  me  falla,  y  que  es  tiempo  ya 
de  que  vaya  á  buscarla. 

Cor.  ¡Ah!  ¡corréis  á  la  muerte! 

JJlin.  No  la  temo,  hija  mia;  mi  justificación  será  de  ese 
modo  mas  completa,  y  todo  Londres  acudirá  á  pre- 
senciarlo. Van-Claer,  os  doy  las  gracias  por  vuestros 
favores;  mi  último  pensamiento  será  para  mi  hija,  el 
penúltimo  para  vos.  (A  Godwin.)  Cuando  gustéis;  es- 
toy pronto. 

Cor.  ¡  Padre!  ¡ah!  todo  se  ha  perdido. 

ESCENA   XIII. 

DICHOS.     ENRIQUE.      DAVÍD. 

JEnr,  (Precipitándose  en  la  escena.)  Todo  se  ha  salvado. 

Van.  ¿Qué  decís? 

JEnr,  Un  espreso  que  acaba  de  llegar  hace  un  cuarto  de 
hora  ha  traido  la  noticia  de  la  derrota  del  rey  Ja- 
cobo  y  su  caida  del  trono:   ¡la  Inglaterra  es  libre! 

God.  Esas  noticias  son  falsas;  el  rey  Jacobo  tenia  un 
poderoso  ejército,  tesoros,  flota,  todo,  en  fin. 

Enr.  Escepto  la  nación,  lo  cual  quiere  decir  que  no  te- 
nia nada.  Id  á  buscarle  á  Dunkerque;  allí  debe  desem- 
barcar. 

God.  ¿Y  qué.  nos  importa  aqui  lo  que  pasa  en  Londres? 
La  Inglaterra  no  por  eso  deja  de  tener  gobierno,  y  es- 
ta orden  está  firmada  por  el  príncipe  de  Orange. 

Enr.  Ya  no  hay  príncipe  de  Orange.  (Oyese  el  estam- 
pido del  canon.)  No  hay  mas  que  un  rey  de  Ingla- 
terra,  que  se  llama  ahora  Guillermo  III.  A  Londres, 
Blington,  á  Londres...  No  temáis  por  vos,  Cordelia; 
Dios,  que  es  el  supremo  juez,  os  ha  justificado  sal- 
vando á  Melvil. 

riH    DEL    DRAMA. 


MODISM 

(FRASES  Y  METÁFORAS) 

PRIMERO  Y  ÚNICO  DE  SU  GÉNERo'eN  ESPA 

COLECCIONADO  Y  EXPLICADO 
POR 

R^MÓIN    OA.BALLB 

CON   UN  PBÓLOaO. 

DB 

DON    EDUARDO    BBNOT 

(de  la  academia  española) 


Este  Diccionario  conato  de  mas  de  60.000  acepciones 


Cuaderno  3 5 "Precio:  ¿  real 

(Contiene  los  pliegos  103  á  105) 


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