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Full text of "Vida de Melchor Pacheco y Obes"

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SA'f^^^' // 



3^arbarli College Eí&rarü 




FROM THE FUND 



PROFESSORSHIP OF 

LATIN-AMERICAN HISTORY AND 

ECONOMICS 



ESTABLISHED I9I3 







VIDA DE MELCHOR PAGHEOO Y OBES 



^ Biblioteca del Club "Vida Nueva» 



VIP A 



DE 



HEUllOR i>A(HE(0 i O^ES 



POR 



Leogardo (Vliguel Jorterolo 

CON UN PJIÓLOQO DE 

J^aniel {Vlartinez Vigil 




\ 



MONTEVIDEO " 
TALLEBES A. BARBEIRO T RAMOS 

O^LLSVCSBBO, HÚMKBO 61 

1908 



HARVARD COLLEGE ÜBRARY 



OEC 24 1915 

LATIN-AMERICAN 
PROFESSORSHIP FUÑO. 



PROLOGANDO 



Si el talentoso y joven autor del presente 
opúsculo histórioo me pidiese un consejo amis- 
toso, véase lo que, con toda buena voluntad, le 
diría: 

Déjese usted de seguir los diotados de ningún 
padrino literario. En el arte, como en el dere- 
cho, el hombre debe aspirar. á ser sui juris; el 
triunfo estriba en la consolidación de la propia 
personalidad. Confíe en sus privativas energías, 
controladas por la experiencia, como lo hace el 
ave que se lanza al vacío, después de ensayar 
las fuerzas de su vuelo. Alas y espacio, nada más 
necesita el águila ; alma y pluma, nada más re- 
quiere el escritor. No crea en la eficacia de las 
homilías de los dómines del arte, ni en los pa- 
drones retóricos, ni en los bautizos jordanescos, 
ni en el agua bautismal de les San Juan Bautista 
de la crítica. 

Perb, no es un consejo lo que de mí solicita la 



VI PROLOGANDO 



benevolenoia del novel esoritor, sino un prólogo. 

Pues^ helo aquí. 

Para apreoiar el mérito de la producción in- 
telectual del señor Tortorólo^ juzgaré, primero, 
lo que oreo sus deficiencias, y, en seguida, haré 
resaltarlo que, en mi opinión, constituye sus me- 
recimientos. 






El joven íiutor de esta biografía olvida ú omite 
en su interessmte narración rasgos señaladísi- 
mos de la vida de Pacheco y Obes, que revelan, 
con tal viveza y tal exactitud, su naturaleza mo- 
T9I y el temple cívico de su alma, como el trazo 
inconfundible de las garras del león, impreso en 
los arenales del desierto, exterioriza la poten- 
cia muscular y la energía indomable de la fiera. 

Descubramos al león por sus huellas. 

I. Producida la invasión extranjera del ejér- 
cito resista, mandado por el reprobo Manuel 
Oribe^ Pacheco, antes de abandonar la ciudad 
de Mercedes, en conocimiento de que había un 
traidor en la fila de los leales, ordenó su ajusti- 
ciamiento en presencia de la división mercedaria. 

Consumado el castigo en la persona del f elóu, 
el procer hizo arrasar la vivienda del criminal 
y poner sobre los escombros un cartel infamato- 
rio que rezaba así: Esta filé la casa de un trai- 
dor. La justicia nacional la ha arrasado. 



PROLOGANDO Vil 



Simónides no hubiera escrito otra insoripoión 
en las minas de la casa del traidor Efialtes. 

n. Llegó un momento supremo en el periodo 
álgido de la Defensa, en que el Gobierno no te- 
nía más que veinte mil cartuchos con bala; no 
disponía de una sola libra de pólvora en la ciu- 
dad sitiada, y carecía de un solo peso para ad- 
quirirla en los mercados exteriores. 

El secreto de esta crítica situación fué ven- 
dido al general enemigo por un soldado desertor. 

PacheaO; que era entonces Ministro de la 
Guerra, no trepida ni ]in instante en lo que debe 
hacer, y, al frente de sus tropas, sublimes en su 
pobreza y en su patriotismo, ataca á las líneas 
sitiadoras, en una salida para siempre memora- 
ble, y hace quemar á sus soldados hasta el úl- 
timo cartucho, para demostrar al enemigo la 
mentira del delator. El ejército nacional no tuvo 
en ese día y en los siguientes más armas, para 
defenderse, que las bayonetas de sus fusiles y la 
muralla del pecho de sus soldados. 

ni. Cuando Melchor Pacheco y Obes bre- 
gaba afanosamente, ante el Q-obiemo francés, en 
defensa de la causa civilizadora y humanitaria 
de Montevideo, un célebre orador y político, Mr. 
Chaix d'Est-Ange, que, durante el segundo im- 
perio napoleónico, ascendió á las más altas dig- 
nidades de la política y de la magistratura de su 
tierra, pretendió caricaturar al ejército monte- 
videano, afirmando que « estaba compuesto de 



VIII PROLOGANDO 



negros, de franoeses^ de italianos, de naturales 
de todos los países ; bandas de proscriptos, es- 
coria de todas las naciones; aventureros de to- 
das partes, médicos sin enfermos, artesanos disi- 
pados, enemigos de todas las sociedades moder- 
nas, que en París como en Montevideo, como en 
Boma, tienen siempre nn brazo y una pluma al 
servicio del desorden». 

En el propio estrado donde acababa de reso- 
nar sarcásticamente la voz vilmente acusadora 
del orador francés, Pacheco, poseído, de santa 
indignación, contestó, co|i elocuencia digna de 
la parte de que era cumplido paladín, en estos 
términos viriles y justicieros: 

« Se hace burla de nuestras guerras y nuestras 
batallas, y nuestros ejércitos han sido compara- 
dos con pelotones de soldados. Si esto no es del 
todo cierto, la verdad es que somos muy peque- 
ños. Nuestra población no pasa de 180,000 almas. 
Es muy poco, en efecto; pero con esos 180,000 
habitantes hemos encontrado 12,000 combatien- 
tes, teniendo al frente un ejército doble en núme- 
ro, y hemos luchado durante nueve años. Hoy nos 
quedan 5,000 hombres, y entre ellos deben encon- 
trarse á los que, niños aún á la llegada del ene- 
migo, han podido tomar las armas, cuando la edad 
se lo ha permitido. Los demás han perecido bajo 
el fuego del enemigo, porque en esas batallas 
tan pequeñas, de que se acaba de hacer mofa, se 
muere, señores! ¿T acaso en vuestras grandes 
batallas se hace otra cosa?» 



PROLOGANDO 



Y hecha la defensa de su patria, hizo la suya 
propia, anonadando á su adversario con esta ful- 
minante intimidación: 

« En cuanto á mí, no necesito certificado de ho- 
nor. Cuando se duda del mío propio, es por el 
mismo que lo pone en duda, por quien voy á ha- 
cérmelo otorgar». 

Los Tribunales, el público y hasta el mismo 
irónico acusador, dieron amplia y legítima satis- 
facción al honor de Pacheco, identificado, en 
aquel caso, con el honor mismo de la patria. 

La justicia francesa le dio sn fallo en un todo* 
favorable; el público lo aplaudió y lo vitoreó en 
las calles de la gran ciudad, y Chaix-d' Est- Ange 
retiró sus injustas frases y presentó sus excusa» 
al caballeresco y elocuente general montevi- 
deanO; quien, tan apto para los combates como 
para las lides de la palabra, recordó al entusiasta^ 
pueblo parisiense^ con sus proezas militares y sus 
aptitudes tribunicias, la querida personalidad 
del fogoso y noble general Foy, el constante ó 
inspirado adalid pckrlamentario de los principios 
liberales en las Cámaras de la Restauración, y 
el cual, la vez primera que subió á la tribuna, 
dejó caer de sus labios, con legítimo orgullo na- 
cional, estos hermosos conceptos: «Hay eco en 
Francia al pronunciar las palabras honor y 
patria*. 

rV. Muerto inopinadamente el benemérito ge- 
neral don Juan Antonio Lavalleja, quetangrande^« 



>« 



VIDA DE MELCHOR PAGHEOO T OBES 



XII PROU>GAMDO , 

pies indicaciones — no muy difíciles, por otra I 
parte de hallar — sobre los principales opúscu- 
los y folletos debidos á la brillante pluma del 
preclaro jefe de la Defensa. Merecen recordarse, i 
entre otros: Notice biographique sur M. Fran- ^ 
cisco Joachim Muñoz, editado en París^ en sep- 
tiembre de 1851, por la casa impresora de Mme. j 
De Lacombe ; Doeument pour servir á Vhistoire \ 
de rintervention européenne dans la Plata, im- 
preso en la misma ciudad y año que el anterior, 
por la Imprimerie Céntrale de Cbaix et G.®; 
Colonización militar proyectada en Francia por 
la República Oriental del Uruguay, opúsculo edi- 
tado en castellano y en francés, por la imprenta 
de Duverger, en febrero del citado año ; Rectifi- 
cations des faits calomnieux attrtbués á la De- 
fensa de Montevideo, impreso en París en el año 
1849, y, finalmente, Notas sobre los partidos en 
el Estado Oriental y sobre el general Rivera, pu- 
blicación importantísima por las elevadas y pa- 
trióticas ideas contenidas en ella, entresacada 
de las Memorias inéditas de Pacheco, y que vio 
la luz pública, merced á la iniciativa y á los 
esfuerzos laudables del publicista doctor don 
Mateo Magariños Cervantes, en 1860, por la im- 
^prenta de «El Pueblo». 

Aunque la rareza de estos folletos, completa- 
mente agotados desde hace varios lustros, y la 
ignorancia supina en que, por regla general, 
vive nuestro soi-disant público ilustrado sobre 



PROLOGANDO XIII 



hombres y acontecimientos que le interesan di- 
rectamente, sean motivos suficientes para excu- 
sar el silencio que sobre ellos guarda el labo- 
rioso autor de la monografía histórica que pro- 
logo, dicho silencio no podría justificarse de nin- 
guna manera, ni ante las averiguaciones del eru- 
dito, ni ante las curiosidades del bibliófilo, ni 
ante las exigencias del historiador. 

Pero, pongo punto redondo á las que, en mi 
sentir, son deficiencias explicables en la obra de 
un escritor incipiente, porque entiendo, como 
Chateaubriand, que la verdadera critica, en vez 
de ser la crítica de los defectos, debe ser la crí- 
tica de las bellezas. 

La empresa acometida con bríos de novato 
por el señor Tortorólo merece las más vivas 
simpatías y el aplauso imánime de cuantos, em- 
peñados en la honrosa labor de elevar el nivel 
del alma nacional, estudian el pasado, no con el 
criterio fosilizado del geólogo que desentierra y 
restaura monstruos, sino con el espíritu pítico, 
luminoso, del pensador y del sociólogo, que in- 
vestiga lo pretérito para ilustrar el presente y 
desentrañar el porvenir. 

El joven autor de este libro, diferenciándose 
en absoluto de aquellos de sus congéneres aque- 
jados de la mania bUisfemataria contra las glo- 
rias nacionales más indiscutibles é indiscutidas, 
censura, implícitamente, con su actitud circuns- 
pecta y sosegada, la conducta irreverente de 



XIV PBOIiOGANBO 

quienes caen en el peligrosísimo error de creer 
que se sicye á la patria denigrando á los que la 
han honrado. 

Olvidase que es un deber impuesto de oonsuno 
por el civismo y la moral disculpar 6 atenuar 
los yerros de los hombres públicos que han con- 
tribuido con su sangre, ó con su inteligencia — , 
que es también sangre en forma de ideas — ó con | 
su fortuna, á la independencia de esta tierra y á . 
la conquista de sus derechos, en atención á que i 
si la indulgencia suprema pudo perdonar mucho ] 
á la Magdalena bíblica, por haber amado mu- 
cho, la indulgencia histórica, que no debe ser 
más inexorable que la justicia absoluta, debe j 
perdonar mucho á nuestros prohombres, porque ] 
han amado mucho la libertad. 

El señor Torterolo pone, con desinterés plau- ¡ 
sible, su juventud y su talento al servicio del 
más sagrado de los intereses públicos, porque lo 
es, y ello nadie puede racionalmente negarlo, el 
patrimonio de heroicidades, de abnegaciones y 
de sacrificios, legado por hombres de quienes, ^ 
como Melchor Pacheco, se puede repetir lo que 
Flaubert decía de Amílcar: su grande alma lle- 
naba toda la Bepública. 

Fuera de la benéfica tendencia que acabo de 
señalar, el libro de que me ocupo — bosquejo de 
una obra de grandes alientos que el señor Tor- 
terolo escribirá cuando tenga mayor número de 
años y más grande caudal de conocimientos his- 



PBOLOa^NDO XY 

tóriooB y oientífioos — tiene otro mérito que, de 
seguro, no pasará inadvertido al lector oonoien- 
zudo y escrupuloso. 

Difícil, muy difícil es, en tratando de bosque- 
jar la vida de una personalidad, por la que se 
siente, más que respeto, positiva admiración — 
y éste es, precisamente, el caso del señor Torte* 
rolo con relación á la preeminente figura de Mel- 
chor Pacheco y Obes; — muy difícil, decía, es 
que el autor logre sustraerse al influjo subyu- 
gador de tan irresistible sentimiento. T, enton- 
ces, acaece que lo que debiera ser exposición y 
crítica se transforma en panegírico y apología. 

Este inconveniente ha sabido vencerlo el se- 
ñor Torterolo con tal destreza y habilidad, que, 
sin dejar de reconocer y admirar, como se mere- 
cen, las relevantes cualidades de guerrero y laa 
poderosas dotes de tribuno y de poeta que dis- 
tinguían á su biografiado, confiesa sus errores y 
caídas, y declara que no estaba capacitado para 
ser jefe de partido y estadista, tomando este 
último término en su significación precisa y ri- 
gurosa. Cierto es que el general Pacheco y Obes 
estuvo expuesto, como todo hombre superior, á 
esas mordeduras que, según la frase de Barbey 
d'Aurévilly, no desgarran, pero ensucian; mas, 
no lo es menos^ que la nota aguda, ditirámbica, 
ampulosa, hiperbólica, de la lisonja y del ha- 
lago, vibró con cadencias placenteras, más de- 
una vez, en sus oídos. Y la verdad sobre su per- 



XTI PROLOGANDO 



sena no está ni en las calumnias de los unos ni 
«n las adulaciones de los otros. 

¿Se quiere un ejemplo? 

Los apasionados por Pacheco, de antaño y 
de ogaño, lo consideraban y lo consideran como 
un gran poeta, como un poeta genial. Nada más 
exagerado. Pacheco tenía el alma poética, pero 
no era poeta, «poeta entero», como decía el cé- 
lebre alemán, entre otras razones, porque no era 
ni pudo ser artífice del verso ; porque descono- 
cía la técnica del metro; porque ignoraba el se- 
creto de pulir tersa y artísticamente las estro- 
fas, y porque del cúmulo de sus poesías no se 
saca un solo verso de aquellos que, como decía 
ITicolás Avellaneda, son como una fibra dd alma. 

Yo no afirmo que el novel biógrafo tenga mis 
opiniones sobre lo que dejo asentado; lo que yo 
^irmo es que quien ha escrito el primer trabajo 
que merezca el nombre de biografía sobre la 
vida de Pacheco, ha cumplido con el precepto 
de Hamilton: «diferenciad lo que es defensa de 
lo que es apología ». 

Y, por si en los escritos debe andar, como 
anda en la existencia humana, lo festivo en con- 
sorcio con lo serio, y la nota arlequinesca de la 
alegría debe suceder á la nota grave de la tie- 
sura, quiero terminar este prólogo con una rego- 
cijada reminiscencia. 

Los que estudiaban filosofía quince ó veinte 
Años atrás, cuando regentaba el aula el venera- 



f' 



PROLOGANDO XVII 



ble doctor don Plácido EUaari — reencarnación 
en un alma moderna de la augusta alma socrá- 
tica-:- contábannos á los que, en el orden del 
tiempo, fuimos los últimos discípulos del amado 
maestro, la anécdota que paso á referir y de 
cuya veracidad hago responsables á los univer- 
sitarios de aquella época, ya esfumada en las 
perspectivas brumosas del recuerdo. 

Deseoso un amigo del doctor EUaurí, de en- 
trar en relaciones con una estimable familia 
montevideana, á la cual pertenecía una señorita 
que, con su distinción y belleza^ lo había sedu- 
cido, preguntó á don Plácido si la señora dueña 
de la casa era persona de su conocimiento ; y, 
ante la respuesta afirmativa del interpelado — 
quien, dicho sea de paso, infringió, por aquella 
vez, el octavo mandamiento, pues sólo conocía 
de vista á los miembros de la mencionada fami- 
lia — solicitó de su amistad se dignara presen- 
tarle, á fin de lograr sus honestas pretensiones 

j maritales. 

Puesto don Plácido á las órdenes de su ena- 
morado amigo, dirigiéronse ambos un buen día 

' á la residencia de la familia en cuestión, y, he- 
cha la entrega de sus correspondientes tarjetas, 
el doctor Ellauri pidió á la fámula que los in- 
trodujo manifestara en nombre de él á la dueña 
de la casa se sirviera concederles una breve en- 
trevista. 

Accediendo á la súplica que se le hacía, pre- 



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DO- 

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TIDA DK U. P. T OBK8. 



XVIII PROLOGANDO 



sentóse la madre de la que era el motivo directo 
de la visita, ante sus desconocidos tertulianos, 
y apenas hubo la señora franqueado la puerta 
de la sala en donde esperaban el introductor y 
su compañero — el uno, inmutable en su sereni- 
dad de filósofo; el otro, impaciente, con las ner- 
viosidades propias de todo amante en tales mo- 
mentos — el doctor EUauri se adelantó á testi- 
moniarle sus respetos y, señalándole á su amigo, 
le dice, con el tono más sencillo y natural: 

— Señora: tengo el gusto de presentar á usted 
al caballero X. X., persona de mi intima amistad. 

La dueña de casa retribuyó galantemente 
al presentado el cortés saludo que le dirigía; 
pero, segura de no conocer al sujeto que hacía 
la presentación, lo interrogó en estos términos: 

— Caballero, ¿y á usted quién lo presenta? 

A lo que don Plácido contestó de inmediato: 

— Señora, yo me presento solo. 

En el caso actual, como en el cuento de la 
referencia, median análogos personajes en simi- 
litud de circunstancias. Aquí también figuran 
una amante perseguida: la opinión pública ilus- 
trada; un doncel de veinte años aspirante á la 
mano de la suspirada doña Inés: el autor del 
libro; una dueña quisquillosa: la masa de los 
lectores, y un presentador oficioso : el que estas 
líneas traza cálamo cúrrente. 

Dramaticemos la escena, para hacerla más 
comprensible. 



PROLOGANDO ZIX 



El aspirante y su intermediario, como si dijé- 
ramos Fausto 7 Mef istO; en casa de las intere- 
sadas. 

El introductor, dirigiéndose á la dueña de casa, 
es decir, á la masa lectora, señalando á su apa- 
drinado : 

— Señora, tengo el gusto de presentar á usted 
á mi distinguido amigo el inteligente y estu- 
dioso joven Leogardo Miguel Torterolo. 

La dueña de casa, admirada de tamaño atre- 
vimiento — cuyo toupet eclipsa, más que recuer- 
da, al del personaje de Daudet, apodado Tupé de 
Nimes — exclama, entre irritada y curiosa, di- 
rigiéndose al apadrinador: 

— Caballero, ¿y á usted quién lo presenta? 

El autor del prólogo, con la más amable de 
sus sonrisas, responde al encaminarse á la puerta 
de calle: 

— Señora, yo me presento solo. 

Daniel Martínez Vigll. 

Mayo 18 de 1906. 



AL LECTOR 



El culto de los Héroes, del que nos habla Carlyle 
con tan intensa pasión, y la obscuridad en que viven 
mUfChos de nuestros compatriotas^ en lo que se refiere 
á la vida de los proceres que honraron con sus he- 
chos en épocas pretéritas al Ubro de la Historia^ me 
han dado aliento para escribir esta breve monogra- 
fia sobre la eminentísima personalidad del general 
Melchor Pacheco y Obes, organizador y jefe de la ho- 
mérica Defensa de Montevideo. 

El hecho de no haberse escrito ni un solo articulo 
que se concrete á estudiar al Qeneral-poeta — á pesar 
de ser su nombre uno de los m^ls justamente popula- 
res en los países ríoplatenses — da una idea al lector 
{d quien desde lusgo supongo benévolo para juzgarme) 
de las dificultades é inconvenientes con que he te- 
nido que luchar para dar término á mi obra;má- 
xime^ si á ello se agrega él proceder de ciertos compa- 
triotas que, poseyendo documentos de importancia, los 
guardan en el fondo de sus baúles, prefiriendo verlos 
roídos por la polilla á que sean estudiados y comenr 



UBOGABDO HiaUBL TOBTBROLO 



tc^spor hombrea jóvenes^ llenos de ideéis nobles y 
sentimientos elevados. 

Por lo demáSj ignoro lo que la suerte depara á este 
trabajo^ pero, sea de él lo que fuere, ms quedará 
siempre la grata satisfacción de haber cumplido con 
un deber ciudadano al ocuparme de la vida de un 
Héroe, en la amplia acepdán de la palabra. 



L. M. T. 



VIDA DE MELCHOR PACHECO Y OBES 



V, 



CAPÍTULO I 



SUMABIO.— Nacimiento y adolesoenoia de ICelohor Pacheco.— 
Su educación y antecedentes de famSIa. 



Al terminar el año 1806, todo kacía presumir que 
el poder de Femando VIL no gozaría de una vida 
próspera 7 duradera, pues el germen de libertad que 
inoculara otrora en el corazón de los americanos el 
espíritu revolucionario y soñador de Francisco Mi- 
randa, debía brotar en breve, transformado en la más 
poderosa de las revoluciones que recuerda la historia. 

En esta época y en circunstancias en que regresa- 
ban de la península los jóvenes militares San Martín 
y Alvear — futuros paladines de la emancipación, — 
nacía en Buenos Aires, el 20 de enero de 1809, don 
Melchor Pacheco. 

Nuestro biografiado tuvo la rara suerte de nacer 
en la aurora de acontecimientos verdaderamente tras- 
cendentales, en los que el talento del pensador y 
el tino del político, secundados por la espada del gue- 
rrero^ contribuyeron, en primer término, á despejftr 
los horizontes de un pueblo esclavizado, para dejar 
trazado & las generaciones del porvenir el sendero de 
sus destinos. 



LBOGARDO MiaUBL TORTBROLO 



Este medio ambiente debia influir poderosamente 
en su ánimo, mayormente, si se recuerda que él venia 
á la vida trayendo como bienes hereditarios, el va- 
lor indómito del soldado, unido á la constancia prodi- 
giosa del luchador. 

Su padre era un viejo capitán de blandengues, lla- 
mado Jorge Pacheco, fundador del pueblo de Belén, so- 
bre el Alto Uruguay, — quien empezó su carrera mili- 
tar peleando contra los indios; siguió luego en lucha 
abierta con los contrabandistas portugueses, hasta 
que, á raíz ctel memorable grito de Asencio, se enroló 
en las filas libertadoras, figurando al lado de Artigas 
durante toda su campaña. 

En la rama Pacheco existían también hombres de 
vasta preparación y gran talento, como Francisco 
Joaquín Pacheco, primo hermano de don Jorge y 
fray Luis Pacheco, que tuvo desde su niñez una vo- 
cación especial para el sacerdocio, carrera que, por 
aquellos tiempos, seguía con preferencia la nobleza. 

Los dos hermanos, Jorge y fray Luis, se decidie- 
ron por la revolución americana, mientras que don 
Francisco Joaquín, más conservador en ideas, defen- 
dió desde los primeros momentos la política de la Co- 
rona, regresando poco después á Madrid, en donde 
desempeñó altos puestos en la administración pú- 
blica, consiguiendo por su rectitud é inteligencia 
gran fama para su apellido, la que debía agigantarse 
luego, 'merced á la erudita obra que compuso uno de 
sus tástagos, sobre Comentarios al Código Civil Es- 
pañol. 

Por la parte materna descendía Melchor Pacheco 
^e una de las primeras familias de la Capital del Vi- 



VIDA DB MSLCHOR PAOHISOO T OBBS 6 

rreinato, siendo su madre la distinguida matrona 
doña Dionisia Obes, hermana del joven abogado Lu- 
cas José, que á la primera asonada de Mayo se trans- 
portó á esta Banda, con el propósito, dice Bauza, de 
adquirir una resonante nombradla. 

Esa mujer, culta é inteligente como pocas, se preo- 
cupó seriamente de la educación de su hijo y enseftóle 
á templar su carácter y moderar sus pasiones. De 
ella puede decirse^ en homenaje á la verdad histórica, 
que fué quien guió los primeros pasos de su hijo, pues 
al padre no le era posible cuidar de la educación del 
niño, porque los azares de la guerra lo tenían con fre- 
cuencia alejado del hogar. 

En enero de 1817, al cumplir los ocho años de edad, 
fué llevado del establecimiento de campo que poseía su 
padre en Casa Blanca, —Departamento de Paysandú, 
— á la ciudad de Buenos Aires, ingresando en seguida 
coino alumno extemo á un colegio jesuíta, en el que 
cursó con mucho provecho latinidad y matemáticas. 

Más tarde, y viendo su natural inclinación al estu- 
dio, le envió su familia á Río Janeiro á que conti- 
nuara su instrucción, encontrando allí vasto campo 
donde desplegar sus brillantes facultades intelectua- 
les, principalmente en el estudio de la filosofía y li- 
teratura, — materias éstas que fueron con el correr 
del tiempo las predilectas de su vida. 

Muy pronto el espíritu alegre y regocijado de 
aquel mozuelo, bajo, delgado y de naturaleza ner- 
viosa, lo hizo simpático á los ojos de sus compalte- 
ros de aula, siendo él, desde luego, el amigo y confi- 
dente de todos, y el cabecilla en las travesuras y jol- 
gorios estudiantiles. 



6 LflOaARDO MIGÜBL TORTBBOLO 

Cuenta la tradición que á los doce aftos recibió una 
broma bastante pesada de uno de sos condiscípulos, 
7 que Pacheco, lejos de ofenderse, aguzó su ingenio 
para encontrar la manera de contestar á su amigo en 
una forma idéntica á la por él empleada. 

Dibujó al efecto una caricatura del rostro del 
amigo, y luego, queriendo poner una sátira san- 
grienta al pie del dibujo, escribió una punzante cuar- 
teta, la que le hizo saber, dice don Francisco Xavier 
de Acha, que encerraba en su alma bondadosa é in- 
genua un escondido tesoro de poesía. 

Debido á esta circunstancia accidental, se arraigó 
en su alma una intensa pasión por el cultivo de las 
letras, produciendo después hermosas composiciones, 
tan bellas por la forma tersa y delicada del verso 
como grandes por la profundidad del concepto. 

Adem&s de este rasgo de su carácter alegre, que le 
abrió, por decirlo así, las puertas del Parnaso, cuén- 
tanse otras historietas de su adolescencia, algunas de 
ellas de relativo interés. 

ün sobrino y á la vez ahijado de Melchor Pacheco 
y Obes, á quien he abordado en distintas ocasiones, 
me ha referido el siguiente episodio, que considero 
digno de ser mencionado por la coincidencia histó- 
rica que luego se verá (^). 

Vivía doña Dionisia Obes de Pacheco en compafiía 
de su familia á una distancia de dos ó tres kilómetros 
de lá ciudad de Buenos Aires, cuando una tarde llegó 
á «US lares, atacado de locura, su cuñado fray Luis. 



(1) Karración yerbal del eefior don Melchor Pacheco, hijo del 
coronel Ifannel Pacheco y Obes. 



VIDA DB MHLCHOR PACHBOO T OBB8 7 

La buena seftora lo atendía con todas las atencio- 
nes á que era acreedor como hermano de su esposo y 
ministro de la iglesia cristiana, pero, habiendo obser- 
vado el niño Melchor que su tío, perdida la razón, los 
había hecho víctimas de su fanatismo religioso, mar- 
chóse á pie una mafiana, camino de Ift ciudad, en 
busca del doctor Lucas José Obes, para comunicarle 
lo que acontecía con el hermano de su padre. 

Lo singular del caso es que, habiéndose extraviado, 
fué á dar á la casa de don Manuel Ortiz de Bozas, 
donde contó su odisea con pasmosa desenvoltura, 
siendo por esto benévolamente tratado 7 acariciado 
por todos los habitantes de aquella casa hospitalaria, 
y, en particular, por el joven Juan Manuel, del cual 
debía ser más tarde el nifio viajero, uno de sus más 
grandes 7 esforzados enemigos, á semejanza de Bo- 
lívar, que, educado en la corte en hermanazgo con el 
príncipe de Asturias, fué en el movimiento eman- 
cipador del mundo colombiano, el adalid que comba- 
tió con más bríos á las tropas del débil monarca que 
llevó el nombre de Femando Vil. 

¡Triste 7 caprichosa sentencia del Destino, la de 
unir 7 estrechar á los hombres en su infancia, para 
distanciarlos 7 alejarlos en su virilidad! 



CAPÍTULO n 



SUMARIO.— Primeros síntomas de redención del afio 1805.— Pa^ 
saje de los Treinta y Tres.— Pacheco corre á enrolarse en 
las filas de los Libertadores. ~ Brillante actuación durante 
la oampafia.— Pas de 188B y Oonstituoión de 188a -Pacheco 
entra & formar parte del c Batallón de Guias ». 



Sabido es que en 1816 los portugueses habían inva- 
dido nuestro territorio, y que Artigas, el gallardo 
jefe de la emancipación nacional contra la Junta de 
Sevilla, se vio obligado á expatriarse por la derrota 
sufrida en un combate librado con el coronel Ramí- 
rez, uno de sus más antiguos y queridos oficiales. 

Desde ese momento, la causa que había tenido como 
glorioso principio el triunfo heroico de las Piedras, 
quedaba confiada á los esfuerzos del comandante Bi- 
vera y demás jefes patriotas, los cuales, creyéndose 
impotentes para dominar las huestes del Imperio, 
pactaron y transaron con el invasor de la patria, aun- 
que con la idea oculta en sus corazones de libertarla 
de la dominación extranjera. 

Otros ciudadanos de los que habían luchado tam- 
bién en la revolución artiguista, no quisieron vivir 
bajo el yugo del opresor y emigraron á la Argentina. 



10 LBOGARDO MIGUBL TORTURÓLO 

El recuerdo de los hermanos ausentes y la propia 
miserable situación de los nativos, despertaron, en la 
mente de los exilados, deseos ardentísimos de combi- 
nar un plan de guerra para lanzarse á libertar la en- 
tonces llamada Provincia Cisplatina. 

De quién surgió la idea, ha. sido y es aún muy dis- 
cutido, pues mientras unos opinan que Rivera fué el 
primero que la concibió, apresurándose Lavalleja á 
ejecutarla, otros la atribuyen por entero á éste, no 
faltando, por último, quien crea que ella es debida á 
la astuta diplomacia porteña, que soñaba de tiempo 
atrás con la anexión de las bandas oriental y occiden- 
tal del Plata. 

Sea d^ esto lo que fuere, lo esencial es que Rivera 
estaba en el movimiento. 

Ta hoy nadie ignora que Bozas, en esa época ins- 
trumento de Borrego, fué comisionado por éste para 
venir á conferenciar con Rivera acerca del plan revo- 
lucionario, hecho que también lo constata el general 
Mansilla en su obra « Rozas ». 

Si esto no fuese cierto^ hubieran sido los patriotas 
que en abril del afio 25 desembarcaron en la Agra- 
ciada, treinta y tres mártires en lugar de treinta y 
tres héroes, como lo dijo Rivera Indarte con su na- 
tural seguridad de pensamiento. 

La noticia del desembarco y la eficaz cooperación 
que ofrecieron á los cruzados Rivera y Laguna, — dos 
de los jefes de más prestigio en el ejército nacional 
sometido al brasileño — cundió rápidamente por to- 
dos los ámbitos de la República, excitando los prime- 
ros triunfos adquiridos el sentimiento patriótico del 
pueblo, que corrió á agruparse á la sombra de la ban- 
dera tricolor de los revolucionarios. 



TIDA DB MBLOHOB PAOHBOO T OBBS 11 

Bajo auspicios tan halagüeftos, machos jóvenes 
abandonaron sus hogares y tomaron las armas con 
decisión espartana. 

Entre éstos se encontraba Melchor Pacheco y Obes, 
tierno adolescente de diez y seis aftos, que deliraba 
con la libertad de It^pcUria chican como él la llamaba. 

Sus entusiasmos por la suerte y el porvenir del Uru- 
guay, habiendo nacido, como hemos dicho, en Bue- 
nos Aires, están perfectamente justificados. El hecho 
de no existir nacionalidades en Sud América en la 
época de su nacimiento, sería argumento indestructi- 
ble para justificar sus anhelos, si no se recordaran los 
antecedentes honrosos de su padre ; los sacrificios y 
las vicisitudes por que atravesó en aquellos días cala- 
mitosos en que con un puñado de gauchos indoma- 
bles se vencían en el Cerrito á los ejércitos hispanos. 

Aquella primera etapa de su vida y el rol impor- 
tantísimo que le veremos desempeñar en aconteci- 
mientos posteriores, unido á la teoría de que la na- 
cionalidad es impuesta por el suelo, nos habilita para 
tratarle como á uruguayo. 

Deseoso, pues, de ver realizadas sus aspiraciones 
y sueños juveniles, una vez que se encontró en el tea- 
tro de los sucesos quiso poner en práctica su idea, en- 
rolándose en calidad de soldado distinguido en la di- 
visión de caballería que comandaba el coronel Ju- 
lián Laguna. 

Las armas de la patria habían tenido ya su bau- 
tismo de gloria en la batalla memorable del Rincón 
de Haedo^ en la que á la fuerza numérica del ene- 
migo había suplido el ingenio del jefe de los orien- 
tales. 



12 LBOOABDO MIGUSL TOBTflROLO 

Este primer combate ensefló al Imperio ensoberbe- 
cido que nnnca es débil ni pequefio un pueblo cuando 
lucha por conquistar la libertad. ' 

La precitada función de guerra en breve debía 
recibir el más espléndido complemento en la acción 
heroica de Sarandi. El 12 de octubre de 1825, á los 
pocos días del triunfo del Bincón, se avistaron las 
fuerzas brasileñas comandadas por Bentos Manuel 
y Bentos Gk)nzales, con las fuerzas libertadoras al 
mando de Lavalleja y Rivera. 

La columna patriota era inferior en número, ar- 
mas y municiones, pero esto poco importaba. A la 
voz de ¡Sable en mano y carabina á la espalda fj se 
lanzaron aquellos centauros sobre las filas enemigas, 
y después de una lucha encarnizada en la que los pro- 
digios de valor de nuestros gauchos fueron dignos 
émulos de las hazañas inmortales de los vencedores 
de Maratón y de Platea, el campo de batalla fué aban- 
donado por los imperialistas, quedando cerca de mil 
prisioneros en poder de los jefes patriotas. 

En esta batalla, que tanta influencia tuvo en los 
destinos futuros de la Cisplatina y que mereció de 
Juan Cruz Várela la dedicación de una inspirada oda, 
fué donde por vez primera vio Pacheco un campo de 
combate y escuchó las clarinadas que anuncian al 
soldado un nuevo laurel para la corona de sus triunfos. 

Su actuación fué entonces sin importancia. 

El rol que le tocaba desempeñar era el de todo sol- 
dado de honor: combatir con fuerza de voluntad y 
bravura ejemplar durante la batalla. 

No obstante esto, el 14 de octubre, dos días des- 
pués de librada aquella jornada gloriosa, el joven mi- 



VIDA DB MBLOHOR PAOHBOO T OBB8 18 

litar pudo enorgullecerse al ladr las jinetas de sar- 
gento, lo que hace suponer que, en las horas de prueba, 
se haya distinguido por alguna acción singular. 

Así, de lucha en lucha, de combate en combate, si- 
guieron por largo tiempo aquellas bisarras falanges 
ciudadanas, levantándose al primer rayo de la aurora, 
para dejar las armas cuando el último rayo del sol 
se perdía detrás de los oteros, de los montes ó de las 
escarpadas serranías. 

Las acciones del Rincón y Sarandí dieron gran 
realce á la revolución y hasta le marcaron nuevo 
rumbo. 

Estas circunstancias, hermanadas á la debilidad 
manifiesta de los miembros de la Junta de Bepresen- 
tantes de la Florida, que en U célebre sesión del 25 
de Agosto había declarado la anexión de la Provin- 
cia Oriental á las demás unidas del Plata, decidie- 
ron al Gobierno Argentino á prestar su ayuda á los 
orientales, máxime, cuando ya había quebrado de he- 
cho con los poderes del Imperio. 

El general Alvear había venido á sustituir á don 
Martín Rodríguez en el mando del ejército, precisa- 
mente en la época en que la anarquía militar, capita- 
neada por Juan Antonio Lavalleja, hacía sentir to- 
dos sus males en las filas de los defensores de la In- 
dependencia. 

Alvear comienza por perseguir á Rivera, creyén- 
dole culpable, y éste logra evadirse, haciendo luego 
su defensa por medio de algunos periódicos que aún 
le eran adictos. 

£1 jefe argentino se ocupa entonces en organizar 
sus tropas, preparándose para librar una gran batalla. 

TIDA DE K. P. T 0BS8. 8. 



14 LBOGABDO MIOUBL TOBTBSOLO 

Los brasileños rehuían con frecuencia el combate. 

Por fin, el 19 de febrero de 1827 se avistaron los 
ejércitos beligerantes en los campos de Ituzaingó. 
El brasileño era mandado por el marqnés de Barba- 
cena como general en jefe^ habiéndose hecho cargo 
de este puesto el 1.^ de enero, en reemplazo del ba- 
rón de la Laguna, teniendo como segundo al general 
Abreu. 

La columna imperial, de siete mil hombres, era 
esta vez inferior en número, pues los republicanos con- 
taban en sus filas cerca de ocho mil quinientos. En 
cambio, las armas y municiones brasileñas eran en 
calidad infinitamente superiores á las de los pa- 
triotas. 

Las tropas de la patria iban al combate bajo la com- 
petente dirección de Alvear. 

En las primeras horas de la mañana del día 20, co- 
menzó la pelea, la que duró algo más de seis horas, 
sin decaer un solo instante el entusiasmo de los com- 
batientes. 

PerOy al cabo, los enemigos tuvieron que ceder te- 
rreno ante el empuje irresistible de la caballería de 
Brandzen y de los lanceros de Medina, quien, según 
la feliz expresión de un distinguido escritor, llevaba 
todavía en Cagancha, tinta en sangre, la lanza vence- 
dora de Ituzaingó. 

El campo fué abandonado por los brasileños, de- 
jando en poder de los revolucionarios cerca de mil 
quinientos prisioneros y ciento setenta muertos, cour 
tándose entre éstos al famoso barón de Cerro Largo. 

Los libertadores no tuvieron que lamentar más que 
dos jefes entre sus muertos : el vaUente y denodado 



TIDA DB lODLOHOB PAOHBOO T OBBB 15 

Federico Brandzen, 7 el comandante Besares, se- 
gundo del cuerpo que mandaba el entonces coronel 
José María Paz. 

Pacheco tuvo la gloria de encontrarse también en 
esta batalla, una de las últimas en la lucha homérica 
de nuestra Independencia. 

Con un grado superior al que había lucido en la 
acción de la orqueta de Sarandí, su papel tenía que 
ser, por consiguiente, mucho más culminante. 

Ayudante ó secretario del general Julián Laguna 
que, conjuntamente con Soler, mandaba la división 
de caballería, era á la sazón teniente primero y es 
fama que se portó con heroísmo en la pelea. 

Bu nombre empezaba ya á figurar en los partes de 
batalla, y él no dejaba de exteriorizar su grande am- 
bición, ese acicate de las almas ardientes y empren- 
dedoras. 

Esta jomada, á la que muchos historiadores han 
llamado tumba de la dominación extranjera, tuvo, * 
como es natural y lógico presumirlo, inmenso influjo 
en la libertad de la Cisplatina ; pero ella está lejos 
de ser el verdadero sepulcro donde cayó por siempre 
el poder de los usurpadores del suelo patrio, pues 
admitirlo sería desconocer la colosal empresa de la 
conquista de las Misiones, que puede llamarse, en ob- 
sequio á la veracidad de la historia, el golpe de gra- 
cia que recibió el poder ya vacilante del Brasil. 

La campaña de que hablamos, no tiene rival en la 
historia guerrera de los países hispano -americanos. 
En menos de veinte días, Bivera las libertó por com- 
pleto, derrotando y persiguiendo sin cesar al famoso 
gobernador Alencastre. 



16 LBOGARDO XIOUBL TORTBROLO 

La importanoift política de este cúmulo de sucesos, 
no pudo ser más favorable á la causa de la Indepen- 
dencia. 

El pueblo de Buenos Aires, tan pronto amigo cariño- 
so como enemigo irreconciliable del jefe de los orien- 
tales, festejó con gran júbilo el nuevo triunfo del ven- 
cedor del Rincón, cuya noticia^ llegada á oídos de don 
Pedro I, le hizo exclamar, dice un conocido historia- 
dor, que & ese paso, en veüite días más la gente de 
Rivera estaría en Porto Alegre. 

Estos acontecimientos obligaron al emperador del 
Brasil 4 abrir las negociaciones de paz que, con an- 
terioridad á Ituzaingó y las Misiones, había tratado 
de llevar á la práctica el ministro Ghircía en la con- 
vención que lleva su nombre, — la que fué rechazada 
en absoluto por el Gobierno Argentino, por no esti- 
pularse en ella, de una manera concisa y terminante, 
la libertad absoluta de la Banda Oriental. 

El poder de la diplomacia vio esta vez coronados 
sus esfuerzos por el éxito. 

Don Juan Ramón Balcarce y don Tomás Guido, 
en representación del Gobierno de las Provincias Uni- 
das del Plata, y los señores marqués de Aracaty, 
José Clemente Pereira y J. Oliveira Álvarez, como 
comisionados del Imperio del Brasil, ajustaron un 
convenio de paz sobre la base de la indepeodencia de 
la Oisplatina, el que fué firmado en Río Janeiro el 
27 de agosto de 1827, y ratificado en Montevideo 
el 4 de octubre del mismo año. 

Después de tanto batallar, los hijos de la tierra de 
Zapicán y de Taboba tenían una patria libre é inde- 
pendiente, como la soñara otrora el patriarca Artigas, 



VIDA DB MIBLCHOR PACHBCO T OBBB 17 

quien vegetaba entonces en la inacción del destierro, 
entregado, como Cüncinato, á las pacificas tareas del 
agricultor. 

El 18 de julio de 1880 se juró la Constitución del 
nuevo Estado, y un nuevo país republicano vino 4 
ocupar su sitio en el concierto de las naciones libres 
del universo. 

En la noche de ese dia de intenso regocijo popular, 
Melchor Pacheco y Obes, que había contribuido con 
sus servicios desinteresados á la conquista de la li- 
bertad, brindó en un banquete, diciendo: qtie m e$- 
pada y su brazo estarían siempre al servicio de la 
patria, para hacer recetar stis derechos, cuando al- 
guien intentara desconocerlos. 

Más tarde, veremos que cumplió su palabra. 

Entonces fué destinado con el grado de capitán al 
escuadrón de « Guías » que comandaba el bravo co- 
ronel Ghibriel Velazco, uno de los jefes que, durante 
las luchas por la independencia, había regado con la 
sangre de sus venas los verdes trebolares de las cu- 
chillas nacionales. 



CAPÍTULO m 



SUMABIO.-OfioUl subalterno. - A«onteoimientoi de 1880.- 
PAoheoo hombre de eonfian»> y oonsejero del general Ei- 
vera.— Misionee honrosas que éste le confia. ~ Es nombra- 
do Comandante General del Departamento de Soziano.— 
Desastre del Arroyo Grande. 



Los hijos de la nueva nación no tardaron macho 
en dividirse por opiniones políticas 7 en alterar la 
paz pública, esa antorcha luminosa que debe guiar á 
todos los pueblos, por ser la madre del progreso 7 la 
que demuestra, como dice Stuart Mili, la cultura in- 
telectual de las naciones. 

Lavalleja; cre7éndose con más méritos ó aptitudes 
que Rivera para desempeñar la Presidencia de la 
República, se indispuso con él 7 se lanzó en 18S2 á 
la guerra civil, con el propósito de derrocar el poder 
constituido 7 hacerse dictador, como antes de jurarse 
la Carta Fundamental. 

Rivera salió al encuentro de los insurgentes^ 7 en 
los campos de Tupambaé fueron completamente de- 
rrotados, obligándolos á internarse en el Brasil. 

A pesar de la estrecha amistad que unía á Lava- 
lleja 7 Pacheco, éste se rehusó á tomar parte en el 
movimiento. 



20 LBOGABDO MIOUBL TORTORÓLO 

Militar de orden y hombre de levantados princi- 
pios, no podía prestarse á secundar la obra de un 
caudillo á quien guiaban mezquinas ambiciones y va- 
nidades personales. 

Cuando Oribe, después de ]legar á la Presidencia 
de la República por la influencia del general Rivera, 
empezó á perseguir 4 los ciudadanos que no se doble- 
gaban ante las imposiciones del poder oficial, una de 
las primeras víctimas de las iras olímpicas del ira- 
cundo gobernante, fué Melchor Pacheco y Obes, al 
que despojó de su grado militar, cometiendo con este 
acto una notoria y reprochable injusticia. 

£1 joven luchador no se abatió por eso. 

Su ánimo era demasiado altivo para echarse en bra- 
zos de la desventura por la ingratitud de un hombre. 
Se resignó con la suerte que le deparaba el Destino, 
y empezó á trabajar con carretas, á fin de ganar para 
el sustento diario de la vida. 

Pero, felizmente, esto no duró mucho tiempo. 

Rivera se levantó en armas, y las tropas de Oribe 
fueron batidas en Yueutujá y el Palmar^ viéndose 
obligado á renunciar el alto cargo que investía y 4 
pedir venia á la Asamblea para pasar al extranjero. 

Con el triunfo del héroe de Guayabos, la confianza 
renacía en todos los espíritus y una aurora de liber- 
tad y tolerancia esparcía sus luces por todos los ám- 
bitos de la tierra natal. 

Pacheco fué repuesto en su grado, estrenándose 
con la defensa de un oficial acusado de defección. 

Guando los acontecimientos trascendentales de 
1889, er» ya teniente coronel, empezando desde en- 
tonces á figurar en otra escala. 



VIDA DB MBLCHOR PAOHBCO T OBIBS 21 

Debido á un ligero accidente^ se vio privado de eon- 
currir á la bataUa de Oagancha, jomada gloriosa que 
guarda la historia en una de sus páginas más bellas. 

Fuá en esta apoca qne Rivera comenzá á dispen- 
sarle sn confianza y á tomar consejos de aquella ca- 
beza privilegiada, de la que brotaban los grandes pen- 
samientos con una espontaneidad asombrosa. 

A principios de 1840 se le confió el cargo de Jefe 
del detall en el ejército que se organizaba en San 
José del Uruguay; siendo trasladado poco después, 
con el mismo empleo, al Departamento del Dui*azno. 

Entonces empezó á desempeñar comisiones impor- 
tantísimas confiadas por el general Rivera, tan 
pronto relacionadas con la emigración de las familias 
entrerrianas, como con otros asuntos más graves que 
demandaban del emdsario uruguayo un tacto superior. 

De una de las notas que, en septiembre de 1841, 
dirigía al Presidente de la República, entresacamos 
los siguientes párrafos que demuestran de qué modo 
respondía á la confianza que en él se depositaba. 

« La comisión que S. £. me confió respecto á la 

> emigración entrerríana, ha sido completamente lle- 
» nada, decía. Me honro de haber sido portador de sus 

> órdenes, tan llenas de filantropía y magnanimidad. 
« En mi rancho tengo algunos emigrados de impor- 

» tancia; está entre eUos el aventajado comandante 
» don Máximo Elias >. 

Después de estas misiones, en las que el ingenio de 
Pacheco reveló raras dotes de diplomático^ se le noiñ- 
bra^ por decreto gubernativo, Comandante general 
del Departamento de Soriano, cargo 4e su^ia impor- 
taneia, para cuyo buen desempefio no sólo se neeé- 



22 UBOOABDO UlOtXmL TORTBROLO 

sitaba una cabeza organizadora, sí que también un 
brazo de hierro y una voluntad indomable. 

Aún no había llegado á su destino, cuando ocurrió 
el tremendo contraste del 6 de diciembre de 1842. 

El Presidente oriental, que se hallaba en operacio- 
nes en Entre Ríos, se encontró cerca del Arroyo 
Grande con las fuerzas de Manuel Oribe, librándose 
un sangriento j reñido combate, en el que la victoria 
coronó los esfuerzos del ejército argentino. 

Librarlo fué un error militar del general Bivera. 

Él, que ya había demostrado sus talentos singula- 
res y vivezas geniales en Q-uayabos, en Misiones y en 
la célebre retirada del Babón, pudo haber rehuido el 
combate cuando vio la superioridad numérica del ene- 
migo, y retirarse en orden tiroteándole hábilmente. 

Bivera cayó víctima de su propio arrojo. 

Sus fuerzas eran compuestas de seis mil hombres m 

mal armados, siendo, además, según la expresión de v 

la época, una masa heterogénea, sin enlace mutuo en- 
tre sus partes y sin harmonía en el conjunto. 

Las de Oribe las formaban tres mil infantes vete- 
ranos que venían de hacer una campaña largay penosa, 
y siete mil hombres de caballería, también veteranos 
en su mayor parte, y sujetos á una férrea disciplina. 

La diferencia en hombres no podía ser mayor, y si 
se agrega á ello las dieciocho piezas de artillería 
que llevaba Oribe, se verá cuan arriesgado era pre- 
sentar batalla á un ejército tan infinitamente supe- 
rior en número, armas y municiones. 

No obstante esta desproporción, la batalla se libró. 

Las pximeras cargas fueron resistidas con he- 
rUsmo por los riveristas, mas, al avance de la caba- 



VIDA DB MBLOHOR PAOHBCO T 0BB8 23 

llería enemiga, se creyeron débiles para resistirla 7 
el desbande fué general. 

Más de dos mil prisioneros cayeron en poder de 
Oribe, de los onales cuatrocientos fueron degollados 
y un gran número de los restantes martirizados con 
los tormentos más atroces. 

La nueva fatal de este gran desastre, dice un es- 
critor anónimo, dio ocasión á Pacheco para desplegar 
los recursos de su genio ante la situación que apare- 
cía erizada de peligros. 

Desde los primeros momentos, se vislumbró el golpe 
funesto que era para la República la pérdida de esta 
batalla. 

Las primeras medidas que tomó el novel Coman- 
dante del Departamento de Soriano, hicieron que se 
cifraran en él todas las esperanzas y que la prensa 
comenzara á ocuparse del nuevo personaje que apa- 
recía en la escena política en momentos tan aciagos 
para la nación. 

El Diario Oficial de Montevideo, ocupándose de 
él, decía el 31 de diciembre de 1842: c Sabemos que 
» ofendemos la modestia del valeroso jefe del distrito 
» de Mercedes, pero, ¿ cómo callar si cada día que 
» transcurre, muéstrase á nuestros ojos con nuevas 
» pruebas de su actividad, de su noble conciencia, 
» de su alta capacidad? 

« £1 coronel Pacheco nos demuestra que tenemos 
» hombres de acción, de consejo y de gobierno, aptos 
» para salvar la patria ». 

En el capítulo siguiente veremos cómo aguzaba su 
ingenio para obrar con la audacia de un Temístocles 
y la justicia de un Arístides. 



CAPÍTULO IV 



SUMABIO.— Formación de U Guardia Kaoionalen Soriano.— 
Medidas acertadas acerca de la eedaTatura.— Templa con 
BU palabra el alma de so» subordinados. — Ifaroha á Monte- 
video por orden de Rivera. ~ Éste forma su Gabinete y le 
confia el Ministerio de la Guerra. 



Pacheco y Obes conocía perfectamente el peligro 
por que atraveaaba el país, y apenas llegado á Mer- 
cedes empezó á desplegar toda la fuerza de sus acti- 
vidades. 

Los medios de que se valió para llegar al fin, no 
pueden ser más lícitos ni más humanos. 

Partidario de la libertad, sin restricciones de nin- 
guna especie, proclamó en nombre de los más gran- 
des y sacrosantos intereses de la patria, la abolición 
absoluta de la esclavatura, dando así, por medio de 
un simple rasgo de pluma, el ejemplo de mayor al- 
truismo que puede eligirse á un espíritu i*epublicano 
y liberal. 

Esta medida dio ocasión á los conservadores, que 
son, en el desarrollo de las sociedades, los represen- 
tantes del misoneísmo, para dirigir á Pacheco toda 
clase de ataques, lo que no impidió que la Asamblea 



26 LBOOABDO MIOUBL TORTBBOLO 

Legislativa, animada por los nobles ideales de Oo- " 

biemo que tanto separan á las democracias moder- 
nas de las teocracias del siglo xvi, sancionara como 
ley nacional la libertad de vientres en todo el terri- 
torio de la República, que Pacheco j Obes había 
proclamado, cuatro días antes, con la visión profética 
del genio. 

Así se explica que, á los veinte días del desastre 
del Arroyo Grande y á los primeros amagos de la in- 
vasión extranjera, formara una fuerte división de -i 
mil doscientos hombres, que revistaba con patriótico 
entusiasmo sobre las cuchillas de Mercedes. 

Para organizar de una manera positiva este crecido 
número de hombres, tuvo que emplear en muchos ca- 
sos un rigorismo digno de aplauso, haciendo ejecutar, 
á la vista del ejército, una docena de malhechores y 
castigando severamente á los que desertaban de sus 
filas. 

A las primeras horas de la maftana del 2 de enero 
de 1848, la bizarra columna empezó á marchar para 
ir á incorporarse á la del general Rivera. 

,Antes de dejar el suelo de Soriano, teatro de sus 
primeros triunfos. Pacheco entregó á los guardias 
nacionales una bandera blanca y azul, y con voz dan- 
toniana, bajo un cielo tan bello como la primer aurora 
que alumbró á los mundos, les dirigió la siguiente 
arenga, cuyo corte épico evidencia la grandeza de 
su alma y la fe que tenía en la victoria del derecho. 

c ¡Patriotas! les dijo. Guando esta bandera flota en 
» los aires, dice al mundo que el pueblo oriental es 
» independiente. Si en vuestras filas llega á flamear 
» en medio del combate, que los fogonazos de vuestros 



VIDA DB MKLOHOR PAOHBOO T 0BB8 27 

> fnsiles digan al mundo que el pueblo Oriental es 

> victorioBO». 

Nada más entusiasta que esta corta 7 vibradora 
arenga para enardecer el alma sencilla del soldado 
que corre al combate guiado por los impulsos gene- 
rosos del corazón, que, por un no sé qué misterioso, 
palpita, con bríos de titán, cada vez que, al sen metá- 
lico de la trompeta guerrera, sucede el lenguaje de la 
elocuencia^ animado por el fuego de una pasión tir- 
téica. 

Pacheco 7 Obes, conocedor de este secreto, sabia 
valerse de él cuando el curso de los acontecimientos 
se lo indicaban. 

A los pocos días de marcba se incorporó, cerca 
del Bío Negro, al derrotado en el Arro70 Ghrande, 
siendo su división la que cambió los primeros tiros 
con el ejército del Calígula argentino. 

Bivera se entusiasmó muchísimo con la actividad, 
rectitud é inteligencia de su subalterno, 7 viendo 
quizás en él, como el cónsul de la antigüedad, á mu- 
chos Marios, le hizo decir al incorporársele: ^Si en 
todos los Departamentos hubiese tenido jefes como tú, 
él enemigo nopisaria estas márgenes» (^>. 

T no se equivocaba. ' 

iki la ¿rente todavía joven de Melchor Pacheco, 
podía leerse, como en un libro abierto, el tesoro de 
amor é intelectualismo que encerraba, el que iría á 
depositar, dentro de breve tiempo, en los altares de la 
patria, como la más bella 7 la más santa de todas 
sus ofrendas. 

(1) Be Viotor Anegoin*. 



28 LBOGABOO MJJOtXJVL TOBTBROLO 

Biyerahabift dispaeato, desde los primeros momen- 
tos, que la división de Soriano marchara cuanto an- 
tes 4 Montevideo. 

Fué en cumplimiento de esta orden que, el 25 de 
enero de 1848, se desprendió del cuartel general en 
el Paso de Mataojo, el batallón de guardias nacionales 
de Mercedes, UegMido á la Capital el día 28. 

A su mando venia el coronel Pacheco y Obes, quien 
se puso en seguida á disposición del Gobierno. 

£1 2 de febrero, después de una prolongada ausen- 
cia, se recibió nuevunenteel general Rivera del ejer- 
cicio del Poder Ejecutivo. Tenia que valerse de to- 
dos los recursos de su ingenio y de su lar^ actua- 
ción política, pai*a poder organizar un Ministerio que 
respondiera en todo á los anhelos populares. 

A pesar de los obstáculos que tuvo que vencer, 
para la formación de su Gabinete, el Presidente fué 
f elÚE en la elección de hombres, tanto que se le llamó 
Ministerio salvadarf por los diarios más caracterÍBa- 
dos de la época. 

Ibtre los nuevos Secretarios de Estado se encon- 
traba también Pacheco 7 Obes, 7f ^ 1^ verdad, que 
pocos militares había entonces tan meritorios como 
él para ser honrado con tanUto puesto, no solamente 
por los servicios prestados ¿ la nación, sino por la 
vasta preparación científica que es necesario poseer 
para desempefiar con conciencia el difícil cargo de 
ministro de la Qnerra. 

Don Santiago Vásquez, el talentoso consejero de 
Rivera, puso, en beneficio de Pacheco, toda la influen- 
cia que tenía sobre la persona del héroe del Palmar, 
y tan pronto como llegó á sus oídos la buena nueva 



VIDA DB MBLCHOR PAOHBOO T OBI» 29 

de la designación del candidato de sus simpatías, ex- 
clamó, rebosante su alma de satisfacción : É$e será el 
genio y él prodigio de nue9tro9 dios. 

El nuevo Ministro estaba en esa edad hermosa en 
que el hombre no encuentra nada difícil, por animarlo 
una fuerza interior que lo hace más animoso cuanto 
mayores son las dificultades que tiene que vencer. 

Era, por esto, más que una gran esperanza, una 
positiva realidad. 

« La crisis desenvolvió toda su energía y toda su 

> inteligencia. Él mismo no se conocía cuando no era 
» conocido de los demás ; un solo suceso dio al uno 
» idea de sí mismo é hizo que los demás le compren- 
» diesen. 

» Elevado á tan alto puesto de improviso, Pacheco 
» se halló suficiente á él: reunió el precioso caudal de 
» sus conocimientos científicos y artísticos, para po- 
» nerlos al servicio del Estado, demostrando que era 
» hombre de gabinete y administrador á un mismo 

> tiempo» <^). 

A medida que este último transcurra, veremos cómo 
crece y se agiganta su simpática personalidad. 



(1) Wei»t: Aiedio dé Montevideo. 



T1DA DS M. P. T OBS8. 



CAPÍTULO V 



SUIIABIO. — Pacheco organiza 1» Defenaa. — Su labor y activi- 
dad iiidiscntibles.~BelacioiieB con el general Fax. —Orea 
esencias y hospitales de sangre. — Célebre carta qne dirige 
& Mannel Oribe y ataques que recibe de cLa Gaceta» de 
Bosas.— Fusilamiento de Baena. 



El 16 de febrero de 1843, una salva de 21 cafio- 
nazos anunció á Mantevideo que Manuel Oribe, trans- 
formado en una hechura del Nerón de allende el 
Plata, se había posesionado del Cerrito de la Victo- 
ria con un ejército extranjero de catorce mil hom- 
bres, manchando eternamente, con la más ignominiosa 
de las manchas, los laureles de Sarandí é Ituzaingó. 

Los defensores de la plaza eran apenas seis mil 
hombres; mas, lejos de creerse perdidos por el nú- 
mero de las tropas invasoras, recobran nuevos bríos, 
7, con heroísmo digno de eterna recordación^ empie- 
zan á prepararse para la defensa; — la que debía du- 
rar nueve años y hacer de la ciudad, que en 1726 fun- 
dara Zavala, la Troya de la historia contemporánea, 
como la llamó por vez primera Alejandro Dumas 
en uno de sus libros más plagados de errores, pero 
grande é interesante por las doctrinas que encierra. 



82 LBOGARDO HIGUBL TORTBBOLO 

Pacheco y Obes dio entonces pruebas de lo que era 
capaz de hacer por salvar la independencia nacional, 
firmando^ en unión de don Andrés Lamas, un docu- 
mento para siempre memorable W. 

Urgía organizar militarmente la plaza para poder 
resistir los ataques del ejército oribista. 

Así lo comprendió desde luego y, tomando las me- 
didas más severas, lanzó un decreto por el Ministe- 
rio de la Guerra, que comenzaba así: 

c Orientales : la patria está en peligro ! 

c La sangre y el oro de los ciudadanos pertenece 
« á ella. 

« Quien le niegue su oro y su sangre será casti- 
» gado con la pena de muerte ». 

Es de suponerse el efecto que producirían en el áni- 
mo de los sitiados los decretos y proclamas del in- 
cansable ministro de la Guerra, á quien tan pronto 
se le veía en su despacho como en la línea de forti- 
fícadón, ora reconociendo los víveres, ora promo- 



(1) He aqui sus p&rrafos principales: 

•c La conquista de nnestra patria es imposible. Ella está re- 
» presentada en su administración y sns ejércitos, por oinda- 
» danos qne, aún oprimidos por el pie de los degoUadores, no 
» la confesarían vencida y morirían como mneren los cinda- 
» danos de un pueblo destinado á morir independiente. Noa- 
» otros comprendemos que nuestra bella, nuestra querida, núes- 

> tra noble Montevideo desaparezca del mapa de las naciones, 
» pero no que caig^, asi como existe, bajo el poder de Rosas ; 
» que sus hombres de sangre descansen bajo sus techos y la 
» llamen la ciudad esclava; que se repartan sus despojos y la 
» reduzcan á lo que consideran su estado normal: al atraso, á 
» la miseria, la humillación. Si cae Montevideo, no caerá asi; 

> bien lo sabe Dios, morir ó salvarla! 

« Mblohob PAOaBCOTOms.— AkdrAs Lamas*». 



VIDA DB MBLCHOR PACHBOO T OBB8 89 

viendo snscripcíones para el aumento de la hacienda. 

£1 Gobierno de la Defensa, ante la inminencia del 
peligro qae le amenazaba,, empezó á utilizar los ser- 
vicios de alguhos emigrados argentinos que se ofre- 
cieron con el mayor desinterés á servir la cansa de 
la libertad, que se defendía dentro de los muros de 
la invicta Montevideo. 

Entre ellos estaba el ilustre táctico don José Ma- 
ría Paz, militar de recomendables antecedentes que 
había inmortalizado su nombre durante la guerra de 
la emancipación americana, habiendo también con- 
tribuido á derrocar el poder brasileño en el Uruguay. 

Se le confió, teniendo en cuenta sus relevantes mé- 
ritos, la Comandancia General de armas, y, desde este 
momento, entre él y Pacheco se dejó entrever una es- 
pecie de rivalidad que debía ser perjudicial en días 
no lejanos. 

A pesar de esto, marcharon todavía de acuerdo 
durante algún tiempo. 

Pacheco, siempre entusiasta y decidido, ideaba co- 
sas nuevas que venían á fortalecer la defensa de los 
sitiados. 

Una tarde hizo que sus soldados cavasen fosos en 
toda la línea de fortificación, lo que produjo hilaridad 
á los periodistas del Cerrito, dándoles ocasión para 
escribii* uno de aquellos artículos furibundos que 
parecían escritos con la sangre de sus innumerables 
víctimas. 

« Pronto, decía un diario que recibía inspiración de 
» Villademoros, esos fosos que estáis cavando serán 
» vuestros sepulcros. ¡Insensatos! ¿Pensáis resistir 
« á catorce mil soldados que en cien combates se han 



84 LBOOARDO UiaUBL TORTBROLO 

» cubierto de laureles? No os queda otro recurso que 
» implorar el perdón del ilustre general Oribe, si no 
» queréis que vuestras cabezas suban tan altas como 
» las de los salvajes unitarios Avellaneda, Acha, etc. » 

Al emplear ese estilo grosero y jactancioso, los si- 
tiadores erraban el golpe, pues lejos de hacer fia- 
quear el nervio de la resistencia, hacían que ésta re- 
cobrara más pujanza. 

El ministro de la G-uerra contestaba á los articu- 
listas enemigos fundando los hospitales Civil y Mi- 
litar; la Gasa de Inválidos; la Sociedad de Socorros 
Mutuos; el Tribunal Militar, presidido por el Gene- 
ral en Jefe de las fuerzas, y como si quisiera reali- 
zar el sueño de Artigas, de que fuesen los orientales 
tan ilustrados como valientes, creó la Escuela del 
Ejército en la misma casa del Ministerio de la Gue- 
rra; confeccionó su programa é inauguró la apertura 
de clases con un elocuente discurso, en el que su 
imaginación oriental se desbordó en un harmonioso 
torrente de imágenes brillantes y atrevidas metá- 
foras. 

Muchas veces su espíritu apasionado le hacía obrar 
sin la meditación necesaria, lo que mucho le perju- 
dicaba, perjudicando á la vez, por acción refleja, á los 
propios intereses de la Defensa, como lo evidencia 
una célebre carta que, en mala hora, dirigió á Manuel 
Oribe el 11 de septiembre de 1844. En ella le decía, 
entre otras cosas, lo siguiente: a Las leyes de la Re- 
» pública me prohiben comunicar con usted en su ca- 
» lidad de traidor; pero como además reúne la de jefe 
» del ejército del G-obernador de Buenos Aires, en el 
» interés de la humanidad he creído deber proponer 



yn>A DB MBLOHOB PAOHBOO T OBBB 86 

» & usted para lo sncesivo el canje de prisioneros, 
» qne^ una vez establecido, disminuirá en mucho los 
» horrores de una guerra en que todos los principios 
» de aquel mandatario feroz se ponen en práctica, 
» por los unos, para agradarle y obedecerle; por los 
» otros, para hacer uso del más justo derecho de de- 
» fensa: la represalia » • . . 

El objeto que perseguía al dirigir esta comunica- 
ción al (General adversario, no puede ser más digno de 
aplauso, dado los móviles generosos y humanitarios 
que la inspiraron. Pero la forma empleada, hiriente y 
declamatoria, hacia suponer al espíritu más imprevi- 
sor, que lejos de calmar los odios y las escenas ho- 
rribles de una guerra á muerte, éstas recrudecerían 
con un salvajismo más atroz. 

La carta no mereció ni siquiera respuesta, pero 
Oribe aguardó á que se presentara la oportunidad 
para vengarse en la persona de Pacheco. 

La hora anhelada se presentó de inmediato. 

£1 extravío de unas alhajas que varias personas 
habían donado á la Casa de Monedas de la plaza, en 
cuyo funcionamiento tenía Pacheco una parte prin- 
cipal, dio motivo al Atila del Cerrito para insultar, 
en términos altisonantes, en cLa Gaceta » de Bozas, 
al benemérito jefe de la Defensa. 

Después de prodigarle los insultos más soeces, ter- 
minaba llamándole ladrón. 

Otro ataque cualquiera no hubiese producido nin- 
gún efecto en su ánimo, pero éste se relacionaba con 
lo que más quería: el honor, del cual se había pre- 
ocupado que brillara en él con]^una pureza inmacu- 
lada. 



96 LBOOARDO MIGUBL TORTBROLO 

Oniado por los impulsos vehementes de Étt fogoso 
corazón, saHó & la premsa á hacer su defensa, porque 
ella importaba, según sus palabras, un acto de justi- 
cia á los principios que se defendían dentro los mu- 
ros de la ciudad heroica. 

Después de tm sinnúmero de consideraciones acerca 
de su actitud en los negocios de Bstado, que acredi- 
taban su acrisolada honradez, terminaba su artículo 
recordando algunos párrafos de una de sus proclamas, 
al hacerse cargo en Mercedes de la división de Só- 
riano: «Vengo á este destino, decía, sin poseer nada, 
» siendo uno de los hombres más pobres del ejér- 
» cito. Lo prevengo á ustedes así, para que, si al de- 
» jar la Comandancia del Departamento tengo algo, 
» puedan llamarme ladrón». 

Y, en efecto, ni entonces, ni más tarde, tuvo aquel 
austero ciudadano bienes de fortuna, y menos aún 
negociaciones leoninas en las que pudiera lucrar. 

En esta época se produjeron serias desavenencias 
entre el general Paz y Pacheco, las que ocasionaron 
el alejamiento del jefe argentino, aunque se dijo que 
su retiro respondía á la ayuda que iba á prestar á la 
revolución correntina de Madariaga. 

La separación de un militar de la talla de Paz, era 
de lamentarse, pues perdía la Defensa á uno de sus 
principales sostenedores. 

Más tarde, deberían encontrarse ambos rivales en 
las horas tristes del destierro, comprenderse y estre- 
charse en un abrazo fraternal. 

A pesar de estos pequeños incidentes, los defenso- 
res de Montevideo seguían, unidos, en lucha abierta 
con el obscurantismo y la barbarie. 



VIDA DB mLOHOR PACHBCO T OBB8 87 

Las medidas severas tomadas por el Ministro de 
la Guerra, haoian que se respetaran todos los man- 
datos gobernativos. 

A énalqnier persona que se le encontraban comti* 
nicaciones del enemigo, se le pasaba por las armas. 

Sn virtud de esta medida disciplinaría, fué ejecu- 
tado, el 16 de octubre de 1844, el comerciante de la 
ciudad don Lnis Baena. Este acto obedecía á una co- 
rrespondencia encontrada en un lanchfo procedente 
del Buceo j apresado por Ghtríbaldi, la que compro- 
metía en alto grado á Baena. 

Pacheco constituyó el tribunal, y el reo fué con- 
denado á muerte á las 44 horas del apresamiento del 
buque. 

Inútiles fueron todos los ofrecimientos que se le 
hicieron para que salvara de la pena capital al preve- 
nido, y aún resuena en todos los oídos, transmitida 
de generación en generación, como los versos magis- 
trales de Homero por los antiguos rapsodas, la res- 
puesta que dio á los comerciantes que le ofrecieron, 
por la vida de Baena, seis mil pesos y un uniforme 
para cada soldado del ejército: Si la vida se com- 
presa por dinero, no habría rico que muriese. 

Los enemigos de Pacheco y particularmente los 
que lo son de la Defensa de Montevideo, ven en este 
hecho un crimen horrendo, sin atenuación alguna y 
rodeado por doquiera de las más comprometedoras 
agravantes. 

Sólo espíritus movidos por un partidarismo exage- 
rado, pueden condenar un acto que, además de estar 
justificado por prueba escrita, lo explican con per- 
fecta lógica las propias leyes de la guerra. 



LSO0A&DO MiaUBL TORTBROLO 



¿ Qué se hace en toda ciudad sitiada, cuando alguien 
vende los secretos de la defensa al sitiador? 

El lector responderá & esta sencilla interrogación, y 
esa respuesta será la mejor justiiEicación de Pacheco. 

Si algo puede objetársele en este caso, no es en rea- 
lidad la consumación del hecho, sino la forma én que 
él fué llevado á efecto, habiéndose obrado con exce- 
siva premura. # 

Esta ejecución fué, hasta cierto punto, ejemplar, por 
la encumbrada posición del reo, siendo lo suñciente 
para que no se volvieran á repetir esos hechos de es- 
pionaje, que rechazan con dignidad todas las concien- 
cias honradas. 



CAPITULO VI 



SUMARIO.— Actitud de Iob legionarios franoeiei.— Imaginaria 
revolnoión de Pacheco al Qobiemo de Snáres. — Cómo se 
desvirtúa. —Bnidosa cuestión con el almirante brasUefto. — 
Destierro de Pacheco al Janeiro.— Vuelre al pais y se le 
oonña el mando del ejército. — Bevolución del 1.^ de abril 
y expatriación yoluntaria de Melchor Pacheco. 



Los meses y los años se deslizaban velozmente y la 
resistencia, contra los aliados del tirano, adquiría, con 
el transcurso del tiempo, más grande importancia. 

El patriotismo había alcanzado su más alta ex- 
presión. 

Las madres, novias y esposas impelían á sus hijos, 
prometidos y compañeros, á concurrir á formar con 
BUS pechos la muralla sagrada que salvase la sobera- 
nía nacional. 

Además, el recuerdo querido de Marcelino Sosa, el 
bravo entre los bravos, según la feliz frase de Pa- 
checo, en el hermoso discurso con que le despidió al 
borde de la tumba; el no menos grato de Neira, Ca- 
rro y otros héroes, servía de aliento á todos los co- 
razones, habiéndose formado algo así como una fan- 
tástica leyenda acerca de esos varones ilustres que 



40 LBOGARDO MIOUBL TORTBBOLO 

supieron morir con la imperturbable serenidad de gla- 
diadores romanos. 

El entusiasmo de nuestros abuelos no tardó mucho 
en inflamar el sentimiento patriótico de los extran- 
jeros residentes en la Capital, y apenas pasó un año 
sin que se organizaran en batallones de voluntarios, 
para secundar la obra de los sostenedores de la Nueva 
Troya, dentro de cuyos estrechos límites se defen- 
día, con valor helénico, la civilización sudamericana. 

Los italianos se pusieron bajo las órdenes de José 
Oaribaldi, proscripto de Italia, que, pocos meses an- 
tes de comenzar la Defensa, había tomado parte en 
la revolución de Rio Grande ; y los franceses confía- 
ron su dirección al coronel don Juan Crisóstomo 
Thiébaut, valeroso marsellés que había combatido 
como un león en Waterlóo y cuya alma meridional 
era de fuego en las horas terribles del combate. 

Esta levantada actitud de los vastagos de la vieja 
Gkilia, siempre amigos decididos de la libertad, no 
fué del agrado del cónsul don Teodoro Pichón, quien 
reclamó al Ministro de Eelaciones Exteriores, el que 
le contestó con evasivas, dando esto margen ¿ la par- 
tida del Cónsul que se retiró en enero de 1844, lle- 
vándose consigo á todos los empleados del Consulado. 

La corte de Francia, así que tuvo noticias de lo 
acaecido, exigió de inmediato la licencia de sus sub- 
ditos de Montevideo. 

El asunto dio, sin embargo, tema para algunas se- 
siones tumultuosas en las cámaras francesas, pues 
Thiers abogaba por los intereses del Gobierno de la 
Defensa, mientras que Guizot sostenía la tesis con- 
traria: el desarme. 



VIDA DB MBLCHOR PACHBCO Y OBB8 41 

La cuestión de principios triunfó tras prolongados 
debates y se decretó la deposición de las armas. 

El almirante Laido pasa entonces una extensa nota 
al Ministro del Exterior^ kaciéndole saber la real vo< 
luntad de Luis Felipe y entregando en pliego cerrado 
un ultimátum, en el cual se estipulaba el plazo que 
se concedía al Gobierno Uruguayo para efectuar el 
licénciamiento de los legionarios franceses. 

Padieco era el hombre de los grandes momentos. 
Cuando acontecimientos inesperados hacían temblar 
el corazón de sus compañeros, él, en pie, con la fir- 
meza varonil de Prometeo, desafiaba la corriente ad- 
versa del Destino. 

Así fué que apenas conocida del Presidente de la 
República la firme resolución del G-obierno francés, 
llamó ¿ su Ministro de la Guerra y le ordenó que li- 
cenciara la Legión. 

Éste ya había trabajado á los legionarios para que 
tomasen carta de ciudadanía oriental, y aprovechó 
la oportunidad de haberles dirigido Thiébaut un en- 
tusiasta discurso sobre el mismo tópico, W para i*eu- 

( 1 ) Gomo tm» praeba de admixftdidn y gratitud al «Itmist» 
«spirita franoés, reprodacimoB en seguida la herniosa proclama 
del jefe legionaiio: 

cCamaradas: 

»B1 Cónsiü ha hablado en nombre del Bey; subditos fíeles 

> debemos obedecer. SI jefe de la nación, mal informado de los 

> acontecimientos, ha investido al Cónsul con una confianza 
* de que él abusa, pero que debemos respetar. La ceeruedad del 
» Cónsul podría tenerlas más funestas consecuencias, que ¥nes- 
» tra sabiduría y vuestra moderación saben preverlas. 

» Que entre nosotros y él, nuestro pais no .pueda dudar 

> cuando llegue el dia en que nuestros actos sean juagados. 



42 LBOGARDO MIOUBL TORTORÓLO 

nirlos en la plaza Oonstitución y hacerles saber cuál 
era el deseo del rey de Francia y lo resuelto por los 
poderes del Estado. 

Su bella alocución terminaba asi, dando ya por 
sentado el cambio de ciudadanía. «Franceses: el día 
» del peligro tendréis la derecha en nuestras filas y 
> de hoy para siempre el primer lugar en nuestros 
» corazones. La única conquista que esta tierra po- 
» dria sufrir hoy, vosotros se la habéis impuesto; si, 
» habéis conquistado su amor, su gratitud, su admi- 
]» ración de un modo indeleble. 



«Oamaradas: Se nos prohibe lleyar nuestra cucardA; hare- 
mos como hizo la Guardia imperial, la colocaremos sobre 
nuestro corazón: nuestro estandarte es un obstáculo, arrié- 
mosle hasta mejores días ; le hemos visto flotar ya ante el 
enemigo, su recuerdobastaráparaasegurar nuestra victoria: 
el nombre de la Legión Francesa atemoriza i, Bozas; toma- 
remos el nombre de voluntarios, y nuestros hechos demostra- 
rán bastante á los satélites del tirano, que ellos son realiza- 
dos por los voluntarios franceses. 

» Amigos: cuanto mayores son los peligros, más mérito hay 
en sobreponerse á ellos. Nuestra moderación causa la desespe- 
ración de nuestros enemigos, al mismo tiempo que asegura el 
triunfo de la causa. La BepúbUca Oriental os será deudora 
de dias de reposo, y la Francia tendrá presente los sacrificios 
que hacéis hoy dia en su nombre. Permanezcamos siempre 
unidos y siempre estaremos fuertes. Un Cónsul nos es hostil, 
pero el poder de un Cónsul no es nada ante el imperio del 
buen derecho. Nos quejaremos al Bey de los graves males 
que nos hace su agente, y el Bey nos hará justicia. Recorda- 
remos á la Francia las hostilidades de su representante, y la 
Francia, mejor Instruida, entonces nos llamará sus hijos 
» Becurriremos, por último, al arbitro supremo, por la mal- 
dad de algxmos hombres, y pronto veremos romperse nues- 
tras cadenas. 

* Amigos: perseverancia, unión, valor, y siempre sentiremos 
latir nuestro corazón con orgullo, á los gritos de ¡ Yiva la 
Francia! {Viva la Libertad I» 



VIDA DB MHLGHOR PACHBOO Y OBB8 43 

» Cuando la resolución que excita vuestros entu- 
» siasmos traspase el océano, la gigante nación se pon- 
» drá en pie, os batirá las palmas, j llena de orgullo 
» exclamará : ésos son bien dignos de pertenecerme, 
» bien dignos del nombre francés: ellos han salvado 
» entre peligros la gloria de la Francia!». 

Estas palabras, pronunciadas en el elocuente idio- 
ma de Bousseau, con la pasión y el fuego que domi- 
naban á Pacheco, entusiasmaron á los soldados fran- 
ceses, los que, desde la plaza Constitución, fueron á 
la de Cagancha^ dando vivas al Ministro de la Gue- 
rra, á la República, á la Libertad y á la Francia^ di- 
solviéndose en la última de las plazas citadas y entre- 
gando las armas á Pacheco, en su calidad de delegado 
del Poder Ejecutivo. 

Inmediatamente corrieron á presentarse al virtuoso 
don Joaquín Suárez, para pedirle que utilizara sus 
servicios como ciudadanos uruguayos. 

El esclarecido anciano les aceptó el ofrecimiento^ 
ahogado en llanto, proclamándolos de nuevo Melchor 
Pacheco, que los llamó, en un arranque de magnífica 
elocuencia, hijos de los vencedores de Austerlitz y 
de Marengo, entregándoles la cucarda con los colo- 
res nacionales, la que se pusieron sobre el pecho, se- 
mejando las primeras huestes cristianas cuando se 
ponían la cruz para combatir las invasiones de los 
pueblos bárbaros. 

Era necesario talento, y más que talento, mafia po- 
lítica, para hacer renunciar su ciudadanía á hijos de 
la Francia, tan celosos, como lo son, del sentimiento 
patrio. 

Sin embargo, Pacheco lo consiguió, y á pesar de sus 



44 lAOeARIM) MieUBL TORTBROLO 

grttBcLes esfuerzos por fortalecer la Defensa, no dejó 
de cidomniársele j hacerle aparecer ante los ojos de 
la opinión páblica como un demagogo ó ambicioso 
vulgar. 

Hombre de talla gigantesca, tenia, como todos los 
de su estirpe, gran númwo de enemigos, los que tra- 
taban de arruinarle, de motejarle 7 de perderle en todo 
momento. 

Don Joaquín Suáres, cuyas virtudes y abnegacio- 
nes ejemplares nadie se atrevería i desconocer, se 
contó también en el número de los adversarios de 
Pacheco, y no quería que éste, una vez retirado el 
genial Paz, tomara el mando del ejército y la direc- 
ción de la guerra. 

Sucedía, pues, que cualquier cosa desfavorable que 
le dijeran de Pacheco, si bieu no la creia, la totleraba 
al menos, dada su animadversión hacia la persona de 
aquel pundonoroso militar. 

una de las acusaciones quorha pasado é la poste- 
ridad, y que, á resultar cierta, hubiese sido una |pran 
mancha para su mtfnoria, es la imaginaria revolución 
al Gobierno de la Defensa, lo que no deja de ser más 
que una vil trama, urdida por sus enconados adver- 
sarios políticos de entonce^. 

£1 único MTgumento que emplean los que preten- 
den justificar icse m&HnfrekaoBíidOj es uua carta.oon- 
fidencial de Suúrez á Rivera, la que nada^prueba res- 
pecto á Pacheco y que evidencia, hasta cierto pmito, 
lo infundado de la acusación. 

SI documento de la refevenoia está feohadp en Mon- 
tevideo el 29 de octubre de 1844, y su parte substf^n- 
cial es la siguiente : c Pacheco proyecta el día antes 



VIDA DB MBLOHOR PAOHBOO Y OBBS 45 

» de recibirse Sayago del Mioisterio, echar abajo por 
» entero al G-obiemo Constitucional, quitar las Cá- 
» maras y apoderarse de toda la autoridad bajo el 
» carácter de General ó gobernador müitar. En efecto, 
» esa tarde trajo á la plaza una batería volante de 
» cuatro piezas que causó inquietud, j 70 mismo pasé 
» á informarme del oficial que las conducía,el objeto 
» que tenía 7 qué órdenes había recibido. 

« Después supe que esa noche pensaba dar el golpe 
» 7 publicar al amanecer un manifiesto (^) >. 

T, á renglón seguido, agregaba esta frase irónica : 
este Joco nada había dicho á Florea^ BaiUSj Díaz y 
demás jefes. 

¿Qué persona que tenga ligeras nociones de filo- 
soña histórica, puede creer en este atentado ilusio- 
nario? 

¿Cómo Pacheco, teniendo un ascendiente tan pode- 
roso sobre los jefes citados, no les hizo saber sus in- 
tenciones, 7 cómo Suárez, conocedor de los pro7ec- 
tos de su Ministro de la Guerra, no lo depuso en el 
acto? 

Para llevar á cabo una revolución semejante, ¿no 
era menester esperar la obscuridad 7 el silencio de 
la noche? 

T, ¿por qué no dio el golpe? 

Aunque sólo la más débil idea revolucionaria hu- 
biese cruzado por la mente de Pacheco, éste, cono- 
cida su audacia 7 talento, no habría cometido el error 
de llevar baterías á la plaza pública en pleno día, ni 
mucho menos guardar silencio á militares 7 camara- 

(1) Dx-MabU: AmUéé de la Defmm de Montevideo. 

TIDA DB M. P. T OBSl. 5. 



46 LBOOÁSDO MIQÜBL TOSTBROLO 

das sobre los que él tenia una inflneneia ilimitada, 
como lo testimonian sucesos posteriores. 

La prueba &Ua por sn propia base y la imputación 
queda destruida por completo. 

En cuanto á la carta de Su¿rez, ella se explica por 
el apasionamiento de la época, pues el Presidente, 
aunque era más justo que Catón, tenia como éste sus 
debilidades y sus yerros, puesto que ellos son inhe- 
rentes á todo ser humano, incluso los elegidos. 

Al poco tiempo de dirigida la comunicación de que 
nos ocupamos al general Bivera, un grave incidente 
vino á cambiar el curso de los acontecimientos. 

ün individuo apellidado Ravena, desertó de un 
buque de guerra brasileño y fué tomado prisionero 
por la Legión Italiana. 

Los brasileños reclamaron la entrega del desertor, 
pero como lo hicieran acompañados de un aparato 
hostil de la escuadra. Pacheco y Obes se trasladó ai 
bergantin de guerra nacional 28 de Marzo, con el 
propósito de rechazar por la fuerza cualquier avance 
de la escuadra brasileña, recibiendo alli la intima- 
ción de entrega del requerido, á lo que contestó, in- 
vocando el nombre del Gobierno, «que el reclamado 
^ sólo saldria de alli cuando se tratara el asunto 
» como se hacia entre pueblos civilizados, y, sobre 
» todo, cuando no quedaran vestigios dcd aparato bé- 
» lico que tenia á su vista. » 

Pero el Presidente de la Defensa y don Santiago 
Vázquez, temerosos de que se enardecieran los áni- 
mos y se produjera un conflicto, tienen una confe- 
rencia con el almirante don Juan Pascual Grenff el y 
se apresuran á solucionar el incidente con el Minis- 



VIDA DE MBLCHOR PACHBOO T 0BB8 47 

tro brasileño, sin consultar á Pacheco y antes de 
que la escuadra imperial hubiera tomado á su fon* 
deadero. 

El Ministro de la Guerra encontró todo eso depre- 
sivo para el honor nacional, y, herido por la actitud 
del Gobierno, presentó su dimisión en una nota agria 
y descomedida. 

Suárez aceptó inmediatamente la renuncia y nom- 
bró para sustituirle al general Bauza. 

Apenas enterado el ejército de la separación de 
Pacheco — al que profesaba una ciega i<i^latria — tomó 
las armas y se rebeló. 

£1 Poder Ejecutivo, haciendo entonces uso de las 
facultades extraordinarias que le concede la Consti- 
tución, decretó el destierro de Pacheco, quien, á pe- 
Bar de tener en su favor las simpatías del soldado, 
supo resistirlas, embarcándose con destino á Bío 
Janeiro en la fragata francesa L'Afrieaine. 

Este caballeresco procedimiento de Pacheco prue- 
ba, de una manera concisa y terminante, que no era 
hombre de motines, pues si tal hubiese sido, muchas 
Veces pudo haberse apoderado del mando supremo, 
valiéndose precisamente de ese cariñoso afecto y de la 
lealtad extrema que le demostraban sus subordinados. 

Al alejarse del suelo de la patria, su alma de poeta 
sintió los agudos estremecimientos del dolor, arran- 
6ando á su lira de oro las bellas estrofas que van á 
leerse é intituladas «Adiós». 



Desprende el aaola el ber^ntln releró, 
Vuelve 1« espalda á la oindad querida, 
,Y tranquilo contempla el marinero 
La blanca vela del noroeste henchida. 



48 LBOaAKDO MIOUOL TOBTIÜROLO 

Sobre Ima olma del inmenso Plata 
Oíada omge la espnmante prora; 
\Ay del que en bracos de fortuna ingrata 
Ye de in patria la postrer ánrora! 

Bn el mástil un pabellón ondea 
T el desterrado con dolor le mira: 
I No es el de nneve f«jas qne flamea, 
Amor del libre y del tirano ira! 

CantiTO va sobre extranjera nave 
Á demandar al extranjero tierra... 
i Dios á la patria de la mancha lave 
Y le dé el triunfo en su gloriosa guerra! 

Habiendo rechazado de lleno, tanto el cargo de Mi- 
nistro Plenipotenciario cerca del Gobierno brasilefto, 
como la pensión que se le asignó para que atendiera 
dorante el destierro á las necesidades de la Yida, se 
Yió, más de una ycz, en duros trances y hasta priYado 
del sustento. 

Sin embargo de esto, jamás salió de sus labios, ni 
brotó de su pluma, una frase de censui*a para sus con- 
ciudadanos, jf por el contrario, los defendía cuando 
alguien les acusaba de ingratitud. Así se explica que, 
en contestación á una carta de su amigo don Bentos 
González de SilYa, se expresara en estos términos 
el 1.*^ de abril de 1845: «En cuanto á mí, decíale, si 
» es cierto que estoy desterrado, no lo es que mi pa- 
» tria sea ingrata como usted lo dice, porque cuando 
» la he serYÍdo he cumplido con mi deber, y nada más; 
» de suerte que nada tiene que agradecerme. » 

Y quien empleaba un lenguaje tan patriótico, sen- 
tando principios de Ycrdadera moralidad cÍYÍca, daba 
fin á su misÍYa agradeciendo el ofrecimiento de di- 
nero que se le hacía, para rogar á su camarada que 



VIDA DB MBLGHOR PAGBBCO Y 0BB8 49 

le consiguiera un empleo de acarreador de ganado ó 
de mayordomo de una estancia ! . • 

Por suerte, el distinguido organizador de la De- 
fensa de Montevideo no tuvo que recurrir, como en los 
años de la juventud, á los trabajos camperos. Su pre- 
sencia era necesaria en la ciudad sitiada, para garan- 
tizar el triunfo de la buena causa. 

El Gobierno, que participaba de esta idea, le dio 
orden de regresar cuanto antes á la Capital, por ne- 
cesitar la República de mis importantes servidos W. 
Pacheco, que nunca había albergado odios insanos 
en su corazón, se puso en marcha hacia la tierra de 
sus caros ensueños, y el 1.** de diciembre de 1845 
las voces de cuatro mil soldados lo victoreaban en 
unísono coro, con entusiasmo delirante, como en los 
mejores días pretéritos, cuando, al frente de cien tro- 
yanos, derrotaba cerca del Cerro á una columna ene- 
TOcágB, y caía muerto el general oribista Ángel Núfiez. 

Al día siguiente se le nombró, por decreto. Jefe de 
la 1.^ división del ejército, haciéndose cargo inme- 
diatamente del puesto que le confiaba el Gh)bierno 
nacional. 

Como acostumbraba á hacerlo, proclamó en per- 
sona á sus soldados, recordándoles que juntos habían 
sufrido los sinsabores del Sitio y que juntos gozarían, 
tal vez en época no lejana, de las caricias embriaga- 
doras de la victoria. 

Aun no hacía un mes que ocupaba este nuevo des- 
tino, cuando estalló un motín en la 4.^ compañía de 



(1) Párrafo de la nota pasada al Ministro uruguayo en Río 
Janeiro. 



60 LBOOABDO MlduBL TOBTBROLO 

la Legión Italiana. Qracias á sos esfuerzos y 4 la 
eficaz ayuda de algunos oficiales de la Legión^ pudo 
restablecerse la calma y aprehender á los culpables. 

Una orden general, dictada por Pacheco el 15 de 
diciembre, nos demuestra qué clases de medidas se 
toBuuron para que hechos tan bochornosos no se re- 
pitieran con frecuencia. 

« El Gobierno ha determinado, dice aquélla, que 
» sean expulsados del país los promotores del desor- 
» den, lo que tendrá lugar in-emisiblemente el día de 
» mañana. Que este acto de rigorosa justicia, sea un 
» saludable ejemplo para aquellos que no conozcan 
» que el primer deber del hombre & quien la sociedad 
» conña sus armas, es proteger el orden público en 
» vez de perturbarlo. » 

Este era el único modo de imponer el orden y el 
respeto á la autoridad; por eso, Pacheco imprimía á 
la Defensa una fuerza prodigiosa, siendo su volun- 
tad de hierro el ariete f c^nidable contra el cual se 
estrellaba la prepotencia liberticida de los déspotas. 

Pero, parece que la desgracia le perseguía con te- 
són y que el ave negra de los odios desplegaba sus 
alas fatídicas sobre su cabeza de luchador. 

Acontecimientos tristes de recordar debían suce- 
derse en breve, y ser, para Pacheco, funestos en alto 
grado. 

El general Rivera, ex Presidente de la República 
y, en esa época, emigrado político, decidió venir 
á Montevideo, por haberle escrito don José Luis Bus- 
tamante que no se le impediría el desembarque, 
llegando al puerto, el 18 de marzo de 1846, á bordo 
del bergantín español Fomento. 



VIDA nm MUOHOlt PAOHSOO T OVES 51 

Pretextando qae su estadía en la Capital eeria 
breve, puesto que pasaba de viaje para el Paraguay, 
elevó un comunicado al Gobierno, pidiéndole su auto- 
risación para bajar 4 tierra, la que le fué denegada, 
laneándose, además, un decreto por el cual se dejaba 
sin efecto su misión al Paraguay 7 se le desterraba 
fuera de cabos. 

Empieza entonces una polémica entre Bivera y el 
Oobiemo. 

Mientras se efectuaba este cambio de notas, dofta 
Bernardina Fragoso, seliora del General, secundada 
por algunos partidarios del caudillo, tramaba sigilo- 
samente una revolución que, triunfante, permitiría 
á su esposo quedar en Montevideo. 

Pacheco 7 Obes, que conocía los trabajos de los. 
riveristas, lansa una proclama el 29 de marsM) desde 
la línea de la Defensa, en la que aconseja el respeto 
á las le7es 7 á los poderes constituidos, agregando 
que serian unos candombera quienes pretendieran 
ediar abajo á la autoridad legalmente constituida. 

A pesar del celo desplegado por el jefe de la pri- 
mera división, el movimiento había tomado grandes 
proporciones^ 

Sn las primeras horas de la maf&ana del 1.^ de 
abril de 1846, dos sargentos del 4.® batallón que co- 
mandaba César Días, son los primeros que se insu- 
rreccionan al grito de ¡viva Bivera!, plegándoseles 
en seguida el batallón 5.^ 7 los legionarios extran- 
jeros. 

Al principio, los revolucionarios no encuentran jefe 
á quien darle la. dirección del movimiento, pero, des- 
puéa de algunas deliberaciones se deciden confiarla 



52 LBOGARDO MIGUBL TORTBROLO 

á un mayor r iverista llamado Luis Almada, el cual días 
antes había sido preso por creérsele complicado en 
trabajos subversivos. 

Acto continuo, se dirigen á tomar la Comandancia 
de Marina, donde se resiste con heroísmo singular, 
duraate dos horas, el coronel Jacinto Estivao, tan 
galano escritor como pundonoroso militar, cayendo 
muerto en la acción, al lado del joven teniente Lorenzo 
Batlle, llamado á hacer una carrera brillante, tanto 
por sus relevantes dotes de inteligencia como por las 
bellas prendas de carácter que le adornaban. 

Los jefes de la revolución piden entonces que se 
libre despacho para que pueda desembarcar Bivera, 
á lo que se opone Pacheco, diciendo que él iba á mar- 
char contra los insurgentes. 

£1 Ministro francés, compadecido del triste espec- 
táculo que ofrecían los sitiados á la vista del enemi- 
go, entra á hacer el papel de mediador y, luego dete- 
ner una conferencia co9 Pacheco, logra persuadirlo 
de la conveniencia que existía para la Defensa en 
que terminase á la brevedad posible la lucha civil. 

A las pocas horas de esta entrevista, Rivera des- 
embarca acompañado de un sacerdote Vidal, y Pa- 
checo se embarca en L'Africainej con el propósito de 
evitar, en todo lo que estuviese á su alcance, el derra- 
mamiento de sangi*e entre los que defendían la liber- 
tad de la patria. 

Esta vez, la actitud del vencedor de Haedo no pu- 
do ser más triste é incorrecta. 

Jamás un hombre de sus antecedentes debió fo- 
mentar la discordia entre sus hermanos, incitando 
las pasiones, los afectos y los intereses hasta el punto 



VIDA DB XBLGHOB PACHBCO T OBB^ 68 

de desgarrar, con una lucha fratricida, el corazón de 
un pueblo que luchaba denodadamente cohtra un 
ejército extranjero. 

Si él era hombre de valimiento y su presencia en 
la Capital llegaba á hacerse necesaria, ya el Gobierno 
trataría de buscarle y de utilizar para el bien #omún 
sus aptitudes, reivindicándose asi ante la sociedad y 
el partido. 

El general Rivera olvidó en esta circunstancia que 
el motín sólo es empleado por el cobarde y el clesleal, 
y que el arma de los grandes y los fuelles es la que 
proporciona el curso natural de los sucesos. 

Pacheco y Obes demostró, por el contrario, mucho 
más patriotismo. 

Viendo que su permanencia en Montevideo se ha- 
cía difícil, estando Bivera investido del cargo de 
^ General en jefe del ejército, no trepidó ni un solo ins- 

tante en salir del país. 

Una grave enfermedad, eicasionada en gran parte 
por la tristeza que le produjo la muerte de Estivao, 
— el amigo querido que le había acompañado en las 
horas amargas del destierro y el héroe que, momentos 
antes de morir, había respondido á la voz de rendi- 
ción: Pacheco me encontrará vivo ó muerto en el 
puesto en qtue me ha d^ado, — puso en serio peligro 
su preciosa vida. 

Esta circunstancia hizo que no pudiera partir á su 
ostracismo voluntario hasta el 28 de julio, en cuya 
fecha partió á bordo del navio de guerra Proeerpina, 
dejando por segunda vez á la ciudad troyana en lucha 
abierta con el poder del tirano argentino. 



CAPÍTULO vn 



8UKAKIO.— Betoma de nue^o á la patria. — Le Pródoor y U 
paa*-— Oposieión de Paoheoo*— Be enviado en misión diplo< 
mátioa cerca del Gobierno francés.— Importancia de esta 
misión. — Curso del negociado j pas del 8 de ootnbre. 



£1 Gobierno de la Defensa había creído conve- 
niente utilizar los servicios de Paobeco en el extran- 
jero, confiándole el cargo de Ministro Plenipotencia-f 
rio cerca de las repúblicas de Solivia y Venezuela. 

Esta misión tendría por objeto el arreglo defini- 
tivo de límites entre varias potencias americanas, y 
ver si se podía efectuar un movimiento de opinión 
contrario á los planes y pretensiones del dictador 
Bozas; «todo lo cual estaba consignado en una eru- 
» dita memoria escrita por don Francisco Magari- 
9 ños, persona de reconocida competencia, que, des- 
» pues de la muerte de los señores Lucas José Obes 
» y Santiago Vázquez, había pasado 4 ser el consejero 
» de confianza del general Fructuoso Rivera.» (i) 

El erario público no estaba en condiciones de su- 
fragar gastos de esa naturaleza. 

(1) Albxbto Paloke^uk: EtAudioM higiérieoi. 



56 LBOGARDO HI6UBL TORTBROLO 

Así lo comprendió el doctor Manuel Herrera y 
Obes, cuando subió al Ministerio en 1847, dejando sin 
efecto la misión Pacheco y nombrando, en cambio, i 
don Andrés Lamas Ministro Diplomático cerca del 
Gobierno del Brasil, medida ésta impuesta por las 
necesidades de la política, como el medio más seguro 
para destruir las tramas del representante argentino 
en el Janeiro. 

Lamas se trasladó inmediatamente á la capital flu- 
minense á hacerse cargo del nuevo puesto y á empe- 
zar los trabajos que, con tanto éxito, debía terminar. 

Este ciudadano era, como sabemos, íntimo amigo de 
Pacheco, desde que había desempeñado las altas fun- 
ciones de Jefe Político y de Policía del Departamento 
de la Capital. Por esto, apenas se hubo enterado de 
la situación en que aquél se encontraba, escribió al 
Ministro de Gobierno, aconsejándole que le llamase, 
por ser él único hombre capaz de organizar el ejér- 
cito de la Defensa, 

Las relaciones de don Manuel Herrera con su pa- 
riente Pacheco, eran poco cordiales, pero esto no obs- 
taba á que reconociera sus múltiples talentos y le 
profesara cierto afecto. 

Sucedió, pues, lo que era de esperarse. 

Al contestarle á Lamas su comunicación, le decía 
lo siguiente, refiriéndose á Pacheco: cA Melchor se 
» manda permiso para venir, ó mejor dicho, se le 
» manda venir. Era injusto, brutal é impolítico que 
» el Gobierno permaneciese por más tiempo impo- 
» niendo á un militar, tan meritorio como Melchor, un 
» destierro sin delito ni autorización gubernativa que 
» lo autorice, y, sobre todo, sin darle medios para vi- 



VIDA DB MBLCHOR PACHECO T (ABS 67 

» vír con la decencia que corresponde á su rango 7 
» antecedentes. » 

El regreso de Pacheco estaba, como se ve, oficial- 
mente ordenado por el Gobierno de la Defensa. 

A pesar de esto, el 14 de enero de 1849, cuando se 
le iba á dar pasaporte para que pudiera retomar á 
Montevideo, se opone á ello el Ministro de Rozas, 
genei*al don Tomás Guido, en un escrito que presenta 
al Ministro de Relaciones Exteriores, alegando en él 
que la presencia de Pacheco, en la metrópoli uruguaya, 
ocasionaría serios é inmensos disturbios y que, en 
caso de dársele pasaporte, el Brasil no guardaría la 
neutralidad que las circunstancias requerían. 

El pretexto aducido no podía ser más inmotivado. 

¿Qué le importaban al Ministro del tirano de las 
vicisitudes que pudieran sobrevenir á Montevideo, 
cuando á ella llegase el ilustre desterrado? 

Lo que había en el fondo era una cuestión pura- 
mente política. 

Conocidas desde 1846, cuando el arribo á ésta de 
Quseley, las ideas de Pacheco respecto á las inter- 
venciones extranjeras en los negocios del Plata, veía 
en él á un enemigo temible del tratado que Le Pré- 
dour acababa de ajustar con Rozas, teniendo en cam- 
bio un adicto en el doctor Manuel Herrera y Obes, 
que era, por el contrario, amigo de la intervención y 
hasta creía en la buena fe de Le Prédour, lo que se 
comprueba de una manera real y positiva en una 
carta que le dirige á don Andrés Lamas el 27 de abril 
de 1849, en la que le dice textualmente lo siguiente: 

« Parece que Mr. Le Prédour ha concebido un con- 
» venio en extremo favorable para nosotros. 



58 ixiOOARDO MIGUBL TOBTBROLO 

» li» evacaación previa del territorio por las tropas 
» argentinas, la renuncia de Oribe á la Presidencia, 
» la organización de un Gobierno provisorio y la libre 
» elección del permanente ó definitivo, están ya ácor- 
» dadas y aceptadas por Oribe, estando á lo que ayer 
» me ba dicho Mr. Dévóize. » 

Sabedor el jefe de la Defensa de que el Almirante 
se Había presentado al Gobierno, á fines de 1848,*^ de- 
clarando haber recibido órdenes de trasladarse á 
Buenos Aires, para proponer á Rozas la paz, cuya 
medida significaba, según su palabra, un ultimátum 
de la voluntad de Financia, protesta eñérgicainente, 
pues transcurridos cuatro meses aquélla simple pifo- 
ptiesta tomaba forma de tratado diplomático, lo que 
seria la ruina inevitable de la patria, y pide que se 
rompa la guerra^ á pesar de la presencia del Almirante 
en Buenos Aires. 

El presidente Suárez y stl ministro Herrera seguían 
opinando que debía esperarse en el buen résíiltádó 
de las negociaciones, pero nó compartían de está opi- 
nión el pueblo, éí ejército y el coronel Lorenzo BatUé 
que ocupaba el Ministerio de la Guerra, y quien, se- 
cundando las ideas de Pacheco, presentó renuncia in- 
declinable, después de un conflicto tenido coíi el 
Gobierno, á causa de la intransigencia de Mas y en 
parte del propio Ministro de Relaciones, el cual pro^ 
voca la renuncia de Pacheco y la crisis ministerial 
consiguiente, agravada por la oposición de Bernabé 
Magariflos á una moción presentada al Consejo de 
Estado por Carlos de San Vicente, en la que se pedia 
la vuelta de Pacheco á su destino. 

Una nueva revolución se esperaba por momentos, 



VIDA DB MBLOHOB PACHSOO W OBB8 69 

cuando regresa á Montevideo el seftor Le PrMonr, 
portador del tratado ctd referéndum oelebrado eon 
RoBas. 

Aqaél^ como lo había previsto el agudo ingenio de 
Pacheco, saorifícaba á la plasa, asegurando d triunfo 
áel tirano portéfio con la base secreta en que se es- 
tipulaba la entrega de la Presidencia á Manuel Oribe. 

El Almirante intentó por todos los medios posibles 
imponer los tratados & la ciudad^ amenazando* á sus 
defensores con retirarles el apoyo de la Francia; pero 
el Gobierno, firme y fuerte en su derecho, respondió 
con altivez, diciendo que estaba resuelto á hundir á 
Montevideo en sus ruinas, antes de firmar una paz 
deshonrosa para el país. 

En virtud de esta negativa, las bases de la nego- 
t^iación son enviadas á Europa, y Melchor Pacheco, 
cuya cabeza pensadora acababa de salvar la indepen- 
dencia de la BépúbUca, es encargado de guardar en 
Paris el honor nacional y de obtener un arreglo de- 
finitivo en los asuntos del Plata. 

El nuevo diplomático, investido del alto cargo de 
Agente Confidencial, iba á empezar sus trabajos en 
tin periodo de grandes agitaciones políticas, en que 
aún resonaban voces de protesta contra el movimiento 
eleccionario de 1B48, que había sentado en la presi- 
dencia de la Bepública á Luis Napoleón, último 
vastago de los Bonaparte. 

Pero el genio de Pacheco supo vencer en gran 
parte estas dificultades. 

En esos días de su llegada á Francia, se iban á em- 
-pesBT á tratar en la Asamblea Nacional las ya céle- 
bres cuestiones de América, que tenían en suspenso, de 



60 LBOOARDO MIOUBL TORTBROLO 

tiempo atrás, la atención del pueblo francés, cuya sim- 
patía por la causa de la Defensa era de todos conocida. 

La actividad de Pacheco y Obes empezó entonces 
i desplegarse» 

Visitaba diariamente á Thiers, Lainé, Cormenin y 
Dumas, á los que había comprometido á defender en 
la Asamblea los derechos de Montevideo. 

Además, tenía audiencias diarias con el Presidente, 
y en todas ellas le invitaba, dice el doctor Ellauri, á 
que rechazara, por el mismo decoro de la nación fran- 
cesa, el tratado de Le Prédour. 

La prensa y la tribuna fueron sus armas de com- 
bate. 

Queriendo desautorúsar algunas especies malévolas 
que habían echado á correr los escritores á sueldo de 
Rozas, con la intención de dafiar los intereses de los 
defensores de la ciudad heroica, dirige un artículo 
al director del diario La Patrie, el 29 de diciembre 
de 1849, en el que se trasluce, como á través de un 
prisma, el amor sin mácula que profesaba á los prin- 
cipios que se defendían dentro los muros de la Nueva 
Troya. 

Terminaba su comunicado, después de probar que 
los hechos á que se habían hecho referencia eran ine- 
xactos, con las siguientes frases, muy dignas de quien 
las escribía: c Yo no sé la suerte que el Destino guarda 
c á Montevideo; pero sí sé que no será jamás para la 
c Francia una Argelia; porque la Francia tiene res- 
« pecto á él ideas de otra elevación que las de con- 
c quista, y porque, en el caso contrario, los hombres 
« que la defienden tendrían suficiente patriotismo 
« para sucumbir mil veces, antes de consentirlo. Vos, 



VIDA DB ICBLOHOR PAOHBOO T OBBS 61 

« señor Redactor, sabéis bien que no sólo & los pue- 
c blos grandes está reservado el tener dignidad y 
c patriotismo ». 

Mas, á pesar de la gran propaganda de Pacheco, 
nada de positivo se adelantaba. 

La discusión en las Cámaras había terminado el 7 
de enero de 1860, 7 las cosas seguían como siempre: 
ni se iba adelante ni se retrocedía. 

ün brusco cambio de Ministerio se efectúa enton- 
ces, y la influencia inglesa hace que éste se ponga 
desde el primer momento en pugna con Thiers, cuyo 
influjo sobre la mayoría de la Asamblea era conside- 
rable. 

Así, pues, Luis Napoleón y sus nuevos ministros 

trataban de aprobar el Tratado, á lo que se oponía, 

. con una resistencia digna de todo elogio, el Ministro 

de Negocios Extranjeros monsieur De la Hitte, ha- 

^ ciendo en este largo y debatido asunto cuestión de 

cartera. 

Como se ve, los acontecimientos eran en aparien- 
cia favorables á Montevideo, puesto que tenía el 
apoyo del pueblo, de la Asamblea y de un. Ministro 
cuya sola influencia era tan poderosa como la de to- 
dos sus col^^as. 
^ Las Cámaras habían votado también un crédito de 

^' un millón doscientos mil francos, á título de anticipo, 
en favor del Gobierno de Montevideo, y hasta la 
prensa parisiense parecía acompafiar en su simpatía 
á los que se interesaban en el triunfo de la Defensa. 

Pero esto era pura hojarasca, y Pacheco empezó á 
comprenderlo. 

Las promesas oflciales que se hacían no eran jamás 

TIDA Dm M. P. T OBB8. 6. 



62 LBOOARDO MJGtXJVL TOBTBROLO 

eomplidas, dándole esto ánimo para venir hasta el 
Janeiro y dar cuenta al Ministro Lamas del estado 
en qne se encontraban las cosas en Francia. 

En este intervalo, vino á Montevideo un cuerpo 
expedicionario al mando del coronel Bertin du Cha- 
teau. 

Pacheco, indignado con la conducta anterior del 
Oobierno francés, comenzó á mandar artículos á los 
diarios y periódicos más caracterizados de París, 
censurando duramente la manera de ser de Luis 
Bonaparte y acusándole de haber querído nombrar 
en 1849interventor; en los negocios del Plata, al con- 
tralmirante Deff ossés. 

El sólo hecho de haber publicado tales artículos 
contra la primera autoridad de Francia, le inhabi- 
litaban para seguir desempeñando las tareas de 
Agente Confidencial. 

Aunque mediaban estas circunstancias, don Ma- 
nuel Herrera y Obes era de opinión que, después del 
rechazo que había sufrido en Loglaterra el tratado de 
Mr. Southern, se imponía la presencia de Pacheco en 
París. 

Ordenado su regreso, emprendió viaje en septiem- 
bre de 1860, en completa desinteligencia con el mi- 
nistro Herrera. 

Llegado que hubo á Francia, presentó sus creden- 
ciales al Gobierno, el que se rehusó al principio á 
recibirlo en la categoría de representante diplomá- 
tico, ocasionando esto uni^ fuerte protesta del Minis- 
tro uruguayo, quien prometió retirarse á su país, en 
el caso de que no fuese recibido Pacheco con el rango 
que le había conferido el Poder Ejecutivo del Uruguay. 



YIBA DB MBLOHOK PAOHXCO T 0BB8 68 

Esta levantada actitud del docter EUaari fué la 
salvaeiÓB de la dignidad nacional, aunque para ello 
tuvo qne hacer inmensos esfaerzos j emprender nna 
obra de labor tenaz. 

Pacheco permanecía en Francia, y, á pesar de los 
planes optimistas de don Manuel Herrera, las cosas 
seguían como antes de su partida. 

¡Es que ya estaba escrito que aquel famoso nego- 
ciado no debía tener fin, debiendo dormir el suefio 
eterno en el archivo del Ministerio de Relaciones Ex- 
teriores! 

El porvenir de Montevideo dependía única y exclu- 
sivamente de la América. 

Así lo comprendieron, despuée de algunos serios 
desengaños, los políticos de la Defensa. 

Don Andrés Lamas pudo al fin vanagloriarse de su 
constante batallar, al ver sus trabajos coronados por 
el éxito, firmando un tratado con el Brasil, bajo las 
bases de la libre navegación de los ríos; reglamenta- 
ción de fronteras; cuestión de límites; independencia 
del Estado; elección libre, sin candidato impuesto; 
amnistía completa y apoyo á los gobiernos constitu- 
cionales hasta que cxmíplieran su período. 

Don Manuel Herrera, impulsado por su sincero 
patriotismo, hizo entonces dos viajes de incógnito al 
campamento de ürquiza, y logró que este caudillo 
aceptase el tratado y entrase en la unión el 16 de 
marzo de 1851, comprometiéndose de manera solemne 
á trabajar por la pacificación de la Bepública y 
echar abajo el poder omnímodo de fiozas. 

La patria iba, pues, á salvarse merced al esfuerzo 
de sus dignos hijos. 



CAPÍ lULo vni 



Papel qn» deMmpefia en U politioa de partido— JiiAn Garlee 
Oómea, Melchor Paoheoo y Oéear Diai— BeTolnoión de ju- 
lio— Suoesos poeteriores— Muerte de Rivera y alejamiento 
de Paoheoo. 



El 1.^ de diciembre de 1851 falleoía á consecuen- 
cia de un anenrisma el general (barzón, que despnés 
del pacto de Octubre, era el candidato popular á la 
Presidencia de la Hepública. 

Todas las miradas se fijaron entonces en el doctor 
Manuel Herrera y Obes, persona de acrisolada hon- 
radez ciudadana j de grandes j reconocidos talen- 
tos, que había realizado la unión entrerriana, corren- 
tina 7 uruguaya, para dar f in á las calamidades de 
América con el derrocamiento del bárbaro Bozas. 

Pero causas de un orden secundario, entre las cua- 
les pueden contarse el raquitismo de ciertos espíri- 
tus, hicieron que la Asamblea le negara su voto y 
saliera electo el 1.^ de marzo de 1862 don Juan Fran- 
cisco Oiró, cuya exaltación al poder importaba el 
triunfo del partido Blanco, y por consiguiente, el de 
las teorías de gobierno de los políticos del derrito. 

Pacheco y Obes fué impuesto en Lisboa de estos 



68 LIBOOARDO MIOUBL TORTORÓLO 

sucesos 7, viendo la gravediid qne investía la elección 
del sefior Oiró, bajó en Bio Janeiro á fin de ponerse 
al habla con el general Bivera. 

El jefe de la Defensa no dejaba de reconocer el 
poderoso influjo que poseía sobre las masas popula- 
res el bravo vencedor de Tucutujá. 

Así fué que conferenció con él largamente, ponién- 
dose de acuerdo para trabajar unidos en la restaura- 
ción del régimen de los defensores de Montevideo. W 

(1) Por 1a oftrta qne va A leerte, dirigida por el General Bi- 
Tera á su esposa, desde Rio Janeiro, el lector se dará más per- 
fecta idea de la manera cómo se liabian comprendido y cómo 
hablan simpatizado estos dos hombres exoepoionalmente gran- 
des en el escenario político de la República. 

€ Rio Janeiro, 11 de Setiembre de 1863. 

» Mi amada Bernardina: 

> El general Pacheco y Obes es el portador de la presente, 
» y él te instruirá del estado de mi salud y demás circuns- 
» tancias. Espero que le prestarás atenoián y procurarás que' 

> todos nuestros amigos convengan y cooperen con ¿1 á res- 
» tablecer una perfecta inteligencia en todos los hombres, sin 

> ninguna excepción, por el bien de la patria. Ella necesita 
» el saoxiíloio de todos sus hijos, y nadie tiene al derecho de 
^ negarse cuando la salud de la patria lo redama. 

» El general Pacheco te indicará toda la prudencia que se 

> necesita para no agriar los ánimos, y que nadie tenga de- 
» recho de quejarse de que no estamos en el buen camino. 

* Ik>s orientales somos muy pocos, las luces han desapare- 
» cido con las fortunas, y seria una fatalidad si continuára- 

> mes hostilisáadolos, á uno porque corrió y al otro porque 
» se auntuTO firme. Es necesario que todos yi^yamos por el 

> camino de la paz, del orden y del progreso. Esas son las 

> ideas fáToritas de nuestro amigo, y no puedo creer que haya 
» un solo ofíental, que tenga coraión, que no se preste á eon* 
» tribuir con él al engrandecimiento y dicha del pais. Tu fiel 

> esposo. 

Fxoeruoso BmnA.» 



-n 



VIDA DB MBLOHOR PACHBOO T OBBS 69 

Paoheeo retorna á la patria en seguida de esta con- 
ferencia. 

En la CSapital, un circulo de ciudadanos dirigidos 
por Juan Garios Gomes y César Días, trabajaba con 
ardoroso ahinco para hacer cambiar de política al 
gobernante, lo que no sería difícil dada su debilidad. 

Los autores principales de estos trabajos eran 
personas ventajosamente conocidas en el escenario 
político é intelectual, empezando por el doctor Qó- 
mez, un eminente publicista, poeta y orador, que al 
principio de la guerra había emigrado & Chile, qui- 
zás por no contemplar las calamidades porque atra- 
vesaba el país. Hecha la paz, viene á la metrópoli y 
funda un diario oposicionista, por cuya ardiente pro- 
paganda podía verse cuáles er%n los móviles que per- 
seguía. 

César Díaz, más conocido y prestigioso que Gómez, 
era un militar de orden y respeto á las instituciones, 
que, durante los nueve años del Sitio, había defendido 
con desinterés y heroísmo la causa de la civilización. 
Joven, inteligente é instruido tenía muy fundadas 
ambiciones de gobierno, lo que le hacia obrar á ve- 
ces con excesiva premura. 

Pacheco, Gómez y Díaz iban, pues, á trabajar por 
el partido de la Defensa. 

Las reuniones tenían lugar en la casa de Juan Car- 
los Gómez^ discutiéndose en ella la forma y fecha en 
que se ejecutaría el movimiento revolucionario que 
se preparaba. 

Después de algunas breves deliberaciones, quedó 
estipulado que sería el 18 de julio, aprovechando así 
el momento de la parada militar. 



70 LBOOABDO KiaUlL TOBTBROLO 

Lft reToluoión que iba 4 efeotuarse no podía ser 
más justa. 

Alejadas del Gobierno las más grandes 7 desco- 
llantes personalidades políticas de la Bepdblioa, por 
el hecho de pertenecer al viejo partido de los amigos 
de la Libertad, era todo on caos, 7 los conflictos en- 
tre los representantes de las naciones extranjeras 7 el 
Poder Bjeontivo, estaban, al parecer, de moda. 

Lo único que puede sentirse es que ha7a corrido 
sangre en ese día en que se afianzó la conquista de 
los derechos ultrajados de un pueblo que había de- 
rramado su sangre por obtener su libertad. 

Ya la hora decisiva había sonado. 

Las tropas de línea, al mando del bravo coronel 
León de Palleja, estaban formadas á lo largo de la 
calle Rincón, donde esperaban á que pasara la G-uar- 
dia Nacional, compuesta de una veintena de jóvenes 
de familias conocidas, de dos compafiías de pardos 7 
doscientos hombres de la unión. 

Al pasar estas tropas mandadas por don Pantaleón 
Póres, Palleja 7 los SU70S cortan la cola de la co- 
lumna, con lo que comienza el desorden. 

La voz varonil de Palleja se hace oír de nuevo 7, 
al grito de « | Fuego á esa canalla! », los guardias na- 
cionales son completamente dispersados. 

Gósar Díaz, que estaba en los balcones de su casa, 
es llamado por el coronel Palleja, como asimismo Pa- 
checo 7 Obes que se encontraba en el interior de la 
Iglesia Matriz, acudiendo ambos jefes al llamamiento 
7 poniéndose al frente de la revolución. 

Á las pocas horas la calma quedaba restablecida, 
7 sólo era de lamentarse la vida de los jóvenes Du- 
broca, Pozzolo 7 Juan Tomás Núfiez. 



VIDA DB MRLCHOB PAOHBCO T OBBS 71 

Como conseouenoia del triunfo del movimiento re* 
volucionBrio que acababa de producirse, fueron lla- 
mados á desempefiar las carteras de Hacienda j 
Guerra, respectiyamente, los seftores doctor Manuel 
Herrera 7 Obes 7 coronel Venancio Flores. 

Triunfante la revolución, Oiró no miraba con bue- 
nos ojos la estadía de Pacheco en el país 7 trató de 
alejarlo haciéndole ofrecer, por medio de su secreta- 
rio, un cargo diplomático en el extranjero. El jefe de 
la Defensa se rehusó á aceptarlo, apresurándose á 
manifestar al seftor Presidente que él saldría en breve 
de la Capital, si su presencia en ella importaba un pe- 
ligro para el Oobierno. 

Ante su respuesta decisiva, se le confía la conserva- 
ción del orden público. 

El GK>bierno estaba perdido de hecho. 

Los enemigos de su política habían conseguido los 
primeros puestos en la Administración, 7 conseguido 
lo más, justo era que trataran de conseguirlo todo. 

Participando de estas ideas, exigen al Poder Eje- 
cutivo el nombramiento de tres Jefes Políticos, para 
los Departamentos de Salto, Durazno 7 San José. 

Al principio, el Presidente se resiste, pero luego 
no tiene más remedio que ceder á las exigencias de la 
oposición. 

Viendo 7a cerca la hora postrera de su presiden- 
cia, se decide á abandonar el Gobierno el 24 de julio 
de 1868, refugiándose en la casa de la Legación fran- 
cesa, ocupada entonces por el señor Maillef er. 

Desde este asilo 7 en consorcio con don Bernardo 
Berro, su consejero 7 amigo de confianza, proclamó 
á los legionarios extranjeros, incitándolos á rebelarse 



72 LBOGASIM) MIGUBL TORTURÓLO 

contra el coronel Flores que, en forma de interinato, 
había tomado las riendas del Gobierno. 

Pacheco contestó á la proclama del Presidente 
caído, recordando á los legionarios los «momentos de 
» prneba en qne lachaban dentro de los muros de 
» Montevideo contra el avance del despotismo y la 
» barbarie». 

A pesar de esto, algunos partidarios del señor Giró 
empuñan las armas en campaña, mas se ven obliga- 
dos á deponerlas el 28 de agosto, y el ex-gobernante, 
temeroso de ser víctima de algún complot, se tras- 
lada á bordo de la fragata Andrómeda. 

Don Venancio Flores, inspirado quizás por el doc- 
tor Herrera, solicitó entonces de la Comisión Per- 
manente la reunión de la Asamblea Goneral, y como 
ésta no se reuniera de inmediato, convoca al palacio 
de Gobierno á los principales hombres del país, quie- 
nes organizan un triunvirato compuesto de los gene- 
rales Fructuoso Rivera, Juan Antonio Lavalleja y 
coronel Venancio Flores. 

La obra no podía ser más grande: las aspiracio- 
nes de Pacheco se habían realizado. 

Tres ciudadanos honorables regirían los destinos 
de la Patria, y las divisiones y los odios de círculos 
desaparecerían, obedeciendo á las propias leyes de 
la evolución. 

£1 pueblo, que es siempre el verdadero juez de los 
actos del hombre de gobierno, recibió la noticia del 
Triunvirato con verdadero júbilo. 

Como en todo lo que se comienza con entusiasmo, 
las medidas gubernativas se dictaron sin dilación. 

Así fué que, el mismo día del 25 de septiembre, que- 



VIDA DB MBbCHOR PACHBOO Y OBB8 78 

daron elegidos los triunviros, nombrando éstos sus 
secretarios de Estado, cuya designación recayó en 
las personas de Juan Carlos GKSmes, Lorenzo BatUe 
y Santiago Sayago, los que inmediatamente toma- 
ron posesión de los cargos y empezaron sus tareas 
atendiendo los asuntos administrativos de más ur- 
gencia. 

Pacheco fué nombrado jefe de Estado Mayor, y 
desde este alto puesto pudo dominar con mayor faci- 
lidad á Lavalleja, de modo que él era en realidad el 
verdadero triunviro. 

El héroe de Sarandi se declaró, desde los primeros 
momentos en que fué electo miembro del Gobierno 
Provisorio, afiliado al partido troyano, manifestando, 
ademáft, que « Dios había querido que pusiera su es- 
» pada al servicio de la causa de sus afecciones ». 

Restablecida la paz en todos los ámbitos de la Re- 
pública, creyó Pacheco que no debía quedar por más 
tiempo al frente del Estado Mayor, presentando re- 
nuncia el 10 de octubre de 1853, con lo que probó una 
vez más que no le guiaban ambiciones personales 
cuando se enrolaba en un movimiento cívico, sino el 
amor á la patria y á los principios que había defen- 
dido desde los primeros aftos de su juventud. 

Juan Garlos Gómez y Lorenzo Batlle no querían 
que se le aceptase la renuncia, siendo contestada su 
nota en sentido negativo al objeto que en ella perse- 
guía. Pacheco eleva entonces una segunda nota con- 
cebida en estos términos: cLas noticias felices para 
» el país que hoy celebra la Capital del Estado, me 
» habilitan para insistir en la renuncia de la comi- 
» sión que desempeño. 



74 IJM>OARI>0 laOÜBL TORTSROLO 

» La pas está afíansada. En toda la Nación se ve 
» aoatada la autoridad del Qobiemo. 

» Mi permanencia en ese destino no tiene ya nin- 
» gún objeto de conveniencia pública, j debe, por lo 
» mismo, serme permitido proceder como me manda 
» mi conciencia. 

» Eso es lo que á S. E. pido se sirva recabar de la 
» superioridad». 

Dado el carácter de indeclinable con que formu- 
laba su dimisión, ésta le fué aceptada, y al agrade- 
cerle sus importantes servicios, el Gobierno se la- 
mentaba de que no le siguiera reportando las luces 
de su inteligencia. 

A los pocos días de la renuncia del jefe de la De- 
fensa, cae muerto el triunviro Lavalleja, el 22 de oc- 
tubre de 185B, á consecuencia de un ataque de apo- 
plegia fulminante y en momentos en que se dispo- 
nía á firmar unas disposiciones gubernativas en el 
Fuerte. 

El Gobierno del triunvirato quedaba, por esta cir- 
cunstancia dolorosa, en manos del coronel Flores, 
quien lo confía á César Díaz, y parte para el interior 
á dominarla insurrección de algunos jefes oribistas 
que habían levantado descabelladamente el oriflama 
revolucionario. 

En este intervalo, Díaz lanzó un decreto contra 
Berro, por el cual se facultaba á las autoridades de 
la República para prenderlo y pasarlo perlas armas^ 
sin más trámite que la justificación de la identidad 
de persona. 

Semejante decreto sublevó el amor partidista y los 
sentimientos humanitarios de Melchor Pacheco, quien 



▼n>A DB MUiOHOB PAQHBOO T OBB8 75 

desaprobó públicamente la medida tomada por el re- 
presentante del Oobiecno, pues, á pesar de que Berro 
estaba en el caso de nn conspirador, no era aquella 
la manera legal de precederse. 

Becordaba en nno de sns artículos, que la hnmilla- 
ción j el exterminio habían sido la divisa de Bozas y 
el deseo constante de Oribe, y que, por eso mismo, la 
conducta de nn partido que había rechazado con al- 
tura esas prácticas neronianas, debiera haber sido 
más humana y menos irritante. 

Esta levantada actitud le suscitó gran número de 
enemigos, principalmente entre esas mediocridades 
que suponen que deben aprobarse, por espíritu de 
disciplina partidaria, los hechos malos de un gober- 
nante. 

Las críticas severas que le dirigían, llamándole jefe 
de los pasMeroB y aliado secreto de los Blancos, por 
haber pedido á los orientales, en un importante mani- 
fiesto, el olvido de lo pasado, lo obligaron á defen- 
derse, haciéndolo con la elevación de conceptos que 
en él era característica. 

He aquí el texto de uno de sus tiltimos artículos 
de política, el cual revela del modo más claro la 
sinceridad de propósitos en los actos que tanto le 
criticaban. «Sin pretender la reputación de hábi- 
» les, tenemos la conciencia de ser hombres prácticos, 
» decía. 

> Si pedimos una ley de olvido, una política de 
» altura y generosidad, es precisamente porque cree- 
» mos que en ella no sólo hay conveniencia para el 
» país, sino que también la hay, muy grande, para el 
» partido de la Defensa. 



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VIDA DB MBLOHOS PAOHBOO T OBSB 77 

» Viendo sa vida amenazada, no aólo ae han oonmo- 
^ vido mi8 sentimientos de amistad, sino que además 
^ he visto aniquilados mis proyectos mis queridos 
V para el futuro de nuestra patria, pues estoy dis- 

> puesto (si tenemos la desgracia de que muera) 4 
dejar inmediatamente el país, renunciando para 
siempre 4 toda intervención en su política» W. 

(1) Tnuüsoiibimos la notable oarta enviada por Pacheco, 
desde Buenos Aires, á la viuda del General, y en cuya comuni- 
cación admira y reconoce los grandes méritos de aquel grande 

hombre. 

c Buenos Aires, SO de Bnero de 1864. 
»Sefiora de todo mi respeto: 

» To no vengo á poner á los pies de usted mis consuelos inú- 
» tiles, ni pésames de urbanidad ; vengo, si, á tomar parte en el 
» dolor que la agobia; vengo 4 ponerme sin restricciones á la dis- 
» posición de usted. 

» La viuda del ilustre y glorioso general Bivera, debe encon- 
» trar en todos los orientales, amigos resueltos á servirla con 
» respeto, con profunda adhesión. Sé esto, señora, y sin embargo 
* me atrevo á decir á usted que mi respeto y adhesión á la viuda 
9 del general Bivera no tiene limites. Admiro más que nadie al 
» héroe, y á nadie cedo en querer al hombre. . . De ello responde 
» el dolor que hoy Uena todo mi ser. 

» El General está en la tumba, y para él, como para todos los 
» grandes hombres, en ella empieía la justicia, y ofrece tam- 
» bien eUa á la amistad verdadera el crisol que ha de probarla. 

» Bn la tumba ya nada se espera del hombre. 

» Por eso, mi señora doña Bernardina, puedo hacer hoy con 
» más .desembaraao la oferta de mi pobre amistad. 

» Espero que usted la acogerá bondadosa, mientras el tiempo 
» viene á probarle que su sinceridad iguala al culto consagrado 
» por mi alma al general Bivera. 

» Adiós, señora. Dios calme el dolor de usted y le conceda los 

> consuelos que Él sólo puede dar en circunstancias »eme|uite%^ 
» Estos son los votos que con el mayor respeto pone i Ic^ 

» de usted, 

MXLOHOB PAomoo T 0> 

VIDA OK M. P. T OBB8. 



\ 



78 LBOOARDO MIOOSL TORTBROLO 

Pero, á pesar de estas sinceras manifestaciones, no 
pndo resistir á la tentación de hacer dos viajes á la 
patria, para tratar de unir á sn partido anarquizado. 

Inútiles fueron todos sus esfuerzos y todas sus 
energías. 

Viendo, al fin, que los suefios que habla forjado su 
mente de poeta se iban & estrellar contra las duras 
rocas de la realidad, desistió de su generoso empeño, 
7 retomó i la capital argentina, desde donde seguía, 
enfermo y ptíido, como esas luces que débilmente 
oscilan y que estin próximas á extinguirse, los acon- 
tecimientos que se desarrollaban en su país. 



CAPÍTULO IX 



SÜMABIO.— Vida de Paoheoo en Bnenos Airee.— Disoiurso en 
Uk tumba del general Pa& — Su mnerte. — Funerales y hono- 
res del €h>biemo argentino.— Ecos de la prenaa. 



Su vida se deslizaba en Buenos Aires pobre y hu- 
mildemente, como en aquellos días de la juventud, 
cuando un gobernante ensoberbecido y perverso le 
privó de su grado militar. 

Vivia, puede decirse, entregado por completo á ta- 
reas intelectuales, siendo de su predilección el estu- 
dio de la filosofía de la historia, sobre cuya mate- 
ria dejó escritas algunas páginas notables, según nos 
lo asegura un conocido hombre público que se halla 
ligado por lazos de parentesco á la familia de Pa- 
checo. 

£1 único acontecimiento importante en que des- 
colló la personalidad del jefe de la Defensa, durante 
los dos afios de ostracismo voluntario que precedie- 
ron á su muerte, fué el entierro del virtuoso general 
don José María Paz, en el que pronunció Pacheco 
un brillante discurso en el momento de entregar los 
restos del gran táctico argentino á la madre tierra. 

Su palabra fué, en ese día solemne y luctuoso, la 



80 LBO0ABDO MIOUBL TORTBROt.0 

VOZ del ejército uruguayo, que había declinado en él 
el alto honor de hacer el elogio del ilustre adalid. 
En el curso de su elocuente peroración bosquejó con 
mano maestra los principales rasgos de carácter de 
aquel militar culto é inteligente, que reunía á una 
instrucción poco coman las más bellas excelsitudes 
del espíritu humano: sinceridad y desinterés. «Estu- 
» diando su vida, decía Pacheco ante su féretro^ ha- 
» béis de encontrarle, en virtudes, igual al Arístides 
» de vuestra patria, el inmortal Belgrano ; habéis de 
» encontrar que su genio militar casi igualó al ge- 
» nio del gran capitán de la América, al genio de San 
» Martín; habéis de encontrar que en abnegación y 
» servicios para vosotros, está á la par de la gran 
» víctima que lleva el nombre de Lavalle» (i). 

(1) Tomamos de las MemorioB del general Boa la parte prin- 
cipal de este discurso. 

c Sin la resistencia de Montevideo, Rozas reinarla todavía. 

» Sin el g^eneral Pas, el triunfo de la resistencia de Montevi» 
» deo serla imposible. Delante de la tumba, yo me honro al ha- 

> oer esta declaración, me oomplasco en decir que el general 
» don José Haria Fas f undó é hiso posible todos los prodigios 

> de la Defensa de Montevideo. 

t En los primeros días de febrero de 1848, entregaba yo al 
t general Fas, sobre las trincheras de la invencida ciudad, esa 

> bandera que, once años mAs tarde, mis manos han tenido el 
* triste honor de colocar sobre su tumba. La entregaba para 
» una de las reuniones de ciudadanos que el general Fas orga- 
» nisaba en batallones. Pocos dias después, el ejército de Aosas 
» estaba sobre nuestras trincheras, y esos batallones de oiuda- 
» danos, dirigidos por el general Faa, eran- luego soldados oapa- 

> ees de rivalizar con los viejos soldados del tirano. .. Tres me- 
» ses no hablan pasado desde el 16 de febrero, y ya el batallón 

> de Extramuros^ A quien perteneció esa banderaj habla fun- 
» dado la reputación que lo inmortaliaó. ¡Oh, que he tenido 
» rasón cuando os he dicho que el general Pai en la Defensa 

> de Montevideo ha hecho lo imposible, ha realisado prodigios! 



VIDA DB MBLCHOR PACBBOO T OBB8 81 

Con esa sencillez de estilo, bosquejaba Pacheco, en 
breves párrafos, la figura histórica de un grande hom- 
bre 7 condenaba la tiranía y el despotismo. 

A los cuatro meses de pronunciar esta oración fú- 
nebre, agonizaba en el lecho del dolor, rodeado por 
la noble compañera de su vida, Matilde Stewart, — con 
quien había contraído enlace, después de la paz de 
Octubre^ — y de un vastago de diecisiete afios, hijo 

> Pareoift qne entonces 1a vida del general Pae estaba Uena, 

> qne nada más podia hacer para ilustrarse, y, sin embargo, en 
» esos once aftos qne preceden á su muerte, { cuánto no ha he- 
» cho por la libertad de su patria, cuánto no ha hecho por la in- 
» mortalidad! 

» Bn esos once afios, hay nuevo todo lo que constituye al hé- 
* roe; todo, hasta la adversidad, la ingratitud y la injusticia. 

» Desaparecida la tiranía que pesaba sobre nosotros, para 
» otros han sido las bendiciones que pertenecen al Libertador, 
» y la injusticia parece encontrarse aun en los decretos de la 
» Providencia, cuando vemos que en los campos de Caseros es 

> en las manos de un teniente de Rosas que caen los poderosos 
» elementos de que al fin dispone la causa de la Ubertad... 
» Antes, empero, de ofender á la Eterna Justicia, acatando sus 

> designios inescrutables, esperemos, esperemos, si, el faUo de la 
» Historia. Ella, que se eleva sobre las pasiones y miserias de 

> circunstancias, ella ha de decir, no lo dudéis, sefiores, que es 

> el vencedor de Gaaguaiú, que es el defensor de Montevideo, 
» quien ha vencido la tiranía en vuestra patria, quien ha sal- 
» vado la libertad y la civUlsación en la América del Sud. 

» Y en lo que me toca, no eztrafiéis, sefiores, el que haya 

> osado presentarme después de las voces elocuentes que han 
» conmovido esa tumba. Gomo ciudadano, debo al general Paa 
» inmensa gratitud; como hombre lo he querido y admirado 

> con entusiasmo. En vida, cuando la hora de la adversidad 
9 para el general Paz, he proclamado altamente su gloria por 
» donde quiera. En la tumba creo tener derecho de unir mi 
r> vos á la de América, cuando me parece que la oigo decir: 

> General Paz: ¡Ilustre campeón de la libertad I 

> ¡Honor de la patria argentina ! 
» ¡G-loria del suelo de Colón! 

> ¡Adiós!, para siempre adiós!» 



LaOGARDO laOUSL TORTBBOIX) 



de su primera esposa, llamada Manuela Tejera é hija 
del Departamento de Paysandú. 

La agonía se prolongó dorante algonos días, hasta 
que, después de mucho sufrir, expiró el 21 de mayo 
de 1865, á los cuarenta y seis años de edad y treinta 
de continuos servicios á la patria. 

En la hora postrera, cuando ya tenia ahogada la 
voz en la garganta por los agudos estertores de la 
muerte, se enderezó para decir: c¡No es nada!» y 
caer con la serenidad de un gladiador vencido. 

Al otro día, toda la prensa argentina aparecía en- 
lutada, al dar la noticia de su muerte, y los diarios 
«La Crónica», «El Nacional» y «La Tribuna» de- 
dicaban sentidos y elogiosos artículos necrológicos 
á aquel bizarro paladín de la Libertad, cuyo ánimo 
jamás se había abatido en los momentos sombríos 
del peligro. 

Y, para que nada faltase al duelo que producía su 
fallecimiento, el Gobierno Federal le decretó los ho- 
nores militares que corresponden al elevado rango 
de general. 

El entierro, efectuado el día 23, no pudo ser m&s 
imponente. 

Todo un pueblo acompaüaba á la silenciosa man- 
sión de los que fueron, el ataúd donde yacía el esfor- 
zado guerrero de la Defensa de Montevideo, y más 
de diez oradores hicieron uso de la palabra en el 
momento del sepelio, de los cuales recordamos sola- 
mente al ministro Calvo, quien pronunció un hermoso 
discurso en nombre del Poder Ejecutivo de la na- 
ción argentina, y á los señores Torcuato Alvear é 
Hilario Ascasubi, que hicieron resaltar los grandes 



VIDA Da MBLCHOR PAOHBOO Y OBB8 88 

méritos del ilustre muerto, «que bajaba á la tumba 
pobre y honrado como había vivido » <^). 

Su nombre empezaba á figurar desde ese día en el 
arco de triunfo de los inmortales. 



(1) De Asoarabi. 



CAPÍTULO X 



SÜMABIO. — Paoheoo y Obes considerado como hombre de 
letras. 



No seria completo este breve estudio sobre Mel- 
cbor Pacheco, si no dedicáramos un capitulo espe- 
cial á estudiar su personalidad literaria. 

Ta en las páginas que anteceden, hemos dejado 
traslucir el amor que sentía por las bellas letras y 
la atención preferente que les dedicaba. 

Espíritu esencialmente poético, nacido para sentir 
las sugestivas y harmoniosas palpitaciones de lo be* 
lio, vivia al corriente de los graves problemas estéti- 
cos que se debatían, durante su época, en Paris, esa 
Atenas de los tiempos modernos. 

La escuela clásica y la naciente escuela romántica 
estaban en completa pugna, luchando ambas por 
apoderarse del cetro de la poesía universal. Al fin, 
los esfuerzos titánicos de Hugo dan la victoria al 
romanticismo, siendo la aparición de Hemani, algo 
asi como la aurora de un nuevo siglo artístico que 
debia abrir más amplios y dilatados horizontes á la 
inteligencia y á la belleza. 

£1 clasicismo, que había hecho decir á Larra, con 



86 LBOaABDO laOüBL TOBTBBOLO 

una injusticia y ligereza imperdonables, que era «la 
muerte del genio», sería en breve abandonado, abri- 
gándose, casi todos los grandes escritores, bajo el 
pabellón literario que desplegaba por los campos del 
ingenio el coloso de «La leyenda de los siglos». 

Los poetas y prosadores americanos no tardaron 
mucho tiempo en adoptar las teorías de ese grupo de 
innovadores que empezaban á convulsionar todos 
los centros intelectuales de la vieja Europa. 

ün argentino, Esteban Echeverría, el talentoso y 
aplaudido autor de «La Cautiva», introdujo el nuevo 
arte en la literatura amerícana, contando, desde luego, 
con infinidad de discípulos de verdadero talento y 
refinado gusto estético. 

Los jóvenes poetas del Uruguay, influenciados 
por sus colegas de allende el Plata que habían ve- 
nido á Montevideo, huyendo de la tiranía de Bozas, 
ingresaron en la nueva escuela literaria que, nacida 
en Alemania, se había extendido con la rapidez del 
rayo por todos los países civilizados de la tierra. 

La prensa diaria de la ciudad troyana, publicaba en 
sus columnas, al lado de composiciones de Mármol, 
Bivera Indarte y José María Cantilo, los ensayos 
poéticos de Magariftos Cervantes, Juan Carlos Gó- 
mez, Melchor Pacheco y Obes, Fermín Ferreii-a y 
otros cultivadores de la gaya ciencia, en cuyas estro- 
fas ora vibraba el sentimiento patrio, ora el amor. 

Pacheco y Obes era el representante más típico. 

Se necesitaba tener verdadera vocación por el 
culto de las letras, para ocuparse de ellas en los bre- 
vísimos momentos que le dejaban libres las infinitas 
ocupaciones de Ministro de la GKierra de la Defensa, 



VIDA DB MBLOHOR PACHBCO T OBBS 87 

razón por la que muchos de sus trabajos de mayor 
aliento han sido escritos en los momentos más glo- 
riosos 7 difíciles de su vida, cuando, á semejanza del 
manco de Lepante, manejaba tan pronto la pluma 
como empuñaba la espada. 

Es que Pacheco, como el gran lírico de la antigüe- 
dad, sentía que el fuego de la poesía le abrasaba el 



Era, en efecto, un verdadero poeta. Todas sus pro- 
ducciones tienen un sello especial, característico, 
único, que evidencia hasta cierto punto la asevera- 
ción de Buffon, de qu^ « el estilo es el hombre ». 

Sus versos, siempre inspirados y llenos de nove- 
dad, corren impresos por ahí en diarios, revistas y 
antologías, habiendo sido algunos de ellos vertidos 
al idioma francés. 

Cultivó casi todos los géneros, empezando por la 
oda y la elegía, hasta concluir por el picaresco epi- 
grama ó el delicioso madrigal. 

Muchas veces se rebeló contra el molde estrecho 
de los preceptistas de retórica, que sólo tratan de se- 
guir al pie de la letra los rimadores de oficio. 

No escribió mucho, porque él sabía que los frutos 
de la inteligencia no se valoran por la cantidad. 

Por esto, quizá sea su principal producción poé- 
tica el sigxdente notable canto á las ruinas del Oe- 
menterio de Alégrete : 



86 LBOGABDO MJOÜBL TORTBROLO 



BL CBMBNTBBIO BE ALBGBETB 
(m I.A voon) 

Loi que en las dioluM de 1» yida ufanos 
Corréis jugando su aiarosa eenda, 
Ceftidot de fortuna con la venda, 
Que os muestra eternos sus íaTores vanos; 

Los que de risas y ventaras llenos, 
Orlada en flores la altanera frente, 
CmsAis por esta rápida corriente, 
Que en barca de dolor surcan los buenos; 

Los que libáis en la nectarea copa 
De los placeres sus delicias, suaves 
Como los trinos de doradas aves, 
Como los besos de una linda boca, 

Yolved la espalda á la suntuosa sala, 
De orgullo y oro y corrupción vestida; 
Yenid á este salón, á que os convida 
La muerte, ornada de su eterna gala. 

Yenid á este salón, á cuya puerta 
Mal grado tocaréis en algún dia; 
Aqui de los vapores de la orgia 
Yuestra alma libre se verá despierta. 

T es bueno conocer una posada 
Á que hemos de llegar precisamente, 
Ya se marche en carroza refulgente, 
Ta arrastrando entre sarsas la pisada. 

Y es útil levantar esas cortinas, 

Que la heredad envuelven más preciosa, 

Y del que planta solamente rosa, 

Y del que coge solamente espinas I 

Y es justo contemplar lo que nos queda 
De todos los regalos que da el mundo, 
A los que estamos en dolor profundo, 

Á los que ensalaa la voluble rueda! 



VIDA OB HBLCHOR PACHBOO Y OBB8 



¡Oh! no tardéis los favoritos de ella! 
Lujo hay también en el palacio helado: 
Cada astro le es un artesón plateado, 
Cada horiionte nna oolnmna bella. 

Alli está el lefio redentor del hombre, 
Trono de un Dios y de sa sangre Ueno; 
T de esas tambas en el yerto seno 
Hay riqneaa y poder, beldad y nombre. 



Lodo y no más, dichosos de la tierra 
Seremos y seréis. ¿Es un consuelo 
Que nos permite compasivo el cielo 
Á los que el templo de fortuna cierra? 

Sif que en dolor el alma desgarrada 
Al reino de la muerte nos llegamos, 

Y en BU espejo infalible divisamos 
Que gloria, pena, dicha, todo es nada! 

Si, que en este lugar se os ve, temblando, 
Palideoer entre congoja y miedo, 
T del manto del tiempo el viejo ruedo 
Con mano desperada asegurando. 

Quisierais detenerle en su carrera, 
Que os arrastra tranquila y majestuosa, 
T al batir de su pie se abre la fosa 
Que inevitable al término os espera! 

Y si de regia pompa precedido 
Llega á esa puerta el ataúd fastuoso. 

Es que el mundo, que os fué tan engafioso, 
Os arroja de si con gran ruido. 

Y si se alsa altanero un monumento. 
Para albergar vuestro despojo helado, 
De la humi^nal prudencia es un legado 
Que 4 la soberbia manda el escarmiento. 

Y si preces sin fin se oyen en coro 
Á la fúlgida lus de mil hachones. 
Es remedar sin fe las oraciones, 
Para pedir á tuestras arcas oro. 



90 LBOOAKDO MIGUBL TORTBBOLO 



4 Lo dudáis? Preguntad al procer fiero 
Que entre mármol y bronce alli reposa, 
Al Creso que encubre aqnella losa, 
Al braTo que alli duerme con sn acero. 

¿Adonde está el poder, dónde la gloria 
Que en tanto de la tierra era preciada? 
4DÓ la opulencia que brilló en'vidiada? 
¿Adonde el himno audaí de la victoria? 

Todo pasó, cual humo disijiado; 
{Todo pasó! pero quedó el olvido... 
¿T en la tumba iníelis del que ha sufrido 
Un instante ese bien habrá faltado ? 

Ahora. . . volved á vuestro mundo hermoso, 
T en medio del festin y sus cantares, 
Incensad de fortuna los altares, 
Envueltos en su brillo esplendoroso. 

Adormieceos en sitjal dorado. 
De la lisonja al embriagante acento: 
Caigan virtud y honor para el contento 
Be quien en noble cetro está apoyado. 

Hollad al débU, si piedad os pide, 
T al misero que gime en vuestra sala, 
No le deis ni aun las sobras de la gala 
Que donde quiera vuestra planta mide! 

Alaad la espada sanguinosa y fuerte, 

Que doma al pueblo, esclavitud sembrando, 

Y de las leyes el altar pisando. 
Poblad la tierra de orfandad y muerte; 

Que yo, sobre las tumbas recostado. 
De vuestras dichas y poder me rio, 

Y en la justicia del Señor confio, 

Que sólo el que la ofende es desgraciado! 

Ha dejado además infinidad de composiciones amo- 
rosas, patrióticas y familiares, en todas las cuales se 
traslucen sus altas dotes intelectuales. 



VIDA DB MBLCBOR PACHBOO T OBB8 91 

8n estilo es elevado, majestuoso, á veces sublime. 

Comparaciones hermosas, imágenes bellísimas y 
metáforas deslumbradoras aparecen en todos sus ver- 
sos, cual si fuera uno de aquellos maestros de la es- 
tética griega, con los que suele tener á veces una 
semejanza sorprendente. 

Para que el lector pueda apreciar mejor la verdad 
de nuestras afirmaciones, transcribimos en seguida 
algunas estrofas de una composición no muy conocida 
é intitulada «Oriental». 

T dijo un cIía el fabuloso Oriente : 
—Yo tengo arom»fl que mi Arabia da, 
T lae forman las badas con sus risas, 
Cuando al Ed4n desoienden en solas. 

Tengo también entre mi mar extenso, 
Vestido de oamün, rico Ooral, 
Sangre pnra qne snele 4 mis sirenas 
La punta de las rocas arrancar. 

—Para dar A tus joyas mAs Talla 
IfaraTillas me -vienes á contar? 
Para baoer qne te admires de mi joya 
Ahi la tienes en toda sn Terdad. . . 

De tus badas la yara misteriosa, 

Sus dorados palacios de marfil... 

La yerdad que escondida en mirra y flores 

Amorosas ofrecen tus buris. 

Tus sirenas de cantos melodiosos, 
Con diademas de perlas y rubi; 

Y tus ninfas que arrastra en carros de oro. 
Sobre mares aiules, el delfín... 

¡Obi que Tengan en todos sus encantos 
Á contemplarla en su beldad gentil, 

Y perderás Oriente fabuloso 
Las ilusiones que adorar te Til 



92 LBOOARDO laaUBL TORTORÓLO 

Y no vaya á creerse que Melchor Pacheco produ- 
cía únicamente la belleza, cuando rendía culto al arte 
divino de nuestro padre Homero. 

No. 

Pacheco fué también el poeta de la palabra, el ora- 
dor de frase ciceroniana y ardiente alma de Tirteo. 

En la tribuna era un coloso. De pequeña estatura, 
se erguía, se agigantaba, y su elocuencia avasalla- 
dora transmitía, en un arranque majestuoso, todo el 
fuego de su espíritu al espíritu subyugado de sus 
oyentes. 

Poseía, unido en estrecha y verdadera conjunción, 
algo de águila y algo de alondra: del águüa la fuerza 
irresistible ; de la alondra la harmonía deleitadora del 
gorjeo. 

De los oradores que ha tenido América en la pri- 
mera mitad del siglo xix, Melchor Pacheco y Obes 
ocupa el primer sitio de la derecha de aquel príncipe 
de la palabra que llevó el nombre de Héctor Floren- 
cio Várela. 

T lo raro del caso es que ambos obtuvieron sus 
más gloriosos triunfos en un continente extranjero 
y hablando un idioma también extranjero. 

El uno hizo oir en Ginebra el más cumplido elogie 
que se haya tributado jamás á los hijos del mundc 
de Colón; el otro hizo en París la más calurosa de 
f ensa de los intereses de un pueblo democrático y re 
publieano que luchaba, con heroísmo ejemplar, contri 
el oprobioso tirano de Buenos Aires, — venciendo ei 
un juri, para siempre memorable, á uno de los princi 
pales abogados franceses, siendo aclamado con entu 
siasmo delirante por el pueblo parisién, que no so 



VIDA DB MBLOHOB PAOHBCO T 0BB8 93 

fiaba, de seguro, ver reunido en un Oeneral uruguayo 
tanto talento, tanto arte y tanta caballerosidad. 

Hasta en la apasionada polémica guardaba siempre 
BU galano lenguaje artistico, asemejándose por esto 
' á Juan Carlos Gómez y Ángel Floro Costa, los dos 
' grandes polemistas del Rio de la Plata. 
' Pacheco y Obes era, en rigor de lógica, todo un 
^ hombre de letras, una de esas inteligencias privile- 
^ giadas que tienen el don de la superioridad. 



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VIDADIM. P. T OBXB. 



CAPITULO XI 

SUMABIO.- Melchor Pacheco y la posteridad. 

Juzgar á un hombre que ha merecido pasar á la 
posteridad, no es cosa tan baladi como pudiera su- 
ponerse. 

Vemos con frecuencia que las más grandes perso- 
nalidades del pasado, son juzgadas distintamente por 
los escritores contemporáneos, unos, cantándoles el 
himno triunfal de los elegidos y, otros, arrojando á sus 
memorias los más tremendos anatemas. 

Y esta diversidad de criterio es ocasionada, mu- 
chas veces, por no haberse remontado al medio en que 
actuaron sus biografiados. 

Por eso es menester olvidarse del yo^ de las ideas 
que bullen en el cerebro del que escribe, y echarse á 
buscar la causa ezplicadora de las acciones humanas 
en el ambiente en que ellas se produjeron. 

Así, podrá haber dos criterios históricos distintos 
acerca de César, Napoleón ó Kosciusko, pero nunca 
dos pensamientos tan opuestos entre si, que uno vea 
en César á uno de los genios de la antigüedad, y el 
otro, á un ser degradado, sin merecimiento alguno que 
lo acredite ante el tribunal de la justicia humana. 



% LBOOAEDO MIGUSL TOETBROLO 

A pesar de lo que dice Montaigne, parodiando qui- 
zás ¿ Cicerón, de que los políticos son siempre bien 
atacados y rara vez bien defendidos, con Pacheco y 
Obes sucede, á nuestro parecer, todo lo contrario. 

Ni ha sido bien atacado, ni menos adn mal defen- 
dido. 

Sus detractores fueron los hombres de su época, 
que no empleaban otras armas que las que les brin- 
daba la oportunidad; su defensor fué él mismo. 

Nosotros, que le juzgamos á los cuarenta y cinco 
años después de su muerte, no podemos admitir los 
ataques en general, ni aceptar la defensa en par- 
ticular. 

Pacheco es, ante todo, un hombre infinitamente 
superior á casi todos los que actuaron en el escenario 
en que él actuó. Por esta circunstancia, no debe admi- 
ramos que sea el blanco de tantos ataques y el tema 
de tantas disputas. 

Tuvo pasiones y cometió errores, pero esto no im- 
pide que la posteridad le reconozca sus méritos, así 
como le censura sus equívocos y yerros. 

Si fué desterrado durante la Defensa, ello no signi- 
fica una mancha para su memoria, puesto que cono- 
cemos las causas que motivaron la resolución del Go- 
bierno, mucho menos comprometedoras, por cieii;o, que 
las aducidas para los destierros de Bivera y Flores. 

Época de funestas rivalidades, un hombre superior 
en patriotismo y honradez era mirado con envidia 
insana. 

Llegado al poder, dice un conocido publicista fran- 
cés, fué su primer medida introducir la probidad en 
la administración ; establecer en principios los dere- 



J 

4 



« ' ViDA DE MBLOHOR PAGHBCO T OBBS 97 

v^ chos de la nitción á los sacrifíeios de cada ciudadano ; 
f destruir, ea fin, la condición ya arraigada en Mon- 
tevideo d» las influencias personales y sustituirlas 
por las imparciales de las leyes. 
Y en la altura era un cóador; jamás se mareaba. 
Si alguna vez fué severo para castigar á los trai- 
dores, era en cambio humano y pródigo para con el 
vencido. 
En su entusiasta corazón jamás se albergó el odio, 
. y ya sabemos cómo se arrepentía, cuando infería sin 

motivo alguna ofensa. 
^ Diplomático, orador, poeta y militar, su persona- 

lidad podría estudiarse bajo distintas fases, y para 
ello sería menester escribir muchos tomos en folio. 
Varón de honor y de vergüenza, no toleraba la más 
mínima ofensa, como lo prueban el lance caballeresco 
con Guerra, el incidente ruidoso con Viaña, en Río 
Janeiro, que le costó unos meses de cárcel, y el que 
hubo de tener con un ministro de Luis Bonaparte. 

Como todos los hombres de su talla, tuvo grandes 
ambiciones, pero él las supo contener dentro de su pe- 
cho, llegando hasta rehusar la aceptación del genera- 
lato con que lo honró la Asamblea de Notables de 1846. 
Si no llegó hasta la meta de sus aspiraciones, fué 
I quizá por la política que comenzó á propagar desde 
París en noviembre de 1861. 

Nadie era sincero ni menos idealista en aquellos 
tiempos, en que el maquiavelismo era la escuela que 
\^ imperaba entre los políticos uruguayos. 
f Sus errores fueron fruto de su propio tempera- 

mento. 
Para nuestra manera de pensar, el que más empaña 



96 LBOOARDO mOUBL TOETEROLO 

SU vida histórica, no es por cierto el de las disiden- 
cias con Paz, ni la falta de cortesía diplomática para 
con el doctor Manuel Herrera y Obes, sino el ostra- 
cismo voluntario que se impuio cuando vid que sus 
ideas no triunfaban, por el avance de las llamadas 
candomberas y floristas. 

Esta actitud demostró que, si bien tenía talento, no 
reunía las condiciones necesarias para ser jefe de 
partido, pues éstos deben sucumbir mártireis de una 
idea y no refugiarse en tierra extraña, abandonando 
al acaso una causa de cuyo triunfo pueden depender 
las instituciones liberales ó las libertades de la 
patria. 

No obstante esto, nosotros, que pensamos como 
Pascal, que así como agrada la moda debe agradar- 
nos la justicia, vemos en Pacheco el tipo más perfecto 
de ciudadano patriota y el militar más instruido de 
nuestro heroico pasado. 




ÍNDICE 



ÍNDICE 



Págs. 

PBOIiOOiJrDO T 

Aii LaoTo» 1 

CAPÍTULO I 

SUMARIO.— Nacimiento y adolesoenoia de Melchor Pa- 
checo. —Su edmoaoióii y antecedentes de fanúlia 8 

CAPÍTULO n 

SUMABIO.— Primeros síntomas de redención del año 1825. 
— Pasaje de los Treinta y Tres. — Pacheco corre á en- 
rolarse en las filas de los Libertadores.— Brillante 
actuación dorante la campaña.— Pas de 1838 y Cons- 
titución de 1880. -Pacheco entra á formar parte del 
cBatallón de Guias» 9 

CAPÍTULO ni 

SUMABIO. — Oficial subalterno.— Acontecimientos de 18S9. 

— Pacheco hombre de oonfíansa y consejero del ge- 
neral Rivera. — Misiones honrosas que éste le confia. 

— Es nombrado Comandante G-eneral del Departa- 
mento de Soriano. — Desastre del Arrojrp Granice.... 19 



102 tNDICB 



0A]?ÍTULO IV 



SÜMABIO.— Formación de 1» GnardiHk Kaoioiud en So- 
riano.— MedidAfl aoertadaa aoeroa de la esolavatnra. 
— Templa oon lu palabra el alma de sus subordinados. 
— Marcha á Montevideo* por orden* de Rivera.— Éste 
forma sn Gabinete y le oonña el Ministerio de la 
G-nerra '. «, 25 

KJAPlTULO.V 

SUMARIO. — Pacheco organisa la Defensa. «•Bu labor y 
actividad indiscutibles. — Relaciones con el general 
PaB. — Crea escuelas y hospitales de sangre. ~ Célebre 
carta que dirige á Manuel Oribe y ataques que recibe 
de c La Gaceta» de Rosas.— Fusilamiento de Baena. 31 

CAPÍTULO VI 

SUMARIO.— Actitud de los legionarios franceses.— Ima- 
ginaria revolución de Pacheco al Gobierno de Suáres. 
-Cómo Bp desvirtúa.— Ruidosa cuestióx^ con el almi- 
rante brasilefio.— Destierro de Pacheco al Janeiro.— 
Vuelve al país y se le conña el mando del ejército. 
—Revolución del 1.* de abril y expatriación volun- 
taria de Melchor Pacheco 89 

CAPÍTULO vn 

SUMARIO.- Retoma de nuevo á la patria.— Le Prédour 
y la paz.— Oposición de Pacheco.— Bs enviado en mi- 
sión diplomática cerca del Gobierno francés.— Impor- 
tancia de esta misión.— Curso del negociado y pas del 
8 de octubre 66 



CAPÍTULO vm 

SUMARIO.— Papel que desempeña en la política depar- 
tido.— Juan Carlos Gómez, Melchor Pacheco y César 
Diaz. — Revolución de julio.— Sucesos posteriores.— 
MuertePde Riveira y alejamiento de Pacheco 97 



ÍNDIOB 108 



CAPÍTULO IX 

PAffi. 



SUMABIO. — TidA de Paoheoo «n Buenoa Airet.— Dis- 
curso en 1a tumba del general Pai.— Su muerte. ~ 
Funerales y honores del Ck>bietno argentino.— Boos 
de la prensa. : 79 

CAPÍTULO X 

SUMARIO. —Pacheco y Obes considerado como hombre 

de letras ■ •. 86 

CAPÍTULO XI 
SUMABIO.— Melchor Pacheco y la posteridad 96 



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